03.5 Sweep of The Blade - Ilona Andrews

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3 Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de manera altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a traducir, corregir y diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única intención es darlos a conocer a nivel internacional y entre la gente de habla hispana, animando siempre a los lectores a comprarlos en físico para apoyar a sus autores favoritos. El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar realizado por aficionados y amantes de la literatura puede contener errores. Esperamos que disfrute de la lectura.

Sinopsis .......................................................................................................... 6

Capítulo 2 ..................................................................................................... 41 Capítulo 3 ..................................................................................................... 55 Capítulo 4 ..................................................................................................... 68 Capítulo 5 ..................................................................................................... 88 Capítulo 6 ................................................................................................... 108 Capítulo 7 ................................................................................................... 125 Capítulo 8 ................................................................................................... 151 Capítulo 9 ................................................................................................... 162 Capítulo 10 ................................................................................................. 176 Capítulo 11 ................................................................................................. 196 Capítulo 12 ................................................................................................. 211 Capítulo 13 ................................................................................................. 228 Capítulo 14 ................................................................................................. 246 Capítulo 15 ................................................................................................. 254 Capítulo 16 ................................................................................................. 263 Capítulo 17 ................................................................................................. 272 Capítulo 18 ................................................................................................. 295 Capítulo 19 ................................................................................................. 309 Sobre los Autores ........................................................................................ 340 Saga Innkeeper Chronicles......................................................................... 341

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Capítulo 1 ....................................................................................................... 7

SWEEP of the BLADE Innkeeper Chronicles 3.5

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ILONA ANDREWS

6 Maud Demille era hija de Posaderos. Sabía que en sus cartas nunca hubo una vida sencilla, pero nunca anticipó lo que le depararía el destino. Maud y su hija, Helen, fueron exiliadas por culpa de la ambición de su poderoso marido vampiro en el desolado planeta Karhari. Karhari mató a su esposo, y Maud tardó un año y medio vengando su muerte. Ahora no le debe nada a nadie. Cuando su hermana Dina las rescató, Maud se juró a sí misma que nunca volvería a acercarse a un vampiro. Pero entonces conoció a Arland, el Mariscal de la Casa Krahr. Una cosa llevó a la otra y él pidió su mano en matrimonio. Le rechazó. Por más que lo intente, no puede alejarse de Arland. No ayuda que ser humana sea mucho más difícil para Maud que ser un vampiro. Para superarlo, ella acepta visitar su planeta natal. La Casa Krahr es una poderosa casa de vampiros, y Maud sabe que una mujer que ha rechazado la propuesta de su hijo más querido no recibirá una cálida recepción. Pero Maud Demille nunca rehuyó una pelea y la Casa Krahr pronto descubrirá que hay más en esta humana de lo que alguna vez creyeron posible.

7 Entonces… El viento caliente arrojó polvo marrón a la cara de Maud. Le recorrió la piel, le tapó la nariz y se amontonó en el pelo. Saboreó la arenilla de su lengua, teñida de tierra con un metal amargo, y se ajustó la capucha de la capa hecha jirones alrededor de su cara. A su alrededor, la llanura interminable rodaba hacia el horizonte, interrumpida en la distancia por colinas bajas. Aquí y allá había plantas atrofiadas espinosas que sobresalían de la tierra, secas y retorcidas por los vientos. Lejos al norte, zumbaban los peludos herbívoros que hacían parecer pequeños a los elefantes de la Tierra, abriéndose paso a través de la llanura, pastando en la escamosa vegetación. No había belleza en Karhari; no había campos dorados de grano, ni bosques, ni oasis. Solo tierra seca, roca, y depósitos de sal venenosa. Al frente, en el cruce apenas marcado por luces solares, la caja de metal en bloques de la Logia del Camino sobresalía contra los desechos, los altos muros y las ventanas estrechas y empotradas del fuerte asalto del viento y el polvo. Una puerta doble reforzada perforaba la pared frente a ella. Maud colocó su rifle de aguja en el hombro y se dirigió hacia él, llevando el saco de lona en la mano izquierda lo suficientemente alto como para que no le golpeara las piernas. El lienzo era a prueba de líquidos, pero no quería que la tocara de todos modos.

La puerta sonó, se partió por la mitad y se deslizó dentro de la pared. Maud entró y las puertas se cerraron a sus espaldas. El hedor de los cuerpos sin lavar y la cafeína klava la inundó. El delicado perfume de los vampiros borrachos. Hizo una mueca, sacó el rifle de aguja del hombro y lo dejó caer a través de la ranura en la jaula de alambre electrificada de la entrada. Mantuvo su espada de sangre. Al dueño solo le importaban las armas de proyectil. Si los clientes decidían golpearse el uno al otro, a ella no le importaba nada mientras se pagara su cuenta. El interior de la Logia consistía en un rectángulo largo, con un mostrador de izquierda. Hacia el final de la habitación, una escalera de caracol conducía al piso de arriba, a siete habitaciones en mal estado, cada una poco más que una caja con una cama y un baño escondido detrás de una partición. La Logia atendía a los viajeros, doblando como una posada y un bar. Se situaba en la encrucijada como una trampa, atrapando los restos de los desperdicios de Karhari (mercenarios, guardias de convoyes, asaltantes), almas perdidas que no tenían dónde ir y vagaban por el planeta de los exiliados hasta que encontraban su lugar, o alguien los liberaba de las pesadas cargas de su vida y posesiones. Apenas había pasado el mediodía y la mayoría de los clientes de la Logia se habían ido, tratando de llegar a la siguiente parada de descanso antes de que oscureciera, o no habían llegado. Solo unos pocos vampiros se arremolinaban en las mesas, cuidando el oscuro klava. No le prestaron atención a Maud mientras caminaba hacia el bar. El camarero, una mujer vampiro grande con el pelo grasiento y gris y la armadura picada, la miró desde detrás del mostrador. Maud le tendió el saco. La mujer lo abrió y sacó un lanzador deshilachado con manchas de sangre y una mano aún sujeta. Apenas del tamaño de un subfusil ametrallador de la Tierra, el lanzador disparaba proyectiles de alta energía a 1.200 disparos por minuto. Dos proyectiles harían un agujero en el lado blindado de la Logia. El cargador del lanzador llevaba 2.000. Las armas de fuego de ese calibre estaban prohibidas en Karhari. El dueño del arma había pagado una fortuna para

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barras a la derecha y una colección de cabinas y mesas mugrientas a la

comprarla de contrabando, destruyó una logia, luego pasó el tiempo dando vueltas por las logias y posadas al azar para pedir un rescate. La mujer vampiro olfateó el arma sangrienta. —¿Se puso a pelear? Maud negó con la cabeza. —Dejé mi bicicleta a plena vista en la carretera del este. Se detuvo a comprobarla. Nunca me vio.

—¿Cómo supiste de dónde venía? —El oeste es el territorio de la Casa Jerdan; patrullan con infrarrojos y le habrían quitado el lanzador. El lugar más cercano para descansar al sur está a cuatro días; al norte, cinco, y esa carretera recibe tráfico de convoy frecuente. Demasiado arriesgado. Alguien podría haberlo notado y si tomara demasiado tiempo conduciendo de un lado a otro, le daría suficiente tiempo para armarse con una defensa. No, fue al este y acampó durante un día. Ningún vampiro cuerdo acamparía más de una noche durante la temporada de tormentas. La camarera asintió. —Hiciste un buen trabajo, humana, te daré eso. —Ella se estiró detrás del mostrador, guardó el arma y sacó una bolsa pesada—. ¿Agua o efectivo? —Ninguno. Necesito la habitación hasta fin de mes. —Es tuya. —La camarera puso una taza grande de té de menta en el mostrador—. La bebida corre a cargo de la casa. —Gracias. Maud se cubrió la cara con la capucha, tomó el té y se dirigió a la casita de la pared del fondo, cerca de la escalera. Se deslizó en el asiento de metal y golpeó la antigua unidad terminal remota en su muñeca. La pieza de chatarra parpadeó y zumbó suavemente. Maud lo abofeteó. La terminal parpadeó de

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La camarera le frunció el ceño.

nuevo y cobró vida. Maud levantó el teclado y envió un solo glifo a la única otra terminal conectada a la suya. Seguro. Dos glifos aparecieron en respuesta. Seguro, mami. Maud exhaló y tomó un sorbo de té. Estaba tibio, pero gratis. Golpeó la terminal de nuevo, ejecutando una verificación de integridad en la armadura. intuitivo y fácil, casi tan despreocupado como respirar. Pero para hacer eso, tendría que estar en la cima de una Casa de vampiros. Había perdido la suya cuando las maquinaciones políticas de su marido los habían llevado a los tres al exilio en este ano de la Galaxia. No, no perdida, se corrigió Maud. Se la quitaron cuando el suegro la había arrancado personalmente de su armadura. El recuerdo de ese día la apuñaló, y Maud cerró los ojos durante un momento. Le rogó a su suegra por la vida de su hija. Era demasiado tarde para Melizard y para ella, pero Helen solo tenía dos años en ese momento y Karhari era un lugar feo y desagradable, el depósito de chatarra de las almas vampiros, donde las Casas de la Sagrada Anocracia enviaban la basura que no se molestaban en matar. Había suplicado de rodillas y nada de eso importaba. La Casa Ervan los expulsó. Sus nombres habían sido sacados de los rollos de la Casa. Sus posesiones fueron confiscadas. Nadie había discutido en su defensa. Helen tenía cinco años ahora. Los recuerdos de su vida antes de Karhari eran tan lejanos, que a veces Maud se preguntaba si los había soñado. Observó a la docena de vampiros que se emborrachaban con cafeína. Una cepa depredadora de la misma semilla genética que había brotado en los humanos, los vampiros eran más grandes, más fuertes y más poderosos que un Homo sapiens promedio. Ocupaban siete planetas principales y tenían colonias en una docena de otros mundos, todos los cuales formaban la Sagrada Anocracia Cósmica, gobernada por tres poderes: el poder militar del Señor de la Guerra, la guía religiosa del Hierofante y la sabiduría judicial del Juez. Dentro

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Todavía podía recordar que el momento en que controlar su armadura era

de la Anocracia, el poder residía en las Casas: clanes, algunos con solo unas pocas docenas de miembros, otros con cientos de miles. Los vampiros habían obtenido el secreto del vuelo interestelar cuando aún se encontraban en un período feudal, y su sociedad había cambiado poco desde de lanzar su primer barco al espacio. Todavía construían castillos, llevaban armaduras, y se aferraban a los ideales de caballero: honor, deber y lealtad a la familia y la Casa. Para la mayoría de la chusma en la Logia, todas esas cosas eran recuerdos lejanos, vagos y abandonados. Solo había que mirar su

Para un caballero vampiro, la sin-armadura era casi sagrada. Negro profundo y brillante en perfecto estado, la malla de alta tecnología con nanos era hecha a medida para cada caballero y combinada con una sofisticada unidad de inteligencia artificial dentro de su escudo de la Casa. Un caballero vampiro pasaba la mayor parte de su tiempo en armadura, quitándosela solo en la privacidad de sus aposentos. Repararla era un arte y mantener la armadura en condiciones de batalla era un punto de orgullo. Los vampiros en la Logia todavía llevaban armadura, después de todo, habían sido caballeros una vez, pero en lugar de líneas elegantes y negro brillante, sus trajes eran un montón abollado de carbón y gris, con secciones de otros trajes clavados para remendar los agujeros donde los Nanos habían sido dañados más allá de la reparación. Parecían haberse pintado con pegamento y enrollado en un depósito de chatarra de metal. Su propia armadura ya tampoco era negra, pero al menos había logrado mantener vivos sus nanos. La puerta de la Logia se abrió, y un gran vampiro entró, envuelto en una capa negra. Con sus 5'9 Maud era alta para una mujer humana, pero él tenía casi un pie sobre ella. El vampiro retiró su capucha, soltando una melena negra de cabello que cayó sobre sus hombros. El tipo de cabello que decía que era rico o podía dejar el planeta a un lugar donde el agua era lo suficientemente abundante para lavarlo. La única agua en Karhari venía de lo profundo del planeta. Durante la corta temporada de lluvias, el agua se filtraba a través de la

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armadura.

roca porosa, formando lagos subterráneos, y los vampiros la bombeaban como si fuera petróleo. Sabía sucio y costaba un brazo y una pierna. Maud había mimado su cabello con acondicionadores y máscaras desde que era una adolescente. Su primera noche en Karhari, lo había cortado todo, casi dos pies de mechones negros. Fue su sacrificio al planeta. Se sentó en el suelo de un baño sucio en un albergue de llegada, con su esposo y su hija durmiendo en una pared delgada, con el cabello a su alrededor, y lloró en silencio, llorando por el futuro de Helen y la vida que perdieron.

fuera humano, lo habría puesto en algún lugar entre treinta y cuarenta. Tenía una cara masculina, mandíbula pesada, rasgos audaces, pero con el refinamiento aristocrático suficiente para evitar que fuera brutal. Una cicatriz irregular mordía el lado izquierdo de su cara, cortando a través de su mejilla al módulo de objetivo biónico que brillaba débilmente en la órbita donde solía estar su ojo izquierdo. Renouard. Ugh. Maud puso su mano en la empuñadura de su espada de sangre debajo de la mesa. Renouard marchó por el pasillo entre las mesas. Un vampiro más joven y más alto se interpuso en su camino. Renouard lo miró durante un largo momento y el mercenario más joven decidió tomar asiento. La reputación de Renouard lo precedía. Él se deslizó en su cabina, ocupando todo el banco, y reflexionó sobre ella. —Pensé que te habías ido, Sariv. Ella realmente odiaba ese apodo. —¿Por qué no lo has hecho? —Tenía un pequeño asunto que atender. Renouard le mostró los dientes, mostrando sus colmillos. Los vampiros mostraban sus dientes por muchas razones: para intimidar, para expresar

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El recién llegado se volvió, la vio y se dirigió directamente a su puesto. Si él

alegría, para gruñir de frustración. Pero esta era una mirada burlona. Mira mis dientes, bebé. ¿No soy increíble? Bebió el último trago de su té y estudió su taza vacía. —Desde que mataron a tu esposo, no te has quedado en el mismo lugar más de uno o dos días. Melizard tenía una deuda de sangre. Una deuda que acumuló en los últimos seis meses, mientras perseguía a todos los cómplices de vampiros en su asesinato y a sus familiares y amigos lo suficientemente tontos como para vio su corazón bombeando su sangre en la tierra. Ella le dio una mirada fría y plana. —Mi memoria es bastante buena. No recuerdo que estuvieras allí. No pretendo comentar mis hábitos, mi señor. Renouard sonrió. —Ahh, y ahí está la esposa del mocoso de Mariscal. Sigo esperando que este lugar te asfixie, pero lo soportas, Sariv. ¿Por qué estás aquí? Ella arqueó las cejas. Ni siquiera iba a dignificarlo con una respuesta. —Has estado abriéndote camino a través de los desechos, arrastrando a tu loca hija contigo durante meses, entonces la semana anterior a la última te estableciste en esta Logia. Estás esperando algo. ¿Qué es? Ella bostezó. —Dímelo. —Su tono ganó una calidad amenazante. Un siseo salió de las escaleras. Maud se echó hacia atrás para llevar la escalera a su visión periférica. Helen estaba agachada en las escaleras, envuelta en una capa marrón desgarrada. Su capucha estaba levantada, pero los estaba mirando directamente, el largo cabello rubio se deslizaba fuera de la capucha y dos ojos verdes, brillando ligeramente, estaban fijos en Renouard. —Ahí está el engendro del demonio —dijo Renouard.

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rastrearla para vengarse. Ella había apuñalado al último asesino hacía un mes y

Helen abrió la boca, mostrando dos colmillos delgados y siseó de nuevo. Acurrucada de esa manera, se veía como un animal pequeño y despiadado que retrocedía a una esquina, un gato salvaje que no quería pelear, pero si intentabas tocarlo, te cortaría la mano en trozos. No podría haberlos escuchado desde el piso de arriba. O al menos Maud esperaba que no lo hubiera hecho. Con una niña que era mitad vampiro, mitad humano, Maud había renunciado a todas sus ideas preconcebidas hacía mucho tiempo.

El labio superior de Renouard temblaba, traicionando el comienzo de un gruñido. —Si es así, estás esperando en vano, mi señora. Karhari está bajo un sello de acceso restringido. Solo un puñado de Casas que están a cargo de custodiar Karhari o aquellas designadas como socios comerciales vitales reciben un permiso. Hay menos de diez comerciantes, todos vampiros, y conozco a cada uno de ellos. —Es realmente raro encontrar a un hombre que disfrute del sonido de su propia voz tanto como tú. —La Anocracia paga a las Casas que custodian el planeta para que te mantengan exactamente donde estás, y no tienes forma de pagar el pasaje de un comerciante. El costo para sacarte de contrabando es demasiado alto. Apenas ganas lo suficiente para evitar que tú y tu demonio muráis de sed. Si estás esperando a que alguien de fuera venga a rescatarte, su nave será derribada en el momento en que entre en la atmósfera. Ella acarició la empuñadura de su espada debajo de la mesa. Renouard se inclinó hacia adelante, tomando su lado de la mesa y algo de la suya. —Soy tu única oportunidad. Toma mi oferta. —Quieres que venda a mi propia hija al mercado de esclavos.

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—¿Estás esperando que alguien te saque de esta roca?

—Un híbrido vampiro-humano es una rareza. Vale algo de dinero. Te prometo que dentro de un mes, ella y el planeta serán un mal sueño. Si le arrojara la taza a la cara, él se levantaría de un salto y ella podría conducir el cuchillo en su cadera izquierda debajo de su barbilla y dentro de su boca. Difícil hablar con tu lengua empalada. —Si no quieres venderla, déjala aquí. Creció aquí. Este infierno es el único lugar que conoce. No recuerda a la Casa Ervan. Abandonada, es probable que haya olvidado a su propio padre en este punto. Déjala aquí. Será una

Sintió la repentina necesidad de tomar una ducha para lavar las pocas moléculas que le pertenecían a él y que habían caído sobre su piel. —Ven conmigo. Nos quemaremos a través de la galaxia. Te mantendré demasiado ocupada para meditar. Soy bastante bueno para hacer que las mujeres olviden sus problemas. Él la alcanzó. Ella empujó la espada entre ellos debajo de la mesa. La punta rozó su muslo. —Parece que has olvidado lo que sucedió la última vez que no pudiste mantener las manos para ti mismo. Su afable expresión había desaparecido por completo ahora. Un feo gruñido retorció sus rasgos. —La última oportunidad, Maud. Muy última oportunidad. —Tienes que coger un servicio de transporte. —Bien. Púdrete aquí. —Se levantó—. Volveré en seis meses. Podemos volver a visitarte entonces, si queda algo de ti con el que negociar. Maud lo vio alejarse. Helen se deslizó en la cabina junto a ella. —No me gusta.

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amabilidad.

—A mí tampoco, mi flor. A mí tampoco. No te preocupes. Él no nos molestará otra vez. —¿Mamá? —¿Sí? Helen la miró desde las profundidades de su capucha. —¿Alguien realmente vendrá por nosotras? La frágil esperanza en la voz de su hija casi deshizo a Maud. Deseaba tanto

Hace dos semanas, cuando se detuvieron en la Logia por la noche, se había encontrado con un Árbitro. La galaxia, con todos sus planetas, dimensiones y miles de especies, era demasiado grande para cualquier gobierno unificado, pero la Oficina de Arbitraje, un antiguo cuerpo neutral, era su corte. Encontrarse con un árbitro era raro. Conocer a un humano… Hasta hace dos semanas, Maud hubiera dicho que era imposible. Los humanos no salían mucho. A través de un giro del destino cósmico, la Tierra se situaba en la encrucijada de la galaxia. Era la única urdimbre de doce puntos en existencia, lo que la convertía en un centro conveniente. En lugar de pelearse por el planeta, los poderes interestelares, en un raro momento de sabiduría, formaron un antiguo acuerdo con representantes de la humanidad. La Tierra serviría como la estación de paso para los viajeros galácticos que cruzaran en su camino a otro lugar. Llegaban en secreto y se alojaban en posadas especializadas equipadas para manejar una gran variedad de seres. A cambio, el planeta fue designado como terreno neutral. Ninguna de las potencias galácticas podía reclamarlo, y la existencia de otra vida inteligente seguía siendo un secreto para toda la población humana, excepto para las pocas familias selectas que se preocupaban por las posadas. Los pocos humanos raros que lograban salir del planeta eran como ella, hijos de posaderos, todos marcados con una magia particular que les permitía desafiar las reglas de la física dentro de sus posadas. El Árbitro se sentía diferente, lleno de poder, a diferencia de cualquier humano que había conocido

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poder decir que sí.

antes. Había estado junto a la barra, tratando de averiguar si él había nacido en la Tierra, cuando se volvió hacia ella y sonrió. Por un segundo, ella tropezó. Él era sorprendentemente hermoso. Él le preguntó si era de la Tierra, ella le dijo que sí, y casualmente se ofreció a entregar un mensaje a su familia. Se había congelado entonces, mientras su mente trataba febrilmente de encontrar a alguien a quien enviar el mensaje. Cuando estaba embarazada de Helen, su hermano Klaus y su hermana menor, Dina, habían venido a la Casa momento, el encantador colonial estaba allí, escondiendo un microcosmos en el interior, y al siguiente desapareció, llevándose a todos en el interior con él. Cuando Klaus había regresado a casa de hacer recados, había encontrado un lote vacío. Nadie, ni siquiera la Asamblea de Posaderos, sabía dónde o cómo había desaparecido la posada. Sus hermanos fueron a buscar respuestas en la galaxia. Ella quería unirse a ellos, pero estaba embarazada y Melizard le rogó que se quedara a su lado. Estaba en medio de otro esquema, y la había necesitado. Dos años después, justo cuando su esposo había comenzado el camino que los llevaría a Karhari, Dina y Klaus habían regresado. No encontraron nada. Klaus quería seguir buscando, pero Dina tenía suficiente. Ella volvía a la Tierra. De los tres, Dina era la que más anhelaba la vida normal, siempre deseando cosas que las familias de posaderos no podían tener, como amigos fuera de la posada o que asistían a la escuela secundaria. Maud aún recordaba el mal presentimiento que la había invadido mientras los observaba caminar hacia el puerto espacial. Algo le dijo que agarrara a Helen y los siguiera. Pero amaba a Melizard y se había quedado… Por ahora Dina probablemente tenía un trabajo normal. Tal vez estaba casada, con hijos propios. Klaus solo el universo sabía dónde estaba. Ella le dijo lo mismo al Árbitro y él le sonrió de nuevo y le dijo: —No me preocuparía demasiado por eso. Los mensajes tienen una forma de llegar a donde necesitan ir.

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Ervan para decirle que la posada de sus padres había desaparecido. En un

Maud se quitó el collar, escribió unas pocas palabras con las coordenadas de la Logia en un pedazo de papel y se las entregó. Se sentía bien de alguna manera, como si esto fuera una prueba y hubiera dado la respuesta correcta. Ahora esperaban. No tenía ni idea de cuánto tardarían. Su trabajo mercenario les había ganado dos semanas y media de estancia, el resto de su dinero compraría otras dos semanas más o menos, entonces tendría que buscar trabajo. Helen seguía mirándola, esperando una respuesta.

—Sí —dijo ella—. Si tu tía o tío reciben nuestro mensaje, vendrán por nosotras y nos alejarán de aquí. —¿A un lugar diferente? —preguntó Helen. —Sí. —¿Con flores y agua? Maud tragó la masa caliente que se encajó en su garganta. —Sí, mi flor. Con todas las hermosas flores y el agua que puedas imaginar.

Maud bebió su té de menta. A su lado Helen mordisqueaba una galleta seca y pasaba las páginas digitales de un libro. El libro, Weird and Amazing Planets, una tableta de un solo uso tan delgada como un papel, mostraba fotografías de paisajes de diferentes planetas. Le costó a Maud un mes de agua, pero Helen la encontró en el puesto de un comerciante y la abrazó, y Maud no pudo decir que no. Había casi mil fotografías y Helen ya las conocía de memoria. La Logia estaba llena esta noche. Primero, dos equipos de guardia de convoyes, cada uno formado por una docena de vampiros, vinieron uno tras otro; luego, para hacer las cosas interesantes, un grupo de catorce asaltantes. Los dos guardias del convoy, los comerciantes y los viajeros solitarios habían

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¿Alguien realmente vendrá por nosotras?

tomado las mesas a lo largo del perímetro de la Logia, cerca de las paredes, y los asaltantes se quedaron con un trozo en el centro, expuestos y rodeados. Los guardias del convoy y los asaltantes se miraban entre sí, pero hasta ahora nadie se había emborrachado lo suficiente como para causar problemas. Si se desatara una pelea, agarraría a Helen y subiría las escaleras. La puerta de la Logia se abrió, y tres viajeros entraron. El primero era alto y ancho, su capa se extendía sobre sus anchos hombros de la manera familiar que lo hacía cuando la tela descansaba sobre la armadura de vampiro. Justo detrás de él, el hombre llevaba pantalones oscuros y una cazadora, sus movimientos defenderse de un ataque. El rompevientos parecía hecho en la Tierra. Humano. Su corazón se aceleró. El hombre se quitó la capucha de su cazadora. Maud escrutó sus rasgos: cara cicatrizada, pelo castaño rojizo, afeitado limpio… El humano inhaló, escudriñó la habitación con la mirada. Sus iris captaron la luz, reflejándola con un brillo ámbar durante una fracción de segundo. La decepción se estrelló contra ella. No era un humano. Un hombre lobo, un refugiado de un planeta muerto. La imponente figura encapuchada se dirigió hacia el bar. El hombre lobo la siguió. Una tercera persona los seguía, vistiendo una túnica gris hecha jirones. El corte de la túnica era dolorosamente familiar. Parecía una túnica de posadero. Estás imaginando cosas, se dijo Maud. Es una túnica gris. Había millones de ellas en la galaxia. Era la prenda más simple y común, en segundo lugar solamente a una capa. Al final, todos los colores se desvanecían a gris. El viajero con túnica se sentó en el bar. La camarera tomó el pedido y volvió con dos tazas. El hombre más grande dio media vuelta para mirar la habitación, bloqueando la vista de Maud del viajero con capa.

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gráciles y líquidos. No se movía, se deslizaba. O más bien, entró, listo para

Muévete, patán. Apoyó el codo en la barra. La armadura en sus brazos era negro azabache. ¿Una nueva víctima agregada al interminable goteo de exiliados? No, no se parecía a un exiliado. Había visto suficiente de los recién llegados en los últimos años. Se dividían en dos categorías: el primer pensamiento era que serían dueños del planeta en dos semanas y el segundo era desesperación y quebrado. Ambos se mantenían firmes, listos para un ataque en cualquier momento. Si este vampiro se relajara más, comenzaría a quitarse la armadura.

presa mucho más fácil que cualquiera de los equipos de guardia de convoyes. Si los asaltantes se metieran con los guardias, el otro equipo probablemente saltaría, pero a nadie le importaban los tres desconocidos. Los guardias se sentarían y mirarían. La anticipación zumbaba a través de la habitación como una corriente de bajo voltaje. El líder del asaltante se levantó y casualmente retrocedió, dándose espacio para una carga, apoyando su mano en el gran martillo de sangre en su cintura. Casi simultáneamente, el asaltante más grande, con el rostro arruinado por una profunda cicatriz, se puso de pie y avanzó pesadamente hacia la barra. —Quédate cerca de mí —susurró Maud, y apretó la mano de Helen. Helen le devolvió el apretón. El enorme asaltante llegó a su destino y se detuvo frente a la figura encapuchada. El asaltante tenía un poco de altura sobre el recién llegado, pero no mucha. Su armadura, un feo desorden de gris y negro, parecía haber atravesado una trituradora de automóviles y luego, de alguna manera, había vuelto a ser musculosa hasta cierto punto con la forma correcta. —No eres de por aquí —declaró el asaltante. La Logia se calló en previsión de un buen espectáculo.

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Pasaron unos momentos. Los asaltantes evaluaron a los recién llegados. Una

—Tan agudos poderes de observación —respondió el hombre encapuchado, su voz profunda. Una Casa vieja. Mierda. El acento era inconfundible, culto y todavía llevaba rastros del mundo original, el planeta que dio vida a las especies de vampiros. Todos en la sala reconocieron esto. La familia de su esposo hizo todo lo posible por imitarlo y llegó a contratar entrenadores de voz para los niños. Maud sacó su daga y su espada debajo de la mesa. Las cosas estaban por ponerse feas.

—Tu armadura está limpia. Bonita. ¿Sabes lo que hacemos con los chicos guapos como tú aquí? El vampiro alto suspiró. —¿Hay un guion? ¿Das este discurso a todos los que entran aquí? Porque si es así, sugiero que nos saltemos la conversación. El asaltante rugió. Su error. El hombre encapuchado esperó hasta que el sonido muriera. —Un reto. Me encantan los retos. El asaltante tomó su espada. El hombre encapuchado lo golpeó en la mandíbula. El golpe barrió al vampiro más grande. Salió por el aire y aterrizó en una cabina. Bien entonces. El asaltante se levantó y agitó su espada. El hombre encapuchado se agachó bajo el golpe y golpeó su puño contra las costillas del asaltante. La armadura de mala calidad se partió con un estallido seco. El borde de la coraza saltó libre. El vampiro encapuchado agarró el peto roto y lo tiró hacia arriba. La armadura entera se derrumbó con un crujido ensordecedor, encerrando al vampiro en una camisa de fuerza rígida. Todos los vampiros en la Logia se estremecieron. Maud también lo hizo.

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Una mueca retorció la cara del asaltante.

—Bien —dijo el hombre lobo. —Si uno va a usar una armadura, uno debe mantenerla adecuadamente. El asaltante intentó levantarse. La armadura de su brazo izquierdo se cayó por completo, la de la derecha torció su extremidad tan atrás, que su hombro tenía que ser dislocado. Se las arregló para tambalearse hasta la mitad. El vampiro encapuchado lo golpeó en la cara. El asaltante se derrumbó, su rostro ensangrentado. El otro vampiro le dio una patada. El asaltante se quedó inmóvil, babeando y goteando sangre de su boca abierta al suelo.

se dirigía a las puertas ahora, él y sus amigos podrían salir. Los vampiros respetaban la fuerza. Incluso este lote reconocería su victoria. Si se quedaban… El hombre encapuchado inspeccionó la habitación. —¿Alguien más? No acaba de decir eso. Siete asaltantes se levantaron. El hombre lobo murmuró algo en voz baja y sacó un cuchillo grande de una vaina en su cintura. La hoja brillaba con verde esmeralda. —También podría terminar con esto. —El vampiro se arrancó la capa y la arrojó a un lado. Armadura de última generación. La cúspide de la Casa Krahr, una línea de sangre tan vieja como podías conseguir. El sigilo en el hombro estaba borroso, algo que los vampiros de rango superior hacían cuando no estaban actuando en su capacidad oficial. Impresionante cara

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No era solo un caballero al azar. Este tenía mucho entrenamiento marcial. Si

y una melena de pelo rubio. Oh querido universo. ¿Qué demonios hacía un caballero de alto rango de Krahr peleando en Karhari? No sabía casi nada acerca de la Casa Krahr, excepto que era grande, agresiva y una de las Casas originales. Si uno de los caballeros de Krahr hubiera visitado la Casa Ervan, la familia de su esposo lo habría tratado como un huésped de honor. Antes del exilio, probablemente la habrían exhibido frente a los visitantes y habrían recitado una de las antiguas sagas en un dialecto que nadie había usado durante trescientos años. Mira a nuestra mascota humana haciendo lindos trucos. El pensamiento llevó la bilis a su garganta.

El caballero Krahr dio un paso adelante, y ella finalmente pudo ver a la persona detrás de él. La figura de la túnica gris se deslizó fuera del taburete. La capucha había caído hacia atrás, revelando una cara familiar enmarcada por el pelo rubio. El pelo en la parte posterior de los brazos de Maud se levantó. Miró de nuevo, aterrorizada de estar equivocada. —Mami —susurró Helen—, ¿quién es esa dama? De alguna manera los labios de Maud se movieron. —Esa es tu tía. La mitad de la habitación estaba ahora de pie. Los vampiros rugieron al unísono, gritando un desafío. Demasiados. Debido a la arrogancia de ese idiota, el hombre lobo y su hermana tendrían que abrirse camino hacia ella a través de al menos treinta vampiros cabreados. Tenía que actuar, o nunca lo lograrían. —Helen, agáchate y dirígete a la puerta. Helen deslizó su libro en su pequeña mochila, se la puso al hombro y se deslizó debajo de la mesa. La mirada de Dina conectó con la de Maud. Su hermana sonrió.

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¿Por qué dejó que durara tanto?

Maud saltó a la mesa y corrió hacia el líder de los asaltantes. Él estaba concentrado en el caballero Krahr. Nunca la vio venir. Ella preparó su espada de sangre un momento antes de llegar a él. El arma gimió cuando el líquido de alta tecnología de sangre sangró a través de él, haciéndolo casi indestructible. El líder de los asaltantes se volvió, reaccionando al ruido revelador, y ella lo decapitó de un solo golpe. La sangre salpicó en las mesas. Los vampiros rugieron y atacaron. Cortó el brazo de alguien por la mitad, la espada de sangre atravesó la vampira que intentaba agarrarla y le dio una patada a otra mujer en la cara. A su alrededor, la Logia era un caos, los vampiros gritaban, las mesas volaban y las armas de sangre chillaban cuando estaban preparadas. Lo registró todo con desprendimiento saturado de adrenalina. Nada importaba excepto matar hasta que llegaran a la puerta o no quedara nadie para matar. Alguien agarró su capa y tiró de ella. Se desató como estaba diseñado para hacer, y le compró a Maud un segundo extra. Se arrodilló, hundió su daga en la garganta del vampiro más cercano, rodó desde la mesa para evitar una maza entrante y cortó la cara de un asaltante con su espada. Gritó de rabia, y ella hundió su espada en su costado, en el hueco entre las secciones de armadura mal ajustadas. Maud se retorció, vigilando a Helen. Su hija se había puesto a cuatro patas y se arrastraba por debajo de las mesas hasta la salida. Buena niña. Dina estaba gritando algo. Maud se giró, tratando de parar y mantenerla a la vista, pero los asaltantes se acercaron a ella, encerrándola en un anillo de cuerpos. Demasiados… Un rugido ensordecedor salió de detrás de los asaltantes. Los cuerpos volaban como si estuvieran hechos de paja. La enorme vampira que estaba frente a ella se derrumbó, un chorro de sangre voló de su cráneo en ruinas, y el caballero Krahr irrumpió en el anillo con los colmillos al descubierto. Él frenó al asaltante a su derecha con un violento balanceo y clavó un gancho salvaje en el estómago del que estaba a su izquierda. La armadura defectuosa se agrietó con

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armadura inferior como si fuera papel de hornear, se alejó de la mano de una

un sonido de cáscaras de nuez aplastadas. El asaltante se dobló y el Krahr clavó su codo izquierdo en la parte posterior de su cuello. El golpe barrió al asaltante y lo envió a un lado. En un momento había dos vampiros bramando. Al siguiente estaba solo el caballero Krahr, blandiendo su maza. Los asaltantes lo miraron, asombrados por un momento, y Maud usó cada fracción para apuñalar y cortar tanto como pudo. El anillo alrededor de ellos se ensanchó y de repente se encontró espalda con espalda con el Krahr. —Mi señora —dijo con esa voz profunda y culta—. Me disculpo por no llegar

El infierno se congelaría antes de que le debiera un favor a otro vampiro. —No es tan grave, mi señor. Por favor, no te muevas en mi nombre. Ella se dejó caer, girando, pateó las piernas de un vampiro y le apuñaló en la garganta mientras bajaba. Él golpeó su maza en el hombro de un asaltante con un crujido que rompía los huesos. —Insisto. Paró un balanceo que casi hizo que ella soltara su espada y condujo su daga hacia la ingle del asaltante, golpeando la armadura dañada por pura suerte. —No hay necesidad. Golpeó al vampiro a su izquierda, recibió un golpe en el hombro de otro, gruñó, invirtió su giro y asestó un golpe devastador al nuevo oponente. El vampiro se inclinó hacia delante por el impacto y el Krahr clavó su puño en la parte posterior de su cabeza. —Por favor, permítame esta pequeña desviación. Soy solo un invitado en tu planeta. Fue un viaje largo y he estado sentado demasiado tiempo. Argh. Él la sacó de las costumbres. Por absurdo que fuera su reclamo, él la apoyaba en el papel de anfitrión y las leyes de hospitalidad de los vampiros dictaban que los invitados debían ser mimados.

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antes en su momento de extrema necesidad.

Espera, no soy un vampiro. ¿Por qué incluso importa? Un vampiro macho pateó. Se tambaleó hacia atrás, rebotó en la ancha espalda del Krahr y se lanzó a la refriega. Por el rabillo del ojo vio a Dina abriéndose camino hacia la salida, con el látigo de energía naranja colgando suelto y chispas en el suelo. Helen estaba en sus brazos. ¿Qué estaba haciendo? La mejor ventaja de Helen era su tamaño y velocidad. Ahora ninguno de ellos podría moverse. Ella no lo sabe, se dio cuenta Maud. Su hermana no tenía ni idea de qué clase

El hombre lobo se colocó frente a ellos y comenzó a abrir un camino hacia la puerta. —¡Mi señor! —llamó Maud—. Nos vamos. Él gruñó. —Estaré allí en breve. —¡Mi señor! —Cubriré tu retirada. Dina y Helen estaban a pocos metros de la puerta. Maud cargó contra los vampiros restantes. En dos balanceos atravesó el guante. —¡Arland! —gritó el hombre lobo, su voz cortando el ruido de la Logia. Así que ese era su nombre. Maud miró por encima de su hombro y lo vio, empapado en sangre, cortando cuerpos. —¡Arland! —gruñó el hombre lobo. El Krahr se volvió, los vio y comenzó a retroceder hacia la puerta. Las pesadas puertas de metal se abrieron. Dina salió corriendo, agarrando a Helen con ella, y el hombre lobo la siguió. Cuando Maud corrió por la puerta, vio a la camarera saludándola con una pequeña sonrisa surrealista.

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de niña era su hija.

Una estrecha lanzadera negra esperaba en la pista de aterrizaje y corrieron hacia ella. Las puertas se abrieron. Maud saltó a un asiento y sacó a Helen de los brazos de Dina. El hombre lobo aterrizó en el asiento del piloto y comenzó el control previo al vuelo, con los dedos sobrevolando los controles. ¿Dónde estaba el Krahr? Si no emergía en los próximos diez segundos, volvería a buscarlo. Luchó por ella y su hija. Le debía eso. Una bola de cuerpos salió por la puerta y se derrumbó en ocho luchadores individuales. Arland apareció, con los colmillos al descubierto, con la cara históricos de la Anocracia: un héroe solitario en un planeta extraño, enfrentándose a probabilidades imposibles, rugiendo su furia hacia los cielos. Arland agitó su mazo de sangre. Aplastó el cráneo de una luchadora en una sangrienta explosión de sangre y cerebro. Antes de que terminara el balanceo, el caballero Krahr giró, agarró al que tenía a su izquierda por la garganta, lo sacudió una vez como una muñeca de trapo y arrojó el cadáver a un lado. La mezcla perfecta de pura brutalidad y precisión eficiente era hermosa de ver. El caballero Krahr pateó a un gran asaltante a su izquierda, llevando toda la potencia de su pierna blindada a la rodilla del vampiro. El hombre se dejó caer, y Arland golpeó la mandíbula con la maza, casi como una ocurrencia tardía, se volvió y hundió la cabeza de la maza en las costillas del asaltante a su derecha. Un martillo cayó sobre su espalda. Arland se encogió de hombros como si hubiera sido golpeado con un matamoscas, giró, demasiado rápido para un hombre de su tamaño, y golpeó la maza contra el brazo derecho de su atacante. El brazo se aflojó. El vampiro se volvió y corrió. Arland lanzó su maza. Salió disparada por el aire y rebotó en la espalda más pequeña del vampiro. La armadura, ya abollada y colgando en una oración, se agrietó, y el asaltante voló a un lado del edificio, rebotó y cayó al suelo. Guau. Los vampiros se enorgullecían del combate terrestre; su marido era uno de los mejores, pero esto, esto estaba en otro nivel. ¿Dónde lo encontró la Casa Krahr? ¿Qué hizo él por ellos?

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salpicada de sangre. Era como algo salido de uno de los dramas pseudo-

Se volvió hacia Dina y señaló a Arland. —¿Quién diablos es? —El Señor Mariscal de la Casa Krahr —dijo Dina. Oh, dulce galaxia, era el jefe militar de su Casa. ¿Cómo demonios logró Dina atarlo para este rescate? Los dos asaltantes restantes cargaron al mismo tiempo. El Mariscal se preparó para el ataque, rugiendo un desafío. Cuando uno de los asaltantes se atacante no tuvo tiempo de reaccionar al repentino cambio en el centro de gravedad. El impulso lo llevó hacia delante mientras el Mariscal lo empujaba hacia arriba y sobre su hombro en un movimiento suave. El asaltante cayó sobre su cabeza. Su cuello se rompió con un crujido seco. El Mariscal recogió el martillo del vampiro muerto y frenó con él al último asaltante que quedaba. Maud se acordó de respirar. El Mariscal corrió a la lanzadera. Pelear con él sería increíble. Podría hacer todo lo posible sin contenerse. En un par de respiraciones, saltó a la cabina y aterrizó en el asiento al lado del hombre lobo. La puerta de la Logia de la Carretera se abrió y una turba de vampiros arrancó, gruñendo y rugiendo. —¿Sabes cómo volar, hombre lobo? —gruñó el Mariscal. —Abróchate el cinturón. —El hombre lobo tiró de una palanca y la astuta nave aceleró hacia el cielo. La gravedad se sentó en el pecho de Maud. Era real. Se estaban yendo. Abrazó a Helen hacia ella. —¿Qué pasó? —preguntó Dina—. ¿Dónde está Melizard? ¿Dónde está tu marido?

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acercó, dio un paso hacia la izquierda, se agachó y se lanzó hacia el vampiro. El

—Melizard está muerto. Lideró una revuelta contra su Casa. Lo despojaron de todos los títulos y posesiones y nos enviaron a Karhari. Hace ocho meses cruzó el local equivocado y los asaltantes lo mataron. —Los matamos de vuelta —dijo Helen. —Sí, lo hicimos, mi flor. —Maud le sonrió y acarició su cabello—. Sí, lo hicimos. Se terminó. Finalmente se terminó.

existencia de alguna manera alterara la estructura de su universo y no pudiera reconciliarlos. Ella había visto esa mirada antes. Ninguno de los vampiros esperaba que un humano supiera qué extremo de la espada apuntaría al enemigo, y mucho menos que usaran su armadura. Dina debió haberle dicho algo, por lo que esperaba a un humano, pero no la había esperado, y ella claramente dejó de pensar. Maud encontró su mirada. Sorprendentemente guapo. Sus rasgos eran fuertes y masculinos, tallados sin ninguna debilidad, pero ni crudos ni crueles. Sus ojos pensativos, un azul intenso y profundo, la consideró, notando su armadura y persistiendo en su espada sangrienta. Volvió a mirar su rostro, y Maud vio sorpresa y respeto en sus ojos, admiración de un luchador que apreciaba la habilidad de un compañero. Algo olvidado y reprimido se agitó dentro de ella. —Bien peleado, mi señora —dijo en voz baja. —Bien peleado, mi señor —respondió ella en piloto automático. —¿Tú o tu hija están lastimadas? —No, mi señor. —Todo está bien entonces. Él le sonrió. Antes era guapo, pero ahora era imposible.

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El Mariscal se dio la vuelta y la miró. Parecía conmocionado, como si su

No, se dijo a sí misma. No. Lo intentaste antes, lo hiciste lo mejor que pudiste durante años, y te tiraron a ti y a tu hija como basura. Ella no se involucraría con otro vampiro de nuevo. Ni siquiera aceptaría esa idea, sin importar cuánto luchara él o cuánta admiración se reflejara en sus ojos cuando la miraba.

Tres Semanas Más Tarde Arland estaba tumbado desnudo en la tabla de examen de metal. Ampollas ensangrentadas enfundaban su cuerpo. Algunas se habían roto, goteando sangre contaminada, fétida que olía a ácido y descomposición. El pánico se agitó y arañó las entrañas de Maud. Tomó sus manos. Sus dedos eran como el hielo. Él la miró, sus ojos azules llenos de dolor. Cortó a Maud como un cuchillo. Tonto. Estúpido tonto. Estaban asediados en la posada de Dina. Un extraterrestre le había pedido refugio a su hermana y ella lo acogió, sabiendo que toda su especie era el objetivo de un planeta de fanáticos religiosos. Un clan de asesinos había apuntado al alienígena. Ella y Arland habían estado ayudando a contenerlos, luchando juntos, entrenando, comiendo en la misma cocina, reparando su armadura por la noche en la mesa del comedor en un cómodo silencio. Él la provocó, ella respondió, luego ella lo provocó, y él esquivaba. Lo vio jugar con Helen, tratándola como a una preciada niña vampiro. Notaba cuando él sonreía. Entrenó con él y se dijo que nada de eso importaba. Solo eran amigos que luchaban por la misma causa. Hoy los asesinos lograron introducir una semilla del Asesino del Mundo en la posada. Una flor con el poder de destruir todos los planetas, el Asesino del Mundo era impermeable al fuego y al ácido. Hecho de energía, pasaba a través

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Había acabado con todas las cosas vampiro.

de cada barrera que pudieran lanzar en su camino y solo se hacía carne cuando estaba a punto de atacar. Mataría y crecería y mataría de nuevo hasta que no quedara nada vivo en el planeta y ellos cinco, Dina, Sean, Helen, Arland y ella se convertirían en sus primeras víctimas. Se quedaron congelados en la cocina, temerosos de hacer el menor movimiento. Entonces Arland declaró que su sangre era tóxica para la flor. Ella lo vio mirar a Helen, mirarla, y supo en lo más profundo de su alma que él se sacrificaría por ellos. La enormidad de esa comprensión se estrelló contra ella,

Recordó su voz, tan calmada que la heló. —Señora Maud, si muero, di la Liturgia de los Caídos por mí. Decir la Liturgia de los Caídos se reducía al que más atesorabas. Tu esposo. Tu amante. Tu quien era todo. No podía deshonrar esa confesión y le respondió en el lenguaje de los vampiros. —Ve con la diosa, mi señor. No será olvidado. Se había arrojado a la flor. Le picó y lo quemó, envolviéndolo como una serpiente constrictor. Lo atravesó una y otra vez, envenenándolo hasta que lo puso de rodillas. Gritó, con voz ronca por el dolor, las lágrimas corrían por su rostro, y aun así luchó hasta que finalmente agarró su raíz, la abrió y escupió su propia sangre. Murió. Y ahora Arland moriría también. Le hicieron soltar su armadura mientras Helen lloraba y le rogaba que no muriera, luego lo trajeron al interior. Se había vuelto tan débil. Apenas había fuerza en sus dedos. Su hermana lo seguía lavando, limpiando la sangre contaminada de su cuerpo, pero sus heridas sangraban y sangraban. No había antídoto. No podía perderlo. No podía. Pensando en levantarse por la mañana, sabiendo que nunca lo vería, destrozaba su alma. Quería gritar y enfurecerse, pero él miraba su cara, sus miradas forjaban una conexión frágil. Sostuvo su

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haciéndola tan desequilibrada que ni siquiera podía pensar.

mano y lo miró, aterrorizada de que esta cuerda se rompiera y él se fuera para siempre. Vio la muerte en sus ojos, acercándose cada vez más. Los vampiros morían rodeados de familia o en el campo de batalla. Tenía que ayudarlo. Tenía que… Maud hizo su voz neutral y tranquila. —Dina, ¿tienes una sala de vigilia? —No.

Cerró los ojos, buscando la magia de la Posada Gertrude. La posada de Dina respondió, moviéndose primero lentamente y luego más rápido, separando los suelos y las paredes, formando un nuevo espacio, formando una enorme bañera, cultivando las plantas adecuadas… Le daría tranquilidad. Si se aseguraba de decir los ritos apropiados y se ofrecía una oración en su nombre, podría continuar. Espera, deseó. Por favor espera. Por favor no nos dejes. Abrió los ojos, tomó la ducha de Dina y siguió lavándolo. Su pecho apenas se levantaba. —No te vayas —suplicó ella—. Aférrate a mí. Él le sonrió, tan débil que casi rompió la poca resolución que le quedaba. —Lucha —dijo ella. Agarró su mano, tratando de derramar algo de su vitalidad en él. —Todo se está desacelerando. —Su voz era tranquila. Levantó la mano, sus dedos temblando. Ella se apoyó en su palma, y él le acarició la mejilla—. No hay tiempo. —Combátelo. Vive. Sus ojos se oscurecieron.

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—Entonces haré una. Fuera de la cocina.

Sonó un golpe. Se abrió una puerta y Caldenia ka ret Magren entró en la habitación. Una vez fue una tirana galáctica, ahora la única invitada permanente de la Posada Gertrude, con una recompensa por su cabeza que le permitiría comprar un planeta paraíso. Llevaba una pequeña caja. Una cura. Maud no tenía ni idea de cómo lo sabía, pero lo creía con cada latido del corazón. Su miedo la había paralizado, y Maud se adormeció. A pesar de que la aguja atravesó la piel de Arland y sus heridas dejaron de transportara, lo vio deslizarse en el baño de menta en la sala de vigilia, y luego se sentó a su lado y susurró oraciones, una tras otra. A su alrededor, la posada estaba en silencio. Dina se había ido a algún lado. Sean y otros estaban en la cocina, pero bien podrían haber ido a la luna. Vive, Arland. Vive. No me dejes. No dejes a Helen. Una mano tibia y húmeda la tocó. Maud abrió los ojos. La estaba mirando, con el pelo rubio mojado, su piel todavía demasiado pálida, pero sus ojos azules eran más brillantes y profundos dentro de sus iris, y vislumbró la misma voluntad de hierro que lo llevó a la batalla. —Mi señora —dijo en voz baja. —Nunca vuelvas a hacer eso —susurró. —Quédate conmigo —le pidió. —¿A dónde iría? Él sonrió entonces. Ella puso los ojos en blanco y volvió a los ritos.

El mazo de prácticas silbó sobre la cabeza de Maud. Se dejó caer en cuclillas y pateó, apuntando para barrer las piernas de Arland. El Mariscal de la Casa

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sangrar, todavía no podía tener esperanza. Dirigió la posada para que lo

Krahr dio un salto y retrocedió, evitando la patada. Maud se lanzó hacia la izquierda, se puso de pie y llegó a tiempo para esquivar otro golpe. La obligó a cruzar el suelo de mármol blanco. El sudor empapaba su rostro. A su alrededor, el gran salón de baile de Gertrude Hunt brillaba en todo su esplendor. Las enormes luminarias en el techo estaban apagadas, y brillantes nebulosas brillaban en las paredes oscuras y el techo alto muy arriba, grupos de estrellas brillando como constelaciones de gemas preciosas. La única iluminación provenía de las delicadas flores de cristal que florecían en color turquesa. Solía entrenar con Melizard así, pero sus combates de práctica siempre tenían espectadores. Como todo, su difunto esposo organizaba un espectáculo para impresionar y promover sus ambiciones. Una vez, Maud le dijo que no se sentía cómoda con la atención, y él le dijo que quería que todos presenciaran las habilidades de su esposa humana. Lo giró como una manera de mejorar su posición con la Casa Ervan. Ahora, años después, comprendió que siempre se trataba de él, nunca de ella. Arland nunca se hizo pasar por delante de un público. Si alguien hubiera venido a practicar junto a ellos, no se opondría. Era un caballero de una antigua Casa y la cortesía estaba arraigada en sus huesos. Pero nunca llamó la atención. Sin embargo, sus sesiones de práctica eran solo para ellos, privadas, tranquilas, solo para los dos. Y ella nunca se contuvo. Él le dijo que la amaba. Ella recordaba cada palabra. Estaba grabado en su memoria. Se paró frente a la bañera donde estaba sentada su hermana catatónica, observándolos con ojos ciegos, sabiendo que estaban a punto de ir a la batalla para terminar con ambos y decirle la verdad. Cuando te vi por primera vez, fue como ser lanzado desde una lanzadera antes de que tocara el suelo. Caí y cuando aterricé, lo sentí en cada célula de mi cuerpo. Me has perturbado. Me quitaste la paz interior… Arland la acusó. Ella se alejó, giró a su alrededor, le dio un golpecito en la espalda y se alejó antes de que él pudiera perseguirla de nuevo.

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enredaderas doradas que se retorcían alrededor de las imponentes columnas de

… Me enseñaste el significado de la soledad, porque cuando no te veo, me siento solo… Arland se lanzó, empujando. Un movimiento inesperado, uno en particular a una espada, no una maza. La atrapó por sorpresa. Ella tomó el golpe en el pecho y se tambaleó hacia atrás. Avanzó y consiguió un trozo de la espada de práctica a través de su cuello por su problema. … Puedes rechazarme, puedes negarte a ti misma y, si decides no aceptarme, acataré tu decisión…

batalla por la supervivencia de la posada de Dina le había quitado mucho. Sus emociones eran un desastre, su cerebro se sentía como si se sobrecalentara tratando de luchar para controlar sus pensamientos, y Maud todavía estaba demasiado cansada. Sus dedos atraparon su muñeca derecha, y la atrajo hacia sí, girándola para que su espalda presionara contra su pecho. Sus manos sujetaron sus brazos en un tornillo de acero. Él la había atrapado así antes, y ella sabía por experiencia que salir de este control era imposible. Incluso si levantaba sus piernas y lo golpeaba con su peso muerto, él simplemente la sostendría sobre el suelo. Se pararon en una especie de abrazo. … Pero debes saber que nunca habrá otra como tú para mí y otro como yo para ti. Ambos esperamos años para poder encontrarnos. Él la dejó ir. Cogió su espada y caminó de regreso al estante de armas de práctica. Arland la amaba. Y ella también lo amaba. Lo supo en el momento en que él le pidió la Liturgia de los Caídos, porque sentía que el temor de que muriera le arrancaría el corazón del pecho. Pero luego lo arruinó todo y le pidió que se casara con él. Maud dejó caer su espada y su hebilla en el estante de armas de práctica y tiró de la magia de la posada. La posada obedeció, separando el suelo debajo del estante y dejando que se almacenara, pero respondió con lentitud, casi como

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Arland dejó caer la maza y la apuró. Debería haberlo evitado, pero la última

si estuviera confundida por sus instrucciones. La respuesta en la posada de sus padres había sido instantánea. Aquí, era como dar órdenes al perro de un hermano. La obedecía porque era de la familia y humana, pero sabía que ella no era su humana. Mejoraría con el tiempo, si se quedaba. Y quedarse en la posada tenía todo el sentido del mundo. Ella y Helen estarían a salvo aquí. Dina podía usar la ayuda, y a Helen le encantaba. La posada le respondía mucho mejor que a Maud. Todas las posadas instantáneamente tomaban a los niños.

amigos? ¿Qué pasaría cuando él se fuera? Ese último pensamiento le dio el empujón que necesitaba. Maud se volvió hacia Arland. —Te amo —le dijo ella—. Pero no puedo casarme contigo. Su hermoso rostro permaneció perfectamente neutral, pero ella captó el toque de felicidad en sus ojos. Se oscureció al instante, pero ella lo atrapó. —¿Puedo preguntar por qué? —Porque el amor es simple, pero el matrimonio es complicado. —Explícate. Ella cruzó los brazos sobre su pecho, usándolos como escudo. —Cuando miras a Helen, ¿qué ves? —Potencial. Podría haberlo besado por eso, pero eso no ayudaría. —Si no supieras sus antecedentes, ¿dirías que es una humana o un vampiro? —Un vampiro —dijo sin dudarlo. —¿Por los colmillos?

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Pero, ¿qué pasaría cuando su hija se diera cuenta de que no podía tener

—Debido a su impulso depredador. Los colmillos la hacen parecer un vampiro. Pueden obtenerse por medios quirúrgicos, pero el instinto de identificar y atacar las debilidades del oponente no puede ser inventado o aprendido. Uno lo tiene o no lo tiene. Ella lo tiene. Esa fue su evaluación también. —Si me quedo aquí, en la posada de mi hermana, Helen tendría que limitarse a los terrenos. No puede asistir a una escuela de humanos. Otros niños no estarían seguros a su alrededor. Ellos no sabrían qué es ella, pero sabrían

La expresión de Arland se endureció. —No tengo derecho a ofrecer mi opinión, pero ¿el encarcelarla en la posada sería lo mejor para Helen? Encarcelada. Así es como lo veía. Así es como ella lo veía también. Dentro de la posada, los posaderos poseían un poder casi divino. Construían salas para cien especies diferentes en minutos. Doblaban las leyes de la física y abrían pasajes a planetas a miles de años luz de distancia. Veían las rarezas y maravillas de la galaxia pasar por sus puertas. Pero el mundo humano de los posaderos era pequeño, los amigos pocos, y aunque la galaxia se encontraba en su puerta, la mayoría de ellos rara vez cruzaban el umbral. Fuera de la posada, eran vulnerables. Los hijos de los posaderos crecían en casa, separados de la sociedad humana, y cuando crecían, se convertían en posaderos o en ad-hal, los ejecutores de los posaderos. A veces abandonaban la Tierra como lo habían hecho ella y su hermano. Casi ninguno de ellos entraba en la sociedad humana. Una vez que aprendían a usar su magia, no podían volver a colocarla en una caja. —¿Qué pasaría con Helen si la lleváramos a la Casa Krahr? Arland frunció el ceño. —Correría salvaje alrededor de la fortaleza con otros niños como ella. Me gustaría ver a los Centinelas tratando de llevarla a un salón de clases. De hecho,

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que es diferente. La ignorarían o la atormentarían, y ella tomaría represalias.

pagaría buen dinero… —Él captó la expresión de su cara—. Es decir, recibiría una buena educación en línea con los otros aspectos de la Casa Krahr. —Una vez me dijiste que debería ser una rassa en la hierba, no una goren en el porche. Los rassa eran feroces depredadores de emboscadas, mientras que los goren, más pequeños y más dóciles, servían a los vampiros, como los perros a los humanos.

—Puede que haya sido demasiado contundente. —No, tenías razón. Helen es una rassa y en la Casa Krahr estaría entre otras rassa. Sería más peligroso, pero podría encontrar su lugar allí de la manera que nunca podría encontrarlo aquí. Luego estoy yo. Llevo seis años usando la armadura de un vampiro. No soy la misma mujer humana que abandonó la posada de sus padres. Ni siquiera soy la misma mujer que había sido exiliada a Karhari hace casi tres años. No sé dónde está mi lugar. No he descubierto a dónde pertenezco. —Conmigo —dijo—. Tú perteneces a mi lado. Maud, todos estos son argumentos a favor de nuestro matrimonio. Ella asintió. —Lo sé. Y eso es un problema. Soy viuda de un caballero deshonrado. Mi esposo trató de asesinar a su propio hermano para convertirse en el Mariscal de su Casa. Soy humana. Sé cómo los vampiros tratan a los forasteros. He vivido esa vida. Tu Casa me verá como una mujer humana que no tiene nada, ningún estatus, ningún honor, ningún propósito. No sirve para nadie. Una mujer que tiene una hija medio vampiro y haría cualquier cosa por el bien de esa niña, incluso seducir el orgullo de su Casa y luego manipularlo para obtener lo que quiere. Arland arqueó las cejas.

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Arland se aclaró la garganta.

—He sobrevivido a innumerables intentos de manipulación antes. Parece que soy demasiado denso para ello. Sin embargo, estoy abierto a ser seducido. —¿Te tomarás esto en serio? —No me importa lo que piense mi Casa. —Pero a mí, sí. Durante años fui una esposa ejemplar para el hijo de un Mariscal vampiro. Nadie podría encontrar faltas en mi comportamiento o en mi hija. Trabajé en beneficio de la Casa Ervan. Organicé sus banquetes, les enseñé a lidiar con sus vecinos alienígenas, memoricé sus rituales, ritos, poesía… Sé más embargo, cuando mi esposo cometió traición, su Casa nos tiró como basura. Ninguno de mis logros importó. Yo no existía fuera de mi marido. Su rostro se volvió duro. —No soy Melizard y la Casa Krahr no es la Casa Ervan. Maud asintió. —Lo sé. Pero el desequilibrio entre nosotros es mucho mayor que entre Melizard y yo. No quiero ser la mascota humana, Arland. No seré tratada de esa manera otra vez. Mi confianza en tu sociedad ha sido destrozada. Me juré a mí misma que nunca volvería a la Sagrada Anocracia. Quería salvarme a mí misma y a Helen del rechazo. Probablemente yo pueda tomarlo. Me aplastaría, pero sobreviviría. Soy un adulto. Helen es una niña. La primera vez que sucedió, era demasiado joven para entenderlo por completo, pero ahora tiene la edad suficiente. No puedo ponerla a través de esto. Sería injusto haber encontrado un hogar y un padre y luego arrancarlo por segunda vez. No puedo dejar que alguien nos tire de nuevo. No lo haré. Pero tampoco puedo cumplir mi promesa de mantenerme alejada de la Anocracia, porque la idea de que te vayas me aterroriza y porque mi hija es medio vampiro. Ella merece saber de dónde viene. —Soy el reflejo de mi Casa —dijo Arland—. Te quiero. Te veo cómo eres, una mujer que sería un activo para cualquier Casa. Si vienes conmigo, los que están

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dialectos vampíricos del Ancestro que la mayoría de los eruditos vampiros. Sin

cerca de mí te verán tal como eres, y llegarán a amarte. No habrá una persona viva que no se preocupe por Helen. —Díselo a su abuela. Arland le enseñó los colmillos. —Lo haré cuando surja la oportunidad. Cásate conmigo. —No puedo. Pero tampoco puedo dejarte ir. Quiero ir contigo, y no sé si lo estoy haciendo por Helen, por mí misma, o porque soy demasiado débil para mentiré, Arland. Solía ser amable con mi marido, porque no me dejó otra opción, y nunca volveré a hacerlo. No puedo prometer que me casaré contigo. Ni siquiera puedo prometer que me quedaré contigo. Puedo prometer que trataré de demostrarle a tu Casa que valgo la pena. Esto es mucho menos de lo que mereces. Solo tengo dos condiciones. Una, no me presionas en el matrimonio. Dos, si quiero irme, me proporcionarás un pasaje de regreso a la Tierra. Llévanos contigo o no. La decisión es tuya. Ella miró al frente, mirando en su dirección, pero sin verlo. —Maud. Ella se encontró con su mirada. —¿Qué tan rápido puedes hacer las maletas? —preguntó.

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hacer lo correcto y pensar en no estar contigo me hace desesperar. No te

41 Las estrellas murieron, reemplazadas por la oscuridad total. Maud se estremeció y se abrazó a sí misma. La textura fría y ligeramente áspera de la armadura se sentía familiar y tranquilizadora bajo las yemas de sus dedos. El plan había sido que nunca volvería a usarla, pero últimamente la vida no había hecho más que desbaratar todos sus planes. El ventanal del suelo al techo solo simulaba ser un cristal, la cabina en la que estaba profundamente escondida en las entrañas del destructor, pero la oscuridad se filtraba de todos modos, fría y atemporal. Los vampiros lo llamaban el Vacío. Aquello que existe entre las estrellas. Siempre conseguía inquietarla. —¿Hemos muerto, mamá? Maud se volvió. Helen estaba unos pasos por detrás de ella, abrazando el suave osito de peluche que Dina le había regalado por Navidad. Su largo cabello rubio sobresalía por encima de su oreja derecha por no habérselo cepillado después de despertarse. Casi podría pasar por una niña humana. —No. Seguimos vivas. Estamos en el hiperespacio. Tardaríamos mucho en llegar con propulsión normal, así que estamos atravesando el tejido del espacio como una aguja. Ven, quiero mostrarte algo.

Helen se acercó. Maud la levantó —estaba creciendo tan rápido— y la abrazó delante de la pantalla que aparentaba ser un ventanal. —Esto es el Vacío. ¿Recuerdas lo que papá te contaba sobre el Vacío? —Es el lugar a donde van las almas. —Exacto. Cuando un vampiro muere, su alma debe pasar por el Vacío antes de decidir si va al Paraíso o a las vacías llanuras de la Nada. —No me gusta —susurró Helen y metió la cabeza debajo del hombro de

Maud casi ronroneó. Estos momentos, cuando Helen todavía actuaba como un bebé, eran cada vez más raros. Crecería y se alejaría antes de que Maud se diera cuenta, pero por ahora Maud podía abrazarla y olerla. Helen sería suya por un poco más de tiempo. —No tengas miedo. Si no miras, te perderás la mejor parte. Helen se volvió. Permanecieron juntas, mirando la oscuridad del Vacío. Comenzó como una pequeña chispa en el centro de la pantalla. El brillante punto de luz se precipitó hacia la nave espacial, desplegándose como una flor resplandeciente, sus pétalos abriéndose más y más con cada giro, pintados con la majestuosidad de las estrellas. Helen lo vio, sus ojos abiertos de par en par, y las luces de la pantalla se reflejaron en su rostro. El universo las envolvió. La nave atravesó los trozos de oscuridad y emergió al espacio normal. Un hermoso planeta

apareció

ante

ellas,

orbitando alrededor de una cálida estrella amarilla, una joya verde y azul,

el

velo

turquesa

de

la

atmósfera brillando suavemente. Daesyn. No era la Tierra, pero podría haber sido su hermana más

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Maud.

bonita. El planeta tenía dos lunas satélites, una grande y púrpura, más cerca de la superficie, la otra teñida de naranja, más pequeña y distante. Las puestas de sol tenían que ser espectaculares. —¿Es este el planeta donde vive Lord Arland? —Sí, mi flor. —Maud dejó a Helen en el suelo—. Deberías vestirte. Helen salió corriendo, como un conejito liberado de su conejera. El planeta turquesa iluminó a Maud a través de la pantalla. El mundo natal

Esto era una locura. Diagnosticable. Si fuera un ser completamente lógico, nunca habría venido aquí. Y jamás habría traído a Helen. El planeta creció en su pantalla. Maud abrazó sus hombros. Habría sido mucho más prudente alejarse y quedarse en la posada de su hermana. Volver a aprender a ser una humana después de intentar durante muchos años convertirse en la vampiro perfecta. Estar enamorada en la posada era simple. Ellos estaban luchando por sus vidas cada día. Dejaba poco espacio para las cosas pequeñas, pero en la vida ordinaria esas pequeñas cosas a menudo se convertían en lo bastante importantes para destrozar las relaciones. Saltar de cabeza a las políticas vampíricas no era inteligente, especialmente las políticas de la Casa Krahr. Melizard se habría cortado el brazo por poseer este barco, y Arland lo conducía una y otra vez como si no le costara nada. El umbral era mucho más alto. Cuando se había casado con Melizard, había esperado aceptación, una segunda familia, y confianza. No encontró nada de eso. Ahora… ahora solo quería averiguar si la Casa Krahr valía la pena. Ya no estaba dispuesta a acomodarse. Los tomarían como suyas, o no necesitarían molestarse. Una esfera se deslizó desde detrás de la curva del planeta. No tenía los habituales agujeros que se parecían a un satélite. Lo miró con los ojos entrecerrados.

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de la Casa Krahr.

¿Qué demonios…? Maud pellizcó su brazo. La esfera estaba quieta allí. Tres anillos a su alrededor, girando uno sobre el otro, cada uno consistía en un núcleo de metal erizado con una celosía de púas. Desde aquí los anillos parecían delicados, casi etéreos. Tocó la pantalla, ampliando los anillos. No eran púas. Eran cañones. La Casa Krahr había construido una estación de batalla móvil. Su mente se negó a aceptar la existencia de semejante poder de fuego concentrado en un

Querido Universo, ¿cuánto costaba esa cosa? Arland había mencionado que, gracias a la ayuda de su hermana, a su Casa le estaba yendo bien, pero esto, esto se salía de la escala. Los dedos de Maud fueron al emblema vacío en su armadura. El emblema controlaba las funciones de la armadura y le concedía entrar en la Sagrada Anocracia, dándole permiso para operar en sus fronteras como un agente libre, un mercenario. No estaría atrapada en Daesyn. Si las cosas se ponían feas, siempre podría agarrar a Helen y volver a la posada de Dina, se dijo. Hizo que Arland prometiera proporcionar un pasaje, pero Dina había insistido en compartir los procesos de la venta de armas que recogieron durante el ataque a la posada. Fácilmente podía comprar un pasaje de vuelta. —¿Mamá? —preguntó Helen—. ¿Ya hemos llegado? —Casi, mi flor. Se giró. Helen se había puesto el traje que compraron en Baha-char, el bazar galáctico. Leggings negros y túnica negra sobre una camiseta carmesí. Parecía un vampiro de pura sangre. Pero solo era

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solo lugar.

medio vampira. Los otros vampiros no la dejarían olvidarlo. Al menos no hasta que pateara el culo a cada uno de ellos en sumisión. —Ven aquí. —Maud se agachó y ajustó el cinturón de Helen, apretando la pequeña cintura de su hija. Alcanzó la pequeña caja esperando en la estantería al lado de la cama y la abrió. Una tira de metal negro estaba dentro, diez pulgadas de largo y una pulgada de ancho. Maud la sacó y la situó en la muñeca izquierda de Helen. Diminutas luces rojas chisporrotearon dentro del metal. La tira se curvó alrededor de la muñeca de Helen, uniéndose en un brazalete, y encogiéndose, adhiriéndose a su piel. Diminutos rectángulos se

—¿Recuerdas cómo usarlo? —preguntó Maud. Helen asintió. —Muéstramelo. Helen tecleó en el rectángulo central con su dedo. Una pantalla traslúcida mostró el plano del barco llameando a la vida una pulgada sobre su muñeca. —Llamar a mami. La propia unidad de Maud llegó a la vida, lanzando su propia pantalla con la imagen de Helen en ella. —Bien. La unidad de señal servía como una versión de la Sagrada Anocracia de un móvil inteligente. Equipado con un poderoso procesador, hacía llamadas, rastreaba su objetivo, proporcionaba mapas, monitoreaba signos vitales, rastreaba programas, y simplificaba docenas de pequeñas tareas para hacer la vida de alguien más fácil. En los adultos interactuaba como armadura, pero Helen estaba llevando la versión para niños. No podía ser removida o apagada por nada más que un padre. Durante los pasados cinco años, mantener a Helen viva había sido el núcleo de la existencia de Maud. Una vez tomaran tierra, habría momentos en los que Helen tendría que estar sola. Pensar en eso dejaba los dientes de Maud en el

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formaron en su superficie.

borde. La señal no alejaba la ansiedad, pero la mitigaba, y ahora mismo tomaría toda la ayuda que pudiera conseguir. —¿Todo listo? —Todo listo —dijo Helen—. ¿Puedo llevar mi peluche? —Llevaremos todas nuestras cosas. Tenían tan poco, que no tardaron mucho en recogerlo y guardarlo. Cinco minutos más tarde, Maud colocó la bolsa sobre su hombro, miró por última vez acercarse y cruzaron al otro lado. Maud cuadró sus hombros y levantó su cabeza y caminaron a través de ella. Deja que los juegos comiencen. Ella estaba lista.

Las naves espaciales tenían un dicho, ‘El volumen es barato, la masa es cara.’ En el espacio, donde el aire y la fricción no eran un factor, no importaba lo grande que fuera el objeto, solo cuánto pesaba. Se necesitaba una concreta cantidad de combustible para acelerar un kilo de materia a la velocidad correcta, y luego una cantidad aproximadamente igual de combustible para desacelerarlo. A la Casa Krahr le había entrado ese dicho por una oreja y salido por la otra. La cubierta de llegada de la nave parecía el patio de un castillo de la más fina tradición de la Sagrada Anocracia. Piedras cuadradas grises pavimentaban el suelo y trepaban hasta revestir las altas paredes. Las largas banderas carmesíes de la Casa Krahr, con el perfil negro de los monstruosos dientes de sable que daban nombre a la casa, se extendían entre las falsas ventanas. La gentil brisa de la atmósfera circundante estiraba la tela y varios krahr en las banderas parecían gruñir en respuesta. En medio de la cámara, un árbol vala extendía sus ramas negras. Sólido, con un robusto tronco y una masa de miembros que se dividían y subdividían en una vasta multitud, el vala le recordó a Maud un tilo, pero a diferencia del

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la cabina y la pantalla, y tomó a Helen de la mano. La puerta se abrió al

gentil verde de los tilos, las hojas del vala eran de un vivido escarlata. El corazón de sangre roja del barco, un remante del mundo original, sagrado para los vampiros. Ningún ritual superior tomaba lugar en la sociedad vampira sin el árbol vala como testigo. Como si esto no fuera suficiente, una corriente de dos pies de ancho deambulaba a través del suave lecho

artificial,

cruzando

la

cubierta, serpenteando alrededor desapareciendo

debajo

de

raíces.

podría

haberlo

Maud

las

entendido si la corriente fuera parte del suministro de agua que luego sería reciclada, pero había brillantes peces de colores. La corriente servía como una decoración, nada más. El lujo era alucinante. Tenía que haber alguna forma de cerrarlo, si el barco tenía que maniobrar, reflexionó Maud. De lo contrario, tendrían un desastre en sus manos. Nada era más divertido que el agua no asegurada en gravedad cero. —¿Puedo? —susurró Helen. —Sí —le dijo Maud. Helen corrió hacia el árbol, pequeños talones destellando. Maud la siguió más despacio. Había caminado sobre piedras iguales a estas en innumerables ocasiones antes cuando estuvo casada. Si se lo permitía, su memoria cambiaría el gris pálido a cálido travertino beige, las banderas carmesí a Carolina azul, y el oscuro techo del barco a un cielo teñido de naranja. Se detuvo frente al árbol vala. Cada planeta vampiro los tenían. Si no eran capaces de adaptarse al clima, los vampiros construían invernaderos solo para poder plantarlos. Un árbol vala era el corazón del clan, el núcleo de la familia, un lugar sagrado. La flor del árbol vala había decorado su corona nupcial. Fue un gran honor, apropiado para la novia del segundo hijo del Mariscal de la

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del árbol en un círculo perfecto, y

Casa Ervan. Un dolor caliente pinchó su pecho. Está en el pasado, se dijo a sí misma. Terminado y hecho. Déjalo ir. Cuidados pasos se acercaron a ella por detrás, tratando de acercarse sigilosamente a ella. Escondió una sonrisa. —Saludos, Lord Soren. Los pasos se detuvieron, luego se reanudaron y Lord Soren se detuvo a su más robustos, como si el tiempo mismo les reforzase. Lord Soren era el ejemplo perfecto de un vampiro de mediana edad: ancho en los hombros, musculoso como un tigre, con una espectacular melena de cabello castaño oscuro y una barba corta pero gruesa, ambas tocadas con gris. Su armadura sincrónica, negra como la medianoche y marcada con marcas rojas que denotaban su rango de Sargento Caballero, y el pequeño emblema redondo de la Casa Krahr, le sentaba a la perfección y tenía algunas cicatrices aquí y allá, al estilo del mismísimo Lord Soren. El testimonio de una vida dedicada a la batalla. Parecía un tanque humano. También era el tío de Arland. Ella había trabajado duro para conseguir gustarle. Lord Soren no era complicado. Su cosmovisión se reducía a tres cosas: honor, tradición y familia. Había dedicado su vida a defenderlos, y ninguno de los tres estuvo nunca en conflicto con otro. Él la favorecía, pero aún estaba por verse hasta qué punto se extendía exactamente su buena voluntad. Consideró a Helen, quien había dejado caer su bolso y estaba sumergiendo sus dedos en la corriente. —Esa niña adora el agua. —Hay muy poca agua en Karhari, mi señor. —No había nada en Karhari excepto millas de tierra dura y seca, y golpeaba a los que eran enviados allí hasta que también se endurecían y secaban. —Es una experiencia nueva para ella.

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lado. Los vampiros envejecían como sus castillos —creciendo más grandes y

—Así es. La observaron en un cómodo silencio. —Es bueno que os hayáis unido a nosotros —dijo. Esperaba que él tuviera razón. —Tal vez, con tu presencia, mi sobrino se quede quieto durante más de cinco minutos antes de huir en otro tonto viaje a través de la mitad de la galaxia. La plataforma de llegada se estaba llenando lentamente de gente en espera

Si lo hace, escaparé con él. —¿Entiendo que Lady Ilemina está en la residencia? —Lo está. Tarde o temprano tendría que conocer a la madre de Arland. No sería una reunión agradable. —¿Mi sobrino te ha dicho por qué tuve que ir a la posada a buscarlo? — preguntó Lord Soren. —No. —¿Qué sabes de la Casa Serak? Ella tuvo que hurgar en su memoria. —Es una de las Casas más grandes. Controlan la mayor parte de su planeta, el cual también se llama Serak, si mal no recuerdo. Nunca han producido un Señor de la Guerra, pero han estado cerca un par de veces en los últimos cinco siglos. Después de ser derrotados en la Guerra de las Siete Estrellas, su influencia disminuyó, pero aún son formidables. También están ansiosos por recuperar lo que han perdido y eso les hace peligrosos. Lord Soren asintió en señal de aprobación. —¿Y su enemigo jurado?

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de descender al planeta.

Le tomó un segundo encontrar la respuesta. —La Casa Kozor. Una Casa un poco más pequeña, pero mucho más agresiva. Controlan el segundo planeta habitable en el sistema Serak. —Han decidido enterrar los huesos de sus caídos —dijo. Interesante. —¿Una alianza?

Maud parpadeó. —¿De verdad? —Sí. El hijo del Preceptor Serak se casará con la hija del Archchaplain Kozor. Requieren un lugar neutral en el que se pueda realizar la ceremonia. —Naturalmente. —Era una boda en el filo de la navaja. Nadie confiaría en nadie, y todos estarían esperando una emboscada—. ¿La Casa Krahr les ofreció un refugio? —No encontramos un motivo razonable para negarnos —dijo Lord Soren—. Dominamos el cuadrante y Serak está solo a un salto de nosotros. La boda es en ocho días. Hubiera sido más apropiado que Arland hubiera estado en el planeta para ayudar con los preparativos, pero como estaba ocupado con otro asunto, llegaremos casi al mismo tiempo que los invitados de la boda. —Corríjame si me equivoco, pero, ¿no hay otro sistema estelar controlado por vampiros, más cercano que este al sistema Serak? —Lo hay. Había gato encerrado en esta boda. —Uno se pregunta por qué dos Casas con semejante enemistad y falta de confianza desean aliarse. —Supuestamente quieren terminar el conflicto y formar un pacto.

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—Una boda.

—Si no pueden reunirse ni siquiera para las ocasiones más alegres, su alianza está condenada desde el principio. Es necesaria la buena disposición de ambas Casas para que la boda se realice. Lord Soren la estudió. —¿Cómo de grande se espera que sea la reunión, mi señor? —Cien invitados por cada Casa. —¿Y vendrán armados?

La Casa Krahr tenía a su disposición decenas de miles de tropas. Doscientos vampiros, sin importar su capacidad marcial, no deberían representar una amenaza. Entonces, ¿por qué tenía un mal presentimiento? La puerta en la pared del fondo se abrió y Arland la atravesó. Ella pudo ver su hermoso rostro, enmarcado con una melena rubia. Sus ojos azules la encontraron. Él sonrió. Su corazón dio un vuelco. Maldición. Arland se concentró en ellos y rompió en una marcha. Se movía como un gran felino depredador, deliberadamente, sin problemas, la gran maza de sangre en su cintura un recordatorio de su rango. Luchó por ese lugar y ganó. Todos los ejércitos de Krahr le obedecían sin preguntar. Y su madre era la Cabeza de la Casa, el Preceptor. Arland era la encarnación perfecta de todo lo que un Lord vampiro debería ser. Inteligente, poderoso, intrépido, y leal. Un ejemplo de vampiro caballero. Ella tardó exactamente dos segundos en deducir que él era el orgullo y la alegría de su tío. Probablemente también era el orgullo y la alegría de su madre. Y ella era una humana don nadie. —Lord Soren —murmuró Maud—. Lady Ilemina debe estar estresada con esos preparativos. Quizás sería más prudente no mencionar la propuesta de Lord Arland. —Y su rechazo.

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—Por supuesto.

—No podría estar más de acuerdo —dijo el Sargento Caballero. Ella dejó escapar un pequeño suspiro de alivio. —Desafortunadamente, mi sobrino se encargó de informar a su madre ya. ¿Qué? Ella mantuvo su voz tranquila. —¿En serio? —Oh, sí —dijo Lord Soren, parecía como si acabara de morder un limón—. Envió el mensaje dos días antes de que dejáramos el planeta, por un vehículo quería asegurarse de que se prepararan las adaptaciones adecuadas. Maldita seas, Arland. —¿No pidió su bendición? —No. Creo que ordenó a la familia que estuvieran presentables. Porque su madre nunca encontraría algo así ofensivo. Maud cerró los ojos por un momento. —A continuación, envió un segundo mensaje, indicando que le rechazaste, pero que te unirías a él de todos modos. Arland se había precipitado. La miraba como si ella fuera la única luz en una habitación oscura. —¿Su madre envió una respuesta? —Sí. Maud se armó de valor. —¿Qué decía? —Solo cinco palabras —dijo Lord Soren—. «No puedo esperar para conocerla.» Estupendo. Sencillamente estupendo.

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aéreo no tripulado de emergencia, anunciando que iba a traer una novia y que

Soren se acercó y torpemente le dio unas palmaditas en el brazo. —Podría ser peor. Por su vida que no conseguía ver cómo. Arland les alcanzó. —Lady Maud. Su voz envió un suave ronroneo por su columna. Odiaba eso. Era una debilidad, pero no tenía ni idea de cómo compensarlo. Ella deseó poder ser

—Lord Arland. Lord Soren se apartó discretamente y se acercó al arco de la puerta de transportación. Helen abandonó los peces y el agua y cogió su bolsa. Arland tendió sus manos, pero Helen se quedó al lado de Maud. —¿No hay abrazo? —preguntó él. —Mami dijo que fuera educada. —Se deben observar ciertas apariencias, mi señor —dijo Maud. —Nunca me interesaron mucho las apariencias —dijo. Sus ojos eran suaves y cálidos. Invitadores. Ella necesitaba que le examinaran la cabeza. —Desafortunadamente, algunos de nosotros no estamos en una posición que nos permita quitarles importancia. La puerta de transportación se volvió carmesí. Lord Soren caminó a la luz y desapareció. —Mi señora. —Arland indicó la puerta con su mano. Él alcanzó su bolsa, pero ella la colocó en su hombro lejos de su alcance. Caminaron hacia la puerta. —¿Qué es lo que te molesta? —preguntó en voz baja.

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inmune.

—Se lo has dicho a tu madre. —Por supuesto que lo hice. No eres un secreto vergonzoso que tenga que esconder. —No, soy una exiliada deshonrada que tuvo la audacia de rechazar la propuesta del hijo más querido de la Casa Krahr. Él lo consideró. —No creo que sea el más querido. Mi primo es mucho más adorable que yo.

—Lord Arland... Sus ojos chispearon con humor. —Siempre puedes remediarlo y decir que sí. —No. Helen les estaba mirando. Maud se dio cuenta de que estaban discutiendo justo enfrente de la puerta de transportación. —¿Recuerdas esto? —le preguntó Arland a Helen. Helen asintió y miró la puerta. —Me revuelve el estómago. —¿Quieres que te coja de la mano? —preguntó Maud. —Tenemos que hacerlo rápido, como cargar contra un castillo. —Arland extendió la mano, colocó a Helen sobre sus hombros y rugió. Helen rugió con él. Atravesaron la puerta y desaparecieron. —¡Arland! —espetó Maud. Se había ido. Estaba sola en la cubierta de llegada con la mitad de la tripulación de Arland mirándola boquiabierta. Apretó los dientes y caminó hacia el resplandor carmesí.

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Tiene dos años y su cabello es rizado.

55 El resplandor carmesí de la puerta de invocación murió detrás de Maud. Ella parpadeó, luchando contra el vértigo, y se alejó en piloto automático para no bloquear a los que la siguieran. A la derecha, a unos veinticinco metros de distancia, Arland se había detenido para hablar con tres vampiros. Helen ya no estaba sobre sus hombros —gracias, Universo— y estaba mirando boquiabierta el puerto espacial. Maud miró a su alrededor y también se quedó boquiabierta. Estaban en una caverna rectangular. Estaba iluminada por la luz diurna que se filtraba por largas y estrechas ventanas rectangulares cortadas en los muros de piedra gris a veinte pies de altura. Ella giró lentamente, tratando de asimilarlo todo. A su izquierda, la puerta de invocación brilló, a punto de liberar a otro viajero en el puerto espacial. A su derecha, pequeñas naves, elegantes bombarderos y algunas ligeras naves civiles habían atracado en el suelo, y más allá de ellos estaban las enormes puertas del hangar abiertas de par en par, mostrando el cielo azul. Sobre las puertas, un escudo en relieve de piedra representaba a un krahr en pleno rugido. El gran depredador, su ancha cabeza un cruce entre un oso y un tigre, rugía a los visitantes, con las fauces abiertas, sus colmillos de dientes de sable prometiendo un combate mortal. Había una delgada grieta en el lado izquierdo del rostro del krahr en donde habían arrancado un trozo de piel de su mandíbula. Nadie lo había arreglado.

Eso la golpeó. La Casa Krahr era una Casa antigua. La Casa de Melizard, la Casa Ervan, era mucho más joven. Noceen era un planeta próspero, con un clima suave, colonizado hacía solo doscientos años, y la Casa Ervan había emergido como uno de los clanes de vampiros más destacados por pura suerte. Habían llegado al planeta para colonizarlo y la tierra que habían reclamado contenía ricos depósitos de minerales. Su riqueza les permitió comprar armas, equipos e infraestructura. Todo en Noceen había sido de la más alta calidad, moderno y elegante, especialmente el puerto espacial, donde la piedra vampírica tradicional era de chapa y la madera había sido tratada artificialmente. Le había parecido algo grandioso cuando lo vio por

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primera vez. Pero esto… esto era real. Todos los puertos espaciales vampiros eran castillos. Fácilmente defendibles

para

permitir

la

evacuación a la órbita, fácilmente contenidos si llegara una amenaza a través de la puerta de invocación. El puerto espacial de la Casa Krahr había sido construido hace cientos de

años.

Las

piedras

estaban

erosionadas bajo sus pies, las enormes vigas de madera del techo estaban oscurecidas por el tiempo, los gruesos muros de piedra, todo emanaba su verdadera edad. Era una fortaleza, levantada cuando las fortalezas tenían un propósito. Aquí y allá se veía la modernización, pero su toque era sutil y ligero: ventanas mejoradas de plasti-acero transparente, sensores en lo alto de las paredes y las enormes puertas del hangar a prueba de explosiones. Pero la fortaleza misma respiraba una abrumadora sensación de antigüedad. Hablaba a los visitantes sin decir una palabra. Nosotros lo construimos. Ha perdurado durante siglos. Nuestro umbral ha sido cruzado por innumerables generaciones y aún nos pertenece, porque nadie es lo suficientemente fuerte como para quitárnoslo.

No se trataba de dinero. Era una declaración de poder, dura y brutal. Exigía respeto, especialmente de un vampiro, para quien la tradición y la familia lo significaban todo. Ordenaba admirar y respetarlo como corresponde. Estaba hasta el cuello, no era ni siquiera divertido. Arland se acercó a ella, Helen a su lado. —Mi señora. Palabras corteses y formales. La fácil familiaridad a la que ella se había

—Mi señor. —Debo disculparme. Hay un asunto que requiere mi atención urgente. —Se inclinó más cerca de ella—. No vayas a ningún lado. Regresaré en diez minutos. —Como quieras, mi señor. —Lo digo en serio —dijo—. Diez minutos. Parecía genuinamente preocupado porque ella desapareciera. —Helen y yo te esperaremos. Él asintió y se alejó. Los tres caballeros vampiros le siguieron. A la derecha, dos mujeres vampiro no podían despegar sus ojos de él. Ambas llevaban armadura con el emblema de la Casa Kozor, una bestia con cuernos rojos. Una era delgada y alta, con una cascada de pelo castaño recogida en elaboradas trenzas. La otra, más curvilínea, su armadura más adornada, había dejado suelta su sedosa melena rubia maíz. Caía hasta su trasero en ondas brillantes, y por cómo sacudía la cabeza, estaba bastante orgullosa de ella. Interesante. —¿Te gustaría ver los transbordadores? —Sí —dijo Helen. —Vamos a verlos.

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acostumbrado había desaparecido. Había esperado demasiado.

Se acercaron a las brillantes lanzaderas y a las dos mujeres vampiro. Helen fue a mirar al elegante bombardero, pintado de blanco puro, y Maud la observó, manteniendo a las dos mujeres al borde de su visión. —… no es el momento de saciar tu apetito —dijo la mujer más alta. El implante de Maud permaneció en silencio, pero lo entendió sin su ayuda. Ancestro Vampírico. Era un lenguaje más antiguo, con docenas de dialectos regionales

y

variantes.

Muchos

vampiros

apenas

podían

entenderlo,

especialmente si era hablado por un vampiro de un mundo natal diferente. Los pero no era extraño para ella. Muchas de las grandes epopeyas habían sido escritas en Ancestro Vampírico, y recitarlas había sido un motivo de orgullo para los miembros de la Casa Ervan. Ella había intentado con todas sus fuerzas ser la mejor esposa para Melizard. Hablaba con fluidez una docena de dialectos y podía entender a los demás con bastante facilidad. Este particular era extraño, una rama del Tercer Planeta Costero. Ellos mezclaban sus vocales de izquierda a derecha, pero si se concentraba, podía apañárselas. —Tienes que admitir que es un espécimen excelente —dijo la rubia. —Está preocupado con su juguete humano. Es esa de allí. —Los juguetes se pueden romper —dijo la rubia. Tienes mi permiso para intentarlo. —Es una hermosa niña —dijo la rubia. —Una mestiza —se burló la morena. —Aun así, una pequeña y linda chucho. ¿Crees que es de él? —No. La mujer es una exiliada de alguna Casa sin nombre. Uno de los nuevos ricos de la frontera. Estaba casada con el hijo de su Mariscal. Él traicionó a su Casa. —Interesante. —La rubia estiró la palabra. —Al parecer, Arland la encontró en Karhari.

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implantes del habla no lograban interpretarlo, y los de afuera no lo hablaban,

—El Mariscal se mueve deprisa. —La rubia sonrió—. Deberías dejarme jugar con él. Es una verdadera pena perder… —Cállate —espetó la castaña. —Bien —suspiró la rubia. —Lo digo en serio. Cuidada tu lengua, Seveline. Demasiada gente ha trabajado muy duro como para que ahora lo arruines todo con tus parloteos. El futuro de nuestra Casa está en juego.

Esa es de mecha corta. Podría usar eso más tarde. Helen se dirigió al siguiente transbordador y Maud pasó junto a las dos mujeres. —Mi señora —dijo la rubia en Vampírico Común—. Un día agradable para ti y tu hermosa hija. Maud inclinó su cabeza unas pulgadas neutras. —Saludos, mi señora. —Soy Seveline de la Casa Kozor. Esta es mi amiga, Lady Onda, también de la Casa Kozor. La trataban como si fuera una idiota que no pudiera identificar los emblemas. Perfecto. —Me siento honrada —dijo Maud. Las dos mujeres sonrieron, mostrando los mismos bordes de sus colmillos. —¿Es la primera vez que disfrutas de la hospitalidad de la Casa Krahr? — preguntó Onda. —Sí.

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—Dije, bien. —La voz de Seveline se volvió más aguda.

—Se te ha hecho un regalo —dijo Seveline—. Sus festividades son legendarias. Una vez que te hayas establecido, encuéntrame. Preveo que nos convertiremos en las mejores amigas. —Por supuesto —dijo Onda. Perras de dos caras. —Me esforzaré al máximo —dijo Maud. Arland caminaba hacia ella con una mirada sombría en su rostro.

presencia. —No nos atreveríamos a retenerte —dijo Onda. —Están más allá de la gracia. Ven, mi flor. Maud tomó a Helen de la mano y se dirigió hacia Arland. Se encontraron a mitad de camino. —Lo siento —murmuró. —¿Problemas? —Inconveniencias. ¿Estás lista para partir? —Sí. La condujo a una pequeña lanzadera plateada, una de seis plazas. —¿Vamos a ir los tres solos en tu lanzadera personal? —Sí —dijo. —¿Es inteligente? —Supuse que habíamos dejado claro que ese tipo de cosas no me interesan. Volar en su lanzadera personal significaba que se enfrentaría a un escrutinio en cuanto aterrizaran, pero también significaba que podía hablar con Arland en privado.

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—Debo pedirles perdón —dijo Maud—. El Mariscal requiere de mi

Maud colocó a Helen en un suave asiento azul y saltó al lugar del copiloto al lado de Arland. Tocó los controles y la lanzadera cruzó el hangar hacia el cielo. Arland era un magnífico piloto. El despegue fue tan fluido que Maud apenas sintió la aceleración. No se molestó con el piloto automático. El paisaje retrocedía debajo de ellos, un espeso bosque crecía, los enormes árboles extendiendo sus antiguas ramas hacia el sol. Un momento, y el denso dosel se abrió bruscamente. Por debajo, una pradera verde se extendía, girando en el horizonte, como un mar con islas de blancas mesetas que goteaban presas. —¿Te gusta Daesyn? —preguntó Arland. —Es hermoso —dijo ella honestamente. —Es mi hogar —dijo. Podría ser vuestro hogar, agregó con los ojos. Demasiado pronto para eso. Él miraba hacia adelante, con expresión tranquila, y ella se encontró estudiando la línea dura de su mandíbula. Imaginando correr sus dedos por su longitud… Detente, se dijo a sí misma. —¿No te parece extraño, mi señor, que Kozor y Serak hayan decidido enterrar el hacha de guerra? —Las alianzas se rompen y se crean todo el tiempo —dijo. Su voz no contenía ningún entusiasmo. A él tampoco le gustaba. Sus instintos rara vez le fallaban, pero se sentía bien tener confirmación. —Cierto. Pero la mayoría de las Casas ven esas viejas rivalidades como saludables. —¿De verdad? —dijo.

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bosques turquesa. Un ancho río serpenteaba a través de él, sin restricciones ni

—Sí. El conflicto mantiene el ejército en buenas condiciones. Ayuda a que emerjan fuerzas y talentos, se sacrifican a los más débiles, y hay amplias oportunidades para el heroísmo y muchos gruñidos sobre el deber y el honor. Arland sonrió, mostrando las puntas de sus colmillos. —Y discursos. No te olvides de los discursos. —Su enemistad ha sido heredada durante varias generaciones. Hay muertos y agraviados en ambos bandos. Deben haber encontrado un valioso objetivo en común para que lo hayan descartado con tanta facilidad. ¿Se te ocurre cuál

—No. —Entonces debe ser un enemigo común. Arland suspiró. Ella alzó las cejas hacia él. —Tu argumento es válido —dijo—. No pienso rebatirlo. Hace un mes, dije más o menos lo mismo en una sesión de estrategia donde se discutió esta solicitud de matrimonio. —¿Y? —Y me dijeron que no existía una forma elegante de rechazar la solicitud. Somos la Casa más poderosa de este cuadrante. No hemos encontrado ninguna prueba de que nos estén mintiendo, y no se nos ha ocurrido una buena excusa para negarnos. No estamos en guerra, y nuestra Casa disfruta de una prosperidad sin precedentes. Si los rechazábamos, habría preguntas. —¿Es la Casa Krahr tan sumisa que tienen miedo de permitir que unos doscientos invitados a la boda entren en su territorio? Él asintió. Organizar una boda era muy caro. La tradición dictaba que algo tenía que ser ofrecido a cambio.

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podría ser ese objetivo?

—¿Cuál fue su oferta? —Refugio seguro para nuestros buques mercantes. —¿La casa Krahr no puede proteger su flota mercante? Él hizo una mueca. —El sector que bordea el sistema Serak está lleno de piratas. Tanto Kozor como Serak han estado luchando contra ellos durante más de un siglo. Hay una disformidad de cuatro puntos cerca de ese sistema, justo fuera del espacio de la

Las disformidades cósmicas de cuatro puntos eran raras. Significaba que un barco podía ingresar al hiperespacio y elegir cualquiera de los otros tres destinos. Probablemente ese tramo de espacio era una importante arteria de envío. Los agujeros de gusano multipuntos eran la principal razón por la que la Tierra disfrutaba de su estado neutral. El sistema solar contenía la única disformidad de doce puntos de la que se sabía su existencia. —Nuestra armada es más que suficiente para proteger nuestras flotas mercantes —continuó Arland—. Los piratas persiguen a autónomos, naves de mensajería, equipos de exploración y reconocimiento, y mineros familiares y salvadores. —Algo demasiado pequeño para garantizar la escolta de una nave de guerra. —Exactamente. Las tripulaciones de estas embarcaciones pequeñas son miembros de la Casa Krahr y las Casas vecinas. Ha sido un tema espinoso. Hemos perseguido a la flota pirata varias veces. Sus naves son pequeñas y maniobrables. Simplemente se dispersan. Perseguimos una o dos de sus naves y las convertimos en polvo cósmico. Mientras tanto, el resto desaparece. Kozor y Serak tienen la ventaja de la ubicación y la experiencia de luchar contra ellos. Ofrecieron protección para nuestras naves más pequeñas y la aceptamos. ¿Le contaba lo de las dos mujeres Kozor o guardaba silencio? Si Arland fuera Melizard, se lo habría guardado hasta que tuviera algo más concreto.

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Anocracia.

Eso facilitó la decisión. —He escuchado una curiosa conversación en el puerto. Dos caballeros de la Casa Kozor, Onda y Seveline. —¿Algo interesante? —preguntó. —Seveline te evaluó como si fueras un pedazo de carne. En su opinión, eres un espécimen excelente y no le importaría probar un bocado. Él le sonrió. Era una sonrisa terrible. Lo hacía verse depredador y

—Me llamaron mestiza —dijo Helen desde el asiento trasero. La sonrisa desapareció, como sacudida de un tortazo de su rostro. —No eres una mestiza —gruñó Arland—. Eres una vampira y una humana. Ambos y todo, no mitad y mitad. Maud podría haberle besado. En su lugar, su expresión se tornó aún más fría. —Seveline le dijo a Onda que debería permitírsele jugar contigo, porque sería una pena perder. —¿Perder qué? —No lo sé, porque Onda saltó a su garganta y la hizo callar. Según ella, demasiadas personas han trabajado demasiado duro como para que Seveline lo arruine. Arland entrecerró los ojos. —No me gusta. Maud se recostó en su asiento. —A mí tampoco. Después, Seveline hizo un punto para llamarme y ofrecerme algunos cumplidos. Cree que nos convertiremos en amigas rápidamente. Arland le dirigió una mirada calculadora.

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ligeramente infantil al mismo tiempo. Una combinación devastadora.

—Quizás deberías. Ojalá fuera una opción. Ella hizo una mueca. —No puedo. Para que me convierta en su ‘amiga’ tendría que fingir que soy débil e ignorante. Tu madre no vino a saludarte al puerto espacial. Está disgustada. —Mi madre probablemente está demasiado ocupada con los malditos preparativos de la boda.

—O tal vez, mi señor, se siente mortalmente insultada por tus instrucciones de hacer que su hogar esté presentable para una humana deshonrada que se ha atrevido a rechazar tu propuesta de matrimonio. —Mi madre no se ha sentido insultada en su vida. Es demasiado digna y refinada para eso. Tiene la paciencia de un santo. —Lady Ilemina —citó Maud de memoria—, Asesina de Ruhamin, Depredadora Suprema de la Sagrada Anocracia, Purgadora de Ert, Feroz Subyugadora de… —Como acabo de decir, demasiado digna para ofenderse. Si alguien se atreve a insultarla, simplemente le mata, y no me va a matar. Soy su único hijo. A lo sumo, está molesta, quizás un poco irritada. Maud suspiró. —Pero yo no soy su hijo. —Ella no te hará daño. —Lo dijo como si estuviera haciendo un juramento. Como si se fuera a interponer entre ella y cualquier peligro. No tenía ni idea de lo intoxicante que era escuchar eso. Las palabras son baratas, se recordó a sí misma. Leer demasiado en ellas era un hábito peligroso. Uno en el que no podía volver a caer.

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Ella bufó.

—Tu madre me pondrá a prueba. Alentará a otros en tu Casa a que me pongan a prueba. No puedo fingir que soy débil y pasar el guantelete de tu madre al mismo tiempo. —Un punto justo —admitió. —Quizás, deberías prestarle atención a Seveline. Solo lo suficiente para alentarla. Su tipo se emociona sintiéndose superior. Ella obtendría un placer especial al pretender ser mi amiga mientras trata de seducirte a mis espaldas.

—Te lo propuse, mi señora. Si te trato con algo menos que la devoción que siento, mi Casa te rechazará. Tenía razón. El silencio cayó sobre la cabina. La nave sobrevoló otra cordillera de antiguas montañas. A lo lejos, a pocos kilómetros de allí, un castillo surgió de entre los enormes árboles, de un gris macizo y pálido, tan sólido y majestuoso que parecía haber surgido de los huesos de la montaña. —Te soy devoto —dijo Arland en voz baja. —Por favor, no lo hagas. —Las palabras salieron de ella antes de que tuviera la oportunidad de pensar en ellas. Se sentía salvaje, como si él hubiera agarrado el vendaje de su herida y la hubiera arrancado, volviéndola a abrir. ¿Qué demonios es lo que me pasa? —Esperaré —dijo. —Tal vez nunca esté lista. —Esperaré hasta que me digas que pare. No tengo expectativas, mi señora. Si te vas, todo lo que tienes que hacer es llamarme cuando lo necesites, y yo estaré allí. Algo en su voz le dijo que esperaría por siempre.

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Arland se volvió hacia ella, sus ojos azules claros y duros.

Alcanzaron el castillo. El ancestral hogar de la Casa Krahr la saludó, un bosque de torres cuadradas envueltas en

un

laberinto

de

pasarelas,

parapetos, gruesos muros y patios. Si tuviera

que

escapar,

nunca

encontraría la salida. Las manos de Arland volaron sobre los controles. La lanzadera giró suavemente y se hundió en una pequeña plataforma de aterrizaje en lo alto de de la izquierda, corriendo por el paso de peatones. A Maud la invadió el peor tipo de déjà vu. Cuando Melizard regresaba a casa, los criados solían apresurarse a la lanzadera exactamente igual que ahora. Por un momento, sintió que se estaba ahogando. —Bienvenida a la Casa Krahr, mi señora —dijo Arland. Ella no perdería su futuro por culpa de sus recuerdos. No pensaba permitirlo. Maud se volvió hacia él y le sonrió con su sonrisa de vampiro, brillante y aguda. —Gracias, mi señor.

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una torre más baja que las demás. Varios vampiros salieron de la torre más alta

68 Tan pronto como salieron de la lanzadera, un joven caballero vampiro de cabello castaño oscuro cuyo nombre era Caballero Ruin, se unió a Arland y comenzó a leer en voz alta algunos anuncios de su tableta. La cara de Arland adoptó la expresión pétrea de un hombre que estaba a punto de cargar contra la línea enemiga por quinta vez en un solo día o hacer la declaración de la renta. Marchó a lo largo del parapeto hacia la pesada puerta, con Ruin a su lado. Maud tomó la mano de Helen y le siguió, y los otros cuatro criados se acercaron, uno a su lado y tres detrás. Prácticamente podía sentir sus miradas clavadas en su espalda. Adelante. Echad un vistazo. El sol de la tarde calentó la piel de Maud. Imaginó que estaban a unos veinticinco grados y la brisa era francamente agradable. Sintió el infantil impulso de trepar a lo alto de uno de los parapetos, quitarse la armadura y tomar el sol durante un par de horas. Ruin siguió escupiendo preguntas, deteniéndose periódicamente para que Arland ladrase una respuesta. —El Tercer Regimiento solicita permiso para iniciar negociaciones con los gremios arquitectónicos para actualizar su Salón Capilla. —Concedido.

—La segunda y tercera compañía del Cuarto Regimiento solicitan permiso para resolver una disputa entre unidades a través de un combate de campeones. —Denegado. No exhibiremos nuestras rivalidades frente a los invitados de otras Casas mientras se realice esta boda. Quiero el informe completo de esta disputa en mi tableta dentro de una hora. —El Caballero Derit solicita ser transferido del Segundo Regimiento.

—Diferencias irreconciliables con su caballero al mando. —Informe al Caballero Derit que su solicitud ha sido denegada y que ha malinterpretado la naturaleza de su relación con el comandante Karat. No son un matrimonio. No es una asociación de iguales. El comandante Karat dice, «Haz esto», y el Caballero Derit lo hace, porque eso es lo que hacen los caballeros. No es un arreglo complicado, y si tiene más dificultades para entenderlo, necesita colgar su maza de sangre y buscar una profesión diferente, más en línea con su naturaleza delicada. Tal vez el arreglo floral sea más adecuado. Maud escondió una sonrisa. Las puertas talladas se abrieron cuando se acercaron. Las atravesaron y entraron en un sombrío pasillo. El aire era más fresco. Las altas ventanas derramaban cuchillas de luz en el salón, dibujando rectángulos dorados en el suelo de piedra. Sombra, luz, sombra, luz… Le recordó el ala norte del Castillo Ervan. Las últimas semanas antes de su exilio, había caminado por esa sala esperando una daga en su espalda en cualquier momento. El sirviente masculino junto a ella la dio una mirada asustada. Se dio cuenta de que había cambiado su forma de andar. Se deslizaba ahora, silenciosa como un espectro, cada paso ligero y suave. Junto a ella, Helen trató desesperadamente de imitarla, pero sus piernas eran demasiado cortas, y terminó planeando dos pasos y saltando en el tercero.

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—¿Por qué motivo?

La habitación terminó, dividiéndose en una intersección en Y de dos pasillos. Arland levantó su mano. —Suficiente. El caballero de cabello castaño cerró la boca, mordiendo una palabra por la mitad. —Fuera. Los cuatro sirvientes y Ruin hicieron un giro de 180 grados y corrieron de

Arland la invitó a continuar el camino de la derecha con un movimiento de su mano. —Mi señora. —Mi señor. Giró a la derecha y caminaron uno al lado del otro hacia una puerta al final del pasillo. Se deslizó a un lado cuando se acercaron. —Vuestras habitaciones —dijo Arland. Maud miró el interior y se congeló. Un espacioso dormitorio se extendía ante ella. Una gran ventana arqueada en la pared opuesta traicionaba el verdadero grosor de las paredes, tres pies completos de piedra maciza. Delicados adornos de vidrio, tan frágiles que parecía que iban a romperse a la primera señal de brisa, colgaban de las paredes, brillando con luz suave. En el extremo izquierdo había una cama enorme, lo suficientemente grande como para albergar a cuatro vampiros adultos cómodamente y equipada con una pila de almohadas ingeniosamente dispuestas y un suave edredón rojo. Sus patas estaban talladas como raíces de los árboles, su cabecera era un tronco de árbol, y las ramas extendidas del árbol proporcionaban el dosel. Una alfombra cubría el suelo entero, representando minuciosamente la imagen de una caballero vampiro luchando contra un murr, un enorme reptil parecido a un cocodrilo, en una docena de tonos de rojo, borgoña y blanco. Más allá de la

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vuelta por el camino por el que habían venido.

cama, una puerta estaba abierta de par en par, mostrándole un vislumbre de un baño con una colosal bañera de piedra. A continuación otra puerta, pesada y lisa, esperaba a que alguien la abriera. A su derecha, alguien había preparado la chimenea que era lo suficientemente alta como para que caminara dentro. Un grupo de sillas estaba arreglado delante de ella, alrededor una mesa baja. Una gran bandera de la Casa Krahr se la pared al lado de la ventana, de modo que, si alguien se sentaba en la silla más grande, la bandera servía de telón de fondo. Maud entrecerró los ojos en la silla. Tenía un pequeño estandarte tallado en la parte posterior, dos colmillos estilizados. Era una habitación hermosa, elegante y atemporal en su simplicidad, cada línea y cada ángulo una combinación perfecta de funcionalidad y estética. No podría haberse hecho una habitación mejor en la posada de Dina, aunque trabajara una semana. —No. —¿Los cuartos no son de tu agrado? —preguntó Arland. —¿Qué estás haciendo? —preguntó con los dientes apretados. —Te estoy mostrando tus habitaciones. —Esta es la habitación de la esposa de un Mariscal. Arland miró dentro de la habitación, su expresión desconcertada. —¿Tú crees? Ella resistió el impulso de golpearlo. —Sí, eso creo. Tiene la bandera de la Casa Krahr colocada detrás de una silla con la insignia del Mariscal en ella.

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agitaba en la brisa, cayendo desde

Arland parpadeó y se frotó la barbilla. —Así es. Qué peculiar. —Mi Lord Mariscal. —¿Mi Lady Maud? —No soy tu esposa. Ni siquiera soy tu prometida. —¿Dónde te gustaría vivir entonces?

—No conozco una habitación adecuada para una mujer a la que le pedí que se casara conmigo y que me contestó ‘Quizás’. —Eso no fue lo que dije. —Dijiste, ‘Arland, lo siento, no puedo casarme contigo ahora mismo. Necesito tiempo para tomar una decisión.’ La había citado palabra por palabra. —Te aseguro que mi recuerdo es exacto. Tus palabras están marcadas en mi memoria. ¿Lo malinterpreté? Ella abrió la boca. Él la tenía allí. —No. —Había sido un quizás. —Aparte de los aposentos de mi madre, este es el lugar más seguro del castillo. Al asignarte estos aposentos, envío un mensaje a todos los que están dentro de mi Casa. Pienso en ti como mi prometida y espero que seas tratada en consecuencia. —No merezco ese honor. —La última vez que lo comprobé, yo era el Mariscal de la Casa Krahr —dijo con voz suave—. Asignar honores a mis invitados es mi prerrogativa. Y aprovechó para recordarle que ella estaba despreciando la regla más básica

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—Aquí no.

de la hospitalidad de los vampiros: uno acataba las leyes de la Casa del anfitrión. Sería una ofensa mortal rechazar las habitaciones que le había dado el Mariscal. Desde su punto de vista, tampoco se le podrían asignar otros cuartos. Si la enviara a las habitaciones de huéspedes, parecería un rechazo. Aquí está la mujer que me rechazó, la he traído aquí, y ahora no quiero tener nada que ver con ella… Le haría quedar mal. La haría quedar mal. Nadie ganaría en esa situación. —¿Preferirías que alguna otra mujer ocupara estos cuartos?

—No. —Muy bien entonces. —Esto hará las cosas más difíciles —dijo. —¿No estás preparada para el desafío? Ella le miró. Arland sonrió y le dio una llave. Era una llave real, pesada, de acero y fría. —Esa puerta al lado del baño se abre a un pasillo que conduce a mis aposentos. Hay una segunda puerta allí. La he dejado abierta. Solo hay una llave, mi señora y tú la tienes. Si necesitas verme en privado, todo lo que tienes que hacer es abrir la puerta y caminar por el pasillo. —Inclinó la cabeza—. Mi señora. Se imaginó golpeándole en la cabeza con esa maldita llave. —Gracias, mi señor —dijo. Había cargado sus palabras con tal cantidad de acero, que el vampiro tendría que ser sordo para no oírlo. —Instalaos a vuestro gusto —dijo y volvió al pasillo. Helen entró en la habitación, dejó caer su bolso, echó a correr y saltó sobre la cama. Rebotó agitando sus pequeños brazos. —¡Wheeee!

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No tenía sentido mentir.

Wheeee. Era una buena definición de cómo se sentía. Recordaba que Dina una vez comentó que Arland tenía la sutileza de un rinoceronte enfurecido. Su hermana no le conocía en absoluto. Tampoco ella. Por eso le dijo que quizás. Maud entró en la habitación, escuchó el chasquido apenas audible de la cerradura electrónica y deslizó la barra de metal pesado en su sitio, encerrándose en las habitaciones del Mariscal. No estaba preparada para el desafío. Esta iba a ser un infierno de visita. En cualquier caso, tenía que deshacer el equipaje e instalarse.

detuviera. Quizás Arland había olvidado algo… Quitó la barra de metal y abrió la puerta. Una mujer caballero vampiro la esperaba en el pasillo. De hombros anchos, robusta, con una lustrosa melena marrón chocolate, llevaba puesta la armadura sincrónica completa. Sus ojos oscuros se clavaron en Maud, y ella se sintió pesada, medida y juzgada en una fracción de segundo. —Mi nombre es Lady Alvina, hija de Soren — dijo—. Puedes llamarme Karat. Ese es mi nombre de batalla. Soy la prima de Arland. Su prima favorita. Y tú eres la caza-fortunas humana que rechazó su propuesta. Creo que deberíamos hablar. Maud se apoyó contra la puerta y estudió sus uñas. —Si fuera una caza-fortunas, ya me habría casado con él y vendría aquí como su esposa. No habría nada que su Casa o tú hubierais podido hacer al respecto. Lady Karat entrecerró los ojos. —Pareces muy segura de que tienes encandilado a mi primo, listo para cumplir todas tus órdenes. —Nadie en este Universo, hombre o mujer, podría encandilar a Arland.

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Maud se había alejado cuatro pies de la puerta antes de que un golpe la

—¿Sabes lo que pienso? —No tengo ninguna duda de que tú misma me lo dirás. —Creo que quería jugar al héroe. Os encontró, una exiliada que vivía en la miseria con su hija, y decidió rescataros. Te has aprovechado de sus nobles instintos, lo has manipulado y ahora estás jugando con él. Te enorgulleces de tener al Mariscal de Krahr siguiéndote como un perrito enamorado. Y esa era exactamente la bienvenida que ella había esperado.

—¿Qué? —Tu honestidad. Estaba preparada para los insultos murmurados a mis espaldas y miradas feas. Calculaba que tu Casa tardaría un par de días en indignarse lo suficiente como para echármelo en cara, pero tú lo has hecho cuando no llevo ni una hora en este planeta. Ni siquiera he tenido la oportunidad de lavarme la cara después del viaje. Sinceramente, es un orgullo para tu Casa. Los ojos oscuros de Lady Karat echaron chispas. En ese momento, se parecía notablemente a su padre. —¿Insinúas que soy una mala anfitriona y has insultado a mi familia? Maud le dirigió una sonrisa de labios finos. —Por supuesto. —Y ahora me llamas estúpida. —No. Solo de mente lenta. ¿Vas a hacer algo al respecto, o puedo ir deshaciendo las maletas? Lady Karat sonrió. —Mi padre tenía razón. Me gustas. Aparentemente, era una prueba y la había pasado. Los vampiros y sus juegos. Nada era nunca tan simple. Maud suspiró y se hizo a un lado.

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—Es refrescante, Lady Karat.

—Adelante. Karat entró a grandes zancadas en los aposentos y vio a Helen en la cama. —Bonita niña. Helen rebotó en el colchón, dio una voltereta en el aire, y aterrizó en las almohadas. —¿Vas a matar a mami?

—Bien. —Helen volvió a saltar. —¿Espera que te maten extraños al azar en vuestro primer encuentro? — preguntó Karat. —Así eran las cosas en Karhari. Karat miró a Helen. Helen le devolvió una sonrisa angelical. —Me atacaría si lo intentara, ¿no? Está acumulando suficiente rebote para saltar hasta el otro extremo de la habitación. Maud asintió. Karat serpenteó sus dedos hacia Helen. —¿Por qué tienes tantos nombres? —preguntó Helen. —Alvina es el nombre formal dado —explicó Maud—. Es usado en ocasiones formales como cenas especiales o si se mete en problemas con la familia. Renadra es el título. Eso significa todas las personas y tierras de las que es responsable y es usado durante las funciones de gobierno cuando la gente vota sobre las leyes. Karat es su nombre de caballero, el que se ganó en la batalla y el que ella prefiere. Karat arrugó la nariz hacia Helen.

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—No —le dijo Karat.

—Mis amigos me llaman Karat. Tú puedes llamarme Karat, también. Por ahora. —Tú puedes llamarme Helen —la dijo Helen. —Encantada de conocerte, Lady Helen. Era costumbre ofrecer refrigerios cuando alguien visitaba una habitación. ¿Dónde los habrían puesto? Ah. Un contorno débil en la pared delataba un nicho. Dio un paso, deliberadamente le dio la espalda a Karat y pasó los dedos por la rendija. Una sección cuadrada de la pared se deslizó hacia adelante, enrollados en nudos y una gran botella de vino azul. Había seis brillantes vasos de pesado cristal en forma de tulipán junto al vino. Maud tomó el vino y dos vasos y le ofreció uno a Karat. La hija de Soren aterrizó en la silla más cercana. Maud retiró el tapón redondo de la botella de vino, rompió el sello, sirvió y se sentó en la otra silla. Karat bebió un sorbo de vino. —Mi padre me pidió que te ayudara. Está entusiasmado con este emparejamiento. No sé lo que has dicho o hecho, pero ese viejo bastardo malhumorado canta alabanzas sobre ti. —En palabras de tu primo, el exterior canoso de Lord Soren esconde un corazón amable. Karat se rio entre dientes. —Claro, lo hace. Él está impregnado de calor y sol. Maud jugueteó con el vino en su vaso. —¿Te preguntas si puedes confiar en mí? —preguntó Karat. —Sí. —Te lo simplificaré: no tienes otra opción. Podrías hacerlo sola, pero será mucho más difícil. Nuestra Casa es vieja y complicada.

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revelando un estante con un cuenco lleno de pequeños trozos de cecina

—¿Por qué me estás ayudando? Después de todo, manipulé a Arland y me aproveché de sus instintos heroicos. Karat arremolinó el brillante líquido azul en su vaso, haciendo que el cristal arrojara una filigrana de reflejos sobre la mesa. —Arland parece carecer de sutileza y ser fácil de influenciar, pero es todo lo contrario. —Cultiva muy cuidadosamente esa imagen.

—¿Lo has notado? —Sí. Me dijo que no era poeta, solo un simple soldado, y luego se sacó de la manga una declaración de amor que podría provenir directamente de La Sangre y el Honor. —De hecho, podría haber mencionado cualquier saga de vampiros. Eran elegantes y hermosas, y había memorizado cada palabra. Karat alzó las cejas. —Lees. —Sí. —Oh, bien. Para responder a tu pregunta, mejores personas que tú han tratado de manipular a mi primo y han fallado. Nunca antes había hecho una proposición. Tenía aventuras, pero nada serio. Si te ha pedido que te cases con él, la única razón válida es que te quiere de verdad. Y tú debes sentir algo por él, porque sino no habrías venido sin la protección que se te habría concedido si hubieras aceptado su propuesta. No eres su novia. No estáis comprometidos. No eres nada. Veo que no eres una ingenua y que estás familiarizada con nuestras costumbres. Sabías cómo serías recibida, pero estás aquí de todos modos. Tenéis que resolver lo que hay entre vosotros, pero no podréis hacerlo si te expulsan de nuestro territorio o te asesinan. Y quiero que Arland sea feliz. —¿De verdad? Karat asintió.

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Karat asintió.

—Sí. Y si se casa, mi padre empezará a irritarle sobre los niños en lugar de recordarme que me case y cumpla como anfitriona de los nietos para ‘iluminar su avanzada edad’. Un descanso de su preocupada investigación sobre mi progreso en esta cuestión sería muy bienvenida. —Así de mal, ¿eh? —preguntó Maud. Una sombra de derrota cruzó la cara de Karat. —No tienes ni idea. ¿Tenemos un trato?

Ya sabía que varios caballeros iban a aparecer en su habitación con ofertas de ayuda igual de sinceras, y que la apuñalarían con orgullo en la espalda a la primera oportunidad. Después, se jactarían de su propia astucia. Karat no parecía ser de ese tipo. Los instintos de Maud le dijeron que podía confiar en ella. Su instinto nunca le había fallado antes. —Sí, Lady Karat. Tenemos un trato. Karat se irguió en su silla. —Bien. Me gustaría saber con qué estamos trabajando aquí. ¿Cuál es tu relación con la Casa Ervan? —Estuve casada con Melizard Ervan. —Sí, padre me lo ha dicho. ¿El hijo del Mariscal? —Segundo hijo. —Hundió todo el significado en esa primera palabra. Karat jugueteó con su vaso. —La Casa Ervan es una casa joven. Algunas Casas más jóvenes tienden a sobre-compensarse y se aferran a las antiguas tradiciones, incluso cuando ya no tienen sentido. A los tiempos en que los herederos eran siempre guerreros, sin importar su habilidad. —Mi esposo era un excelente guerrero. En combate, no tenía igual. Pero no era tan bueno como comandante como su hermano mayor. A Melizard le

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Maud bebió su vino. Podía confiar en la hija de Soren, o podía hacerlo sola.

gustaba jugar. A su hermano no. Los caballeros de Ervan confiaban en él más que en mi marido. Las tropas habían sentido algo en Melizard que ella no vio hasta el final. Él no los valoraba. Eran medios para obtener la victoria y luego servir como adornos cuando se celebraba su éxito. —Mi cuñado estaba preparado para el puesto de Mariscal, y mi marido se convirtió en Maven. Los Maven eran los negociadores de las Casas. Servían como embajadores y Melizard y con frecuencia lo había apartado a él y sus planes de la Casa. —Los Mavens son respetados y temidos —dijo Karat. —Él quería ser Mariscal. Había mucho más que decir. Sobre la furia nocturna de Melizard, cuando caminaba de un lado a otro por sus habitaciones como un tigre enjaulado, despotricando sobre su familia, sobre el hecho de que su hermano recibía todo mientras sus talentos no eran reconocidos. Sobre esquemas, peticiones y un sinfín de planes para demostrar que era el mejor de los dos. Sobre la vez en que entró en la habitación de sus padres y exigió que lo convirtieran en Mariscal, regresó como un perro golpeado con la cola entre las piernas. Mucho más. —Mi esposo era el hijo más joven. Admirado, mimado y consentido. No se le negó nada, excepto lo que más quería. Convertirse en Mariscal, no… —Se corrigió—… ser nombrado Mariscal. Que le entregaran el título. —¿Qué es lo que hizo? —preguntó Karat. Maud miró a Helen y bajó la voz. —Intentó asesinar a su hermano. Karat bebió un sorbo de vino. —El combate personal es una forma perfectamente aceptable de resolver agravios entre hermanos que compiten.

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diplomáticos. La posición había mantenido convenientemente ocupado a

Si solo hubiera sido así. Maud se reclinó en su silla. —No fue personal. —¿Qué? —Mi esposo hizo que emboscaran a su hermano. Karat parpadeó. —No lo entiendo. Acabas de decir que tu marido era el mejor combatiente.

convertiría en el Mariscal, y cualquier intento de sabotear ese ascenso sería inaceptable para sus padres y su Casa. Sabía que si desafiaba a su hermano, solo conseguiría enfurecer a la Casa. Entonces, convenció a un grupo de sus caballeros para que asaltara a su hermano cuando regresaba de hacer unas tareas. Mientras tanto, él y yo asistimos a una celebración en la Casa de su primo. El hijo mayor del primo había recibido la distinción de caballero. Durante la celebración, mi esposo se esforzó por ligar abiertamente con una mujer. Quiso que yo montara una escena. Sin embargo, me fui, pero eso fue suficiente. Todos habían notado nuestra presencia y mi salida. Estaba estableciendo su coartada. Karat se había olvidado del vino. —Eso es altamente deshonroso. —Eso es lo que yo le dije cuando me explicó todo eso esa misma noche. —¿Cuál fue su excusa? Maud suspiró. —Que lo hacía por nosotras, por mí y nuestra hija. Que de esta manera estaríamos más seguras, y el futuro de Helen estaría asegurado. —¿Le creíste? Hablar de ello dolía, como arrancar una costra antes de que la piel nueva se hubiera formado debajo.

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—A mi marido también se le dijo en términos muy claros que su hermano se

—No. Una parte de mí quería, muchísimo. Le amaba. Él era mi esposo y el padre de mi hija. Pero incluso entonces me di cuenta de que todos nosotros éramos solo escalones para alcanzar lo que más quería. Le advertí de que sería el final de todo. —¿Lo fue? Maud asintió. —Sí. Su hermano sobrevivió. También uno de los agresores. Fue interrogado. Vinieron a por nosotros esa noche. Fuimos exiliados a Karhari. Los tres.

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La expresión de Karat se volvió afilada. —¿Quién exiliaría a un niño? Especialmente a Karhari. Es un páramo. El culo de la Galaxia. —Alguien que está desesperado por defender su apellido. —Maud dejó el vaso sobre la mesa—. La casa

Ervan

es

joven.

Están

desesperados por hacerse con el respeto que viene con la edad y la historia. —No se puede falsificar esa moneda. Debe ser comprada por muchas generaciones. —Bueno, ellos siguen intentándolo. Os matarían a todos vosotros para conquistar este castillo si pudieran. Todo tenía que ser así. La tradición es sagrada para ellos. Cada detalle es apropiadamente examinado. Siempre había que mantener las apariencias. Sobre-compensaron. ¿Sabes quién no encaja en las tradiciones? Una humana y su hija. —Ella es hija de la Casa Ervan —dijo Karat—. Era responsabilidad suya sin importar lo que su padre hiciera. —Ellos no lo vieron de esa manera. Tenemos un dicho en la Tierra: tres strikes y estás fuera. Yo fui el strike uno, Helen el strike dos y el intento de

asesinato de mi cuñado fue el tercero. Me di cuenta cuando les rogué de rodillas que perdonaran a mi hija. Karat hizo una mueca. —Querían deshacerse de nosotros, de todos nosotros. Nos borraron de sus registros y nos abandonaron en Karhari. Fue como si nunca hubiéramos existido. —¿Qué ocurrió en Karhari? —preguntó Karat.

las personas equivocadas y lo mataron. Karat la miró. Maud terminó su vino. —Sé por qué has venido. Quieres saber qué tipo de peligros nos han seguido hasta tu Casa. No tenemos vínculos con la Casa Ervan. Somos unas extrañas para ellos. Hemos resuelto la deuda de sangre de Karhari. Los asesinos de mi marido están muertos. Nadie vivo tiene un reclamo sobre mi vida o la vida de mi hija. Nadie nos debe nada. No traemos deudas ni aliados. Somos lo que aparentamos ser. —Oh, lo dudo —dijo Karat—. Eres mucho más de lo que aparentas ser. No tienes ni idea. —¿He respondido a tus preguntas, mi señora? —Sí. —Entonces es mi turno. ¿Está Lady Illemina muy enfadada? —¿Está un krahr rabioso enfadado? —Karat se dejó caer contra el respaldo de su silla con un suspiro—. Arland es brillante, cuando está aquí. Casi nunca está aquí. Primero, desarrolló una fascinación por las mujeres de la Tierra y la Tierra en sí. ¿Te dijo que tenemos un primo casado con una humana? —Mi hermana me lo mencionó.

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—El planeta devoró el alma de mi esposo. Lo volvió loco. Al final traicionó a

—Viven al otro lado del planeta. Ella es una especie de científica que estudia insectos. —¿Una entomóloga? —Sí, eso. El otro día llegó tarde al cumpleaños de su propia hija porque había encontrado un nuevo escarabajo que nadie había visto antes. ¿Para qué sirven los escarabajos? No son comida ni mascotas. Yo lo hubiera aplastado. Nunca se sabe cuándo uno puede ser venenoso. La cosmovisión vampírica, condensada en tres oraciones: si no es comida o

—Ella no se involucra en política, no está interesada en el combate, y si le hablas durante cinco minutos, te quedarás dormida, pero es una mujer bonita y él la ama, el Hierofante lo bendiga. Maud escondió una sonrisa. —Entonces Arland comienza a desaparecer. ¿Dónde está Arland? Está en una aventura en alguna posada de la Tierra. Todo tiene que ser en la Tierra. ¿Crear un tratado de paz? Tierra. ¿Ir de compras para conseguir un regalo único para su prima favorita? Tierra. —¿Qué te regaló? —preguntó Maud. —Café. Es de una calidad excelente, pero ¿cuándo voy a beberme diez litros de café? Es suficiente para emborrachar a toda la caballería. Lo siguiente que sabemos es que se saltó los preparativos de la boda porque alguien en la Tierra le había pedido ayuda. Porque las necesidades de su Casa son claramente menos importantes. Va a Karhari y a continuación un vídeo de él saliendo de un bar de mala muerte con un montón de vampiros con armaduras obsoletas colgando de él y rugiendo como si fuera un héroe en un drama de época. Maud no pudo contenerse más y empezó a reírse. —No lo entiendes. —Karat agitó las manos—. Ese maldito vídeo se volvió viral. Derribó a siete vampiros él solo. Así que las Casas de Karhari empiezan a cacarear por venganza, doce generaciones de nuestros parientes nos mandan

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mascota, mátala, porque podría ser venenosa.

continuamente la grabación, nuestros aliados nos preguntan que por qué nuestro Mariscal está involucrado en una pelea en algún planeta atrasado y si lo hemos enviado allí como parte de un plan para algún tipo de ofensiva secreta y si es así, por qué no se lo hemos contado, y no paramos de recibir propuestas de matrimonio porque la mitad de la Galaxia ha decidido que es un buen pretendiente. Vi las caras de mi padre y mi tía cuando lo vieron. Cambiaron a un color que no se encuentra en la naturaleza. ¡No es gracioso! Maud intentó dejar de reír, pero fue como tratar de contener una inundación.

—Adelante. —Karat puso los ojos en blanco—. Desahógate. No solo nos convirtió en el centro del escrutinio de toda la Anocracia durante dos semanas seguidas, sino que también se negó a regresar porque necesitaba unas vacaciones. ¡Él lanzó esta bomba sobre nuestra Casa y se fue de vacaciones! Luego, envió un mensaje: ‘Volveré a casa con una novia humana. Oh espera, ella me ha rechazado, pero de todos modos la traeré. ¡Preparad el castillo!’ Maud hizo un heroico esfuerzo para dejar de reír. —Pensé que a mi tía le iba a explotar la cabeza. Estaba convencida. Así que no, no recibirás una cálida recepción. —Está bien —logró decir Maud—. No esperaba una de todos modos. —Sé que no es culpa tuya, pero mi tía te pondrá a prueba a cada paso que des. Ha dejado claro que está disgustada, y nosotros somos animales de manada. —Cuando el líder gruñe, todos saltan a ayudar. —En esencia, sí. —Karat le dio una sonrisa amarga—. Yo también iba a gruñirte, pero mi padre me convenció de mantener la mente abierta. En realidad, ahora me gustas, así que mi posición es complicada. Será una batalla cuesta arriba. —La vampira se inclinó hacia adelante—. ¿Quieres hacerlo? Quiero decir, ¿de verdad? —Sí. Estoy aquí. Apareceré.

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Son los nervios, se dijo a sí misma.

Karat suspiró. —Eso es lo que me temía. Bueno, el primer paso es la cena. Se llevará a cabo esta noche, en aproximadamente tres horas. —¿Armadura? —Armadura

—confirmó

Karat—.

Tienes

ese

tiempo

para

ponerte

presentable, aunque en tu caso no hay suficiente cabello para hacer nada. ¿Por qué el pelo corto?

para mantener a Helen viva sería demasiado complicado, así que dijo lo mismo que le había dicho a su hermana. —Apenas había agua en Karhari. Era muy difícil mantenerlo limpio. —Es una pena —dijo Karat—. ¿Necesitas algo? —¿Qué les ocurre a los niños? —preguntó Maud. —Helen puede quedarse con otros niños o puede quedarse aquí en los cuartos. —¿Helen? —llamó Maud—. Tengo que ir a una cena para adultos y no puedes venir, mi flor. ¿Quieres jugar con otros niños o quedarte aquí sola? —Quiero jugar —dijo Helen. Maud se tragó un suspiro. Helen tendría que integrarse en la sociedad vampírica tarde o temprano. Maud esperaba estar allí. Quería con cada onza de su ser suavizar el camino, asegurarse de que nada malo sucediera, ayudar, pero no podía. Tenía que dejar ir a su hija. Había algunas lecciones que Helen necesitaba aprender por sí misma. —Muy bien —dijo ella. —Vendré yo misma o enviaré a alguien media hora antes de la cena —dijo Karat—. Supongo que Arland querrá acompañarte, pero conociendo a mi tía, se asegurará de que esté ocupado con algún asunto de vital importancia.

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Explicar que fue un periodo al final de su vieja vida y su soborno al universo

Y eso era exactamente lo que ella había esperado. —Me las arreglaré —dijo Maud. Karat entrecerró los ojos.

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—Creo que lo harás. Si no te veo antes de la cena, mucha suerte.

88 Llamaron a la puerta a las siete menos cuarto. Maud abrió. Una criada estaba de pie en la puerta. Era joven, de unos veinte años, con el cabello castaño largo peinado en una elegante cascada y recogido con una elaborada redecilla de finas cadenas. Una prenda ceremonial color sangre abrazaba su figura, ajustada en el corpiño, con mangas que se abrían en las muñecas y una falda larga, abierta a ambos lados. Las hendiduras traicionaban unos pantalones negros ajustados. Los vampiros rara vez mostraban piel. Las partes delantera y trasera de la falda caían en graciosos pliegues casi hasta el suelo, como la interpretación artística de un tabardo medieval. El atuendo era puramente ceremonial, reflexionó Maud. Ningún caballero, humano o vampiro, se lanzaría a la batalla con un largo pedazo de tela enredado entre sus piernas, pero era la moda vampírica, o al menos lo que Maud recordaba de ella. La criada le echó un rápido vistazo, su mirada se detuvo inconscientemente en la armadura negra azabache de Maud con su emblema en blanco. —Es la hora. Rozó la mala educación. Claramente, la noticia se había extendido a través de la Casa Krahr. La humana no disfrutaba de ningún favor. Los vampiros eran

bastante predecibles. Hubo un tiempo en que encontraba consuelo en esa previsibilidad. —Vamos Helen —la llamó Maud. Helen se acercó a la puerta. Llevaba una túnica azul sujeta con una faja plateada sobre calzas blancas y poco ajustadas. Se había calzado unas pequeñas botas marrones. Maud le había cepillado el pelo y se lo había recogido en la acostumbrada coleta de vampiro. Se veía tan adorable que Maud le hizo un par de fotos para enviárselas a Dina.

—Por aquí. Siguieron a la criada a través de un largo pasillo a una sala redonda, luego por otro pasillo y otra puerta. La puerta se abrió cuando se acercaron, revelando una estrecha pasarela de piedra que se extendía a la torre de enfrente. El tiempo había cambiado, el cielo oscuro arrojaba la lluvia sobre el castillo y la meseta más cercana, y un techo transparente protegía el peso de la furia de la tormenta. Era como entrar en un temporal, suspendidos a cien metros del suelo. Helen se agarró con fuerza a su mano. Maud le sonrió y siguió caminando. La otra torre se alzaba hacia las alturas, una estructura mucho más amplia y más grande. —¿Qué edad tiene la fortaleza? —preguntó. La criada dudó. Maud escondió una sonrisa. Como humana mestiza, no merecía que le respondiera, pero la hospitalidad vampírica prescribía cortesía al interactuar con los invitados. La cortesía ganó. —El núcleo del castillo tiene veintitrés siglos. Lo hemos expandido con cada generación. La subestimación del año.

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La criada vio a Helen y tuvo que esforzarse para ocultar su sonrisa.

Llegaron a la segunda torre. La oscura puerta se abrió, y pudieron acceder a otro pasillo. La piedra de las paredes era más lisa, más nueva, cortada con mayor precisión. Las luces, suaves esferas doradas, colgaban del techo a veinte pies en artísticos racimos, bañando el pasillo con un resplandor dorado. Los estandartes rojo sangre de la Casa Krahr cubrían parte de los muros. Las puertas dobles del otro extremo del pasillo estaban abiertas de par en par, ofreciendo una visión del gran salón. Los sonidos de conversación flotaron hasta ellas. La criada giró a la izquierda y se detuvo frente a una puerta abierta. Un par mujer, ambos de mediana edad y de gruesos hombros. Un corte rojo marcaba los emblemas de la casa como la cicatriz de una garra. Centinelas, caballeros entrenados específicamente para proteger contra una intrusión. Ambos estaban armados. Las risas de los niños se escapaban a sus espaldas. —La niña se quedará aquí —dijo la criada. Maud se agachó para poder mirar a Helen a los ojos. —Volveré pronto, ¿de acuerdo? —Vale —dijo Helen en voz baja. —Jugarás con otros niños. Sigue las reglas. —Vale —dijo Helen. —Dímelo en voz alta, por favor. —Seguiré las reglas, mamá. —Buena chica. —Maud besó la frente de su hija y se enderezó. El caballero se hizo a un lado, y Helen entró en la habitación. Maud la miró alejarse. —Tu hija estará a salvo —le dijo la dama caballero—. Los encargados de los niños los vigilan de cerca. No permitirán que otros niños la lastimen.

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de caballeros con armadura completa esperaban en la entrada, un hombre y una

No es la seguridad de mi niña la que me preocupa. Ella no tenía elección. Tarde o temprano, Helen tendría que interactuar con otros niños para ver si podía encajar. Maud asintió y siguió a la criada al salón de fiestas.

El salón de fiestas era una gran sala cuadrada. Grandes mesas rectangulares, talladas en madera resistente al paso de los siglos, llenaban la habitación, cada una con diez invitados sentados. En el centro de la sala, se encontraba la mesa Casa Krahr. Los invitados estaban sentados en orden de importancia decreciente, cuanto mayor era el rango, más cerca estaban de la mesa del Anfitrión. Los criados se deslizaban entre las mesas mientras servían la cena. —Su sitio es aquel. —La criada señaló la mesa más cercana a la pared. Estaba ocupada por un grupo de tachi—. Con los insectos. Era costumbre llevar a un invitado a su mesa, sin importar cómo de lejos estuviera de la mesa del Anfitrión. Eso era suficiente. —No son insectos —dijo Maud—. Son tachionals. Son de sangre caliente, con un cerebro centralizado. Dan a luz y amamantan a sus crías, y los bordes afilados de sus brazos pueden cortar la cabeza de un vampiro de sus hombros de un solo golpe. Harías bien en recordar eso. La criada se la quedó mirando boquiabierta. Maud se dirigió hacia la mesa. Los tachi aparentaban no percibir su acercamiento, pero sus exoesqueletos eran de un nebuloso gris azulado. Los tachi relajados eran más oscuros, revelando sus patrones moteados. Era un signo de confianza y, a menudo, una promesa de intimidad. Si se pusieran de pie, serían un poco más altos que ella, alrededor de seis pies. Su silueta era vagamente humanoide: dos piernas, dos brazos, un elegante tórax que casi podía pasar por un pecho humano vistiendo una armadura segmentada, una cintura muy estrecha, y una cabeza. Ahí era dónde las similitudes terminaban. Sus espaldas se curvaban hacia atrás, las espesas placas

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del Anfitrión, marcada por un poste de metal que sostenía el estandarte de la

del exoesqueleto escondían sus alas. Sus brazos se unían al cuerpo no en los costados, como en los humanos y vampiros, sino ligeramente hacia delante. Sus cuellos eran largos, y sus redondas cabezas estaban escudadas por tres quitinas segmentadas, cada una con rajas para un par de ojos brillantes. Tenían dos piernas principales con espinillas que se curvaban demasiado hacia atrás para la comodidad humana, y dos cortos apéndices vestigiales — falsas piernas— situadas hacia atrás de sus pelvis. Las piernas vestigiales tenían dos articulaciones y un muy limitado rango de movimiento, pero cuando un tachi se sentaba, se agarraban al asiento, anclándoles al lugar, lo cual

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enormemente les ayudaba en los vuelos en el espacio y el combate aéreo. Un tachi estaba igual de cómodo en vertical como boca abajo. Maud barrió la mesa con su mirada. Nueve tachi en total. La mujer en el centro llevaba una pulsera de cristal llena de fluido suavemente brillante. Manchas de color verde pálido flotaban en él, cambiando cada vez que se movía el tachi. Un representante de la realeza. El resto eran guardaespaldas, probablemente del cuerpo de élite. Nunca deberían haberse sentado tan lejos de la mesa del Anfitrión. Ni siquiera podía verla desde aquí. Era un insulto y los tachi eran sensibles a tales desaires.

Los

vampiros

eran

algo

xenófobos,

especialmente

con

los

extraterrestres que no parecían mamíferos, por lo que el hecho de que los tachi hubieran podido estar aquí significaba que algo significativo estaba en juego. Una alianza, un acuerdo comercial. Algo de valor. La situación era un error táctico. Tendría que decírselo a Arland. ¿Dónde estaba Arland? No esperaba que él se sentara con ella, lo que iría en contra de todas las costumbres de la Sagrada Anocracia, pero al menos podría haberse paseado para verla. Solo para ver que ella estaba realmente presente. Los tachi solo habían dejado un asiento libre, el que estaba justo delante de su alteza real. Tendría que sentarse entre dos grupos de guardaespaldas, con los otros cuatro mirándola. Maud inclinó la cabeza y se sentó. —Saludos.

—Saludos —contestó su alteza, el segmento inferior de su rostro se alzó para revelar una boca. Los diez platos estaban limpios. Los utensilios de cocina de los vampiros, pequeños tenedores de cuatro puntas, permanecían intactos. Nadie había comido. Vio porqué en cuanto se sentó. Los dos cuencos grandes en la mesa contenían una ensalada. Les habían servido una ensalada. Maud casi se abofetea. Los tachi estaban en una misión entre otras especies, así que significaba que eran notoriamente exigentes en la preparación de la comida. Era un arte y también un sustento. Cada ingrediente tenía su lugar. Nada podría tocarlo. Los vampiros les habían servido una ensalada. Completamente mezclada y aliñada. Ugh. Mamá se pondría morada si viera esto. Orro probablemente cometería un asesinato. Los tachi nunca dirían nada. Simplemente se sentarían allí y permanecerían en silencio. Si su representante real se levantaba de la mesa sin consumir ningún alimento, la Casa Krahr ya podía ir despidiéndose de cualquier esperanza de cooperación. Maud se volvió hacia el criado más cercano. —Tráeme pan, miel, frutas, una fuente grande y un cuchillo afilado. El criado dudó. Hundió hielo en su voz. —¿No soy una invitada de la Casa Krahr? El criado le mostró los colmillos. —Se hará, señora. Los tachi la observaron con tranquilo interés. Nadie habló.

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no consumirían carne, por lo menos la Casa Krahr había acertado en algo. Pero

El criado regresó con una enorme tabla de cortar y una hogaza de pan recién horneado. Un segundo criado colocó un gran cuenco de fruta frente a ella y un vaso de vidrio con miel. Los dos criados se colocaron a su espalda. No habían traído la fuente. No importaba. Maud cortó la corteza del pan, recortando el pan redondo en forma cuadrada. Al menos el cuchillo estaba afilado. Esa era una cosa de la que nunca tendrías que preocuparte con los vampiros. Los tachi la observaron con tranquilo interés.

uno en el centro y cuatro en las esquinas, por lo que formaron un cuadrado. Cogió el vaso de miel y dejó que goteara lentamente sobre cada cubo, hasta que el pan absorbió el líquido ambarino. Los tachi sentados en los extremos de la mesa se inclinaron ligeramente. Maud sacó la fruta kora azul del cuenco, peló la delgada piel y cortó con cuidado la fruta en rebanadas. Logró ocho rebanadas, siete iguales y una ligeramente más gruesa. Colocó las siete rebanadas alrededor de los cubos. El octavo era un cabello demasiado grueso. Ella la sopesó. Los tachi la sopesaron con ella. Más vale prevenir que curar. Alcanzó otra kora. El tachi a su izquierda emitió un audible suspiro de alivio y luego cerró la boca, avergonzado. Después de la kora, cortó la pera roja en tallos amarillos de hierba dulce, construyendo lentamente un patrón mándala en su plato. Continuó con las bayas kih, perfectos pequeños globos de color naranja intenso. Arregló cuidadosamente las bayas y echó una última mirada al plato. No era tan perfecto como debería haber sido, pero no iba a poder hacerlo mejor con lo poco que tenía. Maud se levantó, recogió el plato y se lo ofreció con una reverencia a su alteza.

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Cortó el pan en cubos precisos de dos centímetros, colocó cinco en el plato,

—Señora del sol y el aire, es un gran honor compartir mi comida con usted. Es humilde, pero es dado libremente desde el corazón. La mesa se había quedado en completo silencio. Su alteza la miró con sus seis ojos brillantes. Su exoesqueleto cambió en un matutino. Extendió su largo y elegante brazo y tomó el plato. —Acepto tu oferta. Maud suspiró en silencio y se sentó. El color alrededor de la mesa se oscureció ligeramente. Ahora se podían distinguir las sombras azul, verde y púrpura. Los dos vampiros detrás de ella salieron huyendo casi a la carrera. Cogió la siguiente fruta y comenzó a pelarla. Su alteza atravesó con sus garras un cubo de pan bañado en miel y se lo metió en la boca. —Mi nombre es Dil'ki. ¿Cuál es el tuyo? —Maud, su alteza. Dil'ki chasqueó sus garras. —Tch-tch-tch. No tan alto. Los vampiros no lo saben. ¿Dónde has aprendido nuestras costumbres? —Mis padres son posaderos en la Tierra. Un azul más profundo floreció en los segmentos de Dil'ki. Los tachi alrededor de la mesa se relajaron, sus poses menos rígidas. —Qué encantador. ¿Hablas Akit?

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estallido de color, el gris pálido y neutro se tornó del azul profundo del cielo

Gracias al Universo porque papá insistiera en un implante de habla superior. —Sí. Maud arregló otro mándala menos complejo y se lo pasó al tachi de su derecha. —Hablemos en Akit —declaró Dil'ki, cambiando al dialecto—. ¿Me entiendes, señora Maud? —Lo hago —dijo Maud.

¿qué haces aquí, entre estos bárbaros? —Uno de ellos me pidió que me casara con él. —No. —Jadeó el tachi verde de su derecha—. No debes. —Ni siquiera pueden hacer asientos adecuados —dijo otro tachi verde—. Algunos están unidos en bancos. —Debes de ser muy valiente para venir aquí —dijo un tachi púrpura a su izquierda. —¿Le has dicho que sí? —preguntó Dil'ki. —Dije que me lo pensaría. Llegaron más vampiros criados, con bandejas de fruta cortada en precisas rodajas y pan cortado en cubos. Los tachi guardaron silencio. La comida se colocó sobre la mesa y los criados retrocedieron. —Podéis serviros —dijo Dil'ki—. Si la pobre Maud tiene que alimentarnos a todos, estaremos aquí toda la noche. Los tachi chasquearon las mandíbulas dentro de sus bocas, riendo entre dientes. Una alarma instintiva se abrió paso a través de Maud. Cada pelo en la parte posterior de su cuello se erizó. Las garras llegaron a los platos, cada uno arreglando su propia pequeña obra maestra de fruta en su plato.

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—Sí. —Su alteza se inclinó más cerca y se metió una baya en la boca—. Dime,

—¿Cuál se te propuso? —preguntó Dil'ki. Maud estiró el cuello. Si Arland estaba en la sala, él estaría en la mesa del Anfitrión, pero no podía verlo. —El gran rubio. El hijo de Lady Illemina. Dil'ki se inclinó y el otro tachi reflejó su movimiento, como si lo hubieran coreografiado. —Cuéntamelo todo —dijo Dil'ki.

masculinos justo un paso por detrás de ella. —¿Enemigo? —adivinó Dil'ki. —Todavía no lo sé —dijo Maud. Se dio cuenta de que había empujado su silla hacia atrás ligeramente, por pura memoria muscular. Cuando un enemigo se acerca, valía el esfuerzo asegurarse de que se podía levantar en una preciosa fracción de segundo—. Creo que podría serlo. Como uno, los tachi se volvieron gris claro. —¡Aquí estás! —Seveline le sonrió—. Me preguntaba dónde te habían escondido. Sin una presentación adecuada. Un insulto. Hubiera estado bien si fueran amigas y estuvieran en privado, pero ni eran amigas ni estaban solas. Maud puso una sonrisa en su rostro. —Lady Seveline. —Esperaba tener que buscarte, ¿pero justo en esta mesa? Otro insulto. Se lo tenía que estar pasando en grande. —Y veo que olvidaron traerte carne. ¿Creen que eres un herbívoro, de verdad? ¿Los humanos son herbívoros, Lady Maud? Solo lo pregunto por tus pequeños dientes.

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Maud abrió la boca y vio a Seveline caminando hacia ella, dos vampiros

Un tercer insulto. El vampiro de pelo oscuro a la derecha de Seveline mostró una sonrisa rápida. No pudo evitarlo. Un tachi a su derecha se inclinó hacia ella y murmuró en Akit. —¿Querrías que la matara? Puedo hacerlo esta noche. Nunca lo descubrirán. Oh, mierda. Lo último que necesitaba era causar un incidente interestelar. Seveline frunció un poco las cejas. Diez a uno a que el implante de Seveline no reconocía el Akit. Era un lenguaje interno tachi. Pero si Maud respondía en

—Khia teki-teki, re a kha. Kerchi sia chee. —No, gracias. Es una fuente de información. Argh, lo había destrozado. Había sonidos que la boca humana no podía hacer. Los tachi hicieron clics con sus mandíbulas otra vez, en señal de aprobación. —Eso fue muy, muy bueno —dijo Dil'ki en Akit—. Buen intento. —¿Pasa algo? —preguntó Seveline. —Para nada. —Sonrió Maud—. ¿Hay algo con lo que te pueda ayudar? —De hecho, lo hay. —Seveline sonrió—. Estos señores que me acompañan se preguntaban si había algún aspecto único en el amor humano que sea particularmente atractivo para los vampiros. Pensé que serías la persona perfecta a quien preguntar, ya que lo has usado con gran efecto. Un cuarto de segundo para levantarse, otro cuarto para saltar encima de la mesa, medio segundo para clavar su tenedor en el cuello de Seveline, perforando la tráquea. Se vería tan bonita con un tenedor ensangrentado sobresaliendo de su cuello. Maud sonrió y se contuvo. Un centinela estaba en la entrada del salón. Una pequeña figura con una túnica azul y una banda de plata estaba junto a él. Desde donde estaba podía ver cómo empezaba a formarse un enorme moratón debajo del ojo negro en la mejilla derecha de Helen.

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inglés, traduciría su respuesta. Se aclaró la garganta.

—Discúlpenme. —Se levantó de un salto y corrió alrededor de las mesas hacia su hija. Helen la miró, con la cara fruncida. Estaba tratando de no llorar. —¿Qué ha ocurrido? —preguntó Maud. El centinela, un vampiro mayor, le sonrió. —Los desafíos personales están prohibidos en la guardería. A Lady Helen se le advirtió sobre las consecuencias de sus acciones, sin embargo, ella optó por

—Me llamó mentirosa —susurró Helen apretando los dientes. El miedo aplastó a Maud. De alguna manera, consiguió que sus labios se movieran. —¿El otro niño sigue vivo? —Sí. —El vampiro sonrió más alegremente—. Su brazo roto servirá como un fino recordatorio de los eventos de hoy. Desafortunadamente, Lady Helen debe dejarnos ahora. Deberá acudir mañana a la guardería para reparar su falta de juicio. ¿Debería llevarla a su alojamiento? —No —dijo Maud—. Yo lo haré. —¿Pero su cena, Lady Maud? —Estoy llena. Maud tomó a su hija de la mano y caminó por el pasillo, lejos del salón de fiestas.

El largo pasillo de la ciudadela de la Casa Krahr estaba desierto. Detrás de Maud, el ruido de la sala de fiestas se iba extinguiendo, atenuándose a cada paso. Helen caminó junto a ella, su cara hosca.

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continuar con su desafío.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Maud en voz baja. —Me preguntaron de dónde venía, y les conté cómo hice mi habitación, y la tía Dina dijo que me conseguiría peces. Este chico dijo que las casas no pueden moverse si piensas en ellas. Él dijo que mentía. Por supuesto, lo hizo. —¿Y después qué pasó? —Entonces me enfadé. —Helen se mordió el labio con sus colmillos—. Y le luego movió su dedo hacia mí. —¿Que hizo qué? Helen extendió su mano con su dedo índice extendido y lo agitó, dibujando una U al revés en el aire, y cantó: —Mentirosa, mentirosa, mentirosa. —¿Y entonces? —Entonces le dije que señalar era malo, porque le dices al enemigo dónde estás mirando. Las lecciones de Karhari habían quedado grabadas en piedra. No importaba cuánto tiempo Helen se alejara de ese planeta, las llanuras habían marcado su alma. Y no había nada que Maud pudiera hacer al respecto. —Y dijo que no era lo suficientemente buena como para ser su enemiga. Y yo le dije: te golpearé tan fuerte que te tragarás los dientes, gusano. Maud escondió un gemido. —¿Dónde has oído eso? —Lord Arland. Oh, Dios mío. —¿Y luego qué pasó?

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dije que lo retirara. Y entonces él dijo que era una tonta y una mentirosa. Y

—Entonces, el viejo caballero vino y me dijo que, si desafiaba al niño, habría repeticiones. —Repercusiones. —Sí. Así que le pregunté que si el niño tendría repeticiones si peleaba conmigo, y el caballero dijo que sí, y yo dije que me parecía bien. Maud se frotó el puente de la nariz. —Y luego el caballero le preguntó al niño si quería ayuda y el niño dijo que puñetazo pero le agarré el brazo. Con mis piernas. —Helen rodó en el suelo y cerró sus piernas—. Le dije que dijera que se rendía y él no dijo nada, solo gritó, así que se lo rompí. Si él no quería que lo hiciera, debería haberse rendido. Maud se frotó la cara un poco más. Helen la miró desde el suelo, sus grandes ojos azules enormes en su rostro. —Empezó él. Y ella lo terminó. —Tenías razón —dijo Maud—. Pero no actuaste sabiamente. Helen miró al suelo. —Tú sabías que no eres una mentirosa. —Sí. —Entonces, ¿por qué importaba lo que decía el niño vampiro? —No lo sé —murmuró Helen. Maud se agachó junto a ella. —No siempre te encuentras a un enemigo en la batalla. A veces los encuentras durante la paz. Incluso pueden fingir que son amigos tuyos. Algunos de ellos intentarán provocarte para ver lo que puedes hacer. Debes aprender a esperar y observarlos hasta que descubras su debilidad. El chico

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no, y el caballero dijo que procediera, y luego el niño intentó darme un

pensó que eras débil. Si hubieras dejado que siguiera pensando que eres débil, podrías haberlo usado más tarde. ¿Recuerdas lo que te dije sobre el elemento sorpresa? —Gana batallas —dijo Helen. —Ahora el chico sabe que eres fuerte —dijo Maud—. No hiciste nada malo al mostrar tu fuerza. Pero en el futuro, debes pensarlo detenidamente y decidir si quieres que la gente conozca tu verdadera fuerza o no.

—Vamos. —Maud le tendió la mano a su hija. Helen tomó sus dedos y se levantó. Volvieron a caminar por el pasillo. —¿Mamá? —¿Sí? —¿Los vampiros son nuestros enemigos? El jurado aún está deliberando. —Eso es lo que tenemos que descubrir. —¿Cuándo vamos a ir a vivir con la tía Dina otra vez? Una excelente pregunta. ¿Qué estoy haciendo aquí de todos modos? Había perdido la cuenta de los vampiros que la habían apuñalado por la espalda. Era la razón por la que había decidido acabar con ellos. Se había prometido a sí misma que ya había acabado cuando aterrizaron en Karhari y se repitió esa promesa una y otra vez, cuando yacía en la cima de la colina, respirando el polvo de Karhari, al ver destellar la espada de sangre y la cabeza de Melizard caer al suelo; cuando rastreó a sus asesinos; cuando buscó refugio y agua, sabiendo que, si fracasaba, Helen moriría. Se convirtió en su mantra. Nunca más. Y, sin embargo, aquí estaba. Arland la había abandonado a la primera de cambio. ¿Qué esperabas? ¿Que viniera, te tomara de la mano y te llevara a un asiento en la mesa del Anfitrión?

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—Está bien —dijo Helen en voz baja.

Sí. La respuesta era sí. No lo esperaba, pero era lo que quería. Estúpida. Era estúpida por esperar algo que no sucedería. Fue estúpido venir aquí. —¿Mamá? —preguntó Helen. Podrían irse a casa ahora mismo. Regresar con Dina. Helen nunca sería capaz de unirse a una escuela humana o jugar con niños humanos, porque no había forma de ocultar los colmillos, pero los tres, Klaus, Maud y Dina, habían sido educados en la posada, y ninguno salió mal.

Al nostálgico hogar de su infancia, antes de Melizard. Antes de Karhari. Pero habían recorrido un largo camino. Había arrastrado a Helen demasiado lejos porque Arland le había ofrecido la esperanza de algo más profundo de lo que Maud había esperado alguna vez. Una parte de ella se rebeló a rendirse sin luchar. Pero, ¿era una pelea que valía la pena luchar? Aguantaré un día más. Un día más. Si todo es una mierda al caer el sol, lo dejo. —Primero tenemos que hacer algunas cosas aquí. —Me gustaba la casa de la tía Dina —dijo Helen—. Me gusta mi cuarto. Una pequeña figura dobló la esquina y caminó tranquilamente hacia ellas, erguida sobre patas peludas. Solo medía tres pies y medio, contando las orejas de lince de casi cinco pulgadas con mechones peludos en las puntas. Dos finos aros dorados centelleaban en su oreja izquierda. Una capa de pálido pelaje arena, cubierto con pequeñas rosetas azules, envainaba su pequeño cuerpo. Su cara, con un hocico largo, era una mezcla de gato y zorro, y sus grandes ojos verde esmeralda reflejaban la luz como los de un animal. Llevaba un delantal diáfano de color rosa pálido, decorado con bordados negros. —Un gatito —susurró Helen. ¡Ja! El Universo proveía en momentos de necesidad. —No, mi flor. Es un lees. ¿Recuerdas cómo te dije sobre esconder tu fuerza? Los lees esconden su fuerza. Son bonitos, pero son peligrosos y muy astutos. —

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Podrían irse a casa, donde nadie las menospreciaría ni las insultaría a la cara.

También eran excelentes asesinos y envenenarían a sus enemigos sin pensarlo dos veces, pero esa era una lección que aprendería unos años más adelante—. ¿Ves su pequeño delantal? Es de un clan de Comerciantes. Las marcas te dicen cuál. Ella es del Clan Nuan. ¿Recuerdas que te conté que los abuelos eran posaderos? Compraban cosas al Clan Nuan, y algunas veces me llevaban con ellos. Tu abuelo me dijo que nunca negociara con un lees, a menos que tuviera que hacerlo. Era un sabio consejo. Helen estiró su cuello, tratando de verla mejor.

—Sí, mi flor. Y cada vez que le visitaba, Nuan Cee, el gran Mercader, me daba caramelos. Era el mejor dulce de todos los mundos y no estaba a la venta. Me daba dulces porque le caía bien, pero también porque quería hacer un buen trato con mis padres. Es difícil negociar con alguien que hace feliz a su hija. Alcanzaron al lees. El pequeño zorro las observó con interés. —Saludos —dijo Maud. —Saludos —respondió el zorro. —Por favor, pase nuestros respetos al honorable Nuan Cee —dijo Maud. —¿Conoce a nuestro clan? —preguntó el zorro. —Nuestra familia ha hecho negocios con el Clan Nuan. Mis padres eran posaderos. Puede que conozca a mi hermana, Dina. También es una posadera. La pequeña lees se congeló. Maud se tensó. —¿Dina? ¡Conocemos a Dina! La pequeña lees sonrió, mostrando todos sus diminutos dientes, y saltó en su lugar, rebotando como una pelota llena de emoción. —¡Conocemos a Dina! Venid conmigo. Venid ahora. Mi tío segundo se alegrará mucho. ¡Venid, venid!

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—¿En Baha-char?

—Somos… El zorro cogió a Helen de la mano. —¡Venid conmigo ahora! —Salió corriendo y Helen corrió con ella. Justo lo que necesitaban. Maud corrió tras ellas. Giraron a la derecha, luego a la izquierda, luego a la derecha otra vez, y el zorro abrió una puerta de golpe, agarrada aún a la mano de Helen. Maud atravesó la puerta a la carrera y se detuvo.

lujosas alfombras escondían el frío suelo. Los lujosos muebles, tallados en madera clara tan adornada que Luis XIV se habría puesto verde por los celos, ofrecían asientos junto a pequeñas mesas. Cuencos de vidrio y metal se situaban en las mesas, ofreciendo fruta, dulces y pequeños trozos de carne seca picante. Una docena de lees hablaban, comían bocadillos y jugaban. En el centro de todo, sobre una almohada de suelo que servía como trono, estaba Nuan Cee. De pelaje azul plateado, más oscuro en la espalda, rociado de rosetas doradas, y desteñido hasta el blanco sobre el pecho y el estómago. Llevaba un hermoso sari de etérea seda plateada bordada con los símbolos del Clan Nuan y un collar de zafiros, cada uno tan grande como una nuez. Fue como entrar en la tienda de un Mercader. Maud casi se pellizcó. La pequeña lees entró corriendo a la habitación, arrastrando a Helen con ella. —¡La hermana de Dina! ¡Y su hija! Helen se congeló. Nuan Cee levantó sus patas con sorpresa. —¡Matilda! Se acordaba de ella. De repente, los recuerdos volvieron a fluir. El paseo con sus padres a través de las calles iluminadas por el sol de Baha-char dentro de una corriente de compradores de toda la galaxia, mientras el bazar galáctico zumbaba con un

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Velos en colores pastel cubrían la piedra de las piedras vampíricas. Suaves y

millón de voces. Alcanzar la tienda de Nuan Cee, un fresco oasis en medio del calor del desierto y escuchar la voz cantante y risueña de Nuan Cee. El sabor de los caramelos ru en su boca. De repente tenía doce años otra vez. Casi se le escapó un sollozo. Dio un paso antes de darse cuenta. Nuan Cee saltó de la almohada y dio tres pasos hacia Maud. Apenas registró el honor que le hacía. Ella le alcanzó y se abrazaron.

De alguna manera, consiguió encontrar su voz. —Sí. Se separaron. —¿Y quién es esta niña? —Nuan Cee ensanchó sus ojos color turquesa. —Es mi hija, Helen. Los lees silbaron todos al mismo tiempo. —¡Ella es tan linda! —¡Mira su cabello! —¡Mira sus pequeñas botas! Helen estaba de pie en el torbellino de lees, con aspecto un tanto asustado, como un gato saludado por una jauría de perros demasiado entusiastas. —Soy Nuan Nana —anunció la lees con la que se habían encontrado—. Ven conmigo. Tenemos los mejores dulces. Maud casi se rio cuando los lees arrastraron a Helen a la mesa más cercana y le metieron un plato de caramelos debajo de la nariz. —¿Has visto a tu hermana? —preguntó Nuan Cee. —Sí. Se ha convertido en toda una mujer.

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—Estás aquí, Matilda —dijo el Mercader.

—¡Y una posadera! —Nuan Cee levantó las patas—. ¿Quién lo hubiera pensado? Maud soltó una carcajada. Era eso o llorar. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Nuan Cee. —Es complicado. —Ven, ven. —La llevó a un diván junto a su almohada—. ¿Qué estás

Alguien le trajo un vaso de vino dulce. Alguien más entregó un plato de brillantes caramelos rojos. Se

comió

uno,

saboreándolo

mientras se derretía en su lengua, dulce con un ligero toque de ácido, pero tan refrescante, era como si toda su boca cantara. —Cuéntamelo todo —dijo Nuan Cee.

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haciendo aquí?

108 Cuéntamelo todo. Oh, astuto, astuto lees. Maud se inclinó hacia atrás y se rio. El Clan Nuan la observaba, los pequeños zorros atrapados en poses idénticas, sus orejas agitadas. Por alguna razón, eso hizo que se riera aún más. Se rio hasta que se quedó sin respiración. —¿Dije algo gracioso? —inquirió Nuan Cee. Maud logró reprimir las carcajadas lo necesario para exprimir algunas palabras. —¿Cuánto tiempo estuvo esperándome Nuan Nana en ese pasillo? El silencio cayó sobre la sala. —Quiero decir, tuvo que estar desde el comienzo de la cena, porque era imposible que supieras si o cuándo lanzaría un ataque de furia y saldría huyendo. Me he preguntado desde que entré por la puerta por qué el Comerciante de Baha-char, un distinguido invitado, no estaba en la cena. Esto está muy logrado, honorable Nuan Cee. Las almohadas, los velos, incluso los dulces, todo en mi beneficio. Aquí estoy yo, sola, una extranjera en un planeta extraño, y tú me estás ofreciendo todos los recuerdos de mi infancia. Una

trampa tan ingeniosa y manipuladora. Solo para prepararme para revelar todos mis secretos. Por un momento el Comerciante solo la miró fijamente. Entonces Nuan Cee levantó sus garras y rodó dramáticamente los ojos. —No puedes ganarlos a todos. Los lees a su alrededor se rieron.

—Me halagas, Matilda —dijo Nuan Cee. —¿Hay dispositivos espías activos aquí? —preguntó. —Por favor. —Nuan Cee agitó su pata izquierda—. Por supuesto que los hay. Quitamos el audio, pero les permitimos vernos. Tenemos que darles algo o nos echarán. Estaban siendo observados, pero no escuchados. No se esperaba nada menos. —¿Has pinchado el banquete de la fiesta? —preguntó Maud. Nuan Cee sacudió su cabeza de lado a lado, luego sonrió. —Sí. Maud se rio entre dientes y se metió otro caramelo en la boca. —Pero no puedes culparme —dijo Nuan Cee—. Tienes una gran influencia sobre el Mariscal. —No llegaría tan lejos. —Oh por favor. Tienes a Arland atontado. —¿Atontado? —Sí. He usado esa palabra correctamente. Si hubiera un río de fuego y tú estuvieras al otro lado, se quitaría su ridícula armadura y nadaría entre las llamas para llegar hasta ti.

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—Eres tan despiadado como siempre —dijo Maud.

Maud se rio. —Primero, los tachi, ahora tú. ¿De qué va todo esto? —Dudo que los tachi sepan lo de vuestra relación. Son académicos —dijo Nuan Cee—. Lo cual no significa que no se abalanzarán sobre ti una vez que se enteren. —¿De qué va esto? —Negocios. —Nuan Cee mostró una boca llena de dientes afilados—. Y

—Tienes toda mi atención. Alargó la mano, tomó un vaso alto con un líquido rosado de una mesa auxiliar y tomó un sorbo. —¿Has visto la estación de batalla? —Lo he hecho. —La estación de batalla lo ha cambiado todo. Esta es ahora el área del espacio más segura del cuadrante. Hay muchas rutas comerciales que se cruzan aquí, o podrían, siempre que haya un refugio seguro. Un lugar donde una nave espacial podría atracar fácilmente sin preocuparse por tener que quemar combustible al entrar en órbita. Un lugar de intercambio y negocios. Una bombilla se encendió en la cabeza de Maud. —Quieres que la Casa Krahr construya una estación espacial comercial. —Sí. Y estoy tratando de darles dinero para que lo hagan. —¿Una estación espacial en el territorio de los vampiros que da acceso a otras especies? ¿Docenas de buques extranjeros atracando en el sistema de la Sagrada Anocracia? Jamás se ha hecho nada semejante. Una pequeña lees de pelaje turquesa le sirvió un vaso de vino rosado. Maud bebió un sorbo. Sabía a sandía, fresas y uvas dulces, todo en uno. Nuan Cee gimió.

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mucho dinero.

—¿Cómo puede una especie de caza espacial ser tan cerrada? Ya han construido la estación de batalla. Han conseguido una nave que puede proteger la totalidad del sistema. Está ahí plantado sin hacer nada y les cuesta dinero. Estoy proponiendo algo que atraería grandes beneficios a todos. No hay ni una sola estación de acoplamiento en ningún otro lugar dentro del cuadrante. —En ningún otro lugar del territorio de la Sagrada Anocracia, a excepción de la estación espacial diplomática cerca del sistema de estrellas de la capital, según recuerdo.

portuaria. Decenas de especies que ahora tienen que recorrer el espacio controlado por vampiros. Están allí colgando como fruta madura. Todo lo que les pido a los vampiros es que se detengan debajo del árbol, abran sus bocas, y dejen que la recompensa caiga directa por sus gargantas. Podrían recuperar el costo de la estación de batalla dentro de dos años. Tenía razón. La estación espacial comercial sería una mina de oro para la Casa Krahr. Nuan Cee gimió con verdadera angustia. —No lo entiendo. ¿No quieren ganar dinero? —¿Esa es la razón por la que los tachi están aquí? —Sí. Tienen una excavación arqueológica en On-Toru. Tienen que viajar cientos de años luz alrededor del espacio de los vampiros para llegar allí. Una estación espacial aquí les daría un tiro casi directo a esa colonia. Están dispuestos a pagar los mejores precios. Maud se inclinó hacia atrás. Sacar a los vampiros de su mentalidad ‘por vampiros y para vampiros’ sería casi imposible. —Tú conoces a los vampiros —dijo Nuan Cee—. Y lo que tú digas le importa al Mariscal. —Como ya he dicho, mi influencia no llega tan lejos. Dina me dijo que llegasteis a un acuerdo con la Casa Krahr sobre Nexus que os enriqueció a

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—Exactamente. Decenas de especies desesperadas por una instalación

todos. Deberías ser los aliados naturales de los Krahr. Si se resisten a pesar de vuestra historia, no hay nada que yo pueda hacer. No soy nadie aquí. —Eres Matilda Demille. El nombre de la familia atravesó su memoria. Sus padres seguían desaparecidos. Les echaba tanto de menos. ¿Qué haría ahora mamá? —¿Has notado lo obsesionados que están con las defensas? —preguntó puesta que sin ella. Toma este castillo como ejemplo. Una estructura más pequeña habría bastado, pero en vez de eso, han construido una monstruosa fortaleza con muros imposiblemente gruesos y suficientes defensas como para contener el asalto de un ejército. Aún no he visto lo que hay debajo, pero apostaría a que tienen una red de túneles que atraviesa la montaña, tan profundos que resistirían un bombardeo orbital. Las posibilidades de que suceda tal ataque son exactamente cero. Has visto su flota. Podrían contener a un pequeño ejército solo con el destructor de Arland. El sistema ya está tan protegido como podría estarlo, pero encima han construido una estación de batalla. Tú les estás pidiendo que permitan entrar a su territorio a desconocidos, de diferente procedencia, no solo unos pocos aliados de confianza. Lo que quieres es que vaya en contra de su naturaleza. —Les estoy ofreciendo una riqueza que está más allá de sus sueños más locos. —No les importa. No se trata de dinero. —Maud hizo girar la copa de vino y bebió otro sorbo—. Se trata de los Mukama. —He oído hablar de los Mukama —dijo Nuan Cee, con expresión pensativa—. Pero nunca de un vampiro. Tú eres casi un vampiro. Maud sonrió. —¿Quieres que te cuente lo que sé de los Mukama? —Sí. Hay algo que no entiendo.

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Maud—. Como especie, los vampiros pasan más tiempo con la armadura

—Muy bien. Se remonta a la Ley de Bronwyn. —La Galaxia tenía muy pocas leyes universales, pero la Ley de Bronwyn había demostrado ser cierta una y otra vez, tan a menudo que era universalmente aceptada. —Una vez que se introduce una especie al vuelo espacial interestelar, avanzará tecnológicamente pero no socialmente —dijo Nuan Cee. Maud asintió. —Sí. Su nivel de vida individual puede mejorar drásticamente, su progreso capacidad de viajar entre las estrellas elimina la mayoría de los factores de presión que sabemos que impulsan el cambio social. Una vez que obtiene el vuelo espacial interestelar, de repente la densidad de población ya no es un problema. Las limitaciones geográficas desaparecen. La competencia por los recursos naturales ya no existe, al menos en las etapas iniciales. Diferentes grupos escindidos dentro de la sociedad ya no tienen que aprender a coexistir; solo tienen que alejarse unos de otros. Nuan Cee asintió. —El cambio social es difícil, porque una sociedad está compuesta por individuos. Estas personas aprenden cómo tener éxito en esa construcción social particular, y se resisten al cambio, porque amenaza su supervivencia. Para realmente implementar un cambio, debes convencer a la población de que su supervivencia como un todo estará en riesgo a menos que alteren su curso. Debido a que el vuelo interestelar elimina muchos de estos factores de supervivencia, la sociedad en cuestión generalmente se mantiene como está una vez que se ha logrado. Si eran cazadores-recolectores, permanecen así. Si fueron una república, siguen siendo una república, y así sucesivamente. —Sí. Es un hecho conocido —dijo Nuan Cee. —Los Mukama invadieron la Sagrada Anocracia en pleno período feudal de la sociedad vampírica. En aquella época, los vampiros estaban organizados en clanes poderosos liderados por familias aristocráticas guerreras y unidos por una religión fuerte. Supongo que los Mukama creyeron que los vampiros, tan

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tecnológico evolucionará, pero su construcción social permanece intacta. La

tecnológicamente inferiores a ellos, serían fáciles de conquistar. ¿Qué sabes de los Mukama? —No mucho —dijo Nuan Cee—. Eran una especie reservada y este conflicto ocurrió hace mucho tiempo. —Eran una especie depredadora —dijo Maud—. No querían el planeta. Querían a los vampiros para ellos mismos, particularmente a los niños. Los adultos fueron utilizados como esclavos y los niños como fuente de alimento.

Nuan Cee hizo una mueca. —Los vampiros se retiraron a sus castillos.

Reducir

los

castillos

a

escombros habría destruido toda la tierna carne que protegían, así que los Mukama se vieron obligados a hacer un asalto terrestre. Pronto descubrieron que los Mukama no se defendían bien en espacios estrechos y cerrados. Eran una especie aérea. Cazaban desde arriba. También descubrieron que las armas paralizantes de los Mukama no funcionaban contra un vampiro con armadura. Fue una guerra larga. —¿Cuánto tiempo? —preguntó Nuan Cee. —Casi dos décadas. En algún momento, unos ocho años después del conflicto, la flota principal de los Mukama perdió contacto con la flota orbital enviada al planeta vampiro. Les tomó otra década más resolver sus compromisos previos. Finalmente, se animaron y fueron a averiguar cómo iba la guerra. Cuando llegaron, encontraron la flota orbital exactamente donde se suponía que debía estar, en el sistema. Las naves estaban intactas y llenas de vampiros. Maud arremolinó su vino sobre su vaso y sonrió. —Nadie vivo se ha encontrado desde entonces con un Mukama.

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Los Mukama encontraban a los niños tiernos y deliciosos.

—No —admitió Nuan Cee. —Pero aquí estamos, disfrutando del aire fresco de su mundo natal. Nuan Cee se sobresaltó. —La Casa Krahr fue una de las Casas mayores originales —le dijo Maud—. Se les encomendó el planeta Daesyn para asegurarse de que ningún Mukama volviera a respirar su aire.

—Cuando comenzamos esta historia, dije que una sociedad estable es resistente al cambio. La Sagrada Anocracia es estable, honorable Nuan Cee. Ellos ganaron. ¿Por qué iban a cambiar? Su forma de vida les ha permitido sobrevivir y prosperar durante miles de años. No han dejado de construir castillos o de usar armadura, solo los construyen más grandes y más resistentes. Nunca han abandonado su fe porque los sostuvo en su hora más oscura. Aman a sus hijos, los guardan como su mayor tesoro, y les enseñan a pelear desde una edad temprana, porque la historia les ha enseñado que los niños son valiosos y vulnerables. Sin hijos, la Sagrada Anocracia no tiene futuro. Y sobre todo, los vampiros desconfían de los forasteros. Nada bueno les llegó desde más allá de las estrellas. Eres un extraño que lucha contra miles de años de inercia. Un solo pájaro extraño que vuela contra una multitud y que trata de cambiar su dirección. El tipo de cambio que estás buscando solo puede venir desde dentro, desde alguien profundamente respetado, alguien arraigado en su sociedad. Ni tú ni yo tenemos ese tipo de poder. Pero hablaré con Arland la próxima vez que le vea. Si le veo. —Oh, le verás —dijo Nuan Cee—. Está viniendo por el pasillo ahora. Maud cogió aire profundamente. Un momento después, Arland se asomó a la puerta con una gran caja gris. La vio. —Mi señora.

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Dejó la copa vacía sobre la mesa.

Helen saludó a Arland con la mano. Él dio un paso dentro de la habitación, pero los lees le rodearon y le empujaron hacia el pasillo. —¡La has dejado sola! —Los otros han sido crueles con ella. —¡Ella estaba triste! Maud miró a Nuan Cee. Él le sonrió.

rostro y alzó los brazos en una fingida rendición. —Supongo que debería averiguar dónde estaba. —Suspiró. —Ven a verme en cualquier momento, Matilda —dijo Nuan Cee. —Lo haré —prometió y lo dijo en serio.

Maud salió al pasillo. La puerta se cerró detrás de ella, bloqueando a los lees y sus gritos indignados. Arland miró a Helen. Sus ojos se oscurecieron. —¿Quién? —Fue un desafío formal —dijo Maud. —Voy destripar cojines —le dijo Helen. Arland se volvió hacia Maud. —Lady Helen desafió a alguien en la guardería, se le advirtió que pelear traería consecuencias, y lo hizo de todos modos. Ahora habrá repercusiones. —¿Ganaste? —preguntó Arland. Helen asintió.

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Arland la miró por encima de los lees con una expresión de dolor en su

—Entonces hiciste bien. Si vas por la vida sin hacer nada que merezca ninguna repercusión, nunca conocerás la victoria. Helen sonrió. —Ese es un buen consejo de crianza, mi señor Mariscal. —Maud cargó suficiente sarcasmo en su tono como para explotar un crucero espacial. —Lo intento —dijo Arland.

—¿Puedo acompañaros a vuestros aposentos? —preguntó. —Puedes. —Era eso o continuar de pie en el pasillo. Recorrieron los pasillos, luego el puente cubierto, Helen corriendo de un lado a otro, a veces por delante, a veces por detrás. La tormenta seguía en pleno apogeo, los relámpagos centelleaban sobre sus cabezas, desgarrando el cielo oscuro. —Lo siento —dijo Arland. —¿Por qué, mi señor? —Por no estar allí durante la cena. No fue mi intención. —No necesito su protección o asistencia, mi señor. No soy una prisionera. Estoy aquí porque elijo estar aquí. Si sintiera que no podría apañármelas sola, ya me habría ido. Cruzaron el puente hasta la torre y se detuvieron al final de la cámara, donde los dos pasillos se bifurcaban, uno que llevaba a su habitación y el otro a la de Arland. —Sé que no necesitas mi protección, mi señora. Si creyera que lo hicieras, no habría extendido la invitación. No estoy buscando una doncella a la que salvar. Estoy buscando una compañera. Ella entrecerró los ojos. Él ignoró el gesto y continuó.

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Los tres se miraron el uno al otro. Incómodo.

—Sin embargo, era mi intención acompañarte a cenar y pasar la velada contigo. Lamento que mis deberes me entretuvieran y que no pudiera hacerte sentir bienvenida en la sala de fiestas de mi hogar. Por favor acepta mis más profundas disculpas, mi señora. Si se pusieran más dolorosamente educados, escupirían sangre con cada palabra. —Las disculpas no son necesarias, mi señor. Fue tiempo bien invertido. Tuve

Él esperó. —¿Nada que agregar, Lord Mariscal? —Un hombre sabio sabe cuándo guardar silencio —dijo—. Tengo una madre y dos primas. Conozco ese tono de voz. Todo lo que diga ahora estará mal. Esperaré humildemente para ser desterrado o perdonado. —¿Humildemente? —Sí. —Cómo, mi señor, me sorprende que sepa el significado de esa palabra. Él la miró. Ella devolvió la mirada. Cruzaron miradas como espadas. —¿Vais a pelear? —preguntó Helen en voz baja. Oh, por el amor de Dios… —¿Qué hay en la caja? —preguntó Maud. —La cena —dijo—. No pude comer nada antes y por lo que he entendido, vosotras tampoco. ¿Os uniríais a mí? Maud consideró irrumpir en su habitación en toda su cabreada gloria, pero sería muy infantil. Además, se estaba muriendo de hambre. —Sí —dijo Maud.

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la suerte de experimentar la hospitalidad de la Casa Krahr de primera mano.

Arland le sonrió. Ella casi levantó su mano en un gesto instintivo de autopreservación. —Solo una cena —dijo ella. —Solo una cena —dijo—. Además, he descargado la Saga de Olasard, el Destripador de Almas, en mi monitor. Es en dibujos animados. Eso tocó una fibra sensible. Helen nunca había visto dibujos animados. Pero entonces recordó algo.

—Oh, no, está censurado. Es una versión para niños. —Oh, bien. La puerta de los aposentos de Arland era idéntica a la de ella, pesada, reforzada, vieja. La abrió y se hizo a un lado. Ella entró. Era una imagen refleja de su habitación, una versión masculina de ella, pero donde sus cámaras carecían de toques personales, este lugar pertenecía a Arland. Un pequeño árbol de alla crecía en una esquina, sus ramas cargadas de flores blancas. Estaba en buen estado de salud, por lo que alguien lo cuidaba con asiduidad. Una pila de libros de papel real sobre la mesa junto a la enorme cama. Vio una copia de una novela popular de YA de la Tierra y se mordió el labio para no reírse. Había varias chucherías aquí y allá, una daga larga y malvada, no de facturación vampírica; una pieza de metal deformado; una pequeña figurita de madera tallada con minucioso detalle. Wing, una de las criaturas que se alojaba en la posada de Dina, tallaba la madera. Si entrecerraba los ojos correctamente, se parecía a ella… Arland balanceó su mano delante de una pared. Esta se abrió, revelando un armario de ropa. Agarró unas grandes almohadas y las arrojó sobre la alfombra. Una manta las siguió. —Visor —ordenó. Una pantalla se deslizó desde arriba, cubriendo la pared opuesta.

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—Umm, hay esa parte en las catacumbas…

—Saga de Olasard. Un animado caballero vampiro apareció en la pantalla, vistiendo una armadura

elaborada,

sosteniendo

una espada ensangrentada en una mano y una cabeza cortada en la otra y rugió.

—¡Es como un libro! Pero se está moviendo. —Pausa —dijo Arland—. Helen, te he dado acceso. Puedes decirle que pause, rebobine y avance rápido. Helen miró las almohadas y luego miró la pantalla. —¡Necesito mi osito! —Vamos a buscarlo —dijo Maud—. Volveremos en seguida. Un par de minutos más tarde, Helen y su osito se habían echado sobre las almohadas. Cuando regresaron, Arland abrió la caja que llevaba. Filete de Ribeye, con costillas todavía unidas para facilitar comerlas con las manos. Media docena de platos de vampiro, carne en rodajas finas, verduras asadas, pasteles… Solo el olor hizo que a Maud se le hiciera la boca agua. Arland colocó una pila de platos. Helen eligió el suyo, se arrastró sobre las almohadas y comenzó a ver la película. Maud se sirvió un plato, apoyó una almohada contra la cama de Arland y se sentó en el suelo. Arland se sentó junto a ella con su propia cena. Sus brazos casi se tocaban. Maud atacó la comida. Durante los primeros cinco minutos, nadie habló. Finalmente, comió lo suficiente como para aliviar el hambre. —¿Dónde estabas? —preguntó en voz baja.

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Los ojos de Helen se agrandaron.

—Tratando con un idiota. Uno de los caballeros de Karat la desafió en violación directa de mis órdenes. Entonces esa era la razón por la cual Karat no estaba en la cena. —¿Cómo le fue? Arland se encogió de hombros. —Caminará de nuevo. Algún día.

—Como Mariscal, tuve que encargarme del asunto. Y por manejar, me refiero a que tuve que ver esa farsa de pelea y luego abofetearlo con sanciones. —Un hombre que nunca hace nada que merezca repercusiones nunca probará la victoria —dijo con cara seria. —Ese idiota no podría salir de una bota ni con señales luminosas y soporte de exploración. Créeme, la victoria no está en su futuro. En la pantalla, una enorme criatura cargó contra Olasard, quien heroicamente saltó increíblemente alto en el aire, balanceando una espada con brillantes runas que era casi tan grande como él. Helen se abrazó a su peluche y le dio otro mordisco a su bistec. —Esa espada es un poco exagerada —murmuró Maud. —Así es más dramático —dijo Arland. A ella le gustaba esto, Maud se dio cuenta con sorpresa. Le gustaba estar sentada en el suelo con él, vigilando a Helen. Se sentía casi como una fiesta de pijamas a altas horas de la noche. Cómodo. A salvo. Había pasado demasiado tiempo desde que se había sentido a salvo. Hubo un momento en la posada de Dina, pero Gertrude Hunt había estado bajo ataque.

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Ella le sonrió.

Podrían haber hecho esto en sus habitaciones, solas Helen y ella, pero no sería lo mismo. Era él. Arland la hacía sentirse protegida. Sus sentidos se rebelaron. Bajar la guardia era morir. ¿Qué estoy haciendo? —¿Pasa algo? —preguntó Arland en voz baja. La ansiedad no la soltaba. Esto era ridículo. El simple acto de relajarse era tan extraño para ella, que su mente se estremecía, pensando que estaba en peligro.

No. Se prometió a sí misma que no lo haría. —Esto es extraño —dijo Maud—. Sentirse a salvo es extraño. Arland se inclinó hacia atrás, sacó una manta de la cama y la cubrió con ella. —Pasará —dijo en voz baja—. Come un poco más. La comida ayudará. Ella recogió su plato. Su instinto le gritaba que saliera de la habitación. En cambio, se movió más cerca de él. Ahora se estaban tocando. Arland apoyó su gran cuerpo contra la cama, relajado, tranquilo. Maud tomó otro bocado. —Los tachi estaban a punto de irse —dijo ella—. Les servisteis una ensalada. —Son vegetarianos. —Les gusta la carne. Pero jamás la comerán en territorio enemigo. —¿Entonces somos el enemigo? —preguntó él, su voz tranquila y mesurada. Ella tomó otro bocado y se movió media pulgada más cerca de él. —Están tratando de decidirlo. Les gustan los patrones en su comida. Cuanto más elaborados, mejor. ¿Dónde está vuestro Maven? —Muerta —dijo—. Fue asesinada hace tres años, justo cuando se preparaba para ser Portadora de una boda importante. Su nombre era Olinia. Era mi tía más joven.

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Maud abrió la boca para mentir.

—Lo siento —dijo ella. —Su asesino está muerto. La persona que la traicionó también está muerta. Fue en ese entonces cuando conocí a Lady Dina. En la pantalla, Olasard cortó tres cabezas de vampiros malvados de un solo golpe. Helen agitó el hueso, imitándolo. —¿Puedo preguntarte algo? —preguntó Maud.

—¿Por qué tienes una copia de Crepúsculo en tu habitación? Arland se quedó completamente quieto. —Um. —¿Lord Mariscal? —le preguntó con una pequeña sonrisa. —Quería saber cómo veían las mujeres de la Tierra a los vampiros. —¿Por qué? Arland hizo una pausa, obviamente eligiendo cuidadosamente sus palabras. —Tu hermana es una mujer fascinante. —No deberías disculparte por sentirte atraído por mi hermana —le dijo—. Ella es asombrosa. —Lo es. Para mi vergüenza, debo confesar que podría haber sido algo más que las buenas cualidades de Lady Dina. Una cierta rivalidad puede haber jugado su papel. —Sean Evans —adivinó Maud. —Decidí entonces que no me gustan los hombres lobo —dijo Arland—. Todavía tengo que corregir esa impresión. Criaturas espantosas.

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—Por supuesto.

Permanecieron juntos en un cómodo silencio mientras se comían la cena. Él tenía razón. La comida ayudaba. Por supuesto, si dependiera de la comida para evitar su ansiedad, pronto tendría que cambiar de armadura. —No tenemos muchos forasteros aquí —dijo Arland—. Kacey, la esposa de mi primo, es el primer ser humano que he visto en mi vida. Todos estábamos fascinados con ella cuando éramos adolescentes. Era diferente. Cuando visité la posada, me impresionó conocer a alguien como Lady Dina. Femenina, envuelta en misterio, pero con firme control sobre sus dominios.

—Sí. A veces conocer a alguien tan diferente oscurece a la persona real que se encuentra debajo. Uno se siente más fascinado con lo que una persona representa que con quiénes son. —Mmmm. —¿A dónde iba con todo esto? Su voz era íntima y llena de seguridad. —Lo que intento decir es que te veo. Te querría si fueras un vampiro o un humano, por lo que eres. No necesitas una posada o una escoba para fascinarme. Solo tienes que mirar hacia mí y tendrás toda mi atención. Algo revoloteó en su pecho. Algo que desapareció antes de Karhari y su matrimonio. Maud inclinó la cabeza y le sonrió. —¿Qué pasaría si fuera un hombre lobo? Él cogió aire, fingiendo pensarlo. —Todavía te querría. Ella soltó una silenciosa carcajada y apoyó la cabeza en su hombro.

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—La mística de los posaderos —murmuró Maud.

125 Alguien llamó a la puerta. Maud se sentó en la cama, completamente alerta, y por un momento de confusión, intentó abrir la puerta con su mente. Entonces volvió a la realidad: no estaba en la posada de Dina. Estaba en sus aposentos en el castillo de la Casa Krahr. Había soñado que era pequeña y débil, corriendo por su vida a través del jardín de la posada de sus padres. Algo la perseguía, algo enorme y monstruoso. Intentó qué era, pero todo lo que podía recordar era dientes. Enormes dientes tan altos como Helen. La puerta sonó otra vez. Maud sacudió su cabeza, intentando aclarar los últimos trozos de la pesadilla de su mente. Anoche se había quedado en la habitación de Arland demasiado tiempo. Habían terminado hablando de la estación espacial hasta mucho después de que Helen se durmiera. —¿Qué hora es? —preguntó en voz alta. Unos brillantes números rojos se encendieron encima de la chimenea. Las nueve y media. El planeta tenía un ciclo de treinta horas, cada hora de

cincuenta minutos, cada minuto cincuenta momentos. Era temprano. En la Tierra, serían alrededor de las 6:30 a.m. Volvieron a llamar a la puerta. —Abre. La puerta se deslizó a un lado, y Karat entró usando una armadura negra. Tampoco era su mejor conjunto militar. Cuando un conjunto militar sufría un daño, a menudo era reparado en batalla o poco después. Arreglar la armadura Bajo las condiciones de batalla las tres eran frecuentemente suministros cortos, lo cual era el por qué la armadura mostraba cicatrices e imperfecciones. El negro conjunto que Karat llevaba ahora parecía como si acabara de venir de una forja de nanos. Cualquier daño que hubiera sufrido había sido remendado sin un rastro. Karat se dejó caer en la silla más cercana. —¿Cómo estuvo mi primo? Maud parpadeó. —Pasaste la mayor parte de la noche en sus habitaciones. —Me estás espiando. —Por supuesto que te estamos espiando. Sabemos que regresaste a tu habitación con Helen. También sabemos que el consumo eléctrico habitual de su habitación se mantuvo hasta mucho después de la medianoche, lo que no es típico de él, por lo que dedujimos que utilizaste el pasaje privado. ¿Confío en que todo salió bien? Primos vampiros. —Mantuvimos la armadura puesta. —¿Qué? ¿Por qué? —No estamos en esa etapa de la relación.

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sincrónica requería un ambiente tranquilo, mucho tiempo, y una mano firme.

Karat se la quedó mirando fijamente. —¿Alguna vez lo habéis estado? —No. —Eso es absurdo. ¿Cómo sabéis que sois compatibles? ¿Cómo ha podido pedirte en matrimonio sin verificarlo antes? —Tendrás que preguntárselo a él —gruñó Maud.

—Helen vio una película. Nosotros hablamos. Fue dulce. —Entonces, ¿llevaste a la niña contigo? Creíamos que la habías dejado en tus aposentos… Espera. —Karat hizo una pausa—. ¿Acabas de decir que mi primo fue dulce? ¿Arland Krahr? ¿El Sanguinario? ¿El Triturador? ¿La Devastación de Nexus? ¿Ese Arland? —Sí. Fue dulce y no hubo devastación. —La forma en que la miraba la noche anterior no le dejó ninguna duda de que quería hacerlo. Ella también quería, pero algo la detuvo. Era como un caballo con bridas. Cada vez que pensaba ello, algo tiraba de las riendas y la detenía. Karat se echó hacia atrás y se rio. —Él no es así. Pobre, pobre Arland. Qué bajo ha caído. Maud suspiró. —El problema no es tu primo. El problema soy yo. Quiere que vaya a mi propio ritmo. Karat se puso seria. —Sí, por supuesto. —¿Hay alguna razón por la que hayas venido a despertarme? —Sí. —Toda la alegría desapareció de la cara de Karat—. Lady Ilemina solicita tu presencia en el Club de Damas esta mañana.

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—¿Qué estuvisteis haciendo todo ese tiempo en sus habitaciones?

Figúrate. Maud cuadró los hombros. Sabía que esto llegaría y aquí estaba. No había escapatoria —¿Tienes armadura de práctica? —preguntó Karat. —Usaré mi conjunto habitual. —Probablemente sea una buena idea. Lo necesitarás. Tienes unos veinte minutos para prepararte. Tenemos que llevar a Helen también. Tiene labor del deber.

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—Nos vestiremos —dijo Maud.

—Aquí vamos. —Karat se detuvo junto a la puerta de una gran sala. El viejo centinela que había llevado a Helen al banquete las esperaba en la entrada. Más allá de él, los niños jugaban en el suelo. Los ojos azules del centinela ocultaban un leve brillo de humor. —Lady Helen. Lady Helen cuadró sus pequeños hombros. —Estoy aquí por las repercusiones. —Por supuesto. —El vampiro mayor le pasó un pequeño cepillo y un tubo lleno de gel azul—. Extenderás un poco de gel en el suelo y frotarás con tu cepillo hasta que se elimine toda la suciedad. Limpiarás diez cuadrados de piedra. Permanecerás aquí hasta que completes tu tarea. Helen tomó

lo

que

le

ofrecía y entró con la cabeza alta.

Detrás de ella Maud vio otra figura en el suelo con un cepillo idéntico, con el brazo izquierdo escayolado. La justicia vampírica no conocía la misericordia. —Ella estará bien —le dijo Karat—. Vamos. Caminaron diez yardas por el pasillo hacia las grandes puertas abiertas. Más allá se extendía un patio con césped de hierba turquesa, bañado por el sol dorado y bordeado por árboles ornamentales. Un muro de piedra de tres pies de alto rodeaba el césped, claramente parte de un parapeto. Al otro lado se elevaban las torres y los muros del castillo. Estaban en la cima de una torre de

Algunas vampiras se enfrentaban sobre la hierba con armas de práctica. Otras observaban los combates. A un lado había una mesa con refrescos.

Un

típico

Club

de

Damas. Luchaban durante una hora más o menos y después bebían y cotilleaban. Antes de convertirse en una paria, Maud disfrutaba bastante de los Clubs de Damas. Una vez que se probaba su valía, eran una buena forma de ponerse al día con todos. Hoy no sería agradable. Hoy la arrojarían a los perros, esperando que se encogiera y se sometiera. Era una prueba, una que tenía que superar. Las tradiciones dictaban que los Clubs fueran estrictamente masculinos o femeninos. Estaba sola. Karat se detuvo junto al estante de armas de práctica. —Vamos a hacer esto bien y fácil —dijo en voz baja—. Tú y yo practicaremos, luego tomaremos algunas bebidas con sabor a fruta y regresaremos. No te preocupes. Ellos no pensaban realmente mucho de ella.

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nivel medio.

Maud probó la primera espada. Muy pesada. Demasiado larga. Demasiado corta. Mal equilibrada. Las armas de polímero se parecían a sus contrapartes en cada detalle, pero no podían cortar la armadura. El principal daño que guardaban era ser golpeado con una. Un empujón habilidoso también podía causar una herida interna a pesar de la armadura. Los golpes con armas de prácticas dejaban una marca roja la cual se desvanecería con el tiempo o sería limpiada. Era una manera fácil de calcular la puntuación y los Comunitarios en un largo examen de las marcas rojas y si la prácticas no eran exactamente afilados, pero podías provocar sangre con una. Lo había hecho antes, solo hacía tres días, cuando Arland y ella habían discutido sobre su destructor. El Mariscal había estado fascinado con el concepto del escudo y habían pasado unas buenas tres horas cortándose mutuamente. Ahí. Encontró una cuchilla similar a la suya. Karat seleccionó una espada más larga y más pesada, luego miró su elección y buscó la espada más corta. En serio, ahora. Karat caminó hasta un punto en el césped y levantó su espada. Maud se posicionó a sí misma. —No veo ningún vampiro de las otras Casas aquí. —Este es un asunto de Krahr. —Me siento halagada al haber sido invitada. Karat balanceó su espada y tomó una estocada deliberadamente lenta. Maud la miró. —No voy a dignificar eso con un bloqueo. Karat se enderezó y siseó. —Estoy tratando de ayudarte. Una vampira pelirroja marchó hacia ellas, sus verdes ojos echando chispas.

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herida sería o no fatal si se usara un arma real. Los bordes de las espadas de

—Hay una vampira caminando hacia nosotras y parece que está a punto de atropellarnos. Karat miró por encima del hombro. —Faron está cabreada. —¿Es por ti o por mí? —Por ti. —Karat se interpuso en el camino de la vampira—. Lady Konstana.

—¡Lady Maud! —Konstana apuntó con su espada a Maud—. Tu hija mestiza le rompió el brazo a mi hijo ayer. Oh. Eso. —Me preguntaba si serías tan amable de demostrarme cómo lo hizo. — Konstana mostró sus colmillos. Alrededor de ellas, las vampiras dejaron de pelear y se apartaron, despejándoles el espacio. Ahora tenían una audiencia. —Konstana —gruñó Karat en voz baja—. Es humana y una invitada. —Como quieras —dijo Maud. —Hazte a un lado, Karat —dijo Konstana. Un músculo se sacudió en la cara de Karat. —No presumas de poder darme órdenes. —Alvina —dijo una voz femenina. Karat se congeló. A la derecha, detrás de Karat, bajo un bosquecillo, se encontraban cuatro vampiras mayores. La que hablaba era alta, de hombros anchos y con una melena rubia que caía en cascada hasta más allá de su cintura. Su sencilla armadura de práctica abrazaba su figura. Sus ojos grises eran fríos. Maud encontró su mirada y vio hielo.

131

Estás interrumpiendo.

—Deja que nuestra invitada participe en el Club —dijo Lady Ilemina. Karat se apartó. Maud caminó unos pasos más hacia la derecha, dándose espacio. —Después de que te rompa los brazos, me pedirás disculpas —dijo Konstana—. Por desperdiciar mi valioso tiempo. Era aproximadamente dos pulgadas más alta, probablemente treinta y cinco libras o más pesada que Maud, y la forma en que sostenía su espada indicaba la o izquierda, esa era la pregunta. Golpear desde la izquierda sería mejor. Era un ataque más poderoso. Maud levantó su espada y comprobó el punto. —¿Es un hábito de la Casa Krahr perder el tiempo con amenazas vacías? Konstana cargó, cortando de izquierda a derecha, con el objetivo de cortarle el pecho. Fue un buen golpe, rápido y mortal. Maud lo bloqueó, dejando que la fuerza del ataque se deslizara por la hoja de su espada, atrapó la muñeca de la mujer durante un segundo, tirando del brazo en la posición perfecta, soltó, y empujó su propia espada bajo el antebrazo de Konstana. Maud hizo rodar el brazo de su espada sobre la de Konstana, atrapando la espada del vampiro en su axila. Ocurrió tan rápido que Konstana no tuvo oportunidad de reaccionar. El ímpetu redireccionado de su propio ataque la contorsionó, y cayó sobre una rodilla, la mano derecha de Maud sobre la muñeca de Konstana, su mano izquierda contra el codo, bloqueándola. —Me has preguntado cómo lo hizo mi hija —dijo Maud—. Lo hizo así. Golpeó el codo. La cápsula del codo se rompió con un fuerte crujido cuando la vaina alrededor de la articulación se rompió. Konstana gritó. Las vampiras que las rodeaban hicieron muecas y ruidos de succión. —Justo como le enseñé. —Maud la soltó y se alejó. La vampira luchó por ponerse de pie, con el brazo inutilizado colgando, y sacó la espada del suelo con la mano izquierda.

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técnica del Sur, lo que significaba que favorecería los ataques de corte. Derecha

—Buen combate, Lady Konstana —dijo Maud. La vampira abrió con esfuerzo la boca. —Buen combate, Lady Maud. —Vaya —dijo Lady Ilemina—. Eso fue bastante conmovedor. Siento que necesito un poco de ejercicio. Lady Maud, ¿es posible que le apetezca ayudarme? Mierda, mierda, mierda. Maud hizo

—Estaría profundamente honrada. —Por

supuesto

que

sí.

—Lady

Ilemina caminó hasta el centro del círculo. Seis con seis pies por lo menos. Casi doscientas libras. Como observar un tanque listo para cargar. Los pensamientos de Maud corrían a demasiada velocidad por su cabeza. No había forma de retirarse de la lucha. Rendirse

tampoco

era

una

opción.

Tenían demasiados ojos sobre ellas, y definitivamente Ilemina, lo vería como un insulto. Ganar la pelea no era una opción, incluso si era posible, que no lo era. No podía humillar a la madre de Arland. No podía dejarse humillar. Se cargaría todas las posibilidades que tenía de ser aceptada, y después de la noche anterior, quería a Arland más que nunca. ¿Qué hago? ¿Cómo salgo de esto? La madre de Arland era la Preceptora de la Casa Krahr y llegó a ese puesto porque era la mejor líder. Los vampiros dirigían desde el frente. Eso y la lista de

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una reverencia.

dos páginas de títulos detrás de su nombre significaban que sería una luchadora superior. Su fuerza sería abrumadora. Maud probó la espada una vez más, calentando la muñeca. Estaba bien entrenada, pero en un concurso de pura fuerza, especialmente contra un caballero vampiro con décadas de experiencia, perdería. Tenía confianza en sus habilidades como tácticas sucias y sorpresas, pero gracias a Konstana, el gato estaba fuera de la bolsa y el césped abierto no presentaba ninguna oportunidad para una emboscada, lo que significaba que solo le quedaban dos cosas:

Tengo que superarla. Es mi única oportunidad. Superarla y salir de la pelea con un poco de gracia. Ilemina se volvió hacia los lados, la hoja de su espada se mantuvo paralela a la hierba, levantó la mano y la provocó con un gesto de sus dedos. Oh, genial. Maud la atacó con pies ligeros. Ilemina bloqueó su golpe y la atacó por arriba. Maud giró, evitando la hoja por un pelo, y acuchilló el pecho de Ilemina. La punta de su espada rozó la armadura, dibujando una línea roja brillante para que todos la vieran. —¡Primera sangre! —anunció Karat. Mierda. Lady Ilemina soltó una carcajada. Su risa fue pura amenaza. Maud se enfrió. Puedes hacerlo. Puedes hacer esto. Arland ha sido el señor de la guerra durante los últimos seis años, el primer comandante en Nexus, lo que significa que han pasado seis años desde que Ilemina tuvo que ensuciar su espada. La madre de Arland cargó. Su espada cayó, imposiblemente rápida. Maud esquivó. Antes de que tuviera la oportunidad de contraatacar, Ilemina revirtió. Fue un movimiento hermoso, pero Maud no tenía tiempo para admirarlo. Volvió a esquivar la hoja, bailando alrededor de Ilemina.

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velocidad y resistencia.

Golpea, esquiva, golpea, esquiva. Ataque. Maud lo bloqueó, inclinando su espada, dirigiendo la mayor parte de la fuerza hacia abajo. El golpe cinético reverberó a través de su brazo hasta el hombro. Ay. Un golpe directo le rompería los huesos. Maud no tenía ninguna duda. Ilemina atacó de nuevo y estampó su hombro contra el de Maud. No había ningún lugar adonde ir. Maud apenas tuvo tiempo para puso de pie a tiempo para esquivar la espada de Ilemina. La madre de Arland la persiguió. Esquiva, esquiva, esquiva. Maud se deslizó entre los golpes y cortó una herida diagonal en el pecho de Ilemina. La punta de la espada tocó el cuello de la madre de Arland. Sacó una gota de sangre. Oh no. Ilemina cargó. La ráfaga de golpes era demasiado rápida para esquivarla. La cuchilla conectó con las costillas de Maud. El dolor explotó en su costado, opaco, no nítido, la armadura aguantó. Ilemina golpeó una y otra vez. Toda apariencia de contención había desaparecido de su rostro. Rasgó a Maud con simple intensidad mental. La espada de Ilemina hizo un amplio arco horizontal. Maud se inclinó hacia atrás, tan rápido que casi cayó al suelo. Todo el pelo en la parte posterior de su cuello se erizó. Si esa espada hubiera golpeado su cráneo desprotegido, estaría muerta. Esto ya no es una pelea de práctica. La hoja de Ilemina atrapó su brazo izquierdo. El dolor golpeó a Maud.

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prepararse. El impacto la hizo elevarse por los aires. Voló, giró sus piernas, y se

Tenía que sobrevivir. No podía abandonar a Helen. Aguanta cariño. Mami no morirá. El mismo calor intenso que siempre la ahogaba cuando sus vidas estaban en peligro se tragó a Maud. Se lanzó hacia adelante. La espada de Ilemina silbó a su lado. Maud invirtió su agarre y empujó el pesado pomo en la garganta de Ilemina. La madre de Arland hizo un ruido de arcadas y le dio una bofetada. El golpe Giró y cortó a Ilemina. Chocaron por el campo, cortando, golpeando, gruñendo, convirtiéndose en un torbellino de cuchillas. Las vampiras se apartaron de su camino. Una de las mesas de refrescos se alzaba a la espalda de Maud. Saltó sobre ella y pateó una jarra de vidrio a la madre de Arland. Le tomó un segundo a Ilemina alejarse con su espada. Maud lo usó para saltar a un lado y correr, alejándose de ella. La madre de Arland se abalanzó sobre ella, atacando, incansable, como una máquina. Otro golpe. Otro. El mundo se volvió un poco borroso. Maud se sacudió y cortó otra herida roja inútil a través del costado de Ilemina. Ilemina la empujó hacia atrás. Maud tropezó, esquivando un golpe sin nada de repuesto. No puedo seguir mucho tiempo más. Tengo que terminar con ella o ella terminará conmigo. Ilemina entregó un corte vertical, seguido por otro. En una fracción de segundo, Maud reconoció el patrón. La madre de Arland volvió a invertir su espada. En lugar de bailar, Maud se tiró al suelo, plantó las manos y pateó la rodilla izquierda de Ilemina. La rótula crujió. Ilemina gruñó y le dio una patada con la pierna herida. Dulce Universo, ¿acaso sentía el dolor? Maud vio que la bota se acercaba, se enroscó, la tomó y envolvió sus piernas alrededor de Ilemina, tratando de llevarla al suelo.

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hizo girar a Maud. El fuerte sabor de su propia sangre mojó la lengua de Maud.

La madre de Arland rugió, se inclinó y agarró el brazo de Maud, arrastrándola hacia arriba. Fue como ser cazado por un lince. Maud dejó caer su espada. Ilemina la levantó bruscamente y Maud golpeó ambas manos contra las orejas de Ilemina. Ilemina gritó y la arrojó lejos, como si fuera un gato salvaje. Maud corrió al estante de las armas de práctica y agarró una espada. Era demasiado pesada, pero no tenía tiempo para ser exigente. La madre de Arland pisoteó el campo, imparable, sus ojos fijos en Maud.

Helen se interpuso entre ellas, de espaldas a Maud, sosteniendo sus dagas, y gruñó, justo en el camino de Ilemina. —¡No! —gritó Maud. Lady Ilemina se detuvo. Maud casi se derrumbó de alivio. El pensamiento racional volvió a los ojos de Ilemina. —Oh, vaya —dijo ella. Helen levantó sus dagas. —Si haces daño a mi mami te mato. —Está bien, mi flor —logró decir Maud—. Solo estábamos practicando. Ilemina se rio. —Es más allá de adorable. No es necesario, pequeña. Me rindo. Tu madre y yo hemos terminado, y eres aterradora. Levantó la mirada y Maud lo leyó en sus ojos. Ilemina sabía que habían ido demasiado lejos. La pelea había terminado. —Esta es Lady Ilemina —dijo Maud—. La madre de Arland. Debemos ser corteses con ella.

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Maud descubrió sus dientes.

Helen bajó sus dagas, juntó las piernas y dobló las rodillas en una antigua reverencia vampírica. Ilemina se rio otra vez. —Dios mío. Helen se enderezó. —¿Sabes usar esas dagas? —preguntó Ilemina.

—¿Están afiladas? —Sí. —¿Crees que están lo suficientemente afiladas como para cortar una galleta por la mitad? Helen hizo una pausa. —Sí. —Ven y enséñamelo. Helen se volvió hacia Maud. —Sí —dijo Maud—. Sé cortés. Ilemina le tendió la mano a Helen. Helen guardó las dagas, tomó la mano de la madre de Arland y se fue con ella. —¿Qué tipo de galletas…? Maud se desplomó. De repente, Karat estaba allí, sosteniéndola. Maud vomitó, escupió sangre y se secó los labios con el dorso de la mano. La gente estaba mirándola. —Me duele todo —murmuró. —No jodas —dijo Karat—. Échate un vistazo.

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—Sí.

Maud miró hacia abajo. Cortes y barras cruzaban su armadura, tantas que ya no era negra. Era rojo sangre. Al otro lado del campo, Ilemina entregó a Helen una galleta. Su armadura también era carmesí. Karat tumbó suavemente a Maud sobre la hierba. —El médico está de camino. Solo quédate aquí y descansa un poco. Konstana apareció en su borrosa visión con la unidad médica de campo.

—¿Vas a envenenarme? —Cállate y toma el analgésico. —Konstana levantó la unidad. Maud lo presionó contra su cuello. Un pinchazo y sintió una fresca avalancha inundar su cuerpo, alejando el dolor. —Bebe esto. —Karat puso una jarra de vidrio debajo de su nariz. Menta cordial. Por supuesto. Maud tragó. —¿Dónde demonios aprendiste a luchar? —preguntó Konstana. —En la posada de mis padres. —Los humanos no pelean así. —No podía dejar que me matara —dijo Maud—. No podía dejar a Helen. Karat la estaba mirando. —Lo entenderás cuando tengas los tuyos —dijo Konstana. Maud se recostó contra la piedra. No había ganado. Pero tampoco había perdido. El día no había sido tan malo.

Cada paso dolía. Maud caminó por el pasillo, intentando que el dolor no se reflejara en su cara, consciente de la presencia de Karat a su lado.

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—Aquí.

En cuanto el médico había llegado había confirmado que tenía tres costillas rotas. Había ofrecido llevarla en una camilla. Salir del campo de batalla en una camilla desharía todo lo que había conseguido luchando. Se había enfrentado a Ilemina. Y no había perdido. Tenía que ser vista alejándose de la pelea sin ayuda. Pasó un agonizante cuarto de hora antes de que Lady Ilemina se retirara y de que el centinela viniera a recoger a Helen, que aún tenía que seguir fregando. Maud aguantó por pura fuerza de voluntad, pero caminar le dolía como el

Dos mujeres de mediana edad pasaron junto a ellas y observaron con suma curiosidad su armadura roja. Una terrible cantidad de gente había encontrado alguna excusa para cruzarse con ellas por el pasillo. Se habían enterado de su encuentro con Ilemina. Probablemente había un vídeo, pensó Maud. Cuando se trataba de violencia, lo grababan todo. Alguien llamó a la unidad personal de su muñeca. Giró el brazo. La unidad personal reaccionó, proyectando una pantalla holográfica sobre su muñeca. Destelló y se enfocó en la cara de Arland. El comienzo de un moretón espectacular se hinchaba alrededor de su ojo izquierdo. Un corte largo y desigual cruzaba su mejilla derecha. Sus ojos brillaban. Tenía los colmillos al descubierto. Ella había visto esa mirada antes en su rostro y la reconoció al instante. Rabia de batalla. —¿Estás bien? —gruñó. —¿Lo estás tú? —preguntó ella. —Sí. Karat agarró su muñeca y levantó el brazo de Maud para reflejarse en la pantalla. —No te atrevas a aparecer por aquí —dijo entre dientes—. Ha entrado por su propio pie y la están observando a cada paso que da. ¿Qué diablos te ha pasado? —Otubar —gruñó Arland.

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infierno, y su voluntad pendía de un hilo.

¿Qué? Karat maldijo. Maud recuperó el control de su brazo. —¿Te has batido en duelo con el consorte de tu madre? —Tuvimos una práctica enérgica —dijo Arland—. Te encontraré tan pronto como hable con mi madre.

puso los ojos en blanco—. ¿Qué está pasando en nuestra Casa? Giraron en otra esquina y entraron en una habitación con equipos médicos y catres curvos rodeados de brazos de metal y plástico con una serie de láseres, agujas y lo que seguramente tenían que ser herramientas de tortura. La puerta se cerró con un feliz siseo a su espalda. La habitación intentó arrastrarse a un lado. Karat la agarró del brazo y la estabilizó. El médico, un vampiro delgado con la piel gris oscuro y una larga melena negro azabache recogida en una coleta, la señaló con el dedo y emitió sentencia. —Fuera de la armadura. Maud vaciló. La armadura era protección. En territorio enemigo, marcaba la diferencia entre la vida y la muerte. Quitársela la dejaría vulnerable y ya se sentía demasiado vulnerable. —¿Quieres salir de aquí en dos horas o quieres que te saquen a rastras? — preguntó el médico. Ella no podía permitirse el lujo de ser llevada a rastras. Maud golpeó el emblema. La armadura se dividió en las costuras y se deslizó al suelo, dejándola con el traje de vuelo que llevaba siempre debajo. La repentina ausencia de la capa exterior reforzada la tomó por sorpresa. El suelo se precipitó hacia ella más rápido de lo que podía reaccionar. Fuertes manos la agarraron, y el médico la llevó a la camilla. Distinguió el brillo de un escalpelo y después notó como su traje se abría a la altura de su costado derecho. Los

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—No digas nada estúpido —ladró Karat, pero la pantalla se oscureció. Karat

brazos de la camilla zumbaban y se cernían sobre ella, como si la cama fuera una araña de alta tecnología que de repente volviera a la vida. El cojín que la sostenía se alzó en una curva hasta dejarla en posición medio incorporada. Una luz verde la apuñaló desde uno de los brazos, bailando sobre sus magulladas costillas en un ataque de calor. —¿Es muy grave? —preguntó Karat. El médico se encontró con los ojos de Maud.

estupidez. Ahí estáis solas. —¿Qué estás insinuando? —exigió Karat. —Luchar cara a cara con Ilemina es una estupidez —dijo el médico. Karat le asesinó con la mirada. El médico tocó la unidad de su muñeca. Una enorme pantalla holográfica se encendió frente a ellos. En ella, Ilemina pateó a Maud y la lanzó volando. El recuerdo del pie que conectaba con sus costillas crujió a través de Maud. Ella hizo una mueca. —Estúpido —dijo el médico. Maud se combó contra la cama. El cojín la acunó, sosteniendo suavemente su cuerpo maltratado. El brazo izquierdo superior le clavó una pequeña aguja en el antebrazo. Una calma reconfortante la inundó. Por una inexplicable razón echaba de menos a su padre. Le echaba de menos con toda la desesperada intensidad de una niña asustada y solitaria. Habría dado cualquier cosa por tenerle caminando a través de la puerta. El calor se reunió detrás de sus ojos. Estaba por llorar. Un sedante, se dio cuenta. El médico debió haberla dado un estabilizador emocional o un relajante leve con su coctel de analgésicos. Probablemente era una práctica estándar para los vampiros. Una vez el dolor se había ido, muchos de ellos decidirían que estaban bien ahora y probablemente intentaban dramáticamente liberarse del equipo médico y destruir la puerta para terminar la pelea.

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—No, se recuperará. Si llegas a tiempo, puedo curar casi todo, excepto la

Gerard Demille no era su padre biológico, pero era el único padre que había conocido. Él llegó un tiempo cuando saber cómo usar una espada significaba la diferencia entre la vida y la muerte. La suya no era la espada moderna de lucha como un deporte o una forma de arte, sino una habilidad brutalmente eficiente, una manera para sobrevivir. Cuando tenía seis años, había cogido su sable y lo giró alrededor. Él la había observado durante un par de minutos, parando lo que estaba haciendo, levantando, y dándola su primera lección con espada. Las lecciones llegaron cada día después de eso, y cuando le golpeó, contrató a otros

Maud suspiró. Mamá siempre creyó que era parte de su magia, su particular rama de poder. Ese era el por qué mamá pasó la mayoría de la adolescencia de Maud preocupada que un ad-hal llegara a la puerta. El ad-hal servía como los ejecutores de la Asamblea de Posaderos. Mientras los posaderos estaban vinculados a sus posadas, capaces de casi ilimitado poder en los terrenos de las posadas y capaces de hacer casi nada fuera de esta, la magia del ad-hal venía de dentro de ellos. Servían a la Asamblea. Salvaguardando el tratado que garantizaba el estatus protegido de la Tierra, investigaban, capturaban a los criminales, y los castigaban. Ver un ad-hal nunca era algo bueno. La última vez que vio uno fue hace unos pocos días, cuando entró en la batalla por la posada de su hermana y paralizó a cada luchador en ese campo. Podría haber terminado justo así. Hubo un tiempo cuando convertirse en ad-hal no había parecido tan malo. Ella no tenía la enciclopedia de conocimiento de Klaus de cada especie y costumbre en la galaxia. Él era excepcional incluso para los estándares de los posaderos. No tenía las manos de jardinera de Dina, tampoco. Su hermana podía plantar un palo de escoba en el patio, y al siguiente verano soportaba adorables manzanas. Todo lo que Maud tenía era una habilidad para leer a la gente y una innata comprensión de la violencia y sus grados y usos. En segundos conociendo a un oponente, sabía exactamente cómo provocarles o calmarles y cuánta fuerza tendría que usar para detener, paralizar, o matarles.

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—algunos humanos, algunos no— para enseñarla.

Persona o animal, Maud podía medirles u empujarlos al resultado deseado. Eso es lo que la hacía tan buena para navegar las políticas de los vampiros. Siempre pensó que Klaus heredaría la posada, y Dina, quién siempre quiso vivir una vida normal, terminaría como jardinera o botánica en alguna parte, mientras Maud se convertiría en un ad-hal. La maternidad y el matrimonio no habían estado en su radar. Ahora sus padres estaban perdidos, Klaus estaba perdido, Dina era posadera, y Maud estaba tumbada en una cama de hospital vampírica después

Alguien llamó a la puerta. ¿Y ahora qué? El médico miró la pantalla a su izquierda. —El Escriba está en la puerta —dijo el médico—. ¿Quieres recibirlo? Los Escribas eran los guardianes de las historias de vampiros. Cada capricho genealógico, cada victoria y cada derrota, cada estrategia que fracasaba o salía victoriosa, lo registraban todo. Pero ella no formaba parte de la Casa Krahr. No había razón por la que quisiera verla. Retrasarlo no lograría nada y rechazar la reunión sería imprudente. El Escriba tenía suficiente poder para forzar una reunión si quería y ella tenía muy pocos aliados por el momento. No había razón para enfadarle. Maud luchó a través de la relajante niebla. —Sí. La puerta se abrió con un siseo y el Escriba entró. Alto, de anchos hombros, melena castaña y algo mayor que Arland. Tenía un rostro alargado e inteligente y ojos claros, de un verde pálido bajo la sombra de unas cejas espesas, eran afilados. —Lady Maud —dijo—. Soy Lord Erast. —¿A qué debemos el honor? —preguntó Karat.

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de conseguir que las vidas luces del día la golpearan por una futura suegra.

—Parece que Lady Maud y yo hemos empezado con mal pie —dijo el Escriba. —Eso es imposible, mi señor —dijo Maud—. No nos conocemos. —Precisamente. Trabajé bajo la suposición de que como ser humano, estaría exenta de nuestras tradiciones. —Erast asintió con la cabeza al escuchar la grabación en la pantalla—. Estaba equivocado. No sabemos exactamente nada sobre usted, lo que puede volverse un obstáculo en las funciones formales.

—Esta sesión está siendo grabada. ¿Cuál es el recuento de muertes de su vida? —No lo sé. Los ojos de Erast mostraron su sorpresa. —¿Qué quiere decir con que no lo sabe? —No he llevado la cuenta. —Era la esposa del hijo de un Mariscal. ¿No la inculcaron la importancia de mantener un registro personal? Maud suspiró. —En los tres años que residí en la Casa Ervan, no tuvieron conflictos importantes. Tuve varias peleas personales, pero ninguna acabó en muerte. Después, en Karhari, no pareció importante. —¿Tenías algún título? —preguntó Karat. —Maud la Elocuente. Karat y Erast se miraron el uno al otro. —La casa Ervan se enorgullecía del conocimiento de las antiguas sagas — explicó Maud. —¿Puede usar eso? —preguntó Karat.

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Él movió sus dedos hacia su emblema.

Erast se pellizcó el puente de la nariz. —Técnicamente, no. La borraron de sus registros, por lo que cualquier título u honor obtenido mientras estaba en la Casa Ervan se ha perdido. Son subjetivos, como los otorgados a un individuo por otros para resaltar ciertas acciones. El recuento de muertes es diferente porque tomar una vida es un hecho irrefutable. —¿Qué tal Maud la Exiliada? —preguntó Karat—. ¿Podríamos hacer algo

Erast frunció el ceño. —Mi señora, responda honestamente. ¿Cuál fue el deber más importante de su vida antes de su exilio? —Cuidar a Helen. —¿Y en Karhari? —Cuidar a Helen. —¿Y ahora? —Helen. —¿Desea vengarse de la Casa Ervan? —No me importaría abofetear a un par de ellos, pero no. Estaba enfadada con mi esposo, y le enterré hace mucho tiempo. Erast suspiró. —La Exiliada no valdrá. Un título como ese implica un elemento de renacimiento. Lady Maud no ha permitido que el acto de ser exiliada afecte a su visión del mundo. No hubo un cambio sísmico en su personalidad al haber sido enviada a Karhari. Los dos vampiros la miraron fijamente. La frustración en la cara de Erast era casi cómica. —Los vampiros de Karhari me llamaban de cierta forma.

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con eso?

—¿Qué forma? —La Sariv Maud. —¿Qué significa eso? —preguntó Karat. —En Karhari hay un viento de verano que proviene de los desechos. Nadie sabe cómo se forma, pero sale de la nada y recoge esporas espinosas de las malas hierbas locales. Cuando inhalas Sariv, las esporas entran en tus pulmones y te cortan desde dentro. No hay forma de escapar del Sariv. Si te atrapa sin sangre con los asesinos de mi marido. Erast se animó. —¿Tienes alguna prueba de eso, mi señora? —¿Me darías mi emblema? Erast recogió su armadura. Sus ojos casi se le salieron de las órbitas al ver todo el color rojo. Él se la ofreció y ella le quitó el emblema. Había transferido todas sus grabaciones el mismo día que Arland se lo dio. —Reproduce todos los archivos etiquetados de la muerte de Melizard en orden cronológico —dijo. El emblema brilló y proyectó una imagen en la pared. Maud se sabía de memoria cada fotograma de la grabación. No consiguió sacársela de la cabeza durante dieciocho meses. La vista de una ciudad fortificada desde una colina polvorienta. Una muchedumbre arrastrando a Melizard por la calle, rostros rabiosos contorsionados de furia y alegría. La cara ensangrentada de Melizard mientras se turnaban para golpearlo, mientras tropezaba, atrapado en el anillo de golpes de brazos y piernas. Él gateando en el suelo mientras lo pateaban. El banco de piedra que arrastraron fuera de la casa más cercana. El destello de un hacha levantada. La cabeza de Melizard rodando. La cabeza de Melizard en una pica sobre las puertas, sus ojos muertos vacíos mirando a la distancia. El silencio reclamó la habitación.

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equipo de protección, te matará. Me llamaron así porque pagué la deuda de

Un anillo ligero destacó sobre un rostro e hizo zoom sobre él. Un enorme vampiro de pelo oscuro con una cicatriz en la cara. Apareció un título. Rumbolt de la Casa Gyr. La grabación se amplió en la cara, oscureciéndose, luego floreciendo a plena luz del día, filmada por una cámara pegada a su hombro. La cara de Rumbolt, sesgada por la ira, mientras le lanzaba una maza de sangre. Uno, dos, tres golpes, todos silbando a su lado. Su propia puñalada, rápida y precisa cuando se deslizó en su garganta y abrió una segunda boca ensangrentada sobre su sangre se derramó en el polvo. Su espada otra vez cuando le cortó el cuello y pateó su cabeza a través de la calle polvorienta, rodando y rebotando. La grabación parpadeó y una mujer que se parecía a Rumbolt la miró mientras Maud le golpeaba la cara con una piedra. Apareció un título. Erline de la casa Gyr. —Su hermana —explicó—. Al principio los parientes me persiguieron, pero abandonaron después de las primeras muertes. El marco congelado de la multitud que agarraba a Melizard volvió a brillar. El círculo de luz distinguió una nueva cara, una mujer con cabello gris, chillando, con los colmillos al descubierto. La leyenda decía Kirlin la Gris. La grabación se amplió. Una vampira con una pesada armadura llena de cicatrices venía hacia ella, con el cuello y la cara ocultos por un casco completo. —¿Es una unidad antigua con clasificación espacial? —preguntó Karat. —Sí. Le gustaba luchar en eso. La ralentizaba, pero la armadura es tan gruesa que las armas de sangre no pueden atravesarla. En la grabación, Maud esquivó los golpes de la espada de Kirlin y se empujó contra la mujer. Kirlin levantó el brazo, luego la grabación se tambaleó y se sacudió cuando Maud se tambaleó después de recibir el golpe. Kirlin levantó su espada, a punto de atacar. Un pequeño punto carmesí surgió en su cuello. Parpadeó y la garganta de Kirlin estalló en un chorro de sangre derramada, llevándose la cabeza.

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cuello. Rumbolt se derrumbó sobre sus rodillas, luego boca abajo en la tierra, su

—Carga minera. —Maud sonrió. La imagen de la multitud apareció nuevamente, señalando el nuevo objetivo. Un vampiro delgado retrocedía colina arriba por

los salvajes

cambios de la hoja de Maud, acercándose cada vez más a la caída. Ella seguía atacando, su voz un

resonaba

gruñido con

gutural

cada

golpe.

que Se

plantó, consciente de que casi se había quedado sin salida y la atacó con su espada. Ella soltó su maza, se apartó del camino de su espada y lo pateó. Fue una patada frontal, conducida no hacia arriba, sino hacia abajo, casi un pisotón. Había hundido todo el poder de su cuerpo en él. Aterrizó en la rodilla delantera del vampiro. Su pierna se rindió y él se dejó caer para compensar. Le dio un puñetazo en la cara y le golpeó el pecho con el hombro. Él cayó por el acantilado. Ella se inclinó, y la cámara atrapó su cuerpo empalado en las púas de abajo. La grabación parpadeó y el segundo cuerpo se unió al primero. Luego el tercero. Y el cuarto. —Tenía tres hermanos —explicó—. No dejaban de intentar matarme, así que les dije que si intentaban pelear conmigo, morirían en el mismo lugar que su hermano, y me siguieron hasta el acantilado. Siempre funcionó. Ya tenía los picos montados. Me pareció un desperdicio no aprovecharlos. Erast, Karat y el médico la miraban como si le hubiera salido una segunda cabeza. El siguiente objetivo se alzaba en la pantalla, un vampiro mayor, con el pelo salpicado de gris. —Este no es mío. —Hizo una mueca—. Este es mi peor fracaso. La grabación se amplió. Estaba en el suelo, respirando con agudos gemidos de dolor. La cámara estaba salpicada de sangre. El vampiro estaba a varios

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era

metros de distancia, su armadura era un desastre. Tenía a Helen colgando de su cabello. Ella gritaba, sus aullidos agudos. A Maud se le rompía el corazón cada vez que lo escuchaba. —¡Tengo tu cachorro, perra! Le cortaré la garganta para que puedas verlo — rugió el vampiro. Tiró de Helen hacia arriba. Ella giró en su agarre, sacó sus dagas y las clavó en la cara del vampiro.

la retorció. La armadura se agrietó, se contrajo y se encerró en el vampiro, paralizándolo. El vampiro se derrumbó, y Helen apuñaló su cuello expuesto una y otra vez mientras gritaba. —Este es el suyo —dijo Maud. Había tal silencio que podía oírse respirar. —¿Cuántos hay? —preguntó Erast. —No lo sé —respondió ella—. Nunca los conté. —Entonces quizás deberíamos hacerlo —dijo él.

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Él la dejó caer. Maud saltó del suelo, clavó su espada en el corte de su peto y

151 —¿Mamá? Maud abrió los ojos. Era el objetivo de dos pares de ojos, un par los verdes de Helen y el otro par dorados. Se había quedado dormida. En territorio enemigo. Sintió el subidón de adrenalina en una sacudida química. Estaba completamente despierta al instante. Las pálidas paredes se abalanzaron sobre ella, la única habitación que había visto hasta el momento en el castillo que estaba hecha con un polímero estéril en lugar de piedra antigua. Seguía en el ala de medicina. El médico había agregado un sedante suave a su tratamiento. Combinado con la tensión adicional de su cuerpo, agotado por la lucha y la curación a un ritmo acelerado, la medicación la había tumbado. No estaba segura de cuánto tiempo había dormido, pero el dolor agudo en sus costillas había desaparecido. El cansancio la envolvió como una suave camisa de fuerza. Su mente no terminaba de enfocarse. —¿Mamá? —Sí, mi flor. —Te presento a Ymanie.

Ymanie parpadeó con sus grandes y redondos ojos y la saludó con la mano. Tenía más o menos la edad de Helen, aunque era un poco más alta y más sólida, con cabello castaño oscuro y piel gris oscura. La boca de Maud estaba seca, pero consiguió decir unas palabras. —Encantada de conocerte, Lady Ymanie. —Ella también tuvo repercusiones —dijo Helen.

—Aquí hay un lugar —dijo Helen—. Hay un gran árbol y está en una torre y tienes que escalar para llegar a la cima y luego hay una cosa con un asa y pasas volando. ¿Qué? —Pasas volando —repitió Helen—. Por la cuerda. —¿Estás hablando de una tirolina? —¡Sí! —dijeron Ymanie y Helen al mismo tiempo. —No me dejan ir a menos que tenga permiso —agregó Helen—. ¿Puedo ir, por favor? —¿Lady Ymanie también va? Ambas chicas asintieron. Helen había hecho una amiga y quería ir a jugar. —Oh, seguro. Tienes permiso. —¡Gracias! Las dos niñas se escabulleron. Maud se incorporó en la almohada y se sentó lentamente. El médico levantó la vista de lo que estaba leyendo en la pantalla. —¿Cómo se siente?

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—Sí, las tuve —confirmó Lady Ymanie.

—Cansada, pero ya no me duelen las costillas. —Bien. Las costillas deberían estar completamente curadas mañana por la mañana. El daño a sus órganos internos fue leve, pero también requirió reparación, así que dese el gusto durante las próximas doce horas. Ninguna actividad extenuante hoy. Sin peleas, sin entrenamiento, sin sexo. Una buena comida satisfactoria, temprano a la cama y una noche de sueño completo. Puede bañarse para aliviar los dolores corporales, pero no tome estimulantes, medicamentos o suplementos. Si hace algo estúpido y la vuelvo a ver antes de

—Sí. —Bien. La ayudaré con su armadura. Cinco minutos después, Maud caminaba por el corredor de regreso a la torre. El escudo transparente estaba abajo. El sol ya estaba muy bajo en el cielo. Era tarde. Había dormido la mayor parte del día. ¿Quién sabía qué había ocurrido en las últimas horas? La lógica dictaba que debería preocuparse por eso y tomar medidas para averiguarlo, pero estaba demasiado atontada. Oyó un agudo chillido. Cientos de pies más arriba, un pequeño cuerpo cayó por una cuerda casi invisible a través del espacio abierto entre dos torres a una velocidad vertiginosa. El corazón de Maud intentó saltar de su pecho. Se tambaleó y se hundió contra el parapeto. El niño desapareció de la vista detrás de un bosque de torres. Era demasiado tarde para hacer algo al respecto. Apretó su señal. Los signos vitales de Helen eran normales, excepto por el elevado latido. Solo esperaba que su hija sobreviviera a la tirolina vampírica. Tardó treinta segundos completos en apartarse del muro de piedra y continuar caminando. Si estuvieran en la posada, habría jurado que su hermana había alargado la distancia entre Maud y sus habitaciones, alargándola artificialmente en una caminata interminable. Pero estaban en la Casa Krahr, así que solo tenía que seguir moviéndose. Llegaría eventualmente.

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mañana, no seré tan amable. ¿Nos entendemos?

Finalmente, la puerta de su habitación se alzó ante Maud. La tocó con la palma de su mano y se abrió. Fue directamente al baño. Había una bañera cuadrada lo suficientemente grande como para poder sumergir cómodamente a seis vampiros en medio de la habitación, con una docena de botellas y botes esperaba en la estantería para su selección. —Agua a 40 grados, llenar hasta seis pulgadas del borde. Los grifos se abrieron a lo largo del borde de la bañera, derramando agua. Ella repasó las botellas. Menta, menta, más menta. Ahí. Mezcla calmante. El

Arrojó un puñado de polvos y hierbas secas en la bañera, se quitó la armadura, el mono y la ropa interior, se deslizó en el agua, se apoyó en un escalón y se sumergió hasta el cuello. El agua caliente se arremolinaba a su alrededor. Agua. Maravillosa agua caliente. Todo el agua que podía desear. Podía dejar que su pelo volviera a crecer y luego podía lavarlo con cada champú disponible. Un pequeño sonido escapó de su boca antes de que pudiera contenerlo, y no estaba segura de si era una risita o un sollozo. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando vio una pequeña esfera transparente

en

el

borde

del

lavabo. No estaba allí cuando Helen y ella habían salido del baño esta mañana. Maud salió de la bañera y se dirigió al lavabo. La pequeña esfera apenas medía un cuarto de una pulgada. En la Tierra, habría pasado por una pequeña canica de vidrio o una bola suelta. Un núcleo de datos de alto almacenamiento, probablemente encriptado para ella. Alguien le había dejado un regalo.

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aroma le recordaba a la lavanda.

Ella lo levantó, se inclinó hacia delante y sopló en el espejo. Borrosas palabras aparecieron, escritas en los glifos de los Clanes Comerciantes. Con cumplidos del Gran Nuan Cee. Los lees. Por supuesto. Y tan elegantes, también. Un pequeño mensaje para ella: podemos meternos en tu habitación si queremos. Su padre siempre decía que tratar con un lees era como hacer malabares con fuego. Nunca sabías cuándo ibas a quemarte.

de datos entre sus dedos. ¿Mirar o no mirar? No estaba segura de poder manejar malas noticias en ese momento. Pero si eran malas noticias, cuanto antes se enterara, mejor. Maud puso la cuenta en el borde de la bañera. —Acceso —susurró. Una luz se encendió dentro de la cuenta, el brillo plateado inspeccionando la habitación. La luz parpadeó en una dirección. Una ventana abierta, enmarcada por largas cortinas de gasa. Quien estaba filmando esto tenía que estar colgando del muro. Conociendo a los lees, probablemente estaban cabeza abajo. La grabación enfocó lo que había al otro lado de la ventana. Lady Ilemina estaba recostada en un sofá. ¡Ja! La madre de Arland se había quitado la armadura y vestía una larga túnica azul. Sus brazos estaban desnudos y cubiertos de marcas rojas e hinchadas. Maud sonrió. Había alcanzado a Ilemina más de lo que creía. Una unidad médica portátil que parecía una araña robótica de pesadilla brillaba verde sobre el moretón más grande. Ilemina hizo una mueca. Su dormitorio era una maravilla. El mobiliario era suave, tallado en madera de tonos crema y tapizado en azul oscuro que lindaba con el turquesa. Dos jarrones de cristal llenos de flores. Era un espacio elegante, ordenado, simple, tranquilo y sorprendentemente femenino.

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Maud regresó a la bañera y se sentó en el escalón, haciendo rodar el núcleo

La puerta de la pared del fondo se abrió y Arland entró, con el rostro maltrecho y los ojos en llamas, parecía que no podía esperar para arrancar miembros con sus manos desnudas. —Hola, madre —gruñó. Ilemina suspiró. —Te lo has tomado con calma.

—Alguien me entretuvo. —¿Quién? —Tu consorte. Ilemina alzó las cejas. —Se me acercó en el Club de Caballeros —dijo Arland—. Tuvimos una pequeña conversación. —¿Qué tipo de conversación? —Él dijo: ‘Estás molestando a tu madre.’ Yo le pregunté si planeaba hacer algo al respecto, y aquí estamos. —¿Otubar está vivo? —preguntó Ilemina con voz plana. —Sí. Aunque le he dislocado el hombro. Supongo que se recuperará con una noche de descanso. —Me gustaría que llegarais a un acuerdo —dijo Ilemina. —Estamos perfectamente de acuerdo, madre. A él no le importa nada salvo asegurarse de que estés a salvo y feliz. Yo, sin embargo, no puedo permitirme semejante lujo. Me preocupo por la estabilidad y la disposición de nuestra Casa, el compromiso de nuestras tropas y nuestra reputación. Normalmente Otubar y yo nos esforzamos para llevarnos bien, porque eso facilita la convivencia. Sin embargo, soy el Mariscal y no permitiré que me eche un sermón como si fuera

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Arland encogió sus enormes hombros.

un niño. Especialmente delante de testigos. Él ya sabía que la situación solo terminaría de una manera cuando empezó. —Lo sabe —dijo Ilemina. El robot médico se movió hacia su pierna y su rostro se crispó—. Se contiene. —Es posible que la próxima vez se contenga lo suficiente como para lanzar acusaciones en privado y usar solo palabras, ¡para que no tenga que romperle el brazo a mi padrastro delante de toda la Casa!

—¿Lo habías planeado, madre? —Sí, Arland, quería que rompieras el brazo de mi esposo. —¿Conspirasteis para darnos una paliza a mi prometida y a mí? —No es tu prometida. Te rechazó. Se miraron el uno al otro. —Tengo que reconocerlo —dijo Ilemina—. No es una presa fácil. —¿En qué estabas pensando al atacarla, madre? ¿Cuál era el plan? —No había un plan. —Ilemina suspiró—. Eres mi único hijo. Solo quiero lo mejor para ti. Quería verte casado con una Casa fuerte. Con alguien digno de ti. Con un linaje y un legado. Alguien que al caminar contigo a la catedral dejaría a la Casa entera asombrada. —Ya veo. —Arland frunció el ceño—. ¿Y mi felicidad estaba incluida en esa bonita imagen? —¡Por supuesto! ¡Quiero que seas feliz! Es lo que más deseo para ti. Podría haber manejado que te casaras por debajo de tu clase, ¿pero una humana, Arland? ¡Una humana! ¡Y ella ni siquiera quiere casarse contigo! ¿Es que no comprende quién eres? ¿No le has explicado cuál es tu verdadera posición? ¿Tus logros? ¿Cómo se atreve?

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—No me levantes la voz —espetó Ilemina.

El agua le tocó la nariz. Maud se dio cuenta de que se estaba hundiendo cada vez más en el agua para esconderse y se contuvo. —Sabe exactamente quién soy, madre. Y quiere casarse conmigo. Me quiere. —¿Entonces por qué te ha rechazado? Arland se alborotó el pelo con una mano. —Es complicado.

—No. Eso es entre ella y yo. —He esperado años para que encontraras a alguien. A estas alturas debería estar hasta el cuello entre mis nietos. En lugar de eso, te vas, yendo y viniendo a la Tierra, a Karhari, a solo el Hierofante sabe dónde. Y vuelves con esta… esta… mujer. ¡Una exiliada en desgracia! Tienes la audacia de exigir que prepare nuestra Casa para ella como si fuera digna de ese honor. No lo has hablado conmigo, ni con tu tío o tu prima. No lo has hablado con nadie. —Al menos lo he hablado con el tío Soren —dijo Arland—. Él la aprueba. —¿Qué? —Ilemina se levantó bruscamente, y el robot médico chilló con desaprobación—. ¿Por qué? —Porque él es mi tío y busqué su consejo. —No, niño tonto. ¿Por qué la aprueba? —Tendrás que preguntárselo a él. Ilemina negó con la cabeza. —Habéis perdido la cabeza. Tú la has traído aquí. Ella no ha venido por su cuenta. Ni siquiera me habías hablado de ella. No pediste mi bendición. —¿Y por eso has decidido matar a la mujer a la que quiero?

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—Ilumíname.

Maud se estremeció en el agua. Me quiere. Por un segundo, se dejó llevar por la sensación, pero luego la realidad se inmiscuyó, y se tapó el rostro con las manos. ¿Es que tengo doce años? —No estaba intentando matarla. Estaba… frustrada. Y allí estaba ella, con una armadura como si supiera qué hacer con ella. —Lo sabe —dijo Arland. —Bueno, ahora yo también lo sé. —Ilemina agitó la mano—. La situación fue

—Si hubiera sido una pelea real, estarías muerta. Ilemina se rio, un sonido lobuno que le erizó el vello de la nuca a Maud. —Supones demasiado. Arland sonrió. —Asumes que os enfrentaríais en un duelo. No sería así. Un día irías a cualquier sitio, saldrías del vehículo, sin sospechar nada, y allí estaría ella con su espada. Si no te cortaba la cabeza con el primer golpe, te dejaría ganar hasta que te acercaras lo suficiente, escupiría gas venenoso en tu cara, luego te atravesaría y se marcharía antes de que alguien se diera cuenta de lo que ha pasado. —Entonces es una asesina —dijo Ilemina. —No. Es una mujer a la que abandonaron en Karhari con una niña de tres años y una serpiente por marido. Es una superviviente. No lucha por diversión o por la gloria. Lucha para eliminar cualquier amenaza. Cada vez que desenvaina, es a vida o muerte. Lo da todo, porque la vida de su hija pende de un hilo. Supuse que, de toda la Casa, tú serías la que mejor lo entendería. Ilemina guardó silencio. —Diré eso, pelear con ella fue una experiencia iluminadora. —Lo es.

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demasiado lejos. Lo admito.

—Y la niña es adorable. —Ilemina sonrió—. Las dagas eran una monada. —La he visto matar con esas dagas —dijo Arland. —¿El bebé, Helen? Él asintió. —Le cortó la garganta a un asesino Draziri en medio de una batalla. Y lo hizo como debe hacerse, madre.

Maud agachó la cabeza bajo el agua y deseó ser mejor madre. Helen no debería saber cómo matar. Sentarse bajo el agua no cambiaría ese hecho, pero habría dado todo para quitárselo a Helen. Regresó a la superficie. —Pero, ¿por qué? —preguntó Ilemina. —Karhari —dijo. Tenía razón. No hacía falta decir nada más. —¿Qué tipo de Casa exilia a un niño? —gruñó Ilemina. —El tipo de Casa que está por debajo de nuestro desprecio. Ilemina suspiró. —¿La quieres de verdad? —Sí. —¿Estás seguro, Arland? ¿Estás seguro de que ella te hará feliz? —Sí, madre. Dale una oportunidad. Al menos descubre con quién estás tratando antes de rechazarla. —¿Y si la rechazo? ¿Si rechazo esta unión? —Me iré con ella —dijo. Maud se cayó del estante y salpicó agua por todo el cuarto de baño.

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Ilemina retrocedió, sorprendida.

—Arland, ¡no te atreverías! —Tú te fuiste con mi padre. No veo ninguna razón por la cual yo no puedo hacer lo mismo. Ella abrió la boca, la cerró y volvió a abrirla. —Eres un Mariscal. —Igual que lo eras tú. Tendrás que reemplazarme por otro.

—Respetaré sus deseos. Ilemina arrojó sus manos al aire. —Esto es chantaje, Arland. —No, es un límite. No necesito tu bendición, madre. Pero me gustaría tenerla. Sé que a Maud también. Te respeta. Es hija de Posaderos. Tiene un gran conocimiento y comprensión del Universo. Será un gran activo para la Casa. Ilemina levantó un dedo. —Le daré una oportunidad. Pero solo una, Arland. Me formaré mi propia opinión. Si ella tropieza, si te pone en peligro de alguna manera… Arland inclinó la cabeza. —Gracias madre. La grabación se desvaneció. Maud se reclinó contra la bañera. Se iría con ella. Jamás le pediría que se sacrificara. No tenía ningún derecho a hacerlo. Si le quería, si le quería de verdad, tenía que asegurarse de no tropezar.

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—¿Y si ella te rechaza?

162 Alguien llamó a la puerta. Arland. Por fin. Tenían cosas que discutir. Lo primero que diría sería: ‘Los Lees están espiando a tu madre, y me han pasado una copia de la conversación que mantuviste con ella.’ Si su experiencia previa con vampiros en general y Arland en particular no se equivocaba, tardaría al menos veinte minutos en convencerle de que no hiciera algo drástico como echar a patadas a Nuan Cee y su peludo clan del castillo. Maud miró el reloj. Después de su baño, rastreó a Helen con la unidad personal de su hija. Helen e Ymanie se habían apropiado de un postre gracias al encantado personal de la cocina y se lo estaban comiendo en el balcón de una de las torres. Helen le rogó para poder jugar más tiempo, y Maud le había concedido otra hora. Solo habían pasado veinte minutos. Suficiente para poder hablar tranquilamente con Arland. Maud se detuvo frente a la puerta, ordenando sus ideas. Su cerebro era incapaz de encontrar una manera agradable de empezar esta conversación. Palabras como ‘amor’ y ‘dejar’ zumbaban en sus oídos, enloqueciéndola. Contrólate. No eres una adolescente enamorada. Eres una adulta. Volvieron a llamar a la puerta, y otra vez. No era el estilo de Arland. —Muestra al invitado —dijo.

Una pantalla se abrió sobre la puerta, mostrando a Karat. La caballero vampiro golpeaba el suelo impacientemente con el pie, los brazos cruzados. ¿Y ahora qué? —Abre. La puerta se abrió y Karat irrumpió dentro. —¿Qué ocurre? —preguntó Maud.

—Estoy empezando a preguntarme si puedes traer otro tipo. Un golpe cuidadoso resonó en la habitación. Venía de la puerta lateral, del pasillo que conectaba sus aposentos con los de Arland. Maud cruzó la habitación y abrió. Arland entró. Supuso que también había estado un rato en la enfermería, porque los moretones de su rostro se habían desvanecido a casi nada. —Lady Maud. —Lord Mariscal. Él vio a Karat. Algo se rompió en los ojos de Arland. Maud tenía la sospecha de que podría ser su paciencia. —¿Por qué estás aquí? —gruñó—. ¿Por qué estás siempre aquí? ¿No tienes otras obligaciones, prima? Sí, definitivamente su paciencia. Los ojos de Karat se estrecharon. —Lo siento, ¿he frustrado tus intenciones? ¿Estabas a punto de hacer una incómoda declaración de amor? ¿Quizás seguida de un soneto que has compuesto tú mismo? La expresión de Arland se volvió fría.

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—Tengo noticias urgentes.

—La naturaleza de mis conversaciones con mi prometida no es de tu incumbencia. —Cualquiera pensaría que un hombre en tu posición agradecería que una pariente esté haciendo todo lo posible para ayudar a su no-prometida. —¡Un hombre en mi posición agradecería un poco de privacidad! —¡Puedes tener privacidad cuando estés muerto!

Muy bien. Maud había participado en suficientes batallas entre hermanos como para saber exactamente dónde terminaría esto. —¡Mi señora! —dijo Maud. —¿Qué? —gruñó Karat. —¿Noticias urgentes? —preguntó Maud. —Procede —dijo Arland—. Cuanto más pronto escuchemos esto, más rápido podrás irte. —Vine aquí para decirle a tu no-prometida —dijo Karat, mirando a Arland— que la novia acaba de invitarla a la Vigilia de las Luces. Bueno, eso era inesperado. Arland maldijo. —¿Cuándo? —preguntó Maud. —Nos vamos en treinta minutos. Arland maldijo de nuevo. Claramente, esta situación le estaba consiguiendo, decidió Maud. —¿Qué en las llanuras heladas quieren de ella? —preguntó Arland. —No lo sé —dijo Karat—. Tienes que ir, Maud. Si te niegas… —Será un insulto. Lo sé. Hice la Vigilia de la Luces en mi boda.

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Se fulminaron mutuamente con la mirada.

Era un antiguo ritual para las bodas, nacido del mito y el amor. Mil

años

antes,

un

caballero

vampiro fue a la guerra contra invasores

interestelares.

prometida,

que

había

Su sido

gravemente herida en la batalla, tuvo que quedarse atrás. Cada semana, a pesar del dolor, hizo un nueva luz en sus ramas, rezando para que su prometido volviera a casa. Cuando regresó, años más tarde, triunfante, vio el árbol vala por la ventana de su lanzadera. Estaba cubierto de luces, un símbolo de la devoción de su amada. Nadie recordaba los nombres de la pareja, pero innumerables novias vampiras hacían el viaje a un árbol vala cuidadosamente plantado en algún lugar del desierto, preferiblemente en un sendero de montaña. Eran acompañadas por las jóvenes de la fiesta nupcial. El viaje debía hacerse a pie. Sin armadura. Sin armas. Sin hombres. —¿Puedes evitar que vaya? —preguntó Arland. —Preguntaron por ella por su nombre. Fue solicitada por la propia novia. —¿Qué es lo que quieren de Lady Maud? —Frunció el ceño. —No lo sé. —Karat hizo una mueca—. El árbol nupcial está a cinco millas. El terreno es empinado, y el camino es angosto, bordeando un acantilado. Caminaremos en fila india la mitad del camino. El orden en el que caminamos está predeterminado por la novia. Maud caminará entre Onda y Seveline. Yo estaré tres mujeres por delante. Si algo ocurre, ni siquiera lo sabré. —¿Crees que podrían empujarla fuera del camino? —Los ojos de Arland ardieron. —No lo descarto. —¿Con qué propósito?

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largo viaje hasta el árbol vala sagrado en lo alto de la montaña y colgó una

Karat agitó sus brazos. —Para enfadarte. Para fastidiar la boda. Para divertirse, porque son unas malvadas zorras. Maud se aclaró la garganta. Los dos vampiros se giraron para mirarla al mismo tiempo. —Estaré bien —dijo ella—. Es difícil acabar conmigo. Otros mucho mejores que ellas lo han intentado y han fallado. Además, es poco probable que me para llorarme y tienen algún interés particular en él. —Eso me suena mal —dijo Karat. —Soy mejor fuera de la armadura que ninguna de ellas. Pero necesitaré un refuerzo —dijo Maud. Caminar cinco millas hasta el árbol y cinco de vuelta definitivamente sería una ‘actividad extenuante.’ En circunstancias normales, podría hacerlo, pero considerando todo lo que su cuerpo había soportado en las últimas horas, necesitaría ayuda. —No hay problema —dijo Karat. Arland apretó los dientes. Los músculos en las esquinas de su mandíbula se destacaron. De algún modo le gustó. —¿Una moneda por tus pensamientos, Lord Mariscal? Él separó las mandíbulas. —No hay nada que pueda hacer para evitar esta situación —dijo, su voz tan tranquila, que era casi espeluznante—. Rechazar la invitación es un insulto grave. La única excusa aceptable sería la incapacidad física. Si tuviéramos que decirles que estás herida, no podríamos esquivar las preguntas. Primero, ¿cómo te has herido? ¿Por qué la Casa Krahr ha dejado que una huésped humana salga herida? Y si tuviera que revelar la verdadera razón de tus heridas, te quedarías sin el elemento de sorpresa, que puede ser la única ventaja si tu vida corriera peligro. Parecía tan desconcertado que no pudo evitar tomarle un poco el pelo.

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molesten. Soy una invitada de honor. Si muero, Arland se retirará de la boda

—No es la única ventaja —le dijo Maud. —También está mi sexy encanto humano. Karat se atragantó con una carcajada. Arland cerró los ojos durante un largo momento y la clavó con su mirada glacial. —Te imploro que te tomes esto en serio. —Nunca subestimes el impacto de un estratégico movimiento de caderas. — algunas damas dentro de la fiesta nupcial quedarían intrigadas si estuvieran adecuadamente motivadas. Si me meto en problemas, me muerdo el labio seductoramente y me revuelvo el pelo… —¡Maud! —espetó. —Sabes que tengo que ir —le dijo—. Están tramando algo, y piensan que soy demasiado estúpida y demasiado débil para ser una amenaza. Cuentan conmigo como fuente de información. —Mantendré un transbordador en espera —dijo Arland—. Si algo pasa… —Te pediré ayuda. Mientras tanto, estaría más tranquila si vigilas a Helen. —Lo haré —dijo. —Gracias —le dijo ella. —Una humana va a hacer la Vigilia de las Luces, mientras mi primo el Mariscal se queda en casa para cuidar de los niños —dijo Karat—. Acabo de descubrir por qué no me he enamorado nunca. Estoy demasiado cuerda para estas tonterías.

El estrecho camino subía casi verticalmente por el lado de la montaña. Maud afirmó el agarre sobre el esbelto bastón en el que se apoyaba. La linterna que

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¿A dónde iba ella con esto? Es como si no pudiera parar—. Estoy segura de que

colgaba del extremo bifurcado del bastón se balanceaba, las llamas anaranjadas danzaban detrás del cristal. A su derecha, la montaña se elevaba, la roca gris marcada por la lluvia y manchada por parches verdes y turquesas de la vegetación que podía crecer en la escarpada pared del acantilado. A la izquierda, una vertiginosa caída hacia las rocas y los árboles que se extendían hacia el horizonte prometía unos segundos de terror antes de una muerte espantosa. En la Tierra, habría barandillas y carteles en el fondo del camino que advertirían a los visitantes de que fueran con cuidado y que ascendieran bajo su propio riesgo. Los vampiros se no se molestaban. Si uno de ellos era lo selección natural. Delante de Maud caminaba una procesión de mujeres, cada una con una linterna en su bastón. Más mujeres la seguían. Se extendían por el camino, veinte en total, anónimas con sus idénticas túnicas blancas, con las cabezas ocultas por amplias capuchas. Un suave tintineo de las campanas del bastón de la novia flotaba en la brisa. Invisibles insectos zumbaban en las grietas, recordándole a Maud las cigarras del jardín de Dina en casa, en la posada de sus padres que ya no existía. El aire olía a hierbas y flores extrañas. Maud siguió caminando, su cuerpo inusualmente ligero y ligeramente nervioso, como si hubiera tomado demasiado café. Tenía que contener el impulso de avanzar dando saltos. El refuerzo que Karat le trajo había funcionado de maravilla. Estaría al menos cuatro o, tal vez, cinco horas en este estado y luego le vendría el bajón. Llevaban caminando casi una hora. Como el árbol estaba a unas cinco millas, tenían que estar a punto de llegar. Tenía tiempo de sobra para ir al árbol y bajar de la montaña. Maud miró la espalda de Onda delante de ella. Supuso que ya habrían hecho su movimiento a estas alturas. Se permitían las conversaciones en voz baja durante la Vigilia, pero hasta el momento, no hicieron ningún intento de hablar con ella. Como si fuera una señal, Seveline se aclaró la garganta detrás suyo, las suaves palabras en Ancestro Vampírico, apenas un susurro. —Podríamos empujarla.

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suficientemente estúpido para caerse del camino, considerarían su muerte

Maud siguió caminando. Si Seveline la atacaba, no tenía muchas opciones. Delante de ella, Onda suspiró. —¿Y cómo lo explicaríamos? —La torpe humana tropezando con sus propios pies. —No. —Puedo hacer que parezca un accidente.

de la boda para llorarla. Qué decepción. Maud escondió una sonrisa. Necesitaban a Arland para algo. La pregunta era, ¿para qué? —¿Cuánto falta para llegar a este maldito árbol? —murmuró Seveline en la lengua común. —Seveline —siseó Onda—. Compórtate. Kavaline es tu prima. —Prima segunda —murmuró Seveline. Esto requería una risita. Maud emitió un leve sonido de tos. —¿Tuvo una Vigilia de las Linternas en su boda, Lady Maud? —preguntó Seveline. Arenas movedizas. No solo tuvo la Vigilia de las Linternas, tuvo el Lamento de las Flores, y el Ayuno de la Catedral, y todos los demás rituales arcaicos que la Casa Ervan había podido desenterrar. Admitir todo eso la haría parecer menos despistada, lo que Maud no podía permitirse. —Para ser sincera, apenas recuerdo nada de ese día —dijo Maud, tratando sonar sincera y ligeramente triste—. Fue completamente diferente de las bodas humanas. Perdí el ritmo en algún momento y ahora es apenas un borrón. —Suena como la típica boda —dijo Onda. —No planeo casarme aún —anunció Seveline.

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—Seveline, diviértete en otro sitio. No podemos arriesgarnos a que se retire

—¿Quién sería tan tonto como para casarse contigo? —murmuró Onda. —Eres muy cruel conmigo —se quejó Seveline. Maud forzó otra risita. Estaban montando todo un espectáculo. Odiaría decepcionarlas. —¿Se va a casar con Lord Mariscal? —preguntó Seveline. —Es complicado —dijo Maud.

—Tiene una hija en la que pensar —dijo Onda—. ¿Ha hecho el Lord Mariscal algún arreglo en cuanto al futuro de la niña? Querían sonsacarle algo, pero, ¿el qué? —No hemos llegado a ningún acuerdo formal. La voz de Onda flotó hacia ella. —Pero Lord Arland sabe que es el Mariscal y Krahr es una Casa agresiva. Adoran las guerras. Tiene que ser consciente de que pone su vida en peligro frecuentemente. —Onda tiene razón —agregó Seveline—. Sería una responsabilidad no haber hecho los arreglos en caso de que algo le ocurriera. Los hombres a menudo son así, pero no cuando se trata de un cónyuge y de los hijos. ¿Qué es lo que querían averiguar? —Soy consciente de los peligros —dijo Maud, dejando oír suficiente tristeza. —Pero por supuesto que sí —dijo Onda—. Ya ha perdido a un marido. —Los maridos no siempre duran —dijo Seveline. —No puedo creer que, con su historia, el Mariscal no haya dejado sus asuntos en orden para tranquilizarla —dijo Onda con una leve indignación vibrando en su voz.

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—Le aconsejo que no lo haga —dijo Seveline—. Es mejor ser libre.

—Tiene que haber hecho algo —agregó Seveline. —¿Ha mencionado a alguien? —preguntó Onda—. ¿Alguien que se ocupará de usted y de su hija en caso de una emergencia? ¿Alguien que aceptaría esa noble responsabilidad? La golpeó como un rayo. Querían que les dijera la identidad del Sub Mariscal. Por supuesto. Como Mariscal, Arland estaba a cargo de la totalidad de las fuerzas armadas vehículo militar, sin importar si era un corredor terrestre de dos plazas o un destructor espacial. Si podías luchar y pertenecías a Krahr, respondías ante Arland. Era el poseedor de códigos, contraseñas y secuencias de órdenes. Si Arland fuera incapacitado, el ejército de Krahr se encontraría a la deriva. Para evitar eso, todas las Casas vampíricas lo suficientemente grandes como para tener un Mariscal también tenían un Sub Mariscal, un segundo al mando secreto que poseía un duplicado de todo lo que le daba poder y acceso a Arland. Si algo sucedía, el Sub Mariscal daría un paso al frente, la transferencia de poder sería ininterrumpida, y Krahr continuaría luchando hasta que la amenaza fuera eliminada y se pudiera designar un nuevo Mariscal. Hasta entonces, el Sub Mariscal asumiría todas las responsabilidades de Arland, incluido el deber de velar por la seguridad de su cónyuge e hijos. La identidad del Sub Mariscal era un secreto muy bien guardado. No era revelado a extraños. Podría ser cualquiera, Karat, Soren, Ilemina, su consorte. Si alguien hubiera confiado ese conocimiento a Maud, contárselo a otra Casa sería traición. Habían subestimado seriamente su inteligencia. —Lord Arland no ha mencionado a nadie —dijo—. Pero tienen razón, esto es preocupante. Se lo preguntaré. —Debería —dijo Onda—. Aunque fuera solo por su tranquilidad. —Es totalmente inútil —murmuró Seveline en Ancestro Vampírico—. Déjame empujarla.

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de Krahr. Era el superior de cada luchador, cada animal de guerra, cada

—No. —Gritaría hasta llegar al suelo. Sería gracioso. —Aún podemos utilizarla. El camino se ensanchó y giró, siguiendo el perfil de la montaña. Un enorme desfiladero se abrió ante ellas, los árboles del fondo tan lejanos que la extensión de aire vacío les había tintado ligeramente de azul. Otro acantilado de montaña ascendía al otro lado de la garganta, una hermana de la que habían escalado. los dos acantilados, como si algún gigante hubiera arrojado descuidadamente un manojo de piedras en la brecha. Las formaciones de piedra se cruzaban una sobre la otra, algunas abarcaban la distancia, otras terminaban abruptamente, se desmoronaban en la nada, convirtiendo la garganta en un laberinto. Parecían completamente naturales, como si el tiempo y el clima hubieran reducido la roca viva, pero su ubicación era demasiado deliberada. Ningún fenómeno geológico produciría esbeltos puentes entrecruzados como estos. No tenía ni idea de cómo, pero alguien tenía que haberlos construido. A la derecha, sobre un estrecho saliente de piedra, el árbol vala extendía sus ramas. Era antiguo y grueso, sus enormes raíces envolviéndose alrededor de la piedra y cavando profundamente en la montaña, como desafiando la garganta. Entre los dos acantilados, el sol poniente pintaba el cielo del color de la tarde, volviéndolo amarillo, rosa, lavanda y finalmente, en lo alto, de un hermoso púrpura. Las hojas rojas del vala casi brillaban sobre ese fondo. La vista le quitó el aliento a Maud. Se detuvo. Las otras mujeres la imitaron. —Contemplad —la voz de una mujer les llegó desde el frente de la fila—. La Cuna de los Mukama. No hacía falta decir nada más. El lugar fue una vez el hogar del antiguo enemigo. Ahora el sagrado árbol vala gobernaba el acantilado. La procesión se reanudó. Maud miró fijamente la espalda de Onda. Querían la identidad del Sub Mariscal. Eso solo podría significar una cosa. Tendría que avisar a Arland tan pronto como pudiera.

172

Un desorden de angostos arcos de piedra y corredores cerraba los huecos entre

Era dolorosamente consciente de la presencia de Seveline detrás suyo. Si ella fuera Seveline, Maud la empujaría por el acantilado. Siempre existía la posibilidad de que le dijera algo a Arland que le alertara. Su visión afiló los contornos de todo lo que la rodeaba. Maud avanzó sobre los dedos de los pies, esforzándose en captar cada ruido, alerta a cualquier indicio de movimiento. La novia casi había llegado a la base del árbol.

captaron el leve roce de un pie sobre la piedra, sus ojos captaron algo en el borde de su visión, y sus instintos, afinados en la batalla, la apartaron del camino. Presionó su espalda contra el acantilado. Seveline tropezó con ella y Maud atrapó el brazo de la vampira. El shock abofeteó la cara de Seveline. Un empujón, y Seveline caería a su muerte. Maud abrió los ojos todo lo que pudo. —¡Dios mío! Tiene que tener cuidado aquí, mi señora. ¿Ve cómo el borde se ha derrumbado? Es por eso que camino pegada a la pared. Seveline parpadeó. —¡Seveline! —siseó Onda—. Nos estás avergonzando. Maud liberó el brazo de Seveline. La vampira frunció el ceño. Maud

continuó

caminando.

Era

muy

posible

que

se

hubiera

desenmascarado, pero ya no podía evitarlo. Había conseguido su objetivo. Tropezar una vez y tirarla del camino podría ser un accidente. Tropezar dos veces se vería como un intento deliberado contra la vida de Maud. Incluso Seveline con su pobre control lo entendía. Aun así, lo que mejor la protegería, al menos por ahora, era no ser vista como una amenaza.

173

Maud no vio a Seveline arremeter, no podía, pero lo sintió. Sus oídos

Maud tropezó deliberadamente, asomándose al acantilado y siguió caminando. Ahí. La torpe humana casi se cae. Nada grave. No hay de qué preocuparse. Delante, la novia llegó al puente del

árbol

vala

y

caminó

solemnemente sobre la elegante curva hacia el enorme tronco. Las mujeres se alinearon en la sendero

se

ensanchaba

a

unos

lujosos diez pies, y comenzaron a cantar las palabras de un viejo poema en voz baja. Maud los conocía de memoria. Su memoria superpuso una imagen de otro tiempo y lugar con el presente. Otro árbol vala, una linterna en su propia mano, y su voz suave y seria, mientras recitaba, y en aquel entonces, creía cada palabra: La noche ha caído, el cielo se ha abierto, Las estrellas antiguas no tienen piedad, En el Vacío y la oscuridad fría, Encuentra mi luz y siente mi esperanza. Nunca estarás solo, Nunca serás olvidado, El tiempo nunca me hará vacilar, Encuentra mi luz y siente mi esperanza. Te esperaré para siempre, No perderás tu camino, amado, Encuentra mi luz y siente mi esperanza, Y mi amor te guiará a casa. A veces incluso el amor más fuerte no era suficiente. La novia levantó su linterna y la colgó de la rama de un árbol. La linterna se balanceó suavemente. La novia se puso de lado, su mano en la oscura corteza

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cornisa ante el puente, donde el

del árbol. Una a una, las mujeres se adelantaron para agregar sus propias linternas a las ramas, luego retrocedieron sobre el puente hasta la cornisa. El sonido de una nave rompió la serenidad de la garganta. Un delgado transportador, todo metal reluciente, delgado como una daga, cayó en picado desde el cielo. En el último momento, el piloto detuvo la nave. El caza se lanzó a través de la garganta a una velocidad vertiginosa, atravesando el laberinto de arcos como una aguja, zumbando tan cerca que las ramas del árbol vala se estremecieron. La túnica de la novia revoloteó con el viento. Maud contuvo la

Kavaline sacudió su bastón. —¡Tellis, idiota! El caza se perdió hacia el sol poniente. Seveline se inclinó hacia atrás y se rio. —¡He cambiado de opinión! —gruñó Kavaline—. ¡No pienso casarme con él! —¿Ese era el novio? —preguntó Maud. —Sí —dijo Onda, su rostro dividido en una gran sonrisa. —Eso fue más que imprudente —murmuró Maud. —No había peligro. —Seveline agitó su mano—. Tellis es un piloto excepcional. —Lo es —confirmó Onda—. Suma más de tres mil horas en una pequeña nave de ataque. Seveline se rio entre dientes. —Tenemos que irnos. Si regresa para un segundo pase, Kavaline podría explotar. Su turno, lady Maud. Maud subió al puente y llevó su linterna al árbol.

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respiración.

176 Cuando la procesión dio la última curva del sendero, Maud vio que estaban esperándola al final del puente que conducía a los niveles superiores del castillo. Dos rubios. El primero era grande, aún más enorme por la armadura, y se apoyaba contra la barandilla de piedra que separaba el patio de la caída al abismo. La segunda era pequeña y estaba sentada en dicha barandilla con las piernas cruzadas. Maud contuvo el impulso de echar a correr. Le gustara o no, no irá a ninguna parte hasta que las mujeres que la precedían se apartaran de su camino. —Qué monada —murmuró Seveline detrás de ella con una voz asquerosamente dulce. Maud necesitó de todo su autocontrol para no girarse y golpearla en la boca. Seveline era una amenaza y el páramo le había enseñado a eliminar las amenazas antes de que tuvieran la oportunidad de convertirse en un peligro real. Media vuelta, empujar a Seveline por el precipicio, media vuelta, estrangular a Onda hasta que se desmayara y aplastara la tráquea… Maud se sacudió. Tenía un pescado más grande que freír. Las mujeres que iban delante giraron a la izquierda, hacia el puente, y Maud pudo girar a la derecha e ir en línea recta hacia su objetivo.

Una larga mancha marrón atravesaba la cara de Helen. Más de cerca, la mancha se veía pegajosa, con pedacitos de corteza, y olía ligeramente a pino. Maud volvió lentamente su mirada hacia Arland. Una serie de manchas similares cubrían su armadura. —¿Queréis decirme qué ha pasado? —No —dijeron Arland y Helen al mismo tiempo. Maud comparó las expresiones de sus caras. Idénticas. Querido Universo, podría ser su hija.

mano, lo cogió y tiró hasta sacar una ramita con tres hojas. Sostuvo la ramita entre ellos. Arland se negó estoicamente a mirarla siquiera. Muy bien. Dejó caer la rama al suelo. —¿Estamos siendo observados? —Mhm. —La cara de Arland permaneció relajada. —Necesito información —murmuró—. Sobre Kozor y Serak. —¿Qué tipo de información? —preguntó Arland en voz baja. —Rango y estructura de poder. —¿Es urgente? —Puede ser. Arland le ofreció el brazo. Maud apoyó los dedos sobre su codo y juntos caminaron hacia el puente, dejando que las últimas mujeres de la procesión les precedieran. Cruzaron el puente con calma, con Helen dando saltos delante de ellos. —¿A dónde vamos? —preguntó Maud. —A ver a mi querido tío. Le echo mucho de menos. Maud escondió una sonrisa.

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Algo verde asomaba entre los mechones rubios de Arland. Maud extendió la

La última túnica desapareció en el interior de la torre más cercana. Las siguieron, pero donde las mujeres se desviaron a la izquierda, ellos torcieron a la derecha. Tan pronto como la curva del pasillo les ocultó de la vista de la procesión nupcial, Arland y ella aceleraron el paso al mismo tiempo como si lo hubieran planeado. Helen corrió para alcanzarles. Arland se inclinó, levantó a Helen y la llevó, y Helen le dejó, como si lo hiciera todos los días. Bajaron tres pisos, cruzaron un corredor, luego otro, hasta que llegaron a una enorme torre, casi cuadrada, asegurada con una puerta blindada, lo puerta se abrió al acercarse Arland, y Maud le siguió a través de otro pasillo, maravillosamente corto, hacia una gran sala. Maud señalaría esa habitación como la de Soren aunque le mostraran veinte habitaciones más. Una alfombra gruesa, tan vieja como el castillo, cubría el suelo. Cráneos de extrañas bestias y armas arcanas decoraban los muros de piedra gris entre los estandartes de la Casa Krahr y las antiguas estanterías. Las estanterías eran de madera real y estaban llenas de una gran variedad de objetos y trofeos, que narraban décadas de guerra y misiones peligrosas: armas extrañas, mapas, rocas, núcleos de datos de todas las formas y tamaños, gemas sin cortar, un cinturón de encanto Otrokar —o Soren había hecho amistad con un chamán Otrokat o lo había matado, y conociendo la historia que había entre la Sagrada Anocracia y la Horda Destructora de la Esperanza, apostaba por la última. Dinero de una docena de naciones galácticas, dagas, plantas secas, grilletes, varios libros de la Tierra, uno de ellos probablemente el Arte de la Guerra de Sun Tzu, a menos que se equivocara al leer los símbolos hanzi dorados, y una gran bola azul con un copo brillante, obviamente navideño, completaba la extraña colección. Había varias sillas de aspecto cómodo y un par de sofás. En medio de la sala tenía un gran escritorio, tan macizo y pesado, que Maud dudaba de que Arland pudiera levantarlo solo. Lord Soren estaba sentado detrás del escritorio, en un sillón igual de sólido, estudiando cuidadosamente algún documento. La habitación gritaba tan alto Vampiro Caballero Veterano que le pitaban los oídos.

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suficientemente sólida como para aguantar el disparo de un misil aéreo. La

La puerta se cerró. Lord Soren levantó la cabeza y los miró con sus ojos oscuros. Frunció el ceño a Arland, saludó con un gesto de cabeza a Maud, sonrió a Helen y volvió a fruncir el ceño a su sobrino. —¿Qué? —preguntó Arland. —¿Tenías que romperle el brazo? Arland hizo un ruido profundo en su garganta que sonó sospechosamente como un gruñido.

—¿A qué debo el placer de esta visita? —Necesito entender la estructura de la Casa Serak —dijo Maud. Lord Soren asintió y movió los dedos sobre su escritorio. Una pantalla gigante se deslizó del techo a la derecha de Maud y presentó dos pirámides de nombres conectados por líneas. El de la izquierda era Serak, el otro Kozor. —¿En quién estás interesada? —preguntó Lord Soren. —Tellis Serak —dijo ella. Helen se subió a uno de los sofás, se acurrucó sobre un bonito cojín azul y bostezó. —Ah. El flamante novio. —Soren hizo una mueca, movió los dedos, y el nombre de Tellis cerca de la cima de la pirámide se iluminó con plata—. Su padre es el Preceptor, su madre es la Estratega. —¿Quién es el Mariscal? —preguntó ella. Otro nombre se encendió en la columna de la izquierda. —Hudra de Serak. Es Mariscal solo de nombre. —¿Por qué? —preguntó Arland. —Tiene más de cinco décadas —dijo Soren—. Fue feroz en su día, pero el tiempo es un enemigo cruel, y siempre gana.

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Lord Soren suspiró.

Interesante. —¿Han preparado a Tellis para que se convierta en Mariscal? —preguntó Maud. —Es la elección más obvia —dijo Soren—. Su ascensión a Mariscal consolidaría el control de su familia sobre la Casa. Lo habrán estado preparando desde la infancia. Pero aún está muy lejos de estar preparado. Demasiado joven, demasiado temerario.

sería un gesto encantador. Pero como era el heredero de Serak, era temerario. Esta noche es el ejemplo perfecto. ¿Qué tipo de tonto solicita permiso para un vuelo de combate solo para que pueda abanicar el cabello de su novia mientras ella está de pie en un acantilado? Por supuesto. Si Arland hubiera hecho zumbar a su novia en el vuelo, él estaría corriendo. Pero como era el vástago de Serak, Tellis fue imprudente. —Corrígeme si me equivoco, pero los candidatos a Mariscal deben estar bien versados en la estrategia militar. —Por supuesto —dijo Soren—. Son entrenados para liderar. Pasan un tiempo mínimo en cada rama de las fuerzas armadas de la Casa para familiarizarse con los que estarán bajo su mando, pero la mayor parte de su educación se centra en el despliegue efectivo de estas fuerzas y la estrategia militar. —Normalmente, un Mariscal se especializa en una de esas ramas —agregó Arland. —Así es —confirmó Soren—. Por lo general, se concentran en el aspecto de la guerra que represente la mayor amenaza para la Casa en un futuro previsible. Maud se volvió hacia Arland. —¿Cuál es tu especialidad? —Combate terrestre —dijo.

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Claro que sí. Si Arland hubiera saludado a su novia en la nave de combate,

—Arland fue entrenado para guiarnos en la batalla en Nexus —dijo Soren—. Habíamos anticipado que acabaríamos envueltos en ese conflicto varias veces durante las próximas décadas, pero gracias a tu hermana, ya no es una preocupación. Justo lo que ella imaginaba. —¿Qué posibilidades hay de que un Mariscal pueda encontrar otras ocupaciones?

—¿Qué quieres decir? —Si quisieras dedicar mucho de tu tiempo a algo que no es vital para la Casa, ¿podrías hacerlo? Por ejemplo, si disfrutas del tiro al blanco, ¿podrías pasar una parte importante de tu tiempo practicándolo? —¿Te refieres a que si tendría tiempo para pasatiempos y actividades tranquilas? —Arland frunció el ceño, fingiendo pensar—. Espera que recuerde. ¡Dos semanas! Me fui de vacaciones durante dos semanas en los últimos seis años, y mi tío vino a buscarme, como si fuera un cordero descarriado. Porque la gran Casa Krahr no puede perdurar sin mi constante supervisión. Mi trabajo, mi hobby, mi tiempo libre, mi tiempo para ser ‘yo’, todo mi tiempo consiste en ocuparme de una serie interminable de tareas insignificantes y, sin embargo, un riesgo mortal para la vida generada por la máquina bien afilada que es el título de Caballero de la Casa Krahr. No he tenido un momento para mí mismo desde que tenía diez años. Lord Soren se puso de pie, tomó una pequeña manta del respaldo de la silla más cercana, caminó hacia Arland y la echó sobre la cabeza de su sobrino, como una capucha. Vale. Maud nunca había visto eso antes. —Me ha cubierto con la mortaja de luto —dijo Arland y se quitó la manta de la cabeza—. Como los dolientes que se visten en los funerales. —Así puedes lamentarte por la trágica pérdida de tu juventud —dijo Soren.

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Las espesas cejas rubias de Arland se elevaron.

Arland cubrió con la manta a Helen, que se había quedado dormida sobre el cojín. —Para responder a tu pregunta, mi señora, no. Un Mariscal no tiene tiempo para ninguna actividad importante fuera de sus deberes. —Tellis de Serak ha registrado más de tres mil horas en una pequeña nave de ataque —dijo Maud. Ambos hombres se quedaron mortalmente callados.

guerras

espaciales

de

ciencia

ficción que vio hace años. La realidad

del

combate

espacial

vaporizó esa noción romántica tan rápido como un barco de guerra vaporizaría

la

flota

de

combatientes individuales. Incluso si atravesar

milagrosamente

los escudos,

los

el daño

luchadores que

lograban

infligirían sería

insignificante. Sería como tratar de atacar un portaaviones con una flota de botes de remos. Atacarían con un arsenal, se reabastecerían, atacarían de nuevo, y aun así la nave seguiría tranquilamente su curso. —Tengo entendido que las pequeñas naves de ataque solo tienen una misión —dijo Maud. —Abordaje —dijo Arland, su voz un gruñido silencioso—. Cuando una nave se rinde, los combatientes mandan a la tripulación de abordaje para hacerse cargo de los rendidos y asegurar su carga. —Explica las acrobacias voladoras —dijo Soren, con expresión sombría. Maud miró a Arland. —Después de una batalla, usualmente hay un campo de escombros —dijo Arland—. Trozos que solían ser escoltas volando en todas las direcciones. El piloto necesita una nave maniobrable y buenos reflejos.

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Maud recordó una película de

—¿Hay alguna razón por la que la Casa Serak haya abordado alguna vez naves piratas? —preguntó Maud. La pregunta sonó ridícula incluso a sus oídos, pero tenía que plantearla. —No —dijo Lord Soren. —Sus naves son cañones de vidrio —dijo Arland—. Están modificados para infligir el máximo daño y dispersarse rápidamente cuando sea necesario. La mayoría se mantienen enteras solo con esperanzas y oraciones. Las embarcaciones no valen mucho, y las tripulaciones aún menos. No perderían el desaparecer. —Entonces, ¿a quién está abordando? —preguntó ella. El silencio reinó. Los tres estaban pensando lo mismo. Había dos tipos de embarcaciones en las proximidades del sistema Serak: piratas y comerciantes. Y si Tellis no estaba abordando a los piratas… —Esta es una grave acusación —dijo Soren—. No tenemos pruebas. Incluso podríamos equivocarnos. —Lo escuché con bastante claridad —dijo Maud. Soren levantó la mano. —No lo dudo. Pero no tenemos todos los hechos. Quizás Tellis es complaciente y simplemente le gusta volar alrededor esquivando los asteroides de Serak. —¿Tres mil horas? —preguntó Arland. —Cosas más raras se han visto. —Quizás pueda confirmarlo —dijo Maud—. Necesitaría un enlace ascendente imposible de rastrear que llegue más allá de este sistema. Arland caminó hacia el escritorio de Soren y colocó la palma en su superficie. Una luz roja rodó sobre el escritorio. La pantalla parpadeó y apareció el símbolo

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tiempo ni los recursos en abordarlas. Solo las bombardearían hasta hacerlas

rojo sangre de la Casa Krahr. Maud parpadeó. Arland acababa de hacerse cargo del nodo de comunicación. Una exhibición del poder de un Mariscal. Arland recitó una larga serie de números. La pantalla se volvió negra y parpadeó de vuelta a la existencia con un gris neutro. —¿Qué has hecho? —preguntó ella. —Acabo de rebotar la señal en la nave de los Lees —dijo—. Encriptan sus orígenes de comunicación para que no se puedan rastrear. Me estoy paseando rastrearlo, parecerá que la señal se origina desde puntos aleatorios de la Galaxia. Guau. —Impresionante. Arland se encogió de hombros. —Nuan Cee nos espía cada vez que puede. Solo equilibro la balanza. Maud fue repentinamente consciente de la esfera de datos oculta en el bolsillo interior de su bata. —¿A quién le gustaría llamar, mi señora? —preguntó Arland. —A alguien de mi otra vida. —Maud se acercó y se sentó en el otro sofá, lejos de Helen—. Será más fácil si guardáis silencio y no os ve. Soren hizo una mueca, pero se quedó junto a su escritorio. Arland pasó el escritorio y giró la pantalla hacia ella. Apareció una segunda pantalla en la pared, una imagen duplicada de la otra dirección. Podrían ver lo que ella veía, pero serían invisibles para la otra persona. Perfecto. Lo último que quería era presentarlos unos a otros. —Necesito dos nombres de naves de carga —dijo—. Uno de vuestra Casa y otro de Serak. Los nombres aparecieron en su unidad personal.

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por su sistema de encriptación. Si el destinatario de la llamada intenta

Maud pulsó una larga secuencia. Jamás se hubiera imaginado haciendo esta llamada. Desde donde estaba, tenía una vista excelente de los dos vampiros y de la pantalla. Iba a ser bastante incómodo. La pantalla permaneció en blanco. Ella esperó.

La pantalla se encendió. El puente de una nave espacial apareció a la vista. Un gran vampiro unos quince años mayor que Arland estaba tendido en el asiento del capitán, con un cabello largo y oscuro que le caía sobre la espalda, los hombros y una armadura negra sin escudo. El lado izquierdo de su rostro estaba deformado por una fea cicatriz que le había arrancado el ojo. La órbita vacía era el lugar perfecto para el módulo de orientación biónica. Desde su perspectiva, parecía un ojo de plata, lleno de polvo brillante. Sabía que era aún peor de cerca. El vampiro la estudió con malicia. Un familiar estremecimiento de desagrado la atravesó. —La Sariv —dijo. Si los lobos pudieran hablar en los bosques oscuros, sonarían como él—. La hermosa flor de Karhari. Ya veo que has conseguido escapar. Arland entrecerró los ojos. —No gracias a ti. —Te hice una oferta. Sí, una que ninguna madre viva hubiera aceptado. —Me dijiste que podría sacar un buen precio por mi hija en el mercado de esclavos. —Estaba bromeando. Casi. He oído que te has sacado del bolsillo un bonito Mariscal.

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Pasó un largo minuto.

El bonito Mariscal pasó de molesto a furioso en un instante. —Los rumores dicen que aún no has logrado atarlo. —Renouard se inclinó hacia adelante—. ¿Es incapaz o algo así? Yo podría darle clases. La cara de Arland se convirtió en piedra. —Veo que la cicatriz en tu ingle quiere una gemela —le contestó. Él enseñó los colmillos y soltó una carcajada.

—Soy todo oídos. —Necesito recuperar la carga de dos barcos. Pasarán por el cuadrante en las siguientes coordenadas. —Etiquetó la sección del cuadrante cerca del sistema Serak y se lo envió—. No muy grande, dos cajas de la primera nave, una de la segunda, menos de tres metros cúbicos de volumen y aproximadamente ciento veinte kilos de masa. —¿Quién transporta esta preciosa carga? —El primer barco es el Garra de plata. Renouard miró su pantalla. —Casa Krahr. Entonces los rumores no se equivocan. Estás jugando con el Mariscal. Siempre supe que eras más de lo que parecías. —Le guiñó un ojo para asegurarse de que lo entendiera. Ugh. —¿Puedes o no? —Puedo —dijo—. Por un precio. No lo haré yo, pero actuaré como intermediario. ¿Qué hay en las cajas? —Eso no es importante. Él sonrió.

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—Tengo un encargo para ti —dijo ella.

—¿Segunda nave? —Valiente Cargador. —No. Ni siquiera se había molestado en mirar la pantalla. —Es una nave de carga —dijo ella—. Puedes hacerlo con los ojos cerrados. —Te lo he dicho, ese no es mi territorio y mi contacto no irá tras esa nave.

—No hay nadie más. Este jugador tiene el monopolio. —Se acabó el trato —dijo—. Encontraré a alguien más. Dejó la pantalla en blanco, cortando la conexión y miró a Arland y Soren. —La casa Serak está pirateando ese cuadrante —dijo Arland—. Los piratas independientes están demasiado fragmentados y demasiado débiles para monopolizar un sistema estelar. Por supuesto, ellos piratearían sus propios comerciantes. —Y Kozor está metido en eso —agregó su tío—. Solo, ninguna de las dos cámaras tiene recursos suficientes para piratear y mantener a la otra a raya. Están igualados. Si todavía estuvieran en guerra y Kozor o Serak dedicaran parte de su flota a la piratería, el otro aprovecharía la oportunidad para atacar. —Me pregunto hace cuánto tiempo formaron una alianza —dijo Arland. —Al menos diez años —dijo Soren—. Fue entonces cuando tuvieron su última batalla seria. Se hablan mal en reuniones políticas frente a otras Casas y tienen pequeñas escaramuzas de vez en cuando, pero nada lo suficientemente grave como para realmente ensangrentar las narices del otro. —Su flota combinada no es suficiente para acercarse a nuestra nariz, y mucho menos hacerla sangrar —gruñó Arland. —Entonces, ¿por qué la Casa Krahr? —preguntó Maud—. ¿No tendría más sentido ir a una casa más pequeña?

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—Consigue a alguien más.

—Son piratas —dijo Soren—, y somos el premio más rico. —Si van a exponerse como piratas y aliados, quieren obtener los mayores beneficios —dijo Arland. —¿Cómo? —preguntó Maud—. Solo hay doscientos de ellos. —No lo sé —dijo Arland—. Pero lo descubriré. —Están jugando un juego divertido. —Soren mostró sus afilados colmillos—.

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Agradezco el desafío.

Dientes. Corriendo. Corriendo tan rápido. Gran forma fea detrás de ella. Pasos pisando fuerte. Papá se interpuso en su camino, su túnica de posadero era completamente negra, sus ojos y la escoba en su mano brillaban con fuego turquesa. Dientes. Justo detrás de ella. Maud abrió los ojos. Otra pesadilla, la misma, confusa y extraña, como si fuera menos un sueño y más un recuerdo. Este lugar me está volviendo loca. Se giró para ver a Helen. La cama de hija estaba vacía. El pánico la apuñaló. Maud se levantó de golpe y vio la puerta del balcón abierta. La luz del sol se filtraba a través de las pálidas cortinas, pintando rectángulos más claros en el suelo. Cuando la brisa movió la ligera tela, Maud pudo vislumbrar una pequeña figura sentada en la barandilla de piedra. Maud recogió la bata de la silla, se la puso, y salió al balcón. Este se extendía a lo largo de todos los cuartos, treinta pies en la parte más ancha. A la derecha, una fuente sobresalía de la pared, con forma de tallo de flores con cinco

delicadas flores que recordaban a las flores de campana. Una corriente artificial de aproximadamente un pie de ancho se extendía desde la cuenca de la fuente, serpenteaba en suaves curvas a lo largo del perímetro del balcón y desaparecía en la pared. Tanto el arroyo como la fuente se habían secado. Se habían instalado un par de bancos que invitaban a una conversación tranquila. El balcón rogaba por plantas. Parecía casi estéril sin ellos. Maud cruzó el arroyo seco y se apoyó en la pared de piedra del balcón al lado de Helen. El precipicio al otro lado terminaba muy abajo, oculto por los normal hubiera apartado a su hija del borde, pero no había nada de normal en ninguna de ellas. Helen había encontrado un palo en algún lugar y estaba golpeando la pared de piedra con él. Estaba triste. Maud esperó. Cuando era pequeña, solía hacer lo mismo. Finalmente, su madre la encontraba. Mamá nunca la presionó. Solo esperó cerca de donde estaba, hasta que Maud confesaba en voz alta lo que la estaba molestando. Durante un rato, Maud se quedó allí, haciendo un repaso mental de los dolores y molestias que la embargaban. Le dolía la caja torácica. Era de esperar. Debería haberse pasado el día anterior en la cama, no ir de excursión a la montaña y esquivar a una caballero vampira antes de que la arrojara al vacío. Las drogas de refuerzo habían presionado su cuerpo y ahora exigían el pago. Había dormido como una roca doce horas seguidas. El sol estaba en lo más alto. Pronto sería la hora del almuerzo. Seguramente se había perdido el desayuno. Debería revisar los mensajes de su unidad personal. Pero todavía no. La brisa agitó su bata. Maud se enderezó, sintiendo la lujosa suavidad del tejido fino como una telaraña cubriendo su piel. Su familiar paranoia había vuelto a la vida cuando vio a Renouard. La había taladrado como un dolor de bajo nivel, una herida que sangraba lo suficiente como para asegurarse de que no pudiera ignorarla. La luchó durante un rato, pero eventualmente ganó, como siempre hacía y se había excusado, levantó a

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corredores, las torres y, finalmente, muy por debajo, los árboles. Una madre

Helen del sofá y la llevó a su habitación, conducida por la urgente necesidad para esconderse detrás de las sólidas puertas. Arland pareció sentir que eso era lo que necesitaba y no se había ofrecido a coger a Helen. En su lugar caminaron en un silencio cómodo hacia su habitación. Una vez allí, Maud entró y acostó a Helen en su cama. Colocó las dagas junto a ella, la cubrió con las mantas y se enderezó. Había dejado la puerta abierta y

Anoche, se giró y le vio allí de pie, en la entrada, medio escondido entre las sombras, alto y de anchos hombros, su armadura tragándose la luz. Su pelo caía sobre su rostro, con la línea de la mandíbula cincelada dura contra su melena, y cuando la luz de las dos lunas se reflejó en sus ojos, estos brillaron con un tono aguamarina. La dejaba sin aliento. Parecía un antiguo guerrero, un caballero errante que de alguna manera encontró la salida de una leyenda y entró en su habitación, excepto que era real, de carne y hueso, y cuando lo miró a los ojos, vio calor hirviendo debajo de la superficie. Había olvidado lo que se sentía cuando un hombre la miraba así. Ni siquiera creía que Melizard lo hubiera hecho, aunque suponía que debía haberlo hecho. Cada nervio de su cuerpo despertó a la vida. Contuvo el aliento. Lo único que deseaba, en lo único en lo que podía pensar en ese momento, era en acercarse a él, estirar la mano y besarle. Quería probar su sabor. Quería quitarse la armadura, verle abandonar la suya y tocarle, piel con piel. Incluso ahora, solo con recordarlo, su corazón dio un vuelco. Helen estaba profundamente dormida. Los cuartos de Arland estaban a solo un corto pasillo de distancia. Un paso. Una palabra. No hubiera hecho falta más. Un diminuto gesto, una mínima expresión de deseo. Lo deseaba. Oh, cómo lo deseó. En cambio, se quedó allí como una estatua, como si se hubiera quedado congelada. Él le dijo buenas noches y ella solo asintió.

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Arland esperaba en el pasillo.

Él se fue. La puerta se cerró. Le dejó ir. Le dejó escapar y luego se quitó la armadura, cabreada, y se metió en la cama. Las drogas de refuerzo la mantuvieron despierta media hora más, yaciendo sobre las sábanas, enfadada consigo misma, intentando discernir qué le pasaba y fallando. Nunca había tenido problemas con la intimidad. Melizard no fue el primero, incluyó entre ellos. Los cuerpos hablaban su propio idioma, en el amor y en la guerra, un idioma que entendía de forma innata. Una mujer ciega podría haber leído a Arland anoche, y si Maud se decía a sí misma que no sabía lo que quería, estaría mintiendo. ¿Qué me pasa? —¿Soy un mestizo? La pregunta de Helen la tomó por sorpresa, Maud parpadeó, tratando de volver al presente. —No pasa nada si lo soy —dijo Helen—. Solo quiero saberlo. —¿Alguien te ha dicho que lo eres? Helen no respondió. No hizo falta. —¿Usaron esa palabra? —Me llamaron erhissa. Las manos de Maud se curvaron sobre la pared de piedra. Helen debía haber buscado la palabra en su unidad personal, y el software de traducción escupió el equivalente más cercano: mestizo. Esos imbéciles la habían llamado así. Quiso herir al que había insultado a su niña, sin importarle especialmente si era un adulto o un niño.

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y sin importar los problemas que tuvieran en su matrimonio, el sexo nunca se

Maud contuvo su ira por pura fuerza de voluntad y la suprimió, hasta que estuvo segura de que su voz sonaría tranquila y mesurada. Tenía que explicarle lo que significaba. Ocultar la verdad no les serviría a ninguna de las dos. —Toca esto. —Sostuvo la manga de su bata. Helen pasó los dedos por el suave tejido. —Los vampiros crían un tipo especial de serpiente de aspecto extraño. Las serpientes secretan largos hilos y los hacen girar para hacer sus nidos. Los vampiros recogen estos nidos y los convierten en tela. Hay dos tipos de hace una tela más resistente. Ambos son útiles. A veces las kahissa y las ohissa se reproducen y hacen un tercer tipo de serpiente, erhissa. Las erhissa no hacen nidos. Son venenosas y muerden. Helen se estremeció. —Para los vampiros, las erhissa no tienen ningún propósito —dijo Maud—. Pero las erhissa saben que el mundo no gira en torno a los vampiros. No les importa lo que piensen los vampiros. Solo viven a lo suyo. —Entonces, soy un mestizo. —En la Tierra, esa es una palabra que las personas usan cuando no saben de qué raza es un perro. Tú sabes quién eres. Tú eres Helen. Helen miró hacia abajo y arrastró el palo sobre la piedra, con la mandíbula apretada. —Cada uno de nosotros es más que solo un humano o solo un vampiro. Solo hay una tú. Algunas personas lo saben y otras se niegan a verlo. No importa si son humanos o vampiros. —¿Por qué? Maud suspiró. —Porque algunas personas son cerrados de mente. Les gusta que todo esté claramente etiquetado. Tienen una caja para todos los que conocen. Una caja

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serpientes, kahissa, que fabrica una tela tan delgada como esta, y ohissa, que

para los vampiros, una caja para los lees, una caja para los humanos. Cuando alguien no encaja en sus cajas, se asustan. —Pero, ¿por qué? —No lo sé, mi flor. Creo que es porque les falta confianza. Creen que conocen las reglas de su mundo y cuando algo se escapa de

—Entonces, ¿les doy miedo? —¿A esa gente? Sí. Si las reglas que inventan ya no se aplican, no saben cómo actuar y les hace dudar de su capacidad para sobrevivir. En lugar de adaptarse a una nueva situación y elaborar un nuevo conjunto de reglas, algunos de ellos lucharán hasta la muerte con tal de mantener el mundo como estaba. ¿Recuerdas cuando vivíamos en Fort Kur? ¿Qué estaba escrito encima de la puerta? —Adáptate o muere —dijo Helen. —Es imposible detener el cambio —dijo Maud—. Es la naturaleza de la vida. Aquellos que se niegan a ajustarse al cambio eventualmente desaparecerán. Pero antes de que lo hagan, se volverán muy desagradables. Incluso podrían odiarte. Helen levantó la vista. Sus ojos brillaron. —¡Yo también les odiaré! —El odio es una herramienta muy poderosa. No lo desperdicies. Algunas de las personas que conocerás serán malas contigo, no por lo que eres sino por quién eres. Si fueran honestos consigo mismos, admitirían que no les agradas porque algo en ti hace que se sientan inferiores. Podrían pensar que eres una mejor luchadora, o que eres más inteligente o más atractiva, o que les estás robando la atención que creen que debería ser suya. Esas personas son realmente peligrosas. Si les das la oportunidad, te harán daño, o herirán a los

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esas reglas, se asustan.

que amas. Guarda tu odio para esas personas. Nunca ataques primero, pero si te hacen daño a ti o a tus amigos, debes golpearles más fuerte. ¿Lo entiendes? Helen asintió. —¿Quieres volver a la posada de tía Dina? Los hombros de Helen se hundieron. —A veces.

—Podemos irnos cuando quieras. No tenemos que quedarnos aquí. —Pero a veces me gusta estar aquí —dijo Helen en su hombro—. Me gusta Ymanie. La posada de la tía Dina no tiene a Ymanie. —No, no la tiene. Si regresaran a la posada de Dina, Helen tendría que ser educada en casa. Incluso si pudiera alterar la visión de la vida de su hija, no había forma de disimular los colmillos, ni su fuerza, ni la forma en que sus ojos captaban la luz por la noche. Crecer en la posada fue interesante y divertido, pero tuvo sus momentos de soledad. Klaus, Maud y Dina habían manejado esa soledad de diferente manera. Klaus salió de la posada cada vez que podía. Michael, su mejor amigo y otro hijo de posadero, y él se iban de excursión, a Bahachar, a Kio-kio, y a todos los lugares a los que podían llegar desde las dos posadas. Maud se había refugiado en los libros. Y Dina pasó por varias fases cuando intentó fingir ser una simple humana e intentó ir a la escuela pública para buscar amigos. Las amistades basadas en mentiras nunca duraban. Maud abrazó a Helen con más fuerza. No existía la solución perfecta. Quería arreglarlo. Si pudiera agitar una varita mágica y racionalizar la galaxia por el bien de su hija, lo haría en un abrir y cerrar de ojos. —No tenemos que quedarnos aquí o en la posada —dijo—. Podemos intentar vivir en otro lugar. Podemos abrir una tienda en Baha-char. Podemos conseguir un barco y viajar por la galaxia.

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Maud se acercó a su hija y la abrazó.

La unidad personal de Helen vibró. La activó con un dedo. —Ymanie dice que hay pollitos en la Torre 12. Maud suspiró. Al fin y al cabo, Helen solo tenía cinco años. —¿Te gustaría ir a ver a los pollitos? —¡Sí! —Helen saltó de la pared hacia el balcón. —Adelante. Nada de heroicidades, Helen. No toques los pollitos, no subas a

—¡Sí mami! Maud cerró la boca y vio a su hija salir corriendo por la puerta. En este momento, los pollitos podían arreglar todos los problemas de Helen. Pero no tendría cinco años eternamente. ¿Qué debería hacer? ¿Cuál es la decisión correcta? En este momento, Maud habría dado diez años de su vida solo por poder llamar a mamá. Regresó a la habitación. Por cómo brillaba, tenía un mensaje de alta prioridad en su unidad personal. Estupendo. Había llegado hace diez minutos. Al menos no la había pillado durmiendo. Maud tocó la pantalla. La cara de Lady Ilemina apareció. —Lady Maud —dijo la madre de Arland—. Únase a mí para el almuerzo.

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lugares muy altos, y no…

196 Lady Ilemina había decidido almorzar en el Pequeño Jardín. Pequeño, decidió Maud mientras avanzaba por el camino de piedra, era relativo. El Pequeño Jardín ocupaba aproximadamente cuatro acres en lo alto de una pequeña meseta que sobresalía de la roca viva de la montaña. Había varias mesetas de este tipo en el terreno y los vampiros solo habían construido el castillo a su alrededor, incorporándolas a su estructura. Algunas tenían torres de vigilancia, otras proporcionaban espacio para áreas públicas u otros parques. Su unidad personal le informó de que había un jardín más grande, nombrado imaginativamente como Gran Jardín, casi el doble de grande que el Pequeño, además del Jardín Alto, el Jardín Bajo, el Jardín de Plata, el Jardín del Río… Dejó de leer después de eso. Los vampiros amaban la naturaleza, pero donde demonios un jardín significaba un espacio cuidadosamente cultivado, organizado, planificado y que a menudo ofrecía una variedad de plantas de todas partes, un jardín vampírico era básicamente una porción de vegetación preservada. Era un espacio cuidadosamente cuidado, podado, administrado y amado, pero cada planta era autóctona de la zona. Los jardineros vampiros plantaban más flores y alentaban pintorescos arbustos y hierbas nativas, pero nunca se les ocurriría trasplantar flores de un continente a otro. Si vieran un arbusto de mariposa chino en un

jardín británico entre las margaritas y las gardenias nativas, lo habrían arrancado como a la mala hierba. Los árboles vala eran la excepción. La Sagrada Anocracia los plantaba en cada planeta que colonizaban. El jardín alrededor de Maud era un ejemplo de lo mejor que esta biozona podía ofrecer. Árboles altos con hojas estrechas de color turquesa y corteza pálida enmarcaban el sendero. Sus raíces estaban parcialmente expuestas y anudadas como si alguien se hubiera tomado cipreses y decidiera probar suerte raíces, delicados pétalos lavandas y azules florecían en racimos, con cinco pétalos cada uno y una lluvia de largos estambres. Las flores brillaban nacaradas. verde

levemente, Frondosos

esmeralda

se

sus

hojas

arbustos apiñaban

alrededor de las raíces. Entre los árboles, donde más sol penetraba a través del dosel, florecían más flores. Los altos tallos sostenían rosadas flores con forma de copas de champán rellenas hasta el borde de pétalos blancos. Flores translúcidas, tan grandes como su cabeza, extendían sus tejidos pétalos delgados, cada uno de un azul tenue marcado con una veta de color rojo brillante que corría por su centro y se encontraban en el brillante centro dorado de la flor. Temblorosos zarcillos amarillos goteaban polen brillante sobre las hojas de sus vecinos. El aire olía a especias y dulces perfumes. Dina sería feliz en ese lugar. El camino terminó en un gran claro circular. Una corriente fluía en un anillo, separando el camino de una isla redonda. Un único árbol vala crecía en el círculo, no uno de los enormes gigantes milenarios, sino una plantación más reciente. Su tronco apenas medía cuatro pies de ancho. Extendías las oscuras ramas cargadas de hojas rojas sobre el agua del arroyo y la pequeña mesa de piedra con dos sillas, una vacía y la otra ocupada por Lady Ilemina.

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con el macramé. Debajo de las

Aquí vamos. Maud cruzó el puente de piedra. La vampira mayor la observaba. —Así que has venido después de todo. Excelente. Maud se inclinó y tomó asiento. Ya le habían servido la comida. Una gran bandeja contenía una variedad de alimentos fritos y una variedad de carnes y frutas en pequeños platos. Todo para comer con los dedos. Una jarra de cristal alta ofrecía vino verde.

otra, su brazo izquierdo descansando sobre la mesa. De cerca, el parecido entre Arland y ella era inconfundible. Mismo cabello, misma mirada decidida en los ojos azules, mismo ángulo obstinado de la mandíbula. Un almuerzo con un krahr. —Tenías una curiosa expresión mientras recorrías el camino —preguntó Ilemina. ¿Cómo podía responder? —Estaba pensando en mi hermana. —¿Oh? —Mientras crecíamos, mi hermano, mi hermana y yo, en la posada de mis padres, cada uno éramos responsables de una tarea específica de la posada, además de nuestros deberes generales. La de Dina eran los jardines. Le encantaría estar aquí. —¿Cuál era la tuya? —Los establos. —Nunca lo hubiera adivinado. No tienes montura ni mascota. —No era posible mantener una mascota en Karhari. —¿Y antes? —preguntó Ilemina. Necesitaba establecer algunos límites.

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Ilemina se reclinó en su silla, sentándose de lado, una pierna larga sobre la

—Antes de eso es el pasado. —Mi hermano me contó tus sospechas. —Ilemina cogió una jarra y llenó las copas. Maud se llevó el vino a los labios y bebió un sorbo. La vampira la miraba con atención. —Sospechábamos que Kozor y Serak colaboraban con los piratas, pero que cubrían su rastro para evitar la vulgaridad.

—Tienes razón. Pero las Casas de la Sagrada Anocracia nunca se cazan las unas a las otras sin una declaración de guerra. —Ilemina tomó un trago de su vino—. Es una acusación muy grave. Necesito pruebas. —Lo entiendo —dijo Maud. Se terminaron tranquilamente el vino. La presión aumentaba dentro de Maud a cada segundo que pasaba. —No me ha pedido que venga aquí para hablar sobre Kozor —dijo Maud. —No eres muy buena con los silencios —dijo Ilemina—. Tendrás que arreglar eso. Maud extendió la mano, tomó un pincho de pequeñas bayas amarillas y se metió una en la boca. —¿Cuáles son tus intenciones hacia mi hijo? —preguntó Ilemina. Maud consideró la pregunta. ¿Cuáles eran sus malditas intenciones? Decidió responder honestamente. —No lo sé. —¿Qué quieres saber? —Ilemina la miró fijamente—. Sientes algo por él. No le hubieras seguido a través del vacío sino fuera así. Y él siente algo por ti. ¿Qué más necesitas?

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—No es algo inaudito —señaló Maud y deseó haberse mordido la lengua.

—No es tan sencillo. —Es así de sencillo. Los dos sois adultos. He visto cómo le miras cuando bajas la guardia. ¿Qué? —Te ha pedido en matrimonio. Le rechazaste. ¿A qué estás esperando? ¿Qué es lo que quieres? ¿Riqueza? ¿Poder? Cásate con él y tendrás las dos cosas. La vampira creía que era una caza-fortunas. Maud sintió una familiar

—No necesito a Arland para ganarme la vida. Soy hija de Posaderos. Hablo una docena de idiomas. Sé desenvolverme en cualquier cultura. Puedo regresar a la posada de mi hermana cuando quiera. Podía hacerlo. Dado que la posada de Dina tenía acceso a Baha-char, el bazar galáctico, si quisiera buscar trabajo, encontraría en abundancia, y la paga excelente. Vio un brillo triunfante en los ojos de Ilemina. —Y sin embargo, aquí estás. Someterse a la humillación de ser un humano en una Casa de vampiros y un emblema en blanco. Maud casi se muerde la lengua. —Es obvio que algo muy poderoso te ha hecho atravesar el espacio. Maud no dijo nada. —¿Quieres a mi hijo? —preguntó Ilemina. —Sí. —La respuesta llegó con sorprendente facilidad. Ilemina la miró fijamente. —Entonces haz algo al respecto. Maud abrió la boca y la cerró.

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irritación, como un roce en el tobillo.

—Es un problema que tiene una solución directa. No hay necesidad de hacer un hissot de eso. Fantástico. Su suegra en potencia acababa de comparar sus sentimientos con una retorcida bola de serpientes. —No soy solo yo —dijo Maud en voz baja. Ilemina se inclinó hacia adelante. —¿De verdad crees que a tu hija le iría mejor en la Tierra? Ya ha probado la podemos entenderla. Los humanos no. Tendrás que esconderla por el resto de su vida. ¿Le harás eso a tu hija? —¿Qué quieres de mí? —gruñó Maud. —Quiero llegar al fondo de esto. Así que deja de fingir ser una idiota y dime qué te detiene, porque mi hijo es miserable y estoy cansada de veros a los dos bailar entre vosotros. —¡He estado en el planeta durante tres días! —Tres días es suficiente. ¿Qué es lo que quieres, Maud, hija de posaderos? —Quiero que Helen sea feliz. Ilemina suspiró y bebió su vino. —Yo no era de utilidad para mis padres cuando era pequeña. Su Casa era una Casa de guerra. Siempre había una guerra en la que peleaban o se preparaban para luchar. No fueron conscientes de mí hasta que crecí lo suficiente como para ser útil. Me esforcé al máximo, destaqué, me ofrecí voluntaria para cada misión, solo para conseguir una migaja de su atención. Cuando conocí a mi futuro esposo, era la Mariscal de su Casa. Hablé con el padre de Arland durante menos de una hora, y sabía que me iría con él si me lo pedía. Por primera vez en mi vida, alguien me vio tal como era. Las palabras se hundieron profundo. Le había mostrado a Arland exactamente quién era y él la había admirado por ello.

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muerte, Maud. Tiene colmillos. Es una vampira de los pies a la cabeza. Nosotros

Ilemina sonrió. —Me fui con él y luego luché en una guerra contra la Casa de mis padres cuando intentaron castigarme por encontrar la felicidad. Fue el último acto de egoísmo de su parte. Entonces, cuando nació mi hijo, juré que no sería mi madre. Presté atención a mi hija. Me involucré en todos los aspectos de su vida. La alimenté, la apoyé, la alenté. La entrené. Lo mismo hizo mi esposo. Algunos podrían decir que mi esposo y yo descuidamos nuestra propia unión por el bien de nuestra hija y no estarían equivocados.

—Cuando mi hija tenía veintidós años, conoció a un caballero y se enamoró. Era todo lo que podría desear de un yerno. Mi corazón se rompió de todos modos, pero no quería interponerme en su camino. Se casó con él. Ahora vive a media galaxia de distancia y me visita una vez cada año o dos. Arland tenía diez años cuando se fue. Apenas la conoce. Tengo nietos a los que casi nunca veo. Maud no tenía ni idea de qué decir, así que se quedó en silencio. —Los niños se van —le dijo Ilemina. —Es la mayor tragedia de la maternidad que si has hecho todo bien, si los has criado con confianza e independencia, ellos cogerán y te abandonarán. Es como debe ser. Un día, Helen se irá. La ansiedad atravesó a Maud. Ella tragó, tratando de ocultarlo. —Si tratas de sujetarla y retenerla, estarás cometiendo un error irreparable. No encerramos a nuestros jóvenes. No cortamos sus garras. Algún día serás solo tú, Maud. —Lo entiendo —murmuró Maud. Pensar en ello dolía. —¿Dónde te ves a ti misma cuando llegue ese día? —preguntó Ilemina. Sabía dónde quería estar, pero llegar allí era muy complicado. —Así que vuelvo a preguntártelo. ¿De qué tienes miedo? ¿Estás tratando de superarnos como vampiros, porque nada de lo que hagas cambiará las

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Ilemina hizo una pausa, trazando el borde de su vaso con su dedo.

circunstancias de tu nacimiento? Si mi hijo hubiera querido a una vampira, hubiera podido elegir entre una verdadera multitud de mujeres con antiguas líneas de sangre que se matarían las unas a las otras para conquistarlo. ¿Estás avergonzada de ser humana? ¿Odias a tu especie? Maud levantó la cabeza. —No tengo ningún deseo de fingir que soy un vampiro. —Entonces, ¿qué es? —Ilemina levantó la voz.

—La casa Ervan me echó. Nos echaron como si fuéramos ropa vieja. No teníamos ningún valor para ellos sin mi marido. No intentaron mantenernos. Querían deshacerse de nosotras. Vivimos entre ellos durante años y me mintieron a la cara. No voy a volver a arriesgarme. No lo haré. No voy a construir una nueva vida y dejar que me la arranquen. No quiero estar aquí. No confío en vosotros. Si me saliera con la mía, jamás volvería a pisar un planeta de la Sagrada Anocracia, pero no puedo dejarle ir. Lo he intentado. Así que he decidido luchar por él. Me aseguraré de que no podáis echarme. No quiero que Arland se case con una forastera apenas tolerada. Quiero que se case con alguien que sea valorado por su Casa. Alguien que sea indispensable. Quiero que ese matrimonio sea visto como una victoria para la Casa Krahr, y que mi hija tenga un lugar aquí no por ser suya, sino por mí y eventualmente por ella. Mierda, me he pasado. ¿De dónde ha venido eso? No tenía ni idea de que eso era lo que quería hasta que las palabras se escaparon de su boca. El silencio cayó entre ellas. Una ligera brisa agitó el árbol vala. Ilemina arqueó las cejas y tomó un sorbo de su vino. —¿Ves? Eso puedo entenderlo.

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Algo dentro de Maud se rompió como una fina capa de vidrio.

Maud marchó a un ritmo furioso por el puente. Había dejado que Ilemina la sacara de sus casillas. Había cometido un grave error. Comprender a tu oponente era la mejor ventaja que uno podría tener en un conflicto. El número, la fortaleza y la suerte importaban, pero si sabías cómo pensaba tu oponente, podrías predecir su estrategia y prepararte. Le había dado a la madre de Arland suficiente munición como para manipularla. Estúpida. Muy estúpida. ¿En qué demonios estaba pensando para revelar su alma a una maldita

El recuerdo de cuando se arrodilló ante Stangiva y suplicó por la vida de Helen la apuñaló, profundo y dolorosamente. Si pudiera ponerle las manos encima a esa perra, le rompería el cuello a su ex suegra. Y pensar que se pasó años intentando convertirse en la esposa vampira perfecta por el bien de Melizard, su madre, y toda su maldita Casa. Se había convertido en un pretzel para ser excepcional en todos los sentidos, para que la pudieran lucir ante los visitantes como un mensaje de: ‘Mirad qué Casa tan ejemplar. Hemos cogido a una humana y la hemos transformado en una vampira. Escuchad como recita las antiguas sagas. Mirad cómo actúa para entreteneros.’ Y ella era la idiota que voluntariamente se había puesto la brida y había arrastrado el carro. ¿Por qué? ¿Por amor? Se rio de sí misma, el sonido nítido y frágil. Amor. ¿Cómo pudo haber sido tan joven y estúpida? Ugh. La rabia la invadió. Maud quiso golpear a alguien desesperadamente. Un sonido agudo y chirriante la hizo girar. Estaba ante un cruce en forma de T. A su derecha, otro puente se bifurcaba desde el primero en un ángulo recto perfecto. El final del puente conducía a otra meseta jardín. Los árboles y los arbustos entorpecían su visión, pero Maud estaba absolutamente segura de lo que acababa de oír. El ladrido agudo y corto de un lees acorralado.

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vampira?

Se giró y corrió sobre el puente hacia el jardín. El Clan de Nuan Cee era invitado de la Casa Krahr. Ningún daño podría ocurrirles bajo el cuidado de Krahr. Pudo distinguir varias voces según se iba acercando. No sabía a quién pertenecían, pero reconocía la entonación: hombre, vampiro, arrogante. Dobló la curva. Delante de ella, un tramo recto del camino conducía a una plaza redonda con una pequeña fuente en el centro. Pudo ver a una pequeña lees de pelaje azul y a un tachi cerca de la salida al otro lado. La lees estaba en posición Cuatro vampiros les habían rodeado. Dos se inclinaban ligeramente sobre ellos, el tercero acariciaba la empuñadura de su maza de sangre y el cuarto había cruzado los brazos sobre el pecho. Había estado estudiando los archivos de los invitados a la boda, y no tuvo problemas para reconocerlo. Lord Suykon, el hermano del novio. Grande, pelirrojo y agresivo. Estaba a punto de estallar la violencia. El tachi tomaría represalias y las relaciones entre los tachi y la Casa Krahr se ahogarían en sangre. No tenía autoridad para detenerle. Solo era otra invitada. Si fuera atacada, el tachi saltaría. Estaba segura. Le había servido comida a su reina y ahora era vista como una aliada. El tachi estaba obligado a ayudarla contra una amenaza mutua. Tenía que evitar que pasaran al ataque y rápido. Sería casi imposible. Era humana y a ojos de los vampiros, pertenecía a Arland, pero no tenía estatus. En todo caso, su presencia solo les provocaría. Maud tocó su emblema. El delgado tallo del comunicador se deslizó por su armadura y se dividió. Un zarcillo se colocó en su oreja y el otro en su boca. El emblema se iluminó con una luz blanca, activando la cámara. —¿Arland? Respondió al cabo de tres segundos. —Aquí. —Accede a mi posición.

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de ataque, lista para saltar. El tachi se había vuelto tan gris que parecía nublado.

Hubo otra pausa. Syukon dijo algo. El vampiro a su lado soltó una carcajada. Maud aceleró el paso. La lees emitió un bufido, la nitidez de su voz la hizo sonar como una ardilla cabreada. Maud oyó la voz crispada de Arland en su auricular. —Los refuerzos están en camino. Su unidad personal sonó, anunciando un mensaje entrante. Maud lo abrió. documento, buscando las palabras correctas. … servicio militar, para que se realice como lo considere necesario el mariscal… Acababa de contratarla como mercenaria, dándole la misma autoridad que a cualquier otro caballero de la Casa. —Aceptar —dijo ella. Sufrió un ligero mareo cuando su emblema actualizaba su armadura. Apenas duró un segundo. Arland tenía que haber precargado la interfaz de la Casa en el emblema antes de dárselo y ahora lo había activado. Su emblema se volvió rojo. Un tercer zarcillo brotó del tallo, proyectando una pantalla sobre su ojo izquierdo. En ella pudo ver un icono de la Casa Krahr en la esquina. Junto a él, otro icono, un pequeño estandarte en espera. Este hombre. Para este hombre, ella lucharía y ganaría a Ilemina. Él valía la pena. Maud entró en el claro. Su ocular etiquetó a la lees, mostrando su nombre sobre su cabeza en letras pálidas. Nuan Tooki. El tachi era Ke'Lek. —¡Mira, viene una humana! —declaró un vampiro de cabello oscuro. Su ocular lo etiquetó. Lord Kurr. Ahora que era una sierva, los archivos internos estaban a su alcance.

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Un contrato que la convertía en un siervo oficial de la Casa Krahr. Deslizó el

Nuan Tooki se agachó detrás de ella, metió sus garras en los bolsillos del delantal y las sacó con un puñado de dardos en la mano izquierda y una pequeña daga en la derecha. Borde mono-molecular en ambos, probablemente envenenado. El color de Ke'Lek se oscureció ligeramente, pero solo un tono, un verde apenas perceptible. Suykon sonrió.

deliberadamente para activarlo. El emblema tintineó como una campana. Una brillante chispa roja parpadeó en su hombro izquierdo, proyectando la imagen holográfica del escudo de la Casa Krahr. Agarró su espada de sangre y esta gimió en su mano cuando una luz roja brillante la atravesó, preparando el arma. El estandarte brillaba un poco más brillante. —¿Qué tenemos aquí? —preguntó Suykon—. Adorable, ¿no es así? Cualquier cosa que dijera les daría la oportunidad de acusarla de provocarles. Cualquier palabra sería presentada como un insulto y utilizada como pretexto para la violencia. Así que no dijo nada. —¿Eres muda, humana? Maud esperó. Los ojos de Suykon se entrecerraron. —Lord Kurr. —¿Sí? —preguntó el caballero de cabellos oscuros. —Creo que nuestra señora está en apuros. Mírala, amenazada por esos dos extraños. Deberías rescatarla. El tachi avanzó.

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Maud se movió frente al tachi, miró el estandarte y parpadeó

Maud activó el estandarte una vez más. Su emblema proyectó una línea roja en el suelo y arrojó la advertencia pre-escrita en su ocular. La leyó en voz alta. —Ustedes son invitados de la Casa Krahr en presencia de un caballero de la Casa Krahr. Cualquier violencia contra otros huéspedes de la Casa Krahr sufrirá el castigo inmediatamente. Cruzad esta línea y moriréis. Ke'Lek chasqueó la boca con decepción y dio un paso atrás. La línea funcionaba en ambos sentidos.

Su ocular lo escaneó, resaltando una larga veta ligeramente brillante en el lado izquierdo de su armadura. Un trabajo de parche reciente, y no muy bueno. Arreglar la armadura era tanto un arte como una ciencia y requería de un toque fino. Él era más brusco de lo que necesitaba para ello. Debería haber dejado que alguien que supiera lo que estaba haciendo lo reparara, pero el mantenimiento de la armadura era motivo de orgullo. Era un objetivo pequeño, de menos de un cuarto de pulgada de ancho. No lo hubiera percibido a simple vista. —Esta es la única advertencia que recibiréis. —Mi bella doncella —rugió Kurr, sacando una enorme espada de sangre—. Os rescataré. Kurr cargó. En el momento en que su pie cruzó la línea, ella se dejó caer sobre una rodilla. Su espada se deslizó sobre su hombro, chillando contra su armadura. Clavó la espada en el parche y la retorció. La armadura crujió con un chasquido audible. Los nanohilos se contrajeron y separaron. Ella liberó su espada, se puso de pie y golpeó con una patada el lado expuesto de Kurr. El impacto lo hizo retroceder detrás de la línea. Tropezó, se dobló y se agarró el costado. La sangre goteó entre sus dedos. La mitad de la pechera colgaba, se arrastraba y se movía a medida que los nanohilos individuales intentaban reconectarse.

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Lord Kurr se rio entre dientes.

Por un momento, todos se olvidaron de su supuesto acto y se limitaron a mirar. Le había arrebatado a Kurr su armadura. La humillación era absoluta. Un nuevo texto brilló delante de su ojo. —Ustedes son invitados de la Casa Krahr en presencia de un caballero de la Casa Krahr. Cualquier violencia contra otros huéspedes de la Casa Krahr será castigada inmediatamente. Cruzad esta línea y moriréis. Kurr agarró su espada.

—¡Kurr! —ladró Suykon. Kurr cargó. Una sombra cayó del cielo. Maud solo pudo dar un paso atrás antes de contenerse. Un enorme vampiro aterrizó frente a ella en plena armadura de combate, su amplia espalda bloqueando lo que ocurría al otro lado. Su cabello gris estaba severamente cortado. El nuevo vampiro balanceó su maza de sangre. Hizo que el aire se apartara con un gemido espeluznante y se activó. Maud se lanzó hacia un lado, tratando de ver. Kurr había caído de culo e intentaba recuperar el aliento. Los otros dos vampiros se habían arrodillado a su lado, tratando de activar su escudo. Solo Suykon permanecía de pie. El nuevo vampiro abrió la boca, mostrando sus colmillos, e inclinó su cabeza hacia adelante, exhalando amenaza, como un toro listo para atacar. Era un gigante incluso para los estándares de los vampiros. Su ocular lo etiquetó, identificando su nombre. Maud parpadeó. —Nuestras disculpas, Lord Consorte —dijo Suykon—. No quisimos hacer daño. Claramente malinterpretamos la situación.

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—Voy a matar a esa perra.

Lord Otubar abrió las mandíbulas y dijo con voz grave. —Marchad. Los dos caballeros levantaron a Kurr como un niño y los cuatro salieron huyendo. Lord Otubar se volvió hacia la lees y el tachi. —¿Qué estabais haciendo aquí fuera sin escolta?

patas, luciendo casi adorable. —Por favor, perdónanos, Lord Consorte. Es culpa mía. Me he perdido. Este valiente tachi vino a mi rescate y entonces esos crueles vampiros vinieron y nos amenazaron. Usted no es como ellos. Es un buen vampiro. Estaba tan asustada e indefensa, y nos ha salvado. Lo siento mucho. Oh, por favor. —Regresad a vuestros aposentos. —Gracias. Tooki se fue corriendo. Ke'Lek les miró, vaciló un momento y siguió a la pequeña lees. —Puede retirarse —dijo Lord Otubar. Las piernas de Maud se movieron antes de que su cerebro tuviera tiempo de procesar lo sucedido. —Mi señora —la llamó Otubar a su espalda. Ella se detuvo y se giró para mirarlo. —¿Lord Consorte? —Buen golpe —dijo.

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Nuan Tooki agachó la cabeza, moviendo la cola, y juntó sus pequeñas mano-

211 Maud se sentó en el balcón. Sus habitaciones proyectaban la pantalla frente a ella y recorría los archivos de los invitados a la boda, buscándoles algún sentido. Su nuevo estado le daba acceso a expedientes más detallados, y los leía con avidez siempre que podía. La cantidad de información adicional estaba saturando su cerebro y la ponía de mal humor. El viento agitó su cabello. Maud levantó la vista y su mirada se detuvo en las lejanas colinas. Le gustaba estar en lo alto, pero las impresionantes vistas no lograban apaciguar su inquietud. Kozor y Serak tramaban algo, pero ¿el qué? Solo eran doscientos combatientes, mientras que en Krahr eran miles. Había intentado encontrar a Arland después de su encuentro con el tipo entusiasta y compañía, pero no lo encontró por ningún lado. Y había dejado un mensaje en su unidad que él no había respondido. Había tenido que reconocer que estaba muy mimada. Durante las últimas semanas, él había estado a su entera disposición. Solo tenía que decir su nombre y allí estaba él, listo para ayudar. Ahora que quería hablar con él, estaba fuera de su alcance. Es un Mariscal. He estado dando por sentado que estaría siempre disponible. Le echaba de menos.

Tal vez se ha aburrido. Era una posibilidad. Puede que ella solo fuera para él un flechazo. La había rescatado, convirtiéndose en el héroe, se lo había pasado en grande con la posada bajo asedio, y ahora, había regresado a la vida normal y la sensación de novedad se desvanecía. Tal vez había sido solo un romance pasajero. La grabación de Arland frente a su madre se repitió en su cabeza. No. Él la quería.

esencia del matrimonio: el derecho exclusivo de pasar tanto tiempo con la persona a la que querías como fuera posible. Su pantalla sonó, anunciando a alguien en la puerta principal. Su corazón latió más rápido. Tocó la pantalla y allí estaba él. Saltó de la silla como si hubiera encontrado un escorpión en ella y corrió por las habitaciones hacia la puerta. Respiró profundamente para estabilizarse. —Abre. La puerta se deslizó a un lado. Arland la miró. Para el observador casual, habría parecido bien, pero ella se había pasado demasiado tiempo estudiando su rostro. Vio la distancia en sus ojos y se quedó helada. Algo había ocurrido. Pensó frenéticamente intentando averiguar qué podía haber sido. ¿Había avergonzado a la Casa? ¿Había herido sus sentimientos? ¿Su mensaje le había hecho enfadar? —Mi madre solicita tu presencia en el picnic en honor del novio, mi señora. —Es un honor, mi señor. ¿Armas? —No están permitidas. —Permíteme un momento para ver cómo está mi hija. —No hay necesidad. Lady Helen y el resto de los niños han ido de excursión a la orilla del lago.

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La única forma de tener acceso constante a Arland era casarse con él. Era la

Y Lady Helen no le había pedido permiso. Tendrían que tener una charla esta noche. Él se hizo a un lado, dejándola pasar. Caminaron lado a lado. —¿Lord Kurr? —preguntó ella. —Vive. Apenas. Una lástima.

—No lo hiciste. Tu conducta fue ejemplar. Has exhibido un notable autocontrol, mi señora. La Casa Krahr tiene suerte de contar con el beneficio de tu servicio. No, no había leído su mensaje. Llegaron al largo corredor que conducía a la torre, que, a su vez, permitía el paso a otra pequeña colina que se elevaba a su izquierda. Según su unidad personal, el picnic se celebraría allí. Incluso sin la unidad, los grupos de vampiros diseminados por el césped se lo habrían asegurado. Una vez que llegaran a la colina, estarían en público y ella ya podría despedirse de cualquier posibilidad de mantener una conversación privada. Tenía que aclarar esto ahora. —¿Pasa algo, mi señor? —Todo está bien —dijo. De acuerdo, no iba a tolerarlo ni un minuto más. —Entonces, ¿por qué te haces pasar por un carámbano? Él la miró. Ella se la devolvió con una de las suyas. Estaba razonablemente segura de que estaban siendo observados desde la colina, pero no le importó. La expresión de sus ojos la atrapó y se deslizó al inglés a su pesar. —¿Te ha comido la lengua el gato?

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—Me disculpo si causé alguna ofensa.

Su cara se heló. —No. Los leones no han dañado mi boca. Tú y yo tenemos una relación compleja, mi señora. A pesar de estas complicaciones, en público debes comportarte de acuerdo con tu lugar en la cadena de mando. —¿Estás tirando de rango? —Sí.

—Mi señora. —Una inconfundible orden impregnaba su voz. —Deberías leer tus mensajes, Lord Mariscal. Dio tres pasos antes de que él gruñera: —¡Maud! Maud se giró sobre su pie. —¿Es algo importante? Él se abalanzó sobre ella. —Renunciaste. ¿Por qué? —¿Qué quieres decir que por qué? —Era dolorosamente obvio. Tal vez sí que tenía dudas. —Al menos deberías haberme dado la cortesía de contármelo cara a cara. — Su voz era tranquila y helada. —Lo intenté pero estabas ocupado. El mensaje fue mi única opción. —¿Cuándo? —preguntó, con los ojos oscuros. —No te sigo. Definitivamente tenían una audiencia. Las voces no llegaban tan lejos, pero casi todos en el césped les miraban.

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Ella soltó una carcajada que murió rápidamente. Estaban casi en la torre.

Él forzó las palabras. —¿Cuándo te vas? La pregunta fue como una puñalada. —¿Quieres que me vaya? —¿Crees que esto es gracioso? Porque yo no le veo la gracia. Te di un lugar en la Casa Krahr. Y me lo has arrojado a la cara. Eso solo puede significar una

Él pensaba que renunció porque quería dejarlos a él y a su Casa. La había honrado con confianza y una posición en la Casa y él creía que lo estaba tirando de vuelta a la cara. Oh, idiota. Arland siguió. —Casi te casaste con Betin Cagnat en Karhari. Negociaste, revisaste varios contratos, y ni siquiera te has entretenido con mi propuesta. Me pregunto cuando aprendió ese chismorreo. —Te dije que podía esperar tu decisión. Pero si tienes sentimientos por otro de tu pasado, es justo que me lo digas. Oh. Él creía que estaba teniendo segundos pensamientos porque la noche anterior había hablado con Renouard. Maud casi se echó a reír. —Ser un caballero de Krahr te hubiera dado tiempo para tomar una decisión. Era la mejor opción disponible bajo esas circunstancias. —¿Es por eso que me lo ofreciste? —preguntó, manteniendo su voz suave. —No. Te lo ofrecí porque estabas en una situación peligrosa sin autoridad para intervenir. Pero después de que lo aceptaste, se sintió como la mejor solución.

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cosa. Que te vas.

Él estaba tratando de mantenerla cerca por cualquier medio. Le había preocupado que se fuera y ofrecerle un puesto en la Casa era su manera de asegurarse de que se quedara. Detrás de Arland, un joven caballero vampiro salió de una de las puertas con una tableta en la mano. Vio a Arland y echó a correr, yendo hacia ellos. —Pero ahora te vas —dijo Arland—. Solo quiero saber por qué. ¿Qué tengo de malo? ¿Es que todavía sientes algo por otro? ¿Qué es?

—¡Lord Arland! —gritó el caballero—. Tengo un mensaje urgente de parte de Lord Soren. —Me merezco una respuesta. Sin duda, puedes dármela. —La Orden de Mando, Parte Siete. Él frunció el ceño. —¿Prohibición de la confraternización entre caballeros separados por más de tres rangos? ¿Qué tiene eso que ver con esto? Ella se acercó a él, levantó la mano y palmeó suavemente su frente. El joven caballero los alcanzó y metió la tableta en la cara de Arland. Maud se dio la vuelta y se alejó. —¡Maud, espera! Ella aceleró. No podía correr detrás suyo. Se vería como un idiota para el público de abajo. —¡Quita esta maldita tableta de mi cara! ¡Maud, espera! En cuanto entró a la torre, corrió escaleras abajo. Tan pronto como se alejaran de su público, él la perseguiría, y ella no quería tener esta conversación en la torre. Quería tenerla en su cuarto, después de que hubiera sido limpiado de los dispositivos de escucha y vídeo de Nuan Cee. Necesitaba llegar a ese césped lo más rápido que pudiera.

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—¿Ya has terminado? —preguntó ella.

Maud salió a la luz del sol y siguió un sendero de piedra que conducía a una amplia explanada cubierta de césped y rodeada de árboles. Avanzó hacia los bancos de piedra y pequeñas mesas que acomodaban a los pequeños grupos vampíricos que disfrutaban de una vista clara del césped. Muchos de los bancos estaban ocupados por vampiros con armadura completa holgazaneando, comiendo con los dedos los refrigerios servidos en grandes bandejas y bebiendo Distintos banderines marcaban la lealtad de los ocupantes. La media luna de asientos de la primera fila pertenecía a la Casa Krahr, la línea de banderines con los negros y rojos familiares y casi acogedores. La Casa Kozor estaba al final de la curva de la derecha, con sus colores rojo y verde. La Casa Serak se alineaba a la izquierda. Sus banderines, azules y amarillos, ondeaban con la brisa. En el césped, dos equipos, uno rojo y negro, el otro compuesto por Kozor y Serak, se enfrentaban con armas de práctica. Krim, reconoció Maud, el deporte favorito de la Sagrada Anocracia. Un equipo había dibujado un círculo de 15 pies de diámetro. En medio del círculo, un pilar de quince pies de largo y dieciocho pulgadas de ancho sostenía una bandera blanca. Los defensores se colocaban alrededor del pilar, protegiéndolo, mientras los atacantes trataban de abrirse paso y agarrar la bandera. No era un juego complicado, pero lo que le faltaba en complejidad, lo compensaba con total brutalidad. En esta partida Krahr defendía. Todos llevaban armadura completa, armas de práctica y diademas equipadas con sensores. Las diademas analizaban los ataques recibidos en la armadura y destellaban cuando el usuario sufría suficiente daño como para morir. —¡Lady Maud! —la llamó una voz familiar. Vaya, fíjate en eso. Ni siquiera se encogió. —¿Mi Lady Ilemina?

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de hermosas copas de cristal. El aire olía a barbacoa, pan recién hecho y miel.

El Preceptor de la casa Krahr estaba sentada a una mesa a su derecha. El Lord Consorte se alzaba en la silla junto a ella como una montaña inamovible de caballero vampiro. —Únete a nosotros —dijo Lady Ilemina. No parecía una solicitud. Genial, justo lo que quería, pasar tiempo junto a su posible futura suegra. Detrás de ella, la puerta de la torre se abrió y Arland salió a paso vivo. Pensándolo mejor, unirse a Lady Ilemina era una excelente idea. Maud se caminando por el sendero hacia ellos. Sí, sí. Acecha todo lo que quieras. No había forma de que empezara a discutir sobre confraternización delante de su madre y su padrastro. Le había superado. Por alguna extraña razón, se sentía ridículamente dotada. En el césped, la Casa Krahr, liderada por Karat, formó un denso anillo de cuerpos alrededor del pilar. Las casas Kozor y Serak dividieron sus fuerzas preparándose para atacar desde lados opuestos. Una melena rubia familiar llamó la atención de Maud al lado de Kozor. Seveline estaba liderando el asalto. —Están usando el asalto de Pincher —dijo Ilemina. —Parece estar mal pensado —dijo Lord Otubar—. No hay suficientes para atravesar efectivamente, y Karat sabe que van a atacar. Demasiado crudo. La maniobra parecía dolorosamente flagrante. Karat estaba cambiando sus fuerzas para compensar, pero lo estaba haciendo lentamente, esperando a que el otro pie cayera. Arland se acercó. El único asiento libre estaba al lado de Otubar. Arland lo cogió, lo movió junto a ella y se sentó. —¿Qué opinas? —le preguntó Ilemina. Él estudió el campo. —Nada de lo que he visto hasta ahora de las tácticas de Kozor o Serak indica una preferencia por el asalto directo.

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acercó y se sentó a la izquierda de Ilemina. Por el rabillo del ojo, vio a Arland

—Es una finta —dijo Otubar. —La pregunta es, ¿a dónde van con esto? —murmuró Ilemina—. ¿Has terminado el análisis comparativo? Arland hizo una mueca. —No hay suficientes datos para una conclusión definitiva. Los datos que tenemos de los ataques piratas conocidos son consistentes con los patrones tácticos conocidos de nuestros apreciados huéspedes. Por desgracia, la similitud

—¿Qué dicen los datos de los lees? —preguntó Otubar. —Nuan Cee está haciéndose el difícil —dijo Arland. —Quizás se pueda hacer algo para convencerle de que comparta. —Lady Ilemina miró a Maud. Hablaban delante de ella como si ya fuera parte de la Casa, y aún más, le estaban pidiendo su consejo. No estaba segura de si debería sentirse halagada o molesta porque todos en la mesa daban por hecho que iba a unirse a la Casa Krahr. —Dadme algo para comerciar —dijo—. Es un error bastante común suponer que los lees aman el dinero por encima de cualquier cosa. No es exactamente cierto. Aman una ganga; les encanta conseguir un buen trato. Obtener más por menos es la base de su sociedad. Tengo que llevarles algo que encuentren irresistible. —Encuentro desagradable regatear. —Ilemina frunció el ceño—. Sobretodo porque se me da fatal. Prefiero un precio justo, que pueda pagar sin ninguna negociación. —Y los lees te considerarán más débil por eso. —Maud se encogió de hombros. Cuando se negociaba con un lees, el primer precio que ofrecería siempre sería escandaloso. Era una prueba y había tres formas de superarla: primero, podías pagar el precio y ser conocido como un tonto por sus bisnietos; segundo,

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no es una prueba.

podrías alejarte y ser juzgado demasiado rígido para convertirte en un socio comercial o un aliado; y tercero, podrías negociar. Solo la tercera opción conseguía respeto. En el césped, la Casa Serak atacó el flanco izquierdo de Karat. Ella había cambiado su formación en un anillo oval, con dos extremos frente a Serak y Kozor. Karat estaba en el medio junto al pilar, con su espada de práctica lista en su mano. El asalto de los Serak golpeó a Krahr, pero el flanco izquierdo resistió. A la Seveline como la punta de la lanza. Los dos caballeros vampiros directamente detrás de ella parecían haber salido de alguna película épica antigua, cada uno casi tan grande como Otubar. La cuña cargó. Los caballeros corrieron hacia adelante, ganando velocidad, como una manada de rinocerontes enfurecidos. —¡Aguantad! —La voz de Karat resonó. Los defensores se prepararon, haciendo su mejor representación de un objeto inmóvil a punto de enfrentarse a una fuerza imparable. Seveline sería aplastada, pensó Maud. Ahora el plan tenía más sentido. Si no fuera por Serak, las fuerzas de Karat podrían dispersarse, dejando solo a unos pocos defensores en el medio para desacelerar la carga al penetrar el círculo, mientras que la mayoría de sus caballeros cortarían a la masa de invasores desde los lados. Maud había visto esa maniobra antes. Hecha correctamente, absorbía la energía cinética de la carga como una esponja. Pero con Serak a sus espaldas, Karat no podía maniobrar. La presión constante del otro lado le dejaba solo una opción: aguantar. Los de Kozor casi estaban sobre ellos. Maud contuvo la respiración, preparándose como si estuviera en la línea de defensores. La cuña se separó ligeramente, Seveline se deslizó a través de las filas hacia la parte posterior. La última fila de la cuña la levantó y la lanzó. Seveline cayó sobre los hombros y las espaldas blindadas de los caballeros de Kozor y saltó. Por un momento voló, su silueta delgada se recortó contra el cielo azul, la luz

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derecha, a casi veinticinco yardas de distancia, Kozor formó una cuña con

del sol brillando en su armadura, luego aterrizó en el círculo. Karat se inclinó hacia la derecha, evitando por un pelo que la derribara. Seveline la golpeó, girando rápido como un derviche. Karat bloqueó, retrocediendo, directo a la parte posterior de su propia línea blindada. Seveline era un torbellino. Sus golpes perforaron la defensa de Karat en una ráfaga, tan rápido que Maud apenas podía seguirla. Maldita sea. Karat bloqueó y esquivó pero no tenía a dónde ir. Rayas rojas cortaron su armadura, los golpes de la espada de práctica de Seveline dejando su marca.

El casco de Karat se iluminó de blanco. Seveline había marcado una herida mortal. Karat maldijo y arrojó su espada al suelo. Seveline se rio y cayó sobre la línea defensiva de Krahr. —Interesante —dijo Otubar, viendo a Seveline masacrar a los caballeros por la retaguardia. —¿Qué podríamos ofrecerle a los lees? —Ilemina bebió vino azul de su copa, su tono relajado. —Quieren la estación comercial —dijo Maud. Ilemina sonrió. —¿Solo eso? —La idea de una estación de comercio tiene su mérito —dijo Arland, su mirada clavada en la línea de Krahr desmoronándose. Otubar emitió un ruido sordo que pudo haber sido de acuerdo o desdén. Maud no conocía al Lord Consorte lo suficiente como para distinguirlo. Ilemina arqueó las cejas. —¿Tú también? Otubar se encogió de hombros con un movimiento apenas perceptible.

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Maldición.

—Podemos llevar la flota al sistema Serak, y puedo reducir sus flotas a basura espacial —dijo Arland—. Somos superiores en número y la tecnología militar de nuestras naves. Sin embargo, no podemos mantener el sistema indefinidamente. Lady Maud ha estudiado la historia vampírica. Dinos, mi señora, ¿qué sabemos sobre ocupar el territorio de otras Casas? Muchas gracias, es encantador como me lances a los tiburones. —Nadie en la historia de la Sagrada Anocracia ha ganado una guerra partidista. Cada vez que se ha intentado ocupar otra Casa, o bien se ha fallado o

—Si sumas a Serak y a Kozor, hay casi un millón de seres entre los dos planetas —dijo Arland—. No podemos ocupar su territorio, por lo que el único recurso sería la aniquilación. El destructor de Arland brilló ante

los

ojos

de

Maud.

Los

objetivos estacionarios, como los planetas

y

las

instalaciones

defensivas en las lunas, no tenían ninguna flotas

posibilidad

espaciales.

contra

Seguían

las una

órbita fija y no podían esquivar. Lanzar un proyectil cinético o un bombardeo de misiles cuando los ordenadores podían calcular la posición precisa de tu objetivo era un juego de niños. La Casa Krahr simplemente podía sentarse y bombardear los dos planetas hasta que no quedara nada vivo en la superficie. Una aguja helada le perforó la espina dorsal. Estaban sentados aquí discutiendo la muerte potencial de un millón de seres. No era una discusión abstracta sobre la moralidad de la misma; no era hipotético. Realmente podrían hacerlo. Lo que se dijera en los próximos minutos determinaría si la próxima generación de niños de Kozor y Serak podría crecer en el futuro. —Algunos lo verían como la única opción —dijo Ilemina.

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bien la Casa más débil ha dejado de existir.

—No somos una Casa que se rebaja al genocidio de los de nuestra especie — dijo Arland. Ilemina sonrió. Seveline estaba subiendo al pilar. —¿Lady Maud? —preguntó Ilemina—. ¿Qué te parece la idea? Maud bebió un sorbo de vino. Su garganta se había secado de repente.

mercantes, les faltan fondos. —Están atrapados en un sistema remoto sin medios para expandir su ejército —dijo Otubar. Seveline retiró la bandera de la parte superior del pilar. —Entonces, hay muy poco beneficio al eliminarlos —dijo Maud—. Financieramente, es una pérdida. Costaría una fortuna en combustible y municiones. Desde un punto de vista militar, también es una pérdida. La Casa Krahr no ganaría territorio, recursos ni ventajas estratégicas. Si uno lo considera una cuestión de honor, hay poco de eso en una victoria sobre un oponente que nunca tuvo una oportunidad. No haría nada para mejorar la reputación ya estelar de la Casa Krahr. Ilemina se rio entre dientes detrás de su vino. —Tal halago, Lady Maud. Han atacado nuestras naves. Hay que resarcirse. —Y estoy segura de que Lord Arland los aplastaría con tanta eficacia que cuando terminara, las únicas naves espaciales en el sistema serían las cápsulas de escape. —Maud bebió más vino—. Me parece que una vez que las aventuras de pirateo de nuestros estimados invitados sean de conocimiento público, la situación cambiará. Los dos sistemas se marchitarán y se pudrirán sin su principal fuente de ingresos. Los restos tendrán que ir a algún lado.

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—Me parece que si Serak y Kozor tienen que recurrir al saqueo de naves

—Irán a Sarenbar —dijo Arland—. O pueden venir aquí. Traerlos aquí a través de una estación comercial nos permitiría controlar los términos del compromiso. Colocar a los lees en un papel clave asegurará su rentabilidad. —Permitirías que extranjeros entraran en nuestro espacio seguro. —La expresión de Ilemina se endureció. Arland se enfrentó a ella. —Eventualmente tendremos que interactuar con el resto de la galaxia por madre. Otubar se aclaró la garganta. —Tenemos un visitante. Tellis, el novio, caminaba hacia la mesa. —Un poco de arrogancia en su paso —observó Ilemina—. ¿Podríais hacer algo al respecto, queridos? —Sí —dijeron Otubar y Arland al unísono. Maud se preparó.

Tellis se detuvo casi a dieciocho pulgadas demasiado cerca. El padre de Maud le explicó cuando era joven que dado que los vampiros eran agresivos y violentos por naturaleza, sus interacciones tenían que estar estrictamente reglamentadas. Todas las reglas y cortesías garantizaban que nadie ofendiera a otro sin buscarlo. Un vampiro tendría que ignorar activamente las costumbres para causar ofensa, y cuando lo hacían, siempre era deliberado. La distancia apropiada entre dos posibles enemigos era de cinco pies aproximadamente, lo suficiente como para que ambos pudieran desenvainar si

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medios distintos a la invasión y la guerra. No podemos matarlos a todos,

era necesario. Los aliados podían estar un poco más cerca, a tres pies y medio, justo fuera del alcance si levantaban un brazo. Los amigos no necesitaban distancia de seguridad y los miembros de la familia a menudo permitían solo unas pocas pulgadas de espacio personal. Tellis se había acercado lo suficiente como para rozar la mesa, lo que lo ubicaba a tres pies y medio de Ilemina y Otubar, pero a solo dos pies de Maud. Él podía extender la mano y tocarla, y estaba sonriendo. Cuando los vampiros enseñaban sus dientes así, solo lo hacían para impresionar. Era la sonrisa de un

También era un insulto obvio se viera como se viera. O no la consideraba parte de la Casa Krahr y, por lo tanto, no era digna de una mínima cortesía, o estaba deliberadamente demasiado familiarizado con la prometida de otro. El equivalente humano de poner el brazo alrededor de una mujer celebrando su compromiso con otro hombre y sonreír mientras lo hace. Tellis no podría haber sido más obvio al respecto si la hubiera mirado con picardía y le hubiera preguntado si estaba libre esta noche. Por el rabillo del ojo, Maud pudo ver la cara de Arland. Su expresión estaba completamente relajada. De hecho, nunca le había visto tan tranquilo. Estaba a un pelo de una sonrisa soñadora. Oh mierda. —Excelente juego —dijo Tellis—. Nuestros cumplidos más profundos. Lord Otubar sonrió. Daría pesadillas a los niños humanos. —Interesantes tácticas. —Sí —dijo Lady Ilemina—. Disfrutamos mucho de esta reveladora visión de la Casa Kozor y la Casa Serak. Con sinceridad, la cooperación entre sus dos casas es digna de elogio. ¿No lo crees, Arland? —Un ejemplo para todos nosotros —dijo Arland. Tellis arqueó las cejas. No era idiota, y se había dado cuenta de que habían exagerado su mano, revelando más de lo que pretendían. Ahora tenía dos

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depredador que demostraba lo increíble que era.

opciones: partir en una retirada elegante, o seguir adelante. Dado que era un caballero vampiro y hombre, valientemente eligió la segunda opción y se lanzó al asalto con la sutileza de un ariete. —Hablando de ejemplos, todos admiramos la escapada de Lord Arland en Karhari. Maud bebió su vino, matando una mueca de dolor antes de que comenzara. Tellis seguía sonriendo.

recordarlo? —Estaba un poco ocupado y no tuve tiempo para llevar la cuenta. En una batalla real, hay que priorizar. —Arland aún flotaba en su propia nube Zen privada. —¿Le importaría darnos una demostración privada, Lord Mariscal? Me temo que el juego no ha durado tanto como nos hubiese gustado. Todavía necesitamos un poco de ejercicio. Si no le importa, por supuesto No lo había dicho. Aparentemente, la Casa Krahr era tan débil que Tellis no había sudado ni una gota. Arland parecía aburrido. —No he terminado mi vino. Si me levanto para participar en una demostración, estará caliente para cuando regrese. Tellis parpadeó. Maud escondió una sonrisa. Sí, que su vino se caliente es más importante que tú. Tellis tendría que abandonar toda pretensión de decoro para provocar a Arland a la acción. —Por supuesto, si el Lord Mariscal está demasiado cansado de perseguir a su involuntaria novia humana para redimir el honor de su Casa, lo entiendo perfectamente. Todos hemos disfrutado de su noble búsqueda, sin embargo, creo que la dama lo encuentra deficiente. —Tellis miró a Maud y sonrió. Sí, eso bastaría.

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—¿Cuántos atacantes derrotó? ¿Fueron cuatro o cinco? ¿No puedo

Arland suspiró y se puso de pie, como si alguien le hubiera pedido que sacara la basura en medio de una buena película. —Mantendré fresco tu vino, cariño —dijo Ilemina—. Ve y diviértete un poco. Arland se volvió hacia Tellis. —Si insistes. ¿Armadura completa, armas primordiales, primer intento? La sonrisa de Tellis no murió por completo, pero definitivamente vaciló. En circunstancias normales, las armas vampíricas tenían las mismas limitaciones proporcionaba mayor durabilidad, y los herreros de metales habían convertido la fabricación de armas en un arte, pero si uno intentaba cortar un gran árbol con una espada vampírica, la espada se rompería antes que el árbol. Crimar un arma era bañarla en Rathan Rhun, la Sangre Brillante. Nadie, ni siquiera el padre de Maud, sabía exactamente qué era Rathan Rhun. Era rojo y brillante, y fluía a través del arma emitiendo un gemido revelador, extendiéndose a través del metal justo como su nombre lo sugería. Una vez que escuchabas un arma de sangre primordial, nunca la olvidabas. Una maza de sangre empuñada por un fuerte caballero vampiro derribaría un poste de teléfono. Las armas de sangre no se usaban para practicar. Arland acababa de sugerir una pelea en condiciones de batalla, un nivel en el que los combatientes solo se detenían cuando ya no eran capaces de continuar. —¿Armas primordiales? —preguntó Tellis. —Eres tú el que quería hacer ejercicio. —Arland miró a Tellis—. ¿Mi señor tenía la impresión de que la pelea en la Logia de Carretera era una pelea de exhibición? Pediste una demostración precisa. He honrado tu petición. Tellis abrió su boca y la cerró. Arland levantó la cabeza y bramó: —¡Traed a nuestros invitados sus armas!

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que las armas de la Tierra. Estaban hechas de una aleación avanzada que

228 Esto era estúpido, decidió Maud. De hecho, esta era una de las cosas más tontas que había visto hacer a Arland, y no era, en ningún sentido, un hombre estúpido. Arland estudió a los dos caballeros Serak que se adelantaron para unirse a Tellis. Ambos se movían con la confianza experimentada de los veteranos. Habían peleado antes, habían ganado, y no encontraban la presencia de Arland o

su

reputación

especialmente

intimidante. En una palabra, parecían estar listos, y a Maud no le gustó nada. Arland elevó la voz. —¿Son estos los únicos caballeros valientes que la Casa Serak puede ofrecer? ¿Qué está haciendo? Arland giró sobre sí mismo para mirar a su alrededor, extendiendo sus brazos. —¿No hay más?

Dos caballeros más se levantaron de sus mesas en la zona de la Casa Kozor, Onda y un caballero canoso, que parecía capaz de tumbar a un toro de carga con un solo golpe. Genial, sencillamente genial. —Ya somos cinco —dijo Arland—. Fantástico. Maud agarró su vaso y bebió en vez de tirárselo a la cabeza. —La Logia de Carretera ofreció siete, pero si cinco valientes almas son las mejores que vuestras dos poderosas Casas pueden encontrar, me las arreglaré.

Cuatro caballeros más se pusieron de pie, dos de Serak, dos de Kozor. —Así se parecerá bastante más —declaró Arland. Nueve oponentes. Se había vuelto loco. Era la única explicación. Los bastidores de armas habían sido llevados al césped. Los caballeros se abastecieron. El agudo zumbido de las armas de sangre siendo preparadas cortó el silencio. Arland levantó su maza. Sus miradas se cruzaron, y él le sonrió. —Se ha vuelto loco —murmuró. —Nexus —dijo Otubar. Maud se volvió para mirarle. —No lo sigo, mi Señor. —Hemos avanzado bastante desde que se construyó este castillo —dijo Ilemina—. En estos días, los conflictos entre las Casas se deciden en el espacio. Las batallas terrestres son escasas. Dudo mucho de que Kozor o Serak hayan participado en alguna. —Nexus no permite batallas aéreas —dijo Otubar—. En Nexus, se lucha por el terreno y se gana pulgada a pulgada, regado con sangre y fertilizado con cadáveres.

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¿Qué? El vino se fue por el camino equivocado y se atragantó.

—Me informaron de que tendría que enviar a mi hijo a Nexus hace veinte años. —Ilemina sonrió—. Su padre y yo hicimos todo lo posible para asegurarnos de que regresara vivo. Esto es lo que mejor se le da. Confía en él. Un joven caballero corrió hacia Arland y le tendió un protector redondo, de unas dieciocho pulgadas de diámetro, hecho de la misma aleación oscura que la armadura. Tenía una hendidura en forma de media luna en un lado, lo suficientemente grande como para atrapar un brazo. Había planeado usar su escudo.

sesiones de práctica en la posada de Dina. Él le había preguntado sobre la lucha de espadas de la Tierra y ella había utilizado diferentes estilos contra él. En ese momento, él se había burlado del escudo. Los escudos vampíricos estaban obsoletos. La armadura syn ofrecía una mejor protección sin estorbar y los únicos escudos que todavía se usaban eran enormes y estaban diseñados para proteger al portador durante un bombardeo. Los vampiros empuñaban armas enormes a dos manos o usaban hojas pesadas que aprovechaban al máximo su fuerza y resistencia. ¿Por qué defender cuando puedes atacar? Después de que Maud le apuñalara un par de veces, él había cambiado de opinión. Habían peleado con escudos todo el tiempo que habían pasado en el espacio de camino aquí. Arland agarró el escudo con su mano izquierda. El escudo gimió, preparado. Vetas rojas lo rayaron, y cuando giró el escudo, Maud vio su borde teñido de rojo. Estaba afilado como una navaja. Ohh. Era un escudo personalizado basado en su propio escudo. Tellis, llevando dos espadas, se rio. —¿Es tan pobre que no puede pagar un escudo adecuado o es tan estúpido como para creer que ese pequeño juguete le protegerá? —Todo a su tiempo —dijo Arland—. Esperad, y os lo mostraré. Ilemina se inclinó hacia adelante, enfocándose en Arland. —Un escudo. Interesante. Pero, ¿por qué tan pequeño?

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Le había mostrado la técnica de escudo y cuchilla durante una de sus

Otubar hizo una mueca. —Porque es ligero. Los nueve vampiros rodearon a Arland. Maud entendió entonces que eligiera esa estrategia. Debido a que eran nueve, dispuestos alrededor de él en un círculo cerrado, cada caballero tenía un pequeño ángulo de cuarenta grados para maniobrar. La distancia ideal para el combate era aproximadamente la longitud de tu arma más un paso. Si se hubieran quedado a la distancia ideal, casi se tocarían. Necesitaban espacio para trabajar, por lo que instintivamente bien podrían anunciar sus ataques antes de lanzarlos. Tenía tiempo más que suficiente para reaccionar, y solo podían atacarlo dos o tres a la vez, o se interpondrían en el camino del otro. Los caballeros también se dieron cuenta, pero no había tiempo para planear ningún tipo de estrategia. Cuanto más tiempo permanecían allí, más asustados parecerían, y su plan para humillar a Arland se iba a pique. —¡Para hoy! —rugió Arland. Un caballero más viejo a su izquierda atacó, la enorme espada de dos manos cortando el aire en un arco vicioso. Arland lo esquivó. El impulso del vampiro lo llevó más allá de Arland, que aplastó su maza contra la parte posterior del casco del otro hombre. La fuerza del golpe derribó al caballero. Rodó y se quedó quieto. Onda y un caballero rubio a su derecha cargaron al mismo tiempo y chocaron. Un caballero pelirrojo y más delgado se lanzó contra Arland, empuñando su espada. Lo curioso de los escudos: cerca del cuerpo, ofrecían muy poca protección, pero cuando lo alejabas con el brazo extendido, no solo protegían la mayoría del cuerpo, sino que también reducían la vista de tu oponente a nada. Arland dejó que el golpe se desviara en el escudo, lo dirigió hacia la derecha y bajó su mazo como un martillo sobre el hombro derecho del caballero. El hueso crujió cuando la armadura no pudo absorber completamente la fuerza del golpe. El vampiro pelirrojo dejó caer su espada, pero Arland ya se estaba dando la vuelta para encontrarse con Tellis atacándolo por detrás.

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retrocedieron, dándose espacio, pero ahora que estaban tan lejos de Arland,

La espada izquierda de Tellis se encontró con la maza de Arland, su derecha rebotó en el escudo, dejando a Tellis abierto por una fracción de segundo, y Arland le dio una patada frontal en el estómago. Tellis retrocedió tambaleándose. Una caballero de hombros anchos saltó hacia Arland desde la izquierda, mientras un caballero alto cargaba desde la derecha. Él dio un paso atrás, y la mujer caballero se estrelló contra el vampiro, cayendo los dos en un montón desordenado. Arland golpeó la espalda a la mujer con su maza. Ella gritó y levantarse y se llevó un golpe del escudo en la cara. Onda estrelló su martillo en la espalda de Arland. Seguramente presintió su presencia pero supo que no podría evitarlo, así que se limitó a encogerse de hombros y recibió el golpe. Onda debió haber esperado que cayera, porque se le quedó mirando medio segundo más de lo necesario. Maud sabía por experiencia que dar a Arland medio segundo era un error letal. Él se giró, poniendo todo su peso en un golpe horizontal. Su maza conectó con las costillas de Onda. El golpe la levantó de sus pies. Fue casi cómico: un momento ella estaba allí, blandiendo su martillo, y al siguiente se había ido, yaciendo en algún lugar sobre la hierba. Los seis caballeros aún en pie atacaron. Arland se enfrentó a sus atacantes con

metódica

precisión,

aplastando

extremidades,

rompiendo

huesos,

golpeando las articulaciones con su escudo. Lo rodearon y él los rompió uno por uno, hasta que ya no pudieron moverse. Era una ira fría y controlada, aprovechada y canalizada en la carnicería. Por fin, solo Tellis y Arland permanecían en pie. Arland sangraba por un corte en la sien izquierda. Los pinchazos y las abolladuras marcaban su armadura. El lado derecho de su mandíbula se hinchaba. Maud intentó febrilmente recordar todos los golpes que había recibido. No había forma de saber si estaba bien o sangrando dentro de esa maldita armadura. Tellis jadeaba como si hubiera corrido una maratón. Un hematoma oscurecía su mejilla izquierda. La armadura sobre su antebrazo izquierdo había perdido integridad, volviéndose mate.

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rodó sobre el caballero que se agitaba debajo de ella. El caballero intentó

Arland dejó caer su escudo y atacó. Su maza silbó en el aire. Tellis bloqueó, dejando que el golpe chocara con su espada derecha y apuñaló con la izquierda. La hoja cortó un pelo sobre el hombro derecho de Arland. Arland se lanzó hacia adelante y golpeó a Tellis. Fue un devastador cruzado por la izquierda. Tellis tropezó y Arland llevó su maza al brazo izquierdo de Tellis. El novio retrocedió. Arland volvió a balancearse y Tellis lo esquivó. Rodearon el campo de batalla, Tellis era rápido y ágil, Arland imparable como un tanque.

Tellis siguió retrocediendo. Arland lo acechaba, pero el otro caballero nunca estaba a su alcance. Arland se detuvo y esperó. Tellis también se detuvo. El césped se quedó en silencio. Arland dio un paso adelante. Tellis dio un paso atrás. Otubar gritó: —No es un baile. Pelea o sal del campo. Tellis miró los ocho cuerpos que yacían sobre la hierba. Algunos gemían, inconscientes.

otros Sus

estaban ojos

eran

grandes y vidriosos. Maud había visto esa mirada antes. Era el aspecto de alguien que había visto su propia muerte. Tellis había olvidado que no estaban en un verdadero campo de batalla. El impulso de sobrevivir había tomado el control. No tenía a dónde ir. Retroceder era una deshonra, avanzar era Arland, dolor y muerte. Entonces, al igual que los cuerpos en la hierba, Tellis se mantuvo quieto.

233

Hicieron un círculo completo.

Arland encogió sus enormes hombros, apagó su maza, le dio la espalda a Tellis y salió del campo. Maud dejó escapar un suspiro que no sabía que estaba reteniendo. Se detuvo junto a la mesa, golpeado y salpicado de sangre, y la miró. Podrías escuchar caer un alfiler. —No terminamos nuestra discusión, mi señora. Oh, estaba más que dispuesta a discutir. Sobre temas como ¿Por qué diablos tenía una hemorragia interna, este era el único modo de salir airosamente. Tenía que sacarle de allí y quitarle esa armadura. Maud se levantó, consciente de cada mirada. —En ese caso, mi señor, sugiero que nos retiremos a sus aposentos, para que podamos llevar a cabo nuestra discusión en privado. —Sería todo un placer. —Arland extendió su mano hacia el camino. Maud inclinó la cabeza hacia Ilemina y Otubar. —Mis disculpas. Ilemina la saludó con la mano. —No hay nada porqué disculparse, querida. Maud comenzó a caminar por el sendero, consciente de que Arland iba un paso detrás de ella. —Ahh, el amor de juventud —la voz de Ilemina flotó hacia ella—. ¿Dónde está nuestro médico?

Tan pronto como llegaron a la torre y la puerta se cerró detrás de ellos, Arland se tambaleó y se apoyó contra la pared.

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dejarías que nueve caballeros te golpearan? y ¿En qué estabas pensando? Si

—Eres un idiota —susurró Maud con los dientes apretados. Arland sonrió. —Tal vez. Pero he ganado. Ugh. No podía calcular la gravedad de sus heridas. Probablemente Arland aún no era consciente de la gravedad de sus heridas. Tenía que quitarle la armadura. Deseó poder quitársela ahí mismo. Los emblemas de las Casas contenían los suministros necesarios para cualquier intervención médica de Arland tendría que permanecer inmóvil en esta torre. Y todavía tenían que subir las escaleras, cruzar el puente y llegar a su habitación o a la de ella, y tenían que hacerlo con Kozor y Serak mirando. Cualquier demostración de debilidad diluiría la victoria de Arland. El valor de la lucha no humilló a Kozor y Serak. Les causó miedo e incertidumbre. Las Casas de Kozor y Serak creían saber lo que les esperaba. Habían investigado, habían visto la pelea en la Logia y calcularon que Arland era un luchador mejor que ellos. No esperaban que fuera invencible. Si los médicos le hubieran sacado del campo en una camilla o se hubiera alejado cojeando, evidentemente herido, podrían cuantificarlo. ‘Casi le hemos vencido con nueve caballeros, podemos matarlo con diez.’ Pero Arland los aplastó y se fue como si nada. Ahora no sabían cuántos caballeros necesitarían para derrotarle, y desconocían cuántos caballeros como Arland podía ofrecer la Casa Krahr. Temían lo que no podían ver y lo que no sabían. Arland tenía que parecer invulnerable. Maud deslizó el hombro bajo su brazo. Él se apoyó en ella. Su peso casi hizo que se le doblaran las rodillas. Era más grave de lo que creía. Arland no habría descansado tanto peso sobre ella si hubiera podido evitarlo. Tenía que estar en sus últimas fuerzas. Arland mostró sus colmillos, su rostro sombrío. —Escalera. —Un escalón a la vez, mi señor.

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emergencia. Pero si le quitaba el emblema y aplicaba los primeros auxilios,

Se tambalearon por las escaleras. —La Logia de Carretera ofreció siete —gruñó con su mejor imitación de la voz de Arland. —Es verdad. —Eso fue diferente. La pelea en la Logia fue una pelea contra bandidos y vagabundos con armaduras obsoletas. No tenías que contenerte si tenías que matarlos. Te acabas de enfrentar a nueve caballeros en excelentes condiciones, boda. Entraste en la pelea con un brazo atado a la espalda. ¿Quién hace eso? —Bueno, vale, suena imprudente cuando lo pones así. Pero he ganado. Se detuvieron en el rellano. Arland soltaba el aliento en jadeos irregulares. —¿Sientes frío o sueño? —preguntó ella. —No tengo heridas internas. —Bueno, no podemos estar seguros, ¿verdad? —Lo sabría. —Cállate. Él le sonrió. —¿Qué? —Somos como éramos antes. En la posada. Ella le miró a los ojos. —¿Después de que te den una paliza y te desangres en las escaleras? —No. Me hablas otra vez. Me hablas de verdad. Has estado tan… distante desde que llegaste. Me gusta cuando estamos así. Comenzaron el segundo tramo de escaleras. —Si tuviera que luchar contra nueve caballeros cada semana…

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con buenas armaduras, y sin poder matar a ninguno de ellos sin arruinar la

—No lo digas —le advirtió. —… para que sigas hablándome… —Te arrojaré por las escaleras, Arland. Lo digo en serio. —No, no lo harás. Te gusto. Y te he impresionado. Ella puso los ojos en blanco. —¿Que no puedas subir, sin ayuda, por un tramo de escaleras? Sí, mi señor,

Él gruñó y se balanceó. Por un momento se tambalearon en el último escalón, hacia delante y atrás, y ella pensó que perderían el equilibrio, pero se lanzaron hacia delante y conquistaron la cima. —Cómo iba diciendo —dijo Arland, con un brillo de sudor cubriéndole la cara—, si tuviera que pelear contra nueve caballeros cada semana por el placer de que me regañaras, lo haría con gusto. —Eres un idiota. Abandoné a mi hermana y una posada perfectamente buena y atravesé la mitad de la galaxia por un idiota. La puerta se abrió. El corredor se extendía delante de ellos, bañado por la luz del sol e imposiblemente largo. Los vampiros del césped tendrían una vista perfecta de cada paso que dieran. Arland volvió a gruñir, se apartó suavemente de ella y se incorporó por sí mismo. —Puedes hacerlo —le dijo ella y deslizó su brazo en la curva de su codo. Caminaron hacia la luz del sol uno al lado del otro, como si estuvieran disfrutando de un paseo tranquilo. —Si me caigo, no intentes atraparme —le advirtió Arland.

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muy impresionante.

—No eres tan pesado. —Sí que lo soy. Continuaron. Un paso a la vez. Otro paso. Otro. Otro.

respuesta pero hablar le distraería. —Tenían que ser más de los que había en la Logia. Vencer a siete otra vez no sería tan emocionante. Eso ya lo hice. —Me desesperas, mi señor. ¿No hay sentido común en tu cabeza? ¿Ninguno en absoluto? Él le dio una sonrisa deslumbrante. —No, no en este momento. Maud suspiró. —Estupendo. —Deberías quedarte conmigo. Aquí. Helen y tú. No me dejes. No quiero que te vayas. El corazón de Maud se saltó un latido. —Cásate conmigo o no lo hagas, tomaré lo que estés dispuesta a darme. No te vayas. Ahí estaba. Lo dijo todo. Se lanzó por ello. Tenía que darle una respuesta y no podría ser tal vez. —¿Lord Arland? Suspiró en voz baja, su voz resignada.

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—¿Tenían que ser nueve? ¿No podrían haber sido cinco? —Ya sabía la

—¿Sí, mi señora? —No iré a ningún lado, tonto. Eres mío. Pero si decides luchar contra nueve caballeros al azar otra vez para hacer una declaración, te juro que te dejaré sangrando allí y me iré. —No, no lo harás. —Sí, lo haré.

Ella maldijo, y él se rio.

A veinte pies desde la bifurcación en el pasillo que guiaba a sus habitaciones, la unidad personal de Arland empezó a sonar. Él lo miró y continuó. Ella prácticamente lo llevaba ahora. La unidad sonó una y otra vez. —Soren —le dijo Arland. Llegaron al lugar donde el pasillo se dividía. Tenían que elegir, su habitación o la de ella. Soren probablemente tenía un canal directo a las habitaciones de Arland con acceso prioritario. Si fueran a sus aposentos, no tendrían paz. —¿Lord Soren tiene un código de anulación en mis habitaciones? —preguntó ella. —No. Giró a la derecha, hacia sus aposentos, con él arrastras. Los últimos quince pies del pasillo fueron una tortura. Le temblaban las rodillas y le dolía la espalda por la tensión. La puerta susurró al abrirse. Tropezaron al entrar y la puerta se cerró detrás de ellos. El peso total de Arland casi la tiró al suelo. Su rostro se había vuelto blanco y casi suave. Él había terminado.

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—¿Qué tal esto? La próxima vez, puedes ayudar.

—Baño —dijo con esfuerzo—, tenemos que llevarte al baño. Su rostro se sacudió, y se tambaleó hacia el baño por pura voluntad. —¡Equipo médico! —ordenó Maud cuando cruzaron el umbral. Una camilla salió de la pared y Maud medio bajó, medio arrojó a Arland. Cayó de espaldas, su melena rubia formando un abanico sobre la almohada. Su pierna derecha colgaba del borde. Maud la subió a la camilla. Arland tocó su emblema. La armadura syn se separó por las costuras, dejándolas caer al suelo. —¡Botiquín de primeros auxilios! Apareció una bandeja deslizándose, ofreciendo el surtido habitual de estimulantes, antibióticos, selladores de heridas y anestésicos vampíricos. Quitó la última pieza. Arland estaba construido como un héroe vampiro de leyenda. Decir que tenía hombros anchos, pecho cincelado y un estómago como una tabla de lavar no le hacía justicia. Era grande. No había una palabra mejor para describirle. Músculos duros y poderosos envolvían su enorme cuerpo. Era el ejemplo de fuerza pura en forma física. Arland era poderoso. Un hombre humano grande y atlético se vería como un adolescente frágil a su lado. Todo ese músculo conllevaba un precio. Tenía resistencia y podía golpear con un poder devastador, pero no podía correr durante horas como Sean, el novio de su hermana. Sean, siendo un hombre lobo cepa alfa, tenía una velocidad y resistencia casi ilimitadas. Arland fue diseñado para mantenerse firme. Y eso es exactamente lo que había hecho. Todo su lado izquierdo era un moretón. Su bíceps derecho sangraba en dos lugares, donde algo había perforado la armadura. Su cadera derecha se había vuelto de color rojo oscuro, el resultado de un trauma de fuerza contundente. También había recibido un golpe en la espalda, pero se encargaría de eso más tarde. Maud sacó un cartucho de nutrientes liso de la bandeja, lo deslizó dentro del inyector con práctica facilidad, encontró una vena en su brazo izquierdo y lo

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desprendiéndose en pedazos. Maud empezó a quitarle las partes de la coraza,

disparó. Los vampiros se curaban más rápido que los humanos, pero también requerían mucho combustible para hacerlo. —Escáner. Un apéndice mecánico se deslizó de la pared con dos dientes a unos ocho pulgadas de distancia. Maud lo cogió y lo colocó con las puntas horizontalmente sobre el moretón en el lado izquierdo de Arland. pantalla

brilló

entre

los

dientes, mostrándole una vista negra y plateada de los huesos de Arland. Dos fracturas no más anchas que el hilo. No era bueno, pero tampoco horrible. Casi había esperado encontrar costillas rotas perforándole los órganos vitales. Si hubiera sido humano, seguramente lo hubiera hecho. Maud movió el escáner hacia su brazo derecho. Lo que fuera que le había alcanzado, había pasado por alto los principales vasos sanguíneos. El sangrado ya había disminuido. Su cadera derecha era la siguiente. —Un poco hacia la izquierda y hacia abajo —dijo Arland con voz tranquila. —Ten en cuenta que tengo una bandeja llena de tranquilizantes. —Eso también sería bueno. Los analgésicos tendrían que esperar hasta que terminara de evaluar el alcance de sus heridas. La cadera le ofreció una contusión muscular, un hueso magullado y un hematoma. Se había formado un bulto por la sangre saturada en el tejido lesionado. Dolía horrores, lo que había causado su cojera, pero no era fatal. Maud le tomó por los hombros. —Necesito que te sientes.

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Una

Él se sentó derecho. Ella movió el escáner sobre su espalda. Había recibido el golpe en el omóplato izquierdo. Escápula fracturada. Mierda. —Levanta el brazo izquierdo. Arland levantó su brazo un par de pulgadas hacia su costado y se detuvo. —No. —¿Te duele respirar?

—Necesitas un médico. —Estoy bien. Humano, vampiro, hombre lobo, no importaba. Si eran hombres y estaban severamente heridos, todos pensaban que podían ‘irse caminando’. —Toma aire, mi señor. —Volvemos a ‘mi señor’ —dijo Arland con tono seco. Cierto. La distracción era una estrategia maravillosa, cuando funcionaba. Maud sonrió y le dio una palmada en la espalda. Arland se sacudió hacia delante, aspirando con fuerza. Ella sacó un cartucho de analgésico de alta resistencia de la bandeja. Lo noquearía, que era lo mejor que podía hacer por él. —No —dijo—. No quiero sedantes. Me hará sentir lento y somnoliento. No tengo tiempo para una siesta. —Tienes una escápula fracturada y dos costillas rotas. Has perdido el uso completo de tu brazo y cada respiración es una tortura. Necesitas un poco de tiempo de calidad con una tejedora de huesos. —Maud —dijo. —No. No eres un adolescente. Ambos sabemos que necesitas sedación y ver a un médico. ¿Por qué estamos teniendo esta conver…?

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—Las he tenido peores.

Arland extendió la mano izquierda y la tomó de la muñeca con los dedos, acercándola. De repente se encontraban cara a cara y él la estaba mirando a los ojos. Los suyos eran muy azules. Hubiera sido fácil alejarse. Una parte de ella, la que entraba en pánico y la mantuvo con vida en Karhari, le dijo que fuera prudente. Pero estaba tan malditamente cansada de ser cuidadosa y prudente. Algo salvaje la recorrió como un sariv abrasador.

Sus labios eran cálidos sobre los de ella y ella abrió la boca y lo dejó entrar. Sabía tal y como se había imaginado, caliente y masculino, y la besó como si fuera lo único que importaba. Comenzó tierno, luego se volvió hambriento, como si ninguno pudiera tener suficiente. Todo su cuerpo vibró de necesidad. La besó hasta que no pudo pensar en nada más que quitarse la ropa y trepar encima de él para sentirlo contra su piel. Se separaron. Sus ojos se habían oscurecido. Ella vio tal lujuria cruda y desnuda en su rostro, que la hizo estremecer. —Parece que aún puedo usar mi brazo izquierdo —dijo. —Eso parece —dijo y vació el cartucho de sedante en su espalda.

Maud miró la pantalla que proyectaba su unidad personal. El médico no respondía, lo que no era inusual. A menudo, los médicos ignoraban las llamadas directas porque estaban ocupados, y la obra de Arland en el césped garantizaba que el personal médico estaba ocupado. Pero después de llamar directamente, Maud lo había intentado en la sala médica y tampoco había recibido una respuesta. Eso era más extraño, siempre había alguien en esa sala. Tenía que encontrar la forma de llevar a Arland a un médico. Dejarle solo no era una opción. Estaba sedado y tenía que permanecer bajo observación.

243

Le besó.

Además, había que tratar sus heridas. No eran mortales, pero sí de intervención urgente. Volvió a llamar. Sin respuesta. ¿Qué demonios? Podría intentar llamar a Soren. Arland estaba evitando a su tío, pero dado que

estaba

durmiendo

pacíficamente,

Soren

no

podía

molestarle

satisfactoriamente sobre los deberes que Arland aún no había realizado. Probó

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con Lord Soren. Sin respuesta. Una bola pesada y fría aterrizó en su estómago. Algo iba mal. Algo malo había ocurrido o estaba sucediendo. Helen. Maud dio una brusca orden. —Helen, anulación de prioridad. —La anulación de los padres invalidaría lo que fuera que Helen estuviera haciendo. Interrumpiría un video u otra llamada, y la reemplazaría con una configuración de silencio. Sin respuesta. Sintió como el pánico la invadía como una fiebre helada. Se obligó a pensar con la lógica para ignorar la ola de miedo, manteniéndose alerta. O bien

nadie

respondía

a

sus

llamadas, o algo bloqueaba su unidad personal. Que sus llamadas estuvieran siendo bloqueadas solo podía significar una cosa. Un ataque. El timbre de la puerta, normalmente tranquilo, la sobresaltó. Maud desenvainó su espada, preparada. La hoja de sangre aulló.

Otro timbre. —Imagen —ordenó. Una pantalla se encendió sobre la puerta, mostrando el pasillo y a Karat, sola. El rostro de Karat estaba más pálido que de costumbre, su expresión apretada, sus ojos enfocados. Solo la Casa Krahr tenía suficiente poder y recursos para bloquear su unidad. Ella estaba en su cuadrícula de comunicación. Las otras Casas de vampiros no tenían acceso a esta parte del castillo, y no podían penetrar en la red de comunicación de la Casa y aislarla a

Karat y ella estaban en buenos términos. Si la Casa Krahr se hubiera vuelto contra ella, es exactamente a quien enviarían. —Audio —dijo Maud. El icono de audio brilló en la esquina de la pantalla—. ¿Sí? —Abre la puerta —dijo Karat. —Estoy indispuesta en este momento. ¿Puede esperar? —Es una emergencia. Claro que lo es. —¿Qué tipo de emergencia? —Maud, no tenemos tiempo para esto. —Karat puso la mano contra la puerta—. Anulación de orden. La puerta se abrió. Maud retrocedió, poniéndose entre Karat y Arland, dándose espacio para trabajar. —¡Deja eso! —Karat agitó la mano—. Ven conmigo. Tenemos que darnos prisa. Han envenenado a Helen.

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ella específicamente.

246 Maud corrió. Había escuchado dos palabras: envenenada y sala de medicina. No entendió nada más. Solo corrió. Pasaron los pasillos, las puertas como parpadeos una detrás de otra. El aire en sus pulmones se convirtió en fuego, pero apenas lo percibió. Karat la perseguía, pero se había quedado muy atrás. La sala de medicina apareció ante sus ojos. Había gente en la antecámara, Ilemina, Otubar, Soren, pero bien podrían haber sido fantasmas. Llegar a la puerta era todo lo que importaba. Pasó junto a ellos e irrumpió en la sala de protocolo de intervención. Maud lo captó todo en un instante, como si su mente hubiera grabado la imagen en una fracción de segundo: Helen acostada en una cama, pequeña y pálida; una docena de brazos metálicos revoloteando sobre ella; la tela de araña de un goteo IV; y el médico sentado a su lado, su rostro sombrío. Cargó hacia la cama, pero Karat saltó sobre su espalda y tiró de ella con todas sus fuerzas, y el médico estaba frente a ella, extendiendo los brazos, diciendo algo. Maud luchó para avanzar, arrastrando a Karat, y chocando con el médico que la empujaba hacia atrás mientras le hablaba con tono insistente. Por fin, su cerebro empezó a entender lo que le decían.

—… no debe tocar… Tenía que detenerse. A su cuerpo le tomó unos segundos obedecer la orden. Maud dejó de luchar. —… estable por ahora —dijo el médico. Su boca finalmente funcionó. —¿Cómo?

—Aquí no. —Necesito verla. —Detente —dijo el médico—. Mira cómo tienes la armadura. Maud apartó la mirada de Helen y miró hacia abajo. Estaba empapada con la sangre de Arland. Le había lavado el brazo y sellado sus heridas, pero su sangre la había manchado cuando se besaron. —La acabo de estabilizar —dijo el médico—. Llevas una horda de gérmenes y estás cubierta de sangre. No puedes ayudarla yendo allí. Solo la harás más daño. Maud tendría que alejarse. Todo en ella gritaba que volviera a entrar allí, como si simplemente caminar hacia la cama arreglara todo por arte de magia, y Helen se sentaría y diría—: Hola, mami. Pero no lo haría. No se sentía real. Parecía un sueño, una pesadilla, y deseó desesperadamente despertar. Quería volver atrás. Que hubiera un botón que pulsar para que todo regresara a la normalidad. —Ven conmigo —dijo Karat. No había nada que pudiera hacer. Maud se volvió y regresó a la sala de espera. El médico y Karat la siguieron. —¿Cómo? —preguntó Maud de nuevo. Su voz sonaba extraña, como si viniera de otra persona.

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Karat la empujó suave pero firmemente hacia la sala de espera.

—Helen estaba en el lago con otros niños —dijo Soren—. Los insectos también estaban allí, nadando en su área designada. Después de un rato, los cuidadores y los niños salieron del agua para tomar un descanso, secarse y comer algo. Los niños comieron y decidieron jugar a cazar y huir. Cazar y huir era la versión vampírica del escondite. A Helen le habría encantado. —Helen corrió cerca de los tachi —continuó Soren.

—Helen se desmayó —dijo Soren—. La trajeron a la sala médica lo más rápido posible. El tachi fue detenido, y el resto están ahora confinados en sus habitaciones. Intentamos interrogarle, pero se niega a hablar. Ninguno de ellos dice nada y es imposible hacerle daño hasta que sepamos si Helen va a sobrevivir. Ese ‘si’ golpeó a Maud como un mazo. Quería hundirse en el suelo, levantar los puños y gritar. Pero no tenía tiempo para el dramatismo. —Ha mordido a una niña. —La expresión de Ilemina era terrible. Tenía los colmillos al descubierto y le brillaban los ojos. Un gruñido primario salía de sus labios. Era la ira personificada—. Mataré a todos y cada uno de ellos. Diezmaré su planeta. Sus nietos temblarán cuando vean a un vampiro. Si esa declaración la hubiera dicho otra persona, pecaría de grandilocuencia. Pero Ilemina dijo cada palabra en serio. Otubar gruñó en respuesta. Karat agarró su espada de sangre. Todos los vampiros de la sala estaban a un pelo de la violencia. Así era como se iniciaban las guerras. —Es más complicado que eso —dijo el médico—. Conocemos el veneno de los tachi, pero hay un compuesto sintético en el sistema de Helen que no concuerda con lo que sabemos. Los pedazos afilados y dentados se unieron en la cabeza de Maud. Los vampiros adoraban a los niños. No había mayor tesoro. Y apreciaban a Helen. La consideraban una de los suyos. Y ahora un insecto la había mordido, como si fuera una presa. Había despertado una respuesta primaria, la memoria racial

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—¡Y entonces uno de ellos la mordió! —gruñó Ilemina.

colectiva de los Mukama, de los invasores que habían devorado a niños vampiros. —¿Dónde está el tachi? —preguntó ella. —Al otro lado del pasillo —le dijo Soren—. No puedes atacarle, Lady Maud. Puede que tenga la clave que salve a tu hija. —Necesito hablar con él. —Hundió acero en esas palabras. —Ven conmigo. —Soren la guio por el pasillo, a la puerta opuesta a la del ala

Maud le siguió, consciente de que Ilemina, Otubar, Karat y el médico iban directamente detrás de ella. La puerta se abrió, revelando una pequeña celda. En su interior había un tachi macho sentado en el suelo, atado con un traje negro de restricción. Hecho con un polímero muy resistente y pesado para dificultar el movimiento, lo envolvía como una camisa de fuerza. Su exoesqueleto se había desteñido a un gris apenas visible. Maud entró en la habitación, se arrodilló frente a él y soltó la cerradura del traje. Este cayó al suelo y el tachi se puso en pie de un salto, cerniéndose sobre ella. Maud también se puso de pie e inclinó la cabeza. —Gracias por salvar a mi hija. El tachi se volvió de un brillante azul índigo. —De nada, hija de posaderos.

—Será mejor me alguien me lo explique —gruñó Ilemina. —El veneno de los tachi no es letal para la mayoría de las especies. —Maud se hizo a un lado, dándole al tachi espacio para estirar las alas—. Su propósito es dejar a la presa en animación suspendida, ralentizando sus funciones vitales

249

de medicina.

para preservarlos frescos. Karat hizo una mueca. —Si hubiera querido matar a Helen, le habría cortado la cabeza —continuó Maud—. Tan pronto como dijisteis que la había mordido, supe que no era un ataque. Ilemina dirigió su mirada al tachi.

El tachi extendió sus apéndices índigos. El gesto se parecía tanto a un humano extendiendo los brazos en un encogimiento de hombros gálico, como si dijera ‘esto no es culpa mía, es vuestra, a mí no me miréis.’ Ilemina se volvió hacia Maud. —¿Qué significa eso? —Significa que está pensando que sois una especie xenófoba propensa a enfadaros con rapidez y a reaccionar con violencia, así que no se le ocurrió una buena razón para explicar lo que había pasado. No le hubieras creído de todos modos. Ilemina entornó los ojos. Perforó al tachi con la mirada. —No encontré una manera de explicarlo de tal forma que pudierais entenderlo —dijo. Ilemina mostró los colmillos. —Inténtalo. El tachi se volvió hacia Maud y cambió al dialecto Akit. —Creyeron que había matado a la niña; la realeza se enfurece. Ahora saben que salvé a la niña; ahora está enfadada. No comprendo a esta especie. ¿Cómo han logrado alcanzar la civilización interestelar sin autodestruirse? —¿Podría decirme qué le sucedió a mi hija? —Maud ni siquiera intentó ocultar la desesperación de su voz.

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—¿Por qué no dijiste nada?

El color del tachi se aclaró por un momento. —Sí, por supuesto. —Se cruzó de brazos en un gesto de disculpa—. Utilizaré oraciones cortas. Nos estábamos bañando. Los niños corrían y hacían ruidos de alegría. Su hija corrió cerca de nosotros. No nos tenía miedo como los otros niños. No pudieron atraparla. Entonces corrió demasiado cerca y casi chocó conmigo. Luego se disculpó por molestar a mi tegah. Maud le había dado a Helen una clase sobre modales tachi. Era la primera

—Es una niña muy educada —dijo el tachi—. Nosotros hablamos. Algo la golpeó en el cuello, en el lado izquierdo. Ella cayó. La atrapé. Vi una mancha húmeda en su piel. Olía mal. Sus ojos se movieron hacia atrás en su cabeza. Sabía que tenía que actuar. La mordí para evitar que el veneno se propagara. —¿Hacia dónde miraba cuando la golpeó? —preguntó Soren. —Ella se estaba alejando de mí para

volver

al

juego.

Estaba

mirando al resto de los niños. El lago estaba a su derecha y el castillo a su izquierda. —Un francotirador desde el acantilado —dijo Otubar. Karat enseñó los dientes en una mueca. —Hay una línea de visión clara desde el borde occidental de los terrenos de juego hasta el lago. Nos distrajeron con la partida de krim, luego incitaron a Arland a una pelea, y mientras estábamos observando, dispararon a Helen. —Consigue el vídeo —ordenó Ilemina. Karat se fue corriendo. Habría implicaciones y consecuencias de todo esto, pero en este momento, eran lo que menos le importaba. —¿Reconociste el veneno? —preguntó Maud.

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vez que demostraba que realmente la escuchaba.

—No —dijo el tachi—. Lo reconocería si volviera a verlo. Olía fuerte. El médico vampiro no pudo identificarlo y el tachi tampoco. La animación suspendida no duraría eternamente. Podría fallar en cualquier momento. Tenía que hacer algo ahora o Helen moriría. Solo le quedaba un último recurso. —No tengo nada para negociar. Todos dejaron de discutir y la miraron. Se dio cuenta de que había hablado en voz alta.

consiguiendo milagrosamente parecer enfadado y confundido al mismo tiempo. —¿Qué diablos está pasando? Soren parpadeó. —¿Por qué no llevas la armadura? —¿Maud? —Arland se acercó a ella. Ella le miró, buscando febrilmente en la lista de sus exiguas posesiones en su cabeza. —¿Qué ocurre? —preguntó. —Helen ha sido envenenada y no tengo nada con lo que negociar. —¿Alguien puede explicarme qué es lo que quiere decir? —exigió Ilemina. La comprensión chispeó en los ojos de Arland. —Pero yo sí. Negociarán conmigo o les arrancaré la cabeza. —¿A quién? —gruñó Ilemina. —Explícale las cosas a tu madre —exigió Otubar. —No hay tiempo. —Arland agarró la mano de Maud y tiró de ella por el pasillo. Detrás de ellos, el sonido de un Preceptor indignado sacudió el aire.

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Antes de que pudiera explicarse, Arland, medio vestido, dobló la esquina,

Arland aceleró. —¿Cómo es posible que puedas caminar? —consiguió decir Maud. —Drogas. Las activé antes de quitarme la armadura. Tenía planes. Ninguno de los cuales involucraba un sedante. —¡Arland Rotburtar Gabrian de Krahr! —rugió Ilemina—. ¡Para ahora mismo!

De repente, Arland frenó, y entonces los lees inundaron todo el espacio disponible, sus velos se arremolinaban, sus joyas brillaban, sus colas y orejas temblaban. Maud vio a Nuan Cee en el centro de la familia de lees y se acercó a él. —Helen… Nuan Cee tomó sus manos en sus patas peludas. —Lo sé. El resto de los lees pasaron corriendo junto a ellos, como una ola, y rodando por el pasillo, separándose ante Ilemina, Otubar y Soren. —No tengo nada para negociar —dijo. Los ojos turquesa de Nuan Cee brillaron. Él sonrió, mostrando sus dientes afilados y uniformes. —Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo. —¡Alejaos de mi sala médica, alimañas! —gritó el médico. —No te preocupes. —Nuan Cee le dio unas palmaditas en las manos, mientras una multitud de lees sacaba del ala médica al médico que aún gritaba—. Todo va a ir bien.

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Arland la ignoró. Estaban casi en la esquina del pasillo.

254 Maud se desplomó en una silla enorme del estudio de Lord Soren. Se sentía escurrida como una pieza de ropa mojada a punto de entrar en la secadora. Los lees habían tardado casi una hora en estabilizar a Helen, y cuando Nuan Cee salió por fin del ala médica, Maud se sentía lista para arrancarse el pelo. Él había anunciado que el peligro había pasado, Helen se levantaría en unas pocas horas, y no había necesidad de preocuparse. A Maud se le permitió ver a su hija y besar su cálida frente antes de que el furioso médico vampiro los echara a todos. Quería regresar al lado de Helen y sentarse junto a ella hasta que mostrara algún signo de mejoría, pero eso no les ayudaría en nada e Ilemina había solicitado su presencia en el estudio de su hermano. La Preceptor de la Casa Krahr estaba sentada en una silla junto al escritorio de lord Soren, emitiendo un aura sombría. Otubar se había sentado a la derecha de su esposa, Arland a la izquierda de Maud. Se había puesto la armadura y la droga de refuerzo le mantenía despierto, pero por la expresión ligeramente febril de su mirada adivinó que no tardaría mucho en derrumbarse. Karat se situó en el extremo opuesto de la sala. Soren presidía la reunión sentado detrás de su enorme escritorio como si estuviera en lo alto de las murallas del castillo y hubiera visto una horda de invasores preparando un asedio. Excepto que esta

vez los invasores no estaban delante del castillo sino en una pantalla en la pared que reproducía la grabación de los eventos en la colina. Maud había elegido la silla más alejada de la pantalla, tal vez a veinte pies. Se sentía como si estuviera a millas. Krahr se había reunido, no la Casa, sino el pequeño núcleo familiar que la dirigía. No pertenecía a ese lugar. —Entonces no tenemos imágenes —dijo Arland. Karat frunció el ceño. Sus dedos bailaron sobre la tableta que tenía en la distantes en el borde de la colina. La imagen se aceleró y las figuras se sacudieron en una danza ligeramente cómica mientras los caballeros meditaban. —Sabemos que los miembros de Kozor y Serak estaban en el borde del campo de juego y tuvieron la oportunidad de disparar a Helen —dijo Karat—. Sabemos que ninguno tenía un arma, así que tuvieron que montarla allí directamente. ¿Veis cómo se apiñan? Podrían haber reunido una pequeña nave espacial, y no habríamos visto nada. —Debemos mejorar la vigilancia —dijo Otubar. Soren hizo una mueca. —¿Quieres asignarles a cada uno un dron personal? —Si es lo que hace falta —dijo Otubar. —Romperíamos todas las reglas de la hospitalidad —dijo Soren. —Nos acusarían de cobardía y paranoia y alegarían que hicimos imposible la boda. Ya hemos fallado al proteger a una niña a nuestro cuidado y casi llegamos demasiado tarde para evitar una confrontación entre nuestros otros invitados y estos… ushivim. Karat se sobresaltó. —¡Padre!

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mano. La grabación pasó por encima del juego de krim, mostrando figuras

Maud parpadeó. De todas las palabras que había esperado que utilizara el Caballero Sargento, el significado impropio de sangrienta diarrea de las alimañas enfermas era el último en la lista. Las comisuras de la boca de Otubar se elevaron un par de milímetros. Era lo más cerca que había visto sonreír al Lord Consorte. —Fue planeado y premeditado —dijo Karat—. Como he señalado, tuvieron que haber armado el arma, montarla en el lugar, dispararle y desensamblarla después. Recorrimos toda el área, en la cima de la colina, y abajo, en la playa. Si uno tuvo que haber llevado una pequeña pieza. Es un plan astuto. —Cambiaron de objetivos —dijo Arland—. Deben haber planeado eliminarme después del combate krim en un esfuerzo final para descubrir al Sub Mariscal, pero se permitieron la posibilidad de fallar. Así que, cuando gané el combate y me alejé caminado, dispararon a Helen. Maud se giró para mirarle. —¿Por qué ella? Es solo una niña. —No es ella —dijo Ilemina—. Usaron a Helen para enfocarse en ti. Si el tachi realmente hubiera herido a la niña, ¿aún negociarías con ellos en nuestro nombre? —Si ella sobrevivía, sí —dijo Maud—. Pero si moría, todo habría terminado para mí. —¿Y qué habrían hecho los tachi y los lees si Helen hubiera sido herida por uno de ellos? —preguntó Ilemina. —Evacuarían —dijo Maud—. Ninguna delegación tiene los números para oponerse a un gran ataque y ninguna de las partes quiere enemistarse contigo. Quieren la estación comercial y el acceso a tu espacio. Si su presencia se convirtiera en un problema o causara algún inconveniente, se retirarían de la situación en lugar de arriesgarse a agravarlo. Esperarían a que la boda acabara y reanudarían las negociaciones después de que los otros invitados se fueran.

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hubieran perdido alguna parte, nuestros escaneos la hubieran recogido. Cada

—¿Ves ahora? —Ilemina se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos en el escritorio de Soren—. Eres la clave de los tachi y los lees. Sin tu intervención, los tachi podrían haberse ido y Nuan Cee, quien ama el dinero por encima de todas las cosas, te adora como si fueras su propia hija. Felicidades. Has hecho una gran diferencia para convertirte en un objetivo de alto valor. —Sí —estuvo de acuerdo Soren—. Kozor y Serak se pusieron de pie para atacar a una niña solo para eliminarte. Están dispuestos a capear la vergüenza si eso significa escapar de los lees y los tachi.

—El fin justifica los medios. —Pero volvemos a por qué —dijo Karat—. ¿Qué posible detrimento podrían ser los lees y los tachi para su plan? —Se volvió hacia Maud. Genial. —No lo sé. —Eso me recuerda —dijo Ilemina—. ¿Es posible que los lees hayan envenenado a Helen? Son lo suficientemente astutos como para herirla y luego proporcionarle la cura magnánimamente. Pondría a Maud en deuda con ellos. Maud sacudió su cabeza. —Necesitaba ser dicho —dijo Otubar. —No —dijo Arland—. Fue lo primero que comprobé. Ningún lees estaba cerca de los terrenos del juego o del lago. Su equipo es sofisticado y puede volverlos prácticamente invisibles, pero he visto su disruptor en acción y Nuan Cee lo sabe. El disruptor se basa en un emisor de ondas, y una vez que sabes qué buscar, no es difícil distinguirlo. Han estado utilizando el sigilo simple para moverse por el castillo y grabarnos en nuestros aposentos, pero no ganarían nada envenenando a la niña. Sería demasiado estúpido para ellos de todos modos. —¿Por qué? —preguntó Karat.

257

Otubar se inclinó hacia delante.

—Los lees se enorgullecen de mantener

el

equilibrio

—dijo

Arland—. Conseguir un buen trato es el mayor honor por el que podrían esforzarse. Salvar a un niño y recibir un favor del padre satisface

esa

necesidad

de

mantener el equilibrio. Herir a un niño para salvarlo y luego pedir un

Maud casi tuvo que mirarle dos veces. Él le destelló una sonrisa. —¿Tiene razón? —preguntó Ilemina. —Sí. Los lees se enorgullecen de su inteligencia. Obligarme a deberles un favor hiriendo a Helen iría contra el código del clan de Nuan Cee. —Maud respiró hondo—. Pero aún le debo un favor. Se lo cobrará, lo que significa que me pedirá algo y no podré negarme. Ahora soy un riesgo en la seguridad. Ilemina agitó su mano. —Bah. —Serías un riesgo si no lo supiéramos de antemano —dijo Soren. Arland se reclinó en su silla. —¿Qué tienen en común los lees y los tachi? ¿Por qué Kozor y Serak los quieren fuera? Maud suspiró. —Las dos especies no pueden ser más diferentes. Los lees viven en clanes, los tachi son una monarquía. Los lees aprecian la lealtad, los tachi buscan conocimiento. Los lees son secretos depredadores de emboscada, los tachi pululan por su objetivo. Los lees fomentan el logro personal y se esfuerzan por ganar reconocimiento individual, los tachi ganan o pierden en su conjunto. No tienen mucho en común. Ambas son especies omnívoras. Ambos están

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favor a cambio no es una transacción equilibrada.

interesados en una estación comercial y una alianza con Krahr. Ambos llegaron en naves espaciales… —La estación de batalla —dijo Karat. Todos la miraron. Golpeó su puño en el escritorio de su padre. —La escoria. Quieren la estación de batalla.

—La estación de batalla tiene personal limitado y un punto de control central. Doscientos invitados a la boda, la élite de sus Casas, representarían una amenaza real. Karat asintió con la cabeza. —Una vez que tengan el control de la estación de batalla, pueden convertir el planeta en polvo. Incluso el poder total de nuestra flota podría no ser suficiente. —No tienen que enfrentarse a la flota —gruñó Otubar. —Tiene razón —dijo Arland—. Si obtienen el control de la estación, pueden mantener al planeta como rehén mientras limpian el sistema. Maud parpadeó. —¿Realmente pusiste una distorsión en esa cosa? —Por supuesto que sí —espetó Ilemina—. ¿De qué sirve un arma si no puedes moverla donde está tu enemigo? —Es un plan audaz —dijo Soren—. Si logran esto, serían intocables. Solo los derechos de fanfarronear les garantizarían un asiento en la gran mesa. —Todavía tendrían que quitárnoslo —le recordó Karat—. La única forma de que puedan llegar a la estación es a través de la bendición de la boda. Según la tradición, la pareja a punto de casarse podría solicitar un pequeño favor a sus anfitriones. Negar la bendición era el colmo de la grosería.

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Arland se enderezó.

—Solicitarán que la boda se celebre en la estación —continuó Karat—. Negamos la solicitud. Problema resuelto. —¿Por qué motivos? —preguntó Ilemina. —Sobre la base de que sabemos que están haciendo algo. Soren lanzó un suspiro. —Entonces, quieres acusar a nuestros honrados invitados de conspirar a nuestras espaldas. ¿Con qué evidencia? ¿Tienes alguna prueba que respalde tus

Karat abrió la boca y la cerró. Su padre asintió. —Silencio que dice mucho. No tenemos pruebas, solo conjeturas, deducciones y sospechas. Además, ya les permitimos recorrer la estación de batalla cuando llegaron. No podemos afirmar que esté prohibido, inacabado o secreto ahora, porque los invitamos a tomar vino y pasteles en la plataforma de observación. Por supuesto que invitarían a las Casas rivales a recorrer la estación de batalla. Mira nuestra nueva arma súper impresionante. Contempla el poder de Krahr. Somos los mejores y nunca podrías comparar. Ugh. —Si nos negamos a otorgar la bendición —continuó Soren—, tendríamos que hacerlo sin ninguna explicación. En el mejor de los casos, seríamos vistos como descortés y groseros. En el peor, tímidos y cobardes. ¿Cómo podríamos, con todas nuestras fuerzas y nuestro planeta a solo un vuelo de enlace, ser tan cautelosos con los doscientos invitados a la boda? Incluso si nos negamos a entrar en la trampa, ellos reciben un golpe hiriente. Él tenía razón. La reputación lo era todo. No era suficiente detener el esquema. La Casa Krahr tenía que hacerlo de una manera que les diera crédito. —Tiene que haber más en su plan —dijo Arland—. Algún esquema, alguna estratagema para minimizar el riesgo. Hay algo que no sabemos qué les hace pensar que podrían ganar. Y ven a los extranjeros como un comodín.

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afirmaciones infundadas?

—Tanto los lees como los tachi tienen naves de batalla en órbita —dijo Maud—. Entre los dos, tienen mucha potencia de fuego. Los tachi tienen la superioridad tecnológica, y los lees luchan sucio y guardan rencor durante generaciones. Ilemina mostró los dientes. —Los piratas temen que los extranjeros vengan en nuestra ayuda. ¿Qué clase de mundo es este que un vampiro de otra Casa es mi enemigo y los insectos y

Soren se giró hacia Maud. —¿Nos ayudarían? —Es difícil de decir —dijo Maud—. Me inclino a un sí. Si les prometes la estación de comercio, entonces definitivamente. —El plan que están contemplando requiere una alianza militar —le dijo Ilemina a Soren—. ¿Realmente quieres esto? Una alianza de una de las Casas y otra especie contra las otras Casas nunca se ha hecho. ¿Cómo será recibido en el resto de la Anocracia? —¿Cómo se recibiría el final de nuestra Casa, mi señora? —preguntó Soren. Maud respiró hondo. —El resto de la Anocracia no tiene que saber si esta alianza se forjó antes de que las otras Casas rompieran las reglas de hospitalidad o después. Ilemina se giró hacia ella. Maud encontró su mirada. —Kozor y Serak solicitarán celebrar la boda en la estación de batalla. En virtud de su presencia, los lees y los tachi, invitados de honor de la Casa Krahr, serían invitados a dicha boda. Si durante la ceremonia, las otras Casas cometen un acto de traición y atacan a sus anfitriones, sería natural que los lees y los tachi se defendieran de una amenaza común. Si, en el curso de tal batalla, están tan impresionados por el poder de la Casa Krahr que buscan una alianza,

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los comerciantes son mis aliados?

¿quién podría culparlos? ¿Y la Casa Krahr, movida por su valentía, no estaría obligada a aceptar tal alianza, si no fuera por otra razón que para compensar el peligro que los invitados habían experimentado? Después de todo, ¿quién estaría con las Casas que se ahogaron tan profundamente en deshonra que incluso los extranjeros los consideraron indignos? El silencio reclamó la habitación. —Redacta —dijo Ilemina a Soren—. Maud, una vez que esté redactado, llévalo a los extranjeros. Diles que, si están de acuerdo, personalmente abriré

Las cejas de Otubar se alzaron un pelo. Ilemina mostró los dientes. —Kozor y Serak desconfían de ellos, así que los usaré. El que es temido por mi enemigo es mi escudo.

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negociaciones para la estación comercial.

263 Maud corrió por el pasillo. La reunión con los lees y los tachi era en menos de diez minutos, pero habían llamado a su unidad personal y le habían notificado que Helen estaba despierta. Maud atravesó el castillo casi a toda velocidad. La lógica le dijo que todo estaría bien, pero la emoción superaba la lógica, y sus emociones le gritaban que algo iría terriblemente mal en el tiempo que le llevaría llegar al ala médica. Cuando llegó a la puerta, casi entró en pánico. La puerta susurró al abrirse. En un instante, Maud vio la habitación con insoportable detalle: la cama, los instrumentos blancos, las lecturas azules proyectadas en la pared, el médico de pie a un lado y Helen, de pie en la cama. —¡Mamá! —Helen superó la distancia de diez pies de un solo salto. Maud la atrapó y la abrazó, deseando con todo lo que tenía que esto fuera real, y que su hija no desaparecería de sus brazos volviendo a la camilla. —Recuperación completa —dijo el médico—. He cargado una rutina de monitoreo en su unidad personal y la he sincronizado con la tuya. Si empeora, cosa que no anticipo, su unidad parpadeará amarilla y recibirás una advertencia. Si esto ocurre, quiero verla de inmediato. —Entendido. —Maud besó la frente de Helen, inhalando el familiar aroma

del cabello de su hija. Estará bien, ella está bien, todo está bien, está viva, no se está muriendo… —Gracias por todo. —De nada —dijo el médico—. Hice muy poco. Apenas fui capaz de mantenerla con vida un poco más. Eventualmente, la habríamos perdido. ¿Vas a hablar con los lees? —Sí. —Todavía abrazaba a Helen con todas sus fuerzas, no estaba dispuesta a dejarla ir.

—Lo intentaré, pero los lees guardan sus secretos como tesoros. Solo los intercambian por algo de igual o mayor valor. El médico lo meditó mirando la pared por un momento y tocó su unidad. Una torre redonda de cerámica se deslizó desde el suelo y se abrió, revelando un núcleo iluminado desde dentro por un resplandor de color melocotón y filas de tubos, viales y ampollas dispuestas en anillos a su alrededor. El contenido de la torre brillaba como joyas, algunas llenas de líquido ámbar, otras contenían nieblas brillantes o pequeñas gemas deslumbrantes en un arco iris de colores. Era

extrañamente

elegante

y

hermosa, como acostumbraba a ser la tecnología de los vampiros. El médico cogió un frasco retorcido lleno de niebla verde y se lo tendió. —Un gesto de buena fe. —¿Qué es? —Es un arma biológica que desarrollamos durante el conflicto de Nexus. Vuelve a los lees estériles. Acababa de sacar el fin de una especie en forma de toxina de la plataforma como si no fuera nada. Y tenía docenas más allí, todas de diferentes formas y tamaños. ¿Cuántas otras especies podrían neutralizar con una de esas botellas brillantes? Le había visto meter la mano en la caja de Pandora como si estuviera agarrando un sándwich de una cesta de picnic.

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—Quiero la receta de ese veneno.

Su rostro debió reflejar su reacción, porque el médico se encogió de hombros. —Nunca lo hemos usado. Se consideró que iba contra el código de guerra. Además, es un arma pobre. No mata al enemigo. Es algo que uno podría usar como represalia por haber sido golpeado, y nosotros no perdemos. —Necesito un maletín para esto —dijo. —¿Por qué? Es imposible romper el vial por medios normales y está sellado herméticamente.

—Uno no va a negociar con su peor pesadilla sin un envoltorio impresionante. Necesitamos un cofre forrado de terciopelo o un contenedor de alta tecnología con un elaborado código de bloqueo. Algo que lo haga parecer importante y prohibido. Los ojos del médico se iluminaron. —Tengo exactamente lo que necesitas.

Se había decidido que la reunión con los lees y los tachi se llevaría a cabo en el Jardín Maven, ubicado en la cima de una pequeña colina que sobresalía al lado de la Torre del Mariscal. Consistía en una pequeña plaza de piedra rodeada de exuberante vegetación, siendo a la vez un espacio muy privado y completamente expuesto, accesible solo largo y cubierto corredor que se curvaba alrededor de la torre desde uno de los puentes que conectaba al resto del castillo. Los árboles y arbustos ocultaban la plaza a los observadores externos, y su ubicación, al borde de una simple caída, hacía imposible la vigilancia exterior. Sin embargo, las cámaras y torretas, montadas en las paredes de la torre directamente encima, tenían una vista perfecta de todo lo que sucedía. Desde el interior de la plaza, los jardines se veían tranquilos y acogedores. Flores azules, turquesas y rosadas rodeaban las raíces de los árboles centenarios. Aquí y allá, muebles de felpa, algunos hechos para vampiros, los

265

Maud sonrió.

demás con otros cuerpos en mente, ofrecían lugares cómodos para sentarse y reflexionar. En el centro de la plaza se levantaba una réplica de diez pies de altura de la meseta vecina. El agua caía en cascada desde la cima de la montaña en una cuenca hecha para parecerse a un lago, completa con una estrecha playa de arena y árboles de un pie de altura. El sonido relajante de la cascada agregaba otra pantalla de sonido a los amortiguadores colocados a lo largo del perímetro de los jardines.

brazos como un gigante a punto de enfrentarse a una montaña. Si hubiera una pulgada de agua disponible, su hija estaría allí, reflexionó Maud. Nada de esto parecía real. Hace solo unas horas, Helen se estaba muriendo, y ahora parecía que nunca había sido envenenada. Las cosas se movían demasiado rápido y ella seguía tratando de controlarlo. Maud luchó contra el impulso de moverse en su asiento, consciente de que Otubar se cernía a su izquierda. Ella todavía no tenía estatus legal, y para que las negociaciones tuvieran éxito, necesitaba tomar prestada alguna autoridad. Hubiera preferido a Arland como respaldo para esta reunión, pero él estaba durmiendo con su refuerzo y tuvo que admitir que Otubar tenía autoridad en espadas. Lord Consorte proyectaba una amenaza silenciosa. Énfasis en la tranquilidad. No hablaba, no hacía una pequeña charla, no hacía preguntas. Él solo se alzaba como si un legendario bastión de vampiros estuviera listo para golpear a cualquier ofensor en una sangrienta papilla. No podía fastidiar esto. Los lees y los tachi llegaron al mismo tiempo, cada delegación precedida por un caballero vampiro a través del túnel lateral. Nuan Cee llevaba su habitual túnica de seda, del tipo que Maud le había visto usar en su tienda, y un collar de conchas blancas y azules que combinaban con su pelaje plateado. No era el conjunto enjoyado que se ponía para las reuniones importantes. Los dos lees detrás de él rebotaban arriba y abajo mientras caminaban, luciendo como dos cachorros esponjosos y excitados. La reina tachi caminaba junto al Comerciante, elegante y aparentemente

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Helen chapoteó a través del borde poco profundo del lago, agitando los

ingrávida a pesar de su tamaño. Su exoesqueleto era de un alegre y hermoso azul, como las aguas del mar Mediterráneo. Los dos tachi que la seguían también exhibían ese color, uno lavanda profundo y el otro un verde familiar. Ke'Lek. Maud había esperado un gris neutro. Una sorpresa agradable. Bien. Los tachi están de humor receptivo. Maud se levantó y se inclinó. —Señora del sol y el aire. Gran mercader. Bienvenidos.

—No es necesario, no es necesario. Aquí todos somos amigos. La reina tachi inclinó la cabeza. —Estoy aliviada al verte bien. Y a tu hija. —Por favor —murmuró Maud y señaló una mesa con cuatro sillas. Dos eran los asientos típicos vampíricos, grandes, sólidos, de líneas simples pero prácticas. La tercera silla a la derecha de Maud era un diván cubierto con suaves cojines. La cuarta silla a la izquierda de Maud parecía una seta con cabeza acolchada y redonda y protuberancias redondas en la parte posterior y lateral. A Maud le había costado media hora dibujar y convencer después al supervisor de los ebanistas de la Casa Krahr de que lo fabricaran. Todavía no estaba segura de que la proporción entre el tallo y la cabeza no se hubiera quedado corta por una o dos pulgadas, pero se veía bien y era lo mejor que podía hacer. La reina vio la silla. Maud contuvo la respiración. Un relámpago de color más profundo rodó sobre el azul real y ella se sentó en la silla, bloqueando sus apéndices vestigiales en las protuberancias. Nuan Cee se estiró en el diván como un patricio romano. Los guardaespaldas tachi se separaron. Ke'Lek permaneció detrás de la reina, mientras que el otro tachi se dirigió a la fuente. Los parientes de Nuan Cee siguieron al tachi hacia donde estaba chapoteando Helen. Maud no se perdió el mensaje. Si algo le sucediera a Nuan Cee o a la reina tachi, Helen sería el primer objetivo. La idea debería haberla perturbado, pero se lo tomó con calma. O he

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Nuan Cee agitó sus patas magnánimamente.

pasado por mucho y ya nada me perturba, o me he acostumbrado a las negociaciones de alto riesgo. Una sirvienta vampiro colocó dos jarras con líquidos verdes y rojos, un vino, otro jugo especiado con rodajas de fruta local, y platos de

aperitivos

horneados

y

rebanadas de frutas y verduras ingeniosamente arregladas, y se fiesta del té. Aquí estaba ella sirviendo galletas cósmicas y vino a una reina de depredadores ilustrados y al jefe de un clan de despiadados asesinos. No hay mucho en juego excepto una alianza interestelar. ¡Yupi! Maud bebió un poco de jugo. Esto debería hacerse con mucho cuidado. Si les ofrecía un dedo a cualquiera de los dos, le arrancarían el brazo entero. No hay tiempo como el presente. —¿Habéis descansado del viaje interestelar? —preguntó ella—. Siempre encuentro que el aterrizaje es un alivio. —No era la mejor apertura, considerando que habían estado en el planeta las últimas dos semanas, pero sería suficiente. La reina tachi la miró. —Este planeta es muy hermoso. —Disfruto mucho del planeta —dijo Nuan Cee—, sin embargo, por lamentable que sea, uno debe comprometerse con lo desagradable del viaje espacial para alcanzar sus objetivos. Hasta aquí todo bien. —Me pregunto cómo lo hacen los marinos mercantes espaciales. Largos viajes, cargas valiosas, y he oído sobre piratas en ciertos cuadrantes. Nuan Cee entrecerró los ojos ligeramente.

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retiró. Se sentía como una extraña

—Sí. Uno tiene que hacer sacrificios para conseguir un mayor beneficio. —O un logro científico. —La reina tachi atravesó una galleta con una garra larga—. La búsqueda del conocimiento no puede avanzar sin un gran esfuerzo y coste. —Siempre me irrita cuando los oportunistas intentan sacar provecho del trabajo de los demás. —Maud estudió el contenido de su vaso—. Algunos de ellos van tan lejos como para planear invadir las fortalezas de sus anfitriones y reclamarlos para ellos mismos.

semejante acto, por supuesto, seríamos obligados a intervenir. —Ciertamente —dijo Nuan Cee—. Pero entonces hay coste personal que considerar. Semejante asistencia a menudo resulta en tragedia para esos quienes la ofrecen. Ni siquiera pestañearon. Tanto los lees como los tachi sabían lo que Kozor y Serak estaban planeando o sospechaban firmemente. Y Nuan Cee había ido directamente a la yugular. —Todos podríamos morir si te ayudamos. —Sí, claro. Tendría que elegir sus palabras con cuidado. Maud sonrió. —Si uno proporcionara un puerto seguro, un refugio protegido, para valientes buscadores de riqueza y conocimiento, tal vez podrían trazarse nuevas rutas para aprovecharlo al máximo y las grandes ganancias para todos reducirían la punzada de la tragedia. Nuan Cee se enderezó. —Si apareciera un puerto así, sería un tonto no aprovecharlo. Maud fingió jugar con su vaso. Ilemina fue clara sobre lo que podría ser prometido. —Un puerto seguro en el espacio tiene tres aplicaciones principales. Primero, es una base de investigación científica, un lugar de reunión natural donde

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—Son tanto injustos como depredadores —dijo Dil’ki—. De ser testigos de

múltiples especies podrían reunirse con comodidad y seguridad para compartir sus hallazgos. En segundo lugar, es un centro de envío y suministro, un puerto donde la carga se puede comprar, vender y trasladar, y los marineros cansados pueden descansar antes de reanudar su viaje. Tercero, es una instalación militar, equipada para repeler ataques y proteger a los que están dentro. El poderío militar de la Sagrada Anocracia, y de la Casa Krahr en particular, no tiene comparación. Si solo se pudieran encontrar socios adecuados para cumplir con estos otros roles—. Maud suspiró—. Por supuesto, dicha cooperación solo sería posible si se pudieran acordar alianzas revestidas de hierro, y las manera uniforme por todos los involucrados, y solo después de que ocurriera una instancia de cooperación mutua espontánea. El color de la reina se oscureció. —Una contribución uniforme de cada especie solo sería justa. Tal lugar requeriría tecnología avanzada y construcción moderna para ser realmente efectivo. —Y, por supuesto, requeriría una infusión suficiente de capital proveniente de un socio íntimamente familiarizado con las peculiaridades del comercio espacial. —Nuan Cee mostró los dientes en una rápida sonrisa. —Si tales planes se pusieran por escrito, en secreto, por supuesto, se podría avanzar en el camino del beneficio mutuo. —Allí, ella lo expuso. Ayúdanos a retener la estación de batalla y haremos rodar la pelota en la estación comercial, siempre que aceptes alianzas militares. Nuan Cee se volvió hacia Otubar. —¿Está de acuerdo el Sub Mariscal? Oh mierda. Otubar le devolvió la mirada al mercader. —Estoy aquí con ella, ¿no? Maud tenía que cerrar el trato. Ella asintió con la cabeza al criado que esperaba en el otro extremo de la plaza. La mujer desapareció detrás del árbol y

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obligaciones financieras y de otro tipo fueran determinadas y asumidas de

regresó con un enorme cofre de metal. Cuadrado y reforzado, parecía lo suficientemente inexpugnable como para contener una explosión de granada. El retenedor lo llevó con evidente esfuerzo, lo dejó en el suelo junto a Nuan Cee y se retiró. —Un gesto de buena fe de la Casa Krahr —anunció Maud—. Estamos agradecidos por el rescate de Helen y esperamos que el Clan Nuan comparta el antídoto con nosotros para su uso futuro. Su unidad personal, que había programado antes de la reunión, envió una disparada, como el pistilo de una flor. La parte superior del pistilo se desplegó. Una botella de niebla verde se deslizó hacia arriba sobre un pedestal. —Un arma de Nexus —dijo Maud—, tenía la intención de dejar a los lees estériles. Nuan Cee se echó hacia atrás. —La Casa Krahr no necesita de tales cosas ahora que ha encontrado un socio comercial dispuesto y confiable en el Clan Nuan —dijo Maud—. No nos comprometemos a la ligera y una vez que lo hacemos, lo apoyaremos hasta el final. —La profundidad de tu compromiso es impresionante —dijo Nuan Cee—. Es una buena oferta. Compartiremos el antídoto. —Nos da a mí y al Lord Consorte una gran alegría —dijo Maud. El Lord Consorte proyectó toda la alegría en una nube de tormenta. Todos bebieron sus bebidas. La reina tachi se levantó. —Esta ha sido una reunión muy esclarecedora, Maud de la Casa Krahr. Tenemos muchos planes que hacer.

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señal a la caja. Se separó con un sonido metálico, y una aguja de metal salió

272 Maud caminó la longitud del puente, midiéndolo con sus pasos. Era temprano y el cielo estaba ligeramente nublado, con el sol jugando con las nubes. Junto a ella, Helen bostezó y se frotó los ojos. Anoche, Maud había informado sobre la conversación entre los lees y los tachi a Lord Soren y Karat. No dudaba de que el Lord Consorte le daría un informe completo a Ilemina. Lord Soren estuvo de acuerdo con su evaluación: el objetivo de Serak y Kozor era la estación de batalla y querían a las especies extranjeras fuera del camino, pero cómo exactamente cómo planeaban llevarlo a cabo, nadie lo sabía. Después de volver a sus cuartos comprobó a Arland. Su puerta estaba cerrada, y él no respondió al mensaje de su unidad personal. Su ausencia la carcomía. Seguía imaginando escenarios salvajes, cada uno involucraba su muerte mientras dormía indefenso. Finalmente, se rindió y usó el pasadizo privado para ver cómo estaba. Estaba dormido en su cama, su pecho subía y bajaba a un ritmo suave y constante. Había considerado meterse en la cama junto a él para abrazarlo, pero decidió que sería espeluznante y se obligó a caminar de regreso a su habitación. Nada le iba a pasar a Arland; él dormía con el refuerzo mientras un cóctel de drogas que el médico había administrado reparaba sus heridas. Había muchas heridas. Era perfectamente razonable para él quedarse dormido durante otro día o más.

Maud siguió avanzando. Un viento refrescante agitaba su cabello, arrojando los cortos mechones en su cara. El exilio a Karhari, la tomó por sorpresa. Para entonces ya estaba acostumbrada a los planes de Melizard. Él siempre estaba creando problemas, era el hijo menor, el amado y mimado. Sus pecados, por graves que fueran, siempre eran perdonados. Excepto esa vez. Desde el momento en que había visto la cara de su ex suegra, Maud había aprendido a esperar lo peor y su imaginación obligó. Si Melizard se retrasaba, era porque estaba muerto. Si Helen comía un pedazo de fruta desconocida, extraños en el camino, eran asesinos enviados para matarla. Y Karhari le había dado la razón una y otra vez, alimentando su paranoia. Ahora Arland se había unido a la corta lista de Personas Cuya Muerte Imaginaba. Solo había cuatro nombres en la lista: Helen, Dina, Maud, y ahora, Arland. Seguía despertando, observando a Helen, y cuando se quedaba dormida, él moría en sueños y ella se despertaba. Un par de veces se levantó y merodeó en su balcón, como un gato enjaulado. Si tan solo le hubiera visto esta mañana, si le hubiera tocado y sentido la calidez de su cuerpo, se habría asegurado de que estaba vivo. Se había levantado de la cama planeando hacer exactamente eso. En cambio, Karat había irrumpido en su habitación tan pronto como salió el sol, anunció que Ilemina requería su presencia y se fue. Pasaron por la entrada arqueada a la torre del Preceptor. —¿Qué vamos a hacer hoy, mamá? —Hoy vamos a cazar —dijo Maud. Había revisado la agenda a última hora de la noche después de renunciar a dormir. En esencia, los vampiros eran una raza depredadora de humanos. En su mayoría eran carnívoros, y la caza estaba en su sangre. Los humanos también conservaban algunos de esos instintos primitivos. No importa lo civilizados que fueran o la evolución de su arte a la hora de cocinar, nada superaba un trozo de carne cocinado sobre el fuego.

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seguramente era venenosa y probablemente moriría. Si Maud se encontraba con

La Sagrada Anocracia no era tan civilizada. No se avergonzaban de su pasado depredador. Tan pronto como una Casa de vampiros reclamaba un territorio, hacían dos cosas. Plantaban un árbol vala y designaban terrenos de caza. La Casa Krahr mantenía una gran reserva de caza. Hoy, al mediodía, irían a cabalgar. Perderse la caza era impensable. Podía salirse con la suya con los juegos, omitiendo una cena formal, incluso llegando tarde a la ceremonia de la boda, aunque ese último requeriría reparaciones por la ofensa a los recién monumental. Incluso los niños eran llevados a la caza tan pronto como tenían la edad suficiente para no caerse de las monturas. —¿Qué tipo de caza? —¿Recuerdas cuando papá y yo te llevamos a la Casa Kirtin y salimos a cazar bazophs? Había sido uno de los raros momentos brillantes de su exilio. Melizard había conseguido un puesto en una Casa estable y durante dos meses tuvieron una breve muestra de la vida normal de la Anocracia. Y luego le dio un puñetazo al Mariscal de Kirtin y todo terminó. Los ojos de Helen se iluminaron. —¿Puedo ir a la caza? —Sí. Maud se dio cuenta de que si le hubiera dicho a una mujer de la Tierra que iba a llevar a su hija de cinco años sobre una montura alienígena temperamental y le permitiría viajar con una gran manada de vampiros homicidas para cazar una bestia desconocida pero seguramente peligrosa, la mujer habría intentado alejar a Helen de ella en el acto. Algunos tenían reuniones de la PTA, ella tenía cacerías. Helen lo disfrutaría y Maud quería que fuera feliz. Además, después del envenenamiento, dejar a su hija fuera de su vista sin un ejército de guardaespaldas listos para destrozar cualquier atacante estaba fuera de

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casados. Sin embargo, si se perdía la cacería, el insulto a los anfitriones sería

cuestión. Lo que Ilemina quisiera probablemente tendría lugar antes de la cacería. Llegaron al estudio del Preceptor. La puerta estaba abierta y pudieron ver a Ilemina inclinada sobre su escritorio. La vampira mayor parecía sumida en sus pensamientos, su expresión concentrada y depredadora. Una sensación de terror asaltó a Maud. ¿Ahora qué?

—¿Mi señora? Ilemina levantó la cabeza. —Entrad. Maud entró en la habitación, con Helen pegada a su lado. La puerta se cerró detrás de ellas. Atrapadas. Ilemina la fijó con una pesada mirada. —Lady Onda y Lady Seveline te han invitado a la wassail de la novia. La wassail era una antigua tradición vampírica. A pesar del gran nombre, era básicamente un almuerzo ligero en comida, pero pesado en bebidas, que, para los vampiros, significaba cafeína. Un vampiro promedio podría beberse una botella entera de whisky y permanecer perfectamente sobrio, pero Maud les había visto catar un expresso y disolverse en un revoltijo de palabras arrastradas y brazos caídos que declaraban su amor y devoción eterna a un extraño que habían conocido diez minutos antes. La wassail consistía en un gran tazón de ponche con bebida con cafeína y cada invitado se servía desde allí, brindando por el anfitrión. Era común antes de una boda; de hecho, la tradición dictaba que el novio y la novia bebieran diferentes tipos de wassails. Maud había asistido a varios wassails antes. Las recordaba cómo divertidas experiencias. Inevitablemente, alguien la desafiaría a una batalla de resistencia, que terminaba con sus contrincantes debajo de la mesa y ella, completamente sobria, buscando un baño con urgencia.

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Se detuvo en la entrada.

La cara de Ilemina contenía muy poco humor. Prometía la condenación. Definitivamente la condenación. —¿La invitación es motivo de alarma? —preguntó Maud. —Ninguna mujer miembro de la Casa Krahr ha recibido una invitación. Es un wassail familiar. Tú eres la única fuera de dicha familia. Estaría aislada y rodeada por caballeros de la Casa Kozor. La Casa Krahr debía honrar la privacidad de sus huéspedes. Si algo sucedía, no había garantía sería grosero y cobarde, y Onda y Seveline contaban con eso. —Es una trampa —pensó en voz alta. Ilemina asintió. —Te provocarán. Te pondrán a prueba para descubrir lo que sabes. Si eso falla, querrán humillarte. —Si no pueden hacer que responda, intentarán provocar a Arland en mi nombre. Si me insultan lo suficiente y corro llorando hacia él, tendrá que hacer algo al respecto. Se están volviendo más audaces. La mirada de Ilemina era directa y fría. Maud había visto esa expresión exacta en el rostro de Arland, justo antes de arrojarse sobre una flor que destruiría el mundo. Ilemina había tomado una decisión. Ni Kozor ni Serak saldrían indemnes de este planeta. A Maud se le heló la sangre. —¿Quieres el puesto de Maven? —preguntó Ilemina. Ni siquiera tuvo que pensárselo. —Sí. Ilemina giró hacia la pantalla que brillaba en la pared. Empezó a reproducirse un vídeo en el que Seveline se lanzó contra un grupo de Otrokar. Cada uno de los cinco guerreros de la Horda era más grande que Seveline. Maud había luchado antes con la Horda Destructora de la Esperanza; se habían ganado su nombre y algo más. Seveline bailó a través de ellos, cortando

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de que los refuerzos llegaran a tiempo, si es que llegaban. Rechazar la invitación

extremidades y cuerpos, grácil, letal, imparable… Una sonrisa radiante jugaba con sus labios. La sangre manchaba su cabello rubio. Parecía una berserker perdida en la matanza, pero se movía como una luchadora completamente en control de su cuerpo. Fluida. Precisa. Consciente. Debajo una leyenda brillaba. Seveline Kozor 57 muertes confirmadas Mierda.

Parecía saber dónde estaban cada uno de sus oponentes en todo momento, anticipando sus movimientos antes de que los llevaran a cabo. Ilemina templó su voz con acero. —Irás a la wassail y soportarás cada ataque a tu honor y dignidad. Bajo ninguna circunstancia debes desenvainar tu espada. ¿Me entiendes, Maven? —Sí, Preceptor.

—Entonces, ¿es habitual que los humanos se mantengan como mascotas? — preguntó Seveline. Maud tomó un sorbo de café. Era auténtico café de la Tierra, dado como regalo a la novia por la Casa Krahr, y endulzado con un jarabe local hasta que era menos bebida y más postre. La fiesta nupcial perdió la cabeza cuando la vieron verter crema en ella. Era dolorosamente consciente de que tanto Onda como Seveline la estudiaban preguntas

con

atención.

comenzaron

en

Las el

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En la pantalla, Seveline decapitó a un guerrero de un solo golpe y se rio.

momento en que se sentó y se volvieron progresivamente más escandalosas. La última fue un insulto. Si fuera una vampira, ya estaría corriendo sangre. No era un mal plan. Aislarla. Emborracharla. Insultarla hasta que arrojara el primer golpe, luego matarla. Probablemente estaban grabando para ser absueltos de cualquier culpa. Maud había hecho un barrido mental de la habitación cuando entró. La situación no había cambiado. Estaban en una torre, en una cámara redonda. Ocho mesas, cuatro vampiras en cada una. Sabía defenderse, pero nadie era tan bueno. Ilemina tenía razón. Si desenvaino mi

Su mejor defensa era fingir estupidez. —No sé a qué te refieres —dijo. Seveline lanzó un suspiro. Onda se inclinó hacia adelante, apartando su pelo castaño del camino. —Es una pregunta lógica. Tú no eres miembro de nuestra sociedad. No tienes ningún derecho, ningún propósito y no ofreces ningún beneficio a la Casa Krahr. —Aparte de entretenimiento sexual para el Mariscal —agregó Seveline. —En otras palabras, se te mantiene como una fuente de consuelo, muy parecido a un perro. —Eso no es verdad —dijo Seveline—. Los perros tienen un propósito. Te advierten de los intrusos y mejoran la seguridad. —Muy bien, entonces no un perro. —Onda agitó el brazo—. Un pájaro. Un pájaro bonito y ornamental. Maud levantó las cejas. —Entonces, ¿está diciendo que estoy aquí para el entretenimiento sexual del Mariscal como un bonito pájaro? ¿Los miembros de la Casa Kozor tienen la costumbre de copular con sus mascotas? No tenía ni idea de que tuvieran gustos tan exóticos.

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espada, no saldré viva de aquí.

Las dos mujeres parpadearon, momentáneamente descarriladas. Seveline cambió a Ancestro Vampírico. —Voy a retorcerle el cuello. La novia eligió ese momento para flotar a su lado, toda sonrisas. Giró suavemente, posó una mano sobre el hombro de Seveline, y todavía sonriendo, dijo: —Hazlo y te clavaré personalmente un cuchillo en el ojo. No vas a estropear difícil? La Caza está a punto de empezar. Manos a la obra. Interesante. La novia le ofreció a Maud una brillante sonrisa. —¿Estás disfrutando? Estas dos no te están molestando, ¿verdad? Le resultó casi imposible resistir la tentación de responder en Ancestro Vampírico. —De ningún modo. Han sido el epítome de la cortesía. Onda parecía que estaba a punto de tener una aneurisma. La sonrisa de la novia se afiló. —Me alegro de escucharlo. Se alejó flotando. —Entonces, ¿estás contenta siendo un calentador la cama? —preguntó Onda—. ¿Cómo se reflejará esto en tu hija? ¿O esperas que aprenda con el ejemplo? —Qué buena pregunta —dijo Seveline—. ¿Quizás ya has seleccionado un cliente para ella? Aficionadas.

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el plan. Tienes una tarea sencilla: provocar a esta perra. ¿Cómo puede ser tan

—Qué pensamiento tan inquietante —dijo Maud—. El contacto sexual con un niño está prohibido. Es increíblemente dañino para el niño. Me sorprende que esto se tolere dentro de la Casa Kozor. Esto se está convirtiendo en una conversación muy educativa. Aves, niños… ¿hay algo fuera del alcance de su gente? Onda se puso gris, temblando de rabia. Seveline la fulminó con la mirada. —¡No tenemos relaciones sexuales con niños!

—Entonces, ¿solo con pájaros? —preguntó Maud. Seveline tomó la jarra de café, se puso de pie y arrojó el contenido sobre ella. No tuvo tiempo para esquivarlo. El café apenas estaba caliente, pero la empapó por completo. Los ojos de Onda se habían vuelto tan grandes como platillos. La habitación quedó en silencio. Seveline la miró directamente, la anticipación en sus ojos. Maud le devolvió la mirada. Sigue siendo tu turno, perra. Seveline desbloqueó sus mandíbulas. —Cobarde. Debajo de la mesa, Maud se clavó las uñas en la palma de la mano. En su cabeza, se vio a sí misma coger la espada y enterrándola en las entrañas de Seveline. Pasó un momento. Otro. El café pegajoso se deslizó por su cuello, goteando de su pelo. Otro. Seveline mostró los colmillos en una mueca feroz, giró sobre sus talones, y se

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Las vampiras de las otras mesas se volvieron para mirarlas.

alejó. La puerta siseó al cerrarse detrás de ella. Maud se quedó muy quieta. Aún no estaba a salvo. Si la atacaban ahora, su mejor opción sería saltar por la ventana. Era una caída de treinta pies hasta el borde inferior, pero podría sobrevivir. La novia abrió su boca. Cada par de ojos la miró. —Mi señora, lo lamentamos muchísimo. No sé lo que le ha pasado. —Claramente —dijo Maud, su tono seco—, algunas personas no pueden

Una ligera risa se extendió por la reunión. —Eres muy amable —dijo la novia. Oh, no tienes ni idea. —Le imploro que no lo tenga en cuenta. Discúlpenme, tengo que cambiarme. —No soñaríamos con retenerla. Inténtalo y lo lamentarás.

Maud apretó los dientes mientras el largo ascensor se precipitaba hacia abajo, a través de un cráter tallado en el corazón de la montaña. Quitarse el café pegajoso de su cabello le había llevado una eternidad. Quitarlo de su armadura fue aún más. No tuvo tiempo para maquillarse ni ponerse presentable de ninguna manera. Nunca se molestó en maquillarse el rostro, pero siempre se entretuvo con las sombras y el rímel. En el exilio, el rímel se convirtió en un lujo inalcanzable y, a menudo, un obstáculo. Que se le metiera máscara en los ojos mientras sudaba cubos tratando de matar a un oponente de dos veces su tamaño antes de que la matara no era exactamente una estrategia ganadora. Pero tan pronto como Maud llegó a la posada, Dina la invitó a atacar su escondite de maquillaje.

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manejar su café.

Maud había usado sombra de ojos, máscara y una barra de labios cada día desde que aterrizó en este planeta. Ahora, su rostro estaba desnudo, su cabello estaba mojado, porque no se atrevió a perder tres minutos secándolo, y todavía, para su verdadero horror, olía a maldito café. Maud dio unos golpecitos con el pie. El ascensor se negó a descender más rápido. No era así como había querido aparecer en la cacería. Si las cazas a las que había asistido eran una buena referencia, esta sería una ocasión casi ceremonial. pulida, armas listas, peinados intrincados. Cuando finalmente encontraran lo que estaban cazando, los atacantes avanzarían y se acercarían para matarlo. Los atacantes eran elegidos de antemano. Ser elegido era un honor, y estaba segura de que los atacantes de esta cacería serían el novio, la novia, posiblemente Arland, Otubar, Ilemina o Karat. Quien fuera elegido de la Casa Krahr estaría allí únicamente para asegurarse de que la novia y el novio fueran los encargados de matar. Todos aplaudirían y grabarían el evento, para luego mostrarlo a familiares y amigos. Entonces, todo el grupo recogería y volvería a casa. Todo lo que tenía que hacer era llegar a las caballerizas a tiempo, cabalgar en medio de la procesión, intercambiar cumplidos y lucir bien, expresar admiración en el momento estratégico y luego regresar. Y ni siquiera podía manejar eso. Iba a llegar al menos diez minutos tarde. Más bien quince. Y eso si se fueron a tiempo. Maud volvió a golpear su pie. El ascensor continuó con un suave susurro. Revisó el mensaje de Helen otra vez. La cara emocionada de su hija brilló ante ella, proyectada desde su unidad personal. —Date prisa, mami. Vamos a cazar. Le había seguido un mensaje de Ilemina. —Tengo a tu hija conmigo. —Lo cual no sonaba amenazador en absoluto. Maud soltó un suspiro. Malditos vampiros.

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Todos lucirían lo mejor posible mientras cabalgaban en procesión. Armadura

El ascensor finalmente se detuvo. Las puertas se abrieron, revelando un túnel que llevaba a unas puertas abiertas. La luz del día inundó el pasillo. Maud salió corriendo al campo exterior. Un amplio sendero, completamente recto y pavimentado con piedras planas, se extendía ante ella, conduciendo a una puerta. A ambos lados había grandes corrales alineados, asegurados por enormes vallas. Detrás de cada hilera de corrales, había un gran establo.

Los vihr, las enormes monturas de huesos grandes que los vampiros preferían, se habían ido. Ella giró y vio al caballerizo a un lado. De mediana edad, enorme, canoso, con una melena de cabello rojizo y gris, frunció el ceño, mirando algo en su unidad personal. Un vampiro más joven con la piel grisácea y cabello negro azabache estaba de pie junto a él con una expresión de sufrimiento. Maud se dirigió hacia ellos. —Saludos —dijo Maud—. ¿Dónde está la partida de caza? El maestro de establos no levantó la vista. —Se han ido. —¿A dónde? Él se detuvo y la miró con cara de pocos amigos. —Caza. —¿En qué dirección? —Norte. —Necesito una montura. Cathy la Charlatana de los vampiros la favoreció con otra mirada. —No tengo ninguna.

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Los corrales estaban vacíos.

—Se suponía que debíais reservar un vihr para mí. —Alguien lo tomó. Caza. Norte. Maud convocó las últimas reservas de su fuerza de voluntad y mantuvo la voz tranquila. —¿Tiene otras monturas? —No.

—¿Tiene cualquier tipo de montura aquí? ¿Algo que corra rápido? El joven ayudante del establo la miró. —Tenemos savoks. Pero es imposible montarlos. —Miró al Maestro de establos—. ¿Cómo demonios acabamos con ellos? —Fueron un regalo de la Horda, después de Nexus —dijo el Maestro de establos. El corazón de Maud se aceleró. Los Otrokar de la Horda Destructora de la Esperanza vivían sobre la silla de montar. Atesoraban sus monturas como si fueran joyas. No las ofrecerían como regalo si fueran menos que espectaculares. —Me llevaré un savok —dijo. —Y un infierno —gruñó el Maestro de establos—. Te tirarán al suelo, te pisotearán, te desgarrarán con esas garras y te arrancarán la cabeza. Y entonces nunca escucharé el final del disgusto del Mariscal. Suficiente. No tenía tiempo para perderlo en tonterías. —Te ordenaron proporcionarme una montura. Trae los savoks o los conseguiré yo misma. —Bien. El maestro de establos chasqueó los dedos sobre su unidad personal. La puerta más cercana del establo de su izquierda se abrió. El metal resonó y tres

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Vale.

savoks galoparon hacia el corral. Dos eran del típico color rojo óxido y uno era blanco, un albino. Increíblemente raro. El sol captaba el vello aterciopelado y corto de sus pieles y casi brillaban mientras corrían. Si fueran caballos, medirían casi dieciocho manos hasta la cruz. Musculosos, con cuatro piernas robustas pero delgadas, se movían con agilidad y velocidad. Sus patas traseras terminaban en cascos, las de delante tenían tres dedos fusionados y una garra de raptor. Sus cuellos gruesos y cortos soportaban largas cabezas armadas con poderosas mandíbulas que no se veían en la Tierra desde la extinción de los

Pasaron a gran velocidad junto a ella, el macho blanco le lanzó una mirada feroz desde sus ojos verdes esmeralda, y siguió corriendo a lo largo de la valla, probando los límites del recinto, sus estrechas y largas colas ondeando detrás de ellos. La dejaron sin aliento. Mientras crecían en la posada de sus padres, Maud había visto cientos de monturas Otrokar, pero ninguna como estas tres. Los savoks volvieron a aparecer, chasqueando sus colmillos mientras pasaban. El gran macho empujó su hombro contra la valla y rebotó. Galoparon. —Te lo dije —dijo el Maestro de establos—. Irritables. No tenían ni idea del valor de estos animales. Según otros estándares, no tenían precio. Los vampiros, con su aplastante poder físico, evolucionaron en un planeta rico en bosques. Eran depredadores de emboscada. Se escondían y saltaban sobre su presa, dominándola. No eran grandes corredores ni grandes jinetes, y sus monturas, enormes y robustos vihr, que tenían más en común con los toros y los rinocerontes que con caballos de carreras, cumplían su propósito a la perfección. Podrían cargar con un peso asombroso, llevarlo durante horas y garantizar que te llevaran del punto A al B. No lo harían ni rápido ni con gracia,

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perros oso y los cerdos infernales.

pero te llevarían a donde tenías que ir. El mundo natal de los Otrokar era un lugar de llanuras interminables. Los Otrokar eran delgados e incansables, y podían correr durante millas para agotar a sus presas. Sus monturas eran como ellas, rápidas, ágiles e incansables. Comían cualquier cosa, hierba, sobras, presas que pudieran correr sobre la tierra, y eran tan inteligentes como salvajes. Los savok patearon la valla. Parecían conmocionados.

—Los dejamos salir una vez a la semana —dijo el ayudante. Maud resistió el impulso de gritar. Tuvo que esforzarse mucho para aguantarse. —¿Proporcionaron sillas de montar? —Sí —dijo el ayudante. —Tráeme una. La que vino con el blanco. —¿Cómo sabré cuál es? Ella cerró los ojos durante tres dolorosos segundos. —La que tiene bordado blanco. El ayudante miró al Maestro. El vampiro mayor se encogió de hombros. —Ve a buscarla. Ella no esperó a la silla de montar. Los savoks se detuvieron en el otro extremo del corral. Maud trepó la valla de metal. —¡Hey! —rugió el Maestro. El savok blanco la vio y pateó el suelo, preparándose para cargar. Maud inhaló y metió dos dedos en su boca. Un agudo silbido cortó el aire. Los savoks se congelaron.

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—¿Cuándo fue la última vez que salieron?

El Maestro de establos se había acercado pesadamente a la cerca y obviamente estaba tratando de decidir si debía agarrar a Maud y tirar de ella hacia atrás. Cuando Dina le contó a Maud acerca de cómo negoció la paz con Nexus, mencionó a la Khanum, la esposa del Khan y sus hijos. Eran norteños, entrenarían a sus savoks a la manera del norte. Maud silbó de nuevo, cambiando el tono. Los savoks se lanzaron hacia ella. El Maestro de Establos se abalanzó sobre

El savok blanco la alcanzó y se alzó, pateando el aire con las patas delanteras. Detrás de ella, el Maestro de Establos maldijo. —Tan hermoso —le dijo Maud al savok—. Menudas garras afiladas. Eres un chico precioso. —No entendería sus palabras, pero reconocería y respondería al tono de voz. Silbó de nuevo, un sonido ululante suave, y los savoks se pavonearon a su alrededor, empujándola con sus bocas y mostrando sus impresionantes dientes afilados. El macho blanco saltó en su lugar como un lobo bailando en la nieve para asustar a los ratones fuera de sus escondites. —Tan bueno. Tan imponente. Silbó de nuevo. El savok blanco dobló las rodillas, inclinó la cabeza y esperó. Ella saltó sobre su espalda y abrazó su cuello. Él dio un salto y despegó en un vertiginoso galope dando vueltas alrededor del corral. Le tomó todas sus fuerzas permanecer sobre su lomo. Finalmente, lo silbó a un lento trote. El Maestro de Establos y su ayudante, con una silla de montar tradicional en sus manos, la miraban boquiabiertos. Ella montó el savok y desmontó. —La silla de montar. El ayudante se la pasó sobre la valla. —¿El blanco tiene nombre?

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ella, pero saltó de la cerca y cayó al corral.

—Attura. Fantasma. Perfecto. Esperemos que pueda volar como uno. Llegaba muy tarde.

hierba. Maud comprendió que el savok no había corrido durante un tiempo, porque en el momento en que le dio rienda suelta, salió disparado al galope. Durante unas pocas respiraciones felices, después de alejarse de los establos, Maud dejó de lado toda su ansiedad y se perdió en la euforia del viento, la velocidad y el poder de la bestia debajo de ella. Attura corrió, alimentado por alegría pura, y ella sintió esa alegría, y, arrastrada por su necesidad de correr en libertad, lo dejó hacer y lo compartió. Finalmente, la realidad volvió como una pesada manta que la envolvía. Comprobó su unidad personal. Habían girado hacia el oeste, acercándose a las colinas que se elevaban a su izquierda. La partida de caza iba por el centro de la llanura, hacia el este y unas cuatro millas más adelante. A regañadientes, se movió en la silla, silbando suavemente. Attura se quejó, peor bajó el ritmo. —Lo sé, lo sé. —Se prometió a sí misma que la próxima vez que tuviera unas pocas horas, volvería a ver a Attura y le dejaría correr solo. Pero ahora tenían una partida de caza que alcanzar. El savok se instaló en un galope rápido, que no era realmente el mejor término. El galope de los caballos de la Tierra era un paso de tres tiempos, mientras que los savoks se apoyaban hacia adelante con sus poderosas patas traseras y pateaban el suelo con sus extremidades anteriores. Era un paso que recordaba a un lobo o un galgo. Pero era un peldaño más lento que su carrera, por lo que ella lo llamaba galope. Maud dirigió su montura con experiencia y pronto encontraron un ritmo cómodo.

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La llanura verde se deslizaba volando mientras Attura galopaba sobre la

Comprobó otra vez su unidad personal. Proyectó obedientemente el objetivo de la caza, una gran bestia vagamente felina del tamaño de un rinoceronte con un pelaje verde oscuro marcado con óxido rojo intenso. El Cazador de la Casa Krahr estaba rastreando, pero la principal partida de caza, y ella, no tenían ni idea de dónde vendría. A los vampiros no les gustaban las cazas arregladas de antemano. Daesyn era un hermoso planeta, decidió Maud. La suave hierba verde con destellos de turquesa y oro cubrían como una alfombra la llanura. Las erosionados por la lluvia y el sol la volvían casi blanca. El cielo estaba teñido de verde esmeralda, el sol dorado brillaba y el viento olía a flores silvestres. Era tan fácil perderse en todo eso y simplemente respirar. La colina a su izquierda sobresalió, creando una curva. Maud la rodeó y pudo ver la procesión de la partida de caza, avanzando con pesados pasos que parecían querer allanar aún más la llanura, como los grandes Clydesdales. Estaba demasiado lejos para escuchar el ruido de los cascos, pero recordaba de todos modos el sonido, boom, boom, boom. Se estaban moviendo un poco más rápido. Debían haber avistado la presa. Su unidad personal se sincronizó con el grupo y proyectó un mapa estilizado, etiquetando a los vampiros individualmente. Los ocho de delante representados por triángulos rojos, seguidos por un grupo más grande de triángulos blancos, seguidos por una pequeña cantidad de círculos verdes. Rojo significaba el equipo de asesinos, los blancos indicaban adultos y el verde estaba reservado para los niños. —Etiqueta a Helen. Entre los círculos verdes, uno se volvió amarillo. En el centro del grupo infantil. Probablemente protegida por varios centinelas y perfectamente a salvo. Aun así, las peleas eran impredecibles. Realmente estoy demasiado paranoica. Como si hubieran visto una señal, la partida de caza se dividió. El grupo rojo en la parte delantera se separó, el lento ritmo de los vihr se aceleró. El grupo

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cordilleras se alzaban a ambos lados, la piedra gris de sus precipicios

blanco se mantuvo en su puesto, manteniendo su curso original. Si no se apresuraba, se perdería la muerte. No podría ofrecer felicitaciones a la pareja que se iba a casar a menos que realmente fuera testigo de cómo derribaban a la bestia. Maud soltó un breve y áspero silbido y Attura se adelantó. Un rugido lejano sacudió el aire. Una enorme criatura salió de entre las colinas, corriendo hacia el equipo asesino, su pelaje verde difuminándose con la

El equipo de asesinos se desplegó, buscando flanquear a la bestia. Terminaría en cuestión de minutos. Su unidad personal gritó, el sonido de la alarma la atravesó. Algo estaba sucediendo en la procesión principal. La formación se rompió, demasiado caótica para ver lo que ocurría. En su pantalla, un gran punto rojo apareció entre los círculos verdes. El pánico la golpeó. Maud lanzó su peso hacia adelante, casi tumbada sobre el cuello de Attura. La bestia galopaba ahora con todas sus fuerzas. Los triángulos se alejaron de la procesión en todas direcciones. Dio un rápido vistazo a la proyección. Ahora había tres puntos rojos. Los niños huían, mientras los adultos se agrupaban en el centro, tratando de contener la amenaza. El círculo amarillo que indicaba a Helen iba hacia el suroeste, otro círculo verde a su paso. Maud desplazó su peso hacia la izquierda y el savok se desvió hacia el oeste. El grupo de vampiros se rompió, los cuerpos volaron y, a través de la brecha, Maud vislumbró una criatura. Enorme, moteada de gris y manchada de tierra y barro rojizo, la enorme bestia bramó, balanceando su enorme cabeza de lado a lado. Atrapó a un caballero y la fuerza del golpe lo lanzó fuera de su montura. El huérfano vihr gritó. Las grandes fauces de la bestia se desencajaron y se cerraron sobre el vihr. La criatura se apartó y una mitad sangrienta del vihr cayó al suelo.

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hierba. Maldición.

¿Qué demonios era eso? Parecía un dragón. Un enorme dragón con escamas. Tenía que llegar a Helen. Tenía que llegar a Helen ahora. Otro

dragón, este pálido

y

amarillento como un hueso viejo, se separó del grupo de vampiros y ajenos al peligro. Va a por los niños. Maud gritó. Helen giró la cabeza y miró hacia atrás. Y gritó. Maud se fusionó con Attura como si fueran una sola criatura, deseando que fuera más rápido. Los vihr corrían por sus vidas, los niños saltaban en las sillas, pero no eran lo suficientemente rápidos. El dragón iba a por ellos, pata sobre pata, como un cocodrilo, con las mandíbulas abiertas, un bosque de colmillos humedecidos con su baba. Estaba a punto de alcanzarlos. Más rápido. ¡Más rápido! Ya casi estaban allí. Casi. Unas docenas de yardas. El dragón se lanzó sobre los niños con un rugido. Los dientes. Los enormes dientes. Esto no era un sueño. El monstruo de su pesadilla se había hecho realidad y estaba intentando devorar a su hija. El vihr del niño gritó asustado y tropezó. El niño y la bestia cayeron sobre la hierba. El dragón se cernió sobre ellos. Maud lo vio todo como a cámara lenta con dolorosa claridad: la cara aterrorizada de Helen, sus ojos abiertos, sus

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cargó hacia el sudoeste. Los dos jinetes en vihr juvenil siguieron huyendo,

manos en las riendas del vihr, el vihr girando, obedeciendo a su estúpida jinete, y luego en el suelo, entre el niño y el dragón. Veinte yardas la separaban de su hija. Un sonido rasgó el aire alrededor de Maud, tan fuerte que era casi ensordecedor. Una pequeña parte aún cuerda de ella le dijo que estaba aullando como un animal, tratando de convertirse en una amenaza. Helen desenvainó sus cuchillas.

Algo se rompió dentro de Maud. Algo casi olvidado que vivía en lo profundo de su ser, en el mismo sitio donde los posaderos tomaban su poder cuando se conectaban a su posada. Ella no tenía una posada. No tenía nada, excepto a Helen y Helen estaba dentro de la boca del dragón. Todo lo que Maud era, cada gota de su voluntad, cada gramo de su fuerza, todo se convirtió en magia dirigida a través de la estrecha mira de su desesperación. La atravesó como un rayo láser y ella lo vio, negro, rojo y helado, comprometido con un simple propósito: ¡para! El tiempo se congeló. El dragón se detuvo, encerrado e inmóvil, el bulto a punto de viajar por su cuello se detuvo en seco. Los vihr, uno caído, el otro a punto de encabritarse, se quedaron petrificados. El pequeño vampiro tirado en la hierba, inmóvil. Esta es la magia de los ad-hal, la misma voz cuerda le informó. No deberías poder hacer esto. Pero ella se movía a través de la quietud, con la espada en la mano, y cuando Attura desgarró las escamas del dragón, Maud cortó una herida en la mejilla. Sangre brotó, roja y caliente. Maud metió su brazo en el corte. Sus dedos se engancharon en una mata de pelo, agarró un puño lleno y tiró. No podía moverlo, por lo que plantó sus pies, dejó caer su espada y empujó ambos brazos en la herida. Sus manos encontraron tela. Agarró y tiró. El peso se movió bajo sus manos.

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El dragón abrió la boca. Su cabeza se hundió y Helen desapareció.

Los bordes del corte abierto se desgarraron. Su hija cayó al pasto empapada de saliva. ¿Está muerta? Por favor, por favor, por favor, por favor… Helen respiró honda y temblorosamente y gritó. La magia se hizo añicos. El dragón rugió de dolor y golpeó a Attura, que seguía aferrado a su cuello. volvió a cargar. El sueño la había perseguido desde que llegó a Daesyn ardiendo dentro de ella, explotando como una burbuja de jabón, y en un destello, lo recordó todo: la posada de sus padres, el monstruoso dragón, la profundo voz inhumana que reverberó a través de sus huesos. —Dame a la niña. Había dos niños detrás de ella, y ella era la única cosa entre ellos y el dragón. Maud atacó. Ella se rompió con el salvajismo de una madre acorralada en una esquina. Apuñaló, cortó, perforó, su hoja de sangre se convirtió en la encarnación de su rabia. No quedaba ni rastro de miedo. Se había desvanecido en el aterrador instante en que vio al dragón tragarse a Helen. Solo le quedaba furia y helada determinación. El dragón atacó y Maud lo esquivó. Cuando la atrapó con un golpe, se puso de pie y volvió a cargar, con los dientes al descubierto en un gruñido salvaje. Lo apuñaló en la garganta. Cuando trató de sujetarla con sus garras, se las cortó. Ella no era un torbellino, no era un incendio forestal; era un fenómeno preciso, calculador y frío, y lo cortó en pedazos uno por uno, mientras Attura rasgaba su carne. El dragón se alzó, un desastre ensangrentado, un agujero sangriento en vez de un ojo, las patas desfiguradas y rugió. Ella debía haber perdido la razón,

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El savok salió volando, volteó en el aire, aterrizó a cuatro patas como un gato y

porque respondió con su propio rugido. Este cayó sobre ella, tratando de atraparla con su enorme peso. Tuvo la loca idea de sostener su cuchilla de sangre y dejar que se empalara a sí mismo, pero algo la golpeó desde un costado, apartándola del camino. El dragón se estrelló contra el suelo, y en un relámpago de cordura, Maud se dio cuenta de que habría sido aplastada. Arland la volvió a poner de pie. Su maza gritó. Cargó contra el dragón, enorme, su rostro una máscara de rabia. Maud se echó a reír y volvió a la matanza.

los niños apuñalando las patas del dragón lisiado. Finalmente, se balanceó como un coloso con los pies de arena. Se apartaron y se estrelló contra el suelo. Su ojo se cerró y se quedó inmóvil. Maud agarró su espada, sin saber aún si ya habían terminado. Tenía que asegurarse de que estaban a salvo. Ella comenzó a avanzar, apuntando a su rostro. Arland se levantó de la sangre, saltó sobre la cabeza del dragón y elevó su maza con ambas manos. Lo golpearon al mismo tiempo. Ella hundió su espada tan profundamente como pudo en su ojo restante, mientras él aplastaba su cráneo a golpes. Se miraron el uno al otro, ambos bañados en sangre. Helen abrazó la pierna de Maud, sus labios temblorosos. Arland se deslizó al suelo desde la cabeza arruinada del dragón y la acercó a él. La voz de Arland era tensa cuando habló. —Creía que os había perdido a las dos. Maud levantó la cabeza y le besó, con sangre y todo, sin importarle quién estaba mirando o lo que pensarían.

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Cortaron, arrancaron y aplastaron juntos. En algún momento, vislumbró a

295 Maud llamó a la puerta que separaba los cuartos de Arland del túnel que llevaba a sus habitaciones. Ayer habría dudado. Hoy ni siquiera se detuvo. La puerta se abrió. Arland estaba de pie al otro lado, descalzo y sin armadura, con una camisa negra sobre unos pantalones negros sueltos. Tenía el pelo húmedo y se lo había recogido en una coleta. Seguramente acababa de salir de la ducha. La tarde se había convertido en crepúsculo, y la luz de la puesta de sol teñía la habitación a su espalda de púrpura, rojo y turquesa profundo. Su mirada se quedó atrapada en ella. Llevaba una túnica blanca de seda de araña fonari, la tela era tan fina y ligera que apenas la sentía. Las mangas anchas caían sobre sus brazos como una nube. Había ceñido la túnica a la cintura con el cinturón, pero era tan ancha que la voluminosa falda barría el suelo, la seda se arremolinaba alrededor de sus piernas con la brisa más leve y reflejaba la luz con un brillo casi translúcido. La túnica se la regaló Dina por Navidad. Le entregó el regalo, sonrió y se fue, dejándole a Maud privacidad. Maud abrió la caja dorada y la miró. En ese

momento le pareció un lujo increíble. En Karhari, habría pagado un año de agua para Helen y ella. Había tocado la túnica, sintiendo la delicada tela, y revolvió algo en ella, algo suave y frágil que había escondido en lo más profundo para sobrevivir, la parte de ella que amaba la ropa bonita, las flores y darse largos baños. Regresó dolorosamente y pudo llorar de dolor y de alivio. Algo que había creído que había perdido para siempre esa primera noche en Karhari, cuando cortó su pelo y se sentó sola en el suelo junto a los mechones oscuros y lloró. Ahora, esa parte

Deseaba tanto haber tenido su cabello ahora. Arland abrió la boca. No salió nada. Solo la miró. Un destello de satisfacción femenina la recorrió. El silencio se alargó. —¿Arland? Cerró la boca y la abrió de nuevo. —¿Cómo está Helen? —Muy cansada. En cuanto se lavó toda la sangre se quedó dormida. —Comprensible. Estaba luchando por su vida. —Su voz se apagó. —¿Arland? —¿Sí? —¿Puedo entrar? Él parpadeó y se hizo a un lado. —Aparentemente, he perdido mis modales en algún momento de la caza. Mis más profundas disculpas. Ella pasó junto a él.

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despertó y dolía, y había llorado otra vez de dolor y alivio.

Arland cerró la puerta y se volvió hacia ella. —¿Tienes alguna herida de grave…? Maud envolvió su cuello con los brazos y se puso de puntillas. Sus labios se encontraron con los de él, pero Arland se quedó inmóvil. ¿No me quiere? Arland la abrazó, le dio la vuelta y en menos de un segundo Maud se encontró con la espalda pegada a la puerta. Sus ásperos dedos acunaron su ojos ardían de lujuria, necesidad y hambre, todas esas emociones agudizadas por pura anticipación depredadora. Sus labios temblaron al principio de un gruñido. Arland sonrió ampliamente, mostrando sus colmillos, y bajó su boca sobre la de ella. Sus instintos le advirtieron a gritos, no estaba segura de si era su compañera o su presa, pero había esperado demasiado tiempo para esto y le encontró a medio camino. Se tocaron como dos hojas en un duelo. Su boca selló la de ella y ella se abrió para él, desesperada por conectarse, sentirlo, saborear… Su lengua se deslizó sobre la de ella. Sabía a menta y especias cálidas. Sus colmillos arañaron sus labios. Su cabeza nadó. Se sentía ligera y fuerte, y deseaba… La besó más profundamente, su gran cuerpo apoyándose en el de ella. Maud le mordió el labio en respuesta. Un gruñido retumbó profundamente en su garganta, la advertencia de un depredador o tal vez un ronroneo, ni lo sabía ni le importaba. Besó la esquina de su boca, sus labios, su barbilla, su cuello, creando un hilo de calor y deseo en su piel. Ella estaba temblando con la necesidad ahora. —He querido esto durante tanto tiempo —gimió Arland. —Yo también. —¿Por qué ahora?

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mejilla, sus dedos acariciando su piel. Sus ojos azules le quitaron el aliento. Sus

Estaba besando su cuello otra vez, cada toque de sus labios un estallido de placer. Apenas podía pensar, pero respondió de todos modos. —Casi morimos hoy. No puedo esperar más. No quiero tener cuidado, no quiero pensar en las consecuencias o las cosas que van mal. Solo te quiero a ti. Te quiero más que a nada. —Y me tienes. —¿Siempre?

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—Siempre —prometió.

Maud se estiró, deslizando su pie a lo largo de la pierna caliente de Arland. La apretó más contra su cuerpo. Su cabeza descansaba sobre su pecho. —¿Qué eran? ¿Las criaturas? —Lo más cercano a los Mukama de mi generación. En el mundo natal de los vampiros, había simios depredadores, como nosotros, pero no del todo nosotros. Un pariente lejano, menos inteligente, más feroz, más cruel. —¿Primitivo? —Sí. Los Mukona, las criaturas que nos atacaron, son los primos primitivos de los Mukama. Son para los Mukama lo que los monos salvajes son para nosotros. Una rama evolutiva anterior que se quedó atrás. Este es el planeta original de los Mukama, después de todo. Los Mukona poseen inteligencia rudimentaria, más bien una astucia depredadora, en realidad, y habitan cuevas muy por debajo de la superficie del planeta. Cuando conquistamos el planeta, los cazamos hasta la extinción, o eso creíamos. —Eran tres —dijo Maud—. ¿Una pareja apareada y su cría? —No lo sé. Posiblemente. Nunca había visto uno antes de hoy. Había oído historias —gruñó—. Una vez que termine esta maldita boda, tendremos que

enviar naves teledirigidas a las cavernas. Averiguar cuántos hay y, si quedan, tendremos que tomar medidas para preservarlos. Ella levantó la cabeza y le miró con desconcierto. Arland sonrió. —Hoy somos leyendas. Matamos a un Mukona, lo siguiente más legendario que un Mukama, el antiguo enemigo, el devorador de niños, los carniceros cósmicos que casi nos exterminaron. En cuanto se corra la voz, todas las Casas Tenemos que proteger su futuro y gestionar su población. No tengo ni idea de qué los atrajo a la superficie, para esta caza de todas las cacerías. Oh, bueno, al menos algo bueno saldrá de esta boda. —Fue Helen —dijo Maud. Él frunció el ceño. —Cuando era pequeña, un Mukama se alojó en nuestra posada. Arland se incorporó de golpe en la cama. —¿Un Mukama vivo? —Bueno, sí, no era un cadáver que alguien trajo en su maleta. No, estaba muy vivo y quería una habitación. Están por ahí en alguna parte, Arland. Piénsalo. Eran una civilización interestelar con una armada de naves. ¿De verdad creías que los exterminasteis a todos? —Sí, en cierto modo lo creía. ¿Qué pasó? Maud suspiró. —Era muy joven, así que solo recuerdo partes y trozos. Mi hermano me contó la mayor parte. Él es mayor que yo por tres años y lo vio todo. Tuvo pesadillas durante años después. La posada había permanecido inactiva durante mucho tiempo y mis padres se habían convertido recientemente en sus posaderos. No estaban en condiciones de rechazar invitados, y cuando llegó el Mukama, estaba lleno de magia. La posada necesitaba desesperadamente

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querrán venir para tener la oportunidad de cazar uno. Son bestias magníficas.

sustento y darle una habitación contribuiría en gran medida a restaurar la fuerza de la posada. —Lo entiendo —dijo—. Es por eso que tu hermana aceptó organizar nuestra cumbre de paz después de que todos los demás nos rechazaran. Maud asintió. —Mis padres le ofrecieron habitaciones con una salida separada, completamente lejos de todos los demás invitados, con la condición de que se punto. Tal vez tenía cinco años. Debería recordarlo, pero no lo hago. Todo lo que recuerdo es un monstruo que me persigue por el jardín. Y luego hubo dientes. Dientes realmente aterradores. Se deslizó más profundamente debajo de la manta. Arland volvió a bajar a su lado y le rodeó la cintura con el brazo. —Estaba corriendo por mi vida y luego mi padre salió al camino frente a mí. Su túnica era negra, y sus ojos y su escoba brillaban con luz azul. Corrí detrás de él y seguí corriendo, y luego hubo un horrible rugido. Mis padres habían restringido el Mukama. Había tomado todo su poder combinado y todo lo que tenía la posada. Cuando mi padre exigió saber por qué no debería matar al Mukama ahora, la criatura le dijo que no podía evitarlo. Que estaba llena de magia y que haría cualquier cosa para devorarme. Les ofreció una fortuna. Les dijo que siempre podían tener más hijos, pero era vital que se le permitiera comerme. Arland maldijo. —Se entusiasmó con eso. A mi padre le preocupaba que no pudieran contenerlo, y apeló a la Asamblea de Posaderos. Enviaron al ad-hal y el ad-hal se lo llevó. Es por eso que los Mukama están excluidos de las posadas. —¿Por qué nunca me lo dijiste? ¿Por qué nadie nos lo dijo? Maud suspiró.

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abstuviera de dañar a nadie. Supuestamente, había entrado en el jardín en este

—No te lo dije porque lo había olvidado. He tenido pesadillas al respecto todas las noches en este planeta, pero debo haberlo reprimido. Era demasiado aterrador. Toda mi energía la gasté bien atendiendo tus heridas o tratando de no tirarme a ti. Sus cejas se alzaron. —En cuanto a por qué nadie se lo dijo a la Sagrada Anocracia, los vampiros son solo una de las miles de especies que vienen a través de las posadas de la Tierra. Mantenemos nuestra neutralidad y guardamos los secretos de nuestros

Maud frunció el ceño. —¿Qué pasa con los niños? Los Mukama y sus parientes parecen incontrolablemente atraídos por ellos. Tres criaturas que habían sobrevivido en un mundo de vampiros todo este tiempo salieron de su escondite solo para comerse a mi hija. ¿Por qué ahora? —No lo sé —dijo Arland—. Pero lo descubriremos. Se tumbaron juntos en un cómodo silencio. Maud se regodeó en él. Cálido y seguro y… —Dime algo. Cuando estaba corriendo hacia ti, podría haber jurado que el Mukona se congeló a mitad de movimiento. ¿Fuiste tú? Ella gimió y se cubrió la cabeza con las mantas. Arland retiró las mantas hacia atrás. —Eso no es una respuesta. —Fui yo. —¿Cómo? —No lo sé. La inmovilizó con su mirada.

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huéspedes.

—Me recordó a Tony. El ad-hal Tony. Cuando entró en la batalla en la posada de tu hermana y congeló al atacante Draziri. Ella entrecerró los ojos hacia él. —¿Por qué tienes que ser tan observador? —Una vida de entrenamiento y unos momentos de miedo —dijo Arland—. Cuando ves a la mujer que amas y a tu hija a punto de ser comida viva, eso agudiza un poco tus sentidos. ¿Por qué tienes la magia de un ad-hal?

hacen o entrenan los ad-hal. Cuando se elige a un niño para que se convierta en un ad-hal y la familia consiente, se lo llevan por un tiempo. A veces unos meses, a veces un año. Cuanto más viejo sea, más durará el entrenamiento. No hablan de eso, ni siquiera con sus familias. A veces regresan, como Tony, a veces eligen no hacerlo. —¿Son los ad-hal muy apreciados? ¿Son raros? —Sí —dijo ella. Su expresión se endureció. —¿Estás formulando un plan de batalla en caso de que los ad-hal aparezcan aquí y traten de llevarme a mí o a Helen? —preguntó. —No te llevarán lejos. Eres el Maven de la Casa Krahr. Nadie viene a llevarte lejos. Tendrían que matar a toda nuestra Casa. Lo dijiste tú mismo, sus números son pocos. Si lo intentan, habría muchos menos. Ella se estremeció simulando. —Tan sediento de sangre. Él le mostró sus colmillos. —No funciona así —explicó—. Convertirse en un ad-hal es estrictamente voluntario. Si regreso a la Tierra y demuestro mi nueva capacidad de congelar el tiempo, suponiendo que pueda hacerlo, porque no sé cómo lo hice y he estado tratando de hacerlo nuevamente sin éxito, la Asamblea de Posaderos

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—Desearía poder decírtelo. Nunca he hecho eso antes. Nadie sabe cómo se

puede querer hacerme algunas preguntas. Pero no soy posadera. No tienen autoridad sobre mí a menos que rompa el tratado. Pero me gusta cómo piensas, mi señor. Arland le besó el hombro. —Esa es una excelente noticia. Los besos hicieron difícil mantener una conversación.

—Ella me informó después del hecho. —Él acarició su cuello—. ¿Te gusta ser el Maven? —Estoy pensando en ello. ¿Qué estás haciendo? —Dado que mis heridas no necesitan curarse, estoy viendo si puedo lograr que te lances sobre mí. —¿Ya? —Un caballero siempre está a la altura, mi señora.

Los tres estaban desayunando en su balcón estéril. Arland y ella estaban sentados a la mesa, disfrutando de un té de menta y una fuente de carnes, quesos y frutas, mientras Helen cogió su plato y se sentó con las piernas cruzadas sobre el muro de piedra, contemplando la vertiginosa caída que había debajo. Cada vez que se movía, Maud tenía que luchar contra el impulso de saltar y tirar de ella lejos del borde. —Esta niña no tiene ningún miedo —dijo Arland en voz baja. —Karhari era completamente plano —dijo Maud—. No estoy segura de si entiende el peligro o si solo lo ignora. Arland alzó la voz.

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—Mhm. Entonces, ¿cuándo supiste que tu madre me hizo el Maven?

—Helen, no te caigas. —No lo haré. Arland miró a Maud. Bueno, por supuesto, eso lo arregla todo. Ella escondió una sonrisa y bebió más té de menta. —Tengo un regalo para ti. —Arland empujó una pequeña tableta sobre la

En la pantalla apareció una nave ligeramente deteriorada por el desgaste, pero todavía impresionante. La habían remendado, reparado y obviamente golpeado, pero la naturaleza dañada por la batalla de la nave le daba un aspecto imponente. Era como un luchador que envejecía, maltratado pero sin ataduras. —¿La Star Arrow? ¿La nave de Renouard? Arland asintió. —El pirata. —¿Qué le pasa? —¿Quieres que muera? Ella parpadeó —Te insultó. Parece que no te gusta, así que envié una nave a su localización. Le hemos estado observando durante el último semiciclo y tenemos poder de fuego suficiente para reducirlo a él y a su nave a polvo cósmico. —Déjame ver si te he entendido bien. ¿No te gustó la forma en que un pirata y traficante de esclavos me habló, así que enviaste una nave para rastrearle y asesinarle a él y a su tripulación si yo lo deseaba? —Me dio la impresión de que te disgustaba. Maud se le quedó mirando fijamente un largo rato y comenzó a contar con sus dedos.

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mesa.

—Costo del combustible, pago por riesgo, un equipo completo enviado al espacio profundo… —El hombre es una amenaza, y la galaxia estaría mejor sin él. Le miró de reojo. —¿Estás celoso de Renouard? —Ya no. Estás aquí conmigo y él está en algún lugar del cuadrante Malpin a

Maud no pudo reprimir una carcajada. —¿Quieres que te cuente lo que ocurrió con él? —Si lo deseas. —Nos conocimos en una Logia de Carretera hace un año y medio. Es un contrabandista, traficante de esclavos ocasional y pirata de oportunidades. No sé en qué Casa estaba, pero sí sé que nació fuera del matrimonio y eso causó un problema. Dependiendo de a quién le preguntes, lo expulsaron o la abandonó por voluntad propia, pero ha sido un pirata durante las últimas dos décadas. Me encontré con él de nuevo después de la muerte de Melizard. Estaba desesperada por salir del planeta, y me ofreció un viaje. —¿A qué precio? Maud sacudió la cabeza. —Humano, vampiro, no importa. Quieres saber si me acosté con él. —Era bastante adorable que lo molestara tanto. —Nunca me atrevería a preguntar. —La expresión de Arland se había vuelto inescrutable. Si aparentaba estar más desinteresado, se desvanecería en el muro de piedra. —Nunca tuve sexo con Renouard. Lo insinuó al principio, luego me ofreció un pasaje por eso, pero incluso si le hubiera encontrado atractivo, que no, nunca confié en él. Es el tipo que se acuesta contigo hasta que se aburre, y luego te vende al mejor postor para hacer dinero rápido. Incluso si hubiera estado sola,

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punto de hacerse pasar por una súper nova. —Arland tomó un sorbo de té.

no lo habría aceptado. Era responsable de Helen. No estaba dispuesta a correr ningún riesgo. Dispararle ahora no serviría de nada. ¿De verdad te sientes amenazado por su existencia? —No estoy amenazado por él en lo más mínimo. Estamos aquí, teniendo una conversación agradable, mientras él está muy lejos y, a mi orden, dejará de existir por completo. —Arland sonrió ampliamente, mostrándole sus espléndidos colmillos.

—No lo mates. No es estúpido. Ha ejercido la piratería durante los últimos veinte años, es un superviviente. Conoce a muchas criaturas. También es vanidoso y odia a la Sagrada Anocracia, lo que le hace predecible. Puede ser un recurso valioso. La otra opción sería que asaltases su nave, lo atrapes, le arrastres hasta aquí, le escondas en un agujero oscuro, y cuando te dé un ataque de melancolía, podrías ir y golpearle con un palo. Te animaría de inmediato. —Yo no tengo ataques de melancolía. —Arland se enderezó—. Soy el Mariscal de la Casa Krahr. No tengo tiempo para lamentarme. Maud se encogió de hombros. —Ahí está tu respuesta entonces. Arland recuperó la tableta y escribió algo de manera muy deliberada. —Ha vuelto a convocar la nave. El hombre es estúpido, pero destruirlo después de esta conversación sería impropio. Tengo que evitar aparentar mezquindad. —¿Qué pasará la próxima vez que alguien sea malo conmigo? ¿Movilizarás la flota de nuevo? —Me encargaré de ello y no te lo diré hasta que esté hecho. Ella se rio. —¿Crees que te necesito para defender mi honor? Arland se echó hacia atrás y miró a su habitación.

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Maud puso los ojos en blanco.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Maud. —Comprobando dónde está tu espada antes de responder. Ella se recostó en la silla y volvió a reír. No podía recordar la última vez que se había divertido tanto en el desayuno. Podrías divertirte todos los días, le dijo una pequeña voz. Y así, los tres juntos bromearon sobre la caza de piratas y vigilaron por si Helen necesitaba ser rescatada. —¿Crees que podría conseguir algunas plantas para el balcón?

—¿Quieres plantas? Haz una lista. Las entregarán antes del atardecer. —Gracias. Necesita algunas flores —dijo. —No necesitas ni siquiera preguntar. Todo lo que quieras es tuyo, si está en mi poder otorgarlo. Además, como Maven, tienes una cuenta de gastos discrecional y la autoridad para usarla como desees. Maud jugó con su cuchara. —Ni siquiera sé qué pedir… —¿Puedo tener un gatito? —preguntó Helen. Los dos se volvieron hacia ella. —Si mamá pide flores, ¿puedo tener un gatito? Arland parecía avergonzado. —En realidad no tenemos gatitos. ¿Te conformarías con un cachorro de rassa o un cachorro de goren? Helen comprobó su unidad personal. —¡Sí! —Iremos a las perreras cuando terminemos de desayunar. Si tu madre lo aprueba.

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Arland dejó de masticar a mitad de un bocado de carne ahumada.

Hombre inteligente. —Lo apruebo —dijo Maud. Sus unidades personales sonaron al mismo tiempo. Maud leyó el breve mensaje y su estómago trató de devolver el desayuno a la mesa. La feliz pareja quiere casarse en la estación de batalla.

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—Karat.

309 Maud siguió a Arland al cuartel general de la Casa Krahr. La gran sala vibraba de pura actividad. Los escritorios y las pantallas brotaban del suelo, cada estación era un punto focal para la élite de la Casa Krahr, y entre ellos se movían una docena de caballeros y sirvientes. Más pantallas brillaban en las paredes, parpadeando con datos e imágenes. Un grupo de sirvientes rodeaba a Ilemina a la izquierda y un grupo igualmente numeroso había acorralado a Lord Soren. —¡Lord Mariscal! —El Caballero Ruin se acercó a ellos a la carrera con expresión de obstinada determinación. Por lo que Maud había observado, la misión de Ruin era asegurarse de que Arland estuviera donde se suponía que debía estar cuando se suponía que tuviera que estar en ese momento, para poder encargarse de los asuntos urgentes que el Caballero Ruin siempre apuntaba en su lista, una lista detallada. Tenía la sensación de que el caballero pelirrojo la consideraba una amenaza permanente para que dicha misión tuviera éxito. Arland giró a la izquierda hacia lo que tenía que ser su escritorio, con Ruin en sus talones hablando en tono bajo y urgente. Varios caballeros se separaron de la multitud y se lanzaron sobre Arland como tiburones hambrientos. Maud se detuvo y observó el caos controlado que la rodeaba. Todo lo planeado para la boda tendría que ser trasladado a la estación de batalla, donde

las cosas finalmente llegarían a su fin. La logística de mover solo lo necesario para la celebración era suficiente como para estresar a un santo, pero seleccionar a quiénes asistirían a la boda añadía una dimensión completamente nueva. En la superficie del planeta, la Casa Krahr tenía una abrumadora ventaja numérica. En el espacio, con una capacidad limitada, la mitad de la cual sería ocupada por los ‘invitados’ de la boda, cada asistente contaba. Se lanzó el guante, se desplegó la bandera de guerra y se descubrieron los colmillos. La Casa Krahr había aceptado el desafío.

Casa próspera, siempre a rebosar de actividad y preparándose para la guerra. El zumbido de las voces, las campanadas de las alertas de comunicación, el ritmo rápido de pasos corriendo… Naves espaciales

despegando

en

los

monitores. Caballeros en armadura de batalla. Una emoción eléctrica saturaba el espacio, poniéndole la piel de gallina. Su ex marido lo habría bebido como si fuera el néctar de los dioses. Melizard habría matado, en un sentido muy literal, para tener la oportunidad de ser parte de esto. Una vez le había dicho que sentía que había nacido en la Casa equivocada. Por fin entendía a qué se refería. La Casa Ervan nunca podría haberse enfrentado a esto, no a esta escala. Esto era lo que debía haber visto en su cabeza. Tenía que sentir que se estaba ahogando. Imaginó a su fantasma de pie junto a ella, una sombra delgada y translúcida y esperó el familiar pinchazo de amargura. No vino. Maud se quedó perpleja. He seguido adelante. Era libre. Finalmente. Todos sus recuerdos y lecciones amargas seguían allí, pero habían perdido la capacidad de herirla. El presente importaba mucho más.

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En sus sueños más salvajes, esto es lo que Melizard había imaginado. Una

Todos a su alrededor estaban ocupados. Tenía que hacer algo útil. Al menos podría contribuir de alguna manera. Alguien en algún lugar podría utilizarla… Una joven vampira caballero se plantó delante de ella. Si el fantasma de Melizard tuviera alguna sustancia, ella lo habría atravesado. Era alta, con una piel gris profundo y una gran melena negro azulada trenzada. Sostenía una tableta en sus manos, un comunicador curvado sobre sus labios y una pantalla secundaria proyectada sobre su ojo izquierdo.

Maud se movió para hacerse a un lado y se congeló a mitad del paso. Ella era la Maven. —¿Sí? —Soy Lady Lisoun. Soy tu ayudante. ¿Qué deberíamos hacer con las sillas? —¿Qué pasa con las sillas? —¿Qué sillas? ¿Ayudante? Lady Lisoun respiró hondo. Las palabras salieron de ella en una carrera rápida. —Las sillas del salón grande de la estación de batalla. Maud esperó. —Son sillas de estilo estancia. Las sillas de estilo estancia tenían un respaldo sólido. Los tachi no podrían sentarse en ellas. Sus apéndices vestigiales se interpondrían. —Tu escritorio está allí. —Lisoun comenzó a abrirse camino entre la multitud. Maud marchó a su lado. —¿Podemos sustituir las sillas por unas diferentes? —No, mi señora. Son parte de una unidad, una mesa y ocho sillas. —¿Están unidas a la mesa?

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—Lady Maven.

—Sí, mi señora. —¿De quién fue esa brillante idea? —No lo sé, mi señora. Son útiles a la hora de almacenarlas. —¿Por lo menos se puede ajustar su altura? —Los lees tampoco podrían sentarse en una silla del tamaño de un vampiro. —No lo sé. —Lisoun se detuvo ante un escritorio rodeado de gente—. Lo

El resto de los caballeros la asedió hablando todos a la vez. —¡Uno a la vez! —ladró Maud. Unos sirvientes de aspecto familiar —¿dónde los había visto? Ah, en el salón del banquete— metieron una tableta debajo de su nariz. En ella vio una fuente de frutas y verduras dispuestas elaboradamente. —¡Aprobación del menú! Maud estudió el arreglo. —Quitad el kavla, los tachi son alérgicos. Aseguraos de que tampoco la miel contenga rastros de kavla. —Agitó los dedos hacia la tableta, desplazándose por las imágenes—. No. Ninguno de estos tiene sentido. Los platos tikk igi deben seguir un patrón. No puedes poner un montón de frutas bonitas al azar en una bandeja. Debe haber una progresión de sabor o color, lo ideal es ambos. Una disposición circular comenzaría con una fruta ácida en los bordes y luego progresivamente se volvería más dulce hacia el centro. O, comienzas con moras moradas y avanzas con un espectro de amarillos. Esto es un desastre casual. Devolved esto y traedme un menú actualizado. El más cercano tomó la tableta y se alejó como un correcaminos. —¡Las sillas no son ajustables! —informó Lisoun. —Tráeme a un ingeniero de la estación. —Maud miró a la multitud—. ¡Siguiente!

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averiguaré.

Konstana apareció a la vista de Maud. No se habían visto desde la mañana que le rompió el hombro. El brazo de la caballero pelirroja no mostraba signos de haber estado roto alguna vez. —Soy tu jefe de seguridad —dijo. Maud tenía jefe de seguridad. —¿Cuántas personas tenemos? —Tres escuadrones, sesenta caballeros en total, pero solo me dejan tomar

Maud arqueó las cejas. —¿Y eso es un problema? Konstana se burló. —Por supuesto que no. Pero necesito saber cómo van a ir a la estación. ¿Los transportamos nosotros o irán por su cuenta? Y si van por su cuenta, ¿vamos a dejar que se acoplen o irán a través de sus transportes o los nuestros? —¿Qué dice el Sargento de armas? —Dijo que te preguntara. Gracias, Lord Soren. —Pon al jefe de seguridad de la estación de batalla en línea y averigua si un transbordador no regulado puede atracar allí. Infórmame de todo lo que descubras. Lisoun se abrió paso hacia el círculo. Agarró el brazo de Maud y medio la guio, medio la impulsó detrás de un podio al lado de su escritorio, donde una gran pantalla le presentó a una mujer vampiro de aspecto rudo en un gran salón. El liso suelo negro se dividía para dejar ver un artilugio ónix brillante que se elevaba en espiral y se desplegaba en una mesa redonda rodeada por ocho sillas de estilo estancia. Las sillas eran grandes, rectangulares y sin huecos. El peor de los casos.

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seis. Esperan que proteja treinta y ocho extranjeros con seis vampiros.

—¿Cuánto miden los respaldos de las sillas? —preguntó Maud. —Veinte lotes —informó la ingeniera, que su implante se convirtió en veintiocho pulgadas. Bien. —Necesito que hagas un agujero en el respaldo de la silla al nivel del asiento, de veinticuatro pulgadas de ancho y ocho de alto. La ingeniera se la quedó mirando fijamente, pura incredulidad en su rostro.

—Sí. —Miró a Lisoun—. ¿Tenemos ya la asignación de los asientos? Un diagrama apareció en la pantalla lateral. Oh, Universo, qué demonios… —Mal —le dijo a Lisoun—. No podemos poner a la realeza al fondo del salón. —Lord Soren dijo… —Habla otra vez con Lord Soren y pregúntale si le gustaría empezar una guerra con el Protectorado Tachi. Lady Dil’ki no es solo una científica, es miembro de la casa real. Nuan Cee y ella tienen que estar sentados al frente. Esto necesita ser reelaborado. Lisoun despegó. —Estas sillas son una maravilla de la función y la durabilidad —gruñó la ingeniera—. La aleación es casi indestructible. —Tengo… —Maud comprobó su unidad personal—… treinta y ocho alienígenas, de los cuales veintidós son demasiado pequeños para sentarse en estas sillas y los demás tienen apéndices vestigiales que les impiden sentarse y punto. —¡Estas sillas nunca fueron diseñadas para extraterrestres! —Bueno, ahora tendrán que acomodar a unos cuantos, así que encuentra una manera de destruir esas sillas indestructibles. Enviaré un gráfico de sesión actualizado. Cada silla marcada como tachi debe tener un agujero. Cada silla

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—¿Quiere que destruya las sillas de aleación?

marcada como lees debe ser ajustada para que mida mínimo de tres o cuatro pies de altura. La ingeniera le enseñó los colmillos. —¿Con qué autoridad? —La mía. Soy la Maven. Tómatelo como un desafío. La ingeniera abrió la boca.

—Cuando estos alienígenas se vayan a la Galaxia, elogiarán la hospitalidad de la Casa Krahr en lugar de decirle al Universo que la élite de la ingeniería vampírica no podía resolver un problema trivial de los asientos apropiados. No nos avergonzaremos a nosotros mismos. ¿He sido clara? —Sí, mi señora. —Veo que te estás adaptando a tu papel —dijo una voz familiar. Maud levantó la cabeza de la pantalla. —¿Lord Erast? El Escriba asintió y le pasó una tableta. —El Preceptor desea que realices las modificaciones necesarias. Ella desea entregar el documento a las partes en cuestión tan pronto como sea posible. Maud levantó la tableta. Una chispa verde del escáner se encendió. Los contenidos estaban cerrados para ella. La pantalla cobró vida. Pacto de Cooperación Mutua. Los siguientes artículos son para describir la participación y participación voluntaria del Clan Nuan y el Protectorado Tachi… Oh no. —Esto no vale.

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Maud cargó su voz con acero.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó el Escriba. —Dice ‘participación’. —‘Participación’ es un término perfectamente válido. —Estamos tratando con lees. Es como hacer un trato con… —El diablo. Rebuscó en su conocimiento de sagas antiguas, buscando una referencia—. Yarlas el Astuto.

—Si dejamos cualquier resquicio, cualquier sugerencia de interpretación alternativa, lo atravesarán con un espaciador. Tenemos que hacer esto lo más simple posible. Oraciones cortas y claras. Sin ambigüedad en absoluto o tendremos que explicarle a Lady Ilemina por qué los lees poseen la estación y la mitad del planeta. Esto requerirá de una extensa edición. Miró a todos los que la rodeaban. Seis vampiros. Si pudiera eliminar esto a un número razonable, podría dedicar toda su atención a la edición de los artículos. —Todos los que tienen una necesidad inmediata que den un paso adelante. Todos los que tengan problemas que pueden esperar, tendrán que aguantar hasta la noche. Los seis vampiros frente a ella dieron un paso adelante al unísono. Iba a ser un día muy largo.

Maud observó el principio de la ceremonia de entrada en una pantalla en la sala de oficiales. El salón, un gran espacio destinado a albergar a quinientos comensales, se extendía ante ella, una extensión de suelo de ónix negro salpicado por las rosetas de las mesas y sillas hechas del mismo negro brillante. Banderas carmesí de la Casa Krahr cubrían las paredes, con un depredador

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Lord Erast arqueó las cejas.

felino negro gruñendo para recordar a todos en qué Casa estaban a punto de cenar. Se habían desactivado los escudos de la gigantesca estación de batalla y el otro lado de la sala era solo un gran ventanal, el universo brillaba más allá, con la esfera azul y turquesa del planeta elevándose lentamente por la derecha. Una lluvia de estrellas radiantes completaba el paisaje desde el otro lado, la Flota del Planeta Natal de Krahr desplegada para los invitados en una demostración de poder y fuerza.

fondo, y en medio de él un pequeño árbol vala extendía sus nudosas ramas negras, sus hojas rojas brillando contra el cosmos, a la vez frágil e indomable,

un

testimonio

del

poder. De la vida que florecía ante la más mínima posibilidad. Tanto Kozor como Serak ya se habían sentado, ocupando las mesas centrales. Los tachi, en las sillas recién ensambladas, se sentaban a su izquierda, y los lees a la derecha, con los jefes de ambas delegaciones cerca del estrado. La Casa Krahr tomaría las mesas de atrás. Si Kozor o Serak se percataran de que estaban rodeados, no podrían hacer nada al respecto. Maud había hablado con ambas facciones sobre qué esperar y ofreció protección para la boda. Ambas declinaron. —Pero, ¿por qué Krahr no dice simplemente que no? —le había preguntado Dil’ki mientras paseaban por los jardines de Maven—. Evitaría arriesgar vidas. —Se trata de la imagen —había dicho Nuan Cee, colocando su pata sobre su boca—. Las apariencias lo son todo. —Es un desafío —había explicado Maud—. Kozor y Serak esperan lograr una hazaña increíble, digna de las Antiguas Sagas. La respuesta de Krahr debe ser igualmente heroica. No pueden permitirse ninguna ventaja numérica.

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Se había levantado un estrado en el centro, con las ventanas como telón de

—¿De verdad se creen que son tan buenos? —había preguntado Dil’ki. —Sí —le había dicho Maud. La princesa estaba sentada tranquilamente, vestida con velos diáfanos y joyas brillantes de su especie. Sus guerreros la rodeaban, todos sus torsos de un color uniforme saturado. A pesar de lo que venía, los tachi estaban tranquilos. Al otro lado de la sala, el Clan Nuan con sus mejores joyas y oro, todos vestidos con los suaves velos de seda, charlaban y se reían como si no tuvieran

El Heraldo anunció a Ilemina y Otubar. Los anfitriones entraban los últimos al salón, según la tradición, e Ilemina y Otubar caminaron hacia su mesa, Ilemina elegante en su ornamentada armadura y Otubar acechando a su lado como un gran krahr con mal humor, mientras que el Heraldo gritaba sus títulos: Supremo Depredador, Asesino, Destructor, Merodeador, Asesino… Maud deseó con todo su corazón poder abrazar a Helen de nuevo. La había dejado en el planeta. La estación de batalla no era lugar para un niño, especialmente si las cosas se desarrollaban como se esperaba. Tenía que hacer lo que mejor hacía: sobrevivir. Eliminar la amenaza y volver con su hija, su futuro esposo y su nuevo hogar. Más fácil decirlo que hacerlo. Arland se acercó. Sintió su presencia antes de verle y se volvió. Se alzaba por encima de ella con su armadura completa y una capa carmesí que lo hacía parecer aún más grande. Su maza de sangre descansaba sobre su cadera. Se había apartado el largo cabello rubio de la cara y se lo había asegurado en la nuca, y sus rasgos parecían tallados en granito, sus ojos azules, duros y fríos. Un Mariscal en todos los sentidos de la palabra, destinado a inspirar miedo. Él le tendió el brazo. —¿Estás preparada, mi amor? —Sí. —Maud descansó la mano en su muñeca, sus dedos ligeros como una pluma.

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ninguna preocupación en el mundo.

Entraron en el largo y estrecho pasillo que conducía al salón, avanzando casi a zancadas. Por delante, la voz del Heraldo, mejorada por el micrófono, recitaba sus títulos, que reverberaban en la sala. —Arland Rotburtar Gabrian, Hijo de Jord, hijo de Ilemina, 28th Heredero de Krahr, Mariscal de su Casa, Maza de Sangre, Triturador de huesos, Saqueador de Nexus, Destructor del Asesino de Mundos, cuenta de muertos doscientos

Maud captó su reflejo en las paredes pulidas. En él, una extraña se deslizaba al lado de Arland, con una armadura negra y una espada de sangre, la estrecha banda carmesí de la Maven sobre su hombro izquierdo, cruzando su clavícula y cubriendo su hombro derecho para arrastrarse detrás de ella hasta el suelo. Era elegante y fuerte, y caminaba al lado de un príncipe vampiro como si perteneciera a ese sitio. Una vertiginosa y eléctrica anticipación la atravesó. Estaban a punto de luchar. Por fin, una fuga a toda la presión. De una forma u otra, las cosas acabarían pronto. Sus labios amenazaron con curvarse en una sonrisa, y forzó una máscara arrogante y fría sobre su rostro. Hoy era Cenicienta y su espada sería su zapatilla de cristal. —Matilda Rose, Dama y Heredera de Demille, Maven de la Casa Krahr. El pasillo terminó, y entraron en el salón. Todos los reunidos les observaban. —Maud la Roja, la Sariv, la Aprendida. Se acercaron a la mesa donde se sentaban Onda y Seveline. Ambas mujeres le lanzaban dagas con la mirada. —Cuenta de muertos sesenta y ocho. Un músculo en la cara de Seveline se sacudió. Cierto, preciosa. Voy a por ti. Arland la llevó a su mesa, directamente detrás de la ocupada por los padres de los novios. Las dos parejas habían llegado esa misma mañana para la feliz ocasión.

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veinticuatro.

Maud se sentó, manteniendo una expresión plana. Detrás de ellos, el Heraldo anunciaba al siguiente invitado. —Alvina Karat Lady Renadra, Capitana de Krahr… Maud tomó un sorbo de la bebida ligera de menta y observó cómo se llenaba el pasillo. Finalmente, todos estaban sentados. Doce mujeres vampiros entraron al pasillo, moviéndose en una columna de de árbol vala decorada con campanas e hilo dorado. Un canto bajo surgió de sus labios, una canción melodiosa que flotaba por la cámara. Hermoso e intemporal, llegó profundamente al alma y encontró ese lugar vulnerable escondido dentro. Se envolvió alrededor de Maud y de repente extrañaba a sus padres, Dina, Klaus y Helen. Quería reunirlos a todos y esperar, porque la vida era corta y fugaz. La procesión se dividió justo antes de entrar al estrado, las mujeres se movieron a lo largo del piso principal para rodear la plataforma elevada, sosteniendo sus ramas hacia arriba, como si estuvieran protegiendo. Doce caballeros vampiros entraron en la cámara, sin armadura y vestidos con túnicas negras lisas, pantalones negros a juego y botas altas negras. Cada uno llevaba una simple cuchilla negra. Un segundo cántico surgió de los hombres, uniéndose a la canción de las mujeres, profundizando la melodía, como una vid gemela creciendo alrededor del primero. La canción estaba en todas partes ahora, resonando en las paredes, reverberando sobre sí misma, y Maud la inspiró. La segunda columna se dividió en dos y los hombres tomaron posición entre las mujeres, cada uno con su hoja hacia abajo, con la punta apoyada en el suelo. La canción cambió, ganando fuerza y velocidad. Un capellán de batalla entró en la cámara. Era alto, su piel gris con un ligero tinte azul. Una melena de cabello negro atravesado por canas caía sobre sus

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dos. Cada uno llevaba una larga túnica blanca con capucha y llevaba una rama

hombros en docenas de largas trenzas. Sus vestimentas, del color de la sangre fresca, se dividieron en cintas, cada una de unas ocho pulgadas de ancho, y cuando avanzó, se movieron y se movieron como las túnicas de un mago místico. Llevaba una lanza adornada envuelta con un cordón rojo y decorada con campanas doradas. Dos brillantes orbes amarillos del tamaño de una naranja grande colgaban de ella. La canción estalló, repentinamente llena de alegría y triunfo. Detrás del Capellán, la novia y el novio caminaron al unísono, sin armadura. doblete de plata adornado sobre pantalones oscuros y botas suaves. Se habían quitado todas las joyas. Sus cabellos colgaban sueltos, apartados de sus caras. Era uno de los pocos y raros momentos en los que los vampiros se permitían ser vulnerables en público. Maud no había comprendido completamente el significado de esto durante su propia boda, pero ahora sí. Llegabas al altar tal cual eras, sin ocultar nada a tu futuro cónyuge. Arland se inclinó y le apretó la mano. Ella le sonrió. El Capellán subió al estrado. La pareja le siguió y los tres tomaron su lugar frente al árbol vala. El Capellán levantó la lanza y tocó el suelo con el extremo. El canto murió. El Capellán abrió la boca. Una alarma resonó en el salón. Una pantalla se abrió en medio de la pared, mostrando a un caballero vampiro en el puente de la estación de batalla. Arland se puso de pie. —Informe. —Hemos captado múltiples naves no identificadas entrando en el sistema — dijo el caballero, su voz calmada—. Estamos bajo ataque.

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El vestido de la novia barría el suelo, largo, diáfano y blanco. El novio usaba un

El silencio reinó en el gran salón. Cuando se proyectó una gran pantalla en la pared, se vieron tres naves mercantes huyendo desde el exterior hasta el centro, exprimiendo al máximo cada gota de velocidad de sus motores. Les seguía una flota pirata como un enjambre de abejas furiosas. Todos los atacantes hubieran cabido de sobra en una sola de las naves, pero las naves piratas compensaban su falta de tonelaje con maniobrabilidad y armas. No había dos naves iguales, todas llevaban cualquier tipo de arma que pudieran cargar en sus cascos, desde cañones cinéticos hasta baterías de misiles. Perseguían a los enormes mercantes como un banco de barracudas listas para desgarrar una ballena herida. Arland observó la persecución, su rostro impasible, como si no fuera consciente de que todos los comensales esperaban a que diera órdenes. —Estamos recibiendo llamadas de socorro de las naves —informó el oficial del puente—. Están pidiendo nuestra ayuda, mi señor. —Pásanos la llamada —dijo Arland. Oyeron voces angustiadas entrecortadas por la estática entre conversaciones frenéticas, gritos de dolor, encabezadas por una urgente y desesperada voz femenina. —… motores traseros perdidos… integridad del casco comprometida… solicito ayuda inmediata. Estamos a tu merced… La llamada se cortó. —¿La Casa Krahr se va a quedar de brazos cruzados mientras permite este flagrante acto de piratería? —exigió el padre del novio. Su voz resonó en todo el salón. Maud miró a Ilemina. La madre de Arland tomó un sorbo de vino con aparente despreocupación.

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pero, limitadas solo por la imaginación de su tripulación y las leyes de la física,

—¡Lord Mariscal! —gritó la novia. Las lágrimas manchaban sus mejillas—. Por favor. No deje que esta farsa mancille mi boda. Arland se volvió hacia la novia con obvia preocupación en su rostro. —No se preocupe, mi señora. Tiene mi palabra de que no permitiré que nada arruine este día. Arland se volvió hacia la pantalla.

La pantalla se volvió blanca y apareció una nueva imagen, un enjambre de chispas recortadas contra el oscuro cosmos, y luego, como por arte de magia, aparecieron enormes y elegantes naves arriba y a ambos lados, enmarcando la pantalla: la armada de la Casa Krahr esperando en formación entre la Estación de Batalla y los invasores. Si las naves pudieran alcanzar la frontera formada por las naves de Krahr, estarían a salvo. —Lord Harrendar —dijo Arland. La imagen de un vampiro de mediana edad con una melena negro azulada apareció en la esquina inferior izquierda. —Lord Mariscal. —Lord Harrendar sonaba como un león dentro del cuerpo de un vampiro. —¿A qué distancia están las embarcaciones piratas líderes de las naves mercantes? —Esperamos que alcancen el rango de tiro en cuarenta segundos. Arland esperó. La división en el salón era obvia ahora. Los miembros de la Casa Krahr esperaban en tenso silencio, mientras que los invitados a la boda parecían casi frenéticos, como si apenas pudieran contenerse. Maud tenía una visión clara de la madre del novio desde su asiento y la mujer parecía lista para explotar. Junto a ella, la madre de la novia daba golpecitos con los dedos, como si su armadura estuviera demasiado apretada.

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—Comuníquenme con el Erradicador.

Los segundos pasaron. —Haga algo —gruñó el padre de la novia. Arland le ignoró. Maud sintió como aumentaba su ritmo cardíaco. Se obligó a coger su copa y tomar sorbos lentos. La tensión en el salón era tan gruesa que se podía cortar y servir en lonchas en un plato. —Han lanzado el primer ataque —informó Lord Harrendar.

—No, mi señor. Bombardeo cinético de largo alcance. Maud tenía poca experiencia en batallas espaciales, pero su unidad personal le aseguró que el bombardeo cinético equivalía a lanzar trozos de materia, como piedra o metal, en la dirección del objetivo. El bombardeo cinético se desplegaba principalmente contra objetivos estacionarios, porque no podían esquivarlo. —¿Daño? —preguntó Arland. —Superficial —informó Harrendar, su tono afilado. —Bueno, por supuesto que no están usando misiles —espetó la madre del novio—. Claramente quieren la carga con suficiente desesperación como para perseguirla hasta su territorio. Si no hace algo, nosotros lo haremos. —¿Es esto lo que representa la Casa Krahr? —preguntó el padre de la novia. —No se preocupen, señores —dijo Arland—. Tenemos la situación bajo control. —Vas a dejar que esos mercaderes sean asesinados por piratas —gruñó el novio. —Segundo ataque —informó Harrendar—. Daño leve. Las naves han pasado la baliza exterior. La mayoría siguen intactas. —Muéstrame la posición relativa —dijo Arland.

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—¿Misiles?

Apareció una proyección en la pantalla. Los piratas estaban agrupados alrededor de las naves, formando una nube suelta a punto de engullir las tres naves más grandes. —¿Velocidad? —.4 velocidad de la luz —informó Harrendar. —Inicia la solución Revelación.

—Sí, mi señor. —Harrendar mostró sus colmillos en una sonrisa alegre que le daría pesadillas a cualquiera. La pantalla volvió a mostrar el Erradicador. Por un doloroso momento no pasó nada. Entonces, toda la armada arrojó simultáneamente una salva de misiles. Los misiles brillaron un segundo con luz verde y se desvanecieron. —Impacto en tres —comenzó Harrendar—. Dos. Uno. La pantalla explotó con una intensa luz blanca. Maud cerró los ojos contra el cegador destello. Cuando los abrió, la explosión se había desvanecido y la proyección de largo alcance brilló en la mitad izquierda de la pantalla. Las naves ya no existían. El tercio principal de la flota pirata había desaparecido. En su lugar flotaban trozos de escombros, convirtiéndolo en un campo de asteroides localizado. Las naves en el centro del enjambre se tambalearon, iniciando maniobras evasivas. Un silencio aturdido reclamó la sala. —Golpe directo —cantó Harrendar en silencio. —Excelente trabajo, almirante —dijo Arland—. El campo es suyo.

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—Por fin —murmuró el novio.

Harrendar sonrió. La armada de la Casa Krahr aceleró hacia los piratas en retirada. Arland se volvió. Su mirada recorrió el pasillo y se acomodó en la mesa donde esperaban la élite de Kozor y Serak. —Cuando me di cuenta de vuestra trama tonta para tomar el control de la estación de batalla, una cosa me molestó. Nuestra flota está en el sistema, y vosotros sois, como la mayoría de los piratas, unos cobardes. Teméis una pelea

Se podía escuchar caer un alfiler. —Hace unos días, me encontré con un pirata. Es un bandido y un estafador, exiliado por su propia Casa y un pozo de rabia. Mientras contemplaba matarlo, mi adorable prometida me recordó que incluso un bribón puede ser útil. ¿Entonces, me pregunté, quien encontraría a este pirata, una vez un Capitán Caballero y que ahora odia todo lo relacionado con la Sagrada Anocracia, útil? Así que, soborné a su oficial de comunicación y luego escuché, y por una suma insignificante, me contó todo su plan de batalla. Las tres barcazas cargadas con explosivos, se dispararían tan pronto como alcanzaran a nuestra flota, y los piratas intentarían limpiar lo que quedase mientras vosotros usabais el caos para tomar el control de la estación de batalla. Mis señores y señoras, tomad estos preciosos segundos restantes de vuestras vidas para contemplar dónde salió todo mal y preparaos para cruzar el umbral de la muerte. No se os dará otra oportunidad para reflexionar. Esa fue su señal. Maud se puso de pie, se volvió hacia Seveline y Onda, y dijo en Ancestro Vampírico: —¿Entendiste todo eso o necesitas que te lo traduzca a tu tradición? Por un momento nada se movió. Entonces Seveline saltó sobre la mesa y cargó, su espada de sangre gritaba.

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honorable. Teníais que tener una forma de neutralizar nuestra flota.

El salón estalló cuando todos los vampiros armados saltaron a sus pies. Maud vislumbró a Seveline balanceando su espada algo más lejos. Los instintos de Maud gritaron, se apartó del camino, se volvió, y vio al padre de la novia, enorme y furioso, lanzándose sobre ella. No fue lo suficientemente rápida. Sus dedos sujetaron su hombro derecho como una trampa de acero. La atrajo hacia sí y rugió, enseñándole los colmillos. Ella agarró un tenedor de la mesa con la mano izquierda, lo metió profundamente en el techo de su paladar y lo retorció. El tenedor se partió por

El vampiro la levantó de un tirón y la arrojó sobre la mesa, sujetándole los hombros con las manos. El impacto reverberó a través de ella. Si no se liberaba ahora, él la aplastaría, con armadura o no. Maud dejó caer la espada, le puso la mano izquierda en la muñeca derecha y le clavó la palma de la mano derecha en el codo. El poder del golpe y la repentina presión sobre su codo izquierdo lo obligaron a ir hacia su izquierda, y ella golpeó su rodilla blindada en su cara expuesta con un crujido repugnante. Se alzó por encima de ella, rompiendo su agarre, con la cara ensangrentada, la nariz rota, los ojos ardiendo y arrancó la maza de sangre de la vaina de su muslo. Maud rodó a la izquierda. La maza se estrelló contra la mesa con un gemido revelador y rebotó. La ingeniera tenía razón. Eran mesas estupendas. Maud cogió su espada del suelo y se lanzó hacia la derecha, poniendo la mesa entre ellos. El padre de la novia gritó algo, dejando escapar un sonido de pura rabia saturada de sangre. —Vocaliza, no te entiendo. Su rostro se retorció de furia. Saltó sobre la mesa. Maud se zambulló debajo de la mesa, llegó a la base estrecha y lisa y aprovechó el impulso para girar sobre el suelo resbaladizo como el vidrio, aterrizando en una posición agachada.

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la mitad. La sangre manó de su boca.

El padre de la novia saltó de la mesa. Intentó poner cierta distancia en su salto, pero era enorme y pesado, y golpeó el suelo con un ruido sordo. Por un momento, todo su peso descansó en la parte posterior de sus pies. Maud se lanzó. La hoja de sangre besó la parte posterior de su tobillo derecho, el filo atravesó la armadura segmentada como si no estuviera allí. No se detuvo allí. Sin dudar un segundo, le clavó el hombro en la parte posterior de su muslo. El gran vampiro cayó como un árbol recién talado. Maud trepó por su cuello de la armadura. El vampiro convulsionó una vez y se quedó inmóvil. Maud se enderezó. A su alrededor solo se oía el rugido de la batalla. Los vampiros luchaban unos contra ellos, las armas de sangre gritaban y la niebla de sangre llenaba el aire. El rugido, los gritos y el ruido combinado de armas contra armaduras casi la dejan sorda. A su izquierda, Arland se enfrentaba a dos atacantes. A la derecha, Ilemina y Otubar, espalda contra espalda, se deshacían de cualquiera que se atreviera a cruzarse con sus espadas. Más a la izquierda, los tachi, sus exoesqueletos tan saturados de color que parecían casi negros, formaban un anillo protector alrededor de su reina y decapitaban a todos los que se acercaran. En el estrado, el Capellán de batalla estaba rodeado de los cadáveres de los asistentes de los novios, y seguían acumulándose. La mayoría de ellos estaban desarmados, pero sus probabilidades eran de una contra veinte. Karat se abría camino hacia el estrado con implacable decisión para ayudar al clérigo superado en número. Debería ayudar. —¡Mami! Oh Dios mío. Maud se dio la vuelta. Helen se escurría entre los combatientes, su cabello rubio volando mientras corría hacia ella.

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espalda y clavó la espada en la parte posterior de su cuello, justo por encima del

¿Cómo? ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Qué está haciendo aquí? Se supone que sigue en el planeta. Sus piernas ya se estaban moviendo. Maud se lanzó hacia adelante. Nada más importaba. Helen se zambulló debajo de una mesa, se puso de rodillas, avanzó lentamente y desapareció de la vista de Maud. —¡Quédate ahí! ¡No te muevas!

Kozor. Maud la apuñaló en el estómago, conduciendo su espada a través de la armadura con precisión quirúrgica. La vampira gimió, Maud sacó su espada y siguió avanzando. Nada importaba excepto llegar a la mesa. Otro caballero se abalanzó sobre ella. Maud se apartó un mechón de sus ojos. La hoja silbó en el aire abanicándole el rostro. Agarró la muñeca unida a la mano que sostenía la espada, la levantó de un tirón, metió la hoja en la axila expuesta, la liberó, apartó el cuerpo del camino y siguió avanzando. Estaba casi allí. Dos caballeros, gruñendo y encerrados en combate, fue lo último que se interpuso en su camino. No tuvo más remedio que detenerse. Se atacaban el uno al otro y se movían hacia la derecha. Onda estaba de pie junto a la mesa, sosteniendo a Helen por la garganta con una mano blindada. El mundo dejó de girar. Maud se quedó helada. Helen colgaba del agarre de la mujer Kozor como un gatito indefenso. Su cara se estaba poniendo azul. Onda sonrió ampliamente y se volvió hacia Maud. Helen levantó las manos y clavó sus dos dagas en el rostro de Onda. La vampira gritó. Un brillo apareció en la mesa junto a ellas y se convirtió

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Una vampira se interpuso en su camino, su armadura portaba los colores de

en Nuan Cee. El comerciante arrojó un puñado de polvo pálido en la cara arruinada de Onda, atrapó a Helen cuando Onda se derrumbó y se lanzó sobre las mesas, saltando ágilmente sobre los combatientes más grandes y con armaduras como si pudiera caminar sobre el aire. Un parpadeo y aterrizó entre los lees. —¡Suéltame! —gruñó Helen y pateó, pero los lees la conquistaron acariciándole el pelo y haciendo ruidos de arrullo. Maud dejó escapar un suspiro tembloroso, exhalando tanto alivio que casi vuelta. Seveline le sonrió. —He estado esperando este momento. La herida de Maud ardía. La armadura impedía que saliera la mayor parte de la sangre y la empapaba por dentro, tan caliente como el agua hirviendo. Bostezó. —Desahógate, perra. Seveline se lanzó con un golpe de cabeza clásico. La perra era rápida. Maud esquivó a la izquierda. Seveline invirtió el balanceo, convirtiéndose en una barra ascendente. La hoja de sangre rozó la coraza de Maud. La armadura aguantó. Maud se apartó con un paso largo. —¿Huyes? —se burló Seveline. —Quiero que sepas que lo estás haciendo bien. —¿En serio? —Estás demasiado asustada, me has apuñalado por la espalda, así que quiero que recuperes la confianza en ti misma. Seveline le enseñó los colmillos. Maud golpeó a toda velocidad. Seveline la paró. Maud dejó que su espada se deslizara por la espada de la otra mujer y empujó, apuntando a la garganta de

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dolía, entonces algo se le clavó en el costado. Se apartó del dolor y se dio la

Seveline. La vampira se echó atrás y lanzó un furioso contraataque. Continuaron con una ráfaga de golpes y bloqueos, sin llegar a herirse, sus espadas se encontraron y se apartaron demasiado rápido como para distinguirlas con la vista. Seveline se agachó y la espada de Maud silbó sobre su cabeza. La vampira golpeó desde abajo. Maud apartó la hoja y la pateó, pero su pie falló. Se separaron. El sudor empapaba la frente de Seveline. Maud se mantuvo completamente movimiento, incluso las respiraciones, era doloroso. Pelear con Seveline requería de todo lo que tenía y había atacado y parado por puro instinto. Cuanto más sangrara, menos rápida sería. El tiempo no estaba de su lado. Seveline atacó. Maud paró el corte. El poder del golpe viajó por su brazo hasta su hombro, apuñalando la articulación. Seveline había cambiado de táctica, utilizando su fuerza superior. Los golpes cayeron sobre Maud, grandes, anchos, rápidos. Bailó, esquivando mientras retrocedía. Su espalda tocó una mesa. Seveline la había acorralado en un rincón. Maud sintió como la adrenalina inundaba su torrente sanguíneo. Tengo que sobrevivir. La vampira agarró su espada con ambas manos y la movió con toda la sutileza de un martillo. Maud inclinó su hoja, atrapó la espada de Seveline en el lugar correcto y la guio hacia abajo, desviando el ataque. El impulso lanzó a Seveline hacia adelante y la desequilibró. Dejó su rostro sin protección y Maud le dio un puñetazo. Seveline tropezó hacia atrás. El mundo se volvía cada vez más confuso. Estaba perdiendo demasiada sangre. Necesitaba terminar rápido, o no habría tiempo con Helen, ni noches con Arland, ni vacaciones con Dina. —No puedes vencerme —dijo Maud—. No eres lo suficientemente buena.

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inmóvil, intentando recuperar el aliento. Tenía el costado al rojo vivo. Cada

Seveline gruñó y avanzó. Maud vio sus ojos. El asesinato ardía allí, caliente y cegador. Se enfrentaron otra vez, fría y viciosa esta vez. Maud empujó su espada más allá de la guardia de Seveline. Mordió justo por encima de la cadera de la vampira, perforando armadura y carne. Seveline le dio una bofetada. El golpe resonó en el cráneo de Maud. El mundo se volvió negro por un aterrador segundo. De alguna manera, supo incluso a través de la negrura que Seveline se acercaba. Maud cortó a ciegas. Su espada encontró la armadura, y se lanzó Vislumbró la patada de Seveline justo antes de que la golpeara. La agonía floreció en su lado derecho, el impacto la arrojó a un lado y la dejó sin respiración. De repente no había suficiente aire. El pánico la desgarró. Maud se puso de pie con dificultad, manteniendo su espada delante suyo. Delante de ella Seveline agarró su espada con su mano izquierda, su brazo derecho colgaba inútil a su lado. El suelo alrededor de ellas estaba manchado de sangre. Seveline gruñó a Maud entre sus dientes ensangrentados. —Muere. —Tú primero. Seveline gritó y cargó. El mundo se ralentizó hasta que pareció que el tiempo avanzaba a rastras. Maud la vio venir, un paso tras otro, con la cara retorcida de rabia, la boca abierta, los colmillos al descubierto, su melena rubia ondeando detrás de ella. Su propio corazón latía como una campana enorme, campanadas estables y demasiado lentas. Un latido… otro… Maud empujó. Seveline la golpeó, pero fue demasiado lenta. La espada de Maud perforó su pecho. Demasiado bajo. No le he dado en el corazón. He perdido mi última oportunidad. Seveline dejó caer su propia espada y, aún empalada, atrapó la garganta de Maud con sus manos. El aire se convirtió en fuego dentro de los pulmones de

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hacia adelante, lanzando todo su peso como impulso. Su visión se aclaró.

Maud. Manchas negras oscurecieron su visión. No había manera de romper su agarre. Seveline era demasiado fuerte. Maud sujetó ambas manos en el agarre de su espada y arrastró la hoja, todavía enterrada en el pecho de Seveline, hacia arriba, a través de músculo y hueso. No va a matarme. No moriré aquí, con sus manos alrededor de mi garganta. Seveline gritaba, fuerte, tan fuerte, y escupía sangre a la cara de Maud. Los pulmones de Maud se convirtieron en plomo fundido. Forzó aún más la hoja,

La luz se atenuó, la cara de Seveline nadó fuera de su enfoque. Con un último tirón desesperado, Maud retorció la hoja. Las manos que le aplastaban el cuello cayeron. Seveline se tambaleó hacia atrás y se derrumbó, su cabello rubio se desplegó sobre el suelo. Maud se arrodilló. Su estómago se contrajo y vomitó. Líquido rojo brotó de su boca y no supo si era vino o sangre. Levántate. Levántate, levántate, levántate. Se arrastró hasta Seveline sobre sus manos y rodillas y cerró la mano en la empuñadura de su espada. Seveline la miró con ojos vacíos. Maud se obligó a ponerse en cuclillas y luego se puso de pie. Agarró su espada, puso el pie en el pecho de Seveline y sacó su arma. La lucha a su alrededor estaba llegando a su fin. Arland caminaba hacia ella, la armadura manchada con sangre. Sus miradas se encontraron y de repente Maud supo que todo estaría bien ahora.

El techo de la unidad médica era blanco y prístino. Le dolía cada célula de su cuerpo, como si hubiera sufrido un castigo tan largo y agotador que se había rendido y ahora se hundiera en la autocompasión y el dolor.

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cortando carne viva.

Maud parpadeó hacia el blanco sobre ella. Recordaba los techos de muchas otras unidades médicas de los últimos dos años: la sucia piedra color lodo de la meseta este de Karhari, las gruesas placas de metal del fuerte de Kurabi, las cadenas que colgaban de la oscuridad en Broken Well… Se había despertado demasiadas veces así, dolorida e insegura, sorprendida por seguir viva. Este techo era, con diferencia, el más limpio. Sigo viva. No recordaba haber perdido la conciencia. Arland iba hacia ella, cubierto de

Al lado, voces tranquilas murmuraban. Maud se enfocó en ellos y el ruido se definió en palabras. —¿… y si no se despierta? Helen. —Despertará. —Arland—. Sus lesiones son graves pero su vida no peligra. —Pero, ¿y si no lo hace? Maud volvió su cabeza. Arland yacía en una cama de hospital idéntica a la suya. Helen estaba sentada a sus pies con el cabello rubio cubriendo su rostro. Una sonrisa jugó en los labios de Maud. Ahí estáis. —¿Tengo la costumbre de mentir? —Un toque de acero se deslizó en su voz. —No. Lord Arland. —Tu madre va a despertar muy pronto. ¿Has pensado en lo que le dirás? —Nada de lo que pueda decirme va a borrar mi enfado —dijo Maud—. Habrá repercusiones. Muchas repercusiones. Helen salió volando del colchón y saltó los cinco pies que las separaba. Maud apenas tuvo tiempo para apartar las piernas. Helen se tiró sobre ella, sus pequeños brazos se envolvieron alrededor de su cuello. —¡Mami!

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sangre, y después de eso, suave oscuridad.

Maud abrazó a su hija. —Estás en graves problemas. Helen apoyó la cara en el hombro de Maud, como un gatito que espera un golpe. Arland las observaba. Sus ojos eran tan azules. Maud levantó el brazo hacia él, pero su brazo se quedó corto.

ella. Las dos camas se tocaron. Arland se acercó a ella y le tendió el brazo. Maud se deslizó debajo de él, ignorando las protestas de sus músculos, y se acomodó en su pecho. Sus labios se encontraron y se besaron. Una emoción eléctrica la atravesó, desde el cuello hasta sus pies. Maud rio suavemente. Se estiraron uno contra el otro, sus cuerpos tocándose. Maud acercó a Helen a ella. Arland suspiró a su lado, sonando completamente feliz. —¿Cómo conseguiste entrar en la estación de batalla? —preguntó Maud. Helen no respondió. —Adelante —dijo Arland—. Díselo. Helen se cubrió la cabeza con la manta y se metió debajo. Maud miró a Arland. —Entró caminando en la nave y se presentó a los guardias —dijo—. Y cuando le preguntaron qué estaba haciendo allí, les dijo: ‘Mi mamá es la Maven y me está esperando.’ Maud tomó una dramática respiración de sorpresa. —¡Helen! ¡Mentiste! Helen se hizo un ovillo, intentando hacerse más pequeña. —¿Y a nadie se le ocurrió confirmarlo? —preguntó Maud en voz baja.

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—Un momento. —Jugó con los controles de su cama. Se deslizó hacia la de

—No. Cuando les pregunté por qué dejaron entrar a una niña en la nave que iba a la Estación de Batalla, me dijeron que fue muy convincente y que tenía mucha confianza. No trató de colarse ni pidió permiso, se acercó a ellos y los miró a los ojos, como un caballero que se reporta para el servicio, eso aparentemente persuadió a los caballeros endurecidos por la batalla de que estaba siguiendo órdenes y estaba exactamente donde tenía que estar. Todas nuestras medidas de seguridad con doble capa de acero han sido derrotadas por una niña de cinco años —dijo Arland con tono seco—. Estoy menos que

Eso era puro Melizard. Podía convencer a cualquiera de cualquier cosa con un guiño y una sonrisa. —¿En qué estabas pensando? —le soltó Maud a su hija. —Estaba ayudando —dijo Helen en voz baja—. ¿Estoy castigada? — preguntó Helen. —Sí —le dijo Maud—. Tan pronto como pueda pensar en un salón lo suficientemente grande como para que puedas frotar con tu cepillo. —No me importa —dijo Helen—. Ayudé. No estás muerta. Maud suspiró y besó la frente de su hija. —¿Qué vamos a hacer contigo? —Entrenamiento de mando —dijo Arland—. Tan pronto como tenga la edad suficiente, en unos dos años, tal vez antes. Necesita aprender lo que es ser responsable de las personas que dirigirá, o tendremos muchos problemas cuando llegue a la adolescencia. —Soy incapaz de pensar en eso ahora mismo. —Maud se estremeció. Arland la abrazó con más fuerza. Su cuerpo era una fuente de calor. Podría quedarse así para siempre. Me he ganado esto. No puedo creer que me quiera. —Te quiero, Arland —susurró ella—. Lo sabes, ¿verdad?

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satisfecho.

—Lo sé —le respondió—. Yo también te quiero, con todo mi corazón. ¿Aceptas? —Sí. —Rozó sus labios con los suyos. —¿Aunque soy un idiota arrogante que se enfrentó a nueve caballeros a la vez? —Aunque seas un idiota. Eres mío. Todo mío.

Las puertas de la unidad se abrieron e Ilemina y Otubar entraron. —Estás despierta —anunció Ilemina—. Bien. Maud sintió el poderoso impulso de enterrar la cabeza debajo de la manta. Arland dejó escapar un gruñido bajo. —¿Se lo has dicho? —preguntó Ilemina. —No. Estaba a punto de hacerlo, madre. —Bueno, yo se lo diré. —Ilemina se volvió hacia Maud—. Ganamos y destruimos más de la mitad de la flota pirata. El resto de cobardes huyeron. Hemos capturado siete embarcaciones y recogido unas pocas docenas de cápsulas de huida, todas tripuladas por miembros de Kozor y Serak. De los doscientos invitados a la boda, sesenta y ocho sobrevivieron. Fue una victoria aplastante. —Se volvió hacia su marido—. ¿Y bien? Dile algo al niño. Otubar fijó en Arland su severa mirada. —Lo hiciste bien. Pareció que Arland también sintió el impulso de esconderse debajo de la manta y que estaba reflexionando sobre los méritos de esa idea. —Estamos dividiendo a los supervivientes en pequeños lotes para mandarlos a Karhari —dijo Ilemina—. Tenemos varios puntos de aterrizaje diseminados por todo el planeta, así que habrá pocas posibilidades de que se reúnan.

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Él sonrió.

—¿Qué pasa con las Casas Kozor y Serak? —preguntó Maud—. ¿Quién estará a cargo ahora? Ilemina se burló. —La Casa Krahr no se preocupa por las pequeñas disputas políticas de otras Casas menores. Puedo decirte quién no estará a cargo: los idiotas que pensaron que sería una buena idea poner a prueba el poder de Krahr. Si quieren viajar a Karhari y recuperar lo que queda de sus antiguos líderes, es asunto suyo. Tengo la sensación de que no tendrán prisa por hacerlo. No importa, pasemos a temas

—Madre —gruñó Arland. —Sí —dijo Maud. —¿Y has aceptado su propuesta? —Sí. Ilemina sonrió mostrando sus colmillos. —Excelente. Tenemos algunas grabaciones impresionantes de vosotros dos en la batalla de la estación, mucha sangre y extremidades cortadas. Ya estamos trabajando con ellas. Lo empalmaremos con el anuncio de la boda. ¿Qué os parece un mes a partir de ahora? Los valas estarán en plena floración. No querréis casaros en la Estación de Batalla, ¿verdad? Arland se cubrió la cara con la mano izquierda. Tanto Ilemina como Otubar la miraban fijamente. —Ummm, ¿no? —dijo Maud, sin estar segura de si debería prepararse—. Preferiría una boda tradicional… —Esa es mi chica —dijo Ilemina—. Recupérate ahora. Os daré a los dos el resto de hoy. Mañana, el Mariscal tendrá que evaluar nuestras pérdidas y los activos que hemos incautado, y la Maven tendrá que volver a la mesa de negociaciones, porque los extranjeros quieren ediciones en el pacto y los planes

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más importantes. ¿Entiendo que mi hijo te ha pedido que te cases con él?

de la estación comercial y no se puede confiar en mí para no matarlos mientras negocian con nosotros. Otubar se acercó y sacó a Helen de la cama. —Ven conmigo, niña. Es hora de que te enseñemos a usar otras armas. —Si lo haces bien, te daré pastel —dijo Ilemina. Los ojos de Helen se iluminaron.

—Del más rico —le dijo Otubar. La puso en su enorme hombro como si fuera un loro y la sacó de la habitación. Ilemina les vio irse con una sonrisa, les siguió y se detuvo en la puerta. —Por cierto —dijo—, iba a decíroslo una vez que os hubierais recuperado adecuadamente, pero ya que estáis despiertos, es tan buen momento como cualquier otro. Ha venido un humano a verte. Iba a rechazarlo, pero es un Árbitro, lo que presenta algunas dificultades. Su nombre es Klaus. Dice que es tu hermano.

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—¿Qué tipo de pastel?

misma Ilona Andrews y su marido Gordon Andrews para la publicación de sus novelas de fantasía urbana. Autores de dos grandes series, la de Kate Daniels y The Edge, sus novelas se sitúan en un entorno contemporáneo con grandes dosis de fantasía y fenómenos paranormales. Ilona nació en Rusia y llegó a Estados Unidos siendo una adolescente. Asistió a la Universidad de Western California, dónde se especializó en bioquímica y conoció a su esposo Gordon, quién la ayudó a escribir y enviar su primera novela, La magia muerde. Su secuela, La magia quema, alcanzó el puesto nº 32 en el New York Times en la lista de los más vendidos en abril de 2008. Ilona y Gordon en la actualidad viven en Texas

340

Ilona Andrews es el nombre usado por la

341 1.- Clean Sweep 2.- Sweep in Peace 3.- One Fell Sweep 3,5.- Sweep of the Blade
03.5 Sweep of The Blade - Ilona Andrews

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