03 La dama y el vampiro

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Michelle Rowen

La dama y el vampiro

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Michelle Rowen

La dama y el vampiro

MICHELLE ROWEN

LA DAMA Y EL VAMPIRO MORDISCOS INMORTALES 3

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La dama y el vampiro

Índice ARGUMENTO ........................................................................... 4 Capítulo 1 ............................................................................... 5 Capítulo 2 ............................................................................. 16 Capítulo 3 ............................................................................. 26 Capítulo 4 ............................................................................. 34 Capítulo 5 ............................................................................. 45 Capítulo 6 ............................................................................. 57 Capítulo 7 ............................................................................. 74 Capítulo 8 ............................................................................. 89 Capítulo 9 ........................................................................... 103 Capítulo 10 ......................................................................... 117 Capítulo 11 ......................................................................... 127 Capítulo 12 ......................................................................... 138 Capítulo 13 ......................................................................... 149 Capítulo 14 ......................................................................... 160 Capítulo 15 ......................................................................... 170 Capítulo 16 ......................................................................... 185 Capítulo 17 ......................................................................... 203 Capítulo 18 ......................................................................... 212 Capítulo 19 ......................................................................... 227 Capítulo 20 ......................................................................... 240 Capítulo 21 ......................................................................... 255 Capítulo 22 ......................................................................... 271 Agradecimientos ............................................................... 285

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ARGUMENTO

Ella pelea... Janie Parker es una asesina sobrenatural que no eligió ese puesto pero, ¿qué puede hacer una chica cuando las cosas le vienen dadas? Ahora, lo único que se interpone entre ella y la decapitación a manos de su infernal jefe es un artefacto mágico llamado «El Ojo». Para conseguirlo, todo lo que Janie tiene que hacer es encontrar a un oscuro e inquietante vampiro llamado Michael Quinn y hacerse con él. Fácil, ¿no creéis? Lo que pasa es que si Quinn continúa besándola de esa forma es muy probable que Janie termine perdiendo algo más que la cabeza. Él muerde. El antiguo cazador de vampiros Michael Quinn quiere volver a ser un humano. Si se apodera de «El Ojo» y pide un deseo… entonces todo irá bien en el mundo. Pero ahora Quinn tiene tras de sí a una sexy caradura con un elegante y apetitoso cuello... y que tiene órdenes de clavarle una estaca tan pronto como lo encuentre. Así que lo único que ahora desea Quinn es que su primer mordisco no sea el último momento de Janie en la Tierra.

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Capítulo 1

No era asunte suyo, pero eso nunca le había detenido Quinn observó desde las sombras cómo dos cazadores se movían a hurtadillas por el oscuro aparcamiento del restaurante de carretera hasta que tuvieron a su presa acorralada. Quería ignorar lo que estaba viendo, darse la vuelta y dirigirse de nuevo hacia el coche, pero eso no era lo que iba a ocurrir. Se acercó silenciosamente por detrás. —¿Necesitáis ayuda? —preguntó. Los dos cazadores se volvieron para mirarle. Uno era grande, tenía unos antebrazos gruesos y una barba descuidada que parecía estar allí más por dejadez que por designios de la moda. El otro era más joven, más delgado, y llevaba unas gafas redondas que le aumentaban los ojos el doble de su tamaño. A primera vista era un dúo dinámico bastante insólito. —Piérdete —dijo el grandullón. Quinn se encogió de hombros. —Pillo la indirecta. No hay problema. Se dio la vuelta. «Márchate —dijo para sus adentros—. Tienes cosas más importantes que hacer». Pero entonces miró al par de vampiros que estaban atrapados en el aparcamiento del Burger King, junto a un contenedor de basura. Eran un hombre y una mujer que, según él, podrían tener entre veinte y doscientos años. Eran cosas que nunca se sabían con exactitud. —Por favor, ayúdanos —suplicó la mujer. Era guapa. Pequeña y rubia. Parecía una universitaria dando una vuelta con su novio de pelo oscuro y ojos grandes, que intentaba protegerla de los cazadores con su propio cuerpo. A menos que los buscaras, apenas se le veían los colmillos. Quinn se rio. —¿Ayudar a un vampiro? ¿Por qué iba a querer hacer una locura como ésa?

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—Oye... —El cazador más joven se cambió de mano la estaca de madera—. Creo que te conozco, ¿no? Eres el hijo de Roger Quinn, Michael. Sí, nos conocimos hace un par de años. Quemamos un nido de vampiros en St. Louis. Quinn trató de ver el rostro que había debajo de aquellas grandes gafas. No le resultaba familiar. Pero había bebido mucho durante su estancia en St. Louis. Fue un mes y medio muy malo y la cerveza había ayudado. —Sí. Me alegro de volver a verte. —Sí, lo mismo digo, tío. —Se rascó la pierna distraídamente con la estaca. Los vampiros contemplaron con miedo el arma afilada. El cazador se volvió hacia su amigo—. Quinn es uno de los mejores cazadores que he visto en mi vida. Tiene olfato para los vampiros. Los huele en cualquier rincón donde se hayan escondido. Quinn hizo un gesto con la mano. —Bah, no exageres. —Soy Joe, ¿recuerdas? Éste es mi amigo Stuart. Oye, por supuesto que puedes echarnos una mano. Éstos son los dos primeros de la noche. Me imagino que estaban esperando a que salieran víctimas del restaurante. —Le dió al vampiro en el pecho y sus ojos aumentados se entrecerraron—. Era lo que estabais haciendo, ¿no? ¿Buscando un tentempié, eh, monstruo chupasangre? —Vete a la mierda. El vampiro tensó la mandíbula e intentó parecer valiente. No estaba funcionando muy bien. —Bueno, ya conoces a los vampiros. —Quinn miró hacia el restaurante mientras un coche salía del autoservicio—. Son malos hasta la médula. —¿Vives por aquí? Negó con la cabeza. —Sólo estoy de paso en la ciudad y me he parado a tomar un bocado. —Eh —dijo el cazador más alto mientras fruncía el entrecejo—. ¿De veras eres Michael Quinn? —Exacto. —Por favor —dijo la chica—. No somos malos. Sólo queríamos cenar. —Sí —gruñó Stuart—. Queríais beberos la sangre de unas humildes víctimas. —No, me he comido unas patatas fritas. El vampiro se humedeció los labios, nervioso. —Dejadnos en paz.

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—Monstruo chupasangre —soltó Stuart—, los vampiros no comen nada sólido. —Algunos sí que lo hacemos —replicó la chica con voz temblorosa. —Cállate. —Luego se volvió hacia Quinn—. Creo que hace poco oí algo sobre ti. Estoy intentando averiguar de qué se trataba. Quinn cruzó los brazos y trató de ignorar los ojos suplicantes con los que la vampira le estaba mirando. —¿Ah, sí? ¿Algo importante? —Creo que sí. Pero ¿qué era? Se rascó la barbilla. —Bueno —empezó a decir Quinn—, puede que hayas oído que hace poco he dejado de cazar vampiros. Stuart asintió. —Sí, creo que era eso. Pero había algo más. —Arrugó el ceño y entonces levantó la vista—. Espera un minuto. Ya me acuerdo. Tú... tú eres un... Quinn le dio un puñetazo en la cara. —¿Un monstruo chupasangre? El cazador dio un alarido y se tapó la nariz cuando ésta empezó a chorrear sangre. Joe se puso tenso y alzó su estaca. Quinn giró sobre sus talones y le dio una patada en el estómago, lo que le hizo tambalearse hacia atrás y golpearse la cabeza con el contenedor, que le dejó sin sentido al instante. La estaca repiqueteó en el suelo. Stuart levantó la vista mientras se agarraba la nariz y Quinn le enseñó los colmillos. —También he perdido a un montón de amigos últimamente. No sé por qué ya no me hablan. Los vampiros se acurrucaron, paralizados. Stuart corrió hacia Quinn, pero éste le cogió la estaca que llevaba en la mano y tiró al cazador al suelo. Después se agachó para apretar la estaca contra el cuello de Stuart. —Como decía, estoy de paso en la ciudad y te sugiero que hagas lo mismo. El cazador soltó un grito ahogado. —No se está muy bien, ¿verdad? Hace poco que he cambiado de opinión respecto a matar vampiros. ¿Adivinas por qué? —¡No me mates! —suplicó. Quinn retiró la estaca.

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—La próxima vez que salgas a cazar, recuerda que uno de esos monstruos chupasangre te perdonó la vida. ¿Te enteras? El cazador asintió con ojos atemorizados y se sujetó el cuello con una mano temblorosa. —Ahora coge a tu amigo y salid echando leches de aquí. Joe estaba empezando a recuperar la conciencia. Stuart le agarró por la camisa y los dos se marcharon tambaleándose. Rápido. Muy rápido. Quinn los observó mientras corrían. Aficionados. Los reconocía a un kilómetro de distancia. —Hostia puta, Quinn—dijo una voz a su derecha—. Creía que ibas a esperarme en el coche. Quien hablaba era Matthew Barkley, que había salido del restaurante con una bolsa grande llena de comida rápida. Quinn inspiró y con sus sentidos vampíricos recién aumentados enseguida supo que se trataba de dos Whoppers con queso y una ración de patatas fritas. El olor a comida sólida le hizo marearse un poco. Algunos vampiros, como los que había salvado, podían seguir comiendo sólido. Desgraciadamente, él no era uno de ellos. —Necesitaba estirar las piernas —dijo. —¿Ésos eran cazadores? —Pretendían serlo. —¿Les diste una paliza? Quinn se encogió de hombros. —Bien hecho —asintió Barkley—. Me alegro de ver que no eres amigo de tus antiguos colegas. Supongo que es lo lógico. Los vampiros se acercaron. —¡Muchísimas gracias por salvarnos! —dijo la chica—. No sabíamos qué hacer. ¿Cómo podemos agradecértelo? Quinn no los miró. —Podéis empezar alejándoos de mí. —Pero... —¡Que os piréis! —gruñó Quinn. Se miraron entre ellos y luego se dieron la vuelta y echaron a correr en dirección opuesta a los cazadores.

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Barkley había empezado a comerse una de sus Whoppers. Masticó, pensativo, y tragó antes de hablar. —Y tampoco te gustan los vampiros. Eso sí que no es lógico. No tienes ningún problema con los hombres lobo, ¿verdad? —No te preocupes, Barkley. No te voy a hacer salir corriendo a ti también. —Es bueno saberlo. ¿Nos vamos o qué? Aún tenemos que recorrer unos trescientos kilómetros más antes de echar un sueñecito. El corazón de Quinn latía con fuerza en su pecho. La verdad era que se encontraba un poco mal. Frío y sudoroso. —Un momento. Vuelvo enseguida. —Estaré en el coche, comiéndome todo esto. Quinn se dirigió a los servicios del restaurante para echarse un poco de agua fresca en la cara. Se agarró al lateral del lavabo hasta que los nudillos se tornaron blancos. «Tranquilo», dijo para sus adentros. ¡Por Dios! Llevaba ya dos meses siendo un vampiro y las cosas no mejoraban. ¿Cuándo iba a empezar a ser más fácil? «Pronto. Muy pronto». Tocó su bolsillo para sentir el tranquilizador contorno de la carta y enseguida notó que los latidos de su corazón volvían al ritmo normal de un treintañero recién convertido en vampiro. La carta. La única cosa de las muchas posesiones de su padre de la que se había preocupado después de que muriera el viejo. La carta le iba a llevar directamente a su respuesta. Iba a resolver todos sus problemas. Tenía que ser paciente. Sólo un poquito más. Por lo que sabía, nadie que estuviera vivo sabía de su existencia. Ni un alma. Su padre había pasado buena parte de su vida adulta —la parte en la que no estaba ocupado cazando y matando vampiros— buscando el Ojo. Quinn creía saber por qué su padre nunca pudo encontrarlo. Se había equivocado en los cálculos. Pero ahora era el momento idóneo y el Ojo sería de Quinn. Luego ya nada de todo esto le importaría a nadie. Podría salir del lío en el que se había metido, de una vez por todas. Alzó la vista hacia el espejo, que no reflejaba nada salvo el baño que había detrás de él. Al enseñar los dientes, ni siquiera pudo ver los colmillos que él sabía que estaban allí.

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Con un puñetazo, hizo añicos el espejo. La puerta se abrió y un joven vestido con un uniforme de Burger King asomó la cabeza. —¿Algún problema, señor? Quinn le gruñó —Da igual —dijo el chico, forzando una sonrisa al comprobar el daño. La puerta se cerró. Quinn respiró hondo y cerró sus ojos cansados. Dentro de poco ya no sería un monstruo.

***

Janie Parker iba a morir. «Aceptarlo —pensó— es un gran paso adelante». También ayudaba beberse antes cuatro Vodka Martini. Pero sólo un poco. —La recibirá ahora —anunció una voz. Ella asintió. Vale. Llegó la hora del espectáculo. Se levantó del sofá de la sala de espera y caminó por el largo pasillo hasta el despacho de su jefe. Las paredes estaban cubiertas de fotos de otros empleados. A la izquierda del pasillo estaban las estrellas, los que nunca habían cometido errores en su trabajo. Para ellos, el cielo era el límite. Podían tener todo lo que quisieran: dinero, poder e influencia. Bueno, todo lo que quisieran excepto la oportunidad de marcharse. Eso nunca. En la parte derecha estaban los empleados que habían arruinado un encargo. Los que le habían decepcionado. No les había hecho falta dejar el trabajo. Habían tenido una cita con el jefe exactamente igual a la que ella estaba a punto de tener. Luego moverían su foto de un lado del pasillo al otro como ejemplo para los demás. Siempre supo que la casilla del formulario de la solicitud de empleo donde ponía «opciones de entierro» tenía pocas aplicaciones posibles para el departamento de recursos humanos.

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Janie había tenido dos reuniones con su jefe previas a aquélla. La primera había sido cuando su mismísimo ex novio la había engañado para que ocupara su puesto en la Compañía (el nombre genérico que le daban a la organización los desafortunados que conocían su existencia). Fue capaz de engañarla porque la chica creía que estaba enamorada de aquel guapo asqueroso. Había sido tan convincente y encantador que había firmado alegremente sobre la línea de puntos. No se había alegrado tanto al descubrir que tenía que firmar con su propia sangre, pero aun así lo había hecho. Le había prometido que trabajarían juntos, pero el muy capullo había mentido. Se largó un día de madrugada, cuando ella estaba medio dormida, y nunca más le volvió a ver. Se las arregló para burlar el sistema. Ahora ella era el sistema. La segunda vez que tuvo una reunión con su jefe había sido hacía apenas un año, cuando su anterior compañera había fastidiado un trabajo y le había intentado echar la culpa a Janie. Ambas se habían llevado una buena bronca y el jefe se había mostrado muy tranquilo mientras escuchaba sus explicaciones antes de decapitar limpia y eficazmente a su compañera justo delante de ella. Janie tragó saliva. Le gustaba su antigua compañera. Confiaba en ella como no había confiado en nadie en años. Eso demostraba lo que cambiaban las personas cuando tenían que reconocer sus errores. Por no mencionar cuando les cortaban la cabeza. Ya no confiaba en nadie. Desde aquel desafortunado incidente, había sido una empleada ejemplar. Había hecho todo lo que le mandaban. Cuando y donde se lo mandaban. Apretaba los dientes ante cualquier encargo desagradable, y puesto que la mayoría de sus trabajos eran desagradables, los dientes se le iban a quedar en nada dentro de poco. Pero la imagen de la muerte prematura de su última compañera la perseguía. Nadie quería tener problemas con el jefe. Era alguien a quien no se podía defraudar. Y ella lo acababa de hacer. Hacía muy poco había dejado que un trabajo se le escapara de las manos. Una recuperación habitual de una joya mágica en Toronto. Un collar. No sabía lo que era o lo que hacía, sólo que el jefe quería que ella lo recogiera y se lo devolviera. Había fracasado. Lo hizo sin querer y a propósito al mismo tiempo. Sabía que únicamente había una forma de salir de aquel trabajo y era la vía que estaba tomando. Pero ahora que había llegado el momento, le temblaban hasta sus zapatos de Prada recién comprados.

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Sí, podía salir corriendo. O al menos intentarlo. Pero no serviría de nada. El jefe tenía videntes en plantilla que podían localizar psíquicamente a un empleado sin importar dónde intentara esconderse. Si echaba a correr sólo retrasaría lo inevitable. Quería acabar de una vez. —Entra aquí —gruñó el jefe desde detrás de la puerta un poco entornada. Janie entró en la habitación. A cada lado de la puerta había un esclavo, los ayudantes personales del jefe. Parecían tipos normales, pero no lo eran. Estaban bajo alguna clase de hechizo que les había convertido en sus siervos y eran incapaces de resistirse a su autoridad. Sin embargo, recibían una buena paga en Navidad, así que Janie suponía que al final todo quedaba compensado. Puso su mejor falsa sonrisa. —Hola, jefe. Me alegro de verle. Tiene un aspecto fantástico. No era cierto, pero a ella se le daba muy bien mentir. En realidad aquel hombre era como una musaraña. Flaco y debilucho, con los pómulos muy marcados. Parecía una versión de carne y hueso del señor Burns de Los Simpson. Salvo que era peor. Más viejo. Y menos amarillo. —Deja los cumplidos para tu próxima vida, Parker. —Escuche, jefe, se lo puedo explicar todo. Movió su mano huesuda en señal de negativa. —También puedes ahorrarte eso. Acércate. Janie tragó saliva y después le ordenó a sus pies que empezaran a moverse. Era lo que ella quería. Sólo le dolería un segundo o eso esperaba. Cuando la mataran, se libraría de una vez por todas de aquella vida solitaria, decepcionante y espantosa. Era la mejor decisión. Suicidarse por poderes. Echaría de menos sus zapatos nuevos, pero eso era más o menos todo. Le pareció como si hubiera tardado unas dos horas en llegar a su mesa. —Lo siento —se oyó decir a sí misma y luego se dio una patada mental. «Cállate». Se la quedó mirando con unos ojos llorosos, de color gris pálido. Su mano huesuda se deslizó hasta el cajón de la derecha de aquel monstruo negro como el tizón que tenía por escritorio. ¿Qué estaba buscando? ¿Una pistola? ¿Un cuchillo? ¿Un frasco de ácido? ¿Un cuenco con pirañas? La chica cerró los ojos con fuerza y se abrazó para recibir el impacto.

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No ocurrió nada. —Échale un vistazo a esto —dijo el jefe. Entreabrió un ojo con vacilación; luego, el otro y bajó la mirada. Encima de la mesa había un intrincado dibujo en color de una pequeña bola de cristal casi totalmente rodeada por una filigrana plateada, similar a una telaraña, sobre una varita mágica dorada con un gran rubí incrustado. Volvió a dibujar una sonrisa forzada en su rostro. —¿Alguien está pensando salir disfrazado de Harry Potter el próximo Halloween? Aún estamos en febrero, pero yo siempre he dicho que es bueno planear las cosas con antelación. Creo que estaría monísimo. El jefe dio unos golpecitos sobre el dibujo. —Lo quiero. Y quiero que tú me lo traigas. —Quiere que yo... —Hizo una pausa—. Pero creía que estaba aquí para... Negó con su cabeza arrugada. —Eres un fracaso, Parker. Una vergonzosa pérdida de espacio. Pero te voy a dar otra oportunidad. Si me consigues el Ojo, te lo perdonaré todo. —¿Cómo voy a negarme con esa propaganda? —Cogió el dibujo de la mesa y lo miró con más detenimiento—. ¿Por qué lo llaman el Ojo? Una fría sonrisa se reflejó en la cara del jefe. —No tienes que saber más de lo que yo te contaré para que lo recuperes. Hay una persona que tiene los medios para localizarlo. Una vidente lo ha visto esta mañana. Existe un vampiro que quiere usar el poder del Ojo en beneficio propio. Sigue al vampiro y encontrarás el Ojo. Emplea los medios que sean necesarios, pero hazte con él y tráemelo. Es todo lo que te pido. —Parece bastante fácil. ¿Y si el vampiro me da problemas? —Mátalo. Janie respiró hondo y soltó el aire despacio. —¿Es malo? —¿Acaso importa? La chica vaciló. «No lo estropees, tonta». —Por supuesto que no.

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—Entonces no hay ningún problema. —Se reclinó en su enorme silla de piel, con la mirada todavía clavada de un modo inquietante en Janie—. El vampiro va en coche con un conocido, un hombre lobo, camino de Arizona. —Le pasó un trozo de papel— Las videntes me han informado de que estarán en este sitio mañana a las doce en punto del mediodía. La chica lo cogió, miró la dirección, y luego se metió en el bolsillo la nota y el dibujo. —Entonces supongo que me tengo que ir ya —dijo dándose la vuelta. —Parker. Se detuvo y después se volvió para mirar al hombre que tenía el papel protagonista en la mayoría de sus pesadillas. ¿Sí, señor? —Caso de que estés pensando en fracasar otra vez, que sepas que me disgustaría muchísimo. —Entendido. —¿ Ah, sí? —Su mano derecha volvió a deslizarse hacia el cajón, sacó una foto y la colocó encima del escritorio—. Puede que tu propia vida no te importe mucho, pero si me decepcionas de nuevo, puedo pensar en otros castigos. Janie se acercó a la mesa, miró la fotografía de una cámara de vigilancia en la que aparecía una guapa pelirroja, y el corazón casi se le detuvo. Era su hermana pequeña, Angela, que había desaparecido hacía cinco años, justo después de su décimo octavo cumpleaños. Janie la había buscado sin descanso durante más de un año, pero no había encontrado ni una sola pista de su posible paradero. Después de aquello, se había convencido a sí misma de que Angela estaba muerta, como el resto de su familia. Levantó la vista para mirar los malvados ojos de su jefe infernal. —¿Dónde está? —Sonó casi como un grito ahogado. Él extendió las manos. —Tráeme el Ojo y discutiremos el tema más tarde. Si me fallas, ella recibirá tu castigo. Y te prometo que no tendré piedad. ¿Entendido? Janie trató de reprimir las lágrimas punzantes que amenazaban con escapársele. Mierda. Llevaba años sin llorar y no iba a empezar ahora. Apretó los labios y le dijo que sí a aquel cabrón con una sacudida de cabeza. —Entendido. —Antes del viernes a medianoche o verás morir a tu hermana.

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Cogió la foto y se la metió en el bolsillo; luego, furiosa, pasó junto a los esclavos inexpresivos y salió del despacho, dando un portazo. Se dio la vuelta y se quedó abrazándose apoyada en la pared mientras intentaba calmarse. Se agarró su collar y lo retorció. Puede que tratara de parecer muy dura, pero en todo momento tenía presente lo que había perdido. Angela y ella se habían comprado hacía años unos collares a juego (una cadena de fibra natural anudada que llevaba una gran turquesa oval), en México, cuando eran una familia unida y feliz. El collar no era muy elegante y no pegaba demasiado con la mayoría de sus vestidos, pero no lo hubiera cambiado por diamantes ni por oro. Nunca se lo quitaba. Su hermana pequeña estaba viva. La idea le entusiasmaba y le aterraba tantísimo que no lo podía soportar. Sus padres habían muerto cuando era una adolescente. Su hermano la había abandonado para convertirse en un cazador de vampiros, hasta que consiguió que le mataran un par de meses atrás. Creía que estaba sola en el mundo. Estaba segurísima. A lo mejor ése fue el motivo por el que se aferró al perdedor que la había metido en la Compañía: tenía la necesidad equivocada de pertenecer a algún sitio. El castigo por el fracaso era enorme. Pero si lo conseguía, la recompensa era incluso mayor. ¿Cómo no iba a hacerlo? No era más que una recuperación habitual. Y ella era una de las mejores en ese tipo de tareas. Cogería a su actual compañero, Lenny, y se marcharían juntos y de inmediato a Arizona. Era capaz de matar a cien vampiros asquerosos si así descubría dónde estaba su hermana. Un vampirillo no sería ningún problema.

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Capítulo 2

Mientras Quinn conducía por la histórica Ruta 66, que al parecer era interminable, repasaba el plan que tenía en mente. No sería fácil, pero funcionaría. Aunque antes tenía que ocuparse de un asunto. Miró a Barkley, que había bajado la ventanilla del todo y dejaba que el viento azotara sus greñas negras. Tenía los ojos cerrados y una cara de absoluta felicidad. Primero se desharía del hombre lobo porque sólo le servía para ir más despacio. Barkley pensaba que la razón por la que Quinn cruzaba con él el país y le ayudaba a volver con su manada era totalmente altruista. Barkley no tenía carné de conducir y los aviones le daban un miedo de muerte. Había supuesto que Quinn necesitaba un cambio de aires, para aclararse la cabeza y acostumbrarse a su nueva situación de vampiro renuente. Y ¿qué mejor modo de hacerlo que cruzando el país? Sí. Pero llevar a Barkley a casa era sólo una parte del motivo de su viaje a Arizona. La carta que llevaba en el bolsillo era la otra razón. Se la había enviado el compañero de caza y mejor amigo de su padre, Malcolm Price, hacía ocho años, y había llegado tan sólo unos días después de que lo mataran. Contenía información que indicaba el sitio donde habían enterrado el Ojo, justo en Arizona, en un lugar llamado Goodlaw. El Ojo era un artefacto mágico. La leyenda decía que había pertenecido a un poderoso demonio al que habían derrotado hacía mil años. El Ojo fue escondido por aquellos cuya adoración al demonio se había convertido en miedo por la seguridad de su tribu. Si se encontraba alguna vez el Ojo, continuaba la leyenda, le concedería un deseo a cualquiera que lo poseyera. Roger Quinn había buscado obsesivamente sin éxito la reliquia y después de muchos años se había dado por vencido, lleno de frustración. Malcolm había supuesto que la fecha había expirado, que el Ojo únicamente se revelaría durante mil años y después de ese periodo sería una pérdida de tiempo intentar encontrarlo.

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Pero según la carta de hacía ocho años, el momento adecuado era ahora. —Ya casi he llegado —dijo, bajando la radio que estaba puesta en una emisora de música de los setenta, donde Led Zeppelin daba paso a Van Halen en su primera época. Barkley metió la mitad del cuerpo que tenía fuera del Ford alquilado y subió la ventanilla. —Genial. No sonó muy entusiasmado. Quinn le miró. —¿Qué pasa? —¿Qué pasa? Nada. Todo va bien. Dejó escapar un suspiro que sonó escalofriante. —Creía que querías volver con tu manada. —Sí. Sí quiero. Claro que quiero. ¿Por qué no iba a querer? Es mi deber. —Exacto. Tu deber. Barkley asintió. —Voy a ser el macho dominante. —Sí, eso me decías antes. Significa ser el líder, ¿no? —El lobo dominante. Sí, el líder. —¿Sabes? No sé mucho sobre hombres lobo. —Quinn puso el intermitente a la derecha y salió de la autopista—. Mi especialidad eran los vampiros, claro. Pero creía que no era tan sencillo convertirse en el macho dominante, que tenías que luchar para llegar al primer puesto. Barkley bajó de nuevo la ventanilla unos centímetros. Respiraba con dificultad. —Sí, es verdad. —Entonces, ¿tienes que pelearte con alguien? Asintió y se aclaró la garganta. —A muerte. Con un tipo llamado Brutus y, encima, es muy grande. —No tienes por qué hacerlo. —Sí, tengo que hacerlo. De hecho, tenía que haber luchado con él cuando me marché, convertido en lobo, y salí corriendo como alma que lleva el diablo. —Y te quedaste atrapado en esa forma.

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—Dos largos años. —Se rascó detrás de la oreja—. Tío, creo que aún tengo pulgas. Malditos chupasangre. No te ofendas. —No, tranquilo. —Quinn frunció el entrecejo—. Siempre había creído que la transformación en hombre lobo tenía que ver con los ciclos de la luna. —Eh, que no soy una tía. No sigo un ciclo mensual. Los hombres lobo normalmente podemos transformarnos cuando nos da la gana, aunque es verdad que durante la luna llena es más difícil resistirse. No sé por qué me quedé en esa forma, pero la luna no produjo en mí ningún cambio. Ahora, con un poco de suerte, he vuelto a poder transformarme con normalidad. Quinn decidió no mencionar que solía salir con unos tipos que cazaban hombres lobo. A los que se les daba muy bien, por cierto. Los hombres lobo podían ser un reto mayor que los vampiros. Para empezar, eran más veloces. Además, tenían una boca llena de dientes. Hilados en vez de sólo dos colmillos. —Cuando acabe la pelea —dijo Barkley— y si todavía respiro, se supone que me tengo que casar con la hembra dominante. Quinn levantó una ceja. —¿Una hembra dominante? —Una tocapelotas de cojones. Se llama Rosalyn. —Le dio otro escalofrío—. Es guapísima, pero es la leche. —¿Y por qué vuelves con la manada? —Llega un punto en la vida de un hombre en el que tiene que enfrentarse a su destino. —Barkley dejó escapar un largo suspiro—. A mí me ha tocado ahora. —Bueno, me alegro de oírlo. —¿Por? —Porque ya hemos llegado. Podía haber jurado que había oído un lloriqueo. Era un pueblecito llamado Lobiton, aunque tal vez era pura casualidad. En medio del desierto, con algunos cactus esparcidos por aquí y por allá, parecía una versión moderna de un pueblo del antiguo Oeste. Quinn observó y esperó que una planta rodadora pasara junto al coche y se quedó un poco decepcionado al no ver nada. Barkley se aclaró la garganta. —Hogar, dulce hogar. Supongo que puedes dejarme al lado de esa ferretería. Era de mi padre. —¿Él también fue un macho dominante?

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Hubo una larga pausa. —Lo intentó, pero no le fue muy bien. Quinn pensó «tierra trágame» al oír eso. —¿Por qué te eligieron entonces para ser el próximo que ocupara ese lugar? —Lo predijeron. Hay unas ancianas peludas que se dedican a predecir cosas. Yo también lo vi, en un sueño. —El rollo ese tuyo de vidente —dijo Quinn con tono anodino. Barkley estaba convencido de que era un hombre lobo con clarividencia. Quinn, a pesar de que había visto muchas cosas extrañas en sus treinta años de vida, no creía mucho en los médiums. No eran lo bastante tangibles para él. Las cosas fuera de lo común las tenía que ver con sus propios ojos y Barkley no había hecho aún nada que le convenciera de lo contrario. —Sí. —Barkley se volvió hacia Quinn y frunció el ceño—. ¿Sabes? Nunca he sido capaz de leerte la mente. Los vampiros sois como una pizarra en blanco para los videntes. —Gracias. —Va en serio, puede ser muy útil. —Lo tendré en cuenta. —¿Sabes? Es curioso. Llevo soñando lo mismo desde hace un par de días. Ni siquiera se me había ocurrido que fuera precognitivo. —¿Algo sobre mí? —No, a menos que seas una pelirroja guapísima de unos veinte años, que está estupenda con un vestido de noche negro. Quinn le miró de reojo. —No, probablemente no se trata de mí. —Ya lo había pensado. —Miró por la ventanilla—. ¿Adonde te diriges ahora? Quinn se encogió de hombros e intentó parecer tranquilo aunque no lo estaba en absoluto. —Tengo un viejo amigo que vive por esta zona. Puede que le vaya a ver mientras estoy por aquí. No era una mentira muy buena. Era un viejo amigo de su padre, que estaba muerto, y Quinn iba a seguir las instrucciones que había escrito en la carta, porque supuestamente allí era donde se podía encontrar el Ojo. —Buena suerte. Barkley extendió la mano y se la estrechó a Quinn. —Lo mismo digo. ¿Sabes? No tienes por qué luchar. Hay otras opciones. —Tengo que enfrentarme a mi destino, tío.

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—Espero que lo encuentres. Barkley salió del coche y cogió su talego del asiento trasero. Puesto que había estado atrapado en la forma de lobo durante tanto tiempo, no tenía muchas pertenencias: un poco de ropa que le habían prestado, un cepillo de dientes nuevo, un pasaporte recién falsificado. Eso era todo. —¿Matthew Barkley? ¿Eres tú de verdad? —dijo una voz al final de la manzana. Quinn se despidió de Barkley con un gesto de la cabeza y arrancó para apartarse de la acera. Por alguna extraña razón, se le hizo un nudo en la garganta. Llevaban tres días viajando juntos y tenía que admitir que había disfrutado de la compañía de aquel tipo. Era alguien con quien se podía hablar, que le hacía reír, y estaba casi seguro de que no intentaría clavarle una estaca de madera en el pecho a las primeras de cambio. No, aquél era el lugar al que pertenecía Barkley, era su hogar. Como él había dicho, su destino. Ahora Quinn tenía que ir a encontrar el suyo. Echó un último vistazo por el espejo retrovisor para ver a un grupo de cuatro hombres que se acercaba a Barkley. El comité de bienvenida de Lobiton. Quinn frunció el entrecejo mientras observaba cómo Barkley avanzaba un paso, les tiraba a los hombres su talego, se daba media vuelta y empezaba a correr muy rápido detrás del coche de Quinn. «¿Qué coño hace?». Quinn se volvió para mirar por encima del hombro. Sí, Barkley corría detrás de él y agitaba los brazos como un loco con una clara expresión de pánico en el rostro. Dos de los hombres que habían salido para recibirle empezaron a perseguir al hombre lobo que huía y no parecían muy amistosos. Menudo comité de bienvenida. Pisó el freno y pulsó el botón para bajar la ventanilla del copiloto. Barkley alcanzó el coche corriendo al cabo de un momento, respirando con dificultad. —¿Tienes problemas? —preguntó Quinn. Barkley miró a sus espaldas, lanzó un chillido, luego tiró de la puerta para abrirla y se metió dentro del coche. —¡Arranca! —gritó—. ¡Tira, tira! Quinn clavó el pie en el acelerador y arrancó. Al cabo de un minuto, los hombretones que corrían detrás de ellos se convirtieron en unas manchitas cabreadas en la distancia. Quinn se volvió hacia Barkley y levantó una ceja.

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—Enfrentarte a tu destino no ha sido tan bueno como lo pintan, ¿eh? —Iban a matarme —jadeó Barkley—, allí mismo. Ni siquiera iban a dejarme pelear con Brutus. —¿Por qué? —No lo sé. Creo... creo que pensaban que ya estaba muerto. Quizá debería haberles llamado antes para avisar de que venía. —Pero eso no explica por qué te quieren muerto. Negó con la cabeza. —Tío, lo único que he visto ha sido los cuchillos de plata y he echado a correr. Esos tipos eran hombres de Brutus. No voy a volver allí. —Dejó escapar un largo suspiro—. Supongo que me tendrás que soportar un poco más. Quinn mantuvo los ojos en la carretera. —¿Y ahora qué? Barkley se recostó en el asiento hasta que la respiración volvió un ritmo normal. —Supongo que te acompañaré a ver a tu amigo. No te importa tenerme al lado un poco más, ¿no? —Eeeh... No creo que sea muy buena idea. —Pues claro que sí. Oye, paremos antes a comer algo. Correr para salvar la vida me ha abierto el apetito. Si mal no recuerdo, hay un restaurante de carretera a unos diez minutos al oeste de aquí, donde sirven las mejores hamburguesas del estado. ¿Tienes hambre? —Yo no como. —Ah, sí. —Frunció el entrecejo—. ¿Sabes? Últimamente tampoco te he visto beber sangre. ¿Lo haces en privado? ¿Como si tuvieras una adicción secreta a los pastelitos? Puedes comer delante de mí si quieres. No me da asco. Quinn Le miró de soslayo. —Llevo unos días... sin beber nada. La idea de beber sangre me pone enfermo. —Ya decía yo que parecías un poco demacrado. ¿Qué eres tú, una especie de vampiro anoréxico o algo por el estilo? —Beberé cuando tenga que hacerlo, pero no antes. —Vale, vale. Haz lo que tengas que hacer. Pero ¿podemos parar para que yo coma algo? Quinn apretó la mandíbula y se quedó mirando la carretera que tenía delante. Muy bien. Pararían en el restaurante y en cuanto se asegurara de que Barkley estaba

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a salvo de sus viejos amigos, se largaría. Dejaría algo de dinero para que otra persona llevara en coche al hombre lobo. Sintió un pinchazo de culpabilidad en las tripas, pero sabía que ahora no podía echarse atrás. Tenía que hacerlo, y cuanto antes mejor. El restaurante Stardust, según leyeron en el letrero al llegar, sería la última parada de la fase Quinn y Barkley en su búsqueda del Ojo.

***

—¿Restaurante Stardust? ¿Estás seguro de que éste es el sitio? Janie le enseñó a su compañero, Lenny, la nota que le había dado su jefe, por octogésima vez en aquel día, al tiempo que aparcaban junto al restaurante. —Stardust —repitió Lenny—. Como la canción de Frank Sinatra. Me encanta esa canción. Lenny medía un metro noventa y ocho, y tenía el cuerpo de un linebacker. Iba tan rapado que se le podía ver el cuero cabelludo a través del pelo y tenía la nariz torcida por todas las veces que se la había roto en su vida. Llevaba una chaqueta de piel negra y unas botas Doc Marten, y podía asustar a los niños pequeños con una simple mirada. También tenía alma de poeta. De poeta malo. Y por desgracia, se había enamorado perdidamente de Janie (aunque no era correspondido) y escribía un montón de poemas malos sobre ella. Hacía ya casi un año que trabajaban juntos. Ella había pedido que le cambiaran de compañero, pero la Compañía se tomaba su tiempo para este tipo de cosas. Se dio la vuelta en el Mustang negro descapotable para comprobar el asiento de atrás. Cinco estacas de madera. Sí. Dos puñales de plata. Sí. Pistola paralizante. Sí. Pistola con dardos de ajo que funciona como tranquilizante para dejar sin sentido temporalmente a cualquier vampiro desprevenido. Sí. Su pistola favorita: una Firestar fiable y resistente, con balas de plata para el hombre lobo que lo acompañaba. Sí.

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Decidió llevarse la pistola con balas de plata porque podía funcionar tanto con el vampiro como con el hombre lobo. Se dio la vuelta para cogerla, se la puso en la funda del hombro, debajo de su nueva chaqueta azul marino Anne Klein, y metió dos estacas de madera y la pistola paralizante en su bolso de diseño para el arsenal, por si acaso. En el último momento, se le ocurrió meter también la pistola con dardos tranquilizantes. Le pesaría un poco, pero una chica nunca iba suficientemente armada cuando se trataba de luchar contra monstruos. —¿Cómo sabremos quiénes son? —preguntó Lenny mientras recorría con la vista el restaurante. Era una buena pregunta. El restaurante Stardust era un local concurrido, situado junto a una autopista muy transitada. Era un buen sitio donde parar a comer o a visitar el servicio camino de tu destino final. Los vampiros y los hombres lobo podían mezclarse fácilmente con los humanos, y el jefe no le había avisado del aspecto que tenían. Era mediodía. Sabía que la luz del sol no les molestaba a los vampiros en contra del mito popular. La mayoría podía salir en cualquier momento del día o de la noche. Solían estar más débiles durante las horas diurnas y también eran bastante sensibles al sol, así que se les diferenciaba porque llevaban gafas incluso en un día nublado. Pero en aquel momento el sol brillaba con fuerza en el cielo y todos los de por allí las llevaban puestas, por lo que aquel dato no ayudaba en nada. Los vampiros no tenían reflejo. Eso podría ser una pista, puesto que el restaurante estaba rodeado de ventanas en las que se reflejaban los alrededores. Janie se retorció su collar de turquesa hasta que los dedos se le entumecieron. —Busca algo fuera de lo normal. —Y cuando los encontremos, ¿quieres que les saque a golpes alguna información? La chica negó con la cabeza. —Hay demasiados testigos. Déjame que me ocupe yo del asunto y tú quédate aquí como refuerzo. La nota decía que ya deberían estar aquí, así que mantén los ojos bien abiertos. —Mientras esperamos, ¿quieres oír lo último que he escrito? Lenny hojeó su omnipresente libreta. —No especialmente. —Venga. Ella suspiró. Como si nunca hubiera recibido un no por respuesta. ¿Por qué se molestaba en resistirse? Su compañero se aclaró la garganta.

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—Se llama Janie's Got a Gun, como la canción de Aerosmith.

Janie tiene una pistola Hace salir a los tíos huyendo Si un hombre lobo eres... Más vale que desesperes Si eres un vampiro Querrás darte el piro Porque Janie tiene una pistola.

Aunque pareciera extraño, aquél era uno de los mejores que le había dedicado últimamente. Janie asintió. —Genial. Lenny sonrió. —Gracias. Un coche paró enfrente de ellos. Un Ford Escort azul. Las puertas se abrieron y salieron dos hombres. Janie soltó un grito ahogado y después se hundió en su asiento. —Mierda. Lenny se volvió hacia ella. —¿Qué pasa? Le agarró del brazo para que él también se agachara y quedara por debajo de la ventanilla. —Shhh. Luego se incorporó un poco, se asomó por el salpicadero y se le empezó a revolver el estómago. Bueno, allí estaba la pista. Un vampiro y un hombre lobo según lo previsto. El vampiro era ancho de hombros. Su ropa, una simple camiseta verde oscuro y unos vaqueros desteñidos, le quedaba a la perfección a su delgada pero musculosa figura. Llevaba aquel pelo rubio oscuro más corto de lo que ella recordaba. Sólo podía ver la mitad de su bonita cara y aquella mandíbula cuadrada ahora estaba cubierta con una barba de pocos días. ¡Y esos labios debajo de una recta nariz, con los que había soñado tantísimas veces! Las gafas de sol que tapaban los ojos de un tono

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azul oscuro como el océano se volvieron hacia ella mientras recorría con la vista la zona antes de entrar en el restaurante. El hombre lobo era un poco más alto, más o menos con la misma complexión, pero con el pelo negro. Estaba sonriendo. El vampiro, no. Lenny le dio un codazo. —Oye, ¿no conoces a ese tío? Janie no contestó. ¿Qué posibilidades había? El jefe debía de saberlo. Tenía que ser otra prueba para asegurarse de que era fiel a la Compañía. Hacía un montón de años, Michael Quinn había sido el amigo de su hermano y su amor de juventud. Le había visto hacía poco y tuvo la oportunidad de matarle cuando se enteró de que era un vampiro. Pero no pudo hacerlo y, en su lugar, le dejó sin sentido con un dardo de ajo, puesto que le impedía conseguir lo que quería en aquel momento. Pero por aquel entonces la vida de su hermana no estaba en peligro. Ahora sí. Los vampiros le importaban una mierda y daba igual quiénes habían sido antes. Haría lo que fuera para salvar a Angela. Cualquier cosa.

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Capítulo 3

—Una hamburguesa con patatas fritas y una Coca Cola. —Barkley acabó de repasar el menú y levantó la vista hacia la camarera, dedicándole una encantadora sonrisa—. ¿Todavía tenéis esa fantástica tarta de manzana? —Pues claro, cielo. —Quiero dos trozos. Con helado, por favor. La camarera se volvió hacia Quinn. — ¿Y para ti? —Un café solo. —Deberías comer algo más. Se te ve muy flaco. Y pálido. Quinn frunció el ceño. —Un café solo. La mujer levantó una ceja en señal de desaprobación, cerró su libreta de comandas y les dio la amplia espalda mientras se marchaba a la cocina. —Sí que sabes conquistar a las damas. Barkley jugueteaba con el salero mientras miraba distraídamente por la ventana que daba al aparcamiento. —Es un don. Quinn tiró las llaves del coche sobre la mesa y se reclinó en su banco soltando un largo suspiro. Ya se sentía culpable por abandonar a Barkley en el restaurante y ni siquiera lo había hecho aún. Era como sacar del coche a un cachorro y marcharse sin él. Pero Barkley no era un cachorro. Se podía cuidar sólito. Además, había visto una parada de autobús justo allí fuera. Cuando él se marchara, Barkley subiría a un autobús y se dirigiría a donde quisiera. Todos conseguirían lo que querían. Sin problema. ¿Qué haría cuando encontrara el Ojo y cumpliera su deseo de ser humano otra vez? No podría volver a su vida anterior, ¿no? Había aprendido a fuerza de golpes que cazar vampiros estaba mal. Era uno de los pocos que habían tenido la oportunidad de ver las dos caras de la moneda.

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Había sido cazador durante diez años. Antes se había estado entrenando, pero fue a los veinte cuando mató por primera vez. Se estremeció al pensarlo. Desde que era un niño, su padre le había metido en la cabeza que todos los vampiros eran malos. Diferentes de los humanos. Asesinos que debían ser detenidos a toda costa, sin importar lo humanos e inocentes que parecieran. De lo que no se había enterado era de que su padre era un fanático al que le entusiasmaba la idea de eliminar de la faz de la Tierra cualquier cosa distinta a él. Que había usado los miedos de otros para reforzar su argumento contra los vampiros. Había convencido a Quinn a la temprana edad de seis años de que un vampiro había matado a su madre. Pero no era cierto. Su madre se había enamorado de un vampiro y se había convertido en uno de ellos. Su padre, al enterarse, acabó con los dos sin una pizca de piedad. Toda la vida de Quinn desde aquel día había sido una mentira. Había matado a muchos vampiros desde entonces. Sabía, sin lugar a dudas, que algunos sí que eran malos de verdad. Cuando la sed se apoderaba de ellos, perdían la razón y se convertían en unos monstruos de ojos negros a quienes no les importaba hacer daño para conseguir su próxima comida. Algunos vampiros eran malos por naturaleza, como algunos humanos. Los asesinos en serie existían en todas partes. Pero la mayoría de los vampiros no eran malos. Sólo diferentes. Los había matado a todos al figurarse que sus súplicas y ruegos eran meras artimañas. Creía que en cuanto se diera la vuelta le arrancarían la garganta. Se tocó el cuello. Las marcas del ataque que le había transformado en vampiro hacía dos meses habían desaparecido hacía ya tiempo. Aquel vampiro había querido matar a Quinn porque creía que era el responsable de la muerte de su esposa. La venganza a veces está justificada. Pero el ataque no le había matado. Sólo le había convertido en lo que había estado cazando durante más de una década. —¿En qué estás pensando? —preguntó Barkley. Quinn inspiró entrecortadamente. —En nada. Estaba soñando despierto. —No expresas mucho tus sentimientos, ¿sabes? —Lo siento, no sabía que estábamos creando lazos afectivos. Barkley se encogió de hombros y luego alargó la mano para coger las llaves del coche. —Hace tiempo que no lo pruebo...

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—¿Que no pruebas qué? Cerró los ojos y Quinn se lo quedó mirando de forma extraña, igual que la camarera cuando les trajo lo que habían pedido. —Estoy intentando captar algo. No puedo sacar nada de ti, pero a lo mejor sí de algo que hayas tocado. Quinn puso los ojos en blanco y le dio vueltas al café de su taza. —Que no te estalle una vena al intentarlo. Barkley abrió los ojos de golpe. —Sé el verdadero motivo por el que estás aquí. Quinn se quedó helado. —Siempre has querido ir a ver el Gran Cañón. —Después se rio y empujó las llaves por encima de la mesa—. No, ya me había imaginado que no adivinaría nada, pero valía la pena intentarlo. Los labios de Quinn se movieron al forzar una sonrisa. —Oye, quédate aquí comiendo este festín mientras yo voy a pedir indicaciones. —Ve, ve. Quinn se levantó y fue hacia la larga barra. Otra camarera, una más joven, con el pelo castaño y una gran sonrisa, se acercó. —Hola —dijo. —Hola. —Él le devolvió la sonrisa. Encantadora. ¿Qué le pasaba? Le solía salir con facilidad, parecía falsa si ponía mucho empeño—. Oye, me estaba preguntando si podrías ayudarme. Se puso una mano en la cadera. —Claro. ¿Qué necesitas? Se frotó un labio contra otro y se metió el pelo detrás de la oreja izquierda. Era guapa y por lo visto trataba de parecer atractiva vestida con el uniforme rosa de camarera. Quinn lo encontró un gesto simpático. Su mirada subió por el borde de su vestido hacia la clavícula, hasta que llegó a su garganta. «Lo más seguro es que me ofrezca su cuello voluntariamente. Sólo tengo que pedírselo». Sacudió la cabeza para intentar dejar de pensar esas cosas. Aún no había mordido a nadie y no iba a empezar ahora. Había establecimientos donde los vampiros podían encontrar sangre de barril como si pidieran una cerveza o un cóctel, y aquél era el

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único modo mediante el que iba a conseguir su próxima comida cuando le hiciera falta. Incluso así se sentía mal. Llevaba casi tres días enteros sin beber sangre. Al principio la necesitaba varias veces al día, pero ahora podía pasar sin ella más tiempo. No sabía cuánto, pero quería descubrirlo. Se metió la mano en el bolsillo y sacó el trozo de papel que guardaba su destino. —¿Sabes el camino más rápido para llegar a Goodlaw? No está en este mapa que he comprado. La chica asintió. —Sí. La verdad es que es más una zona que un pueblo. —Levantó el brazo y señaló por la ventana—. Coge la autopista hacia el oeste, hacia Phoenix, y en unas dos horas, más o menos, estarás en Goodlaw. No parpadees o te lo pasarás. Qrinn asintió. —Genial. Muchas gracias por tu ayuda. —Cuando quieras. Se dio la vuelta, pero la camarera le tocó el brazo y él se volvió para mirarla. —Y me refiero a cuando tú quieras. Podía notar el pulso de la camarera a través de la pálida piel de su cuello. La boca se le empezó a hacer agua. Tragó saliva y se apartó de su mano. Después, con una sonrisa discreta que había practicado para no enseñar sus colmillos, volvió junto a Barkley, que ya había medio acabado su comida. —Se te está enfriando el café —dijo con la boca llena. Quinn miró por la ventana. Vio el Ford y un poco más allá la parada de autobús. Alargó la mano para recuperar las llaves y se las metió en el bolsillo. Había llegado el momento de separarse de Barkley. El hombre lobo no debía pasar más tiempo con un vampiro novato. Era muy peligroso. Para ambos. «Sí, justifica como puedas el hecho de abandonar a un amigo», le regañó su conciencia. Apretó los dientes al pensarlo. —Voy al lavabo. Quinn se levantó y confió en que Barkley supiera automáticamente lo que estaba a punto de hacer. Ni siquiera alzó la vista, sino que se limitó a asentir con la cabeza y a seguir comiendo.

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—Que te diviertas. «Adiós, Barkley», pensó. Y entonces se dio la vuelta y descubrió que alguien le bloqueaba el paso. —¿Crees que puedes aguantarte? —dijo alguien—. Porque tenemos que hablar. Se sorprendió tanto que se tiró sobre el banco. —¿Qué coño...? Janie se sentó en el banco junto a Barkley y su enorme compañero se metió como pudo en el lado de Quinn. —Yo también me alegro de verte —dijo Janie—. No te preocupes. No tardaré mucho. Quinn frunció el entrecejo. —Janelle... —Prefiero que me llamen Janie. Ten cuidado o empezaré a llamarte Michael. O Mike. Ya no te pega mucho, ¿no? Quinn estaba estupefacto. La última vez que había visto a Janie Parker había sido hacía poco más de una semana, cuando le había disparado en el pecho un dardo de ajo antes de intentar matar a una mujer llamada Sarah, una buena amiga suya. Antes de aquel encuentro, no la había visto desde que era pequeña y él salía por ahí con su hermano. Odiaba a muerte a aquella zorra. Pero, qué coño, tenía que admitir que había crecido muy bien. Era rubia y tenía el pelo largo, teñido de una manera por la que las mujeres pagan mucho dinero, de tres o cuatro tonos distintos de rubio, desde color miel hasta platino. Tenía unos pómulos prominentes, unos ojos azules fríos, perfilados de negro ahumado, y unos labios rojos carnosos. A primera vista, estaba como un tren. Pero ya no le gustaba. Bueno, quizás algunas partes de Quinn no opinaban lo mismo. Pero el resto de él todavía no podía soportar tenerla delante. —¿Qué coño quieres? —gruñó. —Queremos el Ojo —respondió. El cuerpo de Quinn se puso tenso al completo. —No sé de qué estás hablando. Trató de no expresar nada con la cara, pero el pánico le retorció las tripas. ¿Cómo lo sabía? ¿Quién se lo había dicho? La camarera se acercó.

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—¿Qué os pongo a vosotros dos? Janie no le quitó a Quinn los ojos de encima. —Nada. —No podéis estar ocupando sitio sin pedir nada. Son las normas. Lenny, que le parecía a Quinn del tamaño de una camioneta sentado a su lado en el pequeño banco, cogió el menú y lo hojeó, —Tengo un poco de hambre. Janie suspiró. —Muy bien. Tomaré un café. —¿Algo más? —No. La camarera puso los ojos en blanco y después miró a Lenny. Lenny miró a Barkley. —¿Qué tal estaba la hamburguesa? Barkley parpadeó. —Grasienta, pero estaba buena. —Pediré lo mismo que él. La camarera se marchó. Quinn inclinó la cabeza a un lado y forzó una sonrisa. —No habéis pedido que lo cobre por separado. —¿No vas a portarte como un caballero y a pagar la cuenta de una vieja amiga? Resopló y se reclinó en el asiento, intentando parecer relajado cuando precisamente no lo estaba. —Nunca fuimos amigos, Janie. —No, es verdad. Eras amigo de mi hermano. Al que viste morir. Peter, el hermano de Janie, era un cazador de vampiros que disfrutaba con lo que hacía un poco demasiado. En vez de creer que era su trabajo, empezó a considerarlo pura diversión. Una noche se encontró en el lado equivocado de una pistola que sostenía una vampira y perdió. Quinn quería sentir pena, pero no pudo. Peter había cambiado. No era el mismo tío con el que Quinn se había entrenado cuando era adolescente mientras sus padres discutían sobre la política que debían seguir los cazadores. Barkley se movió en su asiento, incómodo, sin duda. —Quinn, ¿vas a presentarme?

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Quinn estaba ocupado mirando fijamente a Janie mientras se preguntaba cómo demonios iba a salir de aquella situación. Sabía que era una Mere, una mercenaria, entrenada, que vendía sus habilidades al mejor postor. —¿Para quién estás trabajando? La chica le ignoró y se volvió hacia Barkley, al que le dedicó una picara sonrisa. —Soy Janie. Janie Parker. Él alzó una ceja como señal evidente de que aprobaba la presencia a su lado de la guapa rubia. —Matthew Barkley. —Supongo que tú eres el hombre lobo. Frunció el ceño. —Eeeh... —No le digas nada —le aconsejó Quinn—. Janie, ¿por qué no os marcháis? Aquí no eres bienvenida. —Quinn, me parece que no te cuidas mucho. Estás un poco pálido. ¿No llevas bien lo de ser vampiro? ¿No estás tomando tres terrones de hemoglobina diarios? Él entrecerró los ojos. —Qué amable por tu parte preocuparte ahora, después del disparo que me pegaste en el pecho la última vez que te vi. —Fue un dardo tranquilizante. No es para tanto. Y además, te lo merecías. La camarera volvió con el café de Janie. Cogió la crema y el azúcar y se puso una buena cantidad de ambas. —Bueno, volvamos al tema anterior. El Ojo. En cuanto me lo des, nos marchamos. —Como ya te he dicho, no tengo ni idea de lo que estás hablando. La chica respiró hondo y soltó el aire despacio. Lenny simplemente se quedó allí sentado, en silencio, como una gran roca, observando a su compañera. Después Janie miró a un Barkley confundido, que levantó las cejas. —Yo tampoco sé de qué estás hablando. La mejilla izquierda de la chica se movió. Estaba actuando de forma muy calmada y serena, pero ¿podía estar nerviosa? Quinn la miró con el entrecejo fruncido. —¿No nos crees? —Al chico lobo sí. Pero ¿a ti? No mucho. —Pues no sé qué decir. —¿Qué te parece esto? —Se oyó el inconfundible sonido del seguro de una pistola—. Tengo una pistola cargada con balas de plata apuntando a tu compañero de viaje. Si me entregas el Ojo, no le enviaré al cielo de los perritos. Barkley bajó la mirada.

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—Tiene un arma, Quinn. ¿Qué coño está pasando aquí? Janie miró a Quinn. —Te toca, guapo.

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Capítulo 4

Muy mal. Iba fatal. No quería recurrir a las tácticas de Rambo tan pronto. No quería que nadie resultara herido, pero tal vez estaba más desesperada de lo que pensaba. Había sido muy fácil entrar en el restaurante y actuar como una tía dura, pero, al ver a Quinn cara a cara, había perdido la confianza. Y cuando se desestabilizaba, tendía a adoptar medidas extremas. ¿Iba a disparar al hombre lobo? No. No le había hecho nada, y antes de matar sin una buena razón helaría en el infierno. Era obvio que no sabía dónde estaba el Ojo, por no decir que no tenía ni idea de lo que era. Pero esperaba que Quinn creyera que era capaz de un acto tan insensible. Iba a hacer lo que fuera necesario para salvar a su hermana, pero tenía la esperanza de que eso no incluyera un asesinato. Quinn parecía impasible ante aquella situación. Tanto que por un momento Janie pensó que el vampiro iba a dejar que apretara el gatillo, y la situación habría resultado muy incómoda al no hacerlo. —¿Y bien? —reaccionó después de que pareciera que había pasado mucho rato. Se la quedó mirando y los ojos se le fueron un breve instante al perfil de su garganta, aquellos ojos azul oscuro que observaban cada movimiento que hacía, como una serpiente. Como un vampiro serpiente muy guapo, que le hacía sentirse tan torpe como cuando tenía doce años y pensaba que Quinn a los diecisiete era el tío más bueno que había visto en su vida. —Aún no lo tengo —dijo por fin. Casi dejó escapar un largo suspiro de alivio y luego se dio cuenta de lo que había dicho. —¿Aún no lo tienes? —Exacto.

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—¿Dónde está? —Cerca. —¿Cerca de dónde? La camarera volvió con la hamburguesa de Lenny. Nadie habló con ella ni la miró. Después soltó un resoplido de enfado antes de marcharse. —Vas a llevarme a donde está —dijo Janie—. Ahora mismo. Quinn se la quedó mirando fijamente, tranquilo. —Vas a lamentar haber venido aquí. —¿Es eso una amenaza? Por si no te has dado cuenta, no estás en la mejor situación para ponerte machito. —¿Qué te ha pasado, Janie? Eras una niña monísima. La chica resopló. —Supongo que las niñas monas crecen y aprenden a usar armas ocultas. Bueno, volviendo al tema, guapo, ¿dónde está el Ojo? Tienes hasta que Lenny acabe de comer para decirme dónde está o voy a hacer estofado de hombre lobo. Quinn le echó un vistazo a Lenny, que ya se había comido media hamburguesa. Barkley estaba sudando, pero tenía los ojos entrecerrados y la frente arrugada como si se estuviera concentrando mucho. Y tenía la vista clavada en el pecho de Janie. —La 90 C, por si te lo estás preguntando —dijo—. ¿Quieres una foto? Así podrás mirarlas más rato. Él negó con la cabeza. —No estaba..., bueno, vale, quizás un poco. Tienes mucha pechonalidad. Pero en realidad estaba mirando tu collar. Automáticamente se echó la mano al cuello para tocar la fría piedra y luego miró a Lenny, que le contestó alzando una ceja, pero no dejó de comer. —¿Qué le pasa? Se llevó los dedos a las sienes y se las frotó como si tuviera un terrible dolor de cabeza. —Nada. Probablemente nada. Es que llevo dos noches teniendo el mismo sueño y ese collar aparecía en él. Lo llevaba una pelirroja. También tenía unas buenas te... — Levantó la vista y se aclaró la garganta—. Da igual. A lo mejor vi el mismo collar a la venta en algún lugar durante el viaje y se me coló en el subconsciente.

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A Janie se le tensó la garganta. Su collar lo había hecho a mano una anciana que había conocido en una playa de México. Probablemente sólo hubiera dos así en el mundo. Ella tenía uno y el otro pertenecía a su hermana, que daba la casualidad de que era pelirroja. ¿Quién coño era aquel tío? —Cuéntame más sobre ese sueño —dijo. —¿A quién le importa ese estúpido sueño? —gruñó Quinn. La chica le miró con dureza, luego se volvió hacia Barkley y le empujó con la pistola en las costillas. —Cuéntamelo. —Vale, vale. Eeeh..., la pelirroja llevaba puesto un vestido negro. Creo que era muy caro. Había mucha gente a su alrededor. Estaban en el interior de algún edificio. Sin ventanas. Ella jugueteaba con el collar, lo tocaba como si fuera un amuleto de buena suerte. —¿Dónde? —No lo sé. Era un sueño. —Venga ya, Barkley —dijo Quinn—. Puede haber sido uno de esos proféticos, con todo ese rollo que te llevas de hombre lobo vidente. Sonó como si su intención fuera sarcástica. —¿Eres vidente? —preguntó Janie. La miró parpadeando. —A veces. Le puso el seguro a la pistola y se la guardó en la funda del hombro, debajo de la chaqueta. Le sudaban las palmas de las manos. Había visitado a un sinfín de adivinos durante los últimos cinco años. Ninguno había conseguido averiguar nada de su hermana. Había sido muy frustrante. Quizá no había ido a las personas adecuadas, no había pagado dinero suficiente o se había equivocado de preguntas. Los videntes profesionales tenían fama de temperamentales. —Ya he acabado —anunció Lenny y se limpió la boca con la servilleta. —Dame un minuto. —Janie levantó un dedo y luego se desabrochó el collar. Se deslizó de su cuello, cayó en su mano y se lo pasó a Barkley con brusquedad—. Toca el collar. ¿Ves algo? Barkley y Quinn intercambiaron miradas. Luego Barkley con vacilación alargó la mano para coger el collar. Cerró los ojos y pasó el pulgar por encima de la turquesa.

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Ella le miró con recelo. La frente del hombre lobo se arrugó. —No me viene nada del sueño, pero veo algo sobre... —se le abrieron los ojos despacio— sobre ti. Estás preocupada por alguien. —Olvídalo. —Estás muy preocupada. Esa es la razón por la que estás haciendo esto. ¿Estás preocupada por la pelirroja? ¿Por eso estás aquí? Vaya, hablando del destino. — Ahuecó la mano otra vez sobre el collar y cerró los ojos un momento—. Y no ibas a dispararme. No eres una mala persona, Janie. No lo eres. Tan sólo te hace falta una oportunidad para demostrártelo. —Si te disparo ahora mismo, ¿demostraré algo? La expresión de Barkley se suavizó. —¿Sabes? Si de verdad necesitas que alguien te ayude, Quinn y yo podemos... ¡Oh, mierda! La chica frunció el entrecejo. —¿Qué? —¡Oh, mierda! —repitió Barkley—. ¿Cómo demonios nos han encontrado? Quinn siguió la mirada de su amigo por la ventana del restaurante. Cuatro hombres enormes pararon en el aparcamiento con una camioneta negra. Se bajaron al mismo tiempo y fueron hacia el coche de alquiler de Barkley y Quinn. —¿Quiénes son? —preguntó Lenny. Quinn suspiró fuerte. —Da la casualidad de que también son el destino de Barkley. —Te están destrozando el coche. Asintió. —Sí. Sí, es verdad. Los hombres llevabar bates de béisbol y se dedicaban con entusiasmo a ensañarse con el Ford, le abollaban los laterales y le rompían las ventanillas. Uno sacó un cuchillo y le rajó los neumáticos. Al cabo de un minuto ya habían acabado, el coche ya no podía circular y aquellos tipos ni siquiera habían dejado escapar una gota de sudor. Janie se quedó mirando aquel destrozo sin entender nada. Parecía una buena manera de deshacerse de las frustraciones.

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Recogió su querido collar de la mesa donde Barkley lo había dejado y se lo volvió a poner. En el rostro de Quinn había un asomo de diversión. —No me van a devolver la fianza. Barkley se hundió en su asiento. —Me van a matar. —¿Quiénes son exactamente? Janie les echó un vistazo a los hombres mientras pensaba si eran problema suyo y decidió que no. Al menos no por ahora. —Son de la manada. Me odian. Quieren matarme. ¿Por qué no nos habremos alejado más de dieciséis kilómetros? Quinn se quedó con la vista fija en la ventana. —Querías la mejor hamburguesa del estado, ¿recuerdas? —Veo que no queréis que os encuentren aquí—dijo Janie. Barkley se estremeció. —Lo ves muy bien. Se le ocurrió enseguida un plan. No es que fuera un plan buenísimo, pero serviría. En cuanto aquellos hombres entraran en el restaurante, acabaría su negociación o en lo que se hubiera convertido aquello que más bien se parecía a un desastre. Pero al menos Lenny había comido. ¿Por qué nunca era nada fácil? —Lenny..., coge las llaves. Se las tiró, él las cogió con la mano izquierda y frunció el ceño. —Saca al chico lobo por detrás para que no puedan encontrarlo. Barkley se volvió hacia ella con una sonrisa vacilante. —¿Vas a ayudarme? Muchísimas gracias. Janie levantó una mano. —No tan rápido. Os contaré cómo funciona esto. ¿Estás escuchando, Quinn? La fulminó con la mirada. — Te escucho. —Lenny se llevará a Barkley y lo mantendrá a salvo. Por ahora. Esperará mi llamada. Entretanto tú me llevarás al lugar donde está el Ojo.

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—No creo que sea una buena idea. —No estoy de acuerdo. —Janie se inclinó sobre la mesa para mirarle a los ojos—. Puede que yo sea un poco escrupulosa para disparar a alguien a sangre fría, es cierto, pero a Lenny no le importa. Así que te sugiero que no me des problemas hoy. ¿Entiendes? Barkley y Quinn intercambiaron miradas. Un grupito de personas se había reunido cerca de la puerta principal para ver cómo aquellos hombres acababan de destrozar el coche de alquiler de Quinn. Janie se levantó del banco, pero Barkley no se movió. —No tengo todo el día —apremió Janie al cabo de un rato—. Van a entrar en cualquier momento. Aunque, bueno, si creéis que podéis con esos tipos, a por ellos. —Quinn... —gimoteó Barkley. El vampiro entrecerró los ojos, miró a Lenny como si estuviera calculando la fuerza bruta que tenía el físico del culturista y luego volvió a centrarse en Janie para fulminarla con la mirada. —Muy bien. Lo haremos a tu manera. Sus palabras fueron tan frías que lograron rodearla de una sensación de gelidez. Le devolvió la mirada con una glacial de las suyas. —Me alegra oírlo. Barkley al final se levantó del banco y Lenny también se puso de pie, girando el llavero en su dedo. Se quedó mirando a Janie como si estuviera esperando algo. Ella levantó las cejas. —¿Sí? —Ten cuidado. Asintió. —Por supuesto. —Me preocupo. La chica miró a Quinn, que mantenía la expresión perdida. —¿Queréis que os deje solos? —preguntó. —Vete —le dijo Janie a Lenny—. Ya te llamaré. Con una última mirada de desconsuelo, Lenny les dio la espalda, cogió a Barkley por el codo y le llevó hacia la salida de atrás del restaurante. Barkley miró por encima del hombro.

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—Intentaré recordar más de mi sueño. Antes de que la chica pudiera contestar, ya se habían ido. Enseguida recobró la compostura y se volvió a sentar en el banco enfrente de Quinn. Le miró. —Ahora vas a llevarme al Ojo. Él asintió despacio. —Y si no lo hago, vas a coger el teléfono y a decirle a ese Rottweiler humano que mate a Barkley. Janie se encogió de hombros. La expresión de Quinn se oscureció. —¿Qué te hace pensar que me importa algo lo que le pase? —¿Me estás diciendo que vosotros dos no sois amigos? —Yo no tengo amigos. —Anda ya. Antes eras muy popular. —Las cosas han cambiado. —Sí, ya me he dado cuenta. Miró por la ventana para ver cómo Barkley y Lenny trataban de pasar desapercibidos de camino al Mustang. Quinn la miró con cualquier otra cosa menos simpatía. —Y creía que este día había empezado siendo un desastre... —Le daremos a los chicos unos minutos para que tengan tiempo de escapar. —Lo que tú digas. Janie notó que un escalofrío le recorría la espalda al ver la expresión gélida de su rostro y se esforzó por mantener la compostura. ¿Qué creía que estaba haciendo? ¿Acosando a un vampiro como ése? Muchos vampiros eran completamente inofensivos, sí. Pero otros... Otros eran lo más peligroso a lo que se había enfrentado. Todavía tenía las marcas en el cuello que confirmaban aquella teoría. Hacía dos semanas, un vampiro superior llamado Nicolai por poco le había arrancado la garganta. Había confiado en aquel cabrón, incluso había trabajado para él a tiempo parcial, hasta que se enteró de que era un asesino en serie. Si hubiera seguido bebiendo de ella más rato, ahora estaría definitivamente muerta o recogiendo su tarjeta de miembro del club de los vampiros. Tenía un trabajo en el que era habitual hartarse de situaciones que amenazaban su vida y no inmutarse ante ellas, pero aquel vampiro la había cogido por sorpresa y a Janie nunca le habían gustado demasiado las sorpresas, en especial las que dejaban cicatriz.

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Observó durante un rato al hombre que estaba delante de ella mientras él mantenía apartada la vista. Sabía que Quinn era peligroso. Cuando era cazador, se rumoreaba que subiría de escalafón y se convertiría en un auténtico líder. Era para lo que su padre siempre le había preparado. Según lo que había oído por ahí, Quinn era bueno en lo suyo. Muy bueno. Pero le faltaba algo. No le apasionaba. No disfrutaba matando vampiros. Ahora era un hombre sin nada que perder. Un tigre salvaje que esperaba cazar su próxima comida. Y ella estaba metiendo las manos en la jaula para intentar quitarle su nébeda. Janie frunció el entrecejo al pensar aquello. «O algo por el estilo». Los hombres lobo entraron en el restaurante. Janie ni siquiera tuvo que darse la vuelta para verlos porque pudo sentirlos. Los hombres lobo, sobre todo si iban en compañía de otros miembros de la manada, emanaban una vibración sobrenatural, una pulsación de energía que a un humano le ponía de punta los pelos de la nuca. Hacía tres años, en su primer trabajo con la Compañía, había matado a un hombre lobo. Era un tipo malo, un lobo solitario, y había tomado como rehenes a la mujer y a los tres hijos de un congresista estadounidense de Mississippi. La Compañía había enviado a Janie en misión de rescate. En aquella experiencia recibió la primera de sus muchas cicatrices, en la parte superior del muslo, pero sobrevivió. Consiguió mirar a la muerte a los ojos. Había sido espantoso y también bastante... peludo. Antes de apretar el gatillo para disparar una bala de plata en el corazón de la bestia, recordó vagamente que había hecho un chiste de Caperucita Roja. ¡Maldita sea! Ahora no podía acordarse de cómo era. Aunque sí recordaba el miedo que la inundó y que por poco le hace salir huyendo. Pero pensar en la mujer y aquellos niños inocentes, y al imaginarse lo que aquel monstruo tenía planeado hacerles, le bastó para reaccionar. Sí, estaba hecha una heroína. Claro. Con aquel recuerdo bien anclado en su memoria, se dio la vuelta. Los hombres lobo habían arrinconado al encargado del restaurante, que tenía las manos levantadas y les hablaba con una expresión tic pánico en el rostro. Estaba aterrado, pero no sorprendido. Quizá la patrulla peluda era asidua al restaurante Stardust. El lobo más importante cogió al tío por su delantal manchado de grasa y lo empujó contra la caja registradora. Los demás se quedaron detrás con los brazos cruzados. Ahora el encargado estaba temblando, se dio la vuelta y miró hacia donde estaban Janie y Quinn.

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Luego les señaló. El hombre lobo le dejó caer y de inmediato se acercó a la mesa de Janie y Quinn, seguido de sus amigos. A la chica le vino a la memoria los dientes de lobo en su pierna y de repente sintió la necesidad imperiosa de salir corriendo. —¿Dónde está? —gruñó el hombre lobo número uno. Janie miró a Quinn, que parecía sorprendentemente tranquilo. —¿Quién? —preguntó el vampiro. —Ese maldito cobarde, Matthew Barkley. ¿Dónde está? —Sigo sin saber de qué estás hablando. Por el rabillo del ojo Janie vio que el encargado se acercaba a los hombres lobo con una bandeja. —Aquí tienen d-dos cafés, un c-c-capuchino y un d-descafei-nado —dijo con un marcado tembleque en sus palabras. El lobo principal se dio la vuelta, cogió una de las tazas sin decir gracias y después se volvió hacia Quinn. —Mira, hoy no estoy para gilipolleces. Mi mujer me hace tomar descafeinado y a mí me encanta el café. Por lo visto tiene algo que ver con mis migrañas. —Lo siento por ti. Tomó un sorbo e hizo una mueca de asco. —Es asqueroso. Tiró la taza al suelo. —I-iré a hacer más. El encargado se marchó enfurruñado cuando la bestia le miró con cara de pocos amigos. Quinn y Janie intercambiaron miradas. —¿Es ése tu coche? El hombre lobo, malhumorado por el descafeinado, señaló por la ventana hacia el coche destrozado. Quinn se encogió de hombros. —Si lo fuera, estaría bastante cabreado por lo que le habéis hecho, ¿no? —Porque en ese coche iba Barkley. —Entrecerró los ojos—. Y tú lo conducías.

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—¿Por qué no os marcháis ya? Está claro que no está aquí el tío que estáis buscando. —¿Quién te ha preguntado, zorra? —¿Cómo has sabido mi apodo? El hombre lobo miró a Quinn. —¿Es ésta tu novia? Quinn resopló al oír aquello. —Ni por asomo. El hombre lobo se volvió hacia Janie completamente y luego le dio un revés en toda la mejilla derecha. La chica se cayó de espaldas en el banco, se dio contra la pared y se golpeó la parte de atrás de la cabeza con la ventana. Los ojos se le salieron de las órbitas. No sabía muy bien por qué no había esperado aquello. La mejilla le quemaba casi tanto como la ira que sintió de repente. Pero antes de que pudiera incorporarse y meterle al lobo por la garganta su propia taza de cafeína, Quinn se puso de pie de un salto. —¿Así es como tratáis por aquí a las mujeres? —dijo con un tono de voz firme. —A las mujeres que se interponen en mi camino. Quinn miró a los otros hombres, que habían dejado sus tazas en una mesa de al lado. Se observaron y Quinn echó hacia atrás el labio superior para mostrar sus colmillos con una sonrisa peligrosa. El hombre lobo levantó una ceja. —¿Qué vas a hacer, vampiro? —Nada. Sólo preguntaba. —Se volvió a sentar—. ¿Estás bien, Janie? —Muy bien —dijo, tranquila. El hombre lobo resopló y luego volvió a mirar a Janie, que ahora tenía la pistola fuera. Esta vez la que sonrió fue ella y el hombre lobo puso mala cara. El peso familiar de la Firestar enseguida la calmó. —Por si te lo estás preguntando... sí, está cargada con balas de plata. Y sí, ya he matado antes a un hombre lobo. A veces incluso me pagan por hacerlo y ésos ni siquiera me han puesto un dedo encima. Así que más vale que tú y tus amigos del café os marchéis porque, por extraño que parezca, ya no estoy de tan buen humor. Ni siquiera pestañeó.

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—Nunca me había topado con una mujer que no se echara atrás al enfrentarse a un hombre grande y fuerte. Sus ojos se volvieron dorados como los de un lobo y sus labios se retiraron para mostrar unos dientes afilados. La chica bajó la pistola y le disparó en la parte superior del muslo. Él aulló de dolor y se tambaleó hacia atrás. El restaurante quedó en absoluto silencio. Janie extendió su mano izquierda con la palma hacia arriba. —Dame las llaves de tu camioneta. Los demás hombres la miraron con recelo a ella y a su pistola. —Ya —añadió. Unas llaves volaron por el aire y las cogió con una mano antes de pasárselas a Quinn. —Ah, y por si nunca te han disparado antes —le dijo al quejumbroso hombre lobo—, una herida de bala de plata tarda casi un año en curarse totalmente. La fulminó con la mirada, con los ojos llenos de dolor. —Voy a matarte. —Cielo, si me dieran cinco centavos por cada vez que he oído eso... —Miró a Quinn—. Vamos, guapo. Él la miró mientras dejaba un billete de veinte sobre la mesa. —Sí, señora. No les siguieron al aparcamiento. Quinn cogió un talego de la parte trasera del coche destrozado y se subieron a la Ford Ranger. Los neumáticos chirriaron cuando arrancó para salir del aparcamiento. Janie observó cómo el restaurante Stardust se hacía cada vez más pequeño en el espejo retrovisor y esperó a que su corazón dejara de latir como una taladradora.

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Capítulo 5

Quinn no estaba muy seguro de si debía estar cabreado o impresionado. Quería que fuera lo primero, pero se inclinaba más hacia lo segundo y eso probablemente era malo para la salud. Se le revolvió el estómago. Tenía la esperanza de escapar de la señorita mercenaria tan pronto como fuera posible, pero el modo en que Janie había manejado la pistola, el modo en que había tratado a aquellos hombres lobo... Era una profesional. Una profesional fría y calculadora, que quería el Ojo. No tenía ni idea de cómo se había enterado de su existencia. Era un secreto o al menos eso creía él. No iba a rendirse sin luchar, pero ahora que había visto un poco de lo que podía hacerle, sabía que no iba a ser fácil. Sin embargo, Quinn no era ningún pelele. Janie no había dicho nada desde que se habían marchado del restaurante y habían robado la camioneta de los hombres lobo. No es que él se sintiera culpable. No iba a golpearla con un bate de béisbol como habían hecho ellos con su coche de alquiler. Bueno, podría liberar un poco de estrés cuando hubieran terminado de utilizarla. No es que fuera nueva ni nada por el estilo. Agarró con fuerza el volante cuando pensó en Barkley. Si lo hubiera dejado antes en el restaurante como tenía planeado, los hombres lobo lo habrían cogido. Ahora, en cambio, estaba con Lenny. No estaba seguro de qué era peor. Hacía tres meses le habría importado una mierda la suerte de un hombre lobo, pero ahora las cosas eran distintas. Muy distintas. «Maldita sea —pensó—. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?». Quinn volvió a mirar a Janie y se devanó los sesos. ¿Cómo iba a tratar con aquella tía loca? Después de imaginarse un montón de escenarios diferentes, decidió que sólo podía tomar dos medidas que funcionarían potencialmente. Matarla.

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Esa era la peor opción. ¿Iba a matar a alguien para conseguir el Ojo? ¿Hasta qué punto lo deseaba? Mucho. Pero ¿tanto como para matar por él? No estaba preparado para responder a esa pregunta. Aún no. Su segunda opción era algo que le causaba incluso más aprensión. No era ningún secreto que cuando Janie era una cría estaba loca por él. Lo único que recordaba era una niña rubia con pecas, que solía jugar con sus muñecas. También cuidaba bastante de su adorable hermanita, Angela, y evitaba que viera lo que hacían él y Peter. Jugaban a Cazadores y Vampiros como otros niños a Indios y Vaqueros. Protegía a su hermana de todo aquello, pero recordaba haber visto a Janie mirando desde un rincón. A ella le gustaba por aquel entonces. Si optaba por ese plan, confiaba en que todavía le siguiera gustando. Al menos lo suficiente para que pudiera cautivarla y así ella le ayudara. O se marchara. Cualquiera de las dos cosas estaría bien. Casi se rio. Sí, claro. Era un vampiro chupasangre hecho y derecho. Había estado involucrado en la muerte de su hermano. Tenía un aspecto horrible y se sentía incluso peor. Todo un partidazo. Pero merecía la pena intentarlo. —Y bien —empezó a decir Quinn con una sonrisa hermética en la cara—, ¿has estado antes en Arizona? Ella le miró con recelo. —¿Estás de coña? —¿Qué? —No me va mucho hablar por hablar. —No estoy hablando por hablar. Sólo intento entablar una conversación puesto que nos queda aún bastante camino por delante. Aunque si prefieres jugar a algo para pasar el rato, siempre estoy dispuesto a jugar al veo, veo. Quinn sonrió, pero Janie no. —Dedícate a conducir. «¡Qué cabrona!». A lo mejor tenía que dejarla sin sentido. Si no le quedaba otra opción... No. Lo de pegarle a una chica nunca le había gustado demasiado. Incluso si la chica podía darle una paliza. —Nos dirigimos a Goodlaw —le dijo al cabo de un minuto.

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—¿Es allí donde está el Ojo? —Creo que sí. La chica frunció el ceño. —¿Quieres decir que no lo sabes? —No, no estoy seguro. Dejó escapar otro suspiro y esta vez fue tembloroso. —¿Quién te ha mandado que lo busques? —preguntó. Janie cruzó los brazos encima de su camiseta blanca sin mangas y el borde de la funda de la pistola en el hombro asomó por su chaqueta azul. —Eso no importa. —No pareces muy contenta, Janie. ¿Va todo bien? Se rio un poco al oír aquello, pero no sonó muy simpática. —Sí, tengo una vida de ensueño. Cada día es un regalo. Mantén la vista en la carretera, vaquero. Quinn se agarró tan fuerte al volante que empezaron a dormírsele las manos. No pudo evitar lanzarle una mirada fulminante, pero lo único que consiguió fue otra risa forzada cuando ella se volvió hacia él. —Eso ya me lo creo más. No me estaba tragando todo el rollo este de la charla que te estabas montando. —Le observó lentamente, desde sus vaqueros desgastados hasta sus gafas de sol oscuras—. Bueno, ¿y qué tal te va siendo una criatura de las tinieblas? ¿Debería tener a punto mi estaca de madera? —Para otra persona no sería necesario. Pero en tu caso, Janie, creo que es una precaución razonable. —¿Has mordido algún cuello interesante últimamente? —Yo no hago eso. —Sí, claro. La volvió a mirar y advirtió que jugueteaba con el lateral de su cuello. Se retiró el pelo hacia atrás lo suficiente para que pudiera distinguir las marcas rojas que estaban desapareciendo. —¿Quién te ha mordido? —preguntó mientras notaba cómo la tensión se le acumulaba en los hombros. —Un vampiro. —Eso es evidente. ¿Estás bien?

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Se peinó el pelo hacia delante para taparse el cuello. —Nunca he estado mejor. Quinn se obligó a apartar la preocupación que enseguida le había asaltado. No era la niña bonita e inofensiva de antes. Era una Mere de veinticinco años que se interponía en el camino de la única cosa en el universo que quería, y que ya había demostrado con el dardo tranquilizante de la última vez que se encontraron cara a cara que no le importaba apretar el gatillo aunque él estuviera al otro lado de la pistola. —Bueno, seguramente te lo merecías. La chica entrecerró los ojos. —Y él se merecía la estaca que le clavé en el corazón. ¿Ves? Todos contentos. Quinn suspiró. Era demasiado para el plan «Conquistar a Janie». Por lo visto su enamoramiento hacía mucho que había desaparecido. Y no le extrañaba. —Antes eras una niña muy mona —dijo. —Muchas gracias —contestó ella con frialdad. —Me acuerdo de todas aquellas muñecas que teníais tú y tu hermana. Solíais vestirlas y ponerlas alrededor de la mesa. Os inventabais historias sobre ellas. Siempre creí que cuando te hicieras mayor serías escritora o algo parecido. —Escritora —dijo— o asesina a sueldo. No hay mucha diferencia, ¿no? —¿Cómo te gustaba que te llamaran? ¿La Señora de la Casa? Janie puso los ojos en blanco. —Antes leía mucho. Era una niña estúpida. —No, no lo eras. Tenías una imaginación fantástica. —Peter no pensaba lo mismo. Siempre se reía de mí. —Peter era tu hermano mayor. Era su solemne deber reírse de ti. Ella se recostó en el asiento. —Eso pasó hace mucho tiempo. Las cosas eran diferentes. —Es cierto. —Su mente retrocedió por un segundo a una época mucho menos complicada—. Sólo recuerdo una cosa. —¡Que paren las máquinas! La fulminó con la mirada y luego se deshizo de aquella expresión para dedicarle una sonrisita forzada. —Eras la única que pillaba mis chistes. ¿Recuerdas el de los pingüinos en una bañera?

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—Ni remotamente. No podía parar ahora. —Dos pingüinos están sentados en una bañera y un pingüino le dice al otro: «¿Puedes pasarme el jabón?». Y el otro pingüino responde: «¿Qué te crees que soy, un pingüino?». Le miró, perpleja. —Es el chiste más tonto que he oído en mi vida. Ni siquiera tiene sentido. —Eso es lo que hace más gracia. Me acuerdo de que te reías tanto que se te salía la leche por la nariz. Por aquel entonces le parecía un asco, pero ahora le veía la gracia. Ni siquiera parecía la misma persona. ¿Podía alguien cambiar de forma tan drástica, pasar de reírse de los chistes malos de pingüinos a convertirse en una asesina entrenada? Bueno, él sí. La miró con recelo. Ella no dijo nada, pero de repente sus ojos se perdieron en el horizonte como si estuviera recordando los viejos tiempos. Le miró y entonces... Entonces hizo algo que él deseó que no hubiera hecho. —Qué chiste más tonto —repitió. Y luego sonrió. Fue una auténtica sonrisa sincera de mil vatios que iluminó su precioso rostro y provocó en él algo extraño en su interior. De repente se preguntó qué era lo que golpeaba detrás de sus ojos y entonces se dio cuenta de que era el latido de su corazón, que había doblado su velocidad. —Sí. —Continuó sonriendo y sacudió la cabeza—. Qué época más buena. Él tragó saliva. De pronto la boca se le resecó muchísimo. Luego se aclaró su tensa garganta y cambió de postura en el asiento. Hacía un calor infernal en la camioneta y estiró del asfixiante material de la camiseta que le rodeaba el cuello. ¿Qué coño le pasaba? La sonrisa de la chica desapareció poco a poco y volvió a mirar a la carretera. Se humedeció los labios y él se dio cuenta de que no podía apartar la vista de su boca. —Eh, cuidado —soltó Janie. Volvió a centrar su atención en la carretera y viró bruscamente para no chocar con los coches que venían en dirección contraria. «Céntrate, Quinn —se dijo a sí mismo—, reacciona».

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Janie Parker no era una chica guapa a la que quisiera llevar a cenar y a ver una película. Era el enemigo y si se olvidaba de eso, iba a meterse en un buen lío. No estaba bien. Nada bien. Se sentía muy incómoda al estar tan cerca de Quinn. Podía ir en coche con Lenny durante horas. Incluso días, y no sentirse así. Dejando a un lado que su colonia era un poco fuerte, el grandullón era un compañero de viaje que no estaba mal. Mantenía conversaciones sobre temas inofensivos como programas de televisión o el tiempo. Hasta cuando recitaba poesías, no se sentía tan violenta como en coche con Quinn. Quería acabar con aquello de una vez. Conseguir el Ojo. Llevárselo al jefe. Salvar a su hermana. Darle la espalda a Quinn y no volver a verle nunca más. Jamás. Era un tanto irónico que hubiera empezado a salir con el tío que la engañó para que trabajara en la Compañía porque se parecía un poco a Quinn. Tenía el pelo rubio oscuro, hombros anchos y... Echó un vistazo a Quinn y le vio flexionar el bíceps al girar el volante. Sacudió la cabeza. Había soñado con cada centímetro de su cuerpo. Bueno, con cada centímetro que había visto. Para el resto había usado su imaginación. Tenía una imaginación fantástica. Era obvio que él la odiaba. Veía en sus ojos cómo le indignaba en lo que se había convertido. Al pensarlo, le invadió la cólera, pero la reprimió. Estaba haciendo lo que tenía que hacer. No le importaba lo que pensaran los demás. Quinn paró a un lado de la carretera y salió del coche sin decir nada. Aquella zona no estaba precisamente poblada. En kilómetros a la redonda, todo era desierto. Podía ver los picos de las Montañas de la Superstición a lo lejos. Había un cielo azul y resplandeciente, y sabía que le hacía llorar los ojos, porque le vio que se los restregaba debajo de las gafas de sol. Era el abrasador mediodía de Arizona. El sitio menos indicado para un vampiro. Janie abrió la puerta del copiloto. —Bueno, ¿dónde está el Ojo? Él la fulminó con la mirada, como si fuera una niña impertinente que repetía la misma pregunta sin parar. —Dime para qué lo quieres —dijo. —No sé ni me importa qué es esa cosa, pero hasta ahora ha sido como un grano en el culo. Busquémosla y acabemos de una vez con esto. Él frunció el entrecejo.

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—¿Ni siquiera sabes lo que es? Ella negó con la cabeza. —Entonces estás trabajando para alguien. —Deberías ser detective. Un vampiro detective. ¿No te suena a algo? —El Ojo es algo muy poderoso. Quien te haya enviado a por él no quiere nada bueno. La chica puso los ojos en blanco. —No me importa. —¿No te importa que si lo consigues y se lo entregas puede que estés haciendo algo malo? —¿Algo malo? ¿Desde cuándo eres un experto en lo que está bien o mal? Ahora eres un maldito vampiro. Se pasó la punta de la lengua por el filo de sus colmillos y la miró de un modo que le hizo pensar que la quería morder. —El Ojo cumple un deseo una vez cada mil años. —Ya te he dicho que no me importa lo que es o lo que hace. Pero lo quiero ya. —Dime por qué. —Porque... Apretó los labios y le lanzó una mirada asesina. No quería contarle lo de su hermana. No era asunto suyo y sólo complicaría las cosas. Su teléfono móvil sonó. Le sonrió y levantó un dedo. —Ahora seguimos, guapo. Se apartó un poco para sacar el móvil del bolsillo, lo abrió y se lo llevó a la oreja. —Dígame. —Parker. La voz del jefe se deslizó por la línea y le provocó un escalofrío en la nuca que la hizo encogerse. —Hola, jefe. —Se alejó más de Quinn y se apartó unos metros más de la carretera—. ¿Qué pasa? —¿Cuál es tu situación? ¿Ya tienes en tus manos el Ojo? —¿No lo sabe? Creía que usaba a sus videntes para vigilarnos. —De las dos videntes que tengo contratadas, una está de vacaciones y la otra... falleció esta mañana.

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—¿Falleció? —La maté. Tenía unas visiones muy poco interesantes que me fastidiaban. Janie odiaba a las videntes. Eran extrañas mujercillas vestidas de negro que se sentaban en cuartos oscuros para predecir el futuro o ver el presente. Al jefe le encantaban las videntes, pero cada vez se volvía más exigente con sus empleados. Ya nadie estaba a salvo en la Compañía. Al ver que la chica no decía nada durante un rato, continuó. —¿Hay algún problema? Se humedeció los labios que de pronto tenía resecos. —No, ningún problema. El vampiro me está llevando ahora hasta él. —¿Todavía no le has matado? ¿Aquélla era su respuesta para todo? —Bueno, si le mato, ¿podrá llevarme hasta el Ojo? Tendría que levantar su cadáver, se pondría en plan vampiro zombi conmigo y, como ya sabe, esas cosas nunca acaban bien. El hombre suspiró con un ruidito seco y ronco que hubiera alertado a Janie de haber estado preocupada por su salud. —¿Le he encomendado esta misión a la persona equivocada, Parker? ¿Vas a hacer que siga adelante con mi amenaza sobre tu querida hermana? Su tono de voz la enfadó más que asustarla. —No, todo va bien. No tardaré mucho. —Estaré en Las Vegas mañana y contactaré contigo en cuanto llegue. Te reunirás conmigo allí y traerás el Ojo. No me falles, Parker. —No lo haré. El jefe colgó el teléfono. A Janie le entraron ganas de tirar el móvil al cactus más cercano, pero destruir los aparatos electrónicos nunca resolvía nada. Se volvió hacia Quinn, que ahora estaba de espaldas a ella, y caminó hasta llegar junto a él. —Vamos. Su voz ya no transmitía amabilidad. No es que antes lo hubiera hecho. La verdad es que si antes había sido un poco simpática, hubiera o no un chiste malo de pingüinos, había sido un error. Al pillarle Janie por sorpresa, Quinn se metió algo en el bolsillo. Un trozo de papel. Ella frunció el entrecejo.

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—¿Qué es eso? —Nada. —Enséñamelo. Se volvió para mirarla de frente. A su lado era diez centímetros más alto que ella. Janie medía un metro setenta y ahora llevaba unas botas de tacón bajo. El sol abrasador se reflejaba en sus gafas oscuras. No hizo ningún ademán de mostrarle el papel. —No me pongas a prueba, Quinn. Sin quitarle el ojo de encima, abrió el teléfono móvil, marcó un número y se lo puso en la oreja. Los ojos de Quinn se entrecerraron y su expresión se volvió más fría, pero su nuez se movió al tragar saliva. Pero al menos no estaba sudando. Aún no le había hecho sudar. A los vampiros no les afectaba el calor. Mantenían su temperatura corporal en un ambiente de calor o frío extremo, pero sí que sudaban si estaban nerviosos o asustados... o excitados. Ella había hecho sudar a unos cuantos vampiros. Y no había sido por su mirada seductora. Después de un par de tonos, le contestaron con un: —Holaaa. —Lenny, soy yo. —¿Ya lo tienes? —No, aún no. —Eeeh... Hay un problemilla con el lobo. Lenny sonaba nervioso. Ella se aclaró la garganta y mantuvo la cara neutral. —¿Qué pasa? —Eeeh..., ha cambiado. —¿Cómo que ha cambiado? —Se ha transformado en un gran perro negro. Un lobo o lo que sea. Bueno, me dijo que se encontraba mal, así que paré el coche en la autopista. Él corrió hacia un lado en la carretera, vomitó y luego cambió de forma. —Genial. Esto es genial. ¿Y ahora qué hace? Quinn la miró con el ceño fruncido.

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—Está acurrucado en el asiento trasero. Le oigo roncar. Me recuerda a un perro que vi cuando era pequeño. Un Terranova enorme. ¿Como los que te encuentras esquiando, que llevan el whisky en un barrilito colgado del cuello? Salvo que ésos son San Bernardos. Como el de aquella película, Beethoven. Hicieron muchas secuelas de esa peli. Janie miró a Quinn para asegurarse de que estaba prestando atención. —Lenny, Quinn no está cooperando conmigo. Creo que deberías cortarle al hombre lobo uno de sus dedos. Estaba mintiendo. Ellos nunca torturaban a nadie y no quería empezar ahora. Pero Quinn no tenía por qué saberlo. Además, si estaba transformado en lobo no tendría dedos. —Pero si es un perro lobo muy guapo. —Lenny sonaba un poco afligido por su sugerencia—. No puedo hacerle daño a un perro. —Janie... —La voz de Quinn sonaba afectada—. Cuelga. Puso una mano en el auricular. Perdón, ¿qué dices? —Que cuelgues el teléfono. Ella extendió la mano. —Enséñame el papel. Tensó la mandíbula y le lanzó una mirada que hubiera hecho salir corriendo a mujeres con menos agallas. Janie ni siquiera retrocedió un paso, pero sí notó la sangre palpitando en su cabeza. Estrés. No lo necesitaba en absoluto. ¿Por qué la gente no podía cooperar? La vida sería mucho más fácil. No dijo ni una palabra más y se metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros para sacar un trozo de papel muy sobado, que ella le arrebató. —Gracias —dijo y luego habló al teléfono—: Déjalo, Lenny. Vosotros dos..., no sé..., seguid paseando o algo así. Compra un Fris-bee. Eso os mantendrá ocupados durante horas. Su compañero dejó escapar un largo suspiro. —¡ Ay, qué bien! Gracias, Janie. La chica se apartó de Quinn y le susurró al auricular: —Lenny, no te pongas blando conmigo. —No me pongo de ninguna manera. Yo... —Dejó escapar otro largo suspiro—. ¡Es que es tan mono! Tendrías que verlo.

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Ella colgó el teléfono. Su compañero estaba atontado. Y encima tenía debilidad por la población canina. ¡Que llamen a la protectora de animales y le den al hombre una medalla! Bajó la vista hacia el trozo de papel. Era una carta fechada hacía ocho años, escrita por alguien llamado Malcolm Price y dirigida al padre de Quinn. En los primeros dos párrafos divagaba sobre la caza de vampiros, pero el último tenía marcadas con rotulador una de cada cinco palabras y entre ellas se encontraba «Ojo», algunos números, «jardín» y «cruz». Miró a Quinn con una ceja levantada. —¿Sabes? El sudoku también es un juego muy divertido. —Esto no es un juego. —¿Y entonces qué es? —Son indicaciones. —¿Para encontrar el Ojo? —Janie, eres rubia, pero no eres tonta. ¿Tú qué crees? —Creo que voy a clavarte una estaca y a dejar aquí tu cuerpo para que se lo coman los coyotes. Pero eso es el plan B. —Son coordenadas. Para llegar a Goodlaw. Donde estamos ahora mismo. Y las palabras... Es un juego al que solíamos jugar Malcolm y yo. Era como un tío para mí. Me enviaba cartas cuando estaba de viaje con otros cazadores. Mi padre me leía todo mi correo y Malcolm quería ver si podíamos decirnos algo sin que se enterara. —¿Y funcionó? —Sí. A veces creo que mi padre ni siquiera leía las cartas y que sólo las abría para recordarme quién estaba al mando. Creo que Malcolm le envió esta carta a mi padre porque sabía que yo la vería y la descodificaría. Es un mensaje para mí. —¿Dónde está ahora ese tal Malcolm? —Está muerto. Janie asintió, intentando desembarazarse del molesto instante de empatía que estaba sintiendo hacia Quinn. Luego se quedó mirando el vacío que les rodeaba en kilómetros a la redonda. —Entiendo. Las pistas que te dio son estupendas. Acotan muchísimo la búsqueda. ¿Por qué no empiezo a buscar por ese gran hormiguero que hay ahí y tú miras esos cactus? Él se cruzó de brazos.

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—¿Sabes? Creía que Peter era la manzana podrida de vuestra familia, pero creo que me equivoqué. Las palabras «cruz» y «jardín» no ayudan tanto como yo esperaba. Creía que tal vez había una... —¿Una cruz o un jardín? —terminó por él la frase—. ¿No te dan miedo las cruces? Lo del muerto viviente animado nunca se ha llevado muy bien con lo religioso. —Yo no soy un muerto viviente. —Si tú lo dices... —Vayamos al pueblo a preguntar. A lo mejor alguien puede ayudarnos. Janie se le quedó mirando un instante sin comprender. Nada era fácil, eso estaba claro. —Muy bien. La chica habría jurado que la temperatura bajó unos diez grados en la camioneta mientras recorrían el trayecto hasta el centro de Goodlaw, que era muy corto, y no fue precisamente porque hubieran puesto el aire acondicionado. Ni siquiera funcionaba.

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Capítulo 6

Quinn creía que Janie iba a hacerlo. Iba a decirle a Lenny que le hiciera daño a Barkley. Así como así. Sólo para echarle el guante a algo de lo que no sabía nada en absoluto. ¿Por qué le sorprendía? Había conocido a bastantes Mercs cuando ejercía de cazador. No intentaban hacer las cosas bien para conseguir un mundo mejor. De hecho, ésa era la filosofía de Quinn cuando cazaba vampiros. Era tan iluso que creía que era uno de los buenos. Y a veces sí lo era, pero, normalmente, no. Los Mercs no tenían la misma ética de trabajo. Eran codiciosos, engañosos y carecían de bondad. Sólo se movían por una única cosa: el dinero. No estaba seguro de por qué le molestaba saber que Janie se había vuelto así. Tampoco sabía por qué quería creer que ella era distinta a los demás. ¿Acaso porque era atractiva? Había conocido a bastantes mujeres guapas en su día. Un número considerable de esas chicas incluso habían estado interesadas en él. Así que hacía falta tener más que una cara y un cuerpo bonitos para llamar su atención. Además, en aquel momento no quería tener una relación con ninguna mujer. Estaba algo quemado. Hacía poco había creído que estaba enamorado de una vampira novata llamada Sarah Dearly. La había conocido hacía un par de meses en Toronto, cuando viajaba con su padre y un grupo de cazadores. A pesar de su atracción hacia ella, en cuanto descubrió que Sarah era una vampira intentó matarla. Un par de veces. Afortunadamente, falló. Cuando le convirtieron en vampiro y le dejaron tirado para que se muriera, ella le ayudó cuando todo el mundo le dio la espalda. Sarah era guapa, dulce, bondadosa y maravillosa en todos los sentidos. Pero no le amaba. La chica estaba enamorada de un imbécil, un vampiro superior de seiscientos años llamado Thierry, al que le gustaba vestirse de negro e iba por ahí enfurruñado entre las sombras. Para cuidar un corazón roto y un ego herido, Quinn se marchó de Toronto en cuanto se le presentó la oportunidad: llevar en coche a Barkley hasta Arizona.

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Sólo ahora podía ver la situación desde una perspectiva objetiva y darse cuenta de que aquélla no era la chica adecuada para él. Sus sentimientos habían surgido por lo mucho que agradecía que le hubiera ayudado cuando estaba en apuros. Había sido todo una ilusión. Al menos de eso había estado intentando convencerse. Después de aquello se había jurado a sí mismo que no habría más mujeres. Eran una distracción y le añadían una angustia innecesaria a una vida ya repleta de angustia. Estaba muy convencido de su decisión. De eso no hacía ni dos semanas. Janie podía ser guapa, pero no era dulce ni bondadosa como Sarah. No le servía que cumpliese uno de los tres requisitos. Ya no. Iba a encontrar el Ojo y luego la dejaría sin sentido. No le quedaba otra opción. La camioneta llegó al pueblo, que parecía consistir en una gasolinera. Se acercó a un surtidor y bajó la ventanilla. Una anciana con el áspero pelo gris que le asomaba por debajo de una gorra de béisbol de los Arizona Sun Devils se acercó lentamente. No dijo nada y se puso a llenar el depósito. Luego volvió hacia la estación de servicio. Quinn miró a Janie. —A por ella, chaval —dijo la chica. Le arrebató la carta de Malcolm de las manos y se bajó del coche sin decir ni una palabra. Alcanzó a la mujer en la puerta de la pequeña estación de servicio. —Perdone—dijo—. ¿Puede ayudarme? —Eso depende. —Le miró de arriba abajo—. ¿Para qué necesitas ayuda? «Esto va a sonar muy estúpido». —Las palabras «jardín» y «cruz», ¿significan algo para usted? —¿Estás haciendo un crucigrama? Quinn miró hacia la camioneta. —La verdad es que estamos buscando algo. La anciana vio el papel que tenía en la mano. —Antes había una gente que estaba haciendo un juego de pistas. ¿Eres uno de ellos? —Sí. Un juego de pistas. Tengo que encontrar algo que hay por aquí, en Goodlaw, y lo único que me han dicho es algo de una cruz y un jardín. Sonrió a la mujer, esperanzado.

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Ella le devolvió la sonrisa y mostró una brillante dentadura postiza blanca en medio de aquella cara curtida y arrugada. —Me encantan los juegos de pistas. Solía jugar cuando era una niña. Por aquel entonces vivía en Phoenix. Era una gran metrópoli en crecimiento comparada con este desierto que no sirve para nada. —Señaló con la cabeza a su alrededor—. Dios ha abandonado a los de aquí. Sólo vienen a Goodlaw algunos malditos rezagados. Quinn se esforzó por mantener una sonrisa amable en el rostro. —Bueno, y si no le gusta estar aquí, ¿por qué no se vuelve a Phoenix? —Maté a un hombre en Phoenix. Al hijo de puta de mi marido. Nunca encontraron el cadáver y nunca lo encontrarán. No mires atrás o te arrepentirás. Te arrepentirás. Se santiguó y escupió junto a él. «Vale». —Bueno... —Aguantó aquella sonrisa con todas sus fuerzas—. ¿Y el jardín y la cruz? ¿Se le ocurre algo? Se restregó su cara arrugada y frunció la frente ya llena de surcos. —No, no me dice nada. —¡Maldita sea! —soltó entre dientes—. Malcolm debió de equivocarse. O, después de todo, quizás esto no era un código. Otra vez a empezar de cero. —¿Malcolm? —repitió la anciana—. No estarás buscando a Malcolm Price, ¿no? Quinn alzó la vista inmediatamente. —¿Qué ha dicho? —Malcolm Price. Viene aquí una vez al mes a buscar provisiones. Tiene una cabaña en Garden Ridge. Ahora que lo pienso, ésa podría ser la pista del jardín para vuestro juego. —Malcolm —volvió a decir, sin dar crédito—. ¿De verdad le ha visto? —Bueno, sí, claro. Aunque soy muy vieja, veo perfectamente. Le había dicho a Janie que Malcolm estaba muerto, pero no le había contado cómo había fallecido. La carta había llegado hacía ocho años, justo después de que le matara un clan de vampiros que se habían vuelto salvajes tras pasar mucho tiempo en un sótano, encerrados por los cazadores. Había sido un ataúd cerrado. ¿Estaba vivo? ¿Cómo era posible? Estaba alucinando y de pronto no supo qué hacer.

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—¿Dónde está Garden Ridge? —preguntó con voz quebrada. La anciana se lo dijo y él se marchó. Cuando volvió al coche y arrancó, Janie le miró con curiosidad. —¿Va todo bien? Él asintió fríamente. —Muy bien. Salió de la gasolinera sin darse cuenta de que no había pagado y de que la manguera del surtidor aún estaba metida en la camioneta. Al oír que Malcolm podía estar aún vivo —lo que no tenía ningún sentido—, se había quedado pasmado. Ocho kilómetros al sur, el desierto era más verde. Los marrones del árido paisaje dejaban paso a una zona de vegetación exuberante. Garden Ridge era un valle ensombrecido por dos colinas de suave elevación. La sinuosa carretera de grava les condujo hacia un cartel donde se leía «carretera cortada». —Un callejón sin salida —dijo Janie—. ¿Qué te dijo esa mujer? Quinn la ignoró y pisó el acelerador para rodear la señal y seguir por el camino lleno de baches. Al cabo de un rato llegaron a una casa muy pequeña, oculta tras la vegetación. Parecía destartalada, abandonada, como si en cien años nadie hubiera vivido allí. «¿Dónde estás, Malcolm? —pensó Quinn y notó que se le hacía un nudo en el estómago vacío—. ¿Y por qué has estado escondido todos estos años?». Como le había dicho a Janie, aquel hombre había sido un tío para él. Su padre era frío e inflexible, pero él era amable y comprensivo. Él había enviado la carta, lo que significaba que si Malcolm aún estaba vivo, también estaría buscando el Ojo; bueno, eso si es que no lo tenía ya. Si lo había encontrado y ya había pedido el deseo, entonces todo aquello no servía de nada. No obstante, merecía la pena comprobarlo. Además, tenía que mantener a Janie ocupada hasta que tuviera la oportunidad de... incapacitarla. La chica recorrió con la vista el lugar con una mirada de desagrado. —Este sitio seguro que está plagado de bichos. —Shhh. —¿Qué? ¿No está abandonado? —Cállate. Janie sacó su pistola. Quinn levantó la mano. —No será necesaria.

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Ella vaciló y después se guardó el arma. Aquella cosa le ponía nervioso. Muy nervioso. Nunca le habían gustado las pistolas. Eran muy impredecibles. No las pistolas en sí mismas, sino las personas que las llevaban. Quinn caminó por el terreno lleno de maleza hasta llegar a la parte trasera de la casa. Se acercó a una ventana llena de mugre y miró hacia el interior, pero estaba demasiado sucia para poder ver nada. El lugar parecía abandonado. La mujer de la gasolinera debía de haberse equivocado. Era así de sencillo. Entonces se rio. No fue más que un ruidito de decepción y luego negó con la cabeza. ¿Qué esperaba? ¿Que apareciera Malcolm de repente y le diera un abrazo paternal? ¿Que le dijera que todo iba a salir bien? ¿Qué iba a hacer ahora? Había recorrido todo aquel camino para encontrar un estúpido artefacto que se basaba en rumores y especulación. Estaba agarrándose a un clavo ardiendo. ¿Y si lo encontraba? ¿Y si se cumplía su deseo de volver a ser humano? ¿Qué iba a conseguir con eso? No cambiaría el pasado. Lo que era. No cambiaba el hecho de que ahora no era nadie, de que ni los vampiros ni los humanos querían tener nada que ver con él. Frunció el entrecejo. Quizá tenía que pedir un terapeuta a jornada completa. Sí, puede que fuera algo a tener en cuenta. —¡Oye! —le llamó Janie—. Mira esto. Se dio la vuelta para lanzarle una mirada asesina. ¿No le había dicho que estuviera en silencio? Francamente, aquella mujer era muy pesada. Estaba señalando al suelo. Él suspiró y se acercó. Debajo de la maleza y de las malas hierbas había una cruz de piedra de unos sesenta centímetros de alto. La chica sonrió abiertamente. —Bueno, ¿a qué estás esperando? La miró sin comprender nada. —Empieza a cavar. —¿Con qué? —Tienes la superfuerza de un vampiro. Utiliza las manos. Le echó un vistazo a la cruz. Pegaba con las pistas. Estaban en la supuesta casa de Malcolm en Garden Ridge, en las coordenadas correctas. Había una cruz justo delante de él. Empezó a cavar. Al cabo de diez minutos ya había hecho un agujero de sesenta centímetros. Levantó la vista para mirar a Janie.

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—Aquí no hay nada. —Sigue cavando. —Entonces frunció el entrecejo y señaló abajo—. Espera. ¿Qué es eso? Quinn miró. Era algo pequeño que resplandecía a la luz del sol. Alargó la mano, le quitó la tierra de encima y cavó un poco más para sacarlo. —¿Es el Ojo? —preguntó Janie sin aliento—. Déjamelo ver. Era una piedra roja brillante, de cinco centímetros de diámetro. Parecía un rubí, pero estaba cubierta de oro por un lado, en el que había grabado un símbolo. Un círculo que rodeaba a otro más pequeño. Era algo, pero estaba seguro de que no era el Ojo. —Maldita sea, no es esto. —Janie cruzó los brazos—. Bueno, sigue cavando. —No te servirá de nada —dijo una voz detrás de ellos—. La piedra es lo único que hay enterrado ahí. Lo sé porque la enterré yo mismo, esperando que vinieras a buscarla. Quinn se dio la vuelta despacio. Había reconocido la voz. Incluso después de tantísimos años. Era Malcolm. Estaba allí de pie, en el patio lleno de maleza. No era el mismo Malcolm Price que él había conocido, un hombre bien vestido, bien educado y bien arreglado, con canas en las sienes. No, esta versión tenía una larga barba blanca y el pelo a juego, recogido en una cola de caballo. Unas profundas arrugas le surcaban la piel debajo de los ojos y llevaba una camiseta azul oscuro y unos pantalones militares de color canela. Pero sus ojos eran los mismos de siempre. Unos ojos verde claro que nunca habían mirado a Quinn con crueldad ni decepción y que ahora se arrugaban al dedicarle una amplia sonrisa. —Te he estado esperando mucho tiempo, hijo mío. Quinn sintió tantas emociones contradictorias que no sabía por dónde empezar. Confusión, felicidad, alivio, desconfianza... Se había llevado una gran impresión y a la vez no creía lo que veían sus ojos, aunque tuviera ante sí al hombre que pensaba que había muerto hacía ocho años. Y esto sólo era una muestra. Negó con la cabeza. —No me lo puedo creer. —¿Quién eres tú? —preguntó Janie mientras retrocedía unos pasos. Quinn la miró. —Este es Malcolm.

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—Creía que habías dicho que estaba muerto. —Eso era lo que quería que pensara cualquiera que pretendiera buscarme. Malcolm miró a la chica. —Es una trampa. La desconfianza bordeaba las palabras de Janie. Tenía otra vez la pistola en la mano y con la otra cogió el teléfono móvil. —Cuelga el teléfono, Janie. Te he dicho que Malcolm es un viejo amigo de la familia. —Quinn contempló a Malcolm—. ¿Qué demonios pasa? Se suponía que estabas muerto. Sonrió y unas marcadas arrugas aparecieron en las comisuras de sus ojos. —Lo estoy, ¿no? Quinn se dio cuenta de que de pronto no podía evitar sonreír. Se tragó el nudo de emociones que se le había formado en la garganta y se acercó a Malcolm cautelosamente, sin quitarle la vista de encima. Se estrecharon la mano. —Me alegro mucho de verte. Tienes muy mala pinta, viejo. —Pero me siento de maravilla. —Malcolm amplió su sonrisa—. Por favor, trae la piedra roja y entra. Le siguieron hasta el interior de la casa, que no estaba tan destartalada como por fuera. Los suelos y las encimeras estaban limpios, y los electrodomésticos eran nuevos. La estantería de la cocina confirmaba que Malcolm tenía suficiente comida en lata y agua embotellada para alimentar a un pequeño ejército. —¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Quinn mientras intentaba con todas sus fuerzas obviar la persistente sensación de incredulidad que le dominaba. Malcolm se puso tenso. —Desde... desde el accidente. O un poco después. —¿Qué accidente? —preguntó Janie con palabras apocopadas y observó al hombre con una ligera curiosidad. Siguió con la mano debajo de su chaqueta, cerca de la funda del hombro donde guardaba la pistola. —Tuve un roce con los que tienen colmillos. Se vengaron de lo que les había hecho todos aquellos años. Quinn se encogió por el recuerdo. Había llorado la muerte del viejo durante mucho tiempo. Ayudó incluso a cazar a los vampiros que le habían asesinado. ¿Y ahora descubría que todo había sido un error?

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—¿Qué pasó? —preguntó—. ¿Por qué no te pusiste en contacto con nosotros? ¿Conmigo? Malcolm se acercó a él y le dio unas palmaditas en la mejilla con su mano nudosa. —Siento haberte causado tanto dolor. Todo lo que he hecho tiene una explicación, hijo mío. Espero que aún puedas confiar en mí. Quinn apretó los labios mientras se le formaba un nudo en la garganta y tragó para bajarlo. —¿Así que vives aquí ahora? ¿Has vivido aquí todo este tiempo? —Tengo a Mildred en la gasolinera que me hace compañía. —Ella fue la que me dijo cómo encontrarte. Se le torció el lado derecho de la boca. —Ah, dudaba que estuvieras buscándome. Lo que te interesaba era el Ojo, ¿verdad? Quinn asintió, estaba a punto de contarle todo a Malcolm, de escupir todas las penas y desgracias una detrás de otra. Pero se contuvo y miró por un instante a Janie, que permanecía en silencio mientras los otros dos celebraban su reencuentro. —Ha pasado bastante tiempo desde que envié esa carta —continuó Malcolm. —Ocho años. Hace ocho años que te fuiste. Mi padre creyó que habías muerto. Hasta te enterramos. Yo creía que tu cuerpo estaba en la tumba. —Todo era parte esencial del plan. —Suspiró con fuerza—. Bueno, ¿y cómo está Roger? —Está... está muerto. Malcolm arrugó la frente. —¿Qué pasó? Al padre de Quinn le habían disparado al intentar matar a su hijo. Pero no le había matado Quinn. El hombre no tenía piedad, no se pensó dos veces acabar con la vida de su hijo cuando descubrió que se había convertido en un vampiro. No había acabado bien. —Le... le dispararon. Malcolm asintió con gravedad. —¿Fue antes o después de que descubriera tu problemilla? Janie se recostó en su asiento y los observó con una frialdad calculadora. —¿Cuál es mi problemilla? —preguntó Quinn con cautela.

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—Tu leve caso de vampirismo. Quinn había presenciado cómo Malcolm había matado montones de vampiros a lo largo de los años. Había aprendido mucho del viejo. Puede que fuera amable con Quinn mientras se hacía mayor —un mentor, un amigo, un consejero—, pero no mostraba compasión en cuanto al tema de la caza. Quinn enseguida sintió que le daba un subidón de adrenalina y esperó que aquel enfrentamiento no conllevara una pelea. Con Malcolm, no. Lucharía con cualquier cazador, pero no con él. —¿Cómo lo has sabido? —le preguntó. Malcolm sonrió. Lo suficiente para mostrar sus blancos colmillos resplandecientes. Quinn reprimió un grito. —¿Qué coño...? Malcolm caminó despacio hasta un rincón de la cocina y cogió un bastón que había apoyado contra la pared justo al lado de un ordenador último modelo. —Tengo Internet, a pesar de lo caro que es aquí. Me las he apañado para mantenerme informado de todo lo que ocurría en el mundo de los cazadores. Sí, sabía que Roger estaba muerto y cómo murió. Por su bien, espero que esté ardiendo en el infierno por cómo trató a los suyos en vida. También sabía lo de tus recientes aprietos. Siento no haber estado allí para ayudarte. Se pasa muy mal, créeme, lo sé. Quinn no podía creer lo que estaba viendo. —Eres un vampiro. Malcolm sonrió como si esa información no hubiera desbaratado el mundo entero de Quinn. Malcolm era un cazador que se había convertido en vampiro. Como él. —Sí. Tenemos muchísimo en común. Cuando me atacaron, los vampiros me dieron a elegir entre la vida y la muerte. Pero si elegía vivir me tenía que convertir en uno de ellos. No me siento orgulloso al reconocer que tomé una decisión basada en el miedo a lo desconocido. El miedo a la muerte. Tras la transformación, me escondí, pues sabía lo que me harían mis iguales si lo descubrían. —Me lo podrías haber dicho. Le dedicó a Quinn una sonrisa alicaída. —Temía que no entendieras mi situación tan bien como ahora. ¿Puedes decir con total sinceridad que no me hubieras cazado? Quinn no podía contestar a eso y Malcolm no esperaba que lo hiciera. —He estado buscando el Ojo, con tu padre, durante años y al final he dado con algunas pistas. Al abandonar el mundo que antes conocía, vine aquí para buscarlo

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solo. La búsqueda me llevó hasta la piedra roja que tienes en la mano. Y me llevó incluso más allá. Sería un honor compartir esa información contigo. Quinn miró a Janie, que los observaba como un depredador. Estaba jugando distraídamente con su collar de turquesa, lo retorcía, y la visión de él se centró en las ligeras pulsaciones que se apreciaban en su garganta. Apartó los ojos de ella, respirando con dificultad. —Creo que necesito sentarme. Malcolm frunció el entrecejo. —¿Estás bien, hijo mío? Parece que lleves semanas sin dormir. —Estoy bien. La parte trasera de sus piernas dio con el borde de una silla de la cocina, sobre la que se dejó caer antes de colocar la piedra roja en la mesa que había ante él. —No, no lo estás. No te estás alimentando bien. ¿Te niegas a beber sangre? Quinn hizo una mueca. —Siempre que puedo. Malcolm negó con la cabeza. —Aunque te resulte muy desagradable, es un mal necesario. Tardé años en entender que por el simple hecho de ingerir algo que mi cuerpo necesitaba para sobrevivir no me convertía en un ser inferior. No me convertía en un monstruo. —Yo me siento como un monstruo. Notó el silencio de Janie y su mirada evaluadora desde el otro lado de la mesa. —No lo eres. —Malcolm le dio unas palmaditas en la espalda—. Tú... y yo... somos una nueva raza. Somos dos de los pocos que han visto el mundo desde ambos bandos. Como cazador y como vampiro. Y podemos utilizar ese conocimiento para ahora encontrar juntos el Ojo. —Ojalá te hubieras puesto en contacto conmigo antes. Para decirme que estabas bien. —¿Y si lo hubiera hecho? —preguntó—. ¿Y si te hubiera llamado una noche para decirte que estaba en la ciudad? ¿Que estaba vivo, sólo que ahora era un vampiro? ¿Qué hubieras hecho entonces? Quinn cerró los ojos y negó con la cabeza. —Me habrías matado —dijo Malcolm sin rodeos—. O se lo habrías tenido que decir a alguien que lo hubiera hecho por ti. No tenía otra opción. Me tenía que marchar y poner la máxima distancia posible entre mi pasado y yo. Y eso fue

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exactamente lo que hice. He tenido los últimos ocho años para pensar y planificar. — Extendió la mano—. Dame la piedra. Janie la cogió antes de que a Quinn le diera tiempo a dársela a Malcolm y él se la quedó mirando. —Janie... —Ya he tenido bastante con el reencuentro de la familia Transilvania —soltó—. Quiero el Ojo. Malcolm levantó una ceja y le sonrió con paciencia. —¿Para qué? Ella le miró fijamente. —Porque queda muy bien con lo que llevo puesto. El hombre frunció el entrecejo y miró a Quinn antes de volver toda su atención hacia Janie. —Eres una mercenaria. No sé cómo no me he dado cuenta antes. —Sacudió la cabeza—. Una mujer tan hermosa como tú no debería haber elegido un camino tan peligroso. El que te haya contratado se las tendrá que apañar sin el Ojo. —Ya lo veremos, vampiro. Le sonrió con frialdad. —Sí, ya lo veremos. No obstante, sin la piedra que tienes en la mano, no lo podré encontrar para nadie. Malcolm extendió la mano con la palma hacia arriba. Ella se le quedó observando un buen rato hasta que al final, a regañadientes, se la entregó. Luego extendió su otra mano hacia Quinn. —Ahora, si no te importa, la carta, por favor. Sin dudarlo, Quinn se metió la mano en el bolsillo y le dio el manoseado trozo de papel. Malcolm puso el papel plano sobre la mesa con la parte escrita boca abajo y lo alisó. Después fue hasta un armario y lo abrió para sacar otro papel que bacía juego con el primero. —¿Qué es? —preguntó Quinn. —Otra pieza del puzle. Lo colocó al lado del otro trozo de papel. —¿Qué quieres decir?

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Malcolm sonrió. —La verdadera ubicación del Ojo ha estado oculta hasta ahora para cualquiera que lo buscara... que deseara utilizar la magia para su propio beneficio. Hace falta que dos seres inmortales (como tú y yo) usen esta piedra para revelar su verdadera localización. El Ojo está ahí fuera, Quinn, a plena vista para los que no desean aprovecharse de sus poderes, pero invisible para los que sí quieren hacerlo. Nos está esperando. Quinn observó, fascinado, cómo Malcolm cogía la piedra, con el símbolo hacia abajo, y la pasaba por la unión de ambos trozos de papel. Mientras la joya se deslizaba por la superficie, los dos papeles se fusionaron en un único trozo, como si siempre hubieran estado unidos. —He esperado muchísimo tiempo para hacer esto —dijo con una chispa en sus ojos verdes. Le dio la vuelta al papel ahora más grande, para ver la parte escrita, y empezó a frotar la piedra por esa cara. Las letras empezaron a desaparecer y fueron sustituidas por líneas y formas que aparecieron como por arte de magia. —¿Qué estás haciendo? —Revelando la verdadera localización del Ojo. Mi primera búsqueda me llevó a esta piedra envuelta con este papel. Es un mapa. Pero no fue hasta más tarde cuando descubrí que sólo se desvelaría con dos inmortales presentes, en el momento adecuado, durante este ritual. Sacudió la cabeza y bajó la vista hacia el papel antiguo, con los ojos brillantes por la emoción. Quinn no podía creer lo que estaba viendo. Era un auténtico mapa del tesoro. Y había aparecido mágicamente al pasar Malcolm la piedra por encima, como si lo hubiera escrito con tinta invisible mágica. Sacudió la cabeza y miró a Malcolm con el corazón henchido. Aquél se estaba convirtiendo en el mejor día de su vida. Había encontrado el Ojo y a Malcolm después de tantos años. No estaba seguro de qué era mejor. Malcolm le sonrió abiertamente. —¿Ves? Ahora el Ojo nos pertenecerá a los dos. Nos esperan grandes cosas en nuestro futuro. Quinn miró a Janie. Tenía los ojos abiertos de par en par por lo que acababa de presenciar y la vista clavada en el mapa que había sobre la mesa. Malcolm fue a taparlo y a quitarlo de allí, pero la chica lo cogió por una esquina. —Voy a necesitarlo —dijo.

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Quinn se levantó de la mesa. —Suéltalo, Janie. Te lo advierto. Le fulminó con la mirada, pero no soltó el mapa. —¿He oído bien? ¿Me estás amenazando? De pronto Malcolm hizo una mueca, soltó el papel y con un fuerte grito ahogado de dolor se agarró el pecho. Janie puso mala cara. —¿Qué te pasa? —A veces me duele —respondió entre dientes—. Me duele mucho. —Pero eres un vampiro, ¿no? Frunció el ceño y su expresión de determinación se suavizó ligeramente. Quinn hizo ademán de acercarse a Malcolm, pero el anciano alzó la mano para detenerle. —No, me pondré bien enseguida —dijo Malcolm y miró a Janie—. Pero... ¿serías tan amable de ponerme un vaso de agua, cariño? Si no te importa. Ella vaciló, frunció el entrecejo, pero luego fue hacia el armario, con el mapa todavía bien sujeto entre las manos. Tenía los hombros tensos cuando extendió la mano para coger una botella de agua y desenroscar el tapón. Mientras lo hacía, Malcolm se enderezó, salvó la distancia entre ambos y con un suave movimiento le dio con su bastón a Janie en la cabeza. El sonido de su cuerpo cayendo de golpe al suelo ocultó el grito ahogado de Quinn. Malcolm se volvió hacia él. —No me quedaba más remedio. Se esforzó por mantener su rostro inexpresivo. Parpadeó rápidamente, sin acabar de entender muy bien lo que acababa de presenciar. Malcolm bajó la vista hacia la figura inconsciente de Janie. —Incluso para ser una mercenaria, no era más que un inconveniente sin importancia hasta que vio el mapa. Quinn se humedeció sus labios resecos. —Claro, tienes razón. Malcolm le agarró el hombro al chico y se lo apretó con fuerza. —Tú y yo seguiremos el mapa hasta el Ojo. Juntos. Luego cambiaremos el mundo.

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—¿Cambiaremos el mundo? Miró a Janie de soslayo. No se movía. No sabía ni siquiera si respiraba. ¿La había matado? Se le tensó la mandíbula al pensarlo. —Los vampiros son malos —se limitó a decir Malcolm—. Siento la oscuridad dentro de mí. ¿Tú no? Pero he sido bendecido con mi inteligencia. Puedo aprovecharme de lo que he aprendido y utilizarlo para salvar a otros. Quinn tragó saliva. —Los cazadores ya tienen eso bajo control. ¿No crees que son ellos los malos? ¿No se te ha pasado nunca por la cabeza? Malcolm le puso a Quinn una mano en el hombro. —Sí, claro. Los cazadores pueden ser tan malos como los vampiros. Con el Ojo en nuestras manos, cambiaremos las cosas. Las mejoraremos. ¿No lo ves? Usar el Ojo para ayudar a los demás, no sólo a sí mismo. Era una idea. Al final asintió con esfuerzo. —¿Cuál será nuestro primer movimiento? —Antes tienes que recuperar tus fuerzas. —Señaló a Janie—. Bebe de ella. Déjala seca. Si no está muerta, mátala. No queda más remedio. Se le revolvió el estómago. —¿Me estás diciendo que aquí no llega el reparto de pizza? Cuando tenía ganas de vomitar a veces se le activaban los mecanismos de defensa; en este caso, su sentido del humor. Su morboso sentido del humor. Malcolm asintió con gravedad. —Al principio yo también me resistía hasta que estuve tan débil que por poco me muero de hambre. Es una batalla perdida. Te diré una cosa, cuanto más bebo, mejor me siento. Necesito fuerzas para seguir luchando. —Bajó la vista hacia Janie—. Venga, cómetela. —Pero estamos en la primera cita. Forzó una sonrisa que enmascaró la tormenta que había en su interior. Un chiste, sí, un chiste para aligerar los ánimos y concederse un segundo para pensárselo bien. Miró a Janie, que estaba boca abajo, con el cuello al descubierto, al aire. Le dolieron los colmillos. Miró a Malcolm.

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—No me gusta demasiado hacerlo en público. —En cuanto la vi supe que, a pesar de su belleza, era una de los malos. Me apostaría lo que fuera a que sus actos egoístas han hecho daño y han matado a muchos en todos estos años. No te sientas culpable por lo que estás a punto de hacer. Quinn se quedó mirando a Malcolm durante un rato y luego asintió sin decir nada. El viejo cogió un trozo de papel y un bolígrafo, y apuntó algo. —Sigue estas indicaciones y llegarás a este lugar en el centro de Phoenix. Quedamos allí a las nueve de esta noche para hablar de nuestro próximo paso. Quinn cogió el papel y lo miró un breve instante antes de metérselo en el bolsillo. Los bondadosos ojos de Malcolm se arrugaron. —Todo irá bien a partir de ahora, Quinn. Nos tenemos el uno al otro. Cogió el mapa, que estaba en el suelo junto a Janie, lo enrolló y se lo metió dentro de la camisa. Entonces, con un último gesto de su cabeza, se dio la vuelta para marcharse de la casa. Quinn observó desde la ventana cómo se alejaba por el sendero de delante y desaparecía en la distancia. Entonces se arrodilló al lado de Janie. —Eh. —Le retiró el pelo de la frente—. ¿Estás bien? Un completo silencio respondió a su pregunta. Le puso dos dedos en la yugular y se sintió aliviado al notar su pulso. Aquella mujer quería matarle a él y a Barkley, por no mencionar a Malcolm, en un plis plás, y él estaba preocupado por su bienestar. Sacudió la cabeza por su falta de instinto de supervivencia, pero no cambió de parecer. No iba a dejar que se muriera si podía hacer algo para impedirlo. La parte de atrás de su cabeza sangraba por el golpe que le había dado Malcolm con el bastón. Entonces su preocupación se mezcló con un hambre atroz que le tiraba del estómago. Tenía sangre en los dedos. Su sangre. —Dios —maldijo. Luego se levantó con tanta rapidez que se mareó. Malcolm había dicho que bebiera de ella. Se pasó la punta de la lengua por el labio inferior. Llevaba mucho tiempo sin beber sangre. Sólo con verla, se estaba volviendo loco. Malcolm siempre había sido el que le daba consejos. Grandes consejos. Cuando era un adolescente a punto de tener su primera cita. Después de la primera vez.

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Después de su primer asesinato. Malcolm nunca, ni una sola vez, le había llevado por el mal camino. Nunca le había defraudado en una vida llena de mentiras. Malcolm cogía lo que quería y estaba claro que no sentía remordimientos por hacerlo. El hecho de ver y oler la sangre de Janie le estaba dando algo más que hambre. Era más... sensual que eso. Se arrodilló junto a ella y le acarició la cara cerca del cuello mientras la olía. Olía muy bien. Muy, muy bien. Dulce..., como a tarta de manzana con helado. Pasó la lengua por el pulso de su garganta porque no pudo resistirse. «Maldita sea. —Apretó la mandíbula—. Tranquilo». Se apartó de ella mientras maldecía en voz alta. La mujer estaba herida y sólo podía pensar en lo buena que estaría. Entonces se coló un pensamiento por la densa capa de deseo de sangre contra la que estaba luchando. Janie no le había dado más que problemas y se había convertido en un grano en el culo desde que había aparecido en su vida a primera hora de aquella tarde. Era la oportunidad de acabar con su sufrimiento de una vez por todas. De todos modos, él mismo había planeado dejarla sin sentido. Malcolm le había ahorrado la molestia. La volvió a mirar. Estaba allí tumbada, inconsciente sobre las baldosas del suelo de la cocina de Malcolm. Parecía tan inocente... Tan atractiva... Tan deliciosa... ¿Qué pasaba si bebía de ella? No era una inocente. Sólo tenía que inclinarse. Como en un beso. Hundir la cara en el calor de su cuello. Notar la firmeza de su piel justo antes de sacar los colmillos. El mundo empezó a desaparecer hasta que sólo quedaron él y ella. «Nadie lo sabrá jamás». Malcolm no iba a decírselo a nadie. Quizá sabía cómo era de verdad. Nunca le había dado antes un mal consejo. Notó cómo sus pequeños colmillos empezaban a alargarse. Se sentía muy bien, como si siempre hubieran tenido ese tamaño. La línea que había trazado para delimitar el bien del mal empezaba a desdibujarse mientras el mundo se oscurecía y pasó de nuevo la lengua por el pulso de su garganta.

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«Sí. Así es como debería ser. Justo como ahora». Pero en cuanto sus dientes rozaron la superficie de su piel, Quinn se retiró, horrorizado por lo que casi había hecho. Se apartó de ella y se puso de pie enseguida. Salió corriendo de la casa y vomitó al lado de un cactus de un metro y medio de alto, cuyas flores rosa parecían estar burlándose de él.

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Capítulo 7

E1 último recuerdo que tenía era el de abrir una botella barata de agua. Entonces pensó que no tenía importancia cómo era el envase. No era más que agua. Como la que salía del grifo. Después estaba claro que se había muerto y había ido al infierno. El ardiente dolor que tenía en la cabeza no se podía comparar a ninguna migraña padecida con anterioridad. Tan sólo experimentó una sensación similar a cuando una banshee cabreada la había dejado inconsciente en un trabajo del año anterior. Qué cabrona. No dejaba de gritar. Abrió los ojos despacio. Todo estaba borroso. Poco a poco fue recuperando la visión hasta que se dio cuenta de que aún estaba en casa de Malcolm. —¿Queeé...? Se le quedó seca la boca. Un poco de aquella agua sin marca hubiera estado bien en aquel momento. —Te has despertado. Por fin. Una voz. Conocía esa voz. Le gustaba esa voz. Lo malo era que retumbara en su cabeza como un relámpago. —No tan... no tan alto... Janie notó un trapo frío y mojado en la parte de atrás de su cabeza, y entonces se dio cuenta de que estaba sentada. En una silla. Una silla con el respaldo recto, sin acolchar. —Ya has dejado de sangrar. Créeme, a los dos nos va a ir muy bien. —¿De sangrar? —Malcolm te dio un golpe seco que te dejó inconsciente. Tienes suerte de no estar muerta. «Si me hubiese distraídamente.

muerto,

habría

resuelto

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muchos

problemas»,

pensó

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—No, no es cierto —dijo Quinn. Mierda. ¿Lo había dicho en voz alta? «Despierta —se ordenó a sí misma—, no hay tiempo para siestas mientras estás trabajando». —¿Me dejó inconsciente? —logró decir—. ¿El viejo? Parecía tan débil y amable... —Los vampiros no son débiles. Pero algunos sí son amables. —¿Tú eres uno de ellos? —Por supuesto que no. —Cambió de postura—. ¿Cuántos dedos tengo aquí? La chica frunció el entrecejo y se concentró. —Uno. —Exacto. ¿Cuál? —El del medio. Muy gracioso. Ay. Hizo el ademán de agarrarse la cabeza que tanto le dolía con las manos, pero se dio cuenta de que no podía moverse. Era raro. Por un instante pensó, aún atontada, que no tenía sentido. El mundo a su alrededor se hacía más claro a cada segundo. Levantó la vista para mirar a Quinn. —¿Me has atado? Quinn se encogió de hombros y no pareció lamentarlo ni un poco. —Confía en mí, te has librado de una buena. Tenía las manos sujetas a la espalda y los tobillos pegados a las patas de la silla. —Desátame. —Todavía no. —Estoy gravemente herida. Puede que tenga una conmoción cerebral. —Seguro que sí. Te dio un golpe muy fuerte. Gracias a Dios tienes un cráneo increíblemente grueso. —Ahórrate los cumplidos y desátame. —Tienes que llamar a Lenny y decirle que deje libre a Barkley. Ella negó con la cabeza, más por la confusión que con la intención de decir que no, y le dolió horrores. —Desátame y lo hablaremos. —Te sujetaré el teléfono junto a la oreja.

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Janie echó un vistazo a la habitación. —¿Dónde está Malcolm? ¿Va a venir aquí a burlarse de mí por lo del vaso de agua? —Se ha ido. —¿Adonde? Quinn vaciló. —No lo sé. —Eres un mentiroso de mierda. —Soy un mentiroso muy bueno. —Mentiroso. Hizo una mueca por el dolor punzante. Una siesta hubiera estado bien. Le hacía falta dormir tres o cuatro días. —¿Cuál es el número de Lenny? Sus ojos se abrieron de repente. —¿Hablas en serio? Quinn asintió. —No te lo voy a decir. —Pues entonces tenemos para rato. Por si no te acuerdas, soy inmortal, así que seguro que gano. Intentó en vano desatarse con todas sus fuerzas y volvió a mirar la habitación, mientras su nivel de ansiedad aumentaba a cada segundo. —¿Dónde está el mapa? —Malcolm se lo ha llevado. Se le cayó el alma a los pies. —¿Que qué? —Se lo ha llevado. —¿Cómo has dejado que lo haga? —Créeme, no ha sido una elección fácil. Se le pasó una idea por la mente. —¿Te has quedado para cuidarme? Quinn inclinó la cabeza a un lado y se la quedó observando.

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—Malcolm quería que bebiera de ti y que luego te rompiera el cuello. No especificó lo de romperte el cuello, pero hubiera sido lo que habría hecho si hubiese decidido seguir su sugerencia. Una muerte muy rápida. No hubieras sentido nada. Un escalofrío le recorrió la espalda al oír aquellas palabras. Podría haberla matado y ella no habría sido capaz de hacer nada para salvarse. Odiaba sentirse como una víctima. Pero no la había matado. Se concentró en su cuello. ¿Sentía algo? —¿Me has mordido? —preguntó al final. —No. —Has dicho que estaba sangrando. ¿Has...? Oh, Dios mío... —Se movió, incómoda, en la silla—. ¿Me has lamido la cabeza? Él resopló. —Cariño, tengo un millón de respuestas para eso, pero como lo más seguro es que tengas daños cerebrales, pasaré de decirte nada. No, no lo he hecho. Sólo te he puesto un trapo frío. Nada más. ¿Por qué no la había mordido? Estaba totalmente incapacitada y él era un vampiro con mucha hambre. Era irracional, pero casi se sintió insultada. Sí. Era irracional. Estaba claro que tenía daños cerebrales. Entonces recordó lo que había dicho hacía un minuto y que era mucho más importante que cualquier discusión sobre un posible lamido. —Malcolm se ha ido en busca del Ojo, ¿no? —Ése es su plan maestro. —Y tú has dejado que se fuera sin intentar detenerlo. —¿Le he dado al botón de rebobinar? Sí. Y ahora vas a llamar a Lenny. —El Ojo —dijo con voz débil. —Nunca me has contado por qué te has puesto en plan mercenaria para conseguirlo. —Lo necesito. —¿Por qué? —Porque si no, pasarán cosas malas. —Eso es un poco impreciso. —Cruzó los brazos—. ¿Te pasarán cosas malas a ti?

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La chica apartó la mirada. —Lo necesito y punto. No hay opción. —Janie, sé clara conmigo. Si tienes algún problema a lo mejor puedo ayudarte. Se rio y por poco le explota la cabeza. —Yo soy el problema en persona. —Janie. Alzó la vista para mirarlo. No se podía decir que no estaba preocupado por ella. Quizás él era un buen mentiroso, pero ella era demasiado crédula. Al menos cuando se trataba de Michael Quinn. —Lo quiere el hombre para el que trabajo. Asintió. —¿Para quién trabajas? —No sé su nombre auténtico, así que le llamo el jefe. Es una agencia de algún tipo. Una especie de Ángel de Charlie mezclado con la CÍA y la Mafia. Además incluye un poco de magia negra y un coche de empresa asqueroso. Ésos somos nosotros. —¿Te dijo por qué quería el Ojo? —No me dijo nada salvo quién sabía dónde estaba. —Yo. —Bueno, no fue tan específico, pero sí. —Respiró hondo y solio el aire despacio—. Aunque tengo que decir que ha sido una decepción. Creía que podría cogerlo en el restaurante y estar de vuelta para la cena. Esta vez voy a pedir que me paguen las horas extras. —¿Cómo sabía que tenía los medios para encontrarlo? —Tiene videntes que lo pronosticaron. La miró con el ceño fruncido. —¿Te gusta trabajar para ese gilipollas? —Paga las facturas. —¿Cómo puedes ser tan frívola? Trabajas para los malos. —Los malos. Los buenos. ¿Quién dice quién es quién? Ahora lo que se lleva es la corrupción y está por todas partes. Y no te ofendas, pero mira quién habla. —¿Qué? —soltó.

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—Hummm... ¿Un ex cazador? No es precisamente la profesión más noble del mundo, ¿no? Ahora has visto las dos caras de la moneda. Debe de ser genial haberse reencontrado con alguien como Malcolm. Alguien como tú. —La verdad es que sí. —Bueno, estas cuerdas me están picando un poco. —Así que tu jefe te ha amenazado con matarte si no le llevas el Ojo. —Entre otras cosas. —¿Como por ejemplo? Se le quedó mirando durante tanto rato que estaba segura de que Quinn iba a apartar la mirada, pero no lo hizo. —Tiene algo con lo que chantajearte, ¿no? —preguntó Quinn—. Para que hagas el trabajo sucio. —Prefiero que mi trabajo sea sucio. Él negó con la cabeza. —No lo creo. —Ah, ahora resulta que me conoces muy bien, ¿eh? —¿Qué tiene, Janie? ¿Qué es tan malo para hacerte pasar por todo esto y no salir huyendo? —Yo no salgo nunca huyendo. —Contesta a la pregunta. Dímelo. Ella suspiró. Aquel hombre era implacable. —Mi hermana lleva cinco años desaparecida. Mi jefe sabe dónde está. Si le llevo el Ojo, me dirá dónde encontrarla. —¿Eso es todo? Janie asintió. —No puede ser todo. —¿No es suficiente? La expresión de su cara le dijo que no la creía. ¿Y por qué debería hacerlo? Se estaba dejando un buen trozo de la historia, el hecho de que el jefe mataría a Angela si fracasaba. Pero contárselo a Quinn no iba a cambiar nada. En aquella guerra, aún estaban en bandos opuestos y prefería no darle más información. ¿Cómo iba a saber ella que no la usaría para dispararla por la espalda? Decidió intentar algo para cambiar de tema. Cerró los ojos y gimió.

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—Creo que... me voy a desmayar. Quinn se acercó. —¿Es por tu cabeza? «No jodas, Sherlock». —Veo... veo puntos negros. Todo se está nublando. Creo que necesito ayuda. Debe de haberme golpeado más fuerte de lo que... de lo que había pensado. Él empezó a aflojarle las cuerdas. —Debería llevarte a un hospital. —Después de encontrar a Malcolm. Paró de desatarla y se irguió, mirándola muy serio. —Farsante. —No estaba fingiendo. Desátame. —No soy alguien con el que puedes jugar para conseguir lo que quieres, Janie. —Si no me desatas, voy a empezar a gritar. —Adelante. —Se sacó el teléfono móvil, el de la chica, del bolsillo—. Bueno, empecemos de nuevo. ¿Cuál es el número de Lenny? Ella le fulminó con la mirada, pero él se limitó a mirarla, expectante, con un dedo sobre el teclado del móvil. —Está en la memoria, cerebrito. Apretó unos cuantos botones y luego le puso el teléfono a Janie en la oreja. Después de tres tonos, Lenny contestó. —¿Janie? ¿Eres tú? —Sí, soy yo. —¿Va todo bien? —Es el mejor día de mi vida. —Entonces, ¿qué pasa? Alzó la vista para lanzar a Quinn una mirada asesina. —Lo que pasa es que ya puedes dejar que se marche Barkley. —¿Que le deje marchar? Entonces, ¿tienes el Ojo? —Aún no. —¿Y quieres que le deje marchar?

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—Eso es lo que he dicho. —Ha dormido durante una hora. Se acaba de despertar y ha vuelto a la forma humana. Por si te interesa saberlo, al parecer no controla su licantropía. —No me importa. Deja que se marche. —Si tú lo dices... —Sí. Miró a Quinn, que estaba asintiendo. —¿Y qué hay del Ojo? —Olvídalo. Ya no está. —Sus palabras se entrecortaron—. Ni siquiera sé si aún es posible conseguirlo. —¿Qué? —exclamó—. El jefe se va a poner furioso. —Sí, lo sé. Ya me echaré yo la culpa. —Te hará daño si cargas con toda la culpa. —Hizo una pausa y respiró hondo—. Tiene que haber una solución. —¿Dónde estás? —preguntó Janie. —En Phoenix. Hay un motel aquí que se llama La Hora de Dormir. Estoy en la habitación tres. —Nos vemos allí más tarde. Le hizo una señal a Quinn para que supiera que la llamada había acabado. El colgó y dejó el móvil a un lado. Janie cerró los ojos e intentó pensar. Las cuerdas quemaban y ahora estaba incluso de peor humor que antes. En cuanto Quinn la soltara, le iba a clavar el primer trozo de madera afilada que encontrara. No le importaba que fuera una imitación. Estaba más que muerto.

***

Quinn se quedó observando a Janie. Tenía los ojos cerrados y no parecía contenta. Pero al menos estaba viva. La chica nunca tendría la más mínima idea de lo cerca que había estado de convertirse en su primer aperitivo oficial como vampiro. Notó un pinchazo en la boca del estómago que le hizo recordar el día en el que se transformó hacía dos meses. Le habían sacado casi toda la sangre y le habían contaminado con el veneno de los colmillos, que convierte a un humano en vampiro. Cuanto más breve es el mordisco, menos veneno se pasa. Cuanto más largo es, se saca más sangre; bueno, eso tiene bastante sentido, aunque sea enfermizo y retorcido.

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Le habían infectado con el vampirismo. Lo normal era que el vampiro «creador» le diera después al novato un poco de su sangre para contrarrestar el veneno. Si sobrevives, ¡toma, ya está! Bienvenido a la Ciudad de los Vampiros. Si no tomabas sangre suficiente o directamente nada, como era su caso, te morías de forma lenta y dolorosa. Las punzadas en el estómago eran el primer síntoma. Luego el dolor se expandía por el resto del cuerpo hasta que apenas podías funcionar. Cuando se llegaba a ese punto en lo único que se podía pensar era en beber sangre. De cualquiera y de donde fuera. Y no importaba cómo la conseguías. Aquel día había ido en busca de sus amigos cazadores. Quería morir porque el hecho de haberse convertido en lo que siempre había cazado, en lo que siempre había creído que era malo, era peor para él que estar muerto. Pero entonces se topó con Sarah, la misma mujer que había intentado matar dos veces, y ella no le dejó morir. Le arrastró, literalmente, para ver a su novio, cuya sangre era lo bastante fuerte para seguir viviendo al día siguiente y muchos más. Había sido tan fuerte que había aumentado muchas de las características vampíricas. Por ejemplo, había perdido su reflejo más rápido de lo habitual y necesitaba menos sangre al día de la que ingería cualquier novato. Sus colmillos le crecieron casi enseguida. También sabía que tenía que darle las gracias a aquel vampiro superior por la gran fuerza que había adquirido. Todas aquellas cosas podían tardar meses, si no años, en aparecer en un vampiro normal y corriente. Sí, tenía mucha suerte. Era cierto. El dolor de su estómago desapareció tan rápidamente como había llegado y decidió ignorarlo un poco más. Aunque no se encontraba muy bien. Odiaba admitirlo, pero tenía que buscar en breve un bar de vampiros. No podía seguir mucho tiempo más sin el líquido rojo. Sólo de pensarlo se le hacía la boca agua. ¿Cómo podía darle tanto asco una cosa y a la vez apetecerle? La jodida dicotomía de su vida. Desde que le habían convertido, se sentía un aborto de la naturaleza. Aquellos cazadores del Burger King con los que se había encontrado la otra noche habían pensado que no era más que otro monstruo chupasangre. Estaba de acuerdo con ellos en eso. Y había visto lo mismo al mirar a Janie a los ojos. Ella odiaba lo que él era. No la culpaba lo más mínimo. Creía que Janie era una zorra. Una zorra con un cuerpo fabuloso y una boca que quería explorar a fondo. Creía que era fría como el hielo y que estaba dispuesta a matar a alguien sin pensárselo si le pagaban mucha pasta. Pero había algo más. No soportaba la idea de que la hermana pequeña de Janie estuviera desaparecida y algo en su interior le decía que no le había contado toda la

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historia. Al fin y al cabo, ¿no podía haber contratado a un detective privado para localizarla sin tener que vérselas negras en un trabajo peligroso? Recordaba a Angela como una niña dulce que siempre estaba sonriendo. Janie no mentiría sobre su hermana. No podía fingir la preocupación que reflejaban sus ojos. No quería contarle con qué la había amenazado su jefe. Estaba seguro de que era algo grave, de que la vida de Janie estaba en peligro. Apartó aquella idea de la mente, la miró de nuevo y empezó a desatar los nudos que había hecho. —Gracias —dijo en voz baja. Ella frunció el ceño. —¿Porqué? —Por dejar que Barkley se marchara. —Tragó saliva—. Es un buen chico. Tiene sus problemas y lo más probable es que consiguiera que lo mataran. Siempre lo fastidio todo. —¿Siempre? —Siempre. Deberías haberle preguntado a mi padre. Creía que era un inútil. Fui una total decepción para él, incluso hasta el final. —Sólo recuerdo haberle visto una vez, pero mi primera impresión fue que era un capullo. —No te equivocaste. Malcolm era el único que se portaba bien conmigo por aquel entonces. Le debo mucho a ese tío. —Al tío que me dejó inconsciente y que te dijo que bebieras de mí hasta matarme. Quinn torció la boca. —Sí, ése. La chica frunció aún más el entrecejo y le miró con atención. Se frotó las muñecas al caer la cuerda. —Tengo que encontrar el mapa. Puedes ayudarme o apartarte de mi camino. Él se la quedó mirando un instante. —¿De verdad lleva Angela tanto tiempo desaparecida? Janie se encogió y asintió. —Por un segundo pensé que tu amigo el hombre lobo era de verdad un vidente. —¿Es la pelirroja de sus sueños? ¿Crees que era Angela de la que te estaba hablando?

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—Probablemente me he hecho ilusiones. —La expresión de su bonita cara cambió—. ¿Me estás diciendo que tu mejor amigo, Malcolm, que llevaba tanto tiempo perdido, no te ha dicho ni siquiera adonde se dirigía? ¿Por qué te iba a dejar tirado de esa manera? No respondió y ella se puso tensa. —Sí. Te ha dicho dónde iba, ¿verdad? Tiene que haberlo hecho. Tienes que decírmelo, Quinn, ¿dónde...? —Se levantó con un solo movimiento rápido, luego se balanceó sobre sus pies y se llevó las manos a la cabeza—. Ay, Dios mío. —Cálmate, Janie. La cogió antes de que se cayera. La llevó con cuidado hasta el suelo polvoriento y le retiró el pelo de la frente, recorriendo con su pulgar aquella piel pálida y suave. —Me duele el cerebro —dijo manteniendo los ojos cerrados. —Sí. Supongo que tu cabeza no es tan dura como yo creía. ¡Quién lo iba a decir! — Se apartó un poco—. Deberíamos ir al hospital. —No, no pares. Es muy agradable. Le agarró la mano y se la volvió a colocar en la frente. ¿Quién era él para llevarle la contraria? Siguió acariciándole la frente, retirando los errantes cabellos rubios de su hermoso rostro. Janie suspiró. Él se quedó callado durante un rato. —Bueno, tendré que cobrarte sesenta dólares la hora. —Será un dinero bien invertido. Tenía un aspecto tan inocente allí tumbada... No parecía la chica indefensa e inconsciente a la que casi había devorado. Esto era diferente. En aquel momento, lo único que quería era devolverle la sonrisa, la misma que había tenido durante el viaje. Aquella sonrisa lo bastante brillante para iluminar algo en su interior que llevaba a oscuras desde hacía mucho tiempo. Janie abrió los ojos, alzó el brazo para cogerle la mano y ponérsela en la mejilla; la otra la levantó para pasarle los dedos por el pelo y se le quedó mirando sin decir nada. Notó su mano caliente en contacto con la suya. El teléfono móvil sonó y Quinn pegó un bote. Aquel momento había terminado. Ella cogió el teléfono y se lo llevó a la oreja. —¿Sí? —dijo, cansada. Cerró los ojos y apretó los párpados—. Muy bien. Espera.

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Apartó el móvil y miró a Quinn. —El hombre lobo quiere hablar contigo. Asintió. Lo más probable era que quisiera decirle adiós. Qué tío tan simpático era Barkley. —Barkley —dijo—. ¿Estás bien? —No sé si estoy bien exactamente. Me está costando mucho permanecer en una sola forma. De pronto soy un hombre lobo y al cabo de un rato vuelvo a ser humano. ¿Hay previsto algún eclipse lunar del que no me haya enterado? —No, que yo sepa. —Bueno, te llamo porque me he dado cuenta de una cosa. Cuando estoy dormido transformado en lobo, puedo canalizar mis sueños para convertirlos en visiones. Básicamente pido ver algo y después lo veo. —¿Como en la televisión a la carta? —No. Aunque sería muy guay. Me refiero al sueño ese que tenía algo que ver con Janie. Con su collar, ¿te acuerdas? —Sí. —Le echó un vistazo a Janie, que aún no se había levantado del suelo. Estaba allí tumbada con los ojos cerrados otra vez. Bajó la mirada hacia el collar en cuestión—. ¿Qué pasa? —Ya sé por qué el collar desató mis poderes. Lo hizo alguien de mi manada. Rila y sus cachorros se mudaron a México hace unos años, pero siempre mantuvo el contacto. Esta mujer hace joyas con pelo auténtico de hombre lobo. Las llama pelobo. —¿Y? —La pelirroja... —Hizo una pausa—. Tengo la extraña sensación de que está emparentada con Janie. Es una pariente sanguínea. Puede que por eso llevaran los mismos collares. Hace un minuto, cuando lo estaba soñando, todo estaba mucho más claro. —¿Qué viste? —Está en Las Vegas. La pelirroja está en Las Vegas. Vaya, es guapísima. Lo raro es que hay como un vacío en su alma. —¿En serio puedes ver eso? —No lo veo. Lo siento, tío. Soy vidente. —No paras de decírmelo. —A pesar de este vacío, veo que tiene también una clarividencia importante, y si añadimos lo del pelo de hombre lobo en el collar, ¡pum! Me ha venido a la cabeza. Creo que ella y yo somos almas gemelas y su alma está llamando a la mía. Siempre

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pensé que me enrollaría con otra licántropa, pero estoy dispuesto a probar con otras mujeres hasta encontrar la adecuada como compañera para toda la vida. —Céntrate, Barkley. Por favor. —Está en Las Vegas y está usando su capacidad como vidente para ganar apostando. Es una mujer con una ética cuestionable. Cada vez estoy más enamorado. —Las Vegas —repitió Quinn y Janie abrió los ojos de repente. —Sí. Oye, Lenny y yo nos vamos a cenar algo y luego vamos a un club de striptease. Salvo por el hecho de que estaba dispuesto a matarme si Janie se lo ordenaba, el tío es muy guay. Me ha leído algunas de sus poesías. Es... es interesante. Está colado por Janie, para que lo sepas. —¿Por qué iba a importarme eso a mí? —Ah, por nada. Sólo porque es rubia, está buenísima y antes estaba loca por tus huesos. —«Antes» es la palabra clave de la frase. Y, por cierto, ¿tú cómo sabes eso? —¿No has oído nada de lo que te he dicho? Soy vidente. Quinn puso los ojos en blanco. —¿Y ahora qué? —Podríamos quedar mañana. —¿Para hacer qué? —Para ir a buscar a la tía buena pelirroja a Las Vegas, claro. Bueno, hasta mañana. Colgó el teléfono. Quinn soltó un largo suspiro. —¿Por qué has dicho Las Vegas? —preguntó Janie. —No está muy lejos y Wayne Newton da un buen espectáculo. —Allí es donde me dijo el jefe que quedara con él para entregarle el Ojo. Quinn asintió. Tenía sentido. Era evidente que aquel cabrón hijo de puta sabía dónde estaba Angela y le estaba ocultando aquella información hasta que le consiguiera la mercancía. Quería revelar lo que sabía o lo poco que sabía, pero algo le detuvo. No, aún no. —No puede tenerlo —dijo sin alterarse. Ella se le quedó mirando fijamente. —¿Alguien te ha llamado alguna vez cabrón desalmado?

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—Muchas veces. —¿Para qué coño lo quieres? ¿Qué decía Malcolm sobre que concedía un deseo? ¿Qué pedirías tú? Se humedeció los labios. —Volver a ser humano. Ella parpadeó. —¿Eso es todo? Él asintió. —Podrías pedir cualquier cosa: dinero, poder, un grupo de conejitas de Playboy... ¿Y lo único que quieres es volver a ser humano? —Espera. ¿Puedes especificar qué conejitas de Playboy? Tal vez no me lo he pensado muy bien. La chica negó con la cabeza.. —¿De verdad odias tanto ser vampiro? —E incluso más. —Pues para mí, bien mirado, los vampiros no lo tienen nada mal. ¿No consideras una ventaja el hecho de permanecer joven y guapo para siempre? Él levantó una ceja. —¿Te parezco guapo? Ella puso los ojos en blanco. —Perdona, creo que ya te he subido bastante la autoestima por hoy. —Creo que antes era bastante mono. Pero ahora con todo eso de que no me reflejo... Un chico se olvida de cómo es. Guapo. Hummm. —Debería quedarme callada. —Nunca he tenido problemas con las mujeres. —Por Dios. Esto es para morirse. Vale, entonces los dos queremos encontrar el Ojo. La cuestión es cómo vamos a conseguirlo si no sabemos dónde está Malcolm. Quinn vaciló. —Yo sí sé dónde está. O al menos, dónde va a estar. —¿Cómo lo sabes? —Porque me lo ha dicho. Se puso de pie despacio mientras se apoyaba en la pared.

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—Muy bien. Vamos. —¿Juntos? —Puede que tengas las llaves, pero yo tengo la pistola. Comprobó la funda para asegurarse. Maldita sea. Debió haberle quitado algo más que su teléfono móvil. Había tenido la oportunidad y la había desaprovechado. La chica no tenía muy buen aspecto. —¿Te encuentras mal? —le preguntó Quinn, intentando sin éxito disimular la preocupación que transmitía su voz—. Podemos parar en un hospital si quieres. —No hace falta. —Alzó el brazo, se llevó la mano a la parte de atrás de la cabeza e hizo un gesto de dolor—. Sí, esto me va a dejar marca. ¡Ay! Al retirar la mano, vio que estaba manchada de sangre. La miró y luego miró a Quinn con una sonrisita. —¿Todavía tienes hambre? —Estaré en el coche. Salió de la casa antes de que ella pudiera presenciar cómo volvían a aumentar dolorosamente sus colmillos.

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Capítulo 8

Las probabilidades de perder de vista a Quinn antes de hacerse con el Ojo eran prácticamente nulas. Ya había tanteado algo el terreno. Era como si un poco de azúcar ayudara a tragar la medicina. Si quería algo de él, tenía que ser amable o, al menos, no ser una cabrona. El jefe dijo que estaría en Las Vegas al día siguiente. El tiempo era oro. Notaba ya los granos de arena deslizándose por el reloj. No cabían los errores. Quinn había permanecido en silencio todo el trayecto. Ella había intentado un par de veces mantener una conversación para demostrar su teoría del azúcar con la medicina durante el viaje de dos horas a Phoenix, pero la había contestado con monosílabos, algo que sólo le había podido entretener un rato. —¿Ya casi hemos llegado? —preguntó. —Sí. —¿Qué te quería contar Barkley sobre Las Vegas? —Nada. —¿Aún está transformado en lobo? —No. Así todo el rato. Así que dejó de hablar y se puso a mirar si tenía mensajes en el móvil. En su buzón de voz no había nada. Cero. Por extraño que pareciera, ése también era su número total de amigos en aquel momento, puesto que pocas veces se quedaba el tiempo suficiente en un sitio como para poder conocer a alguien. Después, miró por la ventanilla mientras la resplandeciente tarde de Arizona daba paso al anochecer y la camioneta robada se acercaba a toda velocidad a su siguiente destino.

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Se volvió para mirar a Quinn, apoyando su cabeza palpitante en el reposacabezas del asiento del coche y fingiendo estar dormida. De vez en cuando abría los ojos lo suficiente para mirarle a través de sus oscuras pestañas. Le había dicho que era guapo por equivocación. Aunque lo había disimulado bastante bien. Por suerte, se lo había tomado a broma. Cuando la había tumbado en el suelo después de que casi se desmayara, lo había hecho con mucha delicadeza. Y había sido muy tranquilizador notar su mano en la frente. Lo único que había querido hacer en aquel instante era cogerle y llevarlo hasta sus labios para besarle. Afortunadamente para todos los implicados, la gran herida de la cabeza se lo había impedido. Hablando de momentos embarazosos. Quizás era porque él era muy distinto a ella. Quizás ésa era la razón por la que estaba colada por él. Todavía. Después de todos aquellos años. Odiaba quererle todavía. Le sacaba de sus casillas. Pero no podía negar que se sentía muy atraída por él. Necesitaba acabar con aquel trabajo lo antes posible. No le molestaba tanto como hubiera pensado ni siquiera el hecho de que fuera un vampiro. Había conocido a unos cuantos. Desde los oscuros y peligrosos hasta los más sumisos y gansos. Vampiros europeos guapísimos con oscuro pelo largo y ojos negros como la noche, y rubios con pecas y mal aliento. Los medios de comunicación —la televisión, las películas y los libros— mostraban una visión muy romántica de aquellas criaturas, pero nunca se había sentido atraída por una de ellas de un modo incontrolable. Al fin y al cabo, todo el rollo ese de beber sangre la incomodaba un poco, sobre todo al recordar su último roce vampírico con Nicolai. Aquel mordisco le había dolido horrores. No había tenido nada de sexy o de romántico. No era más que otra manera de matar a alguien, una manera salvaje y sanguinaria. Quinn había dicho que nunca había mordido a nadie. ¿Le creía? Estudió su bonito rostro, un tanto demacrado. Habría tenido mejor aspecto con un poco de color. Y tal vez con unos kilitos de más. Se estaba matando de hambre porque odiaba lo que era y lo que significaba. Si lo aceptaba, puede que fuera feliz. Podía ocultar todo lo que quisiera con bromas y ocurrencias el odio hacia sí mismo, pero ella sabía lo que sentía en realidad. ¿Por qué otra razón iba a desear ser humano? Aquello no cambiaría nada. No cambiaría su pasado. No le haría más feliz. ¿Es que no se daba cuenta?

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Llegaron a Phoenix en silencio poco después de las ocho de la tarde y encontraron el motel La Hora de Dormir. Quinn aparcó la camioneta robada y fue a recepción para pedir dos habitaciones. Lenny había dicho que estaba en la habitación tres, justo a la derecha de recepción. Janie salió del vehículo y caminó hacia allí, sin quitarle el ojo de encima a Quinn, que se hallaba junto a la ventanilla de la recepción. Llamó a la puerta pero nadie respondió. Sacó el teléfono móvil del bolsillo y marcó el número de Lenny grabado en la agenda. Sonó varias veces. Luego saltó el buzón de voz. —Lenny, estoy en el motel. ¿Dónde coño estás? Colgó. Quinn salió de recepción con dos llaves y la acompañó hasta su habitación. La miró, preocupado. —¿Estás segura de que te encontrarás bien? —Sí. Al final se me pasará. Creo que me daré una ducha. Él frunció el ceño, asintió y luego se dio la vuelta para marcharse. —Volveré dentro de media hora para ver qué tal estás. —Espera un momento... Quinn se detuvo y miró por encima de su hombro. —No te preocupes, sólo me voy un rato a mi habitación. ¿Qué pasa, no me crees? —Ni lo más mínimo. Su cara seria adoptó una expresión divertida. —Bueno, puedo quedarme para ayudarte con la ducha, si quieres. Ella habría puesto los ojos en blanco si no hubiera pensado que iba a dolerle. —Media hora. Te juro que iré a cazarte si me das esquinazo. Aquello se ganó una sonrisa de oreja a oreja. —Quedamos así. Se marchó hacia su habitación unas puertas más abajo y cerró la puerta detrás de él. Genial. Era demasiado para mantener el control de la situación. Le dolía demasiado la cabeza para preocuparse más de lo que ya estaba. A lo mejor tendría que haber ido al hospital. Janie cerró despacio la puerta de su habitación y entonces abrió los ojos de par en par. No necesitaba un hospital. Tenía

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todo lo que le hacía falta en su bolso. Lo colocó sobre la cama y rebuscó en el fondo para sacar un tubito de bálsamo curativo, del que se había olvidado completamente. Si no, lo habría usado mucho antes. Extrajo un poquito de ungüento y se lo aplicó sobre la herida. Enseguida sintió cómo mejoraba el dolor de cabeza y el cosquilleo familiar del bálsamo mágico. Después de su roce con el vampiro que casi le arranca la garganta había olvidado que había repuesto el tubo y lo había metido en su bolso por si lo necesitaba. Iba muy bien para los cortes y los rasguños. O para las puñaladas y las heridas de bala. Luego Janie volvió a rebuscar en su bolso, sacó un frasco de paracetamol y se tomó cuatro pastillas con un poco de agua que cogió del grifo del baño con la mano. Quitarse la sangre del pelo era la siguiente prioridad. Se desnudo y se dio una ducha rápida. El champú dos en uno que había en el motel le resolvió el problema. Se secó el pelo con la toalla, se sentó en un lado de la cama y trató de poner en orden sus pensamientos apresurados ahora que no sentía la cabeza como si fuera a partírsele en dos. Se recostó en la cama, cerró los ojos e intentó no pensar en nada que no fuera curarse durante los cinco minutos que tardaría la pomada en hacer efecto. Cuando abrió los ojos, se quedó consternada al ver que, a pesar de la tensión, se había quedado dormida. La media hora había pasado hacía mucho rato y Quinn no había vuelto para comprobar cómo estaba, tal como le había dicho. Maldito mentiroso. ¿Por qué se sorprendía? Hizo un esfuerzo para levantarse, vestirse y salir en busca de Quinn. Lo vio enseguida, saliendo de recepción. Cuando estuvo fuera, le cortó el paso. —Creía que habías dicho que ibas a venir a ver cómo estaba. Podía estar muerta ahí dentro. —Estaba preguntando cómo se iba a un sitio. —Se la quedó observando un momento—. Tienes mejor aspecto. —¿Estabas preguntando cómo llegar a donde te dijo Malcolm que iba a estar? Él vaciló. —Voy a ir solo. Ella se lo tomó como un sí. —¡Y una mierda! —Si Malcolm te ve, sabrá que no te he matado.

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—No me verá. No permitiré que vayas a coger el mapa sin mí. —¿No confías en mí? Ella resopló al oír aquello. —Cuanto más lejos estés, mejor. —Pareces fuerte. Tengo la extraña sensación de que podrías lanzarme bastante lejos. —Me estoy poniendo cachonda. Quinn soltó un largo y exasperado suspiro. —No podemos estar discutiendo esto toda la noche, Janie. Intenta entrar en razón. Es mejor que vaya solo. Volveré más tarde. Quinn era casi tan cabezota como ella. Estaba acostumbrada a que la gente terminara haciendo lo que ella quería después de que les diera un poco la lata, pero Quinn no iba a dejar que se saliera con la suya. Aunque había un modo de solucionarlo. —Muy bien. —¿Muy bien? —Alzó una ceja—. Entonces, ¿vas a quedarte aquí? ¿Sin rechistar? Ella se encogió de hombros. —Me quedaré aquí. Si dices que vas a regresar con el mapa, te creo. Asintió. —Vale, bien. Tengo que irme ya. Volveré en un par de horas. —Buena suerte. Se alejó y después se dio la vuelta para mirarla otra vez, como si no creyera que fuera a dejarle marchar tan fácilmente. Janie sonrió y le despidió con la mano, y él se dio la vuelta y siguió caminando hacia la camioneta. Mientras la estaba arrancando, ella se entretuvo haciéndole un puente a un bonito Corvette blanco que había aparcado por allí al lado, para poder seguirle. No lo estaba robando, sólo lo tomaba prestado. Sólo robaba un coche a la semana. Después de todo, una chica debía marcarse unos límites.

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El Cactus Eléctrico, el sitio que Malcolm había escrito en el trozo de papel que le había dado antes a Quinn, era un bar de música country abarrotado de gente, con el

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suelo lleno de serrín y un toro mecánico. Una canción de Garth Brooks impregnaba el aire a través del equipo de sonido. Los truenos quedaban amortiguados por el volumen de la música. Un par de chicas guapas con los labios pintados de rojo, el pelo rubio platino, unos pantalones muy cortos y un escote pronunciado se acercaron a él mientras recorría con la vista el local en busca de Malcolm. —Hola —dijo una—. ¿Nos invitas a un trago? —¿A las dos? Ambas le sonrieron. Una de ellas se acercó lo bastante para pasarle sus uñas acrílicas por la camiseta. —Haremos que merezca la pena pasar un ratito con nosotras, cariño. Te lo prometo. —Ah, no lo pongo en duda. No pudo evitar sonreír para sus adentros. Un año atrás aquél habría sido el principio de una gran noche. ¿Dos tías buenas querían que él... pasara un rato con ellas? ¡Adelante! Había cambiado desde entonces. Lo había hecho, ¿no? Frunció el entrecejo. Sí. Sí, había cambiado. Por supuesto. Tenía cosas más importantes en las que pensar en aquel momento. —Lo siento, chicas. He quedado con alguien. No pareció disuadirlas. —Si cambias de opinión, estaremos por aquí. —Tomo nota. Se dio la vuelta y no estuvo seguro de cuál de las dos exactamente le había rozado el trasero de los vaqueros al marcharse. Se quedó helado. No. Había cambiado. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Etcétera. «Vale». La maldita Janie le había calentado. Otras mujeres tenían que ponerse sexis, pero aquella chica ya estaba de muerte sin tener que mover un dedo. «De muerte» eran las palabras clave. Y así acabaría probablemente ella si le daba a aquel fastidioso encaprichamiento más atención de la que requería. No soportaba el efecto que causaba aquella chica en él. «Céntrate, Quinn», se dijo a sí mismo.

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Localizó a Malcolm en una mesa de un rincón. El viejo le saludó con la mano. Quinn le hizo un gesto con la cabeza para devolverle el saludo y salvó la distancia entre ellos, ignorando la multitud que le provocaba claustrofobia. Ya no le gustaba estar rodeado de grandes cantidades de humanos. Estaba claro que aquél no era un bar de vampiros. Los humanos olían diferente, sobre todo cuando había muchos juntos. Olían un montón a comida. La noche no empezaba nada bien. —Quinn, hijo mío. —Malcolm le agarró la mano y se la estrechó con fuerza mientras él se sentaba al otro lado de la mesa—. Me alegro de que hayas conseguido hacerlo. —No me lo hubiera perdido por nada del mundo. No le gustaba en absoluto lo que le había hecho el anciano a Janie, pero intentó considerarlo desde el punto de vista de Malcolm. Creía que Janie era una mercenaria, lo que era cierto. Y pensaba que quería quitarle el mapa, lo que también era verdad. Janie, sin duda, no era ninguna inocente. Estaba bien que Malcolm aún siguiera vivo. Incluso dejando a un lado lo del Ojo, había muchas cosas que Quinn quería saber sobre los planes de Malcolm. El hecho de que hubiera una persona en la que podía confiar, que había vivido su misma experiencia, le hacía sentirse un poco menos solo. —No habrás ido a buscar el Ojo sin mí, ¿no? —preguntó Quinn. Malcolm se rio y se pasó los dedos por su larga barba blanca. —No. Esa parte de mi plan puede esperar a mañana. Te he pedido una cerveza. —Te lo agradezco mucho. —Se recostó en el banco y sacudió la cabeza—. No sé cómo decirte cuánto me alegro de volverte a ver, Malcolm. No era consciente de lo mucho que te echaba de menos. Malcolm echó un vistazo a su alrededor. Alguien se montó en el toro y permaneció dos segundos hasta que cayó al suelo acolchado. Una ovación de borrachos se propagó entre la multitud. Ahora sonaba Keith Urban por los altavoces. —¿Qué opinas de este sitio? —preguntó. Quinn miró a su alrededor. —No está mal, aunque a mí nunca me ha ido mucho la música country. —Sale mucha gente a pasar un buen rato. —Malcolm sonrió—. Cuando tengo hambre, vengo aquí y los observo para ver quién es el más despreocupado. Quién bebe más y se va por ahí.

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Quinn le miró de pronto con recelo. —¿Has bebido alguna vez de un borracho? —le preguntó Malcolm. Se preguntó cuál sería la mejor manera de responder y decidió decantarse por la verdad. —No puedo decir que lo haya hecho. —La sangre aumenta el alcohol y lo convierte en un buen whisky escocés. Después de vivir la experiencia, ya no quieres volver a la sangre normal. No pega tan fuerte. —Sé que no puedo emborracharme con alcohol a menos que haya sangre de por medio, así que tiene sentido. —Quinn trató de mantener la voz neutral—. Le da un nuevo significado al Bloody Mary, ¿verdad? —Pues sí. —Así que ¿vienes mucho por aquí? —Una o dos veces al mes. Si viniera más a menudo la gente podría empezar a preguntar por los que faltan más de lo que ya lo hacen. A Quinn le entró un escalofrío. —Entonces ¿no sólo bebes de ellos sino que los matas? —Si no lo hiciera, habría un informe policial sobre un loco que va por ahí mordiendo cuellos. Su corazón empezó a latir con fuerza. Dios, no quería conocer ese lado de Malcolm. —Yo... yo quería hacerte una pregunta. Antes de nada. Malcolm le hizo un gesto con la mano. —Por supuesto. —En tu casa dijiste que me enviaste la carta hace años con la esperanza de que siguiera las pistas para encontrarte. A ti y a la piedra roja. —Es cierto. —Pero luego dijiste que hacen falta dos seres inmortales, dos vampiros, para revelar el mapa. Una sonrisa se dibujó en las comisuras de los labios de Malcolm. —También es cierto. Quinn frunció el ceño.

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—Pero cuando me enviaste la carta yo era un humano. No me convertí en vampiro hasta hace poco. ¿De qué te iba a servir si venía aquí como humano? El viejo amplió su sonrisa. —Tenía pensado convertirte cuando llegaras. La verdad es que me quedé un tanto desilusionado cuando me di cuenta de que no hacía falta. La boca de Quinn se quedó seca. —¿Tú... ibas a convertirme en vampiro? —Es el único modo de que funcione este plan. Quinn se quedó en silencio durante un buen rato mientras asimilaba aquella información. Mientras la procesaba. A ver si le encontraba cierto sentido. Malcolm observó otra vez la multitud del bar que iba en aumento. —¿Cómo es posible que los humanos aún no tengan ni idea de que los vampiros existen? —reflexionó en voz alta. Quinn tragó para que bajara el nudo de su garganta y de pronto se sintió paralizado. —No quieren saberlo. —Es verdad. Si supieran que existe tanta oscuridad cerca de sus vidas, el mundo entero cambiaría para ellos, ¿no? La cantidad de veces que un vampiro ha mostrado su auténtico rostro en medio de una multitud... —Suspiró—. Y después los humanos sólo hablan de algo raro y vuelven a sus vidas normales como si nada hubiera pasado. Los colmillos ya no convencen a nadie. Los adolescentes se afilan los dientes para disfrazarse de algo que quieren ser, pero en lo que en realidad no creen. Visten de negro y se pintan la cara de blanco, incluso beben sangre, como si eso les convirtiera en vampiros. Es patético. Los humanos son una especie totalmente patética. Quinn frunció fuerte el ceño. —Así que odias a los vampiros aunque tú seas uno de ellos. Odias a los cazadores aunque fueras uno de ellos. ¿Y ahora odias a toda la raza humana? ¿Hay alguien o algo que sí te guste? Malcolm se quedó callado un momento, pero entonces los labios del viejo se separaron para esbozar una sonrisa. —Tú y yo —dijo. —¿Y eso qué significa? —Que somos mejores que todos los que ha habido antes. Somos de origen humano. Tenemos el conocimiento de los cazadores y ahora tenemos la fuerza y la

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inmortalidad de los vampiros. Somos mejores que los tres juntos. —Se metió la mano en el bolsillo y sacó un trozo de papel—. ¿Ves esta lista de nombres? Quinn miró aquella cuidada caligrafía. —¿Quiénes son estas personas? —Unos cuantos son cazadores. Hombres inteligentes con visión de futuro. Éste es un escritor, un ganador del premio Nobel. Este es un niño prodigio del que escribieron en la revista Time el año pasado. Al resto los he elegido basándome en un estudio y una investigación de casi una década sobre seres que ya son superiores. —¿Y? La expresión del rostro de Malcolm era de pura determinación. —Les convertiremos en lo que somos. Será un ejército de los mejores seres inmortales que cambiarán el curso de la historia y moldearán el futuro a nuestra voluntad. Quinn se empezó a encontrar mal. —Creo que necesito otra cerveza. Malcolm le hizo una seña a la camarera para pedir dos botellas más de Heineken y se la quedó mirando mientras se alejaba. —Quizá podríamos transformar a otros como a Clarisse. Sería una compañera muy buena. A Quinn le daba vueltas la cabeza. ¿El hombre había hecho una lista? Una lista de personas que quería convertir en vampiros... incluido él mismo si no hubiera sido ya uno de ellos. Frecuentaba aquel bar para elegir a su próxima víctima de asesinato y tenía preferencia por la cerveza de importación. Sólo coincidía con el viejo en lo último. —¿Y quieres usar el Ojo para que nos ayude a hacer esto? —logró decir Quinn. —Claro. Creo que si nos aprovechamos del poder del Ojo podemos llegar a ser muy poderosos. Era de un demonio y tiene parte de su poder. Nadie lo ha tocado desde hace mil años. Es nuestro destino hacernos con él y cumplir con nuestro deseo de poder. Después de todo, cuando hayamos creado nuestro ejército, necesitaremos tener más fuerza que ellos o podrían alzarse contra nosotros. —No queremos que eso pase. —Entonces, ¿no te ha sorprendido lo que te acabo de contar? Quinn terminó lo que le quedaba de su primera botella de cerveza antes de sentirse con fuerzas para responder a aquella pregunta.

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—Sólo me ha sorprendido cuánto sentido tiene. Malcolm arqueó una ceja blanca. —Me alegro de que pienses así. Aunque eras un cazador excelente, creía que tal vez sentías mucha empatía por las criaturas a las que matabas. Exacto. Empatia. Quinn pensaba que tenía mucha más moral que las elecciones de comida al azar de Malcolm. Pero ¿qué había hecho en los últimos diez años? Matar indiscriminadamente. Si tenían colmillos y sed de sangre, se merecían que les clavara una estaca. Al menos de eso intentaba convencerse. ¿Cómo iba a compensar todo lo que había hecho? Malcolm no esperó a que Quinn respondiera. —Tal vez soy yo el que te entiende mejor que nadie, Quinn. La culpa que sientes por lo que hiciste todos estos años. Yo también me sentía así al principio de que me convirtieran. Porque ¿cómo había podido matar a todos aquellos vampiros? ¿Qué me hacía mejor que ellos? Pero con tiempo, investigación y paciencia se que me transformé por una razón en concreto. Fui elegido, Quinn, igual que tú. —¿Elegido? ¿Por quién? —Por Dios. —Se le iluminó la cara al decirlo—. Quiere que actuemos como la plaga que matará todo lo que es impuro para poder empezar de nuevo. Todo lo que Malcolm estaba diciendo desde que había entrado en el bar le decepcionaba profundamente y sentía una repulsión que aumentaba por momentos. Quinn no podía hacer nada para impedir lo que ya había pasado, pero al menos podía intentar impedir un poco la masacre planeada por Malcolm. Se inclinó sobre la mesa y trató de mantener la voz firme. —Estoy seguro de que Dios quiere que tengamos el Ojo. Es el destino. —Estoy de acuerdo. —¿Llevas el mapa contigo en estos momentos? —Sí, claro. No lo dejaría en ningún sitio. Es demasiado arriesgado. —Malcolm vaciló—. También tengo la piedra roja que usamos para desvelar el mapa. —¿La vas a volver a necesitar para algo? Malcolm se lo quedó mirando un momento. —No lo creo. Pero toda prudencia es poca. Quinn notó un dolor sordo en el estómago. Conocía muy bien aquel dolor y lo que significaba. Necesitaba comer. Y si no lo hacía pronto, habría graves consecuencias.

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—Dime —Quinn se inclinó sobre la mesa y trató de mantener la voz, firme—, ¿hay algún bar de vampiros por aquí cerca? —¿Por qué? —Sólo por si tengo sed y no me apetece hacer horas extras. —Deberías estar saciado completamente después de esa buenísima comida que te he dejado esta tarde. Janie. Claro. Se suponía que había bebido de ella hasta matarla. —Ah, sí. Estaba... deliciosa. Es sólo curiosidad malsana. —Hay un bar en la esquina detrás de una puerta roja. Tiene un cartel de neón en la ventana donde se lee el nombre de una pitonisa llamada Madame Rosa, pero dentro hay un bar en el que caben unos cien vampiros. Quinn asintió e intentó ignorar el dolor en sus tripas. Sólo un rato más. Coge el mapa, huye y luego ve a hacerle una visita a Madame Rosa para satisfacer un mal necesario. —Bueno, ¿y qué vas a hacer? —preguntó. —Mañana seguiremos el mapa y encontraremos el Ojo. Siempre que me quede claro que has entendido mis planes y que estás totalmente de acuerdo. —Estoy contigo, Malcolm. Haré lo que tú digas. —Me alegro muchísimo de oírlo. Por un instante, cuando Malcolm había revelado que seguía vivo convertido en vampiro, Quinn se había llenado de esperanza al saber que había alguien exactamente igual a él, un cazador que se había convertido en vampiro, había sobrevivido y salido a flote de una pieza en el otro bando. Era una prueba de que su situación actual no era tan espantosa como él creía. Tenía la esperanza de que Malcolm se pudiera convertir en un mentor para él de nuevo. Alguien en el que confiar, que le diera consejos y que mejorara esta transición en vez de seguir por el camino solo y asustado como hasta ahora. Pero había obtenido algo muy distinto. Una visión de su futuro si no conseguía el Ojo y pedía volver a ser humano. Sabía que al final se convertiría en alguien como Malcolm. Un ser confundido e irracional, que estaba un poco loco. Bueno, algo más de lo que ya estaba antes. Ahora lo único que podía hacer era centrarse y alejar el mapa del viejo antes de que fuera demasiado tarde.

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Malcolm sonrió a Quinn y apartó otra vez la vista hacia el toro mecánico mientras bebía de su vaso de Heineken. —La mujer de hoy —dijo Malcolm—. La mercenaria. ¿La conocías bien? Quinn mantuvo la cara neutral, se esforzaba por parecer aburrido a pesar de toda la terrible información que le estaba llegando. —No. La muy zorra quería matarme para conseguir el mapa. Me hiciste un favor. —¿Se despertó cuando te estabas alimentando de ella? Negó con la cabeza. —No. —Y ahora está muerta. —Muy muerta. No quería arriesgarme a transformarla. —Transformar a alguien en vampiro es algo muy serio. Tienes que estar con ellos todo el rato. Se desarrolla un vínculo que a veces te permite saber dónde están o cómo se sienten. Es mejor que no hayas convertido a ésa. Era guapa, pero estaba claro que era una mujer muy testaruda y tenaz que no causaría más que problemas. Quinn se encogió de hombros. —Nunca me han ido mucho las rubias, así que no me costó matarla. ¿Por qué me haces preguntas sobre ella? Está muerta. Igual que esta conversación. Hablemos del mapa. Malcolm apartó la vista del toro mecánico y Quinn vio la expresión fría de su rostro. —Te estoy preguntando por ella porque está aquí ahora mismo. En la barra. El alma se le cayó a los pies. —Eso es imposible. Los ojos de Malcolm se arrugaron al sonreír con una expresión muy fría. —Me has decepcionado, hijo mío. Tenía grandes esperanzas para nuestro futuro. Pero ahora me doy cuenta de que eres un mentiroso. —Debes de tener visiones. Bebí de ella hasta matarla. Está muerta. «O al menos lo estará cuando termine con ella», pensó, conteniendo las ganas de girar la cabeza para mirar. ¿Le había seguido hasta el bar? ¿Después de pedirle que lo esperara en el motel? Increíble. Malcolm se le quedó mirando con mucha frialdad.

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—Nunca entendí por qué tu padre estaba tan desilusionado contigo. Nunca estaba satisfecho, deseaba que tuvieras más determinación a la hora de matar, que te esforzaras para ser mejor, para seguir sus pasos. A mí me parecías el hijo perfecto. Eras obediente, fuerte, estabas dispuesto a aprender y a madurar. Pero creo que ahora me doy cuenta de que eres exactamente como decía Roger. Eres una total decepción. Se levantó de la mesa. Las mejillas de Quinn se movieron y forzó una risa nerviosa. —Venga, Malcolm. Siéntate y hablemos de esto. El mapa... La fría expresión desapareció para convertirse en furia. —Nunca le pondrás un dedo encima al mapa. Se llevó el bastón al pecho con ambas manos y lo agarró como si fuera un arma. Quinn lo miró y dejó que la falsa simpatía se marchara de su propio rostro. —¿Qué vas a hacer? ¿Vas a intentar dejarme a mí también sin sentido? —No, eso sólo funciona con humanos. —Quitó el extremo plateado de la punta de su bastón—. Para los vampiros tengo otros métodos. En cuanto Quinn advirtió que la pieza de plata cubría una punta afilada de madera, se levantó de la mesa y se dio la vuelta. Fue lo bastante rápido para que el arma no le diera en el corazón, pero no lo suficiente para evitar que se le clavara en el cuerpo, debajo de la parte derecha del tórax, con un candente dolor punzante. Agarró la larga estaca por ambos lados, estupefacto, mientras observaba cómo Malcolm se alejaba de la mesa a toda velocidad.

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Capítulo 9

Quinn apartó la dolorosa mirada hacia Malcolm mientras éste se marchaba y fijó la vista en la estaca. Se abrazó contra el costado de la mesa y sacó lentamente la afilada punta de madera de su carne. La estaca le dolió más mientras la sacaba que cuando se la habían clavado, dio un traspié y volvió a caerse sobre el banco. Le había dejado una marca oscura en su camiseta. Llevaba tanto tiempo sin comer que su sangre había cambiado de consistencia. En vez de ser roja y fluida, era oscura y espesa. Le entraron náuseas. Lo bueno era que no sangraba mucho. La música country retumbó en sus oídos y, como no había hecho ningún ruido, el gentío que le rodeaba parecía no tener ni idea de lo que acababa de suceder. Se puso de pie tambaleándose con una sola idea en la mente. No podía dejar que Malcolm se marchara. Si lo hacía, no volvería a ver el mapa. No podía permitir que Malcolm se lo quedara. Sus planes eran muy extremos, demasiado específicos. El viejo no podía tener el Ojo aunque fuera lo último que hiciera Quinn. Y según los acontecimientos de aquella noche, sí podía ser lo último que hiciera. Recorrió el bar con la vista para buscar a Janie, pero no la vio por ningún lado. Si de verdad había estado allí, ya se había ido. Con una mano en su estómago herido e intentando ignorar el dolor, empezó a cruzar el club mientras le daban empujones por todos lados. Cuando pasó por la barra, las rubias le volvieron a mirar como buitres con buen cuerpo. —Sabíamos que volverías —dijo una. —Tengo que marcharme —logró decir. —Venga, una copa. No mordemos, te lo prometemos.

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Si se hubiera sentido un poco bien, se habría reído al oír aquello. Pero pasó a su lado empujándolas bruscamente cuando intentaron bloquearle su vía de escape. Una hizo un ruido de enfadada. —Seguro que eres un desviado, ¿no? Quinn apretó los dientes. —No, yo sigo por mi camino, pero gracias por preguntar. Llegó a la puerta principal, la abrió de un empujón y le recibió la sorprendentemente fresca brisa de la noche oscura. Los gorilas le miraron como si fuera un cliente borracho habitual y se mantuvieron lejos de él. Por el rabillo del ojo vio un mechón de pelo blanco cuando Malcolm desapareció al doblar la esquina. Le siguió. Maldita sea. ¿Dónde se había metido Janie? La habría podido utilizar en aquel momento. «Un par de centímetros más y Malcolm hubiera alcanzado mi corazón —pensó—. ¿Por qué me he movido? Aquí podría haberse acabado todo». Pensamientos como aquél no ayudaban en nada precisamente. Bajó la calle tambaleándose hacia el callejón, sintiéndose cada vez más débil. Era como si lo único que impidiera que se le saliera todo por las tripas fuese la mano que tenía encima de la herida. Pasado el dolor de la herida, notó que el hambre vampírica le roía por dentro. La había ignorado durante demasiados días. No se le iba a pasar como un leve dolor de muelas. Esta vez estaba para quedarse. Y cuanta más sangre perdiera, como le estaba ocurriendo, peor se iba a poner. «Es culpa tuya», se dijo a sí mismo. Dobló la esquina, preocupado por ir demasiado despacio para detener a Malcolm y estar demasiado débil para coger el mapa. Pero para su sorpresa, Malcolm estaba allí, mirándolo, como si le estuviera esperando. —Malcolm... —logró decir Quinn, que enseguida se preocupó por lo débil y temblorosa que sonó su voz. Malcolm se limitó a mirarlo, con la frente arrugada por el ceño fruncido. Mientras Quinn trataba de formar una palabra con la boca, la expresión de Malcolm cada vez estaba más perdida hasta que se cayó a los pies de Quinn. —Y me dijiste que no viniera.

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Alzó la vista para ver a Janie entre las sombras del callejón, con una pistola en la mano. Parecía la misma con la que le había apuntado a él hacía un par de semanas. La chica sacudió la cabeza y se guardó la pistola debajo de la chaqueta. —Si no te hubiera seguido hasta aquí, se habría escapado. También te sacaba bastante ventaja. ¿Se fue mientras estabas en el cuarto de baño o qué? La miró parpadeando. Ella hizo lo mismo. —Bueno... —Se agachó junto a Malcolm y le cacheó eficientemente antes de sacar un trozo de papel doblado. —Mapa recuperado. —Lo miró detenidamente—. ¿Qué coño es esto? ¿Una mancha de cerveza? ¡Qué poco respeto! Debería haberle disparado con algo más que un dardo de ajo. —Janie... El mundo se estaba empezando a poner borroso y más oscuro que la noche. —Bueno, ahora tenemos el mapa. Mañana conseguiremos el Ojo y luego nos lo llevaremos de aquí. Oye, ¿qué pasa? Sus rodillas tocaron el pavimento y se quitó la mano del pecho. Janie soltó un grito ahogado y salvó la distancia entre ellos. Dejó el mapa en el suelo para agarrar a Quinn por la camiseta y subírsela para retirársela de la herida. Alzó la vista para mirar a los ojos vacilantes del vampiro. —Un viejo amigo de la familia, ¿eh? Menudo amigo. ¿Averiguó que le estabas mintiendo? Quinn se humedeció los labios y se las apañó para apartar de él las manos de la chica. —Él... él te vio. Ahí dentro. Se suponía que estabas muerta. —Mierda. —Justo lo que... lo que yo pensé. —¿Cómo pudo verme? —Tiene ojos. Ella negó con la cabeza. —Maldita sea, debió de pillarme despistada. Normalmente se me da mejor pasar desapercibida. Así que esto es culpa mía. —Al cien por... por cien. Ella se mordió el labio.

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—Bueno, al menos no te ha dado en el corazón. —Por desgracia. —No digas eso. Tenemos que volver al hotel y vendarte. Él sacudió la cabeza e hizo un esfuerzo para levantarse, cuando lo único que le apetecía hacer era acurrucarse y seguramente ponerse a llorar. De la forma más varonil posible, desde luego. Ella le agarró el brazo y el olor de la chica le inundó sus orificios nasales. No. Aquello no era lo único que le apetecía hacer. De hecho podía sentir el calor de su cuello en el frío de la noche, la sangre debajo de la superficie que le llamaba. Se contuvo para no llevarla hacia él. —Apártate de mí —le advirtió. —Estoy intentando ayudarte. —Me ayudarás si te alejas de mí lo máximo posible. —Mientras lo decía, notaba cómo sus colmillos se alargaban y su hambre aumentaba—. Soy peligroso. —Sí, tan peligroso como un cachorro malherido. La miró y lo que fuera que viera ella reflejado en sus ojos la hizo estremecerse visiblemente. —Quinn... —Necesito ir a un bar de vampiros. Malcolm me dijo que había uno por aquí cerca. Tengo que ir ahora mismo. No me sigas. Se apartó de ella tambaleándose sin esperar una respuesta.

***

La culpabilidad y la preocupación inundaron a Janie. Aquello era culpa suya. No debería haberle seguido. No, sí que debía hacerlo. Pero no debían haberla visto. Maldita sea. Observó cómo Quinn bajaba la calle. El hombre estaba muy mal. Si hubiera tenido fuerzas antes de que le clavaran la estaca o le apuñalaran, o lo que fuera que le había pasado dentro del bar, sólo habría sentido algo de dolor. No aquella... agonía evidente con la que estaba viviendo. Ella había visto bastantes vampiros morirse de hambre. Algunos cazadores se divertían encerrando a un vampiro en una habitación durante días o incluso meses

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hasta el final, dependiendo de la edad y la fuerza del vampiro, y luego los dejaban salir. Así la muerte era más interesante. Quizás hacía desaparecer el residuo de culpabilidad que remordía los bordes de la conciencia de un cazador sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal a la hora de matar a otro ser sensible. Sin duda Quinn era sensible. Pero aquella forma de mirarla le había dado escalofríos. Los ojos se le habían vuelto negros, como los de aquellos vampiros muertos de hambre. De su herida brotaba muy poca cantidad de sangre. ¿Cuánto tiempo llevaba sin comer? La verdad es que era el hombre más testarudo que había visto en su vida. No era el chico de diecisiete años por el que había perdido la cabeza. Antes era guapo, encantador, gracioso y, bueno, perfecto. La versión treintañera era un desastre. De todos modos, le siguió hasta salir del callejón. Se quedaría atrás y le dejaría hacer lo que tuviera que hacer, pero no le iba a perder de vista. Esta vez no. De pronto se quedó paralizada, sin aliento. Se dio la vuelta y volvió corriendo a recoger el mapa del suelo, junto a Malcolm, que todavía estaba inconsciente. Se había preocupado tanto por Quinn que casi lo había olvidado. Dios, ¿qué le pasaba? Se metió el mapa en el bolsillo y en silencio se reprendió a sí misma por permitirse despistarse. Cada pocos pasos, Quinn tropezaba. Se abrazaba. Parecía un borracho, o un vagabundo, o alguien al que la mayoría de la gente no se acercaría. Lo que sin duda era una buena idea en aquel momento. Janie se tocó las marcas de colmillos en su cuello y recordó lo que sintió cuando aquel monstruo la había mordido. Había pensado que iba a morir. Un paso en falso, un error, eso había sido todo. Si no vigilabas continuamente tu espalda, te podía aparecer por detrás cualquier criatura espantosa que te hiciera pedazos. La criatura espantosa a la que estaba contemplando en aquel momento se metió en otro callejón. Se deslizó entre las sombras y observó cómo se acercaba a una puerta roja de metal iluminada por una farola. La aporreó y después esperó un rato mientras se agarraba un costado con la mano. Volvió a llamar. Otra vez. Y luego dio una patada. Una patada floja, algo patética. Después maldijo y se deslizó hasta el suelo. Janie se acercó y advirtió que ahora el vampiro estaba sudando. Tenía la cara lívida. Él alzó la vista hacia la chica al cabo de un instante. Aún tenía los ojos negros.

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—Creo que está cerrado —dijo y luego se rio en voz baja, desesperado. —Vamos a volver al motel. —¿No te he dicho que no me siguieras? —Me parece que no pillas lo de que no te hago ni caso. —Me estoy dando cuenta. Ella le ofreció la mano. —Venga. Él negó con la cabeza y la miró fijamente con aquellos ojos negros. —No me toques. —Sé que sabes que soy más fuerte de lo que parezco. Puedo llevarte si hace falta Resopló al oír aquello. —Qué bien. —Deja de comportarte como un niño y vamos. Se quedó totalmente quieto. —Si te acercas más a mí, te morderé. Ahora mismo no puedo controlarme. Necesito sangre. —Ya nos ocuparemos de eso. —Eres la persona más testaruda que he conocido en mi vida. —Voy detrás de ti. Ponte de pie. Por un instante no estuvo segura de si lo haría o no. Pero entonces, muy despacio, se puso de pie y ella le miró con cautela. —No me encuentro muy bien —admitió. —Es lo que se llama estar agonizando. En serio, Quinn, ¿por que te estás matando de hambre? Creía que eras más listo. Se encogió de hombros como pudo y luego hizo una mueca como si le doliera. Tenía la cara muy pálida, incluso en la oscuridad, y estaba cubierta de una fina capa de sudor brillante. Su pecho se movía hacia dentro y hacia fuera por la respiración trabajosa. Y sus ojos estaban completamente negros, no había blanco por ningún lado. Ella sacudió la cabeza. —Venga.

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Bajó de nuevo la calle en dirección al bar, donde había dejado el coche que había robado. La policía seguramente lo recogería por la mañana y lo devolvería al que se lo había tomado prestado. No pasaba nada. —¿Las llaves? Hizo una seña, impaciente, a Quinn. Sacó de su bolsillo las llaves del vehículo prestado y se las lanzó. Le temblaba la mano. —Vuelve tú al motel —dijo—. Nos vemos allí. Va en serio, Janie, no es buena idea que vaya contigo. No tal como me encuentro. —Sí. Iré delante, guapo. Resopló un poco al oír sus palabras. —Chica lista. Déjame aquí. —No, no me refiero a eso. —Miró la camioneta—. Tú irás en la parte de atrás. Intenta mantener la cabeza agachada o se te pegarán los bichos en los colmillos.

***

Quince minutos más tarde, llegaron al motel. Janie aparcó la camioneta y salió rápido. Aunque no lo bastante rápido. Quinn se bajó de un salto de la parte trasera del vehículo y, sin decir una palabra, corrió hasta su habitación, donde dio un portazo para cerrar la puerta con llave. ¿Qué demonios se suponía que tenía que hacer con un vampiro que se moría de hambre y no quería comer nada? Esta no era precisamente su especialidad. Solía clavar una estaca a los vampiros que le daban problemas, no convertirse en su dietista personal. No había tiempo para una intervención. No había tiempo para ir al hospital a por una bolsa de sangre. Y ya ni se le ocurría pensar en la alternativa sintética. A aquellas alturas, Quinn necesitaba sangre auténtica y la necesitaba ya. O se iba a morir. Una vocecita en el fondo de la cabeza de Janie le susurró que no importaba si moría. Al fin y al cabo, lo único que necesitaba de él estaba bien guardado en su bolsillo, por lo que ahora estaba perdiendo el tiempo cuidando a alguien que ni siquiera quería su ayuda. Si se marchaba en aquel instante, tendría mucho más tiempo para dar con el Ojo y llevárselo a su jefe al día siguiente a Las Vegas. No mucho tiempo, pero el suficiente.

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Sin quitarle el ojo a la puerta cerrada de la habitación de Quinn, rebuscó en su bolsillo para coger el teléfono móvil. —Lenny—dijo cuando su compañero contestó después del octavo tono—. Más vale que tengas una explicación de por qué me saltaba todo el rato el buzón de voz. —¿Janie? —respondió Lenny, que tuvo que alzar la voz para que se le oyera por encima de la música alta que había de fondo dondequiera que estuviese—. ¿Dónde estás? —Eso no me parece una explicación. Te necesito. Dijiste que estarías en el motel y aquí no había nadie. ¿Por qué no me has devuelto la llamada? —Eeeh... Lo siento mucho. No me di cuenta de que tenía el teléfono apagado hasta hace un minuto. Creía que no tenías ningún problema. —¿Creías? —Trató de no levantar la voz—. Ah, sí, me va genial. —Eso está muy bien. Janie respiró hondo y soltó el aire despacio. No tenía motivos para perder los estribos con Lenny. Estaba bien. Él estaba bien. Todos estaban bien. Bueno, excepto Quinn, claro. —Estoy en el motel —dijo después de un momento—. ¿Y dónde estás tú? —Eeeh... Estamos a la vuelta de la esquina en un sitio que se llama Culos y Puros. Barkley insistió en que nos quedáramos más rato de lo que yo quería. Perdona. Janie parpadeó. —¿Estás en un club de strip-tease? Lenny se aclaró la garganta. —Hummm. Fue idea de Barkley. Ella exhaló despacio. —No quiero saberlo. —Salgo ahora mismo. Estoy ahí en cinco minutos o tal vez en diez. —No, no, da igual. Está bien. Oye, tengo el mapa. Mañana lo primero que haremos será ir a por el Ojo. Hay un restaurante junto al motel. Nos vemos allí a las siete y media de la mañana. —Pareces preocupada. ¿Va todo bien? —Sí. Muy bien. Tan sólo... Quinn está mal. —¿Y? Se mordió el labio.

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—Sí, claro. No importa. Nos vemos mañana. —Buenas noches. Janie colgó. Tenía razón. No debía preocuparse por un vampiro. No, no estaba preocupada. Además, después de ofrecerle consejos y ayuda, si el otro no los aceptaba, es que era tan cabezota como para morir. Agonizando. Herido. Solo. En una porquería de motel de carretera. Menos mal que había perdido la compasión después de trabajar tantos años para la Compañía. Era todo un lastre para el tipo de trabajo que desempeñaba. ¿A donde la llevaría empezar a sentir lástima por los monstruos? A un mar de líos. Janie ya tenía bastantes problemas. Había aprendido aquella lección por las malas. Uno de sus primeros encargos había sido infiltrarse en una organización de magia negra liderada por un mago oscuro. El mago era guapo y mucho más encantador de lo que ella esperaba. Se enamoró del tío y a la vez sabía que él también lo estaba de ella. En cuanto se descubrió su tapadera, se desató el infierno. El mago la atacó e intentó matarla, pero ella acabó con él primero, lo que le rompió el corazón en mil pedazos. Pero al final estuvo bien, pues su corazón había resultado ser más un lastre que una ventaja. Estaba orgullosa de sus decisiones frías y calculadas desde aquel fallo. No iba a volver a preocuparse por la persona equivocada en el momento equivocado. Una noche entera durmiendo no le vendría nada mal. Sí, dormir. Muy bien. Y eso era exactamente lo que iba a hacer en cuanto se ocupara de Quinn. «Maldita sea». Caminó hasta su puerta y llamó. —¿Quinn? Déjame entrar. No hubo respuesta. Llamó de nuevo. —¿Hola?

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—Vete —contestó con una voz débil. —¿Quieres morirte? —No me importaría acabar así. Vete. —Quinn, déjame entrar ahora mismo o verás. No recibió ninguna respuesta. Respiró hondo y bufó. En vez de preocuparse más se estaba cabreando. ¿Desde cuándo ignoraban sus vacías amenazas de tal manera? —Voy a contar hasta cinco —advirtió tras la puerta cerrada. No contestó. —Uno, dos... Janie escuchó. —Tres. Bueno, al menos se estaba riendo. —Cuatro. O quizás había perdido el conocimiento. —Cinco. Se preparó y le dio una patada a la puerta y fue una grata sorpresa ver que se abrió al primer intento. Menudos acabados de mierda. ¿Por cincuenta dólares la noche? No es que hubiera mucha seguridad. Se asomó adentro. La habitación estaba negra como boca de lobo. Atravesó el umbral. —¿Quinn? —Eso ha sido un error. —Creo que me has confundido con una débil fulana que tiene miedo a la oscuridad. Dio otro paso hacia el interior de la habitación. No, no estaba nerviosa. En absoluto. Aunque hubiera estado bien tener un poco de luz para localizar dónde estaba el vampiro herido, muerto de hambre. —¿Y ahora qué, Janie? —preguntó en voz baja en la oscuridad—. ¿Te estás ofreciendo a mí? ¿Vas a descubrir tu cuello para que no me muera? La chica levantó las cejas. ¿Era eso lo que iba a hacer? —Seguro que se nos ocurre algo para ayudarte...

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Un cuerpo musculoso se lanzó sobre ella, cogiéndola por las muñecas y empujándola contra la pared. Oía su respiración, alta e irregular, el calor de su aliento en la cara. Janie tenía una estaca metida en la parte trasera de sus pantalones, en una funda especial para este tipo de armas —un regalo de Navidad de Lenny—, pero ni se movió para intentar cogerla. Aún no. Seguramente lo haría en breve. Pero aún no. —¿Te das cuenta de que ya sé cómo sabes? —Quinn respiró contra su cuello—. Por cómo hueles. Gracias a mis sentidos aumentados. Normalmente es un olor tan sutil que apenas lo noto, pero a veces, como ahora —le rozó con los labios su garganta—, es increíblemente embriagador. Entonces ella notó el calor húmedo de su lengua deslizándose por su cuello y ocurrió algo que no le gustó nada en absoluto, algo que la asustó más que cualquier otra cosa de aquella noche. Le flaquearon las malditas rodillas. Estaba acorralada contra una pared por un vampiro hambriento, que por lo visto ya sabía el gusto que tenía su sangre, y eso la estaba poniendo cachonda. ¡Qué embarazoso! Aunque sabía lo que se sentía cuando te mordían, y lo cerca que había estado de morir (o algo peor) la última vez que lo había experimentado, lo único que quería era que Quinn hundiera sus colmillos en ella. Sus colmillos. Sí. Sólo sus colmillos. Él continuó lamiéndole el cuello. —¿No tienes nada que decir? —¿Quieres morderme? El vampiro gimió. —Oh, sí. —Creía que habías dicho que nunca habías mordido a nadie. Sus hombros se tensaron. —Y no lo he hecho. —Pues hazlo. —¿Qué? —Muérdeme, pero... procura no beber demasiado. Su respiración se hizo incluso más irregular.

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—¿Qué estoy haciendo? ¿Qué me estás diciendo? Esto no está bien. Vete, Janie. Márchate. Él se apartó de ella. Los ojos se le habían adaptado a la oscuridad lo suficiente para ver su perfil. ¿Y él creía que ella era cabezota? No iba a dejar que se muriera por principios y una moralidad inapropiada. Se quitó la chaqueta y la camiseta sin mangas para quedarse en la oscuridad con sus vaqueros negros ajustados, un sujetador negro tic encaje, y el cuello y los hombros completamente al descubierto. Salvó la distancia entre ambos, cogió la cara de Quinn y la llevó hasta su cuello. —Muérdeme o te doy una paliza —dijo entre dientes. —Qué dulce eres, Janie. Por un instante creyó que iba a apartarla de nuevo y entonces se habría acabado todo. Se habría dado cuenta de la locura peligrosa que estaba a punto de cometer, cogería su camisa y saldría corriendo hacia su habitación. Ya encontraría un plan B, si es que lo había. Pero no iba a hacer falta. El olor de su piel fue suficiente. Notó cómo se apretaba contra ella y se excitaba más que por el simple deseo de la sangre. Deslizó el tirante del sujetador por el hombro izquierdo y luego sus manos bajaron por su espalda desnuda. La acercó aún más hacia la dura extensión de su cuerpo, aplastando sus pechos contra el suyo. Y justo cuando se estaba adaptando a lo sorprendentemente a gusto que se estaba pegada a él, notó cómo sus colmillos atravesaban su carne. Dio un respingo junto con un grito ahogado por el dolor repentino, pero recordó que ella se había ofrecido a aquello. Había sido idea suya. Enrolló las manos en su pelo y le sostuvo la boca contra ella por si acaso intentaba apartarse de nuevo antes de obtener sangre suficiente. Sus manos masajearon la parte trasera de sus muslos, levantándola del suelo mientras se alimentaba de ella. Le rodeó con las piernas la cintura. Un ruidito se escapó de los labios de Quinn. Un dolorido gemido de satisfacción mientras aplastaba su cuerpo contra el suyo. Sabía que en cinco minutos los colmillos del vampiro emanaban suficientes toxinas para desequilibrar la sangre humana e infectar a la persona con el vampirismo. Janie contó, intentando concentrarse, decidida a aguantar para dejar que se alimentara durante tres minutos completos. Aquello bastaría. Luego le haría parar como pudiera.

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No tuvo que hacerlo. Se detuvo al cabo de dos minutos y luego le pasó la lengua por la herida que le había hecho en el cuello. El roce de su boca le hizo retorcerse contra él, sólo que se dio cuenta de que ahora estaban en posición horizontal en la oscuridad, encima de la blanda cama del motel, y su sujetador había desaparecido como por arte de magia. La boca de Quinn bajó hacia su clavícula. Le masajeó los pechos con las manos y la espalda de la chica se arqueó para despegarse del colchón. —Janie... —murmuró, mientras se metía el pezón derecho en la boca. Ella dio un grito ahogado. Había decidido que alimentar a los vampiros era algo bueno. Sobre todo a éste. Estaba muy agradecido. Además, lo más seguro era que estuviera mareada por la donación de sangre, y no había zumo de naranja ni Oreos a la vista. Debía quedarse tumbada una hora... o dos. Probablemente más. Subió por su cuerpo y la besó en la boca, empujando la lengua contra la suya de un modo que la hizo gemir. Hasta el ligero sabor cobrizo de su propia sangre en sus labios no hizo más que tensar su cuerpo y desear más de él. La puerta se abrió de un porrazo. —¡Janie! ¿Estás ahí? —gritó Lenny. Se encendió una luz justo antes de que la lámpara se hiciera añicos en el suelo. Lenny cogió a Quinn y lo apartó de ella. La chica enseguida se movió para taparse. No porque hubiera nadie mirando. Lenny estaba ocupado partiéndole la cara a Quinn. Barkley se quedó en la puerta con los ojos abiertos de par en par y la miró. —Oh, Dios mío —dijo al advertir con horror la sangre de su cuello—. ¿Qué te ha hecho? ¡Quinn! ¿Qué has hecho? Janie cogió su ropa y se la puso tan rápido que se hizo un lío y casi cayó al suelo. Luego corrió para coger a Lenny del brazo e impedir que siguiera golpeando a Quinn, que se había quedado quieto y en silencio en las sombras. —Para, Lenny —gritó—. No le hagas daño. Con una ardiente mirada a Quinn, sacó a Lenny de la habitación. Lenny se dio la vuelta y gruñó: —Como te vuelvas a acercar a ella, estás muerto, vampiro. ¡Estás muerto! —Se volvió hacia Janie en cuanto dejaron la habitación—. Gracias a Dios que he vuelto. Por poco se hace contigo.

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—Sí —dijo Janie—. Sí, por poco. Por algún motivo, «gracias» no fue la palabra que le vino a 1a mente en aquel momento.

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Capítulo 10

Quinn estaba acurrucado en un rincón de la habitación, con las rodillas pegadas al pecho y las manos cubriéndose la cara. Barkley estaba sentado en una esquina de la cama esperando que dijera algo. Aquel hombre lobo era paciente. Muy paciente. Aunque no quería alzar la vista para ver la expresión de su cara. Ya sabía lo que iba a ver. Indignación. Vergüenza. Miedo. Todo lo que estaba sintiendo Quinn. ¿Por qué la chica no le había detenido? Ahora estaba perdido. Había traspasado la raya que él mismo se había puesto. Lo poco que le quedaba de mortal. Era culpa suya. No debería haber estado tanto tiempo sin beber sangre. ¿Por qué había creído que era especial? ¿Que era más fuerte que el resto? Había esperado demasiado y ahora estaba pagando el precio. Janie se hacía la dura y la fuerte, como si fuera alguien con quien no tenías que meterte, pero había podido alimentarse de ella. Puede que hubiese pensado que era idea suya —¿en qué coño estaba pensando?—, pero él era el que la había tomado como un animal salvaje. Dios. Sabía tan bien... Había sido consciente de ello. Y no sólo había sido eso... lo que era aún peor. Habría tomado más que su sangre si Lenny no llega a detenerlo. Janie debía de odiarlo ahora más que antes. Cerró los ojos con fuerza. —Quinn. —La voz baja de Barkley rompió por fin su muro de odio hacia sí mismo—. ¿Estás bien? Se obligó a levantar la vista. Barkley le miró con una expresión rarísima. ¿De preocupación? ¿Por qué demonios parecía preocupado? —La he mordido —se limitó a decir con una voz forzada. —Sí. Eso ya lo he visto. —He bebido su sangre.

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—Bueno, es que eres un vampiro. Hizo una mueca de dolor. —Le he hecho daño. —A mí no me lo parecía. Con un par de tiritas y una ducha fría creo que estará bien. —No intentes hacerme sentir mejor. —Quinn, sé que no te sientes muy bien ahora, pero... —No, te equivocas. Estoy genial. Me siento estupendamente, mejor que en muchos días. —Se rio, pero la risa sonó seca y desesperada—. Tengo lo que quería. —Bueno, entonces está bien. —No, no está bien. Tengo que conseguir el Ojo. Es mi única esperanza. —El Ojo. ¿Eso es lo que se supone que concede un deseo, lo que Janie y Lenny están buscando? Asintió. —Necesito pedirle volver a ser humano. Si me quedo así... no sé qué seré capaz de hacer. Quién será el próximo al que haga daño. —El pasado es el pasado. El futuro es lo único que tienes. No va a cambiar nada que seas vampiro o humano. —¿De qué estás hablando? —Puedes ser un vampiro de mierda, pero también un humano asqueroso. Lo que eres no significa nada. Lo que cuenta es lo que haces con lo que eres. —Y eso me lo dice un hombre lobo cobarde. ¡Qué guay! Era justo el consejo que estaba buscando. Muchas gracias. Barkley puso mala cara. —Sólo intentaba ayudar. ¿Por qué no te dejo solo para que te compadezcas de ti mismo? —Estaría bien. Sin decir ni una palabra más, Barkley se dio la vuelta para salir de la habitación. Quinn se volvió a tapar la cara y apretó los labios. Aún sentía el cuerpo caliente de Janie contra el suyo, aún tenía su sabor en los labios. Tenía el mejor gusto y tacto que jamás había experimentado. Nunca había conocido nada así.

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Extendió la mano para coger el mapa que le había sacado del bolsillo sin que se diera cuenta. Era lo único que importaba. Aquel trocho de papel era todo para él ahora. El mapa no podía hacerle daño ni él tampoco al mapa. Janie, sin esfuerzo, había entrado en su vida, en su corazón, en su mente y en su cuerpo en menos de un día. La idea de no volver a verla nunca más le hacía mucho daño. Pero eso era lo que tenía que hacer. Por el bien de la chica.

***

En la habitación del motel, Lenny le estaba poniendo un poco de bálsamo curativo a Janie en el cuello. Le iría bien a la herida y al día siguiente ya estaría curada, así no tendría que sufrir cicatrices como las que le había dejado el último mordisco de vampiro. Para aquella herida no había encontrado el bálsamo a tiempo. La prueba de que Quinn la había mordido desaparecería, pero el recuerdo no. Sus mejillas se sonrojaron. Dios, le quería. Quería a aquel desastre de vampiro más que a ningún hombre que había conocido. ¿Estaba loca? Sí. Por supuesto que sí. Pero eso no le iba a hacer cambiar de opinión. Eran casi las once. Lenny insistió en que fueran al restaurante porque había oído cómo se quejaba su estómago y entonces Janie se dio cuenta de que llevaba todo el día sin comer. Después de su reciente donación de sangre, suponía que cuanto antes se metiera algo en el estómago, mejor. Lenny estaba de mal humor. Janie lo sabía porque sólo pidió un plato de patatas fritas y una Coca Cola. Aquello era como una ración de régimen para él. —¿Qué te pasa? —le preguntó después de que pidiera un sandwich club y un café que la camarera le sirvió enseguida. Él sacudió la cabeza. —No sé cómo puedes estar tan tranquila. Casi te mata. —Agradezco tu preocupación, pero eso no es cierto. —Janie, te he visto con otros vampiros. Nunca habías tenido problemas con ellos. ¿Cómo has permitido que ese gilipollas te pillara desprevenida? Frotó un labio sobre otro y le dio un sorbo al café antes de contestar. —No me pilló desprevenida.

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Él se la quedó mirando sin entender nada. —Le dejé que me mordiera —dijo. —¿Qué? —Los ojos se le salieron de las órbitas en aquella enorme cara como si fuera la locura más grande que había oído en su vida—. ¿Por qué ibas a hacer algo parecido? —Necesitaba sangre. Se estaba muriendo. No había otra opción. —Pues deberías haberle clavado una estaca. —No podía hacerlo. —¿Por qué no? Maldita sea. ¿Por qué se sentía obligada a contarle a Lenny la verdad? Bueno, quizá porque, de todo el mundo, él era seguramente el que más se inquietaba por ella. Fuera un enamoramiento no correspondido o la simple lealtad de un compañero, Lenny se preocupaba realmente por su bienestar y seguridad. Cuando alguien siente eso por ti, no le mientes ni pasas de él. Se merece mucho más que eso. —No quería que se muriera. Se pasó los dedos por su pelo corto. —Janie, sabía que conocías a ese tío cuando eras pequeña, pero ¿ahora qué tiene que ver? ¿Cómo estabas tan segura de que no bebería de ti hasta matarte? —Porque confío en él. Se rio. —¿Que confías en él? Sacudió la cabeza mientras sacaba su libreta para ponerla encima de la mesa. Ella la miró con recelo. —No lo hagas, Lenny. —Tengo que hacerlo. Está claro que lo has olvidado. Pasó las páginas hacia la mitad de la libreta donde había una hoja llena de garabatos. Era uno de los poemas de Lenny. Se titulaba «Por qué los vampiros son malos». Se aclaró la garganta.

El vampiro apesta Escucha mi protesta Es malo y mezquino

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Para él sólo eres vino Y cuando te vas a morir No hace más que reír... Es sordo a tus gritos No es humano Te lo digo de antemano Y si te acercas a uno Estás acabado.

Cerró la libreta. —¿Ves? Janie suspiró y le dio otro sorbo al café. Por suerte, llegó la comida. Lenny cogió una botella de ketchup de una mesa que había al lado. Ella mordió sin muchas ganas su sandwich y se tragó el seco bocado. —Tengo otro —dijo. —No, por favor. La ignoró y buscó otra página de su cuaderno.

Conozco a una mujer increíble Que Janie Parker se llama Con un pelo irresistible Para mí la más guapa dama Parece dulce e inocente Pero es más dura de lo que crees Ha matado a mil monstruos De pie, de espaldas y al revés.

Volvió a cerrar la libreta y dejó intactas las patatas fritas. Tenía la frente muy arrugada. —¿Ves? Ésa es la Janie que conozco y quiero..., hummm..., y respeto muchísimo. ¿Adonde ha ido?

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—Esa Janie aún está aquí. Él negó con la cabeza. —No lo entiendo. Te he visto protegerte de tíos más grandes que él. No entiendo cómo se las apañó para inmovilizarte en la cama y arrancarte la camisa de esa manera. Es como si tú... Se calló y la miró. Ella parpadeó. —¿Como si yo qué...? —Como si quisieras. —Le estaba ayudando. Intenta entenderlo, Lenny. Le necesitamos. —No. Y no estabas simplemente ayudándolo. Estabas... besándole. ¡Después de que te mordiera! Lo dijo lo bastante alto para que la camarera le mirara. Janie trató de sonreír a la mujer. —¿Me podría traer un poco más de mayonesa, por favor? —Luego le dijo a Lenny—: Baja la voz, ¿quieres? —¿Estás enamorada de él? —¿Enamorada? Lenny, no dices más que tonterías. —No te he visto con otro chico desde que somos compañeros. Sé que siempre te piden para salir, pero tú no sales con nadie. Creía... —Tragó saliva—. Creía que tal vez significaba que podíamos..., que... Se volvió para observar la oscuridad que penetraba por la ventana. Ella alargó la mano para cogerle el brazo. —Lenny, por favor... Él se apartó de ella. —Todos mis poemas hablan sobre ti. —Lo siento. Él sacudió la cabeza. —Soy un imbécil. —No lo eres. Y no estoy enamorada de Quinn. —¿Ah, no? Ella negó con la cabeza.

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Por supuesto que no estaba enamorada de él. Eso sería totalmente ridículo. Al fin y al cabo, sólo había estado con él aquel día, sólo llevaban doce horas juntos. El amor de la infancia no significaba nada. Ahora era adulta y no se dejaba influir por una tonta fantasía romántica. Era pura lujuria, seguro. Pero ¿amor? Sólo una mujer débil y patética se enamoraría a tal velocidad de un vampiro que ni siquiera la correspondía. Sí. Totalmente patético. La camarera le llevó la mayonesa que había pedido, Janie mojó el sandwich en ella antes de darle otro mordisco y luego apartó el plato. Por alguna razón ya no tenía hambre. Miró por la ventana la habitación número dieciséis. ¿Estaría bien Quinn? ¿Debería ir a comprobarlo? «Ay, Dios mío —pensó, consternada—. Soy patética». No le quería. No. Podía ser patética sin estar enamorada, y menos aún de aquel desastre de hombre. La campanilla de la puerta sonó al entrar alguien en el restaurante. Miró y vio que era Barkley, con cara de pocos amigos. Lenny le hizo una seña para que se acercara. Barkley saludó a Janie con la cabeza. —¿Estás bien? —Me sorprende que te importe después de que casi hago que te maten. —Soy una persona muy indulgente. Está en mi naturaleza. —¿Cómo está...? —Tragó saliva—. ¿Cómo está Quinn? —Es un completo imbécil. Pero seguro que eso ya lo sabías. Ella levantó una ceja. —Creía que erais amigos. —Sí, eso pensaba yo también. Pero un amigo no te llama cobarde cuando lo único que quieres es ser amable. Yo no soy un cobarde. —Por supuesto que no. —Por haber huido de mi manada para evitar que me mataran, no me he convertido en un maldito cobarde. Janie negó con la cabeza. —Eso es ser sensato, creo. Entonces, ¿se encuentra mejor? —Dice que está genial. Debes de tener una sangre estupenda.

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—No te hagas ilusiones. —No te preocupes. Prefiero los bistecs bien hechos. —Miró a Lenny—. Estás muy callado. ¿Qué pasa? —Nada. —Jugueteó con sus patatas fritas—. Janie está enamorada del vampiro. Barkley la miró. —¿De verdad? ¿De Quinn? Ella forzó una sonrisa. —Creo que me voy a mi habitación. —Buena idea. Le dije que parecías necesitar una ducha fría. Te había imaginado con ropa interior negra y pude confirmarlo por lo que vi en el suelo —dijo acompañando su comentario de una pícara sonrisa. Las mejillas de Janie se sonrojaron, lo que le cabreó. No recordaba la última vez que alguien la había hecho ruborizarse. —Ya no lo va a hacer Lenny. Creo que te mataré yo misma por principios. Se levantó de la mesa. Una sonrisa se dibujó en una de las comisuras de la boca del hombre lobo por la vergüenza evidente de Janie y le hizo una seña a la camarera para que le trajera un café. —¿Y qué va a pasar mañana? ¿Quinn y tú iréis a buscar el Ojo y Lenny y yo nos dirigiremos a Las Vegas para buscar a tu hermana? Janie se quedó helada. —¿Qué acabas de decir? —La pelirroja de mis visiones. Es tu hermana, ¿verdad? ¿No te dijo Quinn que tuve un sueño donde vi que estaba en algún lugar de las Vegas? Notó cómo su cara perdía el color. —No ha salido el tema todavía. —Ah. Barkley se puso nervioso. —¿Está en Las Vegas? —preguntó. Él asintió. —Esta vez lo vi muy claro. No pude averiguar exactamente en qué casino estaba, pero sin duda era en Las Vegas. Todavía lleva el mismo collar que tú. —Le explicó por qué el collar era de vital importancia en sus visiones—. ¿Sabes? Dejando a un

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lado el color del pelo, os parecéis mucho. ¿Sabes si está soltera? ¿Tiene aversión a los nombres lobo? Ella se humedeció los labios. De pronto la boca se le había quedado totalmente seca. —Siempre le... le gustaron mucho los peluches. —Me acerco bastante. —¿Tú también sabías esto? Miró a Lenny con los ojos entrecerrados. Parecía avergonzado. —Claro. Creía que tú también o hubiera sacado antes el tema. Vamos a encontrarla, Janie. No te preocupes. Sin pensarlo, se quitó el collar con la turquesa del cuello y se lo dio a Barkley. —Toma. Si te ayuda a encontrarla, entonces no lo necesito. Asintió y lo cogió. —Puede que sí lo haga. —Bien. —Asintió con la cabeza y se dio la vuelta—. Os veré por la mañana. De haberse podido permitir sentir alivio, ésa era la sensación que le habría embargado en ese momento. ¿Había posibilidades de encontrar a su hermana para protegerla antes de que el jefe le pusiera las manos encima? Y no estaban lejos de Las Vegas, a tan sólo unas horas en coche. ¿Podía permitirse pensar que era cierto? ¿Era Barkley un vidente auténtico que había visto que su hermana estaba bien? Notó que las lágrimas empañaban sus ojos, pero las contuvo. No había tiempo para eso. Nunca había tiempo para llorar. Sólo servía para que todo se volviera borroso. Angela siempre había sido como un grano en el culo. La típica hermana pequeña. Siempre le cogía a Janie la ropa, el maquillaje y las revistas. Una vez incluso le había robado el novio..., un recuerdo lejano e insignificante ahora pero que entonces había tenido mucha importancia. Eran como el perro y el gato, pero no había dejado de querer a su hermanita y de protegerla con todas sus fuerzas. Antes y ahora. Le echó un vistazo a la habitación dieciséis al pasar por delante. ¿Quinn lo sabía? ¿Lo había sabido desde Dios sabe cuándo y no se lo había contado? Menudo hijo de puta. Se debía de haber reído mientras le ocultaba la información. Lo cambiaba todo.

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Entonces se dio cuenta de que era verdad lo que decían. Había una línea muy fina entre el amor y el odio. Y ella la había cruzado ya.

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Capítulo 11

Quinn dormía. Al menos estaba segurísimo de que lo hacía, pues tenía pesadillas. Cuando abrió los ojos, todavía se encontraba en el suelo de la habitación del motel. No estaba tan limpio como le hubiese gustado. Se sacudió las pelusas de la camisa y se puso de pie despacio. Por lo que veía a través de las cortinas baratas que tapaban las ventanas que daban al aparcamiento, afuera había luz. Cogió su reloj de la mesilla de noche y vio que eran las ocho y cuarto. Buena hora para escaparse. Se cambió de ropa en silencio, se puso una camiseta negra limpia y unos pantalones caqui que había sacado del talego que había recuperado de la camioneta. Se echó un poco de agua fría en la cara y se pasó una mano por la mandíbula para notar la aspereza de la barba incipiente que no podía ver en el espejo. No se reflejaba. Ni siquiera podía ver la ropa que llevaba. Era como si todo lo que tocaba se convirtiera en nada. Igual que él. Bonito truco. Comprendía muchas cosas sobre los vampiros. Lo de las estacas de madera y la habilidad para infectar a otros con el vampirismo a través del mordisco. Le podía incluso encontrar sentido a beber sangre, pero lo de no reflejarse era absurdo. Algunos decían que era porque los vampiros no tienen alma y la plata no reflejaba a un ser desalmado. Pero los espejos ya no se hacían de plata, así que aquella teoría no servía para nada. Sólo demostraba que era diferente. Que era malo. Era algo tocado por la magia maligna. Algo que ya no quería seguir siendo, tuviera o no reflejo. Cuando volviera a ser humano, intentaría hacer algo con su vida. Ayudaría a la gente. Haría cosas para compensar su pasado. No había acabado de ultimar los detalles, pero no iba a olvidarlo todo. Cuando fuera mortal todo volvería a tener sentido. O al menos eso era lo que él esperaba.

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Michelle Rowen

La dama y el vampiro

Si pudiera haber visto su reflejo, sabría que como se sentía por dentro —indeciso, inseguro, dudoso— no se reflejaba por fuera. La sangre que había bebido la noche anterior le había infundido vitalidad. Se sentía más sano, más lleno de energía, como si pudiera comerse el mundo. Casi le hacía olvidar lo que había hecho para conseguirla. Puso los ojos en blanco. «Deja de compadecerte, gilipollas. Eso no arregla nada». Tenía que salir de allí. No tenía motivos para quedarse. Barkley ahora le odiaba. Uno más para la lista en aumento. Sería bueno para todos que saliera de sus vidas. Y no iba a pensar en Janie. Ya era demasiado que soñara con ella, tanto en el buen como en el mal sentido. Era bueno porque soñaba con hacerle el amor en la playa de una isla tropical, pero estaba mal cuando perdía el control, le arrancaba la garganta y observaba cómo se desangraba sobre la arena. ¿Era sólo un sueño? ¿O una premonición? «¡A la mierda! Barkley es el vidente, no yo». Cogió un bolígrafo y un trozo de papel de su talego y se sentó en el borde de la cama para escribir una breve nota que esperaba que la ayudara. «Janie...». Hizo una pausa, de pronto se había quedado en blanco. Pero no podía largarse sin decirle nada. Respiró hondo y soltó el aire despacio.

No espero que me perdones, así que no te lo pido. Es mejor que me marche. Tocarte me ha llevado al borde de la locura y no quiero volver a hacerte nunca más el daño que te hice anoche. Ve a Las Vegas con Lenny y Barkley. Tengo fe en que él será capaz de ayudarte a encontrar a tu hermana. Espero que encuentres lo que estás buscando.

QUINN

Maldita sea. Quería escribirlo. Sonaba demasiado frío. Pero ¿qué se suponía que tenía que decir? ¿Que quería cada fibra de su cuerpo? ¿Que deseaba que le pudiera perdonar por ser un vampiro chupasangre y que quería que las cosas fueran distintas? Debería haber sido fácil, sabiendo cómo era ella. Lo que era. No había sitio para el sentimentalismo en la vida de ninguno de los dos.

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Sin embargo, iba a costarle mucho marcharse esa mañana. Sabía que nunca más la volvería a ver y ése era el sacrificio que tenía que hacer. Ella no era una Mere asesina fría y calculadora como él al principio había pensado. Hacía lo que debía según la vida que le había tocado vivir. Era fuerte e independiente, amable y guapa, divertida y dulce, y podía conseguir con facilidad que él quisiera arrancarle la ropa cuando la tenía a tres metros. «Mierda». Estaba claro que tenía que marcharse de allí. La chica pensaría que era un cabrón sin corazón, pero por lo visto solía acertar a la hora de juzgar a las personas. Lo mejor que podía hacer por ella era salir echando leches de su vida mientras pudiera. Dobló la carta y salió de la habitación en dirección a la de Janie. Le pasaría la nota por debajo de la puerta. No podía marcharse si ella pensaba que había sabido lo de su hermana todo aquel tiempo y no le había dicho nada. No estaba seguro de por qué no se lo había contado antes. No confiaba en ella y Janie segurísimo que no podía confiar en él. Pero tenía derecho a saberlo. En aquella oscura mañana, unos brillantes faros le cegaron por un instante. Entrecerró los ojos y se llevó la mano a la frente. Un Mustang negro con Barkley en el asiento del copiloto pasó a su lado para salir del aparcamiento hacia la autopista. Se quedó un poco asombrado. Vaya, ¿quién lo hubiera dicho? Se habían marchado. Debían de haberse ido los tres juntos, se habrían levantado temprano para que él no se enterara. ¡Menudos maleducados! Una cosa era que lo hiciese él, pero tres contra uno era de mal gusto. ¡Para que luego digan que tienen buenas intenciones! —¿Vas a algún sitio? —dijo una voz detrás de él. Se le tensaron los hombros y se metió la nota en el bolsillo. —Sólo he salido a que me diera el aire de la mañana. —Sí, seguro. Se dio la vuelta para ver a Janie apoyada en la camioneta que les habían robado a los hombres lobo. No estaba sonriendo. —Tus amigos se acaban de ir —dijo, señalando con la cabeza al Mustang que se marchaba. —Ya lo sé. —¿Adonde van?

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—A Las Vegas. —Sí, Janie, respecto a... —¿A qué? ¿Al hecho de que mi hermana podría estar allí? Él se la quedó mirando. Sonaba como si aún no tuviera bastante cafeína en el cuerpo. —Me imagino que Barkley te lo ha contado. Te lo iba a decir. Ella asintió. —Ya veo. Bueno, supongo que clavarme los colmillos en el cuello impide una conversación, ¿no? —Sobre eso también... Movió una mano para quitarle importancia. —Olvídalo. ¿Ves? —Se volvió hacia un lado para enseñarle el cuello—. Las marcas han desaparecido. Es como si nunca hubiera pasado. Además, me han mordido vampiros más grandes. —Sonrió con suficiencia—. Contigo apenas me enteré. «¡Qué listilla!». Pero al menos no estaba herida. Bueno, físicamente. —Entonces olvidemos que ha pasado —dijo. —Eso ya lo he dicho yo. Quinn forzó una sonrisa. —Entonces supongo que ya no somos amigos. —¿Es que lo éramos antes? —Levantó una ceja—. No me acordaba. De lo que sí me acuerdo, en cambio, es de que tenía que seguir a un vampiro prescindible hasta llegar al Ojo. Prescindible significa, por supuesto, que no importa si al final vives o mueres. ¿Dónde está el mapa, Quinn? —Creía que lo tenías tú. Se acercó a él y le empujó contra la puerta del conductor. —¿Dónde está? Anoche me lo quitaste. Creía que estabas herido e indefenso, pero supongo que me la jugaste bien, ¿no? Comiste y te llevaste el mapa. No quería que se acercara tanto. Llevaba la misma ropa del día anterior, pero aún parecía que estaba limpia. Olía a jabón de motel, pero de algún modo lo encontraba increíblemente embriagador. —Dame el mapa —dijo ella. —No. —Eres un capullo sin corazón.

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—Eres una Mere, Janie. No sé qué estás haciendo. Eres una mujer fuerte e independiente. ¿Quién es ese jefe tuyo que te tiene tan metida en el bolsillo? ¿Por qué tiene tanto poder sobre ti? —Eso no es asunto tuyo. Sacó una estaca a saber de dónde y la sostuvo bien fuerte en la mano mientras le fulminaba con la mirada. El alzó una ceja y la miró de arriba abajo. ¿Dónde tenías eso escondido? Me has dejado impresionado. —Dame el mapa o te mato. Sus labios esbozaron una sonrisa desagradable y él negó con la cabeza. —Vas a tener que ser consecuente con lo que dices, cariño. —¿Crees que no lo voy a hacer? —Le dio un golpe con el antebrazo en el pecho para empujarle contra la camioneta. No había ni rastro de humor en la expresión de su cara—. Porque sí voy a hacerlo. No te conozco, Quinn. No sé nada sobre ti, salvo el hecho de que eres un puto vampiro. ¿Sabes lo que suelo hacer con los vampiros que se interponen en mi camino ? —¿Hablar con ellos hasta matarlos de aburrimiento? —No, hago lo mismo que tú hiciste durante diez años. Los mato. —Pues hazlo, Janie. Ella parpadeó. —Hazlo —repitió—. Mátame. Si me matas, podrás tener el mapa. Lo llevo ahora mismo encima y no tengo pensado dártelo. Si no encuentro el Ojo, entonces no me queda nada. Si voy a ser un vampiro para siempre, prefiero estar muerto. ¿Me entiendes? Así que haz el favor de matarme y ahorrarme este sufrimiento. Tragó saliva al sentir la punta afilada de la estaca que se clavaba en su carne. El estómago aún le escocía por la herida que le había causado Malcolm la noche anterior. La inyección de sangre había ayudado a que sanara, pero la cabrona aún dolía. Era la primera vez que le clavaban una estaca. Ésta sería la segunda. No tenía pensado quedarse para una tercera. Levantó la mirada y por un momento creyó que Janie iba a hacerlo de verdad. En aquel instante sintió algo que no se esperaba. ¿Pánico? ¿Miedo? No obstante, en vez de matarlo, retiró la estaca y lo miró con el entrecejo fruncido. Él dejó escapar una risita, aunque no estuvo seguro de si era de alivio o de diversión. Al oírla, ella entrecerró los ojos y le dio una bofetada, un poco más floja que un buen puñetazo.

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Quinn se restregó la mejilla que le ardía. —Ay. Ella le apuntó con un dedo a la cara. —No te rías de mí. —No me reía de ti. Entonces, antes de que él pudiera detenerla se le echó encima y empezó a cachearle como si fuera una policía y él estuviera arrestado. Le metió una mano en el bolsillo delantero de los pantalones, lo que le cogió por sorpresa en más de un sentido. —¡Eh! —logró decir—. Es un poco pronto para estas cosas, ¿no? —No te hagas ilusiones. Sacó un papel doblado. El mapa. Aquello demostraba que cuando una mujer guapísima le metía la mano en los pantalones, se olvidaba hasta de su propio nombre, por no hablar de intentar detenerla. Por lo visto no había cambiado tanto como él creía. La nota que le había escrito antes se cayó al suelo y antes de que pudiera agacharse para recogerla, ella se le adelantó. La desplegó, con el mapa en la otra mano, y la leyó. Sus ojos recorrieron las líneas que él había escrito mientras su frente se arrugaba. Luego levantó la vista para mirarle. —¿Ibas a contarme lo de mi hermana? —Por supuesto. Se lo quedó mirando durante un instante. —Y me ibas a dejar esto antes de largarte, ¿no? —Ése era el plan que tenía al principio. Se metió la nota en el bolsillo. —Los planes han cambiado. —No me digas. Janie desplegó el mapa y lo miró un momento, y luego sus ojos azules se cruzaron de nuevo con los suyos. —Sube a la camioneta. —¿Por qué? ¿Vas a prenderle fuego?

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—A lo mejor más tarde. Pero ahora mismo vas a conducir. —¿Adonde? —Vamos a buscar el Ojo. —¿Tú y yo? —Exacto. Se me da fatal seguir un mapa. Vamos a ir a buscarlo juntos. —¿Y luego? —Dios dirá. Ya lo veremos cuando llegue el momento. Él volvió a tragar saliva. —¿Estás segura de que quieres estar a solas conmigo después de... después de lo que pasó ayer por la noche? Ella puso los ojos en blanco. —Está claro que le das demasiada importancia a eso. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no fue nada? Ya está. Supéralo de una puta vez. Ya tendríamos que estar en marcha. Abrió la puerta de la camioneta. —Vale. —Bien. Ella dio la vuelta y subió por el otro lado. «Así que no le odiaba», pensó. Le era indiferente. Eso ponía las cosas muchísimo más fáciles. «¿Qué estás haciendo? —le regañó su conciencia a Janie—. ¿Eres una imbécil atontada? ¿Lo eres? A-TON-TA-DA. Así es como te llamas a partir de ahora. ¿Por qué dejas que ese vampiro capullo te acompañe? ¿No sabes leer un mapa? ¿Qué coño te has fumado?». Se aclaró la garganta y miró por la ventanilla. Vale, había mentido. Sabía leer un mapa perfectamente. Sobre todo aquél. Parecía un puto mapa del tesoro sacado de Piratas del Caribe. Hasta había una X que marcaba el maldito sitio. «Mierda. Mierda. Mierda». Todo iba estupendamente hasta que leyó aquella puñetera nota. La parte donde decía: «Tocarte me ha llevado al borde de la locura y no quiero volver a hacerte nunca más el daño que te hice anoche». Y para colmo estaba la mirada que le había echado cuando pensaba que le iba a matar. Si todos los vampiros la hubieran mirado así, la hubieran jodido pero bien. Literal y metafóricamente. Parecía tan desesperado y abatido que quería abofetearle y a la vez besarle para arrancarle todo su dolor.

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Tendría que bastarse con la bofetada por ahora. Mientras la noche anterior daba vueltas en el duro colchón del motel, se había convencido a sí misma de que le odiaba. Se había convencido a sí misma. Y ahora la maldita nota lo había vuelto a cambiar todo. Se sentía como el Grinch cuando su corazoncito marchito aumentó tres veces de tamaño. Lo que era doloroso y más bien inoportuno. Nunca había llevado a nadie «al borde de la locura», al menos que ella supiera. Pero a lo mejor significaba que le había vuelto loco literalmente. Un loco de esos que babean, con camisa de fuerza. Eso no sena nada bueno. —Al parecer tenemos que seguir el mapa de cabo a rabo —dijo Quinn—. No sigue ninguna escala que haya visto antes. Es como si lo hubiera dibujado un crío. Tenía mucha razón en eso y Janie se tomó un tiempo para estudiar el mapa por primera vez con toda su atención. Había garabatos como montículos en la parte izquierda de la hoja que estaba bastante segura de que representaban montañas, probablemente las Montañas de la Superstición, que estaban cerca. Cuatro símbolos principales, dibujados a grandes rasgos, decoraban la página. Un garabato que parecía un fantasma dibujado por un niño. De allí salía una línea de puntos que llegaba hasta algo con forma de árbol, donde ponía con una letra apenas legible: Asesino del Monstruo. Luego la imagen de un pájaro de algún tipo cubría la parte derecha de la hoja. Pasado el pájaro, estaba el último símbolo, un cuadrado donde ponía colinas del desierto, que ella decidió que sin duda se trataba de algunas montañas que había en medio del desierto. Había una pequeña X marcada en la esquina superior derecha del cuadrado. ¿Quién había dibujado eso? El hecho de que llevara a algo tan importante era absurdo. Tal vez Malcolm les había engañado. ¿Por qué se había fiado de lo que había dicho? Bueno, la verdad era que no le quedaba otra alternativa. Levantó el mapa para que Quinn pudiera verlo y señaló las montañas. —Supongo que esto representa las Montañas de la Superstición. —A mí sólo me parecen rayas. —Eso no es muy útil. Creo que son montañas. Y buscamos... ¿Qué crees que puede ser esto? Apartó los ojos de la carretera durante un instante para fijarse. —Está claro que es un fantasma. —Yo no lo veo tan claro. Miró por la ventanilla a un lado de la carretera.

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—Hay una oficina de turismo. Para aquí. —Ya lo averiguaremos nosotros. —Haz el favor de parar. Dios, los hombres sois todos iguales. Vamos a pedir indicaciones. Salió del coche justo cuando le sonó el teléfono y Quinn entró en la oficina antes que ella. Miró el número que llamaba y se encogió, pero luego se puso el móvil en la oreja. —¿Sí? —¿Lo tienes? —soltó el jefe. —Yo... yo... —Es una pregunta sencilla, Parker. ¿Tienes el Ojo? —Estoy tan cerca que casi puedo tocarlo. Se hizo un silencio que le puso a Janie la carne de gallina en los brazos y una gota de sudor le cayó por la espalda. Por el rabillo del ojo vio que un pequeño escorpión marrón y brillante se metía debajo de la camioneta. —Lo quiero. Estoy a punto de salir hacia Las Vegas. —Lo sé. —¿Sabes cuánto deseo el Ojo? ¿Cómo ibas a saberlo? Está claro que no tienes ni idea o si no ya lo tendrías. Dime, Parker, ¿cuál es el problema? La pregunta era cuál no era el problema. —No hay ningún problema. Sólo un poco de retraso. Mientras hablamos voy a buscarlo. —Así que todavía estás segura de que no me fallarás y te enfrentarás a las consecuencias. ¿Segura? No mucho. —Por supuesto. No le fallaré, jefe. Se lo juro. —¿Y el vampiro? ¿Aún estás con él? Miró hacia la oficina de turismo. A través de las grandes puertas de cristal veía a Quinn apoyado en el mostrador, hablando con una mujer de mediana edad con unas gafas de culo de botella, que le daba un folleto o un impreso. —Sí, sigo con él. —Debe de ser parte del problema, Parker. Mi nueva vidente dice que tienes un conflicto de intereses con el vampiro.

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—Su vidente se equivoca. —He cambiado el protocolo de esta misión. No sólo quiero que me lleves el Ojo a Las Vegas esta noche sino que quiero que mates al vampiro. A Janie se le tensó la garganta. —No creo que sea necesario... —Mátalo —dijo el jefe con brusquedad—. Y tráeme la prueba de que lo has hecho. Una foto, su cabeza, una muestra de sus restos, no me importa. Mátalo o le sacaré las tripas a tu hermana mientras nos miras y luego te haré a ti lo mismo. La línea se cortó. Se quedó mirando el teléfono con el corazón latiéndole en los oídos. Quinn salió de la oficina. Sonreía debajo de sus oscuras gafas de sol. —Esa mujer me ha servido de mucha ayuda. ¿Quién iba a decir que preguntar el camino sería algo positivo? Ella no contestó. —Me ha dado todos estos folletos. —Le dio tres trípticos —. Y encima, al principio pensó que el fantasma podría ser una feria de parapsicología, pero luego cambió de opinión cuando recordó que había un pueblo fantasma en esta zona llamado Semolina, al norte de aquí. —Hizo una pausa—. ¿Janie? ¿Qué pasa? Se metió los folletos en el bolso sin mirarlos y se quedó con la vista clavada en Quinn mientras se preguntaba cómo lo haría. ¿Con una estaca de madera? ¿Con una bala de plata? Notó que los ojos se le humedecían y se deshizo de aquellas emociones para no echarse a llorar. Aquí no. Así no. —Un pueblo fantasma —repitió—. Bueno, eso tiene sentido. Él se la quedó mirando con preocupación y una expresión ensombrecida. —¿Quién te ha llamado? ¿Por qué estás como si alguien hubiera muerto? —Nadie ha muerto. —«Bueno, aún no»—. No es nada. Vamos. Se subió a la camioneta y se sentó con todos los músculos de su cuerpo tensos. Su jefe no estaba para bromas. Si decía que quería una prueba de la muerte de Quinn, entonces quería una prueba concluyente. No había espacio para el engaño. Además, sus malditas videntes sabrían si estaba realmente muerto. No tenía otra opción. Tenía que matarlo y debía hacerlo antes de llegar a Las Vegas. Era tan sólo otro vampiro que añadir a su lista de asesinatos. Tenía que hacerlo. Pero podía esperar un poco más.

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Antes quería el Ojo. Luego Quinn quedaría hecho un despojo. «Ah, una rima —pensó—. Lenny estaría muy orgulloso».

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Capítulo 12

A los pueblos fantasma se les llamaba pueblos fantasma porque estaban desiertos y abandonados, y Semolina no era una excepción. Sin embargo, Quinn por fin alcanzó a ver una planta rodadora. «No hemos perdido el tiempo», pensó distraídamente. La planta rodadora pasó por delante de un cartel en la carretera que bloqueaba el acceso al centro del pueblo fantasma. Ponía:

NO PASAR—PELIGRO—PROPIEDAD PRIVADA.

Se detuvo y miró a Janie. —¿Y ahora qué? Estaba muy rara desde que había salido de la oficina de turismo. Como si hubiera algo grande y oscuro colgando encima de su cabeza que le impidiera concentrarse. Se preguntó quién la había llamado y qué le había dicho. Se apostaba cualquier cosa a que había sido ese jefe suyo, al que cada vez le estaba cogiendo más manía. Señaló con la cabeza al cartel que había delante de ellos. —¿Qué hacemos? Se tomó un momento para mirarlo. —Tenemos que rodearlo. El mapa lleva al norte del pueblo y allí es donde parece que va esta carretera. De lo contrario nos apartaríamos del camino. —¿No podemos ver qué significa el siguiente punto de referencia? Ella observó el mapa, pasando un dedo por encima de las líneas. —Parece un árbol. O un monstruo negro enorme. —Espero que sea un árbol.

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—Parece un árbol divertido. Señaló con la cabeza hacia el pequeño grupo de edificios ruinosos. —Vamos. Quinn dio marcha atrás para rodear el cartel con la camioneta. Empezó a conducir hacia el pueblo por el camino de tierra pedregoso y lleno de baches. Se encontraron más o menos con lo que esperaban. Los edificios eran de color marrón claro por el polvo y la arena de la zona. Apenas había vegetación, salvo unos cactus. Unas antiguas ruedas de carro, tan altas como la camioneta, estaban apoyadas en los laterales de los edificios. Casi se esperaba que saliera Clint Eastwood por alguna de aquellas puertas, con un guardapolvo, un sombrero de vaquero y un cigarrillo sujeto entre los dientes. Recordaba haber estudiado la fiebre del oro en la escuela pública, antes de que su padre le sacara de allí para que le dieran clase en casa tutores sin sentido del humor ni personalidad, a los que no les podía haber importado menos si Quinn entendía o no lo que le enseñaban. Por eso sabía que allí era donde, hacía más de cien años, se había levantado un pueblo para apoyar a todos los hombres de la fiebre del oro, que buscaban fortuna en las montañas, en las cuevas y en los lechos de los ríos. La encontraran o no, antes o después se hartaron de Semolina y el pueblo acabó abandonado, arrasado por la naturaleza durante un siglo, y se había convertido en una triste cáscara más bien sobrecogedora. Un escalofrío le recorrió la espalda. No le gustaba aquel sitio. Nada en absoluto. Era casi como si alguien le estuviera observando detrás de las sucias ventanas rotas de los edificios destartalados. Aquella sensación espeluznante estaba empeorando. ¿Qué quería decir aquel cartel con «Peligro»? Había entendido lo de «No pasar» y lo de «Propiedad Privada». Pero ¿«Peligro»? ¿Para un pueblo fantasma? En cuanto llegaron al centro muerto de la ciudad, la camioneta resopló, tosió y se paró. Quinn intentó arrancarla, pero sólo consiguió un triste ruido metálico chirriante. Miró a Janie. —No sabrás cómo arreglar un coche, ¿verdad? —Pues claro que sí. No pudo evitar sorprenderse. Pocas veces se encontraba con una mujer que estuviera dispuesta a ponerse ella sola gasolina y ya no digamos que quisiera arreglar una camioneta averiada. Estaba impresionado.

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—Pero antes tengo que llamar a Lenny. Abrió la puerta, salió y se sacó el móvil del bolsillo. —¿No hay cobertura? —Llámale después de arreglar la camioneta. Le fulminó con la mirada. —Ya tengo un jefe que me da órdenes, gracias. —Esto no es culpa mía, ¿sabes? —dijo, conteniendo una sonrisita por su enfado exagerado—. La próxima vez robaré un coche al que le haya comprobado antes la transmisión. —No tiene gracia. —No, la verdad es que no. —Se protegió los ojos del sol implacable—. ¿No te parece que aquí brilla más que en ningún otro sitio de la Tierra? Ella alzó la vista. —De acuerdo. Estaré por ahí. Se ajustó las gafas de sol y salió corriendo detrás de Janie, intentando ignorar la sensación persistente de que alguien les estaba observando. Ella aún tenía el mapa. No la iba a perder de vista.

***

FUERA DE COBERTURA —Genial —dijo en voz alta—. Esto es genial. No había podido estar ni un rato sola después de hablar con el jefe. Necesitaba desesperadamente preguntarle a Lenny qué debía hacer. Sin duda no estaba pensando con claridad, pues Lenny no tendría ningún problema con la posibilidad de matar a Quinn, pero se le daba bien escuchar. Se preguntó si Lenny y Barkley habrían llegado ya a Las Vegas. Se tocó el cuello. Nunca se quitaba el collar de turquesa y se sentía desnuda sin él. Era su contacto con el pasado, con Angela y con una época mucho más sencilla. Cada vez que estaba estresada o nerviosa, pasaba las yemas de sus dedos por encima, lo que la ayudaba a calmarse de inmediato. Le hubiera ido muy bien en aquel momento.

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Quinn se acercó a ella y se quedó a su lado sin decir nada. Maldita sea, tenerlo tan cerca la distraía y no sólo porque lo encontrara muy atractivo, sino porque ahora sabía que tenía que acabar con su vida a pesar de lo que sentía por él. —¿Ha habido suerte? —preguntó. —La suerte debe de ser algo que dejé en el motel con mi crema hidratante. —Me tomaré eso como un no. Quinn miró por encima del hombro y luego se volvió para mirarla por encima de sus gafas con el ceño fruncido. —¿Qué? —preguntó. —Por casualidad el folleto no mencionará por qué Semolina tiene prohibido el paso a los turistas, ¿no? —Tú eres la que tienes los folletos, no yo. Le hizo un gesto con la cabeza. —Léelo. Ella suspiró, sacó de su bolso uno de los papeles enrollados que le había dado antes y lo hojeó. —Dice que se cerró el paso al público hace veinte años debido a unos disturbios fuera de lo común en la zona. —¿Unos disturbios fuera de lo común? Ella asintió. —Dice que en 1870 el pueblo fue abandonado cuando dos hombres que iban detrás del mismo tesoro se mataron en un tiroteo. Después de eso, el resto de la gente que vivía aquí hizo las maletas y se fue. —Se volvió a meter el folleto en el bolso—. ¿Y eso qué tiene que ver? Él se encogió de hombros. —¿Crees que un pueblo fantasma puede tener fantasmas de verdad? —Se llama pueblo fantasma porque está abandonado. No porque haya una actividad paranormal excesiva. —¿Alguna vez has cazado fantasmas en tu trabajo? —le preguntó tan tranquilo. —No es mi especialidad. La miró con cara de circunstancias. —Pues vaya. Ella frunció el entrecejo. —¿Por qué?

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Quinn señaló con la cabeza en dirección a la camioneta. —Porque creo que ahora mismo nos ayudaría bastante. Ella miró hacia allí y empezó a parpadear. La camioneta se estaba elevando un metro y medio del suelo como si la levantara una mano invisible. Una gran mano invisible. Janie empezó a caminar hacia allí. —Para —gritó Quinn, pero al ver que no lo hacía, la siguió. La chica miró el vehículo y extendió la mano para tocarlo. —Qué raro. —No te acerques demasiado —le advirtió Quinn. El vehículo de repente salió disparado hacia el cielo azul hasta que se convirtió en nada más que una motita negra. —¡Janie, quítate de en medio! —chilló Quinn. La agarró de los hombros y la tiró al suelo. Él cayó encima de ella y rodaron hasta apartarse a un lado de la calle polvorienta mientras la sujetaba con fuerza contra él. Ella oyó un silbido y la tierra tembló por el impacto de la camioneta cuando ésta llegó al suelo. La chica respiró entre la nube de polvo que les rodeaba. Si no se hubiese movido, se habría convertido en una crepé rubia polvorienta. Quinn acababa de salvarle la vida. ¿Qué le pasaba? Normalmente estaba muchísimo más alerta. —¿Estás bien? —le preguntó mientras la miraba y le retiraba con cuidado el pelo de la cara. Estuvo a punto de contestar, pero en su lugar habló otra persona. —¿Qué tenemos aquí? —dijo la voz arrastrando las palabras—. Unos intrusos en mi ciudad. Quinn se puso de pie apresuradamente y Janie se levantó detrás de él para mirar por encima de su hombro al hombre que se les acercaba. Tenía un bigote gris desaliñado, unos zahones marrones, una camisa sucia que alguna vez habría sido blanca y un chaleco negro de piel desgastado. Llevaba un sombrero de vaquero, unas botas con espuelas que sonaron al aproximarse y una escopeta apoyada sobre un hombro. Tenía la cara muy pálida y los ojos hundidos con una gran sombra debajo a pesar de que el sol brillaba en el cielo. Estaba masticando tabaco y escupió a un lado un buen chorro de un pringue marrón y asqueroso. También tenía una gran mancha roja de sangre en el centro del pecho.

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—¿Quién demonios eres tú? Quinn sonó mucho más calmado de lo que le transmitía a Janie el brazo tenso que tenía apoyado en su espalda. —Me llamo Jebediah Masters. Y ésta es mi ciudad. —¿Eres un fantasma? Jebediah volvió a escupir. —Estáis en una propiedad privada. —Sólo estamos de paso. —Janie se estrujó el cerebro para recordar lo que sabía de la caza de fantasmas. No había ningún sacerdote a mano para hacer un exorcismo de emergencia. Tampoco tenían un tablero Ouija. Y desde luego no les hacía falta un médium para transmitir el mensaje al más allá, puesto que el fantasma les estaba hablando en medio de la calle tan claro como el agua. Como no podían consultar con ningún experto, lo mejor que se podía hacer con un fantasma era razonar con él. Pero puesto que la mayoría de los fantasmas no eran nada razonables, aquello no le sirvió de mucho consuelo—. ¿Le has hecho tú eso a nuestra camioneta? Le echó un vistazo al vehículo destrozado y volvió a escupir. —Pues claro, señorita. Pero no ibais a ir muy lejos sin caballos que llevaran vuestro extraño carro, ¿no? —No es un carro... —empezó a decir Quinn. —¡Silencio, intrusos! Nadie va a venir aquí a intentar llevarse mi oro. Por eso habéis venido, ¿no? Quinn se lo quedó mirando. —Vamos, Janie. No es más que un fantasma. No puede hacernos nada. Larguémonos de aquí. La cogió del brazo y le dieron la espalda al buscador de oro con malas pulgas. El sonido de una bala, que alcanzó la pared que había junto a ellos e hizo saltar un trozo de piedra, les paró en seco. —¿Quién ha dicho que os pudierais ir? Sólo hay un modo de que os deje marcharos y eso es después de muertos. Se dieron la vuelta despacio. Quinn se movió de modo que ahora le bloqueaba completamente la vista a Janie. —Quédate detrás de mí. —No necesito que me protejas, ¿sabes? —Shhhh. Un disparo no me matará a menos que sean balas de plata, pero a ti sí.

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—Pero si es un fantasma —susurró—, ¿no es incorpóreo? —Esa bala no era incorpórea. Y ahora cállate. ¿La estaba protegiendo? ¿Del fantasma grande y malo que empuñaba una pistola? De no pensar que las acciones de su héroe macho dominante eran ofensivas para una mujer independiente como ella, hubiera creído que era todo un detalle por su parte. Estúpido. Pero todo un detalle. ¿La seguiría protegiendo si supiera que le habían ordenado que lo matara? —Espera un momento —le dijo Janie a Jebediah mientras salía de detrás de Quinn para ponerse entre él y la escopeta—. ¿Por qué no hablamos de esto un segundo? Bajó el arma, la miró de arriba abajo y escupió. —No nos quedamos a cositas tan hermosas como tú aquí en Semolina. —Ah. La chica miró a Quinn. —No. Tuvimos un tiempo a la señorita Greta y su burdel, aunque no acabaron de gustarle los hombres de por aquí. Pero tú eres mucho más guapa que cualquiera de sus putas. —Jebediah se acercó con toda su atención puesta en el cuerpo de Janie—. Sí, eres muy hermosa. Debe de ser mi día de suerte. Dime, guapa, ¿te gusta el oro? No se dejó intimidar. —Prefiero el dinero en metálico. Cuanto más se acercaba más feo era. Extendió la mano y estuvo a punto de tocar la cara de Janie con su sucia mano, cuando la mano de Quinn salió disparada para cogerle la muñeca. De hecho, le cogió, pues era sólido, no sólo un fantasma. —No te atrevas a tocarla —gruñó. La escopeta se movió hasta la sien de Quinn. —Nadie me dice lo que puedo o no puedo hacer. Janie se mordió el labio inferior y temió moverse por si el fantasma apretaba el gatillo. Las balas no mataban a los vampiros, eso era cierto. El año anterior le habían encargado cazar un vampiro loco y lo único que tenía era una Glock llena de balas de plomo. Le disparó diez veces. Le arruinó su camisa con chorreras, pero ni siquiera hizo que el vampiro avanzara más despacio. Aunque, bueno, no le había apuntado a la cabeza. La decapitación era otro modo de matar a un vampiro. No era muy bonito y además era muy desagradable, pero funcionaba. Un disparo en esa zona seguramente serviría igual.

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Podía dejar que el fantasma matara a Quinn, así se ahorraría hacerlo ella más tarde. —No le hagas daño —dijo al final. Se volvió para sonreír y enseñó unos dientes rotos y marrones. —¿Y tú que me das si le perdono la vida? —Nada —respondió enseguida. —Janie... —musitó Quinn—. ¿Qué estás haciendo? Jebediah metió el dedo corazón por la camiseta sin mangas de la chica para bajar la tela, dejando al descubierto más escote y el borde de su sujetador negro de encaje. —Sí. La señorita Greta no tenía nada que se pareciera a ti. —¡Jebediah Masters! —gritó una voz desde la otra punta de la calle. Una voz femenina que parecía muy cabreada—. ¡Cabrón inútil, quítale las manos de encima a esa puta asquerosa! Retiró la mano de la camiseta y se encogió. La mano de Quinn apretó la cintura de Janie y tiró de ella hacia él retrocediendo un paso. —Mary-Ann, te he dicho que dejes de molestarme. Una mujer salió de una pared de un edificio polvoriento donde ponía «Salón» y apareció en la calle. Iba vestida muy parecida a Jebediah, pero en lugar de pantalones llevaba una falda larga y marrón. También sostenía una escopeta a juego con la de él y lucía una mancha roja similar a la de Jebediah en la parte delantera de su blusa. Le miró con el ceño fruncido. —Maldigo el día en el que me casé contigo, putero, ladrón, amante de ovejas que da puñaladas por la espalda... —¡Cállate, mujer! ¿Qué tengo que hacer para que cierres el pico de una vez por todas? —Quitarle los ojos de los pechos. Con un gruñido frustrado, Jebediah se apartó de los pechos de Janie y desapareció furioso de la calle atravesando la pared sólida de un edificio. Mary-Ann se acercó. —Lamento el comportamiento de mi marido. Está claro que le criaron en un establo. Janie miró a la mujer con recelo. Mary-Ann se rio al ver su expresión.

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—No te preocupes. No voy a hacerte daño. Sólo quería mantener a raya a mi marido. —Le echó un vistazo al montón de metal retorcido—. Siento lo que le ha hecho a vuestra camioneta. Janie y Quinn intercambiaron miradas. Mary-Ann se rio más fuerte. —Ah, él no tiene muy claro lo que le pasa, pero yo sé muy bien que estoy atrapada en este pueblo hasta el fin de los tiempos con ese hombre despreciable. —Se encogió de hombros—. Eso me pasa por ser avariciosa. Bueno, supongo que es mejor que el infierno. —¿El otro buscador de oro sigue por aquí? —Quinn le echó un vistazo a la calle principal—. ¿El que tuvo la pelea con Jebediah? Se señaló la blusa manchada de rojo. —Ésa soy yo. Ambos tuvimos buena puntería, ¿no crees? —¿Os disparasteis el uno al otro? ¿Por el oro? —Los dos lo queríamos. Luchamos mucho por conseguirlo. Cuando lo tenía él o lo tenía yo, nos peleábamos. Ni siquiera se nos ocurría compartirlo y eso que estábamos casados. —Y ahora estáis aquí atrapados juntos —dijo Janie. Mary-Ann miró hacia su marido. —Por los siglos de los siglos, amén. Y como no deja de asustar a los turistas, sólo estamos él y yo. Janie asimiló la historia e intentó no ver paralelismos entre ella y Quinn. Ambos iban a por lo mismo y le habían ordenado que lo matara después de conseguir el Ojo. ¿Se sentía él igual? ¿Lucharía para conseguirlo? ¿Trataría de matarla cuando lo tuviera? Justo entonces Quinn le agarró la mano. Ella le miró, sorprendida, pero él estaba centrado en Mary-Ann. —Entonces, ¿no vas a dispararnos? —preguntó Quinn. La fantasma levantó una ceja. —No a menos que me deis un motivo. Y mientras tu mujer mantenga sus sucias zarpas lejos de mi marido... Janie puso mala cara. —¡Ni siquiera le he tocado! —... entonces ningún problema. Podéis marcharos. No intentaré deteneros.

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Janie no se hubiera acercado ni muerta a un viejo fantasma asqueroso. —Genial. Bueno, como la camioneta ya no tiene arreglo, supongo que nos iremos andando. —Miró a Quinn—. Tenemos que encontrar el Asesino del Monstruo. Mary-Ann dio un grito ahogado. —Marchaos. Venga. Y no volváis. —¿Puedes decirme...? Mary-Ann se desvaneció hasta que desapareció del todo. Janie se volvió hacia Quinn con el ceño fruncido. —Qué maleducada. —Al menos no ha intentado dispararnos. Se quedó mirándola de un modo raro. Ella frunció aún más el ceño. —¿Qué? —¿Por qué le dijiste a Jebediah que harías lo que fuera con tal de que no me hiciera daño? «Buena pregunta», pensó. Ella apartó la mirada. —Porque si te volaba la cabeza no me servirías de mucho, ¿no? —No es que me necesites para encontrar el Ojo. Podrías hacerlo tú sola. —¿Me quieres dar ideas? —No, sólo estoy exponiendo los hechos. —Sí, bueno, no lo hagas. Y gracias por impedir que me cayera la camioneta encima. Debía de parecer un ciervo asustado. —Te has hecho daño en la cabeza. —Extendió la mano para acariciarle el pelo de la frente—. Estás sangrando. Se tocó la frente y al mirarse los dedos vio que tenía razón. Le escocía un poco la cabeza, pero era una herida de poca importancia, bueno, que no te entren ganas de comer ahora. Estaré bien. Su mano se retorció en su pelo y la miró a los ojos. —Vale. Ella le puso una mano en el pecho y notó latir su corazón despacio. Los corazones de los vampiros laten mucho más despacio que los de los humanos, pero siguen latiendo.

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Quería que se apartara de ella enseguida. El hecho de estar tan cerca de él le nublaba la mente. No podía olvidar lo que tenía que hacer. Encontrar el Ojo y..., ahora que no había dejado a Jeb hacer el trabajo sucio..., matar a Quinn, quisiera o no hacerlo. Pero no se apartó de ella, sino que bajó la cara y la besó en la frente. Su cuerpo se tensó al sentir sus labios en la piel. Luego Quinn retrocedió un paso. —Porque si no estás bien, no te voy a llevar en brazos —continuó y le dedicó una picara sonrisa antes de darse la vuelta para salir del pueblo fantasma. Ella le siguió con dificultad, con un cosquilleo en el cuerpo justo donde la había tocado, y se maldijo por haberse enamorado de un hombre con cuya vida tenía que acabar para salvar la de su hermana.

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Capítulo 13

Tenía que deshacerse de Janie en cuanto pudiera. Aquella chica se las arreglaba para provocar cosas en él, sin ni siquiera tocarle, que a otras mujeres les costaba mucho conseguir. Con una simple mirada de sus bonitos ojos azules. Y lo único que quería hacer era protegerla. Pero Janie Parker no necesitaba su protección. Bueno, tal vez para que no le cayera la camioneta encima, pero eso era todo. ¡Cómo se había enfrentado al fantasma! Era ella la que le había protegido a él. Quinn no estaba acostumbrado a eso. Nadie le solía proteger de nada. Le gustaba muchísimo cómo era. No era un capricho pasajero. Tampoco era que deseara su cuerpo. Aquello era demasiado simple para lo que estaba sintiendo. A él le gustaba. Como persona. Y aquello se iba haciendo cada vez más fuerte conforme estaba más cerca de ella, se estaba convirtiendo en algo más grande y más profundo y le daba mucho más miedo que cualquier otra cosa con la que se hubiera enfrentado en su vida. La última mujer de la que pensaba que se había enamorado le dijo que se engañaba a sí mismo. Que sus sentimientos hacia ella no eran más que gratitud por su amistad y amabilidad durante un periodo duro de su vida. Se había convencido a sí mismo de que estaba enamorado de ella y así había sido. Un poco. Pero sabía que esto era muy diferente y parecía mucho más complicado. Mierda. Ella iba delante de él por la carretera. La conversación se había ido apagando hasta quedarse en nada, y caminaban por el sendero polvoriento. Debían de llevar cerca de una hora andando desde que habían dejado el pueblo fantasma y no se veía nada salvo montañas, cactus y tierra. Ni siquiera había pasado un coche. Observó que iba bastante rápido. No se quejaba de que le dolieran los pies ni parecía querer descansar. Se había quitado la chaqueta y Quinn tenía la vista clavada

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en su culo perfecto de vaqueros negros ajustados mientras ella caminaba delante de él. «El culo del enemigo», pensó ausente y de pronto se detuvo. Ella sacó el mapa y lo miró. Había estado tan concentrado mirando cómo caminaba que ni siquiera se había dado cuenta de un gran árbol negro con el que se había cruzado. Medía unos seis metros de alto y tenía un tronco grueso que se dividía en cientos de ramas puntiagudas. Era todo de color carbón y no tenía hojas, como si alguna vez se hubiese quemado y hubiese muerto, pero se negara a rendirse. Estaba rodeado por una valla baja y en el tronco había pegada una placa.

ASESINO DEL MONSTRUO La leyenda dice que este árbol fue encantado por un jefe de la tribu de los navajos para proteger la tierra que lo rodeaba contra las fuerzas del mal que pudieran amenazarla. Mientras el árbol no muestre signos de vida externos, continuará creciendo dos centímetros y medio al año, lo que lo convierte en un auténtico misterio de Arizona.

—¡Qué bonito! —dijo Quinn. Janie estaba mirando de nuevo el mapa. —Según esto, tenemos que ir al sur, hacia la cosa esta con forma de pájaro. Si está a escala, por lo que hemos tardado en llegar hasta aquí, calculo que está a veinticuatro kilómetros. Y pasadas las colinas del desierto deberíamos llegar al gran rectángulo marcado con una X. Fácil. Oyeron un zumbido y Quinn se quedó escuchando. —La autopista debe de estar por allí. —Podríamos hacer autostop. —Janie volvió a mirar su teléfono móvil—. No puedo creerme que no haya cobertura. En serio, tengo que cambiarme de compañía. Quinn caminó alrededor del árbol. —Es feo de cojones. —Combate el mal. —Eso dice. Me pregunto cómo funcionará. Un escorpión avanzó por el banco hasta el extremo derecho del árbol. Era el bicho que le daba más miedo del mundo y parecía estar por todos lados en aquel estado. Se volvió para mirar a Janie en vez del árbol tan feo que tenía detrás. Ella era una vista mucho más bonita.

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Forzó una sonrisa. —¿Y ahora qué? La chica se lo quedó mirando con los ojos cada vez más abiertos por segundos. —¿Janie? —Quinn —dijo en voz baja—. Camina hacia mí ahora mismo y no te des la vuelta. —¿Qué? Notó que algo le rozaba la pierna y bajó la mirada. Una cosa negra y fina, dura como una roca, se le enroscó en el tobillo. Parecía una rama del árbol. Otra rama hizo lo mismo con el otro tobillo. Miró por encima del hombro y el corazón se le salió del pecho. El Asesino del Monstruo se había inclinado en su dirección y tenía todas sus ramas puntiagudas apuntándole. Las ramas más delgadas habían crecido y sobresalían de la zona vallada para tocarle. «El Asesino del Monstruo». Intentó tirar para desprenderse de él. —No puedo moverme —dijo y alzó la vista para encontrarse con la mirada asombrada de Janie. La chica había sacado la pistola y la rama cada vez le apretaba más el tobillo. Otra rama se le enrolló alrededor del pecho como si fuera una anaconda y la punta afilada se quedó a la altura de sus ojos. Parecía estar evaluándole. La rama que le rodeaba el pecho estaba seca y era quebradiza, pero lo bastante fuerte como para romperle por la mitad si decidía hacerlo. —¡Quinn! —gritó Janie. Entonces la rama se echó hacia atrás y se le clavó en el hombro, perforándole la carne. El vampiro gritó de dolor. Se iba a morir. El árbol le iba a hacer pedazos.

***

Janie disparó una vez y la rama que tenía alrededor del pecho cayó al suelo. Otro disparo liberó su pierna derecha y con el tercero quedó libre. Se alejó del árbol tan rápidamente como pudo, con una mano sobre su hombro herido. El árbol parecía bufarles y gruñirles, y Janie notó un cosquilleo mágico en el aire. Dolía muchísimo. Y entonces el árbol se quedó quieto y tan muerto como parecía cuando llegaron.

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Había un banco a su izquierda y Janie ayudó a Quinn a ir hasta allí. Estaba tan desconcertada como el vampiro. —Te dije que te movieras. —Las palabras de Janie eran secas y cortantes—. Cuando te digo que hagas algo, deberías obedecerme. —Me lo apunto. Le bajó la camiseta negra para dejar el hombro al descubierto y le echó un vistazo a la herida. —No es más que un rasguño —dijo tras un gran suspiro de alivio. —Pues te juro que no lo noto como un simple arañazo. —Has tenido muchísima suerte. Debía de estar comprobando lo que eras. Resopló. —¿Para descubrir cuánto tengo de monstruo? Bueno, lo ha debido de sentir, ¿no? Que soy un vampiro. El árbol estaba bien programado. Debería haberle dejado hacer lo que tenía que hacer para que me matara. Ella le abofeteó y él se la quedó mirando atónito mientras se llevaba una mano a la cara. —¿Por qué coño has hecho eso? Se puso rojo y ella supo que tenía los ojos vidriosos por las lágrimas que estaba conteniendo. —No hables de ti así. No mereces morir de esa manera. —Por supuesto que sí. Soy un monstruo, Janie. —Eres un vampiro. Es cierto. Pero no eres un monstruo. He visto muchos vampiros, y también mogollón de humanos que merecen la muerte más que tú. — Cada una de sus palabras era verdad. No se merecía morir. No a manos de un árbol ni tampoco porque se lo hubiera ordenado su jefe—. ¿Por qué tienes que ser tan testarudo? —¿Cómo puedes decir eso después de lo que pasó ayer por la noche? Se dio la vuelta. —Yo quería que pasara. Te dije que me mordieras. Él negó con la cabeza. —El árbol sabía... —Ese árbol estúpido no sabe nada. No sabe una mierda. Cómo se inclinaba hacia ti por detrás, con todas esas ramas de madera puntiagudas...

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Tragó saliva y él intentó sonreír. —¿Creías que te librarías de mí de una vez por todas? Se ganó otra bofetada por decir aquello. —¡Ay! —Frunció el entrecejo—. Pensaba que ya había tenido bastante violencia por... Entonces, sin pensárselo dos veces, le agarró la cara y le besó con fuerza en la boca. Parecía asombrado por aquella acción inesperada, pero la cogió para llevarla hacia él y pasó los dedos por su espalda. Ella recorrió con la lengua sus labios y luego le besó en la cara, en las mejillas, en la frente y en la barbilla, antes de centrarse de nuevo en la boca. Al cabo de un minuto, se separaron, se levantó volando y empezó a caminar de un lado a otro. —¡Maldita sea! —gritó—. ¡No necesito esto ahora mismo! Él se limitó a mirarla. —Janie... —No. —Alzó un dedo para detenerle—. No digas nada. Ni una palabra. Él apretó los labios. —Y no me gustas —dijo—. Para que lo sepas. —Entendido. —Estás muy lejos de lo que yo quiero. Y si supieras lo que se supone que tengo que hacer... ¡Maldita sea! Dejó de hablar. Él por fin se puso de pie. —Janie... —Eres un vampiro —le interrumpió— y eso precisamente no me va muy bien, si tenemos en cuenta mi trabajo. Eso sin contar lo que me han encargado hacer. —Vale. La chica apretó las manos contra su rostro encendido. —Bueno, Lenny me escribe poemas. Poemas. Son muy malos, sí, pero lo que dice es cierto. A él le gusto. Ojalá pudiera corresponderle del modo que a él le gustaría, pero no puedo. ¿Y ahora esto? Eres un incordio, Quinn. No me importa cómo eras cuando yo era pequeña o lo que pensaba de ti entonces. Los tiempos han cambiado. —Desde luego. Ella dejó escapar un largo suspiro tembloroso.

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—Tengo que encontrar a Angela. Él asintió. —Eres una buena hermana. —Por supuesto que sí. Y en cuanto consigamos el Ojo, nada de esto habrá significado nada. ¿Me oyes? No significa nada. Él siguió asintiendo y se apartó del banco. Si seguía hablando, ¿se olvidaría de que lo único que quería hacer era volver a besarle? Cuando le besaba, no parecía importar nada más. —Creo que será mejor que nos marchemos —dijo—. Como he dicho antes, en cuanto tengamos el Ojo, sálvese quien pueda. Él la volvió a besar y ella trató de decidir si debía darle o no otra bofetada, pero se limitó a suspirar contra sus labios y le devolvió el beso, pegándose a él todo lo cerca que se puede estar de alguien todavía con la ropa puesta. Y era cierto. Por un instante, no importó nada más. —Perdone, señora. —Algo le tiró de la camiseta—. ¿Nos podría hacer una foto? Quinn dejó de besarla con un alto gemido de fastidio, y Janie bajó la vista. Una niña de unos seis años la miraba con una sonrisa y le ofrecía su cámara de fotos desechable. Janie vio que detrás de ella había dos adultos que examinaban el árbol que ahora no hacía daño a nadie. Forzó una sonrisa. —Claro. Quinn la soltó y ella advirtió que sus ojos reflejaban una mezcla de deseo y pena. ¿Lamentaba que les hubieran interrumpido o que se hubiesen besado? La niña le puso la cámara en la mano y se dirigió hacia su familia para hacerse la foto delante de la cosa que casi había hecho pedazos a Quinn.

***

Quinn se quedó mirando el árbol que mataba monstruos mientras esperaba a Janie y repasaba una y otra vez en su mente lo que había sucedido. Le había besado, ¿verdad? ¿O se lo había imaginado? Miró el árbol con recelo. Menuda atracción turística. —Se nos ha estropeado el coche —oyó que Janie les estaba diciendo—. Hemos tenido que caminar unos kilómetros para llegar hasta aquí.

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—Bueno, no está bien pasar así un día tan bonito —dijo la madre—. Estaremos encantados de llevaros de nuevo a la ciudad. —Se lo agradeceríamos mucho. —Janie esbozó una sonrisa y miró a Quinn—. ¿Has visto qué amables? —Estupendo. La familia hizo unas cuantas fotografías más, grabó un poco de vídeo y luego todos se subieron a la caravana alquilada. La pareja se llamaba Bob y Sue-Ellen. La niña, Sabrina. Sabrina se sentó al lado de Quinn y lo miró de un modo que le hacía sentirse muy incómodo. —Estabas besándola —dijo. —¿Hummm? ¿Qué has dicho? —Estabas besándola —repitió—. Os he hecho un dibujo. Le enseñó una libreta donde había dos personas besándose. Bueno, parecían más bien dos manchas con ojos. Una era verde y la otra, azul. Quinn se preguntó cuál de las dos se suponía que era él. —Es bonito —dijo. —Siempre estoy dibujando. No tengo muchas más cosas que hacer. Aquí no hay televisión y me aburro mucho. —Dibujar es una buena manera de pasar el tiempo. Miró a Janie. Iba sentada en la parte delantera de la caravana, hablando con Bob y Sue-Ellen. Tenía la extraña sensación de que estaba tratando de evitarlo. A lo mejor debía pedir una copia del dibujo de Sabrina, pues sería el único recuerdo que tendría de que aquel beso había ocurrido de verdad. No, ya estaba bien. Llegarían a la ciudad, alquilaría un coche o, mejor aún, cogería el mapa y huiría de Janie. No, no iba a huir. No estaba intentando escapar de ella. No le tenía miedo. La chica no tenía poder sobre él. Nada. Cero. —¿Ves? —dijo Sabrina, enseñándole sus dibujos—. He dibujado una montaña. Y un oso. Eso es un cactus... —Es un cactus rojo —apuntó Quinn. —Era en la puesta de sol. —Le miró como si fuera tonto antes de que su atención se volviera a centrar en su bloc de dibujo—. Éstos son mamá y papá. Esto es un pájaro.

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Antes de que pasara la página, Quinn la detuvo para fijarse en el pájaro que había dibujado, pues le resultaba muy familiar. —¡Janie! —la llamó. Los hombros de la chica se tensaron y miró lentamente por encima de su hombro con una sonrisa helada en su rostro. —¿Sí? —¿Tienes el mapa a mano? —¿El... el mapa? Parpadeó. —Sí, el que guardas en tu bolso. Necesito verlo. Janie fue hacia la parte trasera de la caravana. —Creo que me quedaré con él, si no te importa. —Mira. Señaló el dibujo y ella asintió. —Es un dibujo muy bueno. Tienes mucho talento, Sadie. —Me llamo Sabrina, señora. Quinn suspiró. —Fíjate bien. Sus cejas se alzaron tras volver a mirar el dibujo. Entonces rebuscó en el bolso y sacó el mapa. —Es como el símbolo del pájaro —dijo—. Casi exacto. Sabrina, cariño, ¿por qué dibujaste esto? La niña se encogió de hombros. —Me gustan los pájaros. —Pero ¿por qué dibujaste éste en concreto? ¿Te vino en una visión? ¿Como por arte de magia? Nos lo puedes contar. Nosotros creemos en ese tipo de cosas. ¿Dónde está? ¿Nos puedes llevar hasta él? Cierra los ojos e intenta recordarlo. Es muy, muy importante. —¡Mamá! —gritó Sabrina—. ¡Esta gente es muy rara! —No seas maleducada, Sabrina —dijo su madre. Janie se agachó delante de ella. —Bueno, si no nos lo cuentas, Sabrina, va a salir herida mucha gente. Van a morir perritos y gatitos, y todo será culpa tuya. ¿Me entiendes?

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—Janie... —murmuró Quinn—, no creo que eso sea necesario. Ella frunció el ceño. —No sé cómo razonar con los niños. Sabrina puso los ojos en blanco. Buscó debajo de un montón de libros y revistas, y cogió uno de los mismos folletos turísticos sobre Arizona que Quinn había conseguido antes. —Me pareció que era bonito, así que puse una hoja encima y lo calqué. Quinn miró las imágenes del folleto. —¡Coño! —soltó y luego miró a la niña con vergüenza—. Quiero decir, «moño». Entre los dos no habían sido capaces de averiguar lo que sabía la niña. No era como para sentirse muy orgulloso. El símbolo del pájaro del mapa del Ojo representaba un ave fénix y lo usaban en el ayuntamiento de la ciudad de Phoenix.

***

Que era donde, media hora más tarde, les dejaron Bob y Sue-Ellen. Janie volvió a consultar el mapa, luego miró a su alrededor, sacudiendo la cabeza y suspirando, llena de frustración. —Según esto, nuestra próxima parada son unas colinas en el desierto. ¿Cómo va a estar eso en medio de una ciudad? —He aprendido una lección —dijo—. A veces es buena idea pedir indicaciones. Quinn la cogió de la mano y la llevó hasta un taxi que estaba parado a un lado de la carretera. El conductor estaba fuera comprando un perrito caliente a un vendedor ambulante. —¿Puede ayudarnos? —le preguntó Quinn—. Esto le va a parecer una locura, pero queremos visitar las colinas de un desierto. Nos han dicho que están por aquí. ¿Le suena de algo? El taxista le dio un mordisco a su perrito caliente, lo masticó despacio, tragó, se limpió los labios con una servilleta y asintió. —Sí, subid. Se metieron en el asiento trasero del taxi y esperaron impacientes a que el conductor se acabara su comida.

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Janie se sentía cada vez más frustrada en su búsqueda. Se acababa el tiempo y no parecían estar cerca del Ojo. Le dolía el pecho sólo de pensarlo, dejó escapar un tembloroso suspiro y miró por la ventanilla al conductor, que ahora se estaba comiendo su segundo perrito caliente. —Mi hermana se va a morir. Quinn le tocó el hombro para que se volviera y le mirara. Tenía el entrecejo fruncido. —¿Qué quieres decir con que tu hermana se va a morir? Ella se mordió el labio inferior. —Te he dicho que mi jefe sabe dónde está. Si no le llevo el Ojo, la va a matar. Me hará mirarlo y luego me matará a mí también. Mencionó algo de sacar las tripas. Janie notó la garganta más gruesa. No iba a ponerse a llorar. Desde luego que no. Quinn no dijo nada durante un rato. —Eso no va a pasar. Ella negó con la cabeza. —No vamos a encontrarlo nunca. A lo mejor Malcolm sólo estaba mareando la perdiz. A lo mejor ha tenido el mapa auténtico todo este tiempo y nos ha engañado. —Vamos a encontrarlo. Y si en el peor de los casos no damos con él, no le pasará nada a tu hermana. Ni a ti, por supuesto. Iremos a Las Vegas, la encontraremos y la protegeremos. —No conoces a mi jefe. —Tu jefe me importa una mierda. Ella resopló sin apenas hacer ruido al oír aquello. —Eso suena muy valiente para ser una persona a la que ni siquiera conoces. —Llama a Lenny, a ver si han hecho algún progreso. —Lo más seguro es que aún no hayan llegado a Las Vegas. Van en un Mustang, no en un teletransportador. —Llámale de todos modos. Bajó la vista hacia el móvil y se rio, era pura histeria. —Bueno, ahora puede que tenga cobertura, pero me he quedado sin batería. — Negó con la cabeza—. Hoy nada sale bien. Nada. —Ya hemos llegado —dijo el taxista cuando se detuvieron. —¿Dónde? —preguntó Quinn.

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—Queríais ir a las colinas del desierto, ¿no? Aquí estamos. Son diez dólares. Quinn le pagó, salieron del taxi y se quedaron mirando, sin entender nada, el sitio donde les había dejado. Las Colinas del Desierto. Daba la casualidad de que era un centro comercial enorme, con un multicine y todo, flanqueado por unas palmeras altas y cuidadas.

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Capítulo 14

Al cabo de media hora, Janie y Quinn ya habían examinado el centro comercial Las Colinas del Desierto y no tenían ninguna pista de dónde podía estar el Ojo. Pararon un rato en una cafetería que había en el exterior y Janie se zampó un sandwich, pues no había comido en todo el día. Quinn no pidió nada. Se limitó a quedarse allí sentado, esperando a que Janie se acabara su comida. —Vamos. Dejó dinero suficiente en la mesa para pagar lo que había pedido, más una propina generosa, y se marchó del restaurante con el estómago muy pesado. Si hubiera sido de las que rezan, habría rezado para que Barkley y Lenny encontraran a Angela. Notó que se le tensaba la garganta. ¿Por qué no había intentado ella contactar con Janie en los cinco años que llevaba desaparecida? ¿Qué le pasaba? ¿No se le había ocurrido que su hermana podía estar preocupada? Quizá sabía que Janie era una Mere insensible, algo muy parecido a un asesino a sueldo. Miró a Quinn por encima del hombro. ¿La vería él también así? Su jefe chasqueaba aquellos dos dedos flacuchos y ella iba corriendo. Siempre había creído que era por miedo, pero tal vez era tan mala romo él. Aunque, sin duda, ella tenía una piel mucho más bonita. Y en cuanto a moda, no había ni punto de comparación. —Janie... —dijo Quinn detrás de ella. Se detuvo y se volvió para mirarle. —¿Qué? Tenía fruncido el ceño. —Esto sí que es raro.

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—¿El qué? —Pensaba que el Ojo estaría escondido en algún sitio, que a lo mejor estaría enterrado como la piedra que encontramos en el jardín de Malcolm. —¿Y no crees que sea así? Señaló detrás de ella. —Mira eso. Se dio la vuelta. El edificio junto al centro comercial era el Museo de Arte Nativo de Phoenix. Advirtió que la estructura tenía una forma rectangular similar al último dibujo del mapa. Pero también eran así otros edificios. Bueno, todos en realidad. La chica se encogió de hombros. —¿Y? Él la miró con una ceja levantada. —La X marca dónde está. A un lado del edificio había una forma hecha con azulejos de color rojo y naranja vivos, que brillaban bajo el sol resplandeciente. Era la forma de una gran X inconfundible. —¿Qué? —Sí. Ella negó con la cabeza, sin apenas creer lo que estaba viendo. —Si alguna vez conozco a la persona que dibujó el mapa, creo que voy a golpearla hasta dejarla inconsciente. —Yo te la sujetaré. Se volvió para mirarlo. —¿De verdad crees que estará ahí dentro? —Sólo hay un modo de averiguarlo. Se miraron fijamente. Ya estaba. ¿Se suponía que ahora iban a echar una carrera? ¿Iban a pelearse? ¿Estaba la suerte echada? ¿El que consiguiera antes el Ojo era el ganador? Él expresó en voz alta los pensamientos de la chica. —Encontrémoslo y saquémoslo de aquí. Ella asintió. —Suena bien.

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Se acercaron al edificio y atravesaron la puerta principal. La entrada costaba cinco dólares. El museo estaba prácticamente desierto. Sólo había un empleado en la zona de la entrada. El Museo de Arte Nativo de Phoenix no tenía muchos artefactos, pero lo que tenían estaba muy bien distribuido para llenar aquel gran edificio. Ni siquiera mencionaban el museo en la guía turística. Quinn y Janie caminaron por los pasillos hacia las salas colindantes. Había una vista del Gran Cañón, que incluía una a escala. Había algunas puntas de flecha y otros objetos guardados en una vitrina con una larga descripción al lado. Se podía aprender muchas cosas pero Janie en aquel momento no estaba de humor para que le enseñaran cosas. Entró en otra sala en la que había un oso disecado enorme, de pie, sobre sus patas traseras. Lo miró con curiosidad. —Janie, mira esto. Quinn estaba junto a una mesa de cristal que tenía un relieve en miniatura de Phoenix y los alrededores. Lo señaló. —¿Te resulta familiar? Se sorprendió al ver que eran los dibujos de su mapa. La forma de un fantasma, un árbol monstruo y un fénix. La explicación de cada uno de los símbolos se hallaba en una pequeña placa dorada. Semolina era un pueblo fantasma. Había más información de aquel sitio en otra sala, donde hablaban del tesoro por el que habían luchado hasta la muerte Jebediah y Mary-Ann. También sobre el Asesino del Monstruo, del que había una muestra de sus ramas para poderla observar con detenimiento en otra parte del museo. Y además, había un montón de datos históricos sobre la ciudad de Phoenix. No encontró ningún rectángulo, pero supuso que ya se hallaban de pie, en medio de la misma marca. —¿Te parece una extraña coincidencia? —preguntó. —Estamos cerca. Notó que algo se le removía por dentro. Cuando estaba a punto de desistir, aquella sensación de vacío, de malestar, empezó a ser sustituida por un poquito de esperanza. El jefe le había ordenado que siguiera a un vampiro. Eso era lo que las videntes le habían dicho a él. Las videntes pocas veces se equivocaban. Al menos, no si querían ver un nuevo día. El juego de palabras no había sido voluntario. —Tal vez podríamos preguntarle a alguien.

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Miró a su alrededor. Aparte de ellos dos, aquel sitio estaba completamente vacío. Ni siquiera había visto videocámaras ni guardias de seguridad vigilando los contenidos del museo. —Magia tribal —dijo Quinn. Estaba leyendo otra inscripción que había junto al mapa—. Por eso los símbolos son tan simples. No fueron dibujados a mano, sino a través de la magia por una tribu que una vez adoró al demonio dueño del Ojo. —Magia potagia. ¿Dice dónde podemos encontrarlo? Alzó la vista y miró por encima de su hombro. —Hostia puta. Ella se dio la vuelta. Dentro de una vitrina había un maniquí vestido de indio, con un tocado ceremonial y todo. En la mano que tenía levantada había una varita dorada con una esfera encima. En la placa ponía:

EL OJO DE RADISSHII La tribu Radisshii adoró al demonio Radisshii hasta que fue derrotado. La tribu desapareció poco después y lo único que quedó fue esta varita dorada, que hace poco fue desenterrada de territorio sagrado.

Ella parpadeó. No podía creer lo que estaba viendo. Estaba allí mismo. Justo delante de ella. No hacía falta que comprobara el dibujo que aún tenía metido en su bolsillo trasero. Aquél era el Ojo. Miró a Quinn. —No puede ser tan fácil, ¿no? —musitó—. ¿Por qué está ahí? ¿Donde todo el mundo puede verlo? —Malcolm nos lo dijo. Puede que siempre haya estado aquí, pero estaba oculto para todos los que lo buscaban. Si hubiésemos llegado antes de que se descubriera el mapa, no habríamos sido capaces de verlo todo. Hubiera sido invisible para nosotros. —Menudo lío. Él asintió. —Bueno, ¿y cuál es el plan? ¿Esperamos a que cierren y nos colamos...? Con una certera patada circular Janie hizo añicos la vitrina y al instante una alarma comenzó a sonar. Extendió la mano y cogió el Ojo, llevándose el brazo del maniquí consigo. —¿... esta noche para cogerlo? —Quinn parpadeó—. Eso también está bien.

***

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La alarma sonó en los oídos de Quinn mientras estaba allí mirándola. Ella clavó la vista en él. —Tengo el Ojo. —Sí, ya lo veo. Y deberíamos marcharnos cagando leches de aquí ahora mismo. — Se mordió el labio inferior—. ¿Por qué no me lo das? Ella sonrió con suficiencia. —Sí, claro. Recuerda, guapo, que soy yo la que lleva pistola. Se metió la mano por debajo de la chaqueta para tocar la funda del arma y frunció el entrecejo—. No está. No tengo la pistola. ¿La has dejado por ahí? Negó con la cabeza. —Juraría que la llevaba encima antes de entrar aquí. La miró con recelo al experimentar una clara sensación de inquietud. Algo no iba bien. Nada iba bien. —Janie, tenemos que salir de aquí. Ahora mismo. —No, debéis quedaros —dijo Malcolm al doblar la esquina. Tenía una pistola en la mano y Quinn estaba segurísimo de que era la de Janie—. No tuvimos mucho tiempo para ponernos al día ayer por la noche, ¿verdad? A Quinn se le cayó el alma a los pies al ver al viejo. Había creído que no volvería a ver a Malcolm nunca más. O eso era lo que le habría gustado. —Lo resumiste bien cuando me clavaste la estaca y me dejaste allí para que me muriera. Malcolm sonrió. —Hacemos lo que debemos para proteger lo que deseamos. Le costaba concentrarse con la alarma resonando en sus oídos. —¿Nos has estado siguiendo todo este tiempo? Su sonrisa se amplió. —No ha hecho falta. Tenía una copia del mapa. Os he estado esperando. Sabía que al final apareceríais. Soy muy paciente. El impacto y la sorpresa desaparecieron para dejar paso a una fuerte ira, que Quinn intentó contener. Tenía que mantener la cabeza despejada. —Entonces, ¿por qué no te limitaste a coger el Ojo para acabar con todo esto? Malcolm arrugó la frente.

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—Porque quería darte otra oportunidad, por supuesto. Quinn miró un momento a Janie y luego volvió a centrarse en Malcolm. —¿Qué? El viejo le sonrió. —Sé que ayer no pensabas con claridad. —Le echó un vistazo a Janie, que tenía el ceño fruncido—. Es muy atractiva. Entiendo lo que viste en ella, pero hay cosas más importantes en las que tenemos que pensar ahora. Puede que la otra noche reaccionara de forma exagerada por tu traición. —Me clavaste una estaca. —Aún estás vivo. Mientras estés vivo, cada día presenta nuevas posibilidades y yo quiero darte una última oportunidad para cambiar de opinión. —¿Y si no quiero? Alzó la pistola. —La mataré. Aquí y ahora. —Quinn... —dijo Janie. Quinn se quedó muy quieto. No dudaba de que Malcolm la mataría si hacía un movimiento en falso o daba la respuesta equivocada. —No le hagas daño —dijo sin alterarse—. ¿Qué quieres que haga? Malcolm sonrió abiertamente. —Sabía que al final entrarías en razón. Creo que te gustará el siguiente paso de mis planes. —¿Matar a vampiros? Negó con la cabeza. —En esta ocasión serán cazadores. Voy a acabar con unos cuantos a la vez. —Parece que lo tienes todo pensado. —Llevo planificando esto en especial desde hace bastante tiempo. Tan sólo esperaba la oportunidad y el momento adecuado. Y compartiré la victoria contigo en un foro que ambos conocemos muy bien. La mirada de Quinn se volvió de nuevo hacia la pistola. —¿Cuál es el plan? Malcolm hizo una pausa y la alarma continuó sonando. A Quinn le sorprendió que la policía aún no se hubiera presentado. ¿Por qué peleaban tanto? ¿Qué harían ante aquel pequeño enfrentamiento en medio de un museo del centro?

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—En estos momentos se está celebrando la convención anual de cazadores de vampiros en Las Vegas. Allí será donde empiece a poner en acción mi plan maestro. A Quinn se le secó la boca. —La convención de cazadores. —Sí. Este año tiene lugar en el casino El Diablo, un nombre que le va muy bien a esos diablos pagados de sí mismos. Estoy deseando verlos arder a todos. Quinn dejó escapar un largo suspiro mientras intentaba averiguar cómo tratar aquella delicada situación sin que Janie se llevara un disparo. —Agradezco esa segunda oportunidad —dijo finalmente y luego miró a Janie—. Dame el Ojo. —Ni hablar —logró decir ella y apretó el artefacto fuerte contra su pecho. —No seas tonta. Dámelo o Malcolm te matará. —¿Cuánto tiempo crees que pasará hasta que el personal de seguridad aparezca con esta alarma sonando? —Seguramente tardarán bastante —dijo Malcolm—. He matado al único empleado. No hay nadie más aquí salvo nosotros. También he desconectado la alarma de su enlace con la comisaría. Es un ruido ligeramente molesto, pero nadie vendrá a ver qué pasa hasta dentro de un buen rato. Quinn sintió que un escalofrío le recorría de arriba abajo. —Janie. Le hizo una seña. Ella se acercó despacio, con recelo. —No hagas esto, Quinn. Por favor. —¿Por qué? O lo tiene él o lo tienes tú. Al menos Malcolm quiere compartirlo conmigo. —Pero mi hermana... —Janie..., por favor. Cuando se acercó lo suficiente, le arrebató la varita dorada de la mano. Una sonrisa atravesó la cara arrugada del viejo mientras contemplaba el Ojo. —Muy bien. —Luego se volvió para mirar a Janie, que literalmente estaba temblando de rabia—. Quinn, por favor, espérame fuera y yo terminaré con ella...

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Quinn balanceó el Ojo y le dio con él a Malcolm en la coronilla. Le asestó otro golpe y la pistola cayó al suelo, seguida por el cuerpo del viejo, que quedó inconsciente. Otra vez. Quinn frunció el ceño al ver que asomaba algo del bolsillo de Malcolm y rodaba hasta sus pies. Era la piedra que parecía un rubí, la que él y Janie habían desenterrado del jardín trasero de la casa de Malcolm. Enseguida se agachó para recogerla del suelo y se la metió en el bolsillo. Janie no se dio cuenta de lo que hacía Quinn. En un abrir y cerrar de ojos había sacado su estaca, se había arrodillado y estaba colocando a Malcolm boca arriba. Apretó los dientes y la levantó por encima de su cabeza. —¡Espera! —Quinn alzó una mano para detenerla—. No lo hagas. —Iba a matarme. —Bueno... bueno, no lo hagas. —Dejó escapar un suspiro tembloroso y bajó la vista hacia el viejo, que una vez había sido tan amable y comprensivo—. Sé que no es bueno, pero no quiero que muera. Así no. Los ojos de Janie se entrecerraron. —Eso lo convierte en uno de nosotros. —Vamos. —La cogió de la mano y la ayudó a ponerse de pie—. Tenemos que salir de aquí. Sin decir palabra, salieron corriendo del museo hacia el sol. Quinn se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que encontraran a la víctima o de que oyeran la alarma. ¿Qué harían con Malcolm? No importaba. El viejo ya formaba parte de su pasado. Al estar distraído con sus pensamientos, no se dio cuenta de que Janie le había quitado el Ojo hasta que ya no lo tenía encima. —Lo has abollado. Lo examinó, dándole la vuelta en sus manos. —Está bien. ¿Lo estaba? El frunció el ceño. Había visto esbozos del Ojo que su padre había ido coleccionando a lo largo de los años. Hubiera jurado que no era sólo oro, que tenía una joya incrustada. Si se esforzaba, habría jurado que se trataba de una joya roja. Igualita a la que tenía en el bolsillo. Miró la varita y vio dónde iba la piedra. Había un espacio vacío donde la joya encajaba perfectamente.

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«Bueno, Malcolm —pensó—. No me lo contaste todo, ¿eh?». Por suerte, Janie no parecía notar esa discrepancia. Fue derechita a la primera cabina de teléfono que vio. —Tengo que llamar a Lenny —le dijo. Él asintió. —Dile que nos alojaremos en El Diablo cuando lleguemos a Las Vegas. Le miró con una ceja levantada. —¿Estás seguro? Asintió con la cabeza y no le ofreció más información sobre el asunto. Malcolm había dicho que tenía planeado matar a muchos cazadores en la convención anual. Lo último que quería hacer Quinn era estar allí, pero no podía quedarse de brazos cruzados y preocuparse sólo de lo suyo. Quería comprobar que todo estaba bien, asegurarse de que Malcolm no había hecho un daño irreparable, y luego se marcharían de allí como alma que lleva el diablo. Esperó, incómodo, en la acera, con los brazos cruzados, estudiando la situación. Observó a Janie mientras hablaba por teléfono. La ayudaría a encontrar a su hermana. Una vez que supiera que estaba bien, entonces se marcharía. Con el Ojo. Pero no antes. Al cabo de un minuto, colgó. —Están en Las Vegas. El jefe se ha puesto en contacto con Lenny, puesto que no podía contactar conmigo. También está en camino. Notó que estaba temblando y aquello hizo que Quinn se enfadara muchísimo. ¿Quién era aquel jodido jefe que tenía tanto poder sobre ella? Janie no era de las que tenían miedo de alguien o de algo. Aunque fuera lo único que hiciera, se aseguraría no sólo de que Angela estuviera bien, sino también Janie. Entonces se marcharía. Y cuanto antes acabaran todo aquello, mejor. —El jefe llegará allí esta noche —dijo—. Barkley aún está intentando localizar a Angela. Él y Lenny se alojarán en El Diablo. ¿De verdad crees que puede hacerlo? Quinn asintió. —Sé que puede. —Esperó sonar lo bastante seguro de sí mismo—. Iremos ahora mismo a alquilar un coche. Espero que no tengan en cuenta el último que alquilé. Había un depósito de garantía bastante alto. —¿Iremos?

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—Sí. ¿Algún problema? Levantó una ceja. —¿No vas a luchar conmigo a muerte por el Ojo ahora que lo tengo? Se encogió de hombros. —Como bien dices, ahora está abollado. Sólo lucho a muerte por las piezas de colección en perfecto estado. Deberías ver las figuras de La guerra de las galaxias que tengo guardadas. Han hospitalizado a gente que me ha intentado arrebatar una caja perfecta de Boba Fett. La chica se rio. Me acuerdo de eso. Él apartó la mirada. —Tiene que haber un modo de que todos consigamos lo que queremos. —Eso espero. —Puso cara triste—. De verdad que sí. Y él también lo esperaba.

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Capítulo 15

—Bienvenidos a El Diablo. —El mozo del hotel, vestido de rojo de la cabeza a los pies, les dedicó una gran sonrisa cuando Janie y Quinn salieron de su Toyota Camry alquilado—. Espero que disfruten de su estancia con nosotros. —Yo no contaría con ello —dijo Quinn y le dio al tipo un billete de cinco dólares y las llaves. Al entrar en el hotel casino, Quinn miró a Janie por el rabillo del ojo. En las últimas cinco horas la conversación se había ido apagando en el coche hasta ser prácticamente nula. No había mucho que decir. Ella aún tenía el Ojo en su poder y eso le ponía más que un poco nervioso. Se lo había metido en los vaqueros por debajo de la chaqueta, de modo que apenas asomaba entre la ropa. Le cedió el paso para que entrara por la puerta giratoria antes que él. Ella se lo quedó mirando. —Qué caballeroso. —Lo intento. Ella resopló y Quinn no estuvo seguro de si se estaba riendo de él o con él. ¿Qué tenía aquella mujer que le hacía sentirse tan inseguro e indeciso? No importaba. Aquello ya había casi terminado. Las posibilidades de que pasaran más tiempo juntos eran prácticamente nulas. La idea le resultó inquietante. —¡Bienvenidos al hotel, casino y centro de convenciones El Diablo! —dijo con entusiasmo una guapa morena detrás del mostrador de recepción. Iba toda vestida de rojo y llevaba unos cuernecitos de lentejuelas enganchados al pelo—. ¿Tienen hecha una reserva? Quinn negó con la cabeza y sacó la tarjeta de crédito. —No. Queremos dos habitaciones, por favor. —Veremos a ver si tengo algo disponible. —Cogió la tarjeta y tecleó en el ordenador—. Señor Quinn, creo que se ha equivocado.

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Él frunció el entrecejo. —¿En qué? —Ya tenemos una habitación reservada para usted. —¿Ah, sí? —Frunció aún más el ceño. ¿Se la habría reservado Barkley? Sabía que estaban de camino—. Bueno, estupendo. Mi amiga también necesitará una habitación. La recepcionista le dio una llave electrónica y las instrucciones para entrar en su habitación del piso diecisiete. Miró el recibo y vio que su nombre aparecía con otro que reconoció al instante. El de su padre. Antes de morir, Roger Quinn debía de haber reservado una habitación extra a nombre de su hijo para que pudieran asistir juntos a la convención. Lo que explicaría por qué la habitación era tan terriblemente cara. Su padre siempre quería lo mejor en todo. «Gracias, papá», pensó morbosamente. Quinn miró nervioso a su alrededor en el vestíbulo de El Diablo, decorado de forma que parecía una escena sacada de El Infierno de Dante, con hielo seco humeante y unas puertas negras enormes para bajar al Averno, que llevaban directamente a la zona del casino. Janie le dio un empujoncito y pidió una habitación. La recepcionista se aseguró de que estuvieran en el mismo piso. Genial. Justo lo que él necesitaba. Se alejaron de la recepción y pasaron junto a un cartel apoyado en un caballete:

El Diablo da la bienvenida a los miembros de la CVA en su 42º Convención Anual.

Empezó a reírse y se tapó la boca con la mano para evitar atraer las miradas. O para no arriesgarse a mostrar los colmillos. La CVA eran los Cazadores de Vampiros de América y él todavía era un miembro bien apreciado. Le había parecido una buena idea alojarse allí, pero ahora que había llegado ya no estaba tan seguro. Intentaría pasar desapercibido, comprobaría que todo iba bien y se marcharía al día siguiente temprano o antes si era posible. A la CVA le gustaba reunirse una vez al año para celebrar talleres y seminarios. Hacía quince años habían decidido que sus eventos tuvieran lugar en un foro más público. Mientras se llamaran por el acrónimo y los talleres fueran sólo para socios, el

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resto de la población humana nunca sabría lo que se traían entre manos. Permanecían ignorantes por su propia seguridad. —¿Te parece bien que estemos aquí? —Janie le tocó el brazo al entrar en el ascensor para dirigirse al piso diecisiete—. No tienes muy buena cara. —Si sólo fuera eso... Se rio un poco al oírle. Él frunció el ceño. —No hace gracia, ¿sabes? —Venga. Yo te protegeré de los cazadores malos. No te preocupes. —Eso me lo apunto. Sonó el timbre del ascensor y las puertas se abrieron. Entraron dos hombres grandes con ellos en el ascensor, que empujaron a Quinn por ambos lados. Intentó parecer invisible. No los reconocía, pero sí le parecían cazadores de vampiros. Unos cazadores que llevaban demasiado tiempo sin darse una ducha. —Creo que deberías devolverme el Ojo —le susurró Quinn a la chica. Ella levantó una ceja. —Estoy segura de que sí. —Para ponerlo a buen recaudo. —Ya está bien aquí conmigo. —Te lo puedo quitar. No tengo por qué pedírtelo. Le dedicó una sonrisa picara y luego extendió el brazo para darle unos golpecitos a uno de los cazadores en su enorme bíceps. —Perdona... —dijo—. ¿Habéis venido a la convención? El hombre se dio la vuelta para mirarla. —Pues sí. ¿Cómo lo sabes? —Reconozco a un cazador de vampiros guapo a un kilómetro de distancia. Le dio un codazo a su compañero. —Es una grupi. Les dedicó una caída de ojos. —Quizá sí lo soy. El cazador la miró de arriba abajo y se detuvo bastante rato en la parte de en medio.

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—Deberías venir esta noche a la entrega de premios. Después habrá una fiesta y allí podremos conocernos mejor. Puede que incluso te deje tocar mi estaca. Ella amplió la sonrisa. —¿En serio? Suena muy divertido. El ascensor se detuvo en el piso catorce, los hombres salieron y se despidieron de Janie antes de que se cerraran las puertas detrás de ellos. Quinn la miró. —¿Que te dejará tocar su estaca? —A los cazadores de vampiros les encanta el doble sentido. —¿Y a qué ha venido eso? —Sólo intentaba ser amable y estaba recordándote que si intentas quitarme el Ojo, primero te daré una paliza. Y segundo, siempre puedo llamar a uno de esos mamuts peludos para que vengan a salvarme. —No lo dices en serio, ¿verdad? Después de todo por lo que hemos pasado juntos... Ella apartó la mirada. —Tú ponme a prueba. Las puertas se abrieron en el piso diecisiete, salieron y caminaron por el pasillo. Quinn se paró delante de su puerta, metió la llave electrónica y giró el pomo. —Muy bien, tú a lo tuyo. La chica levantó una ceja, seguramente sorprendida de que se rindiera tan pronto, y siguió su camino. Él la agarró de la parte de atrás de su chaqueta y antes de que la chica pudiera decir una palabra, la metió en su habitación y cerró la puerta.

***

Quinn se quedó con la espalda pegada a la puerta, también conocida como la única vía de escape para Janie. —Janie, tenemos que hablar. El corazón de Janie empezó a latirle con fuerza. No, no tenían que hablar. Lo que necesitaban era algún tiempo separados para que ella averiguara lo que iba a hacer. La amenaza de su jefe nunca salía de su cabeza: o matas al vampiro o ya verás.

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No quería matar a Quinn. La sola idea de imaginarle muerto hacía que le doliese el corazón. Y tampoco le emocionaba mucho la otra parte de la amenaza en la que decía «o ya verás». —¿No hemos estado hablando durante todo un día y medio? —dijo al final—. Creo que nos hemos quedado sin temas. Él negó con la cabeza. Ella apretó el Ojo con su mano derecha. —Apártate de mi camino o te hago picadillo. El frunció los labios. «Genial», pensó la chica. Lo encontraba divertido. Había sido demasiado blanda con él. No tenía ni idea de lo mala y desagradable que podía llegar a ser cuando tenía que serlo. Puede que no lo pareciera a primera vista, pero era como un animal peligroso acorralado... Le echó un vistazo a la habitación. ... acorralado en una suite VIP que estaba de puta madre. Era evidente que el tema del infierno dominaba todo el hotel y aquella habitación no era diferente. Era enorme y estaba decorada con telas de calidad en tonos rojos, dorados y naranja. Una chimenea encendida ocupaba la mayor parte de una de las paredes y las demás estaban cubiertas de cuadros de mujeres desnudas o ligeras de ropa. En vez de hacer que el espacio pareciese barato o de mala calidad, le otorgaban un toque sensual. Había otra pared totalmente cubierta por una ventana que daba de lleno a las fuentes del hotel Bellagio que estaba al lado. Le daba cien mil vueltas al motel La Hora de Dormir. —Si no me dejas salir de aquí, voy a... Se calló al ponérsele delante otro magnífico elemento de la habitación. ¡La cama! Era enorme. ¡Y redonda! También tenía un dosel rojo como de gasa. Se apostaba lo que fuera a que era mil veces más cómoda que cualquiera de las duras camas de motel llenas de bultos en las que llevaba acostándose hacía demasiadas semanas para contarlas. «¡Qué boniiiita!». Quinn siguió su línea de visión. —¿Vas a... acurrucarte y echar una siestecita? —Alzó una ceja y sonrió abiertamente, mostrando la punta de sus colmillos—. ¿Sabes? Estás más que invitada

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a compartir mi colchón cuando quieras. Aunque primero debería darme una ducha. Ha sido un día muy largo. Le fulminó con la mirada. —Ay —dijo él—, si las miradas matasen... —Si lo pudiera hacer así... Pero podemos hacerlo a las malas si lo prefieres. —Eso también suena interesante. —No tengo tiempo para esto, Quinn. Por favor, apártate de mi camino. Su sonrisa desapareció y fue sustituida por la expresión tensa que había debajo de la superficie. No estaba divirtiéndose. Estaba tan agobiado como ella. Habían llegado a un punto muerto y alguien iba a salir perdiendo. Ya no le quedaban más opciones y estaba a punto de quedarse sin tiempo. A lo mejor bastaría simplemente con llevarle el Ojo al jefe. Tal vez se olvidaría de las órdenes que le había dado respecto a matar a Quinn. No era mucho, pero era el único plan que tenía para mantenerle vivo. Tragó para que bajara el nudo que tenía en la garganta. —Lo siento, Quinn. Él frunció el ceño y la miró a los ojos. —¿De verdad? —Si hubiera otro modo... quizá podríamos hacer algo. Pero tengo que llevarle esto a mi jefe en cuanto se ponga en contacto conmigo. —Para que pueda usarlo. Ella asintió. —Supongo. —¿Y si no funciona con él? A la chica le dio un vuelco el corazón al oír tal insinuación. —Sí funcionará. Claro que sí. ¿Por qué no iba a hacerlo? Se restregó la barbilla y de pronto dejó de mirarla a los ojos. Ella frunció más el ceño y salvó la distancia entre ambos para agarrarle del brazo. —¿Por qué no iba a funcionar? No dijo nada durante un instante. —¿Has mirado el dibujo últimamente? Revolvió en su bolso y sacó el dibujo del Ojo que su jefe le había dado cuando le ordenó la misión. Parecía exacto al que llevaba encima.

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Casi exacto. Al Ojo que ella tenía le faltaba algo. Una piedra roja, como un rubí, colocada justo debajo de la esfera de cristal que había en la punta. ¿Cómo coño no se había dado cuenta antes? Si el Ojo no funcionaba cuando se lo diera a su jefe, no se lo iba a tomar muy bien. Probablemente, al llevarse tal desilusión, matara a todos los que hubiera en un radio de cinco kilómetros. Janie soltó una palabrota y empujó a Quinn contra la puerta. —¿Lo sabías y no me has dicho nada en todo este tiempo? —Eh, cálmate. Es la piedra que Malcolm tenía enterrada en su patio trasero, la que dijo que no servía para nada una vez que revelaba la localización del auténtico mapa. —¿Nos había mentido? —¿Tú qué crees? —Qué hijo de puta. ¿Por qué no me dejaste que le clavara una estaca? Le dio un puñetazo a la pared a falta de algo mejor que golpear y gritó de dolor al instante. —¡Maldita sea! Ese cabrón aún la tiene y no tengo ni idea de dónde está ahora. —¿Por qué das por sentado que todavía la tiene? —preguntó Quinn. —Bueno, por supuesto que la tiene. ¿Quién más iba a...? —Se calló y le miró. No se hacía el gallito, pero estaba muy relajado—. La tienes tú. —Quizá. —¿Dónde está? Le barrió de arriba abajo con la mirada. —Cachéame de nuevo. Fue agradable esta mañana cuando buscabas el mapa. —¡Maldito seas, Quinn! Le dio un puñetazo en el estómago. Él resolló en busca de aliento y puso una mueca de dolor. —Vale, no es agradable. —Al cabo de un rato, se puso recto y fue a sentarse en el borde de la cama—. Tengo una proposición que hacerte, Janie. ¿Vas a escucharme o no? La chica tenía los brazos cruzados tan fuerte que las manos empezaban a quedársele dormidas. —Te escucho.

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—Yo dispongo de la piedra y tú, del Ojo. Lo uno no funciona sin lo otro. La cara se le puso muy roja y no fue sólo por la chimenea enorme. —Entendido. —Tú quieres el Ojo para que tu jefe no le haga daño a tu hermana, ¿verdad? — Exacto. «Entre otros motivos», pensó. —Voy a ayudarte a encontrarla. Esta noche. —No hay tiempo suficiente. Él sacudió la cabeza. —Si está en Las Vegas, la encontraremos. Y cuando lo hagamos, la llevaremos a un sitio donde tu jefe no pueda tocarla. —¿Y luego? —Y luego me darás el Ojo. Ella negó con la cabeza. —No, eso no saldrá bien. Se pondrá furioso si no se lo llevo. —Cuando haya acabado, te lo podrás llevar. No tiene por qué saber que ya lo han usado. —Lo sabrá cuando intente pedir un deseo. —O tal vez piense simplemente que a él no le funciona. No te echará la culpa. —No lo conoces. Me matará. —Te protegeré. Al oír aquello, se rio secamente y miró por la ventana, que iba del suelo al techo, hacia Las Vegas Strip. La imagen de una rubia frustrada, sucia y despeinada por el viento se reflejó en el cristal y miró por encima del hombro. —Pues sí que lo quieres. —¿No te lo he demostrado ya? —Todo esto para volver a ser humano. Se encogió de hombros. —Ser humano no está tan bien —dijo ella. —Lo sé. Lo he sido hasta hace poco. —Entonces, ¿para qué tantas molestias? ¿Por qué tienes esa obsesión con dejar de ser un vampiro?

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Ella esperó, pero él no respondió al momento. Se volvió de nuevo para mirarle de lleno. Se le movía la garganta como si intentara tragar saliva y le costara mucho. —He sido un monstruo toda la vida, Janie, y no me había dado cuenta. Ahora lo soy literalmente. Es mi castigo por haber sido un cazador todos estos años. Pero si vuelvo a ser humano... podré cambiar las cosas. Podré redimirme. Podré ayudar a la gente. Sé que podré hacerlo. —¿De verdad crees que es tan sencillo? Se cruzó de brazos y caminó hasta la ventana y miró hacia fuera. —No, desde luego que no. Nada es sencillo. Pero si era un humano malo, no me quiero ni imaginar lo horrible que puedo llegar a ser como vampiro si me dan el tiempo suficiente. Y si tomo más sangre... —Se le quebró la voz—. No puedo convertirme en alguien como Malcolm. Un asesino inmortal que mata a diestro y siniestro, que ni siquiera es consciente de que lo que piensa y hace es una locura. No quiero hacerle daño a nadie, Janie. Ella se puso la mano en la cadera y se le quedó mirando por un instante. —¿Y crees que si pides el deseo vas a cambiar todo eso? Él se humedeció los labios con la punta de la lengua. —Si no cambia nada, entonces me habré quedado sin opciones. No quiero vivir así y no lo haré. De un modo u otro... viviré como un humano o... o moriré como vampiro. Notó el corazón en un puño. —¿Qué dices? No te vas a suicidar por esto, ¿no? Su silencio contestó a la pregunta. Se acercó a él con la intención de abrazarlo bien fuerte, de decirle que todo iba a salir bien. Pero entonces cambió de opinión. La inmediata compasión que había sentido al oír aquella horrible decisión que había tomado desapareció y fue reemplazada por una ola de rabia. —Creo que eres el tío más tonto que he visto en mi vida. Él la miró parpadeando. —¿Ah, sí? —Sí. Tonto. Imbécil. Idiota. —Negó con la cabeza—. La verdad es que eres gilipollas, Quinn. —Ahora me siento mucho mejor.

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—Perdona, pero no estoy en el grupo de las animadoras del instituto. Para serte sincera, nunca lo estuve. Si te vas a suicidar por algo así, mereces morir. —Probablemente tengas razón. La chica resopló con fuerza. —¿Sabes qué? Cuando estaba enamorada de ti de pequeña parecías un tío guay y centrado. No me imaginaba que fueras a cambiar tanto después de doce años. Qué triste. Él la miró con el ceño fruncido. —Quizá no espero a ponerle fin a todo esto. ¿Tienes por ahí una estaca de sobra? Ella negó con la cabeza mientras intentaba averiguar lo que iba a hacer. Si no dejaba que Quinn utilizara el Ojo, terminaría suicidándose. Si le dejaba usarlo, lo más seguro era que su jefe lo matara. Estaban jodidos de todos modos. —Muy bien —dijo al final con los dientes apretados. —¿Muy bien qué? —Muy bien, buscaremos a mi hermana. Si, y sólo si la encontramos, entonces podrás pedir tu deseo de perdedor para escurrir el problema y yo no te lo impediré. Y luego ya vería qué hacía con su jefe. Tenía que haber otra manera de salir de aquella situación. ¡Dios! Quizá tenía que haber matado a Quinn antes, cuando había tenido la oportunidad. Aquella idea hasta le resultaba graciosa. Casi. La miró con recelo, tal vez esperando que le dijera cuál era el truco. —Vale. —Vale. —Volvió a sacudir la cabeza—. Me voy a buscar algo para ponerme que no huela a sudor del desierto. Si hubiera sabido que esta misión iba a durar más de un día, habría traído una maleta más grande. Necesito unas vacaciones urgentemente. Él se aclaró la garganta. —¿Quedamos en el vestíbulo dentro de media hora? —Muy bien. Janie salió de la habitación y se dirigió por el pasillo hacia la suya. Notó algo mojado en su cara y se llevó las manos a las mejillas. Estaban mojadas. Por un líquido transparente y caliente. ¡Ay, Dios mío! Estaba llorando.

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¿Cuándo coño había empezado? Sí, estaba llorando por la falta de inteligencia y de sentido común de aquel vampiro estúpido. Por no mencionar su propia falta de juicio en lo referente a él. Quería meterle en la cabeza que era un tipo genial, como vampiro o cualquier otra cosa. Que no tenía nada que ver con el mal. Ella había conocido a chicos malos y Michael Quinn no era uno de ellos. Era cierto que había cometido errores en su vida, pero ¿quién no? ¿Por eso tenía que morir? ¿Tenía que matarlo sólo porque su jefe se lo había ordenado? No. Ya lo solucionaría. Nadie tenía que morir aquel día. No si ella podía hacer algo para evitarlo. Se pasó el dorso de la mano por los ojos para secárselos. «No había llorado en años —pensó—. Y esto... ¿Esto era lo que lo había provocado?». «Debía de ser el síndrome premenstrual». Tenía que comprarse algo caro que ponerse. Inmediatamente. Aquello le ayudaría a dejar de pensar en esas cosas. Cogió el ascensor para bajar a las tiendas y se metió el Ojo en el bolso. Luego comprobó que aún tenía la Visa y desapareció en una de las tiendas para gastar la máxima cantidad de dinero necesaria en la menor cantidad de ropa de diseño posible.

***

Quinn fue al lavabo para echarse un poco de agua en la cara y trató de recobrar la compostura. Menos mal que no había intentado impresionar a Janie con sus métodos varoniles porque la hubiera cagado soberanamente. Estaba muy flojo y paliducho y a las mujeres no les gustaban los signos de debilidad. Deseó poder decir que sólo estaba jugando con ella para conseguir lo que él quería, pero estaba demasiado agotado para más juegos. Ése era él. Con todos sus defectos. Lo tomas o lo dejas. Estaba claro que Janie prefería dejarlo, pues había salido de su habitación en cuanto había podido. Estaba furiosa con él. Menos mal que no le importaba lo que pensara. Porque no le importaba, ¿verdad?

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Levantó la vista hacia el espejo del baño. Otro más que se negaba a reflejar su rostro pálido. Por lo visto estaba de moda entre los espejos. Se llevó la mano a la cara y se tocó la mejilla, la nariz y las cejas para asegurarse de que no había desaparecido hasta convertirse en nada. Cuando fuera humano otra vez, si lo lograba, podría volver a verse. Vería su propio reflejo y a la persona que más odiaba en el mundo entero. ¿Creía que le guardaba rencor a su padre por el hombre en el que le había convertido? Le había echado la culpa a quien no debía. Aquélla había sido una época dorada. Quizás el hecho de volver a ser humano no resolvería sus problemas, ni siquiera remotamente, pero era algo. Si no se ponía una meta... entonces ¿qué le quedaba? Su vida carecía totalmente de significado. Excepto por su obligación de encontrar a la hermana de Janie. Después, iría en busca de su jefe y le daría una paliza. De ninguna manera iba a permitir que aquel tipo le pusiera un dedo encima. Si lo conseguía, habría sido todo un logro. Algo real que casi era desinteresado. Se echó un poco más de agua en la cara y luego salió de la habitación. No paraba de pensar en el hecho de que estaba en un hotel que alojaba al menos trescientos cazadores de vampiros. Además del miedo, que por supuesto tenía para dar y vender, también le hacía gracia la ironía. Él mismo había sido un cazador y ahora era una de las presas. Intentó pensar en lo que habría hecho si se hubiera encontrado en el hotel con un vampiro durante una convención. «Llamar a mis amigos y divertirme un rato», pensó con una sensación de malestar. Lo mejor era pasar tan desapercibido como fuera posible. Más tarde investigaría un poco y se aseguraría de que no había ningún problema, ni ninguna sorpresita de Malcolm oculta en la carpintería. Según los cazadores con los que se habían topado en el ascensor, la entrega de premios era esa noche. Se decía que era una entrega de premios, pero en realidad era una oportunidad para darse palmaditas en la espalda unos a otros y hacer planes para el año siguiente. Quinn ya sabía que el líder absoluto de la comunidad de cazadores, Gideon Chase, iba a dar un breve discurso motivador sobre los planes del próximo año. El padre de Quinn, Roger, había sido un líder, pero hasta él tenía que responder ante alguien. Y aquel hombre era Gideon. Gideon era para la comunidad de cazadores como Donald Trump para el mercado inmobiliario de Manhattan. Un tío forrado que provenía de una larga estirpe de

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cazadores. Disfrutaba con lo que hacía. Había heredado el gusto por el que su padre y su abuelo habían brillado con anterioridad. Aquélla era la noche en la que le tocaba brillar. De hecho, Quinn sabía que iba a recibir un premio especial por su trabajo no sólo de apoyo económico, sino como operario de campo que había eliminado una cantidad récord de vampiros en la Costa Este durante el último año. Quinn y él incluso habían sido amigos durante un breve periodo en el pasado. «Muy breve». Sí. Quinn no se iba a acercar a él. Mantuvo la vista clavada en el suelo y se dirigió al vestíbulo. —Creía que habías dicho que estarías en media hora —oyó que le decía Janie. Su mirada baja fue a parar a un par de brillantes zapatos negros de tacón y subió hacia unas piernas largas y desnudas, luego siguió hacia un vestido rojo que empezaba varios centímetros por encima de la rodilla y le quedaba... tan sexy como queda un vestido rojo y ajustado. Le echó un vistazo al canalillo resaltado por un escote muy pronunciado. Los tirantes enmarcaban su pálido cuello, que no tenía ningún otro adorno. Los labios eran del color del vestido... Rojos. Rojos como la sangre. Sus fríos ojos azules estaban perfilados de un negro ahumado y su largo pelo rubio le caía por un hombro, apoyado suavemente sobre su pecho derecho. —Eeeh..., yo..., yo... Se le hizo la boca agua literalmente nada más verla. No estaba muy seguro de si era porque llevaba el cuello al aire o por otras partes de su cuerpo. Probablemente era una mezcla de las dos cosas. Sus labios rojos esbozaron una sonrisita por su dificultad para expresarse. —Gracias. Me lo acabo de comprar. ¿Te gusta? Se dio la vuelta lentamente y deslizó una mano por su cuerpo hasta la cadera. Por fin él pudo hablar. —¿Te has ido de compras? ¿No tienes cosas más importantes en las que pensar ahora mismo? Su sonrisa se desvaneció. «Muy bien, Quinn. Insúltala. A las chicas les encanta eso». O... le podía haber dicho que sí, que le gustaba mucho. Y estaba dispuesto a arrancárselo y llevarla contra la máquina tragaperras más cercana. Una cosa o la otra. O la insultaba o le tiraba los tejos. Ésa era la noche en la que le tocaba convertirse en un completo gilipollas.

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—Tenemos que encontrar a Lenny —dijo—. Le he dejado un mensaje en su buzón de voz para avisarle de que hemos llegado. ¿Dónde coño estará? Dejó de mirarlo para recorrer con la vista el casino y Quinn se quedó sin habla al ver que el vestido estaba abierto por detrás y revelaba su fina espalda hasta la cintura. Lenny. Sí, iba a ayudar mucho. Más testosterona. Eso era lo que le hacía falta. Ayudaba para aclararse la mente y recordar lo que de verdad era importante. No el vestido rojo y extremadamente sexy de Janie. Ella se mordió el labio inferior de un modo que delató sus nervios. —No nos suelen asignar trabajos en Las Vegas. Ni en Atlantic City. Lenny tiene un pequeño problema. —¿Un problema? —Sí, con el juego. Quinn se las apañó para contener una carcajada. ¿Aquel gigantón era adicto al juego? A los esteroides, seguro. Pero ¿al juego? —Entonces a lo mejor está en una mesa —sugirió. Los ojos de la chica se abrieron un poco y luego se marchó. Se tuvo que mover rápido para alcanzarla. Aquella mujer iba muy deprisa aunque llevara tacones. Pasaron por las filas de máquinas tragaperras, donde se apostaba desde un centavo hasta diez dólares. Quinn nunca había apostado mucho en su vida. No le veía el qué. Siempre le había encontrado el gusto a buscar el peligro. Meter dinero en aparatos electrónicos o gastarlo en las mesas de fieltro verde le parecía bastante decepcionante. No costó mucho encontrar a Lenny. Estaba inclinado sobre una mesa de blackjack al otro lado de la sala, con su libreta de poemas desgastada al lado, siempre presente. —Dame —le dijo al que repartía las cartas cuando se acercaron. —¿Que te dé? —dijo Janie—. Yo sí que te daría. ¿Qué coño estás haciendo? Estiró el cuello para mirarla y los ojos se le salieron de una forma que sólo había visto en los dibujos animados de Bugs Bunny. —Janie, ese vestido... —consiguió decir, luego cogió la bebida que tenía junto a la libreta y se la acabó de un trago. Ella se mordió el labio inferior. —Quizás ha sido una mala idea. Quinn la miró con una ceja levantada.

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—Janie, me alegro de que estés aquí—dijo Lenny—. Estoy ganando. Mi racha de mala suerte debe de haberse terminado por fin. Después de todo, ya han pasado siete años. —Lenny rompió un espejo encantado hace siete años —le contó a Quinn—. Dicen que trae mala suerte romper un espejo, pero no es del todo verdad. Aunque los espejos encantados de brujas vanidosas son otra historia. —¿Brujas vanidosas? —No me hagas hablar... —Se volvió hacia Lenny—. Venga. Tenemos que irnos. Vamos a ir a buscar a mi hermana esta noche, antes de que el jefe quiera vernos. —Buena suerte —respondió—. Barkley me ha dicho que tiene una pista. Estaba muy entusiasmado. Creo que tiene debilidad psíquica por tu hermana. —¿Buena suerte? No. Necesitamos tu ayuda. Él negó con la cabeza. —Estarás bien sin mí. Además, estoy en racha. ¿No lo ves? No puedo dejar la mesa. No sé cuánto rato va a durar esto. —¿Dónde está Barkley? —preguntó Quinn. Lenny no levantó la vista, pero se metió la mano en el bolsillo para buscar la llave electrónica. —Ten. Está arriba en la habitación. —¿Compartís habitación? —¿Sabes lo caro que es este sitio? Además, tampoco sabía si íbamos a quedarnos mucho tiempo. Le he dejado allí arriba con el servicio de habitaciones y la televisión por cable. —¿No le apetecía bajar a jugar contigo? —Bueno —dijo distraídamente—, algo parecido. Janie le quitó la tarjeta de la mano y empezó a alejarse sin ni siquiera esperar a Quinn. —Hablaremos más tarde, Lenny. —Deséame suerte. Le deseó algo entre dientes que Quinn no pudo oír, pero estaba segurísimo de que no era suerte.

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Capítulo 16

Janie metió la tarjeta en la cerradura y abrió la puerta en el quinto piso. Las luces estaban apagadas. La única luz en la oscuridad de la habitación provenía de la pantalla del televisor, que estaba sin sonido aunque era evidente que proyectaba una película porno. Ella sacudió la cabeza. ¿Es que todos eran iguales? Miró por encima del hombro. Quinn estaba justo detrás de ella con la ceja levantada y señaló con la cabeza hacia la tele. —Ya la he visto —dijo y entonces esbozó una sonrisita—. Actuaban muy bien. «Sí, todos eran iguales». Pasó a su lado y entró en el pequeño cuarto en el que había dos camas grandes, decorado también todo en tonos rojos. Estaba bien, pero no era tan lujoso como la suite VIP que tenía Quinn, eso seguro. —¿Barkley? —le llamó el vampiro—. ¿Estás aquí? —¿No crees que es un poco raro que Lenny le haya dejado aquí arriba? —A lo mejor no se encontraba bien. Entonces se abrió la puerta del baño y un gran lobo negro entró caminando en la habitación. Puso las patas sobre una de las camas, se subió de un salto, se sentó, se rascó detrás de su oreja caída con su pata trasera izquierda, dio tres vueltas y se tumbó. Y aulló. —Estás de coña —dijo Janie. —No creo que aquí admitan mascotas. —Quinn miró al lobo con más detenimiento—. Tienes problemas para mantener la forma humana, ¿no? Barkley volvió a quejarse. Después sacó la lengua y empezó a jadear. Janie sacudió la cabeza y trató de ignorar el mal presentimiento que se le había quedado en el estómago, y como aquella sensación era muy desagradable, le costaba

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un poco ignorarla. El hecho de haber encontrado a su hermana con tanta facilidad era demasiado bueno para ser verdad. Así estaban las cosas. —Bueno, supongo que esto lo dice todo. Voy a intentar ponerme en contacto con mi jefe ahora mismo. Quiero acabar con esto cuanto antes mejor. —Janie... Ella levantó una mano. —Olvídalo, Quinn. Te he dado una oportunidad. Una. Y como esa oportunidad ahora está cubierta de pelo, nuestro trato queda anulado. Vas a tener que darme esa piedra. Él se volvió de nuevo hacia el lobo. —Lenny nos ha dicho que tal vez sepas dónde está Angela. ¿Es eso cierto? Barkley se sentó y ladró. —¿Se supone que eso es un sí? —preguntó Janie. —A mí me ha sonado a eso, ¿no? Ella suspiró. —Déjalo. —Aún no. Quinn se arrodilló junto a la cama para quedar a la altura de los ojos de Barkley. —Voy a dar por sentado que me comprendes. Así que vamos a hacer lo siguiente. Un ladrido significa sí y dos ladridos significan no. ¿Entendido? —Guau. Janie se cruzó de brazos. —No me lo puedo creer. —¿Sabes dónde está Angela ahora? —Guau. —¿Está aquí, en El Diablo? —Guau, guau. Quinn se volvió hacia Janie y levantó una ceja. —¿Ves? —Esto es como el juego de las veinte preguntas, sólo que muchísimo más tonto. —No eres muy optimista, ¿no? —Ni siquiera un poco. Volvió a centrarse en el lobo.

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—¿Está en un hotel de esta zona? Aquello recibió un ladrido convencido. Nombró unos diez casinos que obtuvieron respuestas negativas hasta que llegó al casino París. Ése sí consiguió un guau. —Está en el París —le dijo Quinn a Janie. La chica negó con la cabeza y suspiró temblorosamente. —¿No le crees? Se cruzó de brazos. —No es que no le crea—dijo—, es que... es que no podemos perder más tiempo tras una pista falsa. A lo mejor se refiere a que está en el París de verdad. Quiero decir, en Francia. De pronto Barkley aulló muy alto y se puso a cuatro patas. Janie y Quinn intercambiaron una mirada de preocupación. Ella retrocedió un paso. —¿Eso es un sí o un no? —No estoy seguro. Entonces Barkley se desplomó sobre la cama y en cuestión de segundos su oscura forma peluda de lobo se transformó en un humano. Un humano muy desnudo. Se estiró a lo largo sobre la cama y, al cabo de unos instantes, se apoyó sobre un codo. —Me gustaría saber por qué me pasa esto. Está empezando a molestarme bastante. —Entonces ¿no lo puedes controlar? —preguntó Quinn. —No. Se rascó el pecho, cubierto por una fina capa de pelo negro, luego se sentó, balanceó las piernas a un lado de la cama y se puso de pie. —Eeeh..., Janie—dijo Quinn—. Deberíamos irnos ahora. Pero Janie no estaba mirando a Quinn. Incluso con la idea en la cabeza de salvar a su hermana inminentemente, estaba disfrutando del espectáculo más de lo que debería. Nunca había visto a un lobo transformarse en humano y Barkley no estaba de mal ver. La verdad es que lo prefería en la forma humana. Era mucho más... interesante.

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—Janie —repitió Quinn más fuerte—, ¿me estás escuchando? —Sí, claro. Vamos. Nos tenemos que ir. El hombre lobo tenía muy buen cuerpo. Quizás hacía mucho tiempo que no veía a un hombre desnudo de cerca. Todo parecía estar en su sitio. Recorrió con la vista de arriba abajo aquel cuerpo alto, musculoso, pero delgado. Sí, muy, muy bonito. —Janie —repitió Quinn con más brusquedad—. Vamos a buscar a tu hermana. Janie volvió a la realidad y parpadeó con fuerza. —Sí, mi hermana. Quinn fulminó a Barkley con la mirada. —Ponte algo de ropa. Barkley se encogió de hombros y pareció no importarle estar desnudo delante de ambos sexos. —Voy con vosotros. Dame un minuto para encontrar unos vaqueros. —¿Quieres venir? —Tío, Angela es mi alma gemela. Mi media naranja. En cuanto me vea, sé que sentirá lo mismo que yo. Mi conexión psíquica con ella es muy fuerte. Eso no pasa todos los días, ¿sabes? —Se volvió para mirar a Janie y levantó una ceja—. Janie, ese vestido es la leche. A lo mejor tú eres mi alma gemela. Vaya, eres guapísima. — Sacudió la cabeza—. Perdona. No puedo evitarlo. Siempre estoy cachondo cuando vuelvo a mi forma humana. Janie levantó una ceja y miró a Quinn, que parecía muy enfadado. —¡Ponte algo! —le gritó—. ¡Ya! —Vale, vale. Barkley corrió al baño y acabó de vestirse en unos treinta segundos exactos. Al salir, le devolvió a Janie su collar pelobo. —Pensé que te gustaría recuperarlo. —Sonrió ampliamente—. Creo que ha sido muy útil. Ella lo cogió, agradecida, y se lo volvió a poner en el cuello, donde tenía que estar. No pegaba mucho con el vestido —oro y diamantes hubiera sido una elección más lógica—, pero enseguida se sintió mejor al tenerlo ele nuevo. En menos de diez minutos Janie estaba con dos hombres en las puertas del Casino y Centro turístico París Las Vegas, donde parecía que hubieran lanzado la Torre Eiffel por el océano y hubiera aterrizado en medio de Las Vegas Strip.

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La ciudad entera era surrealista. A un lado de la calle estaba el hotel New York, que parecía la ciudad de Nueva York en miniatura, y el Luxor, que tenía la forma de una enorme pirámide egipcia de cristal negro. Al otro lado estaba el Venetian, que tenía un Canal operativo con góndolas y calles de estilo veneciano. Dabas la vuelta al mundo en menos de tres kilómetros. «¿Angela está ahí dentro? —pensó Janie mientras miraba fijamente la réplica de la Torre Eiffel—. ¿Es posible que sea tan fácil?». Tal vez sí. A lo mejor no tenía por qué ser todo en su vida una lucha constante. La verdad era que sería un cambio agradable. Su mandíbula se tensó al pensar en que por fin se iban a reencontrar. Había estado preocupada durante mucho tiempo, pensando que Angela había sido secuestrada o asesinada. Si había estado en un casino de Las Vegas todo este tiempo sin pensar en que su hermana mayor podría estar preocupada... «Maldita sea». A Janie sólo le importaba en aquel momento que estuviese sana y salva. La bronca podría esperar al día siguiente. Se volvió hacia Barkley. —¿Estás seguro de que la viste aquí en tu visión? —Fue en otro sueño. A pesar de que lo he intentado, no tengo visiones oficiales. Debo estar dormido para ver imágenes. Vi la torre. Y unas crepés de fresa. Un tío que llevaba una boina y luego a Angela. Janie miró a Quinn y éste se encogió de hombros. —A mí me parece que las crepés son una pista sólida. —Vale. —Respiró hondo—. Vamos a comprobarlo. Entraron en el hotel y fueron directamente a la zona del casino. Janie estudió todas las caras que pudo ver hasta que le dolieron los ojos. «Maldita sea —pensó—. ¿Qué estoy haciendo? No hay tiempo para esto. ¿Estoy depositando toda mi fe en un hombre lobo vidente? ¿Qué me pasa?». —No la veo. Se le notaba la tensión en sus palabras. Quinn le tocó el brazo con delicadeza. —Vamos a encontrarla, Janie. —¿Y si no lo hacemos? Su expresión se endureció. —Entonces te daré la piedra y le darás a tu jefe el Ojo. No intentaré detenerte. No si eso pone en peligro la vida de tu hermana. No soy un cabrón egoísta.

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Luego le tocó la cara, pasándole un pulgar por la mejilla, y de repente el mundo pareció detenerse. Por un momento no oyó el repiqueteo de las máquinas tragaperras, ni tampoco el gentío que les rodeaba en el casino. Quinn le dedicó una pequeña sonrisa. —¿Por qué me miras así? «Porque creo que me he enamorado más de ti de lo que ya estaba», pensó. Antes de que pudiera responder, Quinn dejó de mirarla y se apartó de ella. —¡Barkley! ¿Dónde vas? Barkley había empezado a alejarse justo en la otra dirección. Parecía estar olisqueando a lo largo de una de las paredes; pasó la mesa de blackjack y luego desapareció por una esquina. La frente de Quinn se arrugó hasta fruncir el entrecejo. Cogió a Janie de la mano y empezaron a caminar rápidamente para alcanzar al hombre lobo. —Tal vez Barkley esté metiendo la pata (el juego de palabras es adrede), pero no tenemos que quitarle el ojo de encima. —A estas alturas no me extrañaría que metiera la pata en algún sitio erróneo. —Bueno, estoy segurísimo de que tenía razón en una cosa. —¿En qué? Sonrió abiertamente y su mirada se deslizó por toda su delantera antes de responder: —En que merece la pena que te hayas gastado el dinero en ese vestido. A pesar de toda la preocupación que tenía encima, por no mencionar el hecho de que el corazón le latía a dos kilómetros por minuto por la oferta desinteresada de Quinn hacía unos instantes, no pudo evitar alegrarse por la reacción que había provocado el vestido hasta ahora. Sobre todo en Quinn. Y estaba muchísimo mejor que con unos vaqueros llenos de polvo y una camiseta sin mangas sudada. —Es de Gucci. Tendrías que ver las tiendas que tienen aquí. Me voy a pasar meses pagándolo. —Hizo una pausa para pensárselo bien—. Bueno, eso si sobrevivo a esta noche. Un grito de entusiasmo sonó al tocarle a alguien el premio gordo de una máquina tragaperras. Su mirada de admiración de repente volvió a centrarse en su cara. —Quiero conocer a ese jefe tuyo. Cuando te reúnas con él más larde, de un modo u otro, quiero acompañarte. Me quiero asegurar de que no te hace daño.

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Ella se rio y no le gustó lo nerviosa que sonó. —Lo haces parecer muy fácil. —Y lo es. —No. No es un tipo agradable, Quinn. He tratado con él lo mejor que he podido. Si metes la nariz donde no te llaman... Se detuvo y la agarró de los brazos. —No voy a dejar que te haga daño. —Tú me estás haciendo daño. La soltó. —Perdona. Es la fuerza de los vampiros. Intentó sonreír, pero no pudo. Observó a Quinn por el rabillo del ojo mientras continuaban siguiendo a Barkley por el casino. ¿Podría matarlo? No. No podía matar a Quinn. No iba a matar a Quinn. Sin embargo, ¿podría matar a Quinn si con ello conseguía salvar a su hermana? ¿Y si era la única opción que le daba su jefe? Tragó saliva de tal forma que le dolió. Quinn la miró con preocupación después de que permaneciera un buen rato en silencio. —Lo digo en serio, ¿sabes? Le daré una paliza a tu jefe en cuanto aparezca la más mínima oportunidad. Ella negó con la cabeza y logró sonreír un poco. —¿Qué? —preguntó él. —Eres... un caso, Quinn. El vampiro frunció el ceño, tal vez porque no sabía cómo tomarse su comentario, y ella le tocó su brazo tenso, deslizando su mano hasta el hombro. Le apetecía mucho abrazarlo y eso para ella era muy raro. Quería volverle a besar como lo había hecho cuando estaban en el árbol asesino de monstruos. Pero no quería que conociera a su jefe. Destrozaría a Quinn en sólo dos segundos con la ayuda de Janie o sin ella. Si ella no iba a matarlo, nadie más tenía que hacerlo. Se aseguraría de que así fuera. Barkley volvió correteando hacia ellos. —¿Interrumpo algo? —No. —Janie apartó la vista de la bonita cara de Quinn. —Ya he acabado de comprobarlo —dijo—. Tengo la nariz agotada de olisquearlo todo. Por cierto, he encontrado esas crepés por si alguien tiene hambre.

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Las pocas esperanzas que Janie tenía de conseguir algo se evaporaron. Por suerte, no era ninguna sorpresa. —Oye, te agradezco que hayas hecho todo lo que has podido, pero creo que es hora de que regresemos a El Diablo. Él se volvió para mirar por encima del hombro. —Oh, no, la he encontrado. Está en la sala VIP jugando a la ruleta. ¿Estoy babeando? Porque es aún más guapa que en mis sueños. Los ojos de Janie se abrieron de par en par. —¿La has... la has encontrado? ¿En serio? Asintió. —Vamos. El corazón de Janie empezó a latir con fuerza en su pecho mientras seguía al hombre lobo por el casino. Quinn sonrió y le apretó la mano. —¿Ves? Te dije que la encontraríamos. —Aunque nunca te lo acabaste de creer, ¿no? Amplió su sonrisa. —Sin comentarios. Ella le sonrió también, totalmente pasmada. ¿Qué le iba a decir a Angela cuando la viera? Se sentía aliviada pero al mismo tiempo increíblemente preocupada. Lo más importante era la seguridad de su hermana. Y punto. Barkley dejó de caminar y señaló hacia una sala privada, decorada lujosamente, y separada del resto del casino. A Janie le dio un vuelco el corazón. Allí estaba. Se tocó el collar pelobo. Angela aún llevaba el suyo, la piedra turquesa destacaba vividamente en un tono azul verdoso contra el fuerte color rojo de sus cabellos y su piel de porcelana. La última vez que recordaba haberla visto, tenía dieciocho años, llevaba unos vaqueros rotos, una camiseta naranja de tirantes atados al cuello y el pelo recogido en una cola de caballo. La Angela de ahora parecía diferente. Tendría unos veintitrés, pensó Janie mientras observaba a la hermosa mujer apoyada en la mesa de la ruleta para hacer su apuesta, con una sonrisa dibujada en sus labios carnosos, cuando sus ojos, del mismo azul frío que los de Janie, reflejaron la luz con un brillo malicioso. Llevaba un vestido negro corto con un gran escote y

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era la única mujer que estaba jugando mientras los otros seis hombres que rodeaban la mesa no le quitaban los ojos de encima. Janie frunció el ceño. Aquello era muy raro. Su hermana siempre había sido como una tabla de planchar. Negó con la cabeza despacio. «Increíble —pensó—. La tía ha tenido tiempo para hacerse las tetas, pero no para avisarme de que estaba bien». Pero incluso pensando eso, Janie no pudo contener su alegría al ver que su hermana estaba viva y bien dotada. Era como si le hubiera quitado un gran peso de encima. Aun así, tenía que decirle un par de cosas. La ruleta giró y Angela esbozó una gran sonrisa al caer la bola en su número. Los hombres se alegraron por ella a pesar de que habían perdido y ella añadió sus ganancias al montón de fichas que la rodeaba. —Es muy afortunada, mademoiselle —dijo el crupier—. Enhorabuena. Un hombre que había junto a ella, que llevaba un esmoquin de aspecto caro y tenía el pelo negro y canoso por las sienes, se inclinó para susurrarle algo a Angela. La chica se rio ligeramente. Él le pasó los dedos por su pelo largo y rojizo, y lo apartó de su cuello para poder besarlo. —¡Eh! —protestó Barkley entre dientes por encima del hombro derecho de Janie— Ese tío está besando a mi mujer. —Tranquilo —dijo Janie—. Vosotros dos quedaos aquí, ¿vale? —Si nos necesitas —le susurró Quinn a la oreja de un modo que le hizo temblar las rodillas y casi le hace olvidarse de que existía la pelirroja de la sala de al lado—, no estaremos muy lejos. —Gracias —logró decir. Entró en la sala y notó que la mitad de los hombres volvieron sus miradas hacia ella. Ah, claro. El vestido. Merecía la pena el gasto. Angela ni siquiera alzó la vista de su amado y de sus ganancias. Había un asiento libre junto a ella y Janie fue directa hasta él. —Angela —susurró. Angela ahora estaba besando al viejo, muy apasionadamente. Janie le dio unos golpecitos en el hombro.

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—Angela. Por favor, mírame. Angela dejó de besar al hombre y se dio un poco la vuelta para mirar por encima de su hombro. —¡Ay, Dios mío! —Janie no pudo evitar la sonrisa que se dibujó en su rostro—. ¡Cuánto me alegro de verte! —¿Perdona? Angela levantó una ceja bien definida sobre aquellos bonitos ojos perfilados de negro ahumado y le lanzó una mirada perpleja. —Sí, estaría bien que me pidieras perdón. —Janie la cogió por la muñeca—. Venga. Tenemos que marcharnos de aquí ahora mismo. Angela le soltó la mano y miró al hombre antes de volver a centrarse en Janie. —Creo que me has confundido con otra persona. ¿Quién eres? Janie soltó una risita nerviosa. —Soy el Conejo de Pascua. Mueve el culo. Volvió a coger a Angela de la muñeca, pero ella se retorció para soltarse. El viejo frunció mucho el entrecejo. —Creo que voy a llamar a seguridad. Janie negó con la cabeza. —Ésta es mi hermana. Lleva desaparecida cinco años. No sé qué pretende ahora mismo fingiendo que no sabe quién soy, pero no me hace ninguna gracia. —¿Es eso cierto? —El anciano frunció aún más el ceño y se levantó de su asiento— ¿Qué está pasando aquí? Angela sacudió la cabeza con una expresión de confusión en el rostro. —No lo sé. Está claro que esta mujer está loca. Siéntate y no hagas una escena. Los músculos de la mandíbula del hombre se tensaron. —Una escena es precisamente lo que no quiero. —¿Estáis juntos? —preguntó Janie, aunque supuso que era evidente. Sólo quería confirmarlo. —Nosotros... —empezó a decir el hombre, luego cerró la boca y suspiró antes de volverse hacia la entrada—. Quería que esto fuera discreto. Quería algo sencillo. Angela se levantó y le agarró de la chaqueta. —¿Adonde vas?

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Le arrebató el material de las manos, pero no sin antes oírse un desgarro y verse la expresión de desdén en su cara. —Tenía el presentimiento de que eras algo rara. Lo he ignorado los últimos meses, pero ésta es la última prueba que necesitaba para confirmar que eres una mentirosa. ¿Ni siquiera reconoces a tu propia hermana? —¡Bernard! ¿Cómo puedes decir eso? —Angela miró a Janie y luego volvió a mirarle a él—. Entra una persona aquí diciendo que no soy quien tú piensas, ¿y la crees a ella? ¿Así como así? —Angela. —Janie frunció aún más el ceño—. El collar. Mira tu collar y el mío. Son iguales. Los compramos juntas. ¿No te acuerdas? Angela bajó la vista hacia el pelobo. —Sin duda es una coincidencia. El hombre negó con la cabeza. —Esperaba que mi mujer me engañara, pero no mi amante. Me marcho. Las mejillas de Angela se pusieron casi tan rojas como su pelo. —No te he mentido. Y... ¿ya está? ¿Me dejas porque una estúpida ha soltado chorradas sobre mí? ¿Dónde está la confianza, Bernard? ¿Dónde? Él se encogió de hombros. —Digamos que es la gota que ha colmado el vaso. Además, sé que me has sido infiel. —¡Pero si estás casado! —Salvo por mi mujer, te he sido completamente fiel. —Eres un hijo de puta. Muy bien. Vete. Apretó los labios y miró de arriba abajo a Janie, antes de sacar una tarjeta. —Deberías llamarme alguna vez. Estaré en la ciudad hasta finales de esta semana. Angela le tiró tres fichas rojas. Le dieron en la espalda y cayeron al suelo. —Aquí tienes el dinero de mis tetas, cabrón. Las que quisiste que me pusiera. Para que no digas que no pago mis deudas. Bernard siguió caminando. La sala se había quedado en absoluto silencio. —Hagan sus apuestas —dijo el crupier al cabo de un rato. Angela tenía la cara casi tan roja como su pelo y se inclinó para colocar un montoncito de fichas en medio de la mesa, en el diecisiete.

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—Bueno —dijo Janie, un poco asombrada—. Al menos no te ha dicho que siempre os quedará París. Tenía la cara tensa. —No sé quién eres, pero creo que te odio. No, borra eso. Te odio a muerte. ¿Tienes idea de quién era ése? —¿Debería saberlo? —Sólo si ves las noticias y no ignoras por completo la política. —Entonces no tengo ni idea. Ni tampoco me importa. Oye... Dio un paso hacia su hermana. Angela retrocedió un paso y levantó una mano. —Lárgate o llamaré a seguridad. La ruleta giró. —¡Diecisiete negro! —anunció el crupier—. La señora gana de nuevo. —Menuda mierda —dijo Angela, nada entusiasmada por la situación mientras recogía el gran montón de fichas que había delante de ella—. Me largo de aquí. A Janie se le revolvió el estómago. —¿De verdad no te acuerdas de mí? —¿Por qué debería hacerlo? —Ah, pues no lo sé. Porque soy Janie. Tu hermana. Desapareciste hace cinco años y te he estado buscando. Pensaba que te había ocurrido algo terrible. —Estoy segura de que si tuviera una hermana y ésa fueras tú, no me olvidaría. Ahora aléjate de mí de una puta vez. Capiche? La mente de Janie daba vueltas mientras lo asimilaba. Todo tenía sentido. Angela no la recordaba. ¡Claro, por eso había estado años sin ponerse en contacto con ella! ¡Su hermana tenía amnesia! Bien mirado, aquella información era de hecho un extraño alivio, pero no evitaba la gran desilusión que se había llevado por lo tremendo que había sido el reencuentro hasta entonces. Janie volvió a cogerla de la muñeca. —Escucha, sé que esto te parece raro, pero tienes que venir conmigo. Corres un grave peligro. —Tú sí que vas a estar en peligro si no me sueltas.

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Janie miró a su izquierda, hacia la entrada de la sala VIP, pero no pudo localizar a Barkley ni a Quinn. Justo en aquel instante, un hombre grande que llevaba un auricular y un chaleco del casino entró en la habitación y se dirigió directamente hasta ellas. —¿Hay algún problema? —preguntó. —Yo diría que sí—dijo Angela entre dientes—. Esta mujer me está acosando. Creía que las salas privadas de aquí estaban mejor vigiladas. Él sacudió la cabeza. —Lo siento, señora, pero no le estaba hablando a usted. —Le hizo un gesto con la cabeza al crupier—. ¿Hay algún problema? El hombre tenía una cara avinagrada. —No estoy seguro. Esta... esta señorita lleva en mi mesa más de una hora y gana cada partida. —Tengo una noche con suerte —respondió Angela. —¿En todas las partidas durante una hora entera? —El crupier negó con la cabeza—. Preferiría no acusarla públicamente de estafar al director del casino, pero... —¿De estafarle? —vociferó Angela y empezó a sacar las fichas de la mesa con un movimiento rápido y bastante nervioso—. ¡Tendrá cara! ¡Nunca me he sentido tan insultada en mi vida! El hombre le hizo una señal al de seguridad y dos hombres incluso más grandes, con esmoquin y auriculares a juego, se unieron a ellos. Todos los que habían estado comiéndose con los ojos a Angela y a Janie se apartaron de en medio, con las miradas ahora clavadas en los dibujos de la alfombra o en el techo con ornamentos dorados en vez de en los generosos escotes femeninos de la sala. Antes de que Angela pudiera recoger todas sus ganancias, uno de los guardias de seguridad la agarró con fuerza de la parte superior del brazo. —Creo que voy a ser muy justo con toda esta situación —dijo el director del casino—. No voy a llamar a la policía. Tan sólo les voy a pedir, señoras, que abandonen el local y que no vuelvan. Si ponen el pie otra vez en este casino, se enfrentarán a algo mucho más duro. ¿Me entienden? Janie frunció el entrecejo. ¿Había dicho «señoras»? La otra mano del guardia de seguridad le sujetó el brazo. Lo primero que le vino a la cabeza fue quitárselo de encima, puede que rompiéndole el brazo y destrozándole la rótula, pero decidió que a lo mejor era un poco excesivo.

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Estiró el cuello para recorrer con la vista la zona. ¿No había dicho Quinn que estaría por allí cerca? ¿Dónde coño estaba? Las echaron del casino y las dejaron en la fría acera del exterior. Del modo más amable y civilizado posible. Janie se sacudió la parle delantera de su vestido. La Torre Eiffel se alzaba sobre ellas. Un par de turistas esquivaron a la chica para llegar hasta la entrada. —Normalmente soy yo la que me paso —dijo—. Ésa ha sido una nueva experiencia. Angela la fulminó con la mirada. Luego se dio la vuelta y empezó a alejarse sobre los altísimos tacones de sus zapatos Ferragamo. Al otro lado de la calle, el agua de las fuentes de Bellagio salía a chorros y lo rociaba todo. Las estrellas habían hecho su aparición en el cielo nocturno, pero Las Vegas Strip brillaba como el día. —¡Oye! —la llamó Janie—. ¿Adonde te crees que vas? —¿Por qué sigues hablándome? ¡Cállate! Quinn y Barkley se acercaron corriendo a ella. —¿Qué ha pasado? —¿Dónde estabais? Podríais haberme ayudado allí dentro. Quinn apretó los dientes y le lanzó a Barkley una mirada asesina. —El lobito hizo que nos echaran. Encontró una pierna con la que no pudo evitar... ponerse cariñoso. —No lo puedo controlar. —Barkley miró para otro lado—. Estoy muy avergonzado. —Siento mucho no haber estado allí —continuó Quinn—. ¿Va todo bien? Janie señaló en dirección a Angela. Se notaba la garganta espesa. —Creo que tiene amnesia. No se acuerda de mí en absoluto. Angela se dio la vuelta. —No tengo amnesia. —Miró a Quinn, sus ojos extremadamente maquillados se abrieron un poco y se tomó su tiempo para mirarlo de arriba abajo. Una sonrisa se dibujó en su cara al acercarse a él—. Vaya, hola. ¿Y tú cómo te llamas? Él miró a Janie y luego volvió a mirar a Angela. —Eeeh... Puedes llamarme Quinn. Angela le cogió la mano y le dio la vuelta.

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—¿Sabes, Quinn? Puedo decir muchas cosas de un hombre por sus manos. —Le pasó una uña con la manicura francesa por la palma de su mano—. Tu línea de la vida es muy larga. —Bueno, ahora soy inmortal. Ella se rio. Janie no se lo podía creer. Su hermana estaba ligando con Quinn. Y él no parecía detenerla. —Así que estabas estafando a los de ahí dentro —dijo Janie—. Y no sólo a aquel tipo. —Yo no estaba estafando a nadie. La expresión agradable de Angela se avinagró. Barkley avanzó y se aclaró la garganta. —Matthew Barkley, a tu servicio, Angela. Es un placer conocerte por fin. Le miró con una ceja levantada. —¿Conocerme por fin? —He estado soñando contigo. Y tengo que decir que esta noche estás de ensueño. Que estás preciosa, vaya. Janie se abrazó para alejar el frío del desierto. —No tenemos tiempo para esto. A Angela se le iluminó la cara. —¿Has estado soñando conmigo? ¿También eres vidente? Barkley asintió con entusiasmo. —Creo que estoy enamorado de ti. ¿Voy demasiado rápido? —Espera, Romeo —dijo Janie—. Cada cosa a su tiempo. Angela, escúchame, pero escúchame bien. Tienes amnesia. Eres mi hermana. Estás en peligro y tienes que marcharte de Las Vegas enseguida. Pero ya. No tenemos tiempo que perder. Angela le dio la espalda a Janie para mirar a Quinn. —¿Puedo pedirte un favor? Quinn asintió. —Pues claro. —¿Me acompañas a mi hotel? Me alojo aquí al lado, en el Aladdin. Como el genio de la lámpara. —Se acercó a él y le pasó una mano por el brazo—. Y ya sabes lo que pasa cuando frotas bien la lámpara, ¿verdad?

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Quinn se rio, pero se las apañó para no enseñar sus colmillos. Janie le lanzó una mirada. Él asintió. —Dicen que te conceden un deseo. —Exacto. —Le colocó la mano en el pecho—. Cualquier deseo que tengas. —Lo creas o no, ése es mi objetivo esta noche. —Quinn le agarró la mano a Angela para retirarla—. Por desgracia, ya tengo un deseo en mente. Y... no es lo que tú estás pensando. Ella puso pucheros. —Vaya, qué mal. —Te vas a marchar de Las Vegas esta noche —dijo Janie más alto esta vez. ¿La estaba ignorando aposta?—. Hay alguien que quiere hacerte daño, Angela, y te matará si no sales de esta ciudad cuanto antes. Angela levantó una ceja. —¿Lo dices en serio? —Muy en serio. Aunque si prefieres ignorar lo que te digo y fingir que todo es una gran broma, tú misma. Si de lo contrario quieres evitar que te saquen las tripas, que para tu información significa que te destripen mientras aún estás viva, te sugiero que te marches. A Angela se le abrió la boca de par en par por el miedo. —¿Quién iba a querer hacerme eso? —¿Aparte de la mujer de tu novio? —dijo Janie secamente. Su sentido del humor había pasado de cero a inexistente en un tiempo récord—. Un hombre muy malo que hace cosas muy malas a todo el que le place. Ella asintió despacio. —Creo que sí voy a marcharme de la ciudad esta noche. De todas formas, ya me he hartado de Las Vegas. —Es una magnífica idea. —Janie miró su reloj de pulsera—. Se está haciendo tarde. El jefe debe de estar buscándome. Maldita sea. No quiero dejarte sola. ¿Cómo se supone que voy a saber que estás a salvo? Angela frunció el ceño. —¿Quién has dicho que eres? —¡Soy tu hermana! Soltó un gruñido de frustración. —Pues me has jodido bien esta noche.

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—Iré contigo —dijo Barkley firmemente—. Será un honor protegerte, Angela. Con mi vida. Te guardaré tu hermosa espalda. Angela se le quedó mirando un instante y luego miró a Quinn. —Preferiría que lo hicieras tú. —Eeeh... Quinn miró a Janie. Janie se mordió el labio inferior. —Irá Barkley. Felicidades, Barkley. Eres el guardaespaldas de mi hermana. Acompáñala al hotel para que haga las maletas y marchaos a cualquier otro sitio lejos de esta ciudad. —¡Sí, señor! Barkley rodeó a Angela con el brazo por la cintura. —Ten cuidado —le dijo a su hermana. —Vete a la mierda —le contestó Angela y siguió caminando. Janie asintió. —Creo que la odio. Se volvió y no pudo creer que Quinn estuviera sonriendo. —A ti también te odio —le informó. —Eso lo dices tú. —Iba a saco contigo. Incluso teniendo amnesia. —Oye, cuando uno es guapo, es guapo. Su sonrisa aumentó. Una larga limusina pasó por detrás de él y Janie sintió que un escalofrío le recorría la espalda como si alguien hubiera caminado sobre su tumba. ¿Era aquél su jefe? ¿Ya había llegado a la ciudad? Angela y Barkley avanzaban con el resto de la continua multitud de Las Vegas. Todos se dirigían a algún club, a un casino o a un espectáculo. Al menos Angela iba a un sitio seguro. Se sintió aliviada. No mucho, pero lo suficiente en aquellos momentos. Sacudió la cabeza y se volvió para echarle un último vistazo al casino, mientras se obligaba a relajarse lo máximo posible. —Me pregunto cuánto tiempo llevará usando los poderes de vidente para ganar en el juego.

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Quinn alzó la vista a la réplica del Arco del Triunfo que había a la derecha. —Lo más seguro es que no haga mucho tiempo. No parece que lo mantenga en secreto. —Se volvió para mirarla a los ojos—. ¿Y ahora qué? —Un trato es un trato. —Se mordió el labio inferior durante un momento. Si de verdad era su jefe, entonces las cosas se habían complicado más—. Volveremos al hotel y pedirás tu deseo. Luego le daré el Ojo usado a mi jefe y cruzaré los dedos para que se tome con calma que le he dado un artefacto mágico defectuoso. Esto pronto se habrá acabado, de un modo u otro. A Quinn se le movió la garganta al tragar. —Con un poco de suerte, te habrás deshecho de mí mañana. Se le quedó mirando durante un buen rato antes de darse la vuelta. «¿Y si no quiero deshacerme de ti?», pensó mientras notaba cómo aquellas malditas lágrimas se acumulaban en sus ojos. Se concentró en poner un pie detrás de otro para cruzar la calle en dirección a El Diablo. —Entonces terminemos de una vez. Después de que pidiera el deseo de volver a ser humano, todo se habría acabado entre ellos. Él tendría lo que quería. Igual que ella. Todo el mundo estaría contento. Esperaba que la felicidad llegara más tarde, porque en aquel momento no se sentía nada bien.

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Capítulo 17

Quinn decidió que tenía que enfrentarse a unos cuantos problemas. Él y Janie estaban subiendo en el ascensor al piso diecisiete. Las paredes de cristal daban a la planta del casino de color rojo y naranja. Los camareros vestidos de diablo iban por ahí sirviendo a los jugadores bebidas complementarias. Una fila recta de lo que sólo podían ser cazadores se iba metiendo poco a poco en el Teatro Puerta del Infierno para la entrega de premios. Todos los problemas de Quinn parecían girar en torno a la preciosa rubia del sexy vestido rojo que tenía delante. La que tenía la habilidad de hacer que sus pensamientos tomaran mil direcciones diferentes a la vez. Suspiró. Resumiendo, sus planes originales eran: encontrar el Ojo, pedir un deseo y volver a ser humano. Partamos de ahí. Había parecido muy simple. La respuesta perfecta a todos sus problemas con colmillos. Ahora ya nada era tan sencillo. Se apoyó en la pared del ascensor y trató de parecer lo más relajado posible. —¿Puedo hacerte una pregunta, Janie? Se metió un mechón de pelo rubio por detrás de la oreja y después se cruzó de brazos. Él advirtió que sus uñas no eran largas ni limadas como las que había visto en las mujeres indefensas que había conocido en su vida. Janie las llevaba cortas para ser práctica, pero pintadas de un rojo muy oscuro. Estaba segurísimo de que había oído que aquel color se llamaba «Vampiro». Bastante acertado. De repente se imaginó aquellas uñas bajando de forma erótica por su espalda desnuda. Sí, tenía pensamientos que iban en todas direcciones. Tenía que concentrarse.

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—¿Qué? —repitió. Él se aclaró la garganta. —Ese jefe tuyo... —¿Qué pasa? —No entiendo por qué no te has despedido. Si es tan malo, deja el trabajo. Se le quedó mirando un momento y luego se rio sin ganas. —No puedo hacerlo. —¿Por qué no? El ascensor llegó a su planta y las puertas se abrieron. Caminaron por el pasillo hasta la habitación de Quinn y entraron. —Mi jefe —empezó a decir— está..., bueno, se supone que no tenemos que hablar de esto, pero tiene sus contactos. Firmé el contrato de trabajo con sangre. Quinn se quedó helado al oír aquella confesión. —¿Quién coño es ese tío? Ella negó con la cabeza. —Si te soy sincera, no tengo ni idea. Digamos que no volvería a cometer el mismo error. —¿Qué? ¿Firmar a cambio de tu libertad con un practicante de magia negra que tiene tu vida en sus manos ? —No. Me refiero a que no leí la letra pequeña. No he tenido un aumento de sueldo en tres años. —Sonrió un poco por la mirada que le lanzó el vampiro—. Mira, no está tan mal como parece. No siempre tengo que hacer trabajos de mierda. —Estás mintiendo. —Pero suena creíble, ¿no? —¿Cómo puedes librarte de ese contrato? —Tendría que morirme. —Se encogió de hombros y luego frunció con fuerza el ceño—. Al menos, estoy convencida de que así sería libre, pero tal vez no. Como te he dicho, tendría que haber leído la letra pequeña. A Quinn le dio un vuelco el corazón. —Janie... —Bueno, voy a ir a buscar el Ojo para que pidas el deseo. —Su mirada recorrió la suite de Quinn, desde los cuadros eróticos hasta las cortinas brocadas que iban del techo al suelo. Fue hasta la ventana y miró hacia la calle intensamente iluminada—.

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Me apuesto mil dólares a que en mi habitación hay un mensaje de Lenny sobre cuándo nos reunimos con el jefe. —Sus tacones chasquearon contra el suelo de baldosas rojas y naranja en forma de media luna junto a la ventana cuando se dio la vuelta—. Está claro que no me van a subir el sueldo esta noche, ¿no? —¿Cómo puedes estar tan tranquila con todo esto? —¿Te parezco tranquila? Es evidente que los gritos sólo están en mi cabeza. —Janie... Se la quedó mirando durante un rato más y después apartó la vista. Mierda. Si pedía el deseo de volver a ser humano, ¿cómo se suponía que iba a protegerla del cabrón de su jefe? ¿Y cómo iba a hacer algo para detener los planes de Malcolm de crear una superraza de vampiros? Quinn había sido el que había decidido no matar al viejo cuando se les había presentado la oportunidad en el museo. Una estúpida decisión sentimental. Ni siquiera había tenido tiempo para comprobar que Malcolm no había causado ningún daño en la convención. Había dicho que llevaba un año preparándose para aquel acontecimiento. El vampiro alzó la vista para ver que Janie le miraba con preocupación en los ojos. —¿Qué ocurre, Quinn? —Ojalá hubiera una solución mejor. —Negó despacio con la cabeza—. Yo... no quiero ser lo que soy. Frunció mucho el entrecejo al oír eso, pero luego reflejó en su rostro que lo comprendía. —No eres un monstruo, Quinn, si eso es lo que piensas. —No es lo que pienso, es lo que sé. Se le quebró la voz. —Crees que lo eres, pero no lo eres. Tú... eres mejor que eso. Mucho mejor. —No me mientas. Janie soltó un grito ahogado de frustración. —¿Por qué eres tan testarudo? Se la quedó mirando un momento. Con la rabia repentina que le sonrojaba las mejillas estaba más guapa que antes. —No sé qué hacer, Janie.

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—Lo que tienes que hacer es escucharme. Mírame. Incluso si sigues siendo un vampiro los próximos doce siglos, no eres un monstruo y nunca lo serás. Tendrías que ser un monstruo por dentro y tu interior es puro. —Puso los ojos en blanco—. Vale, eso ha sonado muy ñoño, pero ya sabes a lo que me refiero. Hasta cuando eras un cazador, lo abordabas con pureza. Siempre has querido hacer lo correcto. Eres el tío más legal que he conocido. ¿Me oyes? Y eso no se lo digo a cualquiera. Él negó con la cabeza y empezó a apartar la mirada, pero ella le cogió de la barbilla para que la mirara a los ojos. —¿Crees que dejaría a cualquier vampiro que me mordiera como tú lo hiciste ayer por la noche? —dijo y entonces una sonrisa le iluminó la cara—. Y para que quede claro, no quería que pararas. Nada de lo que hacías. ¿Crees que estoy mintiéndote ahora? Estaba tan cerca de él, que pudo retirarle un largo mechón de pelo rubio de los ojos. Tragó saliva. —No, no estás mintiendo. —Por supuesto que no —dijo—. Hicimos un trato y ahora el Ojo es todo tuyo. — Pero tu jefe... —Yo me encargo de él. Quinn decidió que no. Los dos se ocuparían de él cuando le llevaran el Ojo intacto. Ni de coña iba a arriesgar la vida de Janie para pedir un deseo egoísta. Fin de la historia. —Bueno, prepara la piedra roja. Yo iré a mi habitación a por el Ojo. —Le echó un vistazo al cuarto—. Voy a hacer un par de llamadas para ver dónde está el jefe. Espérame aquí, ¿vale? Antes de que pudiera contestar, tiró de él hacia ella y le besó con fuerza en los labios. Entonces, de pronto, se dio la vuelta y le dejó allí, con el corazón latiéndole como un loco en el pecho.

***

Vale, no había pensado en besarle. Era una de esas cosas inoportunas que a veces pasan cuando las emociones se intensifican. Maldita sea. El tío tenía los labios de un dios griego. Entró en la oscura habitación y trató de recobrar la compostura delante del espejo del tocador. Encendió la luz lateral para mirar su reflejo.

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«Bonito vestido». No estaba mal para morir con él puesto. Y cuando el jefe descubriera lo que había ocurrido con el Ojo, eso era exactamente lo que iba a pasar. Con un poco de suerte Barkley y Angela para entonces ya estarían muy lejos de la ciudad. Tenía un plan pensado. Quinn pediría el deseo de ser humano. Después, conociéndolo, insistiría en ir a enfrentarse al jefe. Lo que no podía ocurrir, sobre todo si el deseo funcionaba y perdía su fuerza vampírica y la capacidad de curarse rápido. No. Le dejaría sin sentido, le tiraría en el maletero de un coche, Lenny le sacaría del estado y cuando despertara, empezaría su nueva vida como humano. Si le daba un par de días se olvidaría completamente de ella. —No tienes que llorar por eso —le dijo con dureza a su reflejo. Una lágrima se había abierto camino por su ojo perfilado a la perfección. Cogió un pañuelo de papel y, con cuidado, se lo secó. Gracias a Dios no se había enamorado totalmente de Quinn. A saber cómo habría estado entonces. Aquella idea hizo que las lágrimas brotaran más rápido porque sabía que era una puta mentira. ¿En dos días? ¿Cómo coño se lo había montado para enamorarse de él en sólo dos días? Suspiró profundamente. Ahora tendría que lavarse la cara y volver a maquillarse antes de ir a verle. Estupendo. Pero antes tenía que poner el Ojo a buen recaudo y comprobar si tenía mensajes. Prioridades. Todo era cuestión de prioridades. Respiró hondo y soltó el aire despacio, mientras estudiaba su reflejo. —Cálmate, Janie —se dijo a sí misma. Luego se agachó delante de la caja fuerte de la habitación, marcó la combinación, se abrió una puertecilla y allí metió el Ojo. El museo lo llamaba el Ojo de Radisshii. «El Ojo del Rábano». En una situación normal le hubiera hecho gracia, pues radish en inglés significa «rábano». Sonrió irónicamente al pensarlo. Luego se levantó, le dio la espalda a la caja fuerte y soltó un grito ahogado. Malcolm Price estaba sentado en el borde de la cama, estudiándola.

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Negó con la cabeza. —Creía que eras más observadora, cariño. ¿Ni siquiera notaste que estaba en la habitación? No. Ni siquiera un poco. Volvió a mirar al espejo, que, por supuesto, reflejaba todo excepto a Malcolm. «Malditos vampiros». Su corazón le latió alto y rápido. Pero luego se esforzó en relajarse. No era ninguna débil fulana que se desmayaba al ver sangre o a la mínima señal de peligro. Era una Mere, una cazadora de monstruos a sueldo, que se comía a los tíos como Malcolm para desayunar. No literalmente, claro. Porque... ¡qué asco! El tío era un viejo. Al cabo de un rato, una sonrisita se dibujó en un lado de su boca. Quinn no estaba por allí para evitar que se la devolviera a aquel viejo monstruo que casi la mata dos veces. —Malcolm, ¿cómo sabías dónde encontrarme? Él también sonrió y se levantó de la cama. —Como cazador se desarrollan muchas habilidades para localizar a una presa. —Ah, ya lo sé. —Pero tú no eres una cazadora. Ella negó con la cabeza. —Siempre he creído que eran un poco fanáticos. Me gusta diversificar, de lo contrario me aburro mucho. —Eres una mercenaria. —Ahora mismo trabajo para una agencia, pero puedes llamarme así. Llevó la mano detrás de ella, sobre el tocador. Había metido una estaca de madera allí, antes de bajar a comprar como una loca. Él levantó una ceja. —Tu arma no está ahí, cariño. Llevaba ya un rato esperándote y he tenido tiempo de echar un vistazo. —¿Ah, sí? Se dio cuenta de que mantener la voz firme no le estaba costando tanto. Al fin y al cabo, no estaba tan nerviosa. Un poco, pero no del todo. La había pillado por sorpresa el día anterior con el bastonazo que le había dado en la cabeza, que, a pesar del bálsamo curativo, aún le dolía un poco. Estaba segurísima de que ahora no iba a sorprenderla, pues le tenía justo delante.

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Podía acabar con él fácilmente, hasta con sus propias manos. Bajó la vista hacia sus pies. Los tacones de aguja le serían muy útiles. Una buena patada en la garganta y..., bueno, las señoras de la limpieza no se alegrarían mucho de cómo iba a quedar todo, pero se aseguraría de dejar una propina extra. Por desgracia, como hacía menos de una década que Malcolm se había convertido en vampiro, estaría el inconveniente del cadáver. Prefería luchar con vampiros más viejos porque sus cuerpos muertos se desintegraban, lo que resultaba muy cómodo. Solía llevar toallitas húmedas en el bolso para ocasiones como ésas. —Sí. Menudo pequeño arsenal tenías aquí escondido. —Malcolm le echó un vistazo a la habitación—. No había mucho, pero lo suficiente para eliminar a unos cuantos enemigos agresivos. Supongo que es adecuado en una convención de cazadores. Creo que te has integrado muy bien. Su sonrisa se amplió y siguió siendo igual de artificial que antes. —Ése siempre ha sido mi objetivo, Malcolm. Integrarme. —Vaya, me cuesta mucho creerlo. —La estudió por un instante—. ¿Sabes? Creo que me gustas. —Lo siento, pero el sentimiento no es precisamente mutuo. —Tal vez ahora no. Tenía la falsa sensación de que Quinn iba a ser un aliado en mis nuevos planes, pero creo que he cambiado de opinión. —Tiene sus cosas buenas. Él se rio. —Tú tienes cerebro, belleza y fuerza. —Gracias. Muchos tíos no pasan de las tetas. ¿Y sabes qué? La verdad es que son mi arma secreta. Frunció los labios. —Si me escucharas hasta el final, te ofrecería grandeza. —¿Y eso qué significa? Señaló el Ojo con la cabeza. —Que me darás eso y te unirás a mí en la búsqueda de la creación de un mundo perfecto. —Suena tentador. —¿Ah, sí? —No, sólo estaba de broma. Malcolm, no te confundas. Eres un viejo asqueroso que sin duda piensa que tiene encanto cuando en realidad sólo es... —Hizo una pausa para intentar encontrar la palabra adecuada—. Triste y patético. No te ofendas.

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Su sonrisa desapareció. —¿Así que soy triste y patético? —Muy mucho. —Quinn sí que es triste y patético. —Eso es discutible. Sin embargo, no está tan loco como tú, al menos aún no. Por otro lado, está buenísimo. —Ya veo. Entonces retiro mi oferta. —Sí, buena idea. —Entonces tendré que deshacerme de ti. Ella le dedicó una resplandeciente sonrisa. —Puedes intentarlo, cielo. Serás el quinto vampiro que elimino en lo que va de año y al que más disfrutaré matando. Colocó el Ojo sobre el tocador y se acercó a él con la seguridad que había adquirido en los últimos años. Su trabajo no era agradable y pocas veces sentía que estuviera haciendo lo correcto en sus encargos. Pero ésta era una de esas veces. La había amenazado. Era escoria. Iba a morir. Le agarró por la camisa y se quedó algo sorprendida al ver que no se resistía. —Creía que querías pelear. Él le sonrió. —Es a ti a la que le gusta pelear. Yo prefiero ocuparme de las cosas de un modo más civilizado. Levantó su mano izquierda y Janie se dio cuenta demasiado tarde de que en ella tenía la pistola paralizante. Notó una explosión de 200.000 voltios de electricidad en todo su cuerpo. Sus músculos se convulsionaron y cayó de golpe al suelo. Miró al anciano parpadeando como una tonta, todavía sacudiéndose, pero incapaz de moverse o de hablar. Él la señaló con la cabeza. —Más vale maña que fuerza, cariño. Deberías tenerlo en cuenta. Tiró la pistola paralizante en la cama, pasó por encima de su cuerpo tendido boca abajo y le arrebató el Ojo. Justo antes de que alcanzara la puerta, se detuvo. —Qué maleducado soy, ¿no? —Su boca esbozó una extraña sonrisa—. Me ofrecen un lujo como éste y yo le doy la espalda.

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Retrocedió sobre sus pasos hasta que estuvo encima de ella. La cogió con ambas manos por la parte delantera del vestido para ponerla de pie y la tiró con brusquedad sobre la cama. Janie notó su peso haciendo presión encima y no pudo detenerle mientras le tiraba la cabeza hacia un lado y le desgarraba el cuello con los colmillos.

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Capítulo 18

—¿Por qué tardaba tanto? Quinn caminó de un lado a otro de su suite y volvió a mirar el reloj. Ya habían pasado casi diez minutos desde que Janie se había marchado a buscar el Ojo y su habitación sólo estaba a cuatro puertas de la suya en el mismo pasillo. Iba a hacer un par de llamadas y a coger el Ojo. Eso era lo que había dicho. Y luego volvería. «Mujeres». Volvió a mirar el reloj. Aunque pareciera raro, no había cambiado desde la última vez que había comprobado la hora. Caminó hacia la ridícula cama redonda cubierta de rojo, se tiró encima y se quedó mirando el techo durante cinco segundos. Después se apoyó sobre los brazos en el colchón, gruñó y se volvió a levantar. No podía relajarse. Tenía mucho en que pensar, mucho que hacer. Y no le quedaba tiempo suficiente para estar esperando mientras ella se empolvaba la nariz o lo que fuera que estuviera haciendo durante tanto rato. Tocó el bolsillo donde se había guardado la piedra, salió de la habitación y caminó con brío por el pasillo hasta llegar a la puerta de Janie, donde colocó la palma contra la fría superficie. Llamó. —¿Janie? Estaría genial que acabaras ya. No obtuvo respuesta. Justo cuando iba a intentar abrir la puerta para ver si no estaba cerrada, se entornó, él se asomó y se quedó estupefacto al toparse cara a cara con Malcolm. Quinn abrió los ojos de par en par. —¿Qué demonios...?

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Malcolm le miró con unos ojos muy oscuros y luego una lenta sonrisa se extendió por todas las facciones de su rostro para mostrar unos colmillos más largos de lo normal. —Janie y yo hemos tenido una pequeña charla y al final hemos llegado a un entendimiento para resolver esta situación. Qué dulce la chica. Muy, muy dulce. Deslizó la lengua por su labio inferior. —¿Dónde está? —logró decir Quinn. Él se encogió de hombros. —Ahora, si me perdonas... Al pasar a su lado, Quinn advirtió que llevaba el Ojo en su mano derecha. Le agarró por la camisa y le empujó violentamente contra la pared. —¿Qué estás haciendo aquí? —gruñó. Malcolm se encogió de hombros. —Estoy de negocios, hijo mío. Quinn apretó los dientes. —¿Dónde está Janie? La ira corrió por sus venas al oír un ruidito. ¿Un quejido? Apartó la mirada del vampiro de pelo blanco y empujó la puerta para abrirla del todo y mirar en el interior. Janie estaba tirada en la cama boca arriba, con las extremidades torcidas. Malcolm aprovechó aquel gesto para empujarle y correr hacia el pasillo. Quinn estuvo a punto de perseguirlo, pero volvió la vista hacia la habitación. Janie no se movía. El rojo de su vestido parecía haberse extendido hasta las sábanas blancas de la cama. No. No era el vestido. Era sangre. Estaba sangrando. Se colocó a su lado en un segundo. —No —consiguió decir—. ¿Qué... qué te ha hecho? Tenía los ojos abiertos y vidriosos, clavados en él. Salvo que no estaba mirándolo, era más bien como si le atravesara con la mirada. Tenía la cara pálida, como un cadáver, girada hacia un lado, de modo que su cuello quedaba totalmente al descubierto.

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A Quinn se le revolvió el estómago y soltó un grito ahogado. Malcolm no había sido delicado con ella. Parecía como si la hubiera atacado un animal salvaje con aquellas marcas de colmillos bastas e irregulares. Quinn cogió una almohada y le quitó la funda para intentar hacerle un vendaje. Se lo sujetó contra el cuello para que no siguiera sangrando. —¿Cuánto tiempo? —le preguntó—. Maldita sea. ¿Cuánto tiempo ha estado aquí? La boca de la chica se movió, pero no salió ningún sonido. Demasiado, pensó. Malcolm había bebido de ella durante demasiado rato. Janie iba a morir. Era la víctima de un vampiro. La pérdida de demasiada sangre y las toxinas de los colmillos de Malcolm eran una combinación mortal. Aquel cabrón quería que aquello pasara. La había dejado allí sola para que se muriera. ¿Por qué había esperado tanto para ir a ver cómo estaba? Tenía que haberlo visto venir. Le dolía tanto la garganta que apenas podía hablar y se le nubló la vista. —Por favor, aguanta. No te me puedes morir. Así no. Con el vendaje bien apretado contra su garganta, cogió el teléfono. Podía llamar a una ambulancia. Llamar a la seguridad del hotel. Algo. Cualquier cosa. Pero entonces su mano se hizo un puño, se apartó del teléfono y volvió con Janie. Llamara a quien llamase no iba a entender lo que acababa de ocurrir. Además, incluso si sabía cómo tratar una herida como aquélla, cuando llegara alguien sería ya demasiado tarde. Había visto antes ataques de vampiros como ése. Había presenciado cómo hombres el doble de grandes que Janie habían sucumbido mucho más rápido a la pérdida de sangre. No había habido esperanza para ellos. Y ella tampoco tenía mucha. Maldijo en voz alta y se levantó de la cama, aplastándose con los puños los ojos cerrados. El estómago se le retorció de dolor y sintió que iba a vomitar. La miró y se llevó el dorso de la mano a la boca. —No —repitió y sonó tan ahogado que se dio cuenta de que estaba llorando de pena y frustración—. No voy a perderte. Maldita sea, Janie. ¿Me oyes? Se arrastró hasta la cama junto a ella y la cogió en sus brazos. La vida estaba desapareciendo de sus ojos. No había tiempo para pensar. No había tiempo para preocuparse de si estaba haciendo o no lo correcto, si ella le daría las gracias o le odiaría para siempre.

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Tal vez le odiaría. Puede que quisiera matarle, pero le importaba una mierda. Al menos estaría viva. Estaba segurísimo de que ya no le oía, pero siguió hablando de todos modos. —Has intentado convencerme de que ser vampiro no me convierte en un monstruo. Espero que lo dijeras en serio. Se llevó la muñeca a la boca, sin apartar la vista de Janie y se abrió la carne con la punta afilada de su colmillo. La tenía tan entumecida que ni siquiera notó el dolor. —Lo siento, Janie. —Apretó su muñeca sangrante contra su boca—. Puedes decir que soy un egoísta, es cierto, pero no voy a perderte así. Y luego rezó. Algo que no hacía desde..., ni siquiera sabía desde cuándo. Antes era católico. Un buen chico irlandés católico. Su madre una vez le llevó a confesarse. Era un recuerdo borroso, puesto que ella había muerto cuando él tenía seis años, pero le vino a la memoria en ese instante. Mientras encendía la vela, su madre le sonrió y le acarició el pelo; luego fue a hablar con el cura sobre los insignificantes pecados que cometían los niños pequeños. Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Tenía mucho que confesar si alguna vez volvía a hacerlo. —Por favor, Dios —murmuró—. Ésta es una situación muy extraña para pedirte ayuda, pero te lo suplico..., no dejes que se muera. Por favor, haré cualquier cosa, pero haz que sobreviva. Sé exactamente lo que voy a hacer. Voy a encontrar al gilipollas de Malcolm y voy a recuperar el Ojo. Luego pediré el deseo. Desearé que Janie vuelva a ser humana para que nada de esto importe y ella esté bien. Pero tengo que hacerlo, por favor, Dios, que funcione. Haz que viva. Pareció pasar una eternidad antes de que la chica empezara a reaccionar ante su sangre. Quinn estaba preocupado por la posibilidad de que su propia falta de energía y su reciente mala nutrición le volvieran a rondar. La única sangre que había probado aquellos días había sido la de Janie. Al herirle la otra noche, su sangre se había hecho espesa, antinatural e inhumana. Pero la que ahora le salía de la muñeca era roja y estaba llena de vida. Al fin y al cabo, era la de Janie. Ella le había devuelto la vida y ahora él le devolvía el favor. Por fin empezó a beber y al notar su boca en la muñeca, sintió tal alivio que las lágrimas cayeron por sus mejillas, pero no se molestó en secárselas. Sostuvo la muñeca contra su boca y con la otra mano le retiró de la cara el pelo rubio enmarañado.

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Observó cómo el color volvía poco a poco a sus mejillas. Janie centró su mirada en la suya mientras bebía, y la inteligencia y la conciencia volvieron a sus ojos. Se le arrugó la frente al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, pero no le soltó la muñeca. —Muy bien. —Le dedicó una sonrisa y luego la besó suavemente en la frente, en las mejillas y en la boca—. Te vas a poner bien. Una lágrima le cayó sobre la sien y se la secó con el pulgar. Al final ella cerró la boca y se tumbó en la cama. —¿Janie? —la llamó, sujetándose fuertemente la muñeca para que dejara de sangrar. —Gracias —murmuró y luego se puso a dormir.

***

Janie abrió un ojo y después el otro. «Esto es la vida después de la muerte, ¿no? Se parece mucho a mi habitación de hotel». Se apoyó sobre los codos y miró a su alrededor. Estaba en su habitación de hotel. Había dos camas. Un baño. Un armario. Una foto en la pared de Courtney Love colocada... No, espera. Ése era su reflejo en el espejo. Alzó la mano para tocarse la cara y se limpió el maquillaje que se le había corrido. Se dio la vuelta y vio a Quinn. Acababa de salir del lavabo y se quedó helado al ver que se había despertado. —¿Tienes una toalla mojada en la mano —dijo, sorprendida por lo ronca que sonaba su voz— o es que te alegras de verme? Frunció los labios y estuvo segurísima de que fue alivio lo que vio en sus ojos azul oscuro. —Estoy muy contento de verte, pero, sí, esto es una toalla. Para tu cuello. Ella asintió e hizo un gesto de dolor. Su cuello. El juguete preferido de los vampiros. En serio. ¿Acaso llevaba ese mes un cartel en la espalda que ponía «Muérdeme»? Se llevó la mano a la herida, pero Quinn salvó la distancia entre los dos para agarrarle la mano.

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—Está muy mal. —¿Te he contado la vez que un zombi intentó comerse mis intestinos en una misión? —preguntó con voz débil—. Primero, los intestinos no creo que sepan muy bien. Ni de coña. Ni aunque seas un cadáver putrefacto. Qué asqueroso. Pero deberías ver la cicatriz que tengo. Hay gente que piensa que me he hecho la cirugía plástica en la barriga. Lo puedo tapar con un bikini, pero aun así... No fue una experiencia agradable y estoy segura de que esto no será peor. —Supongo que el zombi al final no se comió tus intestinos. —Eso mismo. Él le pasó la toalla y ella la apretó contra el cuello. «Maldita sea». Dolía a rabiar. Señaló con la cabeza hacia su bolso. —Hay un tubo de pomada ahí dentro. ¿Puedes cogerlo? Él hizo lo que le pidió y le acercó el tubo. —¿Qué es esto? —Un bálsamo curativo. Debería funcionar y quitarme... estas heridas. Quinn tenía los labios muy apretados y asintió. —¿Te ayudo? —Sí. Ponme un poco en el cuello. Estaré como nueva antes de que te des cuenta. Vio cómo se le movía la garganta. —Eres muy valiente. —Mi trabajo lo requiere. Con mucho cuidado le puso un poco de pomada en el cuello. Estaba lo bastante cerca para que ella viera que tenía los ojos rojos. No le preguntó por qué. Ya lo sabía. Ahora era un vampiro. Como Malcolm. Como Quinn. Era simple. Muy simple. Pero sólo porque algo fuera simple no significaba que fuese fácil. Le dolía la cabeza demasiado para pensar en lo que significaba aquello para ella. Ahora no era el momento. Aún no. Cuando terminó, alzó la vista para mirarla. No había humor en su expresión. —Lo siento, Janie. —¿Qué? —Lo... lo siento mucho. —Se le quebró la voz—. Si hubiese habido otro modo... Ella negó con la cabeza.

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—No lo sientas. —¿Recuerdas qué pasó? —Vagamente. Las partes más importantes. —Se le tensó la mandíbula—. Malcolm me estaba esperando en la oscuridad. Usó mi pistola paralizante, ¡mi pistola paralizante! Contra mí. No sé cómo no lo vi venir. —Tenía que haberte dejado que le clavaras una estaca en el museo. —¿Tú crees? Se tapó la cara con las manos. —Esto es todo culpa mía. —A lo hecho pecho, Quinn. —No es tan fácil. —No tengo tiempo para que sea complicado. —¿Te... te encuentras bien? Se levantó de la cama despacio y con mucho cuidado. —Me he encontrado mejor, eso seguro. Se miró en el espejo e hizo una mueca al ver las marcas de mordiscos que, gracias al bálsamo curativo, ya habían empezado a curarse con una ligera sensación de hormigueo. Aunque todavía estaba como si un pitbull hubiera jugado con un bistec crudo. —Deberías sentarte. Suspiró al ver su reflejo, que no incluía el de Quinn. —Supongo que será mejor que me acostumbre a no mirarme en el espejo, ¿eh? Quinn emitió un ruidito ahogado. Ella se dio la vuelta y levantó una ceja con aire adusto. —¿Y cuándo me van a salir los colmillos? ¿Mañana? ¿La semana que viene? Él se dio la vuelta y caminó rápidamente hacia la ventana para mirar afuera sin contestarla. Vale. Era una vampira, una putada. Pero ahora que ya estaba hecho, no podía hacer nada para evitarlo, ¿no? Janie siempre había intentado sobrevivir, pero éste..., éste era uno de los golpes más duros que había recibido. No, éste era el golpe más duro que le habían dado. Antes nunca había tenido que reconsiderar su especie. «Una vampira». Sacudió la cabeza.

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Bueno, había impedido que muriera, suponía. Miró a Quinn. Por lo visto ella llevaba mejor que él la situación de su nueva vida. Por su mirada, le faltaban unos segundos para tirarse por la ventana. Claro, él pensaba que ser un vampiro era lo mismo que ser un monstruo. Ella no estaba segura del todo de que estuviera equivocado, pero por ahora se sentía muy normal. Muy ella misma. —El hijo de puta ha robado el Ojo —le dijo. Tal vez cambiar de tema era una buena idea. Él negó con la cabeza. —No irá muy lejos. No puede. —¿Por qué dices eso? —Aún tengo la piedra. Ella advirtió que aún se sujetaba la muñeca herida con ternura y le miró con el ceño fruncido. —Ven aquí. Cogió el bálsamo curativo y le puso un poco en la herida. Ya casi no le quedaba, lo que significaba que tendría que ir a ver a la bruja de Nueva Orleans que lo había fabricado. Aquella zorra siempre le hacía chupar un sapo como parte del pago y el sapo parecía disfrutar demasiado con aquello. Tenía que ser un hombre sapo. —Gracias —dijo cuando Janie terminó y siguió sin querer mirarla directamente. —¿Qué tal tienes la herida de la estaca de ayer por la noche? —le preguntó y luego frunció el entrecejo. —Está bien. —Debería haberte puesto un poco de esto, pero supongo que no pensaba con claridad. —¿Y ahora? —Por extraño que parezca, sí. Venga, no seas un bebé. Veamos. Quinn se subió la camisa a regañadientes y dejó que le pusiera el bálsamo en la herida que ya se le estaba curando. —Dios, casi me olvido del arañazo que te pegó aquel árbol diabólico en el hombro. Le pasó los dedos suavemente por las costillas y el abdomen, y luego le subió aún más la camisa, antes de que él le apartara las manos.

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—Tengo que irme. —Se levantó y le dio la espalda—. Debo encontrar a Malcolm antes de que vaya demasiado lejos. —¿Y qué vas a hacer cuando le encuentres? —Destrozarle con mis propias manos. —Suena bien para empezar. Yo también quiero. —No. Tú... quédate aquí. Descansa. —Ya he descansado bastante. Mira, vamos a buscarle. También tengo derecho a ponerle la mano encima, ¿sabes? Ese capullo por poco me mata. No me tomo bien que me jodan de esa manera. No dijo nada. —Quinn... —Le agarró del brazo y trató de buscar su mirada perdida—. No pasa nada. No te culpo por nada de esto. Asintió con un firme gesto de cabeza. —Bien. —Recuperaremos el Ojo. Sé que quieres pedir el deseo. —Olvídate de ese estúpido deseo. —Lo dijo con tanta dureza que ella se encogió, pero enseguida su expresión se suavizó y salvó la distancia entre ambos para tocarle la cara con delicadeza. Se quedó mirándola a los ojos—. Pensaba que te perdía. —No se me pierde con tanta facilidad. —Me alegro de oírlo. —Su cara era una mezcla de emociones que ella no podía descifrar. Él se apartó de ella y se dio la vuelta, frunciendo el ceño—. Voy... voy a coger la piedra... e iremos a buscar a Malcolm. Ella asintió. —Vale. Con una última mirada, Quinn se volvió y abandonó la habitación. Janie respiró profundamente, sintiéndose débil, y no estuvo segura del todo de si era por la pérdida de sangre. Vale, ser vampira no te hace estar mucho más segura de ti misma; pero es que aún no era una vampira de verdad. Sólo era una va. O tal vez una vam. A lo mejor la seguridad llegaba con el paso del tiempo. A los cien o quizás a los doscientos años. Se volvió a mirar en el espejo.

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Él la había salvado. Quinn le había salvado la vida y ahora estaba atormentado por la culpa después de lo que había hecho. ¿Cómo podía demostrarle que le estaba muy agradecida?

***

Quinn estaba temblando cuando llegó a su habitación. La piedra no estaba allí como le había dicho. Seguía en su bolsillo, pero necesitaba unos minutos para recobrar la compostura antes de poder hacer cualquier cosa. Miró el reloj y vio que eran las nueve en punto. La chica había estado inconsciente casi una hora. Tenía demasiado en lo que pensar. Mierda. Acababa de convertir a Janie. No podía creérselo. Había jurado no beber de otra persona, ya fuera humano o vampiro, pero había traspasado aquella línea. Nunca se hubiera imaginado que iba a cruzar la siguiente, transformar a alguien en vampiro. Ahora estaba ligada a él. Eso era lo que había oído. Los creadores y sus novatos tenían un vínculo muy fuerte que sólo podía romperse con la muerte. Algo se le agitó por dentro. Se sentía bien al saber que estaba ligada a él. ¿Por qué coño algo que le parecía mal le hacía sentir bien? Oyó que alguien llamaba suavemente a la puerta y al volverse vio a Janie que entraba. —Ya estoy casi listo —dijo tras aclararse la garganta y se dio unas palmaditas en el bolsillo—. Tengo la piedra. Ella asintió. Se había lavado la cara y ahora no llevaba maquillaje. También se había cepillado el pelo y lo tenía largo, liso y sedoso. Todavía llevaba el vestido rojo, pero los tacones habían desaparecido y estaba de pie, delante de él, preciosa, fuerte y... y viva. Se le fue la vista hacia la herida del cuello, que se le estaba curando con más rapidez de lo que creía que fuera posible. ¡Vaya! ¿De qué estaba hecho ese bálsamo curativo? «Es magia». Se tocó el estómago y apenas supo decir dónde le había clavado Malcolm la estaca. Miró su muñeca al notar un agradable cosquilleo. Sólo le quedaba una fina línea roja. Dentro de poco se olvidaría de que todo aquello había ocurrido.

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—Me has salvado —dijo Janie en voz baja—. Me has salvado la vida. —No sé si es exactamente eso. —Nadie me había salvado antes. —Me cuesta mucho de creer. Ella negó con la cabeza. —¿Por qué no dejaste que muriera? —¿Qué? —Lo que sientes hacia los vampiros... No entiendo por qué no me dejaste morir. No dijo nada. No podía decir nada. Ella se humedeció los labios. —Me dijiste que preferirías estar muerto a ser un vampiro. ¿Y a mí me conviertes en uno? No lo pillo. —No... no sé qué decir. Y era cierto. Bueno, supuso que podía contarle la verdad. Que la idea de perderla —aunque sólo llevaran dos días juntos— por poco le mata. Y que sabía que cabía la posibilidad de que ella le odiara por haberla convertido en vampira, pero no podía dejarla morir porque estaba locamente enamorado de ella. Sí. Algo así. —Creo que no te he dado las gracias como Dios manda —dijo. —No tienes que hacerlo. —Gracias. Se mordió el labio inferior y bajó la vista hacia la alfombra. —Tenemos que irnos. Con un poco de suerte Barkley y tu hermana ya habrán salido de la ciudad, pero tu jefe..., Malcolm..., tenemos que ocuparnos de unas cuantas cosas. —Enseguida. Ella asintió y le dio la espalda a la puerta, empujándola para cerrarla con un clic. El la miró con recelo. —¿Qué estás haciendo? Se volvió para mirarle. —Darte las gracias.

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Y antes de que pudiera caer en la cuenta de lo que estaba pasando, Janie fue directamente hacia él hasta que casi se tocaron. Le cogió la mano derecha y se la llevó a la boca. —Janie —musitó. —Gracias. —Le besó la palma—. Gracias. —Y sus labios se deslizaron sobre su mejilla herida. Se le tensó el cuerpo y el corazón empezó a latirle a toda velocidad. Muy rápido. Sin duda la chica no pensaba con claridad después de perder tanta sangre. Le soltó la mano y le estiró de la parte inferior de su camisa, se la subió y dejó al descubierto lo que quedaba de la herida que le había producido la estaca. Antes de que pudiera protestar, ella se inclinó y le pasó la lengua por encima. Él soltó un grito ahogado y su cerebro dejó de funcionar. Se necesitaba sangre en otra parte de su cuerpo. —El bálsamo curativo sabe a fresa —dijo distraídamente—. Qué raro. —¿Eh? —fue todo lo que pudo decir como respuesta. Se irguió para mirarle a los ojos. Seguía con la camisa levantada, lo que le dejaba al descubierto casi todo el pecho. La parte delantera de sus pantalones ejercía presión contra sus partes excitadas. —¿Es eso todo lo que tienes que decir? —preguntó. —Janie... —¿Sí? Se aclaró la garganta. —Creía que te estabas recuperando de tu reciente vampirismo. —Es un rumor lo de que los vampiros novatos tardan un tiempo en recuperarse después de convertirse. No hay problema mientras cojan de su creador lo que necesitan. —Y créeme si te digo que voy a darte todo lo que necesitas —dijo, tratando de sonar indiferente, pero el tono ronco y áspero de sus palabras le delataba—. Pero ahora mismo tenemos que... Ella le interrumpió. —Creo que lo que tienes que hacer es callarte. Justo mientras estaba intentando pensar en una respuesta ingeniosa, le besó. Tuvo que ponerse de puntillas para hacerlo, puesto que ya no llevaba los tacones altos, pero se las arregló muy bien.

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Dios, qué boca. Pensó que sabía a fresas como el bálsamo mientras su lengua recorría sus labios y gimió al sentirla y saborearla. La agarró por la parte superior de los brazos para acercársela, soltándola sólo un poco para que le pudiera sacar su camiseta negra por la cabeza. La chica le pasó sus uñas de color rojo oscuro por delante y él se estremeció al sentir que le tocaba. Janie le besó por el cuello hasta el pecho, siguiendo con la lengua hasta su barriga, desde el cuello, bajando por su pecho, pasado el ombligo hacia sus pantalones caquis. Tiró de ella para volver a encontrarse con sus labios. Le estaba volviendo loco, el cuerpo le temblaba literalmente de deseo hacia ella. «¿Cuándo he perdido el control sobre esta situación?», se preguntó distraído. A la mierda. Le agarró la parte inferior de su vestido rojo nuevo y se lo quitó con un rasgón que oyó en el último momento. Ella se puso tensa. —Había una cremallera, ¿sabes? —Uy. —¿Significan algo para ti las palabras «diseñador» y «caro»? —¿Aceptas un cheque? Su mirada recorrió cada centímetro de su delicioso y perfecto cuerpo, que ahora estaba cubierto tan sólo por un tanga negro. Sí. Había supuesto que llevaría ese tipo de ropa interior y le parecía muy bien. Se le secó mucho la boca. —Tengo una idea. —Se mordió el labio inferior—. ¿Por qué no me pagas en sexo? Él levantó una ceja y sonrió abiertamente. —Eso está hecho. Ya estaban en la cama. Quinn acarició con las manos los pechos desnudos de Janie, le cogió un pezón con la boca hasta ponérselo duro mientras su mano derecha bajaba por su cuerpo hasta alcanzar el borde de sus braguitas de seda. —Será mejor que las añadas a mi cuenta. Se las arrancó y las tiró al suelo. —Quinn... —gimió—. Por favor, hazme el amor. —Qué educada eres —le susurró al oído y de nuevo se encontró con sus labios en un ardiente beso con lengua mientras sus manos recorrían libremente su cuerpo.

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De repente, notó sus manos en los pantalones, intentando abrir la cremallera. Justo cuando estaba a punto de ayudarla, ella se los bajó por las caderas y notó su mano que se acercaba. Dejó escapar un tembloroso gemido y la miró desde arriba, sorprendido. Ella levantó una ceja al ver su cara de sorpresa y le lanzó una mirada picara. —Janie... Y allí fue cuando perdió todo el decoro. Le bastó notar que le tocaba, que se retorcía debajo de él, para quedar al borde de la cordura. Hasta entonces había estado muy cerca. Volvió a encontrarse con su boca y la besó intensamente. Fresa. En aquel momento era su sabor preferido. Antes de poder bajarse del todo los pantalones, ella le detuvo. La agarró por las muñecas para sujetárselas por encima de la cabeza y entonces, con un fuerte empujón, se metió dentro de ella. —¡Quinn! Soltó un grito ahogado y se soltó las manos para agarrarle de los hombros y de la espalda mientras él empezaba a moverse en su interior. —Janie... Janie... —dijo una y otra vez, intentando sin éxito no perder el control. Ella arqueó la espalda y gritó. Quinn sintió su espasmo debajo de él. Nada le había hecho sentirse tan bien. Nada en el mundo. Ni nadie. La había esperado toda su vida. La quería. Dios, la quería muchísimo. No se lo podía creer, pero tenerla en su vida había sido lo mejor que le había pasado nunca. ¿Por qué no se había dado cuenta hasta entonces? ¿Al tener la posibilidad de perderla se había dado cuenta de lo que significaba para él? —Pensaba que te perdía —logró decir—. No podía perderte. Así no. Sus dedos se deslizaron por sus cabellos sedosos. Sus bocas volvieron a encontrarse y él la besó con más intensidad que antes si cabe, casi de un modo violento por la necesidad que sentía de tener sus labios, su cuerpo... y a ella. Toda ella. Después de un minuto, él gritó en su boca y cayó contra ella, contra las suaves sábanas, la firme cama y su fragante piel que le rodeaba, inundando por completo sus sentidos. Cuando fue capaz de pensar —que no fue inmediatamente—, se apoyó sobre sus codos, buscando a ciegas su boca y la encontró. La besó durante un buen rato,

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explorando su lengua y sus suntuosos labios, y luego se apartó para mirar sus bonitos ojos azules. —Vaya, hola —dijo. Su boca esbozó una sonrisa. —Das las gracias muy bien. —¿Tú crees? Le pasó los dedos por el pelo. —¿Cuánto te he pagado del vestido? —preguntó. —No mucho. Todavía te queda bastante trabajo por delante. Él arqueó una ceja y le dedicó una gran sonrisa. Estaba dispuesto a aceptar el reto. Enseguida. Se inclinó para volver a besarla. —Eso ha sido muy bonito —dijo una voz detrás de él. Malcolm. Quinn se tensó y miró a Janie, que tenía los ojos abiertos de par en par. Luego miró por encima del hombro al intruso.

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Capítulo 19

—Ya sabía yo que la convertirías —dijo Malcolm con una sonrisa sardónica—. Deberías plantearte cerrar la puerta antes de ponerte cariñoso. Es una práctica común en una sociedad correcta, ¿sabes? —Hijo de puta. —Quinn entrecerró los ojos—. Voy a matarte. Malcolm no parecía preocupado. —He vuelto por la piedra. Sé que la tienes. Dámela. Quinn miró a Janie, que le devolvió la mirada con una mezcla de enfado e incertidumbre. Salió de la cama y se puso los pantalones. —¿Crees que te voy a dar algo después de lo que le has hecho? Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad. —Pero no lo hiciste —respondió Malcolm—. Una decisión que de hecho encontré bastante débil, hijo mío. Muy estilo Hamlet, la verdad. El joven príncipe que le da muchas vueltas a un asunto hasta el punto de no conseguir nada. Al final en detrimento propio. —Nunca me gustó demasiado Shakespeare. —Creo que nuestro profundo vínculo emocional fue lo que impidió que me mataras. —Cállate, viejo. —Los ojos de Quinn se entrecerraron—. ¿Te crees que puedes entrar aquí después de todo lo que has hecho y llevártela? Ni de coña. ¿Dónde está el Ojo? Se lo sacó del bolsillo de la chaqueta. —Aquí mismo. Quinn bajó la vista para mirarlo, con cada músculo de su cuerpo tenso, preparado para atacar. Malcolm no se echó atrás. —Estoy seguro de que piensas que me lo puedes quitar, ¿eh? Bueno, deja que te recuerde una cosa, Michael Quinn. Mi plan. ¿Te acuerdas de lo que te dije?

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Volvió a oír en su mente la conversación que tuvo con Malcolm en el bar country. Lo esencial había sido: «Hay que matarlos. Matarlos a todos». Bien. —¿Qué pasa? Malcolm sonrió con frialdad. —No me sorprende que hayas venido aquí, al mismo casino, donde te dije que empezaría en serio. Lo primero en lo que has pensado es en salvar a los demás, incluso aunque sean escoria y merezcan morir. Quinn se lo quedó mirando en silencio sepulcral. Había tenido muchas oportunidades de matar a Malcolm. El día anterior en su casa, cuando había dejado a Janie sin sentido. En el callejón, después de haberle clavado una estaca y de dejarle en el bar country. E incluso antes, aquel mismo día, en el museo. Tres oportunidades para acabar con la vida de una criatura que había perdido el derecho a la vida por ser la personificación del mal, de lo que Quinn siempre había querido salvar a los demás, incluso cuando estaba equivocado. Todo porque el viejo se había portado bien con él cuando era un niño. Pero eso no bastaba. Quinn se encogió de hombros e intentó aparentar que mantenía el control. —Puede que los trescientos cazadores que hoy están aquí no coincidan contigo. Y dudo mucho que les importe echarte si intentas hacer algo. —¿Ah, sí? —Malcolm levantó una ceja—. Ellos son muchos y yo sólo uno, pero aun así esta noche empezarán mis planes con un... ¡pum! —¿Y eso qué demonios quiere decir? —soltó Janie detrás de Quinn. Cogió las sábanas para taparse y se levantó. Malcolm sonrió y se llevó el dedo índice a la boca. —Shhhh. ¿Lo oyes? Hay trescientos cazadores reunidos en el teatro para su egocéntrica entrega de premios. Están todos juntos en el mismo sitio. Y yo voy a matarlos a todos. Quinn intentó reírse al oír aquello. —Debes de tener una pistola muy grande. —O una bomba muy grande. A Quinn se le heló la sangre. —¿Qué has dicho? Malcolm sonrió.

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—He puesto una bomba en este edificio, que detonará en... —Miró su reloj de pulsera—. Menos de veinte minutos. —Estás mintiendo. —¿Por qué iba a mentir sobre algo tan perfecto? Quinn miró por encima del hombro hacia Janie. No estaba seguro de por qué había esperado que le tuviese miedo al viejo que casi la había matado. Pero sus ojos reflejaban furia, tenía los dientes apretados y apenas contenía la rabia que sentía. Sabía que le estaba costando mucho reprimirse para no matar a Malcolm allí mismo. —Bueno —dijo Malcolm, restregando el Ojo contra su pierna, como si le estuviera sacando brillo—, no he planeado quitarte el rubí a la fuerza. Sería muy tonto por mi parte intentarlo. Quiero que me lo des por tu propia voluntad. —Y una mierda. ¿Dónde está la bomba? —¿Por qué iba a decírtelo? —Porque está claro que quieres hacerlo. Si no quisieras decírmelo, no habrías subido aquí para hacer tu pequeña y dramática presentación. Sabes que puedo matarte sin problemas. —A lo mejor no lo tienes tan fácil, hijo. Quinn extendió las manos. —Entonces, ¿por qué no lo averiguas? No tienes ni idea de lo que estoy pensando ahora mismo. De lo mucho que te odio. ¿Yo te decepcioné a ti? No tengo palabras para expresar la decepción que siento por alguien al que una vez le tuve más cariño que a mi propio padre. —Como si tú fueras mejor que yo. —Sí que lo es, hijo de puta —soltó Janie—. No hay ni punto de comparación. Malcolm miró a Quinn. —Tu puta te está defendiendo. Quinn le dio un revés en toda la cara. —Sí soy mejor que tú. ¿Y sabes por qué? Porque no me voy a quedar aquí para ver cómo mueren todos esos hombres de ahí abajo. —Eso es exactamente lo que vas a hacer. —Te equivocas. Vas a decirme dónde has puesto la bomba y me lo vas a decir ya. —¿A ti qué te importa lo que les pase? Son cazadores que viven al límite y han elegido un camino peligroso al matar indiscriminadamente. Se merecen morir.

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—Tengo curiosidad por una cosa. ¿Ese complejo de Dios vino antes o después de que te convirtieran en vampiro, Malcolm? Él resopló al oír su pregunta. —¿Complejo de Dios? ¿Porque quiero hacer el mundo a mi imagen y semejanza? ¿Porque sé lo que le conviene a la humanidad y mataré o salvaré a quien yo elija? ¿Crees que eso es tener complejo de Dios? Quinn parpadeó. —Bueno, ésa es más o menos la definición. Así que, sí. —He planeado esta noche durante mucho tiempo. No dejaré que nada la estropee. —Entonces vas a tener que tomar una decisión. Aquí y ahora. —Quinn hizo una pausa—. Puedes matar a todos los cazadores en la entrega de premios de esta noche o puedo darte la piedra. —¡Quinn! —gritó Janie—. ¿Qué estás haciendo? No se dio la vuelta para mirarla, sino que siguió con la vista clavada en el rostro arrugado de Malcolm. —Dime dónde está la bomba y la piedra será tuya. —¿Acaso ibas a creerme? Podría decirte cualquier sitio. —No. Tú me dices dónde está, y Janie y yo iremos a buscarla. La desactivaremos. Luego nos reuniremos en alguna zona neutral, te daré la piedra y podrás hacer con el Ojo lo que te salga del culo. —¿Así de fácil? Él asintió. —Así de fácil. Una sonrisa forzada se dibujó en sus labios. —Vaya, éste es un cambio interesante en el desarrollo de los acontecimientos. Sinceramente, nunca me lo hubiera imaginado, hijo mío. —Podrías dejar de llamarme así. Yo no soy tu hijo. —No, no lo eres. —Se frotó la barbilla mientras parecía reflexionar sobre aquello— Muy bien. Trato hecho. —¿En serio? —Sí. Tengo años por delante para ejecutar mis planes. —¡Así me gusta!

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—Te diré dónde está y nos encontraremos en veinte minutos abajo, en la entrada del teatro. Él asintió. —Me parece bien. Janie coge tu vestido. Nos vamos. Ella levantó una ceja. —¿Te refieres a mi vestido destrozado? Él se dio la vuelta y la miró a los ojos. A pesar de todo, casi sonrió. —Tienes más ropa, ¿no? Ella suspiró. —Me gustaba mucho este vestido. Malcolm levantó una mano. —Ella se queda conmigo. —¿Qué? —exclamó Janie. —Será mi seguro para que no te marches después de encargarte de mi regalito para los cazadores. Para que vuelvas y cumplas con el trato. Quinn miró a Janie, que de pronto pareció acongojada. —No te voy a dejar solo con ella. Él se río. —Qué protector. Olvídalo. En cuanto se vista, se viene conmigo. —Ni de coña. Ya no hay trato. —Quinn —dijo Janie—. Haz... haz lo que dice. No pasa nada. Se le tensó la garganta al recordar lo que le había hecho el viejo hacía una hora. —Esto no me gusta. —A mí tampoco me entusiasma la idea de quedarme con este viejo loco, pero es el único modo. —Qué chica más dulce y encantadora. —Malcolm levantó una ceja—. Pues ya está. Quinn pensó en todas las soluciones posibles lo más rápidamente que pudo. Podía acabar con Malcolm en aquel momento. Entonces tendría el Ojo, Janie estaría a salvo, pero trescientos cazadores, bastantes personas inocentes y un buen trozo del hotel volarían por los aires cuando la bomba explotara.

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Podía decir que sí al plan de Malcolm y salir en busca de la bomba, pero Janie pagaría el pato, tanto por parte de Malcolm como de su jefe, cuando no le entregara el Ojo. Trató de pensar en una tercera opción, pero no se le ocurrió nada. Su única esperanza era conseguir más tiempo. Desactivar la bomba y luego lograr de algún modo no darle la piedra a Malcolm. No sabía cuál sería el deseo del anciano, pero estaba segurísimo de que no era la paz mundial. —Muy bien —dijo al final. Malcolm sonrió. —La bomba está debajo del podio del orador de la entrega de premios. Será interesante ver cómo un vampiro arriesga su vida para salvar a cientos de sus enemigos. ¿Crees que harían lo mismo por ti? —Basta de cháchara. Los músculos del brazo de Quinn se estaban moviendo. Si hubiese podido pedir su deseo en aquel momento, hubiera pedido una estaca de madera. Superafílada. Malcolm se le quedó observando. —Te conozco muy bien, hijo mío. Después de ocho años sigues reflejando tus emociones en la cara. Estás pensando en matarme, pero a lo mejor estoy mintiendo. ¿Y si te he dicho que la bomba está en otro lugar? No lo sabrás hasta que lo compruebes por ti mismo, ¿no? —Te odio —le soltó Quinn. Malcolm sonrió aún más. —Será mejor que te marches ya. Estás perdiendo el tiempo. Nos reuniremos abajo junto a las máquinas tragaperras. Quinn recogió su camisa del suelo y le lanzó a Janie una mirada de preocupación. —Volveré. —¿Estás imitando a Schwarzenegger? —No lo había hecho aposta, pero sí. —Buena suerte. Se acercó a ella con el deseo repentino de volver a besarla. Para que le diera suerte o sólo para tocarla, para asegurarle que sí que iba a volver. Pero Malcolm le agarró del brazo. —Márchate. Estás acabando con mi paciencia. Quinn le miró con el entrecejo fruncido.

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—Vete —dijo Janie—. No pasa nada. No te preocupes. Me las apañaré. —¿Yo, preocupado? Qué tontería. Con una última mirada, apartó la vista de ella y salió de la habitación, con el corazón latiéndole en el pecho como un animal salvaje, para pasearse entre cazadores de vampiros a los que les encantaría detenerlo.

***

En cuanto Quinn abandonó la habitación, Janie intentó matar a Malcolm con sus propias manos. Se le echó al cuello, lo que le hizo perder en el proceso las sábanas que la cubrían. Él se las apañó para apartarla de un golpe como si fuera un molesto mosquito. Estaba débil por la pérdida de sangre. Se había sentido genial durante un rato, pero los acontecimientos de la noche la estaban superando. No podía hacer más esfuerzos y matar a un vampiro costaba bastante. Cuando recuperara las fuerzas, lo primero que haría sería clavarle una estaca, decidió, mientras el ascensor descendía hacia la planta baja. Luego le metería la cabeza en un cubo de agua bendita. No le haría nada, pero sería divertido ver cómo se sacudía. Luego lo más seguro era que le decapitara. O le quemara. Posiblemente las dos cosas. Aquellas violentas ideas la ayudaron a calmarse un poco. Entonces empezó a pensar en su hermana y se le hizo un nudo en el estómago. Estaría bien. Después de todo lo que había pasado aquella noche, al menos Angela estaría bien. Retorció su collar pelobo y fulminó a Malcolm con la mirada. —No sé por qué estás tan disgustada conmigo —dijo. —Que te den. Él sonrió. —Ya me has dado. Le decapitaría, le quemaría, le clavaría una estaca y le electrocutaría. Y hasta tal vez encontrara unas ratas hambrientas. Primero hizo que la acompañara a su habitación para que pudiera coger sus vaqueros y su camiseta de tirantes. Habían conocido días mejores, pero el vestido ya

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no podía ponérselo. Bueno, podía llevarlo si no le importaba ir con el pecho izquierdo al aire por todo el casino hasta el lugar donde habían quedado con Quinn. No dejaban de venirle recuerdos de Quinn haciéndole el amor. Le impedían concentrarse, por no decir otra cosa. Le habría gustado mucho haberse pasado el resto de la noche en la cama, explorándole a conciencia en lugar de aquella sesión apasionada de antes que había sido demasiado rápida. Se mordió el labio inferior. Miró a Malcolm y sus ojos se entrecerraron. Les había tenido que interrumpir justo cuando las cosas se estaban poniendo mejor. Se pasó el resto del rato en el ascensor pensando en maneras de acabar con su vida incluso más imaginativas que las anteriores. Las puertas se abrieron. Hizo el ademán de salir, pero Malcolm alzó un brazo para detenerla. —No intentes nada —dijo. —¿A qué te refieres? —No trates de atraer la atención de nadie o de avisar a nadie. Esto es entre Quinn, tú y yo. ¿Lo entiendes? —Entiendo que eres un bicho raro, enfermo. —Ahora eres una mosquita muerta, en estas primeras horas no cuesta nada matar a un vampiro. Podría hacerlo con el mínimo esfuerzo. Ella puso los ojos en blanco. —Bla, bla, bla. No me das miedo, capullo. —¿No te importa lo que te pase? —Levantó una ceja—. Como me des problemas... —Rebuscó en su bolsillo y sacó una cajita negra que Janie enseguida reconoció, era un detonador remoto—... acabaré muy rápido con esto. El cuerpo de Quinn quedaría destruido, pero más tarde podría ir a buscar la piedra roja entre las cenizas. —¿Y crees que me importa? —Intentó sonar más segura de sí misma de lo que se sentía en aquel momento—. A lo mejor he estado jugando con él también todo este tiempo. ¿Te lo habías planteado? Al fin y al cabo, yo también quiero el Ojo. Asintió y levantó el detonador. —Muy bien. —No... —Janie alzó la mano—. No..., maldita sea. No lo hagas. Le sonrió con suficiencia y se lo guardó otra vez en el bolsillo. —Lo que yo pensaba. Ven conmigo.

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Se abrieron camino entre la multitud del casino. Una camarera diabla, vestida con un minivestido rojo de lentejuelas y unas alas negras de murciélago, pasó a su lado. El vestido era tan corto que se le veían las bragas negras de lentejuelas al pasar sobre unos zapatos de talón abierto de diez centímetros. Si Janie no se hubiera encontrado tan mal, no le hubiera dolido todo y no hubiera estado tan preocupada, seguro que habría pensado que no iba vestida para la ocasión. Pasaron entre las mesas y vio que Lenny aún seguía jugando al blackjack, lo que no le sorprendió. Tenía el teléfono móvil en la oreja. Al verla, se apartó de la mesa y fue directo hacia ella. —Janie —dijo—. Me alegro de que estés aquí. Era el jefe. Dice que lleva una hora intentando contactar contigo y que no le contestas. Está muy... «Descontento» es una buena palabra. Miró, nerviosa, a Malcolm, que tenía el detonador bien agarrado con la mano derecha y el pulgar encima del botón. —¿No te acuerdas? Está muerto. «No he elegido bien las palabras». —Ah, es verdad. Se me ha... —Negó con la cabeza—. Se me ha ido un poco la pinza. —¿Has estado aquí todo el rato? ¿Cuánto has perdido? Él apretó los dientes. —Demasiado para mi racha de suerte. —Miró a Malcolm—. ¿Y tú quién eres? —Ah... ¿Éste? —Le miró, nerviosa, de reojo—. Es Malcolm. Es un viejo amigo de Quinn. Lenny le ofreció su manaza. —Encantado de conocerte. Malcolm la ignoró. —¿Janie? Vamos. A la chica le empezó a doler la cabeza. —Oye, nos vemos en un rato, ¿vale, Lenny? —No, no vale. El jefe quiero vernos de inmediato. Está de camino. Espero que ya tengas el Ojo. ¿Lo tienes? —Por supuesto que sí. —Entonces, ya estamos.

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Estábamos bien jodidos. Cuando el jefe supiera lo que en realidad pasaba, nos iba a asar hasta quemarnos en su barbacoa. Normalmente se le daba bien hacer varias cosas a la vez, pero a lo mejor ésa era la antigua versión no vampírica de ella. Ahora sentía un fuerte dolor en el estómago al pensar en enfrentarse al jefe sin el Ojo. Una cosa detrás de otra. —Genial. Oye, cuando llegue, intenta entretenerlo un poco, ¿vale? Me... me tengo que ocupar de algo antes. Lenny frunció el ceño. —Janie, ¿estás bien? Pareces un poco pálida. —Estoy bien. Se aseguró de que su pelo largo le tapara las marcas de mordisco en el cuello que ya estaban desapareciendo, pero aún sentía el hormigueo del bálsamo. —Pero... —No, ahora no tengo tiempo. Habla con él. Cuéntale lo de tus poemas. Estoy segura de que le encantará oír alguno. —¿Tú crees? Ella asintió y empezó a apartarse de él mientras Malcolm le agarraba cada vez con más fuerza el brazo. —¿Adonde vas? —preguntó Lenny. —Al lavabo de señoras. —¿Con él? —Volveré pronto. No te preocupes. Lenny no les siguió, sólo se quedó confundido. Odiaba haberle dicho que entretuviera al jefe, pero no podía decirle otra cosa. El tiempo se había agotado oficialmente. A su reloj de arena le quedaban tres granos, que esperaba que aún contaran para que todo saliera bien. Soltó el aire a través de sus dientes apretados. Maldita sea, quería estar segura de que su hermana estaba bien. Sólo esperaba haberle hecho entender a Angela lo peligroso que era quedarse en Las Vegas. Al menos tenía a Barkley a su lado para protegerla como un gran perro guardián peludo. No iba a dejar que nada malo le ocurriera, ¿no? Se volvió hacia las máquinas tragaperras.

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—¡Mierda! —gritó. El gran perro guardián peludo la saludó con la mano. —¡Hola, Janie! —la llamó Barkley cuando Malcolm y ella se acercaron. Se le revolvió el estómago. ¿Podía empeorar la noche? —Janie —dijo Barkley—. Tengo que hablar contigo. —Janie... —advirtió la voz de Malcolm con firmeza. Los ojos de la chica se clavaron en el detonador. Un clic y Quinn estaría muerto. Le miró y luego volvió a centrarse en Barkley. —¿Dónde está Angela? ¿Está bien? —Sí, es sobre eso. —Se mordió el labio inferior y apartó la mirada—. ¿Recuerdas todo lo que te conté sobre ella y que éramos almas gemelas, que estaba loco por ella? —¿Qué pasa? —Se le entrecortaron las palabras. —Lo retiro. Es una zorra psicótica. —Janie —repitió Malcolm—. Se me agota la paciencia. Se acercó lo bastante para que ella notara su cálido aliento en la nuca y la chica se estremeció. —Espera un segundo, Malcolm. Estoy hablando de mi hermana. —Miró a Barkley—. ¿A qué te refieres con que es una zorra? —Una zorra psicótica. Me llevó a su habitación y me atacó. —¿Con un cuchillo? ¿Con una pistola? —Con su cuerpo. Intentó abusar sexualmente de mí. Ella puso los ojos en blanco. —No tengo tiempo para jueguecitos, Barkley. Está en peligro. ¿De qué coño me hablas? —¡Lo sé! Intenté que hiciera las maletas, pero está completamente fuera de control. Está claro que no sabe que soy prácticamente un macho dominante. Eso significa que las mujeres no se me tiran encima en la cama para montárselo conmigo. Me quita mi masculinidad. —No tengo tiempo para esto, Barkley. Ahora tenía el estómago lleno de nudos. A Barkley se le cayeron los hombros.

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—Entonces me convertí en lobo. Tal que así, ¡puf! Me transformé sin ningún aviso. Entonces me di cuenta de que me convierto cuando no puedo controlar la situación. Soy como una tortuga que se refugia en su caparazón cuando se siente amenazada. Sólo que mi caparazón tiene pelo. —Los hombres lobo también están en mi lista, junto con los cazadores y los vampiros —dijo Malcolm de forma inquietante y luego miró su reloj—. Acaba ya, Janie. Venga. Agarró a Barkley por la camisa y le empujó contra una máquina tragaperras Crazy-Sevens. —¿Dónde está Angela? Abrió los ojos de par en par y señaló. —Está en las mesas. Quería jugar un poco más antes de marcharnos de la ciudad. Janie le soltó y se giró del todo para recorrer la sala con la vista. Allí estaba. El pelo rojo de Angela era inconfundible, tanto que podía localizarla desde cierta distancia. —No podía ir peor —dijo más que nada para sí misma—. Tienes que sacarla de aquí ahora mismo. No hay tiempo que perder. Él negó con la cabeza. —Me dijo que me apartara de su camino. —Le enseñó el brazo, que lo tenía lleno de arañazos—. Esa mujer tiene las uñas muy afiladas. ¿Ya he mencionado que la odio con una ardiente pasión? Y no es ese tipo de amor/odio, en el que te odias, pero lo quieres hacer como conejos cuando no te estás peleando. Esto es sólo odio. Sé que es tu hermana, pero es el mal en persona. La mandíbula de Janie se tensó y luego se volvió en dirección a Lenny para decirle con la mano que se acercara. Se había quedado mirando la mesa de los dados. —¿Has cambiado de opinión? —le preguntó—. El jefe llegará aquí de un momento a otro. —Necesito que me escuches atentamente, Lenny. —Hummm. Vale. ¿Qué pasa? Le puso una mano en el hombro y señaló en dirección a su hermana. —¿Ves a esa chica pelirroja? Él asintió. —Es mi hermana. El hombre levantó las cejas.

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—¿En serio? ¿Al final la has encontrado? —Sí. ¿Sabes lo que te conté que le haría el jefe? Él asintió con expresión de gravedad. —Tienes que sacarla de aquí ahora mismo y asegurarte de que esté a salvo. ¿Me entiendes? —Pero ¿y si...? Ella negó con la cabeza. —No hay pero que valga. —Le escocían los ojos—. Protégela, Lenny. Hazlo por mí, por favor. Lenny asintió. —Yo me ocupo. De ella. Lo prometo. —Gracias. Ahora vete. Hazlo ya. —Vale. Se dio la vuelta. —Ah, Lenny, una cosa más. Se dio la vuelta. —¿Aja? —No sabrá quién eres, tampoco sabe quién soy yo. Lo más seguro es que piense que quieres secuestrarla y montará un espectáculo. ¿Podrás con todo eso? Arrugó la frente. —Podré con ella. Es pequeña. Y luego se fue. Janie negó con la cabeza. Tenía que querer a ese grandullón. Sabía muy bien cómo acatar órdenes, ya fueran perseguir a un hombre lobo incontrolado o hacer de canguro de una hermana pequeña. La chica miró a Barkley. Él soltó un largo suspiro de desánimo. —Siento no haber servido de ayuda. —Sí, yo también. Se tragó el gran nudo de ansiedad que tenía en la garganta, le dio la espalda y sin mediar más palabra, Malcolm y ella siguieron caminando hacia donde habían quedado con Quinn cinco minutos más tarde.

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Capítulo 20

Quinn había conocido a Gideon, el líder de los cazadores de vampiros, cuando tenía veinte años y era un cazador sin experiencia, inseguro, con tan sólo un par de muertes a sus espaldas. Gideon era cinco años mayor y estaba a punto de hacerse con el imperio de su padre: mucho dinero y estacas afiladas. La primera impresión de Quinn había sido que Gideon era un tío muy guay. Era alguien con el que le gustaba salir y tomar un par de cervezas. Alguien con el que, a pesar de sus riquezas, estaba dispuesto a luchar codo con codo. Pero aquella impresión no duró mucho. Fueron a cazar juntos. Había encontrado un nido, un lugar de descanso donde los vampiros se reunían con fines sociales y de seguridad. Quinn lo único que quería era observar y volver con refuerzos. Sin embargo, Gideon no estuvo de acuerdo. Tenía un extraño brillo en los ojos que a Quinn le resultó muy incómodo. Gideon se metió corriendo en el nido y se desató el infierno. Empezó a matar a diestro y siniestro, sin piedad. De todos modos, era un mal sitio. Incluso ahora, la culpa de Quinn se atenuaba por el hecho de que sabía que era un grupo de vampiros, no había mujeres ni niños, que recogían humanos para conseguir su sangre y los mantenían casi vivos para tener un suministro fijo. Pero Gideon se había pasado de la raya. El único vampiro que Quinn había matado aquella noche era un joven que en su huida se había encontrado cara a cara con él y había querido luchar a muerte. Quinn no pudo discutirlo. Por suerte, a pesar de su poca experiencia, ganó. Entretanto Gideon había matado diez vampiros él solo. Cuando acabó, estaba en medio del nido, rodeado de unos cuantos cadáveres que pertenecían a los más jóvenes y de los restos de los vampiros antiguos, que se habían desintegrado. Tenía la cara llena de sangre que no era suya. Se volvió hacia Quinn y le dijo: —Qué divertido. Y luego se rio.

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A Quinn se le heló la sangre. Tal como le acababa de ocurrir en ese mismo instante al ver de nuevo a Gideon, ahora con treinta y pico de años, de pie entre los bastidores del Teatro Puerta del Infierno de El Diablo, vestido con un esmoquin que seguramente le habían hecho a medida. Era un hombre imponente. Medía más de un metro ochenta, tenía el pelo castaño oscuro y unos ojos verdes penetrantes. Las tías siempre iban detrás de él, no sólo por su dinero —tenía un montón—, sino por su pinta de modelo que camuflaba el asesino frío y calculador que había debajo. Quinn había tenido celos de él en el pasado porque a aquel tipo todo le salía bien. Había ido a Harvard, donde había estudiado ciencias políticas y había sido uno de los mejores de clase. Encima el padre de Gideon creía que era el hijo perfecto que no podía hacer nada mal. Quinn no tenía ni la más remota idea de lo que era tener un padre así. «Vale —pensó Quinn—. ¿Cómo coño lo voy a hacer para que Gideon no me vea?». El tiempo se agotaba. Janie le estaba esperando y contaba con que sobreviviera. Aún no podía creer cómo habían cambiado los acontecimientos de aquella noche. Todavía temblaba por haber visto a Janie sin una gota de sangre, después transformarla y luego... haberle hecho otras cosas. Todo en no más de una hora. Las cosas más importantes de su vida siempre ocurrían rapidísimo. Sacudió la cabeza para aclarársela. Pensar en Janie en aquel momento no le iba a ayudar a concentrarse en lo que tenía que hacer. Y eso era pasar desapercibido por delante de Gideon y coger la bomba. Miró su reloj. Sí. Y más le valía darse prisa. Alzó la vista y frunció el ceño. Gideon había desaparecido. ¿Adonde había ido tan rápido? ¿Al escenario? Notó unos golpéenos en el hombro. —¿Quinn? ¿Michael Quinn? —dijo Gideon—. ¿Eres tú? «Mierda, mierda, mierda». Se dio la vuelta despacio para mirar al número uno, al hombre más importante y peligroso de la organización de cazadores. —Gideon —dijo despacio—. Me alegro mucho de verte. Gideon asintió y reflejó una sonrisa en sus ojos. —¡Cuánto tiempo!

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—La verdad es que sí. —¿Cómo te ha ido? Quinn tragó saliva. ¿Lo sabía? ¿Le habría llegado a sus oídos que le habían convertido en vampiro en contra de su voluntad? ¿Que su padre, un líder por derecho propio, había sido asesinado y que las manos de Quinn precisamente eran en parte responsables de aquella situación desagradable? Forzó una sonrisa. —Me ha ido... bien. Muy bien. ¿Y a ti? —Ah, ya sabes. He estado ocupándome del negocio. Le dio a Quinn en el hombro. «Taking care of business». Aquella había sido su canción durante el breve periodo de tiempo en que fueron amigos. Le sorprendía que Gideon se acordara de aquel pequeño detalle. —Ahora no puedo hablar, tengo que pronunciar mi discurso. —Levantó una ceja oscura—. Ya sabes lo mucho que odio hablar en público. Quinn resopló. —Sí. Sólo si el foco no te ilumina directamente. —¡Te acuerdas! —Gideon soltó una carcajada—. Espero que te quedes a escucharme. Voy a hablar sobre la organización y el poder en cifras. Últimamente he estado muy ocupado, pero lo ha escrito alguien por mí. Creo que suena bastante natural. —¿Organización? Quinn no pudo evitar encontrarlo gracioso. —Lo sé. Siempre he sido un cazador fanático sin un plan, ¿no? Bueno, el tiempo cambia muchas cosas, ¿verdad? «No tienes ni idea», pensó. —Oye, ¿crees que podría subir al escenario un momento? Gideon sonrió con complicidad y miró hacia donde Quinn tenía clavada la vista. —¿Hablas en serio? ¿Quieres decirles algo inspirador a las tropas? «No, quiero coger la bomba que está a punto de explotar y mandar tu culo directamente al infierno». —Lo que sea por levantar la moral. Si puedo hacer algo, me encantaría involucrarme en la organización desde este mismo momento.

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—Está muy bien por tu parte. Estoy seguro de que a todos les encantará oír lo que tienes que decir. Oye, luego hay una fiesta VIP. Estás invitado a venir. Tenemos que ponernos al día. —Suena... —«increíblemente mal a todos los niveles»— fantástico. Gracias por invitarme. Gideon sonrió fríamente. —Quinn, tengo que decir que me siento un poco insultado. Debes de pensar que soy un imbécil. ¿Es eso? Tragó saliva y mantuvo la expresión completamente neutral. —¿De qué estás hablando? Gideon siguió sonriendo. —¿Es esto alguna especie de ridículo intento de asesinato? Porque los tengo cada dos por tres. Ahora hace falta mucho más para impresionarme. —¿Asesinato? —Frunció el ceño tan fuerte que le dolió—. Por supuesto que no. El hombre se lo quedó estudiando durante un rato. —Pues no lo pillo. A menos que el hecho de haberte convertido en un chupasangre te haya frito el cerebro. ¿Crees que puedes venir hasta mí y fingir que nada ha cambiado, como si no supiera nada, sea importante o no, de lo que les pasa a los cazadores? —Su sonrisa perdió intensidad por las comisuras de sus labios—. Has cometido un terrible error. Quinn no pudo evitar dar un paso hacia atrás al ver la mortífera expresión en el rostro de Gideon. Retrocedió hasta toparse con algo grande. Dos pinzas de hierro le agarraron de los brazos para retenerlo. Eran los guardaespaldas de Gideon. Claro, un hombre tan importante como Gideon no iba a ir a ningún sitio sin sus guardaespaldas. Había estado demasiado rato al sol. Necesitaba sangre. Había tenido un sexo alucinante. Todo lo necesario para freírle las células del cerebro. Estaba muerto. Gideon metió la mano por debajo de su chaqueta y sacó un cuchillo de plata con una hoja curva. Parecía muy caro. Y muy afilado. Lo acercó tanto al cuello de Quinn que se le hundió en la piel. —Dime por qué estás aquí. —Porque estoy intentando salvarte la vida. ¿Puedes creértelo? Gideon levantó una ceja.

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—¿ Ah, sí? —Sí. A decir verdad, en unos diez minutos va a detonar una bomba debajo del podio que ha puesto Malcolm Price, que no es tan amable como yo; y se nos va a llevar por delante a ti, a mí y a todos los que estén en esta manzana. Así que puedes matarme ahora. En unos minutos ya no importará nada. Gideon se metió el cuchillo en el bolsillo y agarró a Quinn de la garganta. —¿Me estás mintiendo? —¿Por qué no sales ahí a comprobarlo? No es complicado. Miró a sus guardaespaldas y, con un simple gesto de la cabeza, soltaron a Quinn. Justo cuando empezaba a orientarse, Gideon le agarró del cuello de la camisa, le hizo perder el equilibrio, y lo lanzó al escenario. Quinn parpadeó a consecuencia del brillo de los focos. El público, al que no podía ver, pero sabía que estaba allí en la oscuridad, estaba callado como un muerto. Un hombre corpulento con una chaqueta de cuero estaba presentando el premio por una vida de logros y pareció molestarle la interrupción hasta que vio que se trataba de Gideon. Entonces se retiró gentilmente del escenario para dejarlo libre. Gideon le hizo un gesto con la cabeza. —Continúa. Quinn se centró en el podio y, cuando llegó a él, abrió la puerta que había debajo. —¿Y bien? —preguntó Gideon. Quinn le miró. —Me he equivocado. Gideon apretó los labios y les hizo una señal a sus guardaespaldas. Quinn siguió buscando. —No faltan diez minutos, sino tres. Gideon se colocó a su lado y bajó la vista hacia la bomba. Su expresión no dejó de reflejar un ligero fastidio. —Creía que Malcolm Price estaba muerto. —Ojalá lo estuviese. Gideon le hizo una seña a otra persona que había a un lado del escenario, un hombre alto con gafas cuyos ojos se abrieron de par en par cuando vio el dispositivo. —Ocúpate de esto —le ordenó Gideon.

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Sin hacer ninguna pregunta, el hombre de inmediato se puso de rodillas y empezó a desactivar la bomba. Entonces Gideon se volvió hacia Quinn. —Esto va a arruinar mi evento. Él se encogió de hombros. —Lo siento. ¿Y ahora vas a matarme? —Sí. Quinn cogió el micrófono y se dirigió a la muchedumbre. —Hay una bomba en el edificio. ¡Sálvese quien pueda! Y a pesar de que sumaban trescientos de los hombres y mujeres más duros de América, enseguida se pusieron a gritar corriendo en todas direcciones. Gideon dio una vuelta entera para observar el caos repentino que se hizo a su alrededor. Cuando volvió a mirar a Quinn, éste había desaparecido entre la multitud.

***

Janie miró su reloj. ¿Cuánto tiempo quedaba? ¿Dónde estaba Quinn? Debería haber vuelto ya. —Le han matado. —La voz de Malcolm se metió en sus pensamientos. —Cállate. —Si no la desactiva, la bomba estallará en menos de dos minutos. —Sonrió con crueldad—. Creo que estaremos bien aquí, pero si lo prefieres podemos marcharnos del edificio. —La desactivará. —Todavía me haría muy feliz cuidar de ti, Janie. Al fin y al cabo, soy yo el que te convirtió. Te he dado la vida vampírica. Lo único que hizo Quinn fue darle forma. Se moría por pegarle un puñetazo. Saltarle algunos dientes. A ver qué tal le sentaba vivir la eternidad sin dientes. Aunque no iba a vivir para siempre, porque ella le iba a matar y le iba a meter por su garganta de vampiro el detonador que no paraba de enseñarle. Pero antes tenía que esperar para comprobar que Quinn estaba a salvo. —Cállate —repitió con una amenaza subyacente que por lo general hubiese hecho sudar incluso el hombre más fuerte.

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—Como desees. No pudo evitar soltar una risita forzada al oír aquello. —Claro, es de lo que va todo esto, ¿no? De un deseo. ¿Y qué es lo que tienes planeado pedir? —Quiero pedir la omnipotencia. Le miró de reojo. —Tu médico te puede hacer una receta si tienes ese problema —dijo. —Omnipotencia. —Ya sé lo que significa, pirado. El poder absoluto. Pero ya eres un vampiro, ¿qué diferencia hay? —Toda. Verás, ahora mismo, aunque soy un ser mejor con la posibilidad de vivir eternamente, aún existen efectos secundarios. Si no consumo sangre suficiente, me muero. Si me clavan una estaca o me disparan una bala de plata, me muero. Ella le miró el cuello. —No te olvides de la decapitación. El viejo levantó una mano para tocarse la garganta. —Pero cuando pida mi deseo, ya no me afectará nada de eso. Me podrán clavar una estaca de madera, pero no me matarán. Nada me matará. No temeré que acaben conmigo y así podré concentrarme en mi objetivo. —¿Que es? —Crear una raza de seres superiores. Aquellos que tienen la fuerza y la resistencia vampírica, pero también el entrenamiento y el instinto de un cazador. Y sólo responderán ante mí. —Quizá deberías comprarte un perro. Parece que necesitas urgentemente un pasatiempo. Él la ignoró. —¿Y tú, Janie? Te has recuperado muy rápido de lo que ha pasado antes. —¿Te refieres a cuando me destrozaste la garganta y te saciaste conmigo? Se hace lo que se puede. —Ésa es la razón por la que serías una magnífica incorporación a mi equipo. ¿Estás segura de que no puedo hacerte cambiar de opinión? —Ya he trabajado para un cabrón psicótico retorcido. ¿Por qué iba a querer hacer un movimiento lateral? —Admito que serías muy difícil de controlar, pero te veo un gran futuro.

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—Ojalá pudiera decir yo lo mismo de ti. De repente se produjo un gran alboroto cuando una masa de gente entró en el casino. Janie y Malcolm fueron arrastrados hacia un lado, a una parte de las máquinas tragaperras reservada a los torneos. No se oía lo que decían. —Vienen del teatro. Malcolm frunció el entrecejo al ver la oleada de hombres y mujeres con caras de pánico arremolinándose mientras se dirigían a la salida. A Janie se le cerró el corazón en un puño cuando se imaginó a trescientos cazadores encontrándose a un solo vampiro allí en medio, sin incluirla a ella, ya que al carecer todavía de colmillos, nadie podría saber sin que se lo dijeran que se había transformado. Se estremeció. Le arrancarían a Quinn extremidad por extremidad. O le torturarían para conseguir información. En aquellos momentos deseó con toda su alma tener un arma. Hasta sus zapatos de tacón alto estaban arriba. Apretó los puños y se tensaron todos los músculos de su cuerpo. Si Quinn estaba muerto —se le secó la garganta—, después de lo que había ocurrido entre ellos..., entonces también quería morir. Pero eso sería después de deshacerse de unos cuantos cazadores y de Malcolm, por supuesto. Le miró y vio que estaba accionando el detonador. Parecía decepcionado. Sin pensarlo, le dio una patada para quitárselo de la mano y salió volando por el suelo. —No seas mal perdedor —dijo. —Sólo quería asegurarme. —Sonrió con suficiencia—. Pero ¿dónde está ahora tu amante? Puede que haya parado la bomba, pero quizá los cazadores le hayan detenido a él. —Tengo que ir a buscarle —dijo ella entre dientes, más para sus adentros que para Malcolm. Y entonces le vio doblar la esquina en dirección hacia ellos. Se sintió tan aliviada —sí, otra vez— que empezó a llorar. Debía de ser el síndrome premenstrual, estaba claro. ¿Lo tendría ahora que era una vampira? ¿Le cambiaría el cuerpo de modo que ya no tendría los problemas que suelen tener los humanos, como la regla? No lo sabía. Lo único que sabía era que tenía un ataque emocional. ¿Acaso quería eso cuando metió a Quinn en su vida? ¿Tener las emociones a flor de piel? Si hacía falta, pues vale.

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Cogió aire y se contuvo para no abrazarle. Tenía que parecer fuerte y que no estaba afectada. —Estoy aquí—dijo Quinn, mirando nervioso por encima de su hombro. Se activó megafonía y una voz que se presentó como el director del hotel sugirió con calma que todos los que estaban en el interior del edificio abandonaran el establecimiento debido a una amenaza de bomba. La voz era tranquila, pero no consiguió tal efecto. Las personas que quedaban en el casino recogieron sus fichas, con pánico en sus rostros, y huyeron hacia la salida más cercana. —¿Encontraste mi regalito para los cazadores? —preguntó Malcolm secamente. —Sí. —¿Y estaba donde te dije que iba a estar? —Sí. —Entonces he cumplido mi parte del trato. —Extendió la mano—. Ahora dame la piedra, por favor. Quinn se metió la mano en el bolsillo. La tensión inundó el pecho de Janie. —Quinn, ¿qué estás haciendo? ¡No se la puedes dar! Sus miradas se cruzaron. Puede que Quinn pareciera tenso externamente, pero sus ojos expresaban todo lo contrario. Se estaba produciendo una tormenta en su interior. Pero cuando su mirada se clavó en ella, en su rostro se reflejó cierta tranquilidad. —He hecho un trato —le contestó. —Pasa del trato. —No puedo hacer eso. —¿Sabes siquiera qué tiene pensado hacer este trozo de mierda con el Ojo cuando sea suyo? Deja que te dé una pista. No lo va a usar para construir hospitales infantiles en la India. Quinn vaciló. Tenía la piedra apretada en la mano. —Debería matarle —dijo. —Deberíamos hacerlo juntos. —Estoy aquí, ¿sabéis? —dijo Malcolm—. Y no me tomo muy bien las promesas no cumplidas.

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El anciano dio una vuelta y cogió a Janie con una llave de estrangulamiento. Era bueno. Hasta sabía cómo usar los puntos de presión en la garganta para inutilizar sus extremidades. Chico listo. ¿Ella? No mucho. Debería haberlo visto venir a un kilómetro de distancia. Podía echarle la culpa a toda la sangre que había perdido, a que se había transformado de especie y/o a los estragos que estaba provocando la mezcla de emociones en su cerebro, pero no tenía excusa para dejar que ese cabrón la cogiera por sorpresa oirá vez. Si no hubiese estado tan asustada, habría sentido vergüenza. Sin embargo, a pesar de su apariencia, no era un simple anciano. Era un vampiro. Y antes de eso, había sido un cazador de alto rango. Además llevaba un corte de pelo horrible. Por todas esas razones no deberían concederle un deseo. —Janie... —La voz de Quinn sonó ahogada. —La mataré —dijo Malcolm bruscamente—. No te quepa duda. Es tan nueva que una estaca le atravesaría la carne hasta el corazón como si fuera mantequilla. Él sacudió la cabeza. —Suéltala. —Dame la piedra. —No se la des, Quinn —logró decir Janie. La miró con el ceño fruncido. —¿Por qué no luchas contra él? Ni siquiera le estaba clavando las uñas en el brazo que le rodeaba el cuello. Tenía las extremidades inutilizadas. Era una sensación bastante extraña y no es que en aquellos momentos la inundara el poder femenino. —Si pudiera, lo haría. ¿Te suenan los puntos de presión? ¿No te enseñaron a usarlos en tu entrenamiento? Notó los colmillos de Malcolm rozando su cuello. —O podría acabar de matarla —dijo—. Aquí mismo. Antes me ha sabido a gloria. La piedra. No me hagas pedírtela de nuevo. Sin mediar más palabra, con los ojos clavados en la cara de Janie, Quinn metió la mano en su bolsillo y sacó la piedra roja. —Bien —musitó Malcolm—. Muy bien. —Quinn... —Janie vio que su mirada dejó la suya para pasar de largo por encima de su hombro. Frunció el ceño—. ¿Qué vas a...?

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De repente Malcolm gruñó y le soltó el cuello. En cuanto volvió a sentir su cuerpo, se apartó de él. Se dio la vuelta para mirar a Malcolm, que estaba inmóvil, con los brazos colgando a los lados. Frunció el entrecejo, confundida, cuando la punta de una estaca de madera asomó por su pecho, pero luego desapareció dejando una mancha de sangre redonda delante de su camisa blanca que había quedado arruinada. Su mirada se movió hacia lo que estaba detrás de él. Era su jefe, con dos esclavos ayudantes a cada lado, uno de ellos sosteniendo la estaca llena de sangre que le acababa de clavar a Malcolm en la espalda hasta llegar al corazón. A Malcolm se le pusieron los ojos vidriosos, cayó de rodillas y luego de bruces. Estaba muerto. El jefe le señaló, uno de los esclavos se agachó junto al viejo para registrarle y encontró el Ojo enseguida. Se levantó, mirando hacia abajo, obediente, y se lo dio al jefe. —Parker —dijo el jefe sin alterar la voz—. ¿No te recalqué lo importante que era esto para mí? Y me has vuelto a fallar. La boca se le había quedado tan seca como el desierto que ella y Quinn se habían pasado la tarde recorriendo. —Yo... yo... Notó que le estiraban de la manga y se dio la vuelta para ver a Quinn detrás de ella, con la preocupación grabada en su rostro. Le colocó la mano en la cintura de un modo protector y la acercó a él. La mirada del jefe se centró en el vampiro. —Aún está vivo. Ella asintió. —Te dije que le mataras y has ignorado mis órdenes. Quinn la agarró más fuerte de la cintura. —¿Janie? Se volvió para mirarle. —No he podido hacerlo. El jefe asintió con su cráneo arrugado. —Y ahora, para empeorar las cosas, ¿eres una vampira? —Negó con la cabeza—. Patético. Muy patético.

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La chica alzó la mano para tocarse la garganta, pero las marcas habían desaparecido casi por completo gracias al bálsamo curativo. —¿Cómo lo ha sabido? —Puedo olerlo desde aquí. Ella miró a Quinn y éste se encogió de hombros. —Yo creo que hueles genial. El jefe les miró con desdén. —Mis videntes una vez me dijeron que estabas destinada para la grandeza. A pesar de tus defectos anteriores, te di esta oportunidad para que me demostraras lo que valías. Pero has fracasado. —Miró a Quinn—. Qué grosería la mía el no presentarme. Soy el que acabará contigo esta noche. Contigo y con Parker. —¿Ah, sí? —gruñó Quinn—. Y yo soy el que acabará contigo primero. El jefe se rio, un chasquido seco que, como de costumbre, sonó a enfermo. —Tal vez antes me hubierais hecho más gracia, pero ahora estoy cansado y con ganas de que esto se acabe. —Miró el Ojo—. Por fin. Después de un milenio vuelve a ser mío. —¿De un m-milenio? Janie odiaba que aquel hombre la hiciera tartamudear a causa de los nervios. No había previsto que fuese así su última reunión con el jefe. El casino, salvo por ellos, estaba completamente vacío. No había testigos. Tenía los segundos contados. —Sí, Parker. Verás, esto —levantó el Ojo— era mi báculo y me lo quitó una tribu de humanos que me adoraba hasta que me traicionaron. Todo este tiempo, hasta hace muy poco, ha estado cubierto por un velo de magia para que no lo pudiera localizar. Se las apañaron muy bien para mantenerlo alejado de mí durante mucho tiempo, pero seré yo el que se ría el último. —¿Su báculo? —Es parte de mí. Parte del poco poder que aún me queda. Representa lo que me arrebataron cuando me desterraron. —¿Le desterraron? —Janie se sintió muy confundida, más o menos igual que cuando había estado sólo algo confundida—. ¿De dónde? —Del Infierno. —Sus finos labios esbozaron una sonrisa forzada—. En su día fui un demonio de alto rango. Durante muchos milenios. Y luego el mismo Lucifer me arrebató el poder. Fui castigado. Me enviaron aquí, al reino terrenal. Esperaban que me debilitara hasta desaparecer entre los insulsos y asquerosos humanos. Lo único

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que me ha mantenido vivo todo este tiempo ha sido el odio y mi gran deseo de venganza. —¿Es un demonio? —preguntó Janie, que sintió un escalofrío al pensarlo. No tenía ni idea de por qué nunca se le había pasado por la cabeza. Siempre se había referido a él como «el jefe infernal». No sabía que hablaba literalmente. —No soy un simple demonio —contestó el jefe, levantando una ceja sin pelo—. Sólo respondía ante Lucifer. —¿Y ése es su deseo? —El pavor se apoderó de ella—. ¿Volver a ser un demonio? —Este cuerpo frágil cada día está más débil. Pronto se restablecerá todo y me vengaré de aquellos que me traicionaron o me decepcionaron. —Entrecerró los ojos—. Y eso te incluye a ti, Parker. —Pero yo he encontrado el Ojo. ¿No cuenta para nada? —Tu intención era que lo usara tu amante. Incluso a pesar de mis amenazas sobre tu hermana. No creías que iba a cumplirlas, ¿verdad? Ella miró a Quinn. «Su amante». El jefe lo sabía todo, ¿no? Aquella idea no le reconfortaba lo más mínimo. Malditas videntes. Sólo esperaba que no tuvieran algún tipo de conexión videopsíquica con YouTube. No intentó negar lo que había dicho, pues sabía que sería saliva malgastada. —Pero ahora lo tiene. —Sí. —Sonrió y luego se rio de un modo que puso aún más nerviosa a Janie de lo que ya estaba—. ¡Cuántas criaturas buscando el Ojo todos estos años con la esperanza de usarlo para sus propios fines! Se rumoreaba que concedía un deseo, ¿no? La mano de Quinn le agarró con más fuerza la cintura. —Eso decían —respondió Quinn—, que si se pedía un deseo el Ojo lo concedía. —Es curioso cómo se tergiversa la información con el paso de los años para convertirse en una leyenda o un mito. Sí, sólo puede pedirse un deseo. Sin embargo, yo soy el único que puede pedirlo. Janie se quedó atónita al oír la noticia y entonces miró a Quinn, que había palidecido. —¿Tan sólo usted puede pedirlo? Él sonrió con nostalgia.

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—Espera a verme con mi forma demoníaca. Tengo una belleza espantosa. La chica estaba empezando a pensar que el deseo de Malcolm de omnipotencia era casi bonito comparado con que su jefe se convirtiera en un demonio. Pero el Ojo no estaba completo, ¿no? No sin la piedra roja que Quinn todavía guardaba. ¿Se había dado cuenta el jefe de eso? Se dio la vuelta para mirar los ojos azul oscuro de Quinn. Tenía la cara tensa y no se había movido de su lado desde que habían matado a Malcolm. ¿Sabía lo que estaba pensando? Sí. Lo veía en sus ojos. Lo sabía. No tenía que decírselo. Tenía que irse. Tenía que salir corriendo para proteger la piedra y llevarla a algún sitio donde el jefe no fuese nunca capaz de encontrarla. Cabía la posibilidad de que Quinn escapara sin que el jefe fuera consciente de lo que estaba sucediendo ni de lo que le faltaba. Una mínima posibilidad, pero tenían que aprovecharla. La garganta de Quinn se movió al tragar y negó con la cabeza prácticamente de modo imperceptible. Casi le leía la mente. «No, no voy a dejarte. Así no». Pero no le dio pie a otra cosa. Le empujó con fuerza, le apartó de ella y se acercó a su jefe y a sus ayudantes para distraerlos. No miró para ver si Quinn se había marchado. Ya sabía que lo había hecho. —Parker, ¿qué estás haciendo? —preguntó el jefe frunciendo el ceño—. Eres muy rara, ¿sabes? —Supongo que ahora querrá matarme —dijo. Él levantó una ceja. —Suena muy tentador, pero puedo esperar a más tarde. —Después de que haya pedido su deseo. —Sí. Bajó la vista hacia el Ojo y observó sus bonitos detalles grabados. Si lo que decía era cierto, llevaba diez siglos sin verlo en persona. Sus ojos claros y llorosos evaluaron la superficie. Y entonces su frente bajó despacio y alzó la vista hacia Janie. Había advertido la diferencia. —¿Dónde está tu amante? —Se ha ido. —¿Te ha dejado para que te enfrentes tú sola a mi ira?

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No dijo nada. Entonces sus ojos hicieron una cosa rarísima. Mientras que los ojos de los vampiros se ponían negros cuando tenían mucha hambre, los ojos de su jefe se llenaron de lo que parecía ser... ¿fuego? Un destello rojo y naranja que la paralizó por dentro. No había visto aquello. Nunca. —Traedla —dijo, y sus esclavos ayudantes la cogieron cada uno de un lado, haciéndole daño, y la arrastraron por el casino desierto.

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Capítulo 21

Quinn había escapado. Y tenía la piedra. Podía irse de allí de una pieza e intentar olvidar que todo aquello había ocurrido, pues sabía que el demonio al que había tenido la mala fortuna de conocer ya no podría pedir su deseo. Se quedó afuera, al lado de la fuente del Bellagio mientras el agua bailaba al son de la música de Celine Dion que cantaba que su corazón seguía adelante. Y adelante. Entonces empezó a maldecir en voz alta, tanto que la multitud que había allí reunida se volvió para mirarle con recelo. Con miedo. Y no era para menos. La había abandonado. Así, sin más. Sin discusiones. Sin encontrar una solución mejor. Y ahora ella tendría que acarrear con las consecuencias. Su jefe la mataría por traidora. Nunca había comprendido por qué ella, que parecía tan fuerte e independiente, siempre había estado dispuesta a seguir las órdenes de aquel hombre. Era porque su jefe era un demonio. Aunque su apariencia externa era débil, Quinn podía sentir el poder repiqueteando justo bajo la superficie. Le helaba la sangre estar simplemente ante su presencia. ¿Por qué Janie había empezado a trabajar para él? Estaba seguro de que no había sido por propia voluntad. La habían obligado a firmar aquel contrato de sangre y hacía lo que él quería bajo coacción. Y ahora iba a morir porque Quinn no había sido capaz de protegerla. Dejó escapar una risa suave y forzada al pensarlo. Janie le daría una paliza si se llegaba a enterar de que él quería protegerla. Ella no creía que necesitara protección de nadie. Pero estaba equivocada. Y él le había fallado. Igual ya estaba muerta.

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Sólo de pensarlo se estremeció por dentro. Metió la mano en el bolsillo y envolvió con sus dedos la dura piedra roja. Tenía que salvarla. No importaba lo que tuviera que hacer, no podía quedarse en las sombras mientras la asesinaban. «La amo». Ese pensamiento envolvió su corazón y se agarró a él con fuerza. Ella representaba todo lo que él pensaba que no quería. Demasiado testaruda, con demasiados problemas, demasiado obstinada... Bien mirado, era un verdadero incordio. Y él no quería vivir un día más sin ella. No sabía si Janie sentía lo mismo por él. Se le había entregado totalmente cuando antes habían hecho el amor y no le había culpado por convertirla en un vampiro. Además, trabajaban juntos como una máquina bien engrasada cuando no se estaban peleando. Pero eso no quería decir nada. «Vale —se dijo a sí mismo—. Deja de perder el tiempo. Vuelve y encuéntrala antes de que sea demasiado tarde». Ella se cabrearía con él por lo que iba a hacer. Pero no pasaba nada, no le preocupaba. Con tal de que ella estuviera a salvo, todo lo demás carecía de importancia. Regresó corriendo a El Diablo. Había luces brillantes de los coches de policía que acababan de llegar, seguramente para investigar la amenaza de bomba. Todo lo que tenía que hacer era pasar desapercibido delante de ellos. Había un hombre dándole la espalda, con los brazos cruzados y su mirada fija en el hotel. Estaba solo. Era Gideon. Nadie estaba mirando. Ésa podría ser la oportunidad de su vida. Se acercaría sigilosamente por detrás del líder de los cazadores y le rompería el cuello. Sería asesinato, pero ¿podía justificar que esa muerte a la larga salvaría la vida de muchos otros? Además, Gideon era famoso por no tener piedad con los cazadores que le decepcionaban. La tortura era una de sus herramientas para sonsacar la información que quería. Matarlo y romperle el cuello sería rápido y así el hombre que no había dudado en matar a tantos otros sin un atisbo de delicadeza estaría muerto.

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Intentó buscar en su interior algún resquicio del asesino que fue en su día, pero no pudo encontrar nada. Quinn no quería volver a matar, no si podía evitarlo. Y aún menos de esa forma. —Sé que estás ahí —dijo Gideon en voz baja, sin darse la vuelta. —¿Ah, sí? —No me gusta no tener el control. Hay pocas cosas que valoro y mi poder es una de ellas. —Eso ya me lo imaginaba. Se volvió hacia Quinn. No había simpatía en el rostro de aquel hombre, más bien cansancio. Aparentaba más años de los treinta y cinco que tenía. —¿Por qué lo has hecho? —¿El qué? Gideon esbozó un amago de sonrisa. —Avisarme sobre lo de la bomba. —Me encantaría quedarme aquí charlando contigo pero ahora mismo me necesitan en otro sitio. —Entonces dímelo enseguida. —Porque no creo en los asesinatos en masa y el hombre que puso la bomba tenía una idea muy retorcida del mundo, ahora que es un vampiro. —¿Y tú no? —No. En realidad, ahora veo las cosas mucho más claras. —¿Y eso lo hace todo más sencillo? — ¿Todo? —Elegir. La vida y la muerte, y todo lo demás. —No sé si entiendo exactamente lo que dices, pero no. No es más sencillo elegir. Quizás está más claro, pero no es más fácil. —¿Y ahora dónde está el hombre que puso la bomba? —Muerto. —Ya veo —asintió Gideon—. ¿Puedo contarte un secreto, Quinn? —Que sea rapidito. —Ya sé que no todos los vampiros merecen morir. Fueron mi padre y el padre de mi padre y todos los que hubo antes que ellos quienes decidieron que los vampiros

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serían nuestro objetivo, y su destrucción sería nuestra misión en esta vida. No atendían a razones, pero yo no soy igual. —¿Y eso qué quiere decir? La expresión de su cara se ensombreció. —No cambia nada, claro está. Pero me hace reflexionar sobre mi propia humanidad. El hecho de que aun sabiendo lo que sé, no voy a parar. No cesaré hasta hacer desaparecer a todos los vampiros de la faz de la tierra. Quinn se quedó helado al oír sus palabras. —¿Y tú crees que eso es lo que va a pasar? Gideon soltó una risita. —Es poco probable. Pero necesito retos en mi vida. Las mujeres son demasiado fáciles, ninguna de ellas me excita lo suficiente como para estimular mi intelecto. Los hombres me temen y no tengo amigos de verdad. Mi padre estaba demasiado concentrado en su trabajo y ahora está muerto. Sólo estoy yo y mi misión. Quinn asintió. —¿Sin retos, eh? —Escalé el monte Everest el año pasado. Fue algo sumamente aburrido. —Y los vampiros son fáciles de matar. La boca de Gideon se curvó hacia arriba para dedicarle una cruel sonrisa. —Es pan comido. Hay muy pocos que presenten un pequeño desafío para mí. Simplemente aceptan su muerte. Me aburre. Por un momento pensé que me harías la noche interesante, pero ni siquiera tú... —su voz se fue apagando y suspiró— me ofreces nada nuevo. Si Gideon no hubiera estado quejándose de no tener cosas chulas para matar, puede que Quinn se hubiera apiadado de él. Supuso que aquello era lo que pasaba cuando se tenía todo en el mundo: mujeres, posesiones materiales, el lujo de viajar por todo el planeta a lo grande. La vida debía de hacerse aburrida al cabo de un tiempo. Gideon no tenía nada que le importara. Quinn tenía a Janie. Ésa era la gran diferencia en aquel momento. Y él iba a hacer todo lo posible para salvarla.

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Sin mediar palabra, los esclavos la empujaron dentro de una suite del hotel que hacía que la lujosa habitación de Quinn pareciera una de clase económica. Aún no había ningún huésped. Al pasar por delante de la ventana vio las luces de las ambulancias y de los coches de policía que habían llegado por si la amenaza de bomba era cierta. Janie estaba preparándose mentalmente para morir. No era nada nuevo. Se trataba de analizar todo lo que había hecho en su vida, lo que echaría de menos y lo que no. Durante la reunión con su jefe el otro día, había decidido que lo único que echaría de menos serían sus zapatos nuevos. Había llovido mucho desde entonces. Ahora estaba segura de que echaría de menos a Quinn. Sólo de pensarlo se le hacía un nudo en la garganta. Lo enamorada que había estado de él cuando era pequeña no era nada comparado con lo que sentía ahora. Aquello había sido algo de críos, aunque bonito, en retrospectiva. Ahora estaba realmente muy enamorada de él. A lo largo de los años, se había imaginado a sí misma enamorada de otros hombres. Novios del instituto, el tipejo que la había arrastrado a trabajar para la Compañía e incluso el mago diabólico de quien cometió el error de enamorarse brevemente durante una misión. Después de su muerte había renunciado a los hombres, había renunciado a la posibilidad de que su frío y duro corazón volviera a romperse. Se interponía en su trabajo. Hasta que Quinn volvió a aparecer en su vida. No podía negar la atracción que sentía por él. Era muy guapo y tenía una sonrisa —cuando se decidía a usarla— que la volvía loca. No era capaz de determinar en qué instante aquel encaprichamiento se había convertido en amor. Pero así era. Ella le amaba. Tanto que le importaba más su seguridad que no la suya propia. Él estaba a salvo. Se había ido y tenía la piedra. El jefe tenía vía libre para hacer con ella lo que quisiera. Ella estaba en paz con su decisión y su sacrificio. Bueno, no del todo, pero estaba en ello. Se preguntó si Quinn sentiría lo mismo por ella. «Supongo que nunca lo sabré», pensó. Al menos su hermana estaba a salvo con Lenny. Su hermana que ni siquiera se acordaba de ella. Pero eso daba igual. Janie sí que se acordaba de ella y estaba a salvo, que era lo más importante. Alguien llamó a la puerta. El jefe hizo una señal para que uno de los esclavos la abriera. Éste abrió la puerta y se encontró con otro esclavo autómata. Se saludaron el uno al otro con la cabeza.

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—Hola, Joe. —Hola, Steve. —Adelante. Janie estiró el cuello para mirar por encima de su hombro y se quedó helada al ver quién entraba. Era Lenny. Un Lenny muy desmejorado. Le empujaron dentro de la habitación y se desplomó hacia delante. Tenía la cara cubierta de cortes, el labio superior hinchado y su camisa estaba rota y sangrienta. —¡Lenny! —gritó Janie. El alzó la vista y Janie advirtió que tenía un ojo cerrado de lo hinchado que estaba. —¡Janie! Los esclavos tenían la libreta de Lenny y la empezaron a hojear, señalando página por página, mientras se reían como colegialas. Entonces arrancaron las hojas que contenían la querida poesía de Lenny. A Janie aquella escena le hizo hervir la sangre. El jefe se acercó y miró a Lenny. —Ella sí que esperaba que me traicionara, pero ¿tú? No creía que fueras tan inteligente como para inquietarme. Lenny no respondió. Janie estaba preocupada por él. Parecía derrotado. ¿Y qué había ocurrido con su hermana? No tardó en averiguarlo, porque Angela fue la siguiente persona que empujaron dentro de la habitación y lo primero que hizo fue fulminar a Janie con su mirada. —Todo me iba de maravilla hasta que te conocí —le gruñó. Entonces volvió la cabeza para mirar a Lenny y su expresión se suavizó—. ¡Lenny! ¿Qué te han hecho? —Corrió hacia él y rodeó con sus brazos al grandullón. Janie frunció el ceño. Angela le besó con ternura en los labios y en la cara herida. —¿Te han hecho daño? Lenny no se apartó. —He tenido mejores días. Angela miró a Janie con los ojos llenos de lágrimas. —¿Fuiste tú quien le mandó a buscarme? —No ha salido exactamente como yo esperaba, pero sí. Y de eso ya hace al menos... ¿media hora?

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—Da igual. Es la única cosa buena que me ha pasado esta noche. —Le besó en los labios—. Es el hombre con el que llevo soñando toda mi vida. —No nos pongamos dramáticos. —Es verdad, no estoy siendo dramática. He soñado con él, literalmente. Es el hombre misterioso y corpulento que llena mis noches con amor verdadero y placer erótico. Creía que sólo era un sueño y, de repente, allí estaba él. —¿Que llevas soñando con él toda tu vida? ¿Sueños eróticos? ¿Con Lenny? —Sí, al menos los últimos años. No recuerdo nada antes de eso. Janie suspiró, llena de frustración. —Es porque tienes amnesia. ¿Recuerdas que te lo dije? —Dios, qué pesada eres. —No hables así de ella —protestó Lenny—. La amo. —Déjame adivinar, ¿tú también has estado soñando con ella? —No, pero eso no importa. Desde el momento en que la vi, lo supe. Somos el uno para el otro. Incluso le he leído algunos de mis poemas... antes de que... nos interrumpieran... y le encantan. —¿Le estabas leyendo poemas en vez de llevártela de la ciudad? Genial, de verdad, genial. Angela miró a Janie. —El hombre tiene un don con las palabras. La verdad es que debería tener un agente. —Si me lo permitís —dijo el jefe mientras uno de sus esclavos le servía un Martini—, quizás os interese saber por qué os he reunido a todos aquí esta noche. Bueno, la cosa es sencilla. Te voy a torturar a ti —dijo señalando a Angela— como parte de mi castigo para ti —dijo señalando a Janie— y luego os mataré a todos. —¿No lo podríamos discutir? —preguntó Janie. —No. —Tiene que haber algún modo de arreglarlo. —Y lo hay. Dile a tu amante que me devuelva la piedra. Esa es la única solución. Ella se mordió el labio con fuerza. —Ni hablar. —Pues entonces no creo que esta noche termine muy bien para ti. De nuevo el fuego brilló en sus ojos.

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Justo cuando Lenny hizo el ademán para proteger a Angela, los esclavos le empujaron para que se sentase en una silla y lo esposaron a ella. En primera fila. Los esclavos volvieron a coger a Janie por los brazos. Angela miró al jefe parpadeando, que se acercó a ella como sacado de una pesadilla. —¡No quiero que me destripes! Él sostuvo una mano sobre su cara, sin tocarla. — Hay un velo de magia sobre ti. Una maldición. —¿Una... maldición? —balbuceó. —¿Quieres que la deshaga? —Sonrió—. Mis poderes no son muy amplios, pero hasta ahí llego. ¿Qué me dices? No esperó a su respuesta. Angela gritó y Janie intentó soltarse de los hombres que la mantenían inmovilizada. Su hermana se calló, con los ojos cerrados con fuerza, y luego, poco a poco, los abrió y la miró. —¿Janie? A Janie le dio un vuelco el corazón. —¿Angela? ¿Te acuerdas? Ella asintió. —Ay... ay, Dios mío. No puedo creerlo. Me marché y tú no has sabido dónde he estado todo este tiempo. ¡Lo siento muchísimo! —¿Qué te pasó? —Me fui de fiesta, quería emborracharme. Fui a una discoteca para bailar y olvidarme de todo. —Se rio secamente—. Supongo que funcionó, ¿verdad? Un tipo se puso a ligar conmigo. Nos lo estábamos pasando bien y nos fuimos juntos. Su novia nos pilló montándonoslo en el parking. Era una bruja..., dijo algo en latín y entonces todos mis recuerdos se evaporaron. —Te hechizó. —El tipo tampoco era tan guapo, debía de estar como una cuba. Miró a Lenny. Él tragó saliva y clavó los ojos en la lujosa moqueta de la habitación. —Supongo que esto quiere decir que tú y yo... Ella negó con la cabeza. —Esto no cambia nada. Mi corazón hace años que te conoce, Lenny. Te quiero. —«Mi corazón hace años que te conoce» —repitió él—. Qué buen título para un poema.

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—Que nunca tendrás la ocasión de escribir, ya que estarás muerto —comentó el jefe—. Bueno... —Agarró a Angela del hombro y sus ojos resplandecieron—. ¿Empezamos? —¡No! —gritó Janie. La puerta se abrió de golpe y Janie vio a Quinn de pie en el umbral. —¿Llego tarde? —preguntó. —¡Quinn! —logró decir mientras intentaba deshacerse de los hombres que la tenían inmovilizada—. ¿Qué estás haciendo aquí? —He venido a salvarte. —¿Cómo nos has encontrado? — Esto está desierto. Fue fácil seguir los gritos. —Te voy a dar una paliza. —Ya sabía que dirías eso, pero aquí estoy. El jefe lo miró en silencio durante un momento. — Podría arrancarte el corazón aquí mismo. —Eso suena muy desagradable. Los ojos del jefe estallaron en llamas. Quinn levantó las manos. —No hace falta ponernos violentos. Te he traído lo que querías. —¿Ah, sí? ¿Así de fácil? —Así de fácil. Pero tienes que liberarlos a todos. Miró a Janie con cara de preocupación. El jefe esbozó una sonrisita. —El amor es algo peligroso, vampiro. ¿Arriesgarías tanto por una mujer que no es capaz de sentir esa emoción? Recuerda una cosa, yo contrato a mis empleados basándome en su falta de conciencia, en su fría habilidad para hacer su trabajo sin riesgo de que las emociones se metan de por medio. Parker casi nunca me ha fallado en ese aspecto. No te quiere. La expresión de Quinn no cambió. —He venido a darte lo que quieres y ¿ahora te pones a discutir conmigo? Qué listo. Ahora entiendo por qué eres el jefe. El jefe entrecerró los ojos. —¿No sabes que en esta vida existen categorías específicas dependiendo de lo que eres? Los demonios, por supuesto, están en la más alta. Los humanos se quedan con la sección del medio ya que desgraciadamente hay muchos, pero dentro de esa

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categoría están los débiles y los fuertes. Aquellos que luchan hasta el final para seguir viviendo y aquellos que se arrodillan ante la muerte sin levantar un dedo para evitarla. Y luego están los demás. Los que llevan una existencia mágica, como los hombres lobo, las brujas y los duendes, y otros seres menores. Están por debajo de los humanos porque sus almas no son tan apetitosas, ¿entiendes? Pero debajo de todo eso, ¿sabes lo que hay? Quinn se cruzó de brazos. —Déjame adivinarlo. ¿Los vampiros? —Pues no, en realidad son los ángeles. Son unos pesados. Pero justo por encima de los ángeles están los vampiros. —Para ser una entidad maligna no paras de hablar. —Dame la piedra. Quinn lo miró con recelo. —¿Alguna razón especial para no quitármela tú mismo? El jefe frunció los labios. —Desgraciadamente, no te la puedo quitar, me la tienes que dar por tu propia voluntad. Es parte de mi destierro. Los demonios también tenemos nuestras normas. En un abrir y cerrar de ojos Quinn tuvo la piedra en la mano. —Déjalos vivir y la piedra será tuya. —¿Te fías de mi palabra? —Cuando tengas lo que quieres, ellos te importarán una mierda. Estoy seguro de que tendrás cosas más interesantes de las que ocuparte, ¿no? ¿Qué diferencia hay si dejas vivir a unas cuantas criaturas sin importancia? —Quinn, ¿se puede saber qué estás haciendo? —dijo Janie enfadada. —Silencio—dijo el jefe entre dientes—. Muy bien, vampiro. Te daré mi palabra de la única forma que puedo hacerlo, te daré mi nombre. El demonio Radisshii te da su palabra de honor de que tú y tus amigos quedaréis libres de mi ira. —¿Radisshii? ¿Ése es tu auténtico nombre? —Y bien, ¿la piedra? Justo cuando Janie estaba a punto de abrir la boca para protestar, Quinn le lanzó el rubí al jefe. Pero como era tan viejo y frágil, la piedra le dio en la cara y cayó al suelo. —¡Ay! —exclamó.

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Quinn se aclaró la garganta. —Lo siento. Yo... pensé que la cogerías. Uno de los esclavos se tiró al suelo, cogió la piedra y se la ofreció al jefe con aire reverencial y los ojos fijos en el suelo. El jefe se frotó la mejilla, que ahora tenía una pequeña marca roja, y frunció el ceño. Quinn levantó las cejas. —Recuerda que dijiste que no me matarías. Y ahora deja que se vayan. —Silencio. El jefe, el demonio Radisshii, sacó el Ojo, y pasó sus dedos secos por la superficie dorada. —He esperado tanto tiempo, que no puedo creerme que al fin haya llegado el día. Levantó el Ojo a la altura de su boca y lo besó suavemente. Luego, con la mano temblorosa, introdujo la piedra roja en su lugar, en la parte inferior de la esfera con filigrana plateada. Se fundió con el resto de la pieza con un pequeño destello de luz. Janie miró a Quinn con tal mezcla de sentimientos que pensó que se iba a poner enferma. Él había vuelto a por ella. Había logrado escapar de una sola pieza, pero había vuelto para salvarla. Nunca había pensado en que tendría su propio caballero andante de pantalones caquis, pero allí estaba, a tan sólo unos metros, y sus ojos no se apartaban de ella. Por otro lado, el hecho de salvarla significaba que el resto del mundo se iría a la mierda cuando el jefe recuperara completamente su forma demoníaca. Aunque volver para salvarle el culo había sido un gesto muy romántico por su parte, lo cierto era que no había utilizado esa preciosa cabecita de vampiro que tenía. Ella intentó recordar todo lo que sabía para derrotar a un demonio, pero nunca había sido su especialidad. Si hubiera sabido que su jefe era un demonio, habría cogido un montón de libros de magia para informarse sobre el tema. Pero no había sido ése el caso. Para empezar, nunca le habían gustado demasiado estudiar. Todo lo que sabía sobre matar vampiros o cazar hombres lobo y otras criaturas desagradables lo había aprendido con la práctica. Por desgracia, o tal vez por fortuna hasta aquel momento, la cacería de demonios no había sido asunto suyo. Los demonios solían quedarse en el Infierno o en el Inframundo ya que la mayoría pensaba que el reino terrenal era de lo más aburrido.

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El jefe había empezado a recitar algo en una lengua que no podía identificar. Algo antiguo, mágico y lleno de maldad. Si una lengua podía llegar a ser maligna, la que él hablaba en aquellos instantes reunía todos los requisitos. Tenía un montón de consonantes. La habitación se quedó en silencio y el aire pareció hacerse más denso. Ella esperó mientras sentía el sudor cayéndole por la espalda. El calor aumentaba por segundos, como si estuvieran dentro de un microondas caro de esos tan pijos. Tenía que hacer alguna cosa. Lo que fuera. Intentó luchar para deshacerse de los hombres que la sujetaban. —¡Jefe! Hablemos de esto. A lo mejor podemos hacer un trato. Él abrió los ojos. —Me has interrumpido. —Lo siento. —No es verdad. Estás intentando evitar que pida mi deseo. —¡Qué tontería! Pero quizá no está centrándose en lo que debiera. Quizá no es el momento adecuado. Espere a mañana. Total, tampoco parece que esté funcionando. A todos nos iría bien una noche de descanso. —Ya he descansado bastante —dijo con una sonrisa. Janie se dio cuenta de que sus dientes estaban más afilados—. Es como si hubiese estado inconsciente durante mil años y esta noche por fin fuera a despertarme. El Ojo empezó a brillar y una luz muy tenue emanó por debajo de la filigrana. Él lo miró y sonrió. —Deje que nos marchemos —dijo Janie—. Lo ha prometido. —Sí, lo he prometido, ¿verdad? Qué pena que fuese una mentira. —¡Pero usó su verdadero nombre! —Con la pronunciación incorrecta. —Sonrió un poco—. Estaré bastante hambriento cuando me transforme. Empezaré con una comida ligerita, contigo y tu hermana. Si aún me cabe, seguiré con tu amante y tu compañero. Y de postre, a lo mejor me como a uno de mis esclavos. Joe y Steve intercambiaron una mirada, nerviosos. —Janie —dijo Quinn, y ella giró el cuello para mirarle—. No puedo moverme. Estoy..., mierda... ¡Estoy paralizado! —Mi poder crece incluso antes de pedir el deseo. —La cara vieja y arrugada del jefe irradiaba una felicidad demoníaca—. ¿Le hago pedazos ahora o espero a más adelante? Es tan tentador...

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—¡No le haga daño! —gritó ella. Empezó a oírse un zumbido grave que se hizo cada vez más ensordecedor hasta que el ruido llenó toda la habitación y Janie sintió que sus oídos iban a explotar. Oyó a alguien gritar y vio que era Angela, que se cubría los oídos y miraba a su alrededor, aterrorizada. Lenny intentó deshacerse de sus ataduras. Tenía que encontrar la forma de evitar que él dijera las palabras, que pidiera su deseo en voz alta. Y entonces, como si de alguna forma retorcida le hubiera leído la mente, la miró directamente a los ojos. —Pero no tengo por qué decirlo en voz alta, Parker. Ya te dije que el Ojo es parte de mí. Él ya sabe lo que quiero. En ese preciso instante, el Ojo se abrió y la delicada filigrana plateada que recubría la esfera se partió hasta que el suave cristal del interior quedó totalmente al descubierto. Resplandecía tan cálido y brillante como si se tratara de un sol en miniatura, y el jefe lo sostuvo con el brazo extendido, como si aquel brillo fuese demasiado, hasta para él. El ruido era tan ensordecedor que si hubiera gritado, incluso con todas sus fuerzas, nadie la habría oído. Era demasiado tarde. Ella había aceptado el trabajo sin importarle qué era lo que él quería recuperar, a quién haría daño o quién sufriría una vez lograda su misión. Lo único que le había importado era salvar a su hermana. Dios, realmente ni siquiera se trataba de eso. Sólo había pensado en ella misma. Creía que no le importaba vivir o morir pero se había estado engañando. Había aparecido su instinto de supervivencia. Y ése había sido el resultado de las decisiones que había tomado a lo largo de su vida. Quería abandonar toda esperanza, pero consiguió aferrarse con fuerza a lo único que le quedaba. Mientras Quinn y ella estuvieran vivos existía la posibilidad de arreglar todo aquello, de pararlo. El cristal blanco y luminoso se volvió rojo, se convirtió en un remolino de color rojo, naranja y dorado igual que el fuego que Janie había visto en los ojos del jefe. Al ver esa esfera de fuego, Janie perdió la poca esperanza que le quedaba. Ese fuego no estaba lleno de luz, sino de una oscuridad interminable. No tenía control sobre aquello y ya no digamos sobre las consecuencias. Quinn la había intentado salvar pero ahora estaban todos perdidos. La luz roja se extendió como si se tratara de una telaraña, abriéndose camino sobre el brazo del jefe, por encima de su hombro y luego rodeándole el cuello hasta cubrir

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todo su pequeño y frágil cuerpo. Subió por la cara y se deslizó sobre sus mejillas como unas venas rojas, como las raíces de un árbol agresivo que se arraigaban en su cuerpo desde fuera hacia dentro. Al cabo de unos instantes, ya estaba completamente recubierto de esas venas de fuego palpitantes. Más allá del ruido incesante y ensordecedor, Janie oyó a alguien o algo que chillaba. Era su jefe. Gritaba de dolor en el interior de aquella cosa. Se lo estaba comiendo vivo. Lo estaba matando. Pero no de la forma que ella hubiera querido. Estaba matando lo que era ahora, al hombre débil e insignificante a quien ella llamaba jefe. El hombre que le daba las órdenes que ella temía no acatar. El hombre que obligaba a sus empleados a firmar los contratos con sangre. El hombre que mataba a aquellos que no cumplían los trabajos a su antojo. Esa criatura arrugada y patética que daba miedo se estaba muriendo. Y entonces dejó de gritar. Los esclavos la soltaron y los tres se desplomaron sobre sus rodillas, mirándose los unos a los otros sin entender nada. —¡Somos libres! —dijo uno de ellos. El hechizo había desaparecido, igual que había pasado con la amnesia de Angela. Con la muerte del jefe, los esclavos se habían liberado de su influencia, de su magia. Ya no eran esclavos, eran hombres libres. Janie debería haberse puesto contenta, pero no podía dejar de mirar esa cosa roja y silenciosa sin cara que se erguía delante de ella. —Tenemos que largarnos —dijo con tranquilidad—. Ahora mismo. El Ojo cayó al suelo y la cosa roja le siguió estruendosamente a su lado. —Está muerto —dijo Lenny—. ¡Está muerto! Debe de haberlo matado. Quinn negó con la cabeza, despacio, se acercó a Janie para cogerla del hombro y darle la vuelta. —Como tú has dicho, larguémonos de aquí como alma que lleva el diablo. —Preferiría que no usaras ese tipo de palabras en este preciso momento. —¡Vamos! —gritó él, agarrándola del brazo. Uno de los antiguos esclavos liberó a Lenny de sus ataduras. Él cogió a Angela entre sus brazos y los dos salieron de la habitación. Los esclavos salieron detrás de ellos.

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Janie estaba de pie, paralizada, mirando a esa cosa roja que yacía en medio de la habitación. Y entonces empezó a transformarse. Empezó a crecer y a mutar. —Janie, ¿estás sorda? —gritó Quinn, apretándole aún más el brazo—. ¡Larguémonos de aquí de una puta vez! Ella se volvió para mirarle. Su cara estaba empapada de sudor y tenía los ojos de una loca. —No deberías haber vuelto. —Eso no era una opción. —Vete —susurró ella—. Intentaré detenerlo. —Y un cuerno. —Espero que no sea de demonio. —Vendrás conmigo aunque tenga que llevarte a rastras. —Me gustará verlo. —No tenemos tiempo para todo esto, Janie. —Pues vete, sálvate tú. —Dios, eres superpesada. Muy bien. Como tú quieras. —¿Te vas? —No. Me quedo contigo. Podemos luchar juntos. —Ella palideció—. ¡Es una locura! —Justo lo que estaba intentando decirte. —Su cara estaba tensa por la emoción—. Así que a menos que encuentres un plan mejor que esta estupidez, tendremos un problema. Ella se humedeció los labios. —Se me acaba de ocurrir otro plan. —Me alegra oírlo. ¿Te has acordado de repente de cómo matar a un demonio? — No. —Pues entonces no me parece un plan demasiado bueno. Ella dio un paso hacia el demonio que se estaba transformado. —¡Janie! —dijo Quinn con un grito ahogado—. ¡No!

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Pero ella no le escuchó, no podía oírle. Sólo podía hacer una cosa. Se agachó y recogió el Ojo del suelo. —Tengo que destruir esto —le dijo a Quinn—.Vamos. Él asintió y se volvió hacia la puerta. Janie le siguió, pero una cosa densa y mojada saltó y se agarró a su tobillo. Ella bajó la mirada. Era un trozo de su jefe. Su mano que aún estaba mutando, cambiando. La agarró con tal fuerza, que le parecía que la iba a partir en dos. Le quemaba el tobillo y el calor le subía por la pierna. Empezó a gritar. —¡Janie! Quinn se volvió hacia ella. —Coge esto. —Le lanzó el Ojo—. ¡Vete! —Está claro que no se te da muy bien escuchar. —Quinn se metió el báculo en el cinturón y la cogió de las manos—. ¡No me sueltes! El suelo donde yacía el jefe ardió en llamas. La cosa roja que tenía encima y le rodeaba era auténtico fuego infernal. Lo siguiente que ardió fue la cama. Janie sintió que su pierna también se quemaba y sus ojos se llenaron de lágrimas por el dolor. —¡Maldita sea! —Quinn la rodeó con los dos brazos, estiró de ella y luego empezó a golpear el brazo de fuego—. Suéltala, cabrón. El demonio no la soltó, incluso la agarraba con más fuerza que antes. Quinn cogió el Ojo y clavó la punta en la cabeza de aquella cosa. Se oyó un grito sordo y de repente Janie quedó libre. No se paró a pensar. Salió corriendo de la habitación en llamas, con Quinn agarrado de su brazo. Se volvió para dar un último vistazo por encima del hombro justo en el momento en que un enorme demonio se erguía detrás de ellos.

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Capítulo 22

En el ascensor, Quinn examinó la pierna de Janie y tiró de la tela vaquera para subirla. Estaba en carne viva y le sangraba, pero al menos todavía la tenía pegada al cuerpo. Sintió un gran alivio. —Espero que te quede un poco de ese bálsamo curativo. —Creo que ya no tengo más. —Le tocó con cuidado la garganta, donde Gideon le había amenazado antes con el cuchillo—. Tú también estás herido. —Es sólo un arañazo. Nos curaremos dentro de poco. Es una de las ventajas de ser vampiros. El ascensor se zarandeó al oírse un rugido que hizo temblar los cimientos del hotel, y se sujetaron a la barandilla. Quinn se aclaró la garganta. —Cuando todo esto acabe podríamos ir a tomar algo. O a ver a Wayne Newton. —Me parece estupendo. —Parpadeó despacio—. ¿Cómo vamos a detenerle? —Puede que no me creas, pero tengo un plan. —¿ Ah, sí? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Cuál? —En parte incluye que salgamos de aquí enseguida. Las puertas se abrieron en la planta baja, la cogió del brazo y salieron al exterior. Quinn se dio la vuelta despacio para mirar al balcón del décimo piso. Había una cosa roja enorme, con las manos en la barandilla, mirándoles y rugiendo tan fuerte que les hacían daño los oídos. Parecía estar en llamas, igual que la habitación que había detrás de él. Le vio sus largos y afilados dientes cuando sonrió. Era una criatura gigantesca. Pesaría unos doscientos cincuenta kilos y mediría unos tres metros. Además, tenía unos cuernos blancos que le salían a cada lado de su cabeza.

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Básicamente era como se había imaginado que sería un demonio. El hotel estaba ardiendo y el fuego no tardaría en consumir el resto del edificio. Janie le cogió muy fuerte de la mano y se miraron. —¿Habías dicho Wayne Newton? —dijo—. A mí me gusta más Tom Jones. ¿Sabes si está en la ciudad? —Podemos mirarlo. —¡Parker! —gritó el demonio de tal forma que el sonido retumbó en el cráneo de Quinn—. ¡Te destruiré! ¡Os destruiré a todos! Él notó cómo se tensaba el cuerpo de la chica. —¿Qué vas a hacer? Cuando recupere la fuerza, ¡lo destruirá todo! Él negó con la cabeza. —Ya me he encargado. —¿Por qué suenas tan seguro de ti mismo? —¿Ah, sí? No estoy tan seguro de mí mismo, pero sí soy muy optimista. —Eso nos matará a todos, pero es un sentimiento bonito. —Soy un romántico. —¿Es ése? —preguntó una voz detrás de él. Se volvió hacia Gideon y asintió. —Sí. Una sonrisa se dibujó en el atractivo rostro de Gideon. —¡Qué bonito! Cuando antes se había topado con Gideon le había contado al cazador que un demonio aparecería en cualquier momento. Contaba con la pasión de Gideon por la aventura y los retos difíciles. Y había estado en lo cierto. A Gideon se le había hecho la boca agua al pensar en tener la oportunidad de matar a un demonio auténtico. Gideon estaba rodeado de cinco hombres corpulentos, que parecían preparados para la batalla y tenían las miradas centradas en las llamas del hotel El Diablo. El parpadeó. Uno de ellos era... ¿Barkley? —Barkley, ¿qué coño crees que estás haciendo? —dijo Quinn. Barkley sonrió abiertamente. —Eh, Quinn. Me he apuntado. Sólo por esta noche soy un cazador. Voy a ayudar a derrotar a ese demonio.

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—¡Y una mierda! Se cambió de hombro la enorme pistola que llevaba. —Ésta es la oportunidad que estaba esperando. Voy a demostrar que no soy un cobarde. Que puedo ser un macho dominante. Es la metáfora de mi vida. Si mato un demonio, mataré mis propios demonios. Quinn miró a Gideon. —Es un hombre lobo, ¿lo sabes? Gideon se encogió de hombros. —Está loco. Y así es como necesito que estén mis hombres antes de entrar en batalla. Y antes de que Quinn pudiera decir nada más, Gideon se dio la vuelta, con una sonrisa, y corrió hacia el edificio en llamas, sin ni siquiera esperar a que sus hombres le siguieran. Todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión. —Tengo que ir con ellos. Janie le agarró del brazo con fuerza. —Ni de coña. Se dio la vuelta para mirarla. —Si puedo hacer algo para detenerlo, para protegerte... —Ya has hecho bastante. Además, los vampiros no se llevan muy bien con el fuego. Si te expones durante demasiado tiempo a las llamas, arderás como una antorcha hawaiana. —Le agarró de la pretina y metió la mano por su pantalón, lo que le hizo soltar un gritito ahogado de sorpresa, para sacar el Ojo, despacio. Luego lo tiró al suelo y con paso firme, aplastó el cristal. Soltó un destello de luz y luego se apagó—. Espero que eso le sirva a Gideon de algo. —Recogió lo que quedaba del báculo dorado—. No sabía que erais amigos. —Aun así —miró hacia el hotel que apenas era visible por las llamas—, tengo que irme... Sintió un gran dolor cuando ella le dio un golpe con el Ojo y cayó inconsciente al suelo. Estaba a salvo, pero inconsciente.

***

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Se quedó con él hasta que se despertó. No tardó más que un par de minutos. Se sentó en el suelo a su lado, abrazándole mientras observaba la locura que les rodeaba. Supo cuándo por fin habían matado, derrotado, al jefe porque se oyó un sonido que no se pareció a nada que hubiese oído antes. Un grito penetrante e inhumano que pareció partir el aire en dos. Se tapó los oídos para protegerlos, pero dolía tanto como si alguien le hubiera dado un golpe hasta dejarla sin sentido. Luego se sintió magullada y muy cansada. De repente notó un tirón en medio del cuerpo, se agarró el estómago y gritó de dolor. El control de su jefe —el contrato que había firmado con sangre— se había anulado. Él estaba muerto y ella por fin era libre. Si no se hubiera sentido como un saco de mierda, lo habría celebrado. Mientras Quinn parpadeaba para abrir los ojos y mirarla, ella le dedicó una sonrisa cansada. —Hola —dijo. —¿Qu-qué ha pasado? —Hemos ganado —se limitó a decir y le besó suavemente en la frente. Ella le ayudó a levantarse. —Me has dejado sin sentido. Se frotó la parte de atrás de la cabeza. —Y lo haré otra vez si vuelves a darme problemas. Parecía estar enfadado, pero duró sólo un instante, porque una sonrisa se extendió por todo su rostro. —Eres muy pesada. —Tú me ganas. —Le colocó las manos planas sobre el pecho—. Siento lo del deseo. Siento que no saliera como tú querías. Él negó con la cabeza. —De todos modos, iba a desear que tú volvieras a ser humana. No yo. Así que el que lo siente soy yo. —¿Ibas a desear que yo fuera humana? Pero ¿por qué? Él se rio un poco. —El hecho de que me preguntes por qué me dice que lo de ser vampiro no debe de estar tan mal como yo había pensado al principio. —¿Ya no crees que ser vampiro te chupe la vida? —Sonrió abiertamente—. ¿Lo pillas? Que te chupe la vida...

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—Ese chiste es tan viejo que seguro que se lo inventó tu jefe. En cuanto a ser un vampiro, creo que todavía me estoy acostumbrando. Pero a lo mejor las cosas no son tan negras como yo pensaba. —Me alegro de que opines así. —Ella levantó una de sus manos y se la besó. El tacto de sus labios le dolió—. ¿Y ahora qué? —Bueno, eso depende... Angela corrió hacia ellos y le dio a Janie un fuerte abrazo. Quinn la soltó. —¡Janie! ¡Estás bien! —Sí. —Janie se apartó para sonreír a su hermana—. No quiero volver a perderte. Prométeme que no te irás a ningún sitio. —Te lo prometo. Bueno, espera. Quiero regresar a Florida. Echo mucho de menos nuestra casa. Mientras estemos juntas de nuevo, el resto no importa. Janie la abrazó con fuerza. —Florida suena muy bien. Agradecería mucho volver a una vida normal o lo que signifique eso. ¿Lenny también viene? Angela asintió, extendió una mano hacia el grandullón y pasó a abrazarle a él. —Mis dos personas favoritas en el mundo están a salvo. Mi hermana mayor y mi amor verdadero. —Te quiero, Angela. Lenny se inclinó y la besó apasionadamente.

***

Quinn sintió celos al observar a Lenny. No porque estuviera besando a Angela, sino porque él no estaba besando a Janie. Alargó la mano hacia ella. —¡Quinn! —Una voz atrajo su atención y se dio la vuelta hacia el casino en llamas. Era Barkley, que estaba cubierto de hollín de la cabeza a los pies—. ¡Lo hemos conseguido! Quinn sonrió de oreja a oreja y le dio una palmada al hombre lobo en la espalda, que hizo aparecer un nubarrón de cenizas negras. —Claro que sí. —No lo digas con tanta seguridad. Ha sido una locura lo de ahí dentro. Apenas se veía nada. Lo único que se oían eran gritos y chillidos. Pero al final lo conseguimos. Al menos estoy bastante seguro de que lo hicimos.

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—Sí, lo lograsteis. Deberías estar orgulloso. —Y lo estoy. —Unos dientes blancos asomaron entre la oscuridad de las cenizas negras—. Y lo mejor de todo es que, aunque estaba muerto de miedo, no me convertí en lobo para protegerme. No soy un cobarde. —Por supuesto que no lo eres. Entonces, ¿vas a volver con tu manada y a luchar para convertirte en el macho dominante? —¡Dios, no! Voy a montar mi propia manada. Desde cero. No necesito volver al pasado. Allí nunca me sentí en casa. Tal vez soy un hombre lobo libre. Merodearé por ahí hasta que encuentre un sitio que me guste. ¿Y tú? Quinn miró a Janie, que seguía celebrándolo con su hermana y Lenny. —Yo... aún no sé cuáles son mis planes. —Se volvió hacia Barkley—. ¿Dónde está Gideon? El hombre lobo negó con la cabeza. —No estoy muy seguro. Por lo poco que vi, fue a enfrentarse cara a cara con el demonio. Y luego no lo volví a ver. Creo... creo que se ha ido. Quinn asintió. Si le gustara apostar, hubiera dicho que Gideon por fin había encontrado un desafío acorde con su talento. Pero había sido el último. Aunque sabía que Gideon era un cerdo asesino, le dolía un poco pensar que había muerto para salvarlos a todos. No pasaría mucho tiempo hasta que surgiera otra persona que liderara a los cazadores. La muerte de Gideon no significaría nada a la larga. El mundo seguía girando. Se seguirían creando vampiros y los cazadores seguirían cazando. Se volvió otra vez hacia Janie, pero no captó su mirada. Oyó que le decía a su hermana que quería regresar a Florida con ella. Que quería irse a casa y tener una vida normal. Ahora que Janie se había librado de su jefe, podía hacer todo lo que quisiera. Encontrar algún sitio a salvo para adaptarse a su nueva vida de vampira. Tenía sentido. Él mismo estaba muy lejos de sentirse a gusto siendo un vampiro. Era un desastre. No era algo que quisiera imponerle a alguien que le importaba mucho. Estaba empezando a entender que el breve tiempo que habían pasado juntos había llegado a su fin. Ahora que el Ojo estaba destruido, él no formaría parte de su nueva vida. Quizás era mejor así. Dejó que lo celebrara con Lenny y su hermana. Ella ni siquiera se había dado cuenta de que él se había alejado entre las sombras.

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La dama y el vampiro ***

Janie caminaba de un lado a otro en el aeropuerto al día siguiente. Había intentado dejarle un mensaje a Quinn para avisarle de que volvía a casa, a Florida. Se había marchado la noche anterior sin decirle nada. Había desaparecido. Después de todo lo que había ocurrido entre ellos. Eso le decía muchísimo. No quería formar parte de su vida. ¿Acaso le culpaba? La verdad era que no. Tenía mucho camino por recorrer antes de ser el tipo de mujer con la que cualquier hombre querría pasar más de dos días. Además, ahora que era una vampira, necesitaba dedicar mucho tiempo a adaptarse a aquella situación. El primer objetivo al llegar a Florida sería encontrar un apartamento para compartir con su hermana. Luego buscaría los bares vampíricos de la zona y averiguaría de dónde sacar sus provisiones de sangre. «Sangre —pensó—, voy a tener que beber sangre si quiero vivir». Qué raro. Y más raro aún era que no le diera miedo, sino más bien lo contrario, estaba como entusiasmada. La siguiente etapa de su vida sería interesante. Encima no tendría que preocuparse por envejecer. Tendría veinticinco años toda la eternidad y una gran pechonalidad, tal y como había apuntado Barkley el día que lo había conocido. Lo cierto era que no estaba nada mal el cumplido. Angela y Lenny se habían marchado en un vuelo anterior. Querían pasar un rato a solas para conocerse mejor. Como no podían quitarse las manos de encima, Janie se alegraba de darles todo el tiempo que necesitaran. Lo último que quería era sentirse un estorbo. Se alegraba por ellos, sobre todo por Lenny. Desde que le conocía, nunca le había visto con una mujer y temía que al haberse enamorado de ella, hubiera perdido la oportunidad de ser feliz con otra persona; pero ahora sabía que estaba equivocada. Estaba enamorado de Angela. ¡Quién lo iba a decir! Lamentaba que hubieran destrozado su libreta de poesía, pero estaba segura de que no tardaría mucho en sustituirla por otra llena de sonetos inspirados por la guapa pelirroja de su hermana. Janie le había dado la noticia de que ahora era una vampira. Había esperado que no se lo tomara muy bien, puesto que no les tenía mucho cariño a los miembros de la sociedad vampírica.

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Sin embargo, se lo tomó muy requetebién. De hecho, compuso un nuevo poema allí mismo, «Los vampiros molan». Volvió a mirar a su alrededor. No faltaba mucho para que saliera su vuelo. ¿Dónde estaba Quinn? ¿Y qué le iba a decir si aparecía? Ya había pasado el momento de decirle que le quería. Ahora sería extraño y violento hacer tal declaración. Y si no sentía lo mismo, quedaría como una tonta. El jefe había dicho que la había contratado por su falta de emociones y había sido cierto. Al menos, por aquel entonces. Janie había sido una mujer fría, con sus objetivos claros. Como Mere había encontrado un propósito en su vida vacía, que ocupaba su tiempo, pero no su corazón. Pero no era insensible. En aquel momento tenía una gran bola de sentimientos puros y duros. Y era mejor que Quinn no la viera así. Se colocó bien las gafas de sol que se acababa de comprar en un quiosco del aeropuerto. Empezaba a notar todo más brillante ahora que era vampira y se preguntó cuál sería el siguiente efecto secundario. ¿La pérdida de reflejo o la aparición de los colmillos? Cogió el asa de la bolsita de la ropa nueva que se había comprado en el casino. Era su equipaje de mano. No tenía nada que facturar. Podía esperar un par de minutos más, a ver si llegaba. Cuando pasaron esos dos minutos, se dio la vuelta y tragó el gran nudo que tenía en su garganta. «Adiós, Quinn», pensó con dolor en su corazón y empezó a caminar hacia la puerta de embarque. —¡Janie! Se volvió y vio a Quinn corriendo hacia ella. «No voy a llorar», se ordenó a sí misma. Forzó una sonrisa en su rostro y notó que las uñas se le clavaban en las palmas de sus manos al acercarse Quinn. —Un poco más y no me pillas —dijo sin alterarse. Él miró su reloj. —Perdona, pero ya estoy aquí. —Sí, es verdad. —¿Estás bien? Ella asintió.

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La dama y el vampiro

—Mejor que bien. Él levantó la vista hacia la pantalla con los vuelos. —¿Vuelves a Florida? —Hogar dulce hogar. Me cuesta creerlo después de todos estos años. —¿Qué planes tienes? Cruzó los brazos. —No tengo ni la más remota idea. —Le dedicó una sonrisita—. No tengo nada pensado. —Seguro que encontrarás qué hacer. —A lo mejor abro una agencia de detectives. —Serías una detective genial. —O podría seguir trabajando como asesina a sueldo. Se gana mucho más que como detective. Él levantó una ceja. Ella se rio. —Es una broma. —Ah. —Sonrió—. Me alegro de oírlo. —¿Y tú qué? ¿Cuáles son tus planes ahora que vas a ser un vampiro los próximos mil millones de años? —¿De verdad crees que será tanto tiempo? —Se encogió de hombros—. Supongo que me estoy adaptando. Viajaré. Tengo dinero, así que no tengo que buscar ahora mismo un trabajo. Tal vez me tome un tiempo sin hacer nada, sólo para relajarme e investigar un poco. —Entonces, ¿no tienes pensado volver a Toronto? Él negó con la cabeza. —A lo mejor de visita, pero no quiero vivir allí para siempre. Lo más seguro es que acaba en Nueva York. Al fin y al cabo, fue donde nací y me crié. A veces incluso lo echo de menos. Janie se humedeció los labios. Tenía la boca muy seca. Esperó recibir alguna señal de que sentía algo más por ella que un capricho pasajero, pero no notó nada. No vio nada en sus ojos que le dijera que se quedara. Incluso después de darle vueltas a la cabeza, no pudo pensar en una excusa para quedarse si él no le daba ningún motivo. Así que ya estaba.

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Tenía la esperanza de que el amor que sentía por él desapareciera en algún momento. Lo dudaba mucho, pero sí tenía la esperanza.

***

Se la quedó mirando, esperando alguna señal para darle permiso para rendirse a sus pies. Para cogerla en brazos y suplicarle que se quedara. Pero tenía el rostro inexpresivo. Cuando se marchó del casino en llamas la noche anterior, fue a parar a un motel barato que ni siquiera tenía una máquina tragaperras. Barkley fue el único que supo adonde había ido. Fue el que le había entregado el mensaje de que Janie se marchaba. Y casi no llega a tiempo al aeropuerto. Se había pasado la noche dando vueltas, recordando los dos últimos días una y otra vez. Habían sido dos de los peores días de su vida. Eso estaba claro. No cabía duda. Entonces ¿cómo podían haberse convertido también en los mejores días de su vida? Sólo había un motivo y era la hermosa mujer que tenía delante de él en aquel momento, a tan sólo unos instantes de coger un avión y dejarle para siempre. «Di algo —se dijo para sus adentros—. Dile que se quede. Pídeselo. Suplícaselo. Cueste lo que cueste». Pero no dijo nada, mientras se esforzaba por ignorar el gran nudo de emociones que le apretaba el estómago hasta que empezó a encontrarse mal. El dolor era parecido al que sentía cuando necesitaba sangre. Se estaba muriendo de hambre. Se estaba muriendo por dentro. —Vale, entonces supongo que esto es una despedida—dijo Janie de repente y se volvió para mirarlo—. Buena suerte, Quinn. Con todo. —Lo mismo te digo. ¿Cómo podía sonar tan fría y neutra su voz cuando estaba nerviosísimo? Buscó en su cara alguna señal de que no quisiera dejarle, pero no vio nada. Había terminado su trabajo. Se había librado del jefe. Puede que ahora fuese una vampira, pero era lo bastante fuerte para encontrar su camino, dondequiera que la llevara. Sin él. Tensó la mandíbula. «Te aguantas». Era lo mejor.

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Esbozó una sonrisa en la comisura de su preciosa boca y salvó la distancia entre ambos para besarle suavemente en los labios, con los dedos recorriendo el perfil de su mandíbula. —Cuídate. Él se limitó a asentir. Janie le apretó la mano una vez y luego se la soltó. Se dio la vuelta y se apartó de él. «No te vayas, por favor. Quédate conmigo». Tragó saliva tan fuerte que le dolió. Las lágrimas contenidas le escocían los ojos y se quedó mirándola hasta que desapareció detrás de unas puertas de cristal opaco. No se volvió para mirarle. Se quedó allí de pie cinco minutos. Tal vez algún día la volvería a ver. Cuando tuviera su vida bajo control. Aunque nadie sabía cuándo sería eso. «Deberías haberla detenido», le reprendió su subconsciente. ¿Para qué? ¿Para ver si quería estar con alguien como él? Tenía cosas mejores que hacer con su vida. «Pero estás enamorado de ella». Sí, bueno. Quizás era parte de su arrepentimiento. Dejaría lo que más quería del mundo para compensar todo lo que había hecho en el pasado. Sería su castigo. Puso los ojos en blanco por lo que acababa de pensar. ¡Dios! No le extrañaba que no se hubiera girado para mirarle. Era un llorica. Tenía que aclararse, que encontrar su auténtica meta en la vida. Ayudar a los que necesitaban su ayuda. Demostrarle a ella que se la merecía. Era un mal plan, pero era el único que tenía en aquel momento. Caminó hasta unas ventanas y observó a los aviones rodar por la pista de aterrizaje, alejándose del aeropuerto antes de despegar. Finalmente, vio el avión en el que sabía que estaba Janie. Se mordió tanto el interior de la boca que saboreó la sangre. Y entonces se dio la vuelta. Había una máquina tragaperras justo a su lado, se metió la mano en el bolsillo para sacar veinticinco centavos, los metió por la ranura y le dio a la manivela. No ganó. Aquello le hizo gracia.

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La dama y el vampiro

Suspiró profundamente, intentando ignorar el vacío que se queda en el pecho cuando alguien te ha destrozado el corazón, y se dio la vuelta. Janie estaba allí, con la mano en la cadera. Parecía muy cabreada. Él levantó las cejas. —Buen intento —dijo ella. Estaba tan sorprendido que lo único que pudo decir fue: —¿Qué? —Creías que me iba a olvidar, ¿no? —¿Que te ibas a olvidar de qué? —¡Por favor! Qué listos sois los hombres. Ibas a dejar que me metiera en ese avión y me fuera. Pero por suerte me he acordado a tiempo. A él se le quedó la boca seca. —¿De qué estás hablando? Ella negó con la cabeza. —Sí, claro, intenta no cumplir el pacto que hicimos. Aún espero que me lo pagues entero. Quinn frunció el entrecejo y ella esperó la respuesta que él no tenía. —¡El vestido! —apuntó—. ¿Recuerdas? El que te cargaste. —El... el vestido —repitió. —No intentes hacerte el tonto conmigo. Era un vestido de diseñador carísimo. Teníamos un trato. Me lo ibas a pagar con sexo. Y ¿sabes? Aún te falta mucho para saldar la cuenta. ¡Ibas a dejar que me marchara sin decirme ni una palabra! Como he dicho, buen intento. Una sonrisita traicionó su tono de voz serio. Él notó que algo se le agitaba en el pecho, cuando su corazón empezó a latir con fuerza. —Ah, sí. Casi me olvido de eso. —Sí, claro. —Eeeh... ¿Cuánto te debo aún? —Mucho. Vas a tardar muchísimo en pagarlo. Él asintió. —Entiendo. —Bueno, ahora soy inmortal. Podemos tardar décadas. Seguramente siglos.

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—¿Cuánto me has dicho que costaba ese vestido? —Era caro, con eso te lo digo todo. Se acercó a él y retorció las manos en la tela de su camisa. —Yo no le doy la espalda a un trato. —¿Estás seguro? Él asintió con gravedad. —Muy seguro. Pero ¿y Florida? ¿Y tu hermana? —Sé dónde está. Está a salvo con Lenny. Entenderá que debo ocuparme de algo muy importante. —Muy importante. —Sí, muy importante. —Entonces no deberíamos esperar más. Como has dicho, te debo aún mucho. Le retiró su pelo largo y rubio de la cara, y se lo colocó detrás de la oreja. —Estás de acuerdo con esto, ¿no? Bueno, siempre puedes hacerme un cheque si lo prefieres. —Bueno... —respondió enseguida—. No tengo ni idea de dónde tengo el talonario. ¿Aceptas Visa? —Lo siento, pero no. —Entonces tendremos que practicar mucho sexo. —Vale. Sus miradas se encontraron. —No debería haberte dejado entrar en ese avión. —No, es cierto. Supongo que tenemos el problema de que ambos somos muy testarudos. De vez en cuando, alguno de los dos tendrá que transigir. Él tragó saliva. —Creía que estabas... Ella le tapó la boca. —Te quiero, Quinn. Ahora mismo no quiero estar en otro sitio que no sea contigo. Sus palabras le inundaron con un profundo afecto, que recorrió todo su interior. —Yo también te quiero. Mucho. Se le quebró la voz.

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La dama y el vampiro

—Me alegro mucho de saberlo. Janie sonrió y le atrajo hacia ella. Él no se resistió, ni lo más mínimo. Sus labios se tocaron y ella recorrió con sus manos su pecho, sintiendo el latido de su corazón. Estaba vivo. Se sentía vivo. Aunque fuera un vampiro, ya no importaba. Era dueño de su futuro mientras ella estuviera en él. Había llegado a amar a aquella mujer más de lo que había querido a nadie en toda su vida. Su corazón no era tan frío como él pensaba, y si lo era, entonces la chica había logrado derretirlo en un tiempo récord. Estaban juntos y aquella idea le llenaba de extrañas sensaciones: esperanza, alegría y felicidad. Unas emociones que no había creído volver a sentir nunca. Pero sí. Y ya no se odiaba a sí mismo por ser un vampiro. Tampoco se odiaba por haber sido un cazador en el pasado porque eso era, nada más que el pasado. No podía hacer nada para remediarlo salvo intentar ser mejor en el presente y en el futuro. Tenía colmillos y necesitaba la sangre para sobrevivir e iba a vivir el resto de sus días como lo que siempre había considerado un monstruo. Pero no era un monstruo. Ahora estaba seguro. No tenía reflejo, pero ya no le hacía falta. Clavó su mirada en Janie mientras permanecían juntos en medio del aeropuerto y la gente se arremolinaba a su alrededor, corriendo para coger sus vuelos. Janie era ahora su reflejo. Miraba a Quinn con amor en sus preciosos ojos azules. Y a él le gustaba mucho lo que veía en ellos.

Fin

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La dama y el vampiro

Agradecimientos

Gracias a Bonnie Staring, Laurie Rauch y Heather Harper, que le dieron un buen repaso al libro y se aseguraron de que todo tenía sentido. ¡Chicas, sois geniales! Gracias a mi editora Melanie Murray, que lee mis textos y me envía sus notas, y yo me siento y pienso... ¡pues claro! Eso es lo que falta o eso es lo que tengo que quitar para que suene mejor. Esta mujer es una semidiosa de la corrección y adoro su boli rojo. Le he hecho un santuario y todo. Lo mismo para Jim McCarthy, que continúa estando por encima y más allá de todo lo que siempre había esperado de un agente. Además el hombre conoce bien los reality shows y eso le da aún más puntos. Me gustaría darles muchas, muchas gracias a mis lectores. ¿Sabéis que el libro que tenéis en las manos nunca hubiera salido de no ser por vosotros? Cuando se publicó Mordiscos de amor, recibí un montón de correos electrónicos que básicamente decían: «¡Nos encanta Quinn!» y «¡Quinn tiene que tener a la chica!». Y pensé... ¡Sí, es cierto! Así que le pregunté a Quinn si quería ser el héroe de un libro y él respondió algo parecido a «¡Joder, claro!», y aquí lo tenéis. Quinn, gracias. Te lo agradezco. ¡Y ambos deseamos de todo corazón que disfrutéis de esta historia!

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03 La dama y el vampiro

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