Yelena Black - 1. Dance of Shadows (Dance of Shadows)

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Este documento es una traducción oficial de los foros Perfect Dream & Eyes Of Angels, por y para fans.

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Esperamos que este trabajo realizado con gran esfuerzo por parte de los staffs tanto de traducción como de corrección, y de revisión y diseño, sea de vuestro agrado y que impulse a aquellos lectores que están adentrándose y que ya están dentro del mundo de la lectura. Recuerda apoyar al autor/a de este libro comprando el libro en cuanto llegue a tu localidad

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Agradecemos la distribución de dicho documento a aquellas regiones en las que no es posible su publicación ya sea por motivos relacionados con alguna editorial u otros ajenos.

Índice +

Staff

Capítulo 13

Sinopsis

Capítulo 14

Prólogo

Capítulo 15

Capítulo 1

Capítulo 16

Capítulo 2

Capítulo 17

Capítulo 3

Capítulo 18

Capítulo 4

Capítulo 19

Capítulo 5

Capítulo 20

Capítulo 6

Capítulo 21

Capítulo 7

Capítulo 22

Capítulo 8

Capítulo 23

Capítulo 9

Capítulo 24

Capítulo 10

Dance of Fire (Dance of Shadows, #2)

Capítulo 12

Sobre la Autora

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Capítulo 11

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Staff +

Moderadoras de Traducción: Júls

Esther

Katiliz94

Traducción: Júls Lausodie Nessied Agoss Sandra289 Jesica Nanami27 Apolinaeh17 Alejandra Lopez JGHerondale Xiime~

Drys Katiliz94 MoN_Sookie BrenMaddox VicHerondale Yolismimi Milu124 Candygominola Allison* Key

Corrección: Lana22 Katiliz94 Key

Recopilación y Revisión Final:

Gaz

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Diseño:

4

Katiliz94

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Sinopsis +

Bailar con alguien es un acto de confianza. Elegante e íntimo, estás lo suficiente cerca para besar, lo suficiente cerca como para sentir los latidos del corazón de tu pareja. Pero para Vanessa, la danza es mortal… y debe ser muy cuidadosa en quien confía. Vanessa Adler asiste a una escuela de ballet de élite, la misma en la que su hermana mayor, Margaret, asistía antes de desaparecer. Vanessa siente que no puede vivir con la brillante reputación de su hermana. Pero Vanessa, con su glorioso pelo rojo y su blanca piel, tiene una especie de poder cuando baila… ella se pierde en la música, respira un aire diferente y el mundo alrededor de ella se prende en llamas… Pronto atrae la atención de tres hombres: el hermoso Zep, el misterioso Justin y el gran y enigmático coreógrafo Josef Zhalovsky. Cuando Josef le propone a Vanessa bailar el solo en el Firebird, ella no se hace ni un poco a la idea del peligro al que se enfrenta… y las ardientes fuerzas a punto de ser liberadas.

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Dance of Shadow #1

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Prólogo + Traducido por Júls Corregido por Luna22

En el fuerte resplandor de las luces, la sombra de Chloë se extendió por todo el escenario. Sus pies en punta y tensos, con los brazos ondeando como alas, arqueó el cuello y vio cómo su propia silueta parecía moverse sin ella. Una gota de sudor se deslizó por su pecho y se filtró en la fina tela de sus leotardos. No había música. La habitación entera estaba oscura y vacía, pero podía sentir los ojos de su amo en ella. Intentó no temblar cuando levantó la barbilla para mirarlo a los ojos. Lentamente, extendió una pierna delgada en el aire. Él tiró a su equipo al suelo. —Otra vez. Chloë se limpió las sienes. El suelo estaba salpicado de sudor y sangre tras horas de prácticas, pero aun así tomó posición. En la cuenta del coreógrafo, las trece bailarinas a su alrededor empezaron a revolotear dentro y fuera de las cascadas blancas, sus zapatos repiqueteando suavemente contra la madera. —¡Uno, dos, tres y cuatro!

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—¡Ahora arriba! —gritó él mientras ella se adentraba en el círculo de bailarines, manteniendo el paso—. ¡Transciende tu cuerpo! ¡Tus huesos están huecos! ¡Tus pies son simples plumas!

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Y antes de que se diera cuenta, sus pies se movían sin emitir ningún sonido a través del escenario. Inclinó la cabeza hacia atrás, avivando sus brazos hacia la luz.

Chloë giró, con la espalda flexionada en una media luna mientras los bailarines pasaban volando, sus rostros vacíos, sus pies moviéndose tan rápido que parecían desdibujarse. —¡Sí! —exclamó el coreógrafo, su sonrisa amplia y triunfante—. ¡Sí! Chloë estaba mareada y exhausta, sus leotardos empapados de sudor, pero no le importaba. Finalmente, la rutina estaba dando sus frutos. Sus piernas se enredaron alrededor la una de la otra, con gracia y sin esfuerzo, y su cuerpo seguía, liso y resbaladizo, como una tira de satín deslizándose sobre el escenario. Dejándose llevar, ladeó la cabeza hacia atrás en un arrebato de éxtasis. Su pecho se movía, y el aire caliente y espeso llenó sus pulmones. Los otros bailarines se abalanzaron hacia ella, sus caras pálidas. Chloë se mantuvo fuera de su alcance, sumergiéndose hacia abajo y dejando sus dedos rozar el suelo de madera. Se sentía extrañamente caliente. El fino olor a humo se movía alrededor de ella, haciéndole cosquillas en la nariz, y la voz del coreógrafo se volvió distante y acuosa. Las luces del techo parecían parpadear, sombras misteriosas en las paredes. Una oleada de calor recorrió su cuerpo. Era extraño, inidentificable —una presencia caliente derramándose por sus venas, haciendo su cabeza vibrar.

Mía, dijo una voz dentro de su cabeza.

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Le ardían los ojos. La habitación daba vueltas en rojo. Las cintas de sus zapatos de puntas se apretaron alrededor de sus tobillos. Sin previo aviso, sus piernas se doblaron hacia atrás, como si no hubiera hueso. Sus brazos se agrietaron y se balancearon sobre su cabeza. Contra su voluntad, su barbilla se sacudió hacia arriba para hacer frente a las luces del techo.

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Una serie de susurros empezaron a enredar su mente, las voces demasiado suaves para entenderlas. Sacudió la cabeza, tratando de sacarlas de su cabeza, pero ellas se fundían unas con otras, forasteras e indescifrables, cada vez más fuerte, más agudo.

Chloë se tambaleó, sus piernas temblando mientras luchaba para mantener el equilibrio. Usando toda su fuerza, obligó a sus labios a moverse. —¡No! —gritó convulsivamente, y cayó de su posición. Los bailarines pararon a medio paso, sus rostros vacíos y distorsionados. Desde algún lugar en la oscuridad, la voz del coreógrafo, llegó a través de la sala. —Eso, querida, fue un paso horrible.

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—¿Qué? —Susurró Chloë—. Como puede… —pero sus palabras fueron consumidas por una respiración sofocante de calor. La envolvió, lamiendo sus piernas, y ella se retorció de dolor cuando la presencia se apoderó, su sangre hirviendo, ya que latía entre sus dedos, sus brazos, su pecho, hasta que la llenó con un insoportable, ardiente éxtasis. Los colores alrededor de su vestido eran hasta tan brillantes que le quemaban los ojos. Algo chilló en sus oídos —un estridente, ensordecedor gritó que de repente reconoció como su propia voz. Ella ardió en una brillante, chispeante luz, su cuerpo disolviéndose en cenizas.

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Capítulo 1 + Traducido por Lausodie y SOS Nessied Corregido por katiliz94

Con un latigazo, su madre abrió las cortinas, dejando que el sol de la tarde entrase a raudales en la habitación. Vanessa se protegió los ojos. —Mamá, por favor. —No hay nada de malo en un poco de sol. —La señora Adler frunció los labios mientras se retiraba para observar—. Además, mata los gérmenes. Quién sabe si este sitio ha sido limpiado como es debido. — Rebuscó dentro de su bolso y sacó una botella pequeña de Purell1, echándose una gota en la palma—. ¡Marchaos, bacterias! Vanessa no pudo evitar reírse, y después dejó que sus ojos deambulasen.

Purell: Gel antiséptico que ayuda a reducir el riesgo de transmisión de gérmenes que pueden causar enfermedades a través de las manos. 1

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Detrás de la puerta, el pasillo estaba a reventar de bullicio: chicas riendo y cotilleando sobre sus veranos, padres discutiendo mientras cargaban cajas a lo largo del pasillo, hermanas pequeñas dando vueltas como alegres bailarinas de ballet.

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Era un simple dormitorio académico, escasamente amueblado con dos camas, dos mesas y dos cómodas. Las paredes estaban pintadas de amarillo claro. Un gran espejo colgado en la puerta del armario reflejaba las cajas sin abrir que poblaban el suelo. La otra mitad de la habitación ya estaba decorada con colores llamativos: posters de películas, cojines de retales, zapatos y ropa saliendo del armario, pero la compañera de habitación de Vanessa seguía sin aparecer.

Vanessa había sido en su momento esa hermana pequeña, aunque apenas podía recordar la última vez que bailar le hizo sonreír. Sopló un mechón de cabello pelirrojo de su cara y miró a su padre, quien le dedicó un encogimiento de hombros compasivo. —Falta algo. —Su madre movió un pequeño jarrón de una parte de la mesilla a la otra—. Eso está mejor, —dijo, aunque a Vanessa le parecía igual. Su padre suspiró, y cuando su mujer no miraba, le puso los ojos en blanco a Vanessa. Ella se rió. —¿Qué es tan gracioso? —preguntó severamente su madre. Vanessa se mordió el labio. —Sólo me acordaba de una cosa. —El pasado no es nada, —dijo su madre, con un pequeño temblor en la voz—. Céntrate en el futuro. —Dobló el borde del edredón y se pasó la mano por la frente, como queriendo borrar las líneas que el estrés y la preocupación habían dejado ahí durante los últimos años—. Por supuesto, estar aquí no ayuda. Hubo un golpe en la puerta. Una chica con una coleta alta se quedó en el pasillo con una carpeta en la mano. —¿Sí? —dijo la madre de Vanessa. —Hola. Estoy buscando a Vanessa Adler. Vanessa dio un paso hacia la puerta, pero su madre no se movió.

—¿Asesora residente? ¿Sólo hay una?

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—Oh, soy Kate, la asesora residente. —La chica intentó curiosear en la habitación—. Quería darle la bienvenida a Vanessa a la Academia de Ballet de Nueva York.

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—Soy su madre, la señora Adler. ¿Y tú eres…?

—Somos dos, en realidad, —dijo Kate alegremente. Sus ojos eran brillantes y azules, su pelo castaño claro con reflejos rubios—. Yo estoy a cargo de las chicas nuevas, y Ben se encarga de los chicos. La señora Adler frunció el ceño. —Creo que no te entiendo. ¿Intentas decirme que tú eres la única persona cuidando a las chicas nuevas? Vanessa hizo una mueca avergonzada, y Kate le dirigió una mirada comprensiva antes de dedicarle a la señora Adler una sonrisa tranquilizadora. —Lo soy, pero le prometo… La señora Adler le cortó. —¿Te das cuenta de que hay sólo veinte bailarinas de la edad de Vanessa admitidas cada año en la Academia de Ballet de Nueva York? —Sí… —dijo Kate. —¿Y de que a los quince años son muy impresionables? Vanessa notó que su cara aumentaba de temperatura. —Lo sé. No hace tanto que yo tuve quince... —empezó a decir Kate.

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La habitación entera pareció tomar un respiro, incluida la señora Adler, quien se agarró al lateral de la cómoda, abanicándose el cuello. Por un momento Vanessa deseó que su padre se metiese y le dijese a su madre que se había pasado de la raya —pero así no era cómo funcionaban las cosas entre sus padres. Su madre era la que daba las instrucciones; su padre simplemente las seguía.

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—¡Eso es exactamente lo que quiero decir! —La Señora Adler levantó las manos al aire—. Apenas eres mayor que Vanessa. ¿Cómo vas a saber dónde está en todo momento y con quién comparte el tiempo? ¿Que está haciendo sus deberes y ensayando sus coreografías, cuando hay docenas de distracciones a su alrededor? Manhattan es un depredador de chicas jóvenes.

—Lo siento, —dijo su madre, recomponiéndose—. Sólo me preocupo por ella. —Se giró hacia Vanessa—. Entiendo la necesidad de bailar. De verdad, lo entiendo; yo era igual. ¿Pero estás absolutamente segura de que quieres estar aquí? Porque hay otras opciones ahí fuera, un mundo entero… —Mamá, estaré bien. Deja de preocuparte. Ya habían tenido esta conversación, muchas, muchas veces. Su madre quería que se quedase en casa, que fuese al instituto público en Massachusetts. Pero Vanessa quería… bueno, en realidad no era sobre lo que quería hacer. Era sobre lo que necesitaba hacer. Y era estar aquí. En la Academia de Ballet de Nueva York. La misma escuela a la que había ido Margaret. Le costó meses de peleas y persuasiones que su madre dijese que sí una vez que llegó la carta de aceptación. El hecho de que a Vanessa le hubiesen ofrecido una beca completa había ayudado. —La bailarina con más talento que ha venido a la audición, —dijo el jefe de admisiones—. Debe de ser cosa de familia. Finalmente la señora Adler había sucumbido a la presión.

La señora Adler pareció relajarse.

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—Manhattan es un lugar increíble, —dijo Kate, con la cacofonía de los bocinazos de coches de fondo remarcando su idea—. Y aunque no puedo prometerle que sabré lo que Vanessa está haciendo en todo momento, puedo decir que hacemos todo lo que está en nuestra mano para asegurarnos de que nuestros estudiantes estén seguros y felices. Hay toques de queda y cerraduras en las puertas, y la mayor parte del tiempo están tan ocupados aquí que apenas tienen tiempo de explorar la ciudad.

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Vanessa le dedicó a Kate un encogimiento de hombros de disculpa, esperando que el ataque verbal de su madre no hubiese destrozado ya su reputación. Ser una marginada en una clase con sólo diez chicos y diez chicas no era precisamente la forma de empezar de nuevo que quería. Pero para la sorpresa de Vanessa, Kate le guiñó el ojo y se giró hacia su madre.

—Bien. —Genial. —Kate se colocó la carpeta debajo del brazo—. Bueno, os dejo deshacer las maletas. Vanessa, te veré en la sesión de orientación, que es en el estudio principal en Juilliard, en la tercera planta, dentro de dos horas. Si tienes alguna otra pregunta, estaré cerca. La señora Adler le dirigió una mirada rápida a Vanessa y después salió al corredor. —Yo sí que tengo alguna pregunta más, —le dijo a Kate, siguiéndola por el pasillo. Cuando estuvieron fuera del alcance del oído, Vanessa sacudió la cabeza, dejando que su descontrolado pelo rojo se agitase en su cara. —Vaya, eso ha sido una locura. Su padre sonrió y se secó el sudor de la frente. Era un hombre guapo, con rasgos fuertes y llamativos que Vanessa había heredado, junto con su altura y su alocado cabello, aunque el de él había madurado hasta adquirir un castaño rojizo. Ella no era una flor delicada como su madre o su hermana, Margaret, y en parte era la razón por la que era una bailarina extraordinaria. Nadie esperaba que fuese ligera, pero cuando saltaba a un grand jeté2, parecía flotar en una ligereza etérea, andando de puntillas por el escenario mientras se transformaba en un cisne blanco, una princesa durmiente, o el Hada de Azúcar, con su mechón de pelo rojo brillando como electricidad bajo las luces. Él se arremangó y se estiró a por una de las zapatillas de ballet de la cómoda, dejando que los lazos cayesen entre sus dedos. Parecía increíblemente pequeña en la palma de su mano.

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Grand jeté (paso que lanza): Las piernas se lanzan a 90º con un salto de altura y un desplazamiento corporal. El grand jeté, es precedido siempre por un movimiento preliminar como un glissade, pas de bourré couru o un coupé y puede ser realizado en todas las direcciones. Hay una variedad amplia de jetés.

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Un grupo de chicas pasaron andando por delante de la puerta, hablando y riendo. Vanessa se mordió el labio deseando querer estar

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—Ness, sabes que si no eres feliz aquí, me lo puedes decir.

ahí tanto como lo deseaban ellas. La Academia de Ballet de Nueva York era la principal escuela del país. Debería querer estar aquí, pero su corazón nunca lo había querido, al menos hasta hace poco. Fue su hermana mayor, Margaret, quien amaba el ballet, que contaba los pasos mientras dormía y soñaba con estar en el escenario. Vanessa sólo estaba siguiendo sus pasos. Y aun así, durante el instituto, había pasado más horas practicando ejercicios de barra que con sus amigos. Una parte de ella no quería nada más que ir a un instituto público, comerse una hamburguesa con sus amigos sin sentirse culpable y salir con un chico que no tuviese medias o licra. Hubo un tiempo en el que creyó que eso sería posible, pero pronto esa opción se desvaneció después de que las cosas se desmoronasen con Margaret. Vanessa suspiró. —Sabes que no puedo irme. —Miró hacia la puerta—. Sé que es duro para ella, pero no es la única que ha perdido a alguien. —Tiene miedo por ti. No le gusta este sitio. —Su padre volvió a poner la zapatilla con cuidado en la cómoda. —No te preocupes, papá. Es sólo una academia, —dijo Vanessa. —Lo sé. Pero tu madre, ella cree… bueno, ya sabes lo que piensa. Preferiría que estuvieses en cualquier otro sitio. Yo te apoyo si crees que estar aquí es lo mejor para ti. Pero si es demasiado para ti, siempre puedes volver a casa. Elegir un camino diferente.

Vanessa todavía podía recordar cuando recibió la llamada. Era febrero, y la nieve caía sobre Massachusetts, flotando frente a la ventana de la cocina mientras ella y sus padres cenaban. Su hermana había huido, le dijo el asesor a su madre.

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Hasta que desapareció hace tres años.

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Su padre le dedicó una sonrisa torcida y le dio una palmadita en el hombro a Vanessa. Ella entendió lo que estaba diciendo, pero ¿qué otro camino había? Su abuela había sido una bailarina principal, su madre había sido una bailarina principal, y Margaret había sido una de las estudiantes más prometedoras que la escuela había visto.

—Se juntó con el grupo equivocado, —había añadido—. La presión del ballet a veces lleva a las chicas por el camino incorrecto, sin importar lo mucho que intentemos evitarlo. Sus padres dejaron a Vanessa con sus abuelos esa noche y condujeron a Nueva York para buscar a Margaret. Por el día trabajaban con la policía; por la noche deambulaban por la ciudad, peinando sus rincones más oscuros y desolados. Después de unas semanas, su padre volvió al trabajo, uniéndose a su mujer los fines de semana. Seis meses más tarde, sus padres abandonaron la búsqueda y volvieron a casa a cuidar de la hija que les quedaba. Las pertenencias de Margaret fueron almacenadas en el garaje. Vanessa quería creer que Margaret seguía por ahí, en algún lugar, riendo con sus amigos, viviendo una vida de fantasía como una adolescente normal. Entonces recibieron por correo el último paquete desde la Academia de Ballet de Nueva York: el carnet de la escuela de Margaret, un leotardo que todavía desprendía su perfume floral, unas maltrechas zapatillas de ballet; todo lo que estaba en la taquilla del estudio cuando empaquetaron el resto de las cosas. La madre de Vanessa lloró cuando abrió la caja y vio las iniciales de Margaret rayadas en las suelas, un par que Margaret había mantenido porque fueron un regalo de su profesora en Massachusetts. —¿Y si está muerta? —susurró su madre, diciendo en voz alta el pensamiento que les había estado preocupando a todos ellos. Vanessa se sentó y apoyó la cabeza en el hombro de su madre.

Así que un deprimente viernes, sacó las zapatillas de ballet del armario y fue de puntillas hasta la habitación principal, donde su madre

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Después de eso, mientras Vanessa y su padre intentaban seguir con sus vidas, su madre apenas salió de la habitación durante un mes entero. Dejó de ducharse y vestirse; dejó de comer; incluso se negó a escuchar música clásica. Entonces fue cuando Vanessa supo que era grave.

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—Puede que simplemente no las necesite más. —Se negaba a creer que su hermana se hubiese ido.

estaba aovillada, inmóvil bajo las sábanas. Y mientras la lluvia chorreaba por los cristales de la ventana, Vanessa bailó, dejando salir todo el dolor de ella hasta que no puedo sentir nada más que el latido de su corazón. Lentamente, su madre se sentó. Pronto, estaba llevando a Vanessa a clases de ballet como siempre había hecho, hasta que un día Vanessa anunció que iba a solicitar plaza en la Academia de Ballet de Nueva York. Su madre estaba conmocionada. Le encantaba ver bailar a Vanessa, pero nunca pensó que a Vanessa le gustase tanto como para seguir los pasos de Margaret. Habían cerrado ese capítulo de sus vidas, había dicho. Pero Vanessa no. Con la ayuda de su padre, solicitó plaza en la misma escuela de la que Margaret había desaparecido, porque estaba decidida no sólo a bailar, sino a encontrar a su hermana. Tenía que estar aquí, en esta academia, en esta vida que una vez perteneció a su madre y a Margaret. Ahora su padre acercó una caja y se sentó junto a Vanessa. —Lo digo en serio, —dijo—. Sé que eres una bailarina con talento. Sólo quiero que además seas feliz. —Soy feliz, —dijo Vanessa. Más o menos, se dijo a sí misma. La felicidad siempre era complicada. —¿Quién es feliz? —preguntó su madre, sobresaltándolos a los dos entrando escurridizamente, dándose toquecitos en los ojos con un pañuelo blanco. Siempre hacía eso, acercarse sigilosamente a la gente, una fuerza omnipresente en la vida de Vanessa.

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—Por supuesto que sí, —dijo su madre con tristeza—. Es la academia de ballet de élite en el mundo. —Forzó una sonrisa—. Acabo de visitar la antigua habitación de Margaret. —Su voz se quebró, y el padre de Vanessa envolvió su brazo alrededor de sus hombros—. Prométeme que nunca vas a tomar alguna droga. Ni siquiera aspirinas. No me importa lo mucho que te duelan los pies.

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—Yo, —dijo Vanessa—. Me hace feliz estar aquí.

—No tienes que preocuparte por eso, —dijo Vanessa. Otras chicas, ella lo sabía, utilizaban analgésicos, pero sus pies estaban tan entumecidos y callosas que probablemente podrían meter un clavo a través de la punta del pie y no lo sentirían. Un poco más tarde, después de una limpieza final de las cajas vacías, su padre le dio un largo abrazo apretado. —Llámame si necesitas algo. Cualquier cosa, —susurró—. Incluso si es sólo para charlar. Tomada por sorpresa por la suavidad en la voz de su padre, Vanessa se relajó en sus brazos. Eso era, se dio cuenta, aspirando el aroma de su loción de afeitar. Sólo ahora se había dado cuenta de que ella no se iría de casa con ellos. Vanessa apretó la mejilla contra su solapa. —Lo haré. —Muy bien, —dijo su madre—. Ahora es mi turno. —Y antes de que Vanessa supiera lo que estaba pasando, su madre la llevó hacia su pecho y la apretó, enterrando su rostro en el cabello de Vanessa—. Oh, te voy a extrañar, —dijo su madre, meciéndose levemente mientras la abrazaba—. Serás maravillosa. Sólo sé que lo eres. Vanessa dejó que sus brazos se deslizasen alrededor del esbelto cuerpo de su madre. —Gracias, mamá. Y de repente, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo, su madre la soltó, dio un paso atrás, alisando su falda y secándose los ojos con un pañuelo.

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Vanessa vio como sus padres desaparecían por el pasillo. ¿Y ahora qué? Tomó una pequeña caja descansando junto a su cama. Ubicado en el interior estaban las zapatillas de punta de Margaret, sus cintas enrolladas alrededor del desgastado satén rosa.

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—Deberíamos irnos fuera, —dijo enérgicamente.

Suavemente, trazó las líneas ásperas de las iníciales de su hermana. Justo cuando las guardó en su armario, una chica entró por la puerta. —¿Esa era tu madre? ¿La señora loca que interrumpió en mi habitación sin llamar? ¿Quién siguió hablando de alguien llamada Margaret? —Era alta y delgada, con la piel de color marrón oscuro, ojos verdes afilados y una insinuación de una sonrisa. —Lo siento, —se disculpó Vanessa—. Si te hace sentir mejor, ella me ha estado haciendo eso durante años. —Maldita sea. Y yo que pensaba que mi madre estaba mal. Vanessa se mordió el labio. —Ella no tocó ninguna de tus cosas, ¿Verdad? La chica se echó hacia atrás su grueso cabello en un broche. —No, solo se quedó allí, como, estremecida. Por un momento pensé que se iba a sentar en mi cama, pero se lo dije antes de que ella tuviera la oportunidad. Pude haberla hecho llorar. —No, no lo harías, —dijo Vanessa, sacudiendo la cabeza—. Ella llora mucho en estos días. —Hizo una pausa—. Soy Vanessa, por cierto. —¿Vanessa? ¿Entonces quién es Margarita? —Mi hermana mayor. Ella solía estar aquí… pero ahora ya no lo hace. Los ojos de la chica brillaron.

Tenía grandes ojos de gacela y pecas. Un nido enredado de pelo castaño rizado estaba atrapado en la parte superior de su cabeza, unos rizos sueltos rebotando alrededor de su rostro.

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—Gran historia —otra chica asomó la cabeza por la puerta—. Yo soy TJ, —dijo la nueva chica con una sonrisa—. Tu compañera de cuarto.

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—Soy Steffie.

—Es la abreviatura de Tammy Jessica, pero creo que es demasiado femenino. TJ es mejor, ¿no lo crees? Vanessa asintió. —Supongo que sí. —Define “mejor”, —dijo Steffie. —Encantada de conocerte a ti también. —TJ se sentó en su colcha azul brillante. Para una bailarina, ella tenía una estructura amplia—. Estoy reinventándome ahora que estoy aquí. Como dije: TJ. La T puede representar, algo, duro como una roca. Y la J para… Jazz. O lo que sea. Pero eso es lo que soy ahora. De frente al futuro. Vanessa sonrió. La idea de un nuevo comienzo, sin duda era agradable. El juego de nombres de TJ iba con su imagen: no llevaba maquillaje, ni siquiera delineador. Sus rasgos parecían lo suficientemente expresivos. —Soy de la ciudad, —dijo TJ, como si hubiese una sola—. El Upper East Side. Podría haberme quedado a vivir en casa, pero quería alejarme de mis padres. Son abogados. Prillar y Prillar, así es como nuestra casa es. Siempre hablando, hablando, hablado, —puso los ojos en blanco—. Va ser agradable estar lejos de eso. Vanessa tuvo que ocultar su sonrisa. Hablar, hablar, hablar. —¿Prillar? —dijo—. Al igual que los Prillar que están en el consejo de administración de la NYBA3? Steffie volteo la cabeza. —No me dijiste eso, TJ.

—Por supuesto que no, —dijo Steffie—. No quería dar a entender eso.

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NYBA: New York Biennale Art.

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—¿Por qué iba a hacerlo? Eso no tiene nada que ver conmigo.

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TJ respondió:

Pero TJ sólo se rió. —Lo sé. Así que ¿De dónde eres, Vanessa? No, espera. Déjame adivinar. California. No, Vermont. —Cerca, —dijo Vanessa—. Massachusetts. La mirada de Vanessa pasó por el montón de ropa sucia en su cama, y TJ dijo—: No te preocupes. No suelo ser así de sucia todo el tiempo. Vanessa se echó a reír. —Yo tampoco. —Basta de hablar sobre vuestras ropas sucias, —dijo Steffie—. No puedo creer que tengamos que ir a la academia en Manhattan. ¿No es genial? —La ciudad que nunca duerme, —dijo TJ. —Cuando las aceras están pavimentadas en oro, —dijo Steffie—. ¿O eso es Hollywood? —No importa, —dijo Vanessa—. El punto es que tenemos suerte. —Lo primero que voy a hacer mañana es irme a Times Square, — dijo Steffie, empujando a un lado a TJ y dejándose caer en la cama junto a ella. —Ugh, —dijo TJ—. Lo primero que voy a hacer mañana es no ir a Times Square. —¿Qué hay de malo con Times Square?, —preguntó Steffie.

Las tres miraron por la ventana en donde el Lincoln Center brillaba a la luz de la tarde. La fuente de la plaza central rociaba chorros de agua en el aire, y por todas partes había un gran edificio que Vanessa ya se sabía de memoria; el de las ventanas de cristal dramáticos era el

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—Bueno, soy un turista. Y no viví aquí toda mi vida al igual que algunas personas con el pelo grande.

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—Nada, si eres un turista.

Ballet de la Ciudad de Nueva York; las altas ventanas arqueadas de la Casa de la Ópera Metropolitana; y el edificio de mármol con paredes de color amarillo era el Avery Fisher Hall, sede de la Filarmónica de Nueva York. Su nueva escuela, la Academia de Ballet de Nueva York, estaba escondida detrás del Avery Fisher Hall, junto a la Escuela Juilliard: dos modestos edificios que ahora se encontraban entre la casa de Vanessa. El sol poniente echó un brillo metálico en todo lo que vieron, desde la fuente de los edificios de la plaza, de la madera de las torres de agua que salpicaban los tejados de los muchos edificios de apartamentos a los rascacielos vidriosos en la distancia cuyas ventanas daban como el oro fundido. —Es realmente hermoso, —dijo Steffie, su sonrisa desapareció por el momento—. Es difícil de creer que este será nuestro hogar para los próximos cuatro años. Estamos en, como, en el centro del universo. —Estamos casi en el centro del universo, —dijo TJ—. No hay mucho ya que probablemente nunca lleguemos a ver en la Ciudad de Nueva York. El Lincoln Center solo es una pequeña burbuja de seguridad. No es seguro, pensó Vanessa, pero a sus nuevas amigas les dijo—: Se siente irreal, ¿no? Al igual que mañana puede ser que me despierte en casa y darme cuenta de que todo esto podría ser un sueño. —Espera las clases, —dijo TJ. Ella sonrió y lanzó una serie de brillantes, dientes blancos—. Se va a sentir real cuando nuestros pies estén ampollados y sangrando.

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No estaba acostumbrada a estar rodeada entre tantos bailarines serios; en casa, Vanessa siempre había sido la mejor en diferencia. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando otros dos entraron a la deriva: una pequeña chica llamada Elly, compañera de habitación de Steffie, que tenía el pelo rubio ondulado y llevaba un ordenador portátil bajo el brazo, y un muchacho asiático que la seguía por los talones.

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Instintivamente, Vanessa flexionó los dedos de los pies dentro de las zapatillas de lona. Incapaz de contenerse, se quedó mirando los musculosos muslos de Steffie y TJ hacia atrás, y se preguntó si ellas eran mejores bailarines que ella.

—Escuchamos voces y pensamos en ir y saludar, —dijo el chico—, porque los dos somos maravillosos y obviamente vosotras necesitáis saber que lo somos. Yo voy por Blaine. —Él le tendió la mano a nadie en particular, esperando a quién sea que lo besase. Steffie hizo una mueca y se sentó en el alféizar de la ventana, cruzando sus largas piernas oscuras y escrutando a los recién llegados. —Pero ese no es su verdadero nombre, —Elly bromeó en un acento dulce, del sur. Todo en ella era dulce y del tamaño de un bocado: su melena de color amarillo, la nariz de forma de botón, sus labios carnosos. Incluso su ropa parecía de bebé con encaje color rosa. Ella le dio un codazo a Blaine. —Sigue adelante. ¡Hablaré con ellas! Blaine negó con la cabeza y le dirigió una mirada medio serio. —Ni se te ocurra. TJ apartó su pelo rizado de su cuello. —¿Y cuál es tu verdadero nombre? Blaine dio un manotazo a su pregunta. —Nunca lo voy a decir. —¿Por qué no? —Preguntó TJ, mirando de Blaine a Elly—. Se lo dijiste a ella. —Esto se debe a que los dos somos del Sur. Ella lo entiende.

—Y en general, —añadió TJ. Blaine se encogió de hombros.

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—Que la gente es más rara ahí abajo, —dijo Blaine, como si eso debiese ser evidente.

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—¿Entiende qué? —Preguntó Steffie.

—Es cierto. Pero mira, yo soy medio japonés y medio mexicano. ¿Cuánta gente sabe que lavan sus margaritas con un chorro de sake4? —¿Qué es el sake? —susurró TJ a Vanessa. —Por no hablar de que soy un tipo al que le gusta usar medias y zapatillas —continuó Blaine—. Y no como carne roja. No es fácil crecer así en Texas. ¿Sabes lo difícil que es encontrar una ensalada decente ahí abajo? La sala estalló en un coro de risitas. —No es tan malo, —dijo Elly, doblándose a sí misma en la cama junto a TJ—. Y el Sur tiene algo que el resto del país no tiene. —¿Un exceso de rocío de la montaña? —bromeó TJ. Elly sonrió, sus labios formando una media luna de color rosa. —Caballeros del Sur, preferentemente de Alabama. Blaine rodó los ojos. —Son todos granjeros para mí. Granjeros con grandes azadas de grasa. Vanessa dejó escapar una carcajada.

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—Ves, de eso es de lo que estoy hablando, —dijo Blaine—. O podría conformarme con un bailarín ruso. Son tan severos. Me encantan. Ni siquiera me importaría se no sepa hablar inglés en absoluto. Mientras sea el dulce, dulce amor para mí mientras me alimente con caviar, y luego me ayude a jugar con mi conjunto de

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—Me gustaría tener camisas con cuello y pantalones de algodón sobre faldones y pajaritas cualquier día, —dijo—. Pero soy de Massachusetts. Me gustan los de Preparatoria.

Bebida alcohólica que se obtiene por fermentación del arroz; es originaria de Japón. 4

muñecas de Matryoshka5 —Hizo una pausa—. No es que tenga ninguna muñeca de Matryoshka. Vanessa y las chicas siguieron mirándolo. —Entonces, ¿cómo os comunicaríais? —preguntó con curiosidad a Elly. —Querida, —dijo Blaine, inclinándose hacia adelante y bateando sus pestañas—. El lenguaje del amor no requiere de palabras. ¿No has visto La sirenita? Eso hizo que incluso Steffie se riera. —Basta de hablar de hombres rusos, muñequitas y películas de Disney. Estamos aquí para bailar. Elly abrió su ordenador portátil, que era incluso de color rosa y un enorme corazón en la tapa, y les mostró fotos de bailarines famosos que se habían graduado en esa academia: Anastasia Petrova en su papel de liderazgo en Giselle, Alexander Garrel como el musculoso rey rata del Cascanueces, y Juliana Faraday como la etérea princesa Aurora en la Bella Durmiente. —Esos son los que lo hicieron, —dijo Blaine—. ¿Qué pasa con los que no lo hicieron? Vanessa se puso rígida. —¿Qué quieres decir? Elly interrumpió.

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Matryoshka o muñecas rusas: muñecas tradicionales rusas creadas en1890, cuya originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee, siempre y cuando sea un número impar, aunque por la dificultad volumétrica, es raro que pasen de veinte.

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Vanessa se encogió.

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—Oí que una chica se rompió una pierna el año pasado durante un ensayo. Uno de los chicos la abandono a medio de un salto. Una superiora me dijo que pudo oír el chasquido de su hueso.

—Veinte son llamados, —entonó TJ—, pero pocos sobreviven el tiempo suficiente para graduarse. —Lo dice en serio, —dijo Blaine—. Hay toda clase de estudiantes que se lastiman. —Por no mencionar los dedos de los pies rotos, —intervino Steffie— . Casi se me rompió uno de los míos el año pasado, —añadió, un tintineo de su tobillera de plata fina mientras ella rodaba su pie. —O los corazones rotos, —añadió Elly, dando a Blaine una mirada tímida. Él le lanzó una almohada. —O las chicas enviadas a casa debido por problemas de peso o drogas, —añadió Vanessa. —Cuando vosotros bailáis, ¿sentís algo diferente? —dijo Steffie de repente—. Como que estáis… —¿Mareadas? —dijo Vanessa, sorprendiéndose a sí misma. —Umm, no, en realidad estaba a punto de decir liviana, sin peso, —dijo Steffie. —¿Mareadas? —dijo TJ con una sonrisa divertida—. Tal vez no estás haciéndolo bien. Vanessa rió tímidamente.

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Sólo pasó una vez en mucho tiempo —la extraña sensación delirante. Cuando Vanessa bailó tan perfectamente la música como si fuera una parte de su corazón, y el mundo entero alrededor suyo hilado en el olvido, y sintió que se estaba perdiendo a sí misma. Pero tal vez sólo era por la deshidratación. Eso es lo que su madre le decía cada vez que ella quería sacar el tema. Cuando Vanessa miró, se dio cuenta de que Steffie la estudiaba. Sintió que se ruborizaba, pero Steffie sólo le dio una sonrisa comprensiva, como si dijera: Cualquiera que sea tu secreto está seguro conmigo.

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—Es broma —dijo, avergonzada.

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—¡Orientación! —dijo Elly de repente. En el exterior, la sala estaba extrañamente tranquila. Echó un vistazo a su reloj—. Mierda. ¡Ya es tarde!

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Capítulo 2 + Traducido por agoss y SOS Sandra289 Corregido por katiliz94

Esto no podía ser. El resto del grupo corrió hacia adelante, hacia Juilliard, donde la presentación estaba siendo dada. Pero Vanesa se quedó congelada en su lugar en la acera, detenida por la visión de una chica frágil, con el pelo largo y castaño. Ella estaba esperando en la esquina de la parada del autobús, con los hombros al descubierto por encima de un vestido de verano de algodón, leyendo una revista. Sus brazos estaban salpicados de familiares pecas oscuras. El corazón de Vanessa pareció detenerse. ¿Podría ser? Lentamente, Vanesa se acercó, abriéndose paso entre la gente que estaba en la acera hasta que estuvo a unos centímetros de distancia de la chica. Ella dio un paso más cerca, mirando la delicada piel de su hermana. —¿Margaret? Los tubos de escape de los coches que pasaban hacían que el aire fuese espeso. El largo pelo rojo de Vanesa voló sobre su rostro.

—Oh, lo siento, —dijo, y se alejó. Sintió una mano en su brazo y, asustada, saltó. —¿Estás bien? —pregunto Saffie.

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Vanesa se puso rígida.

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La chica miró sobre su hombro, su cara extranjera y extraña.

Vanesa asintió. —¿Qué estabas haciendo? —Me pareció ver a alguien que conocía, —dijo Vanessa, su mirada persistente en la espalda de la chica—. Pero es estúpido, ¿verdad? Quiero decir, Nueva York tiene millones de personas. ¿Cuáles son las posibilidades de encontrar una persona entre todos ellos? —Yo no creo que sea una tontería, —dijo Steffie suavemente. Vanesa se quedó mirando la avalancha de gente en la acera y las abarrotadas tiendas y casas de piedra y rascacielos que las enmarcaban. Las ventanas que salpicaban los costados de los muros se veían minúsculas desde la tierra, y de repente hicieron que Vanesa se mareara al pensar que una persona vivía detrás de cada pequeño cuadrado de vidrio, miles de ellos sólo en este radio de tres cuadras. Su hermana estaba aquí en alguna parte. Y por eso había venido a Nueva York: quería encontrar a Margaret. —Vamos, —dijo Steffie—. Llegamos tarde. Cuando se encontraron con los otros, ellos estaban de pie delante de una puerta de madera, mirando perdidos. —Pensé que estaba aquí, —dijo Elly, mirando por el pasillo lleno de estudios de danza—. Pero la puerta está cerrada. —Tal vez la cerraron porque llegamos tarde, —dijo Blaine.

—Que interesante, —dijo una mujer con un ligero acento alemán, escrutándolos. Era tan baja que Vanesa apenas la había notado. Era de

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Estaban en un gran estudio de ballet. Espejos se alineaban en las paredes, lo que reflejaba la cálida luz y hacia que la habitación pareciera interminable. Todo el cuerpo estudiantil estaba sentado en el suelo, mirándolos.

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—Aquí, voy a intentarlo, —dijo Vanessa. Usando todo su peso, ella le dio a la puerta un empujón firme. Ésta se abrió, y los cinco se apresuraron a entrar.

mediana edad, su cuerpo claro y en cuclillas, con piernas gruesas y pelo marrón apagado—. Vuestro primer día y vuestra hora ya está mal. —Lo sentimos, —espetó TJ—. Nos perdimos. La mujer entrecerró los ojos hacia ellos. Su cara era redonda y materna como la esposa de un granjero, su mirada era severa, pero de alguna manera todavía amable. —Esperemos que el baile sea un poco más elegante que la entrada. Tenemos espacio hacia vuestra—derecha—aquí—arriba. — Señaló a sus pies. Tratando de evitar los ojos de todos, Vanesa los llevó hasta el frente de la sala. Su Asistente de Residencia, Kate, se sentó junto a la barra con algunas chicas, sonriendo con simpatía. Los ojos de otros estudiantes se encontraron con los de ella mientras zigzagueaba entre ellos —chicas con trenzas enrolladas en rodetes, diademas y hebillas clavadas en su pelo, sus delgados hombros desnudos estaban debajo de ceñidos tops; chicos en pantalones vaqueros negros, camisetas blancas, y sudaderas de corte que dejaban vislumbrar bíceps duros como piedras y los abdominales firmes. Ninguno de ellos se molestó en moverse para permitir que Vanesa y sus amigos pasaran. Justo antes de que ella se sentara, vio a un grupo de chicas mayores apoyadas en los espejos de la esquina de la habitación. Eran hermosas —altas y lánguidas— mientras susurraban entre sí. Las trece de ellas tenían quemaduras de sol, como si acabaran de regresar de la playa.

Vanessa estuvo a punto de sonreír cuando Hilda le llamó la atención.

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Vanessa se apretó al lado de Steffie, que olía ligeramente a vainilla. Ella había notado a las chicas mayores, también, porque, dijo—: Alguien se olvidó de la protección solar.

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—Como estaba diciendo, —dijo la mujer en el frente, aclarándose la garganta—. Mi nombre es Hilda, y voy a ser vuestra ayudante de coreografía.

—Y ahora me gustaría presentaros a vuestro coreógrafo, Josef. — Un hombre musculoso con la figura compacta de una bailarina se acercó a la parte delantera de la sala. Parecía joven al principio, pero a medida que se acercaba y sus características entraron en foco, Vanessa se dio cuenta de que probablemente tenía casi cuarenta años. Hilda se hizo a un lado y Josef sonrió, dejando al descubierto un conjunto de dientes encantadoramente torcidos. Se pasó una mano por el pelo, que era ondulado y marrón, veteado de gris. Llevaba unos vaqueros negros ajustados y una camiseta blanca con cuello en V con una capa de pelo en el pecho que sobresalía de la parte superior. A pesar de que él no era ni alto ni especialmente guapo, su presencia llenaba todo el estudio. —Bueno, aquí estamos. —Hablaba con un ligero acento francés— . En el ápice del mundo. Bienvenidos. Con sus palabras, la habitación pareció iluminarse. Vanesa miró a su alrededor y vio a los otros estudiantes sonreír. —Cada bailarín sueña con asistir a la academia de Ballet de Nueva York, y con razón. Somos la academia de ensueño. Aquí, aprenderéis cómo trascender este mundo. Os transformaréis a vosotros mismos en las hadas, los príncipes, cisnes tanto pálidos como oscuros, reinas malvadas y los demonios del inframundo. Flotaréis como una nube y desapareceréis en las sombras. El público va a pensar que es un truco de la luz, pero todos sabrán que sois la luz. Sois la música. No sois nada más que movimiento.

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—Hablando de movimiento, debo mencionar que una cuarta parte de la clase de primer año no pasa. Esto puede ser una sorpresa, ya que han trabajado tan duro para llegar aquí que no os podáis ni siquiera imaginar la posibilidad de abandonar la escuela. —Hizo una pausa, sus ojos corriendo alrededor de la habitación—. Os sugiero que dejéis las ideas preconcebidas de ballet atrás y vengáis a los ensayos suaves y maleables, listos para ser moldeados.

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La habitación estaba tan quieta, Vanessa pudo oír que él dejó escapar un suspiro.

Todo el mundo miró de lado a lado, observando a los otros estudiantes como si trataran de averiguar quién saldría primero. —Pero basta de eso, —dijo Josef, de repente optimista—. Cada invierno representamos una obra en el principal escenario de ballet. Estoy orgulloso de anunciar que este año estaremos realizando El pájaro de fuego6 de Stravinsky. Durante un breve instante, la mirada de Josef cayó sobre Vanesa. Creyó ver un atisbo de reconocimiento en sus ojos antes de que él desviara la mirada. ¿El habría conocido a su hermana? —El ballet se centra en el príncipe Iván, que entra en un reino mágico llamado Kashchei, el nombre de su gobernante. Allí, el príncipe captura un pájaro de fuego, que se ofrece a ayudar a Iván a cambio de su eventual libertad. Cuando Iván se enamora de una de las trece princesas, es el pájaro de fuego quien le ayuda a derrotar Kashchei y ganar su amor verdadero. En el espejo de la pared, Vanesa creyó ver un destello de algo oscuro y extraño, pero cuando se volvió a mirar, todo el mundo se quedó quieto.

Es un ballet de 1910 de Ígor Stravinski basado en historias folclóricas rusas sobre el ave mágica del brillo intenso (el Zhar-Ptitsa o Pájaro de fuego) que es tanto una bendición como una maldición para su captor. 6

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«Sólo ha habido una vez un estudiante que nos deslumbró lo suficiente para captar nuestra atención desde el primer momento. Ella era una estudiante de primer año cuando adiciono para un papel de liderazgo, y una magnífica bailarina. Etérea. —Josef cerró los ojos, al parecer, su evocación en su mente—. Por desgracia, ella se derrumbó bajo la presión y se retiró. Su sueño se hizo añicos. —Examinó la habitación—. No dejéis que esto os suceda a vosotros.

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—Las cortinas se abrirán el 13 de diciembre. Sólo es septiembre ahora, quizá esto pueda sonar muy lejos, pero os aseguro que no lo es. El casting tendrá lugar en un mes. Los roles principales casi siempre van a los alumnos de segundo ciclo, por lo que para nuestros recién llegados, no os sintáis decepcionados si no sois elegidos. Vuestro tiempo vendrá. Mientras tanto, espero veros aquí, en la barra. La práctica lo es todo.

Margaret. Vanesa miró a su alrededor el estudio, pero nadie parecía saber a quién se refería Josef. Nadie, es decir, a excepción de Steffie, quien vio a Vanesa con una expresión curiosa. Avergonzada, Vanesa abrazó sus rodillas, tratando de hacer que su reacción fuese más discreta, cuando una vez más pensó que había captado la mirada de Josef revoloteando sobre ella. Pero podría haber sido su imaginación. —El trabajo duro y paciencia dan sus frutos, tanto como el talento. Lo que me recuerda que el papel de príncipe Iván ya ha sido elegido—. Josef escaneó la multitud—. Zeppelin Gray, ¿podrías por favor ponerte de pie? Vanessa vio su reflejo en primer lugar, sus ojos profundos y suaves como el oscuro metal. Estaba sentado con las chicas en la esquina de la habitación. Mientras permanecía de pie, parecía desarrollarse a sí mismo, sus hombros se ampliaron, su columna vertebral se alargó, hasta que se alzaba sobre el resto de la habitación. Él no era como nadie que Vanesa hubiese visto nunca. Era demasiado alto para ser un bailarín, demasiado áspero, pero se movía con gracia, con el pelo negro brillante bajo las luces calientes. Zeppelin, pensó, sus ojos viajando hasta los contornos de sus brazos, cuando de repente sus ojos se encontraron. Su mirada era sorprendente, desconcertante, y mientras inclinaba su cabeza su rostro parecía cambiar, sus angulosos bordes fundiéndose. Su quemadura de sol despedía un brillo metálico, que lo hacía lucir como una escultura cincelada. Vanesa sentía que lo podía mirar fijamente durante horas y aun así no ver lo que había debajo de la superficie. Vaciló, sus labios temblando, pero no podía apartar la mirada.

—Precioso, ¿verdad? —dijo Steffie—. Deberías cerrar la boca. Y dejar de mirar.

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Y luego, sin previo aviso, él sonrió.

Vanessa sintió que se ruborizaba mientras sacaba sus ojos lejos de los mayores jugando al príncipe Iván y se volvió hacia su cena. Estaban sentados alrededor de una espesa mesa de madera en el edificio contiguo a su dormitorio. Un candelabro de bronce gigante colgaba sobre el centro de la habitación, ruidosa con el ruido de las conversaciones y el tintineo de los platos y la cubertería. Vanessa tomó su ensalada distraídamente, deseando que tuviera picatostes. El comedor era lo más extraño que había visto nunca, con una masiva barra de ensaladas en el centro y un par de carruseles solitarios que ofrecían pan y pasta. La barra de postres incluía ensalada de frutas y un tanque lleno de bultos de pudín de chocolate que Vanessa estaba segura que la escuela los hacía intencionalmente poco apetitosos. Frente a ella, TJ gesticulaba con su tenedor, con el pelo rizado rebotando cuando hablaba de cómo de sosa y aburrida había sido la orientación. Pero Vanessa no estaba prestando atención. En cambio, robaba miradas a Zeppelin. O Zep, como todo el mundo parecía llamarlo. Él estaba sentado en la mesa de la esquina con el grupo de alumnas de segundo ciclo quemadas por el sol que había visto en la orientación. Todas eran espantosamente flacas. —No te encariñes demasiado, —advirtió Steffie—. He oído que está saliendo con Anna. Vanessa trató de no parecer decepcionada.

—¿La bailarina de los años cincuenta? —preguntó Vanessa—. ¿Quién hizo ese jeté irreal en Romeo y Julieta? Steffie asintió.

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Steffie dijo—: Es difícil de decir, ¿verdad? Todas esas chicas están en un club de la dieta. Visten lo mismo, comen las mismas cosas, probablemente vomitan lo mismo. Pero la que está al final es la líder. — Una chica bonita con el pelo largo y rubio, delicados rasgos de muñeca estaba sentada junto a Zep, sus dedos haciéndole cosquillas en la muñeca—. Anna Franko. Es la nieta de Mimi Franko.

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—¿Cuál es ella?

—Esa es la abuela de Anna. Vanessa sintió que algo dentro de ella se arrugaba. Aún podía recordar quedarse despierta con su hermana, viendo la actuación de Mimi Franko una y otra vez hasta que habían aprendido de memoria cada movimiento. Era encantador, mágico, sus saltos tan altos y sus pasos tan suaves que ponía a Vanessa bajo un hechizo. —Y al parecer, Anna no es diferente, —continuó Steffie—. Ella es, de lejos, la mejor bailarina aquí. O al menos lo es ahora que su mejor amiga Chloë Martin abandonó la escuela. En conjunto, la gente dice que era simplemente increíble, y supuestamente Chloë era incluso mejor que Anna. Si ella no hubiera abandonado, hubiera sido elegida como la protagonista de El pájaro de fuego. Ahora que ella se ha ido, todo el mundo está seguro de que Anna tomará su lugar. Por mucho que no quisiera, tuvo que admitir que Anna encajaba para el papel. Observó cómo Anna se inclinó y dijo algo al oído de Zep. Él le sonrió, y juntos se pusieron de pie, moviéndose al ritmo, las pisadas blancas de Anna haciendo clic contra las baldosas del suelo hasta desaparecer por las puertas dobles. Con un suspiro, Vanessa se reclinó en su silla y trató de prestar atención a la conversación, pero su mente seguía vagando a Zep. —¿De dónde es? —dijo de repente, involuntariamente sus pensamientos en voz alta.

pronunciando

—Paris, obviamente, —dijo Elly—. Solía ser un famoso bailarín. ¿No has oído hablar de él? Vanessa parpadeó. Tal vez por eso ya lo habían elegido para el papel de Príncipe Iván.

—Parece más joven de lo que es. —Oh, —dijo Vanessa, tratando de no parecer sorprendida—. Así que, ¿por qué está aquí, entonces?

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Elly frunció el ceño, un aspecto poco natural por su menudo rostro femenino.

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—¿Qué quieres decir? Es muy joven.

—No lo sé. —Con gestos delicados, Elly clavó tres guisantes en su tenedor—. Creo que lo que sea que hiciera no era tan malo, —dijo—. O nunca habrían dejado que viniera aquí. Vanessa dejó de masticar. —¿Qué ha hecho? Blaine dio a Vanessa una mirada confusa. —¿No estabas escuchando? Justo estábamos hablando de cómo estuvo involucrado en algún tipo de escándalo, y le echaron de la Ópera de París. —¿Un escándalo? —No lo sé, —dijo Elly con un encogimiento de hombros—. Creo que tuvo algo que ver con un accidente con una chica. —¿Un accidente de ballet, o ese tipo de accidente? —Preguntó TJ, una sonrisa maliciosa se extendía por su cara. Elly le dirigió una mirada agria. —Un accidente de ballet. A pesar de que ha sido conocido por tener una gran cantidad de aventuras. Vanessa casi se atragantó con un tomate cherry. —¿Qué? — Dijo, tosiendo. —He oído que tiene tres hijos, todos con diferentes mujeres. —TJ se limpió la boca con la servilleta—. Al parecer, todos están viviendo en alguna parte de Europa.

—Oh, cariño. ¿Pensaste que estábamos hablando de Zep? Vanessa tragó, dándose cuenta de su error.

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TJ sonrió y mordisqueó una bobina de pasta; era la única de ellas lo suficientemente valiente como para tocar los carbohidratos.

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—¿Zep tiene tres hijos? —espetó Vanessa.

—Josef, —murmuró—. Eso es de lo que estábamos hablando. Pero el fuerte sonido de un silbato las interrumpió. Hilda se acercó a la parte delantera de la sala, su figura corpulenta envuelta en un vestido negro sin gracia. —Toque de queda, —dijo en voz alta. La sala se llenó con el clamor de sillas raspando el suelo, estrépito de platos, puertas abriéndose y cerrándose con un chasquido. Aliviada de que hubiese desviado la atención de todos, Vanessa recogió sus cosas y siguió a sus amigos fuera. Pero mientras que el resto de ellos volvieron de nuevo a los dormitorios, Vanessa se volvió a Steffie. —Manhattan espera. —En todo su ruidoso esplendor, —dijo Steffie—. Sólo un vistazo. Juntas se colaron fuera a robar una mirada de la ciudad. —¿Josef se vio involucrado en un escándalo? —Vanessa susurró mientras se movían a través de la calle y hacia la Plaza Lincoln. —Supongo que sí, —dijo Steffie—. Nunca había oído hablar de él, tampoco.

—No hay una sola estrella, —dijo Vanessa—. Es como si hubiéramos dejado el mundo real y hubiéramos entrado en este raro universo alternativo raro.

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Vanessa y Steffie echaron hacia atrás y miraron al rico cielo oscuro por encima de la plaza.

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Ellas encontraron un espacio en el borde de la fuente. La gente tirada alrededor, charlando y tomando café bajo las fachadas de los edificios vidriosos. La noche había caído sobre Nueva York, y la ciudad pulsaba con actividad, los coches con exceso de velocidad hasta Broadway, sus luces rayando a través de la oscuridad; las señales de tráfico cambiantes en ondas visibles tan lejos como las chicas podían ver; las luces parpadeando en las ventanas de los edificios de apartamentos.

—Tienes razón, —dijo Steffie, mirando al cielo—. Pero, nena, en este mundo, se supone que debemos ser las estrellas. Vamos. Ella se levantó y tiró de Vanessa por el lado de la plaza a la calle, luego se volvió a parte alta de la ciudad. Extraños pasaban por la acera, corriendo por ella tan rápido que no parecían ver nada a su alrededor. —Como que creo que Nueva York es un lugar solitario, —dijo Steffie. —Es irónico, ¿no? —murmuró Vanessa—. Estamos rodeados de ruido, pero cuando se escucha realmente, no puedes oír nada. Simplemente combina a la perfección. Steffie asintió. —Yo no quería venir aquí en primer lugar. Quiero decir, siempre he querido venir a la Academia de Ballet de Nueva York, pero cuando llegó mi carta de aceptación, se sentía como si no tuviera otra opción. Porque, ¿quién podría rechazar una oferta como esta? —Sé lo que quieres decir, —dijo Vanessa—. Todo el mundo en mi familia ha estado aquí. Mi abuela, mi madre, mi hermana... como que la elección se hizo para mí un largo tiempo antes de que la carta llegase por correo. —Vanessa apartó los ojos mientras hablaba, a sabiendas de que no era del todo cierto. La elección se había hecho para ella hace mucho tiempo, pero no por su madre, que no quería a Vanessa allí. No, fue Margaret y su extraña desaparición lo que hizo que Vanessa sintiera que no tenía otra opción.

—Estoy segura que estará bien, —dijo Steffie—. ¿Crees que TJ y Elly estarán dormidas todavía? —Lo dudo, —dijo Vanessa.

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—Espero que nadie se dé cuenta que llegamos tarde, —dijo Vanessa mientras salía del ascensor en su piso.

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Callejearon de regreso al dormitorio, escondido justo detrás de la plaza al lado del comedor. Se trataba de un exquisito edificio antiguo, con escaleras de mármol desgastadas bajando al medio a los suelos de madera y barnizados. Proyectaron sus identificaciones y fueron adentro.

Cuando salieron al pasillo, Vanessa estaba sorprendida de lo tenue que era la iluminación, dando al espacio una extraña sensación vacante. Los ARs se supone que patrullaban por el toque de queda, pero extrañamente, no había nadie alrededor. Cada puerta estaba cerrada. No había sonidos de algún chico desempaquetando o hablando por teléfono. Casi parecía como una prisión. Tocó con los dedos de las paredes, el yeso frío la guiaba. —¿Es esta la forma en que siempre es? —Tal vez sea por el toque de queda, —susurró Steffie, pero su voz era incómoda. —Al fin, —dijo Vanessa, abriendo la puerta. Pero cuando entró, se quedó paralizada. El suelo debajo de ella era blando y húmedo. Rápidamente, buscó el interruptor de la luz. Steffie abrió la boca, luego se la cubrió. Estaban de pie en un charco de algo espeso y rojo. Un largo y terrible goteo parecía hacer eco a través de la habitación. Vanessa sintió el color de su rostro drenándose cuando se volvió hacia Steffie. Poco a poco, miraron hacia arriba para ver dos pares de zapatillas de ballet colgando de la luz, chorreando sangre. Antes de que Vanessa pudiera gritar, una mano se cerró sobre su

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boca.

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Capítulo 3+ Traducido por Júls Corregido por key

La mano era grande y olía a loción para después de afeitar. Vanessa se retorció, tratando de liberarse, pero su agarre era fuerte. —¡Vanessa! —gritó Steffie, revolviéndose mientras una mano se cernía sobre su boca. Esa fue la última cosa que Vanessa vio: los ojos de Steffie, salvajes y furiosos sobre la mano, mientras las dos chicas eran alejadas la una de la otra. Había ecos de gritos arriba y abajo del pasillo mientras la negrura aparecía en los ojos de Vanessa. Acostumbrándose a la oscuridad, Vanessa se retorció hasta que se quedó sin energía. —Una luchadora —dijo su secuestrador a alguien detrás de ellas. Su voz era ronca, Vanessa intentó hablar, pero sus palabras fueron sofocadas por la mano sobre su boca. Ella podía tastar el sudor en su palma. Agarrándola fuerte, él se agachó, su aliento caliente contra su oreja—. Deja de luchar y nadie te herirá.

—No digas ni una palabra. Vanessa asintió, y para su sorpresa, él le descubrió la boca. Suavemente, él estiró sus dedos y colocó otra delgada mano entre las suyas. Era suave, pero firme, con las uñas largas.

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Él aflojo su agarre.

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Ella se quedó inmóvil. Los gritos en el exterior se había detenido, y el dormitorio estaba de nuevo demasiado tranquilo. Vanessa podía sentir los latidos del corazón del chico contra su espalda, el vello de sus brazos haciéndole cosquillas en el cuello.

Steffie, articuló Vanessa. A modo de respuesta, Steffie le apretó la mano. —No te sueltes —dijo el muchacho. Vanessa volvió a asentir. —Ahora camina. Ellas fueron llevadas fuera de la habitación, el balanceo de la puerta se cerró tras ellos. Más manos temblorosas se unieron a las de ellas mientras más avanzaban por el pasillo y bajaban las escaleras, el suelo de madera crujiendo bajo sus pies. Vanessa escuchó alguna risita nerviosa y algún susurro. Ellos buscaron a tientas en la oscuridad por lo que pareció una hora, girando a la izquierda, luego a la derecha, tropezando por las escaleras antes de que el chico finalmente les dijera que se detuvieran. —Quítate la venda de los ojos. Vanessa deslizó la tela fuera de su cabeza y la dejo caer sobre el suelo encerado del estudio de ballet en el que habían estado hacía apenas unas horas antes de la orientación. Velas estaban colocadas por todo el perímetro de la habitación, las llamas parpadeando sin fin en los espejos. A pocos metros de distancia, había un par de zapatillas de ballet, salpicadas de sangre.

Un tren de gente se adentró, con los rostros ocultos tras mascaras venecianas de nariz ganchuda, expresiones vacantes, horribles.

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Se obligó a apartar la mirada, mirando a Steffie en su derecha, Elly a su izquierda, seguida por Blaine y algunos otros estudiantes de primer año. En el otro extremo del estudio, Vanessa vio el pelo salvaje de TJ, la venda empujando su pelo hacia arriba como si fuera una diadema. Esperaron en silencio, un baile de sombras sobre el suelo de madera, hasta que la puerta se abrió.

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Vanessa se encogió al ver las cintas enredadas, ahora empapadas de rojo. Todo en lo que podía pensar era en Margaret. Mirando fijamente las zapatillas con sangre, su mente viajó a los lugares más escondidos de su imaginación. ¿Qué le había sucedido realmente a su hermana?

Vanessa trató de identificar a su agresor, pero los espejos parecían multiplicarlos hasta el infinito. Una última persona se desplazó al interior, y la puerta se cerró. Mientras ella tomaba su lugar en la línea de alumnos de segundo, Vanessa pudo ver un par de tacones bajos blancos: Anna Franko. Antes de que pudiera decírselo a Steffie, un chico dio un paso adelante la línea. Estaba llevando una máscara blanca de una cara torcida, sus características caídas como si se hubieran derretido. Las llamas de las velas a su alrededor tartamudeaban con cada pisada. —Es posible que hayáis pensado que la orientación había terminado —dijo. Era el mismo muchacho que había cogido a Vanessa—. Pero os habéis equivocado. Echó un vistazo a la línea de estudiantes de primero, demorándose en Vanessa por un momento antes de mirar lejos. ¿Es Zep? Se preguntó Vanessa. —Bienvenidos a la real Academia de Ballet de Nueva York — continuó—. Como pronto podréis descubrir, el trabajo sucio se hace horas después de haber terminado las clases. Empezando esta noche. Miró un momento hacia la oscuridad, sus hombros aún más encorvados. Y su pelo, ¿era más largo de lo que a ella le había parecido? Vanessa se quedó mirando las cuencas negras de la máscara e intentó ver el brillo metálico de sus ojos, pero estaban vacíos. —Quitaos los zapatos. Todos. Todo el mundo alrededor de Vanessa empezó a quitarse los zapatos, pero Vanessa le dio a Steffie una mirada dudosa.

Uno de los alumnos de segundo ciclo debió oírla, porque su voz gritó a través de la habitación. —Tú. Da un paso adelante.

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—No te preocupes, —dijo, olfateando el líquido rojo que había a un lado de sus zapatos—. No es sangre. Huele a… salsa de tomate.

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Steffie se encogió de hombros.

Otro chico salió de la línea de alumnos de segundo ciclo, con una máscara gris carbonizada. Señaló a Steffie. —Serás la primera en dejar la marca. Un silencio cayó en la sala. El chico de la máscara gris sacó un bisturí fino de su bolsillo, la hoja reluciendo por la luz de las veas. —Acércate. Todos se volvieron hacia Steffie. Si tenía miedo, no lo demostraba. —No lo hagas —dijo Vanessa en voz baja, pero Steffie ya se había quitado los zapatos. Su barbilla se levantó en el aire, y Steffie dio un paso adelante. —¿Qué quieres que haga? El muchacho enmascarado le tendió el bisturí. —Corta la planta de tu pie hasta que sangre. Entonces haz tu marca arrastrando el pie a través de la parte posterior del escenario. — El muchacho se hizo a un lado y señaló una fila de tablas sin barnizar detrás de él. Inclinándose hacia delante, Vanessa pudo ver una larga línea de manchas marrón oscuro —al menos cien, rellenando el borde derecho del centro del escenario. —¡Pero eso va a doler! —espetó alguien. Vanessa reconoció la voz de TJ—. Esto es un desastre. No podremos bailar. Otros estudiantes se quejaron.

Era el chico de la máscara gris.

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—¡Silencio!

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—Las audiciones son en un mes —dijo un chico—. Esto arruinará nuestras posibilidades…

—Sangrareis por nosotros. —Ordenó, y la habitación quedó en silencio—. El ballet requiere sacrificio. Ahora toma esto y hazlo con rapidez, o habrá consecuencias. Sin decir una palabra, Steffie tomó el bisturí. Levantó el pie derecho hacia su rodilla como si practicara en la barra, su silueta larga y arqueada. Miró a Vanessa y le guiñó un ojo. No, articuló Vanessa demasiado tarde, pues Steffie había hundido el cuchillo en el pie. Uno de los estudiantes de primer año junto a Vanessa se quedó sin aliento. Sin inmutarse, Steffie lo sacó tan rápido como había entrado, una gota de sangre en la punta. Los alumnos de segundo la rodearon; cantaron algo demasiado bajo como para que Vanessa lo escuchara mientras Steffie se deslizaba hacia el espacio del suelo donde estaba el muro. Allí, arrastró su pie a través de las marcas dejando su propia mancha delgada. Dio un paso atrás, y el chico de la máscara blanca se le acercó. Le tendió un rollo de gasas y un rollo de cinta. Zep, pensó Vanessa, esperando que él la mirara de nuevo. En cambio, él se inclinó hacia delante y le susurró algo en el oído a Steffie. Vanessa sintió una punzada de celos cuando lo vio arrodillarse y tomar el pie herido de Steffie en sus manos, sus gentiles dedos vendándola. Vanessa vio como Elly, Blaine, y otras cinco personas realizaban el ritual, el chico de la máscara blanca fue limpiando el bisturí con un trapo empapado de alcohol después de cada corte. Cuando terminaron, el chico de la máscara gris se volvió hacia ella. —Adelante —dijo con voz ronca, y le tendió el bisturí.

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Tienen razón, pensó Vanessa, buscando sus rostros huecos. La luz de las velas rebotaba en sus máscaras, haciendo que pareciera que estaban sonriendo.

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Descalza, Vanessa dio un paso hacia él. Los alumnos de segundo año la rodearon, cantando; Tú no eres lo suficientemente buena. No eres digna. Las palabras salieron en un aliento cálido y húmedo a través de sus máscaras. Nunca serás bailarina.

Vanessa agarró el cuchillo. Ahora sabría cómo Margaret se había sentido una vez. Susurrando el nombre de su hermana, Vanessa levantó su pie hasta la rodilla en un paso elegante, y cortó la planta de su pie. Un destello rojo. Un dolor agudo y rápido. Y después de una pausa, mientras caminaba por la habitación y ponía su pie en la tarima sin barnizar resbaló accidentalmente sobre una vieja marca. El canto se hizo más fuerte, mucho más fuerte, hasta que las palabras golpeaban la cabeza de Vanessa. S’enfuir. Fuir pour sauver votre vie. Sauver votre âme.7 —¿Qué? —dijo Vanessa, mirando alrededor. Pero la voz no venía de los alumnos de segundo año. Se fue haciendo más fuerte, la voz pronunciando profundas palabras francesas. Vanessa apretó las palmas de sus manos en sus sienes. Su largo cabello caía en cascada sobre su rostro. —¡Alto! —gritó—. ¡Alto! El chico de la máscara gris empujó su pie lejos de las marcas en el suelo y limpió la sangre de la mancha antigua. —Vamos, torpe —murmuró. Inmediatamente, las voces se detuvieron. Vanessa hizo una pausa, tratando de entender lo que acababa de ocurrir. Recuperando el equilibrio, arrastró la planta de su pie en un espacio vacío de la madera y trazó una línea temblorosa.

Vanessa se congeló cuando el chico de la máscara blanca se acercó y se arrodillo a su lado. ¿Zep? Buscó en las cuencas negras sus ojos, pero no vio nada. 7

Escapa. Huye para salvar tu vida. Salva tu alma

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—Espera.

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En cuanto se dio la vuelta para regresar a su sitio, un chico la llamó.

—¿Estás bien? —Sus dedos rozaron la parte posterior de su muslo— . Levanta. Vanessa tragó saliva y asintió con la cabeza, su piel quemando bajo su toque mientras tomaba su pie en la palma de su mano y empezaba a envolver una gasa. Estaba tan cerca que podía oler su colonia. Mírame otra vez, le rogó en su mente mientras observaba sus hombros moverse bajo su camisa. Como si él la oyera, inclinó su cabeza hacia arriba. —Gracias —dijo ella, en voz tan baja que ni siquiera estaba segura de que él la hubiera oído. Tomando su lugar en su fila, se volvió hacia Steffie mientras llamaban al siguiente chico. —¿Qué quería decir el francés que gritaron? —¿De qué estás hablando? —dijo Steffie, levantando una ceja—. Nadie ha hablado en francés. —Sí, lo han hecho. —Insistió Vanessa—. ¿No paraban de decir S— S’enfoor? —¿S’enfuir? —dijo Steffie en un perfecto francés. Vanessa levantó una ceja—. Mi madre habla francés. —Explicó Steffie—. No juzgues. ¿Qué más has oído? Vanessa pensó un momento. —Fuir pour sa—sa—sauver votre vie. ¿Sauver votre aim? —¿Votre âme? —Repitió Steffie.

Vanessa negó con la cabeza, confundida. —No. Ni siquiera hablo francés.

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—¿Estás jugando conmigo?

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Cuando Vanessa asintió, Steffie le dio una mirada escrutadora.

Los ojos de Steffie se clavaron en los de segundo. Estaban apiñados en torno a otro estudiante de primero, cantando. Ella bajó la voz.

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—Estoy bastante segura de que eso significa: Huye. Huye por tu vida. Salva tu alma.

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Capítulo 4+ Traducido por Júls Corregido por katiliz94

Alguien quería que Vanessa se fuera. O al menos esa era la teoría de Steffie. —¿Pero por qué? —Pregunto Elly—. Las clases aún no han empezado. Nadie te conoce. Las cuatro estaban tumbadas en la habitación de Steffie y Elly, mitad decorada con tonos apagados como canela y negro, y la otra mitad viéndose como una magdalena helada, llena de volantes y lazos. El edredón y las almohadas de Elly eran de color rosa, y ella había reemplazado las cortinas de la universidad por unas rosadas de Bed Bath & Beyond. La única cosa que no era de color rosa era la alfombra. —No lo sé, —dijo Vanessa, cogiendo una almohada peluda—. Tal vez piensan que soy alguien que no soy. —Hablando de alguien que no soy, me siento como una maldita magdalena de fresa aquí. —Le dijo TJ a Elly—. ¿Qué hay del azul? ¿O el amarillo? Elly sonrío.

—¡Chicas! —dijo Steffie, riendo—. No hay necesidad de violencia. La ventana estaba abierta, dejando que la cálida brisa del sábado por la mañana entrara en la habitación. Vanessa dejo que sus

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—Tócame con un cepillo rosa y un ladrillo caerá sobre los dedos de tus pies. —dijo TJ ferozmente.

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—Tal vez un poco de rosa te hará algún bien —Señaló una hilera de pintauñas rosas apilados en su tocador—. ¿Puedo pintarte las uñas?

pensamientos aparecieran. Sus sueños la habían perseguido con un chico en una máscara blanca, su voz rasposa caliente contra su cuello mientras pasaba una mano por su tobillo. Su rostro hueco era lo último que recordaba antes de despertar, húmeda por el sudor. —¿Pero nadie más ha oído algo en francés, cierto? —dijo Steffie, llevando la conversación de nuevo al tema principal de la quedada secreta. TJ negó con la cabeza, su lío de rizos yendo a todos lados. Estaba sentada en la alfombra con Blaine, quien estaba ojeando una revista de moda que habían comprado en la bodega después del desayuno. —¿Blaine? ¿Qué piensas tú? —preguntó Steffie. —No he oído nada en francés. —Él pasó una página—. Solo un canto super espeluznante. De algún modo me recordó a la clase de gimnasia en Texas, justo antes de que todo el mundo lanzara pelotas hacia mi cabeza. —Si nadie más oyó francés —dijo Steffie— entonces uno de los mayores quiere específicamente a Vanessa fuera. —No solo que me marche, —murmuró Vanessa—. Que huya. Para salvar mi alma. TJ rodó los ojos. —Demasiado dramática, si me preguntas. Si yo amenazará a alguien, escogería una palabra mejor que huir. Y probablemente lo diría en inglés. —Lo sé. —Dijo Vanessa—. Parece de un periodo antiguo.

—Elly solo está celosa de que alguien más esté viviendo su extraña fantasía de dominación.

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Blaine gimió, y TJ pestañeo como si estuviera en un sueño.

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—A mí me gusta. —Dice Elly—. Huir. Parece romántico. Como algo que diría un hombre a una mujer con la que querría fugarse.

—¡No lo estoy! —Dijo Elly, agarrando una almohada con volantes contra el pecho—. Y no tengo ninguna fantasía excepto conocer a un buen chico, estar con él sin pausa durante veintiocho o treinta meses, y luego casarme. Nos mudaremos a una bonita casa de cuatro dormitorios, compraremos muebles de madera real, y tal vez empezaré un jardín de hierbas. Eso es todo. No hay monstruos involucrados. O dominación. Hubo una larga pausa mientras todos intercambiaban miradas de incredulidad. —¿Estar sin pausas? —dijo Blaine. Elly frunció el ceño. —No trataba de ser divertida. —¿Jardín de hierbas? —intervino TJ, riendo—. Parece que quieres casarte con mi abuelo. Le encanta la jardinería y le es demasiado complicado oír como para preocuparse por otras cosas. Además, es ministro. Te diría huir y salvar tu alma todo lo que quieras. —Pero, sin embargo —dijo Steffie una vez su risa se calmó—. ¿Por qué? —Ella señaló a Vanessa con la cabeza—. ¿A alguien se le ocurre alguna razón por la cual alguno de los mayores te diría algo así?

Pero parecía improbable que alguien la hubiera reconocido como la hermana de Margaret.

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Huye, había dicho la voz. Lo cual fue lo que exactamente Margaret había hecho.

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Vanessa arqueó su pie, sintiendo el vendaje estirarse. Aquí nadie la conocía todavía, pero tal vez alguno de los mayores sabía sobre su hermana. Margaret había sido escogida como la bailarina principal de El Pájaro de Fuego cuando apenas era una estudiante de primer año. Eso por si solo había sido bastante memorable, incluso sin la desaparición, la obra cancelada, y la larga y perdida búsqueda de ella. Y a pesar de que Vanessa, con su pelo rojo salvaje y su piel rosada, no se parecía a Margaret a simple vista, tenían los mismos redondos ojos color avellana. Y los mismos labios con forma de corazón.

Vanessa sintió a Steffie observándola. Ella era la única de la habitación que sabía que tenía una hermana, y eso era solo porque estaba viviendo en la antigua habitación de Margaret. En la que estaban todos sentados ahora. Vanessa miró a sus nuevos amigos. —Tenía una hermana mayor llamada Margaret, —dijo en voz baja. Manteniendo los ojos sobre el suelo, les contó todo, empezando por la fatídica llamada y terminando con su aplicación en NYBA—. Mi madre cree que está muerta. Ella todavía está en duelo. Pero yo no lo creo. —Dijo Vanessa—. Creo que está en alguna parte por ahí. Un silencio sombrío colgaba en la sala cuando terminó, sus amigos congelados en estado de shock. —Estoy de acuerdo, —dijo finalmente TJ, dándole a Vanessa una sonrisa esperanzada—. Nueva York es una ciudad enorme, con un montón de chicos. Probablemente esté por ahí en el mejor momento de su vida. Vanessa forzó una carcajada. —Sí, bueno, si termino encontrándome con ella en un club, estaré enfadada. —¿Club? —dijo Blaine, animándose—. Sabes, no me importaría hacer un trabajo de reconocimiento… si quieres ayuda. —Él le dio un guiño tímido, haciéndola sonreír, y luego continuó, con voz sincera—. En serio, ahora. Si necesitas algo, estoy aquí. —Yo también. —Dijo TJ—. Solo házmelo saber si necesitas a alguien para llevar la carga. Sobre todo si se trata de clubs, —dijo—. Estoy al día con prácticamente todos los gorilas.

Vanessa se sintió enrojecer. —Gracias. Pero, ¿por qué las voces me dirían que huyera? ¿Tendría algo que ver con Margaret?

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—Cuatro, —dijo Elly.

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—Sí, claro, —dijo Steffie riendo, y luego añadió—. Ya somos tres.

Steffie negó con la cabeza. —No creo que nadie bromeara sobre tu hermana. Apuesto a que fue una broma. —Probablemente solo fue un tipo caliente tratando de sacarte de quicio, —dijo Blaine. —Viendo rojo, —bromeó TJ, mirando el cabello fuego de Vanessa. —¿Viendo rojo? Ellos eran rojos, —dijo Blaine, mirando hacia arriba—. ¿No los habéis visto en el comedor? —Solo a las chicas. —Dijo Steffie—. Y a Zep. Blaine cerró los ojos como si estuviera en un sueño. —He oído que se fueron de vacaciones al Caribe. ¿Os imagináis estando rodeados de bailarines, Zep, y una multitud de chicos en la barra con el torso desnudo sirviendo margaritas sin límite y un montón de enorme de frutas exóticas? TJ se rio tan fuerte que hasta resoplaba. Blaine continuó. —Lo que haría por ver a Zep sin camiseta… Las chicas se rieron. Elly se cubrió la cara por la vergüenza. —¿Así que era la voz de un chico?

Elly frunció el ceño. —Tenía que venir de alguien. Las voces no solo surgen de la cabeza, a menos que estés loco.

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—Quizás. No parecía que alguien lo dijera. Era penetrante, como si se dijera en mi cabeza.

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Vanessa pensó en la noche anterior, que ya empezaba a sentirse como un tormentoso y extraño sueño.

Todavía eran extraños entre sí, pensó Vanessa. Ella podría estar loca. Cualquiera de ellos podría estarlo.

+= En el primer día de clases, el calor estalló en un diluvio de proporciones bíblicas. El agua se derramaba por las calles, y los paraguas negros llenaban las aceras, haciendo de Manhattan aún más anónimo. Vanessa y Steffie se lanzaron por la acera con sus bolsas, la lluvia salpicando sus camisetas mientras corrían a los estudios para el ensayo de la mañana. Limpiando el agua de sus mejillas, Vanessa le dio a la puerta un empujón firme. Toda la escuela estaba reunida frente a los espejos, dándole a Vanessa la sensación de que la orientación volvía a estar sucediendo. —Deja vu, —susurró Steffie mientras tomaban un lugar cerca de la parte delantera. Por un momento, Vanessa podría haber creído que la orientación nunca había tenido lugar. La madera del suelo estaba impecable y las zapatillas de ballet empapadas ya no estaban. La única prueba de que la noche anterior había sucedido eran las marcas oscuras descoloridas en las tablas sin barnizar de la pared. En el espejo, Vanessa pudo ver un grupo de alumnos de segundo año descansar en una esquina, su bronceado desaparecido, como mascaras pelándose lentamente. En la parte trasera, detrás del grupo de chicos, le pareció ver el pelo oscuro de Zep justo cuando una voz dijo:

Josef se acercó a la parte delantera de la sala, vestido con vaqueros negros y una camisa gris, sus pasos resonaron por el estudio como el latido de un corazón. Josef dio una palmada.

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Un silencio cayó sobre el estudio.

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—¡Es hora de ponerse a trabajar!

—Mirad a vuestro alrededor. Esta será la última vez que estéis en un estudio, juntos. Hoy, algunos de vosotros conseguiréis un papel en El pájaro de fuego. —Bajo la cabeza—. Ya sabéis quienes. Un coro confuso de voces se elevó entre los bailarines. —¿Qué? —Dijo TJ, sonando indignada—. ¿Los papeles ya están repartidos? Josef levantó una mano para pedir silencio. —Si bien ya tenemos a algunos de los seniors en mente para el papel de El Pájaro de Fuego, no se tomará la decisión final hasta dentro de un mes. El resto de vosotros trabajareis con Hilda, quien se encargará de vuestras clases mañana. Justo en ese momento, Hilda salió de algún lugar detrás de él, tan común con una falda marrón desaliñada y cuello alto que Vanessa ni siquiera la había notado. —Todos los estudiantes de primer año… —empezó a decir, pero Josef la cortó. —Oh, y si queréis observar el ensayo de la tarde, os invitamos a venir con una condición. No decir ni una palabra. —Levantó un dedo—. La danza debe ser pura y plenamente efectiva. Bien, ahora Hilda. Hizo un gesto hacia ella, y Hilda apretó los labios en una sonrisa, mirando a Josef salir por la puerta, seguido por un pequeño grupo de alumnos de segundo año. Estirando el cuello, Vanessa esperó ver a Zep.

—Reunid vuestras cosas y seguidme. Vamos arriba. Vanessa se quedó con todos los demás, sus ojos viajando desde el brazo de Zep hasta su hombro, su cuello, la barba en su mandíbula. Su rostro tenía la sombra de los bailarines a su alrededor, y ella se lo

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Hilda se volvió hacia el resto de estudiantes.

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En su lugar, vio el largo cabello dorado de Anna Franko. Una gran mano descansaba en la parte baja de su espalda. ¿Fue la misma que le tapó la boca en su dormitorio, le había vendado los ojos, le había vendado el pie suavemente?

imagino llevando la máscara blanca que llevaba cuando la presionó contra él en su habitación. Tenía el pelo todavía húmedo por correr bajo la lluvia, sus largos rizos rojos enmarañados en su cuello. Apartándolo, Vanessa se volvió para recoger su bolso. De repente, pudo oler la colonia de él. Su fuerte olor le hizo cosquillas en la nariz. Confundida, miró hacia la puerta, pero Zep ya se había ido. —¿Hueles eso? —le preguntó a Steffie. Pero cuando se dio la vuelta, Steffie tampoco estaba, y Vanessa se encontró a centímetros de un chico. Sorprendida, saltó hacia atrás. —¿Oler el que? —preguntó. Era casi tan alto como Zep, aunque más blanco, con una mirada clara y un lio de pelo color arena. A diferencia de la mayoría de chicos en la habitación, llevaba ropa normal: un par de pantalones de algodón y un polo azul suelto. Muy buen gusto, pensó Vanessa con aprobación, haciendo una nota mental de que su ropa no consistía en: a) jeans ajustados, b) licra, c) nylon o d) una camiseta blanca interior de la misma talla que su top. Hubiera sido mono si no fuera por los ojos, que eran de un azul frío mientras la estudiaban. Y luego el leve olor a colonia flotó en el aire otra vez. Para su sorpresa, parecía venir del chico frente a ella. —¿Tú? —¿Perdón? —dijo. Vanessa dio un paso atrás.

Vanessa miro hacia otro lado, de repente incomoda. —Se te ha caído esto, —dijo él, sosteniendo la pequeña bolsa de maquillaje.

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—¿Una amiga? —dijo, levantando la ceja.

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—Lo siento. —tartamudeó—. Pensé que eras…

—Gracias, —dijo ella, tomando la bolsa y poniéndose el pelo tras la oreja. Estaba a punto de irse cuando él habló. —¿Tu nombre es Vanessa? —Dijo. Se congeló. —¿Cómo lo sabes? —Te reconocí. —Parecía estar mirando a través de ella, como si al ver su rostro, lo único que veía era a alguien más. —Margaret, —susurró Vanessa. El chico asintió. —¿Quién eres tú? —Sus ojos se movieron hacia todos lados para asegurarse de que no les estaba escuchando nadie más, pero todo el mundo había abandonado ya el estudio. —Justin. —dijo—. Estábamos en el mismo año. Ella solía hablar de su hermana, Vanessa. —¿En serio? —dijo Vanessa. Si Margaret aun estuviera aquí, hubiera sido una senior. —Ella era una bailarina increíble, y era preciosa. —Dijo Justin, como si estuviera hablando de ella no de su hermana—. Pero también era bastante débil. Siempre con miedo al fracaso. Vanessa se estremeció. —¿Débil?

¿Diario? Si su hermana hubiera escrito alguno, hubiera llegado a casa con sus pertenencias.

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—Hacia el final no se molestaba en hablar con la gente común. Seguía diciéndonos que lo estaba escribiendo todo en su diario, pero nadie lo encontró nunca.

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Pero Justin no pareció darse cuenta de que estaba insultando a Margaret.

Justin negó con la cabeza. —Creo que la presión se estaba metiendo con su cabeza. Seguía diciendo que todo saldría a la luz al final de alguna manera. —¿Qué saldría a la luz? —Vanessa buscó en su rostro, como si la respuesta de lo que le ocurrió a Margaret estuviera escrita en su frente ancha. Justin se echó la bolsa sobre su hombro. —No lo sé. —Pero debes tener alguna idea. Suena como si fueras cercano a ella, al menos por un corto periodo de tiempo. —Mira, no me gusta ser el que te lo dice, pero tu hermana no estaba… del todo aquí. Hubo un momento en el que nada de lo que decía tenía sentido. Sus palabras escocían. —Correcto, —dijo ella tensa—. Bueno, fue un placer conocerte. Justin salió a la calle, caminando junto a una chica igual de alta y ancha que él —un cuerpo poco común en la escuela— con caderas anchas y un moño castaño tupido. Ella se inclinó para oír lo que Justin le susurraba, asintió ligeramente y miró a Vanessa por encima del hombro. Vanessa miró. Había visto a la chica antes; era difícil de olvidar en una escuela donde la mitad de los estudiantes eran la mitad que ella. Siempre rondaba con un chico que se parecía a ella.

—Nicola. Ella es una de los gemelos Fratelli. —Dijo Steffie mientras salían por los pasillos brillantes de camino a una clase con Hilda—. Su hermano es Nicholas.

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Vanessa miró a otro lado. Cuando volvió a levantar la vista, Justin y la chica se habían ido.

—Ella no puede ser bailarina, —dijo Vanessa, tratando de imaginar a la chica grande en un jeté—. Es tan… grande. Steffie apretó los libros contra el pecho. —Al parecer, se supone que son bastante buenos, a pesar de que les llaman los gemelos Fat—elli8. —Eso no es divertido, —dijo Vanessa. —Y sin embargo —dijo Steffie—, les pega. Sus pensamientos volvieron a su hermana. ¿De verdad se había vuelto loca? Si algo terrible había sucedido en la escuela, ¿por qué no solo se lo dijo a alguien? ¿Por qué esconderlo en su diario? ¿Podría Justin tener razón, y Margaret había escapado, no solo porque quería estar perdida, sino porque ya lo estaba? —¿Vanessa? —Dijo Steffie, irrumpiendo su ensueño—. ¿En qué estás pensando? —Nada. —Dijo Vanessa y la siguió al estudio en el final del pasillo. La habitación era blanca y pulida, con espejos de pared a pared que la hacían parecer mucho más grande de lo que era en realidad. La mayor parte de la clase de primer y segundo año ya estaban junto a las barras, con el uniforme escolar para la clase de baile: leotardos negros y medias rosas para las chicas, camisa blanca y medias negras para los chicos. Vanessa estaba a punto de unirse a ellos cuando vio al mismo Justin, calentando.

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Véase el juego de palabras hecho. Fat en castellano significa Gordo.

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Hilda se paseó por la parte delantera del estudio, favoreciendo su pierna izquierda —que tenía una leve cojera. Como pidió, los estudiantes pasaron por los básicos, tan familiares para Vanessa que sus piernas se movieron casi solas.

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Ella debió quedarse mirándolo, porque de repente sus ojos se encontraron con los suyos. Rápidamente, apartó la mirada y se alineó junto a Steffie, TJ, y Blaine.

—¡Tendu! —¡Dégage! —¡Gran battement! —¡Plié! Hilda observó a los estudiantes, el sonido arrítmico de su cojera puntuando sus pasos. Vanessa podía ver la parte posterior de la cabeza de Justin subir y bajar delante de ella, el pelo rubio enmarañado a su cuello por el sudor. Sus movimientos eran bastante buenos, pensó ella. Así que ¿por qué estaba en el ensayo de los primeros cursos si era un estudiante de último año? Tal vez no había estado en el curso de Margaret. Tal vez era el responsable.

+= Al caer la tarde, la lluvia había disminuido, y el cielo se alejaba del gris. Steffie se encontró con Vanessa mientras caminaba hacia la salida. —Eso fue intenso, —dijo ella, poniéndose una sudadera enorme. —Sí. —Respondió Vanessa—. Supongo que Hilda no es tan tímida como parece. —Me refería a ti. Estabas mirando al frente todo el tiempo. —Oh. —Dijo Vanessa—. pensamientos, supongo.

Solo

estaba…

perdida

en

mis

—Perdón. —Sus ojos se encontraron con Vanessa por un momento antes de bajar la cabeza y corrió por las escaleras, de dos en dos. Ella tuvo que admitirlo, hubiera sido guapo si no fuera por la expresión arrogante que parecía incrustada de forma permanente en su rostro.

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Vanessa abrió la boca para contestar cuando Justin se abrió paso entre ellas, rozando el brazo de Vanessa.

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—Debía ser algo muy apasionante. —Dijo Steffie—. ¿Vas a ir a ver la clase de Josef?

Steffie agarró el codo de Vanessa. —¿Qué fue eso? Se veía como si quisiera matarte. O tirarte contra una pared y hacértelo. —Hizo una pausa—. O las dos cosas. —Justin. Dijo que conocía a mi hermana. Que eran del mismo año, —dijo Vanessa. —Entonces, ¿por qué estaba en nuestra clase esta mañana? — preguntó Steffie. —No lo sé. —Murmuró Vanessa—. Pensé que quizás mintió acerca de ser un senior, pero ahora creo que Justin podría haber sido el chico de la máscara blanca. —De ninguna manera. —Dijo Steffie—. El chico de la máscara blanca era agradable. Este chico, Justin, parece un idiota. —Reconozco su colonia. Es la misma. —Probablemente es una marca que todo el mundo tiene, —dijo Steffie—. Eau de guapo—adolescente—bailarín—gay—aun—sin— saberlo. Vamos, llegaremos tarde.

+= La pista de baile aún estaba vacía cuando entraron en la sala de ensayos. Estaba tan tranquilo que Vanessa necesito volver a mirar para darse cuenta de que las filas del fondo ya estaban llenas de estudiantes.

Sin hacer ruido, las doce chicas senior de la clase de Josef salieron a la pista. Tomando sus posiciones, levantaron la barbilla a la luz y se mantuvieron quietas. Zep, el único chico en el escenario, estaba en el

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Vanessa escaneó la multitud hasta que vio a TJ. Ella estaba mordisqueando un paquete de mentas Junior y le susurraba algo a Blaine y a Elly, la cara enrojecida por la emoción. Cuando vio a Vanessa y a Steffie, hizo un gesto, y las chicas se apretaron entre la multitud y se situaron a su lado.

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—Recuerda. —Susurró Steffie—. No se habla. Reglas de Josef.

centro, con los brazos extendidos. Vanesa contuvo la respiración, paralizada. —Uno y dos y tres y cuatro. Josef se paseó frente a ellos con un palo largo, dando golpes contra el suelo de madera para mantener el ritmo. La sombra de Zep tembló cuando curvó los brazos hacia Se deslizó por el suelo, la luz influyendo sobre el contorno de su como si se tratara del sol subiendo y bajando en un extraordinario. ¿Por qué no podía mirar a otro lado? Algo en su siempre oscura reclamaba su atención.

dentro. cuerpo paisaje mirada

Los otros bailarines arquearon la espalda y se movieron entorno a él, lentamente al principio, luego más rápido, como una bandada de pájaros volando en formación. Josef había dejado de contar y ahora estaba gesticulando, moviéndolos hacia la izquierda, luego derecha bajo, los bailarines siguiéndole, como si fueran manipulados por sus manos. Vanessa se inclinó hacia delante. El rostro de Zep cambiaba dependiendo de las sombras mientras bailaba solo, sin una pareja, el papel de El Pájaro de fuego aun no emitido. Vanessa intentó imaginar que se sentiría al apoyarse en sus brazos musculosos, sentir su apretón de manos en su cintura y que la levantara como una pluma en el aire; pero el único rostro que podía imaginar en el escenario era el de Margaret. Un grito interrumpió sus pensamientos. Una de las bailarinas tropezó a mitad de un paso, y los otros se congelaron. Todo el público se volvió en dirección a Vanessa. ¿Podría ser posible que hubiera sido ella? Se preguntó, mientras su corazón latía con fuerza.

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—Lo siento, —gritó Elly un par de metros por encima. Su cara estaba tan rosada como su chaqueta, que estaba cubierta de agua mineral con gas.

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Y entonces oyó un grito ahogado.

Desesperada, se volvió y vio a quien la había derramado sobre ella. Sentado justo detrás de ella estaba Justin. Le dirigió una mirada de disculpa, pero no dijo nada. Indignado, Josef arrojo su bastón por la habitación. Vanessa se encogió cuando chocó contra la pared. —Tú. —Le grito a Elly—. Levántate. Temblando, ella se puso de pie. —¿Cuál es tu nombre? —Elly Pym. —susurró. Josef comenzó a pasearse. —¿Qué os dije a todos antes? —Dijo—. Dime, Elly. El pecho de Elly se movió. —Os dije que podríais observar la clase de la tarde, siempre y cuando —dijo Josef, sin esperar una respuesta— no se hablara. ¿No os lo dije? Elly dio una rápida inclinación de cabeza. Parecía a punto de llorar. —Entonces, ¿Por qué hablas? —Gritó, con el rostro rojo por la rabia—. Has interrumpido el baile; uno de tus compañeros, casi se cae. ¿Sabes cuánto daño podrías haber hecho? —No era mi intención…

Por esa lógica, pensó Vanessa, los bailarines no deberían verse afectados por alguien hablando. Elly asintió de nuevo, sus ojos fijos en sus pies. Vanessa se inclinó y le apretó el hombro.

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—Silencio. Una bailarina debe aprender cómo controlar su cuerpo y su mente.

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Josef la cortó.

—Como castigo, no iras a la obra del Lincoln Center este viernes, y tienes prohibido dejar el campus hasta que yo diga que puedes. Te espero en mi oficina después, donde hablaremos de tu progreso. Elly se veía horrorizada. —¿Me has oído? —Preguntó Josef bruscamente. Elly levantó la mirada. —Sí. Josef se volvió, sus manos apretadas en puños. —En suite. —Les grito a los bailarines—. Una vez más desde el principio. Vanessa lo vio caminar a la izquierda del escenario, donde se mantuvo con los brazos cruzados, su rostro contorsionado en una mueca. Se veía tan diferente al rebelde y encantador coreógrafo que había dado la conferencia de orientación que Vanessa apenas podía creer que lo hubiera encontrado un poco carismático. Lo único que veía ahora era un hombre amargado, de pie en mitad de las sombras, como si los rumores sobre su misterioso pasado todavía se aferraran a sus hombros.

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Fue entonces cuando Vanessa se dio cuenta de que él todavía quería bailar. Era mayor que un bailarín promedio, aunque en buena forma y no demasiado mayor para actuar. Así que, ¿por qué no podía? ¿Qué podría haber hecho tan mal para que nunca pudiese volver a bailar?

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Capítulo 5+ Traducido SOS por Sandra289 Corregido por katiliz94

Las mañanas llegaron con el chasquido de los leotardos, el suave deslizamiento de un par de medias, y el ¡shhh! de las salpicaduras del grifo del agua caliente sobre el fregadero. Las pajitas desenvolviéndose y las latas de Cola abriéndose con un siseo. Pinzas para el pelo derramadas sobre el mostrador. Puertas chirriantes abriéndose y cerrándose, y luego pasos. El desayuno era un asunto apresurado; la mayoría optaban por evitarlo. El vestuario de las chicas cerca de la academia de baile estaba espolvoreado con talco. Las chicas se congregaban alrededor de los bancos, flexionando y golpeando sus zapatillas de ballet. Cintas perdidas yacían acurrucadas en el suelo como pétalos. Los sonidos de la mañana eran como una canción conocida cuando Vanessa se dirigió hacia el espejo. Había estado en la academia durante una semana, estaba empezando a conocer los rostros de todos, y la mayoría de sus nombres también. Una línea de chicas —Jessica, Isabelle, Tabitha— vistiendo mallas rosas y calentadores en las piernas estaban delante de los lavabos, pellizcándose y espolvoreando sus caras.

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Se mojó la cara con agua, se frotó las mejillas, y se metió cinco horquillas entre los labios. Torció su melena de pelo largo de color rojo hasta que estuvo apretada contra su cabeza y la sujetó en su lugar con alfileres. Inclinó la cabeza a la izquierda, luego a la derecha, para asegurarse de que era seguro. Con los dedos húmedos, se echó hacia atrás los mechones.

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—Disculpad, —dijo Vanessa, y se separaron, dejando que se apretara entre ellas.

Sus amigos estaban sentados en uno de los largos bancos de madera que se alineaban en el vestuario, golpeando sus zapatillas de punta. Vanessa dejó caer su bolso y se sentó junto a Steffie, cuyo pelo negro estaba recogido en un nudo impecable. —Parece que fue sólo un accidente, —estaba diciéndole a Elly y TJ mientras desenrollaba un paquete de gasa—. Él estaba saliendo con la primera bailarina en París, pero peleaban todo el tiempo. Al parecer, él tiene un muy mal genio. Desde su encuentro con Josef, Elly parecía pensativa, distraída. Ella había dicho Josef que la había reprendido por su incapacidad para controlar sus reacciones. Si quería hacerlo como una bailarina, decía él, tendría que aprender a estar en silencio, y en consonancia con su aviso, Elly se había negado a divulgar cualquier otro detalle sobre su reunión. Tras el estallido de Josef en el ensayo, Vanessa y Steffie habían vuelto al dormitorio y buscaron por internet, tratando de averiguar cuál fue el escándalo que le había forzado a salir de su compañía en París. —Se cayó así, —continuó Steffie—. Durante un ensayo los otros bailarines escucharon a Josef y a la bailarina principal discutir tras los bastidores. Entonces, en medio de un baile, la bailarina saltó un écarté 9, sólo que en lugar de terminar el levantamiento, Josef la dejó caer. Vanessa se estremeció, imaginando el salto de la bailarina en el aire donde se suponía que los brazos de Josef la atraparían. Pero en cambio, ella se deslizó a través de sus manos y cayó hasta el suelo de madera con un fuerte crujido. La escena le había acechado desde que ella y Steffie habían leído sobre él. Los ojos de TJ se ensancharon y Elly se quedó sin aliento, tapándose la boca con la mano.

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Separado. Amplio. Écarté es una de las ocho direcciones del cuerpo (método Cecchetti). En esta posición el bailarín afronta cualquiera de las dos esquinas delanteras del espacio (cuarto). La pierna más cerca a la audiencia señala a la segunda posición à terre o levantada a la segunda posición en l’air. El torso es sostenido en perpendicular. Los brazos son sostenidos en la actitud del brazo levantado que ha de ser sobre el mismo lado que la pierna ampliada.

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—Ella se rompió un tobillo y quedó fuera por el resto de la temporada. Afirmó que Josef la dejó caer a propósito. Él lo negó, pero

la compañía todavía le obligó a salir. Intencional o no, nadie quiere un bailarín que deja caer a las chicas en el escenario. —¿Qué pasó con la bailarina? —preguntó Elly. —Se recuperó y comenzó a bailar de nuevo, pero poco a poco se volvió loca. Realmente paranoica, como si todo el mundo estuviera buscándola. Con el tiempo abandonó y desapareció. Un silencio sombrío siguió. Steffie ató las cintas alrededor de su tobillo en un nudo apretado. —Podría haber sido sólo un accidente, —dijo—. En Cincinnati, había un montón de chicas que trataron de sabotearme sin ninguna razón solo porque éramos enemigas. Esa es una de las razones por las que quería venir aquí. —Pero él la dejó caer, —dijo Elly—. Y lo viste en ese primer ensayo. Lo que él me dijo. Él es... el mal. Steffie puso una mano en la cadera. —Para ser sinceras, tú gritaste cuando específicamente nos dijo que no hablásemos. No estoy del lado del tipo, sólo estoy diciendo que no sabemos lo que pasó. Elly se echó atrás, y TJ rodó los ojos. Steffie tiró el resto de sus cosas en su bolso y se dirigió a Vanessa. —Todo el mundo está diciendo que Josef podría observarnos hoy, — dijo—. E incluso podría explorar por sus papeles en El pájaro de fuego.

Elly se apoyó de mal humor contra la pared.

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—¿Creéis que alguno de nosotras va a conseguir formar parte del elenco? —Dijo TJ—. Quiero decir, obviamente no en un papel principal, ¿pero tal vez algo mejor que sólo los cuerpos?

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—¿Ah, sí? —Dijo Vanessa, tratando de sonar emocionada. Vació su bolso, sacó un par de nuevos zapatos de punta, todavía suaves de color rosa y limpios, y comenzó a doblarlos.

—Probablemente yo no, —dijo en voz baja—. Ya metí la pata. —Sólo bailad bien, —dijo Vanessa—. Nada más importa. Elly asintió, aunque Vanessa se dio cuenta de que no estaba convencida. —Me pregunto si todos los papeles serán tomados por los mayores, — dijo Steffie—. ¿Visteis la forma en que bailaban en el ensayo de Josef? Apenas podía ver sus pies, se movían tan rápido. Me pregunto cuánto Red Bull beben antes de la clase. TJ se paró frente al espejo, examinando su cuerpo de perfil. Se pellizcó la cara y aspiró, frunció los labios grandes para la demostración. Vanessa se echó a reír. —Eso está mejor, —dijo TJ con una sonrisa, aunque sus ojos se detuvieron en la pequeña bolsa en el vientre—. Apuesto a que Anna Franko será El Pájaro de Fuego, —dijo, sujetando mechones sueltos de pelo en la cabeza, y luego anclando todo el lío rizado con laca para el cabello. Steffie tosió y dio un manotazo a la nube brumosa alejándola con la mano. —Tiene sentido, —continuó TJ—. He oído que es una de las mejores bailarinas de la academia. Y no hace daño que esté saliendo con Zep. —Yo no estaría tan segura, —dijo Vanessa, rellenando con los dedos los zapatos de lana de cordero—. Si Josef fuera a escoger a Anna como El pájaro de Fuego, ya lo habría hecho, como lo hizo con Zep. Así que todavía hay una oportunidad.

Vanessa se mordió el labio. —¿Qué quieres decir?

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—¿Cómo es que estás tan tranquila?

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Steffie dio a Vanessa una mirada burlona.

—Apareces veinte minutos después que todos los demás, sin apenas tiempo para prepararte, y estás todavía totalmente fresca. Quiero decir, la clase comienza en, como, diez minutos, y a pesar de que te acabo de decir que Josef podría estar de visita, tu apenas estás rompiendo tus zapatos. ¿No estás nerviosa en absoluto? Vanessa se encogió de hombros. —Simplemente voy a hacerlo lo mejor posible, y ver cómo va. Steffie dejó escapar una risa incrédula. —No te entiendo, pero te envidio. —No deberías, —dijo Vanessa en voz baja, pero nadie pareció escucharla. Suavemente despegó la esquina de la venda en el pie. El corte por debajo era rojo y con costras. Haciendo una mueca, Vanessa se dio con un poco de pomada, sustituyó la gasa, y suavemente se deslizó el pie en el zapato. —He oído que una chica llamada Chloë debía bailar en el papel del Pájaro de Fuego, —dijo TJ. —¿Por qué no está? —Preguntó Vanessa. TJ empezó a atarse las cintas. —Desapareció durante el verano. Justo antes de empezar las clases. La espalda de Vanessa se puso rígida. —Como que, ¿se escapó?

—Todo el mundo dice que es un papel muy difícil, —murmuró Steffie—. Probablemente sólo sentían demasiada presión.

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—Está bien. Sucedió. No tienes que fingir que no lo hizo. —Vanessa se quedó mirando su zapato pointe, imaginando las iniciales de su hermana garabateadas en las suelas—. Margaret iba a actuar como El Pájaro de Fuego también.

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—No estoy segura, —dijo TJ—. Lo siento, Vanessa. Olvidé…

Vanessa asintió, pero no podía dejar de preguntarse. ¿Era una coincidencia que las dos chicas elegidas como la protagonista de El Pájaro de Fuego desaparecieran? Tal vez había algo extraño en el ballet de Él pájaro de fuego; tal vez estaba maldecido. Pero tan pronto como el pensamiento entró en su cabeza, se lo quitó de encima. El Pájaro de fuego era reconocido como un baile difícil. Mojó la punta de su pie derecho en la caja de colofonia marrón pálido, frotando la suave suela de su zapato hasta que estuvo lo suficientemente rugosa para agarrar el suelo encerado, luego cambió al talón, y finalmente a su pie izquierdo. Steffie, Elly, y TJ hicieron lo mismo, casi sin hablar hasta que sonó un silbato fuera del estudio, señalando el comienzo de la clase. Hilda estaba de pie en la parte delantera del estudio cuando salieron del vestuario, sus labios apretados en un ceño fruncido. —Por favor alinearos en frente del espejo. Vanessa se alineó detrás de Elly y TJ, que parecían nerviosas cuando tomaron sus lugares. Al otro lado de la habitación, Blaine saludó con la mano en el espejo. Le dio a Vanessa un guiño y se acercó más al chico guapo que se colocaba delante de él. Hilda se acercó a la esquina de la habitación y encendió la música, una larga nota sombría al violonchelo. Con el ritmo detrás de ella, empezó a dictar órdenes. —Quinta posición. Gran plié. ¡Ahora relevé!

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La música no era algo que ella reconociera. Era sombría y oscura, pero las notas se mantenían ralentizadas y luego se aceleraban, colapsando sobre sí mismas hasta que Vanessa pensó que los sonidos iban a estallar en el caos. Hilda llevó la mano contra su muslo, siguiendo un ritmo arrítmico. Vanessa miró a Steffie en el espejo y le dirigió una mirada aturdida. Nunca se les había enseñado a bailar a un ritmo sin tiempo establecido. Vanessa cerró los ojos y escuchó el golpeteo de Hilda, tratando de memorizar la métrica, pero no tenía ningún sentido.

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Con el resto de la clase, Vanessa se levantó a sí misma sobre sus dedos de los pies, los huesos de los pies picando bajo su peso. Pero ella se mantuvo firme, su rostro no traicionó ni siquiera una mueca de dolor mientras esperaba la dirección de Hilda.

No obstante, según las palabras de Hilda, Vanessa comenzó a moverse, con los pies arqueados y tensándose mientras se inclinaba hacia adelante, extendiendo la pierna como las plumas de la cola de un pájaro. —¡Ahora la izquierda! —Dijo Hilda. —Y aguantad. Ahora, a levantar. Vanessa siguió sus órdenes, tratando de no pensar en el extraño ritmo, sintiéndolo en sus extremidades. Con cuidado, levantó la pierna derecha. Barrió los brazos sobre su cabeza, y luego a los costados y los mantuvo allí hasta la siguiente orden, el latido arrítmico bateando su cuerpo como si fuera un muñeco de madera. —Bien, —murmuró Hilda mientras pasaba a Vanessa—. Muy bien. Vanessa abrió los ojos para ver a TJ en frente de ella, dando un paso completamente fuera del sitio. Hilda se acercó por detrás y le puso una mano en el hombro. —Primero escucha, —dijo, y golpeó el ritmo en la clavícula de TJ— . Ahora inténtalo. —Pero no sirvió de nada. Los miembros de TJ no parecían querer permanecer en el lugar. No era la única que tenía problemas. Vanessa podía oír a Steffie respirando pesadamente detrás de ella. Más adelante, Elly se esforzaba por mantener el tiempo, con las piernas golpeando en el medio demasiado lento. La única otra persona que parecía conseguirlo era Blaine, que había avanzado lentamente tan cerca del chico frente a él que podía tocar la parte posterior de su cabeza rubia oscura.

Y de repente, tenía sentido.

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Vanessa apretó los párpados cerrados, tratando de imaginarse a sí misma como el tallo largo de una flor de pie en un campo ventoso.

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—Y ahora cambiad, —dijo Hilda. La música cambió el tempo de nuevo—. Imaginad las semillas de un diente de león que sopla con el viento. Estamos tratando de capturar el patrón del caos. Uno, dos, y tres y cuatro, cinco y seis años, y uno...

Su cuerpo inclinado y en arco, flexionado y curvado, con los brazos empujados hacia uno y otro lado, como si se hubiera perdido a sí misma y convertido en la flor. Y luego, una extraña sensación se apoderó de ella. Sus pasos se hicieron más rápidos, sus piernas parecían moverse sin ella. Echó un vistazo a su reflejo en el espejo, pero ya estaba demasiado borroso para verse. El ritmo de las palmas de Hilda parecía hacer eco de su propio pulso, y el tiempo a su alrededor comenzó a escasear. Más rápido, se giró más rápido, con los dedos de los pies doblados en cajas cuando punteaba. La habitación empezó a deformarse, el suelo derritiéndose lejos. Los compañeros de Vanessa se desvanecieron en una voluta vertiginosa de colores. Las palmas de Hilda sonaban distantes y diluidas. Su voz pastosa. Margaret, pensó Vanessa. Margaret. El aplauso fuerte de Hilda la trajo de vuelta a la realidad. Redujo la velocidad hasta detenerse y bajó la cabeza, esperando que sus ojos se reenfocaran. —Te veías increíble, —dijo Steffie mientras las otras chicas se alejaban para un descanso a por agua—. Nadie más pudo terminar ese turno, pero tú te mantuviste siguiendo como si estuvieras sin peso. —Sólo suerte, —dijo Vanessa, que se aferraba a la barra para mantener el equilibrio.

—Si tú no quieres sus elogios, entonces me quedo yo con ellos, — dijo Blaine, asomando la cabeza entre ellas—. Esos pasos eran difíciles. —Se limpió el sudor de la frente, recordando a Vanessa que él había

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Vanessa le dio una sonrisa tímida y pensó en su madre, que siempre le dijo que tomara un cumplido cuando se lo dieran. Sin embargo, parte de ella creía que era cuestión de suerte.

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—Está bien, ya es suficiente. —Steffie bajó la voz—. Eres una bailarina increíble, Vanessa. Como que, increíble apenas te hace justicia. Tu baile patea el culo a increíble. Cuando alguien te felicita, todo lo que tienes que hacer es decir gracias. ¿Vale?

sido el único bailarín que terminó el ejercicio—. Sé cómo se siente, sin embargo, —dijo en voz baja a Vanessa—. Como si fueras un fraude. Como si cada vez que aterrizas de un salto o terminas un paso complicado es porque alguna fuerza externa te ayudó a hacerlo, no tu talento. Vanessa se quedó helada. Era como si Blaine pudiera leer sus pensamientos. El dejó que su mirada se derivara a su reflejo en el espejo, estudiándose con ojo crítico. —Pensé que iba a desaparecer si me convertía en el mejor bailarín en la escuela. Y cuando eso no funcionó, pensé que podría irse cuando me metí en NYBA, y ahora mantengo la esperanza de que si me pruebo a mí mismo a Josef y Hilda y consigo un papel en alguna de las producciones, después realmente sentiré como que lo merezco. — Blaine bajó la cabeza—. Cuanto mejor eres, más presión te pone todo el mundo para mantenerte a seguir siendo bueno. Y una vez que estás en la cima, la caída al fondo es mucho más larga y dolorosa. Vanessa asintió, pero no dijo nada. No había visto a Blaine tan sincero, tan vulnerable antes. —Tienes suerte, sin embargo, —dijo él, tomando el lugar de la tranquilidad—. Aún podrías ser elegida como El pájaro de Fuego. Vanessa rodó los ojos. —Sí, claro. —A menos que me cojan a mí primero, —bromeó. Vanessa se echó a reír.

Vanessa tomó aliento. —Gracias por el cumplido.

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—¿No tienes algo que decirme? —Steffie tosió de forma espectacular, recordando a Vanessa que había elogiado su baile.

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—Serías una impresionante Pájaro de Fuego, —dijo ella.

—¿Ves? —Dijo Steffie—. No fue tan difícil. —Y juntos caminaron hasta la fuente de agua en el lado opuesto de la habitación. Vanessa tomó una copa, y luego dijo—: ¿Has sentido alguna vez que las cosas cambian cuando bailas? Steffie la miró fijamente. —¿Qué quieres decir? Vanessa miró a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírlas. —A veces, cuando consigo todos los pasos correctos, las cosas que me rodean empiezan a desdibujarse. Los sonidos se vuelven confusos y los colores se ven como si se estuvieran derritiendo. Es como si el tiempo se hiciera más lento. Steffie le dirigió una mirada dura. —Eso nunca me ha pasado. —¿Nunca? —preguntó Vanessa. Steffie negó con la cabeza. —¿Y eso ocurre cada vez que bailas? —Sólo cuando hago los pasos a la perfección. —No sé…—Steffie empezó a decir, pero fue interrumpido por una tos.

Hilda. —¿Qué? Oh, eh, no, —tartamudeó Vanessa.

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—¿Tienes algo que te gustaría compartir con nosotros? —Preguntó

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Sobresaltada, Vanessa miró hacia arriba para encontrar a Hilda justo detrás de ellas, la curiosidad iluminando sus pequeños ojos. ¿Cuánto tiempo había estado allí?

—¿Por qué no compartes con nosotros cien pliés en la barra entonces? —Dijo Hilda, una expresión amarga en su rostro—, para que no pierdas el aliento de decir tonterías en clase.

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Sorprendida por la dureza del castigo, Vanessa intercambió una mirada con Steffie mientras caminaba hacia la barra y comenzaba sus pliés, sintiendo la suave madera bajo sus dedos, la cubierta de sudor en el cuello, el suelo empujando hacia atrás contra sus dedos hasta que sus músculos quemaron. Hilda la había traído de vuelta a la realidad con su castigo irracional, y a pesar de que le dolía, Vanessa se sintió aliviada al sentir el suelo bajo sus pies otra vez.

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Capítulo 6+ Traducido por Júls Corregido por katiliz94

Las luces del techo parpadearon. —Es la hora, —dijo Steffie, alisando su vestido de seda negro. Vanessa miró por el balcón la lámpara de cristal que colgaba sobre la sección de la orquesta, mientras que se movían a través de los pasillos hasta su asiento. Josef los había acompañado al Lincoln Center, pasando por el Teatro Vivian Beaumont y la Casa de la Opera Metropolitana, alrededor de la magnífica fuente, y en el New York City Ballet, donde, si tenían suerte, algunos de ellos conseguirían bailar algún día. El entresuelo inferior del teatro estaba lleno de lujos: tacones altos, perfumes caros, trajes sin pliegues y zapatos de cuero, peinados, bigotes blancos, labios rojos y medias sujetas bajo las faldas. —No puedo creer que realmente estemos aquí, —dijo Blaine, tocando la solapa de su chaqueta. Estaba increíblemente apretada en él, color azul marino con una corbata rosa brillante. —¿Lo conseguiste en la sección de chicos del JCPenney? — bromeó TJ.

—Esta semana ha sido demasiado larga. —Blaine suspiró dramáticamente—. Aparte, ni siquiera he encontrado aún un novio.

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TJ —quien llevaba un vestido plisado naranja que la hacía ver como una verdura— se sonrojó.

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—Oye, Ms. Acorn Squash. No me odies solo porque soy flaco. — Soltó Blaine, y se abrochó el abrigo.

—¿Un novio? —repitió Vanessa. Ella casi nunca había besado a un chico en casa, y mucho menos había tenido un novio real—. Solo ha pasado una semana. —¡Lo sé! —Exclamó Blaine—. Pensé que solo tomaría un día. Tal vez dos. —Él le guiñó. —Sinceramente, pensé que iba a morir después de tres lecciones sobre los dedos del pie, —añadió TJ. —Lo sé. —Dijo Steffie, sus pendientes de cadena larga colgando hasta los hombros como carámbanos—. Es como aprender a bailar de nuevo. —O darte cuenta que nunca aprendiste a bailar. —Intervino TJ—. Soy muy mala. —No eres mala. —Dijo Vanessa—. Entraste aquí, ¿verdad? TJ de repente parecía avergonzada. —Sí, supongo. —Dijo, recordándole a Vanessa la forma en que su compañera de habitación había reaccionado cuando reveló que sus padres estaban en el consejo de administración. Al principio hizo parecer que TJ había tenido una especie de suerte, pero ahora Vanessa se preguntó si estar dentro no era más que una carga. Si TJ se sentía como si no hubiera realmente ganado su lugar en la NYBA. —Si Elly estuviera aquí, diría que todo el mundo tiene algo en lo que realmente destacan. —Agregó Steffie—. Solo tienes que encontrarlo.

—Dijo que se quedaría y leería. —Murmuró Vanessa, y miró hacia abajo al programa en su mano sobre la noche de apertura de la ciudad de Nueva York de la producción de ballet de La Bella Durmiente

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—¿Qué está haciendo esta noche? —preguntó TJ, cepillando hacia atrás sus rizos.

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Los cuatro se quedaron en silencio, sintiendo la ausencia de Elly. Desde hacía unos días, Elly se había vuelto más y más cerrada, y se notaba en su baile también. Ella había estado haciendo errores elementales, e Hilda y Josef lo habían notado.

de Tchaikovsky—. Parecía tan triste cuando me lo dijo. Realmente quería venir. —Hablando de triste. —Dijo Blaine, rompiendo el estado de ánimo—. Fui a una cita con Andreas. ¿El chico rubio delgado de nuestra clase? Ya sabéis, ¿el amigo de las morenas escuálidas de Brooklyn? TJ le dirigió una mirada compasiva. —¿No fue bien? Blaine se veía triste. —Tiene una extraña obsesión con Wagner. Después de la cena, me hizo escuchar entera Die Walküre en sus altavoces, y dejadme deciros, este chico del sur puede aguantar mucho en una noche, y probablemente ha cumplido mi cuota anual. TJ hizo una mueca, pero Vanessa y Steffie solo se rieron de la imagen de Blaine haciendo frente a Wagner a todo volumen. —Cuidado con tu vestido. —Añadió mientras Vanessa subía por las escaleras—. Tienes que patear y luego dar un paso. —Dijo, moviendo un vestido imaginario—. De esa manera no pisaras fuerte ese hermoso encaje. —Hizo una pausa—. No me preguntes como lo sé. —Gracias, —dijo Vanessa, sacudiéndose el pelo sobre su hombro. Vanessa escaneó las filas, en busca de sus asientos, cuando sintió que alguien la observaba.

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Poco a poco, la mirada de Vanessa se movió hasta el otro lado del pasillo, donde Zep estaba de pie, su rostro afilado como el metal forjado. Vestía un traje negro elegante y una corbata, haciendo parecer su pecho más ancho y apretado como si fuera a romper la tela. Tenía el pelo peinado hacia atrás, dándole un aspecto pulcro increíblemente atractivo —como un joven Fred Astaire, solo que más atractivo, como si estuviera a punto de ganar a Ginger Roberts en la pista de baile. Zep era hermoso, eso era innegable, y escuchar a Blaine

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Un acorde disonante flotó desde donde estaba la orquesta mientras los músicos afinaban sus instrumentos. Sonó hasta que la audiencia calló.

hablar de salir de citas le hizo preguntarse como seria sentarse con Zep en una cena en un restaurante de lujo con una iluminación romántica y llegarse a conocer el uno al otro adecuadamente. Vanessa parpadeó y lo miró de nuevo. Una de sus manos estaba oculta en su bolsillo; con la otra sostenía un programa. Anna Franko estaba agarrada a su codo, pero los ojos de él estaban fijos en Vanessa. Lo sintió estudiar su rostro, su cuello, su clavícula. Ella se sonrojó, pero no podía apartar la mirada. La distancia entre ellos parecía acortarse, y ya no importaba que no se conocieran, o que Anna Franko estuviera de pie junto a él, entrecerrando sus ojos mientras iban de Zep a Vanessa. Se sentía como si fueran íntimos, como si se hubieran conocido, tal vez incluso amado en una vida anterior. Vanessa se estremeció cuando el chirrido de la orquesta alcanzó su punto máximo y luego se detuvo bruscamente. Zep le dio un comienzo de sonrisa. En un momento de pánico, Vanessa bajó la mirada y se volvió para seguir a Steffie, que estaba moviéndose por la fila. Estaba siendo ridícula. Zep no la amaba. Tenía novia. Encontraron sus asientos en el centro, junto a un grupo de su clase de dedos de pie. Los asientos rojos de felpa eran suaves contra los muslos de Vanessa a través de la fina tela del vestido. —Es realmente horrible que Elly no pudiera venir, —dijo TJ, contemplando el esplendor general de la audiencia. Señaló a un hombre en esmoquin, escoltando a una mujer en un vestido de seda—. Todo el mundo aquí es solo su tipo. —Tal vez Josef dejará que venga la próxima vez, —dijo Vanessa, alisando su vestido.

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La gente del final de la fila se levantó para dejar pasar a Zep y Anna, quienes pasaban por delante de ella. Vanessa miró al frente y tragó, mirando al fondo, ya que se sentaron justo al lado de Steffie, solo a dos asientos de distancia de Vanessa.

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—Disculpad, —dijo una voz profunda.

Las luces se apagaron. Un violín solitario se estremeció. El público aplaudió cuando el conductor llegó al podio. Por el rabillo del ojo, Vanessa pillo a Zep robando una mirada hacia ella. Sonrió para sus adentros mientras el telón se levantaba. Los bailarines se movieron por el escenario en una ráfaga de tela, satén, cintas, y moviéndose con más rapidez y ligereza que cualquier ser terrenal. Vanessa no sabía cuánto tiempo duró, solo que fue demasiado corto. Había algo verdaderamente hermoso en el ballet. A pesar de que Vanessa no estaba segura de si quería ser bailarina, ver a un grupo de bailarines contar una historia con tanta emoción y elegancia, con la tranquila música de fondo, se conmovió profundamente. Cuando Vanessa bailaba, no pensaba en su hermana desaparecida o su dominante madre. Podía bailar cosas para las que no encontraba palabras. Sentir una emoción que no podía mostrar en su vida cotidiana. Podía derrotar a un villano, seducir a un príncipe, encantar a las ninfas del bosque, encontrar su verdadero amor, y vivir un felices para siempre, como si no hubiera nada más. Al mirar a los bailarines en el escenario, Vanessa se preguntó si alguna vez sintieron que el ballet los alejaba del mundo real. Vanessa pensó en lo que Justin había dicho acerca de su hermana teniendo un diario, cono si ella no encajara. Tal vez no había nada siniestro en la desaparición de Margaret. Tal vez ella se había limitado a… escapar.

—Por favor. —dijo—. Cualquiera de nosotros podría hacerlo diez veces mejor. ¿No has visto todos los errores que hizo? Steffie asintió con la cabeza, y aunque Vanessa tuvo que admitir que había notado algunos errores también, no le importaba. Todavía

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A su alrededor, mientras todo el mundo empezaba a dirigirse hacia las salidas, Vanessa y sus compañeros se quedaron dónde estaban. Pero cuando TJ elogio el gran jeté que había hecho la bailarina al final del acto, Blaine le restó importancia.

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Cuando el último acto terminó y la música se detuvo, se sentía como si la hubieran despertado de un sueño. Los bailarines miraban hacia el público y se inclinaron, cerrando la brecha entre su mundo y el de Vanessa. Cayó el telón, los aplausos desaceleraron, y Vanessa se recostó en su asiento con un suspiro.

era encantador. Mientras ellos discutían, Vanessa escuchó a Anna discutiendo con Zep en voz baja, furiosa. Se apoyó en su brazo, tratando de entender lo que estaban diciendo, pero antes de que pudiera captar nada, Anna se puso de pie. Lanzándole a Vanessa una mirada furiosa, irrumpió por el pasillo y las puertas. —¿Soy yo, o parece que todos los de segundo año te odian? — preguntó Steffie. —No todos ellos, —dijo Vanessa, señalando a Zep. Los ojos de Steffie se iluminaron. —Estás bromeando, —dijo, bajando la voz. Antes de que Vanessa pudiera responder, Josef subió las escaleras dando zancadas y se detuvo en la barandilla del balcón. A diferencia del resto, que estaban vestidos para la ocasión, llevaba un par de jeans oscuros, una camisa negra de cuello V y una bufanda de lana, lo que Vanessa suponía que era su forma de vestir habitual. Mientras se acercaba, se quitó la bufanda, su rostro contorsionado en una mueca.

—Bon. —Dijo Josef, interrumpiendo su sueño—. Vamos a la parte de atrás del escenario.

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El estado de ánimo de la gente creció solemnemente mientras miraban el teatro —las columnas de mármol y techos abovedados parecían aún más magníficos sin público. Las cortinas abiertas y sin la música sonando en el foso de la orquesta provoco un escalofrío en Vanessa cuando se dio cuenta de que podría estar buscando en su futuro: los músicos tocarían sus instrumentos, las cortinas se correrían a un lado, y el centro de atención seria Vanessa en un escenario. Y cuando la música empezara, un bailarín con alas aparecería… Ese siempre había sido el sueño de Margaret, no el de ella, pero tal vez todo esto podría pertenecerle a ella también.

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—Confió en que todo el mundo haya disfrutado de la obra, —dijo, sonando casi enfadado—. Pero no demasiado, ya que en solo cuatro años, la mayoría de vosotros estaréis compitiendo con estos mismos bailarines para estos roles. —Hizo un gesto sobre el balcón—. Espero que estuvierais prestando atención.

Siguieron a Josef abajo, a través de un pasillo blanco estrecho que conducía a los vestuarios. El pasillo estaba lleno de gente — tramoyistas haciendo equilibrio en las altas chimeneas del vestuario, asistentes transportando alimentos y agua, y los bailarines con sus caras llenas de maquillaje. Todos parecían conocer a Josef. Le susurró el oído a una chica, y ella movió su mano hacia la parte de atrás, donde un grupo estaba reunido alrededor del protagonista masculino y la bailarina principal. —Dmitri —le dijo Josef al protagonista masculino con un poco de reverencia—. Un trabajo precioso. Dmitri le dio un rígido asentimiento. —Los bailarines fueron el elemento clave de la escena final. —Dijo con un acento ruso—. Pero creo que yo lo remate. —El príncipe del show, como siempre. —dijo Josef. Su sonrisa tembló cuando se volvió hacia la bailarina—. Y Helen. Ella le miró nerviosa, pero en vez de felicitarla, Josef le dio en la mejilla. —Tú nos has enseñado que importante es seguir aprendiendo, — dijo él, su voz fría. Steffie le dio un codazo a Vanessa. —Oh, mierda —dijo Blaine en voz baja. TJ dejó escapar una risa amortiguada, sus ojos fijos en el drama.

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—Et voilà, Helen le magnifique. —Dijo, con un deje de sarcasmo—. Y graduada en la Academia de Ballet de Nueva York, ni más ni menos. ¿Cuánto tiempo hace de eso, dos años? —Josef le dio una mirada de superioridad, como si la desafiara, pero los ojos de ella estaban fijos en el suelo—. Bueno. —Dijo Josef, juntando las manos—. Como era obvio para todos en la audiencia, Helen tuvo una noche difícil.

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Josef traicionó su máscara con el menor atisbo de irritación, pero rápidamente sonrió como si nada hubiera sucedido.

Los ojos de Helen se reunieron con Vanessa de casualidad, y pareció sorprendida, como si Vanessa le luciera familiar. De repente se dio la vuelta y se fue por el pasillo, cerrando de golpe la puerta de su camerino detrás de ella. Un incómodo silencio se produjo. Tres chicas empezaron a susurrar en la parte posterior, y un grupo de chicos se rieron. Incluso Zep parecía incomodo cerca de Josef, con el rostro medio oculto por las sombras. Josef se volvió hacia el grupo de estudiantes. —Bon, ¿Quién tiene preguntas para Dmitri? Blaine levantó la mano. —¿Quién era tu ídolo al crecer? Dmitri se burló. —No necesité uno. —dijo—. Yo era mi propio ídolo. Una chica de segundo año con un vestido de plumas levantó la mano. —¿Quién es tu pareja de baile preferida? Dmitri rodó los ojos. —Prefiero bailar solo. Menos complicaciones. —¿Cómo te mantienes en forma? —soltó Blaine. Incapaz de controlarse, TJ resopló, haciendo que la mitad de la sala rompiera en risas.

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A medida que el interrogatorio seguía adelante, Vanessa se dio cuenta de que algunos estudiantes salían. Steffie asintió, les lanzó una mirada a TJ y a Blaine, y juntos se agacharon detrás la multitud y se colaron en el pasillo.

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—No sé qué quieres decir. Siempre he tenido esta forma, —dijo Dmitri.

No estaban seguros de sí Josef los seguiría, así que corrieron por una escalera a la sala de ensayo que Josef dijo que eventualmente utilizaría para ensayar El pájaro de fuego. Para su alivio, la puerta metálica estaba abierta, y Steffie la empujó y abrió las luces, iluminando la habitación en un pálido amarillo. Era más grande que cualquier sala de ensayo que nunca hubieran visto, con un círculo de barniz ennegrecido en el centro de la pista. Vanessa trazó el borde con su zapato, tirándolo hacia atrás cuando se dio cuenta de que estaba dejando un residuo de ceniza. —Mira, —dijo Steffie, su voz resonando. Vanessa la vio en la pared del fondo. Estaba completamente negro, excepto por una serie de siluetas blancas impares. —Pintaron formas de personas en la pared, —dijo Steffie. Vanessa se acercó, rozando los dedos en la superficie. Ella levantó la mano hacia su cara. Sus dedos estaban cubiertos de ceniza negra. —No los pintaron, —dijo ella, mirando las siluetas blancas—. Son los únicos lugares donde la pintura no se quemó. El resto de la pared fue quemada hasta el negro. De repente TJ y Blaine estaban a su lado, tocando las siluetas. —Tienes razón. —Dijo Steffie, olfateando la ceniza en la punta del dedo, y retrocediendo en el olor—. Está totalmente quemada. —Ella miró a Vanessa—. ¿Pero cómo? Un fuego tan grande habría quemado todo el edificio.

—No lo sé, —murmuró.

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De pie, apretó los dedos, sintiendo la ceniza en su piel.

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Vanessa vagó hasta el centro de la habitación y se arrodilló junto a la mancha negra en el suelo. Era ceniza, como en la pared. Pero si el fuego se había iniciado en el centro de la pared, ¿por qué estaban limpios el resto del suelo y las otras paredes?

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Pero antes de que pudiera decir nada más, un chasquido fuerte resonó y las luces se apagaron, envolviendo la habitación en la oscuridad.

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Capítulo 7+ Traducido por Jesica Corregido por katiliz94

La oscuridad parecía cambiar a su alrededor. ¿O era su imaginación? No podía ver más las siluetas de las paredes, sin embargo, los sentía a su alrededor como si fueran personas reales, conteniendo su respiración. Vanessa retrocedió un paso, luego otro, hasta que una mano le rozó los labios. Incapaz de evitarlo, ella gritó. Para su sorpresa, las sombras gritaron de nuevo. —¡Suéltame! —gritó Blaine, empujándola lejos. Aliviada al escuchar su voz, Vanessa dijo—: Soy sólo yo. —Oyó la risa inquieta de TJ detrás de él. —¿Qué pasó? —murmuró Vanessa, casi para sí misma. —El interruptor de la luz no funciona —dijo Steffie desde algún lugar a la derecha—. Tal vez hizo volar un fusible. —Tal vez es el destino diciéndonos que nunca vamos a ser el centro de atención —dijo TJ. —O tal vez alguien nos estaba mirando —susurró Vanessa.

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Al otro lado de la habitación, Steffie abrió una puerta, y una línea fina de luz se ensanchó en un amplio cristal a través del suelo. Las sombras a su alrededor parecían extrañamente quietas, como si las paredes estuviesen guardando sus secretos.

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—Vamos a salir de aquí —dijo Blaine, todavía afectado.

—¡Vamos! —Dijo Blaine. TJ y Steffie vaciaron hacia el pasillo, echando un vistazo por las escaleras para asegurarse de que nadie los había atrapado a escondidas. Mientras Vanessa corría hacia ellos, la puerta se cerró detrás de ella con un clic. —Los fusibles no vuelan —dijo Vanessa, mirando las luces tenues que cubrían el hueco de la escalera. —Tienes razón —respondió Steffie—. Eso es un poco extraño. —¿Crees que alguien nos sigue? —Dijo Blaine. —No lo sé, pero definitivamente ellos te escucharon —dijo TJ con una sonrisa, pero Blaine no se rió. —Oh, vamos —pinchó TJ—. ¿Entonces, qué? ¿Ahora tienes miedo de una habitación oscura y unos cuantos decorados de escenario espeluznantes? —Pero no se supone que hay un decorado ahí abajo —dijo Steffie—. Es sólo una sala de ensayo. El verdadero baile se realiza en el escenario. Y de todos modos, ¿quién apagó las luces? —Entonces, ¿qué crees que hizo esas quemaduras en la pared? —Preguntó Vanessa en voz baja. Steffie tocó uno de sus pendientes distraídamente.

—Tal vez están tratando de encubrirlo —dijo Steffie, deteniéndose frente a la puerta que daba a la sala principal.

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—¿Cómo podría siquiera haber empezado? Es una sala de ensayo grande y vacía, —dijo TJ, ajustando la correa de su sandalia de tacón alto mientras subía las escaleras—. Y, además, dicen que el fuego, de alguna manera, empezó ahí y milagrosamente quedó atrapado en esa habitación. ¿No crees que habríamos oído hablar de él?

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—No lo sé. ¿Un incendio accidental?

—Tal vez fue sólo una puesta en escena —dijo Blaine mientras Vanessa tomaba la barandilla, recordando cómo las sombras parecían cambiar a su alrededor. —Sí —dijo ella, y siguió a Steffie por la puerta. Estaban en la parte trasera de la sala oscura. El escenario principal estaba puesto delante de ellos, envuelto por la pesada cortina roja. Un haz tenue de luz brilló desde la ventana de la cabina de proyección en la parte de atrás, helando el terciopelo carmesí de los asientos de la sección de la orquesta. Vanessa se quedó mirando la cortina ondulante, tratando de imaginar lo que se siente al estar de pie detrás de él, cuando vio algo que la hizo detenerse. Alargó la mano y tocó el hombro de Steffie. —Mira. —Cabeceó hacia el escenario—. Hay alguien ahí. Blaine tropezó con un asiento vacío. —¡Ay! —exclamó, pero lo cortó en seco cuando Steffie se llevó un dedo a los labios. Por la luz granulada de la ventana de proyección, pudieron ver a una chica, de pie en el centro del escenario frente a la cortina. Estaba de espalda a ellos, y lo único que podían ver era la silueta de su pelo, que estaba envuelto en un moño.

—¿Hola? —dijo Vanessa, su voz cortando el silencio. La bailarina no dijo nada.

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Tenía los ojos rojos, y su rostro estaba manchado de maquillaje. Vanessa se congeló, esperando a que Helen dijese algo. Pero ella no parecía verla.

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Blaine le indicó que debían irse, pero Vanessa negó con la cabeza y se acercó al escenario. Podía ver el ligero tutú de la muchacha, el mismo que había usado mientras saltó por el escenario justo una hora antes. En la penumbra, sólo podía distinguir la pálida piel de su espalda, marcada por los delgados tirantes de su leotardo, y sus hombros, encorvados y temblorosos. Cuando la chica se dio la vuelta, Vanessa se dio cuenta de que era Helen, la bailarina principal.

Vanessa se acercó un paso, Steffie siguiéndola sobre los talones. —¿Discúlpame? ¿Estás bien? —Esperó hasta que la oyó susurrar algo—. ¿Qué? —dijo Vanessa con suavidad y avanzó poco a poco—. ¿Está todo bien? Pero a medida que se acercaba, Vanessa se dio cuenta de que la chica no estaba hablando con ella para nada. Sus ojos estaban tristes y vidriosos y sus labios temblaban mientras dejaba escapar un murmullo ininteligible. —¿Qué está diciendo? —susurró Steffie, con la voz temblorosa. —No lo sé —murmuró Vanessa—. Creo que ni siquiera nos ve. Vanessa miró a Blaine y TJ, quienes le dieron una mirada de urgencia y articularon que querían salir. Ella dio un paso hacia adelante cuando una voz retumbó a través del teatro. —¿Qué estáis haciendo? La bailarina se volvió, y Vanessa y Steffie guiaron su mirada a la izquierda del escenario, donde Dmitri, el bailarín que habían conocido antes, salió de detrás de la cortina, las sombras acentúan los contornos de sus músculos. —Ella no debe ser perturbada —dijo a Vanessa y a Steffie—. Está aguardando su castigo por el traspié en la actuación de esta noche. No es la primera vez que ha tenido que ser castigada. Hay algunos que están perdiendo la paciencia con ella… —¿Castigo? —dijo Vanessa, pero Dmitri la cortó.

Dmitri frunció el ceño.

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—Somos estudiantes de NYBA —dijo Steffie—. Vinimos con Josef a ver el espectáculo y nos perdimos.

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—No se supone que estéis aquí —dijo, sus ojos se oscurecieron mientras se acercaba. Vanessa observó como la espalda de Helen se ponía rígida—. El teatro no está abierto al público después de horas.

—Sabéis dónde está la salida, así que ¿por qué no vais por ahí? — Se movió por el escenario y tocó la muñeca de la bailarina. Ella se estremeció y apartó la mirada, sin dejar de llorar. Steffie agarró el codo de Vanessa. —Vamos —dijo y tiró de ella por el pasillo hacia la salida. Justo antes de que lo hicieran por la puerta, Vanessa miró por encima de su hombro, sólo para ver que otra silueta emergía de las alas: un hombre. Él caminó por el escenario como una bailarina y tenía un físico delgado que le recordaba a... ¿Josef? Pero no había tiempo para hablar. Después de Blaine y TJ, se precipitaron por el vestíbulo y salieron al aire de la noche espesa del Lincoln Center. La gente se volvía mientras corrían por la plaza y más allá de la fuente, la cual estaba iluminada por luces, el agua cayendo como cristales rotos. —¿Qué fue eso? —dijo Blaine cuando llegaron al dormitorio. —No tengo idea —dijo Steffie—. Algo acerca de castigar a la bailarina principal. —¿Qué tipo de castigo? —dijo TJ, tratando de recuperar el aliento, ya que subieron a toda velocidad a arriba. Su pelo rizado cayó de sus clips y rebotó alrededor de su cara.

—Todo el mundo dice que es bastante delicada. Emocionalmente —añadió Blaine—. Perdió esa ronda en el segundo acto. Si ese hubiera sido yo, hubiera estado llorando demasiado.

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—Helen estaba muy disgustada —dijo Vanessa en voz baja.

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Vanessa se detuvo y se alisó el vestido cuando llegaron a su piso, el vestíbulo cálidamente iluminado con la música y la charla. Recomponiéndose ellos mismos, se dirigieron por el pasillo a la habitación de TJ y de Vanessa, las puertas abiertas del pasado con las niñas cepillándose el pelo y pintándose las uñas mientras reían y charlaban. Elly no estaba por ninguna parte, aunque Vanessa no la culpó, teniendo en cuenta que todo el mundo hablaba del ballet. Tenía la intención de llamar y ver cómo estaba, pero cuando pasaron por la habitación de ella y Steffie, la puerta estaba cerrada y la grieta debajo de ella estaba oscura. Tal vez ella ya estaba dormida.

—Ella perdió un par de compases —dijo Vanessa—. No creí que fueran enormes errores. —¿En serio? —dijo Steffie—. Casi se cayó en medio de un salto. Era imposible pasar el fallo. —Ella entrecerró los ojos a Vanessa—. O tal vez estabas ocupada viendo a alguien más. Blaine frunció el ceño. —¿A quién? —Miró a TJ, pero ella estaba tan confundida—. ¿De qué está hablando? —No tengo ni idea —dijo Vanessa, mintiendo. —Está bien —dijo Steffie—. Pero admite esto, estoy en lo cierto. Estabas mirándole a él. —No —dijo Vanessa—. Estaba viendo la escena. —Estabas frente al escenario —dijo Steffie con una sonrisa—. Pero estabas pensando en él. Él, pensó Vanessa. Ni siquiera quería dejarse decir su nombre. Y luego, de repente, alguien lo dijo por ella. —¡Zep! No podía estar aquí, en su piso. ¿Podría? Vanessa se pasó una mano por el pelo y se volvió para ver a TJ de pie delante de su puerta, sosteniendo un pedazo de papel. —Es de Zep —dijo, pareciendo perpleja. Se quedó mirando a Vanessa—. Y es… es para ti.

Te veías radiante esta noche. Encantado de verte brillar en todos los

sentidos.

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Vanessa,

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Todos se reunieron alrededor de Vanessa, inclinados sobre su hombro mientras leía.

—Zep Las mejillas de Vanessa se sonrojaron cuando entró en la sala, los demás se arrastraron detrás de ella. Imaginó a Zep llegando a su habitación, golpeando su puerta, y cuando no oyó ninguna respuesta, metiendo la mano en el bolsillo y garabateando esas palabras. Las palabras que él le habría dicho en persona, sólo tenía que venir a casa más temprano. —Déjame ver eso —dijo Blaine, tomando la nota y levantándola hacia la luz—. ¿Es esto real? —Estaba metido en nuestra puerta —dijo TJ, como si todavía no pudiera creerlo. La boca de Blaine bajó. —¿Zeppelin Gray vino a tu habitación? —Su voz era tan fuerte que un grupo de chicas en el pasillo dejó de hablar. Blaine ladeó la cabeza hacia ellos—. Sí —dijo a las chicas, silbando como un gato—. Habéis oído bien. Ahora meteos en vuestros propios asuntos. Las chicas de inmediato huyeron, fuera de la vista. Vanessa se llevó una mano a la frente. —Caray, Blaine. No tienes que transmitir esto al mundo. Quiero decir, ¿y si fue un error? —¿Un error? —Sus mejillas se sonrojaron. Blaine se aflojó la corbata—. ¡Dice tu nombre en esto y el de Zep, juntos en el mismo pedazo de papel! —Se abanicó con la nota—. Si no me gustaras tanto, te odiaría.

Vanessa tragó. —No lo sé.

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—¿Qué pasa con Anna Franko? —Se volvió a Vanessa—. ¿Ella sabe de esto?

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TJ lo golpeó en el hombro.

—A juzgar por la forma en que ella salió corriendo después del ballet —dijo Steffie—, yo diría que sí. —Pero es sólo una nota —dijo Vanessa—.Y todo lo que él hizo en el ballet fue darme una mirada. No es como si algo sucediese. Ni siquiera he hablado con él. —Se mordió el labio, tratando de convencerse a sí misma, pero nadie estaba comprando esto. —Todavía —Steffie intervino. —Chica, mejor mírate a ti misma —dijo Blaine. TJ puso los ojos en blanco. —Oh, por favor. Anna es tan pequeña que podría comerla como desayuno. Y apenas incluso desayuno. Sólo centrada en la danza. Ellos van a odiarte de todos modos, así que ¿cuál es el sentido de preocuparse por él? ¿Cierto? —Cierto —dijo Vanessa lentamente. TJ tenía razón. Ella no había venido aquí para hacer amigos. Tener a Steffie, a TJ, a Elly y a Blaine era una ventaja importante, por supuesto. Pero si era sincera consigo misma, sólo había una razón por la que había venido a esta academia en primer lugar: para encontrar a su hermana. Se lo repitió a sí misma —no importa si Anna me odia, si alguien me odia— después de que Steffie y Blaine se fueron. Su suelo era un desastre, sembrado de libros, ropa y accesorios de TJ. TJ tropezó con una pequeña caja, luego maldijo y la pateó a un lado. Vanessa se echó a reír y se puso una camiseta sin mangas, mientras que TJ se peinó y tarareó un concierto para violín.

Vanessa miró hacia abajo. —¡Gracias! —Estaba agradecida de ser salvada de la mortificación de que Zep la viera en diminutos shorts cubiertos con

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Vanessa se sentó, su mente girando. Zep. ¿Podría haber vuelto? Se puso de pie y estaba a punto de abrir la puerta, cuando TJ susurró—: ¡Tus shorts!

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Ambas se metieron en sus camas, pero justo antes de TJ llegara a apagar las luces, se oyó un golpe en la puerta.

gatos de color rosa. Después de ponerse un par de leggings y pasar una mano por su cabello, ella giró el pestillo. Pero cuando abrió la puerta, Steffie estaba allí de pie, todavía con su vestido, los ojos muy abiertos y estaba confundida y... asustada. Ella no dijo nada por un momento, como si estuviera tratando de encontrar las palabras adecuadas. —Steffie? ¿Está todo bien? —Preguntó Vanessa. Podía sentir la mirada de TJ detrás de ella en la oscuridad. Steffie le dio una mirada en blanco.

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—Elly se ha ido

=

Capítulo 8+ Traducido SOS por Sandra289 y Nanami27 Corregido por katiliz94

A Vanessa nunca le había gustado ir a la habitación de Steffie y Elly. Claro, ella se había sentado sobre los cojines con volantes de Elly, leído revistas o pasado el rato, pero cada vez que lo hacía, tenía que alejar el recuerdo de Margaret. Así que cuando Steffie llevó a Vanessa y TJ a su habitación, Vanessa se encontró flotando en el pasillo, no queriendo dar un paso dentro. La pintura estaba agrietada donde la puerta se encontraba con el muro, y de repente Vanessa estaba abrumada con las ganas de pelar todas las capas de pintura fuera, como si los secretos de su hermana pudieran estar ocultos debajo. Pero todo eso se desvaneció cuando oyó a TJ, su voz tan suave, casi no la reconoció.

TJ y Steffie estaban de pie en el centro de la habitación. El lado de Steffie estaba atestado de ropa, joyas y maquillaje, fotografías y posters de bailarines decorando sus paredes. El de Elly estaba vacío. Las huellas de la cinta todavía estaban pegadas a la pared, donde sus posters de ballet habían estado colgados. Motas de polvo se reunían

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Vanessa miró hacia arriba para ver una astilla en la pared desnuda y la cama de Elly desvestida hasta el colchón. Era opaco de color azul, con una gran etiqueta fea sobresaliendo de la parte inferior, tan diferente de la almohada rosada de Elly y el edredón con volantes. Y por un momento, ya no importaba que la habitación hubiera pertenecido a su hermana, porque ahora Elly se había ido también. Sacudiéndose de vuelta a la realidad, Vanessa cruzó la puerta.

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—Tienes que ver esto, —dijo TJ.

debajo de su cama, donde sus zapatos de raso de color rosa habían sido dispuestos ordenadamente. La única cosa que quedaba era una simple horquilla, enredada con algunos mechones claros del pelo de Elly. Vanessa se agachó y la recogió. —Al principio, pensé que alguien había entrado en nuestra habitación y había robado nuestras cosas, —dijo Steffie. —Pero luego me di cuenta de que ninguna de mis cosas habían desaparecido. —¿Crees que ella se fue? —Dijo TJ—. Al igual que, ¿mudarse? —¿Sin decírnoslo? —Dijo Steffie—. ¿Por qué haría eso? Por lo menos habría esperado hasta que volviéramos. O dejado una nota de despedida si era tan urgente. —¿Pero que podría haber sido tan urgente? —Preguntó Vanessa. Steffie se inclinó sobre el escritorio vacío de Elly, mirando las repisas descubiertas, que aún tenían tres calcomanías de corazones brillantes pegadas al lado. —¿Una muerte en la familia? —Dijo TJ—. ¿Quién sabe? —Alguien tiene que saberlo, —dijo Vanessa—. Elly no podría haber acabado de mudarse de su dormitorio sin decírselo a nadie. —Kate, —espetó Steffie. Y sin más palabras se deslizaron hacia el pasillo, la puerta se cerró haciendo clic detrás de ellos.

—Hola, chicos, —dijo ella, cubriendo la boquilla de su teléfono—. ¿Qué pasa? —¿Qué pasó con Elly? —Dijeron TJ y Vanessa, al mismo tiempo.

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Kate estaba hablando por teléfono cuando ella abrió la puerta. Detrás de ella, la habitación brillaba con luz cálida, amarilla. Música resonaba desde su ordenador. Una taza de té al lado de ella.

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La habitación del asesor residente estaba al final del pasillo. Un tablón de anuncios colgaba en la puerta, salpicado de mapas de Nueva York, los horarios de clase, y las formas de actividad. Vanessa llamó.

—¿Qué queréis decir? —Dijo Kate, viéndose confundida. —¿Quieres decir que tampoco lo sabes? —Dijo Vanessa, un aleteo de náuseas cosquilleando en el estómago. Junto a ella, podía oír la respiración acelerándose de TJ. —Oh no, —susurró TJ. —¿Saber qué? —Dijo Kate, bajando el teléfono. Steffie tragó. —Elly y todas sus cosas se han ido. Vanessa parpadeó, recordando la última conversación que había tenido con Elly. Iba a quedarse en casa y leer, dijo, su voz forzada como si hubiera querido decir algo más. ¿Había querido Elly decir en realidad adiós? Una horrible sensación de arrepentimiento pasó por Vanessa, y de pronto estaba de vuelta en su mesa de la cocina en casa, oliendo el pastel de manzana de su padre que se había reducido a cenizas después de que la llamada hubo llegado. Ella había revivido la escena cientos de veces, pero ahora no era sólo un recuerdo. Era real. Sólo que ahora, era Elly.

+=

—Iremos contigo… —empezó a decir Vanessa, pero Kate la cortó. —No. Es tarde, vosotras debéis dormir un poco. Voy a hablar con Josef y os diré todo lo que sepa cuando vuelva.

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Cuando Kate había visto el estado de la habitación de Steffie y Elly, se había quedado allí, mirando fijamente durante lo que parecieron horas, finalmente había dicho—: Yo—yo tengo que hablar con alguien sobre esto. A Josef.

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Vanessa despertó justo antes del amanecer. El reloj marcaba las seis, horas antes del ensayo de la mañana. Se dio la vuelta, estirándose, y trató de recordar el extraño sueño que había tenido. Algo sobre Zep, una nota, una bailarina llorando. Al otro lado de la habitación, los rizos castaños de TJ se derramaban sobre su almohada. Vanessa observó el cambio en su sueño, y todos los acontecimientos de la noche anterior volvieron de vuelta.

Después de que Kate se fue, los otros llamaron al telefono de Elly, pero ella no lo cogía, por lo que le dejaron un correo de voz. TJ optó por lo más difícil. Como hija de abogados, estaba segura de que algo terrible, algo criminal, le había sucedido a Elly, y les llevó a Steffie y Vanessa gran parte de la noche calmarla. De pie, Vanessa se puso una chaqueta de punto y fue de puntillas por el pasillo hasta la habitación de Steffie. Justo cuando levantó el puño para llamar, la puerta se abrió. —Vanessa, —dijo Steffie, sobresaltada. Estaba sosteniendo su bolsa de danza y una botella de agua. Las ojeras colgaban bajo sus ojos. —Estás despierta, —dijo Vanessa. —No podía dormir con la cama vacía frente a mí, —dijo Steffie. —¿Has oído algo? —Preguntó Vanessa. Steffie negó con la cabeza. —He llamado a la puerta de Kate, pero ella no tenía ninguna noticia. Dijo que llamó a Hilda, a Josef, a un montón de personal de la escuela, para encontrar a alguien que tuviera el número de teléfono de los padres de Elly. Al parecer Kate sólo tenía el número de Elly en el archivo. Por fin llegó uno de los secretarios, que la conoció en la oficina. Pero justo antes de que Kate llamara, Hilda llegó y se hizo cargo. Kate le dijo a Hilda que se asegurara de que se pondría en contacto tan pronto como descubriera lo que estaba pasando. Y traté de llamar a Elly otra vez, pero conseguí su buzón de voz. ¿Y tú? —No.

—Al estudio. Pensé que podría ayudar a quitar mi mente de cosas. ¿Quieres venir? —Claro.

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—¿A dónde vas? —Preguntó Vanessa.

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No seguras de que decir a continuación, se quedaron en silencio, ambas preguntándose dónde había ido Elly.

El estudio estaba oscuro cuando llegaron. Encendieron las luces, Los reflejos revoloteando a través de los suelos encerados cuando se ponen sus zapatillas, y, sin hablar, caminaron hacia la barra. Vanessa levantó el brazo en el aire y empezó a entrar en calor en tándem con Steffie. El sudor salpicaba el labio superior, y pensó en Zep, en la nota que le había dejado y la forma del aleteo en su interior que había dejado. Extendió y bajó la pierna, una vez, dos veces, tres veces, hasta que sus músculos quemaban y el aliento se acortó y todo se desvaneció a excepción de la barra, los espejos, los suelos de madera encerados bajo sus pies. Cuando el resto de los estudiantes de primer año se vertieron en el estudio para el ensayo del sábado por la mañana, llenando la habitación de color rosa y negro de nylon y el zumbido brillante de la charla, Vanessa y Steffie se sentaron en la esquina, bebiendo agua y mirando la puerta, como si esperaran que Elly entrase dentro. En cambio, Blaine y TJ entraron en la habitación. Por la mirada en el rostro de Blaine, estaba claro que TJ le había informado. —¿Dónde estabas esta mañana? —Preguntó TJ, sonrojada—. Por un momento, pensé que habías desaparecido también. Vanessa se encogió de hombros. —Lo siento. No podía dormir, así que vine a la práctica. TJ dejó escapar un suspiro de exasperación y comenzó a estirar. —Como si cualquiera de vosotros necesitaseis práctica.

Todos se reunieron en torno a Josef cuando él comenzó a hablar.

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Josef se pavoneaba en el interior, bien afeitado, con el pelo oscuro peinado hacia atrás. Dio una palmada en voz alta, la habitación estaba en silencio mientras caminaba hacia el centro de la planta. Vanessa casi no se dio cuenta de Hilda, que estaba parada en su espalda y se asomaba por la puerta, su vestido de color marrón claro mezclándose con la pared.

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—¿Habéis escuchado algo…? —comenzó a decir Blaine cuando la puerta se abrió.

—Dije al principio que algunos de vosotros no podríais superar el año académico. —Hizo una pausa dramática—. Muchos de vosotros no me creéis. Todos en la habitación parecían estar conteniendo la respiración. —Pero esta mañana, vengo a vosotros no con advertencias, pero sí con noticias alarmantes. Una de vuestras compañeras de clase, Elinor Pym, ha decidido dejar nuestra comunidad. Ella encontró la presión y rigores físicos demasiado difíciles de soportar, y optó por explorar otros esfuerzos, —dijo Josef—. Y tal vez sea para mejor. —¿Qué? —Vanessa susurró a Steffie—. ¿Después de una semana? ¿Alguna vez te dijo que estaba estresada? Steffie frunció el ceño. —Nunca. —A mí tampoco, —dijo Vanessa, mientras que Josef explicaba que algunos estudiantes no eran emocionalmente lo suficientemente fuertes como para soportar el estrés diario que los bailarines de ballet sufrían. Pero no tenía sentido. A pesar de que Elly había estado distante en los últimos días, Vanessa nunca había pensado que estaba pensando en abandonar la academia. Claro, ella había hecho algunos errores en el estudio, pero los tenía todo el mundo. Ella era una bailarina fuerte, siempre tratando de ser mejor, y era una apasionada de la danza. Así que ¿por qué lo había dejado? —Esta probablemente no será la única baja del año. NYBA no es una broma. Muchos de vosotros no vais a durar el tiempo suficiente para ver las hojas cambiar en Central Park. —Él dio una palmada—. Que esto sirva de advertencia para todos vosotros.

—Ah, ahí estás, —dijo Josef—. Me gustaría verte en mi oficina después de que las clases terminen.

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Vanessa se puso rígida. Lentamente, levantó la mano.

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La gente comenzó a murmurar, pensando que su discurso había terminado, cuando dijo—: Oh, y una cosa más. Vanessa Adler.

Todas las cabezas se volvieron en su dirección, y ella escuchó a algunas chicas murmurando en la esquina. Sin decir una palabra, asintió con la cabeza. Mientras todo el mundo se puso de pie y se dirigía a la barra, Vanessa se sentó por un momento, mirando a Josef desaparecer por la puerta. —¿Por qué quiere verte? —preguntó Blaine mientras se alineaban. Antes de Vanessa pudiera responder, TJ interrumpió. —Si ella supiera lo que quiere decirle, él no la habría llamado en primer lugar, tonto. —Tal vez sea por lo de la otra noche en el teatro, —dijo Steffie—. Tal vez nos vio a escondidas, y tú… tú eres la más notable. Instintivamente, Vanessa se miró en el espejo el pelo de color rojo brillante, ahora enrollado en un moño. Steffie tenía que estar en lo cierto. ¿Por qué si no Josef quería hablar con ella? Cuando Hilda comenzó a llamar para los ejercicios, las cabezas en frente de Vanessa se sumergieron y balancearon al ritmo, lo mismo que todas las mañanas, excepto que esta vez Elly no estaba con ellos. El resto del día se escabulló. Vanessa siguió escaneando a los estudiantes por los metálicos ojos de Zep, pero sin suerte. Incluso el sábado, los pasillos bullían de estudiantes. Después de su clase de la tarde, Vanessa, Steffie, y TJ se encontraron con Blaine, que estaba hablando con un chico alto, atlético llamado Garrett. Blaine se rio cuando nos lo presentó, a pesar de que nada era divertido, luego se rio de nuevo cuando Garrett le dijo en una voz profunda y confundida que lo vería mañana. —¿Es esa tu llamada de apareamiento? —bromeó TJ.

—Hey, —Steffie interrumpió—. ¿Habéis oído hablar de Elly? Blaine y TJ se quedaron en silencio.

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—Retrocede, —dijo TJ, un poco más irritable de lo normal—. ¿No sabes que no hay que burlarse de una chica sobre su peso?

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—Oye, al menos yo no estoy relleno para el invierno, —dijo, empujando escasamente las visibles mollas de TJ.

—Creo que deberíamos hablar con Kate, —dijo Steffie—. Tal vez ella tiene más información. —Eso espero, —dijo Blaine—. Porque lo que decía Josef tenía cero sentido. Cuando se dirigieron al dormitorio, Vanessa aminoró el paso. —Chicos, no puedo ir, —dijo. Steffie se puso una mano en la cadera. —¿Por qué? —Josef, ¿recuerdas? —Respondió Vanessa. Antes de que pudiera decir nada más, el teléfono móvil de Vanessa vibró en su bolsillo. Lo sacó, esperando que fuera Elly, sólo para ver el nombre de su madre parpadeando en la pantalla. Sus amigas la miraban con expectación, pero Vanessa se limitó a sacudir la cabeza. Ella se encogió de hombros y se alejó, cuando en la distancia, captó un destello de ojos brillantes. Vanessa se quedó inmóvil, y su corazón se aceleró. Zep. Estaba a pocos metros de distancia, con la cabeza apenas visible a través de la multitud de estudiantes.

Incapaz de ver más, Vanessa se dio la vuelta y zigzagueó en la multitud, tomando la ruta larga a la oficina de Josef para que no tuviera que verlos. ¿A qué jugaba Zep, dejándole una nota y diciéndole que se veía hermosa cuando era evidente que aún veía a Anna? Su teléfono comenzó a vibrar de nuevo, y esta vez, contestó.

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Tomó aire y se recordó actuar natural. Pero justo cuando se acercó a él, Anna se materializó, su mano para llegar a la de Zep. Podía ver a Zep hablar con Anna, su rostro casi culpable. Los labios rosados de Anna estaban fruncidos de ira. Deslizó su mano de Zep y gesticuló frenéticamente, y para consternación de Vanessa, Zep agarró su mano y la sostuvo. Lo siento, dijeron sus labios.

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Ella bajó la mano, dejando que su llamada telefónica fuera al correo de voz mientras caminaba hacia él. ¡Hola Zep! se dijo a sí misma, practicando, y luego negó con la cabeza. Recibí tu nota, susurró en un tono sexy, pero eso sonaba tonto.

—¿Vanessa? —Ante la voz chillona de su madre, Vanessa apartó el teléfono de su oreja—. ¿Eres tú? ¿Por qué tardaste tanto en responder? —No segura de qué decir, Vanessa se quedó allí—. Vanessa, ¿estás ahí? —La pequeña voz de su madre hizo eco a través del teléfono—. ¿Por qué no dices nada? Vanessa tragó saliva, intentando parecer tranquila, como alguien que no acababa de ver al chico que le gustaba sostener la mano de otra chica. Como alguien que no estaba a punto de ir a ver al coreógrafo principal para ser expulsada de la más prestigiosa escuela de ballet en los Estados Unidos. Expulsada, pensó, con la garganta de repente sepa. ¿Era eso siquiera posible? —¡Vanessa! —Chilló su madre. —Sí, estoy aquí, Mamá —dijo—. Tenía mala conexión. Pero su madre apenas la escuchó. —He estado llamando y llamando, pero nunca contestaste. ¿Qué está pasando? ¿Está todo bien? —Deja de preocuparte. Todo va bien. Siento no haberte llamado de vuelta, he estado ocupada. Anunciaron lo que estaremos presentando en el ballet y será El Pájaro de Fuego10. —¿El Pájaro de Fuego? —Dijo su madre—. ¿El mismo en el que iba a estar Margaret? —Antes de que Vanessa pudiera responder, su madre continuó—. No has sido reclutada todavía, ¿verdad? —No, todavía no... —Vanessa bajó la voz.

—Bueno, tal vez sea para mejor —dijo ella—. Tienes que concentrarte en tus tareas escolares. ¿Cómo va eso, por cierto?

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—Está bien.

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Esto pareció animar a su madre.

10El

Pájaro de Fuego: L'Oiseau de feu, es un ballet de 1910 de Ígor Stravinski basado en historias folclóricas rusas sobre un ave mágica de brillo intenso que es tanto una bendición como una maldición para su captor.

—Suenas molesta —dijo su madre—. Sabes que puedes volver a casa en cualquier momento. Cuando estés lista. Si no eres reclutada, siempre podemos inscribirte en la escuela pública de aquí. Los profesores son maravillosos. Me encontré con uno de ellos en el supermercado el otro día, y empezó a hablarme de su plan de estudio para los de primer año… —Mamá, estoy bien aquí. Las cosas van muy bien. —¿Qué has dicho? Suena como si estuvieras bajando por las escaleras. —Dije que las cosas van muy bien. Estoy… estoy yendo al estudio. Para practicar mis ejercicios —mintió Vanessa. —¿Ejercicios? Tal vez deberías tomar un descanso. Ve a la biblioteca. —Está bien, Mamá, mantendré esto en mente —dijo ella. Después de decir adiós, colgó. Vanessa se quedó mirando a su teléfono. Aún sin respuesta de Elly. Rápidamente, marcó su número y escuchó mientras sonaba, una vez, dos veces, tres veces. A continuación, el dulce sonido del acento sureño de Elly, diciendo que no estaba disponible para tomar su llamada. —Elly, soy yo, Vanessa. Sólo quería asegurarme de que estás bien. No tienes que explicarte ni nada. Sólo quiero saber que estás bien. — Vanessa vaciló, como si estuviera esperando a que Elly la interrumpiera. Como no lo hizo, colgó.

—¿Josef? —Dijo, con voz temblorosa. Cuando nadie respondió, abrió la puerta.

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La oficina estaba extrañamente quieta. Una bruma espesa flotaba en el aire, y el olor acre del humo le hizo cosquillas en la nariz. Las persianas estaban bajadas, a excepción de la luz que provenía de una vieja lámpara, la cual brillaba en la esquina como si su bulbo estuviera a punto de quemarse.

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La oficina de Josef estaba incorporada en el primer piso de la sala principal. La puerta de madera oscura estaba abierta cuando llegó, una tenue luz emanando de su interior. Capturando la visión de un desordenado escritorio cubierto de papeles, llamó a la puerta.

Vanessa dio un paso adentro, todavía sosteniendo su teléfono celular. Las paredes estaban cubiertas con fotografías en blanco y negro de Josef como un joven bailarín y posters autografiados por famosos bailarines. Vio un archivador de madera cuyo primer cajón estaba entreabierto, dejando al descubierto una hilera de archivos. Archivos de alumnos, pensó. Por un breve momento consideró buscar el suyo, pero luego volvió en sí. Josef podía entrar en cualquier momento. La parte superior del archivador estaba lleno de trofeos cubiertos por una capa de polvo. Los estudió, hasta que notó una puerta que conducía a una habitación oscura llena de libros. Una biblioteca, pensó, y por curiosidad, probó el picaporte. Estaba cerrada con llave. Se volvió hacia el escritorio, detrás del cual había un alto reloj de péndulo, cuando se dio cuenta de que el olor a humo se había vuelto más fuerte. En el escritorio de Josef, varios y extraños bloques de colofonia estaban apilados junto a un cuaderno de dibujo y un metrónomo. Se veían casi como la colofonia que Vanessa frotaba en sus zapatillas de ballet, excepto que estos eran más oscuros, casi de color ámbar y transparente. Vanessa miró por encima del hombro para asegurarse de que nadie estaba mirando, entonces cogió uno de los bloques. Era más pesado de lo que esperaba, y pegajoso al tacto. Pellizcándolo con dos dedos, lo levantó y lo olió. Su nariz estaba abrumada con el hedor a humo de la sabia ardiente. Apartándolo, Vanessa sintió la punzada de un estornudo. Arrugó la nariz y cerró los ojos, deseando que pasase. —Por favor, no juegues con mis cosas. El corazón de Vanessa casi se detuvo.

—No quise tocar nada. No sé en qué estaba pensando. Lo siento mucho. El rostro de Josef se suavizó.

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Ella dejó caer la colofonia sobre el escritorio y retrocedió.

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Josef estaba de pie delante de ella, con el rostro contraído por la ira que había visto una vez antes, cuando Elly interrumpió el ensayo.

—Está bien. —Él caminó hacia el otro lado del escritorio—. Por favor. Siéntate. —Señaló a una silla frente a la suya. Esperó hasta que Vanessa se hubo instalado en antes de sentarse. Un caballero correcto, habría dicho su madre. —Vanessa —dijo, echándose hacia atrás en su silla, la que crujió bajo él—. Vanessa. ¿Qué vamos a hacer contigo? —¿Qué—qué quiere decir? —Conocí a tu hermana, ya sabes. Margaret. Vanessa se agarró a los brazos de la silla. A pesar de que sabía que Josef tuvo que haber trabajado con Margaret, la mención de su nombre lo hizo de repente real. Casi podía imaginar a Margaret sentada en el asiento exacto en que ella estaba ahora, con las piernas cruzadas con recato, sus ojos mirando nerviosamente el balanceo del reloj de péndulo. —Ella era una hermosa… no, una maravillosa bailarina. Tan frágil. Parecía un milagro que una criatura tan delicada pudiera agitar el aire de la forma en que ella lo hacía. Vanessa no dijo nada, a pesar de que sabía exactamente de lo que Josef estaba hablando. Todo lo que podía pensar era en su hermana, la forma en que sus delgados tobillos parecía que fueran a romperse cada vez que saltaba. Pero de alguna manera nunca lo hacían.

—Debes estar preguntándote por qué te he llamado aquí. Vanessa le dio una leve inclinación de cabeza. —Te he estado observando.

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Vanessa parpadeó, sus ojos repentinamente acuosos con recuerdos.

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—Eso es lo que se supone que hace el ballet —dijo Josef, como si hubiera leído sus pensamientos—. Hacer lo imposible parecer posible. Tu hermana estaba casi allí. Casi nos hizo creer... —Dejó que su voz se apagara—. Ah, pero por supuesto que lo sabes.

Vanessa sintió que su corazón caía. Así que la había visto en el teatro. —Tu forma es perfecta, claramente has practicado todos tus pasos, sin embargo, cuando los realizas, es como si fueran naturales, para nada coreografiados, fluyendo de ti como el aliento. Incluso tus ejercicios de barra parecen arte. Los labios de Vanessa se entreabrieron con incredulidad. ¿Acaba de escuchar lo que pensó que había escuchado? —Las piernas, —dijo, señalando a sus muslos musculosos—. La mirada salvaje en tus ojos. El cabello. Bailas como si fueras un animal salvaje. —Él negó con la cabeza—. No eres como tu hermana, sino que podrías ser mejor. Creo… —Elevó su dedo—. Creo que podrías ser tremenda. Aterradora, pero tremenda. Sus ojos oscuros se posaron en ella, a la espera de su respuesta, pero todo lo que Vanessa se las arregló para decir fue un ronco: —¿Qué? Josef se echó a reír. —¿Tú no lo crees así? —No… yo… es solo que pensé que me iba a expulsar. Josef levantó las cejas con diversión.

—El Pájaro de Fuego habría sido el papel de Margaret, de haber permanecido en NYBA. Sé que dije a la clase que la mayoría de los papeles irían a los alumnos de segundo ciclo, pero todavía estoy en busca de una bailarina líder.

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Avergonzada, Vanessa se quedó mirando su regazo. ¿Cómo pudo él haber visto todo eso?

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—¿Expulsarte? —Dejó escapar una risita—. ¿Ves? Margaret nunca me habría dicho esto. Tú eres feroz. —Se puso de pie, cerniéndose sobre ella—. Pero eres feroz en el camino equivocado. Tienes pasión por la vida, pero no por la danza. No lo niegues, lo puedo ver en tu rostro. No la amas como los otros lo hacen.

El corazón de Vanessa se saltó un latido. Inexplicablemente, sus pensamientos parpadearon a Zep, su rostro anguloso, su figura alta y musculosa. —Tu baile es impresionante para tu edad, pero incluso tu forma perfecta no puede ocultar la falta de pasión. En ese sentido, tienes un largo camino por recorrer antes de llenar los zapatos de tu hermana. Es casi como si no te importase. Vanessa se hundió en su silla, con toda la esperanza disipándose de su pecho. —Pero si, de alguna manera, encuentras una manera de trascender en ti misma durante las próximas semanas, y dejas que la danza te llene con la clase de pasión que una bailarina líder debe aprovechar dentro de ella, estaría encantado de considerarte para un papel en el ballet. ¿Un papel en El Pájaro de Fuego? ¿Teniendo en cuenta que llegó a la oficina de Josef preparándose para ser expulsada? —Gracias, Josef —dijo ella, sonriendo—. Yo—Yo sólo tengo un montón de cosas en la cabeza. Pero puedo dejarlas ir; sé que puedo. —No tienes que dejarlas ir —dijo Josef—. Sólo tienes que usarlas. Para nosotros, la vida y la danza no están separadas. Bailar es tu vida. —Correcto —dijo Vanessa—. Voy a hacer mi mejor esfuerzo. —Bueno —dijo él mientras ella retrocedía hacia el pasillo—. Tengo ganas de verlo.

—¡Shh! —Regañó una secretaria mientras caminaba por él, llevando una pila de archivos. Pero a Vanessa no le importó. Subió corriendo las escaleras, tratando de imaginar la mirada en los rostros de sus amigos cuando les dijera lo que había sucedido.

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—¡Sí!

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Después de que la puerta se cerrase detrás de ella, Vanessa corrió por el pasillo, incapaz de contener su emoción por más tiempo, y dejó escapar un sonoro:

Pero a mitad de camino hacia el dormitorio, redujo la velocidad hasta detenerse. Algo faltaba. Revisó su bolso, y su cartera e ID estaban allí. Fue entonces cuando se dio cuenta. Su teléfono celular. Ella lo había estado sosteniendo cuando entró en la oficina de Josef. Probablemente lo había dejado sobre el escritorio cuando cogió la colofonia de ámbar. Se dirigió a la planta baja otra vez, y estaba a punto de llamar a la puerta cuando oyó voces apagadas. Acercándose más, apretó la oreja contra la puerta. —¿Y qué hay de Vanessa? —Dijo una mujer. Vanessa reconoció la voz de Hilda. —Ella no es perfecta —dijo Josef—. Pero tiene verdadero potencial. —Sus pasos son un poco apresurados —dijo Hilda—. Esto hace que me pregunte si su corazón está en ello, o si solo está corriendo a través de los movimientos. —Después de mi conversación con ella hoy, creo que las cosas van a ser diferentes —dijo Josef. Hilda gruñó. —Siempre dices lo mismo. —Vanessa es diferente. Puedo sentirlo. Ella tiene un fuego dentro.

—Espera —dijo Hilda—. Escuché algo. Desde el interior, una silla crujió. El teléfono celular de Vanessa tendría que esperar. El sonido de la renqueante marcha de Hilda se acercaba. Sin hacer ruido, Vanessa se

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—No, es algo más. Ha habido muchos que no han estado a la altura de su potencial. Como Helen. Toda una decepción. Sólo espero que Vanessa no vaya a salir igual que su hermana —dijo Josef, su voz repentinamente amarga. Sobresaltada, Vanessa jadeó y se puso rígida. Josef había escupido las palabras como si detestara a Margaret.

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—Eso es sólo su cabello, —dijo Hilda con una carcajada.

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deslizó alrededor de la esquina hacia un rincón sombreado por el armario del conserje, donde sólo pudo ver cómo Hilda abrió la puerta, mirando hacia la izquierda, y luego a la derecha. Vanessa se apretó contra la pared y contuvo la respiración. Al otro lado del camino, un grupo de estudiantes deambulaba, gritando y riendo. Hilda les dirigió una mirada de mal humor antes de retirarse al interior de la oficina de Josef, cerrando la puerta detrás de ella.

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Capítulo 9+ Traducido por Apolineah17 y Drys Corregido por katiliz94

Mientras septiembre se convertía en octubre, los árboles que bordeaban Broadway se volvieron de un rojo ardiente, formando un brillante follaje sobre la acera. Vanessa y Steffie caminaban por debajo de ellos en una fresca brisa otoñal, cada una bebiendo a sorbos un té helado. El mes pasado cuando Elly desapareció, las hojas aún habían sido verdes. Vanessa todavía no podía entender por qué Elly se había ido tan de repente sin despedirse. ¿Por qué no le dijo cómo se había estado sintiendo? Vanessa la había llamado y enviado mensajes de textos docenas de veces, dejándole mensajes de voz hasta que el buzón estuvo lleno. Le había enviado correos electrónicos y mensajes privados en Facebook, todos ellos, sin respuesta. —A veces me pregunto si incluso éramos verdaderas amigas — dijo Vanessa—. Tal vez nunca conocimos a la verdadera Elly. —No digas eso —dijo Steffie—. Por supuesto que la conocíamos.

Vanessa tomó un sorbo de su té, insatisfecha. Las palabras de Steffie tenían sentido, pero aun así no explicaban la desaparición de Elly.

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—Creo que está en un mal lugar en este momento. Quiero decir, ni siquiera ha actualizado su página de Facebook desde que se fue. ¿Puedes imaginarte dejar de bailar? Sería como empezar de nuevo.

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—Entonces, ¿por qué no confió en nosotras lo suficiente para contarnoslo? —dijo Vanessa, recordando cómo se había sentido cuando Margaret había desaparecido.

—Mira esto —dijo Steffie, atrapando una hoja naranja y girándola por su tallo—. Incluso los árboles están empezando a recordarme al Pájaro de Fuego y en cómo no voy a ir a la audición. Es como si toda la ciudad estuviera tratando de estresarme. —Sé lo que quieres decir —dijo Vanessa, manteniendo el equilibrio sobre el bordillo de la acera, con los ojos desviándose a través de la multitud—. Sigo teniendo esos sueños retorcidos en los que Josef me selecciona para un papel, pero justo antes de que se supone que me presente en la noche de estreno, me convierto en una paloma. —No mencionó los otros sueños de Zep, deslizando una nota debajo de su puerta, diciéndole que se encuentre con él en el estudio, donde la tomará en sus brazos y luego… Porque la realidad era que habían pasado más de dos semanas y Zep todavía no había hablado con ella. Había esperado que él al menos la saludara, pero cada vez que lo vio en los pasillos había estado con Anna, quien se aferraba a su brazo mientras reían. Era como si Zep nunca le hubiera escrito la nota a Vanessa en primer lugar. Steffie se atragantó con el té, riendo. —¿Una paloma? —No es gracioso —insistió Vanessa—. Sé que es una locura, pero no puedo dejar de pensar en lo que escuché que Josef le decía a Hilda.

Steffie levantó una ceja. —¿Quieres mi sincera opinión?

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—¿Qué está escondiendo Josef? —continuó Vanessa—. Él parece saber algo sobre la desaparición de Margaret. Tal vez también sabe algo sobre la de Elly. Tienes que admitir que son similares. —Sabía que Steffie tenía que estar cansada de la conversación, pero no podía evitarlo.

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Después de que Vanessa había escapado por poco del descubrimiento fuera de la oficina de Josef, dejó su teléfono celular allí y corrió directamente hacia la habitación de Steffie, donde le contó todo. Al día siguiente después de clases, Hilda había llamado a Vanessa y le había devuelto su celular sin decir una palabra, con el rostro impenetrable.

Vanessa asintió. —Creo que estás infiriendo demasiado. Vanessa mordisqueó la pajilla, no queriendo admitir que Steffie tenía un punto. —Entonces, ¿de qué crees que estaba hablando Josef? — presionó Steffie—. ¿Qué estaba involucrado en la huida de Margaret? ¿Qué ella lo decepcionó y se la llevó lejos y que le hizo lo mismo a Elly? Vanessa había considerado todas esas cosas, hasta altas horas de la noche, dando vueltas en la cama mientras TJ roncaba. Pero ahora que Steffie las había dicho en voz alta, parecían absurdas. De repente una bocina sonó. Vanessa jadeó mientras Steffie tiraba de ella hacia la acera justo antes de que un taxi la golpeara. El conductor pisó los frenos, maldiciendo por la ventana. —¿Qué te pasa? —dijo Steffie, aflojando el agarre sobre la blusa de Vanessa—. Tienes que dejar de obsesionarte con Josef y prestar atención a tu alrededor. Vanessa tomó una respiración profunda. —Tienes razón. Steffie continuó. —Además, en todas las conversaciones que hemos tenido sobre esto, nunca has mencionado lo más emocionante que Josef dijo.

—Es verdad —dijo Vanessa—. Pero eso tampoco tiene sentido. Hay un montón de chicas aquí que son tan buenas como yo, sino es que mejores. Entonces, ¿qué es lo que Josef ve en mí?

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—¿Qué piensa que tienes potencial como bailarina? —dijo Steffie—. ¿Qué si practicas mucho podrías incluso estar en el elenco de El Pájaro de Fuego?

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Vanessa frunció el ceño, no muy segura de lo que Steffie estaba hablando.

—¡Tal vez sólo piensa que eres buena! —dijo Steffie, exasperada. Levantó las manos—. ¡Quizás cuando dijo que tenías potencial, realmente quería decir eso! —¿Quién cree que tienes potencial? —preguntó Blaine, apareciendo de repente detrás de Steffie. Llevaba una camiseta ajustada, pantalones negros y sostenía una libreta con su nombre escrito sobre ella en letras danzantes. Steffie lo ignoró. —¿Por qué todo tiene que significar algo? ¿Por qué no puedes simplemente aceptar sus palabras? Blaine se apresuró detrás de ellas. —¿De qué estáis hablando? —preguntó—. ¿Aceptar las palabras de quién? —Josef —dijo Vanessa mientras empujaban las puertas de cristal y entraban—. Y bueno —prosiguió, mirando a Steffie—. Tal vez tienes razón. Antes del inicio de la última clase, Vanessa seguía dándole vueltas a las palabras de Josef en su cabeza cuando sintió una mano sobre su hombro. Se dio la vuelta, pensado que era Steffie o TJ, sólo para ver a Zep alzándose sobre ella. Sorprendida, saltó hacia atrás, dejando caer sus libros.

Anna, susurró Vanessa en su cabeza, completando la oración.

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—No, yo lo siento —dijo, con la voz profunda y sonora—. No debería haberte sorprendido así. —Tomó sus libros entretanto los estudiantes arrastraban los pies por el pasillo alrededor de ellos—. He querido hablar contigo desde hace semanas, pero he estado muy ocupado con el baile, las clases y…

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—L—lo siento —dijo, su rostro poniéndose rojo cuando se agachó para recogerlos. Entonces sintió a Zep a su lado, sus fuertes brazos frotándose contra los suyos mientras levantaba sus cosas.

—Terminando con mi novia. —Bajó la mirada. —Oh —dijo ella, sorprendida—. N—no lo sabía. —Ahora lo sabes —dijo, con el rostro vulnerable. Estaba a punto de continuar cuando sonó la campana, señalando el inicio de la clase. Vanessa miró por encima del hombro a su profesora. —Tengo que irme —dijo—. Pero, gracias por la nota. Y por ayudarme con mis libros. Una sonrisa se extendió por su rostro mientras le entregaba a Vanessa sus cosas. —Si realmente quieres agradecermelo podrías hacerme un favor. Su mano rozó la de ella, haciendo que su pecho revoloteara. —Todo depende de lo que sea. —Encuéntrame el viernes por la noche en la fuente —dijo Zep, su mirada viajando por su cuerpo, haciéndola querer derretirse. ¿Zep estaba invitándola a salir? Vanessa abrazó sus libros contra su pecho como una armadura y él lanzó el comienzo de una sonrisa. —¿Y entonces qué? —Eso no puedo decírtelo. Simplemente tendrás que tomar el riesgo. —Suena como un favor de dos partes para mí.

Vanessa asintió. —Hasta el viernes —dijo él, con los ojos suaves. —Hasta el viernes —susurró ella.

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—Considérame en deuda contigo entonces. ¿A las ocho?

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Zep se echó a reír.

Vanessa todavía estaba tambaleándose cuando se deslizó por la puerta del salón de clases y se desplomó en el asiento al lado de Blaine y Steffie, quienes estaban discutiendo sobre cuál ballet de Balanchine11 era el mejor mientras su profesora escribía en el pizarrón. Vanessa estaba a punto de contarles sobre su encuentro con Zep cuando TJ se apresuró a entrar por la puerta y tomó el asiento vacío a su lado. —¿No lo habéis visto aún? —dijo. Steffie y Blaine dejaron de hablar. —¿Ver qué? —preguntó Steffie. —El mensaje de Elly. —¿De verdad? —preguntó Vanessa. —¿Dónde? —intervino Blaine. TJ sacó su teléfono para mostrarles el correo electrónico. Fue enviado a todos ellos como grupo.

Hola, chicos. Lo siento por no haberos escrito antes. Estaba abrumada y melancólica, sabía que iba a ser más fácil irme sin decir adiós. Estoy tratando de vivir una vida normal ahora mismo, lo que significa dejar la danza y el NYBA detrás. Si pudierais ayudarme a hacer esto no poniéndoos en contacto conmigo y recordándome todo lo que he abandonado, os lo agradecería mucho. Atentamente.

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George Balanchine maestro de ballet, fue uno de los coreógrafos más

destacados del ballet estadounidense, y uno de fundadores del estilo neoclásico. Su obra crea un puente entre el ballet clásico y el ballet moderno.

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Ninguno de ellos habló mientras leían y releían su mensaje. Era extraño, enigmático; sonaba como ella, pero luego no lo hacía.

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Elly.

—Realmente debe estar descontrolada —dijo Blaine, con la voz inusualmente sombría—. Sabía lo mal que estaba después de que Josef la reprendiera, pero no me di cuenta de que fuera tan malo. —¿Por qué no nos lo dijo? —Comentó TJ, apoyándose en su asiento—. Podríamos haberla ayudado. —Tal vez simplemente no era adecuado para ella estar aquí — dijo Steffie pensativamente—. Josef dijo que muchas personas desertan cada año. —Pero ella era buena —dijo Vanessa pensando en Margaret—. Quería muchísimo ser una bailarina. —De todos modos mucha gente lo hace —dijo Steffie—. Y, sin embargo, nosotros somos los que aún estamos aquí. —A pesar de que Vanessa sabía que lo que estaba diciendo Steffie tenía sentido, algo acerca de la nota de Elly no se sentía bien. Su profesora de inglés se dio la vuelta y levantó la mano para silenciarlos a todos. La Señora Jasper era una mujer elegante, con un rostro largo y cabello ondulado y gris ceniza que le recordaba a Vanessa el crin de un caballo. —Mito y significado —dijo en un tono aristocrático—. Juntos, forman la columna vertebral de todas las historias, los dramas y los personajes que alguna vez han pisado el escenario y nos han encantado con el volante de una falda o una hermosa pierna torneada. —Se puso de pie detrás de su escritorio, mirando a la clase sobre su nariz inclinada—. Después de todo, la historia y los personajes no son más que partes del mito. ¿No?

Le lanzó a la Señora Jasper una mirada despreocupada, apenas reconociendo su tardanza.

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Justin entró, su bufanda colgaba suelta alrededor de su cuello, con un lápiz metido detrás de su oreja. No llevaba bolso o libros. Los gemelos Fratelli se arrastraron detrás de él, sus dominantes figuras llenando el umbral de la puerta.

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Continuó sermoneando sobre la historia de la mitología y sobre cómo ésta dio luz al teatro y al drama, hasta que la puerta se abrió.

—Estábamos con Hilda —dijo, y le entregó una nota. La Señora Jasper la leyó por encima, le dio a él un rígido asentimiento y luego se dio la vuelta hacia la pizarra. Justin miro alrededor del salón, buscando un asiento, hasta que sus fríos ojos azules se detuvieron sobre Vanessa. Rápidamente, ella bajó la mirada. Todo sobre Justin le molestaba, desde su cabello despeinado por el viento hasta la manera arrogante con la que se pavoneaba en el salón, como si fuera mejor que todos los demás. No tenía el misterioso encanto de Zep. Como si supiera lo que estaba pensando de él, se sentó justo detrás de ella, con los gemelos Fratelli a sus costados como sus guardaespaldas. Vanessa se removió en su asiento. —Bonita libreta —dijo por encima de su hombro. Vanessa se dio la vuelta, sólo para encontrarse tan cerca de Justin que respiró el olor de su piel, olía a limpio, como el sol elevándose sobre el océano. Vanessa sintió que se sonrojaba y apartó la mirada, tratando de ignorar la franja de piel asomándose desde el cuello de su camisa. A ella no le gustaba eso, se recordó. No le gustaba él. —Por lo menos tengo una libreta —dijo y se giró sobre una página en blanco mientras Justin estiraba las piernas debajo de su silla. Ella frunció el ceño y arrastró su silla hacia adelante—. ¿Por qué estás aquí? ¿No eres un estudiante de último año? —En madurez, sí. En grado, no. —¿Qué quieres decir? Se supone que estás en el mismo año que mi hermana.

En ese momento, Vanessa se volvió hacia él. —Ella no se tomó un permiso de ausencia. Ella huyó… —Lo sé, lo sé. Estoy bromeando.

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tomó.

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—Me tomé un permiso de ausencia. Algo así como el que ella

Vanessa lo miró con desdén. —Es mi hermana desaparecida de la que estás haciendo bromas, no de cualquier chica al azar. La sonrisa en el rostro de Justin se desvaneció. —Lo siento. Vanessa miró de frente a la pizarra. Justin se inclinó hacia adelante y dijo—: Por favor acepta mis disculpas. Ella se concentró en la pizarra, ignorándolo. Justin insistió. —Si debes saber, estuve lesionado durante mi primer año, por las mismas fechas que tu hermana huyo. Fui a una fiesta, tome mucho, y de alguna forma me caí y me fracture el tobillo. Vanessa puso los ojos en blanco. —Típico. Justin hizo una pausa.

Escucha lo que te estoy intentando decir, rogaban. Mírame. El agarre de Vanessa en su pluma se aflojó, y la atrapo justo antes de que callera al suelo. ¿Por qué debería compadecerse por él? Ella lo sintió mirarla durante el resto de la clase.

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Había algo acerca de la forma en que dijo —contigo— su voz amable y anhelante, y por un momento, ella volteó permitiendo a sus ojos encontrar los de él. Eran de un muy profundo azul acuoso; parecían pelearse con ella.

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—Deje la escuela y pase los últimos tres años en terapia física. En ese tiempo estudie la academia en casa. Le rogué a la academia que me aceptara de vuelta. Amablemente lo hicieron, pero solo aceptaron unos cuantos cursos de mis estudios en casa para los créditos para la graduación. Así que en algunas clases tuve que empezar de nuevo y es por eso que estoy aquí contigo.

—Para vuestra primera tarea importante, —dijo la Señora Jasper, justo antes de que sonara el timbre—, cada uno escribirá un reporte sobre una historia mitológica, investigando sus orígenes, sus significados y sus equivalentes en otras mitologías. —Miró el reloj—. Nos quedan cinco minutos de clase. ¿Alguien tiene una idea de que podríais escribir? Espero por voluntarios, pero nadie levantó la mano. —¿Alguien? —Intentó. Vanessa miró los garabatos que dibujaba en los márgenes de su libreta. Un par de zapatillas de ballet. El nombre de su hermana. Un ave volando fuera de la ventana en el cielo abierto. Se fue. Sin darse cuenta lo que hacía, levantó la mano. La Señora Jasper sonrió. —Sí, Vanessa. ¿Sobre qué estás pensando escribir? —El Pájaro de Fuego —dijo ella. —Qué idea tan maravillosa. —Dijo la Señora Jasper, apretando sus manos juntas—. Estoy segura que a todos nos encantaría aprender más sobre la producción de este año. ¿Tal vez cuando termines, consideres presentarlo a la clase? —Claro, —dijo Vanessa. Detrás de ella, Justin dejo escapar una odiosa risa.

—Soy una persona complicada —dijo Justin con un destello en los ojos—, lleno de paradojas. Vanessa dejó escapar una risa.

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—Me acabas de decir que gastaste tres años en terapia física y luego rogaste a Josef e Hilda que te aceptaran de vuelta, ¿y ahora me estás diciendo que no estás tratando de ser un mejor bailarín?

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—¿Te das cuenta que leer en voz alta sobre mitología no te va a ayudar a ser una mejor bailarina?

—¿Complicado? Oh claro, Porque eres un sensible bailarín en recuperación y un insensible idiota que es muy genial como para llegar a tiempo a clase. O abotonarse la camisa o cortarse el pelo. —Sus palabras salieron más afiladas de lo que pretendía, y por el más breve momento, ella creyó verlo acobardarse. —Esa es un magnifica lupa bajo la que me pones, —dijo él quedamente—. Solo espero que la uses en todos los demás que te encuentres aquí también. Vanessa se calló por un momento, insegura de lo que él quería decir. —¿Te estás burlando de mí? Su rostro estaba calmado, impenetrable. —No. —¿Entonces por qué estás aquí, si no estás tratando de ser un bailarín? —Pareces creer que sabes mucho sobre mí —dijo Justin, dirigiéndose hacia la puerta—. Así que, ¿por qué no lo descubres por ti misma?

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Sé que no quieres oír de nosotros, pero solo quiero decirte que me alegro que estés bien. Si alguna vez quieres hablar solo házmelo saber. Aquí estoy.

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Con amor, Vanessa

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Vanessa empujó las palabras de Justin fuera de su mente mientras deslizaba su iPad en su regazó para escribir un e—mail a Elly. Empezó con el cursor parpadeante, tratando de decidir que decir. Finalmente escribió una breve nota.

Trato de desechar a Justin de sus pensamientos en su clase de la tarde, pero era imposible cuando cada vez que doblaba un plié, veía su cabeza flotando enfrente de ella, lejos sobre todos los otros alumnos de primero, y cada vez que extendía los brazos en un écarté, veía sus ojos pesados estudiándola en el espejo. —Y un—dos—tres, un—dos—tres —dijo Hilda, caminando por la línea de bailarines, usando un delgado palo para colocar sus piernas, sus espaldas y sus brazos en posición—. Y levantad, —dijo—. ¡Y sostened! Vanessa extendió la pierna hacia atrás. Arriba a la cabeza pudo ver a Hilda golpeando su palo contra el muslo de TJ. —¡Tiemblas mucho! —dijo Hilda—. Se supone que lo hagas parecer fácil, no difícil. Hilda pasó a Blaine, quien trataba de que no viera el dolor en su rostro mientras mantenía la posición, en su forma perfecta. Era muy facial olvidar cuan fuerte bailarín era él cuando estaban fuera del estudio, ya que el haría lo que fuera para enmascarar el gran esfuerzo que ponía bailando. Nunca hablaba acerca de practicar horas después o acerca del tiempo que perdía repasando sus pasos, aunque Vanessa sabía que tenía que estar trabajando tanto como ella. —Más alto, —ladró Hilda a una de las chicas—. Mete tripa. Empunta el pie. ¡Intenta por una vez parecer ligera! Cuando finalmente llego a Vanessa, se paró. —Bien, —dijo, su mirada siguiendo el giro de la pierna de Vanessa—. Ahora uno—dos—tres, uno—dos—tres. Fouetté.

Vanessa siguió sus órdenes, sintiendo su peso en sus piensas mientras daba vueltas, jirones de cabello se pegaban a su sien mientras inclinaba su cuerpo lejos de la barra, arqueando el cuello en una dramática inclinación.

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—Bien, —dijo Hilda—. Y otra vez.

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Vanessa giro en la barra, apuntando, el cuarto alrededor de ella difuminándose hasta que pudo ver los ojos brillantes de Hilda observándola atentamente.

En el espejo podía ver a Justin burlándose de ella mientras Hilda tomaba un paso atrás para observar a Steffie. Hilda gruñó con disgusto. —Muy rígido, —le remarcó a Garret, el compañero de laboratorio de Blaine—. Demasiado artificial. Finalmente, golpeó el palo contra la barra. —¡Alto! Todos parad. Todos estáis bailando como strúdeles rancios. Vanessa suprimió su urgencia de reír, cuando vio que Hilda trataba de ser graciosa. Hilda estrechó los ojos. —Excepto una. Quiero que todos veáis a Vanessa, y veáis como una bailarina puede forzar sus extremidades hacia la sumisión. Vanessa se mordió el labio, tratando de ocultarlo con una sonrisa, cuando hoyo un gruñido de una chica en la esquina del cuarto. En el espejo podía ver a TJ. Incluso Steffie se había separado de la barrera y estaba limpiando el sudor de su frente, viéndose ligeramente impaciente. El único que no parecía molesto era Blaine. Él no correspondió cuando TJ volteé los ojos hacia él. En vez de eso, contuvo el aliento y estudió a Vanessa, esperando ver como su figura podría ayudar a la suya. —Ahora la cuarta posición, —le dijo Hilda a Vanessa. Tomando aliento Vanessa miró todo recto, tratando de evitar las perforadoras miradas de sus compañeros de clase, y empezó a bailar.

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—No me malinterpretes, te quiero, y sé que no quieres ser la mascota de tu maestra, pero tu técnica es perfecta —dijo TJ entre sorbos de su botella de agua, mientras caminaban los pasos hacia su dormitorio. Su leotardo negro estaba manchado con sudor—. Somos el resto de nosotros los que necesitamos ayuda. Así que ¿por qué Hilda la estirada no nos está poniendo atención?

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Vanessa se colgó la mochila sobre el hombro opuesto y se acomodó el pelo detrás de la oreja. No sabía que decir. Por un lado no podía evitar sentirse abrumada de que Hilda pensase que ella era la mejor, y a una pequeña parte de Vanessa le gustaba pensar que merecía los elogios. Pero por otro lado no quería que la gente pensara que era una lame botas. —¿Qué quieres que haga? —dijo Vanessa buscando a Blaine por ayuda—. No estoy pidiendo esto. Solo estoy bailando. —No te preocupes chica, yo estoy de tu lado—dijo Blaine, con la cara aun sonrojada—. Nunca se me habría ocurrido aquella última combinación de pasos sin verla primero. Es por eso de ese giro de la muñeca, —se volteó hacia TJ y Steffie—. Chicas tal vez si no le estuvieseis volteando tanto los ojos, aprenderíais algo de Vanessa. —Lo sabemos, lo sabemos, —dijo TJ—. ¿Tal vez podrías arruinarlo un poco de vez en cuando? Danos al resto una oportunidad. Vanessa observó la sucia carpeta del pasillo del dormitorio. —Supongo que podría… —Estoy bromeando, —dijo TJ picándola—. Es Hilda con la que estamos enfadados. —Obviamente están considerando a Vanessa para el rol El Pájaro de Fuego, —dijo Blaine—. ¿Por qué más la observarían tan de cerca? —¿Qué? —grito Steffie—. No puede ser —Ugh, lo retiro —replico TJ—. Si te odio.

—Solo quiero decir que es imposible. Somos de primero. Somos muy jóvenes para ser probados —dijo TJ. —Habla por ti misma —dijo Blaine—. Voy a asegurarme de ser probado para algo mejor que cadáveres. Incluso si significa ir abajo a la oficina de Josef y lavar su ropa.

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—Umm gracias chicos.

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Vanessa alzó una ceja, sintiéndose extrañamente culpable.

—Yo haré eso y más, —dijo TJ levantando una seductiva ceja. Steffie sonrió y rebuscó en su bolso. —Oh Vanessa quería darte esto. Sostuvo un arrugado pedazo de papel. En lo alto las palabras decían: LISTADO DE CASTING. El color se drenó de la cara de Blaine. —Eso no es lo que creo que es, —se la quitó a Steffie—. ¿Cómo conseguiste la lista de reparto? Pensé que no sería publicada hasta la siguiente semana. —No lo hice, —dijo Steffie, tomándola de vuelta—. Es una lista vieja, de cuando hicieron El Pájaro de Fuego hace tres años. Y es para Vanessa. Vanessa se puso rígida. —Pero nunca fue puesta en escena, —dijo Steffie suavemente, mirando directamente a Vanessa—. La bailarina principal dejó la academia sin dar aviso. Aunque tenía una suplente, Josef canceló toda la producción en una rabieta. Escuché a alguien de un curso superior hablando de ello. Suena como que realmente se descarriló. —¿Cómo encontraste la lista de reparto? —dijo Vanessa. —Estaba haciendo un proyecto para mi clase de periodismo y me lo encontré. Pero creo que te ayudaría para…. —Steffie se detuvo—. Para tu reporte de El Pájaro de Fuego. ¿Tal vez vale la pena preguntarles a algunos de los bailarines más mayores?

Toco con el dedo el nombre de su hermana, pero cuando lo levantó, su sudor había corrido la tinta por la página. Se le escapó un jadeo sordo. El nombre de Margaret estaba borroso, Las letras apenas visibles. Todo lo que quedaba era Alder, como si el destino ya hubiera

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Alder, Margaret…………………………………….. El Pájaro de Fuego

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Vanessa tomó el papel y escaneó el listado.

solo

lo

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vacío

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borrado a su hermana, dejando un espacio suficientemente grande para que Vanessa lo llenase.

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Capítulo 10+ Traducido por JGHerondale y SOS Sandra289 Corregido por katiliz94

Vanessa enrolló un par de medias, apretando los hombros mientras se deslizaba en un vestido, cerrando la cremallera hasta arriba. Rápidamente, se pasó un peine por el pelo, domesticándolo con un pasador. Sus mejillas estaban sonrojadas. Se aplicó un poco de maquillaje, una capa de brillo en los labios —muack— y estaba lista. Se inspeccionó en el espejo, y, alisándose el cabello por última vez, miró el reloj. Un minuto pasadas las ocho. Llegaba tarde. Tomando su bolso, corrió fuera de la puerta. Una parte de ella no creía que él realmente aparecería, que había planeado toda la cita en su cabeza o que de alguna manera huiría de ella, de la misma manera que su nota lo había hecho. Pero cuando llegó a la fuente en el medio del Lincoln Center Plaza, ahí estaba él, su silueta tan real como el agua brillante que caía detrás de él en gotas, su cuerpo delgado empaquetado en un traje negro elegante como un regalo. Estaba de espaldas a Vanessa, sus manos descansando casualmente en sus bolsillos.

—Vanessa, —dijo él, asimilándola—. Luces... —Sus ojos la recorrieron mientras buscaba la palabra correcta—. Fuera de este mundo. Ella sonrió, agradecida por la oscuridad, él no podría ver su sonrojo. Empujó un mechón de cabello fuera de su cara.

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Él se dio la vuelta, la luz atrapando su cara con un brillo de calidez.

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—Zep, —dijo ella, y llegó hasta tocar su hombro.

—¿Yo? —dijo con una carcajada—. No, solo soy una chica normal que vino a Nueva York para convertirse en bailarina. Zep rió. —Entonces, ¿eso significa que no tendrás pensado tener solo una regular noche de viernes en Nueva York conmigo? Vanessa sonrió y negó con la cabeza, luego sintió que alguien la miraba cruzando la plaza. Justin. —Bien, —dijo Zep, y se volvió hacia Broadway. Pero Vanessa no lo siguió. Justin se quedó debajo de las luces, su mirada firme y casi melancólica, como si verla con Zep lo hubiera congelado en el lugar. Zep le dio una mirada interrogante. —¿Está todo bien? Vanessa sintió una oleada de culpa a la vez que Justin le daba la espalda y se alejó. Pero ¿por qué? Ella no le debía nada. Miro a Zep y sonrió. —Entonces, ¿a donde vamos a ir? —Oh, —dijo Zep con un brillo travieso en los ojos—. A un lugar normal.

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El vagón se estremeció en un comienzo, y de repente Vanessa se sintió viva. Se agarró al poste mientras se apresuraban al centro, las ruedas chirriando contra los rieles, haciendo que todos se balancearan de atrás hacia adelante en una lenta y coreografiada danza. Las puertas se abrieron, y tres hombres con guitarras y sombreros abordaron y comenzaron a canturrear en español, su música deslizándose a la vez que el tren arrojaba a todos alrededor de una curva. Vanessa chocó

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Guió a Vanessa cruzando la calle, por las escaleras, y en el metro, en el que se escurrieron en un tren lleno de gente. Música y charla llenaron el coche, junto con lápiz labial, tacones altos, pendientes grandes, mochilas y zapatillas de deporte. La gente empujó detrás de ellos, presionando a Vanessa contra el pecho de Zep.

con Zep, quien la atrapo justo antes de que ella cayera al suelo, su mano firme alrededor de su cintura como si estuvieran emparejados en un dueto. —¿Estás bien? —preguntó él, sus labios tan cerca que ella casi podía saborear sus palabras. Vanessa estaba a punto de asentir cuando una sacudida del tren los separó, empujándola hacia uno de los guitarristas. —¡Lo siento! —dijo. Zep cerró su mano sobre la de ella en el poste, sosteniéndola constantemente hasta que el tren a su alrededor pareció desdibujarse y los últimos vestigios de Justin se deslizaron fuera de su mente.

+= Se bajaron en el West Village, donde las sinuosas y estrechas calles estaban llenas de restaurantes, bares y camiones de comida, las aceras atestadas de gente. Todo el mundo parecía feliz. —Esto no es nada como el Lincoln Center, —dijo Vanessa. —Lo sé. Hay tantas diferentes Nueva Yorks como hay barrios, — dijo Zep, y tomó su mano—. ¡Vamos!

Sorprendida, Vanessa contempló el letrero de neón y luego a través de las ventanas a los mostradores rojos, las pilas de servilletas, las cocteleras de orégano y pimiento rojo, los hombres en delantales preparando la masa en el aire y manejando el horno, cubiertos de sudor en sus sienes.

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—Esto es, —dijo él, dirigiéndola hacia una pequeña pizzería con una fila de personas fuera de la puerta—, es lo mejor en Nueva York.

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La calidez de sus dedos cerrándose alrededor de los de ella hizo que sus piernas se sintieran débiles. Las obligó a moverse mientras él tiraba de ella por un laberinto de calles. Después de la cuarta vuelta, renunció a seguir la pista de hacia dónde se dirigían. Él finalmente aminoró el paso cuando alcanzaron una encantadora calle que se ramificaba de la avenida principal, sus aceras tranquilas salpicadas de farolas.

Zep la miró nerviosamente. —¿Qué te parece? El olor de tomates, queso y masa cocinada flotaba afuera, haciendo a Vanessa desmayarse. —Es perfecto. Se sentaron en un escalón por la esquina y comieron pizza, viendo la ciudad moviéndose más allá de ellos. El metro vibraba bajo sus pies; los taxis chillaban al momento en que los semáforos se volvieron rojos. La gente corrió para cruzar la calle, sólo para precipitarse hacia atrás cuando la luz cambió en medio de un sonar de bocinas de los coches. —¡Cállate!— gritó alguien desde una ventana, por lo que Zep y Vanessa rieron. Junto a ellos, las filas de personas esperaban fuera de los bares y restaurantes, la música derramándose en la noche cada vez que se abría la puerta. —Creo que me gusta Nueva York, —dijo Vanessa. Zep echó un ojo satisfecho sobre las calles llenas de gente. —A mí también. Se volvió hacia Vanessa, tomándola como si estuviera viéndola por primera vez, y una sonrisa se dibujó en su cara. Vanessa se sonrojó.

Vanessa se encogió ante la mención de otras chicas. En su mente, el pasado de Zep estaba compuesto por una sucesión interminable de altas, delgadas y bellas. En comparación, ella era esa inexperta novata que a duras había besado a un chico. ¿Qué vio en ella?

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—Ya sabes, la mayoría de las chicas no estarían bien con esto. Sentándose en un sucio escalón conmigo en el West Village y comiendo un grasiento trozo de pizza en un plato de papel. Eres diferente a todas las chicas con las que he salido.

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—¿Qué?

Zep tuvo que haberse dado cuenta de cómo ella se sintió. —Lo siento, —dijo, sonando nervioso—. Eso era un cumplido. Lo que quería decir es que nunca había conocido a una chica con la que me pudiera sentar en un escalón y seguir disfrutando de mí mismo tanto como si hubiéramos ido a un espectáculo y a un costoso restaurante. Suena absurdo, pero nunca me siento cómodo en esos lugares. Siempre estoy esperando a que me escolten fuera. Vanessa dejó salir una risa suave. —Sé a lo que te refieres. Zep tocó su mano. —Eres real, —dijo, quitando un mechón de cabello de su cara. Vanessa se derritió bajo su toque. Lo miró. —¿Lo eres tú? Zep se agarró el pecho, como si sus palabras lo hubieran apuñalado. —Por supuesto que sí. ¿Cómo puedo demostrártelo? Vanessa se mordió el labio, pretendiendo estar sumida en su pensamiento. —Podrías tener algo entre los dientes. O decir algo vergonzoso. —Puedo hacer esas cosas, —dijo él, la sonrisa desapareció de su rostro—. Pero primero, tengo una pregunta muy seria que hacerte.

Zep se inclinó hacia ella, con el rostro tan serio que hizo que se preocupara. Luego, en voz baja, dijo—: ¿Te queda algo de bebida? Porque no tengo nada. Vanessa se echó a reír y le entregó su vaso.

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—Está bien.

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Vanessa tragó.

—Gracias, —dijo con una sonrisa, y bebiendo de una pajita, compartieron su bebida, ya no mirando la ciudad a lo lejos, sino mezclándose en ella como si fueran sólo otra pareja sentada en un porche, disfrutando de una cálida noche de otoño. Después, Zep la llevó por la calle a una acogedora pastelería con techos de estaño martillado y un largo mostrador de vidrio lleno con bandejas de galletas de colores y petit fours. Pasteles y merengues estaban en bandejas a la altura de la caja registradora, donde una anciana estaba arreglando tazas y tazas de té. Ella sonrió cuando Vanessa se inclinó y observó a los pasteles con asombro. Zep se agachó junto a ella, divertido. —¿Hay algo que se vea bien? —Hay muchas opciones, —dijo ella—. No puedo decidir. Él miró de Vanessa a los pasteles más allá del vidrio. —Creo que sé exactamente lo que quieres. —¿En serio? —dijo ella con una mirada audaz—. ¿Y qué sería eso? Zep buscó en su cara, como si tratara de leer sus pensamientos. —¿Confías en mí? Vanessa vaciló. —Creo que sí.

Zep pidió un café con leche para él y una sidra caliente para Vanessa, llevándolos a una mesa de la esquina donde compartieron una rebanada de pastel de crema de almendras, con glaseado de

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—Está bien, —dijo con una sonrisa escéptica. Lo miró desde lejos mientras se inclinaba en el mostrador, hablando con la mujer detrás de la caja registradora hasta que ella asintió con la cabeza y desapareció en la cocina.

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—Bueno, —dijo, y se puso de pie—. ¿Por qué no nos buscas una mesa? Estaré allí en un minuto.

manera delicada que se desvaneció justo cuando tocó la lengua de Vanessa. —Pensé que te gustaría. —¿Cómo...? —He tenido mis ojos en ti por un tiempo. —Él tocó un mechón de su cabello largo, dejando caer su mano hasta las pecas pálidas en su hombro—. Es difícil no darse cuenta de que no eres como las otras chicas aquí. O de cualquier lugar, para el caso. Vanessa le dio el comienzo de una sonrisa. —Eso no es cierto, —dijo ella, rehuyendo—. Hay un montón de chicas como yo. Zep sonrió. —Mira, sólo eso te hace diferente. No todo el mundo lo diría. Vanessa supo de un montón de chicas que lo dirían —Steffie, TJ, Elly— pero no lo mencionó. En cambio, acercó sus dedos a los de él hasta que sus pulgares se estaban tocando. —¿Qué hay de ti? —preguntó—. No sé nada sobre ti. Zep levantó una ceja. —¿Qué quieres saber?

—¿Qué quieres decir? —Crecí con mi madre y mis tres hermanas menores. Mi madre era enfermera, siempre trabajando hasta el final del turno, por lo que rara vez la veíamos. Todo lo que recuerdo de mi padre son sus manos

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—De una pequeña ciudad de Minnesota, —dijo—. Todo es nieve, hielo y fábricas. Esa fue mi infancia. Largos inviernos sombríos y trabajo duro.

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—Cualquier cosa, —dijo Vanessa, tirando su cabello sobre el hombro—. ¿De dónde eres?

grandes, ásperas y agrietadas del viento. Trabajó en una fábrica, creo, pero se fue cuando mis hermanas y yo éramos muy jóvenes. Vanessa escuchaba, lamiendo la cuchara, mientras él le contaba acerca de crecer, cómo nunca tuvo ninguna comida. Una vez la calefacción se había apagado totalmente en invierno, y sus tuberías se congelaron. Él tuvo que arrastrar a sus hermanas una milla de camino a la casa de su vecino para que no se congelaran por la noche. —Eso es lo que era, más o menos. Incluso cuando era niño, trabajaba en un trabajo a tiempo parcial después de la escuela en el restaurante local, limpiando el suelo y lavando los platos. Fue sin duda el peor trabajo, —dijo con una sonrisa—. De verdad no quieres saber lo que aparece en los baños públicos. Pero una noche, cuando todos los clientes se habían ido, encendí la radio y accidentalmente cambié a una emisora de música clásica. La música estalló por toda la plaza, llenando el aire con Tchaikovsky, y de repente todo cambió y sentí la vida filtrándose de nuevo hacia mí. Mi trabajo pasó tan rápido que la encendí la noche siguiente también, y luego la siguiente. La música se convirtió en la única forma en la que podía pasar el día. Recuerdo que miré por la ventana, la nieve soplando a través del suelo en remolinos, y pensar que parecía una elaborada danza elaborada.

Vanessa se acercó más. Nunca había conocido a nadie a quien le encantara bailar tanto como a Zep. Incluso Margaret nunca había hablado del ballet de la manera que él lo hacía. Era como si tuviera respuestas para él, que el ballet no era sólo algo que él hacía, sino que era su manera de moverse, la forma de entender el mundo. Belleza,

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—Ellos me llamaban “Billy Elliot” y pateaban mi culo, pero no me importó. Pregunté por ahí hasta que encontré a una mujer que daba clases de ballet en su sótano. Eran todas chicas excepto yo, y creo que mis hermanas estaban mortificadas, pero no tenía otra opción. Bailar era la única manera en que podía ser feliz, la única oportunidad que tendría para tener éxito y, finalmente, mantener a mi familia. No había nada para mí en ese pequeño pueblo. Así que cuando descubrí la Academia de Ballet de Nueva York, sabía que iba a ir. Tenía que hacerlo. No había otra opción.

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Algo dentro del pecho de Vanessa se hinchó mientras le escuchaba. Él habló de cómo había empezado el baile en el gimnasio por sí mismo, cómo los chicos de la escuela le habían excluido.

pensó Vanessa, escuchando el sonido de su voz hasta que la cafetería se vació lentamente y se acercaron a la calle. —¿Alguna vez estuviste... nervioso, sin embargo? —Preguntó Vanessa. Zep la miró con extrañeza. —¿Qué quieres decir? —Como si no fueras lo suficientemente bueno, no importa lo duro que lo intentases. Como si nunca fuera… suficiente. —Vanessa no estaba segura de dónde exactamente venía esa pregunta, pero allí estaba. No podía dejarla atrás ahora. Zep se detuvo por un momento, su cara calmada. Luego le tocó la mejilla. —Tú eres suficiente, Vanessa. Más que suficiente. Vanessa sintió que se sonrojaba. No podía recordar cuánto tiempo había pasado desde que no había pensado en su familia y Margaret, sobre Elly, el ballet y Josef y El pájaro de fuego. Pero caminando con Zep bajo las farolas, Vanessa no se sentía como una bailarina o una hermana o una hija o un amigo. Se sentía como una chica caminando con un chico en el West Village, esperando que en el momento que llegaran a su casa, él la besara. Zep paró un taxi, pero justo cuando se detuvo algo le llamó la atención. Una chica con el pelo por encima de los hombros rubia salió de un restaurante, de espaldas. Llevaba un vestido de color rosa pálido, el color de Elly. Vanessa se quedó helada.

El corazón de Vanessa se hundió cuando vio en su cara que era mayor y mucho más cansada que Elly. Vio a la chica gorronear un cigarrillo de un hombre, apoyándose en un buzón mientras daba una calada.

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—¿Es esa…? — dijo a Zep, justo cuando la chica se volvió.

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Zep sostuvo la puerta del taxi abierta para ella, pero ella no entró dentro.

—Desde atrás, se parecía a Elly, —explicó Vanessa, avergonzada, mientras subía al taxi. —Lo sé, —dijo Zep, tratando de hacerla sentir mejor, aunque no sirvió de nada. Probablemente había miles de chicas en la ciudad que se parecían a Elly desde atrás. —Eran amigas. La extrañas, —dijo Zep suavemente—. Yo me sentiría de la misma manera también. Es una pena lo que le pasó. Algo en su tono hizo que Vanessa se parara. —¿Qué quieres decir?, —dijo Vanessa—. ¿Qué pasó con ella? —No lo sé, —dijo—. Sólo que ella desapareció tan de repente. Es como si se hubiese desvanecido de la faz de la tierra. —Desvanecido, —repitió Vanessa pensativa—. Es como eso, ¿no? El estado de ánimo se había vuelto sombrío para cuando el taxi se detuvo en el Lincoln Center. Viéndolo, suspendido en el cielo, Vanessa se sintió repentinamente culpable por no pensar en Margaret en toda la noche. Y a pesar de que no se había planteado decirle a Zep nada de Margaret, de alguna manera sentía que podía confiar en él. —¿Conocías a mi hermana? —Margaret, —dijo Zep, como si hubiera estado esperando que Vanessa se sintiera lo suficientemente cómoda para sacar el tema—. Era una hermosa bailarina.

—Casi no la conocía, —dijo Zep—. Pensaba que era una talentosa y apasionada de la danza. Parecía frágil, pero ¿quién no lo está antes de una gran actuación?

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—¿Pensaste que estaba loca? —preguntó Vanessa, pensando en lo que Justin le había dicho.

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Vanessa miró a sus pies, incapaz de mirar a Zep a los ojos mientras ella le hablaba del día en que recibió la llamada de teléfono. Los meses de búsqueda, la llamada de la policía, diciéndoles a sus padres que no tenían noticias. Zep escuchó con atención.

Vanessa asintió, aliviada de alguna manera. No quería pensar que su hermana estuviera loca. —La desaparición de Elly me recuerda a la de Ella. ¿Crees que es una locura? —No, —dijo Zep—. Ambas abandonaron de repente, y las dos eran cercanas a ti. Vanessa se mordió el labio. Quería decirle que no eran sólo las circunstancias que parecían tan similares. Era algo más intangible, un mal presentimiento que se ponía cada vez que miraba a la mitad vacía de la habitación de Elly. Pero no dijo nada. Y mientras caminaban de regreso al dormitorio, Zep le tomó la mano. —Espera, —dijo, y tiró de ella hacia la fuente—. La verdad es, — dijo en voz baja—, que no quiero ir a casa. Vanessa sintió que algo dentro de ella se atrapaba. —Yo tampoco, —susurró—. Pero ya voy tarde para el toque de queda… —Lo sé, —dijo él, poniendo un dedo en sus labios. —Sólo un momento más. —La atrajo hacia él, su mano presionando en la parte baja de su espalda. Su pelo sopló sobre sus mejillas cuando se inclinó más cerca, su aliento rozando sus labios. Pero antes de que él la besara, Vanessa vaciló. —¿Qué pasa con Anna? ¿Sigue siendo tu novia?

—¿Vanessa? —Dijo una voz ronca. Pertenecía a una mujer.

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Una ráfaga de viento sopló agua de la fuente a través de la plaza, rociándolos con gotas frías, y los dos rompieron a reír. Cuando el viento se calmó, Zep limpió su mejilla con el pulgar.

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—¿Novia? —Su aliento le hizo cosquillas en los labios—. No tengo ninguna, al menos no ahora. Aunque tengo mis ojos en alguien si ella me acepta.

La sonrisa de Vanessa se desvaneció. Se dio la vuelta para ver la estructura agachapada de Hilda estando en la entrada del Teatro David Koch, entrecerrando los ojos en la oscuridad.

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—¡Tenemos que irnos! —Dijo Vanessa. Zep la agarró de la mano y juntos corrieron a través de los edificios y de vuelta al dormitorio.

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Capítulo 11+ Traducido por Júls Corregido por katiliz94

El fin de semana pasó con un dolor lento. Vanessa fue a desayunar con sus amigos y se movió por Broadway con ellos, hasta que finalmente se decidieron a quedarse en una cafetería a pocas cuadras de la academia. La mente de Vanessa estaba lejos, sin embargo, sintiendo el peso de la mano de Zep en la suya, su mejilla todavía sentía el agua que el viento les había soplado, sus labios seguían esperando su beso. TJ interrumpió su sueño. —Quieres un té helado, ¿verdad? ¿Uno de azúcar o dos? —En realidad. —Dijo Vanessa—. Me apetece chocolate caliente hoy. Una risita ahogada pasó sobre la mesa. —Sé dónde estás. —dijo Blaine con un guiño. Empujó las mangas de su sudadera hacia arriba y se inclinó hacia delante—. Perdida en un sueño. Un sueño sexy. Vanessa sintió su pecho calentándose.

—No te culpamos. —Dijo TJ—. Diablos, si yo pudiera ir a una cita con Z… —¡Shh! —dijo Vanessa. Ella les había hablado acerca de la cita, pero les dijo que no dijeran nada. No quería pensar el qué se diría en la academia si se corriera la voz.

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—De repente le gusta el chocolate caliente, —bromeó Steffie.

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—No. —Protesto—. Estoy aquí, de verdad, es solo…

—Con ya sabes quién. —Continuo TJ—. Me gustaría saber cuánto tardas realmente en olvidar como suena mi voz. Blaine levantó una ceja. —¿Tú? ¿Dejar de hablar? Imposible. Steffie y Vanessa se rieron. TJ puso los ojos en blanco y fue a la barra a pedir las bebidas. Los cuatro se sentaron alrededor de la mesa del estudio en el sol de la tarde, el olor de la mantequilla de su chocolate caliente llenando a Vanessa de recuerdos: el sabor del merengue de almendras, una mano enterrada en su pelo, un cosquilleo de su aliento en su cuello. Para mantener fuera de su mente a Zep, Vanessa pasó el resto del fin de semana en la biblioteca NYBA, leyendo sobre Igor Stravinsky por su trabajo acerca del Pájaro de Fuego y disfrutando de la tranquilidad. Fue allí, sentada en un alféizar de la ventana con vistas al Upper West Side de Manhattan, que leyó sobre un extraño fenómeno que había ocurrido en París durante la noche de la primera apertura del ballet de Stravinsky, La Consagración de la primavera. De acuerdo con los relatos históricos, cuando la orquesta empezó a tocar las primeras notas, el público comenzó a cambiar en sus asientos. Los sonidos eran extraños, desconocidos, los acordes disonantes y antinaturales. Mientras los bailarines contoneaban sus cuerpos con la extraña música, la gente se tapaba los oídos y desviaba la mirada, sin querer mirar. Alguien abucheó. Alguien gritó a los bailarines. La gente estaba de pie y gritando, lanzando los programas al escenario. Un grupo de mujeres de la primera fila cayeron en un extraño ataque de histeria.

Vanessa sopló un mechón de pelo de la cara.

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Vanessa se incorporó de un salto, derribando los libros del alféizar. Tratando de recobrar la compostura, se puso de pie, solo para ver el lio rojizo del pelo de Justin inclinándose sobre sus libros, ahora esparcidos en el suelo.

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—Es algo oscuro, —dijo una voz por encima su hombro.

—¿Tienes el hábito de acercarte a la gente sigilosamente, o simplemente estás intentando sabotear mi baile dándome un ataque al corazón? Justin la miró, una sonrisa maliciosa extendiéndose por su cara. —¿Qué, te he asustado? —No. —Dijo ella, mirando por encima del hombro—. Hablando de asustar, ¿dónde están tus guardaespaldas? No los vi contigo mientras nos espiabas a Zep y a mí en la plaza. ¿No iban contigo a todos lados? Pero justo cuando lo dijo, se oyeron unos pasos pesados, y Nicola y Nicholas Fratelli salieron del estrecho pasillo entre estanterías. Miraron a Vanessa, sus caras solemnes, y se sentaron a leer a unas mesas de distancia. Vanessa se encogió, avergonzada. —¿Ellos? —Dijo Justin—. Solo somos amigos. Y en cuanto a la otra noche, no estaba espiándote. Estaba de camino a una cita. —¿A una cita? —Pregunto Vanessa, sorprendida por lo ansiosa que la puso la simple idea—. ¿Con quién? —Ahora, ¿quién está espiando? —dijo Justin, todavía sonriendo. —Yo… Yo no, solo estaba preguntando. No importa. Justin se encogió de hombros. —Solo una chica, —dijo. Sus ojos azules se detuvieron en Vanessa. Bajó la voz—. Nadie especial.

Haciendo caso omiso a sus palabras, Justin abrió uno de sus libros. —Compositores rusos y sus musas, —dijo, leyendo el título. Cogió otro—. Danza macabra y la bailarina. —Él se rio entre dientes—. Haciendo un poco de investigación sobre El pájaro de fuego, ¿verdad?

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—Yo… um… tengo que irme.

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Vanessa aparto la mirada.

—Sí. —dijo Vanessa, quitándole el libro. —Sabes que… —No me hará mejor bailarina, —dijo Vanessa secamente—. Ya me lo has dicho. Justin se apoyó en el alfeizar de la ventana, los músculos de sus brazos doblados bajo su camisa. Capturándola, Vanessa rápidamente desvío la mirada. —Iba a decir que si quieres saber de qué va el ballet de Josef, probablemente deberías preguntarle a gente que lo haya bailado anteriormente. —Justin cogió el estuche de Vanessa y parecía a punto de abrirlo. —No cojas mis cosas, —dijo, agarrando el estuche y metiéndolo en el bolso—. Ya lo he intentado. —Dijo ella, enseñándole la lista de tres años de antigüedad del reparto en su carpeta—. No he podido encontrar la manera de contactar a nadie de la lista. Incluso encontré listas de producciones anteriores del Pájaro de Fuego, parece que la escuela la ha hecho doce veces en las últimas dos décadas, pero ni siquiera puedo encontrar a uno solo de los bailarines. Es como si después de salir de la NYBA, simplemente desaparecieron. —No los puedes encontrar porque los antiguos bailarines no están más alrededor, —dijo Justin. —¿Qué quieres decir? ¿Qué les pasó? Justin pasó la página de uno de los libros.

—¿Desaparecieron? Justin negó con la cabeza. —Tú, más que nadie, deberías saber que cuando la gente desaparece, normalmente es porque no quieren ser encontrados. Así

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Vanessa estrelló la palma sobre la portada del libro, cansada de la forma en que jugaba con las cosas.

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—¿Quién sabe?

que llámalo como quieras. Se graduaron y se desvanecieron en la oscuridad, o… Vanessa miró su reloj, y la voz de Justin se apagó. De repente se puso de pie, con la espalda rígida. Una mirada oscura pasó por su cara. Vanessa siguió su mirada hasta el otro extremo de la sala de lectura, donde los anchos hombros de Zep llenaban el umbral. La luz cálida parecía distorsionarse alrededor de él mientras se pasaba las manos por el pelo y examinaba la habitación, en busca de un lugar para sentarse. Él estaba a punto de dirigirse a la esquina este, cuando sus ojos se posaron en Vanessa. Ella sintió que su corazón saltaba cuando su mirada la encontró. —O salieron de nuestra vista… —dijo Justin, terminando su frase—. Que es exactamente lo que voy a hacer yo ahora. —Le dio una mirada decepcionada a Vanessa, pero ella no le estaba prestando atención. Justin recogió sus cosas y asintió con la cabeza a los gemelos Fratelli, que cerraron sus libros y se levantaron—. Recuerda lo que dije en clase acerca de ponerme bajo una lupa, —murmuró Justin, pero antes de que Vanessa tuviera tiempo de procesar lo que quería decir, él y los gemelos se habían ido. Zeppelin Gray era una hermosa paradoja: su cuerpo áspera pero liso; sus movimientos pesados pero sin peso; sus ojos profundos y brillantes parecían tener el universo en ellos. Caminó hacia Vanessa, sus músculos tensándose, agudo y delgado, como tallado en metal. Alejando la mirada, miro uno de sus libros y fingió leer. No podía venir por aquí, ¿verdad? Una sombra se cernió sobre ella respondiendo su pregunta. Obligándose a dejar de sonrojarse, Vanessa miró hacia arriba.

—Creía que habrías salido con tus amigosm —dijo Zep, colocando su mano a centímetros de la de ella en el alfeizar de la ventana. —¿Por qué piensas eso?

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—Oh, Zep, holam —dijo ella, tratando de parecer imperturbable—. Solo estoy leyendo.

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—Vanessam —dijo Zep, su voz profunda y suave—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Pareces ser el tipo de chica que siempre está ocupada. Me alegro de haberte encontrado sola. ¿La había buscado? Ella sintió que su corazón se hinchaba. Zep bajo la voz. —¿He revelado demasiado? —Un poco. —bromeó—. Si hubiera sabido que me estabas buscando, me habría hecho más fácil de encontrar. Zep le dedico una sonrisa atrevida. —¿Qué crees que he hecho este fin de semana? —Llevar una vida de misterio e intriga, supongo, —dijo Vanessa. No tenía ni idea de lo que Zep hacía en su tiempo libre—. Enamorar a chicas en las hermosas cafeterías donde te ganas sus corazones pidiendo el postre perfecto. —No. —Dijo Zep con una sonrisa—. Solo hago eso contigo. —Se acercó más—. ¿Pero eso significa que he ganado tu corazón? —Parece que me conoces mejor que yo misma. ¿Por qué no me lo dices tú? —Si solo pudiera, —dijo. —Así que ahora que me tienes sola, ¿qué quieres hacer conmigo?

Vanessa tembló mientras él cerraba el libro y le tendía la mano. —Salgamos de aquí, —dijo, y ella agarró su mano. Vanessa no podía recordar que pasó después, solo la sensación de la mano de Zep en la suya mientras se deslizaban por el campus y

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—Lo que estaba pensando no es exactamente correcto en una biblioteca.

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Un atisbo de sorpresa brilló en el rostro de Zep. Se acercó más hasta que sus dedos estaban casi tocando los de ella. Inclinándose, trazó su dedo por el borde de su libro.

entraban a un estudio vacío. Ella se echó a reír cuando él acaricio su brazo con un dedo y cerró la puerta detrás de ellos, encendiendo solo las luces lejanas así la mayor parte del estudio todavía estaba a oscuras. Vanessa dejó caer la bolsa en el suelo e hizo una delirante pirueta antes de sentarse. Mientras ella sacaba sus zapatillas de punta de su bolso, Zep se acercó por detrás. —¿Puedo? —dijo en voz baja. Vanessa tragó, luego asintió con la cabeza. Suavemente, Zep tomó su pierna en la mano. Sacó primero una sandalia, luego la otra. Sus zapatillas se veían delicadas y pequeñas en sus manos, las cintas enredadas alrededor de sus dedos. Él levantó el pie derecho y le deslizó el zapato, agarrandolo suavemente mientras envolvía las cintas por sus tobillos. —¿Demasiado apretado? —dijo, haciendo un nudo. Vanessa negó con la cabeza, incapaz de hablar. Cuando termino, se puso sus zapatos y le tendió la mano. El pelo largo de Vanessa estaba atado en una larga trenza floja, y Zep cogió la punta entre sus dedos—. El Pájaro de Fuego. —susurró. —No sé todos los pasos. —dijo Vanessa.

—Vanessa. —La atrajo hacia él. Ella parpadeó, la sala deteniéndose.

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De repente, ella estaba entre sus brazos, sus manos anchas firmes en su cintura. Sus pies se arrastraron juntos, deslizándose por el suelo como si fuera algo natural, como si no bailaran en absoluto, sino que fuera una larga y tierna caricia. El olor de su piel, su sudor, la rodeaba a medida que se movía por el estudio, moviendo sus brazos mientras giraba. Ella comenzó a perderse en si misma; no podía detenerse. Los espejos parecían desplazarse a medida que iba más lento, toda la habitación moviéndose excepto Zep, quien le extendió la mano y la tomo antes de que se derrumbara.

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—Está bien, —dijo él suavemente—. Solo tienes que seguir mis pasos.

—Zep. —Podía sentir su pecho expandiéndose y contrayéndose contra su fino vestido. Zep pasó sus dedos por su mejilla. —Eres impresionante. Vanessa se estremeció. Zep le levantó la barbilla. —Estás viva, enfadada, apasionada. No estás bailando, estás viviendo. Puedo verlo en tus ojos. Vanessa se quedó mirando su propio reflejo en sus ojos. —¿En serio? —Respondió ella. En lugar de responder, Zep la acerco y pasó su mano por su espalda. Algo dentro de ella se debilitó mientras presionaba su cuerpo contra el suyo. Vanessa cerró los ojos. Sus fuertes manos se apretaron alrededor de su cintura, acercándola más, cuando la puerta se abrió. Un rayo de luz brilló en el suelo, seguido por la sombra de un chico. Justin. Pudo sentir a Zep tensarse bajo sus dedos. Y entonces, para su sorpresa, él se alejó de ella. Solo un centímetro, pero el espacio suficiente para que la luz iluminara su cara, desenmascarándola frente a Justin. Como si Zep quisiera que Justin la reconociera.

Por un momento, Justin se quedó allí, observándolos. Y luego, sin decir palabra, se fue. Vanessa bajó la mirada cuando la puerta se cerró tras él, reflejándose en cada espejo de la pared.

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A pesar de que odiaba a Justin, a pesar de que todo sobre él le hacía querer gritar, quiso llamarle. Para explicarle por qué estaba aquí con Zep y lo que estaban haciendo. Pero no lo hizo.

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Justin inclinó la cabeza mientras el reconocimiento de lo que había interrumpido cruzaba por su rostro. Vanessa vio cómo su expresión se suavizaba hasta la tristeza, como si de alguna manera lo hubiera defraudado. Y por razones que no podía explicar, de repente se sintió culpable.

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Capítulo 12+ Traducido por Xiime~ y Drys Corregido por katiliz94

Vanessa no se lo contó a nadie. ¿Cómo podría si ni siquiera ella estaba segura de que hubiese sido real? Zep no era su novio, y tenía que admitirse a sí misma que en muchas maneras seguía siendo un desconocido. No sabía qué hacía o dónde estaba cuando no estaba con ella. Ni siquiera tenía una manera de ponerse en contacto con él además del Facebook. Además, el misterio era parte de su encanto. Zep era la personificación del movimiento: un destello de él aquí, otro allá, y luego ya no estaba, dejando a Vanessa con nada excepto el recuerdo de su cuerpo moviéndose con el de ella. Y quería más. Pasó el resto de la semana aturdida, escuchando a los profesores enseñarle en clase, pero todo lo que podía oír era la respiración de Zep mientras bailaba. Se sentaba con sus amigos en la biblioteca, pero solo se quedaba mirando al libro. No podía dejar de pensar en la manera en que su cuerpo se sentía en los brazos de Zep. Incluso ahora, no podía evitar echar un vistazo a las repisas de libros donde Zep había estado días antes, que tenían la madera oscura como si su sombra permaneciera ahí. —¿Estás bien? —preguntó Steffie, bajando su resaltador.

Vanessa dudó. ¿En serio Zep la había presionado contra su cuerpo, con la mano deslizándose hacia abajo por su espalda? Casi podía sentirlo, pero aun así, ahora, en la luz del día, parecía irreal. Después de que Justin se fuera, la habitación se había desinflado y toda la

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—Porque no has volteado la página en 20 minutos. Y apenas dijiste algo en el desayuno. ¿Qué te pasa?

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—Sí, —dijo Vanessa—. ¿Qué te hace pensar que no?

electricidad que había pasado entre Zep y Vanessa había parecido decaer. Aunque ninguno había dicho una palabra al respecto, ambos sabían que no podían terminar su baile, no entonces. Así que en cambio, Zep había recogido las cosas de Vanessa, con su mano rozando la de ella pero no sosteniéndola mientras la acompañaba afuera. Fue entonces cuando Vanessa se dio cuenta de lo delicado que era todo. Le preocupaba que si intentaba decir lo que había pasado en voz alta, simplemente desaparecería en el aire. Echó un vistazo a la mesa. TJ tenía los auriculares y estaba ocupada tomando apuntes de su libro de historia, y Blaine estaba leyendo, meciéndose al son de la música de sus auriculares. Steffie golpeó los dedos en la mesa. —¿Entonces…? Vanessa bajó la voz. —El domingo en la biblioteca me tropecé con Zep. Blaine se quitó un auricular. —¿Qué está pasando? —Oh, nada, —dijo Vanessa rápidamente, dándole a Steffie una mirada que decía shh! Lo último que quería era compartir su secreto con Blaine—. Estoy solo un poco distraída hoy. —Y pasó el resto de la tarde enterrada en su libro.

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—Mira, —dijo TJ. Señaló por la ventana a dos chicas de su piso, que estaban corriendo por la plaza como si llegaran tarde. —¿Por qué tienen tanta prisa? —dijo Steffie—. Las clases terminaron.

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—No me gusta esto, —dijo Blaine mientras espiaban desde la esquina de la cocina, que también estaba vacía—. Se siente como la noche de orientación otra vez.

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Cuando regresaron, el dormitorio estaba innaturalmente silencioso. Incluso la sala común estaba desierta.

Unos segundos después, un chico llamado Paul de su clase de baile también pasó corriendo por la plaza. Le gritó algo inentendible a Jenny, de último año, que estaba leyendo junto a la fuente. Ella inmediatamente cerró su libro, lo puso en su bolso y lo siguió. Vanessa los vio desaparecer por las puertas de vidrio del edificio del estudio. —¿Qué pasa? —preguntó. Blaine arrojó su bolso sobre su hombro. —No lo sé, pero lo voy a descubrir. Corrieron hacia fuera y atravesaron las puertas, hacia el vestíbulo del edificio del estudio. Cuando se aproximaron, oyeron el zumbido de voces. La entrada estaba llena de estudiantes, todos reunidos alrededor de una pizarra de anuncios. Vanessa espió entre las cabezas, intentando ver qué estaban mirando todos. —Es la lista del elenco, —dijo una chica llamada Sandy—. La pusieron un día antes. —¿Qué? —dijo Vanessa. Vio a Blaine empujando entre la multitud y los espesos rulos de TJ saltando detrás de él. Más allá de ellos, Vanessa pudo lograr ver un pequeño trozo de papel puesto en la pizarra, con docenas de dedos trazando la lista, buscando sus nombres. —¡Esto es tan injusto! —gritó repentinamente una chica mayor. Vanessa la reconoció como una de las amigas de Anna Franko, Laura.

—Espero que estés feliz, —y se fue echando chispas. La habitación se volvió silenciosa. —¿Feliz de qué? —preguntó Steffie.

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La multitud se separó cuando ella se dio la vuelta con el rostro contraído de ira. Viendo a Vanessa al borde de la multitud, dijo:

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Cayó un silencio en la habitación cuando Laura arrancó la lista de la pizarra de anuncios, la hizo un bollo y la tiró contra la pared.

Vanessa se quedó mirando al vaivén de la puerta, confundida. —No tengo idea. Una de primer año cerca del frente de la habitación fue hacia la lista del elenco. La aplanó y la colgó otra vez. Los estudiantes se juntaron alrededor otra vez, buscando sus nombres en las listas. —Son todos de último año, —dijo un chico con un quejido. Los hombros de Vanessa cayeron. Una pequeña parte de ella había esperado ser parte del elenco. Después de todo, ¿No le había dicho Josef que tenía potencial? ¿No le había dicho Zep que quitaba el aliento? Vanessa se pasó una mano por el cabello y se alejó de la multitud. —Hey, ¿A dónde vas? —dijo Steffie—. ¿No quieres verlo? Vanessa sacudió la cabeza. Estaba por volver al dormitorio cuando una chica de su piso le lanzó dagas por los ojos antes de alejarse. —¿Qué? —dijo Vanessa, pero la chica no se volteó. Después, dos chicas de su clase de historia la vieron y comenzaron a susurrar. Vanessa frunció el ceño, tratando de ignorarlas, cuando una mano se le cerró en la muñeca y TJ la arrastró por la multitud. —¿Qué haces? —dijo Vanessa, intentando salir del agarre. —Solo mira, —dijo TJ, y señaló a la lista del elenco.

Tenía que ser un error. Un error de tipografía. Vanessa debía haber sido puesta como una de las trece princesas, pero seguramente no como el Pájaro de Fuego. Eso es lo que todos estaban susurrando en los pasillos, los vestuarios, el comedor y el dormitorio. Y ahora que se había

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Ahí, en la punta, estaba Zeppeling Gray, como el papel masculino principal, el Príncipe Ivan. A su lado estaba Vanessa Adler. El Pájaro de Fuego.

desvanecido esa sensación efervescente inicial, Vanessa tenía que admitir que no los culpaba; apenas podía creerlo ella tampoco. —Pero enserio, —dijo TJ más tarde esa noche—. ¿Cómo lo hiciste? Estaban en su habitación, Blaine estaba apoyado contra el poste de la cama de TJ y Steffie estaba sentada en la silla de Vanessa con las piernas en el escritorio. Vanessa se enrolló en la cama. —¿Sabes que ya no vas a estar en contacto con nosotros? —Dijo Steffie—. Vas a estar con las princesas ahora. —Espera, ¿en serio? —dijo Vanessa. Ni siquiera se le había ocurrido que estaría separada de sus amigos. Steffie le dio una mirada comprensiva. —Eso creo, —dijo—. Solo tú, Zep, Anna y todas sus amigas princesas, en el estudio. Como una gran familia feliz. Anna. Se le formó un bulto en la garganta cuando pensó en la posibilidad de estar atrapada con esas chicas. Blaine agrandó los ojos, y se volvió a decirle a TJ: —Me pregunto si se va a llevar bien con Anna. —Altamente improbable, —dijo TJ―. Juraría que Anna está mortificada. ¿Que una de primer año le robe el papel de la palma de la mano, y luego que la elijan como la decimotercera princesa? Vanessa los observó, incrédula. —Hey, yo no le robé el papel…

Finalmente Blaine se volteó hacia ella. —¿Dejar qué?

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—¡Dejadlo!

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—Siempre una dama de honor, nunca una novia, —dijo Blaine.

—¡Ya estáis cotilleando sobre mí! Me tratáis como si fuera una extraña o algo así. Como si fuera una de las princesas. —Sí, bueno, ahora lo eres, cariño, —dijo Blaine—. Así que mejor acostúmbrate a la idea. Créeme, hay mucho más de donde esto vino. Vanessa se apoyó en la pared y suspiró. —No es como si fuera a desaparecer. Seguiré en clases con vosotros. Blaine bajó la voz mientras se volteaba hacia TJ. —Eso es lo que ella cree. —¿Te das cuenta de que te puedo escuchar? ―dijo Vanessa. Blaine rodó los ojos melodramáticamente, haciendo reír a TJ. —Solo está estresada por la presión, —dijo él—. No deberíamos tomarlo como algo personal. Antes de que Vanessa pudiera seguir, sintió vibrar su teléfono. Sacándolo del bolsillo, le dio la espalda a sus amigos y contestó. Su madre prácticamente explotó por las buenas noticias. Vanessa tuvo que sostener el teléfono a diez centímetros de su oído mientras chillaba. Al otro lado de la habitación, sus amigos intercambiaron risas amortiguadas mientras se paraban y juntaban sus cosas. —¿Vais a cenar? —preguntó Vanessa, dejando el teléfono. TJ sacudió la cabeza.

Blaine se disculpó con la mirada. —Tengo una cita. Con Tad, de nuestra clase de Inglés. —Les dio una mirada traviesa—. Esa manera de hablar de Mississipi que tiene es como comer tarta de plátano en el porche con una brisa cálida y húmeda.

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—Y yo tengo que ver al fisioterapeuta por lo de mi rodilla, —dijo Steffie.

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—Tengo que quemarme las pestañas estudiando para el examen de Español.

Vanessa dejó salir una risa y rodó los ojos, intentando ocultar su temor a caminar sola hasta el comedor. Antes de entrar, se sentó en el estante junto a la puerta y marcó el número de Elly otra vez. Elly nunca había contestado al correo electrónico de Vanessa, y aunque debería haber captado la indirecta, una parte de ella no creía que Elly realmente quisiera que la dejaran en paz. Vanessa se imaginó lo que iba a decir si Elly lo cogía. Había tanto que quería decirle. Ella le echaba de menos, todos lo hacían. Pero sonó el teléfono hasta que un sistema automático de voz respondió, diciéndole que el buzón de Elly estaba lleno. El comedor era ruidoso con platos y tenedores rechinando, el ocasional ruido de alguien dejando caer una bandeja. Vanessa miró a su alrededor, tratando de encontrar una cara amiga, pero las chicas del salón estaban sentadas en una pequeña mesa junto a las ventanas, y otros como ellos, que no conocía a nadie. Tratando de ocultar el pánico que burbujea en su interior, se dirigió por la habitación, en busca de un asiento vacío. A través del estruendo, Vanessa imaginó que oía a la gente hablar de ella: Vanessa. El Pájaro de Fuego. Estudiante de primer año. Ella bajó la cabeza y se dirigió a una mesa apartada en el otro extremo de la habitación, cuando sintió que alguien la observaba. Anna Franko estaba sentada en una mesa llena de chicas de alto nivel, la mayoría de las cuales habían sido seleccionadas como las otras doce princesas. Vanessa se mordió el labio cuando vio a Anna de pie, pálida, pelo recogido en una coleta, su cara bonita con ira. Una de sus amigas le tocaba el brazo y le susurraba algo al oído, eso pareció calmarla. Dio a Vanessa una última mirada furiosa y salió del comedor.

—He oído que se reunió con José en su oficina, —dijo una chica rubia—. En privado. —¿E hizo qué? —susurró otra.

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—¿Cómo lo hizo? —escuchó decir a una chica llamada Azalea. Vanessa la reconoció de la clase de baile. Ella estaba encorvada sobre una ensalada con un grupo de chicas del piso de Vanessa.

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Hubo una pausa en la habitación cuando la puerta se cerró.

La rubia se puso un tomate cherry entre los dientes. —¿No es obvio? —dijo. Vanessa encontró un asiento vacío en la esquina de la sala, junto a una mesa de alumnos de segundo ciclo que discutían sobre el tercer acto de Hamlet. Reconoció a su compañera de la academia, Kate, entre ellos. Siguiendo el ejemplo de ella, Vanessa dejó la bandeja y con prontitud abrió un libro, con la esperanza de que si se tapaba la cara, todo el mundo olvidara que había existido. Pero no funcionó. A mitad de su ensalada, oyó un ruido de bandeja sobre la mesa. —Creía que eras tú —dijo Justin, moviendo la punta de su cabello con el tenedor. Vanessa se apartó de él y se echó el pelo sobre su hombro. —Por favor no me toques. Él levantó las manos en señal de rendición. —Vale, vale. Eres una mujer aterrizada ahora. Lo entiendo. —Él se sentó—. Propiedad privada —añadió. —¿Perdón? Justin hizo girar el tenedor en los espaguetis. —Sabes de lo que estoy hablando. Domingo por la noche. Con Zeppelin. —Pronunció el nombre de Zep lentamente, arrastrando las sílabas.

Justin tomó un sorbo de agua. —No me di cuenta de que esta mesa fuera propiedad de nadie tampoco.

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—Yo no soy propiedad de nadie, —dijo—. ¿Y quién dijo que te puedes sentar aquí?

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Vanessa dejó el libro.

Relajó sus hombros. —Entonces, ¿qué sabes de Zep? —No veo cómo eso sea de tu incumbencia. ¿Por lo qué odias tanto, de todos modos? ¿Porque estás celoso de que él tenga el papel principal y que tú no estés siquiera en el reparto? —En realidad, yo estoy en el reparto —dijo Justin—. Como su suplente. Que es exactamente lo que quería. Vanessa intentó ocultar su sorpresa. Zep y Justin, los únicos chicos por los que se sintió atraída, para bien o para mal, estaban unidos ahora en el mismo papel. Justin bajó la voz. —Y nunca dije que odiase a Zep. Digamos que estoy interesado en él. —¿En Zep? —dijo Vanessa, retrocediendo. Sin previo aviso, Justin la tomó de la muñeca y la levantó de la mesa. Sus músculos se tensaron bajo su palma. Señalo las sombras que sus manos habían formado. —En esto, —dijo. Vanessa se quedó mirando la mesa, confundida. —¿En qué? —Su sombra —dijo Justin—. Su lado oscuro.

La Silla de Justin chirrió en el suelo mientras se levantaba. —Lo sabías, ¿verdad? —dijo enigmáticamente.

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—Déjala en paz —dijo Zep. Miró a Vanessa, con los ojos brillantes, salvajes—. Ya tiene suficiente sobre sus hombros.

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Retorciéndose de su agarre, Vanessa se retiró—. ¿Qué…? —empezó a decir, cuando una voz cortó la suya.

Confundida, Vanessa miró a los dos chicos. —¿De qué está hablando? —preguntó Zep, pero él no le hizo caso. —Y tú no lo harías, —dijo Zep, dando un paso hacia Justin hasta que sus pechos casi se tocaron—. Porque no eres ni la mitad de bailarín que yo. Justin estudió a Zep con ojos fríos. —Me enorgullezco por eso —respondió. Vanessa casi podía detectar el sonido de lástima en su voz—. Yo nunca querría ser el tipo de bailarín que tú eres. —¿Debido a qué? —Dijo Zep—. ¿O no eres lo suficientemente hombre para decírmelo a la cara? —Tal vez no lo soy —dijo Justin, dando un paso atrás—. ¿Por qué no se lo dices? —Decirme, ¿qué? —Dijo Vanessa—. ¿De qué está hablando? —No tengo idea —murmuró Zep. Justin se echó a reír con incredulidad. —Exactamente lo que esperaba —dijo a Zep—. Ten cuidado, Vanessa —añadió, dándole una mirada firme, y se alejó. Cuando Vanessa se puso de pie, se dio cuenta de que todo el comedor estaba en silencio. Todas las cabezas estaban mirándola a ella. Vio a la mesa de las chicas de su clase susurrando junto a la ventana.

—Deja que se queden mirando, —dijo Zep en su oído, y le tendió la mano.

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Con el comienzo de una sonrisa, ella deslizó su mano en la suya, y juntos caminaron por el centro de la habitación y salieron a la noche fresca de octubre.

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De pronto sintió un vuelco en su estómago, como si fuera a vomitar.

+= Rayos de luz se extendían por las piedras en frente de la casa de la ópera. Todo estaba sucediendo, pensó Vanessa mientras caminaban por la plaza. Ella estaba aquí con Zep, sosteniendo su mano, y todo el mundo lo sabía. Una parte de ella seguía esperando la colina para rodar hacia abajo, para despertar en su antigua vida sin Zep o El Pájaro de Fuego, porque todo esto, (los edificios de cristal de gran altura, el cielo claro de la noche y las luces lejanas que brillaban sobre ellos, como estrellas) parecía una fantasía. Vanessa se detuvo. —Zep, espera. ¿Puedo hacerte una pregunta? —Por supuesto. La gente serpenteaba más allá de ellos, deteniéndose junto a la fuente para tomar fotografías. Vanessa bajó la voz. —¿Has hablado con Josef de mí? Quiero decir, ¿le dijiste que…? Zep avanzó hacia ella, un mechón de pelo le caía sobre la frente. —¿Te preocupa que la única razón por la que conseguiste el papel fue porque convencí a Josef para dártelo? Una brisa fresca hizo cosquillas en la nuca de Vanessa. Se cruzó de brazos y asintió. —Estaba pensando en reunirme con él mañana después del ensayo. Vanessa hizo una pausa. —¿Así que no te has reunido con él?

—¿Así que él me eligió por su cuenta? Zep la tomó de la cintura y la atrajo hacia sí, su jersey de lana suave contra su frente mientras él la envolvía en sus brazos.

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—No.

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Zep negó con la cabeza.

—Sí. ¿Tengo que explicártelo? Eres una bailarina increíble. Debes tener más confianza en ti misma. —Es sólo que las otras chicas… —¿Quién se preocupa por las otras chicas? —Dijo Zep—. Yo no. El interior de Vanessa pareció fundirse bajo su toque. —Vamos —le susurró, bajando la mano—. Vamos a salir de aquí. Corrieron por la noche en el estudio vacío donde habían bailado antes. Esta vez, Zep dejó todas las luces apagadas, manteniéndolos en la oscuridad, salvo por el rayo tenue que brillaba a través de la ventana de la puerta. Con sus zapatos puestos, Vanessa caminó hacia el centro del suelo y cerró los ojos hasta que sintió a Zep detrás de ella. Con cuidado, levantó el borde de su suéter, tirando de él sobre su cabeza y lo arrojó al suelo. Pasó las mano por los lados de su camisola y bajo por sus brazos desnudos. Sin hablar, extendió su pierna en el aire. Zep la levantó del suelo como si no pesase nada. Aterrizó en un pie, su cuerpo temblando mientras practicaban una y otra vez, hasta que fue perfecto. Vanessa se rió mientras Zep la levantaba sobre la cabeza y la bajaba en brazos. —¿Ves? —Dijo mientras se inclinaba sobre ella—. No es tan difícil. Todo lo que necesitabas era sentir tu camino a través de la oscuridad. Vanessa llevó la mano a su mejilla, que se oscurecía en las sombras. —¿Te gusta? —dijo, y pasó la otra mano por su cuello y su cabello.

Vanessa sintió que algo dentro de ella se estremecía. Este era un beso de verdad, de un chico que en realidad le gustaba, y ahora que ella estaba de pie aquí con Zep en la oscuridad, no sabía lo que debía hacer. ¿Era como bailar?

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—Seguimos interrumpiéndonos —murmuró él, sus labios rozando los de ella.

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Zep dejó escapar un suave gemido y se apoderó de su cintura.

Zep deslizó la mano por su lado, arqueando la espalda. Suavemente, él pasó el pulgar por encima de su tembloroso labio. Cerró los ojos, sintiendo el peso de su cuerpo, el sabor del sudor persistente en la lengua mientras ella dejaba que la envolviera en un beso cálido y salado.

+= Cuando Vanessa regresó a su habitación, cerró la puerta y se deslizó por la pared sonriendo. Todavía podía oler su ropa, sentir su peso contra las costillas. Zep le había dado su grueso sweater, de lana oscura aún caliente de su cuerpo. Apoyándose en ella, aspiró su olor a tierra. TJ todavía estaba en la biblioteca, por lo que Vanessa tenía la habitación para ella sola. Mientras se quitaba el suéter de Zep y lo escondía entre sus almohadas, notó una pequeña caja debajo de su cama. Vanessa no recordaba haberla visto nunca antes, a pesar de que claramente había estado allí un tiempo, a juzgar por la cantidad de polvo pegado a ella. Debía pertenecer a TJ, pensó Vanessa, y accidentalmente acabó debajo de su cama. Pero cuando le dio la vuelta, vio su nombre en ella.

—Elly

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Sólo escuchad la loca discusión entre J y H. Venid a mi habitación tan pronto como regreséis, y os mostraré lo que esto hace. No se lo digáis a nadie. Rápido.

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Confundida, la abrió. Dentro había una fina pieza de resina, el mismo tipo que Vanessa había visto en la oficina de Josef, excepto que ésta estaba envuelta en un pedazo de papel. Lo levantó hasta la nariz, retrocediendo por su olor a humo. Sosteniéndolo lejos de su cara, ella le quitó el trozo de papel y lo desdobló.

Su letra era desordenada como si lo hubiera escrito en un apuro. Vanessa volvió a leer la nota, confundida. Elly había estado ausente durante casi un mes. ¿Eso quiere decir que lo había escrito antes de que dejara la academia? Y ¿por qué había escrito una nota en lugar de un mensaje de texto o un correo electrónico? La única razón que Vanessa podía pensar era en que no quería que nadie se enterara esto, excepto ella y TJ. Pero ¿por qué? Miró el pedazo de colofonia, pegajosa en su mano, y le dio la vuelta, su tono era ámbar oscuro. ¿Elly lo había tomado de la oficina de Josef la noche que todos fueron al ballet, y luego la metió en la habitación de Vanessa antes de su desaparición? La caja era lo suficientemente pequeña para que Vanessa lo hubiera pasado por alto, sobre todo desde que el lado de la habitación de TJ era más que un poco desordenado. ¿Qué quiso decir con “lo que esto hace”? ¿Y eran “J y H” Josef e Hilda?

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Colocando la colofonia en una servilleta junto a su cama, Vanessa se limpió las manos con una toalla y tomó su teléfono móvil. Marcó el número de Elly, pero del mismo modo que antes, la llamada fue directamente al correo de voz. Vanessa escuchó el mensaje automático, la voz rígida y sin vida, mientras le decía una vez más que el buzón de Elly estaba lleno.

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Capítulo 13+ Traducido SOS por Nanami27 y JGHerondale Corregido por katiliz94

Steffie se paseó por la habitación, sosteniendo la nota de Elly. El bloque de colofonia situado en su escritorio. Vanessa y Steffie habían pasado la última hora frotando la colofonia en el papel, en su piel, en sus zapatos de ballet; se sumergieron en el agua, lo apretaron entre sus palmas, incluso cortaron un borde y lo calentaron en el microondas de la cocina hasta que se derritió. El olor resultante fue tan insoportable que todo lo que pudieron hacer fue arrojar el jarabe burbujeante a la basura y evacuar a la habitación de Steffie. —Pruébalo —dijo Steffie. Detrás de ella, la noche de Manhattan se filtraba por la ventana abierta, las luces de los rascacielos salpicando el cielo como estrellas. —De ninguna manera. Pruébalo tú. Ella era tu compañero de cuarto. —Pero cuando se fue dejó la colofonia en tu habitación —dijo Steffie—. Lo que significa que quería que tú la vieras específicamente.

—Está bien. Las dos chicas se acercaron a la mesa y pellizcaron un poco de colofonia de la parte superior. Era gomosa, como el jarabe de arce congelado.

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—Vamos a hacerlo juntas —dijo Vanessa, finalmente.

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Steffie tenía un punto. ¿Por qué Elly se habría deslizado bajo la puerta de Vanessa cuando podría simplemente habérsela mostrado a Steffie? ¿Había algo acerca de la colofonia que hizo a Elly pensar en Vanessa? Ella miró el bloque de ámbar, su olor a humo yendo a la deriva por la habitación.

—Uno… dos… —Vanessa se la llevó a los labios—. Tres. En el momento en que la colofonia tocó su lengua, Vanessa sintió su rostro apretarse en una mueca. Se abalanzó sobre un pañuelo de papel en la mesita de noche de Steffie y escupió. Steffie hizo lo mismo. —Bueno, eso definitivamente no era de lo que Elly estaba hablando —dijo Steffie, pasándole una botella de agua a Vanessa—. ¿Y ahora qué? Me pregunto por qué Josef la tiene en su oficina. Tal vez sea alguna colofonia especial que sólo da a los mejores bailarines. ¿Qué piensas? Vanessa miró el colchón desnudo de Elly, el caliente y amargo sabor de la colofonia aún permanecía en su boca. De pie en la antigua habitación de su hermana, hablando de la nota, la colofonia, y la extraña ausencia de Elly, tiró a Vanessa de vuelta al sexto año, comiendo la cena en la cocina, mientras que un desconocido en el teléfono le dijo a su madre que Margaret había desaparecido. —Zep me besó —dijo Vanessa repentinamente, las palabras saliendo antes de que se diera cuenta de lo que estaba diciendo. —¿Qué? —Dijo Steffie—. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? —Esta noche —murmuró Vanessa, tratando de recordar la forma en que olía cuando se inclinó y presionó sus labios a los de ella—. En el estudio. Steffie se quedó quieta, con los ojos muy abiertos de asombro, antes de que una sonrisa se extendiera por su rostro. —No puedo creer que te tomó tanto tiempo decírmelo.

—Está bien, así que suelta la sopa —dijo Steffie, sentada en la cama—. Cuéntamelo todo. Y así como así, Margaret, Elly y la misteriosa colofonia, todos parecieron desvanecerse.

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—Yo tampoco.

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Vanessa enrolló su cabello alrededor de su dedo.

+= No se puede ignorar el pasado. Tanto como Vanessa entendió de la clase de historia a la mañana siguiente. Afuera, el cielo estaba nublado, el mismo tono gris como los edificios de piedra alzándose en el horizonte. Las mañanas de otoño se estaban haciendo más oscuras y frías. Vanessa bostezó y se quedó mirando la pizarra, distraída por las chicas susurrando en el fondo de la sala. ¿Estaban hablando de ella? —¡Shh! —Dijo TJ. Fulminó con la mirada a las chicas sobre su hombro antes de volverse a Vanessa y darle un guiño. Gracias, articuló Vanessa, justo cuando el Señor Harbor dejó la tiza. —Ahora, quiero que os dividáis en grupos y deis con tres ejemplos de eventos que ocurren en la actualidad que podrían haberse experimentado también en la antigua Roma. Cualquiera que no lo termine, se lo llevará a casa y lo hará para el próximo lunes. El salón se llenó con chillidos de sillas y el bajo parloteo de voces. Blaine, TJ y Steffie jalaron sus sillas alrededor de Vanessa. Ella abrió su libro, en la sección sobre el Imperio Romano, y estaba a punto de hablar cuando Steffie empujó el libro a un lado. —Vamos a hacer la tarea más tarde —dijo, y sacó su iPad. Bajó la voz—. ¿Os acordáis durante la orientación, cuando Josef dijo que al menos una cuarta parte de todas las clases renuncia antes de finalizar el primer año? TJ se reclinó en su silla. —¿Te acuerdas? —Dijo ella con una risa—. ¡Esas palabras me han estado persiguiendo durante semanas!

Vanessa sintió nudo en la garganta. —¿Qué quieres decir con desaparecer? —Preguntó Blaine.

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—Bueno, hay más. —Miró a su alrededor, con los ojos sombríos—. Elly es la última. Ellas no sólo renunciaron. Muchas desaparecieron por completo.

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Steffie se mordió el labio.

—Como que nunca se supo de ellos otra vez —dijo Steffie—. En el mejor de los casos, las están minimizando como fugitivas o drogadictas, y en el peor… bueno, ya lo veréis. Estaba haciendo investigación en mi clase de periodismo esta mañana cuando empecé a toparme con estos artículos sobre bailarinas fugitivas —continuó Steffie—. Así que he descargado todos aquellos artículos sobre los estudiantes desaparecidos. Ella deslizó el dedo sobre su iPad. Vanessa apenas había leído el primer titular cuando sintió una ola de temor. BAILARINA DESAPARECIDA. Miró la fotografía de una jovencita, el título indicaba su nombre, edad y el último lugar donde fue vista. Con TJ y Blaine apiñadas sobre su hombro, ella comenzó a leer sobre las bailarinas desaparecidas, chicas que simplemente se habían desvanecido, sus fotografías impresas al lado del artículo con el título: DESAPARECIDA. Si tiene alguna información sobre esta persona, por favor póngase en contacto con la policía de Nueva York. El artículo más antiguo databa de hace veinte años, y el más reciente se publicó en agosto, con los titulares ALTAS Y BAJADAS DE LA ACADEMIA DE BALLET DE NUEVA YORK. Era un largometraje sobre NYBA y su historia de las chicas que renunciaban. La mayor parte era familiar, la alta presión ejercida sobre las jovencitas por parte de los coreógrafos e incluso los padres, el estrés físico y riesgos médicos de los ensayos y el baile en punta. —Ella solo empacó y se fue —dijo un ex estudiante de NYBA sobre una chica que, como muchas otras, había sido escogida para un papel principal—. Dejó una nota diciendo que no podía soportarlo más. Pensé que se iba a casa, pero supongo que quería empezar de nuevo.

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—Escuché que estaba viviendo con su novio en Queens —dijo Ana, de la más reciente desaparición, Chloë, que había renunciado justo antes de que empezara la academia—. Lloraba mucho hacia el final. Pero probablemente fue para mejor. Ella no era feliz aquí. —Cuando se le preguntó si había hablado con Chloë desde que había renunciado, Anna eludió la respuesta—. No quiero hablar de eso —había dicho.

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Vanessa se sorprendió al ver el nombre de Anna Franko antes de la próxima cita.

—¿Anna? —Susurró Vanessa. Algo en su última respuesta no estaba en lo cierto. A pesar de que todas las desapariciones se explicaron, al igual que la su hermana, ninguna de ellas realmente tenía sentido. —Es un encubrimiento —dijo Vanessa, justo cuando su profesor se inclinó sobre sus escritorios. —¿Y cómo va todo por aquí? —Preguntó. Steffie deslizó rápidamente su cuaderno sobre su iPad. —Acabamos de empezar a compilar una lista —dijo Blaine, sosteniendo un pedazo de papel garabateado con notas ilegibles. El Sr. Harbor entrecerró los ojos hacia ellas, tratando de distinguir las palabras. —Muy bien —dijo, y pasó al siguiente grupo. —¿Un encubrimiento? —Dijo TJ, una vez que él se fue—. ¿Qué quieres decir? —¿No os parece un poco extraño que tantas chicas desaparezcan sin que se vuelva a escuchar de ellas jamás? —¿Pero no has leído las citas? —Dijo TJ—. Ninguno de sus amigos pensó que algo deshonesto estaba pasando. —Pero ninguno de sus amigos ha oído hablar de ellas otra vez tampoco. Renunciar y volver a casa es una cosa, ¿pero desaparecer por completo? Eso no es normal. —La policía no parece pensar que sí —intervino Blaine.

—¿Qué? —Dijo Vanessa. Los artículos no mencionaron eso. —Lo sé —dijo Steffie—. Supongo que la escuela nunca se lo divulgó a la policía. Pero pasé por todas las antiguas listas de reparto, y es verdad.

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—Hice un poco de investigación por mi cuenta, y me enteré de que se supone que muchas de estas chicas actuaran en El Pájaro de Fuego.

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—La policía no lo sabe todo —empezó a decir Vanessa, pero Steffie la cortó.

—Justin lo sabe —susurró Vanessa. Pensó en esa tarde en la biblioteca, cuando Justin le había hablado sobre todos los viejos miembros del reparto que habían desaparecido. Ella lo había apartado, pero él había tenido razón. —No entiendo —dijo Blaine—. ¿Cómo es que nunca oímos acerca de esto? —Debido a que la academia probablemente está tratando de mantenerlo en secreto —dijo Steffie—. Quiero decir, si hubieras tenido tantas bailarinas principales renunciando en más de un ballet, siendo lo más difícil, ¿lo habrías anunciado a todo el mundo? —Mis padres… —dijo TJ—. Ellos nunca me mencionaron nada como esto. Dudo que siquiera lo sepan. —Hizo una pausa—. Pero entonces, ¿qué pasa con Elly? Ella desapareció como estas chicas. Pero no fue elegida como protagonista… —Elly no tiene nada que ver con esto —dijo Steffie, con firmeza—. Ella está bien. Dijo que renunció. Y está en casa. Si hubiera desaparecido, sus padres estarían aquí, buscándola. —Pero, ¿qué pasa si sus padres no saben que se ha ido? —Dijo TJ, incapaz de controlar el temblor de su voz—. ¿Qué pasa si la academia nunca les dijo porque están encubriendo algo? Su correo electrónico no sonaba como ella. Algo está mal.

DESAPARECIDA: MARGARET ADLER, BAILARINA

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Al principio, no entendía lo que estaba viendo. Ese largo cabello castaño familiar. Esos ojos color avellana suaves mirando hacia la cámara; los delicados labios fruncidos en una sonrisa. Vanessa tocó la pantalla con el dedo. Incluso en la fotografía del periódico arenoso, ella lucía sonrosada, llena de vida. Y luego leyó el titular.

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Steffie y Blaine intercambiaron una mirada de preocupación. Vanessa tuvo que aceptar que lo que estaba diciendo TJ sonaba extremo, pero TJ parecía tan afectada que Vanessa no quiso molestarla aún más, por lo que no dijo nada. Estaba tan perdida en sus pensamientos que cuando el próximo artículo se acercó, ella no estaba preparada.

Un silencio inundó todo el grupo mientras observaban a la chica sonriente en la pantalla, su cara siendo una delgada, más delicada versión de la de Vanessa. Un recuerdo destelló ante sus ojos: años atrás, de vuelta en Massachusetts, cuando ella y Margaret eran niñas. —¡Estoy yendo por ti! —gritó su hermana mayor. Era mediados de verano, y su padre había instalado un aspersor en su patio trasero para refrescarlos. Ellos habían usado la manguera para llenar unos pocos globos sobrantes de una fiesta de cumpleaños, y ahora estaban teniendo una pelea de agua—. Con cuidado, Vanessa. Vanessa se había agachado a la vez que Margaret arrojaba un globo al aire. La pasó y chocó contra la parte trasera de su casa. Vanessa rió y corrió, sus dedos resbalándose a través de la grama húmeda. Ella pasó el garaje, y luego todo estaba borroso. De repente había dos brazos sosteniendo los de ella, deteniéndola de una caída. Ella alzó la mirada. Ahí estaba Margaret, su cabello mojado, diminutas gotas de agua cayendo por su cara. —Ness, tienes que ver hacia donde te diriges. —Margaret señaló la calle fuera de su casa, por donde los coches estaban pasando. Vanessa casi había corrido a la mitad de la calle sin mirar. —Lo siento, Margaret, —había dicho. —No te preocupes, —Margaret le dio un beso en la frente—. Siempre te protegeré.

—Oye, —dijo Blaine suavemente—. ¿Estás bien? Vanessa le dio un rápido asentimiento pero no lo pudo mirar directamente.

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—Yo…Yo no quiero leer más.

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Alejándose de la cara de su hermana, Vanessa empujó el iPad sobre la mesa.

—Oh, cariño, no hagas eso, —dijo Blaine, y presionó su mano en el ceño de ella—. Si quieres fruncir el ceño así en la privacidad de tu propia habitación, bien, pero no puedo sentarme aquí y ver como arruinas esa piel hermosa con arrugas. TJ le dio un manotazo en el brazo. —Déjala en paz. —Lo digo en serio, —dijo Blaine—. No vamos a lucir así para siempre. Tenemos que empezar a planificar el futuro. TJ puso los ojos en blanco. —¿Quieres hablar sobre eso? —dijo a Vanessa. Vanessa se mordió el labio. —No hay nada que decir. Todo lo que sé está probablemente en ese artículo. Pero Blaine no se ablandó. —¿Estás segura de que no quieres hablar? ¿Muy muy segura? —Sip, —dijo ella, mirando hacia él—. Estoy bien. Eso fue hace mucho tiempo. Blaine dejó salir un melodramático suspiro. —Bien, —dijo—. Pero espero que te des cuenta que si fueras alguien más, te fastidiaría hasta que me lo dijeras. Sabes lo mucho que odio el suspenso.

—Hablando en serio, —dijo Blaine, su voz ferviente—. Sabes que puedes hablar con nosotros.

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—No eres exactamente la persona a la que yo le contaría mi más profundo y oscuro secreto. —dijo TJ a Blaine—. Sin ofender.

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A su pesar, Vanessa dejo salir una carcajada.

Blaine se quedó silencioso por un momento.

—Sé que tengo un temerario –y hermoso– exterior. Pero también puedo ser serio. Sobre todo es más fácil burlarte de ti mismo antes de que alguien más tenga la oportunidad. TJ frunció sus labios y se estiró hasta apretar el hombro de Blaine. —Lo entiendo. Vanessa se sorprendió de lo cercana que se sentía hacia sus nuevos amigos. —Sólo fue elegida en El Pájaro de Fuego, —dijo suavemente—. Tal vez mi turno es el siguiente. —¿Tu turno para qué? —dijo Steffie—. Tal vez todas estas bailarinas desaparecieron porque estaban estresadas. Tal vez huyeron, o simplemente solo abandonaron sin decírselo a nadie. No tiene que ser necesariamente siniestro. —Pero ¿qué pasa si lo es? —dijo Vanessa—. Tienes que admitir que esto es un poco coincidente. Chicas de plomo desaparecen—perdidas sin rastro. Hay un patrón aquí. Uno que parece que empezó hace veinte años, y eso significa que alguien o algo está detrás de eso. ¿Cierto? — Miro a sus amigos—. De lo contrario ¿por qué se centraría en las chicas que protagonizan El Pájaro de Fuego? —Tal vez porque es particularmente un baile difícil, —dijo TJ. Vanessa sacudió la cabeza.

Blaine dio una breve sonrisa. —Uno nunca necesita una razón para tener un ritmo. —Las chicas lo miraron—. ¿Qué? —dijo él—. Es verdad.

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—Pero entonces ¿qué lo causo? —presionó TJ—. Steffie dijo que la mayoría de las chicas que desaparecieron eran del elenco protagonista de El Pájaro de Fuego, pero no todas. Como Elly. Ella no era del elenco de ninguna producción. No hay ni ritmo ni razón.

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—¿Suficiente para que alguien lo abandone? No lo creo.

Vanessa lo ignoró, apoyando su mentón en su mano. Una parte de ella nunca había realmente creído que su hermana hubiese solo huido. Margaret había sido muy feliz en NYBA. Y ella era una buena hermana— si hubiera dejado la academia para empezar una nueva vida, se lo habría dicho a Vanessa. No, algo más les había pasado a Margaret y a las otras chicas. Pero ¿qué podría explicar todas estas desapariciones? —Justin, —espetó de repente Vanessa. Los otros tres se volvieron hacia ella. —¿Justin las mató? —dijo Blaine, un poco muy alto. Cuando unos cuantos de sus compañeros se dieron la vuelta, el bajó su voz—. ¿Cómo lo sabes? ¡Yo siempre pensé que él tenía un problema de ira! Vanessa sacudió la cabeza. —No, me refiero a que tal vez Justin podría tener más información. Después de todo, él sabía que los miembros del elenco estaban desapareciendo. —¿Puedes recordar si él ha dicho alguna vez algo más? —Preguntó Steffie. Vanessa rebobinó hacia todos sus intercambios con Justin, su mente a la deriva de una conversación que no podía sacudir de su memoria. —Dijo que Margaret llevaba un diario. Ella nunca se lo mostró a nadie, pero les decía a las personas que si algo le pasaba a ella, todo sería revelado en sus apuntes. Él pensó que ella estaba loca, que todo estaba en su cabeza, pero ¿tal vez…? —¿Justin dijo eso? —preguntó Blaine—. Estoy sorprendido de que prestara atención a algo que dijera ella.

—Sip, —dijo Vanessa, recordando como él había mencionado que ella había dejado de hablarle—. Además él no se veía amargado exactamente, más como triste. Me refiero, él no podría haber pensado que ella estaba así de loca o él no habría repetido lo que ella dijo.

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—Así que ella lo rechazó, —dijo Steffie—. Y él concluyó en que ella estaba loca.

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—Creo que ella le gustaba, —murmuró Vanessa, recordando.

—¿Si algo le pasaba a ella? —repitió TJ—. Así que ella sabía que algo estaba sucediendo. —Supongo, —dijo Vanessa—. Pero todos pensaban que ella estaba loca. Steffie se apoyó en el escritorio, profunda en sus pensamientos. —Suena como una insurrección policiaca en caso de que algo le pasara a ella. —¿Qué es lo que dice? —preguntó TJ—. El diario. —Nunca lo he visto. Enviaron todas las cosas de Margaret de vuelta a casa después de su desaparición. Cuando mi madre finalmente abrió las cajas, yo estaba ahí. Recordaría un diario. —Dijo Vanessa—. No había uno. —¿Crees que ella estaba mintiendo sobre tener uno? —preguntó Blaine. —De ninguna manera, —dijo Steffie, respondiendo por Vanessa—. Si pensaba que alguien iba por ella, no lo hubiera dejado a la vista para que alguien lo encontrara. Lo tuvo que haber escondido. —Pero ¿dónde? —preguntó Blaine. —Si yo fuera ella, —dijo Steffie—, solo hay un lugar en el que lo escondería. —Hizo una pausa—. En su habitación. Y por su habitación, me refiero a mi habitación.

La rebanada de colofonia estaba todavía en el escritorio de la noche anterior. Vanessa dobló la nota de Elly sobre él y se la guardó en el bolso. Luego, se puso sobre sus manos y rodillas y, junto a los demás, comenzó a buscar. Miraron por todos lados —debajo de la cama, detrás del vestidor, la parte inferior de los cajones y los estantes del

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Al sonido del timbre, ellos hicieron la carrera de vuelta al dormitorio. El lado de Steffie de la habitación estaba desordenado con ropa y papeles, pero el lado de Elly estaba tan vacío como el día que ella se fue.

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armario; Vanessa revisó las baldosas para ver si alguna estaba suelta. Vaciaron todos los muebles de Steffie, arrojando sus cosas en una pila en el centro de la habitación. TJ revisó incluso dentro del radiador, emergiendo con una maraña de polvo y telarañas. Blaine colapsó en el colchón a rayas de Steffie. —Nada. Vanessa sopló un mechón de cabello lejos de su cara. —Supongo que es difícil de creer que siguiera estando aquí después de todos estos años. —Miró hacia fuera de la ventana, donde solo una delgada pantalla separaba la habitación de una ciudad en expansión. ¿Su hermana estaba allá afuera? ¿Elly también? Steffie se inclinó y recogió uno de sus viejos zapatos pointe. Era viejo y andrajoso, el rosa satinado descolorido por el uso.

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—Pero si el diario no está aquí, y no está en tu casa, ¿dónde está?

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Capítulo 14+ Traducido por Jesica y SOS Apolineah17 Corregido por katiliz94

Lunes por la mañana y el reloj de la mesita de noche marcaba las cinco y veintinueve. Frustrados por un diluvio de tareas, Vanessa y sus amigos habían pasado la última semana en la biblioteca, la cual estaba tan llena de estudiantes que estudiaban para los exámenes parciales que apenas podían decir una palabra sin que prácticamente toda la academia lo escuchase. Vanessa había mirado a la entrada en arco, esperando que Zep pasara a través de ella, pero nunca lo hizo. En cambio, sus ojos se posaron en Justin, quien estaba inclinado sobre sus libros, garabateando notas rápidas con un lápiz, los mellizos Fratelli a cada lado de él como guardaespaldas. Con ellos alrededor, no había habido manera de que Vanessa se acercara a Justin. E incluso si él sabía algo sobre su hermana, ¿realmente ella quería hablar con él?

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En aquellos primeros días, Zep se encontró con ella después del ensayo, su pecho húmedo de sudor y juntos saldrían del estudio y caminarían por Broadway, la cálida mano de Zep agarraba la suya como si todavía estuvieran bailando. Se sentaban cerca uno del otro en la cena, metidos en una pequeña mesa hasta que sus rodillas tocaban las del otro. Reían y charlaban; Vanessa le contó lo preocupada que

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El único tiempo que había sido capaz de robar con Zep había sido durante la semana anterior de los ensayos preliminares de El Pájaro de Fuego mientras ellos se estaban familiarizando con la partitura y aprendiendo sus pasos. No podían hablar; los ensayos fueron en silencio a menos que Josef hablara; aunque sólo estar cerca de Zep era suficiente. Ella apenas se dio cuenta que las otras chicas la estaban mirando, o Justin siguiendo sus movimientos como una sombra.

estaba por vivir de acuerdo con las expectativas de su papel, de lo difícil que los pasos eran y cómo tenía mucho que aprender. Zep le aseguró que su técnica era perfecta; sólo tenía que practicar más. Él tocó su mano, enviando un escalofrío de calor por su brazo y haciéndola olvidarse de sí misma, aunque sólo fuese por un momento. Ella debería haber estado llena de felicidad, sin embargo, algo alrededor de cada fecha era extraño. No era solamente que estaban agotados, su separación al final de la noche era más rápida de lo que le hubiera gustado. Era la sensación de que él estaba dándole la espalda. Ella siempre era la que divulgaba sus sentimientos y él quien la consolaba, pero cada vez que ella le preguntaba acerca de él y cómo pasaba el resto de su tiempo, él esquivaba sus preguntas. Él estaba muy ocupado, practicando y trabajando con Josef. Sobre qué, no lo sabía. Sólo que tenía que ver con su técnica y meterlo en un buen grupo el próximo año. Ella quería presionarlo, pero se contuvo. Tal vez porque él era un estudiante de último año y ella de primero, porque él era Zeppelin Gray y ella solo era Vanessa, la pelirroja que de alguna manera ganó el corazón de Zep, aunque nadie, incluida ella misma, podía entender por qué. Incluso sus mensajes eran breves, y aunque parecían dulces en la superficie, se sentían de alguna manera impersonales. Estabas hermosa en la cena de esta noche. Me encantó bailar contigo esta mañana.

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Luego, a medida que la semana avanzaba, el poco tiempo que pasaron juntos comenzó a desvanecerse. Vanessa se dio cuenta de que Josef parecía más impaciente con Zep, ladrándole a él por razones que Vanessa no podía entender. Y eso no era lo único que estaba fuera de lugar. Una vez, a través de la ventana de la puerta, Vanessa pensó que vio a los mellizos Fratelli mirando a Zep, pero cuando parpadeó, se habían ido. Estaba viendo cosas, concluyó. Sin embargo, cada día cuando ellos habían terminado, Josef apartaba a Zep a su oficina –para hablar de su parte, Vanessa supuso– y ella se retiraba a la biblioteca,

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Vanessa no podía determinar exactamente el que acerca de ellos la decepcionó. Estaban caminando por los pasos, diciendo todas las cosas correctas. Pero para ella esto no se sentía como una relación; se sentía como un ensayo.

enterrándose en sus libros. Pero lo único que podía pensar era en Zep y cuando lo volvería a ver. ¿Era su novio? ¿Era real? ¿O estaba de alguna manera escapando de ella? TJ se dio la vuelta pero no se despertó mientras Vanessa salía de la cama. Ella murmuró en su sueño —nada más que tonterías, aunque su tono era de dolor. Ella no había estado durmiendo bien últimamente y había estado de mal humor, especialmente cuando el tema de Elly vino. No entendía por qué nadie más estaba tan preocupado como ella. Vanessa se aseguró de no despertarla. Afuera, las calles de Nueva York estaban en silencio, salvo por el ruido suave de coches andando por la calle Broadway. Se vistió y se recogió el cabello en una cola de caballo. Se colgó el bolso de danza por encima del hombro y se metió en el pasillo. Había planeado ir a la academia de baile en la planta baja, para estirar y calentar durante el primer ensayo real, cuando bailarían, en lugar de caminar sus partes. Pero cuando llegó al vestíbulo, dudó. A través de los cristales de la puerta vio a un grupo de adolescentes caminando por la vereda más allá de Lincoln Center, llevando patinetes y mochilas. Vanessa observó a uno de ellos comprar una rosquilla a un vendedor ambulante. Su bolsa se deslizó por su hombro. Se dio cuenta de que no sabía lo que se sentía ir de paseo con amigos y no hablar de ballet o del ensayo, comer un donut y no sentirse culpable después, tener tardes libres para hacer lo que ella quisiese. Podía irse, se dio cuenta. El vestíbulo estaba desierto. Nadie la vería marcharse.

Y entonces sonó el teléfono. Cuando Vanessa sacó su celular de su bolso, un portero apareció por una esquina, llevando una fregona y cubo. Ella debió haberle mirado, porque él la miró con curiosidad mientras ella contestaba el teléfono.

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Dio un paso hacia adelante, y luego otro.

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Miró por el pasillo hacia los estudios, entendiendo por primera vez cómo su hermana debió haberse sentido cuando decidió huir. Todo lo que tenía que hacer era empujar la puerta, y podría dejar todo —el elenco del Pájaro de Fuego, los maliciosos alumnos de segundo año, las misteriosas desapariciones, Justin y sus dos compinches, incluso a Zep y su dolorosa ausencia— atrás.

—¿Mamá? —Oh, Vanessa, estoy tan contenta de que atendiste. —Sonaba sin aliento. Vanessa se puso rígida. —¿Por qué? —dijo, mirando el reloj encima de la entrada del vestíbulo—. Son las seis de la mañana. ¿Está todo bien? —No, no sé qué me ha pasado. Mi garganta se secó, comencé a sudar –que, como sabes, nunca lo hago. —¿Qué pasó? ¿Es necesario ir al hospital? —No, nada de eso. Estoy tan contenta de que atendiste. Ya nunca lo cogías. Eso me preocupaba. Vanessa dejó escapar un suspiro de alivio. —Lo siento, mamá. Estoy tan ocupada con El Pájaro de Fuego y todo. —Estaba pensando en eso y lo orgullosa que tu hermana estaría. Y cuan orgullosa estoy yo. Sé que no he sido el apoyo como quise, pero simplemente no quiero que sigas literalmente sus pasos. —¿Qué quieres decir? —Tu hermana era tan joven cuando fue elegida como la protagonista, supongo que era demasiado joven y no pudo soportar la presión. Y ahora tú eres la protagonista y yo… simplemente no quiero perderte a ti también.

Vanessa vio al portero fregar un círculo del suelo por el hueco de la escalera. Él cruzó su mirada cuando ella terminó de hablar, como si

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—No te preocupes, mamá. —Tomó su bolso—. Yo nunca escaparé. En realidad estoy en camino al estudio ahora.

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Vanessa miró a través de las puertas el Lincoln Center, una punzada de culpa pasó a través de ella.

supiera lo que había estado considerando. Ella rompió el contacto visual y comenzó a caminar por el pasillo hasta el estudio de la práctica. Podía oír a su madre respirar en el otro extremo. —Está bien, cariño, te creo. Realmente lo hago. —Oye, mamá. ¿Acaso Margaret te dijo alguna vez acerca de un diario que ella estaba escribiendo? —No que yo sepa —dijo su madre—. ¿Dijiste que ibas al estudio? ¿No es muy temprano para eso? No quiero que te hagas daño o que pases todo tu tiempo libre practicando. Vanessa tenía lista una respuesta, pero al oír las palabras de su madre se quedó en silencio. —¿Y tus mareos? ¿Están cada vez peor? Vanessa miró el teléfono. —Estás haciendo un gran asunto por nada —dijo—. Sólo ocurre cuando todo va bien, así que no veo por qué piensas que es un problema. —Pero la verdad era que Vanessa había estado decepcionada cuando se dio cuenta de que ninguno de sus nuevos amigos parecía sufrir el mismo problema.

—No puedo, mamá. Pero estaré en casa en diciembre. No está tan lejos. Su madre suspiró.

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Vanessa se mordió el labio. No podía irse ahora. ¿Y sus amigos? ¿Y Zep? Por una vez, finalmente se sentía como si estuviera llegando a alguna parte, poco a poco recogiendo todas las piezas sueltas de información que rodeaban la desaparición de Margaret. Si se iba ahora, nunca sabría cómo encajarían entre sí.

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—Sólo estoy tratando de ayudarte —dijo su madre—. Sabes que puedes volver a casa en cualquier momento. Podemos preparar la sala de la forma en que estaba antes de que te fueras. Será como en los viejos tiempos.

—Lo entiendo, cariño. Sólo pensé que iba a intentarlo. —Hizo una pausa—. Te extraño. El dolor en su voz hizo que el corazón de Vanessa se sintiera pesado. —Yo también te echo de menos —dijo ella y era verdad.

+= El vestidor de las chicas de abajo estaba oscuro cuando Vanessa corrió hacia el interior, cerrando la puerta detrás de ella, de repente furiosa con su madre por haber mencionado su mareo. Las luces fluorescentes zumbaban en el silencio. Ella echó la bolsa en el suelo en la esquina y jugueteó con su casillero. Por alguna razón no se abría y, sin pensarlo, le dio una patada con fuerza. Se abrió, derramando toda su ropa y suministros. Dejó escapar un grito y se desplomó en el suelo, frotando su pie, que ya estaba dolorido y con ampollas de las clases diarias y ensayos. Cautelosamente, se quitó su zapato. Sus dedos fueron vendados, la piel alrededor de ellos rota y magullada. Flexionó su pie e hizo una mueca. Un par de tijeras yacía entre sus cosas en el suelo. El metal estaba frío contra su piel mientras cortaba la cinta y comenzó a despegarlo. Todavía podía oír la voz de su madre claramente mientras arrancaba el primer vendaje. Podemos preparar la habitación de la forma en la que estaba antes de que te fueras.

+= Vanessa practicó sola, bombardeando Stravinsky a través de sus auriculares, hasta que comenzó el ensayo de El Pájaro de Fuego. Cada vez que la voz de su madre cortaba a través de la música, ella subía el

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Sus dedos estaban cubiertos de costras, hinchados y rígidos. Usando una bola de algodón y el ungüento de su bolso, se secó los pies con agua oxigenada. Un dolor agudo y punzante disparó su pierna. Cerró los ojos. Si fuera sincera consigo misma, habría admitido que de una manera extraña, le gustaba cómo se sentía. Apretó los labios, dañándolos.

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Arrancó el próximo vendaje. Será como en los viejos tiempos.

volumen y golpeó con más fuerza. Un aleteo de la flauta y ella avanzaba lentamente por el suelo, extendiendo sus brazos a los lados. Un cuerno, repentino y abrupto y Vanessa lanzó su cuerpo, la música tirando de ella hacia delante y hacia atrás. A continuación, un susurro misterioso, como la niebla arrastrándose por el bosque y ella misma se paró en sus dedos de los pies. Las cintas se clavaron en sus tobillos, pero cerró los ojos y comenzó a dar vueltas hasta que el suelo se sentía caliente bajo sus pies, y la música se volvió más lenta, más extraña. Se mareó. Los espejos se doblaron y torcieron, distorsionando la habitación. Sus miembros parecían hebillas debajo de ella e incapaz de mantenerse a sí misma por más tiempo, sus talones tocaron el suelo y llegaron a un abrupto fin, su cuerpo vacilante mientras recuperaba el sentido del equilibrio. No era un problema, se dijo. Pero una parte de ella se preguntaba si esta vez su madre podría tener razón. Después de que terminó su práctica temprano por la mañana, Vanessa se sentó en la esquina del estudio, extendiendo sus leotardos húmedos de sudor. Cuando el resto de la compañía se presentó —las chicas que representarían a las trece princesas— se limpió la frente y comprobó su maquillaje, con la esperanza de que ninguna de las otras bailarinas se diera cuenta de que ya había estado practicando durante horas. Todas eran del último año, la mayoría de entre el grupo que había estado ensayando con Josef desde la primera semana de clases.

Ella se estaba riendo de algo que una de las chicas decía, su esbelta garganta se arqueó mientras inclina la cabeza hacia atrás. Al pasar, sus ojos revoloteaban a Vanessa. La mera visión de la cara enrojecida de Vanessa parecía asustarla. La sonrisa desapareció de los labios fresa de Anna y de repente Vanessa se sentía increíblemente pequeña.

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Finalmente Anna Franko se pavoneó por la puerta, la decimotercera princesa, su piel de un color blanco nacarado, con el pelo rubio atado en un pequeño nudo perfecto.

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Incluso de cerca, se veían tan parecidas que Vanessa tenía problemas para recordar quién era quién. Tres Laurens, otras dos Lauras. Laurel. Lara. Tara. Tiffany. Leigh. Dos Jessicas. ¿Era así? No importaba, porque ninguna de ellas incluso la honró con una mirada y mucho menos un hola.

Se quitó los auriculares. —Hola —dijo ella tímidamente, mirando a la hermosa cara de Anna. Pero Anna no dijo nada. Ella simplemente caminó, conduciendo a las otras chicas al lado opuesto de la habitación, donde reanudaron la charla como si Vanessa no estuviera allí. Vanessa se sentó con un nudo en el estómago, al darse cuenta de que no importaba lo bien que bailase; ella nunca sería una de ellas. Las chicas se rieron, la voz de Anna muy por encima del resto. Sus ojos se estrecharon cuando se encontraron con los de Vanessa, burlándose de ella. Vanessa apartó la mirada y comenzó a meter sus cosas en su bolso, tratando de fingir que estaba demasiado ocupada para notar a las otras chicas, esperando a que Zep diese grandes zancadas por la puerta, pero el único chico que entró en la habitación fue Justin. Él le dirigió una inclinación de cabeza antes de tirar su bolsa en el suelo por la barra. Ella se apoyó en el espejo y se desplomó. Cuando el reloj marcó las nueve, las puertas se abrieron de golpe y Josef cruzó tranquilamente la habitación en una camiseta gris y pantalones ajustados, sosteniendo una larga vara. Zep entró caminando detrás de él. Vanessa lo observó, tratando de llamar su atención, pero él no pareció verla.

—Hay un yo no sé qué en cada uno de vosotros, como si os hubieseis acercado, me hubieseis tocado, y de repente vuestro corazón estuviera latiendo con el mío. La sala estaba en silencio. Vanessa se sintió enrojecer, sintiendo los ojos de Josef permaneciendo en ella.

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Dio un paso hacia Vanessa y habló en voz baja.

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—De acuerdo —dijo Josef, sus ojos brillando mientras contemplaba a los bailarines—. Bienvenidos al primer ensayo real de El Pájaro de Fuego. No más escuchar las marcaciones o memorizar los pasos. Es hora de ponerse a trabajar, a bailar. Confío en que todos estéis preparados. Personalmente os he escogido a cada uno de vosotros por vuestro talento, dedicación y perseverancia. —Sus ojos se posaron en Vanessa—. Cada uno tenéis algo que trasciende lo ordinario.

—Un rápido recordatorio de nuestro horario: ensayos en las mañanas, vamos a trabajar en varios bailes para la suite del Pájaro de Fuego. Pero por las tardes, vamos a trabajar en un baile en particular, llamado La Danse du Feu, o la Danza de Fuego. Además de vuestras clases académicas, por supuesto. El francés rodó la lengua en un cálido aliento, como si estuviera hablando del nombre de su amante. La Danse du Feu, Vanessa lo repitió en su cabeza, pero no podía recordar ningún baile en El Pájaro de Fuego con ese nombre. Levantó la mano. —¿Cuál es la danza del fuego? —le preguntó a Josef—. He estado viendo El pájaro de Fuego desde que era una niña y nunca lo he visto. Josef sonrió. —Me alegra que lo preguntaras —dijo él, dándole una ligera inclinación de cabeza—. La Danse du Feu una vez fue parte del ballet original, pero fue rápidamente eliminado porque era demasiado difícil. Las bailarinas caían, hiriéndose a sí mismas. Se quejaban del ritmo y del cómo no coincidía con el resto del baile. Así que los primeros coreógrafos lo quitaron del ballet y raramente ha sido representado desde entonces. Un murmullo barrió la habitación. Josef levantó un dedo para pedir silencio. —Es una danza como ninguna otra. Cuando la vi por primera vez representada, pensé que la vida me abandonaría.

Se detuvo y le dio al elenco una mirada. —Vamos a empezar ahora, utilizando este ensayo para practicar la danza del fuego, como esta tarde el ensayo no se llevará a cabo. Estaré observando a los estudiantes para elegir a los suplentes para el Pájaro de Fuego y las trece princesas. A partir de mañana por la

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—Creo que podéis realizar esta danza. Que juntos podemos. No, no va a ser fácil, pero nada vale la pena si siempre es fácil.

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Dando unos pasos lentos, comenzó a caminar.

mañana, los ensayos normales se reanudarán y nos pondremos a trabajar en el resto del ballet. Vanessa miró alrededor de la habitación, preguntándose si los demás estaban tan nerviosos como ella. Pero no era sólo ansiedad la que sentía; era emoción. Esta era una oportunidad para que Vanessa se probara a sí misma. Desde la esquina de la habitación, pudo sentir la mirada de Zep deslizándose sobre ella. Se estremeció pero no se atrevió a mirarlo, por temor a que algo dentro de ella se derritiera. —¿Estáis listos? —preguntó Josef y aplaudió con sus manos—. Bien. Pongámonos a trabajar. Los acomodó en la habitación, a Vanessa y a Zep en medio, las trece chicas alrededor de ellos. A un costado de la sala, Vanessa podía sentir a Justin observándola. Apartó la mirada, comprobando su postura en el espejo hasta que Josef comenzó a aplaudir un errático y extraño golpeteo. Empezó a ladrar órdenes. —Sin música —dijo—. Sólo sentid el profundo latido dentro de vuestro cuerpo. ¡Ahora, cuarta posición! ¡Uno y dos y tres y cuatro! ¡La pierna derecha hacia atrás y empujad los brazos hacia afuera! Comenzó fácil, las piernas de Vanessa moviéndose bajo las órdenes de Josef como si fuera algo natural, como si él no necesitara hablar en absoluto. Alrededor de ella, las otras bailarinas seguían su ritmo, sus pasos eran versiones más simples que las de Vanessa.

—Mantenlo —advirtió Josef desde algún lugar a la distancia.

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Sombras danzaban sobre su rostro, deformándolo en algo vacío y terrible. Jadeó cuando él dio un paso hacia ella, con los ojos negros y huecos. Se tambaleó, a punto de caer.

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Sintió las manos de Zep en su cintura mientras se movían juntos, los pasos volviéndose más difíciles de seguir, las otras trece chicas abalanzándose alrededor de ellos. Se estremeció bajo su toque, su aliento contra su cuello cuando él la levantó en un salto. Su cuerpo se arqueó encima del suyo, volviendo a la vida. Cuando bajó, giró su cuello y levantó su pierna en un arabesco. Podía sentirse perdiendo el control, la habitación oscureciéndose mientras le tendía la mano a Zep.

Vanessa parpadeó y el mundo volvió a la normalidad. Zep estaba frente a ella, con expresión preocupada. Josef se paseaba alrededor de ellos, todavía palmeando el ritmo. —Ahora hacia abajo —dijo y Vanessa dejó que su pie se deslizara por el suelo—. Demasiado rígido —dijo, como si le doliera. El calor enrojeció el rostro de Vanessa. Quería complacerlo; quería presentarse, para lucir hermosa frente a él, pero no podía hacerlo bien. Escuchó a una de las otras chicas soltar una risa amarga. Estaban felices de ver su fracaso. Querían que perdiera todo. Y aún más confuso, parecían sentirse más a gusto con la extraña danza de lo que ella lo estaba. No titubeaban en sus pasos o se encogían ante el cambio de ritmo. Era como si ellas lo hubieran practicado antes. Vanessa vaciló, apenas evitando caer y de repente Josef estaba justo allí a su lado, tan cerca que su fresca piel le hacía cosquillas en el brazo. Con manos fuertes, tomó su muslo, sujetándolo como si fueran amantes. Y deslizándose, levantó su pierna. Hizo una mueca cuando un agudo dolor se disparó por su muslo, pero fue rápidamente ahogado. —Mantenlo —dijo, sus dedos presionando en su pierna hasta que estuvo segura de que dejarían moretones—. Así —su voz fue un bajo gruñido, su aliento cálido contra su oído; presionó su rodilla hacia abajo, el interior de su pierna estaba ardiendo. Justo cuando pensaba que no podía mantener más la posición, él la soltó y ella se tambaleó hacia atrás.

—Nunca vas a llenar los zapatos de tu hermana —dijo Josef en su oído mientras sujetaba su brazo firmemente en posición—. Eres inadecuada para el papel. —Tiró de su cuerpo a la forma adecuada

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Vanessa intentó seguir sus instrucciones, pero su mente estaba abrumada con las palmadas y las ordenes. Los ojos de Zep se endurecieron mientras ella tropezaba, su cuerpo agotado por la práctica de la mañana.

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—Ahora de nuevo —dijo, golpeando su vara en el suelo.

como si fuera una marioneta—. Estás tratando de destruir todo por lo que hemos trabajado. Endereza la pierna —gruñó—. ¡Arquea la espalda! —Continuaron durante unos cuantos golpeteos más hasta que finalmente él los detuvo con un gruñido—. ¡Suficiente! —gritó—. ¡Basta! Zep cayó hacia atrás, evidentemente frustrado, evitando mirar a Vanessa. Sintió que algo en su interior se desmoronaba mientras él se alejaba de ella. Pero su atención rápidamente regresó nuevamente a Josef. —¿Qué es? —preguntó, su voz resonando a través del estudio—. ¿Por qué no puedes hacerlo bien? Es muy simple. Sólo tienes que seguir tus pasos a la perfección. El resto vendrá después. Se limpió el sudor de la frente, tratando de contener las lágrimas. —Lo siento —dijo. Podía sentir al resto de los bailarines mirándola—. Yo sólo… no conozco esta danza. No la he practicado todavía. En la periferia, pudo ver a Zep quitándose los zapatos y metiéndolos en su bolso. —Entonces comienza a aprenderla —dijo Josef—. Eres la única que no puede seguir el ritmo. Los ojos de Vanessa se movieron rápidamente por la habitación. —Lo… lo siento —dijo de nuevo, su mirada descansando sobre Zep—. Lo haré mejor la próxima vez. —¿La próxima vez? —rugió Josef—. ¿Vas a decir eso la noche del estreno? ¿Así es como vas a tratar a la audiencia? ¿A tus colegas?

Vanessa tragó un sollozo mientras él se alejaba de ella y caminaba hacia el centro de la habitación. Los otros bailarines estaban inclinados sobre sus bolsos, limpiándose el sudor y bebiendo de sus botellas de

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—Y deja de decir que lo sientes —dijo Josef—. Porque yo soy el único que lo siente. Por elegirte.

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—N—no —dijo Vanessa, mordiéndose el labio. Las lágrimas le escocían en los ojos.

agua. Los miró, buscando un rostro amigable, pero ninguno de ellos la miraba. —Debo añadir eso a partir de mañana —continuó Josef, dirigiéndose hacia el grupo—, vamos a tener nuestros ensayos de la tarde en la sala de prácticas del sótano en el Lincoln Center, que tiene las mismas dimensiones que el escenario principal. La sala quemada, pensó Vanessa, frotándose los dedos con aire ausente como si todavía pudiera sentir las paredes de ceniza. —Vamos a expediros pases a todos, para que así podáis practicar por vuestra cuenta —la mirada de Josef se giró hacia Vanessa—, si lo deseáis. Limpiándose las mejillas, Vanessa miró a su alrededor, con la esperanza de encontrar consuelo en Zep, pero en algún momento durante el discurso de Josef él se había ido, y no lo vería por el resto del día. Los únicos ojos que podía sentir sobre ella eran los de Justin. Pensó que se estaba riendo de ella, complacido por su total fracaso en el ensayo, pero cuando finalmente dejó que su mirada se encontrara con la de él, se sorprendió por su suave expresión. No se burló de ella o se rió, ni siquiera la miró con lástima. Sus ojos parecían simpáticos, como si entendiera por lo que estaba pasando.

+= —Por supuesto que ella te odia —dijo TJ esa misma tarde—. Tienes el papel principal. Y tienes a Zep. —Corrección —dijo Blaine—. Le quitaste a Zep.

Así que esa tarde en el comedor, cuando Steffie, TJ y Blaine se sentaron en una mesa junto a la ventana, Vanessa dudó.

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—¿Por qué no intentas hablar con ellas? —dijo Steffie—. Probablemente son más agradables de lo que crees. Quiero decir, ¿no estarías un poco desalentada si un estudiante de primer año obtuviera el papel principal?

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—No se lo quite —dijo Vanessa, sintiéndose peor. Durante el ensayo él no le había hablado y se había ido sin siquiera decir adiós.

Una carcajada sonó a través del lugar. Vanessa inmediatamente la reconoció como la de Anna. Se dio la vuelta y vio un vistazo de su cabello rubio en la mesa del centro del comedor. Las otras doce princesas sentadas alrededor de ella. Incluso en la cena, se veían iguales —sus ropas en tonos rosas y grises jaspeado, su cabello cayendo alrededor de sus hombros en ondas casuales. Incluso estaban comiendo ensaladas a juego —verdes con aceitunas, naranjas y tomates cherry. Vanessa miró a sus amigos. Steffie estaba volteada, todavía sosteniendo su bandeja y le estaba dando una mirada burlona. Vanessa se encogió de hombros, y sin decir una palabra, levantó la cabeza y caminó hacia la mesa de las princesas. Vanessa se aclaró la garganta. —¿Puedo sentarme con vosotras? —dijo, tratando de parecer amigable. Al principio, nadie pareció escucharla. Estaban muy ocupadas escuchando a Anna. —Escuché que ha habido cerca de media docena de desapariciones en el pasado —dijo Anna. Se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Cada vez, la bailarina principal se volvía loca. Algunas incluso desaparecieron. Vanessa estaba a punto de tratar de llamar su atención de nuevo, pero cuando escuchó las palabras de Anna, agarró su bandeja y se quedó inmóvil. —¿Cada bailarina principal? —preguntó una chica.

—Y no sólo se volvió loca, sino que enloqueció como un una cabra loca por envenenamiento con mercurio, se volvió una chiflada — enfatizó—. ¡Tal vez el espectáculo anual está maldito!

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Laurel, una morena sensual con los labios grandes y una inclinación al delineador negro, habló:

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—No todas, pero la mayoría —dijo Anna en voz baja—. Al igual que Chlöe.

—¿Qué? —soltó Vanessa, olvidándose de que estaba escuchando a hurtadillas su conversación. La conversación se detuvo y Anna Franko levantó la mirada, sorprendida de ver a Vanessa. —¿Qué quieres? Vanessa tragó, su bandeja de repente volviéndose muy pesada. La mesa se quedó en silencio. —Lo—lo siento —dijo, con voz temblorosa—. Supongo que me sentaré en otro lugar entonces. —Tal vez no deberías estar comiendo —dijo Anna con firmeza—. Quizás deberías estar practicando.

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Las otras chicas bajaron la mirada hacia sus platos, ignorando a Vanessa como si no existiera. Ella buscó a través de la sala, esperando ver a Zep levantarse por ella, pero no hubo suerte. Tal vez así era como pensaba, se dio cuenta, dando un cansado paso hacia atrás. No quería regresar con sus amigos, cenar y explicar lo que había pasado. En lugar de eso, quería tirar su bandeja y volver corriendo a su oscura habitación hasta que todo el mundo se olvidara de ella. Hasta que realmente desapareciera.

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Capítulo 15+ Traducido por katiliz94 Corregido por katiliz94

Los pies de Vanessa tropezaron con delicadeza contra las escaleras. Una, dos, tres giros, las voces de las chicas desde la cena todavía haciendo eco en su cabeza. Bajó por el corredor hasta que llegó a la puerta en el extremo del pasillo. Para su sorpresa, era idéntico al suyo, la madera oscura lisa y erosionada. Vanessa tocó el pomo de latón, imaginando que el frío metal era la mano de Zep, pero retrocedió al oír un eco de voces por el auditorio. Un grupo de mayores se amontonó en el pasillo, apenas notándola mientras se metían en sus habitaciones, riendo. Para alivio de Vanessa, ninguno de ellos era de la mesa de las princesas. Cuando sus voces desaparecieron, Vanessa levantó su puño, dejando que la manga de la camisa cayera hacia atrás hasta que pudo ver un moratón purpura en forma del pulgar de Josef en el interior de su brazo. Tomando un respiro, llamó a la puerta. Nada. Escuchó movimiento dentro. —¿Zep? —Miró la fibra de madera, a la espera de su profunda voz—. ¿Estás ahí?

Sostuvo los dedos sobre las teclas, tratando de decidir si debía decir algo más, cuando oyó la voz de Anna flotando desde el hueco de la escalera. Presionó enviar, y se metió en la oscuridad de la escalera trasera, con la esperanza de que nadie excepto Zep sabría que ella había estado allí en primer lugar.

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Siento haberte decepcionado.

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Dio un paso hacia atrás y buscó en su bolso hasta que encontró su teléfono móvil. Escribiendo con rapidez, le escribió un mensaje.

+= Vanessa esperó una respuesta, pero pasó un día y ella no había escuchado nada de Zep. Él no fue a su habitación o a sorprenderla en la biblioteca. Lo había visto brevemente en el comedor, con los ojos metálicos mirándola a través de la multitud. Parecían estar disculpándose, mirando más allá de ella, como si estuviera distraído, aunque antes de que pudiera ir a él, sus amigos le rodeaban, charlando acerca de la clase. Sacó su teléfono sólo para ver un mensaje de él pop—up. Lo siento, he estado distante. Muy ocupado. No es por ti. Lo leyó de nuevo, confusa. ¿Por qué simplemente no se lo había dicho en persona? Su ausencia fue la más pronunciada en los ensayos. —Me temo que Zeppelin está enfermo, —anunció Josef el segundo día, y se volvió hacia Justin, que había estado calentando en la barra—. Confío en que sepas los pasos del príncipe. ¿Enfermo? El rostro de Vanessa cayó. ¿Por qué no se lo había dicho? Justin se limpió el sudor de la frente. —De memoria, —dijo él, mirando a Vanessa. —Acto uno, entonces, —dijo Josef con una palmada.

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Después de que pasaron dos días sin ningún otro signo de Zep, sin embargo, Vanessa comenzó a preocuparse. Se detenía en su habitación cada noche para ver si estaba bien, y cuando él no respondía, ella le enviaba un mensaje, preguntando cómo estaba, pero él nunca respondía. ¿Estaba realmente enfermo, o simplemente estaba evitándola? Tal vez estaba en el hospital.

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Vanessa tomó su posición, intentando evitar la mirada de Justin, y a la cuenta de Josef, comenzaron a bailar. Para consternación de Vanessa, Justin era realmente bueno, su juego de piernas llevando al príncipe a la vida ante sus ojos, como si, a través de algún cruel giro del destino, siempre hubiese tenido la intención de reemplazar a Zep.

Esos eran los pensamientos que la atormentaban durante los ensayos de la mañana, cuando todo el elenco se presentaba en el estudio, excepto Zep. A las nueve en punto, Josef cerró la puerta y dio una palmada. Justin estaba estirando por la barra con los demás suplentes. Al darse cuenta de que Zep no iba a aparecer, se puso de pie y estaba a punto de tomar el lugar del príncipe por tercer día consecutivo, cuando Josef levantó una mano. —Zeppelin no estará aquí de nuevo hoy, pero en vez de la práctica de las escenas normales de El Pájaro de Fuego, me gustaría trabajar en La Dance de Fuego. Algunos de los bailarines gimieron pero luego se quedaron en silencio cuando Josef entrecerró los ojos. —Sé que normalmente sólo trabajamos en eso en los ensayos de la tarde, pero la escena necesita mucha más práctica que las otras. El pecho de Vanessa pareció cavar en sí mismo. Sólo la idea de trabajar en la extraña danza dos veces en un día la dejaba exhausta.

—¡Sí! —Gritó—. ¡Sí! Cuando el baile terminó, ella bajó la pierna hasta el suelo y dejó que su cuerpo cayese fuera del personaje. Josef comenzó a aplaudir.

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Justin se congeló, su rostro traicionando un ligero toque de vergüenza antes de que se sentase de nuevo. Evitó la mirada de Vanessa mientras Josef señalaba a Vanessa y a las trece princesas en su posición. Vanessa mantuvo un ojo en la puerta cuando Josef comenzó a aplaudir. Hasta ahora había aprendido de memoria los pasos de la escena final, y su cuerpo se trasladó automáticamente, aterrizando cada paso con perfección. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Josef.

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—A medio camino, —continuó Josef—, el príncipe desaparece del escenario y el final se centra en Vanessa, el Pájaro de Fuego. —Dejó que sus ojos se posan sobre ella—. Y las trece princesas a su alrededor. —Se volvió hacia Justin—. No te necesitaremos hoy, ya que nos centraremos en la segunda mitad del baile. Si pudieras observar, eso sería excelente.

—Espectacular, —dijo, sus ojos viajando por el cuerpo de Vanessa, ahora húmedo de sudor—. Simplemente espectacular. Anna puso los ojos en blanco y caminó detrás de él hacia la esquina de la habitación. —Suerte, —susurró mientras pasaba a Vanessa. Las otras doce princesas la siguieron. Demasiado asustada para pensar en una réplica, todo lo que Vanessa pudo hacer fue quedarse allí estúpidamente en el centro del estudio. —No te preocupes por ella, —le susurró Josef al oído. Vanessa saltó, sin esperar que él se encontrase tan cerca de ella. Él siguió su mirada mientras Anna salía por la puerta. —Si puedes hacer lo que acabas de hacer en el ensayo de la tarde, —dijo—, nadie podrá detenerte. Vanessa debería haber estado feliz, pero no lo estaba. La única persona a la que había querido ver no había estado allí. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había aparecido? Vagó hacia la puerta cuando alguien la llamó por su nombre. —Vanessa, —dijo Justin, haciéndole señales hacia la pared—. Quería decirte… Pero Vanessa no tenía la energía.

—¿Habéis oído sobre Elly? —TJ equilibró su bandeja de la barra de ensaladas, echándose un poco de lechuga en el plato—. Todavía no ha respondido a ninguno de mis mensajes.

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Sus pensamientos la absorbieron el resto de la tarde, así que para cuando se encontró con Steffie y TJ en el comedor, le llevó un momento registrar lo que estaban diciendo.

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—No puedo, Justin. Ahora no, —dijo antes de que él pudiese continuar, y le pasó en el pasillo.

—Elly, —murmuró Vanessa. De hecho, ella había estado planeando enviarle una carta, pero aún no había escrito nada. —Es como si fuera una persona diferente, —dijo TJ—. La Elly que conocía nunca habría actuado así. Simplemente nunca nos hubiera dejado atrás y pidiese que no hablásemos con ella. Me dan ganas de ir a su casa y sacudirla. Simplemente no lo entiendo. —Sé lo que quieres decir, —dijo Vanessa. Su mente se dirigió a Zep, quien también parecía tener dos personalidades –una que Vanessa entendía y otra que era completamente extraña e impredecible—. Crees que conoces a alguien, y entonces cambian. Dejan de aparecer o de decirte a dónde van, y no tienes forma de saber por qué. —Exactamente, —dijo TJ. Las palabras de Vanessa habían salido con más pasión de lo que pretendía, y Steffie se detuvo, confundida. —¿Me he perdido algo? —Está molesta porque su novio no ha estado apareciendo a los ensayos, —dijo Justin detrás de ellas. Vanessa se dio la vuelta, sólo para ser recibida con una sonrisa de suficiencia. —No es mi novio. Y tú sólo eres el suplente. —Eso no quiere decir que no sepa lo que está pasando allí, —dijo Justin. —Oh, porque es un secreto, —dijo Vanessa, su tono sarcástico.

Vanessa esperó a que él se riera, pero no lo hizo. —No sé de qué estás hablando, —dijo finalmente ella. Ladeó la cabeza hacia Steffie y TJ, y juntas fueron a la caja registradora y sacaron sus ID.

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—Tal vez lo es.

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Justin le dio una mirada nivelada.

Cuando encontraron una mesa y se sentaron, Justin se puso de pie junto a ellas, sujetando su bandeja. Vanessa no pudo evitar mirar las líneas limpias de los músculos en sus brazos mientras se apartaba el pelo de la cara, su camiseta levantándose en la parte inferior, traicionando una astilla de piel suave. Rápidamente, apartó la mirada. Él se inclinó hacia delante. —Exactamente. Así es como funcionan los secretos.

+= El sótano de estudio era exactamente siempre el mismo —amplio y sin espejos, las paredes llenas de cicatrices de quemaduras y aglutinadas en gruesa ceniza negra. Vanessa quería preguntar a alguien lo que era, pero los otros bailarines todavía apenas la miraban. Estarcido en las cenizas estaban las formas blancas de bailarinas, los únicos puntos donde aún se conservaba la pintura original. Se alineaban en la habitación como un acordeón de recortes de papel, a excepción de que cada bailarín estaba en una pose diferente. Esa tarde ella estaba tan distraída por eso que casi no se dio cuenta del chico de pie en el borde de la habitación, sus anchos hombros se inclinaron cuando se puso los zapatos. —¿Zep? Él se puso de pie, cerniéndose sobre ella. Ella podía ver su silueta en el reflejo de sus ojos. Parecía casi culpable cuando abrió los labios para decir algo, pero antes de que pudiera hablar, la voz de Josef sonó a través de la habitación.

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Las prácticas de la tarde fueron pequeñas, íntimas, con sólo el elenco principal. En ocasiones, Josef pedía que Justin apareciese, ya que era el suplente principal, pero más a menudo no, eran sólo Vanessa, las princesas, y Zep. La suplente de Vanessa era Anna Franko, a quien a veces se le pedía observar a Vanessa, por si acaso. Ahora todos la sala se amontonaban alrededor de Zep, preguntándole si estaba bien antes de volver a su posición. Vanessa dio un paso retrocedió, esperando. Le había esperado durante días, pero ahora que

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—¡Vamos a comenzar!

estaba aquí, él no parecía que hubiese estado enfermo. Parecía saludable. —Vanessa. —Zep extendió la mano hasta su mejilla, pero ella se estremeció. —¿Estás bien? —Preguntó—. ¿Por qué no me dijiste que estabas enfermo? Traté de llamar a tu puerta, pero nunca respondiste. —Estaba en la enfermería, —dijo Zep. —Oh, —dijo Vanessa, sintiéndose repentinamente culpable. Aquí ella había estado imaginando todas esas cosas horribles, cuando en realidad, él había estado enfermo—. ¿Por qué no me lo dijiste? Estaba muy preocupada. —No era yo mismo, —dijo Zep, confundido—. No era por ti. No era por ti. Sus palabras, tan similares a su mensaje anterior, la hicieron hacer una mueca de dolor, como si hubiera recibido una bofetada. Algo sobre la forma en que él se veía le daban ganas de desaparecer, salir corriendo a la crujiente tarde de Nueva York y no parar hasta que estuviese tan lejos de NYBA que no fuese a ser capaz de encontrar su camino de regreso si lo intentaba. Ella apartó la mirada, no queriendo ver la compasión en los ojos de Zep, pero cuando miró en el espejo, sólo se encontró con el reflejo de Justin. Atrapada en el acto, trató de fingir que él no había estado escuchando, pero Vanessa podía decir por la mirada incómoda en su rostro que lo había oído todo.

Vanessa tomó su lugar en el centro de la pista, a pocos centímetros de la cicatriz cenicienta. Zep estaba detrás de ella, tan cerca que podía sentir su aliento en el hombro. —Lamento no decírtelo.

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—Posiciones, —dijo Josef, mirando a Vanessa y Zep.

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Vanessa dejó escapar una risa exasperada. No podía escapar. A cada parte que se girase, Justin o Anna o el resto de las princesas estaban mirando, esperando a que ella diese un paso en falso.

Antes de que pudiera responder, Josef levantó la mano. —Uno y dos y tres y ahora… Siguiendo las órdenes de Josef, Vanessa arqueó la cabeza hasta las luces, levantando el brazo. —Debería haber sido más atento. Estaba tan cansado que apenas podía abrir mi puerta, —dijo Zep, su mano haciendo un toque ligero en la parte baja de su espalda. Las princesas bailarinas les rodearon en un ritmo extraño y errático. Todo el tiempo, Josef contaba el ritmo, que caprichosamente cambió a metros por lo que Vanessa apenas podía mantener el ritmo. Deslizó su pierna hacia afuera en la orden de Josef, y se apoyó en los brazos de Zep. —¿Tu puerta? Pero pensé que estabas en la enfermería, —susurró Vanessa, confundida. Los ojos de Zep se veían sin brillo cuando la miró. —Lo estaba. Hasta anoche, quiero decir. Me enviaron de vuelta después de la cena. —Ahora levanta, —dijo Josef a Vanessa—. Lentamente, como si fueras una bobina de humo. ¿Zep había estado en su habitación?

—¿Me escuchaste llamar a la puerta? —Respiró ella cuando él bajó sobre ella. Vaciló, el pelo colgándole sobre la frente. —No.

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Vanessa tuvo problemas para mantenerse al día con el conteo de Josef. Sabía los pasos, pero hoy era como si el golpe estuviese en desacuerdo con su cuerpo, intentando sacudirla de completar el baile. Sin embargo, siguió adelante, Zep deslizándose suavemente a su lado.

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—¡Más alto! —Dijo Josef—. Y baja, dos—tres, un—dos—tres.

Vanessa dejó que su cuerpo se hundiese hacia atrás en un baño lánguido. —¡Sí! —Dijo Josef—. ¡Precioso! No eres nada. ¡Eres una voluta de humo que se encrespa en el olvido! Por un momento, parecía cierto. —¿Qué pasa con mi mensaje del otro día? ¿Lo recibiste? Zep le dirigió una mirada culpable. —Sí. Lo siento No respondí. Debería haber tratado de ponerme en contacto contigo antes, —dijo—. Estaba muy distraído. Vanessa sintió que su mano se deslizaba por su pierna mientras se extendía en un arabesco. —¡Demasiado rígida! —Dijo Josef—. ¡Demasiado lento! El ritmo está cambiando. Debes cambiar con él. El cuerpo de Vanessa se ajustó más. —¿Distraído? ¿Por qué? Pensé que habías dicho que estabas enfermo. Esperó a que Zep contestase, pero él sólo pareció sorprendido de haber sido atrapado en una mentira. Horrorizada, se apartó de Zep. Ella estaba fuera del ritmo, pero no pudo evitarlo. Sus ojos ardían y su rostro se sentía caliente, tan caliente que podría quemar.

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Vanessa volvió a su posición, pero el ritmo seguía confundiendo sus piernas, por lo que iban más rápido, a continuación, increíblemente lentas, en un giro tan abrupto que se sentía como si su cuerpo estuviese siendo arrojado por la habitación por un viento borrascoso. La danza no quiere ser llevada a cabo, pensó. Quería ser insumisa.

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—¡Mantén la línea! —gritó Josef, rodeándola—. ¡Controla tu cuerpo! Estira las piernas. Cuenta conmigo. Uno—dos, uno—dos, dos, tres, cuatro, dos, tres, cuatro...

—¡No! —Dijo Josef, sacudiendo la cabeza—. ¡Deja de pensar y deja que tu cuerpo se haga cargo! Sus músculos quemaban. Ella quería complacer a Josef, pero era inútil. Se levantó a sí misma y se equilibró en punta, su peso presionando hacia abajo a través de sus huesos hasta que sus piernas temblaron y sus pies dolían. Podía sentir a Zep detrás de ella, podía oler la dulce fragancia de su sudor. —Lo siento, —dijo él—. No quería hacerte daño. Quiero hacer las cosas bien. Cerró los ojos, sintiendo sus dedos rozar su espalda, y se puso rígida. —¡No! —La voz de Josef era tan alta que detuvo todo en la habitación—. ¡No, no, no! Caminó hacia Vanessa, quien salió de su posición, sus pies palpitando de dolor. Sin aviso, él golpeó su equipo contra sus muslos, sacudiéndolos de su posición. —¡Derecha! —gritó, y presionó la mano contra su espalda, poniéndola recta—. ¡Así es! —gritó con frialdad, y posicionó sus manos sobre su cabeza. Ella debió haber gemido de dolor, porque él pareció ver el miedo en sus ojos y la liberó, su expresión suavizándose. —Algo está molestándote, —dijo Josef, estudiando su rostro. Incapaz de evitarlo, Vanessa miró a las figuras en la pared.

—Entonces dímelo, —exigió Josef. Ella miró a Josef.

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Vanessa sacudió la cabeza.

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—¿Estás distraída por las decoraciones? Son para otra actuación. No te preocupes por ellas.

—¿Por qué cree que puedo representar este baile cuando nadie más pudo? —Incluso su hermana huyó antes de que tuviese que representarlo, quería decir, pero no lo hizo. Josef retrocedió, sorprendido. —¿Es eso lo que te preocupaba? —Rió—. Vanessa, te elegí para ser el Pájaro de Fuego porque nunca he visto a nadie bailar como tú lo haces. —Caminó alrededor de ella, sus ojos viajando por sus piernas, sus brazos, su cuello, como si fuera una estatua tallada en mármol—. Te miré, —dijo, su voz tan íntima que hizo a Vanessa temblar—, y el resto del mundo se derritió. Ella tragó e intentó relajar a su cuerpo. —Estás intentando contar el ritmo. Memorízalo, —dijo él—. Pero eso no funcionará. Deja que el tiempo te empuje hacia adelante. Deja que el peso te disminuya, siente el tedioso ruido sordo en tu pecho. —Con eso, dejó ir sus brazos y observó cómo bailaba, el color llenando las mejillas de ella hasta que sintió el pulso caliente a través de sus venas. Viva, pensó. Estoy viva. Josef se detuvo, estudiándola. —Precioso, —murmuró—. ¿Entonces, deberíamos probarlo de nuevo? Vanessa le dio una sonrisa tímida. Tal vez Josef tenía razón. Tal vez podía hacerlo. —Bien, —dijo él, y se giró hacia el resto de los bailarines—. Desde el comienzo.

+= Otra semana pasó, y mientras Vanessa mejoraba, no era capaz de duplicar sus tempranos logros con La Danza de Fuego. Josef gritaría, y todas sus amables palabras se desvanecían, sus cumplidos

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—Vamos a comenzar, —susurró él. Y entonces el baile comenzó de nuevo.

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Manteniendo la cabeza en alto, caminó hacia Zep, quien puso la mano sobre su cintura.

reemplazados por conteos, siempre conteos, el ritmo luchando contra ella, intentando desviarla. Día tras día, apenas se las arreglaba para terminar los pasos, sus pies tropezando con los de Zep en un confuso enredo, sus piernas todavía cansadas por el día anterior. Las princesas se burlaban, sus propios pasos versiones más simples que los de ella. Josef golpeaba a Zep, también, sus estrechos ojos registrando a Vanessa y a él mientras les hacía repetir los pasos una y otra vez. Cada vez con más delicadeza, él movería y corregiría el ángulo de las piernas de Vanessa, la posición de su cintura debajo de las manos de Zep, la cresta de su cuello. Vanessa estaba tan envuelta en su propio baile que nunca notó los errores que Zep había hecho. ¿Era su culpa? ¿Estaban sus errores haciendo tropezar también a Zep? Todo lo que sabía era que Josef estaba profundamente decepcionado, y no solo con ella. Eso estaba mucho más claro al final de cada ensayo, cuando pedía a Zep quedarse hasta tarde y practicar. Cada noche, Zep arrojaba una toalla sobre su hombro y la miraba, su camiseta empapada con sudor, sus ojos exhaustos y vulnerables. Quédate conmigo, parecían decir, pero Vanessa no podía. ¿Por qué estaba Josef tan enfadado con Zep, y porque no le había pedido a ella practicar también más horas? Los habituales ensayos de El Pájaro de Fuego iban bien; eran las sesiones de tarde —cuando practicaban el extraño baile— con las que ella se esforzaba. Quería hablar con Zep, pero cada tarde Josef le llamaba cuando los bailarines estaban marchándose, antes de que Vanessa pudiese siquiera despedirse. Finalmente, el viernes por la tarde, se las arregló para reunir el coraje de pedirle salir. —¿Querrías ir a cenar conmigo esta noche? —susurró en medio del baile.

Vanessa sonrió para sí misma, y terminaron la secuencia en silencio. Al final del ensayo, Vanessa recogió sus cosas y esperó a Zep en la puerta. Pero antes de que él se acercase, la voz de Josef sonó por el estudio.

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—Eso me encantaría.

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Zep le agarró la cintura.

—Zeppelin. Espérame en mi oficina. Tenemos trabajo que hacer. Vanessa sintió algo dentro de sí colapsar. La mirada de Zep encontró al suya en lo que pareció una disculpa, cuando Josef salió detrás de ellas y la empujó hacia el pasillo. —Quiero hablarte sobre el horario de práctica, —dijo, empujándola hacia las sombras.— Vanessa intentó no brincar cuando él arañó el interior de su brazo, donde una colección de moretones amarillentos todavía permanecía. —Está bien, —dijo ella, cogiendo su mochila. —La actuación está próxima a nosotros, y quiero asegurarme de que te lo estás tomando tan en serio como el resto de nosotros. Vanessa frunció el ceño. —Por supuesto que sí. Josef la examinó, pareciendo preocupado. —Sí, pero no estás mejorando. ¿Estás practicando después de las clases? Vanessa aligeró su peso. —Bueno, de alguna forma. El rostro de Josef se endureció.

—Lo haré mejor, —dijo ella tras él, y entonces giró hacia el estudio para buscar a Zep. Pero para su desconcierto, él ya se fue.

+=

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Vanessa sintió el color dejar su cara. Antes de que pudiese responder, la puerta se abrió y el resto de bailarines salió al pasillo. Josef retrocedió ante la multitud y le dio una mirada solemne.

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—Eso no es suficiente. Si quieres ser una bailarina profesional, debes actuar como una. Para el lunes, si no has mejorado, me veré forzado a hacer cambios.

El Lincoln Center Plaza se sentía solo cuando ella salió, el aire frío de la noche mordiendo su chaqueta de punto. Al otro lado de la plaza, podía oír Anna y a las otras princesas, sus risas haciendo eco en los edificios altos. Sin pensarlo, se dio la vuelta y se dirigió hacia Broadway. El aire de la noche soplaba en un remolino frágil, agitando las hojas en la acera alrededor de los tobillos de Vanessa. No sabía a dónde iba, sólo que necesitaba estar sola, aunque sólo fuera por un momento. Al otro lado de la calle, las largas hojas de vidrio de Lincoln Center brillaban con un color amarillo mantecoso. Vio las siluetas contra el cristal de dos personas besándose, una madre y un niño lamiendo cucuruchos de helado, una pareja de ancianos sentados en el borde de la fuente, de la mano. El semáforo se puso rojo. Vanessa esperó debajo de una farola y observó las figuras moviéndose como si fueran parte de una suave danza serpenteante. Y luego, por el rabillo del ojo, algo más movido. Vanessa miró por encima del hombro, pero no había nadie más alrededor, sólo un alto edificio de piedra tragado por la oscuridad. Haciendo caso omiso de él, se volvió de nuevo a la calle cuando vio de nuevo —algo cambiando en la noche. Esta vez, estaba segura de que era real. Fingió revisar su bolso y miró detrás de sí, sólo para ver una sombra separarse del edificio. La figura se acercó rápidamente, su forma inminente acechó directamente hacia ella. Se veía como un hombre, pero no podía decirlo, y no quería averiguarlo.

Caminaron hacia ella, deteniéndose a pocos metros de distancia de su escondite. ¿Por qué la seguían? Como si sintiera sus pensamientos,

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Un segundo después y ella no lo habría visto. La sombra que la había aterrorizado era Justin, pasando por debajo de una farola, los gemelos Fratelli sobre sus talones. Vanessa se metió en una grieta en la pared de un edificio y esperó.

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Ella no esperó a que cambiara el semáforo; después de asegurarse de que ningún coche viniese, se apresuró a cruzar la calle. Por un momento pensó que se había equivocado, que nadie estaba realmente siguiéndola, que era sólo la oscuridad actuando sobre su imaginación. Se detuvo en el borde de la plaza, recuperando el aliento, cuando oyó un claxon de un coche. Entonces pasos.

Justin se giró. Su rostro se arrugó en una mueca, sus párpados pesados y oscuros, mientras él y los gemelos se alejaban. Vanessa se presionó más cerca de la pared y contuvo el aliento. Echó un vistazo a través del Lincoln Center Plaza, con la esperanza de que si él la encontraba, alguien podría escuchar su grito. Pero todas las personas parecían haberse marchado. La acera estaba, por el momento, desierta. No segura de porque estaba tan asustada, corrió a lo largo de la frontera del Lincoln Center, permaneciendo cerca de los edificios, hasta que llegó a las puertas de cristal del New York City Ballet. Un guardia de seguridad se quedó dentro. Dando una última mirada por encima del hombro, ella le mostró su pase. —¿Alguien más ha venido esta noche? —Preguntó. —No, señorita, —dijo él. Vanessa suspiró, aliviada de que Justin y los gemelos no pareciesen saber a dónde se dirigía. El guardia le preguntó—: ¿Está todo bien, señorita? Ella encontró su mirada. Sus amables ojos caídos parecían seguro, y por un momento, ella quiso decírselo. ¿Pero qué? ¿Que tres de sus compañeros de clase la habían seguido? Ni siquiera sabía por qué se había escondido de Justin y los gemelos, o por qué la mirada en el rostro de Justin la había asustado tanto. —¿Señorita?

Vanessa asintió. El guardia se quitó el sombrero y le hizo un gesto de despedida.

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—Toda la noche. —Él hizo una pausa—. ¿Está segura de que todo está bien?

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—Estoy bien, —dijo, tratando de sonar normal. Sus manos estaban temblando, y las metió en los bolsillos—. ¿Hasta qué hora estará aquí? — Preguntó.

+= El estudio del sótano era oscuro y silencioso, casi pacífico. Era difícil de creer que se tratase de la misma habitación en la que ella había ensayado por la mañana y por la tarde, todos los días de esta semana. Vanessa arrastró su mano sobre las figuras en la pared, sintiendo la lisa pintura donde sus rostros estarían y tratando de imaginar sus expresiones. Por un segundo la pared se sentía caliente, como si estuviera tocando sin pintar, la mejilla de una chica de carne y hueso. Pero tan rápido como llegó, la sensación desapareció. Vanessa retrocedió, asustada. ¿Qué le estaba pasando? Pronto se encontró a pocos centímetros de distancia del círculo quemado en el centro del suelo. Estaba más ligero de lo que lo había estado antes de que los ensayos de El Pájaro de Fuego comenzasen. Se deslizó en los zapatos de punta y trazó la marca de color negro con la punta del pie. Vanessa sabía que el círculo no tenía que ser nada más que un marcador de lugar para los bailarines, pero cuando se agachó para tocarlo, se sentía como ceniza real, como si hubiera habido realmente un fuego aquí. Pero no, eso era imposible, decidió Vanessa, y se sacudió el pensamiento.

La mirada de Vanessa descansó en una que parecía particularmente similar a su hermana. La cresta angosta de la nariz, la

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Presionándose las manos contra los oídos, Vanessa dio un paso atrás. Lentamente abrió los ojos, casi cómoda por las figuras blancas en la pared, mirando por encima de ella.

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Se desabrochó la chaqueta de punto y la arrojó a un lado. De pie junto a la marca, se acomodó en la cuarta posición y trató de recordar el ritmo impar de aplausos de Josef. Pero todo lo que podía oír era su voz, gritándole en la oreja, las otras chicas cotilleando, y la respiración de Zep, en voz alta y frustrada, cuando ella tropezó. Casi podía oler el café en el aliento de Josef mientras él la rodeaba, levantando la pierna, enderezando su columna vertebral, ajustando el ángulo de su brazo. Podía ver la decepción en el rostro de Zep cuando él se alejó de ella, al salir de clase sin siquiera decir adiós.

delgada línea, hacia arriba de su cuello, como si estuviera levantando la cara hacia el sol. —Tú eres la que se supone que tiene que estar aquí, —le dijo Vanessa, exasperada—. Entonces ¿por qué no estás? Pero la figura blanca no dijo nada; solo se mantuvo recta y quieta, manteniendo el equilibrio sobre un dedo del pie. Copiando la pose de la figura, Vanessa se levantó a sí misma hacia arriba, extendiendo la barbilla hacia el techo. Su sombra se extendía por el suelo de madera, una réplica exacta de la bailarina blanca en la pared. Vanessa se volvió hacia la siguiente chica, cuya pierna fue arqueada en una actitud en punta. Moviéndose lentamente, Vanessa también la copió, y cuando su sombra imitó la segunda figura en la pared, se dio cuenta de que conocía estas poses. Eran los pasos de La Danza del Fuego. Cuando había un hueco, lo llenaba en la con su memoria, recordando el metro cambiante. Pronto estaba bailando. No tenía que mirar las cifras o pensar en el ritmo. No tenía que pensar en absoluto. En su lugar, dejó que su cuerpo continuase, permitiendo que sus piernas se moviesen a través del aire como si cada paso fuera fatal, inevitable. Miró el suelo, a su sombra mientras saltaba a través de la habitación. Poco a poco, lo que la rodeaba se desvaneció. Las luces por encima de ella parecieron oscurecerse, el suelo balancearse debajo de sus pies, amenazando con venirse abajo una vez más.

Sobresaltada, Vanessa se detuvo, y las figuras se disiparon como un puñado de asentamiento de polvo.

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Las figuras blancas en las paredes que la rodeaban se habían iluminado, sus contornos rebosando luz, como costuras finas. Mareada y desorientada, Vanessa parpadeó. Sin embargo, siguió bailando cuando empezaron a moverse, separándose de la pared, siguiéndola. Eran transparentes, brillantes, como si estuviesen escritas en la luz brumosa.

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Pero esta vez Vanessa no cayó. Se contuvo justo a tiempo, y abrió los brazos, el balanceándose sobre un delicado dedo del pie. Sin aliento, giró los brazos, girando en un fouetté, cuando algo llamó su atención.

Permaneció increíblemente quieta, contemplando el aire a su alrededor. ¿Eran reales? ¿O estaba viendo cosas? Se limpió la frente y sopló un mechón de pelo de su cara. La habitación estaba vacía, las figuras congeladas en la pared. Colocando las piernas en posición hacia atrás, levantó un brazo por encima de la cabeza y comenzó el baile que había dejado. De nuevo las figuras se separan de las paredes y su círculo, copiando sus movimientos. Esta vez, eran más brillantes, más claras, sus nebulosos contornos endureciéndose en los brazos, piernas, dedos. Vanessa podía ver sus ojos, sus narices, sus cejas, sus labios —todo iridiscente, pero claramente formado. Cautivada, Vanessa las observó, sus extremidades moviéndose en conjunto con las de ella, como un reflejo. Estudió sus rostros, tratando de averiguar quiénes eran y por qué estaban imitándola, cuando se dio cuenta de que sus expresiones recién definidas eran todas la misma. Vanessa se levantó en una pirueta, su mirada viajando de una figura a otra. Cada uno de los labios se entreabrieron, como por sorpresa, sus ojos muy abiertos con terror.

El aire se hizo más caliente, más espeso. Vanessa se quedó sin aliento. Su cabeza empezó a dar vueltas, y sentía las piernas débiles, hasta que, incapaz de sostenerse, Vanessa tropezó fuera de paso. La figura junto a ella se congeló, su rostro retorcido por el terror. Vanessa vio, horrorizada, como la chica se sacudía a la izquierda, luego a la derecha, con el cuerpo doblado mientras rayos de luz se reflejan en un

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Estaba tan cerca que Vanessa podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de la chica. ¿O era el suyo? No pudo decir más. El suelo debajo de ella se sentía caliente, pero Vanessa no podía parar ahora. Estaba casi allí, casi hecho. Su pecho jadeó.

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El baile estaba a punto de terminar. Incapaz de detenerse, Vanessa se movió más rápido, girando en un calor de éxtasis hasta que las figuras empezaron a desaparecer, juntándose de nuevo en la pared, con excepción de una. La delgada muchacha con una nariz estrecha como la de Margaret brillaba tan intensamente que Vanessa apenas podía mirarla. Todo lo que podía ver era la silueta de las piernas de la chica, moviéndose al ritmo de las suyas, el sendero radiante que dejaban los brazos de la chica, sus dedos casi tocando a Vanessa.

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espejo. El resplandor envolvió el techo. Vanessa se tapó la cara. Lo último que vio fue la silueta de los labios de la chica, abiertos mientras su figura se deslizaba en un cegador curso de luz, los rayos que fluyendo de su boca como un grito.

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Capítulo 16+ Traducido por Jessica y SOS katiliz94 Corregido por katiliz94

Vanessa no podía recordar lo que sucedió después. Sólo que la puerta se abrió de golpe y de repente era arrastrada por dos fuertes brazos y llevada fuera, a través de la fría noche de otoño, a través de la plaza y a otro edificio. Vanessa parpadeó, mirando a los pesados y oscuros candelabros del comedor de NYBA. Alguien la puso suavemente en una mesa y vio una ancha espalda desapareciendo en las sombras de la cocina. ¿Quién era? ¿Y qué le había pasado a ella? Tenía un vago recuerdo de la danza, de las formas y los contornos de la luz. Una luz se encendió en la distancia. Ella levantó la cabeza y trató de gritar, pero tenía la boca tan seca como el algodón, su espalda rígida y dolorida, con el pelo enmarañado hasta la base del cuello con sudor. Oyó los pasos regresando y alguien colocó una taza junto a su mejilla, el olor del té de manzanilla caliente sacudiendo su alerta. Levantó la vista para ver un par de amables y familiares ojos. —¿Zep?

—¿Qué? ¿Tú? ¿Cómo? —Vanessa hurgó abrumada. —Te desmayaste en la sala de ensayo. —El pelo oscuro le caía sobre la frente mientras se inclinaba sobre ella, quitándole los zapatos de punta. Él le dirigió una mirada curiosa—. ¿Qué pasó?

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—Vanessa. —Su profunda voz la calmó.

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Él le apartó el pelo de la cara y colocó un paño húmedo en su frente.

Vanessa apretó los dedos de los pies bajo su tacto. ¿La había encontrado realmente Zep y la trajo hasta aquí? Era tan surrealista que no podía creerlo. Apenas unas horas antes, él había dejado el estudio sin decirle una palabra. ¿Por qué había ido al sótano de la academia de baile? ¿La había seguido ahí para disculparse? De repente, vio un destello de luz en su mente y los recuerdos regresaron atrás. —Volvieron a la vida —dijo, pensando en las figuras blancas—. Las bailarinas sobre las paredes. Estaba bailando cuando empezaron a brillar, entonces se despegaron de las paredes y me copiaron. Y… Vanessa cerró los ojos y pensó en la chica que se había quedado con ella, la chica que se parecía a Margaret. Pensando en el terror en sus ojos, Vanessa se estremeció. Abrió los ojos. —Tengo que volver. Tengo que averiguar quiénes eran esas chicas. Zep puso su mano sobre la de ella. —¿No puede esperar? —preguntó, con el rostro preocupado—. Creo que necesitas descansar. Vanessa negó con la cabeza. —Nunca terminé el baile, que es probablemente la razón... —Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas para describir lo que había visto—. ¿Por qué ella explotó en un rayo de luz? Ella me seguía por una razón. Necesito saberlo. —¿Una chica? ¿Estallando en un rayo de luz? —dijo Zep. Era evidente que no le creía.

Vanessa tragó, su boca todavía estaba seca. Tenía que admitir que tenía razón, pero también sabía lo que había visto y que era real.

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—No dudo que vieses algo, pero tal vez era sólo un truco de la luz. Has estado trabajando muy duro durante las últimas semanas. Estabas agotada, tal vez deshidratada.

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—La vi —insistió Vanessa—. Fue real.

—Todo lo que pido es que esperes. Si quieres ser la mejor bailarina que puedes ser, tienes que saber cuándo hay que permitirse descansar. Fuera lo que fuese lo que viste probablemente todavía estará allí mañana. Vanessa sintió que se sonrojaba cuando él cerró los dedos alrededor de los suyos. —Cierto —dijo suavemente, su corazón derritiéndose mientras jugaba con la correa delgada de su leotardo. La suave luz de la cocina reveló la barba incipiente en su mejilla, el puente de la nariz, el arco de la ceja, el hueco de la garganta. Todo tan perfecto. Él le entregó la taza de té. —Bebe esto. Te va a hacer sentir mejor. Se sentó y bebió, dejando que el líquido la calentase. —¿Cómo me has encontrado? Zep vaciló, luego le dio una sonrisa avergonzada. —Esto puede sonar extraño —dijo, sus dedos trazando el interior de su antebrazo—, pero después de que salí de mi reunión con Josef, vine a buscarte. Vi que te dirigías allí y te seguí. Disculpa que no hayamos tenido la oportunidad de hablar durante toda la semana. Es Josef. Apenas me deja en paz. Su mirada estaba tan concentrada que Vanessa se sintió incapaz de encontrarla.

—Es difícil para mí también… Pero Zep la cortó. —No, no lo entiendes —dijo en voz baja. Sus palabras le dolieron, pero resistió la tentación de apartarse.

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—Es este baile. —Miró hacia el techo—. Todo este lugar. Estoy bajo mucha presión. No tienes ni idea.

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—¿Por qué estás tan distante?

—Entonces ayúdame a entender. Zep negó con la cabeza y la miró. —Yo… yo no puedo. —¿Por qué? —dijo Vanessa—. Si estás preocupado acerca de mí pensando menos por ti, o de decirle a alguien tus secretos, no tienes que estarlo. En todo caso, yo soy la que tiene un pasado. Zep esperó a que continuara, pero ella no sabía qué más decir. ¿Debía decirle acerca de ver la figura de Margaret en la sala de prácticas del sótano, sobre sus sospechas de que algo extraño estaba sucediendo con las chicas que simplemente abandonaban? ¿O creería que estaba loca? —No importa —dijo finalmente—. La realidad es que ya estoy aquí, al igual que tú. ¿Cierto? —Miró a Zep, esperando que se abriera a ella, pero él permaneció en silencio—. Siento como que nunca tenemos la oportunidad de vernos el uno al otro —dijo Vanessa—. Josef te sigue tirando a un lado después de clase... y luego simplemente desapareces. ¿Estás tratando de evitarme? —¿Es eso lo que piensas? —Zep bajó la mano por el lado de su mejilla, su toque hizo que algo cobrase vida en el interior de ella—. Por supuesto que no estoy tratando de evitarte. —Entonces, ¿por qué se siente como que no quieres verme? Zep tocó un mechón de su cabello, dejándolo caer de sus dedos. —No es por ti. Sólo estoy preocupado... —Dejó que su voz se apagara—. ¿Recuerdas cuando te pregunté si confiabas en mí?

—Sí. —Entonces confía en mí en esto. Es mi problema y de nadie más.

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—¿Confías en mí ahora?

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Vanessa asintió.

—¿Tiene algo que ver con lo que dijo Justin en la biblioteca? ¿Algo sobre el tipo de bailarín que eras y cómo deberías contármelo? —¿Justin? —dijo Zep—. No puedo recordar lo que él estaba diciendo ese día, pero estoy seguro de que era algo que inventó. Le encanta escuchar el sonido de su propia voz. —Eso es cierto —dijo Vanessa con una sonrisa. Zep trazó formas en su palma. —Aún así, creo que debes permanecer lejos de él. —¿Por qué? Zep dudó. —Le gustas. Vanessa se echó a reír. —¿Justin? No me quiere. Somos prácticamente enemigos. Pero Zep no sonrió. —¿No te has dado cuenta de la forma en que te mira? No quiero a nadie haciéndole ojitos a mi chica. —¿Haciendo ojitos a tu chica? —Bromeó Vanessa, pero realmente apenas podía creerlo. Zep asintió, cerrando la mano alrededor de la de ella y se sentaron así, susurrándose entre sí en las primeras horas de la mañana, hasta que sus párpados se volvieron pesados y se quedó dormida en su hombro.

—Zep —dijo ella, saboreando el sabor de su nombre—, Zep. Sus labios eran suaves y cálidos cuando tocaron los suyos. Ella cayó en él, sintiéndolo enterrar sus manos en su pelo, persistente como si él no quisiera dejarla ir.

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—Vanessa —dijo al llegar a su puerta. La dejó, guiándola hacia él.

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Cuando se despertó, él la llevaba por las escaleras hasta su dormitorio, acunando su cabeza contra su pecho.

—Me gustaría no tener que decir adiós. —Pasó la mano por su espalda. Vanessa quería derrumbarse en sus brazos, que le permitiera tomarla y llevársela. Pero en cambio se apartó. —Entonces no lo hagas, —dijo ella, sonriendo—. Sólo di las buenas noches.

+= Dentro de su habitación, una sonrisa mareada se extendió por el rostro de Vanessa. Era real. Zep era real. Ellos eran reales. Ella no había estado segura durante tanto tiempo. Desde que comenzaron a ensayar el baile —esa extraña y arrítmica danza que no podía hacer bien— fue entonces cuando Zep había comenzado a alejarse de ella. Ahora quería estallar con la noticia, gritar por la ventana y decirles a todos sus amigos y a las chicas en el comedor que era verdad. Zep era su novio. Pero ya era demasiado tarde para hacer eso y TJ estaba dormida, con las piernas enredadas en las sábanas. Un lío de sus rizos castaños se derramaba en la funda de la almohada al lado un libro de historia. Su luz de lectura seguía encima de su escritorio. Vanessa lo apagó. En su cama había una nota escrita en un trozo de papel de cuaderno:

—Hola, cariño, soy mamá. —La voz de su madre lírica, pero estridente, hizo a Vanessa encogerse y sostener el teléfono un poco más lejos de su oreja. —Y papá —intervino su padre.

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Vanessa sonrió cuando la leyó y estaba a punto de pasar de puntillas a la cama de TJ cuando vio su teléfono vibrando en su escritorio, donde lo había dejado antes de los ensayos. Lo recogió, vio que tenía un correo de voz.

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¿Dónde has estado? Te extrañamos. xoxo TJ (y Steffie y Blaine) PD: Despiértame cuando regreses para que podamos charlar.

—Espero que estés con tus amigos, disfrutando. Sólo quería hacerte saber que compramos entradas para la noche del estreno de El pájaro de Fuego —dijo su madre. —¡Y no eran baratas! —añadió su padre, bromeando. Vanessa podía prácticamente ver como los ojos de su madre rodaban mientras apartaba a su padre. —De todos modos, sólo queríamos asegurarnos de que todo iba bien. No podemos esperar para verte bailar El Pájaro de Fuego. Estamos tan orgullosos de ti, Vanessa. —Dudó en su nombre como si estuviera a punto de decir algo más. Margaret. Su padre le gritó algo en el fondo. Sonaba como te quiero, pero fue ahogado por la voz de su madre, diciéndole que se cuidara y comiera bien. Vanessa dejó escapar un suspiro, medio aliviada de que se hubiese perdido la llamada. Justo cuando borraba el mensaje, hubo un suave golpe en la puerta. ¿Zep? murmuró Vanessa, mirando a la sombra de dos pies por debajo de la puerta. Rápidamente, metió la ropa sucia debajo de su edredón, se revolvió el pelo y corrió hacia la puerta, pero cuando la abrió, se apartó de un salto. —¿Vanessa? La sonrisa desapareció de su rostro mientras veía el arenoso pelo de Justin, el cuello de su camiseta ajustado, y sus lodosas zapatillas. Se pasó una mano por el pelo, como para peinarse. —¿Justin? ¿Qué estás haciendo aquí?

—¿Por qué no lo estaría? —dijo Vanessa, escrutándole. En la tenue luz del pasillo, se dio cuenta de lo que era diferente en él. Se veía más limpio, más nítido, como si hubiese sido limpiado, almidonado, y planchado.

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—Solo quería ver si estás bien.

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Él tragó, pareciendo nervioso.

—No lo sé. Parecías estresada últimamente. En los ensayos. Especialmente en las sesiones de la tarde. Si es Josef, no deberías preocuparte por él. Le grita a todos. —¿Cómo sabrías eso? —dijo con rapidez Vanessa. Justin bajó la mirada, y de repente Vanessa se sintió culpable. —Las personas hablan, —dijo él con un encogimiento de hombros—. Y las chicas… están celosas, —dijo rápidamente, aunque Vanessa sabía que él estaba mintiendo—. Nadie les cree. De cualquier manera, solo quería asegurarme de que estaba bien. —¿Lo hiciste? —dijo Vanessa, entrecerrando los ojos. ¿De verdad Justin había ido a su habitación por la noche para ver si ella estaba bien? Parecía fuera de contexto. Ella miró sobre sus hombros y hacia el pasillo. Estaba vacío. —¿Qué estás buscando? —dijo él. —Dejaste a tus seguidores atrás. Justin le dio una mirada confusa. —No sé a lo que te refieres. —Los gemelos Fratelli. Estaban contigo esta noche, ¿verdad? Una ola de pánico pasó por la cara de Justin, pero la sacudió con rapidez. —Somos amigos, —dijo con cuidado—. Nicholas y Nicola están mucho conmigo.

—Esta noche. Estabais corriendo por Broadway. —Vanessa se detuvo—. ¿Me estabais siguiendo? Justin apartó la mirada, congelado. —Sí, —admitió al final, encontrando su mirada.

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—¿De qué estás hablando?

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—No tienes que mentir, —dijo Vanessa, bajando la voz—. Os vi.

—¿Por qué? —No importa. —Por supuesto que si, —dijo Vanessa—. ¿Por qué no me dijistes que estuviste ahí esta noche? ¿Y por qué traes a los gemelos, quienes apenas he intercambiado unas palabras conmigo? —Le observó pasarse una mano por el pelo de nuevo—. ¿Qué quieres de mí? —Zeppelin Gray te sigue. Y no crees que eso sea espantoso. —Zep solo estaba buscándome… —comenzó a decir Vanessa, cuando Justin la cortó. —Al igual que yo. Pero Vanessa levantó una mano para silenciarle. —Espera, ¿cómo sabías que Zep me sigue? ¿Y por qué necesito protegerme de él? —No sabes lo que es en realidad, —dijo Justin. Vanessa se puso una mano en la cadera. —Oh, ¿y tú si? —Tengo algunas ideas. Le he conocido desde mucho más tiempo que tu. —Pensé que te marchaste durante tres años.

—¿Es eso sobre lo que va todo esto? ¿Estás celoso de mí y de Zep? —No, no es así, —insistió Justin. —Cierto, —dijo Vanessa—. ¿Así que simplemente decidiste seguirme toda la tarde, después venir a mi habitación por la noche

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Vanessa se apoyó contra el marco de la puerta.

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—Lo hice, —dijo Justin—. Pero vi lo suficiente en el primer año para saber lo que era, y en verdad no creo que debieses estar saliendo con él.

tardía y toca a mi puerta para hacer horrendos comentarios sobre Zep? Quiero decir, ¿de verdad esperas que crea…? —Lo sé. —Ahora todo tiene sentido, —dijo Vanessa, casi para sí misma, dándose cuenta de que tal vez Zep tenía razon—. El por qué siempre choco contigo, el por qué eres constantemente bruto conmigo… —¿Puedes dejar tu ego por un minuto y escucharme? —dijo Justin, un poco demasiado alto. Vanessa se quedó en silencio. —Sé que quieres pensar que todos en la NYBA quieren salir contigo, pero eso no es verdad. Enfurecida, Vanessa abrió la boca para hablar, pero Justin levantó un dedo y continuó. —¿Recuerdas en la biblioteca cuando te dije que todas las anteriores bailarinas en El Pájaro de Fuego habían desaparecido? Eso no termina ahí. NYBA tiene un historial de chicas enloqueciendo antes de que se desvanezcan. Las chicas pierden la cordura, luego desaparecen. Chicas como Elly, o tu hermana. —Elly no desapareció. Se marchó. Al igual que mi hermana, —dijo Vanessa. —Así es como siempre comienza. —¿Cómo lo sabes? —dijo Vanessa—. ¿Por qué no podrían haberse marchado?

—Sabes de lo que estoy hablando, —dijo Justin, estudiándola—. Es algo… siniestro.

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Un temblor subió por los brazos de Vanessa mientras pensaba en los artículos de periódico, de las chicas que habían desaparecido y nunca fueron encontradas. Sus caras estaban grabadas en su cabeza ahora, sin importar cuando quisiese olvidarlas.

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—Porque eso no es lo que ocurre aquí.

—¿Siniestro? —dijo Vanessa en desconcierto. Era una palabra que reservaba para brujos y asesinos en serie—. Pero la policía dijo que huyeron, —comenzó, intentando convencerle a él tanto como a sí misma. —Sí, ¿pero qué dices tú? —dijo Justin—. Tu hermana desapareció. ¿Tiene eso algo de sentido para ti? Si ella apareciese muerta en el rio, ¿aceptarías eso? Sus palabras hicieron estremecer a su estómago. —Mi hermana no está muerta, —dijo—. Y ni siquiera intentes convencerme de que lo está. —Retrocedió a la seguridad de su habitación. Dándose cuenta de que había cruzado una línea, la cara de Justin se suavizó. —Exactamente mi punto. Vanessa estaba a punto de cerrarle la puerta en la cara, pero él la sostuvo. —¿Ahora qué? —preguntó. —¿Qué hay de Elly? —persistió Justin—. Ella no parecía del tipo que tampoco desaparece. ¿No es eso un poco extraño? —Elly nos escribió un mensaje diciendo que estaba bien.

—Lo crees pensamientos.

fuera

de

contexto,

—dijo

Justin,

—Lo cual creo que no es asunto tuyo, —dijo ella.

leyendo

sus

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—Que estaba en casa y no quería que la contactásemos. —Pero Vanessa sabía que el correo no había sonado como Elly. Por un momento consideró contarle a Justin sobre la extraña nota envuelta en el bloque de colofonia, pero lo pensó mejor. No, Elly era la única persona que podía darle respuestas. Tenía que hablar con ella.

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—¿Qué decía?

Se preparó para cerrar la puerta, cuando Justin habló. —¿Qué pasa si lo fuera? Lentamente, miró arriba y encontró su mirada, retándole. —Si quieres saber lo que pienso, pregúntamelo, en lugar de merodear por la noche, intentando meterte en los secretos de otras personas. —Dio un paso atrás a su habitación—. Y si quieres con tanta locura competir con Zep, deberías pasar menso tiempo haciendo búsquedas y más tiempo bailando. —Te dije antes de que no estaba intentando ser un mejor bailarín, —dijo Justin con calma—. Tengo razones personales para querer estar aquí. Y Zep –bueno, ya te dije lo que siento por él. Si no quieres escucharme, entonces está bien. Puedes averiguarlo por ti misma. Ella miró su cara presumida, deseando poder arrugarla como si fuera un pedazo de papel. —¿Exactamente que tiene Zep que ver con esto? —Preguntó. —Nada todavía. Pero él tiene el papel principal en la producción. Y eres… —El Pájaro de Fuego, —dijo Vanessa con impaciencia—. Sé lo que estás pensando. Que voy a desaparecer y unas semanas más tarde mi imagen va a aparecer en el periódico como otra chica desaparecida. Justin se quedó en silencio.

Cerró la puerta, un suspiro de alivio pasando por ella cuando el mango se cerró. Vanessa esperó hasta que oyó el sonido de los pasos de Justin desaparecer por el pasillo y luego se metió en la cama. Justo antes de que se pusiese la manta, TJ se sentó.

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—Bueno, estoy bien, —dijo Vanessa—. Y puedo cuidar de mí misma. Buenas noches.

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—Sólo quería asegurarme de que estabas bien, —dijo, su voz sorprendentemente suave.

—¿Qué fue eso? —susurró ella, su voz aturdida por el sueño. —Te lo diré por la mañana, —dijo Vanessa, pero TJ se frotó los ojos. Su pelo rizado se irguió en las puntas. —No, estoy despierta, —dijo ella, y se volvió hacia la luz de su mesilla de noche—. Escuché la voz de un chico. —Justin, —dijo Vanessa, sentándose, y después de echar un vistazo a la puerta para asegurarse de que nadie estaba escuchando, le habló a TJ sobre el intercambio. —¿Justin piensa que algo le pasó a Elly también? —Dijo TJ, ahora completamente despierta—. ¿Qué sabe él? ¿Tal vez tiene información que nosotras no tenemos? —¿Información de quién? —dijo Vanessa, sacudiendo la cabeza—. Creo que fue todo aire caliente. Él no dijo nada específico, sólo que tenía sospechas.

¿Margaret? pensó Vanessa, metiéndose bajo las sábanas. ¿Qué te pasó?

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—Con Zep", dijo Vanessa en voz baja, viendo como la cara de TJ se iluminaba. E incapaz de resistir la tentación, soltó todo. Las voces, Zep, y el beso. Hablaron durante una hora sobre el amor y los chicos, sobre Zep y cómo él siempre parecía aparecer en los momentos más extraños, sobre Justin escondidas tras los dos, y Elly, su ausencia todavía siendo tan fuerte como el día que desapareció. Al igual que la hermana de Vanessa.

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—Lo sabía, —dijo TJ, empujándose un mechón de pelo de la cara—. Quiero decir, no sé exactamente qué, pero si Justin piensa que algo extraño está pasando, y tú también, entonces es posible, ¿verdad? —Se puso de pie y comenzó a pasearse por la habitación—. Tal vez le escribiré otro correo electrónico. O mensaje de Facebook. No… una carta, —murmuró TJ para sí misma—. La enviaré a casa de sus padres. De esta forma si ella no la coge, al menos ellos lo harán. —Y entonces, como si recordara que Vanessa estaba allí, se dio la vuelta—. Espera, ¿dónde estabas?

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Capítulo 17+ Traducido por MoN_SooKie Corregido por katiliz94

—¿Qué pasa si tiene razón? —dijo Vanessa durante el desayuno el sábado siguiente. Había pasado más de una semana desde que Justin se había presentado en su dormitorio, sin embargo, sus palabras aún la perseguían, a pesar de que había estado trabajando en el baile final con Zep casi todas las noches. Se encontraban después de la cena y caminaban de la mano a través del Lincoln Center Plaza para llegar al sótano donde estaba la sala de ensayo, riendo y bailando hasta que sus cuerpos estaban húmedos por el sudor. Y todas las noches la acompañaba hasta su habitación, le daba un beso en el oscuro pasillo, y la dejaba con una vertiginosa sonrisa antes de volver a desaparecer en las sombras como una aparición. Ella todavía no sabía lo que hacía en su tiempo libre, y rara vez le cogía cuando ella le llamaba o le mandaba algún mensaje. No, claramente él era el que tenía el control.

Los ojos de TJ se iluminaron. —¿Es este individuo hipotético, Zep? —tenía el pelo muy rizado y descuidado, comparado con Blaine, quien estaba impecablemente

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—Si un chico te llama “su chica,” ¿eso significa que eres su novia? —preguntó Vanessa. El comedor estaba muy concurrido con el sonido de los platos y los cubiertos, los estudiantes hablando, comiendo, marchándose a clase.

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Tal vez por eso Vanessa no pudo apartarse la advertencia de Justin de la cabeza. Igual que el baile final de El Pájaro de Fuego, Zep era difícil de alcanzar, indefinido, a pesar de que era su novio.

vestido con unos pantalones vaqueros oscuros, un polo ajustado, y el pelo engominado. —Tal vez —murmuró Vanessa, recogiendo un poco de avena. —No lo sé —dijo Steffie, jugando con uno de sus pendientes—. Es un poco siniestro. —El típico chico de Nueva York —dijo TJ, sacudiendo la cabeza—. Ellos nunca quieren comprometerse. Vanessa miró a Blaine, pero él sólo se mordió el labio. —Si él quería decir que eres su novia, pudo haberlo dicho así — dijo—. Ya sabes. Vanessa asintió, desinflada. —¿Qué pasaría si todas esas chicas no sólo abandonasen a causa del estrés? —preguntó—. Quiero decir, son siempre chicas las que desaparecen. Y la mayoría de las veces es la bailarina principal. Se supone que debemos ser las mejores, las que pueden manejar toda la presión. Realmente no tiene sentido que muchas de nosotras no podamos soportarlo. —¿Qué es exactamente lo que crees que está pasando? — preguntó Steffie—. ¿Qué alguien está matando o secuestrando a todas las bailarinas? ¿O que las obligan a abandonar? ¿Por qué alguien haría eso? Vanessa apretó la cuchara sobre los labios, pensando.

—Qué es, probablemente, por lo que odia a Zep —añadió Blaine con una sonrisa. Vanessa se derrumbó en su silla, sin saber lo que ella pensaba. No sabía por qué se aferraba a las palabras de Justin. Tal vez era porque él parecía saber algo sobre la desaparición de Margaret, y con el fin de

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—Creo que simplemente le gustas a Justin —dijo TJ—. Y él está buscando una excusa para hablar contigo.

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—No lo sé.

creer en él tenía que considerar al menos sus dudas acerca de Zep. O tal vez aún no entendía por qué la había elegido Zep en lugar de a Anna. —A veces me pregunto si realmente le gusto a Zep, o si sólo soy alguien que pasa por él. TJ gimió con incredulidad. —Se pasa todo el tiempo contigo, ensayando para El Pájaro de Fuego. Ya nunca te vemos —dijo Blaine—. Sinceramente, no sé cómo no estás hinchada de felicidad en estos momentos. Si Zep hubiera tropezado conmigo en la sala, seguramente me hubiera meado encima del gusto. Steffie puso los ojos en blanco mientras el resto de ellos se echaba a reír. —Lo cual es exactamente el por qué vas a ser virgen el resto de tu vida. —Ja, ja —dijo él con sarcasmo—. Hablando en serio —Blaine bajó la voz—. Si tuviera a alguien como Zep persiguiéndome, no lo daría por sentado. ¿Sabes lo difícil que es encontrar a alguien que pueda corresponder a tus sentimientos? La sinceridad de sus palabras la sorprendió en silencio. —A menos que, por supuesto, tuviera la buena planta que yo tengo —dijo con una sonrisa.

—Pero es sábado —dijo Steffie—. Y acabamos de sentarnos. Vanessa le ofreció una mirada de disculpa. Sus amigos no entendían cómo de duro era el ensayo, o por qué cada momento de la práctica adicional con Zep era preciosa.

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—¿Ya son las nueve? —dijo. Se colgó el bolso en el hombro y cogió su bandeja—. Me tengo que ir. Llego tarde al ensayo.

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Vanessa negó con la cabeza y se echó a reír, entonces alcanzó a ver el reloj de Steffie.

—Guardadme un asiento en la cena —le dijo Vanessa—. ¿Vale? Steffie asintió, mirándola escéptica. —No trabajes demasiado duro —dijo—. Se supone que debe ser divertido, ¿recuerdas? Pero sus palabras se perdieron mientras Vanessa caminaba a través de las mesas hacia la puerta. Justo antes de que ella saliera, sintió los ojos de Justin sobre ella. Su mirada era firme, penetrante, como si quisiera decirle ten cuidado.

+= —Tienes que centrarte —dijo Zep más tarde aquella noche. Su voz retumbó en la sala de ensayos del sótano. La noche había caído hacía horas, y las luces brillantes del techo hacían que todo pareciera aún más confuso. Vanessa ni siquiera había tenido la oportunidad de salir a la calle. Había estado sola en el estudio con él desde que el ensayo había empezado aquella tarde. —No puedo, —murmuró Vanessa. —Estás tratando de recordar tus pasos y mis pasos, y contar los latidos y el ritmo —dijo Zep, apoyado en la pared—. Pero es imposible bailar así.

—Lo siento, —dijo ella—. Mi mente sólo está… —sus ojos se posaron en Zep, en el rastrojo que dibujaba sus mejillas, en el metálico color de sus ojos, que parecían iluminarse mientras descansaba su mirada en Vanessa—. Bueno, no importa. Ahora estoy aquí. —Bien —dijo Zep—. ¿Lo intentamos de nuevo?

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—Vanessa —dijo Zep—. ¿Estás bien?

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Detrás de él, las figuras blancas esculpidas en la ceniza se quedaron congeladas en su lugar. De repente se dio cuenta de lo absurdo que era que estuviera de pie allí, frente a un chico por el que todas los demás en la academia morirían por tener a solas, y en vez de escucharle, estaba esperando que la pintura de la pared se despegara y empezara a bailar. Realmente, estaba perdiendo la cabeza.

Vanessa asintió, y le tomó la mano y tiró de ella delante de él una vez más. De pie detrás de ella, apretando su pecho contra su espalda, le puso una mano en la cintura. —Ahora haz lo que yo hago —dijo, y comenzó a moverse con ella con un movimiento irregular, inestable de la danza de Josef—. Deja ir tus pensamientos. Deja ir lo que se puede ver. No hagas caso de mí. Sólo siente el ritmo, y deja que tu cuerpo se mueva de la manera que quiera. Vanessa soltó una carcajada. ¿Cómo podía no prestarle atención a él, cuando su cuerpo musculoso estaba presionando contra el de ella, sin nada entre ellos, salvo sus mallas? Zep frunció el ceño. —¿Qué es tan gracioso? Vanessa negó con la cabeza. —Nada —dijo ella—. Acabas de hacer que parezca muy fácil. —Va a ser fácil —dijo él suavemente, levantándole la barbilla—. Cuando tú decidas que lo es. ¿Qué quería decir? No importaba cuántas veces Vanessa practicara el baile, no podía terminarlo con perfección. O bien hacia la mitad se salía de ritmo, o, en las raras ocasiones cuando lo hacía bien casi hasta el final, la sala comenzaba a cambiar y girar. —Sé cómo te sientes —dijo Zep—. La primera vez que practiqué esta danza con Josef, pensé que era frustrante, irregular, e inútil. Pero después de que lo dominara, lo entendí.

—¿La maestra? —la voz de Vanessa sonaba agrietada.

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—Esto no es un baile. Es una historia de amor, con ritmos y pasos que son tan complejos, tan dolorosos, que se siente como si nunca se pudieran superar. Pero como el amor, una vez que lo domines, se quedará contigo para siempre —explicó—. Serás la maestra de todos los bailes.

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—¿Entendiste el qué? —susurró Vanessa.

—No pienses en ello. Siéntelo —pasó la mano por su brazo hasta extenderla hacia el exterior en su postura inicial. Y luego tras su cuenta, comenzaron—. Amor —presionó su pierna contra la de ella hasta que su dedo se deslizó por el suelo—. Tú me necesitas. Me quieres. Siempre me has querido. Pero no puedes tenerme. Vanessa escuchaba sus palabras, sintiendo el pulso a través de sus venas. Ella arqueó la espalda en una súplica dolorosa. —El destino está en contra de nosotros —susurró—. Aún así, te ofreces a mí. Me seduces. Sus brazos se agitaban frente a ella, y poco a poco, ella arqueó su cuerpo en un arabesco, entregándose a él. —Trato de resistirme a ti, pero no puedo. Vanessa se sintió crecer débilmente cuando se inclinó hacia él, dejando que sus manos vagaran por su cuerpo, como si no estuvieran bailando en absoluto, sino que se fusionaban en uno solo. Ella cerró los ojos y aspiró el olor de su sudor. —Pero nuestro amor es violento. No puede durar. Yo te echo —de repente, el ritmo cambió y Zep la empujó lejos. Al verlo, ella giró alrededor del suelo—. Tú no lo entiendes. Me ruegas. Me preguntas por qué no te puedo amar.

Al moverse por el suelo de madera, empezó a sentirse tibia, luego caliente, cubierta de sudor desde su espalda hasta sus mallas, que estaban pegadas a su piel. Se dio cuenta de que no era sólo calor, era deseo. ¿Pero deseo de qué? Ella vio una vez, dos veces, la sala girando. Las luces de arriba eran fascinantes; el suelo encerado increíblemente

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Su cuerpo se sacudió a la izquierda, luego a la derecha, en un romance torturado, los movimientos volviéndose naturales, arraigados en sus músculos hasta que se escribían en la memoria, y ella no se dio cuenta cuando Zep se apartó de ella. Tampoco se dio cuenta cuando empezó a coger el ritmo, el baile por sí misma.

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Vanessa se colocó delante de él. Por primera vez, el baile parecía tener sentido, y poco a poco, se perdía en sí misma. Los pasos eran extraños; no debía alejarse de eso. Pero con Zep como su guía, Vanessa comenzó a sentirlo.

brillante, el espejo tan agudo que parecía casi transparente. Siguió bailando, con respiraciones largas y profundas, hasta que sus ojos se posaron en Zep. Él había dejado de bailar por completo y estaba de pie al otro lado de la habitación, mirándola con asombro. —Eres hermosa —murmuró—. Tan increíblemente hermosa. Todo lo que podía ver de él era su pelo oscuro y ondulado, sus ojos arremolinados, los contornos de su cuello mientras él la miraba. Sintió algo abierto en su interior. Algo en su interior comenzó a hervir, floreciendo bajo su piel. La pérdida de sí misma, se deslizó a través de las juntas hacia él. Su pelo era suave y grueso bajo sus dedos mientras agarraba la parte posterior de su cuello y tiraba de él hacia ella, presionando su boca contra la suya. Vanessa le acercó más, sus dedos apretados alrededor de su cuerpo, hasta que suavemente, él salió de su agarre. Ella dio un paso atrás. —¿Por qué no me amas? —dijo Vanessa, repitiendo sus palabras, su voz baja como si no fuera la suya propia. Zep retrocedió, sus ojos buscando los de ella para encontrar comprensión. Casi parecía triste, como si quisiera decirle algo, pero no pudiera.

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Vanessa no podía hacer nada pero se quedó allí, con su respiración cada vez más delgada, su visión arremolinada y poseída, como si todo el calor de la habitación desapareciera. Hasta que de pronto, el hechizo se rompió, y los desgastes en el suelo de madera pulida aparecieron, ya que todo volvió a la normalidad. Vanessa dejó escapar un grito ahogado cuando algo salió de ella y de sus músculos, y finalmente se relajó. Se tambaleó hacia atrás como una marioneta con sus hilos cortados.

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—El amor, —dijo, como lo había hecho cuando estaban bailando—. Tú me necesitas. Me quieres. Siempre me has querido. Pero no puedes tenerme. —Sus hombros se derrumbaron, como si le doliera decir esas palabras—. Y te quiero. Pero el destino está en contra de nosotros.

—Yo… yo no sé qué me pasó. El rostro de Zep se suavizó. —El gran baile puede abrir e invitar a todo tipo de cosas... ocultas, prohibidas, de peligrosas consecuencias. —¿Qué quieres decir? —dijo Vanessa. Él dio un paso más cerca. —¿Conoces esa sensación que tienes cuando bailas, como si en el mundo todo lo que existiera adelgazara y desapareciera? Llevó un momento para que Vanessa procesara todo lo que él le estaba diciendo. —¿Tú también lo sientes? —No —dijo Zep—. No soy tan talentoso. Pero tú lo eres. Su mirada estaba tan concentrada que tuvo que apartarla. —No creo que eso sea talento —dijo ella—. Siempre me caigo cuando eso sucede. —¿Recuerdas lo que te dije? Es por qué aún no lo dominas. —¿Dominar el qué? —El baile. Lo que puedes hacer. Es mágico, —su voz era tan constante que Vanessa no podía decir si estaba bromeando. Dejó escapar una risa nerviosa.

Y aunque era exactamente lo que ella pensó que había querido — que Zep la besara como ahora, a ella, eligiendo su deseo— no sentía al Zep con el que se sentaba en los asientos aterciopelados del ballet del

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Zep no dijo nada. Él avanzó hacia ella, y con una fuerza que Vanessa nunca había sentido antes, Zep la tomó por la cintura y tiró de ella dándole un beso húmedo y violento.

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—Mágico. Claro.

Lincoln Center, el Zep que caminaba a través de la noche con ella hasta que estaban sin aliento. Este Zep se sentía diferente, como un extraño. —Trato de resistirme a ti, pero no puedo —colocó su frente sobre la de ella. Vanessa cerró los ojos, sintiendo su piel húmeda contra la de ella y deseando poder creer que él era de ella. Pero nuestro amor es violento, su voz repetía en su mente. No puede durar. Te echo. Tú no lo entiendes. Me ruegas. Me preguntas por qué no te puedo amar. —¿Por qué no me amas? —preguntó ella, con los labios rozando los de él. Sintió que él dejaba de respirar por un momento, y en su vacilación, lo supo. No tuvo que esperar a que él hablara, porque su cuerpo ya lo había traicionado. No sabía por qué, pero sabía que no podía tenerle. Ella retrocedió, buscando en sus ojos una respuesta. —Vanessa, espera —dijo él, cogiéndola, pero ella se apartó. —¿Por qué? —dijo—. No lo entiendo. —¿No podemos ir despacio? —dijo suavemente—. Esto es nuevo para mí también.

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Dio un paso hacia ella, pero Vanessa se dio la vuelta, porque no quería que él viera las lágrimas en sus ojos. Sin decir nada más, agarró sus cosas y salió corriendo por la puerta, su voz se perdió cuando irrumpió en el recibidor y salió a la comodidad y el anonimato de la noche.

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Capítulo 18+ Traducido SOS por BrenMaddox y Nanami27 Corregido por katiliz94

La luz brilló alrededor de Vanessa, echando su sombra a través de la habitación. El sudor goteaba por su cuello. Su pierna temblaba mientras sostenía su espalda contando cuatro, cinco, seis. En la periferia, pudo ver a Zep congelado en posición, sus ojos deseando que ella se sostuviera más tiempo, más recta. Se obligó a apartar la mirada. Había estado practicando la misma secuencia durante una semana, y cada vez había tropezado. Ella les dijo a sus amigas sobre el problema cuando estaban pasando el rato en su dormitorio, pero ellos no lo entendieron. —Toda la danza tiene sus raíces en algún tipo de emoción —había dicho Steffie—. Si no puedes sentirla, probablemente es porque no has experimentado esa emoción todavía. ¿Sabes? —¿Estás diciendo que me falta experiencia de vida? Steffie se encogió de hombros. —Sólo estoy diciendo que es difícil bailar sobre el amor o el dolor si no has pasado por esas cosas.

—No me preguntéis, —dijo TJ, levantando la vista de su cuaderno— . Yo ni siquiera sé por qué estoy aquí. Apenas puedo mantenerme con el trabajo de barra.

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Steffie había levantado una ceja escéptica, y Vanessa se volvió hacia Blaine y TJ, quienes estaban sentados en la cama haciendo álgebra.

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—Es más que eso, sin embargo, —había dicho Vanessa—. Es como una emoción que no es de este mundo.

Blaine le dijo que debería tomar un descanso y un largo masaje. Tal vez disfrutar de una tarde de compras. —¿Por qué no le hablas a Zep? —dijo finalmente TJ—. Él es tu pareja de baile, ¿verdad? Vanessa asintió. —Lo hago. Si no fuera por su ayuda, probablemente no habría llegado así de lejos. —A pesar de que nunca hablaron de esa tensa noche en el estudio, las palabras permanecieron entre ellos, como una fuerza magnética atrayéndolos, separándolos. Todos los días en el ensayo, sus cuerpos pronunciaban las palabras que ninguno de ellos podría decir acerca de ellos mismos en voz alta. Extrañamente, estaba ayudando; Vanessa empezó a sentir cada paso en lo profundo de su cuerpo hasta que fueron tan naturales como enamorarse, se tambalea con anhelo, saltando hacia atrás con ira. La danza se sintió tan íntima que ella estuvo cálida con vergüenza cada vez que llamaba la atención de una de las princesas, recordándole que todo el elenco estaba viendo su conversación con Zep. ¿Todos ellos sabían lo que estaba pasando? ¿Podrían leerlo del cuerpo de él como ella podía? Todos los días Vanessa esperaba oír a Anna y a las otras princesas chismosear sobre la tensión entre Zep y Vanessa, pero para su sorpresa, ellas no parecieron darse cuenta. De hecho, nadie lo hizo, con la excepción de dos personas.

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El segundo fue Josef. Él vio su primer ensayo en la tarde de la semana en completo silencio, sus ojos los seguían por el suelo. Parecía casi tan nervioso mientras Zep retrocedía, dejando a Vanessa sola para el final. Y, milagrosamente, ella se dejó llevar en su última pose sin tropezar o confundirse sobre sus pasos. No era perfecto, pero había llegado allí. Cuando todo terminó, se quedó congelada en su lugar, su pecho subiendo y bajando.

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La primera, para consternación de Vanessa, era Justin. En los ensayos a cielo abierto por la mañana, cuando Justin no estaba trabajando en los pasos del príncipe, se sentaba en la esquina con los brazos cruzados, viendo a Vanessa y Zep.

El único sonido era del ruido de los zapatos de Josef contra la madera encerada. Él entrecerró los ojos hacia Vanessa, tratando de averiguar lo que había cambiado. Su mirada se dirigió a Zep, dándole el mismo escrutinio, y se frotó la barbilla. —Eso es increíble, —murmuró, apenas audible, luego miró a Vanessa—. Mejor, —dijo—. Mucho mejor. Él dio una palmada, señalando el final del ensayo, y Vanessa lanzó los zapatos dentro de su bolso y se lo colgó al hombro, sólo para ver a Josef con su mano en la espalda de Zep, hablando en un bajo, impaciente tono, acompañándolo al pasillo. Zep miró por encima del hombro, justo por delante de las puertas cerradas, sus ojos encontrándose con los de Vanessa. Lo siento, parecían estar diciendo, por favor, confía en mí. Pero lo siento por qué, exactamente, Vanessa no lo sabía, y nunca tuvo la oportunidad de preguntar. Ahora todos los días era lo mismo—Josef llevándose a Zep lejos antes de que ella pudiera decir adiós. En todo caso, mientras Vanessa improvisaba, Josef parecía más impaciente con Zep. Pero ¿por qué? Zep bailó su papel a la perfección en todo momento. Quería preguntarle por qué Josef lo hacía trabajar después de hora, pero apenas lo vio fuera del ensayo hasta Halloween.

A su lado, TJ y Blaine se estaban borrando poco a poco a sí mismos, cubriendo sus cuellos, brazos y hombros con pintura blanca. Los castaños rizos de TJ se espolvoreaban como una peluca barroca, y Blaine se estaba aplicando el lápiz labial negro. Ellos se movieron sobre cuando vieron a Vanessa acercarse, su piel tan blanca como sus

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El suelo estaba cubierto de polvo blanco. Salpicado el tocador de Steffie, su sillón, su escritorio; estaba manchando a través de los tableros de madera a los pies de la cama desnuda de Elly, y se sacudía sobre la alfombra. Vanessa serpenteó alrededor de los muebles para unirse a Steffie, que estaba de pie delante del espejo, salpicando sus mejillas con un pincel de maquillaje. Sus largas piernas estaban envueltas en medias blancas, y su rostro estaba irreconociblemente pálido.

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leotardos, como si fuera nada más que huesos. Incluso su pelo rojo estaba polvoreado de blanco. Steffie dejó el delineador de ojos y parpadeó, dejando polvo espolvoreando fuera de sus pestañas. —Te ves como… —Margaret, —susurró Vanessa. Con su propia viva coloración de borrado, su reflejo en el espejo se veía delgado y delicado, al igual que su hermana. El resultado fue una cruel coincidencia, ya que, al igual que sus tres amigas, Vanessa se vestía como una bailarina muerta de la Danse Macabre12. Rápidamente empujó el pensamiento fuera de su mente. Era Halloween, después de todo. —¡Daos prisa! —Dijo Blaine—. ¡Vamos a llegar tarde! —Después de terminar los últimos toques de maquillaje blanco y negro, se apresuraron hacia la puerta. Era una tradición de Halloween para los estudiantes de NYBA vestirse como un famoso personaje en la historia de la danza y correr por Central Park, utilizando los caminos sinuosos como su escenario. Era una oportunidad para llevar a cabo un baile más primitivo, el tipo que existía antes de los auditorios y las luces del techo, antes de los asientos de terciopelo y carteles de teatro, cuando la danza era nada más que personas que se desplazan por los sonidos de la naturaleza.

—Sé lo que quieres decir, —dijo Vanessa, mirando hacia el cielo—. Es como si el universo supiera que es Halloween. La Danse Macabre es un poema sinfónico compuesto por Camilla Saint-Saëns en 1874 donde describe a la Muerte tocando el violín a media noche, con esqueletos bailando al ritmo de la misma hasta el amanecer cuando escuchan el canto del gallo y vuelven a sus tumbas. 12

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—¿Soy yo, o se siente más oscuro esta noche? —Dijo Steffie a Vanessa mientras caminaban para unirse al resto de sus compañeros de clase, todos disfrazados, esperando junto a la fuente.

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El aire de octubre era una mezcla tempestuosa de la brisa cálida y el frío gélido. Noviembre estaba a la vuelta de la esquina, y con él, la nieve, el invierno, y la actuación de Diciembre de El Pájaro de Fuego. La luna colgaba grande y amarilla, como un enorme ojo. A su alrededor, el cielo estaba oscuro, vacío, sin estrellas.

Sus compañeros de clase estaban vestidos con tutús etéreos y trajes verdes de ninfas, cascanueces, cisnes y ratas blandiendo espadas, sus rostros envueltos con capuchas y pintura en la cara. Hablaban en voz baja, como si las voces no fueran las suyas propias, sino que se hubiesen quedado en algo distante, una tierra del más allá. Cuando Vanessa se acercó, notó una figura alta en un manto negro largo y una máscara. Él estaba parado hacia la parte delantera del grupo, sosteniendo una guadaña. Muerte, pensó. Cuando él la vio, dio un paso adelante y se inclinó, su larga túnica se reunió en el suelo. Vanessa se acercó más, poniéndose de puntillas para tratar de mirar detrás de las rendijas oscuras de su máscara. Pero no sirvió de nada. —Mi Pájaro de Fuego, —dijo Muerte en un profundo y gutural tono. ¿Zep? se preguntó ella. Antes de que pudiera hablar, él metió la mano en su túnica y sacó una rosa, del color del hueso. Vanessa la tomó con sus dedos tan blancos que parecían imitar sus delicados pétalos. —Gracias, —dijo, segura de que la figura detrás de la máscara era Zep. ¿Quién más podría llamarla su Pájaro de Fuego y traerle una flor? Pero sólo que en lugar de quedarse con ella, Muerte se inclinó de nuevo y luego se arrastró a la parte frontal de la manada, llevando a todos hacia abajo a Broadway y al Central Park.

—Hey —Tiró del brazo de Steffie—. Vamos a ir hasta el frente.

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El largo pelo blanco de Vanessa se arrastró detrás de ella mientras corría, de la mano de Steffie. Ella arqueó su cuello, tratando de encontrar a Muerte, pero lo único que podía ver era la punta de su capucha. Si era Zep, ¿por qué no estaba él con ella?

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Las farolas alinearon el sinuoso camino, sus luces parpadearon iluminando las húmedas hojas enmarañadas del suelo como una alfombra de color óxido, suave bajo los pies de Vanessa. De pronto ellos estaban corriendo por el parque sin hacer ruido, retorciéndose en sus cuerpos imitando a los árboles. Ellos serpentearon dentro y fuera de la maleza, sorprendiendo a los transeúntes.

—Está bien, —dijo Steffie, riendo, y juntas se apretaron a través de la multitud. Vanessa siguió a la cabeza subiendo de Muerte hasta que sólo había un puñado de personas entre ellos, tan cerca que casi podía alcanzar y tocar su ondulante túnica. Cuando Steffie se inclinó para hablar con un cisne a su derecha, Vanessa soltó su mano y avanzó lentamente hacia Muerte. Luego se quedó inmóvil, tropezando con las personas detrás de ella. —Hey, —dijo alguien—. ¿Cuál es el problema? Pero Vanessa no se movió. A ambos lados de la túnica vaporosa de Muerte había un puñado de princesas, vestidas con tutús pálidos, sus cinturas delgadas pareciendo como si fueran a estallar. Ellas se rieron y se inclinaron hacia él, su tácito idioma gritando: ¡Tómame! Los ojos de Vanessa se posaron en la princesa directamente a su izquierda, un espiral de pelo rubio cubría ingeniosamente la cabeza como una rosa amarilla. Anna. Ella se acercó a su lado con la facilidad de un antiguo amante, paseando mientras la mano de él descansaba en la parte baja de su espalda.

—¿Vanessa? —Preguntó Steffie, sin aliento—. ¿Qué pasó? Vanessa bajó la cabeza. —Zep, —fue todo lo que podía manejar.

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Steffie se encontró de pie en el mismo lugar, sus brazos cruzados sobre su pecho mientras el viento barría el pelo sobre su cara.

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Vanessa se echó atrás, repentinamente mareada. Por encima de ella, las ramas se enredaban juntas como esqueletos, flexionadas y serpenteando en la brisa. Oyó que alguien gritaba su nombre, y en la distancia vio a Steffie, pero Vanessa no respondió. Ella estaba desapareciendo, o al menos así lo parecía. Las personas fluían a su alrededor, apenas notando el temblor en el medio de la manada. Se reían y gritaban y llenando el espacio entre ella y Muerte hasta que lo único que quedaba era la capucha negra fundiéndose en el cielo sin estrellas.

Suavemente, Steffie tocó el codo de Vanessa. —Hey —dijo ella—. Estás de suerte. —¿Eso es lo que es esto? —Dijo Vanessa miserablemente—. Porque no se sienta de esa manera. Steffie dejó escapar una carcajada. —No, quiero decir que tienes suerte de que sea Halloween. Vanessa miró a la multitud de estudiantes a la deriva por el camino. —¿Por qué es eso? —Porque esta noche tienes la oportunidad de dejar de ser tú. Durante las siguientes tres horas, no tienes que ser Vanessa. Puedes ser quien quieras. —¿Quién lo dice? —Lo digo yo. Vamos —la coaccionó Steffie, agarrándola del brazo—. Vayamos a deshacernos de nosotras mismas por una noche, pretendamos que no existen nuestros problemas. —Bajó la voz—. Vamos a desaparecer.

Vanessa y sus amigos serpentearon a través del enredo de brazos, piernas y rostros, ninguno que pudo reconocer. Todos ellos estaban disfrazados de espeso y brillante maquillaje, enmascarando sus

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Una luz roja pulsante se reflejaba en las paredes de espejos. Telarañas y serpentinas colgaban del techo, transformando la sala en otro misterioso mundo. Bebidas y tinas de hielo se alineaban en las mesas por la barra, y la música sonaba de un altavoz en el lado opuesto de la habitación, mezclándose con el sonido de pies golpeando contra el suelo. Bailando.

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Una vez más, Vanessa se encontró corriendo por el camino con Steffie, siguiendo la multitud de bailarines hasta que llegaron de nuevo al campus, donde Blaine y TJ las saludaron con un grito. Con los brazos enganchados, se fusionaron en la multitud, entraron y subieron por las escaleras hacia uno de los estudios más grandes de práctica.

expresiones. El dulce aroma de licor de melocotón y bourbon flotaba en el ambiente. —¿Adónde vamos? —Gritó TJ desde detrás de ella. Blaine ya había despegado y estaba haciendo rechinar el suelo con un chico vestido de diablo. Vanessa miró por encima de la multitud, todavía en busca de Muerte a pesar de sí misma. En el centro de la sala, una guadaña cortó a través del aire, pero antes de que pudiera seguirlo, él había desaparecido en la pista de baile, ocultándose de ella entre las luces y las extremidades ondulantes. —¿Qué pasó con TJ? —Preguntó Vanessa, de repente dándose cuenta de que había perdido a su compañera de piso también. —Está allí —dijo Steffie, asintiendo con la cabeza hacia el lado opuesto de la sala, donde estaba el nido encrespado del cabello de TJ por encima de la multitud—. Hablando con un minotauro. —Me pregunto quién es —dijo Vanessa. Steffie tomó un sorbo de su bebida. —¿A quién le importa? —Dijo, con una sonrisa—. Es mejor a veces, cuando no lo sabes. Vanessa estaba a punto de reír cuando escuchó gritar a TJ. Al lado del minotauro estaba una hada. Llevaba un traje de color rosa y una peluca de pelo rubio claro, como la de Elly. —Cómo te atreves a vestir como ella —gritó TJ—. ¿Sabes lo que le pasó? ¿Eres tú la que lo hizo?

—¿Calmarnos? —Gritó TJ—. Tu novia se ha vestido como una persona desaparecida. —Un silencio cayó sobre la multitud a su alrededor.

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—Oye, por qué no nos calmamos todos.

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El hada retrocedió, asustada, y su cita, el minotauro, dio un paso adelante.

—Mira, no sé de lo que estás hablando… —empezó a decir el minotauro, pero TJ lo interrumpió. —Dile que se quite esa estúpida peluca —gritó ella, arrojando su taza a un lado. Ponche rojo profundo salpicó por el suelo, manchando la ropa de las chicas a su alrededor, quienes empezaron a gritarle en respuesta. —¡Estoy cansada de esto! ¿Por qué nadie se preocupa por Elly? ¿Por qué nadie está escuchando? Vanessa y Steffie corrieron y cogieron TJ de la multitud. —Vamos —dijeron—. Nosotras estamos escuchando. Vamos a salir a la calle. Al otro lado de la habitación, Vanessa divisó a Hilda, sus ojos pequeños y brillantes fijos en TJ con una intensidad que Vanessa no había visto nunca antes. —Estoy bien —dijo TJ una vez que estuvieron lejos de la multitud, su aliento agrio—. En serio. —Dio un paso atrás y miró a Vanessa—. Ya sabes, toda así de blanco, me recuerdas a esas formas en las paredes de aquel estudio de práctica en el sótano. Vanessa se quedó inmóvil. Desde la noche en que vinieron a la vida por primera vez, las figuras de la pared no se habían movido. ¿Las había imaginado? Recordó lo real que parecían, la manera en que se habían pelado a sí mismas fuera de la pared, sus expresiones congeladas mientras bailaban a su alrededor. El contorno de la chica que lucía sorprendentemente similar a Margaret, justo antes de que estallara en una luz.

—No te preocupes —dijo Steffie—. Para mañana, nadie lo va a recordar. —Se volvió a Vanessa, quien buscaba la multitud por un par de ojos metálicos.

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—Lo siento, chicas —dijo, sosteniendo su cabeza—. No debí haber hecho eso.

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Antes de que Vanessa pudiera responder, TJ se dejó caer al suelo en un montón agotado.

—Todavía estás disgustada con Zep —dijo Steffie. —No —dijo Vanessa. Cuando Steffie la miró, se corrigió—. Muy bien, de acuerdo. Lo estoy. Pero no puedo evitarlo. Él es solo… es todo tan confuso… Steffie esperó a que continuara, pero Vanessa no sabía qué más decir. Fue entonces cuando ella lo vio: una puerta al final del pasillo. El barrido de una bata alrededor de la esquina, seguido de voces. Vanessa se llevó un dedo a los labios. —Voy a estar de vuelta —dijo, y se deslizó a través de las sombras hacia la figura de Muerte. Cuando por fin lo encontró, él estaba fuera, su larga máscara todavía congelada en la misma expresión. Sólo que ahora estaba hablando con la decimotercera princesa. Anna. Vanessa esperó en la oscuridad detrás de una columna, sin ser vista. Su cuerpo se puso rígido cuando Muerte se inclinó hacia Anna, susurrando algo que no pudo oír. Le entregó un pequeño ramo de rosas blancas, que era exactamente el mismo ramo que le había dado a Vanessa esa misma tarde. Anna los tomó, aspirando su aroma. Vanessa dio un paso atrás, con el corazón acelerado. Se sentía como si alguien estuviera retorciendo sus entrañas mientras ella los observaba juntos, pero no podía apartar la mirada. Poco a poco, Muerte puso su mano sobre el brazo de Anna.

¿Estaba llorando? Vanessa no podía decirlo. Lo único que podía ver era el encaje blanco cubriendo sus hombros mientras se encorvaba sobre el ramo de rosas. Muerte se acercó a Anna.

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—Sigues tratando de hacer eso —dijo ella, con la voz temblorosa—. Basta.

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Anna inmediatamente se retiró, viéndose como si estuviera a punto de golpearlo.

—Está bien que las atenciones de Zep se hayan vuelto a otro lugar. —Su voz se oía amortiguada por la máscara, pero una oleada de alivio pasó por Vanessa. No era Zep, después de todo, sino Justin. —Domina tu corazón roto y lárgate de aquí —estaba diciendo Justin. —No puedo irme —dijo Anna—. No soy lo suficientemente fuerte. Justin hizo un gesto a Lincoln Center, su túnica meciéndose en el viento. —No estás sola allí arriba en el escenario, están todos esos bailarines que se fueron antes. Pero Anna se limitó a sacudir la cabeza. Con un sollozo, apretó el ramo de flores a su pecho y corrió por el patio, pétalos dispersándose tras ella. Justin gruñó con frustración. Era un sonido frío, uno que Vanessa reconoció de la forma en que a veces hablaba con ella. De repente se sintió enfadada. Sus piernas se movieron sin pensamiento consciente hasta que se encontró de pie ante él. —¿Qué le dijiste a Anna? Estás tratando de volver a todos en contra de Zep. —Las palabras salieron de la boca de Vanessa antes de que se diera cuenta de lo que estaba diciendo—. ¿Cuál es tu problema? ¿Por qué eres tan odioso? Justin pareció sorprendido por su presencia. —No entiendes de lo que estás hablando —dijo.

Justin soltó una carcajada. —No estoy celoso de nadie —dijo—. Y sé todo sobre ti y lo que sucede cuando bailas… la forma en que te pierdes a ti misma. No eres la única que experimenta eso, ya sabes.

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—Sé por qué me sigues alrededor. Estás celoso de él.

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Ignorando su comentario, Vanessa persistió.

Vanessa estaba a punto de interrumpirlo cuando se dio cuenta de lo que Justin acababa de decir. ¿Quién podría haberselo dicho? Justin la miró. —Mira, sé cosas de ti también —dijo él—. La gente está hablando de ello, la gente como Josef. Es peligroso. Es por eso que conseguiste el papel, no debido a… —¡Cállate! —Gritó Vanessa. Justin dejó de hablar a media frase, para sorpresa de Vanessa. —Las únicas cosas peligrosas aquí son las mentiras que salen de tu boca. —Y con eso, se dio la vuelta y corrió detrás de Anna. Ella llegó a través de la plaza, justo a tiempo para ver el cabello rubio de Anna desaparecer en el edificio de ballet del Lincoln Center. Vanessa miró a través del cristal mientras se arrastraba hacia el vestíbulo, mostrando su pase al guardia de seguridad. Se dirigía a la sala de prácticas del sótano. Vanessa estaba a punto de seguirla cuando vio algo que se movía detrás de ella, reflejado en el vidrio. Se dio la vuelta, pero la plaza estaba vacía. —¿Justin? —Dijo—. Sé que me estás siguiendo. Debajo de uno de los pilares, la sombra se movió, pero nadie surgió. Aun así, podía sentir a alguien observandola.

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Caminando nerviosamente más allá de la ventana de taquilla, ella asaltó las escaleras a la sala de ensayo. Todo estaba oscuro, a excepción de un rayo de luz que brillaba a través de la puerta entreabierta. Vanessa se quitó los zapatos y avanzó en silencio hacia adelante, hasta que pudo ver el color rosa de las medias de Anna. Ella estaba de pie en el centro de la pista, sobre el círculo chamuscado en

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Vanessa se acercó a la sombra, pero luego se detuvo. Si se trataba de Justin, ¿por qué le importaba? Volviendo de nuevo a las puertas, le mostró su pase al guardia de seguridad y se apresuró hacia la calidez del vestíbulo.

el centro. A su alrededor, las paredes todavía quemaban en negro, las figuras blancas todavía congeladas en la pared. Anna se inclinó, de espaldas a Vanessa. Dispuesta a que el suelo no crujiera, Vanessa se inclinó, tratando de ver lo que estaba haciendo. Anna bajó el ramo de rosas al suelo, los pétalos blancos ya empezando a marchitarse. Por qué Justin se las había dado a ella, se preguntó Vanessa. Anna apartó las lágrimas de su mejilla y tocó la cicatriz quemada en la madera con los dedos. Ella ahogó un sollozo mientras se levantaba, su maquillaje surcado de lágrimas.

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Vanessa se metió de nuevo en las sombras cuando la puerta se abrió y Anna salió al pasillo, su silueta apenas visible en la oscuridad. Estaba tan cerca que Vanessa podía oler el champú floral que utilizaba en su cabello. Vanessa contuvo la respiración y esperó a que ella se hubiera ido, hasta que lo único que quedó de Anna fue el olor floral, disipándose en la nada.

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Capítulo 19+ Traducido por VicHerondale y SOS Yolismimi Corregido por katiliz94

En la mente de Vanessa, los dos últimos meses se habían desarrollado como el ballet. En el primer acto, la bailarina se encontraba con su príncipe, un caballero guapo de ojos del color del metal. Contra todo pronóstico, se enamoran. Luego, en el segundo acto, la tragedia golpea. Están separados por las fuerzas del mal, que conspiran para mantenerlos separados. Y entonces su príncipe comienza a actuar extraño, impredecible. Una doncella llorando se escapa con un ramo de flores, rosas blancas como el hueso. La coloca en el centro de una etapa, encima de un punto negro de ceniza de una llama de hace mucho tiempo.

+= Dejó las flores en el centro del estudio y se deslizó fuera cuando aparecieron Steffie y TJ en frente del edificio, dos fantasmas blancos contra el mármol.

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Después de que Vanessa observó a Anna ejecutar desde el estudio del sótano, se asomó al pasillo, escuchando el sonido de Anna regresar, pero todo estaba en silencio. Poco a poco, se metió en el estudio. Las luces brillaban en el ramo de rosas blancas. Ella levantó suavemente los pétalos, en busca de una tarjeta, cualquier cosa que le pudiera dar una pista de quiénes eran —pero no había nada.

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En el tercer acto, iban a volver juntos. La bailarina se reuniría con su príncipe, la hermana de la bailarina volvía de su largo viaje a los infiernos, y todo iba a terminar en la felicidad. O... todo podría desmoronarse. Todo dependía de la clase de ballet que fuera —un romance o una tragedia.

—¿TJ? —preguntó Vanessa, reconociendo sus rizos salvajes—. ¿Steffie? ¿Qué estáis haciendo aquí? —Te vi correr allí tras Anna —dijo Steffie. —Y yo seguí a Steffie —añadió TJ—. Anna se acaba de ir. —¿Ella te vio? —dijo Vanessa, tratando de ocultar el pánico en su voz. —Oye, dame un poco de crédito —dijo TJ, manteniendo el equilibrio sobre la repisa de mármol que se alineaba a la pasarela—. Puedo ser discreta, también, sabes. Vanessa dejó escapar un suspiro. —Lo siento —dijo ella—. Lo sé.

+= —¿Así que Anna estaba llorando porque todavía ama a Zep? — dijo Steffie, eliminando su delineador de ojos con un paño húmedo. Se habían retirado a la habitación de Vanessa y TJ, y Vanessa les había dicho todo. —Supongo que sí —dijo Vanessa, jugueteando con su toalla, que estaba manchada por el maquillaje de su cara—. Pero entonces, ¿para quién eran las flores?

—¿Por qué no sólo se lo preguntas a Zep? —preguntó Steffie mientras se limpiaba el maquillaje blanco de la cara con una toalla—. Si alguien puede decir lo que está pasando con Anna, es él.

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—Pensé en eso —dijo Vanessa en voz baja—. Pero ¿por qué iba a dejar las flores que le dio Justin? ¿Y por qué en ese lugar? Tendrías que haber visto la forma en que estaba llorando. Era como si estuviera visitando una tumba, como si estuviera de luto.

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—Tal vez... —TJ miró a Vanessa en el espejo—. Tal vez eran de Zep. Tal vez…

—Porque no lo he visto desde el ensayo el otro día —admitió Vanessa avergonzada. —¿Por qué no lo llamas? —dijo Steffie. —Yo…yo —dijo Vanessa, no quería decirles que él nunca lo cogía. TJ le llamó la atención en el espejo, su mirada comprensiva, pero Vanessa miró hacia otro lado. —Suena como si fuera difícil de definir —dijo Steffie. —Oh, no —dijo Vanessa—. No es eso. Él sólo... —pero no sabía cómo terminar. —Si yo estuviera en tu lugar —dijo Steffie, sus labios todavía negros en algunos lugares, su piel morena emergía del maquillaje blanco—, yo tendría cuidado. Mi madre siempre dice que hay que estar atento a los chicos con secretos. Y Zep definitivamente tiene un montón de ellos. Vanessa se puso rígida. —¿Qué quieres decir? Steffie se limpió los labios con una toalla y se inspeccionó a sí misma en el espejo. —Pero la gran pregunta —presionó, haciendo caso omiso de Vanessa—, es ¿por qué Justin está tratando de convencer a Anna de dejarlo?

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—Tal vez —dijo TJ—. Justin podría gustarle. Pero ¿no crees que todo es un poco sospechoso? —TJ se sentó en su cama, enrollándose un mechón de pelo alrededor del dedo—. ¿Qué pasa si Justin tiene razón en que hay algo extraño que está pasando en esta academia? Algo se siente mal.

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—¡Debido a que Justin es un idiota! —dijo Vanessa en voz alta—. Él está celoso de Zep. Es probable que esté tratando de quedar con Anna ahora que ella está vulnerable. Siguió frotando su espalda, tratando de consolarla. Tal vez por eso le dio el ramo de flores.

—Todo en lo que estoy segura por ahora es que nada de esto tiene que ver con Zep —dijo Vanessa con vehemencia—. Se trata de Anna y Justin. Steffie puso los ojos en blanco. —Por lo tanto, ¿más bien piensas en que algún tipo de conspiración del mal está sucediendo en esta escuela que el que consideres la posibilidad de que Zep podría no serte fiel? Sus palabras escocían, pero Vanessa las sacudió. —Hasta que lo escuche de él —dijo ella—, eso es exactamente lo que voy a creer —sonaba fuerte y segura de Zep, pero eso fue sólo a causa de lo muy asustada que estaba de que Steffie tuviera razón.

+= Noviembre comenzó con lluvia y continuó nublado y lluvioso durante los siguientes tres días. Vanessa corrió a través de ella el lunes por la tarde al ensayo de El Pájaro de Fuego, sosteniendo un periódico sobre su cabeza como una adecuada neoyorquina. Se sacudió el agua del pelo, todavía esperando ver el ramo de flores en el suelo de la sala de ensayo en el sótano. Pero cuando llegó, todo lo que vio fue una bandada de chicas en leotardos y medias, estirando y calentando, sin prestar atención al punto negro quemado, que se encontraba en el medio de todo esto como un ojo oscuro.

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Cuando el reloj dio las cuatro, Hilda entro pesadamente en la habitación. Llevaba un gorro de lluvia claro sobre su pelo muy rizado, y sus zapatos chirriaron contra el suelo de madera. Directamente detrás de ella estaba Justin. ¿Qué hace él aquí? se preguntó Vanessa. Los ensayos de la mañana eran para todo el grupo, incluidos los suplentes, pero por la tarde las sesiones eran por lo general sólo para los principales de la obras El Pájaro de Fuego —las trece princesas, Vanessa, y Zep. Justin debió de sentir sus pensamientos, ya que los lados

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Vanessa dejó caer la bolsa en la esquina de la habitación, en busca de Zep, pero no estaba por ningún lado. De hecho, no lo había visto desde el último ensayo, el viernes antes de Halloween, hace tres días. Comenzó a atarse las zapatillas de punta, tratando de no mirar por encima del hombro cada vez que la puerta se abría.

de su boca se convirtieron en una sonrisa, como si quisiera recordarle que él sabía algo que ella no. Para su sorpresa, él se sentó a pocos metros de distancia de ella, y sin reconocerla, comenzó a estirarse. —¿Así que tuviste que amenazar con entrar a los ensayos de la tarde esta semana? —le dijo Vanessa, sorprendida de lo cruel que sonaban sus palabras. Justin la miró. —Oh, Vanessa. Hola —dijo, dándole una sonrisa de suficiencia que le hacía hervir por dentro—. Por desgracia, no se requirieron amenazas esta vez. —¿Qué quieres decir? —dijo Vanessa, entrecerrando los ojos—. Tu grupo no ha estado viniendo a las sesiones de la tarde. —No veo cómo eso es de tu incumbencia. —Por supuesto que es mi incumbencia —dijo Vanessa—. Soy la bailarina principal. —Y por lo que he oído, probablemente deberías centrarte en eso, debido a que la palabra en la calle es que todavía se necesita un poco de trabajo. Vanessa sintió que su rostro se calentaba con rabia. —Como si supieras lo que se siente al bailar un papel principal — gruñó—. Apenas has practicado en la barra desde que empezó la academia.

—Ya lo verás. —¿Ver qué? —preguntó Vanessa, pero antes de que pudiera responder, Hilda dio unas palmadas.

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—¿Qué se supone que significa eso?

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—Entonces esta no será una buena noticia para ti —dijo Justin crípticamente, y se levantó.

—Buenas tardes a todos —dijo ella—. Espero que estéis bien descansados, porque tenemos mucho trabajo por delante. Josef no estará con nosotros esta tarde, lo que significa que estaré al frente del ensayo de El Pájaro de Fuego —se aclaró la garganta—. Zeppelin Gray tampoco se unirá a nosotros hoy, y Justin bailará en su papel. Vamos a comenzar con el primer dueto en el primer acto. Un murmullo se levantó entre los bailarines. Justin le dio una inclinación de cabeza fría, sus ojos demorándose en Vanessa. ¿Tenía que bailar con él? ¿Tocarlo? ¿Confiar en él para estabilizarla, levantarla, cogerla? —¿Vanessa? —dijo Hilda bruscamente—. ¿Estás lista? Fue entonces cuando Vanessa se dio cuenta de que todo el mundo la estaba mirando. Justin se situó en la izquierda del escenario. Las luces del techo brillaban sobre él, proyectando una sombra hasta que sus ojos se veían oscuros y vacíos, imposibles de leer. Inclinándose hacia ella, extendió un largo brazo musculoso. —Sí —dijo Vanessa en voz baja, y tomó su lugar a su lado. Esperaron en silencio a que la música comenzase. Le pareció oír que le decía algo en voz baja, pero antes de poder recurrir a él el sonido tembloroso de un violín solitario atravesó el aire y empezaron.

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Todo pasó tan fácilmente que se sentía natural, predestinado, como si estuvieran destinados a bailar juntos. Vanessa arqueó la espalda, el pie se deslizó en los tableros de madera, y dejó escapar un suspiro de alivio, sintiendo latir su corazón al ritmo de la música, cuando sintió que alguien tropezó con ella.

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La mano de Justin era sorprendentemente cálida mientras tomaba sus dedos en la suya, deslizandose suavemente por el brazo, firme en contra de su cintura cuando él la levantó en un salto. Ella cerró los ojos, imaginando que era Zep. Y cuando volvió a abrirlos, lo único que podía ver era su pelo, sus hombros ondulantes, sus musculosas piernas en movimiento con ella. Vanessa podía sentir el calor que emanaba de él; podía oler su sudor mezclado con su colonia, llenando el aire con un dulce, pero amargo, aroma.

Se atrapó a si misma antes de caer, señalando un paso en falso en el juego de piernas de Justin. Solo fue un error, pensó. Justin no estaba avergonzado de un bailarín como Zep. Para su opinión, él estaba probablemente haciendo su mejor intento. Vanessa siguió adelante, deslizándose por el suelo mientras se burlaba de las princesas pálidas revoloteando a su alrededor. Se sentía ingrávida, delicada, sus pies sin sonido contra la madera. Pero cuando ella, cayó a los brazos de Justin, cayó de nuevo, y accidentalmente golpeó su mejilla con su muñeca. —¿Qué fue eso? —Respiraba mientras Justin se alejó de ella. Si él la había oído, no lo demostró. A las puertas de la sala de ensayo, podía sentir a Hilda mirándola con curiosidad. Vanessa con una sonrisa forzada continuó. Dejó que el borde de satén de sus zapatos rozase el suelo, cuando sintió algo pesado bajando hacia la punta del pie. El dolor se disparó en su pierna, y ella gritó, tirando de su pie. ¿Justin la había pisado? Miró alrededor de la habitación, pero nadie más parecía haberse dado cuenta. Ella se volvió hacia él, esperando que su mirada buscara una disculpa, pero estaba oscura, desafiante, y sus ojos parpadeando con diversión. Fue entonces cuando se dio cuenta de Justin lo había hecho a propósito. Ella lo empujó lejos, enfurecida. Él estaba tratando de arruinar su baile. Otra pirueta, otro error. Justin estaba demasiado cerca, su cuerpo obligando al suyo a perder el equilibrio. Tropezó, cayendo de puntas.

—Deja de tratar de sabotearme, —dijo entre dientes. —Vanessa, no es lo que tú… Pero ella no quería escucharlo.

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Él le apretó la cintura un poco más de lo normal, tirando de ella hacia él. Por un momento, ella creyó oírlo susurrar algo, pero ella se estaba moviendo demasiado rápido para entender lo que estaba diciendo.

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—¿Qué estás haciendo? —Preguntó con furia.

—No me hables. —Se alejó de él, sin importarle que estuviera fuera de paso. La música chocó con sus movimientos, y las princesas bailarinas se desaceleraron, con sus rostros confundidos. Vanessa sentía el pecho de Justin contra su espalda mientras se preparaba para su elevación. —¡No me toques! —Dijo, lo suficientemente alto para que todos oyeran. Y, por último, Justin escuchó. —Está bien. Haz lo que quieras, —dijo, y la soltó. Vanessa cayó al suelo, con un ruido agudo. Las princesas se quedaron sin aliento. —¡Eso es suficiente! —gritó Hilda. Ella apagó la música y se acercó a Vanessa. Justin se acercó a ella, extendiéndole una mano para ayudarla a levantarse, pero Vanessa sólo lo fulminó con la mirada en signo de incredulidad. —Vanessa, ¿qué estás haciendo? —dijo Hilda con fuerza, con sus manos empuñadas. —No fue mi culpa, —dijo Vanessa. Señaló a Justin, quien retrocedió, levantando sus manos como si fuera inocente—. Él me dejó caer.

—¿Y bien? —Preguntó Hilda. Hizo un gesto hacia la puerta—. ¿Quieres salir o quedarte? —Quedarme, —dijo Vanessa en voz baja.

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Vanessa abrió la boca para responder, pero luego se lo pensó mejor.

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—No quiero escucharlo, —dijo Hilda—. Sólo hay una persona que controla el cuerpo del bailarín, —dijo, con sus ojos fijos en Vanessa—. Si no puedes meterte eso en la cabeza, puede ser que también termines de hacernos un favor y salgas ahora.

—Entonces ¿por qué no practicáis vosotros dos por vuestra cuenta en lugar de hacernos perder el tiempo? Vanessa no levantó la vista, mientras que el resto del grupo se filtraba fuera de la sala de ensayo, dejándola sola con Justin. Cuando la puerta finalmente se cerró y la última bailarina estuvo lejos para oír, Vanessa se puso de pie. —¿Cuál es tu problema? —le dijo a Justin—. ¿Estás a propósito tratando de asegurarte de que pierda esta parte? —En realidad, sí, —dijo Justin. Vanessa negó con la cabeza entre la confusión y la ira. —¿Por qué? Podría haberme roto la pierna. ¡Tú podrías haber arruinado mi carrera! —No seas dramática, —dijo Justin—. No habría dejado que se te rompiera una pierna. Y tú estás muy bien. —No estoy bien. Falta solo un mes para la noche del estreno, y todavía no he conseguido hacer mis pasos correctamente. —¿Y de quién es la culpa? —Preguntó Justin. —¿Por qué estás aquí? —Dijo Vanessa—. ¿Dónde está Zep? Él nunca me habría dejado cometer errores. Cuando bailo con Zep, todo es perfecto.

Pero Justin se echó a reír. —¿Zep? Dios, no.

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—¿Qué pasa con Zep que te molesta tanto? —Respondió Vanessa—. No es sólo que él es un gran bailarín... es algo más. Él tiene todo lo que tú desearías tener.

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—¿Lo es? —Justin se frotó la barbilla pensativamente—. Bueno, esa debe ser la única cosa perfecta sobre Zep. Realmente debes mantenerte alejada de él. Y mientras estás en ello, apréndete esta parte.

—Entonces ¿qué es? —Preguntó, adivinando salvajemente—. Dices que las cosas son tan peligrosas aquí, pero no veo que te vayas. Todavía estás aquí, tratando de hablar mal de Zep para que puedas tomar sus roles. Tenía más que decir, pero Justin le interrumpió. —No estoy tratando de tomar su papel, estoy tratando de ayudarte, —comenzó, pero Vanessa no le dejó terminar. —Estás mintiendo, —dijo ella—. ¿Crees que eres más listo que todos los demás? Pero sé… —¡Por una vez sólo escúchame! —Justin gritó tan fuerte que su voz reverberó a través del estudio—. Si no quieres acabar como tu hermana, olvídate de Zeppelin Gray y esto de la academia y vuelve a casa. Toma tus talentos extraños y lárgate de este lugar antes de que sea demasiado tarde. Vanessa oyó el golpe antes de que se diese cuenta de lo que había hecho. Aturdido, Justin puso una mano en su cara en signo de incredulidad. Vanessa temblaba de adrenalina. —Tú no sabes nada de mi hermana, —dijo ella, tratando de estabilizar su voz. Justin dejó que su mano se deslizara fuera de su cara.

Justin abrió la boca para hablar, pero se contuvo, como si pudiera ver el odio en su rostro.

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—No me llames niña, —dijo Vanessa, alejándose de él. Todo sobre Justin le disgustaba, desde las manchas de sudor en sus leotardos hasta la barba cubriendo su mejilla, donde la marcar roja de su mano ahora se estaba desvaneciendo—. Y no vuelvas a hablarme de nuevo. Ni de Margaret, o sobre cualquier otra cosa.

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—Sé que ella dejo que esto la sobrepasara, y no quiero que lo mismo te suceda a ti. Mira, pareces una niña dulce.

Por un segundo, Vanessa sintió que él estaba esperando que regresara a él, que confiara en él. Pero sin mirar atrás, se puso un suéter y lo dejó de pie en la pista de baile. Corrió hasta Broadway, tratando de convencerse de que era el aire fresco del otoño el que hacía que sus ojos se llenaran de lágrimas. La acera estaba llena de hombres de traje y corbata, las mujeres en tacones altos y medias, padres empujando cochecitos. En medio de ellos era una niña con hombros estrechos, con el pelo castaño recogido en un moño. ¿Margaret? Vanessa se lanzó hacia ella, sólo para estrellarse directamente con un hombre mayor que llevaba un sombrero. Su maletín cayó al suelo con un fuerte golpe. Un taxi tocó la bocina, y ella volteó. Era una extraña. —Lo siento mucho, —murmuró Vanessa, mirando a la chica cruzar la calle. ¿Qué le estaba pasando? Quería estar sola, encontrar un lugar tranquilo en el que pudiera pensar.

Vanessa se apretó hasta que se dio cuenta de los fríos dedos que tocaban su piel. Estaba a punto de gritar cuando se dio cuenta de lo delicados que estaban: pálidos y delgados, con uñas largas y astilladas

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El olor de hojas podridas y asar castañas llenó el aire mientras Vanessa se acercaba a la entrada del parque. Sólo la visión de sus largos y sinuosos senderos y puentes pastorales la calmó. Estaba a punto de entrar en el interior cuando oyó pasos. La siguieron hacia los árboles, demasiado cerca para su comodidad. Frenó, escuchando el sonido áspero en el camino, como una mano se cerró alrededor de su muñeca.

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El tráfico de hora pico se aceleró por los sonidos familiares de cláxones y frenos chirriantes, la melodía estridente de taxistas maldiciendo a través de las ventanas. Vanessa cruzó a través de la calle, sin saber hacia dónde se dirigía hasta que vio las ramas nudosas de Central Park aparecer por encima de los edificios como sacudiendo las manos, haciéndole señas.

que parecía como si nunca hubieran sido cuidadas. Por encima de ellas, vio un brazo huesudo, vestido con un suéter de color rosa hecho jirones que tenía que ser lavado, un pálido cuello envuelto en bufandas. Su captor era la bailarina principal que había bailado el papel principal en la presentación que habían visto en septiembre. La que había sido "Castigada" por el protagonista masculino, Dimitri, en el teatro a oscuras después de la actuación. —¿Helen? —Dijo Vanessa. A la luz lúgubre tarde, la cara de Helen era aburrida y hundida, como si todo el color hubiese sido drenado de ella. Los rastros de maquillaje viejo eran manchas por debajo de sus ojos, y su cabello colgaban sobre los hombros, fibrosos y flojo, como si no hubiera sido lavado en días. —¿Estás bien? —Preguntó Vanessa, mirando hacia abajo a la mano de Helen, sin soltar la muñeca. Helen buscó el rostro de Vanessa, con los ojos muy abiertos y desesperada. —¿Qué—qué es lo que quieres? —Vanessa inspeccionó la acera en busca de otros transeúntes, en caso de que necesitara ayuda. —No le digas a nadie que me has visto, —dijo finalmente Helen. Llevó a Vanessa más cerca de los bancos de la acera fuera del parque, dispersando a las palomas—. Sé que eres una bailarina como yo. —Su voz era ronca, tensa—. J—Josef se jactaba de su mina de oro eclipsando mi talento.

Vanessa dejó de tratar de escapar.

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—No, —dijo Helen, con su mirada tan firme que era desconcertante—. No es sólo el baile, lo que tú y yo podemos hacer. Cuando bailamos, el mundo no sólo parece desaparecer, realmente lo hace. Los pasos adecuados con el bailarín adecuado pueden causar estragos.

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—Mira, —dijo Vanessa—. No quiero reemplazarte. Sólo estoy tratando de bailar y hacer mi mejor esfuerzo. —Trató de zafarse de las garras de Helen, pero el agarre de la bailarina era sorprendentemente fuerte.

—¿De qué estás hablando? —Dijo lentamente, a pesar de que ella sabía exactamente a lo que Helen se refería. —Intentó usarme, —dijo Helen—. Intentó ponerme, pero escapé. Y ahora él está mirando. Él me está buscando. —¿Ponerte buscando?

dónde?

—Preguntó

Vanessa—.

¿Quién

te

está

—En las paredes. —Helen miró a su alrededor como si la calle y los árboles fueran las propias paredes. —¿Quieres decir que alguien está tratando de encerrarte? —Dijo Vanessa, tratando de darle sentido a lo que ella decía, pero Helen no respondió. —Debes irte, —dijo Helen—. Vete mientras puedas. —¿Qué? —Preguntó Vanessa, entrecerrando los ojos. Ella sabía que Helen se había graduado de NYBA hace apenas dos años, lo que significaba que podría haber conocido a Margaret y algunas de las personas mayores. Anna. Zep. Y Justin—. ¿Él te dijo esto? —¿Quién? —Justin. Los ojos de Helen se quedaron en blanco. —¿Quién es Justin? Vanessa no sabía cómo responder. Al igual que Helen abrió la boca de nuevo, y un taxi se detuvo en la acera en frente de ellas. Ella se puso rígida, observando al hombre dentro del asiento del conductor.

—¿Qué? —Dijo Vanessa—. Tú fuiste la que me siguió. —¿Josef? —dijo Helen, y vio con horror como la puerta de la cabina se abría y salía un hombre. Él era más o menos de la misma

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—¿Has traído a alguien? —Dijo Helen, su voz temerosa—. ¿Has hecho que alguien me siga?

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—¿Helen? —Dijo Vanessa, tratando de llamar su atención.

constitución física de Josef, con el pelo ondulado oscuro y una camisa negra ajustada. —Ese no es Josef, —dijo Vanessa, pero el color que quedaba en las mejillas de Helen termino de irse, y sus manos comenzaron a temblar. —No, —susurró—. No. —¿Por qué estás tan asustada de Josef? El viento soplaba a través de la fina tela de la bufanda de Helen. Debajo de ella, Vanessa apenas podía ver los rastros de una colección de pequeños moretones de color amarillo en la clavícula de Helen, como pequeñas formas ovaladas presionadas en ella como huellas dactilares. Antes de que Vanessa pudiera decir nada, Helen volteó. —Encuentra a la Elite Lírica, —dijo Helen—. ¡No confíes en nadie más!

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Ella cruzó la calle, lejos del parque, esquivando coches y desapareciendo entre la multitud.

=

Capítulo 20 + Traducido por VicHerondale y Drys Corregido por katiliz94

Durante la próxima semana, Vanessa seguía reviviendo su encuentro con Helen. En un primer momento, Vanessa pensó que estaba loca. Ninguno de sus amigos había oído hablar de algo llamado la Elite Lírica, y no podía encontrar ninguna información online. Pero Vanessa seguía volviendo a los mismos detalles: la firmeza de la voz de Helen cuando dijo que para encontrar la Elite Lírica no podía confiar en nadie más. Y el vacío en su cara cuando Vanessa le había preguntado si Justin la había puesto a la altura. —¿Quién es Justin? —respondió, por lo que, tan sinceramente, le había dado a Vanessa escalofríos. Algo en la forma en la que Helen habló con ella, en, palabras deliberadas claras, hizo que Vanessa se preguntara si ella no estaba loca, sino tan asustada que la consumía por completo.

—Déjalo mientras puedas —dijo, antes de desaparecer en la multitud.

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De repente, alguien llamó a su puerta, y ella estaba de vuelta en su dormitorio, confortada por la visión de TJ durmiendo profundamente en el lado opuesto de la habitación. Vanessa no podía recordar rodando de la cama, sólo que la puerta estaba abierta, y Justin estaba de pie

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Tan agotada por el ensayo, Vanessa no pudo dormir. Arrojó las sábanas, saliendo de sus sueños y de la oscuridad misteriosa de su habitación, hasta que no estaba segura de lo que era real. Vio a Helen corriendo salvajemente a través del tráfico, su suéter rosa lúgubre alrededor de su frágil cuerpo. Pero cuando Helen se volvió para mirarla, Vanessa se dio cuenta de que era Margaret.

frente a ella, con la camisa manchada de sudor aferrándose a su pecho. —Dejame entrar —dijo, dando un paso más cerca. Olía a hojas húmedas y frías noches de otoño, con sus ojos azul claro como el cielo, mientras se empujaba el pelo hacia atrás y parpadeaba, su mirada vagando sobre el cuerpo de Vanessa, como si no pudiera evitarlo. Detrás de Vanessa, TJ roncaba suavemente. —No estoy sola —susurró Vanessa. —Entonces vamos a tener que estar en silencio. —¿Qué quieres decir? —preguntó Vanessa, a pesar de que de alguna manera lo sabía. Siempre lo había sabido. Justin avanzó hacia ella, empujándola de nuevo a la oscuridad. TJ seguía en su lado, todavía dormida, su pelo derramándose sobre la almohada. —¿Por qué estás aquí? Justin no respondió; él sólo se acercó, presionando a Vanessa contra su cama. Él tenía desabotonado el cuello de la camisa, dejando al descubierto piel suave marcada por una peca solitaria. Vanessa se quedó mirándolo, inhalando el rastro de su colonia. —Sabes por qué estoy aquí —dijo.

—Sabes lo que quiero. Suavemente, pasó la mano por su muslo. Fue descubierto, frío por la brisa de la noche. Ella tembló bajo su toque. Ella quería apartarse, pero por alguna razón no podía. Justin apretó su cuerpo contra el de ella.

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Justin se acercó más, sus piernas enredándose con las de ella. Sus ojos vagaron desde el cuello hasta la clavícula a los finos tirantes de la camisola.

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—¿Qué quieres? —susurró Vanessa, agarrándose del costado de su cama.

—Tienes que irte —dijo, sus labios contra su cuello, besándola—. Tienes que irte. —Ella sintió que sus manos se enredaban en su camisola, empujando la correa del hombro, presionando en su piel hasta que ella no pudo evitarlo. Su cuerpo quedó inerte en sus brazos, y ella enterró sus manos en su pelo y tiró de él hacia ella, sorprendida por la intensidad de su respuesta. Justin gimió. —Tienes que irte —murmuró—. Tienes que irte para estar segura. Pero no quiero que te vayas. Vanessa respiró en sus palabras, dejándolas por supuesto a través de ella. Ella arqueó su cuello como si bailara toda la parte de El Pájaro de Fuego, pero sólo cuando inclinó su espalda, besando sus hombros, la clavícula, el cuello, vio una sombra en la puerta. Ella abrió la boca y se sentó. A pesar de que fue envuelto en la oscuridad, ella sabía quién era. —Zep —susurró. La luz del pasillo iluminó astillas de su rostro mientras miraba entre ella y Justin. Su expresión se endureció. Vanessa quería llamarlo, pedirle disculpas y decirle que no era en serio. Que ella lo amaba, no a Justin. Pero por alguna razón, las palabras no salían. Zep entró dentro, con los ojos en llamas. Justin se puso delante de Vanessa, desafiándolo.

Vanessa tragó saliva, la boca reseca. Estaba a punto de tomar un sorbo de agua cuando alguien llamó de nuevo. Una delgada línea de

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Hubo un fuerte golpe en la puerta. Vanessa se incorporó y abrió los ojos. Estaba en la cama, las sábanas húmedas y enredadas alrededor de ella. Ni Justin ni Zep estaban en cualquier lugar para ser vistos. Confundida, miró al otro lado de la habitación a TJ, estaba acurrucada con una almohada, roncando. De lo contrario, la habitación estaba oscura y silenciosa. ¿Había estado soñando? Casi podía oler el sudor y las hojas mojadas de la camisa de Justin. Pero él no estaba allí.

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—No te vayas —quería decirle, pero cuando abrió la boca, las palabras no salieron.

luz brillaba desde debajo de la puerta, interrumpida por la sombra de dos pies. ¿Zep? Ella se puso una sudadera y de puntillas. —¿Vanessa? —dijo un chico desde el pasillo. Saltó hacia atrás, sorprendida al escuchar la voz de Justin—. Sé que me dijiste que nunca te hablará de nuevo, pero por favor, abre la puerta. Sólo por esta vez. Vanessa vaciló, tratando de entender por qué estaba tan nerviosa de repente. —Por favor —repitió—. Te lo prometo, no estoy aquí para amenazarte o insultarte. Ella giró el picaporte y la abrió apenas lo suficiente para ver su cara, húmeda por el sudor y manchada con un rastro de oro. Ahora que él estaba de pie ante ella, era muy claro que había estado soñando. Pero ¿por qué había estado soñando con Justin y no con Zep? Con miedo de que él sería capaz de leer sus pensamientos, ella apartó la mirada. —¿Qué quieres? —dijo, mirándose las manos. Casi esperaba que respondiera como lo había hecho en su sueño, pero en su lugar, él dijo—: Sólo quería disculparme. No debería haber estropeado tu ensayo. Podrías haberte herido, es lo contrario de lo que quiero. Vanessa frunció el ceño. ¿Lo contrario?

—¿Todavía crees que debo irme? —preguntó ella. Justin lució sorprendido por su pregunta.

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Quería preguntarle qué quería decir. Acerca de Helen y lo que pensaba que le había pasado. Pero mientras estaba allí, sus labios peligrosamente cerca de los de ella, sintió un deseo insoportable de tirar de él al interior y besarlo, largo y duro hasta que se quedaran sin aliento y enredados bajo sus sábanas.

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—De todos modos, no quiero retenerte despierta, y no espero que digas nada. Sólo quería que sepas que lo siento.

—Sí. —¿Por qué? —Esa es la parte que no he encontrado la manera de explicarte todavía. Todo lo que puedo decir es que hay una razón por lo que hice en los ensayos. No estaba tratando de hacerte daño. Vanessa dejó escapar una risa nerviosa. —Entonces, ¿qué es exactamente lo que estabas tratando de hacer? La firme mirada de Justin pareció casi amable. —Salvarte —y antes de que Vanessa pudiera decir algo más, se volvió y caminó por el pasillo. —Espera —dijo en voz alta—. ¿Qué quieres decir? Justin hizo una pausa, mirando hacia atrás por encima del hombro. —Buenas noches, Vanessa —dijo. Y se marchó.

+= —¿Y si tiene razón? —dijo Vanessa durante el almuerzo del día siguiente. —¿Qué pasa si está pasado algo extraño aquí, y Helen lo sabe también?

Vanessa dejó el tenedor. —Lo sé, pero es raro, ¿no? ¿Que ambos me dieran el mismo consejo, por separado?

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—Blaine tiene un punto —dijo TJ, agregándole una cuchara de azúcar al té.

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—¿O qué pasa si Helen es una loca y le tiene miedo a Josef por la paliza en la práctica, y Justin es un idiota celoso? —dijo Blaine—. Eso suena más probable para mí.

—Pero ninguno de los dos dijo por qué —dijo Steffie—. ¿No es un poco sospechoso? Vanessa suspiró. —Justin dijo que había una razón por la que trató de sabotear mi baile. Porque quería salvarme. Steffie dejó de comer. —¿En realidad estás pensando en abandonar la academia porque Justin y una bailarina loca te lo dijeron? —No —dijo Vanessa con firmeza—. Pero deberías haber visto la forma en que estaba. Ella no se ha duchado o lavado el pelo en semanas. Su ropa era repugnante. Y sus ojos. Estaban desesperados. —Razón de más para no escucharla —concluyó Blaine—. ¿También? Suena un poco como mi mamá. —Me pregunto qué fue de ella —murmuró TJ. Ella ladeó la cabeza a Blaine—. Helen. No tu madre. —Ella probablemente sólo se rompió por la presión —dijo Steffie—. ¿Recuerdas cuando la vimos después de la actuación? Estaba prácticamente en el espacio ultraterrestre. —¿Qué pasa con el castigo que Dimitri mencionó? —dijo Vanessa. Steffie se encogió de hombros.

—Dimitri es de Rusia —dijo Steffie—. Su inglés no es perfecto. Es más, es arrogante y brutal. —Y sexy —dijo Blaine.

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—Sí, pero sé lo que dice Vanessa. ¿Castigo? —dijo TJ, alisándose el pelo hacia atrás con los dedos—. Es una extraña elección de palabras.

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—Tal vez ella iba a tener que hacer los pliegues o entrenamientos extra de barra. Josef y Hilda nos hacen hacer eso todo el tiempo cuando nos equivocamos.

—Ella me encontró por el parque —dijo Vanessa, empujándolo—. Tal vez podamos encontrarla de nuevo. Incluso si ella no llega a estar loca, no puede hacernos daño ek preguntarle qué pasó. ¿De acuerdo? Steffie me miró escéptica. —Claro, vamos a preguntarle a la bailarina loca por qué se rompió. —La cosa es que yo no creo que ella se haya roto —dijo Vanessa— . Creo que alguien la rompió. —¿Qué quieres decir? —dijo TJ. —Quiero decir, que puede haber un observador externo que quería dejarla loca —dijo Vanessa—. ¿Pero la forma en que hablaba? Ella sabía lo que estaba diciendo, ella estaba asustada. —¿Por qué? —dijo Blaine en voz baja. Pero nadie tenía una respuesta para eso.

+= El estudio del sótano estaba vacío cuando Vanessa llegó, unos minutos antes. Echó la bolsa en un rincón y encendió las luces. Caminó hacia las figuras blancas en las paredes, preguntándose qué había querido decir Justin con salvarla.

—¿Qué? —dijo Vanessa con voz temblorosa. Sonaba como si hubiera venido de una de las figuras. Vanessa, otra chica parecía gritar. Vanessa. —¿Qué quieres? —dijo Vanessa—. ¿Quién eres?

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Tentativamente, tocó una de las figuras blancas, y luego otra. Eran muy cálidas bajo sus dedos, como si las paredes estuvieran quemando. Vanessa retrocedió, sólo para ver que la primera figura que tocaba empezaba a despegarse. Asustada, retrocedió, cuando escuchó un suave susurro, el grito de una chica solitaria. Vanessa.

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¿Dónde estaba Zep? Habían pasado semanas desde que realmente habían hablado.

Las figuras a su alrededor empezaron a brillar, sus contornos rebosantes de luz hasta que se peleaban a sí mismas en la pared, con los rostros contorsionados por el horror. Chloë, siseó. Margaret. Elizabeth. Katerina. Alegría. Rebecca. Hannah. Josephine... —¿Margaret? —dijo Vanessa, sus ojos lanzándose violentamente por la habitación, buscando a su hermana. El llamado, susurraban. La convocación. Para tomar tu alma. Vanessa se volvió, con el pelo en su cara. Nosotras somos tú. Tú eres nosotras. Nosotras somos tú. Tú eres nosotras. —¿Qué? —Vanessa se ahogó. Sus voces quemaban mientras cantaban. Nosotras somos tú. Tú eres nosotras. Nosotras somos tú. Tú eres nosotras. Brillaban, sus rostros se torcían con agonía. Sus superficies empezaron a burbujear y grandes ampollas aparecieron formadas en sus brazos. Y antes de que Vanessa tuviera tiempo de protegerse los ojos, estalló en llamas de color rojo brillante, sus voces transformadas en un torturado grito infernal. —¿Qué estás haciendo? —la voz de Hilda retumbó desde la puerta. Vanessa abrió los ojos, sólo para encontrarse a solas, encogiéndose en la esquina de la habitación. Ella bajó las manos de sus orejas y miró a las figuras en la pared. Estaban bañadas con pintura. No había fuego ni humo, ni rastro del fuego. ¿Vanessa lo había imaginado?

—Yo… yo no me siento bien —dijo Vanessa. Sus piernas temblaban mientras se levantaba, estabilizándose en la barra—. Creo que tengo que acostarme.

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—Oir, ¿qué? —preguntó Hilda, dándole a Vanessa una mirada sospechosa—. ¿Qué está mal?

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—¿Ha oído algo? —preguntó Vanessa a Hilda—. ¿En este momento?

Al otro lado de la habitación, la figura corpulenta detrás de Hilda entró. Detrás de ella, la puerta se abrió y un par de anchos hombros se alzaron detrás. Vanessa parpadeó. —Zeppelin —dijo Hilda—. Justo a tiempo. Vanessa no se siente bien para ensayar —ella inspeccionó a Vanessa, su mirada penetrante. Sobresaltada, Vanessa estudió a Hilda como si hubiese algo más en ella de lo que veía a simple vista, pero el rostro de la mujer se suavizó rápidamente—. Por favor, escóltala de regreso a su dormitorio y que se quede para descansar un poco. Zep dejó que su bolsa cayese de su hombro y corrió hacia Vanessa, con el rostro preocupado. Vanessa debería haber estado feliz, pero en lugar de eso estaba abrumada por la culpa. —Pero ¿qué pasa con Josef y el ensayo? —preguntó—. No podemos dejarlos. —Yo me encargo de Josef —dijo Hilda—. No te preocupes por él. Zep le tendió la mano. —Hola —dijo en voz baja. Detrás de él, las princesas se filtran en la habitación, balanceando sus bolsas de danza y riendo.

—¿Dónde has estado? —Preguntó ella de repente, justo mientras él hablaba.

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Ninguno de los dos habló mientras serpenteaban alrededor de la calzada de piedra entre Lincoln Center Plaza y Julliard. Vanessa no levantó la vista a Zep ni una vez; en cambio, estaba estudiado sus pies, que se movían a la par con los suyos, como si todavía estuvieran bailando.

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Vanessa se quedó mirando la mano de Zep. Todavía estaba allí, esperándola. Estaba aquí ahora. Sin decir una palabra, ella entrelazó sus dedos con los de él, y juntos pasaron a Anna y a sus amigos y salieron a la brillante tarde de otoño.

—Con Josef. Sus palabras se mezclaban, y cuando Vanessa se dio cuenta de que habían leído cada uno de los pensamientos del otro, sonrió. —Aquí —dijo—. ¿Quieres sentarte un momento? Vanessa asintió y él la llevó a un lugar soleado y en una repisa de mármol, protegida del viento de noviembre por los edificios vidriosos de Lincoln Center a su izquierda. —¿Por qué pasas cada noche con Josef? Zep vaciló. —Me da tutorías —dijo finalmente. ¿Tutorías? Si ese era el gran secreto, ¿por qué no la había dicho antes? —Ha sido difícil para mí. No me gusta admitir que estoy teniendo problemas con algo. Especialmente con la danza. —¿Así que está enseñándote en privado? —Dijo Vanessa—. ¿Pero no son todas tus escenas conmigo? —No, —dijo lentamente—. Tengo dos solo. ¿Todo este tiempo por sólo dos escenas? Zep añadió—: Son difíciles. ¿La forma en que estás teniendo problemas con la escena final? Estoy pasando por lo mismo.

—Tienes bastante de qué preocuparte —dijo Zep—. Pensé que simplemente asumiste que estaba practicando. —Vale —murmuró Vanessa—. Supongo que tiene sentido. Todo el ballet no gira a mí alrededor.

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—Todavía no entiendo por qué no me lo dijiste antes. No es nada de qué avergonzarse.

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Vanessa negó con la cabeza.

—No te preocupes —dijo él entre risas—. Como que de alguna manera si gira a tu alrededor. El sol estaba caliente contra la mejilla de Vanessa. Zep le apretó la mano, parecía increíblemente pequeña en su palma. Pero incluso con Zep a su lado, no podía mantener fuera de su cabeza la voz de las figuras blancas. Nosotros somos tú, tú eres nosotras, nosotras somos tú, tú eres nosotras. Sus rostros, sus voces, sus gritos cuando el fuego las envolvió, todo parecía tan real. Sin embargo, Hilda no había oído nada de eso. ¿Estaba Vanessa perdiendo la cabeza? —Oye —dijo Zep, trayéndola de vuelta al presente—. ¿Qué está pasando ahí? —Él trazó el dedo a lo largo de su frente, empujando los mechones de su cabello lejos de su cara. ¿Debería decírselo? Quería, pero no sabía cómo. ¿Y si él pensaba que estaba loca? Ella no quería que él se alejara de ella. Zep le tocó la mejilla. —Estoy aquí —dijo—. Y yo no me voy. Vanessa dudó. —¿No pensaras que me estoy volviendo loca? —Lo único que me preocupa es perderte. Y si puedo evitarlo, nunca pasará.

Para su sorpresa, Zep no parecía preocupado en absoluto. —¿Es eso lo que te ha estado molestando? —dijo, como si ella le hubiera dicho sólo que había derramado un vaso de leche. Vanessa asintió, confundida.

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—¿Qué pasa si es cierto? —Dijo—. ¿Qué pasa si soy la siguiente?

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Vanessa le dio el comienzo de una sonrisa, y entonces se lo contó todo: cómo Helen la agarró y le dijo que saliera de la academia, y que no confiara en nadie más que en esta misteriosa Elite Lírica; acerca de las voces en el estudio del sótano que pronunciaron su nombre; los rumores sobre cómo las bailarinas principales en NYBA desaparecían.

—Y yo que pensaba que tenías algún tipo de lesión o enfermedad mortal. —Zep río—. No creo que haya nada de qué preocuparse —dijo suavemente—. Todo lo que te pasa son nervios. Quiero decir, en primer lugar, Helen. Ella tenía dos años más que yo, así que la conocí un poco, y todo lo que puedo decir es que siempre estuvo en el borde. Solía llorar durante los ensayos, cuando Josef le gritaba. Y a veces lo hacía simplemente para distraernos, ni siquiera contestaba si hablaba con ella. Créeme, no eres nada como ella. Zep continuó—: Es cierto que muchas chicas abandonan, pero eso es sólo porque las bailarinas tienden a ser, bueno, delicadas. Eso es en parte por qué son tan maravillosas bailarinas, pero también se presta como una… inseguridad. Vanessa se mordió el labio. Odiaba el estereotipo, pero sabía que era verdad. —¿Has oído hablar alguna de las otras leyendas sobre NYBA? Los ojos de Vanessa se agrandaron. —No. Zep se echó hacia atrás, entrecerrando los ojos bajo el sol. —Bueno, está la de Hilda que es una bruja, y ella elige a un chico cada año para atraparle con un hechizo de amor. Por primera vez en varios días, Vanessa dejó escapar una risa real.

Vanessa no pudo evitar reírse. —¿Es una broma? —dijo—. Eso es lo más absurdo que he escuchado.

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—Me gustaría hacerlo —dijo Zep, sonriendo—. De hecho, he oído a gente hablando de ello en el comedor. Otra leyenda es que una de las antiguas diseñadores se estrangulo así misma hasta morir con un rollo de cinta. Ah, y no te olvides de la escalera de Balanchine. Está escondida detrás del escenario principal. Si caminas por ella, obtendrás veinte libras.

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—Estás haciendo eso.

—Yo no —dijo Zep—. ¿Quieres ir a dar un paseo por la escalera entonces? ¿Probar la leyenda? —¿Y el riesgo por ganar veinte libras? No lo creo, —dijo con una sonrisa. —Serías tan bonita —dijo, mirándola. Vanessa se sonrojó. —En cuanto a las voces que escuchaste esta mañana —dijo Zep suavemente—: Creo que no es más que un exceso de trabajo y estrés por la actuación. Las cosas que has oído suenan como miembros de la audiencia, aclamándote. Vanessa frunció el ceño. Nosotras somos tú, tú eres nosotras, nosotras somos tú, tú eres nosotras. El canto sonaba más como un público enfadado, más o menos. —Realmente no creo que haya nada de qué preocuparse —dijo Zep, rozando sus dedos sobre el dorso de la mano, lo que la hizo temblar—. Tú eres la más increíble bailarina con la que he trabajado. Si alguna vez he parecido frustrado, es porque no pensé que fuera a ser capaz de igualar tus habilidades. Vanessa buscó su cara. —¿En serio? —En serio. Vanessa trazó las líneas en la palma de su mano con el dedo. —Hay una cosa más.

—¿Cómo sabes todo eso?

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—En Halloween, vi a Anna hablando con Justin. Ella estaba llorando. Él le dijo que se fuera de la escuela, y luego le dio un ramo de flores. Corrió al estudio del sótano y colocó el ramo de flores en ese lugar de ceniza en el centro. Y luego se fue.

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—Está bien.

—Yo… Yo la seguí, —admitió Vanessa—. Bueno, estaba siguiendo Justin, porque pensaba que eras tú. ¿Dónde estabas esa noche? —Yo estaba con Josef, repasando mis pasos. Quería estar allí. Pero Josef me apartó antes de que tuviera la oportunidad de decírtelo. —¿Así que no estás viendo a Anna? —¿Anna? No Su mano en la mejilla interrumpió sus pensamientos. —Tú eres la única a la que quiero —dijo—. Lo sabes, ¿verdad? —Él la atrajo hacia él, su mano haciéndole cosquillas en la parte posterior de su cuello mientras presionaba sus labios a los de ella. Ella le devolvió el beso, con las rodillas tocando las suyas, y por un momento, todo parecía que iba a estar bien.

+= Pero cuando volvió a su dormitorio, todos los demás estaban en clase y Vanessa estaba sola de nuevo. Su sonrisa se desvaneció mientras subía las escaleras hacia su habitación, tratando de recordar lo que Zep había dicho que la hizo dejar de preocuparse, pero su voz se mantuvo a la deriva lejos de ella. En cambio, oyó otras voces, que se hicieron más fuertes, más agudas. Tu alma será tomada, tu alma será tomada, tu alma será tomada. La invocación. La invocación. Rápidamente, corrió a su habitación, cerró la puerta y se sentó en la alfombra, presionando sus manos en los oídos.

—¿Hola? Vanessa nunca había sentido más alivio al oír la voz de su madre. —¿Mamá? Soy yo.

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—Por favor, cógeme —dijo Vanessa—. Por favor.

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Sin pensarlo, Vanessa tomó el teléfono y marcó el único número con el que sabía que podía contar.

—¿Vanessa? Hablas sin aliento. ¿Estás bien? Vanessa negó con la cabeza. —Hay algo realmente malo en este lugar —dijo—. No sé cómo explicarlo, pero sé que es real. Las paredes, son... hay chicas allí. —Vanessa, no puedo entender lo que estás diciendo. ¿Algo sobre una pared? —Sí, —dijo Vanessa—. Sigo escuchándolas. No puedo sacarlas de mi cabeza. —¿Qué? —Su madre hizo una pausa—. Vanessa, ¿dónde estás? —Estoy en mi habitación. —¿No se supone que estés en el ensayo? —Sí, pero no me sentía bien. Me excusaron de la práctica. —¿Te excusaron de la práctica? —Dijo bruscamente su madre—. ¿Hay alguien contigo? —No. Todo el mundo está en clase. Pero no puedo decírselo a nadie. Van a pensar que estoy loca. Una larga pausa. —Bueno, Vanessa, lo que quiero que hagas es tomar una respiración profunda, colgar el teléfono, e ir a la cama. Vanessa negó con la cabeza.

—¿El estrés? No, mamá, no es así. Realmente las escucho. No están hechos de…

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—Vanessa, tienes que descansar. Estás saturada de trabajo y estresada acerca de tu rendimiento. Trata de recuperar el sueño. Te sentirás mejor en un par de horas.

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—No. Entonces ellos van a volver. —Oyó el crujir de papeles del fondo.

Su madre se atragantó. —Oyes, ¿qué? —Voces. Chicas en las paredes. Yo las vi. Ellas fueron quemadas. — Oyó a su madre exhalar profundamente. —Vanessa, por favor intenta dormir un poco. Prométeme que lo intentarás. Todo esto derivada de la fatiga. Voy a llamar a un médico. El aliento de Vanessa quedó atrapado en su garganta. —¿Qué? No necesito un médico. Me dijiste que llamara si algo estaba mal, si… Vanessa se detuvo. Si ella continuaba, su madre probablemente vendría y la recogería de la escuela. Ella inventaría alguna excusa para que Vanessa no permaneciera en NYBA. ¿Pero era realmente lo que quería? No. Ella tenía que quedarse. —Tienes razón, mamá. —Vanessa cambió el tono de su voz a algo más suave, menos urgente—. Necesito dormir un poco. No he tenido un buen sueño en semanas. Estoy segura de que me sentiré mejor después de una siesta. —Exactamente, cariño —le respondió su madre—. Descansa la cabeza durante unas horas. Ocúpate de ti misma. Te llamaré esta noche y veré cómo te sientes. ¿De acuerdo? Vanessa asintió.

Vanessa buscó en su lista de contactos hasta encontrar el número de teléfono de Elly.

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Pero después de colgar, Vanessa no fue a la cama. Se quedó mirando el teléfono, arrojándolo en el bolsillo. ¿Y ahora qué? No había nadie a quien llamar. Excepto...

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—Está bien.

Pero lo había intentado decenas de veces sin suerte. Lo que necesitaba era el teléfono de la casa de Elly. Pero, ¿cómo? Ninguno de ellos lo tenía. Vanessa pensó en la mañana después de Elly se fue, cuando Steffie le dijo que su amiga, Kate, había ido a la oficina principal, donde se había encontrado con el número de la casa de Elly. Ella estaba a punto de llamar, Steffie había dicho, cuando Hilda se lo impidió. Kate todavía podría tener el número, se dio cuenta, y echó a correr por el pasillo. La puerta de Kate estaba decorada con hojas de otoño de corte de papel de construcción y un calendario contando los días hasta el estreno de El Pájaro de Fuego. Vanessa llamó, pero nadie respondió. Llamó de nuevo y trató de la perilla. Para su sorpresa, estaba desbloqueada. Después de mirar por encima del hombro para asegurarse de que nadie la veía, abrió la puerta y entró. Kate era organizada. Todo lo que Vanessa tenía que hacer era buscar a través de los archivos en su escritorio hasta que encontró un directorio de la escuela. Recorrió las páginas y encontró el nombre de Elly. Debajo de ella estaba impresa una dirección y un número de teléfono. Escrito en los márgenes próximos al mismo en cursiva de la letra de Kate estaba un segundo número, denominado CASA. Vanessa se lo garabateó en el dorso de la mano con una pluma y corrió a su habitación. Segundos después de que marcó el número, la madre de Elly contestó el teléfono. Tenía un acento sureño cálido y sonaba como si estuviera en la cocina. Vanessa oyó platos tintineando al fondo.

Vanessa sintió el color drenarse de su rostro. —¿Academia de danza?

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—¿Elly? —dijo su madre con una sonrisa. —Bueno, cariño, Elly está en la academia de danza en Nueva York y no estará en casa hasta la Navidad.

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—Hola, me preguntaba si podría hablar con Elly —dijo Vanessa.

—Por supuesto. De hecho, me envió un correo electrónico hace sólo dos días diciendo lo mucho que ama la ciudad. Su teléfono móvil está roto, así que no te recomendaría llamarla allí, pero te puedo dar su dirección de correo electrónico. Vanessa bajó el teléfono de su oreja, le temblaban las manos. ¿Qué estaba pasando? —¿Quién eres? —Dijo la madre de Elly, su voz ahora diminuta y muy lejana. Esto no puede ser real, pensó Vanessa, mirando a la boquilla. Un nudo se formó en su garganta. Elly tenía que estar en casa. —¿Hola? —Dijo la madre de Elly—. ¿Estás ahí todavía?

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271

Sin saber qué hacer, Vanessa colgó. Se apoyó en la cama, con el deseo de que su madre hubiera estado en lo cierto; que sólo tuviera que meterse en la cama y cerrar los ojos, y cuando se despertara todo sería sencillo una vez más.

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Capítulo 21 + Traducido por Milu124 Corregido por katiliz94

—¿Que…? —dijo Steffie, capturando sus libros antes de que cayeran. Steffie estaba abriendo la puerta de su habitación cuando Vanessa salió a volandas desde el final del pasillo, casi atropellándola, profundamente aliviada de ver la cara de Steffie —incluido su ceño fruncido y su ceja levantada. —¿Qué estas…? Vanessa no la dejo terminar. —Rápido, —dijo—. Ven adentro. Entraron en la habitación. Steffie tropezó con sus papeles esparcidos en el suelo. —¿Qué sucede contigo? —Preguntó mientras Vanessa ponía el cerrojo en la puerta—. ¿No se supone que deberías estar en el ensayo ahora? —No me sentía bien —dijo Vanessa, abriendo la laptop de Steffie.

—No —dijo Vanessa—, pero no quiero que nadie escuche lo que estoy a punto de decir. —¿Qué cosa?

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—¿Qué estás haciendo? ¿Acaso dije que podías tocar mis cosas?

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—Eso es obvio —Steffie miro, con una mano en la cadera, como Vanessa encendía el estéreo hasta que la música sonó por los altavoces.

—Llame a Elly… —¿Y su teléfono estaba apagado? —dijo Steffie, mirándola impresionada—, le deje un mensaje el otro día por su cumpleaños. —El teléfono de su casa. Steffie frunció el ceño. —¿Qué teléfono de su casa? —Debía hablar con ella, así que entré en la habitación de Kate y encontré el número. —¿Qué tú qué? —dijo Steffie con más fuerza de la que Vanessa esperaba—. ¿Por qué? Hubieras sido atrapada y expulsada de la academia… —Su madre respondió, —dijo Vanessa interrumpiéndola—. Elly tampoco está allí. Eso silenció a Steffie —Le pregunté por ella, y su madre dijo que estaba en la academia de ballet en Nueva York. Que ella sólo les había enviado un e—mail hace un par de días. Steffie negó con la cabeza, sus ojos vagando hacia el otro lado de la habitación, donde la cama de Elly había sido vaciada desde que había dejado la escuela hace casi dos meses. —No entiendo. ¿Ella no está allí? ¿Ni siquiera saben que abandonó la academia? ¿Acaso nunca hablaron por teléfono?

—Sí. Hubo una larga pausa mientras Steffie se sentaba en su cama. —Entonces, ¿qué significa eso? —preguntó—. Ella envió un correo electrónico a sus padres, diciéndoles que estaba en la academia, y nos

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—¿Estás segura de que es el número correcto?

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Vanessa negó con la cabeza.

envió un correo electrónico en septiembre, diciéndonos que estaba en casa ¿acaso huyo a algún lugar y nos está mintiendo a todos? —Tal vez... —dijo Vanessa, pensando en su hermana. Si Elly había huido, no habría sido la primera. Aunque algo sobre la desaparición de Elly envió escalofríos a su espina dorsal ¿Por qué Elly le dejo a Vanessa esa nota con el bloque de resina envuelto dentro? La nota sonaba como si Elly quisiera hablar con Vanessa. Así que ¿por qué habría escapado sin decirles a sus amigas? —A menos que —dijo Vanessa cuidadosamente—, que ella no haya huido. Steffie entrecerró los ojos. —¿Y qué? ¿Algo le pasó? Vanessa pensó en su hermana y el diario secreto, el que nunca se había encontrado. Tanto su hermana como Elly habían desaparecido sin ninguna advertencia. ¿Por qué? ¿Cuál era la conexión? Los gritos de las figuras blancas de la sala de ensayo resonaban en sus oídos, junto con las palabras de Helen: Las medidas adecuadas con el bailarín correcto pueden causar estragos. Vete mientras puedas. —Hay una cosa más que no te he dicho, —dijo Vanessa. Los ojos de Steffie estaban abiertos, esperando.

Cuando terminó, Steffie estaba agarrando el poste de la cama, su rostro de un cálido marrón pálido. —¿Figuras?

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Vanessa le contó todo a Steffie, acerca de la sala de prácticas del sótano, la forma en que las figuras luminosas se despegaron de la pared y la rodearon, coreando, luego gritando: Tú eres nosotras, nosotras somos tú, tú eres nosotras, nosotras somos tú. Y los nombres Elizabeth. Katerina. Joy. Rebecca. Hannah. Josephine. Chloë… Margaret. No se detuvo, hasta que su garganta estaba seca de hablar y sus manos estaban temblando de todo lo que acababa de decir.

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—Bueno.

—Sé que es difícil de creer, —dijo Vanessa—. Si no los hubiera visto, escuchado, no lo habría creído tampoco. Pero estaban allí. No paso sólo en mi cabeza. —Esos nombres, —dijo Steffie, sacudiendo la cabeza con incredulidad—. ¿Esos eran los nombres exactos que te dijeron? ¿No los inventaste? —No, —contestó Vanessa, pensando en la forma en que silbaron el nombre de su hermana—. ¿Por qué? —Esos son los nombres de las chicas desaparecidas en los artículos que os mostré, —dijo Steffie. Sacó el iPad de su bolso y lo encendió—. Las chicas que desaparecieron. Y no sólo a algunas, —dijo—. Todas ellas. Juntas, se desplazaron hacia abajo los artículos. A pesar de que ya los había visto, el estómago de Vanessa todavía se contrajo a la vista de las fotografías. Steffie tenía razón; casi todas las chicas desaparecidas, que habían sido elegidas para el papel principal, habían sido nombrados por las blancas, luminosas figuras. —No lo entiendo, —dijo Vanessa—. ¿Por qué susurrarían esos nombres? —Tal vez están tratando de advertirte sobre algo, —dijo Steffie—. Tú eres la bailarina principal. Tal como esas chicas lo fueron. —¿Pero advertirme sobre qué? Steffie dejó escapar una risita nerviosa.

—Te creo —dijo en voz baja Steffie. Vanessa la miró a los ojos. —A veces me pregunto si estoy perdiendo la cabeza. Si la presión se está apoderando de mí.

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—Lo sé, —dijo Vanessa—. Pero eran reales. Yo las vi.

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—No puedo creer que estemos hablando de figuras sobre la pared —dijo.

—Tal vez no es sólo la presión, —dijo Steffie, demorándose en el último artículo congelado en la pantalla del iPad—. Todas estas chicas fueron elegidas para los papeles principales, y todas desaparecieron. No todas pudieron haberse quebrado y huir. —Así que... ¿qué? —Debemos averiguar más. No es como que todas las chicas de la pista hayan desaparecido. ¿Qué había en estas chicas en particular? —No lo sé, —dijo Vanessa. Estaba tratando de ayudar, pero lo único que podía pensar era en Margaret. —Tenemos que averiguar lo que tienen en común —dijo Steffie. Vanessa miró el artículo sobre la pantalla, se remontaba hace casi una década. Ella no sabía en quién confiar. Algo extraño estaba pasando, y en una pequeña academia donde los chismes viajaban rápido, ella no quería crear uno sobre que estaba investigando una lista de chicas desaparecidas. ¿Cuánto tiempo Josef e Hilda habían estado en NYBA? Hace un tiempo, pensó, aunque no podía pedirles nada. A menos que... Vanessa se incorporó y se giró hacia Steffie. —Tengo una idea. Pero vas a tener que saltarte tu próxima clase.

+=

La luz se transmitía en el vestíbulo del edificio de al lado, donde todas sus clases se llevaban a cabo. Estaba vacía, en silencio, salvo por el zumbido de la fuente de agua por la escalera. Vanessa y Steffie se movían silenciosamente por el suelo de mármol, conscientes de que todo el mundo estaba en clase o ensayando.

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—¿Lista? —dijo a Steffie mientras se deslizaba en un par de zapatos negros. También vestida de negro, su amiga asintió. Tenían treinta minutos hasta que las clases acabaran.

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Leotardos negros. Leggings negros. Chaqueta negra. Vanessa se recogió el pelo en un moño bajo, con la esperanza de que haría su color rojo menos notable.

La oficina de Josef se encontraba en un hueco en el final de la sala. Durante su último viaje a su oficina, el cajón superior de su gabinete de archivos había estado ligeramente entreabierto, dejando al descubierto los archivos marcados con los nombres de los estudiantes. Vanessa llevó a Steffie hacia la puerta, recordando esa experiencia, cuando había oído a Josef y Hilda. —¿Estás segura de que se ha ido? —susurró Steffie mientras se agachaban delante de la puerta. —Sí —dijo Vanessa—. Bueno, un noventa y nueve por ciento segura. —¿Qué? ¿Por qué? —Se supone que él está en el ensayo de esta tarde, pero Hilda era la única que estaba allí cuando me fui. Steffie abrió la boca para responder, pero Vanessa la cortó. —Probablemente llegó tarde. Además, ahora estamos aquí, ¿no es así? —Sí, pero si está aquí y nos pillan, podríamos ser expulsadas, —silbó Steffie. —¿Así que prefieres esperar desaparezca? —dijo Vanessa.

por

ahí

hasta

que

alguien

Steffie vaciló, luego negó con la cabeza.

La oficina de Josef era como la recordaba. El escritorio estaba salpicado de papeles, libros, y unas pocas líneas de la extraña, pegajosa resina. Estantes con fachada de cristal se alineaban en las paredes, llenas de trofeos y medallas. Justo delante de ellos estaban las puertas que conducían a la biblioteca privada de Josef. Steffie pasó sus

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Suavemente, Vanessa le dio al pomo de la puerta un pequeño giro. Estaba abierta. La abrió, mirando hacia la oscuridad. Miró por encima del hombro a Steffie, y como un par de gatos negros, se colaron en el interior.

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—Adelante. Ábrela.

manos por ellas, tocándolas desbloqueados. No hubo suerte.

suavemente para

ver

si

estaban

—Por aquí —susurró Vanessa, y la condujo al archivador detrás del escritorio de Josef. Encendió la lámpara del escritorio, iluminando la sala de una luz de color naranja oscuro, y abrió el cajón superior. Buscaban sobre todo los nombres que las figuras blancas habían mencionado. Al principio no podían encontrar ninguna, hasta que Steffie pensó en comprobar el cajón de abajo, que tenía todos los documentos de los ex alumnos de NYBA. Algunos de los archivos se desvanecieron, los más viejos de una forma que parecía un milagro que aún estuviesen intactos. Pero después de buscar, Vanessa y Steffie lentamente descubrieron cada una de las chicas desaparecidas nombradas por las figuras luminosas. Todas estaban aquí. Mientras Steffie miraba los archivos, Vanessa sacó una sola carpeta manila, etiquetada con MARGARET ADLER. Se sorprendió de lo delgada que era. De alguna manera, había esperado que fuera más gruesa, llena de información sobre su desaparición. En cambio, sólo había unos pocos papeles miserables. —No hay nada aquí —murmuró Vanessa, mitad para Steffie, mitad para sí misma. Pasó a la siguiente hoja, y la siguiente, pero era todo lo que ella ya sabía o no le importaba. El horario de la academia de Margaret, sus notas, su dormitorio asignado, algunas notas que Hilda había apuntado sobre su baile.

Steffie levantó la vista de sus archivos, su rostro sonrojado en la luz de la lámpara. —Dice lo mismo en este caso —levantó la carpeta de Chloë.

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—Aquí dice que justo antes de que desapareciera, mi hermana fue elegida como protagonista en La Danza de Fuego —Vanessa miró hacia arriba—. Eso es lo que Josef llama el baile extra de El Pájaro de Fuego.

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Vanessa miró los garabatos escritos a mano en la última hoja de papel. Era un CD del baile de Margaret, cuáles eran sus fortalezas y sus debilidades. Todo normal, pensó Vanessa, hasta que llegó a la parte inferior.

Pasaron por el resto de los archivos de las chicas que habían sido nombradas por las figuras luminosas en la pared. Rebecca Harding. Hannah Gary. Frente Josephine. Cada una tenía la misma anotación manuscrita. —Interpretar La Danza de Fuego —y cada una terminaba con la misma firma. Josef. —Si es sólo la escena final de baile, entonces ¿Por qué Josef lo ha anotado como una actuación independiente? —dijo Vanessa—. Si ella era la protagonista en El Pájaro de Fuego, entonces, evidentemente, ella sería la intérprete en La Danza de Fuego, ¿verdad? Así que ¿por qué molestarse en ponerlo en el archivo? —No lo sé —murmuró Steffie—, pero parece que La Danza de Fuego se realizó trece veces en varias producciones, la primera vez hace veinte años. Él debió agregarlo a diferentes ballets. No se trata sólo de interpretar El Pájaro de Fuego. Es algo... más. —¿Tú crees que…? —dijo Vanessa, pero se detuvo, su mente acelerada—. ¿Crees que es una coincidencia? —Hay una forma de averiguarlo, —dijo Steffie, cerrando el archivo—. Empecemos a buscar más profundamente.

—Mira esto, —Steffie levantó el archivo más antiguo de una de las chicas desaparecidas. Señaló a la última página, donde decía que la chica había sido elegida como protagonista en La Danza de Fuego. Junto a la notación, había una pequeña cadena de números. —¿Qué es? —dijo Vanessa.

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La carpeta de Zep faltaba, al igual que la de Vanessa.

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Buscaron por todos lados: los cajones; los libros y papeles de su escritorio, la mayoría de los cuales estaban en francés o ruso; archivos de los estudiantes actuales. Sobre Steffie no decía nada fuera de lo común; tampoco lo hizo sobre Blaine o TJ. Y para su sorpresa, tampoco de Elly. No mencionó nada acerca de su deserción. Las notas sólo se detuvieron en septiembre, como si después de eso ella hubiera dejado de existir. El archivo de Justin no decía nada en particular, tampoco, aunque los gemelos Fratelli tenían una notación peculiar en la parte inferior. ¿Elite Lírica? alguien había garabateado.

—Un número Decimal Dewey, —dijo Steffie—, de la biblioteca. Se dirigieron a la puerta cerrada que llevaba a la biblioteca privada de Josef. En el interior, se podía ver decenas de antiguos libros polvorientos, encuadernados en cuero. Sin hablar, se pusieron de pie y comenzaron a buscar —hurgando en los estantes y cajones de Josef, por debajo de los papeles y bloques pegajosos de resina. Pero no pudieron encontrar la llave de la puerta en cualquier lugar. —Tal vez lo mantiene con él —dijo Vanessa. Pero Steffie no estaba dispuesta a renunciar aun. —¿Por qué iba a hacer eso? —dijo ella—. ¿Si el único lugar en donde lo usa es aquí? Para mantener fuera a la gente como nosotras, pensó Vanessa, cuando Steffie caminó hacia la pared de trofeos de Josef. En el centro, en una estantería abierta, estaba el más grande, con forma de un zapato de punta de bronce. Steffie extendió la mano y lo volcó, y una llave cayó sobre el escritorio. La puerta de la biblioteca se abrió sin hacer ruido. Había velas en candelabros de pared montados en la pared, pero no se atrevieron a encenderlas, no sea que el olor flotara afuera y alertara a alguien de su presencia, así que en su lugar, utilizaron el resplandor de sus teléfonos móviles. Sintiendo su camino a través de la oscuridad, vagaron a lo largo de los estantes, que estaban apilados con cientos de viejos libros sobre danza y coreografía, la historia del teatro y la anatomía del movimiento. Steffie se detenía de vez en cuando, examinando los números de los lomos.

En el interior, sus páginas eran frágiles y de color amarillo, los bordes manchados con las huellas dactilares aceitosas, como si hubieran sido leído docenas de veces.

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Steffie se agachó, su cuerpo se mezclaba en la oscuridad. Cuando se puso de pie, sostenía un pesado libro encuadernado con piel de color rojo oscuro. Ella sacudió la cubierta, pero no había ningún título.

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—Por aquí —susurró, y llevó a Vanessa más adentro.

—No hay nada aquí —dijo Steffie volteando de página en página. Cada una estaba en blanco: ni una sola palabra, imagen o una gota de tinta. Del mismo modo la última página, que todavía era exasperantemente blanca. Un ruido sonó desde la otra habitación. Vanessa levantó la mano para silenciar a Steffie, y juntas, guardaron sus teléfonos y escucharon el sonido de la puerta de la oficina abriéndose. Vanessa sintió como el corazón le latía en el pecho. ¿Josef? Le articuló Steffie. Vanessa no espero para averiguarlo. Cogió el libro y lo guardó en su lugar. Por aquí, señaló a Steffie, tirando de ella detrás de una estantería baja en la parte posterior de la biblioteca. Sonaron pasos en la otra habitación. Eran lentos, suaves, y se dirigían directamente hacia la biblioteca. Oyó la puerta abriéndose. Los pasos se detuvieron, y Vanessa cerró los ojos, de repente al darse cuenta de que no habían cerrado con llave. Josef sabría que alguien había estado allí. Pero no había nada que pudieran hacer más que esperar. Vanessa podía sentir la piel de Steffie contra la de ella, cálida y húmeda con sudor, y con olor ligeramente a vainilla.

Echó un vistazo a los estantes, moviéndose rápidamente, hasta que, para sorpresa de Vanessa, descarto la fila en donde Vanessa y Steffie acababan de estar. Allí, él se agachó, leyendo los lomos.

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Vanessa contuvo el aliento mientras la persona se acercaba a ella, y luego cambió repentinamente de dirección. En la tenue luz, sus ojos viajaron por su pierna, cintura, su camisa de cuello. No se veían como si pertenecieran a Josef. Eran muy jóvenes, de muy buen gusto, y los pasos eran demasiados tranquilos, como si el extraño supiera que no debería estar aquí tampoco.

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Los pasos continuaron hacia la biblioteca, sonando arenosos contra el polvoriento suelo de piedra.

Se tragó un gemido y agarró la muñeca de Steffie. Ella miró al suelo, esperando que no la hubiera visto. Para su alivio, Justin avanzó hacia la izquierda, dedicado al estudio de los libros frente a él. Finalmente, encontró lo que estaba buscando. Sacó el mismo volumen carmesí que Vanessa y Steffie acababan de poner en su lugar. Vanessa arqueó el cuello, tratando de ver lo que estaba haciendo. Justin no parecía sorprendido por la portada en blanco o el lomo. Él abrió las primeras páginas, volteándolas delicadamente, como si fueran hojas secas. Dejando el libro abierto, lo puso en un estante. Metió la mano en el bolsillo y sacó una caja de cerillas y un bloque de resina pegajosa, envuelta en papel. Deslizando la resina ámbar de su carcasa, la frotó sobre su mano izquierda, cubriéndola con una gruesa capa, grasienta.

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Y entonces, para horror de Vanessa, él encendió un fósforo y prendió fuego a su mano entera.

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Capítulo 22 + Traducido por candygominola Corregido por katiliz94

Justin alzó su mano ardiendo, y por un momento Vanessa pensó que iba a quemar el libro también. Ella estaba a punto de evitar que él quemara todo el sitio entero, cuando Steffie la cogió por el brazo y le puso un dedo en los labios. Justin debió escuchar algo, porque se giró hacia ellas, con la cara iluminada por la llama. Las dos se congelaron. Extendió su mano ardiente hacia delante, iluminando en su dirección, antes de pasarlas de largo. Los hombros de Vanessa se hundieron con alivio mientras él volvía su atención al libro. Vieron, aguantando la respiración, cómo él sacó una mini grabadora de voz del bolsillo y la encendió. Iluminando las páginas blancas con la resina ardiendo, empezó a leer en voz alta. Habló rápidamente con la voz demasiado baja para que ellas pudieran entender mucho. —Deben haber trece bailarines —murmuró, pasando de página—. Y uno más. Con la conjunción de los planetas. —Las series de calendarios, —miró de soslayo el texto—. Convergiendo en el trece de diciembre, en la segunda década del segundo milenio.

Vanessa intercambió una mirada desconcertada con Steffie. Esa fecha no era una fecha cualquiera en diciembre. Era una que todo el mundo en NYBA conocía, incluyendo a Justin. La noche de la

Página

—El trece de diciembre. —Frunció el ceño.

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Hizo una pausa, y volvió a leer la fecha de nuevo.

interpretación de El Pájaro de Fuego. ¿Pero por qué estaba en un libro antiguo? Justin observó el reloj de pared. Eran casi las 5 en punto, lo que significaba que Josef estaría de vuelta del ensayo en cualquier momento. Justin apagó la grabadora deslizando el libro de nuevo en el estante, agitó la mano a través del aire con un enérgico silbido, extinguiendo la flama. Y tan simple como eso y se hubo ido, dejando a las chicas a oscuras. Cuando oyeron sus pasos desparecer a través de la puerta de la oficina, Vanessa y Steffie se escabulleron de detrás de la estantería y corrieron hacia el pasillo con el libro en blanco. Un olor amargo colgaba en el aire de la resina humeante. Steffie cogió el libro y lo metió en su mochila, y se precipitaron fuera de la biblioteca, cerrando la puerta detrás de ellas. Vanessa dio un rápido barrido, asegurándose de que todo estaba en su lugar. La llave dentro del trofeo de latón, los archivos apilados a salvo en el armario, los papeles en el escritorio de Josef artísticamente desordenados. Ella recogió un bloque pringoso de resina. Se sentía cálido en su mano, como un caramelo derritiéndose. Cogiendo un trozo de papel de debajo del escritorio de Josef, lo envolvió como a una pastilla de jabón y siguió a Steffie a la puerta. Asegurándose de que el vestíbulo estaba libre, se escabulleron hacia fuera. Una clase acababa de salir de uno de los estudios. Vanessa y Steffie dejaron que la multitud las engullera hasta que parecieron dos estudiantes más, sudadas por el largo entrenamiento. —Tengo cerillas en mi habitación, —Farfulló Steffie. El parloteo a su alrededor ahogó su voz.

—Las máquinas de gofres, —Dijo Vanessa crípticamente. Había un par de extintores guardados debajo de las máquinas de gofres—. Si quemamos tu habitación, ellos definitivamente van a ir detrás de nosotras.

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Steffie le dio una mirada inquisitiva.

284

—Te veo allí. —Murmuró de vuelta Vanessa—. Voy al comedor primero.

—Buena idea, —dijo Steffie. Vanessa podía ver el contorno del libro a través de la mochila. —Te veo entonces. —Dijo Vanessa. —Nos vemos. Mientras el resto de los bailarines pasaban a través de las puertas dobles, sus risas desvaneciéndose en el atardecer de noviembre, Vanessa se escabulló a través del pasillo vacío. Pero cuando cruzó la esquina, se chocó, con la cabeza primero, con alguien. —Vigila por donde vas, —dijo ella, cuando notó una mano envolverse alrededor de la suya. Justin la acercó, apretándola contra su pecho. Vio de refilón la resina que tenía ella en su mano, sus ojos oscuros parpadearon entendiéndolo. Se le arrugó la nariz ante el olor amargo de la grasa y el humo. Vanesa intentó deslizarse de su agarre, pero él era fuerte. Tanto como ella se acordaba de bailar con él. Con un movimiento rápido, le fisgó el bloque de resina de la mano. —Ya decía yo que creía haber oído a alguien allí, —dijo Justin. Como Vanessa y Steffie, él también estaba vestido completamente de negro—. Tengo que admitir, que estoy aliviado. Pensaba que era otra… persona. —Déjame ir, —dijo Vanessa desafiante, mirando por encima del hombro de él.

Justin apretó el agarre que tenía de su boca hasta que ella pudo saborear la sal en su piel.

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—No voy a ir a ningún sitio… —Empezó a chillar Vanessa, pero Justin le tapó la boca con una mano, amortiguando su voz. Los ojos de ella se apresuraron a través del edificio, esperando que alguien la viera, pero los pasillos estaban vacíos y las puertas de los estudios cerradas. Ella intentó obligar a su cuerpo a que dejara de temblar. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpida?

285

—No —susurró Justin en su oreja, su pelo haciendo cosquillas en el cuello de ella—. Es hora de ponerte al tanto de lo que está pasando.

—Siento no poder ser más amable. Pero no me estás dejando otra opción. No me importa si no confías en mí o no me quieres creer. Esta vez, me vas a escuchar. La arrastró a través del pasillo y la metió en un armario para abrigos, cerrando la puerta tras ellos. Una vez dentro, él le quitó la mano de la boca. —¿Qué estás haciendo? —Gritó Vanessa—. ¿Qué quieres de mí? Una sola bombilla colgaba en el medio del espacio. Justin la encendió y se plantó delante de la puerta, bloqueando la salida. —Déjame salir, —gritó ella—. Déjame salir o gritaré. Pero Justin ignoró sus protestas. —Josef no te está entrenando para bailar El Pájaro de Fuego. Te está entrenando para un baile ritual. Un baile de lo sobrenatural. Vanessa se calló de repente. —¿Qué? —El Pájaro de Fuego es solo un envoltorio. ¿La Danza de Fuego que ensayas cada tarde? Esa no es una escena extra. Es un baile ritual que abre un portal a otro mundo. Ese es el por qué nunca se ha representado en las producciones originales, o en ninguna producción desde entonces. Porque es más que solo un final. Es un baile final. A Vanessa se le escapó una risa nerviosa. —¿Un portal?

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—Sé que es difícil de creer, pero es verdad. He estado siguiendo a Josef por un largo tiempo. —Sostuvo en alto la resina que había conseguido de las manos de Vanessa—. Este año, hace un tiempo, hice exactamente lo mismo que tú. Me escondí en su oficina y lo vi utilizar esta resina para leer un libro antiguo sobre bailes rituales. Desde entonces, he ido cada vez que he podido. Estos libros en su librería están escritos en algún tipo de tinta invisible antigua. La única manera

286

La expresión de Justin era firme, oscura.

de leerlos es utilizando esta resina. No sé qué es esa tinta o de dónde proviene, nadie lo sabe, y nadie ha sido capaz de recrearla desde siglos atrás. Posiblemente involucra algún elemento extradimensional. Vanessa presionó su cabeza con su mano, intentando entender todo lo que Justin le estaba diciendo. Libros antiguos sobre bailes sobrenaturales, tinta mística invisible protegiendo sus secretos. Trece bailarines, Justin leyó eso a la máquina grabadora. Más uno más. La conjunción de los planetas. El trece de diciembre. Después de que el rol de Zep acabara a la mitad de La Danza de Fuego, había trece bailarines más uno más. Vanessa. Era verdad que Josef les estaba haciendo ensayar más frecuentemente el baile extraño que las otras escenas de El Pájaro de Fuego. Ella pensó en el encuentro con Helen en la entrada de Central Park. Los pasos correctos con el bailarín correcto, pueden infligir destrucción, avisó Helen. ¿Podría Justin estar diciendo la verdad? Vanessa abrió los ojos, aún escéptica. —¿Así que este libro dice que el baile abre un portal a otro mundo? ¿Por eso Josef nos está haciendo representar ese supuesto baile que falta de El Pájaro de Fuego? Justin se escuchando.

relajó,

pareciendo

aliviado

de

que

ella

siguiera

—Sí. Ella meneó la cabeza incrédula.

—¿A qué te refieres? Como… Como ¿Un fantasma? ¿De alguien que murió? —¿Era ese el porqué de las figuras blancas que tomaban vida cuando Vanessa bailaba? ¿Por qué la figura que se parecía tan sorprendentemente a Margaret se le acercó? ¿Vanessa la había convocado?

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—Según los mitos, si el baile es efectuado correctamente, con el bailarín adecuado, un espíritu pasará a través del portal.

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—¿Por qué?

—No —dijo Justin—. No un fantasma. Un espíritu maligno —Él dudó, bajando la cabeza, sus ojos se volvieron oscuros—. Un demonio. Vanessa se puso rígida. ¿Podría Justin realmente creer lo que le estaba contando a ella? —No, —dijo ella—. Los demonios no son reales. Eso es solo… No lo son. —¿Pero los fantasmas sí? —Dijo Justin—. No tienes por qué creerme. Solo observa los hechos. Hay muchísimos coreógrafos que se han aficionado a lo sobrenatural durante los años. Josef no es la primera persona que lo intenta, solo el más reciente. Se ha intentado, la mayoría de veces han fracasado, incontables veces en la historia. Josef es el que está más cerca que nadie en mucho tiempo. —¿Fracasado? ¿Así que no es solo un baile, entonces? ¿Y si no pasa nada? —No del todo —dijo Justin—. Creo que has podido comprobar cómo se siente al principio. Vanessa sacudió la cabeza. —¿A qué te refieres?

—Creo que sabes de lo que estoy hablando, —repitió Justin suavemente. Vanessa tragó saliva, incapaz de mirarle a los ojos. El armario de repente se sintió increíblemente íntimo.

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Hizo una pausa, observando la cara de Vanessa. Ella pensó en todas esas veces en las que casi consiguió hacer el baile perfecto, recordó cómo su cuerpo se sentía cuando se movía en tándem con la naturaleza.

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—Cuando los bailarines adecuados alcanzan una ejecución sublime del baile correcto, se estrechan las paredes entre los mundos. Difumina la realidad. Las paredes empiezan a girar. El suelo se mueve hasta que ya no está nivelado. Las luces se enfocan de manera extraña, y los colores parecen apagarse. El tiempo se ralentiza hasta que este mundo ya no es real.

—Cuando eso pasa con todos los bailarines, una apertura se abre entre este mundo y el siguiente. El anillo de trece bailarines actúa como perímetro del portal. Y el bailarín final, la bailarina principal, se convierte en el huésped del demonio. Cuando es provocado, vibra a través de sus muslos, inhabilitando su cuerpo mientras ella baila y devorándole el alma. Así es como viene a este mundo. Vanessa no podía hablar. Solo una palabra le llegó a la cabeza. Margaret. Ella había sido la principal bailarina, de El Pájaro de Fuego, el mismo papel que Vanessa. ¿Eso quería decir que Margaret era la bailarina número catorce? ¿Había intentado ella convocar un demonio? ¿Había sido devorada su alma? ¿Es ese el porqué de su desaparición? Como si estuviera leyendo sus pensamientos, Justin se acercó. —Pero la leyenda dice que un demonio solo se ha convocado cuatro veces en la historia, todas siglos atrás. Ninguna de esas veces fue por Josef. —¿Cómo lo sabes? —De acuerdo con las tradiciones, esas cuatro veces, cuando los demonios fueron liberados en el mundo, el completo caos lo siguió: masacres, plagas, extendidas muertes y sufrimiento. Reportes de ciudades siendo poseídas, de hombres perdiendo completamente la cabeza y destruyendo pueblos enteros. Nada de eso está pasando ahora, ¿verdad? Vanessa se estremeció ante la voz fría de Justin.

—No lo entiendo —dijo ella dubitativamente—. ¿Qué les pasa a los bailarines si fracasan? ¿Si el demonio no pasa a través?

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—Porque si es efectuado con el bailarín correcto, el demonio puede ser controlado. ¿Te imaginas aprovechar tal tipo de poder? En vez de destruir cosas, podrías… controlar a la gente. Liderar ejércitos. Todo ese loco asunto.

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—Si es tan destructivo, ¿por qué quiere hacerlo Josef?

—Se quedan… atrapados —dijo Justin—. Entre los mundos. Ni aquí, ni allí. Las luminosas figuras blancas bailaron a través de la mente de Vanessa, y de repente se dio cuenta de que ya sabía la respuesta. Las figuras blancas en las paredes, los lugares quemados, las cenizas en el centro de la habitación, directamente en el punto donde la bailarina principal se supone que tiene que acabar. Se acordó de lo que Helen había dicho: Alguien estaba intentando ponerla en las paredes. Entonces se acordó de la figura que se parecía a Margaret, su grito que congelaba la sangre mientras se consumía en una llama. Eso fue lo que le pasó a ella. —¿Así que aún está viva? —Dijo Vanessa—. ¿Margaret? Justin bajó la cabeza. —No lo sé. —¿No lo sabes? —Preguntó Vanessa—. ¿Entonces dónde está? ¿Qué le ha pasado? —No lo sé. —Repitió Justin—. Todo lo que sé es que no fue próspero. —Lució de repente sombrío—. Ninguno de los intentos de Josef lo fue. Vanessa lo estudió. —Chloë, —de repente entendió—. Este verano. Las chicas de último año. Las quemaduras de sol.

—¿Así que me estás diciendo que todas esas chicas estuvieron allí cuando le pasó eso a Chloë? —Dijo Vanessa—. ¿Y todas ellas están escogiendo formar parte de eso de nuevo? —No estoy seguro de si es o no su decisión. Josef puede que las esté forzando. Hay magia negra que puede controlar la mente.

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por el sol, —dijo Justin—. ¿Y la fecha solo una de la lista de muchas otras. portal es más propenso a abrirse. La Josef llamó para un ensayo de

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—Las quemaduras no fueron que me escuchaste leer? Esa era Marcan las fechas de cuando el última fue en agosto, cuando pretemporada.

—¿Pero cómo? ¿Por qué? Chlöe era su amiga. ¿Por qué no se lo dirían a alguien? No tiene ningún sentido —Vanessa lo miró sospechosamente—. ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no ha funcionado ninguna de esas veces? A lo mejor el baile funcionó con Chlöe y mi hermana, y ellas aún están vivas en algún sitio. —Puede que estén vivas, —dijo Justin—. Pero sus bailes no funcionaron. Piensa en ello. Si Josef ya hubiera invocado a un demonio, entonces ¿por qué estaría entrenándote a ti para que representes otra Danza de Fuego? —Yo, —repitió Vanesa. Casi pudo sentir la manera en la que sus muslos se tensaban, como si en su interior todo estuviera flexionado y encorvado. La manera en la que las cintas parecían apretarse contra sus tobillos. Cómo su pecho cogía aire con calidez, con pasión, como si todo por dentro fuera a hervir. ¿Podría eso haber sido…? —Sí —dijo Justin—. Tú. Josef te escogió a ti porque eres la bailarina más fuerte que él, o cualquier otro, que haya visto en mucho tiempo. No eres delicada como la mayoría de bailarinas. Él sabe que tienes la fuerza para acabar el baile, para invocar al demonio, para dejarle poseerte. Por eso es por lo que te ha estado entrenando tan intensamente. Por qué se enfada tanto cuando no puedes acabar. Todo lo que quería Vanessa era correr, tan lejos como fuera posible de la escuela. —Pero, ¿por qué? —Preguntó de nuevo—. ¿Por qué Josef lo quiere tanto?

—La bailarina. Ella es la cosa más poderosa de la habitación. —¿Me has traído aquí para decirme que estoy condenada? ¿Qué mi hermana está atrapada entre mundos, y que Josef me está

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—¿Y quién es la segunda persona? —Preguntó Vanessa, no muy segura de querer saber la respuesta.

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—Porque cuando los demonios son traídos a este mundo, sirven al que los ha llamado. Sólo hay dos personas que llenan ese título. El primero es, el maestro del demonio, el coreógrafo. Cuando el demonio es invocado, será forzado a prometer lealtad a Josef. Hará todo lo que él le pida, a cambio de su libertad eventual.

entrenando para invocar a un demonio? —Vanessa apretó sus manos en sus sienes, su cabeza palpitaba—. Incluso si estás diciendo la verdad, no estás intentando ayudarme. Estás intentando utilizarme, como todos los demás. —Yo no… —Justin empezó a decir, pero Vanessa lo cortó. —¿Por qué debería creerte, o incluso escucharte después de todo lo que me has hecho? —Es verdad que estaba intentando molestarte en el ensayo el otro día. Supongo que tenía la esperanza de que podía hacer que Josef cambiara de idea sobre ti… No quería que te hicieras daño. —¿Por qué no me lo dijiste directamente? —Dijo Vanessa. Una solitaria gota de sudor se resbaló por las sienes de Justin.

—Por eso te seguí, —Continuó Justin—. Por eso mantuve esa vigilancia de cerca en ti.

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El corazón de Vanessa se aceleró con la mención de su hermana. ¿Había Margaret estado involucrada y acabó teniendo el mismo destino que Chlöe? ¿Y qué sobre Elly?

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—No sabía si podía confiar en ti. Tu hermana estaba involucrada en La Danza de Fuego antes de desaparecer, y entonces tú apareces y Josef inmediatamente está enamorado de ti. Clavas el papel principal siendo de primer año, de primer año, como tu hermana. ¿Qué pasa si tú estabas de alguna manera… Involucrada? Josef es más poderoso de lo que te puedes imaginar. Si estoy en lo cierto, entonces él es de alguna manera capaz de obligar a una docena de bailarines las pasadas dos décadas para ayudarle a invocar a un demonio. Cada año o dos engaña a una bailarina para que lo ayude, y cuando falla y ella desaparece, se espera un tiempo para no llamar la atención hacia él, y entonces lo intenta de nuevo. Eso incluye a tu hermana —Paró para dar énfasis—. ¿Y Anna Franko y las otras chicas? Él de alguna manera, las obliga a hacerlo, incluso después de ver a su amiga Chlöe acabar en llamas. Es como si sus cerebros estuvieran nublados. Josef tiene una manera de conseguir que la gente haga cosas en contra de su voluntad.

Todo tenía sentido de manera retorcida, pero algo en el tono de voz de Justin hacía que Vanessa tuviera ganas de chillar. —No soy una cría, —dijo ella—. ¿Crees que es correcto seguir a la gente por las calles de Nueva York por la noche? ¿Aparecer a altas horas en su puerta y dejar mensajes crípticos? ¿Tienes idea de cómo eso me hace sentir? Pensaba que me estaba volviendo loca. Sus palabras pillaron a Justin por sorpresa, y se encogió hacia atrás. —Lo… Lo siento, —dijo él—. Solo intentaba ayudar. —¿Qué hay sobre los rumores que estabas esparciendo sobre Zep? ¿Las cosas que le contaste a Anna? Le diste un ramo de rosas y le pediste que dejara la escuela. ¿Estabas intentando ayudar también? —Esas flores no eran para ella, —dijo él a la defensiva—. Eran para Chlöe. Le conté lo que había aprendido. Y sí, lo que le conté esa noche era intencionado para ayudar. Como las cosas que te conté sobre Zep. —¿Qué sabes de Zep? —Dijo ella—. ¿Por qué es tan peligroso? Justin dudó. —¿Aún sigues viéndolo? —Sí, —dijo Vanessa, aliviada de que podía finalmente decirlo con certeza. —¿Y crees que es digno de fiar?

Justin resopló.

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—Sí, confío en Zep. Nunca ha hecho nada que me haga pensar que no debería. Pero tú… tú te escondes por ahí como un cobarde; Esparces mentiras que no tienes manera de demostrar, y ¿piensas que eres un héroe? Respecto a lo que sé, tú podrías ser el responsable de la desaparición de mi hermana. A lo mejor por eso es por lo que dejaste la escuela hace tres años. Querías pasar desapercibido hasta que el escándalo se evaporara, hasta que pudieras volver a NYBA sin sospecha alguna.

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Vanessa entrecerró los ojos.

—No me estás escuchando. ¿Yo? ¿Responsable de la desaparición de tu hermana? —Dio un paso hacia ella, dejando la puerta descubierta—. No, ese fue Josef.

+= Ella no se atrevió a mirar hacia atrás. Pasó a su lado, saliendo del armario al pasillo desierto. El aire frío era áspero contra sus pulmones, Vanessa corrió a través del patio hacia los dormitorios, dando saltos por las escaleras y entrando en un estallido en la habitación de Steffie sin llamar por segunda vez esa tarde. —Oh —dijo Steffie, apretándose el pecho—. Vanessa. Eres tú. Vanessa bloqueó la puerta detrás de ella y colapsó en la cama. —¿Qué te tomó tanto tiempo? —Dijo Steffie—. ¿Y dónde está el extintor? Cuando recuperó el aliento, Vanessa le contó todo. Cómo Justin la había encerrado. El baile ritual. El portal. El huésped sacrificado, la bailarina principal. El demonio. Y Josef, su maestro. Steffie escuchó con atención. —No… No sé qué creer. —Tartamudeó Vanessa—. Tiene sentido, pero entonces no lo tiene. Quiero decir, es una locura, ¿Verdad? Steffie dudó, frunció los labios como si no pensara que fuera una locura en absoluto.

Vanessa se puso rígida. Ya no tenía la resina. —Justin me la quitó.

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—¿Resina? —Dijo ella, sosteniendo la mano en alto.

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—A lo mejor deberíamos verlo por nosotras mismas, —dijo finalmente, y recogió el libro de la librería de Josef. Lo abrió por la primera página y lo colocó en la cama. El papel era grueso y amarillo, sin señal de tener nada escrito. Las únicas marcas visibles eran las manchas aceitosas de dedos en los márgenes de la página.

—¿Qué? —Dijo Steffie—. Sin ella, no podemos leer nada. Y no podemos volver a la oficina de Josef. Vanessa se quedó mirando a las páginas en blanco del libro, intentando averiguar la solución, cuando de repente se levantó. —Ahora vuelvo, —dijo, y salió corriendo hacia su habitación, cogiendo el trozo de resina que Elly había dejado en su habitación, con la nota aún atada a su alrededor. Vanessa lo desenvolvió. Acabo de oír la historia más loca sobre J y H. Ven a mi habitación tan pronto como vuelvas, y te enseñaré lo que hace esto. No se lo digas a nadie. Date prisa. Vanessa jadeó, entendiendo al fin el mensaje de Elly. —Elly lo sabía, —dijo Vanessa mientras entraba al cuarto de Steffie. Mantuvo la nota en alto—. ¿Te acuerdas de esto? Después de que Elly chillara durante el ensayo, fue enviada a la oficina de Josef. Y mientras estuvo allí, debió haber visto lo mismo que nosotras. —Además de algo extraño entre Josef y Hilda —añadió Steffie, releyendo la nota. Y colocándola con cuidado en su escritorio, cogió el bloque de la mano de Vanessa y lo arrastró a través de su mano hasta que su palma estuvo completamente recubierta por una capa gruesa de resina—. Ahora nosotras también lo sabremos – Steffie señaló la vela en su mesita de noche—. Vela, por favor. Vanessa la mantuvo en el aire mientras Steffie con cuidado sumergió su mano en la llama. Se incendió instantáneamente, su palma entera convirtiéndose en una llamarada roja brillante.

Bajo la luz de las llamas, el libro cobró vida. Tinta emergió en las páginas, formando líneas, puntos, formando patrones; Letras arremolinándose entre ellas; bocetos materializándose de ningún sitio.

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—No duele, —dijo—. Solo se siente caliente, —añadió, mirando fijamente sus dedos—. Como agua de baño que podría estar unos grados más fría.

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—¿Estás bien? —Dijo Vanessa, saltando hacia atrás, pero Steffie solamente asintió.

— Es precioso, —murmuró Steffie con terror. Vanessa estudió la escurridiza tinta, observando como las palabras se propagaban por el pergamino. Pero algo no estaba bien. Ladeó la cabeza intentando leerlas, pero no pudo. —¡Está todo en ruso! —Dijo ella. Steffie sacudió ligeramente la mano, proyectando sombras por toda la página, como si fuera a marcar alguna diferencia. Pero era inútil. —No sabía que Justin hablara ruso, —dijo Steffie. Tampoco Vanessa. —Genial —dijo ella—. ¿Sabes de alguien más que pueda leer esto? Pero Steffie no respondió. —Eso no importa, —dijo ella, mirando hacia arriba a su alrededo—. Mira las paredes. Vanessa siguió su mirada. Mientras la luz de la resina parpadeaba a través de las paredes, palabras empezaron a formarse, en un garabato estrecho que Vanessa conocía tan bien que podría haber sido el suyo propio. Casi como un reflejo, Vanessa cogió el brazo de Steffie y guio su mano ardiendo hacia arriba, iluminando el techo, las paredes, las puertas. Palabras se repartían a través de ellas, jugando en las esquinas, curvándose a través de las manillas de las puertas.

— El diario secreto de Margaret.

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Vanessa se estremeció, notando la calidez del fuego cosquillear a través de su piel, como si fuera el aliento de su hermana, susurrando en su oído.

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—¿Qué es? —Susurró Steffie.

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Capítulo 23 + Traducido por lausodie Corregido por katiliz94

No sabían dónde empezar a leer, pero para sorpresa de Vanessa, Margaret había previsto eso. —Ahí, —dijo Vanessa, apuntando el brazo de Steffie a una línea sobre su cama. El texto está tapado por un póster que Vanessa quitó rápidamente de la parte. No hay principio. Y si lo hay, yo no lo conozco. ¿Creo en la magia negra? ¿En mundos alternativos? ¿En demonios? Nunca lo he hecho, pero ahora no puedo evitar pensar que me equivoco, que estoy atrapada aquí, que nunca escaparé. Pensé que sabía lo que era el baile, pero nunca supe nada. Ahora sé más. Todo gracias a Josef. El necro—bailarín que me da órdenes.

He oído susurros sobre la Elite Lírica. ¿Quiénes son? ¿Por qué se han mantenido callados? ¿Pueden ayudarnos? ¿Cómo los encuentro?

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No era mi culpa. Debería haberme ido antes, pero ahora no puedo. Josef sabe dónde vivimos. Sabe que puede tenerla si la quiere. Es mejor bailarina que yo. Si fracaso, Josef hará que lo haga ella en mi lugar. No puedo dejar que pase eso.

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Josef es sólo el más reciente. Había otros antes que él; leí sobre ellos en libros. Libros secretos. Y si el fracasa, habrá otros que vengan después que él. Y si yo fracaso, él fracasa. Tengo moratones por su culpa. En el interior de mis brazos, mis muslos, mis caderas, mis costillas. Al principio era por su vara, la que utiliza para mantener el ritmo. Si perdía el paso, me enderezaba con ella, y si me salía de la línea, me empujaba de vuelta con ella, y si me quejaba, me silenciaba con ella.

Parece que Josef está aquí conmigo a todas horas. Como si estuviese dentro de mí, hablándome, diciéndome qué pensar, dónde ir, cuándo respirar, y cuándo parar. Además trabaja con alguien más, como una oscura sombra tras él, allá donde vaya. No sé quién es. Hoy Josef me ha llevado a su despacho. Estaba oscuro y olía a cera quemada. Colofonia. Él no sabía que yo sabía para qué era. No sabía que me colé en su despacho y lo observé. —He oído a los otros estudiantes decir que están preocupados por ti. Dicen que no estás bien. Que deambulas por los pasillos por la noche, susurrando cosas sobre nuestra reunión, —dijo—. Que gritas en sueños y despiertas a los otros estudiantes. ¿Es cierto? —No lo sé. Dio un golpe con la mano en la mesa. —Estás mintiendo, —dijo—. Vas a destruir todo para lo que hemos trabajado. —No puedo evitarlo. Me siento muy débil. Quiero irme a casa. Necesito descansar. —Eso es imposible. —¿Por qué? —Hice una promesa. —¿A mí? —Al Invitado. Le prometí tu mano en matrimonio. —¿Matrimonio? Pero soy muy joven.

—Es un matrimonio simbólico. Como un matrimonio en un baile. —No lo entiendo.

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—No quiero casarme.

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—Eso importa poco.

—No tienes que hacerlo. Sólo sigue tus pasos a la perfección. El resto se desarrollará ante ti. Vanessa jadeó, dedicándole un momento a las palabras de Josef, las mismas que él le había dicho. Casi podía oírlo susurrarlas en su oído durante el ensayo. El garabato de Margaret continuaba. —¿Quién es el Invitado? —El Invitado del baile. La Danza de Fuego. —¿Alguien del público? —Algo así. —¿Es guapo? —Muy guapo. Pero sólo podrás tenerlo si bailas a la perfección. Él te llenará. Consumará todos tus deseos. Te liberará de nimiedades de este mundo. No sé a qué refiere Josef. Dice que es como amor, la forma en que el Invitado me consumirá, me llenará con un fogoso calor. Pero nunca antes he estado enamorada. ¿Duele? Todo lo que me hace Josef duele, pero no puedo decírselo a nadie. Las únicas personas que lo entienden son los bailarines que han ido antes que yo. Me visitan de madrugada, cuando estoy sola en el estudio. Vienen a mí como si fuesen parte de un sueño. Son vaporosos y brillantes; bailan conmigo, sujetándome cuando estoy demasiado cansada. Quieren que les ayude, pero no sé cómo, o si soy lo suficientemente fuerte. Seré como ellos dentro de poco. Puedo sentirlo.

Vanessa se quedó mirando el espacio blanco sobre la cama, donde su hermana había escrito su nombre. Su diario nunca había sido un libro, empaquetado para enviarlo a casa con el resto de las cosas

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La colofonia de la mano de Steffie se consumió antes de que pudiesen leer nada más. Y el sesgado e irritante garabato desapareció tan rápido como había aparecido y las paredes de la habitación de Steffie volvieron a la normalidad.

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Y entonces, ¿Quién me ayudará a mí? ¿E.? ¿Puedo confiar en él?

de Margaret. Siempre estuvo aquí, y nadie se había dado cuenta. Si fracaso, Josef hará que lo haga ella en mi lugar. Margaret sabía lo que estaba pasando, pero se quedó en la escuela para proteger a su hermana. Los ojos de Vanessa recorrieron la pintura desconchada a toda velocidad, con las palabras de Margaret resonando en su cabeza. —Justin no se estaba inventando nada, —susurró Vanessa—. Josef estaba entrenando a Margaret para llamar a un demonio. —¿Crees que funcionó? —susurró Steffie. Vanessa tembló. La exaltada letra de la pared era la de su hermana; la había reconocido, pero no lo era. Parecía delirante, obsesiva, paranoica. Había palabras escritas sobre otras palabras, escalando sobre párrafos, como si al final Margaret ya no pudiese controlar sus manos. —No. Creo que fracasó. —¿Entonces qué le pasó? —preguntó Steffie—. ¿Y a todas las otras chicas? ¿Dónde fueron? Y Elly. No la eligieron protagonista. ¿Qué tiene que ver ella con esto? Vanessa cogió la nota de Elly.

—Y las chicas de las paredes… no lo sé. Lo único de lo que estoy segura es de que yo soy la siguiente.

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Vanessa contempló las paredes vacías, que parecían burlarse de la desaparición de Margaret con su blancura. De alguna forma, su hermana se las había ingeniado para encontrar y usar la extraña tinta invisible de la que Justin le había hablado. Tinta de otra dimensión. Si Justin estaba en lo cierto, entonces Margaret tenía muchos más secretos de los que Vanessa nunca pudo imaginar.

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—No tenía nada que ver al principio, hasta que descubrió lo que Josef estaba haciendo, —dijo, juntando las piezas—. Elly sabía lo de la colofonia. Lo averiguó cuando la mandaron al despacho de Josef. Y entonces él… él… —Una sensación nauseabunda hizo que Vanessa se balancease. Se sujetó en uno de los barrotes de la cama, incapaz de terminar su pensamiento.

Steffie se estiró para coger el bloque de colofonia y estaba a punto de frotárselo por la mano otra vez cuando Vanessa la detuvo. —Podríamos pasarnos días leyendo el resto de su diario, —dijo Vanessa—. No tenemos tiempo para eso. Josef ya podría haberse dado cuenta de que alguien se ha llevado un poco de colofonia. No estamos seguras aquí. Tenemos que buscar a Blaine y TJ. —¿No crees que se lo deberíamos decir a alguien? ¿Como a un profesor? —¿En quién podemos confiar? Josef es parte de esto, los otros también podrían serlo. —¿La policía, entonces? —dijo Steffie. —¿Y decir qué? ¿Que nuestro coreógrafo está entrenándonos para canalizar a un demonio de otra dimensión? Steffie se quedó callada. —No podemos arriesgarnos, —dijo Vanessa—. Ve a por Blaine y TJ y llévalos abajo. Me encontraré con vosotros allí. —¿Dónde vas? —preguntó Steffie. Vanessa dudó. Sólo había otra persona a la que quería ver, y no importaba si confiaba en él o no. —Arriba.

Nadie contestó. Miró por encima de su hombro y volvió a llamar. —¿Zep? ¿Estás ahí?

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La puerta de Zep tenía el mismo aspecto de siempre: madera lisa y sin adornos. Tras ella, la luz estaba encendida. Vanessa, repentinamente nerviosa, levantó la mano derecha, que seguía pegajosa por la colofonia y llamó.

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+=

Algo dentro dio un golpe, como un zapato cayendo al suelo. Vanessa cambió su peso de pierna. ¿Por qué no contestaba? En cualquier otra situación, podría haberse marchado, pero no tenía tiempo que perder. Giró el pomo y dejó que la puerta se abriese. Zep estaba sentado en su cama, tecleando en un portátil. Un mechón de pelo extraviado le cayó sobre la cara. Le costó un momento darse cuenta de la presencia de Vanessa, pero cuando lo hizo, se enderezó y se quitó los auriculares, desde los que la música sonaba con un sonido metálico. —Vanessa, —dijo, bajando sus manos. Parecía imposiblemente alto, como si fuese imposible que cupiese en la estrecha cama—. Me has sorprendido. —¿Por qué no has contestado cuando he llamado? —preguntó Vanessa. —Estaba escuchando música. —Sus ojos destellaron bajo la luz al dirigirse rápidamente hacia los auriculares—. No te he oído. Su habitación tenía el mismo mobiliario de madera de roble que la de Vanessa, pero su disposición austera y cuidada daba una sensación rancia, como si Vanessa acabase de entrar en una biblioteca de caoba. Dos botas oscuras de cuero estaban tiradas al lado de la cama. —Estaba pensando en ti, —dijo con una sonrisa. Vanessa inspeccionó su cara. ¿Sonaba nervioso? Por un momento, Vanessa pensó que sí, pero pudo haber sido su imaginación. La sonrisa desapareció de su cara.

—¿Vanessa? —dijo, tocándole el brazo con una mano cálida y áspera. Poco a poco, la llevó hacia la ventana—. Cuéntamelo. Dime qué pasa.

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Ella intentó encontrar las palabras adecuadas, pero no sabía por dónde empezar.

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—¿Va todo bien? Pareces preocupada.

Ella se sentó en el alfeizar a su lado. Fuera el sol se estaba poniendo, haciendo que bandas de luz se filtrasen a través de la persiana. —Lo que voy a contarte parecerá una locura, —dijo—. Pero no lo es. Prométeme que me escucharás. Zep parecía confuso, pero asintió. —Lo prometo. Vanessa inspiró hondo y le contó todo, desde las figuras luminosas de las paredes y la escalofriante llamada telefónica de la madre de Elly hasta la biblioteca privada de Josef, Justin y la colofonia ardiente, y el diario secreto de Margaret. Cuando hubo terminado, no podía mirar a Zep a los ojos. Vanessa medio esperaba que se riese de ella. Pero para su sorpresa, no lo hizo. Zep bajó la mano a su mejilla y se restregó la barba incipiente de su barbilla. Su mirada estaba distante, afligida. Se quedó callado durante un rato largo. —¿Me crees? —dijo Vanessa, intentando leer su expresión. Como emergiendo de un hechizo, se giró hacia ella. —Por supuesto que sí, —dijo. Sus ojos se encontraron con los de ella, y de repente Vanessa estaba en sus brazos, con su aroma salado rodeándola, haciéndola sentir segura—. No te preocupes, —susurró en su pelo—. Ahora estamos juntos. Todo irá bien. Lo arreglaremos. Vanessa se sintió derrumbarse en su abrazo, aliviada.

—No todo. Pero algo. Zep se aferró al alfeizar, inmerso en sus pensamientos. —No me fío de él.

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—Todavía no estoy seguro, —dijo él pensativamente—. ¿Justin te contó todo esto?

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—¿Qué hacemos?

—Leyó sobre el tema en un libro de la biblioteca de Josef. Yo misma lo vi, existe. —¿Pero lo leíste? —dijo Zep. —No, —dijo Vanessa en voz baja—. Estaba en ruso. —Exacto. Podría haberte dicho cualquier cosa. Justin obviamente sabe ruso, y Josef también. Podrían estar trabajando juntos. —¿Entonces crees que se lo inventó todo? —Preguntó ella, intentando reordenar las piezas—. ¿Qué mi hermana también se lo inventó? ¿Y las otras chicas que desaparecieron? —No, —dijo Zep, bajando su voz—. Sólo que Justin puede haber alterado algunas cosas para hacer que confíes en él. Tiene sentido: Justin sabe ruso, dice que no quiere ser mejor bailarín, así que tiene que haber otra razón para querer estar aquí. Quizás está trabajando con Josef. Sé que os ha estado siguiendo a ti y a Anna, extendiendo rumores. ¿No crees que está intentando averiguar cuánto sabes? —No… no estoy segura, —dijo Vanessa. —¿Te dijo Justin algo más? ¿Sobre el baile o lo que Josef planea hacer? —Creo que me dijo todo lo que sabía. El resto lo averigüé gracias al diario de Margaret. —Justin no sabe nada de eso, ¿no? —dijo Zep, entrecerrando los ojos. Vanessa sacudió la cabeza y Zep dejó escapar un suspiro de alivio—. Bien. ¿puedes enseñármelo?

—Sólo nos costará un minuto. Y estaré contigo, así que no te preocupes por Josef. Tendrá que ocuparse de mí primero, —dijo Zep, estrujando su mano—. Déjame recoger mis cosas. Nos vemos en la habitación de Steffie en cinco minutos.

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—¿Crees que tenemos tiempo? Quiero decir, cogimos algo de colofonia del despacho de Josef. Puede que ya se haya dado cuenta de que alguien estuvo allí.

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Vanessa dudó.

Vanessa le dedicó una sonrisa apenas visible. —Vale, —dijo y salió al pasillo. Mientras cerraba la puerta tras ella, le echó un último vistazo a su habitación. Zep estaba de pie junto a su cama de espaldas a ella mientras cogía su teléfono. Alguien debió contestar, porque Zep dijo: —Soy yo. —Una larga pausa—. Es la hora. Voy a necesitar tu ayuda. —Otra pausa—. No podemos esperar. La situación es delicada. Tiene que ser ahora o perderemos nuestra oportunidad. ¿Con quién estaba hablando? Pero no había tiempo de pensar. Cuando Zep colgó, se sentó en la cama para ponerse las botas y el portátil quedó visible tras él. Cuando Vanessa lo vio, jadeó. Zep debió oírla, porque se giró. —¿Vanessa? —dijo—. ¿Sigues ahí? Pero apenas lo oyó. Toda la atención se centró en la pegatina de un gran corazón rosa que adornaba la tapa del portátil. —Es como el portátil de Elly, —dijo, dejando que la puerta se abriese mientras estudiaba el familiar diseño. Zep siguió su vista hacia el ordenador. —¿Qué quieres decir? —dijo sonriendo. —Es como el portátil de Elly.

Zep se rió y se levantó, acercándose a ella. —Vale, me has pillado. En realidad es el portátil de Elly.

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—Es extraño lo parecidos que son. —El corazón estaba incluso un poco roto en la parte izquierda, justo como el de Elly.

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Vanessa agarró el marco de la puerta y sus ojos viajaron del corazón rosa a Zep.

—¿Qué? —dijo Vanessa y su espalda se puso rígida. Zep se acercó más. La suave sonrisa que seguía en su cara confundía a Vanessa. ¿Estaba bromeando? —Pero la única razón por la que lo tengo es porque ella ya no lo necesita. —¿Qué quieres decir? ¿Te lo dio Elly? —Mientras las palabras salían de su boca, Vanessa se dio cuenta de que ya sabía la respuesta. Era la respuesta que ella y sus amigas habían estado evitando durante dos meses. La respuesta que Vanessa seguía intentando negar, incluso después de la llamada a la madre de Elly. Retrocedió hasta el pasillo, con el corazón retumbando en su pecho. De repente Zep estaba frente a ella y su complexión llenaba el estrecho pasillo. —Verás, alguien tenía que escribir a sus padres después de que se la entregase a Josef. —La agarró por la muñeca. —No, —susurró. La mano de Zep se cerró sobre su boca.

Despacio, se inclinó y le susurró en el oído con una voz grave, como las notas temblorosas que sonaban justo antes de que la cortina se levante antes del acto final—: Lo sé porque soy parte de ella.

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Con pasos prudentes, la llevó hacia atrás, con sus miembros moviéndose juntos en un largo e íntimo. Ella medio esperaba que él narrase su trágica historia de amor de nuevo, que le dijese cuánto la quería y que nunca podría tenerlo; sobre su violento amor y cómo el baile no había acabado. Excepto que esta vez dijo—: ¿Esa locura que me acabas de contar? Es todo verdad.

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Sintió un fuerte estirón cuando la arrastró a la desierta escalera, con su cuerpo presionado contra el de ella hasta que sus piernas estuvieron entrelazadas. Ella intentó gritar, pero su voz quedó amortiguada por su mano.

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Capítulo 24 + Traducido por Alisson* y Nessied Corregido por katiliz94

Un único foco brillaba en el centro del estudio de práctica del sótano, iluminando el chamuscado lugar solo en el centro de la pista. Más allá de eso, todo estaba oscuro. Vanessa podía sentir los músculos del pecho de Zep moviéndose contra su espalda; sus brazos la apretaban mientras la empujaba hacia el centro, cerca de la puerta. ¿Estaban solos? Ella parpadeó en la oscuridad, esperando que sus ojos se adaptaran. No podía ver a nadie, pero podía oír un extraño gorgoteo en la esquina de la habitación. El chirrido de una zapatilla se arrastró por el suelo. Silencio. Zep aflojó su agarre. Retorciéndose, ella trató de liberarse de sus brazos, pero para su sorpresa, justo antes de que él la soltara, se inclinó hacia ella. —Vanessa, lo siento —dijo, en voz tan baja que no estaba segura de sí lo había imaginado—. Nunca fue acerca de ti. Todo lo que siempre quise fue aprender a bailar tan magníficamente que el mundo se detuviera. ¿No lo entiendes?

—No es el destino, —dijo ella con firmeza—. Es tu decisión. —Espera, —dijo—. Lo entenderás. —Él le soltó el brazo y la cabeza hacia el centro. Vanessa se dio la vuelta y justo cuando dio un paso atrás, desapareció entre las sombras. Sus ojos recorrieron la habitación y formas comenzaron a aparecer en la oscuridad—un destello de piel

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—Traté de advertirte que nunca podríamos estar juntos, —dijo—. El destino está en contra de nosotros.

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—No, —dijo Vanessa.

pálida, un destello de un ojo, una mano blanca suspendida sobre una cabeza. Pensó primero que eran las figuras blancas en las paredes, pero no. Escuchó, esperando, hasta que pudo oír el débil sonido de respiraciones. Eran personas. Chicas. El elenco de El Pájaro de Fuego y La Danza del Fuego. Se movían como si fueran sonámbulos. Quería correr hacia ellos, sacudirlos y decirles lo que estaba pasando, pero antes de que pudiera, alguien lanzó un par de zapatillas por el suelo. Se deslizaron sobre la madera, sus cintas se enredaron antes de llegar al círculo de luz. —Póntelos. —La voz de Josef retumbó. Vanessa se quedó mirando el cremoso satén de las zapatillas, sabiendo que podrían pertenecer a ella, su par extra que guardaba en su taquilla en el vestuario de las chicas. Sin embargo, no se atrevía a moverse. —Póntelos, —repitió Josef. Vanessa creyó ver una nueva sombra a su lado. Se dio la vuelta, sólo para ver a otra sombra por el rabillo del ojo. Se dio la vuelta, y cuando lo hizo, una tenue luz se encendió alrededor del borde de la habitación.

—Ella no va a responderte, —dijo Josef, dando un paso adelante. La luz dibujó su rostro, la frente pesada proyectaba sombras sobre los ojos haciendo que parecieran huecos.

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—Anna. —Vanessa trató de capturar su mirada, pero ella parecía congelado en su lugar, con sus frágiles brazos extendidos.

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Lo primero que vio fueron las princesas, trece de ellas, sus rostros pálidos coincidían con sus mallas. Detrás de ellos, las figuras blancas estaban todavía congeladas en la pared, una para cada bailarina, como si las figuras blancas fueran sus sombras. Las bailarinas estaban de pie en un círculo a su alrededor, en posición, sus brazos por encima de ellas. Sus labios eran delgados y de un color rojo como si tuvieran lápiz de labios, y sus ojos pequeños. Reconoció a Anna entre ellas, con el pelo rubio peinado hacia atrás en un moño elegante.

Josef levantó la mano a una de las princesas, rozando sus dedos sobre su hombro. Ella no se movió. Él se apartó y juntó las manos. —Ninguna de ellas lo hará. Ellas ya son mías. Vanessa estaba a punto de dirigirse a la puerta y correr tan rápido como pudiera cuando oyó el sonido de un gorgoteo de nuevo. Lo siguió detrás hasta el círculo de bailarinas al borde del estudio. Un montón de lo que parecía ropa acumulada en las sombras. Vanessa se inclinó hacia delante, entrecerrando los ojos en la oscuridad, cuando vio que se algo se movía. Josef sonrió mientras se acercaba a investigar. Vio un zapato, luego un tobillo envuelto en medias negras. Vanessa se quedó helada. —¿Steffie? —dijo con incertidumbre. Steffie se retorcía en el suelo, con las extremidades atadas y la boca tapada por una mordaza. Vanessa trató de correr hacia ella, pero Zep se puso delante de Steffie, protegiéndola. —Uh, uh, —dijo Josef, reprendiéndola—. Todavía no. Vanessa retrocedió con horror, sus ojos vagaban alrededor de la habitación. A unos pocos metros más de Steffie estaba TJ, atada y amordazada, con el pelo enredado sobre sus ojos. Blaine estaba a su lado, dejaba escapar un débil gemido a través de su mordaza. Justo al lado de él estaba la puerta. Vanessa se quedó mirándola por un momento, luego miró hacia otro lado.

—Yo no me preocuparía por ellos —dijo—. Ya se selló su destino. —No creo en el destino, —dijo Vanessa. —¿Qué es en lo que crees, entonces?

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Josef se paseó por la habitación.

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—¿Qué has hecho con ellos? —Dijo Vanessa, tratando de ocultar el temblor en su voz.

—En el trabajo. En la práctica. En las personas. En las decisiones, y lo que las personas hacen por otros. Josef se echó a reír. —¿Estas insinuando que estoy haciendo algo por ti? Vanessa no se movió, ni respondió. —Ah, pero te equivocas. No voy a obligarte a hacer nada. Vas a decidir hacer esta danza por tu cuenta. Vanessa entrecerró los ojos. —Me estás amenazando con la vida de mis amigos eso no es darme exactamente una opción. —No te estoy amenazando, —dijo Josef—. Serás muy recompensada por tus servicios. Al igual que las bailarinas. —Josef se acercó un poco más a una de los bailarinas, pasando un dedo por su brazo desnudo. Vanessa creyó verla temblar todavía. —¿Qué pasa con los otros mundos? —Dijo Josef—. ¿Crees en dimensiones alternas? Vanessa retrocedió mientras él daba un paso hacia ella.

—Una vez que hayamos roto la tela dimensional, —dijo, enderezando la malla de una bailarina—, y llamemos al gran maestro de la danza, Diabolico —hizo una pausa, dejando que el nombre se enrollara en su lengua—, seré el capitán del demonio. Me va a servir en gratitud por nuestro sacrificio. —Sus ojos se posaron en Vanessa.

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Él se paseó dentro del círculo de las trece princesas, ajustando el ángulo de un brazo, una pierna se movió ligeramente a la izquierda, enderezando la columna vertebral.

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—Parece que sólo existe esta dimensión, —dijo Josef, respondiendo por ella—. Así que es extraño, teniendo en cuenta la amplitud de tus... talentos. Bueno, te haremos una creyente. El momento no es el ideal. Tenía la esperanza de que sea en unas cuantas semanas más, hasta que el portal estuviera listo, pero al parecer voy a tener que hacerlo esta noche.

—¿Sacrificio? —Sus ojos se clavaron en Steffie. —Tu, Vanessa—dijo Josef—. Acogerás al gran maestro, y serás su novia. —Miró a su malla negra con disgusto—. Y a diferencia de tu hermana, te darás a ti misma más plenamente. Con tu talento, y formación como bailarina, serás la clave de la extracción a través de esta dimensión y la siguiente. Tú eres la clave para permitirnos cruzar. —¿Qué pasa si no lo permito? —murmuró Vanessa. Josef se detuvo. —Pero lo harás —dijo—. Debido a que el gran maestro tiene algo que quieres. Vanessa estaba a punto de protestar cuando sus palabras se hundieron. —¿Qué quieres decir, con algo que quiero? —Dijo, pero Josef habló sobre ella, bajando la cabeza. —Si te preocupas por la seguridad de tus amigos, cooperaras. De lo contrario, voy a matarlos, uno por uno, hasta que vengas a nosotros. Necesitaremos un sacrificio de sangre de todos modos, así que puede ser que también tache eso de la lista. Blaine dejó escapar un gemido desesperado, y TJ se retorció, avanzando hacia él, como si pudiera consolarlo. Sólo podía ver como ellos colapsaban. Recorrió la habitación, tratando de pensar en alguna manera de poder salvar a sus amigos y escapar, entonces Josef metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño cuchillo, curvándolo.

—¡No! —grito Vanessa y comenzó a caminar hacia él, pero alguien se le adelantó. Una oscura figura salió de las sombras e interceptó a Josef, lo envolvió en sus fuertes brazos robustos.

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Steffie permaneció inmóvil, como si ya estuviera muerta.

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Como si estuviera preparándose para una presentación, se apartó de Blaine y TJ, su mirada finalmente descanso en Steffie. Él agarró el mango del cuchillo y se dirigió hacia ella.

Vanessa se detuvo a mitad de un paso y miró como se enfrentaban. Todo lo que podía ver eran destellos de la cara de Josef, torciéndose con furia, el destello del cuchillo, un par de ojos pequeños y brillantes oscuros, y un gruñido demasiado familiar. —¿Hilda? —Susurró Vanessa. Cayeron al suelo con un ruido sordo, golpeando a una de las bailarinas. Anna. Ella tropezó, cayendo al suelo. El hechizo se rompió, las otras bailarinas parpadearon y empezaron a moverse. Liderando, Anna tomó control de sí misma y retrocedió. Hilda se precipitó alrededor de Josef, su grueso cuerpo era sorprendentemente ágil. Él se abalanzó sobre ella con el cuchillo, pero Hilda era demasiado rápida. Ella agarró su brazo y lo retorció hasta que el cuchillo volvió a tomar su forma inicial. Luchó, pero no sirvió de nada. Hilda deslizó su mano alrededor de la base del cuello y tiró de Josef de nuevo en un gran arco, como si fuera su pareja en una danza macabra. Vanessa quería gritar, pero cuando abrió los labios no salió ningún sonido. Se cubrió la cara cuando Hilda hundió el cuchillo en el agitado pecho de Josef. Su rostro se contrajo de dolor y sorpresa; sus mejillas se volvieron blancas y huecas. Dejó escapar un suspiro, y luego otro. Sus extremidades se sacudieron, luchando contra lo inevitable, pero Hilda lo mantuvo en su lugar.

—Así es como hacemos las cosas aquí, —dijo Hilda sombríamente, hablando con el cuerpo sin vida de Josef—. Habías dejado de ser útil de todas formas.

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Cuando todo hubo terminado, Hilda se levantó y se limpió las manos en el vestido.

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Vanessa se tambaleó hacia atrás, con las manos todavía levantadas a su cara cuando Josef cayo. Su pierna se movió antes de descansar sin fuerzas en el suelo. Un hilillo rojo se agrupó bajo su cuerpo, como si el color que había abandonado su rostro se hubiese escurrido hacia el suelo.

—¿Tu?—Susurró Vanessa—. ¿Tu? Hilda le dio un rígido asentimiento. —Pensaste que era tranquila, ¿no? Tú y todo el mundo piensa tan poco de mí —dijo ella, mirando hacia abajo a sus piernas rechonchas y brazos—. Incluso Josef. —Es por eso que... ¿lo mataste?—Dijo Vanessa. Hilda utilizó su personal para arrastrar los patrones en el suelo con su sangre. Mientras lo hacía, dijo—: No, maté a Josef porque él había conseguido ser demasiado orgulloso y necio. Pensó que podía dar camino al Visitante. Pero yo soy la jefa del necro-baile aquí, y el perfeccionamiento de La Danza de Fuego era mi gran idea. Yo siempre fui la mejor bailarina, a pesar de que él y todos los demás se olvidarán de mí después de que me vi obligada a retirarme. Me dijeron que era demasiado mayor a los veinticinco años. Hizo una pausa, mirando hacia abajo, el cuerpo de Josef. —Eso fue hace veinte años cuando huimos de Europa a esta academia. Hemos estado buscando a una buena bailarina desde entonces, la única que pudiera completar el baile. —La mirada de Hilda se posó sobre Vanessa. Para su sorpresa, los ojos de Hilda parecían amables. Hilda se inclinó y deslizó el cuchillo del pecho de Josef, su cuerpo sin vida dejando escapar su último estremecimiento. Vanessa rápidamente desvió la mirada, se sentía débil. Una oleada de nauseas se arrastró a través de ella y titubeó, dando un paso atrás.

—Gracias, viejo amigo, —dijo Hilda, con la voz cansada pero fuerte—. Es apropiado que, después de tantos intentos fallidos, sea su sangre, por último, la que señalase al Invitado para nosotros.

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Por un momento, todas las cosas horribles que había hecho y dicho sobre llegar lejos, y Vanessa fue abrumada con el sentimiento. Una vida había desaparecido. Josef nunca regresaría.

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Josef estaba muerto.

Ella se alzó a sí misma con un gruñido y pasó por encima del cuerpo de Josef, haciendo su camino hacia Vanessa. —No voy a hacerlo, —exclamó Vanessa—. Sí me amenazas no ayudaré. Si doy camino a un demonio, todos vamos a mo… Hilda levantó la mano para hacerla callar. —¡Alto! —Dijo—. No quiero amenazarte. Te estoy dando una oportunidad. Vanessa dejó escapar una risa nerviosa, con los ojos como dardos hacia Steffie y a sus otros amigos, aún atados en el suelo. —¿Una oportunidad? —Josef te dijo antes que eligieras llevar a cabo La Danza de Fuego por tu propia voluntad, pero él no habló lo suficiente como para decirte por qué. El demonio tiene algo que tú quieres. —¿Que es qué? —dijo Vanessa. —Lo sabes, —dijo Hilda mientras estudiaba a Vanessa—. ¿Por qué destrozaste el despacho de Josef? ¿Por qué has venido a esta academia en primer lugar? —Para encontrar a mi hermana, —dijo Vanessa, su aliento soplando un mechón de su pelo de la cara. Una sonrisa modesta se agrietó por el rostro de Hilda.

—Te puedo llevar a ella. La imagen de Hilda se hizo borrosa cuando Vanessa parpadeó las lágrimas de sus ojos. Por el borde orilla del estudio, pudo ver los ojos de

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Vanessa apretó sus manos en puños, tratando de tranquilizarse a sí misma de que lo que estaba viendo y oyendo era real. Siempre había sentido, en el fondo, que Margaret estaba viva, y si procuraba lo suficiente, podía encontrarla. Ahora Hilda estaba finalmente dándole a Vanessa una oportunidad.

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—Sí. Margaret.

Steffie estrechándose. ¡No! Parecían decir. A su lado, TJ y Blaine se retorcían en el suelo. Vanessa se quedó mirando las figuras en la pared. Todavía estaban, sin vida, nada más que la pintura, pero Vanessa sabía que las chicas estaban allí. Recordó su canto, repitiendo las palabras en su cabeza mientras caminaba hacia el centro de la habitación, cuando otra voz cortó el aire. —¡No, no! —Anna salió de las filas y se tambaleó hacia Vanessa. Hilda la tomó del brazo y la retuvo. —No sé cómo te liberaste, pero si valoras tu vida, vuelve a tu lugar. —El demonio te quemará vida. ¡Destruyó a Chloe! —Gritó Anna. Vanessa siguió su mirada a la mancha negra en el centro de la habitación. El mismo lugar donde Anna había establecido el ramo de rosas blancas en Halloween. Hilda habló directamente a Vanessa. —Tú no eres Chloe. El demonio la consumió, sí, pero no tiene que ser de esa manera. Si ella hubiese bailado bien, podría haber sido diferente. El demonio no te tiene que destruir. Puede trabajar con nosotros, y me aseguraré de que no vaya mal; o que no pueda resistirse, y entonces su alma estará en tus propias manos. Pero eso se debe hacer correctamente, no debe de ser sin ningún peligro.

—Todo el mundo piensa que los demonios son cosas horribles, pero no es cierto, siempre que una persona adecuada esté para dirigir al demonio. —Suavizó su voz, las arrugas en su rostro suavizándose hasta que su mirada se volvió mansa y humilde de nuevo—. Ayúdame con esto, y protegeré a tus seres queridos.

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Hilda avanzó con cuidado hacia Vanessa.

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Hilda soltó a Anna, y ella dio un paso atrás, llorando en silencio. ¿Por qué estaba pasándole esto? se preguntó Vanessa, con la mirada hacia el grupo de princesas. ¿Por qué no fueron algunas de ellas? Se veían como si estuvieran siendo retenidas contra su voluntad.

Vanessa apretó los labios en silencio pidiendo disculpas a sus amigos. Lo haría. Era la única manera en que podía salvarlos, salvar a su hermana. Steffie se movía todavía. Muy ligeramente, negó con la cabeza, sus ojos suplicándole a Vanessa. No lo hagas. Vanessa apartó la mirada. —Estoy lista. El rostro de Hilda se extendió en una sonrisa. Vanessa miró hacia la sala, donde el reflector seguía brillando en la marca de cenicienta en el suelo. Finalmente entendió lo que era, lo que las quemaduras en las paredes eran, y del por qué siempre se había sentido atraída por ellos. Las bailarinas que habían desaparecido, la búsqueda de la perfección, estaban aquí. Vanessa dejó que sus ojos se perdiesen en los zapatos de ballet, sentados en el centro de atención. Ella dio un paso hacia ellos, tratando de no mirar al cuerpo caído de Josef en el borde de la habitación. Hilda tomó su bastón y se preparó para aprovechar el tiempo. No había música, nunca la había habido en las prácticas de la tarde. Sólo el latido arrítmico. El sonido del personal sobresaltó a Vanessa; haciéndola pensar, sólo por un momento, que Josef había vuelto a la vida. Sacudiéndose un poco, se puso los zapatos y ató las cintas alrededor de sus tobillos.

—Por favor, —declaró Vanessa—. Tengo que hacerlo por mi hermana.

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Vanesa volvió a mirar a Anna y a las otras princesas, que se habían reunido en la pared del fondo, llorando, cubriendo sus rostros. La cara bonita de Anna estaba manchada de maquillaje, pero de alguna manera parecía más real, la más sincera que Vanessa jamás había visto. Y a pesar de que nunca había plantado una palabra amable a los demás, o incluso un neutral hola, Vanessa se dio cuenta ahora de que siempre habían estado en el mismo lado.

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—¡Posiciones! —Gritó Hilda, un nuevo borde complacido en su voz.

Anna estudió a Vanessa, su mirada escéptica. —¿Qué pasa si no puedes terminarlo? —Puedo, —dijo Vanessa, tratando de sonar confiada—. Sé que puedo. Finalmente, Anna le dio un rígido asentimiento. —Espero que estés bien, —dijo, antes de pasar a las otras bailarinas. La iluminación brillaba sobre Vanessa cuando tomó su lugar en el círculo de ceniza, su sombra se extendía por el suelo. Lo siento, articuló hacia Steffie, Blaine, y TJ, con la esperanza de que ellos la entendieran de alguna manera. Siguiendo el ejemplo de Anna, las trece princesas se reunieron a su alrededor en un círculo. Tejido entre ellas, Zep emergió de las sombras y tomó su lugar a su lado. Vanessa sintió sus ojos en ella, rogándole que lo mirara, que lo perdonara. Pero ella no podía. —Recuerda, —susurró, con la voz suave con la que la había hecho derretir la primera vez que bailaron juntos—. No pienses en ello. Siéntelo.

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Ella cerró los ojos, dejando fuera a la habitación. Señaló con el dedo del pie, bajó la cabeza, y esperó hasta que oyó el primer toque. Tomando aire, empezó a bailar.

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Capítulo 25 + Traducido por lausodie Corregido por katiliz94

Elegancia. Después de que todo ardiese, eso era todo lo que quedaba. Eso, y el recuerdo de Margaret. Cuando Vanessa bailó, su cuerpo se movió de una manera en la que nunca lo había hecho. Sus pasos eran más suaves, sus saltos más amplios, y sus brazos aleteaban de manera tan delicada que parecía que su hermana hubiese vuelto y la estuviese guiando. Hilda observó de pie desde la esquina de la habitación, marcando el irregular ritmo, y las bailarinas, sinuosamente se colocaron alrededor de Vanessa, con las pálidas caras inexpresivas, como si les hubiesen pintado los rasgos. Zep se movió en silencio tras ella, con su oscuro cuerpo actuando como si fuese su sombra. Sus pies encontraron todos los pasos correctos hasta que Vanessa saltó hacia el extremo de la habitación. Arqueó el cuello hacia atrás, los tobillos se tambalearon… —¡Aguanta! —advirtió Hilda.

Cerró los ojos intentando apartar la imagen de ella, pero podía sentir su presencia en el suelo. Hilda marcó el ritmo, con el bastón de Josef golpeando la madera como un errático latido. Vanessa oyó un gimoteo de Blaine. ¿Qué les ocurriría a sus amigos si fallaba? ¿Y si no podía controlar al demonio?

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Pero una ojeada al débil cuerpo de Josef la sacudió.

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Vanessa giró, recomponiéndose antes de perder el equilibro, y el baile continuó.

—¡Cuidado! —advirtió Hilda de nuevo con la voz cada vez más nerviosa. Zep giró hacia ella, deslizando la mano por la columna de Vanessa. Agarró su cintura, preparándose para levantarla, pero ella se resistió. No quería que él la tocase. De repente, su cuerpo se sentía pesado y lento. Se apartó de él, intentando librarse de su agarre, cuando oyó un susurro. —Para, —le dijo Zep al oído. Tiró de ella hacia sí antes de que pudiese cometer un error—. Deja de pensar en mí. Deja de pensar en ellos. Deja de pensar y punto. —Su sudor invadía sus fosas nasales. Quería encogerse, pero no lo hizo—. Si quieres ayudar a tu hermana, tienes que despejar tu mente. —Él volvió a arquearla y la obligó a mirarlo. La luz destelló en sus ojos, haciéndolos parecer vidriosos—. ¿Lo entiendes? Detrás de él, la pequeña figura que se parecía a Margaret estaba congelada en la pared, preservada ante el paso del tiempo igual que el diario secreto. Si Vanessa no hacía algo, se quedaría ahí atrapada para siempre. No tenía que contestarle. En lugar de eso, cerró los ojos, y, apartando todo de su mente, se alzó en punta y se preparó para que la levantase.

—Bien, —susurró Hilda. Mientras las bailarinas giraban alrededor de Vanessa, el suelo que había bajo sus pies empezó a ondear, llevándolas con él.

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Apenas fue consciente de cuando Zep se alejó, apartándose hacia las sombras, cuando su papel había acabado. Su pecho palpitaba. Toda la habitación se apagó y se empañó, y, entonces, de repente una explosión de color la sobresaltó. El resplandor la hizo bizquear pero siguió bailando mientras la habitación ganaba brillo, rojez, y los colores se saturaban en un surreal prisma de luz.

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Hilda sostuvo el bastón como haría un director de orquesta y Vanessa siguió sus indicaciones, sintiéndose estirada y recogida como un yoyo; estirando su larga pierna y doblando la columna hacia arriba. Cuando el ritmo cambió, ella lo hizo con él, reduciendo la velocidad de su cuerpo.

Vanessa aceleró el paso, forzando a su cuerpo a ir hacia la izquierda, y luego a la derecha. Esta vez no opuso resistencia. Se permitió tambalear al compás, sintiendo sus zapatillas de raso deslizándose sobre la madera pulida. Un olor llameante inundó el aire, y la pintura empezó a curvarse. Las figuras blancas sacaron sus cuerpos de la pared y revolotearon hacia Vanessa, imitando sus movimientos y formando un círculo luminoso alrededor de las bailarinas vivientes. Nadie más reaccionó ante ellas. Las otras chicas siguieron bailando, con sus caras inexpresivas, mientras que las figuras radiantes se entrelazaban entre ellas en explosiones de luz. Soy la única que puede verlas, se dio cuenta Vanessa. Apartando la mirada, Vanessa levantó la vista hacia el brillo cegador del foco, dejando que su calidez la envolviese. El sudor caía por su cuello hasta la fina tela de su malla. Inclinó la cabeza hacia atrás y levantó los brazos hacia la luz cuando sintió una nueva sensación. Empezó como un hormigueo, una húmeda calidez en la nuca. Se estremeció mientras le recorría la columna, filtrándose a través de su piel y llenándola de calor. Pero no era un calor exactamente, o al menos no del tipo que ella conocía. Parecía una explosión de vida. De algo consistente y abundante y extraño. Parpadeó y, al abrir los ojos, todo a su alrededor se movía a cámara lenta. Podía ver las partículas de polvo suspendidas en el aire, con la luz reflejándose en ellas como si fuesen pedacitos de oro.

Vanessa revoloteó por la habitación como una cálida brisa, su cuerpo ligero, una concha. No sólo estaba realizando los movimientos del baile, se estaba convirtiendo en él. El ritmo vibraba a través de ella, y Vanessa sabía que con esta extraña carga de vida en su interior, podía hacer cualquier cosa. Su cuerpo ya no la limitaba. Podría desprenderse de él y no importaría.

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Podía oír a Hilda marcar el ritmo, aunque sonaba simple y plano, y se preguntaba por qué siquiera había tenido algún problema con él.

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Podía sentir el aire cambiando y ver la luz doblándose alrededor del círculo de bailarinas.

Su pecho se hinchó, con la malla ceñida a sus costillas. Una fuerza poderosa e invisible haciendo presión contra su espalda, estirando su columna. Las cintas presionando sus tobillos, y sintió que los huesos de sus pies se volvían más frágiles, como si se hiciesen añicos bajo su peso. Pero no abandonó su posición. Quería sentir ese nuevo agarre vital tomar control de su cuerpo y enseñarle a moverse a través del espacio y del tiempo como siempre estuvo destinada a hacer. Su cuerpo era frágil ahora, tan elegante como el cristal. Sus labios se separaron y un fino hilo de aire entró en ella. Su boca se movió sin ella, su garganta estrechándose y su lengua secándose mientras ella se sentía susurrar un embrollo de sonidos. No eran inglés exactamente, o ninguna otra lengua, sólo una mezcla de sonidos que de repente no tenían sentido: ¿Quién soy? Aunque las palabras salían de ella, la voz no pertenecía a Vanessa. Era profunda e imposiblemente rica, como el color de una clara noche de invierno. Vanessa cerró los ojos y dejó esa vida colarse en ella. Esta es quien soy, contestó. Se estremeció, extendiendo las manos sobre su cabeza mientras sentía un cosquilleo en las puntas de sus dedos causado por la presencia, sintiéndola, conociéndola por primera vez. Pero entonces algo extraño ocurrió. Se arraigó a sus extremidades y lanzó su cuerpo hacia un lado. Con rabia.

—¿Margaret? —Suspiró con su propia voz—. ¿Margaret?

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La visión de Vanessa se nubló, y su mente palpitó con oscuridad cuando el demonio intentó arrancarse de ella. El golpeteo de Hilda se volvió más distante. Parpadeó, intentando retomar el control, cuando notó una figura brillante revoloteando en la periferia.

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Vanessa apenas fue capaz de mantener el equilibro cuando aterrizó, todavía en posición, antes de que la lanzase otra vez, la ira del demonio disparándose a través de ella. De repente se dio cuenta de que no deseaba ser convocado.

Ganó fortaleza mientras lo dijo y la habitación volvió a estar enfocada. Obligó a sus piernas a adoptar la posición, levantándose en un triunfante relevé. Sintió una fuerza subir por su columna. Le arqueó la espalda, haciendo que sus huesos crujiesen al doblarse en una pronunciada reverencia. Se levantó con dificultad y su boca empezó a moverse de nuevo. —¿Por qué me has convocado? —le preguntó en una profunda voz. Le dolían las cuerdas vocales con cada palabra extrañamente pronunciada. Vanessa se sentó en el suelo. —Quiero saber lo que tú sabes —contestó. —¿Lo que yo sé? —Dijo la voz del demonio estrangulando su garganta—. Lo que yo sé tú no quieres saberlo. Se levantó, dejando que el foco besase sus mejillas. —Sí quiero —le respondió—. DEBO. Estoy buscando a alguien. Abrió la boca y el demonio habló de nuevo. —Sólo si me liberas. Vanessa se detuvo, casi perdiendo el ritmo. ¿Liberarlo? —Si me liberas, te lo mostraré. Te ayudaré. Lo que sea que buscas, podemos encontrarlo.

—Acepto. Notó una fisura dentro de ella, larga y dentada, pero Vanessa no dejó de bailar. Levantó la cabeza hacia el foco, girando, haciendo

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Vanessa dejó que su pierna se deslizase hacia atrás en una elegante reverencia.

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Sus dedos se doblaron hacia fuera, como señalándole que aceptase la oferta.

piruetas, esperando. Una abrasadora fuerza se abrió camino de manera violenta a través de ella. Sus rodillas se echaron hacia atrás. Su cuello crujió hacia la izquierda, y luego hacia la derecha. Sus brazos se colocaron sobre su cabeza, preparándose para la secuencia final de pasos, cuando la puerta del estudio se abrió repentinamente. Una sombra se coló en la habitación, como una persona que conocía. ¿Justin? ¿Se llamaba así? No se acordaba. Otras dos se apiñaron tras él, largas e idénticas. Los Gemelos. Fratelli. Parecía que tenían prisa. Todo era muy confuso, la habitación acuosa y lenta a su alrededor. Por el rabillo del ojo Vanessa vio moverse los labios de una de las bailarinas. —¡Por fin! —dijo la chica, formando despacio cada sonido. Anna. Con su cara empolvada girada, como si estuviese intentando correr hacia ellos pero no pudiese. Algo más grande ocurría ahora—. Tenéis que detenerla, —dijo Anna, justo antes de empezar a hacer piruetas, incapaz de librarse del baile.

Justin debió haberlo notado, porque se detuvo repentinamente y la observó, inclinando la cabeza para poder verla mejor. De pronto, levantó una mano abierta y dijo algo en otro idioma. Vanessa no lo entendió, pero algo en su interior lo hizo.

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En la distancia podía ver a Justin moverse hacia el círculo de bailarinas, a los gemelos cernirse sobre él. Sus oscuros ojos fijos en Vanessa, y por un momento ella lo recordó: el sonido de su voz, el olor de su colonia, lo punzante de su vello facial mientras esperaba en la puerta bien entrada la noche. Pero tan pronto como los recuerdos vinieron, desaparecieron, y su cabeza se llenó con brillantes destellos que la aturdieron antes de volver a desaparecer, como brasas convirtiéndose en cenizas. El demonio había tomado el control.

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No os preocupéis, quiso decirles Vanessa. He hecho un trato con él. Pero fue empujada en una serie de pasos. Estaba abandonado este mundo ahora, flotando mientras todo a su alrededor permanecía lento y distorsionado, como si el único tiempo que importase fuese el ritmo de sus pasos.

La fuerza en su interior se encogió, como si las palabras la hubiesen herido. La voz se rompió, una confusión de susurros pobló su cabeza, y por un brevísimo momento, volvió a tomar el control. Justin estaba de pie en medio de la habitación, con la mano levantada. Ella extendió el brazo hacia él, encontrándose con su mirada. Justin, imploraban sus ojos. Ayúdame. Él debió entenderlo. —Vanessa —gritó. Y en ese segundo, perdió el control que pudiese tener sobre el demonio. Los ojos de Vanessa se empañaron y en algún lugar de su interior, las voces rotas volvieron a juntarse y dijeron Síiiiii. Hilda se colocó frente a él. Levantó el bastón de Josef, como si fuese a balancearlo hacia Justin, cuando Anna gritó ¡No! Con la angustia claramente en su cara, Anna forzó a sus piernas a abandonar la posición. Inmediatamente, Hilda giró el bastón y volvió a colocar a Anna en la línea. Las rodillas de Anna se enderezaron y su cara se tranquilizó, y volvió a caer en trance, con sus mejillas tan blancas como las de una muñeca de porcelana, sus labios rojos fruncidos.

Werzelya sonó en la habitación, reverberando en suelo y aire y en sus propios huesos.

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—¿Vosotros? —Señaló a Justin y los gemelos con el bastón—. Creí que erais demasiado jóvenes para aprender algo de magia útil. — Sacudió la mano y se giró hacia el círculo helado de bailarinas—. Pero no importa. Llegáis demasiado tarde, ya hemos encontrado a nuestro cuarto Invitado. Me habéis traicionado todos, —dijo Hilda en un grave gruñido—. Y sufriréis por ello. ¡Espíritu! ¿Cuál es tu nombre?

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Hilda habló, su voz abriéndose camino a través de la habitación.

—Werzelya, te lo ordeno: entra en tu huésped, —dijo Hilda mientras empezaba a dar golpes con su bastón una vez más. Vanessa podía ver las manchas amarillas de los dientes de Hilda mientras lo repetía una y otra vez. Y aunque la voz de Hilda fue perdiendo fuerza, Vanessa podía oír las palabras en su mente. Entra en ella. Empezó como un suspiro, aumentando de volumen hasta que la cabeza de Vanessa empezó a palpitar. Notó que sus pies empezaban a moverse más rápido. Su sangre parecía hervir, y su cara estaba tan caliente que sentía que podía disolverse allí mismo. Empezó a respirar más despacio. Sus labios se separaron y dejó escapar un suspiro sordo. Sí. El aire que la rodeaba empezó a arremolinarse hasta que formó un caluroso, delgado y embravecido embudo. Jadeaba y bufaba mientras se movía hacia ella. Hilda levantó sus manos como si lo estuviese dirigiendo hacia Vanessa. La hebra empezó a desenroscarse. Incapaz de evitarlo, Vanessa cerró los ojos e inspiró profundamente, inhalándolo hasta que pudo sentirlo abrasándole la garganta, haciendo presión contra sus pulmones. Giró la cabeza de lado a lado mientras tomaba posesión de ella. De repente, se quedó quieta.

Una avalancha de calor golpeó el cuello de Vanessa, inclinando su cabeza hacia arriba. Parpadeó. Su visión estaba nublada, como si una película oscura hubiese caído sobre sus ojos. Apenas podía ver el cuerpo de Justin, flanqueado por los gemelos Fratelli, uno a cada lado. Con un giro antinatural de las piernas, se

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—Deshazte de esos tres, —dijo Hilda, haciendo un gesto hacia Justin y los gemelos.

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Vanessa bajó la cabeza hasta que su barbilla descansó sobre su pecho. Desde algún lugar de la habitación se oyó a Justin llamarla, aunque su voz sonaba distante. ¿Estaba intentando ayudarla?

impulsó hacia adelante, y algo pareció salir disparado de ella, deformando el aire y precipitándose hacia adelante. Ondeó a través del aire, recogiendo a los tres recién llegados, y arrojándolos contra la pared. Vanessa oyó el golpe del cuerpo de Justin al deslizarse hasta el suelo, los ruidos sordos de los gemelos al caer tras él. Quería gritar, correr a su lado, pero sentía sus piernas tan frágiles que si las doblaba, podían hacerse añicos. No podía detenerse. Justin se esforzó por ponerse de rodillas. —¡Vanessa! Sintió que sus labios se movían sin ella. —No soy Vanessa. —¡Vanessa! ¡Recuerda! El demonio giró su cabeza hacia la derecha hasta que ya no pudo ver a Justin. La forzó a echar los hombros hacia atrás hasta que sus omóplatos se tocaron, y una mano invisible la empujó en un fouetté. La habitación empezó a girar. Volvió a oír su nombre. —Vanessa, —imploró Justin—. Sé que puedes oírme. Necesito tu ayuda. Todos los bailarines que nos dejaron antes. —¡Werzelya! —Hilda dejó escapar una risa grave—. ¡Vuelve a golpearles!

Se golpeó contra el suelo, inconsciente.

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Una espiral de calor lo levantó y lo lanzó contra el techo, dejándolo caer después.

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¡No! Vanessa quiso gritar, pero no pudo. Se contorsionó en un arabesco, impulsando toda la furia del demonio hacia Justin.

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Capítulo 26 + Traducido por Juls Corregido por katiliz94

Vanessa. Las figuras luminosas de las sombras bailarinas la rodearon, sus facciones dándose a conocer ante la luz. Una chica con una cara larga, sus zapatillas de punta pareciendo una versión antigua de las de Vanessa, como si fueran de hace dos décadas. Una chica con labios finos pintados y una red de rejilla alrededor de su moño, seguida por otra con mejillas llenas y pecas, y luego otra. Finalmente, una frágil morena, su cara pareciendo una versión más morena y delicada de Vanessa. Algo dentro de Vanessa se agitó. ¿Margaret?, preguntó. Vanessa, oyó de nuevo de la boca de la docena de muertas, su voz aireada y distante, la boca sin moverse. Míranos. Quédate con nosotras. El demonio dentro de ella echó la cabeza hacia atrás, obligando a sus ojos a quedarse fijos en el techo.

Ella bajó la mirada hacia sus brazos, esperando verlos transformados, pero se veían como siempre —delgados y suaves, sus manos limpias.

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Para su horror, los bordes de su silueta se ensancharon e hincharon, transformándose hasta que sus hombros se habían hecho más grandes y su cuerpo se había vuelto enorme.

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Los labios de Vanessa se separaron, y ella dejó escapar un gruñido gutural. Sus brazos se quebraron y su barbilla cayó abierta, pero solo podía vislumbrar el contorno de su silueta en el suelo de madera.

Las figuras luminosas a su alrededor se hicieron más brillantes. Sus pelos volvieron a tener color, pareciendo marrón claro, rubio, castaño o negro. Sus labios y sus mejillas recuperaron el color y sus ojos estaban delineados con sombras negras que revoloteaban cada vez que parpadeaban. Podía sentir el calor de sus brillos mientras bailaban aún más cerca, imitando sus movimientos. Vanessa, dijeron al unísono, sus susurros sonando en su cabeza. Libéralo. Su rostro se contrajo en un ceño fruncido. ¡Nunca! Dijo el demonio a través de sus labios agrietados. Ella es mi esposa. Tendré mi libertad. Ella me la dará. Shh, dijeron las figuras al demonio en su interior. La chica no es un cuerpo digno. Algo muy dentro de ella empezó a palpitar. Vanessa sintió que la tela de sus leotardos empezó a apretarse, cortándole la circulación. Trató de librarse de la presión, pero no podía moverse. Las figuras luminosas se acercaron aún más. La chica no es tu anfitriona. Es solo la llave, no la cerradora. Pero Hilda… El calor del demonio en su interior era insoportable ahora. Su piel le picaba mientras el fuego se deslizaba fuera, lamiendo su pecho, su garganta, sus mejillas. Gotas de sudor salpicaban su piel. Quería dejar de bailar, sentarse y descansar, pero no podía. Abrió la boca en busca de aire, pero se sentía como si ya no hubiera en la habitación.

Mira sus ojos. Cree que te controla, dijo otra, su larga melena negra disipándose en el aire como ceniza mientras ella, también, se giraba hacia Hilda. Quiere mantenerte, no liberarte.

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Mira el poder de Hilda, susurró una de las chicas luminosas.

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Steffie, pensó. TJ, Blaine. Ella intentó localizarlos en las sombras, pero no vio nada.

Si te quedas con Vanessa, serás el esclavo de otra, dijo otra. Si tomas a Hilda, serás libre. Deja que Vanessa se vaya. Déjala ir y serás libre. Las chicas dejaron de hablar, sin embargo, sus palabras hacían eco en la habitación. Vanessa se quedó en su posición, equilibrándose sobre dos pies como si estuviera suspendida entre dos mundos. Sintió al demonio dentro de ella tirando de sus costados, considerándolo. Sintió sus labios moverse. Hilda. Concentrándose en el sonido de su nombre. Vanessa extendió su mano, sus dedos hormigueando, a la más reciente de las sombras. Sus dedos se entrelazaron con la mano brillante de una de las siluetas. Sintió una sacudida de energía cuando la palma de la chica se cerraba alrededor de la suya. Las bailarinas luminosas se movieron por la sala hacia Hilda, su calor pulsando a través de Vanessa como electricidad. El demonio dentro de ella se estremeció. Su sangre se enfrío. Estaba listo. Se acercaron por el circulo exterior de las bailarinas, ella todavía congelada en los pasos de La Danza de Fuego.

—Yo fui la que te llamó. —Dijo Hilda—. ¡Tómame! Algo parecido a una espiral de aire se movió a su alrededor, apretándose alrededor de sus extremidades, el pecho y su garganta. —¡Sí! —Exclamó, levantando la cara hacia la luz del centro.

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Las piernas de Vanessa se movieron por voluntad propia, de sus labios separándose mientras un trenzado rojo de aire dejaba su boca y se dirigía hacia Hilda. El demonio se rascó contra su garganta, arañando mientras escapaba.

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—¡Sí! —Exclamó Hilda—. ¡Ven a mí!

Una pequeña ola viajó bajo la piel de Hilda, su sombra tembló y se expandió como si algo estuviera tratando de salir. Un tirón en el cuello y se volvió a nivelar con su cabeza, sus ojos negro metálico. Poco a poco, su sonrisa desapareció de su rostro. Las blancas brillantes de las bailarinas se colocaron a su alrededor.

figuras

Sus extremidades se tensaron. Una fuerza invisible arrastro sus piernas, colocando su espalda en posición. —No. —farfulló—. Espera… ¡Estás equivocado! No puedo… El sudor empapaba su ropa, enganchando su pelo a sus sienes. —No… No puedo, —jadeó. Los ojos de Hilda se volvieron a su cabeza, y las bailarinas brillantes empezaron a bailar. Rayos de luz empezaron a salir de su boca, obligando a sus labios a mantenerse abiertos. Me habéis hartado de mentiras, escupió con una voz que no era suya. Queríais esclavizarme. Pero no voy a ser encarcelado. Seré libre. Mientras su cara parecía agrietarse y de las fisuras salía una luz abrasadora, las figuras luminosas se iban acercando más. Vanessa ya no podía ver a Hilda, solo el nudo brillante retorciéndose y moviéndose en el que se habían convertido las bailarinas. —¡No! —exclamó Hilda.

Vanessa se tambaleó hacia atrás, sintiendo como la vida regresaba a sus dedos. La sala volvió a entrar en el foco. Junto a la puerta, Steffie, Blaine y TJ luchaban contra sus correas, a salvo ahora y aún vivos. Detrás de ellos, las figuras blancas de las bailarinas habían vuelto a recuperar su

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No quedaba nada de Hilda aparte de las brasas, silbando mientras se enfriaban hasta ser cenizas en el suelo de madera pulida.

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Las bailarinas explotaron con una terrible explosión de luz, y desaparecieron como cien mil luciérnagas. Las cosas de Josef cayeron al suelo con estrepito.

lugar en la pared, sus extremidades de la pintura blanca rodeadas de cenizas. Vanessa buscó a Zep, pero no lo encontró en ningún lado. Justin y los Fratellis estaban sentados a varios metros de distancia, aún inconscientes. A su alrededor, las trece bailarinas dejaron sus poses pareciendo aturdidas y desorientadas. —¿Qué ha pasado? —preguntó una de ellas.

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Vanessa miró abajo, sin saber que decir. Algunas cenizas habían manchado sus zapatos de punta de satén rosa. A solo metros de distancia, donde Hilda había estado, ya no había nada, ni siquiera un círculo carbonizado.

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Capítulo 27 + Traducido por Juls Corregido por katiliz94

Después de que la ceniza desapareciera, el estudio volvió a la vida. Vanessa se abrió paso entre las bailarinas, apenas escuchando sus susurros agitados. Había marcas por las lágrimas en el maquillaje blanco de Anna. Vanessa se arrodilló junto a sus amigos y empezó a deshacer los nudos hasta que todos estuvieron libres. —Lo siento mucho, —dijo. Sus caras estaban cubiertas de ceniza. Blaine se veía como si hubiera estado llorando, y las mejillas de TJ estaban rojas por las mordazas. Los hombros de Steffie se desplomaron por el agotamiento. No dijo nada, solo tiró a Vanessa y a los demás más cerca. Vanessa tomó una respiración profunda, inhalando el dulce aroma del cabello de Steffie, perdiendo su mano en los rizos de TJ y sintiendo el delgado brazo de Blaine alrededor de su hombro, pero se rompió. Justin.

Pero él permaneció inmóvil, con los ojos cerrados. Dos fuertes golpes en el suelo silenciaron la sala. Todas las cabezas se giraron hacia la puerta donde los gemelos Fratelli estaban ahora de pie. El cabello de Nicola estaba ligeramente despeinado, su delineador de ojos oscuro había manchado sus mejillas. El lunar bajo su ojo

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—¿Justin? ¿Puedes oírme? —Cuando no se movió, ella lo sacudió suavemente—. Justin.

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Estaba sentado en el lado lejano del estudio, su espalda contra la pared. Vanessa lo miró. Sus ojos aún estaban cerrados, y su mejilla magullada e hinchada, pero cálida cuando Vanessa lo tocó.

izquierdo igual que el de Nicholas, resaltaba los círculos oscuros bajo sus ojos. Él levanto la mano y su hermana lo imitó. —Por el poder de… la Elite Lirica —dijo Nicholas—, nosotros, um, arrestamos a todos los presentes en esta sala. Los jadeos indignados empezaron. Nicholas parecía nervioso. —Cierto. Quiero decir, no como arrestar, arrestar. Más como detener… —Lo que mi hermano está intentando decir es que estamos aquí para ayudar, —dijo Nicola. —Pero si alguno de vosotros estaba ayudando a Josef, Hilda o Zeppelin Gray —añadió Nicholas—, tendréis que pagar por vuestros crímenes. Vanessa dio un paso adelante. —Chicos, ¿estáis diciendo que representas a la Elite Lirica? —Bueno, sí y no, —dijo Nicola. —Quiero decir, realmente no tenemos tanta responsabilidad —dijo Nicholas—, pero seguimos insistiendo acerca de Josef. Sabíamos que estaba ocurriendo algo, pero nunca pudimos demostrarlo hasta ahora. —Y es por eso que ellos están de camino, —dijo Nicola, asintiendo. —No entiendo nada de lo que estáis diciendo. —Dijo Anna Franko—. ¿Qué es la Lírica…?

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—Son como un grupo de baile subterráneo secreto. La Elite Lirica es la unión de bailarinas encantadas que han jurado proteger a las personas de quienes tratan de utilizar el arte con fines oscuros. —Movió el brazo para señalar la habitación—. Como llamar a un demonio, por ejemplo.

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Nicholas dijo.

—Llaman a la gente como Josef necro-bailarines. —Dijo Nicola—. No sé por qué los malos siempre tienen los mejores nombres. —Me alegro de que encuentres esto muy, muy divertido. —Dijo Anna—. Voy a llamar a la policía. —¿Y qué, mostrarles la mancha blanca donde Hilda estaba? —Dijo Nicholas—. ¿Y el cadáver de Josef? Pensarán que nosotros los hemos matado. Nicola negó con la cabeza. —Mira, la Elite Lirica ha enviado a alguien importante que debería estar aquí en cualquier momento. Su nombre es Enzo. —Ella levantó su móvil—. ¿Ves? Nos envió un mensaje desde el aeropuerto. Nicholas bloqueó la puerta. —Ese demonio sigue suelto, igual que Zeppelin Gray, y hasta que no sepamos quien más estaba metido, nadie se va de aquí. Cada una de las bailarinas volvió su cabeza, mirando a las chicas a su alrededor con recelo. Y después, Anna se movió a través de ellas hacia la parte delantera de la habitación. —Ninguna de las bailarinas sabía lo que estaba pasando, —dijo en voz baja a los gemelos. Vanessa sintió la mano de Justin apretar la suya. Se movió, y después sus ojos se abrieron. —¿Vanessa? —Susurró.

—¿Qué paso? —El demonio destruyo a Hilda. —Dijo Vanessa—. Las bailarinas de las paredes lo convencieron para que dejara mi cuerpo. —Sus ojos viajaron a través de la pista de baile como si estuviera reviviendo lo que había ocurrido de nuevo—. Habitó su cuerpo y los dos desaparecieron.

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Justin alzo la mirada hacia ella.

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—Hola, —dijo ella, de pronto avergonzada.

—Se mordió el labio, por fin, dándose cuenta de lo que habían hecho—. Lo hicimos. Le ganamos. —Lo hiciste. —Corrigió Justin—. Eres increíble. Vanessa sintió que se sonrojaba. —En realidad no, tuve ayuda. Lo hicieron las bailarinas. —No. —Insistió Justin—. Tú las llamaste con tu baile. Vanessa lo miró con un atisbo de sonrisa. —Supongo que sí. —Además, siempre has ayudado, solo que no lo sabias. —Él se froto la mandíbula, que tenía un rastro de barba de varios días. Se dio cuenta de que se veía bien en él. Lo hacía verse mayor, aún más guapo—. ¿Sabes que hay más en ti que el talento para bailar, verdad? —dijo. Vanessa limpió distraídamente un poco de ceniza de su pierna. —Me estoy haciendo a la idea. Zep me hizo entender que yo era casi… —Mágica, —dijo Justin con una sonrisa. Vanessa hizo una pausa, sorprendida. —Sí. —Es verdad, solo por si no te has dado cuenta.

—Solo tenía una corazonada y no quería contártelo hasta que estuviera seguro. Aparte —continuó—, yo realmente… Se detuvo de repente y se sonrojó. —¿Tu realmente qué?

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—Cierto, —dijo—. Sabias lo que estaba ocurriendo todo el tiempo. ¿Por qué no me lo dijiste?

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Vanessa río.

—Bueno, quería asegurarme que estabas a salvo. De repente Vanessa se sintió tímida, como si Justin fuera un extraño. Se dio cuenta que apenas lo conocía, después de todo. —Después de dejar la escuela, no estaba seguro de querer volver. Margaret había desaparecido, y ella era la única cosa que me gustó de la NYBA. —Él desvió la mirada. Vanessa se dio cuenta que él solía tener un flechazo por Margaret—. Fue entonces cuando empecé a pensar que había algo malo con la academia. No tenía sentido para mí –la forma en que desapareció tan rápido. No era normal. Estudié danza con un tutor privado por dos años; ahí es cuando aprendí la leyenda de La Danza de Fuego. Me permití pensar que tal vez era cierta, que tal vez podía ayudarme a explicar la desaparición de Margaret. Pero el único modo de estar seguro era volver al sitio donde había ocurrido. He estado haciendo mi propia investigación desde entonces. Los gemelos Fratelli me encontraron este otoño. Me habían estado vigilando, dándose cuenta de los libros que había estado mirando en la biblioteca. Un día me encontraron solo y me dijeron que estaban haciendo lo mismo. Me hablaron de la Elite Lirica, de cómo querían unirse, y me preguntaron si quería ayudarles. —Pero si la Elite Lirica sabía lo que estaba ocurriendo —pregunto Vanessa—, ¿por qué no detenerlo? Justin frunció el ceño.

Justin soltó una risa avergonzada.

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—Intentaste advertirme. —Vanessa pensó en todas las veces que Justin le había dicho que se fuera—. Siempre sospechaste de Zep. Debería haber escuchado. —Vanessa lo miro a los ojos—. ¿Cómo es que sabes ruso?

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—Nunca he tenido contacto directo con ellos. Es una organización muy antigua europea, y hay otras academias, otra gente como Josef… —Justin empezó a toser—. Deberían haber enviado a alguien aquí, pero los Fratellis dijeron que necesitaban pruebas. Eso es lo que he… lo que hemos estado buscando. —Se pasó las manos por debajo de los ojos—. Las desapariciones los hicieron sospechar, pero no era suficiente. Y ahora mira que ha pasado.

—Oh, eso es cuestión de suerte. Mi abuela era rusa. Me enseñó mientras me recuperaba de mi lesión. Al parecer, lo hablaba fluido de pequeño, pero no puedo recordar nada de eso. —Se inclinó hacia delante, sus hombros rozando los de ella—. Debe ser útil si tenemos que rastrear al demonio que trajiste. Por no mencionar a la gente para la que Josef y Hilda trabajaban. Ella debió verse incrédula, porque Justin se rio en voz baja. —¿Crees que Josef y Hilda eran los únicos que sabían de La Danza de Fuego? Solo eran un par de todos los necro-bailarines que hay realmente oscuros en Europa. —¿Así que vas a dejar la escuela otra vez? —preguntó Vanessa. —Tengo que hacerlo. —dijo—. Ahora que el demonio está aquí, tengo que ayudar a los otros a derrotarlo. Pero no quiero ir si eso significa dejarte atrás. —Acercó su mano a la de ella está que sus dedos estaban casi tocándose—. Me gustaría poder tenerte a mi lado. Ella no movió la mano. En cambio, estudió su cara —el ángulo suave de su frente, la agudeza de su mandíbula, el suave azul de sus ojos— como si lo viera por primera vez. Tragó saliva, las palabras saliendo antes de que pudiera saberlo, que en el fondo, eran ciertas.

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—De todos modos nunca he venido aquí para bailar.

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Epílogo + Traducido SOS por Key Corregido por katiliz94

La nieve se arremolinaba alrededor de los pies de Vanessa y se quedaba atrapada en sus pestañas mientras corría por la plaza en el Lincoln Center, Justin a su lado, con las manos metidas en los bolsillos de su abrigo de lana. Era finales de noviembre, la semana antes de Acción de Gracias. Vanessa miró por encima del hombro, dejando que su pelo rojo golpeara en su cara. Un grupo de turistas estaban tomando fotografías junto a la fuente, y las parejas serpenteaban junto a ellos en la calle, los brazos entrelazados mientras miraban hacia arriba, admirando la caída de la nieve. Ella y Justin empujaron a través de las puertas de cristal del teatro de ballet.

—Está bien —dijo Justin, nivelando su mirada—. Se ha ido. Aquí nada puede hacerte daño. —Él le tendió la mano.

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Justin caminó dentro del estudio subterráneo de las prácticas y encendió las luces, pero Vanessa vaciló en la puerta. Las figuras blancas todavía estaban congeladas sobre la pared. El lugar donde el cuerpo de Josef había yacido fue limpiado, y el suelo estaba desnudo, salvo por el anillo oscuro de la ceniza en el centro, en el que el demonio había consumido a Chloë. En el lado de la habitación donde el demonio había entrado en Hilda, no había nada, ni siquiera una mancha.

338

Había pasado una semana desde que el demonio había tomado el cuerpo de Hilda. Nadie en la academia sabía lo que había pasado; sólo que Hilda y José habían dejado misteriosamente la academia antes de los ensayos de que los ensayos de El Pájaro de Fuego hubieran terminado. Fue un escándalo, pero uno pequeño. El coreógrafo y su ayudante habían sido nunca muy queridos de todos modos.

Con cautela, Vanessa dio un paso en la habitación. Sólo la sensación de la planta hizo estremecer, pero siguió poniendo un pie delante del otro. Era una bailarina, después de todo. Justin la tomó del brazo y la condujo a la pared, teniendo cuidado de caminar por el espacio en el que había muerto Josef, como si aún estuviera allí, esperando a subir de nuevo. El toque de Justin la calmó, la hacía sentir segura. Se quitó el abrigo y los calentadores. Debajo de ellos, llevaba un leotardo negro y medias. Ella se quedó mirando las figuras blancas, congeladas en sus poses, más grandes de lo que recordaba. Se puso un par de zapatillas de punta, anudando las cintas firmemente alrededor de sus tobillos. Antes de que ella comenzara, le dio a Justin una mirada nerviosa. —Sólo hacemos exactamente lo que hablamos y todo irá bien— dijo suavemente—. Recuerda, yo estoy aquí. Vanessa asintió y se volvió hacia la figura blanca en la pared frente a ella. Congelada en un arabesco. Con un giro rápido de la pierna, Vanessa se giró a sí misma en un dedo del pie, imitando la pose de la figura. Mantuvo la posición, empujando todos sus pensamientos de la cabeza hasta que se sintió ingrávida, aireada. La única imagen en su cabeza era la forma en la pared. Se imaginó lo que estaba buscando en un espejo, al ver su sombra, blanca y luminosa. Los bordes de la figura empezaron a brillar, como si la luz brillara desde atrás, y sus piernas se despegaron de la pintura desconchada, despegándose a sí misma de la pared, seguida por el resto de su cuerpo, hasta que la figura luminosa se puso delante de Vanessa, reflejándola. Vanessa cerró los ojos y repitió tres palabras en su cabeza.

Chloë Martin. Incapaz de evitarlo, Vanessa se tambaleó, su pierna se dobló debajo de ella. Se contuvo justo antes de que se cayera y se volvió hacia la pared, pero la chica luminosa había desaparecido, su cuerpo se redujo a una capa opaca de pintura.

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Ella esperó, sosteniendo la postura, los músculos quemando, hasta que oyó. Una voz suave, tan delgada como el viento.

339

¿Quién eres?

—Ella me dijo su nombre —dijo Vanessa. Como Justin lo planeó, ella continuó a la siguiente figura, y luego la siguiente, copiando sus posturas hasta que llegaron a la vida. Pidió a cada una de ellas sus nombres, y cuando pudo, pidió más. —Están muertas —dijo a Justin, tras la comprensión del último nombre, Josephine Front—. Todas muertas. Se quedaron en un silencio sombrío. —Por lo menos ahora podemos poner sus casos al resto —dijo Justin. Pero Vanessa no estaba satisfecha. Recorrió las paredes, en busca de la última chica, a la que había visto tantas otras veces. —¿Vanessa? —preguntó Justin—. ¿Qué está mal? —Ella no está aquí —murmuró Vanessa, girando en un círculo—. La que se parecía a Margaret. Ella ya no está aquí. —¿Qué quieres decir? —dijo Justin, confundido. Él se quedó mirando la pared—. Todas tienen el mismo aspecto para mí. Vanessa recordó que él no había visto a ninguno de los personajes tomando vida. No había visto sus caras. Nadie podía ver, pero ella sí. —Creo que mi hermana está... sigue viva —susurró.

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Blaine entraba y salía, Steffie estaba en la cama de TJ pintándose las uñas, aunque ninguna de ellas era particularmente locuaz. Los cuatro habían acordado mantener el secreto de lo que realmente había sucedido en la sala de ensayo, pero la verdad inquietaba con todo el mundo. Aparte de Anna Franko, ninguna de las trece princesas recordaba mucho de lo que había pasado, e incluso Anna no estaba completamente clara al respecto.

340

Las voces de las bailarinas de la sombra finalmente despedidas — para descansar— se quedaron con ella todo el día mientras ella y TJ empacaban para las vacaciones de Acción de Gracias.

—Hay drogas y hechizos que gente como Josef puede usar — había dicho Nicholas—, que hacen de la gente masilla en sus manos. —Al igual que Play-Doh, él quiere decir —añadió Nicola. —Sé lo que es la masilla, gracias —dijo Steffie. —De todos modos —terminó Nicholas—, sus mentes no eran del todo suyas. A Steffie no se le permitió volver a su habitación hasta que el representante de la Elite Lírica —un tipo llamado Enzo que parecía recién salido de la universidad— hubiera terminado de transcribir el diario de Margaret. Confiaba en que podría contener pistas sobre donde había desaparecido. Cualquier otro día, Vanessa se habitación y le exigiría leer cada Estaba agotada, y quería pasar sus con la gente que conocía, que importar lo que pasó.

habría encerrado a sí misma en la palabra, pero eso podía esperar. últimos momentos en la academia siempre estaría ahí para ella, sin

No fue sino hasta tarde por la noche que su teléfono móvil sonó. Empacó el último de sus libros en la maleta y respondió. —Vanessa —dijo su madre con un suspiro—. Tenemos el mensaje de que se cancela la actuación de El Pájaro de Fuego. Sabía que Josef no era de fiar: No puedo creer que él se fuese con su ayudante. ¿No podía haber esperado hasta el final del semestre? ¿Cuál es la prisa? —Sí, nos dejó tirados —dijo Vanessa, compartiendo una mirada de complicidad con Steffie—. Estamos todos decepcionados.

TJ había ido a lavarse antes de acostarse, y Vanessa se quedó mirando a la pared. Ahora estaba vacía, todos los carteles despegados y guardados, porque no sabía si iba a volver.

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—Conseguirás dirigir la producción del próximo año, cariño. No puedo esperar a verte mañana.

Y entonces las vio. Las zapatillas de punta viejas de Margaret asomadas desde debajo de su cama. Vanessa deslizó las zapatillas y les limpió el polvo del satén pálido. Las iniciales de su hermana todavía estaban talladas en las plantas en el mismo garabato tambaleante con el que su diario había sido escrito. Vanessa les dio la vuelta y miró en su interior, donde dos impresiones lisas seguían presionadas en la piel, suaves y oscuras como una sombra de los pies de su hermana. —Una sombra —dijo Vanessa. Ella se quitó los zapatos. Sus dedos estaban rojos y vendados. Ella se colocó sobre los zapatos de su hermana, preguntándose si iban a encajar. Y por primera vez desde la desaparición de Margaret, se las puso. Los tacos de lana de oveja de peluche todavía dentro de la zona de los dedos se sentían suaves contra su piel. Ella pasó los dedos por la costura donde su hermana había cosido la cinta en la zapatilla y las enrolló alrededor de sus tobillos hasta que estaban tensos. Cuando terminó, se puso de pie, flexionando los pies hacia atrás y adelante. Para sorpresa de Vanessa, eran casi un ajuste perfecto.

—Margaret —susurró Vanessa. ¿Significaba que estaba muerta? Con cuidado, levantó por sí misma en un dedo del pie, luego el otro. Un flash. Los labios rojos; la malla; los pies descalzos, delicados.

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Vanessa saltó hacia atrás y se quedó mirando los zapatos. El momento en que sus pies cayeron de plano, la imagen desapareció, pero no necesitaba saber quién era. La forma de los labios de la chica, el ángulo de su arco, la línea de su torso, que eran inconfundibles para Vanessa, que había pasado toda su infancia viendo el baile de su hermana.

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Con cuidado, levantó un dedo del pie y luego el siguiente, estabilizándose en su escritorio hasta que estaba de pie en punta. Soltó y extendió sus manos sobre su cabeza. Levantó la barbilla a la luz cuando un destello de color chamuscó su mente. Un par de labios rojos delgados, temblando. Un leotardo desnudo enmarañado en la caja torácica de una chica, que se expandió y se contrajo rápidamente, como si estuviera llorando. Y un pie delicado, desnudo y delgado y puntiagudo, preparado para bailar.

Vanessa cerró los ojos, aferrándose a la imagen. Su hermana extendió su pierna, señalando con el pie como colocarse para el inicio de un baile. Pero no era un baile en absoluto. Con cierta dificultad, arrastró su dedo a lo largo del suelo. Yo. Escribió en una tambaleante letra torcida. Todavía. Dibujó despacio, con cuidado, raspando las letras en el suelo hasta que hubo escrito cuatro palabras: Yo todavía estoy aquí. Su hermana era casi palpable, su sudor, sus lágrimas, su respiración. Incapaz de mantenerse en punta por más tiempo, Vanessa se derrumbó. La imagen se desvaneció cuando sus pies tocaron la alfombra, pero no la dejó. Margaret no estaba muerta. Ella estaba por ahí en alguna parte. Y Vanessa sabía lo que tenía que hacer.

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Recogió los zapatos y los envolvió en papel de embalaje, sellando el paquete apretado con cinta. Lo guardó en su maleta e hizo una promesa. Sí, ayudaría a Justin a encontrar este demonio. Pero también iba a encontrar a su hermana. Y cuando lo hiciera, iría por quien fuera el responsable, o moriría en el intento.

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Dance of Fire + (Dance of Shadows #2)

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Sin portada, sinopsis ni fecha especificadas.

Sobre la Autora + Yelena Black

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Yelena Black es una reciente graduada de MFA en la Universidad de Columbia. Actualmente reside en la Ciudad de Nueva York y es una escritora a tiempo completo. Ha estado interesada en la danza y todas las cosas diabólicas.

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Traducido, Corregido y Diseñado +

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http://perfectdream.foroactivo.com/

http://eyesofangels.foroactivo.com/

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Yelena Black - 1. Dance of Shadows (Dance of Shadows)

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