12-gena showalter - señores del inframundo-paris

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Los Señores del Inframundo

Poseído por el demonio de Promiscuidad, el guerrero inmortal Paris es irresistiblemente seductor, pero su potente atracción conlleva un terrible precio. Cada noche debe irse a la cama con alguien nuevo, o se debilitará y morirá. Y la mujer a la que desea por encima de todas las cosas es la única que piensa que está para siempre más allá de su alcance… hasta ahora.

Recientemente poseída por el demonio de Ira, Sienna Blackstone siente una despiadada necesidad de castigar a todos aquellos que la rodean. Con todo, en los brazos de Paris la vulnerable belleza encuentra una pasión que consume su alma y una increíble paz. Hasta que la enemistad entre antiguos enemigos sale a la luz.

¿La lucha contra los dioses, ángeles y las criaturas de la noche los atará para siempre o los separará?

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Querido lector: Por fin, tengo el placer de traerte la historia de Paris, guardián de Promiscuidad. Sí, finalmente he sentido como si lo hubiera torturado lo suficiente. Después de todo, como uno de los primeros Señores del Inframundo en ser presentado, Paris ha… 1) Perdido a la única mujer que fue capaz de meter en su cama más de una vez. 2) Dejó pasar la oportunidad de encontrarla por elegir salvar a uno de sus amigos en su lugar. 3) Adquirido una adicción a una sustancia ilícita. 4) Ahogado cualquier rastro de bondad que quedara en su interior. 5) Convertido en una máquina de guerra/enfrentamientos. Se ha labrado el camino a la felicidad con sangre, sudor y lágrimas. La mayoría mías. Bueno, la mayoría suyas. Lo que sea. Semántica. De todas formas, sabía que se merecía algo, o alguien, especial. De hecho, tuve una idea para él y me senté a escribirla. Cuatro intentos después y trescientas hojas en la basura, me mostró exactamente lo que quería. Bueno, vale (otra vez). Finalmente cedí y lo hice a su manera y ¿sabes qué? Que se consiguió lo «especial» que quería para él. Los personajes han sido mucho más profundos de lo que esperaba mientras interactuaban para hacer encajar las piezas del puzzle, vi el porqué él quería lo que quería y por primera vez en mucho tiempo oí reír a Paris (lo oí en mi cabeza, desde luego, pero una risa es una risa). Ha encontrado su «mía» y ella era y es, exactamente, lo que siempre ha necesitado. ¿Alguna vez sustituiré a mis personajes de esta manera? Bueno, sí (¡hey!, al menos, soy sincera) pero por esta vez, ha demostrado que es lo mejor que podría haber hecho. Espero que estéis tan satisfechos con la historia de Paris como lo está él. ¡Os deseo todo lo mejor! Gena Showalter.

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A través de los años he aprendido sobre eso a lo que llaman asuntos de familia. Me han bendecido con una de las mejores que jamás hayan existido. Me quieren, me apoyan y siempre están ahí cuando los necesito. Ese lazo que veis entre los Señores y las Arpías, es lo que tengo yo con mi familia y estoy más que agradecida por ello. Así que este libro es para mi marido y mis hijos, mi madre y mi padre, mis hermanos y hermanas, mis cuñados y cuñadas (que son mucho más que eso), sobrinos y sobrinas y tíos y tías locas. ¡Os quiero y os adoro a todos!

Agradecimientos: A mi familia y amigos con los que me han bendecido. A Jill Monroe, Kresley Cole y P. C. Cast. ¡Os quiero, señoras!

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Hablo y los humanos tiemblan llenos de miedo. Hablo y mi gente se apresura a obedecerme; y aún así ellos tratan de encontrar una forma de destruirme. Mi salvación cabalga sobre unas alas de medianoche y mi carga ella lleva. Ella desata mi ira y reparte la condenación con un solo golpe de espada. He dicho. –Pasaje encontrado en unos de los diarios de Cronus, Rey de los Titanes.

Habla lo que jodidamente quieras pero yo me llevo lo que es mío. –Paris, Señor del Inframundo

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PRÓLOGO

Su ira...



—Lo sé. Desde lo alto del cielo, Zacharel miraba al mundo que tenía debajo. Observó como el una vez cordial Paris asesinaba a otro de sus enemigos, los Cazadores. El ángel no podría decir el número de personas que habían perecido en la pasada hora. Hacía mucho que había perdido la cuenta e incluso si no se hubiera detenido, la respuesta habría cambiado un segundo después al caer otro cuerpo bajo las hojas cubiertas de sangre que el guerrero esgrimía. Jadeando y empapado de sudor, Paris se dio la vuelta para encargarse de otros dos, moviéndose fluidamente con una gracia letal... tan imparable como una avalancha. Al principio sólo jugó con ellos; un puñetazo, un hueso roto; una patada, unos pulmones destrozados; riéndose y soltando las peores maldiciones. Muy pronto eso dejó de ser suficiente para el guerrero poseído por el demonio, por lo que deslizó las cuchillas de sus armas por los tendones de los tobillos de sus oponentes dejándolos cojos para que fuera más fácil eliminarlos. Paris se había puesto él mismo de cebo para atraer a los Cazadores. Habían acudido con impaciencia, alegres, con la intención de extraerle al vil demonio que anidaba en su interior antes de acabar con él. Zacharel no se podía quejar de la forma en la que el guerrero se había defendido, incluso aunque varios cuerpos más se unieron a la ya de por sí enorme pila rodeada de un mar rojo y negro. Y, sin embargo, tampoco podía felicitarlo. No eran asesinatos por piedad, ni siquiera eran en nombre de una venganza fría y calculada nacida de las entrañas de una ira igualmente helada, no; fue como una lengua de fuego, un odio y una desesperación más calientes que cualquier infierno creado.

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—Es como una manzana envenenada —dijo Zacharel al ángel que estaba a su lado y ya que Paris estaba ligado al demonio de la Promiscuidad, no eran los humanos con los que vivía los que tenían que acabar con él sino la Deidad de los ángeles que vigilaba diferentes reinos de maldad—. Un veneno de esta naturaleza se extiende lentamente y llega a corromper todo. Alrededor de Zacharel empezaron a caer copos de nieve como siempre en estos días y el aliento se le condensó delante de la cara. Esos cristales eran un recordatorio de sus propios crímenes, así como de la reciente llamada de atención. Pero a diferencia de Paris, él no portaba el sufrimiento como un abrigo de invierno, abrazándolo con su cuerpo, confiando en él, alimentándolo, ayudándolo a crecer. A Zacharel no le importaba nada, ya no. En su búsqueda por destruir a los demonios que le habían destrozado la vida, había matado a humanos “inocentes” y su castigo era llevar siempre el disgusto de su Deidad con él. —Tan suculenta como algunos consideran esta manzana en particular —afirmó Lysander—. Estarán dispuestos a probar cualquier cosa que él les ofrezca. Zacharel desvió la mirada hacia el hombre que le había enseñado a sobrevivir en un campo de batalla. El guerrero de élite era como una torre musculosa lleno de una fuerza inquebrantable. Llevaba una túnica blanca y larga, y sus majestuosas alas eran como ríos de oro fundido. Ni uno sólo de los estragos que causaba el hielo alrededor de Zacharel, ni un sólo copo, se atrevía a tocarlo. Quizá, como una miríada de otras criaturas, los cristales le temían; y con razón. En su mundo, él era juez y jurado, su palabra era la ley. —¿Tenemos que eliminar la tentación? —preguntó Zacharel, durante años había actuado como el ejecutor de Lysander. —No voy a ordenar su ejecución —dijo Lysander, resuelto—. Por el momento, a Paris se le puede redimir. Qué inesperado. Incluso desde allí se podían oír los gemidos y los gruñidos que Paris provocaba, los gritos de sus enemigos, a pesar de la distancia que existía entre el cielo y la tierra. Las súplicas de piedad que se hacían eco hasta la eternidad, para siempre sin respuesta. Y tan decidido como estaba el Señor del Inframundo, esto sólo era el principio. —¿Qué quieres que haga, entonces? —Paris está buscando a su mujer, tratando de liberarla de la esclavitud del rey Titán. Tienes que ayudarlo, protegerlo y proteger a la chica. Sin embargo, en el momento en el que ella rompa su vínculo con Cronus, deberás traerla aquí donde vivirá el resto de la eternidad.

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Eso fue incluso más inesperado. La orden lo golpeó por su indulgencia, algo que Lysander sólo había mostrado una vez con otro inmortal poseído en todos los milenios que llevaba de vida: Amun, el amigo de Paris; y sólo porque Bianka, la Arpía pareja de Lysander, se lo había pedido. Ella debía también haberle solicitado este segundo favor, era sabido por todo el mundo que Lysander estaba impotente frente a sus artimañas. Pero incluso siendo un novio embobado, era el gobernante en el cielo, responsable de todo lo que sucedía allí, no debería haber pedido a otro ángel algo así. ¿Ayudar a un demonio? ¿Traerlo a vivir aquí? Horripilante. Zacharel no se opuso. Y a pesar del hecho de que nunca había experimentado el deseo, haría todo lo posible por curar a Paris para que, cuando la inevitable ruptura con su mujer llegara, el guerrero no volviera a su rabia. —Paris protestará por ello. —Después de todo lo que el guerrero ya había hecho por buscarla y salvarla; y todo lo que haría pronto... oh, sí, protestaría, usando esas hojas manchadas de sangre para defender su causa. —Tienes que convencerlo de que estará mejor sin ella —añadió Lysander. —¿Y lo estará? —Por supuesto —lo dijo sin ninguna duda, con el tipo de confianza que otorga la auténtica verdad, algo que no era necesario ya que Zacharel sabía que Lysander no mentiría, o más bien es que no podía mentir. —¿Y si fallo? —tuvo que preguntar teniendo en cuenta el pesado castigo que llevaba sobre los hombros por haber perseguido el éxito. Los ojos agua marina de Lysander se congelaron revelando el duro interior del guerrero. —Estaremos perdidos porque estallará la guerra más grande que el mundo haya conocido hasta ahora. La chica nos guiará, a nosotros o a nuestros enemigos, a la victoria. Es tan simple como eso. Muy bien, entonces. Cuando llegara el momento, Zacharel se la llevaría sin importar lo mucho que le afectara a Paris. Él le odiaría y, puede, que hiciera algo más que enfurecerse. No había nada que lo parara, no cuando tenía tanta oscuridad arremolinándose en su interior, pudriéndole el alma, mucho peor que cualquier veneno espiritual, pero eso no detendría a Zacharel de cumplir con su deber. Nada lo haría.

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CAPÍTULO 1

Paris

se bebió de un trago los tres dedos de Glenlivet y le hizo señas al camarero. Quería el vaso lleno y por las buenas o por las malas, iba a conseguirlo. Salvo que poco después de que el whisky de malta fuera servido, comprendió que un vaso tampoco iba a ser suficiente. La furia y la frustración eran entidades vivas en su interior, rabiando y burbujeando a pesar de la reciente lucha. —Deja la botella —dijo cuando el camarero se movió para servir a alguien más. ¡Diablos! De repente Paris dudaba que hasta la última gota de alcohol en un radio de dieciséis kilómetros resolviera el problema, pero ¡eh! En tiempos desesperados. —Claro, claro. Lo que tú digas. —El descamisado Chico Maravilla dejó la botella y salió corriendo. ¿Qué? ¿Parecía tan peligroso? ¡Por favor! ¿Se había lavado la sangre, verdad? Espera. ¿No lo había hecho? Miró hacia abajo. Mierda. No lo había hecho. El carmesí lo cubría de pies a cabeza. Daba igual. No estaba en un bar humano, así que las "autoridades" no harían un bistec con él. Estaba en el Olimpo, aunque el divino reino recientemente había sido renombrado como Titania. Hubo un tiempo en el que sólo se les permitía la estancia a dioses y diosas, pero cuando Cronus reclamó el reino había cambiado las cosas, permitiendo a vampiros, ángeles caídos y otras criaturas oscuras venir a jugar. Un agradable y pequeño insulto al anterior rey, Zeus. «Llama al camarero», le dijo Promiscuidad. «Lo quiero». Promiscuidad… el demonio atrapado en su interior, dirigiéndolo. Irritándolo. «¿Recuerdas cuándo yo quería fidelidad? ¿Monogamia?» Contestó Paris mentalmente. «Bien, no siempre conseguimos lo que queremos, ¿verdad?» Un gruñido familiar le resonó en la cabeza.

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Whaa, whaa, puchero, puchero. Se tomó la segunda ronda de alcohol y rápidamente la siguió una tercera. Ambas lo calentaron tan bien que disfrutó de una cuarta. El potente alcohol le arrasó el pecho, ardió en el abdomen y le inundó las venas. Qué agradable. Y aun así, las emociones se mantuvieron tan oscuras como siempre, los bordes de aquella profunda furia y frustración sin suavizar. Su incapacidad para salvar a la “no tan inocente” mujer que debería odiar -que odiaba, al menos un poco- pero también anhelaba, en cuerpo y alma, lo conducía a fustigarse constantemente. —Si te pidiera que te marcharas, ¿lo harías? —preguntó una monótona voz a su lado. Una voz acompañada por una ráfaga de aire ártico. No tuvo que mirar para saber que Zacharel, el extraordinario ángel guerrero e infame asesino de demonios, acababa de unirse a él. Se habían conocido hacía poco, cuando el emplumado Terminator había sido enviado para evitar que Amun el amigo de Paris saliera de Buda. Lo que el viejo Zach conseguiría realmente, era dos hojas de cristal en la columna en este mismo momento. «Lo quiero», indicó el demonio. «Que te jodan». «Por fin. Estamos en la misma sintonía». «Realmente te odio ahora mismo». Hace mucho tiempo, el demonio le había hablado a Paris con una molesta frecuencia. Entonces el estúpido demonio sexual se había detenido, simplemente impulsando a Paris a acostarse con esta persona o aquella, sin importar su género o los propios sentimientos de Paris hacia ellos. Ahora, la conversación había empezado de nuevo y era peor que antes, porque quería a todo el mundo, especialmente a aquellos por los que Paris no sentía ningún deseo. —¿Y bien? —incitó el ángel. —¿Marcharme? ¿Cuándo tuve que rogarle a Lucien que me trajera y sé que no será tan complaciente la próxima vez? No, pero me gustaría saber por qué coño te importa una mierda mi ubicación. —No me importa tu ubicación. Cierto. A Zacharel no le importaba nada, un hecho que aprendió muy rápido en sus tratos con él. —Eso pensaba, así que lárgate. Mientras Paris daba cuenta de su quinto whisky, estudió el espejo empañado de humo frente a él, observando disimuladamente la zona tras su espalda. Unas enjoyadas lámparas de araña colgaban del techo. Las paredes eran de mármol rosa,

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veteadas de brillante ébano y el suelo una resplandeciente extensión de diamantes aplastados. A lo largo de la sala, los hombres y las mujeres hablaban y reían. Desde dioses y diosas menores a ángeles caídos que intentaban labrar su camino de vuelta a su santo redil. Buena suerte con eso en un bar. Idiotas. De todas formas, probablemente había un demonio o dos esparcidos entre las masas, pero Paris no podía decirlo con seguridad. Los demonios eran tan astutos como malvados. Podían merodear por el entorno con sus propias escamas, mostrando con orgullo sus cuernos, garras, alas y colas… y conseguir ser decapitados por ángeles guerreros como Zach. O podían poseer el cuerpo de otro y esconderse bajo su piel. Paris tenía miles de años de experiencia con esto último. —Me marcharé, tal y como sucintamente sugeriste —dijo Zacharel—, después de que me contestes otra pregunta. —De acuerdo. —Algo más que Paris sabía por experiencia: Los ángeles eran caprichosamente obstinados. Mejor escuchar hasta el final al tipo, de lo contrario se encontraría a sí mismo con otra nueva sombra. Se dio la vuelta, afrontando a la maravilla de cabellos oscuros y ojos color jade, y contuvo el aliento. Nunca dejaba de asombrarle lo magnéticos que estos seres celestiales eran. No importaba su género -o cómo de abrumadoramente aburrida era su personalidad- ellos captaban y retenían la atención cada maldita vez. Por alguna razón, Zacharel lo hacía con más intensidad que la mayoría. Pero el magnetismo no era lo que más llamó la atención de Paris en esta ocasión. De las majestuosas alas que formaban un arco sobre los hombros del ángel, en una turbulenta cascada de nubes de invierno con serpenteantes y rizadas corrientes doradas, los copos de nieve de las puntas caían como la purpurina en una bola de cristal. —Estás nevando. —Capitán Obvio, ese soy yo. —Sí. —¿Por qué? —Puedo contestarte, o puedo hacer mi pregunta y marcharme. —Vestido con la acostumbrada túnica blanca de los de su clase, Zacharel debería parecer inocente y remilgado. En cambio, parecía el gemelo malvado de la Parca: Impasible, tan frío como la nieve que caía de él y listo para matar—. Tú eliges. No era necesario pensárselo. —Pregunta.

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—¿Deseas morir? —Zacharel lo dijo tan llanamente como había dicho todo lo demás, el vaho cristalizándose frente a su boca, creando una neblina de ensueño y recordando a Paris la respiración de la vida. O la muerte. Definitivamente listo para matar, pensó Paris. —¿Tú qué crees? —preguntó porque, francamente, ya no sabía la respuesta. Durante siglos había luchado por vivir, pero ahora, constantemente se lanzaba al fuego y esperaba salir quemado. Le gustaba salir quemado. ¿En qué tipo de gilipollas enfermo se había convertido? Impávido, el ángel le sostuvo la mirada. —Creo que quieres a una mujer en particular más de lo que quieres a nadie, o cualquier otra cosa. Incluso la muerte… incluso la vida. Paris presionó la lengua contra el paladar. Una mujer en particular: La “no tan inocente”. Su nombre era Sienna Blackstone. Una vez una Cazadora y siempre su enemigo. Los Cazadores eran un irritante ejército de seres humanos que esperaban librar al mundo de los demonios de Pandora. Entonces, fugazmente, fue su amante. Después murió, desapareció. A continuación fue devuelta de la tumba y su alma fusionada con el demonio de la Ira. Ahora, estaba por ahí. En algún sitio. Y sufría. Cronus la había esclavizado, pensando en usar a su demonio para castigar a sus adversarios, y ahora que había perdido el control de ella, pensaba en torturarla hasta la sumisión. A Paris podía no gustarle las cosas que Sienna le había hecho, y sí, como ya había admitido, parte de él podría odiar a la mujer en sí misma, pero ni siquiera ella merecía el trato cruel y el vicioso y eterno castigo que estaba sufriendo. La encontraré, y la salvaré. De Cronus… de sí mismo. En estos momentos, simplemente no podía superar el hecho de que ella sufría. Una vez que aquella parte de la ecuación fuera resuelta, dejaría de pensar en ella. Tenía que dejar de pensar en ella. —Así que la quiero —terminó por decirle al ángel. Sienna no era objeto de debate—. DPM1. —Fingiré que no sé lo que eso significa. —Zacharel sacudió las alas y más de aquella pura y brillante nieve cayó—. En cuanto a ti, creo que, a pesar de tus propios deseos, tu demonio desea cualquier cosa con pulso. —A veces ni siquiera el pulso es un requisito —murmuró, y vaya si no era verdad. Sexo, como se había aficionado a llamar a su oscuro compañero, deseaba a 1 De Puta Madre. (N.T.)

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cualquiera y a todo el mundo… pero sólo una vez en la vida. A excepción de Sienna, Sexo no le permitía a Paris endurecerse por la misma persona dos veces. ¿Por qué podía tener a Sienna otra vez? Ni puta idea. —De nuevo, ¿y? —Creo que, a pesar de anhelar a esta mujer en particular, te acostaste con la futura esposa de tu amigo Strider. Él es el demonio de Derrota, y tus acciones hicieron el cortejo de la Arpía muy difícil. —¡Eh! Te estás metiendo en terreno peligroso. —No es que Paris tuviera nada de qué disculparse. La única noche había ocurrido semanas antes de que Strider y Kaia se emparejaran. O incluso hubieran pensado en emparejarse. Por lo tanto, Paris no había hecho nada malo. Técnicamente. Y sin embargo, ahora sabía cómo lucía Kaia desnuda, y Strider sabía que él lo sabía, y eso quería decir que los tres sabían que Sexo lanzaba imágenes de la chica desnuda siempre que ellos estaban juntos. Una consecuencia que Paris odiaba pero que no podía detener. Zacharel inclinó la cabeza a un lado en una postura reflexiva, mucho más misteriosa a causa de la niebla que seguía formándose con cada exhalación. —Quería sólo señalar que claramente has seguido con tus conquistas y que apenas discriminas en tus elecciones, lo que me hace preguntarme por qué todavía persigues a tu Sienna. Porque Sienna había sido la única y auténtica oportunidad de Paris a la monogamia. Porque sin querer había causado su muerte. Porque sintió que lo perdió todo cuando ella murió. —Eres un fastidio —espetó—. Y he terminado de hablar contigo. De todos modos el ángel insistió. —Creo que te sientes culpable por cada corazón que rompiste, cada sueño de “y vivieron felices para siempre” que aplastaste y que sientes un poco de auto desprecio cuando tus parejas se dan cuenta de lo fácil que venciste sus reservas. También creo que eres demasiado indulgente y patético, y que no tiene sentido que llores por tus problemas. —¡Eh! ¡Nunca he llorado! —Paris dejó la copa con tanta fuerza en el mostrador que rompió el vaso. La sangre brotó de los cortes en la palma, pero el escozor era mínimo—. ¿Y sabes qué? Creo que están a punto de encontrar los pedazos de tu cuerpo esparcidos por todos los rincones del bar. «¡Entonces, mientras está en el suelo, podemos tenerlo!» «Cierra la boca, Sexo».

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—Uh, aquí tienes —dijo el camarero, “Johnny el rápido” con un trapo limpio que empujó en dirección a Paris. Su brazo temblaba. Todavía le tenía miedo. «Quiero…» «¡Dije que cierres la boca!» —Gracias, hombre —Paris apretó la tela, aplicando presión en los trozos de tejido desgarrado antes de que alguien pudiera oler las “oh tan especiales” feromonas que el demonio solía emitir. Una bocanada del embriagador aroma y todos a su alrededor estarían irremisiblemente excitados, sin importarles donde estaban y con quién. Sobre todo su hambre sería por Paris, y aunque esa había sido una noche de resultados más bien catastróficos, teniendo en cuenta que operaba bajo un límite de tiempo, habría disfrutado rechazando a los hombres con los puños. Excepto que… las feromonas nunca lo envolvieron. Frunció el ceño. Sexo había deseado a todo el que vio esta noche. ¿Por qué no aprovechó su habilidad y obligó a los clientes a desearlo también? Paris volvió a prestar atención a Zacharel, preguntándose si el ángel era de algún modo el responsable. Aquellos ojos de jade tan poco comunes se entrecerraron en diminutas rendijas. —Creo que esperas salvar a tu Sienna, y eso es algo bueno. Creo que piensas conservarla y eso no lo es. No importa lo mucho que la ansías, no importa que ella pueda ser tu única oportunidad del “para siempre”, con el tiempo tu demonio la destruirá, ya que los humanos nunca fueron destinados a los demonios guerreros, y en el fondo, todavía es humana. —¿Y en cuanto a su propio demonio? —soltó él. —Si uno es malo, dos es sin duda peor. —¡Basta! —Si seguían por ese camino, la furia y la frustración se elevarían hasta consumirlo. Perdería de vista el objetivo de esta noche—. No voy a conservarla. Lo haría. Lo haría si se le daba una oportunidad, y si ella se la diera, por supuesto, pero joder, ella no se la daría. —Bien. Porque a esa mujer en particular no le gustaría el hombre en el que te has convertido. Resoplando, Paris se pasó la mano libre por el pelo. —Ya no le gustaba quien era. —¿Y ahora? ¿Después de que él había traspasado irrevocablemente la línea entre el bien el mal? ¡Por favor!

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Sabía que sus acciones eran reprochables y las había cometido de todas formas. Había matado cruelmente. Seducido metódicamente. Mentido, engañado y traicionado. Todo lo cual haría una y otra vez. —Sin embargo, todavía corres a salvarla —dijo Zacharel. Sí. Era un idiota tan grande como los caídos que frecuentaban este lugar. Daba igual. Él lo sabía y no le importaba. —Mira, no voy a contestarte. No tengo que explicarme. ¿Y qué pasa con todas esas preguntas? Dijiste que sólo tenías una más. —Únicamente he preguntado una vez. El resto han sido observaciones y tengo otra que ofrecer. —Zacharel se inclinó hacia él y susurró—: Creo que si sigues por este camino destructivo, perderás todo lo que has llegado a amar. —¿Es una amenaza? —Paris agarró en un puño el cuello de la túnica del ángel —. Continúa e intenta algo, alitas. Veras lo que… Aire. Estaba agarrando y gritando al aire. Pequeños gruñidos le salieron de la garganta mientras bajaba el brazo al costado. La única razón por la que sabía que Zacharel había estado ahí era por la temperatura de las manos. Las tenía prácticamente congeladas. —Uh, ¿con quién habla? —preguntó el camarero mientras limpiaba de forma casual un mostrador que ya estaba limpio. Si un ángel no quería ser visto, no lo era. Ni siquiera por sus hermanos, caídos o no. Así que sólo Paris había visto a Zacharel pasearse por aquí. Genial. —Conmigo mismo al parecer, y preferimos seguir hablando sin audiencia. ¿Estaba Zacharel todavía aquí? Se preguntó Paris. ¿O se había materializado en otra parte? ¿Y cuál era el motivo de toda esa charla de que Paris tenía que mantenerse lejos de Sienna? Al ángel no debería importarle. Paris dejó caer el trapo y giró del todo para afrontar la multitud. Varios guerreros fruncían el ceño en su dirección -¿por qué?- peligrosamente cerca de arruinar la elegancia de la sala con la sangre que Paris estaba tentado a derramar. Masajeándose la nuca, se obligó a dejar correr los pensamientos de Zacharel y su amenaza. Tenía asuntos más importantes y difíciles que tratar. Estaba aquí por Viola, la diosa menor de la Vida después de la Muerte y el Guardián del demonio del Narcisismo. Tendría que haber aparecido ya. Tal vez había escuchado que él venía y lo había dejado plantado. Si ese fuera el caso no podía culparla. Él y sus amigos hacía tiempo robaron y abrieron la Caja de Pandora, soltando el mal de su interior. Como castigo, fueron maldecidos a albergar dentro de sí mismos a los demonios que habían liberado. Lamentablemente, había más demonios que chicos y chicas traviesos para contenerlos, y cuando la caja

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desapareció entre el caos, los malos espíritus sobrantes necesitaron un hogar. ¿Qué mejores recipientes para los Griegos que seleccionar entre los desafortunados e “incapaces de huir” reclusos de la prisión inmortal del Olimpo –Titania-, el Tártaro? Por lo tanto, sí, Paris era en parte responsable del lado oscuro de Viola. Ella había sido uno de aquellos desafortunados prisioneros. No era el único responsable, sin embargo, teniendo en cuenta que la chica era una criminal, considerada una vez lo bastante peligrosa como para ser alejada de los mismos dioses y diosas que a menudo fueron aclamados en los libros de mitología por sus crueles actos. Qué crimen había cometido Viola, no lo sabía ni le importaba. Ella podía cortarlo a tiras mientras le diera la información que quería. La pieza final del rompecabezas que necesitaba para por fin salvar a Sienna. Según los Cazadores que había matado esta mañana, Viola venía aquí todos los viernes por la noche para hacer chanchullos con los inmortales y despotricar sobre su genialidad con un par de cervezas. Al parecer, los Cazadores dijeron que la habían estado observando con la intención de pillarla y “persuadirla” de que se uniera a sus filas. Así pues, en cierto modo, le debía una. ¿Dónde diablos está? se preguntó de nuevo, buscando el revelador pelo largo y rubio, los ojos color canela y un cuerpo de infarto que podía… Aparecer en una nube de humo blanco. Allí, frente a la única entrada del bar, había una exuberante mujer con el pelo rubio y los ojos color canela. Paris se enderezó, las terminaciones nerviosas zumbándole con anticipación. Así de simple. Presa localizada. Objetivo alcanzado.

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CAPÍTULO 2

L

« a quiero», dijo Sexo mientras Paris estudiaba a Viola. «Por supuesto que lo haces», respondió secamente. Los zarcillos de humo que habían marcado la aparición de Viola ahora se enroscaban alejándose de ella, desvaneciéndose para revelar un vestido negro ceñido. Las gruesos tirantes sobre los hombros enmarcaban con una profunda uve el escote antes de caer más allá de su ombligo perforado. La micro-minifalda se detenía justo por debajo de su ropa interior. ¿Llevaba siquiera ropa interior? Paris bostezó. Había estado con mujeres hermosas, feas y todo lo que había en medio. Una de las lecciones que había aprendido con rapidez: La belleza podría ocultar una bestia, y una bestia podía ocultar una belleza. Sienna pertenecía a la categoría “belleza que ocultaba una bestia”, al menos para él. Mientras que había estado loco de deseo por ella, ella había estado planeando su caída. Y tal vez él era tan malo como su demonio porque parte de él incluso encontraba ese lado de ella sexy. Una mujer delgada como una caña había derrotado a un guerrero curtido en la batalla, y él pensaba que era tan ardiente como el infierno. Y bien, sí, ella se consideraba normal y tal vez él una vez hubiera estado de acuerdo, pero desde el principio, había habido algo tentador en ella. Algo que lo atraía, que lo tenía cautivado. Ahora, cada vez que la imaginaba, veía una joya impecable sin igual. «Concéntrate». Una orden de su demonio, que todavía quería a la diosa menor, y una reprimenda para sí mismo. Viola se pasó la longitud de su sedoso pelo por encima de un hombro besado por el sol y exploró los alrededores. Los hombres estaban claramente boquiabiertos.

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Las mujeres trataban de ocultar sus celos con (poco convincentes) máscaras inexpresivas. Ella se detuvo en Paris, mirándole de arriba abajo, con los párpados entrecerrados, y entonces, sorprendentemente, lo desestimó y continuó con su barrido visual. La última vez que su demonio no había logrado atraer a un potencial compañero de cama, había conocido a Sienna poco después. ¿Quería esto decir…? ¿Y si…? La anticipación se intensificó hasta que los huesos le vibraron. Tendría las respuestas, esta noche, sin importar lo que requiriera de él. Se acercó a Viola, con una estudiada expresión que revelaba solo admiración mientras repasaba el plan. Encantar primero, si realmente podía recordar cómo ser encantador. En segundo lugar fuerza, y sí, recordaba definitivamente como tomar ese camino. Ignorando su acercamiento, Viola se agachó y deslizó un teléfono rosa parpadeante del interior de su bota negra de cuero. Gemidos de aprobación estallaron tras ella, y los hombres se chocaron los cinco, como si acabaran de recibir un vistazo del cielo. Incluso los inmortales podían ser infantiles. Nunca yo. Inconsciente o indiferente, sus ágiles dedos bailaron sobre el minúsculo teclado del teléfono. Paris frunció el ceño. —¿Qué estás haciendo? Como apertura, la pregunta chocaba totalmente, al igual que su tono acusador. Pero si ella pensaba pedir ayuda a alguien para que peleara contra él, o incluso un Cazador para matarle, ella pronto se encontraría como su rehén, así como su informante. —Estoy Vociferando. La versión inmortal de chatear o Twittear o como quieran que los seres inferiores quieran llamarlo —dijo ella sin levantar la vista—. Tengo más de siete tropecientos de seguidores. De acuerdo. No es lo que había esperado. Había pasado mucho tiempo con los seres humanos, y sabía que les gustaba compartir todos sus estúpidos pensamientos con el mundo. Pero que una Titán lo hiciera… eso era nuevo. —¿Qué les estás diciendo? ¿Era Cronus uno de los siete tropecientos? ¿Lo era Galen, el jefe supremo de los Cazadores? ¿Y cuánto eran tropecientos? —Tal vez podría ser un poquito amable contándoles todo sobre ti. —Una sonrisa levantó las comisuras de sus carnosos labios rojos mientras continuaba teclea, teclea, tecleando—. El Señor del Sexo está cochino y buscando anotar. No estoy interesada, pero ¿debería ayudarle a anotar con otra persona? Enviar. —Enfocó aquellos inquietantes ojos sobre él—. Te avisaré cuando lleguen los resultados. Hasta

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entonces, ¿hay algo más que quieras saber sobre mí antes de que me vaya y te ignore? “Señor del Sexo”, había dicho. Entooonces. Ella sabía quién era, lo que era, pero no estaba huyendo de él, no estaba lanzándole insultos y no estaba pidiendo a gritos su ejecución. Un gran comienzo. —Sí, lo hay, y es un asunto privado muy importante para mí. —Entre líneas: ¡No te atrevas a Vociferarlo! —Ohhhh. Me encantan los asuntos privados e importantes de los que se supone no debo hablar pero lo hago, porque soy una chismosa. Estoy escuchando. A pesar de su intrincada confesión de que a ella le encantaba cotorrear, no había vuelto a escribir en el teléfono móvil. Bueno. Procedió. —Quiero ver a los muertos. ¿Cómo puedo hacer que suceda? —Sienna era un alma sin cuerpo, un alma que él no podía sentir de ninguna manera. Sólo aquellos que se comunicaban con los muertos podían verla, oírla y sentirla. Pero había un rumor, y decía que Viola conocía un truco que hacía innecesaria esa habilidad. Ella parpadeó, y él se dio cuenta que sus pestañas estaban maquilladas de un rosa brillante a juego con su teléfono. —Deja que te cuente lo que acabo de oír. Hablar, hablar, hablar, yo. Hablar, hablar, hablar, yo. Bien, ¿qué hay de mí? Él apretó la mandíbula. Eso era por ser encantador, y estaba siendo un tonto. No era un tonto. Bueno, no todo el tiempo. —Te voy a decir una cosa de ti. Puedes ver a los muertos. Ahora vas a enseñarme a verlos. —Una orden a la que ella haría bien en prestar atención. Ella arrugó la nariz. —¿Por qué el interés en ver almas? Si todavía están aquí, están causando problemas y… oh, oh, espera. —Palmada, palmada, salto, salto, giro—. Ya he adivinado este pequeño misterio porque soy muy inteligente. Quieres ver a tu amante humana muerta. Al instante la furia de él emergió, lo suficientemente caliente como para levantar ampollas. No le gustaba que nadie hablara sobre Sienna de ninguna manera. Ni Zacharel, y ciertamente no esa extraña diosa menor con predilección por el cotilleo. Sienna era suya para protegerla, incluso en ese campo. —Yo… —Tsk, tsk. No necesitas confirmar mi genial hipótesis. —Viola le dio unas palmaditas en la mejilla, toda dulzura almibarada por la discapacidad mental de él—. Especialmente porque no te puedo ayudar.

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Ella trató de alejarse. La cogió por la muñeca. —¿No puedes o no quieres? —Había una gran diferencia. Sobre lo primero no podía hacer nada. Sobre lo segundo él podría cambiarlo, y si ella le empujaba, descubriría lo lejos que estaba dispuesto a ir, para hacer precisamente eso. —No quiero. Nos vemos. —Ajena a la ira que amenazaba con desencadenarse, ella tiró soltándose y prácticamente brinco hacia el fondo del bar, su perfecto culo balanceándose, los tacones de sus botas repiqueteando. Indignado, la siguió, apartando a cualquiera que se interpusiera en el camino. Abundaron los gruñidos, gemidos y bufidos, los depredadores en la multitud tomando nota de sus tácticas de fuerza bruta. Sin embargo, nadie trató de detenerlo. Sentían a un depredador mucho más grande entre ellos. —¿Cómo sabes quién soy? —exigió en el momento que alcanzó a Viola. Tenían que comenzar por ahí y abrirse camino para que cambiara de idea, por si acaso lo uno dependía de lo otro. Ella hizo otro giro, haciendo una obra teatral de ello, como si fuera una modelo al final de una pasarela. Era un hombre alto que solía elevarse sobre las mujeres, pero Viola era una pequeña pelusa de metro y medio y él la empequeñecía. Sienna, por el contrario, era justo de la altura adecuada. Estando él de pie, o de rodillas, o acostado, alcanzaba a todas las mejores partes de ella, sin problema. —Sé todo lo que hay que saber sobre los Señores del Inframundo —dijo Viola—. Hice de toda vuestra horda mi negocio cuando escapé del Tártaro y me enteré que erais los responsables de mi condición. Ella le rechazaba por culpa del demonio al que estaba vinculada, entonces. Y olía a rosas, se dio cuenta con una sacudida, el suave aroma de repente se le aferró a los senos nasales, muy cerca de ahogarlo en una cálida sensación de paz. Lucien, el guardián del demonio de la Muerte, podía hacer exactamente lo mismo con sus enemigos, calmarlos justo antes de terminar con sus vidas de golpe. La furia y frustración de Paris fueron rápidamente ahuyentadas por esa tranquilidad. —Deja de hacer eso. —Guau, eso es fruncir el ceño. Y no es una buena imagen de ti, debo decir — añadió ella, entonces captó un vistazo de sus uñas pintadas de color coral y se las estudió a la luz—. Que bonito. «Tócala».

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Se desentendió de su demonio y decidió que daría una oportunidad más a la cosa de encanto/imbécil. Porque ¿honestamente? Aún no había intimidado a esta mujer de ninguna manera. Si el siguiente intento fallaba, soltaría a la bestia a pleno rendimiento, y no estaba hablando sobre Sexo. Tenía una oscuridad por dentro ahora, tanta oscuridad, y ésta le llevaría a hacer lo que fuera necesario, sin importar cuán vil fuera. No tenía a nadie excepto a sí mismo a quién culpar, ya que él se había abierto a ella. Sólo una fracción al principio, como una grieta en una ventana. Pero lo más gracioso era, que una vez que dio la bienvenida a un soplo, no había manera de detener lo que continuaba. Un viento, una tormenta, truenos y relámpagos, hasta que ya no podía llegar a la ventana y cerrarla, y realmente no quería hacerlo de todos modos. Eso era lo que la nueva oscuridad era. Maldad en estado puro, una entidad muy parecida a Sexo, animándolo. Mentir, engañar, traicionar, pensaba Paris. Aquí, ahora, al igual que las otras veces anteriores. Se inclinó, suavizando la expresión, obligando a los deseos de su demonio a filtrarse a través de los poros. Obligando a la sangre a calentarse y al olor almizclado de la excitación a emanar de él, tan sensual como el champán, tan embriagador como el chocolate. Si Sexo no usaba esas feromonas, Paris lo haría. Odiaba hacer esto, porque, como todos los demás, tanto Sexo como él se convertían en seres sin sentido, hambrientos de carne a la primera bocanada. Peor aún, los recuerdos de lo que él forzaba a la gente a hacer… a desear… —Viola, dulzura. Dímelo. Dime lo que quiero saber. —El tono era una caricia sensual, maravillosa y segura, y sin embargo, incluso con las feromonas afectando a Paris, él quería a una sola mujer y Viola no era ella. —Quería darte las gracias por mi demonio —prosiguió, como si él nunca hubiera hablado. Como si no oliera en ese momento a placer andante—. ¡Es lo mejor! Pero entonces, a medio camino de Budapest localizando vuestra fortaleza, me olvidé por completo de ti. Seguro que lo comprendes. —Se arregló el pelo, apartando la vista de él mientras saludaba a alguien a su derecha—. Sin embargo, de todos modos, ahora estás aquí, gracias. Siéntete libre de relajarte con los demás. Ahora tendrás que… ¡Argh! ¿Quién puso un espejo allí? —terminó con un chillido. Ira sin diluir ardió a través de ella por la expresión que puso durante un solo latido de corazón, seguido de un éxtasis entusiasta mientras estudiaba su reflejo. —Mírame —Se inclinó en una dirección, posando, a continuación inclinándose en otra y posando de nuevo—. Soy maravillosa. —Viola. —Pasaron los segundos, pero no dejaba de admirarse a sí misma. Incluso se lanzó un beso. Bien. Harían esto de otra manera—. Puedo hacerte rogar por mi tacto, Viola. En frente de todos. Y créeme, rogarás. Llorarás, pero el alivio

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nunca será tuyo. Me aseguraré de ello. ¿Pero sabes qué más? Eso no es siquiera lo peor que te haré. Pasaron varios segundos, pero ella no ofreció respuesta. Furia… Frustración… Oscuridad… alzándose… Quería golpear, herir, matar. Aspiró, contuvo el aliento, lo contuvo… olía una infusión de rosas… soltó la respiración. De acuerdo. Bien. Esta vez fue capaz de permitir que ambas bombas de emoción chisporrotearan antes de detonar, calmándolo. Quizá Viola no podía evitarlo, se dio cuenta de repente. Como él muy bien sabía, todos los demonios de Pandora venían con un gran defecto. Éste podría ser el de ella. Era Narcisismo, después de todo, amor hacia sí mismo. Probando su teoría, se puso frente a ella, bloqueando su visión del espejo. El cuerpo entero de ella se puso rígido. Su mirada se lanzó de izquierda a derecha, como si buscara intrusos que pudieran haber tratado de dañarla durante el tiempo que había estado incapacitada. Nadie se había acercado, y la tensión desapareció de su interior. Respiró aliviada. —¡Voy a destripar al culpable! —susurró con fiereza. Bingo. Su defecto, y uno que ella claramente detestaba. —Concéntrate en mi, Viola. —La agarró por los hombros, apretando más fuerte de lo que había pretendido y sacudiéndola hasta que esos ojos color canela se alzaron y se reunieron con los suyos—. Dime lo que quiero saber y podrás salir de ésta ilesa. Todavía no demasiado intimidada, se liberó del agarre. —Tan impaciente. Debería estar acostumbrada a estas alturas, en fin. Los hombres van cayendo sobre mí… siguen siendo una carga. —¡Viola! —Bueno. Vamos a ver lo que mis fieles tienen que decir más temprano que tarde, ¿de acuerdo? —Ella levantó su teléfono y leyó la pantalla—. Cuatrocientos ochenta y cinco votos a: Ayúdalo dándole mi teléfono. Doscientos siete votos a favor de: Eres estúpida, súbete a él como si fuera una montaña, y ciento veintitrés votos a favor de: Es mío, perra, aléjate de él. —Ella le miró, otra sonrisa echaba raíces—. La gente corriente ha hablado. Sí, te informaré sobre las almas. La urgencia sobrepasó el alivio. —Dímelo, entonces. Ahora. —Oye, tú. Escoria de Demonio. —Sonó una áspera voz detrás de él.

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Yyyyy uno de los tíos que Paris había empujado antes finalmente estaba actuando. Paris apretó los dientes. Volvió a colocar las manos sobre los hombros de la mujer. —Viola, dímelo. —Ella se lo diría, y él se iría, por fin comenzando su búsqueda de la verdad. —¡Quita tus manos de mi mujer! O no. Agresividad desatada goteaba del tono del macho, y la necesidad de violencia rápidamente resurgió en el interior de Paris. Contente, aconsejaba el sentido común. La victoria está a nuestro alcance. —¿Un amigo tuyo? —No tengo amigos. —Gráciles dedos se extendieron y engancharon varios mechones de pelo tras su oreja—. Sólo admiradores. —Te estoy hablando, demonio —dijo el macho de nuevo. La necesidad alzándose… más y más… una espesa nube negra que no se disiparía hasta que la sangre corriera en ríos a sus pies. —Si deseas que este admirador sobreviva, destéllanos sacándonos de aquí. — Saltar de un lugar a otro con solo un pensamiento siempre le ponía enfermo, pero ponerse enfermo era mejor que distraerse. —No lo deseo —dijo ella— que sobreviva, eso es. —¿Me estás escuchando, demonio? —El tono era más duro, y mucho más decidido—. Aléjate de ella y enfréntate a mí. ¿O eres un cobarde? La nube le envolvió la mente, un solo pensamiento lo consumió de repente. El macho era un obstáculo en el camino, bloqueándolo de Sienna, y los obstáculos debían ser eliminados. Siempre. Otra pequeña voz de la razón susurró a través de él, un faro de oro en medio de una interminable extensión de medianoche. Zacharel… por el camino actual… Destrucción… —Mírate en el espejo, diosa —ordenó el macho—. No quiero que veas lo que voy a hacer al demonio. A pesar que arrancó una maldición de su boca, Viola obedeció, deslizándose alrededor de Paris como si no pudiera evitarlo y se odiara por ello. De nuevo, una vez más estaba cautivada por su propia imagen, agitándose el dedo meñique y lanzándose besos. El susurro dorado fue destruido. La muerte se hizo inevitable. Paris giró sobre los talones para mirar a su oponente.

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Pronto, correría la sangre.

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CAPÍTULO 3

Paris

había llegado a una conclusión equivocada. No se enfrentaba a un oponente. Se enfrentaba a varios. El conocimiento causó que una oleada de embriagador entusiasmo lo inundara. El día seguía mejorando. Anteriormente ya había matado a un puñado de Cazadores, y este surtido -alías el postre- era un trío de ángeles caídos, cada uno más grande que el anterior. Iban sin camisa -¿era la última moda?- y sus espaldas lucían cicatrices visibles desde el espejo situado en lo alto de la pared. El rabioso trío formaba una sólida pared de músculos al fondo del bar, los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas separadas para distribuir uniformemente el peso. La clásica postura de “estoy a punto de herir a alguien”. «Los quiero», dijo Sexo, como si eso fuera una gran sorpresa. —No os marchareis —le advirtió a los hombres. Últimamente, no podía permitirse el lujo de dejar supervivientes. Tenían la mala costumbre de regresar para vengarse. —Te he visto por ahí —dijo el de la izquierda—. Sonríes y las mujeres caen a tus pies, pero eso va a cambiar cuando te saque la columna vertebral por la boca. Entonces, le diré a tus enemigos donde encontrarte. Sí, sé quién eres, Señor del Sexo. También sé que los Cazadores quieren el privilegio de matarte. El de la derecha le dirigió una amplia sonrisa de “he perdido mis alas y soy el mal personificado”. —Sí. Me gusta esa idea. Tal vez me una a ellos, sólo para mirar lo que te hacen cuando hayamos terminado contigo, tú sucio… El del medio, el más grande, colocó una mano sobre el hombro de Derecha, haciéndolo callar. Poseía un brillante halo blanco tatuado alrededor del cuello y eso

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sólo podía significar que había caído recientemente, qué todavía tenía vínculos con los ángeles o que le gustaba recordarlos. No importaba. Experimentaría el mismo destino que sus amigos. —Menos charla y más sufrimiento. —Sí, más sufrimiento —estuvo de acuerdo Paris. Desenvainó sus dos dagas favoritas y las transparentes hojas de cristal brillaron como el arco iris a la luz. —¡Eh!, dentro no se permiten armas —bramó el camarero—. Sólo los puños. Todo el bar se quedó quieto y en silencio, con la clara intención de observar. —Siéntete libre de intentar quitarme las mías de las manos —eso significaría más oponentes, más derramamiento de sangre. Más satisfacción. —Ventaja injusta —gritó alguien más. Exacto. Si no hacías trampas, no lo hacías rudo. Pero, estaba bien. Incluso perdiendo el decadente placer de la violencia, Paris sabía cómo pretender jugar limpio. Ordenó a las dagas desaparecer de la vista, quedándose aún en las manos. Mágicas como eran, ellas obedecieron. —No me importa que armas uses —dijo Halo. —No deberías haber venido aquí —Izquierda descruzó los brazos—. Este es nuestro territorio, y lo queremos de vuelta. —Ahora, nos aseguraremos de que nunca vuelvas —Derecha apretó los puños, haciendo crujir los nudillos—. Esto va a ser divertido. —Divertido. Sí. Para mí —París se acercó. El trío se aproximó. Los cuatro se encontraron en el medio. En el momento que Paris estuvo a su alcance, pateó a Izquierda mientras golpeaba a Derecha. Izquierda se encorvó, sin aliento. Derecha murió. Paris lo había apuñalado con la daga invisible, hundiéndola hasta la empuñadura en la carótida del bastardo. Uno menos. Quedaban dos. Halo balanceó su gran puño, pero al agachar Paris el cuerpo, hizo que el ex-alitas sólo encontrara aire y girara sobre sí mismo por el ímpetu. Cuando Paris se enderezó, Izquierda había recuperado fuerzas y saltaba sobre él, intentando arrancarle la tráquea con unas garras que no habían estado allí antes. Por pura suerte o talento, Izquierda logró inclinar la muñeca cuando se dio cuenta que Paris cambiaba de posición, golpeando el tendón que iba del cuello al hombro en su lugar. Hubo un brutal desgarro antes de que Paris lo empujara, el hijo de puta llevándose trozos de piel y músculo con él.

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Sin embargo, Paris no lo liberó. Lo agarró con fuerza, incluso mientras Halo entraba en juego y le golpeaba en la cara. Apuñalo a Izquierda con una rápida punzada, punzada. La primera en los riñones para sobresaltar e incapacitar. La segunda en el corazón, para matar. Izquierda murió igual que su amigo. Dos menos. Quedaba uno. Paris liberó el cuerpo ahora sin vida y escuchó el pum cuando cayó al suelo. Sonrió. Todo el tiempo, Halo continuó bombardeándolo. Plaf, Plaf. Dolor en el ojo, en el labio. La sangre le caía en torrentes por la barbilla, las estrellas destellaron en la visión y Sexo se retiro a un rincón escondido de la mente. Cada nuevo golpe le lanzaba hacia atrás contra las mesas, derribando vasos, sillas y gente. Por fin, logró esquivar uno de aquellos puños. Recuperó el equilibrio y se agachó, con la intención de acuchillar a Halo detrás de la rodilla y dejarlo cojo. Pero el una vez ser celestial estaba acostumbrado a los sucios trucos de los demonios y giró también, apartándose del camino justo a tiempo. A un brazo de distancia el uno del otro, se enderezaron y fulminaron con la mirada. Paris aún tenía que conseguir darle un golpe al hombre. Quería darle un golpe. Conseguiría darle un golpe. Entonces, cuando Halo estuviera inmovilizado, lo rajaría desde el ombligo hasta el cuello. Por el rabillo del ojo, vio un destello de alabastro, una ondulación de oro fundido entre las plumas de un guerrero angelical, y la nieve que se había convertido en el compañero más cercano de Zacharel. «El hombre desea a su mujer como tú deseas a la tuya. ¿Lo castigarías por eso?» Las palabras flotaron en la mente de Paris como rayos de luz perfumados de esperanza. Para su sorpresa, la oscuridad se esparció y pensó: «No, no quiero castigar a un hombre por ir tras la mujer que tanto desea. Incluso si yo soy el obstáculo al que se enfrenta». —Probablemente lamentaré esto —dijo Paris, agarrando las empuñaduras de las invisibles dagas con más fuerza por si acaso—, pero estoy dispuesto a dejarte marchar. Es mi única oferta. Vete y vive. Eso es todo. Y no admito negociación. Halo frunció el ceño, alzó la barbilla y entrecerró los oscuros ojos. Fuera cual fuera su nombre, no se podía negar su atractivo punk-roquero. El pelo había sido teñido del mismo color rosa que el teléfono y las pestañas de Viola. Lágrimas de sangre le coloreaban las esquinas de los ojos. Un aro de acero destacaba en el centro de su labio inferior. —No me iré. Ella es mía y no permitiré que la tengas, la uses y la deseches cuando acabes con ella.

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Todo siempre se resumía en eso, pensó Paris, disgustado consigo mismo y la necesidad de su demonio por el sexo. Pero claro, el tipo había dicho lo único que garantizaba el alterar su alarde de “no negociación”, por lo que iba a tratar esto de otra manera. —¿Corresponde Viola a tu amor? Un siseo de furia. —Lo hará. Lo mismo que Paris pensó una vez de Sienna. Todavía lo hacía, si era honesto. Esperaba algo que pudiera hacer o decir que cambiara su opinión acerca de él y recapacitara, que lo quisiera del mismo modo que él la quería. ¿Tenía el ángel caído alguna posibilidad de éxito? ¿Y él? Las mujeres eran las criaturas más obstinadas jamás creadas. —Para que lo sepas, no quiero a Viola. —Dio un paso a la izquierda, una y otra vez hasta que ellos giraron mutuamente, cada segundo trayendo de vuelta al hombre que Paris solía ser: Honorable, preocupado, valiente. Esto no duraría, lo sabía, pero correría con ello todo el tiempo que pudiera. —¡Mientes! —Las ventanas de la nariz de Halo llamearon por la fuerza de su inhalación—. Yo, que nunca antes anhelé a una mujer, no puedo resistirme a ella. Todo el mundo la quiere. —De nuevo, yo no. Estoy aquí en busca de información que me ayude a salvar a mi mujer. Eso es todo. Una pesada pausa mientras Halo doblaba, estiraba y cerraba los dedos, debatiendo la verdad de la afirmación de Paris. Círculo, círculo. —Sólo información —reiteró Paris—. Lo juro. —No —él sacudió bruscamente aquella cabeza rosada, su obstinación rivalizando con la de una mujer—. No te creo. Llevas un demonio de naturaleza perversa y no serás capaz de detenerte. La desearás, te aprovecharás de ella. Te la llevarás a la cama. No, no lo haría. Estaba muy cerca de Sienna y la esperaría el tiempo que pudiera y resistiera. Muy bien. Tal vez realmente… podría. La supervivencia le había hecho hacer cosas terribles. Tal vez debería indicar que Viola también llevaba un demonio. Pero Halo estaba más allá del punto de pensar lógicamente. París suspiró, la oscuridad elevándose de nuevo. —Terminemos con esto, entonces.

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«París…» —¡No! —gritó, bloqueando la voz de Zacharel en la cabeza—. Lo intenté a tu manera. No funcionó. Él y Halo saltaron el uno sobre el otro, encontrándose en el medio. Tal como antes, aquellos grandes puños machacaron a Paris. Mientras que la paliza la sentía como una estampida de cascos demoniacos sobre la cara, el abdomen de Halo quedó completamente al descubierto. Pero en vez de asestar la puñalada mortal, como Paris había hecho con los otros -algo de la luz de Zacharel debió quedarse después de todo- bajó el brazo y cortó a través del muslo, apenas seccionando la femoral. De todos modos, los golpes siguieron lloviendo, ya que el Caído no registró el hecho de que se iba a desangrar si no se iba y se cosía a sí mismo. Lanzando puñetazos y patadas, cayeron sobre una mesa, la cual se derrumbó en el suelo y rodaron. Los vidrios de cristal cortaron el brazo y la espalda de Paris. Conectó varios lacerantes golpes, cortando accidentalmente con las dagas, hasta que finalmente envió a Halo tropezando hacia atrás, fuera de su alcance. Halo se puso en pie, jadeando mientras daba un paso hacia delante, una vez, dos veces. Entonces se detuvo y frunció el ceño con confusión. Por fin, sus rodillas cedieron. Cayó como una piedra en el océano. La una vez bronceada piel palideció a un antinatural blanco tiza y los tatuajes se oscurecieron. Sus ojos, de repente, estaban brillantes por la fiebre. Los ángeles caídos no se curaban como los inmortales. Se curaban como los humanos: Poco a poco. O en absoluto. —Tú… tú… —Gané —hecho, hecho y hecho. Los tres habían caído—. Consigue algo de ayuda y deberías recuperarte bien. —Pero tú… —la incredulidad bañó los rasgos de roquero-punk de Halo—. Ganaste con trampas. Era una hoja lo que sentí. ¡Varias veces! —Odio tener que decírtelo, chico grande, pero las trampas son muy comunes. Deberías intentarlas tú mismo. Además, dijiste que no te importaba que armas usara. Hubo murmullos tras él. París levantó los brazos y se dio la vuelta lentamente. La muchedumbre aún tenía que dispersarse, más preocupados por recoger las apuestas que en escapar. —¿Quién es el siguiente? —La sangre goteó de las aún invisibles dagas, acumulándose en el suelo.

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De repente, todo el mundo tenía algún otro lugar donde estar. El mar de rostros se separó, proporcionándole una vista directa de Zacharel. El ángel tenía los brazos cruzados sobre el amplio pecho. Su expresión era de preocupación. —¿Todavía aquí? —Paris arqueó una ceja en desafío—. ¿Tú también quieres un pedazo de mí? Frunciendo el ceño, en silencio, Zacharel desapareció. En serio. ¿Por qué el interés? ¿Importa? Con la urgencia disparándose a través de él, Paris se acercó a zancadas a Viola, quien todavía se estudiaba en el espejo. Envainó las armas y tiró de ella hacia la puerta. —Vamos. Definitivamente, era hora de marcharse. Uno, no quería arriesgarse a que alguien más decidiera desafiarlo. Dos, verlo hablar con ella podría ser más de lo que Halo podía manejar. Y tres, ella podría haber cambiado de idea sobre contarle lo que él quería saber y tendría que empezar una relación sexual. Halo la miró con anhelo en los ojos… y justo antes de que la puerta se cerrara tras de Paris, odio. Sí. El tipo volvería a por venganza. Debería haberlo matado. Todavía podía. Pero París optó por no volver y terminar el trabajo. Si Zacharel reapareciera y armaba un escándalo, su elaborado plan se jodería. —¡Oye! —dijo Viola, por fin saliendo del trance y tirando de su asimiento. Un frío viento sopló frente a ellos, haciendo que el largo y sedoso pelo le acariciara el brazo —. ¿Qué crees que estás haciendo? «La quiero», dijo Sexo, asomándose de entre las sombras de la mente. «Estamos en una misión». —Te pongo a salvo —mintió él—. ¿No querrás que tus admiradores se agolpen sobre ti, verdad? Ella tiró más fuerte. —Por supuesto que quiero. Aquí va una lección sobre mujeres. Nos gusta ser admiradas desde lejos y luego halagadas de cerca. Él seriamente no necesitaba lecciones. —Pensé que tus admiradores no te rendían el homenaje apropiado. No se merecen que les honres con tu presencia. Y qué casualidad, su resistencia terminó ahí. —Tienes toda la razón.

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Por supuesto, ella no se había dado cuenta del sarcasmo. Paris llegó a un callejón abandonado y se detuvo. Perfecto. La luna estaba tan cerca que sólo tenía que extender la mano para trazar los bordes de color amarillo anaranjado. Las nubes estaban más próximas aún, envolviéndolo en una fina niebla perfumada de rocío. Aunque la zona estaba bien iluminada, nadie que pasara podría ver lo que ocurría dentro del estrecho espacio. Se volvió hacia Viola, presionándola contra los ladrillos de oro macizo del edificio, e invadió su espacio personal para atraer toda su atención. Excepto que su atención ya se había trasladado al teléfono móvil, sus dedos volando sobre el teclado. «¡Quiero, quiero, quiero!» «Espero que te pudras y mueras». —“El Señor de Sexo está más ensangrentado que antes y… puaj… e hinchado. A mis ojos ya no es agradable”. Enviar. Él le quitó el teléfono y, en vez de romperlo como el instinto le exigía, lo devolvió al interior de su bota. —Puedes Vocear más tarde. Pero ahora vas a hablar conmigo. ¿Qué puedo hacer para ver a los muertos? Recuerda, tus adoradores insistieron en que me lo digas. Ella hizo un puchero con aquellos exuberantes labios pero dijo: —Quema el cuerpo del alma que deseas ver y guarda las cenizas. Hablando de eso, me acuerdo de como una vez guardé las cenizas de un… Sin cesar, parloteó sobre lo que había hecho, luego sobre sí misma, su vida, y Paris dejó de prestarle atención, con un velo de esperanza formándosele en la mente. Él ya había quemado el cuerpo de Sienna y guardado las cenizas. En ese momento, no supo el porqué lo había hecho; sólo sabía que no podía separarse de lo que quedaba de ella. Y desde entonces, en secreto, había llevado un pequeño frasco de aquellas cenizas en el bolsillo. De algún modo, debió sospechar que las necesitaría. Cuando Viola se calló por fin, le dijo: —Hay algo más que hacer para ver un alma que guardar sus cenizas. —Tenía que haberlo. Hacía unas semanas, Sienna se escapó de Cronus y fue en busca de Paris, aunque él no la había visto. Él nunca se habría enterado de su llegada si William el Siempre Calenturiento, u otro ser que pudiera hablar con los muertos, no hubiera estado con él y por casualidad mencionara a la chica muerta a sus pies. Por supuesto, Cronus la había detectado rápidamente y la había arrastrado de vuelta a su prisión.

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Un acto que el rey Titán pagaría. —Claro, por supuesto que lo hay. Mezcla las cenizas con ambrosía y tatúate el borde de los ojos —dijo Viola—. La verás, te lo prometo. Si quieres tocarla, tatúate la punta de los dedos. Si quieres oírla, tatúate la carne detrás de las orejas, y blah blah blah. Recuerdo un tiempo en que yo… De nuevo dejó de prestarle atención. Eso podía hacerlo y lo haría. Tatuarse uno mismo con las cenizas de un muerto podría ser asqueroso para la mayoría de la gente, pero Paris había hecho cosas peores. —¿La oleré? ¿La saborearé? —preguntó, interrumpiendo el monólogo de Viola. —Sólo si te tatúas el interior de la nariz, los labios y la parte superior de la lengua. Una vez en el Tártaro, yo… —Espera. «¡Basta ya! No la quiero», Sexo elevó de pronto la voz. «Encuentra a alguien más». Bueno, bueno. Por una vez estaban de acuerdo. —¿Hay algo más que debería saber? Alguna consecuencia de la que debería ser consciente antes de… —Paris. La familiar voz vino de detrás de él. Paris dio medio vuelta, las náuseas ya formándose en el estómago. Siempre que Lucien lo visitaba, una mala noticia le pisaba los talones. —¿Qué ocurre?

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CAPÍTULO 4

Lucien, guardián de Muerte, era alto y fuerte, una presencia poderosa, incluso a través de la brumosa niebla que lo envolvía. Al igual que Viola, el guerrero podía destellar de un lugar a otro con sólo un pensamiento. Su pelo oscuro era una mata de enredos en la que sobresalían picos. Sus ojos -uno azul y otro marrón- brillaban de preocupación. La suciedad manchaba sus mejillas llenas de cicatrices, y tenía la camisa rasgada y el pantalón arrugado. —Ya que te dije que no volvieras a por mí hasta que no te enviara un mensaje de texto, imagino que no es por mí que estás aquí. —Por hábito, París dio una palmada a sus dagas—. Es mejor que empieces a hablar. La mirada de Lucien se desvió a Viola. —Deshazte de ella primero. La "ella" en cuestión enderezó su columna vertebral con una sacudida. —Oh, no, él no lo hará. No soy algo bonito que un hombre puede dejar de lado cuando quiera… ¡Oh!, oye. Tú eres el hombre de Anya. —La indignación la abandonó, y le saludó con alegría—. ¡Hola! Soy Viola. Como si no lo supieras ya. Mi increíble reputación me precede, y estoy segura de que Anya me ha mencionado en innumerables ocasiones. ¿Ella conocía a Anya, la diosa menor de Anarquía? Una mujer que tenía más pelotas que la mayoría de los hombres, ya que se las había cortado a tipos lo suficientemente estúpidos como para ponerse en su camino y se las guardó como recuerdo. Bueno, por supuesto que Viola conocía a Anya. Puede ser que ellas tengan el "menor" en sus respectivos títulos, pero ambas eran grandes dolores en el culo. Las cejas oscuras de Lucien se juntaron. —No, ella nunca…

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—Deja de hablar de ti —se apresuró a cortarle París, deteniendo a su amigo antes de que insultara a la ególatra. Se pasó la mano por el cuello, los dedos tensos como una cuchilla, el signo universal de corta o muere. —Sí —mintió Lucien, frunciendo el ceño—. Ella te menciona todo el tiempo. Viola se echó a reír, un sonido tintineante de diversión. —No hay necesidad de declarar lo obvio, querido muchacho. Como si yo no estuviera al tanto de la frecuencia con que surjo en las conversaciones. —Probablemente deberías Vociferar acerca de haber visto al hombre de Anya — dijo París—. Tal vez describirlo. Poner una foto. Lo que sea. Con expresión seria, ella dijo: —Nada de fotos. Están reservadas para mi imagen, de lo contrario mis admiradores se ponen nerviosos. Pero lo demás… íntegramente. La descripción es una de las muchas áreas en las que brillo, ya que brillo en todo. —Agarró su teléfono y se fue a escribir lejos—. El pelo color azul añil y los ojos del cristal y chocolate, está delante de mí... París encontró la mirada confundida de Lucien. —Ella es la guardiana del Narcisismo, y sólo registra las conversaciones acerca de sí misma. —Está claro—. Puedes hablar ahora libremente conmigo. Los ojos de Lucien se abrieron como platos, y estudió a Viola otra vez. —¿Otro guardián? ¿Cómo la descubriste...? ¿Por qué no es ella...? No importa. No importa ahora mismo. —Se volvió a centrar en París—. Estoy aquí porque Kane está perdido. Las náuseas regresaron, dejaron un camino hasta el pecho de París, parando para jugar un partido de hockey con las amígdalas en la garganta. —¿Cuánto tiempo hace? —Solamente unos días. Él y William estaban juntos. Alguien les capturó, los llevó al infierno para ejecutarlos. Tal vez los Cazadores, tal vez no. Otro grupo atacó a los primeros. William dice que la cueva en la que estaban se derrumbó y los golpeó antes de que los hombres pudieran hacer nada con él. Cuando se despertó, estaba en una habitación de motel en Budapest. Sin Kane. París, se pasó una mano por la cara. —¿Está Kane todavía... vivo? —Tuvo problemas al decir la última palabra, y mucho más pensando en ella. Si su amigo había sido asesinado, mientras que él había estado persiguiendo un trasero, nunca se lo perdonaría. —Sí. Él lo está. Tiene que estarlo.

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Debido a que no podía soportar la idea de vivir sin él. —¿Reuniste una partida para buscarlo? —Es por eso que estoy aquí. —¿A quien tienes hasta ahora? —Amun, Aeron, Sabin y Gideon. Duros luchadores, todos ellos. Si París se perdía, querría que esos mismos tipos estuvieran buscándole. Seriamente, el único equipo capaz de obtener mejores resultados sería Jason Voorhees, Freddy Krueger, Michael Myers y Hannibal Lecter. Amun era el guardián de Secretos, y no había un mejor guerrero para tener a su lado. El hombre era como un gusano en el cerebro, capaz de desentrañar en cuestión de segundos información que habías enterrado durante años. De hecho, no había nada que nadie pudiera esconder de él. ¿Así que la ubicación de Kane? No era problema. Aeron fue el anterior guardián de Ira. Recientemente había sido decapitado y dado un nuevo cuerpo, y fue entonces cuando su demonio se había fusionado con Sienna. Pero incluso sin su mitad oscura, a Aeron le gustaba hacer chillar a sus presas antes de moverse a matar. Cualquier persona que hubiera herido a Kane tendría que pagar. Repetidamente. Sabin era el guardián de Duda, un guerrero de determinación y fuerza sin precedentes, y tenía una veta cruel que causaba que endurecidos criminales ensuciaran sus pantalones de miedo. Se metía en su cabeza, les recordaba sus debilidades y básicamente, los convertía en una bolsa que babeaba auto recriminaciones antes de que los asesinara salvajemente con una sonrisa en su cara. Y Gideon, bueno, él era el guardián de Mentiras. Se tiñó el pelo de azul, estaba tatuado y perforado, y tenía un retorcido sentido del humor que muy pocos tienen. Su nuevo juego favorito era proyectar a su demonio de su cuerpo en el de su enemigo, después, sentarse y mirar al ser humano destruirse a sí mismo cuando el mal lo consumía. París, casi sintió pena por quien había cogido a Kane. Casi. —¿Entonces, estás dentro? —preguntó Lucien. —Yo… —Odio esto. Quería decir que sí. Lo quería. Amaba a sus amigos. Más de lo que él se quería a sí mismo, aún más que probable de lo que Viola se quería a sí misma. (Hablando de eso, la maldita mujer estaba escribiendo todavía, y por sus murmullos, sabía que le estaba diciendo al mundo que el Señor de la Muerte la

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encontró mucho más atractiva que a la diosa de la Anarquía). Sus amigos habían luchado junto a él, sangrado por él y siempre estaban a su espalda. Harían más que tomar una bala por él. Tomarían una vida, incluso la suya propia. Pero... —No puedo —dijo, ya sería capaz de perdonarse a sí mismo o no—. No en este momento. Hay algo que tengo que hacer primero. —La determinación, esa nube de oscuridad, todavía se arremolinaba en su interior, conduciéndolo. Había llegado tan lejos, no podía volverse atrás ahora. Lucien asintió sin dudarlo. —Entendido. —No intentó hacer cambiar de opinión a París, ni hacerle sentir culpable, lo que significaba que no había mejor amigo. —¿Quieres ayuda con tu misión? —Añadió, y maldita sea si París no comenzó a sentirse culpable de todos modos—. Si te diriges a algo peligroso, estoy feliz de ofrecer de voluntario a William. William, el mejor amigo de Anya y alguien a quien Lucien le encantaría ver apuñalado por la espalda. Y el corazón. Y la ingle. Willy no estaba poseído por un demonio, pero según las malas lenguas era el hermano de sangre del diablo, así como lo relacionaban con los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Los cotilleos eran probablemente correctos. Nada asustaba a William. Nada le molestaba. ¿Y la guinda del pastel? Que cada vez que Willy abría una puerta del armario y el coco saltaba, sólo era el coco el que se asustaba. —Tráemelo —dijo París—. Me debe una. —William había dejado a Cronus tener a Sienna sin luchar. En cuanto a París concernía, el tipo era ahora su esclavo de por vida. —Hecho. —Lucien desvió la mirada a Viola, que seguía escribiendo—. ¿Qué pasa con ella? No podemos dejarla correr de un lado a otro, sola. Cronus y los Cazadores, sin duda, querrán secuestrarla. Cronus odiaba a los Cazadores y los Cazadores odiaban a Cronus. Ambas partes buscaban a los inmortales poseídos por los demonios restantes, cada uno con la esperanza de reclutar más que el otro, y no se asustarían de usar la fuerza bruta para conseguir lo que querían. Paris disfrutó con la idea de joder a ambas partes. —Llévatela —dijo, colocando la mano sobre el hombro de Viola, con la intención de sacudirla y llamar su atención. La acción, a pesar de ser inocente, la sobresaltó, y entre un latido y el siguiente, pasó de primorosamente angelical a parecerse al demonio dentro de ella. Dos cuernos se extendieron desde su cuero cabelludo. Escamas rojas reemplazaron su piel y los ojos brillaban como rubíes radiactivos. Colmillos afilados y mortales se proyectaron por

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sus labios. Las uñas se convirtieron en garras. El olor a azufre dominó el aroma de las rosas, una niebla roja emanaba de ella, picando en la nariz, haciendo gimotear a su demonio como un bebé recién nacido. Con un rugido de rabia al rojo vivo, ella hundió las garras en la muñeca de París y lo lanzó con tanta fuerza que chocó contra el edificio adyacente, los ladrillos de oro macizo se agrietaron dejando caer filigranas en el aire. El oxígeno le abandonó los pulmones. Estrellas ocuparon el campo de visión. ¿Qué. Demonios? Cuando pudo enfocar claramente, vio que Viola era Viola otra vez, exquisita, rubia e inocente. —Oops. Que mal. —Con una risa tintineante, se metió el teléfono en la bota—. Tocar la mercancía no está permitido. Nunca. Ahora bien, ¿necesitas algo de mí? Lucien se pellizcó el puente de la nariz. —Esto va a ser divertido. Lo noto. —¿Te importa ir con Lucien? —Le preguntó Paris poniéndose de pie pesadamente. Cada aliento nuevo raspaba los pulmones contra las costillas. Peor aún, la herida en el cuello se había abierto. Con un lanzamiento, ella le había hecho mucho más daño en el cuerpo que los tres amigos que había en el interior del bar—. Él te llevará con Anya y podéis, eh, poneros al día. —Había pensado obligarla a ir. ¿Ahora? Le rogaría, si fuera necesario. —¿En serio? —Viola aplaudió, giró y se arrojó en los brazos de Lucien—. ¡Sí, sí, mil veces sí! Voy contigo, pero sólo si me prometes parar y recoger a mi mascota, la princesa Fluffikans, de camino. Una pequeña palabra de advertencia, sin embargo. Estás a punto de caer loca y apasionadamente enamorado de mí, y Anya quedará totalmente destrozada. Era mucho más probable que uno de los otros guerreros –solteros- cayesen loca y apasionadamente en la cama con ella, pero ahora no era el momento para señalar eso. Lucien luchó contra sus brazos parecidos a los del pulpo, frunció el ceño a París, y desapareció con Viola parloteando sobre su increíble genialidad. París no se molestó en quedarse donde estaba. Muerte podría seguir el rastro espiritual que dejara atrás fácilmente y reunirse con él en otro lugar. Es hora de hacerse un pequeño tatuaje. Los mundos mortales e inmortales eran aterradoramente iguales. Titania era una metrópoli próspera de centros comerciales y restaurantes, repleta de entretenimiento de toda índole. No tomó a París mucho tiempo recoger el equipo necesario para el tatuaje y un conjunto de ropa de repuesto así como establecerse en uno de los

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moteles que le había hecho gracia descubrir que existía aquí. Al parecer, incluso a los inmortales les gustaba tener citas secretas. Mientras esperaba a Lucien, comió porque era necesario. Un sándwich, y no tenía idea de lo que había en medio del pan. Lo hizo debido a que era necesario para su demonio. Él no había tenido relaciones sexuales hoy, y el orgasmo era como una inyección de fuerza. Esa fuerza no duraría, no como la descarga de adrenalina que el acto acompañaba, pero independientemente de eso. Tomaría lo que pudiera conseguir. Se duchó, se limpió la sangre y otras cosas que se le aferraban a la piel. Una gran cantidad de seres humanos habían muerto bajo su daga hoy. Los Cazadores, sus enemigos. En su mayoría hombres. Cada vez más, estaban reclutando a hembras. París se preguntó qué habría pasado si él hubiera conocido a Sienna en el campo de batalla, o si alguna vez hubiera tratado de interrogarla. Si ella hubiese vivido lo suficiente, eso es lo que hubiera planeado hacer con ella. Después de que se hubiese acostado con ella otra vez. ¿La habría lastimado? Le gustaba pensar que no, pero... maldición. No podía estar seguro. Ella había sabido cosas que no debía. Donde estaba él, el porqué estaba allí. Como distraerle, que usar para drogar a un inmortal al que no le afecta las toxinas humanas. Ahora él sabía que ella había obtenido su información de Rhea, la esposa de Cronus y la verdadera líder de los Cazadores. No directamente, creía, sino filtrándose a través de las filas. Pero incluso si no lo hubiera sabido, él no se hubiera preocupado por interrogarla aquella vez. Él simplemente la quiso. «Seguro, ¿verdad? ¿Lo único que quieres es su seguridad?» Una burla de Sexo. Lo que sea. París se secó con la toalla y se miró en el espejo empañado de vapor. Había perdido un poco de peso, tenía ojeras, algunos rasguños en las mejillas y el cuello. El pelo no estaba exactamente igualado. Se había cortado el pelo a sí mismo, sólo un poco que le caía sobre los ojos. ¿Qué pensaría Sienna de él ahora? A pesar de todo, había estado atraída por él antes. ¿Seguiría sintiéndose atraída por él? En este momento, podría ser un poco demasiado salvaje para cualquier mujer. Una montaña de hombre que se encontraba sobreviviendo en medio de un estrés post traumático. Pero y si ocurría lo imposible y ella lo estaba, de hecho, ¿lo querría otra vez? En serio, sin otras intenciones. ¿Y si ella sólo anhelaba su cuerpo dentro de ella? Después de todo, ella se liberó de la prisión de Cronus y vino a buscarlo. Bajar la guardia sería estúpido. No podía confiar en ella. En realidad no. Podía tenerla, sí, eso todavía estaba en el menú. Si todavía pudiera ponerse duro cuando se encontrara a su alrededor. Sólo el tiempo lo diría. Y si pudiera -y pensó que podía, teniendo en cuenta que simplemente pensar en ella se ponía duro-, tal vez incluso podría quedarse con ella algunos días. Si hiciera eso ¿su hambre por ella, finalmente

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decaería? ¿O continuaría intensificándose? ¿Sería capaz de dejarla ir cuando llegara el momento? ¿Y si ella quisiera quedarse con él? Él anhelaba eso. Tan condenadamente fuerte anhelaba eso. Pero como Zacharel había dicho, París la destrozaría si la conservaba. No por las razones que el Ángel le había dado, sino porque si él y Sienna se separaban y él no podría llegar a ella, la engañaría. Tendría que hacerlo. Su otra opción sería la muerte, y en la escala de la “vida frente a muerte”, el engaño –sobrevivir- ganaba siempre. Lo sabía de primera mano, una vez había intentado mantener una relación con una mujer. Susan. Él la había tenido, sabía que no la podía tener otra vez, pero había deseado algo más y la podía complacer de otras formas. Realmente le había gustado ella, había disfrutado de su compañía, pero finalmente la había engañado, haciéndole más daño del que nadie le hubiese hecho. Y allí estaba otra bofetada de verdad: Si él engañaba a Sienna, destruiría todo lo que hubieran logrado construir, así como su corazón, su sentido de la confianza y cualquier atisbo de inocencia. Sería digno de cualquier acción oscura que ella luego cometiera contra él… aún así todavía la quería. La situación estaba de lo más jodida. Con el ceño fruncido, le dio un puñetazo al espejo. Pedazos irregulares de vidrio cayeron, rompiéndose aún más cuando golpearon el suelo, rodeando sus armas abandonadas y brillando como diamantes en un mar de destrucción. La sangre le goteaba de los nudillos cuando envainó los cuchillos en las muñecas, los tobillos y enfundó las pistolas bajo los brazos. A este ritmo, pronto estaría dañándose como Reyes, el guardián de Dolor. Cualquier cosa por liberarse, por un momento en el que no tuviera que preguntarse o preocuparse por nada, excepto por sus lesiones. Cualquier cosa. Se había acostumbrado a preguntarse y a preocuparse. Eran sus compañeros constantes ahora, y sin ellos, estaría completamente solo. París, se vistió con la ropa nueva que había comprado, una camiseta de color negro y un pantalón también negro. Dónde iba, la noche reinaba sin importar la hora del día. Necesitaba mimetizarse. No hacía mucho tiempo, había logrado colarse en el harén secreto de Cronus y sedujo a una de sus concubinas, intercambiando sexo por información. París ahora sabía que Sienna estaba retenida en el Reino de Sangre y Sombras, que formaba parte de Titania, pero... no. El territorio era un reino dentro de este reino divino, invisible para la mayoría y estaba protegido por el mal. Entrar era morir, bla, bla, bla. París, podía encontrar el reino por su cuenta, no había problema. Se había vuelto muy bueno en sobornar a su manera en los cielos, incluso en otras zonas ocultas. Con los dedos peinándose el pelo mojado, se acercó a la mesa del

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salón/dormitorio. Se sentó y extendió su equipo para el nuevo tatuaje. Por una parte deseaba estar allí afuera, matando a los Cazadores o de camino hacia el Reino de Sangre y Sombras. Estos retrasos eran una mierda. Para su inmenso alivio, Lucien lo encontró un poco más tarde, apareció en el centro de la estancia. —Me sentí mal por forzarte con Willy, por lo que te he traído un premio. Muerte empujó a un empapado y protestando William en dirección a París, y luego hizo señas a Zacharel, que estaba a su otro lado. El "premio", como si él fuera algo salido de una caja de Cracker Jack. —En realidad —dijo Zacharel con esa voz fría suya—. Me traje a mí mismo. Lucien me seguía, y le ahorré tiempo y problemas. París, apretó la mandíbula. —Toneladas de gracias —dijo a Lucien, ignorando al Ángel—. En serio. «William, ¡mi dulce William! Lo quiero», dijo Sexo, prácticamente babeó por la mente de París. Sexo siempre quiso un trozo de este tipo. No es que París lo hubiera admitido nunca en voz alta. Jamás lo haría. —Es muy triste que no pueda quedarme —dijo Lucien con fingida lastima—. Por cierto, la mascota de Viola, la princesa Fluffycakes o lo que sea, es un demonio de Tasmania vampiro. Tienes suerte de que me vaya sin cortarte la garganta. —Una vez más, el guerrero desapareció. Mientras pequeños copos de nieve se arremolinaron a su alrededor, Zacharel miraba la habitación con disgusto. —¿Qué estás haciendo aquí? —En serio, hombre, esto es un tugurio —añadió William—. Cuando estoy en el cielo, sólo me hospedo en el West Godlywood. ¿Podemos al menos pedir una suite? No, no jugarían a la versión de Preguntas y Respuestas de cualquiera de los hombres. Ellos jugarían al de París. —¿Por qué siempre nieva a tu alrededor últimamente? —exigió a Zach. —Hay una razón. Eso no era útil a ningún nivel. —¿Quieres compartirla? —No. —¿Me estás siguiendo? —Sí.

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Por lo menos no trató de negarlo. No es que pudiera hacerlo. Los ángeles hablaban con la verdad, y sólo la verdad, lo que hizo la amenaza anterior de Zacharel de matarlo más real. —¿Por qué? —Todavía no estás preparado para oír la respuesta. Paris amaba ese tipo de basura críptica, realmente lo hacía. —Si vas a quedarte, haz algo útil, tatúa el resto de mi cuerpo. —Para las líneas alrededor de los ojos, él necesitaba una mano firme—. Después me puedes ayudar a patear culos y no te molestes con los apelativos. Zacharel lo fulminó con un ceño fruncido tan feroz como la ráfaga de copos de nieve que saltó de los extremos de sus alas. —Nunca he tatuado a nadie antes. Probablemente te dañaré. Y, sin embargo, todavía haría un mejor trabajo que William, sin duda. —Lo peor que puedes hacer es sacarme los ojos, pero eso no es una preocupación, ya que van a crecer otra vez. Finalmente. Su ceño se profundizó, marcándose por minutos. —Muy bien. Lo haré por ti. —Sí, haz algo útil, muchachito Ángel. Mientras tanto, estaré en el baño. —El pelo de William negro como el azabache goteaba empapado y pegado a su cara. Había una toalla blanca suave y esponjosa atada a su cintura, mostrando los músculos que rivalizaban con los propios de París, y un mapa del tesoro tatuado que llevaba a su aparato masculino. Mirándole, se podían ver los rasgos de un temperamento salvaje, así que alguien que sobrevivía milagrosamente a un encuentro con él terminaría necesitando terapia. Y pañales—. Tengo que terminar de acondicionar profundamente mi pelo. O tal vez no tan salvaje. No importa. París nunca había estado más cerca de encontrar y salvar a Sienna. Con estos dos guerreros a su lado, tendría éxito. Garantizado.

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CAPÍTULO 5

Sienna

Blackstone, la recién coronada Reina de las Bestias, Princesa de Sangre y Sombras y Duquesa del Horror, estaba de pie con la espalda apoyada contra la pared de piedra del castillo en ruinas que de mala gana llamaba hogar. Las alas pesaban, constantemente tirando de tendones y huesos recién formados, por lo que el dolor, los temblores y la humillación eran suficientes como para a veces hacerla llorar. Las alas se arqueaban sobre los hombros y le cubrían los costados en una cascada de medianoche, las afiladas puntas tocaban el suelo. Recordaba haber visto esas mismas alas en Aeron, el anterior anfitrión del demonio de Ira. En su musculoso y excesivamente tatuado cuerpo, habían parecido suaves, delicadas, ingrávidas y hermosas como nubes de tormenta. Sobre la pequeña figura, la dominaban y abrumaban y le creaban problemas para mantener el equilibrio. Desgraciadamente, ese no era el peor de sus problemas. Cronus, dios de los dioses (según él) y todos los idiotas (según ella), se paseaba delante, despotricando. Decir que estaba "alterado" era como decir que el Atlántico era un charco formado por la lluvia. La primera vez que lo vio tenía el aspecto de un anciano: El pelo completamente gris, la piel arrugada y los hombros inclinados. Ahora, era un perfecto modelo de la revista GQ y un varonil bárbaro. El pelo castaño oscuro le colgaba hasta los amplios y fuertes hombros. La tersa y bronceada piel tenía un perfecto tono bronce. También había abandonado la remilgada túnica a favor de una camiseta de rejilla negra y un pantalón de cuero del mismo color. El cambio era gigantesco… y espeluznante. Quería preguntarle por qué había escogido esa línea y luego ofrecerse a castigar a su estilista de forma gratuita. ¿Se atrevería? ¡Diablos, no! El despotricar y vociferar se convertiría directamente en una salvaje paliza. Al menos esa es la impresión que daba.

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—Te salvé —espetó él, con la muerte en su tono mientras ponía un pie delante del otro, ida y vuelta, ida y vuelta—. Te fortalecí. Te doté con tu demonio. ¿Y cómo me lo pagas? Negándote constantemente a obedecerme. Es inconcebible. ¿Dotada? ¿En serio? Si la nueva definición de dotada era maldita para siempre y eternamente en la miseria y el dolor, entonces sí, lo había hecho. —Te obedecí —le recordó. Al principio. —Al principio —indicó él, repitiendo sus pensamientos. La suya, era una acusación que azotaba como el más afilado de los látigos—. Y sólo porque te viste obligada. Desde entonces has aprendido a bloquearme. Cierto. Y eso atestiguaba lo rígido y duro como el hierro que era su obstinado corazón. Con sólo un pensamiento, este vociferante y jadeante ser podía otorgar un dolor interminable. Con una ondulación de su mano, podía evaporar ciudades enteras. Algo que haría bien en recordar. Sienna escogió las siguientes palabras con cuidado: —Para ser justos, me engañaste. —Está bien, tal vez no las había escogido con cuidado. Al menos el tono había sido tan plano y poco acusatorio como le fue posible. Un pequeño entrecerrar de sus ojos casi le dobló las rodillas. —¿Cómo es eso? Ella se apretó más contra la pared. —Prometiste que vería a mi hermana pequeña. “Eres tan bonita, Enna”. “¿En serio?” “En serio. ¡Eres la chica más linda del mundo!” Skye, su única hermana, una niña que había adorado con todo el corazón, fue secuestrada hacía años y jamás tuvo noticias de ella o la vio de nuevo. Sienna la echaba terriblemente de menos y rezaba para que estuviera bien y a salvo y que no hubiera sufrido crueldades incomparables. —Sin embargo, simplemente te burlas de mí con visones de ella —añadió, frotándose el vientre como siempre hacía cuando pensaba en su hermana, recordando a otra niña, alguien más a quien había querido y perdido, la… Cortó lo que pensaba antes de que pudiera formarse. No me desmoronaré frente a esta criatura. Cronus apretó los dientes. —Esa visión… debería haber sabido que volvería para atormentarme. —Hizo una pausa y un bajo gruñido burbujeó de su garganta—. Supongo que al fin debo admitir la verdad. Te mostré una ilusión de tu hermana, nada más.

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Espera, espera, espera. ¿Una ilusión? Sienna se mordió la lengua. ¿Por qué lo haría...? ¿Cómo pudo…? No importaba la pregunta, la respuesta era simple. Para dominarla a su antojo, como un experto maestro hacía con su piano, como una vez le dijo Paris a ella. Hijo de puta no era una palabra lo bastante vil para esta bestia. Calma, tranquilízate. —¿Está aún con vida? —dijo entre los apretados dientes. —Por supuesto. No había un por supuesto con Cronus. Él vivía bajo sus propias reglas y no siempre cumplía con ellas. Cada vez que aparecía frente a ella, su demonio le mostraba las cosas despreciables que había hecho a lo largo de su vida. Las vidas que había quitado, derribando no sólo a sus enemigos, sino a su propia gente, a seres humanos, a cualquiera que se atreviera a desafiarlo. Y había robado, ¡oh, sí! había robado. Artefactos antiguos, poderes que pertenecían a otras personas, mujeres. No tenía vergüenza. Ningún límite. —¿Cómo sé que ahora dices la verdad? —Tú no lo sabes. Tú demonio lo hará. Hubo un segundo en suspenso mientras ella buscaba en su interior. Ira estaba tranquilo, no agitado en una frenética necesidad de castigarlo por la mentira. Aquella visión de Skye realmente había sido una ilusión, pero Cronus creía que ella todavía estaba viva. Sienna apretó la mandíbula y dijo: —Tráemela, a la Skye real, y déjame conservarla, entonces haré lo que me pidas. —No. —¿Por qué? —Ella dio un pisotón. Era infantil, seguro, pero no tenía otra forma de expresar el descontento con este hombre—. ¿Tú, un ser supuestamente omnisciente, no sabe dónde está? En un abrir y cerrar de ojos, él estuvo a un mero suspiro de distancia, su aliento soplando sobre ella. —¡Basta de hablar de tu hermana! ¿No sientes curiosidad sobre el porqué te he otorgado a Ira? ¿A ti, una frágil y difunta mujer que disgustó a uno de mis guerreros más fuertes? ¿No sientes curiosidad acerca de mi deseo por tu voluntaria participación en mi guerra? No sugieras que el rey de los Titanes necesita un caramelo de menta para el mal aliento. Ella tragó saliva. Y no te atrevas a pensar en el guerrero que disgustaste. No te atrevas a pensar en Paris. Oh, no, no, no.

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—S-Sí. —¿Y ahora tartamudeaba? ¡Échale huevos, señorita Blackstone! El rojo brilló en los ojos de Cronus. Rojo-demonio. Un diabólico carmesí que le hizo pensar en sangre mezclada con toxinas nucleares. No sólo era el rey de los Titanes, sino que también estaba poseído por Avaricia… y ahora mismo, su demonio estaba al volante, conduciendo sus acciones, sus palabras. A su alrededor, el castillo tembló, su ira sacudiendo hasta los mismos cimientos. —Tú conoces a los Cazadores. Sabes cómo trabajan. Una vez formaste parte de su causa. —Lo sé. —Como si alguna vez pudiera olvidarlo o eximirse. Una vez incluso llevó el símbolo del infinito en la muñeca, su marca. Un recordatorio permanente de sus “objetivos”. En esta forma de espíritu, no tenía tatuajes, excepto la mariposa alrededor de las alas, de lo que estaba enormemente agradecida—. Lo mismo es cierto para otros miles de personas. Excepto que aquellos miles de personas, en realidad, no tenían ni idea de que eran tontos o prescindibles, nada más que marionetas dirigidas por cuerdas. Como ella había sido… hasta que recibió una bofetada de cruda realidad y cortó aquella cuerda con una habilidad brutal. Poco después de la posesión de Ira, Cronus la había llevado a un recinto de Cazadores. Como Cronus podía protegerse de los ojos curiosos y la gente no podía verla, nadie se dio cuenta. Al igual que había visto los pecados del rey en la mente, vio las transgresiones de los Cazadores: Robos, violaciones, asesinatos, todo en nombre "del bien". Que ella hubiera sido una vez parte (supuestamente vital) de su causa, que una vez los hubiera ayudado… «Castígalos…Robo, violación, asesinato…» Allí estaba. Ira. Su oscuro compañero. Incluso recordando lo que había visto, y estando en un mundo diferente de los responsables, la impulsaba a buscar venganza contra ellos. Sin mostrar piedad, ni misericordia, ni siquiera para los inocentes entre sus filas, por todo el daño que habían causado, para herirles mucho más de lo que ellos habían herido a otros. «Castigar…» Encogiéndose, se cubrió las orejas con las manos. —Cállate, cállate, cállate —canturreó. A veces podía resistirse a él; a veces no. Era entonces cuando Ira la alcanzaba y el mundo se volvía negro. Por poco tiempo, al menos. A pesar de que estaba condenada a permanecer dentro de este monstruoso y deteriorado castillo, de algún modo, Ira no lo estaba. Cuando él tenía el control de la

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mente, podían marcharse. Sin embargo, él usaba el cuerpo para castigar a aquellos que deseaba. Días más tarde, ella se despertaba con la sangre cubriéndole las manos y la piel. Por supuesto, los recuerdos de lo que el demonio había hecho la inundaban. Cosas sádicas y que le revolvían el estómago. Y aún así, nada -¡nada!- de lo que él le había obligado a hacer era más desagradable de lo que los Cazadores hacían a los humanos. Humanos. Qué extraño le era su nuevo lenguaje. Una vez ella había sido humana. ¿Cómo pude alguna vez pensar que el objetivo de los Cazadores era eliminar el mal? Bueno, está bien, eso era fácil. Siendo adolescente, había visto a un malvado demonio en acción -o lo que ella había pensado que era un demonio- y la experiencia la había asustado, convenciéndola de que ese mal se había llevado a su hermana. Combinando eso con la sorpresa de descubrir que los seres humanos no estaban solos, que había todo un mundo de criaturas pululando por ahí… Lo del otro mundo había resultado ser cierto, al menos. ¿Pero el resto? ¿El demonio que había visto? Aunque ellos existían, no había visto uno esa noche. Su novio Cazador la había drogado -su método preferido de reclutamiento- creando el ambiente perfecto para provocarle miedo y las alucinaciones del cerebro hicieron el resto. Después, él alimentó el temor con historias del mal y el bien que podrían hacer, diciéndole incluso que podría ser capaz de encontrar y salvar a su hermana. Lo que había omitido en decirle: Los seres humanos tomaban sus propias decisiones, influidos por los demonios o no. Ellos decidían abrazar la oscuridad o correr hacia la luz. No todos los Cazadores encubrían su malevolencia con valores honrados; lo sabía, ella lo hizo. Algunos eran realmente sinceros en su deseo de librar al mundo del mal; y no crearían un mal propio para hacerlo. Pero el hecho de que ella, voluntariamente, hubiera una vez contribuido a una causa tan deformada, bueno, nunca superaría ese hecho. Peor aún, ella había hecho daño a Paris, un guerrero que daría su vida por proteger a aquellos que amaba. No hubo manera de detener la siguiente inundación de pensamientos, cada uno girando en torno al hombre que había herido más allá de toda reparación. Había golpeado a Paris cuando estaba más débil. Es más, habría ayudado a su asesinato a sangre fría si él no hubiera escapado con ella. Durante esa fuga, fue abatida y hasta lo culpó por ello, pensando que había usado su cuerpo para proteger el suyo. ¡Oh, como lo había despreciado! Y ahora, sólo se despreciaba a sí misma.

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No, eso no era exactamente cierto. También odiaba a los Cazadores y todo lo que representaban. Cronus quería que ella los castigara. Su demonio quería castigarlos. Ella quería castigarlos. Pero Cronus se negaba simplemente a soltarla. En cambio le exigía que volviera a ellos y espiara a Galen, el brazo derecho del líder, así como el Guardián de Esperanza. Síp, un demonio era el segundo al mando de los asesinos de demonios, y ninguno lo sabía. Ellos pensaban que era un ángel. —Tan devota como fuiste en vida a la causa de los Cazadores, Galen creerá que quieres volver con él en tu muerte —dijo Cronus como si le leyera el pensamiento. Quizás lo hacía—. Te dará la bienvenida con los brazos abiertos. —No será capaz de verme. —Lo hará. Déjame eso a mí. —¿No se preguntará por qué estoy poseída por un demonio? ¿Cómo es que estoy poseída por un demonio? —Ya lo sabe. Mi esposa, su líder, se lo dijo. Pero está demasiado seguro de su encanto y fuerza y pensará que él te tiene vigilada. —En ese caso, nunca me dirá nada. —No, te proporcionará información falsa y la verdad puede ser sacada a partir de eso. —¿Y si me pide que le demuestre mi lealtad? —Te lo pedirá. Y se vería obligada a obedecer para continuar con el ardid. ¿Le pediría que hiciera daño a los guerreros que ahora deseaba ayudar? ¿Qué hiciera daño a gente inocente? Bien, la respuesta a ambas preguntas era la misma. ¡Nunca! Mírame. Una vez una humana que no sabía nada de lo sobrenatural, después un Cazador en medio de todo esto, odiando a los demonios y persiguiéndolos y ahora soy uno de esos demonios… con la esperanza de ayudar a los demás. —Lo siento, pero voy a tener que seguir con la primera respuesta. —Otro destello de rojo pasó por los ojos de Cronus, más brillante que antes. Si ella fuera inteligente, vería ese rojo como un semáforo para la obstinación. ¿Para qué empezar a actuar inteligentemente ahora?—. Y ese era un gran no, en caso de que lo hayas olvidado —continuó con más firmeza. —Tu jefe humano te ordenó que te acostaras con Paris —gruñó—, y lo hiciste. No te hagas la mojigata conmigo. Sí, pero su atracción por Paris fue inmediata y aplastante. Lo había deseado.

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Deseado, aún cuando creyera que su demonio era responsable de la infidelidad, la ruptura de matrimonios, los embarazos de adolescente, las violaciones y la extensión desenfrenada de la enfermedades de transmisión sexual. Incluso aunque Paris había estado, y siempre estaría, al frente de un desfile interminable de amantes. Un hecho subrayado por un colega que lo había observado durante días, tomando fotos de todas las mujeres con las que se acostó y luego mostrando aquellas fotos a Sienna después de que ella lo atrajera. Y aún así, aún tuvo que luchar contra una oleada de celos, una emoción que jamás debería haber sentido en el cumplimiento de su deber. ¿Había mencionado ella su ineptitud mental? —Si Galen te pide que mates por él, llévatelo a la cama en su lugar —dijo Cronus—. Eso te ahorrará la necesidad de hacer algo desagradable. ¡Ellos ciertamente tenían diferentes definiciones para desagradable! —Mejor exiges que te traiga la cabeza de Galen en una caja mágica de luz estelar montando a lomos de un Pegaso a través de un arco iris, porque él no me querrá sexualmente. Nunca he sido del tipo que atrae la atención de los hombres. Sabía cuál era su aspecto. Ojos color avellana demasiado grandes para una cara… ordinaria. Labios también demasiado grandes para un rostro… poco atractivo. Piel pecosa… pasada de moda. Y el pelo castaño ondulado que no era ni liso-sedoso, ni atrevidamente rizado… ordinario, poco atractivo y pasado de moda. Cronus permaneció impasible. —Tienes razón. No lo eres. La verdad no puede hacerte daño, se dijo… mientras le hacía daño. —Aunque —continuó él—, tu belleza no importará. Galen se sentirá atraído por tu poder demoníaco. Querrá controlarte, proporcionarte toda esa información falsa, usarte. Sí, cuanto más pienso en ello, más me gusta. Te acostarás con él. Ella se pasó la lengua por los dientes. —Matar a Galen destruiría el corazón y el alma de los Cazadores con más eficacia que acostándome con él. —Sí, pero morir no es su destino. —¿Cuál es su destino, entonces? ¿Qué es, exactamente, lo que crees que él puede hacer por ti? Silencio. Inspirar… expirar…

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—Bien, hay dos problemas en tu plan. Galen es un ser arrogante y yo soy muy mala en la cama. —Espera. Esto no había salido bien—. Quiero decir, incluso si sólo me quiere por mi poder demoníaco —sólo decirlo era irritante— o porque piense que puede proporcionarme información falsa, o controlarme o cualquiera otra razón que creas, él nunca vendrá a mí por segunda vez porque ambos estaremos avergonzados por nuestras actuaciones, y todo el plan será discutible. La única razón por la que había despertado el interés de Paris era porque él había estado desesperado por echar un polvo -¡con cualquiera!- para sobrevivir. —Es más probable que Galen se ría de mí a que me cuente sus secretos. Sus perfectamente delineadas cejas se arquearon, fijando los rasgos del rey en una expresión condescendiente. —Puedes ser entrenada. —También pueden los perros, pero ellos sólo te morderían. —Ella haría algo mucho peor. Hubo unos segundos de silencio mientras él absorbía la mofa. —¡Mujer, me frustras! No te pido que te sometas voluntariamente a la tortura. Simplemente te pido que permitas a un hombre tenerte en nombre del deber como ya has hecho antes. —Ese es un compromiso demasiado grande para mí. Lo mato, o no le hago nada. —Galen es un guerrero inmortal que ha pasado miles de años sobre un campo de batalla. ¿Cómo te propones matarlo, eh? —Déjame eso a mí —contestó, imitando sus anteriores palabras—. Y ¡hey! Aquí va otra idea ¿Por qué no lo matas tú? Creía que eras omnipotente. —¡Basta! —Con un ceño tan oscuro como una noche sin luna, Cronus golpeó con los puños la pared a ambos lados de las sienes, creando agujeros y provocando que el ladrillo cayera y el polvo formara penachos en el aire. Traqueteo… traqueteo… Genial. El castillo entero temblaba de nuevo. —¿Cómo te atreves tú, una esclava, a hacerme preguntas? Soy tu amo, tu dueño. El árbitro de tu destino. Yo no respondo ante nadie. Excepto ante tu esposa. Con los soberanos reales, si herías a uno siempre herías al otro, el dolor deslizándose a través del vínculo entre ellos. Pero Sienna no iba a recordarle esa pequeña gema. —No me importa quién eres. No simpatizaré con Galen.

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Antes de que pudiera siquiera parpadear, Cronus le rodeó el cuello con las manos y apretó hasta que ya no pudo respirar, hasta que los pulmones le ardieron y sintió la garganta abrasada por el ácido. Traqueteo, traqueteo, sonaron las paredes, como si la estructura entera pudiera derrumbarse desde dentro. —Puedo ser el verdugo de tu alma y dejarás de existir en todos los sentidos, o puedo ser tu salvador, concediéndote por fin la paz. —Apretó más… y más… y luego, bruscamente, la presión disminuyó—. Recuerda que, para ti, soy el que decidirá tu destino final. Ella apenas refrenó el impulso de estamparle los nudillos. —Cualquier cosa que decidas —espetó sin importarle las consecuencias—, sigues siendo un gilipollas. Sorprendiéndola, él le ofreció una sonrisa llena de dientes. —Pero ¿tengo razón? En cierta época, Sienna había tenido modales serenos por miedo a herir los sentimientos de alguien, desesperada por suavizar cualquier revuelo. Tal vez el mal humor del demonio había arraigado por dentro. O tal vez la agresividad venía por cortesía de saber lo inútil que toda su vida había sido. De cualquier forma, no tenía nada que perder… o le importaba bien poco. —Deberías haber escogido a otra persona para recibir a Ira. Porque… espera… mi respuesta sigue siendo no. En lugar de echar más leña a la hirviente caldera de su temperamento, las palabras parecieron hacerle retroceder. Sus rasgos se suavizaron, la furia asesina se evaporó de sus ojos y sus tensos labios cubrieron de nuevo sus dientes. Cronus bajó los brazos. Sorprendente. —No —dijo, suave, tan suavemente ahora—. No había otra opción mejor que tú. El corazón le tamborileó de forma irregular en el pecho. A pesar de que estaba muerta, su espíritu había desarrollado un latido de corazón y una necesidad de respirar, en el momento que el demonio le entró en el cuerpo-alma. Desgraciadamente, eso quería decir que podía sentir dolor y si se cortaba, sangraba. —¿Por qué yo? —preguntó al fin—. Tienes que decirme algo. —¿Yo? —Él se dio la vuelta, ofreciendo su perfil y haciendo caso omiso de la pregunta—. En este reino oculto del resto del cielo, donde nadie te encontrará nunca, no tengo que hacer nada. Un músculo palpitó rápidamente en su mandíbula, y antes de que pudiera contestar él añadió:

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—¿Disfrutas viviendo aquí, Sienna? —No. —No porque le obligaran a permanecer mágicamente en el castillo, sino porque él había hecho todo lo posible para convertir su estancia aquí en una miseria. Incluyendo escarbar profundamente en la mente y arrancar lo peor de sus recuerdos. Esos recuerdos se representaban igual que las películas en cada habitación, una corriente interminable de persecución, culpa y vergüenza. Cada día volvía a vivir el rapto de Skye. Como había fallado en salvar a su hermana del hombre que la arrastraba lejos. Cada día era testigo de la pérdida del bebé que había sido incapaz de llevar a término, algo que odiaba recordar, y que jamás pensaría de buen grado. Cada día veía su estúpida traición al hermoso Paris. Como había herido al primer hombre que por una vez le hizo ansiar más. Como lo había condenado simplemente por su raza. —Es una pena, porque te quedarás aquí hasta que te comprometas a regresar con tu gente y te conviertas en mi espía. De vuelta al tema de fisgonear. —Si esas son mis opciones, me quedaré aquí para siempre. Cronus le lanzó otra sonrisa, una cruel torcedura de sus labios que careció de cualquier atisbo de diversión. —¿Es así? ¿Y si te dijera que te escogí a causa de tu hermana? —Exigiría saber por qué. —Estrechó los ojos en diminutas rendijas, con el rey de los Titanes en el punto de mira. Él era taimado, sin moral y completamente retorcido. Tenía que ser cuidadosa—. También me gustaría señalar que podrías haber jugado esa carta en particular antes. —No si temiera que te obsesionaras con ella y olvidaras mi objetivo. Ahora, sin embargo, no me dejas otra opción. Sienna fingió despreocupación y se pulió las uñas. Él siseó hacia ella. —¿Y si tu preciosa Skye vivió una vez con Galen? ¿Qué pasa si ella dio a luz un niño? “Llévame a nadar, Enna. Por favor, por favor, por favor. Nunca te pediré nada más”. —No te creo. —La negación salió jadeante, un graznido de consternación. Miente. Tiene que estar mintiendo—. Muéstremela —se obligó a decir—. Por favor — añadió, aunque la palabra salió oprimida. Cronus no lo hizo.

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—¿Y si Galen es el único que sabe donde están? ¿Y si los tortura? ¿Y si convertirse en su puta es la única forma de descubrir la verdad? ¿El único modo de salvarlos? —Yo… yo… —No tenía ninguna respuesta. ¡Está mintiendo! El grito de desesperación se repitió en la mente… suyo propio, no de su demonio. Tenía que mantenerse fuerte. Tenía que insistir en que mostrara al menos una mínima prueba antes de reaccionar. —Piensa en todo lo que te he dicho, mi querida Sienna. Volveré pronto y discutiremos cualquier nueva tarea que podrías desear elegir. —Con eso, desapareció, un segundo allí y al siguiente se había ido. Sienna cayó de rodillas, la fuerza desaparecida con la marcha del rey. Los ojos le ardieron, la barbilla le tembló. Las alas se desplegaban y plegaban de forma que no deberían y un agudo grito se le escapó. Cada maldito día era una nueva lección de horror para ella. Las lágrimas le corrían por las mejillas, quemándole la piel ¿Cuánto más podría soportar? ¿Cuánto tiempo más hasta que se rompiera? Por Skye, haría cualquier cosa, y Cronus lo sabía. Skye era todo lo que ella había dejado, convirtiéndose de algún modo tanto en hermana como hija en la mente. Tenía sentido, ya que sólo conoció a su hermana como una niña pequeña y el bebé que perdió, una niña también, nunca tuvo la oportunidad de superar la primera infancia. ¿Y la posibilidad de una sobrina o sobrino? Sí, ella haría cualquier cosa. Cronus estaba al tanto de ello. No era extraño que hubiera refrenado su temperamento. No tenía que herirla físicamente para conseguir lo que quería. No era extraño que hubiera escogido a Sienna para sus juegos. Ella todavía era una marioneta, con las cuerdas que pensó que había cortado sujetas por la mano de otro amo. Peor aún, no había forma de luchar contra éste.

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CAPÍTULO 6

Paris

estaba tendido en una cama desconocida, con una mano al costado sosteniendo la daga de cristal, y con la otra se cubría la frente, protegiéndose los ojos. Después de unos días de viaje, más cerca que nunca de su objetivo, estaba en otro motel de Titania, con Zacharel... en algún lugar, y con William durmiendo plácidamente en la cama junto a él. En momentos de tranquilidad como éste, la mente de Paris siempre saltaba al Tren de los Recuerdos, llevándole de vuelta a la primera vez que había visto a Sienna, y esta noche no era diferente. Recordó caminar por las calles de Roma, con la necesidad desesperada de una amante, pero toda mujer que encontraba huía espantada como si él fuera repugnante. Entonces, alguien había chocado contra él por detrás, y débil como había estado por la falta de sexo, casi había caído de bruces antes de lograr enderezarse. —Lo siento mucho —la había oído decir, el roce sensual de su voz emocionándolo a todos los niveles. Se volvió lentamente, temeroso de que si lo hacía demasiado rápido pudiera asustarla y ella escapara como las demás. Los documentos estaban esparcidos alrededor de sus pies, y ella se agachó, tratando de reunirlos. Lo primero que notó fue la cortina de su cabello oscuro ocultando su rostro en las sombras. —Eso me enseñará a no leer y caminar al mismo tiempo —murmuró. —Me alegro de que estuvieras leyendo —le dijo, inclinándose para ayudarla—. Me alegro de que nos encontráramos —más de lo que ella nunca sabría. Sus gruesas pestañas se alzaron, y su mirada se encontró con la de él. Ella jadeó. Él se tambaleó. Ella no era despampanante, con los ojos y labios demasiado grandes para su cara y la piel salpicada de incontables pecas, pero poseía una gracia y presencia que pocos mortales podrían jamás aspirar a alcanzar.

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—Tu nombre no empieza por A, ¿verdad? —le preguntó, de repente sospechando del destino y sus planes maestros. Maddox se había convertido recientemente en un bobalicón por una mujer llamada Ashlyn. Lucien había abandonado su hombría por Anya. París se negaba a hacer lo mismo por nadie. Su ceño se frunció con confusión, y sacudió la cabeza, su oscuro cabello ondulado cayendo sobre los delicados hombros. —No. Mi nombre es Sienna. No es que te importe o que hayas preguntado. Lo siento. No quise decir eso, se me acaba de escapar. —Me importa —respondió con voz ronca, pensando que pasaría buenos momentos desnudándola. Uno, su ropa era holgada, ocultando los secretos de su feminidad. Dos, era tímida, su balbuceo encantador, y él esperaba una reacción similar en la cama—. ¿Eres... americana? —Sí. Estoy de vacaciones aquí para trabajar en mi manuscrito. Una vez más, no es que hayas preguntado. Sin embargo, no puedo ubicar tu acento. —Hungría —dijo, dándole la respuesta más simple. Los Señores llevaban viviendo en Budapest algún tiempo, y no había manera de explicar -sin que sonara loco- que hablaba idiomas de los que ella ni siquiera había oído hablar—. ¿Así que eres escritora? —Sí. Bueno, espero serlo. Espera, eso no es correcto, tampoco. Soy escritora, pero aún estoy pendiente de publicación. Ahora, por supuesto, él sabía la verdad. Ella no era escritora. Las páginas de su novela romántica habían servido sólo como un escenario para una conversación sensual, nada más. Cuando le había preguntado si tomaría un café con ella, le había dicho que sí, ya palpitando de necesidad por ella. Habían hablado y reído todo el tiempo, y él había disfrutado de cada momento. Se había relajado con ella, algo que no había sido capaz de hacer con muchas otras. Ella poseía una sonrisa contagiosa, un agudo ingenio y esa gracia de movimiento acorde con su porte. Mientras tanto, su demonio disparaba ráfagas de sus feromonas, por lo que no tuvo dificultad para convencerla de alquilar una habitación de hotel con él. O al menos eso había pensado en ese momento. Durante el camino, ella había pretendido cambiar de opinión. O infiernos, tal vez ella había cambiado de opinión. Tal vez había caído enamorada de él, también, y había decidido no entregarlo a sus hermanos Cazadores. Sin embargo, como el maníaco sexual que era Paris, la había presionado por más, tirando de ella hacia un callejón abandonado y besándola hasta dejarla sin aliento. Fue entonces cuando ella lo drogó, utilizando una aguja escondida en uno de sus anillos. Él había despertado atado a una camilla, desnudo y aturdido. Ella estaba agachada delante de él, y él había asumido que los Cazadores también la habían

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tomado como prisionera. Hasta que ella dijo dos simples palabras que cambiaron la naturaleza de su relación. —Te cogí. ¿Su brillante respuesta? —¿Por qué harías algo así? —No había querido creer que esta mujer que tanto ansiaba tenía algo que ver con sus circunstancias actuales. —¿No puedes adivinarlo? —preguntó. Ella ladeó la cabeza hacia un lado, y estudiando su cuello, posó su dedo sobre un punto dolorido. Se percató que era una herida por punción, la respuesta a su pregunta asentándose, echando raíces. —Eres mi enemiga. —Sí. —Entonces ella añadió con el ceño fruncido—. La herida no está curándose. No te quise pinchar tan duramente con la aguja. Lo siento. Estrechó los ojos sobre ella, sentimientos de traición e incredulidad batiendo a través de él. —Me engañaste. Me has manipulado como un experto maestro hace con su piano. Una vez más. —Sí. —¿Por qué? Y no me digas que eres un Cebo. No eres lo suficientemente bonita. —Lo había dicho para ser cruel, pero ahora, recordándolo, se encogió. No era de extrañar que ella hubiera hecho más tarde lo que hizo, después del comentario que le dedicó. Un rubor tiñó sus mejillas. —No, no soy un Cebo. O más bien, no lo he sido para ningún otro guerrero más que para ti. Pero al parecer, a ti no te importa con quién jodes, ¿verdad, Promiscuidad? —Cada palabra había goteado con disgusto, su encantadora y balbuceante escritora de romance se había ido. Pero esa gracia... ah, esa no podía desvanecerse. —Obviamente, no. —Cuando su rubor se intensificó, agregó con voz sedosa, sólo para burlarse de ella aún más—. ¿No tienes miedo de que te hiera? —No. No tienes fuerza. Me aseguré de ello. Su recién descubierta resistencia a él, sin importar lo que él hiciera, lo irritó. Las mujeres lo adoraban, siempre. Bueno, casi siempre. —Disfrutaste cuando estabas en mis brazos. Admítelo. Conozco a las mujeres, y conozco la pasión. Estabas en llamas por mí.

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—Cállate —le espetó. Bien. Lo estaba consiguiendo con ella. —¿Quieres obligarme a hacerlo antes de que tus amigos aparezcan? Después de ese golpe en particular, se había alejado de él, pero no había salido de la habitación. A una distancia prudentemente segura, admitió su condición “de Cazador” y detalló exactamente lo que sus amigos pensaban hacer con él. —Vamos a experimentar contigo. Observarte. Utilizarte como cebo para capturar a más demonios. Y luego, cuando encontremos la caja de Pandora, te despojaremos de tu demonio, matándote y capturando al monstruo dentro. Como el guerrero que era, y como muchas batallas que había luchado, había aprendido a mostrar únicamente indiferencia. —¿Eso es todo? —Por ahora. —Entonces da lo mismo si me matas, querida. Mis amigos no se rendirán para salvar algo de mí. —Ya lo veremos, ¿no? Cuando se dio cuenta de que enemistarse con ella no estaba ayudando a su causa, pasó a la seducción, de forma automática. Proyectó imágenes sexuales en su cabeza, algo que odiaba hacer. Ya no lo hacía. No podía vivir consigo mismo después. Y cuando imaginó lo que quería hacer con ella -los dos juntos, desnudos, y extendiéndose hacia el clímax- su respiración se hizo entrecortada, sus pezones se endurecieron bajo la camiseta. La tela blanca no hacía nada para ocultar el encaje de su sujetador, lo que demostraba que tenía un lado sensual secreto. Casi la había tenido, pero al final, ella se había resistido. Había cometido el error de seguir llamándola querida, un apelativo cariñoso que había utilizado con muchas otras, y ella lo sabía. Después de eso, a ella no le había llevado mucho tiempo darse cuenta de que utilizaba el término porque no podía recordar su nombre, o el de cualquiera. Finalmente ella lo había dejado de verdad, sólo regresando unos pocos días más tarde cuando él estaba a un suspiro de la muerte. Fue entonces cuando se desnudó para él, al fin complaciéndolo. Y fue entonces cuando la mató.

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CAPÍTULO 7

A

la mañana siguiente, Paris estaba de pie en el borde más alto de un acantilado con vistas al Reino de Sangre y Sombras, el cuerpo preparado para la batalla. Finalmente, había encontrado su destino, oculto en un rincón de Titania, un portal invisible para todos excepto para William. ¿Quién lo diría? El tipo tenía sus usos. Ahora Paris encontraría a Sienna. La sangre le hervía con la furia que había reprimido durante tanto tiempo. Los músculos le ardían con una ferocidad sorprendente, y los huesos le vibraban por la necesidad de actuar, hacer daño a alguien. A muchos alguien. Pronto. Fuertes ráfagas de viento bramaban, sin hacer nada para dispersar la gruesa y negra capa de niebla que lo rodeaba, filtrándose en él. Un olor a cobre envejecido saturaba el aire, dejando una película húmeda en la nariz. Apagados gritos hacían eco por todas partes, tantos aullidos de dolor. Arriba, la luna formaba un broche cetrino, sus extremos raídos, sangrando profusamente en una interminable extensión de una noche implacable. Abajo, un océano de lágrimas de color carmesí espumoso y siseante, creando una segunda sinfonía de angustia. Y allí, en el centro de todo, se alzaba un castillo de pesadilla. De piedra oscura derrumbándose. Hiedra marchita con puntas como dagas afiladas trepaban por las paredes, cada hoja recordándole a una araña. Varias puntas atravesaban el techo, un cuerpo estacado a través del corazón colgando de cada una, goteando sangre en los cristales de cada ventana. Había varios balcones custodiados por múltiples gárgolas de todos los tamaños. Gárgolas que, al parecer, cobraban vida.

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Sombras que se retorcían, resbaladizas y aceitosas en apariencia, se cernían en torno a toda la estructura, pero no tocaban una sola piedra. Se mantenían a una generosa distancia, como si una barra de hierro las mantuviese en su lugar. En el momento en que escucharan el disparo de salida, Paris sospechaba que se liberarían de golpe y atacarían a cualquiera que estuviera cerca. —Ella está dentro —dijo a sus compañeros—. Lo sé —quería ir, estaba desesperado por entrar, blandiendo sus armas y cortando con sus cuchillos, pero no podía. Aún no, no todavía. La información tenía que venir primero. La muerte estaba en los detalles. —Esto es grandioso, maravilloso, pero ¿por qué estoy aquí? —preguntó William, rascándose la cabeza. Dominaba el espacio a la izquierda de Paris, vestido para ir a una pasarela en lugar de a la guerra. Traje de seda, sin armas. Una botella de acondicionador en el bolsillo. Sí. Acondicionador. Una vez más. Para puntas abiertas. Un pequeño paseo en el infierno “había dañado algunas de sus preciosas hebras”, por lo que ahora llevaba su “necesario tratamiento diario” a todas partes. Yyyy oír su voz causaba que Sexo ronroneara como un gatito. Era repugnante. —Todavía me estoy recuperando de la agonía física y el trauma mental —añadió William. El guerrero apenas había escapado de su encuentro en el infierno, cierto, pero el ser aplastado por rocas y ser cortado por las garras de demonios hambrientos de carne era difícilmente agonizante. —Simplemente, no sé, piensa en esto como un castigo por abandonar a Kane — dijo Paris. ¿Con cuántas gárgolas tendría que luchar? Hizo un recuento rápido. Cincuenta y nueve desde el frente. Probablemente un número similar aguardaba en la parte de atrás. La mitad de ellas eran tan grandes como dragones, pero algunas eran tan pequeñas como ratas. Como William probablemente podría decirle, el tamaño no siempre importaba. ¿Cuál de las criaturas causaría mayor daño? —No lo abandoné conscientemente —William sacudió una pelusa de su hombro —. Fui golpeado por la caída de rocas y desperté en un motel en Budapest. En mi comprometido estado mental, pensé que alguna doncella demonio calenturienta había echado un vistazo a mi increíble cuerpo y nos había rescatado, pero entonces Kane pensó alejarla de mi dura atracción animal, por lo que la arrastró a tomar un café, aún sin darse cuenta de que estaba simplemente energizándola para el maratón de colchón por venir. Un maratón conmigo, en caso de que no estuviera claro ese punto. Paris no se molestó en poner los ojos en blanco. Era evidente que William era la contraparte masculina de Viola. ¿No era un bonito ramo de rosas? —En realidad, estás aquí porque le debes un favor a Paris —Zacharel flanqueaba el otro lado de Paris, la tormenta de nieve ahora cerniéndose sobre él. El

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cambio había sucedido en el momento en que había entrado en este reino. Seguía llevando la túnica, pero ahora tenía cuchillos atados por todo su musculoso cuerpo. Él era sin duda un buen guerrero—. Más que eso, estás evitando a tu novia. William exclamó con indignación: —En primer lugar, no le debo ningún favor a nadie. En segundo lugar, no tengo novia, tú mariquita pedazo de mierda alado. —¿No la tienes? —un parpadeo, todo inocencia. Zacharel no parecía preocuparse por los insultos—. ¿Qué es la joven Gilly para ti, entonces? Gilly. Una humana con un enamoramiento por William. El guerrero decía que sólo eran amigos y nada más, pero si alguien podía percibir el secreto anhelo en la mirada de alguien, ese era Paris. Y William sin duda tenía un montón de secreto anhelo por esa chica. Sin embargo, sorprendentemente no había hecho nada al respecto. Sólo la había mimado y consentido, razón por la cual Paris no lo había destripado. Gilly había sufrido bastante en su corta vida, sin William vertiendo su encanto letal sobre ella. Peligroso como un rayo, tan letal como un par de espadas cortas chocando, William le susurró: —Estás a punto de descubrir a que sabe tu hígado, amigo. —Lo he probado ya —dijo Zacharel, con su voz monótona de costumbre. Los copos de nieve comenzaron a caer en serio, pequeños al principio, pero cada vez de mayor diámetro. Un viento ártico bramaba a su alrededor—. Es un poco salado. ¿Cómo diablos se supone que un hombre responde a eso? Al parecer, William tampoco lo sabía, porque se quedó boquiabierto con el ángel. Entonces: —¿Tal vez si le añades un poco de pimienta? De acuerdo. Era oficial. William tenía una respuesta para todo. —Basta ya —dijo Paris. Justo en este momento, sostenía la oscuridad interior con una correa. Eso podría cambiar en cualquier momento. Esto era lo más cerca que había estado de salvar a Sienna. De volver a verla, tocarla, y la urgencia lo tenía tenso. Lo cual era una bobada. Sabía que era estúpido. No la conocía, no realmente, sólo habían interactuado esas dos veces, y sin embargo, mirando hacia atrás, estaba seguro de que nunca se había sentido tan conectado con alguien en su vida. Aún podía recordar la delicada aspereza de su voz. Suave y lírica, envolviéndolo, fascinándolo. Todavía podía oler su dulce aroma a flores silvestres. Sentir su suave cuerpo apretado contra el suyo más duro.

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Ahora se preguntaba si incluso le gustaría a cualquier nivel, además del sexual. ¿La consideraría molesta? ¿Y qué pasaba con ella? ¿Todavía lo vería como el mal, a pesar de que ella misma cargaba con un demonio? —Vamos a centrarnos, señoras —eso te incluye a ti, agregó para su propio beneficio. Si pudiera eludir del todo el perímetro exterior de defensa de la fortaleza, estaría en perfectas condiciones cuando entrara—. Zacharel, ¿Podrías usar tu habilidad de destellar para transportarme al interior del castillo? —No, no lo haré. Frunció el ceño, pero no se molestó en preguntar por qué. Como siempre, los oídos captaron la red de verdad entretejida en el tono del ángel. Zacharel no podía o no quería, la razón no importaba—. ¿William? —Sólo he comenzado recientemente a destellarme a mí mismo, y sí, soy muy bueno para ser un principiante, no es que tenga que decirte eso, ya que alguien con ojos puede verlo, pero aún estoy perfeccionando mis increíbles habilidades. No hay manera de que pueda cargar con tu cuerpo a cualquier parte. Paris ahogó un suspiro. Sin destello con William, tampoco. —¿Es el agua apta para nadar? —Nop. No sólo el agua es venenosa, sino que los demonios dentro de ella tienen ansias de carne —William hizo un gesto hacia el puente en ruinas que conducía a la entrada principal, dobles puertas gruesas y arqueadas cubiertas de espinas, con un líquido transparente goteando de sus puntas—. Tienes que usar el puente levadizo, y tienes que dejar que los guardias te lleven dentro. No hay otra manera. —Nunca me he enfrentado a una gárgola antes —Zacharel negó con la cabeza, un mechón de pelo oscuro cayéndole sobre un ojo color esmeralda. Estaba empapado por la nieve derretida, el pelo pegado a su piel. No parecía notarlo—. Pero estoy seguro de que éstas van a asesinarle antes de que Paris se deje acarrear dentro por propia voluntad. Como si fuera la única forma de vida inteligente que quedara en existencia, William extendió sus brazos. —¿Y cuál es el problema con eso? Seguirá estando en el interior, exactamente donde quiere estar. Y, por cierto —añadió, parpadeando a Paris con pestañas tan largas que debían haber pertenecido a una chica—. Tu nuevo delineador de ojos permanente, es muy bonito. Vas a ser un cadáver muy guapo. No reacciones. Si lo hiciera, las burlas por los tatuajes de cenizas/ambrosía nunca terminarían. —Gracias.

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—Aunque prefiero el delineador de labios. Un bonito y pequeño toque femenino que realmente hace que resalten tus ojos. —De nuevo, gracias —dijo entre dientes. «¡Él nos desea!» Estúpido demonio. William sonrió. —Tal vez podamos besuquearnos más adelante. Sé que me deseas. «¡Dile que sí!» «Ni una palabra más de ti, o…» —¿Paris? ¿Guerrero? —dijo Zacharel—. ¿Me estás escuchando? —No. Zach asintió con la cabeza, al parecer, ni en lo más mínimo ofendido. —Me gusta tu honestidad, aunque creo que sufres lo que los humanos llaman DDA2 —Oh, sí. Sin duda tengo un demoniaco déficit de atención. —Ahora, cambiando de tema, ya que yo tampoco estoy escuchando al ángel — dijo William—. Como vamos a seguir con mi plan diabólicamente genial, vas a tener que escalar por el acantilado y pasar el puente levadizo —juntó las manos y tamborileó los dedos, contemplando el puente desde todos los ángulos—. En el momento en que lo hagas, las gárgolas cobraran vida. Te atacarán. Oh, y cuanto más luches, más fuerte van a morderte y arañarte con sus garras. Por lo tanto, si te quedas relajado, sólo te va a doler un poquito antes de que te lleven al interior y te encadenen a la pared. En teoría. Maravilloso. Pero esto era a lo que su mujer tenía que enfrentarse cada día. Él no podía hacer menos. Y si las gárgolas la habían herido... Herida... Dentro, fuera, dentro, fuera, respiró, el oxígeno quemándole la garganta, abrasándole los pulmones. Giró la cabeza a la izquierda, luego a la derecha para descargar las articulaciones del cuello. La furia salía a la superficie, remontando las olas en las venas. Salvaría a Sienna e incendiaría el castillo hasta sus cimientos, junto con todas las criaturas vivas en su interior. Zacharel cruzó los brazos sobre su enorme pecho, la nieve ahora tan espesa que ninguno de los copos tenía la oportunidad de fundirse. Su cabello ahora tenía mechones de un blanco brillante. —¿Cómo sabes tanto de este lugar y sus protectores, William de la Oscuridad? 2 DDA.- Desorden de Déficit de Atención.

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¿William de la Oscuridad? Eso era nuevo, pero adecuado. —Sí. ¿Cómo lo sabes? —Paris estudió a las gárgolas en cuestión. Eran horribles. Las más grandes tenían alas, con cuernos parecidos a los de un carnero, colmillos tan largos como sables y probablemente igual de afilados, y dagas por uñas, en ambas manos y pies. Las pequeñas sólo se veían hambrientas. Ah, e infectadas con la rabia. Otra pelusa invisible fue sacudida del hombro de William. —Tal vez alguna vez fui co-regente del inframundo y busqué todos los escondites de Cronus y sus seguidores, con la intención de chantajearlos, y descubrí esta pequeña choza de amor. O tal vez veo el futuro y sabía que vendría aquí un día. O tal vez las gárgolas, una vez me sirvieron, llamándome Señor Atractivo. Paris leyó entre líneas. —Tal vez, una vez te tiraste a una gárgola, y tenía una boca grande. Si había una puta más grande que Paris, era William. William dio otro encogimiento de hombros. —O eso. Alas blancas enhebradas en oro se extendieron, sacudieron y volvieron a su lugar de descanso contra la espalda de Zacharel. —¿Y qué te hace estar tan seguro de que tu Sienna está ahí, demonio? No reacciones. —Sólo lo estoy —Arca, la diosa que había seducido en el harén de Cronus, a quien él había jurado rescatar después de garantizar la seguridad de Sienna, le había dicho que sólo había dos posibles ubicaciones para ella. Si Sienna había sido llevada a la otra, su alma se habría marchitado en pocos días. Por lo tanto, ella estaba aquí. Fin de la historia. —Provocaré a los guardias —dijo, pensando en voz alta—. Pero no voy a enfurecerlos. Me cargarán hacia el interior, con intención de encerrarme. Me liberaré antes de que puedan hacerlo, buscaré a Sienna, la encontraré y escaparé con ella. Simple, fácil. Sí. Claro. —Yo me quedaré aquí y actuaré como vigía —William asintió con la cabeza, claramente satisfecho con la idea—. Si no regresas en, por ejemplo, la cantidad de tiempo que tarde mi acondicionador en penetrar el cuero cabelludo, iré en busca de ayuda —soltó una risita—. Dije penetrar. De verdad una pasada.

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—Conociéndote, te olvidarás de mí y te irás a un salón de belleza para una manicura y pedicura —además de eso, Paris no estaba seguro de que Zacharel le cubriera la espalda o la apuñalara—. Así que, ¿adivina qué? Vas a ir conmigo. Zach actuará como vigía. —Tal vez has estado viviendo en Hungría durante tanto tiempo que se te ha olvidado el español y no entiendes lo que estaba diciendo —lo dijo primero en francés, después en inglés y a continuación en ruso—: Yo me quedo aquí, y eso es definitivo —William pasó una mano por su melena añil, frunció el ceño cuando se encontró con un obstáculo. Sacó su acondicionador, puso unas cuantas gotas en sus dedos y amasó la mezcla cremosa hasta lograr la suavidad deseada—. Soy un amante, no un luchador. —Está demostrado que apuñalaste a tu madre segundos después de que te dio a luz. Así que hazme un favor y ponte tus bragas de niña grande, porque éste es el trato. Si te vas ahora, voy a seguirte por el resto de tus días, y seduciré a cualquier mujer que desees y la alejaré de ti. Hizo una pesada pausa, llena de furia tan fría como la nieve del ángel. —Está bien —dijo William, finalmente murmurando—. Iré contigo, pero sólo porque estoy en la necesidad de una sesión de cardio decente. Bien. Paris había querido decir cada palabra. No había llegado tan lejos para darle la bienvenida al fracaso. Mentiría, engañaría y destruiría lo que fuese necesario. Ahora, y hasta que Sienna estuviese a salvo. Se hizo una rápida revisión del cuerpo. Todos los cuchillos estaban en sus fundas. Un control visual de las armas aseguró que ninguna tenía el seguro puesto. —Las balas no las matarán, lo sabes —dijo William—. Sólo les van a causar una pataleta. —No me importa —las balas le comprarían unos segundos, sin duda, y a veces eso era todo lo que un hombre necesitaba para llevar a casa la victoria. William le dio una palmada en el hombro, provocando a Sexo convulsiones de éxtasis. —Antes de hacer esto, tengo una pregunta para ti. Y no puedes mentir. Esto es demasiado importante. Un poco enfermo del estómago por la perversión que William podría querer saber, Paris enfocó la atención sobre el demonio de pelo negro y ojos azules. —Pregunta. —¿Vas a sugerir que te bese para la buena suerte o para darte fuerza o lo que sea que tu demonio del sexo necesite?

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Eso le valió al guerrero el saludo de un dedo. —¿Así que eso es un no? —preguntó William. Paris apretó la mandíbula. —Aquí, deja que te ayude a bajar por el precipicio hacia el puente levadizo —sin más advertencias, empujó a William del acantilado. Le pareció oír un “Tan poco genial” desvaneciéndose, del hijo de puta mientras caía... caía... Plof. Sexo jadeó de indignación. —Eso no fue exactamente agradable —dijo Zacharel, pero había un brillo en sus ojos, uno que Paris nunca antes había visto. Algo parecido a diversión. —¿Cuál es tu plan? —le preguntó Paris. —Sólo el tiempo lo dirá. —Esperarás aquí, ¿verdad? —Tal vez. De acuerdo, entonces. Con la respuesta nada críptica del ángel resonando en la cabeza, Paris se puso un cuchillo entre los dientes y comenzó a descender por las escarpadas rocas, tuvo las manos rápidamente hechas jirones. Las enredaderas se deslizaban de las grietas, rodeándolo, intentando ponerle grilletes en las muñecas y tobillos. Colgando de una mano, se detuvo el tiempo suficiente para cortar el tallo verde más cercano. Otra pronto llegó a él, y también la cortó. Pero, maldita sea, estaban por todas partes. Una le hirió el brazo que estaba usando para mantener el equilibrio. El corazón se le disparó con temor y anticipación. Bajó la mirada hacia el puente. No hay otra manera. Paris cortó la enredadera que estaba sosteniéndolo, pateó las rocas con las piernas y cayó. Cuando toco fondo, realmente tocó fondo, expulsó todo el aire de los pulmones. De repente, William se cernía sobre él, con el ceño fruncido, gruñendo y sangrando, el traje manchado de tierra y destrozado. —¿Sabes cuantas hebras de cabello perdí en mi camino hacia abajo? Lo que sea. —Las matemáticas nunca fueron lo mío, pero voy a decir que perdiste... un montón. Los ojos azul eléctrico brillaban amenazantes.

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—Eres un hijo de puta cruel, sádico. Mi cabello necesita cuidados y tú... tú... ¡Maldito seas! He destripado a hombres por menos. —Lo sé. Te he visto —Paris se puso pesadamente de pie y escaneó la orilla rocosa sobre la que estaban, por encima del océano rojo, chapoteando y burbujeando en todas direcciones. El puente estaba a sólo unos cuarenta y cinco metros de distancia—. No mates al mensajero, pero creo que deberías cambiar tu perfil de citas a calvo. Las mejillas masculinas se volvieron escarlata mientras el feroz guerrero luchaba para encontrar una respuesta. No más juegos. Es el Día-D. Pronto, rescataré a Sienna, pensó Paris. Tal vez ella se quedaría con él durante unos días. Si fuera así, podrían hacer el amor, una y otra vez, y sólo por un momento, podía fingir que tendrían un para siempre. O tal vez ella lo abandonaría inmediatamente. No harían el amor ni una sola vez, y se vería obligado a tomar a alguien más tan pronto como se cerrara la puerta detrás de ella. ¿A quién pretendía engañar? Definitivamente, lo dejaría. Había demasiados obstáculos entre ellos. Su demonio. El de ella. El hecho de que había dormido con ella y luego con incontables otras. El hecho de que, sin darse cuenta había usado su cuerpo como escudo, para salvarse a sí mismo. La anterior ocupación de ella. El hecho de que lo había engañado para que bajara la guardia, drogarlo y permitirles a los Cazadores capturarlo. El hecho de que ella había mirado mientras era torturado. El hecho de que lo odiaba. Y tal vez, una vez que la salvase, se daría cuenta de que no era la indicada para él. Quizás él fuese el que la dejase a ella. Posiblemente descubriría que realmente no podía dormir con ella de nuevo. El hecho de que había cometido un error. Tal vez. Pero aún así haría esto. —Uno de estos días vas a despertar —dijo finalmente William—. Y te habré afeitado. En todas partes. —No habría diferencia. Las mujeres todavía me desearían. ¿Pero sabes qué más? Lo que te hice no fue cruel, Willy —le ofreció al guerrero una sonrisa de bandera blanca. Un truco. Una mentira—. Sin embargo, esto lo es. Agarró a William por la muñeca, comenzó a darle vueltas y vueltas antes de al fin soltarlo y lanzar su cuerpo directamente sobre el puente. La cuerda desgastada se quejó, y las juntas se rompieron bajo su peso musculoso. William yacía allí, tratando de recobrar el aliento y con los ojos como dagas mirando a Paris. En los parapetos del castillo, las gárgolas se desataron en un coro de gritos de batalla.

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CAPÍTULO 8

D

¿ ebía o no debía? Habían pasado horas desde el ultimátum y la partida de Cronus, pero la misma pregunta todavía daba vueltas por la mente de Siena. ¿Debería entregarse a Galen, tal vez salvando así a su hermana, sucumbiendo al engaño de su captor, o debía seguir resistiendo, lo que podía causar que continuara la tortura de su hermana? Otra pregunta, una mucho más importante: Si había una posibilidad de que pudiera salvar a Skye, incluso la más pequeña ¿debería aprovecharla? Había jurado hacer cualquier cosa, todo, y Galen caía en la categoría de cualquier cosa, ¿no? Bueno, demonios. Allí estaba, crudo, sin endulzar. La respuesta era un sí rotundo. Se había pasado la vida buscando a Skye. Si era necesario, iba a pasar la muerte buscándola, también. Por lo menos ahora las vendas no la cegaban, y conocía al monstruo que debía seducir. En la cama. Con Galen. Trató de no vomitar. Deseaba ser más fuerte, más capaz, para asegurar el resultado. Deseaba que la batalla por Skye pudiera ser librada en sus términos, sin Cronus allí tirándola de los hilos de títere. Y tal vez... tal vez podría arreglar eso. Si escapaba de este infierno antes del regreso del rey, podría ir a por el guardián de Esperanza, torturarlo para obtener la información que quería y luego matarlo, sin joder con él. En teoría, eso era fácil. En la realidad, era probablemente imposible. Una risa amarga -el único tipo que había almacenado dentro últimamente- se le escapó, imitando el frío repentino en el aire. Se estremeció. Había tratado de escapar de este castillo una y otra vez. Aunque podía abrir las puertas y ventanas que daban al exterior, no podía salir o arrastrarse más allá de ellas. Todo el cuerpo le temblaría, el dolor se abalanzaría desde el interior, como un millar de agujas punzantes, y

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colapsaría, perdiendo el conocimiento. El dolor no le importaba. Podía soportarlo. ¿Pero el desmayo? No había manera de luchar contra eso. Tenía curiosidad por saber si alguien más podría salir. Y la buena noticia era, que había tres candidatos arriba que podrían poner a prueba esa cuestión. Todo lo que tenía que hacer era liberarlos. Era tiempo de hacerles otra visita, pensó con un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío. ¿Y que había causado esa enorme caída en la temperatura? Las alas rozaban el suelo de mármol lleno de grietas mientras avanzaba pesadamente por un pasillo, doblando una esquina para llegar al salón de baile amplio y espacioso. El corazón se le hundió cuando las paredes desaparecieron y los recuerdos que Cronus le había arrancado de la mente comenzaron a reproducirse. A la izquierda, una joven Skye comenzó a gritar pidiendo ayuda. A la derecha, una horda de Gargl, como había oído a Cronus llamar a las gárgolas que servían de centinelas aquí, arrastraban a un decaído, pero muy despierto Paris. Sienna se detuvo, con un nudo cada vez más grande en la garganta. Paris. El cuerpo se le enfrió y calentó al mismo tiempo, la piel se le puso de gallina, las brasas prendiendo en las venas. Cronus sabía ciertamente cómo atormentarla, ¿verdad? Sabía exactamente que imágenes la volverían loca. Y esta... quienquiera que la hubiera creado se había superado a sí mismo. Lo inolvidablemente bello que era Paris. Ningún mortal podía aspirar a compararse con él. Ningún otro inmortal o dios mítico podría igualarlo. Poseía un rostro diseñado para los placeres de la cama, así como salvaje para el campo de batalla. Ojos de color azul intenso seductoramente delineados con Kohl, algo que nunca antes le había visto usar, y cabello como una melodía de colores. Negro, marrón, incluso unas pocas hebras rubias. Un cuerpo alto y musculoso de la manera más deliciosa. Él era la perfección personificada, y no era más que un espejismo. Sin embargo, quería correr hacia él, ahogarlo con besos mientras le rogaba que la perdonara. Perdón que no se merecía. Por lo menos no estaba herido en este recuerdo. Un pequeño consuelo, pero tenía que tomarlos donde pudiera encontrarlos. Otra visión desplegada por detrás de Paris, una segunda horda de Gargl llevaba a un segundo guerrero de cabello oscuro. Este hombre era tan alto como Paris, así como musculoso y, milagro de milagros, casi tan hermoso, pero él estaba definitivamente herido. Marcas de mordidas cubrían sus brazos, y pinchazos de cuernos creaban un lienzo de dolor en su pecho. Raro. Ella nunca había tenido una visión de él antes. Ni siquiera recordaba conocerlo.

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Volvió a mirar volvió a Paris. Dos de las Gargl estaban... ¿Follándolo? Sí. Sus lenguas colgaban fuera, la parte inferior de sus cuerpos restregándose contra él. ¿Por qué Cronus querría enseñarle algo así? ¿Para darle celos? ¿De las Gargl? Algo estaba... mal en esto, pensó. Antes de que pudiera descifrarlo, Ira se estrelló contra el cráneo, una y otra vez, distrayéndola. Las sienes le latían en sintonía con los movimientos, incluso cuando el calor arrancaba desde dentro, derrotando al frío, dejándola sudorosa y ruborizada. Cada vez que tenía un recuerdo de Paris materializado, tanto el demonio como el cuerpo reaccionaban de esta manera. «Cielo... Infierno...» Siempre cuando veían destellos de Paris, Ira pronunciaba esas dos palabras. «Él puede ayudarnos». —Sé que puede —susurró, ya no se sorprendía cuando se encontraba hablando con la bestia—. Y él es, sin duda nuestro cielo, ¿no? —su único rayo de esperanza. Bueno, bueno. Mira lo lejos que había llegado. ¿Del odio al… amor? ¿Lo amaba? Por supuesto que no. Apenas le conocía. Pero si él fuera más que un truco cruel y despiadado con la intención de dejarla de rodillas, podría haber aprendido sobre él, pensó con tristeza. —¿Sienna? —la voz profunda, dura y áspera de Paris, uniéndolos una vez más. Otro temblor pasó por ella cuando clavó la mirada en la de él. Todo el cuerpo se le sacudió de apreciación. Basta ya, casi gritó. Me has torturado bastante. Me doy por vencida —¡Sienna! —un grito ronco con capas de desesperación y esperanza—. ¡Sienna! —¡Basta! —No se contuvo con la orden esta vez. Las lágrimas le quemaban los ojos. La barbilla le temblaba, los dientes le castañeaban. Agarró el dobladillo de la camiseta para no llegar a tocarlo mientras las Gargl lo llevaban lejos de ella. En un principio, había creído que las ilusiones eran reales. Se había arrojado a ellas, fallando en conectar con desaparecidos trozos de ella misma, los únicos que todavía le gustaban. «Cielo… infierno. Ayuda ¡Ayuda!» —¡Sienna! —Paris luchaba con tanto fervor contra sus captores, girando, retorciéndose, pateando, golpeando, que uno de sus hombros se le dislocó—. Estoy aquí por ti. No me iré sin ti. ¡Sienna! «CIELO… INFIERNO. ¡AYUDA!» Sentía como si bolas de hierro se le agitaran en el estómago, sus movimientos rápidos lanzando bilis hacia la garganta. Libero la camiseta para enterrar las uñas en

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los muslos, cortando piel, tratando de llegar a los huesos. Tranquila. A pesar de que quería hacer algo, cualquier cosa para calmar a Paris, sabía que si lo hacía, él lucharía más. Esto no es real. Él no es real. —¡Sienna! Finalmente, el grupo desapareció al doblar la esquina, y si hubieran sido reales, se estarían dirigiendo a los calabozos. Paris siguió gritando, y casi lo persigue, espejismo o no. —Lo siento —gruñó ella—. Lo siento tanto. Ira gimió. A pesar de que quería colapsar, enroscarse en posición fetal y sollozar, se obligó a poner la mente en blanco y a mover los pies en la dirección opuesta. En ese momento otro recuerdo cobró vida, reproduciéndose a su lado mientras caminaba. Su madre hace tanto tiempo muerta estaba sentada en la oscuridad, con un vaso de vodka. “¡Desearía que tú hubieses sido secuestrada!” Grandes y desgarradores sollozos. “Lo siento. Yo no quise decir eso, cariño. Lo siento mucho”. Bofetada. “¡Te odio! Aléjate de mí”. Más sollozos. “Lo siento. No debí hacerte daño”. Otras familias habían sufrido un dolor similar, peleas similares, y Sienna trató de no dejar que este recuerdo la afectara. Y de todos modos, era más seguro que la visión de Paris. Sin embargo, hizo todo lo posible por desconectarlo y concentrarse en su tarea. Liberar a los inmortales poseídos por demonios de arriba, aprender de ellos. Cronus podría haber ordenado a los Señores encontrar y capturar a los otros huéspedes de la caja de Pandora, pero el rey Titán nunca había dejado de buscar por su cuenta. Ahora, tres estaban encadenados en las salas de arriba. Obsesión, Indiferencia y Egoísmo. Y ninguno de ellos sabía que ella estaba aquí. Debido a que aún no había aprendido a volar y no estaba segura de que alguna vez desarrollara la fuerza para hacerlo, Sienna subió a pie la escalera de caracol. Las puntas de las alas se le engancharon en la alfombra raída por lo menos mil veces, demoliendo los músculos ya doloridos. Los muslos le ardían por el esfuerzo necesario para impulsarse hacia arriba. Dos veces tuvo que hacer una pausa para encorvarse y recuperar el aliento. Cuando llegó al rellano, enderezó los hombros y levantó la barbilla. Los guerreros aquí arriba sentían la debilidad de cualquier tipo, incluso si no podían ver su origen. Y cuando sentían debilidad, golpeaban las puertas invisibles que los contenían, arrojando las más viles obscenidades y prometían todo tipo de retribuciones, como si ella fuera responsable de su confinamiento.

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Vamos, vamos, puedes hacer esto, puedes hacerlo. Mira a lo que ya has sobrevivido. La charla motivacional funcionó. Ahí lo tienes. Buena chica. La primera habitación que pasó fue la de Cameron. No le tomó mucho tiempo a Sienna averiguar que era el anfitrión de Obsesión. Era un animal de costumbres y porque era el crepúsculo, se encontraba tendido en el suelo, haciendo flexiones. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Como siempre, el verlo le causaba a Ira entrar en una erupción de movimiento frenético. El dolor le estalló en la cabeza, un precursor a las imágenes que el demonio le pondría en la mente. Imágenes violentas del pasado de Cameron. Sangrientas batallas, una mujer en sus brazos, inerte, muerta, entonces una de él, maldiciendo al cielo, gritando... gritando... jurando venganza... Sienna se apresuró a pasarlo, pero no antes de que la imagen real de su piel bronceada y reluciente, el sudor goteando por las cumbres de sus sexis músculos, se le quedara grabada en el cerebro. Su pelo era un rico y profundo bronce pegado a su cabeza. Sus ojos estaban tristes, pero ella sabía que eran de un sorprendente lavanda con bordes de plata. En la estancia contigua a la suya estaba Púkinn. Indiferencia. Al verlo, Ira se quedaba mortalmente silencioso. Una reacción que Sienna no entendía, y el demonio no podía explicar. La herencia egipcia de Púkinn brillaba a través de la agudeza de su estructura ósea y la sensualidad de sus ojos oscuros. Tenía el pelo largo, negro y lacio como un estilete. El resto de él, sin embargo, era más bestia que hombre. Cuernos se extendían desde su cuero cabelludo. Sus manos estaban permanentemente en garras, sus piernas musculosas y cubiertas de pelo. Cameron lo llamaba Irlandés, ya que, a pesar de su aspecto y ascendencia, su voz goteaba con el seductor acento de las islas. Sienna pensaba en él de esa manera, también. Por último, llegó a la estancia de Winter. Egoísmo. Ira era ambivalente sobre ella, no le lanzaba imágenes, ni disparaba amenazas, algo más que Sienna no entendía. Winter tenía apoyada la cadera contra la jamba y sus brazos cruzados bajo el pecho. Sus uñas pintadas de coral tamborileaban una melodía constante de impaciencia. Se parecía tanto a Cameron que tenían que estar emparentados. La piel bronceada, cabello bronce y ojos color lavanda con bordes de plata. Piernas kilométricas, curvas que no eran sólo peligrosas sino fatales. La exuberancia de su feminidad hubiera sido un perfecto contraste con la exquisita masculinidad de Paris. Sienna se tensó, la simple idea le provocó una franja de celos que se envolvió alrededor del pecho y exprimió. Él es mío.

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No, no lo era, se obligó a pensar, y nunca lo sería. Había tratado de llegar a él, pero había sido incapaz de verla. Y eso había sido probablemente lo mejor. Después de todo lo que le había hecho, todas las formas en que lo había herido, nunca sería capaz de confiar en ella. —¿Quién diablos está ahí fuera? —gruñó Cameron. Se había vuelto obsesivo, naturalmente; por descubrirla. Tal vez no debería haber venido tantas veces, pero incluso antes de hoy, había planeado liberarlos. De algún modo—. Sé que hay alguien ahí fuera. Revélate. Ahora. —Estamos lidiando con uno de los espías de Cronus, estoy segura —dijo Winter, su voz tan suave y sensual como una caricia. Su mirada casi, pero no del todo, se reunió con la de Siena—. Le oí hablar antes. —Yo... te... destriparé... —hervía Cameron. No estaba hablándole a Winter, sino a Sienna. Podría gruñir a Winter, explotar y a veces incluso gritarle, pero nunca la había amenazado. Y si alguien pudiera encontrar una manera de matar a un fantasma... o cosa o lo que fuera Sienna, estaba dispuesta a apostar que sería Cameron. Porque, y aquí había una sorpresa, él no pararía hasta conseguir lo que quería. —¿Tus escarnios no terminan nunca? —preguntó el Irlandés, ese acento provocándole un caso de “¡Oh Dioses!” —En realidad, Irlandés, tú, despreciable ser mitológico —disparó Winter de vuelta—. No lo harán, y él va a darte un escarnio en todo el culo sino te callas la boca. —Alguien debería haberte dado unas nalgadas hace mucho tiempo, niña — Irlandés —Tócala y pronto vas a estar comiéndote tus propios huevos. Y eso solo será el tentempié. El principal iría a continuación. —Cameron. A Sienna no le importaba sus pullas. Esto era suave en comparación con lo que le habían lanzado a ella. Además, sólo se tenían el uno al otro. Y aunque les encantaba criticarse y ser sarcásticos entre sí, se unían en el momento en que Cronus aparecía, su odio mutuo, vinculándolos. Extendió la mano, alcanzando el transparente escudo que le bloqueaba la entrada al cuarto de Winter. Contacto. Suspiró cuando la barrera se negó a ceder. El día anterior había palpado la mitad superior, en busca de los puntos más vulnerables. No había encontrado ninguno. Hoy iba a probar la mitad inferior. —¡Sienna! —La voz de Paris hizo eco en las paredes—. ¡Sienna! ¿Dónde demonios has ido?

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Algo se le sacudió en el pecho, y tuvo que luchar una vez más contra las lágrimas. Maldito seas, Cronus. De todos sus tormentos, este era el peor. Siguió moviendo las manos a lo largo del escudo, temblando ahora. —¡Sienna! Esas hirvientes lágrimas le inundaron los ojos y se deslizaron por las mejillas, dejando ardientes marcas. Los recuerdos nunca la habían seguido antes. Cuando se movía a otra estancia, una nueva aparecía, un horror cambiado por otro. Esta era la primera vez que la perseguía. Y... se calmó, frunció el ceño. Esto no podía ser un recuerdo, se dio cuenta, la respuesta a su preocupación finalmente encajando en su lugar. Por lo que sabía, Paris nunca había estado en este castillo, y ella nunca había visto a las Gargl en cualquier otro lugar. Por lo tanto, nunca habían luchado en su presencia. Podría él... Estaba él... El corazón le dio una sacudida. —¡Sienna! Otra sacudida. —¿Quién es ese? —exigió Winter. —¿Otro prisionero? —Cameron. —¿Y quién es esa Sienna? —Irlandés. Ellos oían la voz de Paris. Nunca habían visto u oído antes sus recuerdos. Esto no era... Esto no podía ser... El corazón se le detuvo por completo. —¡Sienna! Maldita sea —Grunt, bang—. ¡Suéltame, pervertida bolsa de piedras —Bang—. ¡Sienna! Esto no era un recuerdo, no era una visión. Era real y estaba ocurriendo ahora mismo. Paris estaba aquí. Había venido a por ella. Había estado buscándola, tratando de llegar a ella. Un segundo después, el corazón comenzó de nuevo la marcha, golpeando a un ritmo demasiado rápido, haciéndola jadear. Las Gargl podrían haberle herido, podrían estar lastimándolo incluso ahora. —¡Paris! —asustada, se irguió y corrió por el pasillo, escaleras abajo. Al igual que antes, las alas se le engancharon en la alfombra. La inercia la lanzó hacia adelante y cayó de bruces. Se encogió, se quejó, pero dos segundos después de aterrizar, estaba otra vez de pie y corriendo—. ¡Paris, estoy aquí!

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Si continuaba luchando contra las Gargl, se comerían sus órganos como aperitivo. Lo había visto pasar demasiadas veces para contarlas. Y una vez que probaban el interior de un hombre, nada ni nadie, podría detener el festín que seguiría. Apretó el paso y oró que no fuera demasiado tarde.

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CAPÍTULO 9

Cronus

apareció en sus aposentos privados, en su palacio secreto favorito, agarrando al endeble y desgraciado Cazador por el cuello. En el momento en que los murales de la pared aparecieron a su lado y una cama grande de ébano hecha a mano se materializó delante de él, empujó al Cazador de rodillas, manteniendo un agarre fuerte sobre él. Una gruesa alfombra roja impidió que la acción rompiera las rótulas del humano, era la única piedad que el humano recibiría este día. Encima de la cama, las cadenas traquetearon. La mujer desnuda amarrada a los postes se fijó en él y luchó por liberarse. Por supuesto, no pudo. Las cadenas no estaban reforzadas sólo por acero, estaban reforzadas místicamente. Y en realidad, sólo ella tenía la culpa de su cautiverio. Cronus nunca la habría capturado si no hubiera venido con la intención de seducir y encadenarlo a él. Si no hubiera estado en posesión de la Llave Absoluta, ella habría tenido éxito. Ahora, nada podría detenerlo. Sonriendo, la estudió. El pelo negro enredado alrededor de sus hombros magullados, una evidencia de que había luchado durante mucho tiempo antes de que él regresara. La piel por lo general de un color impecablemente crema, ahora estaba cetrina. Cuando sus ojos, una mezcla de cristal y rojo, brillaron con un odio absoluto hacia él, amplió la sonrisa. —Te masacraré por esto —gruñó ella. Antes de que tuviera tiempo para responder, se calmó, y le devolvió una sonrisa perversa, una de las de ella, y ronroneó —. Pero sólo después de jugar contigo un poco. —Vamos, vamos, querida. —Cronus chasqueó la lengua. Si alguna mujer era capaz de hacerle daño, era ésta, pero nunca lo admitiría—. ¿Es esa manera de saludar a tu esposo después de tantos siglos?

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Rhea, la reina de los Titanes, lo miró como si fuera un animal, y quisiera usar la piel como una capa de la victoria. —Una mejor manera de saludarte sería con una espada balanceándola sobre tu cuello. Él hizo un gesto con la mano en el aire como si no le importara, una acción tan desdeñosa, que estaba seguro que volvería a encender la mecha de su temperamento. —Ten cuidado, querida mía. Estás en peligro de protestar demasiado. —¡Argh! —Con su demonio, Discordia, destellando tonalidades de color rubí y retorciéndole los huesos bajo la superficie de su piel, ella intensificó la lucha—. Pagarás por esto. —Sí, lo has dicho en innumerables ocasiones. Por desgracia. —Dejó escapar un suspiro burlón, apenas audible por encima de su áspero jadeo—. Te humillas tú misma, mi corazón de corazones, pero adelante. Mi parte favorita será cuando te des cuenta de que no puedes hacer nada, nada que digas, te ayudará, y cedas a la derrota. A pesar de la provocación, ella, efectivamente siguió luchando. Y cuando sus muñecas y tobillos latieron en señal de protesta, él perdió la diversión. Estaba vinculado con esa criatura horrible. Conectados de una manera de la que él no podía escaparse. Cuando alguien la hería, él también resultaba herido. No importa donde estuviera o lo que hiciera. Igualmente, cuando ella experimentaba placer, él también lo hacía. Sí, siempre sabía cuando se acostaba con otro hombre. Pero de la misma manera, ella también sabía cuando se acostaba con otra mujer. Tal vez por eso se despreciaban el uno al otro con tanta pasión, y puede que también por eso hubieran elegido los bandos opuestos en la guerra que estalló entre los inmortales y sus enemigos humanos. Cronus se había alineado con los Señores del Inframundo, Rhea con los Cazadores. —¡La muerte es demasiado buena para ti! —Escupió justo antes de caer contra el colchón, como había predicho él, el sudor marcaba cada centímetro de su cuerpo, y le hacía brillar. Le gustaba verla así. Impotente, desnuda y totalmente incapaz de protegerse o cubrirse. Tenía unos pechos exuberantes, con unos encantadores pezones rojos. Un vientre suave, y unos muslos aún más suaves. Y hubo una vez, en que realmente la había amado. Le habría dado cualquier cosa, le habría dado todo, para hacerla feliz. Realmente, le había dado todo.

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La fue conociendo mejor, y había compartido el trono con ella. Había compartido incluso sus habilidades divinas. Había tenido una necesidad por ella tan absoluta, que no había querido existir si ella no podía estar a su lado, gobernando con el mismo poder. Con el paso de los siglos, sin embargo, ella comenzó a cambiar. De sensual a codiciosa, de amable a cruel, su sed de poder superando la suya propia. Finamente, lo traicionó en un intento de usurpar el poder. Ella era la razón por la que él había sido encarcelado dentro del Tártaro. Ella era la razón por la que los Titanes fueron reducidos por los griegos. Por lo menos los mismos que la ayudaron a levantarse contra él la habían traicionado del mismo modo. Ahora, nada la salvaría de su eterna ira. —De nuevo es la hora, mi mascota —dijo, desaparecido todo indicio de emociones suaves. Durante uno de sus muchos altercados en la prisión, después de que él hubiera matado a su amante, y ella hubiera matado a la suya, se habían jurado no perjudicar nunca más a los más cercanos a ellos, un voto que era inquebrantable. Por lo tanto, Cronus no podía tocar a su precioso Galen o a cualquiera de los altos consejeros de Galen, aunque hubiera encontrado finalmente el refugio del bastardo, así como a su lugarteniente en la orden, el nuevo guardián de Desconfianza, Fox. Por su parte, Rhea no podía tocar a ninguno de sus Señores. Sin embargo, podían dañar a los soldados de infantería. Como él le demostraría pronto. —Tu elección, Rhea. Te tomaré, o mataré a uno de tus Cazadores. El humano arrodillado a su lado se sacudió ante la amenaza, maullando sonidos que se filtraban a través de sus labios ensangrentados, pero nunca dijo ni una palabra. Sería una conjetura, pero podría ser debido a que Cronus le había cortado la lengua. Quería que Rhea eligiera su castigo, y no le importó, que en esencia, fuera castigado él mismo. Hacerla sufrir anulaba cualquier otra consideración. —¿Qué será? —Todos los días le ofrecía la misma elección, y cada día le daba la misma respuesta. —¿Crees que me preocupo por un frágil e inútil humano? —Levantó su barbilla, su mirada fija clavada en Cronus, completamente falta de miedo o piedad—. Mátale. Un quejido salió del Cazador. No, su respuesta no había cambiado. Cronus podría haberla vencido de todos modos, y quizás un día lo haría. Pero por el momento, le gustaba darle lo que pedía. Disfrutaba pensando que ella sería poseída por su codicia durante las próximas décadas.

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—Muy bien. —Cronus extendió el brazo libre, convocó un espada de la nada, y golpeó. La cabeza del Cazador cayó al suelo con un golpe seco. Su cuerpo rápidamente la siguió. El olor cobrizo cubrió el aire. La expresión tormentosa de Rhea siguió siendo la misma, sin que el remordimiento la afectara. —¿Te sientes mejor ahora, mi semental? ¿Te sientes ahora un hombre grande y fuerte? Perra. No le permitiría sacar ventaja. —¿No te preocupa nada que tu ejército disminuya cada vez más? Los mismos hombres que luchan por tu causa. Un hombro desnudo se levantó en un gesto de desinterés. —Siento lo mismo por mi ejército, que tú sientes por el tuyo. Nada. No, él no se preocupaba por sus Señores, pero respetaba su fuerza y determinación. O mejor dicho, la había respetado. Últimamente sus guerreros estaban demasiado ocupados cayendo enamorados, demasiado interesados en sus propias rencillas, y ahora demasiado ocupados rescatando a Kane, el guardián de Desastre, para prestar atención a las órdenes de Cronus. Sin embargo, era una barrera entre Cronus y la muerte eterna, por lo que los necesitaba. Frunció el ceño al pensar en lo que había ocurrido para traerle a este momento. Hace mucho tiempo, con el primer Ojo que Todo lo Ve bajo su mando –un ente capaz de ver el cielo y el infierno, pasado y futuro-, había profetizado que un hombre lleno de esperanza volaría hacia él con sus alas blancas y lo decapitaría. En aquel momento, Galen todavía no había sido creado. Por lo tanto, Cronus había supuesto que un ángel asesino vendría a por él, razón por la cual se había enfrentado a los soldados de Élite de la Deidad. Había estallado la guerra -entre los ángeles y los dioses, los Griegos y los Titanes-, e incluso la tierra había sufrido. Debilitado por la lucha incesante, Cronus se encontró derrotado por Zeus y lanzado al Tártaro. Poco después Zeus creó a los Señores, Galen entre ellos, para servir como su ejército personal, dispuestos a defenderlo en caso de que los Titanes se amotinasen en su decadente prisión. Pero, en un arranque de despecho absurdo, esos mismos guerreros habían abierto la Caja de Pandora, desatando a los demonios de dentro y abatiendo más estragos sobre un mundo aún convulsionado por la guerra divina. Cuando Zeus impartió su castigo, decretando que cada uno de ellos alojaría a un demonio en su interior, Galen fue unido al demonio de Esperanza, y alas blancas brotaron de su espalda. Entonces, después de la fuga de Cronus de la prisión inmortal, el nuevo Ojo que Todo lo Ve había pintado el mismo futuro que había sido pronosticado antes, esta vez mostrándole la victoria de Galen sobre él.

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Lo que el primer Ojo no le había dicho, y el más reciente todavía desconocía, era que había una manera de salvarse. Una mujer con alas de medianoche, que había vivido entre sus enemigos, pero que anhelaba una vida con sus aliados, sería su salvación. Esa mujer era Sienna. Todo en ella encajaba con la descripción del Ojo, desde su apariencia a sus circunstancias. Por lo tanto, ella tenía que hacer lo que el Ojo le había dicho que debía hacer. Gobernar al lado de Galen, a pesar de su deseo de ayudar a los Señores. Sólo ella podría acaparar la atención de Galen, aunque ella no sabía aún cómo o por qué, y Cronus no se lo diría. Sólo ella podría sostener su posición ante Rhea, si es que su esposa se liberaba. Sólo ella podría impedir que los Señores atacaran a Galen, matando al guardián de Esperanza la profecía no se detendría. Su demonio sería entregado a otra persona, y esa persona se convertiría en el asesino de las alas blancas para el rey Titán. —Saldré de ésta, lo sabes —dijo Rhea, y se mostró confiada. Si aquella confianza provenía de sus habilidades o de su capitulación, no estaba seguro. No le importó. Se frotó el pulgar sobre la frente, con un gesto desdeñoso. —No, no lo sé. Nunca he visto tan débil a una diosa. Sólo él podría abrir sus cadenas, y planeaba no hacerlo nunca. Entre sus crímenes más recientes, había convencido a su hermana para que se convirtiera en su amante y le espiara. Otra razón para la insistencia de Cronus de que Sienna hiciera lo mismo con Galen. —Un día… —rechinó. Se movió hasta un lado de la cama, lejos del cadáver y más cerca de su odiada esposa. —Me llevarás a la ruina. Me encarcelarás. Tú… Que otras amenazas has emitido, ¿eh? —Te desollaré, escupiré sobre tus huesos y bailaré en el charco de tu sangre. —Suena como una noche realmente espectacular. Hasta entonces, creo que tendré un poco de diversión. —Con un ondeo de la mano, llamó a una de las innumerables mujeres que residían actualmente en su harén. Una pelirroja con la piel muy bronceada y rubor en sus mejillas apareció a su lado. A diferencia de algunas de las demás que él poseía, ésta realmente disfrutaba ocupándose de sus necesidades. Hoy llevaba una tela transparente de seda y encaje, y joyas que habían pertenecido a Rhea, y una sonrisa más brillante que el sol. Viendo a la reina Titán tan indefensa en la cama, y sabiendo que ella misma era la favorita de él, resopló con orgullo, y acomodó su cabello sobre su hombro, saludándolo con aire de suficiencia.

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Rhea siseó. Y por eso la elegí, pensó sonriendo interiormente. Reconociendo los diamantes que se enroscaban alrededor del cuello de la muchacha. Rhea comenzó a vomitar maldiciones. —Majestad —dijo la chica con reverencia, hablando a la vez que la reina, demostrando lo poco que ella le importaba. La fragancia de cítricos emanaba de ella —. ¿Qué puedo hacer por ti? —Puedes mostrarle a la mujer de la cama lo que complace a tu hombre. —La meció por delante de él, para recostarla encima, su cara directamente delante de Rhea. —¿No te complace ella? —preguntó la chica. La reina siseó otra vez, y trató de morderla. —Ya basta de eso. —La mirada fija en su esposa, mientras se bajaba la cremallera del pantalón de cuero. Despreciaba el uso de ropa tan constrictiva, pero Rhea encontraba ese tipo de ropa atractiva, y su necesidad de venganza superaba cualquier deseo de comodidad—. Sabes lo que tienes que decir para evitar que esto suceda —le dijo a su esposa. Rhea sólo debía reconocer su derrota, prometiéndole obedecerle para siempre. —Primero moriré. —Muy bien. Tomó a la sierva, y el placer fue intenso, nunca admitiría que fue tan satisfactorio sólo por que mantuvo los ojos en su mujer. Ella, sin embargo, cerró los suyos para bloquear la imagen. No importaba. Ella sintió cada sensación junto a él, y eso era suficiente. Por ahora. Cuando terminó, se recolocó las ropas con manos temblorosas por la fuerza de la liberación -lo que era humillante; un rey debería recuperarse rápidamente-, y despidió a la sierva que sonreía abiertamente. —Bastardo —dijo Rhea con un aliento jadeante—. Te aborrezco. Con todo mi ser, te odio. —Como te odio yo a ti. Una sonrisa de diversión genuina de repente se rizó en las esquinas de su boca. —Sabes, Cronus, cariño. No disfrutaste con tu puta la mitad de lo que yo disfruté con los míos. Las palabras fueron calculadas con cuidado, un golpe mordaz al orgullo masculino. Pero tuvo cuidado de mantener la expresión igualmente divertida.

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—¿Sabes, querida? —dijo—. Es posible que hayas disfrutado de tus hombres, pero sólo una vez antes de que yo los encontrara y los matara. Por otro lado, ya estoy deseando tener de nuevo a la pelirroja mañana.

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CAPÍTULO 10

Colmillos

en los brazos. Garras en las piernas. Cuernos pinchándole el estómago. Al menos, Paris esperaba seriamente que fueran cuernos lo que le clavaban en el estómago. Durante un tiempo, algunas de las gárgolas se tiraron sobre él como perros en celo mientras sus amigas intentaban encadenarlo. No vomites. Habría permitido las restricciones… si no hubiera visto a Sienna. Ella estaba aquí. Viva. Sin grilletes. Ella lo había mirado, había encontrado sus ojos, y la tristeza emanó de ella. Tristeza, pesar e incluso terror. Las gafas de carey que una vez llevó habían desaparecido, su visión probablemente perfecta en la otra vida, pero sus rasgos eran los mismos. Grandes ojos color avellana, exuberantes labios rojos y una cascada de ondas color caoba, ahora hasta la cintura. Su mujer. Mía. Uno por uno sus amigos se habían enamorado, y él se había sentido celoso. Ahora, aquí estaba la mujer que lo había fascinado como ninguna otra. Él pensó: Debes alcanzarla… debes borrar el miedo… Sexo pensó: Debes tenerla. Ahora su demonio se retiraba a un rincón de la mente, el cobarde, mientras Paris luchaba por abrirse camino entre las gárgolas para perseguirla. En un instante, sus captoras lo envolvieron, su fervor se intensificó. Se sacudió una, luego otra, luego otra más, golpeando los rígidos cuerpos de piedra contra las paredes. Ellas se recuperaban al instante y volvían. Arañando más, pinchando más. Consiguieron reducir su marcha, pero no lo detuvieron. Estaba débil, y la debilidad aumentaba cada vez más, ya que no había tenido sexo en todo el día. No pensó que tampoco había tenido sexo ayer. Se había olvidado. Daba igual. Sienna estaba aquí, y con un solo vistazo, se había puesto duro por ella. Podría tenerla otra vez. No había dudas sobre eso ahora.

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Sólo tenía que alcanzarla. Cuando la oscuridad se alzó por dentro, nublándole la mente con pensamientos de destrucción y muerte, él no ofreció más resistencia, permitiéndola llevarle más y más profundo al lugar donde sólo la demolición de los obstáculos en su camino importaba. Estas gárgolas querían apartarlo de su mujer. No merecían vivir. Un paso, dos, tres, las cosas se agarraron a los muslos, a las pantorrillas, colgando de los tobillos, mientras a duras penas entraba en el salón de baile. Todo el tiempo perforó cabezas, pateó y apuñaló cinturas. La piedra se rajó. Los pedazos se dispersaron por el suelo. —¡Sienna! ¿Donde…? Ella apareció corriendo por la esquina más alejada, su negro pelo enredándose tras ella, los ojos color avellana salvajes y brillantes. En un abrir y cerrar de ojos, el mundo redujo su velocidad y notó detalles que había pasado por alto antes. Sus labios estaban más inflamados que de costumbre, con gotitas de sangre seca en las comisuras. Una contusión le coloreaba la mejilla, una azulada y negra prueba del dolor que le habían obligado a soportar. Una de sus alas de obsidiana estaba doblada en un ángulo extraño, claramente rota. Le habían hecho daño. Alguien la había herido. El rojo se mezcló con el negro, ambos inundándole tan densamente el cerebro que comprometieron la línea de visión. Destellos de rabia provocaron un millar de ardientes “debo matar, debo proteger”, cada uno de ellos en guerra con los demás. En las venas, la sangre se fundió, convirtiendo los bruscos movimientos en fluidos y mortales arcos. Con un rugido, despachó otras dos gárgolas más. Agarró a otra por el cuello y golpeó, golpeó, golpeó, creando un agujero en la mejilla de la criatura, el resto de la piedra socavándose poco a poco. Aun así la criatura luchó contra el asimiento de Paris, los dientes mordiéndole el puño. —Deja que te encadenen —gritó Sienna—. Por favor, sólo deja que te encadenen. ¿Ella lo quería atado? ¿Lo odiaba tanto como había temido? No importaba. Su orden y súplica fueran descartadas, la determinación inquebrantable. Debo matar... Puñetazo. Puñetazo. El enemigo debe morir. Puñetazo, puñetazo, puñetazo. Puñalada. Los obstáculos deben ser eliminados. Puñetazo, puñalada. Los escombros volaron en todas direcciones. Las gárgolas olvidaron su deseo de placer, o lo que sea que habían sentido retorciéndose contra él, y entraron en pleno ataque, ya no tratándolo con suavidad. Sienna lo alcanzó, oliendo a flores silvestres y… ¿ambrosía? Inhaló profundamente. Oh, sí. La dulce ambrosía, el dulce perfume impregnaba su piel y

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ensombrecía todo lo demás, incluyendo la necesidad de matar, pero oh, ahora quería beber. Tenía que beber. La boca se le hizo agua, incluso mientras se preguntaba por qué olía como la droga inmortal. Él se había obligado a dejar de consumirla no hacía demasiado tiempo, cuando fue herido en una pelea que habría ganado de estar lúcido. Las heridas casi le habían hecho perder su cita con una diosa para adquirir las dagas de cristal, y en ese momento decidió dejarla. Por suerte, ya había pasado lo peor de la abstinencia y no podía permitirse el lujo de pasar por ello de nuevo. Nada le importaría más que la próxima dosis. «La quiero». Tan cerca como ella estaba ahora, Sexo se alzó, vertiendo fuerzas directamente en el sistema de Paris y cambiando la dirección de sus propios pensamientos. «Debes tocarla… debes tenerla…» Por una vez, estaban de acuerdo. —Tienes que dejar que te encadenen. —Cuando ella intentó apartar dos gárgolas de él, éstas la atacaron, unas mordiéndola, otras arañándola, otras golpeándole con la cabeza. Sus rodillas se derrumbaron bajo el peso. Otro rugido le rasgó la garganta. ¿Ella había intentado salvarlo? La sola idea le resultaba extraña. Ignorando a las bestias que intentaban someterlo, se concentró en aquellas que intentaban echarse encima de Sienna. Agarró una y la lanzó. Agarró otra y la lanzó. —¡Corre! —le ordenó. Las bestias volvieron a él en un instante. Intentó distanciarlas a golpes, abriendo un camino para ella, pero Sienna no corrió. Yacía jadeante, las piernas inmóviles, ni siquiera intentando escudarse. Sus llorosos ojos le suplicaron. —Por favor, Paris. Estate quieto. No luches. El caliente aliento se le quedó atascado en la garganta, y aunque cada instinto que poseía le gritaba que siguiera luchando, que siguiera haciendo daño a cualquier cosa que se interpusiera en el camino, plantó los talones en el suelo, envainó las dagas y bajó los brazos. Ella había intentado salvarlo, confiaría en ella. Se rendiría. Por un momento, las bestias se aprovecharon, convergiendo en él como moscas a la miel. Quieto. Como Sienna, se quedó inmóvil. Sorprendentemente, el frenesí bélico pronto disminuyó. Las gárgolas le aferraron los brazos y comenzaron a arrastrarlo a la prisión donde ya habían encerrado a William. Sienna se puso pesadamente en pie y lo siguió, sin permitir nunca que el contacto visual se rompiera. Una buena cosa. Si lo hubiera hecho, habría estallado de nuevo. No puedo perder ni siquiera eso.

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—Te dejarán en paz después de que te encadenen. —Su voz tembló con el dolor subyacente—. Ellas simplemente tienen que completar su trabajo y luego serás libre de hacer lo que quieras. «La quiero a ella…» A pesar de las heridas, se endureció una segunda vez, el olor de su demonio emanando de él, un rico chocolate mezclado con champán caro. Si hubiera necesitado más pruebas de que podía tener a esta mujer de nuevo, aquí estaba. Podría tenerla tantas veces como quisiera, bueno, tantas veces como ella se lo permitiera. Estaba sobrecogido, reivindicado. Deshecho. Por fin, estaba con la mujer que anhelaba por encima de todas las demás. Las bestias que no le sostenían los brazos saltaron sobre él, aplastándose, frotándose contra el cuerpo de un modo asqueroso. Más fuerte esta vez y mucho más decididas. Supuso que incluso su necesidad de acabar con su deber y encadenarlo no podía anular el encanto de su demonio. Ignorándolas, se mantuvo centrado en Sienna. Ella estaba aquí -nunca se cansaría de esa idea- y era increíblemente hermosa, la esencia de todo lo que era femenino. Incluso manchada de suciedad y cubierta de sangre como estaba, nunca había visto a una hembra más exquisita. La mente no la había realzado durante la separación. Al contrario, el cerebro no le había hecho justicia. Aquellos ojos color avellana brillaban con remolinos de esmeralda y cobre, insinuaciones de verano e invierno combinados, enmarcados por largas y espesas pestañas. Sus labios eran llenos y completamente pecaminosos. Todas las mujeres pagarían por tenerlos y todos los hombres pagarían por usarlos. Su pelo no era demasiado oscuro ni demasiado claro, sino del tono rojizo perfecto con relucientes vetas del oro más puro. Los mechones eran más largos que antes, con ondulaciones tan hipnóticas como las de un océano. Las pecas se habían aclarado, pero eran tan decadentes como siempre, un mapa del tesoro para la lengua. El resto de su piel, crema y pétalos de rosa, brillaba como si se hubiera tragado el sol. El cuerpo tan delgado, elegante y lleno de gracia como el de una bailarina. Sus pechos eran pequeños, pero le cabrían perfectamente bien en las grandes manos mientras lamía sus pezones. Las piernas eran largas y le envolverían la cintura, sosteniéndolo apretado. Mía, pensó. Mía. «Tómala». Sexo había abandonado “el quiero y necesito”, y ahora era todo órdenes. Como si Paris fuera a discutir. Aunque una pregunta lo molestaba, ¿estar con ella una segunda vez le daría fuerzas?

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Al doblar la esquina, William lo esperaba… y sonreía ampliamente, sus ojos azul eléctrico llamando a Paris toda clase de estúpido. Se había liberado de las cadenas, como él debería haber hecho para evitar la paliza y saludó con la mano mientras pasaban por su lado. Las bestias no le prestaron atención, todavía adhiriéndose a París y probando la afirmación de Sienna. Él se relajó. Tan cerca de sostenerla, de tocarla como había soñado. ¡Oh, las cosas que quería hacerle…! Ella podría alejarlo; o no. De una u otra forma, por fin iba a averiguarlo.

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CAPÍTULO 11

Paris

observó como William se apresuraba a colocarse junto a Sienna. Ella seguía sin apartar la mirada de él y se preguntó qué estaría pensando. ¿Estaría su cuerpo reaccionando hacia él, como el suyo reaccionaba hacia ella? Las paredes salpicadas de sangre la enmarcaban, y Paris maldijo. Habría dado cualquier cosa por verla rodeada de sedas y terciopelos. Lo haría así, antes de dejarla ir. Un juramento, aunque el pensamiento de dejarla marchar lo hizo querer aullar. —Es bueno volver a verte, Sienna —dijo William, tan amablemente como era capaz. Los helados ojos desmentían su encantadora fachada. Paris se tensó. Como el guerrero la lastimara… —¿Nos hemos conocido? —preguntó ella. Por un momento, William irradió desconcierto absoluto. Entonces su expresión se despejó, y ofreció una sonrisa dulce como el azúcar. —Me aflige que no lo recuerdes, pero no me importa recordártelo. Déjame pintar la escena. Estábamos en Texas, y tú estabas agachada en el suelo como un perro, agarrándote a Paris como una sanguijuela. —Su tono cruel, burlón, pretendía intimidarla, ponerla en su lugar por todo lo que le había hecho a París. —Cambia de tono —espetó Paris. Ella podría haber actuado mal, pero no permitiría que se le faltara al respeto. Sienna se encogió de hombros, aparentemente despreocupada por lo que el guerrero había dicho. —Tendrás que perdonarme por no reparar en ti en aquel momento. Junto a él, eres un poco feo. William se atragantó con su propia lengua.

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Por primera vez en siglos, Paris sonrió con verdadera diversión. El único otro momento en el que él había presenciado tal arrojo en Sienna fue cuando ella lo había drogado. A él no le había gustado entonces, pero le gustó ahora, sobre todo porque estaba dirigido hacia otra persona. William recobró su aliento y agregó: —Sólo para que lo sepas, te mataré si le haces daño de cualquier modo. Y no me importa cuánto lo moleste a él. —Tan serenamente expresado que no había ninguna duda de la intención del guerrero—. Paris ha resultado ser estúpido en lo que a ti concierne, y eso significa que sus amigos tienen que asumir el relevo mental. Se fue la diversión. Un gruñido animal lo abandonó, los labios retrayéndose hacia atrás sobre los dientes. La oscuridad surgiendo otra vez... la furia regresando... Paris luchó por liberar los brazos, intentando envolver los dedos alrededor del cuello de William y apretar. Nadie amenazaba a Sienna. Nadie. Jamás. Realmente no quieres herirlo. Alto. Una súplica en lo más profundo de él, donde los restos del viejo Paris todavía debían residir. La lealtad de William fue una sorpresa agradable, y algo que él apreciaba a un nivel visceral. En lo que a Sienna concernía, sin embargo, Paris no era exactamente racional, y su forcejeo se intensificó. Debía defenderla… Las gárgolas pararon de arrastrarlo, dejaron de cepillarse contra él y volvieron a luchar, empujándolo hacia el suelo en una pila de huesos. Le arañaron con sus garras y dientes. —¿Ves? —William extendió sus brazos, demostrado su punto—. Estúpido. Mordiéndose la parte interior de la mejilla, Paris se obligó a enfriarse una segunda -¿o tercera?- vez. Resopló y jadeó como el gran lobo malo que era, sabía que tendría una oportunidad para aclarar su argumento sobre Sienna más tarde, cuando pudiera llegar a los cuchillos. Sus amigos podrían hacerle y decirle cualquier cosa que quisieran, pero no a ella. Una vez más las criaturas perdieron el interés en la batalla y reanudaron la expedición hacia la prisión. Sienna y William lo siguieron, y pronto las muñecas y los tobillos de Paris estaban sujetados con grilletes a un muro de piedra derruida en una cámara de cuatro por cuatro exenta de cualquier lujo. Las garras raspaban el suelo mientras las criaturas salían, cada graznido feliz por lo que claramente consideraron un trabajo bien hecho. Sienna rompió el contacto visual y se dejó caer junto a él, sus dedos temblorosos trabajando en una de las bandas metálicas. Él pudo haberse liberado. O diablos, William pudo haberlo soltado, pero a Paris le gustaba tener esas manos

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suaves y elegantes sobre él. Eran la parte favorita de su cuerpo, cada movimiento un baile exótico. Con una inhalación rasposa de aliento, ella dijo: —Ellas están encargadas de encadenar a cualquiera que sobreviva a la caminata sobre el puente levadizo del castillo, y una vez que se ha consumado, pierden el interés. Tendrás la libertad de moverte por el lugar tanto o tan poco como quieras. Él cerró los ojos por un momento, dejando que la voz de ella merodeara por la mente. Ronca, baja, una caricia que él había extrañado más de lo que se había percatado. La podría estar escuchado siempre. ¿Parte de él todavía la odiaba? Sí. Definitivamente. Odiaba lo que ella le había hecho, odiaba lo que él había hecho por ella. Odiaba la fuerza con la que le afectaba. Y debajo de todo el odio, el resentimiento de que ella no hubiera visto más allá de su propio odio por escogerlo todos esos meses atrás, del modo en que él la había escogido. Podría haberla llevado a casa. Podría haberla mimado. Al menos, eso es lo que se dijo a sí mismo ahora. No contemplaría lo que le habría hecho antes de que los mimos comenzaran. No pensaría acerca del interrogatorio que había planeado o las cadenas que se había imaginado adquiriendo para ella. —Tengo un problema… no puedo… La caída debió haberme perjudicado más de lo que pensé. —Su voz se había debilitado hasta una mera brizna de sonido, apenas audible—. Lo… siento… —Sus manos se desprendieron de él, y ella cayó de repente hacia adelante, su peso ligero descansando sobre el pecho de él. —¿Sienna? —demandó, pero no hubo respuesta. Cualquiera que la viera y la tocara podría dañar su forma espiritual; lo sabía. Y las gárgolas ciertamente habían podido verla y tocarla. Pero sin un ritmo cardiaco o una necesidad de respirar, ella debería recobrarse rápidamente. ¿Verdad? Excepto que, las manchas de sangre alrededor de su boca… ¿cómo había sangrado? Se preguntó ahora. —Debe haberse desmayado ante la vista de mi belleza —comentó William con un suspiro—. Ahí se va la lucha de cosquillas que había planeado. Ignorándole, Paris levantó bruscamente uno de los brazos, arrancando la cadena de la pared. Envolvió ese brazo alrededor de la cintura de Sienna, sujetándola contra él, manteniéndola estable. Se ajustaba a él perfectamente. Después de liberar el otro brazo, la inclinó sobre su espalda y la miró con atención, el corazón le provocó un alboroto de sensaciones en el pecho.

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La cabeza de ella colgó hacia un lado, y estaba pálida, más pálida que antes. Otro tirón, seguido por otro, y los tobillos estuvieron libres. Entonces sacudió con fuerza los mismos grilletes hasta que se desprendieron. Después hizo lo que había querido hacer desde el primer momento en el que la había visto. La tocó, alisando el pelo de su frente. Su piel era tan suave como parecía ser, y tibia, tan estupendamente tibia. Había ansiado un momento como éste tan desesperadamente, había soñado con esto repetidas veces, y casi se había matado más de cien veces para tenerla. Para su deleite, la realidad era un tanto mejor que el sueño. Más que sentir su calor, él olió su aroma alrededor, envolviéndolo. Flores silvestres, la dulzura de coco de la ambrosía, creando ambos un almizcle intoxicante de excitación. ¿Por qué la ambrosía? No podía pasar eso. ¿Era una usuaria? Si era así, apostaría que alguien, como por ejemplo, Cronus, la había obligado a eso. Ella no era del tipo que cayera voluntariamente en las drogas. De lo poco que sabía acerca de ella, le gustaba el orden y ansiaba el control. La resguardaré de más abuso, pensó después. Ella era suya. Durante poco tiempo, ella era suya. Sexo saltó de arriba a abajo. «Tómala, tómala, tómala». El instinto demandaba que él obedeciera. Aún así se resistió. No así. No mientras ella estaba inconsciente. Un suspiro de frustración, tal vez incluso un murmullo: «No eres divertido» mientras Paris la examinaba, escudándola de la mirada de William mientras movía su ropa a un lado para revisar en busca de lesiones. Cada pulgada recién revelada de piel actuó como un lametazo ardiente para Sexo, provocando que el demonio siseara y se sacudiera. «O tal vez sí eres divertido». Aunque Paris admiraba el cuerpo debajo de él igual de fervientemente que su compañero oscuro, siseó y tembló por una razón diferente. Otra subida de oscuridad, otro incremento de la bulliciosa furia. Debajo de los moretones desvaneciéndose, su mujer estaba tan llena de marcas de colmillos y garras como él, la sangre rezumando de ella en ríos diminutos de dolor. La siguiente misión se cristalizó. Descubriría cómo lastimar a las gárgolas y luego las haría pagar por cada marca. Realmente las haría pagar, decidió cuando atisbó una estría profunda e inflamada en su costado. Inhaló profundamente intentando apaciguarse a sí mismo, pero inhaló tan abruptamente que sintió los pulmones como mini aspiradoras, aspirando el aire con la fuerza de una tropa de asalto. Los músculos se le tensaron, la cabeza se le nubló una vez más y la boca se le hizo agua. Realmente podía saborear

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la ambrosía en el aire. Frunciendo el ceño, se inclinó y olfateó a lo largo de la línea de su cuello. Mientras más cerca estaba de ella, más fuerte se volvía el perfume. —Pervertido —dijo William. —¿Puedes ponerte serio? —Estoy siendo serio. Siempre te consideré del tipo entrar y salir. Un poco sigiloso, dejando a la chica preguntándose si incluso habías estado allí o no. Pero no sabía que fueras tan sigiloso. —Es bueno saber que has analizado mi vida sexual —refunfuñó Paris. —¿No lo hace todo el mundo? —Que te jodan. —Otra vez, ¿no lo hace todo el mundo? —Esto no tiene sentido. —Otro olfateo. La niebla se espesó, el cerebro de Paris prácticamente nadó a través de ella. ¿Podría originarse la fragancia en la sangre de Sienna? Todavía otro olfateo más, otra infusión de esa niebla cada vez más espesa. Sí, estaba definitivamente en su sangre... y una buena cantidad de ella. Más incluso de la que un adicto podría manejar. Su aroma era tan fuerte como si estuviera realmente en un floreciente campo de ambrosía. Lo que debería ser imposible. ¿Verdad? La ambrosía era cosechada en prados especiales en algún otro sitio del cielo, tan lejos de esta área oscura como la luna lo estaba de la tierra. Los pétalos del color de lavanda eran arrancados del follaje, el líquido claro e intoxicante se exprimía antes de que esos pétalos fueran desecados y convertidos en polvo. Nadie podía manejar el jugo, ni siquiera los inmortales, y los humanos ciertamente no podrían manejar ni siquiera el polvo. Pero Sienna ya no sería humana nunca más, ¿verdad? Se avergonzó de admitir que estaba tentado de morderla, para beberla y saborear cada gota. Él había recorrido la ruta de la adicción, corrido realmente, pero de alguna forma había logrado bordear el filo de la necesidad durante el viaje hacia aquí, a sabiendas de que requería del ingenio para tener éxito. Si tan sólo eso redujera el dulce y tentador atractivo de ella ahora mismo… pero no. —Tan interesante como es esto, y honestamente, no tengo la intención de interrumpir tu proceso de seducción —dijo William, exhalando el aire al citar las últimas dos palabras—. ¿Pero no vas a llegar a lo bueno o qué? —Pensé que te había dicho que cerraras el pico. —No, me dijiste que me jodieran, y eso fue hace cinco minutos. Mucho a cambiado desde entonces. Como que, actualmente estoy aburrido.

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Mordiéndose la lengua hasta que saboreó el cobre, Paris acabó la búsqueda de lesiones. Y qué mierda, hubo otro disparo de deseo... el suyo en vez del de su demonio. No debería notar esos preciosos pezones rosados, no debería notar el descenso suave de su vientre o la longitud de sus esbeltas piernas. No debería estar contando sus pecas, ya planeando el ataque con la lengua. (Comenzaría con las más oscuras en su estómago, y se abriría camino hacia las más claras en sus muslos). Era un bastardo. Estaba enfermo, era repugnante. Debería ser azotado. Cuando ella se despertara, se encargaría de eso por él, lo apostaría. Me odio a mí mismo. —Ella está ya muerta —dijo entre dientes. Notó que su muñeca derecha ya no tenía el tatuaje del infinito, un símbolo que los Cazadores llevaban—. ¿Por qué está sangrando? ¿No debería curarse tan rápidamente como nosotros lo hacemos? —Oh, ¿ahora quieres hablar conmigo? —bromeó el guerrero. —Sólo contesta la pregunta antes de que te corte la lengua y la clave en la pared. —Realmente has perdido el sentido del humor, ¿lo sabes? Pero está bien. Estupendo. Te seguiré la corriente. Ella está muerta, sí, pero también está poseída por un demonio que está muy vivo. Su corazón palpita para ella. Su sangre le llena las venas. No debería tener que explicarte la fisiología del demonio a ti. ¿Y qué diablos es ese olor? Es apetitoso. Una verdadera fiesta para mi... —¡Deja de respirar! —Paris no quería a nadie más inhalándola en su interior. —De acuerdo. ¿Muy posesivo? —Regresemos al tema que no te dejara mutilado. Ella está poseída por un demonio, sí, pero también es un espíritu humano muerto. Así que… —Así que, todavía eres capaz de tocarla. Para pedir prestada la expresión del bastardo: ¿Muy obvio? —Lo qué yo pregunto es: ¿Se curará? —Sí, porque su demonio se curará. Y aquí está un pequeño consejo para la siguiente persona que tengas cautiva mantén una contundente conversación. Deberías haber comenzado con eso y nos habríamos ahorrado tiempo y problemas. Bueno. Bueno, entonces. Bien. Ella se curaría. Paris la levantó en brazos... enojado una vez más con las gárgolas. Lo que le habían dejado en él… estaba ahora en su mujer. Sexo adoró el contacto y ronroneo su aprobación.

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—La voy a llevar arriba, buscaré un dormitorio. —París la limpiaría y la vendaría. Si es que antes ella no se despertaba y le exigía que la dejara sola—. Tú no estás invitado. Por mucho que la quería despierta, mirándolo, hablándole, esperaba que ella durmiera durante la limpieza. Estaba desesperado por poner las manos sobre ella, realmente en ella. Sí, era un enfermo, un enfermo bastardo. Pero ese no era el principal motivo, se dijo a sí mismo. No quería que ella sintiera más dolor mientras la curaba. Estudió las cadenas durante una fracción de segundo, pensando que sería una buena idea amarrar a Sienna a una cama mientras tuviera la oportunidad. De ese modo, ella no podría huir hasta después de que hubieran discutido algunas cosas. Pero no había venido desde tan lejos, había hecho todas esas cosas, sólo para esclavizarla él mismo. Su meta era, y siempre había sido, su libertad. Y una mierda. Ella no podía escapar de él. Antes lo había ignorado, había observado mientras él la pasaba, pero algunos minutos más tarde, se había lanzado a su rescate. Cualquiera que fuera la razón para el cambio, ella no había buscado deshacerse de él. Frotó la mejilla contra la parte superior de su cabeza, disfrutando la sensación de su pelo sedoso antes de cargarla fuera de la celda. Las gárgolas no se habían molestado en cerrar los barrotes de hierro que lo habían mantenido a William y a él dentro. Por lo menos hasta que habían forzado la cerradura. —Eres un marica —dijo William, caminando tranquilamente junto a él—. Espero que lo sepas. —¿En serio? Aquí no soy yo el que lleva acondicionador. —Tal vez, por eso tu pelo tiene tantas puntas abiertas. —Háblame sobre tu pelo una vez más. Te despertarás calvo. —Es una ridiculez lo dicho. Ambos sabemos que tendría tus entrañas derramadas antes de que alguna vez consiguieras acercarte a mí con la hoja de afeitar. —William alzó su barbilla—. A propósito, sólo un hombre de verdad puede aceptar su lado femenino. —No sé quién alimentó en ti esa línea de basura, pero puedo prometer que se está riendo ahora mismo. —¡Sorpresa! Fue tu madre... después de que la deshuesé. Un chiste de mamá. Qué original. Las gárgolas ya no estaban en el salón de baile. París no había notado el interior antes; había estado un poco demasiado ocupado en lograr que no le patearan el culo. Ahora echó una mirada alrededor. Estaba oscuro, ruinoso como el resto del lugar, con sangre seca en las paredes y huesos arrojados al azar alrededor.

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Por los escalones que subían, la alfombra raída en múltiples lugares. Según subías había estatuas, una buena cantidad de malditas estatuas. Masculinas, femeninas, viejos, jóvenes. La única cosa que tenían en común eran sus expresiones de horror. —Asumo que estarás ocupado por algunas horas, ya que sospecho cuánto tiempo estará inconsciente y tú podrás obrar de acuerdo a tus inclinaciones. —William rozó sus dedos sobre un gran par de pechos de alabastro—. Quiero decir que esa es la razón por la que no estoy invitado a unirme a ti, ¿verdad? —Mejor cierra la boca mientras todavía tengas una cabeza. A pesar de lo muy irritado que estaba con la sugerencia de William, pulsaciones de deseo se dispararon a través de Paris al pensar en estar solo con Sienna y tocarla tan fácilmente como William había tocado a la estatua, pequeñas llamas que no estaba seguro si apagarlas o darles la bienvenida. —Grita si me necesitas. Como, por ejemplo si ella es demasiado para ti. —Ese día nunca llegará. —París giró a la izquierda mientras el guerrero giraba a la derecha—. A propósito, si llamas a mi puerta, será mejor que te estés muriendo. Porque si no lo estás, pronto lo estarás. —Se abrió paso con el hombro dentro de la primera habitación que encontró. Su suerte se mantuvo, porque era un dormitorio amueblado. Todo lo que tenía que hacer era quitar las gruesas capas de polvo y las lonas que cubrían todo. O tal vez debería dejar las lonas. Porque cuando Sienna se despertara, esto podría convertirse en una zona de guerra.

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CAPÍTULO 12

Kane,

guardián del demonio de Desastre, no podía creer su suerte. Por lo general, su vida tomaba el Expreso hacia el infierno, tanto si había comprado un billete como si no, con rocas cayéndole sobre la cabeza, bombillas explotando y agujeros abriéndose bajo los pies. Cosas así eran las que podían arruinar la mente de un hombre, por lo que en los últimos años había desarrollado una filosofía que le había salvado la vida: Sin importar las malditas cosas que ocurrieran, iba a intentar seguir adelante. Ahora estaba realmente en el infierno, pero no estaba siendo torturado. No estaba siendo interrogado y las catástrofes no se producían. Estaba siendo adorado. Por siervas demonios, seguro, pero la adoración era la adoración, ¿no? Sus manos escamosa y con garras lo acariciaban, sus astadas cabezas se frotaban contra él suavemente, y el resto de sus cuerpos… mejor no pensarlo. «Mías» susurró Desastre dentro de la cabeza, el orgullo burbujeando a la superficie e inundando el cuerpo entero de Kane. Sí, Kane sabía que estas siervas pertenecían únicamente a Desastre. Hacía mucho, el Gran Señor vivió en esta sección del infierno, gobernándola, y después decidió dejarlo todo atrás y escapar. Y a pesar de que habían pasado miles de años desde aquel momento, la conexión no se había borrado. Los siervos, o demonios menores, habían sentido a su líder dentro de Kane y lo habían rescatado de sus atacantes. Ahora mismo, estaba sentado sobre unos recién… extraídos huesos. Vale, vale. Ese era un modo agradable de decir que los huesos habían pertenecido a los Cazadores que habían pensado en hacerle daño, y sólo hacía unos días que habían sido arrancados. Y, cuando piensas que la camisa y el pantalón de Kane estaban

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hechos de su bronceada y curtida piel -por el calor, el proceso había sido rápido-, bueno, ¿una silla de fémures? Ningún problema. Eran regalos, le habían dicho las siervas. Y él realmente no podía decir “Gracias, pero prefiero una tostadora”. A cambio, lo único que ellas querían era su esperma. Sí. Así es. Su jugo de bebés. Al parecer, su demonio había tenido un ataque de celos y, fiel a su nombre, había provocado un desastre que acabó con la existencia de los siervos masculinos. Sólo quedaron las hembras y ellas estaban desesperadas por procrear con su Gran Señor Malo favorito. Kane no había tenido sexo en siglos; el acto era simplemente demasiado arriesgado para sus parejas. Por lo que sí, tenía el cuerpo preparado y listo. Las manos de las demonios podían ser nudosas, pero todavía lo acariciaban y agarraban muy bien. La mente, sin embargo, no estaba tan dispuesta a la idea. —Atrás, señoras —ordenó. Podría haber sido más amable, claro, pero si algo había aprendido era que los demonios sólo respondían a la fuerza. Siendo amable no conseguiría una mierda. Aún así, esperó pelea. En cambio, los gemidos de decepción resonaron y el contacto cesó. Ellas obedecieron, echándose poco a poco hacia atrás. Pero se quedaron cerca, postradas, todavía a su alcance, esperando claramente que cambiara de idea. Dentro de la cabeza, Desastre merodeó con determinación, infeliz con la distancia. Las hembras le pertenecían, estaba en su derecho y quería aparearse con ellas. «Tomar» dijo. «No». Kane no era el tipo de persona que podía alejarse de sus hijos, ni aunque fueran medio demonios, y es lo que tendría que hacer en esta situación. «¡Tomar!» «Dije que no». Prefería encontrar una forma de salir de aquí. Pero cada vez que se ponía de pie, y sin importar lo que dijera mientras se levantaba, al cabo de unos segundo las hembras se le echaban encima, bajándole los pantalones hasta los tobillos. No estaba seguro de si Desastre las había entrenado para reaccionar tan rápidamente o si él era especial. De dos cosas estaba seguro. Sus amigos estarían preocupados por él y lo estarían buscando. No quería que bajaran aquí, arriesgando sus vidas cuando la suya ya no estaba en peligro. «Toma una, entonces. Sólo una».

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Ah, así que se suponía que ahora iban a negociar, ¿eh? Bueno, la respuesta seguía siendo un rotundo no. Pero… quizás podía fingir que lo haría, pensó Kane. Tal vez si escogía a una de las hembras, sólo una, tendría una mejor oportunidad de salir de la caverna. Deslizó la mirada por los arrodillados cuerpos que no paraban de retorcerse. Unas tenían cuernos que sobresalían de sus columnas, otras poseían puntiagudas alas. Algunas tenían escamas rojas, otras verdes. Más allá, se encontraba la caverna, con la sangre apelmazada sobre las dentadas rocas, los fuegos ardiendo en cada esquina y los gritos de los condenados flotando en el aire caliente y con olor a azufre. Cuando encontró un cuerpo más pequeño sin cuernos o alas y con escamas de un ligero tono jade, la señaló. —Tú. —Si por una vez en la vida, la buena suerte le sonría, ella sería un eslabón débil. Jadeos de sorpresa. Siseos de celos. —Te quiero —reiteró él. La elegida se puso de pie. Tenía las piernas torcidas, en una posición incorrecta. Sus pies eran pezuñas, y cuando sonrió, le vio la boca llena de colmillos ensangrentados. Desastre se estrelló contra el cráneo, pum, pum, desesperado por salir, tocarla, bombear en su interior. «Mía. ¡Es mía!». ¿Y cómo reaccionaría el hijo de puta cuando -hipotéticamente- Kane se la clavara? ¿Asesinaría a Kane, del mismo modo que una vez asesinó a su propia gente? Probablemente. Porque si se las arreglaba para terminar con la vida de Kane, podría permanecer aquí, un lugar del cual una vez había luchado por escapar pero que ahora se daba cuenta de su error. Seguramente, si eso pasaba, Desastre acabaría enloquecido por la pérdida de su anfitrión humano, pero el demonio sería libre de joder con quienquiera que deseara, absolutamente solo. Hablando de joder. La Chica Demonio cojeaba hacia el trono, y el licencioso brillo en sus ojos sugería que tenía la intención de montar a Kane como un caballo de carnaval en cuanto le alcanzara, mientras todas miraban. Pum, pum. Desastre estaba de acuerdo con eso. Kane sacudió la cabeza y extendió la mano, con la palma hacia arriba, para detener su avance. —No, lo siento. No te acerques más. Una mueca tiró de las esquinas de su boca mientras ella obedecía.

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—Privacidad —dijo. Pum, pum. Más fuerte, más rápido—. Quiero... tomarte en una tienda. —No estaba seguro que vocabulario entenderían estas demonios. —¿Maessssstro? —Su bífida lengua golpeó sobre sus también delgados labios. —No te tomaré aquí fuera —O en otra parte. Pum, pum. ¡Maldita sea! Su demonio tenía que calmarse—. Así que, constrúyeme una tienda —Pum —. Todas vosotras —Pum. Y diablos, tal vez, con su actual racha de buena suerte, no tendría que esperar a que la terminaran. Quizás las hembras estarían tan distraídas durante la construcción, que podría salir de la caverna, gritando, silbando, haciendo cualquier cosa y ellas no se enterarían. —¿Tienda? —preguntó ella, aún claramente confusa. —Sí. Quiero una. Construid la tienda ahora y podréis tener bebés más tarde. — Con algún otro. ¡Pum! ¡Pum! La mayor parte de las siervas se marcharon a toda velocidad para juntar las provisiones necesarias, empujándose las unas a las otras en el camino, pero algunas rezagadas permanecieron atrás, mirándolo fijamente. Y por algunas, quería decir poco más de cien. Él suspiró. Así que, nada de pisotones, gritos ni silbidos a la salida. Deseó parecerse más a Paris. Ojala pudiera revolcarse con ellas -en la cama y fuera de ella- y ser más fuerte por ello, quedándose emocionalmente distanciado e indiferente con las consecuencias. Por supuesto, entonces también sería un drogadicto obsesionado por encontrar a la mujer que había intentado matarlo pero, en este momento, las drogas y la obsesión parecían un cambio agradable. ¡Y joder! Cuando volviera a casa, le iban a tomar despiadadamente el pelo sobre su preciosa semilla, su harén de necesitadas chicas y su negativa a fertilizar su pequeña parcela de petunias. Vamos con ello, chicos. Al menos estaría en casa. «Casa…». La palabra le hizo eco en la mente y una oleada de aprensión lo golpeó. Algo estaba punto de pasar, comprendió con un vuelco en el estómago. Algo terrible estaba a punto de pasar. Un desastre… una tragedia de la peor calaña… dentro de la fortaleza de Buda, donde todos los Señores y sus parejas vivían. Su fortaleza. Su demonio lo sabía, lo sentía, y a su vez, Kane también. Se puso de pie y corrió hacia la salida, sin frenar cuando un montón de hembras se le echaron encima y lo agarraron durante el camino.

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CAPÍTULO 13

Viola

siguió al magnífico guerrero llamado Maddox mientras acarreaba a su muy embarazada esposa, Ashlyn, escaleras arriba, pasando por los retratos de sus amigos desnudos sosteniendo cintas de colores del arco iris y ositos de peluche. Esta era la cuarta vez que los residentes de Budapest la habían endosado a otra persona, y no podía entender por qué nadie quería pasar más tiempo con ella. Había pasado de Lucien a Anya, a quien había conocido siglos atrás en el Tártaro. Habían sido compañeras en las celdas del bloque B. Anya siempre estuvo celosa de ella, por supuesto. ¿Quién no lo estuvo… y lo estaba? Hoy temprano, la diosa menor había fingido no reconocerla, pero Viola había pillado la mentira por lo que era. Una súplica para escuchar todo sobre la maravillosa vida de Viola. Una hora más tarde, Anya la había entregado a Reyes y su Danika. Viola seguía dándole vueltas a las palabras de despida de Anya a la pareja. “Aquí tienes. Tómala. Y de nada. No necesitarás apuñalarte a ti mismo para complacer a tu demonio por lo menos durante un año, Reyes”. ¿Cómo, se suponía, iba a complacer a un demonio que gozaba con el sufrimiento como Reyes? Él estaba poseído por el demonio del Dolor, sin embargo ella era perfectamente… perfecta, una alegría para mirar y escuchar, una auténtica fuente de brillantes perlas de sabiduría de incalculable valor. Con un agudo sentido de la moda y un don para la decoración del hogar. Hablando de aquellas pequeñas aptitudes, ya había decidido darles buen uso. De ahora en adelante, vestiría a todos los presente, así como rediseñaría el interior y exterior de la mansión. Y ni siquiera iba a cobrarles… más que unos pocos cientos de miles. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras la mano revoloteaba sobre el corazón. Era tan generosa.

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En cierta época, siglos atrás, había hecho algo no tan espléndido que la catapultó a una espiral de vergüenza, pero no podía recordar qué era ese algo. Nunca lo hizo. Su demonio almacenaba los recuerdos negativos, ocultándolos de ella. Cualquier cosa para continuar su historia de amor consigo misma. Como si ella alguna vez pudiera ponerle fin. En cualquier caso. Una hora más hablando, y Reyes la había entregado al ángel de Aeron, Olivia. Y quince minutos después, Olivia le sugirió dulcemente a Viola que no debía negar el placer de su compañía a Maddox. Cinco gloriosos (para él) minutos más tarde, Maddox se alejó pisando fuerte, murmurando algo sobre buscar a su esposa y que Viola podría unirse a él si tanto insistía. Así que, aquí estaban, dirigiéndose al dormitorio de la pareja. —Estoy segura de que podría improvisar una especie de silla mecánica que transportara a tu esposa —dijo Viola al guerrero. Él iba sin camisa y el tatuaje carmesí de la mariposa que se extendía a través de sus omoplatos -la marca de su demonioparecía fruncir el ceño hacia ella—. Soy hábil con las herramientas, como habrás adivinado, y tu espalda se tensa, probablemente forzada por su enorme peso. Ashlyn sofocó una risita con la mano, pero falló en sofocar el gruñido de Maddox con la otra. —Ella es ligera como una pluma —gruñó—. Disfruto llevándola. También disfruto teniéndola toda para mí solo. —Bien, pero eso acabará con tu espalda. En pocos años, probablemente tengas que usar un aparato ortopédico. —Oh, sí. Su tatuaje realmente le fruncía el ceño. Una cara retorcida, esquelética se había formado entre las alas, los colmillos extendiéndose desde una diminuta boca. Los bordes de las afiladas alas acabadas en puntas y parecidas a dagas, se rizaron hacia ella. Muy chulo, pero de ninguna manera comparable al suyo. La parte frontal de su mariposa se extendía a lo largo del pecho, estómago y piernas. La parte trasera, a lo largo de los hombros, muslos y pantorrillas. Un tatuaje de cuerpo entero que brillaba con el resplandor de rosados diamantes triturados. Los ojos color miel de Ashlyn se encontraron con ella sobre los musculosos hombros de Maddox. —Él no intenta deshacerse de ti… —Sí, lo hago —dijo Maddox. —… simplemente está irritable —terminó la humana. La frente de Viola se arrugó mientras intentaba entender porque la pobre y confundida mujer embarazada podía haber pensado una idea tan absurda.

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¿Deshacerse de ella? Por favor. Hombres, mujeres y niños, mortales e inmortales, luchaban por mantenerla a su lado. —Que tu linda cabecita no se preocupe por mí. —¿No era eso lo que los humanos se decían unos a los otros para demostrar que no se sentían ofendidos por sus ideas estúpidas?—. Estoy segura que él simplemente está abrumado por mi magnificencia. Maddox fue el único en fruncir el ceño en esta ocasión, lanzándole una oscura mirada antes de detenerse frente a un puerta cerrada. Pero entonces Ashlyn se rió tontamente y su mirada saltó a su cara. Todo el cuerpo se le ablandó, derritiéndose como un cubito de hielo en el calor de verano. Una punzada golpeó el pecho de Viola. Echó la vista atrás, pero no podía recordar a nadie mirándola nunca así, como si ella fuera el sol de la mañana, la luna de medianoche y todas las estrellas encaramadas en el cielo infinito. Incluso aunque ella había tenido miles -¡no, millones y millones!- de admiradores. —¿Dónde está tu perro? —preguntó Ashlyn. —Princesa Fluffikans explora este nuevo entorno sin ningún impedimento de mamá. —Eso explica los gritos de abajo —murmuró Maddox. Ashlyn besó a su marido en los labios y luego extendió la mano para girar el pomo. La puerta se abrió y Maddox la llevó al interior. El aire fresco y limpio llegó hasta Viola. Por costumbre, exploró cada centímetro de un solo barrido, buscando todos los espejos y superficies reflectantes. A la izquierda había una tocador, y tomó nota mental para evitarlo, incluso mientras su demonio la impulsaba a cerrar la distancia… a echar un pequeñito y minúsculo vistazo… sólo uno, sólo durante un segundo, porque ella se veía tan hermosa… Apretó los dientes. Flores cubiertas de rocío se derramaban desde jarrones de colores colocados sobre cada mueble del cuarto excepto en la cama. Aunque había flores tejidas en los postes de la cama de hierro forjado, trepadoras y adherentes como la hiedra. Un cuadro colgaba en el centro de la pared del fondo. ¡Y dulce cielo! Viola se acercó a la cosa despacio. La atención al detalle era impresionante. Ella sólo podía mirar un poco a la vez, estudiando una pequeña sección, apartando la vista, luego volviendo para estudiar otra, repitiendo el proceso una y otra vez hasta que hubo abordado el último centímetro. En él, Ashlyn descansaba en un frondoso jardín, con pétalos de flores en el pelo, cubriendo su cuerpo y lloviendo a su alrededor. Pero los pétalos no eran en realidad pétalos; eran caras. Muchas caras. Los guerreros de este lugar, sus mujeres, rostros que Viola no reconoció y otros que sí… incluyendo el suyo. Rápidamente apartó la

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mirada de su propia imagen, decidiendo reflexionar sobre su presencia en un momento más seguro. Uno de los brazos de Ashlyn estaba desnudo, su piel tatuada hasta el codo. Llamas y copos de nieve se entrelazaban, y mientras que las llamas deberían haber derretido los copos y los copos deberían haber sofocado las llamas, los dos de algún modo se alimentaban el uno del otro, creciendo en colores e intensidad cuanto más alto de su brazo se movían. Había un pulido estanque frente a ella y Maddox la miraba detenidamente desde sus oscuras profundidades. Ashlyn se extendía por él con el brazo tatuado y un anillo de plata se enroscaba en el dedo índice, brillando majestuosamente. Las terminaciones nerviosas de Viola cosquillearon. Había visto pinturas como ésta antes, pero no podía recordar donde o cuando. Lo que sí sabía era que cada color, cada cara, cada centímetro, significaba algo. En serio. Esto era el simbolismo en su máxima expresión. Sólo que ella no sabía descifrarlo. —¿Quién pintó esto? —preguntó con inconfundible asombro. Se enderezó y se apartó del cuadro antes de perderse horas y horas dándole vueltas a la cosa. Igual que se perdía horas y horas siempre que veía su propia imagen. —Danika, la mujer de Reyes —refunfuñó Maddox. Danika. Hmmm. Ahora que la pintura estaba tras ella, Viola se permitió reflexionar su inclusión en la misma. Se había encontrado con Danika por primera vez esta mañana. La mujer parecía humana, pero después de ver esto, sabía que tenía que haber algo más en ella. —Es una pieza exquisita. —Su trabajo siempre lo es —indicó Ashlyn con orgullo. —¿Ella ve el futuro? —No hablaremos de esto —dijo Maddox. Por lo tanto sí, lo hacía. —Querrá pintar uno de mí sola, por supuesto. Tendré que comprobar mi agenda y asegurarme de tener tiempo de posar para ella. —Si no, buscaré tiempo. Debo hacerle preguntas. Debo aprender más sobre mí. Otra risita tonta de Ashlyn. Otro ceño de Maddox. Él había colocado a su mujer sobre la cama y había remetido las mantas a su alrededor. Ahora le alisaba el pelo de la frente, tan suavemente como si estuviera cuidando a un frágil bebé. —¿Qué necesitas, cariño? Nómbralo y es tuyo.

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Dedos delicados frotaron aquel vientre hinchado incluso mientras una suave sonrisa jugaba en sus gruesos labios. —Realmente, realmente me gustaría una naranja. Aunque solo una, esta vez. La última vez que tuve este antojo, me trajiste un naranjal entero. —Te traeré la mejor y más suculenta naranja que hayas probado nunca —Le acarició la mejilla durante un momento, como si no pudiera soportar apartar los ojos de ella. Entonces se obligó a hacerlo y le lanzó a Viola una mirada amenazante. —La protegerás con tu vida. Y si le haces daño, aunque sea por accidente… — Sus manos se cerraron en puños a los costados. —¿No puedes pensar en nada lo bastante vil? —Viola caviló durante un momento—. ¿Puedo sugerir el destripamiento? Podrías colgarme del techo con mis propios intestinos. Sería realmente aterrador. Él la miró boquiabierto. —Aunque te advierto. Los intestinos son de color rosa y el rosa es el color que más me favorece. Espera. ¿A quién estoy engañando? Todos los colores me favorecen. Así que, si eliges esa forma, estate preparado para enamorarte de mí de nuevo. Su boca se cerró de golpe y una mueca retorció sus labios. —Decidido. Me quedo. Viola, tú ve a buscar la naranja. —De ninguna manera. A no ser que vayamos juntos y tú me lleves. —Todo ese paseo había hecho que los pies le palpitaran. Él miró la puerta, luego a Viola, después a la puerta y a Viola otra vez. Oh, vamos. —Tu ángel residente ya te dijo que soy pura de corazón, que se puede confiar en mí y blah, blah, blah. —Eso sorprendió a Viola, porque no estaba segura de que alguna vez hubiera sido pura de corazón. El hecho de que los guerreros creyeron a la chica de cabellos oscuros sin dudarlo un instante, realmente la había sorprendido. Supuestamente, eran los seres más suspicaces del planeta—. Oh, y tráeme una naranja también, pero ponla al lado de una hamburguesa y patatas fritas. Me salté el almuerzo. Después de emitir unas cuantas amenazas más a su vida, finalmente él salió del cuarto. —Espantosa mamá sobre protectora —murmuró—. ¡Caray! —¿Nunca has estado enamorada? —preguntó Ashlyn. —¡Hola! No soy idiota.

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—¿Eso es un sí, entonces? —Hmmm, sí, eso es un no. Una suave sonrisa recibió la vehemencia. —¿Por qué tanto horror ante la perspectiva? El dolor en el pecho volvió. Frotó y frotó, casi despellejando la camisa y la piel de debajo, pero el maldito dolor persistió. —No lo sé. —Hora de cambiar de tema—. Estoy pensando en planear una noche de solteros, aquí en mi nuevo hogar, —cruzó los dedos para que fuera para siempre— y permitir que los guerreros libres me hagan la corte. —Camino hasta la cama y se sentó en el borde—. Tal vez una especie de “cita rápida”, ya que por lo general no puedo soportar a un hombre durante más de unos minutos seguidos. Después, daré a los que más me gusten una rosa y los demás tendrán que empaquetar sus cosas y abandonar la fortaleza de forma permanente. —Hmmm. Bueno. —Ashlyn se dio unos toquecitos con el dedo en la barbilla, las comisuras de sus labios estirándose como si luchara contra otra sonrisa—. Lo creas o no, sólo hay unos cuantos solteros. —¿Como quién? —Bien, vamos a ver. Está Torin. Su imagen apareció en la mente de Viola. Pelo blanco, cejas negras, brillantes ojos verdes. Una hermosa cara y un cuerpo musculoso. —Servirá. Puedes seguir. —Bueno, no es que no sea maravilloso, pero debo advertirte que hay un posible inconveniente para salir con él. Es el guardián de Enfermedad y no puede tocar piel con piel a otro ser vivo sin provocar una plaga. Tú no enfermarías porque eres inmortal, pero a su vez tampoco podrías tocar a otro ser vivo sin pasarle la enfermedad. Aparte de él, claro está. Viola se frotó la lengua contra el cielo del paladar. —Tienes razón. No enfermaría si lo tocara. Estoy segura que notaste lo increíble que es mi sistema inmunológico. Pero aún así, no sé si quiero a alguien tan imperfecto adorándome en mi templo. ¿Quién más hay? —Está Kane, pero él es… —La tristeza ensombreció los ambarinos ojos de Ashlyn—. No le van las citas. Dice que no merecen el esfuerzo. —Cambiaría de idea por mí, por supuesto, pero no es por eso que estás triste ¿verdad? Creo haber escuchado algo sobre que está desaparecido. —Sí.

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—No te preocupes. En cuanto se entere que estoy aquí, encontrará la forma de regresar. Incluso si está muerto. No me gusta presumir, pero ya ha pasado un par de veces antes. Voy a Vociferar un poquito y ¡boom! La carrera para llegar hasta mí empezará. En lugar de animar a la chica, sus garantías arrojaron preocupación a la tormenta de su tristeza. —Eh, se supone que no puedes Vociferar —dijo Ashlyn—. ¿Recuerdas? Los hombros de Viola se hundieron. Era cierto. Cinco minutos después de llegar aquí, Lucien la había arrastrado al dormitorio del delicioso Torin y le había dicho al tipo que comprobara su blog y página web… obviamente él era el experto en ordenadores. Más tarde, ambos hombres emitieron la misma advertencia. Vociferaba o mandaba cualquier mensaje sobre su ubicación o sus nuevos mejores amigos y nunca le permitirían volver. —¿Quién más? —preguntó. Ashlyn se mordisqueó el labio inferior. —Está Cameo, pero estoy bastante segura de que a ella le gustan los hombres. Viola sacudió la cabeza. —Podría hacerla cambiar de opinión, sin ningún problema, pero estoy fuera de esa etapa en mi vida. ¿Quién más? —William el Siempre Calenturiento. No es el guardián de ningún demonio, pero es una especie de inmortal. William el Pícaro Chico Juguete. Oh, sí, lo conocía. Como con Anya, se había encontrado con él en el Tártaro. —Es más que inmortal, pero da igual. —También era arrogante, engreído y sumamente molesto—. Lo pondré en la lista del quizás. —¿Más que inmortal? ¿Qué significa eso? Un par de veces aseguró que es una especie de dios, pero siempre asumí que estaba alardeando, adornando la verdad. ¿Qué…? —Basta de hablar de él. Estamos hablando de mí. ¿Con quién más me puedo citar? Ashlyn volvió a mordisquearse el labio. —Tenemos a Paris, pero está algo obsesionado con otra mujer en estos momentos.

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—La muerta. Sí, lo sé. Aún así, podría hacerle cambiar de opinión, pero no quiero, porque… —Había una razón, ¿verdad? Mientras Viola consideraba la respuesta, rechinó los dientes. Paris le había preguntado cómo podía ver a los muertos y ella se lo había dicho. Entonces, le preguntó algo más pero Lucien llegó y su conversación terminó. ¿Qué le había preguntado? Ella se concentró en la pasada conversación y los ojos se le agrandaron cuando la respuesta por fin le llegó. Consecuencias. Había querido saber si había consecuencias si se tatuaba con las cenizas de Sienna. Ups. Le había dejado irse sin decirle que sí, que las habría. Oh, bueno. Ese era su problema. No el suyo.

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CAPÍTULO 14

Aturdida, Sienna caminaba por un largo pasillo. Al igual que su pasado se había proyectado en las paredes del castillo, el pasado de Paris se proyectaba aquí, un concierto de colores, rostros, voces… extremidades. A ambos lados, por encima y por debajo de ellas, las mujeres se retorcían, tantísimas mujeres. Al principio, las veía sonreír, las oía reír, cada una impaciente por lo que él ofrecía, enamorándose rápidamente de su encantadora fachada. ¿Y por qué no? Independientemente de lo que ellas querían, él se lo daba. Un toque, un beso, una lamedura. Una cabalgada suave. Una dura embestida. Les hacía el amor a todas, sabía exactamente donde acariciar y lamer para dar el máximo placer. Sabía la cantidad justa de presión que usar para amasar sus pechos y muslos. Suave para algunas, con firmeza para las otras. Sabía en qué posición colocarlas. Sobre su espalda, sobre sus manos y rodillas, boca arriba, boca abajo. Sabía que unas lo querían lento y otras lo querían rápido. Y ellas lo amaron por ello, su placer sin igual. Entonces él las dejaba y ellas lloraban con desgarradores sollozos, los cuerpos sacudiéndose, los corazones rompiéndose mientras la pena las vencía. Entremezclados entre las féminas había hombres. Paris también había estado con hombres y los había dejado en las mismas condiciones que a las mujeres. Ellos lo querían, y aunque no era su preferencia, él los tomaba para sobrevivir. Después, le rogaban que se quedara y él los abandonaba. Una mujer, Susan, era una belleza por la que él realmente se había preocupado. Había intentado hacer funcionar su relación, pero Paris, siendo Paris, la había herido del peor modo, escogiendo como siempre la supervivencia por encima del corazón. Cuando Sienna capturó una imagen de sí misma, se detuvo y jadeó. Allí, prácticamente eclipsado por otras imágenes, Paris estaba atado a la mesa de su jefe,

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desnudo, las luces apagadas y con ella encima de él. No necesitaba que la visión le sirviera como un recordatorio. Ella nunca lo olvidaría. Había sido incapaz de verlo, necesitando la oscuridad para relajarse, y él había alternado entre intentar morderla, odiarla, odiarse a sí mismo y ayudarla, moviendo las caderas para aumentar el placer. Ahora, sin embargo, veía dentro de su mente. Una parte de él esperaba castigarla después. Otra parte -la más profunda, la parte más secreta- quería aferrarse a ella y nunca dejarla ir. Para él, a diferencia de cualquier otra, ella había sido un bálsamo. Las náuseas se elevaron, amenazando con estallar. Él había pensado en cosas tan hermosas sobre ella y aún así, lo había condenado. Ira se estrelló contra el lóbulo frontal, instándola a seguir. A ver más, a verlo todo. Ella tropezó, con los pies tan pesados como rocas. Otras escenas dejaron paso a las imágenes de ella y Paris, y alguien debió de subir el volumen porque de repente escucho gruñidos, gemidos, quejidos y gritos. Gritos de placer, de dolor y hasta de furia. Se lanzaron acusaciones seguido de súplica. Súplicas a las que siguieron maldiciones. A veces, cuando París no podía encontrar a nadie dispuesto a estar con él, su fuerza tendía a desvanecerse, su voluntad para vivir se marchitaba y su demonio se liberaba de sus riendas. Un oscuro y rico olor manaba de los poros de Paris, embriagando a todos los que estuvieran a su alrededor, atrayéndolos más cerca. Esas personas acudían a él, a pesar de sus reticencias o su desagrado por el sexo ocasional. Ellos lo tomarían o le permitirían tomarlos. Cuando eso ocurría, Paris siempre luchaba contra una intensa culpa, porque sabía la vileza que estaba cometiendo… pero tomando lo que le ofrecían de todos modos. Esos compañeros de cama no lloraban cuando se marchaba. Lo observaban con ojos entrecerrados, detestándolo, avergonzados por lo que habían hecho y horrorizados por lo que pronto perderían. El respeto de un ser amado. Él había roto matrimonios, había cometido adulterio y habían realizado actos sexuales que lo dejaron frío y conmocionado. Entonces permitía que esos mismos actos sexuales se realizaran en él. Una especia de autoimpuesto castigo, pensó ella. Todo esto se lo podía haber imaginado. Pero, ¿lo que la sorprendía? Que él se odiaba a sí mismo mucho más que todos los humanos que alguna vez tuvo o pudo haber tenido. Oh, Paris, pensó. Él era el cielo e infierno, tal como Ira había dicho, envuelto junto en un paquete exquisito.

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Sienna quería taparse los ojos para bloquear las imágenes. Quería gritar, gritar y gritar para bloquear los sonidos. Toda la gente lloraba ahora. Incluso Paris. Sus lágrimas goteaban del techo, cayendo y golpeando sobre ella. Pero mantuvo las manos a los costados y la boca permaneció cerrada, moviendo los pies de forma automática. Ya no tenía el cuerpo conectado al cerebro. Ira quería que ella supiera, así que ella sabría. El volumen subió otro nivel, un rotundo chillido a la izquierda, escalofriante, repugnante. Todas las lágrimas cesaron. Otro chillido sonó, y a continuación, escena tras escena de batallas cobraron vida. La sangre, un lienzo de color escarlata. Espadas que brillaban amenazantes. Armas que disparaban una tras otra. Bombas explotando. Miembros que se separaban de los cuerpos, tripas que se derramaban. Muerte, tanta muerte. Cada una ocasionada por Paris. Paris, el repartidor FedEx3 de Placer y Fatalidad. Sin embargo, aquí no había culpa. No había vergüenza. Sólo fría y dura lógica. Matar o morir. No había espacio para emociones o remordimientos. Ninguna esperanza de algo mejor. Esto era todo; la carta con la que constantemente debía jugar. Luchar por lo que quería o enroscarse y morir. Él no se enroscaría y moriría. A pesar de que el propio demonio de Sienna parecía gustarle Paris en cierta medida, Ira, siendo Ira, todavía esperaba castigarlo por todos los males que había cometido. El demonio la instaba a dormir con Paris y abandonarlo. A romperle el corazón. A hacerle sollozar y rogarle por otra oportunidad. Luego, por supuesto, vendrían las puñaladas, el herirlo como él había herido a otros. ¡No! No, no, no. Ella se soltó de la cuerda que el demonio había utilizado para atarla a su voluntad y aplanó las manos contra el estómago, como si la insignificante acción pudiera calmar las náuseas que todavía se producían allí. —No lo castigaré —gritó, orgullosa de su fuerza y convicción. París había hecho todas aquellas cosas, sí. Y no, no tenía ningún perdón. Aunque hubiera estado bajo la malvada influencia de la criatura dentro de él, era responsable de sus propias decisiones. Podría haber encontrado otra forma. Pero ¿quién era ella para condenar a nadie? ¿Había encontrado ella otra forma? No. Ira no ofreció ningún comentario, y ella frunció el ceño. Eso era raro en él. Por lo general, lanzaba ataques hasta que ella se derrumbaba. Pero entonces, tal vez Aeron, el antiguo guardián de Ira, ya había peleado y ganado esta particular cruzada. Después de todo, Aeron y Paris habían vivido juntos durante siglos, tiempo suficiente 3 Compañía aérea de transporte de paquetes y logística de origen estadounidense, con cobertura internacional. (N.T.)

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para que el demonio o bien hubiera recibido una muestra de lo que deseaba o había sido reprendido hasta la sumisión. Si alguna vez se encontraba con Aeron -y si él podía verla y no intentaba matarla- se lo preguntaría. También haría algo para devolverle a Ira, a pesar de que tal acción la mataría. —Sienna. —El calor fue a la deriva sobre la mejilla, deslizándose a lo largo de la mandíbula. Sus terminaciones nerviosas se animaron, lanzándose de nuevo a la vida, provocando que la piel hormigueara. —Despiértate para mí. Venga, eso es, así se hace. Sí. Esa voz… sexual y primordial, flagrante en su masculinidad… le hacía señas con el dedo para que continuara. A donde la voz se originaba, al placer que le esperaba. Tanto placer. Ella parpadeó y abrió los ojos. Las cosas estaban borrosas al principio, pero cuanto más parpadeaba, mejor veía. Estaba en el interior de uno de los dormitorios del segundo piso del castillo. El aire olía a rancio y aún así también a chocolate y… Paris se alzaba sobre ella, mirándola detenidamente. El aliento se le atascó en la garganta. Era tan hermoso, su rostro perfectamente cincelado. Podría seducir a cualquiera, dondequiera. Su pelo era del más rico tono negro, del más puro tono castaño, con rubias hebras entretejidas, como de oro. Sus ojos claros y lascivos, con pestañas tan espesas y negras que pesaban para sus párpados, manteniéndolos medio cerrados, siempre en un tentador “ven a la cama”. Sus labios eran exuberantes y rojos, quizás la parte más decadente de un hombre ya de por sí decadente. Su piel parecía diamantes triturados mezclados con miel y nata líquida. Pálida, aunque besada por el brillo del sol. Tenía algunos rasguños y sombras bajo los ojos, pero eso tampoco actuaban como una imperfección. Simplemente realzaban su atractivo, añadiendo profundidad. Amante, guerrero… protector con aquellos que escogía. Y estaba aquí. Con ella. —¿Cómo te sientes? —le preguntó él, las palabras ásperas, como si tuviera fragmentos de vidrio clavados en la garganta. ¿Era una nota de preocupación lo que detectó? Si era así, esto debía de ser una alucinación. Paris no se preocuparía por su bienestar. No después de todo lo que había pasado entre ellos. Con mano temblorosa, la extendió y presionó los dedos en sus mejillas sonrosadas. Sólido, caliente. Real. Ella jadeó sorprendida. —Realmente estás aquí.

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—Sí. Yo… Sí —Sus pupilas se dilataron, ocultando todo el azul como una negra telaraña, antes de volver a su lugar—. ¿Cómo te sientes? —Bien. —Sentía una leve punzada en el estómago, un definido dolor en las alas, pero nada que no fuera manejable. Un beneficio adicional por ser una muerta viviente además de la anfitriona de Ira, supuso. No importaba la gravedad de las heridas, la muerte no tenía ningún control sobre ella y se curaba rápidamente. —Te he limpiado y vendado lo peor de tus heridas. —La culpa se traslucía en su tono y un rubor más profundo floreció en sus mejillas. Aquellas pupilas se dilataron otra vez, quedándose de esa forma… no, se retraían de nuevo. Nunca había visto a unos ojos hacer eso. —Gracias. —Se pasó la mano por el pelo, haciendo una mueca cuando lo encontró enredado. Debía parecer una completa mierda—. ¿Y tú? ¿Cómo estás? — Su pregunta tembló con la misma intensidad que la mano. —Bien —repitió él, sin ofrecer más de lo que ella había ofrecido. Paris se enderezó, aumentando la distancia entre ellos, aunque su cadera permaneció apretada contra la suya. Uno de sus brazos se deslizó hacia delante y se detuvo en el costado del pecho, soportando la mayor parte de su peso. Se quedaron así durante un buen rato, en silencio, mirándose el uno al otro y después apartando la mirada. Esto era… raro. Muy, muy incómodo. No se habían visto en mucho tiempo y la última vez que lo hicieron, pues las cosas no habían acabado bien. Nadie más que tú tiene la culpa, pensó con tristeza. —Han pasado muchas cosas desde que estuvimos juntos por última vez — comenzó él, y luego se quedó callado como si pensara en todo lo que había ocurrido. —Sí — concordó ella, a pesar de que había pasado mucho tiempo pensándolo ya. —Sé que te dieron un demonio. Lo que no sé es como lo controlas —dijo él, mirando a algún lugar lejos, más allá de su hombro. —Tenemos nuestros momentos. —¿Te muestra los pecados de otros? —Sí. —¿Y te obliga a castigar a los malhechores? —Sí. Él asintió con la cabeza.

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—Aeron, el tipo que tenía a Ira antes de que tú, solía odiar eso. Se resistía tanto tiempo como podía. —Y luego Ira lo alcanzaba —murmuró ella. —Sí. —Tengo el mismo problema. —Por lo general, veía los pecados de una persona mientras estaba despierta y las cosas progresaban desde allí. Luchaba contra los impulsos y ganaba, o luchaba contra los impulsos y perdía. No estaba segura de lo que había hecho cuando había visto las transgresiones de Paris mientras dormía. Siguió otro ataque de incómodo silencio. Había tanto que decir, pero no sabía por dónde empezar. —París —susurró al mismo tiempo que él suspiraba y decía: —Sienna. Ahora se miraron fijamente el uno al otro, buscando, inseguros. Yyyyyy, otra vez reinó el silencio, tan cargado que ella podía sentir su peso presionándola más profundo en el colchón. El corazón le golpeaba a toda velocidad contra el pecho en un inútil intento de fuga. Si la maldita cosa hubiera estado enganchada a un batería, habría tirado del enchufe. Cualquier cosa para aliviar este suspense, esta sensación de ansiedad, este miedo de hacer huir a Paris que le impedía decirle todo lo que se había imaginado que le diría. —Tú primero —dijo él, un músculo palpitando en su mandíbula. Muy bien. Podía hacer esto. Podía. —Sólo me preguntaba cómo has llegado aquí y por qué… por qué viniste a por mí. —Y definitivamente él había venido a por ella y solo por ella. ¿Por qué si no iba a haber gritado su nombre así? ¿Esperaba castigarla por lo que una vez le había hecho? Sus ojos se entrecerraron. —Cambié de idea. Yo primero. Dime por qué tú viniste a por mí aquella noche en Texas, cuando William te vio a mis pies. William es mi feo amigo. —A través de los párpados entrecerrados, vio que sus iris había aumentado su frialdad, la oscuridad todavía evidente. Su expresión se volvió dura como el granito, la despiadada determinación cubriéndola. El hombre que estaba sentado frente a ella no era el que había luchado contras las Gargl para alcanzarla; no era el que le había atendido con cuidado las heridas. Y él se había preocupado de las heridas. Había sido limpiada y vendada, tal y como él había dicho.

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No, el hombre que se sentaba frente a ella era el que había conocido en Roma. El que la había besado un minuto y despertado atado a una mesa de tortura al siguiente. El que la había maldecido con su aliento y elogiado con el siguiente. Quienquiera que fuera, no le mentiría. Jamás le mentiría de nuevo. —Necesitaba ayuda —admitió—, e Ira sabía dónde encontrarte, como alcanzarte. Él asumió el control y acabé allí a tus pies. —¿Todavía necesitas ayuda? —¿Con Ira? Sí. Él asintió con la cabeza, perdiendo aquel afilado borde de crueldad. —Lamento que no pudiera verte aquella noche. —No tienes nada por lo que pedir perdón. —Aun así —dijo después de aclararse la garganta—. Pensé que tendrías problemas para adaptarte, aunque lo haces muchísimo mejor que yo en esa etapa, por lo que le pregunté a Aeron si tenía algún consejo para ti. Me dijo que te facilitaría las cosas si alimentabas al hijo de puta un poquito cada día. Si alguien te miente, tú le devuelves la mentira. Si alguien te engaña, tú le devuelves el engaño. Si alguien te golpea, le devuelves el golpe. De que buen grado ofrecía la información. Él no se hacía de rogar. No se burlaba porque él sabía y ella no. Y Aeron no había retenido la información, cuando tenía que odiarla por haber tomado a su compañero… y ellos habían sido compañeros. Ira había sido una extensión de él, todavía lo echaba de menos incluso hoy. Sin embargo, tan agradecida como estaba por el consejo… era un modo terrible de vivir, pensó. —Gracias por esto. —De nada —dijo él rígidamente—. Entonces, ¿todavía crees que soy el mal y necesitas exterminarlo. —¡No! Tú no eres malo. —Que una vez hubiera colocado al hombre en la misma categoría que el demonio… Le avergonzaba muchísimo. Que tonta había sido. Que incrédula—. Siento haber pensado alguna vez que lo fueras. La siguiente lectura visual que le dedicó la despojó de la ropa, dejándola desnuda y temblorosa. —¿Y debería creerte? Él nunca confiaría en ella, pero ¿por qué debería hacerlo? —Estoy vinculada a Ira, así que, abrí los ojos. Por primera vez vi la verdad. Las cosas que hice… las cosas que me instó a hacer… tú has tratado con eso durante

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miles de años y todavía luchas. Duda de mí todo lo que quieras, pero te hago un juramento aquí y ahora. —Para detenerse a sí misma de tender la mano hacia él, apretó las manos a los costados—. Nunca te haré daño de nuevo. En sus entornados ojos vio manchas de ira y una llamarada de excitación. Luego, nada. Paris apartó la mirada de ella, sus ojos aterrizando sobre la única ventana del cuarto. Había una rendija entre las gruesas cortinas negras y un único rayo de luz de la luna se colaba dentro. A continuación le ofreció un duro encogimiento de hombros. —Preguntaste por qué vine a por ti. La decepción la sacudió. Una respuesta a su juramento habría sido agradable. Pero claro, no se la merecía. —Sí. —Yo… Maldita sea. No podía dejarte sufrir. Él no podía… a ella… dejarla… sufrir… oh… Se trataba de una compasión que otros no habían sido capaz de ofrecerle, así que sabía lo precioso que era. Las lágrimas saltaron de los ojos y se deslizaron por las mejillas, unas pocas al principio, después toda una inundación. Hasta que el cuerpo se le sacudió con la misma fuerza que las mujeres de aquel pasillo en el sueño. Hasta que ella no pudo ver el dormitorio o a Paris. ¿Qué pasó con echarle un par de pelotas, señora? Derrumbarse ahora, delante de él, era humillante, pero no podía parar. La vergüenza explotó, pequeños trozos arrojados a todos los rincones del cuerpo, saturándola. Durante toda su vida, sólo había sido capaz de depender de sí misma. El alcoholismo de su madre, que había comenzado justo después del rapto de Skye, había devorado todo el cariño que la mujer sentía por Sienna. Su padre, con el tiempo se fue y fundó otra familia, olvidando a la niña que había dejado atrás. Luego, en la universidad, había empezado a salir con Hugh. Él había escuchado sus historias sobre el pasado, le había ofrecido consuelo y ayuda. Le había hablado sobre él y su creencia en lo sobrenatural. Cuando ella expresó dudas, prometió mostrárselo… y lo hizo. La habían tanto asustado como emocionado al mismo tiempo, porque entonces tuvo a alguien a quien culpar por cada uno de sus problemas. ¡Qué liberador había sido! Que maravilloso comprender que su madre no tenía la culpa. Que su padre no tenía la culpa. Que ella no tenía la culpa. Que tranquilizador pensar que sus padres todavía la amarían si no fuera por el mal que los Señores habían traído al mundo. O sí, había saltado de cabeza al juego del “bien contra el mal”. Y sin embargo, los Cazadores la habían abatido a tiros para alcanzar a Paris.

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Paris, que no quería que ella sufriera. Los sollozos le surgían con tanta fuerza que pronto tuvo hipo y los fluidos en los ojos y la nariz corriendo libremente, y eso envío la vergüenza a un nuevo nivel. Fornidos brazos la envolvieron, cuidadosos de no rozar contra las frágiles alas, levantándola, atrayéndola contra un cálido y musculoso pecho. El latido de su corazón latía tan rápido como el de ella. Y por si no lo sabías, eso la hizo llorar aún más fuerte. —Cálmate —le ordenó, claramente incómodo. Y wow. Pensaría que un hombre que había estado con tantas mujeres como Paris sabría con exactitud cuando una se acercaba al histerismo, pero no. Le dio de nuevo una pequeña y tosca palmadita en la espalda y luego la fulminó con la mirada cuando ella no le obedeció. ¿Cómo podía él no querer que ella sufriera? ¿Cómo alguna vez pudo ella haberlo juzgado tan severamente? —Sienna. Detén esto. —No… puedo… parar. Te hice… cosas tan… terribles… y tú. Y tú… estás aquí. Y eres tan amable. Una pausa, como si él no pudiera digerir las palabras. Entonces, con mucho cuidado, dijo: —Pero yo también te hice cosas terribles, ¿no es así?

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CAPÍTULO 15

Sienna se ordenó a sí misma callar, aprisionar fuertemente las palabras, pero éstas salieron por propia voluntad. —Tú ibas a tener sexo conmigo y alejarte. No es el comportamiento más cortés, pero no justifica que te drogaran, torturaran y casi asesinaran. Te engañé, les permití hacerte daño. Y luego te violé. Creo que te violé —se atragantó, pero aún así las palabras siguieron llegando—. Lo siento, Paris. Lo siento muchísimo. Sé que eso no es suficiente. Nada de lo que te diga será suficiente, pero… —Sienna. —Lo siento. De veras. Y después, cuando morí, te culpé, pero no fue culpa tuya. Te dije que te odiaba y me siento muy mal por ello también. No te merecías nada de eso. Otra pausa. Sus manos comenzaron a bajar por la espalda de ella, acariciándola, antes de subir de nuevo, calmándola. —No me violaste —dijo él, y hubo un matiz sorprendente de diversión en el tono —. Te deseaba. Te deseaba desesperadamente, aún cuando no quería hacerlo —o tal vez ella se había imaginado la diversión. El timbre ahora era áspero y ronco. —Me acosté contigo porque me lo dijeron, porque quería destruirte —señaló ella. —Me acosté contigo para fortalecerme. —Pero aún así te deseaba —añadió ella en un suave susurro. La yema de los dedos de él presionaron los músculos justo debajo de donde le crecían las alas, pero la presión se alivió demasiado rápido. —Y pese a todo, yo aún te deseaba. Ese fue uno de los motivos por los que te llevé conmigo cuando me escapé, porque quería estar contigo otra vez.

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Otro sollozo la abandonó. —Pensé que me usaste como escudo, y yo… yo… —Bueno, mierda. Los sollozos se volvieron tan intensos que las cuerdas vocales por fin se le bloquearon. Él le presionó un beso en la sien. —No te usé como escudo. No intencionadamente, al menos. Siento que las cosas terminaran así, lo siento muchísimo. Si te ayuda, me he castigado a mí mismo miles de veces, y probablemente me castigaré mil más. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, te habría dejado allí… y habría vuelto a por ti más tarde. Lo último lo dijo tímidamente, como si temiera su reacción a tal verdad. —Me alegro. Transcurrió una eternidad justo así, los dos aferrados el uno al otro, el silencio sin ser ya incómodo, sino calmante. Y, bueno. Tal vez era la única en aferrarse, pero a él parecía no importarle. Paris seguía acariciándola. No se había dado cuenta de lo mucho que había ansiado el contacto con otro cuerpo hasta este momento. Que el cuerpo perteneciera a Paris, bueno, eso lo hacía mucho mejor. Él era tan fuerte y olía tan bien que, si no tenía cuidado, pronto frotaría la mejilla contra su pecho, enterraría la nariz en su cuello y se enroscaría en torno a él como una vid. Cuando por fin se tranquilizó, se sintió agotada y se dejó caer contra él, la cabeza apoyada sobre su hombro. Tenía los ojos hinchados, pesados, la nariz tapada y la garganta en carne viva por las lágrimas. —¿Mejor? —preguntó él. —Sí, gracias. Yo… yo… Paris —separó los labios e inhaló por la boca—. A pesar de todo, viniste a ayudarme. Te pusiste en peligro. —El peligro no me importa —la voz se había vuelto brusca, como si no le gustara la dirección que había tomado la conversación. El peligro podía no ser nada para él, pero ella lo había visto con sus amigos. Ellos lo eran todo para él, y aún así los había abandonado para salvarla. Una surrealista -y aún más vergonzosa- comprensión. ¿Por qué dejaba que su renuencia la hiciera sufrir así? ¿Acaso se atrevería a esperar que él tuviera sentimientos hacia ella? ¿Qué anhelara algo más con ella? A pesar de no estar lista para dejarlo libre, hizo exactamente eso, echándose hacia atrás, tomando una profunda inspiración y captando su aroma a chocolate oscuro. Si el movimiento no hubiera alterado el ángulo de las alas, atravesándola un fuerte dolor, se habría quedado allí, saboreándolo, ahogándose en una repentina explosión de excitación durante horas.

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Frunciendo el ceño, Paris maniobró la delicada extensión de las alas a una posición más cómoda. Era infinitamente cuidadoso, cada uno de los movimientos delicados. Cuando terminó, la miró con cautela. —¿Mejor? —preguntó otra vez. Tenía que sentir algo por ella. Imposible y, aún así, posible de todas formas. —Sí, gracias —bajó la vista a las manos. Éstas agarraban la camiseta, retorciendo y arrugando la tela, y sin embargo no se había dado cuenta que las había movido. Debería preguntarle sobre sus sentimientos. Debería... —¿Por qué te alejaste de mí la primera vez que me viste? —preguntó él, su tono curioso en vez de acusatorio—. Cuando las gárgolas me tenían. —Creí que era una alucinación. Un recuerdo. Son como rollos de películas, representándose a mí alrededor en un flujo constante. El ceño de él se hizo más profundo, tirando de aquellos lozanos labios y apretándolos sobre sus perfectos dientes blancos. —¿Incluso ahora? La mirada de ella se precipitó por la habitación y sólo pudo quedarse boquiabierta. Vio la piedra resquebrajada, los retratos cubiertos por la maleza, pero ningún recuerdo. —No. Estamos solo tú y yo —probablemente porque no podían hacer que apartara la atención de Paris—. Paris, quiero contarte cosas. Sobre los Cazadores. Cosas que podrían ayudarte a ti y a tus amigos. Yo… —No —dijo, interrumpiéndola. —Pero… Él dio una brusca sacudida de cabeza. —No —repitió. —No entiendo. —No quiero que me digas nada de ellos. —Pero… ¿Por qué? —Incluso cuando estuvo montada a horcajadas sobre su desvalido cuerpo, moviéndose encima de él, incluso cuando él, con toda la razón, la culpó por su condición, no la había mirado con tanta dureza. El rojo le brillaba en los ojos, aquellas sombras de nuevo bailando por su iris. No tuvo que pensar mucho en el problema antes de que la respuesta le llegara, como una boa lista para asfixiar a su presa. Él creía que lo engañaría, que lo enviaría directamente a una trampa, y no había nada que pudiera decir para convencerlo de lo contrario. Eso dolió, pero se merecía eso y más.

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Sin saber que más hacer, rehuyó el tema. —¿Cómo puedes verme, oírme? ¿Tocarme? Antes no podías. El rojo se desvaneció, las sombras se aquietaron. Las pupilas hicieron esa cosa de dilatarse y contraerse, como tensas gomas elásticas listas para romperse. —Aprendí algunos trucos sobre los muertos —contestó—. Eso es todo. Y no compartiría aquellos trucos o cualquier otra cosa con ella; su tono lo dejó claro. Un dolor se encendió en el corazón, cayó al estómago y guillotinó cada pedazo de felicidad que su presencia había traído. —¿También aprendiste cómo romper la maldición de alguien que no puede salir de un castillo? —preguntó ella. Bien. Vuelta al trabajo. Sin interrupciones. Una terrible calma se apoderó de él. —Sabía que estabas atrapada aquí, pero todavía no estoy seguro del cómo lo estás. —¿Sabes dónde es el aquí? —Podía adivinarlo, pero las respuestas que se le ocurrían la ponían enferma. —Un reino oculto en la sección del cielo de los Titanes. Los ojos se le agrandaron. —¿Cielo? ¿En serio? Habría apostado que era algún lugar en el infierno. —¿Qué pasa cuando intentas marcharte? —Hay una especie de bloqueo invisible. Me acerco a una puerta o una ventana y me duele, si me quedo delante de una entrada demasiado tiempo, me desmayo. Pero Ira a veces… a veces toma el control y los bloqueos desaparecen. Termino fuera de los muros del castillo, aunque creo que no demasiado lejos. Y hago cosas. Cosas horribles —susurró—. Entonces regreso, no puedo detenerme. Y los bloqueos vuelven a alzarse inmediatamente. Él extendió la mano como si pensara ahuecarle la mejilla, ofrecerle consuelo. Entonces soltó un gruñido bajo y gutural y dejó caer el brazo al costado. Eso le hizo querer estallar en una nueva ronda de sollozos, pero no se permitió el lujo. Ni siquiera cuando él se levantó de golpe, fue hasta la ventana y descorrió la cortina, la distancia como un gran abismo –simbólico- entre ellos. El polvo flotó a su alrededor. Unos tirones, y Paris tenía el cristal levantado. El aire caliente y acre se deslizó dentro, picándole en la nariz. Él aguantó una hoja, extendió el brazo en la oscuridad… y no encontró resistencia. Los otros podían marcharse, comprendió. Sólo ella estaba atrapada.

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Paris deslizó la ventana en su lugar y giró para afrontarla. No volvió a su lado, sino que se inclinó hacia atrás, apoyándose en la pared. El abultamiento de sus músculos estiró el negro material de su camiseta. El pantalón le abrazaba los muslos… y una erección impresionante. ¿Era posible que… la quisiera? ¿De la forma que ella lo quería? ¿A quién tratas de engañar? Es el Señor del Sexo. Probablemente tiene esa reacción con todo el mundo. —¿Puedes dejar que Ira asuma el control de tu cuerpo sin asumir el de tu mente? —preguntó él con voz entrecortada. Sienna se obligó a mirarlo a los ojos mientras el calor le inundaba las mejillas. —Yo, eh… asume el control de ambos, pero nunca le dejo completamente. No siempre gano, pero siempre lucho contra él. —Deja de combatirlo. Déjale asumir tu cuerpo, pero intenta mantener algún tipo de sujeción a tu mente. Se le abrió la boca y luego la cerró. ¿Así como así, él quería que permitiera al ser que se alimentaba de castigar a todos, que la consumiera y que condujera todas sus acciones? —No entiendes lo que pasaría si hiciera eso. Él soltó una amarga carcajada que no hizo nada para desmerecer su masculina perfección y todo para realzarla. Quizás porque con la revelación de su amargura vino la necesidad de besarlo para hacerle sentir mejor. —Oh, pero lo entiendo. Sí, suponía que debía hacerlo. —Ira hace daño a la gente. Yo hago daño a la gente ¿Y si te hiero a ti? El acero se fundió en sus ojos, burbujeando en su voz. —Puedo cuidar de mí mismo y quiero sacarte de aquí. —Yo también quiero salir —sólo que no lo bastante como para arriesgarse a hacerle daño. Y en realidad, su demonio no era lo único -o incluso lo peor- que le preocupaba. Los ojos se le agrandaron. ¿Cómo pudo haberlo olvidado, ni siquiera por un segundo?— Cronus —exclamó—. Si me ayudas, Cronus irá tras de ti. Me sorprende que no lo haya hecho ya. —Por lo que he oído, ha estado demasiado ocupado para preocuparse por mí — Paris sonrió, lenta y maliciosamente. Impaciente—. Pero él y yo tenemos un ajuste de cuentas, y será pronto. La mano de ella revoloteó hasta la garganta.

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—No por mí. No quiero que te… —¿Tienes familia? —preguntó, interrumpiéndola—. ¿Alguien al que pueda llevarte una vez te saque de los cielos? Ella parpadeó. La había salvado, todavía sentía deseo por ella -si su erección indicaba algo-, pero no tenía intención de mantenerla o incluso estar con ella. Quería endilgarla lo más rápidamente posible. Por supuesto. Estúpida, siempre estúpida Sienna por esperar que fuera de otra manera. De todos modos, nada podría funcionar entre ellos. Ahora conocía más cosas de su demonio y sabia que Paris no podía acostarse con ella de nuevo, a pesar de… eso. ¿Verdad? Él era de un único viaje al placer. ¿Verdad? —Sienna —dijo él bruscamente—. Los ojos en mi cara. Por favor. El calor en las mejillas se elevó hasta quemar mientras apartaba la mirada de sus atributos masculinos por segunda vez. —Lo siento. No era mi intención hacerte sentir como un pedazo de carne. Solo estaba perdida en mis pensamientos. —¿Sobre mi po… eh, aparato? —Bueno, sí. La mandíbula de él cayó abierta por la fuerza de su asombro, y ella tuvo que preguntarse por qué el dios del sexo encontraría tal revelación tan increíble. De todas formas. ¿Qué le había preguntado él antes? Ah, sí. Su familia. —No. No hay nadie que pueda acogerme, nadie siquiera que pueda verme — mientras hablaba, le examinó el resto del cuerpo otra vez. Aún tenía cortes de las Gargl, las heridas ya cicatrizaban. Se había curado, pero sólo ligeramente. Y la piel había perdido un poco de su saludable brillo. ¿Se debilitaba por la falta de sexo? Es lo que le había pasado en la prisión de los Cazadores. —¿Cuándo fue la última vez que estuviste con una mujer? —preguntó, intentando parecer despreocupada con un tema tan doloroso entre ellos. La frialdad que había visto antes cayó sobre todo su cuerpo. Los párpados de él se entrecerraron, el brillo en aquellos bonitos iris color océano endureciéndose con fuerza. —No lo recuerdo —gruñó entre dientes. La confesión la alivió y emocionó, le avergonzaba admitirlo. Evidentemente, él sufría. —Bien, yo estoy… hummm, estoy, ya sabes… disponible. Para ti. Si puedes, quiero decir. Ya sabes, si me quieres y puedes usar… eso en mí —qué patética

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sonaba, pero quería tocarlo otra vez, estar con él una vez más. Incluso si tenía que reducir el acto a un simple procedimiento clínico—. Te lo debo —o un favor entre seudo-amigos. El hielo se espesó, se agrietó, se espesó otra vez, como si una batalla se librase en su interior. El hielo ganó. —¿En serio? ¿Estás disponible para mí? ¿Me lo debes? —Apretó la mandíbula —. Gracias por esa generosa oferta. ¿Cómo puede un tipo como yo negarse? ¿Un tipo como él? —No quise decir… —Para que lo sepas. No vine hasta aquí para disfrutar de tu disponibilidad o cobrarme una deuda. Así que, aunque de hecho, puedo follarte de nuevo, espero que entiendas que haga lo impensable y pase. Pero no te preocupes, todavía te ayudaré. El follar conmigo no es un requisito. Ella se mordió el labio inferior para impedirse responder. Merecido, merecido, merecido, se dijo una y otra vez. Y tal vez su rechazo era algo bueno. Él todavía estaba resentido con ella. Y como ya había demostrado, no confiaba en ella. Estar con él, y verlo alejarse después, la cortaría en cachitos tan pequeños que jamás sería capaz de juntarlos de nuevo. Es más, tenía que ir tras Galen. El pensamiento la golpeó con tanta fuerza que todo el cuerpo le tembló. Había jugado con la idea, pero no lo había decidido oficialmente. Ahora, veía la verdad. Le había dicho a Paris que no tenía familia pero, ¿y si la tenía? ¿Y si sólo ella podía salvarlos? Si existía la más mínima posibilidad de que Galen estuviera torturando a su hermana y su hijo, Sienna tenía que actuar, lo que quería decir que a lo mejor tenía que hacer… cosas con él. Cosas necesarias. Cosas que no sería capaz de decidirse a hacer si forjaba un vínculo con Paris. Un veneno al rojo vivo le inundó las venas, provocando que el cuerpo le escociera. —Pareces disgustada y asustada —dijo Paris, su voz tan afilada como cualquier daga—. ¿Por qué? —Ninguna emoción es por ti — contestó en voz baja. Nunca por él. Ya no. Un fuerte golpe sonó en la puerta seguido del familiar tono áspero del tipo. —Paris. Esto no es exactamente a vida o muerte, amigo, pero las cosas están tranquilas por ahí, así que imagino que no hemos aprendido a soltar el enganche del sujetador. Dale un respiro y sal aquí. Tienes que ver esto. París pareció que acababan de concederle el indulto de un pelotón de fusilamiento. Se enderezó y gritó: —Ya voy.

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Se quedó allí parado durante un momento, rechinando los dientes, pensando en algo desagradable, a juzgar por la expresión de su cara. Entonces se acercó a la cama y le ofreció la mano, ayudándola a ponerse trabajosamente en pie. Su callosa mano le rozó la palma de la forma más deliciosa y ella tembló. —Gracias. —De nada —no la condujo hasta fuera, sino que le lanzó un ceño feroz—. No intentes alejarte de mi lado ¿Entendido? ¿Tenía miedo de que huyera de él? ¿Miedo de que le dijera a alguien donde estaba y así pudieran matarlo? Merecido, se recordó. Lo realmente jodido de toda la situación era que no podía pedirle una segunda oportunidad, ni siquiera la oportunidad de redimirse. Como acababa de comprender, ellos ya estaban condenados, su camino decidido. Otra idea la golpeó. Aquel mismo camino podría darle lo que él más quería. Victoria sobre los Cazadores. No es que Paris conociera alguna vez el papel que ella habría jugado. Si Cronus se salía con la suya, Paris asumiría que era la amante de Galen. Su juguete sexual. Y… lo sería, al menos hasta que averiguara la verdad sobre Skye. Entonces lo mataría, como ella quería, sin importar las consecuencias para sí misma. —Sienna —exclamó Paris, devolviéndola al presente. Lo miró detenidamente. Sin importar las cosas que se avecinaban, iba a perderlo, y esa era una dura realidad, teniendo en cuenta que acababa de encontrarlo de nuevo. Pero hoy, estaba con él. Tendría que ser suficiente. —No me alejaré de tu lado.

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CAPÍTULO 16

Galen,

guardián de Esperanza, el líder de los Cazadores, exploraba tranquilamente las habitaciones dentro de la fortaleza de su enemigo. Hacía poco que se había curado de las heridas de batalla que había recibido por cortesía de los Señores del Inframundo. Ahora era el momento de la revancha. La espada que sostenía era nueva y nunca había visto un solo momento de acción. Hoy, eso podría cambiar. —… calla a esa maldita cosa —decía Cameo, guardián de Miseria, mientras serpenteaba girando la esquina y pasando delante de él. Vestido como estaba con la Capa de la Invisibilidad, no lo detectó. Él la miró mientras pasaba. En todos los siglos desde su creación, ella no había cambiado. Tenía el pelo largo y oscuro, hecho para apretar en el puño, y el cuerpo delgado de una bailarina, hecho para follar. Sus ojos eran plata líquida, hechos para colgar de su collar. —Si no lo haces, os apuñalaré a ambos. Y déjame decirte, que una de cada ocho personas, muere cada segundo. No me importaría añadirte a la cuenta. Tal vez ella había cambiado. La resonancia baja y ronca de su voz llevaba la pesada carga de la pena por los horrores del mundo. Lo suficiente como para hacer brotar un dolor en el pecho, que rápidamente se filtró hacia el exterior, invadiendo cada vez más de él. En los cielos, su voz había traído sólo placer. Con el ceño fruncido, Galen plegó la longitud de las alas a los costados y se presionó contra la pared. La acción causó que una pluma de color blanco se desprendiera y flotara en el suelo, sin ocultarse bajo la Capa. Se agachó para recogerla, pero se detuvo.

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Una rubia bajita y curvilínea sosteniendo un perro negro... o una cosa, corría detrás de Cameo. —Solo estaba diciendo que con un poco de maquillaje podrías parecerte a mi prima en vez de a mi tía desnutrida. Tal vez nadie te ha dicho esto, pero las bolsas están destinadas a ser llevadas en las manos, no debajo de tus ojos. El -¿perro mutante?- tenía la cabeza torcida, sus ojos pequeños y brillantes fijos en Galen. Un letal gruñido desgarró el aire, su labio inferior revelando los colmillos para atacar. Era evidente que la magia de la Capa no trabajaba sobre todas las criaturas. (¿Qué era esa cosa?). Saltó y le ladró. —Calla, Princesa. Mamá está enseñando Belleza 101 a la negada. Además, no queremos que los tontos Señores se molesten contigo otra vez, ¿verdad? Galen no reconoció a la rubia o a su fea "Princesa". ¿Lo que sí sabía? Los Señores solo daban la bienvenida a unos pocos elegidos en su privilegiado grupo. Eso significaba que era o bien una nueva incorporación al ejército de los Señores o la novia de un guerrero. Lamentablemente, muchos de los hombres que una vez habían sido inquebrantables, habían caído incondicionalmente enaaaamorados recientemente. Qué o quién fuera, iba a morir como los demás. El dúo y su acompañante “no tan canina” irrumpieron en uno de los dormitorios. Una puerta se cerró. Ninguna alarma sonó. Su ceño se fundió en una sonrisa. No podían verlo, aunque pudieron haberlo detectado. No había creído que esto resultara más fácil de lo que pensaba. El idiota de Strider había dado la Capa de la Invisibilidad a los Tácitos, unos seres tan crueles y malvados que incluso Hércules habría temblado de miedo ante la más mínima mención de ellos. Cronus los había esclavizado antes de su propio encarcelamiento, pensando que una vez podría controlarlos. A su vez, ellos lo querían muerto. Ahora estaban atrapados en su isla secreta en Roma y reducidos a la negociación. Había un punto a favor de Galen. Ellos sabían que él estaba destinado a cortar la cabeza del rey Titán, y por lo tanto, cuando fue a su isla, buscaron su apoyo. Su primer gesto, darle la Capa. El segundo, enseñarle exactamente cómo utilizarla. Él había asumido que era un escudo contra las miradas indiscretas, pero estaba equivocado. La Capa también era un arma. Una muy eficaz por cierto. Necesitaba todas las ventajas que pudiera conseguir, incluso si eso significaba aliarse con las peores criaturas que deambulaban por la tierra. Sus hombres estaban desapareciendo en las calles, sin saber más de ellos. Su reina también había desaparecido. No había tenido contacto con ella durante semanas.

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Ella lo conocía lo suficientemente bien como para saber que velaba por el Número Uno. Él traicionaría a cualquiera para conseguir lo que quería, pero si ella hubiera decidido alejarse y traicionarlo como él había traicionado a tantos otros, era su problema. Él iría tras ella del mismo modo en que iba tras su marido. Con todo lo que tenía. Galen planeaba gobernar los cielos. Y esta vez voy a tener éxito. Lo sabía, pero claro, él siempre "sabía" que sus planes iban a funcionar. Su demonio podía convencer a cualquiera de cualquier cosa, y Galen estaba incluido en ese grupo. Esperanza construía todos esos sueños, y luego se echaba a reír cuando esos sueños se venían abajo. Pero no era Esperanza quien lo guiaba el día de hoy. Era Envidia. Su otro demonio. Oh, sí. Sus antiguos amigos no podrían haber sido lo suficientemente brillantes como para figurarse esto todavía, pero Galen estaba poseído por dos demonios de Pandora. Porque él había convencido a sus compañeros guerreros para robar la caja, porque entonces los había traicionado, pensando en convertirse él mismo en el líder de la Guardia de Élite, tomando el lugar de Lucien, así que había cometido dos delitos. Por lo tanto, merecía dos castigos. O al menos eso fue lo que Zeus había dicho cuando vinculó a cada Señor con su demonio y restauró el orden en los cielos. Despreciaba tener dos demonios. Esperanza construía todo para luego derribarlo, irritando entonces a Envidia, que le susurraba cosas como “ese macho tiene a la mujer, sin embargo, nosotros somos mucho mejores. ¿Por qué no se la quitamos?” Entonces Esperanza motivaba las ganas de hacer precisamente eso, de tomarla, la necesidad convirtiéndose en un ser vivo dentro de él, hasta que la última gota de su ser estaba segura de que tendría éxito, pero de alguna manera siempre fallaba a punto de alcanzar la victoria. Pues bien, hoy no fracasaría. Hoy le daría un duro golpe a su enemigo. Se llevaría a Legion, la mujer-demonio que una vez habían enviado para matarlo. La gata que le había seducido. La virgen inocente que había estado viviendo dentro de la piel de una estrella del porno. Ella le había follado un instante antes de casi acabar con su vida inmortal al morderle con sus colmillos envenenados. Mientras él se había retorcido de dolor, ella le había dejado morir, sólo para ser arrastrada de nuevo al infierno, gracias a que un acuerdo con su creador había ido mal. Galen la había cazado, pero los Señores la habían encontrado primero. La habían traído aquí, y Galen la quería de vuelta. Quería tenerla de nuevo. Quería castigarla. Matarla y cortar la cadena que parecía tener sobre él.

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Estaba harto de preguntarse por ella, harto de pensar en ella. ¿Cuántos guerreros la habían tenido desde que ella había regresado? Sí, así. Estaba harto de imaginársela con otros mil, enfermo de rabia por los celos constantes sobre ella. Sin embargo, descubriría la respuesta, y si alguno de los Señores había disfrutado de su exuberante cuerpo, pagaría un precio más alto que sus amigos. Oh, todos y cada uno de ellos iba a morir, pero algunos gritarían durante meses antes de que les cotara la cabeza. Excepto que... buscó en la fortaleza de arriba a abajo, buscó en cada recámara, tomando en cuenta a todos los guerreros que todavía estaban en la residencia -y ni siquiera Torin, quien monitoreaba el lugar- lo detectó. Pero no había rastro de la chica. Muy bien. Tenía un Plan B. Se llevaría una página del libro de los Tácitos y "negociaría" antes de atacar. Despreciando la demora, entró a la habitación de Maddox y Ashlyn, atravesando la madera como un fantasma. Él era más que invisible, era insustancial. Maddox, guardián de Violencia, no estaba en el interior. Su mujer muy embarazada estaba recostada en la cama, leyendo un libro a su niño por nacer. Un bebé que Maddox estaría desesperado por salvar. Ashlyn era una cosa bonita, con pelo, piel y ojos del color de la miel de un panal. En verdad, era tan dorada como la luna en sus más brillantes noches, y era delicada y frágil, como sólo un ser humano podría ser. Su voz era suave, cadenciosa y llena de amor. Sin lugar a dudas, Maddox movería cielo y tierra para recuperarla. Galen se acomodó en un lado de la cama y empujó la Capa por uno de los hombros. Mientras se materializaba, otra sonrisa le torció las comisuras de la boca. Ashlyn se fijó en él y silenciosamente, todo su cuerpo se sacudió por el miedo. —Galen —exclamó ella. —Grita para mí, pequeña Ashlyn —le dijo, llegando a ella. Y así lo hizo.

William medio esperaba ser pulverizado en el momento que Paris salió de la habitación. Puños golpeándole la cara, dientes rasgándole la yugular, algo amenazante por haberse atrevido a interrumpir el feliz reencuentro. Después de todo, la locura y el caos eran un elemento primitivo en el Señor Paris. Lo que William no había esperado, fue una mirada medio agradecida, pero fue exactamente lo que consiguió. —¿Qué quieres mostrarme? —replicó el Señor del Sexo.

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Paris había movido montañas para llegar hasta aquí. Había hecho cosas que hicieron que un depravado William pareciese un monaguillo, todo para salvar a la chica que actualmente estaba pegada a su lado. Y a la que él estaba sosteniendo su mano, como si se tratara de una balsa salvavidas y el desbordamiento hubiera llegado, en lugar de balancearse como un hombre al que se le había negado el sexo... bueno, eso era raro. Sólo podía significar una de dos cosas. Paris ya había tenido relaciones sexuales con ella, así que no había habido nada que obstaculizar. Sin embargo, sólo había transcurrido una hora desde su partida. Eso significaría que París era rápido en provocar el clímax, pero en tantas mujeres como él se había clavado, William apostaría a que el chico podría seguir toda la noche y algo más. La opción dos era una probabilidad ligeramente mayor, pero poco probable. Paris no había sabido qué hacer con la niña y había querido salir del apuro. ¿Pero por qué iba a querer librarse? Pero lo que importaba era, ¿por qué, con cada segundo que pasaba, él parecía más enojado que nunca? ¿Sienna lo había rechazó rotundamente? Imposible, pensó William a continuación. Ella se aferraba a la mano de Paris, tan desesperadamente como él a la suya. William pasó la mirada sobre ella. Estaba pálida, sus pecas realzadas en contraste, y estaba un poco inestable en sus pies. Hmm. Estudiándola de ese modo, se preguntó qué había visto Paris en ella. A primera vista, e infiernos, tal vez incluso en la segunda, ella parecía común. Sin embargo, miró más profundamente, y fue cuando la delicadeza de su estructura ósea se hizo evidente. Es más, los ojos castaños eran increíblemente grandes y preciosos, la mezcla perfecta de la esmeralda y el cobre. Su pelo era una cascada de caoba, cayendo a su alrededor. Y sus labios... sí, él mismo habría cometido algunos crímenes con tal de conseguir esos labios alrededor de la polla. Era delgada, sus senos pequeños e incluso por debajo del peso normal, pero maldita sea si no llamaba a cada instinto protector que un hombre poseía. —¿Es que solo te vas a quedar mirándola? —Una vez más Paris tomó la palabra. Esta vez, la amenaza emanaba de él, la amenaza de un ataque real. Ahora William dudaba de que la cara fuera la única cosa que le reorganizarían. Su apéndice favorito sería el extremo receptor de un pequeño y agradable corte en cubitos. Buuueno. La puta más grande que jamás se había creado, era posesivo como el infierno por una mujer que una vez había querido matarlo. Hablando acerca de obtener tu merecido. Pero entonces, ¿no era eso en lo que Ira se especializaba? Paris dio un paso hacia él, intensificando la amenaza.

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—Te hice una pregunta. William esbozó una sonrisa y levantó las manos con las palmas hacia fuera, las preguntas rodando a través de la mente. ¿Cuánto quería realmente Paris a esta chica? ¿Se arrepentía de venir aquí? ¿Cuánta influencia podía ejercer ella sobre las emociones de él? ¿El plan seguía siendo entrar, sacarla de aquí y deshacerse de ella? Sólo había una manera de averiguarlo. —Respóndeme —espetó Paris. —No —dijo William—. No sólo voy a mirar. Un gruñido surgió del guerrero. Ambos sabían que acababa de dar a entender que tenía la intención de hacer mucho más. Bueno. Tal vez William sobreviviría a lo que vendría después, o tal vez no lo haría. —Me gusta tu camiseta —dijo, dirigiendo el elogio a Sienna—. Me gusta mucho tu pantalón —llevaba una sencilla camiseta blanca, manchada de suciedad y rasgada, pantalón de camuflaje, y a las zapatillas de tenis les faltaban los cordones. —Yo... ¿gracias? —sus cejas se fruncieron en confusión. —Sin embargo, ¿puedo hacer una sugerencia al guardarropa? Otro rugido salió de Paris y antes de que ella pudiera responder, una mano se lanzó hacia fuera y se envolvió alrededor de la tráquea de William. Puntos rojos brillaban dentro de los océanos azules. No, los iris de Paris ya no eran azules. Eran negros, sin diferenciar la pupila del resto. —¿Estás sugiriendo que su ropa se vería mejor en el suelo de tu habitación? Bueno. Muy. Divertido. —¿Quién, yo? —no podía respirar, por lo que las palabras graznaron al salir. No, Paris no se arrepentía de haber venido aquí. —Paris —dijo Sienna, absolutamente tranquila—. Sé que no tengo derecho a pedir esto, pero por favor, ¿podrías no matarlo? No soy fan del olor de un cuerpo en descomposición. Más estrictamente apretado... más apretado... entonces la presión disminuyó, cayó. —Muéstranos lo que has encontrado. Interesante. Ella ejercía mucha influencia. Se preguntó si Paris comprendía exactamente cuánta y qué opinaba del asunto. Pero independientemente, William asumió que lo previsto seguía siendo la modalidad deshacerse. Ninguna relación duraba sin confianza, y estos dos no tenían ni una chispa de ella entre sí. A pesar de

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que Paris miraba a William, como a un trozo de carne para trinchar en la cena, mantenía sobre Sienna un ojo avizor, como si temiera que ella fuera a salir corriendo, o incluso que hiciera sus pequeñas rebanaditas por su cuenta. —Vamos, o me fastidiarás si no te lo muestro pronto —William giró sobre sus talones y se dirigió por el pasillo para subir otro tramo de escaleras hasta el tercer piso. No tuvo que mirar hacia atrás para saber que la pareja lo seguía. Las pisadas de las botas de Paris le recordaban a una estampida de búfalos. Aminoró el paso y Paris llegó a su lado. En algún momento, el guerrero había cargado a Sienna. Estaba acunada en sus brazos, sus alas apretadas a su alrededor, con la cabeza apoyada en el hueco de su cuello. Aún más interesante fue el hecho de que ella no había pronunciado ni una queja. Su mirada se encontró con William, firme como una roca. Ella frunció el ceño. —Ira está en silencio a tu alrededor. No me muestra ninguno de tus pecados. ¿Por qué es eso? ¡Oh, no! Él no se desviaría hacia esa trayectoria de conversación. No con un antiguo Cazador y uno muerto que había regresado a la vida, recién poseído, o lo que el infierno fuera. —Tendrás que preguntarle a él. —Lo hice. Él apretó la lengua en el paladar de la boca. —¿Y? —No ofreció ninguna respuesta, así que decidí que es porque tienes que vivir contigo mismo, un castigo peor del que Ira podría impartir. Milagro de milagros. El demonio no chismorreaba sobre él. —La respuesta seguirá siendo un misterio, entonces. Ah, y una palabra de advertencia. Las bocas sabihondas me desencadenan. Sigue hablándome sucio, nena. Ella rodó los ojos. Paris se metió en la conversación, vacilante. —¿Te mostró los míos? —que él no amenazara a William demostró la profundidad de su incertidumbre sobre lo que Ira le podría haber mostrado a ella. William había visto el Paris excitado (no a propósito), juguetón, cabreado, empapado en sangre, terco, drogado, relajado, con estrés y todo lo demás. Pero nunca había visto al guerrero con miedo. Justo en este momento, Paris estaba asustado, su expresión angustiada, sus músculos anudados sobre el hueso.

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—Sí —respondió ella en voz tan baja que tuvo que esforzarse para escuchar. Un latido de tenso silencio. —¿Quieres que te deje en el suelo? —¡No! —El color inundó sus mejillas cuando se dio cuenta de lo fuerte que ella había gritado la palabra—. No. Me gusta donde estoy. De un ratón a una leona. Adorable de verdad, y William pensó que podría intentar ligar con ella cuando Paris terminara con Sienna. Ya que, tan feroz como era Paris sobre ella, él tendría que dejarla ir. La resolución había sangrado en su miedo. A pesar de que Paris había sospechado que ella no quería ser tocada por un hombre que había hecho las cosas que había hecho, a pesar de que ella le había demostrado que estaba equivocado y eso tenía que ser un alivio, él estaba decidido a vivir sin ella. —Yo sólo quería decir que, eh, me duele la espalda —agregó—. Necesito tu apoyo. —Al igual que un buen soporte —dijo William, acariciando a su chico en el hombro—. Pero claro, eso es Paris para ti. Incluso con Sienna en brazos, Paris logró dedicarle un saludo con dos dedos. Mentalmente, por supuesto, pero William lo vio claramente. —Debería haberle dejado acabar con tu vida, en lugar de dejarte ir —murmuró ella entonces—. ¿Nos dirigimos hasta el quinto piso? Ah. Así que ella sabía lo que había allí. —Sí. —¿Por qué? —preguntó Paris. —Ya lo verás —respondió William. Sienna optó por arruinar la sorpresa. —Otros inmortales poseídos por demonios están ahí arriba. —Otros demonios... —Paris aumentó la velocidad, dejando a William tragando su polvo—. ¿Están armados? —No —dijo ella—. Pero están atrapados. —Enséñame. —Eso es lo que yo estaba tratando de hacer —murmuró William cuando salió tras ellos. Un día sería bueno que alguien le colocara en primer lugar. No una amante, sin embargo, y no la chica que le perseguía en sus sueños. La niña a la que protegería con su vida, ahora y siempre. Ella no era para él.

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Su único y verdadero amor iba a morir -o matarlo. Ya se había anunciado, y no había otra opción.

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CAPÍTULO 17

Cuidadoso

de mantener la mente en la situación actual, en lugar de en el doloroso y necesitado cuerpo, Paris se detuvo en medio del pasillo del quinto piso y se sorprendió por lo que encontró. Sólo el leve peso de Sienna en los brazos, su olor tropical y femenino en la nariz, el roce de su sedoso pelo contra la piel, lo conectó a la tierra. Curioso, eso. La intensidad de su olor a droga debería haberlo enviado volando directamente a una ronda de abstinencia… o a morderla en el cuello. En cambio, la necesidad de protegerla, hasta de sí mismo, superaba todo lo demás. Había tres inmortales aquí arriba, una hembra y dos machos. Permanecían de pie dentro de sus habitaciones, mirándolo fijamente, sin hacer ningún movimiento hacia él. Nunca se los había encontrado, lo que significaba que él no los había encerrado en el Tártaro antes de su posesión. Sin embargo, ellos lo miraban airadamente ¿Sabían quién era? ¿Qué era? «Los quiero», dijo Sexo. «Wow. Qué novedad». Lo siguió un quejumbroso: «Estoy más débil que hace un minuto». «Créeme, lo sé». Como añoraba los día en que Sexo se retiraba a la tierra del silencio y lo conducía simplemente a través de impulsos. «Ahora, hazme un favor y vete a tomar por culo». «¡Eso es lo que intento hacer!» Grosero hijo de puta.

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Pero Paris ciertamente era mejor. A lo largo de los años se había acostado con miles de personas diferentes por miles de razones diferentes, y no todas habían sido por pasión. Él realmente tenía que tomar a una mujer, al parecer, ayer, y ese era uno de los motivos por los que estaba aquí, para estar con Sienna una vez más. Pero ni siquiera la había besado, aún cuando estaba desesperado por hacerlo, porque no quería estar con ella por ninguna razón salvo la pasión. El deseo mutuo importaba. Ella lo deseaba, sí. Al menos estaba bastante seguro que había captado el olor de su excitación mientras se ofrecía “a atenderlo”, pero él la había tratado miserablemente. Sienna lo había mirado con esos tristes y llorosos ojos, esperanzada por el perdón y él le había hablado con brusquedad. ¡Maldita sea! no quería sus disculpas o su gratitud. No quería su compasión y, ciertamente, no quería que lo deseara por las feromonas de su demonio. Si hubiera aceptado su oferta, la gratitud y la compasión habrían estado en esa cama con ellos, así como la cólera, la desconfianza y el pesar. No había tenido un ménage desde hacía mucho tiempo. Aunque tal vez debería haber tomado lo que hubiera podido conseguir. Esperar era bastante estúpido. Un buen ejemplo… su actual debilidad. Más que eso, Sienna podría no darle una segunda oportunidad. Podría huir, como había temido. Sólo que, no se parecía a ninguna de las otras mujeres con las que había estado y no quería tratarla como si lo fuera. ¿Qué la hace diferente a las demás? La pregunta salió de los más profundo de su ser, haciéndole tambalear. Era valiente, pero las otras también. Era ingeniosa, pero las otras también lo eran. A veces era dulce y a veces picante, pero de nuevo, las otras también. «Mmm, picante». Estúpido Sexo. De todas formas, Sienna era además cauta pero vulnerable. Decidida, pero amable. Estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para llevar a cabo una misión. Igual que él. Había tenido visiones de su pasado y aún así no lo había juzgado. Una vez, Paris le preguntó a Aeron lo que su demonio le revelaba de él. La respuesta fue brutal: Todos los corazones que has roto, todas las lágrimas que has causado. Eso era lo que Sienna había visto y había perdonado. Por lo tanto, sí, ella era diferente, y le gustaban esas diferencias. Sienna se puso rígida cuando Paris regresó a la primera puerta del rellano. Eso sugería que había habido un conflicto entre ella y el hombre de dentro. Así que, por supuesto, Paris estudió con atención al tipo. Era un hombre alto, musculoso y manifiestamente más salvaje que los otros, y lo miraba con más fiereza que los

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demás, como si Paris ya hubiera sido etiquetado y examinado bajo el microscopio. Hermoso, si te gustaba la piel muy bronceada y los extraños ojos bicolores. No es que Paris estuviera celoso ni nada de eso. ¿Pero simplemente cuánto tiempo había pasado el tipo con Sienna? —Ese es Cameron, guardián de Obsesión —dijo ella con un estremecimiento. ¿Un estremecimiento nacido del miedo… o del deseo? No preguntaré. No voy a hacerlo. Con la forma que habían dejado las cosas en la habitación, ¡y diablos!, con las cosas que él había hecho desde su primera separación, la respuesta no era asunto suyo. —¿Alguna vez te ha tocado? —¡Maldición! Había preguntado, y con un montón de dureza. Lo miró sorprendida. —No. Las mismas puertas invisibles que me mantienen dentro del castillo los mantienen encerrados en sus cuartos. Su voz. ¿Alguna vez conseguiría suficiente de ella? Los oídos le tarareaban de placer siempre que ella hablaba. —¿Quieres que te toque? —Tenía que parar esto. —¡Nunca! Un estupendo indulto. —Entonces puede vivir —murmuró Paris. La recolocó en los brazos, extendió la mano y, sí, efectivamente, había un muro invisible que le impedía entrar en la habitación. —¿Entonces no vas a asesinarlo? Es muy generoso de tu parte —dijo ella con sequedad. Su irreverente humor, con él, siempre era una sorpresa. Todas las veces que habían estado juntos -y de acuerdo, no habían sido muchas- las cosas fueron serias entre ellos, casi graves. Le gustaba que ahora se sintiera lo suficientemente cómoda para burlarse de él. —Lo intento. —Él se detuvo en la segunda puerta. —Este es Púkinn, alias el Irlandés. Está vinculado a Indiferencia —le informó. Indiferencia era mitad hombre, mitad animal. Con cuernos, garras y cubierto de pelo. Algo sacado de una pesadilla. Pero real. El hombre-bestia miró a Paris de arriba y abajo y se alejó, como si Paris no tuviera importancia. En la tercera puerta, Sienna enroscó la punta de su pelo en el dedo.

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—Aquí tenemos a Egoísmo —dijo con un deje de… ¿rabia? ¿O la misma picadura de celos que él (no había) sentido?—. Es muy bonita ¿verdad? —preguntó Sienna. —Sí. —La mujer tenía los mismos ojos bicolores que el primer hombre y la misma piel profundamente bronceada. Era atractiva, no se podía negar, pero sólo tenía hambre de la mujer que tenía en los brazos. —Su nombre es Winter. —Eso es genial ¿Cuánto tiempo has estado aquí? —preguntó Paris, mirando a Sienna en lugar de a la inmortal. Tenía los párpados medio cerrados, las pestañas haciendo sombras en sus mejillas—. ¿Cuánto tiempo llevan ellos aquí? —He perdido la cuenta. —La rosada punta de su lengua se deslizó por su boca, dejando un brillo reluciente de humedad—. Aunque, ellos estaban aquí primero. «Quiero saborearla. Voy a saborearla». La sangre se le calentó otro grado. «Ponte a la cola». Con toda la experiencia de Paris, no tenía ni idea de qué hacer cuando se trataba de esta mujer. ¿Qué la suavizaría hacia él total y completamente? No sólo encender su fuego por compasión, sino seducirla realmente. Ella había cambiado desde que se habían encontrado en Roma, pero todavía seguía siendo un gran misterio para él. Que hubiera llorado, que le hubiera pedido perdón, que hubiera parecido sincera, estaba más allá de lo que jamás había esperado. Sólo que el infierno se hubiera congelado habría sido un poco más sorprendente. Pero ella lo había hecho, las tres cosas, y lo había mirado como nunca nadie lo había mirado antes. Como si fuera un hombre digno de afecto y atención. Como si no fuera algo sucio y asqueroso en la suela de su zapato. Como si ella quisiera protegerlo. ¿Cómo diablos, se suponía, iba a tratar con eso? ¿Cómo, se suponía, tenía que reaccionar? ¿Era un idiota por querer creerla? Infiernos, querer no, creyéndola en realidad. Quizás no debió haberse ofendido tanto por su oferta de atenderlo. Quizás simplemente debería haberla tomado. La habría tenido sobre una cama. Podría haberla desnudado, extendido sus piernas y bombeado dentro de ella. Habría tenido las manos por todo su cuerpo, sus gritos de pasión resonándole en los oídos. Reprimió una amarga carcajada. Se sentía todo maltrecho, confuso, indeciso y se contradecía a sí mismo. No confiaba en ella; confiaba en ella. No la tocaría sin pasión; la tocaría de cualquier forma que pudiera conseguirla. ¡Y mierda! ¿Por qué no

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había huido de él, a pesar de su promesa? ¿O es que estaba demasiado ocupada lamentando su oferta de atenderlo para ponerse en movimiento? Y, en serio ¿qué quería decir eso de ella? ¿Que podía tomarla aquí, ahora, en cualquier momento, o que ella iba a caer sobre él? No pienses en eso. Sólo acabaría por ponerse duro de nuevo. La amarga risa se escapó. Lo hizo, acababa de ponerse más duro. La erección aún tenía que disiparse, actuando como un misil termo dirigido cuando la mujer inmortal se paseó por la entrada, sus caderas balanceándose de un modo totalmente felino. No importaba que Paris no se sintiera atraído. Su demonio veía, su demonio quería. Parte de él había esperado que estando en presencia de Sienna esta clase de cosas dejarían de ocurrir. Pero no. Incluso aunque él podía tomarla de nuevo, su demonio todavía buscaba a otras mujeres y siempre lo haría. Menudo premio estoy hecho. No era asombroso que ella una vez hubiera esperado matarlo. Tan cuidadosamente como fue capaz, colocó a Sienna de pie. Cuando se trasladó a su lado, la arrastró de nuevo frente a él, presionando la erección entre las curvas de su trasero. Siseó ante la belleza del placer. Puro, sin diluir. Sin embargo… Ella se había puesto tensa, comprendió. Al menos, no se alejó de un salto y no lo castigó. Eventualmente, incluso se relajó contra él, como si estuviera exactamente donde quería estar. ¡Bueno, diablos! Debió temer que la alejaría de él, rechazándola, y por eso se había puesto rígida como una tabla… y por eso se relajó cuando no lo había hecho. Hablando de alimentar el ego. Quería golpearse el pecho al estilo King Kong. —Dime lo que sabes de ellos —dijo, a duras penas deteniendo las manos sobre su estómago, para hurgar bajo la cinturilla de su pantalón y buscar su caliente y mojado centro. —¿De quién? —preguntó la inmortal frente a él—. ¿Y quién demonios eres tú? Una pregunta contestada, al menos. Ellos tampoco lo conocían. —No hablaba contigo —le indicó. La mujer extendió los brazos. —¿Con quién, entonces? Estás solo. —Y una mierda estoy… —No pueden verme —lanzó Sienna—. Algunas veces he escuchado sus conversaciones y por eso sé quiénes y qué son. —Mientras hablaba, su estómago gruñó.

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El sonido le dio la excusa que necesitaba. Movió las manos a su vientre y lo frotó. —¿Hambrienta? —Sí. Entonces él la alimentaría. Eso le gustaría, pensó. Le gustaría saber que al menos satisfacía una de sus necesidades. —¿Qué quieres comer? —¿Qué podría comer? —No como. Y es sólo recientemente, en las últimas semanas, que he desarrollado el apetito. —Cubrió sus manos con las propias, su piel cada vez más fría y húmeda—. Cronus me trae un frasco de algo dulce una vez a la semana. Esta vez, se ha olvidado. Un frasco de algo dulce. Dulce. Dulce. La palabra se repitió en la mente y la respuesta a una de sus primeras preguntas se deslizó en su lugar. El estómago le tocó fondo mientras decía: —¿Es transparente, con diminutos granos púrpura flotando en su interior? —Sí. —Estiró el cuello para poder alzar la vista hacia él y eso le permitió ver que su frente se arrugaba—. ¿Cómo lo sabes? ¡Ese bastardo! Paris mantuvo la maldición dentro de la cabeza y la expresión neutra. —Ese líquido ¿sabe a coco? —preguntó, ignorando su pregunta. —Sí. Pero de nuevo, ¿cómo lo sabes? ¿Sabes qué es? Cronus nunca me lo ha dicho. Sí, sabía lo que era, y ahora entendía por qué olía tan deliciosamente a ambrosía. Cronus había hecho más que esclavizarla. La había condenado. Y él pagaría. Oh, sí, pagaría. Para bien o para mal, aunque la venganza tendría que esperar. A Cronus le gustaba visitar a Torin, guardián de Enfermedad, y hacer que el genio de los ordenadores encontrara cosas para él. Actualmente quería las localizaciones de las células de los Cazadores, y había dado órdenes a los Señores de no atacar. Torin le daba la información, claro, pero sólo un pedazo a la vez, a petición de Paris, manteniendo al rey ocupado viajando entre el cielo y la tierra mientras acechaba a su presa y hacia lo que fuera con ellos. De esa manera, tenía poco tiempo para Sienna. Pero "poco" había sido demasiado. Debería haber llegado antes. No había forma de arreglar el daño que le había causado a Sienna. No había cura para lo que le pasaba. Paris tendría que decírselo, prepararla para lo que le pasaría cuando se fuera de aquí y estuviera sola. Pero no

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ahora. Se enfadaría y con razón. Más que eso, querría probar su sangre para estar seguro. —¡Eh, tío! ¿A quién diablos te diriges? —exigió la inmortal—. No me hagas preguntártelo de nuevo. —¿O qué vas a hacer? —espetó él—. ¿Hacerme una peineta? ¿Insultarme? Winter abrió la boca para responder, y juzgando por el fuego en sus ojos, las palabras quemarían, pero entonces cambió la mirada a la derecha de Paris y sus labios se apretaron en señal de desaprobación. Ah, bueno. William acababa de decidir unirse a la convocatoria. —Tú otra vez —dijo ella, y no parecía feliz. —Lo sé —contestó el guerrero con un profundo suspiro—. Tienes mucha suerte al verme dos veces en un día. Te sientes honrada por mi presencia y bla, bla, bla, ya lo he oído antes. Podemos seguir adelante. No manejo la adulación muy bien. Ella embozó una mueca llena de colmillos y Paris la miró dos veces ¿Colmillos? ¿Era un vampiro? Sabía que tales criaturas existían, sabía que a William le gustaba acostarse con ellas, pero jamás había conocido a uno él mismo. —Ellos no van en ninguna parte, y Sienna está hambrienta —dijo—. Vamos a buscar la cocina. Yo… De repente la hembra inmortal se tambaleó hacia atrás, cayendo de culo. Su piel perdió el color mientras se arrastraba más y más lejos de la puerta y su mirada comenzaba a buscar por toda la habitación. Balbuceaba algo sobre sombras y dolor. Los mismos balbuceos surgieron de las otras puertas. Sienna clavó las uñas en el brazo de Paris y una oleada de estremecimientos la recorrieron. —No. No, no, no. —¿Qué? —El pánico se extendió a él y la obligó a darse la vuelta y afrontarlo—. ¿Qué pasa? —Ellos vienen. —Sus ojos estaban llenos de terror mientras miraba fijamente por encima del hombro. —¿Quiénes? —Las Sombras. El dolor. —No entiendo. —Yo creo que sí —dijo William, todo asomo de burla y alabanzas a sí mismo había desaparecido—. Y si tengo razón, estamos en problemas, Paris. —Nunca había

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sonado más solemne—. Agárrate a tu chica, porque no estoy seguro de cuántos de nosotros saldremos de ésta.

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CAPÍTULO 18

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Dónde está mi mujer! Necesito… a… mi… mujer…

Viola vio como el corpulento gigante de pelo negro derribaba la otra mitad de la sala de entretenimiento. El televisor, la mesa de billar y una extraña variedad de otras cosas ya habían sido destruidas. Así como toda la sala de al lado y la sala anterior a esa. Lo sabía porque Maddox había echado abajo los muros que las separaban, otorgándole una clara visión desde el otro lado de la fortaleza. Solo quedaban escombros. Los otros guerreros saltaron sobre el gigantón, de nuevo, derribándole y sujetándole. Aún así, luchó y gritaba las maldiciones más soeces de las que jamás había oído hablar, incluso por parte de los prisioneros encerrados en el Tártaro. La última vez, sus amigos habían perdido el dominio sobre él. Esta vez, se las arreglaron para mantenerlo allí. Sin embargo, ella tenía algo de miedo, una emoción extraña para ella. —¿Dónde está? ¡Tengo que encontrarla! La última palabra le abandonó y simplemente colapsó entre el destrozo, sollozando con tanta fuerza que sus costillas podrían romperse. Las lágrimas le inundaron sus propios ojos, pero ella parpadeó para eliminarlas. Él quería a su esposa de regreso, su pérdida le destrozaba. —La encontraremos —le dijo alguien. —Ella y los bebés estarán sanos y a salvo. —Tranquilízate, amigo. Los guerreros hablaron con calma, pero aún así ella percibió la tensión y la duda en sus voces. Maddox incrementó el llanto. Viola se sentía como una mirona. Se

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sentía inútil. Había demasiada emoción aquí, demasiada pérdida, y nunca había manejado bien este tipo de cosas. —Mantén la calma, todos tenemos que tranquilizarnos. —Tendremos respuestas pronto y podremos salir. —Sólo unos minutos más. —Él la tiene —logró decir Maddox entre estremecimientos—. Ese hijo de puta la tiene. No sé dónde buscar. No hay ninguna señal… nada… sólo la pluma, simplemente la pluma. Uno a uno los guerreros le soltaron y retrocedieron. Maddox se levantó por sí mismo, se llevó la mano a la cara para proteger sus ojos de la intensa luz. Cuan profundamente él amaba a su mujer y sus bebés nonatos. Viola lo había sospechado cuando los había visto juntos antes, pero esto demostraba que no había comprendido la ilimitación de esa profundidad. —Vamos a salir de caza —dijo Cameo, hablando por primera vez desde que había oído gritar a Ashlyn y rugir a Maddox. Viola deseó que la mujer guerrera no hubiera hablado, nada, y tuvo que frotarse el pecho para protegerse del dolor que proyectaba la voz de Cameo. —Esta noche —gruñó el llamado Reyes. Tenía una profunda herida en el cuello que le sangraba—. A más tardar. —Conseguimos localizar a Amun, y se encamina de regreso a Buda. —Strider, el más feroz de la sala, en realidad estaba temblando. Su mirada se giró hacia su esposa, que estaba a unos metros de distancia con su hermana, como si le hiciera falta asegurarse de que ella estaba aquí y bien—. Descubrirá algo. Nos indicara la dirección correcta. —Y si él no puede, Lucien se encargará de esto —dijo Anya, siempre la esposa orgullosa. Lucien había salido para buscar el rastro espiritual de Galen. —Galen no se atrevería a herir a Ashlyn o a los bebés —dijo Haydee, la mujer de Amun, paseaba de arriba abajo, adelante y atrás, demasiado agitada para permanecer en un solo lugar. —Gideon y Scarlet están de regreso a casa con Amun. Scarlet puede decirnos si los bebés están todavía… todavía… —Aeron se pasó la mano por el cuero cabelludo bien afeitado. Se suponía que debía estar con los demás, en busca de Kane, pero se había quedado atrás por un motivo que no había contado a nadie. Viola no llevaba aquí mucho tiempo, pero había memorizado los nombres de los guerreros, los rostros, los demonios y sus habilidades. Scarlet era el guardián de Pesadillas y entrando en el mundo de los sueños podía buscar la puerta mental de una

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persona específica. Una puerta cerrada significaba que estaban dormidos. Una puerta abierta significaba que estaban soñando. Sin puertas significaba que estaban muertos. Sin embargo, Maddox y Ashlyn se vincularon, y uno estaba destinado a morir cuando el otro muriera, por lo que no había que preguntarse acerca de ella. Los bebés, sin embargo… ¡No vayas por ahí! Scarlet también podía matar a la gente mientras soñaban, matándolos en la vida real. Tal vez Galen tomaría su último aliento esta noche. Por otra parte, tal vez no. Si Scarlet pudiera entrar en sus sueños, lo habría hecho ya, pero Viola creía que algo la bloqueaba. Yo podría tomarle. Ya basta, pensó con el ceño fruncido. Una vez que se montaba en el tren del narcisismo, no había vuelta atrás. Se concentró. Los guerreros. Sí. Ellos no se fiaban de ella, y estaba un poco sorprendida de que no se hubieran vuelto contra ella, culpándola de esta catástrofe. Era una extraña, después de todo, y el secuestro había ocurrido poco después de su llegada. Pero claro, Olivia, el ángel que los había tranquilizado sobre su presencia al principio, había dicho que Viola no era responsable de ninguna manera y todos ellos la creyeron, sin dudas. Además de Olivia, Scarlet, Anya, la aún andante Haidee y Danika, quien tenía el brazo alrededor de una chica llamada Gilly, había dos arpías, las hermanastras Gwen y Kaia. Gwen pertenecía a Sabin, y Kaia a Strider. La pareja tenía las cabezas juntas mientras susurraban. Galen era el padre de Gwen, y si la audición superior de Viola no fallaba -y nunca lo hacía- Gwen planeaba cazarle ella misma, abrirle las costillas y arrancarle el corazón negro y podrido. Simplemente su manera de compensar la indulgencia que ella una vez mostró por él. Nadie la miraba o le prestaba la menor atención. Su demonio le raspaba sus cuernos afilados y puntiagudos contra el interior de las sienes, y ella se tragó un gemido. Que no le hicieran caso era la manera más rápida para llamar la atención de Narci. Y cuando la atención de Narci estaba asegurada… ¡oh, estrellas del cielo! El problema surgía. Siempre. Viola no quería que su otra mitad se inmiscuyese en este evento desgarrador, decidido a hacerla actuar a su manera. —No, no hay grabaciones —dijo una voz suave y gentil a su lado. Con un suspiró, se giró. No había oído acercarse a nadie, pero ahora una mujer alta, delgada, con el pelo largo y rubio estaba junto a ella. La chica parecía frágil… angustiada. El dolor consumía sus ojos oscuros. Más dolor del que cualquier persona debería soportar. Miraba a Maddox y una lágrima surcaba su pálida mejilla.

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Viola pensaba que había interactuado con todos en la casa, pero esta chica era nueva. Tenía una manta a su alrededor y agarraba el material firmemente contra el pecho, sus nudillos sin pizca de color. —¿Hablaste con él? ¿Con Torin? La barbilla de la chica temblaba demasiado violentamente para que pudiera hablar, negó con la cabeza. —Entonces, ¿cómo sabes lo de las grabaciones? Una pregunta mejor… ¿Quién eres? Más lágrimas cayeron. Tenían que arder, porque cualquiera que fuera el camino que recorrían, dejaban una estela de ronchas rojas. —Soy… soy Legion —un susurró suave, muy suave. Legion. Ah, sí. Un demonio que había hecho una vez un trato con el diablo. El diablo le concedió un cuerpo humano. Pero ella perdió el trato, lo que la obligó a regresar al infierno, donde fue torturada de la más vil de las formas, violada, maltratada y atormentada de muchas maneras. Viola miró a la muchacha. Realmente la miró, la única manera que podía. Pasando la piel, el hueso, llegando al alma. Legion se estaba muriendo. En realidad una parte de ella ya estaba muerta. Su voluntad de vivir había sido destruida. Era una frágil hoja colgando de un fino hilo. El siguiente viento frío sería todo lo necesario para soltarla y finalmente hacerla caer. Por la naturaleza de su nacimiento, Viola podría ser ese viento. Todo lo que necesitaba hacer era acercarse, doblar los dedos en la muñeca de Legion y atraerla hacia sí. Por lo general no era tan simple, y no solía ser tan fácil, pero claro, la presteza para hacerlo marcaba toda la diferencia. Una respiración profunda y no quedaría nada del alma de Legion. Dejaría de existir a todos los niveles. Tal vez Viola había estado mirándola demasiado tiempo o demasiado intensamente, porque Legion empezó a temblar, balanceándose de un pie a otro, y luego, cuando eso no fue suficiente, avanzó poco a poco para distanciarse. —No te haré daño —dijo Viola. Legion se detuvo como si le hubiera gritado. Pobre y destrozada chica. Una muñeca de porcelana hecha añicos. Se ajustó más la manta, tratando de encogerse y ocultarse dentro. —Lucien. —El alivio de Anya fue palpable, llenando la habitación después de que el guardián de Muerte apareciera. Viola se giró, viendo como la diosa menor se arrojaba a los brazos de su hombre. Él la abrazó con una fuerza inquebrantable, su amor era algo tangible. Una

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vez más el pecho de Viola dolió. Quería eso. Lo quería tan desesperadamente que mataría por lograrlo. Pero, por supuesto, nunca podría tenerlo. Estaba destinada a amarse a sí misma y solo a sí misma. Todos los demás en la sala callaron, esperando escuchar lo que el guerrero tenía que decir, tan tensos que sus cuerpos estaban preparados para quebrarse. El guerrero con cicatrices los miró, abrió la boca y la cerró. —Simplemente dilo —ordenó Maddox. Se había puesto en movimiento, estaba revisando el cargador de una de sus armas—. Dime lo que has averiguado. Con los labios apretados, Lucien hizo un barrido visual por la habitación. Esta vez se detuvo en Legion, que valientemente había retrocedido de nuevo al lado de Viola. —Legion, querida —dijo con un tono de voz tan suave que podría haber estado hablando con un niño encerrado en un armario, por el miedo al monstruo que esperaba debajo de la cama—. Vete a tu habitación. Esto no es para ti. ¿De acuerdo? ¿Vale? A continuación todo el mundo se giró para mirarla, y ella se abatió por la atención, se giró y echó a correr. Pasaron varios latidos angustiosos antes de que Maddox irrumpiera. —Cuéntamelo. Ahora. Lucien acopló más a Anya contra su cuerpo. —Galen no trató de ocultarse. Sabía que iba seguirle el rastro y me estaba esperando. Ashlyn no estaba con él —añadió, mientras Maddox abría la boca para decir algo—. Me dijo que ya no sería capaz de seguirlo, que lo había encontrado sólo porque me lo permitió. Y tenía razón. Después, lo intenté. No pude. Fallé. Lo siento. —¡Dímelo! —Maddox se había guardado el arma, y ahora agarraba dos cuchillos. Uno de ellos lo sostenía por la hoja en lugar de por la empuñadura, y se había cortado la palma de la mano. No parecía darse cuenta de que la sangre goteaba, goteaba—. Termina. Una dura inclinación de cabeza. Parecía como si a Lucien le arrancaran las palabras, con un tirón doloroso. —Dijo que está a salvo, por ahora, y que te enviará un video de ella para probarlo. Dijo… dijo… que si la queremos con vida, tenemos que intercambiarla por Legion. Viola no estaba segura de que alguien más hubiera escuchado el grito de asombro y de frenéticas pisadas más allá del muro destrozado, pero ella lo hizo. Y lo sabía. Legion no se había ido a su habitación. Se había quedado atrás y escuchando.

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Ahora, sin embargo, se dirigía a su habitación, sin duda, buscando refugio entre sus paredes. Los guerreros discutieron, las palabras que se lanzaban entre ellos con la precisión de un disparo. —¿Dónde quiere hacerlo? ¿Cuándo? —Maddox. —En Roma. En el templo de los Tácitos. Mañana. A media noche. —Lucien. —Llévame hasta allí. Ahora. —Maddox. —Sé razonable con esto. —Strider—. Esos hijos de puta son duros de narices y si ellos están de su lado… —¡No me importa! Conseguiré sus cabezas. No me importa nada, salvo mi mujer y mis hijos. Y me vas a llevar hasta allí, voy a perseguirlo y cuando lo encuentre lo mataré. ¿Me oyes? Llévame a esa isla. Tienes cinco segundos para transportarme o veré todo rojo y no hay nadie en este mundo o en el otro que pueda ayudar a los mortales que se crucen en mi camino. Decidida a no esperar la respuesta de Lucien, Viola se escabulló de la sala. Nadie se dio cuenta y una vez más jodió a Narci. «Sé una buena chica», le dijo su otra mitad «y yo te enseñaré lo bonita que eres». El demonio rebotaba arriba y abajo dentro de la cabeza. «¿Cuándo?» «Pronto». «Ahora». Un gemido. «Pronto». «Ahora». Demanda. «Jamás». «¿Pronto?» Otro gemido. «Pronto. Regateas duramente». Viola siguió el intermitente rastro espiritual de Legion, Lucien no era el único con ese mismo talento. La chica se paseaba, con el pelo volando alocadamente detrás de ella. No había abandonado la manta, pero se aferraba al material cada vez con más fuerza. —No puedo, no puedo, no puedo. No puedo permitirlo. No puedo ir con él. —Legion —dijo Viola con suavidad. Sí, se sentía incómoda tratando con los sentimientos de otras personas, pero había visto el alma de esta muñeca rota y quería ayudar.

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Que raro. Una vez, Viola se había alimentado de almas, de su energía. Las había absorbido, acabado con ellas. Un día, sin embargo, había tomado el alma equivocada en el momento equivocado –el único recuerdo terrible que había logrado conservar- y se encontró encerrada en el Tártaro. Luego, por supuesto, fue vinculada a Narci y solo había sido capaz de alimentarse de su propia alma. Al igual que las extremidades de un inmortal, el alma se regeneraba de nuevo y volvía a alimentarse de ella, pero nunca volvió a crecer totalmente, porque realmente jamás dejaba de comer. A falta de una descripción mejor. Así que, básicamente, era la mitad de una persona, algo así como un caníbal espiritual, y nunca jamás se interesó en otros. ¿Por qué había venido aquí de nuevo? Debería marcharse. Esos ojos oscuros la encontraron, las lágrimas atascadas en las pestañas igual de oscuras, y los pies de Viola arraigaron en el lugar. —No puedo. No puedo hacerlo. No puedo hacerlo. Querrá tocarme. Me dolió. Yo… no puedo. Legion corrió hacia el cuarto de baño, se inclinó sobre la taza del baño y vomitó. Los pies de Viola se liberaron, pero no se marchó. Entró en el cuarto de baño y sujetó el cabello de la muchacha, sólo para darse cuenta de que no había vomitado en realidad. Habían sido arcadas secas. Pobrecita. Probablemente no había hecho una comida decente en las últimas semanas. Parecía que haber pasado horas en esa miseria. Entre cada una de las arcadas, la chica lloraba. Y cuando no estaba llorando, temblaba tan violentamente que entrechocaba los dientes. Nadie se presentó ante la puerta, y Viola concluyó que los Señores habían optado por no llevar a cabo el intercambio de la chica por Ashlyn. Finalmente, bendita sea, el arrebato de Legion se agotó. Se dejó caer sobre el inodoro, los conductos lagrimales secos. Viola se apartó y esos ojos rojos e hinchados la siguieron. Realmente tengo que irme ahora, pensó. Se había quedado demasiado tiempo, la incomoda sensación de regreso. —Les diré a los guerreros que no estás disponible, ¿vale? —Maddox podría tratar de matarla por la intervención, pero Narci conseguiría la atención, como fuera. —No puedo ir, no puedo ir —susurró Legion—. Estuvo aquí, lo olí, sabía que estaba aquí, pero fui incapaz de articular palabra, no he hablado desde que llegué aquí, no podía ni gritar, a pesar de que quería chillar y chillar y chillar. Me escondí debajo de la cama. Podría haber gritado, podría haber chillado. Sus palabras tenían un fuerte sentimiento de culpa, una emoción que Viola se negaba a desentrañar.

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—Sí, bien, uh, buena suerte con eso. Fue un placer conocerte y todo eso. —Un paso, dos, afianzó la marcha. No hacía esa cosa de la amistad. Nunca. Con nadie. Sobre todo no con las muñecas de porcelana rotas que requerirían demasiado tiempo y esfuerzo. A Legion claramente no se le habían secado los conductos lagrimales, ya que una nueva cascada dio comienzo. —No puedo permitir que Ashlyn esté con él, tampoco. —Sollozó, tragó saliva—. Ashlyn es tan agradable, y los bebés, una vez me dejó que sintiera sus patadas. Está a punto de salir de cuentas. Tiene que estar en casa. Maddox necesita que ella esté en casa. ¿Qué debo hacer? Viola deseaba desesperadamente coger el teléfono, Vociferar la pregunta y seguir la consiguiente inundación de consejos, pero tanto como deseaba salir de esta habitación, quería permanecer en la fortaleza. Con todos sus defectos, los Señores no habían tratado de aprovecharse de ella. No la habían incitado a mirarse en un espejo, y la adoraban completamente. Y de acuerdo, tal vez esto último no era cierto y sólo era por cortesía de su demonio, pero nada era una mentira si creías en ello. Por lo tanto, los Señores, de hecho, la adoraban. —Creo que deberías, uh, ¿seguir a tu corazón? —Oh, ¡arg!. Ese sorber. Como, mayoritariamente. La chica no sabía lo que su corazón quería, que era por lo que estaba pidiendo orientación. —¿Qué harías tú? —preguntó Legion. Viola supuso que podría elaborar un bonito discurso sobre estar dispuesta siempre a ayudar a otros. Los Señores de abajo probablemente preferirían eso. El único problema era, que mentir a alguien más que a ella misma creaba líos. Viola odiaba los líos. —Buscaría salvarme a mí misma, sin importar el costo para los que me rodean. Pero claro, sólo he cuidado de mí misma, así que… —Se encogió de hombros—. Todo depende de ti. . ¿A quién amas más? ¿A los hombres que te han salvado, o a ti misma?

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CAPÍTULO 19

Desnudo e inmovilizado a una roca, Kane apretó los dientes ante la humillación. No les había llevado mucho tiempo a las siervas atraparlo después de que echara a correr. Su inocente y pequeña escogida había sido la peor de todas, arrancándole los tendones de Aquiles, dificultándole el caminar. Ahora, cada una de la multitud se turnaba para intentar robar lo que él se había negado a darles. No les daría lo que querían. No lo haría. Pero, ¿cuánto tiempo podría sobrevivir al tormento? La presión crecía, tan intensa que era dolorosa. Has sobrevivido a cosas peores antes. Podría sobrevivir a esto. Respira, simplemente respira. Tenía los párpados fuertemente apretados y la sangre fundida en las venas. Todo el tiempo, su demonio se reía en su cabeza. Reía. Disfrutando del desastre mientras sucedía. Tal vez sobrevivir no era el camino correcto, pensó, la humillación transformándose en rabia. A Kane nunca le había gustado su demonio, pero ahora, ahora odiaba a la criatura con cada fibra de su ser. Quería librarse de ella, aunque significara morir. Quería castigar a Desastre por sentir placer ante su miseria, independientemente del destino que le sobrevendría. Y lo haría. Sí. Recibiría algún castigo. Sin importar lo que tuviera que hacer para alcanzar el final deseado, lo haría.

Paris apoyó a Sienna contra la pared, se inclinó y se puso de cara a ella. Ella tenía la respiración agitada, los ojos salvajes y las pupilas dilatadas por el miedo. Sexo disfrutó del contacto, pidiendo más y Paris desconectó de él y mantuvo las cosas tan

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poco sexuales como le fue posible. Sienna estaba demasiado alterada para ir más allá. —Tienes que esconderte —dijo ella, las palabras emergiendo con voz entrecortada—. Trataré de atraerlos hacia mí, alejarlos de todos los demás. ¿De acuerdo? ¿Sí? Pero realmente, realmente tienes que esconderte. Paris ahuecó su mandíbula, forzándola a mirarlo a él en lugar de explorar su entorno en busca de un escondrijo. Como si alguna vez fuera a ocultarse de un enemigo y dejar que una mujer luchara por él. —¿Qué viene? Háblame, cariño. —Sabía que no estaba demasiado interesada en expresiones cariñosas por su parte -al menos, no lo había estado antes- pero entonces, nunca antes había llamado a otra mujer “cariño”. Sólo cielo y dulce, palabras sin significado, y jamás con tal nota de afecto. Aquellos exuberantes labios se separaron en un jadeo y ella parpadeó con confusión. —Cariño —susurró y decidió que le gustaba eso. Hubo una nota de reverencia en su tono. La calma pronto mitigó el pánico—. Las Sombras. Ellas se lanzan por las paredes, y se alimentan de nosotros. De todos nosotros. Incluso de las rígidas gárgolas. Hay tantas. Te cubrirán, serán todo lo que veas, todo lo que sientas y se alimentaran de ti. Entes de Sombras con apetito por la carne. Creía que había recorrido cada esquina del cielo, pero nunca había oído hablar de tales criaturas. William si lo hizo, porque murmuró: —¡Me cago en todo! Esto es malo. Exactamente lo que me temía. Paris encontró su preocupada mirada. —¿Qué tengo que hacer? —Sólo quedarte dónde estás. —El guerrero, con semblante sombrío, desenvainó un cuchillo de detrás de su espalda y se hizo un corte en el brazo, desde el codo hasta la palma de la mano. Al instante, la roja sangre fluyó. Cerró la distancia, se agachó en el suelo y pintó un círculo de sangre alrededor de Paris y Sienna—. No salgáis de aquí ¿me oís? Los dos, permaneced aquí. Desobedecedme, y lo lamentaréis. No esperó una respuesta, si no que corrió a la entrada de la habitación de la inmortal femenina y frotó la herida a través del transparente escudo que los separaba. La mujer estaba demasiado ocupada arañando las paredes para darse cuenta. Antes de que William alcanzara el segundo cuarto, su herida se cerró y tuvo que hacerse otra incisión. También pintó una línea de sangre sobre aquel escudo.

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No lo hizo con el tercer cuarto. Tal como Sienna había predicho, las Sombras irrumpieron a través de las paredes. En un instante, eso apagó la luz y el negro aceitoso se espesó tanto que podría haber saturado el aire. El castillo entero vibró y se estremeció. Los gritos resonaron, fervientes cantos de dolor y angustia. La oscuridad en el interior de Paris respondió, prácticamente ronroneando de aprobación de la misma forma que Sexo siempre ronroneaba con el contacto físico, disfrutando de cada nota terrible. Deseando salir, deseando ser libre. Deseando causar daño a todos, también. Paris estaba a punto de ceder, de salir del círculo que William había creado y luchar con las Sombras, ¡diablos!, de luchar con William, cuando Sienna tembló contra él. La apretó con más fuerza. Debo protegerla, pensó. Es por eso que estaba aquí. Por ella. Para estar con ella. Para garantizar su seguridad. Ella tembló de nuevo, esta vez de forma alarmante por su intensidad. No estaba seguro de lo que pasaba tras él o a su alrededor, ni siquiera cuanto tiempo duraría esto, pero ella lo sabía y la aterrorizaba. Y aún así había pensado en protegerlo, comprendió. Aún así había querido esconderlo. A él, no a sí misma. El corazón de guerrero se había sentido ofendido por ello, cierto, pero en este momento sólo podía emocionarse por su preocupación. Ella se preocupaba por su bienestar. «La quiero», dijo Sexo. Por supuesto, el ronroneo se puso en marcha de nuevo. «Yo también». Y la saborearía. Finalmente, aquí y ahora, y al diablo con las circunstancias. ¿Qué estaba demasiado inquieta para el contacto sexual? En absoluto. Ella necesitaba una distracción, y no había nada mejor que el deseo. Paris sintió la forma de su mandíbula, ahuecándola para mantenerla estable, disfrutando del sedoso calor de su piel, la delicadeza de sus huesos. —Concéntrate en mi voz, cariño. ¿Puedes hacerlo? Un brusco asentimiento de cabeza. Lamentaba no poder verla y descubrir si realmente el color volvía a aquellas delicadas mejillas. En su oreja, le susurró: —Eres tan suave. Nunca he sentido nada de tal suavidad. Y tu olor me embriaga. No puedo dejar de pensar que será aún más dulce entre tus piernas. A ella se le atascó el aliento, sus manos encontraron el pecho y las aplanó sobre los pectorales. —Cuando meta mis dedos profundamente en tu interior, estarás mojada para mí, ¿verdad, cariño? Te comeré por completo, beberé cada gota de tu miel y tú gritarás pidiendo más.

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«Sííííí», dijo Sexo con un gemido. «Porrrr favor». —Paris —jadeó Sienna. ¿Una necesitada súplica por más? Eso fue lo que el demonio escuchó en su trémulo tono. Paris se encontró inclinándose hacia abajo, el resto del mundo olvidado, la nariz en su pelo mientras olía las espesas ondas. Olió las flores silvestres y el coco, ahora mezclado con algo extraño, una flor que sólo se encontraba en la noche. Oh, infiernos, sí. Era su excitación. A Sexo también le gustó, lanzando su propia fragancia especial. Los dos combinados, el ramo más maravilloso que envolvió a Paris. Maravilloso… y doloroso. Al instante, él se aceleró, más que preparado, más que dispuesto, desesperado por hundirse en el interior de esta mujer y empujar hasta llegar al orgasmo. Todo lo que tenía que hacer era rasgar los pantalones de ambos y separarle las piernas. Él la penetraría profundamente y de forma segura, y ella estaría caliente, húmeda y tan apretada a su alrededor. Pequeñas uñas afiladas le traspasaron la camiseta y se clavaron en la piel, como si quisieran sostenerlo en el lugar. Paris podía sentir el calor de ella, pulsante, filtrándose en él, mezclándose con el suyo y arrojándose directamente a la polla. Le dolía insoportablemente. Antes de que registrara siquiera que se había movido, había separado sus piernas con el pie y se arqueaba sobre ella, encajando la erección contra su femenino centro. ¡Hola, dulce condena! Acababa de cometer el error más grande de su vida, o el mejor. Ellos encajaban como piezas de un rompecabezas. Se frotó contra ella, despacio al principio, sólo lo suficiente para provocar y atormentar a ambos. El placer creció, directamente junto a la presión. Sí, definitivamente debería haberla tomado antes. Su demonio estaba a punto de liberarse de un salto por la piel. Paris no podía calibrar la reacción de Sienna a través de los sonidos debido a los gritos que les rodeaban, así que movió una de las manos a su garganta, manteniendo el toque suave. Nada podría detenerlo de sentir sus gemidos, y las vibraciones eran tan condenadamente hermosas. —Paris —Ella le apretó los labios contra la oreja. Definitivamente no era una súplica esta vez, pero tampoco una advertencia—. No puedes desearme. Él meneó las caderas, apretando, retirándose, apretando de nuevo. —¿Qué es esto, entonces? —Un regalo para la única mujer disponible en el cuarto. Las palabras fueron como una bofetada en la cara, y su volátil oscuridad interior respondió mal, arrasando a través de él y exigiendo herir a quien le había hecho daño. Se tragó el impulso y soltó con brusquedad:

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—¿Entonces un tipo como yo sólo puede desear a quién esté disponible? —No me deseaste antes, en la habitación. Así que quizás esto sea un castigo — replicó ella, con el enfado enredado en su tono. ¿Castigo? Las manos se le crisparon por reflejo, su propia cólera haciéndose eco de la de ella. Lamentablemente, Sienna no había terminado. —Créeme, entiendo la idea mejor que nunca. Quizás no viniste a salvarme, después de todo, si no a herirme de la misma forma que yo una vez te herí. No había confiado en ella, no podía, no importaba lo mucho que lo había querido, e incluso se dijera a sí mismo que sí lo hacía, y ahora veía que ella tampoco podía confiar en él. No realmente. Había sospechado que esto pasaría. No le había molestado –mucho- antes, pero le molestaba ahora. Odiaba que esto levantara tantas barreras entre ellos. Ropa, reservas, dudas y preocupaciones. —No me parezco en nada a las mujeres a las que estás acostumbrado — continuó—. Lo sé. Sé que no soy bonita. —Tienes razón. Eres más que magnífica. Un jadeo. —Y… y mis labios son ridículos. —Si “ridículos” es la nueva palabra para sueño húmedo. Sus pequeños puños le aporrearon el pecho. —¡Para! Simplemente para. Necesitas sexo e intentas ganar puntos. Te hice lo mismo antes, queriendo estar contigo una última vez. No debería haberme lanzado sobre ti de esa manera. Su espalda se enderezó. Ella se había ofrecido, no porque se sintiera culpable, si no porque lo había querido. No debería haberlo admitido. Ahora no habría nada que lo detuviera. La tendría, de una forma u otra. Él lamió sus labios, diciendo: —Cariño, nunca he tenido que intentarlo. Respiro, y las mujeres se ofrecen. Los golpes pararon, y un gemido salió de ella. —Estás… estás tratando de ponerme en mi lugar, entonces. Intentas burlarte de mí con lo que nunca podré tener. Oh, claro que puedes tenerlo. —Sabes que eso no es cierto. No porque confíes en mí, sino por tu demonio — Ira habría saltado ante cualquier engaño por parte de Paris.

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Hubo una agonizante pausa de tres latidos de corazón. —Tienes… razón. Qué extraño —dijo, tanto intimidada como esperanzada. Sus uñas volvieron a hundirse en el pecho—. Odiaba el hecho de que un demonio se hubiera colado en mi interior, quería librarme de él, despotricaba y clamaba, planeando incluso devolverlo, y sin embargo he empezado a contar con su habilidad para leer las intenciones de la gente. Una vez poseído, poseído para siempre. En su mayor parte, de cualquier manera. Así que, ¿devolverle Ira a Aeron? No, sería un infierno tremendo. Eso la mataría. Otra vez. —Puedes creerme cuando te digo que realmente te deseo, Sienna. Eres en todo lo que he pensado durante meses. Resistirme a ti en aquella habitación fue una de las cosas más difíciles que he hecho nunca. Una vibración en su garganta señaló su gemido. —¿Realmente te sientes atraído por mí, a pesar de todo? —La sorpresa saturaba su voz, que goteaba sobre él como miel caliente. Y él sentía debilidad por la miel caliente. —Sí. —Hacia atrás y hacia delante, se arqueó, renovando el decadente contacto. Quería presionar más todavía, pero no lo hizo. Aún no. La quería enfocada sólo en el placer, con todos sus temores sobre segundas intenciones desaparecidos —. Que no haya dudas en ese aspecto. Otra vibración, y ésta alcanzó una parte más profunda de él. —¿Por qué yo? —Desenterrando las uñas del pecho, aplanó las manos sobre él —. Quiero decir, podrías tener a cualquiera. —Exactamente. Podría y te escogí a ti. Por muchos motivos. Eres inteligente. —Discutible. —Eres ingeniosa. —No más que otras mil mujeres. —Eres beligerante y no puedes aceptar un elogio. —¡Hey! —Ella lo alcanzó y le tiró del pelo. A pesar de la gravedad de las circunstancias y del entorno, Paris se encontró sonriendo ampliamente. —Eres hermosa. Sus dedos se deslizaron por el cuero cabelludo, masajeándolo. —¿No era más que magnífica? —Le preguntó ásperamente.

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—Eres exquisita, y no quiero escucharte menospreciándote de nuevo ¿Entendido? —Había matado a otros por hacer eso mismo. A ella, no haría más que darle unas palmadas en el trasero—. Puede que no estuvieras muy contenta con los resultados. —¿Por qué? ¿Piensas darme unos azotes? Porque estoy recibiendo unas cuantas imágenes en la cabeza. —Bueno, bueno. Algo más que me gusta de ti. Tú ya me entiendes. Un resoplido. Uno que le encantó, porque iba acompañado de humor tras él. —Debes estar cegato por cachondas gafas oscuras de demonio —dijo Sienna. Y ella pensaba que había miles de personas tan obstinadas como ella. Él acababa de emitir una orden seguida de una amenaza y aún así había ignorado ambas y había seguido su alegre camino. —¿Alguna vez tu demonio te ha dejado estar con la misma mujer dos veces? — preguntó, las palabras mezcladas con un borde ronco de excitación, así como una nota de nerviosismo—. He oído que… No importa. Ella había conseguido la mayor parte de la información de los Cazadores y Paris se puso rígido, odiando el recordatorio de su pasado, aunque eso no le impidió admitir. —Nadie más que tú. El calor de su aliento se le deslizó por el cuello mientras ella inclinaba la cabeza y los colocaba mejilla contra mejilla. —¿Por qué yo? —No lo sé. Y Sexo tampoco lo sabe. Se lo he preguntado. —Bien, él debería haber escogido a alguien más. Yo tengo los pechos pequeños —susurró, como si se avergonzara. Él ahuecó los pequeños bocados en cuestión. Eran. Perfectos. Tenia las manos grandes, sus pezones se moldearon contra el centro de las palmas, ¡y maldita sea si no era la sensación más exquisita del mundo! Encajando los labios sobre su oreja, le mordisqueó el lóbulo. —Los quiero en mi boca —jadeó él. Un gemido de aprobación. Las uñas se hundieron en el cuero cabelludo, ahora, clavándose más y más profundamente. Paris besó y lamió un camino a sus labios. Estaban separados, calientes, su dulce y entrecortada respiración agitada, perfumada con la esencia del coco. Se cernió sobre ellos, sin tomar todavía lo que quería. Lo que ambos querían. Si comenzaba

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esto, iba a resultarle muy duro pararlo. Muy, muy duro. Había estado sin una mujer demasiado tiempo, y su demonio estaba demasiado necesitado pero… No quería tomar a Sienna en un pasillo, delante de otros, comprendió. Sí, había hecho esa mierda antes, y estaba harto de los malditos revolcones. Quería que fuese única, toda para él, que cada uno de sus gritos fuera sólo para sus oídos, que cada una de sus reacciones a su tacto fuera su descubrimiento personal. Su olor, suyo. Su piel, suya. Suya, suya, suya. «¡Toma lo que es tuyo! ¡Toma, toma, toma!» Bueno, tan a solas como podría estar con un demonio atrapado dentro. —¿Paris? —dijo, su tono ilegible. —Sí. —Una advertencia. Realmente, soy mala en esto. La confusión lo sacudió, elevando las cejas hasta la línea del pelo. —¿En qué? —En los besos. Antes de que pudiera contradecirle, ella encajó sus bocas juntas y le aspiró el aliento directamente de los pulmones. No era mala besando; era insegura, vacilante y tentativa, pero él la deseaba demasiado salvajemente para enseñarle mejor. Asumió el control, incapaz de detenerse. Empujó la lengua con fuerza, exigiendo que le concediera el dominio. Concesión que ella no hizo. Después de que sus dientes chocaran por tercera vez, Sienna le mordió el labio inferior, con fuerza, extrayendo sangre. Se echó hacia atrás antes de que ella le partiera el labio por la mitad. —¡Joder, mujer! Sexo realizó algún tipo de movimiento kick boxing contra un lado del cráneo. No en señal de queja o para esconderse de la violencia, sino de entusiasmo, para acercarse más a la violencia. «¡Más, más! ¡Bésala más!» —Puede que sea mala en esto, pero reconozco cuando alguien más también lo es. Hazlo bien —exigió Sienna. ¿Estaba tomándole el pelo? —Nadie ha criticado mi técnica antes.

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—Eso es porque no querían herir tus sentimientos —replicó ella—. Tú y yo ya hemos pasado esa etapa, así que me siento bien al admitir que Carl Kniclerbocker me dio un beso mejor en tercer grado. Brío otra vez, y maldita sea si eso no lo puso a cien de nuevo, demoliendo cualquier atisbo de cólera persistente. Lamentaba no poder verle la cara. Esos ojos color avellana estarían brillantes, la piel enrojecida, los labios hinchados. Sería la pasión encarnada. —¿Quieres darme consejos? Tú eres mucho peor que yo en esto. —Alguien tiene que enseñarte. —Ella le acarició la mejilla—. Supongo que tendremos que aprender a hacer esto juntos. «¡Más, más, más!» Los labios se le estiraron con diversión. Curioso, eso. Diversión, cuando el cuerpo y el demonio estaban ardiendo, desesperados por esta mujer. «Estoy en ello».

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CAPÍTULO 20

Bueno. Vamos a ver si puedo hacer morder el polvo al pequeño Carl.



Lentamente Paris se inclinó de nuevo, presionó la boca suavemente contra la de Sienna, la alzó, presionó otra vez, estimulándola con el contacto, apenas saboreando. Ella se ablandó contra él, sus uñas raspándole el cuero cabelludo, sus manos deslizándose, bajando, hasta envolverse alrededor del cuello para inmovilizarlo contra ella. Él le lamió la comisura de los labios, sorbiendo en ella, dándole lo que ella quería, lento y relajado, y cuando ella se abrió para él lamió su camino dentro, profundo, probando más de ella, tomando más. La lengua la encontró, conectando, batiéndose en duelo con caricias largas, lánguidas. Se descubrieron el uno al otro, aprendieron cada matiz de lengua y dientes, aliento y sabor, y fue la cosa más condenadamente erótica que alguna vez hubiera experimentado. Durante su primer encuentro, ella lo había besado y había usado la distracción contra él, clavándole una aguja en el cuello. Ella podría haber hecho ahora algo semejante, pero a él no le hubiese importado. El cuerpo le ardía con pasión, la sangre ya derretida de una manera que nunca había estado. El corazón era un tambor de guerra en el pecho, latiendo su grito por más de esta mujer, esta obsesión. Las extremidades le temblaron. Con la oscuridad tan densa que los rodea, la vista estaba anulada y los otros sentidos tomaron el relevo. El ramillete floral de Sienna lo tenía patente dentro de la nariz, provocando que la cabeza le diera vueltas una vez más. Las puntas de los dedos tatuados hormigueaban, memorizando la sensación satinada de ella. Los oídos le crepitaban, cada sonido de ella era una caricia. Y su sabor… oh, diablos, sí… ambrosía en su versión más potente.

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Sin embargo, eso es lo que ella era ahora, lo qué Cronus le había hecho. Una proveedora. Una dispensadora de ambrosía andante. Inserta una paja en su vena y podrás elevarte al infinito. Cuando es consumida por los humanos, la ambrosía es letal. Una vez casi había matado a la mujer de Maddox. Sienna, sin embargo, ya estaba muerta y ya no era humana. Al alimentarla con el néctar mezclado con los bulbos necesarios para el crecimiento de la planta, algo que acababa incluso con un inmortal, ella era, en esencia, caldo de cultivo cada vez más fértil para la droga. Lo que corría en sus venas era más adictivo de lo que París solía verter en su alcohol. Y si algún inmortal saborease alguna vez su sangre, instantáneamente sería adicto a ella. La necesitaría, la protegería, y lucharía a muerte con cualquiera que intentara tomarla. En nombre de todo lo perverso ¿Por qué le haría Cronus eso a ella? ¿Con qué objetivo se lo haría? Algo más para que los dos discutieran a fondo... con espadas. No pienses en eso ahora mismo. La tienes. Ella está a salvo, y te desea tanto como tú la deseas. Él le agarró la cintura, la levantó y la apretó más firmemente contra la pared. —Envuelve las piernas a mí alrededor, cariño. Ella obedeció, y él frotó la erección contra su clítoris tan fuerte que ella gritó. Eso fue… eso fue... no tenía palabras. «Más». Todo. Completo. Hubo unas pocas palabras, después de todo. —¿Estás mojada para mí? —Usualmente tenía un torrente de encantadores elogios, sin sentido para dar. Sienna era afortunada de lograr hacer salir de él más que mía, más y sí. Hubo un latido de vacilación, entonces ella susurró tímidamente: —Lo estoy. La lujuriosa renuncia salpicada con un indicio de reserva… una combinación sensual. Las lenguas rodaron juntas, más rápidas, más febriles todavía. Su beso era como el sexo. Abrumador, agotador, necesario. No podía tener suficiente, no creía que alguna vez tendría bastante. Todo lo que había hecho para llegar a este punto, rotundamente valió la pena. Él había estado con tanta gente, había hecho tantas cosas. Algunas que le gustaron, otras que no. El noventa por ciento del tiempo funcionando con el piloto

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automático, pensando en los movimientos para conseguir dejar a sus compañeros con una sonrisa de satisfacción, aun cuando había odiado con quién estaba, detestó los olores, las manos avaras, el conocimiento de que estaba dentro de alguien que no conocía. No estaba en piloto automático ahora mismo. El instinto lo conducía, una necesidad de poseer y ser poseído. De hacerse uno, tan cursi como eso sonaba. Así que la besó otra vez, porque no podía dejar de besarla. Porque tenía que conocer más de su sabor, más de ella. Torció la cabeza, yendo incluso en busca de un contacto más profundo, moviendo la lengua más rápido, más veloz aún, tomando su boca de la manera en la que él quería tomar su cuerpo. Esta vez, ella no ofreció ninguna queja. Todo el tiempo él se frotó contra ella. Tenía las terminaciones nerviosas tan sensibilizadas que pensó que estarían en carne viva cuando terminase. —Sí —gimió, y claramente a ella esta vez le gustaba su fervor—. París… voy a… Tienes que… detenerte… No te detengas… por favor para. ¡París! No habría un alto. Presionó cada vez más duro, escuchó su grito ante la dicha, e infiernos, él estaba en llamas. Ardiendo por ella, desesperado por hundirse tan condenadamente profundo dentro de ella que ella sabría que le pertenecía. «¡Más!» —París… para... por favor —esa palabra de nuevo—. Para —las manos de ella le tiraron del pelo, forzándole a levantar la cabeza—. Te deseo —dijo con voz áspera —, pero no aquí. En alguna otra parte. En algún lugar privado. «MÁS». La llevaría de regreso al dormitorio, pensó, mareado por la necesidad. Sí. Eso es lo que haría, porque tenía que desnudarla, tenía que verla, tenía que conseguir entrar en ella ahora, ahora, ahora. Se enderezó, arrastrándola con él. Un paso, sin embargo, solo un paso, y miles de pinchazos se dispararon por la parte inferior de la pierna. La razón volvió, y se tambaleó de regreso al círculo de sangre. Estaba jadeando, podía sentir el tibio flujo de sangre bajándole por la pantorrilla, se sorprendería si le quedase algún músculo. En el tiempo que tardó en mover un dedo, las criaturas Sombra lo habían mordido como si él fuera un bistec y ellas fueran perros hambrientos. ¿Eso es lo que había soportado Sienna? Sexo se retiró a la parte posterior de la mente, el dolor demasiado para él. La oscuridad… creciendo… la mano de París estaba en la empuñadura de su espada, apretando, mientras consideraba lanzarse al centro y acuchillar. Sienna le curvó los dedos alrededor del bíceps, inmovilizándole. Ella, también, estaba jadeando.

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—¿Estás bien? —¿Herida? —Él la palmeó abajo, buscando lesiones. —Yo no. ¿Tú? —Estoy bien. —Sus pezones estaban todavía endurecidos, su vientre estremeciéndose. La necesidad todavía estaba galopando a través de ella, pero ella había tenido fuerzas para detenerse cuando él no las tuvo. Impresionante. Irritante. —¿Estás... Tan repentinamente como las criaturas Sombra habían llegado, se habían ido. El castillo dejó de sacudirse, los gritos murieron. La luz barrió de nuevo a través del corredor. París tuvo que pestañear contra el ardor en los ojos. Las mejillas de Sienna estaban ruborizadas de un rosa profundo, sus labios suaves, hinchados y separados, brillantes por la degustación. Él había pasado las manos a través de su pelo repetidas veces. Las hebras estaban enredadas alrededor de ella. Se veía lasciva y picara, y tan sexy que la polla le latió contra la bragueta. Él se apartó antes de caer sobre ella y devorarla. En el centro del vestíbulo, William estaba agachado en su propio círculo de sangre, la cabeza inclinada. La hembra inmortal estaba en su puerta, sus ojos amplios, inseguros. El varón que William había protegido estaba en la puerta, también. El otro varón, el que William no había alcanzado a tiempo, yacía sobre el suelo de la sala, un mar de carmesí y… otras cosas derramadas alrededor de él. Él se retorcía en agonía, mientras luchaba por rehacerse. —¿Sabes lo qué eran esas cosas? —demandó Paris. Cuando su mundo giró, frunció el ceño y arrojó un brazo para agarrarse a la pared. Pero no fue por la pérdida de sangre o el dolor. Sexo lloriqueó, chorreando debilidad directamente en las venas de Paris. El bastardo había estado preparado y se había desilusionado demasiadas veces en los pasados días, y con la negativa de Sienna la cuenta regresiva hacia “el colapso” había empezado. Eso significaba, que si fracasaba en tener sexo, y pronto, rápidamente desaparecería hasta que no sirviera para nada. Hasta que se desplomara, emanara feromonas en el aire y atrajera a la gente hacia él. Hasta que alguien simplemente se subiera encima. De ninguna manera iba a permitir que eso ocurriera. Las razones para resistir a Sienna no se habían desvanecido milagrosamente, pero no iban a detenerlo más. Él la tomaría de cualquier forma que pudiera tenerla, porque la alternativa era estar con alguien más y no estaba dispuesto a hacerlo. —Sí, sé lo que son. —Finalmente William se las ingenió para recobrar el aliento. Ojos de etéreo azul se elevaron y clavaron a París en el lugar. La tensión crujió entre

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ellos—. Hace mucho tiempo Cronus las creó de la misma forma que Zeus te creó, pero había oído que tras el encarcelamiento de Cronus alguien más había asumido el control de su cuidado. Cronus debe haberlas liberado. Y ahora voy a tener que conversar con él acerca de tener invitados y los modales. —Emanaba absoluta amenaza. Claramente él anticipaba una charla entre dos, por lo cual uno sobraba. Sí. París pretendía lo mismo. —¿Eso siempre les sucede? —preguntó él, fustigando de regreso a Sienna y sacudiendo con fuerza el pulgar hacia el tipo acuchillado desde el cuello hasta el ombligo. A causa de lo que le habían hecho a la sangre de Sienna, las criaturas se habrían vuelto locas sobre ella. Se habrían dirigido en masa, concentrándose solamente en ella, sin salir hasta que le hubieran drenado cada gota posible. No hubo respuesta. —Sienna. Que es... —Se dio cuenta de que tenía los ojos vidriosos, cristalinos y resplandeciendo de un rojo brillante, vibrante. —Castigar —susurró ella. La furia había asumido el control de su mente y cuerpo—. Tengo que castigarlos —repitió con una voz que nunca antes había usado con él, toda grave, sin pasión. Un segundo más tarde, sus alas escaparon de su espalda, nubes medianoche con puntas violeta. Aletearon hacia arriba, estirándose hasta su anchura completa y arañando la pared, el suelo. —Sienna —dijo él. Calma, tenía que mantener la calma. De otra manera Ira desviaría esa necesidad de castigar sobre él. Él chasqueó los dedos delante de su cara—. Necesito que me escuches, ¿vale, cariño? —Castigar —las alas se movieron más rápido, hasta que ella revoloteó en el aire. —Sienna. Sin otra palabra, ella salió rápidamente directa hacia la única ventana, haciendo pedazos el cristal y desapareciendo en la noche. Paris dio un salto rápido hacia ella pero falló y terminó con la mitad del cuerpo suspendiendo en una caída libre de muchos metros hacia ese espumoso lago del destino. Bueno, infiernos. Él le había pedido que dejara al bastardo hacerse cargo, ¿verdad? Estúpido. Sin contar donde la llevaría Ira, o lo que el demonio la haría hacer. De una u otra manera, iba a buscarla. Nunca había tenido que perseguir tanto a una mujer. Él se apartó y estudió el descenso, intentando decidir el mejor y más rápido camino hacia abajo sin atraer la atención de las gárgolas. ¿Y sabes qué? Había sólo

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una forma. Iba a tener que hacer la inmersión de quince metros, después de todo, y rezar para que las piernas que no se le hicieran pedazos con el impacto. El problema era, que ahora que estaba en el tobogán descendente de “tener sexo o morir”, podría herirse y no se curaría muy rápido. No importaba. Ella estaba en peligro. Haría lo que fuera necesario. Pasó una pierna por la ventana. —Quédate aquí —lanzó las palabras por encima del hombro—. A ver si puedes ayudar a los inmortales. —Me he anticipado a ti —llego la respuesta mascullada de William. Cuando la otra pierna estaba colocada, París empezó la cuenta atrás. Tres. Dos. Tan estúpido. Uno… Y repentinamente Zacharel estaba allí, las alas blancas extendidas y ondeando graciosamente a través del aire. Copos de nieve flotaban alrededor de él, el marco perfecto para sus facciones sin emoción. Él arqueó una ceja oscura. —¿Te gustaría un paseo? —¿Dónde bruscamente.

estabas

cuando

las

Sombras

estaban

aquí?

—demandó

—Puedo contestar, o puedo ayudarte. Tan harto de sus manipulaciones, pero no puedo negar que podría necesitar su ayuda. ¿Y no soy la más hermosa damisela en apuros? Aeron había llevado a Paris a través de los cielos una vez o dos, así que sabía que no había nada sexual en eso. Él sólo quería que Zacharel se diera cuenta de que la erección que actualmente lucia no tenía nada que ver con su cercana proximidad. El ángel envolvió los brazos alrededor de la cintura de París. —Descubrirás que las buenas obras son un bálsamo para el alma. —Eso es grandioso —para una mayor sensación de seguridad, París envolvió los brazos alrededor del cuello del ángel. El músculo sólido, la piel fría como el hielo. Aún tan preparado y necesitado como estaba Sexo, el demonio permaneció quieto—. ¿Pero podemos hacer esto sin conversación? —¿Se puede? Sí. ¿Lo haremos? No. Mientras seas mi público cautivo, deseo tratar tu enfermiza obsesión con la chica muerta y el hecho de que ella estará mejor sin ti. De acuerdo. París puso las piernas entre ellos, empujó los cuerpos separándolos, y saltó.

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CAPÍTULO 21

La sangre goteaba de las manos de Sienna, le apelmazaba la ropa y hacía que las zapatillas de deporte se le pegaran asquerosamente a cada paso que daba. Como todas las veces que Ira había asumido el control del cuerpo y la había llevado fuera del castillo, la había obligado a seguir a las Sombras a su guarida para poder emprender un ataque y herir a las criaturas mucho más de lo que ellas habían herido a otros. Sus brillantes ojos color carmesí habían resplandecido a través de los suyos, cortando la piel de esas cosas… o el fango… o lo que fuera que formaba su capa externa, quemándolas. Él se había reído y reído. Las Sombras habían estado demasiado saciadas del atracón para luchar, su impotencia un afrodisíaco para Ira, haciéndolo ansiar más, más y más, y en el momento que terminó con las Sombras, posó la mirada sobre los otros seres que vivían en este reino oculto, entusiasmado cuando ellos también gritaron de dolor. Cuando su hambre estuvo por fin satisfecha, intentó obligarla a regresar al castillo. Por primera vez, fue consciente de lo que él hacía mientras lo hacía, la mente negándose a romper el vínculo con Paris, y lo combatió… lo combatió con fuerza. A la larga, tan atiborrado como el demonio estaba, se retiró a un rincón de la mente. Ahora ella estaba al volante y conducía el (corto) autobús. Por desgracia, la lucha aún no había terminado. Una cuerda invisible al cuello la unía al castillo, tratando de tirar de ella más y más cerca. Sienna no estaba segura de cuánto tiempo más podría resistirse. Tenía las alas hechas trizas -no es que supiera como volar sin la orientación de Ira- y a pesar de que se curarían en un par de horas, actualmente eran incapaces de sostenerla. De todas formas, clavó los talones en el suelo y logró reducir la marcha. El dolor le vibró en los huesos. Se estremeció mientras se daba la vuelta… giraba… y empezaba a huir en dirección opuesta. Sí. ¡Sí!

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Volver, incluso para ver a Paris, decirle adiós, besarlo una vez más y hacer el amor con él, sería encarcelarse a sí misma. Y aunque estaba tentada, ¡oh, tan tentada!, tenía que hacer esto. Por él. Por Skye. Antes de que Cronus descubriera la fuga, pensara en castigar a Paris y empezara a tirar de las cuerdas una vez más. Si pudiera alcanzar a Galen, interrogarle y matarle antes de que Cronus se diera cuenta que se había ido, no tendría que seducirlo y la guerra ente los Señores y los Cazadores por fin se acabaría. Incluso si el guardián de Esperanza no le decía nunca donde estaba su hermana, no podría hacerle daño a la chica si estaba muerto. Eso tendría que bastar. El resonar de unos pasos la sacó de los pensamientos. Había seres detrás de ella, comprendió, siguiéndola. No tuvo que echar un vistazo para saber que eran hombres de ojos vacíos, piel flácida teñida de gris y mandíbulas que se dividían en filas de cuatro, cada una cargada de colmillos afilados como navajas de afeitar. Eran asesinos sin conciencia, la sangre de sus enemigos la fuente de su vida. Hacía unas semanas, Ira había arrasado su campamento, dejando sangre y muerte a su estela. Por supuesto, eso quería decir que Sienna -la cara que los supervivientes habían visto- se había convertido en su Enemigo Número Uno. Había estado en su punto de mira desde entonces, y habrían atacado el castillo si no fuera por las Gargl. El impulso de correr era casi irresistible. Por las visiones que su demonio le había mostrado de estas criaturas, sabía cómo habían cazado en el pasado, sabía lo despiadadamente que habían matado. Sabía que disfrutaban de la persecución más que de la matanza. Así que tal vez si mantenía la mente tranquila, tal vez si seguía pausadamente avanzando, perderían el interés. Sí, tal vez. No. —Tomassste a nuessstrosss esssclavosss, mujer. Ahora tú ssserásss nuessstra esssclava. —Ese arrastre de las eses venía por cortesía de sus colmillos, que dificultaba la pronunciación cuando éstas surgían—. Lasss cosssasss que te haremosss… —una deliberada risita entre dientes—. Losss gritosss que pronunciarásss… No ofreciendo respuesta, sino permaneciendo sumamente armonizada con cada uno de los movimientos, se obligó a alejarse más y más del castillo. El entorno se volvió más oscuro, el aire más espeso, con olor a sangre y otras cosas. Evitó los montones de huesos, los charcos de color carmesí, las cavernas que brotaban de las bocas de grandes cráneos tallados. No tenía armas, y no estaba muy segura de dónde estaba la salida del reino -sólo sabía que estaba por aquí porque Cronus lo había atravesado al traerla mientras estaba semiconsciente, y además, ¿cómo si no habían entrado Paris y su amigo?- o dónde en los cielos ella se encontraría después. Debería haberle preguntado a París. Jodida retrospección.

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—Ssssí, ssssigue andando, mujer. Vassss directa a nuesssstro campamento. ¿Verdad o mentira? Ira no fue de ninguna ayuda esta vez. ¿Debería detenerse? ¿Luchar contra ellos? Sus habilidades en defensa personal eran ridículas, teniendo en cuanta que tenía problemas para equilibrar el peso. No importaba lo que ella hiciera o a donde fuera, los hombres iban a atacarla y eso era todo. Esperar a que ellos golpearan sólo retrasaba lo inevitable. Un gruñido lleno de dolor traspasó el aire tras ella, seguido de otro. Y otro. Los hombres debían luchar entre sí, pensó con una oleada de alivio, ahorrándole el problema. Una cabeza -sin cuerpo- pasó rodando junto a ella. La vacía mirada de sus ojos destelló, desapareció, destelló y desapareció de nuevo. Tropezó con sus propios pies cuando otra cabeza pasó rodando. El estómago se le revolvió, incluso mientras el alivio se triplicaba. —¿Debes matar sin necesidad? —preguntó una voz masculina. Sin emociones y, sin embargo, hubo algo en su cadencia, algo que le acarició los oídos. —Sí. Debo hacerlo. ¡París! Sienna se dio la vuelta, el corazón aporreando dentro del pecho. Cortó con la mirada la oscuridad. ¿Dónde estaba…? ¡Allí! Las rodillas casi se le doblaron por la consiguiente inundación de felicidad. —¿Por qué? —Quien hablaba era un hombre de pelo oscuro vestido con una túnica, que se mantenía al lado de Paris. Tenía una cara sublime, perversa en su despiadada belleza. Las majestuosas alas de blanco y oro se estiraban tras su espalda. Parecía un ángel caído, pero también lo parecía Galen. De todas formas, si Paris confiaba en él, ella también lo haría. La nieve flotaba en torno a él, pero sólo a su alrededor. Los copos parecían absorberse en su piel y cristalizarse. —Ellos la buscaban, la amenazaban —dijo Paris, aunque si sabía dónde estaba esperando Sienna, no dio ninguna indicación—, y mi demonio sabía lo que pensaban. Merecían un infierno mucho peor del que se encontraron. —Te cogí, te salvé de que pintaras el suelo con tus órganos. Me debías un favor y te pedí un solo día sin derramamiento de sangre. —Sí, pero no especificaste qué día —con eso, París se desentendió del ángel y por fin se enfocó en Sienna. Alto y fuerte, con el ceño fruncido, se dirigió hacia ella. Tenía contusiones bajo los ojos y cortes a lo largo de los brazos, pero su paso, aunque lento, era estable. Los cuerpos se amontonaban tras él. Había pensado que sólo dos criaturas la seguían, pero ¡oh!, calculó mal. Al menos la habían rastreado once. —¿Dónde coño crees que vas? —exigió Paris en el instante que la alcanzó.

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La mirada de ella se posó en sus labios. Esos lozanos y rojos labios que la habían besado, habían bebido de ella y se habían estrellado contra los suyos. Labios que ansiaba por todas las partes del cuerpo. —A otro sitio. Intento escaparme y estoy haciendo un trabajo excelente, gracias —contestó ella. —¿Sin despedirte? —Él le aferró la muñeca manchada de sangre y la giró a izquierda y derecha, buscando cualquier daño—. Muy bonito, Sienna. Realmente, muy bonito. ¿Estaba en serio enfadado por eso? La culpa se elevó, seguida de la vergüenza e incluso la alegría. Alzó la barbilla, negándose a retorcerse bajo su intensa mirada. —Si hubiera vuelto al castillo y créeme, mi cuerpo quiere volver y hasta quedarme aquí de pie es un pesada tarea, estaría atrapada allí de nuevo. Dijiste que querías mi maldición rota. Bueno, pues hago todo lo posible por romperla. Él la liberó y suspiró. —De acuerdo. Hiciste lo correcto, pero odio el hecho de que si no hubiera venido tras de ti nunca te habría visto de nuevo. —Podría haberla acusado de abandonarlo, de dejarlo allí para sufrir, u otro montón de cosas. No lo haría… —Yo también lo odio —admitió ella. Aclarándose la garganta, como si se sintiera incómodo con la dirección que estaba tomando la conversación, él se masajeó el cuello. Aquellos océanos azules la miraron como si el sol brillara tras ellos, reluciendo en el agua. —De todos modos, no te quiero aquí afuera sola. Es demasiado peligroso. —Bueno, a mí tampoco me gusta estar aquí afuera sola —una oleada de vértigo la golpeó de repente y ella se tambaleó. Él la examinó de la cabeza a los pies y un poco de la helada escarcha del ángel le cubrió la piel. —No es sólo sangre de otras personas la que llevas, ¿verdad? Estás herida. Preocupación. Por ella. Si aún le quedara cualquier tipo de resistencia, la habría perdido en este momento. —Me curaré. —¿Quién te hizo daño? —Amenaza letal en su tono. —Ira, cuando saltó por la ventana. Las otras veces que asumió el control, me hizo caminar por el parapeto de la azotea del castillo. Esta vez tuvo miedo de que tú me hicieras ir más lenta, así que… —se encogió de hombros—, escogió una ruta más rápida.

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Las puntas de las largas pestañas de Paris se juntaron, apenas ocultando la amenaza que descansaba tras ellas. —No le permitas que asuma el control de nuevo. Ni lo más mínimo intimidada por la creciente ira del guerrero, ella hizo rodar los ojos. —Antes querías que hiciera justo eso. —Cambié de idea —dijo él, agachándose hasta que quedaron nariz con nariz—. No me empujes en esto, mujer. Estoy demasiado nervioso. Se quedaron así durante varios segundos, las respiraciones mezclándose, emergiendo con mayor rapidez. Quería que Paris la besara de nuevo, que terminara lo que habían empezado. —Esta zona no es segura —dijo el otro hombre, arruinando la sensualidad del momento. París se enderezó de golpe, la espalda tiesa como un palo. —Sienna te presento a Zacharel. Es un guerrero de la Única y Verdadera Deidad. Zacharel, te presento a Sienna. Ella es mía. Un escalofrío la recorrió. Eh, ¿acababa de reclamarla? ¿Acababa de advertir a otro hombre que se alejara de ella, como si la poseyera? El placer la calentó, ahuyentando el entumecido frío que el ángel trajo con él. Zacharel le ofreció la mano, sus dedos largos y gruesos. —Yo te protegeré —le dijo, las palabras de algún modo una invitación… y una promesa. —No la toques —gruñó Paris, empujando al ángel lejos de ella—. Nunca. La expresión neutra de Zacharel no flaqueó, ni la intensidad de su mirada. Sienna se movió incómoda, sin saber por qué el ángel quería protegerla. No obstante, había una nota de verdad en su tono, una que no podía refutar. De algún modo, sabía que haría todo lo que estuviera en su poder para mantenerla a salvo. O… quizás era un truco. Quizás, como Galen, Zacharel creaba esperanza y destruía con ella. Tragando saliva, miró a Paris en busca de respuestas. —¿Es…? —¿Como Galen? —preguntó él, sintiendo la dirección de sus pensamientos—. No. Él es auténtico, así como un mojigato santurrón que pondrá a prueba los límites de tu paciencia. También es impotente. Ahora, ¿a dónde te dirigías? —Le ahuecó la barbilla y la obligó a enfocarse sólo en él.

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El calor de su tacto… la áspera textura de sus manos… otro estremecimiento la recorrió. —No estoy segura. —¿Le sonaría a él tan falta de aliento como a ella?— Caminaba sin rumbo fijo, buscando la salida. ¿Por casualidad, tú no sabrás donde está, verdad? —Sí. Caminando a dos días en la otra dirección. —Oh. —Tendría que pasar por el castillo, entonces, si pasaba por su lado, sería arrastrada dentro. Sin lugar a dudas. Y si entraba, no podría volver a salir. —Te llevaré —dijo Paris. Al mismo tiempo Zacharel decía: —Puedo volar hasta allí en tan sólo unas horas. Y no soy impotente. Simplemente nunca he experimentado el deseo. ¡Guau! Conversación sobre atenciones estelares. Las preguntas inmediatamente se vertieron en la mente. ¿Por qué no? ¿Los ángeles eran asexuados? ¿Cuántos años tenía? ¿Qué tipo de mujer podría romper esa capa de hielo y poner en marcha sus hormonas? Tal vez cuando las cosas se calmaran juntaría al ángel con alguien -no es que ella conociese a alguien- porque nadie debería estar sin contacto físico de ninguna clase. Eso dolía. La primera vez que abrió los ojos y descubrió su forma fantasmal, intentó tocar a alguien, a cualquier persona. Nadie la había sentido, de ningún modo, y la mente había amenazado con romperse por la falta de sensaciones. —No volarás con ella a ninguna parte —gruñó Paris. Él había estado mirándola, compendió, calibrando su reacción ante la oferta de Zacharel—. Te lo dije. Sin tocar. Además, ella se queda conmigo, a mi lado. Eso es innegociable. Podría haber discutido. Debería haber discutido. No tenían ningún futuro juntos, y prolongar lo inevitable la destruiría al final. Pero la idea de dos días más con él, demostró ser irresistible. —Me quedo con él —dijo con una inclinación de cabeza. Una llamarada de satisfacción se desató en los ojos de Paris mientras también asentía con aprobación. —Después de que tomas a una mujer, rápidamente te cansas de ella —indicó Zacharel—. ¿Es por eso que estás tan ansioso de estar a solas con ésta? —Parecía realmente curioso en lugar de irascible, aunque las palabras picaron de todos modos —. Si ese es el caso, entonces con mucho gusto os permitiré algo de tiempo juntos.

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Ella debió estremecerse, porque Paris la liberó y se giró para el ataque, con dos dagas en las manos. —¿Quieres morir? Zacharel permaneció centrado en ella. —Sólo tienes que decir mi nombre, mujer, y vendré a por ti. —Y despareció.

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CAPÍTULO 22

Paris se abalanzó a por Zacharel y al encontrar sólo aire, soltó una oscura retahíla de maldiciones. La principal de la cuales era “estúpida polla bloqueada”. Se volvió hacia Sienna con los ojos entrecerrados y dijo: —Di su nombre y firmarás su sentencia de muerte. —Sin darle oportunidad a responder -no es que supiera que decir- volvió a su lado y se abalanzó a cogerla en brazos. Comenzó a andar, a un ritmo suave, su peso aparentemente insubstancial—. Hay una caverna más adelante. Iremos allí a recomponernos antes de dirigirnos a la salida. —¿Cómo sabes que hay una caverna? —Había vivido aquí durante meses, mucho más tiempo que París, y aún así ella no sabía nada de una cueva. —Exploré el área cuando llegué por primera vez. Cosas que hacía un guerrero y que era sexy como el infierno. Ella suspiró y dejó caer la cabeza sobre su hombro. Los músculos agrupados bajo la mejilla. Y ahora que se dirigían hacia el castillo, el tirón se volvió menos insistente, permitiéndole relajarse. —¿Sabes? —dijo—. Llevamos juntos poco tiempo pero esta es como la centésima vez que has tenido que llevarme. Un resoplido. —Tus matemáticas están un poco oxidadas, cariño. Además, me gusta llevarte. Cariño. Le gustaba cuando la llamaba por motes cariñosos, le gustaba el modo en que su voz bajaba una octava y se volvía ronca. Sintió una opresión en el pecho y el vientre se le estremeció. Era el primero en hablarle siempre de esa forma y, a diferencia de la vez que la había llamado “querida” hacía tanto tiempo, estaba claro que quería que fuera algo especial para ella.

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Cuando frotó la mejilla contra él, su olor a champán y chocolate la golpeó, más intenso que nunca, y se le descarriaron los pensamientos. Presionó la nariz contra el acelerado pulso, aspirando tanto del aroma como podía. Se le animaron las terminaciones nerviosas, canturreando por su toque, por sus caricias. Su caminar se ralentizó y unos pasos más tarde, él tropezó. ¿Estaba distraído por ella, o herido? La preocupación ensombreció la excitación al recordar los cortes en su brazo. —¿Estás bien? —Estoy bien —contestó con brusquedad. Segundos más tarde su afirmación quedó arruinada cuando tropezó con una roca. Definitivamente estaba herido. —Suéltame. —Lucho contra su agarre—. Quiero andar. —Estate quieta —siseó Paris, como si le doliera—. Distráeme. Dime por qué te uniste a los Cazadores. Me lo contaste antes, aquel día que desperté en tu celda, pero faltan algunos detalles. Sienna luchó hasta que se quedó sin fuerzas, y no consiguió nada. Incluso en su debilitado estado, era más fuerte que ella. Cada nueva cosa que descubría de él, lo hacía quererlo más y lo hacía mucho más sexy. Al final se relajó contra su cuerpo, reconociendo la derrota sólo el tiempo suficiente para planear algo. O no. Los pensamientos se descarrilaron por segunda vez mientras más y más de su olor impregnaba su piel. El deseo por él comenzó a abrumarla. —Sienna. Su pregunta. De acuerdo. Y, bueno, vale. Si quería llevarla a pesar de su debilidad o lo que fuera que le pasaba, ella le permitiría hacerlo. Estar cerca de él era una necesidad. —Me tragué su ideología. Me convencieron de que el mundo se libraría del dolor, la enfermedad, la pobreza y la maldad si tú y tus amigos erais destruidos. —Matarnos no convertirá el mundo en una utopía. Los humanos toman sus propias decisiones, trayendo el mal y la perversidad sobre ellos. Pero digamos que realmente influimos en el mundo. ¿Importaría eso? La gente aún así tiene opciones. Pueden resistirse, luchar y optar por actuar como deberían. —Eso lo sé. —Se lamió los labios y se imaginó lamiendo un camino a sus… zonas bajas—. Ahora.

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—¿En serio? —Si repito mi respuesta ¿me creerás por fin? Pasó un momento en silencio. Un silencio tan espeso y pesado como el aire a su alrededor. —Sí. Ella parpadeó sorprendida, momentáneamente distraída del tema en cuestión. —¿Por qué? —Porque quiero creerte. No porque confiara en ella, pensó, e intentó no sentirse decepcionada. Pero claro, pedirle su confianza sería como pedirle a un hombre humano que le regalara la luna y las estrellas. Imposible. Y aún así, su fe, incluso dada por esa razón, era un principio prometedor. —Entonces, sí, creo sinceramente que mataros no tendría ningún sentido. El filo de su mandíbula pareció esculpido en piedra mientras él asentía con la cabeza. —Siguiente pregunta. ¿Cronus alguna vez te dijo por qué te esclavizó? Un tema peligroso, pero contestó. —Sí. Al mover él la mano, sus dedos le rozaron la parte inferior del seno. En un abrir y cerrar de ojos, el deseo regresó. —Bien. Cuéntame. ¿Intentando seducirla para sonsacarle información? No era necesario. Ya le había mentido una vez y había decidido no mentirle nunca más. La confianza era una cosa preciosa, y ella no le daría la espalda a la suya, sin importar los problemas a los que se exponía. —Quiere que regrese con los Cazadores, espíe a su líder y robe sus secretos. Contra la mejilla, sintió que su corazón dejaba de latir. Simplemente paró. Un segundo, dos. Por último, el órgano se puso de nuevo en marcha, pero el pulso era demasiado rápido, demasiado brutal. —¿Vas a hacerlo? —preguntó. Habían alcanzado la entrada de la cueva, que resultó ser la boca de uno de los cráneos gigantescos. Paris tuvo que encorvar los hombros para entrar sin rasparse la cabeza con los dientes. —Sí —susurró, rezando para que el tormento interior ante ese hecho permaneciera oculto—. Voy a hacerlo.

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—¿Por Cronus o por ti? —Por… todos nosotros. Para obtener respuestas sobre mi hermana pequeña. Está desaparecida, desde hace mucho tiempo. Por venganza. Odio a los Cazadores. Odio lo que hacen. —Por ti, añadió silenciosamente—. Aunque espero no tener que hacer las cosas a la manera de Cronus. —No había razón para mencionar lo de hacerse amante. Su actual plan de colarse, interrogar y matar podría funcionar. Si Paris la creyó o no, no dijo nada. La acarreó hasta el centro del recinto, donde se encontraba un manantial natural, y la sentó en el borde. Él le arregló las alas para que las puntas no tocaran la tierra del suelo. Una fría brisa sopló con fuerza, llenando el espacio y haciéndola estremecer. Silencioso, Paris encendió fuego a la vieja usanza, chocando dos rocas y dejando que las llamas prendiesen en las ramitas que había juntado. Las doradas llamas iluminaron su cara, bañando sus rasgos en una mezcla embriagadora de luces y sombras. Él siempre era hermoso, pero en este mismo instante era apetitosamente exquisito. Un mítico dios de los cielos del cual los meros mortales eran indignos de él. Sobre todo ella. —No vine para castigarte —dijo Paris. Ella recordó la acusación que le había lanzado mientras la tenía fijada contra la pared, con los labios hinchados por el beso brutal que había forzado sobre ella. Un beso que podría haber disfrutado en cualquier otra circunstancia. Pero en aquel momento, tan asustada como había estado de las Sombras y de sus sentimientos por él, había necesitado que fuera suave. E incluso suave no habría bastado para su descontrolado cuerpo. —Me alegro —contestó en voz baja. —¿Me crees? ¿Así como así? —Él chasqueó los dedos. —Sí. Su mirada se lanzó sobre ella, parpadeando con el mismo calor crepitante del fuego. —¿Por qué? —Porque quiero creerte. Una enfadada sacudida de cabeza, el pelo negro azotando contra sus mejillas. —O tal vez porque te sientes agradecida. Ella se lamió los labios, saboreándolo en el aire, sabiendo que ahora hablaban de algo completamente diferente. —No.

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—O simplemente porque deseas mantenerme fuerte. —No. —Ciertamente no porque me deseas —dijo, su tono tan agudo como un látigo—. No porque estés hambrienta de mí. Él quería que lo dijera, que admitiera que lo deseaba mientras estaban separados. Así no podría reclamar que la pasión hablaba por ella. Más que eso, quería que lo dijera sin admitir lo mismo. No al principio, y quizás tampoco después. De una u otra forma, se arriesgaría. Aunque una negativa podría salvar el orgullo, también podría alejarlo de ella, ahora y para siempre. Y aunque admitirlo podría causarle una gran vergüenza, también podría traer un placer diferente al que había conocido nunca antes. Por lo tanto, no hubo ninguna duda. —Sí — admitió—. Porque te deseo, porque estoy hambrienta de ti. El silencio reinó de nuevo, y no estaba segura si la había escuchado o le importaba. Entonces su mirada se alejó, sólo para volver un segundo más tarde, como si le faltaran fuerzas para luchar contra sus propias necesidades, el azul de sus ojos mezclándose con destellos rojos y negros del demonio. Misterioso e inquietante, pero no aterrador. Ya no. —No estaba seguro de lo que haría contigo cuando te encontrara —dijo, su voz más grave que cualquier otra cosa—. Salvarte, sí. Por supuesto. Soñar contigo, sí, eso también. Te deseo tanto que me duele. Todo el tiempo, me duele, pero aún cuando quisiera mantenerte, parte de mí siempre supo que tendría que abandonarte después. No puedo hacerlo permanente, incluso contigo. Incluso, había dicho, como si ella fuera especial. Y el hecho de que hubiera confesado sus propios sentimientos de deseo provocó que el hambre por él regresara con toda su fuerza. El cuerpo entero se le estremeció y si hubiera estado de pie, se habría derrumbado. —Sé que tendrás que dejarme —señaló. No era algo de lo que pudiera culparlo, porque ella tampoco podía quedarse a su lado. Paris expulsó un largo suspiro, los dedos apretados sobre las rocas en las que todavía permanecía. —No te mentiré ni engañaré, y si intentamos algo más, tendré que hacer ambas cosas. Al igual que había hecho con aquella mujer, Susan. —Estar contigo, puede no afectar a mi demonio, puede no fortalecerme. No lo sé porque nunca he estado con la misma mujer dos veces desde mi posesión. Si esto no funciona, tendré que dejarte antes de lo que esperaba y encontrar… a alguien más.

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No había ninguna razón para que él supiera que el pensamiento de él con otra mujer la carcomía, dejándole crudas y supurantes heridas. —Lo sé. —Porque viste a… —Susan. Sí. La tristeza parpadeó en sus ojos y luego el enfado. Se pasó la lengua por los dientes, como si su respuesta de algún modo hubiera aguijoneado su temperamento. —Si eso pasa, te lo diré. Antes de irme te lo diré primero, y cueste lo que cueste, volveré. Me aseguraré de que alcanzas la salida. Pero después de eso, tendremos que… despedirnos, de una vez por todas. El fuego debió haber hecho su trabajo, porque la caverna pareció calentarse en un instante, el frío vencido. O quizás simplemente el cuerpo había absorbido aquel frío dentro. Se sentía helada hasta los huesos. Paris no iba a protestar por su regreso con los Cazadores. Se preguntaba si se opondría a que se implicara con Galen, si era necesario, pero no iba a preguntarlo. Por mucho que quería saber la respuesta, al mismo tiempo no quería saberla. —Sabiendo todo esto, ¿todavía quieres estar conmigo? —preguntó él. Su tono implicaba que no le importaba una mierda la respuesta. Que se encogería de hombros y fácilmente encontraría a alguien más si ella decía que no. Pero se dio cuenta de que contenía el aliento, y que tenía las mejillas ruborizadas por la tensión. Realmente la quería, realmente le importaba que ella lo quisiera a su vez. —Todavía quiero estar contigo —contestó—. Todavía te deseo. Le buscó la cara y se sintió claramente satisfecho por lo que vio porque asintió con la cabeza. —Bien. Ahora quítate la ropa y métete en el agua.

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CAPÍTULO 23

Paris

miró mientras Sienna dejaba caer su camiseta en el suelo, donde ya había pateado el pantalón. Ahora estaba de pie en sostén y bragas. Simple blanco. Y aún así, aferrándose a su pequeño cuerpo perfecto, eran las prendas más sexis que alguna vez hubiera visto. La erección se estiró más allá del ombligo, la base más ancha que la muñeca. Sí, él la deseaba tanto. «Más», imploró Sexo. —El resto —graznó. Era tan bella… tan fuerte. Él había venido de tan lejos, había hecho todas esas cosas terribles, y sin embargo ella se había liberado del yugo de Cronus. Cuando Paris miró más allá de su propio orgullo masculino, se alegró por ello. Había combatido a su demonio y había ganado, algo que él nunca había sido capaz de hacer. Lo que fuera que ocurriera lejos de este reino, ella estaría bien. Lo que sucediera dentro, sin embargo... No debería hacer esto, pensó, aun mientras repetía: —El resto. Ahora. Ella desenganchó el sostén, dejó caer la prenda encima de las demás. Los pezones rosados se endurecieron por el frescor persistente en el aire, rematando los pechos que él quería en la boca. Los pulgares de ella se deslizaron debajo de la cintura de las bragas y tiró. Bajó la longitud exquisita de sus piernas, hasta que estuvo por completo desnuda. La mirada de él se clavó en el triángulo oscuro de rizos protegiendo su lugar favorito en este reino o en cualquier otro. Ella se movió con inquietud, sus brazos alzándose y descendiendo como si quisiera cubrirse como si mantuviera una discusión consigo misma sobre como proceder.

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—Eres perfecta. Tan dulce y perfecta. —Delgada, de huesos finos, con esa piel deliciosamente pecosa, cada marca recordándole una gotita de caramelo. Iba a lamerla de arriba abajo. Cuando se separaran, no habría ninguna parte de ella que él no hubiera saboreado. Frunciendo el ceño, se miró a sí misma. —¿Cómo puedes decir eso sobre mí? —Si estás a punto de insultarte a ti misma, sugiero que cierres la boca y entres en el agua. Su tono irascible la hizo parpadear. —Estás furioso. Infiernos, sí, estaba furibundo. —Cuando te digo lo bella que eres, y tú expresas dudas, básicamente me estás llamando mentiroso. —No, no quiero decir… es sólo que... —Hizo una pausa, recordándole la mujer balbuceante, insegura, contra quien había chocado en Roma. La que lo había fascinado tan completamente, la que había charlado tan encantadoramente—. Los hombres no… Hombres. Maldijo con el suficiente calor como para levantar ampolla. —Eso es bueno, pues de otra forma tendría que matarlos. —Ella era suya y cualquier otro que la mirara, cualquier otro que se le ocurriera tocarla… Párate ahí mismo. Mantén al mínimo la posesividad. Esto es pasajero. Tiene que ser pasajero. —Paris —dijo ella, con la voz entrecortada. —Sí. —Él quiso apartar la mirada, no podía apartar la mirada. —Creo que eres bello, también. —Con eso, como si ella no acabara de deshacerlo, se giró hacia el manantial. Él vio la elegante y magullada línea de su espalda. Vio donde esas alas violetas y negras crecían en dos hileras perfectas, vio el tatuaje obsidiana de la mariposa entre ellas. La curva de su columna vertebral le hizo la boca agua. Había dos hoyuelos en la base, justo encima de su culo. Y hablando de su culo, ¿había visto alguna vez algo más precioso? Lo suficiente como para agarrarlo mientras golpeaba profundamente dentro de ella, tonificado, cuatro pecas formando un patrón como de estrellas en la nalga derecha. Podría venerarlo durante horas, días. «Más. Por favor, más. Necesito tocar».

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Un gemido de dicha la dejó mientras se hundía en el agua humeante. Desapareció bajo la superficie, empapando el pelo, para volver a emerger chapoteando. —Toma. —El brazo le temblaba mientras sacaba del bolsillo una delgada pastilla de jabón envuelta. La vergüenza le invadió cuando notó que estaba temblando. La aceptó agradecida, los dedos de ella rozándole la palma. Cuentas de sudor le brotaron en la frente. —Gracias. Fuiste listo por viajar con una de éstas. Tendré que acordarme de hacerlo. Sí. No iba a explicar la razón para hacerlo. No iba a hacer eso con ella. Jamás. Decirle a ella que siempre llevaba una barra, que nunca sabía en la cama de quién iría a dar, o con qué clase de persona estaría, o lo sucio que se sentiría luego, o que él llevaba jabón como otros hombres llevaban condones... no era muy inteligente. Un seguro arruinador de estado de ánimo. Y hablando de condones, ¿podría decirle la verdad? Él no podía atrapar una enfermedad de transmisión sexual, así que no podía pasar una; el embarazo era raro entre un inmortal y una humana, mucho menos una humana muerta. Y aunque odiaba acostarse con desconocidos y aborrecía tener mucha intimidad con ellos, su demonio necesitaba el contacto piel con piel. Por lo tanto, ningún condón, aunque el pene había hecho contacto con miles de personas. Ella estaría asqueada. No debería haberla empujado a una relación sexual cuando no tenía nada más para ofrecerle. Debería haberle dado tiempo de tomar una decisión más informada, pero no tenía tiempo. No tenían tiempo. En dos días, la perdería. Y la cosa era, Sexo necesitaba satisfacción ahora. Así que, sí, si ella lo dejaba, la tomaría. Se situó en el borde del manantial, la necesidad por ella arañándole. Si hacían esto -estaban ya haciendo esto- y Sexo no estaba satisfecho inmediatamente después, ¿Paris tendría… qué? ¿Haría lo que le había dicho que haría y encontraría a alguien más? No pienses en eso en este momento. Podría descontrolársele el mal genio. Ya la oscuridad dentro de él formó espirales, ansiando una liberación por su cuenta, haciéndolo sentir como si estuviera poseído por dos demonios, cada uno con necesidades separadas. Sexo, necesitando sexo, y Violencia, necesitando derramamiento de sangre. Pero Maddox portaba al demonio de Violencia, así que allí acababa esa teoría. De todos modos. Es igual. Sólo Sienna y este momento importan. Sienna.

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Pronto ella dejaría este reino, los cielos, y se ocultaría de Cronus. No había manera de que Paris la dejara cazar a Galen. La convencería para que permaneciera escondida, y eso era todo. Ella estaría a salvo, y Paris regresaría con sus amigos. A su guerra. A su antigua vida. Una existencia enferma, lastimosa, pero, diablos, después de toda la gente que él había hecho sufrir a través de los siglos, se lo merecía. Especialmente por lo que le había hecho a Susan. Verdaderamente había admirado y respetado a Susan. Había prometido fidelidad aunque no podía darla, y lentamente le había roto el corazón. No le haría eso a otra mujer. Pero… anhelaba más que acoplamientos esporádicos. Anhelaba la monogamia. Anhelaba a Sienna. «Puedes tenerla», dijo Sexo. «Sólo para perderla». Sin argumento a eso. «Por qué me has dejado endurecerme por ella en múltiples ocasiones, aunque la hemos tenido, ¿pero nunca has hecho lo mismo con otra?» Repetidas veces había hecho esta pregunta, y siempre la respuesta era la misma. «No lo sé. Sólo pasa». Un montón de cosas “sólo pasan”. Aunque Paris odiaba la perspectiva de la próxima separación de Sienna, ella había asumido fácilmente el límite de dos días. Tenía que ser de esa manera, sí, pero diablos. ¿La mataría una pequeña pelea por eso? Mierda. Estaba siendo irracional, la oscuridad seguía manejándole las emociones. Si quería a esta mujer, debería tenerla. Si quería conservarla, debería tenerla siempre. Fin de la historia. Debería, debería, debería. No podías vivir con deberías y podrías. Sólo si lo conseguías. Él sacudió la cabeza, aclarando los pensamientos. Tenía una vista directa de Sienna mientras se bañaba. Se enjabonaba a sí misma, y maldita sea si él no estaba alelado mientras las burbujas caían en cascada por sus senos, se atoraban en sus pezones, y luego recomenzaban su viaje hacia su ombligo. —Sienna, tengo que decirte algo. —Él agachó la cabeza, demasiado humillado para enfrentarla. Después de esto, ella podría marcharse, sin posibilidad de sexo, pero tenía que hacerlo o su conciencia nunca se lo perdonaría. —Puedes decir lo que sea.

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Pronto lo descubrirían. —Después de tu muerte tenía que… ya sabes… y aun de camino aquí, yo... «¿Qué estás haciendo? Sabes que es mejor si nunca saben lo que pasa cuando terminamos con ellas». «Nosotros. Quieres decir tú. Cuando tú has acabado». —Lo sé —dijo, acallando al demonio y a él. Sin acusaciones, sin hacerlo descargar los detalles escabrosos. A él le gustaba eso de ella. Mucho. Probablemente no tenía ni idea de lo rara que era esa aceptación, pero él la tenía. —La última vez fue hace unos cuantos días, lo juro. Me mantuve pensando que te encontraría, y que quería estar contigo y sólo contigo cuando eso ocurriera. —Paris, no estábamos emparejados. No estábamos comprometidos. Lo último que te dije fue que te odiaba. Y lo lamento, realmente lo hago. Así que no te castigues a ti mismo por tus acciones. No hiciste nada malo. —El agua salpicó mientras ella cerraba la distancia entre ellos. Ella estaba de pie, unas manos tibias y mojadas se le envolvieron alrededor del cuello, retorciéndole las puntas del pelo. Él descansó la frente sobre la curva de su hombro. Suave, suave piel, perfumada tan dulcemente que se le nubló la mente. Sexo se volvió loco también, quizá aun más desesperado de lo que Paris estaba por tocarla y saborearla. —Yo no sería tan comprensivo contigo. Si tú te hubieras acostado con otro hombre, aunque no estuviéramos saliendo, aunque no estuviéramos comprometidos, yo… me enfurecería. —Seguiría sin mentirla. Y lo que haría luego, cuando se separaran... —¿Conmigo? —No. Tal vez. No sé. —Lanzó los brazos y la arrastró más cerca, necesitándola más. El agua empapándole el frente de la camiseta. Sus pezones le rozaron, creando la más chispeante de las fricciones—. Te quiero toda para mí solo. Ella llevaba el sol debajo de su piel, iluminándolo cada vez que se acercaba. El jade y cobre en sus ojos eran un exuberante valle próspero en el que podría perderse. Su boca le inspiraba cada una de las fantasías más eróticas. «¡Sí! Esto es lo que he necesitado, lo que he estado ansiando». Lo que Paris había estado anhelando. —Después de ti —le dijo ella suavemente—, no ha habido nadie, y antes de ti, habían pasado años. Años. El concepto lo desconcertó tanto como le complació.

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—Él fue… el único hombre que tuve alguna vez… pensé que me casaría con él —dijo—. Era un Cazador, el que me reclutó. —Una pausa plagada con mil bordes cortantes, y luego—. Voy a cambiar de tema, pero sólo un poco. Me gustaría expresar una duda más sobre, humm, mí misma, antes de que continuemos. Él se puso rígido, sospechando a donde se dirigía ella y temiéndolo con cada fibra de su ser. Ella se apresuró a seguir. —Sé que hemos estado juntos antes, y sabes que soy únicamente yo. Pero esta vez es diferente, porque te conozco mejor, me conozco a mí misma mejor, y temo que tú… Que no quiero ser… Que no puedo compararme. A las demás. Sí. Exactamente a donde él había pensado que ella se dirigía. Dejó caer un beso sobre su clavícula, lamió donde los labios habían estado, y luego chupó lo suficientemente duro para dejar su marca. Ella jadeó. —Yo también temo no dar la talla —admitió él—. Aquí estoy, el guardián de Sexo. ¿Qué pasa si no te puedo complacer? ¿Qué pasa si no puedo cumplir con tus expectativas? Y Sienna —agregó antes de que ella tuviera tiempo para responder—, las demás, no pueden compararse a ti. Él había estado con miles, sí, y se había esmerado en dejar a cada una satisfecha. Las había estado usando, después de todo, así que era lo mínimo que podía hacer. Pero hacerlas venirse no había sido en su beneficio; había sido para él, algo para aliviar el pinchazo de culpabilidad. ¿Se había preocupado realmente por su placer? No. —Oh, Paris. —Esas manos delicadas y bellas le acariciaron la espalda. Los movimientos eran rítmicos, graciosos, despertando partes de él que no había sabido que existieran—. ¿Y esto? Hoy eres sólo un hombre y yo soy sólo una mujer. No hay pasado, ni futuro, sólo el presente. Nos hará sentir bien. Nada más. Nada menos. Ah, diablos. Si ella seguía así eyacularía antes de que consiguiera entrar en ella. Le había ofrecido las palabras más eróticas que alguna vez había oído, que nunca había esperado escuchar, y era otra razón por lo que le gustaba. Ella hizo más que excitarlo. Lo reconfortó. —Sí. Me gustaría eso —dijo él. «¡A mí, también!» «Ya basta». Él situó las grandes manos en las caderas diminutas de Sienna, la sacó del agua y la colocó en el borde rocoso junto a él. El calor del agua había encendido su piel, y ahora, las gotitas viajaban a través de todos los lugares a los que él quería ir.

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Él se colocó frente a ella, agachándose, balanceándose sobre los talones antes de ponerse de rodillas. Lentamente deslizó las manos a lo largo de la parte superior de sus muslos. Se detuvo en las rodillas, los pulgares incursionando debajo durante varios minutos antes de aplicar presión y abrirla tan ampliamente como pudo conseguir. Ella estaba rosa, húmeda y brillante. Debería lamer sus pezones primero, y pretendía hacerlo. Ese había sido el plan. Abrirla, deslizarse más cerca y rendir el apropiado homenaje a ese dulce y pequeño botón. Pero, ahora que tenía una vista directa del centro femenino más bonito que alguna vez hubiera visto, no podía empezar en la parte superior y trabajar su camino hacia abajo. Él quería eso. Ahora. La quería goteando. —Te necesito en mi boca. Bajando por mi garganta. Toda sobre mí. Dime que lo necesitas, también. —Yo... —Dímelo. —Sí. Por Favor, Paris. Ahora.

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CAPÍTULO 24

Sin provocarle, sin atormentarle. Su mujer se merecía una recompensa. Paris presionó un beso suave donde había estado jugando con los pulgares, justo detrás de las rodillas, luego lamió y mordisqueó un camino hacia arriba… arriba… Un temblor la sacudió, una perfecta imitación de las vibraciones que Sexo lanzaba a través de él. Se inclinó más cerca… más cerca aún… respirando profundamente, captando el erótico perfume de su deseo. La sangre se le incendió, ardiendo a través del cuerpo, quemando todo a su paso y dejando sólo deseo. Eso era todo lo que sabía, todo lo que quería saber. Entonces estuvo allí, justo sobre ella, lamiendo el camino hasta su centro. Ella gritó, el ronco sonido mezclándose con un gemido de éxtasis. Su excitación le cubrió la lengua y se la tragó, al instante se convirtió en adicto. Los ojos se le cerraron mientras la saboreaba. Aunque no era sólo la ambrosía lo que probaba. Bajo el tropical sirope de la droga, estaba el sabor único y personal de ella, un decadente y caro buqué. Y por primera vez en su vida, pensó que realmente podría probar el afrodisíaco que su demonio liberaba. Ese algo dulce como la miel, rico en especies, le llenó la boca, le cubrió la garganta y rezumó por la piel, mezclándose con la suculencia de Sienna. ¿Cuántas veces había soñado con hacerle esto? ¿A ella? Incontables. Había esperado mucho tiempo, y en ocasiones, temió que nunca conocería la realidad. Nada debería haber sido capaz de estar a la altura del lánguido banquete que había imaginado, pero esto no estaba a la altura, lo superaba. Ella era todo lo que siempre había ansiado, y mucho más. Sus dedos se enredaron en el pelo, aplicando la más excitante clase de presión. Su mujer lo quería de regreso, atendiendo sus necesidades. No había conocimiento más embriagador. Pasó la lengua por su núcleo, pero esta vez no se apartó.

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Arremolinó la punta alrededor del clítoris, juguetona, burlona, conduciendo su pasión más alta. ¡Diablos, conduciendo su propia pasión más arriba! Estaba hambriento de ella, la polla palpitando contra la bragueta. —Así no —instruyó ella—. Casi lo tienes. Por favor, un poco más cerca y lo conseguirás. —Las palabras salieron sin aliento y sus caderas se ondulaban mientras ella procuraba colocar la lengua directamente sobre el hinchado clítoris. ¿Y ella pensaba que era mala en besos y sexo? Mujer tonta. Penetró en su núcleo, hundiendo la lengua en su interior, rápido, más rápido, disfrutando cuando Sienna jadeó su nombre, cuando su esencia le cubrió la cara, cuando la tragó y cuando sus uñas se hundieron en el cuero cabelludo, mientras sus caderas giraban y encontraban los empujes, mientras se arqueaba hacia él, se retiraba y se arqueaba de nuevo. —¡Paris! Sí, sí. ¡Ahí! Cuando sintió que se tensaba, cada vez más cerca de la liberación, encajó los labios sobre el clítoris y succionó, con fuerza, al mismo tiempo que conducía dos y luego tres dedos profundamente en su interior. Moviéndolos en tijera, cambió la profundidad y el ancho en un flujo constante de movimiento, y sólo cuando ella alcanzó la cima del clímax, se echó hacia atrás una fracción, ralentizando los movimientos. Sus gemidos se redujeron a incoherentes balbuceos, las caderas lo buscaron, sacudiéndose en círculo, intentando atraerlo de nuevo dentro de aquellas satinadas paredes. —¡Paris! Termina conmigo. —Quiero hacerte sentir bien. —Y lo hago. Te lo prometo. —Pero quieres más. —Sí. ¡Por favor! —Muy bien. —Una zambullida despiadada de los dedos, meneándolos en forma de tijera una y otra vez, chasqueó la lengua sobre aquel brote hinchado y ella culminó con violenta fuerza, sus paredes interiores cerrándose sobre él. Soltó un grito rasgado, fuerte y alto que desgarró sus cuerdas vocales. Eso le gustó y se deleitó con la idea de ser él quien la había llevado a ese punto. La desesperación aumentó de forma crítica, y tuvo que apartar los dedos de ella y sujetar sus muslos para mantenerse estable y evitar romper la cremallera y hundirse en casa. Se quedó así hasta que Sienna se calmó. Por fin sus hombros se hundieron y su cabeza cayó hacia delante. Aquellas alas de medianoche temblaron, brillando

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tenuemente como el ébano pulido. Jadeaba entrecortadamente y tenía un corte en el labio inferior donde se había mordido. Cuando su somnolienta mirada encontró la suya, Paris se llevó los dedos a la boca y lamió su excitación. No podía conseguir suficiente de ella y no creía que alguna vez pudiera conseguirlo. Sus pupilas se dilataron, consumiendo aquellos iris color avellana y dejando sólo negro. Terciopelo negro, liso e infinito. Podría perderse en ellos sin importarle ser encontrado nunca. —Quítate la ropa —susurró ella—. Por favor. Déjame tenerte ahora. Él agarró el cuello de la camiseta y tiró, encogiéndose para liberar la cabeza del confinamiento de la tela. Sus manos encontraron los pectorales un segundo más tarde, con las palmas presionándole los pezones. —Tu corazón corre —dijo, claramente impresionada por ese hecho. En aquel momento, el corazón le latía por ella. Sólo ella. Nunca había ansiado a una mujer tanto. Y que supiera lo que era, lo que había hecho y lo quisiera de todos modos… Se movió y se metió en la boca uno de los pequeños pezones rosados, chupando con fuerza y luego aliviando la picadura con un movimiento rápido de la lengua. Giró la cabeza e hizo lo mismo con el otro, dejando una señal en ambos. Marcándola de modo que cuando ella se viera en un espejo supiera que pertenecía a otra persona. A él, sólo a él. —Déjame ver el resto de ti —dijo ella. Él negó con la cabeza. —Paris… Otra negación. Para quitarse el pantalón, tendría que dejar de tocarla, y no quería hacer eso. No podía concebir una razón lo suficientemente buena para dejar de tocarla alguna vez. —Por favor. Tengo que verte. Temblando, él presionó la frente entre sus senos. Tragó saliva y encontró la voz. —Jamás tienes que rogar. No conmigo. Cualquier cosa que quieras, te la daré. —En el pasado, siempre era él quien tomaba de sus compañeras. Con ella, quería ser quien diera algo, quería darle todo—. Pero si me desnudo, perderé el control. Déjame saborearte, Sienna. —El control está sobrevalorado. Te quiero, y voy a tenerte de todas formas. Palabras tan hermosas.

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—Me gustaría que estuviéramos en mi casa, en mi cama, y tenerte extendida sobre las almohadas. Te mereces algo mejor que una sucia cueva. Ella le ahuecó las mejillas y lo obligó a encontrarse con sus ojos. —Después de todo lo que te he hecho, ¿cómo puedes decir eso? Él no le recordó que en este momento no existía el pasado. No podía. El pasado también lo inundaba a él. —Sienna, corriste hacia mí cuando estabas en problemas, cuando Cronus te esclavizó por primera vez. Antes de eso, te acostaste conmigo para fortalecerme a pesar de que estabas horrorizada por nuestra potencial audiencia, a pesar de que yo era tu mayor enemigo. Antes de eso, estuviste implicada en una guerra y bateando por tu equipo, igual que yo. No hiciste nada que yo no hubiera hecho si la situación hubiera sido a la inversa. Las lágrimas inundaron sus ojos y resbalaron por sus mejillas. —Nada de eso. No aquí, no ahora. —Paris las capturó con la lengua, alejándolas con un beso. Ahora venía el recordatorio—. Sólo somos un hombre y una mujer ¿recuerdas? —Es sólo que… siempre me pongo emotiva después de un arrollador orgasmo —dijo ella en tono seco y él se rió—. O debe, considerando que éste es el primero. —Tu otro hombre no hizo… Su risa fue sedosa, lasciva. —¿Qué otro hombre? Buena chica. Él rió entre dientes, sorprendiéndose. El genuino humor entre amantes no era algo que hubiera experimentado antes de ella. —Te quiero de todas las formas que pueda conseguirte. —Mordisqueándose el labio inferior, bajó la mano y abrió la cremallera. Las yemas de sus dedos rozaron la húmeda punta de la polla, que se extendía mucho más allá de la cinturilla del pantalón —. Mmmmmm, sin ropa interior. —Tenía… la esperanza de que esto ocurriera. Ahora fue ella la que rió entre dientes. Paris la agarró por el culo y la instó a avanzar, mientras que él inclinaba hacia atrás las caderas. Ella se deslizó del cimiento de roca, sostenida sólo por las manos. Él colocó su centro justo sobre la erección, tan caliente, tan mojado, pero no empujó. Aún no.

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—Bésame —ordenó, a la vez que Sexo emitía un ronroneo. Suponía que el demonio estaba tan excitado que no podía permanecer en silencio ni un segundo más. Al menos no hablaba—. Como antes. Poséeme con tu boca. —Un placer. —Un estremecimiento la recorrió cuando unió sus labios sin vacilar, empujando la lengua dentro de su boca y alimentándolo con todo lo que era. Poseyéndolo, tal y como había querido. —No puedo contenerme —dijo él. Todo pensamiento de saborearla, en ese mismo instante, huyó. Ellos tenían el aquí y el ahora, y no mucho más. Tenía que conocer el resto de ella, tenía que unirlos—. Debo entrar en ti. Necesito entrar en ti. —Sí. Poséeme tú a mí. Él empujó profundo y seguro, llenándola. Gimieron al unísono. Paris, Sienna, Sexo. Era como volver a casa después de estar un año en el desierto, cuando tenías tanta sed y tanta hambre, que sentías como si estuvieras bebiendo y comiendo por primera vez. Como si estuvieras vivo por primera vez. Los sentidos despertaron, consciente de cada una de las necesidades de ella, en sintonía con cada uno de sus matices. Esto era lo que había anhelado tan desesperadamente. No era sólo una comunión de cuerpo, sino de mente. De alma, cada respiración entrelazada. Sí. Sí, sí, sí. Estaba apretada, más apretada que un puño, y lo sabía por qué la estiraba. Sabía que era demasiado grande para un cuerpo tan delgado, pero eso no le detuvo de moverla arriba y abajo, arriba y abajo desde la raíz del pene hasta la misma punta. Sienna estaba tan mojada, que el deslizamiento fue suave. Sus pezones le rasparon el pecho, creando la fricción más deliciosa. Fricción que le lanzó ramalazos de placer por todo el cuerpo. Estaba completamente consumido por ella. La tenía en la boca, se apretaba contra él, su peso se deslizaba sobre él… hasta el final… sus piernas lo rodeaban con fuerza, las manos en la espalda, con las uñas rozándolo y arañándolo. Incluso los extremos de su pelo actuaban como estimulante, bailando sobre la piel y haciéndole cosquillas. Paris acarició su espalda con las manos y se detuvo entre sus alas. Ocasionalmente, a lo largo de los años, había tenido que masajear a su amigo Aeron para disipar la rigidez de la batalla. Fue entonces cuando descubrió lo sensibles que las hendiduras de esas alas podían ser. Teniendo presente que ella debía de estar dolorida, masajeó con cuidado, haciendo rodar los músculos y tendones bajo los dedos. Un ronco grito la abandonó.

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—¡Paris! ¡Oh, Paris! Su nombre en sus labios lo deshizo, total y completamente. Raras veces decía como se llamaba a sus compañeros, no queriéndolo oírselo decir y que le hicieran sentir más vergüenza. Pero ahora, con Sienna, de nuevo perdió el control. Bombeó en ella, más duro, tan malditamente duro que los dientes de ambos chocaron cuando ella se zambulló por otro beso. Sus lenguas se enfrentaron con la misma fuerza, la misma intensidad. Los testículos se prepararon, la piel que los rodeaba contrayéndose. Candentes oleadas de placer y fuerza nadaron en la base de la espina dorsal, a punto de estallar a través de él, devorarlo y marcarla a ella. Quería correrse desesperadamente, pero no, no antes de que ella hubiera explotado. Su placer estaba primero, ahora y siempre. Metió la mano entre sus cuerpos y rodeó su clítoris con el pulgar. Y, oh, dulce cielo, eso fue todo lo que ella necesitó. Otro grito rasgó sus cuerdas vocales, haciéndose eco a su alrededor, ordeñándolo con sus paredes internas. Él eyaculó dentro de ella, vertiendo todo el deseo, toda la necesidad y pasión directamente en su núcleo. Rugió y rugió, atrapado en las increíbles sensaciones, sin importarle nada más. Y cuando, una eternidad más tarde, ella se derrumbó sobre el pecho, las piernas laxas contra las suyas, siguió sosteniéndola, poco dispuesto a soltarla. En ese mismo instante, no estaba seguro de que alguna vez fuera capaz de dejarla ir.

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CAPÍTULO 25

Lo habían maltratado, la piel parecía cintas de color rosa que se rizan en una caja de Navidad. Violado de las peores formas. Pero Kane nunca les dio a las siervas lo que querían. Estaba avergonzado de no poder luchar para liberarse, que su demonio de alguna manera lo hubiera capturado y dominado con tanta solidez como las cadenas con grilletes en las muñecas y tobillos. Él era un guerrero, con miles de años de antigüedad, con experiencia perfeccionada en los más sangrientos campos de batalla. Esto debería ser un juego de niños. Tendría que haber escapado hace mucho tiempo. Más que otra cosa, sin embargo, es que había sido humillado de formas que no estaba dispuesto a reconocer o enfrentar. Las cosas que le habían hecho... Más tarde. Se ocuparía de eso más tarde. Tal vez. En este momento, lo único que podía hacer era distanciarse de lo que le estaba ocurriendo en el cuerpo, como si no fuese el suyo el que soportase el abuso. Como si otro tuviese dientes en su muslo, manos donde ninguna otra había estado. Gota a gota perdía sangre. Kane había sido torturado antes. Muchas veces, de hecho. Esto sólo era más de lo mismo, se dijo a sí mismo. Sí. Correcto. Desastre se rió, un sonido cruel, feliz haciendo eco en la mente. Si sólo esa fuera la primera vez, pero no. Desastre se había reído y se reía y reía, una corriente interminable de diversión. El odio consumía totalmente a Kane, lo mantenía consciente. Cada vez que se sentía caer en la oscuridad, pensaba en el Alto Señor demonio dentro de él. A pesar

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de su instinto de permanecer distante, quería saber cada acción hecha a él. Un día, iba a devolverle el favor del mismo modo, por mil. Su demonio sufriría así. Su demonio iba a morir de esta manera. Sí, un día. Apartó la mirada de la pared salpicada de sangre de la caverna por encima de él y la deslizó por el cuerpo. Era una masa carmesí. Goteando... goteando... ¿Esas eran las costillas? Sí, pensó vagamente. Lo eran, incluso una apuntaba en la dirección equivocada. Un. Día. En la distancia escuchó el retumbar de... ¿cascos de caballos? Tal vez. Fuera lo que fuese causó que las siervas encima de él, debajo de él, incluso las que le rodeaban esperando su turno, se dispersaran en el viento, dejándolo encima de la roca, desnudo, todavía sangrando... goteando. Rojo, un color tan bonito pero horrible. Vida y muerte, unidas entre sí. Debería tener un tremendo dolor, pero no tenía ninguno. Sólo un extraño entumecimiento, bienvenido. Un relincho de caballo. Pasos de botas. Debería preocuparse. Alguien estaba ahí, mirándolo, observándole en su peor momento. A él le importaba, pero no había nada que pudiese hacer al respecto. No tenía manera de cubrirse o de ocultar lo que le habían hecho. Quería matar a este recién llegado de la misma forma que quería matar a las siervas y a Desastre. Cualquier cosa para borrar todo el conocimiento de este día. Para siempre. Una sombra cayó sobre él, entonces alguien se inclinaba hacia abajo y lo miraba a los ojos. El pelo oscuro, los ojos del azul más cruel. —Yo te conozco. Eres Kane, el guardián de Desastre. Tienes un mal día, ¿verdad? Kane reunió la fuerza suficiente para girar la cabeza. La acción, aunque pequeña, le agotó las pocas fuerzas, dejándolo frío, vacío. No le quedaba nada. Por supuesto, el hombre extendió la mano y le giró la cabeza hacia él, obligándolo a prestarle atención. —Tomaré eso como un sí. Silencio. El hombre sonrió, y no era agradable. —Una vez, yo no habría recibido aquí una visita de un Señor del Inframundo. Ahora aparecéis sin más. Por cierto, tu amigo Amun me llamó Red mientras estuvo aquí abajo. Bueno, él lo pensó. El muchacho no habla mucho, ¿verdad? —Soltó una

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carcajada genuinamente divertida, y, sin embargo, había mordacidad en el sonido—. Ojala hubiera recogido esos pensamientos mientras estaba delante de mí, pero entonces, no tenía éstas, un regalo de Amun antes de que se marchase. Red sostuvo en alto dos manos, y no estaban unidas a su cuerpo o a cualquier otro. Eran de piel oscura y se mantenían unidas por una correa de cuero. Una correa de cuero que él había envuelto alrededor de su cuello, como si llevase guantes de boxeo. El interior de las manos había sido vaciado, la carne curtida. Ahora eran guantes. Guantes humanos. El ácido burbujeó en el estómago de Kane. Amun había venido aquí para rescatar a Legion y en el proceso había sido infectado por cientos de demonios menores, el mal convirtiéndose en aceite deslizándose sobre su piel. La única solución había sido enviarlo de vuelta aquí para ponerlos en libertad. Los guantes eran del mismo color café que la piel de Amun, poseían las mismas marcas. —¿Qué quieres decir con... regalo? —Kane logró hacerlo pasar por la garganta destrozada. Una garganta raspada crudamente cuando las siervas le habían metido cosas en la boca. No se habían preocupado de que él quisiera morderlas, y tampoco intentaron impedir que lo hiciera. En realidad les había gustado. Ellas acababan… No pienses en eso todavía. Te volverás tan loco como estaba Amun. —Gané los guantes en un juego de póquer —dijo Red, su tono indiferente—. ¿Juegas? Espera. No respondas a eso. Déjame enterarme de tus secretos con mi nuevo juguete favorito. —Sonriendo con una mueca nada agradable, metió sus manos en los guantes de piel y se acercó. Lo tocó. Aquellas manos apretadas contra la sien de Kane, frías y duras. Red cerró los ojos, todo su cuerpo se sacudió, como si se arrancase un coche con una gran cantidad de caballos bajo el capó. Pasó un momento, el único sonido su respiración pesada. A continuación, otra ronda de cascos resonaron. Pasos de botas sonaron después. Un hombre rubio con una amplia sonrisa similar se inclinó sobre Kane. —¿Qué ha llegado hasta aquí? ¿Otro guerrero demonio? —Parece. —Red se enderezó, su mirada azul perforando a Kane—. Está bastante confuso. —¿Se curará? —No lo sé —un encogimiento de hombros, como si la respuesta no fuera importante para nada, continuó—: El hombre a mi lado es mi hermano. Amun le llamaba Black. Yo lo llamo idiota. Puedes utilizar el que prefieras. —Déjame usar las manos —dijo Black, frotando las suyas con anticipación.

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—Diablos, no. —Surgió un gruñido de Red, una advertencia animal—. Justamente las conseguí hoy, y ésta es mi semana de poseerlas. —Solamente quiero pedírtelas prestadas un minuto. —Por favor. Vas a quedártelas y dirás que ya es tu turno. —No lo haré. —Sí lo harás. Estoy soñando. Tengo que estar soñando. Por lo menos, alucinando. Fieros asesinos -y ellos eran asesinos, ya que poseían el mismo borde duro que sus amigos-, estaban discutiendo como niños. —Está bien. Cuéntame de que te has enterado —dijo Black, claramente enfadado. —Él estaba con el Oscuro, y recientemente —el amor y el odio bañaban el tono de Red—. El Oscuro cree que éste alejará a White de nosotros. Los dos fueron capturados, traídos aquí y marcados para morir. Un derrumbe los separó. Él no sabe dónde está el Oscuro. Las siervas lo trajeron aquí, trataron de aparearse con él. ¿El Oscuro? La única persona que pensó que Kane se llevaría a alguien llamado White era William ¿Y cómo lo supo Red? Las manos, se dio cuenta Kane. Esas manos habían pertenecido a Amun, el guardián de Secretos. Red se había puesto esos… guantes, había tocado a Kane y se le había metido en la mente, descubriendo la información. Tenía un arma muy práctica. Debería estar furioso, pero aún estaba demasiado aturdido. Black apretó la mandíbula. —White habrá detectado tú alegría al encontrar un nuevo demonio, igual que yo. Ella estará aquí pronto. No podemos permitir que encuentre a este guardián —los ojos esmeralda se posaron en Kane—. No la separarás de nosotros. No quiero tener nada que ver con ella, tío. —¿Vamos a matarlo y acabar de una vez? —preguntó Red como si estuviera pensando en servir la cena. Black se frotó la barba dorada de su mandíbula. —Eso acabaría con su sufrimiento. Una buena acción por nuestra parte. Kane quiso ayudarle con la respuesta. Infierno, sí, deberías matarme. Porque cuando este entumecimiento desapareciera, cuando el cuerpo gritara por el dolor y la mente se fusionase con las emociones, iba a sufrir. Iba a gritar. Iba a enfurecerse. Venganza, se dijo. No podía tener venganza si estaba muerto.

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—No, no le mataremos —dijo finalmente Black—. No hasta que haya tenido mi turno dentro de su cabeza. —De acuerdo. Entonces lo iban a matar en una semana a partir de ahora, después de que Black tuviese su turno. Siete días. Kane no sabía si reír, darles las gracias o simplemente seguir adelante y comenzar a gritar y enfurecerse ahora. Los dos lo liberaron de las cadenas, pero no tenía fuerzas para moverse. Sólo podía estar allí, esperando, impotente a su antojo. —Green va a abalanzarse sobre nosotros por salvarlo —dijo Red—. Ya sabes lo protector que es de White. —Eso es cierto —Black levantó a Kane sobre su hombro, sin preocuparse de la caja torácica al descubierto—. Es la única mujer que puede tolerar. La acción interrumpió algo del adormecimiento físico, disparando afiladas lanzas de dolor a través de él. La mente se le comenzó a nublar, el oxígeno en un sueño lejano. —Pero para entonces —continuó Black, cuando Kane se desvanecía... se apagaba...—. Yo habré tenido mi turno, por lo que es un punto discutible. Kane no escuchó la respuesta de Red. Para él, por fin, gracias a Dios se apagaron las luces.

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CAPÍTULO 26

En lo alto de los cielos, Cronus se encontraba a los pies de la cama, mirando a su esposa. Ella todavía estaba desnuda, aún encadenada, pero con dos palabras acababa de cambiar los mismísimos cimientos de su guerra. —¿Qué dijiste? —Seguramente había escuchado mal. Su barbilla se alzó con altanería y en sus ojos brilló un oscuro odio. —Tómame y déjale ir. No, no había escuchado mal. Entrecerrando los ojos lanzó una mirada al Cazador arrodillado a los pies. Cronus había venido a este lugar, como había hecho todos los días durante las últimas semanas, y había ofrecido la misma opción a Rhea. Ver a un Cazador morir o sentirse dominada con puños de hierro. O en este caso, ver a dos Cazadores morir… el hombre y una mujer que se había negado a soltarle mientras Cronus lo arrastraba fuera de la jaula. Ella siempre había preferido ver al Cazador morir. Siempre. Excepto hoy. ¿Qué había cambiado? ¿El Cazador en cuestión? Él era la única variable distinta. ¿Significaba eso que se preocupaba por el hombre? No, se aseveró después de un segundo de desconcierto. Rhea sólo se preocupaba de sí misma. ¿Era el hombre importante para su campaña divina? ¿Pero qué podría un único y débil humano hacer para ayudar a una diosa? La respuesta era simple. Nada. Eso dejaba sólo una opción. Ella lo deseaba. La rabia se desplegó dentro de Cronus, como puños de hierro aporreándole el pecho. La piel se le estiró sobre los huesos, la medula se afiló como la punta de una daga y lo cortó. Agarró al humano por el pelo, poniéndole de pie y le estudió de nuevo. Casi treinta años, rubio, guapo de un modo sereno y distinguido como simplemente un

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mortal con una cantidad de tiempo limitada podía poseer. Delgado, con sólo la más mínima insinuación de músculo. Claramente, no era un luchador. Un erudito, quizás. Sin embargo, no podía preguntárselo. Como a todos los demás, Cronus ya le había cortado la lengua. Algo imprescindible para estas reuniones. Permitir que alguien hablara con Rhea, que le entregara un mensaje secreto que Cronus no pudiera descifrar, habría sido un enorme error táctico. Y Cronus nunca cometía errores tácticos. Observó a su esposa. Su expresión obstinada no le reveló nada. —Déjale ir —dijo ella, la barbilla cada vez más alta—. He elegido. Seré tomada a cambio de su vida. ¿Liberar al hombre? ¿Vivo y bien, perdonado por sus crímenes contra el mayor rey de Titania jamás conocido? La idea era inconcebible. Ridícula. —¿Y la mujer? —espetó él, tirándole del pelo para levantarle la cabeza. Ella gimió, haciendo que el hombre gruñera ante su patente angustia. Que dulce, pensó secamente Cronus. Los humanos se preocupaban el uno por el otro. Ojos del color de un campo de batalla empapado en sangre recorrieron a la chica. —Ella no me importa. Haz lo que quieras con ella, sólo libera al hombre. Al demonio de Rhea debía estar dándole un síncope. Eso, o Discordia simplemente disfrutaba del espectáculo. Bueno, sería un placer para Cronus ofrecerle otra ráfaga de discrepancias. —No estoy de acuerdo con tu elección, esposa. Por lo tanto, creo que decapitaré al hombre antes de liberarlo. La reina chisporroteó durante un momento, las cadenas repiqueteando contra los postes de la cama. —¿Careces completamente de honor, marido? —Por supuesto. Para ganar, hay que hacer lo que sea necesario. Además, nunca prometí dejar a tus Cazadores marcharse mientras sus corazones todavía latían, ¿verdad? —¡Hijo de puta! —Si deseas salvar a éste, me dirás que hay de especial en él. Ese es nuestro nuevo trato. El hombre tembló de miedo y su pegajoso sudor erigió un olor acre en el ambiente. La mujer, todavía arrodillada al otro lado de Cronus, se extendió hacia él,

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apretándole la mano en señal de consuelo y apoyo. Tenía el pelo cortado por los hombros y tan negro que el color debía proceder de un tinte. Sus ojos eran marrones, de un chocolate profundo, y se llenaron con lágrimas de angustia. Era bonita a su manera, del tipo delicado, y de algún modo le resultaba familiar. No era la primera mujer que le traía a Rhea y tampoco sería la última. Había varias más que esperaban en las mazmorras. Ahora se preguntó si habría matado al hermano de ella, o una hermana quizás, y por eso pensaba que la reconocía. —Explicarte mis motivos nunca fue parte del trato —dijo Rhea con su típica voz arrogante que él tanto odiaba. La que garantizaba que lo viera todo rojo—. Déjale. Ir. Efectivamente, la rabia de Cronus se intensificó. Devolvió la atención al hombre. Las sombras formaban semicírculos bajo sus ojos, tenía las mejillas ahuecadas y la sangre le goteaba de la barbilla, la prueba de su mortalidad. ¿Alguna vez Rhea le dio la bienvenida en su cama? ¿Era este hombre uno de los muchos que Cronus había sentido que su esposa disfrutaba en los últimos meses? ¿Había culminado este bastardo dentro de ella? Cuando la pasión la alcanzaba, ella se volvía salvaje y lasciva, e inconsciente -o indiferente- del daño que infligía. Cada nueva reflexión echaba otro leño al fuego de la rabia, hasta que la única cosa que tuvo dentro fue el humo negro y espeso y las llamas carmesí atrapadas en el cuerpo. No podía ver más allá, sólo podía ahogarse en ello. Y sólo entonces se dio cuenta de que no era el humano quien temblaba con tanta intensidad; era él, y el conocimiento lo humilló. El humano tenía que pagar. —Mírame. Ahora. Largas pestañas marrón-doradas se alzaron y unos ojos llenos de desafío y odio lo miraron. Resentimiento, también. ¿Este humano anhelaba lo que él poseía? ¿Una conexión con Rhea? Bien, eso terminaría ahora. Antes de que Cronus comprendiera que se había movido, liberó a la chica, agarró una daga… y cortó. Vio como una raja se abría en medio del cuello del hombre, la sangre brotando y fluyendo. Vio como el dolor sustituía al resentimiento… Vio como eso se desvanecía… desaparecía… y su cuerpo quedaba flácido. La chica gritó, el estridente ruido irritándole los oídos, y eso le molestó. Frunciendo el ceño hacia ella, con toda la intención de reprenderla, desenroscó los dedos del pelo del hombre y se dirigió hacia ella. Pumm. El cuerpo sin vida golpeó el suelo y ella soltó otro grito, lanzándose fuera de su camino. No antes de que él escuchara el horrorizado jadeo de Rhea.

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Desvió la atención hacia ella, la chica de pronto olvidada. Su esposa acababa de jadear. El sufrimiento debía ser el único compañero en la innumerable eternidad que le esperaba, sí, pero el hecho de que lo hubiera encontrado en la muerte de un débil mortal no le llenó de ningún tipo de satisfacción. Tal reacción significaba que se había equivocado, que ella, en realidad, se había preocupado por el hombre. Incluso mientras el mal genio llameaba más fuerte, luchó por entenderlo. ¿Por qué le importaba una criatura tan limitada de tiempo y capacidad? Una criatura tan frágil, tan fácil de destruir. Como él acababa de demostrar. La joven de pelo negro gateó hasta el hombre caído y lo recogió en su regazo. Ella lloró, las lágrimas un diluvio de emoción. Obviamente, a ella también le había importado el hombre. Pero… ¿Por qué? ¿Qué había hecho él para conseguir la lealtad de las dos mujeres? El labio de Cronus se dobló en un gruñido. La respuesta no importaba, no realmente. El cabrón se había ido para no volver jamás. —Déjale —ordenó a la chica. Ella alzó la vista, el odio brillando en sus ojos. Con cuidado, puso el cuerpo en el suelo, presionó un beso en su frente y se puso de pie. Con pasos cortos, mesurados, se acercó a Cronus, horribles sonidos de pena elevándose de ella. Si no le hubiera cortado la lengua, estaría lanzando maldiciones sobre él, estaba seguro. Pero ella no podía culparlo por su falta. Le había dado una opción. Volver a la jaula y morir otro día, o permanecer con el hombre, perder la lengua y morir en ese caso. Ella había decidido quedarse. —No soy un monstruo —dijo él—. Tu pareja escogió el bando equivocado de la guerra, y pagasteis por ello. —Una de las cosas que había aprendido durante los siglos dentro del Tártaro: Un rey sin mano firme era un rey sin trono. Lo que vino después era de esperar. Ella se lanzó contra él, los puños golpeándolo, su furia y angustia infundida en cada golpe. Él no trató de defenderse. No había necesidad. ¿Realmente pensaba ella que le hacía daño? ¿Qué ella podría hacerle daño? Un rotundo no a ambas preguntas, sin embargo, su incansable esfuerzo pronto lo agravió. Tenía cosas mejores que hacer. —Detente, mujer. Ella no le escuchó o no quiso obedecer. Cronus la apartó, una concesión por su parte, y una que a menudo no ofrecía, pero ella volvió, una catapulta de ira femenina. Podría haberla congelado en el lugar con una ondulación de la mano, pero se negó a

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tomar ese camino. El orgullo le dictaba que ella obedeciera por propia voluntad o sufriera las consecuencias. —¿Deseas morir también? —preguntó. De algún modo la pregunta traspasó su obsesión y ella se quedó quieta, a un suspiro de aire cargado de emoción separando sus cuerpos. Jadeantes respiraciones salían de su boca y aquellas desgarradoras lágrimas siguieron fluyendo. Lo que vino después no se lo esperaba. Con un grito que le salió del fondo del alma, ella se lanzó contra la daga. Sus ojos se agrandaron por el dolor; la sangre gorjeó de su boca. Su daga. Oh, sí, Él todavía agarraba la empuñadura, la afilada y plateada punta frente a ella, ahora en su interior. Efectivamente, ella quería morir. —Muy bien, mujer. De nuevo, apoyaré tu elección. —Un tirón del brazo, y fue liberada de la intrusión. Un movimiento rápido de la muñeca, y la mató de la misma forma que había matado a su hombre. Una muerte por piedad, se dijo a sí mismo. Los ojos de ella se pusieron en blanco mientras su cuerpo caía al lado del hombre. Pasó un largo momento en silencio. Algo le ardía en el pecho. Pesar, quizás. Aunque por qué sentía una emoción tan fuerte por alguien que no conocía y no le importaba era un misterio. La violencia caminaba de la mano de la victoria. En el cielo, no podías tener una sin la otra. —Bueno, bueno —dijo Rhea, y ya no había ni una pizca de desasosiego en su tono. Ni de enfado o traición, tampoco—. Mis felicitaciones por un trabajo bien hecho, querido. Se dio la vuelta para mirarla. No se encontró con lágrimas, recriminaciones o incluso dolor. Se encontró con regocijo. Los labios que una vez besó con reverencia se alzaban en una sonrisa satisfecha. —¿Cómo te sentiste asesinando a dos inocentes? Él mantuvo la expresión en blanco, no queriendo revelar la confusión. —¿Por qué esa arrogancia, esposa? Tu hombre está sangrando por toda mi alfombra, ¿no es así? —No. No lo es —ella arqueó una ceja ante su impasible reacción—. ¿Crees que no conozco la profecía? Como será mi Galen quien tomará tu cabeza… a menos que lo unas a la mujer con alas de medianoche. Él limpió la daga sobre el cobertor a los pies de Rhea, un recordatorio de su proeza. Una que estaría obligada a ver durante el resto de su estancia aquí.

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—Si tu Galen toma mi cabeza, tú también morirás. Una carcajada recubierta de hielo la abandonó, provocando que un escalofrío le avanzara lentamente por la espalda. —Lo sé. —Y no sonó como si le importara—. También sé cómo trabaja tu mente. Esperas que Galen quiera usar a la chica alada y a su nuevo demonio, pero dudas de que desee a la muchacha en sí misma. ¿Cómo, entonces, podrías forzar una vinculación? Déjame pensar, déjame pensar. Oh, sí, ya lo sé. Convirtiéndola en una fuente andante de ambrosía y hacer adicto a Galen de su sangre. ¿Cómo lo hago hasta ahora? Desde que Zeus le tendió una emboscada y lo puso de rodillas Cronus nunca había experimentado tanto miedo. —¡Cierra la boca! ¡Tú no sabes nada! Rhea continuó, su voz una sedosa caricia. —No podías infectar a una chica viva con ambrosía; sólo podías infectar a una muerta. ¿Y a quien escoger mejor que a alguien a quien el Señor del Sexo desea? Él convencerá a sus amigos para que la dejen en paz, y ella lo convencerá para que dejen a Galen en paz. Por último, la paz reinará y tu cabeza estará a salvo. ¿Sí? ¿Eso es lo que crees, verdad? El corazón le latió con fuerza contra las costillas. —Incorrecto —graznó él—. Estás muy equivocada. —¿Por qué nos deshonras a los dos con una mentira? ¿Crees que no tendría ni idea de lo que se predijo hace tantos siglos? Permaneciendo en silencio, una vez más controló la expresión, poco dispuesto a mostrarle alguna reacción. —¿Y de verdad creíste que no haría nada cuando descubrí que le habías dado el demonio de Ira a una joven humana muerta, a la que le crecerían alas de media noche? —Otra retorcida sonrisa de alegría—. Bien, lo que hice, marido, fue aprender todo lo que pude sobre ella. Sobre su hermana desaparecida, Skye, y el compañero de Skye. Las dos personas que acabas de matar. Pasó un momento mientras él digería la información. Cuando lo hizo, tropezó hacia atrás, sacudiendo la cabeza con vehemencia. —No. No. —¿Por qué crees que te permití capturarme, eh? ¿Por qué crees que te permití capturar a mi gente? ¿Cómo crees que tus espías supieron donde se escondían? He estado esperando este día. El día en que provocaste tu propia ruina, el día que

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comprendieras que debido a que tú llevas la Llave Absoluta en tu interior, yo también. ¿Crees que tu Sienna te ayudará ahora? Con eso, Rhea desapareció de la cama, las cadenas que la habían atado haciendo un ruido sordo al caer sobre el colchón vacío.

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CAPÍTULO 27

Legion caminaba por el dormitorio como si sus pies estuvieran ardiendo. Los Señores ya habían dejado la fortaleza, el destino Roma, decididos a encontrar y matar a Galen, para poder salvar a Ashlyn y a los bebés. No habían venido a por ella... supo que nunca ni una vez habían considerado intercambiarla. Eran tan honorables. ¿Cómo los compensaba Legión? Escondiéndose lejos. Y por sus acciones, Ashlyn sufriría. Dulce, dulce Ashlyn. ¿Qué le estaba haciendo Galen? Si él la lastimase de la manera en la que los demonios habían lastimado a Legión... con el estómago agitándose, se fue corriendo al cuarto de baño y se encorvó sobre el inodoro. Tantas veces había vomitado el último día… ¿semana? Estaba sorprendida de que los pulmones se mantuvieran en el pecho. Sorprendida, y decepcionada. Quería morir. Prefería morir que pasar por otro manoseo, tener manos desgarrándole la ropa, tener cosas... hechas… para... -¡Argh!- Cortó los venenosos pensamientos antes de que pudieran formarse completamente. Una imagen inesperada y sufriría un colapso, histérica, inútil durante días. Con un suspiro trémulo, apoyó la sien sobre la tapa del inodoro. Esa hermosa diosa menor rubia le había hecho una pregunta. ¿A quién amaba más? A los hombres que la habían salvado, ¿o ella misma? Finalmente logró obtener una respuesta. Los hombres, definitivamente. Pudieron haberla dejado en el infierno, pero habían ido a por ella, la habían rescatado. Ella se lo debía. Pero... si se entregara a Galen, la torturaría. Lo había envenenado, después de todo. Había intentado matarlo.

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Él esperaría que le calentara la cama. Lo sabía. Antes de que lo hubiese envenenado, se había acostado con él, su primera vez con un hombre, y le había gustado, había ansiado más, hasta... Tragó saliva, otra vez obligando a la mente a aclararse. Si fuera con Galen, se colocaría voluntariamente en otra versión del infierno. Sin embargo, eso es lo que significaba sacrificarse, ¿verdad? Resistir el dolor para que alguien más no tuviera que hacerlo. Eso es lo que los guerreros habían hecho por ella, una y otra vez. ¿Podría realmente hacer menos por ellos? Un estremecimiento de repulsión circuló por ella, y cerró los ojos. Estaba decidida, entonces. Iría con Galen. Se intercambiaría a sí misma por Ashlyn. No había otra manera, ninguna elección. Y ahora que la decisión estaba tomada, sólo tenía que cerrar los ojos y pensar en Galen, y ella comparecería ante él. Los Señores habían olvidado que, como Lucien, podía moverse de un lugar a otro con sólo un pensamiento. La única diferencia era, que ella no tenía que seguir un rastro espiritual. Una vez que conocía a alguien, podía aparecer ante él en cualquier momento, en cualquier lugar. Alguien llamó a la puerta con suavidad, como si temiera sobresaltarla. Ella olfateó el aire, reconoció el aroma a cielo húmedo de Danika, la mujer de Reyes. Debía haber venido para hablar con ella. Probablemente con la intención de asegurarse que estaba protegida y segura, que a nadie se le ocurriría utilizarla como cebo. —Vete —gritó. —No, necesito... Espera. Estás hablando. Estás hablándome. Ha pasado tanto tiempo: —¡He dicho que te vayas! —Legion, déjame entrar. Por favor. Necesito hablar contigo. Necesito decirte... —Adiós —susurró, sabiendo que tenía que salir ahora o perdería el valor. Sabiendo que nunca regresaría. Después del intercambio, después de que Ashlyn fuera devuelta a salvo, se mataría. Preferiría morir que ser tocada. Imaginó al rubio Galen, hermoso y malvado. Un momento después, el suelo debajo de ella desapareció.

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CAPÍTULO 28

Sienna enderezó la ropa que Cronus le había dado la primera vez que la llevó al castillo. La camiseta se adaptaba a los brazos, se metía bajo las alas sin necesidad de envolver la parte superior y caía sobre los hombros. Sin líos, sin esfuerzo, pero cubriéndola por completo. Ella estaba temblando. Lo que acababa de hacer con Paris… jamás había experimentado nada como eso. Ni siquiera con él. Nada podría haberla preparado para el despertar de todo el cuerpo. Le había dado placer hasta el alma, con una minuciosidad demoledora. Sabía exactamente donde tocarla, como besarla, que decir para que su deseo se elevara más, más y ¡oh, cielos! más arriba. Se había dejado llevar completamente por él, la mente centrada en él, olvidando al resto del mundo. Y sin embargo, tan hermoso como el amor había sido, ahora, media hora más tarde, estaban sumidos en toda clase de incomodidades. Para ella, que esto había sido más emotivo y significativo de lo que había estado preparada para manejar, tenía que preguntarse. ¿Siempre era así para él? ¿Con todo el mundo? —Así que, uh, ¿hacerlo conmigo funcionó? —preguntó y después deseó poder tragarse la lengua, tanto por tener miedo como por estar excitada por la respuesta—. ¿Para tu demonio? Él asintió con la cabeza mientras se sentaba en el borde del manantial. —Sí. Ahora me siento fuerte. A pesar de la afirmación, el miedo aumentó. Su expresión era adusta, escondiendo sus sentimientos tras una máscara en blanco. —¿Sabes usar un arma? —preguntó él bruscamente. Y claro, ese fue el final de la conversación sobre el demonio.

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Muy bien. Así que no iban a hablar de lo que había sucedido. Lo que significaba que no hablarían de lo que podría suceder después en su relación. Dos días no lo convierte en una relación, idiota. —¿Qué tipo de arma? —inquirió tontamente. Independientemente de lo que él dijera, la respuesta sería la misma. —Cualquiera. —En realidad no. Cuando Ira se apodera de mí, mata utilizando mi cuerpo o cualquier cosa que esté disponible. Nunca estoy consciente cuando lo hace -es sólo después de que lo ha hecho cuando los recuerdos me inundan- así que esa habilidad no es algo que haya conservado. —¿Y antes de la posesión? —Siempre era la chica entre bastidores. —Oh, mierda. ¿Por qué tenía que mencionar la única cosa que seguro lo convertiría en el señor Distante? O más bien el señor Mucho Más Distante. Pero la sorprendió. Le mostró un revólver pequeñito y después como quitarle el seguro. Liberó el cargador, reveló las balas y le enseñó como juntar todo de nuevo. —Todo lo que tienes que hacer es apuntar y apretar el gatillo —dijo—. Con las puntas huecas harás bastante daño a lo que apuntes, sin importar donde golpees. ¿Y qué pasaría cuando fallara, lo que era una posibilidad muy real? Porque sólo el pensar en sostener un arma hacía que las manos le temblaran. —¿Así que quieres que me agencie una y la lleve, digamos, todo el tiempo? — Ella nunca, en toda su vida o muerte, había disparado una. —No. —Él se inclinó y le metió el metal en la cinturilla del pantalón. Era más frío y pesado de lo que había imaginado—. Quiero que lleves ésta. El seguro está puesto, así que no te harás daño. —¿No tienes miedo de que te pegue un tiro por la espalda? —La broma no tuvo éxito, su relación -o lo que fuera- era demasiado nueva, y se ruborizó. Por supuesto, la sorprendió otra vez. —No. No lo tengo. —Una confianza absoluta cubrió las palabras. El alivio la recorrió. —Me alegro. Él se aclaró la garganta. —¿Tengo toda tu atención?

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—Sí. Por supuesto. —Y en ese momento lo supo, la realidad chocó contra ella con la suficiente fuerza como para dolerle. Éste era su modo de decirle adiós. Su modo de prepararla para vivir sin él. Las rodillas amenazaron con cederle, pero logró permanecer recta—. Sí —reiteró. —Bien. Entonces escúchame y hazlo con atención. —Su mirada taladró la suya —. He investigado mucho sobre los muertos vivientes. Si alguien te amenaza, quiere decir que esa persona puede verte. Y si puede verte, él y sus armas serán sólidas para ti. No te recordaré a esos hombres de ahí fuera, como te vieron y hubieran sido capaces de tocarte. Si pueden tocarte, significa que tú puedes tocarles. Así que tienes que actuar primero y pensar después. Y eso quiere decir que dispares a los culpables sin dudarlo. ¿Lo tienes? —S-sí. —Bien, entonces, sigamos. —Después retiró una daga de cristal. Extendió su mano libre y le indicó que se acercara. Un paso, dos, hasta que tocó su rodilla. Aunque al parecer, eso no era lo suficientemente cerca. Paris la agarró por la cadera y la arrastró entre la profunda uve de sus piernas. A pesar de que él no se encontraba en un estado de ánimo sexual, el toque la excitó una vez más. La obligó a envolver los dedos alrededor de la empuñadura, aquellos ojos azul-océano solemnes. —Si alguien se interpone en tu camino, se merece lo que reciba. Ve por los órganos vitales, donde son blandos y no tienes que preocuparte por traspasar el hueso. Como aquí. —Movió la mano a un lado, colocando la hoja plana a unos centímetros por encima de su cadera—. Y aquí. —Trasladó la mano a los músculos de su estómago. El toque en esa zona le recordó lo hambrienta que estaba, y no sólo por su cuerpo, haciendo que su propio estómago gruñera. Las mejillas se le encendieron de nuevo. ¿Estaba malditamente avergonzándose siempre delante de este hombre? Sus hermosos labios se curvaron en lo que parecían una sonrisa. —¿Todavía hambrienta, eh? A pesar de ser una mera sombra de lo que podría ser, aquella sonrisa iluminó su cara entera, pasando de “hermosa” a “exquisita”. Ella también se iluminó, las terminaciones nerviosas pulsando. Tragándose de nuevo el siempre creciente deseo, asintió con la cabeza. —Me muero de hambre. Pasó un segundo y él maldijo.

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—Esto va contra la poca moralidad que me queda. —Frunciendo el ceño, la liberó para buscar en sus bolsillos y extrajo una bolsita de plástico llena de un polvo de color púrpura oscuro. —¿Qué haces? —¿Abrazarla? ¿Darle sus armas? Ahora que ella era consciente del hambre, los dolores se pusieron en marcha, la sangre se calentó hasta un punto de ebullición y la piel se le encogió sobre los huesos. No pienses en ello y estarás bien. Él dejó la bolsita a un lado, mirándola fijamente durante varios minutos, y soltó un jadeo entrecortado. Queriendo darle tiempo para lidiar con lo que le molestaba, Sienna estudió la daga que le había dado. La hoja de cristal era dentada y tenía fragmentos del arcoíris atrapados bajo el transparente exterior. El mango era de cobre opaco, sólido y caliente por el calor de su cuerpo. —Nunca he visto nada como esto —dijo. —Y nunca lo volverás a ver. Sólo hay dos en el mundo y yo tengo la otra. Este bebé matará cualquier cosa, hasta a un dios de este mundo, y hará lo que le ordenes mientras esté en tu mano. Al igual que si tienes que ocultarla, la agarras y piensas: invisible. Se le agrandaron los ojos y dejó caer la mandíbula. —No puedo aceptar esto. Las dos son obviamente un juego completo y… —No discutas conmigo. —Su tono fue duro, inflexible. Extrajo un pequeño frasco de otro bolsillo, recogió la bolsita de plástico y vertió la mitad del contenido dentro. Ella le había contado donde iba y con quien estaría cuando se separaran. Obviamente se había olvidado, o insistiría en que le devolviera la daga de cristal y fingiría que nunca la había visto. —Paris, escúchame. Voy tras el líder de los Cazadores. ¿Entiendes lo que te digo? No puedes arriesgarte a que algo así caiga en manos del enemigo… —No lo hará. Y no digas una palabra más en estos momentos. He decidido que no te acercarás a ese psicópata, y eso es todo, así que simplemente coge el cuchillo y da las gracias. —Arremolinó el líquido del frasco antes de levantar el pequeño borde redondo hasta los labios de ella—. Ahora bebe. —¿Tú has decidido? No puedes… —Bebe. No tuvo más remedio que obedecer, ya que él había comenzado a verterle el contenido por la garganta. Y dulce cielo, le gustó el sabor. Una versión diluida de lo que Cronus le daba, pero delicioso de todas formas. Bebió un trago y luego otro y otro,

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el calor deslizándose en ella, bailando a través de ella, aliviando el dolor en un abrir y cerrar de ojos. —Suficiente. —Él retiró el frasco antes de que pudiera empezar a lamer cualquier gotita perdida. Ella gimió de decepción, luego cerró los ojos por un momento y paladeó. La piel se rellenó de nuevo y, ¡wow!, podría haberse alejado flotando en una nube de felicidad, perdida para siempre. —¿Qué es eso, de todos modos? —Cronus nunca se lo había dicho. —Ambrosía. Humm. Una sustancia consumida por los inmortales, recordó haber leído algo sobre eso, usada para el placer y la reafirmación del poder. Como ahora sabía, los mitos a menudo engañaban, directamente mentían o apenas mencionaban la verdad. —¿Por qué me…? —Nop. Nada de preguntas sobre este tema en particular ahora mismo. — Enganchó el frasco en una de las trabillas del cinturón de ella y le metió la bolsa con cuidado en el bolsillo—. Cuando sientas que entras en retirada… quiero decir, cuando sientas que te debilitas, toma unos tragos. Te reanimarás al instante. —Es evidente. Él encontró su mirada, el azul de sus ojos helándose en cuestión de segundo, convirtiendo el océano en un río de cristal. —Dijiste que podías pasar una semana con lo que Cronus te traía, ¿verdad? Así que, ¿ella no podía hacerle preguntas pero él sí? Podría haberse negado a contestar, o exigir negociar las respuestas. No lo hizo. —Sí. —El cambio en él la trastornó, y no aumentaría su obvio estrés. —Entonces lo que acabas de beber debería durar unos días. —Le agarró de los antebrazos y la sacudió—. Necesito que escuches mis siguientes palabras. Si no retienes nada más de lo que diga, al menos retén esto. —Vale —repitió ella, mientras la ansiedad de él se filtraba en su interior. —Nunca, bajo ninguna circunstancia, permitas que nadie pruebe tu sangre. ¿Entiendes? Si alguien lo hace, debes matarlo antes de que pueda huir de ti. —¿Quién querría beber mi sangre? ¿Humanos? Imposible. No pueden verme o siquiera sentirme. ¿Vampiros? Tal vez. Las criaturas nocturnas existen, pero ellos quieren la sangre de todo el mundo. ¿Por qué escoger el fantasma de una mujer? Un músculo palpitó en la mandíbula de Paris, un signo de que su enfado aumentaba.

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—Te sorprenderías. Ahora prométemelo. Prométeme que matarás a cualquiera que lo haga. —Lo prometo. —Las manos revolotearon hasta sus hombros como ofrenda de consuelo. Él estaba intentando decirle algo sin que ella flipara. Lo sabía, lo intuía. Intentaba protegerla, aún cuando estaban destinados a separarse. Paris la liberó para apartarse el pelo de la frente y ella vio que tenía manchas oscuras en los dedos. Queriendo ayudarle, aunque fuera con tan poca cosa, tomó una de sus manos y frotó las manchas parecidas a tinta. No desaparecieron y Sienna frunció el ceño. —No se irán. Son tatuajes —explicó, sin ninguna inflexión en la voz. Se había quedado muy quieto, e incluso había dejado de respirar ante el primer toque. ¿Por qué se mancharía la yema de los dedos con tatuajes? Sus ojos se encontraron, una maraña de confusión y deseo siempre presente. Ella ignoró lo primero y se concentró en lo segundo, llevando la punta de un dedo hasta la boca y chupándolo. Sus pupilas hicieron esa cosa de dilatarse, extendiéndose, volviendo a su lugar y extendiéndose de nuevo. El olor a chocolate negro y champán caro emanó de él, envolviéndola, empañando los pensamientos, electrificando unos nervios ya sensibilizados. Mordió la yema ligeramente, y un ronco gemido escapó de él. —¿Tienes hijos? —preguntó y después tuvo que luchar contra una oleada de tristeza. Yo no puedo. Nunca más. Para distraerse, chupó el dedo más profundo que antes, arremolinando la lengua en la base y deslizando el apéndice hacia fuera con un pop. El repentino cambio de tema no lo desconcertó. —No. Siempre sé cuando una mujer es… quiero decir, Sexo lo sabe y entonces la desea mucho más, pero fecundar a una extraña es una de las dos cosas que nunca he permitido que me obligara a hacer. Ella inclinó la cabeza a un lado. —¿Qué es lo otro? —Acostarme con alguien menor de edad. ¿Cómo de alerta tuvo que haber estado para luchar con tales concesiones? Sabía de primera mano cuan poderosas podían ser las compulsiones de un demonio. —¿Los quieres? Hijos, quiero decir. ¿Algún día, con alguna mujer que ames? — Detén esto. Es demasiado doloroso. Él le ofreció un encogimiento de hombros casual, o lo intentó. El alzamiento de su hombro fue rígido, crispado.

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—Te deseo, aquí y ahora —dijo él—. Déjame tenerte. Una vez más, antes de salir. Una vez más, un pensamiento tan excitante como deprimente. Rechazarlo, sin embargo, no era una opción. No había mentido antes. Lo tomaría de todas las forma que pudiera conseguirlo. —Sí. Hubo un leve silbido detrás de ella, un frío toque atravesándola y luego el cuerpo de Paris se sacudió entero. Sus ojos se agrandaron y sus manos cayeron. Frunciendo el ceño, él miró hacia abajo. La empuñadura de una daga le sobresalía del pecho. Sienna gritó y se dio la vuelta, usando su propio cuerpo como escudo para el de él. Excepto que, la daga ya la había atravesado, como si no fuera más sustancial que la niebla. Para quienquiera que hubiera lanzado el arma, lo era. Él no podía ver a los muertos, ni tocarlos, por lo que ninguna de sus armas podría. El culpable era un tipo grande -realmente grande- con el pelo rosa y lágrimas de sangre tatuadas bajo uno de sus ojos. Estaba de pie en la entrada de la caverna. Sus rasgos de punki ardían con odio. —¿Cómo era eso de no pelear limpio? —gruñó él. Paris la empujó detrás de él, y ella tropezó por la fuerza que usó, cayendo al agua y salpicando. El corazón se le aceleró fuera de control cuando los dos hombres se lanzaron miradas cortantes el uno al otro. Los cortes físicos vendrían después, sin duda. Ambos estaban familiarizados con la danza de la muerte, una verdad innegable cuando se colocaron en posición. —¿Cómo me has encontrado? Sabes, da igual. No me importa. Lanzaste esta daga a mi mujer. Por eso te cortaré la mano con la que la arrojaste. —Con un tirón y una mueca, Paris se extrajo la daga del pecho. Sus ojos brillaban con un rojo vivo, proyectando una luz carmesí sobre el hombre que claramente quería abrir en canal. —¿Tu mujer? —Un resoplido, una mofa. El recién llegado se acercó y extrajo dos espadas serradas que se cruzaban en su espalda—. ¿Qué mujer? Estamos solos tú y yo, demonio. —No me importa que no puedas verla. —Las palabras salieron como un gruñido, más animal que humano—. Ella es mía, y trajiste la violencia a su puerta. Por eso, perderás las pelotas. —¿Eso es así? Bueno, yo digo que tú me hiciste daño con lo de mi mujer, así que ahora yo te haré daño con la tuya. —Él sonrió ampliamente sin humor, el metal brillando y silbando cuando giró las empuñaduras. —Lo dudo. —Paris agarró la otra daga de cristal.

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Otro resoplido. —Si quieres salir de aquí vivo, me dirás donde está mi diosa. —¿Era a ti a quien le gustaba eso de menos charla y más sufrimiento, verdad? —dijo Paris—. Vamos entonces. Ven a por tu dolor. Justo entonces, se lanzaron el uno sobre el otro. Luchaban más rápido de lo que ella podía seguir. Lo que percibía, era algo como los flashes de una cámara: Una pausa cuando Paris inmovilizó al punk con la bota encima del cuello. Un suspenso horrible cuando una hoja se arqueó hacia el abdomen de Paris. El corazón parándose de expectativa cuando Paris balanceaba la rodilla, haciendo contacto. El terrorífico paso del tiempo mientras Paris caía al suelo, su oponente gruñendo encima de él. Y lo que siguió a eso fue un ballet de puñetazos y patadas con la suficiente fuerza como para romper los huesos. Rodillas que iban a por los lugares sensibles. Dientes mordiendo. Garras rasgando. Metal entrechocando. Ellos se estrellaban con fuerza contra las paredes, se revolcaban por el suelo, se cortaban el uno al otro. La sangre salpicaba en todas direcciones. Nunca había visto nada más brutal. Ambos manejaban sus cuchillas maravillosamente, horriblemente. Yyyyy, sí, como prometió, ahí iba la mano arrojadiza del recién llegado. La sangre salpicó de nuevo. Pero eso no lo detuvo de lanzarse contra Paris e ir a Golpearse Insensatamente el Uno al Otro, en una segunda ronda. Sienna quería desesperadamente sacar su nueva arma y disparar, pero los dos estaban enredados y tenía miedo de pegarle un tiro a Paris. Habiendo bromeado sobre dispararle por la espalda, ahora se enfrentada a una posibilidad muy real y no podía correr el riesgo. Es más, la bala probablemente no heriría al punk. Lo más seguro es que pasara a través de él como su daga había pasado a través de ella. Así que… ¿qué podía hacer? Insegura, pero sabiendo que su posición actual no ayudaba a nadie, salió con dificultad del agua y se quedó de pie. Una fría ráfaga de aire la golpeó, provocando que el cuerpo le temblara con vehemencia, que los dientes le castañearan y que cristales de hielo se le formaran en la piel. Un segundo más tarde, el ángel Zacharel se elevaba frente a ella. —Detenlos —le suplicó. Sus verdes ojos eran duros, resueltos y se centrados completamente en ella. —Ven. Dejémosles luchar. El improvisado baño debió haberle taponado los oídos. No podía haberle escuchado correctamente. —¿Irme contigo y dejar a Paris atrás? —¿No eran los hombres amigos?

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—Sí. —Él movió los dedos con definitiva impaciencia—. Me entendiste correctamente. Estoy seguro que Paris preferiría que no estuvieras alrededor de tanta violencia. —No me importa. Me quedo. —Estaba aprendiendo que los guerreros como él y París no estaban familiarizados con las negativas, y tomaban cada medida de resistencia como un desafío. Antes de que éste pudiera saltar sobre ella, levantó las manos con las palmas hacia arriba y se apartó de él. Cobarde, quizás, pero eficaz. Él la miró con el ceño fruncido. —Me quedo, y es definitivo —añadió ella. Paris sintió la nueva amenaza y soltó un nefasto rugido. Se zambulló hacia Zacharel, derribando al guerrero con túnica. El ángel no lo empujó. No lo tocó de ningún modo de hecho, y aún así París fue propulsado a través de la caverna y chocó contra la pared de enfrente. El punki de pelo rosa estuvo sobre él un segundo más tarde, la lucha apresurándose a un nuevo nivel de ferocidad. Pero con todo ello, Paris nunca dejó caer la hoja que había encontrado y saludado a su corazón. Metió la punta y luego la empuñadura, en aquellas partes especialmente blandas en el costado del tipo y en el estómago, tal y como le enseñó. Hubo un gruñido lleno de dolor, una oscura maldición. Entonces el tipo cayó y Paris se dio rápidamente la vuelta, su roja mirada una vez más enfocada en Zacharel… quien ahora estaba de pie al lado de Sienna. Con un jadeo, ella bordeó el manantial, poniendo tanta distancia entre ellos como le era posible. —Atrás, chico ángel. Las negras cejas se elevaron hasta la línea del pelo. —Difícilmente, chica demonio. Hago esto para salvarte, para salvar a miles más. Uh, ¿y ahora qué? —Camina hacia mí, Sienna. —Paris jadeaba, sangraba y temblaba, la locura animal todavía no le había abandonado—. Ahora. Con cada fibra de su ser, ella quiso correr en vez de caminar. Y lo habría hecho, si el ángel no hubiera dicho: —No puedo dejarte hacer eso, demonio —y apareció a su lado en un parpadeo, cogiéndola de la muñeca y sujetándola.

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CAPÍTULO 29

O

¡ h! Infiernos, no, pensó Paris. Dos mariquitas alados -uno de ellos practicante, y el otro caído- no iban a conseguir derribarlo. No había matado al caído, todavía no, acababa de hacerle al tipo un poco de daño. O mucho. Lo que fuera. Ahora quería que el bastardo sufriera durante un tiempo malditamente largo. La necesidad de proteger a Sienna lo consumía. El hecho de que el caído hubiera interrumpido su juego sexual, que alguien además de él hubiera visto sus rasgos delicados sometidos por el deseo, eran razones para matar. Salvajemente. Zacharel en realidad le gustaba de cierta forma, pero eso no quería decir que tuviese que tolerar su interferencia en ese asunto. Lo único a su favor ahora mismo era el hecho de que Sexo estaba dormido o escondido, y por suerte no tenía ninguna opinión. —Déjala ir —gruñó. Estaba perdiendo sangre rápidamente, tenía el pecho abierto como un canalón con una fuga. Dolía de puta madre, y sabía que caería tarde o temprano. Estaba decidido a que fuera más tarde, cuando Sienna estuviera a salvo. El ángel dio una única sacudida de cabeza. —Tu temperamento es demasiado fiero. Bueno, ¿qué diablos? —Me mantengo controlado. —¿De verdad? No. —Dije que lo estaba, ¿no? Así que déjala ir antes de que yo te obligue. —¿Cortándome la mano? ¿Mis pelotas, como le dijiste al caído? —una pausa embarazosa, la ira luchando por liberarse en un hombre que claramente negaba sus

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emociones, pero que no podía suprimirlas totalmente. Un día entrarían en erupción, sin duda—. ¿Qué te harás a ti mismo cuando accidentalmente le hagas daño a tu mujer? Un paso firme, dos. —Échate atrás. Ahora. —La oscuridad interior estaba tan profundamente arraigada, sabía que la cosa se habían movido, instalado, y que nunca podría deshacerse de ella, incluso cuando él y Sienna se separaran. Especialmente cuando se alejaran. Ya se había hundido en la desesperación cuando la perdió, y si se permitía relajarse con ella, que le gustase mucho más, sólo la arrastraría con él. Por ese motivo había luchado con tanta fuerza contra las emociones después de acostarse con ella. Ahora se alegraba de eso. Si tuviera que asesinar al ángel, lo haría, y la oscuridad se extendería feliz sobre la hazaña, en vez del remordimiento. —Tu oscuridad —dijo Zacharel. —¿Lees mi mente? —pagaría la invasión. —No —contestó el ángel, salvando la vida—. Tus ojos. La oscuridad está ahí. ¿Sabes lo qué es, guerrero? ¿Sabes con qué estás jugando? ¿No? Bueno, permíteme que te explique. Como un cuerpo humano puede criar a un niño, un demonio puede cultivar maldad. Eso es lo que has hecho. Has permitido a tu demonio que dé nacimiento a otro demonio, a falta de una palabra mejor. Este es todo tuyo, tu bebé, y como el otro que posees, nunca te dejará. Debería haberle sorprendido, pero no lo hizo. No debería haberle enfurecido aún más, pero lo hizo. Sienna había oído esas malditas palabras. —A menos que quieras un preludio personal, es mejor que te alejes de mi mujer. —Paris —dijo ella, la tristeza brotando de su tono. Angustia en lugar de ira, dejándolo confundido. Da igual. Si estaba tratando de decirle que ella no era su mujer, que este segundo demonio -o lo que fuera- era algo que rompía su acuerdo, él perdería. Cuando tuviera que dejarla ir, vale, independientemente, tendría que reevaluar y retroceder en la posesividad. ¿Pero aquí? ¿Ahora? No había vuelta atrás. Acababa de follar con ella, acababa de correrse en su interior, de marcarla, todavía tenía su decadente sabor en la boca. Ella había gritado su nombre, había querido más, y le habría dado más. —Todavía tengo tu regalo —le recordó ella—. ¿Si… quieres que… lo use? Yo pensaba que era tu amigo, pero… Parpadeó. ¿Ella apuñalaría a un ángel? ¿Por él? La idea probablemente no debería haber aumentado su deseo por ella, pero lo hizo. Y que fuera capaz de hacerlo después de oír la condena de Zacharel era reconfortante.

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—Todavía no —detrás, oyó que el tipo se ponía pesadamente de pie. Apretó la mano sobre el arma. —No —dijo Zacharel, deteniéndolo. Por fin soltó a Sienna—. El rojo retrocede de tus ojos. Eso está bien. No le harás daño a la muchacha ahora. Por lo tanto llevaré al caído a otra parte y volveré después. En cuanto a ti, te dirigirás hacia la entrada que conduce fuera de este reino —desapareció un momento después, el caído con él, aunque Zacharel nunca le había tocado. Como si su presencia hubiera sido lo único que mantenía a Paris derecho, se desplomó, cayendo de rodillas. Sienna corrió a su lado y le ayudó a tumbarse. Gruesas telarañas negras se tejían en el campo de visión. En cualquier momento, se hundiría en la inconsciencia. —Te tengo —dijo ella—. Me ocuparé de ti. No dejaré que te pase nada. No quería decir ahora lo que tenía que decir, no quería estropear lo que había sucedido antes con lo que tenía que pasar ahora. Había estado aquí, en esta situación, miles de veces antes. Herido y apagándose, con una única forma de curarse. —Tengo que… tienes… sexo, necesito sexo. Su demonio salió de su escondite para disparar sangre a la polla. Sucedió tan rápido, Paris sospechó que el demonio lucharía a latigazos durante varios días. Sin embargo, este era un territorio desconocido. Hasta Sienna, nunca había estado con la misma mujer dos veces. Ahora que él podía, sabía que le mantendría estable, fuerte, pero, ¿teniéndola a ella más de una vez realmente le repararía el cuerpo? —¿Sexo? Pero no estás en condiciones para eso. Debes descansar. —Ningún descanso. Odio que tenga que ser de esta forma, pero no puedo cambiarlo. —Cuando era herido así, necesitaba el sexo incondicional con tantas compañeras diferentes como fuera posible. Pero incluso si un centenar de jóvenes bellezas le rodearan, todavía estaría deseando sólo a la que estaba cerniéndose sobre él, silenciosa, con sus manos suaves mientras le exploraba las heridas. Una mujer en la que no debería confiar, sobre todo mientras estuviera así, pero él no podía, no quería, apartarse. Pasara lo que pasase después. —Por favor, Sienna. Móntame. Sólo la más mínima pausa. —Cualquier cosa que quieras, te la daré Paris —dijo, usando sus propias palabras para consolarlo—. Te dije que me encargaría de ti, y lo haré.

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CAPÍTULO 30

Si

alguna vez tengo a Paris completamente desnudo, pensó Sienna melancólicamente mientras desabotonaba y abría la cremallera de la tela negra y suelta del pantalón, probablemente arderé de forma espontánea. No queriendo zarandearlo, apartó la tela en vez de empujarla por sus piernas, permitiendo a la gruesa longitud de su pene saltar libre, tal como él había hecho antes. Ningún hombre debería ser tan hermoso en todas partes, una exposición de pura fuerza y oscura sexualidad sin importar dónde miraras. Él lanzó el brazo sobre su cara, ocultando sus rasgos a la vista. —Odio esto. Ella se había estado extendiendo hacia él, pero ahora se echó hacia atrás. —Lo siento. Puedo encontrarte a alguien más si prefieres… —No —soltó él precipitadamente. Debió haber escuchado el horror y la angustia en la voz—. No odio estar contigo y no quiero a nadie más. Bien, porque no estaba segura de poder haberlo llevado a cabo. Convertirse en su proxeneta sería un tipo especial de infierno. —Lo que odio es que estamos convirtiendo algo significativo y biológico en algo clínico y mecánico. Algo forzado. El primer pensamiento: Él también había disfrutado del sexo, y lo había considerado significativo. La alegría se abrió paso en ella y destellos brillantes le calentaron cada una de las células. El segundo pensamiento: En estos momentos él estaba avergonzado. La alegría se marchitó, se enfrió. Tenían ya tanto en contra, que no podía permitirle añadir una emoción tan horrible a la mezcla.

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—No me obligas a hacer esto, Paris. Antes de que fuéramos interrumpidos, estaba mojada. Todavía estoy mojada. —Y no quería decir de agua—. ¿Por qué esta vez tiene que ser algo menos significativo que la otra, cuándo de todos modos nos dirigimos en la misma dirección? Él había gemido con mojada. Ahora su brazo cayó y la miró detenidamente con aquellos ardientes e increíbles ojos azules. —Eres tan hermosa. Cuando la miraba de esa forma, todo párpados pesados y soñadores, se sentía hermosa. —Déjame mostrarte el resto de mí. —Se puso en pie y se desvistió, con su mirada siguiendo todos los movimientos. A lo largo de los siglos, él había visto incontables cuerpos desnudos. Ella lo sabía, los había visto. Había estado con mujeres altas, bajas, flacas, gordas, negras, blancas y todo lo demás entre medias. Sienna no era nada especial, y aun así, cuando él dijo: “más que magnífica”, con un tenue brillo de sudor perlando su frente, esta vez lo creyó. Él tenía razón. Su demonio detectaría la mentira. La alegría regresó. —Pienso lo mismo de ti —admitió ella. Desnuda, envalentonada por su alabanza, se sentó a horcajadas sobre sus caderas y descendió. Pero no se empaló sobre su gruesa longitud. Aún no. Paris necesitaba sexo y el tiempo era imperativo, pero necesitaba más las caricias. Necesitaba asegurarse que ella estaba aquí, con él en este momento, todo el camino. Su erección saltó entre sus piernas, el calor irradiando por todas partes. Sienna remontó los dedos sobre la punta, y él contuvo el aliento. —Sube aquí y siéntate a horcajadas sobre mi cara —graznó él. Sus manos encontraron los senos y los amasaron, haciendo rodar los endurecidos pezones entre sus dedos—. Quiero saborearte otra vez. El deseo de hacer justo eso casi la mata. La sangre le corrió por las venas a una velocidad alarmante y se calentó peligrosamente, ahuyentando cualquier frialdad persistente. —Te haré daño. Mi peso… Tu pecho está herido. —¿Qué tal esto? Necesito saborearte otra vez, y no me importa que me duela el pecho. Ella se lamió los labios. —¿Y qué tal esto? Yo te saborearé a ti. Él se quedó quieto, incluso pareció dejar de respirar.

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—A menos que no quieras que lo haga —se apresuró a indicarle. —No es eso. —Las palabras salieron cortantes de él, roncas y guturales, más arena que sustancia—. No he dejado a nadie hacerlo en más de mil años —respiró profundamente—. No, no es cierto. Dejé a un esclavo que realizara el acto en mí de camino hacia aquí, y odié cada momento. —Oh. —La confusión le agrandó los ojos. A todos los hombres les gustaba recibir sexo oral. ¿Verdad? ¿Así que por qué había impedido que las mujeres lo chuparan? Y lo había impedido, sabía que lo había hecho. Cada mujer que había caído en su cama, probablemente había querido posar los labios sobre esta polla y beber de ella. —Pero a ti —continuó él, todavía en el borde—. Te dejaré. Si quieres. Ella aplanó las manos sobre su estómago y sintió las apretadas fibras y los músculos. —No quiero hacerte sentir incómodo o hacer algo que no te gusta… —No. Lo entendiste mal. —Sacudió la cabeza, todo ese asombroso pelo danzando alrededor de sus sienes. Mechones negros, marrones y dorados que ansiaba apretar en un puño—. No dejé a los demás hacerlo porque yo ya los usaba y no quería que me hicieran más favores. Y la única razón de que se lo permitiera al esclavo fue porque necesitaba respuestas, y era el modo más rápido de conseguirlas. Respuestas sobre mí. —¿Y Sienna? El esclavo era… un hombre. Y no era su preferencia. La compasión la recorrió. No tener ningún control de tu cuerpo y reacciones, ser obligado a rendirse a un deseo que uno mismo no sentía, tenía que ser una tortura. —Para que lo sepas, no hay nada malo en eso. Y no te haré un favor, Paris. Eres hermoso, encantador, inteligente, sexy como el infierno y me muero por tenerte. Tal como eres. Con todos los demás, simplemente estabas practicando para este momento —dijo, esperando que tomándole el pelo viera la verdad de su afirmación—. Al hacer esto, voy a darnos placer a ambos. Eso espero. Quiero decir, tengo tanta experiencia en felaciones como en el sexo. —Si ese es el caso, mi cerebro está a punto de explotar. Serás perfecta. —Tranquilo. Sienna no ha hecho más que ponerte en tu lugar. Una risa floreció. —Sí, señora. Pero, eh, ¿cuál es mi lugar? —El pedestal para el hombre más admirable que conozco. No me importa lo que hayas hecho o con quién lo hayas hecho. Podrías haber arrasado el mundo entero,

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podrías haber violado brutalmente, constantemente, pero no lo has hecho. En cuanto al sexo con el esclavo, bueno, espero que me respetes por la mañana, porque creo que eres incluso más sexy ahora y voy a estar muy disgustada si no tengo mi turno. Él se lamió los labios. —¿Quieres tener tu turno? —Más que nada. Sus caderas ya se retorcían bajo ella, como si se imaginara la boca sobre él, trabajándolo. —Por favor, Sienna. Por favor, hazlo. —Sí. Pero sólo si lo disfrutas. —Ella gateó hacia abajo hasta que los labios quedaron equilibrados sobre aquella hermosa erección. Esto es mío, pensó, aturdida. —Lo disfrutaré. Te juro que lo disfrutaré. —Vamos a averiguarlo. —La lengua surgió, lamiendo el pene arriba y abajo, tratando la longitud como una piruleta. Gemido tras gemido lo abandonó y ella tomó eso como aprobación. En su tercer deslizamiento hacia arriba, rodeó la base con los dedos y la cabeza con los labios. Mientras disfrutaba de su sabor, con la mano continuó el erótico viaje sobre la vara. Las alas formaron un arco alrededor y las puntas acariciaron sus costados. Por primera vez, comprendió la alegría de tenerlas. Rodeándole de esta forma, se olvidó del resto del mundo. Sólo existían ellos. Sólo existía el placer. Una maldición rugió de Paris mientas alzaba las caderas, empujándose más profundamente. Él inmediatamente pidió perdón y se echó hacia atrás. —Más. Por favor, más. —Golpeó los puños contra el suelo—. Tengo que tener más. Ella chupó más fuerte, lo degustó más hondo, lo lamió, luego lo tragó todo lo que pudo. Era demasiado grande y le estiraba la mandíbula, pero no le importó. Su cuerpo entero se sacudió con la fuerza del placer. Ella nunca dejó de mover las manos, tampoco, primero acariciándolo y luego tirando de sus testículos. Pero entonces comenzó a preguntarse a que sabrían y liberó su polla con un pequeño poop para pasar la lengua por la estrechez de sus sacos. Paris disfrutó eso también, especialmente cuando se metió, primero uno y luego el otro, en la boca. ¿Alguna vez conseguiría suficiente de este hombre? Cuando él gritaba su nombre, volvió al acontecimiento principal, tomándolo, bajando sobre él, su salvaje reacción estimulándola una, otra vez, sin cesar y el cuerpo le ardía, desesperado por él, por todo él.

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—Estoy cerca, cariño, estoy tan cerca. Si no quieres saborearme, deberías… En respuesta, ella lo aspiró con fuerza, las mejillas ahuecadas. —¡Oh, sí! —Sus caderas se alzaron, sus músculos se anudaron sobre los huesos, y un rugido mucho más fuerte que los que había soltado antes, se arrancó de él. Eyaculó en la garganta y ella tragó cada gota, apretándolo hasta el final, cuando Paris se hundió en el suelo, su respiración era jadeante llenando el recinto entero—. Móntame —ordenó con aquella voz llena de grava—. Tengo que estar dentro de ti. Ahora. —Sí. Ahora. —Sabía que otra vez acababa de repetir lo que había dicho, pero el rico olor que emanaba de su cuerpo, rodeándola, la cegaba a todo menos a él. Y esto. ¡Oh, dulce cielo, esto! Se alzó, sorprendida de ver que temblaba. Un vistazo rápido, y descubrió que sus heridas ya no sangraban y la piel se había juntado de nuevo. Y a pesar de su reciente orgasmo, estaba todavía duro como una piedra y listo para ella. De nuevo, se sentó a horcajadas y esta vez lo acogió entero, hasta que quedó sentada sobre él, el trasero apoyado encima de sus muslos. Ahora, fue ella la que gritó. Como antes, él la estiraba, pero era tan bueno, tan ardiente, y estaba tan malditamente mojada, tan malditamente impaciente. Él apretó los dedos en la elevación de las caderas y la movió, arriba y abajo, con la fuerza de un choque. Porque cuando la deslizó hacia abajo, él alzó de golpe las caderas, adentrándose tan profundamente como pudo, elevándose hasta encontrarla a mitad del camino. —Bésame —gruñó—. Inclínate y bésame. Incluso mientras se mecía sobre él, ella obedeció, aplastando los pechos contra el suyo a medida que inclinaba la cabeza y unía sus labios. Inmediatamente, la lengua de él se lanzó dentro de la boca, reclamándola como suya, poseyéndola. Sus manos fueron a la espalda, deslizándose bajo las rendijas que albergaban las alas. Fue como si le hubiera puesto los dedos y la boca en el clítoris al mismo tiempo, usando su nariz, barbilla y la barba incipiente, todo lo posible para estimularla al máximo. La liberación explotó en ella con la misma fuerza que Paris usaba. La salvaje euforia bombeó a través del cuerpo, el placer tan intenso que las terminaciones nerviosas fueron electrificadas. Puntitos blancos destellaron tras los párpados, fuego en las venas, y una tormenta de satisfacción se extendió por cada centímetro de ella. No pretendía hacerlo, pero le mordió los labios hasta que probó la sangre e incluso eso fue estimulante. Clavó las uñas en su cuero cabelludo, manteniéndolo quieto para su abuso mientras a ella le sobrellevaban los truenos y relámpagos. Pero a él no pareció importarle, pareció gustarle. Una de sus manos cayó sobre el culo y lo

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apretó mientras se elevaba, y entonces él estaba rugiendo, derramándose dentro de ella, enviándola sobre el borde una segunda vez. Cuando por fin se calmaron, se derrumbaron contra el suelo en un montón enredado de brazos y piernas, temblorosos y jadeantes, desesperados por aire pero sin importarles no poder conseguirlo. —Gracias —jadeó él. —¿Te gustó? —respondió cuando por fin encontró la voz. —Mujer, casi me matas. Debería estar fortaleciéndome para ponerme de nuevo en marcha, pero estoy completamente en éxtasis. Así que era ella. Cada vez que estaban juntos era mejor que la anterior. —Espero que hagamos esto mil veces hoy. —Y yo espero que eso sea un cálculo aproximado y no una exageración. —En todo caso, lo minimicé. Estuviste muy bien con mis alas. Sintió el golpe caliente de una risita contra la piel. —¿No estuve demasiado brusco? —Estuviste perfecto. —Besó el tendón que unía su hombro al cuello y lo raspó con los dientes—. ¿Alguna vez has estado antes con una mujer con alas? —Eh… yo… —Él vaciló, incluso mientras su piel se erizaba bajo el calor de la boca. Su vergüenza había regresado, y de nuevo ella sintió compasión por todo lo que había soportado. —Tomaré eso por un sí. ¿Era un ángel, como tu amigo? —Paris tenía que purgar los recuerdos y los sentimientos que los acompañaban. —Eh… —Otro sí. ¿Un demonio, también? Sólo la más mínima pausa. —Sí. —Él inclinó la cabeza en dirección opuesta, tan tímido como un colegial. Adorable. Simplemente adorable. Tan fuerte como era, tan feroz como era, le importaba lo que ella opinara. —Paris, está bien. Sé que tienes un pasado, y no exigí detalles para avergonzarte o hacerte sentir incómodo. Sólo quería que supieras que no hay nada que puedas haber hecho que me repugne.

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Lentamente él se relajó y giró hacia ella. Aquellas sombras oscuras se arremolinaron en sus iris, pero mientras lo miraba, menguaron y desaparecieron. Zacharel había dicho que aquellas sombras eran otro demonio, un mal dentro de Paris del cual nunca podría deshacerse. No estaba segura del porqué había dado la bienvenida a ese mal, o el porqué había “nacido”, y no le importaba. Para ella, él era Paris, sólo Paris, y jamás volvería a cometer el error de odiar a alguien por una maldad percibida. —Gracias —dijo él de nuevo, apretando su agarre sobre ella. —Oye. Si yo no puedo menospreciarme a mí misma, tú no puedes agradecerme mi impresionante sentido común. Una de sus manos se deslizó a la cara, ahuecándole la mandíbula. Ella había querido hacerle reír, pero su expresión nunca fue más feroz. —Trato hecho. La emoción le cerró la garganta y ella forzó una tos. —¿Qué tal si te digo algo vergonzoso de mí, de modo que estemos a la par? Un áspero e irregular: —Por favor. —Cuando era pequeña, jugué al salón de belleza con mi hermana menor. Yo era la estilista y recogí su precioso pelo rubio miel en una coleta y luego corté la cosa entera. Ella era la artista del maquillaje y pintó mi cara con rotuladores permanentes. Nuestros padres estaban horrorizados. —Un bombardeo de nostalgia le hizo ahogar un repentino sollozo. “Enna, Tommy de la clase dice que tengo demasiadas pecas, y que me hacen fea”. Las lágrimas rodaban por sus aún redondeadas mejillas de bebé. “Bueno, Tommy de clase es estúpido. No tienes ni la mitad de pecas que yo, y yo soy la chica más bonita del mundo. Tú lo dijiste”. Una risita de niña. “¡Y yo nunca miento!” Te echo tanto de menos, Skye, pensó ahora. Te encontraré. Te salvaré. El pulgar de Paris le acarició la mejilla. —Te perdí durante un momento. —Lo siento.

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—No lo hagas. Sólo decía que tu historia no es vergonzosa. Es linda. Por cierto, creo que tus alas son pecaminosas, y siento curiosidad por saber por qué nunca quise lamerlas cuando Aeron las tenía. Ella puso la mano sobre la suya y se obligó a sonreír. Pronto lo perdería, así que tenía que disfrutar de él mientras tuviera oportunidad. —No te lo tomes a mal, pero espero que seas apuñalado de nuevo. Digamos, realmente pronto. Me encantó besarte para que te sintieras mejor. Por fin, una sorprendida risa salió de él. Paris la empujó hasta que su cuerpo cubrió el suyo. —Cariño, de buen grado me apuñalaría a mí mismo por esa clase de besos. Pero por suerte, no hay ninguna necesidad. Ya tengo otra pupita que necesita de tus especiales habilidades como doctor.

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CAPÍTULO 31

Para cuando estuvieron vestidos y salían

de su cueva privada en el gran y malvado reino donde Zacharel el Cinturón de Castidad los esperaba, Paris había recuperado cada pedacito de su fuerza y algo más. Tenía los músculos inyectados de adrenalina, los huesos fortificados con acero. Los pasos eran más firmes por el aumento de peso, más seguros por el excelente equilibrio. Todo debido a Sienna. —He utilizado mi energía para escoltar al caído… a otro lugar. Tendremos que andar hasta la entrada —le dijo Zacharel a Sienna. Sus mejillas estaban un poco chupadas y la bronceada piel carecía de brillo—. ¿Es lo que aún prefieres, no? Antes me dijiste que preferías caminar con Paris que volar conmigo. De todos modos, y aunque pronto descubrirás el porqué es imprudente, es lo mejor que puedo ofrecer en este momento. —Sí, gracias —contestó ella, siempre amable. —Si vas a unirte a nosotros, haz algo útil. —Paris tomó la delantera, impulsó a Sienna a seguirlo y obligó al ángel a quedarse en la retaguardia—. Protégela con tu vida. Una ráfaga de viento bailó alrededor del ángel, y sólo del ángel, más glacial a cada segundo que pasaba. —Tengo la intención de hacerlo. Sin importar lo que la amenace. Lo dijo en tono ligero, pero su expresión implicaba que el mismo Paris era una amenaza, y Zach lo derribaría si fuera necesario. Era bueno saberlo.

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Durante el viaje para encontrar a Sienna, apenas se habían topado con ninguna criatura y había habido una pequeña cantidad de luz, un resplandor rojizo de la luna. Ahora, un montón de aquellas hambrientas y supurantes sombras se deslizaban en todas direcciones, y la única luz venía de los ocasionales demonios… como los que habían seguido a Sienna con la intención de dañarla. Habían sido estaqueados a postes y ardían vivos. Paris alargó la mano hacia atrás y la hizo enganchar los dedos alrededor de la cinturilla del pantalón. —No me sueltes a menos que tenga que luchar. —No quiero que ella luche. —No lo haré. —Confiada, sin miedo. Esta es mi chica. La pequeña comitiva se arrastraba por el páramo, y, como ahora, por algún tipo de campamento. Las tiendas se extendían a ambos lados de él. Sexo mantenía su gran bocaza cerrada, y esta vez Paris supo más allá de toda duda que el demonio dormía de placer en lugar de esconderse. Un silbido. Un chasquido de dientes. Enemigo. Paris escrutó a través de la oscuridad, encontrando la fuente justo delante de la tienda más cercana y saltó a la acción. Se agachó, deslizándose sobre las rodillas, pasando el arma a lo largo del tronco de la misma criatura parecida a una vid que se había encontrado al subir por el precipicio. Estaba de vuelta sobre los pies un segundo más tarde, observando cómo los restos se deslizaban por los costados del entramado. No hubo tiempo para relajarse. Tres más cayeron. Mantuvo la mano en movimiento, formando arcos, cortando en rebanadas, y por los gruñidos que oía detrás de él, supo que Sienna y Zacharel hacían lo mismo. Echó un rápido vistazo para ver a su mujer -quien tenía la mirada fija en su espalda, golpeando a cualquier cosa que hacía un movimiento hacia él- verificando que no tenía heridas, que no le habían hecho daño. Una de las vides se dividió en su dirección, sus goteantes colmillos sobresaliendo de un par de afiladas hojas. Ella estaba demasiado ocupada protegiéndolo para protegerse a sí misma. Paris golpeó con el brazo, consiguiendo que le arrancaran un trozo de piel y músculo. Se tragó un aullido de dolor. Bueno, ahora sabía lo que goteaba de esos dientes. Ácido. —Sácala volando de aquí —ordenó a Zacharel, incluso mientras giraba, con las manos entrecruzadas y cortaba, esparciendo trozos de vid. Él prefería perderla de esa manera que de la otra, de una forma más permanente. —Te lo dije. Agoté el resto de mi energía deshaciéndome del caído.

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Desde el principio, Paris supo que debía de acabar con el maldito punki, pero noooo. Se había compadecido de la grave situación del tipo. Aunque, lección aprendida. Muestra un lado suave, y boom, serás castigado más tarde. —No te dejaré —dijo Sienna agarrando un tallo y cortando la cabeza con la daga de cristal que le había dado. Era rápida, pero no lo suficientemente veloz, y pronto esas cosas acabarían rodeándola—. Se me debió caer la pistola en el agua. Lo siento. La oscuridad… creciendo… Paris dejó caer los puñales y fue a por su propia daga de cristal. Una sola orden mental y el metal se alargó… convirtiéndose en una antorcha de crepitantes llamas. Presionó aquellas llamas sobre las paredes de lona y el material pronto ardió, las chispas saltando a la siguiente tienda. Los chillidos se mezclaron con el crepitar de la llamas mientras Sienna, Zacharel y él se alejaban corriendo. Después de kilómetro y medio o así, redujeron la velocidad y Zacharel dijo: —Creía que no querías llamar la atención. —Necesitábamos enviar un recado. —Afortunadamente, las criaturas de las sombras también captaron el mensaje. Métete con el variopinto grupo de Paris y acabarás frito. Ellas mantuvieron la distancia y sólo la presencia de Sienna impidió a Paris acercarse y hacer algo de daño. Quería hacerles daño pero más la quería a ella a salvo. Siempre puedes volver a por ellas. Cierto. Cuando Sienna lo abandonara, necesitaría una buena pelea para estabilizarse. Genial. Ahora, la idea de que ella lo dejara, lo puso todo en marcha de nuevo. Sólo empezó a calmarse unas horas más tarde. Nada ni nadie se atrevió a acercarse y más de una vez los pensamientos le saltaron de nuevo a lo que había dicho Zacharel. La oscuridad de Paris… su temperamento. Zacharel había dado a entender que algún día haría daño a Sienna. Sin embargo, cuando habían estado dentro de la cueva y él funcionaba bajo la oscuridad, consumido por la rabia, había permanecido totalmente consciente de ella. No había permitido que la acción se acercara a ella. Con las vides, lo mismo. Fue consciente de ella, procurando protegerla, colocando aquella necesidad por encima de la de mutilar. ¿Buenas noticias, no? Excepto que ¿y si ella alguna vez aguijoneaba su temperamento? ¿Qué pasaría si toda la oscuridad se centraba en ella? ¡Oh, infiernos, no! Esto no estaba ocurriendo. Zacharel lo había convertido en un paranoico, eso era todo. Pero las dudas, una vez plantadas, podrían tomar vida propia, y Paris se encontró sudando ante la posibilidad.

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Sienna lo afectaba de un modo que nadie más lo había hecho. Lo aceptada como era, bueno, malo y feo. Pero si alguna vez lo traicionaba, si alguna vez le mentía, si alguna vez lo combatiera o se volviera contra él, no podía predecir cómo reaccionaría. Sobre todo ahora que conocía la emoción de su total entrega. ¿Qué estás haciendo, pensando en lo peor? Él le había dado una pequeña dosis de confianza. Sucumbiendo a estos miedos, los deshonraba a ambos. A él nunca le había importado deshonrarse a sí mismo, pero la idea de deshonrarla a ella era una pesada carga sobre los hombros. Ella lo había tomado en su boca, saboreó todo lo que él era, y amó su cuerpo con tal demoledora dulzura que jamás volvería a ser el mismo. Lo había visto en su peor momento. Conocía su pasado, su futuro, y aún así todavía lo miraba con admiración en los ojos, como si él significara algo para ella. No despreciaría ese regalo. Y era un regalo. Un tropiezo con una piedra la propulsó a un costado del cuerpo y lo sacó de sus pensamientos. Con la mano libre, la cogió antes de que cayera. —Lo siento, no era mi intención evadirme —murmuró Sienna mientras se enderezaba. Mientras que el sexo lo había fortalecido a él, claramente a ella la había cansado. No debería sentirse tan orgulloso de ello, pero lo hizo. —No me oíste quejarme por tenerte entre mis brazos. Su encantadora y enorme sonrisa destelló hacia él. —Cierto. Zacharel podría haber rodado los ojos. Paris le hizo una peineta mental antes de explorar la extensión de tierra frente a él. Había aún kilómetros de oscuridad por recorrer, llenos de un montón de pequeñas minas. Como el siguiente charco que tuvo que saltar y luego ayudar a Sienna a hacer lo mismo. Su nariz se arrugó. El agua olía a cadáveres putrefactos. Probablemente porque… sí, vio un par de ojos apagados, muertos, flotando por debajo. Una mosca tan grande como el puño pasó volando y luego otra. Una se le posó en el brazo e inmediatamente le mordió el bíceps. Dio un manotazo al insecto, pensando en alejarla, pero terminó chafándola y la maldita cosa le salpicó todo el cuerpo. El reino entero era un cóctel espeluznante de algunas de sus peores películas de terror favoritas. Sí. Le chiflaba el queso. También disfrutaba de las novelas románicas, los bancos de pesas y hornear galletas con trocitos de chocolate.

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Llevaba tiempo sin dedicarse a esas cosas, y ahora… ahora se daba cuenta de lo mucho que las echaba de menos. ¿Cómo de bueno sería poner un DVD, relajarse con Sienna a su lado y ver una buena película sangrienta? Después de eso podrían acurrucarse juntos y tal vez leer algunas escenas de una novela romántica. Aunque nada de eso pasaría. Él y Sienna se separarían en cuanto alcanzaran la salida. ¿Y sabes qué? Ahora quería matar algo -sólo herir ya no era lo bastante bueno- con las manos desnudas. En realidad rezaba para que un salvaje hombre echando “espuma por la boca” saltara y lo atacara. Eso no estaba bien. Significaba que su obsesión por Sienna había alcanzado el siguiente nivel. Paris quizás podría haberse obligado a dejarla ir sin mucho alboroto antes de pasar tiempo en aquella caverna. ¿Ahora? Probablemente no. Ella era todo lo que siempre quiso y todo lo que no sabía que necesitaba, todo envuelto en un pequeño y sexy paquete. Un guerrero cuando tenía que serlo, una sirena cuando él necesitaba que lo fuera, pero siempre suave, dulce y generosa. Y valiente, tan y tan valiente. Cuando aquel punki de pelo rosa invadió su espacio privado, no había corrido. Se había quedado. Por si Paris la necesitaba y para mantener a Zacharel fuera de su vista cuando las cosas se volvieron inciertas. Admiraba eso de ella. ¡Diablos!, comenzaba a admirar todo de ella. De repente Paris entendió a su colega Amun de un modo que nunca antes había hecho. La mujer de Amun también era una antigua Cazadora y una vez ayudó a asesinar a su buen amigo Baden. Por ello, cada Señor del Inframundo la despreció y quiso ver sus entrañas esparcidas por toda la fortaleza, Paris incluido, pero Amun se mantuvo firme y defendió lo que era suyo, y con el tiempo todos -a regañadientes- se subieron a bordo del tren de la bienvenida. Tal vez, después de encargarse de Cronus, haría lo mismo con Sienna… llevarla a su casa y jugar a papá y mamá. Las cosas serían difíciles al principio, seguro. Ella no había matado a nadie, pero los Señores aún así no se tranquilizarían y no la aceptarían. Ellos le habían visto el cortado y magullado cuerpo después de que sus compañeros terminaran de torturarlo. Lo habían visto sufrir por su pérdida… y lo escucharon maldecirse a sí mismo por preocuparse por ella cuando ella nunca había sentido lo mismo por él. Hasta ahora. Ella había cambiado de idea en lo referente a él, y él había cambiado de idea respecto a ella. No estaba seguro de que le había hecho cambiar al final, aunque sospechaba que simplemente tenía que ver con el deseo de creer en ella, como había alegado. No estaba seguro de cuando había ocurrido el cambio. Todo lo que sabía era que a ella no le interesaba hacerle daño. Aceptarlo, una vez más, condujo al punto de que sus temores iniciales, plantados por Zacharel, eran estúpidos.

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Paris conocía a las mujeres, conocía el sexo, y creía que era bastante bueno en leer las emociones en el ejercicio de esto último. Más que eso, había estado con Sienna antes. Ella podía haberlo deseado en aquel entonces, pero ese deseo no tenía nada que ver con lo que sentía por él ahora. Integro, abrumador y real. Tampoco estaba seguro de lo que le había hecho a ella cambiar de idea, pero se alegraba de que lo hiciera. Le gustaba estar con ella. Sienna lo calmaba. En todos los sentidos, lo tranquilizaba. Así que, ¿qué diablos se suponía iba a hacer sin ella mientras cazaba a Cronus? ¿A quién se llevaría a la cama cuando la primera oleada de debilidad lo golpeara? Oh… Joder. La idea de estar con alguien más le ponía enfermo. Del tipo de vomitar sangre. Quería a Sienna y sólo a Sienna y cuando se separaran, porque él no podía llevarla a cazar a Cronus -era demasiado peligroso para ella, teniendo en cuenta la ambrosía en su sistema- tendría que tomar a alguien. Si seguía con esta línea de pensamientos, se derrumbaría. Quizás ella sintió su confusión porque entrelazó sus dedos con los suyos, se llevó la mano a la boca y besó el pulso que le martilleaba en la muñeca. El mundo volvió a enfocarse con un silbido. —¿… qué hiciste con el otro tipo, el caído como tú lo llamaste? —le preguntó ella a Zacharel—. Él, eh, ¿sobrevivió? —Está vivo, sí —contestó el ángel, pero no ofreció nada más. —Volverá a por mí. —Ese tipo de odio y culpa no se desvanecía. Pero para cuando el caído se curara, Paris y Sienna ya se habrían separado. Ella estaría a salvo. —Sí —dijo Zacharel—. Lo hará. Una pizca de miedo se mezcló con el dulce y especiado olor de Sienna. Paris remontó el pulgar sobre sus nudillos, deleitándose con la suavidad de su piel tanto como en la preocupación de ella por él. —No podrá conmigo. De repente, una sombra a la izquierda se puso en movimiento, arrojándose contra Sienna con la velocidad de una flecha. El único color en la cuchillada de metro ochenta de oscuridad era el destello de los colmillos manchados de sangre dentro de una boca. Sin perder un segundo, Paris se colocó delante de ella y con brusquedad se soltó del agarre de Sienna para sujetar a la criatura por el cuello. Se sorprendió por la sensación de solidez de la carne y el calor. Ordenó a su daga de cristal convertirse en

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lo que fuera necesario para destruir a una sombra viviente y apuñaló, profundizando en aquella boca y sintiendo que los colmillos le cortaban la piel. La daga comenzó a pulsar con la luz del sol, lo suficientemente brillante para hacer que los ojos le lloraran. Hubo un aullido de dolor y un gorgoteo, antes de que la masa se retorciera y explotara en partículas de niebla, dispersándose en la brisa. —Gracias —dijo Sienna con un leve jadeo. El color se había desvanecido de sus mejillas, destacando sus pecas. —No nos dábamos las gracias por este tipo de cosas, ¿recuerdas? —Su protección nunca sería motivo de elogios. Aquellos exquisitamente carnosos labios se curvaron en una sonrisa radiante que él vería en sus fantasías por el resto de la eternidad y el deseo por ella volvió de nuevo a la vida. Sienna extendió la mano, quizás planeando trazar con la punta del dedo los bordes de su ahora dolorida boca. Entonces Zacharel murmuró: —Que la Deidad me salve de tales tonterías —y ella dejó caer el brazo al costado. —No creo que tu Deidad tenga que preocuparse por salvarte —espetó Paris—. Estoy seguro de que las mujeres reconocerán de un vistazo el hecho de que no mereces ni el esfuerzo. El ángel pareció contento por eso. Polos opuesto, pensó Paris; eso era lo que él y el ángel eran. Zacharel nunca había experimentado ni una chispa de excitación, así que no tenía ni idea de lo que se perdía. Paris se compadeció de la pobre chica que por fin se ganara su atención. Ella tendría que tener unas pelotas de acero. Zach lucharía contra ella a cada paso hacia el dormitorio, y probablemente incluso la culparía por introducirle a la pasión. Ahora que podría ser divertido verlo. Si las circunstancias hubieran especial olor de Sexo sobre el ángel. preso de las exuberantes imágenes siempre consumía a todo el mundo, y en los siglos venideros.

sido diferentes, Paris podría haber soltado el Era más que probable que incluso Zach cayera de “sábanas de seda y luz de las velas” que su horror por desear a Paris le hubiera divertido

Sienna se puso rígida. Tan armonizado como estaba con ella en todos los matices, la atención de Paris giró en su dirección. El rosa había vuelto a sus mejillas, pero era demasiado brillante, como si tuviera fiebre. Sus ojos, ahora más verdes que dorados, estaban fijos al frente… sobre el castillo que se alzaba a la vista. Su vínculo con la estructura debía de volverse cada vez más fuerte, pensó.

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Paris envolvió un brazo a su alrededor y tiró de ella lo más cerca que pudo, teniendo cuidado con sus alas. Ella no protestó. De hecho, le frotó la mejilla contra el cuello, cálida, suave y suya. Besó su sien. —No te preocupes. No te dejaré ir. Un inconfundible suspiro de alivio y gratitud. —Gra… quiero decir, vale. —Buena chica —dijo él con una sonrisa. Zacharel los miró con el ceño fruncido. —¿Todavía pensáis separaros? Paris perdió el buen humor, y le lanzó una fulminante mirada al ángel tipo “espero que mueras con mucho dolor”. Ahora no era momento para entrar en eso. —Sí —contestó Sienna en un tono tan frío y cortante como el viento que soplaba contra Zacharel. Entonces, contradiciendo la brusca afirmación, se frotó el pecho con un puño como si un hierro candente le quemara allí—. Todavía vamos a separarnos. La indignación se elevó, pero Paris se la tragó de nuevo. Era como tenía que ser. Lo sabía, había estado de acuerdo. Mierda, había sido el primero en sugerirlo. —Eso está bien. —El ángel asintió con la cabeza en aprobación, permitiendo la acción que varios copos quedaran atrapados en el satén de su pelo. —¿Por qué te importa? —exigió Paris. Todavía no entendía la razón de la continuada presencia de Zacharel. Él encogió uno de sus fuertes hombros. —Yo no diría que me importe. Simplemente sé que vosotros dos no conseguiréis mantener satisfactoriamente una relación. Con esa nota de verdad en su voz, estaba claro que el ángel creía de todo corazón lo que había dicho. —Nuestra relación no es asunto tuyo, así que tus opiniones no son bienvenidas. —En realidad, los dos os volvisteis asunto mío. Paris lo vio todo rojo. Rojo demonio. Una reacción volátil cuando no era necesaria, pero no pudo hacer nada contra ello. Por pura voluntad mantuvo las manos a los costados en vez de golpear la cara de Zacharel. —¿Por qué? Extendiendo las blancas y doradas alas, el ángel estuvo a su lado en un momento, y frente a él al siguiente. Los pies de Zacharel flotaban sobre el suelo,

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aquellas alas agitándose despacio, manteniéndolo estable. Paris tuvo que parar bruscamente para evitar chocar contra él. Alrededor de ellos, los copos de nieve cayeron y se arremolinaron sólo para aterrizar en la tierra y derretirse. En caso de que las cosas se pusieran feas, empujó a Sienna tras él. —¿Qué pasó con estar demasiado débil para volar? —He recuperado mi fuerza. —¿Cómo? —La respuesta no cambiará lo que está a punto de suceder. Él arqueó una ceja, el arma en la mano. —¿Estás seguro de que quieres seguir por este camino? —Una parte de ti aspira a quedarse con ella. De otra forma, no habrías reaccionado tan violentamente a mi observación. —Antes de que Paris pudiera responder, añadió—: ¿Recuerdas cuándo te dije que si seguías por el camino actual, perderías todo lo que has llegado a amar? Él apretó la mandíbula. Sólo la suave caricia de las manos de Sienna en la espalda le impidió lanzar obscenidades. —No mentí, demonio. Nunca lo hago. Y ahora creo que es hora de demostrarte lo terrible que puedo ser como enemigo. Paris parpadeó. De repente, se cernía sobre el aire, por encima del puente levadizo del castillo, Zacharel lo acunaba contra su duro pecho, moldeado en el campo de batalla. El corazón le latía a un ritmo inestable. —¿Cómo diablos hiciste eso? ¿Y dónde coño está Sienna? —Con poderes que no puedes empezar ni a imaginar. Pero esto no es lo quería mostrarte. —Un dedo a la vez, el ángel aflojó el agarre—. Espero que pronto aprendas que puedo ayudarte… o destruirte. —Será mejor que no hagas lo que creo que vas a hacer, tú sucio pedazo de… Su anclaje desapareció, y Paris quedó libre… cayendo hacia los podridos listones de madera. Aterrizó sobre las crujientes tablas con un duro golpe y una buena pérdida de oxígeno. Detrás de él, escuchó a las gárgolas chillar con sus gritos de guerra, el batir de sus alas, el raspar de sus garras. Zacharel lo había hecho. Realmente lo había hecho. —¡Hijo de puta!

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CAPÍTULO 32

Ven. Te acompañaré hasta la salida.



Siena miró boquiabierta a Zacharel, que acababa de aparecer delante de ella. Paris y el ángel habían estado parados delante de ella, apresurándose el uno contra el otro, listos para explotar mientras toda la testosterona saturaba el aire, para luego desaparecer sin previo aviso. El ángel había vuelto al segundo siguiente. Sin Paris. —¿Dónde está él? —exigió, aunque no estaba demasiado preocupada por la respuesta. Paris y Zacharel eran amigos a pesar de sus diferencias, e Ira ya había echado un vistazo. —Lo llevé al castillo y lo dejé caer en el puente. Tiempo de reevaluación. Paris y Zacharel no eran amigos a ningún nivel. Ira, por el contrario, debía pensar que los ángeles no podían equivocarse. —¿Por qué hiciste eso? Por supuesto, Paris sería llevado dentro y encerrado. Claro, podría escapar, y estaría bien. Pero nada de eso le importaba en este momento. La furia se elevaba, oscura, ardiente y peligrosa. Cálmate. Antes de que ella sacara la daga de cristal que Paris le había dado y se montara una juerga con la carne del ángel. Ya había tenido suficiente de los hombres y el abuso de sus habilidades sobrenaturales. Zacharel parpadeó como si la respuesta debiera ser obvia para todos. —Eso, como tú lo llamas, es lo que hace un hombre a otro cuando están discutiendo. —No. No lo es.

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Sus labios se curvaron ligeramente hacia abajo mientras fruncía el ceño. —Eso es tan sólo lo que le hizo Paris a William El Oscuro esta mañana. Bueno, ella no tenía respuesta para eso, ¿verdad? Zacharel sacudió sus alas, las plumas blancas y doradas levantándose lentamente, con elegancia. La nieve brillaba entre ellas. Su cólera no hizo nada para disminuir el impacto de su belleza, el paisaje oscuro de alguna manera proporcionando un telón de fondo adecuado para él, oscuro, donde él era la luz. No, no la luz, pensó. Un halo como el del amanecer irradiaba de él, lo que le hacía brillar. —¿Y bien? —le provocó ella—. ¿Vas a llevarme con él? —Tus ojos... —dijo, su ceño fruncido más profundamente. —¿Qué pasa con ellos? —Puedo ver que la oscuridad de Paris ya ha echado raíces dentro de ti. Él pronunció las palabras y de alguna manera ella supo que era verdad, el conocimiento simplemente formando parte de ella. La oscuridad de Paris, la que su demonio había dado a luz, de hecho estaba dentro de ella. Una pequeña punzada de preocupación fue rápidamente seguida por un gesto de indiferencia. Ira vivía dentro de ella. ¿Y qué si hospedaba una entidad más? —Has ignorado mi primera pregunta el tiempo suficiente. Ahora estoy tratando de controlarme. Escucha y escucha bien. Quiero que me lleves de regreso al castillo. La demanda fue imprudente, innecesaria y contraproducente para su plan de joder a Cronus, seguido del embalsamar y marcar a Galen, así como la búsqueda de su hermana, pero nada iba a detenerla. Paris, lucharía por llegar a ella, ese lado protector de su ser exigiendo que se asegurara de que ella escapaba de este reino, lo sabía ahora. Si eso sucedía, él sería herido. —Teníais la intención de separaros en dos días —dijo él, inquebrantable—. Yo simplemente estoy acelerando las cosas. Había estado esperando estos dos días con Paris, había querido hacer el amor con él de nuevo, una y otra vez, marcándolo dentro de la mente, el cuerpo, hasta que cada una de las células oliera a él. —Sigues recordándonos que no podemos estar juntos. —Las sospechas le danzaron en la mente mientras cruzaba los brazos sobre el pecho—. ¿Por qué es eso? —Debido a que ambos necesitáis recordar. —En pocas palabras, como si ella debiera estar avergonzada por preguntar.

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—¿Por qué? —insistió. —¿Por qué quieres estar con él? —Zacharel inclinó su oscura cabeza hacia un lado, estudiándola con intensidad—. ¿Lo amas? ¿Ella lo hacía? ¿Podría eso causar que la ruptura doliera mucho más? —Me gusta. Mucho. Me gusta, realmente, realmente mucho. Y lo respetaba. Lo admiraba. Lo anhelaba como a una droga. Era ingenioso, amable, protector y leal, y aunque tenía todas las razones para despreciarla, ninguna vez la había tratado como si fuera el enemigo. —Te necesitamos en los cielos, Sienna. ¿Ahora lo hacían? —Bueno, ponte a la cola. Últimamente, todo el mundo me necesita. —Y nadie sabía explicarle la razón. Cerró las manos en puños y los apoyó en las caderas—. ¿Qué es lo que puedo hacer por ti? Porque ahora mismo, estoy teniendo problemas para cuidar de mí misma. —Lo único que sé es que vas a ser el heraldo de nuestra victoria en la guerra más espantosa que el mundo haya visto. A parte de barbotear. Quedó boquiabierta. Ella, responsable de ganar una guerra. Sin presión, sin embargo, ¿no? No podía hacer frente a esto ahora mismo. Zacharel se puso tenso, miró por encima de su fuerte hombro. —Cronus viene —dijo—. Él tiene las respuestas que buscas, aunque yo no confiaría en él si fuera tú. Calambres en el estómago. No, Cronus no, no ahora, y no fuera del castillo. Él perdería la cabeza. Bueno, mantenerlo fuera del castillo le mantendría alejado de París, así que... —Piérdete, chico ángel. En ese momento, él arqueó una ceja. —Podría acceder a llevarte con él. Sin embargo, no creo que me lo vayas a agradecer después. Hasta que nos volvamos a encontrar, chica demonio. Él se había ido en un instante, y sabes qué, Cronus apareció un momento después. Ya no vestía como un gótico rechazado del infierno, ahora llevaba un traje de seda gris hecho a medida para su cuerpo, todo líneas elegantes y una cuenta bancaria rebosante.

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Ira dejó de pasear y comenzó a golpearle el cráneo, deseando con ahínco ir a por él, pero incapaz de averiguar por qué. Lo que no hizo fue llenarle la mente con imágenes de los pecados del rey. Extraño. Cronus miró a la izquierda, luego a la derecha, y entonces frunció el ceño. —¿Por qué estás fuera del castillo? Mejor aún, ¿cómo saliste del castillo? —Ira se hizo cargo —dijo, para que no descifrara que había sido ayudada por otros inmortales. —Ah —sonriente, mostró sus dientes blancos deslumbrantes y extendió una rosa carmesí en su dirección—. Para ti. —Yo, eh... —No sólo aturdida, sino por completo desconcertada, aceptó la flor cubierta de rocío—. Gracias. Él inclinó la cabeza muy ligeramente al recibir el reconocimiento. —Y eso no es el único regalo que te traje. Tengo lo que necesitas —un frasco transparente lleno de un líquido violeta brillante siguió el mismo camino que la rosa—. Mis disculpas por la tardanza en esta entrega. ¿Sus disculpas? ¿En serio? —¿No te preocupes por eso? —una pregunta, cuando debió haber sido una afirmación. Cronus se aclaró la garganta, claramente incómodo. —Bebe. Debido a que no tenía ningún deseo de confesar que ya había sido alimentada, tomó un pequeño sorbo de lo que ahora sabía que era ambrosía. Lo que no sabía era por qué necesitaba la ambrosía, o por qué Paris se había molestado cuando le entregó el frasco. Coco frío le bajó por la garganta, brotando alas y volando a través de todo el cuerpo. Y wow, llenándola de un poderoso impulso. Ambos, fuerza y debilidad ardieron a través de ella, consumiéndose la una a la otra, y dejándola en una niebla. —Esa es una buena esclava —murmuró él. Me encanta ser tratada con condescendencia, de verdad. —¿Por qué eres tan bueno conmigo? —preguntó, balanceándose mientras le devolvía el frasco. Él hizo un gesto con la mano y desapareció el cristal. —Tengo que mostrarte algo —le dijo, y con otro movimiento de su mano, lo que la rodeaba se desvaneció. De cálido a frío, de la oscuridad a la luz.

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Y de la salvación a la condenación.

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CAPÍTULO 33

De

repente Sienna estaba de pie dentro de una sala desconocida con las blancas paredes tan altas que apenas podía distinguir el abovedado techo. Cuadros colgados por todas partes. No había muebles, sólo columnas de mármol que lucían ocasionales enredaderas de hiedra y los soportes que contenían esculturas y otros objetos de artesanía. Para evitar gritar por la agitación mental del cambio de ubicación, se mordió la lengua hasta saborear la sangre. —Esto —dijo Cronus extendiendo los brazos y girando lentamente—, es la Cámara del Futuro. —Había una nota reverente en su voz, una que nunca había escuchado antes en él—. Aquí, el destino toma forma y las infinitas posibilidades esperan, ya que aquí es donde mi Ojo que Todo lo Ve registra sus visiones. —¿Ojo que Todo lo Ve? —Se sentía todavía tan desorientada que le era casi imposible articular palabra. —Una mujer que ve el cielo y el infierno, el tiempo y el espacio, el presente, el pasado y el futuro. —Cada sílaba sostenía una nueva capa de urgencia—. Cuando una muere, otra toma su lugar. A lo largo de los siglos, muchas me han servido. No hay ningún límite en cuanto hacia atrás o hacia delante estas mujeres pueden ver. No hay límites arriba o abajo fuera de su alcance. Tener tal poder sería tanto una bendición como una maldición, pensó ella. —Todo lo que ves aquí fue creado por mis Ojos. Sienna se metió la rosa detrás de la oreja, olvidando el extraño estado de ánimo mientras caminaba tropezando hacia el retrato más cercano. En él, una versión más vieja y frágil de Cronus le devolvía la mirada. Tenía el pelo gris, la piel arrugada, y

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llevaba una larga túnica blanca. Ese era el dios que conoció por primera vez. Sólo que estaba sucio, herido y atrapado en una jaula. —He aprendido que todo el mundo tiene varios futuros diferentes, y las opciones que eliges en última instancia deciden en qué camino viajarás. Vamos —añadió sin aliento, tomándola del brazo e introduciéndola por la larga y aparentemente infinita extensión del cuarto—. Hay algo que debes ver. Con cada paso que daba, los cuadros se reorganizaron, deslizándose sobre la pared, cambiando de sitio con fluida gracia. Ella no intentó alejarse de él. El mareo la mantenía esclavizada y necesitaba del ancla de su mano para mantenerse erguida. —Los Ojos, no siempre entienden lo que ven, ya que no pueden determinar el contexto de las acciones que registran. No saben si ven el pasado o el futuro, como detener algo o como hacer que algo ocurra. —Así que tú tienes que adivinarlo —terminó por él. —Correcto. —Cronus se detuvo, y lo mismo hizo el movimiento de los cuadros. En el marco que había ahora frente a ella, los guerreros luchaban a muerte por toda la escena. No sólo cualquier guerrero, sino caras conocidas. Estaba Galen, con sus blancas alas extendidas, su larga y sangrienta espada levantada. Ante él estaba Cronus, con una fina línea de sangre que conectaba una oreja con la otra… su cabeza a punto de deslizarse de su cuello. El ritmo cardiaco de Sienna se aceleró mientras observaba el resto. A un lado estaba Paris, viendo lo que le pasaba a Cronus con ojos muy abiertos, sorprendido. La sangre lo cubría y tenía la boca abierta, como si gritara algo. —Este es uno de los futuros que me espera —dijo el rey—. Hace mucho, mi primer Ojo me advirtió que algún día un guerrero con las alas de color blanco me mataría. Asumí que sería un ángel, sólo más tarde comprendí que había otros guerreros, como los Señores del Inframundo, que eran igualmente capaces de hacer algo así. Y entonces mi último Ojo pintó esto. —¿Por qué no mataste a todos los Señores, entonces? —preguntó Sienna. Sabía que él ya había considerado esa opción. Un ser como él no habría podido evitarlo—. Así estarías a salvo. Él se movió dos pasos hacia delante. Una vez más, los cuadros tomaron nuevas posiciones. —La razón está aquí. —Se detuvo, como hicieron los cuadros—. Mira. Frunciendo el ceño, Sienna obedeció. En éste, un Cronus joven se sentaba en un trono de oro macizo y los Señores del Inframundo se alineaban detrás de él, con expresiones reverentes y posturas decididas. Obviamente lo custodiaban,

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protegiéndolo con sus propias vidas. Desesperadamente, ella quiso extender la mano y trazar con los dedos los labios de Paris. Qué hermoso era. Qué fuerte. —Este es mi verdadero futuro —dijo Cronus—. O más bien una posibilidad que debo asegurarme que sucede. —¿Cómo? —La respuesta está en los dos guerreros que faltan de este ejército. Ella tragó y estudio todos los rostros. —Falta Galen. Y… nadie más. —¿Ves al guardián de Ira? —Por supuesto. Aeron está a la derecha… —No hablo de Aeron. Él ya no es el guardián del demonio. —¿Yo? —chilló ella. —Sí. Tú eres la llave de este futuro, Sienna. La incredulidad vibró a través de ella. —No entiendo. —El ángel había mencionado que conseguiría sus respuestas… y que no debía confiar en lo que escuchara. Parecía que había pasado una eternidad desde que emitió su advertencia. No estaba segura de en qué creer, qué descartar—. ¿Cómo soy la llave? —Fíjate bien en la parte inferior. Se inclinó hacia delante, mirando fijamente el borde inferior del cuadro. Rodeada por una muchedumbre de espectadores había una mujer. El perfil era como el de Sienna, la pecosa piel, la nariz, mejillas y barbilla… Abrió los ojos como platos. Suyos. Aquellos rasgos eran los suyos. El pelo de la mujer era castaño y ondulado, al igual que el de ella, y las negras alas se extendían desde la túnica. Estaba de pie al lado de un hombre arrodillado que tenía los brazos alrededor de las pantorrillas, sosteniéndola como si fuera preciosa para él. Galen, comprendió Sienna. Después de todo, no faltaba en la pintura. —Hace siglos, cuando mi Ojo habló de mi muerte, también me dijo que había un modo de salvarme a mí mismo… o, para ser exactos, una mujer que podía ayudarme a hacerlo. Busqué a esa mujer en cada esquina. Nunca apareció y me desesperé. Lo que viene después va a doler, pensó Sienna, enderezándose. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de ello. —Pasaron eones y fui encarcelado cuando los inútiles griegos conspiraron con mi esposa, a quien más tarde traicionaron. Sabía que me escaparía, porque eso,

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también, había sido pronosticado, aunque los griegos fueron demasiado tontos para creérselo. Cuando por fin recuperé mi legítimo lugar en el trono celestial, busqué a los Señores pensando en destruirlos antes de que ellos me destruyeran a mí. Hizo una pausa y suspiró. —Sin embargo, recién llegado al poder como estaba, no me gustaba la idea de matar a los Señores y liberar a sus demonios, teniendo así más enemigos que llamaran a mi puerta. Es más, me gustó la idea de controlar a los guerreros de Zeus, de usar a los seres que él creó como mis propios recaderos personales mientras buscaba al único de ellos con el poder de matarme. Y ¡oh! esa decisión ha dado sus frutos. He mantenido una estrecha vigilancia sobre sus idas y venidas y, en serio, los Señores han demostrado ser sorprendentemente útiles. Es por eso que sé que el futuro que ves en esta pintura, de mí reinando en armonía con estos guerreros como mi leal ejército, ya está ocurriendo. »Pero todavía estaba el asunto de mi anunciada ejecución… y de mi predicha salvadora. Justo cuando había perdido la esperanza, tú por fin apareciste, una mujer que no pertenecía a ningún bando de la guerra y, sin embargo, también pertenecía a ambos. Una mujer que prometió su lealtad a Galen, pero cuyo interés inequívocamente había sido capturado por Paris. Una mujer que tenía el poder, incluso en la muerte, de influir en cada pensamiento y acción de un guerrero. Ella sólo pudo negar con la cabeza. —Oh, sí. Él ha pensado en ti, sólo en ti, y eso es lo que atrajo mi atención. Nunca antes había notado un alma humana, pero tenía que saber por qué él ansiaba tanto la tuya. Es ahí cuando descubrí que eras la que el Ojo había predicho. Te pareces a la mujer de la pintura, y tienes el mismo pasado que la mujer que dijeron que me salvaría. Ambas revelaciones sólo pueden significar una cosa. Tú debes ser mi salvación. —No me importa tu salvación —susurró ella. —Lo sé. Pero te importa Paris, y si Galen muere, él también. Agitó la mano y otro cuadro apareció. En éste, Galen, Paris y otros pocos Señores yacían en pedazos sobre un suelo empapado de sangre. El corazón le dio un vuelco ante la vista. —Y aquí estamos de vuelta sobre el papel como salvadora… mía, o de Paris, aunque al final no hay ninguna diferencia porque de una u otra forma te conduce a Galen. Deberías darme las gracias —continuó él—. Te di a Ira. Te hice lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a lo que el guardián de Esperanza decidiera hacer contigo. —Su mirada la atravesó, un remolino negro que aumentó la intensidad del vértigo—. Galen adora el poder, y debes ser su compañera. —No. —Un jadeo, una súplica.

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Despiadado, continuó: —Debido a tu demonio, sabrás quien le miente, quien intenta trabar amistad con él cuando en realidad lo odia, y los detendrás antes de que sean capaces de hacerle daño. ¿Primero tenía que acostarse con él y ahora protegerlo? —¡No! Lo odio. —No dije que tuvieras que amarlo para llevar a cabo tu misión. Simplemente piensa en la alternativa si no lo haces. Paris muere. No. No, no, no. —¿Qué pasó con descubrir los secretos de Galen y traicionarlo? —La furia despertó a la vida—. ¿Qué pasó con encontrar a mi hermana? ¿Y por qué quieres que detenga a otros de hacerle daño si el hombre está destinado a matarte? El rojo brilló dentro del negro de sus ojos, un fondo escarlata de su propia furia. —Digamos que tengo mis razones y mis planes. Así que escucha y escucha con atención. Sólo hay unos pocos futuros posibles para mí y, por lo tanto, para el mundo. El primero es que gobernaré como rey para toda la eternidad. El segundo, soy asesinado, lo que quiere decir que mi esposa muere. Si ambos desaparecemos, el caos reinará y los Señores morirán. —Él giró un dedo y los cuadros comenzaron su danza de nuevo. Una nueva imagen se detuvo a su lado y la estudió con la boca seca. Ángeles, muchísimos ángeles, con lágrimas de sangre cayendo de sus blancas y doradas alas. Hombres y mujeres vistiendo túnicas luchando contra cada guerrero angelical ferozmente. Y allí, sobre la tierra a sus pies, estaban los Señores, sangrando, destrozados… sin vida. Quería llorar, derrumbarse. —Contestando a tu otra pregunta —siguió Cronus—. En realidad deseo conocer los secretos de Galen. Deseo que lo traiciones. Pero para que eso ocurra, necesito que también lo protejas. Como dije, tengo mis razones y mis planes, y con todo el derecho debería castigarte por atreverte a cuestionar su lógica. Todo en lo que ella podía pensar era en la muerte de Paris. Paris, agonizante. Paris muerto. Paris, desaparecido para siempre. Cronus agregó: —Antes de que pienses que mi infiel esposa estaba en lo correcto cuando conspiró para encerrarme bajo llave, antes de que pienses en poner en marcha algún plan que daría lugar a que mi esposa encontrara una forma de reinar sola —su voz fue

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baja, dura—, que sepas que si Rhea gobierna, el asesino de tu hermana controlará el destino de vuestro mundo. Giró la cabeza con más incredulidad que furia y temor. Cronus acababa de decir… acababa de asegurar… —Pero me dijiste que ella estaba viva —graznó Sienna. —Lo estaba. Estaba. No está. Estaba. —¿Y ahora? —Otro graznido Ira escogió ese momento para dar su golpe y esta vez gruñó. «Algo está mal. Esto no me gusta». Su voz la sobresaltó. Él le había hablado antes, por supuesto, pero por lo general se limitaba a palabras como castigar, matar, cielo e infierno. «¿Está mintiendo?» Como Zacharel había dado a entender. «Por favor, dime que miente». «No lo sé. No sé nada ahora mismo». Un gemido escapó de ella. —He investigado. Skye se convirtió en Cazadora —dijo Cronus—. Quizás por la misma razón que tú lo hiciste… para enmendar el daño de su secuestro. Podríais haberos encontrado, hablar con ella, y nunca saberlo, ya que era una niña cuando la viste por última vez. Tampoco ella te reconocería. Con el tiempo, se iría, pero estaba casada con un Cazador. Intentó sacarlo, también. Ella… murió con él. —No —Era demasiado para asimilar. No podía tratar con todo. —Y cuando Rhea se enteró de que mi alada salvadora buscaba a la chica, ella la… —Su mirada se deslizó lejos—. Rhea la mató. Ira liberó otro gruñido. «Algo está mal». —Mientes. Tienes que estar mintiendo. —Temblándole las rodillas, Sienna apenas fue capaz de mantenerse en pie. Que ella pudiera haber estado así de cerca de Skye y no darse cuenta… y que ahora no tuviera otra oportunidad…— Demuéstralo. Demuestra que ella… que ella… se ha ido. —Un nudo de pena se le atascó en la garganta. Los ojos le ardieron, las lágrimas burbujeando por correr. —Muy bien. El aire frente a ella, brilló, se cristalizó, y luego, como si mirara por una mirilla mágica, vio un dormitorio, una chica de pelo negro tumbada en el suelo, con la

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garganta rajada y su cuerpo descansando al lado de un hombre que obviamente había encontrado un destino similar. Un charco rojo se reunía a su alrededor, espeso y negro en los bordes. Sienna venció su repulsión instintiva -¿cuántas imágenes espantosas de aquellos a quienes quería sería obligada a soportar hoy?- y se obligó a sí misma a recordar. A lo mejor en sus recuerdos, no había interactuado con esta chica en su época con los Cazadores, pero había cientos, sino miles, de organizaciones y células de los Cazadores, y ella nunca tuvo acceso a la base de datos de sus miembros. —Esa no es ella —dijo, con una violenta sacudida de cabeza—. Mi Skye tenía el pelo rubio. —Lo mismo sucede con esta chica. Sabes que el negro no es su color natural. Sus pestañas lo demuestran. Sienna se obligó a mirar más de cerca. Largas pestañas marrones enmarcaban apagados ojos castaños. “Enna, cuándo crezcas y te cases, ¿aún me querrás?” Pestañas de color marrón revolotearon con inocencia mientras Skye esperaba su respuesta. “Siempre te querré más que a nada ni nadie”. —No —Labios llenos, suaves y rosados, tan grandes como los de Sienna. Una estructura ósea delicada, una barbilla obstinada—. No. —El ácido creó una toxina de rabia y dolor en el estómago. —Sí. Cuando… me la encontré así, recorrí su mente, sus recuerdos. Es tu Skye. —¡No! Su hermana… en el suelo. Arruinada. Muerta. Desaparecida para siempre, como haría Paris. Ya no era una niña, sino una mujer. Desaparecida… para siempre… las palabras se repetían en la mente, horrorizándola, sobresaltándola y poniéndola enferma. Desaparecida… «¿Es realmente ella?» preguntó a Ira. «Sí. Puedo ver su vida y tú estás en ella, pero no puedo ver su muerte. ¿Por qué no puedo ver su muerte?» Sienna se bloqueo con la afirmación, nada más registrarla. Skye estaba… estaba… muerta. Muerta. Su preciosa Skye estaba muerta. —Tráela de vuelta. —Se propulsó a través del brillante aire y agarró las solapas de Cronus, sacudiéndolo—. Tráela de vuelta del mismo modo que me trajiste a mí. —No es tan sencillo, ni siquiera para mí. —Culpa, tanta culpa en su tono, como en sus rasgos, irradiando de él.

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«Mal, muy mal». ¡Basta de parloteo! —Eres el autoproclamado rey de los dioses. —Sacudió a Cronus con más fuerza —. El Soberano de los Titanes. El Carcelero de los griegos. El líder de los Señores del Inframundo. ¿Qué es una pequeña alma en comparación con todo eso? Tráela. De. Vuelta. —Hay leyes en la vida y en la muerte que incluso yo debo obedecer. —Su alma… —Ya no puede ser salvada. —No te creo. —Eso no cambia las circunstancias. —¡Bastardo! —La palma salió lanzada por propia voluntad, abofeteando su mejilla con tanta brusquedad que no se habría sorprendido encontrar que se había desprendido de la piel—. Me mentiste. Dijiste que era prisionera de Galen. Cuando él no tomó represalias, o se protegió a sí mismo frente a nuevos ataques, ella golpeó de nuevo. —¡Mentiste! —Para asegurarme de que me obedecías y mantendrías a Galen bajo control, hice lo que creía que tenía que hacer —admitió al fin—. Sabía que no lo matarías si pensabas que conocía el paradero de tu hermana. Y como te dije, tengo mis motivos para protegerlo por ahora. Pero no, Galen nunca la encerró. Ella nunca tuvo un niño con él. Otra bofetada, ésta con tanta fuerza que pensó que se había fracturado los propios huesos. De todos modos, él aceptó el maltrato sin comentarios. —Su muerte podría ser otra de tus mentiras. Algo para tirar de mis cadenas, ¿verdad? «Mal, muy mal, pero ella está muerta. Ella está muerta». Un parpadeo y Sienna se encontró en la misma habitación que Cronus le había mostrado, el cuerpo de la mujer inmóvil a sus pies. Podía oler el fuerte sabor cobrizo de la sangre y la muerte. Y aquí, en esta cámara de fatalidad, no había forma de ignorar la semejanza con su madre. Con su madre. Ira liberó otro gruñido, y otro y otro, el “algo va mal” continuó repitiéndose de su parte. Pero él no sabía cuál era el problema y Sienna no tenía fuerzas para razonar las cosas con él. El dolor la atravesó con un duro golpe, sacándole el aire de los

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pulmones. No podía respirar, no importaba lo mucho que lo intentara. Una neblina le espesó la mente. Cuchillas envueltas en llamas le arrasaron el pecho, quemándola. El entorno se desvaneció mientras ella se agachaba y recogía a la chica contra el pecho, abrazándola fuerte, permitiendo que el corazón latiera por las dos. Las lágrimas por fin cayeron en torrente, cayeron, cayeron, en un interminable río de dolor. —Te devolveré al castillo —dijo Cronus, la voz tan apacible como si le estuviera hablando a un niño—, y te daré tiempo para aceptar lo que ha pasado. Tus recuerdos ya no te atormentarán y serás capaz de dejar el reino si lo deseas. En eso, tienes mi palabra. Pero volveré a por ti, Sienna, en cualquier sitio donde estés, y esperaré que me ayudes en mi causa. Y ahora… ahora que has visto lo que mi esposa, la jefa de Galen, es capaz, creo que querrás hacerlo, ¿verdad?

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CAPÍTULO 34

Los Señores del Inframundo estaban aquí, en la isla de Roma, y se acercaban al Templo de Los Tácitos en este momento. Tendrán un plan de ataque; pensó Galen. Lo más probable es que todos menos un guerrero lo rodearían, permaneciendo ocultos en las sombras, y ese uno se le acercaría para hablar con él. A no ser, por supuesto, que todos pensaran en ocultarse, disparando y llenándole de flechas y balas ahora y preguntando más tarde. De cualquier manera, no importaba. Los guerreros debían saber que caminaban hacia una trampa. Galen no habría emplazado la reunión aquí si no pudiera usar a Los Tácitos en su ventaja. Una vez que los Señores alcanzaran el umbral del templo, Los Tácitos los tendrían, los desplazarían rápidamente al santuario interior, al unísono, directamente frente a Galen y los inmovilizarían en el sitio con cadenas invisibles, permitiéndole hacer de las suyas. Sin embargo, Galen no quería ir por ese camino. Llevaría demasiado tiempo, era demasiado arriesgado. No para su vida, sino para las suyas. Si mataba a uno de los Señores, ninguno de ellos cumpliría con el trato que él había exigido. Todo lo que quería ahora mismo era a Legion. Cerró las manos en puños. Si los guerreros no la habían traído, honraría su palabra por una vez en su vida. Como le había dicho a Lucien, se llevaría a otro ser querido de los Señores, y otro y otro… hasta que ellos se derrumbaran. No mataría, pero haría daño. Cada día la necesidad de Galen por Legión empeoraba. Esperanza había aumentado los sueños de tenerla, de castigarla, de domesticarla… de poseerla. Los celos habían arrojado combustible a un fuego que ya ardía lentamente con resentimiento mientras se preguntaba dónde estaba y qué hacía.

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Un crujido detrás suyo lo puso tenso. Se dio la vuelta. De pie entre las gruesas columnas blancas estaban los cinco Tácitos. El peludo con la cabeza llena de siseantes serpientes en lugar de pelo. El de las cicatrices, con más músculos que tres boxeadores atiborrados de esteroides juntos. La hembra, con la cara de un feo pájaro y cuernos que cubrían la longitud de su columna. Por último, los dos más altos… uno con sombras que rezumaban de su cráneo, y otro con cuchillas en la cima de la cabeza que goteaban veneno de la punta. Cada criatura estaba atada con cadenas que no podían romper. Y aun así, las débiles ataduras sólo funcionarían mientras Cronus viviera. En el momento que él estirara la pata, estos seres serían soltados a un mundo desprevenido. Nadie, ni siquiera Galen, sería capaz de detener la destrucción que indudablemente impartirían. Sobre un altar frente a ellos yacía Ashlyn, pálida y jadeante, sudando, como un antiguo sacrificio virginal. Sólo que esta virgen estaba en avanzado estado de gestación y a punto de dar a luz. El susto que él le había dado había hecho que se pusiera de parto. Por extraño que parezca, a Galen no le gustaba que estuviera sufriendo. Ella no era una mala persona y herir al sexo débil no era algo que le gustara particularmente. Él lo haría, lo había hecho -haría cualquier cosa- pero nunca disfrutó de ello. —Córtala el vientre por los bebés —ordenó la cornuda y picuda diablesa—. Los quiero para mí. ¿Bebés? ¿Había más de uno? —Ellos deben morir —espetó el macho de las cicatrices. —No. Los usaremos como trueque —dijo la montaña de músculo. Ashlyn gimió de dolor, de súplica, sus ojos vidriosos mientras miraba implorante a Galen. —Por favor. No hagas esto. Rogando al enemigo. Para hacer algo así, debía amar a esos bebés con todo su corazón, a pesar de que aún tenía que reunirse con ellos. Él creía que lo entendía. Hacía casi veintinueve años, sin querer, había engendrado a una hija; no había sabido nada de su existencia hasta que estuvo bien crecidita. Pero saber que era de su sangre fue todo lo que necesitó para… amarla no, no creía que alguna vez hubiera experimentado esa emoción, pero sí sentir una especie de parentesco con ella a pesar de ser tan diferente a él, como él lo era de los Señores. Su Gwendolyn. Una Arpía. Una mujer a la que no era capaz de hacer daño. Una mujer que lo reduciría sin vacilar un instante. Le gustaba eso de ella, se sentía orgulloso de su crueldad.

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Galen había hecho cosas terribles durante toda su vida. Traicionó a sus amigos, asesinó por poder, arrasó ciudades, entregó deliberadamente drogas a su propia gente para que lo necesitaran, lo siguieran. Había destruido a sus familias cuando ellos lo desafiaron o desobedecieron… o incluso sólo cuando pensaron en traicionarlo. Se había acostado con mujeres que no debería, de formas que no debería. No había línea que no hubiera cruzado. No había línea que no cruzaría. Había hecho todo eso -y lo haría mil veces peor- y nunca se había preocupado por las consecuencias. Seguía sin hacerlo. A diferencia de los guerreros con los que había sido creado, él no había nacido con sentido del honor, vínculo fraternal o la necesidad de ayudar a nadie salvo a sí mismo. Baden, el primero que fue creado, consiguió la mayor parte de la bondad y el resto un simple hilito. Galen, el último en ser creado, consiguió lo que quedaba… nada más que frío y oscuridad. Quizás por eso había ido tras Baden primero. Ninguno de los Señores sabía que había hablado con Baden antes de que él hubiera enviado al Cebo para atraer al hombre a su muerte. Una reunión privada que el propio Baden había arreglado. Ninguno de ellos sabía que Galen había jurado dejar en paz al ejército inmortal, detener la guerra, si Baden se sacrificaba. Poseído por el demonio de Desconfianza, Baden no había creído el juramento de Galen, pero había hecho el trato de todos modos, por si acaso. Galen sabía que fue porque había culpado a su demonio de su instintiva desconfianza y había esperado lo mejor… gracias al demonio de Galen. El Cebo -Haidee, un de los guardianes de Odio- había ido hacia el guerrero, sin saber que su víctima sabía a dónde lo conduciría. Baden no había querido que sus amigos supieran que se había precipitado de buen grado hacia la tumba. Tampoco había querido que fueran testigos del acontecimiento pero, por supuesto, ellos lo siguieron. No hubo forma de detener la guerra después de eso, incluso si Galen lo hubiera querido. Cosa que, desde luego, no quería. —Gaaaaaleeeen. —Un gemido bajo, afligido se hizo eco mientras Ashlyn se retorcía sobre la piedra. Tenía la cara roja, hinchada, y su respiración entraba en cortos jadeos. —No me mires en busca de ayuda, mujer. —La siguiente media hora era una situación crítica y no podía permitir que ella lo distrajera—. Le dije a tu hombre lo que debía hacer para salvarte. —Por favor. Por favoooor. Una punzada en el pecho. Si le dijera que la única forma de asegurarse que le daría los bebés a su padre era que ella se arrastrara ante él, encontraría las fuerzas

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para hacerlo. Incluso le besaría y le lamería las botas. Haría cualquier cosa que le pidiera, sin importar lo vil que fuera. Oh, sí, ella amaba a sus hijos. Eran carne de su carne, sangre de su sangre, y ellos la amarían a cambio. Nunca nada ni nadie le había pertenecido a él y sólo a él… excepto Legion. No es que ella hubiera hecho todo lo necesario para salvarlo, ni él haría todo lo necesario para salvarla. Pero. Sí, siempre había un pero con él. Había sido su primer amante… y quería ser el último. No estaba seguro de qué le había pasado durante su forzosa estancia en el infierno. No sabía qué había acogido de buen grado, y qué no. Pero lo que sabía muy bien es que ella ya no fue sólo suya. Algo más por lo que castigarla… por lo que castigar a todos ellos. —Los bebés —dijo la hembra Tácito de nuevo. ¿Era… anhelo lo que detectó en su voz? ¿Realmente ansiaba la oportunidad de ser madre?—. Dámelos. A. Mí. Los machos se volvieron hacia ella, frunciendo el ceño, lanzando obscenidades, discutiendo sobre lo que deberían hacer frente a esos tontos deseos. Independientemente de lo que le pasara a la madre, Galen decidió en aquel momento que no permitiría que los Tácitos tuvieran o hicieran daño a esos niños. Por fin, un acto decente de su parte. Uno de bondad, sin engaño o egoísmo. Que no dijeran que era malo todo el tiempo. —G-Galen. Estoy a-aquí, tal y como pediste. Cada músculo del cuerpo se le tensó, la sangre al instante encendiéndose, abrasándolo. ¿Una alucinación? Él inhaló, oliendo a tierra, un atisbo de fuego del infierno y el rastro más sutil a sal del mar. Ninguna alucinación. Legion estaba aquí. La abundante y discordarte emoción que sintió casi lo abrumó mientras giraba para buscarla. Y allí estaba ella, a pocos metros de distancia. Estaba de pie en el borde del recinto del templo, los árboles extendiéndose tras ella. Estaba preciosa, aunque no exactamente como la recordaba. Alta, con un gran busto, con el largo pelo rubio y los ojos del más suave marrón. Tenía los labios agrietados, como si los hubiera estado mordisqueando y había perdido tanto peso que la camiseta y los pantalones de deporte le hacían bolsas. Los Señores no la habían cuidado apropiadamente. Por ello, tendrían que sufrir más de lo que un principio había planeado. Ella debía ser castigada, sí, pero por su mano y sólo por la suya. Por dentro, la ira se convirtió en lo primordial. —¿Estás armada? —le preguntó, sin esperar la verdad.

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—Yo… —su mano revoloteó a su garganta, y sus ojos se deslizaron por delante de él, agrandándose—. Ashlyn. —Corrió hacia delante, sólo para echarse hacia atrás cuando él se interpuso en su camino, su desesperación por evitarlo palpable. —Te quedarás dónde estás. —D-Déjala ir —tartamudeó más que decir las palabras. Tenía miedo de él—. Dijiste que l-lo harías. —¡Legion, vete! —gritó Ashlyn, hablando durante una contracción—. Dile a Maddox… —¡Silencio! —gruñó Galen. No aceptaría ninguna interferencia en este caso. Legion se apretó el estómago y su piel adquirió un tinte verdoso. Su barbilla tembló. Ese miedo suyo le crispó los nervios. Antes, había sido valiente y llena del fuego en el que se había criado. —Los guerreros casi están sobre nosotros —dijo uno de los Tácitos—. Los traeremos aquí en el momento que podamos. Ahora, deja a las mujeres a nuestro cuidado para que puedas luchar sin distracciones. Ese había sido su plan y él fingió estar de acuerdo. Entonces y ahora, la idea de permitir que alguien tocara a su mujer le molestaba. Y cuando notó la reacción de Legión a la idea -un frío horror en sus vidriosos ojos con lágrimas no derramadastomó una decisión. —Retírate —le dijo—. Permanece en las ruinas en el límite del bosque. Y si se te ocurre siquiera pensar en destellar o huir, le haré daño a la humana. Las lágrimas por fin cayeron, pero ella obedeció. Galen odió la distancia que aumentaba entre ellos y culpó a los Tácitos. —¿Qué haces? —gruñó uno. —Dánoslas —chilló otro. Que supiera, ellos sólo tenían una debilidad. No podían coger lo que querían; tenían que dárselo. Por lo general usaban el engaño para imponer su propia voluntad, como habían hecho para conseguir la Capa de Invisibilidad de Strider. Cuando el engaño fallaba, recurrían a asustar a sus víctimas hasta someterlas. Ellos aprenderían. Galen no le temía a nada. —No te muevas de ese punto, pase lo que pase —le dijo a Legion, mirándola fijamente hasta que ella asintió con la cabeza para reconocer que lo había escuchado. Entonces tragó saliva y alzó la barbilla. —Pero sólo si… sólo si devuelves a Ashlyn y a los bebés a Maddox. Vivos.

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Por supuesto, Los Tácitos reaccionaron primero. —¡No! —¡Nunca! —¡Te abandonará en el momento que obedezcas! —¡No seas idiota! Legion echó un vistazo tras él. El tinte verdoso volvió a su piel y maldita sea si ella no parecía a punto de gritar. —Los ojos sobre mí —espetó él, y ella obedeció de inmediato. Esos hermosos ojos. Ricos, oscuros e infinitos, incluso con el torrente de lágrimas—. No apartes la mirada de mí. Un temblor en respuesta. Él retrocedió hasta que estuvo al lado de Ashlyn, dio medio vuelta y se inclinó, deslizando los brazos debajo de ella y alzándola. La mujer pesaba y tenía los músculos engarrotados por la tensión. Legion mantuvo la conexión entre ellos. Los Tácitos exigieron saber lo que creía que estaba haciendo. Él los ignoró, llevando a la mujer al lado de Legion. —Te dimos la Capa, Esperanza. Nos debes a las mujeres. ¿Habían pensado en mantener a las humanas como deuda, entonces? Se echó a reír con sólo un poco de humor. Probablemente. Algo que él habría hecho, también, así que realmente no podía culparlos. Espera. Sí, decidió. Podía. —Si nos traicionas ahora, te cazaremos. Te destruiremos a la antigua usanza. — La hembra soltó una risotada parecida a un cacareo—. ¿Tienes idea de los horrores que eso implica? Él no hizo caso de ella y le dijo a Legion: —Júrame aquí y ahora que no intentarás evitarme, que vendrás conmigo de buen grado y harás todo lo que te diga, cuando te lo diga. Con un voto de sangre. — Uno que no sería capaz de romper, incluso si quisiera. Para los inmortales, mantener los juramentos de sangre se convertía en una compulsión. Otro temblor la sacudió. Aquellos acuosos ojos, con sus largas pestañas, vagaron sobre él, haciendo que la polla se le engrosara y endureciera. Él la tendría. Esta noche.

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—Y-yo… lo haré, pero sólo si prometes devolver a Ashlyn y los bebés a Maddox, sin herirla. O a ellos. Hoy. Y sin luchar contra los Señores. La muchacha había aprendido a negociar, a cubrir todas las bases. Una complicación, pero no algo que se interpusiera en su camino. Galen colocó a la todavía jadeante y embarazada mujer en el suelo con tanto cuidado como fue capaz. Ella sentía demasiado dolor como para notarlo o hablar. Mientras se enderezaba, extrajo una de sus dagas. Legión se apartó. Aquel miedo tendría que ser tratado. Quería a la chica explosiva de vuelta. La que lo había seducido en el bar y follado en el cuarto de baño. Mordido y envenenado antes de que él pudiera terminar. Hablando de eso, ella le debía un orgasmo. Y con tantas semanas como habían pasado, ahora le debía más de uno. Los intereses eran una putada. Pero primero, se aseguraría su cooperación. —A cambio de lo que te he pedido jurar, me comprometo aquí y ahora que en este día devolveré a la mujer Ashlyn y sus hijos a su hombre Maddox, y no le haré daño a ninguno de ellos. No lucharé contra tus amigos, si no que les daré a ella y a los bebés sanos y a salvo por mi mano y ninguna otra y seguiré mi camino. —Se presionó la punta de la hoja en la palma y cortó tan profundamente que llegó al hueso. La sangre brotó y él la untó a ambos lados de la hoja, asegurándose de impregnar la punta. Entonces le ofreció el arma a Legion, con la empuñadura por delante. Parte de él esperaba que la tomara y lo acuchillara, pero no lo hizo. Ella sabía que estaba derrotada y simplemente lo miró, indecisa sobre su siguiente movimiento. La cooperación era su única opción. A diferencia de Lucien, no tenía el poder de destellar a otros junto a ella, así que no podría llevar al espíritu de Ashlyn a la seguridad. —De prisa. —En cualquier momento, los Señores llegarían y sería demasiado tarde para irse con lo que quería. No podía luchar contra los Señores y vigilar a Legion. Y no podía huir con ella, evitando la batalla, porque Legion podría destellar lejos de él en el momento que quisiera. Necesitaba su juramento—. Antes de que cambie de idea. —Como si alguna vez fuera a hacerlo. Con mano temblorosa, ella aceptó la daga y se lamió los labios con nerviosismo. Él esperó, en el límite. Por fin, oyó las palabras que ansiaba. —A cambio de lo que has prometido, juro aquí y ahora, en este día, de buen grado acompañarte a cualquier lugar que desees. —Aquellas relucientes lágrimas

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siguieron cayendo por sus mejillas—. Haré c… cualquier cosa que me pidas. Y permaneceré contigo t-tanto tiempo como requieras mi presencia. Ella presionó la punta de la hoja en la palma y cortó. No tan profundamente como él, pero lo suficiente para asegurar un intercambio exitoso. Su sangre brotó, mezclándose con las gotas que él había dejado. Le gustó eso, le gustó saber que una parte de él ahora estaba dentro de ella. Extendiendo la mano, la estrechó contra la suya, herida contra herida. En el momento del contacto, sintió una pequeña explosión dentro de él, un rasgón sobre el alma, y aunque nunca había hecho nada así antes, supo que el juramento había ocupado su lugar dentro de sí mismo. Y a juzgar por su mueca, ella acababa de sentir lo mismo. Por fin, ella le pertenecía. Legión se estremeció. ¿Había dicho las palabras en voz alta? O quizás ella también había vuelto a la realidad cuando Los Tácitos sisearon, maldijeron y amenazaron detrás de él. Galen ahuecó su mejilla con la mano ilesa y con el pulgar acarició el pómulo sedoso. Ella tembló, pero no se apartó. Galen le indicó a toda prisa las coordenadas de su casa. —Vete ya, no hagas ninguna otra parada, no hables con nadie y le daré a la mujer y sus bebés a su hombre como prometí. —Los Tácitos no podrían detenerla como podrían hacer con los Señores. Bueno, a todos los Señores salvo con el siempre molesto Lucien—. Deprisa. Apenas tengo tiempo. Ella tragó saliva y se soltó de su agarré con un tirón. Galen lamentó la pérdida y quiso rugir cuando ella desapareció ante la vista. Va a tu casa. Estarás con ella otra vez. Sólo tenía que encargarse de dos asuntos. Ashlyn y los Tácitos. Ellos podían engatusar a cualquiera, incluido a él, con sus miradas, creando ilusiones e hipnotizando. Y les gustaba hacerlo, así como también les gustaba jugar con sus presas. Algunos de ellos no necesitaban disponer de un espíritu para hacerlo. Lo sabía porque los había alimentado con algunos de sus propios hombres. Otra cosa que le disgustaba, los que herían a los inocentes. Irónico, sí, considerando todas las cosas que él mismo había hecho, pero también era otra de sus buenas obras. Él las hacía en alguna ocasión, sin ninguna otra razón que para divertirse. Pronto los Señores estarían demasiado cerca para despistarlos. Como prometió, él no podía, no quería, luchar contra ellos, pero Los Tácitos podrían. Si permitía que eso sucediera, Los Tácitos lo perdonarían por su falta de voluntad de compartir a las mujeres. Pero Ashlyn podría ser herida durante la batalla y eso quería decir que Galen

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no podía permitirlo. Por lo que hoy no podía hacerse cargo de los Señores y los Tácitos. Ambos tendrían que ser atendidos más adelante. Manteniendo la entrenada mirada en el suelo, se acercó a los pilares. Escuchó el traqueteo de las cadenas. Sigilosamente extrajo la Capa del bolsillo trasero y desdobló el material. Las criaturas lo siguieron, incluso mientras le siseaban; sintió el calor de sus miradas fijas en él. Actuando rápidamente, extendió las alas y la capa a la vez. Elevó los pies del suelo y giró… giró… dejando que la invisibilidad lo alcanzara mientras los afilados bordes de las alas cortaban al Tácito más cercano y la Capa se extendía como un tentáculo y se enrollaba alrededor del más alejado, aplastándole la tráquea. El primero perdió sus entrañas y se encorvó, aullando de dolor. El segundo no pudo respirar y se derrumbó, inconsciente. Galen estuvo sobre los siguientes dos una fracción de segundo más tarde, un tsunami en movimiento, torciendo, saltando, cortando y haciendo un poco más de eso de aplastar. Ellos no podían verlo, no podían combatirlo, y oh, él se divirtió. Menos de un minuto después de su ataque inicial, los cinco habían caído. La Capa onduló en las manos de Galen cuando él plantó los pies sobre el suelo, el cuerpo volviéndose visible. —No deberíais haberme enseñado como usar la Capa correctamente — chasqueó él. Se agachó y recogió a Ashlyn en brazos. El sudor la empapaba, sus mejillas estaban hinchadas por el esfuerzo y se agarraba el vientre mientras jadeaba. Sin la Capa, él no podía destellar, y con ella, su hombre no la sentiría. Eso dejaba a Galen sólo una opción. Se alejó del templo sin ninguna explicación. Las ramas de los árboles se extendieron, golpeándolo. Las ramas crujieron bajo las botas. —Vas. A. Morir —escuchó decir ahogadamente a uno de los heridos. —Ese es nuestro juramento —jadeó otro. —Tus gritos resonaran en la eternidad. Ignorándolos de nuevo, retomó el paso. Después de esto, podrían optar por ayudar a los Señores. Aunque, no importaba. Ellos estaban atrapados aquí, así que ¿qué podían hacer, incluso con la ayuda inmortal? —Llama a tu hombre, Ashlyn. Ese largo pelo color miel se mantuvo pegado a su cuero cabelludo mientras ella sacudía violentamente la cabeza. Pasó un momento. Ella se encogió y se tapó las orejas con las manos, una acción que Galen entendió. En cualquier parte donde estuviera, ella podía escuchar cualquier conversación que hubiera ocurrido allí.

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Usando el brazo que envolvía sus hombros, giró la muñeca para apartar de la oreja una de sus manos. —Escuchaste mi juramento a Legion. Hoy no puedo hacerte daño a ti o a tu hombre. Llámalo. Tráelo hasta ti. Quizás ella pensó en negarse una segunda vez, pero abrió la boca y soltó un grito de dolor. Los pájaros salieron volando de las copas de los árboles. Los insectos cesaron su zumbido. Toda variedad de animales cuadrúpedos corrieron para esconderse. Él podría haberla dejado en el suelo y abandonarla allí, pero no lo hizo. Independientemente de lo que los Señores habían planeado hacerle, cambiaron de idea cuando escucharon el grito y vinieron corriendo. Escuchó el retumbar de sus pasos y la tierra se detuvo, esperando. Unos segundos más tarde, el espeso y verde follaje se abrió, convirtiéndose en un amenazante medio círculo a su alrededor. Estaban más cerca de lo que creía, pensó él. Interesante. Podrían haber ganado esta ronda, después de todo. Maddox no se preocupó por su propia seguridad. —Dámela. —Corrió el resto de la distancia y, con una ternura que desmentía su expresión salvaje, tomó a su mujer de sus brazos—. Oh mi amor. Lo siento tanto. Lo siento muchísimo. Otra punzada rasgó el pecho de Galen. Ella gimió. —Duele. —Lo sé, querida, lo sé. Lucien —gruñó el guerrero mientras su entrecerrada mirada aterrizaba sobre Galen—. Sácala de aquí. Ahora. Está de parto. —Maddox —jadeó ella—. No quiero… dejar… te. —Shh, mi amor. Shh. Te conseguiremos ayuda. Deja a Lucien llevarte. Luego volverá a por mí. Él no puede llevarnos a los dos a la vez, pero en un momento iré tras de ti. —¿Lo prometes? —Lo prometo. —Si pasa algo y no puedo volver a por ti… —comenzó Lucien. —¿Qué?—gritó Ashlyn—. ¿Por qué no vas a poder volver? Maddox lanzó una mirada dura al guerrero con cicatrices.

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—Recuerda lo que Danika nos dijo. —Lucien cogió suavemente a la todavía protestante Ashlyn de los brazos de Maddox—. No estaremos en la fortaleza. Maddox mantuvo el contacto tanto tiempo como fue posible. Cuando el guardián de Muerte y la mujer embarazada desaparecieron, se irguió en toda su estatura y de nuevo encontró la mirada de Galen. Galen no estaba seguro del porqué se quedó, ni siquiera entonces. Cada guerrero poseía un arma, y todas esas armas apuntaban a él. Pistolas, cuchillos, una ballesta. Su propia hija, Gwen, era la que sostenía el arco, con una flecha preparada y apuntándole. Ah, ahora sabía el porqué se había quedado. Profundamente en su interior sabía que ella vendría y quería que viera lo que había hecho. Que viera una de sus raras buenas acciones. Y quizás… quizás incluso decidiera que le gustaba. —¿Por qué me la devolviste? —exigió Maddox. A pesar de que su mujer había sido devuelta sana y salva, apestaba a rabia. —¿Por qué otra razón? Ya tengo lo que quería de ti. Las cejas del guerrero descendieron, la sorpresa una cuchillada carmesí en sus ojos. —¿Tienes a Legion? Entonces, ellos no la habían traído. Ella había venido por su cuenta. Otro dato interesante… y suficiente para que floreciera cada hilo de posesividad en su interior. —Ella es mía, sí. —¿Cómo? Él sonrió lentamente con regocijo. —¿Cómo crees tú? Hubo un destello de huesos y escamas bajo el rostro de Maddox cuando su demonio salió a la superficie. —Hay algo que deberías saber acerca de Legion. —¿Y es? —Sabía lo que pasaría después, sabía exactamente lo que los guerreros planeaban hacer. Y sabía que iba a doler de puta madre. Podría haberse cubierto con la Capa, podría haber destellado lejos. En cambio, se quedó allí de pie, la sonrisa ensanchándose. —No vas a volver con ella. —Maddox levantó una Glock, como Galen supo que haría, y disparó, acertando a Galen en el pecho. Tras la bala, los cuchillos le cortaron el estómago y una flecha se clavó directamente en el corazón. Él se encontró con los ojos de su hija mientras caía de rodillas, alargaba la mano tras su espalda y por último agarraba la Capa.

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—Ahora estamos en paz —le dijo a ella, la voz débil mientras se protegía a sí mismo de la vista.

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CAPÍTULO 35

William miraba mientras Paris era acarreado cerca y más cerca de él por esas calenturientas y excitadas gárgolas fogosas, infernalmente divertido como nunca. De hecho, estuvo a punto de partirse de risa. Sí, sabía que burlarse del nuevo y mejorado Paris 2.0 era rozar la estupidez, y que el guerrero vendría abriendo fuego contra él en los próximos minutos, pero como podía William pretender estar apenado con esto, así que, venga. —Amigo —dijo—. Ya tienes varias manchas de semen mojando tu pecho. ¡Clásico! Sexo no dijo ni una palabra. Sólo le enseñó a William el dedo y se mantuvo quieto, la emoción hirviendo en sus ojos. Emoción en forma de duras sombras, sí, pero eso no disminuyó la diversión de William. Paris tenía claramente la intención de asesinar a alguien que no fuera William antes de que el día terminara, porque, también claramente, algo más estaba pasando aquí que la simple humillación. Y William sospechaba que ese alguien sería... ¿La sospechosamente perdida Sienna? Nah. Ella ya estaba muerta. ¿Zacharel? ¿Ese cabrón había vuelto a por más? William realmente lo esperaba. Esperaba que Paris le diera al alado, pero bien. William no tenía una buena historia con los vinculados al cielo, y aunque no parecían reconocer su máscara demasiado preciosa para ser su cara, saltarían sobre él como una jauría de perros rabiosos si revelara su verdadera forma. No es que fuera a hacerlo alguna vez. De todos modos. Lo mejor era no ir por ahí, aunque fuera mentalmente. Los lectores de mente abundaban en este reino. Justo cuando Paris desapareció al doblar una esquina, un serio y desesperado Lucien se materializó delante de William, Ashlyn gritando y jadeando entre sus brazos.

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Las palabras que salían de sus sangrantes labios eran cosas que sólo dirían prostitutas de callejones oscuros y drogadictos necesitando una dosis. Y tal vez Lucifer, el autoproclamado rey de los infiernos. —¿Un mal día? —William nunca había oído pronunciar a la gentil belleza cosas tan sucias y viles. Y en realidad, nunca se había visto más bonita para él. Genial. —Danika nos dijo que ella necesitaba tener a los bebés donde quiera que estuvieras revolcándote —dijo el portador de Muerte sin más preámbulos. Líneas de tensión brotaban de sus ojos como pequeños ríos de veneno—. Seguir tu rastro espiritual no fue fácil ni divertido, sobre todo porque mis guerreros me necesitan. Llévame a una cama ahora mismo. —¿Estás seguro de que ella dijo dónde yo estuviera? —William se tocó el pecho sólo para estar seguro. —Cama. Ahora. —¡Ahora! —gritó Ashlyn—. Están cerca. Por favor, por favor. ¡O le diré a Maddox que trataste de tocarme! —Tan cruel. Se comprometió a retirar la mejor parte de mi anatomía si tan sólo respiraba en tu dirección. —A pesar de su tono displicente, William se movió rápidamente mientras guiaba a la pareja por las escaleras, el pasillo y al dormitorio que había limpiado para sí mismo, con la intención de liberar a la mujer inmortal atrapada y pasar unos días conociendo su cuerpo en cualquier retorcida posición que a él le gustara. Hasta el momento, sin suerte. Lucien puso a Ashlyn sobre la cama, con mucho, mucho cuidado. —Iré a por Maddox ahora. —Gracias. Ohhhhhhh, biiiieeeeen. —Ella apretó la mano de Lucien, y William oyó crujir los huesos. Cuando el dolor pasó, una eternidad más tarde, soltó al ahora pálido guerrero—. Maddox. Ahora. O voy a rasgar tu cara y... y... ¡Ohhhhhh! —El último fue un demoníaco grito más adecuado para un alma en pena en los pasillos más oscuros del infierno. —¿Y decirle a Maddox que él te tocó encima con ella? —dijo William, siempre dispuesto a ayudar. —Estaré de vuelta muy pronto. Cuida de ella. —Lucien desapareció, con su “o de lo contrario” no dicho, pero no menos evidente. —Bueno, maldición —respiró William, pasándose una mano por la cara. A solas con la Novia embarazada de Chucky, y con la Semilla de Chucky. ¿Y se suponía que debía hacer algo bueno? Sí. Eso no iba a suceder ni de cerca. Lo mejor que podía hacer era quedarse donde estaba y no vomitar sangre.

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Uno por uno, Lucien destelló a los otros guerreros en el interior. Maddox primero, y luego los demás, después las mujeres y los dos divinos artefactos que tenían en su posesión. ¿Estaba la fortaleza de Budapest bajo ataque o algo así? Porque maldición. Puesto que nadie tocó el puente levadizo, las gárgolas nunca fueron a por ellos, así que eran libres de moverse por todas partes -también conocido como huye como el infierno de DEFCON Cinco4. Y, sin embargo, horas más tarde, Ashlyn estaba de parto. El peor tipo, por cierto. Los bebés querían salir, lo necesitaban, pero estaban atascados, y aquí nadie era un estúpido médico, así que nadie sabía qué diablos hacer para ayudarla. Maddox apenas se mantenía entero mientras se paseaba, gritando, golpeando las paredes. Los demás habían dejado de explorar y ahora estaban congregados en el pasillo fuera de la habitación de Ashlyn, paseándose también. A excepción de Danika, el alma valiente que había asumido el cargo de asistente de parto. Ella se encontraba dentro del vientre de la bestia. A la espera. Ella echó un vistazo hacia la puerta. —Ven aquí —gritó la rubia a William. Estaba sorprendido de haberla escuchado. Después de la última ronda de maldiciones de Ashlyn, seguía perdiendo sangre y masa encefálica por los oídos. Había fijado su residencia contra la pared del fondo, con los brazos cruzados sobre el pecho, y estaba en modo de rechazar a los intrusos en su espacio personal. —¿Quién, yo? —Una vez más se encontró tocándose el pecho. —Sí. Tú. Permanecer por los alrededores no era parte de tu trabajo en la imagen cuando les dije a los chicos que Ashlyn te necesitaría para esto. Sabelotodo. —Noticia de última hora, pequeña Dani. No sé nada de los nacimientos humanos. —Sin embargo, entró en la habitación y se acercó a la cama. El sudor empapaba a las mujeres de pies a cabeza, y ambas estaban pálidas, temblando. Asustadas, también, a juzgar por el tamaño de sus pupilas. —Pero sabes sobre nacimientos de demonios, ¿no? A veces se olvidaba que Danika era el actual Ojo que Todo lo Ve, que podía mirar en el cielo y el infierno, pasado y presente. Y también había olvidado que Maddox era mitad demonio, mitad humano, y un cuarto gilipollas, capaz de engendrar descendencia demoníaca con necesidades especiales. —De acuerdo, sí. Tomaré el relevo. —Y sabía qué hacer ahora, lo que fue un alivio. Para él. Ashlyn estaba a punto de experimentar el peor dolor de su vida. Un dolor del que rogaría escapar, incluso con la empuñadura de una espada. 4.- Es una situación de alerta utilizada por las Fuerzas Armadas de EE.UU. Hay cinco niveles del 5 (leve) al 1 (grave).

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—Él no la tocará —gruñó Maddox, poniéndose cara a cara con William. El bastardo debía haber entrado en la habitación detrás de él. William simplemente levantó una ceja. —¿Quieres que tu mujer sobreviva? —Por supuesto. —Un siseo. —¡Entonces vete a la mierda fuera de la habitación! Tú también, Dani, y dile a tu hombre que haga guardia y mantenga fuera a todos los demás, también. Y me refiero a todo el mundo. Sin importar lo que oigan. —Si tuvieran una idea de lo que planeaba, le cortarían las manos con un cuchillo de mantequilla oxidado. En la cama, Ashlyn ya no se retorcía, ni gritaba. No era más que un trozo de carne y mantas. Cada vez más débil por segundos... casi demasiado tarde... —¡Ahora! —gritó William—. Soy la única oportunidad que los tres tienen de sobrevivir. La pequeña Danika puso su brazo alrededor del descomunal Maddox y de alguna manera lo arrastró hacia el pasillo. William se acercó y cerró la puerta, encerrándose en el interior con Ashlyn. Luego trasladó la cómoda delante de ésta, sabiendo que necesitaría unos pocos minutos de ventaja si alguien pasaba a Reyes. Una respiración profunda dentro, una respiración profunda fuera. Estaba temblando como una daga desenvainada. —Lo siento —dijo, y se puso a trabajar.

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CAPÍTULO 36

Después de un breve periodo en la mazmorra debajo del castillo, Paris se liberó de las más recientes restricciones de las gárgolas estrechas de miras y encontró a sus amigos. Tan contento como estaba de verlos, se inquietó también con lo que se había ido abajo mientras él estaba ausente. Ashlyn secuestrada por Galen. Legión intercambiándose para salvar a la hembra embarazada. Kane, todavía perdido. Ningún contacto. Un callejón sin salida, incluso Amun tenía ahora problemas para captarle. Se dejó caer sobre un banco que alguien había arrastrado hasta el pasillo fuera de la habitación de Ashlyn. Estaba tratando de mantenerse distraído y en calma. Zacharel tenía a Sienna. Probablemente le había mostrado la salida del reino. Ella estaba seguramente en su camino… a cualquier lugar, su vínculo a este lugar por fin se había roto, era su propia dueña. Esto era lo mejor. Lo mejor apesta. «Quiero», dijo sexo con un puchero. «Yo también». —A este castillo le falta algo —dijo Viola mientras se acomodaba junto a él. Ella era la primera en hablarle en un tono de conversación. Sus amigos habían estado demasiado preocupados por Ashlyn para hacer más que ladrar órdenes por agua, toallas y un bozal para… alguien. William probablemente. La diosa había renunciado a su vestido de “estoy a la caza” y lo había cambiado por una brillante camiseta y una especie de pantalón de seda gris, de un material tan fino que podía verle la ropa interior. Muy bien, así que tal vez ella no había abandonado completamente su actitud de “solo consígueme”. Se había recogido su

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cabello claro y plateado en una coleta alta, su largura se balanceaba con cada movimiento. —¿Hola? ¿Estás escuchándome? ¡Por supuesto que me estás escuchando! Necesito permiso para redecorar o me temo que voy a tener que irme. «¡La quiero!» En tan solo unos segundos, Sexo echaba espuma por la boca, rebotándole en la cabeza de Paris, desesperado porque sustituyera a Sienna por la diosa. De hecho, mucho más desesperado de lo que el demonio había estado nunca. «La necesito. Tengo que tenerla. Ahora, ahora, ahora». ¿Qué era esto? Habían tenido a Sienna al principio de este mismo día. Sexo debería estar flamante hasta mañana. «¡La quiero, la quiero! ¡La quiero, quiero, quiero!» Paris frunció el ceño. Cuando Kaia pasó junto a él un instante más tarde, sus caderas balanceándose a cada paso, el pene la siguió como un misil en busca de calor, él realmente frunció el ceño. Por lo general cuando pensaba en tomar a una mujer con quien él ya había estado, la erección se desinflaba como un globo. O bien, si no recordaba haber estado con una mujer en particular, él simplemente no podía ponerse duro mientras estaba alrededor de ella. Seguramente esto no significaba que… que seguramente él no podía... «¡La quiero, la necesito! ¡Las quiero a todas ellas!» Paris comprendió. Sí. Él podría. Él podría tomar a Viola (a quién él todavía no había tenido) y a Kaia (a quién él tuvo), la polla crispándose de necesidad por las dos. En vez de excitarle, el conocimiento lo llenó de temor. ¿Cómo era posible esto? «Tu compromiso hacia Sienna… no lo sé… pero puedo tenerlas y las quiero». Pero… pero… París había soñado con esto, encontrar a una mujer y estar con ella múltiples veces. Cualquier mujer. Todas las mujeres. Sienna, así como también todas las demás. Después de su primer encuentro con Sienna, él había pensado que ella era su única esperanza para conseguirlo. Él no lo había entendido, pero entonces, a él no le había importado entenderlo. Él había aceptado y él se había puesto en movimiento. Pero ahora que podía tener lo mismo con alguien más -cualquier otra, aparentemente- todavía… quería sólo a Sienna, comprendió. Él nunca había estado con una mujer como ella. Alguien que lo conociera, pero que lo aceptara de todos modos. Alguien que le diera más de lo que ella tomaba, aun cuando él quisiera que ella tomara más de lo que le daba. Alguien con valor y fuego que no estaba asustada de decirle lo que sea o se disculpara cuando se equivocaba.

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Alguien que luchara por lo que creía, hiciera lo necesario para ganar, cualquier cosa que se necesitara. Una cualidad odiada una vez. Admirada ahora. Repentinamente tuvo a Strider enfrente, los ojos azul marino brillando mientras presionaba la parte de atrás de la cabeza de Paris contra la pared. —Ese bastón en tu pantalón mejor que sea por la diosa junto a ti y no para la pelirroja que acaba de pasarte. Le gustaba más cuando él estaba preocupado. En vez de comprometer al tipo aun más y arriesgarse a una pelea que Strider tendría que ganar para permanecer de pie, Paris asintió con la cabeza. —Cierto. La diosa. —Finalmente comprendía la molesta veta posesiva de Strider. Cómo el guerrero mataría a otro hombre por sólo mirar lo qué era suyo. Paris mataría al varón o a la hembra, el dios o la diosa, bueno o malo, que intentara jugar con Sienna. Había habido suficiente verdad en el tono como para tranquilizar al guerrero. —Está bien. —Mientras Strider se enderezaba, hizo crujir los huesos en el cuello —. Bueno, entonces. Estamos bien. Paris le observó marcharse, y captó la mirada divertida de Gideon. El guardián de Mentiras debió haber sentido la capa de engaño. Nadie olía un montón humeante más rápido que Gideon. Sin importar lo pequeño que fuera el montón. Culpable, Paris apartó la mirada. Esto no debería estar ocurriendo. Su demonio cacareó con regocijo, todavía queriendo, todavía necesitando. Se sintió sucio, repugnante y avergonzado, se alegró repentinamente de que Sienna hubiera elegido no salir en persecución de él. Si ella lo viera así, la perdería. Necesitaba una ducha. Necesitaba restregarse la piel completamente, capa por capa, hasta que la última gota de sangre se drenara de él. Cuando el aroma a chocolate y champaña comenzó a flotar en el aire desde él, maldijo en voz baja. «No voy a dormir con Kaia o Viola o alguna otra mujer de aquí». Él no daría una mierda por lo que el cuerpo o su demonio demandara de él. No lo permitiría. No lo aguantaría. «Y no me puedes obligarme, no puedes seducirlas. ¿Entiendes? Lo detienes ahora mismo, o cortaré mi polla y me reiré mientras nos marchitamos». «Pero... Pero... » «¡No! No me vengas con excusas, ni súplicas». No se acostaría con nadie hoy, mañana o al día siguiente. O incluso el siguiente. De ninguna manera. Nadie sino Sienna, pensó con una determinación que lo conmociono. Y no le importaba lo débil que estaría. Las manos todavía le cosquilleaban por tocar una piel tan suave y cálida.

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Todavía tenía su dulce perfume tropical en la nariz. No renunciaría a eso, no le daría la bienvenida a nadie más. —Hola. Todavía estoy aquí —dijo Viola, haciendo pucheros como una niña—. ¿No te importa que pueda irme si no me das lo que quiero? Él casi no tenía paciencia de lidiar con ella ahora mismo. —No puedes abandonar el castillo, ¿de acuerdo? Éste es el lugar más seguro para todos vosotros, más seguro que la fortaleza de Budapest. Galen y sus Cazadores no podrán entrar sin sufrir serios daños, y si lo intentan, todos nosotros estaremos alerta. Además, él había visto las vetas color carmesí sobre cada una de las ventanas y puertas, y sabía que William había restregado su sangre allí. Eso significaba que los monstruos Sombra no podrían llegar a entrar otra vez. —¿Quién dijo nada sobre preocuparse por nuestra seguridad? Necesitamos retratos míos allí, allí y allí. —Mientras hablaba, iba señalando. —Me informaré y avisaré al decorador —dijo él sombríamente. —Y allí. Sexo aún no había renunciado a la búsqueda para conseguir entrar en ella, y la polla de Paris hizo esa cosa de sacudirse bruscamente. Él rechinó las muelas. La diosa era magnifica, ninguna duda acerca de eso. Naturalmente femenina y sensual de una manera que la mayoría nunca podría ser, aun con siglos de entrenamiento. Y hubo una vez, que Paris habría estado completamente sobre ella. Anulando su personalidad, y ella era exactamente del tipo por el que solía apostar. Exuberantemente curvilínea. Ahora, habiendo disfrutado de una satisfacción tan absoluta él nunca sería el mismo, adaptarse a algo menos no tenía atractivo. El cuerpo delgado de Sienna se hizo para él. Lo hacia tener hambre. Cegado para las otras. Su perfume, su sabor, habían sido específicamente diseñados para proyectarlo tan alto que nadie jamás podría esperar alcanzarlo. —Eres increíblemente desquiciante —dijo Viola. ¿Él era desquiciante? Bien. —Puedes decorar todo lo que quieras. ¿Feliz? —Si no cambiaba de tema, ella seguiría con esa mierda todo el día y él terminaría introduciéndole la espada por la lengua—. ¿Así que donde está tu perro? —Mi princesita está descansando en mi nueva habitación. El viaje fue muy duro para su delicada constitución.

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—Por supuesto. Porque todos los demonios de Tasmania vampiro poseen constituciones delicadas. ¿Y qué pasa con llamar a un macho "princesa"? —París se pasó la mano hacia abajo por la cara, cansado, interiormente hambriento y desgarrado por dentro. Al diablo con esto. Tan pronto como supiera que Ashlyn y los bebés estaban bien, él levantaría el vuelo, buscando a Sienna y asegurándose de que ella estuviera bien. Entonces él la dejaría irse de una vez por todas, de modo que cuando él durmiera con otra, no la engañaría, no destruiría su sensación de confianza. Pero tal vez... tal vez estaría con ella un tiempo más primero. El sexo con ella fue una revelación, no sólo porque lo había fortalecido, lo había sanado y lo había hecho correrse más duro de lo que nunca había hecho en su vida, sino también porque el sexo con ella no era sobre él. Era sobre ellos. Sus necesidades. Sus deseos. No había nada sucio en eso. Nada corrompido, en conjunto o por separado. Se tocaban el uno al otro porque se sentían bien, porque la pasión ardía brillante e inexorable. —… estás escuchándome? —Viola lanzó hacia arriba sus brazos con exasperación. Él negó con la cabeza, casi le dijo la verdad, y entonces se detuvo. Si lo hiciera, su demonio le lanzaría a ella uno de sus ataques. Probablemente lo seguiría a todos lados como un pequeño perrito perdido. —Si, eh. Estoy fascinado. Interesantes cosas. Maddox paseaba arriba y abajo, arriba y abajo delante de él. Reyes intentó detenerle con una palmada en el hombro, pero el guerrero se encogió de hombros y continuó. Lucien lo intento a continuación, pero también apartó los hombros a un lado. Un error. De castigo, Anya lo hizo tropezar mientras él la pasaba. —¿Por qué siempre intento ser amiga de las causas perdidas? —dijo Viola—. ¿Podrías ser más egoísta, prestarme atención cuando tengo cosas tan fascinantes para decir? No obstante, supongo que no debería estar sorprendida. Digo, estás casado por mi causa, y ni siquiera me lo has agradecido. —Mmm-hmm. Como dije, fascinando —dijo París distraídamente. Y entonces asimiló sus palabras—. ¿Qué fue eso ahora? —Él se giró en el banco, inmovilizándola con una fija mirada—. ¿Acabas de decir la palabra casado en referencia a mí? —Eso mismo. Y nunca me repito a mí misma. Excepto por esas veces en las que yo, de hecho, me repito a mí misma. Pero generalmente es sólo cuando menciono lo sedoso que es mi pelo, lo chispeante que son mis ojos y lo sexy que es mi cuerpo. Oye, ¿Crees que alguien tendrá una bolsa de cacahuetes? ¿De los salados? No la estrangularé. —Exactamente con quien me casé, ¿y cuándo ocurrió la supuesta ceremonia?

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—Oh, ¿olvidé decírtelo otra vez? Estás casado con tu novia fantasmal, con la que te tatuaste. Así es como se forjan los matrimonios de los no muertos. Cenizas a las cenizas, polvo al polvo, y todo eso. Bueno, así es como se forjan los matrimonios unilaterales, de todos modos. Ella no está casada contigo, así que puede tocar a cualquier otro que quiera sin violar las leyes antiguas y tener que soportar un horrible castigo. Cerró y abrió la mandíbula mientras Viola continuaba hablando. Y charlando. —Cállate por un minuto. ¿Cómo es que estoy casado con Sienna? Silencio. Pero entonces, la mirada furiosa de Viola dijo basta. —Lo siento —masculló él—. Solo estoy impactado. No puedo estar... Lo que dices no es... simplemente no hay manera... —Lo estás, lo es y la hay. Esa es parte de la razón de que puedas interactuar con ella ahora. Te has atado a ella. Atado. La mente le sufrió un cortocircuito. Estaba atado. Estaba casado con Sienna. Ella era suya. Su mujer. De verdad. Su mujer. Para siempre. Suya. Esposa. Y aparentemente, a pesar del hecho de que el cuerpo ahora podría abrirse camino en cualquier centro femenino que eligiera, no podría hacerlo sin violar una ley acerca de la que él nunca había escuchado, por consiguiente podía ser sentenciado a alguna clase de castigo. Un castigo que él no estaba seguro de quien lo impartiría. La reacción de su demonio hacia las otras mujeres ahora tenía sentido. Sexo había estado en el buen camino. Con el compromiso de Paris hacia Sienna, su infidelidad ahora alimentaría al demonio. Por otra parte, hacer el amor con Sienna también lo haría. Él se había casado con ella antes de encontrarla, y desde entonces habían hecho el amor tres veces. —¿Estás segura? —graznó cuando hubo un atraso en el monólogo de Viola. Él quería esto, comprendió. Quería que esto fuera verdad tanto que podía saborear su propia anticipación. Podía sentir el zumbido en la sangre, la canción en los oídos. Quería estar comprometido con Sienna en la más irrevocable de las formas. Viola le palmeó en la parte superior de la cabeza. —Como si yo estuviera alguna vez equivocada. Pero Paris, escúchame. Tenemos que conseguir ponernos serios por un minuto. ¿No estaban serios ya?

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—¿Así que no decías en serio la cosa del matrimonio? —Podría matarla. Sólo apriétale la carótida y aprieta. —Por supuesto que lo dije en serio. —Ella le ahuecó las mejillas, su expresión triste. Entonces olfateó, y se lamió los labios—. Hmm, hueles bien—. Más cerca... más cerca... ella se inclinó hacia adelante. Olfateándole en el cuello—. Realmente, realmente bien. Demonio estúpido. —Ahora dime la verdad —dijo ella, su voz descendiendo, volviéndose ronca—. Crees que soy la mujer más bella que has conocido alguna vez, ¿verdad? Y lo más importante, ¿me veo gorda con esta ropa? —Voy a entregarte al ángel caído —masculló, poniendo un poco de distancia entre ellos. Su agarre sobre él se apretó, sus ojos ya empañados con la súplica—. Ese será su castigo por perseguirme. Un parpadeo lento, confuso. —¿El caído quien? —Ella no recordaba a su ferviente admirador. Agradable—. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué me siento así? —preguntó, poco antes de que un gemido bajo la dejara—. No te encuentro atractivo, no quiero estremecer tu mundo, y aún así, estoy lista para subirme a bordo. Un grito desgarrado a través del claustro entero, salvo a Paris de tener que formar una respuesta. Todo el mundo en el pasillo se inmovilizó, sin siquiera atreverse a respirar. —Ashlyn. —Maddox se abalanzó hacia la puerta del dormitorio, pero Reyes lo interceptó. El guardián de Violencia luchó por todo lo que él valoraba, y varios de los otros guerreros tuvieron que zambullirse en el montón para hacerlo callar. Paris estaba a punto de unirse a la refriega cuando divisó familiares alas negras en la entrada del corredor. Desvió la mirada hacia el fondo, y se encontró con unos magníficos ojos avellana que estaban más abiertos de lo habitual. La cara de Sienna estaba ruborizada, sus ojos rojos y suspiraba como si hubiera estado llorando, y su boca estaba hinchada. Un segundo más tarde él se lanzó hacia ella, saltó por encima del montón de sus amigos, tropezó, se levantó y corrió un poco más.

Sienna

no estaba loca. Lo que ella sentía estaba más allá de la locura y ninguna palabra podría describirlo. Una mezcla de furia, culpabilidad, pesar y más furia, tal vez. Y entonces algo más de furia con una salpicadura de angustia. Y mucha

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más furia. Su hermana estaba muerta, y la reina de los Titanes la había matado. Simplemente le cortó la garganta y la dejó sobre el piso como si fuera basura. Cuando Cronus había dejado caer a Sienna aquí, todo lo que ella había querido era encontrar a Paris y lanzarse en sus brazos. No para llorar, dudaba que alguna vez llorara otra vez, sino para olvidar, tan sólo durante un poco de tiempo. En lugar de eso, descubrió que alguna extraña beldad le había ganado en la línea de meta. Una belleza que a sus amigos probablemente les gustaba. El grupo aparentemente había tomado el control del castillo de Sienna, y probablemente por atacar a Sienna como acababan de atacarse los unos a los otros si ella diera un sólo paso hacia Paris. Los grandes y fornidos gigantes estaban fuertemente armados, un ejército amenazante, cada soldado poseyendo una feroz mirada rojiza que hablaba alto y claro. El coro principal sería “reiré cuando te mate”, pero ellos nunca golpeaban para matar. Estaban simplemente tratando de someter al que estaba bajo el montón. En lo que parecía una eternidad atrás, había estudiado a estos hombres para malvados propósitos. Verlos en vivo y en persona debería haberla asustado. Y tal vez lo hubiera hecho, si Ira no le acabara de montar una fiesta en la mente, arrojando imagen tras imagen, todas ellas involucrando a la rubia tocona. Con su sonrisa, su risa, su todo, ella tentaba a los hombres para que se enamoraran de ella. Su adulación era su sustento. Y bueno, cuando ella los tenía a sus pies, los dejaba, sólo pasaba al siguiente, y se olvidaba completamente de ellos. Eso es lo que ella le haría a Paris. ¿Y por qué no iba a enamorarse de ella? Se preguntó Sienna. Era la mujer más bella que Sienna había visto alguna vez. Diablos, incluso ella estaba tentada. París apareció frente a ella, agarrándola en sus brazos, frotando su mejilla contra la de ella. Él olía a deseo que ella reconoció, tan intoxicante deseo. —Estoy tan feliz de verte. —Tú... tú... —¿Qué te pasa, cariño? ¿Qué pasó? Mirándolo furiosa, ella tiró fuertemente de su sujeción. —Me voy algunas horas… —y en ese tiempo había decidido estar con Galen para salvar la vida de París, pensó, pero no agregó—… y ya te has puesto en marcha. —Soltó una risa amarga. Aun sabiendo que esto ocurría no pudo haberse preparado para la oleada de dolor que al verlo le provocó—. Intentaste advertirme, ¡no es así?, y te dije que lo entendería. —¡Bueno pues, no es así!

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—¿Puesto en marcha? ¿Con Viola? —Hizo una mueca—. Diablos, no. Sólo estábamos hablando. —Si, lo sé. Tu lenguaje corporal lo dice todo. Antes, ella sólo había visto su dureza... y había estado apuntando hacia la rubia. Ahora ella la sintió, dura, larga, gruesa, dulce cielo, ella todavía lo ansiaba. Todavía lo quería a él. —¿Estás celosa? —¡Claro que no! —Lo estás. Estás celosa. —Él se rió, temor y deleite burbujeando en los tonos bajos—. ¿Puedo decirte exactamente cuánto me excita eso? —Todo te excita —gruñó, luchando por contener la furia. Él estaba tan condenadamente complacido consigo mismo. ¡Y ella!—. Y no estoy celosa. —Lo estás, y me gusta. De todos modos, algo está pasando con mi demonio, eso es todo. Te lo juro, no he estado con la diosa y no lo haré. Nunca. —¿Ella es una diosa? —Que no tiene ningún atractivo para mí. Él podría estar mintiendo. Podría decir la verdad. Realmente, él estaba diciendo la verdad, decidió en un instante, sin necesitar la ayuda de Ira. París no era del tipo que mintiera. Las consecuencias no eran algo que él temiera. —No importa. —Los hombros se le hundieron con derrota—. No debería haber regresado. —¿No importa? ¿Estás renunciando a mí? ¿A nosotros? —Él le agarró de los antebrazos y la sacudió—. Sé que dijimos que nos separaríamos cuando dejaras el reino, pero quiero volver a reconsiderar esa decisión. No es una opción para mí. Y sé que vas a tener un momento difícil en creer esto, pero sin importar como reaccione mi cuerpo a los demás, sin importar lo que mi demonio desee, tú eres para mí. ¿Entiendes? —Otra sacudida, más dura que antes. —Eh, París —exclamó Strider—. ¿Con quién estás hablando, amigo? Él se giró, y ella miró a hurtadillas por un lateral de él. Los guerreros habían dejado de luchar entre sí, y todo el mundo excepto el de la cicatriz y la rubia miraban a Paris como si él simplemente se hubiera vuelto loco. —Ellos no pueden verme —dijo ella.

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Se salvó de tener que contestarle a ella o a sus amigos cuando la puerta en el centro del pasillo se abrió y el moreno William entró en el corredor. Estaba pálido, claramente conmovido hasta el alma y bañado en sangre. Ella jadeó sin aliento. —¿Que le pasó a él? William batió palmas para captar la atención de todo el mundo. —Bien, escuchad. Tengo buenas y malas noticias. Porque soy una persona tan positiva, comenzaremos con las buenas. Ashlyn sobrevivió al parto, así como su horda personal. El corredor hizo eco con los suspiros exhalados de alivio... ninguno más alto que el de Maddox. —¿Entonces cuales son las malas? —demandó alguien. Después de una pausa dramática, el guerrero dijo: —No tengo acondicionador. Necesito que alguien se emita fuera de aquí y me consiga algo. Una pista, te estoy considerando a ti, Lucien. Y, sí, estás agradecido a mi increíble contribución para tu familia feliz. Los pequeños terrores me arañaron pero bien. —¡William! —espetó alguien más—. Quédate en el tema, y mantén los detalles innecesarios al mínimo. Nos estamos muriendo aquí. —Eso es gratitud para ti. Da igual, de todos modos, vamos, entra, y conoce a tu sobrino y tu sobrina, Sangre y Carnicería. O, si quieres llamarlos por sus apodos, y estoy seguro de que lo harás en el momento de que pongan sus manazas sobre ti, Pistola y Mango.

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CAPÍTULO 37

Tan feliz como Paris estaba con el nacimiento, por más que quería conocer a los bebés, primero tenía que hacerse cargo de su mujer. Se arrojó a Sienna encima del hombro con la delicadeza de una excavadora, y gritó: —Nadie entra a mi habitación, sin importar lo que escuche. —Y se dirigió hacia la habitación que había utilizado antes, pasando por el pasillo de las estatuas. Cada uno de sus amigos le echó miradas excéntricas antes de doblar la esquina. Principalmente porque estaban tendidos de manera poco elegante en el suelo y aún no se habían recuperado de las patadas de Maddox y los empujones que él les había dado en su camino, razón por la que estaban aturdidos, sino también porque asumían que Paris acababa de pasar unos cinco minutos hablando consigo mismo. «Yo la quiero todavía», dijo Sexo con no poca medida de sorpresa. «No te preocupes. La tendremos». Sienna había estado silenciosamente sorprendida y se quedó quieta en un primer momento, pero con cada paso que daba, se ponía más histérica. Pronto estuvo golpeándole la espalda, tirándole del cabello y tratando de darle un rodillazo en la cara y las bolas. Subiendo las escaleras, avanzó por otro pasillo, apenas capaz de impedir la castración. Se abrió paso dentro de la cámara con el otro hombro y cerró la puerta con una patada hacia atrás. Había estado siendo torpeado todo el viaje por una cólera oscura, pero al ver a Sienna se había calmado. Así de simple. Zacharel podría bufarle, porque era evidente que nunca haría daño a esta mujer. Había regresado a por él. Eso merecía una recompensa. La dejó en el suelo, y de inmediato ella se lanzó a un ataque en toda regla. Para ser honesto, estaba contento como el infierno. Nada era mejor que este momento de

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frustración. Sus pequeños puños lo golpearon, y él aceptó el maltrato. Hasta que se dio cuenta de que ella tenía colocado el puño de manera incorrecta y en realidad se estaba lastimando a sí misma. Envolvió un brazo alrededor de su cintura, la giró y la atrajo hacia la línea dura del cuerpo, reteniéndola ahí. —¡Suéltame! —En un minuto. —Mientras ella luchaba, le sacó el dedo pulgar de debajo de sus otros dedos y recolocó su puño—. Golpea de esta manera. —Hecho, la soltó. Ella se dio la vuelta para batir sobre él un poco más, y esta vez los golpes picaron. —¡Tú no saldrás de esta habitación hasta que te haya matado! Eso sería un pequeño ardid agradable, y tal vez algo para tratar más adelante. —Te dejaré hacer lo que quieras conmigo, pero me gustaría una explicación en primer lugar. ¿De qué va esto? —¡Argh! —Saltó lejos de él, se paseaba como un león enjaulado. La energía irradiada de ella, prácticamente levantando el cabello de su cabeza—. ¡Es por el hecho de que todos los hombres apestan! Y en caso de que no te dieras cuenta, estás incluido en la plantilla. —Espero que sí. De lo contrario a nuestro romance le faltaría algo. Sus ojos brillaban con un fuego de jade, el dorado perdido. —¿Eso fue una broma sobre tu pene? Porque si es así, puedes hacerlo mejor. —Se acercó a la cómoda y la empujó con toda sus fuerzas, golpeando la cosa contra el suelo. La madera se astilló. La superficie de granito quedó destrozada. Los cajones se salieron de su lugar. Con el ceño fruncido, jadeando, agarró uno y lo lanzó contra él. Él se agachó, y el contenedor vacío se estrelló contra la puerta. Ambos se resquebrajaron. Otro le siguió rápidamente y apenas logró esquivarlo. —¿Por qué están tus amigos aquí? ¿No tienes miedo de que los espíe y descubra sus secretos? —No. —Y no lo tenía. Ya no. Él la había juzgado duramente antes, pero no iba a cometer el mismo error—. Al igual que tú no tienes miedo de que me acueste con otra persona mientras estamos juntos. Otro cajón. —¡Eso fue lo que le dijiste a Susan! —Lo sé, y he vivido con la culpa desde entonces. Nunca te haré eso a ti. Dime que tú sabes eso.

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—Sí, lo sé, pero no estábamos juntos hace unos minutos. Lo que significa que fuiste tras el primer culo contoneándose en tu dirección al segundo en que fuimos separados. Pero yo no soy tu novia, y nunca voy a ser tu novia, así que no me puedo quejar, ¿verdad? —No —dijo en voz baja—. Nunca vas a ser mi novia. Debido a que ya eres mi mujer. Esas palabras. Nunca había pensado utilizarlas en lo referente a sí mismo. Pero ahora que lo hacía, sí, sus instintos posesivos ardieron, insistiendo en que era lo correcto. No ayudó que Sienna fuera la mujer más sexy que había visto nunca. Un cable de alta tensión, crepitando, candente, la esencia de la pasión. Sí, él estaba duro como una tubería de acero. Otro cajón se abrió camino hacia él. Sólo cuatro más quedaban. Le dejaría tirarlos y luego se lanzaría hacia ella. —Estoy tan harta de este mundo, la mentira, el engaño y el asesinato. —Uno—. Esa mujer va a pagar. Oh, ella va a pagar por lo malo. —Dos—. Voy a divertirme y hacer un poco de mi propia matanza. No a través de Ira, sino con mis propias manos. —Tres—. Ese hijo de puta, Cronus cree que puede manipularme, pero no puede. ¡Ya he terminado con todos ustedes! —Cuatro—. ¡Y yo no voy a salvarte! por lo que puedes irte… París se lanzó hacia adelante, enganchándola alrededor de la cintura y lanzándola sobre la cama. Mientras rebotaba en el colchón, sus alas se desplegaron para frenar su impulso. Se lanzó sobre ella antes de que pudiera recuperarse y flotar en el aire, y por una vez no trató de ser cuidadoso. La cubrió, atrapando sus piernas bajo el peso de su propia musculatura y aprisionando sus brazos sobre su cabeza. Ella trató de sacárselo de encima, pero lo único que consiguió fue frotar la erección contra su clítoris. Un grito de necesidad separó sus hermosos labios. «¡Más!» —¿Estás mojada para mí, cariño? —No pidió permiso, sino que trasladó el encadenamiento de las muñecas a una sola mano, y con la otra empujó su camiseta y el sujetador, dejando al descubierto sus senos. Sus pezones estaban rojos e hinchados, rogando por él. —No —dijo ella, y él sabía que mentía—. No estoy mojada, no estoy mojada, no taaaaan mojada. —Sí, ella también lo sabía. Se inclinó y chupó. Ella lanzó otro de esos hermosos gritos, sus caderas ondulando en su contra. Continuó chupando y ella siguió frotándose contra él, hasta que no pudo soportar más la presión y metió la mano en su pantalón, debajo de su braga, directamente en el calor de ella. Ella prácticamente se arqueó sobre el colchón.

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«Sí, por favor, sí». Un dedo, dos, tres. Él los llevó a casa, tan profundamente como pudo. —Paris... yo... ¡Oh, sí, sí! —Esa es mi chica. —Le empapó la mano, tal y como a él le gustaba, tan caliente y sedosa, apretándolo tan condenadamente perfecto, incluso de esta manera—. Cuando pusiste tu boca sobre mí, quise tener mi cara hundida entre tus piernas. Aún lo quiero. Y la próxima vez, lo haré. Voy a tener toda esta miel bajando por mi garganta. —París... voy a... estoy tan cerca ya. —Sus ojos se cerraron apretados, las largas pestañas fusionándose—. Suéltame las manos. Quiero tocarte, también. Necesito tocarte. —¿Crees que esos golpecitos que me diste no eran los juegos previos? E infiernos, cariño, ya estaba duro por ti mucho antes. —¿Sí? —Oh, sí. ¿Todavía estás enojada conmigo? —Sí, pero no te detengas. —Tengo que. Tengo que darte algo más. —Quitó los dedos justo antes de que ella llegara al clímax, y ella gritó de frustración—. Tengo que darte algo mejor. Sus inhalaciones eran dificultosas, sus exhalaciones salían furiosas, ambas rápidas y duras. La necesidad realmente montándola con fuerza, pero no tan duro como él lo haría. Estaba borracho de pasión por ella, la cabeza le giraba, las venas le ardían por la misma. Deslizó su cremallera hacia abajo, pero no se molestó en apartar mucho el pantalón. No pudo. Estaba demasiado ocupado deshaciéndose del suyo. No lo retiró tampoco, y una vez que su polla estuvo libre, se colocó a sí mismo en su entrada. Ella no podía abrir las piernas demasiado, ya que el material no se lo permitía, así que cuando se empujó adentro, tuvo que soportar parte de su peso. Pero cuando estuvo dentro, realmente dentro, sus paredes interiores se cerraron en torno a él, más fuerte que cualquier puño que jamás lo hubiera apretado. Ella gritó por el contacto, y él amó el sonido. Cada golpe era un lento moler en su contra, y sí, frotaba con el cuerpo su clítoris con cada deslizamiento. Sus palabras ya sin ningún sentido. Ella jadeaba incoherentemente, ya pérdida en un fervor que todo lo consume. Sexo, también. E infiernos, Paris también. Las bolas se tensaban más y más, mientras seguía deslizándose contra la parte superior de sus muslos.

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Sus brazos lucharon contra el agarre -¡oh, cariño!, no la había soltado, ¿o sí?pero mantuvo un control firme, sus senos se alzaban, sus pezones frotándose contra el pecho, la fricción provocando todos los diferentes tipos de llamas. La satisfacción, la lujuria, la necesidad de arañar, la satisfacción. Con la mano libre, agarró su barbilla. —Mírame. —Detuvo las embestidas. Tomó un momento, pero en última instancia, obedeció. Esos ojos de color avellana, brillantes y enfebrecidos, las pupilas a punto de reventar. —No has terminado conmigo. ¿Me oyes? No hemos terminado. Tú eres mía. —Yo soy... —Otro grito, sus paredes interiores ordeñándolo, levantando sus caderas... más alto... levantando incluso su peso, hundiéndose más profundo de lo que debería haber sido posible. Sexo gritó por el increíble placer. Y así, Paris entró en erupción, el orgasmo corriendo desde la columna vertebral, disparándose a través del saco, la erección y a ella, bombeando la semilla directamente en su cuerpo. Un ardiente chorro, una y otra vez. El orgasmo vino tan fuerte que vio estrellas. Cuando por fin se vació, abrió los ojos para encontrar que Sienna se había derrumbado sobre el colchón y él se había derrumbado sobre ella, probablemente aplastándola. Se dio la vuelta a su costado, pero como todavía estaban conectados, la llevó con él. Su cabeza colgó en el hueco del cuello. Hubo un largo período de silencio, mientras recuperaban el aliento y los latidos del corazón reducían la marcha, pero al mismo tiempo sabía que un hecho era cierto: nunca había experimentado un sexo así con cualquier otra persona y que nunca volvería a hacerlo. Demonios, no quería. —Nunca había tenido mal genio antes —murmuró aturdida. Él pasó una mano arriba y abajo por los bordes de su columna vertebral. —Bueno, lo tuviste hace un momento, eso es seguro. Ella le mordió la clavícula, un pellizco juguetón. Él esperó que Sexo respondiera, pero el demonio se había ido a dormir. —No debería haber hecho eso. —Yo quería que te calmaras, y lo hice. Misión cumplida. Otro mordisco juguetón. —Quiero decir, no deberíamos haber tenido relaciones sexuales enfadada —le dijo. —No pude evitarlo. Me gustó tu rabieta.

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—Me di cuenta. Sin embargo, ¿hay una posición en la que no destaques? Me estás creando un complejo. —Si es así, ¿me ayudarías a practicar hasta que lo hiciera? —Tantas veces que perderías el respeto por ti mismo. Él se echó a reír. No pudo evitarlo. Era... feliz. Ella le estaba tomando el pelo, como si fueran amigos. Ellos eran amigos. —Yo no iba a dormir con la diosa —dijo—. Te lo juro. Nunca me acostaré con esa mujer. Ella le dio un beso justo por encima del corazón. —No hagas eso. No prometas cosas de ese tipo. Porque incluso tan celosa como estaba, y sí, estoy admitiendo libremente que monté en una rabia asesina, prefiero que te acuestes con mil como ella a que te debilites y mueras. El pecho se le contrajo. Con cuidado, salió de su dulce, dulce cuerpo, y los dos se quejaron por la pérdida. La desnudó y se desnudó a sí mismo, luego puso el arma en la mesita de noche junto a la cama, y la daga debajo de la almohada. Una vez asegurados, se dio la vuelta para abrazar a Sienna al costado. Sin embargo, primero dio a sus pezones un beso de su nuevo Papá. —Vamos a hablar de eso, y sobre lo que te está molestando, porque sé que hay más que la diosa —dijo—. En unos pocos minutos. En este momento, quiero decir unas cuantas cosas, y luego quiero que me cuentes algo sobre ti. Quiero conocerte mejor. —En todos los sentidos. Ellos no saldrían de esta cama hasta que él hubiera desnudado su mente también, y eso era todo. —Es…tá bien. —Susan Dille —dijo—. Me interesaba ella. Quería tener algo con ella que funcionara, pero estaba cada vez más débil. Finalmente cedí y me acosté con otra persona. Me sentí miserable, se enteró, y las cosas empeoraron a partir de ahí. No quiero eso contigo. —¿Qué me hace tan diferente? —le susurró—. Quiero decir, ¿cómo puedes estar conmigo más de una vez? —Me he preguntado acerca de ello, y creo que es porque mi deseo por ti es más poderoso que mi demonio. —Eso es... ¡Oh, París! Esa es la cosa más dulce que alguna vez he escuchado. —Bueno. Ahora es su turno para una confesión. Empieza a hablar.

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CAPÍTULO 38

Yo, bueno… humm —dijo Sienna.



—Vamos, cariño —Paris le pasó los dedos por el pelo—. Mira más allá de mi terrible personalidad y miradas abominables y tírame un hueso. Aleccióname sobre lo que verdaderamente te atrae de mí. Ella soltó un bufido. —Yo diría la parte de “miradas abominables”. —¿Pero no la terrible personalidad? ¡Ouch! Eso duele, cariño. Su siguiente resoplido estuvo medio bañado de risa. —Bueno, esto no te enseñará nada excepto mi estupidez. Una vez traté de rociar con bronceador mis pecas para hacerlas desaparecer y terminé pereciéndome a una zanahoria mustia. —Adoro tus pecas, y mi fantasía favorita consiste en lamer todas y cada una de ellas. Con todo, más secretos. Yo quiero más. —Tenía tanta avidez de ellos. Una pausa cargada, y cuando volvió a hablar, había perdido su aire de alegría. —El chico con el que me iba a casar, bueno, yo iba a tener a su bebé, pero a mitad de camino… —Un escalofrío la sacudió—… pues la perdí. Mi hijita. Después simplemente me derrumbé y mi novio se largó. Fui trasladada a una división diferente en la sociedad de los Cazadores. —Oh, Siena, oh, cariño, lo siento mucho. Las lágrimas le inundaron los ojos, de forma rápida las disimuló. —Me recuperé. —Jamás nadie se recuperaba completamente de ese tipo de pérdida—. Nunca he dejado de pensar en ella. Eso probablemente es insano, pero…

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—Pero es como tú sobrevives. ¿Qué nombre le pusiste? —Sabía que ella le había dado un nombre a la niña. Otra pausa, y luego un vacilante: —Rebecca Skye. Recordó cuando ella le preguntó si aún quería tener hijos. ¿Alguna vez había querido ella tener otro? Probablemente. La pérdida le habría dejado una herida interna, una que jamás se curaría totalmente. Él conocía bien ese tipo de perdida. Pero el embarazo no era posible para los fantasmas. Sin embargo, se preguntó si la adopción lo sería. Tal vez se podría acoger a uno de los niños con habilidades inexplicables que Anya había ocultado por todo el mundo para salvarlos de los Cazadores. Sienna sería una madre increíble, protectora, amorosa, feroz. —Ella está en el cielo, creo. No el cielo de Cronus, o este cielo, o donde quiera que estemos, y tampoco el cielo de Zacharel, ninguno. Nunca he contado esto a nadie, pero cuando fallecí, supe que había una zona maravillosa para pasar la eternidad, además de otro lugar terrible. Tal vez Cronus es mi infierno personal, mi lugar terrible, pero Rebecca se encuentra en ese otra zona, ese lugar mucho mejor, con alguien mucho mejor que Cronus o Zacharel y su Deidad con sus normas. Y ahora quiero hablar de otra cosa. Algo más liviano. Liviano. El podía darle ligereza, a pesar de que tenía miles de preguntas acerca de esa “zona maravillosa” y ese “mejor” con sus normas, y su sufrimiento y sus sueños. —Me gusta ver comedias románticas, aventuras de acción, de terror, da igual. Cualquier cosa que no sea subtitulada. Esa jodida seudo-artística es lamentable. — Ahuecó el culo más dulce sobre el planeta y se encontró duro una vez más. —Cuéntame más —dijo ella con una voz áspera—. También yo quiero saber de ti. —Te diré lo que quieras saber. —Y quiso decir eso. —Tú y tus amigos… estáis muy unidos. Esos mismos amigos le habrían dicho que anhelaba la información para poder usarla en su contra. Paris lo sabía bien. —Fuimos creados juntos. Somos una familia. —¿Creado? —Sí. Zeus nos hizo con la sangre de sus mejores guerreros, valor, instintos más bajos, ese tipo de cosas. —¿Así que no tienes madre o padre? —No.

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—Lo siento. La familia sanguínea no siempre son corazones y flores, pero hay consuelo en ella. Siento que tú no la tengas. —Simplemente me ha unido mucho más aun a mis muchachos, pero realmente a veces me pregunto lo que habría sido. Entonces pienso en lo que tengo, los hombres que morirían por mí y me doy cuenta de que tengo todo lo que necesito. —Tener a alguien que esté dispuesto a morir por ti es raro. ¿Y a varios? Impresionante. —Sí. Lo es. —Me alegro que tengas eso. Es mejor que la familia. Sonó muy melancólica. —¿Tú no la tienes? —No. Nunca. Y no solo le rompió el corazón. Podría morir por ella, pensó. Podría lanzarme delante de una espada por ella. —Ahora soy yo el que lo siente. Quiero decir, tú moriste por mí, pero yo no… — Oh demonios. Palabras equivocadas. Esperó que se tensara, esperó que ella estallara. Pero no lo hizo, no ocurrió. —Si, lo hice, ¿no? Tú tienes suerte. Sin rencor, simplemente una suave diversión, un pensamiento de ensueño. Allí iba el corazón de nuevo, rompiéndose en un trozo más. —Cuando nos conocimos —dijo—. Afirmaste estar escribiendo una novela romántica. Incluso tenías unas páginas. Recuerdo como se dispersaron a tus pies cuando te estrellaste contra mí. ¿Era cierto? ¿Eran tuyas? Desde que desperté en aquella celda, creí que eran una mentira, pero ahora que te conozco mejor, pienso de otra manera. —Eran mías, sí. Me encantan las novelas románticas y quería escribir una. Tal vez lo haga algún día. No es que haya un editor para los muertos. —Bueno, ya tienes a un intrínseco espectador. Quiero leer lo que escribiste y lo que escribirás algún día. ¿Trato hecho? Se lamió los labios, su lengua también acariciando la piel, y oh, le gustaba eso. —¿Has, uh, estado alguna vez enamorado? —preguntó, haciendo caso omiso de la pregunta. De acuerdo, muy bien. Dejaría pasar la falta de respuesta sobre la novela.

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—Una vez pensé que lo estaba, pero me equivoqué. Y hubo un par de veces, después de estar con una mujer que deseé más y aguantar. Algunas veces hasta salí con una mujer sin dormir con ella, con la esperanza de tener algún tipo de relación, pero a la larga tuve que acostarme con otros, entonces me sentí culpable y dejé de verla para que la culpa se desvaneciera. —Lo siento. —No lo hagas. No te culpes. —No ayuda que los Cazadores amenacen todo lo que amáis. —En efecto. —¿Cómo le hacéis frente, teniendo a un grupo de gente cazándoos, odiándoos? —No es fácil, no voy a mentir. A veces nos empujan al abismo. Drogas, alcohol, sexo, cualquiera que sea nuestro vicio particular, pero lo superamos y nos cuidamos los unos a los otros. —El calor de su aliento acariciándolo, atormentándolo—. Últimamente somos la típica Familia Addams… ya sabes, haciendo esas cosas de corazones y flores mientras sorteamos todo lo que nuestros enemigos nos lanzan. Ella le clavó las uñas en el pecho. —Los Cazadores… más de la mitad de la organización tienen lavado el cerebro. Se nos dice una y otra vez lo diabólicos que sois, como sois responsables de todo lo malo que nos ha sucedido a nosotros, a todo el mundo. Como de perfecta podría ser nuestra vida si sois eliminados. Nos muestran imágenes, cuadros horribles de tortura, enfermedad y muerte y se aprovechan de nuestras debilidades. Como con lo de mi hermana, que me decían que las niñas no serían secuestradas si no había demonios en el mundo. Primero había perdido a su hermana y después a su bebé. La abrazó con fuerza. —Siento tu pérdida. —Toda la basura que ella había aguantado en toda su corta vida. Mierda que él había incrementado—. Debería habértelo dicho cuando lo mencionaste la primera vez, pero… —Pero nosotros acabábamos de reencontrarnos y no confiamos el uno en el otro. La besó en la sien. —Siempre hemos sabido que los Cazadores nos estaban estudiando. ¿Así es como supiste que iba a estar en Roma aquel día? ¿Cómo supiste que la novela romántica me distraería y qué medicamento utilizar en mí? —Lo supe a través de Dean Stefano, mi jefe, y él a su vez por Galen. A Galen, estoy segura, le informó Rhea, esposa de Cronus. Es curioso, pero nunca entendí la cadena de mando hasta después de mi muerte.

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Paris no pudo contenerse y le dio otro beso en la sien. De nuevo estaban abriéndose mucho. Y no le importaba, quería recorrer ese camino con ella, todos los caminos, pero ella no lo hacía y honraría sus deseos. —Voy a cambiar las tornas durante un minuto, ¿Vale? Su alivio fue palpable cuando dijo: —Por favor hazlo. —De una en una, le sacó las uñas de la piel. —Se que nunca has estado casada, ¿pero aparte de con el gilipollas que te dejó una vez… quisiste estarlo? —Trató de preguntar despreocupadamente, como si la respuesta no fuera trascendental, pero no pudo mantener el anhelo en el tono. Su reacción, cuando ésta llegó, fue una de conmoción, y no estuvo seguro de si era buena de “fiesta sorpresa” o mala de “acabas de golpearme el coche”. Ella se irguió, el pelo oscuro derramándose por su hombro desnudo. Aún tenía los ojos más verdes que marrones y destacaban sobre su cara de duende. Los labios que había besado hasta que estuvieron hinchados y enrojecidos estaban separados. —Yo… yo… A toda máquina. Él pondría fin a esto. —Quiero que te cases conmigo —dijo. Quería atarla a él de la misma manera que él estaba atado a ella. Mental, emocional y físicamente. —Paris… Él le pasó los dedos por el pelo. —No digas nada ahora mismo. Simplemente piensa en ello. —Porque, ¿conclusión? No se hablaría más de separación. Se mantendrían juntos y eso era todo. No la dejaría marcharse y estaba seguro como el infierno que no la engañaría. Sin importar el costo para sí mismo. A partir de ahora, sólo había una vaina para su espada. ¿Habría problemas? ¿Complicaciones? Oh, sí. Probablemente más de los que era consciente, y era consciente de muchos. Pero preferiría tratar esos problemas con ella que estar sin ella y marchar viento en popa. —Tengo que decirte algo —susurró ella, el rechazo retornaría en un instante—. Mentí, no la mataré y él puede manipularme. De otra manera, todos vosotros también estaréis muertos y no puedo permitir que eso suceda. —¿No mataras a quién? ¿Quién no debería manipularte? Dímelo y lo arreglaré. —Mataré a sus dragones. —No puedes. Rhea, ella… ella… Cuando mi hermana Skye fue secuestrada, estábamos nadando en la piscina del barrio. Mamá nos dijo que nunca debíamos ir solas, pero yo tenía catorce años y pensé que podía controlar las cosas, y Skye

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deseaba tanto nadar. Se suponía que íbamos simplemente a pasear hasta el parque, pero en cambio nos fuimos a la piscina. Aquel día estaba repleta de gente, tuve que ir al servicio y cuando volví a salir, ella estaba siendo arrastrada por un desconocido. Todo el mundo debió pensar que tenía una pataleta, porque nadie les detuvo y yo no podía llegar hasta ellos. Abrió la boca para ofrecerle consuelo, para decirle que no era culpa suya, que a pesar de que había ido en contra de las órdenes de su madre, ella no era la que había secuestrado a la niña, pero ella no había terminado. —Hoy he sabido que durante todos estos años Skye ha estado viva. Hasta hace poco tiempo. Fue asesinada. Rhea la asesinó. Si tan solo la hubiera encontrado antes, pero no lo hice, y ahora tengo que vivir con el conocimiento de que ella… que yo… — Estaba divagando, las palabras que escupía como si hubieran estado atrapadas durante mucho tiempo y ahora se atascaran en la lengua mientras luchaban por salir. Sufría por ella. Cuando a él nunca le había dolido nada, sufría por ella y no tomó la decisión de matar a sus dragones a la ligera. Estaba dispuesto a hacer lo que se necesitara. —Vamos, cariño. Cuéntame el resto. Un estremecimiento la recorrió. Inhaló. —Cronus me dijo que Skye era prisionera de Galen, después me comunicó que en realidad no sabía dónde la tenía, y entonces me mostró su cuerpo sin vida, ensangrentado. Paris sabía que el bastardo era un mezquino, pero esto… no había palabras. El ajuste de cuenta con Cronus tenía que suceder pronto con cuchillos. No era de extrañar que Sienna hubiera estado tan alterada cuando había regresado al castillo. —Lo siento, cariño. Si pudiera hacer desaparecer el dolor, lo haría. —Finalmente le dijo lo que había querido decirle antes—. Esto no es por tu culpa. Nunca fue culpa tuya. No eres responsable de las cosas que hagan otras personas. Nunca lo has sido y nunca lo serás. Esto es su ignominia, no la tuya. Sé que duele, y a mí, y sin embargo tú quieres hacerte cargo y yo te ayudaré. —Me lo mostró porque espera que espíe a Galen y… que esté con él. Puntos negros le brillaron en los ojos. —Cuando dices estar con Galen, ¿quieres decir con él sexualmente? Un asentimiento vergonzoso y tal vez incluso un poco resuelto, como si ella no se mereciera nada mejor.

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—Que consideres eso me dice que quieres auto castigarte —dijo él, la comprensión una bofetada—. Por lo que me hiciste, y lo que crees que permitiste que le pasara a tu hermana. Su barbilla se alzó tercamente. —Tal vez. —Entonces, ¿qué es eso que has hecho exactamente, para que una parte de ti piense que tienes que ser castigada? ¿Luchar por una causa en la que creías? Verificado. ¿Acostarte con un hombre que se sentía atraído por ti, a pesar de todo lo demás? Verificado. ¿Salvarle cuando podrías haberle abandonado a una muerte lenta y tortuosa? Verificado. Ella apretó su mano en un (verdadero) puño. —Te dije que te odiaba cuando me estaba muriendo. —Todas las parejas se dicen cosas que no quieren decir cuando están peleando. —Pues, ¡lo dije en serio en el momento! Y antes de eso te drogué. —Sí, y yo planeaba joderte y marcharme como había hecho con mil otros. Ella se estremeció ante la crudeza, pero siguió adelante. —¿Y adivinas qué? En ese momento yo estaba contento por ello. Amaba a las mujeres y las protegía, pero aún así las utilizaba. En mi mente, era mi derecho. Necesitaba una llamada de atención y tú me la diste. —No, tú… —No me busques excusas. Has visto mi pasado, y sabes que he dicho la verdad. Rechinó contra él. —¿Así que estás diciendo que no me conducía el rencor? ¿Ninguno en absoluto? —Un resoplido carente de cualquier atisbo de diversión. Él cerró el puño en su pelo más fuerte de lo que había previsto, pero no lo aflojó. —Cariño, estoy diciendo que te adoro. Una vez más, ella luchó por una respuesta. La ira la abandonó y con un absoluto anhelo le miró. —¿Adorar? —chilló. —Tus oídos funcionan muy bien. La dureza de la replica hizo que ella suspirara soñadora, algo que le dejó perplejo y lo excitó.

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—Antes estaba equivocada. Esta es la cosa más dulce que jamás nadie me ha dicho. Entonces intensificaré mi juego ahora. Si esto la hacía feliz, el gran juego iba a hacerla gozar. —¿Nada que decir a cambio? —Bueno, sí. Cronus dice que mi relación con Galen es la única manera de mantenerte a ti y a tus amigos a salvo. Infiernos, no. Cuando habían vivido en los cielos, Galen había sido uno de los chicos de Paris. Se lo habían montado juntos, luchado juntos. Paris había admirado el distanciamiento emocional del tío, su capacidad de hacer lo que fuera necesario para terminar un trabajo con éxito. Y de acuerdo, bien, habían compartido a las mujeres, a veces incluso al mismo tiempo. Entonces no le había importado. Le importaba ahora. No solamente porque Galen era el enemigo, sino porque Sienna era suya y solo suya. Ella estaba con él. —No volverás con Galen. —Ni hablar, jamás. En realidad, Paris moriría primero —. Y sólo para tu información. Al parecer mis amigos han rellenado al guardián de Esperanza de balas esta mañana. No sirve para nadie en estos momentos. —Pero se recuperará, sé que lo hará, y entonces… entonces… —El resto de la historia la inundó. La Cámara de los Futuros, los retratos, los tres posibles resultados para el mundo. Para Cronus. Para él. Demasiado para digerir de una vez, pero aún así, nada había hecho cambiar de opinión a Sienna sobre mantenerse en su sitio. —Tenemos tiempo —dijo él—. Tenemos tiempo para resolver esto, y lo haremos. Pero tú no vas a ir con él. Eres mía. Solo mía. Y yo soy tuyo. Nunca dormiré con nadie más. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? Jamás. Cuando te dije que fueras para mí, lo dije en serio. Nadie más, si estás conmigo o no. Y Sienna, estarás conmigo. Mientras hablaba, la boca de ella se abrió, se cerró. —No digas cosas como esas. —Cariño, voy hacer más que decirlas. Voy a jurarlo con sangre. —Alcanzó la daga debajo de la almohada, pero ella se lanzó sobre él y palmeó el arma al suelo. Entonces, claramente sospechando que él simplemente agarraría la otra arma, deslizó el brazo sobre la mesilla y envió por los aires la pistola. Ahora, esto fue la sorpresa de su vida. Aunque, no se sintió ofendido por su resistencia. Ella buscaba su seguridad, vivo, saliendo adelante. Incluso estaba dispuesta a sacrificar su felicidad por la suya.

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—¿Acabas de desafiarme? —le preguntó. Ellos estaban carne a carne, hombre a mujer. Sus alas extendidas, bloqueando el resto de la habitación. Ella era todo lo que veía, todo lo que sentía. Sus senos apretados contra el pecho, los pezones ya perlados para él. Su núcleo se frotaba contra la gruesa longitud y sus piernas extendidas sobre las suyas—. Creo que acabas de desafiarme. —No. No lo hice. —Lo hiciste. Un pequeño dato… juegas con las armas de un hombre y puedes tener también la rodilla en las pelotas. Obtendrás los mismos resultados. Así que acepto. —Moviéndose tan rápido que ella no tuvo posibilidades de resistirse, le dio la vuelta, sobre la espalda, le extendió las piernas y se empujó dentro. Sin preliminares. Sencillamente directo y duro sexo a la manera más básica. Estaba húmeda, muy húmeda, por lo que no tuvieron problemas. —¡Paris! —Si, cariño, así es. Tómame todo hasta el fondo. —¿Así es como premias a tus enemigos? —preguntó entre jadeos. —Solo a ti. El gemido de placer de ella llenó la estancia, mezclándose con sus silbidos de inexorable felicidad. En el momento en que terminara con ella, sabría a que hombre pertenecía, ya que no habría ninguna parte de ella que dejara intacta.

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CAPÍTULO 39

Galen apareció en el centro de la habitación, y Legion se encogió más en su rincón en la penumbra. Había estado aquí durante más de una hora, después de haberse trasladado a sí misma a las coordenadas que él le había dado. No tenía idea de cómo lucía el resto del lugar. Cobarde como era, no había salido de la relativa seguridad de la habitación. Para su inmenso alivio, nadie había entrado tampoco. Aunque había estado tentada. No había explorado el resto de la estancia. Pila tras pila de hermosas monedas de oro brillantes, joyas raras y armas antiguas, abundan. Armas que no podía usar contra su captor, así que ¿cuál era el punto de estudiarlas? Aunque Galen había estado usando una túnica blanca en el templo, ahora tenía puesta una roja. Una goteante, goteante, goteante túnica roja. Ella frunció el ceño. Un olor a cobre cubría el aire. Fue entonces cuando se dio cuenta. No era una túnica roja, era una empapada de sangre. Sus rodillas cedieron y él cayó, apenas evitando golpearse a sí mismo la cara contra el suelo. Sus alas estaban destrozadas, y había empuñaduras de dagas y flechas saliendo de su pecho. Toda esa sangre... …manos agarrándole los senos, los muslos… …dientes raspando sobre la piel… …garras en los ojos, arrancándoselos… …algo duro entre las piernas… …la risa, tanta risa… …los grilletes en sus muñecas, en sus tobillos…

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La bilis ardió agujereándole el estómago y se escapó, extendiéndose rápidamente por el resto de ella. Se cubrió la boca con una mano temblorosa, conteniendo las lágrimas. Los recuerdos de su tiempo en el infierno nunca la abandonaban, pero a veces se apoderaban de ella por completo, atrayéndola a una especie diferente de infierno. Uno de humillación, degradación, impotencia y horror. —Fox —sonó el grito derrotado de Galen—. Te necesito. Legion debió haber gemido al oír ese grito, porque la cabeza de Galen se levantó en su dirección. Sus ojos azul cielo estaban enrojecidos, las mejillas rayadas de suciedad. ¿Él iba a observar como "Fox" le hacía cosas a ella? La expresión de él se suavizó. Sólo un poco, pero lo suficiente para evitar que la histeria la invadiera. —Crees que estoy en mal estado, deberías ver al otro tipo. Zarcillos de esperanza se extendieron, tratando de envolverla. La esperanza de algo mejor. La esperanza de un futuro con el hombre delante de ella. El pánico la llenó, después de todo, y luchó contra ellos con toda su fuerza mental. Por último, los zarcillos adelgazaron y se desvanecieron. —Por favor no me hagas daño —le dijo con voz ronca. Él frunció el ceño. Pasos se apresuraron más allá, y la puerta se abrió. Una mujer alta, delgada, con cabello negro azabache y facciones finas se apresuró al interior. Era una mujer atractiva, de una manera real, con los ojos como las diferentes temperaturas de las llamas, una extraña mezcla de azul y oro. Pero había un matiz gris en su piel, moretones debajo de sus ojos, y aunque tenía pistolas en ambas manos, estaba temblando. Un examen rápido, y se encontró con Legion. Levantó una de las armas de fuego. Sí, pensó Legion, de repente extrañamente reconfortada. Sí. Todo termina. Por fin. —¡No! —A pesar de sus heridas, Galen se lanzó delante de ella. La chica -¿Fox?- tuvo el dedo fuera del gatillo en un instante y bajó el arma. La decepción se estableció en los hombros de Legion. Tal vez ella debió haberse suicidado hace mucho tiempo. ¿Por qué no lo había hecho? De repente, no sabía, no podía recordar. —No le harás daño —dijo Galen, la amenaza un fuerte trasfondo—. Nunca. La confusión se unió a la decepción. Él acababa de... defenderla. Fox se pasó la lengua por los dientes.

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—¿Ella te hizo esto? —No. Ahora ayúdame a llegar a la cama. Mientras Fox enfundaba las armas, su mirada permaneció centrada en Legion, entrecerrada y llena de odio. A pesar de que se acercó a Galen, rodeó con su brazo al guerrero herido y le ayudó a levantarse sobre sus pies, mantuvo su mirada en Legion. Él apoyó su peso en ella, y avanzó su camino a la cama. Poco a poco, con cuidado, ella lo sentó en el borde del colchón. ¿Eran amantes? Se preguntó Legion. Visiblemente debilitado, ahora sibilante, Galen dijo: —¡Trae tus herramientas y sácame esta mierda. Con una última mirada de advertencia en dirección a Legion, Fox salió volando por la puerta. —¿Ella te obedecerá? —preguntó en voz baja Legion—. ¿Acerca de mí? Los ojos celestes la encontraron, los párpados pesados, convirtiendo su rostro en un sexy “ven a la cama”. Y ella se odió por notarlo. —Sí. La única persona de la que tienes que preocuparte es de mí. Por lo tanto. Él planeó salvarla solo para torturarla él mismo. Y él la torturaría. No tenía ninguna duda sobre eso. …algo cortaba entre cada una de sus costillas… …el aliento podrido abanicándole la oreja, arrastrándose por el pecho… Envolvió los brazos alrededor de sí misma. Distráete. —¿Acaso los Señores te hicieron eso? —Sí —repitió—. Lo prometido es deuda, les dejé ir sin retribuirles el daño. —Gra-gracias. —La preocupación por ellos era otra constante en su vida. Pasó un largo momento en silencio, permitiendo que los pensamientos corrieran una vez más fuera de control. Pronto se imaginaría lo que sucedería una vez que Galen sanara. —¿Por qué los odias tanto? —preguntó ella, sólo para llenar el vacío. —No los odio. —Apoyó los codos en sus rodillas y cargo su peso sobre los codos—. Simplemente estoy velando por mí mismo. —¿Por qué? —¿Quién más lo hará? —Entonces—. Basta de hablar de mí. ¿Qué te pasó en el infierno?

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La sangre le abandonó el rostro, y luego el resto del cuerpo, dejándola fría y vacía. —No puedo hablar de eso... por favor, no me obligues a hablar de eso. La miró fijamente, diferentes emociones arrepentimiento, esperanza, celos, y furia otra vez.

lavando

su

rostro.

Furia,

Fox se apresuró a regresar, el maletín negro que sostenía se estrellaba contra su muslo con un fuerte bump. Legión dobló las rodillas contra el pecho, haciendo todo lo posible para convertirse en un objetivo más pequeño, pero Fox pasó de la intimidación, enfocándose en Galen. Se agachó delante de él, dejó la maleta y buscó en su interior. Después de cortar su túnica, silbó cuando lo miró por encima. —Esto va a doler de puta madre. —No me importa. Haz lo necesario. Mientras trabajaba, Legion mantuvo la atención en la parte posterior de su cabeza. Tal vez porque Galen la mantuvo en ella, sin dejar de mirarla, tratando de ver más allá de la piel y entrar en el alma. Se dio cuenta de que Fox estaba poseída por un demonio. Habiendo crecido entre los Señores Oscuros del infierno, Legion sintió el mal dentro de ella, podía sentir rezumar su... Desconfianza. Sí. Eso es lo que ella sentía frotándose contra las terminaciones nerviosas. Desconfianza. Un alto Señor. Uno de los más fuertes de los fuertes, un líder de muchos subordinados. Legión había sido una sierva de Conflictos, y los dos demonios se habían peleado constantemente, enfrentando sus ejércitos uno contra el otro. Sin embargo, Desconfianza ya no estaba... ¿verdad? La malicia que se filtraba de los poros de la chica estaba deformada, casi frenética. No era de extrañar que su piel fuera gris y su cara estuviera estropeada. Ella debía tener que luchar contra el demonio a cada hora de cada día para mantenerse cuerda. —Entonces, ¿quieres decirme qué ha pasado? —preguntó Fox—. ¿Qué está pasando? —No —respondió con aspereza Galen—. No lo haré. —Hazlo de todos modos. Te vas a Roma para hacer frente a los Tácitos y obtener la Capa, y no sabemos de ti durante semanas. Pensé que estabas muerto. Entonces, de repente estás de vuelta, y prácticamente estás muerto. Ella le había quitado todo lo que tenía incrustado en el cuerpo, y ahora le estaba limpiando la sangre del pecho. A medida que el rojo se iba, se puso a juntar los

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tatuajes del pecho, cosiendo la piel de vuelta a su lugar. Tenía una mariposa en el pectoral izquierdo, y una más en el derecho. ¿Dos mariposas? La mirada de Legion se agitó y se enfrentó con la de él. Todavía la estaba mirando a través de esos párpados entrecerrados, desafiándola a decir algo. Ella tragó saliva y guardó silencio. —Tengo la Capa, secuestré a la mujer de Maddox y cambió su vida por ésta — señaló a Legión con una inclinación de la barbilla—. ¡Hey! ¿Puedes al menos pretende ser una mujer y tratarme con gentileza? —Cobarde. ¿Por qué ella? —exigió Fox, extendiendo una especie de pasta sobre cada una de las heridas. —No te preocupes por ella. Es mía, y no va a hacerme daño. ¿Lo harás, Legion? Si tan sólo pudiera. Ella sacudió la cabeza. —Dilo. Di las palabras. Un temblor pasó a través de ella. —No voy a hacerte daño. —No podía. Incluso si la encadenara y le hacía... y le hacía... La bilis, extendiéndose más y más rápido... —Porque te estoy ordenando cuidar de mí, y tienes que obedecerme, verdad — no era una pregunta. —Sí —susurró. —Cálmate, Hombre Alegre —le dijo Fox—. Tu ritmo cardíaco se está acelerando, y eso hace que te desangres más rápido. —Sabes que odio cuando me llamas así. Había gruñido la advertencia, pero no la había golpeado, y eso conmocionó a Legion hasta los huesos. Realmente tenía que gustarle esa mujer, pensó. Y eso que... podría ser… ¿celos atravesándola? De ninguna manera. Legion no quería tener ninguna relación con Galen. ¡Ninguna! Lo odio. Por lo que le había hecho a Aeron, a Ashlyn. Poco tiempo después, Fox lo tuvo vendado y acostado en el colchón. Metió los cobertores alrededor de él y se quedó allí, acariciándole el cabello de la cara hasta que él se quedó dormido con una última orden estremecedora. —No le hagas daño.

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Fue entonces cuando Fox se dio la vuelta y estudió a Legion con la mirada más perversa que jamás había visto, y eso que había estado encadenada al mismo diablo un par de veces. —Galen podrá pensar en eres suya, niña, pero él es mío. Y protegeré, y vengaré lo que es mío. Si le haces daño de alguna manera, ni siquiera él será capaz de detenerme de hacerte el mismo daño.

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CAPÍTULO 40

Cronus

hervía cuando descubrió que los Señores habían encontrado su escondite, el Reino de Sangre y Sombras, donde escondía a Sienna y a los tres guerreros poseídos por demonios que había encerrado allí. Habían invadido su castillo privado. Todos, menos Torin, el guardián de Enfermedad, que estaba de vuelta en la fortaleza de Budapest, habiendo rechazado que Lucien lo destellara hasta allí. Demasiado riesgo, había dicho, aun si fuera cubierto desde la cabeza a los dedos de los pies con un equipo de protección. Un toque de su piel contra la suya, y Lucien sería infectado por la misma enfermedad que corría por las venas del otro guerrero. Torin siempre ponía a sus amigos antes que a él, una actitud que Cronus no entendía o respetaba. Sin embargo al pensar en ello le recordó que había una manera de volver esta situación a su favor. Torin haría cualquier cosa por tocar a una mujer humana, sin hacerle daño. Incluso aceptar un regalo que no sería realmente un regalo. Sería una maldición. Un regalo que sería una sentencia de muerte. Un regalo que podría arruinar los propios planes de Rhea. No es que él los conociera. Cronus sonrió. A diferencia de Lucien, Cronus no tenía que tocar a una persona para transportarla. Simplemente lo dijo, y Torin apareció delante de él. El guerrero empuñó dos cuchillas en sus manos enguantadas y se giró, buscando al culpable, mientras se orientaba en su nuevo entorno. Se quedó quieto cuando vio a Cronus, aunque su mirada siguió vagando, memorizando los detalles, las salidas. Un campo de ambrosía se extendía por kilómetros, perfumando el aire, ah, tan dulcemente, los pétalos violeta brillando bajo el resplandor de un sol que ofrecía la cantidad perfecta de luz y calor.

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—Cronus —dijo con un gesto de cabeza. Si se molestó o incluso se emocionó, por haber sido sacado de la fortaleza de Budapest por primera vez en siglos, no lo demostró. Tampoco ninguna inclinación, ni siquiera por supuesto, una reverencia. Todos los problemas que tenía actualmente se derivaban de su indulgencia con los Señores, reflexionó. Ellos emitían órdenes y esperaban que él las cumpliera. Pero luego, cuando él las emitía, ellos las rechazaban, a veces abiertamente, y otras de formas más furtivas. Su error fue tratar de conectar con ellos, en intentar convertirse en uno de ellos. Tendría que haber demostrado su fuerza y haber demostrado también las consecuencias de desafiarle desde el principio. No era su amigo, nunca volvería a ser su amigo. Era su rey, su amo. Y ahora lo demostraría. —¿Me has llamado? Oh, sí. Lo demostraría. Cronus estudió a este guerrero que estaba a punto de utilizar. Torin tenía el pelo blanco enmarañado alrededor de una cara picara que el resto de los humanos anhelarían, si fueran lo bastante desafortunados como para echarle una única ojeada a la misma. Unos ojos esmeralda, más pecaminosos que cualquier otra cosa. Labios que nunca habían conocido el sabor de una mujer. —Camina conmigo —le ordenó, esperando su absoluta obediencia. Y la encontró. Cuando el guerrero llegó a su lado, se giró y caminó a través del campo, las hojas verdes acariciándole las piernas cubiertas por el traje. Repasó mentalmente los planes, calibrando los pros y los contras de su decisión. —Bien… ¿qué está pasando? El tono insolente le irritaba, pero no hizo ningún comentario. Por ahora. —Tengo una nueva tarea para ti. Un gemido. —Tú y tus tareas. Tortura a tal y cual. Mata a tal y cual. Reúne a mis muchachos y envíalos a la zona de peligro. Por lo tanto, está bien. Vamos a escuchar esta nueva. Estoy seguro de que me va a encantar, tanto como a los demás. —El tono —le espetó. —Sí. Tengo uno. Calma. —Y perderás tu lengua si lo utilizas otra vez. Silencio. Excelente.

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—Hoy, Enfermedad, te daré un regalo. El tesoro más grande que poseo. A pesar de tu decepcionante y ofensiva actitud. Esos ojos verdes rodaron. —Está bien. Te seguiré el juego. ¿Cuál es ese regalo? —Mi Llave Absoluta —necesitaba regalarla, pero esto le molestaba teniendo en consideración a lo que había llegado para conseguirla. —Genial, pero no tengo ni jodida idea de lo que es. Por supuesto que no. Excepto a cuatro, había asesinado a todos los que sabían sobre ella. ¿Los cuatro? Anya, la diosa menor de la Anarquía y su anterior poseedor, su padre, Tartarus, que se la había dado a ella; Lucien, que conocía todos y cada uno de los secretos de Anya; y Reyes, que se había atrevido una vez a poner grilletes a Cronus y hacer un trueque por la libertad de su mujer. El cuarteto sólo se salvó porque Cronus tenía un uso para ellos. Si hubieran hablado alguna vez de la Llave, habría dejado de importarle su utilidad, y ellos lo sabían. —Esta Llave abre cualquier puerta, cualquier prisión, cualquier maldición. Cualquier cosa. Nada puede permanecer cerrado. Y si alguien trata de arrancártela, morirá —eso no significaba que Torin fuera a librarse de su demonio. Los dos estaban unidos, dos mitades de un todo. Uno no podía vivir con éxito sin el otro. —Suena bien, ¿pero por qué yo? Debido a que era el solitario, pasaba más tiempo sólo que con sus amigos. Debido a que nunca se enamoraría, ni soltaría sus secretos a una mujer mientras ellos estuvieran en la cama. Algo que sucedía demasiado frecuentemente para el gusto de Cronus. Algo que él mismo había sido culpable de hacer. —En caso de que le cuentes a alguien sobre este regalo —continuó, sin dignarse a contestarle en voz alta—, te mataré a ti, así como al que se lo digas. Si intentas deshacerte de ella, te mataré y a todos los que tú amas. Y, cuando te pida que me la devuelvas, lo harás sin vacilar. Un momento de resistencia, sólo uno, y haré más que matar a tus seres queridos. Les haré daño de modos que no te puedes ni imaginar. El paso resuelto de Torin nunca vaciló. —Sí, bueno, gracias por pensar en mí, pero prefiero comer mierda. Cronus envió una onda de poder que golpeó las sienes del hombre, haciéndole caer a sus pies. Golpeó el suelo, y se retorció de dolor allí, la sangre brotando por sus oídos. Cerniéndose sobre él, le dijo: —¿Qué decías? —un ondeo de la mano, y el dolor se alivió.

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Torin se quedó allí, jadeando, bañado de sudor. —Yo decía que la mierda es deliciosa, gracias por el bocado. Frunció los labios. Romper a los Señores claramente llevaría más de las habituales tácticas de mano dura. Ellos sonreían cuando les hacía daño, se reían cuando les amenazaba. Tanto como esto le frustraba y le enfadaba, también le fascinaba. A pesar de todo, ellos eran honorables. Cuando daban su palabra, la cumplían. Una práctica tonta, realmente, pero una en la que él había llegado a confiar cuando se trataba de ellos. Solo cuando amenazaba a sus seres queridos aceptaban estar de acuerdo con él. Pero Torin no podía cooperar simplemente debido al miedo. No esta vez. No con algo tan importante como la Llave Absoluta. —Haz esto, mantén segura la Llave para mí, y te otorgaré un don —dijo Cronus —. Cualquier cosa que desees. Cualquier cosa que esté en mi mano darte, por supuesto. La sospecha bailó en los ojos del guerrero, y supo que estaba sopesando las opciones. Rechazar al rey, y encarar el castigo. Aceptar y enfrentar un potencial engaño. Traición. Pero por la perspectiva de tal recompensa, él no diría que no. —Creo que ambos sabemos lo que quieres —presionó—. La oportunidad de tocar a una mujer sin ponerla enferma y comenzar una plaga. La respiración se cortó en la garganta de Torin, y supo que ya lo tenía. —¿Puedes darme esa oportunidad? —En cierto modo. ¿Qué pasó con el frasco de agua que el ángel Lysander te dio? —si hubiera quedado una sola gota, Torin podría tocar a una mujer, y luego darle esa gotita y salvarla, ya que esa agua curaba cualquier herida en cualquier criatura. ¿Sería capaz de tocarla después de eso? No, pero el requisito se habría cumplido. —Se agotó. Y los ángeles no nos darán más. Lamentable, pero comprensible. Los ángeles tenían que soportar cosas terribles para acercarse hasta el Río de la Vida, de donde venía el agua. Él mismo nunca se había atrevido a acercarse a ella. —Hay una mujer… la obligaré a encontrarse contigo. Puedes tocarla todo lo que desees, y nunca se pondrá enferma. —Sí, uh, no, gracias. Quiero elegir a mi propia mujer. —Eso, no te lo puedo conceder, y no era el trato. Querías tocar a una mujer. Te puedo proporcionar una. Transcurrió mucho tiempo en silencio, mientras consideraba la oferta.

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—¿Está muerta? —No. Ella vive. —¿Vieja? ¿Una niña? —No. No es ni demasiado vieja, ni demasiado joven. —¿Cómo voy a ser capaz…? —Las respuestas no eran parte del trato tampoco. ¡Decídete! Finalmente asintió con la cabeza, como sabía que haría. —Muy bien. Estoy de acuerdo. No se permitió sonreír. Cuando la Llave Absoluta le abandonara, sus poderes abandonarían a Rhea. Podría encarcelarla. Tenerla a su misericordia, o a su carencia de ella. Lo que no le mencionó a Torin: Que la Llave Absoluta borraba la memoria de la persona que la recibía. A excepción de Cronus, y probablemente, debido a su conexión, de Rhea. Cronus había creado la Llave, por lo que se aseguró de que no le afectara negativamente. Sin embargo, a nadie más, incluido Torin, se ampliaba la misma cortesía. Cuando Torin dobló sus rodillas, como si fuera a ponerse de pie, Cronus negó con la cabeza y se agachó. —Quédate ahí. Esto puede doler un poco.

Al

otro lado del cielo, Lysander salió de la nube que compartía con su compañera Arpía, Bianka, extendiendo las alas y deslizándolas solo lo suficiente como para mantenerle inmóvil en el aire. —Te fallé —dijo Zacharel, con palabras tensas. La tormenta de nieve que lo seguía constantemente, aumentando de ferocidad, los copos pegándose a sus pestañas, entre las plumas de sus alas, sobrecargándolas de peso. —No me has fallado y no vas a fallarme. Tengo completa fe en ti. Ahora, ¿qué informe tienes de la chica? Él se recuperó y le dijo: —Aunque ella piensa que será capaz de dejar a Paris en unos días, la pareja se ha hecho más cercana. Lo que es peor, ella ahora lleva su oscuridad —había visto las sombras arremolinándose en sus ojos después de que él había alejado a Paris de ella. —La guerra se acerca cada vez más —contestó Lysander—. Ella seguirá siendo de gran utilidad para nosotros.

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—¿Estás seguro? Cronus la ha engañado, la convenció para que le ayudara. Yo esperaba que él le mintiera, pero también esperé que su demonio se diera cuenta. No lo hizo. Y ahora que Paris sabe que es su mujer, luchará por ella hasta la muerte. — Había pensado que Paris nunca se enteraría de la conexión, que era la única razón por la que Zacharel había ayudado a tatuarle. Si se hubiera negado, Paris lo habría hecho de todos modos y habría comenzado a resistirse a él antes de lo previsto. —Cronus es un idiota codicioso, pero Paris me ha sorprendido. Puede que haya compartido su oscuridad con ella, pero ella ha compartido algo de su luz con él. — Lysander pensó por un momento—. Si él la quiere como yo quiero a mi Bianka, no se separará de ella tan fácilmente. Muy cierto. La pasión, el deseo, la lujuria, todo cómo quisieras llamar a esa locura salvaje de aparearte, todavía permanecía completamente fuera del reino de la comprensión de Zacharel, pero no podía negar que algo se apoderaba de la pareja cada vez que uno se miraba al otro. Como imanes, Paris y Sienna se sentían atraídos el uno por el otro. Luchaban el uno por el otro, y separarse los iba a destruir a un nivel intrínseco. El hecho de que una vez había pensado convencer a Paris para que se alejara voluntariamente de ella era una locura. Sería necesaria la fuerza. —Haré todo lo que quieras que haga —dijo, inclinando la cabeza—. Lo haré. Lysander soltó un cansado suspiro. —La necesitamos. Pase lo que pase, la necesitamos. Haz lo que tengas que hacer para convencerla de que se ponga de nuestro lado. Si eso no es suficiente, simplemente llévatela.

En

las profundidades del infierno, Kane se hundía dentro y fuera de la conciencia. Tan vulnerable como era cuando dormía, prefería con mucho el dolor paralizante de meter las tripas de nuevo en el cuerpo y juntar la carne de nuevo con grapas. Entonces, cuando las grapas fallaban, había que cauterizar con fuego líquido la carne desgarrada. Se sentía como si alguien le hubiera aparcado un autobús en el pecho, hecho algunos trompos, y luego hubiera dejado salir a sus pasajeros en estampida. Y la risa… ¡oh!, la risa de su demonio. A Desastre le encantaba esto. Adoraba el dolor, la degradación y la impotencia. Kane se imaginó que eso era exactamente lo que Legion había sentido cuando había estado atrapada aquí abajo. Tendría que haberla apoyado más. Debería haber tratado de ayudarla. No es que Kane quisiera ayudarse a sí mismo. Una parte de él todavía quería morir.

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Los jinetes -Negro y Rojo- eran sus salvadores, así como sus torturadores. Cuando él había gritado, cuando lo habían “operado”, le habían puesto una mordaza de bola en la boca. Cuando él se había agitado de un lado a otro, ellos le habían encadenado hacia abajo. No eran crueles con él, aunque, ellos de hecho, era como si le estuvieran haciendo un favor. Una razón que no consideraría cuando los pateara. Rojo estaba de pie sobre él ahora, soplando el humo de un puro en su dirección. —¿Ahora, estás preparado para un poco póker? Siempre que la pareja se daba cuenta que estaba despierto, le hacían la misma pregunta. Aquella. Negó con la cabeza, sin saber por qué un juego de cartas era tan importante para ellos. —Coñazo —Una desilusión genuina brilló en sus rasgos—. Pronto, sin embargo. Kane asintió con la cabeza porque no sabía que más hacer, y cerró los ojos. Sin ningún tipo de resistencia por su parte, regresó a su lugar favorito, el negro vacío de la nada.

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CAPÍTULO 41

A la mañana siguiente, después de pasar toda la noche haciendo el amor con Sienna, Paris se duchó, se puso la ropa que alguien le había traído de casa, se colgó las armas y se aseguró que la daga de cristal de Sienna descansara en la mesita de noche, lista para que la usara si fuera necesario. A pesar de que odiaba dejarla, salió del dormitorio y entró en un mundo completamente nuevo. Al parecer, Danika, el actual Ojo que Todo lo Ve, había previsto que cosas terribles tendrían lugar en la fortaleza de Budapest, y había percibido que permanecer cerca de William era la única manera de sobrevivir. Así que aquí estaban todos, una feliz familia, aunque cómo sus amigos habían instalado tan rápidamente una sala de pesas, un bar y una estancia equipada con sistemas multimedia, Paris nunca lo sabría. Se concentró en los cambios mientras caminaba por los pasillos, para no pensar en su mujer durmiendo plácidamente en su cama. Desnuda, saciada, sonrosada por rozarla con la boca, manos y cuerpo. No pensar en los gemidos entrecortados que había hecho, la forma en que había gritado su nombre y le había rogado por más. No pensar en la manera en que ella le había hecho rogar a él por más. La forma en que encajaban, malditamente perfecto. Quizás en un primer momento había estado obsesionado con ella sin conocerla realmente. Pero ahora estaba conociéndola. Debajo de su exterior formal y correcto, e incluso por debajo de esa veta de hierro de terquedad, ella era suave y dulce. Delicada. Amaba con todo su corazón, y luchaba por proteger lo que ella consideraba suyo. Infiernos, ella sacrificó su cuerpo, su tiempo y su vida por lo que ella consideró suyo. Era fervorosa. Ese carácter de ella era un gran estimulo. Cada vez que ella le había lanzado un cajón, se había puesto duro. ¿Cuántas hembras se atrevieron a desafiarlo a una competición de fuerza? No muchas. Pero ella lo hacía, porque cuando

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lo miraba, veía más allá de la cara, el cabello, el pasado manchado y corrompido. Veía a un hombre. Sólo un hombre. Estuvo a punto de dar la vuelta y regresar a su habitación. Quería su excitación en la cara, y sus uñas recorriéndole la espalda. Quería ser marcado por ella en todos los sentidos. Entonces, cualquier persona que lo mirara, lo sabría. Que le pertenecía a ella. Y… ¿Qué diablos era lo que colgaba de la pared? Él se deslizó hasta detenerse. Al igual que en la fortaleza de Buda, había retratos que recubrían las paredes del pasillo. Sólo que, cada retrato era de Viola. Viola con un vestido. Viola con cuero. Viola acostada. Viola de pie. Viola mirando sobre su hombro. Un sinfín de poses. —Soy impresionante, ¿no? —una afirmación, no una pregunta, que vino detrás de él. Viola se colocó a su lado, una visión de la belleza en un conjunto rosa, con pantalones a la cadera—. Los descolgué de una de mis casas. —Uh, sí. Claro. Impresionante. —¿Cuál es tu favorito? —ella se tocó la barbilla con la punta del dedo, estudiándolos—. Estoy teniendo un momento difícil eligiendo entre este último y todos los demás. —Eh... déjame pensar en ello. Mientras que él pretendía mirar por encima, Sexo ronroneó, con ganas de estar más cerca de ella. Un segundo después, Paris lucía una vara de madera maciza entre las piernas. Mierda. Se pasó una mano por el cabello, avergonzado. Incluso esto era como una traición a Sienna. «¿Por qué me haces esto?» le preguntó a su demonio. «Pensé que ya habíamos hablado de esto». «Engañar se siente bien. Quiero sentirme bien». «Pues bien, el engaño no va a suceder. Y quiero que pienses en esto por un momento. Cada vez que estamos con Sienna, es un acuerdo de “dos por uno”. O infiernos, tal vez más que eso. Ella es un ser humano, un fantasma, una fuente de ambrosía, una antigua Cazadora y un demonio, todo envuelto en un sabroso paquete. Y si no somos fieles con ella, la perderemos. Y tú nunca conseguirás una quíntuple de nuevo». «Porque ella es una orgía a punto de ocurrir». «Exactamente». Una pausa lenta. «Ah... bueno... hmm».

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—¿Y bien? —insistió Viola. Perfecto. ¿Qué podría calmarla? —En realidad no puedo escoger. Todos son igual de sorprendentes. —Es cierto, lo sé. Voy a colgar uno en tu habitación. Tú y tu mano podrán pasar horas y horas estudiando los detalles. Tengo unas cuantas sorpresas pintadas. ¡No hay de qué! —Ella silbó mientras saltaba alejándose. Se quedó allí un momento, pensando en el ángel caído que la deseaba. Realmente debió ayudar a los dos a enlazarse juntos. Porque, en realidad, ¿qué peor castigo para el hombre que terminar con eso para toda la eternidad? Algo en lo que pensar. Se encaminó al siguiente pasillo, y no se sorprendió al encontrar a Anya descolgando las imágenes de Viola y sustituyéndolas por imágenes de sí misma. La guerra de decorado había comenzado, supuso. —Gwen, Kaia, en serio —la diosa (menor) se quejó, teniendo problemas para sostener un marco y un martillo, al mismo tiempo que se equilibraba sobre una escalera—. Esta es la misión más importante de vuestras vidas y ¿estáis ahí plantadas como un pino? ¡Venid aquí, perras perezosas! No queriendo ser reclutado, Paris bajó la cabeza y siguió caminando, con las manos en los bolsillos. Por el rabillo del ojo, alcanzó a ver a las hermanas Arpías en uno de los dormitorios, estudiando un dibujo a tamaño real -aunque deformado- de Galen. Tenía cuernos, dientes torcidos y tres dedos en cada mano. Sus pies de payaso eran demasiado grandes para su cuerpo, y en lugar de los genitales, tenía una X. Una X muy pequeña. Gwen aparentaba dar marcha atrás con una ballesta, con el objetivo hacia el corazón, y Kaia estaba sacudiendo la cabeza y apuntando a los genitales del hombre. Sexo inició su ronroneo. Por costumbre, tal vez, porque unos segundos más tarde, los ronroneos se desvanecieron. ¿La mejor parte? Paris nunca se puso duro. Un suspiro le hizo eco dentro de la cabeza. «Si vamos a hacer esta cosa de las relaciones, yo la necesito a menudo». El demonio estaba dispuesto a intentarlo. Paris no pudo evitarlo. Lanzó el puño hacia el techo. «Créeme, lo sé. Y la vamos a tener mucho más que "a menudo"». Lo malditamente increíble que estaba resultando ser el día. Una gran sonrisa floreció. Sí, tenía un montón de mierda que hacer. Hablar con Cronus, golpear a la esposa del tipo, matar a Galen mientras estuviera en su momento más débil y

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encontrar a Kane, pero en primer lugar, quería ponerse al día con sus amigos y visitar las más recientes adiciones a la familia. En el siguiente piso de abajo, había una mesa llena de bocadillos. Sin desacelerar, agarró una manzana y una caja de los Red Hots de Strider. Una mordida de la manzana fue seguida por algunos de los dulces de canela, y tuvo la boca llena de delicias. Muchos de sus chicos estaban congregados en el pasillo fuera de la habitación de Ashlyn, comiendo, hablando, riendo y más relajados de lo que los había visto en mucho tiempo. Así era como su vida debería ser siempre, se dijo. William estaba en la esquina, con una niña de cabello negro cogida a su lado, ambos enfrascados en una conversación seria. Gilly era un adolescente en la cúspide de la mujer que había sufrido abusos inimaginables como una niña. Danika la había traído, y la niña se había mostrado cautelosa en torno a todos, excepto de William. Por alguna razón, ella había adorado al hijo de puta desde el primer día. Tal vez porque aún no sabía que William había matado recientemente a toda su familia. Paris se preguntaba cómo iba a reaccionar cuando supiera la verdad. Y lo haría, siempre sucedía así. Gilly había odiado a su madre, padrastro y hermanos, pero en el fondo ella probablemente los hubiera amado también, y era difícil olvidar ese tipo de sentimiento. El escenario más probable: Ella se iba, y William la seguía, para protegerla. Él no sería capaz de evitarlo. La necesidad de proteger arraigaba en el alma misma de un hombre, y una vez que se sentía, era difícil de olvidar, demasiado. Ahora que William había derramado sangre por ella, esa necesidad sería aún más fuerte, como Paris sabía muy bien. Cada vez que él había tomado una vida, su desesperación por llegar a Sienna había aumentado. Pero él la tenía ahora. Ellos estaban juntos, y no la dejaría ir. Cuando Paris llegó hasta la pareja, golpeó a la niña en el hombro para llamar su atención. Ella lanzó un grito de sorpresa, le dio una bofetada en un acto reflejo y se hundió más en el costado de William. No quería que ella asumiera que él estaba enojado, o que tomaría represalias, así que mantuvo la mirada sobre el guerrero. —¿Qué hay de los tres inmortales? Él podría haber pasado por sus habitaciones, que estaban al final del pasillo, pero prefirió tomar el expreso rápido de chismes que era la boca de William y ahorrar tiempo. Willy frunció el ceño hacia él. —Por tu propio bien, anormal. Discúlpate. ¿Anormal?

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—Ella no tiene que pedirme disculpas —él le ofreció una sonrisa tranquilizadora —. Se me informó hace poco que tengo una cara muy abofeteable. —No le estaba hablando a ella, sino a ti. Pídele disculpas por alarmarla. Oh. —Lo siento, Gilly. Ella le ofreció una suave sonrisa a cambio. Era una cosa pequeña y bonita, de cabello y ojos oscuros, tez bañada por el sol y con el tipo de curvas que ningún padre querría nunca que su hija tuviera. —No te preocupes. Me confundí. Perdí la noción de mi entorno. —Bueno, puedo entender que prefieras desconectar de las cosas que te rodean en lugar de prestar atención al Idiota Feo de Willy. Ella se rió y Paris encaró a William, diciendo: —Entonces, ¿los inmortales? William se encogió de hombros. —Ningún cambio. He intentado todo lo que se me pudo ocurrir, y créeme, fue una impresionante jo… uh, mierda, pero de todos modos fue inútil. Están encerrados en los dormitorios. —¿Algo sobre Kane? —Uh, sí, sobre eso —con su mano libre, William se masajeó la parte posterior del cuello—. Él está vivo y en el infierno, pero está fuera del alcance del enemigo. Sin embargo, si lo queréis de vuelta, tendréis que ir allí a buscarlo. Algo estaba mal en el tono del tipo. —¿Cómo sabes eso? —Ni siquiera Amun había sido capaz de llegar a la verdad. —Solo lo sé. El grupo saldrá mañana, y por cierto, no estás invitado. Mi conjetura es que creen que eres un psicópata loco que lo hace consigo mismo, pero es sólo una suposición. Lo que sea. —¿Quién va a ir? —Amun, Haidee, Cameo, Strider y Kaia. En su mayoría chicas. ¿Estaban cambiando sus equipos de comando o qué? —¿No vas a ir con ellos?

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—¡Pero por favor! Quiero decir, claro, sus captores lo pusieron como una condición para la liberación de Kane, pero... nah. Creo que no lo haré. Tengo cosas que hacer, ya sabes. Yo y mi australiana tenemos planeada una velada íntima. Íntima con su acondicionador. Supuso. —¿Quiénes son los secuestradores? ¿Y por qué insisten en que vayas? —él ni se molestó en retomar en la negativa de William, ¿porque sinceramente? Eso no significa una mierda. Si su aparición era una condición para obtener la libertad de Kane, él haría acto de presencia. Fin de la historia. William miró a Gilly, su expresión toda gentileza y reverencia, y le dio un pequeño empujón. —Sé un encanto y búscame unos dulces de ositos de goma. Sus párpados, por lo general a media asta y siempre lánguidos cuando ella miraba al guerrero, se entrecerraron. —Tan paternalista —sin embargo, ella se alejó, tal como él había querido, dándoles un poco de privacidad. —Asegúrate de cuidar tu boca mientras vas a por mis dulces —aclamó William detrás de ella. Fue entonces cuando Paris vio su camiseta, que decía: ¡Salva a una virgen, mejor házmelo a mí!—. El comentario trasero no es atractivo. —Tienes razón. Debo respetar a mis mayores —ella no se volvió, pero extendió una mano y le enseñó un dedo. Paris se rió entre dientes. —¿Qué le estás enseñando a esa niña? De repente, William se puso serio y dijo entre dientes. —Cómo sobrevivir. Ahora, volviendo a nuestro asunto. Los captores de Kane resultan ser algunos gilipollas que solía tratar ahí abajo. Gilipollas le disparó un recuerdo. —Estamos hablando de los jinetes del Apocalipsis, ¿verdad? Porque si es así, Amun podría haber mencionado que eres el papá de esos bebés. —Maldito Amun —sus ojos eléctricos brillaron con la promesa de retribución—. ¡Es un marica chismoso! Volviendo a despotricar contra ellos, ¿con las mierdas y anormales fuera de la ecuación? —Ah, y hablando de chismes —continuó William, su expresión ahora de anticipación—. ¿No has visto a Sangre y Carnicería todavía?

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—¿Quiénes? —Pistola y Mango. Les cambio el nombre a cada hora o así. Mantiene las cosas frescas. Sí, ¿pero cuáles eran sus verdaderos nombres? —Es por eso que estoy aquí. Quiero conocerlos. —Bueno, ¿por qué no lo dijiste antes? —William le puso un brazo alrededor de los hombros y le hizo pasar a través del mar de cuerpos conocidos—. Fuera del camino, mutantes. Mi chico P es el siguiente. —Pero es mi turno —dijo Cameo, y maldita sea si eso no fue un quejido en su voz, mezclado con toda la miseria del mundo. Ella dio un paso delante de ellos para bloquear su camino hacia la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Sabíais que siete mil niños mueren cada año de…? —Es por eso que te vamos a saltar —William le ofreció una sonrisa dulce—. Además, yo traje a esos demonios a este mundo y casi estiro la pata eternamente por ello. Así que elijo el orden, y digo que Paris es el siguiente. Cameo frunció el ceño. Era una de las mujeres más bellas que Paris jamás había visto. Más bella, incluso, que Viola, con una larga melena negra y ojos de plata líquida. Labios llenos y cubiertos de rocío como una rosa. —¿Sabías que aproximadamente el uno por ciento de todos los nacimientos acaban en muerte? —preguntó ella. El quejido había desaparecido, dejando sólo la miseria. También era muy deprimente. Apuñalarme en el corazón ya, pensó Paris. Debido a que ella era la anfitriona del demonio Miseria, el sonido de su voz siempre era suficiente para hacer llorar a un tío. Ella arrojaba sus estadísticas de muerte, ofreciendo más y más, arruinando una fiesta al igual que se desinfla un globo. —Que alguien le traiga a esta chica estadística una piruleta y la empuje en el fondo de su boca —gritó William, instando a Paris a pasar junto a ella hacia la puerta. Él no le tocó, lo lanzó como un cañón—. Muy bien, señoras. Nuestro turno. Reyes estaba sentado junto a la cama, oscuro y amenazador, con Strider, el gigante rubio a su izquierda. Ambos guerreros gorjeaban al apretado paquete cubierto por una manta, que un feliz Reyes sostenía. Ashlyn estaba recostada en la cama, pálida, temblorosa y claramente débil. Maddox estaba sentado a su lado, sosteniendo el otro paquete. —Fuera —espetó William—. Paris quiere ver a Smith y Wesson5. 5 Siguiendo con el juego de cambiar los nombres. Hace referencia a los mayores fabricantes de pistolas en EE.UU. (N.T.)

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—No los llamamos así —dijo Maddox. Paris nunca había oído al guardián de Violencia utilizar un tono tan suave. Era más sorprendente que un puñetazo en la cara. —¿Cómo quieres que les llame? ¿Mierda y Risitas? ¿Puños y Quebranta-rótulas? No, no me gusta ninguno. ¿Martillo y Clavos? Amigo, estos niños son rudos como un gángster. Necesitan nombres patea-traseros, no esa bla, bla mierda que les pusisteis. Lentamente, Reyes se puso de pie y esperó a que William cerrara la distancia entre ellos, y suavemente colocó el bulto en sus brazos. El oscuro guerrero le dio unas palmaditas en el hombro a Paris cuando salía, y Strider hizo lo mismo. Sólo que se detuvo y dijo: —Encuéntrame en el gimnasio cuando hayas terminado —le dijo antes de salir. Luchando contra una ola de sospecha, Paris asintió. Entonces los dos se habían ido, la puerta se cerró detrás de ellos, y él sacó la conversación de la mente. Caminó hasta William, quien parecía muy a gusto sosteniendo a un ser tan frágil. Sólo en secreto, Paris se había permitido contemplar el tener una familia, porque de ninguna manera hubiera querido ser padre de un niño con un rollo de una noche. Ahora, con Sienna, a quien se le había negado la oportunidad de ser madre... Quería darle esto. Al lado de William, miró hacia abajo, al primer bebé híbrido demonio-humano que se había unido a su tripulación, y lo que vio casi le hizo orinarse en el pantalón. —Una pequeña demonio preciosa, ¿no? —dijo William, sonriendo. Él le hizo cosquillas en el vientre—. Oh, sí, ella lo es. Sí, realmente lo es. Con un gorgoteo feliz, la pequeña agitó sus pequeños puños. Tenía los ojos abiertos, claros, vibrantes, de un crepitante anaranjado dorado, tan espeluznantemente inteligentes, a pesar del hecho de que ella miraba a William con total y absoluta adoración. Y sí, ella era preciosa. Tenía un cabello color miel, los tirabuzones saltando de su cabeza. ¿Pero la verdadera sorpresa? Tenía la boca llena de dientes. Dientes realmente, realmente muy afilados. ¿Y esos lindos puños? Terminaban en garras curvadas. —¿Alguna vez será capaz de pasar por un ser humano? —preguntó en voz baja, porque no quería que la madre probablemente sensible le escuchara. —Tal vez, tal vez no —respondió Ashlyn de todos modos—. El tiempo lo dirá. De cualquier manera, ambos son hermosos más allá de lo imaginable. Supuso que lo había escuchado. Ella misma podría ser humana, pero podía escuchar cualquier conversación en cualquier lugar, sin importar cuántos años hubieran pasado. Era su maldición. Y no sería un placer para los gemelos, que serían incapaces de ocultar nada a su madre.

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—¿Cuál es su nombre? —preguntó. —Ever —dijo William con no poco de asco. Ever lanzó el puño al aire. ¿Por orgullo? ¿O ira? —El nombre es perfecto, al igual que ella —dijo Ashlyn. Sus párpados se agitaban cerrándose, como si estuviera teniendo problemas para mantenerse despierta. —Duerme, mi amor —le dijo Maddox—. Yo me encargaré de todo. —Gracias —dijo mientras suspiraba, ya la cabeza colgando a un lado. —¿Quieres sostenerla? —preguntó William a Paris. —¿Ashlyn? No, gracias —Maddox le partiría la cabeza, igual que Paris le haría a cualquier guerrero que intentara sostener a Sienna. No es que, además de William y Lucien, alguien más pudiera verla por el momento. William rodó los ojos. —Ya sabes lo que quiero decir. La pequeña. Ever. —Oh, uh, sí. Por supuesto lo que querías decir. —¿Tienes que ser tan enérgico? —espetó Maddox con esa voz tranquila y suave tan en desacuerdo con la aspereza de sus características. Paris levantó las manos, las palmas hacia fuera, susurrando: —Es imposible que pueda sostener apropiadamente a la criatura. —Era demasiado grande y demasiado duro para hacer otra cosa que herir a la niña. Además, Ever gruñó en su dirección, con los labios tirando hacia atrás de sus colmillos, y fue muy claro que ella era feliz donde estaba. Él se movió hacia el otro lado de la cama, donde Maddox tenía al niño. Por supuesto, el guerrero sonreía con orgullo mientras apartaba la manta de la cara del chico. Al igual que Ever, el bebé parecía de meses de edad. Tenía el cabello negro y sus ojos eran del mismo tono de color violeta que los de su papá y duros como el diamante. Dos pequeños cuernos asomaban de su cabeza, y había parches de escamas en sus manos. Esas escamas eran negras y tan suaves como el cristal. Con una profunda intensidad, el muchacho estudió a Paris. Y él no tuvo la menor duda de que el niño había vislumbrado en un solo latido de corazón, sus debilidades, defectos y malos hábitos, y se preparaba para el ataque. —¿Cuál es su nombre? —Urban —respondió William antes de que Maddox pudiera, y otra vez su tono estuvo lleno de repugnancia.

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Ever y Urban. Lindos, de una espeluznante manera. —¿Qué te hizo elegir esos nombres en particular? —Nosotros no lo hicimos —dijo Maddox—. Ellos lo hicieron. Abrió los ojos desmesuradamente. —¿Pueden hablar? —No, pero son muy buenos en la comunicación. Y eso sería... ¿cómo? —Bueno, escuché que el nacimiento fue problemático. ¿Y cómo salvó William el día? Maddox se puso rígido, así como William sacudió la cabeza y colocó a Ever en la cuna al lado de la cama. Cuando se enderezó, William sacudió su mano sobre su cuello en un movimiento de corte. Un gesto de “ahora estás muerto amigo”. —Ese hijo de puta cortó un agujero hacia arriba en mi mujer, arrancó a los bebés fuera y luego la cosió. —La nariz de Maddox flameaba, haciéndole difícil la respiración —. Sin anestesia. William apretó la mandíbula. —No hubo tiempo. Ellos estaban arañando su salida, y esperar más tiempo habría matado a tu Ashlyn seguro. Y mejor el corte de una daga, que es suave, al desgarro brutal que viene con las garras. Y, por cierto, de nada. Están todos vivos. Bueno, está bien, entonces. Como un cobarde, Paris abandonó el barco, dejando a William soportar solo la ira de Maddox. Él inició el camino hacia el gimnasio en la planta baja. Strider estaba allí, como había prometido, corriendo sobre la cinta como un poseso. Lo que él era. El pelo rubio se le pegaba al cuero cabelludo, y ríos de sudor bajaban por su piel muy bronceada. Torin, de cabello blanco, estaba en el lado opuesto de la habitación, torturando el banco de pesas, con suficiente peso como para romper el suelo de mármol. La sorpresa lo detuvo en su lugar por un momento. Torin nunca se acercaba a las masas, demasiado temeroso de que alguien accidentalmente lo tocara. ¿De todos modos, cómo había llegado hasta aquí? Lo último que Paris había oído decir es que Enfermedad había rechazado la oferta de Lucien del viaje. ¿Y cuándo en el infierno se había vuelto Torin tan musculoso? Por lo general, permanecía encerrado en su habitación, cubierto de negro desde el cuello hasta los pies. Ahora, sin camisa, Paris vio que el tipo tenía el cuerpo cincelado de alguien que podría patearle el culo.

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Los dos hombres dejaron lo que estaban haciendo cuando se dieron cuenta de que había entrado. Paris se quitó la camiseta, la funda de la pistola y las dagas, los guardó en un banco y se trasladó a la cinta de correr al lado de Strider. —¿De qué quieres hablar conmigo? —Golpeó un par de botones, y luego la cosa se encendió y comenzó a moverse, dándole una profunda inclinación y un ritmo de carreras que se sentía increíblemente bien. Llevaba mucho tiempo sin hacer un ejercicio como éste. —¿Qué es esto que oigo acerca de que tienes a una Cazadora invisible en las instalaciones? —preguntó Strider, capturando la toalla que Torin le arrojó. Se limpió la cara y su mirada encontró la de Paris—. La Cazadora poseída por Ira, debo añadir. Debí imaginarlo. —Ella no es una Cazadora, ya no, y no es tema de discusión. —Como el infierno que no lo es. Mi mujer está aquí. —Sí, y tu mujer puede cuidar de sí misma. El orgullo brilló en los ojos azul marino de Strider. —Es cierto. Sin embargo, no es menos cierto que un enemigo invisible es más peligroso. Tu chica puede hacer todo tipo de daño a todos los presentes. Él aceleró el ritmo otros mil puntos, hasta que las botas golpearon la base sacudiendo toda la máquina. —Ella no va a hacernos daño. —Si es así, tengo algunos cables que conectar —dijo Torin detrás de ellos—. Vosotros, muchachos, os tenéis el uno al otro. —Pisadas, y entonces sólo quedaron ellos dos. —¿Me estás diciendo que la chica que te drogó y te torturó, ya no es una amenaza ni para ti ni para nadie más? —preguntó con escepticismo Strider—. Por favor. —En eso estamos. —El sudor le cubría la piel, goteando, goteando. Los músculos se le pusieron rígidos, empapándose con tensión, genial. —Sobre el papel, sin duda, pero todo eso significa que estás pensando con algo más que tu cerebro. Tienes que saber eso. No lo desafíes, no lo desafíes, no te atrevas a desafiarlo. Había que tener cuidado alrededor de Strider. Su demonio reconocía cualquier confrontación, y luego Strider tendría que batallar, haciendo todo lo posible para hacerle perder el sentido, o sufrir durante días como castigo. —Todo el mundo aceptó a Haydee —le recordó Paris—. Y era una Cazadora.

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—Ahora ella es la personificación del Amor. Es un poco difícil que no te guste y no confiar en ella. Sin embargo, a tu chica no podemos verla o escucharla. No podemos juzgar sus acciones y sus palabras por nosotros mismos. No podemos ver cómo es contigo. ¿Realmente necesitas otro discurso sobre lo de pensar con la polla? Oscuridad... subiendo... —Te estoy pidiendo que te detengas —dijo Paris—. Antes de que las cosas se pongan desagradables y tengamos que resolver esto de la manera difícil. —Si tenía que recurrir a la ruta del desafío para detener a su amigo de golpear verbalmente a su mujer, lo haría. Silencio. A continuación, un espantoso: —Siento… —¿Una sensación de ardor al orinar? —Ahora estás siendo malo. —Realmente maduro —dijo Strider. Pero se calmó a un nivel superior—. Tú y yo, tenemos una historia. Más que los otros, sabemos más de lo que queremos reconocer. Pero ambos sabemos que es una de las razones por las que nuestros caminos se separaron cuando los dos grupos se dividieron por un tiempo, yo con Sabin y tú con Lucien. El calor quemó las mejillas de Paris, y no tuvo nada que ver con el esfuerzo físico. —Dijimos que nunca hablaríamos o pensaríamos en ello —y él siempre había mantenido su parte del acuerdo. —Al parecer, los tiempos cambian. Estabas débil, moribundo. No había seres humanos alrededor, y te negaste a permitir que ninguno de nosotros te ayudara. —Cállate. —El día feliz se estaba yendo muy rápido por el desagüe—. Solo cállate. —Por lo tanto, mi demonio aceptó el desafío, y me hice cargo de ti. Ahora te estoy pidiendo que cuides de tus amigos, también. Deshazte de la mujer —dijo Strider, ignorando la demanda—. Nos falta un artefacto, sólo uno, y una vez que lo recuperemos, podemos iniciar la búsqueda de la caja de Pandora. Por fin podemos salvarnos a nosotros mismos. Ella no sólo puede espiarnos, robarnos y hacer daño a nuestros miembros más vulnerables, sino que podría arruinar nuestro futuro. Sólo piensa en ello. Por mí. Strider tiró la toalla en el cesto y salió de la habitación pisando fuerte.

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CAPÍTULO 42

Para

Sienna, los siguientes días pasaron en una bruma dichosa llena de momentos de duelo. A excepción de dos cosas, todo estaba bien en su mundo. Pero no iba a pensar en esas dos cosas. Estallaría en una de sus raras y sorprendentes furias, y tiraría abajo el castillo. En cambio, pensaba en el hecho de que su Paris la adoraba. Pensaba en todas las veces que ella y Paris habían hecho el amor, y cómo cada vez él había estado más frenético por estar dentro de ella. La había tomado en formas que la escandalizaban, encantaban y emocionaban, y en el sereno arrebol, habían hablado. Ningún tema había estado fuera de los límites. Hablaron de los Cazadores, de donde se encontraban las instalaciones, de los nombres de algunos de los oficiales superiores, de la localización de la cueva donde supuestamente se reunía Galen con Rhea, y la pareja realizaba sus rituales para "un bien mayor". Entonces habían hablado acerca de sí mismos, de a dónde podrían viajar y lo que harían si no hubiera una guerra en la que combatir. Paris se iría a las montañas, con el frío, la nieve y una alfombra suave en frente de una chimenea. Ella iría a la playa, con ganas de verlo surgir del mar, las gotas brillando al deslizarse por las cuerdas de su estómago y reuniéndose en el nuevo lugar favorito de su cuerpo, porque las olas le habían arrebatado su traje de baño. Por supuesto, esta mañana él había salido de la ducha, empapado, sin una toalla a la vista, con una sonrisa maliciosa en su rostro, y ella se rió de sus payasadas (después de contener el aliento). Estaba tratando desesperadamente de resguardar el corazón de él a pesar de su demanda de que permanecieran juntos, porque sabía que todavía tenía que dejarlo por Galen, para evitar que Rhea tomara el trono Titán, aunque no podía matar a su más grande enemiga, porque al hacerlo mataría a Cronus, y como él había dicho, si él moría, el caos reinaría y Paris moriría.

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La única manera de salvarlo era controlando a Galen, y así a Rhea. No era la mejor venganza, pero era todo lo que podía permitirse. Deseaba que Skye hubiera podido conocer a Paris, deseaba que la niña pudiera haber visto lo bueno en él, que el hombre y el demonio no eran verdaderamente uno y el mismo, que el demonio era oscuro y peligroso, destructivo, pero el hombre era muy divertido y cariñoso, digno de respeto. Al igual que Sienna no era la suma total de los hechos de Ira, pero si una mujer que luchaba por lo que era correcto. Una vez, Sienna había considerado devolver el demonio a Aeron. Pero si lo hacía, moriría -de verdad y para siempre-, y sería incapaz de vengar a su hermana, incluso en la forma más pequeña. Además, lo necesitaba. Aún no había descubierto lo que estaba "mal" con la muerte de Skye. “No llores, Enna. Los muchachos son estúpidos, mamá lo dijo, y si ese idiota de Todd no quiere ir al baile contigo, ¡es el más estúpido de todos!” Te extraño tanto, Skye. Sienna dio vuelta a la esquina y un carrito de golf la atropelló por exceso de velocidad. Después de un aterrizaje forzoso sobre el culo, vio que el carro era de color azul con llamas de color naranja pintados en los laterales, y la diosa menor de la Vida después de la Muerte/guardiana de Narcisismo estaba al volante. —Lo siento, lo siento —la mayoría de las veces, Sienna no se molestaba en ver por dónde iba, ya que sólo Paris, Viola y Lucien podían verla y tocarla. Todo el mundo y todo lo demás atravesaban su fantasma y ni siquiera lo sabían. Pero debido a que el carro pertenecía a Viola, Sienna pudo sentir el metal que simplemente le aplastó los pulmones. —Llego tarde —dijo Viola, agitando un pedazo de papel en el aire—. ¿Tú también? ¿Necesitas un paseo? Como siempre, Ira disparó detalladas imágenes en la mente de Siena. Viola, rompiendo corazones. Viola, traicionando a otros para salvarse. Viola, sin preocuparse por el dolor que dejaba a su estela. «Castígala...» Un susurro en lugar de un impulso. Por alguna razón, Ira había estado comportándose muy bien en los últimos tiempos, sin tratar de controlarla, su hambre bajo control a pesar de que no había hecho nada para alimentarlo. —Sienna. Mujer... persona fantasma. ¿Necesitas que te lleve? El tiempo es un problema grave en estos momentos. —Me encantaría dar un paseo. —Necesitaba unos minutos a solas con la mujer, por lo que en realidad era perfecto—. Te he estado buscando. —Ya no guardaba

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ninguna mala voluntad hacia la mujer. Después de todo, Sienna había visto a Paris interactuar con ella, y el chico apenas podía ocultar su impaciencia por escapar. Pero después de haber hecho todo eso de observar, Sienna ya sabía cómo lidiar con la diosa. También sabía que Viola era una de las pocas personas que no la maldecía abiertamente y, que la escucharía. —Bueno, sube y deja de estar ahí parada perdida en tus pensamientos. No me quiero perder la mejor parte. Sienna no le preguntó qué era "la mejor parte", porque la mujer le explicaría con detalle a qué se refería. Así que simplemente se levantó del suelo y se deslizó en el lujoso asiento de cuero, teniendo cuidado con las alas. —¿Y bien? —le preguntó la diosa, pisando el pedal. Se sacudieron por la marcha, tomando las esquinas en un ángulo cerrado, tocando la bocina a la nada y emitiendo destello con las luces—. ¿De qué quieres hablar conmigo? Para comenzar: La adulación. —Tan inteligente y poderosa como tú, eres la única capaz de ayudarme. —Bueno, por supuesto que lo soy. Es un hecho bien conocido. Soy más que impresionante. Soy simplemente imponente. —Detrás del volante, Viola sacudió su cabello claro por encima de su hombro. Llevaba un vestido de reluciente oro, el material ceñido justo debajo de sus pechos y ampliándose en las caderas. Digna de la alfombra roja, sin duda—. ¿Entooooooonces? —Estoy tratando de encontrar la mejor manera de pedir lo que necesito. —Trata de abrir la boca y formar las palabras. Eso es lo que yo hago, y puedes estar segura de que mis métodos son siempre los mejores. Sienna se pasó la lengua por los dientes, evitando formar una réplica ácida. No creía que Viola tuviera la intención de ser tan arrogante, pero hola, una chica sólo puede soportar un tanto. —Bueno, me estoy quedando sin tiempo. Y esa era la razón de la reciente serie de arrebatos de ira. Tenía el tiempo marcado, terminando. Pronto tendría que irse. No sólo porque había escuchado a algunos de los amigos de Paris tramando su caída, y no sólo porque esos mismos amigos odiaban sus entrañas y nunca confiarían en ella, sino porque realmente iba a por Galen, para mantenerlo alejado de Cronus, lo que mantendría a Rhea alejada de su trono, sin importar cuán repugnante fuera las tarea que debiera realizar. —¿Quieres que te compre más tiempo? —preguntó Viola, como si tal cosa fuera posible. Llegaron a las escaleras. Sin detenerse, las pasó. Rebote, rebote, rebote—. Tendrías que pagarme. Quiero decir, con el doscientos por ciento de interés, pero…

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—No, yo... bueno, cuando me vaya, Paris se debilitará. —La cabeza se le estrelló contra el techo del vehículo. Oh, por favor, por favor, no dejes que mi próxima muerte sea en un accidente de carro de golf—. No sé si sabes esto, pero él tiene que tener sexo todos los días o su cuerpo se muere. Su demonio está... muy necesitado, ya sabes. —Bla, bla, aburrido. —Aterrizando suavemente, el carro estalló a toda velocidad (cuarenta kilómetros por hora). Sienna se mordió la lengua para callarse la réplica. —Cuando me vaya quiero que te asegures de que Paris se acuesta con las mujeres que Lucien le trae, y que siga durmiendo con ellas. Y ahí estaba la segunda razón para los ataques de cólera. Debido a la presión de los más acérrimos enemigos de Sienna, Lucien seguía desapareciendo y reapareciendo con una nueva mujer con la esperanza de que alguna pudiera atraer a Paris, lejos de ella. Mientras que Paris podría fácilmente pasar por alto a sus amigos, la persistente y determinada Viola encontraría una manera de salirse con la suya. De lo contrario, sería un fracaso, y la diosa no iba a permitirse un fracaso. —Lo que estoy escuchando es que soy la única que se interpone entre el hombre y su muerte segura —dijo Viola—. Entonces, ¿qué hay para mí si lo salvo? Por un momento, Sienna no pudo responder, tenía un nudo gigantesco en la garganta. Esto la estaba matando. Quería a Paris sólo para ella, ahora y siempre, y ¡oh!, realmente amaba al hombre, ¿verdad? En cuerpo, alma y corazón, lo amaba. Había estado cayendo lenta y constantemente, pero ahora lo hacía de bruces, nada más que en un profundo amor. Él lo era todo para ella. Su luz cuando las cosas se ponían demasiado oscuras. Cuando lloraba, él la consolaba. Cuando reía, se reía con ella. La trataba como si fuera un tesoro especial. La protegía, se preocupaba por cada herida y dolor que pudiera experimentar. Destruiría el mundo para mantenerlo a salvo. Estaba dispuesta a sufrir sin él, siempre y cuando supiera que estaba allí, vivo. —¿Qué quieres de mí? —Sienna no iba a objetar. Lo que la diosa quisiera, se lo daría. Tan simple como eso. —Eres Ira, ¿verdad? Bueno, cuando te pida matar a uno de mis enemigos, tienes que hacerlo. Sin preguntas, sin vacilar. —Mientras el enemigo en cuestión no sea alguien que Paris o sus amigos conozcan y aprecien. O quieran vivo.

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La diosa pensó por un momento, asintió con la cabeza. —Tenemos un trato. —Bueno. Ahora, tengo otra solicitud para ti. —Le explicó lo que quería. Viola le dirigió una sonrisa maliciosa. —Perverso, y bastante impactante viniendo de ti. No tenía ni idea de que estabas metida en eso. Te ves tan tímida. Pero los más callados siempre lo son, ¿no? —¿Lo harás? —Me deberás dos asesinatos, las mismas condiciones. —Hecho. —Así se hizo. —Ahora, agárrate fuerte porque voy a acelerar a este bebé. Estoy segura de que no empezarán sin mí, pero estos Señores a veces desafían la lógica, por lo que nunca se sabe. —Ah, bien —una mujer con el pelo oscuro y rizado, una cara tan inocente como la de un querubín, y las alas del más puro blanco apareció justo en frente de ellas—. Te encontré. Viola se estrelló en la entrada, y el carro se deslizó a escasos centímetros de aplastar a la recién llegada con los neumáticos. —¿Qué pasa con todas las mujeres que están saltando delante de mí y me mantienen alejada de a donde quiero ir? ¿Demasiado celosas? —Busco a Sienna. —¿A mí? —el corazón de Sienna de pronto se sintió como si hubiera sido inyectado con adrenalina. Se había salvado por los pelos, seguro, pero no fue por eso que palpitaba—. Cielo —susurró ella, el anhelo reverente en su voz fluyendo directamente de su demonio. —Sí, tú. Soy Olivia —dijo el ángel con una sonrisa dulce. Una túnica blanca la envolvía desde los hombros hasta los tobillos, por lo que se veía como si acabara de levantarse de un sueño. Viola saltó del carro y se apresuró a pasar a Olivia. —Divertiros chicas, yo necesito ir a otra parte. —Con el pelo pálido flotando tras ella, desapareció en el salón de baile a un metro por delante. —Te reconozco —dijo Sienna, a pesar de que las dos nunca se habían encontrado. Se puso de pie con las piernas temblorosas, cerró la distancia «el cielo, mi cielo» y extendió la mano, apretando un mechón de esos rizos entre sus dedos. Suave y sedoso—. Ira te ama, creo.

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La sonrisa de Olivia estuvo llena de sol mientras se acercaba a Sienna y le soltaba detrás de la oreja: —¿Cómo lo está haciendo mi adorable chico? Ira ronroneó como un gatito. —Él, eh, bien. —Me alegro. Él es realmente un encanto, ¿no? ¿Ira? El demonio rodó de espaldas, moviendo las piernas en el aire y se sacudió mientras grandes mareas de éxtasis se apoderaban de él. —Tú y yo vamos a charlar más tarde, ¿de acuerdo? —dijo Olivia, dejando caer el brazo al costado. Mientras que Ira hizo un mohín como un niño, el ángel añadió—: Aeron me envió a buscarte. Quería hablar contigo él mismo, pero no puede ver y conversar con la mujer que tiene su Ira y a través de una tercera parte sería un poco demasiado doloroso. Tal vez un día. Pero estoy divagando. Él está listo para salir de este castillo y buscar a Legion, pero no lo hizo porque Paris está a punto de tener un aneurisma. Al menos, eso es lo que Aeron dijo, y él piensa que eres la única que puede calmar a su chico. Paris. La preocupación de inmediato la inundó, la preocupación de su demonio por el ángel eclipsada. —¿Dónde está? —Sólo tienes que seguir el rastro de Viola —dando un paso a un lado, Olivia hizo un gesto hacia el salón de baile. Sienna salió lanzada, volando a través de la puerta abierta a una velocidad de muerte a su paso. Un grupo de guerreros y sus compañeras estaban debajo de una bandera que decía sólo INTERVENCIÓN en letras grandes. Cada uno de ellos sostenía un pedazo de papel. Viola había tomado su lugar en el centro, moviéndose con entusiasmo, lista para hacer su turno. La mirada de Sienna se detuvo en el guerrero llamado Aeron, el hombre que una vez había hospedado a Ira. Tenía el cabello oscuro muy corto, ojos hermosos de color violeta, y su cuerpo, que una vez estuvo cubierto con las imágenes tatuadas de las victimas de sangre de Ira, estaba siendo lentamente cubierto con los tatuajes de su ángel. Al verlo, Ira se volvió loco en la cabeza de Sienna, con ganas de alcanzar y tocar al guerrero. «Amigo. Mi amigo».

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«Lo sé, pero ahora no es el momento para ponerse al día con él». ¿En serio? No estaba segura si cualquier momento estaría bien. El tipo le daba miedo. Parecía que comía gatos para el desayuno, pulgares para el almuerzo. Y la cena era algo que aún no se atrevía a contemplar. Los órganos podrían estar involucrados. Ira hizo un mohín. El demonio había querido regresar con Aeron tanto como Sienna había querido deshacerse de él. Pero ella había cambiado de opinión, y esperaba que Ira también. Él no estaba pidiendo escapar. Por lo que sabía, él era tan adicto a Paris como ella. «Amigo. Habla con mi amigo». «Pronto», le prometió. Ira gimió, y tuvo que obligarse a mirar hacia otro lado. Paris estaba frente al grupo, de espaldas a Sienna. Su piel bronceada por el sol estaba desnuda de cintura para arriba, y sus músculos tensos. A los costados, sus manos en puños. Anya estaba leyendo la carta en voz alta. —…estás bien, supongo. Quiero decir, si Lucien dice que eres buena gente, eres buena gente. Creo que tienes un cuerpo muy caliente con un montón de músculos y tendones deliciosos, y aunque no lo haría contigo sin tener que pasar por un examen médico de emergencia después, una gran cantidad de mujeres con baja autoestima estarían totalmente encantadas. —Anya —dijo Lucien, lleno de exasperación. Ella lo miró, toda inocencia. —¿Qué? Dijiste que comenzáramos la carta con elogios antes de ir a la raíz del problema. Ahora cállate para que pueda terminar. Ya leíste la tuya —ella se aclaró la garganta y bajó la mirada hacia el papel—. Hacerlo con una mujer invisible es asqueroso. Y realmente espeluznante. Si te veo con las manos apretando el aire una vez más, voy a lijarme las córneas. —Basta ya —dijo Paris, con una amenaza silenciosa. —Mi turno —dijo Viola. Haciendo caso omiso de los dos, la diosa menor de la Anarquía continuó. —Agrega el hecho de que la invisible cariñin es un Cazador, y tienes una receta para oh, mierda. Lo cual no es bueno para tu salud. O la nuestra. Principalmente la nuestra. Es por ello que humildemente te solicitamos que entres en algún tipo de programa de tratamiento antes de que la mujer te meta en un programa de muerte con armas de fuego, cuchillos y sostén. Y por el sostén no me refiero a tetas. Wow, eso dolía. No debería. Sienna había traído esto sobre sí misma, así que se merecía el cien por ciento, y no había hecho nada para merecer confianza. Sin

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embargo. ¡Ouch! Los amigos de su amante habían sido anfitriones de una intervención para sacar a Sienna de su vida. Una de las manos de Paris se deslizó hacia atrás, alrededor de su cintura, sus dedos alrededor de la empuñadura de su daga. Él iba a hacer saltar un fusible, pensó ella, y no lo quería en guerra con sus amigos por su causa. Ni ahora, ni nunca. Así que, sí, se iba. Más temprano que tarde. Se le contrajo el pecho, anunciando las afiladas lanzas de dolor de un corazón roto. No importaba, sin embargo. Se quedaría un día más con él. Sólo uno. Entonces, adiós para siempre. —Paris —dijo ella, haciendo todo lo posible para ocultar el dolor. Él se dio la vuelta, el azul eléctrico crepitando con tanta furia, las sombras bailando maliciosamente a través de sus profundidades. Suavemente dijo: —Sube a la azotea conmigo —y se lo indicó con un gesto—. Necesito practicar mi vuelo —la verdad y la razón por la que no se iba de la fortaleza en este mismo segundo, era que se permitiría a sí misma este día extra con él. Tenía que estar preparada para cualquier cosa. Y, sí, quería despedirse como corresponde, en la cama—. No hay necesidad de preocuparse por las enredaderas allí. Las gárgolas se las comieron hasta dejar las paredes limpias, y el rastro de la sangre de William está en la balaustrada exterior, lo he comprobado, por lo que las Sombras tampoco nos molestaran. —Mis amigos son... ellos necesitan... —él estaba arrastrando oxígeno con tanta intensidad que sus fosas nasales flameaban. —No, no lo hacen. No vas a estar enojado con ellos sobre esto —una orden que ella no era capaz de cumplir, pero de la que iba a pasar. —Sí, lo estoy. Detrás de él, Viola transmitía la conversación que solamente ella y Lucien podían oír, claramente emocionada de ser el centro de atención. Sienna la desestimó. Sólo importaba Paris en estos momentos. Con más fuerza, dijo: —Paris, no estoy ofendida por esto —estaba devastada—. Ahora ven aquí. Necesito una animadora, y estoy pensando que realmente te verías muy bien con una falda, sosteniendo pompones. Él no esbozó una sonrisa. La ira pecaminosa y malévola todavía tenía un férreo control sobre él. Así que, realmente, sólo había otra cosa que hacer.

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—Atrápame —dijo, corriendo hacia él. Él nunca se perdonaría a sí mismo si peleaba contra sus seres queridos. —No, no te acerques a mí mientras estoy… así. Hump. Se había lanzado hacia él. Esos brazos fuertes, efectivamente la atraparon, envolviéndola y sujetándola como cadenas. Los temblores vibrando de él y dentro de ella. Actuando con rapidez, le mordió la oreja. —Si les haces daño, bañarás de sangre las paredes de mi castillo, y bueno, más sangre, y realmente estaré muy molesta —sólo una vez antes había usado las artimañas femeninas, y fue la primera que se vieron, cuando se conocieron. Ahora, ella levantó la cabeza lo suficiente como para que él le viera el rostro, y ella bateó las pestañas—. Por favor, ven conmigo a la azotea. Por favor. Él la miró durante un largo rato, en silencio, hasta que finalmente se relajó. Le dio un beso directamente en la boca, saboreándola atrevidamente, tentando, antes de salir caminando con ella todavía sujetada en sus brazos. —Mis ojos —se quejó Anya—. ¡Oh, mis ojos! —Creo que hemos cometido un enorme error —dijo Lucien gravemente. Paris nunca miró hacia atrás y tampoco lo hizo Sienna.

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CAPÍTULO 43

En el momento que Paris subió a la azotea, sintió el mal esperando para atacar. Gracias a la sangre de William, las Sombras no podrían alcanzar el interior del castillo o pasar la balaustrada, tal como había dicho Sienna, pero lo que le esperaba no era exactamente una Sombra. El deseo no formaba parte de la acción que se avecinaba, Sexo se retiró más rápido que nunca. Palmeó las dagas de cristal –no, la daga, el sólo tenía una ahora-. Paris colocó a Sienna detrás de él. El cielo era una tira de terciopelo negro sin los picotazos de las estrellas, la luna un broche con las esquinas rojizas, igual que anteriormente. La humedad se aferraba al aire, cálida en zonas, fría en otras. Ya sea que Sienna también sentía la amenaza, o que pensaba en no distraerle. Permanecía en silencio. Dirigió la mirada hacia arriba, posándola en un parche oscuro de ónix, y mierda, otro parche oscuro y otro, deslizándose hasta unirse, fusionándose, alargándose… hasta que tuvo delante a un hombre cubierto de oscuridad, la niebla como un velo frente a él. Sienna jadeó. De fascinación o terror, no estaba seguro. El tío era guapo, si te gustaban los asesinos en serie, con fríos ojos negros, luciendo más músculos incluso que Paris y hombros lo suficientemente anchos como para acabar con toda la primera línea de defensa en un partido de fútbol americano. Paris se agazapó, una serpiente enroscada lista para lanzarse y morder. El colega había cometido un error, ahora se aproximaba. Desde que Paris se había metido en esa intervención y se dio cuenta de que sus amigos seguían abriendo fuego para que él se deshiciera de Sienna, la furia había sido una marejada por dentro.

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Entendía sus razones. Lo hacía. Y no podía culparles. Pero hacer lo que habían hecho sin tapujos, sólo para hacerle daño, estaban llevando las cosas demasiado lejos. Ordenó a la daga de cristal que se convirtiera en un arma capaz de matar a esa criatura e inmediatamente se convirtió en… ¿Una linterna? Alguien representaba, juah, juah, juah, a Debbie Downer 6, porque en serio. Más o menos parecía que iba a un tiroteo con, bueno una maldita linterna. El Hombre Sombra se echó a reír, el sonido repugnante y sin alegría. —Sé lo que te cuestionas. Puedo pasar por alto la sangre, sí. Y lo haré si tengo que hacerlo. Mis fantasmas se alimentan de los inmortales, y esto es en pago por vuestro alojamiento. Sin embargo, ahora convivís con el Señor de la Oscuridad, su enemigo, y guarda a mis chicos de su cuota. Eso es inaceptable. Cuando se calló, se enfrentaron. Paris, hizo girar la linterna en la mano. —¿Eso es lo único que tienes? ¿Huh? —Era una provocación para ganar tiempo y que Sienna pudiera retirarse al interior. Esperaba que ella lo entendiera, pero no escuchó las pisadas, no oyó el portazo. —Si te muestro lo que tengo, sería la última cosa que vieras. —Pruébalo. Así ellos estuvieron el uno sobre el otro, una coreografía sacada directamente de la Guerra de las Galaxias. Raro que ambos conocieran los movimientos. Paris utilizaba la linterna como un sable de luz, haciendo girar el haz dorado mientras contorsionaba el cuerpo a izquierda y derecha para esquivar el deslizamiento de esas alas brumosas. Finalmente, contacto. Cuando la luz se hundió en la pierna del Hombre Sombra, se produjo un chisporroteo, una subida de vapor, y el gran hombre lanzó el alarido de un pelotón de fusilamiento, su ira como pequeñas balas que se arrojaron contra la mente de Paris, lo que le hizo tropezar. Ese tropiezo le costó. Una de las alas oscuras se extendió y le golpeó el brazo con tanta fuerza que perdió el agarre de la linterna. Después de todo, no era bruma. A continuación el gran cuerpo lo tragó, envolviéndole. Gritos, miles y miles de alaridos, hicieron eco alrededor. Tan fuertes que los tímpanos se le reventaron y la sangre caliente se derramó por los lóbulos. Liberó un bramido propio, se tapó las orejas y cayó de rodillas. Las hormigas se paseaban por él, sin duda comiendo carne, arrancando, consumiéndole bocado a sabroso bocado. 6 Personaje de ficción del programa Sturday Night Live. El nombre es un argot de una frase que hace referencia a alguien que con frecuencia suma las malas noticias y sentimientos negativos a una reunión, con lo que afecta el estado de ánimo de todos los que le rodean. (N.T.)

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Sonó otro alarido de un pelotón de fusilamiento, e instantáneamente la oscuridad le abandonó. Le tomó un momento orientarse, y lo que vio le provocó ganas de vomitar. El Hombre Sombra estaba a unos metros de distancia, y Sienna lo mantenía alejado con la linterna. Sus bocas se movían, pero Paris no podía oír lo que decían. Hasta que… Boom, los tímpanos sanaron y recuperó el volumen con una explosión de ruido. —…cuántos estás dispuesto a conformarte para… consumir? —Estaba diciendo Sienna, tratando de no revelar su disgusto. —Cinco. Un día. —¡Jamás lograste cinco antes! Uno —le espetó—. Una semana. —Tres. Un día. —Tres. Una semana. Un momento de silencio antes de que el Hombre Sombra asintiera con la cabeza. —De acuerdo. El primer pago se abonará hoy. —Sí, pero sólo si todos nosotros, los Señores, sus parejas, los bebés, los inmortales y yo, estamos seguros, no importa a dónde vayamos en este reino o lo que hagamos. Otro momento de silencio, otro asentimiento. —Por lo tanto el acuerdo esta hecho. Pero lo mejor es que te des prisa, mujer. Podría cambiar de opinión antes de que la primera cuota se entregue. —Con eso, la bruma oscura adelgazó, se rompió y se disolvió por completo. Sienna corrió al lado de Paris, y cayó de rodillas, acariciándole hacia abajo, comprobando las lesiones. —¿Estás bien? Él bajó la cabeza. No la había protegido, no la había ayudado. Ella había tenido que salvarle. La había defraudado de todas las maneras. ¿Qué tipo de guerrero era? —Lo siento, cariño. —¿Qué? ¿Por qué? —Le entregó la linterna. Un rápido mandato mental y la daga de cristal retornó. Se la guardó en la cintura. —Te defraudé. Podrías haber sido herida. —Y Zacharel le había advertido acerca de ello, ¿no? El temperamento de Paris le superaría y haría daño a su mujer. Pensó que quería decir que la golpearía, lo cual sabía que nunca sucedería. Pero, no.

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El ángel le conocía muy bien. El mal genio le descentraría, y permitiría que otros pudieran dañarla. Sí. Bien. Eso no volvería a ocurrir. Tenía que mantenerse estable, no importa qué diablos tuviera que hacer. —Paris, nunca me has decepcionado —dijo con sentimiento. Sí, lo había hecho, pero lo dejó por ahora. Los músculos de los muslos le ardían de puta madre, mientras se ponía de pie. La ayudó a hacer lo mismo. En el interior del castillo, la empujó en un rincón, comprobó la única ventana de la pequeña sala para asegurarse de que la sangre de William todavía estaba extendida por encima –lo estaba- entonces le ahuecó las mejillas. —Espérame aquí, ¿vale? Tengo que decirle a Lucien que nos encuentre a tres aceptables, uh, comidas. —No tienen que ser inmortales —dijo—. Finalmente reconoció que los inmortales tienen mejor sabor, pero cualquiera servirá. Entonces Paris supo exactamente a quién utilizar. La última vez que había mirado, había Cazadores encerrados en las mazmorras de Budapest. —¿A quién… —No te preocupes por eso. —Si ella conocía a los hombres, bueno, no estaba seguro de cómo iba a reaccionar—. De hecho, ¿por qué no vas a nuestra habitación en vez de quedarte aquí? Me reuniré contigo en un momento. ¿De acuerdo? —La besó antes de que pudiera responder, y la dejó allí. No le llevó mucho tiempo localizar a Lucien. El guerrero se encontraba todavía en el salón de baile, y cuando vio a Paris pidió disculpas con todo su cuerpo, sus ojos desiguales llenos de pesar. —Hablaremos sobre la intervención más tarde. Ahora necesito que hagas algo. Le explicó lo que necesitaba, y el guerrero fue “visto y no visto”, desapareciendo y volviendo unos minutos más tarde con un Cazador agarrado en cada mano. Los humanos eran más fáciles de transportar que los inmortales. Los hombres, ambos de unos treinta y tantos años por su apariencia, estaban sucios, débiles y sin ganas de luchar. Paris se hizo con ellos y Lucien volvió a por un tercero. Tal vez esto debería pesarle sobre los hombros, pero estos hombres habían sido capturados al intentar matar a sus amigos y sus amadas. Habrían cortado los cuellos a las mujeres sin dudarlo un instante. Tenían lo que se merecían.

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Cuando Lucien regresó, ellos los acarrearon por las escaleras y volvieron a la pequeña sala. Sienna no se había movido una pulgada, y Paris maldijo entre dientes. Pero ella no dijo nada cuando vio sus cargas, a pesar de que su boca se abrió como si tuviera mucho a lo que dar rienda suelta. Solo miraba con los ojos muy abiertos, mientras Lucien y él subían a la azotea. —Espera —le ordenó, cerrándole la puerta en las narices. No quería que ella viera lo que iba a suceder. Lucien y él se acercaron al borde y miraron hacia abajo. Un montón de tiempo en el aire antes de llegar a las rocas y empapar la tierra de sangre. Daba igual. Aún así no se iba a sentir mal. Pero se preguntó, una vez más, si Sienna conocía a los tipos. Si entendería el porqué los habían escogido. Si comprendería que iba a usar la información que ella le había dado para encontrar a más Cazadores, para traerlos aquí y utilizarlos de la misma manera, durante el tiempo que fuera necesario. —Déjales caer —una voz sin cuerpo que ahora reconocía, sonó sobre un viento repentino. Sólo entonces los Cazadores comenzaron a luchar. Paris y Lucien compartieron un momento de “oh, mierda” antes de empujarles por encima. Las Sombras inmediatamente se lanzaron desde el cielo, rodearon a los hombres, los capturaron, y luego los devoraron. Gritos, más llenos de dolor que los que había oído mientras estuvo dentro del Hombre Sombra, rasgaron la noche. Luego, silencio. —Y el acuerdo está sellado —proclamó otro viento—. Estáis a salvo. Por ahora. No estaba seguro de poder confiar en la Sombra, pero Sienna habría detectado la mentira, así que tendría que pasar. —Gracias —le dijo a Lucien. —De nada. —Una pausa, un suspiro—. Escucha. Siento lo que pasó y hablaré con los demás. Nunca me gustó lo que te estábamos haciendo, como te presionábamos, y me aseguraré de que tu mujer sea respetada. Ella es a quien quieres y es a la que tendrás. Se le hizo un nudo en la garganta. —Gracias —repitió. Lucien le incrustó una mano en el hombro y le dio una palmadita cariñosa con más fuerza de lo que probablemente se dio cuenta, antes de desaparecer. Mientras salía, Sienna entraba. —¡Hey! —dijo ella, la expresión en blanco. —¡Hey! —respondió. Turbación, aprehensión, sí, los sintió. —¿Así que la cuota se ha pagado?

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Él asintió en silencio. —Bien. Vi sus pecados. Esos hombres eran horribles, habían hecho cosas terribles. Ira quería atacarles. ¿Eso era todo? ¿Esa era su reacción? ¿No iba a hacerle preguntas, ni a castigarle? —Te amo —dijo. No pudo contener las palabras. No había manera de ocultar la verdad por más tiempo, ni siquiera a sí mismo. Se quedó boquiabierta. Esos hermosos ojos almendrados estaban una vez más esmeraldas, el marrón completamente eclipsado. Pertenecía a esta mujer más de lo que había sido de otro. Tanto que moriría por ella. De buen grado, con alegría. Era la apropiada para él. Lo hacía feliz. Lo relajaba, lo excitaba, lo desafiaba. —Yo… yo… Círculos gemelos de color rosado aparecieron en sus mejillas. La excitación, tal vez. Al menos, eso esperaba él. —No, no digas nada. —Le hizo un gesto y dijo con voz ronca—: Ven aquí. Se tambaleó hacia él, y la atrajo hacia sí para abrazarla. Respirando profundamente, bebió su aroma tropical, dejando que le marcara, le reconstituyera. No había nadie ni nada que le arrebatara a esta mujer. Era suya. Ahora y siempre. Él colocó el más dulce de los besos sobre el salvaje martilleo del pulso en la base de su cuello. —Vamos a practicar tu vuelo, ¿de acuerdo? —Va… vale. Ella le amaba, tenía que corresponder a su amor. Si no lo hacía, la seduciría, la cortejaría y la atraería hasta que lo hiciera. La batalla más importante de mi vida. La apartó y pasaron las siguientes horas trabajando en el despliegue de sus alas adecuadamente y lo suficientemente rápido para así conseguir levantar los pies sobre el suelo. Jamás había volado él mismo, repetía las cosas que Aeron le había contado, las cosas que había aprendido simplemente al contemplar al guerrero, y estaba feliz al notar que Sienna progresaba. Pero mierda, sabía que había mucho que él desconocía. Finalmente, Sexo salió de su escondite, disfrutando del contacto, incitando a Paris para llevar las cosas al siguiente nivel. «Todavía no. Esto es demasiado importante». «Me dijiste “a menudo”».

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«Y has estado recibiendo a menudo, estúpido de mierda». —Ella nunca aprenderá a mantener el vuelo de esa manera. —La voz masculina familiar. Detrás de él. Paris no se molesto en darse la vuelta. —¿Qué sugieres? —Estaba dispuesto a aceptar las sugerencias en esto, y nada más que en esto. Zacharel se acercó, acariciándose la barbilla rasurada con los dedos. —Sólo puedo enseñarla de la forma en que me enseñaron a mí. Debe colocarse en el borde del tejado y desplegar las alas tanto como pueda conseguir. —¿Y si me caigo? —jadeó—. No seré capaz de alzarme en el aire. —No te caerás —dijo el ángel, y el tono de verdad en su voz fue tan convincente como siempre. Sienna miró a los ojos a Paris, y él asintió. Volar era importante. Planear algún día podría salvar su alma. Porque sí, tal y como las Sombras habían demostrado, incluso las almas podían ser derribadas. Tragando saliva, ella pasó junto a él. En el momento que sus dedos se arrastraron sobre los suyos, él los agarró, uniendo sus manos y decidido caminó con ella. Su temblor aumentaba con cada paso. —Miedo a las alturas, cariño —preguntó, al llegar al borde. —No debería tenerlo, pero hay un largo camino hasta abajo. —Está todo bien. No dejaremos que te pase nada. Prometido. —Paso atrás —ordenó Zacharel, y aunque reacios a cortar el contacto, Paris obedeció—. Ahora, estira las alas —dijo el ángel a Sienna. Esas alas de terciopelo negro, extendidas en toda su longitud eran preciosas de una manera que él nunca antes había notado. Un profundo y rico púrpura veteaba el negro, se arremolinaba en el centro y se extendía hacia las puntas. —Excelente. Ahora, trata de no dejar que la siguiente parte te asuste. —Sin ninguna advertencia, Zacharel la empujó fuera de la cornisa. Ella dio un grito horrorizado mientras caía desde el tejado, hacia abajo… abajo… —¡Nooooo! —A Paris se le hundió el estómago, mientras se abalanzaba hacia delante, es decir, para sumergirse detrás de ella. El ángel le detuvo con un gancho directo en la mandíbula, le propulsó hacia atrás. Sexo gimió por el dolor que le estalló en la cabeza, pero se negó a retirarse, se negó a ocultarse.

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—¡Dijiste que no se caería! —gritó Paris mientras se ponía de pie, con la intención de intentarlo de nuevo. Iba detrás de ella y eso era todo. —No cayó. La empujé. —Si está herida… Zacharel desapareció, reapareció un segundo más tarde con Sienna a su lado. Tenía un tinte verdoso en su piel y cuando se dio cuenta que estaba sobre una base sólida, se encorvó, vomitó, temblaba incontrolablemente. —Tú… bastardo… —lanzó. —Está es la única manera de aprender. —Sin emoción en el tono de voz de Zacharel. Sólo un montón de “¿Qué hice mal?”—. Así es como nos enseñan. Además, eres un alma. Si hubieras contactado con el suelo, dudo que te hubieras abierto el melón. —¡Dudas! —Encuentra el coraje, chica demonio. Da un paso atrás e inténtalo de nuevo. Paris lanzó un gancho de los suyos. La cabeza del ángel se azotó hacia un lado, le goteó sangre de la herida en el labio inferior, pero se limitó a enderezarse y parpadear confundido. —Vuelve a hacer algo así, y acabo contigo. —Paris no esperó una respuesta, sino que recogió a Sienna en brazos y la condujo a su habitación.

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CAPÍTULO 44

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—¿ or qué no te das una ducha y descansas, cariño? —le dijo Paris mientras ponía a Sienna en su cama—. Regresaré en unos minutos. No tenía ni idea de lo que estaba planeando o a dónde iba, pero asintió. Podría disponer de un poco de tiempo a solas. Ahora tenía el ritmo cardíaco a una velocidad de récord mundial. Él le besó la frente y salió, dejándola dentro. Una ducha, sí, eso es lo que necesitaba. Después de todo, prácticamente se había hundido en una muerte segura, incapaz de obligar a las alas a funcionar, y la única razón por la que había sobrevivido era porque el ángel que había tratado de terminar con ella, la había cogido segundos antes de estrellarse. «Castigar», dijo Ira. Era la primera vez que Ira había querido herir al ángel. Ya sea porque hubiera tomado el empujón como algo personal o porque su hambre había vuelto. De camino al cuarto de baño, se dio cuenta de que Viola había traído algo para ella. Un anillo descansaba en la mesita de noche, con solo una enorme piedra amatista en el centro. Bien. Sí. Bien. No se le rompió el corazón. El agua caliente la relajó un poco, pero no tenía ganas de quedarse. Se puso champú en el cabello, se enjabonó, enjuagó y secó con la toalla. Unos cinco minutos habían transcurrido. ¡Qué día! Y, sin embargo, a pesar de la experiencia cercana a la muerte, tenía la sensación de que, cuando mirara hacia atrás, este sería su día favorito para siempre. Paris le había dicho que la amaba. No devolver la respuesta casi la había destruido, especialmente cuando él había trabajado con ella, sus manos deslizándose a lo largo de las alas, acariciando, pero

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firmes, cuando le enseñó lo que sabía sobre volar. Pero ella lo iba a dejar mañana, para no volver jamás, nunca lo volvería a ver, y bien, sí. No salir de aquí. Cuando salió del baño, lo vio sentado en el borde de la cama, frente a ella, los codos apoyados sobre las rodillas. Tenía una expresión que nunca había visto en él antes, una de tanta ternura que brillaba intensamente y las rodillas casi se le doblaron. —Ven aquí —dijo. Dejo caer la toalla, desnuda y brillante, obedeció sin vacilar, haciendo una pausa entre sus piernas extendidas. Sus grandes manos se asentaron sobre las caderas, sus pulgares ásperos sobre la cintura. Ella se estremeció. —¿A dónde fuiste? —ella enterró los dedos en su cabello, adorando las hebras suaves, que crecían y caían. —Solo al pasillo. Iba a perderme, y no quería que lo vieras. Perforé unos cuantos agujeros en la pared. Ahora sólo quiero abrazarte durante un minuto. ¿Vale? Siempre. —Sí. Él tiró de ella más de cerca, sus brazos apretándose alrededor, y luego le apoyó la cabeza justo encima del pecho, su cálido aliento haciendo un sendero sobre la piel, la oreja pegada al latido del corazón. Se quedaron así durante un buen rato, hasta que ella se estremeció con la necesidad de tocarlo, de estar con él por completo. Él debió haber sentido su deseo, porque la instó a avanzar, soportando más peso, y más, hasta que estuvo en posición horizontal y encima de él. Luego giró el cuerpo de ambos hacia un lado, colocándola delante de él y enroscándose alrededor de ella, de modo que la acunó. Su pecho contra la columna vertebral, su erección presionándose entre los glúteos. —Déjame amarte —le susurró—. Quiero llenarte, moverme dentro de ti y correrme dentro de ti. Quiero estar muy profundamente dentro de ti, cariño. Tan malditamente profundo. —Él arrastró su mano entre los senos, levantando y amasando la parte superior, rozando el pezón, creando la más deliciosa fricción. —Sí —repitió. El cerebro en una niebla, cada uno de los pensamientos le pertenecían a él, a lo que le estaba haciendo. Él movió su otra mano entre las piernas y encontró el centro de su deseo. —Toda esta miel. Toda mía —un dedo excavó en el hueco entre las piernas y la penetró, y luego otro. Ella se meció con sus movimientos de penetración, arqueándose hacia él. —Me encanta la forma en que me tocas.

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Él le mordió la oreja. Deslizó un tercer dedo en casa. Gemido tras gemido le surgían a través de la garganta, resonando en la habitación. —Dame toda esta humedad, cariño. La quiero toda sobre mi cuerpo, bañándome, empapándome. Ella continuó frotándose... frotándose contra él, perdiéndose a sí misma, feliz de perderse, sin querer ser encontrada, desesperada por permanecer aquí, con él, siempre, perdida, tan perdida. —Tan perfecto. Más. Ella apretó los párpados, los oídos recogiendo los sonidos que antes había pasado por alto. El roce de su aliento, cada vez más y más rápido. El movimiento de sus caderas contra las sábanas, el lento machacar de carne contra carne. —Paris. —Voy a hacértelo tan bien —su voz fue gutural, casi completamente animal—. Estaré dentro de ti, te tendré en mi garganta, tu sabor en mi boca. Y vas a darme la bienvenida en tu interior, ¿no es así? —Oh, sí. Por favor, sí. Él quitó los dedos, y ella gritó, su desesperación por él fuera de control. Cómo conseguiría todo lo que quería, ella no lo sabía, pero al menos no estuvo vacía por mucho tiempo. Él le levantó las rodillas, le separó las piernas, y sin una pausa, deslizó sus caderas y la penetró tan profundo como le había prometido. Ella volvió a gritar, esta vez de alivio, ensanchada y llena, y casi loca por la necesidad de más. Él se movió en ella, mientras con sus dedos húmedos -húmedos de ella- le trazó los labios, y luego se los deslizó dentro de la boca. —Chúpalos. Y ella lo hizo, oh, lo hizo, probándose a sí misma, un acto erótico nuevo para ella, pero tan malditamente excitante. Los envolvió, los chupó como él ordenó, y los mordisqueó. Entonces sus dedos se fueron, le inclinó el rostro y su boca ya estaba presionando contra la suya, su lengua lanzándose en el interior, tomando el sabor de ella dentro de sí mismo Todo el tiempo penetrándola, tan, tan profundo, entonces se salió casi por completo, y luego tan, taaaaan profundo. Esto era más que sexo, se lo decía la intuición, era una unión, un apareamiento. Él estaba totalmente sobre ella, dentro de ella, y ella estaba totalmente sobre él, dentro de él. Este hombre... oh, este hombre. Ella no podía conseguir suficiente, nunca sería suficiente. —¿Dónde estoy? —la preguntó de pronto. Sus embestidas cada vez más frenéticas, golpeando en el interior más duro, más duro.

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—Aquí —un gemido de pasión—. Conmigo. —¿Dónde estoy? —Totalmente sobre mí. Dentro de mí. —Sí. Así es. Totalmente sobre ti. En ti. Soy tuyo y tú eres mía. —Él se sumergió de nuevo en otro beso para robarle el alma, quebrantándola, reclamándola—. Te gusta esto. No era una pregunta, pero ella contestó de todos modos. —Me encanta. —Tantas veces como habían estado juntos, él nunca había sido tan intenso, tan centrado en la propiedad. E infierno, ella lo quería reclamar también. Levantó la mano y cerró en un puño su cabello, sosteniéndolo con fuerza, sin importarle tirar de las hebras. Él siseó. Entonces ella arqueó las caderas hacia atrás, y con fuerza esta vez, se estrelló contra él. Ambos gimieron de felicidad. Ella se acercaba cada vez más a la liberación, y él estaba allí con ella. —Tómame, cariño. Toma todo de mí. Sí. Eso es, todo. Ya sabes la forma. La presión construyéndose, aumentando, consumiéndola. Sólo un poco más... —Paris. Una estocada más dura, y ella ya estaba disparándose hacia las estrellas, el placer inundándola en un torrente, una tormenta. Sus paredes interiores se cerraron en torno a él, aferrándolo, haciéndole saber que ahí era donde él pertenecía, que estaba bien, que ellos estaban bien. Él le dio la vuelta sobre el estómago, presionando la cara contra la almohada, y la penetró más fuerte, más rápido. Un rugido brotó de él, tan duro como sus estocadas, y él la llenó, más, más, más y un poco más. Y ella estuvo allí con él, lanzándose a un segundo orgasmo, que la hizo volar más alto, cada vez más alto. Cuando regresó a la tierra, parpadeó abriendo los ojos. ¿Se habría desmayado? Debió hacerlo, ya que Paris estaba a su lado, ella frente a él, pero no recordaba que la hubiera movido. Respiraba trabajosamente, así que creyó que no había pasado mucho tiempo. Él había tirado la sábana sobre sus cuerpos y la miraba de reojo, como si quisiera memorizar sus rasgos. —Quiero irme contigo —dijo—. A donde Cronus no pueda encontrarte. Donde nadie pueda hacerte daño. El corazón le dio un vuelco. Nadie -significaba, sus amigos. —Te lo dije. No quiero que estés enfadado con nadie por mi culpa.

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—Te faltaron al respeto. —Y yo lo merecía. —¡No! —él tiró un puñetazo en la cabecera, y los fragmentos de madera cayeron —. Yo te dije que no hables así. Y la próxima vez que lo hagas, te pondré sobre mis rodillas. Ellos no son perfectos, ni uno solo. Todos hemos hecho cosas. Cosas que avergonzarían a los criminales más endurecidos. —Bueno, ellos se han reformado. —Al igual que tú. No estoy diciendo que vaya a dejarlos para siempre. Les quiero. Los necesito. Sólo quiero darles tiempo para aceptarte. Y para que lo sepas, si alguna vez yo tratara a sus mujeres de la forma en que ellos te han tratado a ti, tomarían represalias. Ella tenía que cambiar de tema. Tenía. Que. Hacerlo. Él estaba derritiendo su determinación. Siendo lo que necesitaba, diciendo cosas tan maravillosas. Y él las creía. Su tono todo seriedad. —Ocultarme de Cronus —dijo—. No creo que eso sea posible. Él se relajó poco a poco. —Existen medallones. Nos ocultarán de él y de todos sus seguidores. Él nos los dio una vez, y luego nos los quitó. Puedo robar uno. ¿Y enfurecer a la bestia, poniéndose en peligro eternamente? —No. Tengo que hacer esto, Paris. Tengo que ir con Galen, y Cronus me llevará. Tengo que hacerlo —concluyó ella sin convicción. Por ti, por mí. —¿Eso es todo? —La ira volvió a sus ojos eléctricos—. ¿Ni siquiera has pensado en ello? ¿En la idea de que mi enemigo respire el mismo aire que tú, me impulsa a cometer un asesinato? Su propia ira también se provocó. —¿Cuando se trata de ponerte en peligro? ¿Cuando se trata de asegurarme de que sobrevivas? No hay nada que pensar. Él se calmó, pero sólo ligeramente. —Lo mismo me sucede. No te quiero en peligro. Nunca. Y piensa en esto. Me perderé sin ti. Sí, sé que soy el rey de la manipulación, por jugar con tus emociones, pero haré cualquier cosa para conservarte. Mataré. Mentiré. Traicionaré, engañaré y robaré. Derribaré montañas. —Paris, yo… Él no se detuvo.

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—Toda mi vida he luchado y jodido con cualquiera, y pensé que era feliz hasta que me lo estropeaste, y un día desperté y me di cuenta de que simplemente había existido y lo había aceptado. Y es posible que hayas conseguido llamar mi atención a través de mi demonio, pero la mantuviste por ti. Podría tener a cualquiera ahora mismo, y no, no es mi ego, es sólo yo diciéndote que ahora Sexo sabe que estoy comprometido, me está poniendo duro por todas las mujeres de este maldito lugar, o lo estaba, y volverá a hacerlo, pero yo no las quiero y no voy a tomarlas. Cuidado chica. Este hombre, este hombre que amaba, podía hablarle de cualquier cosa. Pero no podía pasar el resto de la noche con él. Tenía que abandonarlo. Tenía que irse ahora. El conocimiento la destrozaba. —Sienna, cariño. Sé que me estoy imponiendo. Sé que estoy presionando demasiado. Sólo... dame algo de tiempo, ¿de acuerdo? Vamos a resolver esto. Hay una solución, tiene que haberla. Confía en mí. Había tantas piezas de ella, rotas, dispersas, que nunca volverían a unirse. —Lo hago —le dijo con voz ronca—. Confío en ti. —Era verdad, pero no la detendría. —Bien —él debió haber asumido que ella había accedido a darle tiempo. No lo sacaría de su error. —Ahora, quiero que me escuches. ¿Te acuerdas cuando te dije que no permitieras que nadie oliera tu sangre, que te limpiaras inmediatamente si fueras herida? —Esperó a que ella asintiera antes de continuar—. Eso se debe a que Cronus te ha alimentado con ambrosía. Tu sangre es una droga para los inmortales y altamente adictiva. —Eso no es… —Sí, no había razón para terminar la frase. Cualquier cosa era posible. Que ella viviera -como un muerto andante- era prueba de ello. La amargura se levantó, uniéndose a la ira y la desesperanza—. ¿Cómo lo hizo? ¿Por qué lo hizo? — mientras hablaba, supo la respuesta a esto último. ¿Por qué? Porque sería más fácil "seducir" y controlar a Galen. Así es como mantendría su interés. ¡Cómo se atrevió a hacerle esto! Ella hirvió. ¡Cómo se atrevió a convertirla en una... una... droga andante! «Castigar... CASTIGAR». Sí. Ella castigaría. ¿Eso le impediría hacer lo que fuera necesario? No. No cuando la vida de Paris estaba en juego. Pero, oh, ella y Cronus ajustarían cuentas algún día. Ira gruñó su aprobación.

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Bruscamente, Paris dijo: —Siento lo que pasó, cariño. Ojala pudiera volver atrás, detenerlo. Conmovedor... —¿Hay una manera de curarme? —No que yo sepa. Ella se inclinó hacia Paris, apretando los labios contra los suyos. Se dio cuenta de que él quería continuar la conversación, pero se centró en el beso, aceptado la lengua, como si fuera su derecho -y así era. Mientras estaba distraído, ella alcanzó el anillo que Viola le había dejado. Deslizó el metal en el dedo medio. Las lágrimas quemaron detrás de sus ojos. Hazlo. —Sienna —dijo Paris. Él le tomó la barbilla, como le gustaba hacer, tan gentilmente como si fuera un tesoro precioso al que no podía soportar hacerle moretones—. Háblame. Dime lo que estás pensando. Por favor. Hazlo. ¡Hazlo! Pero primero, un beso más, sólo uno más. Ella se sumergió de nuevo, llenándose la boca con su sabor especial. Era todo calor y chocolate. Lo que le esperaba era una eternidad de sufrimiento, pero claro, ese era su castigo, ¿no? Por lo que le había hecho antes. Una parte de ella incluso pensó que Ira lo aprobaba, el demonio estaba ronroneando en el fondo de la mente, como había hecho por Olivia, alimentándose de la tristeza de Sienna. Hazlo. Aun así, ella dudó. ¿Estaba cambiando de opinión acerca de esto? No, oh, no. Se estaba convenciendo, se dio cuenta cuando la siguiente idea golpeó. Paris, tenía que exterminar su amor por ella. Él solo tenía que hacerlo. Tenía que olvidar la promesa que le había hecho y vivir. Vivir feliz. Y así lo hizo ella. Hizo lo único que garantizaría que él la odiara. Ella colocó el dedo con el anillo en su cuello, tal como había hecho antes, el día que se conocieron. Su pulso era irregular, errático por la ebriedad. HAZLO. Un trágico: —Lo siento —la dejó cuando golpeó. No debería haber dicho eso. Debió mostrarse fría, sin corazón. Sus ojos se dilataron. —Que… —la comprensión se reflejó en sus iris, incluso estando vidriosos. El líquido había sido inyectado directamente a través de su riego sanguíneo. En lugar de gritarle, de maldecirla, arrastrando las palabras—. No me dejes. No me... dejes... quédate... conmigo... por favor...

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A pesar de que él luchó contra los efectos, no pudo detenerlos, y sus párpados cayeron cerrándose. Sus brazos cayeron a sus costados. Estaba muy quieto, su pecho subía y bajaba de manera uniforme. Le tomó todo lo que tenía salir de la cama. Para vestirse con la ropa que Cronus le había traído, una camiseta de manga larga que se ajustaba alrededor de las alas, pantalón de cuero negro y botas de combate. Se estremeció todo el tiempo, las lágrimas resbalando por las mejillas. Ella agarró dos dagas, y ninguna era de cristal. Esas las dejó sobre la mesita de noche, descansando una junto a la otra. Eran de él. Y podría necesitarlas. Ella ató las armas en las muñecas, las empuñaduras hacia abajo. Un movimiento de los brazos, y las hojas se deslizarían directamente a las manos. Por un momento, cerró los ojos. Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo, canturreaba. Pero eso no hacía desaparecer el dolor ni lo disminuía, o la hacía sentir mejor. O menos culpable. ¿Por qué no la había mirado Paris con rabia al final? ¿Por qué tuvo que ser tan comprensivo? Ella se negó a engañarse. Él vendría tras ella. Tenía que detenerlo. A pesar de que casi se quebró y lloró cuando salió del dormitorio, de alguna manera se recompuso a sí misma y recorrió el castillo. Encontró a Lucien al fondo del pasillo, en la sala que había reclamado para sí mismo. Estaba sentado en una silla forrada de terciopelo, un vaso con algo de color ámbar en una mano, y la otra envuelta en torno a Anya, que estaba encaramada sobre su regazo. Él sintió la intrusión de inmediato, la mirada lanzándose como una flecha directa a Sienna. Puso el vaso en el suelo. —¿Qué pasa? —exigió Anya—. Te pusiste tenso. Cuando registró la presencia de Sienna, él se relajó, en su rostro marcado se fue diluyendo esa mirada de “alguien va a morir estrangulado”. —¿Anya, cariño, harías algo por mí? —le preguntó con ternura, pasando los dedos por la caída de su cabello rubio. —Cualquier cosa, Flores —ella le pasó la lengua por su cuello, tarareando con entusiasmo—. Lo sabes. El puño se cerró en el espesor de su melena y le levantó la cabeza, obligándola a detener el placer. —¿Irías a la cocina y me harías un poco de chocolate caliente? ¿Con crema batida y malvaviscos?

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—Espera. ¿Qué? —Sus labios rojos se retiraron con el ceño fruncido—. Pensé que me querías haciendo algo total y absolutamente extraño a tu cuerpo, y yo estaba cien por cien lista para eso. Chocolate caliente… —Anya. Por favor. Tengo un antojo. Sus ojos se estrecharon. —¿Estás embarazado? —Anya. —¿Qué? Es una cuestión a considerar en estos momentos, teniendo en cuenta a lo que estás dispuesto a renunciar, pero está bien. Mi hombre tiene un antojo. — Anya se fue, quejándose, dejando a Lucien a solas con Sienna y sin darse cuenta. —Drogué a Paris —admitió. Y wow, qué manera de joder las cosas. Con el ceño fruncido, Lucien se puso de pie. —¿Le heriste? —No, no. Por supuesto que no. —Ella se apoyó contra la puerta, sin poder enderezarse—. Cronus quiere que vaya... con Galen... para espiarle, para controlarle. —¿Por qué era tan difícil? Ella había drogado al hombre que amaba, esto debería ser tan fácil como respirar—. Es la única manera de salvar a Paris, y a vosotros, de una muerte segura. Cuanto más tiempo me quede aquí, es más probable que Galen llegue a Cronus y Rhea se apodere de su trono —y sería más difícil dejar a Paris. Su ojo azul se arremolinó sobre ella, hipnotizándola, mientras que su ojo de color marrón pareció estacarla en su lugar. —Podría acusarte de mentir, de decir esto para que entonces nosotros no sospechemos que te reunirás con tu rebaño y compartirás nuestros secretos. La lengua se le espesó con la necesidad de maldecir, pero ella siguió adelante de todos modos. —Sí. Podrías. Y eso está bien, más de lo mismo, pero Paris, él confía en mí y quiere que me quede. Él no me dejaría ir. En el silencio que siguió, se dio cuenta de algo. Ira estaba en silencio ahora, realmente se había alimentado con su dolor y sus acciones, y no se preocupaba por Lucien de ninguna manera. Y también, tal vez ella lo había hecho bien antes y Aeron ya había ganado esta batalla. Tal vez los Señores estaban exentos del marcaje de justicia del demonio. Lo que sea. No importaba. Ella ya no estaría cerca de ellos nunca más, ¿verdad? Ira podía alimentarse de dolor de ella por la eternidad. —Paris vendrá tras de mí —dijo—. Sabes que lo hará. Una ceja oscura se alzó hasta la línea del cabello de Lucien.

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—¿De manera que él pueda tomar represalias por haber sido drogado? —No. Para salvarme de Galen. Sus labios se fruncieron mientras pensaba en sus palabras. —¿Qué quieres que haga? —Detenerlo. —Las palabras fueron fragmentos de vidrio en la garganta—. Tengo que quedarme con Galen, tengo que encontrar alguna forma de controlarle. —He aquí un consejo. Mátalo —sugirió Lucien. Si tan sólo pudiera. —Cronus dijo que no puedo, si Galen muere, vosotros morís también. Es así. Es la única manera —mientras hablaba, enderezó los hombros. La determinación creciendo, convirtiéndola en una roca. Sienna no era débil, y tampoco era una cobarde. No por más tiempo. Haría esto, aunque le costara su propia felicidad. —No dejes que venga a por mí. Mantenlo aquí, y mantenlo fuerte. Así que. Sí. Eso es todo lo que vine a decir. Una larga y tortuosa pausa mientras él consideraba sus palabras. —Sabes lo que estás pidiendo, ¿verdad? —Sí. —Para enmascarar el nuevo torrente de lágrimas, se miró los pies calzados con botas—. Eres un buen amigo para él, y me alegro —se atragantó de nuevo—. Me alegro de que os tenga. Cuida de él, Lucien. Si alguna vez consigo información que puede ayudaros, la haré llegar de alguna manera. Confíes o no en ella, pero estará ahí si lo deseas. —Sienna… —Simplemente... cuidar de él, como he dicho. —No hubo necesidad de abrir la puerta. Simplemente dio un paso atravesándola y se encaminó hacia el tejado. Sólo tenía una última cosa por hacer.

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CAPÍTULO 45

Las alas de Sienna se alzaron correctamente, sin arrastrarse contra el suelo. Los hombros le dolían, pero los dolores punzantes no eran algo que no pudiera manejar. Estaba decidida. Una roca sólida. Inflexible. Haría esto. No flaquearía. Se abrió paso hacia el tejado, la empalagosa oscuridad de este reino envolviéndola una vez más. No había señales de ese tío… o cosa Sombra, pero por supuesto, su cuota de sangre se había pagado y él se comprometió a dejarlos a todos en paz. Si cumpliría o no su palabra, no podía estar segura. Ira había detectado la amenaza en él, sin embargo, las imágenes que el demonio le había disparado a través de la cabeza habían sido borrosas, ensombrecidas, y así, confundiendo a los dos. Nada había quedado claro, por lo que no tenía idea de lo que el tío Sombra era capaz de hacer. Confiaría en él porque no tenía otra opción. En el centro del parapeto, se detuvo y abrió los brazos. No había duda en tomar un respiro. Sin reflexionar sobre lo que podría tener, debería tener o tenido. —¡Cronus! ¡Cronus, yo te convoco! Hubo un destello de color blanco a la izquierda. Con el corazón martilleando, se giró. El ángel Zacharel había tomado forma, hermoso en su gloria celestial, brillando con un aura que latía con energía, aún viéndolo, un escalofrío de miedo le recorrió por la espalda. Su expresión estaba carente de emoción, esas alas de color blanco y oro extendidas majestuosamente, su túnica inmaculada. Ira reaccionó como si acabara de ver a Olivia. «¡Cielo!» —Mi pueblo te necesita, Sienna —dijo Zacharel—. Te lo dije.

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Ella levantó la barbilla. —Y yo te dije que te pusieras a la cola. —¿Por qué hacer eso cuando puedo tomar simplemente lo que quiero? —Si pudieras llevarme contra mi voluntad, ya lo habrías hecho. Él inclinó la cabeza ante su lógica. —Entonces ven conmigo por voluntad propia. Eres la llave para nuestra victoria. Estoy harta de esas palabras. —¿Por qué soy la llave? ¿Cómo soy la llave? —No lo sé. Harta de no recibir respuestas. —Bueno, entonces, no obtendrás la llave. Además, no creo que los ángeles y los demonios puedan trabajar juntos. Hubo un leve ablandamiento alrededor de esos ojos esmeraldas. —Los Altos Señores, como el que tienes dentro de ti, fueron ángeles una vez. Conozco, “conocí” a tu Ira. Una vez, su justicia no fue pervertida ni deformada, sino justa y correcta. —Eso no me hace cambiar de parecer. —¿Dónde diablos estaba Cronus?—. Paris está primero, y esta es mi manera de salvarlo. —Y si Paris no había podido hacerla cambiar de opinión acerca de la actual decisión, Zacharel no tenía ninguna posibilidad. Mientras ella pensaba en ello, él frunció el ceño. —¿Por qué lo amas? —Parecía realmente desconcertado—. ¿Por qué te sacrificas a ti misma y tu felicidad por él? —Él es fuerte. Un resoplido. —Otros son fuertes. Ella se acordó de hacerle lo mismo a Paris, contradiciendo todo lo que él decía. ¿Había sido ella tan molesta? —Es inteligente, generoso, atento, amable, y… —Es un asesino. Aunque entornó los ojos, siguió como si no lo hubiera escuchado.

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—Es protector conmigo, y me hace sentir especial. Cuida de mí. Se sacrifica por mí. —¿Deseas que un sacrificio se haga? De acuerdo. Nombra el precio y te lo daré de inmediato. La esperanza se encendió. —¿Puedes salvar a Paris del destino que Cronus me enseñó? En dos de los futuros posibles, él muere. ¿Puedes salvarlo a él y a sus amigos? —No —respondió Zacharel honestamente, y no debería haberla sorprendido, pero lo hizo—. Las carreteras ya han sido pavimentadas, los vehículos colocados sobre ellas y puestos en movimiento. No hay descanso. Tan real como era la metáfora, la realidad era ineludible. La esperanza se quemó en cenizas y se alejó flotando. —Muy bien, entonces. ¡Cronus! —gritó—. ¡Cronus! Zacharel le rozó la frente con la punta de su dedo. —El rey Titán te ha mentido, lo sabes. Mintió acerca de muchas cosas. A ella se le cortó la respiración, congelándose en los pulmones. —¿Acerca de Paris? —No. Entonces, nada más importaba. —¡Cronus! Él dejó escapar un irregular suspiro de frustración. —Ayúdanos, Sienna. Se avecina una guerra en los cielos. El bien contra el mal. Tú querrás estar del lado del bien. He estado allí, arruinado vidas por eso, pensó. —¡Cronus! —Nunca te mentiremos —le dijo él, flotando cerca—. Y tendrás la oportunidad de vengar las injusticias cometidas contra ti y tus seres queridos. A Ira le gustó mucho esa idea, y se le estrelló contra las sienes para ganar su atención. «No necesitamos hacerlo todo más difícil». La idea de trabajar al lado de los ángeles -esta vez de verdad- era realmente impresionante, y sí, parte de ella quería hacerlo. Pero. Sí, siempre había un pero.

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—Lo siento, realmente lo siento, pero drogué a un buen hombre para hacer esto, y tú no puedes garantizar su seguridad, así que no puedo ayudarte. Zacharel la estudió durante un largo rato, en silencio. Entonces: —Muy bien. Te permitiré irte con el Titán. Cuando me necesites, y lo harás, sólo tienes que decir mi nombre y vendré a por ti. Y la llevaría directamente a los cielos. —Encuentra una manera de salvar a Paris y a sus amigos, y seré tuya. Mira, he aprendido algo en este nuevo mundo inmortal. Todo tiene un precio, una cuota a pagar. Los Señores son la mía. Sus vidas por la mía, o no hay trato. —Muy bien —repitió antes de desaparecer. Una fracción de segundo más tarde, Cronus se materializó delante de ella, y ¡oh!, estaba enojado. Su ceño remarcando líneas en su terso rostro, convirtiendo sus regios rasgos en un gesto siniestro. Al menos había renunciado al ajustado pantalón gótico y los trajes a medida, en favor de su túnica blanca. —¿Me llamaste, y luego me bloqueaste? —le espetó, sus ojos una mezcla brillante de ébano y escarlata—. ¿Cómo me bloqueaste? Al igual que antes, Ira se quedó en silencio, incapaz de ver el pasado de Cronus. Frustrando a los dos. Por mucho que le enfermara las cosas que Ira le había obligado a hacer, había llegado a confiar en su aguda percepción de las personas que la rodeaban. —Yo no te bloquee —respondió con honestidad, las palabras mezcladas con veneno. Odio a este hombre, se dio cuenta. Por todo lo que le había hecho a ella, y todo lo que le estaba haciendo a Paris—. Te llamé para decirte que estoy lista. Quiero ir con Galen. Pero primero... Lentamente, ella se le acercó. Los brazos a los lados, y ella dio una pequeña sacudida. Las dagas se deslizaron en las manos, como había previsto, y el momento en que alcanzó a Cronus, se lanzó en un vertiginoso movimiento, empujándolo hacia atrás contra la pared del castillo, la punta de la daga sobre su yugular. Podría haberla empujado, pero la amenaza pasó tan rápido, que sólo pudo mirarla con sus ojos ampliados de asombro. —Me diste a comer ambrosía, me hiciste ambrosía. Finalmente, la empujó, lanzándola hacia atrás. Sólo agitando frenéticamente las alas, ella pudo evitar volar por encima del parapeto. —¿Y cuál es el problema? —Sacudió una pelusa de su hombro—. Hice lo que tenía que hacer para este trabajo. Tenías razón, no eres lo suficiente atractiva para captar la atención de Galen, y necesitamos su atención.

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Sin disculpas, el muy cabrón. Un día... Él continuó con voz sedosa: —Ahora, permíteme llevarte. Ella parpadeó y sus alrededores cambiaron, de oscuro a claro, de lóbrego a ostentoso. Aturdida, empuñó las armas. Arriba, una lámpara de lágrimas en forma de araña colgada del centro de la madera intrincadamente tallada. A los lados, gruesas cortinas de terciopelo rojo se derramaban sobre las ventanas, por todas partes sillas y poltronas con el mismo material. Un escritorio de palo de rosa, candelabros, mesas de bares con sus bases giratorias de oro. A continuación, una alfombra de lana afelpada con las más hermosas flores tejidas en tonos de piedras preciosas. El aroma de jazmines y madreselvas saturaba el aire. —¿Qué es este lugar? —preguntó. —Este —le respondió—. Es tu nuevo hogar. Ella no iba a llorar. No lo haría. —¿Galen vive aquí? —¿En el reino de Rhea en los cielos? Sí. Por lo general, los hombres ocupan todas las habitaciones, pero muchos de ellos están desaparecidos en la actualidad. — Con pasos ligeros, Cronus cerró la distancia entre ellos. La agarró de los antebrazos y la obligó a mirar hacia él—. En exactamente sesenta segundos, entrarás en esa habitación. —Su mirada se desplazó a una puerta cerrada detrás de ella. ¿Por qué la espera? Pero por otra parte, ¿a quién le importaba? —Muy bien. —Galen no te aceptará así cómo estás, no por mucho tiempo. Apestas a Paris, su enemigo. ¿Y se suponía que debía de convencer al horrible hombre de lo contrario? Fabuloso. —Sólo hay una manera de evitar eso —agregó Cronus. Se le revolvió el estómago y se le helaron las venas. —¿Y cuál es esa? —Ésta. Nunca lo vio moverse. Uno momento Cronus estaba sosteniéndola, y al siguiente la apuñalaba en el estómago. Dolores agudos rasgaron atravesándola, y

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miró hacia abajo con los ojos muy abiertos. La mano de él estaba envuelta alrededor de la empuñadura de una hoja que había clavado en el vientre. Ira rugió ante la injusticia, y en ese momento, el demonio no tuvo necesidad de ver el pasado de Cronus para experimentar el deseo de atacar. «¡Castigar!» —¿Por qué harías... por qué...? —La sangre le brotaba de la boca. Un día, realmente lo mataré. «CASTIGAR. CASTIGAR. CASTIGAR». —Te lo dije. Galen no te habría querido de otra manera. —Cronus dio un paso atrás, llevándose el arma con él. Una vez más no ofreció disculpas por sus acciones. Lo odio. La sangre le empapaba la camiseta, le escurría por la piel. Las rodillas le temblaron y se derrumbó. «CASTIGARCASTIGARCASTIGAR». Cerrando los ojos, avanzó hacia él, una vez más apretando las dagas en las palmas. Él sonrió. —Es imprudente que pierdas la energía que te queda en mí. Te sugiero que te arrastres hasta la puerta que te mostré y te encuentres con Galen. De lo contrario, volveré a por Paris y lo mataré yo mismo. Con eso, la abandonó, dejándola sola y desangrándose lentamente. Telarañas se tejieron alrededor del campo visión. Zacharel tenía razón, pensó aturdida. Cronus le había mentido y traicionado una y otra vez, y como una tonta le había dejado. Había llegado a arrepentirse de sus decisiones. Pero no podía llamar al ángel. Su pretensión se fusionó con la de Ira. De alguna forma, acabaría con Cronus, Rhea y Galen, salvaría a Paris, y le diría al resto del mundo que se jodiera.

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CAPÍTULO 46

Paris se incorporó de una sacudida. La niebla le envolvía la mente, y un gran sentido de fatalidad había fijado su residencia en el pecho. Palmeó el lugar junto a él. Frío, vacío. —Sienna —llamó, pensando que podría estar en el cuarto de baño. Necesitaba abrazarla, saber que estaba bien. Un mal presentimiento se iba apoderando de él. Silencio. —Sienna —en esta ocasión gritó su nombre, y con el eco de la voz, la niebla se disipó y los recuerdos lo inundaron. Sienna lo había dejado. Le abandonó para ir con Galen. Lanzó las piernas por el costado de la cama, haciendo caso omiso a la ola de vértigo. «Necesitarla», dijo Sexo. «Lo sé, la encontraré». —No te levantes —entonó una voz familiar. Lucien acababa de destellar dentro de la habitación. Paris se tensó, hizo todo lo posible por enfocar. Su amigo colocó una silla al lado de la cama, estiró sus largas piernas y entrelazó los dedos sobre el estómago. A pesar de su posición relajada, su cabello oscuro y enredado enmarcaba unos rasgos tensos y unos ojos solemnes. —Tengo que hacerlo. —Paris realizó un rápido análisis del cuarto, comprobando las cosas que necesitaría. Ropa. Botas. Armas. Posó la mirada en la mesita de noche, donde dos dagas de cristal descansaban. Apretó los dientes. Ella estaba allí, sin protección. El miedo le invadió durante un momento, dejó caer la cabeza entre las manos.

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«¡Necesitarla!» «¡Lo sé maldita sea! ¿Crees que no lo sé?» —Ella acudió a mí, date cuenta —dijo Lucien—. Me pidió que te retuviera aquí. Levantó la cabeza y se encontró con la mirada bicolor de su amigo, la furia creciendo tan rápidamente como una marea. —¿Le hiciste daño? Lucien palideció, las cicatrices sobre un lado del rostro parecían destacar. —No. De acuerdo, entonces, vale. —¿Qué le dijiste? —Llegaremos a eso. Al parecer, también acudió a Viola y le pidió a la diosa que se asegurara de que tu demonio estuviera apropiadamente alimentado. Se le endureció la mandíbula. Sienna quería que tuviera sexo con otra mujer. El conocimiento podría haber destrozado a un hombre inferior, y sí, le enojaba y le molestaba, pero entendía su motivación. El bienestar de él por encima del suyo. Era igual para él, que era por lo que iría detrás de ella. Luego encontraría la manera de atarla a él de forma permanente, por las buenas o por las malas. «Ella es nuestra». Sexo podría haber estado un poco reticente al principio, pero ahora estaba totalmente embarcado. «No lo discutiré». Una vez Paris había pensado que sería capaz de dejarla marchar. Había pensado que no podía pedir a nadie que pasara con él veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Había pensado que las complicaciones serían demasiado grandes para superarlas. Bueno, había pensado mal. Cuando se trataba de Sienna, no había nada que no haría, nada que no soportaría… ni obligación que ella soportara. Paris se levantó y se tambaleó. Lucien le siguió. Rotó los hombros, preparándose para la batalla: —¿Vas a tratar de impedirme ir tras ella? —Nada ni nadie me alejará de ella. —Diablos, no. —El guerrero sacó su Glock y comprobó el cargador—. Voy contigo para recuperar a tu chica.

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Sienna se arrastró hacia la puerta. Dejaba un rastro de sangre por detrás, pero finalmente llegó a su destino. Esperaba atravesarla como fantasma. En cambio, se encontró con una resistencia. Una pared sólida. ¡Maldita sea! Alzar la mano y enroscar los dedos alrededor del picaporte fue una gran obra. Ya estaba mareada y débil, pero con cada segundo que pasaba se sentía más de esa forma. Dos cosas la guiaban. El odio por Cronus, Rhea y Galen, y el amor por Paris. Podía hacer esto. Haría esto. Había llegado muy lejos, no se detendría ahora. Gordas estrellas blancas titilaban a través de las telarañas. Le costaba respirar, el aire parecía espesarse cada vez que inhalaba. Picaporte, tirar. Puerta, empujar con el hombro. Las bisagras chirriaron. ¡Sí! Conseguido. Una mano delante de la otra, arrastrando las rodillas. Pasar el umbral. Una mano delante de la otra, deslizando las rodillas. Estrellas, estrellas, tantas estrellas, eclipsando la telaraña por completo. Susurros a unos pocos metros de distancia. Una mujer gimiendo. Un hombre maldiciendo. ¿Galen? —Ayuda… me… —consiguió decir Sienna. Pasos golpeando el suelo. Cada paso haciendo eco. La imagen de unas plumas sobre los tablones de madera. Entonces un hombre rubio y apuesto estaba en cuclillas delante de ella. Apareció, Galen, el hombre del retrato. Estaba con el torso desnudo y cubierto por un vendaje con manchas de sangre. Tenía una espada alzada, como si quisiera golpearla, pero luego vaciló, sus fosas nasales flameaban, sus ojos vidriosos inmediatamente le pasaron por encima. —¿Quién eres? —dijo con voz ronca. Se le aceleró el ritmo cardiaco, lo que provocó que sangrara a mayor velocidad. Tenía la mente como en una nebulosa, imposible de discernir. —Soy… Ira. Cazadora. —¿Y por qué el demonio no estaba disparándole en la cabeza imágenes de los crímenes de Galen? ¿Estaba tan débil como ella? ¿Su fuerza dependía de ella, como a veces la de ella dependía de la suya? Al otro lado, percibió a una mujer de pelo claro en las sombras de un rincón. Sus facciones estaban agarrotadas por la tensión. ¿Era esta Legion, la muchacha que los Señores estaban buscando? ¿La chica qué se había intercambiado para salvar a Ashlyn? ¿La joven por la que Galen había arriesgado la vida por conseguir? «Infierno», dijo Ira con un gemido.

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—¿Por qué estás aquí? —exigió Galen—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? Sienna deseaba haber venido con una historia preparada, le hubiera gustado que Cronus le hubiera facilitado una. Ahora no tenía nada. Ni palabras para calmarlo y convencer a Galen de su lealtad. Por lo menos hasta que ella pudiera defenderse. —Ayuda —fue todo lo que dijo. Legion se arrastró hacia delante. —¿I-ra? No te puedo ver, pero te siento. «Mi infierno». —No te acerques, Legion —ladró Galen y la chica al instante se escabulló de regreso a su lugar. Él jamás apartó su atención de Sienna. ¿Qué le había hecho a Legion para provocar tanto miedo en ella? ¿Qué era lo que planeaba hacer con ella? Daba igual, Sienna no podía permitir que la joven sufriera. Tenía que encontrar una manera de ponerla a salvo. Como si le leyera la mente, él dijo salvajemente: —Ella es mía. Si la tocas, morirás… después de jugar contigo un poco. Sienna le fulminó con la mirada. Tantas amenazas le habían sido lanzadas de igual manera últimamente, que la suya era apenas un ruido sordo. Él se lamió los labios, se inclinó hacia abajo y olfateó. —Hueles muy bien. —Estaba empezando a arrastrar las palabras—. Tan bien. Se quedó inmóvil, una parte de ella quería que él probara su sangre, la otra le repulsaba la idea. Pero ésta era, la manera de controlarle, y por mucho que despreciara a Cronus por todo esto, de repente se sentía muy agradecida. Cuando Galen estuviera bajo el hechizo de la ambrosía, Paris estaría a salvo. Y entonces podría reescribir el futuro previsto, creando un cuarto camino. Como se había prometido a sí misma, mataría tanto al rey como a la reina de los Titanes. No habría encierro, sin piedad. Otra inhalación, un estremecimiento de placer y entonces Galen se sacudió hacia atrás, cayendo de culo. —Fox —gritó, reculando apartándose de ella—. ¡Fox! Maldita sea. Sienna echó mano de la fuerza que le quedaba y se dirigió hacia él. Tenía que conseguir que la saboreara. Extendió la mano ensangrentada. —Fox. —Los ojos se le abrieron con terror cuando se topó con la pared, incapaz de moverse mientras ella se acercaba… se acercaba…

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Unos pasos a la espalda, una mano cerrándose fuertemente sobre el pelo, tirando hacia atrás. Así que era visible para alguien más aparte del dueño de la casa, pensó vagamente mientras perdía las fuerzas. Era evidente que la magia de Cronus había funcionado también sobre los secuaces de Galen. —Mátala —graznó Galen—. Mátala.

Kane sabía que estaba soñando. ¿Por qué si no iba a ver a Amun y Haidee frente a frente a los dos jinetes, con las dagas entrechocando, con gruñidos y gemidos llenando el aire? ¿Por qué la piel de Haidee había cambiado directamente al azul del hielo? ¿Por qué William se abrillantaba las uñas mientras estaba apoyado contra la pared? ¿Por qué una hermosa mujer con una larga melena rubio platino en cascada sobre el hombro y los ojos del más puro lavanda le estaba mirando, frunciendo el ceño y tirando de los grilletes de las muñecas y los tobillos? Infiernos. Tal vez no estaba soñando. Tal vez ella era un ángel. —¿Muerto? —jadeó. Después de todo, había querido morirse, y tal vez, por fin, dichosamente, el alma le había abandonado el cuerpo. Tal vez estaba libre de su demonio. Tal vez estaba siendo enviado a ese reino secreto en los cielos donde el difunto Baden y Pandora residían. Un reino donde los poseídos por demonios iban a pasar la eternidad. Baden, una vez su mejor amigo. Una vez el guardián de Desconfianza. Aeron había pasado un poco de tiempo en ese reino secreto, había hablado con Baden, e incluso con Pandora, que odiaba a todos con una pasión que no se había atenuado a través de los siglos. Aeron se había escapado con su Olivia. Kane, sin embargo, no quiso escaparse. —¿Muerto? —preguntó de nuevo. Mientras hablaba, en la mente la conciencia le destelló un letrero de neón: Mía. La mujer, sin duda la criatura más hermosa que jamás había visto, dijo una sola palabra: —No. —Pero se percibía la fuerza de su voz en todos sus matices. Pura, encantadora y embriagadora. «Mía». Ahora un rugido. Los ángeles no podían mentir, por lo que sabía que ella había sido sincera. Realmente no había capas de verdad en su voz. Así que, si no estaba muerto, estaba vivo. La idea no le gustó. Odiaba que esa belleza le viera así. En sus peores momentos, violado, herido, débil. —Entonces, mátame —ordenó.

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«Mía». Más fuerte que antes. No entendía el instinto posesivo, y no quería entenderlo. Podría desviarle de su cometido. Silencio, opresivo silencio. La calma que precede a la tormenta. Porque, al momento siguiente, Desastre protestó. En voz alta. Gritando y gritando y gritando en el interior de la cabeza de Kane. No, él no estaba muerto. Kane trató de taparse las orejas, y lo consiguió. Se dio cuenta vagamente que le habían liberado los brazos de las cadenas. Eso es lo que había estado haciendo la mujer. Liberarle. —No —repitió ella—. No te mataré. «Mía». «Cállate». Volvió a la teoría del sueño. Esto era un sueño, un sueño, lo que significaba que tenía que hacer lo que él quisiera. —¿No? Acaba. Conmigo. Ella le deslizó las manos por debajo de los hombros y lo empujó hacia arriba, arriba. Sentía su calor, la suavidad de sus palmas. Olió el aroma de pachulí, profundo, rico, almizclado, erótico y terroso. En lo profundo de la nariz, aferrándose a los senos nasales, difundiéndose hacia el estómago, hacia el torrente sanguíneo. «Mía». Un gruñido le fue surgiendo en la garganta, amenazando con derramarse por la boca. Los brazos se le aflojaron y cayeron inútiles a los costados, y sin embargo, también tenía que luchar contra el deseo de alzarlos y agarrarla. Quería posar la boca en la de ella, quería pegar el cuerpo al suyo. Quería… por lo tanto lo tendría. «Mía, ella es mía». La rubia… quien de repente ya no era rubia, sino una preciosa mujer negra… no, una latina sensual… todo en su rostro lo era, con penetrantes ojos oscuros. —No estoy aquí para poner fin a tu vida, sino para salvarte —dijo—. Te llevaré al mundo humano… y a cambio, tú me matarás. Dame primero tu palabra. Desastre dejó de gritar, y se echó a reír otra vez.

Cronus

caminaba solo por la Cámara del Futuro, las emociones se balanceaban sobre el filo de la destrucción. Había buscado por todas partes, pero no encontraba a Rhea. Los Cazadores que había capturado y encerrado estaban

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desaparecidos. Si Rhea los hubiera liberado, él lo sabría. Y Sienna aún no había hecho su trabajo con Galen. Si tenía que arrasar el mundo para salvarse él mismo, lo haría. De una forma u otra, obtendría lo que quería. Dominar el mundo humano. Controlar a su esposa. Perpetuamente. La vida eterna. Era un inmortal, un rey, el más poderoso de su gente… a pesar de que unos cuantos ahí fuera lo hicieran tambalearse. Se detuvo delante de una vasija que uno de sus Ojos había esculpido y pintado hacía mucho tiempo. En ella, la hija de Rhea la odiada Scarlet, la guardiana de Pesadillas, estaba en proceso de cortarle la cabeza. Así que, sí, había dos predicciones sobre su muerte. Dos supuestos asesinos. Dos lugares diferentes, en dos momentos distintos. ¿Por qué? Jamás había sido capaz de desvelar el misterio. Sólo una persona podría matarle, ¿verdad? ¿A menos que Galen y Scarlet trabajaran juntos? Pero la pareja se despreciaba el uno al otro, luchaban en lados opuestos. Prueba: Scarlet recientemente había invadido los sueños de Galen y había convencido al hombre de su propia e inminente caída. Esos sueños habían conducido al guardián de Esperanza a atacar a su marido. Gideon, lo que la había enfurecido aún más. Cronus parpadeó como si una idea le hubiera echado raíces. ¿Puede que la respuesta fuera tan simple? ¿Si hubiera alguna manera de que Scarlet invadiera los sueños del Ojo? ¿Podría mostrarle una falsa realidad? Él y Scarlet habían sido enemigos desde que ella nació, y hacerse daño el uno al otro se había convertido en una especie de juego. Tal vez, pensó. Sí, tal vez. Lo cual significaba que posiblemente fuera el camino correcto. Galen era la mayor amenaza, por lo que tenía que ser encerrado. Sienna ahora sabía exactamente lo despiadado que Cronus podía llegar a ser para conseguir sus objetivos y ella los conseguiría para él. Si fallaba, él cumpliría con la amenaza. Paris moriría. Y él marcaría su tiempo.

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CAPÍTULO 47

Una

suspensión de la ejecución, pensó Sienna, pero sólo porque el guardaespaldas de Galen, Fox, había hecho lo que él no hizo y probó la sangre. Mientras la mujer arrastraba a Sienna fuera del dormitorio y la conducía a una celda en el sótano que ostentaba una larga mesa con un desagüe en el fondo, se había manchado las manos de sangre. Sienna se había asegurado de que ocurriera. Había prometido a Paris que mataría a quienquiera que probara su sangre y haría todo lo posible por cumplirlo. Y cuando la mujer la levantó para colocarla sobre la mesa, captó el dulce aroma a coco de la ambrosía. Lamió, cerró los ojos y gimió en éxtasis. Luego, por supuesto, comenzó la fiesta. Fox cayó sobre ella lamiéndola, mordiéndola. Y cuando terminó, no ejecutó el golpe de gracia, sino que acarreó a Sienna hasta su habitación y la ató en un rincón. Eso había sido… ¿Cuántos días habían pasado? Sienna había perdido la noción. El tiempo pasaba muy lentamente -y sin embargo, con demasiada rapidez- y lo medía sólo por el número de visitas que Fox hacía para su dosis. Las heridas iniciales se habían curado, pero Fox hacía nuevas incisiones, extrayendo más sangre, manteniéndola débil. ¿Qué estaría haciendo Paris ahora? ¿Estaría resentido con ella? ¿La odiaría? ¿Había logrado Lucien mantenerlo en el interior del castillo? Sí. Probablemente. Los Señores habían dejado sus sentimientos hacia ella muy claros, y aprovecharían esta oportunidad para acentuar sus emociones negativas. No vayas por ahí. Es malo para tu salud mental. Además, tenía que hacer planes. ¿En primer lugar? Sacar a Legion de aquí. El segundo, volver y forzar a Galen para que se alimentara de su sangre. Porque no había manera de que él confiara en

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ella después de que se fugara con su mujer, y realmente necesitaba su confianza. No podría matarlo si no pudiera acercarse a él. El rostro aterrorizado de Legion le pasó por la mente. No era la mujer de Galen. Galen la sentía su mujer. Ira se extendía dentro de la cabeza. Al igual que ella, estaba cada vez más débil. Él mismo tenía que alimentarse, estaba desesperado por castigar a alguien, y Galen era el candidato perfecto. Se contoneó en el suelo, para frotarse las muñecas atadas a la pared por detrás de ella. Por desgracia, las alas se interponían. Y tenía una mordaza en la boca, para que no pudiera pedir ayuda. No es que fuera a tenerla. Zacharel extendería la escalera al cielo y la esperaría al ritmo de Do What I Say7. Y eso no ocurriría. La puerta del dormitorio se abrió, y Fox entró pisando fuerte. Llevaba botas de combate, pantalón de cuero negro y un corsé. Tenía el pelo recogido en una coleta, y se estaba lamiendo los labios. Había venido a por un chute. Cayó de rodillas delante de Sienna, le quitó la mordaza y dijo: —¿Me extrañaste? —Y palmeó el cuchillo. Vamos, lucha contra ella. Haz algo. —Eres patética, ¿lo sabías? Galen tuvo fuerza para resistirse, pero tú no. ¿Estás avergonzada? Fox estaba demasiado embelesada por el pulso en el cuello como para responder, y ni siquiera se molestó en comprobar las restricciones, algo que había hecho siempre anteriormente. Entonces, la adicción iba empeorando. Bien. —Apuesto a que no lo estás. Eres demasiado estúpida para… Con un gruñido, Fox bajó la cabeza y se abalanzó. Sienna dobló las rodillas y golpeó la sien de la mujer, lanzándola a un lado. Torpemente Sienna se incorporó, lo que fue difícil de hacer con los brazos atados a la espalda y los tobillos unidos. Por no mencionar el tiovivo que tenía dentro de la cabeza. Con el ceño fruncido, Fox se puso de pie. —Vas a pagar por esto. No sabía lo que haría a continuación, pero entonces, eso dejó de importar. De repente, Legion estaba allí, detrás de Fox, inadvertida… y balanceando una sartén. El hierro fundido se estrelló contra la cabeza de Fox con un fuerte Clang que hizo eco. Los ojos de Fox se ampliaron, se le pusieron en blanco y sus rodillas cedieron. 7 Do what I say.- (Haz lo que te digo). Pertenece al coro de una canción de e ”Disposable Heroes” representado las voces de los altos mandos del ejercito. Al final de la canción el soldado se da por vencido y sin emoción ninguna acepta su destino y su cercana muerte. La letra describe los sentimientos de impotencia y falta de control sobre nuestras propias acciones. (N.T.)

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Legion dejó caer la sartén como si el mango estuviera en llamas y se quedó allí, jadeando, mirando con horror. —Coge el cuchillo y corta la cuerda —ordenó Sienna, tomando el control—. Date prisa, no tenemos mucho tiempo. Temblando, llorando, Legion permaneció exactamente donde estaba. —Sé… sé que estás aquí, pero no puedo… no puedo verte, ni puedo oírte. No. No, no, no. Si Legion no podía verla, Legión no podía tocarla. Sienna intentó todo lo que se le ocurrió para hacerse notar. Todo el rato Ira estuvo dándole golpes en las sienes, desesperado por escapar. Finalmente, no sabiendo que más hacer, ella le permitió tomar el relevo. Por primera vez después de ceder el control al demonio, Sienna fue consciente del entorno, del cuerpo y de la mente. No estaba segura de si sucedió porque ella era más fuerte o que Ira estaba más débil, pero sintió el cambio en la piel, de tersa a escamosa. Sintió afilarse los dientes y alargarse las uñas. Un segundo después, Legion se quedó boquiabierta. —Ira. —Infierno. —La voz de Sienna fue más baja y ronca que nunca. La muchacha se armó de valor para agacharse y recoger el cuchillo, a continuación, acortó la distancia entre ellas. Con las delicadas manos cortó la cuerda a distancia, liberando los brazos de Sienna. El demonio a través de ella requisó el cuchillo. Sin embargo, inclinarse demostró ser un gran error. El mareo se le descontroló y terminó tumbada sobre el estómago. Plegó las rodillas y cortó la cuerda, encogiéndose mientras cada pulgada de ella vibraba. —Sabía que ella no te había matado —declaró Legion con una voz suave—. Podía sentir a mi Ira. Hubiera venido antes, pero Galen me ordenó que permaneciera en la habitación durante todo el tiempo que él estuviera dentro. Resultó ser tres días. Se fue esta mañana, anulando la orden, entonces seguí a Fox hasta la cocina y luego a su habitación. La mente de Sienna captó un solo hecho. Tres días. Paris habría tenido que acostarse con al menos una mujer para mantener su fuerza. Lo más seguro es que fueran dos. No pienses tampoco en eso. Una distracción la detendría de hacer lo que necesitaba hacer. Completamente libre ahora, se ancló el cuchillo en la cintura del pantalón, empujándose sobre los pies y le tendió la mano a Legion. La chica no se había movido, estaba congelada en el sitio, con la expresión de una gran desdicha.

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—¿Dónde está Galen ahora? —le preguntó Sienna, aún con esa voz ronca. —No lo sé. No ha regresado. Bueno. Eso era bueno. —Nos vamos. —Agitó los dedos con garras—. Tú y yo, en estos momentos. El pelo rubio revoloteaba alrededor de los delgados hombros mientras negaba con la cabeza. —No puedo. —Puedes. Vamos. —No, no puedo. Me hizo jurarlo. —La desdicha aumentó—. Tengo que quedarme con él. Ya lo veremos. Juramento o no, Sienna pondría a salvo a esta chica. Ahora. Argumentar sería perder el tiempo. La lucha sería ineficaz. Tan débil como el cuerpo de Sienna estaba, Legión se le escaparía en cuestión de segundos. Trayectoria artera, allá vamos. —Muy bien. Nos iremos sin ti —mintió—. Necesitaré otra arma. —A pesar de que casi se cae mil veces, se las arregló para recoger la sartén, enderezarse… y la cabeza de la chica recibió lo mismo que la cabeza de Fox. Clang. Legion se desplomó, cayendo encima de Fox. Sí. Eso dejaría una marca. Agarrar a la chica, que no era ligera, colocársela apropiadamente en el hombro fue una tarea casi imposible. En el último momento, Sienna encontró la fuerza para enderezarse y estabilizarse. Pero el esfuerzo le costó. Ira perdió el control sobre ella, su imagen volvió a la normalidad y el cuerpo ahora lo movía por sus propios medios. Tropezó en su camino por el pasillo. Un largo corredor. Paredes empapeladas, muebles recién pulidos. Sólo lo mejor. Una escalera de caracol apareció en el horizonte. A kilómetros de distancia, en lo que a ella concernía. Luego, en el otro extremo, Galen tomó una esquina como si llevara patines, a toda velocidad y con una apostura furiosa. Estaba armado como un tanque, y la amenaza ondulaba por él. Si lo hubiera visto en la calle, habría corrido como una posesa y rezado por una muerte rápida. Ahora, ella sólo pudo observar como él enfilaba hacía ella, con la intención de recuperar a Legion. No, ahora él jamás confiaría en ella. Su única esperanza era dialogar con él y forzar su sangre por su garganta. Entonces el querría que ella viviera. ¿Verdad? Por favor que sea verdad. Estaba a punto de bajar a Legion cuando vio a Zacharel en un lateral y el tío Sombra del reino de Cronus, en el otro. Maldición, ¿cuántas personas estaban tras

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ella? Estos dos se acercaban. Galen los vio, también y les gritó una oscura blasfemia. Ellos la alcanzarían antes que él. Y entonces sucedió. Contacto. La niebla oscura la envolvió primero. Ella y Legion fueron arrastradas a un mundo vertiginoso de alaridos. Debajo de ellas, le pareció escuchar el rugido de frustración y cólera de Zacharel. Un error por su parte, sin duda. El ángel carecía de emociones. Ira se retiró al fondo de la mente, y justo cuando Sienna abría la boca para lanzar un grito, el ruido cesó. Ira captó esas imágenes granulosas de nuevo, y no tenía ni idea de cómo reaccionar. Ella trató de abrirse camino, pero la niebla negra se aferraba con fuerza alrededor, bloqueándole la visión del entorno. —Mujer. —La voz del Tío Sombra era rasposa y zalamera—. Tengo un trato que proponerte. Legion se le deslizó del agarre. Sienna intentó alcanzarla pero no pudo llegar a ella, la chica se mantuvo dentro de la bruma, flotando, girando. Con los ojos cerrados, inconsciente. —¿Tienes un nombre? —preguntó. —Sí. Cuando él no ofreció nada más, le espetó: —Bien, ¿cuál es? —Algunos me llaman Hades. ¿El rey de los muertos? ¿Alto Señor del Inframundo? ¿Dios griego? ¿El que los Cazadores temen más que a los demás? ¿Ese Hades? No estoy intimidada. —Te escucho —dijo, porque no tenía ni idea de qué más decir. —Tu hombre te necesita. El estómago le tocó fondo. —¿Qué quieres decir? —Él rechaza a todas las mujeres y se vuelve más débil por momentos. Te llevaré con él. Después de llegar a un satisfactorio final en nuestras negociaciones. Paris, débil y cada vez más impotente. La noticia de que le había permanecido fiel no debería haberla aliviado y entusiasmado, pero lo hizo. Tanto. —¿Cómo puedo saber que dices la verdad? ¿Qué quieres a cambio? —¿Más cuerpos para alimentar a sus Sombras? —A diferencia del idiota de Cronus, no tengo necesidad de mentir. Y una parte de mí espera que me rechaces para que yo pueda reclamarte. Tus gritos se unirán a

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mis otros alaridos y la sinfonía me emocionara en los siglos venideros. Sin embargo, me siento magnánimo, e intentaremos primero a tu manera. Esto solo puede terminar mal. Él añadió: —He oído lo que el ángel te dijo. He oído lo que Cronus te dijo. Eres una llave a la victoria, y quiero que juegues en mi equipo. ¡Argh! Una vez, nadie la quiso. Ahora todo el mundo lo hacía. —No. Lo siento. Ya he elegido bando. —Pensé que dirías una cosa así. Pero te he oído negociar con la diosa. Ella te pidió un favor, y estuviste de acuerdo. Aceptaré el mismo arreglo. —¿Me quieres para que mate a uno de tus enemigos? —Sorprendente. Él no debía tener ningún problema para hacerlo por su cuenta. —No. Simplemente deseo un gran favor, que citaré más adelante. Cualquier cosa que desee, siempre y cuando no haga daño a tu hombre o sus amigos. ¿Estás de acuerdo? —No puedo volver con Paris. Vas a tener que hacer otra cosa para salvarle. —No puedo, pero tú puedes. Todo lo que debes hacer es permitir que te lleve hasta él. Tan simple, tan fácil. Difícilmente. —Abandonarle estuvo a punto de matarme. —Mantenerte alejada de él lo va a matar. —Su voz se convirtió en una caricia—. Deja que te lleve a él. Tú puedes estar con él, fortalecerle y salvarle, y después podrás convencerle para que te abandone, ya que nadie más ha sido capaz. Nadie más será capaz. Soy tan débil. No puedo abandonarle al peligro. —La chica va conmigo, y eso no es negociable. —Por supuesto. Por un segundo favor. Por todos los cielos, ¿cuánto adeudaría cuándo esto terminara? —Muy bien, pero sólo si se aplican las mismas condiciones. —Sea. Y entonces un nuevo trato se ha declarado. —A pesar de que no podía percibir sus rasgos en la oscuridad, las sombras se disiparon en una zona por donde la luz se filtró revelando un indicio de sonrisa—. Te llevaré hasta tu hombre, que te está buscando, y a la chica hasta Aeron, el que la busca a ella.

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Sienna destelló, y enseguida se encontró dentro de una tienda situada en algún lugar fuera del Reino de Sangre y Sombras. Demasiada luz se filtraba por las grietas de la lona. Pero entonces miró hacia la alfombra de piel y la ubicación dejó de importar. Paris estaba tirado encima. Inmóvil. Demasiado quieto. El miedo estuvo a punto de ponerla de rodillas. Hasta que inhaló. El aire calido, perfumado con champán y chocolate, su aroma el más suculento. El olor especial de su demonio. La boca se le hizo agua, y la sangre se aceleró. Las lesiones fueron olvidadas mientras el calor se reunía entre las piernas. —Paris —susurró. Su piel brillaba por la fiebre, roja y perlada de sudor. Estaba gloriosamente desnudo y macizamente grueso. Sus ojos estaban en calma detrás de los párpados y el pecho apenas se elevaba con su respiración—. ¡Oh, Paris! —No puedo permitir que llegue de nuevo a esto. Tengo que hacer algo. —¿Sienna? Corrió hacia él y lo besó, sabiendo que incluso ese pequeño gesto ayudaría a revivirlo. Cuanto más se batían sus lenguas, más agresivo se volvía él. Cuando abrió los párpados, los ojos de un rojo brillante la inmovilizaron. Con un gruñido, la agarró por la cintura y la echó de espaldas. El corazón se le aceleró hasta un súper latido mientras extendía las alas para evitar aplastarlas. Él le arrancó la ropa, desgarrándola. En el momento en que estuvo desnuda, la abrió de piernas y se adentró en ella, empujando duro y profundo. Mientras bombeaba en ella, echó atrás la cabeza y rugió. Ella se arqueó y lo condujo aún más profundo. Brutalmente, maravillosamente. Ella había echado de menos esto, lo echó de menos. Necesitaba esto, lo necesitaba a él. Colocó las uñas en su culo y lo guió a un ritmo más rápido. La pasión la barrió, la abrumó, la consumió, le rompió el corazón y volvió a encajar las piezas. Su amor por él no conocía límites, no tenía limites. Justo cuando el clímax se alzaba, él se detuvo. Simplemente se detuvo, y la miró, los jadeos de su respiración impactaban contra ella. El color desapareció de sus mejillas, y ahora la comprensión inundaba sus ojos, seguido por la preocupación y el horror. —Oh, cariño. ¿Te he hecho daño? —Le pasó los pulgares sobre los labios con un cuidado exquisito. —Hablar más tarde. Hacer el amor ahora. —Tan cerca. En cualquier momento, iba a precipitarse hacia la satisfacción. Su pene se sacudió por dentro, como si la orden hubiera provocado todo tipo de deseos atrevidos. —¿Cómo estás aquí?

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—Más tarde. —Apretó su gruesa longitud. —Síííí. —Sus caderas empujaron una vez, empujaron otra vez y luego estaba golpeando entrando y saliendo, y ambos gemían. Entonces sus labios estaban sobre los de ella y las lenguas se entrelazaban, ella se tragaba su sabor y era más delicioso que nunca, no podía conseguir suficiente, nunca quiso que esto terminara, y… y… y… ¡Oh! Pequeñas bombas de placer iban estallando por cada célula de ella. Su nombre le salía por la boca una y otra vez, el coro se unió a los gritos del nombre de ella mientras él se corría. El semen candente, dándole cada gota de su pasión. Ella disfrutó del momento, saboreándole, emocionada por todo lo que él era. Cuando él le cayó encima, acunó su peso, exactamente donde quería estar. Donde quería quedarse para siempre. Le había abandonado una vez. No creía que pudiera hacerlo de nuevo. —Te amo —susurró—. Te amo tanto. —Más vale —le murmuró en la oreja. Éste es mi hombre. Tales cosas las decía Paris, y ella sonrió. Él se retiró y rodó a su lado, pero la mantuvo cerca, su brazo envolviéndola. —Y ahora que no me estoy muriendo —declaró, la expresión cada vez más sombría—, hablamos.

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CAPÍTULO 48

Paris

mantuvo el cuerpo relajado, no queriendo que Sienna se sintiera incómoda, o consciente del hecho de que básicamente la tenía en un apretado agarre. Un suave agarre, uno que no perjudicaba su capacidad para respirar, pero uno apretado en todo caso. Ella no iba a ninguna parte, y eso era todo. Afortunadamente, Sexo estaba fuera de combate y era incapaz de hacer ningún comentario. —Muy bien —dijo ella—. Hablemos. Empezaré yo. ¿Me odias ahora? —¿Odiarte? Cariño, esa podría ser la cosa más estúpida que nunca hayas dicho. Sin ánimo de ofender. —No lo has hecho. Estoy aliviada. Después de lo que te hice… —Todo lo que hiciste fue recordarme que necesito esforzarme más en lo que a ti concierne —¿Y francamente? Sus acciones le hacían tener la esperanza de que sintiera algo tan profundo como lo que él sentía por ella. —¿No estás enfadado conmigo por ir tras Galen? ¿Cuándo él habría hecho lo mismo? —Sólo conmigo mismo. Debería haberte saciado de forma tan sublime, que jamás hubieras sido capaz de andar de nuevo. —Un poco más de práctica de tu parte —bromeó ella—, y podría ser una posibilidad. —Bruja.

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Cuando ella extendió la mano para apartarle el pelo de la cara, vio que tenía cortes y magulladuras. Se tragó un grito de furia. Habiendo sido atado una vez o doce a lo largo de su vida, reconocía las marcas por lo que eran. Quemaduras de cuerdas. —¿Galen te hizo esto? El temor cruzó sus rasgos. —No, y no quiero hablar de ello. De acuerdo. De todos modos, primero quería tranquilizarla sobre algunas cosas. Pero después averiguaría quien le había hecho daño y, cuando lo hiciera, iría en busca de venganza. —Eso quiere decir que estás lista para hablar, segunda parte —dijo él, todo atisbo de diversión desaparecido. —Y…Yo. No sé nada de eso. —Es una lástima. Tienes que saber que no me acosté con nadie mientras estuvimos separados. —No importaba lo débil que se había sentido, no importaba cuántas mujeres sus amigos habían empujado hacia él. Finalmente, todos excepto Lucien, seguían buscando para encontrar a Sienna. Nota mental: Decirle a Muerte que suspendiera la partida de búsqueda. Hablando de eso, estaba bastante seguro de que Lucien había aparecido mientras tenían sexo, pensando en protegerlo de lo que había venido a matarlo, y luego había destellado de nuevo cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando. —Lo sé. —Ella le trazó con la punta de los dedos los pezones—. Confío en ti. Pero Paris, estuviste cerca de la muerte. —Le besó en el pecho, justo por encima del corazón—. No me gusta que te permitas llegar a esa condición. —No importa. Y para que lo sepas, Sexo también te echó de menos. Tienes un montón de facetas, y quiere hacérselo con todas. Ella se rió, un sonido rico y cálido que actuó como maná para los oídos. —Ahora mismo mi faceta es la de una tirana severa, así que mejor me escucháis los dos. Tengo que marcharme. Simplemente tengo que hacerlo, pero necesito saber que te estás cuidando y... —No. —No seas así. —Intenta dejarme. Haz la prueba. Verás lo que sucede. —Paris… —O te quedas o me dejaré consumir. Fin de la historia. Prométemelo.

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Hubo un pesado silencio. —Tengo un plan que terminar. —Cambia de planes. Arréglalo. Ella le golpeó el pecho con un puño. —Eres tan frustrante. —Dime lo que quiero oír, Sienna. Un suspiro escapó de ella, aparentemente agotada las ganas de lucha. —De acuerdo. Me quedo contigo, pero vamos a tener que buscar una solución a nuestro problema Cronus y Rhea, nuestro problema Galen y nuestro problema “vais a morir según la profecía”. Porque ¿te lo conté? Cronus me dijo que si Galen muere, tú y tus amigos morís. Y si Cronus muere, tú y tus amigos morís. —No digo que dude de lo que has oído, pero no me fío de la fuente. Pero incluso si lo que dijo es cierto, habrá alguna forma de evitar esa profecía. Siempre la hay. No me preocupa lo más mínimo. —De hecho, estaba muy contento. ¿Y eran lágrimas lo que había en sus ojos? Sí, lo eran. Y si eso lo convertía en un blandengue, que lo hiciera. No le importaba. Ella estaba aquí, se quedaba. Era suya. Él deslizó el brazo alrededor de su cuello hasta la parte baja de la espalda, extendiendo los dedos sobre sus curvas. —Gracias —dijo él, pero las palabras no eran suficientes. No trasmitían lo suficiente—. Y ahora que estamos oficialmente juntos, quiero decirte algunas cosas sobre mí. Quiero que todo salga a la luz, que no quede nada oculto. Quiero compartir todo lo que soy. Ella debió sentir la dirección a la que se encaminaba. —No tienes que hacerlo. Lo que sucedió en el pasado, es pasado. —Revelación completa. Quiero que sepas lo que consigues conmigo. Así, si Ira alguna vez te muestra algo, o mis amigos te dicen algo, ya habremos hablado de ello. —Independientemente de lo que me digas, no cambiará lo que siento por ti. —Me alegro, pero lo haré de todos modos. Su suspiro le acarició la piel, ¡oh, tan deliciosamente! —Muy bien. Lo amaba. Había confesado el sentimiento. Eso estaba bien. —Soy adicto a la ambrosía. Pero no la he probado desde antes de encontrarte —se precipitó a añadir—. Y si algo llega a suceder y estoy expuesto a tu sangre, no te preocupes. No te haré daño.

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Su sedoso pelo le cosquilleó el pecho cuando ella asintió con la cabeza. —Sé que no me harás daño, pero Paris, te drogué. Desconocía tu adicción, o habría encontrado otro modo de dejarte inconsciente. Lo siento, lo siento tanto. Nuca me perdonaré a mí misma. Odió la implicación de que todavía lo habría dejado, pero se empapó de su preocupación por él. —Perdónate ahora mismo. Es una orden. Pero, por supuesto, yo te daré unos azotes antes de perdonarte. El ruido más adorable se escapó de ella, un bufido y una risa combinados. —Acepto los azotes. Los merezco. Se le estiraron los labios con la clase más dulce de humor. —No puedes aceptar tu propio castigo, cariño. Tendrás que pelear conmigo. Ella ronroneó, realmente ronroneó, y las vibraciones lo pusieron duro como una piedra de nuevo. Cuéntale el resto, entonces podrás pasar a las cosas buenas. Paris perdió la media sonrisa. —Bueno, aquí va la tercera parte. Sé que dijiste que viste mi pasado, pero no estoy seguro de que Ira te lo mostrara todo. Te conté lo del esclavo, pero él no ha sido el único. He… estado con hombres. Ni siquiera una pausa. —¿Ah, sí? Bueno, en la universidad besé a una chica. Era mi compañera de habitación, fuera llovía y estaba oscuro, los ocasionales destellos de los relámpagos eran románticos pero daban miedo. Ya sabes cómo va esto. Que ella no fuera a armar un gran escándalo por eso, que una vez más acabara de aceptar todas sus facetas… no era de extrañar que amara a esta mujer. —¿Te gustó? —Un poco —dijo Sienna en un susurro escandalizado. Mmm, pero a él le gustaba escandalizarla. Se preguntó qué podría hacer para aumentar su perturbación, qué la pondría nerviosa pero la excitara demasiado para decir que no. Descubrirlo, bueno, él nunca anhelaría una cama más de aquí en adelante. —Más tarde, después de azotarte, vamos a jugar a los roles un poco. Yo seré tu dulce e inocente compañera de habitación, Parette, y tú vas a enseñarme ese beso. — Y luego voy a hablar de hacerte cosas con las que sólo has soñado.

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—Bestia incorregible. —Pero me amas de todos modos. —Te amo siempre. Antes de que él pudiera responder, se produjo una explosión de luz blanca en la parte delantera de la tienda. En un frenesí de movimiento y furia incontenible, Paris agarró ambas dagas de cristal, presionando una en la mano de Sienna. Estaba de pie poco después, indiferente a su desnudez. Cronus había llegado, y si su temible ceño era una indicación, estaba enfadado. Primer instinto: El ataque. Paris lo aplastó. Apenas. En segundo lugar: Reconocimiento. Respuestas, necesitaba respuestas. La entrecerrada mirada del rey se deslizó por delante de Paris y se clavó en Sienna, que acababa de terminar de enderezarse la ropa. —Lo has arruinado todo —gruñó. Paris se colocó delante de ella, bloqueándola de la vista del rey. Cronus se limitó a señalar un lado de la tienda y Paris fue lanzado hacia allí con una poderosa ráfaga de viento, con los brazos y las piernas extendidas y unas cuerdas invisibles fijándolo en el lugar. A pesar de que luchó, no pudo liberarse. Desvalido. Así de simple. El pánico fue como píldoras amargas en la boca, y tragó tantas como pudo justo para una sobredosis. Oscuridad… tanta oscuridad… Le haré daño. Voy a matarlo. Luchó tan salvajemente que los músculos comenzaron a arrancarse de los huesos. Eso no fue suficiente para detenerlo. Con el ceño fruncido, Sienna se puso de pie. Usa el cristal, le proyectó con los últimos vestigios de control. Ella no lo hizo; se mantuvo firme, con la barbilla bien alta. —No volveré con Galen —anunció. —Incluso si fuera adicto a ti, Galen no confiaría o te seguiría ahora. Te odia. Te llevaste a su prisionera, heriste a sus soldados, y no es del tipo que perdona u olvida. Para él, cada ofensa debe ser devuelta multiplicada por mil. Aquellas alas de gasa negras se extendieron. —Hay otra forma. La encontraremos. Sólo tienes que darnos tiempo. —¿Tiempo? Tiempo —La amenaza pulsó de Cronus—. Una vez me preguntaste porque te quería dispuesta. La respuesta era simple. Con el tiempo, te habrías vuelto contra mí. Ahora que lo has hecho ya no es una preocupación. Así que no, me temo que estamos fuera de tiempo. En este instante, destruiré todo lo que tiene valor para ti.

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Paris gruñó cuando Cronus desapareció y reapareció frente a Sienna en un solo parpadeo y la enganchó por los pelos. Al fin, Paris logró liberarse, desencajándose ambos hombros. Corrió hacia ellos. Casi estaba sobre ellos. Justo antes de que la alcanzara, Sienna gritó: —¡Zacharel! Te convoco. Cronus extendió la mano y apuñaló a Paris poco antes de que llegara hasta ellos. Sienna jadeó. La pareja desapareció, su mirada clavada en Paris mientras éste caía de rodillas, un agudo dolor consumiéndola.

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CAPÍTULO 49

N

— o estamos haciendo esto otra vez —gritó Sienna, preocupada por Paris, desesperada por volver a él—. Estoy harta de que todo el mundo se lance a por mí donde quiera que esté. —Todo negro a su alrededor. En la nariz, los pulmones, fluyendo a través del torrente sanguíneo. Sin color, sin vida, sólo un vacío sin fin—. Eso termina hoy. —No tomaste el camino fácil, y ahora tendrás que vivir con el Plan B —dijo Cronus, su voz deslizándose desde la nada. No voy preguntar. Sus planes no significan nada para mí. —¡Zacharel! —gritó de nuevo. ¿Trabajar con los ángeles? ¿Por qué no? Ella aprendería a volar correctamente, y, por último, y de una vez por todas, controlaría su propio destino. Un destello de luz. Un regreso a la oscuridad. Otro parpadeo de luz, un poco más largo. Ella alcanzó a ver las nubes grandes e hinchadas, pegadas a una interminable extensión de cielo nocturno. Una estrella aquí, una estrella allá, brillando en sus perchas, como ojos fijos en ella, observando todos sus movimientos. Debía estar en otro reino. Uno sin un único ser viviente en la residencia. Se giró en un círculo completo, y se encontró a Cronus de pie a pocos metros de distancia. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, sus piernas separadas. De repente agradeció haber conservado la daga de cristal que Paris le había dado. —Otra razón por la que quería tu cooperación —dijo Cronus—. Si te volvías contra mí, te habrías convertido en soldado de Rhea y por lo tanto, estarías bajo su protección. ¿Ahora quería hablar? Bueno, él podía tomar sus confesiones y metérselas por…

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—Te lo advierto. Devuélveme con Paris. Ahora. Él arqueó una ceja burlona a ella. —¿O qué? —O lucharé contigo. —Como había planeado, de todos modos. Sólo estaba acelerando las cosas. Una risa en pleno auge, intensa y amarga, incluso anticipada. —Podrías intentarlo. —Devuélveme con Paris —repitió—. Esta es tu última oportunidad. Él siguió como si ella no hubiera hablado. —Rhea no mató a tu hermana. Lo hice yo. El corazón le dio un vuelco, la negación precipitándose a través de ella. —No. —Una mentira, sin duda. Con la intención de castigarla. Porque, si estuviera diciendo la verdad, habría ayudado al hombre que había destruido a su amada Skye, dejándola ensangrentada y rota, su último recuerdo el de un cuchillo que se deslizaba atravesándola la piel. Se habría desangrado por el hombre que había destruido a una inocente. Ella misma habría sacrificado su propia vida y su felicidad por el asesino de su hermana... ¡No! Y, sin embargo, la anterior insistencia de Ira de que algo estaba mal, de repente tenía sentido. Se le secó la boca. Un nudo en la garganta creció, y tuvo problemas para inhalar el oxígeno necesario. El mareo tomó el centro del escenario en la cabeza. —La tenía en mis manos, y le corté el cuello. Vi la vida drenarse fuera de ella. Maté a su marido primero. Y la obligué a observar. Puedo demostrarlo. —Extendió la mano y tiró de una cadena alrededor de su cuello. Una mariposa tallada con un diamante negro colgaba del centro. En el momento siguiente, el escudo que había impedido a Ira ver sus pecados, se desvaneció. Se aferró las sienes, cerró los ojos mientras la escena se desarrollaba dentro de la cabeza. Cronus, sosteniendo a Skye y un hombre a su lado. Lo hizo arrodillarse, y entonces apuñaló al hombre. Skye peleó, empujándose a sí misma en su hoja. Skye, sangrando. Cronus, terminando con ella. Skye, muerta. Las náuseas rodaron a través del estómago de Sienna, el ácido batiendo, amenazando con hervir y escapar. Una furia bañada en llamas agitadas y agudizadas como pedacitos dentados de vidrio. —He vivido durante miles de años —dijo Cronus—. ¿Crees que no he aprendido algunos trucos en el camino?

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«Lo vamos a castigar». Un susurro. «Vamos a castigarlo». Un grito. «Así lo haré», respondió ella. Un voto. «Oh, lo haré». Por Skye. Por Paris. Por ella misma. —Arruinaste mi plan, y ahora arruinaré los tuyos —él hervía—. Voy a negociar con Galen. Por su lealtad eterna, te entregaré a él, para que te castigue a su antojo. Si escapas de él, te llevaré de vuelta. Y si piensas huir con tu amante demonio, haré sufrir a Paris antes de matarlo. Que no te quede la menor duda, voy a matarlo. Él piensa vengarse de mí por todo lo que te he hecho. El rey había hecho ese tipo de amenaza demasiadas veces. El odio se unió a la enfermedad, al igual que una masa de oscuridad. La violencia bailando un vals entre las sombras, la necesidad de mutilar y destruir tan fuerte que sentía como si se estuviera ahogando en ellos. Y no los combatió, los abrazó. Él sería castigado. Aquí. Hoy. «Espera», dijo Ira. «Todavía no... no todavía...» Ella no sabía lo que Ira planeaba; sólo sabía que confiaba en él para guiarla en la venganza. Cronus añadió alegremente: —¿Sabías que cuatro artefactos son necesarios para encontrar la caja de Pandora? Galen tiene uno, y los Señores tienen tres. Eso va a cambiar. Voy a tomar el Ojo Que Todo Lo Ve, la Jaula de la Coacción y la Vara de Partir, y se los entregaré a Galen. Los cuatro artefactos serán suyos. Él estará tan agradecido por mis regalos, que jurara que nunca me hará daño. Encontrará la caja, y tus preciosos Señores morirán. «Espera…» —Confiarías en Galen, ¿de verdad? ¿En realidad crees que él cumplirá su palabra? ¿Que no va a tratar de tomar a tu demonio, también? —A ella le brilló una sonrisa condescendiente—. Apuesto a que es tan de fiar como lo eres tú. Así que, después de hacer todo eso para él y que él te dé el golpe de gracia, ¿qué vas a hacer, eh? ¿Vas a pelear con él? O, finalmente aceptarás tu sentencia de muerte como debes. Cronus fue hacia ella, pero se detuvo a medio camino, con las orejas agitándose. Una risa petulante, espeluznante brotó de él. —Hablando del diablo. O en este caso, el hombre que se disfraza como ángel. Galen viene, mujer. Y nunca ha sido un guerrero tan enojado. Él quiere lo que le robaste, y se lo cobrará con la carne de tu cuerpo.

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«Espera…» —Tráelo —le dijo ella. Porque, sí, iba a castigar a Galen, también. Castigarlo por todos los crímenes que había cometido contra Paris. Por todo lo que había hecho a Legion. Todo lo que alguna vez había pensado hacer. Por todo. Las ventanas de la nariz del rey se ensancharon. Estaba claro que no le gustaba su falta de miedo. Bueno, que mala suerte. «Espera…» —No te preocupes, cariño. Ya lo hemos traído —dijo Paris desde detrás de Cronus. La oscuridad cayó, como si una cortina hubiera sido tirada al suelo. La luz brillante explotó, el sol brillando tan vívidamente. Sus ojos ardían, pero los mantuvo abiertos. Paris estaba pálido y ensangrentado, pero firme sobre sus pies. Plantado con el resto de los Señores detrás de Cronus, que giró para hacerles frente. Estaban armados para la guerra. A diferencia de la pintura, no estaban aquí para protegerlo. Mejor aún, un ejército de guerreros cuyas alas blancas los proclamaban como ángeles, estaban de pie detrás de ellos, y estaban armados para la guerra. Zacharel iba al mando. Cada vez que ella había estado con él, su falta de emoción la había sorprendido e incluso enojado. Ahora, estaba muy agradecida por ello. Era la determinación en sí mismo, tan fría y cruel como la nieve que caía sobre él, claramente dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr sus metas. —Rompiste las reglas, Cronus —dijo el ángel guerrero, rotundamente—. Y ahora lo pagarás. ¿Qué reglas? —¿Te importa si nos unimos a la fiesta? —dijo otra voz -una femenina- detrás de Sienna—. He estado esperando este momento durante mucho tiempo. Sienna se dio la vuelta para ver a una bella morena que sólo podía ser Rhea. La reina Titán estaba junto a Galen, quien estaba mirando a Sienna como si fuera a lanzarse sobre ella primero. Un ejército de Cazadores flanqueándolos, y ella reconoció algunas caras. He elegido mi bando. Cuidado, proyectó a través de los ojos entrecerrados. —¿Qué es esto? —exigió Cronus. —La primera batalla de la nueva guerra —respondió Zacharel gravemente. —Bueno. Que empiece, entonces. Voy a necesitar a mi propio ejército, ¿no? — Hizo un gesto con la mano y apareció una gran multitud de su pueblo, dioses y diosas Titanes rodeándolo, escondiéndolo en un mar de caras impresionantes, impecables e

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inmaculadas, vestidos de togas adornadas con joyas. Estaban confundidos, obviamente por el repentino cambio de escenario, y no estaban armados. Pero cuando vieron los disturbios que les rodeaba, rápidamente cayeron en la cuenta. Armas de todo tipo aparecieron de la nada. —¡Hasta la muerte! —gritó Cronus. Como si su voz fuera la campana de inicio, los ejércitos se precipitaron unos contra otros. «¡Ahora!» le gritó Ira. Sienna abrió la mente a su demonio, permitiéndole asumir el control, y se tiró al centro de la acción.

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CAPÍTULO 50

Primera prioridad: Sienna. Por una vez, Sexo no permanecía escondido profundamente en un rincón de la mente de Paris. El demonio, estaba muy atento al cuerpo de su mujer, bombeándole fuerza directamente por las venas mientras corría hacia ella, la herida de la puñalada ya había sanado. La oscuridad en el interior echaba espumarajos y se retorcía, guiándolo, pero sin consumirle. Los tres eran uno. Cuando vio a un hombre, un Cazador, ir detrás de Sienna con una Glock levantada y apuntando, rugió y aceleró el paso. Cuando alcanzó al chico, le cortó el cuello con la daga antes de que hiciera un solo disparo, incluso mientras Paris hacia girar a su mujer, detrás de él. Zacharel le había advertido que aquí, en este reino entre los reinos, justo por encima del corazón de los cielos, todo el mundo podría verla. Y si podían verla, podían tocarla. Y si ellos podían tocarla, podrían hacerle daño. Y como él, podría ser asesinada, su cuerpo demasiado herido para que Ira lo sanara, especialmente teniendo en cuenta el daño que ella ya había sufrido durante el tiempo de su separación, de lo cual ella todavía no le había hablado. La primera víctima de Paris de la batalla se desplomó. Uno menos. Sólo quedaban alrededor de un millar más. —¿Puedes volar y ponerte a salvo? —le preguntó, apuñalando a otro Cazador. Ahí estaba el número dos. Ella no dio respuesta alguna. Temiendo lo peor, él blandió la espada para acabar con cualquier amenaza frente a ella. Sólo que ella había vuelto a colocarse frente a él. Él vio la parte posterior de su cabeza, sus alas plegadas fuera del camino, y se dio cuenta de que ella estaba inmersa en su propia batalla. O bien había permitido que Ira

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tomara el control de ella, o había aprendido nuevas habilidades mientras estuvieron separados. Él apostaba por la primera. Bien. Aferrando sólo la daga de cristal, ella bailó a través de la multitud con una amenaza letal, su enfoque en Cronus y los hombres y mujeres que lo rodeaban. Los Cazadores cayeron a su alrededor. Ella se volvió, se agachó, se lanzó a izquierda y derecha. Sus alas se extendieron de repente, y ella se elevó alto, más alto, cortando a alguien por debajo de ella. Un verdadero ángel de la muerte. Paris nunca había visto nada tan hermoso. Se arrastró detrás de ella, y a cualquier persona que volvía su mirada hacia ella, él la mataba salvajemente. Sin dudas. Ni arrepentimientos. Una estrella Ninja le cortó el antebrazo. Hubo una aguda punzada, un chorrito de sangre caliente. Pero no lo frenó, y él no se molestó en buscar al culpable. Había tanta gente, tantos cadáveres, así como muchas alas y armas. Los dioses y diosas llevaban túnicas adornadas con joyas y vibraban con energía eléctrica que le levantaba el pelo. Algunos podían disparar fuego de sus manos, otro podían disparar hielo. Además de Cronus y Rhea, en realidad nunca había tenido nada contra los Titanes, pero los ángeles, que estaban, milagro de los milagros, de su parte, tenían algo contra ellos, así que... el enemigo de mi amigo, es mi enemigo. Así que cada vez que Paris vio a un Titán, mató primero y decidió hacer preguntas después. Sin embargo, ¿por qué estaban los Titanes contra los ángeles? ¿Una cosa de control, tal vez? ¿Cómo, los cielos pertenecen a los alados y ellos ya no iban a tolerar más a los invasores? Tenía sentido, pero incluso si el motivo hubiera sido algo tan malo como decir "No nos gustan los Titanes, waa, waa, boo-hoo”, él aún estaría en ello. Un grupo de Cazadores se abalanzó hacia Sienna, reclamando su completa atención y su rabia. Parecía que la reconocían como uno de los suyos. O más bien, a una traidora de su clase. Su repugnancia era evidente, así como su intención hacia ella, como si Rhea y Galen la hubieran colocado en la cima de la lista de los que hay que matar. Moviéndose más rápido de lo que el ojo humano podía seguir, Paris se retorció y giró, con los brazos siempre cruzando, balanceándose, cortando. Gruñidos y gemidos sonaron. Gritos, también. Por delante, un Cazador apuntó con un calibre 40. A pesar de que continuó hacia adelante, Paris lanzó la daga de cristal, como si se tratara de un boomerang mortal. Y, de hecho, lo fue. El arma cambió la forma en pleno vuelo y cortó a través de la muñeca del Cazador antes de que el tiro pudiera salir, tomando tanto la mano como la pistola, antes de regresar a toda velocidad a la mano de Paris.

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Salvo que no había notado al otro Cazador con el arma apuntada, destinada a Lucien. Paris lanzó el cuchillo, pero el disparo retumbó, clavándose en el costado de Lucien. La sangre brotó. El guerrero gritó, pero no cayó. Siguió luchando. Los otros Señores cerraron filas a su alrededor, para protegerlo. Hombres buenos. Los mejores. Habían luchado juntos mucho tiempo, en los cielos y la tierra. Sabían permanecer unidos, luchando espalda contra espalda y sacar más fuerza cuando tenían una lesión. Pero Lucien reunió sus fuerzas y se destelló a sí mismo directamente detrás del Cazador que lo había herido. El hombre estuvo muerto antes de que su cuerpo cayera al suelo. —¡Cuidado! —gritó Paris cuando otro Cazador llegó a su amigo. Sus botas golpeando en el suelo mientras corría a intervenir. Lucien se agachó. La daga humana cortó nada más que aire. Y luego Paris estaba sobre el hombre, se estrelló contra él, impulsándolo hacia abajo. Golpeó una vez, quebrando la estructura ósea, dos veces, y sintió quebrarse el hueso, luego lo remató con un golpe de la espada. —Gracias —dijo Lucien, ayudándolo a levantarse. —No hay problema. —Inspeccionó la zona mientras se lanzaba a otra pelea. Mierda. Había perdido de vista a Sienna. Los humanos y los inmortales estaban todavía de pie, armados enzarzados en una batalla. Los heridos se escabullían fuera a las líneas laterales para protegerse de un daño mayor. Por supuesto, los guerreros, por ser guerreros, los cazaban y se encargaban del asunto. Mientras tanto, partes de cuerpos salían volando y la sangre se acumulaba en una piscina. ¿Y lo que tenía a los pies eran alas blancas tejidas con oro? Sí. Maldita sea. Pobre ángel. «Busca a Sienna». Una orden tanto de su demonio, su oscuridad y de él mismo. Se lanzó en la dirección donde la había visto la última vez, dejando un rastro de muerte a su paso. Esta era la razón por la que habían sido creados, después de todo. Para luchar. Para matar. Se dio la vuelta con violencia, doblando, enderezándose, abalanzándose como fuera necesario. Lanzando golpes, cortando a través de la piel y los órganos. Experimentó varios dolores más punzantes y chorritos de sangre, pero aún así siguió avanzando. Por el rabillo del ojo, le pareció ver caer a Maddox. Luego a Reyes. ¿Y ese era Sabin? Ellos iban a estar bien, se dijo. Al igual que Lucien, eran fuertes. No quería creer lo contrario. A unos metros por delante, a Gideon le cortaron a través del estómago y sangraba como un colador, luchando contra dos gigantes. Strider estaba... en ningún

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lado. Se había ido. Pero ahí estaba Kaia, Gwen, Haidee y Scarlet, avanzando a través de las líneas enemigas con sonrisas en sus rostros. Mis chicos están bien o las chicas no estarían tan felices, se aseguró Paris. Aceleró los pasos y tomó a uno de los gigantes desde atrás, permitiendo a Gideon centrar sus esfuerzos en la decapitación. Había tantos Cazadores, como inmortales. Si ellos pudieron herir a sus amigos, entonces Sienna estaría… ¡Ahí! Él alcanzó a ver esas alas negras. La sangre goteaba de sus puntas, y no estaba seguro de si era suya o de alguien más. La urgencia lo inundó, guiándolo más y más rápido. Un grito de guerra resonó cuando un hombre se lanzó hacia ella desde la derecha. Paris se dio cuenta y se lanzó al hombre, capturándolo por la cintura. Cayeron al suelo. Un giro veloz al cuello del hombre, y esa pequeña batalla había terminado. De un salto Paris se puso de pie y se dirigió a su mujer. Ella acabó con un matón grande con un solo golpe de su daga. El carmesí manchaba sus brazos hasta los codos. Su camisa estaba rota, su costado sangrando. La oscuridad se espesó por dentro. Zacharel apareció delante de Sienna, cortando y despejando un camino para ella y luego desafió a los Titanes que se enfrentaban a otros ángeles por delante de Cronus. Gran sorpresa, Cronus estaba peleando, también. Los hombres de Rhea habían llegado desde el otro lado, avanzando hacia él como si fuera una piñata y quisieran un caramelo de su interior. Y, sin embargo, no habían logrado infligir una sola lesión en él. Era demasiado fuerte, demasiado rápido. Demasiado malditamente poderoso. Entonces los Cazadores fueron reducidos, y Cronus y Rhea se enfrentaron, sin nadie entre ambos, el resto de la batalla se libraba detrás de ellos. Los dos sostenían dos espadas cortas, y corrieron uno hacia el otro. Contacto. Metal chocó contra metal e incluso saltaron chispas. —¡Perra! —¡Bastardo! —Si tus hombres me matan, morirás también —escupió Cronus. —Vale la pena —replicó la reina. A su alrededor, los seres humanos y los ángeles -e infierno, incluso los Señores, porque sí, Paris lo sintió también- experimentaron un aumento de furia. Como si las emociones se alimentaran de las del rey y la reina. Los dientes se desnudaron. Las garras se desataron.

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Paris tuvo un extraño pensamiento de que el mundo entero probablemente estaba temblando por esto. Terremotos, tornados, tsunamis, erupciones volcánicas, tormentas de cualquier tipo. ¿Qué iban a encontrar al regresar allí? Concéntrate en el juego. Mata, pensó. Se dejó caer de nuevo en la pelea. La daga oscilando. Los cuerpos cayendo. Sienna, ya cerca. Finalmente la había alcanzado. Por supuesto, fue cuando apareció Galen. Estaba empapado en carmesí, temblando de rabia. Y dirigía una espada larga hacia el cuello de Sienna. Ella no se había dado cuenta, demasiado ocupada eliminando a otro Cazador. —¡No! —Paris saltó entre los dos combatientes. Porque era más alto que Sienna, la punta de la espada de Galen le cortó el pecho en lugar del cuello. La piel, músculo, hueso, los tres dividiéndose. La sangre caliente brotando mientras se le doblaban las rodillas. Un grito agudo de pura rabia y negación casi le reventó los tímpanos. Sienna se había dado cuenta. Pensó que tal vez el corazón también se había llevado algún impacto, porque el órgano se saltó un latido, y luego otro. Se le nubló la vista. Los cuerpos se desdibujaban en movimiento. Negro, Sienna e Ira. Blanco, Galen y su fuerza bruta. Los dos se enfrentaban en un torbellino de movimiento y amenaza. Vamos, vamos. Paris no podía caer de esta manera. Se puso de pie, pero fue arrojado de inmediato hacia abajo. Alguien se había lanzado hacia él, estaba golpeándole en la cara. Tenía el labio partido pero bien, se lo perforó con los dientes. Aunque Paris no podía ver quién era, sospechaba que el culpable era un ser humano, y lo pateó. El peso lo dejó, y se incorporó sobre los pies. El hombre se le acercó de nuevo. —Siempre he querido el honor de matar a uno de tu especie. Paris aún sostenía la daga y cortó. Contacto, un gorgoteo. Otro cuerpo se unió a la pila cada vez mayor. Sienna… Sienna... ¡Ahí! Aún luchaba contra Galen. Sus movimientos iban disminuyendo, y aparentemente había miles de nuevas vetas de rojo mezcladas con el negro de sus alas rotas. Estaba herida, debilitándose. Entrecerrando los ojos, él buscó su objetivo, y Paris pateó hacia adelante. Más Cazadores lo siguieron, pero él mantuvo el ojo en el premio y desgarró a todo lo que se interpuso en el camino. Entonces sucedió. Galen la inmovilizó en el suelo, listo para dar el golpe final.

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—¿Dónde está Legion? —gritó el guardián de Esperanza, cayendo de rodillas, poniendo todo su peso sobre los hombros de ella. —Nunca... te lo diré... —su voz no tenía ningún rastro de Ira. Lo cual significaba que el demonio no estaba guiándola ahora mismo. Ella tenía el control. Sentía cada lesión. «¡Date prisa! ¡Llega a ella!» Paris tropezó, se enderezó, se mantuvo en movimiento. Más cerca... pero no lo suficientemente cerca... tan condenadamente lejos. Otro ser humano, a un lado. —¿Dónde está? —repitió Galen. —Donde nunca la encontrarás —dijo Sienna. Un poco más allá, Cronus golpeó la espada de Rhea con tanta fuerza, que la reina perdió su agarre. El rey se abalanzó, agarrándola del pelo y la obligó a ponerse sobre sus rodillas. Y no hubo nada que ella pudiera hacer al respecto, desarmada como estaba ahora. Con su mano libre, Cronus retiró una cadena delgada del bolsillo de su túnica y le ató las muñecas a la espalda. Luchando todo el tiempo, ella escupió maldiciones contra él. Él enganchó la cadena alrededor de sus tobillos también. Un amarre de cerdo. Uno bueno. La reina no se iría a ninguna parte hasta que él la dejara. Una afilada lanza de dolor le ardió entre los omóplatos. Alguien acababa de apuñalarlo por la espalda, Paris se dio cuenta vagamente. Una vez más, las rodillas le cedieron. Esta vez, no pudo ponerse de pie. Le ordenó a la daga de cristal alargarse, extendiendo la longitud detrás de él, clavando al que lo había atacado, entonces comenzó a gatear. Él llegaría a Siena. A pesar de que cada centímetro que avanzaba, dejaba un rastro de sangre detrás de él. De hecho, había perdido tanta que no estaba seguro de cómo seguía consciente. Galen se dio la vuelta, quitando su peso de Sienna, pero ella se quedó donde estaba. Tendida, inmóvil. ¿Qué le había hecho ese hijo de puta? —No. No —sobre las manos y rodillas, Paris se abrió camino hacia ella—. Aguanta, cariño. Ya voy. Cronus y Galen hacían círculos uno contra el otro. Ambos estaban heridos y sangraban profusamente. Ambos cojeando. —Bien, bien. Nuestro enfrentamiento final —dijo el rey. Tosió y escupió un diente. No tenía un arma, después de haberlas dejado para encadenar a su esposa. No podía destellar para alejarse, demasiado herido para hacerlo.

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Galen levantó su espada. —Bueno, bueno, de hecho. No trajiste lo que me prometiste, y ahora estás indefenso. —¿Yo? No lo creo. Si quieres a tu mujer —continuó el rey—. Te irás ahora. La traeré para ti, y podrás quedarte con ella. Pero nunca me desafiarás de nuevo. Así que vete. Ahora. Sienna se estremeció. Tembló de nuevo. El alivio consumió a Paris. Ya casi, casi... lentamente ella se levantó, sacudió la cabeza e hizo un balance de la escena que tenía delante, era evidente que aún estaba consumida por la influencia de Ira, después de todo. Cronus estaba de espaldas a ella. Galen se encontraba frente a Cronus, pero no le prestó atención. La daga de cristal que sostenía brillaba a la luz. Y estaba alargada como él acababa de hacer con la suya, engrosándose al final para formar un gancho. Convirtiéndose en una guadaña. La única arma capaz de matar al hombre que gobernaba desde el trono Titán. Paris se dio cuenta de lo que iba a suceder y se congeló. Oh, maldita sea. Cualquiera que estuviera mirando detrás de Galen, que era el punto de vista de la pintura de Danika de este momento, vería a Cronus solamente. No vería a la mujer delgada detrás de él. La mujer que iba a cambiar el mundo con su siguiente acción. —Nunca me inclinaré ante ti —gruñó Galen—. Recuperaré a mi mujer por mi cuenta. —Entonces la conseguirás después de que yo la maté. Galen rugió, agitando su arma en la mano. —En realidad —dijo Sienna, mientras Galen balanceaba su arma—. Tú serás el que muera. Ella, también, balanceaba su arma. Su arma era más larga, más fuerte, y mucho más potente, y le ganó el golpe a Galen. Cronus no supo lo que le golpeó. Tenía la cabeza separada, voló, y se desplomó su cuerpo. Rhea gritó, pero por una fracción de segundo, parecía casi triunfante. —Valió la… pena —susurró, y luego ella también se quedó en silencio, de pronto inmóvil. Mi mujer. El orgullo se unió el alivio de Paris. Mi mujer lo hizo. Ganó esto.

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Cuando la multitud comenzó a gritar ante la revelación, una forma oscura y chillando se elevó del cuerpo del rey, sus ojos carmesí brillantes, sus colmillos largos y afilados, y una cola agitaba detrás de él. Una forma similar se levantó de Rhea, sólo que esta tenía una espalda encorvada, con cuernos y garras tan largas que podrían haber sido sables. Los demonios estaban escapando. Enloquecidos, Codicia y Discordia se dispararon a las alturas por el aire, desapareciendo en la noche. Dos de los demonios de Pandora una vez más, se habían desatado sobre el mundo. —Alguien debería ir tras ellos —trató de decir Paris, pero Sienna gritó, cayendo de rodillas, y ya no le importó nada más. Sus brazos extendidos, la espalda arqueada, ella se retorció. Su cabeza cayó hacia atrás, y lanzó otro grito, después otro y otro. Por fin Paris llegó a ella. Por fin ella se calló, sus cuerdas vocales destruidas. Permaneció en esa posición, sacudiéndose, sacudiéndose tan gravemente. Él quería resguardarla entre los brazos, ofrecerle comodidad, pero se puso delante de ella. Sería su escudo. Ahora, siempre. Galen se quedó allí, jadeando, y tal vez habría atacado, pero la batalla terminó tan repentinamente como había comenzado. Los pocos Cazadores que quedaban se dieron cuenta de que eran superados en número y arrancaron en una carrera mortal, a pesar de que a dónde ellos pensaron que podrían escapar de aquí, él no tenía ni idea. Diosas y diose sangrantes y desaliñados se hundieron en sus rodillas. Algunos bajaron la cabeza, otros simplemente parecían aturdidos. Los ángeles flanquearon a Sienna, desafiando al guardián de Esperanza a hacer un movimiento. —¡Viva la nueva reina! —gritó una diosa de pronto. El resto de los Titanes repitió la frase, sus voces se alzaban en el fervor, cuando uno por uno, se arrodilló delante de Paris. No estaba seguro de lo que estaba sucediendo, seguramente no se referían a él como la nueva reina. Tuvo sus momentos, claro, pero tal vez era una cosa Titán, por ejemplo, cómo Viola llamaba a su mascota macho "princesa". —Ellos se dirigen a la chica detrás de ti —dijo Zacharel, pasando a su lado. ¿Sienna? ¿Sienna era la reina? ¿De los Titanes? En silencio se agachó, le dio la vuelta para ver cómo estaba. El mareo aumentó, y se dio cuenta de que había perdido casi por completo la vista. El ángel añadió bruscamente:

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—Las elecciones deciden nuestro destino. Y aunque no tuvo conocimiento hasta ahora, ella iba a ser el mayor activo del rey, o su única caída, dependiendo de la elección que ella hiciera. —Pero él debió... saberlo. Sus ojos... se lo habrían... dicho —cada palabra le raspaba y le ardía en la garganta. Cada palabra lo debilitó aún más. —Estoy seguro de que lo hicieron —dijo Zacharel—. A su manera. Tal vez él no vio lo suficientemente cerca, o tal vez no le mostraron todo. Y ahora, Sienna ha tomado el trono divino. Es por eso que la quería a nuestro lado, por lo qué todo el mundo la quería de su lado. Los poderes que Cronus robó a tantos otros a través de los siglos, ahora le pertenecen a ella. Sabes cómo escoger o qué. Este era un sombrero más para que ella usara, pensó con una débil sonrisa que causó que la sangre le hirviera en la garganta, derramándose por la boca. Una niebla le flotaba por la mente, pero no podía ocultar la revelación de que se estaba muriendo. Ya había perdido mucha sangre, y con cada segundo que pasaba, la respiración se hizo más difícil. Pero Sienna estaría a salvo, siempre a salvo, y eso era lo único que importaba. No podía pedir más que eso. A excepción de un futuro con ella. Le hubiera gustado eso. El resto de su fuerza se drenó, y se dejó caer hacia atrás, posando la cabeza en el regazo de ella. —¿Paris? La oscuridad que no tenía nada que ver con su rabia le envolvió. —Yo... te... amo —logró croar. —¡París! —Cuida de… mis amigos... no dejes que mueran —la oscuridad le consumía, y no supo nada más. Excepto... —¡París! Su voz lo trajo de vuelta. Un destello de color blanco. Oscuridad. Un destello de blanco, durando varios segundos. Otro destello, durando... durando... el cuerpo y el demonio apartándose, desconectando... hasta que oyó la voz de Sienna y todo se junto de nuevo. —¡No me dejes! Yo no te lo permitiré. ¿Recuerdas cuando hablamos de tener a alguien por quien morir? Bueno, eres el mío. Eres mi persona. Si te vas, me voy contigo. De alguna manera, voy a seguirte. —Oh, ella estaba cabreada. Ese temperamento de ella salía a jugar—. ¿Me oyes?

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El suelo retumbó bajo él. Él sonrió, porque en ese momento se dio cuenta de algo maravilloso. Todo iba a estar bien. Sienna era terca hasta la médula. Había derrotado a Cronus, más lista que Galen. Esto no era nada. Estarían juntos, de una u otra manera. Ella se aseguraría de ello.

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CAPÍTULO 51

Sienna odiaba dejar a Paris en la cama, y no quería que despertara sin ella a su lado. Su cuerpo estaba en proceso de curación de las heridas masivas que había sufrido durante la batalla, y cuando abriera los ojos, él querría respuestas. Respuestas que le encantaría dar, tan pronto como las supiera. Así que, después de acariciar con los nudillos su hermoso rostro, -aunque se volvió hacia ella, no hubo otra reacción- salió volando de la recámara que compartían en el Reino de Sangre y Sombras. Entonces se detuvo. Espera, espera, espera. ¿Ella podía destellarse ahora, no? De hecho, así es como había llevado a Paris y a todos sus amigos de vuelta a aquí. Había tenido un solo pensamiento: Me gustaría que estuviéramos en casa, y con un único parpadeo, cada uno de ellos se había materializado en el castillo. La sorpresa le había hecho caer de rodillas, al igual que la mente lo había hecho en picado. Horas después, se había tambaleado con la posibilidad -Hawaii, Rusia, Irlanda, Key Westademás de cualquier otro lugar que siempre hubiera querido visitar, y terminó intermitentemente en todo el mundo por accidente. Eso había sido, ¿qué? Hace dos días. Dos días que habían parecido una eternidad, pero finalmente había conseguido el control de esa habilidad en particular. No creía que alguna vez se acostumbrara a alguna de las otras. El poder se le arremolinaba por dentro, tanto poder que sentía la piel demasiado estrecha para el cuerpo y sentía los poros estirarse, como si en cualquier momento pudiera estallar en mil pedazos. Al parecer, tomar la cabeza de Cronus significaba que ella tenía derecho a casi todos sus poderes, y en definitiva todo lo que él hubiera poseído. Como, por ejemplo, su casa en el cielo e incluso su harén, del cual rápidamente había liberado a todo el mundo.

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Una de las mujeres de dentro –Arca- le había preguntado si Paris la había enviado. A cambio de la ayuda de Arca, Paris había prometido liberarla después de salvar a Sienna. Ella había dicho que sí, y ahora la deuda estaba pagada. Por encima de todo, los aliados de Cronus eran los de ella, así como lo eran sus enemigos. Pero no estaba preocupada. Ella también podía sentir la oscuridad en el interior, de la que Zacharel le había hablado, la oscuridad que Paris le había dado, la oscuridad que a Ira le encantaba devorar. Él nunca se había alimentado de ella, pero había empezado a alimentarse de Paris, tomando esa parte de él y disminuyendo su influencia en él. Zacharel tendría que aprobarlo. Con un suspiro, se destelló al cuarto de Lucien, lista para comenzar la revisión diaria de todos los amigos de Paris. Él y Anya estaban en la cama, durmiendo plácidamente. Sus lesiones fueron menos graves que las de Paris, y él se había arrastrado fuera de la cama esa misma mañana, sólo para entrar en la sala de juegos, y encontrar a Anya lanzándose por encima de su hombro, y haciéndolos desaparecer a los dos después. Maddox y Ashlyn también estaban en la cama, pero arrullaban a sus bebés, que pateaban y gorgoteaban en brazos de sus adorados padres, Maddox estaba fuertemente vendado, pálido y magullado, pero sonreía. El niño, Urban, encontró la mirada de Sienna y le guiñó un ojo. ¿Guiñó un ojo? Por supuesto que no. Strider y Kaia -estaban teniendo sexo- ¡Oh, oh, mierda! Mis ojos. Sienna se trasladó a la habitación de al lado. Sabin y Gwen, que alguien me salve. También estaban en ello. ¿Qué pasaba con la gente de este castillo? ¿El demonio de Paris los había contagiado de alguna manera a todos? Gideon y Scarlet estaban acurrucados juntos, hablando. La conversación más extraña que Sienna hubiera escuchado nunca. —Te odio. —Yo te odio más. —Y yo aún más. Pasando. Amun y Haidee estaban en la cocina, horneando galletas. Haidee tenía manchas de harina en las mejillas, al igual que en los pechos y las nalgas, todas por cortesía de Amun y sus manos errantes.

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Reyes y Danika estaban en su dormitorio. Al igual que Paris, Reyes estaba durmiendo por sus lesiones. Danika estaba pintando. Sienna sabía que Danika era el actual Ojo Que Todo Lo Ve, y deliberadamente no miró la escena de colores que estaba creando. Ella no quería terminar como Cronus, obsesionada con lo que iba a pasar y haciendo todo lo posible para evitarlo, mientras que se olvidaba de vivir realmente en el presente. Todo lo que había estado dispuesta a escuchar fue la afirmación de Danika de que la fortaleza de los Señores en Budapest pronto sería demasiado peligrosa para ocuparla, aunque no sabía por qué, todo el equipo necesitaría permanecer aquí por el momento. Sienna, por supuesto, había dado su bendición. Cameo estaba en el cuarto de entretenimiento, puliendo sus dagas mientras que la televisión transmitía un episodio de 1000 maneras de morir. Sí, los guerreros habían encontrado una manera de manipular el reino inmortal para recibir una señal vía satélite. Aeron y Olivia -¡Otra vez no!- En serio. El castillo era más como un zoológico con monos. Ira dio sus habituales “cielo/infierno” como arrullos, y todavía había un deje de nostalgia en su voz, pero no más gemidos. «¿Feliz de estar conmigo?» le preguntó Sienna al demonio. «¿Por lo menos un poco?» «No eres tan terrible». Ella se echó a reír. Ira hablaba con ella más y más ahora, conversaciones reales en lugar de arrojar una sola palabra en la mente. Él la había ayudado en el campo de batalla, guiando sus acciones, pero no superándola por completo, tal y como lo había hecho con Fox, lo que le permitió trabajar con él y hacer lo que se necesitaba. Ella sospechaba que él sentía que de esta manera, ayudaba a proteger a su Aeron y Olivia. Legion estaba en la habitación que habían elegido para ella, también, pero una de sus muñecas había sido encadenada a la pared. Un enlace largo que le permitía moverse libremente, pero que le impedía destellarse a Galen y seguir manteniendo su juramento. Voy a tener que arreglar eso, pensó Sienna. «Esperanza luchará hasta la muerte para recuperarla», dijo Ira. Sí. Probablemente. Pero eso era una preocupación para otro momento. Viola y su perro “princesa” estaban con Legion, y Viola le regalaba a la chica encadenada historias acerca de sí misma. Un público cautivo. Parecía bien. Pobre Legion, sin embargo. Princesa estaba lamiendo sus pies.

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Torin estaba en su habitación, sentado delante de un montón de ordenadores. Había una expresión distante en su rostro, y se preguntó qué estaría pensando. En un instante, lo supo. Podía escuchar lo que él estaba pensando. «…se supone tengo que hacer con la Llave Absoluta ahora? Cronus no pidió que se la devolviera, está muerto, y a la… joder, ¿qué pasa con que la mujer de Paris ahora es la reina de los Titanes? ¿Me estás tomando el pelo con eso? Ella era un ser humano y muerto además. Por no hablar de un antiguo Cazador. Y ya sabemos cómo es ser gobernados por aquellos con demonios dentro de ellos. ¿Nos sometemos a ella ahora? Maldita sea, esto es raro y no tengo ni idea…» ¡Basta ya! pensó, y el volumen en la mente cesó por completo. Tanto como no quería saber del futuro, tampoco quería saber más que su justa parte del presente. Invadir los pensamientos de la gente no era agradable. La Señorita Modales no lo aprobaría. Sienna no había hablado mucho con los Señores en los últimos dos días, demasiado ocupada atendiendo a Paris y adaptándose a su nueva posición, pero ahora sabía que la mayoría de ellos todavía estaban incómodos con ella. Bien, lo que sea. Eso llevaría tiempo. Tiempo que estaba dispuesta a darles. Cualquier cosa para estar con Paris. A continuación, ella apareció en frente de las tres habitaciones ocupadas por prisioneros inmortales de Cronus. Cameron, Winter e Irlandés. A diferencia de todas las ocasiones anteriores, no vio destellos de sus crímenes dentro de la mente. Durante la batalla en los cielos, Ira se había alimentado hasta el punto de la enfermedad y en la actualidad no tenía apetito. Cameron la vio primero, y alertó a los demás. No se sorprendió de que pudieran verla ahora. Todos los demás también podían hacerlo. Se acercó a las puertas de aire blindado. Cameron olfateó, captó su esencia y gruñó. —Ambrosía. Una vez más. Te conozco. Eres la espía invisible de ese bastardo. —Bien, buenas noticias —respondió ella—. Ese hijo de puta está muerto, y está claro que ya no soy invisible. Los tres parpadearon. Irlandés no reaccionó, pero los otros dos se rieron sin humor. —Sí, claro. —Lo que sea. —Voy a liberaros —dijo ella, y ellos se callaron. La miraron de reojo, repentinamente serios. Ella no lo había hecho antes porque no estaba segura de cuál

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era la manera más segura de actuar. ¿Cómo iban a reaccionar a ella como reina? ¿Tratarían de matarla? Pero entonces, había decidido, ¿y que si lo hicieran? Mis poderes son mayores que los de ellos. —Si lastimáis a los Señores del Inframundo, vuestros hermanos por circunstancias —subrayó—. Vais a arrepentiros. Son míos, y yo protejo lo que es mío. ¿Entendido? Rígidos e incrédulos asentimientos de cabeza. —Preguntar por ahí —dijo—. Descubriréis que puedo haceros daño de una manera que os atormentara por toda la eternidad. Dio un paso adelante y tocó la puerta de Winter. El escudo se desvaneció, y Winter liberó un grito ahogado. Un segundo después, la chica se había ido. Repitió el proceso con los hombres, y ellos también se fueron en un instante. Así de fácil, cuando sólo hace unos días tal cosa hubiera sido imposible. Figúrate. Lamentablemente, todavía no había terminado con las tareas. William no estaba en su habitación, pero una chica humana -Gilly, recordó-, estaba profundamente dormida en su cama, su cabello oscuro derramado sobre su almohada. El olor del sexo no estaba en el aire, pero el miedo sí, con un recubrimiento de confort. Gilly había venido aquí, temiendo por William, quien también había sido herido durante la batalla. Él la había calmado hasta que ella se había quedado dormida junto a él, entonces se había ido. Ahora estaba encaramado en el tejado del castillo, haciendo estallar ositos de goma en su boca y hablando con otro hombre en voz baja. Hades. Al instante, ambos hombres sintieron que ella estaba allí, como lo demostraron cuando se giraron en su dirección. —Hola, chica a la que ayudé una y otra vez —dijo William, su humor ladino evidentemente intacto a pesar de sus heridas de batalla. —Hola, chica que me debe muchos favores —agregó Hades. Niebla negra lo envolvía, venas de fuego corriendo por lo que parecían ser alas. Tal vez los nuevos poderes le habían mejorado la visión, porque de pronto podía ver cosas que no había notado antes. Él tenía el pelo negro azabache, los ojos de un negro puro, sin pupilas visibles, y una cara aún más atractiva que la de Paris. Bueno, una cara que otras mujeres podrían considerar más atractiva que la de Paris. Ella no lo hacía. Sus músculos eran enormes, y parecía tener pequeñas estrellas tatuadas en todo el pecho.

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«Me gusta», dijo Ira. «Eso me asusta un poco, para que lo sepas». —Si dos es igual a muchos en tu mundo, sí, —contestó ella secamente—. ¿Has decidido lo que quieres hacer ya?— Lo que la dejó inquieta fue el hecho de que podría pedirle el mundo y tendría que dárselo, siempre que no perjudicara a Paris o sus amigos. Hades negó con la cabeza en sombras, con una maléfica sonrisa de asesino en serie. —Pronto —prometió. —Genial —dijo, y los dejó a ambos con su conversación secreta. Un parpadeo, y estuvo en el cielo, de pie dentro de la nube de Zacharel. Le sorprendía que los ángeles vivieran en nubes, y las nubes eran en realidad como casas. Muebles, pasillos, jardines. Cualquier cosa que el propietario deseara. Zacharel tenía la cama necesaria, pero tenía un hombre con el pelo rosa y lágrimas de sangre encadenado a ella. Una venda estaba envuelta alrededor de sus ojos, una mordaza afelpada en su boca, y una sábana envuelta sobre su cintura. El resto de su cuerpo estaba desnudo. No mires. No es asunto tuyo. En la mesa de noche había un frasco con forma de reloj de arena con algún tipo de sustancia pegajosa dentro. No quería pensar en lo que él haría con esa cosa. —Zacharel —llamó, mirando de regreso al hombre de pelo rosa. Sus ojos se estrecharon. Éste era el atacante de Paris de la caverna... y con la visión nueva y mejorada, se dio cuenta de que no era un hombre, sino un ángel caído. ¿Desde cuándo eran tomados como rehenes por su especie en el mismo lugar del que habían elegido escapar? Observó cómo él luchaba por la libertad. Zacharel entró por otra puerta, y estaba desnudo y mojado, y, ¡oh, dulce Señor! era magnifico. Simplemente... wow. Una masa muscular para competir con la de Paris, y él debía de tener calcetines a modo de relleno de fraude en su estómago, porque maldita sea. Había músculo tras músculo. Pequeños pezones marrones, y un equipo completo de hombre, y no tenía vello corporal. Él único defecto que tenía era un punto negro tan grande como su puño en el pecho, justo por encima de su corazón. El punto sangraba en algunos lugares, como si hubiera sido tatuado con tinta. Espera. Nop. No era el único defecto. Marcas de látigo parecían envolverse alrededor de sus costillas, rojas y salvajes. ¿Y podía realmente llamarse a la nieve que seguía cayendo sobre sus alas, un signo de perfección? Él se detuvo cuando la vio. Un segundo más tarde, un manto blanco lo cubría. Además, su cama -y su prisionero-, se habían desvanecido.

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—Tenía una barrera exterior de no molestar. —Su tono carente de emoción había regresado—. ¿Cómo entraste? —Um, lo siento —dijo—. Yo sólo, eh, me destellé hasta aquí. Sin castigo. Sólo un tenso: —¿Qué quieres? —Quería darte las gracias. —Él era la razón de que Paris y su grupo viviera—. Me diste el agua del Río de la Vida. No sabía lo que tuviste que hacer para conseguir el agua en su momento, pero ahora lo sé, y soy consciente de que tuviste que hacer algún tipo de sacrificio. Fragmentos de información se acercaban a ella en los momentos más inoportunos, y esa misma mañana, se había dado cuenta de que los ángeles tenían que renunciar a algo que amaban para acercarse hasta el agua. ¿Y para salir con un frasco? Tenían que sangrar. Mucho. Tal vez por eso él había sido golpeado. Después de la batalla, cuando la energía de Paris había sido drenada, junto con su sangre, Zacharel había negociado con ella un vial del agua, con la simple promesa de ayudar a los ángeles en la guerra que se avecinaba. Al parecer, la batalla contra Cronus no era la única que se necesitaba para ganar la guerra. —Voy a hacer todo lo posible por ti —finalizó. Había límites en lo que podía hacer, por supuesto. No podía traer de regreso a su hermana, a pesar de que ya lo había intentado. No podía encontrar a Kane. No podía curar a otros. Cronus resultó que no había sido la entidad todopoderosa por la que él se había hecho pasar. —Tienes mucho que aprender sobre ti misma —dijo el ángel—. Pasarás las próximas semanas con nosotros, y te enseñaremos lo que necesitas saber. —Tan pronto como Paris haya sanado. Él vendrá conmigo —dijo. Y rezó por tener razón, porque él quisiera hacerlo. —¿Él compartió su oscuridad contigo, y aún así lo quieres? —Por supuesto. Soy una luz para él, una salida, y de alguna manera su oscuridad es mi luz. —Eso es… —Basta de hablar de esto, lo sé. Le quiero conmigo, y eso es todo. —Ella desapareció, con una última parada más por hacer antes de que pudiera regresar con Paris. La casa de Galen. Él y Fox estaban sentados en su mesa de la cocina, montones de armas y municiones derramadas alrededor. Estaban puliéndolas, controlando los seguros y montando las balas.

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Ira gruñó, pero no dijo nada. Galen parecía molesto. Fox parecía nerviosa. Sus fosas nasales se ampliaron e inhaló profundamente, después su cabeza se estaba girando. Su mirada se posó en Sienna y se puso de pie, a punto de volcarse en la dirección a Sienna, obviamente con el deseo de darle otra probada. Con un movimiento de la muñeca, Sienna colocó a la hembra en la misma mesa donde ella misma había sido el tentempié, encadenándola ahí. Galen se sacudió sobre sus pies, su silla arrastrándose detrás de él. —¡Tú! —Yo. —Quiero a mis mujeres de vuelta. Legión y Fox. —Y yo quiero que liberes a Legion de su juramente a ti. —Nunca. —Pensé que dirías eso. —Ella voló encima y se deslizó en el asiento de Fox. Él no hizo ningún movimiento agresivo hacia ella, pero claro, él sabía lo que Sienna podía hacer ahora. Tal vez debería haberlo matado por todos los males que había cometido. Sin embargo, la mayoría de sus Cazadores habían muerto, diezmados en la batalla, así que quizás ya había sufrido bastante. Además, no quería a su demonio suelto, tal como Codicia que había pertenecido a Cronus, y Discordia que perteneció a Rhea, ahora se encontraban en alguna parte, sin duda azotando al mundo. —Como sabes, los Tácitos estaban obligados a Cronus. Ahora que él está muerto, son libres. Traté de mantenerlos encadenados, pero para cuando me di cuenta de quiénes eran y lo qué son, así como de qué manera retenerlos, ellos ya se habían escapado. —La miraba penetrantemente—. Ellos quieren tu sangre, Galen. La quieren malditamente mal. Definitivamente vendrán a por ti. —Y en verdad, a ella le sorprendía que no le hubieran encontrado ya—. ¿Realmente quieres poner a Legion en ese tipo de situación? ¿Ese tipo de peligro? Pasó un largo momento. Su respuesta podría revelar sus verdaderos sentimientos por la chica. Sus hombros se hundieron. Él se hundió en su asiento. —No. No quiero hacerlo. Él se preocupaba por ella, se dio cuenta Sienna. Realmente se preocupaba por la chica.

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—Yo... la libero —dijo entre dientes—. Libero a Legion de su juramento a permanecer conmigo, a obedecerme. Doble guau, pero ella no hizo ningún comentario. No sabía qué decir. Así que prosiguió con el siguiente tema en el orden del día. —Hay algo que quiero. Él lo entendió perfectamente. —La Capa de la Invisibilidad. —Sí. —Es mía. Mía. Cómo deseaba poder obligarlo a darle el artefacto, pero el libre albedrío era una fuerza mayor que le burbujeaba en el interior. Por lo que Cronus le había dicho, es por eso que había trabajado tan duro para convencerla de que hiciera lo él quisiera. Inmortal o no, rey o no, líate con el libre albedrío y serías castigado. Severamente. Estaba bastante segura de que fue por eso que en el último momento, ella pudo derrotarlo. Debido a que él le había quitado el de ella, había perdido el suyo, a su vez. —¿Qué se necesita para convencerte de darme la Capa? —le preguntó. Había aprendido una o dos cosas acerca de la negociación. Sus ojos se estrecharon en ella. —Protección. Protégeme de los Tácitos. ¿Y a los Señores les encantaría eso? —Durante un año. —La eternidad. —Dos años. —La eternidad. —Un año —le repitió, estrechando los ojos. Él apretó la mandíbula. —Muy bien. Dos años de protección. Tal vez para ese momento, te haya matado y tome esos poderes regios para mí. Podré protegerme yo mismo. Y para ese momento, tal vez ella ya habría encontrado la caja de Pandora, pero no se lo dijo. —Haz un movimiento hacia mí, Galen, y te encontrarás en una prisión especial para los inmortales durante los próximos dos años. Él se puso pálido.

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Sí. Captó la amenaza. Él estaría pudriéndose junto a los griegos a los que una vez había traicionado. —Dame la Capa. Con movimientos bruscos, sacó una pequeña tela de material gris del bolsillo de su pantalón y la tiró hacia ella. —Ahí está. Es tuya. No tuvo tiempo para disfrutar su victoria. —¡Sienna! Oyó el bramido de Paris a través de la gran distancia entre ellos. Las mejillas se le encendieron de placer mientras se rellenaba el corpiño con la Capa doblada. ¡Estaba despierto! —Me tengo que ir —dijo, y se destelló a su dormitorio.

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CAPÍTULO 52

Paris estaba a punto de empezar a arrasarlo todo cuando apareció su mujer al lado de la cama. Contuvo el aliento y se colocó de nuevo sobre las almohadas. A ella el cabello oscuro le caía sobre uno de los hombros, llevaba un vestido tejido con oro y esmeraldas, las joyas brillaban en el material, y esas alas negras estaban arqueadas sobre los hombros. Nunca había estado más hermosa. Suspiró de felicidad cuando ella se le tiró encima. —¡Estoy tan contenta de que estés despierto! Afianzó su ligero peso sobre él y su pelo formó una cortina que les hizo las únicas personas en el mundo. Se sintió inmensamente feliz. Se pertenecían el uno al otro. —¿De verdad, ahora eres nuestra jefa? Ella soltó un bufido. —Lo tuyo y las palabras no tiene precio. Pero sí, soy una especie de jefa vuestra. Los Titanes seguirán apareciendo para presentar sus respetos aunque, por fin, hice un real decreto para tener un poco de espacio. Reina Sienna. Le gustaba. —Supongo que eso me convierte en rey Paris. A ella se le escapó una risa tintineante. —Siempre he sabido que estabas destinado a la grandeza. —Conseguiré mangonear a los chicos, por supuesto. —Por supuesto.

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Sonrió, se sentía tan condenadamente feliz que iba a estallar. —Sabía que me traerías de vuelta, nena ¿Y bien, ahora soy un alma no muerta? Ella levantó la cabeza con una suave sonrisa iluminando sus delicadas facciones. —No. Estás muy vivo y todavía tienes a tu demonio. Sí, ya podía sentir al hijo de puta despertarse, extenderse, exigiendo a Sienna, sólo a ella. El sexo nunca sería una rutina otra vez. El demonio había abrazado a Sienna y todas las facetas de su personalidad; y no quería perderla. Ella era su cupón de lotería. Mientras que con una mano la seguía sujetando, se revisó con la otra. No tenía ni una sola herida. Estaba completamente curado. —¿Qué ha pasado? Ella le besó la mejilla, el cuello. —Después de que te desmayaras, perdí la cabeza, Zacharel me tranquilizó y me habló sobre mis nuevas habilidades. También me dio un vial de agua del río de la vida por un precio. Os di a ti y a todos los Señores un sorbo y os habéis estado curando desde entonces. —¿Qué precio? —preguntó. —Bueno, todos los ángeles querían que me quedara en los cielos, ayudándoles con su guerra. Yo le dije que estaba dispuesta a hacerlo pero que no viviría allí. Me quedaré contigo, si me quieres. Salvo un par de semanas en las que nos tendremos que quedar allí para que me enseñen a utilizar mis nuevos poderes. Es ahí donde estaba ahora. Y estoy divagando, ¿verdad? —Me encanta cuando divagas pero de verdad acabas de decir las palabras ¿si me quieres? —No lo pudo evitar, la besó rápido y con fuerza, reclamándola—. Te querré hoy y el resto de los días, y te ayudaré con lo de los ángeles. Y sí, iré contigo adonde necesites ir. Ella dejó escapar un suspiro de alivio. —Me alegro. Oh, y sólo por si pasa algo, la oscuridad que había dentro de ti, está ahora dentro de mí también. —¿Qué? —exclamó entre dientes antes de ponerse pálido—. Lo siento, lo siento tanto. No... —No te preocupes por eso... marido. Todo en el interior se calmó, el corazón, los pulmones, las sinapsis cerebrales. —¿Sabes que me he casado contigo?

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—Por supuesto. —Se le dibujó una sonrisita socarrona en los labios—. Ahora sé un montón de cosas que cambiarán el mundo. —Las que cambiarán el mundo, las que cambiarán nuestras vidas. ¿Estás de acuerdo con estar ligada a mí para siempre? Porque tengo la impresión de que no será un matrimonio a dos bandas hasta que no lo digas. —Te lo estoy diciendo y estoy más que de acuerdo. Amaba tantísimo a esa mujer. —Bien, porque yo siento lo mismo. Esposa. Ella se estremeció como si estuviera luchando contra las lágrimas. Sienna le habló de Arca, y en lugar de mostrar la culpabilidad y vergüenza habitual, Paris la besó tiernamente. Ella también le amaba y le había perdonado. Vio lo mejor de él. —Gracias —susurró—. Con todo mi corazón, gracias. —De nada. Y, ahora, de vuelta a la oscuridad —dijo, probablemente tratando de poner un tono profesional pero fallando miserablemente. Su mujer era demasiado blanda, como un bollito relleno de crema, y eso le encantaba—. Ira se alimenta de la oscuridad y eso ayuda a mantenerlo calmado. Y sabes lo que eso significa, ¿verdad? Que somos perfectos el uno para el otro en todos los sentidos. —Es imposible que pueda estar más de acuerdo. Somos una familia, tú y yo, y te amo más de lo que soy capaz de expresar con palabras. —Eso está bien porque esa es la misma intensidad con la que yo te amo. Él le plantó un rápido beso en los labios. Una cosa más acerca de la información que necesitaba y estaría encima de ella. —¿Y dónde estamos ahora? Se reflejó un brillo malvado en los ojos de ella mientras decía: —De vuelta en el Reino de Sangre y Sombras. Todos los Señores salvo Kane están aquí. Amun y Haidee lo encontraron, lucharon por él pero le perdieron de nuevo en algún lugar. No obstante, no te preocupes, desde ahora yo me ocuparé de todo. Lo encontraré de una vez y por todas porque digamos que soy una tía importante. Él sonrió. —Y, ahora, cambiando de tema, quiero enseñarte una cosa —dijo. Se colocó a su lado aunque nunca abandonó los brazos, arremolinó la mano en el aire por encima de ellos. Hubo una serie de haces de luces, un engrosamiento de partículas y, después, una amalgama de colores floreció alrededor de una niebla. Vio a Baden con su cabello pelirrojo y su cuerpo musculoso. Dentro de él surgió una mezcla de pena y alegría.

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Vio a Pandora con su pelo negro y su cuerpo delgado y perfecto. Culpa y vergüenza. Vio a Cronus con su pelo castaño y su cuerpo musculoso. Satisfacción. Vio a Rhea con su pelo negro y el cuerpo delgado. Exoneración. Veía que movían las bocas pero no podía oírlos. Estaban de pie entre los pilares gruesos y blancos de un templo. —Estoy muerta —explicó Sienna—. Pero vivo, así que soy capaz de hacer lo que ni siquiera Cronus podía cuando estaba en el trono. Puedo viajar allí, puedo hablar con ellos y creo que hasta puedo traer de regreso a Baden. Unas repentinas lágrimas le quemaron en los párpados. Una niñita otra vez pero y qué. Esto era un sueño hecho realidad, todo ello. —Me encantaría. Gracias. A ella también se le empañaron los ojos y se aclaró la garganta. —Vale, ¿y quieres las noticias buenas o las malas primero? ¿Había más? Sintió una opresión en el pecho. —Las malas. Dame las malas sin importar lo que sean. —Con Cronus muerto, ahora sus enemigos son los míos. Y no estoy exactamente segura de quienes son ni en quién confiar. También los Tácitos están libres y tengo que proteger a Galen de ellos. Paris soltó el aliento que estaba reteniendo. No estaba seguro de qué era lo que esperaba pero no eso. —Nos encargaremos de los enemigos a medida que aparezcan. En cuanto a Galen, ya lo discutiremos. Ella le plantó otro beso en el cuello. —Genial, porque esa es la perfecta transición a las buenas noticias. Nunca se cansaría de sus caricias y ladeó la cabeza para que lo besara otra vez. —¿Qué? —Bueno, en realidad, son dos. La primera es que hemos acabado con los Cazadores y la segunda es que Galen me dio la Capa de La Invisibilidad. —Espera, espera, espera. Rebobina. ¿Qué?

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—Que ahora mismo no tienes enemigos. —No... —no tenía palabras, se dio cuenta. Experimentó una especie de conmoción seguida de una fase de incredulidad para pasar de nuevo a otro shock. Había luchado contra los Cazadores durante tanto tiempo... miles de años, ¿para de repente encontrarse con que no habría ni una batalla más? Era casi demasiado para asimilarlo. Cuando, por fin, encontró la voz, se las arregló para croar: —¿Por qué Galen te dio su único artefacto? —Cuando Cronus y Rhea murieron, los Tácitos se liberaron, como te dije. Y ahora están detrás de él. Galen me ofreció la Capa de Invisibilidad a cambio de que le proteja. Odiaba hacerlo así que lo reduje a dos años. —No deberías haberte tomado la molestia. Uno, aquí todo el mundo lo quiere muerto, y dos, con los Cazadores fuera del panorama, no necesitamos la Capa para colarnos en territorio enemigo. —De nada —espetó ella con la barbilla alzada. —Lo siento, lo siento. Estoy agradecido, te lo juro. Me he expresado mal. Es sólo que odio el hecho de que tengas que estar con él y de que le tengas que proteger. — Lo que quería decir que Paris también tendría que hacerlo. Ella se suavizó. —Aún necesitáis la Capa. No puedes estar seguro de que nadie se vuelva a sublevar contra vosotros y cuantas más armas tengáis a vuestro favor, mejor. —Chica lista. «Nuestra chica». «Desde luego». —Además, todavía estamos buscando la caja —dijo ella sonriendo. Los cuatro artefactos, se dijo, le pertenecían a su mujer. Ella tenía razón. Necesitaban los artefactos, no sólo para mantenerlos alejados de manos enemigas sino para encontrar la caja de Pandora y destruirla antes de que alguien la pudiera usar contra ellos. La meta por la que habían estado trabajando con tanto empeño y durante tanto tiempo, estaba más que nunca al alcance de sus manos. —No vamos a buscar la caja precisamente ahora —respondió, tirando de la ropa de ella. —Chico listo. —Sienna posó la boca sobre la de él y le lamió, le chupó y le besó —. La buscaremos más tarde. Mucho más tarde. «Sí, contad conmigo».

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En una esquina de la mente de Sienna, brotaron los pensamientos de un hombre. «¿Qué es esta basura? Aquí va otra disculpa que tengo que hacer». Se dio cuenta de que era la voz de Strider que se dirigía a su habitación. «Intenté que Paris mandara a su chica a freír espárragos al igual que lo intenté con Amun y los dos sufrieron por ello. Por no hablar de cómo se deberían de haber sentido ellas. Esto se acabó para mí, del todo. Nada de involucrarse con mis chicos y sus mujeres. Aunque ahora mismo sólo quedan Kane y Torin y ya que Torin es casi un recluso, no cuenta. Y si alguna vez Cameo se trae un chico a casa, bueno, entonces, se harán las apuestas. El chico tiene que probar que es digno, sin importar qué. Y, maldita sea, ya casi estoy ahí. Será mejor que Kaia me lo agradezca apropiadamente después, todo esto ha sido idea suya. Odio disculparme y Paris es del tipo vengativo. Seguro que me hará arrodillarme y suplicar, lo sé. Esto va a ser vergonzoso. ¡Y doloroso!» Toc, toc. —Lárgate —gritó Paris mientras amasaba el trasero de Sienna con las manos. —Necesito hablar contigo, tío —replicó Strider con la voz ahogada por la puerta —. Y también con Su Alteza, asumo que está ahí contigo. En realidad no tengo que llamarla Su Alteza, ¿verdad? —Sí, tienes que hacerlo pero hablaremos luego. —Ahora. Bueno, eh, vale. Lo siento. Nos vemos. —«Sip, tan malo como creí que sería» pensó Strider. Sus pasos se desvanecieron. —¿A qué vino todo eso? —preguntó Paris. Sus propios pensamientos se le colaron en la cabeza. No me voy a reír. —Es por mí. Él se estaba disculpando por la forma en que te lió contra mí. De hecho, se estaba disculpando con los dos. —Te quiero, cariño —dijo Paris. Los labios de ella se extendieron en otra sonrisa. —Yo también te quiero. Cuando ambos estuvieron desnudos, él se hundió en ella. Estaba en casa, por fin, estaba en casa. Y estaba en paz. Su mujer estaba con él y nunca le iba a abandonar. Iban a estar juntos.

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Cualquier cosa que viniera, cualquier cosa que ocurriera, estarían juntos, tal y como quiso desde el principio.

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EPÍLOGO

Una vez más Zacharel se encontró en lo alto de los cielos junto a Lysander mirando hacia abajo a los muy contentos Paris y Sienna. —Me gané su cooperación —dijo—, pero no de la forma en que querías. Paris se quedará aquí con ella. —Esta no es la parodia que me temía que sería —replicó Lysander—. A veces se me olvida que cuando se trata de la gente y sus emociones siempre se debe hacer concesiones. Emociones, una pérdida de energía según Zacharel. Vivir, pelear y, un día morir; cualquier otra cosa era innecesaria. Lysander continuó: —Me sorprende que se complementen tan bien, es más, me asombra que se hayan ayudado tanto emocional como físicamente. Nunca lo hubiera imaginado. Ni él. Paris debería haber arrastrado a Sienna con él, ella no debería haber tenido la determinación ni la fuerza como para tirar de él. —¿Y qué pasará ahora? —Ahora, comenzaré a entrenar a Sienna y me responsabilizaré de Paris. Y tú, a su vez, te encargarás de la nueva misión de la Deidad. —Muy bien. —La nueva misión de la Deidad, o más bien la nueva condena, había llegado esta mañana. Le habían convocado al templo de la Deidad donde un segundo castigo por sus pecados anteriores le había caído encima, como si no tuviera suficiente con la nieve eterna—. Tienes que admitir que te ha tocado lo más fácil. —Cierto. No te envidio, amigo mío.

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Zacharel iba a dirigir su propio ejército de guerreros. Guerreros como él, sólo que peores. Hombres que habían desafiado las reglas demasiadas veces. Hombres que, supuestamente, le iban a enseñar a seguir las leyes celestiales. No eran como ningún ángel con el que hubiera tratado anteriormente. Algunos habían tenido amantes, otros discutían y bebían, y otros estaban tatuados y perforados, y tan negros de espíritu como muchos humanos. Si los entrenaba bien, la Deidad le había dicho que dejaría de caerle nieve de las alas y que podría quedarse en el cielo. Si fallaba, si fallaban, entonces ninguno de ellos podría regresar jamás al único hogar que habían conocido nunca. Ocurriera lo que ocurriese, Zacharel debía permanecer en el cielo. Su mayor tesoro estaba allí y se moriría si tuviera que separarse de él. No lo consideraba como una especie de apego emocional si no algo que era esencial para sobrevivir. Puede que no sobrevivas ni aunque te quedes aquí, pensó, frotándose la mancha oscura que se le extendía en el pecho. —Si alguna vez me necesitas —dijo Lysander sacándole de los pensamientos—, sólo tienes que llamarme. —Gracias; yo siento lo mismo, si alguna vez me necesitas... —puede que no esté aquí para ayudar. En ese momento, parte de las palabras de la Deidad le hicieron eco en la mente. “Tu vida está a punto de cambiar de formas en las que ni siquiera podrías haber imaginado. Espero que estés preparado”. ¿Lo estaría? Suponía que sus hombres y él pronto lo descubrirían.

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GLOSARIO DE PERSONAJES Y TÉRMINOS.

Aeron: Antiguo guardián de Ira. Alastor, el Vengador: Dios griego de la venganza. Alto Concilio Celestial: Consejo de Administración Angélico. Amun: Guardián de Secretos. Ángeles Guerreros: Asesinos celestiales de demonios. Anya: Diosa menor de la Anarquía, amada de Lucien. Arca: Diosa de los Mensajes. Ashlyn Darrow: Hembra humana con una habilidad sobrenatural, esposa de Maddox. Atlas: Dios Titán de la Fuerza. Atropos: La mayor de las tres Moiras, encargada de cortar la hebra. Baden: Guardián de Desconfianza. (Difunto). Bianka Skyhawk: Arpía, hermana de Gwen y gemela de Kaia. Consorte de Lysander. Black: Uno de los jinetes del Apocalipsis. Caja de Pandora (dimOuniak): Un recipiente que contenía todos los males que aquejan a la humanidad. Cameo: Guardiana de Miseria. Cameron: Guardia de Obsesión. Capa de la Invisibilidad: Artefacto divino con el poder de proteger al portador de miradas indiscretas.

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Caronte: Guardián de la entrada al infierno. Guardián del Río Estigio. Cazadores: Enemigos mortales de los Señores del Inframundo. Cebo: Mujeres humanas, cómplices de los Cazadores. Cronus: Rey de los Titanes, guardián de Codicia. Danika Ford: Hembra humana, novia de Reyes. Dean Stefano: Cazador, mano derecha de Galen. Ever: Hija de Maddox y Ashlyn. Hermana gemela de Urban. Fénix: Inmortales con el poder del fuego y la capacidad de resucitar a los muertos con sus cenizas. Fluffikans: Princesa vampira y demonio de Tasmania, también conocida como mascota de Viola. Fox: El actual guardián de Desconfianza, lugarteniente y guardaespaldas de Galen. Galen: Guardián de Esperanza y Envidia. Gideon: Guardián de Mentiras. Gilly: Mujer humana. Gargl: Raza de gárgolas. (Así es como las llama Cronus). Gárgolas: Guardianes pétreos, figuras grotescas que son la peor pesadilla de aquellos que intentan penetrar en su territorio. Gorgona: Inmortales con cabellos de serpientes venenosas. Cualquiera que intentase mirarla quedaba petrificado. Green: Uno de los jinetes del Apocalipsis. Griegos: Ex gobernantes del Olimpo, ahora encarcelados en el Tártaro. Gwen Skyhawk: Medio Arpía, medio ángel. Hija de Galen y la esposa de Sabin. Hades: Padre de Lucifer y William. Haidee, también conocida como “Ex”: Cazadora inmortal, formada como Cebo. La amada de Amon. Hate: Un semi dios y guardián de Odio. Hera: Reina de los Griegos. Jaula de la de Coacción: Artefacto divino con el poder de esclavizar a todo aquel que esté en su interior. Juliette Eagleshield: Arpía, enemiga de Kaia.

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Juno: Arpía, aliada de Kaia. Kaia Skyhawk: Arpía, hermana de Bianka, Taliyah y gemela de Gwen. Esposa de Strider. Kane: Guardián de Desastre. Klotho: La más joven de las tres Moiras, quien hilaba la hebra. Lachesis: La segunda de las tres Moiras, quien medía la longitud de la hebra. Land of Cinder: Territorio de la raza de los Fénix. Lazarus: Prisionero inmortal consorte de Julliette, hijo de Tifón. Legion: Demonio menor con cuerpo humano, amiga de los Señores del Inframundo. Leora: Amiga humana de Haidee (fallecida). Llave Absoluta: Es un poder que libera de cualquier cosa y que forma parte en cuerpo y alma del que la porta. Los Tácitos: Dioses Vilipendiados prisioneros de Cronus. Lucien: Guardián de Muerte. Líder de los Guerreros de Budapest. Lucifer: Príncipe de la Oscuridad; Señor del infierno. Lysander: Ángel guerrero de élite y consorte de Bianka Skyhawk. Maddox: Guardián de Violencia. Marcus: También conocido como “El hombre malo” un antiquísimo Cazador. Medusa: Una de las Gorgonas. Micah: Un Cazador. Mina: Diosa de las Armas. Mnemosyne: Diosa titán de la memoria, hermana de Rhea y amante de Cronus. Moiras: Alias de las tres mujeres inmortales que tejen el Destino. Neeka la Indeseada: Arpía, aliada de Kaia. Odynia: También conocido como “el Jardín de las Despedidas” en el reino celestial de Rhea. Ojo que Todo lo Ve: Artefacto divino con el poder de ver en el cielo y en el infierno. Olivia: Un ángel, amada de Aeron. Pandora: Guerrera inmortal, una vez guardiana de la dimOuniak. (Difunta).

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Paris: Guardián de Promiscuidad, también conocido como Señor del Sexo. Púkinn alias el Irlandés: Guardián de Indiferencia. Red: Uno de los jinetes del Apocalipsis. Reino de Sangre y Sombras: Feudo siniestro y oculto en Titania. Reyes: Guardián de Dolor. Rhea: Reina de los Titanes. Ex esposa de Cronus. Guardiana de Discordia. Sabin: Guardián de Duda. Líder de los Guerreros Griegos. Scarlet: Guardiana de Pesadillas, esposa de Gideon. Señores del Inframundo: Guerreros exiliados por los dioses griegos que ahora llevan demonios en su interior. Sienna Blackstone: Fallecida Cazadora; nueva guardiana de Ira. Skye: Una pseudo doctora, esposa de un Cazador. Hermana de Sienna. Solon: Esposo de Haidee (fallecido). Strider: Guardián de Derrota. Tabitha Skyhawk la Despiadada: Madre de Kaia y Bianka. Taliyah Skyhawk: Arpía, hermana de Bianka, Kaia y Gwen. Tártaro: Prisión inmortal en el Monte Olimpo. Tartarus: Dios griego del Confinamiento. Tedra: Arpía, aliada de Kaia. Themis: Diosa griega de la Justicia. Tifón: Padre de Lazarus, inmortal con cabeza de dragón y cuerpo de serpiente. Titanes: Actuales gobernantes de los cielos. Titania: Ciudad de los dioses, antes conocida como El Olimpo. Torin: Guardián de Enfermedad. Única y Verdadera Deidad: El Señor de los ángeles y cabeza del Alto Concilio Celestial. Urban: Hijo de Maddox y Ashlyn, gemelo de Ever. Vara de Partir: Artefacto divino, contenedor de almas y otorgador de habilidades. Viola: Diosa menor de la Vida después de la Muerte y guardiana de Narcisismo. Vociferar: El equivalente de Chatear o Twittear para los inmortales.

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West Godlywood: Hotel de lujo en Titania. White: Uno de los jinetes del Apocalipsis. William: El Siempre Calenturiento guerrero inmortal. Winter: Guardián de Egoísmo. Zacharel: Un Ángel guerrero. Zeus: Rey de los Griegos.

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