Dama de Compañía. Pamela Muñoz

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Capítulo I. La boda-La compañía del millonario- Dreame —No. Era increíble como un simple monosílabo había sido capaz de destruir mi vida en un segundo. Mi mirada se cruzó de inmediato con la de mi novio Alessandro… o mejor dicho, mi ex novio Alessandro, la cual era una mirada llena de pena, de desilusión y vergüenza. Mis labios comenzaron a temblar a la misma vez en que mis ojos derramaban torrentes de lágrimas sin que pudiese hacer algo para detenerlas. Poco a poco y cuando fui capaz de comenzar a escuchar los murmullos de los invitados a nuestra boda, fui retirando mis manos de entre las suyas, sintiendo como mi corazón se hacía pedazos. —Lo siento tanto, Colette —continuó hablando él, poco después de haber dicho que no a la pregunta del padre sobre pasar el resto de su vida a mi lado. El sacerdote continuaba estático frente a nosotros, viendo de un lado a otro en notoria incomodidad, esperando quizás una leve reacción de mi parte para así dar por terminada aquella vergüenza de clase mundial. —Solo que comprendí que no voy a ser capaz de poder lidiar con tu trabajo. Limpié mis ojos bruscamente, comenzando a sentir esporádicamente una enorme rabia hacia aquel tipejo que se había quedado con los mejores ocho años de mi vida. Boté el

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ramillete a sus pies, seguido del velo que cubría mi cabeza. Ni siquiera deseaba volver a ver a mi hermana y mi mejor amiga, quieres se encontraban sentadas en la primera fila de sillas. Lo único que deseaba en aquel momento era poder desaparecer de aquella pesadilla. —Colette, entiendo si estás molesta, pero… —¿Molesta? —hablé al fin, casi escupiendo las palabras—, ¿Por qué estaría molesta? ¿Por qué eres lo suficientemente cobarde como para humillarme dejándome frente a todos? — continué hablando, dejando salir toda la rabia que comenzaba a ahogarme—, no, para nada. Si lo único que deseo es que te pudras, Alessandro —terminé diciendo, antes de girarme y comenzar a caminar a paso rápido hacia la salida de la iglesia. —¡Colette, espera! —escuché a mi hermana llamarme, pero no me detuve, simplemente me quité los zapatos y comencé a correr. *** —Así que el imbécil de Alessandro te dejó en el altar —habló Luca, mi gran amigo de la infancia al poner otra copa de Jack Daniels frente a mí. Me encontraba sentada frente a la barra de su bar, ubicado justo en el centro de París. Había llegado desde hacía tres horas atrás, y Luca solo se había limitado a poner frente a mí, bebida tras bebida, sin detenerse a preguntar algo sobre mi vestido de novia o mi maquillaje corrido al haber llorado en exceso. Alcé la mirada y lo miré. —¿Cómo lo sabes?

—Son solo sospechas —comentó, viéndome de arriba abajo—, tal vez tu imagen de novia zombie lo diga todo. —Eres un idiota, Luca. —No, no lo soy. Incluso pienso ahora que alguien debió de decirte con anterioridad que el niño tierno de Alessandro, no era para ti —habló, torciendo una sonrisa—, ¡Oh espera! Creo que yo de lo advertí en más de una ocasión —terminó diciendo, muerto de la risa, mientras yo me limitaba nada más a mostrarle mi dedo medio. —Alessandro es un estúpido, ¿En serio pensaba que yo me revolcaba con todo chico al que acompañaba a esas reuniones? ¡Carajo, Luca! Es mi maldito trabajo, nada más — dije, sintiendo otra vez como la rabia invadía cada poro de mi cuerpo. Comencé siendo dama de compañía desde que cumplí 20 años, y a pesar de que no era un trabajo fácil, debido a que muchos clientes irrespetaban el contrato y algunas veces trataban de sobrepasarse, era de muy buena paga, ese trabajo me había ayudado a vivir en una de las mejores zonas de París junto a mi hermana, pues era un sitio tranquilo y con la exquisita vista de la torre Eiffel de fondo. Aun así, cada vez que tuve un cliente, jamás dejé que se sobrepasara conmigo, había sido clara con Alessandro en cada aspecto, le tenía mucha confianza y le contaba de todo lo que pasaba en mi trabajo. Él siempre pareció tomarlo bien, hasta el día de hoy cuando confesó no poder lidiar con ello. Tiré mi cabeza hacia atrás y dejé caer ahí el contenido de mi copa, después hice una mueca al sentir como el líquido escocía mi garganta al bajar. —Quieta, fiera. No quiero que vomites mi bar. —Trae otro.

—No. Creo que has bebido suficiente, Colette. Es hora de que regreses a casa. —No quiero hacerlo, ahí todo me recordará a Alessandro — murmuré al sentir como la fragilidad comenzaba a llenarme. ¿Cuánto tiempo tardaba una persona en sanar un corazón roto? Por Dios, habían pasado un par de horas desde entonces, y sentía como mi mundo se me venía encima. La imagen de Alessandro cuando despertaba sonriéndome rondaba mi cerebro, torturándome lentamente, además de cada palabra llena de amor que me dedicaba. Cada recuerdo maravilloso que tenía a su lado, daba vueltas sin parar, sin darme una tregua para dejar de sentir tanto dolor. Ni un solo maldito recuerdo malo llegaba, no, era como si Satanás se estaba encargando de hacerme vivir mi propio infierno sin haber muerto. —¡Colette! Estaba tan preocupada por ti. Miré a mi derecha, donde Sophie, mi mejor amiga y a la vez jefa, tan despampanante y hermosa como siempre, se había dejado caer en la butaca a mi lado, colocando frente a mí una carpeta transparente, con unos documentos dentro de ella. —Siento tanto lo que pasó con Alessandro; ese tipo no te merecía ni en un millón de años, amiga. No merece todas esas lágrimas que has derramado por él. —Me siento tan humillada —comenté, sintiendo como mis ojos se llenaban de lágrimas otra vez—, Sophie, planeamos tanto esta boda, para que después fuera tan cobarde para abandonarme de esa manera.

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—Si te hace sentir mejor, antes de salir de la iglesia, le pateé las pelotas —confesó, sonriendo de medio lado mientras acariciaba mi brazo descubierto, sus ojos color avellana viéndome con ternura—, y Jolie lo grabó y lo subió a YouTube para que puedas verlo; ¿No somos geniales? Me fue imposible no echarme a reír al imaginarme dicha escena. Definitivamente deseaba haber tenido el valor de hacerlo yo misma, antes de salir como una loca de aquel lugar. —Mira que no te miento —dijo Sophie, buscando en su teléfono. Me reí aún más al ver la cara de dolor de Alessandro ante la patada de mi amiga en sus partes nobles, quien además, lo había mandado al diablo de una manera muy sutil. La pequeña rubia definitivamente tenía su carácter. —Nadie se mete con mi chica —terminó diciendo. Le sonreí y asentí hacia ella. Sintiéndome dichosa de tenerla a mi lado, pues Sophie, además de ser mi jefa, se había convertido en mi mejor amiga; aquel tipo de mejor amiga que era confidente, divertida, generosa y amorosa. —Bueno, ahora hablemos de trabajo —arguyó, cambiando drásticamente el tema mientras se inclinaba a buscar entre la carpeta que había puesto frente a mí. Puse los ojos en blanco y alejé la mirada. —¿En serio, Sophie? ¿Tú nunca dejas de trabajar? —El trabajo es lo que me mantiene sobria, querida. Así que no te quejes.

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Y sí que lo hacía. Pues antes de convertirse en una empresaria, Sophie era alcohólica y drogadicta, por lo que, pasar su tiempo envuelta en documentos y nuevos clientes, era lo que la ayudaba a mantenerse lejos de aquel mundo que casi llega a matarla. —Mira, tenemos un nuevo cliente. Me ha contactado su mayordomo, pues supo de mi empresa de damas de compañía por la web —explicó, mostrándome ciertos documentos, donde en cada uno de ellos sobresaltaba el nombre “Las Bahamas” —, no es de Francia, ni de nuestros vecinos Italia o España, Colette. Es por eso que ofrecen pagar muy bien —me mostró el monto y fue ahí que entendí por qué la tenía tan ocupada dicho trabajo, pues a decir verdad, nunca había visto tantos ceros juntos. —¿Acaso estás bromeando? ¿Van a pagar medio millón de euros solo por una dama de compañía? ¿Sí le dijiste que no somos prostitutas? —Lo saben, cariño —asintió—, recuerda que está en nuestras políticas. —¿Y por cuánto tiempo? —Ese es el motivo de la suma, pues es indefinido —se apresuró a decir—, según explicó Francis, el mayordomo, es un caso un tanto difícil. El servicio es para su jefe Nicolás Clark. Hace seis meses perdió a sus padres en un accidente aéreo, por lo que, a pesar de tener 26 años, se encuentra sumergido en una terrible depresión, de la cual, la dama que vaya a enviar hasta su casa, deberá de ayudarlo a salir. —¿Y por qué me lo pides a mí? —Por dos razones —habló, señalando con sus dedos—, te acaban de abandonar en pleno altar, por lo que mereces irte lejos por un buen tiempo, servirá para que olvides al imbécil

de Alessandro. —Oye gracias, amiga. —Déjame terminar, Colette —dijo, señalándome acusatoriamente—, bien sabes que no confío en nadie más para que haga un trabajo como este. Pues a pesar de ser mi mejor chica, eres mi mejor amiga, y confío plenamente en mí. Además, eres jodidamente hermosa, mujer. Jamás hubiese pensado en otra persona que no fueses tú. Suspiré mientras pensaba en esa posibilidad. La cual era verdaderamente tentadora. ¡Dios mío! Era Las Bahamas, un sitio lleno de playas y lugares de descanso, pero a la vez, no dejaba de pensar en Jolie, mi hermanita pequeña. Pues a pesar de que ya había cumplido sus 20 años, solo me tenía a mí. —Me preocupa Jolie. —Colette… Jolie es solo cuatro años menor que tú, estará bien. Ya puede cuidarse sola, pero además, sabes que no voy a abandonarla. —Okay, me convenciste. Estoy dentro —dije sin siquiera detenerme a pensarlo por más tiempo.

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Capítulo II. “Bienvenida a Las Bahamas”-La compañía del millonario- Dreame —Colette, solo han pasado tres días desde lo ocurrido con Alessandro… ¿Segura que te sientes bien para hacer un viaje tan largo como ese? —indagó Jolie con preocupación al verme preparar las enormes maletas que llevaría en mi viaje. Me detuve frente al gran espejo que tenía en mi habitación y acomodé las ondas mi cabello castaño a mis costados. Me coloqué de perfil y observé fijamente mi cuerpo. Realmente Dios había sido muy generoso conmigo con cada parte de mi cuerpo, mi rostro era perfilado y bastante bonito, mis enormes ojos grises lucían bien con mis rizadas pestañas, por lo que, aún no terminaba de comprender el por qué Alessandro había sido capaz de abandonarme. Jolie se detuvo a mi lado, por lo cual también me detuve a observarla. —Eres hermosa, Colette. Deberías de tener más confianza en ti misma. Le sonreí y luego la abracé. —Jolie, promete que te portarás bien y seguirás con tu carrera de medicina. —¿Por qué no me dejas trabajar con Sophie? A ti te va bien. —No quiero eso para ti, hermanita —le aseguré, poniendo mis manos sobre sus hombros—, a pesar de que no parece ser malo, algunas veces tiende a ser difícil, pequeña. Y la verdad, lo que más deseo es verte convertida en toda una doctora. Prohibido vender instagram: @edenklaynd

Jolie puso los ojos en blanco, pero luego asintió. Desde que cumplió los 19 años, había comenzado a insistirme en querer convertirse en una dama de compañía, cosa que le había prohibido completamente. Jolie era una chica demasiado tierna e inocente, por lo que, temía que cualquier imbécil tratara de sobrepasarse con ella. Para ser una dama de compañía, se necesitaba tener mucho carácter, pues se debía de hacer cumplir el contrato a como diera lugar. —¿Segura que estarás bien, Colette? —Me hará bien alejarme un tiempo —asentí—, tú más que nadie sabe lo que aún siento por Alessandro, por lo que, cruzármelo en cualquier momento me haría mucho daño. Y sí que lo haría. Pues si en aquel momento me sentía fuerte, era por el hecho de que siempre me había caracterizado de ser un tanto ruda ante los demás. El único momento de debilidad que mostré ante los demás, fue ante el abandono de Alessandro el día de la “boda” donde me permití llorar e incluso embriagarme, incluso Sophie debió de llevarme hasta la casa y meterme a la cama. Pero, al día siguiente y cuando me recuperé de la resaca, había vuelto a ser aquella dama elegante y respetada en la que me había convertido desde que comencé a trabajar para Sophie. Dejé salir lentamente la respiración y luego me detuve frente al gran ventanal que daba vista hacia la torre Eiffel. —Esta vista es lo que más voy a extrañar. —Y yo que pensaba que era yo lo que más ibas a extrañar — habló Jolie, deteniéndose tras de mí. Me eché a reír y negué con la cabeza.

—Tú eres lo segundo que está en mi lista, Jolie —bromeé, girándome hacia ella—, sabes que no lo digo en serio, pequeña. Tendremos que acomodarnos a los distintos horarios, para que podamos hablar todos los días. —Todo estará bien, hermana. Lo solucionaremos. *** Al ser las 17 horas del día siguiente, me encontraba despidiéndome en el aeropuerto de Sophie y mi hermana, para así tomar el vuelo de aproximadamente nueve horas que me llevaría a Las Bahamas. En cuanto escuché por los altavoces la orden de abordar, suspiré profundamente y caminé derecha hacia la entrada sin mirar atrás. En el fondo, esperaba que este nuevo trabajo me ayudara a sanar mi corazón y lograr así olvidarme completamente del sujeto que me había humillado en el altar. Deseaba poder comenzar de cero, para que así cuando volviera a Paris, fuese otra vez esa chica fuerte y amante a su trabajo. Esa mala experiencia con Alessandro me había dejado una gran enseñanza: jamás volvería a permitir que un hombre rompiera mi corazón. *** Justo cuando bajaba por las escaleras eléctricas del Grand

Bahama Airport, mi mirada enfocó a un alto señor con un esmoquin n***o, sosteniendo entre sus manos un rótulo que decía: Colette Simons. Por lo que, en cuanto bajé de las escaleras, caminé directamente hacia él, me sentía agotada, pues pasar nueve horas sentada en un mismo sitio, no ayudaba en nada a mis articulaciones, las cuales se sentían completamente entumecidas.

—Colette Simons —me presenté en cuanto estuve frente a él, estirando una mano hacia él. —Bienvenida a Las Bahamas, señorita Simons, mi nombre es Francis Richards, y trabajo para el señor Nicolás Clark — respondió el hombre alto y fornido con gran amabilidad—. Espero que su estadía sea placentera. Le sonreí con los labios apretados y asentí en su dirección. Después le ofrecí una de mis maletas, la cual la tomó enseguida para así comenzar a conducirme hacia la salida del aeropuerto. —Antes de que lleguemos a la casa del señor Clark, deberá de saber varias cosas, señorita Simons. —Estaría bien si solo me llama Colette —le pido. —De acuerdo, Colette —repite el hombre con mucha paciencia —. El señor Clark no sabe que he contratado una dama de compañía para él. Frunzo el ceño en cuanto escucho aquello, pero a la vez, me mantengo callada para escuchar la explicación. —Se lo he propuesto antes, pero no ha accedido, pues ha dejado claro en que no es un niño, para necesitar una niñera. —¿Y cómo se supone que ocultaré mi identidad con él? —Desde que murieron sus padres, ha estado extremadamente triste, se pasa los días sin siquiera querer tomar una ducha, pasa encerrado en su habitación solo jugando videojuegos, descuidando así la empresa de venta de artículos de tecnología que le fue heredada —explicó, deteniéndose justo cuando llegamos a una hermosa limusina de color n***o, que posiblemente iba a ser nuestro medio de transporte hacia la casa del señorito Nicolás.

Un hombre alto y uniformado elegantemente, me saludó con un movimiento de cabeza, después abrió la puerta para que así pudiese entrar. En cuanto estuvimos ambos acomodados dentro de la limusina, Francis continuó relatando la historia. —Así que es el motivo por el que le pedí a Sophie el servicio de su mejor dama de compañía, pues además de ayudarle al señor Clark a salir de su depresión, deberá de hacerse cargo de su empresa, hasta que él esté apto para continuar con sus labores. —¿Acaso el señorito no cuenta con más familia? —No, señorita Simons. El señor cuenta ahora solo conmigo. Asentí aún no muy convencida. Sophie me había hablado de la depresión del chico y sobre su encierro. Pero nunca me dijo sobre hacerme cargo de su empresa. Tampoco lo veía como un rato, gracias a mis estudios profesionales en Administración de Empresas. —Entonces, para el señorito ¿Quién seré? —Mi sobrina, la cual ha llegado a la isla para ayudarle con sus negocios. —Me está jodiendo —bromeé, soltando una sonrisa sarcástica —, mi acento dirá otra cosa, no creo que sea tan inocente para engañarlo con eso. —Eres hija adoptiva de mi hermana, quien se mudó a Francia hace algunos años y adoptó una niña. —¿En serio su hermana vive en Francia? Francis negó con la cabeza. —El señor Clark no tiene por qué saberlo.

Asentí, aceptando sus términos. Pues el contrato había sido firmado con él, y no con el señorito Nicolás. —Entonces, ¿Cómo debo de llamarlo a usted? ¿Tío Francis? —No me molestaría en lo absoluto, señorita Simons —sonrió el hombre, mientras nos deteníamos frente a una enorme mansión frente a la playa. Suspiré profundamente, quedando impresionada ante lo lujoso que se veía ese lugar con la tenue luz de las farolas que llevaban hacia la entrada principal, y me fue inevitable no sentir un ligero movimiento en mi estómago a causa de los nervios. Pues sinceramente, lo último en lo que pensaba era en lo mucho que iba a cambiar mi vida en cuanto entrara a través de las puertas de ese lugar.  ***

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Capítulo III. "El señorito Clark"-La compañía del millonario- Dreame En cuanto puse un pie dentro de aquella mansión, quedé completamente extasiada al contemplar todo lo que tenía a mi alrededor. Me encontraba en medio de un enorme living, decorado con muebles aterciopelados y pilares blancos, enormes ventanales que daban vista al jardín, además, el piso se encontraba cubierto por una fina alfombra color marrón que llevaba hacia las grandes escaleras que conducían hacia dos diferentes pasillos en la segunda planta. Candelabros de plata colgaban desde el techo, lo que hacía que la casa casi pareciera uno de los castillos que Disney ofrecía en sus películas. Estaba acostumbrada a visitar diversos lugares llenos de lujos como aquel, pero definitivamente, ninguno podía compararse a este. —Los señores Clark siempre tuvieron buen gusto —comentó Francis al detenerse a mi lado. Parpadeé en varias ocasiones y luego lo miré. Al ver su sonrisa divertida, ni siquiera quise imaginar la cara de boba que tenía en aquel momento. Una chica guapa de cabello oscuro, con uniforme formal se acercó a nosotros, con una gran sonrisa marcada en su rostro, lo que me hizo cuestionarme si el sonreír aquí era parte de las políticas del trabajo para todos, pues todos los empleados que había conocido ya, me habían recibido de esa manera, y lo mejor de todo es que ninguno aparentaba estar fingiendo el sentirse feliz de tenerme en aquel lugar.

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—Laura, ella es la señorita Colette Simons. Es de quien le hablé —me presentó Francis. —Encantada de conocerla, señorita Simons. De corazón espero que pueda ayudarnos con el señor Clark. Todos aquí estamos muy preocupados por él —habló la chica, manteniendo sus manos entrelazadas bajo su vientre. —Yo también espero ser de ayuda —respondí con sinceridad—, e insisto, estaría bien si solo me llaman Colette. Laura solo volvió a sonreír mientras asentía. —Laura, ¿Te importaría ayudar a llevar las maletas de Colette hasta su habitación? Yo me encargaré de mostrarle el lugar. —Por supuesto, Francis —respondió ella, tomando una para después caminar hacia las escaleras. Caminé al lado de Francis por al menos una hora. Donde pacientemente él se encargó de mostrarle cada sitio de la casa, desde la cocina, la cual se encontraba a la derecha del living, hasta lo que fue la oficina de trabajo del padre de Nicolás, un sitio que estaba muy abandonado puesto que Nicolás se había negado a que limpiar o incluso cambiaran algo de lugar. Según comentó Francis, el señorito se había empecinado en mantener viva la memoria de sus padres. Después de mostrarme toda la planta baja, incluso los jardines que daban una exquisita vista al océano, me llevó a la parte de arriba, donde me mostró las habitaciones donde dormían los empleados, para después conducirme a la que sería mi habitación. —Esta de acá, es la habitación del señor Clark —señaló una puerta grande y oscura, al lado de la habitación que sería la mía.

—¿Por qué yo debo de ubicarme al lado del señorito y no con los demás empleados? —pregunté, puesto que la duda me carcomía desde el principio al ser una empleada más, pero no estar siendo tratada como una. —Porque su trabajo es directamente con el señor, por lo que es necesario que se encuentre cerca de él —asintió Francis, ocultando con la palma de su mano un bostezo que quería salir. —Vaya a descansar, Francis. Supongo que está cansado — hablé, viendo la hora en mi reloj de muñeca, lo que me hizo sonreír y negar con la cabeza. Debía de programar la hora con la de Las Bahamas, puesto que, según mi reloj eran las 14 horas en Francia. —¿Qué hora es acá? —cuestioné, al ver el notorio cansancio en los ojos del hombre. —Son las 11 de la noche. Casi gemí de disgusto al escuchar aquello, puesto que, no me sentía para nada cansada aun. Debía de acostumbrarme pronto al cambio de horario, sino iba a sufrir. —Solo una cosa más, Colette. Trata de no llamarlo “señorito” cuando lo conozcas —comentó el hombre, sin dejar de sonreír —, creo que le molesta esa palabra. Sonreí en respuesta y luego asentí. —Haré todo lo posible para no decepcionarlo, tío Francis. —Descansa, Colette —se despidió el hombre antes de dar media vuelta y dirigirse hacia el otro extremo del pasillo.

En cuanto estuve dentro de mi habitación, me fue inevitable no echarme a reír, puesto que, casi era del mismo tamaño de mi departamento en París, lo cual lo miré como algo completamente innecesario. Una cama que triplicaba el tamaño de la mía se encontraba en medio de ella, con una mesa de noche con una cómoda silla de escritorio a un lado. En ella, se encontraban varios libros de finanzas, lo que supuse eran para que comenzara a estudiar las finanzas de la empresa, además de una laptop marca Apple, con un papel adhesivo sobre ella, donde se encontraba mi nombre de usuario y contraseña. Definitivamente esta gente ya me tenía todo preparado. Pero lo que más me gustó, fueron las enormes puertas corredizas que me llevaban al balcón, donde al acercarme, pude sentir la brisa fresca que me llegaba del océano. Definitivamente había llegado al paraíso. Y ahora entendía que el hecho de que Alessandro me haya abandonado, fue lo mejor que me pudo haber pasado. *** Gracias a que como lo supuse, sufría de jetlag, me pasé el resto de la noche estudiando los libros que tenía sobre la mesita, además de hacer notas en la computadora, puesto que no me iba a permitir presentarme a esa empresa sin tener un mínimo conocimiento acerca de lo que se hacía y sus empleados. El tiempo se me pasó volando, pues cuando me percaté, los rayos del sol comenzaban a sobresalir por el horizonte. Me puse de pie enseguida, y anonadada me dirigí hasta el balcón, donde me quedé impresionada por la belleza de un amanecer como aquellos. Me encontraba tan extasiada, que no me había percatado de la compañía que tenía en el balcón contiguo al mío.

Moví mi cabeza sin poder evitar la curiosidad y fue ahí donde lo miré por primera vez. Un tipo alto, con el cabello largo, castaño claro y descuidado, su rostro estaba cubierto por una gruesa barba que tal parecía no cortaba desde hacía varios meses. Él se encontraba viendo fijamente hacia el horizonte, como si lo que estaba ocurriendo con el sol al elevarse hacia el cielo, era lo que más disfrutaba en aquel momento. Se quedó inmóvil sin cambiar de posición, hasta que posiblemente se enteró de que alguien lo observaba. Él movió su rostro levemente hacia mí, y fue ahí donde su mirada se cruzó con la mía, un par de hermosos y grandes ojos azules cargados de tristeza, me enfocaron con curiosidad, como si no comprendiese qué hacía una extraña observándolo como una acosadora. Moví mis labios tratando de hablar, pero me fue imposible poder hacerlo. Estaba hipnotizada ante la imagen de aquel sujeto que me había impresionado con su sola presencia. Lo que me hizo plantearme en cómo carajos iba a lograr sacarlo de su caparazón, si ahora ni siquiera podía gesticular una sola palabra. Tragué saliva con fuerza, él continuaba estático viéndome fijamente. Hasta que al fin logré hablar. —¿Disfrutas del amanecer? —comenté sin pensarlo, dándome cuenta que no había sido lo más inteligente para poder romper el hielo. Nicolás me observó por unos pocos segundos más, hasta que se giró y volvió a entrar a su habitación sin decir una sola palabra. Dejé escapar el aire que se había quedado retenido en mis pulmones, y luego me di una pequeña bofetada.

—Buen trabajo, Colette Simons —me dije a mí misma de forma sarcástica.  ***

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Capítulo IV. “El desayuno de la paz”-La compañía del millonario- Dreame Después de darme una rápida ducha, y elegir uno de mis elegantes atuendos, el cual consistía en un pantalón de vestir color gris y una camisa blanca manga larga, me dispuse a bajar a la cocina. Ya que había logrado conocer a Nicolás, ahora sabía que debía de esforzarme en llamar su atención para así poder lograr entrar en esa fría máscara en la que estaba sumergido. La cocina se encontraba completamente solitaria, por lo que, me cuestioné en la hora que comenzaban a trabajar en aquella casa, puesto que, según yo, ya había amanecido, por lo que, era hora de comenzar con las labores cotidianas. Busqué dentro de la gran nevera algo que me pudiese servir para preparar un buen desayuno, husmeé hasta que encontré lo que necesitaba, lo cual se basaba en unos huevos, tocino y jugo de naranja. Después de batallar durante unos cinco minutos para lograr encender la moderna estufa, la cual al final debía de programarla en un teclado táctil, freí los huevos y el tocino, los coloqué con absoluto orden en un plato y luego, lo llevé hacia la bandeja donde esperaba el jugo de naranja y una ensalada de frutas. Justo cuando tomé la bandeja y me giré para dirigirme hacia la habitación de Nicolás, me encontré de frente con Francis, quien me observaba de forma atenta, recostado al marco de la puerta. —Buenos días, Colette. ¿Trabajando tan de mañana?

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—Buenos días, tío Francis —hablé, dedicándole una de esas frescas sonrisas que el alto sujeto me había dedicado desde el primer momento en que me vio en el aeropuerto—, ¿Sería tan amable de indicarme la hora? —Son las seis de la mañana —respondió, elevando una ceja—, ¿Jetlag? —cuestionó, a lo que asentí enseguida. —No pude conciliar el sueño en toda la noche, incluso me dio tiempo de revisar los libros de finanzas que dejaron en mi habitación. Podría decir que ya estoy un poco al corriente; justo ahora me dirigía a llevarle el desayuno a Nicolás, para así poder presentarme con él. —Veo que la señorita Sophie no exageró al decir que usted es muy comprometida con su trabajo. —Lo soy —asentí—, así que si me disculpa, veré si puedo hablar con Nicolás. —Mucha suerte con ello —respondió el hombre, dejándome pasar. *** Cuando me encontré frente a la puerta de su habitación, cerré los ojos y respiré profundo, con la intriga de la forma en cómo iba a ser recibida por un chico que se negaba a recibir ayuda de los demás. Cuando Sophie me habló del trabajo, no tuve ninguna duda en aceptarlo, pues tenía la certeza en que lo iba a lograr con facilidad. Solo que, esa perspectiva había cambiado un poco, en cuanto miré su mirada en el balcón. Y ahora admitía sentirme nerviosa.

Aun así, al final llamé a la puerta y esperé una respuesta. Respuesta que no llegó, volví a llamar, pero Nicolás seguía sin responder, así que al final decidí abrir y entrar sin invitación. En cuanto puse un pie adentro, un desagradable aroma inundó mis fosas nasales, obligándome hacer una mueca para después tapar ligeramente mi nariz, acción que supe que no era la correcta de seguir, por lo que respiré profundo y avancé. Él se encontraba sentado en un sofá reclinable, frente a una enorme pantalla empotrada en la pared derecha de la habitación, su cama estaba completamente arreglada, tal y como si no la hubiese utilizado desde hacía mucho tiempo, aunque al lado de esta, se encontraba una pila de ropa sucia, lo que probablemente era lo que daba ese mal olor al lugar. —Buenos días, Nicolás, te he traído el desayuno —hablé con nerviosismo al adentrarme aún más hasta poner la bandeja en su mesa de noche. —Creo que fui claro al decir que no necesito ninguna niñera — contestó con frialdad, sin siquiera molestarse en mirar en mi dirección. —No, no, no —dije enseguida—, mi nombre es Colette Simons, y mi tío Francis solo me pidió que viniera a ayudar en su empresa —Nicolás continuó en absoluto silencio, dirigiendo su completa atención al videojuego—, bien solo deseé ser agradecida por permitirme quedar en tu casa —continué hablando sin recibir respuesta alguna. En ese instante comencé a sentirme completamente incómoda, nunca antes me había sucedido eso en un trabajo. Por lo general, siempre me encontraba con caballeros simpáticos, y aun así, aquellos que trataban de sobrepasarse, no se cansaban de repetir lo bella que me veía, pero nunca antes alguno de ellos me había ignorado a como lo hacía el señorito Clark justo ahora.

No sabía si seguir insistiendo o dar por perdida mi primera batalla y retirarme, la verdad es que en ese instante incluso había perdido mi capacidad de actuar. ¿Cómo carajos se ayudaba a alguien que no quería ser ayudado? Al final terminé decidiendo por ser caprichosa e ir y sentarme en el sofá a su lado. En algún momento lograría que comenzara a hablarme. Nicolás ni siquiera se inmutó, tal parecía que le entretenía más el juego en la pantalla, que la compañía de una desconocida. Observé por largos segundos lo que jugaba, lo cual se basaba en un juego de guerra donde al parecer, el sujeto no era tan bueno, puesto que lo asesinaban constantemente. —Debe ser genial vivir toda tu vida en un sitio como este — continué con mi plática hacia las paredes, puesto que seguía sin tener respuesta—, o sea, tener el mar a unos pocos metros de tu casa, yo saldría todos los días a caminar a través de la arena mientras el sol sale por el horizonte. Nada. Todo continuaba en silencio. Ya se me agotaban mis ideas para hacerlo hablar, así que hice algo que jamás había hecho con alguien del trabajo: comencé a hablar de mi vida privada. Cerré los ojos, suspiré profundamente y después hablé. —Mi novio me abandonó el propio día de mi boda hace tan solo unos días, ¿Sabes? —le conté, sin siquiera saber que más decir. —Puede retirarse —mandó, antes de que pudiera salir otra idiotez de mis labios. Me quedé inmóvil por algunos segundos, viéndolo de soslayo. Él continuaba con su mirada en el videojuego, sus facciones eran duras, por lo que indicaba que no estaba bromeando.

—No estoy interesado en conocer su vida personal, señorita Simons, así que haga el favor y vuelva a sus asuntos — terminó diciendo. Lo observé por un tiempo más, el chico se veía tan demacrado y roto, que parecía que su alma había muerto, dejando solo un triste cajón donde debería de estar un alma llena de vida.

Si tan solo supieras que ahora tú eres mi asunto —me dije a mí misma, antes de levantarme y comenzar a caminar hacia la salida. —Mañana volveré a verle en el balcón y luego le traeré el desayuno, señorito Clark —hablé, sin volverme hacia él, a sabiendas que odiaba que lo llamaran “señorito” —, que pase un buen día, hundido en su miseria —terminé diciendo antes de cerrar la puerta tras de mí. Después de ello, me dirigí a paso rápido hacia mi habitación, tomé mi celular, y marqué el número de la oficina de Sophie, quien me contestó enseguida. —Maldita bruja, ¿Tienes idea de a dónde me has enviado? — fue lo primero que dije, sin darle la oportunidad de hablar. —Hola, Colette. También me da gusto escucharte —habló mi amiga, ocultando la diversión que aquello le daba. —¡Me has enviado con un puto ogro, Sophie! ¡Me echó de su habitación! ¿Sabes lo feo que se siente que te humillen dos veces en la misma semana? Ella se echó a reír, lo cual hizo que sintiera más rabia. —¿Tan mal estuvo tu primer día, querida? —Sophie… ¡Terminé hablándole de mi vida personal! ¿Eso te da una idea de lo jodido que estuvo?

—¿En serio hiciste eso? —indagó Sophie, muerta de la risa. Suspiré y luego caminé hacia el balcón, necesitaba aire puro para así poder calmar los fuertes latidos de mi corazón. No me gustaba fallar, y con lo que había pasado ahí, sentía que lo estaba haciendo. —Venga, Colette. Si te envié a esa guerra, es porque eres mi

mejor soldado. —No sabes, como te odio en este momento. —Colette Simons no se rinde ante las pruebas —habló ella pacientemente—, Colette Simons busca la manera de

encontrar soluciones, así que estudia el caso y vuelve a intentarlo, que verás, que aunque no sea en estos primeros días, lo lograrás. Asentí a pesar de que ella no pudiese verme. Pues tenía razón en algo, debería de encontrar la manera de poder sacar a la luz otra vez el alma de ese ogro. Había perdido mi primera batalla, pero no la guerra. —Voy a dejarte, porque necesito descansar para acoplarme al horario de América. Es mi único día de tregua, pues mañana si tendré que presentarme a la empresa. —Suerte con eso, amiga. Recuerda todo lo que te enseñado en

cuanto a finanzas y administrar correctamente una empresa. Volví a asentir. —Nos estamos hablando, querida Sophie, recuerda cuidar de Jolie. —Sabes que lo haré, amiga —murmuró con dulzura—, Ah y

Colette… recuerda que confío en ti —terminó diciendo antes de colgar la llamada.

Me quedé en el balcón por unos minutos más, disfrutando de la agradable vista que me daba el océano, mientras trataba de tranquilizarme por completo. Las olas se estrellaban con fiereza contra la costa, lo que me hacía desear estar ahí, aunque sea para mantener la planta de mis pies dentro del agua. La playa estaba completamente solitaria, lo que me hacía imaginar que esa parte, era propiedad privada, perteneciente únicamente a la familia Clark. Hice una mueca al recordar mi fallida conversación con el señorito. Detestaba fallar, quizás esa era la razón que me había hecho alterarme de esa manera. Poco tiempo después, noté a Nicolás salir hacia su balcón otra vez, ni siquiera trató de disimular el verme, pues lo hizo de una forma tan directa, que sentí que sus ojos habían traspasado mi cabeza. —¿Ahora dirá que lo estoy acosando? —murmuré con molestia, antes de girarme para caminar hacia el interior de mi habitación, pero antes de lograrlo, su voz me detuvo: —Tal vez el ser una mujer intensa, fue la razón para que su novio la abandonara en el altar —habló. Me devolví con rapidez para así poder defenderme, pero aquel sujeto que ya comenzaba a parecerse a pie grande por tanto pelo que había en su rostro, ya había desaparecido.  ***

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Capítulo V. “Operación salvando a Nicolás”-La compañía del millonarioDreame Me fue difícil volver a conciliar el sueño durante casi toda la noche, pero al menos pude dormir un par de horas. Aun así, agradecía haber estado despierta para el amanecer, pues con solo haberlo apreciado el día anterior, había quedado completamente enamorada de esos colores, los cuales lograban transmitirme paz. Pero alguien se me había adelantado esta vez. Nicolás se encontraba inclinado sobre su balcón, con su mirada perdida hacia el horizonte. Me fue inevitable no mirarlo, sus rasgos reflejaban tanta tristeza, que incluso yo llegaba a sentirme triste por él. ¿Qué tanto había sufrido por la muerte de sus padres para no poder superarlos en lo absoluto después de seis meses? Aun así, ¿Cómo podría una persona como yo saber sobre sufrimiento cuando ni siquiera llegué a conocer a mis padres? —¿Disfruta acosar a personas desconocidas, señorita Simons? Parpadeé en varias ocasiones para luego ser capaz de alejar la mirada de la suya. En verdad que ya parecía estar acosándolo, lo cual no era nada conveniente si quería acercarme y ganarme su confianza. Así que me enderecé y pasé las manos por el borde del balcón, mientras me dedicaba ver los colores que comenzaban a pintar el cielo. —¿Y usted disfruta de ser un cretino con los demás, señorito Clark? Prohibido vender instagram: @edenklaynd

—Es lo que me entretiene ahora, y si no le molesta… no vuelva a llamarme señorito —comentó, dirigiéndome una fría mirada. Sonreí y negué con la cabeza. —Es lo que me entretiene ahora… “señorito” —argüí, siguiéndole la corriente. No supe si fue un rayo de luz que chocó contra su rostro y lo hizo hacer una mueca, o había sido un deje de sonrisa que apareció en sus labios, pero el hecho de haber visto ese gesto, me hizo sentir esperanza hacia él. Algo en mi interior me dijo que era suficiente por hoy, no podía presionarlo, todo debía de ocurrir paso a paso. Así que me giré y comencé a caminar con lentitud hacia el interior de mi habitación. —En un rato le llevaré el desayuno y luego me iré a su empresa para así hacer el trabajo que usted no ha hecho desde hace mucho tiempo —le digo, antes de irme por completo—, lo cual supongo, debería de agradecer, señorito. —Lo haría, si usted lo hiciera solo por generosidad y no esperara un sueldo a cambio, señorita Simons. Volteé a verlo otra vez y le sonreí. Tal parecía que el sujeto tenía una respuesta para cada oración que yo fuese a decirle. Después terminé de irme. Ya con esa pequeña conversación, comenzaba a idear un plan para realizar mi trabajo. En ese momento, la operación salvando a Nicolás, comenzaba su curso en mi cabeza. ***

Cuando entré a su habitación con la bandeja del desayuno, lo encontré sentado en el mismo sitio en el que estaba ayer, con su mirada perdida en la pantalla mientras que sus dedos golpeaban ligeramente el control del video juego. Ni siquiera se había molestado en mirarme… igual a ayer. Me acerqué, coloqué la bandeja en la mesita al lado del sofá y después volví a sentarme a su lado. —¿Acaso no pretende rendirse? —indagó, sin alejar su penetrante mirada de la pantalla. —Esa palabra no existe en mi cabeza —contesté, tomando el control que se encontraba frente a él—, ¿Le parece si jugamos un mano a mano? —le pregunté, retándolo con la mirada. Y es que esa era una de las estrategias que había estudiado. Si quería acercarme a Nicolás, no debía de obligarlo entrar a mi mundo, si no que debía de tratar de entrar al suyo. Él me miró por primera vez y levantó una ceja. —¿Acaso usted sabe jugar, señorita Simons? —Hay muchas cosas que usted no sabe de mí, señorito Clark. —¿Cómo el motivo que llevó a su novio a abandonarla en el altar? —¡Autch! —Fingí dolor, llevando una mano hasta mi pecho—, es usted muy cruel. Él solo se encogió de hombros. —Ahora no me apetece jugar, por favor, retírese de mi habitación. —Perfecto —dije, levantándome de inmediato—, lo veré mañana en el balcón para que veamos juntos el amanecer.

Después simplemente me retiré sin esperar su respuesta, me fue inevitable no sonreír al sentir aquello como una pequeña victoria, pues había logrado que Nicolás me hablara un poco más de lo que lo había hecho el día anterior. *** En cuanto puse un pie dentro de la empresa de Nicolás, muchas mariposas invadieron mi estómago a causa de la maraña de nervios que se había apoderado de mí. Pero aun así, me obligué a elevar la barbilla para así caminar con seguridad. Según me había dicho Francis, los trabajadores de “Technology Clark” tenían mucho tiempo de no contar con una persona autoritaria, pues quien dirigía todo aquel edificio era el padre de Nicolás, y después de su muerte, Nicolás se había negado a tomar el cargo, dejando la empresa a cargo del sujeto que era la mano derecha del señor Clark. Subí al ascensor al lado de Arturo, el personal de seguridad que me había asignado Francis, pues según él, ahora que trabajaba para una de las familias más poderosas de Las Bahamas, necesitaría protección. No pregunté los motivos, pues sentí que era algo que no me concernía, así que simplemente había aceptado sin rechistar. Cuando los números de piso comenzaron a cambiar en el ascensor, comencé a temblar. Dejé salir lentamente la respiración y después froté mis manos. —¿Nerviosa, señorita Simons? —preguntó Arturo a mi lado. Lo miré, el alto sujeto de piel blanca y ojos castaños, me miraba divertido, con una media sonrisa marcada en sus labios. —¡Quien no! —contesté, sonriendo con nerviosismo—, no sé con lo que me encontraré allá arriba.

—Lo hará bien —asintió, dándome apoyo—. Si Francis confió en usted para ponerla al mando, todos aquí lo harán. —Eso espero —murmuré casi para mí. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, comencé a caminar a paso seguro hacia el centro de la enorme sala de paredes grises y grandes ventanales, que tenía al frente. Ahí se encontraban muchos cubículos… tantos que me fue imposible contarlos con solo una mirada, y en cada uno de ellos, se encontraba un hombre o una mujer, con una computadora frente a ellos. En cuanto mis zapatos de tacón comenzaron a hacer ruido contra las baldosas azules del piso, todos en la sala habían dejado de hacer sus deberes para así centrar su atención en mí. Disimulé mi nerviosismo girándome hacia Arturo para tomar el maletín que él cargaba, pues por lo general, cuando entraba en estado de temor, sostener algo entre mis manos me ayudaba a concentrarme y a tener más seguridad. —Buenos días, mi nombre es Colette Simons, soy la persona a cargo hasta que el señor Nicolás Clark pueda tomar su lugar —esperé un segundo, viendo la reacción de los que tenía al frente, pero nadie dijo nada, todos continuaban en silencio—, Christian Gabriels —llamé. Un chico que aparentaba rondar mi edad, se puso de pie enseguida, se encontraba en un cubículo cerca de una gran puerta de vidrio que suponía, daba a la que ahora se iba a convertir en mi lugar de trabajo. —Sí señora —respondió el chico con amabilidad.

—Necesito que vengas a la oficina —mandé, continuando mi camino hasta la puerta que se encontraba al lado de su cubículo—, los demás, vuelvan a sus labores que pronto comenzaré a pedir reportes. Un “Sí señora” fue la última respuesta que escuché antes de adentrarme en la oficina. Ahí me encontré de frente con un enorme escritorio de madera de caoba, con una silla mucho más elegante y cómoda que la que tenía en mi habitación. Un montón de documentos sin revisar se encontraban sobre el escritorio, además, una fina capa de polvo cubría cada uno de los muebles del lugar. En una de las paredes, se encontraba colgada una fotografía de los padres de Nicolás, los cuales parecían ser una pareja feliz, por la forma en que se tomaban de las manos y se observaban el uno al otro. Sonreí, sintiendo un pequeño pinchazo en el corazón, al haber supuesto en algún momento, tener algo como aquello con el idiota de Alessandro. Al ver el enorme ventanal que daba vista a la ciudad, supuse que el padre de Nicolás era adicto a las hermosas vistas, pues tal parecía que sabía exactamente donde solicitar una ventana. Después de observar todo con detenimiento, alboroté ligeramente las hondas de mi cabello y luego me volteé hacia mis dos acompañantes. Christian se encontraba de pie al lado de Arturo, ambos me miraban con curiosidad. —¿Hace cuánto tiempo no limpian este lugar? —pregunté, mientras pasaba un dedo por la madera del escritorio.

—Mandaré a uno de los encargados de la limpieza enseguida, señora. Hice una mueca al escucharlo otra vez llamarme señora. —Señorita Simons estará bien, Christian. Ahora, necesito que me hagas llegar todos los balances que han notificado cada uno de los empleados con sus ventas de productos. —Como ordene, señorita Simons —asintió el muchacho. Levanté una ceja al mirarlo directamente a sus ojos oscuros. ¿Acaso el chico se sentía nervioso ante mi presencia? ¿Acaso había dado una mala imagen con mi llegada? ¡Si solo estaba actuando tal y como lo había aprendido con Sophie! Ella siempre me repitió algunas reglas claves para el éxito: sé

autoritaria, pero no tan demandante, no pretendas ser íntima amiga de tus empleados, pero tampoco los trates mal, sé buena y siempre resalta su esfuerzo, pero corrige si está incorrecto. —Christian —lo llamé con un tono de voz más apacible—, me tomé el tiempo de revisar cada uno de sus expedientes antes de venir aquí, y sé que eras el hombre de confianza del señor Clark. Así que, mientras me encuentre tomando el lugar de Nicolás, espero que también seas mi hombre de confianza. Las facciones del rostro del muchacho se suavizaron en seguida, después sonrió y asintió en mi dirección. —Lo seré, señorita Simons. Cada vez que necesite algo de mí, llámeme enseguida. —Muchas gracias, Christian. Ahora, ve y por favor prepárame la documentación que te he solicitado.

—Por supuesto. Con su permiso —respondió, antes de dar media vuelta y salir del lugar. Justo cuando me encontré solo con Arturo en la oficina, me dejé caer en la enorme silla y dejé salir con lentitud todo el aire que había quedado contenido en mis pulmones. Arturo se echó a reír y luego caminó hasta sentarse en el sofá frente al escritorio. —Realmente estoy sorprendido, señorita Simons. Lo ha hecho con tanta naturalidad, que da la impresión que siempre ha trabajado dirigiendo grandes masas de personas. Sonreí y negué con la cabeza. Mejor que lo creyera de esa forma, pues no pretendía decirle que mi trabajo solo se basaba en dar compañía a los hombres más importantes de Francia. 

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Capítulo VI. “Un almuerzo nocturno” La compañía del millonario- Dreame “¿Mi primer día de trabajo? Supongo que bien, Jolie. Son muchas las personas que ahora están a mi cargo, por lo que, me es inevitable no sentirme un poco nerviosa” Después de enviar el mensaje de WhatsApp a mi hermana, contándole en cómo me había ido en mi primer día de trabajo en la empresa, me levanté del sofá que estaba en la parte baja de la cama y caminé de un lado a otro, moviendo ligeramente mi cuello ante el cansancio que sentía por lo atareado que había estado el día. Agradecía en gran manera el haber podido agarrar el rol rápidamente en la empresa, me había pasado toda la tarde trabajando al lado de Christian, quien de forma amable, se había encargado de aclarar todas las dudas que tenía. Después, había estado revisando algunos de los balances que Christian me había hecho llegar, eso era lo que me tenía tan cansada en aquellos momentos, pues en realidad, en ninguno de los trabajos que había tenido me había correspondido revisar tantos números. Mi celular nuevamente vibró, mostrándome un nuevo mensaje por parte de mi hermana:

“Eres Colette Simons, ¿Aún tienes alguna duda en ti? Nunca conocí a una persona más dedicada a como lo eres tú ;) Lo harás bien, Col. Sonreí ante aquel mensaje, pues a pesar de tenerla tan largo, aquellas simples palabras me hacían saber que ella continuaba ahí, apoyándome siempre.

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“Trataré de ir a descansar, pórtate bien, Jolie. Te amo” Escribí en despedida para así dejar mi celular sobre la mesa de noche e irme a la cama. Poco a poco debía de acostumbrar a mi cuerpo a un nuevo horario, pero lamentablemente, parecía que justo ahora no quería obedecerme, pues a pesar de sentirme muy cansada, mi mente se negaba en querer dormir. Me moví de un lado a otro en la cama tratando de conciliar el sueño; luché con aquella necesidad durante al menos una hora, hasta que al final me di por vencida. Tallé mi rostro con las palmas de las manos, gruñendo ante la desesperación de no poder dormir, después salí de la cama, me coloqué mi bata y mis pantuflas y caminé fuera de la habitación. Tal vez si me hacía un té me ayudaría a dormir, así que me dirigí hacia la cocina de forma cautelosa para no hacer ruido y no tener que despertar a nadie. En cuanto entré, me detuve de forma abrupta al encontrarme de frente con Nicolás, quien al verme se detuvo de preparar su plato. Su mirada me escaneó de arriba abajo sin siquiera tratar de disimular, lo que me hizo sentir un poco incómoda ante su profundo escrutinio, por lo que me abracé con fuerza para después avanzar sin decir una sola palabra. No entendía la razón, pero aquel extraño sujeto con apariencia descuidada, había logrado ponerme nerviosa desde el primer momento en que le vi. —¿No debería de estar dormida, señorita Simons? —indagó, mientras continuaba preparándose el bocadillo. Miré mi reloj, eran cerca de la una de la madrugada. —Son cerca de las 17 horas en Francia, mi mente aún no termina por acostumbrarse al cambio —respondí, buscando en la alacena el té—, ¿Y usted?

—No duermo desde hace mucho —expresó, a la vez que le echaba mantequilla de maní a una rebanada de pan cuadrado. Alcé una ceja y abrí uno de los cajones superiores para buscar una taza. “Así que alguien ahora estaba muy platicador, esto

debo de aprovecharlo” —me dije a mí misma. —Imposible, no creo que un cuerpo sea capaz de aguantar tanto tiempo sin dormir. —Pues el mío lo hace. Se niega a querer descansar desde hace algunos meses. Me fue inevitable no echarle un vistazo. Definitivamente no mentía, pues su rostro se veía tan cansado y demacrado, que incluso comenzaba a aparentar tener más de 35 años, dejando atrás aquel joven de 26. —¿A qué se debe tanta falta de sueño? —inquirí, con la esperanza de hacerlo hablar aunque sea un poco sobre todo lo que estaba viviendo. Pero él solo guardó silencio. —¿Un sándwich, señorita Simons? —ofreció después de algunos segundos de silencio. Suspiré mientras bajaba los hombros, pues él había puesto otra vez su muralla de protección, aquella muralla que impedía que cualquier persona tratara de entrar a su mente. —Creo que es muy temprano para un sándwich —respondí, a la vez que ponía un poco de agua a calentar en la estufa—, solo vine por un té para así tratar de descansar. —Es mi almuerzo nocturno, y la verdad es que no invito a cualquier persona —inquirió sin importancia mientras se sentaba frente a la isla de la cocina. Lo miré y sonreí.

—¿Acaso me está diciendo que no soy cualquier persona, señorito Clark? —Es la sobrina de Francis, por supuesto que no es cualquier persona —respondió de inmediato. —¡Ah! Claro, eso —murmuré, sintiendo de pronto una extraña decepción ante lo que había escuchado. —¿Qué es lo que pensaba, señorita Simons? —preguntó, elevando una ceja con desdén. —Nada —indiqué de inmediato, obligándome a cambiar las facciones de inseguridad de mi rostro, por las que me hacían ver como una mujer segura—, está bien, acepto su almuerzo nocturno, señorito Clark, solo si usted acepta ir a caminar  a la playa conmigo al amanecer. —Tampoco es que me urgía que aceptara ese sándwich. Quédese solo con su té —dijo con molestia, mientras se ponía de pie y comenzaba a caminar fuera de la cocina. Cerré los ojos con fuerza después de verlo desaparecer por la puerta, y luego me maldije por echar las cosas a perder. Se suponía que no debía de presionarlo y era exactamente lo que hacía con cada acción que desempeñaba. Nicolás poco a poco estaba tomando una mejor actitud conmigo, cosa que cambiaba con rapidez en cuanto una idiotez salía de mi boca.

¿En serio lo había invitado a ir a caminar conmigo? ¡Carajo! Eso había sido muy rápido, Colette. Al final, gracias a lo testaruda que solía ser, terminé preparándome un maldito sándwich y un té extra, después coloqué todo en una bandeja y me dirigí escaleras arriba en dirección de la habitación de Nicolás.

—Cambié de opinión, si quiero tener ese almuerzo nocturno con usted y además, le traje un té. Quizás pueda descansar — le comuniqué en cuanto estuve dentro de su habitación. Él se encontraba frente a la televisión, donde una película de rápidos y furiosos se reproducía. Me miró sobre su hombro y después regresó su atención a la pantalla, ignorándome por completo. —¡Vamos, Nicolás! Debería de tratar de ser más gentil —hablé, acercándome a él para después dejarme caer a su lado. —Y usted debería de dejar de fingir que le importa un poco mi vida. —¿Y qué pasa si confieso que sí me importa su vida? Él me miró. Sus penetrantes ojos azules se clavaron en los míos, quizás buscando algún pequeño atisbo de mentira en lo que había dicho. —¿Por qué le importaría? Apenas me conoce. —Porque soy capaz de ver toda la oscuridad que hay en su vida, a tal punto de que incluso soy capaz de sentirla en la mía. —Eso es ridículo. —¿Por qué lo sería? —Olvídelo, Colette. Regrese a su habitación y déjeme en paz — mandó, dirigiéndome una fría mirada llena de autoridad. Aunque quise alejar la mirada de la suya, me obligué a sostenérsela, logrando con ello una especie de juego en ver quien se rendía primero. Lamentablemente, Nicolás no me conocía, por lo que, muy difícilmente sabría que yo era una persona testaruda que con el tiempo conseguía lo que se

proponía. Y justo ahora, a pesar de ser mi trabajo, la situación de él se había convertido en un capricho para mí, pues justo ahora, veía todo como un reto del cual iba a salir victoriosa. —Al menos ya comienzas a llamarme por mi nombre —argüí, sin pretender alejar mi mirada de la suya. —¿Ya le han dicho que tiene unos muy bonitos ojos? — comentó, haciéndome alejar de inmediato la mirada, ante la sorpresa que me ocasionaron sus palabras. Él torció una sonrisa y luego regresó su atención al televisor. —Gané —murmuró casi para sí mismo—, veo que se pone nerviosa con facilidad. —¡Vaya angelito resultó ser usted, señorito Clark! —exclamé con ironía mientras ponía los ojos en blanco. ¡Jamás iba a aceptar que era verdad que él me ponía nerviosa! El sujeto volvió a mirarme elevando una ceja. —¿Va a comerse el sándwich o pasará el resto de la mañana discutiendo? No dije nada, solo miré el plato en mi regazo y a pesar de no querer comer nada en aquel momento, lo llevé a mi boca y comencé a comer, poniendo mi completa atención en la película que miraba Nicolás. Perdí la noción del tiempo, me concentré tanto en la película y la que le siguió a esa, que ni siquiera me percaté que ya había comenzado a amanecer. Si no hubiese sido que Nicolás se levantó y comenzó a caminar hacia el balcón, esa mañana me hubiese perdido del amanecer. Me giré para verle y luego lo seguí, tal parecía que llevaba mucho tiempo haciendo aquello, el simple hecho de

ver como su rostro se iluminaba de cerca con cada rayo de sol, me lo decía todo. Este era el momento favorito de Nicolás. —Nunca antes me había permitido de ver algo tan bonito a como lo es un amanecer —murmuré, deteniéndome a su lado en el balcón. —¿En Francia no se ven estos colores? —Supongo que sí, pero siempre me levantaba tarde —confesé, ganándome otra media sonrisa de su parte. Él se volteó hacia mí y luego me hizo un gesto con su cabeza. —Bien, señorita Simons… demos ese paseo que propuso — comentó, para después comenzar a caminar hacia el interior de la habitación. Por un instante me quedé perpleja, pues no podía creer que había logrado un avance, lo que me provocó inclusive tremendas ganas de gritar y bailar en aquel momento. —¿Viene o se va a quedar ahí haciendo ese baile ridículo? ¡Jesús! ¡Ni siquiera me había percatado de que lo estaba haciendo! —¡Voy! —exclamé, siguiéndolo de cerca.

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Capítulo VII. “¿Nicolás? ¿Eres tú?”-La compañía del millonario- Dreame —Confieso que ya había olvidado lo que se sentía que la arena estuviera entre mis dedos —habló Nicolás, viendo como sus pies descalzos se hundían en la arena. Sonreí y luego comencé a caminar frente a él. —Se le ve diferente desde aquí, señorito. —¡Por favor! ¡Ya deja de llamarme así, mujer! —expresó, mientras se agachaba para después tirarme un puñado de arena encima. Me eché a reír a la vez que trataba de esquivarla, logrando que muy poca se enredara entre mi ropa de dormir. —Está bien, dejaré de llamarlo así con una condición —señalé, levantando un dedo en su dirección. —¿Ahora también me pone condiciones? ¿No se supone que en este momento paso a ser su jefe, Colette? —Mientras yo esté ocupando el lugar que le corresponde a usted en su empresa, no lo veré como mi jefe. Él elevó una ceja y luego torció una pequeña sonrisa. —¡Increíble! Llevas un día trabajando ahí, y ya te has revelado. —¡Eso es porque usted se niega a aceptar el lugar que le pertenece, señorito! Él se detuvo y luego se giró de cara al océano, frunciendo ligeramente los labios. Prohibido vender instagram: @edenklaynd

—¿Al final terminará de decirme cuál es su condición? — cuestionó, volviendo repentinamente al tema inicial. Puse los ojos en blanco, definitivamente el sujeto tenía la costumbre a esquivar ciertos temas de conversación, con tal de no tener que contestar ciertas preguntas, lo cual me hacía sentir un poco de frustración, pues no entendía por qué se empeñaba en no enfrentar su realidad. —¡Ah claro! —emití, tratando de hacer como si aquello no me molestaba—, la condición es que me permita jugar contra usted, ese juego de guerra que lo he visto jugar, y si gano… mañana deberá de desayunar conmigo en la cocina, ¿Qué le parece, señorito? —Hecho —contestó sin dudarlo, emprendiendo la marcha. —¡Vaya! ¿Tanta confianza se tiene en sí mismo, Nicolás? —No es que me tenga confianza… solo hay una ligera sospecha de que los videojuegos no son lo suyo —farfulló con un deje de diversión en su tono de voz. Puse los ojos en blanco pero al final no respondí nada, era mejor que pensara que era el más “pro” de los videojuegos, pues quería que la sorpresa se la llevara después de enfrentarme. —De acuerdo, lo haremos después de que regrese de la empresa. —Señorita Simons… ¿No cree que va muy rápido? —cuestionó, viéndome con cierta picardía. Me eché a reír y luego le di un leve empujón. —¡El videojuego, Clark! ¡El videojuego! ***

Cuando regresamos a la casa, eran cerca de las siete de la mañana. Aquella caminata al lado de Nicolás, me había hecho sentir plena, de hecho, extrañamente sentía como si desde hacía mucho tiempo no disfrutaba caminar al lado de alguien, lo cual comenzaba a aterrarme en gran manera, eso no era bueno… para nada bueno. —Bien, Nicolás, yo iré a tomar un baño y luego vendré por su desayuno, usted también debería de hacer lo mismo —dije lo último casi en un susurro. —Colette, está bien. Acepto su generosidad al estar preparándome el desayuno, pero eso no quiere decir, que también deba de decirme como debo de hacer mis cosas. ¡Y bien, damas y caballeros! ¡La parte gruñona de Nicolás Clark había vuelto salir a flote! Me fue inevitable no rodar los ojos, pero al final solo terminé asintiendo en su dirección. —Como diga el señor —argüí, pasándolo para así ir a mi habitación. —¡Oh Colette! —escuché a Francis llamarme desde la puerta de la cocina, pero se detuvo al ver a Nicolás a unos pasos tras de mí—, ¿Nicolás? ¿Eres tú? —No exageres, Francis… tampoco es para tanto —manifestó él con un poco de ironía—, además, si no me equivoco estabas dirigiéndote a tu sobrina. —Ah claro —dijo él, sacudiendo la cabeza—, te ha llegado un ramo de rosas, sobrina. De parte de un tal Alessandro Martin. Fruncí el entrecejo al escuchar aquel nombre. ¿Ahora comenzaba a enviar rosas? ¿Qué juego estás jugando conmigo, Alessandro?

—Hazme un favor, tío Francis. Tíralas a la basura, ni siquiera quiero verlas. —¡Vaya! Así que el novio que abandonó a la señorita en el altar, ya reapareció —comentó Nicolás pasando por mi lado para después terminar por desaparecer por las escaleras. Puse los ojos en blanco y después miré a Francis. —¿Qué fue todo eso? —preguntó él, señalando el sitio por donde se había ido Nicolás. —Nicolás Clark, comenzando a joderme la vida, eso es lo que es, Francis. —Colette, estoy impresionado… por un instante pude ver al que solía ser el antiguo Nicolás, ¿Se da cuenta del gran avance que ha tenido con el joven? Me apoyé en la escalera y dejé escapar lentamente la respiración. Cierto, reconocía que en estos pocos días ya había avanzado, pero me estresaba el hecho de saber que lo poco que avanzaba, lo retrocedía con alguna propuesta que a él le molestaba… como en este caso lo fue el sugerirle que se diera una ducha. —¿Cómo era él antes de encerrarse en su habitación? — pregunté, para así tener una idea más clara de lo que debía de lograr. —Un joven alegre, al cual le gustaba andar en motocicleta, caminar por la playa al amanecer, sarcástico, pero también era muy bueno con todos los empleados de la casa. Desde entonces, ni siquiera permite que alguien entre a su habitación, hasta que llegó usted —murmuró lo último—, no comía durante todo el día, hasta casi en la madrugada, donde él mismo se prepara su

—Almuerzo nocturno —terminé de decir por él. Francis asintió, separando sus labios ante el asombro. —¿Cómo lo sabe? —Probablemente tuve la oportunidad de tomar uno de esos almuerzos nocturnos —respondí, encogiéndome de hombros. *** Me encontraba terminando de revisar todos los informes que habían presentado los trabajadores de la empresa. Christian se encontraba sentado frente a mí, se había ofrecido a ayudarme a revisar, puesto que, eran tantos, que difícilmente iba a terminar sola. Continué pasando el cursor a través de los números, hasta que algo llamó mi atención. Un sujeto había presentado muy pocos ingresos desde hacía más de un año atrás, pero, los números no coincidían con lo que decía haber vendido. —¿Quién es Patrick Evans? —le pregunté a Christian, quien dejó de revisar su computador, para después dirigir su atención a mí. —Es uno de los empleados más antiguos de la empresa, lleva aproximadamente unos 20 años trabajando aquí. Lo miré y giré mi computadora para que pudiera verla. —Necesito que revises esto, para comprobar que no estoy viendo de más. Él revisó en absoluto silencio por unos minutos, hasta que al final asintió en mi dirección.

—Efectivamente usted tiene razón, señorita Simons, los números no calzan con sus ventas desde hace mucho tiempo. ¿Cómo nadie se ha dado cuenta de ello? —Bueno, pues ya lo hicimos —comenté, viéndolo directamente a sus ojos oscuros—, que Patrick Evans venga a mi oficina, por favor. —En seguida, señorita —dijo mientras se ponía de pie y caminaba hacia la salida. Unos minutos después, un hombre de unos 40 años entró a mi oficina acompañado por Christian. El sujeto alborotó ligeramente su cabello rubio, tal y como si sospechara sobre lo que tenía que decirle. —Patrick Evans —hablé de forma autoritaria, viéndolo directamente a su rostro de piel blanca—, recoja sus pertenencias y retírese de la empresa, usted está despedido. Entrelacé mis dedos sobre el escritorio y esperé su reacción. Sus labios se separaron ligeramente y luego parpadeó en repetidas ocasiones. —Usted no me puede hacer eso —comentó, casi escupiendo las palabras. —Oh claro que puedo, en este momento tengo la autoridad para tomar las decisiones que favorezcan a la empresa del señor Nicolás, y lamentablemente para usted, el robo que le ha estado haciéndole a la empresa, ha llegado a su fin. Christian no pudo disimular más la diversión que todo aquello le ocasionaba, pues se echó a reír para después golpear ligeramente la espalda del hombre. —La jefa ha hablado, Patrick. Recoge tus cosas, y desaparece.

Patrick me dirigió una mirada cargada de odio para terminar amenazando: —Esto no se quedará así, francesita. Después desapareció, dejándome con una nueva intriga ante la última oración que salió de sus labios. ¿En serio había sido capaz de amenazarme? ¿Hasta qué punto debía de desconfiar de ese sujeto? —Patrick nunca ha mostrado algún problema —me comentó Christian, quizás al percatarse de mi cara de preocupación—, supongo que lo que dijo, fue por pura rabia, nada más. Así que no se preocupe, señorita, todo irá bien. Asentí aun no muy convencida pero al final lo dejé pasar. Pues si comenzaba a presentarme nerviosa por alguna circunstancia, no iba a poder realizar bien mi trabajo, no podía ser flexible con aquellos que no lo merecieran, mi trabajo ahora era velar por los intereses de Nicolás, y lo iba hacer. —Gracias, Christian. Puedes volver a tus labores —terminé diciendo antes de dirigir mi atención otra vez a mi computador. 

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Capítulo VIII. “La nueva amiga” -La compañía del millonario- Dreame —Arturo, ¿Puedes detenerte un momento, por favor? —le pedí a mi guardaespaldas mientras avanzábamos en medio del tráfico de la ciudad, en busca de la casa. Él me miró por el espejo retrovisor y asintió. —Por supuesto, señorita. ¿Qué necesita? Miré mi ropa y suspiré. Desde que trabajaba como dama de compañía, solía vestirme de forma muy elegante, como lo era utilizar altos zapatos de tacón aguja, trajes ajustados y formales, pero justo ahora, aquel tipo de ropa comenzaba a matarme del calor. No soportaba el saco que acompañaba mi camisa de botones, mucho menos andar el cabello suelto, sentía cada parte de mi cuerpo sudada, por lo que, sabía que era momento de adaptarme al lugar inclusive con lo que me ponía. —Necesito ropa nueva —confesé—, esta ropa terminará asesinándome de calor. Él rio y luego comenzó a avanzar otra vez. —Entonces será mejor que busquemos un buen estacionamiento para que así pueda visitar las tiendas con libertad. —Te lo agradezco —murmuré, a la vez que buscaba un bolígrafo dentro de mi bolso, para después disponerme a recoger mi cabello en un moño.

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Comencé de tienda en tienda durante al menos una hora, ya el sol comenzaba a descender, por lo que sabía que se me estaba haciendo tarde para mi juego de video contra Nicolás. Suspiré comenzando a sentir frustración ante mi constante indecisión. En París me era fácil elegir vestuario, pues ya tenía vistas las boutiques de mi interés, las cuales ya sabían exactamente qué era lo que me gustaba, por lo que por lo general, cada vez que iba a una de ellas, ya tenían mis trajes listos, solo para ir a pagar. —Vamos a esta —le pedí a Arturo, quien caminaba a unos pasos tras de mí. —¿Segura que quiere ir a esta? Creo que es una tienda vintage, señorita. Levanté la mirada y observé el rótulo, en el cual sobresalían unas letras doradas que decían: “Madame crazy” parecía ser una tiendita sencilla, pero me encontraba tan cansada, que me olvidé por completo de las telas finas y me adentré en el lugar. Una chica vestida de n***o, con un pirsin que atravesaba su labio inferior y con su cabello recogido en un desordenado moño, se encontraba sentada tras de un pequeño escritorio de madera. Ella masticaba distraídamente una goma de mascar, mientras se dedicaba a mirarme de arriba abajo. —La boutique de niñas fresas está cruzando la calle —habló con desdén a la vez que bajaba a revisar sus uñas negras. Miré a Arturo y él solo se encogió de hombros, tratando de evitar soltar una carcajada. —Es muy mal visto que hables así de las personas sin darte la oportunidad de conocerlas, madame crazy —respondí, abriéndome paso hacia el interior.

—Pero es que si vasta con solo ver su aspecto, para saber qué tipo de persona es usted, señorita. —¿Qué precio tiene esta pijama? —indagué, ignorando su otro comentario al ver una pijama azul con las letras “Nike” en color rosa, al lado derecho. —Es un pantalón buzo —corrigió. —Pantalón buzo —repetí—, ¿Qué precio tiene? —Seis dólares —respondió con fastidio. —¿En serio? ¿Tan barato? —Es que no es Gucci ni Dolce Gabbana, señorita. Es solo una pieza vintage. Sonreí mientras me dedicaba a observar a la mujer. ¿En serio aparentaba ser una mujer fresa que solo le importaban las piezas de diseñador? ¿Ese era el aspecto que quería tener frente a los demás? —Bueno, pues me llevo esta pieza vintage, se ve muy cómoda. La chica sonrió con ironía. —¿Te puedo recomendar algo más? —indagó, saliendo de su lugar para así caminar en mi dirección. Se detuvo en el perchero a mi lado, y tomó una camiseta negra con una banda de metal llamada “Kings of Lions” estampada al frente. ¿Qué carajos? Existía una banda con aquel nombre? —Con esta camiseta se verá genial —arguyó, guiñándome un ojo.

—Pues también la llevo —aseveré, no dejándome ver como una francesa presumida. Si esa chica punk pretendía vencerme hasta que aceptara que nada de aquello que me ofrecía me gustaba, estaba muy equivocada, yo era un tanto testaruda, y aunque llevara cosas que jamás fuese a utilizar, iba a seguirle el juego hasta el final. —¡Mira estos pantalones! —exclamó con emoción, caminando al área de los jeans—, con ese cuerpazo que tienes, matarás a cualquiera con estos —habló, tomando unos oscuros pantalones en sus manos. La miré al rostro, sus ojos se encontraban un tanto iluminados, ¿Acaso aquella era emoción? ¿En serio se estaba sintiendo feliz al ofrecerme diversas prendas? —¿En serio lo crees? Si es así, también los llevo —dije, tomándolos entre mis manos. —¡Oh, oh, mira! También tengo cómodos vestidos, para tolerar un poco el calor que hace en la isla. —¿En serio? —indagué, un tanto interesada al respecto, siguiéndola de cerca. Me mostró tres vestidos diferentes, cómodos y bonitos, los cuales en realidad sí habían llamado mi atención. Tomé a uno de ellos con la punta de mis dedos, debido a que ya no me alcanzaba nada más en mis manos, y aprecié la tela, era sedosa y ligera. —¿Sabes algo? ¡Me convenciste! Creo que Madame Crazy se ha vuelto mi tienda favorita en toda la isla. —¿En serio, francesita? —los ojos de la chica se iluminaron aún más, lo que provocó que Arturo disimulara un severo ataque de risa, con un poco de tos.

—Colette, soy Colette —me presenté, incapaz de no rodar los ojos ante el término despectivo que estaba utilizando. —Bueno pues yo soy Ella, mucho gusto, Colette —se presentó, estirando una mano en mi dirección. La miré con pena y sonreí, mostrándole mis manos ocupadas. —Si pudiera, te daría la mano. —Oh no te preocupes, ¿Vas a comprar algo más o te facturo? —Creo que es todo por hoy —afirmé, siguiéndola hacia la caja —, por cierto, me encantan los tatuajes de tu brazo —la alagué observando su brazo derecho lleno de calaveras y otras figuras oscuras. —Gracias, Colette —dijo, dedicándome una sonrisa—, Y yo que pensaba que eras una presumida chica fresa, veo como me equivoqué. —Es para que veas que no todas las personas somos lo que aparentamos, Ella —argüí, guiñándole un ojo. —Aquí tienes —señaló, pasándome la bolsa con las prendas de ropa—, son 65 dólares con 75 centavos. Saqué mi cartera y obtuve un billete de cien dólares, después se lo entregué. —Conserva el vuelto, Ella. Me caíste bien, así que considéralo como una propina. —Y tú te convertiste en mi mejor cliente ¡Vuelve pronto! — terminó diciendo antes de que terminara de salir del lugar. Arturo tomó mis bolsas y luego comenzamos a caminar lado a lado en busca del auto, él sonrió y me observó sobre su hombro.

—Creo que ha hecho muy feliz a esa chica, señorita. —Yo también lo creo, Arturo —respondí, sintiéndome también feliz al haber ayudado a aquella chica. *** Después de darme una rápida ducha, me vestí con el pantalón buzo que había comprado en la tiendita vintage, lo acompañé de la camiseta negra que me recomendó la chica y luego me detuve frente al espejo. Me reí al ver mi apariencia cómoda y sencilla. ¿Hace cuánto tiempo no me ponía algo cómodo como aquello? Tomé un puñado de la camiseta y reí aún más al ver lo grande que me quedaba. Terminé por sujetar mi cabello castaño en una coleta alta y luego salí de mi habitación. Tenía un juego pendiente e iba a ganarlo. —Hey, Nicolás —lo saludé en cuanto entré a su habitación. Él se encontraba con el control entre sus manos, disparando sin cesar a sus enemigos en el juego. —Ya ni siquiera tocas… cuanta confianza, señorita. —Pensé que ya éramos amigos —murmuré, a la vez que ponía los ojos en blanco. —¿Y qué tal si me encuentro sin ropa? —preguntó, sin alejar su mirada de la televisión. —Pues disfruto de la vista y ya. Él se echó a reír… fue una risa tan sincera, divertida y hermosa, que incluso a mí se me antojó acompañarlo y reí con él. No entendía que era lo que comenzaba a pasar por mi cabeza, pero cada segundo que pasaba, comenzaba a disfrutar más de la extraña compañía de Nicolás.

—Es un tanto atrevida, señorita —comentó, mirándome por primera vez, me escaneó de arriba abajo y luego torció una pequeña sonrisa—, ¿Qué le sucedió? ¿A quién le robó esa ropa? —¿Le gusta? La compré en una tiendita vintage que tiene un extraño nombre: Madame Crazy —mencioné, mientras giraba con mis brazos abiertos para que pudiese verme bien. —Así que ya conociste a Ella. Nunca pensé que eres del tipo de chica que visita ese tipo de tiendas. Levanté una ceja y luego crucé los brazos a la altura de mi pecho. —¿Qué quiere decirme con eso, Nicolás? —Nada… solo que al ver a una dama tan fina como usted, no esperé que le gustase ir a una tienda vintage. —En realidad, tienes razón —reí, caminando para después dejarme caer a su lado—, pero Ella es un encanto, no me pude resistir. —Es una buena chica —asintió. Tomé el otro control entre mis manos y luego le hice un gesto con mi barbilla. —Entonces qué… ¿Hablamos o jugamos, Nicolás? —No voy a tener piedad aunque se trate de una bella francesa parlanchina. —¿Así que ahora me considera bella? —Colette, solo un ciego no notaría lo bella que es —terminó diciendo antes de poner en marcha un nuevo juego, dejándome sin palabras por completo.

¡Dios mío! Nicolás Clark consideraba que era una mujer bella. ¿Qué carajos significaba aquello? ¿Acaso estaba bromeando o lo decía en serio? ¡Mierda! ¿Cómo carajos era que se respiraba? ¿Por qué mis manos estaban comenzando a temblar? Bajé la mirada y observé la forma en que sostenía el control, el cual amenazaba con caerse si no me controlaba. Miré a Nicolás, y agradecí el hecho de verlo inmerso en la pantalla, pues lo último que deseaba es que se diera cuenta que había logrado ponerme nerviosa. No sabía por qué, pero mi niña interior había comenzado a gritar por dentro a como hacía mucho no lo hacía. ¿Por qué me emocionaba aquella situación? ¡Maldita sea, Colette! ¡Recuerda tu trabajo!

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Capítulo IX. “Alessandro… no insistas”La compañía del millonario- Dreame Esa mañana, no lo miré en el balcón. Él no había salido a ver el amanecer, lo que ocasionó que mi estómago se encogiera ligeramente al no verle ahí. Comenzaba a acostumbrarme tanto al abrir las puertas corredizas y ya verlo ahí afuera, que ese día me preocupé. La noche anterior habíamos terminado de jugar alrededor de las 11 de la noche, al final, yo había resultado victoriosa, lo que me hizo emocionarme aún más al suponer que esta mañana Nicolás desayunaría conmigo en la cocina, incluso hasta había hecho un ridículo baile de victoria, lo que provocó en él que estallara en carcajadas, había sido tan lindo ese pequeño momento que reí con él hasta que nos dolió el estómago, después simplemente nos habíamos observado mutuamente y nos despedimos con un simple: buenas noches. Pero al no verle en su balcón viendo el amanecer, la angustia se apoderó de mí. ¿Acaso se había asustado? ¿No iba a permitir que lo viera otra vez? ¿Iba a pedirme que me fuese de su casa? ¿Qué era lo que él pensaba en aquel momento? Muchas interrogantes invadieron mi cabeza, hasta el punto que incluso me perdí de los colores que pintaban el cielo cuando el sol comenzaba a salir. Maldije con los dientes apretados para después caminar hacia el interior de mi habitación; no era para nada bueno que comenzara a sentirme de aquella manera, si Sophie tan solo tuviera una idea de lo mucho que comenzaba a desear que aquel trabajo nunca terminara, me daría una bofetada para hacerme entrar en razón, no era apropiado que me encariñara con los clientes, pues simplemente debía de verlos de una forma muy Prohibido vender instagram: @edenklaynd

profesional. Pero lamentablemente para mí, ese no era el caso con Nicolás, quien por alguna razón, comenzaba a negarse a abandonar mi mente. Ese chico lleno de vellos en sus mejillas y cabeza, comenzaba a clavarse en mi mente de una forma peligrosa. Me despojé de mis pijamas y entré en la ducha, ni siquiera me molesté en poner el agua caliente, pues necesitaba sentir el frío recorrer mis articulaciones para ver si podía lograr entrar en razón. Dejé que el agua me recorriera de la cabeza a los pies mientras me dedicaba a repetirme una y otra vez la frase: Nicolás es solo un cliente más. *** Cuando bajé a preparar el desayuno de Nicolás, me fue inevitable no sonreír de forma abierta al verle de pie junto a Laura, preparando el desayuno. Él se volteó, sosteniendo un plato con tostadas para llevarlo hasta la isla de la cocina, pero en cuanto se percató de mi presencia, se detuvo y me observó, después, una pequeña sonrisa se abrió paso en sus labios. —Buenos días, Colette. Pensé que ya no vendrías a desayunar —arguyó, terminando de llegar hasta la isla de la cocina. Parpadeé en varias ocasiones para después comenzar a avanzar. —¿Usted ayudando a preparar el desayuno, Nicolás? Eso sí que es una agradable sorpresa —dije, incapaz de ocultar la emoción que todo aquello me provocaba. —En realidad… —comentó Laura, volteándose para llevar el tocino hacia nosotros—, soy yo quien lo está ayudando a preparar el desayuno, señorita Colette. Cuando llegué acá, el

señor Clark ya se encontraba comenzado a cocinar —terminó diciendo, guiñándome un ojo de forma cómplice—, ahora si me disculpan, los dejo desayunar. Cuando se fue Laura, me quedé de pie con mis manos entrelazadas frente a mí, observando directamente las pupilas azules de Nicolás, quien me veía con un brillo distinto al de la primera vez que lo miré. —¿Desea sentarse, Colette? —me invitó, señalando el sitio frente a él. —¡Oh, claro! —Respondí, moviéndome de prisa—, solo estoy impresionada de que esté aquí. —Tengo una apuesta qué pagar —expresó, comenzando a embarrar las tostadas de jalea. —No lo miré en su balcón esta mañana —mencioné, sin poder detener mi curiosidad que provocó su ausencia. —Lo sé, solo que… cuando usted se fue a su habitación, me quedé dormido en el sofá. Y cuando desperté ya era tarde — me contó, bajando levemente su mirada. —¿Durmió? ¡Dios mío! —exclamé con sincera felicidad—, ¡No sabe cuánto me alegro de que haya logrado descansar un poco! Él me miró y torció una sonrisa para después negar con su cabeza. —¿En serio se preocupa por mí, Colette? —¡Claro que lo hago! —Pero, ¿Por qué? O sea, me parece increíble que una persona que recién conozco, se preocupe tanto por mí.

Lo miré por largos segundos sin poder decir nada. No sabía qué decirle después de todo, pues si le confesaba que todo había comenzado por parte de un simple trabajo, probablemente no lo iba a tomar bien, e iba a retroceder todo lo que había avanzado. Además, admitía que ahora ni siquiera me interesaba el trabajo, simplemente me hacía feliz el verlo un tanto repuesto. Así que solo estiré una mano a través de la mesa y tomé la suya. Por un instante logré sentir como se tensaba bajo mi tacto, pero después pareció relajarse, pues incluso se atrevió a acariciar uno de mis dedos. —No lo sé, Nicolás. Confieso que por mi tío sé mucho sobre lo que te ha pasado, y juro que no puedo ponerme en tu lugar, pues ni siquiera sé quiénes son mis padres verdaderos —le conté, dejando salir una pequeña risa llena de sarcasmo a la vez que ponía los ojos en blanco —pero tan solo puedo imaginar un poco de todo lo que sentiste y provoca que también sienta tu dolor. Él me observó y después sonrió, a la vez que apretaba ligeramente mi mano. —Parece conocer mucho de mí, Colette, mientras yo solo sé que su novio la abandonó en el altar. —¿Nunca va a olvidar eso? —cuestioné, sacándole la lengua. —No creo que sea posible, pero mejor cuénteme, ¿Cómo es eso que ni siquiera sabe quiénes son sus padres? Pues hasta donde sé, su madre adoptiva es la hermana de Francis. Hice una mueca y luego suspiré. Maldita sea, ya ni siquiera recordaba que Francis me había inventado una madre.

Ese era un secreto que guardaba junto a mi hermana, nunca había hablado de ese tema y no estaba segura de hacerlo ahora. Mi opinión es que si alguien se enteraba de la triste historia de un par de huérfanas de diferentes padres, que pasaron de albergue en albergue sin ser adoptadas hasta que cumplieron sus 18 años, iba a conseguir la lástima de los demás, lo cual no era la idea. Me gustaba más aparentar ser una dama fuerte y refinada. Nadie tenía por qué saber que Jolie ni siquiera era mi hermana de sangre, sino una chica cuatro años menor que yo, que se volvió mi protegida desde la primera vez que nos encontramos en un albergue. —Creo que no estoy preparada aun para esa historia — murmuré, bajando la cabeza—, no lo tome a mal, Nicolás, solo que muchas veces me cuesta hablar de mi vida privada. —Lo entiendo —respondió, asintiendo un par de veces—, si en algún momento quiere contármelo, pues supongo que la escucharé sin decir nada. —¡Oh Colette! Le han vuelto a llegar flores —habló Francis, interrumpiendo aquel pequeño momento. Con rapidez, solté la mano de Nicolás y me giré hacia él. El alto sujeto nos observaba a ambos con sus labios separados, lo que provocó que pequeñas mariposas imaginarias se movieran en mi estómago ante la incomodidad que sentía. —Disculpen, no sabía que… Mi mirada contempló las orquídeas que tenía Francis entre sus manos, con una enorme tarjeta que decía: “lo siento, por favor regresa. Alessandro”

—¡Maldita sea mi suerte! —exclamé con molestia mientras me ponía de pie y comenzaba a caminar hacia la salida, ignorando la mirada llena de diversión que me había lanzado Nicolás al escucharme maldecir—, ¡Tira esas estúpidas flores, tío Francis, por favor! —le pedí antes de caminar a paso rápido hacia mi habitación. En cuanto llegué, tomé mi celular y busqué el número de Alessandro, lo cual antes de darle a llamar, me percaté que acababa de entrar una llamada de su parte, así que contesté enseguida. —¡Colette! Amor mío, no tienes idea de lo mucho que me duele haberte dejado ir —habló sin siquiera darme la oportunidad de descargar toda mi furia hacia él—, fui un estúpido, pero estaba asustado. Por favor, ¡Perdóname! Mis días ahora no son lo mismo sin ti. ¿Qué bicho le había picado a ese sujeto? ¿Acaso se había tragado un libro de Paulo Cohello para decir frases tan cursis como aquellas? ¿Qué pasaba por mi cabeza cuando decía amarlo con toda el alma? —¿Colette? ¿Estás ahí? —continuó hablando él. Tragué saliva con fuerza, tratando de sentir un poco de todo aquello que dije sentir alguna vez por él, pero no había nada. Ni una sola incomodidad en mi estómago, ni un solo latido fuerte en mi corazón. Absolutamente nada. —Me humillaste, Alessandro. Te hubiese agradecido si hubieras roto conmigo antes de entrar a esa iglesia vestida de blanco.

—Lo lamento, Colette —mencionó, con un tono de voz tembloroso—, acepto que me asusté, pero eso no quita el hecho de que te amo como a nadie he amado en este mundo. —Yo… lo siento tanto, Alessandro. Pero por favor —dije, cerrando mis ojos con fuerza—, no insistas más. Nuestro ciclo se terminó en el momento en que tú dijiste que no. Después solo terminé la llamada. Sintiendo como un enorme manto lleno de paz me cubría con solo haber dicho aquello. 

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Capítulo X. “¿Dónde estás, Nicolás?”-La compañía del millonario- Dreame Ya había pasado un poco más de un mes desde mi llegada a la isla, y podría decir con seguridad, que me había acoplado bien a aquella vida. Incluso, había hecho una rutina, la cual la tenía anotada en mi agenda electrónica. Mi día comenzaba a las 5 am, donde apreciaba el amanecer desde mi balcón, sintiéndome acompañada por Nicolás, quien siempre salía por el suyo, era un tanto gracioso aquel momento, puesto que, incluso algunas veces ni siquiera veíamos el cielo, por dedicarnos a mirarnos el uno al otro y hablar de cualquier cosa. A las 6: 30 am, preparaba su desayuno y lo llevaba a su habitación, donde incluso, algunas veces que me quedaba algo de tiempo, llevaba el mío para acompañarlo. A las 8 am, ya debía de encontrarme en la empresa, donde ya me había permitido a conocer a cada uno de los empleados, los cuales en su gran mayoría, eran buenos chicos y chicas, pues ya hasta habíamos logrado fraternizar más, e inclusive, muchas veces íbamos a almorzar juntos al restaurante de comida tailandesa que se encontraba cruzando la calle. Solo había una persona a la que no le caía para nada bien, y desgraciadamente para ella, tampoco me caía bien, se trataba de Perla, una alta y guapa rubia que al parecer tuvo un romance con Nicolás, por lo que, ahora reprochaba el hecho de que esa francesa estuviera viviendo bajo el mismo techo que su gran amor. A mis espaldas hablaba de todos mis defectos, como la forma en que caminaba, o que mi trasero no era tan voluptuoso, inclusive, Christian una vez me comentó, que la chica afirmaba que mis labios eran operados.

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Cosa que no era verdad, por lo que lamentablemente, algunas veces yo resultaba ser un verdadero grano en el trasero para ella. Algunas tardes solía visitar la tiendita de mi nueva amiga Ella, no tanto para comprar, si no para simplemente hablar con ella. Esa chica me agradaba, era tan sincera y honesta, como pocas personas que había conocido en mi vida. Mis noches se dividían en jugar videojuegos con Nicolás, o ir a caminar a la playa con él; disfrutaba tanto de su compañía, que ciertamente solo deseaba poder traerme a mi hermana para así quedarme a vivir en aquel lugar para toda la vida. Él había avanzado mucho, ya se duchaba y había ordenado su habitación, reía más y comenzaba a compartir chistes y bromas con los empleados de la casa, me alegraba mucho su avance, aunque a la vez me entristecía el hecho de pensar que mi trabajo terminaría pronto, por lo que debería de volver a Francia. Lo único que no había logrado era que arreglara un poco su apariencia. Cuando le di a entender que necesitaba un corte de cabello, prácticamente me había sacado de su habitación, y no me habló por los siguientes dos días, por lo que, no quise volver a presionar en ese aspecto. Justo ahora me encontraba trabajando en la oficina, revisaba los nuevos números en las ventas, los cuales habían mejorado considerablemente. Sonreí al darme cuenta que ver todo aquello, me hacía verdaderamente feliz, ya ni siquiera me consideraba en sí una dama de compañía, pues incluso casi podía verme como toda una empresaria. Francis no dejaba de repetirme que yo había sido un ángel para ellos desde el primer momento en que bajé de ese avión, lo que ocasionó que me encariñara aún más del lugar, con todo lo que había en él. Ahora, lo único que echaba de menos en París, era a mi hermana.

—Jefa, ¿Quiere saber el nuevo chisme? —preguntó Christian, al entrar sosteniendo un par de cappuccino en sus manos. —¡Que rico, Christian! —exclamé, viendo con ansiedad los vasos en sus manos—, ¿Uno de esos es para mí? —Por supuesto —respondió, dedicándome una pequeña sonrisa. Lo puso sobre el escritorio y luego se sentó frente a mí, eran cerca de las tres de la tarde, puesto, el calor junto con el cansancio del trabajo, tenían mis ánimos por el suelo, por lo que, solo una deliciosa bebida como aquella era capaz de ayudarme a enfocarme otra vez en mis labores. —Entonces… ¿Quiere saber el nuevo chisme? —Mmmm déjame adivinar —hablé, después de saborear mi bebida—, ¿Perla dijo que me quité grasa del vientre? Él se echó a reír y negó con la cabeza. —Eso lo dijo hace tres días, jefa. —¡Oh cierto! Edith me lo comentó cuando me trajo los números de sus ventas —recordé. —Se supone que usted se acuesta con su guardaespaldas.  Me fue inevitable no echarme a reír a carcajadas mientras giraba en mi silla. ¿Qué carajos era lo que le pasaba a esa chica por la cabeza? ¡Carajo! ¿En serio no se cansaba de inventar historias? ¿En verdad creía que yo no me daba cuenta de lo que hablaba a mis espaldas? —¡Vaya! —Pronuncié con diversión—, ¿Qué carajos hace Perla trabajando en esta empresa? Debería de estar ganando dinero al escribir novelas.

Christian rio conmigo. Pues verdaderamente a ambos nos divertía todo el teatro que esa chica armaba para llamar la atención. Continuamos hablando al respecto, hasta que el teléfono de la oficina comenzó a sonar. —Tecnology Clark —mencionó Christian cuando contestó la llamada—, ¡Oh! Hola Francis, si, ya la comunico —dijo, antes de retirarse el teléfono para después pasármelo. —Hola, tío Francis —lo saludé, mientras dejaba de moverme en la silla. —Colette, ¿El señor Nicolás ha ido a la empresa? Me enderecé de inmediato al escuchar aquello. ¿Nicolás no estaba en la casa? Me retiré el teléfono para poderle hablar a Christian. —Gracias por el cappuccino, Christian, puedes volver al trabajo. Hablamos después. —Por supuesto, jefa. Si necesita algo, ya sabe dónde encontrarme —murmuró al ponerse de pie para después dejarme sola. Volví a poner atención a la llamada, la cual comenzaba a provocar que el aire se atascara en mis pulmones y que mis manos comenzaran a temblar. —¿Nicolás no está en la casa, Francis? —cuestioné con preocupación. —No, Laura fue a buscarlo para que bajara a almorzar, y no lo encontró. No responde su teléfono, no sabemos nada de él. —¡Carajo! —argüí, mientras me ponía de pie y pasaba una mano por mi cabello—, ¿Y si le pasó algo? —Ni siquiera lo piense, Colette. Debemos de encontrarlo.

—Por supuesto, iré enseguida hacia allá —afirmé, y después corté la llamada. Tomé mi celular y busqué el número de Arturo, le di llamar y cuando contestó solo dije: —Espérame a la entrada de la empresa, por favor —corté, y comencé a caminar a paso rápido hacia el elevador, ignorando por completo las miradas cargadas de preocupación que me dedicaban los demás—, ¡Christian, estás a cargo! —solo expresé antes de ingresar al ascensor. Se me hizo eterno el descenso hacia el primer piso, la angustia me carcomía por dentro, imaginándome diversos escenarios de lo que pudo haber hecho él al desaparecer. ¿Dónde estás, Nicolás? —me preguntaba una y otra vez mientras el ascensor continuaba bajando. Sentía como mi estómago se contraía, lo que comenzaba a provocarme unas terribles náuseas. Estaba asustada… hacía mucho tiempo que no me asustaba de esa forma. Me sostuve con fuerza de la baranda del ascensor y cerré los ojos. Cuando las puertas se abrieron, di una rápida plegaria de agradecimiento, para después prácticamente correr hacia la salida. Arturo ya se encontraba esperándome en la entrada, mantenía la puerta trasera del auto, para que pudiera entrar de una vez, pero justo cuando iba a hacerlo, me percaté que a unos cuantos metros tras el auto, alguien me observaba. Era un chico alto, vestido de forma casual. Se encontraba recostado a una motocicleta, en la cual en su manivela había dos cascos. Por un instante me quedé hipnotizada al ver lo guapo y sexy que se veía aquel sujeto. Llevaba su cabello corto y su rostro completamente limpio, era como si se

acabase de afeitar, tenía unos lentes oscuros puestos y una chaqueta de cuero, lo que lo hacía lucir como un tipo sexy y rebelde. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus voluptuosos labios, mientras llevaba una mano hasta su corto cabello para así alborotarlo. —¿Está bien, señorita? —la voz de Arturo fue la que me hizo reaccionar otra vez. Sacudí levemente la cabeza y me enfoqué otra vez en Nicolás. —Sí, lo siento —argüí, al sentirme avergonzada tras ese extraño momento que pasé. Hice ademán en subir al auto, pero me detuve cuando él habló. —Pensé que éramos amigos —dijo, alejándose de la motocicleta para así comenzar a caminar hacia mí. Achiqué los ojos en su dirección, tratando de saber quién era él y por qué parecía conocerme, ¿O acaso me estaba confundiendo con otra persona? Pero fue hasta que se quitó los lentes oscuros cuando pude reconocerlo. Llevé ambas manos hasta mis labios al sentirme traspasada por su tierna y a la vez pícara mirada azul. —¿Nicolás? —Indagué sorprendida—, ¿En serio eres tú? Él se echó a reír mientras asentía. —¿Qué pasa, Colette? ¡Me dueles! —Exclamó, abriendo sus brazos para después dejarlos caer a sus costados, fingiendo sentirse herido—, pensé que ya me conocías.

Sentí un extraño revoloteo en mi estómago. Mi rostro comenzaba a sentirse caliente, lo que provocó que me sintiera un tanto incómoda ante su presencia. Estaba acostumbrada al Nicolás con el cabello largo y con su rostro cubierto por esa gruesa barba, y aun así, ese antiguo Nicolás había logrado ponerme nerviosa en más de una ocasión, pero ahora, tenía en frente una nueva versión de él. Una versión que provocaba que sintiera un ligero cosquilleo entre mis piernas, lo que me hacía sentir como una demente. ¿Qué mierdas estaba pasando conmigo? ¡Concéntrate, Colette! —¿Señorita? —llamó Arturo, logrando otra vez, traerme de vuelta. —Puede retirarse, Arturo. Vaya a la casa y dígale a Francis que estoy bien —mandó Nicolás, viendo sobre mi hombro, luego volvió a mirarme—, ¿Quieres dar un paseo conmigo, Colette? Lo observé y sonreí, incapaz de poder negarme. Ya había conocido a la peor versión de Nicolás Clark, por lo que, estaba segura que ahora me merecía conocer esta nueva versión. —Sí. Claro que quiero —murmuré.

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Capítulo XI. “Me siento diferente”-La compañía del millonario- Dreame Rodeé con mis manos la cintura de Nicolás, no era muy fan de andar en motocicleta, por lo que, era la forma en que lograba sentirme un poco segura. Él condujo con rapidez, moviéndose entre los coches que avanzaban en la carretera, lo que me provocaba que me sujetara con mucha más fuerza de él, pues el solo imaginar que colisionaríamos contra un auto, me aterraba. Escuché una risa ligera por su parte mientras me veía con rapidez sobre su hombro, antes de regresar su atención a la carretera. —¿Asustada, Colette? —preguntó. —¡Mucho! —respondí con sinceridad. —¡Relájate! Pues no será el único paseo que de conmigo, señorita —alargó, logrando con ello que mi estómago se encogiera aún más. Nicolás olía delicioso, no sabía cuántos días llevaba tomando una ducha, pero lo cierto era que justo ahora poseía un olor tan delicioso, que si no fuese por el casco que llevaba cubriendo mi cabeza, estaría hundiendo mi nariz en su espalda para absorber aún más ese delicioso aroma. Sí… definitivamente comenzaba a joderme, estaba faltando a las políticas de mi trabajo al no mezclarme sentimentalmente con ningún cliente, pero lo cierto era, que justo ahora empezaba a opinar que esas políticas se podían ir a la mierda. Desde hacía días atrás que disfrutaba con locura cada momento que compartía con Nicolás, por lo que, justo ahora Prohibido vender instagram: @edenklaynd

no me importaba siquiera que este fuese mi último trabajo por quedar desempleada, pues lo único que deseaba en aquel instante era seguir disfrutando cada momento más que fuese a tener a su lado. No supe por cuánto tiempo condujo Nicolás, pues cuando me percaté, había disminuido la velocidad para después estacionar y apagar su motocicleta. Él se quitó el casco y yo lo imité; luego me miró sobre su hombro y sonrió. —No le favorece el casco, me temo que la ha despeinado. Sonreí con los labios apretados a la vez que pasaba los dedos por mi largo cabello, tratando de acomodar un poco el desastre que se había ocasionado por aquel aparato. —Es su culpa, Nicolás. Él solo se encogió de hombros. —Es la primera vez en siete meses que vuelvo a conducir mi motocicleta, solo deseaba compartir esa experiencia con usted. Y justo ahí, mi corazón comenzó a latir desenfrenado, a tal punto que me vi obligada a tener que alejar la mirada de la suya. No soportaba la intensidad de sus ojos cada vez que me veían, pues lograba con facilidad que esa maraña de nervios me atacara a tal punto de poner a mis manos y piernas temblar como gelatina. —Gracias, Nicolás. Es un lindo detalle. —Es lo mínimo que podría hacer por la persona que se ha convertido en mi Ángel de la Guarda.

Y otra vez me había quedado sin habla, lo cual comenzaba a molestarme y mucho. Yo no era así, no mostraba fragilidad, mucho menos por un hombre. El único momento de fragilidad que me había permitido expresar, fue el día de la boda, y ahora entendía que ese momento no había sido tanto por dolor, sino más bien por humillación. Pero con Nicolás… todo había comenzado a ser tan distinto. Mi cuerpo comenzaba a reaccionar ante su cercanía de una manera que jamás lo había hecho con Alessandro, no sabía si era simplemente atracción lo que había comenzado a sentir hacia aquel chico de ojos azules que no dejaba de mirarme, pero lo cierto era, que comenzaba a hacerse difícil lograr sacarlo de mi cabeza. —No creo que sea un ángel —murmuré en voz muy baja, comenzado a sentir un pinchazo de culpa al saber que la única razón de mi cercanía hacia él, había sido por trabajo. —Lo es para mí. Y es suficiente —habló autoritario. —¿Dónde estamos? —pregunté, tratando de cambiar el tema por completo. No se me apetecía que continuara alagando lo que yo era para él, pues en mi interior, y a pesar de aceptar sentir cierta atracción hacia él, sabía que era una vil farsante. No era sobrina de Francis, mucho menos era una empresaria experta para dirigir una empresa tan grande como la suya. Solo era una simple dama de compañía… una chica que se ganaba la vida acompañando a hombres adultos a reuniones de diversos tipos, donde muchas veces debía de fingir una sonrisa y el hecho de disfrutar de la compañía de un sujeto que lo que ocasionaba era asco. —Aquí solía venir cuando era niño en compañía de mi madre —me explicó, apretando ligeramente mis manos contra su abdomen—, tiene una vista increíble, ven y te muestro —me

invitó. Bajé de la motocicleta y esperé a que me acompañara. Caminamos lado a lado en medio de unos altos árboles frondosos. Se podía decir que era un sitio agradable, a lo lejos se podía escuchar el ruido que ocasionan las olas cuando se estrellan contra la costa, además, se escuchaba el ruido de diversos pajarillos que volaban de un árbol a otro. El aire era fresco, lo cual agradecía mucho, pues no deseaba tener que tolerar más calor en aquel día. Cuando terminamos de pasar por los enormes árboles, llegamos a un pequeño claro que daba a un acantilado, donde se podía apreciar una exquisita vista hacia prácticamente todo el océano. —Diablos, Nicolás. No me digas que me vas a asesinar para luego deshacerte de mi cuerpo en este lugar —bromeé, ocasionando con ello que él riera. —Estás en lo correcto, Colette. Aún no conoces mi parte psicópata. —¡No bromees de esa forma! —¡Tú comenzaste! —exclamó sin dejar de reír. Reí con él, incapaz de poder alejar la mirada de todo aquello. Era verdaderamente hermoso. —Es bellísimo —dije, dejando salir un largo suspiro. —Y aún no has visto nada, ven acá —mandó, caminando hacia uno de los árboles donde había una escalera clavada en su tronco. Achiqué los ojos y luego subí la mirada para ver hacia donde dirigía aquellas escaleras de madera.

—¡Una casa del árbol! —exclamé con emoción al ver una pequeña casa de manera acomodada perfectamente entre las enormes ramas del árbol. —¿Quieres subir? —inquirió, haciendo un gesto con su mano. —¡Por supuesto! —hablé, comenzando a subir para así ganarle. En cuanto estuvimos en el pequeño balcón que se encontraba decorado con una baranda de madera, la vista se había vuelto mucho más interesante; y no lo decía por lo grandioso que se veía el paisaje, si no por el simple hecho de que Nicolás se había recostado en la baranda para así quedar frente a mí. Él me sonrió y yo le sonreí en respuesta. Si antes pensaba que era una persona atractiva, a pesar de estar lleno de vellos por todo lado y no bañarse, ahora podía decir que estaba frente a un ángel. Sus grandes pómulos, su mandíbula cuadrada, su perfecta mirada azul, más sus voluptuosos labios, me tenían completamente idiotizada. Nunca antes había sentido la necesidad de querer besar a un cliente, a como la sentía ahora. Y al ver la forma en que él observaba mis labios mientras lamía ligeramente su labio inferior, me hacía creer que también lo quería. —Esperé casi por dos horas fuera del edificio hasta que bajaras, comenzaba a cuestionarme si Francis tardaría mucho más tiempo en darse cuenta de mi ausencia —habló al fin. Reí y negué con la cabeza a la vez que bajaba la mirada. —¿Acaso lo tenías todo planeado? —Digamos que tenía una leve sospecha de que Francis te llamaría cuando se diera cuenta que no estaba en la casa. —¿Y eso por qué sería?

—Porque por alguna razón, te has preocupado por mí desde el primer instante en que llegaste a mi casa. Asentí con franqueza, pues a pesar de haber llegado con la única razón de ser un trabajo, cuando miré la tristeza que lo rodeaba, me fue inevitable no preocuparme por él, despertando en mí el deseo de quererlo ayudar. —No tienes idea de lo mucho que me alegra verte renovado — dije con sinceridad—, te ves diferente, Nicolás. Estiré una mano y me permití acariciar una de sus suaves mejillas. Él suspiró, después colocó una de sus manos sobre la mía, y la apretó contra su mejilla. —Estoy seguro que no lo hubiese hecho, si a mi vida una hubiera entrado una francesa testaruda que me impuso muchas cosas. Me eché a reír y sacudí ligeramente la cabeza. —¿Tan mandona me crees? —¿Bromeas? ¡Tú no aceptas un no por respuesta, mujer! —Oye, gracias. —¿Puedo abrazarla? —inquirió de pronto, dejándome sin palabras. Separé mis labios ante el asombro que aquellas palabras me provocaron. Mi garganta estaba seca y de pronto mi corazón comenzó a bombear con fuerza. Desgraciadamente para mí, no solo deseaba sentir sus brazos rodeando mi cuerpo, también quería sentir como sus labios se sentían contra los míos, mientras su lengua jugara dentro de mi cavidad.

Mi mente comenzaba a obligarme a pensar en que no debía de faltar a las normas del contrato, no podía mezclarme de una forma tan sentimental con un cliente; pero mi estúpido corazón me decía otra cosa distinta, mi alma me decía que debía de tirar todo a la borda y darme la oportunidad de tener todo con Nicolás, por lo que, comencé a cuestionarme en cuál de los dos tenía más fuerza en mi control, en lo cual, mi corazón había ganado, pues en ese instante me encontraba asintiendo en su dirección. Sus brazos me rodearon de forma inmediata, su barbilla descansaba sobre mi cabeza. Él dejó salir un largo suspiro y me apretujó contra su pecho. Rodee su cintura con mis manos y apreté mi mejilla en su pecho. Cerré los ojos y me permití sentir y soñar lo que podía llegar a ser una vida a su lado. En ese instante no quería preocuparme por lo que diría Sophie y su contrato, pues justo en aquel momento, ambos podían irse a la mierda. Sentía paz con aquel abrazo de Nicolás, y verdaderamente en aquel momento era lo único que me importaba. —Confieso que en este momento agradezco el hecho de que el imbécil de Alessandro te haya humillado en el altar — susurró sin dejar de abrazarme, lo que provocó que soltara una carcajada. —Oye, gracias. Eso es muy tierno de tu parte —lo sentí sonreír, después dejó escapar otro lento suspiro. —Estoy seguro que si en este instante estuvieras casada, no habrías venido ante el llamado de su tío Francis. Arrugué en entrecejo ante la mención de mi tío Francis, lo último que quería en aquel instante, era el seguir con esa farsa, pero si le decía a Nicolás el verdadero motivo de mi llegada a la isla, probablemente iba a odiarme. Ni siquiera

quería imaginar en cuál sería su reacción al saber que su “ángel de la guarda” en realidad estaba ganando medio millón de euros por hacerle compañía. —Supongo que es momento de que regresemos a la casa — musité, alejándome un poco para verlo a sus ojos. Él frunció el ceño. —¿Sucede algo? —No, nada —me apresuré a decir, negando con la cabeza. —Colette… ¿Qué te preocupa? —No aguantar las ganas de besarte, Nicolás —dije sin pensar en las consecuencias. Él sonrió, acarició mis mejillas con sus pulgares y luego pegó su frente contra la mía. —Entonces quitémonos esas ganas —murmuró antes de pegar sus labios contra los míos.

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Capítulo XII. “Perdiendo la razón”-La compañía del millonario- Dreame Él mantuvo sus labios presionados con los míos sin intentar moverlos, era como si esperase una autorización de mi parte. Me quedé inmóvil por largos segundos, en una dura batalla que se estaba librando en mi cerebro, una parte de mí deseaba con todas las ganas dejarme llevar para así terminar por arrancarle la ropa a Nicolás, pero otra parte… la parte que me instaba a hacer lo correcto, como lo era retirarme y escapar, trataba también de controlarme. Al final no escuché a la parte que me pedía que entrara en razón y terminé por separar mis labios para así permitirme degustar de su exquisita cavidad. Un gemido se escapó de sus labios en el momento en que comencé a profundizar el beso, mis manos se enredaron en su ahora corto cabello mientras que las suyas rodeaban mi cintura para acercarme aún más a su cuerpo (si eso en aquel momento era posible) su lengua danzaba junto a la suya, buscando a toda costa llevar el control en aquel momento. Mi cuerpo comenzaba a ser traspasado por sin números de escalofríos, guiando a mis manos a moverse sin voluntad propia, retirando primero su chaqueta para después comenzar a arrastrar su camiseta hacia arriba. Nicolás se separó un poco de mí, solo para permitir que su camiseta pasara sobre su cabeza. Mis ojos nunca se separaron de los suyos, los cuales, me veían con un notorio deseo que hacía que mis rodillas flaquearan. Estaba loca, definitivamente estaba loca, pero en aquel momento estaba dispuesta a permitir que esa locura me controlara. Desde hacía muchos días que había comenzado a Prohibido vender instagram: @edenklaynd

imaginar cómo sería vivir un momento así con él, por lo que, justo ahora estaba dispuesta a disfrutarlo, después de ello habría más tiempo para ponerme a pensar en las consecuencias que eso me traería. Así  que simplemente volví a besarlo, ambos nos sumergimos en un juego de besos ardientes y manos juguetonas, al tratar de desprendernos lo más rápido posible de nuestras prendas de ropa. Justo cuando bajé mis manos hasta sus pantalones, pude sentir lo mucho que él también me deseaba, sonreí sin dejar de besarlo, a la vez que sentía como un nuevo ataque de nervios se apoderaba de mí, pues justo en ese instante, recordé que Alessandro había sido mi único novio, por lo que, era el único chico al que había besado y con el que había compartido este tipo de cosas, por lo que, justo ahora, el terror había reemplazado las ganas que le tenía a Nicolás, haciéndome retroceder de forma abrupta, mientras cubría mis pechos desnudos cruzando mis brazos. —¿Qué sucede? —preguntó con su respiración entrecortada. No dije nada, pues de pronto sentía como mi rostro comenzaba a tornarse rojo ante la pena que estaba sintiendo en aquel instante, así que me giré para que dejara de verme. —Colette… ¿Te he incomodado? —Yo, lo siento tanto —murmuré, tratando de respirar con calma. —Perdóname —farfulló, las tablas crujieron en cuanto se acercó a mí—, me encantas tanto, Colette, que lo último que quiero es hacerte sentir mal. —¡No! —me apresuré a decir—, no me haces sentir mal. Al contrario, Nicolás, contigo me he comenzado a sentir tan bien, que tengo miedo.

Lo sentí sonreír, mientras se dedicaba girarme con lentitud para que quedara frente a él. —¿Por qué te cubres? Bajé la mirada y sonreí apenada. —No estoy acostumbrada a que me vean de esta forma. Con mucha delicadeza, él tomó mis manos y luego las bajó con lentitud, después su mirada recorrió mi torso desnudo y suspiró. —Eres la chica más hermosa que he conocido, Colette — murmuró, con una enorme sonrisa marcada en sus labios. Le sonreí en respuesta. Me era imposible poder concebir el por qué me sentía de esa manera con cada frase bonita que él me dedicaba, es que comenzaba a creer en todo aquello que salía de sus labios, lo cual era lo que más me aterraba. Pero de pronto, mi cuerpo comenzó a relajarse, y aquellas partes que se mojaban con solo pensar en lo que se sentiría tener a Nicolás dentro de mí, comenzaron a exigirme que me dejara llevar. Así que eso fue lo que hice, me acerqué a él, estrellando mi pecho desnudo contra el suyo, para después besarlo con fiereza. Él bajó sus manos hasta mi trasero, donde me impulsó para que yo envolviese mis piernas en su cintura, lo cual hice enseguida, luego comenzó a caminar hacia el interior de la pequeña casita de madera. Ya adentro, me depositó sobre un sofá cama, del cual ni siquiera me preocupé en si estaba o no limpio, y terminó por despojarme de mis pantalones de vestir. Sus manos recorrían todo mi cuerpo, explorando cada parte de mí con tanta dulzura que incluso me daban ganas de ponerme a llorar. Hacía tanto tiempo que no sentía la emoción

de estar con alguien a como la sentía en aquel momento, pues mis últimos años con Alessandro, habían sido un tanto de “tener sexo” y ya, sin tomarnos el tiempo de disfrutarnos el uno al otro a como él lo estaba haciendo en aquel instante. En cuanto estuve desnuda, él se alejó de mí, solo para dedicarse a apreciarme por largos segundos, pero no volví a sentirme incómoda, pues ante su mirada incluso me llegué a sentir casi como una diosa. —Joder —murmuró, dejando salir un leve gemido—, eres lo más perfecto que han visto mis ojos —musitó, mientras terminaba de salir de sus pantalones. Después, sin ninguna pena y frente a mis ojos, rasgó el sobre de un condón y cubrió su erecto miembro, lo que provocó inclusive que lamiera mis labios, ante la necesidad que sentía de sentirlo dentro de mí. Nicolás se posicionó frente a mí, pero al principio, no hizo nada, tan solo volvió a atacar mis labios, para después comenzar a descender a besar mi cuello… peligrosamente esos deliciosos labios amenazaban con acercarse a mis pechos, lo que me tenía completamente excitada. Me fue imposible contener mis jadeos en cuanto su boca comenzó a succionar uno de mis pechos para después pasar el otro. Mi centro reclamaba por él, pero él parecía estar disfrutando torturarme, pues ni siquiera pretendía hundirse dentro de mí en aquel instante. Sus manos recorrían mi cuerpo sin parar, mientras que su boca jugaba con mis pezones. Después de unos segundos más, su cabeza continuó descendiendo hasta que llegó a la parte que más lo reclamaba en aquel instante.

Cerré los ojos y mordí mi labio inferior con fuerza para así evitar gemir en voz alta ante todo lo que me estaba haciendo sentir en aquel momento. Su lengua recorrió cada parte de mí, haciendo incluso que mis piernas se debilitaran y temblaran ante el deseo que me invadía. En ese momento, fue cuando llegué a sentir el mejor orgasmo de mi vida. Él levantó su cabeza y me sonrió con picardía, su mirada cargada en deseo absoluto, a la vez que disfrutaba el tenerme completamente a sus pies. Mi cuerpo era recorrido por numerosos espasmos, deseando que por favor terminara por entrar en mí. —Nicolás —gemí su nombre, mientras tomaba su rostro para acercarlo a mí y así besarlo—, por favor, termina por hacerme tuya. Ni siquiera había terminado de decirlo, cuando él se deslizó dentro de mí, primero, dándome suaves embestidas que me hacían sentir llegar hasta las nubes, después, sus movimientos comenzaron a ser más rápidos, su boca continuaba sobre la mía, donde terminaban ahogándose los gemidos de ambos. Envolví mis piernas en su cadera, permitiéndole que se moviera con más libertad. —Por Dios, Colette. Eres deliciosa —comentó, alejándose un poco de mí—, no voy a aguantar más. No dije nada, simplemente sonreí y volví a atraerlo para así besarlo. Unos segundos pude sentir como sus músculos se relajaban justo cuando llegaba al orgasmo. Su cuerpo se desplomó sobre el mío, su cabeza descansó en la curvatura de mi cuello, su respiración aún se encontraba entrecortada, lo que me hizo sonreír sintiéndome completa. Hacía tanto que

no disfrutaba tener sexo a como lo había hecho en aquel instante, que ahora temía que Nicolás se convirtiera en mi vicio. —No tienes idea de lo mucho que he fantaseado por este momento —confesó, acostándose a mi lado. Reí y me volteé para así poder apoyar mis brazos sobre su pecho desnudo. —Pensé que era la única que lo deseaba, señorito. Él me dedicó una pequeña sonrisa, mientras retiraba el condón para después hacerle un nudo y dejarlo sobre el piso de madera. —Tenías todo esto planeado, ¿Eh? —afirmé, dedicándome a ver por primera vez a mi alrededor, donde incluso había una lámpara de baterías encendida, dándonos toda la luz que necesitábamos. Ni siquiera me había percatado que la noche ya había caído. —Digamos que cuando hoy escapé de la casa, vine hasta aquí a preparar ciertas cosas —comentó, recorriendo mis hombros con la punta de sus dedos—, aunque confieso que solo quería venir a ver las estrellas contigo, aunque terminaste llevándome hasta ellas —susurró, mientras me atraía a su pecho para así envolverme en sus brazos. Suspiré y no dije nada, simplemente dirigí la mirada hacia la ventana, donde comenzaba a apreciarse el cielo llenándose de estrellas. —Es un hermoso lugar —dije, cerrando los ojos levemente ante el cansancio que comenzaba a invadirme.

—La compañía es mejor —lo escuché decir—, quédate conmigo, Colette. Nunca te vayas —después de escuchar aquellas palabras que habían hecho estragos en mi cabeza, había caído en un profundo sueño. 

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Capítulo XIII. “Voy a esperarte”-La compañía del millonario- Dreame Nicolás Colette se hallaba recostada en mi pecho desnudo, estaba profundamente dormida, mientras que yo me encontraba observándola fijamente como un vil acosador. Miraba la forma en que las facciones de su rostro se suavizaban con cada suspiro que salía de sus bellos labios. Sonreí, sintiéndome una persona completamente distinta a la que era un mes atrás. Aún trataba de comprender como había hecho esa chica para clavarse en mi alma con tanta facilidad, pues desde la primera vez que mis ojos se cruzaron con los suyos en aquel balcón, algo en mí había despertado. Y no había sido únicamente su incomparable belleza la que me había atraído, pues, en realidad en ella se podía reflejar un aura de ternura y positivismo del que era difícil no contagiarse. Estiré mi mano libre y acaricié su largo cabello castaño, ella se removió un poco, pero luego solo se acurrucó más en mi pecho, por lo que, tomé la manta de seda que había llevado el día anterior y cubrí por completo su cuerpo desnudo. Esa casita era acogedora, pero el gran ventanal que la decoraba, hacía que se sintiera un tanto fría. Dejé salir lentamente la respiración mientras que tiraba mi cabeza hacia atrás para apoyarla con el borde del sofá; en ese instante, habían pasado tantas interrogantes por mi mente que incluso comencé a temer en que cuando Colette despertara, toda aquella burbuja en la que me sentía fuese a explotar.

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Tenía más de siete meses de desear morir para poder estar con mis padres. Aquel trágico suceso, (en el cual por alguna extraña razón yo no pude subir a ese vuelo infernal), se había quedado con mis ganas de vivir, a tal punto que desde entonces me había encerrado en mi habitación sin permitir que alguien entrara en ella, confiaba que en algún momento mi corazón se cansara de latir y se detuviera justo ahí, en medio de una habitación sucia y mal olorosa. Me había vuelto una persona malhumorada y amargada, ni siquiera toleraba que Francis me dirigiera la palabra, por lo que, aun trataba de comprender cómo había sido posible que Colette, con toda su impertinencia de entrar a mi habitación sin pedir permiso, lograra derribar esa muralla sin hacer muchísimo esfuerzo. Volví a mirarla mientras me dedicaba a recordar la forma en que ella me miraba y se movía en un vaivén junto a mí, nunca antes había disfrutado hacer el amor con alguien a como lo había hecho con ella. Y malditamente deseaba repetirlo una y otra y otra vez más. Cerré los ojos y besé su cabeza. No podía dormir, así que en lo único que me entretenía era el poder ver e imaginar a Colette junto a mí por toda la vida. Estaba asustado, pero creía que me estaba enamorando. Miré hacia la ventana, lentamente los rayos del sol comenzaban a levantarse, era mi momento favorito del día, y sabía que también lo era para ella, así que comencé a dejar pequeños besos por todo su rostro, con la intención de poder despertarla y que no se perdiera de ello. Ella se removió, pero después sonrió, con lentitud abrió sus hermosos ojos grises, los cuales me observaron por largos segundos. —Buenos días, dormilona —susurré, sin poder dejar de contemplarla… ¿Cómo era posible que existiera alguien tan idiota como Alessandro para haber dejado ir a una chica

como ella? —Nicolás, ¿Seguimos en la casa del árbol? —indagó, tratando de enderezarse. —No quise despertarla, señorita. Parecía estar cansada. Un pequeño rubor cubrió sus blancas mejillas mientras bajaba su mirada. —Pues admito que tenía una almohada muy cómoda. —Bueno, pues no me importaría si se te hace costumbre utilizar esa almohada. —Nico… —trató de hablar, pero me encargué de silenciarla con un beso. Solo debía de confirmar que todo aquello no se trataba de un sueño, y al escuchar un pequeño suspiro abandonar sus labios, me hizo darme cuenta que era ella real, y que ahora, dependía de mí no arruinar las cosas a como lo hizo el imbécil de su ex novio. —No quiero que rompas mi corazón en este momento —argüí, pegando mi frente contra la suya—, solo déjame vivir esta fantasía unos instantes más. —Nico yo… ni siquiera sé que decir —confesó, el temor era evidente en su tono de voz. —No digas nada, no aún por favor. Recuerda que estoy deprimido —dije, incapaz de ocultar la diversión que me provocaba el pobre chantaje que estaba tratando de utilizar con ella. —¡Oh por Dios! —Exclamó, soltando una carcajada, a la vez que alejaba su rostro del mío—, ¿Trata de chantajearme, señorito?

—¿Fui muy evidente? —pregunté, sin dejar de reír. —¡No! ¡Para nada! —emitió con sarcasmo. Pellizqué su nariz con mis dedos y luego la abracé, dedicando mi atención a la magia que estaba ocurriendo en el cielo con el amanecer. Ella apoyó su mejilla en mi pecho y suspiró. —Esto es hermoso, Nico. —Solo es el cielo, tratando de competir contigo —alargué con diversión. —Bueno, sigue alabando mi belleza que tal vez con ello consigas otro beso —respondió sonriendo—, creo que es tiempo de que volvamos. Debo de ir a la empresa. —Solo dame unos minutos más. Pues temo que esta magia desaparecerá en cuanto bajemos de este árbol. El silencio que le siguió realmente había logrado que me aterrara un poco. ¿Qué pasaba por su mente? ¿Acaso ella no sentía toda esa maraña de emociones que me invadían? ¿Me estaría apresurando al casi afirmar que Colette saldría conmigo? ¡Mierda! Nunca había tenido la necesidad de rogar… por lo que, en mi subconsciente existía la posibilidad de que esta ocasión no iba a ser la excepción. Pero su silencio realmente comenzaba a atormentarme, ¿Qué era lo que la tenía tan pensativa? Sabía que ella sentía cosas por mí, pero, ¿Entonces por qué trataba de protegerse? —Vamos —dije al final, al no poder encontrar respuestas a todas mis interrogantes.

Cuando estuvimos de pie vistiéndonos, su mirada siempre estuvo clavada en el suelo, mientras que yo no podía dejar de observarla. Ella se encontraba pensativa, era como si ahora no estaba segura en lo que seguiría. Pero en ese instante, me prometí en mi interior que aunque debiera de rogar, iba a conseguir que Colette depositara su confianza en mí y me aceptara en su vida. Me acerqué a ella y tomé su barbilla con una mano, sus ojos me observaron con duda, pero solo le sonreí y besé la punta de su nariz. —Voy a esperarte todo el tiempo que sea necesario, Colette — le confesé, para después dirigirla hacia la salida de la casita. *** Colette se había ido a la empresa en compañía de Arturo; yo me encontraba recostado sobre mi cama, aquel sitio que hacía tanto tiempo no utilizaba. No podía sacar de mi mente el cuerpo desnudo de esa francesa que había llegado a la isla solo a poner mi mundo de cabeza. Dejé salir un lento suspiro, me sentía tan asustado ante todo lo que por mi mente pasaba, que temía terminar estrellándome contra alguna pared. No quería ilusionarme, nunca había sido el chico que creía en una relación duradera, pues a decir verdad, todas mis relaciones siempre se basaron en una o dos noches, algo que mi madre siempre me discutió, pues ella siempre deseó verme enamorado, pensando en formar un hogar, situación que ahora me carcomía por dentro, ¿Por qué justo ahora que ella no estaba me estaba pasando esto? ¿Por qué no llegué a conocer a Colette un año atrás? Porque ahora estaba seguro que esa chica me hubiese idiotizado en cualquier tiempo.

Sonreí mientras bajaba una de mis manos hasta el bulto que comenzaba a mostrarse en mis pantalones, incapaz de creer que solo el hecho de pensar en ella me pusiese de esta forma. Tallé mi rostro con ambas manos sintiéndome frustrado, me estaba volviendo loco… Colette me estaba volviendo loco. Di un salto y salí de mi cama, acomodé mis pantalones para que no se notara el bulto que reclamaba por mi vecina de habitación y luego salí para así dirigirme a la cocina. En cuanto llegué, me encontré con Laura quien limpiaba los muebles de la cocina mientras cantaba una canción de Justin Bieber. Me detuve a observarla por unos instantes, el canto definitivamente no era lo suyo, pero parecía que la chica disfrutaba al recitar cada nota. —¡Vaya, Laura! No pensé que cantaras tan bien —la chica dio un pequeño grito a la vez que se volteaba, llevando una de sus manos hasta su corazón. —¡Jesús! Señor Clark, usted va a matarme de un susto — arguyó, respirando pesadamente. Me eché a reír mientras apoyaba mis brazos en la isla de la cocina. —Se le ve muy feliz, señor Clark. Me alegro mucho de verlo repuesto. —Gracias, Laura —asentí—, lamento mucho si en alguna ocasión de traté mal. —Descuide —respondió, haciendo un gesto con sus manos—, yo entendía la situación —se giró nuevamente para lavar sus manos—, ¿Necesita algo, señor? —Sí, buscaba a Francis. ¿Lo has visto?

—Creo que lo miré en el jardín. —Gracias, Laura. Iré a buscarlo. —Si necesita algo, sabe dónde buscarme, señor —terminó diciendo antes de que yo me retirara por completo del lugar. No me fue difícil encontrarlo pues sabía que en sus ratos libres, Francis disfrutaba entablar conversación con Emilio el jardinero, por lo que, fue ahí donde me lo encontré; ambos se encontraban sentados en el borde de la fuente en forma de fénix que mi madre había mandado a hacer. Ambos reían a carcajadas, tal y como si hubiesen escuchado el mejor chiste de sus vidas, los dos ya casi eran un par de viejos… un par de viejos que trabajaban mucho para que esa enorme casa se mantuviera en orden. Mi padre siempre les tuvo aprecio e incluso también disfrutaba de pasar tardes enteras hablando de plantas y deportes sentados en el rancho que se encontraba en el centro del jardín, mientras disfrutaban de uno de los mejores vinos añejos que mi padre mantenía en su depósito. Justo cuando se percataron de mi presencia, se pusieron de pie de forma inmediata, tal y como si los hubiese encontrado infraganti. —¿Qué pasa, muchachos? —pregunté, dejando caer bruscamente las manos a mis costados—, ¿Acaso se les está pagando por hablar? —Yo… lo siento mucho, señor —se disculpó Francis, bajando la mirada. Con solo ver su expresión llena de terror, no aguanté más y me eché a reír, ganándome con ello una mirada cargada de dudas de parte de los dos.

—Solo bromeo. Solo venía a hablar contigo, Francis —dije, haciéndole un gesto con la cabeza para que me siguiera. —Francis, quiero volver a trabajar en la empresa —le solté en cuanto nos alejamos lo suficiente de Emilio. El hombre me miró con sorpresa, pero luego levantó las comisuras de sus labios en una media sonrisa. Escondió sus manos dentro de sus pantalones de vestir y habló: —Eso es fenomenal, señor. Me hace sentir orgulloso el saber que ya desea retomar su vida —comentó con cierto orgullo marcado en su voz. Asentí, a la vez que alborotaba mi ahora corto cabello. Conocía a Francis de toda la vida, pues él estaba en la casa desde antes que yo naciera, por lo que, sabía que ahora que no estaban mis padres, el sujeto se preocupaba por mí, e incluso me cuidaba como si se tratase de su propio hijo. —¿Cuándo piensa regresar? —No lo sé, tampoco es como que deseo entrar y tomar el sitio que tiene Colette. —Oh no se preocupe por ella, señor. Colette estará encantada de regresar a Francia. Y fue ahí donde me detuve de forma abrupta. Todos mis sentidos se pusieron en alerta al escuchar aquello. Nunca pensé en la posibilidad de que ella pensara en irse en cuanto yo regresara a la empresa, y ahora, el solo imaginarlo hacía que mi pecho se contrajera, lo último que deseaba en aquel momento es que ella se fuera. Es más, deseaba con toda el alma que decidiera por mudarse de forma permanente a la isla.

—¿Por qué lo haría? —pregunté, aclarándome la garganta—, no me molesta que se quede y continúe ayudándome. —Probablemente ella tenga algunas prioridades allá, señor. No podré retenerla más tiempo. —Francis —hablé, deteniéndome frente a él para mirarlo con firmeza—, usted se preocupa por mí, ¿Cierto? —Siempre lo he hecho, joven Nicolás. —Su sobrina me importa y mucho —le confesé—, sé que probablemente ella solo llegó con la intención de ayudar en la empresa hasta que yo pudiese hacerme cargo, pero lo cierto es que se ha metido a mi cabeza de una manera en la que ninguna otra chica lo ha hecho. Francis me observaba sin decir nada, simplemente mantenía sus labios separados ante el asombro que probablemente le ocasionaban mis palabras. —Y la verdad, es que no quiero que se vaya. —¡Vaya, joven Nicolás! —Exclamó—, nunca pensé verlo verdaderamente interesado en una chica. Sonreí y negué con la cabeza. —Yo tampoco, pero su sobrina realmente me ha cautivado desde el primer momento en que la miré. Es… ha sido como el ángel de la guarda que me han enviado mis padres para ayudarme a salir del infierno que estaba viviendo. Él asintió a la vez que sonreía. —Colette es una persona adulta, señor. Si después de que usted tome su rol en la empresa ella decide quedarse, pues podemos hacerle un contrato.

—¡Gracias, Francis! No tienes idea de lo mucho que significa el hecho de que me apoyes de esta forma. —Su felicidad es lo más importante, joven Nicolás; es lo que siempre desearon sus padres. Sonreí mientras estiraba una mano para así golpear su hombro con suavidad. —Entonces, ni siquiera le menciones el tema de marcharse de la isla, yo me encargaré de hablar con ella —terminé diciendo para después despedirme y así caminar de regreso a la casa. 

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Capítulo XIV. “Un incómodo momento”-La compañía del millonario- Dreame Colette Nicolás me había dicho en aquella ocasión que me daría todo el tiempo que yo necesitase y realmente lo había hecho, pues ya habían pasado casi tres semanas y no había vuelto a mencionar el tema, lo cual verdaderamente también me frustraba. Una parte de mí estaba bien con ello a la vez que trataba de convencerme que lo que sucedió esa tarde, había sido un error… un delicioso error. No me sentía lista para tener una relación con Nicolás más allá de una relación laboral, pues las noches siguientes me las había pasado revisando minuciosamente el maldito contrato que había firmado, el cual, en todas sus cláusulas me prohibía tener más que un apretón de manos o besos en las mejillas con mis clientes. Apoyé mi espalda contra el respaldo de la enorme silla en la oficina del señor Clark y me eché a reír, ni siquiera podía pensar en lo que me diría Sophie si se enterase en que había roto las cláusulas de su estúpido contrato. Me puse de pie y caminé hacia el enorme ventanal al fondo de la oficina, me quedé por largos segundos viendo el movimiento de abajo, donde los autos transitaban a toda velocidad, al igual que algunas personas que viajaban en bicicleta, u otros pequeños grupos que caminaban en lo que parecía ser, una agradable conversación.

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Me sostuve del borde de la ventana y suspiré cerrando los ojos, ni siquiera el trabajo lograba distraerme de Nicolás, pues simplemente el sujeto se había apoderado de mi mente de una manera, en que cada vez que lo tenía en frente solo deseaba poder arrancarle toda la ropa para así poder explorar su hermoso cuerpo desnudo… ganas que debía de contenerme todos los días, pues de forma lamentable, también compartía tiempo con él: jugábamos videojuegos en su habitación hasta tarde (mi peor tortura al tener una cama a unos cuantos metros de distancia) en el balcón cada mañana, o incluso cuando cenábamos con Francis en la cocina, quien al parecer, ya recelaba algo pues me veía de forma sospechosa. —Colette Simons. Di un respingo cuando escuché su voz, me giré con lentitud y lo miré, él se encontraba recostado al marco de la puerta, en sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa mientras me miraba con una ceja arqueada. Sostenía un par de vasos de cappuccino en sus manos. —Nicolás Clark —mencioné, en forma de saludo. —Se le ve muy bien en esta oficina —arguyó, comenzando a caminar en mi dirección—, ¿Un cappuccino? —preguntó, extendiendo una mano para que lo tomara. —Muchas gracias, es muy lindo de su parte. —Tenía conocimiento de ello —afirmó, asintiendo con la cabeza. Reí ante sus ocurrencias, pues tal parecía que el señorito comenzaba a tener mucha seguridad en sí mismo.

Llevé el vaso hasta mis labios y di un largo sorbo ante su atenta mirada, en cuanto retiré el vaso, lamí mi labio inferior, logrando con ello que él hiciera una mueca y alejara su mirada. —Maldita sea, me pones las cosas difíciles, mujer —dijo en un suspiro. —Lo siento —atiné a decir a la vez que caminaba hacia el escritorio. En cuanto me senté y quedé fuera de su rango de visión, cerré los ojos y suspiré. La verdad era que él también me ponía las cosas difíciles, pues con solo verlo, no podía hacer otra cosa que imaginármelo desnudo, recorriendo mi piel con besos y caricias. Soñaba con ese momento una y otra vez, por lo que, muchas veces ni siquiera podía concentrarme en mis deberes cotidianos. —Colette, vengo a hablar de negocios contigo —comunicó, dirigiéndose a tomar el lugar frente a mí. Sus músculos se contrajeron contra su camiseta apretada, lo que ocasionó que yo me cruzara de piernas, para calmar un poco el deseo que sentía en mi parte más íntima. —¡Diablos, Colette! Deja de hacer eso o terminaré por hacerte el amor sobre ese escritorio —soltó, mientras se inclinaba hacia el frente para bajar su mirada. Tragué saliva con fuerza al sentir como la temperatura de mi cuerpo comenzaba a aumentar con solo escucharlo hablar de esa manera. Mi cuerpo comenzaba a traicionarme y no sabía cuánto tiempo más iba a aguantar la necesidad de sentarme a horcajadas sobre él. —Negocios —repetí, tratando de concentrarme.

Estiré mis manos sobre mis piernas hasta llegar a mis rodillas, donde me di un ligero apretón para poder controlarme. —Ah, sí —dijo, sonriendo de medio lado—, negocios. Él se puso de pie y caminó hacia mí de forma peligrosa, se recostó en el escritorio, quedando frente a mí. Lo miré a los ojos, donde pude notar en ellos la misma lucha que yo estaba teniendo en ese momento. En el momento en que Nicolás comenzó a inclinarse hacia mí, mi corazón comenzó a latir tan desenfrenado, que temía que se detuviera en cualquier momento. Mi cuerpo comenzó a ser traspasado por innumerables escalofríos, sintiendo la ansiedad ante la espera de que sus labios tocaran los míos. Él se detuvo a escasos centímetros de mi rostro, y volvió a sonreír. Tal parecía que estaba disfrutando el estar torturándome. —¿Te parece si salimos a caminar a la playa en la tarde? — preguntó, sus labios casi rozándose con los míos. —Ajá —respondí, tragando saliva con fuerza, rogando en mi interior que terminara por besarme, cosa que no hizo, pues simplemente continuó ahí, con su rostro casi pegado al mío, pero sin pretender siquiera rozar los labios con los míos. La sonrisa lobuna de Nicolás continuaba marcada en su rostro, sus ojos azules escrutaban en los míos, mientras que yo simplemente moría de las ganas por sentirlo cerca de mí otra vez. —Jefa disculpe —la voz impertinente de Perla, nos había hecho retroceder de forma inmediata.

Le eché un vistazo y prácticamente la fulminé con la mirada, la rubia solo nos observaba con incredulidad. —¿No sabes tocar, Perla? —la exhorté, regresando mi atención al vaso de cappuccino. —Yo… lo siento, solo venía a preguntar si hoy podía retirarme media hora antes —la chica dejó de mirarme para así clavar su mirada en Nicolás—, señor Nicolás, no sabía que estaba aquí. Por primera vez, él dejó de mirarme para así dirigir la mirada hacia la rubia voluptuosa que no dejaba de comérselo con la mirada desde la puerta. —¿En serio? Pensé haberte saludado cuando entré, pero es probable que me confundí. Me fue inevitable no echarme a reír al ver la forma en que Perla ponía sus ojos en blanco. —Sí, Perla. Puedes retirarte treinta minutos antes —le dije—, puedes retirarte. —Gracias, jefa. Con permiso —terminó diciendo antes de retirarse y cerrar la puerta. —Bueno, pues al menos la impertinencia de esa chica me quitó las terribles ganas que tenía de besarte —arguyó, regresando su mirada hacia mí. —¿Esa chica? Pensé que habías tenido un romance con ella — alegué, volteando los ojos. —¿Eso que veo en sus ojos acaso son celos, Simons? Me enderecé y luego crucé los brazos a la altura de mi pecho, por supuesto que eran celos, pero no es como si fuese a aceptarlo frente a él.

—¿Usted no tenía algo que decirme, Clark? —¡Ah! Claro —habló con una cierta decepción en su voz—, quería comentarle que lo he pensado mucho y siento que ya es tiempo que regrese a la empresa. Una cierta desilusión me embargó, y no era exactamente por el hecho de que él quisiese regresar, pues en realidad eso era fantástico; pero lo que me desilusionaba era el pensar en que mis días en la isla poco a poco se estaban terminando. —Eso es grandioso, Nico. Me alegro mucho saber que ya estás en condiciones de tomar el lugar que te pertenece.  —¿Qué pasa, bonita? ¿Por qué intuyo que hay algo que te molesta? Torcí una sonrisa y negué con la cabeza. —Parece que me conoces muy bien. —Más de lo que debería —mencionó, guiñándome un ojo, ocasionándome sonrojar enseguida—, ¿Qué sucede, Colette? Si sabes que puedes hablar conmigo. —No, en serio. Estoy feliz por ti —dije con sinceridad—, solo que, entonces pronto deberé de regresar a Francia. —¿Por qué tendrías que regresar? —musitó, frunciendo levemente el ceño—, no es necesario que lo hagas. —Si la razón por la que Francis me pidió que viniera era para que te ayudara en la empresa mientras podías retomar tus labores. —Es ahí donde entra la parte del negocio —indicó, chasqueando sus dedos. —¿Negocios? ¿Lo hablas en serio, Nicolás?

—Por supuesto —aludió, separándose del escritorio para después dirigirse hasta el ventanal—, estoy dispuesto a hacer hasta lo imposible, con tal de que te quedes —mencionó, sin dirigirme una sola mirada. Aquellas simples palabras causaron que una gran ternura se apoderara de mí, me costaba mucho creer que un tipo como Nicolás quería tenerme en su vida como algo más que una chica solo para tener sexo, lo que me preocupaba ahora era si yo estaba lista para dejar París, para comenzar una vida con él. Estaba segura que tenía que decirle la verdad de mi llegada a su casa en cualquier momento, pero el miedo me lo impedía por lo pronto, no sabía cómo actuaría él al enterarse sobre mi verdadero trabajo. —Nico, ¿En serio quieres que me quede? —pregunté, deteniéndome a su lado. Él me miró sobre su hombro y luego sonrió. —¿Aún te queda duda de eso, bonita? Muero porque me digas que te quedarás conmigo. —¿No nos estamos apresurando? Él rio y negó con la cabeza. —Pensé que solo los chicos utilizábamos esa frase. Levanté los hombros restándole importancia. —Puede que en parte lo sea —bromeé—, siento que si me quedo terminarás odiándome. —Dame la oportunidad de conocerte, y déjame a mí decidir eso, ¿Quieres?

Apoyé mi espalda contra el borde de la ventana para así quedar frente a él. —¿Por qué te intereso tanto? —No diré que es porque eres diferente, porque esa frase ya está muy usada —afirmó, levantando su dedo índice, a lo que asentí dándole la razón—, creo que diré que es porque me gusta como haces el amor. Casi me atraganto con mi propia saliva mientras él se echaba a reír de forma descontrolada, a la vez que me daba pequeños golpecitos en la espalda para ayudarme a dejar de toser. —¡Joder, Nico! ¡Eso no se dice en voz alta! —¡Me gustas, nada más es eso, Colette! ¿Ok? 

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Capítulo XV. “También me gustas”-La compañía del millonario- Dreame —¿Me estás jodiendo? —cerré los ojos con fuerza cuando escuché el tono de voz de mi hermana, el cual aparentaba ser que estaba muy molesta. Acababa de soltarle la noticia de que me iba a quedar un tiempo más, y al parecer, no lo había tomado nada bien. Sostuve el celular presionado a mi oído, no dejaba de moverme por toda la habitación al intentar hacer que entendiera mi punto. Entendía su molestia, llevábamos mucho tiempo siendo solo ella y yo, por lo que, justo ahora probablemente comenzaba a sentirse abandonada. —Jolie, te amo. Sabes que siempre he estado para ti, pero por favor, entiéndeme; los aires de la isla me han caído de maravilla, y la verdad es que no estoy lista para dejarla. —¿Son los aires de la isla, o la razón de quererte quedar ella nombre y apellido? —¿Qué dices, Jolie? —indagué, tratando de sonar lo más sarcástica que pude. —Digo que, no soy tonta, Colette. Todo el tiempo que hemos hablado, he notado como te cambia la voz cuando hablas de tu jefe Nicolás. Dejé escapar lentamente la respiración. Era obvio que a mi hermana no podría engañarla jamás, llevábamos años conociéndonos y además, la chica era demasiado intuitiva. —Solo ten cuidado, Colette. No me gustaría que después vayas a salir lastimada. Prohibido vender instagram: @edenklaynd

—Lo tendré —respondí—, Nicolás me ha pedido que trabaje con él, y la verdad es algo que quiero hacer. Me encanta este trabajo y quiero aprender más de él. Quizás así cuando regrese a Francia, me anime a dejar de ser dama de compañía para dedicarme a mi propio negocio. —¡La academia de modelaje con la que tanto hemos soñado! —exclamó Jolie con emoción. Chillé con ella por el teléfono, imaginando dicha escena. Desde que vivíamos de albergue en albergue, Jolie y yo siempre hablábamos de que cuando fuésemos adultas, pondríamos una academia de modelaje, nos pasábamos noches enteras soñando despiertas con tal hecho. Después de hablar durante una hora más con mi hermana sobre nuestros planes futuros, me dispuse a cambiarme de ropa, había quedado con Nicolás de ir a caminar con él a la playa, así que busqué con rapidez entre mis cosas un pequeño bikini, además de una camiseta y unos pantalones cortos.  Desde mi llegada a la isla, no me había dado la oportunidad de entrar al mar, por lo que, esa tarde quería hacerlo. En cuanto estuve lista, me puse un par de sandalias, eché en un bolso una toalla y salí al pasillo en busca de mi acompañante, pero me detuve al encontrarme de frente con Francis, quien parecía estarme esperando desde hacía un rato. —La escuché hablar por teléfono y no quise interrumpir — habló, separándose de la pared de enfrente, donde se encontraba apoyado. —¿Necesita algo, Francis? Iba de salida. —Lo sé —afirmó, asintiendo con la cabeza—, Nicolás la espera en el living. Solo necesito hablar con usted rápidamente. —Lo escucho —murmuré, apoyando un pie en la pared.

—Supe que va a quedarse un tiempo más. —Nicolás me propuso que fuese su asistente en la empresa, y acepté —le conté—, pienso que sería bueno para mí, quiero aprender sobre nuevos trabajos. —¿Esa es la única razón, Colette? —indagó el hombre, levantando una ceja. —¿Por qué lo pregunta? —No lo sé, simple curiosidad. Sonreí y negué con la cabeza. —¿Qué quiere decirme, Francis? Siéntase en la confianza de hablar. —Bueno, últimamente los he visto muy unidos, ¿Pasa algo entre ustedes? —Por lo pronto no —comenté, viéndolo directamente al rostro, dándome cuenta que probablemente Francis aparentaba tener más de la edad que en realidad tenía, pues se le veía cansado. —El señor Clark está muy interesado en usted, Colette. Y a decir verdad, odiaría que llegue a romperle el corazón. Nicolás es como un hijo para mí, por lo que, lo único que deseo para él, es su felicidad. Aquellas palabras me habían impresionado, pues en realidad nunca esperé que Nicolás fuese tan importante para ese hombre. En realidad Francis lo apreciaba. —No entiendo qué quiere decirme con esto —musité, un tanto asustada y confundida.

—Lo que quiero decir, es que si en realidad no pretende permanecer mucho tiempo en la isla, por favor, no permita que él se enamore de usted. Tragué saliva con fuerza mientras asentía. Mierda, nunca lo había pensado de aquel modo. Amaba ese lugar, y de forma lamentable para mí, estaba muy interesada en Nicolás, me gustaba muchísimo, pero por otra parte estaba el maldito contrato. —Yo la verdad no sé qué hacer —le comenté, dejando salir lentamente la respiración—, está el contrato, además, si Nicolás se entera de la verdad de la llegada a su vida, posiblemente me odiará. —Colette —habló Francis con mucha paciencia, sus ojos color miel enfocándome con dulzura—, el contrato usted lo firmó conmigo, y no con el señor Nicolás, así que no ha incumplido ninguna de las cláusulas, al menos que se haya enamorado de mí —rio el hombre, haciéndome reír en el proceso. ¡Santo cielo! Eso era verdad, nunca había firmado nada con Nicolás, lo que hacía que en ese instante una gran tranquilidad se apoderara de mí; desde un principio estaba trabajando para Francis y no para él. Sonreí y negué con la cabeza, incapaz de creer que estuve preocupada mucho tiempo por esa razón sin tener ningún sentido. ¡Nicolás no era mi cliente! ¡Francis lo era! —Además, si al final decide quedarse, pienso que acá podemos guardar el secreto, el joven Nicolás no tiene por qué enterarse que usted fue contratada para darle compañía — Francis estiró una mano y me dio un pequeño golpecito en el hombro—, ahora vaya, que Nicolás la espera. —Gracias, Francis. Hablar con usted me ha hecho sentir más tranquila —terminé diciendo antes de comenzar a caminar hacia el living.

*** —Ahora como mi asistente personal, deberás de ayudarme a planear la fiesta benéfica que mi madre organizaba cada año —me comentó Nicolás, mientras caminábamos con nuestros pies descalzos sobre la arena. —¿Ah sí? Christian nunca me mencionó sobre ello. —Eso es porque mi madre ya no está, supongo que pensaron que ya yo no tendría por qué seguir con esa tradición, pero pienso que es una forma de mantener viva la memoria de mi madre —explicó, un deje de tristeza se marcó en su mirada al mencionar aquellas palabras. Me entristecía no saber qué decir cuando la nostalgia lo invadía, la muerte de sus padres había sido bastante reciente, por lo que, entendía que aún existieran momentos de debilidad, a pesar de estar haciendo un gran esfuerzo por levantarse. —Vamos a hacer una gran fiesta, no te preocupes —dije, tratando de hacerlo sentir mejor—, ya mañana me explicarás todo lo que debo de hacer. Él me miró y sonrió de medio lado. —Espero poder concentrarme, pues teniéndote cerca, me será un poco difícil. Con solo verle, me era difícil no recordar que esa tarde me había dicho que le gustaba, ni siquiera pude contestar, pues no estaba acostumbrada a que los hombres me vieran más allá que un objeto sexual (a excepción de Alessandro, por supuesto) y ahora, aquella confesión de Nicolás, realmente me había dejado sin palabras.

—Bueno, si me trajiste a la playa a hablar de trabajo, creo que mejor nos hubiésemos quedado en casa —comenté, caminando de espaldas para quedar frente a él. —¿Ah sí? ¿Qué propones entonces? Levanté los hombros, restándole importancia, después me detuve para comenzar a quitarme la ropa. —¡Hay que nadar! —exclamé antes de comenzar a correr hacia el agua. En cuanto el agua hizo contacto con mi cuerpo, sentí muchos escalofríos recorrerlo ante lo fría que se sentía a esta hora. Froté ambos brazos con mis manos dejando de caminar, el agua ya me llegaba hasta la cadera, y no quería avanzar, justo en este instante quería regresarme a la orilla, pues me había dado cuenta que entrar al mar en horas de la tarde, no era la mejor de las ideas. —¿Qué pasa, Simons? ¿Acaso le tienes miedo al agua? Chillé en cuanto sentí los brazos de Nicolás rodear mi cuerpo mientras me impulsaba para cargarme. Me encontraba tan absorta en el frío que sentía, que no me había percatado en el momento en que él se había acercado. —¡Para, Nicolás! ¡Por favor no lo hagas! —pedí mientras él reía sin parar al seguir entrando al agua. Justo cuando había llegado a un buen punto de profundidad, él saltó, hundiéndonos por completo. Tan solo me había dado tiempo de respirar profundo al ser sumergida, ya bajo el agua, él me soltó para solo tomar una de mis manos y después jalarme hacia su pecho desnudo. En cuanto nuestras cabezas salieron nuevamente a la superficie, me miró con diversión.

—¿No querías nadar, Simons? —Hace mucho frío —comenté sin dejar de temblar. El agua estaba tan calma, que lo único que faltaba para hacerla perfecta, era que tuviera otro tipo de temperatura. Miré a mi alrededor, dándome cuenta de lo increíble que era tener toda una playa para estar solos. Quizás la sonrisa que le siguió a ese pensamiento, hizo que Nicolás se diera cuenta en lo que pasaba por mi cabeza; sus manos se envolvieron en mi cintura, arrastrándome más hacia él, subí las mías y las enredé en su cuello, dedicándome a verlo directamente a ese par de perlas azules que tenía por ojos. —¿No es increíble tener una playa privada? —inquirió justo antes de chocar sus labios con los míos. En ese momento, todo el frío que sentía se fue tan rápido a como había llegado, pues justo ahora mi atención estaba en lo suaves que se sentían los labios de Nicolás contra los míos. Sus labios se movían en sincronía con los míos, era como si el creador los haya hecho para que ambos calzaran como perfectas piezas de un rompecabezas. Su lengua se abrió paso dentro de mi boca, ocasionando que mi cuerpo comenzara a ser traspasado por innumerables escalofríos, me pegué más a su cuerpo, si aquello en aquel momento era posible. En ese instante, al sentir la ternura con la que me besaba y me abrazaba, me di cuenta que me estaba enamorando de Nicolás de una peligrosa manera, y de corazón deseaba no tener que llegar a terminar con todo aquello que mi cuerpo y alma comenzaban a sentir por él. Me separé por unos instantes para poder tomar aire, le sonreí mientras lo observaba.

—También me gustas, Nicolás —dije en respuesta a la frase que me había dicho en la tarde. 

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Capítulo XVI. “Planeando una gala de caridad”-La compañía del millonarioDreame Me encontraba sentada frente a mi nuevo escritorio (el cual se encontraba ubicado en un cubículo cerca del sitio de trabajo de Christian),  revisando la lista que me había facilitado Nicolás, de posibles asistentes a la gala; Christian se encontraba sentado a mi lado, quien de forma amable se ofreció a ayudarme. Nicolás se había encerrado en la oficina desde que llegamos en la mañana, ya habían pasado las 12 del mediodía, y no había salido ni siquiera para ir a almorzar, lo que comenzaba a preocuparme, pensé que estaría bien que regresara a la empresa, pero tal parecía que le estaba afectando. —El señor y la señora Andrade, son grandes donantes, siempre fueron de los primeros en la lista de invitados de la señora Clark —mencionó Christian, mostrándome los nombres en la lista. Tomé el resaltador amarillo y lo pasé sobre sus nombres. —Muy bien, pues estarán invitados este año otra vez. —¿Y ya ha pensado cuál institución será la beneficiada este año? —indagó él, sin dejar de señalarme nombres con su dedo. Lo miré de medio lado, para después concentrarme en seguir marcando los nombres. —¿Eso también tengo que decidirlo yo?

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—Eres la asistente personal del señor Nicolás, y te ha encargado la gala benéfica. —¿Me creerías si te confieso que nunca he hecho algo como esto? He estado en varias galas, pero nunca las he planeado —dije riendo, sintiendo como la frustración comenzaba a apoderarse de mí. Cuando Nicolás me pidió que lo planeara, nunca esperé que fuese tan complicado, pues solo imaginé que se trataría nada más de buscar a alguien que pusiese algo de música, y alguien más que preparara unos bocadillos, pero toda la lista que me había entregado por la mañana, no se comparaba con nada con lo que había imaginado. —¿Hay algún orfanato en la isla? —pregunté, en cuanto la idea surgió en mi mente. —Rayito de Luz y Ternuras del Cielo —asintió, mientras mencionaba sus nombres. —Bueno, pues este año las donaciones irán a ambos orfanatos —aseveré, me fue difícil no sentir emoción al saber que podía hacer algo por ayudar a los niños que no tenían un padre o una madre para que los cuidara. —Tu debilidad son los niños ¿No? —sonsacó. Solo levanté los hombros, restándole importancia. No me gustaba compartir mi vida personal, por lo que, no era necesario que él supiera que en efecto, mi debilidad eran los niños abandonados, por el simple hecho de haber sido una de ellos. —¿Y estos nombres? —inquirí, al ver los nombres de Emiliano y Maximiliano Zapata, marcados de color rojo.

—¡Oh! Los hermanos Zapata —dijo, con un deje de diversión—, a Nicolás le encantará que les envíes una invitación. —¿Por qué están marcados en rojo? —Porque son invitados estrella. —Bueno, pues hay que enviarles una invitación. Christian frotó sus manos la una contra la otra y luego las llevó hasta su boca, era como si en ese instante, considerara oportuno guardar silencio, después se puso de pie y estiró sus manos sobre su cabeza. —Tengo hambre, ¿Vamos a almorzar? —Claro, por lo que veo Nicolás ya no saldrá de la oficina — alegué, volteando los ojos. Me puse de pie y seguí a Christian hacia el ascensor, pero poco antes de poder entrar, Lucía, la encargada del área financiera, me detuvo. —Jefa, disculpe que la moleste —aseveró, caminando con rapidez hacia mí—, es que necesito que por favor revise estos documentos y los pueda firmar. La observé y luego le sonreí. —Lu, me temo que ese puesto es el que ahora ocupa Nicolás. Ella dejó salir un lento suspiro, acomodó su cabello oscuro tras las orejas y desvió la mirada. —He intentado comunicarme con él durante toda la mañana, pero no me ha recibido. Y la verdad, es que necesito que me dé el visto bueno para así contactar a los proveedores, nos estamos quedando sin mercadería.

Mordí mi labio inferior, dirigiendo la mirada hacia la puerta cerrada de la oficina de Nicolás. ¿Qué carajos estaba ocurriendo con él? ¿Acaso estaba actuando como el tipo jefe gruñón que no atiende a sus empleados? Sabía que debía de ir a confrontarlo para pedirle una explicación, pues si había decidido regresar, debía de ser responsable con sus deberes. Pero arrugué la cara en cuanto mi estómago me reclamó por comida. —Hagamos algo, Lucía. Déjalos sobre mi escritorio, y en cuanto regrese de almorzar, los reviso, ¿Vale? —Claro, jefa. Muchas gracias —respondió la chica, dedicándome una sonrisa antes de darse la vuelta y caminar hacia mi cubículo. Entré al ascensor y presioné el número uno. —No vas a dejar de ser la jefa muy fácil, ¿Eh? —Ni lo menciones —dije, volteando los ojos. Estuvimos en el restaurante por al menos una hora, mientras disfrutábamos de un plato de mariscos, estuvimos comentando sobre las galas benéficas de años anteriores, Christian me contaba cómo había sido cada una para que así me hiciera una idea de cómo podría ser la de este año. Ya con todo lo que había escuchado, ya me había quedado una imagen en mi cabeza, ahora lo único que debía de hacer, era poner en práctica todo eso. Podía imaginar a un pequeño grupo tocando música clásica en medio del salón, además de meseros llevando copas de vino a los presentes mientras charlan entre sí, además, del posible discurso que podría dar Nicolás en honor a sus padres, y al finalizar la noche, el recuento de todo lo donado hacia ese par de instituciones.

—Estás un poco distraída. —Solo pensaba en cómo sería esa noche, creo que podría solicitar un salón cerca de la playa para tener el sonido del mar del fondo —le comento, imaginando también la brisa fresca que llegaría desde la playa. —Eso sería estupendo, nunca lo han hecho cerca de la playa — arguyó Christian, para después dar un sorbo a su coca cola—, creo que Nicolás es afortunado al tenerte a su lado, pues además de guapa, eres inteligente y trabajadora. Moví mi dedo índice en círculos frente a mi rostro. —Recuerda que hasta hace poco aún era tu jefa, así que cuidado con lo que hablas. Él se echó a reír mientras negaba con la cabeza. —¡Lo siento! ¡Lo siento! *** Cuando subí nuevamente a la oficina, tomé los documentos que Lucía me había dejado sobre el escritorio y me dirigí hacia la oficina de Nicolás, era hora de verle y saber que era lo que pasaba con él. Toqué un par de ocasiones, escuché un leve ¿Sí? Provenir desde el interior. —Nico, ¿Puedo pasar? —pregunté, sosteniendo fuerte los documentos entre mis manos. —Por supuesto —respondió. Abrí la puerta y entré, cerrando tras de mí. Él se encontraba frente a su computadora, completamente concentrado en aquello que estuviese revisando.

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda? —indagué, acercándome a él para así sentarme en el sofá frente a su escritorio. Él cerró su computadora y me observó, una pequeña sonrisa se marcó en sus labios, lo que hizo que me llenara de paz al sentirme que estaba frente al mismo Nicolás de siempre. —Lo estoy, solo revisaba todo el trabajo que hiciste en mi ausencia. —¿Ah sí? ¿Encontraste alguna falla? —cuestioné mientras levantaba una ceja, en forma de reto. —Negativo —contestó—, eres perfecta, en todos los términos. Torcí una sonrisa mientras colocaba los documentos sobre su escritorio. —Exageras solo porque quieres meterte en mi cama otra vez. —Sí, seguro es eso —comentó como si nada, echándose a reír —. Miré que despediste a Patrick Evans. —Le estaba robando a la empresa —dije, recordando ese amargo momento cuando despedí a ese tipo, pues sin lugar a dudas la mirada de odio que me había dedicado, me había asustado. —Y aún dices que no eres perfecta. —Nadie es perfecto, Nico. Yo más que nadie cometo errores — sonreí—, ahora por favor, revisa esos documentos. Lucía los necesita pronto. —Así que también eres mandona. Me eché a reír y golpeé ligeramente la esquina de su escritorio con mis dedos.

—Basta, Nico. —Primero quiero ir a almorzar, tengo mucha hambre. ¿Vienes conmigo? —¡Oh! Acabo de ir con Christian, también moría del hambre y tú no salías de la oficina. Un deje de decepción cruzó su mirada, incluso, su sonrisa se esfumó a la misma velocidad en la que había llegado. Luego asintió. —Entiendo, supongo que tendré que almorzar sin compañía en esta ocasión —comentó, poniéndose de pie. Lo acompañé, y justo cuando intentó caminar hacia la puerta, me detuve enfrente. Sus ojos azules se cruzaron con los míos. —¿Seguro que estás bien? —Estoy mejor ahora que viniste —contestó, acercándose a mí para pegar su frente contra la mía—, confieso que estar en la oficina de mi padre, ha sido muy difícil, quizás por eso he actuado como un ogro toda la mañana. Cerré los ojos y dejé salir lentamente la respiración. —Te entiendo, y tus empleados también deberán entenderte y tenerte paciencia hasta que te adaptes. Por lo pronto, sabes que puedes contar conmigo. —Y eso es lo único que necesito en este momento —dijo, envolviéndome en sus brazos—, contar contigo es lo que me está ayudando a mantenerme en pie. No tienes idea lo difícil que fue ni siquiera tener la oportunidad de despedirme. Un pinchazo atravesó mi corazón al escucharlo decir aquello, claro que debió de ser difícil, sus padres habían explotado en el aire, por lo que, ni siquiera tuvo un par de cuerpos a los

cuales poder decirles adiós. Envolví mis manos en su cintura y lo abracé con fuerza, detestaba sentir esos momentos de debilidad que invadían su vida cuando pensaba en esa tragedia, sabía que nunca iba a olvidar lo ocurrido, pero al menos esperaba que se acostumbrara a ello y pudiera vivir con el recuerdo. —Anda, ve a almorzar que yo iré revisando esos documentos por ti —argüí, separándome levemente. Él besó mi frente y después asintió. —¿Quieres que te traiga algo? —¡Sorpréndeme! —terminé diciendo antes de que terminara por irse. Regresé a sentarme y tomé los documentos para así comenzar a revisarlos de forma minuciosa. Un cierto temor me invadía al pensar en lo que ocurriría en un futuro con Nicolás, aún no éramos nada serio, solo nos habíamos confesado que nos gustábamos, pero, el miedo de echarlo todo a perder y lastimarlo más de lo que ya estaba era lo que me carcomía por dentro. Temía que Nicolás no fuese a entender sobre la razón de mi presencia en su vida, por eso deseaba desde lo más profundo el hecho de que por favor, nunca se enterara. 

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Capítulo XVII. “Una Colette diferente”La compañía del millonario- Dreame Los días transcurrieron entre planeaciones de la Gala, y juegos nocturnos con Nicolás. En alguna que otra ocasión, intercambiábamos largas sesiones de besos tendidos en la arena, pero después de ello, tal parecía que él estaba actuando como todo un caballero, pues cuando los besos comenzaban a transformarse en caricias que encendían todo a su paso, él ponía distancia, deteniéndose por completo, lo cual no le veía sentido pues moría por las ganas por sentir su cuerpo desnudo pegado al mío. Cuando estábamos en la empresa, actuábamos como dos profesionales, nuestras conversaciones se basaban solamente en el trabajo, en parte sentía que era lo mejor, pues verle todos los días en traje formal, hacía que me calentara y fantaseara con quitárselo en su oficina. Me estaba volviendo loca, en parte lo entendía, pero es que para nadie era un secreto que Nicolás Clark estaba buenísimo, y además de ello, el sujeto sabía cómo tratar a una mujer, lo cual era la parte que más amaba de él. Me encontraba sentada frente a mi escritorio, terminando de diseñar la invitación para la gala que comenzaría a enviar por la tarde, cuando una idea había invadido mi mente; desde que llegamos en la mañana a la oficina, Nicolás se había encerrado en su oficina para una reunión con unos inversionistas, ya habían pasado las dos de la tarde, por lo que, suponía que debería de estar agotado, por lo que, si yo podía entretenerle, lo haría con gusto.

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Tiré mi silla hacia atrás y crucé mis piernas, permitiendo que la falda gris que me había puesto esa mañana, se arrollara un poco. Tomé mi celular y tomé una foto de mis muslos, busqué el número de Nicolás y le di a enviar a la foto.

“No tiene idea de lo mucho que sueño con estar sentada sobre su escritorio en este momento, señorito Clark” De inmediato, el mensaje se marcó como leído, lo que me hizo torcer una sonrisa. ¿Así de entretenida estaba la reunión para que el señorito estuviese atento a su teléfono? Pude ver la palabra “escribiendo” lo que me hizo reír más. —Te ves muy entretenida, ex jefa —dijo Christian, viéndome a través de la fina pared que dividía mi cubículo del suyo. —¿Qué cosas dices? —comenté, restándole importancia—, vuelve al trabajo que te encargué, plebeyo. Él rió mientras hacía una ridícula reverencia. —Como ordene, su alteza. Mi teléfono me mostró un nuevo mensaje, lo tomé enseguida y lo abrí. Mis pulmones se quedaron sin aire ante lo que mis ojos leyeron.

“Les daré un minuto más, si no terminaré por echarlos, pues mi entrepierna también clama por ese momento, señorita Simons”. Mordí mi labio inferior mientras sentía como mi centro se tornaba un poco húmedo, quería golpear mi cabeza sobre el escritorio por sentirme de aquella manera con solo intercambiar un par de mensajes con Nicolás. En teoría, no

debería de ser así, es más, nunca me había animado a hablarle a Alessandro de aquella manera, ¿Por qué ahora con Nicolás todo me salía tan natural? Él tenía razón, no había terminado de transcurrir un minuto, cuando la puerta de su oficina se abrió, lo observé despedirse con amabilidad de los cuatro hombres que lo acompañaban; cuando le tendió la mano al último, volteó a mirarme, una sonrisa lobuna se instaló en su rostro, lo que ocasionó que mi cuerpo se estremeciera de inmediato. —Señorita Simons, ¿Tiene los informes que le pedí? —me preguntó en voz alta, ocasionando con ello que muchos de los empleados se giraran a verlo. Tragué saliva con fuerza, ni siquiera podía gesticular una sola palabra en aquel momento. —Eh… sí, ya están listos —indiqué, tratando de sentirme segura. —¿Me los puede traer, por favor? —Por supuesto —asentí. Me puse de pie, tomando un folder vacío que tenía sobre el escritorio. Lo apreté entre mis dedos y luego lo seguí hasta su oficina. En cuanto estuvimos dentro, cerré la puerta y le puse el pestillo, suspiré, antes de volver a girarme. Justo cuando lo hice, me encontré con él, quien ni siquiera me dio tiempo de respirar. Su boca invadió la mía con fiereza, mordiendo, succionando… sus manos llegaron hasta mi espalda donde de a poco las bajó hasta posicionarlas en mi trasero, donde me dio un leve apretón para después impulsarme y hacer que envolviera mis

piernas en su cintura. Rodee su cuello con mis manos y me dejé guiar por él, pues en ese instante, parecía ser una pobre niña novata que le costaba llevarle el ritmo. Nicolás me llevó hasta el escritorio, donde me acomodó en el borde de esto y luego se retiró. Me miró con ojos vidriosos, su respiración estaba agitada. Mordí mi labio inferior al ver lo sexy que se veía cuando se encontraba excitado. —No es justo que me provoques de esa forma, Simons — volvió a besarme—, pierdo el control contigo —sus manos acariciando mis muslos descubiertos. —A mí me encanta cuando pierdes el control —jalé de su corbata, arrastrándolo hacia mí, separé mis piernas y permití que él se acomodara entre ellas—, porque amo perder el control contigo —después lo besé. En aquel momento, rogué para que aquellas paredes fuesen tan gruesas, para que nadie fuese a escuchar lo que ahí ocurría. En mi interior sabía que era una locura, de la cual nunca había sido capaz de hacer. Siempre fui muy cohibida en mi antigua relación, muy distinto a lo que ahora me pasaba con Nicolás (a pesar de que aún no éramos una pareja formal), pero ahora, me sentía mucho más sensual de lo que podía haber llegado a sentirme antes de conocerlo. Me sentía deseada por él, y me encantaba sentirme de aquella manera. Sus manos se arrastraron por debajo de mi falda, donde enseguida comenzó a arrastrar mi ropa interior hacia abajo; lo sentí desabrochar sus pantalones para después bajarlos lo necesario. Dejó de besarme, separándose unos milímetros de mí, solo para buscar un condón en su billetera y colocárselo. —¿Estás segura? —preguntó, su mirada inyectada en deseo. Envolví mis piernas en su cintura y lo arrastré hacia mí, hasta que nuestros centros se rozaran de forma delicada.

—¿Aún tienes dudas? —después solo dejé que él entrara en mí. Lo observé morder su labio inferior con fuerza mientras cerraba sus ojos, lo que me hizo reír, probablemente se estaba conteniendo de hacer algún ruido para no exponernos, lo que me pareció un acto sumamente tierno. Nicolás comenzó con suaves movimientos, para después aumentar el ritmo hasta estarse hundiendo con rapidez. Me sostuve de sus hombros, tratando de llevarle el ritmo. Su mirada clavada en la mía, mis uñas hundiéndose en su piel. Cómo era posible que un chico al que llevaba un poco más de dos meses de conocer era capaz de hacerme sentir lo que mi ex novio, con ocho años de relación, nunca fue capaz de hacerme sentir. Estaba jodida, lo sabía, pero aceptaba estarme enamorando muy rápido de Nicolás Clark. Sus labios me invadieron justo en el momento en que ambos llegábamos al orgasmo. Una enorme sonrisa había quedado marcada en mis labios al sentir como el sudor bajaba por los costados de mi rostro. Él sonrió, descansando su frente contra la mía, besó mi nariz y suspiró. —Me traes de cabeza, Colette Simons —farfulló. —El sentimiento es mutuo, Nicolás Clark.

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Capítulo XVIII. “El remitente misterioso”-La compañía del millonario- Dreame Cuando salí de la oficina de Nicolás, no me inmuté por las miradas llenas de diversión que me dedicaban algunos de los presentes, quienes sonreían por lo bajo y trataban de disimular. Era obvio que iban a darse cuenta sobre las razones de mi reciente visita a la oficina de Nicolás, pero la verdad es que no me importó, simplemente caminé derecha y con mi frente en alto, no me iba a sentir avergonzada tras haber hecho el amor con el chico que me gusta en su oficina, no era algo ilegal después de todo, por lo que, lo que opinaran los demás, me tenía completamente sin cuidado. De hecho, cuando pasé cerca del cubículo de Perla, me detuve frente a ella y la miré a los ojos, de todos, esa era la única persona que tal parecía tenía ganas de arrancarme la cabeza, por lo que, simplemente le sonreí y me incliné un poco sobre ella. —Dime, Perla. ¿Mi cabello si está bien acomodado? La chica tuvo que contenerse de no rodar los ojos, pues al final simplemente asintió en mi dirección. —Luce perfecta como siempre, señora. —Muchas gracias, cariño. Hubiese odiado echar mi peinado a perder —le guiñé un ojo y terminé de llegar a mi cubículo. Cuando tomé mi lugar, Christian se encontraba mirando en mi dirección, con una sonrisa marcada en su rostro. —Se le ve diferente, jefa. Prohibido vender instagram: @edenklaynd

Fue hasta ese momento, lejos de la mirada de los demás, donde me sentí sonrojar. No podía creer que haya sido tan evidente en lo que había hecho minutos atrás con Nicolás, y a pesar de no sentirme avergonzada por ello, el solo imaginarlo lograba que mi rostro se pusiera caliente. Solo le sonreí para luego bajar la mirada hacia mi escritorio, donde me percaté de un sobre que antes no estaba ahí. —¿Quién dejó esto? —levanté el sobre al preguntarle a Christian. —¡Oh! El mensajero pasó hace unos diez minutos y lo dejó ahí. Lo revisé por ambos lados, solo se encontraba impreso el nombre Colette Simons en letra cursiva. Fruncí el ceño mientras me dedicaba a abrirlo, adentro se encontraba una hoja blanca doblada a la mitad, cuando la abrí, no podía dar crédito de lo que estaba presenciando. Por medio de recortes de periódicos, había un mensaje que me había dejado helada: “Cuida de tus espaldas” Cuatro pequeñas palabras que me habían dejado con mi respiración estancada en mi pecho, un escalofrío recorrió todo lo largo de mi columna vertebral ante aquella posible amenaza. ¿Quién querría hacerme daño en aquel lugar? ¿Sería una broma por parte de Perla? Al pensar en aquello último, había sentido un pequeño alivio. ¡Pues claro! No podía haber otra persona capaz de tratar de amenazarme. Perla me acusaba de haberle quitado a Nicolás, cuando en realidad ella nunca tuvo nada más que un acostón con él.

La busqué con la mirada; la chica se veía inmersa en su computadora, lo que me hizo enojar aún más. En seguida me puse de pie y caminé hacia ella con el sobre entre mis manos. —Ven conmigo —farfullé, en cuanto su mirada se encontró con la mía. La duda cruzó su rostro, pero aun así, se puso en pie y me siguió hacia el elevador sin decir una sola palabra. Cuando estuvimos dentro, detuve el elevador para que no fuese a ningún otro piso. —¿Crees que es gracioso, Perla? —indagué, sintiendo como la rabia me carcomía por dentro. —¿Qué es lo que debe de ser gracioso? —preguntó con incertidumbre. —Ahora vas a decirme que no has sido tú quien me ha enviado esto —le mostré el papel, sus ojos se abrieron como platos mientras negaba con la cabeza. —Señora… ¿En serio me cree capaz de algo así? Su mirada irradiaba temor mientras se clavaba en la mía. —¿Por qué lo haría? Necesito este trabajo y no haría nada para ponerlo en riesgo. Eso verdaderamente tenía sentido. Dejé salir lentamente la respiración y dirigí la mirada hacia arriba, el temor se había instalado nuevamente en mí, haciéndome dudar sobre si aquello era una verdadera amenaza o simplemente alguien quería hacer una broma. —Has hablado pestes de mí —dije más calmada.

—Sí, lo sé —aceptó, apoyando su espalda en el otro extremo—, pero eso ha sido simplemente porque siento celos de que Nicolás nunca me miró a como la mira a usted; pero de ahí a enviarle una amenaza, hay un trayecto muy largo. Le creía, no tenía ninguna duda de que aquella chica estaba diciendo la verdad; había revisado su expediente y sabía que pertenecía a una familia de clase baja, vivía con sus padres y un hermano pequeño, por lo que, ella era la única responsable de llevar el sustento a ese hogar. —Te creo —acepté al final—, te pido una disculpa por haberte acusado. —La entiendo, señora —respondió de forma calmada—, no debe de ser bonito de recibir este tipo de bromas. —Sí, eso es lo que debe de ser, una broma —asentí, tratando de convencerme—, hazme un favor, Perla. Que esto no salga de aquí, ¿Quieres? Solo debe de ser algo sin importancia. —¿Está segura? Debería de indagar en ello, solo para estar tranquila. —Con todo lo de la gala, no tengo tiempo para ello, será mejor que olvidemos este incómodo momento y continuemos con nuestro trabajo —le sonreí en modo de disculpa otra vez. —Como usted diga, señora. —Nada de señora, Perla. Llámame Colette, tal vez ahora que hablamos incluso podamos dejar nuestras diferencias de lado para comenzar a tener una buena relación laboral —ella sonrió mientras asentía. Justo ahora, parecía increíble, pero comenzaba a pensar que Perla en realidad era una buena chica la cual simplemente actuaba con el hígado al estar dolida.

—Por supuesto, Colette. También quiero disculparme por haber sido una completa perra al inventar tantos malos rumores sobre usted. Le extendí una mano y ella la estrechó, moviéndola un par de veces. —Olvidémonos de todo esto y comencemos de nuevo, es lo que las personas adultas hacen después de todo —sugerí. —Estoy de acuerdo —respondió sonriendo. *** Ese día me quedé hasta tarde trabajando con Nicolás y Christian en los preparativos de la gala, había puesto punto y final a la tonta amenaza que recibí, al tirarla al bote de la basura. No iba a angustiarme por ello, por lo que, preocupar a alguien más al contarle, no estaba entre mis planes. Los tres nos encontrábamos en la oficina de Nicolás, ultimando los detalles de las invitaciones que había diseñado para después ser enviadas por correo electrónico. Christian mencionaba sobre el posible menú de la gala, mientras que Nicolás fingía ponerle atención a la vez que no dejaba de mirarme. Era un tanto incómodo sentir su mirada en mí mientras yo me dedicaba a revisar las invitaciones, por lo que, al final solo levanté la mirada y le saqué la lengua, indicándole con un pequeño gesto de cabeza que volviera a trabajar. —Entonces, al ser en un salón cerca de la playa, ¿Te parece si el menú ofrece también langostinos, Nicolás? —preguntó Christian, inclinándose sobre el escritorio. Lo observé, pues había puesto una mirada un tanto divertida a la vez que hacía una mueca y volvía a su antigua posición.

—¿Este fue el lugar que bautizaron en la tarde? —indagó, señalando el escritorio. Me eché a reír mientras que Nicolás lo fulminaba con la mirada. —Sí, Christian, me parece que los langostinos estarán perfectos —habló, cambiando la última pregunta de su mano derecha. —¿Qué? Era solo curiosidad, no me mires así —movió sus manos, restándole importancia al asunto—, estoy feliz de que al menos ustedes tengan una vida sexual activa… por lo que veo, muy activa —agregó. —¿Vamos a hablar de la gala, o de tu escases de cogidas? — inquirió Nicolás, la diversión en su mirada era latente al ahora comenzar a molestar a Christian. —Langostinos entonces —confirmó el otro, volviendo a cambiar el tema. Volví a reírme, negando con la cabeza. —Ustedes parecen un par de niños. —Nicolás se ha encargado de joderme la vida desde que estábamos en la secundaria, es un puto grano en el culo, ni siquiera sé cómo lo soportas, Colette. —¿Qué puedo decir? —Inquirí, levantando los hombros—, está bien bueno. Nicolás me guiñó un ojo, a la vez que sonreía con picardía. —Jamás podría discutirte eso —cerró su computadora y se puso de pie—, Christian, puedes retirarte, continuaremos mañana con el trabajo —caminó hacia mí y me extendió su

mano—, ¿Y usted, señorita? ¿Le parece si tenemos nuestra primera cita formal? Sonreí sin poder dejar de ver sus hermosos ojos azules. Mi corazón, latiendo por la impaciencia de poder compartir tiempo a solas con él. —Por supuesto —asentí, tomando su mano para ponerme de pie. —Bueno, yo me voy para mi casa —comentó Christian al levantarse y caminar hacia la puerta—, total, no es como si se me antojase irme de fiesta con ustedes. —Termina de irte, Christian —lo cortó Nicolás, antes de que el otro siguiera haciéndose la víctima. Me reí, mientras él me rodeaba con un brazo para acercarme a su cuerpo. Bajó su cabeza y depositó un pequeño beso en los labios, haciendo sentir aquello como algo tan natural, que me encantaba. —¡Como quieran! ¡Disfruten de una larga noche de fornicación! —después la puerta simplemente se cerró. —¿Te gustan los bolos? —preguntó, su rostro muy cerca del mío. —Nunca he jugado —respondí, encogiéndome de hombros—, pero supongo que podría intentarlo. —Solo tendremos que comprar algo de ropa al llegar — comentó, entrelazando sus dedos con los míos para después caminar hacia la puerta—, porque a decir verdad, esa faldita te queda tan bien, que no soportaría que alguien más opine lo mismo cuando te inclines a tirar la bola.

Dejé escapar una pequeña risa llena de pena. Por supuesto que en eso tenía razón, no era posible poder jugar bolos con falda y tacones. —Eres un tanto controlador, Nicolás Clark —bromeé, recostándome a su brazo cuando ingresamos al elevador. —Solo cuido lo que quiero que sea mío, Colette Simons. 

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Capítulo XIX. “La ex mejor amiga”-La compañía del millonario- Dreame Nicolás le había pedido a Arturo que se regresara a la casa, pues según dijo, también era bueno que ambos pasáramos algo de tiempo a solas, no quería sentirse vigilado para así tener más libertad sin tener que estar bajo la atenta mirada de un custodio. Condujo hasta un enorme salón con un gran estacionamiento en sus afueras, el cual estaba iluminado con hermosas lámparas a sus alrededores; la ruidosa música disco se hacía oír incluso desde que ambos nos bajábamos del auto. En cuanto nos encontramos a un costado del auto, Nicolás llevó su mano hasta la parte baja de mi espalda, después me miró sobre su hombro y me sonrió. En momentos así, es cuando me llegaba a sentir en otra galaxia, todo aquello lo sentía tan irreal, que me daba terror despertar en cualquier momento de aquella fantasía. ¿Por qué me sentía de aquella manera por un chico que llevaba conociendo hacía un poco más de tres meses? ¿Por qué mi cuerpo nunca reaccionó con Alessandro después de ocho años, de la misma manera que suele reaccionar con Nicolás? Después de hacer un exagerado cambio de vestuario (lo que consistía en guardar mi uniforme de oficina en un casillero al reemplazarlo por unos shorts un poco grandes, una camiseta oscura y un par de tenis azules) fui a buscar a Nicolás, quien ya se encontraba en la pista de bolos. Me detuve a unos metros tras él, viendo la forma en que los músculos de sus brazos se contraían en su camiseta al inclinarse a lanzar la

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bola para así derribar cada uno de los pinos. Levanté una ceja y crucé los brazos a la altura de mi pecho, en realidad era bueno, muy bueno… en todos los sentidos de la palabra. —¿Entonces sales con Nicolás? —volteé a mi derecha, ahí, Ella se encontraba recolectando unas toallas de una banqueta, me había hablado sin siquiera voltear a verme. —¿Ella? ¿Trabajas aquí? —pregunté al acercarme a ella. La chica se enderezó y luego me miró con una ceja arqueada. En ese instante noté como un nuevo tatuaje sobresalía por su camiseta, además de que en su ceja izquierda, llevaba un pirsin de argolla. —No todas tuvimos la suerte de crecer en cuna de oro, Colette; tengo que trabajar doble para poder pagar el tratamiento de mi abuelita. Volteé los ojos; no entendía por qué con solo mirarme, todos pensaban que había tenido una vida fácil. Si tan solo se dieran el tiempo en tratar de conocerme, se darían cuenta que todo lo que había conseguido tener, había sido con esfuerzo y mucho trabajo, y todo eso justamente después de haber dejado el orfanato cuando llegué a la edad de 18 años. Pero al final, solo guardé silencio. No tenía por qué tratar de convencer a los demás de lo contrario. —¿Está muy enferma? —indagué, decidiendo que la mejor opción en aquel momento, era preocuparme de la salud de su abuela, en vez de preocuparme por lo que pensaba de mí. —Alzheimer —respondió, regresando su atención a las toallas frente a ella—, cada día empeora un poco más, por lo que, el tratamiento que están intentando con ella para retrasar lo inevitable, es un poco costoso.

—Lo lamento, Ella. Debe de ser terrible —dije con sinceridad. Al escuchar aquello, me hacía agradecer un poco el hecho de nunca haber tenido un núcleo familiar, pues eso me quitaba las preocupaciones de si mi padre, madre o abuelos, enfermaban. De la única que debía de preocuparme era de Jolie, quien gracias al cielo, era una chica bastante buena, la cual no se metía en problemas y cuidaba su salud. Ella levantó los hombros, restándole importancia al asunto. —Entonces… ¿Sí sales con Nicolás? —volvió a preguntar. —¿Por qué lo preguntas? —Porque me sorprende ver al don Juan de la isla, clavado con una sola chica. Dime, ¿Ya te llevó a la casita del árbol? Aquellas palabras resultaron ser un doloroso pinchazo en el corazón. Volteé a mirar a Nicolás, quien al parecer comenzaba a buscarme con su mirada, mordí mi labio inferior al darme cuenta que en realidad no era tan especial para él después de todo, lo que me hacía sentir un tanto molesta y desilusionada. Justo ahora, ni siquiera quería quedarme. Cerré los ojos e inhalé y exhalé lentamente, tratando de controlar a mi desenfrenado corazón; ese músculo que me hacía pensar en muchas teorías a la vez, a tal punto que hacía que mi cabeza doliera. ¿En serio? ¿A cuántas chicas habría llevado a ese lugar? ¿Se habría acostado con todas? ¡Carajo! ¿Cuántas mujeres habrían pasado por aquel sofá? —¿Estás bien, Colette? —moví mi cabeza, concentrándome otra vez al escuchar la voz de Ella otra vez. —¿Cómo sabes eso?

Volvió a encogerse de hombros. —Solía ir a ese lugar con él. —¿Tú y Nicolás…? —¡Oh no! —se apresuró a decir—, éramos mejores amigos en la secundaria, y yo de estúpida que me enamoro de él —rio, doblando las toallas para después colocarlas en una canasta —, solo solíamos ir mucho ahí a ver el atardecer, decía que yo era especial. Me fue inevitable no sentir un poco de paz al escuchar aquello. Por lo poco que llevaba conociéndola, sabía que Ella no era del tipo de persona que solía mentir, por lo que, si ella decía que jamás había tenido nada con Nicolás además de una amistad, le creía. —Nicolás piensa que eres una buena chica —le dije, recordando la vez que lo mencionó, cuando me vio vestida con ropa de su tienda—, ¿Qué pasó entre ustedes? —Que le dije que lo amaba, y él para no herirme, se alejó de mí —terminó de contar como si nada. Sentí algo de pena por ella, debía de ser terrible amar a alguien sin ser correspondido, ni siquiera trataba de comprender lo que pasaría por la mente de Ella al ver a Nicolás; él tenía razón, ella era una buena chica, por lo que, detestaría el hecho de sentirla triste al ver al chico al que amó, al lado de otra mujer. —Colette, sé lo que estás pensando —se apresuró a decir, regresando su atención a mí—, y la verdad, es que me da mucho gusto que Nicolás se haya enamorado de alguien como tú; pues a pesar de ser una francesilla estirada, eres una buena persona —se acercó y tocó mi hombro, lo que me hizo sonreír.

—¿Francesilla estirada? —levanté una ceja, a lo que ella rio. —Me caes bien, Colette. Así que cuídalo, creo que Nicolás ya sufrió demasiado con la muerte de sus padres, por lo que, merece ahora ser feliz—, dicho esto último, la chica tomó la canasta con las toallas y luego caminó en dirección opuesta. La miré hasta que desapareció detrás de un par de puertas azules. Se le veía cansada, lo que hizo que me agobiara el solo hecho de pensar en cuánto tiempo estaría esa carga de llevar los gastos de su familia sobre sus hombros. Ella era una chica joven, por lo que, merecía ser feliz, y no tener que llevar por sí sola una responsabilidad tan grande como aquella. Tendría que ayudarla, algo iba a ocurrírseme. Sacudí la cabeza antes de regresar la atención hacia Nicolás, él me estaba mirando, por su rostro pasaba una reacción llena de dudas, por lo que, me pregunté cuánto tiempo llevaría mirándonos. Al final, solo sonreí en su dirección y avancé hacia él. En cuanto estuve frente a él, me rodeó con un brazo e inclinó su cabeza para mirarme a los ojos. Levanté la mirada y volví a sonreírle, se le veía preocupado. —¿Te molesta si nos vamos? —indagué, dejando salir un lento suspiro. —Ella —dijo, con un cierto reproche—, ¿Qué te ha dicho? Levanté los hombros levemente. —Solo quiero saber algo, ¿A cuántas mujeres has llevado a la casita en el árbol? Él suspiró, después besó mi frente y colocó su barbilla en la coronilla de mi cabeza, mientras me abrazaba con fuerza.

—Solo ha sido Ella, y luego tú. Pero nunca he tenido nada con ella, te lo prometo. —Lo sé —asentí, apoyando mi mejilla contra su pecho—, ella me lo ha dicho. Me fue inevitable no sentir paz al escuchar sus últimas palabras, pues si Ella lo había acompañado hasta ahí, es porque realmente él la quería, pues según supe, aquel sitio era especial para él. —¿Por qué quieres irte? —preguntó en un susurro. —Solo detestaría saber que Ella se siente nostálgica al verte con otra chica. Él sonrió. —Me siento tan afortunado al tenerte a mi lado.  Me separé de él, quien asintió enseguida. —Está bien, vámonos de aquí —susurró. *** Al final, terminamos sentados frente a la barra de un pequeño club, tomando tequila. Resultó ser un sitio agradable, puesto que, al ser pequeño, no había tantas personas. Música electrónica sobresalía de los parlantes, acompañando a las parejas de bailes con un juego de luces de neón, quienes al parecer disfrutaban de ello. Podía asegurar que la música era pegajosa y ya incluso mis pies picaban con terribles ganas de ir a bailar. Volví a girarme a la barra, tomé mi vaso de tequila y lo llevé a mi boca, tomando el contenido en un solo trago. Después tomé un trozo de limón y bebí de su jugo, ni siquiera arrugué el rostro

ante el fuerte sabor de la bebida. Cuando me giré hacia Nicolás, él me observaba con una sonrisa divertida marcada en sus labios, su vaso a medio tomar en su mano. —¿Tienes sed? —preguntó con diversión. Me reí, sintiendo como los efectos de mi cuarto tequila, llegaban hasta mi cabeza. —¡Me declaro adicta al tequila! —Exclamé en voz alta, para que pudiese escucharme a través de la música—, ¿Baila, señorito? Volvió a sonreír, a la vez que se ponía de pie. —¿Por qué no? Terminó de tomar su bebida, para así dejar el vaso sobre la barra. Entrelazó sus dedos con los míos, y luego me guio hacia el centro de la pista. Jamás imaginé que Nicolás supiera bailar tan bien, pues se movía al ritmo de la música con una facilidad, que me dejaba helada. Sus manos recorrían mi cuerpo, acercándome a cada cierto tiempo al suyo. No podía dejar de mirarlo mientras que prácticamente rozaba cada centímetro de mi cuerpo contra el suyo. El sudor comenzaba a correr por los costados de mi rostro, resbalándose por mi cuello hasta desaparecer en mi pecho. Su mirada era tan intensa, que prácticamente hacía que mi respiración se detuviera. Mi cuerpo comenzaba a ser traspasado por innumerables escalofríos al comenzar a desear sentir a Nicolás en todas partes; me estaba haciendo adicta a él, lo cual verdaderamente no era sano para mí. Ya ni siquiera me estaba permitiendo pensar con claridad, pues ese sujeto que no dejaba de mirarme como si fuese la última chica sobre la Tierra, continuaba metiéndose a mi mente con tanta fuerza, que casi no estaba dejando espacio para nada más.

Nicolás Clark estaba comenzando a convertirse en una droga para mí, una sexy droga que querría consumir por el resto de mi vida. Llevé una mano hasta su rostro, para así inclinarlo y estrellar mis labios con los suyos. Deseaba tanto besarlo, que ni siquiera me preocupé por quienes estaban a nuestro alrededor, o lo que dirían después de ello. Me sentía libre, él me hacía sentir libre.

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Capítulo XX. “¿Cómo debo de presentarte?”-La compañía del millonario- Dreame Al final de la noche, había terminado envuelta en las cobijas de la cama de Nicolás, ambos habíamos tomado lo suficiente, por lo que, ni siquiera pensamos en algo más que no fuese descansar. Me dolían los pies después de haber bailado tanto, además de que innumerables náuseas a causa del fuerte tequila me invadían una y otra vez, quitándome por completo las ganas de dormir. Nicolás mantenía sus brazos alrededor de mi cuerpo, descansaba su cabeza cerca de mi hombro, pequeños suspiros salían de sus labios, lo que me hizo envidiarlo al poder logrado conciliar el sueño. Hacía rato había comenzado a llover, pero justo ahora, la lluvia se había vuelto tan espesa, que golpeaba con ferocidad las puertas del balcón, haciéndome temer un poco de la situación. Me gustaban los lugares costeros, pero cuando el clima cambiaba radicalmente, me causaba cierto miedo, ya que mi mayor temor era morir a causas del agua, por lo que, el solo escuchar semejante torrencial de agua, más lo furioso que se ponía el océano a causa de la misma, hacía que me imaginara hasta un tsunami formándose, para después destruir todo a su paso. Me removí algo incómoda en la cama, tratando de alejar aquellos pensamientos que me robaban la paz, necesitaba concentrarme para poder descansar, pero cada vez lo veía un tanto difícil. —¿Colette? —llamó Nicolás con voz soñolienta, al incorporarse un poco en la cama—, ¿Qué sucede, guapa? ¿Estás bien? Prohibido vender instagram: @edenklaynd

Volteé a mirarlo, bajo la tenue luz del exterior, miré como él parpadeaba en varias ocasiones, tratando de alejar el sueño de sus ojos. —Es solo la tormenta —murmuré, escuchando como los rayos comenzaban a estremecer todo cuando caían a poca distancia de ahí. —¿Qué pasa con la tormenta? ¿Le temes? —Es el mar, en sí. Él sonrió, después acercó sus labios hasta mi cabeza y depositó pequeños besos ahí. —No sabía que le temieras a algo. Puse los ojos en blanco. —Todos tenemos temores, Nicolás. —Sí, el mío ahora es perderte —murmuró, descansando su barbilla en la coronilla de mi cabeza. Cerré los ojos y suspiré, acariciando levemente su brazo. —No conocía esta parte tierna de su parte, señorito Clark. Él sonrió. —Solo porque no había encontrado con quien usarla. Me fue inevitable no sonreír ante aquello, ya inclusive me había dejado de preocupar la feroz tormenta que azotaba sin piedad. Me sorprendía la facilidad con que podía llegarme a sentir a salvo con Nicolás. —¿Quieres contarme por qué Ella está tan enojada contigo?

Dejó salir lentamente su respiración, después bajó su mano hasta entrelazar sus dedos con los míos. —Ella siempre fue una chica insegura, la conozco desde que íbamos a la escuela primaria. Siempre me agradó, pues me divertía ver sus extraños diseños que realizaba en su cuaderno, diseños que creo que ahora los anda tatuados en su piel —comentó, dejando salir una pequeña risilla—, en la secundaria nos volvimos mejores amigos, hacíamos todo juntos, inclusive con el idiota de Christian; pero nunca le di a entender que me interesaba como algo más que una amiga, por lo que, cuando ella me dijo que me amaba, no supe de qué forma reaccionar. No quería lastimarla —hizo una pausa, besando mi cabeza otra vez—, así que solo le dije que siempre iba a ser importante para mí, pero que no podría amarla de la misma manera en la que ella lo hacía conmigo, por lo que, solo me alejé, no quería ilusionarla más.  —¿Y no la extrañas? —Cada día —confesó, haciendo círculos en la palma de mi mano con sus dedos—, Ella es una excelente persona, sabe escuchar sin juzgar a los demás. Me fue inevitable no reírme, a la vez que negaba con la cabeza; eché un vistazo a las puertas corredizas, donde la lluvia se había vuelto tan espesa, que ni siquiera se podía ver al exterior. —No me pareció eso el día que la conocí —murmuré, acercándome más a su pecho en busca de refugio—, dijo que le parecía una francesa, fresa y presumida —puse los ojos en blanco al recordarlo. —Bueno, en su defensa yo también lo pensé la primera vez que te descubrí mirándome por el balcón.

Volví a reírme, me acosté bocabajo y apoyé mis brazos sobre su pecho para así poder mirarlo. —Eso no es verdad, fuiste tú quien me miró primero, además, fuiste tan repugnante, que ni siquiera entiendo como lograste al final meterte entre mis piernas. —Supongo que tengo mi encanto —bromeó—. Ahora, ¿Qué tal si vamos a ver esa lluvia más de cerca? —¡No! Estamos bien desde aquí. Me sujeté con fuerza de sus hombros, tratando a toda costa que ni siquiera lograra moverse de la cama, lo cual fue completamente inútil, pues Nicolás logró levantarse entre risas, llevándome con él. —Venga, Colette. No es como que vayamos a derretirnos por un poco de agua. Me jalé como si fuese una niña pequeña, tratando de evitar acercarnos a la puerta, pero no lo conseguí, obviamente, la fuerza de Nicolás era superior a la mía. —¡Vamos! No va a pasarnos nada, ¿Nunca te has mojado con la lluvia? —¡No a esta hora exactamente! Un fuerte viento me impulsó un poco hacia atrás en cuanto Nicolás abrió las puertas corredizas, me fue inevitable no dejar salir un pequeño chillido, pues se sentía tan frío, que incluso me hizo retroceder y esconderme tras él. Él me abrazó y poco a poco nos condujo hacia el exterior, donde en pocos segundos, nos encontrábamos completamente empapados. Me reí ante lo loco que podía ser

Nicolás cuando se lo proponía. Pasé mis manos por mi rostro, alejando la cantidad de agua que me golpeaba y que incluso me dificultaba ver. —¿Entonces este es tu paraíso, Nicolás? —¡Con todo y sus tormentas! Con la misma rapidez con la que me había hecho salir, me hizo entrar, cerrando tras de sí para poder dejar ese torrencial aguacero atrás. Ambos nos reíamos mientras nos despojábamos de nuestras ropas mojadas. —Estás loco, y no entiendo cómo eres capaz de arrastrarme en tus locuras. Me guiñó un ojo, quitándose su camiseta con lentitud, su mirada siempre clavada en la mía. —Por ti es que lo estoy —habló en voz baja, acercándose a mí. Pasó sus dedos entre las hebras mojadas de mi cabello, para después descansar la palma de su mano contra mi mejilla. —Entonces… ¿En qué momento puedo comenzar a presentarte como mi novia? Sonreí, sin poder dejar de mirarlo. Inclusive me había olvidado del frío que traspasaba mi piel a causa de lo mojada que estaba, pues en aquel momento, me estaba sintiendo en mi propio paraíso. —¿Novia? —pregunté, tratando de no haberme equivocado en lo que escuché. —Sí —respondió con seguridad, bajando levemente su cabeza —, ¿Quieres ser mi novia, Colette Simons?

Envolví mis manos en su cuello. Con cada inhalación que daba, trataba poder controlar los latidos de mi corazón, los cuales se sentían tan fuerte, que temía que mi pecho quisiera explotar en cualquier momento. En aquel instante, mientras sentía como el agua que se escurría de mi cabello mojado pasaba por los costados de mi rostro hasta desaparecer bajo la poca ropa mojada que aún tenía, me di cuenta que verdaderamente me había enamorado de Nicolás Clark. —Sí —respondí, terminando de acortar el poco espacio que aún existía entre nosotros, para así besarlo. Sus labios comenzaron a moverse con tal delicadeza, como si temiera lastimarme, mientras nuestros labios se movían en sincronía, era capaz de sentirlo sonriendo, su corazón palpitaba con fuerza contra mi pecho, lo que llegaba a emocionarme aún más. Nicolás me amaba, estaba segura de ello, por lo que, ahora mi mayor miedo era echarlo todo a perder. Poco a poco, nuestros pequeños y delicados besos, comenzaron a ser efusivos y demandantes, nuestras lenguas comenzaron a danzar la una con la otra, lo que hacía que mi cuerpo fuese recorrido por un sin número de descargas de deseo. Prácticamente terminamos por arrancarnos nuestra poca ropa, para después terminar tirándonos a la cama en vueltos en besos y caricias. Esa madrugada, había hecho el amor con Nicolás a como nunca lo había hecho: delicado, tierno, despacio… sin apresurarnos a terminar, simplemente nos dedicamos a disfrutarnos el uno al otro, observándonos, acariciándonos, besándonos, con lentos movimientos que me hacían llegar al cielo. Cuando llegué a la isla y lo miré por primera vez, jamás pasó por mi mente la idea de terminar en una cama con él, y mucho menos terminar enamorándome de él, pero justo ahora, al

escuchar pequeños jadeos abandonar sus labios al igual a como otros abandonaban los míos cuando comenzábamos a llegar al orgasmo, me convencí de que Nicolás había nacido para ser mío, y que yo había nacido para ser suya. —Estoy enamorada de ti, Nicolás Clark —susurré, mientras llevaba mis manos hasta su rostro. Lo miré sonreír, después bajó su cabeza y presionó un pequeño beso en la punta de mi nariz. —Pensé que nunca lo dirías, Colette Simons. 

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La compañía del millonario-Capítulo XXI. “Voy a renunciar”-Dreame Dejé salir el aire con lentitud mientras caminaba de un lado a otro por mi habitación, pensando en cuál sería la forma correcta para decirle a Sophie que iba a renunciar. No iba a seguir prometiéndole a mi amiga que en algún momento pretendía regresar a Francia para retomar mi trabajo, pues justo ahora, la única razón por la que debía de visitar aquel país que ya no lo sentía como mi hogar, era por mi hermana. Apreté mi teléfono entre mis dedos, parpadeé en varias ocasiones, tratando de tomar la fuerza para marcar su número. Al final me animé y le di a llamar. —Me preguntaba cuándo te molestarías en volver a llamarme, Colette — murmuró con algo de molestia en cuanto tomó la llamada. —Hola, Sophie. ¿Cómo has estado? —mordí mi labio inferior ante la impaciencia que sentía. No solía de ser el tipo de persona que daba rodeos para decir las cosas, así que sabía que en cualquier momento soltaría la bomba. —Extrañando a mi mejor Dama de compañía; ¿Acaso me darás la buena noticia de que ya volverás? Hice una mueca al escuchar aquella frase, ya incluso comenzaba a olvidar lo que era ser una Dama de compañía, ya ni siquiera me consideraba una. Simplemente comenzaba a verme como Colette Simons, una simple chica a la que la vida le había dado duro desde pequeña, pero que justo ahora, comenzaba a encontrar su norte. —Voy a renunciar —dije de una sola vez. Un terrible silencio le siguió después de mi última frase. Desde un principio deduje que la idea no le haría ninguna gracia, pues Sophie contaba conmigo… yo misma se lo había prometido en una ocasión, siempre iba a estar para ella. —Estás bromeando —susurró. —Sabes que no suelo bromear mucho en situaciones serias. Me detuve, tomando la fuerza para continuar con mi discurso, suspiré antes de volver a hablar. —Te agradezco infinitamente el hecho de que me hayas enviado a esta isla, pues desde el momento en que llegué a este lugar, mi vida comenzó a cambiar. —Te has enamorado de tu cliente —afirmó ella, con absoluta paciencia. —No —reí ante la idea de verme enamorada de Francis—, ¿Sí recuerdas que con el que firmé fue con Francis el mayordomo? Prohibido vender instagram: @edenklaynd

—Así que fuiste capaz de encontrar una cláusula en beneficio tuyo en el contrato, ¿Eh? —rió ella, incluso pude imaginarla negando con la cabeza. —Sophie, en serio… lo siento tanto. —Lo entiendo, Colette. ¿Cómo crees que voy a ofuscarme porque renuncias? Estoy feliz por ti, pues antes de ser mi empleada, eres mi mejor amiga —hizo una pausa, haciéndome sentir extremadamente feliz al escucharla, definitivamente Sophie era la mejor jefa que jamás tuve; nunca pensé que tomaría tan bien la situación de mi renuncia, en algún momento imaginé que haría un berrinche y que terminaría por odiarme, pero en realidad, había sido todo lo contrario a lo que imaginé, la chica realmente se había tomado la situación con calma—, y si te enamoraste de Nicolás Clark, me hace feliz, pues eso quiere decir que superaste al idiota de Alessandro. Me reí con ella, negando con la cabeza. —¡Ni siquiera sé cómo pude estar con él por tanto tiempo! —¡Yo tampoco sé cómo lo hiciste! —exclamó sin parar de reír—, pero ahora dime, ¿Nicolás está bueno? Mordí mi labio y bajé la cabeza. —No es solo eso, Sophie, él es una de las mejores personas que me he permitido conocer, y confieso estar perdidamente enamorada de ese chico. —Sí, sí, puedo imaginarlo. Pero ¡Contesta a mi pregunta, mujer! —¡Está buenísimo! —expresé tapando mi boca con una mano. ¡Diablos! No podía creer que con una simple llamada, Sophie me hacía extrañarla. Amaba las tardes que pasábamos en el café frente a la torre Eiffel, charlando sin parar sobre los clientes de la empresa, aquellos que algunas veces pensaban que estaban contratando una prostituta, por lo que, se les debía de poner un alto. Esos pequeños momentos eran especiales, y junto a mi hermana, era lo único que me iba a costar dejar atrás, aunque aún tenía la esperanza de poder convencer a Jolie de mudarse a la isla. —¡Demonios! Que suerte tienes, mujer. Pues además de bueno, rico — silbó—, ya veo por qué ni siquiera titubeaste en decirme que querías renunciar. —Te quiero, Sophie —le dije, dejando salir un lento suspiro—, y siempre voy a estar agradecida contigo, pues gracias a ti, logré ser lo que soy ahora. —No, eso fue gracias a ti. Tú lo hiciste sola, Colette. Y confieso que a pesar de sentirme feliz por ti, voy a extrañar a mi mejor dama de compañía —dicho esto, la chica terminó la llamada, dejándome inmersa en una gran paz al haber dado un nuevo paso al renunciar a un trabajo

que ya no lo sentía mío, para así comenzar a dedicarme a lo que estaba amando en aquel momento, a como lo era trabajar con Nicolás. En aquel momento, me encontraba cerrando un ciclo para así dar inicio a uno nuevo. Un nuevo ciclo que de corazón anhelaba que fuera grandioso; un ciclo que deseaba no echarlo a perder para así terminar siendo inmensamente feliz con Nicolás. *** Mi conversación con Ella en aquella noche no había salido de mi mente. No me gustaba pensar que una chica tan joven como ella, la cual estaba dejando su juventud, por pasar su vida trabajando. Entendía la situación de su abuela y el querer darle una mejor calidad de vida, pero a la vez no era justo que llevara por sí sola una carga tan grande como esa sobre sus hombros. Así que ahora me encontraba buscando en mi computadora posibles soluciones para poder alivianarle un poco su carga. Pensaba en su tienda vintage, si tan solo más personas la visitaran, estaba segura que no tendría la necesidad de trabajar en el boliche durante las noches. Y fue ahí donde la idea llegó a mi cerebro, todo se trataba en eso, hacer que su tienda se volviera popular. Busqué páginas que ofrecieran anuncios a un buen precio por la web, además, de algunas vallas publicitarias, en tan solo diez minutos, ya había enviado algunas solicitudes, por lo que, justo ahora solo debía de esperar. Levanté la mirada, hasta dar con Perla, en cuanto la chica prestó al fin su atención en mí, le hice una seña con la mano para que se acercara. Al principio, me vio con confusión, como si en verdad comenzara a pensar que estaba enloqueciendo, pero al final, se levantó de su asiento y caminó en mi dirección. —¿Estás bien? ¿Te han vuelto a molestar? Puse los ojos en blanco, ni siquiera había vuelto a pensar en ello, por lo que, era ilógico que la chica aun lo tuviese presente. —Estoy bien, solo necesito tu ayuda. —¿Mi ayuda? —indagó, torció una sonrisa, como si no lo pudiese creer—, ¿En serio me hablas a mí? Me incliné, apoyando mis brazos contra el escritorio. —¿Por qué te sorprende? —No pensé que ya fuésemos amigas. —Bueno, no lo somos —respondí con sinceridad, mientras me dedicaba a revisar mis uñas—, ¡Demonios! ¿Hace cuánto no voy a arreglarme las uñas? —indagué, haciendo una mueca al ver como la resina de mis uñas comenzaba a salir, dejando al descubierto mis uñas naturales. —Bien, si me vas a tener aquí para hablarme de tus espantosas uñas, déjame decirte que no sé nada de manicure, así que si me disculpas — la rubia hizo un ademán de irse, pero la detuve enseguida.

—Venga, Perla. Vamos a ayudar a una amiga —le pedí, haciendo que la chica se detuviera y volviera a girarse. —¿Qué tipo de amiga? —preguntó, su ceño frunciéndose levemente mientras llevaba sus manos hasta su pequeña cintura. —Vamos, te encantará el plan —dije al levantarme—, Christian, ¿Puedes decirle a Nicolás que salí un momento con Perla? —Por supuesto, Colette —respondió el chico de ojos oscuros desde su cubículo. Tomé el celular y le envié un rápido mensaje a Arturo para que nos esperase afuera. Caminé al lado de Perla, quien no dejaba de refunfuñar al no saber qué era exactamente lo que tenía que hacer, pero aun así, había accedido a acompañarme. Perla era una rubia guapa y lo suficientemente alta para llevar a cabo mi plan, solo podía imaginarla en las vallas publicitarias, utilizando la ropa de la tienda vintage de Ella. Al principio, no quise decirle nada, pues temía que si le confesaba mis verdaderos planes, se iba a negar. Cuando estuvimos en el auto, le pedí a Arturo que nos llevara hasta la tienda de Ella, y fue en ese momento, cuando Perla por primera vez comenzó a negarse. —¡Oh no! —inquirió, estirándose para hablarle a Arturo—. Detenga el auto, por favor. Yo no puedo ir a ese lugar. —¿Por qué? —pregunté, tomando su mano para impedir que bajara del auto—, ¿Qué tiene de malo ir a esa pequeña tienda? —No es la tienda, Colette —confesó, negando con la cabeza—, es la dueña de la tienda. Me odia; obviamente me sacará a patadas de ahí. Me fue inevitable no torcer una sonrisa al imaginar dicha escena. Me era difícil pensar en una versión agresiva de Ella, pues pese a que aparentaba ser una chica ruda, era bastante tierna. ¿Qué pudo haberle hecho Perla para que la odiara a como lo decía? —¿Es por Nicolás? —indagué, al llegar a la conclusión de su pasado amorío con él, más el enamoramiento de Ella. —Ojalá fuese eso —rio la otra—, Nicolás y yo no tuvimos más que un par de acostones sin sentido. Volteé los ojos. —Sin detalles, por favor. —¿Entonces sigo o espero, señorita? —preguntó Arturo, viéndonos por el espejo retrovisor. Dije “siga” al mismo tiempo que Perla decía “espera”. La rubia me miró con el ceño fruncido. —Ya no eres mi jefa —dijo en tono amenazante. —¡Vamos, Perla! —exclamé, apretándole las manos—, sé que te encantará. —Sí, cuando Ella me agarre del pelo —murmuró, volteando los ojos—, le hice mucho bullying en la secundaria, ¿Ok? —confesó al final—, Ella me

odia a muerte desde entonces. —Pues será un buen momento para limar asperezas, ¿No crees? —No quiero, Colette. —¿Señorita? —insistió Arturo. —¡Espera! —le pedí, comenzando a irritarme con Perla—. Venga, Perla. Yo te protejo, no dejaré que Ella te lastime. —Nos golpeará a ambas. —No es bueno que vivas sabiendo que una persona te odia porque le hiciste daño en el pasado, ¿O es lo que quieres? Ella dejó salir lentamente un suspiro. —Obvio no. Ya maduré y me arrepiento de ello. —Entonces intenta cambiar un poco esa situación. Ella estará feliz con tu ayuda. —¿Por qué te gusta ayudar a la gente? Pensé que la gente rica solo se preocupaba en ellos. Me reí, negando con la cabeza. —Primero, me hace feliz ayudar cada vez que tengo la oportunidad, y segundo, no siempre tuve la posición que tengo ahora, por lo que, entiendo lo mucho que cuesta escalar hasta lo alto.  Ella torció una sonrisa, a la vez que le hacía un gesto a Arturo para que avanzara. —Ya veo por qué tienes tan embobado a Nicolás, pues confieso, que si fuese lesbiana probablemente también estaría enamorada de ti. —Oye, que honor —llevé una mano hasta mi pecho, haciendo un ridículo gesto de sentirme alagada por ella—, si no estuviera saliendo con Nicolás, estaría besándote en este momento. —Y yo sería feliz viendo eso —comentó Arturo, sin dejar de mirarnos con una sonrisa divertida en el rostro. Ambas nos miramos y después rompimos en carcajadas. ¿No era increíble mantener una plática agradable con la chica que creías odiar? Al final, Perla era lejos de ser la chica mala que aparentaba ser, pues conociéndola, era una persona simpática y hasta divertida, por lo que, y a pesar de saber que se había acostado con Nicolás, estaba segura de llegar a llamarla amiga en algún momento.

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Capítulo XXII. “No voy a irme”-La compañía del millonario- Dreame —¡Fuera de mi local! —exigió Ella en cuanto vio a Perla entrar a su tienda. La rubia me miró con diversión para luego levantar los hombros restándole importancia al asunto. —Lo intenté, Colette —hizo ademán en irse, pero no lo logró, pues me apresuré por detenerla al agarrarla de su codo izquierdo. —No vas a ningún lado. —Pues entonces se van las dos —demandó la morena, observándonos con el ceño fruncido. —Vamos a hablar primeramente, ¿Te parece, Ella? —hablé, tratando de servir de mediadora entre ambas chicas. —No si yo no tengo nada de qué hablar con esa bruja. —Mira quien habla —dijo Perla entre dientes. Le dediqué una mirada amenazante, pues si continuaba haciendo comentarios como aquel, no íbamos a lograr nada. —Perla y yo tenemos una idea para ayudarte. —¿Alguien te dijo que yo necesito algún tipo de ayuda? —Ella de verdad se encontraba molesta. Cruzó los brazos a la altura de su pecho, mostrando todos los tatuajes que decoraban la piel de sus brazos en toda su gloria; calaveras, un unicornio oscuro y espeluznante, nombres de Prohibido vender instagram: @edenklaynd

banda de rock, más el nombre de Priscilla, eran unos de los tatuajes que se podían apreciar, haciendo con ello que odiara los unicornios. ¿Cómo era posible que alguien hiciera ver aterrador a un unicornio? Pues Ella lo había hecho. —Ella —me acerqué a ella, dejando a una aburrida Perla atrás de mí—, solo quiero que puedas pasar más tiempo con tu abuela, por lo que, se me ha ocurrido una idea para ayudar en tu negocio, y Perla solo está aquí porque quiere ayudar. —¿Esa me quiere ayudar? ¿Lo dice enserio? —preguntó con sarcasmo—, ¿Así como me ayudó a sentarme sobre una masa de chicles en la secundaria? ¡Oh! Ya sé cómo me puede ayudar también —su mirada irradiaba odio mientras se dedicaba a mirar a la rubia sobre mi hombro—, vaciándome un batido de fresa sobre mi cabeza. —¡Ella! ¡Lo siento! —Perla se acercó a mí, dejándome sin palabras al escucharla pedir disculpas—, sé que fui una completa bruja cuando estuvimos en la secundaria, pero en verdad… estoy arrepentida de ello, y Colette tiene razón, solo deseo poder ayudarte, quisiera hacer algo para tratar de compensar un poco todo el daño que te causé. Cada palabra que salía de la boca de Perla, sonaba tan sincera que realmente me hacía sentir feliz. En serio, esa chica no era para nada la mujer que pretendía ser, pues en realidad, tenía un alma pura y un enorme corazón. Al verla, ni siquiera podía imaginarla haciéndole todo aquello a la chica que ahora tenía en frente. —Mira a Colette, inventé un montón de cosas horribles de ella cuando llegó a la empresa, y ahora incluso hasta quería besarme. —¡Eso no es verdad! —me defendí, echándome a reír.

—Tú fuiste quien lo dijo, Colette. No yo —me guiñó un ojo, viéndome sobre su hombro—, ¿Saben algo? —la rubia se echó a reír, llevando ambas manos hasta su boca—, ahora que lo pienso… las traté horrible porque estaba celosa de ustedes — negó con la cabeza—, ¡Carajo! ¡Sin querer estaba celando a Nicolás! Volteé los ojos. —No puedo creer que hasta ahora te hayas dado cuenta. Ni siquiera me pude preparar a lo que había acontecido, puesto que, estaba tan entretenida escuchando a Perla en su discurso de disculpa, que no me percaté de cuando Ella levantó su mano para después estrellarla contra la mejilla de la rubia. Mis labios se separaron ante el asombro de aquella reacción, al igual que los labios de Perla, quien no dejaba de ver con incredulidad a Ella, quien ahora sonreía con placer al encarar a la chica. —Disculpas aceptadas —dijo, y después se giró para volver a trabajar—, entonces, escucho sus propuestas. Perla me miró incrédula ante lo ocurrido y luego negó con la cabeza sin dejar de acariciar su mejilla lastimada, donde claramente se podían observar los dedos de la mano de Ella marcados en su blanca piel. Levantó los hombros y luego sonrió. —Supongo que me lo merecía.  *** No nos resultó difícil convencer a Ella del plan, el cual se trataba en que nos prestara algo de ropa, para que así, Perla pudiese lucirla en una sesión profesional de fotos, para así

utilizarlas en las vallas publicitarias y los anuncios de la web. No había sido difícil, pues resultó ser que la chica era extremadamente fotogénica, la cual, acompañada de su carisma, se hizo amar por la cámara. Pasamos alrededor de dos horas en la sesión fotográfica, entre cambios de vestuarios, peinados y maquillaje; al final, todo había sido perfecto. Al ver que pude influenciar en que Perla se sumara a esa locura, y presenciar cada una de sus poses para la cámara como toda una modelo profesional, me hizo imaginar en lo grandioso que sería cumplir mi sueño al tener una agencia de modelaje, y ahora, que no pensaba regresar a Francia, incluso podría hacerla en la isla. *** Llegamos a la empresa alrededor de las cinco de la tarde, ya los empleados comenzaban a retirarse, así que cuando llegamos a los cubículos, Perla recogió sus pertenencias y terminó despidiéndose con un movimiento de mano, no sin antes agradecer por la oportunidad de haber jugado de modelo profesional. Sonreí mientras la veía marchar, Perla era hermosa, muy hermosa, por lo que, no le sería difícil entrar al mundo de las pasarelas si quisiese. Siempre me había gustado el modelaje, pero en sí, nunca había pensado en practicarlo, ya que, era del tipo de persona que le gustaba más estar lejos de los reflectores, guiando el proceso. Caminé hacia mi cubículo para recoger mis pertenencias y así ir a buscar a Nicolás, pero una pequeña caja de cartón había llamado mi atención.

Fruncí el ceño al verla en el centro del escritorio, otra vez, lo único que decía era Colette en letras cursivas, era la misma letra de la carta anterior, podía reconocerla a distancia. Mis manos comenzaron a temblar levemente mientras las acercaba al paquete. Aquello comenzaba a no gustarme nada, ya no se sentía divertido recibir dos paquetes en la misma semana, de la misma persona. Me apresuré a abrirla, pues la ansiedad comenzaba a apoderarse de mí, adentro, un pajarillo muerto, me dio la bienvenida, acompañada de otra nota que decía: “Te sigo observando”. Un fuerte dolor atravesó mi pecho al mirar aquello, ¿Quién era tan cruel para hacerle daño a un animal tan indefenso como aquel? ¿Qué mensaje quería darme con eso? ¿Acaso me veía indefensa como aquel pobre animal? Cerré los ojos, soportando las ganas de romper a llorar, pues no estaba acostumbrada a sentirme frágil; simplemente Colette Simons era una mujer fuerte. —Hola, guapa. Di un respingo en cuanto escuché la voz de Nicolás, me encontraba tan concentrada en lo que tenía frente a mí, que ni siquiera me había percatado cuando él salió de su oficina. Levanté la mirada para verlo, él me miró con desconcierto. —¿Sucede algo, Colette? —inquirió, acercándose con grandes zancadas hacia mí. Moví mis labios pero no dije nada, simplemente le mostré lo que había en la caja. Nicolás la tomó con impaciencia mientras negaba con la cabeza en repetidas ocasiones. Me miró, su mirada irradiaba preocupación pura, dejó la caja sobre el escritorio y después me rodeó en sus brazos. —El hijo de puta que quiera hacerte daño, primero tendrá que matarme —murmuró, dejando pequeños besos por mi cabeza.

Rodee su cintura con mis manos y apoyé mi mejilla contra su pecho, dejándome embargar de la paz que él me transmitía. Su pecho subía y bajaba en una rápida respiración, por lo que deduje, que a pesar de sentirse angustiado, estaba enojado. *** Cuando salimos de la empresa, Nicolás le pidió a Arturo que nos llevara a la comisaría. En todo el camino de la empresa a la comisaría, nadie dijo absolutamente nada, Nicolás se veía pensativo mientras se dedicaba a ver por la ventana del auto, y yo simplemente no podía dejar de temblar al sostener aquella caja en mis piernas. Era horrible lo que sentía, nunca llegué a imaginar que iba a ser amenazada por alguien, y menos aún, en un país que ni siquiera conocía tanta gente. Cuando llegamos, caminé de la mano de Nicolás hasta el interior, Arturo iba a unos pasos tras nosotros pero nunca nos dejó solos. Su expresión divertida de la mañana por el intercambio de tonteras con Perla, había sido reemplazada por una llena de preocupación y profesionalismo. En aquel momento sí se le veía como un guardaespaldas, pues no dejaba de ver a sus alrededores, a la vez que mantenía su mano cerca de su arma. Nicolás se separó solo para hablar con un oficial que se encontraba cerca de la entrada, lo observé mientras intercambiaban palabras a la vez que asentían y hacían gestos con sus manos; él volvió a acercarse, pero esta vez en compañía del moreno con uniforme blanco y n***o. —Señorita —saludó cuando estuvo frente a nosotros—, ¿Me permite la caja, por favor? —Por supuesto —respondí, extendiendo mis manos para que la tomara.

Antes de tomarla, sacó un par de guantes de uno de los bolsillos de sus pantalones n***os, se los colocó para así tomar la caja y retirarse. Nicolás me condujo hacia una pequeña sala de espera, en donde no había más que un par de oficiales haciendo el aseo. Miré a mi alrededor, la comisaría no era un sitio grande, por lo que, me hizo cuestionarme si en aquella isla no había tanto crimen, puesto que, incluso se veía pocos oficiales. Dirigí la mirada hacia Nicolás en cuanto él tomó una de mis manos y la envolvió entre las suyas, suspiró un par de veces mientras veía hacia la punta de sus zapatos. Estaba preocupado, podía verlo en la forma en que su rostro se contraía con cada exhalación que daba.  —Señor Clark, pueden pasar —informó el mismo oficial que se había llevado la caja, al salir de una oficina al fondo de la sala. Nicolás se puso en pie, llevándome con él, otra vez, Arturo tras nosotros, lo que me hizo temer en aquel momento que ahora iba a tenerlo como una sombra siempre tras de mí. Cuando ingresamos a la oficina, un hombre de mediana edad y también de piel morena, se encontraba de pie tras su escritorio, nos mostró con un gesto con su mano que tomáramos asiento. Arturo se detuvo cerca de la puerta, con sus manos entrelazadas al frente. —Señorita, ¿Desde hace cuánto recibe estas notas? —Recibí una hace tres días, y hoy esto —respondí, ganando que Nicolás me observara con desconcierto. —¿Por qué no contaste que ya habías recibido este tipo de notas?

—Lo miré como algo sin importancia —argüí, mirándolo de soslayo—, pensé que alguien quería jugarme una broma y simplemente no quería angustiarte. —¡Debiste decírmelo, Colette! No debiste de ocultar algo así — un pinchazo me golpeó al escucharlo hablar de forma molesta. Si tan solo supiera todo lo que le he ocultado… —¿Tienes esa nota consigo? —indagó el sargento al dedicarse a mirar el pobre pajarillo muerto en la caja, logrando cambiar el rumbo del reclamo de Nicolás. —No, la tiré a la basura. —Señor Clark —habló el hombre, mirándolo fijamente—, este modo de operación se ha visto en otras ocasiones —explicó—, es una banda que suele dedicarse a hacer estafas a grandes empresarios. —¿Sí? —pregunté con extrañeza—, pero yo solo soy la asistente personal de Nicolás, no soy la empresaria. —Está en la mira por alguna razón, señorita. Pueda que haya estado en contacto alguna vez, con uno de ellos. Nicolás me miró y luego negó con la cabeza. —Colette siempre ha estado en la casa, y cuando está fuera, ha estado conmigo o con Arturo —se giró hacia Arturo—, ¿Has visto algo sospechoso, Arturo? —No señor —respondió el sujeto de inmediato. Él volvió a girarse hacia el sargento. La actitud de Nicolás irradiaba molestia en todos los sentidos. —¿Y ustedes qué han hecho para terminar con esa banda?

—No ha sido fácil, señor Clark —volvió a su lugar, donde comenzó a buscar en su computadora—, son muy escurridizos, y cuando actúan, ocultan muy bien las evidencias que puedan delatarlos. El hombre se concentró en su computador por algunos minutos, después lo giró para que pudiésemos verlo. Era una serie de imágenes, la primera, una nota a como la que yo había tirado a la basura, la segunda, la caja con el pajarillo muerto, y luego una tercera, acompañada de un escorpión. —Hemos trabajado en varios casos relacionados a este, es necesario que sepan que la mayoría de veces ha terminado en secuestro, pero les aseguro, que haremos todo lo posible por atraparlos. No permitiremos que vuelvan a hacer de las suyas. Nicolás me miró. —Debes de volver a Francia, Colette. No me voy a arriesgar a que quieran hacerte daño.  Levanté una ceja y negué con la cabeza. —No vamos a discutir esto, Nicolás. Yo me quedo. Su mirada irradiaba molestia. —No quiero que tu terquedad termine por causarte daño —él se puso en pie conmigo, para luego comenzar a caminar hacia la salida sin ni siquiera haber dicho gracias—, sabes que lo que más deseo es tenerte conmigo, pero también sé que estos de aquí son una manada de incompetentes, que al final no podrán hacer nada para protegerte. Cuando estábamos por salir, me detuve y lo miré con ternura.

—No voy a irme, Nicolás. Me quedo contigo. Arturo estará conmigo y todo irá bien, además, tengo una gala de caridad que terminar de planear.  

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Capítulo XXIII. “El ascensor”-La compañía del millonario- Dreame Traté de no pensar más en los extraños mensajes que había recibido, a la vez que trataba se seguir con mi vida normal, tratando de ignorar el hecho de que ahora Arturo me acompañaba hasta prácticamente cada vez que iba al baño, lo que era incómodo, pero se lo había prometido a Nicolás, jamás saldría sin Arturo. No volví a recibir otro paquete, aunque a decir verdad, siempre estaba con el constante miedo de cada paquete que veía entrar a la empresa, pues me la pasaba imaginando en el momento en que el escorpión llegara a mí.  Terminé de organizar la gala de caridad, la cual ya era la siguiente semana. Lo que me tenía muy motivada, Perla se había dedicado a ayudarme con los últimos preparativos, lo cual le agradecí mucho, pues incluso se había quedado en varias ocasiones después del trabajo, a ayudarme a terminar de hacer los pedidos correspondientes para la gran noche. Otra que estaba feliz, era Ella, al ver las vallas publicitarias con las fotografías de Perla, recomendando su ropa. Su tiendita se había vuelto tan popular, que incluso debió de contratar a un par de chicas más para que le ayudaran, ahora tenía más tiempo libre para cuidar de su abuela, e incluso, se había animado a salir un par de veces conmigo y con Perla. Graciosamente, habíamos entablado una buena amistad y ya Ella ni siquiera mencionaba su oscuro pasado con Perla en la secundaria, lo que agradecía con el alma. Ambas eran buenas chicas, y se hacían bien el verse como amigas. —Amor, voy a almorzar, ¿Me acompañas?

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Levanté la mirada, Nicolás se encontraba a la entrada de mi cubículo. Así que me apresuré a cerrar la página de la floristería en la que estaba navegando para hacer el pedido de la decoración de la gala, y me levanté. —Por supuesto, muero del hambre. Caminamos juntos hacia el elevador, dedicándome a escuchar las instrucciones que Nicolás daba a sus empleados, escucharlo hablar de aquella manera me hacía sentir orgullosa. Había cambiado tanto, que ya ni siquiera recordaba a aquel tipo con largo cabello y mirada triste que había conocido meses atrás. Nos dirigimos al restaurante que estaba cruzando la calle, en cuanto nos sentamos, un chico nos llevó la carta enseguida. Nicolás pidió un par de cervezas, lo hacía cada vez que íbamos a almorzar, lo que siempre me causaba gracia porque estábamos en horario de trabajo, pero él siempre terminaba diciendo lo mismo: “Soy el jefe y puedo hacerlo” —La semana que viene es la gala —le comenté, a lo que él asintió mientras le devolvía la carta al mesero. —¿Ya mi Dama de Compañía tiene listo su vestuario? —indagó, logrando borrarme la sonrisa por completo. Hacía tanto tiempo que no escuchaba aquel término, que ahora incluso comenzaba a molestarme. Sabía que él lo había hecho sin malicia, pero ya no me sentía cómoda, pues ya no me consideraba una dama de compañía. Ahora solo era Colette Simons, la asistente personal de Nicolás y su afortunada novia, aquel ciclo se había cerrado hacía muchos días atrás. Desvié la mirada.

—¿Colette? —llamó él, agarrando mi mano a través de la mesa —, ¿Estás bien, guapa? Lo miré y traté de sonreírle. —Lo estoy —mentí—, solo es preocupación de que algo vaya a salir mal. —Todo irá bien, mi amor —arguyó, acariciando mi mano con su pulgar—, cuento con la mejor asistente del mundo. —Y mejor novia también —corregí, levantando una ceja, a lo que él sonrió. —Por supuesto, la mejor novia del mundo —asintió—. ¿Entonces, tienes vestido? —Aún no, pero Perla y Ella me ayudarán a elegir uno. —Nunca creí que terminaras siendo amiga de Perla —bromeó, torcí una sonrisa y levanté los hombros. —Resultó ser que la bruja, en realidad era buena. —Es extraño que seas amiga de una de mis ex y de la chica que siempre estuvo enamorada de mí. Volteé los ojos. —Ni lo menciones —dije en broma. Hablamos de cosas y sin sentido por al menos una hora más, mientras a su vez almorzábamos y nos terminábamos un par de cervezas cada uno, el clima en la Isla era tan caluroso, que la verdad, es que deseaba pasar tomando cervezas todos los días, por alguna razón, me hacía refrescarme un poco.

Cuando terminamos, caminamos otra vez hacia la empresa, subimos al ascensor, y esperamos a que comenzara a subir. Me recosté a la pared, dedicándome a observar la anatomía de Nicolás. Ni siquiera era capaz de compararlo con algún otro chico, no sabía si era el hecho de sentirme enamorada de él, que lo veía como el hombre más guapo que había pisado la Tierra. Mordí mi labio inferior cuando mi mirada recayó en su entrepierna, preguntándome si existiría un día en que me aburriera de él. Posiblemente notó la mirada lascivia que le lanzaba, pues comenzó a mirarme con una sonrisa divertida cruzando en sus labios. Se acercó con lentitud hasta quedar frente a mí. Levanté un poco la cabeza para poderlo mirar a los ojos, él bajó sus manos y prácticamente clavó sus dedos en mi cadera, para así acercarme más a él.  —¿Qué quieres que te haga? —susurró sobre mi oído. Mi piel se erizó al sentir su suave respiración contra mí. De inmediato, mi centro se sentía mojado, deseando poder sentirlo dentro de mí. —Quiero que detengas el ascensor —le dije en respuesta. Él sonrió aún más, para después estirar una mano y dejar el ascensor en pausa. —Tú pides, yo obedezco —continuó hablando, muy cerquita de mí. Mordí mi labio inferior cuando sentí como su entrepierna comenzaba a sentirse dura sobre sus pantalones. —Bésame —dije, y de inmediato, sus labios atacaron los míos.

No sabía si el motivo de sentirme de aquella manera era las cervezas que me había tomado mientras almorzaba, pero la verdad es que lo deseaba tanto, que no podría detenerme. Sus labios se sentían suaves y dominantes, me encantaba cuando me besaba con aquella fiereza que inclusive me sentía viendo estrellas. Su lengua se movía dentro de mi boca, exigiendo más. Enredé mis dedos en su cabello, acercándome más a él. Dejó de besarme, para así pegar su frente contra la mía. Su respiración estaba agitada. —¿Qué más? —susurró jadeando. —Déjamelo a mí —respondí al llevar mis manos hasta el cinturón de su pantalón. Nicolás no se movió simplemente su mirada seguía la mía. Cuando abrí su pantalón, hice ademán en arrodillarme, pero él me detuvo. —Colette —murmuró, al ver mi intención. Lamí mi labio inferior y le sonreí, su mirada irradiaba pasión. —Quiero hacerlo —respondí, por lo que, no trató de detenerme más. Me arrodillé y acaricié su miembro erecto para después llevarlo hasta mi boca. Me sentía nerviosa, nunca fui capaz de hacer una felación con Alessandro, pues nuestra relación en realidad había sido algo monótona, por no decir que aburrida, por lo que no sabía ni lo que tenía que hacer exactamente. Comencé pasando suavemente mi lengua, para después introducirlo dentro de mi boca. Lo escuché maldecir apretando sus dientes, lo que me hizo darme fuerza de continuar. Mientras lo introducía, lo acariciaba, lo que provocaba que de sus labios salieran

hermosos gemidos, lo que me hacía disfrutarlo también. Jamás pensé que hacer una felación también me satisficiera, pero lo cierto era que lo estaba haciendo en aquel momento. Mientras más rápido era el movimiento, más intensos eran sus gemidos. Llevó sus manos hasta mi cabeza, instándome a seguir. —Joder, Colette. Me estás torturando —dijo en medio de jadeos entrecortados. Continué moviendo mi boca contra su miembro por algunos minutos más, hasta que en medio de un gemido ahogado, Nicolás logró terminar dentro de mi boca. Un líquido algo caliente y espeso se encontraba dentro de mis labios, me retiré, tratando de ignorar la sonrisa que amenazaba con dibujarse en mis labios, preguntándome en mi interior, lo que debería de hacer con dicho líquido, por lo que, al final terminé por tragarlo. Me puse de pie, respirando pesadamente, aquello había sido algo nuevo para mí, algo jodidamente bueno. Nicolás se encontraba recostado a una de las paredes del ascensor, mantenía sus ojos cerrados y su respiración aún agitada. Sonreí, me fue inevitable no hacerlo al ver el gesto de satisfacción que mantenía plasmado en su rostro. Él abrió sus ojos y me sonrió, acomodó sus pantalones para después jalarme de una mano y así estrellar sus labios contra los míos otra vez. Sonreí contra sus labios al sentir su corazón palpitar con fuerza contra su pecho. ¿Acaso se podía llegar amar tanto a como yo lo hacía con él? —Joder —susurró contra mis labios—, te amo, mujer. Le sonreí. —Pensé que jamás lo dirías —respondí, imitando la frase que utilizó cuando le confesé que estaba enamorada de él.

*** Diez minutos después, cuando logramos que nuestras respiraciones se estabilizaran salimos del ascensor, nos despedimos con un beso al llegar a mi cubículo, para así continuar con la tarde como si nada hubiese pasado. Perla me miró de lejos y levantó una ceja. Le devolví el gesto, sin comprender qué querría decirme con ello. Minutos después, se levantó de su silla y caminó hacia mí. —Amiga, te ves diferente —habló al detenerse cerca de mi escritorio. —Cansada, será —respondí, ignorando su mirada quisquillosa. —Sí, debe de ser eso —dijo, terminando el tema—, ¿Necesitas que te ayude con algo más de la gala? La miré y le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa y señaló mi cabello. —Tendrás que aprender que cada vez que tienes sexo, debes de arreglar tu cabello —comentó, guiñándome un ojo. Sentí mis mejillas rojas de inmediato, incapaz de creer en lo evidente que solía ser. Pero al final terminé por ponerme a reír mientras arreglaba mi cabello. —Eres una bruja, Perla. —Aun así me quieres, nada que decir —rio conmigo, apoyando su espalda contra el escritorio—, entonces, ¿Todo bien con la gala? —Creo que Christian tenía pendiente todavía algo del menú, ve y ayúdale.

La rubia puso los ojos en blanco y mientras hacía un gesto de tener arcadas. —¿En serio me mandarás con Christian? ¡Ándale, Colette! No seas mala. —¿Qué tiene de malo? —indagué, torciendo una sonrisa. —Solo no me cae bien, es todo —indicó, revisando sus uñas. —¿No tendrá algo que ver el hecho de que hayas recibido flores de su parte la semana pasada? Perla me miró con asombro mientras negaba con la cabeza. —¿Cómo sabes de eso? —Yo se lo propuse —dije, encogiéndome de hombros. Perla se echó a reír mientras negaba con la cabeza. —¿Ahora te la das de doctora corazón? —Solo ayudo a una amiga más —le guiñé un ojo. —Te odio, Colette —terminó diciendo antes de dar media vuelta e irse en dirección de Christian. Me reí mientras me recostaba en mi silla. Ella podía decir que no le caía bien Christian, pero sabía que no era así, lo había notado en su mirada cada vez que lo mencionaba en alguna conversación. Perla gustaba de Christian, y Christian gustaba de Perla. Con ese feliz pensamiento, regresé mi atención a mi trabajo, tratando de dejar en el olvido la agradable experiencia que había tenido minutos atrás en ese ascensor. 

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Capítulo XXIV. “Los Zapata”-La compañía del millonario- Dreame La noche de la tan ansiada gala benéfica al fin había llegado. Los nervios me carcomían por dentro, queriendo salir a flote por la ansiedad que sentía de que algo saliera mal. Mientras sostenía una copa de champan en mi mano, me dedicaba ver a mi alrededor. El exterior del salón, era adornado con muchas farolas, dando una agradable iluminación gracias a sus llamas, meseros caminaban entre los presentes, ofreciendo en sus bandejas, copas de champán. Muchos hombres y mujeres elegantes, charlaban entre sí, a la vez que se dedicaban a tomar de sus bebidas; realmente no podía quejarme hasta el momento de la decoración interior, pues las flores que había elegido se veían hermosas, más la pared llenas de cálidas luces que caían en forma de cascadas al fondo, daba un cierto aire a tranquilidad. Sonreí al ver a Nicolás caminar entre los presentes hacia mí, vestido con esmoquin n***o, y con su cabello perfectamente acomodado. Cuando su mirada se cruzó con la mía, una tierna sonrisa se había dibujado en sus apetecibles labios… ¡Dios! ¡Cómo amaba a ese chico! —Pareces una diosa —susurró en mi oído, bajando una mano hasta mi espalda descubierta. De inmediato, todos los vellos que tenía cerca de mi cuello, se pusieron de punta, por lo que, debía de bajar la cabeza y cerrar los ojos, para no mostrar ni un solo atisbo de debilidad. Pues en aquel momento, solo debía de ser la dama refinada que solía ser. —Creo que exageras un poco.

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La verdad, es que no podía quejarme de mi vestuario, al final, y después de probarme muchos vestidos, me había decidido por uno plateado y al cuerpo, el cual llegaba hasta los tobillos, con la espalda completamente descubierta y un agradable escote al frente con el que podía lucir un hermoso collar de perlas. Había recogido mi cabello en un perfecto moño, por lo que, en definitiva, podía sentirme como una dama igual de refinada a como cualquiera de las que estaba presente. —No, en definitiva no exagero; soy el hombre más afortunado del mundo al tenerte conmigo. Levanté mi barbilla para poder verlo a los ojos y le sonreí. Yo también me sentía la mujer más afortunada y feliz, al haberlo conocido. —Te amo, Nicolás. —No más de lo que yo puedo amarte, bonita —respondió, tomando una de mis manos para luego llevarla hasta sus labios y depositar un suave beso—. Me ha dicho Perla que las donaciones van subiendo mucho —me comentó—, creo que esos dos orfanatos tendrán suministros durante todo el año. —Eso es fantástico —asentí, incapaz de no sentirme feliz por ello—, los niños se lo merecen. —¿Por qué te ilusionaba ayudar a esas instituciones? —Porque viví mucho tiempo en una de ellas, Nico —dejé salir un lento suspiro, rogando en mi interior que no preguntara nada más. —A pesar de que eres mi novia, hay tanto que desconozco de ti. Arrugué la nariz y acaricié su mejilla.

—No es muy agradable hablar de mis travesías por los orfanatos. Él inhaló profundamente, un deje de tristeza surcó su mirada. —¿Nunca has tenido curiosidad de saber quiénes son tus verdaderos padres? —No, me siento bien así. No quiero saberlo —dije con sinceridad—. Cariño, creo que deberías de ir a dar las gracias a los presentes —comenté, para así dar el tema por terminado. Él asintió y luego se inclinó a darme un beso en la frente. Después solo se giró y caminó hacia el fondo de la sala, donde se encontraba el grupo que tocaba música clásica. Tomó el micrófono y se giró hacia ellos para pedirles que se detuvieran. —Se me hace tan extraño ver a Nicolás haciendo eso —disertó Perla, deteniéndose a mi lado—, estaba tan acostumbrada ver a la señora Clark tomar ese micrófono y hablarles a todos con ese carisma que la representaba, que ahora tengo miedo de que Nicolás lo eche a perder. Sonreí mientras la miraba de medio lado. —Tengo fe en Nicolás. También deberías de confiar en él. Nicolás comenzó a hablar. —Sé que para muchos será extraño verme tomar el lugar de mi madre —comenzó hablando, Perla me miró y levantó una ceja en señal de “Te lo dije” —, pero lo cierto es, que todos sabemos lo importante que era esta gala para ella, por lo que, no podía simplemente terminar con esa tradición —mientras hablaba de su madre, podía sentir como su voz comenzaba a

temblar; esto no era fácil para él, aún le dolía la pérdida de sus padres, por lo que, lo admiraba por tratar de mantener viva la memoria de ellos, eso definitivamente era un acto de amor. —Mi madre disfrutaba poder ayudar al más necesitado, y es una de las cosas que siempre admiré de ella. Esa alma llena de bondad, que hoy en día es difícil de ver. Tenía miedo de que Nicolás se rompiera, quería estar cerca de él para darle fuerza, pero sabía que no era profesional el hacerlo. Mis manos temblaban mientras sostenía la copa, su dolor, era mi dolor, lo que me ponía sentimental. —He perdido la cuenta de cuántas instituciones se vieron beneficiadas por cada gala planeada año con año, gracias a su gran trabajo y por supuesto, a su gran corazón al sumarse a este movimiento. Todos los presentes asentían entusiasmados al escuchar al hijo de los Clark hablar de aquella manera, sonreí, sintiéndome orgullosa; a pesar de sentirse nostálgico, lo estaba haciendo como todo un líder. —Este año las instituciones beneficiadas han sido elegidas por mi hermosa y perspicaz novia, Colette Simons. Perla me miró, conteniéndose de echarse a reír, mientras que yo sentía como mis mejillas se tornaban calientes al sentir muchas miradas sobre mí. Miré a Nicolás y él sonrió en mi dirección, guiñándome un ojo. —Rayito de Luz y Ternuras del Cielo, son los que tendrán cada dólar que esta noche… Nicolás se detuvo, desviando su mirada hacia la entrada del salón, de pronto, su expresión tierna y simpática, había sido reemplazada por una llena de rabia. Seguí su mirada, para así tratar de comprender qué era lo que lo había hecho actuar de

aquella manera. Ahí, un par de chicos altos, pelirrojos y blancos, se encontraban de pie al lado de la puerta, viendo hacia Nicolás. Uno de ellos sonrió y elevó su copa hacia él. Regresé mi atención a Nicolás, quien se encontraba tragando saliva con fuerza. —Maldita sea, ¿Invitaste a los hermanos Zapata? —indagó Perla, siguiendo mi mirada. Parpadeé en varias ocasiones. —¿Quién? —Emiliano y Maximiliano Zapata… su familia siempre ha estado en constantes problemas con la familia Clark, al tratar de sabotear cada uno de sus negocios. Mis labios se abrieron ante el asombro mientras veía a Perla. —¿Qué cosa? —Amiga, te lo diré de esta forma. A pesar de que Maximiliano no es un hijo de puta a como su hermano Emiliano, tampoco es bienvenido en ninguna actividad que involucre a los Clark. Emiliano y Nicolás se odian a muerte desde la secundaria. —¿Y por qué a mí nadie me informó eso? ¡Estaban en la lista que me pasó Nicolás! Volví a mirar a Nicolás, ahora él veía en mi dirección y se encontraba molesto, sumamente molesto. —Es porque en esa lista siempre están las familias más influyentes de la isla —Perla entrecerró los ojos—, ¿De casualidad no estaban marcados de color rojo? Asentí, mientras me dedicaba a buscar a Christian con la mirada. Él me había dicho que Nicolás estaría encantado de recibirlos, ¿Por qué me había ocultado aquella información?

—¡Qué bien se siente saber que ya ha salido de su cueva, Nicolás Clark! —habló uno de los pelirrojos, mientras que el otro trataba de detenerlo cuando se dispuso a caminar hacia el centro de la sala. —Ese es Emiliano —susurró Perla, haciendo una mueca. Mi mirada dio en Christian, quien se encontraba a un costado, viendo para cualquier lado, menos para donde estaban ocurriendo los acontecimientos. —Siempre me pregunté a qué se debían estas “galas” — comentó, haciendo comillas con sus dedos—, pero veo que solo lo hacen para ganar más popularidad. ¿Cómo no se me ha ocurrido esto antes? —cuestionó, abriendo los brazos para luego girar sobre sí mismo. —Emiliano, ya basta —habló el otro, jalándolo de un brazo inútilmente, pues el otro simplemente se jaló, liberándose con facilidad. —Solo digo lo que veo, Maxi. Todo esto es una farsa. Nicolás dejó el micrófono para así dirigirse hasta donde yo me encontraba. —¿Por qué carajos invitaste a estos tipos? —preguntó con molestia—, su mirada irradiaba rabia. —Hubiese ayudado si me hubieras dicho que no debía de hacerlo. —¡Estaban marcados en rojo! —¿Y yo qué iba a saber, Nicolás? —respondí, comenzando también a enojarme.

Miré a mi alrededor. Aquella dicha escena ya había captado la atención de los que estaban a nuestros alrededores. Lo que me hizo entender qué era lo que buscaba Emiliano, lo cual era hacer un escándalo para poner en peligro la imagen intachable de la empresa de Nicolás. —Nicolás, cálmate —le pedí, llevando mis manos hasta su pecho—, si pierdes el control, conseguirás lo que quiere. —Colette no tiene la culpa —se apresuró a decir Christian al acercarse y detenerse en medio de ambos, sin darle la oportunidad a Nicolás de decir algo más—, fui yo —tragó saliva con fuerza sin dejar de ver a Nicolás—, yo le dije que estarías encantando de recibir a los hermanos Zapata. Me fue inevitable no dar un pequeño grito al ver la reacción de Nicolás, quien había cerrado su mano en puño y la había estrellado contra el rostro de Christian. Christian solo dio un par de pasos hacia atrás, llevando su mano hasta el sitio lastimado. Cerré los ojos al escuchar los murmullos llenos de sorpresa por parte de los presentes. —Estás despedido —señaló antes de comenzar a caminar a paso rápido hacia la salida. Hice ademán en ir tras él, pero Perla me detuvo, tomándome del brazo. —No puedes irte, debes de arreglar el desastre de Nicolás — dijo, señalándome el micrófono. En ese momento, mi corazón palpitaba con fuerza, ni siquiera sabía de qué forma debía de actuar. Miré hacia los Zapata, Emiliano se encontraba sonriendo de forma satisfactoria, como si estuviese celebrando.

—Yo… lo siento tanto Colette —susurró Christian, sin dejar de acariciar su mandíbula. —Después hablaremos de ello —alargué, antes de caminar hacia el micrófono para así poder calmar un poco la situación. —No sería una gala sin un poco de drama, ¿No? —traté de bromear con el micrófono en la mano, ganándome ciertas risas de los presentes—, de corazón, agradezco mucho la presencia de cada uno de ustedes, esta noche ha sido un poco… distinta a la acostumbrada, por lo que, también deseo agradecer la presencia de nuestros invitados, Emiliano y Maximiliano Zapata, quienes nos colaboraron para que esta se convirtiera en una noche única —comenté, dirigiendo una molesta mirada en dirección de ambos chicos—, de hecho, me parecería excelente si les regalásemos un pequeño aplauso, por su bondadosa presencia a este lugar. Por suerte, los demás invitados lograron seguirme la corriente con facilidad, por lo que, simplemente se giraron hacia ellos y comenzaron a aplaudirles. Perla reía a la vez que aplaudía con esmero, mientras que, Emiliano parecía querer asesinarme con su mirada. Levanté una ceja en su dirección. —De parte de Nicolás Clark, gracias por el show de entretenimiento, señor Emiliano. Terminé con mi discurso y me dirigí hacia la salida, Arturo se apresuró a alcanzarme, a la vez que sacaba las llaves del auto de su bolsillo. —¿A la casa, señorita? —A donde esté Nicolás —respondí. 

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Capítulo XXV. “La tercera caja”-La compañía del millonario- Dreame Había llamado a Francis para saber si Nicolás había ido a casa, lo cual resultó ser negativo, Francis dijo no saber nada del señorito Clark. La ansiedad al no saber dónde se había metido, me carcomía, a tal punto que había comenzado con comerme las uñas mientras me dedicaba a ver por la ventana del auto. Nunca había visto a Nicolás tan furioso a como lo miré esa noche, ni siquiera pensé que fuese capaz de golpear a alguien a como lo había hecho con el pobre de Christian, el cual, si no lograba hacer que Nicolás cambiase de opinión, en aquel momento se encontraba desempleado. —Tengo una idea de dónde pueda estar —comentó Arturo, observándome por el retrovisor. —¿La casa del árbol? —indagué, en cuanto la idea cruzó mi mente. —Esa es la segunda opción —asintió, regresando su atención a la carretera—, la primera opción, es un bar al que solía ir a acompañar al señor Clark, cuando él tenía algún problema; si no está ahí, de fijo estará en la casa del árbol. —Pues vayamos a ese bar —le pedí, a la vez que me dedicaba a mirar mis desastrosas uñas. *** Arturo se detuvo en un bar en el centro de la ciudad, no era tan enorme, pero comparado con los que había visitado, le ganaba en longitud. A simple vista, era un sitio agradable, con finas paredes de tipo victoriano, además de varios Prohibido vender instagram: @edenklaynd

candelabros que colgaban sobre el pasillo que llevaba hacia la entrada. Ahí, un hombre alto me dio la bienvenida, preguntándome si tenía alguna reservación, lo que me pareció divertido que un bar tuviese sistema de reservación. Solo me bastó con mencionar que iba en busca de Nicolás Clark, para que con amabilidad me dejara pasar. Dejé salir lentamente la respiración y caminé hacia el interior, adentro, era toda una maravilla. Sus empleados vestían de forma muy elegante, con trajes negros etiquetados con el nombre del sitio, además, no dejaban de visitar las finas mesas ofreciendo tragos a los presentes. En una pequeña tarima, un grupo de música pop tocaba, ganándose la atención de los presentes, incluso, algunas parejas se encontraban en el centro de la pista, bailando al ritmo de la música. Busqué a Nicolás, hasta que al fin mi mirada dio con él, se encontraba en una esquina de la barra, con un vaso entre sus manos. Mantenía su cabeza gacha y sus hombros encorvados, se le veía triste. Me apresuré a llegar a él, hasta tomar el sitio a su lado. —¿Me invita a un trago, caballero? Él me miró y sonrió. —¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste? Levanté los hombros ligeramente. —Tengo mis influencias. Él movió su cabeza, hasta reparar en la presencia de Arturo a unos cuantos metros tras nosotros. —Supongo que Arturo es esa influencia.

—Supones bien —asentí, tomando una de sus manos—, ¿Qué pasa, Nico? —Estoy avergonzado, Colette… Emiliano siempre se ha caracterizado por sacar lo peor de mí. Dejé salir un lento suspiro, sin dejar de acariciar su mano. —Te entiendo, siempre habrá alguien que nos haga perder la paciencia. —Hice el ridículo. —No te preocupes, estoy segura que recibió un escarmiento — él levantó una ceja y sonrió. —¿Qué hiciste? —volví a levantar los hombros, restándole importancia. —Solo le di el protagonismo que quería. —¡Eres increíble! —exclamó, echándose a reír. —Lo sé. Tienes la mejor novia del mundo, ¿A qué sí? —induje, levantando una ceja y sonriendo en su dirección. —La tengo —estiró una mano y acarició levemente mi mejilla —, gracias por estar aquí, bonita. —Siempre estaré para ti, Nico. Sostuve su mano contra mi mejilla. Sus caricias se sentían tan jodidamente bien, que me gustaba alargar esos momentos, pues sentía que en cualquier momento podría convertirse en el último. Aún temía que Nicolás se enterase sobre la razón de mi llegada a la isla, temía que no fuese a comprenderlo y que inclusive no me perdonara, por lo que, cada día que pasaba a su lado, me dedicaba a disfrutarlo tal y como si fuese el último.

—Ahora hablemos de Christian. Su tierna expresión cambió radicalmente por un ceño fruncido. —No hay nada de qué hablar. Está despedido. —Nicolás… no puedes hacer eso, si él era la mano derecha de tu padre, por alguna razón debió de ser. Él me miró a los ojos… ese par de hermosos ojos azules me veían con un poco de enojo. —Yo no soy mi padre, Colette. Y no puedo confiar en Christian si fue capaz de engañarte para que invitaras a ese par de cretinos. —¿Qué tal si lo hizo por una broma? Ya conocemos a Christian y sabemos lo bromista que es —puse los ojos en blanco, pues en realidad, Christian a pesar de ser un excelente empleado, solía ser un tanto pesado en cuanto a dar bromas se trataba. —No me interesa, la verdad. —Amor… por favor, aunque sea piénsalo ¿Sí? Así le pones tus condiciones. Él bajó la cabeza y dejó salir lentamente la respiración. —Eres muy persuasiva cuando te lo propones. Le sonreí y acerqué mi rostro para darle pequeños besos por todo su rostro. —¡Te amo! ¿Lo sabes? —¡Solo lo pensaré! —exclamó, echándose a reír—, eso no quiere decir que Christian vaya a quedarse en la empresa.

—Con eso me conformo —dije, guiñándole un ojo. Compartimos algunos tragos mientras hablábamos de la gala, lo cual nos hacía reír, al recordar su reacción en cuanto Emiliano comenzó a repartir veneno, además de recordar una y otra vez la cara de terror de Christian en cuanto él lo había golpeado. Era increíble cómo me resultaba de fácil relacionarme con Nicolás, pues un día podíamos estar envueltos en las sábanas, acariciándonos y compartiendo placer mutuamente, a como también lo era estar frente a una barra compartiendo unos tragos y riendo sin parar, además, de tener la facilidad de algunos momentos hablar solo de trabajo, olvidándonos de que tenemos una relación de por medio. Lo miré mientras me dedicaba a escuchar algunas anécdotas del pasado, sonreía como idiota, al no entender cómo me había enamorado tan fácil de él, pues con solo verlo, mi corazón comenzaba a latir con mucha más fuerza, haciéndome desear pasar días enteros solo observándolo. —Señorita —parpadeé en varias ocasiones cuando un mesero se acercó con una bandeja—, le han enviado esto. La observé al igual que Nicolás. Era un trago acompañado de una pequeña caja con mi nombre en ella. En ese instante, la sonrisa que tuve en algún momento fue borrada, para así ser sustituida por una expresión de terror. La tercera caja había llegado, ¿Qué carajos significaba eso? —¿Quién envió eso? —preguntó Nicolás, con su tono de voz cargado de preocupación. —Solo vino un mensajero a dejarlo a la puerta, más unos dólares para acompañarlo con el trago —mencionó—, ¿Qué sucede con ello?

—¿Cómo supo el mensajero que yo estaba aquí? —inquirí, tratando de detener el temblor de mis manos. —No lo sé, solo la señaló y luego se fue. —Debe de estar aquí —dije, viendo a Nicolás. Él negó con la cabeza. —Te están siguiendo, Colette. Por favor… hazme caso mi amor —llevó sus manos hasta mi rostro, para que pudiera verlo a los ojos—, debes de regresar a Francia. —No voy a dejarte —hacía tanto tiempo que no lloraba, que me sorprendí al sentir mis mejillas ser mojadas por lágrimas. No tenía miedo… lo que tenía era terror de lo que fuese a acontecerme, pero a la vez, no quería irme. Nunca había sido más feliz de lo que lo era ahora, y estaba dispuesta a no dejar de lado esa felicidad, por unas estúpidas amenazas. —Colette, moriría si algo malo te sucede. No quiero exponerte. Cerré los ojos y alejé mi rostro, pasé mis manos por mis mejillas, limpiando cualquier rastro de lágrimas que hubiese en ellas. —Ya te lo dije antes, Nicolás. No voy a irme. Me dediqué a mirar la caja, tenía tanto miedo de abrirla y encontrar en ella el escorpión, por lo que, moví mi cabeza para así poder llamar a Arturo, él se acercó enseguida. —Tercera caja —le susurré, tendiéndosela a él. Me miró con duda, pero enseguida se dispuso a abrirla. Levantó su mirada y volvió a mirarme. —Escorpión —añadió.

*** Esa noche no pude conciliar el sueño, al igual que Nicolás. Solo nos quedamos tendidos en la cama, abrazándonos y viendo hacia el techo, sin decir ni una sola palabra. Después de todo, no teníamos nada que decir. Nicolás insistía en que debía de regresar a Francia, mientras que yo insistía en decir que no. Solo debía de tener un especial cuidado para que todo fuese bien, tenía claro que hasta que los investigadores que dijo Nicolás que contrataría para que siguieran el caso, resolvieran dicha situación, no debía de despegarme ningún momento de Arturo, quien ya tenía claras órdenes de disparar si fuese necesario. Tragué saliva con fuerza y cerré los ojos. ¿Qué tan malos debían de ser ciertas personas para divertirles el enviar amenazas de aquel tipo? No podía contarle nada de aquello a Sophie o a Jolie, quienes probablemente me insistirían en regresar. —¿Sabes algo? Como que ahora sí deseo investigar quienes fueron mis progenitores —hablé, tratando de cambiar lo tenso que se encontraba el ambiente en aquel momento. —Eso no me ayudará a dejar de pensar en que estás en peligro. Me volteé, apoyando mis brazos sobre su pecho. —Lo sé, pero al menos nos mantendrá ocupados. Él sonrió, estirando una mano para acariciar mi cabello. —Eres tan terca. —No sería Colette Simons, si no lo fuera. 

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Capítulo XXVI. “La disculpa”-La compañía del millonario- Dreame —Colette, necesito hablar con usted —Francis me había interceptado cuando llegué a la cocina por la mañana, para preparar mi desayuno y el de Nicolás. El hombre se encontraba recostado al marco de la puerta de la cocina, tal y como si me estaba esperando. —Francis, no lo tomes a mal, pero debo de darme prisa o si no, llegaremos tarde a la empresa. —No le quitaré mucho tiempo —arguyó, asintiendo en mi dirección. Dejé salir lentamente la respiración, pero luego terminé por hacerle un gesto con la mano para que hablara, pues sabía que si trataba de impedirlo, sería inútil, el hombre solía ser un tanto terco y no iba a dejarme en paz. —Arturo me ha comentado sobre los paquetes misteriosos que ha recibido. Me fue inevitable no torcer una sonrisa, ¿Acaso Francis también comenzaba a preocuparse por mí? —Voy a tener cuidado, tío Francis. —No es simplemente eso, Colette —habló, tragando saliva con fuerza—, le agradezco mucho todo lo que ha hecho por el señor Nicolás, pero lo cierto es que ya esta situación se está saliendo de las manos de todos. —¿Qué está queriendo decirme, Francis? —indagué, levantando una ceja en su dirección. Prohibido vender instagram: @edenklaynd

—Colette, aquí todos la apreciamos, pues la verdad, su llegada fue una bendición para todos. Pero me temo que deberá de irse. —Ya hablé de ello con Nicolás y no pienso irme. —O decide regresar a Francia, o tendré que hablar con el señor Nicolás sobre su contrato. Mis labios se abrieron ante el asombro a no asimilar que ahora Francis trataba de chantajearme con tal cosa. Lo conocía desde hacía meses, y la verdad es que el hombre era una persona extremadamente dulce y simpático, por lo que, justo ahora me costaba creer que trataría de delatarme. —Francis… vamos a hablarlo, ¿Sí? —No hay nada de qué hablar, Colette; la decisión está tomada —cruzó los brazos a la altura de su pecho, en señal de que no cambiaría de opinión. —Francis, tío Francis —hablé, extendiendo mis manos para tomar las suyas y así poderlo hacer entrar en razón—, amo a Nicolás. Sé que corro peligro, pero no me iré porque temo que si lo hago, la víctima pueda ser él. Su expresión cambió radicalmente en cuanto aquello había salido de mis labios. Era algo que había pensado mucho, pero no había querido comentarlo con nadie; si me iba, probablemente él estaría en su mira, puesto que, si esas personas lo que buscaban era dinero, no iban a descansar hasta conseguirlo. —¿Qué quiere decir con eso? —Francis, si yo escapo, ¿Cree que terminará todo así tan fácil? —hice una pausa, acercándome más a él—, daría mi vida, para que Nicolás esté bien —le susurré al oído—, así que me

quedaré, usted decida si le cuenta lo del contrato, o no — después simplemente lo pasé para poder terminar de llegar a la cocina. *** Nicolás envolvió sus manos en mi cintura, para abrazarme por la espalda, a la vez que acomodaba su barbilla en mi hombro, haciéndome sonreír. Yo me encontraba de pie, viendo fijamente hacia el ventanal de su oficina, no podía dejar de pensar en las malditas cajas y en mi conversación con Francis en la mañana. Sabía que a partir del momento en que había llegado la tercera caja, no iba a tener paz hasta que todo aquello terminara. Y la ansiedad me carcomía por dentro, al no saber qué sucedería después. —Luces pensativa —susurró en mi oído, para después hacerme cosquillas en el cuello con la punta de su nariz, haciéndome reír en el proceso—, ¿Qué sucede, precioso? —Solo pienso en lo mucho que cambió mi vida desde que te conocí —respondí, girándome para quedar frente a él. —¿Para bien, o para mal? —indagó, levantando una ceja. Suspiré, sin dejar de mirar sus hermosos ojos azules. —Para bien. Jamás pensé que se podría llegar a amar a alguien a como lo hago contigo —envolví mis manos en su cuello y él sonrió. —¿Qué pasó con Alessandro? Me eché a reír, a la vez que ponía los ojos en blanco. —¿Por qué echas a perder mi declaración de amor? —Solo tengo curiosidad… me ha costado mucho saber sobre ti.

Dejé escapar lentamente la respiración. —Salí con él durante ocho años, me propuso matrimonio y acepté. En cada uno de esos ocho años, siempre pensé que lo amaba, pero al final creo que me engañaba a mí misma, pues ahora, lo que siento por ti, no se compara con lo que alguna vez sentí por él. Una enorme sonrisa se ensanchó en su boca, no dijo nada más, simplemente bajó su rostro y besó mis labios. Separé mis labios enseguida, permitiéndome degustar de su boca. Desde el momento en que recibí ese maldito escorpión, había decidido disfrutar de cada día al lado de Nicolás, como si fuese el último. Así debía de ser después de todo. Vivir al máximo cada momento con los seres que amábamos, aprovechar cada instante para demostrar nuestro amor hacia ellos, tratar en la medida de lo posible de no enfadarse y si lo hacíamos, encontrar una pronta solución, pues… lamentablemente todos los días que abríamos los ojos, no sabíamos si ese sería el último día en que veríamos un nuevo amanecer. Los labios de Nicolás me besaban con fiereza, mientras que sus manos recorrían toda mi anatomía a la vez que me arrastraba para que cada parte de nuestros cuerpos se rozaran la una con la otra. Me era imposible poder contener mis instintos carnales con aquel hombre, pues sinceramente, cada caricia suya me hacía perder la razón. —Lo lamento, no sabía que estaban tan ocupados. Ambos pusimos distancia al escuchar la voz de Perla provenir desde la puerta. Mi respiración se encontraba agitada al igual que la suya, pasé un dedo sobre mis labios, tratando de volver a mi estado normal, a la vez que fulminaba a la rubia que nos veía con una sonrisa divertida desde la puerta.

—Gracias a Dios que no estaban encuerados, sino, hubiese sido una pesadilla para mí —continuó hablando, a la vez que cerraba la puerta tras de sí. —¿Acaso no sabes tocar, Perla? —cuestionó Nicolás con molestia. —Pues la verdad, jefe, sí toqué… en varias ocasiones de hecho, pero estaban tan ocupados, que parece que no me escucharon; deberían de acostumbrarse a poner el pestillo en la puerta cada vez que están solos aquí y quieran hacer sus cochinadas. Me fue inevitable no torcer una sonrisa. —Supongo que venías por algo importante, Perla —argüí, tratando de cambiar el tema. —¡Ah sí! —exclamó, negando con la cabeza—, Nicolás, Christian está afuera esperándote. —Hazlo pasar —se apresuró a decir él. —Otra cosa; también está Maximiliano Zapata, y pide hablar con ustedes dos. Nicolás me miró, incertidumbre atravesaba su mirada. Después negó con la cabeza. —No tenemos nada de qué hablar con un Zapata. —Él insiste, dice que no se retirará hasta que pueda verlos. —He dicho que no, Perla. —Nicolás… solo escucha lo que tiene que decir, ¿Quieres? — intercedí, tratando de hacerlo cambiar de opinión. —¿Por qué debería de hacerlo?

—Porque todos merecemos ser escuchados. —Qué sabiduría la tuya, amiga —se burló Perla. Me giré hacia ella y le saqué la lengua en un gesto demasiado infantil para mi edad. —Tú cállate, tonta. —Ja, ja, ja —agregó, haciéndome una mueca—. ¿Entonces lo dejo pasar o no? —Hazlo pasar —accedió Nicolás al final. —¡Vaya, Nicolás! ¡Cómo te controla tu novia! —Perla… —advirtió él, haciendo que la rubia se echara a reír. —Está bien, mejor me voy —concluyó diciendo para girarse y terminar por irse. Pocos segundos después, la puerta volvió a abrirse para así revelar la melena roja de uno de los chicos que no era bienvenido por parte de Nicolás. El sujeto nos observó a ambos, sus ojos eran de un profundo color marrón, los cuales transmitían un poco de pena al mirarnos. —Gracias por acceder a recibirme. —Tu ultimátum tuvo algo que ver con ello —bromeé. Nicolás continuó en silencio sin dejar de mirarlo de manera amenazante. —Lamento haber llegado a eso —sonrió—, solo quería ofrecerles una disculpa por la idiotez que hizo mi hermano la otra noche… traté de detenerlo a que se presentara, pero no lo logré.

Él miró a Nicolás, quien continuaba en absoluto silencio, lo cual debía de admitir que comenzaba a divertirme. —Vine a presentar una colaboración en beneficio de su causa —comentó el muchacho, acomodando su corbata azul—, y también, Nicolás, quería decirte que renuncié a mi parte de las acciones de la empresa que compartía con mi hermano. Mi chico levantó una ceja, torciendo una sonrisa. —¿Por qué razón harías algo así? —preguntó al fin. —Porque estoy harto de sus obstinados berrinches y caprichos. Deseo no tener nada, a tener que seguir aguantándolo. —Bueno pues… nunca creí que diría esto, pero te felicito. Espero que encuentres tu norte en algún momento —comentó él, Maximiliano tragó saliva con fuerza al escucharlo decir aquello. —También quería ofrecer mis servicios, sabes que tengo un doctorado en Administración de Empresas, por lo que, podría serte de ayuda. —Estamos completos ahora —respondió cortante. —Nico, deberías de pensarlo —dije, girándome hacia él. Detestaba sentir que debía de ayudar a todo tipo de persona, no sabía si esa parte de mí resultaba ser buena o mala. Solía ser estricta y algo cruel con las personas que se lo merecían, a como lo había sido con Patrick, el sujeto que estaba robándole a la empresa, pero cuando sentía que una persona hablaba con la verdad y que además necesitara ayuda, lograba conmoverme y desear ayudarlo.

—Colette… —advirtió Nicolás, dirigiéndome una mirada tipo “No me hagas hacer esto”. —Por favor, solo piénsalo. Quizás pueda serte de ayuda en algún momento. —Es un Zapata. —Amor, ya no vivimos en siglos pasados donde las familias se odiaban a muerte —sonreí, tratando de convencerlo. Puso los ojos en blanco. —Odio cuando sacas tu parte humana —se giró hacia Maximiliano—, envíame tu hoja de vida y luego veré si te contacto, pero no te prometo nada, ¿Okay? El pelirrojo asintió emocionado, incapaz de no sonreír. —Por supuesto —me miró y me sonrió—, muchas gracias, Colette. Ya veo que lo que se ha escuchado de ti, es verdad. El chico se fue, dejándonos solos otra vez. Reí, negando con la cabeza, miré a Nicolás. —¿Qué cosas son las que se hablan de mí? —No lo sé, quizás algo así como lo afortunado que es el bastardo de Nicolás al tener a una novia tan guapa y sexy como tú —dijo, ocultando una sonrisa mientras caminaba hacia la puerta y ponía el pestillo. Se giró, un indicio de malicia cruzó su mirada. —¿En qué habíamos quedado? Me senté sobre el borde de su escritorio y abrí ligeramente las piernas, sonriéndole con cierta picardía.

—Ven acá y te lo muestro —argüí, llamándolo con un dedo. —Sus deseos son órdenes, señorita —alargó mientras caminaba hacia mí y acomodarse entre mis piernas, para luego estrellar sus labios contra los míos.

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Capítulo XXVII. “La tragedia”-La compañía del millonario- Dreame Dos meses después Pensé que todo había terminado, llevaba una vida sumamente feliz y agradable, trabajaba, acompañaba a Nicolás en sus paseos en motocicleta, salía algunas veces con mis dos amigas, ayudaba a Christian en su nuevo trabajo dado por Nicolás, como consecuencia de la pesada broma que le había dado en la noche de la gala (el cual se trataba en repartir la correspondencia en todo el edificio), incluso, me daba tiempo hasta de salir a correr por la playa en las mañanas. También había pasado algunos días investigando al lado de Nicolás sobre todas las posibles familias Simons que había en Francia. A decir verdad, a mí no me interesaba saber quiénes eran las personas que me habían dejado abandonada en un orfanato, pero si para él eso era importante, lo iba hacer. Al final, nos dimos cuenta que buscar desde la isla, era como encontrar una aguja en un pajar, así que gracias al cielo, desistimos. Para mí todo había terminado, se acabaron los paquetes con sus amenazas, por lo que, la paz había llegado para todos en la casa. Dormía con Nicolás todas las noches, tal y como si fuésemos esposo y esposa, cosa que era lo que más disfrutaba de mi día a día, irme a dormir envuelta en los brazos de la persona que amaba. Ahora, Nicolás se encontraba profundamente dormido, uno de sus brazos se encontraba sobre mi abdomen, mientras que su rostro descansaba cerca de mi hombro; estiré mi mano y tomé mi celular de la mesilla de noche, eran cerca de la media

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noche, por lo que, me parecía extraño que alguien me escribiese a esa hora. Deslicé mi dedo por la pantalla y abrí el WhatsApp, era un mensaje de Perla:

“Colette, la abuelita de Ella ha muerto; solo quería que lo supieras” Dejé escapar lentamente la respiración al leer aquella noticia. Sabía lo que Ella amaba a su abuela, aún más que a sus propios padres, según había mencionado en alguna ocasión. Podría imaginar lo mal que debía de estarla pasando, nunca había pasado por aquello, pero había visto a tantas personas sufriendo por una pérdida, que incluso podía sentir un poco el dolor que estaría pasando. Alejé con suavidad el brazo de Nicolás de mi cuerpo y salí de la cama. Si una amiga te necesitaba, no importa la hora, pero irías hacia ella. Tomé mi teléfono y le escribí una rápida respuesta a Perla.

“¿Dónde están? Voy en camino” Su respuesta pues instantánea.

“Hospital Central” Salí de la habitación y fui a la mía para poder cambiarme de ropa, en cuanto estuve lista, me puse una chaqueta y caminé en silencio hacia la habitación de Arturo, a la vez que le dejaba un rápido mensaje a Nicolás, por si a la mañana aún no había regresado. Llamé a la puerta de la habitación de Arturo, lo escuché moverse, pero a los pocos segundos se encontraba abriendo la puerta con una expresión bastante soñolienta. Frotó sus ojos con ambas manos y luego bostezó.

—Señorita Colette, ¿Necesita algo? Me abracé con fuerza mientras asentía. —Murió la abuelita de Ella, ¿Podrías llevarme al Hospital Central? —Por supuesto, estaré listo en cinco minutos —atinó a decir antes de regresar a su habitación. Diez minutos después, nos encontrábamos en el auto de camino al hospital. Arturo tarareaba una canción de los Backstreet Boys, yo solo me dedicaba a mirar las luces por la ventana, pensando en un posible discurso para decirle a Ella por su pérdida. Puse los ojos en blanco a la vez que suspiraba. A quién iba a engañar, era excelente en tratar asuntos laborales y de clase alta, pero a la hora de presentarme frente a alguien que acababa de perder a un ser amado, era pésima. Si había logrado actuar bien con Nicolás, fue porque en realidad, cuando comencé a tratar con él había sido únicamente porque era un asunto laboral. Bajé del auto y me dirigí a paso rápido hacia el interior del hospital, Arturo caminaba a unos pasos tras de mí. Cuando llegamos a la sala de espera, lo primero que logré ver fue a Perla abrazada de Ella, quien no dejaba de llorar de forma desconsolada. Perla me miró sobre el hombro de nuestra amiga y me hizo un gesto para que me acercara, tragué saliva con fuerza y caminé con seguridad, cuando me reuní con ellas, no dije nada, solo me dediqué a envolver a Ella en mis brazos, después de todo, no tenía que decir nada, con que Ella supiera que estaba ahí para ella, era suficiente. Me quedé con ellas durante tres horas, alrededor de las tres de la mañana habían llamado a Ella para que fuese por el acta de defunción, así que en ese momento me despedí y caminé de regreso al auto con Arturo. No había pegado el ojo en toda

la noche, así que me sentía agotada, me senté en el asiento trasero del auto y apoyé mi cabeza contra la ventana y cerré los ojos. El cansancio me estaba ganando a tal punto que comenzaba por dejarme rendir por el sueño, pero un extraño movimiento en el auto hizo que me espabilara. Abrí los ojos de golpe y miré la mirada angustiada de Arturo por el espejo retrovisor. —¿Qué sucede? —pregunté al sujetarme con fuerza del cinturón de seguridad al sentir la manera en que comenzaba a acelerar. —Nos están siguiendo, señorita —respondió. Mi corazón se aceleró de inmediato, mientras mis manos comenzaban a temblar. Moví mi cabeza hacia atrás y miré un auto n***o acercarse a toda velocidad a nosotros. Arturo no dejaba de mirar a través del espejo, esquivando los escasos autos que se encontraban en la carretera a esa hora, mantenía su ceño fruncido y una vena resaltaba en un lado de su cuello. El terror se apoderó de mí al ver la forma en la que Arturo conducía, las llantas del auto comenzaban a producir un horrible sonido contra el asfalto, cerré los ojos, deseando que todo aquello terminara pronto, pero el golpe que sentimos desde atrás, me hizo gritar, haciéndome ver que eso no iba a terminar tan fácilmente. —¡Sujétese, señorita! —exclamó Arturo mientras trataba de alejarse del auto que había comenzado a golpearnos. Aquello me parecía una pesadilla, una horrorosa pesadilla de la cual no podía despertar. Arturo giró en un cruce sin siquiera detenerse a respetar el semáforo en rojo, el auto n***o se acercaba cada vez más, por lo que temía que volvieran a golpearnos en cualquier momento.

Un nuevo golpe en la parte de atrás, casi logrando que Arturo perdiera el control. Maldijo en voz alta mientras golpeaba el volante con fuerza. La frustración se apoderó de él, pues había comenzado a pedirme disculpas una y otra vez. Lágrimas bañaban mis mejillas al comenzar a sentirnos perdidos. ¿Acaso esos eran nuestros últimos momentos con vida? ¿No volvería a ver a Nicolás y a mi hermana? No quería morir… aún soñaba con poder cumplir tantas cosas antes de que me llamaran a descansar, que no quería que ese fuese el momento. Añoraba con llegar a la casa y meterme a la cama con Nicolás para así sentir sus brazos rodear mi cuerpo otra vez. Deseaba sentir sus labios contra los míos y ver su sonrisa cada vez que me veía con dulzura. Quería escuchar la voz de mi hermana otra vez, pidiéndome que regresara a París. ¡No quería morir, maldita sea! Un golpe más… un golpe que hizo que el auto comenzara a dar vueltas en el aire. Cerré los ojos con fuerza, dándome por vencida a la vez que esperaba la muerte. El auto se detuvo, nuestros cuerpos estaban volteados a causa de la posición del auto, cada parte de mi cuerpo dolía a tal punto que no me podía mover. Miré a Arturo, su rostro estaba manchado de sangre; él trataba de libertarse del cinturón, hasta que lo logró. Gateó hacia mí, diciéndome palabras tranquilizadoras, palabras que no podía escuchar a causa de los gritos de dolor que salían de mí. No había muerto, pero realmente deseaba estarlo en aquel momento. —Colette, escuche. Tiene que salir de aquí y tratar de huir. Arturo quitó mi cinturón, haciéndome caer con fuerza sobre el techo del auto, luego pateó una ventana hasta que la rompió.

—Necesito que sea fuerte —habló, sosteniendo mi rostro para que pudiera verlo—, solo un poco de esfuerzo de su parte, por favor —continuó, mostrándome la ventana rota, haciéndome un gesto para que me arrastrara hacia ella—, vamos, Colette. Solo tiene que salir y esconderse hasta que llegue la mañana. —No puedo, Arturo —gemí del dolor, sentía que posiblemente algunos de mis huesos estaban rotos. —Sí puede, no se dé por vencida —el hombre acercó su rostro al mío y besó mi frente—, fue un placer trabajar con usted, Colette —susurró mientras me empujaba para que saliera. Casi no podía ver con claridad ante las lágrimas que no dejaban de salir de mis ojos, pero aun así, hice el mayor esfuerzo por arrastrarme y salir del auto. —¡Vamos, no se detenga! —Exclamó Arturo—, yo iré tras de usted. Un fuerte frío recorrió mi cuerpo en cuanto estuve fuera, pero hice lo que me pidió, traté de levantarme para caminar y alejarme, pero ni siquiera podía hacerlo bien, arrastraba una pierna y sostenía uno de mis brazos a causa del fuerte dolor que sentía, giré un poco para mirar a Arturo, quien trataba de salir por la ventana, observé como un hombre con chaqueta oscura se acercó a él, luego giró su rostro hacia mí y sonrió. Me detuve, pues sabía que iba a ser inútil tratar de escapar, bajo la tenue luz que aún nos brindaba el auto, logré ver los ojos de  Arturo, quien con un movimiento de labios mencionó un “Lo siento” antes de que el sujeto disparara justo en su cabeza. Me paralicé. Ya ni siquiera sentía dolor, el ver a Arturo con un disparo en su frente me había matado a mí también. Él había muerto tratando de salvarme, y ahora, al ver al sujeto de chaqueta negra caminar despacio hacia mí, supe que su sacrificio había sido inútil.

De mis ojos salían lágrimas, pero ya no sentía nada, simplemente me quedé ahí, estática, esperando lo que fuese a ser de mi destino. Él se detuvo frente a mí y fue ahí donde pude reconocerlo, Patrick Evans. El sujeto al que había despedido meses atrás de la empresa de Nicolás. —Hola, francesita —dijo justo antes de golpearme en la cabeza con su arma para después hacerme perder el conocimiento. 

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Dama de Compañía. Pamela Muñoz

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