La princesa de dance City. Cristina Merenciano Navarro

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LA PRINCESA DE DANCE CITY Cristina Merenciano Navarro

Érase una vez, un príncipe muy guapo muy guapo muy guapo, que vivía con sus papás los reyes en un castillo muy hermoso. Cuando cumplió dieciocho años su padre le dijo que debía casarse y tener un hijo para que él pudiera dejar su reino sabiendo que tendría descendencia. El príncipe tan guapo tan guapo tan guapo empezó a buscar esposa entre las damas del reino. Primero visitó a una dama dedicada a la costura, y se dio cuenta de que con ella siempre tendría bonitos trajes, pero no le llenó lo suficiente. Después visitó a una cocinera, y se dio cuenta de que con ella la comida servida a la mesa sería siempre exquisita, pero no le llenó lo suficiente. Visitó y visitó a damas con distintas profesiones, y todas eran estupendas, pero ninguna le llenaba lo suficiente. Un día que el príncipe paseaba por el bosque, escuchó el canto de una doncella como viento susurrante en sus oídos. Se quedó paralizado cuando vio a una dama danzando entre las flores. Sus movimientos, lentos y acompasados, lo volvieron loco y se enamoró en el acto de ella. Cuando el príncipe pidió a la dama que se casara con él ésta le contestó que era muy joven e inexperta. - Apenas sé hacer nada, todavía no tengo una profesión. – dijo la dama. - No importa, me deleitaré viéndote bailar para mí y me encantaría que me enseñases. - le contestó el príncipe. El príncipe contó a sus padres los reyes la decisión que había tomado de casarse con una bailarina, los cuales se escandalizaron porque no pensaban que esa profesión aportara nada. Pero cuando el príncipe la llevó a palacio, la dama les hizo una demostración y todos quedaron tan encantados, que no hubo nadie que se atreviera a contradecir la decisión del príncipe guapo, guapo, pero que muy guapo. Ambos vivieron felices para siempre, y el príncipe no dejó de admirar nunca la belleza de su mujer mientras bailaba.

De pequeña mi madre me contaba ese cuento todas las noches. Me imaginaba a un príncipe de rasgos marcados, moreno, de ojos claros, piel bronceada, esbelto… Me imaginaba que yo era la doncella que bailaba para él, y conseguía volverle loco solo con mis movimientos. Me imaginaba que yo era bella, de pelo rubio y ojos azules, delgada pero con curvas. E imaginando me dormía y soñaba con todo ello deseando que alguna vez, mis deseos se hicieran realidad.

-1-

Me desperté con la música del despertador de mi móvil y me dieron ganas de lanzarlo a la otra punta de la habitación. Por suerte, a pesar de que estaba grogui, también estaba lo suficientemente consciente como para darme cuenta de lo que supondría quedarme sin teléfono, así que a pesar de lo mucho que odiaba madrugar, todas las mañanas me contenía e intentaba apagarlo suavemente. Me había puesto como melodía la canción “Suerte” de Jason Mraz y Ximena Sariñana porque me relajaba mucho escucharla, pero ni aun así conseguía levantarme de buen humor. Sobre todo porque sabía la mañana que me esperaba, trabajando en el horno, con el calor agobiante. Lo único bueno que tenía ese día era que por fin era viernes, y esa noche trabajaba en lo que realmente me gustaba. Había conseguido que en la panadería me hicieran un contrato de lunes a viernes solo porque por nada del mundo dejaría mi trabajo de los fines de semana, a pesar de que sabía que tenía que complementarlo con otro curro para poder salir adelante. Y no es que en la discoteca me pagaran mal. Conseguía ochocientos euros al mes trabajando tan solo viernes y sábados. Pero ese trabajo exigía una imagen, y tenía que comprarme ropa y calzado adecuados, así como que no podía vérseme continuamente con los mismos modelos encima del escenario, por lo que tenía que estar renovando el vestuario continuamente. Además de que estaba pagando el Peugeot RCZ que me había comprado hacía un año porque era una fardona, y entre la letra y lo que me costaba mantener, necesitaba tener dos trabajos. Me levanté sin poder abrir los ojos, pegados por las legañas. Me preparé el café con leche antes que nada porque salía demasiado caliente y así, mientras me arreglaba se iba enfriando. Me miré al espejo y vi la pinta que tenía. Menos mal que el maquillaje hacía milagros en mí, porque recién levantada estaba que daba miedo. Aunque para ir al horno no podía pintarme demasiado porque del calor la pintura acababa toda corrida. Por lo menos un poco de colorete disimulaba el color aceituno de mi rostro. Salí de casa corriendo porque llegaba tarde y sabía que mi jefa no me aguantaría una más. El lunes había llegado tarde, como casi todos, y me dijo que a la próxima me pondría de patitas en la calle, y no

podía permitirme que eso ocurriera. Pero es que los lunes estaba tan cansada… Los sábados terminaba de trabajar en la discoteca a las ocho de la mañana y como el domingo me lo pasaba resacosa, los lunes todavía no me había recuperado del cansancio acumulado. Por suerte, llegué antes que mi jefa. Fue un alivio encontrarme el horno cerrado porque podría decir que llevaba rato esperando. La jefa apareció por una esquina acompañada de Elvira, mi compañera. Ambas habían ido a tomar un café mientras esperaban al marido de la jefa, porque ésta se había olvidado las llaves en casa. Mierda. Ahora no podría salirme con la mía. Ángeles, mi jefa, me miró moviendo la cabeza a un lado y a otro como diciendo “te libras por mi despiste que si no…” y yo la miré tratando de sacar mi mejor sonrisa mezclada con un

LO

SIENTO, como una catedral. Elvira era muy dicharachera. Se notaba que el trabajo le gustaba y parecía que pretendiera heredar la panadería. Era muy pelota y siempre estaba dispuesta a hacer las tareas más costosas, cosa que a mí me parecía bien porque así me libraba yo de hacerlas. Lo bueno era que no se metía conmigo por ello. Me admiraba mucho porque me había visto bailar en la discoteca y estaba alucinada. No solía decir nunca que de pequeña había dado clases de ballet para que pareciera que mis movimientos eran innatos, y me enorgullecía cuando alguien se quedaba como lo había hecho mi compañera de trabajo. Además, tanto se habían burlado de mí mis compañeros del colegio cuando lo contaba que me prometí que nunca más se lo diría a nadie. Era mi secreto, solo yo sabía que si bailaba tan bien era porque usaba pasos aprendidos en la infancia. Una cosa buena que tenía el trabajo en el horno era que también hacíamos comida para llevar, y cuando sobraba, que era lo más normal, sobre todo porque cocinaba la jefa y no es que lo hiciera muy bien, nos dejaba llevarnos lo que quisiéramos. Había días que me había llevado hasta tres comidas diferentes, y cuando había llegado a mi casa dos de ellas se habían ido directas al congelador. Así los fines de semana solo tenía que descongelar cuando me levantara, normalmente por la tarde. Ese día solo sobró un poco de lasaña, el resto de comidas se vendieron a gente que era la primera

vez que entraba y como la pinta no es que estuviera mal (aunque sabía que luego se sorprenderían con el sabor), se había vendido casi todo. Me fui a mi casa con mi lasaña pensando en qué modelito luciría esa noche. Comí y me duché porque necesitaba quitarme el olor a horno de encima y me tumbé en la cama a descansar porque ese día todavía me esperaban otras cuatro horas de curro, que aunque fueran esas en total, por los tiempos que bailaba, en realidad suponían estar ocho horas en las discoteca. Bailábamos siempre dos bailarinas durante quince minutos, descansábamos otros quince, y así toda la noche. Y me sentía importante, admirada, deseada… Me planché el pelo porque me gustaba empezar la noche lo más arreglada que pudiera, a sabiendas de que poco a poco y con el sudor, se me iría ondulando, así como corriéndose el maquillaje (aunque para eso tenía arreglo porque me lo retocaba en los descansos); el pelo al final solía acabar recogido en una coleta. Llegué a la discoteca a las once y cuarto, siempre con tiempo para tomarme una copa antes y después de cambiarme y así empezar a trabajar un poco entonada. No es que me diera vergüenza subirme al escenario a hacer lo que sabía que mejor se me daba. Seguramente en un recital de ballet, con todos los espectadores sentados y observándome fijamente, me habría dado más miedo escénico que en la discoteca. Pero es que en Dance City tenía que lidiar con los típicos pesados que queriendo hacerse los graciosos no dejaban de molestar. Eso era lo único que no me gustaba de ese trabajo. Pero en fin, ¡no podía ser todo perfecto! Amanda era mi compañera de baile. Tenía dos años más que yo pero parecía que tuviera más. A mí siempre me han echado menos edad de la que tengo y a lo mejor por eso a ella la veía tan mayor. Ella decía que la vida la había tratado mal y yo pensaba que por eso estaría tan demacrada. Pero lo cierto es que la mía no había sido una vida como para echar cohetes. No entendía cómo la contrataban todavía, porque sabía que Francisco, el dueño de la discoteca, miraba mucho el físico, y Amanda estaba muy delgada, excesivamente, y era guapa, pero desentonaba mucho conmigo y con las otras dos chicas. De Rebeca y de Merche apenas sabía nada porque como bailábamos siempre por separado apenas hablábamos

más que cuando estábamos en los vestuarios. Esa noche me puse un corpiño naranja de tela brillante con una braga de bikini blanca y unas botas por encima de las rodillas blancas de charol. Me anudé a la cabeza una cinta de la misma tela que el corpiño porque me gustaba parecer una niña buena, y comprobando que el maquillaje estaba perfecto, salí con Amanda al escenario. Cada una en un lado, llenábamos el escenario con nuestros movimientos animando a la gente a bailar. Como siempre, al principio de la noche apenas había nadie y bailábamos sin cansarnos demasiado dejando lo bueno para cuando la discoteca se llenara. Además la música tampoco acompañaba. Era como si el disc-yóquey pensara que como no había gente hubiera que poner la peor música. No motivaba. Poco a poco la discoteca se fue llenando, y nosotras animándonos. Solíamos descansar en el cuarto donde nos cambiábamos, pero si nos lo estábamos pasando bien, nos quedábamos en la pista mientras bailaban nuestras compañeras. Y eso era cuando se nos acercaba alguien que mereciera la pena, y cuando digo alguien me refiero a un tío bueno al que dieran ganas de echarle un polvo. Bajé del escenario después del cuarto pase con ganas de hacer pis. Me dirigí al cuarto de baño pero un tipo me paró por el camino. Me agarró del brazo y me dejó mirándole a la cara. - Hola, guapetona, ¿cómo te llamas? – típica pregunta que solían hacer todos. - Ah, yo no me llamo, pero bueno, me suelen llamar Sandra. – le contesté gastando la misma broma que hasta a mí empezaba a sonarme repetitiva, pero que como la hacía con tíos distintos, solía repetir porque causaba gracia. Cuando trabajaba solía dar nombres falsos porque no me gustaba que supieran demasiado sobre mí, y menos mi verdadero nombre. - Sandra, encantado, yo me llamo Javi. – dijo el chico. La verdad es que no estaba nada mal. - No, tú no te llamas. – seguí con la broma. - Ya, ya, qué ingeniosa. – el tío trataba de mostrarme su mejor lado porque quería enrollarse conmigo. Estaba acostumbrada a esa cara, la cara que te dice mira qué guay que soy, podemos

montárnoslo cuando quieras ¿qué tal ahora? - Bueno, lo siento pero me has pillado que iba al baño. – dije intentando soltarme de Javi, que todavía me tenía cogida del brazo. - Está bien, te espero aquí. - Y luego tendré que trabajar. Mira, ¿ves ese escenario? Pues yo soy la que hace cinco minutos estaba ahí, y como no vaya rápido al baño se me pasará mi tiempo y no podré hacer pipí. Me solté pensando que si el tío de verdad estaba interesado, esperaría a que estuviera menos ocupada. Entré en el vestuario de los trabajadores y mientras hacía pipí, pensé que tal vez volviera por el mismo camino hacia el escenario para volver a ver a Javi, a ver si todavía se acordaba de mí. ¡Cuántas veces me habían tirado los trastos tíos que luego, cuando he vuelto a pasar han estado ligando con otra chica, o se me han vuelto a presentar como si no me hubieran visto antes! Lo que hace el alcohol. La verdad es que Javi estaba muy, pero que muy bueno. Tendría que haberme entretenido un poquito más con él. Pasé por su lado pero iba muy justa de tiempo. Cuando tenía que ir al baño se me pasaba el tiempo visto y no visto, porque tenía que ir esquivando a la gente hasta llegar al vestuario, y luego lo mismo para la vuelta. - Hola Sandraa. – me dijo. Casi me enfado porque no me acordaba del nombre que le había dado y creí que había sido él quien había oído mal, o que me confundía con otra. Pero tuve reflejos y reaccioné a tiempo. - Hola Javii. – contesté – Nos vemos luego, ¿vale? Ahora tengo que trabajar. - Vale, guapetona. Me fui hacia el escenario más contenta que unas pascuas, después de que un chico tan guapo me piropeara. Era mi estimulante preferido. Cuando un chico guapo me decía lo bien que bailaba o lo guapa que era, aunque lo primero supiera que era verdad y de lo segundo aún dudara, me sentía feliz, importante

y poderosa, capaz de comerme el mundo de un bocado, capaz de hacer lo que fuera. Subí al escenario, donde la chica que estaba bailando ya me estaba señalando el reloj dando a entender que me había retrasado. - Lo siento. – dije una vez arriba. No contestó y en lugar de ello me miró de reojo perdonándome la vida, como si por esos dos minutos que había tardado en llegar al escenario, se fuera a desmayar por el cansancio o algo así. A mí me daba igual bailar más tiempo cuando me tocaba, y estaba segura de que la bailarina se iba a coger su tiempo vengándose de mí por mi tardanza. Me puse a bailar y no tardé en ver a Javi bajo el escenario. Le había gustado. O mejor dicho, le había gustado mi físico lo suficiente como para seguirme la coba toda la noche hasta conseguir que nos enrolláramos. Me miraba desde abajo y me mostraba el pulgar en señal de afirmación. Me estaba empezando a parecer un poco garrulo pero seguía estando bueno, así que decidí ignorar las tonterías que hacía. Mi compañera tardó cinco minutos más de la cuenta en volver, pero yo le sonreí cuando pasó por mi lado. Javi me esperaba con los brazos extendidos hacia mí. Bajé de un salto directa a su cintura, enrosqué las piernas alrededor de él y empezamos a besarnos como locos entre medio de tanta gente. - Che, calent, solta a la xiqueta, calent – oí que le gritaba un amigo. Pero Javi no dejaba de besarme y yo no hacía nada porque lo hiciera. Su perfume me estaba embriagando demasiado como para darme cuenta de que lo que estaba haciendo no estaba bien, sobre todo porque a mi jefe no le gustaba que los demás vieran que era inaccesible. Se suponía que debía bailar de forma que todos los chicos me desearan, pero con la seguridad de que ninguno me iba a conseguir. - Vamos a otro sitio. – dije. Javi me bajó al suelo y yo le cogí de la mano para conducirlo hacia un lugar donde no nos viera nadie. Sus amigos empezaron a silbar cuando vieron que me iba con él. Nos metimos en un reservado, a

sabiendas de que si Francisco me pillaba me despediría, pero cuando el perfume de un tío me había hipnotizado, ya no podía evitar estar con él. Nos sentamos en un sofá y Javi se me tiró encima metiendo su mano directamente por debajo de mi braga bikini y mis medias. Empezó a tocarme el clítoris empapado al tiempo que me besaba, y yo sabía que ese hombre ya me tenía toda para él. Era mi debilidad, un chico guapo que huele bien y que sabe dónde y cómo tocar. Umm, necesitaba su polla dentro de mí, pero era consciente de que no tenía tiempo porque estaba trabajando. Toqué el bulto de su pene por encima del pantalón vaquero mientras me decía “Oh, nena, qué buena que estás”, pero no quería lanzarme demasiado porque sabía que lo iba a tener que cortar en breve. - ¿Aguantarás hasta que termine de trabajar? – pregunté, cortando el rollo. - Te deseo ahora. – dijo Javi, metiéndome un dedo dentro de la vagina. Gemí y mis caderas reaccionaron moviéndose hacia adelante, necesitando correrme con su contacto. Pero volví a separarme de él para mirar el reloj. Sabía que podía dejarme llevar y correrme solo con su mano, pero sería injusto que me fuera y lo dejara así. - Tengo que volver al escenario. - ¿Es necesario? – preguntó poniéndome morritos como si tratara de convencerme de que no fuera. - Claro que sí. Estoy trabajando. - Un trabajo muy divertido. - Sí, me encanta. - A mí me encantas tú. - Entonces, ¿podrás esperar? - Lo intentaré. – dijo incorporándose para dejar que me levantara. – Pero no sé si mis amigos querrán irse antes.

- ¿Dependes de tus amigos? – pregunté mirándole lo más sexy que pude. - Claro que no. - ¿Entonces? - Te esperaré. Me lancé sobre él y lo besé con tanto entusiasmo, que los dos caímos nuevamente sobre el sofá. - Mi compañera me va a matar. Es la segunda vez esta noche que llego tarde al relevo, y todo por tu culpa. – dije riéndome. Fuimos cogidos de la mano hasta el grupo en el que estaban sus amigos y yo seguí hasta el escenario. - ¡Vaya nochecita llevamos! – se quejó mi compañera. - Lo siento. Si quieres ahora hago dos turnos seguidos. - Bueno, ya veremos, me voy a descansar. Empecé a bailar sin dejar de mirar al chico con el que acababa de enrollarme, dándome cuenta de que no me quitaba el ojo de encima. Quería lucirme por él, que viera lo bien que bailaba, porque yo no era solamente una bailarina de discoteca, yo había hecho ballet cuando era pequeña, y mis movimientos no eran como los de mis compañeras sino que utilizaba lo que había aprendido, adaptándolo a la música house, funk, e incluso al hip-hop. También comprobé que había una centena de tíos babeando bajo el escenario, y me alegré porque quería que Javi se diera cuenta de que entre todos, él era el único que me iba a tener. La que me tenía que sustituir se tomó su tiempo, tanto que llegué a doblar mi turno como le había dicho que haría. Entre tanto, vi como el grupo de Javi se iba reduciendo cada vez más. Cuando bajé del escenario, todavía con dos horas por delante para que terminara mi trabajo, le dije que no podía irme con él todos los descansos al reservado porque eso me hacía que llegara tarde al cambio, y ya tenía a mi compañera bastante molesta.

- ¿Podrás esperar a que termine mi trabajo? – volví a preguntar, dándome cuenta de que ya no le quedaban muchos amigos. - ¡Claro! No te preocupes. Vamos, te invito a tomar algo. – contestó. Fui a la barra con él advirtiéndole de que no me besara delante de los camareros, y nos pedidos unos cubatas. Una camarera me miró sonriendo cuando vio que pagaba Javi las dos bebidas. La verdad es que los empleados podíamos beber lo que quisiéramos gratis, y dejar que un chico pagara mi copa, era una forma de otorgarle cierta ventaja sobre mí. Pero lo hacía consciente de que era porque yo quería. - Y ¿trabajas aquí todos los días? - me preguntó Javi queriendo entablar conversación. - Los viernes y sábados, ¿no habías venido antes? – pregunté consciente de que si hubiera sido así me habría visto. - No, esta noche ha sido la primera vez, pero no dudes de que no será la última. - ¿A qué te dedicas? – típica pregunta. Oh, noo, me estaba volviendo una clásica. - Trabajo de mecánico en un taller de reparación de coches. Lo imaginé lleno de grasa por la cara y las manos, oliendo a una mezcla de aceite de coches junto con su perfume. Seguro que estaba de lo más sexy con un mono azul. - Y tú, además de esto, ¿haces algo más? – preguntó él. - Trabajo entre semana en una panadería. Frunció el ceño preguntándose qué hacía una chica que bailaba tan bien trabajando en un sitio así, y yo miré el reloj. Quería llegar un poco antes de tiempo para compensar las tardanzas anteriores. - Bueno, me toca. Luego nos vemos. Y diciendo eso, cogí mi copa y la llevé conmigo hasta el escenario. Allí solíamos tener botellitas de agua, pero no pensaba dejar que el cubata se aguara durante el cuarto de hora que iba a estar sin él. Era un cubata pagado y había que aprovecharlo. Empecé a bailar usando otra de mis estrategias que era no hacer caso del tío con el que me acabo

de enrollar para que no crea que estoy loca por él y así aumentar el deseo de tenerme. Bailé y bailé durante quince minutos y cuando bajé Javi se había quedado solo. Eso era lo que no me gustaba de conocer a un chico demasiado pronto, porque ahora me quedaba una hora más de trabajo durante la cual tendría que hacerle caso a ese hombre, solo porque se había quedado allí solo por mí. Traté de darle conversación intentando no contar muchas cosas sobre mí, porque no le conocía de nada. No me había vuelto a llamar por mi nombre, así que supuse que se le habría olvidado. Bien, porque como era falso mejor que no se acordara. Y por fin terminé mi trabajo. Le prometí que me cambiaría rápido y cuando salí con mi vestido azul turquesa y mis zapatos de plataforma se quedó aún más alucinado. - No sé si estabas más buena antes o ahora. – dijo intentando echarme un piropo. Yo sonreí, saliendo de la discoteca intentando que no se notara que íbamos juntos. Una vez en la calle, me quedé esperando a ver hacia dónde se dirigía Javi para seguirle, pero se quedó junto a mí sin hacer nada. - ¿Dónde está tu coche? – le pregunté. - He venido con mis amigos. – contestó encogiéndose de hombros. Me recorrió una sensación extraña por el cuerpo al pensar que me veía en la obligación de llevar a ese tipo hasta su casa. - Está bien, vamos. – dije indicándole con la mano que me siguiera. Mis compañeros estaban saliendo de la discoteca y, aunque me había dado el lote con Javi dentro, no me gustaba que me vieran irme con nadie. Llegamos a mi coche y entramos, sentándose Javi en el sitio del copiloto. - Vamos a tu casa ¿no? – dije segura de que no iba a llevarle a la mía. - Vale, si no te importa llevarme. – contestó notando que me había molestado que no llevara su propio coche. ¿Cómo podía ser que un hombre tan guapo y que olía tan bien no fuera a los sitios con su propio coche?

- Claro que no me importa. – dije con desgana – Y qué, ¿os turnáis los amigos con el coche para poder beber? - Normalmente sí, pero bueno, yo tengo suerte porque como no tengo coche puedo beber siempre. Uff, pero qué cutre!!! No es que sea materialista ni nada por el estilo, pero creo que un hombre a partir de cierta edad, debe tener su propio coche, y ese tío debía rondar los treinta. Pero para mayor seguridad, quise confirmarlo. - ¿Cuántos años tienes? – pregunté intrigada. - Treinta y uno, ¿y tú? - ¿No sabes que a las mujeres no se les debe preguntar ni la edad ni el peso? - Oh, perdona, pero tú has preguntado primero. - ¿Acaso eres una mujer? Intentaba no ponerme borde porque el chico me seguía pareciendo guapo y su perfume llegaba hasta mí, pero el tema del coche me había tocado un poquito las narices. Podíamos haber buscado un descampado, haber echado un polvo en el coche, y luego cada uno a su casa. Y no que ahora me tocaba llevarlo a la suya, echar el polvo igualmente porque eso no pensaba perdonarlo, y luego volverme a la mía. Esperaba que por lo menos mereciera la pena. - Tranquila chica, ¡qué nerviosa que has salido de la discoteca! - Perdona, es que estoy cansada. Tengo veinticinco años. - Eres una niña todavía. - Ni que tú fueras un abuelo. Llegamos a su piso, y por lo menos pude comprobar que vivía solo. Hubiera faltado que viviera con sus padres, entonces sí que le habría dejado allí y me habría largado a mi casa. Me ofreció tomar algo por quedar bien, pero yo quería ir al grano e irme a dormir cuanto antes. Solté mi bolso encima de una silla y me quité el vestido preguntando dónde estaba su habitación. Me

cogió de la mano y me llevó hasta su cama. Le desvestí rápidamente mientras él manoseaba mis tetas como si fuera la primera vez que tocaba unas. Saqué el pene de sus calzoncillos y noté que estaba erecto, aunque no era demasiado grande. “Espero que lo sepa utilizar”, pensé. Javi metió la mano por debajo de mis braguitas y su dedo fue directo al interior de mi vagina. Gemí porque estaba deseosa de sexo y le empujé hasta la cama, me senté encima de él, y empecé a frotarme encima de su miembro. Javi me sacó las bragas por los pies y yo hice lo mismo con sus calzoncillos. Sacó un preservativo de un cajón y se lo colocó. Entonces metí su pene dentro de mí y empecé a moverme frotando mi clítoris contra él. - Sandra, oh, Sandra, ¡qué buena estás, nena! – gritaba gimiendo ante mis movimientos. Yo necesitaba que él se moviera más para ejercer mayor contacto contra mí. - ¿Quieres comerte mis tetas? - Oh, sí, nena, síiiii. - Pues ven a por ellas. – dije echando mi espalda hacia atrás. Javi se incorporó un poco para pellizcar mis pezones con sus dedos, rozando mi clítoris contra él y haciendo que me corriera al tiempo en que se metía un pezón dentro de su boca. - Oh, síiiiii. – grité. - Síiii. – gritó también él, corriéndose al mismo tiempo. Soltó mis pechos y volvió a tumbar su espalda sobre la cama. Yo me recosté encima de él absorbiendo su perfume, intentando recordarme por qué me había gustado ese hombre tanto en la discoteca. - Oh, nena, nos hemos corrido a la vez. – dijo como si fuera un milagro. No quise decirle que me había quedado a medias, porque yo solía correrme más de una vez, y como él ya había llegado, y no me apetecía esperar a que se repusiera, me iba a quedar con las ganas. - Será mejor que me vaya. – dije levantándome de la cama para dirigirme al cuarto de baño. - ¿No te apetece quedarte a dormir conmigo?

- Oh, lo siento pero prefiero irme a mi casa. No suelo dormir bien cuando lo hago en camas extrañas, y esta noche tengo que currar. Necesito dormir. - Me estaba limpiando con toallitas cuando vi a Javi que entraba en la ducha. - ¿Te duchas conmigo al menos? – me preguntó invitándome a entrar. Ups, una de las cosas que más me gustaba hacer con un hombre era ducharme con él, pero Javi?? NO. Estaba deseando salir de allí. Negué con la cabeza. - ¿Me das tú teléfono al menos? - Sí hombre, y me quedo sin él ¿no? – esa era otra de las bromas que solía emplear cuando quería hacerme la graciosa, y después de la tensión que había acumulado desde que había visto a Javi quedarse solo en la discoteca, no vendría mal algo de humor. Pero como vi que no lo entendió, se lo tuve que explicar. Por Dios, qué cortito – Si te doy el aparato me quedo sin él. Te podría dar en todo caso mi número, pero, ¿para qué? Si no me vas a llamar. Una de las cosas que la vida me había enseñado era que cuando me enrollaba con un tío en una discoteca, nunca, nunca, nunca llamaban. Y menos después de la mala experiencia que había tenido con Javi. - Claro que te llamaré. Esta noche voy al cumpleaños de mi primo, pero si te apetece que quedemos mañana para tomar algo… - aunque a lo mejor a él no le había parecido que había sido tan desastrosa. - No, mejor nos vemos otro día que vuelvas a ir a Dance City. - Está bien, como quieras. – dijo abriendo el grifo de la ducha para empezar a lavarse. Me vestí rápidamente y estuve lista antes de que Javi saliera del baño. Entré para despedirme y noté que me miraba algo molesto. Me dio igual. Salí de su piso mirando el reloj y dándome cuenta de lo tarde que era. Llegué a mi piso y mi compañera ya no estaba. Estefanía trabajaba de dependienta de lunes a sábado en horario comercial. Me había dejado una nota encima de la mesa de la cocina.

“Hola Emma, te he dejado dentro del horno unos hojaldres de jamón y queso que he preparado para almorzar. Un saludo.” Mi compañera era una pasada. Estaba en todo y me cuidaba como si fuera una madre. Tenía mos la misma edad y aunque yo me consideraba muy responsable ya que desde mi mayoría de edad me había tenido que desenvolver por mí misma, ella era toda una cocinilla y era la que se encargaba de las comidas en la casa. Yo, como solía comer de lo que me llevaba del horno, y después de estar ayudando en la cocina allí no me quedaban ganas para seguir haciéndolo en casa, me dejaba cuidar por mi amiga. Saqué la bandeja del horno y me comí dos hojaldres. Estaban buenísimos. Me preparé un café con leche descafeinado para que no me quitara las ganas de dormir que tenía, y después de tomármelo me fui a la cama a descansar. Tenía que haberme duchado pero estaba tan cansada que no me quedaban más fuerzas. “Cuando me levante”, pensé cerrando los ojos en mi cómoda camita.

-2-

Esa noche mientras me cambiaba en los vestuarios de la discoteca, pedí disculpas a Merche, la bailarina que me hacía el relevo, porque la noche anterior me había cambiado mientras ella hacía el último pase y no le había dicho nada, impaciente por largarme como estaba. - No pasa nada, pero intenta que no se vuelva a repetir. – dijo intentando ser amable. - Te lo prometo. – dije poniéndome la mano recta sobre la frente y echándola hacia delante imitando el saludo militar. Me puse un vestido por mitad de las nalgas verde esmeralda, con los tirantes de lentejuelas, con una braga bikini negra y los zapatos de charol negros. Las medias que llevaba siempre eran de cincuenta denieres para que apretaran los muslos y me hicieran más delgada. Esa noche le tocaba empezar a Merche, porque así ella acabaría antes. Nos turnábamos hasta en eso, un viernes empezaba yo y el sábado ella, y a la semana siguiente cambiábamos. Amanda y yo fuimos a la barra a tomarnos un cubata. - Anoche lo pasaste bien, ¿eh? – preguntó mi compañera dándome un golpecito codo con codo. - No tan bien como me hubiera gustado. – contesté. - Pues te vi dándote el lote y no parecías muy descontenta. - Eso fue antes de empezar a darme cuenta de lo cutre que era el tío. - ¿Cutre? No me pareció que estuviera nada mal. - No, si físicamente el hombre estaba muy bien, pero luego me dejó de gustar. - Entonces, ¿no te fuiste con él? - Sí, pero fue rapidito.

- Tía, eres la ostia. Yo no entiendo qué necesidad tienes de acostarte con tíos que ni siquiera te gustan. - A veces yo tampoco lo sé. Supongo que necesito sentirme querida por alguien. - ¿Y tú crees que porque un tío te meta la polla significa que te quiere? - Oh, vamos, Amanda. No soy tan ingenua. Pero ¿dónde hay más muestra de cariño que en un beso, que en una caricia, que en un abrazo? Pues eso es lo que yo necesito. Que me posean, que me devoren, que me toquen. Sentir todo eso, ¿entiendes? - Más o menos, chica. Pero pienso que deberías hacerte querer de verdad. - Me da igual que me quieran de verdad o no. - Eso es mentira, ¡claro que no te da igual! - Sé que en algún momento aparecerá mi príncipe azul, me verá bailar, y se enamorará perdidamente de mí. – dije intentando bromear. - Sí, claro. Pues me parece que como tu príncipe se dé cuenta de lo ligera de cascos que eres, por muy bien que bailes, se buscará a otra. Anda, vamos, que nos toca. Subí al escenario con mi compañera pensando en lo que acababa de decirme. Nunca me había planteado que el hecho de enrollarme con diferentes tíos pudiera perjudicar mi futuro en cuanto a que alguien me interesara en serio. ¿Por qué se iba a enterar de lo que había hecho antes de conocerlo a él? Estaba segura de que cuando mi príncipe apareciera, yo ya no tendría ojos para nadie más, sería totalmente fiel y no tendría nada que reprocharme. ¿Qué importaría entonces mi pasado? Cuando Dance City empezó a llenarse vi al grupo de amigos de Javi y me puse nerviosa. No me apetecía volverlo a ver, y menos tan pronto. Bajé del escenario y pasé por delante del grupo porque no había otro camino hacia los vestuarios. Noté como alguien me agarraba del brazo, e intenté soltarme arisca. - Ey, nena, ¿cómo estás? Por lo que veo, espectacular. – dijo el amigo de Javi que me acababa de coger.

- Hola, ¿qué tal? Lo siento pero tengo un poquito de prisa. – dije intentando escabullirme. - Si buscas a Javi siento decirte que esta noche no ha salido con nosotros. Tenía un cumpleaños de un primo suyo o algo así. Pero si te conformas conmigo… - Oh, déjame que piense… Emmm, no, por supuesto que no. Si me permites. – salí del grupo poniendo los ojos en blanco. ¿Pero qué se había creído ese tipo? ¿que me bastaba cualquiera? Sé que me enrollaba fácilmente con los tíos, pero al menos me tenían que atraer físicamente, y ese hombre no me atraía nada, pero que nada en absoluto. Me metí en el vestuario a descansar mientras Amanda iba a por bebida. - Esta noche la pista está que arde. – dijo mi compañera entrando en la habitación con dos cubatas. - Como todas las noches. – dije yo, quitándome el sudor de la frente. - Esta noche más que nunca. Se rumorea que va a venir alguien importante, pero no he conseguido escuchar quién. - Por mí como si vienen la reina de Saba y el rey Salomón. Mientras me dejen bailar en el escenario, me da igual lo que se llene la discoteca. Amanda levantó el cubata en señal de brindis y yo hice lo mismo con el mío. Cuando pasaron los quince minutos, volvimos a bailar demostrando nuestro poderío. Sí era verdad que la discoteca estaba más llena que de costumbre. Se notaba el ambiente denso y demasiado caluroso. Me encantaba mi trabajo porque me fascinaba bailar, me gustaba la música de discoteca, y me sentía privilegiada por poder hacerlo con mucho espacio y encima cobrando, ¿qué más se podía pedir? Las chicas me envidiaban y los chicos me deseaban. Era toda una diosa encima de mi escenario, donde Amanda y yo éramos las protagonistas durante los quince minutos que duraba nuestra actuación, hasta el siguiente pase. Un hombre de pelo largo castaño claro casi rubio, enormes ojos azul cristalino y exuberantes rasgos se dirigió al borde del escenario y me indicó con la mano que me acercara hasta él. Era muy

atractivo, pero algo me decía que no me llamaba porque quisiera ligar conmigo. Su expresión era seria, y esa actitud no la tenía un tío dispuesto a tirarte los trastos. - Baja de ahí ahora mismo. – me dijo cuando estuve cerca. Por un momento pensé si era alguien enviado por Francisco para echarme la bronca por algo que hubiera hecho mal. Posiblemente si se había enterado de mi rollete de la noche anterior, estaría muy enfadado. Sobre todo porque Francisco aprovechaba para tirarme los trastos siempre que podía, y aunque me había acostado con él al principio de conocernos y le había dicho que no quería mezclar los negocios con el placer, porque en realidad no me había gustado lo suficiente como para que me diera igual hacerlo, él seguía insistiendo siempre que podía. Le miré extrañada intentando adivinar qué intenciones tenía. - ¿Bajas ya o tengo que subir a por ti? – me preguntó con la mirada desafiante. - ¿Por qué? ¿Quién eres? ¿Te manda Frank? - A tu pregunta de por qué te contesto porque me parece deprimente verte ahí, a quien soy solo te diré que me llamo Abel y a la última, ¿quién cojones es Frank? - Francisco, el dueño del local. Si no te manda él no tengo por qué hacerte caso. Y diciendo eso me incorporé y continué bailando. Su mirada era cada vez más demoledora, pero ¿quién coño era ese tío? ¡Viene y me suelta que le parezco deprimente! Pero ¿qué se había creído? Pude darme cuenta de que el hombre era muy alto, sobrepasaba la cabeza a casi todas las personas que había a su alrededor. De pronto, un grupo de chicas se acercaron hasta él e intentaron que les hiciera caso. Abel las miró y trató de sonreír, pero todavía no entendía por qué carajos no me quitaba la vista de encima y con esa mirada de enfado. Cuando acabó mi turno, bajé por el lado del escenario por el cual no tendría que pasar por delante de él para dirigirme a mi vestuario. Amanda me cogió de la mano y me llevó rápidamente tirando de mí, hasta que estuvimos en la habitación y se giró flipando.

- Chica, ¿sabes quién es el tío que ha hablado contigo? ¿Qué quería? Joder, qué bueno que está en persona. - Amanda, tranquilízate. No sé quién coño es ese tío pero me ha insultado y no estoy dispuesta a consentírselo a nadie, sea quien sea. - Es Abel Ferri, modelo de pasarela y el dueño de una cadena de gimnasios que abarca toda España y parte de Francia, Inglaterra, Alemania… - Vale, vale, lo capto. Tiene muchos gimnasios. - Pero no solo eso, además el tío está bueníiiiiiiiisimo. ¿Qué te ha dicho para que te enfades tanto? - Que le parece deprimente verme bailar. Nunca nadie antes me había dicho que bailara mal, la verdad. - Oh, Emma, seguro que no lo decía por eso. Eres la mejor bailarina de Dance City. - Ya. – dije convencida de ello pero sin tratar de resultar una creída. – ¡Pero además es que me lo ha dicho como si estuviera enfadado conmigo! - Emma, seguro que te lo has tomado mal y por eso crees que te lo decía enfadado. Seguro que no. - No sé, no sé. Volvimos al escenario, otra vez intentando no pasar por donde estaba antes el tal Abel Ferri. Empecé a bailar y me di cuenta de que ya no estaba. Suspiré aliviada y empecé a moverme con mis pasos preferidos al ritmo de Scream and Shout. Un grupo de chavales aplaudían debajo de mí animándome a seguir con mi sexy pero atinado baile. Bailé sintiéndome Britney Spears. Ahora era ella, igual de rubia, igual de guapa, vestida sexy como ella en sus videos, bailando cómodamente. Hasta que Abel volvió a estar debajo de mí indicándome con la mano que me acercara. No le hice caso y seguí bailando. Todavía continuaba la canción y yo seguía siendo Britney. Bailé con Abel pegado al escenario, y con una cara y una mirada cada vez más tensa y fría. Pero me daba igual, porque yo no lo conocía de nada y a mí no me importaba quien fuera o el mucho dinero que tuviera. Aunque lo cierto es que me intimidaba tenerlo debajo a la espera de que me dignara a hacerle caso.

Bueno, lo consiguió. Al final acabó dándome tanto su miedo mirada que me acerqué a ver qué quería esta vez. - Ahora sí que vengo de parte de Francisco. - ¿De mi jefe? ¿Qué pasa? Anda y ve a soltarle ese rollo a otro, ¿qué te parece mi compañera? – pregunté extrañada de por qué si antes no conocía quién era Frank, ahora resultaba que estaba allí de parte de él. - No me interesa tu compañera, ¿vas a bajar o de verdad voy a tener que subir yo a por ti? - ¿En serio? Pues sube. – dije volviendo a ponerme de pie para continuar con mi trabajo. No me lo podía creer cuando vi a ese hombre tan alto subir los escalones de camino al escenario. Seguí bailando ignorando su presencia, y de pronto noté unas manos por mis rodillas y sentí cómo me levantaba del suelo colocándome encima de él como si fuera el saco de Papá Noel. Chillé. - Bájame, ¿te has vuelto loco? ¿se puede saber qué quieres? Déjame que ya voy yo solita. Pero ni me bajaba ni me dejaba. Bajó conmigo los escalones, y ante la mirada divertida de los espectadores, es decir, de los clientes de la discoteca, me llevó hasta un apartado en el cual no había casi nadie. - ¿Se puede saber qué pasa contigo? Primero me insultas y ahora me coges como si fuera un saco de patatas. – le grité una vez estuve en el suelo. Me di cuenta de que le llegaba por el hombro y tenía que levantar la cabeza para hablarle. No, si encima me iba a entrar tortícolis. - ¿No te das cuenta de lo que pareces encima del escenario? - ¿Pero a ti qué coño te importa? - La verdad es que no me importa nada, pero mira, me da pena ver como una chica de ¿cuántos años tienes? ¿veintipocos? Pues eso, como una chica de veintitantos años se echa a perder de esa manera.

- Mira, guapito de cara, yo no considero que me esté echando a perder en absoluto y tú no eres quien para impedir que haga mi trabajo, ¿no decías que te mandaba Francisco? Pues voy a ver qué quiere mientras tú te dedicas a secuestrar a mi compañera Amanda, ¿o es que ella sí lo hace lo suficientemente bien como para dejar que siga encima del escenario? - Francisco no quiere nada de ti. He hablado con él y me ha dado permiso para bajarte del escenario. ¿Cuánto ganas por bailar? Te pago el doble con tal de no volver a verte ahí encima. - Pero ¿tú de qué vas? Me da igual como si me pagas el triple, haz el favor y déjame en paz ¿Ok? Salí disparada hacia el vestuario viendo que Merche y Rebeca ya nos habían relevado. Esperaba que Merche viera lo que me había pasado y no pensara que me había bajado yo por mi propio pie antes de tiempo. Entré acalorada y encontré a Amanda fumándose un cigarro. - Tía, sabes que está prohibido. – le dije. - Ya, pero es que como no estabas… tenía mono y… - Como si no dejaras tufo suficiente para que aunque no estemos nos demos cuenta de que alguien ha fumado. - Está bien, ya lo apago. Pero oye, ¿qué le ha dado a Ferri contigo? - Y yo qué sé. No para de insultarme. Hasta me ha dicho que me paga el doble de lo que gano si dejo de subirme al escenario, ¡será capullo! - Oh, oh. - ¿Oh, oh? ¿qué significa oh, oh? - Por lo que leo en las revistas, Abel Ferri está acostumbrado a salirse siempre con la suya, y si no quiere verte en el escenario… - ¿No creerás que Francisco me despediría solo porque a él no le guste como bailo, no? - No sé chica, mejor no lo pienses.

- Ya, claro, como para no pensarlo. Cuando volvía junto con mi compañera a mi trabajo, noté cómo alguien me cogía del brazo. - ¿Cómo te llamas? – me preguntó el hombre más alto que había conocido. - Helena. – contesté, y me solté. Amanda me miró de reojo y movió la cabeza a ambos lados, porque había oído el nombre que le había dado a ese milloneti y no se podía creer que hasta a él le mintiera. - Muy bien, Emma, veo que tenían razón tus compañeros. – dijo soltándome y dejando que me marchara. Subí al escenario sin entender por qué había hablado de mí con los camareros y empecé a bailar intentando demostrarle que era buena en lo mío, es más, que era la mejor, y ni él ni nadie me convencería de lo contrario. Apoyado sobre la barra, un grupo de chicas lo rodeaba, hablando con él y sonriéndole a ver cuál de todas conseguía ligar con el melenudo. Como no dejaba de mirarme me centré en mirarle yo también. A ver quién iba a poder más de los dos. Hasta que vi a Javi entre el grupo de amigos de la noche anterior. Al parecer el cumpleaños había acabado en la discoteca donde yo trabajaba, ¿sería casualidad? Cuando se dio cuenta de que lo había visto me saludó con la mano y yo hice lo mismo. Empecé a mostrarme simpática con él para olvidarme del tipo que me intimidaba con la mirada y al cual no le gustaba como bailaba. Entonces ¿por qué no dejaba de mirarme? ¡Si tan mal lo hacía que me ignorara ya de una vez! Poco a poco Javi se fue acercando al escenario, llevando a sus amigos consigo, y para cuando subió Merche a hacerme el relevo, lo tenía con los brazos extendidos para que me dejara bajar. Una vez en el suelo le saludé dándole un largo morreo, esta vez con más miedo de que me pillaran porque la bebida no me había afectado tanto como de costumbre. Abel me había cortado el rollo y no me sentía tan desinhibida como siempre.

- Creí que no querrías saber nada de mí después de lo de esta mañana. – dijo Javi. - ¿Esta mañana? ¿a qué te refieres? ¿ha pasado algo? – pregunté haciéndome la ingenua. - Como no me has querido dar tu teléfono… - Por eso has venido ¿no? Para que acabe dándotelo. Y ¿para qué? Si luego no me has de llamar. - Y dale con que no te llamaré, entonces ¿para qué quiero tú número de teléfono? - ¿Y yo qué coño sé para qué pedís los tíos el número de teléfono a una chica si no pensáis llamar? - Emma. – oí una voz enfadada detrás de mí y una mano que me cogía del brazo. Me giré espantada. - ¿Y tú qué quieres otra vez? – grité a Abel Ferri, que de nuevo venía a quién sabe qué. - Vamos. – dijo llevándome del brazo con él. - Oye, esa es mi chica. – oí que le gritaba Javi, sin que hiciera caso alguno. - ¿Emma? Miré a Javi levantando los hombros como si no supiera por qué el tío que me agarraba me había llamado así. ¡Menuda metida de pata! Pero la verdad es que ni siquiera recordaba si la noche anterior le había dicho que me llamaba Sandra o Sara. Abel me llevó hasta la barra y me sentó en un taburete. - Por eso te gusta tu trabajo ¿verdad? Porque los tíos babean bajo tus pies y te sientes poderosa porque sabes que podrías tener a cualquiera. – dijo apuntándome con el dedo. Me quedé inmóvil mirándolo fijamente. Sus rasgos eran tan perfectos que de no haber estado tan enfadada me habría tirado encima de él. Con la luz de los focos de la barra se le veía el pelo casi rubio y pude observar que tenía unas pestañas rizadas que yo las quisiera para mí. Sus labios eran perfectos, anchos como me gustaban para tener donde besar. Solo deseé que no se acercara más a mí porque si me llegaba su perfume, entonces… estaría perdida. Y sabía que aunque me acababa de reconocer que yo podía tener al hombre que quisiera, él no se encontraba entre ellos. Había estado demasiado enfadado conmigo sin todavía yo saber por qué como para que ese hombre quisiera algo de mí aparte de hacerme

sentir miserable. Francisco entró en la barra y al verme sentada en el taburete junto a Abel Ferri, se acercó hasta nosotros. - Veo que por fin has conocido a mi mejor bailarina. – le dijo Francisco al melenas. - Sí, gracias por dejar que la bajara del escenario. – Abel le hablaba a Francisco sin dejar de mirarme a mí. - ¿Se puede saber qué he hecho mal? – pregunté lo más dócil que pude. - Nada. - Emma, creo que te toca subir ya. He visto a Merche mirándose el reloj. – se dirigió a mí mi jefe. Intenté bajarme del taburete pero Abel me lo impidió sujetándome del hombro. Fruncí el ceño y miré a Francisco. - Te pago lo que gana tu chica si la dejas libre el resto de la noche. – dijo Abel. - Sí hombre, ¿y yo qué? De eso nada, yo cuento con este dinero. – protesté. - A ti te he dicho antes que te pagaría el doble ¿No? Pues que sea el triple. - Bueno, no me gusta dejar solo el escenario pero tratándose de ti… Francisco aceptó el dinero que Abel le mostraba y me dijo: - Tienes la noche libre. Había hecho un buen trato. Eran casi las seis de la mañana y esa noche todos ganaríamos más por trabajar menos. Lo que no entendía era la insistencia de ese tal Abel Ferri. Me quedé sentada en el taburete esperando órdenes. Estaba segura de que si ese hombre había pagado es porque algo querría. Ostras!!! ¿Habría pensado que era una prostituta y por eso me estaba pagando? ¿Querría acostarse conmigo y había pensado que debía pagar para ello? Un sudor frío empezó a entrarme por todo el cuerpo, y mis piernas empezaron a temblar en el taburete. - ¿Qué estás esperando? – me preguntó después de que dos chicas se acercaran a pedirle un

autógrafo. - No lo sé. No he entendido nada desde que te he visto esta noche. No sé qué quieres de mí pero si has pensado que me vendo por dinero, quiero que sepas que estás muy equivocado. - ¿Y acaso no es eso lo que haces aquí todas las noches? ¿No bailas para mostrarte sexy y acalorar a los hombres para que beban y consuman en este negocio? - Yo no lo veo así. – dije con un hilillo de voz – Yo bailo porque me gusta, no porque quiera calentar a nadie. - Pero lo haces, y sabes que lo haces. Permanecimos callados, allí, en la barra. Me dieron ganas de tomar algo fuerte para sobrellevar lo que me estaba pasando pero como no sabía cómo acabaría la cosa no me atreví a pedir nada por si tenía que conducir antes de que me bajara el alcohol. - ¿Has terminado ya de insultarme? – pregunté todavía sin que me llegara la voz al cuello, sabiendo que con la música podía no oírme y que me tocara repetirlo. Pero al parecer, pese a que no me estaba mirando, sí estaba con la oreja puesta porque me escuchó perfectamente. - Nunca ha sido mi intención insultarte. – me dijo de pronto, mirándome a los ojos. - ¿Por qué no me has dejado terminar mi trabajo? No sé qué se supone que tengo que hacer ahora. – estaba tan nerviosa por lo que podría ocurrir que me imaginaba de todo. Ese hombre estaba junto a mí pero sin mirarme, decía que no pretendía insultarme pero lo hacía, parecía que no me hacía caso pero me había escuchado con el fondo de la música tan alta. Me estaba volviendo loca la situación y ya no podía más. - Vete a tu casa si quieres. – me dijo, para mi sorpresa. - ¿Cómo? ¿Que me vaya? - Sí. Vas a cobrar tres veces más esta noche, ¿para qué quieres seguir aquí? Bajé del taburete y me dirigí al vestuario sin volver a mirarlo. Qué tipo tan raro. Me iba a pagar

por no hacer nada. Increíble. Cuando me cambié me dirigí al despacho de Francisco para que me pagara lo del día anterior, ¿se supondría que debía ir a pedirle a Abel que me pagara lo de esa noche? Pero cuando entré en dirección, Francisco y Abel estaban reunidos. Vaya, qué sorpresa. - Hola Emma, pasa. – dijo Francisco invitándome a entrar con la mano. Abel estaba sentado encima de la mesa, cosa que me extrañó sobremanera porque no me pareció un comportamiento adecuado, fuera modelo, tuviera una grandísima cadena de gimnasios o poseyera los tesoros más inmensos del planeta. Estar sentado en la mesa del dueño de una discoteca me parecía una falta de respeto. Aunque bueno, yo no podía decir que no hubiera estado sobre esa mesa nunca, pero eso fue al principio de conocer a Francisco y con otra finalidad mucho más íntima. - Emma, te presento a Abel Ferri, - dijo como si lo de antes no hubiera existido – mi nuevo socio y copropietario de Dance City. - ¿Cómo? ¿Por… por qué? – pregunté viéndome de patitas en la calle. - No estamos teniendo los ingresos que debería tener una discoteca con respecto a los gastos y he tenido que venderle al señor Abel Ferri la mitad del negocio para poder seguir abriendo las puertas. - Pero, ¡la discoteca se peta todos los fines de semana! – exclamé sin entender nada y nerviosa porque ese hombre que ahora era un jefe más me había dicho que yo era deprimente. - La discoteca se llena pero la gente no consume, y solo con lo que pagan de entrada no puedo cubrir gastos. Además, Abel me ha propuesto una serie de ideas para atraer a la gente y hacer que consuman como por ejemplo fiestas temáticas en las que a quien venga disfrazado tenga las copas a mitad de precio, camisetas mojadas, etc. - Sí, es buena idea, pero… - no sabía qué decir. Francisco tenía razón y motivos suficientes para lo que había hecho, pero egoístamente no podía evitar estar temerosa de perder el único trabajo que me gustaba. - Toma tu dinero, cariño. – dijo Francisco tendiéndome un sobre con mi nombre.

Lo cogí sin mirar lo que había dentro, como hacía siempre. Me fiaba de que mi jefe me pagara correctamente, y aunque lo miraba antes de salir de la discoteca, nunca lo hacía delante de él porque me parecía que era una muestra de desconfianza. - Gracias. – dije sin moverme del sitio. Los dos hombres me miraron interrogantes preguntándose por qué no me iba, pero es que yo necesitaba saber más, quería saber qué iba a ser de mí. - Ejem… - tosió mi jefe dándome a entender que tenía más cosas de que hablar con su nuevo socio y que yo molestaba allí. - Hasta la semana que viene. – dije dirigiéndome a la puerta nerviosa por si me decían que no iba a haber una semana que viene para mí. Pero como no dijeron nada, abrí la puerta y me fui. Cambiada y cargada con mi mochila, me parecía extraño ver a mis compañeras todavía bailando. ¿Por qué me habían hecho dejarlo a mí tan pronto? Todavía no acababa de entender el juego de Abel Ferri. Entré en un cuarto de baño y metida en un compartimento, no pude esperar para abrir el sobre. Cuatrocientos euros, cien del viernes y trescientos del sábado. Estaba flipando en colores. Me habían pagado el triple habiendo terminado más pronto que mis compañeras. Eso había que celebrarlo. Tenía coche, estaban allí mis compañeros, es decir, que podía pasármelo bien porque no estaba sola. Me apetecía beber y disfrutar de la hora y media que faltaba para que cerraran la discoteca. Además, no tenía sueño. El dinero triple me había dado un subidón que necesitaba quemar antes de irme a la cama. Lo que me preguntaba era si esa noche me iría a la cama sola o acompañada. Me acerqué a la barra y le pedí a mi compañera Mayra ginebra con limón. Cuando me lo puso, saqué la cartera pensando que me iba a cobrar dando por hecho que si ya no estaba vestida de trabajo, tendría que pagar, pero Mayra movió la cabeza a un lado y al otro y me guiñó un ojo. Estupendo. Encima de que había cobrado más, me iba a divertir bebiendo gratis. Miré desde la barra el grupo de amigos de Javi, que intentaban ligar con unas chicas. Empezaba a irse la gente y la que quedaba estaba en corrillos. Me pregunté si Javi también estaría tratando de ligarse a

otra esa noche. Me había besado hacía poco pero eso no significaba que tuviera que considerarlo para mí exclusivamente. Y menos después de cómo me había ido de su lado, tirada por un modelo de pasarela al que todas las chicas admiraban. Además, le había dicho un nombre falso, como acostumbraba hacer… Sería mejor que intentara capturar otra presa. Ni siquiera me había gustado tanto ese chico. Cuando Amanda bajó del escenario y me vio se sorprendió de que estuviera todavía allí. - Chica, yo me habría ido a descansar. – me dijo. - Ya, pero es que no tengo sueño, estoy demasiado alterada. ¿Sabes que Francisco ha vendido la mitad de la discoteca a ese Abel Ferri? - ¿Sí? ¡No me digas! Por eso está esta noche aquí. Ya me extrañaba a mí. - Tengo miedo de que me despida, creo que no le he gustado demasiado. Por eso me ha dicho que dejara de bailar. – evité contarle que me había pagado el triple para ello. Podría ofenderse por que a ella no le hicieran lo mismo. Pero es que era mi trabajo el que peligraba no el de ella. ¿Me habría pagado más como una especie de finiquito? En la discoteca no estaba contratada, ¿sería para compensar? Pues yo creo que me merecería más. Me tomé el cubata de un trago y me pedí otro. - Emma, si sigues bebiendo luego no vas a poder conducir. – me avisó Amanda la madraza. Estaba rodeada de madrazas entre ella y Estefanía. - Tranquila que yo cuando vea que me empiezo a marear paro. No soy tonta y sé hasta dónde puedo beber. - Tú misma, mientras no te pare la policía… - Oh, oh. – me quedé paralizada porque el subidón había hecho que me olvidara de ello. – Entonces tendré que quemarlo todo antes de irme. Vamos, baila conmigo. Animé a Amanda a que bailara conmigo en la pista, sabiendo que la pobre se cansaría más puesto que todavía le quedaban tres pases para terminar su trabajo. Pero fue buena compañera y me acompañó. Un camarero llamado Raúl, el cual me había tirado los trastos más de una vez y de dos, me silbó y cuando me giré me desafió.

- ¿A que no te atreves a subirte a la barra?? - ¿Cómo que no? – miré a Amanda fijamente y ella negó con la cabeza – Vamos, tía, ¡súbete conmigo! - Venga, va. – dijo tendiéndome la mano. Nos subimos a la barra y empezamos a bailar en ese espacio tan estrecho. Como no había sitio para hacer grandes movimientos, los que hacíamos tenían que ser más sexys y no tardamos en hacer un corrillo de gente debajo de nosotras. - Chupito por mirar, chupito por mirar. – grité. Rebeca y Merche seguían bailando en el escenario, pero casi nadie las miraba. Todo el mundo había acudido a la barra y se estaban tomando sus chupitos. - Yo quiero un chupito pero si me lo da la rubia . – gritó un tío que tendría unos treinta años, de poco pelo pero muy atractivo. - Eso, eso, que lo dé la rubia. – gritó otro. Me agaché, y poniéndome de rodillas con cuidado de que no se me vieran las bragas por debajo del vestido, cogí un chupito y eché el alcohol dentro de la boca del hombre que había hablado primero. A continuación, hice lo mismo con el otro hombre y cuando levanté la vista, había una serie de chupitos en la barra y dos colas para que Amanda y yo se los sirviéramos. Hay que ver lo que hace un tío para que una chica se le acerque. - Hola Sandra, Emma, o como te llames. – dijo Javi cuando llegó su turno. - Hola guapo, lo siento ¿vale? No suelo decir mi nombre a quien no conozco de nada. – le eché el chupito dentro de la boca y le guiñé un ojo. Me dio la sensación de que se había ido contento y me dio un poco de grima pensar que tal vez volviera a intentar algo conmigo. Tendría que volver a mostrarme antipática con él cuando llegara de nuevo su turno. El tiempo de Amanda se terminó y le tocó volver al escenario. “Oh, no, ahora me quedo expuesta a los tíos plastas”, pensé.

Sola ante el peligro, quedé rodeada por un grupo de hombres disputándose entre ellos quién se llevaría a la rubia, es decir, a mí. Sentí que alguien me observaba, y no me refiero a que me mirara como hacían la mayoría de los tíos, sentí que me miraban de una forma diferente, intimidadora, amenazante. Cuando giré la cabeza y vi a Francisco con Abel en la barra a pocos metros de mí, y los ojos hechos una furia de este último, supe por qué me había puesto nerviosa. Javi se acercó y yo le respondí dándole un beso en los labios con la única pretensión que espantar a los que por algún motivo se habían creído que sería capaz de enrollarme con ellos. - ¿Le digo a mis amigos que se marchen? ¿Me llevas a mi casa guapetona? – me preguntó Javi cogiéndome de la cintura. Dios, ¿cómo me había metido en ese lío? No me apetecía volver a acostarme con Javi, pero tampoco quería quedar mal con él porque el chico no estaba mal y tal vez en otra ocasión sí querría hacerlo. Me quedé paralizada durante unos segundos sin saber qué contestar. - ¿Me vas a decir cuál es tu verdadero nombre? – me preguntó mientras yo pensaba. - Emma. – contesté. - Precioso nombre. – dijo mirándome con el labio de medio lado intentando convencerme de que me fuera con él. - Emma. – oí que alguien me llamaba de manera autoritaria. Me giré para ver quién era, aunque reconocí esa voz penetrante en el acto. - ¿Qué quieres? – pregunté enfadada, ¿por qué no me dejaba en paz? Pero tuve que reaccionar y darme cuenta de que ahora Abel Ferri era también mi jefe y que tenía las de perder si me ponía borde. - Ven. – dijo con la boca apretada. - Lo siento Javi, me llama mi jefe.

- ¿Tu jefe? – preguntó Javi extrañado porque como todo el mundo menos yo, sabía quién era ese hombre y de nadie era sabido todavía que fuera propietario de Dance City. Abel me cogió del brazo y me retiró todo lo que pudo de Javi y su grupo de amigos. - ¿Se puede saber qué haces? – me preguntó con el ceño fruncido. - ¿A qué te refieres? - A qué haces todavía aquí y a qué haces con ese buscavaginas. - ¿Buscavaginas? Vaya, nunca había oído esa palabra. - Responde. - Me lo estoy pasando bien, pero lo siento. Si tanto te molesta que esté aquí no te preocupes que ya me voy. Me di media vuelta y lo dejé con un palmo de narices. Me acerqué al grupo de Javi y lo cogí de la mano con la única intención de que Abel Ferri me viera salir de la discoteca con él. ¿Pero qué se había creído ese hombre para decirme lo que tenía o no tenía que hacer? En cierta manera me dolió que le molestara tanto mi presencia. ¿Por qué le había caído tan mal? Vale que no le había lamido el culo como hacían todas las tías, pero es que ¡él tampoco me había entrado demasiado bien que digamos! Salimos de la discoteca y como quería que Abel se tragara que me había ido con Javi, le dije que le llevaría a su casa. Si volvía a entrar en la discoteca sin mí se daría cuenta de que había sido una farsa. Javi me metió la mano por debajo de la falda mientras conducía y llegó hasta mi vagina. Yo le miré de reojo sin saber si me apetecía que lo hiciera o no. Dejé que continuara, a ver si me sorprendía y conseguía calentarme como no lo había hecho la mañana anterior. Metió la mano dentro de mis braguitas y noté que estaba húmeda, pero eso era normal en mí. En cuanto mi vagina captaba señales de sexo, se humedecía suplicando orgasmos. Luego, si el tío no se lo curraba, se secaba como rebeldía y no había forma de volverla a humedecer, ni con la lengua. A veces pensaba que mi vagina era más lista que yo, ya que era capaz de captar en seguida quién valía y quién no; no como yo que solo porque un chico me pareciera mono ya pensaba que iba a valer, y luego me llevaba los chascos más impresionantes.

Javi me metió un par de dedos mientras con el pulgar apretaba mi clítoris. Intentaba controlar con el coche, pero lo cierto es que me estaba dando placer y mi cuerpo empezaba a pedir más y más. Me dieron ganas de parar el coche pero no encontraba dónde hacerlo. - Oh, Emma, estás tan buena. No he dejado de pensar en ti en todo el día, por eso he convencido a mi primo para que acabáramos la noche en Dance City. Le miré de reojo sin perder el contacto con la carretera y gemí cuando metió los dedos más adentro. Mis caderas se movían hacia delante apretando con los labios vaginales el pulgar que me presionaba, mi corazón se aceleraba y la respiración se entrecortaba. Pero no podía dejar de mirar hacia adelante. - Eso, eso, córrete para mí, nena. No sabes cómo me excitas cuando te veo bailar en el escenario, no sabes lo caliente que me pones, eres mi zorrita. ¿Cómo? ¿Ha dicho zorrita? Me corrí porque ya había llegado para cuando pronunció esas palabras, pero me cortó el rollo en el acto. Yo misma saqué la mano de dentro de mis bragas y la deposité en la pierna de su dueño. Me quedé seria mientras seguía conduciendo, enfadada y con la entrepierna mojada por mi flujo. - ¿Estás enfadada? – me preguntó Javi cuando se dio cuenta de mi expresión seria y de que no le hablaba. No contesté. Ese cretino no se merecía que yo malgastara saliva en hablar con él. Me había insultado. Se había pasado y no pensaba perder más tiempo con él. Cuando me pareció que estaba lo bastante cerca de un medio de transporte público, paré el coche y le hice bajar. - ¿Qué pasa? ¿Qué he hecho para que te enfades tanto? Me ha parecido que te gustaba lo que hacía, es más, creo que te has corrido ¿no? - Yo no soy ninguna zorra, que te quede claro. – dije sin girarme a mirarlo. - ¿Ha sido eso? Mira, tú eres la que te subes a un escenario mostrando tu cuerpo mientras te mueves provocadoramente. Dime qué crees que debemos pensar los hombres de ti.

- Baja de mi coche YA. – grité. - Está bien, que te den. – soltó Javi mientras bajaba por fin de mi coche. Arranqué lo más rápido que pude y no miré lo que había dejado detrás. De mis ojos empezaron a caer lágrimas desconsoladas mientras mi cerebro me exigía que fuera consciente de que estaba conduciendo. Yo no era ninguna zorra. Yo era una bailarina. Y si llevaba poca ropa era para tener mayor movilidad además de que me gustaba el vestuario. ¿Acaso las bailarinas de ballet no llevan tan solo un mallot y unas medias? ¿acaso no enseñan lo mismo que yo? La diferencia es que bailamos música diferente y los espectadores están unos sentados, otros de pie. A mí me gustaba que me valorasen por como bailaba no por mi cuerpo, pero sabía que la mayoría de los hombres cuando me miraban sólo pensaban en llevarme a la cama. Y eso a mí me gustaba, porque necesitaba ese contacto humano. Pero yo no era una zorra porque yo no hacía daño a nadie excepto a mí misma cuando me colgaba de alguien que luego no quería saber de mí. Mientras tanto, hacía lo que me daba la gana sin más, y si no tenía novio formal era porque nadie me tomaba en serio. Había tenido dos novios en mi vida, y los dos me habían dejado porque se sentían inseguros. Nunca le había puesto los cuernos a nadie, ni siquiera cuando salía con un chico sin ir demasiado en serio. Pero los hombres se pensaban que como trabajaba bailando en una discoteca, expuesta a que me tirasen los trastos, había de irme con alguien siempre. Y lo hacía, pero cuando tenía novio era solo de mi novio, y de nadie más. Lástima que no lo vieran.

-3-

Me pasé el domingo tirada en el sofá llorando. Estefanía no estaba, supuse que se habría ido a pasar el día con sus padres o con su novio. No me había dejado ninguna nota ni comida hecha así que saqué del congelador un táper de arroz al horno de la panadería. Insípido, como todo lo que cocinaba Ángeles. Me sentía tan mal por el transcurso de la noche anterior que iba a necesitar algún aliciente para animarme. Mi autoestima no es que fuera muy alta, y me animaba sentirme deseada los fines de semana, pero después de noches así, me quedaba por los suelos y no había como recogerme. Y todo por haber tenido una infancia de adefesio total. Mis compañeros se metían conmigo por fea y me maltrataban y burlaban continuamente. Pero como el patito feo, conforme crecí me fui haciendo más bonita, y el cambio de color del pelo junto con la pérdida de unos cuantos quilos que me sobraban me benefició. Y es que mi cuerpo estaba acostumbrado a hacer ejercicio. El ballet lo era todo para mí. Pero cuando mis padres murieron teniendo yo apenas nueve años, llevándose con ellos la única familia que tenía; la familia que me acogió no se podía permitir o más bien, no les daba la gana seguir pagándome la academia, y lo tuve que dejar, con la consecuencia de que mi cuerpo se engordó más de lo necesario, porque además, esta nueva familia era asidua a la comida basura. Poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando a no hacer ejercicio y a esos alimentos, y me fui estilizando conforme crecía, pero necesitaba más. Cuando cumplí los dieciocho años, cansada de la mala educación recibida, decidí independizarme. Ya tenía derecho a cobrar la herencia de mis padres, y con ella me valí para pagarme los estudios de danza durante un año. Pero como sin trabajar el dinero dura poco, me vi obligada a buscar trabajo y a dejar una vez más la academia. Lo que tenía muy claro era que no volvería a vivir con la familia que, aunque me quería, no me había dado más que problemas tanto físicos como mentales. Ahora, tirada en el sofá, me sentía como aquella niña gorda con la que todos se metían y de la que se burlaban cuando decía que había hecho ballet.

Había sido un desastre de noche. Primero Abel Ferri me insulta diciéndome que le parezco deprimente encima del escenario y me paga el triple con tal de que me baje, y luego Javi, un tío con el que me iba a enrollar por segunda vez sin ni siquiera gustarme demasiado, va y me llama zorrita. Y lo peor de todo, es que estaba segura de que así era como me veía la mayoría, y me daba igual, porque hasta ahora nadie me lo había dicho a la cara. Me miré al espejo y me di cuenta de que empezaba a tener raya. Tocaba ir a la peluquería a marcarme el corte escalonado y a hacerme el tinte. Seguramente pediría que me hicieran mechas de colores para dar un poco de alegría a mi aspecto, ya que por dentro me sentía negra como el carbón. Ese lunes no llegué tarde porque sabía lo que me jugaba, y si estaba a punto de perder mi trabajo favorito, solo me faltaba que también perdiera ese. Elvira me contó su fin de semana con entusiasmo porque había conocido a un chico que le gustaba mucho. Le había dado su número de teléfono pero todavía no la había llamado. “Ni lo hará”, pensé. Yo no tuve ganas de contarle mi sábado catastrófico y tan solo le dije que no me encontraba bien. Por la tarde, llamé a la peluquería, y como no tenía a nadie, fui a que me hiciera un cambio. Al final las mechas me las hice rubio platino, fucsias y moradas, además de que mi peluquera me retocó la raya oscura que ya se empezaba a ver. Salí más contenta. Me veía más guapa y eso me levantaba la moral. Al día siguiente, después de que tanto Elvira como mi jefa me dijeran lo bien que me quedaba el peinado y lo fashion que estaba, decidí contar mi desafortunado sábado a mi compañera mientras almorzábamos. - La verdad es que estaba hecha polvo, pero ya empiezo a encontrarme mejor. – dije. - ¿Y qué piensas hacer el viernes cuando vayas a la discoteca? – me preguntó Elvira. - Lo de siempre, cambiarme de ropa y subirme al escenario a bailar. - Pero ¿y si Abel Ferri no quiere que bailes? Tía, todavía no me puedo creer que hayas conocido a ¡¡Abel Ferri!! - Si no quisiera que bailara debería habérmelo dicho el sábado antes de que me fuera. De momento

nadie me ha dicho que no vaya. Es todo muy extraño, lo sé, pero mientras no me digan lo contrario, yo seguiré haciendo mi trabajo. Cuando esa tarde llegué a mi piso, Estefanía estaba cocinando. No la veía desde el viernes y no sabía dónde había estado, aunque tampoco la había llamado para saberlo. Había estado demasiado preocupada por mí como para estarlo por ella. Ya era mayorcita y cada una hacíamos nuestra vida intentando convivir de la mejor manera posible. Además ella trabajaba a jornada partida y cuando yo llegaba a casa ella ya se había ido a trabajar, excepto la tarde que tenía libre, como esa. - Hola Fani, ¿dónde estabas, perdida? – le pregunté bromeando. - Hola Emma. He estado con mis padres. Tuvieron una discusión m uy gorda y nos reunimos con ellos mis hermanos y yo para intentar apaciguar. - Buá, qué mal rollo, ¿y ya está todo bien? - Más o menos, pero yo ya no aguantaba más y he decidido venirme a casa. - Y ¿qué haces cocinando a estas horas? – eran las cuatro y media de la tarde, demasiado tarde para hacer la comida y demasiado pronto para hacer la cena. - Estaba nerviosa y me ha dado por hacer lo que más me gusta. Estoy preparando frivolidades para merendar, ¿te apetecen? - Claro, pero primero tengo que comerme los macarrones insípidos que han sobrado hoy en el horno. - Si quieres en la nevera hay ensalada de arroz que me ha sobrado a mí. - Oh, no te preocupes, me comeré los macarrones y dejaré el arroz para mañana por si no sobra nada. Me senté en la barra de la cocina a comerme los macarrones mientras miraba cómo Estefanía enroscaba la masa de hojaldre para darle la forma de un caracol. Lo había rellenado de paté a la pimienta, seguro que estaría buenísimo. Después de que mi compañera de piso se desahogara contándome que sus padres se llevaban a matar y que no se decidían a pedir el divorcio porque estaban chapados a la antigua,

provocando continuas discusiones en las que metían a los hijos, y creando un ambiente denso que nadie podía aguantar; le conté lo que me había pasado el sábado. Cuando llegué a la parte de Javi y yo en el coche, lo resumí diciendo que el tío me había llamado zorrita sin más porque me dio vergüenza reconocer que primero había hecho que me corriera conduciendo. Fani me miró como una madre que le dice a su hija: “Hija mía, te lo has buscado”; y me sentí como si ella pensara lo mismo de mí. Nos quedamos las dos calladas mientras ella volvía a la faena, pelando patatas para hacer una tortilla. - ¿Crees que me merezco que me llamen zorra? – pregunté enfadada porque no me había gustado su mirada. Si mi compañera de piso pensaba que yo era una fresca, debía saberlo. - Sabes que no pienso eso – contestó girándose hacia mí – Pero te he dicho más de una vez que tienes que tener cuidado con lo que haces y con los hombres que te acuestas. No te digo que de un calentón no te puedas tirar a un tío sin conocerlo, pero hija, ¡es que tú lo haces todos los fines de semana! ¿Qué imagen te crees que das? - ¿A quién? ¿A ti? - A mí me da igual lo que hagas. Me refiero a los hombres que te ven en la discoteca irte cada semana con uno diferente. Les estás dando a entender que eres fácil, ¿es eso lo que quieres? - Lo dices como si todos los días estuvieran los mismos y además, fijándose en con quien me voy. Me conozco a los asiduos, y te digo una cosa, dan pena. - Seguro que cuando conoces a un chico que te parece mono, estás segura de que es la primera vez que va a Dance City. – dijo mi compañera irónica. - Además, si hago lo que hago es porque nadie me toma en serio. Si fuera así y tuviera un novio formal, otro gallo cantaría. Pero mientras sea libre para hacer lo que me dé la gana, lo pienso hacer. - Pues entonces allá tú con lo que luego te digan. Me levanté del taburete y como ya hacía rato que me había terminado los macarrones, y estaba enfadada con Estefanía, me fui de la cocina y me metí en mi habitación. Me tumbé en la cama y me puse

a llorar de impotencia porque nadie me comprendiera. Me quedé dormida un rato, hasta que Fani tocó a la puerta con los nudillos y yo le dije un seco “Pasa”. - Me voy a casa de mis padres – se explicó – Me acaba de llamar mi hermano para decirme que la cosa va a peor. He hecho una tortilla de patatas para cenar. Es para las dos, aunque yo no sé si llegaré. - Bien. – dije dándome la vuelta en la cama de manera que le daba la espalda. Aunque hubiera cocinado para mí, estaba muy dolida y quería que se diera cuenta de que no me había gustado lo que me había dicho. Tal vez fuera fácil acostarse conmigo, pero yo tenía mis gustos, mi escala de valores, y si alguien no me gustaba no me iba con él solo porque necesitara cariño. Solo me conseguía quién me gustaba a mí, con lo cual yo tenía el poder. - Vale, adiós. – dijo Estefanía cerrando la puerta. Cuando la escuché salir de casa, me levanté de la cama y fui al comedor para poner la televisión. No acostumbraba a verla porque por las tardes solo hacían programas del corazón, de cotilleos, y me aburrían además de que me ponían de los nervios cuando los famosos se chillaban e insultaban entre ellos. Pero esa tarde quería ver si decían algo de Abel Ferri. Si tan famoso era seguramente hablarían de él en televisión, aunque yo no me hubiera enterado por no verla. Después de tragarme media hora de un programa que me estaba dando grima y de que no dijeran nada sobre el modelo que me había hecho enfadar tanto, decidí que lo mejor sería buscarlo en internet. Volví a mi habitación, cogí el portátil y me tumbé con él en la cama. Abrí google y escribí Abel Ferri Arnau. En seguida salieron un montón de links, pero preferí empezar por las imágenes, así que apreté al botón y salieron cientos de fotos de Abel, guapísimo en todas ellas. La verdad es que era todo un bombón, con rasgos exóticos marcados, pero con el pelo claro y los ojos azules. Había fotos de todo tipo: de Abel posando con el pelo suelto, dejando caer su melena por delante de los hombros, otras con coleta en su vida cotidiana, fotos con diferentes chicas, pero sobre todo repitiendo con una rubia de ojos claros y labios hinchados, que pensé que sería modelo también puesto que en alguna foto me pareció que era demasiado de pose como para que se la hubieran hecho espontáneamente. ¿Sería su novia? Por un momento pensé que si le gustaban las rubias teñidas también podría gustarle yo, pero en seguida se me quitó de la cabeza

al recordar cómo me había tratado el sábado por la noche. Fui bajando hasta que encontré una foto en la que ponía “Abel Ferri con sus padres, el empresario Jesús Ferri y la diseñadora Claudia Arnau”. Me di cuenta de que había sacado los rasgos de su padre y el pelo y los ojos de su madre. Había salido una buena mezcla de ambos, y sin saber por qué, me entraron unas ganas tremendas de masturbarme. Dejé el portátil en un lado de la cama y me tumbé boca abajo, metí la mano dentro de mi pantalón de chándal y del tanga y empecé a moverme frotando mi clítoris con el dedo índice, recorriendo la vagina arriba y abajo. Imaginé que Abel Ferri estaba detrás de mí y que mi mano era su mano, y me acaloré frotando cada vez más fuerte, metiéndome un dedo dentro y ayudándome con la otra mano para presionar mi clítoris que empezaba a palpitar. Me corrí enseguida y me quedé tumbada boca abajo, con la respiración entrecortada, sudorosa y con las manos húmedas oliendo a mi sexo. Me levanté, me lavé las manos, y me puse a mirar el Facebook. Ese día ya no quise saber más de Abel, avergonzada por haberme masturbado pensando en él, ¿de qué iba yo? ¿Cómo me podía gustar un hombre que me había hecho sentir tan mal? Al final Estefanía iba a tener razón e iba a resultar que me gustaban todos los tíos, me trataran bien o mal. Quise volver a mantener esa conversación con mi compañera pero como ella había pronosticado, no llegó a cenar. Me comí la mitad de su tortilla de patatas y la estuve esperando viendo Arrow, deleitándome con Stephen Amell, el protagonista, y después de ver dos capítulos y ver que Fani no llegaba, decidí irme a dormir porque a las cinco sonaría el despertador, y una vez más querría destrozar mi móvil.

El resto de la semana fue extraña. Así como siempre me la pasaba deseando que llegara el viernes, ahora tenía miedo. No sabía qué me encontraría en la discoteca. Cada vez que sonaba mi móvil temía que fuera Francisco para decirme que no fuera más a Dance City, y cuando llegó el viernes por la mañana y no había tenido noticias, pensé que de no querer que fuera me habría avisado con más tiempo, así que me tranquilicé un poco y trabajé en el horno como todos los viernes, deseando terminar para llegar a casa, darme un ducha, comer y dormir hasta la hora de enlazar con el otro trabajo. Estefanía había vuelto a casa el jueves pero no habíamos hablado. Preferí comportarme con ella como si no hubiera pasado nada, ya bastante tenía con lo de sus padres, pero sabía que teníamos una

conversación pendiente. No me gustaba que mis amigas pensaran mal de mí, sobre todo cuando creía que estaban equivocadas.

-4–

Me desperté de la siesta nerviosa porque por fin había llegado el fin de semana y temía que Abel Ferri me volviera a hacer la misma jugada. Me comí un bocadillo de atún con olivas mientras veía un poco la tele, ya que Fani había salido a cenar por ahí y a mí no me apetecía cocinarme nada. Me vestí con un vestido blanco de licra cogido al cuello y con la parte de debajo de capa, me puse las sandalias de taconazo blancas, me maquillé, me planché el pelo y después de pensar en qué modelo me pondría esa noche para trabajar, preparé la mochila y me fui a por mi despampanante Peugeot. Cuando llegué a la discoteca, bromeé con el guardia de seguridad como todas las noches, aunque no podía evitar estar tensa. A Manolo le gustaba meterse conmigo lla mándome rubia de bote pero lo decía de broma para que yo me picara y así provocar esos ligeros toquecitos puñito en brazo. En realidad, estaba loco por mí, pero no me atraía porque los hombres grandes y mazaos no me van. Eso era una muestra de que no me gustaban todos los tíos. Yo seleccionaba, no me iba a la cama con el primero que me lo proponía. Entré y después de saludar a los camareros, me fui directa al despacho de Francisco. Quería dejar las cosas claras antes de cambiarme, no fuera a ser que lo hiciera para nada. Toqué con los nudillos y me invitó a entrar. - Hola. – lo saludé. Francisco estaba reunido con dos relaciones públicas, así que esperé a que terminaran de contar las entradas que cada uno tendría que repartir esa noche. Cuando salieron del despacho, me senté frente a mi jefe. Quería estar sentada por si me decía algo que me hicieran temblar las piernas. - Dime preciosa. – empezó a hablar Francisco. - Frank, yo… estoy un poco preocupada por lo que pasó la semana pasada. - ¿A qué te refieres?

- A que Abel Ferri hiciera que terminara mi trabajo antes de tiempo, y a que encima me pagara más por ello. - Tómatelo como un regalo. – dijo Francisco sonriendo - ¿Por qué te preocupas? - Porque no entendí por qué lo hizo, y me preocupa que no le guste. - ¿Qué no le gustes tú? Emma, cariño, si tú eres la princesa de Dance City, ¿cómo no le vas a gustar? - Es que me dijo que le parecía deprimente verme bailar en el escenario. - A mí no me ha dicho nada, pero si estás preocupada te diré q ue cuando acepté vender la mitad del negocio, lo hice bajo la cláusula de que Abel respetaría a mis empleados, y tú sabes que yo no tengo ninguna intención de despedirte. - Gracias Frank, ya estoy más tranquila. - Has sido una boba preocupándote. No lo vuelvas a hacer ¿vale? Para mí tú eres la mejor y no dejaré que ni Abel Ferri ni nadie digan lo contrario. - Gracias jefe, te quiero. - Y yo. Anda, ve a cambiarte y nos tomamos algo antes de empezar. - Vale. Salí más contenta que como había entrado y fui al vestuario a cambiarme, donde ya estaba Amanda retocándose el maquillaje. - Hola guapa, ¡bonitas mechas! – me dijo cuando entré. - ¿Qué? ¿Hoy también piensas escaquearte medio curro? Me asombró su pregunta porque parecía que lo había hecho yo aposta, pero sonreí y le contesté: - ¿Tienes envidia o qué? - Pues sí, una poca, jajaja. – rio mi compañera.

Entraron Rebeca y Merche y me miraron como si la semana pasada les hubiera gastado una jugarreta. Empezamos a cambiarnos sin decirnos nada. Ni siquiera habían saludado al entrar, y Amanda siguió arreglándose, ahora cardándose el pelo. Me puse un conjunto de top y pantalón corto de charol rojo y lo combiné con las botas altas blancas. Me recogí el pelo en dos coletas para dar un aspecto de niña buena pero guerrera, y acentué el maquillaje, ya que no me gustaba ir por la calle tan pintada, sobre todo los labios rojo carmesí me parecía que llamaban demasiado la atención, pero para la discoteca eran ideales. - Chicas, quiero que sepáis que lo de la semana pasada no fue cosa mía. – dije intentando que mis compañeras dejaran de estar molestas conmigo. - Mira niña mimada – empezó a decirme Merche apuntándome con un dedo – No sé por qué coño dejaste de trabajar la semana pasada para empezar a divertirte de recochineo delante de nosotras, ni me importa, pero por tu culpa las tres que aquí estamos tuvimos que bailar más de la cuenta, para disimular tu ausencia, y eso no se le hace a una compañera. Así es que no me vengas con que no tuviste nada que ver porque al menos podías haber fingido que estabas enferma y haberte ido a tu casa, y así no nos hubiera dado tanta rabia tener que hacer tus turnos. - No tienes ni idea de lo que pasó y no voy a tolerar que me insultes. El nuevo copropietario me obligó a que dejara de trabajar y he estado toda la semana sin vivir temiendo que en cualquier momento Frank me llamara para despedirme. - ¿Despedirte? ¿A ti? A otro gallo con ese cuento, bonita. – Merche estaba muy enfadada y ese día no conseguiría que se le pasara, así es que decidí ignorarla. Rebeca no dijo nada y dejó de mirarme mal, pero no me dirigió la palabra en toda la noche. Amanda salió conmigo y ambas nos dirigimos a la barra, donde estaba Francisco esperándonos para tomarnos unos cubatas juntos. Me encantaba mi trabajo, y solo pensar en perderlo me deprimía tanto que no lo soportaba. Empezaba a entrar gente en la discoteca y yo me pregunté cuándo se dignaría el nuevo jefe a

aparecer. Inconscientemente no podía evitar buscarlo por la discoteca, entre las barras de los camareros, por la pista, ¿dónde se habría metido? Empezaron a bailar Rebeca y Merche, y yo miré el reloj para contar los quince minutos que me quedaban para subirme al escenario. Me bebí un segundo cubata de ron con cola para animarme pero esa noche estaba rara, y ni el alcohol estaba haciéndome sentir mejor. Cuando bajé con Amanda del primer pase, noté que me miraba extraña, pero la ignoré. No quería pensar que de repente también estuviera enfadada conmigo. Abel seguía sin aparecer y eso me alegraba porque mientras no estuviera, podría trabajar tranquilamente. Subimos por segunda vez y desde arriba noté cuánto se había llenado la discoteca, y eso que tan solo eran la una y cuarto de la mañana. Por lo visto, se había corrido la voz de que ahora Abel Ferri era dueño de Dance City, y a una barbaridad de chicas les había dado por ir para verlo. Pero el modelo esa noche seguía sin aparecer. Cuando bajé del segundo pase, Amanda vino cara a mí con el ceño fruncido. - ¿Se puede saber qué coño te pasa a ti hoy? – me preguntó. - ¿A mí? Nada ¿Por qué lo preguntas? - Porque no estás sonriente como siempre. Emma, para serias y estiradas ya tenemos a Rebeca y a Merche, yo soy la que estoy aquí por compasión y tú eres la bailarina simpática. Pero hija, hoy nadie lo diría. - ¿Qué tú estás por compasión? ¿Por qué dices eso? - Oh, vamos. Todos sabemos que yo desentono aquí. Estoy hecha polvo. Pero Francisco no me despide porque sabe que solo tengo esto y que he de sacar a mi hija adelante. - ¿A tu hija? ¿Por qué nunca me has dicho que tenías una hija? – estaba flipando en colores. Creía que Amanda era mi amiga pero me había ocultado algo muy importante.

- Porque aquí todas queremos ser bellas, princesas, tener buenas tetas y un mejor culo, y yo soy todo lo contrario. Si encima voy diciendo que tengo una hija, sería el hazme reír de las pavas de la barra, y paso de eso. No quiero que nadie sienta lástima de mí por ser madre soltera ni que comenten que si no tengo buen cuerpo es por culpa de la maternidad. - Amanda, eso que estás diciendo es una tontería, y me duele que no me hubieras contado lo de tu hija. Sabes que yo no soy como ellas porque también he pasado lo mío. ¿Cuántos años tiene tu niña? - Siete. – me contestó. Guau, la debió de tener con tan solo veinte años. - ¡Qué bien! – dije para animarla – Y ¿cómo es? ¿se parece a ti? - No mucho, ella es más guapa. Pero oye, que estábamos hablando de ti, ¿Que qué te pasa? - Estoy nerviosa y no lo puedo evitar. Temo que en cualquier momento aparezca Abel Ferri y me haga bajar del escenario otra vez. Y encima Rebeca y Merche se creen que es porque yo quiero, cuando en realidad estoy muerta de miedo. - Pero ¿no te ha dicho Frank que no te va a despedir? - Sí. - Pues entonces, ¿por qué te preocupas? Hazme el favor y dile a mi compañera Emma la simpática que vuelva porque la aburrida de su hermana gemela no me está gustando nada. - Vale, lo intentaré. - De eso nada, no lo vas a intentar, lo vas a hacer. - Está bien. Vamos, que nos toca. - Con una sonrisa de oreja a oreja. Sonreí exageradamente haciendo una mueca y mi compañera frunció la nariz y me sacó la lengua. Traté de tranquilizarme y la noche fue pasando y yo recuperando la confianza en mí. Sobre todo empecé a disfrutar cuando Francisco me dijo que Abel no aparecería por allí, pero no tenía ganas de fijarme en los tíos, y aunque cuando bajaba del escenario más de uno intentaba agarrarme o piropearme, yo me soltaba

sonriente para no perder mi imagen, pero alejándome lo más posible para que no me agobiaran. En uno de los descansos en los que Amanda y yo estábamos en el vestuario, entró Francisco para darnos una noticia. Recé por que no fuera nada malo. - Hola chicas. – dijo Francisco risueño. - Hola jefe. – contestó Amanda. Me quedé a la espera de noticias. No era muy normal que Francisco irrumpiera en nuestro vestuario. - Como os conté la semana pasada, Abel me ha dado una lista de sugerencias para atraer a la gente a la discoteca. Pues bien, mañana vamos a desarrollar la primera de ellas. Amanda y yo estábamos esperando a que dijera qué diablos se iba a hacer al día siguiente, pero parecía que Frank quisiera mantener el suspense. - Aprovechando que es verano… vamos a hacer… tachán tachán… - Dilo ya, joder – se quejó Amanda, que ya no aguantaba más. - ¡Un concurso de “Mis camiseta mojada”! - ¡Bravo! ¿Y para eso ha tenido que llegar un modelo a proponértelo? Eso está más pasao que el coño de mi abuela. – dijo Amanda, que algunas veces era muy bruta. - ¿Y qué se supone que haremos nosotras? – pregunté porque me interesaba saber si tendríamos que mojarnos también. - Vosotras iréis como siempre, pero actuaréis como azafatas del concurso, motivando a las chicas para que se presenten y a los chicos para que las animen. - Entonces mañana no bailamos. – medio pregunté medio afirmé. - Sí que bailaréis. Haréis vuestro trabajo normal hasta que empiece y desde que termine el concurso. - ¿Y qué se llevará la ganadora? – preguntó Amanda.

- A la chica que gane le vamos a regalar un pase para entrar gratis en la discoteca durante tres meses. - Oh, no está nada mal. – dije sabiendo lo cara que costaba la entrada. - ¿Con consumición? - Solo la entrada. - Va, tío, podíais currároslo un poco más y añadir al menos una consumición. - Ay, princesa, el negocio está en la bebida. - Pero se trata de solo una persona, que seguro no vendrá sola. - Está bieen, lo pensarée. ¿Qué no me harás hacer tú? – preguntó guiñándome un ojo. - Y todavía se asusta porque cree que va a perder su trabajo. – añadió Amanda. - ¿Todavía estás con eso? – me preguntó Francisco frunciendo la frente. - No, ya estoy bien, de verdad. - Ah, vale, que no me entere de que te vuelves a preocupar. Mientras media discoteca sea mía, tú vas a seguir haciendo felices a los clientes, y a los que no lo son. - Vale, vale, ya lo hemos captado. – dijo Amanda moviendo los brazos. – Vámonos al escenario ya que si no lo hacemos, cuando lleguemos tendremos a dos fieras a punto de comernos. - Si Rebeca o Merche se quejan decidles que os he entretenido yo. – nos dijo Francisco mientras salíamos – Ahora les contaré lo mismo a ellas y luego empezaremos a anunciar la fiesta desde la cabina. - Ok – dije cerrando el puño y mostrando el pulgar.

-5-

El sábado me desperté a las cinco de la tarde. Estefanía veía la televisión junto a su novio, ambos tirados en el sofá grande. Era raro que no hubiera ido a trabajar pero no quise preguntarle en ese momento. - Hola. – dije cuando pasé por delante de ellos. - Hola Emma. Tienes arroz chino tres delicias y pollo con almendras dentro de la nevera. - Uy, ¡Comida china! ¡Qué bien! Entré en la cocina y después de calentar la comida me senté en el banco y me lo comí allí. No quería molestar a la parejita feliz, así que cuando terminé me metí en mi habitación a pensar en la noche que se avecinaba. Estaba segura de que Abel aparecería por la discoteca porque Francisco no me había dicho que no fuera a ir nunca sino que no había podido ir ese viernes, dando a entender que siempre que pudiera allí estaría. Y si la fiesta de esa noche la había preparado él, dudaba que no fuera a comprobar que se estaba llevando a cabo como él lo había querido. Me preparé el conjunto que me pondría esa noche y pensé que por mucho que Abel Ferri, ese modelo engreído, se metiera conmigo, me haría la fuerte y pasaría de él. Francisco me había asegurado que mi trabajo no corría peligro y eso era lo único que importaba, así es que si me decía algo le mandaría a hablar con su socio. Aunque esperaba que no lo hiciera. A ser posible, que no me dirigiera la palabra. Llegué a la discoteca, bromeé con Manolo el segurata, y como siempre después de saludar a los camareros me metí en el vestuario para cambiarme. Era la primera en llegar, así que empecé a desnudarme con calma. De pronto se abrió la puerta de golpe y entró un melenas buscando a alguien con prisa. - Ah, eres tú. – dijo cuando me vio. Me quedé mirándolo con la camiseta de tirantes que me acababa de quitar puesta por delante de

mis pechos intentando taparme un poco, asustada porque había entrado sin llamar y podía haberme pillado desnuda. - ¿Buscas a alguien? Este es el vestuario de chicas. – dije intentando ser amable. - Estoy echando un vistazo para ver en qué lugar de la discoteca se pueden cambiar las chicas que vayan a participar en el concurso. Pero este vestuario es muy pequeño. – se explicó el guaperas. Hice una mueca y levanté los hombros queriendo decir “se siente” pero no dije nada. Abel me miraba y yo estaba esperando a que me dijera algo desagradable cuando por fin se despidió y salió del vestuario. La verdad es que estaba buenísimo el tío, y esa noche, con la camiseta de cuello de pico y manga corta rosa que llevaba marcando brazos y el vaquero azul claro desgastado que le hacía un culito que daban ganas de apretujar… Uff, me acaloré recordando la tarde que me había masturbado al ver sus fotos en internet. Intentaría ser amable con él, pero tenía muy claro que no tenía nada que hacer. Yo era una princesa en mi mundo, el cual se reducía a esa discoteca de barrio, en la que solo por bailar me creía alguien. Pero estaba claro que lo único que yo consideraba que se me daba bien a él no le gustaba, así que me dedicaría a babear como el resto de las chicas. Como esa noche nos tocaba empezar a Amanda y a mí, nos subimos al escenario mientras Rebeca y Merche se quedaban en la barra intentando hacerse las interesantes con el nuevo copropietario. Era normal que le gustara a todas. Debía estar acostumbrado a que todas las chicas quisieran ser su novia o por lo menos pasar una excitante noche con él, y si yo quería hacerme valer, debería de usar la estrategia a la inversa, porque además tenía excusa, puesto que habría que ser idiota para querer algo con él después de lo que me había dicho. Pero bueno, estaba claro que un poco idiota sí que era, aunque supiera que no tenía nada que hacer con él. Nunca se fijaría en mí. Cuando bajamos mi compañera y yo del escenario Abel había desaparecido. - Vaya, qué suerte han tenido las otras, que han podido hablar con él. – dijo Amanda. - Buá, yo prefiero estar lejos. Para que se muestre tan simpático como el sábado pasado… - Chica, igual le pillaste con el día tonto!!

- ¿Sí? Pues es tonto, pero que muy tooonto ese modelo empresario milloneti. Amanda se carcajeó. Le hacía gracia que me metiera con un hombre con el cual todas las chicas babeaban. - Pero está bueno pero que muy bueno. – añadió mi compañera. - Eso no te lo voy a discutir. Pero eso no le da derecho a meterse con la gente como si tal cosa. - Tienes razón. Descansamos un poco en el vestuario y aproveché para preguntarle por su hija. Ahora que sabía de su existencia, me causaba curiosidad saber de ella. - ¿Dónde está ahora? – pregunté. - Cuando vengo a trabajar se queda a dormir en casa de mis padres. La verdad es que si no hubiera sido por ellos no hubiera podido salir adelante. Pero tuve suerte en eso. Mis padres la adoran y mi madre se queda con ella siempre que yo tengo que trabajar. - Todavía no me puedo creer que no me hablaras de ella. Tía, ¡que nos conocemos mil años! - Lo siento, prefería que no lo supiera nadie aparte del jefe. Cuando volvimos al escenario, el disc-yóquey

empezó a anunciar por cabina la fiesta que

próximamente se iba a realizar. - Chicaassss, animaossss, ¿quién quiere ser “mis camiseta mojada” de Daaance Cityyyyy? Toda aquella que se presente tendrá una entrada gratis con consumición para el próximo fin de semanaaaaa. Y la ganadoraaaaa, atención chicasssss, la ganadora tendrá una tarjeta vip con consumición para entrar gratis en Dance City durante tres meseeesssss. Sí chicas, lo habéis oído bien, tres mesesss gratissss en Daaaaaance Cityyyyy. Vaya, al final había convencido a Francisco para que añadiera la consumición. Miré a la barra y vi como Abel había formado una fila de chicas, las cuales cuando llegaban hasta él le decían su nombre, y éste les daba una camiseta con el logotipo de la discoteca. Ese trabajo podía haberlo hecho cualquiera de

los camareros, pero la verdad era que Abel Ferri era el mejor reclamo. Con tal de pasar unos segundos con él, las chicas eran capaz de cualquier cosa, en este caso de salir a escena con una camiseta mojada debajo de la cual no llevarían nada más. Durante el pase de Rebeca y Merche se anunció que el concurso estaba a punto de empezar, y cuando pasó su turno, Francisco se acercó hasta ellas para hacerlas bajar, habiéndonos dicho antes a Amanda y a mí que no las releváramos. Francisco subió al escenario con un micrófono y empezó a explicar en qué consistiría el concurso. Cada chica tenía que mojar su camiseta y ponérsela conservando su ropa de cintura para abajo, pero sin nada más arriba. Eso quería decir que se les transparentaría todo, y ahí precisamente era donde estaba el morbo. Enseñar sin enseñar. Menos mal que las bailarinas no entrábamos en el juego porque me parecía bastante denigrante, ¿y luego me criticaban a mí por lo que hacía? ¡Por favorrr! Las cuatro bailarinas nos colocamos dos a cada lado del escenario, ayudando a las chicas a subir y a bajar de él. En la camiseta llevaban un número muy grande para que los hombres votaran qué chica les había gustado más. Francisco me dio un fajo de papelitos para que los repartiera entre todos los clientes de la discoteca, incluidas las mujeres. En el papelito escribirían el número de la chica ganadora y lo echarían en una urna que Rebeca sostenía mientras paseaba por la pista. De modo que en el escenario habían quedado Amanda y Merche para hacer subir y bajar a las chicas. La mayoría eran jovencitas entre dieciocho y veinte años, cabras locas que todavía no distinguían entre lo que era pasárselo bien y malograrse. Pero la verdad es que el ambiente era muy animado, silbando los hombres cuando a una chica se le marcaban demasiado los pezones y aplaudiendo ante el paso por el escenario de cualquiera. Después del recuento, ganó una chica de diecinueve años, bajita pero con unas curvas perfectas. La chica dio las gracias y se puso a llorar cuando el mismísimo Abel Ferri le otorgaba la tarjeta vip y le daba dos besos en las mejillas. Por el momento no me había dicho nada desagradable, pero había notado que no me miraba con muy buenos ojos. A mis compañeras no las miraba igual y me molestaba no agradarle. Quería gustarle porque estaba acostumbrada a que todo el mundo me admirara, y era demasiado para mí que a ese hombre

le desagradara tanto, y no porque pretendiera tener algo con él. Quería gustarle yo como persona, no físicamente. Ese aspecto sabía que sería imposible y lo había dejado a un lado. Pero, ¿por qué no le gustaba mi forma de bailar? De nuevo empezamos a bailar Amanda y yo y los chicos, que se habían animado sobremanera con el concurso, empezaron a aplaudir debajo del escenario, motivándome a dar lo mejor de mí. Lo malo fue cuando bajé del escenario ya que esos mismos hombres que se divertían viéndome bailar, empezaron a zarandearme de uno a otro agarrándome de la cintura, intentando manosear todo lo que pudieran mientras yo me defendía intentando soltarme y escabullirme. Pero eran demasiados contra mí y con más fuerza. Me estaba agobiando y haciendo sentir impotente por no poder hacer nada para salir de allí cuando un brazo corpulento me agarró de la cintura y me sacó del gentío al tiempo que gritaba: - Fuera de mi discoteca. Dos guardias de seguridad se hicieron cargo de acompañar al grupo que me había estado importunando hasta la salida mientras Abel me llevaba todavía cintura cogida, hasta mi vestuario. - ¿Ves por qué no me gusta lo que haces? – me gritó una vez dentro. Me quedé aterrorizada porque no comprendía su enfado. Lo que me había pasado eran gajes del oficio, y a todas nos había pasado alguna vez. Si conocía el ambiente de las discotecas, Abel debía saber que eso era normal, los tíos se emborrachan, se animan demasiado y… - ¿Estás contenta? ¿Te ha gustado? – siguió gritándome. - No. – contesté sin apenas salirme la voz. - ¿Qué te pasa conmigo? ¿Por qué no te gusto? - ¿Que por qué no me gustas? ¿Estás loca? Sin previo aviso, Abel me cogió de la nuca y me arrimó hasta la pared impetuosamente, besándome como nunca lo había hecho nadie. Respondí como una cría, como lo hubiera hecho cualquiera de las chicas que se hallaban en la discoteca, convencida de que él sabría perfectamente cuál sería mi reacción, acostumbrado a que nadie se le resistiera. Sentí sus grandes labios por toda mi boca y su lengua caliente con sabor a ginebra y a él, y me gustó más de lo que me habría imaginado que lo haría. Abel

Ferri era especial. Con su metro noventa, su larga melena castaño claro, sus grandes y exóticos ojos azules… era impresionante. Y besaba tan bien… Movió su lengua dentro de mi boca y yo hice lo mismo, sin entender por qué si me había despreciado tanto la semana pasada, ahora me besaba de aquella manera. De pronto se soltó y salió de la habitación como alma que lleva el diablo, dejándome allí sola, excitada y con el corazón a cien por hora, sin creerme lo que acababa de pasar. Miré el reloj, y como vi que ya era la hora de volver al escenario, salí del camerino todavía nerviosa. Abel hablaba en la barra con Amanda, y al parecer a ésta le gustaba lo que estaba diciendo porque tenía una sonrisa de oreja a oreja. Cuando vio que me dirigía al escenario, me instó con la mano para que parara, y despidiéndose de Abel, el cual cuando me vio apretó la boca y frunció el ceño, llegó hasta mí para que fuéramos juntas. - Chica, yo no sé por qué te asusta tanto Abel, a mí me ha parecido encantador. – dijo mi compañera. - Eso será porque a ti no te ha dicho que le pareces deprimente en el escenario. Hicimos el relevo con nuestras compañeras y nos pusimos a bailar, yo sin parar de recordar el beso que ese monumento me acababa de dar y sin entender por qué. Y menos lo entendí cuando miré hacia la barra, donde había quedado mi nuevo jefe, y lo vi cogiendo de la cintura a la rubia que había visto con él en tantas fotos. ¿Pero de qué iba ese tío? ¡Besando a las chicas teniendo novia! ¡Será cabrón!, pensé. Una vez en el vestuario, esta vez con mi compañera de baile, le pregunté si había visto a la rubia. - Sí, es espectacular, ¿eh? - ¿Sabes si es su novia? - pregunté sin querer decir que la había visto en internet con él porque supondría decir que había buscado a Abel Ferri. - En la prensa dicen que tiene algo con él pero que Abel no lo reconoce. Cuando le preguntan por su relación con ella siempre dice que tan solo es una amiga, pero tú ya sabes que los programas de televisión siempre quieren hacer que parezca que es más. - ¿Es modelo como él? – me tenía intrigada porque después del beso que Abel me acababa de dar,

quería conocer a mi competencia. - No. Es una niña pija, hija del empresario Pietro Belucci. Vamos, que tiene pasta. - ¿Belucci? ¿Es italiano? - Sí, hija, veo que no te enteras de los cotilleos ¿eh? Ella se llama Carla Belucci, ¡si está siempre en televisión hablando de sus parejas! - Buá, ya sabes que yo no veo la televisión, y menos los programas del corazón. - Pues si los vieras, sabrías todo esto y no me tendrías que preguntar. - Bueno, ya estás tú para contármelo ¿no? Salimos del vestuario y Abel seguía en el mismo sitio con la tal Carla Belucci. Hasta su nombre sonaba a persona importante, y no como el mío, Emma Blasco. Pero claro, como en España todo lo de fuera atrae, por eso me lo parecía. Todavía quedaban unos minutos para tener que hacer el relevo, y necesitaba tomarme algo fuerte para soportar ver al hombre que me había dado un beso de los que te vuelven loca, con esa mujer tan impresionante. Amanda y yo nos acercamos a la barra, y yo, aunque me temblaban las piernas por ello, me coloqué al lado de Abel. Quería que se diera cuenta de que estaba allí, de que le había visto con la Belucci y que si era su novia, podía contarle que me acababa de besar y crear una discusión entre ellos. Por supuesto que no lo haría, pero quería que él pensara y temiera que sí. - ¿Qué queréis, preciosas? – nos preguntó Raúl desde el otro lado de la barra. - Yo un whisky con Red Bull – dije. - Yo un vodka con naranja. – dijo Amanda. Abel se giró al oírme, porque como me daba la espalda todavía no se había dado cuenta de que estaba allí. - Eso es malísimo. – dijo mi jefe cuando vio lo que Raúl me servía. - Lo aguantaré. – contesté cogiendo mi cubata. Su mirada glacial me intimidó, pero aunque la piernas me temblaban, no dejé que se diera cuenta,

y me fui con mi vaso al escenario. Empecé a bailar intentando no mirar hacia la barra. Antes me hubiera dado igual ver a Abel con otra chica. Asumía que podía tener novia o que lo vería con unas y con otras, porque las mujeres hacían cola para estar con él. Pero ¡¡me había besado, maldita sea!! Mis ojos me traicionaron y miraron hacia donde no quería. Abel seguía teniendo su mano sobre la cintura de Carla Belucci pero me miraba a mí con cara de enfado. Joder, todavía no era capaz de entender el juego de ese tío. Acabé mi último pase y me cambié rápidamente. Quería ir cuanto antes al despacho de Francisco para que me pagara e irme a mi casa, y deseaba no encontrarme a Abel allí. Entré en dirección y Francisco me esperaba con el sobre en la mano y una agradable sonrisa. - Emma, no sé qué tiene Abel contigo pero no debes preocuparte por tu trabajo cuando en realidad desde que ha llegado te está beneficiando. – dijo tendiéndome el sobre que llevaba escrito mi nombre. – Ábrelo. – dijo, sabiendo que yo nunca lo abría delante de él. Obedecí su orden y vi que dentro del sobre habían tres billetes de cien euros. - Pero, ¿por qué? – pregunté nerviosa. - Me ha dicho que te pagara doble hoy, que te lo has ganado. - Entonces, imagino que a mis compañeras les pagaréis lo mismo, ¿no? - Solo me lo ha dicho referente a ti. - Frank, sabes que esto puede ocasionar problemas con mis compañeras si se enteran. – no me parecía bien lo que estaban haciendo, porque aunque me ayudara cobrar más dinero, sabía que no era justo con las otras. - Entonces evitaremos que se enteren. – dijo Francisco acariciándome la barbilla. Me puse tensa porque no me gustaba que mi jefe tuviera muestras de cariño conmigo, al menos no ese jefe, y como lo notó se separó de mí despidiéndome hasta la semana siguiente. - Hasta el viernes. – dije dando media vuelta.

Al abrir la puerta me choqué con Abel que entraba en ese momento y se creó una tensión sexual entre nosotros que me puso colorada. Al ver que ya me iba frunció el ceño. - Emma, espérame fuera un momento. Tengo que hablar contigo. Me dijo Abel con una imponente voz. Salí con mi mochila a la pista en la que ya no quedaba nadie y vi a la rubia hablando con los camareros en la barra. “¿Qué le espere? Y una leche!! Seguramente querrá explicarme por qué me ha besado, decirme que ha sido un error y bla, bla, bla. Paso mil. Que le den”, pensé mientras salía de la discoteca rumbo a mi coche para largarme de allí antes de que Abel Ferri se diera cuenta.

Pasé el domingo ensimismada recordando el dulce y apasionado beso que Abel me había dado. Algo sí que le tenía que gustar para haberme besado así, pero claro, luego se habría dado cuenta de que yo no tenía el estatus social que tenían las mujeres con las que él acostumbraba salir, y se había arrepentido de lo que había hecho. Ahora solo me quedaba recordar lo sucedido y sentirme feliz porque me había besado todo un modelo, y eso era más de lo que muchas chicas conseguirían en su vida. Era afortunada por ello. Sí, lo era. Mantendría las distancias a partir de ahora, pero eso no me lo quitaba nadie. Dios, qué hombre. Me había dejado caliente con un palmo de narices, sí, pero había disfrutado durante unos instantes del mejor beso de mi vida. Qué pasión. Me habían entrado ganas de desnudarlo allí mismo, sin importarme que mi compañera pudiera entrar y sorprendernos, porque me daba igual, o tal vez incluso lo deseara, para que vieran quien me estaba poseyendo. Pero había sido tan corto… Estefanía notó que esa tarde estaba en los mundos de Yupi y me miró extrañada. - Anoche Abel Ferri me besó después de sacarme de entre una jauría de tíos, y luego pasó el resto de la noche con Carla Belucci – pronuncié el apellido con recochineo – y me ignoró totalmente. Al final cuando fui a cobrar, Francisco me pagó el doble por orden del modelo. – resumí. - O sea, que te pagó por haberte besado. – dijo Fani sin escandalizarse porque una persona importante hubiera besado a su compañera de piso.

- ¿Qué insinúas? – pregunté pensando en lo peor. - Que se sintió mal y quiso compensarlo. - La verdad es que no lo había visto así, pero tiene su lógica. ¿Pretenderá comprar mi silencio? Si no pensaba decírselo a nadie!! No sé qué rollo lleva, no lo entiendo. - ¡Me lo has contado a mí, ¿no?! Yo de ti no lo iría contando por ahí. - Ya. – dije pensando en lo difícil que me resultaría no contar algo tan bueno. ¿Bueno? ¿De verdad ese beso era algo bueno? No me había hecho caso el resto de la noche, me había mirado con mala cara y me había pagado para que no lo delatara. De bueno no tenía nada. Más bien todo lo contrario. Tenía que olvidarlo y pronto, pero sola en mi habitación no conseguiría hacerlo. Cogí el móvil y miré en la agenda si tenía algún teléfono de alguien a quien me apeteciera llamar. Encontré el número de Nacho, un rollete con el que me veía de vez en cuando solo para follar, y al que hacía dos meses que no veía. Le mandé un whatsapp. “Hola, q ase?” “Hola guapa, q ase tú?”, contestó Nacho enseguida. “Tirada en mi camita descansando un poco” “Yo stoy viendo una película, t apetece venir?” “Estás solo?” “Sí” “Ok, en una hora estoy ahí” “Ok, t espero, guapa” Me duché y me vestí rápidamente pensando en el buen sexo que me esperaba. Nacho no besaba tan bien como Abel, pero en la cama no me podía quejar. Llevábamos cerca de un año viéndonos sin ningún tipo de compromiso, y a los dos nos gustaba eso. Sobre todo porque si nos viéramos más a menudo yo me habría enamorado de él y seguro que me habría hecho daño, puesto que él no quería nada serio con nadie.

Tenía veintinueve años y le había dejado una novia con la que había estado durante ocho años. Lo que menos le apetecía era volver a tener una relación seria en tan poco tiempo. Quería disfrutar la vida sin comprometerse con nadie, y como me lo había dejado bien clarito, yo aceptaba tener sexo con él sin ataduras.

-6-

El lunes, estaba dentro del honro preparando una segunda hornada de pan cuando Ángeles me llamó desde el mostrador, con la voz temblorosa. Salí quitándome el sudor de la frente y me quedé de piedra cuando vi allí a Abel Ferri. Elvira y mi jefa nos miraban de reojo y yo me sentí fatal por la pinta que llevaba. Me había sujetado toda la melena con una pinza y llevaba un turbante para no dejar caer pelos en la comida. Iba sin maquillar y con la cara sudorosa, ¡qué desastre! Pero, ¿qué hacía Abel Ferri allí? - Hola Emma, me gustaría hablar contigo. – me dijo el modelo – Quise hacerlo el sábado pero no me esperaste como te pedí. – esto último me lo dijo con una voz de mando que me intimidó. - Lo siento pero tenía prisa y como tardabas… - Tardé cinco minutos en salir y un camarero me dijo que te habías ido directamente desde dirección sin pararte a nada. Emma, no me mientas, no me esperaste. - Vale, lo siento. – dije poniendo los ojos en blanco sin querer dar importancia al asunto, a sabiendas de lo que me jugaba. Ángeles atendía a los clientes sin dejar de mirarnos por el rabillo del ojo. - Bueno, ahora no puedo hablar, estoy trabajando. ¿Cómo has sabido dónde localizarme? – pregunté extrañada. - Me lo dijo Francisco. - Pues ya podía haberte dado también mi número de teléfono y no tendrías que haberte molestado en venir. - Me lo dio, pero ayer estaba tan enfadado que me negué a llamarte, aunque lo cierto es que pensaba ir a tu casa.

- Bueno pues ahora no puedo hablar. - Claro que puedes, ya he hablado con tu jefa. Miré a Ángeles y ésta me sonrió. - Ya he salido antes a almorzar y si me voy ahora no será justo para mi compañera porque tenemos mucho trabajo dentro y le va a tocar hacerlo todo a ella. - Si quieres puedo pagarle por su doble esfuerzo. - ¡Cómo no! Con dinero se consigue todo ¿No? - Todo no, pero la mayoría de las cosas, sí. – contestó con una sonrisa de salirse con la suya. Miré a Ángeles, la cual movió la palma de la mano hacia adelante al tiempo que me decía “Ve”. Resoplé viendo que no tenía otra cosa que hacer, y quitándome el turbante y arreglando un poco el pelo que caía por mi cara, salí del mostrador. No me quité el delantal porque no pensaba salir del horno. Le indiqué que nos sentáramos en una mesa y enseguida llegó Ángeles para preguntarnos qué queríamos tomar. Me causó gracia que a mí también me preguntara, tan amable. - Un cortado, por favor. – dijo Abel. - Para mí otro, pero corto de café. – pedí yo. Abel se quedó mirándome con la boca de medio lado y una sonrisa inexplicable ya que tenía una ceja encogida. Parecía que estaba mirando a un bicho raro, y así es como me hizo sentir. - Emma, te preguntarás qué hago aquí. – empezó a decir. ¡Ja! ¿preguntarme? Eso era poco para lo que estaba sintiendo en ese momento. - Más o menos me lo imagino. – dije creyente de que me iba a despedir o a disculparse por haberme besado. - ¿Lo imaginas? Ahora sí que me has sorprendido. – dijo Abel levantando las manos sonriente. Quería que dejara de sonreírme porque cada vez me parecía más guapo y si iba a hacer lo que creía, prefería odiarlo a que me gustara tanto.

- Como imagino que sabrás, tengo una cadena de gimnasios por España y parte de Europa. – asentí – Pues bien, he estado pensando en añadir otro tipo de cosas para atraer a más gente, que no se limite solo a actividades deportivas, spa, piscina… me gustaría también poder hacer otro tipo de actividades, como por ejemplo bailes de salón, danza del vientre… No entendía qué tenía que ver todo eso conmigo. - El caso es que quería proponerte si querrías ser la profesora de la clase de baile moderno. - ¿Cómo? – me quedé flipando - ¡Creía que yo no te gustaba! - ¿Por qué piensas eso? El sábado también me lo dijiste. - Porque me dijiste que te parecía deprimente verme en el escenario. - ¿Es qué no captaste nada más que lo malo? Me refería a que no me gustaba ver cómo echas a perder tu talento trabajando en una discoteca y… y… ¿qué coño se supone que haces aquí? – parecía enfadado. - Ganarme la vida, ¿tú qué crees? - Creo que te mereces trabajar en un sitio mejor. Me sentí aliviada al saber que sí le gustaba. Yupiii. Pero lo que me pedía era demasiado para mí. - ¿Qué me dices? ¿Trabajarías para mí? – me preguntó impaciente por que le contestara. Pero no estaba segura. ¿Y si salía mal y me quedaba de patitas en la calle? Me había besado y no era bueno mezclar los negocios con el placer. Vale que con Francisco me había acostado y aún así trabajaba para él, pero eso era porque a mí no me gustaba para tener nada más con él. En cambio Abel, si le veía todos los días podría enamorarme y no quería que eso ocurriera. Si él tenía novia y me había besado por equivocación, para mí había significado más que eso, y no quería hacerme ilusiones en vano. - Creo que no puedo aceptar tu propuesta. – dije. - ¿Por qué no? – preguntó extrañado y molesto. Seguramente se habría creído que diría que sí con el mismo entusiasmo como con el que le había contestado a su beso.

- Mira, yo… este trabajo lo tengo seguro mientras que no llegue tarde, y bailar en la discoteca me gusta, no lo pienso dejar. - Podría pagarte por trabajar de lunes a viernes más de lo que ganas entre los dos trabajos que tienes. Por un momento pensé que eso sería genial. Al fin y al cabo odiaba el trabajo del horno, pero me daba demasiado miedo dejarlo todo por él. - Me niego a dejar la discoteca. Como te he dicho, trabajo en Dance City porque me gusta. - Te gusta bailar y sentirme admirada, lo he notado. - ¿Acaso a ti no te gusta que las mujeres te admiren? Por eso eres modelo ¿no? - Soy modelo porque mi madre es diseñadora y desde pequeño me metió en ese mundo, pero te equivocas. Odio que las mujeres no vean en mí más que un físico con dinero. - Pues yo estaría encantada, y me parece que tú también lo estás, puesto que solo se te ve con mujeres que son igual que tú. – enseguida me arrepentí de lo que dije, ¿quién era yo para meterme en su vida privada? - Si lo dices por Carla, entre nosotros… - Déjalo, me da igual tu vida. Nos vemos el viernes, si vas a la discoteca. – dije levantándome de mi sitio. - Emma. – dijo arrogante. - ¿Qué? – contesté entrecerrando los ojos. - Piensa en lo que te he dicho. - Creo que no tengo nada que pensar. – dije volviendo a colocarme el turbante para volver a mi trabajo. Cuando el modelo salió de la panadería, mi jefa y mi compañera vinieron a mí a interrogarme

como unas crías. - Tía, ¡qué tensión fluía entre vosotros! Se podía cortar con un cuchillo. – opinó Elvira. - ¿Qué dices? Es mi jefe en Dance City y ha venido a hablarme sobre proyectos que tiene para la discoteca. - Pues hija mía, parecía que te estuviera proponiendo tirarte por un puente, ¡vaya mirada asesina que le has puesto! - Ooyee, ¿pero acaso has estado cotilleando todo el rato? - Hemos, hemos – añadió la jefa - ¡Todos los días no se presenta en el trabajo un hombre tan apuesto y que además sale en televisión! - Es más guapo en persona – dijo Elvira, feliz por la visita inesperada. Yo como no lo había visto más que en las fotos de internet no podía opinar sobre eso. El resto de la semana fue tranquila. Creí que Abel se volvería a pasar por el horno por si me lo había pensado mejor, pero no fue así. Seguramente habría desistido de mí y habría decidido pedírselo a otra. Por lo menos ahora sabía que le gustaba y que lo que le molestaba era verme bailar en la discoteca, y si no se había metido con mis compañeras era porque ellas no le parecían tan buenas como yo. Eso me subió la autoestima y decidí olvidar el beso entre nosotros y sentirme feliz porque le gustaba hasta el punto de proponerme trabajo. Y eso era muy importante, más de lo que nunca creí que pudiera conseguir. Si él no había comentado lo que entre los dos había pasado en mi vestuario tampoco lo haría yo, y si de verdad me había pagado más para no hacerlo, pues con más razón aún. Como tenía la autoestima alta me sentía feliz, y esa semana trabajé en el horno con más entusiasmo, tanto que Ángeles se dio cuenta y desde que había visitado su panadería el modelo Abel Ferri para hablar conmigo, no paraba de sonreírme continuamente. Eso me relajaba, sobre todo porque siempre hacía mi trabajo temerosa de no gustar y que en cualquier momento me echara a la calle. Dentro del horno hacíamos falta tanto Elvira como yo, pero con la crisis los jefes estaban más exigentes porque sabían que podían encontrar sustituto en cualquier momento, y era una tensión vivir con ese miedo al

despido.

-7-

El jueves por la noche Estefanía preparó unas pizzas caseras y me dijo que tenía que hablarme de una cosa. Me asusté por el tono en que lo dijo y por el intríngulis que se traía. Llevaba toda la semana muy seria. - Emma, Felipe y yo hemos pensado vivir juntos. – dijo yendo al grano. Me quedé helada con el pedazo de pizza en la mano a punto de entrar en mi boca. Por un momento me vi en la calle, hasta que Fani añadió. - El próximo fin de semana me trasladaré con él a su piso. Espero que no hagamos mucho ruido, sé que te acuestas de día pero yo solo tengo el domingo libre. - No te preocupes por eso. ¡Caray! ¡Qué rápido todo! Me lo acabas de decir y ya te vas. - Me voy en nueve días para terminar el mes contigo. Pero necesitamos intimidad, ¿lo entiendes? Además, habrás notado que últimamente me ves más por casa y eso es porque me han reducido la jornada, ahora gano menos y bueno… - No hace falta que me des explicaciones, lo entiendo. Yo he intentado ser discreta cuando Felipe ha estado aquí. - Lo sé, pero reconoce que para las dos era incómodo. Seguiremos en contacto. – dijo Fani, cogiéndome una mano amistosamente. - ¿Y quién me preparará ahora esas comiditas tan ricas? ¿Quién me va a cuidar ahora? – pregunté poniendo morritos como si fuera una niña pequeña. - Te seguiré cuidando cariño – me dijo riéndose de mis morros – Has significado mucho para mí, y no vamos a dejar de vernos porque no vivamos juntas.

- Ya, claro, como tenemos los mismos horarios de trabajo… - dije irónicamente. - Ya… oye, yo, siento lo que te dije la semana pasada. No creo que seas una fresca, es solo que pienso que no te haces de valer, y me da rabia porque tú vales mucho. - ¡Qué va! – dije saliéndoseme una lágrima de la mejilla sin poderla controlar. - Debes valorarte tú para que los demás puedan hacerlo, y si tú no lo haces… Emma, bailas de puta madre, pero en la discoteca los tíos van a lo que van. Me da pena que desperdicies tu talento bailando en una discoteca. Otra que tal con la misma cantinela. Ya eran dos los que me lo decían esa semana, y lo peor era que ambos tenían razón, pero Dance City era el único lugar en el que podía dedicarme a lo que me gustaba, y aunque Abel me había propuesto un trabajo, era de profesora no de bailarina que era lo que yo aspiraba a ser. Pero cada vez era más mayor y tenía claro que las oportunidades cada vez eran más escasas. Me entristeció saber que Fani se iba a ir y que me iba a quedar sola. No me preocupaba tener que pagar el alquiler del piso completo, podía hacerlo, pero estar sola nunca me había gustado. Desde que había salido de mi familia de acogida siempre había compartido piso con alguien. Pero bueno, ya era mayorcita y en cierta manera también empezaba a necesitar mi independencia y ahora podría tirarme en el sofá siempre que quisiera. Sería todo para mí, aunque la echara de menos. - Me alegro por tu relación. – dije. - Gracias. Lo sé. – dijo Fani asintiendo con la cabeza. Llegó el viernes por la noche, y con ello mi trabajo favorito. Esa noche quería fascinar a Abel Ferri. Quería gustarle en todos los sentidos, como bailarina, como persona y ¿por qué no físicamente? Busqué entre mis conjuntos de baile y me decanté por un vestido palabra de honor de gasa blanco por debajo de las nalgas que me solía poner con un bikini blanco debajo y las botas altas. Lo acompañaba con una diadema de pelusa blanca con el pelo suelto. Parecía un ángel y esa noche quería ser su ángel de la perdición. Sabía que nunca tendría nada con él, no me hacía ilusiones ni nada parecido, pero podía

gustarle sin pretender nada más que eso. Me entretuve más de la cuenta en la ducha y planchándome el pelo, cuyas mechas se estaban volviendo fucsias las moradas y rosas las fucsias y cuando me di cuenta era más tarde de lo que pensaba. Llegué a la discoteca y mis compañeras ya estaban casi arregladas. No había visto a nadie que me hiciera temblar al entrar, y me pregunté si ese viernes iría o si sería como la semana anterior. Entonces mi esfuerzo no habría servido para nada. ¡O tal vez sí! Siempre podría echar mano de mis admiradores. Esa noche nos tocaba empezar a Amanda y a mí, y no me dio tiempo a pedirme nada de beber. Estaba fría, pero como no había casi gente, me dediqué a bailar sin cansarme demasiado, haciendo movimientos sexys pero ligeros, hasta que Jaime, el disc-yóquey pinchó Judas, de Lady Gaga y me emocioné. Claro que para cuando acabó la canción estaba muerta de sed, y los camareros que iban por la pista todavía no nos habían llevado las botellitas de agua. Indiqué a Raúl cerrando una mano y meneando el pulgar hacia la boca, que tenía sed, y éste me mostró el puño con el pulgar hacia arriba. A los dos minutos, Alberto traía un cubata de whisky con Red Bull para mí y otro de vodka con naranja para Amanda. Las dos le dimos las gracias, y bebí con tanta sed que casi me lo acabo de un trago. Al seguir bailando Hello, de Martin Solveig and Dragonette, empecé a dar saltos y el cubata se asentó en mi cuerpo haciéndome arder. Y cuando entre la poca gente que empezaba a entrar en la discoteca pude ver a Abel junto a Carla Belucci, me tragué el resto del cubata de golpe, de manera que para cuando bajé del escenario estaba calentita y con ganas de guerra. - Gelouuuuu – dije canturreando la canción que acababa de bailar cuando llegué a la barra en la que parecía que hubieran hecho campaña mi jefe y su compañera. - Hola Emma – me saludó Abel con la misma cara de perro de siempre. En seguida se giró hacia su acompañante dándome la espalda y yo me sentí ridícula siguiendo allí, así que cogí a Amanda del brazo y la llevé hasta el vestuario. - Hola Emma, guau guau – lo imité poniendo un tono imponente y haciendo el sonido de un perro rabioso una vez estuvimos las dos solas. - ¿Qué puñetas os pasa a vosotros? – preguntó Amanda riéndose de mi imitación.

- ¿Tú has visto como me ha saludado? – pregunté indicando con mi mano fuera del vestuario. - Sí, claro que lo he visto. Y a ti “gelouuuuu” – repitió burlándose de mí. - Uy, creo que me ha sentado un poco mal el cubata. – dije sentándome en una silla. – Pero mira, mejor vamos a por otro. - ¿Estás segura? - Claro que sí!! Salimos del vestuario pero esta vez no fui a colocarme al lado del que tan atareado estaba con su novia. Aunque ahora que no le podía quitar el ojo de encima me daba cuenta de que no lo había visto besarla en ningún momento. Tal vez Amanda tenía razón y solo era una amiga, pero qué envidia le daba a todas ¡joder! ¿La llevaría por eso, para quitarse a las pesadas de encima? ¡Buena táctica, chaval! - ¿Otro de lo mismo? – me preguntó Raúl. - Oh, noo, creo que tomaré algo más suave, como… Un ron con cola – dije después de pensármelo un poco. - No te conviene mezclar. – oí que alguien decía a mi lado. Giré de inmediato al reconocer la voz. - Pero bueno, ¿tú quién eres, mi padre? – le dije a Abel, que me miraba apretando el labio - ¿Y dónde has dejado a tu chica? – esa pregunta sobraba, lo sabía, pero se me escapó. - No soy tu padre, soy tu jefe, y mi amiga ha ido al aseo ¿alguna pregunta más? - Lo… lo siento – dije arrepentida – Si no te parece bien que beba me limitaré al agua, jefe. - Puedes hacer lo que quieras, yo solo te aconsejo que no mezcles porque mañana estarás hecha polvo. Oooh, qué bombón de chocolate blanco con avellanas. ¡Cómo se preocupaba por los empleados! - Pues que sea otro whisky, pero con naranja. – le dije al pobre Raúl que seguía esperando con el

vaso lleno de hielos. Me di la vuelta hacia mi compañera dándole la espalda como me había hecho él hacía escasos minutos, pero en lugar de irse se quedó allí, con nosotras, mirando al escenario donde bailaban Rebeca y Merche. - Son buenas ¿verdad? ¿Les has propuesto a ellas que sean profesoras de baile en tus gimnasios? – pregunté únicamente para sacar en conversación la propuesta que me había hecho el lunes. - No. – dijo muy seco, sin dejar de mirar ese punto fijo. - Bueno, me voy a trabajar en lo que me gusta. – le dije con recochineo. Me dirigí junto con Amanda y esta me agarró del brazo para frenarme un poco. - Tía, si las miradas matasen, estabas muerta. – me dijo en el oído. Me giré hacia donde había dejado a Abel y vi su intensa mirada devorándome de arriba abajo, ¿podría ser que le gustara yo? Y no como empleada sino yo, como persona. No podía ser, así que me lo quité de la cabeza. Al poco de empezar a bailar el disc-yóquey empezó a anunciar la fiesta que se celebraría al día siguiente. Era la fiesta fin del verano, aunque todavía estábamos a finales de Agosto. Jaime anunció que a todo el que al día siguiente fuera a la discoteca en bañador entraría gratis. Madre mía la de gente que tendríamos ese sábado, y cuánta más gente, más calor, y más consumiciones. No me pareció que Abel estuviera teniendo grandes ideas respecto al márquetin que querían hacerle a la discoteca, pero si iba más gente y eso era lo que Francisco pretendía, a mí me daba igual lo que hiciera, siempre que no afectara a mi trabajo. A continuación, Jaime anunció noche remember y puso una canción que estaba segura que no conocería la mitad de la discoteca que ya se empezaba a llenar, pero que a mí me dio un subidón porque me recordó a mi madre. La había perdido con apenas nueve años pero Youre My Heart Youre My Soul de los Modern Talking era su canción preferida y la bailé olvidándome de todo. Me desinhibí. Bailé imaginando que estaba con mi mamá en el comedor, las dos solas con la música de estos dos chicos.

“You’re my heart, you’re my soul I keep it shining everywhere I go You’re my heart, you’re my soul I’ll be holding you forever, stay with you together” A ella le gustaba el rubio y a mí el moreno y aunque yo sabía que estaba enamorada de mi padre, no dejaba de tener sus ídolos y cantantes preferidos como todo el mundo. Lo cierto es que a mí siempre me habían atraído más los hombres morenos, a ser posible de ojos cálidos, miel, chocolate… No sé por qué me preocupaba tanto en gustarle a alguien que ni siquiera cumplía con mi prototipo. Pues porque aun así era guapísimo. Me olvidé de que Abel Ferri me estaba mirando molesto por que derrochara mi talento sobre el escenario, de que debajo tuviera una panda de babosos esperando a que bajara para intentar meterme mano, de que entre semana tenía un trabajo que detestaba y de que dentro de poco me iba a quedar sola en casa. Era mi momento, era la canción de mi madre y la añoré y le hablé creyendo que me escuchaba desde el cielo, y le pedí ayuda en mi vida, porque me estaba desmadrando y no sabía cómo controlarme. Jaime siguió poniendo remember durante el resto de la noche, algunas canciones las conocía por mí, otras por mis padres, y otras ni las conocía, pero me gustaba el rollo más que la música cañera que acostumbraba a poner, y me divertí. Para mi sorpresa, cuando fui a bajar del escenario, dos seguratas me estaban esperando para escoltarme hasta la barra. Me sentí mal porque a Amanda no le hubieran hecho lo mismo y pensé que al final esas atenciones me pasarían factura con mis compañeras. Abel estaba en la puerta de mi vestuario indicándome con el dedo que me acercara. Miré a Amanda y me indicó que fuera, que ella se quedaría en la barra pidiendo algo de beber. - Ves pidiéndome algo a mí. No creo que tarde. – le dije. Me acerqué hasta donde estaba Abel y éste abrió la puerta y me indicó con la mano que entrara. Cerró la puerta de golpe y me empotró contra la pared para, una vez más plasmar sus grandes y sabrosos labios sobre mi boca. Ummm, me volvía loca la forma de besar de ese hombre, hacía que el vello se me

pusiera de punta y me humedeciera toda solo por el roce de su lengua. Reaccioné como la semana anterior, solo que esta vez me pareció que no estaba bien lo que hacíamos y me solté de él, echándolo hacia adelante. - ¿Qué te pasa? – me preguntó extrañado. - ¿Que qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti? Es la segunda vez que me besas en mi vestuario y de la primera ni hemos hablado, teniendo a una rubia pija esperándote fuera. - Lo siento, no puedo controlar lo que me provoca verte bailar. Solté una carcajada que a Abel no hizo ninguna gracia. - Perdona, es que hasta que viniste el lunes a la panadería creía que no te gustaba mi forma de bailar, y ahora me dices eso… - ¿Te parece gracioso que no pueda controlar mis instintos? Soy tu jefe, no puedo enrollarme contigo. Me quedé inmóvil pensando en lo que eso suponía. Si por algún momento había pensado que pudiera tener algo con aquel hombre perfecto y lo hubiera desechado porque no me veía buena para alguien así, ahora resultaba que no podría ser, no porque no le gustara sino porque era su empleada. ¡Qué mal rollo! - ¿Por… por qué no? – pregunté impaciente porque volviera a besarme. - Todos creerían que tienes privilegios, que estás más mimada, que estás aquí por mí. No sería justo para las demás. - ¿Acaso ahora lo es? Desde que has llegado he cobrado más trabajando lo mismo, he cobrado más incluso por trabajar menos, e incluso acaban de escoltarme dos seguratas hasta la barra ¿Crees que mis compañeras no se van a acabar dando cuenta de esas cosas? Si no puedes enrollarte conmigo porque eres mi jefe, entonces trátame igual que a las demás. Y respecto a lo de que piensen que estoy aquí por ti, eso ni de coña. Todas saben que estoy aquí por Francisco, y asumen que soy la mejor. – me sentí un poco engreída al decir eso, pero era la verdad.

- Sí. He oído que eres la princesa de Dance City. ¡Maldita sea! – dijo cogiéndome la nuca para besarme de nuevo. Me empotró contra la puerta agarrando mi culo de manera que me subía la gasa del vestido. Subí una pierna y la pasé por detrás de él, abrazándole y esnifando su aroma. Dios!! Ya estaba perdida. No debía haberse acercado tanto a mí. Ahora no había vuelta atrás, me negaba a que hubiera vuelta atrás. Sentir su mano apretando mis nalgas me excitó una barbaridad y empecé a acalorarme y a volverme loca, más de lo que me solía volver cuando un hombre me tocaba. Se oyeron unos nudillos golpeando la puerta y a Amanda que me llamaba. - Emma, nos toca ya. – dijo. Abel se apartó de mí y yo me recompuse la ropa y me miré en el espejo para comprobar que no se notaba lo que acababa de ocurrir. - Estás preciosa, como siempre. Me ruboricé al escucharlo y me puse nerviosa porque una persona como él, todo un modelo, me llamara preciosa. - Espérame cuando acabes. – dijo antes de salir del vestuario. Se cruzó con Amanda, que aprovechando que abría la puerta, entró para meterme prisa. - Chica, ¿qué ha pasado? Tienes el cubata aguado ya. - No pasa nada, así no me estará tan fuerte. Vamos no se nos mosqueen las compis. – dije. El resto de la noche lo pase impaciente por que acabara. Abel siguió en la barra como siempre junto con su amiga y yo seguía sin entender qué tipo de relación tenía con ella. Me había besado otra vez y me había dicho que lo esperara, y si bien estaba con Carla Belucci, no creí que me hubiera dicho eso para hablar de trabajo precisamente. Ahora sabía que tenía un arma contra él que era mi forma de bailar, sabía cómo excitarlo y pensaba hacerlo el resto de la noche. Cuando por fin terminó, me cambié de ropa junto con las otras bailarinas pero fui más lenta de lo

acostumbrado; quería hacer tiempo para que salieran del vestuario y quedarme allí sola. - Y mañana fiesta del verano, qué emoción. – dijo Rebeca de mala gana. - Espero que no tengamos que bailar nosotras también en bikini, qué bochornoso y horrible. – añadió Merche. - Supongo que ya nos lo habría dicho Franc. – dijo Amanda – A mí me da igual, al fin y al cabo bailamos con tan escasa ropa que por ir en bikini no es que vayamos a hacer un gran cambio. - No digas tonterías, el vestuario que llevamos es bonito, llamativo, y sí estamos vestidas, aunque enseñemos. No es lo mismo que ir en bikini. – dijo Merche. Yo no decía nada porque me daba igual, opinaba como Amanda, y tenía un bikini blanco con lentejuelas que quedaría estupendo en la discoteca. Pero Amanda tenía razón en que Francisco nos los tendría que haber dicho con tiempo para que pudiéramos preparar un bikini en condiciones para el trabajo. Eso era lo que menos me preocupaba en ese momento. - Pues yo voy a preguntárselo a Francisco, no me gustan las sorpresas. – dijo Merche cogiendo su mochila. - Te acompaño. – la siguió Rebeca. Nos quedamos Amanda y yo solas, y mi corazón se iba acelerando al darme cuenta de que había llegado el momento esperado. En breve volvería a estar a solas con Abel y me impacientaba y alteraba no saber lo que iba a pasar. Amanda se burló de mí por lo tardona que estaba y se despidió hasta el día siguiente. ¡Bien! Por fin sola, pero ¿cuánto tiempo debería esperar? Me até los cordones de las sandalias alrededor de mi entrepierna simulando una bota de verano y me quedé sentada con la mochila a mi lado. Si entraba alguien que no fuera Abel, cogería la mochila y haría como que me levantaba en ese momento. Miré el reloj, eran las ocho y cuarto de la mañana. Estaba muy cansada pero no tenía sueño, como me solía ocurrir siempre. Me costaba mucho conciliar el sueño una vez se había hecho de día, por eso luego me despertaba por la tarde, porque mis ocho horas no había quien me las quitara.

Abel entró en el vestuario con ojos de deseo y al ver que cerraba la puerta con pestillo me puse nerviosa. Me levanté de la silla en la que estaba y el impresionante modelo vino hacia mí desesperado. Me agarró la cabeza y me besó absorbiéndome toda la boca. - Emma, me estabas volviendo loco. No podía aguantar más. – dijo gimiendo en mi oído. Mi pulso se aceleró, no podía creer que me estuviera diciendo esas cosas. – Si llegas a tener que hacer un pase más te juro que subo y te saco del escenario yo mismo. - ¿En serio? - Sí. No puedo verte bailar allí arriba. – susurró besándome los hombros. Se me estaba poniendo el vello de punta y mis manos no se pudieron controlar y fueron directas a su camisa, la saqué de debajo del pantalón y metí las manos dentro. ¡¡Dios, qué cuerpazo tenía el tío!! Me debilité y me sentí vulnerable porque era suya, totalmente suya, mi cuerpo ya no me pertenecía sino que estaba dispuesta a que ese hombre hiciera con él lo que quisiera. - No puedo verte bailar allí porque me excitas demasiado – siguió diciendo mientras me sacaba el vestido por la cabeza. Levanté los brazos y cuando terminó de sacarlo me acarició desde la punta de los dedos de la mano hasta llegar a mis pechos. Cuando sentí sus manos recorriendo las axilas tuve que bajar los brazos porque un cosquilleo me erizó y Abel sonrió de medio lado mostrando su cara borde al comprobar que tenía cosquillas. - Se te ve tan delicada… y tan poderosa cuando bailas… - Oh, Abel, me estás volviendo loca. – dije tragando saliva, pues apenas podía hablar. - ¿Y cómo te crees que me vuelves tú a mí? Te tengo que pagar con la misma moneda, baby. Desabrochó el sujetador y me lo quitó suavemente. Buá, qué delicadeza, madre mía!!! Me estaban matando las ansias de tenerle. Desabroché su camisa y se la quité para que tuviéramos los dos la misma ventaja. Aunque todavía llevaba puestos los pantalones cuando yo ya estaba en bragas. Le agarré por detrás y solté su coleta, metiendo mis manos por su nuca agarrando con fuerza su pelo de manera que quedó todo despeinado. Abel gimió y yo me excité al ver su reacción cuando le

acaricié la cabeza. Tenía el pelo tan largo como yo, ondulado los dos solo que yo me lo solía planchar para alisarlo. Con la melena despeinada, casi rubia, estaba para comérselo y eso era precisamente lo que yo quería hacer. Abel me metió la mano por debajo de la braga. - Emma, qué húmeda estás, me has estado esperando para esto ¿verdad? Sabías lo que iba a pasar. - Síii… síii… - gemí. Abel movió sus dedos arriba y abajo sobre mi clítoris y la necesidad de tenerle dentro

se

acrecentó. Le desabroché el pantalón y saqué su pene para acariciarlo arriba y abajo al compás. Su boca inundaba mi boca mientras nos masturbábamos el uno al otro. Me tenía que poner de puntillas para llegarle, y eso que llevaba los tacones. Abel sacó un paquetito de su bolsillo, lo abrió y se colocó un preservativo mientras yo le bajaba rápidamente los pantalones y los bóxers. Me cogió en brazos y me apoyó contra la pared. Metió su enorme polla dentro de mí y grité al sentirle tan profundo. Me asusté porque creí que me caería, no tenía de dónde cogerme. - Agárrate a mí. – me susurró Abel en el oído al tiempo que me embestía. Rodeé su espalda con mis brazos y apreté fuerte para no caer y porque necesitaba sentir su cuerpo apretando el mío, fuerte, varonil. - Mírame a los ojos. – dijo Abel, quien con una mano me apretaba el culo hacia él y con la otra hacía presión contra la pared. Lo miré tal como me pidió y vi su rostro lujurioso. Me sentí dichosa porque era una privilegiada por poder estar con él, un hombre tan deseado, tan admirado. Y yo estaba allí, follando como una loca con ese hombre de rasgos claros pero exóticos. Me corrí tres veces en aquella posición impensable para mí, pero es que cada vez que Abel me apretaba contra él y mi clítoris sentía su contacto, no podía hacer más que excitarse y yo le dejaba correrse a gusto y disfrutar. Cuando Abel llegó al clímax, dio un grito desgarrador y dejó caer su cabeza sobre mi hombro. Yo seguía agarrada fuertemente, pero mis piernas empezaban a debilitarse por la postura, además

de que después de los orgasmos mi cuerpo pedía descanso. Abel salió de mí y me bajó al suelo, quedando nuevamente a la altura de sus hombros. Diablos!! Era tan alto!! - Oh, baby… - susurró. - ¿Por qué me llamas baby? Abel sonrió y me miró con una sonrisa fraternal. - Porque eres tan pequeñita, me pareces tan delicada… La verdad es que no me podía considerar alta, pero los tacones hacían lo suyo. Claro que a su lado… Respecto a lo de delicada no estaba de acuerdo. - No te fíes de las apariencias. – dije sonriendo intentando poner cara de mala. Abel me dio un suave beso en los morros y me excité como cada vez que sus labios estaban sobre mi boca. - ¿Te importa si salgo yo primero? – preguntó quitándose el preservativo. Me adelanté hasta mi mochila y saqué un paquete de toallitas húmedas. – No creo que quede nadie más que Francisco, y si te ve le diré que estábamos hablando sobre la oferta de trabajo que te hice el lunes, que por cierto, sigue en pie. – dijo limpiándose el pene con la toallita que le acababa de dar. - Creo que será mejor que no lo acepte, sobre todo después de lo que acabamos de hacer. Tú mismo me has dicho antes que no podías enrollarte con una empleada y mira… - Te acostaste con Francisco y sigues aquí ¿no? - Lo sabías. – fue más una afirmación que una pregunta. Era evidente que si lo había dicho era porque lo sabía. Me cayó como un jarro de agua fría y recordé cuando Estefanía me había dicho que yo era fácil. Me sentí mal, muy mal. Pensé que lo que acababa de pasar no era porque yo le gustara más que cualquier otra sino porque sabía que conmigo sería seguro pero, ¿acaso Abel Ferri no tendría seguro a cualquier chica? – Y tu amiga la Belucci, ¿qué pasa con ella?

- ¿Cómo? No sé a qué te refieres, he mandado que la lleven a su casa hace rato. - ¿Acaso no es tu novia? ¿Por qué has tenido que entrar aquí? - Ya te lo he dicho, me tenías calentito, baby. Y respecto a lo de que si es mi novia, hazme el favor y no te creas todo lo que sale en la prensa del corazón. Hasta mañana. – y diciendo esto salió del vestuario. Me quedé sola como un pasmarote, asimilando lo que acababa de pasar. Todavía estaba empapada a pesar de que me había limpiado con una toallita. Cogí mi mochila y decidí salir de la discoteca. Solo esperaba que no quedara nadie a quien tener que explicarle qué hacía todavía allí. Por suerte, los camareros ya habían limpiado sus barras y no estaban. Fui directa a la salida. Como no era día de cobro no tenía por qué ver a Francisco, así que me fui sin despedirme de nadie, excepto del segurata de la entrada, que hablaba con una chica intentando comerle el tarro.

-8–

El sol de la mañana me dio en los ojos y eché de menos mis gafas. Tendría que conformarme con el tapasol del coche. De camino a mi casa, no podía quitarme de la cabeza a Abel Ferri besándome y tocándome. Sabía que había sido solo sexo de una noche, que no debía de hacerme ilusiones de que fuera a pasar nada más. Si normalmente cualquier tío pasaría de mí después de follarme, uno como Abel con más razón todavía. Él, que podía tener a quien se propusiese. Simplemente esa noche había sido yo la afortunada. Habría pensado que si había sido capaz de acostarme con un jefe también lo haría con él, y ¿cómo no? Desde luego estaba empezando a pensar que Estefanía tenía razón respecto a mí, el problema era que no sabía cómo solucionarlo. Me gustaban los hombres, me encantaba hacer el amor, follar, y me sentía querida durante el tiempo que lo hacía, aunque después, en mi casa, me sintiera sola y detestable. Llegué a mi casa con hambre pero no quería comer nada para irme a la cama. Me tomé un café con leche descafeinado sentada en la cocina recordando el momento acalorado que había vivido hacía escasos minutos, y decidí irme a dormir pensando en Abel Ferri. Aunque sabía que no volvería a pasar lo de esa mañana, soñar que sí me hacía sentir bien, me creía querida por alguien y arropada en mi solitaria cama. Desperté por la tarde como siempre y Estefanía no estaba. Tenía todo el piso para mí y me entristecí al pensar que dentro de poco sería así siempre. Fui al comedor y me tumbé en el sofá de cara a la televisión. Estaban haciendo Pretty Woman por millonésima vez y me puse a llorar viendo la gran mentira de la película, o si no ¿por qué una prostituta podía hacer que un hombre como Richard Gere se enamorara de ella y yo no conseguía que nadie me tomara en serio? Los hombres solo querían mi cuerpo, y yo estaba ya tan acostumbrada a eso que lo entregaba solo por conseguir un momento de cariño. Nadie me había llamado para decirme que esa noche tuviera que llevar el bikini, pero lo cogí por si acaso, además del vestuario para bailar. Un hormigueo me recorrió la tripa al darme cuenta de que esa

noche volvería a ver a Abel Ferri. Normalmente cuando me acostaba con un tío no lo volvía a ver nunca más, o como mucho repetía alguna vez si se volvía a pasar por la discoteca. Desde que me di cuenta de que dar mi teléfono era absurdo y dejé de hacerlo, era la única forma de volver a ver a alguien. Pero hasta ahora a nadie le había interesado tanto como para seguir yendo una y otra vez a la discoteca solo para verme y proponerme vernos fuera. Así es que yo seguía esperando a que apareciera el príncipe azul de mi cuento, con la esperanza de que en algún lugar me estaría buscando. La noche empezó y los clientes empezaron a llenar Dance City. Los hombres llevaban el bañador con una camiseta arriba y las chicas llegaban vestidas con los bikinis debajo y una vez dentro se quitaban la ropa. Le propuse a Francisco que anunciara para la semana siguiente que quien llegara antes de la una de la madrugada tendría la primera copa gratis y las siguientes a mitad de precio. Estaba harta de empezar a bailar con la discoteca vacía. Abel Ferri no daba señales de vida y eso me relajó. No sabía cómo sería capaz de mirarle sin querer nada con él, y tenía que ser así. No le conté a nadie lo que había pasado entre nosotros, además ¿quién me creería? Parecería que me lo estuviera inventando para llamar la atención, y si encima él no lo corroboraba quedaría como una estúpida mentirosa. Lo mejor era no decir nada. Sería mi secreto, o mejor dicho, nuestro secreto. Aunque dudaba que a él le importara tanto como a mí. A mitad de la noche el disc-yóquey anunció que en breve tendríamos una demostración de baile caribeño. Me pregunté si tendría que bailar yo, porque aunque me defendía con los pasos básicos, no podía considerarme una experta como para hacer una demostración. Miré a Amanda extrañada y ella encogió los hombros. En el vestuario, descansando con mi compañera mientras nos tomábamos un cubata, Amanda me contó que estaba buscando otro trabajo. - Mi hija se está haciendo mayor y empieza a darse cuenta de las cosas, como que no esté con ella en todo el fin de semana porque me paso el día durmiendo. - Entonces, ¿dejarás de bailar cuando encuentres algo entre semana? – pregunté apenada. Parecía que todo el mundo me abandonara, mi compañera de piso y ahora ella.

- Seguramente, si gano lo suficiente como para no necesitar este trabajo, sí. Pensé en que el trabajo del horno a ella le iría ideal. Aunque su madre tuviera que llevar a la niña al colegio porque se entraba muy temprano a trabajar, podría dejarla a comer y para la hora de la salida ya estaría libre para dedicarse a su hija. No le dije que a lo mejor yo lo dejaba y mi puesto quedaría vacante porque hasta ese momento no me había planteado la propuesta de Abel, pero si servía para ayudar a una amiga, tal vez lo haría. Cuando salimos del vestuario Francisco se acercó a nosotras y nos dijo que no subiéramos porque era el momento de la actuación de baile caribeño. Uff, estaba segura de que no sería yo la que lo hiciera, pero ahora que me lo había dicho mi jefe me sentía más tranquila. Amanda y yo nos sentamos en unos taburetes en la barra y le pedimos unos cubatas a Mayra. - Y ahoraaaa, para todos vosotrosssss, Alejandro Quesada junto a su compañera Sara Lópeeeeeez. – anunció el disc-yóquey. Rebeca y Merche bajaron del escenario, y vi como subían una pareja vestidos a conjunto con unos trajes negro y verde esmeralda. La chica llevaba un vestido muy bonito se gasa y el pelo recogido con un moño. Era guapísima, pero más me sorprendió el morenazo que la acompañaba. Empezó la música y empezaron a moverse al ritmo de “Juliana que mala eres, que mala eres Juliana”. Era impresionante como meneaban las caderas, como el bailarín giraba a su pareja a su antojo, sin perder el paso de la salsa, la metía entre sus brazos para sacarla rápidamente… Pero lo que más me sorprendió fue la forma en que se miraban. Estaba segura de que serían pareja sentimental además de pareja de baile, ¡estaban tan compenetrados! Sentí envidia de ella. Era el sueño que yo tenía. Encontrar a mi príncipe, enseñarle a bailar y hacerlo juntos, felices para siempre. Estuve con la boca abierta durante todo el tiempo que duró la canción. Admiraba a la gente que bailaba tan bien. Se me caía la baba. Yo me consideraba buena en lo mío, pero no era saber bailar algo que requiriera una técnica, un paso explícito. Yo usaba mis aprendizajes de ballet para plasmarlos con la música disco, y lo hacía bien, pero mis compañeras bailaban a su modo y tampoco es que lo hicieran mal. Para mí era todo un arte lo que esa pareja vestida de esmeralda estaban haciendo sobre el escenario.

Cuando terminaron, Francisco nos indicó a Amanda y a mí que ya podíamos subir y volvimos a nuestro trabajo, que después de esa sesión tan profesional me pareció insignificante. Al terminar nuestro turno, fuimos al vestuario a descansar y me encontré allí a la bailarina de salsa cambiándose. Al verla de cerca me di cuenta de que tenía los ojos tan verdes como su ropa. Era una pasada toda ella, y me pareció que me sonaba su cara de algo, pero no sabía de qué. - Hola, habéis estado sensacional, sois una pasada. – no pude evitar decirle. - Gracias. – contestó la chica – Si quieres aprender, Alejandro da clases en una academia. - Uff, me encantaría, pero entre semana trabajo. - Tiene distintos horarios, por tu edad irías al grupo de la tarde, pero si no quieres comprometerte también da clases todas las noches en el pub Quiero Bailar Contigo, que está en el barrio del Carmen. Allí puedes ir siempre que quieras a aprender sin ningún tipo de compromiso. Yo empecé así. – dijo Sara, omitiendo que así había conocido a su marido. - Ah, qué bien. Tal vez me pase alguna noche. Aunque madrugo mucho, no te aseguro nada. Lo intentaré. - Muy bien, tal vez nos veamos. - ¿Tal vez? – pregunté. - Sí, tengo un bebé de cinco meses y una adolescente que me necesitan por las noches. No suelo ir mucho desde que fui mamá. – se explicó esa chica tan amable. - Te acompañaré si alguna vez decides ir. – me dijo Amanda. - Chicas, ha sido un placer. – dijo Sara despidiéndose mientras cogía su bolso. - Igualmente, me has fascinado. Aún tengo la piel de gallina. – dije excitadísima. - Gracias, jajaja. – rio la bailarina. Cuando nos quedamos solas Amanda y yo fruncí el cejo intentando recordar de qué me sonaba su cara.

- No sé de qué me suena esa chica, pero creo que la he visto en alguna parte. Amanda se carcajeó. - Como se nota que apenas ves la televisión. Esa mujer, ahí donde la ves, además de bailar es una estupenda abogada. Hace casi dos años fue la fiscal de un juicio que dio mucho que hablar y salió más de una vez en las noticias. – dijo Amanda levantando las manos y poniendo los ojos en blanco. - Caray, voy a tener que empezar a ver televisión. ¡No me entero de nada! Ambas nos reíamos cuando la puerta se abrió y el modelazo que nunca llamaba entró en nuestro vestuario. - Ah, estás aquí. – dijo mirándome. – Esperaba encontrarte sola. - Buenoooo. – dijo Amanda levantándose para salir. Me puse nerviosa de repente. No lo había visto en toda la noche y ya había supuesto que no aparecería. Y no estaba segura de querer quedarme a solas con él. Pero Amanda ya había desaparecido. - Me toca bailar ya. – dije levantándome yo también. - Le pagaré doble a Merche por tu tardanza. Quiero hablar contigo. - Está bien, dime. – era mi jefe y no podía ponerme borde, aunque ya lo hubiera hecho en alguna ocasión. No pude evitar recordar esa mañana cuando nuestros cuerpos se habían unido pegados a la pared y su aliento había aspirado mi boca deleitándome. Me quedé seca y sentí que necesitaba beber algo, pero el vaso de mi cubata estaba vacío. Mierda. - He visto como mirabas a la pareja que ha bailado salsa. – dijo Abel. - ¿Y qué? ¿Pasa algo con eso? - No, pero sé que aspiras a algo más que a estar aquí. - Sí, pero a lo que aspiro es a bailar, no a ser profesora.

- Lo sé, y no tiene por qué ser incompatible una cosa con la otra. - Abel, tengo miedo. Ahora encima me voy a quedar sola en mi piso y voy a tener que pagar todo el alquiler. No puedo permitirme perder un trabajo, y si soy tu empleada y pasa lo de esta mañana y se tuercen las cosas… Como te dije, el trabajo del horno es seguro, y no quiero dejar de trabajar aquí. Si dejo las dos cosas porque tú me prometas cobrar más y luego me quedo sin nada… - No tiene por qué pasar nada. ¿No te das cuenta de que te estoy proponiendo esto porque me preocupo por ti? - Pero, ¿por qué? No me conoces. Sabías que me había acostado con Francisco y por eso has querido hacerlo tú también pero ya está, lo asumo, no hace falta que te sientas mal ni nada. - ¿Crees que te he follado para no ser menos que Francisco? ¿Cómo puedes pensar eso? – chilló poniéndose las manos en la cabeza nervioso por no saber qué hacer con ellas. - Pues porque sé que puedes estar con quien quieras y bueno, ayer fui yo la afortunada. - Oh, qué bonito. O sea que ayer el premio te lo llevaste tú ¿no es así? Abel Ferri, señores, a quién le tocará esta noche. – gritaba muy enfadado. - Bueno, tú eres el que tiene una cola de chicas dispuestas a todo. – dije casi susurrando. - Pues por lo que me han dicho, ¡tú también! Mierda, ya se tenían que ir de la boca mis compañeros. - Pero yo no soy importante. - Mira, no entiendo tu comportamiento. Ve a bailar, luego seguimos hablando, cuando esté más tranquilo. Subí a mi amado escenario y no vi a Abel en su sitio preferido de la barra. Pasó la noche, se hicieron las ocho de la mañana y no lo volví a ver. No sabía dónde se había metido y eso me inquietaba, pero intenté que nadie se diera cuenta de mi estado. Me cambié junto con mi compañera Amanda y cuando Rebeca y Merche entraron, yo ya salía para dirigirme a por mi sobre.

Toqué con los nudillos a la puerta y escuché a Francisco decirme que pasara. Me quedé helada cuando me encontré allí a Abel. Creía que ya no estaría en la discoteca. Me había dicho que más tarde hablaría conmigo pero no había intentado hacerlo así que supuse que ya no importaba. Intentando no demostrar lo nerviosa que estaba ante su presencia, cogí el sobre que Francisco me tendió y me despedí hasta la semana siguiente, como siempre sin abrirlo. Salí de la discoteca tras despedirme de Manolo el segurata y aguantar su broma sobre mi pelo de colores y una vez en el coche abrí el sobre. Habían doscientos euros, lo normal. En cierto modo me entristeció ver que esa semana no había tenido el privilegio de cobrar más, pero tenía que reconocer que era lo justo.

-9–

Estefanía estaba en la cocina cuando llegué a mi casa. - Buenos días, trasnochadora. – me dijo mi todavía compañera de piso. - Buenos días, madrugadora. ¿Qué haces levantada tan temprano un domingo? – pregunté oliendo las longanizas que estaba haciendo. A esas horas de la mañana solía llegar con un hambre atroz, pero si no había algo que se me metiera por los ojos, intentaba no comer porque me iría directa a la cama y no lo quemaría. Intentaba controlar mi peso, era más bien una obsesión provocada por los años de obesidad que había vivido. Pero si Fani había hecho algo rico, no podía evitar picar. - He quedado con Felipe y su familia para pasar el día en la playa. Vamos a Gandía, y claro, me ha tocado cocinar a mí. - Buá, no te quejes. Estoy segura de que te has ofrecido tú. – dije buscando con la mirada si había algo que pudiera comerme yo. - La verdad es que sí, pero si llego a darme cuenta cuando lo hice de que tendría que madrugar tanto para preparar comida para todos, te aseguro que no lo hubiera hecho. Oye, que cada uno se lleve lo suyo, ¿no? - Pues me parece que ya es tarde amiga. – dije dándole una palmadita en el hombro. – Pero para otra vez ya lo sabes, ¿puedo coger de eso? – pregunté al ver unos mini bocadillitos que por su pinta estaban haciendo que se me hiciera la boca agua. Estefanía me miró entrecerrando los ojos y por un momento pensé que se había enfadado, pero después de hacérmelo creer, sonrió. - Anda, boba, coge un par. Sabía que vendrías a esta hora y he hecho de más pensando en ti. - Eres un amor, qué voy a hacer cuando te vayas. – dije pasando un brazo por sus hombros.

De pronto sonó el timbre del patio y las dos nos quedamos inmóviles, sorprendidas por no saber quién podría llamar a esas horas. - ¿Puede que sea Felipe ya? – pregunté saliendo de la cocina. - No, hasta las diez no he quedado con él y apenas son las nueve y cuarto. Contesté al telefonillo creyendo que quienquiera que fuese, seguro que se había equivocado. - Soy Abel. Una sensación de algo removiéndose dentro de mí hizo que me quedara paralizada y el corazón empezó a latir con tanta rapidez que creí que explotaría. Apreté el botón para abrir la puerta y me quedé en el recibidor sin poder articular palabra. - ¿Quién era? – preguntó Fani, también segura de que sería una equivocación. Pero no podía contestar. Tenía el bocadillito en la mano y la boc a aceitosa por el esgarraet que había en su interior, pero para cuando quise darme cuenta Abel ya estaba allí. Abrí la puerta en cuanto escuché el ascensor y el modelo entró en mi piso observando el interior con una extraña sonrisa en los labios. - ¿Qué… qué haces aquí? – pregunté intentando generar saliva dentro de mi boca, una vez estuvimos en el comedor. - Te he dicho que más tarde hablaríamos pero no me has esperado. – dijo muy serio. - No me has dicho que lo hiciera. - ¿Y cuándo se supone que tendríamos que hablar si no? - No lo sé, he pensado que no tenía importancia. - Emma, ¿siempre piensas mal de todo? - No sé, casi siempre. - Emma, ¿con quién hablas? – preguntó Fani entrando en el comedor.

Se quedó paralizada cuando vio en su casa al mismísimo modelo de pasarela Abel Ferri Arnau. Intentó arreglarse su melena morena que llevaba recogida por el calor y me miró interrogante. - Fani, este es mi nuevo jefe en Dance City, Abel Ferri. Ella es mi compañera de piso Estefanía. – los presenté. - Fani, mejor Fani. – me corrigió ésta. - Un placer pero, creía que me habías dicho antes que tenías que pagar tú todo el alquiler, y he supuesto que vivías sola. – me dijo extrañado. - No, te he dicho que dentro de poco tendría que hacerlo. Estefanía me abandona el fin de semana que viene. – dije poniéndole morritos a mi amiga. Desde que me lo había dicho siempre que venía a cuento se lo hacía para hacerla sentir culpable de dejarme sola, pero ambas sabíamos que lo hacía de broma y lo usábamos para hacernos arrumacos. - Vale… yo… os dejo. Voy a seguir con lo mío. – dijo Fani retirándose, cosa que agradecí. Cuando salió del comedor, consciente de que yo seguía viéndola pero Abel no, gesticuló y movió los brazos exageradamente dándome a entender lo bueno que estaba el melenudo y lo sensacional que era que estuviera allí. Pero yo no sabía si eso era así. Abel quería hablar conmigo, pero cada vez que lo hacíamos salían cosas que no me gustaba airear como lo de Francisco o no acabábamos de entendernos bien. - ¿Y bien? ¿De qué querías hablar? – pregunté mostrando las palmas de mis manos. - Vamos a un sitio más privado. A tu habitación. – no era una sugerencia, era un orden, y me excitaba cuando era tan autoritario como me había excitado la primera vez que me había dicho que bajara del escenario, aunque hasta ahora no me hubiera dado cuenta. Lo dirigí hasta mi habitación y una vez dentro, Abel cerró la puerta y se quedó mirando en busca de un pestillo. - No te preocupes, Fani es muy discreta y no entraría sin llamar antes. – dije intentando recordarle que no se podía decir lo mismo de él.

- Vale. Desnúdate. - ¿Cómo? - Desnúdate. – repitió moviendo la cabeza arriba y abajo. Nunca podré entender por qué le obedecí, pero me desnudé tal y como me ordenó, lentamente, intentando provocarlo con mis movimientos. Una vez terminé, me tumbé en mi cama y abrí las piernas. Abel me miraba cautivadoramente relamiéndose a cada uno de mis movimientos. - Ahora tú. – dije, sorprendiéndome de mí misma. Abel sonrió y empezó a desabrocharse el pantalón. Dejó entrever los bóxers pero no siguió por ahí. Se subió la camiseta de Ralph Lauren enseñándome sus marcadas abdominales y se acarició suavemente su rígido pecho. Como me provocó, decidí pagarle con la misma moneda, y después de meterme un dedo en la boca lamiéndolo como si me estuviera comiendo un polo, lo coloqué en mi clítoris y empecé a moverlo apretándome. Abel se quitó la camiseta y se sacó los vaqueros sin demorarse más. Había conseguido mi propósito, y aunque me estuviera poniendo cardíaca ver cómo se desnudaba, lo quería y ansiaba dentro de mí cuanto antes. Abel se lanzó sobre mi cuerpo besándome con afán, mientras yo terminaba la faena quitándole los bóxers y dejando su miembro todo para mí. Lo agarré con una mano y lo acaricié, sintiendo su dureza. Era tan grande, como todo él, que me impresionaba. Me volvía loca sentir su cuerpo sobre el mío, sintiéndome pequeña a su lado. Abel acercó su brazo hasta el pantalón que había caído al suelo y sacó del bolsillo un preservativo. Se puso de rodillas en mi cama, mirándome fijamente a los ojos mientras se ponía el condón. Luego metió un dedo dentro de mi vulva y tras comprobar lo húmeda que estaba clavó su polla dentro impactándome por la fortaleza que me embestía. Chillé de placer y Abel gimió. - Emma, baby. – susurró – Eres tan sexy. Eso me calentó y levanté las caderas para sentir el pene más profundo dentro de mí, sintiendo su latido al tiempo que mi clítoris palpitaba. Abel se movía efusivo y yo me deleitaba con cada movimiento,

observando su bello rostro extasiado, analizando cada milímetro de su cara para recordarla una vez me quedara sola. Porque ese momento lo recordaría durante el resto de mi vida. Nos corrimos a la vez y no me importó. Por él no me importaba nada, porque solo su contacto ya era demasiado para mí. Quedó tumbado encima de mí y yo aspiré su aroma hechizada por todo lo que él representaba. ¿Me estaría dejando influir porque era una persona importante? ¿Desde cuándo me importaba la cartera de un hombre? No, no era eso. Lo que me fascinaba era su físico, su presencia, era todo un Adonis al que todas las mujeres adoraban. Y yo le tenía ahora en mi cama, cuerpo con cuerpo, sintiendo el latido de su corazón. Me daba cuenta de que una vez más, me estaba encoñando de un físico, pero yo era así y no estaba acostumbrada a repetir con nadie en tan poco tiempo. De sobra sabía que eso era peligroso. - Eres muy sexy, ¿sabes? – musitó Abel. - Lo intento. – dije mirándole a los ojos. Eran tan grandes y ¡tenían unas pestañas tan largas! Me maravillaban. - ¿Ah sí? – se levantó para quitarse el preservativo. - Sí. Oye, ¿quieres ducharte? – le ofrecí deseando que la respuesta fuera afirmativa. Solo de pensar en él dentro de mi ducha me recorría una dicha por todo el cuerpo que me encantaba. - Solo si tú lo haces conmigo. ¿Cómo noo? No podía caber dentro de mí de tanto gozo. Saqué dos toallas de uno de los cajones de mi sifonier y le entregué una para que se envolviera en ella para salir de la habitación. Estefanía todavía no se había ido y no podíamos salir desnudos. De pronto, tocaron al timbre y no pude pensar otra cosa que “qué oportunos”, pero claro, ella había quedado primero, los que no hacían lo habitual éramos Abel y yo, o, por lo menos yo. Fani salió a abrir la puerta y nos encontró a Abel y a mí con las toallas enrolladas de camino al cuarto de baño. - Holaa… adióoooos – nos dijo riéndose. - Hasta la noche Fani, que lo pases bien en la playa. – dije intentando disimular la tontería que mi

amiga llevaba al verme con semejante tío. - Seguro que no tan bien como tú. – dijo guiñándome un ojo. ¡La madre que la parió! – Chaoo. Le dije adiós con la mano y entré en el baño, donde Abel ya estaba sin toalla, esperándome para entrar juntos a la ducha. - Uff, qué mal me lo ha hecho pasar. – dije un poco de mal humor. - No te preocupes, ya estoy acostumbrado.- dijo Abel cogiendo el grifo de la ducha para mojarme. Empezó a echarme agua calentita por el pelo y me relajé tanto que de pronto me di cuenta de lo cansada que estaba. - Seguro que provocas siempre esa reacción en las chicas. – dije con el agua cayéndome por la cara. - Calla. – me dijo, y para conseguirlo puso la alcachofa encima de mi cara para que no pudiera abrir la boca. Hice una petorreta con el agua e intenté quitarle el grifo para vengarme, pero solo con que él levantara el brazo ya me resultaba imposible alcanzarlo, así que me quejé de su altura. - La verdad es que creía que eras más alta. Le miré con el ceño fruncido y la boca de medio lado. Claro, él siempre me había visto con tacones. - Pero me da igual. Estás para comerte, baby. - Abel, me excita mucho cuando me llamas así, ¿puedes dejar de hacerlo? - No, no puedo, porque me gusta excitarte. Ayer te dije que te lo haría pagar por lo mucho que me excitas tú a mí cuando bailas. - Pero yo no lo hago aposta, y sin embargo tú sí. Me volvió a echar agua por la cara y me quejé porque me entró un poco por la nariz. Ayy, qué dolor!!.

- Lo siento, baby, pero has sido mala al decir eso. Abel cogió el bote de gel y se echó sobre la palma de su mano. Lo miré y flipé al darme cuenta de que hasta las manos las tenía enormes. Se las frotó y empezó a pasarlas por mi cuerpo, enjabonándome de arriba abajo. Yo me dejé hacer, pero no pude evitar coger su miembro y acariciarlo. Me gustaba tanto. - Además, claro que lo haces aposta. Te encanta excitar a los hombres y lo sabes, no me digas lo contrario. - Sí. – dije suspirando porque en ese momento me estaba enjabonando la matriz y se estaba demorando más de lo necesario. - Pero yo sé que debajo de esa imagen devoradora que muestras se oculta una chica buena. - Sí. – gemí corriéndome con la mano gigante que me envolvía toda la vagina. - O si no ¿por qué esa imagen de niña que siempre muestras? Porque en el fondo quieres demostrar que eres inocente, sensible, y por eso te llamo baby. - Síii… síiiiiiiii. – grité porque me corrí por segunda vez, y agarré a ese hombre que me acababa de dar tanto placer pegándolo a la pared de baldosas mientras me agachaba para lamer su grandioso miembro que necesitaba activo para volver a sentirlo dentro de mí desgarrándome. Abel me acarició la cabeza mientras lamía su pene con ganas, lo chupaba hasta abajo, metiéndomelo todo en la boca, notando la tensión en las mejillas por la profundidad que alcanzaba. Pero quería hacérselo bien, quería dejarlo satisfecho, dejarle un recuerdo que le hiciera anhelarme cuando no estuviéramos juntos. Ser Emma Blasco y no una más con la que se había acostado, porque para mí él no era otro más, para mí él era el impresionante Abel Ferri Arnau. “Oh, no, Emma, no te enamores de este tío que lo pasarás mal. ¿Acaso no te das cuenta de quién es? ¿Crees que está aquí porque seas especial? Pues despierta!!”, me decía mi subconsciente. Pero yo no le hacía caso, lamía y lamía, y escuchar los gemidos de Abel me excitaban tanto que quería chupar y chupar más y más. Abel me levantó la cabeza haciendo que mi boca saliera de su polla. Me sonrió y me tendió la

mano para que me levantara. Entonces me cogió en brazos y me sacó de la ducha. Mojados como estábamos me subió encima del lavabo y me penetró, moviendo su perfecto y delineado culo delante, atrás, delante, atrás… - Oh, Abel, síi, sigue… síi… - gemí a sabiendas de que estábamos haciéndolo sin usar preservativo. - Oh, baby… Me estás volviendo loco. Después de corrernos, Abel haciendo la marcha atrás, volvimos a meternos en la ducha y esta vez sí nos lavamos como dios manda, evitando tocarnos para no provocarnos más. Le confesé que estaba hecha polvo y que necesitaba descansar porque si no me pasaría factura el madrugón del lunes. - Sigue en pie mi oferta, podrías no ir más al horno. – me dijo una vez tumbados en mi cama. Me sorprendió que se quedara conmigo, pero no le dije nada porque a mí me gustaba tenerlo. No lo fuera a espantar. - Abel, lo estoy pensando ¿vale? – dije sorprendiéndome a mí misma. Lo cierto es que no me quitaba a Amanda de la cabeza, con su hija de siete años sin poder disfrutarla los fines de semana. - Pues no lo pienses más y dime que aceptas. - No, déjame calibrar los pros y los contras. - Yo te los diré. Pros: vas a ganar más de lo que ganas ahora trabajando menos, con lo cual tendrás libre el fin de semana para hacer lo que quieras, no madrugarás tanto como en el horno y me verás todos los días. Contras: seguirás en un trabajo que no te aporta nada, no puedes salir con tus amigos los fines de semana porque te lo pasas o trabajando o seguro que durmiendo y no me verás todos los días. ¿Qué te parece? - Hombre, mirándolo así parece que no tenga mucho que pensar, me lo pones a huevo, pero, ¿y si no te gusto y me despides? - Emma, me gustas.

Nunca nadie me había dicho eso si no era dándomelo a entender. Sentí cómo mi cuerpo se estremecía. - Pero, ¿y si no te gusta como dé la clase? No lo he hecho nunca, no estoy segura de saber hacerlo bien. - Yo sí lo estoy. Te lo repito, por si antes no me has oído bien, me gustas. ¿Quieres que ponga una cláusula en tu contrato que diga que si te despido por algún motivo esté obligado a pagarte hasta que encuentres otro trabajo? ¿Estarás así más tranquila? - Hasta que encuentre dos trabajos, porque si pierdo dos, tendré luego que buscar otros dos. - No creo que fuera difícil que Francisco te readmitiera, creo que está loco por ti ¿sabes? - Sí, lo sé. Pero le dejé muy claro que nunca más pasaría nada entre nosotros. - Me pone celoso de todos modos. - ¿Te pone celoso? – me sorprendió que lo dijera. - Sí, me pone celoso saber que le gustas a tantos hombres. - ¿Estamos volviendo al tema de quien tiene a más admiradores detrás? ¡Porque creo que ahí me ganas y con creces! Y yo también soy celosa, pero entiendo que tú eres tú y me tengo que aguantar. - ¿Qué quieres decir con eso de tú eres tú? - Pues que eres un modelo famoso y que ahora estás conmigo y mañana estarás con otra, lo entiendo, no pasa nada. - ¿Así crees que soy? – preguntó frunciendo el ceño sentándose en la cama. Me moría de sueño pero no quería que ese momento se acabara nunca. - No se trata de lo que yo crea, es lo que dicen en televisión, lo que dice la gente, lo que una se imagina que hace alguien como tú… - Es decir que por mi profesión tengo que ser así y de ninguna otra manera. – me dijo

entrecerrando los ojos. Noté que se estaba enfadando y no quería que eso ocurriera. - Entonces, ¿cómo eres en realidad? Bostecé sin poderlo evitar y Abel me miró sonriente. - Ya veo cuánto te interesa saber cómo soy. – dijo haciéndose el enfadado pero sin estarlo. - No, no, de verdad. No te imaginas cuánto me interesa. – dije bostezando una vez más sin querer – Lo siento. - No pasa nada. Debes de estar reventada. Duerme un poco y cuando te despiertes seguiremos hablando. - ¿Me prometes que no te irás? – pregunté sin poder creer que se fuera a quedar tanto tiempo conmigo. - No pienso irme a ninguna parte. - ¿Y me prometes que me contarás cómo eres? - Te lo prometo. Ahora duerme, baby. Me di la vuelta y sentí el brazo de Abel pasando por mi cintura. Una sensación de ultra felicidad me embargó por todo el cuerpo. Nunca había pasado una noche entera con nadie excepto con los dos novios que había tenido. Normalmente después de echar un polvo el que estaba en casa ajena se marchaba, y esa solía ser yo puesto que no me gustaba llevar chicos a casa por la apariencia que pudiera dar de cara a los vecinos, o sobre todo a mi compañera. Claro está, que Fani sabía perfectamente lo que hacía, pero no era lo mismo saberlo que verlo.

- 10 –

Dormí como un angelito. No me costó conciliar el sueño como siempre y lo achaqué a que estaba acompañada por un hombre espectacular y a que me estaba acostando mucho más tarde. La verdad es que estaba agotada. Desperté con el dulce sonido de un susurro que me decía “Hola, baby”. Abrí los ojos y encima de ellos me encontré con el rostro más bello y perfecto que jamás había visto. No me extrañaba que las mujeres bebieran los vientos por él, era impresionante, era increíble, y me pregunté cómo podía ser que alguien así estuviera en mi cama. - Hola. – contesté mirando por la ventana y comprobando que debía de ser muy tarde puesto que estaba empezando a anochecer. De haber estado en invierno podrían haber sido las seis de la tarde, pero en Agosto estaba segura de que sería mucho más tarde. – Madre mía, ¿qué hora es? - Las nueve y media. - Ostras, ya debería de estar acostándome para madrugar mañana. – dije lamentando haber dormido hasta tan tarde. - ¿No habíamos quedado en que lo ibas a dejar e ibas a trabajar para mí? - Creo recordar que te dije que me lo ponías a huevo con tus argumentos, pero en ningún momento te dije que sí al cien por cien. Además, no puedo dejar de ir al horno sin más, he de avisar que lo dejo con quince días de antelación para que puedan buscar a otra persona. – dije eso pensando en que a lo mejor esa persona la buscaba yo. En cuanto hablara al día siguiente con Ángeles le diría que tenía una posible candidata al puesto y luego llamaría a Amanda. - Lo sé, y me gusta que seas tan responsable. – me sentí halagada al escuchar eso pero algo en mi interior me hizo recordar cómo eran mis fines de semana y me sentí mal por ello. Me incorporé en la cama y me restregué los ojos. ¡Qué vergüenza me daba que Abel me viera con

esa pinta! Sin embargo él estaba perfecto. No era justo. Yo, sin maquillaje no valía mucho y ahora Abel lo sabría. - Bueno, ¿quieres que tomemos algo? No sé qué ofrecerte a estas horas y me siento mala anfitriona porque esta mañana no te ofrecí un desayuno, ¿quieres que prepare algo de cena? – pregunté temiendo que me dijera que no porque se iba a marchar. Entonces le recordaría que teníamos una conversación pendiente a ver si colaba. Pero no hizo falta. - Esta mañana creo que hemos estado demasiado ocupados en otras cosas y se nos ha olvidado la comida. - Pero no comer. – bromeé. - Si quieres puedo seguir comiendo de lo mismo. A ver, ¿por aquí? – preguntó dando un mordisquito en mi hombro – o por aquí – mordisqueó mi cuello – o por aquí – mi oreja – o por aquí – mi labio inferior. Umm. Me estaba poniendo a mil. Le cogí de los hombros y le tumbé colocándolo encima de mí. Era muy grande, pero me encantaba tenerlo justo ahí, sintiéndome diminuta bajo su cuerpo. - Umm, baby, eres tan dulce… - Oh. – gemí. Como nos habíamos quedado dormidos desnudos enseguida noté el pene erecto sobre mis piernas. Bajé mi cuerpo para introducirlo dentro de mí a sabiendas de que no llevaba el preservativo puesto, pero necesitaba sentir su carne dentro, aunque fuera solo un ratito. Estaba muy húmeda y se introdujo solo, como si ya supiera el camino, y me sentí dichosa por tenerlo piel con piel, y estar de nuevo cuerpo con cuerpo. Gemí y gemí deseando que ese momento no acabara nunca. Pero Abel paró preocupado y salió. - Baby, no llevo más condones, y creo que con una vez que nos la juguemos al día ya tenemos

suficiente. – susurró recordándome esa mañana en el baño. - Oh, espera. – dije incorporando mi cuerpo para poder abrir mi mesita de noche y sacar uno. – Déjame colocártelo a mí. Abrí el paquetito ante la mirada atenta del guaperas que me estaba volviendo loca y le coloqué el preservativo poco a poco, sujetando de la punta para no crear ventosidades y estirándolo hasta abajo. Cuando volvió a penetrarme noté cómo Abel se había relajado porque sus movimientos eran más feroces y su polla se introducía más profunda. Me levantó las piernas por encima de sus hombros y yo meneé mi culo hacia arriba para llegarle bien. Colocó su enorme pulgar encima de mi clítoris y lo movió apretándolo fuerte, arriba y abajo, de manera que creí enloquecer. Llegué al orgasmo acalorada, embebida por su imponente miembro que me hacía sentir un cosquilleo por todo el cuerpo embriagador. Abel bajó mi pierna derecha y me giró, colocándome de lado. Así sentí aún más la profundidad de su pene y chillaba cada vez que entraba en mí, tal era el placer que sentía. - Oh, síii… síiii. “Por favor, que no me enamore, por favor, que no me enamore”, pensaba mientras ese dios se corría y gritaba “Oh, baby”. Nos quedamos tumbados un rato en la cama hasta que le pregunté si tenía hambre porque mi estómago empezaba a protestar. - ¿Quieres que pidamos algo de comer? – preguntó Abel para mi sorpresa. - Vale. ¿Qué te parece kebabs? - ¿Kebabs? – preguntó sorprendido. - Sí, eso que se hace con pan de pita y que va relleno de un montón de carne, lechuga, tomate, pepino… - dije burlona. - Me hago una idea. - ¡No me digas que no has probado los kebabs! – ahora sí que flipaba.

- Pues no, me refería a llamar a un restaurante. - De eso nada, no puedes no haber probado un kebab. Esta noche te toca. Me levanté de la cama y abrí un poco la puerta todavía desnuda. Escuché a Estefanía trajinar en la cocina. - Pero primero deberíamos ducharnos. – sugerí. – Aunque estoy muerta de hambre. - Pues llamamos y mientras los traen nos damos una ducha. – dijo Abel levantándose de la cama mostrando su metro noventa de altura. Cogimos nuestras toallas y salimos de mi habitación. Abel entró en el baño mientras yo iba a la cocina a por la propaganda del Kebab’s Anthony que tenía pegado en la nevera. Fani abrió la boca sorprendida cuando me vio de nuevo liada con la toalla. - ¿Todavía sigue aquí? – preguntó bajito para que Abel no la oyera. - Sí, está en el baño. – le contesté hablando igual. - ¡Guau! - Guau no, ¡requeteguau! Las dos empezamos a dar saltitos de alegría cogidas de las manos. Cuando nos dimos cuenta de que parecíamos dos niñas pequeñas, nos soltamos y ella volvió a lo suyo y yo cogí el folleto. - Oye, vamos a pedir kebabs, ¿quieres que pida uno para ti? – le pregunté a mi compañera. - Oh, no te preocupes. Esta vez seré yo la que sea discreta y os dejaré solos. - Tía, me sabe mal, sobre todo cuando me queda poco tiempo para estar contigo. - No te preocupes, me iré a cenar con Felipe y pasaré la noche en su casa. Y estate tranquila porque aunque me vaya no dejarás de verme, mujer de poca fe!! Le di un beso en la mejilla y salí de la cocina. Cogí el teléfono y pedí dos kebabs completos y unas patatas fritas.

Un monumento me esperaba en la ducha con la alcachofa en la mano. Umm, una duchita con Abel por segunda vez, ¿cuánto duraría este sueño? Nos duchamos bromeando y manoseándonos y nos vestimos a la espera de la cena. Cuando salimos al comedor, Fani estaba viendo la televisión. - Hola, Fani ¿verdad? – le saludó Abel. - Sí, hola. – le contestó ésta sonrojándose. Puse los ojos en blanco al darme cuenta de que hasta a una chica con novio era capaz de ruborizar. Entré en la cocina a por el mantel para poner la mesa. Cuando volví al comedor, Abel se h abía sentado en el sofá y Fani estaba nerviosa. Se le notaba. De pronto sonó el timbre de la puerta y se levantó de un brinco, deseosa de largarse de allí. - Oh, ese debe de ser mi novio. – dijo. Puse el mantel y enseguida Abel se levantó para ayudarme. ¡Qué servicial!, pensé. - Hasta mañana. – dijo Fani saliendo del piso. - Chaoo. – le contesté, y mirando a Abel añadí – Eres impresionante, mi compañera estaba inquieta solo porque tú estabas a su lado, ¡y eso que tiene novio! - Lo siento. - ¿Por qué? - Porque eso hace que las mujeres tomen un mal concepto de mí. - Y hablando de eso, creo que tenemos una conversación pendiente. - Sí, y si te parece la dejaremos para después de cenar. Umm, ¿cuánto tiempo pensaba quedarse? ¿para siempre? Ojalá. Llegaron los kebabs y aunque Abel insistió en pagar, yo le dije que estaba en mi casa y él era mi invitado y después de discutir durante los dos minutos que tardó el repartidor en subir, conseguí que se

guardara la cartera. - ¿Te gusta? – le pregunté, con la boca llena de salsa. - Está buenísimo. Me encantaba verlo así, tan natural. Nada de poses, nada de mandos. Terminamos de cenar y no pude evitar preguntar de nuevo lo que tanto me importaba. Quería saber de él, me importaba cada vez más y sabía que eso no era bueno, pero no lo podía evitar. - No soy un mujeriego como soléis pensar. No me acuesto con cualquiera. – dijo. ¿Entonces? ¿Por qué se había acostado conmigo? Oh, oh, si se enteraba de mi reputación estaba perdida, pero no podía creer que un hombre como él no fuera peor que yo. - Si me acuesto con alguien es porque me gusta de verdad, como tú. Oh, Dios mío no me digas eso que me enomoroooooo. - Desde que te vi el primer día bailando en Dance City no he dejado de pensar en ti. Sabía que eras mi empleada y que no debía hacer nada contigo, pero no he tenido fuerza para contenerme. - Y me alegro. – afirmé moviendo la cabeza arriba y abajo. - Soy buena persona. Si hago daño a alguien no lo hago consciente. Soy posesivo y celoso, por eso no me suelen ir bien las relaciones y por eso se me ve continuamente con distintas chicas en la prensa. Pero solo son amigas a las que les doy la oportunidad de ser algo más pero que no me llegan a llenar. No me acuesto con ninguna de ellas, aunque luego se empeñen en decir en televisión lo contrario. - ¿Y por qué te has acostado conmigo? – no podía evitar preguntármelo. - ¿Acaso no has oído lo que te he dicho? Porque estoy loco por ti desde el día en que te vi. No te hagas la olvidadiza y me hagas repetírtelo una vez más que ya bastante me cuesta sincerarme. - ¿Solo una vez más, porfi? – pregunté juguetona. - Estoy loco por ti desde el día en que te vi. – dijo frunciendo la nariz y dándome con el dedo índice un toquecito en la mía.

- Pero… no entiendo qué has visto en mí la verdad. Yo solo soy una chica más. - ¿Por qué siempre eres tan negativa contigo? ¿No eres capaz de ver lo que ven los demás en ti? - Lo que veo es que nadie me toma nunca en serio. Solo ven en mí un cuerpo apetecible para pasar un rato y nada más. - ¿Te das cuenta de que eso que dices es precisamente lo mismo que me pasa a mí y de lo que ya estoy harto? Pues que sepas que yo veo más allá de eso. Sé que eres buena, un poco ingenua y por desgracia insegura, pero eso intentaré solucionarlo. - ¿Y cómo lo piensas hacer? – pregunté incapaz de creer que pudiera cambiar en eso. - Enseñándote lo mucho que vales y haciendo que te lo creas. Me besó suavemente en los labios mientras echaba mi pelo hacia atrás y yo no pude evitar hacer lo mismo con el suyo. Nunca había estado con un hombre que tuviera el pelo tan largo. - ¿Me dejas que te planche el pelo? – pregunté de repente como si tuviera un antojo. - ¿Cómo? - Quiero verte con el pelo liso y comprobar hasta dónde te llega. Abel rio seguramente porque debía ser la primera persona que le pedía algo así, pero me apetecía hacer sesión de peluquería con él. - Está bien, dónde lo hacemos. - Umm, por mí lo haría en todas partes, pero en el cuarto de baño estará bien. – dije riendo. - No me provoques, baby. Le alisé el pelo, que le llegaba por mitad de la espalda, y volvimos al comedor. Nerviosa, puse la televisión y me senté en el sofá, al lado de ese hombre que seguía conmigo. - ¿Te apetece ver algo en especial? Tengo pelis grabadas. – dije. - Me apetece ver lo que sea contigo.

- Abel, por favor, no me trates tan bien. - ¿Cómo? No te entiendo. - Cuando un tío me trata mal sé de qué va y lo puedo controlar, pero tú… no sé cómo reaccionar ante tus atenciones. Además, he pasado de creer que me odiabas por cómo me mirabas en la discoteca a estar súper bien contigo y todavía no me creo que esto esté sucediendo. - Perdona mi comportamiento en Dance City. Cuando creías que te miraba mal lo que pasaba es que estaba enfadado conmigo mismo por no poder controlarme y como no podía dejar de mirarte, pues de ahí la confusión. ¿Me perdonas? - Cómo no!!! – dije tirándome encima de él para besar sus apetecibles labios. Hicimos el amor en el sofá, en el banco de la cocina y en la ducha. Acabamos tumbados en mi cama. Me daba miedo mirar el reloj porque no quería saber la hora y asustarme porque a las cinco de la mañana sonaría mi despertador. Además, lo que menos quería era que Abel pensara que miraba la hora porque me molestara que él siguiera allí, porque era todo lo contrario. Así que intenté no pensar en eso y me relajé, pasando una pierna por encima de él. - Eres mi prisionero. – le dije. - Me encanta esta cárcel. Oh, madre mía, siempre sabía qué decir para hacerme derretir. Noo, noo, esto era la crónica de un sufrimiento anunciado. Pero en ese momento estaba tan a gusto… - ¿No íbamos a ver una película? – me preguntó. - Si quieres, tengo muchas. Supongo que ya la habrás visto, pero yo no me canso de repetir con Avatar. - ¿Avatar? Cuando estuvo en el cine quise ir pero nunca tuve tiempo, y luego se me olvidó verla. - ¿Se te olvidó ver una peli? Qué fuerte me parece. Anda, levántate y vamos a verla, es súper chula. – le dije incrédula porque alguien pudiera olvidarse de ver una película.

Estaba sacando la película del cajón cuando escuché el sonido del whatsapp en mi móvil. Fui a mirar quien era por si era algo importante, del trabajo, Estefanía, o mi hermano. Hacía mucho que no sabía nada de él. Lo abrí y leí el mensaje de Nacho: “Hola guapa, te aptce q vaya a tu casa?”. Caray, directo al grano, pensé. “No estoy sola”, contesté. No me dijo nada más. Seguramente le sentaría mal mi negativa, pero me importaba un pepino. Estaba mucho mejor acompañada. Aproveché que miré el móvil para ver la hora que era. Madre mía, eran más de las doce, y si ponía Avatar que duraba dos horas y media, más vale que ya no durmiera esa noche. Como si me leyera el pensamiento, Abel me miró mostrando una cara de ángel que me lo hubiera comido, y miró su reloj. - ¿A qué hora te levantas? Creo que es muy tarde ya para ver la televisión. - A las cinco suena el puñetero despertador. Uff, cómo odio madrugar. – gruñí. - ¿Te parecería bien entrar a trabajar a las diez de la mañana? – me preguntó abriendo mucho los ojos de manera que podría haberse tocado las cejas con las pestañas. - Eso sería todo un lujo. – dije poniendo los ojos en blanco ¿Y quién no querría entrar a trabajar a esa hora? No podía comprender que a alguien le gustara madrugar. Cuando mejor estás en la cama, zasca, va y suena el maldito despertador. - Entonces, ¿eso es un sí a mi propuesta? - Aiss, ¡otra vez con lo mismo! - Soy una persona muy insistente. - Bueno, por lo pronto creo que será mejor que me vaya a la cama porque si no mañana llegaré tarde al trabajo y ya no hará falta que me piense nada porque directamente mi jefa me despedirá. - Umm, qué fácil me lo pones. – dijo Abel lamiéndose los labios. ¡Dios, esos labios los quería lamer yoo!

- ¿Serías capaz de hacer que llegara tarde? – pregunté levantando las manos. - Tú no me tientes. Anda, vamos a la cama. Umm, a la caamaa. Sin sueño porque apenas hacía unas horas que me había levantado y con un hombre así a mi lado, dudaba que pudiera dormir. Estaba agotada, eso sí, porque habíamos hecho el amor por toda la casa aprovechando que no estaba mi compañera, pero ¿dormir? Eso era perder el tiempo cuando no sabía si alguna vez volvería a pasar un día tan agradable como ese domingo. Aun así, nos metimos en la cama y apagué la luz, pero dejé la persiana un poco subida para que entrara luz de la calle y pudiera ver la cara perfecta del hombre que me acompañaba. Abel empezó a acariciarme la cabeza y yo le hice lo mismo a él. Disfrutaba sintiendo su mano entrando por mi cabello y tocando el suyo, completamente liso que lo llevaba después de mi sesión de peluquería. - Y si te digo que sí a lo del trabajo ¿qué pasará? ¿Te veré pasar por mi lado, me saludarás y tendré que olvidar que este día ha existido? – no solía hacer preguntas encaradas a un futuro próximo, pero tampoco solía tener dudas de nada. Los hombres iban a lo que iban y punto. - ¿Por qué me preguntas eso? ¿Acaso no quieres que volvamos a estar juntos? – me preguntó extrañado. - Abel, esto ha sido como un sueño. No quisiera que este día terminara nunca. Es más, soy capaz de no dormir hasta la hora del curro con tal de seguir así contigo. Pero he de ser realista y yo sé que no soy el tipo de chica con la que un hombre como tú va. - ¿Con qué tipo de chica se supone que debo ir yo, si no te importa decírmelo? – preguntó molesto. - Pues con modelos como tú, o actrices, cantantes… No sé, chicas famosas, de tu mundillo. No normales y corrientes como yo. - Eres un poco pesadita con eso de que eres normal ¿no crees? Mira, lo mejor será que no pensemos más que en este momento, y lo que tenga que ser será, ¿no te parece?

- Síp. - Te he dicho que no me acuesto con cualquiera, que me gustas, que me vuelves loco, ¿por qué sigues pensando que no vas a volver a vivir un día como hoy conmigo? – empezó a tocarme con el índice por lugares en los que tenía cosquillas y me retorcí luchando para que parara. – Pues vuelve a cuestionarte algo sobre mí o sobre nosotros, y te juro que te haré cosquillas hasta que grites porque no puedas aguantar más. - Nooooooooooooooooooo. – grité pensando en que menos mal que no estaba Fani en casa. Pasamos la noche hablando. Me contó cosas de su millonario padre y de la súper diseñadora de su madre. No tenía hermanos y siempre lo había querido, pero a su madre ya bastante le costó tenerlo a él, por lo que nunca pudo tener otro. Yo le hablé de mi hermano Miky. No era hermano de verdad, era hijo de la familia que me había acogido cuando mis padres murieron, pero no se lo quise contar de buenas a primeras porque solía inspirar lástima en la gente, y eso era lo último que deseaba que él sintiera por mí. Prefería dejar lo malo para más adelante, cuando nos conociéramos más o tuviéramos algo en serio. No podía creer que Abel pudiera llegar a ser mi novio e intenté hacer caso de lo que me había dicho y no pensar en el futuro próximo. De momento ya estaba casi convencida para aceptar su trabajo, aunque no por ello menos asustada. A las cuatro de la mañana volvimos a hacer el amor y nos duchamos una vez más, enjabonándonos el uno al otro. Preparé la cafetera y miré si había algo apetecible para comer. Por suerte, quedaban frivolidades de las que solía hacer Fani. Solo esperé que mi compañera no llegara con ganas de comérselas. Eso era improbable porque cuando se iba a dormir con Felipe, de su casa iba directa al trabajo. Para cuando volviera a casa yo ha habría repuesto algo en la despensa. Nos sentamos en el comedor a desayunar, y yo estaba tan feliz que no podía parar de reír. Sonó el despertador mientras nos vestíamos. - Creo que hoy es la primera vez que suena “Suerte” y me dan ganas de escuchar la canción en lugar de estampar el teléfono. – dije divertida. - ¿Seguro que estás bien para trabajar? No has dormido nada en toda la noche, y con el calor del

horno puede darte un bajón de tensión o algo así. – me dijo Abel preocupado. Oh, qué atento. - Estoy bien, no tengo sueño. Cuando llegue esta tarde seguramente empalme durmiendo hasta mañana, pero ahora me encuentro bien. – sonreí. ¡¡Estaba tan feliz de que Abel siguiera conmigo!! Pero por desgracia ya estaba a punto de acabarse. Cuando me dejara a la seis en el horno, mi sueño de princesa de cuento se terminaría. O no.

- 11 –

Abel insistió en llevarme al trabajo. Yo no quería porque luego no tendría cómo volver pero me aseguró que tendría a alguien esperándome a las cuatro para llevarme a casa. - Estás sin dormir y aunque me asegures que estás bien, no quiero que conduzcas. Al final tuve que acceder. Y lo cierto es que algo de sueño sí tenía. Sobre las ocho me tomé un café con leche cargado, a diferencia de los cortados cortos que solía tomar, y desde las nueve no pude parar de bostezar hasta que terminé. Elvira y Ángeles se dieron cuenta y mi compañera me preguntó qué me pasaba que tenía tanto sueño pero no me atreví a contarle con quien había estado. Tan solo le dije que me había acostado tarde. No replicó porque normalmente los lunes estaba hecha polvo, pero claro, nunca tanto como ese. A las once, decidí que ya era hora de hablar con Ángeles. No le había dicho nada aún porque estaba indecisa, pero opté por pensar qué me beneficiaría a mí tanto en salud como económicamente, y traté de no pensar en lo que podría pasar si Abel se enfadaba conmigo o dejaba de gustarle. - Ángeles, ¿puedo hablar contigo un momento? – pregunté aprovechando que no estaba despachando a nadie. Mi jefa me miró intrigante. - Claro, ¿qué pasa? - Mira, sabes que yo aquí estoy muy a gusto. – mentí – Pero lo cierto es que no es lo mío y… bueno, resulta que Abel Ferri me ha ofrecido que trabaje para él en uno de sus gimnasios como profesora de baile… - Y claro, eso te gusta más. – dijo Ángeles comprensiva. - Sí, la verdad es que sí. Me sabe mal por ti y por Elvira, pero…

- Hija, no te preocupes, cada uno se tiene que preocupar por sí mismo y no basar su vida en lo que le puede beneficiar a los demás. Si no aceptas ese trabajo, te arrepentirás durante toda tu vida. - Yo no quiero dejarte colgada. Le he dicho a Abel que debo trabajar para ti quince días más para que busques a quien me sustituya. - Oh, no te preocupes, supongo que conforme están las cosas no me resultara difícil. -De hecho, yo tengo una amiga que me dijo que estaba buscando un trabajo que le fuera compatible con el horario escolar de su hija, y yo había pensado si no te importaba que le ofreciera este. – comenté agitada. - Pero sabes que aquí se empieza muy temprano. – dijo mi jefa como si no lo hubiera tenido en cuenta. - Sí, pero ella tiene a sus padres que le ayudan, y por lo menos tendría el fin de semana libre. - Bueno, lo que pasa es que contigo hice una excepción para que no vinieras los sábados y domingos a cambio de cobrar menos, pero si contrato a alguien se tendría que adaptar al horario y por lo menos turnarse con Elvira los fines de semana de manera que yo tuviera siempre una ayudante. Se lo debo a Elvira que ha estado aquí siempre para todo. - Sí, Elvira es excepcional. Le encanta el horno. - Sí, es mi mano derecha. ¡Qué haría yo sin ella! Mi compañera, que había oído que la nombrábamos, salió de dentro del horno. - ¿Qué pasa conmigo? – nos preguntó extrañándose por la cara de tristeza que ambas teníamos. Aunque no me gustara el trabajo, eso no quería decir que no fuera a echar de menos a mi jefa y a mi colega. Llevaba con ellas casi tres años. - Que eres la mejor. – dije sonriendo mientras me quitaba una lágrima que empezaba a aparecer por debajo de mis pestañas. - Pero ¿qué pasa aquí? Que yo me entere.

- Elvira, Abel me ha propuesto que trabaje para él entre semana y he aceptado. - Guau, qué pasada, pero ¿de qué vas a trabajar? – me preguntó extrañada de que un modelo me ofreciera trabajo. - Abel quiere impartir clases de baile en sus gimnasios. Yo me encargaré de baile moderno. - Guau, y requeteguau. ¡Cuánto me alegro! Por fin vas a trabajar en lo tuyo. - Bueno, yo preferiría ser bailarina a profesora pero sí, es más de lo que nunca pensé que llegaría. - ¡Qué feliz me siento por ti! Oye, si das clase por las tardes igual me apunto a que me enseñes. - Sería estupendo. Si te decides hablaré con Abel para que te haga un precio especial de amiga. - Gracias guapa, ¿cuándo empiezas? - Pues en cuanto Ángeles tenga una sustituta. - Le he dicho que no se preocupe por eso, pero ella insiste. – dijo mi jefa. - Ángeles, entonces ¿te importa si llamo a mi amiga? – pregunté pensando en Amanda. - Claro que no. Llámala pero dile que trabajaría un fin de semana sí otro no y que cuando lo haga luego tendrá dos días libres entre semana. - ¡Genial! – exclamé. Estaba emocionada e impaciente por darle la noticia a mi compañera de baile. - ¿Te importa si la llamo ahora? Dos mujeres entraron en la panadería y Ángeles tuvo que acercarse al mostrador, pero mientras lo hacía me indicó con la mano cerrándola y dejando abiertos el pulgar y el meñique y llevándosela a la oreja, que la llamara. - Amanda, hola ¿qué tal estás? – pregunté cuando descolgó. - Bien, qué raro que me llames a esta hora, ¿pasa algo, cariño? – me preguntó alarmada. Ella sabía mi horario del horno y normalmente entre que llegaba a casa, comía, me duchaba y echaba una siesta, hasta las siete u ocho de la tarde no solía dar señales de vida.

- No, nada, tranquila. Te llamaba porque como el otro día me dijiste que estabas buscando un trabajo para entre semana, me preguntaba si querrías trabajar en la panadería. - ¿En la que trabajas tú? ¿contigo? – eso me pareció que la alegraba. - No, sería para cubrir el puesto que yo voy a dejar. - ¿Qué dejas la panadería? ¿Pero por qué? Te hace falta el trabajo. Oye mira, si lo haces por mí, no te preocupes que puedo encontrar otra cosa, sé que no será fácil, pero con constancia seguro que… - Calla pesá – la corté – Dejo la panadería porque me ha salido otro trabajo. - ¿Otro trabajo? Joder tía qué suerte, jodía!! Ella y su vocabulario. - Entonces, ¿quieres pasarte por aquí y que te conozca mi jefa? ¿te interesa el trabajo? Lo que me ha dicho Ángeles es que tendrías que trabajar un fin de semana sí y otro no, pero el horario es de seis a cuatro. - No importa, y ¡claro que me interesa! Me pillas que acabo de ir a comprar, dejo la compra en mi casa y voy. Llegaré sobre la una, ¿va bien? - Espera un momento. – le dije. Y tapando un poco el teléfono me acerqué hasta donde estaba Ángeles y le dije – Dice mi amiga si puede venir sobre la una a hablar contigo. - Claro. – me contestó. - Vale, vente. – le dije a Amanda – Y trae a Marta contigo, tengo ganas de conocer a tu niña. - Ok. Diez minutos antes de la una del mediodía apareció Amanda por el horno con su pequeña Martita. Me gustó verla con ropa de entre semana. Se la veía sencilla e incluso más joven que con la ropa estrafalaria que se ponía los fines de semana. Pareciera como si pretendiera disfrazarse para esa faceta de su vida. La niña era guapísima. Tenía razón Amanda cuando dijo que era más guapa que ella, pero para quedar bien, le dije:

- Se parece a ti. - No me seas pelota. Sé de sobra que mi niña es mucho más guapa, y a mucha honra. - Su padre debía de estar muy bueno. – le susurré al oído de manera que Marta no me pudiera oír. - Sí, lo estaba. Pero también era un hijo de puta que no quiso saber nada ni de mí ni de su hija. - Lo siento. – me arrepentí en el acto de haber mencionado al papá de la criatura. - No pasa nada. Lo tengo asumido. Llamé a Ángeles, que estaba atareada preparando una nueva hornada, para avisarla de que mi amiga estaba allí. Cuando salió al mostrador, las presenté y Ángeles le indicó que la acompañara a su despacho. Amanda se quedó mirando a su hija seguramente pensando si habría hecho bien en llevarla consigo, y como entendí esos ojos preocupados, me adelanté. - Marta se queda conmigo, ve con la jefa. – dije, y dirigiéndome a la niña - ¿Te gustaría aprender a hacer pan? - ¡Claro, como mola! – exclamó la chiquilla. Entramos en el horno y seguí con el trabajo que había dejado mi jefa a medias. Elvira estaba preparando frivolidades de tortilla de patatas, panceta, salchicha y paté que nos habían encargado para un cumpleaños. Le presenté a Marta, quien se quedó ensimismada viendo como mi compañera enrollaba diminutos trozos de tortilla entre el hojaldre. Al cabo de unos quince minutos, Amanda y Ángeles salieron del despacho y mi jefa entró para seguir ella con la hornada. - Ve tú al mostrador. – me dijo. Salí y pregunté con la mirada a mi compañera de baile cómo le había ido. Ella cerró el puño levantando el pulgar indicándome que había ido bien. La niña volvió con su madre y yo atendí a una señora que quería un plato de paella y dos barras de pan.

- ¿Cuándo empiezas? – pregunté bajito. - Me ha dicho que cuando yo quiera y le he dicho que si no le importaba, me gustaría empezar la semana que viene. Así me organizo durante esta semana lo que significará mi nuevo horario, y ya empiezo con el mes de septiembre. - Vale, entonces le diré que yo lo dejo también en esa fecha. - Tía, no sé cómo agradecértelo, pero oye, ¿dónde vas a trabajar tú? – todavía no se acababa de creer que realmente dejara un trabajo por otro, tal y como estaban las cosas para encontrar uno. - Abel me ha propuesto que dé clases de baile moderno en uno de sus gimnasios. - Tíaaaaa, qué suerte!! Qué oportunidad tan buena para trabajar en lo que te gusta. - Bueno, nunca me había planteado la enseñanza, la verdad. No estoy segura de hacerlo bien, y temo que si es así acabe perdiendo un trabajo. – le dije, sin mencionar la cláusula que Abel me había prometido en la cual si me despedía me seguiría pagando hasta que encontrara otro trabajo o trabajos en los que ganara lo mismo. Y es que ni siquiera yo me lo creía. - Me alegro mucho por ti, seguro que lo haces de maravilla, pero tienes la manía de subestimarte. En fin, nosotras nos vamos ya, que me sabe mal estar entreteniéndote, aunque no creas que vas a dejar de explicarme cómo un hombre al que decías no gustar tu forma de bailar, ha acabado proponiéndote un trabajo así. - Ya te contaré, ya. – dije abriendo mucho los ojos mientras sacudía la mano derecha. - Vaya, ahora me has dejado más intrigada. - El viernes en los descansos te cuento, porque imagino que este fin de semana irás ¿no? - Uff, claro!! No había pensado en que dejo un trabajo por otro, pero claro, mi hija me necesita – dijo mirando a la pequeña, la cual le puso ojitos – De todos modos como hasta la semana que viene no empiezo aquí y necesito el dinero, en lugar de llamar a Francisco se lo diré el viernes en persona. Aunque trabajes de profe tú sí que seguirás en Dance City, ¿no?

- Pues no sé, a Abel no le hace gracia que baile allí… - ¿Y desde cuándo te importa a ti eso? Espera, ¿desde cuándo decides tu vida según lo que le guste o le deje de gustar a ese modelazo? - Oh, no es eso – dije dándome cuenta de que había metido la pata. No quería contar el fin de semana apasionado que había vivido con él, así que intenté disimular – Es que como voy a ganar lo mismo que ahora con los dos trabajos, a lo mejor me permito dejar la discoteca. - Pero Emma, te encanta bailar allí. - Ya, bueno, de momento voy a seguir. Ya lo pensaré. De pronto sentí un mareo. El no haber dormido me estaba empezando a pasar factura y cada vez sentía las piernas más débiles. - ¿Te pasa algo? – me preguntó Amanda. - No, salvo que es lunes y estoy muy cansada. - Pues me alegro de que puedas dejar de madrugar tanto, tía, tus dos trabajos eran un poco incompatibles, uno trasnochando tanto y el otro con el madrugón. En fin, que me voy, que me lío me lío y al final tu jefa se va a enfadar y a ti te echará y a mí ni me dejará empezar. - Ah, no te preocupes, mientras no haya nadie a quien atender no se molesta. Es buena gente ya lo verás. Solo que yo me he llevado alguna que otra regañina por llegar tarde… pero si eres puntual no tendrás problema con ella. - Ayy, gracias otra vez. Dame un besete, amor. Le di un fuerte beso y un abrazo a mi amiga y se fueron ella y su hija. Las dos últimas horas de la mañana se me hicieron interminables. Cada vez me costaba más tenerme en pie, y cuando se avecinó la hora de salir, empecé a preocuparme por cómo llegaría a mi casa. A las cuatro menos cinco, un hombre corpulento y mazado por el gimnasio, entró en el horno preguntando por mí.

- Hola, soy Quique Martínez, el chófer de Abel Ferri. – se presentó, dejándome a cuadros – Me ha pedido que la lleve a su casa. Flipé en colores cuando me habló de usted. - Oh, gracias, pero tutéame por favor. – le dije. - Lo siento, pero no estoy acostumbrado. - ¿En serio? Oh, vamos, seguro que soy más joven que tú. – le dije frunciendo la frente. - No es por la edad, señorita, es por respeto. - Aaaah. Me despedí de mi jefa y de Elvira, las cuales se quedaron tan de piedra como yo al verme salir con ese mazas. No había hecho más que subir al coche cuando sonó mi móvil. - Hola, ¿cómo estás? – me puse nerviosa al escuchar la voz de Abel. ¿Se habría puesto una alarma en el teléfono para acordarse de llamarme justo cuando saliera del curro? - Cansadísima y deseando llegar a mi casa para tirarme en la cama. – le contesté. - Tentador, ¿quieres que vaya contigo? Se me puso la piel de gallina y un hormigueo recorrió mis tripas. ¡Otra vez sesión de Abel Ferri! Uff, qué pena, no podía, estaba reventada. - Si vienes no descansaré, y lo necesito. - ¿Cuánto tiempo crees que tardarás en reponerte? ¿Cómo? ¡Pero qué ansioso! - Creo que me voy a tirar en la cama y no me voy a levantar hasta mañana. - Qué pena. Mañana nos vemos entonces, descansa. - Y tú.

Colgué el teléfono arrepentida de haber rechazado su invitación a estar con él, pero aunque mi cabeza decía sí, mi cuerpo decía un nooo rotundo. Seguramente Abel habría estado durmiendo en la mañana y por eso no estaba como yo, pero, ¿es que ese hombre no trabajaba? Tenía que llevar él solito una cadena de gimnasios, controlar que todo fuera bien, supervisar… ¿qué hacía queriendo venir a mi casa para estar conmigo en lugar de trabajar? Me sentí feliz por eso, pero algo en mi cabecita me decía que tuviera cuidado. Abel era un modelo que podía tener a quien quisiera, y porque le gustara mi forma de bailar no significaba que yo fuera más especial que cualquier otra chica. Al pensar eso recordé el cuento que me contaba mi madre todas las noches, ¿sería Abel el príncipe azul que yo esperaba?

- 12 –

A las cinco de la mañana, cuando sonó el despertador del móvil con “Suerte”, me di cuenta de que había recibido un whatsapp. “No cojas el coche. Quique te lleva al trabajo” “¿Cómo? ¿Por qué?”, contesté instintivamente. Comprobé que el mensaje había llegado pero Abel no lo había visto. Miré la hora en la que me había mandado el suyo. A las once de la noche. Me había quedado dormida tal como pronostiqué y no lo había escuchado al sonar. Empecé a arreglarme mirando de vez en cuando si Abel había visto ya el mensaje, pero no. Quería que lo viera antes de que mandara a su chófer a por mí. Era innecesario y no entendía por qué le hacía trabajar conmigo si yo tenía mi propio coche. Y si no cogería un medio de transporte público, él no tenía por qué preocuparse de cómo llegaba al trabajo. Seguía sin ver el mensaje y cada vez era más tarde. “No hace falta, yo voy con mi coche”, le mandé para que escuchara un nuevo pitido y mirara el teléfono. Pero no. Estaría durmiendo y no hacía caso al móvil. A las seis menos veinte recibí un whatsapp, pero no era de Abel. “Señorita Blasco, soy Quique. La espero en su puerta”. Mierda, el chófer ya estaba en mi casa. Tendría que ir con él ya que el pobre se había pegado ese madrugón por mí, pero tendría que hablar claro con Abel. Cuando salí de trabajar y Quique me recogió para llevarme a mi casa, Abel me llamó para comprobar que estuviera bien. - Abel, ¿has leído mis whatsapps? No me parece bien que me pongas un chófer, tengo mi coche y

me gusta conducir. - Baby, madrugas mucho y sales de casa todavía de noche. No quiero que te pase nada. - ¿Estás de guasa? Llevo trabajando mucho tiempo en el horno y no me ha pasado nada. – dije sin creerme lo que estaba oyendo de él. - Antes no me conocías y no tenías más remedio que hacerlo, pero ahora estoy yo para poderlo evitar. - Pero que no hace falta, es más, que no quiero tener un chófer. – y dirigiéndome a Quique añadí – No es nada personal, ¿eh? No es por ti. Quique afirmó con la cabeza desde su asiento sin girarse ni decir una palabra. - Cambiando de tema – siguió diciendo Abel desde el otro lado del aparato. No, no quería que cambiara de tema porque ese aún no había quedado claro - ¿Ya has hablado con tu jefa? - Sí, lo hice ayer y también le he encontrado una sustituta. - ¿Sí? ¡Qué bien! Y ¿cuándo lo dejas? - La semana que viene empezará Amanda. - ¿Amanda? ¿la Amanda de Dance City? - Sí, ah, y oye, ella hablará este fin de semana con Francisco, pero te aviso de antemano para que vayáis buscándole una sustituta. - Gracias por decírmelo con tiempo. No es lo mismo buscar una chica que dos. - ¿Dos? – pregunté sabiendo por dónde iban los tiros. - Claro, para sustituir a Amanda y a ti. - Yo no he dicho que lo vaya a dejar. - Oh, vamos Emma. Creía que había quedado claro que te iba a pagar más de lo que ganas con los dos trabajos para que puedas dejar la discoteca.

- Pero ¿a ti que más te da si bailo allí o no? Lo hago porque me gus ta – le recalqué. - Pero… - Ni pero ni nada. Yo decidiré cuándo lo dejo, pero de momento no me apetece. - Emma, sabes que no me parece bien. - ¿Por qué? ¡Ni que fuera tu novia! Hubo un pequeño silencio tras el cual Abel habló. - Haz lo que quieras. – dijo malhumorado – Ya hablaremos. - Vale, ya hablaremos. – lo imité sabiendo que colgábamos dejando un tema pendiente porque estábamos enfadados. Cuando subí a mi casa le mandé un whatsapp. “no me mandes más a Quique” Esta vez comprobé que lo había visto, pero no me contesto nada al respecto. -Hola dormilona – me saludó Estefanía, que se estaba yendo a trabajar en ese momento. - Holaa. – dije sin dejar de mirar el móvil esperando una respuesta. - Ayer cuando llegué abrí la puerta para comprobar que estabas ya que me extrañaba no verte y me sorprendió verte en la cama tan pronto. - Ya imagino. Empalmé desde la siesta hasta esta mañana. - Guau!! – se sorprendió Estefanía. - No había dormido nada la noche del domingo al lunes. - ¡Menuda sesión de Abel Ferri te diste! A ver si esta noche te encuentro despierta y me lo cuentas, hija, qué bueno que está en persona. - ¿A que sí?

Me comí un plato de paella que había sobrado que más bien sabía a arroz blanco con algo de pollo y verdura sin dejar de mirar el móvil por si sonaba y distraída, no lo escuchaba. Pero Abel no contestó. Al día siguiente empecé a arreglarme como todos los días, y cuando fueron las seis menos veinte y vi que Quique no venía a por mí, salí de casa y cogí me Peugeot RCZ. No supe nada de Abel en toda la semana. Normal. Seguro que ya no quería nada de mí, como todos los tíos después de acostarse conmigo. Si en algún momento me había preguntado si él sería diferente o había sido tan ingenua de pensar que podría ser mi príncipe, estaba equivocada. ¿Cómo había podido siquiera imaginarlo? Sobre todo él, oh dios mío, éeeel. Emma, baja ya de la parra, me dije. Llegado el viernes, le pregunté a Amanda si estaba contenta por el cambio de trabajo que iba a tener. - Contentísima, sobre todo porque mi hija se ha alegrado mucho al saber que estaré con ella los fines de semana. - ¡Qué bien! – dije emocionada por ella, aunque un poco nerviosa porque no saber nada de Abel suponía no haber hablado de mi futuro trabajo. ¿Y si se había enfadado conmigo y ya no quería que trabajara para él? De la discoteca no me podía echar pero de algo que ni siquiera había empezado… Me di cuenta de que otra vez mi subconsciente mal pensado me estaba volviendo a traicionar y decidí olvidarme del tema y esperar a que llegara el lunes. Por suerte, no hizo falta. A mitad de la noche vi a Abel de nuevo con la rubia millonaria y no pude evitar sentir celos. Esta vez no la tenía agarrada de la cintura como era habitual, pero aun así me molestaba. Desde mi escenario, bailé Dance Again de Jennifer Lopez y cuando la canción decía “I Wanna Dance, And Love, And Dance Again” mi cabeza giraba sobre mi cuerpo y con los brazos extendidos giré como una peonza. Me lucí y acabé acalorada. Cuando bajé del escenario fui directa a la barra a pedirme un cubata. Estaba Raúl sirviéndomelo cuando Abel se acercó a mí. - ¿Podemos ir un momento al despacho? – me preguntó.

- Sí, claro. Cogí el vaso y le seguí hasta el despacho de dirección. Deseé que estuviera Francisco. Si Abel estaba enfadado prefería que no estuviéramos a solas. No estaba. - Aquí tienes el contrato de trabajo. Léelo y fírmalo. – me dijo, tendiéndome unos folios grapados. Me senté en una silla para descansar y recuperarme de la calorina mientras leía el contrato de mi futuro trabajo, ahora más tranquila al ver que seguía en pie. Comprobé que iba a tener que dar clase en tres gimnasios, pero como era en días distintos no me importó. Lo firmé nerviosa porque Abel había permanecido todo el rato observándome y se lo entregué. - ¿Por qué estás enfadado conmigo? – le pregunté porque ya no aguantaba más que no me hablara. - Sabes que no me gusta que bailes aquí. Creí que habíamos hecho un trato. – me contestó frunciendo las cejas. - No sé a qué trato te refieres. Tú me ofreciste un trabajo para entre semana y yo acepté. Además, no entiendo por qué te molesta tanto que trabaje en la discoteca. - No me gusta que todos te miren. - Pero ¿qué más te da? - Te dije que me gustabas y que era muy posesivo. – se explicó sin dejar de fruncir el ceño. - Ah, qué egoísta. En cambio yo sí que tengo que verte con esa rubia despampanante que parece modelo como tú todos los fines de semana ¿no? - Emma, Carla ni siquiera me gusta. - Entonces ¿qué haces con ella? ¿Por qué viene siempre? - Porque soy el único amigo que tiene y está pasándolo mal. Necesita ayuda emocional y yo se la doy. Nada más ¿contenta?

- No. - ¿Qué más quieres saber? - Abel, tú eres modelo y entiendo que las chicas quieran estar contigo, todas las chicas del universo. Pero tú tienes que entender que éste es mi pequeño mundo y que aquí me siento querida. - ¿No te basta con que te quiera yo? - Buá, tú no me quieres. - Pero te puedo llegar a querer, es más de lo que seguro todos esos buscavaginas que babean debajo del escenario nunca te darán. - ¿Otra vez con esa palabra tuya? - Emma, si quieres tener algo conmigo tendrás que dejar Dance City. Soy celoso y posesivo y no puedo estar contigo sabiendo que tienes cientos de tíos a la cola para acostarse contigo. - ¿Querrías tener algo conmigo? – le pregunté con un hilillo de voz. Apenas podía creer lo que acababa de escuchar. - ¿Por qué si no pasé el domingo contigo? ¿Acaso no escuchaste lo que te dije de mí? - Sí, pero es que tú podrías estar con cualquier chica. – dije sonando bajito. - ¿Y por qué no puedo querer estar contigo? - Porque yo soy solo yo, no salgo en la tele ni tengo dinero. - ¿Crees que yo necesito salir con una mujer que tenga dinero o que salga en televisión? Yo ya tengo suficiente de las dos cosas. Y sin previo aviso me cogió de la cintura para acercarme hasta él y me besó. Yo le correspondí abarcando sus sabrosos labios deseando no despertar de ese sueño tan maravilloso. - ¿Lo puedo pensar al menos? – pregunté cuando me soltó. - ¿Pensar el qué?

- Lo de dejar la discoteca. Es muy fuerte para mí hacerlo, llevo aquí tanto tiempo… - ¿No crees que demasiado? - No, no lo creo. Francisco siempre se ha portado muy bien conmigo y ¿qué excusa tengo para largarme y dejarlo? Él sabe que esto es mi vida. Noté un ligero cambio en el rostro de Abel. De fruncir la frente enfadado había pasado a estar preocupado. - Oyéndote me siento culpable de que cambies tu vida por mí, pero me gustaría que llegaras a darte cuenta de que este trabajo no te hace bien. - Pero es lo que me ha hecho ser feliz los últimos años. – dije recordando el primer día que llegué a la discoteca, al poco de estar viviendo con Estefanía, tras cansarme de la forma de vida de mis padres adoptivos. No es que no los quisiera. Les estaba muy agradecida por haberme acogido. Es solo que no opinaba como ellos en ciertas cosas, una de ellas que no vieran el baile como un trabajo, por eso me habían quitado de ballet. - Piénsatelo. – dijo Abel saliendo del despacho. Me quedé mirando la copia del contrato que era para mí. No habíamos hablado del sueldo excepto para asegurarme de que ganaría más que con los dos trabajos juntos, pero Abel nunca me preguntó cuánto ganaba en la panadería. Y no es que cobrara bien que digamos porque Ángeles no me pagaba más del salario mínimo, alegando que trabajaba solo de lunes a viernes y que tenía las tardes libres. Como si no hiciera más de las ocho horas que supuestamente me estaba pagando. Esperaba que a Amanda le pagara mejor, ya que ella sí le trabajaría el fin de semana que le tocara. Abel me iba a pagar por trabajar para él de lunes a sábado por la mañana dos mil euros, y solo trabajaría dos horas por la mañana y dos por la tarde. Lo malo era que las horas no eran seguidas ya que estaba hecho así para que los clientes tuvieran flexibilidad de horarios, y tendría que matar las horas muertas de alguna manera. Eso sí, hasta las diez de la mañana no empezaba ningún día, tal y como me

había prometido. Miré el reloj y vi que me pasaba casi diez minutos de la hora y Merche estaría echando humo por las orejas. Salí corriendo del despacho, entré en el vestuario donde Rebeca descansaba para dejar el contrato en mi mochila, y salí escopeteada viendo la cara de “te la vas a ganar” que ponía la compañera de Merche. Pero cuando llegué a la pista vi que Amanda estaba bailando sola. Subí y desde lo alto pude ver a Merche hablando con Abel en la barra. No había rastro de la rubia, así que mi compañera se había tomado la libertad de ponerle morritos a su nuevo jefe. Sabía que Francisco nos diría algo, a ella por bajarse y dejar su hueco del escenario vacío, y a mí por llegar tarde a mi puesto. Me estaba calentando la chavala, riéndose continuamente mientras se enrollaba el pelo en un dedo y sin parar de pestañear. Abel le sonreía pero me alegré cuando le vi mirarme a mí. Merche siguió la dirección de sus ojos y después de mirarme con desprecio, se atrevió a girarle la cabeza al modelo para que la mirara a ella. Yo seguí bailando Sun is up como si nada. Si Abel era como me había dicho, Merche no tenía nada que hacer. Excepto si estaba tan enfadado conmigo que hubiera decidido hacer caso a mi rival solo para molestarme. Intenté recordar sus palabras y no hacer como siempre, es decir, darle la vuelta a las cosas para ver lo malo y no creer que alguien pudiera verdaderamente estar interesado en mí. ¡Pero es que ese alguien era Abel Ferri! Debía empezar a quererme un poquito más o nuestra relación no funcionaría por culpa de mi inseguridad. La noche transcurrió y yo fui contándole a mi compañera entre descansos todo lo que había vivido con Abel, mis inseguridades y su forma de ser. - Chica, yo creo que ya es hora de que dejes de liarte con unos y con otros y asientes la cabeza. Tienes mucha suerte, puñetera. – me dijo Amanda. - No sé si verlo así. Si fuera un chico normal y corriente, del montón como yo, no me sentiría tan insegura. Pero es que se trata de un modelo con mucha pasta. - Un modelo que te ha dicho que le gustas y que a diferencia de lo que dice la prensa de él, no se acuesta con todas las mujeres. – recalcó.

- Ahora entiendo cuando mis novios me dejaron por lo mismo. Para ellos yo era más, y no se daban cuenta de que yo los quería y que nunca me sentí superior a nadie. - Lo sé, cariño. Sé que aunque aquí eres la princesa, no vas mirando a nadie por encima del hombro. No digo que no te creas la mejor bailarina, que es verdad, pero no te lo tienes creído, como otras que yo me sé. - Demasiados compis del colegio diciéndome adefesio como para que algún día me pueda creer algo. - Pues muy mal. Tienes que olvidar eso ya de una vez. Eres guapa, tienes buen cuerpo, no muy alta, pero bien hecha, bailas de puta madre y eres encantadora, ¿por qué te empeñas en menospreciarte tanto? - No lo sé. No lo hago adrede. Al final de la noche me entristeció que Abel no me dijera de irnos juntos. Sin embargo sí lo vi con su “amiga” Carla Belucci. ¡Joder, cómo me encabronaba esa tía! Me fui sin decir adiós deseando que mi móvil sonara, pero no ocurrió.

- 13 –

Como siempre, pasé casi todo el sábado durmiendo. Cuando me levanté, me entristeció ver a Estefanía preparando la maleta. Se había pedido ese sábado libre en el trabajo para hacer su mini traslado. - Nos seguiremos viendo, ya lo verás. - Ya, pero no será lo mismo. Odio estar sola en casa. - Ya verás cómo en cuanto te acostumbres, lamentarás no haber estado sola siempre, y si ahora vas a tener novio… - ¿Qué novio? – pregunté dando a entender que seguía sin haber nada serio en mi vida. - Bueno, el otro día me pareció ver a Abel Ferri muy encoñado contigo. – dijo mi amiga. - Creo, es más, estoy prácticamente segura de que le gusto. Me lo dice continuamente y al final me lo creeré. Pero mientras trabaje en Dance City me temo que no tendré nada con él. - Y ¿qué estás esperando para dejar ese trabajo? Si vas a tener otro mejor ya no necesitas bailar en la discoteca. - Tú no lo entiendes, como al parecer nadie. Me gusta bailar en Dance City. - Entiendo que te guste. Pero, hija, dejar a un tío así por ese trabajo, qué quieres que te diga… - Él no debería darme a elegir. Si le gusto de verdad debería asumir que me ha conocido allí y que ese es mi mundo. - Ya, pero si no le gusta ¿qué va a hacer? ¿aguantar sin más? ¿Y tú qué haces por él? - ¿Acaso yo no tengo que aguantar que todas las mujeres vayan detrás de él como lobas en celo? - Pero eso es lo que tiene ser la novia de un modelo millonario. – dijo Fani levantando los hombros.

En la discoteca, como todas las noches, me cambié junto con mis compañeras y tuve que aguantar a Merche contando una y otra vez la conversación que había tenido con Abel Ferri. Pretendía darnos envidia porque Abel le había dicho que era muy guapa y que bailaba muy bien. Me hubiera gustado decirle lo que yo había vivido con él pero pensé que no merecía la pena. Eso sí, en cuanto pudiera le recriminaría a Abel los elogios que iba dando a mis rivales. Si a él le molestaba que los hombres me miraran, a mí también podía molestarme que él hiciera creer a mis compañeras que tenían alguna posibilidad. Amanda se dio cuenta de que yo apretaba los dientes mordiéndome la lengua para no soltarle una fresca y me dijo que no con la cabeza para que me contuviera. L a noche empezó, y Abel no aparecía por ningún lado. Sobre la una y media, el disc- yóquey anunció que esa noche tendríamos un espectáculo erótico. Umm, nadie me había dicho nada. ¿Por qué las bailarinas no nos enterábamos de esas cosas para no poner la cara de sorpresa al oírlo en el escenario? Tenía que hablar con Francisco de ello. A las tres de la mañana vi por primera vez a Abel hablando con una pareja vestidos con trajes de gasa transparentes, tanto que parecía que estaban desnudos. Estaban dentro del despacho, pero habían dejado la puerta abierta. Amanda y yo nos metimos en nuestro vestuario a descansar y las dos flipamos por que no nos hubieran avisado de algo así. Llegó el siguiente pase y como nadie decía nada del espectáculo, volvimos a subir. Desde arriba, vi como un brazo trataba de hacerse de notar entre la multitud. Me quedé mirando fijamente ese punto y me sorprendió ver allí a Nacho. Desde que nos habíamos conocido allí mismo, él no había vuelto a aparecer por la discoteca, y me extrañó verlo. Pensé que seguramente se habría enterado del espectáculo erótico y como él era tan morboso, no había podido dejar de ir. Poco a poco se fue acercando hasta el escenario junto con sus amigos. Cuando terminó mi turno Francisco nos hizo una señal para que bajáramos sin ser relevadas. El espectáculo iba a comenzar y el disc-yóquey se encargó de que todo el mundo lo supiera. Me acerqué a Nacho feliz por que estuviera allí, sin pensar en nada más. - ¡Qué raro verte por aquí! – exclamé cuando estuve junto a él. - Oh, nena, el domingo me rechazaste y eso me puso muuuy cachondo. Ayer no vine porque tenía

turno de noche que si no… Me dejó de piedra escuchar que había ido por mí. Ahora. Justo cuando estaba a punto de empezar una relación con alguien. - Nacho, creo que esta vez no te voy a dar lo que quieres. - Pero nena, ¿te pasa algo? - No, es solo que contigo sé que nunca habrá nada y hay alguien con quien sí podría tener algo serio. - Creía que estábamos bien así. ¿Y si te digo que estaría dispuesto a darte más? Vaya, sí que lo había puesto cachondo. - No sé, después de tanto tiempo ¿me lo dices ahora? – me quejé. - Será porque por primera vez me has rechazado y he sentido que necesitaba verte. De pronto empezó a sonar Diamonds, de Rihanna, y me giré hacia el escenario. En cuestión de nada habían colocado una cama en mitad del escenario y la pareja que había visto anteriormente hablando con Abel, aparecieron cada uno por un lado. Se miraban sugerentes y cuando Rihanna empezó a cantar se fueron acercando el uno al otro, despacio pero moviendo sus cuerpos acompasadamente. Parecía que se deslizaban por el escenario. Cuando se juntaron, una leve caricia en el rostro y se separaron doliendo el pequeño contacto habido entre ambos. Entonces el chico cogió a la chica de un brazo haciéndola girar, le puso una mano en la cara y ambos movieron sus rostro al ritmo de la canción. Ella huyó de él pero acabó cayendo en la cama y cuando Rihanna dice “So shine bright, tonight you and I We’re beautiful like diamonds in the sky Eye to eye, so alive We’re beautiful like diamonds in the sky” sus cuerpos se juntaron de manera que él quedó sobre ella. Es increíble lo real que parecía. Sus cuerpos se juntaron de una manera al compás de la música que

parecía que de verdad estaban haciendo el amor para todos los espectadores que estábamos en la discoteca. Entonces se separaron, bajaron de la cama y bailaron, con la pierna de la chica levantada alrededor de él, mientras el chico ponía la palma de la mano encima de su pecho, fino, sensual, y verdaderamente erótico. No podía evitar calentarme viendo el espectáculo, y cuando llegó de nuevo el estribillo de la canción, el chico la giró rápido pero suavemente y las manos de ella cayeron sobre la cama. El chico, como si bailara, la envistió por detrás y ella acompañó sus movimientos con unos acordes a los de su pareja. Aprovechando que me había quedado anonadada mirando a esos dos bailarines tan excitantes, Nacho me cogió por detrás y fue bajando la mano poco a poco. Mi clítoris palpitaba y solo pensaba que necesitaba correrme. Sí, esos dos me habían puesto cachonda, y no me daba cuenta de que el que me estaba tocando era Nacho, el mismo que llevaba un año follándome de vez en cuando, el que tanto me excitaba pero que hasta ahora nunca había querido nada más. La pareja se revolcaba por la cama siempre unidos dando a entender que hacían algo pero sin hacerlo, siempre al ritmo de Rihanna. Fue espectacular. Y cuando terminó, la mano de Nacho estaba metida por debajo de mi braga bikini. Miré alrededor y me di cuenta de que no nos podía ver nadie. La discoteca estaba abarrotada, no cabía ni un alfiler, y nadie se había fijado en lo que yo estuviera haciendo. Pero me tenía loca y ahora no podía parar. - Entonces ¿qué me dices? ¿Estás contenta de que haya venido? – me susurró al oído, todavía desde detrás de mí. Notaba su erección en mi trasero y eso me ponía más caliente. Joder, ¡pero qué estaba haciendo? Si Abel me veía se acabaría todo. Pues me daba igual. Me molestaba que me obligara a dejar un trabajo que me gustaba. Sin embargo Nacho estaba ahí, sin exigir nada a cambio. Era bueno en la cama y me gustaba mucho su pelo negro ondulado y sus ojos marrón claro. Los ojos azules siempre me habían parecido fríos, en cambio los marrones eran de la gama de los cálidos y me gustaba refugiarme en ellos, en esa mirada caliente y excitante. Lo tenía claro, hablaría con Abel y le diría que nos limitáramos al trabajo y nada de relaciones. No

pensaba dejar algo que me gustaba solo porque a él no. Nacho me besó el cuello y me erizó el vello. Sus labios no eran grandes como los de Abel, pero sabía usarlos bien, y hasta ahora siempre me habían satisfecho. Merche y Rebeca subieron de nuevo al escenario y yo volví a la realidad. - Oye, lo siento Nacho, pero ahora tengo que trabajar. – dije dándome la vuelta. - Pero ahora no te toca ¿no? Quédate un poquito más conmigo nena. - Lo siento pero no puedo. Deben verme mis jefes y no debo relacionarme con la gente. – mentí a medias. - Pero yo no soy gente. Yo soy tu futuro novio ¿no? Eso me hizo reír. - ¿En serio? No sé por qué hay algo que no me convence. - Nooo. - ¿Será porque durante un año solo nos hemos visto para tener sexo y siempre me has dicho que pasabas de relaciones? – pregunté retóricamente poniéndome el dedo índice sobre los labios como si pensara en algo importante mientras miraba hacia arriba. - Te espero. – dijo cambiando de tema. Le di un ligero beso en los labios y me fui, acalorada, hasta el vestuario. - ¿Dónde te habías metido? – me preguntó Amanda. - Me he encontrado con mi amigo Nacho. - ¿Nacho tu rollete? - Síp. - Joder, tía, no paras. - Qué se le va hacer…

La puerta se abrió de golpe. - Emma, a mi despacho. – me gritó mi doble jefe. Miré a Amanda levantando los hombros y salí de allí, pasando por delante de Abel que permanecía en la puerta. - ¿Se puede saber qué pasa contigo? – me preguntó excitadísimo una vez estuvimos en dirección. - ¿A… a qué te refieres? – pregunté temiendo que me hubiera visto con Nacho. - ¿Dónde te habías metido? Me hubiera gustado ver el espectáculo contigo, pero no, la princesa de Dance City estaba desaparecida en combate. - Me he encontrado a un amigo y cuando ha empezado el show no he podido salir de donde estaba porque había demasiada gente. Si lo hubiera sabido… - ¿Un amigo? ¿qué clase de amigo? – me preguntó encarándose conmigo. - Un amigo con derecho a roce, ¿te importa? - ¿Qué? ¿De verdad me estás preguntando si me importa? Por favorrr. La verdad es que no sé qué hago perdiendo el tiempo contigo. Debería haber hecho caso a tu compañera cuando me dijo que eras una fresca, pero no quise creerla porque me gustabas demasiado. - ¿Mi compañera? ¿Amanda? – era imposible que fuera ella, seguro que se refería a Merche o a Rebeca. - Mira se dice el pecado pero no el pecador, eso no importa. Lo que importa es si tiene razón o no. - Abel, cuando no tengo novio, que es la mayoría del tiempo, hago lo que me da la gana cuando y con quien me da la gana, ¿entiendes? Pero si estoy con alguien estoy con alguien. Lo que yo me pregunto es si estoy contigo porque ayer me dijiste que querías tener algo conmigo y sin embargo luego pasaste de mí. - Porque ya te habías ido cuando salí de aquí. – dijo enfurruñado señalando el despacho. - No me dijiste que te esperara.

Abel se puso la mano en la barbilla pensando algo. Lo que hubiera dado por saber qué. De pronto levantó sus ojos azules y me miró con cariño. - No creí que hiciera falta decir nada. Pensaba que habías entendido que estábamos juntos, pero cuando salí y no te vi me enfadé tanto… - Que ni siquiera fuiste capaz de llamarme. De haberlo hecho habría dado la vuelta. - Creo que ha sido un malentendido por parte de los dos ¿no crees? - Sí. – afirmé, contenta de que no llegara la sangre al río. Abel me acercó hasta él y me besó suavemente en los labios. Permanecimos callados, uno frente al otro, sintiendo la respiración y el aliento cálido. Me moría por besarlo de nuevo, pero me encantaba estar así con él, de esa manera tan íntima. No hacía falta hablar para darnos cuenta de lo que había entre nosotros. Me estaba enamorando de ese hombre y ya no había vuelta atrás, y por más que intentaba pensar en lo peor, que sería que me dejara, no podía evitar querer seguir con él, porque un minuto con él a cambio de horas de sufrimiento merecía la pena. Ya no recordaba que hacía tan solo unos minutos había decidido darle una oportunidad a Nacho, el de los ojos cálidos, y sin embargo ahora mis sentidos eran únicamente para el modelo que me había hecho pasar el mejor fin de semana de mi vida, y eso que no habíamos salido de casa. - Abel – dije separándome un poco de él para mirarle a los ojos – Ese amigo, Nacho… - ¿Sí? - Llevo acostándome con él cerca de un año… Me miró entrecerrando los ojos, pero quería ser sincera con él. - Y nunca había venido aquí a verme. Me ha dicho que como el otro día lo rechacé, eso le sirvió para darse cuenta de lo que significo para él y por eso hoy ha venido. - Con la intención de conseguir lo que el otro día no consiguió. – afirmó Abel, cada vez más molesto.

- Dice que estaría dispuesto a darme más, y me parece muy raro porque hasta ahora nunca me había propuesto nada, pero… - ¿Pero? - No me acabo de creer que entre nosotros pueda haber nada. - ¿Por qué? Emma, no entiendo por qué piensas siempre lo peor de mí. - No es que piense lo peor de ti, es que suelo ser negativa en cuanto a lo que a mí se refiere, y como hasta ahora no me ha ido demasiado bien que digamos, pues no me hago ilusiones de nada. - Mira, si lo que me estás queriendo decir con toda esa historia de tu amiguito es si debes irte con él porque conmigo no crees que la cosa funcione, hazme el favor y mándalo a la mierda, ¿vale? - Ya, pero… - Pero nada. Si ese tal Nacho lleva un año contigo y no ha querido nada más serio, hazte la cuenta que tampoco lo quiere ahora. Lo que pasa es que tiene su orgullo de macho herido porque le diste una negativa ¿cuándo? ¿cuándo estabas conmigo? Pues que le den. Ahora eres mía, dímelo. - ¿El qué? - Dime que eres mía. - Soy tuya. Abel apretó mi cintura contra él y me dio un tierno beso en la nariz. Levanté la cara y vi como sonreía. Me aupé para llegar a sus labios y los besé sintiéndome llena por su contacto. Sí, Abel me llenaba solo con su presencia. Era absurdo que me convenciera de lo contrario y negara lo evidente. Ni ojos fríos ni nada, todo él era espectacular, de la cabeza a los pies, y ni Nacho ni nadie existía cuando estaba entre sus brazos. - Creo que debo volver al escenario. – susurré. No quería romper ese momento tan estupendo, pero era necesario. - ¿Y si no vuelves? – me preguntó mostrándome una sonrisa traviesa. Lo malo es que sabía por

dónde iba. - Abel, debo cumplir con mi obligación, ¿qué te parecería si faltara a las clases de baile a las que me has contratado? Esto también es un trabajo. Abel me soltó y miró hacia un lado, haciendo una mueca. Seguía sin gustarle la idea. - Y cuando vuelvas a pasar por delante de tu amigo, te cogerá queriendo que le des lo que ha venido a buscar, y te estará observando mientras bailas y… - Abel. – lo corté. – No sigas por ahí. - Está bien, lo siento. Ve a cumplir con tu obligación. Intenté volver al escenario por donde no se encontraba Nacho. Me di cuenta de que me vio porque me saludó con la mano y la movió hacia él indicándome que fuera, pero yo le señalé el escenario para que supiera que no podía. Cuando subí, Merche me miraba con ojos de asesina y cuando fue a decirme algo la corté, estaba harta de que se enfadara conmigo cuando yo no tenía la culpa. - Abel me ha entretenido, si tienes algún problema díselo a él.- le dije. Merche me miró de reojo perdonándome la vida mientras bajaba. Vi como esquivaba a los abusones hasta llegar a la barra, y una vez estuvo al lado de Abel, agitó su larga melena morena hacia un lado y le puso la cara más sexy que pudo. “Buscona”, pensé. Pero ¿qué tenía que hacer la chica? Pues lo mismo que todas, babear, ser simpática, mostrar su lado femenino, e intentar conseguir al nuevo jefe. Rebeca llegó a su lado y miró embelesada a Abel, pero no decía nada. Parecía como si hubiera llegado a un acuerdo con su compañera para dejarle vía libre, y yo cada vez estaba más segura de quién era la que le había dicho que yo era una fresca. Bajé del escenario directa hasta donde estaba Nacho. Una vez a su altura, bailó conmigo un poco, pero yo quería hablar.

- Nacho, he pensado lo que me has dicho y creo que será mejor que sigamos como hasta ahora. - Por mí bien. – dijo intentando que bailara con él. - La diferencia es que yo te diré cuándo.- no quería dejarlo del todo ni mandarlo a la mierda como me había dicho Abel que hiciera porque primera, Nacho no se merecía eso y segunda, no sabía si iba a volver a necesitarlo más adelante. - ¿Cómo que cuándo? No entiendo, nena. - Me refiero a que hoy si solo has venido para intentar llevarme a la cama, pues no va a ser. – me extrañaba que le hubiera parecido tan bien mi idea. Eso me confirmó que lo de tener algo más era solo para conseguir su propósito esa noche. - Oh, vamos, Emma, guapa. No me importa esperar a que termines de trabajar. - Ya estoy comprometida para hoy. - ¿de verdad lo estaba? - Entonces lo que quieres decir es que me ponga a la cola ¿No? – sabía lo que parecía pero con él me daba igual. - No. Antes te he dicho que había alguien con quien podría tener algo más serio. - Sí, y yo te he dicho que yo también podría dártelo. - Nacho, has tenido todo un año para darme más y no lo has hecho. Ahora es tarde porque he conocido a alguien que me llena más. - O sea, que me dejas en el banquillo. – me dijo poniendo morritos. Por lo menos no se estaba enfadando demasiado. - Más o menos. Si lo mío no sale bien y para entonces tú sigues sin novia y quieres que nos veamos algún día… no lo descarto. - Vale guapa, lo capto. Y tranquila, seguramente seguiré sin novia durante muuuuucho tiempo. – dijo guiñándome un ojo. - Bueno, me voy a descansar un poquito. – le dije despidiéndome.

- ¿Seguro que no nos podemos despedir como dios manda? – me preguntó insinuándose otra vez. - Noo. – contesté intentando salir de entre el gentío, sonriendo ante su insistencia. Llegué a la barra y me senté en un taburete, al lado de Abel. Mi compañera ¿no lo hacía? Pues yo también. Le pedí un whisky con naranja a Raúl y me quedé mirando a mi jefe, que miraba hacia el escenario. - Oye, Abel – dije llamando su atención – Me pregunto yo, ahora que te veo tan interesado mirando a mis compañeras igual que antes cuando hablabas con ellas, si no será que a ellas las estás tratando como a mí. Se giró con el ceño fruncido. Sabía que no, que me había pasado, pero era mi mente perversa la que solía hablar más que yo. - ¿Cómo dices? ¿Por qué piensas tan mal? – me preguntó enfadado haciendo que los camareros se dieran cuenta de su reacción. - Es porque como antes Merche nos ha estado contando los piropos que le habías dicho ayer… No sé, tú te quejas de que los hombres me miran, pero al menos yo no voy tirando los trastos. - ¿Crees que yo le he tirado los trastos a Merche? Oh, vamos!! Solo quería ser amable. Además, no las estoy mirando a ellas. – dijo muy seco. - Entonces, ¿a quien miras? - Miro al grupo de hombres que hay bajo el escenario, miro al tipo con el que hablabas antes, miro los gestos que hace y cómo se ha comportado desde que has subido antes al escenario hasta ahora. - ¿Estás mirando a Nacho? – pregunté extrañada. - Claro. Ya te he dicho que soy muy posesivo con lo que considero mío y me enerva saber que ese buscavaginas te ha follado… muchas veces. Me causó gracia de nuevo esa palabra suya, pero no dije nada. Desde luego Abel era muy celoso, no estaba acostumbrada a eso, pero me gustó. Lo malo era que si se enteraba de mi historial no le haría ni

pizca de gracia. - No puedo hacer nada respecto a eso, excepto decirte que si entre nosotros va bien, no lo hará más. Conseguí que sonriera y dejó de mirar a Nacho para fijarse en mí. Sus enormes ojos azules me hipnotizaban y no podía dejar de mirarle. - Además, ya se lo he dicho a él. – añadí. - ¿Lo has mandado a la mierda? - me preguntó sonriendo. “Qué más quisieras”, pensé. - No con esas palabras. – dije. Abel giró su cuerpo hacia el mostrador y pidió a Raúl un gin-tónic. - No te vayas. – dijo cogiendo el cubata y dejándome sola. Vi cómo se metía entre la gente para llegar a la barra de enfrente. No volví a tener contacto con él hasta que terminó la noche. En el siguiente descanso Nacho me agarró del brazo cuando iba de camino al vestuario para descansar, para despedirse de mí. Volvió a insinuar que nos fuéramos juntos, pero lo decía de broma y yo me reí con él, le di un pico en los labios, y seguí mi camino. Al finalizar, me cambié con mis compañeras, las cuales insistían en que el único tema de conversación fuera Abel Ferri. - ¿Verdad que es más simpático de lo que parece en televisión? – preguntó Merche dirigiéndose directamente a mí. - Lo cierto es que yo no lo había visto en televisión, así que no puedo opinar. - Pero te parecerá simpático ¿no? Como aprovechas cualquier momento para acercarte a él. – siguió diciéndome. Tuve que morderme la lengua para no contestarle la verdad.

- ¡Si solo lo he visto en uno de los descansos y porque he ido a la barra a pedirme algo! – exclamé. Y añadí porque si no lo hacía reventaría – Pero de todos modos, aunque lo hiciera, no sería la única, porque cada vez que has bajado del escenario te ha faltado tiempo para buscarlo e ir hasta donde estuviera. - Sí, es verdad. Es porque creo que entre los dos hay algo, lo noto. - ¿Lo notas? – pregunté notando cómo me miraba Amanda indicándome que no le hiciera caso. - Sí, lo noto. No sé cómo explicarlo pero creo que le gusto. Volví a morderme la lengua para no contar nada porque no sabía si a Abel le molestaría que mis compañeras supieran lo que había entre nosotros, pero me dieron ganas de cogerla del cuello y estrangularla. Esperé a salir la última del vestuario por si Abel estaba esperando a que me quedara sola para entrar, pero después de dos minutos, salí de allí. En el despacho de dirección, Francisco me esperaba con el sobre preparado. Me sorprendió que Abel no estuviera. - Hola cariño, aquí tienes lo tuyo. – dijo Frank tendiéndome el sobre. Y cuando salía de la habitación añadió – Emma, me avisarás con tiempo cuando no vayas a venir más ¿no? - ¿Cómo? - Me ha dicho Abel que vas a trabajar para él entre semana, que por cierto, enhorabuena por tu nuevo trabajo; y que con lo que te va a pagar no te hará falta seguir trabajando aquí. – se explicó. - Y has dado por hecho que lo dejaré. – afirmé. - No es que lo haya dado por hecho, es por cómo me lo ha dicho Abel. Oye, ¿hay algo entre vosotros? Me quedé sin saber qué contestar, ¿se lo habría preguntado también a él? ¿qué le habría contestado?

- No sé a qué te refieres. – dije para ganar tiempo. - No hace falta que me des explicaciones si no quieres. Yo solo quiero que sepas que puedes contar conmigo siempre que quieras. Ten cuidado con él, no es mala persona pero sabes que tiene una retahíla de mujeres detrás, y quién no se resiste a eso. - Gracias, lo tendré en cuenta. – dije sin querer alargar la conversación. Salí del despacho y me di una vuelta por la discoteca en la que ya casi no quedaba nadie, con la excusa de despedirme de mis compañeros. Quería saber dónde estaba Abel, pero después de recorrerlo todo y no verlo, decidí salir a la calle. Estaba nerviosa. No quería irme porque me había dicho que no lo hiciera, pero no sabía dónde diablos se había metido. Dejé que Manolo el segurata bromeara conmigo, burlándose de que mis mechas estaban destiñéndose y que tuviera cuidado a ver si iba a dejar la almohada rosa, cuando lo que en realidad quería era hacer tiempo para no irme a casa sin saber nada de Abel. Pero no podía permanecer ahí mucho o Manolo se haría falsas ilusiones. Me despedí y me dirigí a mi Peugeot RCZ. Y ahí estaba Abel. Apoyado sobre mi coche, con las piernas cruzadas y las Ray van puestas parecía que estuviera posando. Sentí un revuelo de mariposas en mi estómago que hicieron que me pusiera nerviosa. Dios, ese hombre me ponía nerviosa. Nunca me había pasado antes. Cuando me gustaba alguien, me gustaba y ya, deseaba besarlo, tocarlo, hacerle el amor; pero nunca sentía nada más que puro deseo físico. Pero Abel me hacía sentir algo más, y esa sensación hacía que sonriera sin saber por qué. - ¿Te ibas a algún sitio sin mí? – me preguntó cuando llegué a su altura. - Te he buscado por todas partes, y como no te veía… - Lo siento, baby. He salido de Dance City huyendo de tu compañera Merche, me he metido en mi coche y cuando he visto que se iba he venido. Sonreí sin poder evitarlo pensando en la presumida de Merche y lo equivocada que estaba respecto a Abel. Me quedé mirando al guapísimo que estaba apoyado sobre mi coche, esperando que dijera algo

más. Saqué mis gafas Dolce & Gabanna, que esta vez no me había olvidado, y me acerqué más para besar sus labios. - Vámonos. – dijo irguiéndose – Yo te sigo. Me dio un pico rápido y se fue hasta su coche. Me di cuenta de que no le apetecía que los pocos empleados que quedaban por salir de la discoteca nos vieran teniendo muestras de cariño. Había hecho bien en no decir nada cuando Francisco me preguntó.

- 14 –

En mi casa, Estefanía había empezado a hacer su mudanza para cuando llegué. - Hola, Emma. – y sorprendiéndose una vez más al ver quien me acompañaba, lo saludó – Hola Abel. Esto… he empezado temprano para acabar pronto y así no te molesto mientras duermes – y mirando de reojo a Abel, me sonrió poniendo una cara de “aunque no creo que vayas a dormir mucho” – Supongo que en una horita o menos habré terminado. - Gracias, no te preocupes. – le dije intentando disimular la alegría que llevaba mi cuerpo. Abel se ofreció a ayudar, pero Fani le dijo que no hacía falta porque ya estaban allí Felipe y su padre para llevar lo más pesado. Y es que Fani tenía un montón de libros de lectura y de la carrera que había estudiado, que aunque con la crisis no había podido encontrar trabajo de lo suyo, se negaba a tirar nada por si le salía algo y tenía que repasar. Abel y yo nos metimos en la cocina a desayunar. Preparé café e hice tostadas con pan de molde. - Lo siento, pero la cocinilla de casa era Estefanía. No sé qué voy a hacer ahora que no estará ya que antes solía comer de lo que traía de la panadería o de lo que hacía ella y ahora me voy a quedar sin una y otra. Uff, qué agobio tener que cocinar. - No te preocupes por eso, ya veremos qué hacemos. – dijo Abel cogiéndome de la cintura desde atrás. Me sentía tan bien cuando hacía esas cosas. No quería pensar que eso se fuera a acabar, y me propuse mientras Abel me besaba el cuello, que dejaría de preocuparme por el futuro y viviría el presente, un presente que me gustaba cada vez más. - Entonces, ¿te espero mañana en el gimnasio? – me preguntó Abel mientras untaba mantequilla en la tostada.

- Síp. - Eso quiere decir que ya no tienes que madrugar. – afirmó. Moví la cabeza arriba y abajo y Abel me sonrió provocándome. - Vamos a tu habitación. – me ordenó. Me despedí de Estefanía, porque sabía que una vez dentro ya no la vería, y quedamos en que nos llamaríamos por teléfono para quedar algún día. No me hacía a la idea del cambio que iba a dar mi vida. Trabajo nuevo y piso todo para mí. Me sentía más mayor, más adulta. Ahora toda la responsabilidad recaía en mí, y si yo no hacía algo bien, no estaría Fani para arreglarlo. Tendría que ser más responsable, porque como en el horno trabajaba toda la mañana, era Fani la que se ocupaba de los papeleos y cosas de bancos, ya que ella entraba a trabajar a las diez. Menos mal que ahora yo también tendría ese horario, porque si tenía que depender de la tarde que habría mi banco, estaba lista, ya que solía pasarla durmiendo. Ahora todo sería diferente. Además, empezaba mi nueva vida con lo que parecía que iba encaminado a ser un novio, y eso era precisamente lo que menos me creía que me estuviera pasando. Pero sí, Abel estaba en mi cama haciéndome el amor, no lo estaba soñando. Había venido con su coche detrás de mí, habíamos desayunado juntos, y ahora me follaba poniéndome a cuatro patas mientras yo jadeaba agarrada al respaldo de mi cama, sintiendo su enorme polla llegar hasta el fondo de mi ser. Caímos rendidos, después de que Abel me hiciera llegar al tercer orgasmo, y no me quedaban fuerzas ni para ir hasta la ducha. Abel se levantó, abrió la puerta y tras comprobar que Fani ya no estaba, me ofreció la mano para que lo acompañara. - Vamos, perezosa. Démonos una ducha y te prometo que te dejo descansar. Me levanté feliz y acepté la ducha, que me relajó tanto que caí rendida en la cama, abrazada a mi chico mientras olía su pelo bien cuidado y el olor corporal de ese hombre que me embriagaba. Por la tarde, me despertó el sonido de mi móvil. Me levanté de la cama y dejé a mi chico durmiendo tranquilo. Cogí el teléfono mientras observaba el rostro sereno de ese top model por el que

tantas mujeres suspiraban. - ¿Diga? – pregunté, asustada al ver que era un número muy largo, normalmente por ser de una entidad pública. - Hola, buenas tardes, ¿la señorita Emma por favor? – preguntó una mujer desconocida desde el otro lado de la línea. - Sí, soy yo. - Mire, le llamo desde el hospital Doctor Peset porque tenemos aquí a un posible familiar suyo, y en su móvil no hemos encontrado más números de familiares. - ¿A quién tienen? ¿qué ha pasado? – pregunté ahora sí verdaderamente asustada. - Hemos encontrado a un chico llamado Miguel Bermúdez con una sobredosis de cocaína. La he llamado a usted porque en su móvil aparece como Emma Teta y he supuesto que era su hermana. - Sí, lo soy, pero ¿cómo está? ¿está bien? Dígame que está bien. - Señorita, ahora mismo su hermano está inconsciente. - Está bien, voy para allá. – dije abriendo el armario para empezar a vestirme. Me puse un pantalón corto vaquero y una camiseta de tirantes gris y me dirigí al cuarto de baño para lavarme la cara, todavía con los rasgos de recién levantada. Me estaba lavando los dientes cuando Abel apareció por la puerta. Llevaba tan solo los bóxers y no pude evitar deleitarme mirando su tableta de chocolate. Uff, hacía que me olvidara de todo, y ahora no podía hacerlo, mi hermano estaba en el hospital y debía ir con él. - Hola. – me saludó apoyándose sobre el marco. - Hola. – dije con la boca llena de pasta. - Te veo muy acelerada, ¿vas a alguna parte? – preguntó frunciendo la frente, extrañado. - Mi hermano está en el hospital.

- ¿En el hospital? ¿qué le ha pasado? - Nada, no es nada. – no quería darle explicaciones de algo que ni siquiera yo entendía. ¿Mi hermano drogadicto? Eso era nuevo para mí, o al menos nunca me había contado que consumiera cocaína ni ningún tipo de drogas. Miky era una persona con la autoestima baja, como yo. También él se había criado gordito y había hecho lo imposible por adelgazar. Él era el hijo biológico y yo la acogida, y aunque sus padres intentaran no hacer distinciones entre ambos, sí las hacían. Miky era el niño mimado mientras que conmigo, como solo porque me hubieran acogido ya era motivo suficiente como para que me sintiera agradecida, hacían lo mínimo. Pero lo único que yo les reprochaba era que me hubieran quitado de ballet, por lo demás, me daba igual que él tuviera más ropa o más juguetes. Sin embargo, Miky les salió rebelde. Nunca agradecía lo que hacían por él y se enfadaba porque a mí no me hicieran lo mismo. Intentaba que los dos fuéramos iguales y aunque yo le decía que no importaba, él prefería no tener cosas si yo no había de tener lo mismo. Conseguí más de un regalo gracias a él, porque era la única forma de que Miky aceptara lo suyo, pero no se daba cuenta de que a mí me hacían más falta los besos que él se llevaba que unos vestidos o una muñeca más. Hacía casi dos meses que no lo veía, poco más de uno que no hablaba con él, y no conseguía entender por qué había recurrido a las drogas. Me parecía penoso que una persona tuviera que drogarse para divertirse o para ser feliz. En la vida había que ser fuerte y no necesitar un estímulo que lo único que a la larga haría sería joderte la vida si no es que acababas muerto por sobredosis. Oh, Dios mío, ¿estaría mi hermano en ese estado? ¿a punto de morir? Debía avisar a sus padres pero prefería verlo primero para poder dar explicaciones, que desde casa, no sabría dar. - Vamos, te acompaño. – dijo Abel, entrando en el baño para lavarse él también los dientes. - No hace falta. Abel, si quieres irte a tu casa lo entenderé. No sé a qué hora volveré. - De eso nada, te he dicho que te acompaño. El problema era que no quería decirle por qué estaba en el hospital porque no quería que se viera

involucrado en un tema personal de mi vida. ¿Y si habían periodistas a la vista y lo veían entrando en el hospital? Le preguntarían para qué había ido y lo último que quería era que lo que le había pasado a mi hermano saliera en las noticias. - Abel, mi hermano ha ingresado por sobredosis de cocaína. No sé cómo ni por qué porque yo no tenía ni idea de que consumiera pero… - Tranquila, no pasa nada. – dijo abrazándome cuando rompí a llorar. – Te acompaño. – repitió. - La prensa, no quiero que te interroguen. - Tranquila, no diré nada, intentaré que nadie me reconozca. – decía mientras me acariciaba el pelo, mi cara contra su cuerpo desnudo. En media hora llegamos al hospital. Pregunté por Miky en información y me dijeron que estaba en un box. - ¿Puedo pasar a verlo? – pregunté. - Todavía no. Podrá verlo cuando lo pasemos a una habitación. - Pero, ¿cómo está? ¿qué le han hecho? ¿se pondrá bien? - Le han dado medicación para intentar eliminar la droga de su cuerpo y está con un gotero de suero, para hidratarlo. De momento no le puedo decir nada más, lo siento. - Vale, gracias. Me senté junto a Abel en la sala de espera, impaciente por que mi hermano despertara y me contara qué le había ocurrido para decidir drogarse de aquella manera. - ¿No tenéis padres a quien llamar? – me preguntó Abel, cogiéndome la cabeza para que la apoyara sobre su cuerpo. Le había dejado una gorra y se había metido la melena por dentro, bajando la visera para que apenas se le viera el rostro. De todos modos no había prensa a la vista, no es hubieran periodistas por todas partes, pero había que prevenir, él era demasiado llamativo. - Abel, él tiene padres, yo… no sabría cómo llamarlos.

- ¿Cómo? No entiendo. - No es que se hayan portado mal conmigo, todo lo contrario, pero por desgracia nunca me dieron el amor que se supone que unos padres dan a un hijo, o al menos el que le daban a Miky o como el que mis verdaderos padres me daban. - ¿Tus verdaderos padres? Baby, cada vez me tienes más liado. - No es algo que cuente la primera vez que me llevo a un tío a la cama. Te conté que tenía un hermano porque él sí se ha portado siempre como tal. Pero mis verdaderos padres murieron cuando yo tenía nueve años, y los de Miky me acogieron. - Oh, baby, siento que hayas tenido que pasarlo mal. Te prometo que no dejaré que nada malo te vuelva a ocurrir. Me dio un vuelco el estómago al escuchar esas palabras. No podía creer que fuera verdad lo que estaba oyendo, y un sentimiento que desconocía apareció en mí. Creía haber estado enamorada, y más de una vez. Cuando me gustaba un chico mucho y tenía la necesidad de verlo constantemente, y como se suele decir, no comía, no dormía, no vivía si no estaba con él, creía estar enamoradísima, pero algo me decía que nunca lo había estado en realidad. Ese hormigueo en el estómago era la primera vez que lo sentía, esa sensación de este hombre vale mucho, ese deseo físico pero a la vez psíquico de la persona. - No te preocupes – le dije – Nunca me faltaron las necesidades básicas. Siempre tuve un plato de comida en la mesa y estudié hasta el bachiller, solo que después… - ¿Después qué? - Nada. - Ibas a decir algo. – insistió Abel, pero no quería decirle que me hubiera gustado aprender danza y a mis padres de acogida no les pareció bien. - Nada, olvídalo ¿vale? Cuéntame algo tú, ¿cuándo tienes que hacer desfilar a ese cuerpazo tuyo?

- El próximo jueves tengo que ir a Madrid para un pase de Giovanni Mota en la Cibeles. - Guau, qué pasada, me encanta la ropa femenina de Giovanni Mota. Supongo que el desfile será mixto ¿no? – pregunté un poco celosa. - Sí, ¿te gustaría venir? - ¿A Madrid? No. Además será entre semana y tengo que trabajar ¿recuerdas? - Pero ¿por qué no? Estoy seguro de que podré convencer a tu jefe para que te deje ir. - Abel, te dije la semana pasada que me considero responsable, y dejar mi trabajo durante ¿cuánto tiempo? ¿un día? ¿dos?, solo para ir a ver desfilar a un amigo no me parece muy sensato. - ¿Un amigo? ¿Eso es lo que soy yo? – me preguntó levantándome la cara para que le mirara a los ojos. - Bueno, de momento no creo que podamos poner otro nombre a lo que somos, ¿no crees? - ¿Un amigo con derecho a roce? - Sí, con todo el derecho del mundo al roce. - Eso espero. - Claro que sí. De repente escuchamos por megafonía cómo llamaban a los familiares de Miguel Bermúdez. Me levanté de un salto y me dirigí, con Abel de la mano, hacia la entrada de urgencias para preguntar a dónde tenía que acudir. Lamenté no haber llamado a sus padres, pero prefería hablar primero con él. Fui a la habitación en la que lo habían ingresado y lo encontré en la cama, con los ojos abiertos. ¡Bien! Había despertado. - Hola, Miky, ey Miky, loco. – dije echándome sobre él para abrazarlo. No pude evitar que las lágrimas cayeran por mis mejillas al comprobar que estaba fuera de peligro. - Me llaman loco, por no ver lo poco que dicen que me das, me llaman loco, por rogarle a la luna

detrás del cristal – canturreó la canción de Pablo Alborán. Eso me hizo reír y me incorporé para darle un beso en la mejilla. Entonces fue cuando Miky se dio cuenta de quién me acompañaba, porque una vez dentro de la habitación Abel se había quitado la gorra. - ¡Ostiá! – exclamó al ver a Abel. - Miky, te presento a Abel Ferri, no sé si a diferencia de mí tú sí ves la televisión y sabes quién es. - ¡Pues claro! El gimnasio en el que yo entreno es tuyo. Bueno, entrenaba – rectificó lamentándose. - ¿Ibas a un Ferri’s Gim? – le preguntó Abel, ignorando el malestar que había visto en sus ojos al reconocer que ya no hacía deporte. - Sí. Eh, nano, están genial tus gimnasios. El primero al que fui fue al Ferri’s Gim, de Madrid. Me invitó un amigo cuando estuve allí el día del orgullo gay. - ¿Estuviste en Julio en Madrid y no me dijiste nada? - Bueno, teta, no es que hablemos mucho últimamente. – se disculpó. - Lo sé, tienes razón. Miky, no entiendo qué ha pasado, por qué has hecho esto, yo… - No Emma, tú, no. Esto no tiene nada que ver contigo y no quiero que lamentes que podías haberme ayudado o algo así que te conozco. – y dirigiéndose a Abel continuó – No sé cuánto conoces a mi hermanita, pero te darás cuenta de que siempre piensa mal de todo y se echa la culpa de lo que le ocurre a todo el mundo. Y no es así – dijo apretándome la mano. - Pero tal vez si hubieras hablado conmigo… - ¿Hablar contigo de qué? ¿Querías que te preguntara si sería buena idea que consumiera drogas? Emma, soy adulto, hago lo que me da la gana. - No me refiero a eso. Medio nos hemos criado de la misma forma y a mí jamás se me ocurriría recurrir a las drogas por nada del mundo. Si tenías algún problema podrías habérmelo contado y…

- ¿Y qué? ¿Santa Emma lo habría solucionado? Pues créeme, lo que me pasa no tiene solución, así es que deja ya de torturarte y date cuenta de que no podías haber hecho nada, cabra loca. Miky me llamaba cabra loca por el ritmo de vida que llevaba los fines de semana. Él, por el contrario era más tranquilo, y en los dieciséis años que lo conocía, tan solo lo había visto con un par de chicas. Un momento, ¿había dicho que había ido al día del orgullo gay? ¿Sería eso? Estaba casi convencida. Ahora entendía muchas cosas, pero decidí preguntarle cuando estuviéramos a solas. Miky se echó la mano a la cabeza. Le dolía. - Bueno, ¿y qué piensas hacer? – le pregunté. Noté cómo Abel me miraba interrogante, seguramente porque pensaría que era demasiado directa, pero con mi hermano siempre había sido así. - ¿Te refieres a si voy a seguir esnifando? – me preguntó Miky. - Joder, ¡yo no quería decir eso! - Pero lo has pensado. Tranquila, teta, sé que lo que he hecho no ha estado bien, y soy el primero que me he dado un susto de muerte. - No perdona, el susto de muerte me lo has dado a mí, ¿y qué haces que no llevas los números de Juan y Lucía? Me han llamado a mí porque no tenías en la agenda ni a papi ni a mami. - Los eliminé de la agenda hace unos meses. - ¿Quée? - Emma, voy a por un café, ¿quieres que te traiga algo? – me preguntó Abel, dándose cuenta de que la conversación era privada. - Vale, tráeme un cortado, por favor. - Ok. – y diciendo eso, me dio un beso en los labios y salió de la habitación. - Caray hermanita, menudo novio que te has echado. - Todavía no considero que sea mi novio, apenas llevamos una semana. Además, no me despistes y

me cambies de tema, ¿qué es eso de que has borrado a tus padres de tu agenda? - Porque me echaron de casa. - ¿Por qué? Y ¿por qué no te viniste conmigo? - Emma, no sabía qué hacer. No quería que te preocuparas. - Miky, cuéntame qué pasó. Hay que llamarles y decirles que estás aquí. - No, no lo hagas por favor. El médico me ha dicho que si me someto a un tratamiento de desintoxicación puedo recuperarme y volver a mi vida de siempre. Es lo que quiero, no quiero que se enteren de esto, sería lo que faltaba. - ¿Pero qué ha pasado? ¡Siempre has sido su ojito derecho! - Sabes que sus creencias no eran como las nuestras. Ellos son muy clásicos para ciertas cosas. - Cosas ¿cómo? – lo intuía, pero quería que me lo dijera él. - Emma, yo… - Miky. – le miré fijamente obligándole a hablar. Merecía que me diera una explicación, después del susto que me había dado. - Soy gay. - ¿Y qué tiene eso de malo? – pregunté levantando las manos. - Pues hoy en día nada, excepto si tienes unos padres chapados a la antigua que tienen hijos para que sean médicos o abogados y de mayor se casen y tengan hijos médicos o abogados. - No lo han aceptado. – afirmé lamentándome. - Cuando se me ocurrió decir en casa que me iba a Madrid unos días, no entendían por qué tenía que ir yo a ese evento. Imagínate cómo se pusieron cuando les hablé de mi naturaleza sexual. - ¡Malditos! – me quejé. – Y ¿dónde estás viviendo? - Hasta ahora vivía con mi novio. Pero harto de mis complejos, me ha dejado, además de que la he

cagado a base de bien. Por eso salí anoche de fiesta y me pasé con la cocaína. Joder, me sentía tan desgraciado. Estoy solo Emma, estoy solo. - No, de eso nada. Me tienes a mí. Te vas a venir conmigo. - Emma, tú piso es de solo dos habitaciones, ¿dónde piensas meterme? - En la que acaba de dejar libre Estefanía. - ¿Fani se ha ido del piso? - Sí. Se ha ido a vivir con su novio. - Genial, ya le tocaba, ¿cuánto tiempo lleva con Felipe? - No sé, tropecientos años. - Oye, ¿y tú? ¿qué tienes con ese guaperas? Está como un queso el tío. – dijo mi hermano, volviendo al tema Abel, ahora sin cortarse ya que sabía de su sexualidad. - No lo sé. Estamos empezando algo, pero no quiero hacerme demasiadas ilusiones. - O sea que la cagarás seguro. - ¿Por qué dices eso? - Porque eres igual de insegura que yo, y solemos cometer errores por no creer que somos capaces de que alguien nos quiera. - Tienes razón, ¡vaya infancia de mierda ¿eh?! – intenté bromear. – Sí fuéramos hermanos de sangre no nos pareceríamos tanto. - Y a mucha honra, cabra loca. – dijo Miky despeinándome la coleta. - Pues ya podríamos parecernos en algo bueno. – dije peleando con él para que quitara sus garras de mi pelo. - Somos los dos muy guapos. – rio mi hermano, cosa que me alegró. - Eso es verdad. – afirmé.

Entró Abel en la habitación con el cortado y dejamos de hablar del tema que tanto a Miky como a mí nos hacía la vida imposible. Me lo tomé mientras charlábamos de cosas sin importancia intentando no recordar lo que había hecho Miky y lo que le podía haber pasado. Al cabo de un rato entró la enfermera y le preguntó cómo estaba. - Si quieres me puedo quedar esta noche contigo. – dije. - Emma. Estoy bien, no hace falta que te quedes. Además, seguro que anoche trabajaste en la discoteca y tienes que descansar. - Pero no me importa quedarme. - Si estuviera impedido… Pero me encuentro bien, puedo moverme, y no voy a permitir que te quedes y mañana vayas a trabajar sin haber descansado bien. - Bueno, entonces mañana por la mañana vendré a verte. - ¿Por la mañana? - me preguntó extrañado. - Sí. A partir de mañana voy a trabajar para Abel en sus gimnasios y tengo horas libres. - Vaya cambio, teta, ¿cuándo esperabas a llamarme y contármelo? – me preguntó frunciendo el ceño fingiendo que estaba molesto. - Lo sé, tete, lo siento. Es que ha ocurrido todo tan rápido y he estado tan liada… - No te preocupes, boba. Ve a descansar y ya hablamos mañana. – dijo Miky guiñándome un ojo. Abel se despidió dándole la mano y le pidió que se cuidara. Había permanecido callado mientras mi hermano y yo hablábamos, limitándose a hacernos compañía. No era de las personas que siempre quieren hacer notar que están presentes y hablan más de la cuenta. Lo agradecí y me di cuenta de que cada cosa que hacía me gustaba más y más.

- 15 –

Salimos del hospital y Abel me propuso ir a cenar. - No estoy vestida para la ocasión. – dije señalando mi vestimenta. - Baby, tú estás bien con lo que te pongas. A mí no me importa. - Vale pero vamos a algún sitio donde no desentone, ¿qué tal un burguer? - ¿Hamburguesa? – preguntó frunciendo las cejas sonriente. Umm, ¿por qué quería besar esos labios carnosos continuamente? - Sí, hamburguesa, ¿qué pasa? - Nada nada, como quieras. Es solo que pensaba en un restaurante. - Hace siglos que no me como una hamburguesa como dios manda, y con la ropa que llevo, es lo mejor que se me ocurre. – dije, pensando en una deliciosa steakhouse del Burguer King. Pero una vez allí nos pedimos unas ensaladas césar con pollo a la parrilla y con pollo crujiente. Maldita dieta. - ¿No querías una hamburguesa? – me preguntó Abel divertido. - Demasiadas calorías. No puedo permitirme engordar, así es el trabajo de bailarina. – dije metiéndome un trozo de pollo con lechuga en la boca. - A mí me daría igual si pesarás unos quilos más si a cambio te viera disfrutar con una deliciosa hamburguesa con salsa, queso, cebolla, tomate… - Caya, caya, solo de ver a los demás con sus bandejas se me hace la boca agua, no sigas por favor. - Espera un momento. – Abel se levantó de su sitio y se dirigió a la barra. Me quedé mirándolo pensando que iría a pedir sal o algo para aliñar más las ensaladas, pero

cuando se dio la vuelta apareció con una bandeja en la que llevaba un menú completo. - No, por dios. – dije con la risa tonta. - Una cosa es que no te apetezca y otra muy diferente que no la pidas por no engordar. Si estás conmigo quiero que seas feliz y no te prives de nada, ¿entendido? – dijo Abel, depositando la bandeja sobre la mesa. - Soy feliz estando delgada. – dije sin poder parar de reír. - No creo que porque te comas una hamburguesa ahora mismo vayas a dejar de estarlo. – dijo levantando la ceja derecha. - No pero a la larga… Bueno, me la como si la compartes conmigo. - De acuerdo, baby. Cogí la caja de la hamburguesa y la abrí. - Madre mía, nada menos que la Big King!!- exclamé, sacándola de la caja y envolviéndola con una servilleta para que no se saliera lo de dentro. Le di un bocado y me relamí. Estaba exquisita. Los ojos azul claro de Abel me miraban con cariño, y eso me causó un sentimiento inesperado. - Toma, pruébala. Está deliciosa. – dije alargando los brazos para meterle la doble burguer en la boca. Abel comió y yo me relamí de verlo tan sexy masticando. - Umm, patatas!! Abel rio al verme tan feliz con mis hidratos y yo fruncí el ceño porque sabía que me estaba pasando con esa comida tan rica. Nos terminamos las ensaladas y el menú y volvimos a mi piso. Me alegró ver que Abel subía conmigo en lugar de irse a su casa.

En cuanto entramos por la puerta, Abel me quitó el bolso, lo tiró sobre el sofá y me cogió en brazos. Metió su lengua dentro de mi boca y yo me dejé hacer, derritiéndome entre sus brazos. Me sentó sobre la mesa y me besó por el cuello y el escote, bajando la camiseta de licra para llegar hasta mis senos. Me la quitó con furia y yo hice lo mismo con la suya. Toqué su cuerpo sonrosado pasando por sus pezones, que se pusieron duros, y me arrimé a él para besar su cuello y aspirar su aroma personal, que era como una droga para mí. Abel sí que era una droga, y si tenía que morir por sobredosis, que así fuera, pero quería estar siempre con él, tomando su cuerpo y dejándome ser toda suya. Me arrancó el sujetador y cogió mis tetas, juntándolas y llevándoselas a la boca. Mordió cada uno de mis pezones y los absorbió, haciendo que mi espalda se inclinara hacia atrás, para levantar mis pechos contra su boca. Eran suyos, se los regalaba, y como tal podía hacer con ellos lo que quisiera. Mi clítoris empezó a palpitar impaciente. Me sentía húmeda y me sobraba el pantalón. Desabroché el botón del pantalón de Abel y le bajé la cremallera. Saqué su miembro y lo acaricié. Entonces Abel me bajó de la mesa y bajó mi pantalón corto, el cual lancé con un pie. La enorme mano del modelo me abarcó toda la vulva y gemí ansiosa por que me tocara más y más. Abel me besó el cuello y fue bajando lamiendo mi cuerpo poco a poco, haciendo que el vello se me erizara. Cuando llegó al ombligo, se demoró echándome aire lo cual hizo que me diera un escalofrío de placer, y cuando estaba a punto de encogerme, siguió bajando hasta mi monte de venus, bajó un poquito el tanga y me excité al darme cuenta de lo que iba a hacer. Oh, madre mía, estaba de pie dejando que Abel me lamiera todo el cuerpo y no había pensado que cuando llegara a la vulva me temblarían tanto las piernas. - Abel – le dije sin que me saliera apenas la voz. - ¿Sí? – levantó la cabeza y me habría tirado encima al ver su rostro tan hermoso. - Me tiemblan las piernas. - ¿Te pasa algo? ¿Estás mal? – preguntó preocupado levantándose del suelo.

- No, todo lo contrario. Estoy mejor que en toda mi vida. Es por el efecto que tú me provocas. Abel sonrió, y tras cogerme de nuevo en brazos, me llevó hasta mi habitación sin dejar de besarme, y me depositó en la cama. - ¿Así mejor? – me preguntó poniendo ojos picantes. - Sí. – suspiré. - A ver, ¿por dónde iba? – se preguntó a sí mismo. Oh, diossssss, diossssss. No sé en qué momento me quedé sin tanga y empezó a lamerme la vulva, pero mi clítoris empezó a palpitar a lo bestia y mis caderas a moverse hacia delante de una manera vertiginosa. Su lengua hacia círculos por mis labios vaginales arramblando con el clítoris cada vez que pasaba y yo me agarraba a la almohada porque necesitaba sujetarme de algún sitio. Madre míaaaaa. De pronto su lengua me recorrió de un lametón de abajo arriba de la vagina y ya no pude aguantar más. Me corrí y grité porque nunca había sentido tanto y ahora necesitaba que Abel metiera su polla dentro de mí. Lo ansiaba. Como si me leyera el pensamiento, Abel se incorporó y yo me di prisa para sacar un preservativo del cajón de mi mesilla y abrirlo rápidamente. Se lo coloqué acariciando su grandioso pene y lo llevé hasta mi vagina para que entrara. Oooooh, ummmmmm, dioooosssssssss. Era tan grande que creí que no tenía sitio dentro de mí, pero se acoplaba perfectamente, eso sí, haciéndome sentir un escalofrío cada vez que Abel me penetraba. Estaba en la gloria, y a cada embestida, mi

cuerpo

ansiaba

otra

más,

y

otra

más.

Síiiiiii,

síiiiiiiiiiiiiiiiii,

síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Ahora me tocaba a mí. Empujé a Abel de los hombros y lo tumbé sobre mi cama, sin salir de dentro de mí. Empecé a mover el culo de manera que entrara y saliera la polla pero dándome placer en el clítoris al chocar contra él. Abel me cogió fuerte los dos cachetes del culo y me corrí una vez, y luego otra… y un poquito más… y otra vez.

Abel volvió a ponerse encima de mí. Yo ya estaba rendida. Colocó mis piernas por encima de sus hombros y empezó a moverse fuerte hasta que cayó sobre mí, y me besó con fuerza absorbiendo mi boca y entregándome sus dulces labios para que los lamiera. Este hombre era lo más. Era especial, y eso me asustaba. No podía ser todo tan bonito. No podía ser que él se hubiera fijado en mí cuando podía tener a cualquiera. Abel me notó el cambio en mi rostro y yo sonreí para disimular. No quería agobiarlo, y mucho menos romper ese momento tan bonito que estábamos viviendo. - Emma, baby. – susurró. - Dime, guapísimo. - Me gustas. – dijo como si hubiera escuchado mis pensamientos. - Y tú a mí, pero eso ya lo sabes ¿verdad? - Lo mismo que tú sabes cuánto me gustas. - No, no lo sé. - Entonces te lo tendré que repetir a menudo para que no se te olvide. Sonreí pensando que pareciera que me conociera de toda la vida. Sabía de mi inseguridad, o tal vez sabía lo que podría yo pensar con respecto a él, y como me había dicho en una ocasión, no le gustaba que lo juzgaran por lo que decía la prensa de él. Era todo lo contrario a lo que podríamos imaginar. ¿Sería capaz de enamorarse de mí? Desde luego yo sí de él, si es que no lo estaba ya.

- 16 –

Al día siguiente Abel me dejó en el hospital Doctor Peset a las nueve de la mañana, quedando en

que nos veríamos más tarde en su gimnasio. Mi hermano se encontraba bien, agobiado de estar en el hospital y con ganas de salir de allí, pero estable. Estaba impaciente por que pasara el doctor y lo mandara a casa. - ¿Te instalarás conmigo cuando salgas? - Tendré que ir al piso de Sergio a por mis cosas. - Eso es un sí. - Vale, teta. Muchas gracias. – dijo apretando la boca con tristeza. - Miky, tu trabajo, ¿va todo bien? ¿tengo que avisar que estás ingresado? – pregunté preocupada. - Emma, llevo tres meses de baja. En el colegio no me van a echar de menos. Miky era profesor de educación infantil en un colegio concertado y no había caído el día anterior en preguntarle cómo le iba. Me quedé afligida al escucharlo. - Miky, lo siento. Siento lo que te ha pasado. – y rompí a llorar. - No, Emma, no. No llores, por favor. – y también se puso a llorar. De pronto entraron dos celadores con una cama en la que iba un chico que tendría veintipocos años. Me sequé las lágrimas y Miky sonrió para que nadie notara lo que acababa de pasar. - Te traen un compañero. – dije dándole un golpecito en el brazo. – Ahora ya no te aburrirás. - Uff, aquí se hacen las horas eternas. - Mira, yo ahora me tengo que ir a trabajar. Cuando salga me paso a ver qué te ha dicho el médico ¿vale? Si te dan el alta me llamas. - Vale, teta. No te preocupes. Suerte en tu primer día de curro nuevo. - Gracias, tete. Nos vemos en un rato.

Cuando llegué al Ferri’s Gim me dirigí a la recepcionista, tal y como me había dicho Abel que

hiciera y me identifiqué. La chica era una pelirroja de labios operados y ¿las tetas? seguramente también, que me miró de arriba abajo como si estuviera viendo a una mendiga, por la cara de indignación que puso. - Sígueme. – me dijo. Hice lo que me pedía sin decir una palabra. No me gustaba la gente que miraba por encima del hombro y algo me dijo que esa chica y yo no nos llevaríamos bien. Ni siquiera me dijo cómo se llamaba. Se limitó a mirarme como a un bicho raro mientras me dirigía por medio del gimnasio. Intenté no mirar mientras iba por un pasillo a quienes hacían ejercicio en los aparatos de la clase que quedaba separada por un cristal. Llegamos a una sala, también separada del resto por un cristal, y la recepcionista abrió la puerta. - Esta es tu clase. A las diez empiezas. Cerró la puerta y siguió andando. La seguí y llegamos a un pasillo ahora sí de tabique, y tras abrir una puerta de madera, dijo. - Este será tu vestuario, si es que te has de cambiar. Dijo fijándose en que no llevaba mochila. Me había puesto unos leggins, una camiseta de tirantes larga y unas deportivas de lona. No pensé que sería necesario un cambio de vestuario, pero al parecer, los empleados del gimnasio eran igual de pijos que los de Dance City. - Gracias. – le dije entrando en el vestuario, aunque fuera solo para familiarizarme con él. La chica se fue sin decir nada. ¡Será estúpida la tía!, pensé. Y me senté en una banco de madera que había pegado a la pared. El vestuario no era demasiado grande pero sí muy bonito. Diseñado con una mezcla de rústico por los muebles de madera y modernidad por los accesorios que lo decoraban. Había una ducha de hidromasaje en la que pensé que me ducharía a partir del día siguiente. Desde luego era mejor que la de mi piso. A las diez menos cinco me dirigí a mi clase y saqué el pen de música que había cogido para empezar y lo coloqué en el equipo que había sobre una mesa alta. Observé el espacio, bastante amplio, y

me miré en el espejo que abarcaba todo el lateral izquierdo. Estaba nerviosa. Nunca había dado clases de baile, y aunque me había preparado mentalmente lo que iba a hacer, me preocupaba no hacerlo bien, después de la confianza que Abel había puesto en mí. Enseguida empezó a llegar la gente. Había de distintas edades, entre dieciocho y treinta y tantos, y me sorprendió que sumaran casi veinte personas, si hacía poco que se había anunciado esa nueva clase en el Ferri’s Gim. Me presenté a mis alumnos y les anuncié que íbamos a empezar con un clásico de mi Britney, Baby One More Time, pues así era como me identificaba yo, una adulta con coletas. - Muy Bien, empezamos. Y uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y ocho. – decía marcando los movimientos. Y fue mejor de lo que me esperaba. Como mis alumnos no tenían ni idea de bailar, ni gracia ninguna, cualquier cosa que yo hacía para ellos era una pasada, e intentaban hacerlo sin que les saliera bien. Me sentí importante, y me alegré de que me hubiera tocado un grupo tan receptivo. Cuando acabé la clase y salí de la sala, me choqué con un chico alto, de pelo moreno peinado hacia arriba, y cuerpo de atleta. - Perdona. – me dijo - ¿Eres la nueva profesora? - Sí. – contesté un poco tímida puesto que no me acostumbrada a que me llamaran profe. - Yo soy Daniel, el monitor de culturismo. Encantado de conocerte, guapa. - Igualmente. – dije aceptando los dos besos que me daba. - Hola Dani. – le saludó un chico con una mochila al hombro. Le miró frunciendo el ceño al darse cuenta de que estaba hablando conmigo. – Tú debes de ser Emma. – me saludó tendiéndome una mano. - Sí, encantada. – dije acercándome a él para darle dos besos. El chico me correspondió un poco nervioso. - Bueno, me voy que debo empezar mi clase. – dijo – Dani, ¿me acompañas un momento?

- Sí, claro. Daniel se fue con el chico que no se había presentado y pasó por delante de mí. Ambos hablaban bajito y me pareció que el de la mochila estaba reprochándole al otro que hubiera hablado conmigo. ¿Acaso allí todo el mundo era igual de estúpido? Me di una vuelta por el gimnasio para ver qué más se hacía allí, aunque sabía que tenía que ser rápido porque enseguida me tocaba dar la segunda clase de la mañana. Me pregunté si el grupo sería igual de bueno que el primero. Pasé por el despacho de dirección y no pude evitar pensar que Abel tal vez estaría dentro. La puerta estaba cerrada así que pasé de largo. Llegué hasta la piscina y entré para curiosear. Hacía mucho calor allí dentro, así que una vez vista, salí. A la vuelta, la puerta de dirección estaba abierta y escuché a Abel hablar. No me detuve porque no quería que pareciera que estaba curioseando, pero una vez pasé de largo la puerta, Abel salió y me llamó. Me detuve y me giré en el acto, pero al ver que mi chico tenía el móvil pegado a la oreja, no dije nada y esperé. - Bien, te he dicho que le digas a ese monitor que o te hace caso o tienes orden mía para que directamente lo despidas… Paco, yo no puedo dividirme y estar en todos los gimnasios a la vez, y menos en los que no están en mi ciudad, bastante hago pasando una vez al mes para comprobar que todo esté bien… Confío en ti, no quiero tener que repetírtelo otra vez, pero si crees que no puedes con el cargo, tendré que buscar a otro gerente para los gimnasios de Guipúzcoa. Abel me miró suplicando perdón por tenerme a la espera, y yo meneé la mano dando a entender que no me importaba. Lo que sí hice fue mirar el reloj porque suponía que ya sería la hora de mi siguiente clase, y no quería hacer esperar a mis alumnos. - Paco, despide a ese tío y punto. Ahora te dejo que estoy ocupado. Colgó el teléfono y me agarró de la cintura para acercarme a él. Me encantaba cuando hacía eso. - Lo siento, baby. – dijo besándome ligeramente. - ¿Qué tal te ha ido tu primera clase?

- Creo que bastante bien. - ¿Crees? Veo que todavía sigues siendo negativa contigo misma. Me he acercado un momento a verte y estabas espléndida. - ¿Me has visto? – pregunté ruborizándome de repente. - Sí, pero he procurado que no te dieras cuenta para no distraerte. Vamos, te acompaño hasta la sala. Fuimos juntos como jefe y empleada y estuve tentada de preguntar por qué el resto de sus empleados parecía que no quisieran hablar conmigo, pero me contuve. Una vez en la puerta de mi sala, Abel me pellizcó la cintura para que no entrara, a pesar de que los alumnos esperaban. - ¿Cómo está tu hermano? – me sorprendió y alegré de que se preocupara. - Está bastante bien. Aburrido de estar en el hospital. Cuando acabe esta clase iré a verle a ver qué le ha dicho el médico. - Muy bien. Llámame luego y me dices cómo va. - Vale. – dije entrando ya en la clase donde unas quince personas me esperaban. Me presenté y les anuncié el nombre de la canción de la cual haríamos una coreografía. Había pensado hacer una coreografía diferente con cada grupo de manera que cuando estuvieran lo suficientemente preparadas, pudieran hacer una competición entre los diferentes grupos. Este en cuestión, haría la canción Call me maybe, de Carly Rae Jepsen. Para mí era mucho más esfuerzo porque tenía que preparar cuatro coreografías, pero por experiencia sabía que a la gente le gustaba competir, y eso les motivaría para hacerlo lo mejor posible. La clase funcionó igual de bien que la anterior, y cuando terminé, me acerqué al despacho de dirección a ver si estaba Abel, y como no lo vi, me fui al hospital. Me había dicho que le llamara después de ver a mi hermano, y así lo haría. Evité mirar a la tipa de la recepción para no tener que saludarla y me dije que si ella era estúpida, yo sería igual con ella.

Mi hermano estaba enfadado porque quería salir del hospital y el médico no le había querido dar el alta. - Me ha dicho que necesito medicación y que aquí estoy mejor, ¡será capullo! ¡como no es él quien está aquí encerrado! - Bueno, hermanito, siento decirte esto pero, tú te lo has buscado. Si tienen que ponerte aquí la medicación para que tu cuerpo se desintoxique, es lo que hay y punto. - Pero podría irme y venir a por la dosis ¿no crees? - Ya. Para la próxima te pensarás un poco las cosas antes de hacer gilipolleces. Por dios, Miky, todavía no entiendo cómo llegaste a esto. - Vaale, deja de darme la brasa ya. Me parece que voy a estar en este hotel de cinco estrellas lo que queda de semana. Así puedes ir haciéndote a la idea de que vas a volver a vivir con tu hermano o echarte atrás. - Eso ni lo sueñes. Te vas a venir conmigo y te voy a tener bien vigiladito. Voy a ser tu sombra, macho. - Oh, no. Me parece que el que se va a echar atrás voy a ser yo. - Ni de coña. Salí del hospital prometiendo a mi hermano que volvería al día siguiente con la Tablet para que tuviera algo con qué entretenerse y llamé a Abel para contarle el parte médico.

- 17 –

Llegué a mi piso y solté el bolso sobre una silla, observando el comedor a esa hora del día, poco acostumbrada para mí porque o estaba trabajando o durmiendo. Abrí la nevera pensando en qué me haría para comer y me deprimí al ver que no había casi nada. Debía ir a comprar urgentemente. ¿Cómo había podido vivir así? Miré en el congelador y me alegré de tener un par de tápers de comida de Ángeles, que aunque no estuviera muy bueno, al menos era mejor que no tener nada. Añoraba a mi amiga, sus guisos y su compañía. De pronto sonó el timbre de mi casa y fui a abrir convencida de que sería el cartero. - Soy Abel. De nuevo mi entrepierna se humedeció al pensar en el hombre que subía en ese momento en el ascensor. Me avergoncé de no tener comida que ofrecerle y antes de meter el táper en el microondas esperé a que entrara para proponerle salir a comer. Abel salió del ascensor con una bolsa de comida china en la mano. - Hola baby. – dijo entrando en mi casa y acercándome hasta él para besarme con frenesí. - Umm. – gemí. Esa mañana me había besado dándome tan solo un pico en los labios, y añoraba ese contacto apretujado entre nuestras bocas, ese sabor suyo que me bebía cada vez que nuestros labios se juntaban. - ¿Comida china? – pregunté. - Sí, bueno no exactamente. Es sushi, espero que te guste. - ¡Me encanta! – dije dando un brinco de alegría.

- Y a mí me encanta cuando pareces una chiquilla. Lo miré encogiendo una ceja y poniendo la boca de medio lado y él me acercó de nuevo y me comió la boca. - Me has dado una sorpresa. – añadí – Acabamos de hablar por teléfono y no me has dicho que ibas a venir. - Porque no creí que podría. Ha sido pensat y fet. - Uy, ¿hablas valenciano? – pregunté añadiendo una cualidad de él que me gustaba. - Un poc. – contestó. Comimos el sushi, descansamos un poco y me llevó al segundo gimnasio en el que daría clase esa tarde. Le pregunté antes de salir si debía ir vestida de calle y cambiarme allí, por cómo me había tratado la recepcionista esa mañana y me contestó que podía hacer lo que quisiera, como más cómoda me sintiera. Así que salí de nuevo con mis leggins porque no necesitaba demostrar que podría vestir mejor. En el gimnasio de la tarde, no sé si porque directamente entré con el jefe o si por otro motivo, pero la chica de recepción se mostró más simpática conmigo. Incluso se presentó. Se llamaba Noelia y tenía un pelo negro azabache que le llegaba hasta la cintura, liso tacha, y unos ojos azules que me hicieron preguntarme qué habría visto Abel en mí, teniendo una recepcionista tan espectacular como aquella. Además, la chica debía medir uno ochenta o más, y su figura era completamente estilizada. Me sentí inferior a su lado y si no llega a ser porque era muy simpática, me habría intimidado su presencia. Para los dos grupos de la tarde les preparé Marry the Night, de Lagy Gaga y Stronger, de Kelly Clarkson. Me sentía feliz porque ser profesora me permitía bailar y ser admirada por mis alumnos, que era lo que más me gustaba, y me alegré de haber aceptado el trabajo, habiendo dejado para ello mis miedos a un lado. Entre clase y clase pude ver a Abel haciendo culturismo en la clase de aparatos. Me encantó cuando me vio y me guiñó un ojo. Era tan sexy y me hacía sentir tan especial ser su chica que me sentía

como en una nube, y temía que de pronto empezara a llover y cayera un gran chaparrón. Pero no quería pensar en eso. Cuando salí de la segunda clase Abel me esperaba. - Vamos. – me dijo cogiéndome la mano. Me sentí importante cuando salí del gimnasio cogida de la mano de ese súper modelo. Noelia me sonrió y yo le devolví la sonrisa y me despedí de ella hasta el día siguiente. Abel arrancó el coche y me relajé en el asiento. Había pasado un día de nervios con mis primeras clases, y una vez superado el primer día, necesitaba que ese hombre tan guapo que conducía, me hiciera el amor durante horas. Me sorprendió el trayecto que estaba llevando y le pregunté si es que no íbamos a mi casa. En ropa de deporte, no me veía adecuada para ir a ningún otro sitio. - Te llevo a mi casa. – me dijo. Guau, iba a estar ni más ni menos que en la casa de Abel Ferri Arnau. No me lo podía cree r, y cuando metió el coche en el garaje de una finca de tropecientos mil pisos, en Campanar, mi corazón se aceleró impaciente por ver el mundo de mi chico. Subimos en el ascensor, piso tras piso, piso tras piso y Abel se fue acercando a mí mirándome sugerente mientras yo sonreía por lo feliz que me sentía. Me agarró de las nalgas y fruncí el ceño sonriendo. - Me encanta tu culo. – me dijo al ver mi expresión. - ¿Síi? - Sí, es redondito como una manzana. – dijo mientras besaba mi cuello, mi hombro, y yo me estremecía y me volvía loca deseando que el ascensor llegara de una vez a su piso. - ¿Y si lo paro? – me preguntó Abel con la voz rota. - No me gustan demasiado los ascensores. De pequeña me quedé encerrada en uno y lo pasé muy

mal, así que si no te importa prefiero que lleguemos a tu piso cuanto antes. - De acuerdo, baby. Pero déjame que te diga que otra tarea mía va a ser encargarme de que pierdas ese miedo. - ¿Otra tarea? – pregunté extrañada. - Claro. – dijo ahora besándome el otro hombro, bajando el tirante de la camiseta. – Además de conseguir que te valores más… tengas más autoestima… no seas tan mal pensada… Llegamos al último piso y salimos a una planta en la que había una sola puerta. Abel abrió y entré a un espacio diáfano totalmente equipado de muebles blancos, con unas cristaleras desde el suelo hasta el techo que hacían que se viera prácticamente toda Valencia. En un lateral había una escalera de caracol de hierro forjado negro y los peldaños de mármol blanco, como el suelo de la vivienda. - ¡Guau! – exclamé. - Ven. – dijo Abel cogiéndome de la mano. El piso era como un donuts cuadrado, dejando el centro para el hueco del ascensor y el rellano. Abel me llevó por toda la casa enseñándome la habitación de invitados, la otra habitación de invitados, su gimnasio personal, su habitación, un baño, otro baño, la inmensa cocina, un despacho y de nuevo volvimos al comedor, que era lo primero que había visto al entrar. - ¡Qué pasada! ¿No te ha dado claustrofobia el estar en mi piso? Comparado con esto, mi casa es una cajita de cerillas. - ¡Qué va! Además, estar contigo compensa todo. Eso sí, si no te importa, a partir de ahora me gustaría que pasáramos más tiempo aquí que en tu casa. Así podré estar contigo sin dejar de trabajar. - ¿Trabajas aquí? - La mayoría del tiempo, si no es porque esté haciendo algún pase de fotos y de pasarela, trabajo en el despacho lo concerniente a los gimnasios. - Aah. – dije todavía sin dejar de mirar el maravilloso espacio en el que me encontraba. – Y arriba

¿qué hay? - Una buhardilla y una terraza, vamos. – dijo mostrándome la escalera. Subí los peldaños y llegamos a una habitación acristalada montada como una sala de juegos. En ella había un futbolín, un billar, una diana, una mesa con un mantel preparada para cartas, una televisión enorme y toda clase de videoconsolas. - ¡Ostras! Te gusta jugar ¿eh? - Sí, aunque la verdad es que aquí solo subo cuando vienen amigos o para jugar a las consolas. Para los demás juegos necesito compañía. - Para el billar no. - Ya, pero me aburre si no tengo con quien competir, ¿te animas? - Ejem… en otro momento. – me daba vergüenza admitir que era pésima en ese tipo de juegos. – Oye, ¿y no te da miedo que te vean? – pregunté señalando las cristaleras, de camino hacia la puerta que daba a una inmensa terraza. Como la parte de arriba era igual de grande que el piso entero pero además, no estaba el hueco del ascensor y del rellano, se veía enorme ese espacio dividido entre buhardilla y terraza. - ¿Y quién me iba a ver? Estamos en el último piso, mira ven. – dijo cogiéndome de la mano para que saliéramos a la terraza. Unas sombrillas, una mesa y un par de hamacas, rodeados de plantas constituían el mobiliario de ese espacio, al que le costaría mucho poder llenar. Nos asomamos por la pared de hormigón y pude apreciar la altura en la que nos hallábamos. Me dio un vértigo atroz y enseguida me retiré. Volvimos al comedor y me quedé admirando su belleza. Abel tenía muy buen gusto, y aunque a cada zona de la casa le había dedicado un color, predominaba en todos el blanco dando sensación de limpieza y creaba un aura angelical que me hacía sentir purgada, aunque con una sensación extraña de no querer usar nada por miedo a ensuciar. Además, en ese momento Abel se encontraba en un punto del comedor en el cual estaba dando el sol y se le veía el pelo tan rubio y los ojos tan cristalinos, que parecía

un ángel entre nubes. No pude evitar sonreír y Abel giró la cabeza a un lado mordiéndose el labio inferior. - ¿Qué te hace tanta gracia? – me preguntó intrigado. - Pensaba que pareces un ángel ahí en medio, cuando en realidad seguro que eres un demonio. - ¿Ah, síi? Te vas a enterar de lo demonio que soy. – dijo viniendo hacia mí corriendo. Eché a correr por todo el piso, dándole la vuelta por el pasillo y volviendo al comedor, hasta que me pilló y me cogió por las piernas. Tuve un deja vi al verme agarrada como si fuera el saco de Papa Noel, y cuando me depositó sobre su cama y me vi en aquella inmensa habitación, me sentí como una princesa. - Ahora te vas a enterar del demonio que puedo llegar a ser. Empezó a desnudarse lentamente y a mí se me hacía la boca agua mirándolo. Se sacó la camiseta y se quitó la goma del pelo, dejando caer su larga melena ondulada por entre los hombros. Bajó lentamente la cremallera del pantalón y se sacó el pene, acariciándolo mientras yo lo miraba relamiéndome. Se sacó el pantalón pero se quedó el bóxer. - Ahora, desnúdate tú. – me dijo. - Tú aún no has terminado. – le recordé. - De momento es todo lo que vas a tener. Desnúdate. Le hice caso y me desvestí, incorporándome en la cama pero sin bajar de ella. Me quité todo menos el tanga para que estuviéramos en igualdad de condiciones. - Todo. – no tardó en decir. Obedecí como una niña buena y para ser descarada me espatarré intentando provocarle. Abel se mordió el labio, se apoyó sobre un sifonier blanco y cruzó las piernas. - Ahora tócate. - ¿Cómo?

- Quiero ver cómo te tocas tú cuando no tienes a nadie que te lo haga. - ¿Y qué te hace suponer que…? - Emma. – me cortó – Empieza. Sin rechistar, alargué la mano hasta la vulva y empecé a frotarme, pero estaba cohibida porque era la primera vez que lo hacía estando alguien mirándome y no me daba el gusto que debería. Una cosa era pasarme un dedo para provocarlo y otra tocarme a conciencia. - Emma – me interrumpió - ¿De verdad que lo haces así? Era lo que me faltaba. Si estaba nerviosa, ahora que sabía que él sabía que lo estaba haciendo mal, lo estaba más todavía. - Olvida por un momento que yo estoy aquí. “Como si fuera tan fácil”, pensé. - Relájate, piensa que estás en tu habitación, y cuando estés lista, entonces mírame. – siguió diciendo. Cerré los ojos, intenté no pensar en dónde y con quién estaba. Me acordé de la tarde en la que me había masturbado pensando en él y me reí. Empecé a tocarme imaginando que era Abel quien lo hacía, subí mi dedo índice por la vagina arriba y abajo, centrándome en el clítoris que empezaba a hincharse. Noté mi humedad y me toqué como sabía que me gustaba. Entonces abrí los ojos y noté la erección bajo el bóxer del modelo que tenía delante. - Así, baby. Quiero ver cómo te corres cuando yo no estoy contigo. Me excitó escucharlo y me corrí enseguida. Abel se acercó y abrió mis piernas deteniendo su mirada en mi vulva palpitante. Acercó su boca hasta mi clítoris y lo lamió con toda su enorme lengua. Umm, delicioso. Levanté las caderas entregándome a él, y me corrí de nuevo al sentir las manos de Abel apretando mis nalgas, de modo que mi clítoris quedaba dentro de su boca, succionándolo entero.

Diooooosssssssssss. Quería tocarlo pero me quedaba muy lejos. Abel lamía despacio, suavemente mi vulva mientras me iba recuperando de un segundo orgasmo tan cercano y yo empezaba a necesitar tener su polla dentro de mí. - Abel, quiero tocarte. – susurré. - No, no. De eso nada, baby. Hoy me has llamado demonio y lo tienes que pagar. - Lo retiro, pero déjame que te toque. Abel levantó la cara con una carcajada y movió la cabeza a los lados indicándome que no le convencía mi petición. Se incorporó y me agarró los puños con una sola mano dejando mis brazos por encima de la cabeza. Bajó besando mi cabeza y lamió mi oreja. Notaba su erección al tiempo que se movía por mi cuerpo, y deseaba tocarla, meterlo dentro de mí, pero no podía. Abel besó mi cuello y se detuvo en los pezones, los cuales mordisqueó durante un largo rato que a mí me pareció una eternidad, porque cada vez que me lo succionaba, mi clítoris palpitaba anhelante de sus dedos, anhelante de su boca, pero sobre todo, anhelante de su polla. - Por favor, Abel – gemí – Eres un ángel, de verdad. Abel succionó otro pezón y con la mano que le quedaba comprobó lo húmeda que estaba. Al tocarme ligeramente sentí más la necesidad y gemí con dolor. - Por favor, no sé por qué he dicho que fueras un demonio… Está claro… Está claro que no… decía sin apenas tener fuerzas para articular palabra. – Urrrgh. Abel sonrió y cuando bajó su cabeza de nuevo a mi coño, no necesitó más que un lametón para que volviera a llegar al clímax. Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. En cuanto me soltó las manos me precipité para quitarle los bóxers y coger el pene que tanto ansiaba para meterlo dentro de mi vagina lobuna.

- No, no. – dijo indicando con la cabeza. Se incorporó y salió de la cama durante dos segundos que me parecieron muchísimo ya que pensé que no satisfaría mi deseo pero por suerte solo se acercó a su mesita de noche para sacar un preservativo. - Déjame ponértelo. – dije. - Hoy. No. – dijo tajante mirándome con sus enormes labios apretados. Joder qué sexy estaba cuando se ponía tan dominante. Se colocó el condón y se tumbó encima de mí, dejando que su pene se introdujera solo como si estuviera acostumbrado a realizar ese camino. Oooooohhhhhhh, por fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin. Abel entró muy despacito, mirándome a los ojos con una mezcla de ternura y lujuria y yo sentí un escalofrío por todo mi cuerpo. Salió un poquito para embestirme de nuevo lentamente, mientras yo gemía de placer al sentir semejante miembro entrando y saliendo sin prisa. Agarré el culo de ese hombre que me penetraba suave y lo apreté hacia mí para que me llegara más profundo. Entonces Abel se paró. - ¿Te gusta? – me preguntó. - Me encanta. - Pues ya has tenido bastante por hoy. – dijo intentando salirse. - De eso nada. – dije apretándolo más hacía mí. - ¿Quieres esto? – me preguntó embistiéndome con fuerza. - Síiiii…… oh, síiiiiiiiii… - grité. Entonces Abel empezó a acelerar sus movimientos y yo rodeé su cuerpo con mis piernas para que no se escapara y para tenerlo prieto, al tiempo que levantaba las caderas para provocar el rozamiento. Umm… Ooooh… Síiiiiiiiiiiiiiiiii...

Y nos corrimos juntos devorándonos el uno al otro, con fuerza, con ansia, con pasión. Después de bañarnos en su jacuzzi, nos quedamos tumbados sobre su cama, relajados. - Hoy ha sido un día fantástico. – dije de pronto. - ¿Síi? Me alegro. - Estoy eufórica por mi nuevo trabajo. Abel, muchas gracias por darme la oportunidad de poder trabajar en algo que me llena un mogollón. No sabes qué feliz soy en estos momentos, dejando a un lado que tengo un hermano en el hospital con problemas claro, eso no me lo quito de la cabeza. - Pero eso no te tiene que afectar para ser feliz. Tu hermano se va a recuperar. Además, le vamos a ayudar para que no vuelva a caer. - ¿Le vamos? – pregunté extrañada. - Claro, porque lo que te afecte a ti me afecta a mí. - Abel, ¿es cierto esto que me está sucediendo? ¿no es un sueño y me voy a despertar de un momento a otro? - Emma, ¿por qué no te lo crees? - Porque no estoy acostumbrada a que me pasen este tipo de cosas. – me acordé cuando Amanda me dijo que si llegaba mi príncipe azul y se daba cuenta de lo ligera de cascos que era no querría saber más de mí. No pude evitar sentirme mal porque temía que eso pasara, así que decidí adelantarme. – Abel, respecto a lo que te dijo Merche de mí… - ¿Merche? – preguntó asombrado. - Oh, vamos, no intentes disimular, sé de sobra que si alguna compañera pretende joderme, esa es Merche. Abel me miró levantando las cejas y apretando su boca hacia un lado. Reconocía que tenía yo razón. - Como te decía, – seguí – respecto a lo que te dijo Merche de mí… no estaba del todo

equivocada. - ¿Qué quieres decir? - Que es verdad que me he liado con muchos chicos. – dije observando el rostro exótico de Abel que se iba poniendo serio – No es que sea una libertina, ni promiscua ni nada de eso. Te dije que cuando estoy con alguien soy fiel y eso es verdad. El problema es que los tíos no suelen querer nada conmigo, y yo necesito cariño… entonces… me lío con ellos para sentir ese cariño que mi cuerpo reclama… Una lágrima cayó por mi mejilla y me precipité a quitármela. Miré a Abel fijamente intentando averiguar si su bella cara mostraba síntomas de enfado. - Entiendo que estés falta de cariño por lo que me contaste con respecto a tus padres de acogida. Si no te dieron el cariño que te merecías… Te entiendo porque mis padres siendo biológicos también han sido así. Mi padre porque siempre estaba fuera por negocios, y mi madre porque en su mundo de gente pija se quieren a sí mismos más que a nadie, incluidos los hijos. Me pareció extraño que Abel nombrara a su mundo sin incluirse a sí mismo. Era gracioso porque hasta que lo conocí bien, así es precisamente como yo creía que era él. - Además, cuando me fui a vivir con mi familia de acogida engordé muchísimo porque dejé de hacer ejercicio y por el tipo de comida que ellos hacían. – seguí diciendo – Y bueno, no pretendo justificarme, pero pasé una infancia un tanto complicada, y por eso es por lo que no tengo la autoestima demasiado alta. A mi hermano le pasa lo mismo. - Y por eso necesitas sentirte admirada en el escenario de Dance City. – af irmó Abel, dejándome sorprendida que dijera admirada en lugar de deseada. - Sí. - Pero te has estado equivocando al pensar que por acostarte con hombres ellos te estuvieran dando el cariño que crees. Esos solo son buscavaginas que quieren eyacular contigo y si te he visto no me acuerdo. - Lo sé. – asentí cabizbaja. - ¿Estás enfadado?

- No estoy enfadado, estoy disgustado porque te hayas valorado tan poco durante todo este tiempo. Creo que tengo más trabajo contigo del que imaginaba. Le miré y sonreí agradecida. No quise preguntar a qué trabajo se refería.

- 18 –

El resto de la semana la pasé en el piso de Abel. Cuando le dije que tendría que ir a mi piso a coger ropa me sorprendió abriéndome la puerta corredera del armario blanco de su habitación y mostrándome todo un lado vestido con ropa de chica. Al principio pensé que sería de alguna exnovia suya, pero como me empezaba a conocer, se precipitó a contarme que la había comprado para mí. Habían un par de vestidos, tres faldas, unos vaqueros, un leggin, tres camisetas a juego con las faldas y unas chanclas de estar por casa y un pijama de verano. - Supuse que el calzado lo traerías puesto de tu casa, pero si quieres también puedo comprarte algo. – dijo mientras curioseaba todo el arsenal. - ¿Te has vuelto loco? – pregunté mostrando el armario con la palma de la mano. - Si has de estar aquí necesitarás tener de todo ¿no? No vamos a estar dando viajes a tu piso. - Pero, ¡yo no puedo dejar mi casa así como así! - ¿Por qué no? Creía que querías estar conmigo. - Y claro que quiero, pero tendré que ir de vez en cuando a supervisar que no pase nada ¿no? -¿Y si estuvieras de vacaciones? – preguntó abriendo mucho los ojos. - Vale, me has convencido, pero esto ¡es exagerado! Ni siquiera tengo tanta ropa en mi casa. – mentí, era una fanática de la ropa. - Hablas como si no hubiera estado allí. Me reí cuando se acercó hasta mí para besarme y tirarme a la cama. Me sentía tan diminuta bajo su cuerpo… Pero sobretodo me sentía protegida. Era como si con él nada malo me pudiera pasar, y me daba cuenta de que estaba cada vez más enamorada, ¿sería el momento de pensar en lo peor o me daba la oportunidad de que por una vez en la vida me saliera algo bien? Opté por lo segundo.

Mientras cenábamos pizza que el mismísimo Abel Ferri había cocinado, explicándome que era lo único que se le daba bien hacer, le comenté que cuando a Miky le dieran el alta quería volver a mi casa para estar con él. - Me necesita, al menos al principio. - Baby, te he dicho que le ayudaremos y lo vamos a hacer. Veo bien que quieras estar con tu hermano. ¿Cuándo le dan el alta? - No creo que en esta semana se la den. Espero que el lunes que viene, el pobre está desesperado, y eso que le he llevado la Tablet para que lea y la nintendo. - Lo entiendo, estar en el hospital es desesperante. - ¿Tú has estado alguna vez? - Alguna. – como no dijo más, evite preguntar y decidí dejarlo para más adelante. Que yo me abriera demasiado a la gente en poco tiempo no significaba que todo el mundo fuera igual, y si yo le había contado el motivo por el que tenía tantos complejos no significaba que él me tuviera que hablar de las enfermedades que hubiera tenido o de cosas más íntimas. Ya me había dicho que sus padres tampoco es que fueran unos padres ejemplares, eso ya era un punto a su favor, así que cambié de tema. - ¿A qué hora sales para Madrid el jueves? – pregunté con miedo a que pensara que era una controladora. Solo quería saber en qué momento me quedaría sin mi Abel. - El avión sale por la mañana muy temprano, ¿has pensado lo de venir conmigo? - No. - ¿No vienes o no lo has pensado? - No lo he pensado porque ya te dije que no iría. Tengo que trabajar en “tus” gimnasios y no voy a dejar la clase sin profe solo para ir a ver cómo desfila mi chico y cómo se lo comen con la mirada las arpías.

- ¿Arpías? – preguntó riéndose. - Eso es lo que a partir de ahora son todas las tipas que te miren con ojos de deseo, porque solo YO puedo mirarte así, porque eres mío. – dije levantándome de mi sitio para abrir las piernas y sentarme a horcajadas encima de Abel. - Porque, eres mío ¿verdad? – pregunté cogiendo un trozo de pizza y metiéndosela en la boca. Abel masticó y movió la cabeza arriba y abajo afirmando. - Dilo. – ordené. - Soy todo tuyo, baby. – dijo una vez se terminó lo que tenía en la boca. Me acerqué a él y le besé sus enormes labios, devorando cada uno ansiosa por terminar de cenar y hacer el amor a ese hombre tan maravilloso. - No sabes cómo me pone verte así. – dijo con la voz rota. - Pues que sepas que como vea que alguna chavala se te acerca más de lo normal, me meteré en medio y la liaré. No sabes lo posesiva que puedo llegar a ser una vez sé que algo es de verdad mío. – dije mientras alimentaba de nuevo a mi hombre. Recordé que él también me había dicho que era muy posesivo, y de momento no habíamos vuelto a ocuparnos del tema Dance City. Ambos teníamos profesiones incompatibles con nuestra personalidad y sería difícil no explotar más de una vez. - Entonces ven conmigo a Madrid. - No, prefiero no ir. Ojos que no ven corazón que no siente. Pero has de prometerme que volverás lo antes posible. - Intentaré el viernes estar de vuelta.

Y el citado jueves llegó. Habíamos hecho el amor por la noche y nos habíamos despedido a sabiendas de que Abel tenía que estar en el aeropuerto a las siete de la mañana y que yo no tenía por qué levantarme antes de las nueve.

Desperté en su cama, por primera vez sola en su casa. Recorrí todo el piso como si fuera la primera vez, añorando la presencia de su dueño. Me sentía como una princesa en un palacio. Su piso era grande como grande era Abel, y a diferencia del mío, todo era nuevo, sofisticado, exquisito. Esa mañana después de dar las dos clases de baile y de pasar a ver a mi hermano, decidí hacer una visita a mis antiguas compañeras, de baile y de horno. Cuando entré en la panadería encontré a Amanda despachando, quien tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba ahí. - ¡Emma! – saludó contenta. Salió del mostrador para darme dos besos. - ¿Qué haces por aquí? ¿Cómo te va tu curro nuevo? - He pasado a veros, y mi trabajo va genial. Hay una pava en recepción que me cae como el culo pero en el de la tarde es muy maja y compensa. – expliqué – Pero las clases súper bien, ¿y a ti cómo te va? ¿Se pasa mucho Ángeles? Elvira y Ángeles salieron de dentro porque habían escuchado mi voz y ambas me abrazaron amigablemente, incluso la jefa. Pasé un ratito con ellas, tomándome un cortado, y me pareció que a Amanda ese trabajo la rejuvenecía. Me gustaba más sin apenas maquillaje que cuando se arreglaba en la discoteca. Ya me había dado cuenta cuando fue a la entrevista y lo confirmaba ahora que era la segunda vez que la veía fuera de Dance City. - Se te ve muy bien. – le dije. - Y a ti. Oye, ¿y con el modelo qué? Cuéntame. - Pues creo que vamos bien. – dije sonriendo. - Oh, vamos, ¿crees que vais bien? ¿Qué manera es esa de describir una relación con semejante hombre? - Ya sabes que no me gusta alardear de nada porque me suele durar poco lo bueno. Pero sí, estoy

eufórica por lo que estoy viviendo, trabajando de profesora, viviendo en su casa… - ¿Viviendo en su casa? - Bueno, he pasado esta semana con él, pero hoy voy a volver a mi piso porque Abel se ha ido a Madrid por motivos de trabajo. Tía ¿sabes que me ha comprado ropa para que tenga en su casa? – todavía no me lo podía creer. - ¿Quién? – preguntó Elvira, quien en ese momento se unía a nosotras, acabando de permitirle Ángeles que se tomara un descanso. - Abel Ferri. – le contestó Amanda. - ¿Quéee? – insistió Elvira. - He pasado desde el lunes por la tarde en su casa, y me ha comprado ropa para que no tenga que estar yendo a mi piso a cambiarme. - Pero ¿de todo? – preguntó esta vez Amanda. - Sí, más o menos. Seguí contestándoles con pelos y señales cada pregunta que me hacían, que cómo era su piso, que cómo eran los gimnasios a los que iba, que qué comíamos, que si nos comíamos (esta la formuló Amanda, claro), etc. Después yo me interesé por su hija y por el chico que había conocido Elvira hacía poco y para que mi visita le sirviera de algo a Ángeles, compré un plato de arroz a banda y me fui. Al menos esa comida aunque estuviera sosa, la disfrazada con el ajoaceite y se podía comer. Todo con tal de no cocinar nada yo cuando llegara a mi piso. Sentí un enorme vacío cuando entré. Todo estaba conforme yo lo había dejado el lunes por la mañana. Y ese era precisamente el problema. De haber estado Estefanía habría recogido lo que me hubiera dejado en medio del comedor y lo habría llevado a mi habitación, habría fregado los platos y preparado algo de comer. Sin embargo, los vasos del desayuno estaban en la pila, la nevera estaba vacía y el comedor ¿yo no me había dejado las chanclas en el suelo? Entré en mi habitación y la encontré ordenada, la cama hecha y las chanclas en su sitio. Seguramente lo habría hecho Abel mientras yo me

arreglaba. Su piso estaba limpio y extremadamente ordenado para tratarse de un hombre, y pensé que yo debería ser igual. Ahora no tenía la excusa de que no tenía tiempo por mis horarios laborales. Ahora tenía tiempo de sobra para todo. Hasta esa noche no tuve noticias de Abel. Me dijo que había estado muy liado y no había podido llamarme antes pero claro, yo no pensaba reprocharle nada. Lo que estaba viviendo con él era mucho más de lo que había vivido con nadie y a lo que estaba acostumbrada era a que nadie me llamara, así que no había echado en falta su llamada. Por supuesto que no se lo dije, pero me gustó que intentara justificarse. El problema era que se había encontrado allí a su madre y Giovanni Mota les había invitado a pasar el fin de semana en el Hotel Palace. El viernes aprovecharía para pasar por sus gimnasios de Madrid, pero el resto del fin de semana le molestaba tener que quedarse. Aun así, no podía decir que no porque su madre le había alentado de que debía tener contento a Mota, y sería muy descortés negarse a su invitación. - Entonces ¿no te veré hasta el lunes? – pregunté. - No te enfades. – fue más una orden que una súplica. - No me enfado, solo me apena. - Diosss, Emma… ¡Eres tan diferente de las mujeres con las que he estado! Ellas me habrían montado un pollo por no estar el fin de semana. - Te dije que no era como… - Lo sé, baby. – dijo cortándome – Al final voy a tener que darte la razón. Lo que él no sabía era que para mí lo que él me daba era muchísimo más de lo que nadie me había dado. ¿Por qué habría de enfadarme por pasar sin él un fin de semana? Normalmente el chico que más me había gustado había tardado por lo menos un mes en volverlo a ver, y ni comparación con lo que había vivido con Abel hasta el momento. No podía reprocharle nada. En absoluto.

- 19 –

El viernes por la mañana Miky me confirmó lo que yo ya imaginaba, que hasta el lunes no le darían el alta. - Y luego tengo que venir todos los días a que me pongan el medicamento y de paso me controlen. - Pero no vas a recaer, ¿verdad? – pregunté con no cierto miedo. - Claro que no. Emma, te dije que solo fue esa vez. No controlé y por eso te has tenido que enterar, pero no pienso volver a meterme esa mierda. - Me alegro tete. Tienes la habitación de Fani esperándote. - ¿Y tú cómo llevas su ausencia? - Pues casi no me he dado cuenta porque como he pasado la semana en casa de Abel… pero ayer sí que la añoré un montón. - Normal, llevabais muchos años juntas. - Sí, pero ahora ella esta con su novio, y eso es un paso que tarde o temprano una tiene que dar. - ¿Qué quieres decir? – preguntó frunciendo la frente y abriendo mucho los ojos. - Tranquilo que a mí todavía no me ha llegado el momento. Estoy muy a gusto con Abel en su casa pero no pienso dejarte de momento. Va todo demasiado rápido y estoy que ni me lo creo. - Pues teta, créetelo o la cagarás tarde o temprano. - Lo sé. Ese día Abel me llamó después de mis clases de la mañana y después de las de la tarde. Solo quería saber cómo me habían ido, pero cuando me llamó por la tarde hizo referencia a mi segundo trabajo.

- Solo de pensar que una noche más vas a hacer que cientos de buscavaginas se vayan a la cama haciéndose una paja mientras piensan en ti me vuelvo loco. - Eso no lo sabes. – repliqué. - Oh, baby, claro que sí. Tú no los has observado cómo te miran mientras bailas, yo sí. - Preferiría que estuvieras en la discoteca y poder demostrarte que el único que me acabará teniendo y al que posiblemente yo le haría la paja es a ti. – dije bajito, como si me pudiera oír alguien, y eso que estaba en mi casa. - Yo también preferiría estar allí. Esta noche tengo que ir a una fiesta que Giovanni da en el Hotel Palace y no creas que me apetece. - ¿Las fiestas no son guays? - Sí, cuando estás con la persona adecuada, pero pasar la noche con gente superficial que lo único que quieren es hacerse una foto conmigo para salir en la prensa rosa… Tenías que haber venido. - Lo sé. Ahora me arrepiento. – susurré. - ¿Cómo dices? – me preguntó aposta para que lo repitiera. - Que ahora me arrepiento. – dije esta vez más alto. - Pues eso que te sirva para que la próxima vez que tu amante jefe te proponga hacer algo no vuelvas a rechazarle. - Mi intención no era rechazarte y lo sabes. - Sí, sí, ya sé que eres muy responsable, pero tu jefe te dejaba ir. - ¿Y Francisco? ¿Qué me dices de él? Bastante tiene con que le ha dejado Amanda, ¿sabes si ha contratado a alguien para suplantarla? - Sí. Esta semana ha estado entrevistando a chicas y al final se ha quedado con una de diecinueve años. A mí no me gustaba la idea porque me parece muy joven para ese tipo de trabajo pero como en cuanto a lo que se refiere a personal hice un acuerdo con él…

Entonces Francisco tenía razón y todavía mandaba él en ese aspecto. Bien. Temía que Abel acabara despidiéndome en la discoteca con el único fin de que dejara de ir. Nos despedimos recordándonos lo mucho que nos íbamos a echar de menos y empecé a prepararme algo de cena porque enseguida se haría la hora de mi marcha hacia Dance City.

Entré en la discoteca y me encontré a Rebeca y a Merche intentando congraciarse con Helena, mi nueva compañera. Me presenté y me senté a su lado para empezar a cambiarme. - Y lo mejor de todo es el nuevo jefe que tenemos. – decía Rebeca - ¿Lo has conocido ya? - ¿Te refieres a Francisco? – preguntó Helena, un poco tímida. - Nooo, que va. Me refiero a Abel Ferri Arnau. Es nuestro jefe ¿sabes? - ¿El modelo? Guau – vaya, al parecer ella también tenía la costumbre de decir “guau”. La miré con cariño deseando que no se dejara embaucar por ese par de zorrones. - Es guapísimo, está buenísimo – siguió diciendo Rebeca. - Pues me temo que Helena este fin de semana se va a quedar con las ganas de conocerlo. – dijo Merche, dejándome sorprendida porque supiera eso. Aunque seguramente le habría preguntado por él a Francisco y éste se lo habría dicho. – He escuchado en las noticias que está pasando un fin de semana romántico con esa novia suya, la Belucci. ¿Cómoooo? Puse mis oídos alerta para escuchar qué decía mi compañera. - No sabía que tuviera novia – dijo Rebeca - ¿No decías que habías notado que le gustabas tú? – preguntó dirigiéndose a Merche. - ¿Sí? ¡Qué suerte! – dijo Helena embobada. - Eso es lo que siento, pero no quiere decir que no pueda tener novia. Al fin y al cabo aún no ha pasado nada entre nosotros. – y añadió – Todavía. ¿Será…? A punto estuve de levantarme, cogerla de la melena negra y retorcerle la cabeza. ¡Cómo

eché de menos a Amanda! Ella me habría echado una mirada tranquilizadora y me habría contenido. Pero mi pierna temblaba y mi corazón se aceleraba a cada palabra de esa arpía. - Ya me encargaré yo la próxima semana de quitarle a esa Belucci de la cabeza. – siguió diciendo. - Suerte. – no pude evitar decir en tono despectivo. - ¿Tienes algún problema? – me preguntó agitando una mano. - ¿Yo? Ninguno excepto que empieces a bailar ya y dejes de parlotear. - Ay, qué mala es la envidia – tuve que morderme la lengua – Esta semana tienes suerte ya que no va a haber nadie que te humille y te saque del escenario ¿no? Espero que ahora sí cumplas con tus horarios. – le habría partido la cara allí mismo, pero me habría puesto en evidencia ante mis compañeras y no merecía la pena. Quien ríe el último, ríe mejor, pensé. La noche se me hizo eterna. Solo quería que llegara el día siguiente para llamar a Abel y preguntarle qué era eso de que estaba pasando un fin de semana con Carla Belucci. Me había dicho que no me creyera todo lo que la prensa dijera y por eso intentaba estar tranquila, pero teniendo una mosca cojonera como Merche toda la noche taladrando mi oreja, empezaba a llegar al límite y temí explotar de un momento a otro. Tras uno de los pases, cuando me dirigía hacia el vestuario para descansar, alguien me cogió de la cintura y me hizo girar. - Vaya, si está aquí mi zorrita. ¡Maldita sea! Era Javi, el tipo con el que me había acostado hacía unas semanas y con el que había acabado mal precisamente por llamarme eso. - Déjame en paz. – dije intentando soltarme. - Vamos, nena, no seas tan arisca. ¿Por qué no nos lo montamos otra vez? – uaaaaaaaaaaaaaaajjjjjj. ¡Qué asco me dio escuchar esas palabras! Comprendí que Abel se enfadara porque no le gustaba mi

trabajo nocturno. Hasta yo estaba enfadada conmigo por haberme liado con tantos tíos solo por buscar algo de cariño en sus besos, en su contacto. - Ni lo sueñes. – contesté soltando mi brazo. Mientras escapaba de ese tío que en algún momento me había parecido que merecía la pena liarme con él y que ahora me causaba náuseas, vi cómo Merche me miraba desde el escenario. Mierda. Tenía a Radio Macuto sin perder detalle de mis movimientos, sin entender por qué y temí que diera mal la noticia. Daba igual, al día siguiente cuando llamara a Abel le contaría mi desastrosa noche con todo detalle. Prefería ser yo quien le contara estas cosas a que se enterara por zorrones. ¿Y luego era yo la que tenía envidia? Uurrrggg, si ella supiera…

- 20 -

Me fui a mi camita, solita, con Abel en mi mente deseando tener un buen sueño con él. Por un momento me vino a la cabeza lo que había dicho Merche sobre Abel y Carla, pero me lo quité por primera vez en mi vida, queriendo pensar bien en lugar de irme a lo peor como solía hacer siempre. Y no tuve que esperar demasiado. Me pareció que me acababa de dormir cuando sonó mi móvil, el cual había dejado en mi mesilla de noche lo más cerca posible. Medio dormida, sonreí al ver que se trataba de Abel. - Holaa. – dije tragándome un bostezo. - Hola, baby, ¿estabas durmiendo? - Emm, sí, ¿qué hora es? - Las dos de la tarde. - No acostumbro a levantarme antes de las seis de la tarde cuando trabajo por la noche. – dije frotándome los ojos. - Te llamo más tarde entonces. - No, no. Ya estoy despierta. – dije incorporándome en la cama para que se me oyera mejor y mi chico no desistiera de hablar conmigo. - ¿Qué tal tu fiesta? - Como te dije, un bodrio. Tuve que mostrarme simpático con los amigos de mi madre, cuando lo que en realidad me apetecía era estar en Dance City y bajarte del escenario. - ¿Estabas con Carla? – pregunté con un hilo de voz. - ¿Con Carla? ¿Por qué? - Porque Merche me dijo que había visto en las noticias que estabas de fin de semana con ella.

- Emma, ¿te crees eso? - Pues la verdad es que he intentado no pensar mal, pero me preocupa pecar de ingenua si no tengo el mínimo de duda. - No deberías dudar de mí. - No me has contestado. - Empiezas a parecerte a mis anteriores parejas. - Sigues sin contestarme. - Baby, te voy a contestar porque sé que necesitas aumentar tu autoestima y confiar más en ti misma. No, no he estado con Carla, ¿contenta? - Sí. - ¿Y tú en Dance City? - Y yo, ¿qué? - ¿Cómo te fue? - Bueeeeno, si quitas que tuve a Merche toda la noche hablando de ti y de lo mucho que está segura que te gusta, y de que va a hacer para que dejes a tu novia, Caaarrrrla, para que seas suyo, además de que me encontré a un tipo con el que me había acostado hace un tiempo – no hacía falta especificar - y que acabé mal porque me trató como a una fulana, ufff, por lo demás, bien. - ¿Te trató como a una fulana? Urrrrggggg. Me pareció que se había quitado el móvil de la oreja porque estaba escuchándole decir palabrotas pero desde lejos. Esperé a que terminara de desahogarse y volviera a coger el aparato. - Emma, no quiero que vuelvas a bailar allí. – dijo finalmente. Silencio. - Tienes razón para estar enfadado – dije – Yo también lo estaba, pero no siempre ocurren esas

cosas. - Emma – dijo amenazante. - Lo dejaré, te lo prometo. Pero déjame que hable con Francisco, se lo debo. Lo cierto es que no sabía qué excusa darle para dejar la discoteca ¿mi novio no quiere que baile aquí? Nunca me había creído una persona que se deja manipular, y eso es lo que parecería. - Esta noche, Emma. - Sí. - ¿Hablarás con Francisco esta noche? – me interrogó todavía enfadado. - Te he dicho que sí. – contesté algo molesta. No sé que me daba más rabia, que tuviera razón, dejar de bailar en Dance City, o que Abel no estuviera conmigo. - ¿Ahora me vas a decir qué tipo de relación tienes con Carla Belucci para que en las noticias digan constantemente que es tu novia? - Ya te dije que solo es una amiga. - Sí, pero da casualidad que siempre has ido a Dance City con ella y siempre la tenías cogida de la cintura. - Eso era cuando entre tú y yo no había nada. - Entonces ¿quieres decir que antes sí tenías algo con ella? - No, quiero decir que antes no pasaba nada porque la cogiera de la cintura y ahora sí porque le puede molestar a mi novia. Sentí un hormigueo en el estómago al escuchar esa palabra. - ¿Tu novia? – pregunté con la voz rota. - Tengo una novia que se empeña en no dejar de bailar en un sitio porque cree que eso le sube la autoestima cuando en realidad lo que hace es bajársela hasta el subsuelo. – contestó. - Me alegra saberlo.

- Si no lo sabías, es que estás peor de lo que yo pensaba. - Sí, y vas a tener que ayudarme más de lo que creías. – añadí. Después de contarme que hasta el lunes no podría llegar y de repetirme mil veces que hablara con Francisco de mi dimisión, añadió. - Y si esa Merche vuelve a decir algo de mí, le cortas y le dices que lo que sale en televisión es mentira, y que la única novia que Abel Ferri tiene eres tú. Lo que no entiendo es por qué no se lo has dicho ya. - Sí, claro. Como si alguien me fuera a creer. - 21 –

Empecé a bailar junto con Helena, una chica encantadora, un poco tímida y demasiado ingenua, pero claro, era muy joven. Abel tenía razón en eso, y si poco le gustaba ese tipo de trabajo para mí, menos habría sido de haberme conocido más joven. No me había preguntado la edad pero suponía que habría mirado mi ficha en la discoteca y lo sabría. Además, me había contratado en sus gimnasios y aparecía mi fecha de nacimiento. Yo tampoco le había preguntado a él porque ya lo sabía por mis compañeras y por internet. De momento Merche no había nombrado a Abel. Supuse que habría pensado que parecería presuntuosa si seguía con el mismo tema antes de demostrar algo de lo que decía. Esa noche teníamos demostración de baile de hip-hop. Venía un grupo de jóvenes y durante ese tiempo, las bailarinas descansaríamos. Tal vez fuera el mejor momento para acercarme a hablar con Francisco. Aunque no sabía cómo iba a entrarle. Así que no lo hice. La noche transcurrió sin problemas, y aunque me sentía cariñosa y desinhibida gracias a los cubatas que me había bebido, no me quitaba a Abel de la cabeza, así que no me molesté en hacer caso a ninguno de los tíos que me tiraban los trastos en cuanto bajaba del escenario. Si de verdad tenía una relación, era solo de él, y no tenía ojos para nadie más. Eso sí, le eché muchísimo de menos.

En el despacho de dirección, Francisco me esperaba con el sobre en la mano, impaciente por preguntarme cómo me estaba yendo en los gimnasios de su socio. - Eh, muy bien, ¡genial! – dije. - Me alegro mucho, nena. ¿Y con Abel? - ¿Cómo? - Que cómo te va con Abel. – repitió, aunque ya lo había entendido, esperaba que se refiriera a otra cosa. - ¡Genial! – dije levantando los brazos. - Espero que no te haga daño. De ser así, por muy socio mío que sea, te juro que le parto la cara. - Tranquilo. – dije quitando importancia al asunto que parecía le preocupaba más de lo que debería. – Va todo bien. - Pues me alegro entonces. – y me dio mi sobre. Debería haberle dicho que no iba a volver más a la discoteca. Ese era el momento. Pero cuando me pregunté si de verdad no quería volver a trabajar allí, mi subconsciente recordó lo bien que me lo había pasado y la respuesta fue muy clara. Así que me fui de allí sin hablar con Frank y despidiéndome hasta la próxima semana. Llegué a mi casa escudriñando armarios para ver qué había apetecible que pudiera comer sin engordar demasiado antes de irme a la cama. Encontré un paquete de rosquilletas con pipas abierto, cogí una y me la fui comiendo mientras me desvestía y desmaquillaba. Caí rendida en la cama y no desperté hasta que sonó el timbre de mi casa, y me pareció como si se estuviera viniendo abajo. ¿Quién será?, me pregunté levantándome de la cama y maldiciendo a quienquiera que se hubiera equivocado de puerta, puesto que yo no solía recibir visitas, y menos un domingo. - Soy Abel. Dios mío. Corrí al cuarto de baño a mirarme en el espejo y comprobar que efectivamente me había

desmaquillado antes de acostarme y que no llevaba toda la cara llena de pintura corrida. Empecé a lavarme los dientes, pero no tardó en sonar el timbre de arriba y tuve que escupir el jabón de la boca para poder ir a abrir. Abrí la puerta y un hombre altísimo, guapísimo y con un pelazo precioso se abalanzó sobre mí, dejándome sin respiración durante los segundos que duraron el profundo beso que me dio. Cuando me soltó, respiré hondo, todavía aturdida, y me interesé por saber qué había pasado con su fin de semana de protocolo con el diseñador. - Te echaba de menos. – dijo mientras besaba mi cuello, haciéndome cosquillas puesto que llevaba barba de tres días. – Esta mañana mi madre me ha dado el visto bueno para que me fuera y no he tardado ni media hora en salir del hotel. Abel me acarició las nalgas por debajo del pantalón corto de mi pijama y sentí mi clítoris impaciente por que le tocara a él. - Yo también te he echado mucho de menos. – susurré mientras dejaba que metiera su enormes manos por mi cuerpo y acariciara mis senos. Ummm. Me cogió en brazos y me llevó hasta la habitación. - Esperaba que estuvieras en mi casa. He ido allí primero a dejar la maleta. Y cuando no te he visto… Siento haber venido sin avisar. - No importa. – dije pensando en que de haberme llamado al móvil o haberme dejado algún mensaje, seguramente no me habría enterado porque estaba profundamente dormida. Me tumbó en la cama y me quitó el pantalón. Él llevaba un pantalón vaquero azul claro y una camiseta de pico blanca. Se quitó la camiseta y lamió mi sexo como quien come algo por primera vez. - Mmm, cuánto he echado esto de menos. – dijo con la voz rota. - Y yo… - gemí, sin poder decir más.

La lengua de Abel abarcaba toda mi vulva y cuando paraba en el clítoris lo ponía a mil solo con su contacto. Yo miraba la cara de ese Adonis que me tenía hipnotizada y me encantaba el rostro lujurioso que mostraba mientras me comía. No tardé en correrme y en suplicar que metiera su pene dentro de mí. Lo ansiaba. - Espera, baby. No hay que ser tan impaciente. Abel se desvistió totalmente mientras yo lo esperaba con las piernas abiertas bien dispuesta, con un preservativo abierto preparado y una miraba de deseo que lo decía todo. Arremetió con fuerza, dejando que entrase toda su polla y yo emití un gritito porque todavía estaba acostumbrándome a semejante tamaño. Me llenaba por completo, me sentía entera, con ese miembro dentro de mi ser, con su cuerpo medio apoyado encima del mío, besando esos labios que me absorbían toda mi boca. Me había enamorado hasta las trancas y ahora ya no podía hacer más que intentar no estropearlo, para que ese modelo por el que todas suspiraban siguiera conmigo. Aunque en el fondo algo me decía que eso sería muy difícil y que tarde o temprano se cansaría de mí.

Después de ducharnos, por primera vez miré el reloj desde que me había despertado. Antes no me interesaba saberlo, pero empezaba a sentir hambre y suponía que sería hora como poco de merendar. Eran las siete de la tarde, mala hora para comer, para merendar y para cenar, pero yo llevaba sin comer nada, exceptuando la rosquilleta de las nueve de la mañana, desde la cena, y estaba hambrienta. - Te he despertado, ¿verdad? – me preguntó Abel. - Sí, bueno, ya sabes a qué hora me acuesto los fines de semana. – dije tratando de justificarme. Entré en la cocina con Abel detrás. - ¿Qué te apetece tomar? ¿Café, Coca-Cola, cerveza? – pregunté. - Una Coca-Cola está bien. – contestó, sentándose en un taburete. - Yo me voy a preparar un sándwich, ¿quieres uno?

- No, gracias baby. A diferencia de ti yo sí he comido. – no lo decía con mala intención, pero cuando me miró sonriente esperando a que fuera yo quién le contara cómo me había ido esa noche, empecé a temblar pensando que si había pensado en no cagarla con él, pues ya lo había hecho al no hacer lo único que me pedía que hiciera. - Abel, yo… - empecé a hablar mientras untaba el pan de molde con mantequilla - … anoche iba a hablar con Frank… - ¿Ibas? – preguntó levantando una ceja. - Sí, bueno… Es que en realidad no estoy segura de querer dejar la discoteca. - ¿Pero no habíamos hablado ya de eso? ¿No lo pasaste mal el viernes y por eso acordamos que te ibas a despedir? – no parecía demasiado enfadado. - Sí, pero noches malas las hay de vez en cuando, pero no es lo habitual. Lo habitual es que no pase nada malo, que me lo pase bien bailando y que… - ¿Y qué? – preguntó cuando vio que me interrumpí. Claro que no le iba a decir de nuevo que me gustaba sentirme poderosa encima del escenario, eso él ya lo sabía. - Nada, déjalo. – me di la vuelta para rellenar el pan con jamón york y queso y lo puse a hacer en una sartén. Me gustaba mucho más que como quedaba en la sandwichera. - Emma – di un salto al notar a Abel abrazando mi cintura porque no me lo esperaba – No voy a volver a agobiarte con lo de la discoteca. Cuando tú decidas que es el momento de dejarlo, por mí estaré encantado, pero mientras quieras seguir, adelante. - ¿Lo dices en serio? – pregunté dándome la vuelta. - Sí. No es que me guste pero lo acepto. No me gusta obligar a nadie a hacer algo contra su voluntad. Yo no soy así y te pido perdón si te ha parecido que lo era. - No tengo que perdonarte nada. – dije. Me aupé para besar sus labios sin creer que fuera verdad lo que estaba viviendo ¿alguna vez me lo creería? Esto era un sueño demasiado hermoso. Demasiado.

- ¿Le has contado ya a tus compañeras que estamos juntos? - me preguntó dejándome un tanto sorprendida. Estaba claro que se refería sobre todo a Merche. - No. - ¿Por qué? - Como Merche no ha vuelto a decir nada de ti, he preferido no decir nada. No son amigas mías de las que les cuentas cosas. Si me preguntaran no lo negaría, pero no voy a decirle algo porque sí. Además, pensaría que lo hago para fastidiarla y no se lo creería, sobre todo porque no estabas y Merche estaba convencida de que estabas pasando el fin de semana con Caaaarla Beluuucci – enfaticé demasiado el nombre de su amiga – Es más, seguro que habría aprovechado para meter cizaña al respecto. - Emma, tú confías en mí, ¿verdad? - Lo intento. Quiero que sepas que suelo ser muy mal pensada… - ¿No me digas? – preguntó burlón. Estaba claro que ya se había dado cuenta de eso. - Pero si tú me dices que no has estado con ella, yo te creo. - Emma, Carla ha estado en el desfile. Como amiga mía no se pierde ninguno. La vi, la saludé y nada más. - ¿Y nada más? Cuando has estado en Dance City con ella no le quitabas la mano de la cintura. - Ya te dije que eso era porque entonces tú y yo no teníamos nada. - ¿Entonces he de suponer que ella sabe que ahora estás conmigo y acepta que no tengas esas atenciones con ella? - ¡Claro que se lo he contado, y claro que lo acepta! ¿Ves? Yo sí cuento las cosas a mis amigos. - Bueno, yo también se lo he contado a Estefanía, a Amanda y a Elvira. Ellas son mis amigas, las otras no. Un ligero olor a quemado empezó a invadir la cocina. Me giré sobresaltada y vi la humareda que se había formado en cuestión de segundos. Separé el sándwich de la sartén, pero estaba completamente

negro. Mierda. Ahora me tocaba coger otro pedazo y volver a empezar. - ¿Ves lo que provocas? – dije riéndome mientras le mostraba el pan carbonizado. - Anda, ponte algo de ropa y vámonos. Te invito a tu hamburguesería preferida. - Yupiiiiii. – dije saliendo de la cocina dando saltitos como una niña pequeña.

- 22-

El lunes después de las clases de baile fui directa al hospital. El médico había dado el alta a Miky pero tenía que acudir todos los días a medicarse. Por lo menos salía de allí, porque no le estaba beneficiando nada, sobre todo porque no había querido que se enterara nadie y como consecuencia había estado bastante solo. Le llevé al piso que me indicó para que recogiera sus cosas. Era bastante nuevo, con vistas a un gran parque y con un supermercado justo debajo de su casa. Entramos sigilosamente por miedo a encontrar al dueño, excompañero de Miky. Le seguí hasta su habitación y le ayudé a meter ropa en la maleta. Mientras recogía, no pudo evitar mirar con añoranza una foto en la que estaba junto con un chico rubio, bastante guapo, en la cual ambos se cogían de los hombros dándose un medio abrazo. Sonreían felices, por lo que imaginé que sería de los principios de la relación. - Miky, ¿tanto la has cagado? ¿Seguro que no tiene solución? – pregunté mirándolo con tristeza. - Bastante, teta. – dijo dirigiéndome a mí la mirada, huyendo de ese recuerdo – Me lie con otro porque creí que él había hecho lo mismo. - No me lo digas. Y no era cierto. - No, él siempre me ha sido fiel. Pero bueno, – dijo poniéndose de nuevo a la marcha – cosas que pasan y que te enseñan lo que no has de volver a hacer. Lo miré con resignación y seguí ayudándolo a meter sus cosas en la maleta. No nos encontramos a nadie, por suerte para él. Me aseguró que su exnovio le había dado un ultimátum para que se fuera y que no se sorprendería al ver que sus cosas ya no estaban. Le había llamado mientras estaba en el hospital pero le había mentido diciendo que estaba de viaje y que en cuanto volviera iría a por sus pertenencias. - Deberías haberle dicho que estabas ingresado. – le recriminé. – Y a tus padres. - Emma, acepto mi culpa, de lo que le hice y de lo que me hice.

De pronto, sonó mi móvil. Como si hubiera tenido telepatía o algo así, mi madre de acogida me estaba llamando. - Cógelo pero no le digas nada de mí, y por supuesto no estás conmigo. – dijo Miky. - Hola Lucía – saludé al descolgar, sin demasiado entusiasmo. Me dolía lo que le habían hecho a mi hermano. - Hola Emma, ¿cómo estás? ¿cómo te va todo? – parecía realmente interesada. - Oh, muy bien, ¿y vosotros qué tal? - Pues mira, la verdad es que bastante preocupados ¿Tú no sabrás algo de Miky, verdad? - ¿Algo? - Sí, me refiero a si has hablado con él últimamente. Llevo unos días llamándole y no contesta y la verdad, estoy empezando a pensar que no quiere cogerme el teléfono. ¿Será? Evidentemente cuando alguien no coge el móvil es porque no quiere hablar contigo, pensé. - Ah, pues no sé. – me hice la ingenua – Yo hace un mes por lo menos que no hablo con él. Con el trabajo… ya se sabe… cada uno va a la suya… - Ya, claro. Lo que pasa es que he llamado al colegio en el que trabaja pensando que allí no tendría cómo esquivarme y me han dicho que lleva de baja tres meses, el mismo tiempo que… - ella sola se interrumpió, pero yo quería que siguiera hablando. - ¿El mismo tiempo que qué? - Emma, Juan y yo hemos cometido un error con él y ahora estoy llamándolo para hablar y pedirle disculpas, pero me temo que sea demasiado tarde. ¿Tú sabes algo de eso? ¿Te lo contó cuando hablasteis hace un mes? - No Lucía, no sé a qué te refieres. Miky escuchaba mi conversación frotándose las manos nervioso. Le indiqué que terminara de

recoger sus cosas para que no estuviera tan pendiente de lo que yo hablaba con su madre. - Mira, Miky nos rebeló sus preferencias sexuales, y no nos lo tomamos demasiado bien. - ¿A qué te refieres? – quería que fuera más concreta. - Chica pues que nos dijo que es homosexual y como de pronto no lo aceptamos, pues se fue de casa, y no sé de él desde hace más de tres meses. - Ah, lo siento. A mí no me ha dicho nada , – dije mirando a Miky con el ceño fruncido – pero no te preocupes que voy a llamarlo a ver si a mí me coge el teléfono. - Gracias, Emma. Si te lo coge dile que estamos preocupados por él y que nos gustaría que pasara por casa para que hablásemos. - Está bien pero… oye, ¿se fue por su voluntad o le dijisteis algo que hizo que se fuera? - Lo tengo todo borroso, no nos lo imaginábamos y nos cayó como un jarro de agua fría, pero no creo que le dijéramos tanto como para hacer que no sepamos de nuestro hijo en tanto tiempo. - ¿Habéis intentado poneros en contacto antes? - Al principio estábamos molestos, no te voy a mentir. Le llamé yo sin que lo supiera su padre a las dos semanas pero no me lo cogió y bueno… el tiempo pasa… - Ya. – asentí para cortarla. Ya había tenido suficiente. – Bueno, intentaré hablar con él. - Gracias, me preocupa que esté enfermo y no saberlo para poder ayudarle. - Claro. Cuando colgué el teléfono miré a mi hermano con las manos puestas en jarras. - ¿No me habías dicho que Juan y Lucía te echaron de casa? - Sí. – afirmó. - Pues según tu madre te fuiste tú por propia voluntad, te llamó a las dos semanas y últimamente y no le has cogido el teléfono ni una vez.

- No me apetecía hablar con ella. - Pero Miky, es tu madre. Si está arrepentida… - Ya hablaré con ella. - Miky, tienes que llamarla ya. Está muy preocupada por ti, y sobre todo, está arrepentida por cómo se comportó contigo. - Vale, vámonos de aquí y esta tarde te prometo que la llamo. Lo miré apretando ceño y morros y Miky, cerrando los ojos, afirmó con la cabeza que lo haría. Comimos en un Fresc Co unas ensaladas y unas pizzas porque no me daba tiempo a preparar nada en casa. Mi hermano me estuvo preguntando por mi relación con Abel. - Viento en popaaa – dije con un ligero movimiento de puño hacia arriba. - Me alegro. No la cagues, cabra loca. Me puse bizca guaseando a mi hermano. Tenía tan mala opinión de mí como de sí mismo porque me conocía demasiado y sabía que lo dos cojeábamos del mismo pie. Su móvil sonó, lo miró e ignoró la llamada. - ¿Lucía? – pregunté. - No, David. - ¿David? – pregunté negando con la cabeza para que me explicara. - El tío con el que me enrollé. - Ah, el culpable de tu desgracia. - No, el único culpable ya te he dicho que soy yo. -Pero ¿tú a quien quieres? - A Sergio.

- Entonces para empezar deberías hablar con ese tal David y cortar por lo sano. Y luego con Sergio, por supuesto. - Lo de David está claro, pero no me molan estas cosas. - Pues macho, a lo hecho pecho. Si no quieres tener nada con él tendrás que dejárselo claro. - Lo sé. – dijo metiéndose un trozo de pizza en la boca. - Llaaama. – insistí. - Teta, deja de darme el tostón que pienso llamar a todos, pero dame tiempo. - Bueeeeno.

- 23 –

Dejé a Miky en mi casa instalándose y me fui a trabajar. - Hola guapa – me saludó Noelia, la recepcionista. Así daba gusto, no como por las mañanas, cuya recepcionista era súper estúpida y ni siquiera sabía su nombre todavía. Además, había notado como si la gente me huyera, y no pude evitar preguntarle a Noelia. - Nena, tú sabes quién eres ¿no? – me contestó. - ¿A qué te refieres? Soy Emma, la profesora de baile moderno. – dije sin dar más importancia de la necesaria. - Me refiero a que eres la chica del jefe. Es normal que las mujeres te tengan envidia. Yo, porque tengo un novio de escándalo que si no… - dijo abriendo mucho los ojos, aunque yo intuía que estaba bromeando. - Lo de la pelirroja lo puedo llegar a entender, pero ¿Y los monitores? La semana pasada conocí a Dani, me cayó muy bien, y luego parece que huya de mí. Cuando nos cruzamos me saluda lo más seco posible y los demás casi ni eso. - Supongo que será porque saben lo posesivo que es el jefe con sus cosas y tendrán miedo de que se enfade y los ponga de patitas en la calle. No está la situación como para jugársela nena, por muy mona que seas. La miré extrañada intentando sonreír, porque no me podía creer que se tratase de eso. ¡Ni que Abel fuera a ser capaz de despedir a alguien solo porque hablara conmigo! Cuando salí de la segunda clase, mi novio me esperaba. No había sabido nada de él en todo el día, y aunque lo había echado en falta, tampoco yo lo había llamado porque había estado ocupada con mi hermano. No intentó disimular el beso que me arreó en cuanto salí por la puerta. Me sentía feliz cuando

hacía eso. No le importaba que nos vieran, era suya y lo dejaba patente. - ¿Cómo estás, baby? ¿Y cómo está tu hermano? – preguntó cogiéndome de la cintura mientras caminábamos hacia la salida. - Muy bien. Lo he dejado en casa. - Entonces, ¿puedes venir a mi casa ya? - Abel, me encantaría, sabes que lo deseo… - ¿Pero? - Pero me gustaría pasar esta noche con Miky. Tenemos cosas que hablar, y sobre todo hoy no lo quiero dejar solo. Mañana ¿vale? - Pero mañana sí o sí. – dijo levantándome la barbilla para besar mis labios. - Te lo prometo. - Te acompañaré a tu coche. - A eso no te voy a decir que no. Llegamos hasta mi Peugeot andando despacio, muy despacio. Tenía que irme pero me hubiera gustado pasar más rato con él. Me metió la lengua hasta la yugular y sentí que mi entrepierna se derretía. Dios. Abel. Me ponía a mil cada vez que estaba cerca de él. Me sentía tan pequeña… Lo veía a él tan grande… - ¿De verdad que te tienes que ir ya? – susurró en mi oreja. - No quiero, pero tengo que ir a ver cómo va mi hermano y a asegurarme de que llama a su exnovio y a su madre. - ¿Y después de eso no puedes venir a dormir conmigo?

- Abel… Me voy – dije reaccionando al ensimismamiento en el que estaba entrando. Me tenía arrinconada en la puerta de mi coche y necesitaba aire, me estaba calentando más de la cuenta y la cosa podía acabar mal, muy mal. - Nos vemos mañana, baby. Joder, cada vez que me llamaba baby me daban ganas de que me metiera la polla. Conduje hacia mi casa arrepintiéndome cada vez más de no haber aceptado la invitación de Abel, y me decía una y otra vez que había hecho lo correcto. Tenía que ayudar a mi hermano para que no volviera a cometer otra estupidez como la del fin se semana anterior. Cuando llegué, Miky olía a recién duchado y se había vestido con unos vaqueros negros y una camiseta blanca. Era un chico muy guapo, aunque yo lo miraba con ojos de hermana no podía negar lo evidente. - ¿Vas a algún sitio? – le pregunté al verlo tan arreglado. - He quedado con David para hablar con él. No me gusta demasiado hacer estas cosas, pero por teléfono menos todavía. Creo que se merece que se lo diga a la cara. - Ole tus huevos – le dije – Y luego a arreglarlo con Sergio. - Eso es más complicado. - ¿Has llamado ya a tu madre? - No. - Miky, si no lo haces tú lo haré yo. Lo que está bien está bien, y creo que tampoco se merecen que los tengas así – dije pensando que realmente sus padres no lo habían echado de casa. Si conocía a Miky como él a mí, seguramente se habría ofuscado, habría escuchado lo que le pareciera, a medias, y se habría ido pensando que sería lo que Juan y Lucía querrían, pero sin que ellos se lo hubieran dicho directamente. - Que síiii. Esta noche los llamo. – dijo dándome un beso en la mejilla. – Me voy. ¿Te veo luego?

- Claro, ¿por qué no? - ¿No me habías dicho que estabas durmiendo en casa de Abel Ferri? - Sí, pero le he dicho que esta noche quería estar contigo. - Teta, por mí no lo hagas. Yo estoy bien. - ¿De verdad? - De verdaaad. Me apresuré a coger mi móvil y mandé un whatsapp a Abel, moviendo la mano a mi hermano para despedirme de él. Antes de que se fuera le indiqué el cuadro de llaves que había al lado de la puerta para que cogiera las que había dejado Estefanía. Las cogió y salió de casa, mandándome un beso con la mano. “Sigue en pie lo de esta noche?”, escribí en el teléfono. No me contestó inmediatamente, y decidí darme una ducha. Cuando salí del baño miré el teléfono para ver si tenía respuesta pero seguía sin contestar, así que decidí llamarlo. - ¿Ciao? – contestó una voz femenina. Empecé a temblar ante la duda de lo que pudiera estar pasando, imaginando lo peor, y con la voz entrecortada, pregunté por Abel. - Está duchándose, ¿quién eres? – me preguntó la voz que me estaba haciendo pensar de todo. - Soy Emma. - Cuando salga le diré que lo has llamado. - Vale, gracias. – dije a desgana. No me fiaba ni un pelo de esa voz. El whatsapp decía que había visto mi mensaje. Me molestó no haber recibido respuesta. Abrí mi portátil y entré en el Facebook. Anuncié a mis amigos que había cambiado de trabajo ya que no lo había hecho todavía, y que ahora tendría más tiempo para hacer cosas como leer, pasear, ver películas… En fin, lo que me gustaba y no hacía nunca por mi escaso tiempo.

Estaba impaciente por que Abel me llamara y cada vez me enfadaba más por que no lo hiciera. ¿Debería llamar yo de nuevo? No me gustaba ser pesada ni desconfiada, aunque lo último no lo podía evitar. ¿Quién sería esa mujer? ¿Sería su amiga Carla Belucci? Si era ella y Abel le había hablado de mí como me había dicho, no me había tratado como si así fuera. Más bien me había ninguneado y eso me molestaba muchísimo. ¿Por qué habría cogido el teléfono? De no hacerlo, Abel habría visto que tenía una llamada perdida y se habría dado cuenta de que lo había llamado, pero si esa mujer no le decía nada… Cogí el teléfono y volví a llamar. Era ya la hora de cenar y Miky todavía no había vuelto. Mejor. No me apetecía tener que explicarle por qué seguía en el piso. Sonó una vez, y otra, y otra, pero nadie descolgó. Tenía ganas de gritar. Pensé en ir a su casa pero me sentí ridícula enseguida. Al menos ahora sí tenía una perdida mía. Esperaba que cuando la viera me llamara. Me había dicho hacía una semana que no iba a consentir que me pasara nada malo en la vida, y si bien él estaba con una mujer y se acostaba con ella, para mí sería malo, muy malo, y eso cualquier persona lo entendería, así que no podía hacerme eso. No, no podía porque me había dicho que quería cuidar de mí. ¿Acaso sería todo mentira? Claro. ¿Pero en qué estaba yo pensando cuando había decidido creer en sus palabras? Me preparé un sándwich de jamón y queso y me metí en la habitación. No me apetecía ver la televisión. Sonó mi whatsapp y corrí a coger el móvil para mirarlo. Era Miky: “Teta, estoy con David. Estamos hablando pero todavía no me he atrevido a decirle nada. Me quiere invitar a cenar, así que supongo que llegaré tarde. Aunque intuyo que no estás, te aviso por si acaso. Besos” “Gracias por avisar”, contesté sin dar más explicaciones. Prefería hablar de por qué estaba en casa en lugar de estar revolcándome con mi ¿novio? al día siguiente, cuando no estuviera tan caliente y tan enfadada, con la esperanza de que tuviera una explicación para ello que no me doliera tanto como me estaba doliendo en ese momento el no saber de él. Busqué algo para leer e intenté empezar, pero no me concentraba. Estaba demasiado nerviosa para hacer nada. Quería hablar con Abel y hasta que no lo hiciera no me quedaría tranquila. Cogí el móvil y volví a llamar. Un timbrazo, dos, tres…

¡Mierda! Para regodearme en mi pena, abrí de nuevo el portátil y busqué noticias de Abel Ferri Arnau. Me gustaba ver sus fotos. “Abel Ferri con la millonaria Carla Belucci ¿Romance a la vista?”. Era una noticia de hacía dos años. “Abel Ferri sale de fiesta con amigos y se encuentra a Carla ¿casualidad o intencionado? ¿Cuándo esta parejita se decidirá a dar un paso adelante en su relación?” Hacía un año y pico. “Abel Ferri niega tener ningún tipo de relación sentimental con su tan vista amiga Carla Belucci”, hacía un año. Y así, fui viendo noticias de mi modelo, cada vez más recientes. "Carla y Abel en la pasarela Cibeles, ¿fin de semana romántico en Madrid?”. Era de hacía tan solo unos días. Uuurrrrrgggggghhhhhhh. Me puse a llorar por la impotencia. Me solía molestar cuando llamaba a alguien al móvil y no me lo cogía, por eso le había reñido a mi hermano por hacerlo, pero si encima se reiteraba y no me devolvía la llamada y tratándose de Abel, era insoportable.

Mi móvil sonó a las once y media. Me había acostado en la cama y no había dejado de darle vueltas, sobre todo pensando en qué estaría haciendo Abel para que no oyera el teléfono o si lo oía, por qué no me lo había cogido. - Abel. – dije muy seria. - Baby, acabo de ver tus llamadas. Lo siento, he salido a cenar y no sé cómo me he dejado el móvil en casa. - Me puedo hacer una idea. – dije muy borde. - ¿A qué te refieres? - ¿Con quién has estado? – pregunté sin saber si la pregunta correcta sería “con quién estás”. - Carla se ha presentado en mi casa por sorpresa y me ha insistido en que saliéramos a cenar. Espero que no te enfades, sabes que solo es mi amiga ¿verdad? - No, no lo sé.

- ¿A qué viene eso? - A que te he llamado antes y me ha contestado ella, me ha dicho que te daría el recado pero o no te lo ha dado o has pasado de mí ¿qué te parece que es peor? Estás a tiempo de elegir qué me puede enfadar más. - Se le debe de haber olvidado. – me molestó que la justificara, por lo que cada vez estaba más enfadada. - Sí, claro, será por lo que estuviera haciendo. - ¿Qué insinúas? Te dije que le había hablado de ti y que le pareció bien. Entre nosotros nunca ha habido nada ni nunca lo habrá. - Yo solo te digo que dicen que una pareja de amigos entre chico y chica si dura es o porque a uno de ellos le gusta el otro o porque uno de ellos es gay. Dime, ¿Carla es lesbiana o quién de los dos está enamorado del otro? Hubo un silencio martirizador que hizo que se me salieran las lágrimas. Ahora no podía seguir hablando, y le tocaba el turno a él. - Carla no es lesbiana, pero yo no he sentido nada por ella nunca. - Entonces ya sabemos quién es la enamorada. – dije sollozando. - No, baby, no llores, por favor. - Déjalo, ya hablaremos mañana. – dije sin querer que fuera así. No quería seguir enfadada, pero estaba llorando y así no podía hablar. - De eso nada, baby. - ¿Qué? El timbre de mi casa sonó, y todavía desde el teléfono Abel me dijo: - Ábreme.

Me levanté de la cama asombrada, debía de haber estado viniendo hacia mi casa mientras hablábamos. Eso me alegró, pero no me olvidaba de las horas que me había hecho pasar. Me limpié la cara antes de abrirle la puerta para que entrara. Cogió mi cara llorosa y me besó con fuerza, haciendo que me derritiera en el recibidor y que por un momento olvidara lo que había pasado. Pero no era así, asi que lo empujé. - Baby, lo siento, lo siento mucho. No me gusta verte llorar, y menos si tengo yo la culpa. - Has cenado con Carla. – afirmé. - Sí. Me dijiste hasta mañana, no creí que cambiaras de opinión. Yo no iba a hacer nada más que pensar en ti, pero Carla vino y me obligó a que me duchara. El fin de semana me había ido antes y ni siquiera me había despedido de ella. Se lo debía. - ¿Se lo debías? - Nena, baby. Creía que había cogido el teléfono pero no me he dado cuenta de que no lo llevaba hasta que he vuelto a mi casa. - Te mandé un whatsapp a las siete y media. - No lo he visto. – dijo sacando el teléfono. Abel miró sus whatsapps y se echó una mano a la cabeza – No sé por qué no tenía la luz encendida. - Para mí que lo habías visto. - Lo siento. – volvió a decir mirando el teléfono sin entender qué había pasado. - Abel, Carla fue la que vio mi whatsapp. – aseguré. - Debe haber sido así, pero no lo entiendo. – se echó ahora ambas manos a la cabeza, con el móvil en una de ellas. Me dieron ganas de decirle que si no lo entendía, entonces no era tan listo como yo pensaba, pero eso habría empeorado las cosas ya que no lo habría dicho en serio sino por lo enfadada que estaba.

- Pues yo lo veo todo muy claro. Se abrió la puerta y entró mi hermano silbando. Parecía contento. Al vernos en esa situación, nos saludó y desapareció por la cocina. - Vamos a mi habitación. – dije. Abel me cogió en brazos sin que me lo esperara y me acurruqué en su pecho. No quería estar enfadada, pero todavía seguía dolida. Cuando me depositó en mi cama, le agarré del cuello para tumbarlo junto a mí. - Lo he pasado muy mal. – dije empezando a llorar de nuevo. - Lo siento, baby, cariño. – decía besándome por el cuello, la cara, el escote… - Te he llamado varias veces y no lo cogías, te mandé un whatsapp que creía que habías visto, Carla me dijo que te diría que había llamado, y seguía sin saber de ti… - Sssssh – me puso un dedo en los labios para que callara. – Perdóname ¿vale? Para mí que lo único que hacía era cenar con una amiga de muchos años, pero ya me he dado cuenta de que no es tan amiga como creía. Al decir eso acabé quitándole el mínimo resto de culpa y dejé que me besara por todo el cuerpo, mientras poco a poco y delicadamente iba quitándome el pijama. Una vez me tuvo desnuda, hice lo mismo con él pero rápido, pues ya estaba impaciente por tocar su cuerpo, sus brazos musculosos, sus abdominales marcados, su culito redondo, su suave pene. Me hizo el amor despacio, sintiéndonos y saboreándonos sin perder un segundo, llenándome con la profundidad de su polla, deslizándonos sobre las sábanas, desgarrándonos hasta llegar al clímax más intenso. Besaba su boca sin saciarme, queriendo más y más, tomando mi droga que era Abel, enamorándome de ese hombre que parecía frío y distante ante las cámaras, pero que en realidad era lo más tierno y dulce que nunca había tenido entre mis piernas.

- 24 –

Desperté ante la mirada de Abel. Me ruboricé al ver cómo me miraba fijamente. Mi primer instinto fue taparme la cara con las manos, pero Abel las agarró y las colocó a los lados de mi cabeza, quedando él encima de mí. - Buenos días, baby. – dijo sonriendo. - Buenos días, tío bueno. - ¿Tío bueno? – preguntó encogiendo una ceja. - Por decir algo, tú eres mucho más que eso. Estaba en una nube, con Abel arreglándose en mi casa, conmigo, preparándonos para un día más, juntos. Todo era nuevo para mí. Solo había tenido dos novios. Al primero lo veía los fines de semana y como yo ya trabajaba bailando, el chico lo pasaba mal porque pensaba que podría tener a cualquiera y se subestimaba ¿de qué me sonaba eso? El segundo, la relación fue un poco más larga, siete meses a diferencia de los tres que había durado el otro, y pareció que íbamos más en serio. Pero una vez más mi trabajo se puso de por medio. Apenas nos veíamos porque yo ya trabajaba en el horno y él, que trabajaba por turnos, intentaba sacar huecos durante el día para venir a verme. Lo malo es que yo siempre estaba o cansada, o con sueño, o preparándome para mi segundo trabajo. Y de nuevo me dejó por Dance City. Me di cuenta de que no quería que me volviera a pasar. Con Abel no. Tenía que dejar la discoteca pero de momento no le diría nada a mi chico por si llegado el fin de semana me volvía a arrepentir. No quería volver a discutir con él por lo mismo. Pasé la semana yendo y viniendo del gimnasio a mi piso, de mi piso al gimnasio y del gimnasio a casa de Abel. Comía con Miky y dormía con mi novio. Mi hermano me dijo que había llamado a sus padres y yo le creí. Intentarían solucionar el malentendido. Me alegré por él y le dije que podía estar en mi casa todo el tiempo que quisiera.

Vivía feliz con mis dos chicos. No podía pedir nada mejor en la vida. No era una bailarina de teatro ni de concurso de televisión, pero me divertía dando clase, preparando las coreografías. Me sentía importante porque mis alumnos me veneraban y mi novio estaba siempre pendiente de mí. Llegado el viernes, Abel insistió en que fuéramos juntos a Dance City. Me daba vergüenza en cierto modo las suposiciones que pudiera hacer la gente. Aunque en el fondo me sentía importante, sabía que Merche se sentiría tan ofendida que haría lo imposible para vengarse de mí. - Creo que debería decirle que estamos juntos antes de que nos vea. – le dije a Abel, hablando de mi compañera. - ¿No decías que ella no era tu amiga y que no tenías por qué contarle nada? - Sí, pero sé lo arpía que puede llegar a ser, y como está convencida de que la que te gusta es ella… - Está bien, si quieres entramos por separado. – dijo Abel, dándome un pico en los labios, todavía dentro de su coche. Salí yo primero y entré en la discoteca, dirigiéndome directa al vestuario. Era la primera en llegar y empecé a cambiarme como todas las noches. Me iba a poner un vestido de organza negro con un bikini dorado debajo y los zapatos de tacón de aguja de charol negro. La siguiente en llegar fue Helena. - Ya he conocido a Abel Ferri. – fue lo primero que dijo – Rebeca y Merche se han quedado hablando con él pero a mí me ha dado un poco de vergüenza. - Ah, no te preocupes, no se come a nadie. – dije recordando mis inicios con él, cuando yo creía todo lo contrario. Entraron Merche y Rebeca entre risas y yo las miré perdonándoles la vida porque intuía el motivo. - De verdad, Abel es genial. – dijo Merche soltando su mochila en una silla. - Síii. – babeó Rebeca. - Tengo que atacar esta noche. Creo que ya he esperado demasiado. – dijo Merche hablando con su

compañera como si las demás no estuviéramos allí. - Lo dudo. – susurré. - ¿Cómo has dicho? – dijo la aludida sacudiendo su melena negra. - Que lo dudo. – repetí, armándome de valor. - ¿Y se puede saber qué es lo que dudas? - Que le ataques esta noche. – contesté. - ¿Y se puede saber por qué? - Porque Abel ya tiene pareja. - Bueno, a mí eso no me importa. Ya os dije la semana pasada que me encargaría de dejar a Carla Belucci fuera de combate. – dijo dándose la vuelta para darme la espalda e ignorar si tenía que hacer algún otro comentario. Como no tenía ganas de gresca, una vez me aumenté el maquillaje salí del vestuario, sin esperar siquiera a Helena. Me apresuré a la barra para acercarme a Abel y desahogarme. - ¡No me lo puedo creer! – dije sofocada. - ¿Qué te pasa? – me preguntó Abel, cogiéndome de la cintura. Umm, eso me gustó. - Merche sigue empeñada en echársete encima. - ¿Y todavía no le has dicho que estoy contigo? - Uff, es que me da cosa decírselo sin que parezca presuntuosa o simplemente mentira. Ella se cree que me odias, como yo creía al principio. - Oh nena, lo siento. Yo me encargo de que deje de pensar eso ¿vale? - Vale. – dije sintiéndome como una niña cuando Abel me cogió la barbilla, me subió la cabeza y me dio un largo beso en los labios.

Todavía no había apenas nadie en la discoteca, por lo que los camareros pudieron ver perfectamente semejante muestra de cariño entre Abel y yo. Cuando despegó sus labios de mi boca y me preguntó qué quería tomar, me puse colorada al darme cuenta de cómo me miraban mis compañeros. - Whisky con naranja. – dije, intentando disimular mi nerviosismo. Estaba segura de que iba a ser el comentario de todos los colegas esa noche. Enseguida salieron Merche y Rebeca y me pregunté cómo se habían cambiado tan rápido. Estaban ansiosas por volver a estar con Abel, pero esa noche les tocaba empezar, así que tendrían que esperar. Abel vio que se acercaban a la barra y me pasó el brazo por la cintura. Yo le miré apretando una ceja y él, ni corto ni perezoso, me arreó un pico en los labios. Quise ignorar la presencia de mis compañeras, pero era inevitable girar la cabeza y darme cuenta de que estaban allí, Merche mirándome con los ojos entrecerrados, apretando los labios y la frente arrugada. - Creo que esta noche os toca empezar. – fue todo lo que dije. Las dos se dirigieron al escenario, Rebeca con cara de asombro y Merche de cabreo. - La que se va a liar. – dije susurrando. - ¿Por qué? - Merche va a pensar que como me ha dicho antes que se te quería lanzar, pues que yo me he adelantado. - Entonces tendrá que saber que estábamos juntos antes. - Ya. – dije preocupándome porque no me gustaban los malos rollos en el trabajo. Cuando le hice el relevo a Merche, me miró por encima del hombro con odio. La muy golfa se fue directa a la barra para empotrarle los pechos en la cara a Abel subiéndose al taburete que había vacío y con un aspaviento de melena, vi que empezaba a hablarle. Abel la miraba y asentía, de vez en cuando hablaba y me miraba de reojo, y yo no podía hacer otra cosa que mirarlo a él. ¿Qué le estaría contando?

La cara de Abel fue cambiando poco a poco y me fui asustando porque temía que esa arpía hubiera inventado cosas de mí con tal de salirse con la suya. Ahora, cuando Merche subió al escenario me miró arrogante y sonrió denotando triunfo. Abel estaba girado hacia los camareros y cuando me acerqué, me miró muy serio. - La semana pasada te encontraste con un exnovio. – afirmó antes de que yo dijera nada. - ¿Quée? ¡Qué va! ¿eso te ha dicho? – pregunté señalando el escenario. - ¿Estás segura? - Pues claro, ¡cómo no iba a estarlo! Te dije que vino un tío con el que me había liado y con el que quedé mal. ¡Por favor, si hace siglos que no veo a ninguno de mis dos exnovios! - Me ha dicho que cada semana te ibas con un tipo diferente y que aquí todo el mundo sabe de tu promiscuidad. - No soy promiscua. – dije bajito, tanto que dudé que lo hubiera oído – Creo que ya te hablé de como era y como soy. Piensa lo que quieras. Bajé del taburete y me dirigí al vestuario esperando que Abel viniera detrás de mí para disculparse por haberme hablado de lo que Merche le había contado como si de verdad la hubiera creído más a ella que a mí. Pero no lo hizo. Entré en el vestuario y hallé a Helena sentada en una silla, sola, aburrida. Me dio pena porque no le había hecho mucho caso desde que había empezado. Echaba de menos la confianza que tenía con Amanda y me había cerrado a esa chica solo porque el primer día la había visto simpatizar con las otras dos joyas. - Hola, ¿qué haces aquí tan sola? - Estaba cansada y bueno, para estar sola en la barra prefiero estarlo aquí. Al menos nadie ve lo deprimente que soy. - Oh, para nada. Si fueras deprimente no estarías trabajando aquí, eso te lo aseguro. Lo que pasa es

que apenas llevas dos semanas y no te ha dado tiempo a coger confianza con nadie. Helena me miró y sonrió. Yo le devolví la sonrisa y le di un trago a mi cubata. - ¿Llevas mucho tiempo bailando? – me preguntó. - Desde que era pequeña. – contesté. - Y ¿aquí? - Buá, un montón de años, ya he perdido la cuenta. - O sea que eres veterana. - La que más. Antes estaba Amanda, que me ganaba, pero ahora me he quedado la más veterana. Me sorprendió reconocer eso. Tal vez era el momento de dar un cambio a mi vida. Tenía un novio súper posesivo que no aguantaba que los buscavaginas, como él los llamaba, babearan bajo del escenario mirando mi culo, y ahora tenía un trabajo entre semana que me gustaba y en el que ganaba más de lo que nunca hubiera deseado. ¿A qué estaba esperando para dejar atrás mi etapa por Dance City? - Es la hora. – dijo Helena poniéndose de pie. - Pues en marchaaa. – canturreé para animarla. La cogí del hombro y salí así con ella a la pista, cada vez más llena. - Ten cuidado con lo que cuentas. – le dije a Merche cuando me crucé con ella. - No más que verdades. - La semana pasada no estuvo aquí ningún novio mío. Si estás celosa te jodes, pero no inventes cosas o… - ¿O qué? – preguntó envalentonándose. - O te partiré la cara, bonita. A punto estábamos de echarnos a las manos cuando un enorme brazo pasó por mi cintura y quedé en volandas. Abel me bajaba del escenario mientras Merche se quedaba plantada, con cara de

estupefacción, sin saber si seguirnos o quedarse ahí, cuando en realidad la que debería empezar a bailar era yo. Entramos en el vestuario y Abel me dejó en el suelo con mucho cuidado. - ¿Hay necesidad de aguantar esto? – me preguntó con dulzura. - No, pero va a pasar siempre. Eres demasiado importante como para que cualquier chica no sea capaz de hacer daño a otra por tenerte. Abel se echó las manos a la cabeza arrugando la nariz. Merche entró en el vestuario y Abel le gritó un FUERA que pensé que lo habría escuchado toda la discoteca, y eso que era imposible. - Lo voy a dejar. – susurré – Voy a hablar con Francisco y le diré que mañana será mi último día. - Sabes que lo puedes dejar ahora mismo si quieres. - No sería lo correcto, igual que no está bien que ahora mismo esté bailando Helena sola. - No te preocupes por eso. Seguro que se siente feliz de ser todo el centro de atención. - Abel… siento lo que ha pasado. Merche me ha calentado y yo… - No. – Abel puso un dedo en mis labios para que dejara de hablar – Perdóname tú por haber creído lo que me ha dicho antes tu compañera, no debería haber dudado de ti, igual que tú confiaste en mí cuando te dije que no había estado con Carla. Me alegré de su comentario, no sin pensar que el tema Carla era otro de nuestros talones de Aquiles. Salimos del vestuario y no hice intentona de dirigirme al escenario. Merche y Rebeca estaban sentadas en unos taburetes en la barra hablando con Raúl el camarero. Nos dirigimos al extremo opuesto y desde allí noté el enfado que llevaba Merche. No solo Abel la había ninguneado sino que además le había gritado, la había echado del vestuario, y ahora tenía que ver cómo me escaqueaba de mi turno para estar con el chico que ella pretendía ligarse esa noche. - No le hagas caso. – dijo Abel dirigiendo mi cabeza hacia él.

- Ya, pero ¿qué pasará cuando yo ya no trabaje aquí? No podré estar en casa tranquila sabiendo que ella está aquí intentando conquistarte, hablándote mal de mí… - ¿Y quién te ha dicho que te tengas que quedar en casa? Me quedé mirándolo asombrada. - Yo no tengo la obligación de venir todos los fines de semana. Vengo cuando se va a hacer alguna fiesta que he organizado yo, pero sobre todo venía por verte a ti. Y cuando venga, tú lo harás conmigo. Sonreí y me tiré encima sin importarme quién nos estuviera mirando.

- 25 –

Abel me acompañó a hablar con Francisco. Yo quería ir sola porque tenía confianza con mi jefe y pensaba que le debía decírselo yo dándole el mejor motivo para dejarlo que se me ocurriera. Pero Abel insistió. Pensé que querría comprobar que de verdad iba a presentar mi dimisión. Francisco se lo tomó mejor de lo que me esperaba. Seguramente ya se habría ido haciendo a la idea desde que le avisó Abel sin mi consentimiento. Le dije que terminaría ese fin de semana, aunque la mirada de Abel me mostró que no le hacía gracia. - No vamos a tener problema en reemplazarte – dijo Abel – Para el puesto de Amanda se presentaron un montón de chicas, no has de preocuparte por eso. - Ya, pero ¿de hoy para mañana vais a encontrar a alguien? - Te agradezco que termines el fin de semana. – dijo Francisco. Abel lo miró con la frente arrugada. No le hacía ninguna gracia que me volviera a subir al escenario, pero se lo debía a mi jefe de toda la vida. - No tienes que agradecerme nada. Me sabe mal dejarte, pero esto ya me supera. Ahora tengo un trabajo entre semana y necesito tiempo para dedicarme a mí. – y con eso miré a Abel, quien me cogió una mano y la acarició. Me daba un poco de vergüenza esas muestras de cariño delante de Frank, sabiendo lo que sentía por mí, pero cuando me miró y sonrió, supe que se alegraba de que me estuviera yendo bien con mi pareja. - En fin, sabía que algún día mi princesa abandonaría el palacio. Solo espero que no te olvides de nosotros y que te pases por aquí de vez en cuando. - Claro que lo hará. Vendrá siempre que lo haga yo. – dijo Abel, marcando terreno.

Lo miré extrañada ante semejante comentario. Quería demostrar que era suya y me llamó la atención tanta autoridad. Pero me gustó. - Bueno, pues ahora creo que debería seguir trabajando. – dije levantándome de mi silla. - No es necesario. – dijo Abel mirándome fijamente. - Pero quiero hacerlo. - Esa es mi chica. – dijo Francisco, disgustando con ello a su socio. Guiñé un ojo a mi chico y salí del despacho. No sé qué se dirían entre mis dos jefes, pero me dio igual. Nunca pregunté. Mi obligación era bailar con Helena y así lo haría. Dudaba mucho que Merche volviera a atreverse a meterse en medio de mi relación con Abel. El resto de la noche fue de lo más tranquila. Cada vez que terminaba un turno tenía a dos escoltas para acompañarme hasta donde estaba Abel, y lo poco que me cruzaba con Merche simplemente no me dirigía la palabra, ni yo a ella. Cuando terminé mi último turno y entré en el vestuario junto con Helena, Merche y Rebeca ya estaban cambiadas. No me dijeron nada. Solo le hicieron algún que otro comentario a Helena de cómo había ido la noche, y se fueron antes de que nosotras termináramos. Salí del vestuario y encontré a Abel esperándome. Me llevó a su casa, hicimos el amor y dormimos hasta el mediodía. - Sabes que no es necesario que vayas esta noche. – insistió mi novio. - Abel, no empieces. - Está bien, pero te llevaré yo y te protegeré para que nada ocurra. - ¡Como hiciste anoche! – exclamé dándole a entender que eso no era una novedad. - Anoche casi te peleas con Merche. - Claro, ¿y por culpa de quién?

- Eso no importa. Esta noche vigilaré que no pase nada desagradable. Puse los ojos en blanco. Era demasiado protector en lo referente a la discoteca. Yo veía que me había apañado muchos años sin él, pero si quería cuidar de mí, no se lo iba a negar. - Y esta noche será la última que esos lindos pies pisen el escenario. – dijo abalanzándose sobre mí. - Sí. – afirmé en un susurro. - Porque este cuerpo perfecto solo lo puedo ver yo - ¿cómo? En fin, dejé que siguiera. Abel empezó a besarme por el cuello, me levantó la camiseta lila dejando al descubierto mis pechos libres, y cogiéndolos con las dos manos, lamió los pezones, suavemente, primero uno… umm… después el otro… Quise apretar su redondo culo pero no llegué. Él estaba bajando por mi cuerpo, besándolo y lamiéndolo delicadamente, y cuando más excitada estaba, arrancó mis braguitas y lamió mi vulva con fuerza. Síiiiiiiii… Se levantó y arremetió su lengua dentro de mi boca, metiendo su pene duro dentro de mí de una estocada. Chillé y gemí al mismo tiempo. Dios… era tan grande… llegaba tan profundo… - Abel… el preservativo… - pude decir. - Tranquila, babi. Yo controlo. Sentí su verga entrar y salir de mi húmeda vagina que lo deseaba más que a nada en el mundo. Apreté, ahora sí, su redondo trasero llevándolo hacia mí en el trayecto y me deleité mirando el rostro lujurioso de Abel cuando me follaba de esa manera. Me corrí por dentro por primera vez. Siempre me había corrido rozando mi clítoris, y me sentí llena de una manera que no había experimentado nunca. Abel me cogió las nalgas y las apretó hacia él, embistiéndome una y otra vez, fuerte, mientras yo gritaba de satisfacción.

- Me voy a correr, nena. – me avisó. - Sí, córrete mi amor. – dije. Abel sacó de una su polla sujetándola con una mano y con la otra recogiendo su semen y yo lo miré feliz de poder darle lo que un hombre grande, guapo y hermoso como él, necesitaba. Mientras nos duchábamos Abel me preguntó si me importaría tomar la píldora. - Debería tomarla. – afirmé. - ¿Tienes que ir al ginecólogo o algo? Si quieres te puedo llevar a uno privado para que sea más rápido. - Ya la tomé hace unos años. Supongo que no pasará nada si tomo la misma que entonces. De todos modos dentro de un par de meses tengo revisión. - Está bien, baby, como tú quieras. Me muero por poder hacerlo contigo sin miedos, pero es que a veces no puedo parar para buscar y ponerme un condón. Lo siento. - No te preocupes. A mí también me gusta más sentirte sin la goma. Me compraré la píldora y en cuanto me baje la regla me la tomaré, que por cierto me toca esta semana. - Estupendo, baby. – y me besó dejándome que lamiera sus anchos labios que tanto me gustaban. Pasamos la tarde tirados en su blanco sofá viendo películas en su televisión de sesenta y cinco pulgadas. Llamé a mi hermano para saber cómo estaba. Si me engañó lo hizo muy bien porque me convenció de que estaba estupendamente. Estaba quedando con David, o sea, que al final no se había atrevido a cortar por lo sano. Me dijo que algo sí le gustaba y que como sabía que con Sergio ya no tenía nada que hacer, prefería estar con él a estar solo. Me despedí de él prometiéndole que al día siguiente me pasaría por mi piso para verle. La noche transcurrió tranquila porque Abel no me dejó sola ni un momento. Incluso cuando estaba en el escenario no me quitaba el ojo de encima, y cuando terminaba de bailar tenía a dos escoltas esperándome para acompañarme hasta donde estaba Abel.

Me sabía mal por Helena. La pobre había entrado a trabajar justo cuando yo menos caso le podía hacer. Pensé que a partir de la siguiente semana tendría a otra compañera que la haría compañía en los descansos. No les había dicho a mis compañeras que lo dejaba, y al final de la noche decidí decírselo solo a Helena. - Pero ¿por qué lo dejas? – me preguntó extrañada – ¡Si eres la mejor! - Pues porque llevo aquí metida ya demasiado tiempo. Además, supongo que habrás notado que estoy con Abel… - me daba vergüenza hablar de mi relación sin que pareciera que quería dar envidia a las demás. - Sí, Emma, ¡qué suerte tienes! – la chica la verdad es que estaba alucinada. - Bueno, pues a él no es que le guste mucho verme bailar aquí. - ¿Noo? - No, para nada. Es un poco celoso ¿sabes? Tú ya me entiendes. - Qué suerte tienes de gustarle tanto como para conseguir que un hombre tan guapo y poderoso como él sienta celos de los tipos que vienen a la discoteca. Sonreí pensando en eso. Lo cierto es que era sorprendente, como bien había dicho mi compañera. Derramé unas cuantas lágrimas cuando me despedí de Francisco. Seguiría viéndolo porque iría con Abel a la discoteca, pero ese vínculo jefe-empleada lo íbamos a perder después de tantos años. - Que te vaya muy bien, cariño. Te lo mereces. – dijo Francisco cogiéndome la cara con las dos manos y dándome un pico en los labios. - Gracias – contesté dándole un abrazo. Abel nos miró con mala cara y noté que no le había gustado esa muestra de cariño por parte de su socio, pero no me dijo nada. Me sentí mal por no despedirme de Rebeca, pero como se había aliado con su compañera, desde la

noche anterior que no me dirigía la palabra, por lo que al final me fui sin decirle nada.

- 26 –

Desperté al mediodía sola en la cama. Me levanté y busqué por todo el blanco piso a mi amor. Lo encontré en su despacho trabajando. - Hola, princesa. – me saludó cuando me vio asomar. Me restregué los ojos y me acerqué hasta él. - Hola, mi amor. – dije sentándome sobre su larga pierna. - ¿Tienes hambre? ¿quieres que prepare algo o comemos fuera? - Lo que tú quieras. Lo que sí quiero es pasar luego por mi casa para ver a mi hermano. - Como mandes, baby. Comimos en su piso pero no preparamos nosotros nada. Abel llamó a su restaurante japonés favorito y mientras nos duchábamos llegó el sushi. Escribí un whatsapp a Miky para confirmar que estuviera en casa y nos pasamos por el piso. Además de verle quería dar un repaso a la casa. Cuando vivía con Miky y sus padres solía ser un desastre y temía que no se pudiera ni entrar. Pero no. Mi hermano estaba siendo muy considerado consciente de que estaba viviendo conmigo provisionalmente y tenía la casa impecable. Su habitación seguro que sería un caos, pero eso a mí no me importaba. Por lo menos la entrada casi directa que tenía al comedor estaba todo recogido. - ¿Cómo estás? – le pregunté. - Bien, teta, como ayer, y antes de ayer, y antes de antes de ayer… Deja ya de preocuparte ¿vale? - Lo siento, es que no quiero que recaigas. Entonces ¿con David, bien? - Vamos, vamos. De todos modos esta noche he quedado para cenar con Sergio. Me ha escrito un whatsapp que me ha llegado al alma y ya sabes que es a él a quien quiero.

- Miky, por tu madre, ten cuidado. No quiero que hagas daño a David, ni que te hagas más daño tú. Mira bien lo que haces. Miky miró hacia Abel poniendo los ojos en blanco. - Imagino que tu hermano ya es mayorcito ¿no Emma? – observó mi novio. Vaya, gracias por apoyarme. - Sí, claro. Por eso ha estado una semana ingresado en el hospital desintoxicándose de la sobredosis de cocaína que se metió en el cuerpo. Miky me miró enfadado. - Lo siento tete, pero sabes que siempre he sido franca contigo. No ganas nada escuchando solo lo que quieres oir. - Tienes razón, pero te repito que no fui consciente de lo que hice, que me pasé sin querer y que no pienso volver a hacerlo ¿tanto te cuesta confiar en mí? - No, confío en ti, pero me preocupo. ¿Cómo va tu relación con Lucía y Juan? Mi hermano me miró y cambió su cara de enfadado a preocupado. No quería hablar de eso. Lo noté. Insistí. - Hablaste con tu madre ¿verdad? - Ya te dije que sí. – contestó de mala gana. - Emma. – la voz de mando de Abel consiguió que cesara en mi intento de apaciguar las cosas con mis padres de acogida. - Entonces – seguí diciendo - ¿crees que puedes arreglar lo tuyo con tu novio? Decías que era irreparable. - Me ha perdonado. Me escribió mientras estaba ingresado pero lo ignoré. No quiero que se entere de lo que me pasó. Me ha perdonado y eso es lo que importa. Falta hablar con él para comprobar si lo dice de verdad.

- Qué tengas suerte, hermanito, y no la vuelvas a cagar. - Oye, ¿y a vosotros cómo os va? ¿qué tal ha ido el fin de semana en Dance City? - He dejado el trabajo de bailarina nocturna. – anuncié. - ¿Cómo? – mi hermano abrió mucho los ojos sin creerse lo que acababa de oír. - Lo que oyes. Ahora tengo pareja y no puedo estar siempre trabajando. - Pues me alegro. – dijo no muy convencido. Sabía que se estaría preguntando qué haría yo si mi relación con Abel no iba bien, pero eso era algo que yo no quería ni pensar. Como mi hermano no iba a cenar en casa, volvimos al piso de Abel, porque era más amplio, la televisión más grande y estábamos más cerca del gimnasio al que iba de mañanas. La semana siguió como la anterior. La recepcionista seguía tratándome igual que el primer día. Por un momento pensé si sería correcto hablar con su jefe para que le enseñara modales, pero lo descarté porque al fin y al cabo a mí me daba igual y ella podría resultar perjudicada. Pero como un día me pillara de malas, sería yo la que le diría cuatro cositas. Las coreografías iban muy lentas porque los alumnos eran muy negados. Poco a poco fui seleccionando a los que me parecían mejores para que asumieran los sitios de atrás y así me pudieran ver mejor los que les costaba más. Les advertí de que cuando dominaran la coreografía los colocaría al revés para que los mejores quedaran delante. Los monitores seguían ignorándome y decidí hacer mi trabajo y punto. No es que hubiera ido allí a hacer amigos, así que iba a mis clases con el tiempo justo y me largaba en cuanto terminaba, a no ser que estuviera Abel y me entretuviera. El martes pasé por la panadería para ver a mis antiguas compañeras, comí allí un plato de paella y una Coca-Cola y les conté que había dejado Dance City. La más sorprendida fue Amanda. Ella no lo echaba de menos porque en realidad iba solo por el dinero y había conseguido que Ángeles le pagara un poco más de lo que me pagaba a mí porque también iba algún fin de semana. Aun así, el horario era

mejor que el de la discoteca y disfrutaba de su hija cuando terminaba de trabajar. Estaba muy contenta y me alegré por ella. También le conté lo que me había pasado con Merche. Ella también la había escuchado hablar de lo convencida que estaba de que Abel estaba por ella y se alegró cuando le conté cómo le había chillado Abel para que saliera del vestuario. - Que se joda. – dijo sin más. - El viernes casi nos pegamos. Si no me llega a sacar Abel del escenario te juro que nos pegamos allí mismo. Amanda se carcajeó y se recriminó no haber estado allí para verlo. - 27 –

Por la tarde, cuando salí del gimnasio me fui directa al piso de Abel. Me había dado unas llaves para que entrara y saliera las veces que quisiera. Me extrañó verle haciendo la maleta, además de que parecía malhumorado. - Hola, ¿qué te pasa? ¿vas a algún sitio? - Hola, princesa. – dijo viniendo hacia mí para besarme. – Tengo que salir para París en menos de dos horas. - ¿A París? - Sí, ¿quieres venir? - ¿De verdad? Dejó de meter cosas en la maleta y se quedó de pie mirándome preguntándome con la mirada si de verdad dudaba de que me lo estuviera diciendo en serio. - ¿Y por qué pareces enfadado?

- Ve a mi despacho y echa un vistazo al periódico que hay sobre la mesa. Corrí a la habitación y cogí el periódico que contenía un enorme titular “Abel Ferri Arnau pierde los papeles en su nueva discoteca, Dance City”. Lo leí. El artículo trataba de la queja de una bailarina de la discoteca hacia su jefe. Al parecer, había tenido una pequeña discusión con una compañera y Abel se había metido en medio para defenderla, gritando de una manera intimidadora a la otra. Testigos decían haber visto cómo Abel Ferri bajaba en brazos a la chica que él defendía. El periódico se preguntaba qué tipo de relación tendría Abel Ferri con esa chica, ya que la que había resultado víctima de su temperamento no había querido contar nada más. ¿Estaría Carla celosa? ¿Tendría Abel algo con esa simple bailarina? Tiré el periódico al suelo de la rabia. No solo porque Merche hubiera hablado mal de su jefe sino por cómo me trataba el periódico. Yo era una simple bailarina, no como la empresaria millonaria Carla Belucci. Volví a la habitación de Abel sin poder remediar que cayeran unas lágrimas por mis mejillas. - Oh, lo siento, baby. – dijo corriendo hacia mí para abrazarme. – No hagas caso de nada de lo que dicen ¿vale? - ¿Y entonces por qué tú también estás enfadado? - Es por la impotencia. Es porque me ha llamado mi madre, ella ha sido la que había leído el periódico y por eso lo he comprado. Yo apenas leo la prensa. - Y tu madre se ha enfadado. – afirmé como si lo viera venir. - Sí, un poco. Pero me da igual. Ya soy mayorcito ¿sabes? Somos adultos y cada uno respondemos de nuestros actos, y ni tú le puedes reñir a tu hermano por lo que haga, ni él a ti, ni mi madre a mí. - Pero seguro que no ve bien que puedas tener algo conmigo. Abel me metió la cabeza en su cuerpo y pude aspirar su perfume que me hacía perder el sentido. De pronto me dio una punzada la barriga y sentí cómo me bajaba la regla. Por suerte, me había puesto un salva slip porque la esperaba, pero me dolió tanto que me retorcí.

- ¿Qué te pasa? – preguntó Abel asustado. Corrí a su cuarto de baño y comprobé que efectivamente, me había venido el período. - Mierda. – dije. - Eso es bueno ¿no? – preguntó, viendo el panorama, que a mí me ruborizó. - No para lo que me estaba imaginando en París. - Pero ¿aun así vienes, no? - No lo sé, Abel. De pronto me siento triste, adolorida y con ganas de llorar. - No llores, por favor. No hagas caso a la prensa. Te dije que no te creyeras todo lo que leyeras, se inventan cosas para alargar las noticias y dar más morbo. - Me encuentro muy mal. ¿Cuánto tiempo estarás fuera? - No lo sé, dos o tres días. - Pues me iré a mi casa para estar con mi hermano hasta que vuelvas. - Baby, vente conmigo. Una vez ya te equivocaste por no venir. Lo miré a la cara sumergiéndome en el mar de sus ojos azules. Estaba sentado sobre el borde de la cama recostado un poco hacia mí. Me moría de ganas de ir a París con él, pero me dolía tanto la regla y me sentía tan triste por lo que acababa de leer… - ¿Crees que podrás preparar tú mis cosas? - Claro que sí. – dijo poniéndose de pie eufórico y empezando a meter la ropa que había comprado para mí en una maleta. Solo de ver lo feliz que le hizo que le acompañara me lo contagió un poco a mí y me quedó solamente el intenso dolor. Le pedí un antiinflamatorio con la esperanza de que me aliviara un poco y de paso que me lo tomaba, empecé con la primera píldora que había comprado el día anterior. Cogimos un avión hacia Madrid y allí cogeríamos otro hasta París. Estaba emocionada porque me

volvía loca ver la Torre Eiffel, aunque todavía no nos había dado tiempo a hablar de a qué íbamos a París de esa manera tan inesperada. - Mi madre me ha dicho que Giovanni Motta se quedó descontento porque me fui antes de lo previsto cuando fui a Cibeles, así que me requiere para una cena de gala que da esta noche. - ¿Cena de gala? Dios!! ¿Piensas llevarme? - ¿Para qué vienes si no? - ¡Pero si no tengo ropa adecuada! - Tranquila, ya he pensado en eso. - ¿Cómo? - Sssssh – me puso el dedo índice en los labios para que callara. El dolor estaba rebajándose pero ahora tenía un pellizco en el estómago provocado por los nervios, que no sabía qué era peor. Claudia Arnau nos esperaba en el aeropuerto, o más bien, la madre de Abel esperaba a su hijo. No le entusiasmó mucho verme allí. - Claudia, ella es Emma, mi novia. Un escalofrío me invadió por todo el cuerpo al escuchar esa palabra, y ¿por qué la llamaba por su nombre de pila? - Hola. – dijo sin acercarse a darme dos besos. Tampoco es que los que le acababa de dar a su hijo hubiesen sido muy calurosos, pero a mí me dejó con el ademán de acercarme y con un palmo de narices. Abel me miró apenado y yo le indiqué frunciendo las cejas y meneando la cabeza a un lado y al otro que no tenía importancia. No quería que se sintiera mal por culpa de su madre. Fuimos al hotel en limusina y durante el trayecto Claudia estuvo explicando a su hijo lo que iba a tener que hacer los próximos dos días. Esa noche cenaría en el hotel con Giovanni Motta, al día siguiente por la mañana tenía sesión de fotos por París con ropa de Motta, por la tarde una entrevista para un canal

de televisión francés y por la noche se reuniría con Motta para la cena. Al día siguiente tenía un pase de modelo para la firma Lucci y por la tarde sesión de fotos con ropa de Lucci por París. Por la noche cenaría con ese diseñador. En nada de lo que le explicó me incluyó a mí, pero yo hice oídos sordos y permanecí callada a la espera de estar a solas con mi novio. Me dediqué a observar por la ventana esa ciudad desconocida para mí y que tantas veces había deseado visitar. Llegados al Hotel Ritz no pude evitar quedarme con la boca abierta. En dos palabras: im presionante. Su arquitectura del siglo XIX le daba un aspecto palaciego que me hizo sentir como una princesa de cuento. Claudia se despidió de su hijo hasta dentro de una hora para cenar. Subimos a nuestra suite deluxe y me quedé más impresionada todavía al ver la habitación. Era un sueño estar allí y sentí que desentonaba con los leggins negros y la camiseta de tirantes ancha. - Y ahora, tu regalo por haber aceptado mi invitación – dijo Abel entregándome una fina caja rectangular que acababa de sacar de su maleta. La cogí intrigada, ¿cuándo se suponía que había parado su trabajo para comprarme algo? Abrí la caja y encontré un elegante vestido de raso negro con los tirantes y las costuras plateadas. Me lo puse por delante imaginándome con él, todavía sin poder articular palabra. - ¿Te gusta? – me preguntó el hombre más guapo que había visto en mi vida. - Me… me encanta, es espectacular. – contesté todavía sin creérmelo. - Espero que sea tu talla, es la misma que tienes en mi armario y por ahora creo que te ha venido todo ¿no? - Sí. Me tiré encima de Abel haciendo que cayéramos los dos sobre la exuberante cama de hace dos siglos. Dejé el vestido a un lado y me senté a horcajadas sobre Abel observando ese rostro de ángel sonrosado y esos ojazos enormes, azules, exóticos. - Te quiero. – dije por la euforia que sentía.

- Y yo a ti. Me quedé inmóvil. Ninguno de los dos nos esperábamos decirnos esas palabras tan pronto, pero es que yo de verdad lo sentía. Estaba enamorada de Abel, le quería. No había querido nunca antes. Había estado obsesionada, “enamorada”, hechizada… pero lo que sentía por Abel era la primera vez, y no podía ser otra cosa que amor. - ¿Qué te pasa? – me preguntó al ver mi reacción. - Nunca antes se lo había dicho a nadie. – contesté bajando la cabeza por la vergüenza. - ¿No has querido a nadie antes de estar conmigo? - No. Sabes que he estado con muchos chicos, pero como ya te dije solo he tenido dos novios y por ninguno llegué a sentir tanto. Me dejaron antes… - No tiene nada de malo. - Tampoco nadie me lo ha dicho a mí nunca. Abel sonrió e incorporándose llegó hasta mí y cogiéndome la cabeza por la nuca, juntó sus labios con los míos y me besó intensamente. Cuando terminó de relamerse con mi boca, acercó sus labios a mi oreja y susurró: “Te quiero”. Todo mi vello se erizó al escuchar esas palabras. Era demasiado bonito para mí. Estábamos en un hotel de cuento, en una habitación de princesa y tenía a mi príncipe entre mis piernas diciéndome que me amaba. Dios, ¿qué más podía pedir en la vida? - Te quiero. – repetí bajito, ya que pasada la euforia del momento vestido, la timidez llegó a mí para decir esas palabras por primera vez en mi vida a alguien.

- 28 –

El vestido me quedaba impecable. Me recogí el pelo en un moño informal y me maquillé lo más elegante que supe. Abel había comprado a juego unos zapatos de charol negros cogidos al tobillo y con tacón de aguja. Se me veía alta, estilizada, glamurosa. Abel llevaba un traje de tres piezas negro con una camisa azul y la corbata negra. Se había soltado el pelo y me dieron ganas de meter mis manos por su melena castaño claro. Me tuve que contener porque no teníamos tiempo para despeinarnos y volvernos a peinar, que si no… Bajamos al salón cogidos de la mano. Abel se presentó ante el metre y este nos llevó hasta nuestra mesa. Me quedé helada cuando vi quién nos esperaba allí. Carla Belucci se levantó de su asiento para saludar a Abel, le dio dos besos con una de sus mejores sonrisas, y girando ligeramente la cabeza, me miró con la nariz arrugada. - Perdón, ¿tú eres? – me preguntó. - Carla, ella es Emma. Ya te había hablado de mi novia. – se adelantó Abel. - Oh, sí, chiaro. Te imaginaba più… più… - ¿Pija? – solté sin poderlo evitar. - Ma se la ragazza è divertente! – exclamó sin echar más leña al fuego. No entendí nada, así que preferí ignorarla. Abel me presentó al resto de asistentes. El padre y la madre de Carla, Giovanni Motta y su mujer. La madre de Abel se estaba retrasando. El diseñador, me cogió una mano para darme un ligero y educado beso y dijo: - Squisito. Mi congratulo con voi, Abel.

- Gracias, Gio. Un calor me recorrió el cuerpo, segura de que me había puesto roja como un tomate. Eso sí lo había entendido, sobre todo por los ojos con los que el diseñador me miraba y la delicadeza con la que me tenía cogida la mano. En cuanto llegó Claudia, los camareros empezaron a servirnos la cena. - Perdón por el retraso – dijo dirigiéndose sobre todo al diseñador – Me ha llamado mi marido y me ha entretenido. - Cara, por los maritos una hace lo que sea. – contestó María, la mujer de Motta. Tenía un marcado acento italiano, tal que me pareció que cantaba al hablar, pero al menos se esforzaba en hablar español. Nos sirvieron un primer plato de entrantes y empecé a comer despacio. Apenas tenía hambre, todavía me dolía mucho la regla y el ver a Carla intentando acaparar la atención de mi novio no ayudaba. - ¿No te gusta? – me preguntó Abel, que sabía lo buena comedora que era. - Sí, es que no me encuentro demasiado bien. – contesté intentando que nadie más me oyera. - ¿No te ha hecho efecto la pastilla que te tomaste en mi casa? - Me hizo un poco, pero está pasando. Debería tomarme otra dentro de una hora. Abel acercó mi cabeza hasta su cara con una mano y me besó el pelo. Giovanni sonrió al presenciar ese gesto cariñoso pero pude apreciar que a Carla no le hizo ninguna gracia. Puso una mano sobre su pierna y empezó a hablar como si yo no estuviera. - He organizzata el día de mattina para que lo pasemos juntos desde que nos alzemos. Desayunaremos aquí e iremos en auto hasta la Catedral de Notre Dame per incominciare la sesión de fotos, después… Claudia quiso entablar conversación conmigo, pensé que para que dejara vía libre a Carla con su hijo.

- He leído en el periódico que eres go-go en la discoteca que adquirió hace poco mi hijo. - Bailarina. – la corregí. - Perdón, como tú lo quieras llamar. - Pero ya no trabajo allí. Abel me ha contratado para dar clase de baile moderno en sus gimnasios. - Caramba, sí que debes de bailar bien. - Lo intento. – una punzada en el abdomen hizo que me retorciera. - ¿Te encuentras mal? – me preguntó Claudia, al parecer preocupada, aunque para mí que la veía falsa no, lo siguiente. - Eh… no es nada. – contesté. Carla había colocado una mano sobre la pierna de Abel y le hablaba completamente girada hacia él. - Più tardi iremos a hacer fotos en la Torre Eiffel… - Tienes mala cara. – interrumpió Claudia lo que trataba de escuchar. - Oh, es solo la regla. Soy así de inoportuna. – quise parecer despreocupada, pero me estaban poniendo a cien los ademanes de esa italiana. - ¿Has tomado algo para el dolor? - Me tomé esta tarde un antiinflamatorio. - Mira, casualmente llevo unas pastillas que son ideales para el dolor menstrual. – dijo sacando un pastillero de su bolsito. – Tómate dos ahora mismo. Ya verás como enseguida te sentirás mejor. - Gracias. – dije sacando una pastilla de la cajita. Me las tragué con un poco de agua y sonreí, deseando que conversara con sus amigos pijos y me dejara a mí escuchar lo que decía la millonaria que acaparaba a mi novio. Puse la mano en la rodilla que le quedaba libre demostrando que Abel también era mío, es más,

que era mío y solo mío. Como se dio cuenta, se giró hacia mí y me dio un dulce beso en los labios. - Oh, Abel!! Es de muy mala educazione girarse cuando una está parlando. – dijo Carla cogiendo la barbilla de Abel para que la mirara. Y es de más mala educación no dejar que un hombre hable con su pareja en toda la cena, pensé. Nos habían servido un plato con langostinos y rojos aderezados con una ensalada de patata. Apenas probé la ensalada. El último plato fue un entrecot al roquefort. Estaba buenísimo. Parecía que estaba en una boda. Tantos platos, tanta comida… Pero apenas había podido probar un poco de cada cosa. El dolor de abdomen y riñones me estaba atormentando toda la noche, y solo lo remataba el tener a esa zorra al otro lado de mi chico. - Oh, perdona. – le dijo Abel, volviéndose hacia ella. ¿Perdona? ¿Y yo qué? Empezaba a marearme y solo deseaba que la cena terminara para volver con Abel a nuestra suite. Me puse de pie con la intención de ir al baño, pero tuve que sentarme a punto de desfallecer. - Emma – me agarró Abel cuando me faltaron las fuerzas. - ¿Estás bien? - No… no estoy bien… Te lo llevo diciendo toda la noche… - Vamos a la habitación. Tienes que descansar. Me levantó de la silla y me agarró de la cintura para que no cayera. - Bella, sono malati? – me preguntó el diseñador al ver mi estado. - ¿Cómo? - Lo sentimos. Me temo que Emma está indispuesta. – se adelantó a contestar Abel. - Oh, quanto mi dispiace! - Non preocuparti. – siguió diciendo Abel en perfecto italiano. ¿Cuántas más cosas sabría hacer ese hombre? - Ciaoo. – oí que decía Carla cuando nos íbamos.

Tenía un sudor frío por todo el cuerpo y unas ganas repentinas de tumbarme en una cama que me hacía verlo todo borroso. Cuando estábamos en el hall camino del ascensor, escuché una voz de mando que venía de atrás. - Abel Ferri Arnau. – llamó Claudia. Nos paramos a la espera de ver qué quería esa bruja. - Espero que una vez más no me hagas quedar mal con Giovanni Motta. Si la chica está indispuesta, la dejas descansando y vuelves. - Mamá, no la pienso dejar sola. - Abel, sabes lo mucho que nos jugamos. Conforme están las cosas tengo suerte de poder seguir trabajando y codeándome con diseñadores de la altura de Motta, así que no seas estúpido y vuelve. Dio un giro de ciento ochenta grados y siguió su camino hacia la mesa en la que habían quedado los italianos. - Vamos. – dijo Abel conduciéndome hacia el ascensor. Mientras subíamos, me acariciaba la cabeza, metida sobre su pecho. Me gustaba ese refugio, su olor, su calor. Todo me daba vueltas y me moría por tumbar la cabeza. Al salir del ascensor Abel me cogió en brazos y yo me acurruqué en su cuello. Me depositó en la cama, noté cómo me desvestía y escuché cómo buscaba en la maleta mi pijama. - Tengo que ir al baño. – susurré. Abel me cogió en brazos de nuevo y me llevó hasta el aseo. Apenas recuerdo cómo me puse una compresa limpia ni cómo acabé profundamente dormida sin poder evitarlo. Lo que sí hice fue dejar mi bolsito sobre la mesilla de noche para tener a mano las pastillas que me había dado Claudia. Dios, cómo me dolía. - Baby - susurró mi chico sentado a mi lado sobre la cama – Ahora tengo que volver a la mesa si no quiero tener una gorda con mi madre. Es por trabajo, ¿lo entiendes?

Lo había escuchado, quería contestar pero era incapaz de articular palabra. No quería que se fuera. - Emma, cariño… Tengo que irme. Sentí cómo me daba un beso en la frente, me arropó y se fue.

- 29 –

- Cariño… baby… despierta mi amor… Escuchaba la voz de Abel en sueños. - Tenemos que bajar a desayunar y después tengo mucho trabajo. – decía Abel. - Mmmm… - abrí un ojo y vi la silueta de mi chico sentado sobre la cama acariciándome el pelo mientras me susurraba. - Emma, despierta… No podía moverme. Me sentía agotada y me dolía todo. Abel se levantó y se dirigió al baño. Cogí como pude el bolsito y saqué el pastillero. Me tomé dos pastillas y mi brazo cayó sobre el lateral de la cama. Estaba muerta. - Emmaaaa… Babyyyyyyy… Abel me zarandeaba intentando despertarme pero era inútil. - No puedo. – dije sin apenas voz. - ¿Sigues encontrándote mal? - Sí… muy mal… - Está bien. Yo me tengo que ir. No me gusta dejarte aquí pero tengo que trabajar. Te llamaré más tarde y si te encuentras mejor mandaré que venga alguien a recogerte. Me parecía escucharle en sueños. No tenía percepción de la realidad. De haber sido así me habría levantado de la cama de un brinco. Pero no era consciente de nada. Dormí. Dormí.

Escuché mi móvil sonando con la canción Blurred Lines de Robin Thinke. Lo escuché varias veces. En un momento que mi consciencia despertó sentí una puñalada en los riñones y otra en el abdomen, cogí el pastillero y me tragué otra pastilla. Dormí. Sonó mi móvil y dormí. Cuando llegó Abel seguía en la cama. - Oh, Emma, ¿qué tienes? ¿Es esto normal? ¿Te pones tan mala siempre que te llega el período? Seguía escuchándole en sueños. Abel me cogió el cuerpo por la espalda y me lo levantó para que quedara sentada en la cama, pero no podía sostenerme yo sola. - No.. yo… - Dime, baby… ¿qué tienes? - No lo sé… Necesito tomarme otra pastilla. – aunque la verdad es que no me estaba haciendo demasiado. Cada vez que despertaba sentía el mismo dolor. - Está bien, ¿dónde las tienes? - En el bolsito. – tenía la boca pastosa y me costaba mucho hablar. Abel devolvió mi cabeza a la almohada y cogió el bolsito que tenía sobre la mesita de noche. - ¿Qué haces tú con esto? – dijo sacando el pastillero de su madre. - Me lo prestó tu madre… ayer… para el dolor… - ¿Para el dolor? ¡Esto es tomazepam! Es lo que mi madre toma cuando está muy alterada y necesita dormir. Me cago en… - ¿Eh…? - Ven, te voy a dar una ducha. Me cogió en brazos y me llevó hasta el baño. Encendió el grifo del agua caliente y me desvistió. La ducha me despejó un poco pero todavía seguía mareada.

- Dios… Dios… la mato… te juro que la mato… - decía Abel muy cabreado dando vueltas de un lado a otro en la habitación. Yo lo miraba desde la cama intentando despertarme, pero mi cuerpo estaba sumamente relajado. - Oh, baby, ¡no sabes cuánto lo siento! - ¿Qué pasa? – susurré. Todavía no me había dado cuenta de lo que me había pasado. Solo sabía que me dolía la regla y que tenía muchísimo sueño. Es más, me parecía como si me acabara de acostar, después de habernos despedido de nuestros acompañantes italianos. Abel cogió su teléfono móvil y llamó a alguien. - ¿Serás zorra? – oí que decía. ¿Estaría hablando con Carla? Ojalá. - ¿Cómo se te ocurre engañar a Emma diciéndole que le dabas pastillas para el dolor? Lleva todo el día durmiendo… ¿Y yo qué sé cuántas se ha tomado?... Oh, sí, claro que tienes tú la culpa… Ella creía que eran para el dolor y debe de haberse tomado muchas porque apenas está consciente… Deja ya tu empeño y tus ansias de grandeza, ¿acaso no tienes suficiente con lo tuyo?... Pues entérate, entre Carla y yo nunca pasará nada… Como le pase algo a Emma te juro que… No me esperes a cenar… Me da igual si te hago quedar mal con Motta, estoy seguro de que él lo entenderá. – y colgó. Abel se tumbó en la cama a mi lado y me cobijó la cabeza entre su cuerpo. - ¿Tienes hambre? No habrás comido nada en todo el día. Estaba muy preocupado ¿sabes? No me cogías el teléfono y yo no podía venir porque tenía que hacerme fotos, y más fotos. Me gustaba escuchar su cálida voz sobre mi oreja. - Hemos tardado más porque no conseguía relajarme. Creía que estabas enfadada conmigo porque anoche te dejé sola. No me lo perdonaba… Y luego esta tarde la entrevista… Estaba deseando terminar para venir al hotel y saber de ti… Si llego a saber esto… Abel llamó al servicio de habitaciones y nos trajeron la cena a la suite. Me dio la comida como si fuera un bebé ya que yo no tenía fuerza en las manos. Hasta el día siguiente no fui consciente de lo que me había pasado.

- Tu madre me dijo que eran pastillas para el dolor y que me tomara dos. – le expliqué. - Cariño, dos pastillas de esas es como una bomba de relojería. Ahora entiendo cómo te pusiste. Lo siento, baby. – dijo besándome por toda la cara. - Tú no fuiste, no tienes por qué sentirlo. - Pero fue mi madre, y me avergüenzo de ello. - Ya, no le caí demasiado bien. - No es eso, princesa. A mí madre no le cae bien nadie que no sea Carla. - Pretende liarte con ella. – afirmé. - Sí, desde siempre. - ¿Y de verdad nunca habéis tenido nada? - De críos tonteamos un poco. Pero a mí no me gusta Carla. Me cae muy bien como amiga, pero no es mi chica ideal. Como tú. Sonreí todavía casi sin ganas. Seguía sin encontrarme bien y me dolía tener a su madre en mi contra. - Quiero irme a mi casa. – dije. - Baby, hoy tengo fotos con otro diseñador. No sé si conoces a Lucci. Es muy bueno, paga bien y no tiene nada que ver con mi madre. Bueno, me ha contactado mediante ella pero te prometo que no va a estar. Ni Carla tampoco. - Da igual. No debería haber venido. Tenía que haberme quedado en Valencia trabajando con mis chicos en sus coreografías en lugar de venir a ocupar un lugar que no me corresponde. - Oh, claro que sí. ¡No digas tonterías! Me duele mucho lo que mi madre te ha hecho pero no pienso dejar que te vuelva a pasar nada. - Abel, si tu madre pudo darme esas pastillas fue porque tú estuviste toda la noche dándome la

espalda. De lo contrario te habrías dado cuenta a tiempo. Sabía que podía hacerle daño con esas palabras, pero ahora que empezaba a recordar, era lo que necesitaba decir. Su indiferencia durante la cena me había dolido lo mismo que el pasarme todo un día durmiendo en una de las ciudades posiblemente más bellas del planeta. - Y lo que más me duele es que quería ver París por primera vez contigo, y sin embargo has pasado el día con tu amiga. - Baby, yo estoy cansado de ver París, pero puedo verlo por primera vez contigo cuando tú quieras. - Pues será mejor que lo dejemos para otro viaje. Este ya ha salido lo suficientemente mal como para que quiera que acabe cuanto antes. - Pero todavía estamos a tiempo de hacer que sea un viaje inolvidable. - Me temo que ya es tarde. Pero no te equivoques. Este viaje no lo voy a olvidar en mi vida. Me sentía enfadada con Abel. Lo de las pastillas era lo de menos. De eso ya me encargaría más adelante con su madre. Tarde o temprano tendría que volver a verla. Pero me reconcomían los celos respecto a Carla Belucci. Le había dado toda la atención durante una cena en la que yo no conocía a nadie más que a él, me había dejado sola en la habitación porque su madre le había obligado y había vuelto con su amiga, y al día siguiente había pasado el día que Carla había organizzato sin mí. Me sentía muy triste, y aunque Abel me insistiera en que todavía se podía solucionar, no me encontraba con ánimo. - Me quiero ir a casa ya. – insistí. - Está bien, te cambiaré el billete de vuelta.

- 30 –

El trayecto del avión se me hizo eterno. Estaba tan angustiada por los dos últimos días que me sentía triste. Muy triste. Cuando por fin había sido persona y había mirado mi móvil había visto que tenía dos llamadas perdidas de Lucía, una de Miky y siete de Abel. Lo había escuchado en sueños pero no había podido contestarle a nadie. Todavía no me sentía con ganas de hablar con nadie, así que pensé que quien me requiriera, que insistiera si era algo importante. Abrí la puerta de mi piso con la maleta todavía pesándome una barbaridad puesto que empezada a tener un mínimo de fuerza en las manos y enseguida mi hermano se dio cuenta de que me pasaba algo. - Emma, ¿qué te ocurre? ¡Qué mala cara traes! - Vengo de París – dije soltando la maleta y rompiendo a llorar. - Pero eso es bueno ¿no? - No he salido del hotel… me he pasado todo un día durmiendo… - decía entre sollozos. - Emma, siéntate. Ven, cuéntame qué ha pasado. – dijo mi hermano abrazándome y llevándome hasta el sofá. - Sobredosis de somníferos… - ¿Cómo? ¿Por qué? - Miky… me he sentido… me siento… como cuando en el colegio… me hacían… el vacío por ser… feaaaaaaaaaaaa… No podía parar de llorar. Me costaba respirar y se me llenó la nariz de mocos. - ¿Te ha tratado mal Abel? No me lo puedo creer.

- Él un poco por no hacerme caso cuando debería haberlo hecho… Aaaaaachissssss… Pero… fue su madre la que me drogó. - Pero ¿cómo? Conté a mi hermano lo que me había ocurrido, a duras penas porque el llanto no me dejaba hablar. - Si Abel no hubiera estado todo el tiempo girado hacia su “amiga” se habría dado cuenta de lo que su madre me daba. - Oh, cielo. Me dejas a cuadros. Cariño, he visto cómo te mira tu chico y créeme, ¡ojalá alguien me mirara a mí así! Estoy seguro de que él no lo hizo a conciencia. - Lo sé… pero lo hizo. He estado en la ciudad que más ilusión en la vida me hacía visitar y no he visto nada, he estado sola… completamente sola… y dormida… Sonó mi móvil dentro de mi bolso, pero no tenía fuerzas para levantarme del sofá. - Yo te lo cojo – dijo mi hermano – Vaya que sea Abel. Miky sacó el teléfono y colgó la llamada. - Pero ¿qué haces? – pregunté asombrada de su osadía. - Era mi madre. – me contestó. - Miky, tenía dos llamadas perdidas de ella de ayer y una tuya. Ahora cuéntame tú qué pasa con vosotros. Además, se va a pensar que he sido yo quién ha colgado. - Emma, no quiero hablar con ella. - ¿No me dijiste que la habías llamado? - Te mentí para que dejaras de preguntarme. - Pero ¿por qué? Miky, es tú madre, está preocupada por ti. Si no la llamas creo que te estás pasando con ella. - Tú no lo entiendes.

- Oh, claro que no. No lo entiendo porque hace muchos años que no sé lo que una madre siente por sus hijos. – me levanté del sofá y me fui a mi habitación. Estaba asqueada. Miky no entendía que tenía gente que le quería y me enfadaba que no lo valorase. Yo, en cambio, no tenía a nadie. Y eso era muy triste. Me tumbé en la cama y me eché la sábana por encima porque a pesar de que aunque el verano ya se estaba yendo, todavía hacía calor, mi cuerpo estaba destemplado y necesitaba arroparme. Pasé toda la mañana durmiendo. Tal vez porque necesitaba desconectar del mundo, tal vez porque todavía estaba bajo los efectos de los somníferos, pero solo me desperté en un par de ocasiones porque sonó mi móvil. Las dos llamadas eran de Abel. Ninguna lo cogí. Por la tarde, el timbre estridente de mi piso hizo que por fin despertara de casi dos días de sueño. Me levanté a abrir, refunfuñando porque Miky no se molestara en hacerlo, sentado en el sofá como estaba viendo la televisión. - Tu madre. – dije después de abrir la puerta. - ¡Mierda! – gritó Miky. Se metió en su habitación como alma de cántaro y yo abrí la puerta a Lucía cuando llegó al rellano. - Emma, cariño. Me tenías preocupada por no coger mis llamadas, pero cuando esta mañana me has colgado, ya no me ha parecido bien. Pero, ¿te he despertado? ¿estabas durmiendo a estas horas? Miré el reloj que no me había quitado de la muñeca para dormir y vi que eran las ocho de la tarde. Lucía debía de haberlo notado por los pelos despeinados y por la marca que más tarde me di cuenta de que llevaba en la cara. - Sí, recuperando sueño atrasado – me justifiqué. – Pero pasa, no te quedes ahí. Una vez dentro le pregunté si quería tomar algo. - Si tienes café hecho, un cortado, por favor. – dijo tomando sitio en el sofá.

Fui a la cocina y preparé la Dolçe Gusto con una dosis de café con leche, que repartiría en dos cortados. Los llevé a la mesita que tenía delante del sofá y me senté junto a mi madre de acogida. - Siento lo de la llamada. Debe de haberse cortado por algún roce en el bolso. Ya sabes cómo son estos teléfonos táctiles. - Ya, claro. – dijo Lucía no muy convencida. – Emma, ¿has sabido algo de Miguel? Desde que hablé contigo que estoy esperando saber algo de ti o de él, y ninguno habéis dado señales de vida. - Lucía, lo siento, pero es que yo creía que Miky te había llamado. – dije delatando a mi hermano. Estaba harta de su actitud con su madre. – Y lo cierto es que sí he sabido de él. - ¿Sí? Dime, ¿está bien? Por lo que veo sigue enfadado conmigo y con su padre. - Mejor lo compruebas tú misma. Me levanté e indiqué con la mano que me siguiera. Abrí la puerta de la habitación que hasta la llegada de mi hermano había sido de Estefanía y ahí estaba Miky, sentado en la cama con las manos en la cabeza. - ¡Miguel! – exclamó mi madre asombrada de que estuviera allí. - Oh, Emma, qué bonito. Ya veo lo que puedo confiar en ti. - Igual que yo en ti cuando me dijiste que la habías llamado. - Hijo, ¿tanto te cuesta perdonar a una madre que se ha equivocado? - ¿Cuántas veces mamá? Dime ¿cuántas veces te has equivocado y ni Emma ni yo te hemos dicho nada? En lo único que hubiera deseado que mis padres me entendieran y no, me repudiasteis como a un pordiosero solo porque no tengo las preferencias sexuales que una familia ideal desearía que tuvieran sus hijos. - Miguel, reconozco que tu padre y yo nos pasamos, pero llevo semanas intentando hablar contigo y pedirte que nos perdones y eres tú el que te niegas a arreglar las cosas. Y ¿por qué metes a Emma en

esto? - Eso, a mí no me metas. – dije saliendo de la habitación. - Oh, no, tú no te vas. – dijo Miky levantándose de la cama para cerrarme el paso. – Tú también tienes que decirle lo enfadada que estás con ellos. - ¿Yo? ¿Por qué? A mí déjame en paz. – renegué. - ¿A sí? Entonces seguirás toda la vida hablando de tus padres de acogida en lugar de tus padres, porque no tienes la confianza necesaria como para decirles lo molesta que estás porque te quitaran de las clases de ballet, lo molesta que estás porque no te hayan dicho nunca lo mucho que te quieren, lo molesta que estás porque nunca se han preocupado por ti tanto como crees que lo han hecho por mí. - Emma, ¿todo eso es cierto? – preguntó Lucía, mirándome con la frente fruncida. - Lo es. – dije en un susurró. - Madre del amor hermoso. – dijo Lucía necesitando sentarse. - ¿De verdad crees que te queremos menos que a Miguel? – me preguntó. Me quedé callada. Me sabía mal decirle lo que pensaba. Nunca creí que llegaría a hacerlo y ahora odiaba a mi hermano por haberme puesto en esa tesitura. - Dios, yo… sí, pero no lo creo, lo sé. – le contesté haciendo esfuerzos por no echarme a llorar. - En fin, supongo que me lo merezco. – dio Lucía sentándose en la cama – Hemos querido hacerte fuerte, que supieras que la vida no es de color de rosa, pero supongo que nos hemos pasado. Permanecimos callados, Miky y yo de pie, Lucía sobre la cama, hasta que mi hermano rompió el silencio. - ¿Que habéis querido hacerla fuerte? Y en cambio a mí me habéis tratado siempre entre algodones. – lo decía con despecho. - Sabíamos que tú eras más frágil. Teníamos miedo de que te hicieran daño. - ¿Y a mí no? Yo soy la chica. – dije con un hilillo de voz.

- Lo sé, cariño. Pero siempre hemos notado algo en Miguel que… supongo que en el fondo no debería habernos extrañado su preferencia sexual. En cambio tú… - ¿Crees que porque soy gay soy más débil que cualquier otro hombre? Por favorrrrr, lo que hay que oír. Miky estaba cada vez más indignado, pero en el fondo yo me di cuenta de que algo de razón sí tenía su madre. Y más después del susto que me había dado con su sobredosis. Menos mal que sus padres no habían llegado a enterarse. - No sé si será por eso, maldita sea. Pero sí, siempre hemos pensado que no eras tan fuerte como tu hermana y por eso te hemos arropado a lo mejor más de lo necesario. De ahí que Emma notara la diferencia. Oh, hija, perdóname si te has sentido desplazada. ¡Claro que Juan y yo te queremos! Te hemos criado y sí, reconozco que venías de una familia distinta a nosotros, y que por no gustarme cocinar tal vez no os haya dado la alimentación que debería. No soy perfecta y ser madre no es fácil. Siento si te quité del ballet porque no me parecía importante, pero eso no significa que no te quisiéramos. Me duele que hayas pensado eso de nosotros todo este tiempo. - Y a mí. – dije, algo arrepentida. Me daba pena ver a esa mujer, que me había dado cobijo desde los nueve años, tan triste por mi culpa. - Y tú, Miky, ¿puedes perdonar a unos padres que no hemos sabido encarar a tiempo algo que para nosotros era extraño, y que estamos muy arrepentidos de ello? - Lo intentaré, mamá. - Me conformo con eso. – dijo levantándose de la cama para darle un abrazo. Miky tuvo que agacharse para abrazar a su madre, pues le llevaba toda una cabeza, y ésta me indicó con la cabeza que me uniera a ellos. Fue la primera vez que me sentí una más de la familia. - ¿Podríais venir el domingo a comer para que os vea vuestro padre? Os prometo que encargaré una paella. - Emm…

- Allí estaremos. – corté a mi hermano, que pareciera que iba a poner alguna excusa para no ir. - Gracias. Os quiero – dijo dándonos besos en las mejillas agarrándonos la cabeza a uno y otro. – No lo olvidéis nunca. - Lo sabemos. – dije. Nunca había pensado que Juan y Lucía no me quisieran. Lo que creía era que no me querían como a Miky. Ahora me sentía un poco más feliz que esa mañana porque por primera vez había hablado con mi madre de ello.

- 31 –

Por la noche, como me sentía mejor, decidí llamar a Abel. Tenía que explicarle por qué no le había cogido sus llamadas. - Baby, estaba preocupado, ¿cómo estás? - Mejor, he pasado todo el día durmiendo y ahora no tengo sueño, pero ya no me duele la cabeza. ¿Y tú qué tal por ahí? – prefería no saberlo, pero pensé que debía preguntar. - Bien. Con Lucci el trato no es tan familiar como con Motta, pero el trabajo es bueno. Mañana por la mañana cogeré el avión de vuelta. Te echo de menos. - Bueno, seguro que no has estado solo. – me dolía saber que Carla Belucci andaba por allí. - No he estado con quien querría. - Abel, mira, yo… he estado pensado… y creo que lo mejor sería que dejáramos de vernos. – dije doliéndome cada palabra que salía de mi boca. - ¿Cómo? ¿Estás cortando conmigo? De eso nada. - Creo que yo no soy la princesa de tu cuento. Colgué el teléfono y rompí a llorar. No pasaron ni dos segundos en que sonara mi móvil, pero no contesté. No me gustaba hablar mientras lloraba, y no me sentía con fuerzas de encarar la situación sin llorar. Era viernes, y a diferencia de los anteriores en mis últimos cuatro años, ese no tenía nada que hacer. Ni ganas tenía. Salí al comedor y me tumbé junto a mi hermano, quien estaba viendo un programa de humor. No tenía ganas de reírme pero no le dije que cambiara. Estaba ausente pero por lo menos le tenía a él. Me alegraba de que estuviera allí conmigo y ya no le guardaba rencor por la jugarreta que me había gastado

esa tarde. Después de todo también se la había jugado yo a él. Estábamos en paz y los dos más tranquilos por haber perdonado a nuestros padres.

El sábado se presentó Abel en mi casa. Como no le cogía las llamadas decidió ir a verme, pero yo había salido. Me enteré porque Miky me mandó un whatsapp diciéndome que mi novio me buscaba. En la panadería, le conté a Amanda los últimos acontecimientos mientras nos tomábamos un café. - ¿Te importa si voy a dormir esta noche a tu casa? No quiero ir a la mía porque Abel puede volver a presentarse allí. En tu casa seguro que no me buscará. - Por mí te puedes quedar todo el tiempo que quieras, pero no me parece bien lo que estás haciendo, cariño. Si ese tío estuviera yendo detrás de mí, te juro que yo estaría pegada a su trasero día y noche. – dijo mi amiga. - Tú no sabes lo mal que me sentí. Lo mal que todavía me siento. - Pero nena, ese chico está colado por ti. No debes culparlo por lo que ha hecho su madre. - Necesito tiempo para pensar. - Yo salgo a las cuatro, bueno tú eso ya lo sabes. Escóndete en mi casa si quieres. - Gracias. - No me las des, no debería dejarte. – dijo levantándose de la silla para acudir a su trabajo. Fui a mi casa a prepararme una mochila con ropa temiendo encontrarme a Abel en la puerta. Por suerte, no fue así. Sabía que me estaba comportando mal, pero no podía hacerlo de otra manera. Yo era así, cuando alguien me hacía daño, huía. Acudí al horno a las cuatro y me fui con mi amiga a pasar el resto del día y noche en su casa. Al menos no estaría sola y me entretendría con su hija. - Amanda, si pensabas salir estar noche… - empecé a decir, dándome cuenta de que era sábado. - No, nena. Si dejé el trabajo en Dance City era para dedicarme a Martita, así que no, no salgo.

- Me alegro mucho de que tengas tiempo para estar con tu hija. - Y yo. Mi hija me necesita ¿sabes? Esa es la diferencia entre deprimirme y no salir de la cama ante las adversidades o salir adelante como sea. Hay una personita que no puede tener una madre inactiva. - Lo sé. Y yo ayer no fui a trabajar porque Abel ya había avisado a mis alumnos que no iría en toda la semana, pero el lunes no pienso faltar a mis clases. – dije sabiendo que su comentario era por mi actitud. - No esperaba menos de ti, cielo. Y dime ¿qué peli te apetece más ver? ¿Aviones, Monstruos University, Cars, Tiana y el sapo, Rapunzel, Brave…? - Esa. – la corté. - Está bien. Marchando una de Brave. Martaaaaaa, vamos a ver una peeeliiiii. – llamó a su hija. La niña se sabía la película de memoria. “Ahora es cuando la niña convierte en oso a su madre, ahora es cuando intentan matar al oso, ahora Mérida les convence de que es su madre…” Después Marta pidió que viéramos Romperalf, y como no, también nos la fue contando. Recibí un whatsapp de Abel. “Baby, no entiendo por qué no me coges el móvil ¿qué he hecho mal?” “No es culpa tuya, es mía, pero déjame tranquila”, contesté. “¿Que te deje tranquila?” “Sí”. Amanda, que me miraba de reojo mientras escribía, vio cómo caía una lágrima por mi mejilla y me cogió el móvil de un zarpazo. - Ey, dame eso. - De eso nada, bonita. – dijo echando a correr por la casa mientras escribía. - ¿Pero qué haces? Tía, por favor.

Amanda se había metido en el baño y había echado el pestillo. - Tía, no te pases. No sé qué pretendes pero no te metas en mis cosas, por favor. – dije desde el pasillo, esperando que abriera la puerta del baño. - ¿Qué hacéis? Os estáis perdiendo la película. – dijo Marta, desde el comedor. - Enseguida vamos – le grité – En cuanto tu madre salga del aseo. Amanda salió y me devolvió el teléfono. Leí “hola, soy Amanda. Emma es una pava q se cree una mierda pinxá en un palo, así q o le ayudas a subir esa autoestima o lo vuestro se acaba nene”; “Hola Amanda, lo estoy intentando, pero ha habido un problema familiar q no sé cómo arreglar”; “pues hazlo”; “estoy en ello”. - Tíiiiiiiiiaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. – le grité. - Anda, pava, ven y come palomitas. - Ya te vale. – dije sentándome en el sofá con madre e hija. - Ya, ya. Al día siguiente Miky y yo fuimos a comer a casa de Juan y Lucía, tal como habíamos prometido. - Emma, Lucía me ha contado cómo te has sentido los últimos dieciséis años y créeme que lo siento. – dijo Juan en cuanto me vio. - No te preocupes ¿vale? No pasa nada. – dije dándole dos besos. Pero Juan me agarró y me abrazó con fuerza. - No, sí que pasa, claro que pasa. Le devolví el abrazo, agradeciendo esa muestra de cariño en un momento en que precisamente tanto necesitaba. - Pues ya que estamos en la semana de la sinceridad, tengo que deciros que vuestra alimentación a mi hermanita no la benefició en nada. Dejando a un lado que yo siempre me crie gordo, de sobra sabéis

que esta preciosidad no lo estaba hasta que llegó aquí, y eso le costó una baja autoestima que hoy en día aún no ha conseguido superar. - Pero hija, ¿por qué? ¡Hay mucha gente gorda y muy feliz! - ¿Conoces algún niño gordo feliz? – preguntó Miky. – Por mucho que yo intenté protegerla, sabéis que los niños son crueles, y se metieron mucho con ella… como conmigo. - ¿Y por qué no nos lo dijisteis? – preguntó Juan. - No sé, tal vez nos daba vergüenza reconocerlo. – dije. - ¿A qué padre le gustaría oír eso? - ¡Pero podríamos haber hecho algo! - ¿El qué? – preguntó Miguel – No hubierais hecho nada. Lucía apretó los labios, y a punto de llorar, se dirigió a la cocina a preparar una ensalada. Juan nos dio un abrazo colectivo a Miky y a mí y nos susurró “lo siento” en los oídos. Comimos paella encargada en el restaurante de la esquina, papas, aceitunas, ensalada y almendras. Mi hermano y yo pasamos la tarde de tertulia con nuestros padres. Noté que se esforzaban por recuperar el tiempo de cariño que habían perdido conmigo e intentaban entender la inclinación sexual de su hijo. Incluso le preguntaron si tenía pareja y Miky les contó muy resumido lo que le había pasado con su novio Sergio y el dilema que ahora tenía entre él o David, aunque a quien de verdad quería era al primero, su inseguridad le hacía dudar siempre de él, cosa que no le pasaba con David. De verdad que si hubiéramos sido hermanos de sangre no nos habríamos parecido tanto. Me sorprendió cuando Lucía me dijo que había visto los comentarios que hacía la prensa de mí. Por supuesto me interrogó sobre mi relación con Abel, curiosa como el que más de saber cual era la verdad de la noticia. También resumí lo que pude. Es decir, que ni mi hermano contó lo de su sobredosis ni yo conté lo de la mía. Me pregunté qué habría hecho Abel ese día. Lo echaba de menos, echaba de menos mi trabajo en Dance City y echaba de menos hasta cuando me miraba maldiciendo el momento en el que mis pies habían pisado el escenario.

Por la noche recibí un whatsapp de él. Un cosquilleo en las tripas me invadió mientras lo abría. Temía que fuera él quien no quisiera saber más de mí, porque aunque yo le estaba dando largas, en realidad no quería que la relación se terminara. “Siento muchísimo q no me diera cuenta de lo q t daba mi madre. M gustaría poder repetir el viaje a París los dos solos, sin trabajo ni añadidos.” Como no le contesté, a los diez minutos me mandó otro. “No sé si sirve d algo pero kiero q sepas q entre Carla y yo nunca ha pasado nada, ni pasará, por muxo q lo intente mi madre” Me gustó leer eso pero aun así, no tenía nada que decirle, por lo que seguí sin contestar.

- 32 –

El lunes acudí al gimnasio a trabajar, pues era lo único que me apetecía hacer, además de que era mi obligación. Bailando me olvidaba de todo. Tenía cuatro coreografías que preparar y mis chicos estaban muy verdes. Incluso le pregunté a la pava de recepción si sabía qué se hacía cuando yo no estaba en mi sala para saber si podía ocuparla media hora más con cada grupo, aunque cobrara lo mismo. El dinero no me importaba. Lo que quería era estar ocupada. Cuando Blanca, pues así me enteré de que se llamaba aunque no por ella precisamente, me dijo que esa aula el jefe le había dicho que era solo para mí, decidí que si mis alumnos querían, alargaría la clase hasta la siguiente o hasta que estuvieran tan cansados que me pidieran dejarlo. Y así fue como la primera hora esquivé hablar con Abel. Cuando se suponía que había terminado la clase lo vi tras el cristal esperando que saliera, pero nadie lo hizo, y al cabo de diez minutos desapareció. Mis alumnos bromearon sobre el control que ejercía el jefe sobre mí y yo les quise reír la gracia, aunque por dentro solo tenía ganas de llorar. Al acabar con la segunda clase, salí lo más rápido que pude y me fui sin despedirme de nadie. Abel me llamó a mediodía pero lo ignoré. Por la tarde, cuando pasé por su despacho de camino a mi aula, no pude evitar escuchar, puesto que la puerta estaba abierta, cómo Blanca hablaba con su jefe. - Jefe, por favor, te pido que me hagas una prueba, y si no te gusto pues no, pero te aseguro que Emma no tiene nada que ver con como bailo yo. - ¿será zorra? ¡Pero si sabe ser amable y todo! ¡Por eso es tan gilipollas conmigo! ¡Porque quiere mi puesto! - Ya te he dicho más de una vez que decidí darle a ella el trabajo y que no voy a probar a nadie. - ¿Ni siquiera a mí? – preguntó con voz sexy. Me dieron ganas de entrar y tirarle de los pelos, pero estaba abatida. Pasé de largo y entré en mi

clase, donde los alumnos ya me esperaban. Alargué casi media hora, pero cuando salí un enorme brazo me agarró la mano y me condujo sin pausa hasta su despacho. Entramos, cerró la puerta con llave y me empotró contra la pared plantando sus gruesos labios sobre los míos. Dios mío, cómo anhelaba esos besos. Respondí agotada por la tristeza a sus ansias absorbiendo su boca como si quisiera hacerla mía, pero cuando me di cuenta de que eso nunca pasaría, me volvió la melancolía y lo aparté con todas mis fuerzas. - Baby, ¿se puede saber qué pasa? Te he pedido perdón por lo que te hizo mi madre, sabes lo importante que eres para mí, ¿qué más puedo hacer? – preguntaba Abel intentando entenderme. - Lo siento. – dije – Aunque suene a tópico, no es por ti, es por mí. No merezco estar contigo así que será mejor que lo dejemos estar, tengo demasiados fantasmas en la cabeza y no creo que pueda ser feliz con una persona como tú. - ¿Cómo? – Abel me miró con la frente fruncida y sus preciosos ojos azules entrecerrados. Cada vez me entendía menos, y yo no me veía con fuerzas para decir nada más, así que salí del despacho y me fui, dejándolo solo y enfadado. Llegué a mi piso y me fui directa a la cama a hincharme de llorar lamentando mi forma de ser y de pensar ¿por qué coño tenía que ser así? Para algo bueno que me pasaba en la vida, no lo podía aceptar. Mi hermano no estaba en casa y ni siquiera me molesté en averiguar dónde estaba, ya era mayorcito. Desde luego, Miky tenía razón, la había cagado. Por la noche, y para más inri, como me sentía tan desdichada, se me ocurrió llamar a la única persona con la que me sentía a gusto y que siempre estaba ahí. “Hola guapo”, decía el whatsapp que mandé a Nacho. “Hola preciosa, com estás?”, contestó a los treinta segundos. Sabía que desde el momento en que le había dicho guapo me estaba exponiendo, pero era eso lo que quería. “Sola”.

“Quieres venir a mi casa?” “Sí” “Ok, t espero”. En menos de una hora estaba tocando el timbre del piso de Nacho. Entré y me agarró de una nalga apretando su sexo contra el mío. Me recibió solo con vaqueros y no pude evitar darme cuenta de lo sexy que se le veía. Desde luego Nacho no estaba nada mal. Me besó fuerte, añorando los días que hacía que no estábamos juntos, y yo no pude evitar comparar sus labios con los que me habían besado hacía apenas unas horas. Nacho me cogió en brazos y me cargó hasta su cama. Me soltó una vez allí y me bajó los vaqueros hasta los pies. Yo me había quitado las bailarinas antes de caer en la cama y enseguida quedé en braguitas y con las piernas abiertas para él. Necesitaba sentir. Había terminado el período y me sentía deprimida porque nunca más estaría con Abel. Nacho era el mejor sustituto. Metió su mano y pellizcó mi clítoris mientras con la otra se desabrochaba el cinturón. Me penetró un dedo y luego otro y noté cómo se relamía al sentirme húmeda. Mientras se ponía el condón, saqué las braguitas entre mis piernas y me quité la camiseta. Nacho penetró su polla dentro de mí fuerte, y grité Síiii porque era lo que necesitaba. Y si me dolía, tanto mejor. Necesitaba sentir un dolor que fuera más fuerte para olvidar lo que me dolía el corazón. Pero ese dolor me gustaba. Sentirme penetrada por semejante miembro… levanté las caderas para ayudarle a entrar cada vez más profundo, más fuerte, más intenso… hasta que la necesidad de ambos hizo que llegáramos al orgasmo apenas juntos y ese morenazo de ojos castaños que tenía encima cayó con la respiración entrecortada. - Oh, nena… no sabes cómo me pones. – susurró. Le sonreí y permanecimos abrazados durante unos minutos. Parecíamos una pareja pero ambos sabíamos que distaba mucho para que eso fuera así. Habíamos follado, nos habíamos quedado a gusto, y no había nada más que añadir a eso. Puro sexo. Con Nacho nunca habría más. Y para pasar el rato no estaba mal. Si no fuera porque después de sentirme colmada un sentimiento de culpa inesperado me invadió por todo el cuerpo, incluso me habría quedado y habríamos repetido. Pero un pellizco en el

estómago me hizo levantarme de la cama, limpiarme y despedirme de Nacho hasta la próxima, porque seguro que la habría. - Cuando quieras, nena. – dijo mirándome con cara traviesa cuando me despedía en la puerta. Llegué a mi casa y decidí que no valía la pena pensar porque cuanto más lo hacía peor me sentía. Mi vida estaba afectada por una falta de cariño absoluta, por mucho que ahora mis padres dijeran que me habían querido. Nunca lo había sentido, así que algo había ahí que no me cuadraba. Les había perdonado, en parte porque ahora bastante tenían con que su hijo, sangre de su sangre, hubiera renunciado a ellos por no sentirse aceptado. Ambos habíamos aceptado que Juan y Lucía eran como eran y preferíamos estar a buenas con ellos. Aun así, tanto mi hermano como yo estábamos dolidos porque nos faltaba algo que se requería en la figura paterna y que ellos no sabían dar, aunque no lo hicieran con malicia. Nos querían, sí, pero a su modo.

Los tres días siguientes no vi a Abel. No apareció por los gimnasios y yo lo agradecí. Esperaba que cumpliera con su palabra y que nuestra relación no afectara a nuestro contrato laboral y de momento parecía que así era. El viernes por la mañana recibí un whatsapp de él. Lo abrí con entusiasmo porque esperaba que me dijera algo que me levantara la autoestima, ¿no me había prometido que se encargaría de eso? ¿Por qué aceptaba sin más que le dejara? Tal vez no le importaba tanto como me había dicho el lunes por la mañana. De nuevo el sentimiento de culpa me invadió, ¿y él a mí? ¿Por qué había acabado esa noche en la cama de Nacho? Porque necesitaba sentirme amada y aunque follar no significara amor, para mí era más de lo que tenía cuando me sentía tan sola. Pero el whatsapp no era de él directamente. Había hecho un grupo llamado empleados de Abel Ferri y desde allí me llegó la invitación a la fiesta: “Hola a tod@s, con motivo de mi reciente asociación en la discoteca Dance City y por la incorporación de nuevas caras en la empresa, el próximo jueves día 26 celebraremos una fiesta de empleados. Acudid al hotel Beatriz Rey D. Jaime, situado en la Av. Baleares, nº 2. A las nueve y media. Espero que no falte nadie. Saludos.”

Sentí ganas de llorar. Estaba en la clase cuando lo abrí y tuve que contenerme. No quería que mis alumnos se preocuparan y mucho menos que me preguntaran el motivo de mis lágrimas. Tendría que esperar a estar sola para desahogarme. Empecé a dar mi clase de baile convencida de que ahora para Abel era solo una empleada más. Y me dolía hasta el alma que fuera así.

- 33 –

Salí del gimnasio y me fui directa a la panadería. Necesitaba ver a Amanda y desahogarme con mi amiga. - Chiquilla ¿qué te pasa? – me preguntó en cuanto vio la cara con la que entré. - Lo he dejado con Abel. – dije con un hilillo de voz. - Ay, guapetona, no te deprimas que tú vales mucho. - De eso nada, no valgo una mierda. - ¿Pero qué dices? Como te vuelva a oír decir eso te meto una leche que se te quitan las ganas. A ver, cuéntame qué te ha hecho ese mal nacido. - No me ha hecho nada. He sido yo la que lo ha dejado. - Pero, pero, ¿por qué? ¿te ha puesto los cuernos? Mira que la prensa tanto decir tanto decir con esa tal Carla Belucci que al final va a ser… - No, no creo que lo haya hecho. Confío en él. Es solo que yo no estoy acostumbrada a estar con hombres importantes como él, y se me hace grande. Yo soy muy poco ¿entiendes? - No, hija, no te entiendo. - Bueno son cosas mías. Supongo que él tampoco ha entendido por qué lo he dejado, pero lo cierto es que… - estaba empezando a llorar cuando salió Elvira de dentro del horno. - Emma, te estaba oyendo pero no podía salir a saludarte sin que se me quemara algo dentro. – me dijo mi excompañera de trabajo. - Tranquila, no pensaba irme sin verte. - Pero lo cierto es que ¿qué? – siguió Amanda interesada en lo que tenía que decir.

- Pues que esperaba que insistiera un poco y que acabara convenciéndome de que mis miedos eran absurdos… pero no lo ha hecho. - Chica, es que cuando a uno le dejan no se ve muy bien que vaya detrás del ex para que vuelva ¿no? – preguntó mirando a Elvira – Y menos Abel Ferri Arnau, chica que es modelo, puede tener a quien quiera. - Lo sé. - ¿Qué has dejado a Abel Ferri? – preguntó Elvira gritando. - Sssssssh – chisté poniéndome el índice en los labios. No quería que saliera Ángeles y les llamara la atención por estar cotorreando conmigo. Me pedí unos macarrones y una Coca-Cola para que al menos si salía la jefa viera que estaba consumiendo. Mientras Amanda me servía, resumí brevemente lo que me había pasado la semana anterior. - Joder, tía, qué fuerte lo de su madre. – dijo Elvira. Amanda ya lo sabía porque se lo había contado el sábado que habíamos pasado la noche juntas. - Y ahora… después del whatsapp que he recibido esta mañana, lo que tengo ganas es de vengarme. – dije sorprendiéndome a mí misma. - ¿A qué te refieres? – me preguntó Amanda. - Quiero ir a Dance City, pasármelo bien y que Abel vea que no me importa que me haya ninguneado, que estoy súper feliz sin él. ¿Te apuntas? - No, tía, lo siento. Sabes que si dejé de trabajar fue para estar con mi hija. Apenas salgo pero me da igual, estoy disfrutando de Marta como nunca lo había hecho antes. Además, aunque quisiera, mañana tengo que abrir a las seis de la mañana. - Oh. – la decepción me invadió y las lágrimas se me saltaron. - No te preocupes Emma, yo iré contigo. – se ofreció Elvira. Nunca había salido con ella de fiesta porque lo cierto es que mi única fiesta estaba en Dance City y

yo trabajando. La vi tan entusiasmada que no pude rechazarla. - Genial. – dije quitándome las lágrimas de los ojos. Quedé con ella en que la recogería a las once, después de que cada una cenáramos en nuestra casa. Me fui del horno entusiasmada ante la idea de salir esa noche con Elvira. Lo cierto es que no tenía amigas con las que salir porque mi vida se reducía a mis trabajos y esa noche sería algo nuevo para mí. Ir a Dance City sin tener que trabajar, saber lo que sentían los que iban cada semana solo para divertirse. Tras una larga ducha y de plancharme el pelo para dejarlo lo más liso posible, me maquillé un poco más de lo que acostumbraba cuando iba a la discoteca a trabajar pero menos que como salía después de pasar por el vestuario. Me puse un vestido blanco. Me encantaba vestir de blanco o de negro. No es que estuviera muy morena ya que apenas me había dado ese verano el sol gracias al trabajo, pero mi piel no era demasiado blanca y el vestido resaltaba haciéndome parecer más oscura. En la discoteca quedaría ideal. Me puse las botas blancas y me fui a por mi amiga. Elvira ganaba mucho fuera de la panadería, sobre todo vestida de fiesta. Se había puesto una minifalda negra ceñida que le quedaba como un guante y un top rojo que enseñaba el ombligo. Su melena negra bien peinada brillaba como nunca le había visto y sus mejillas sonrosadas por el colorete le daban un aire angelical. Se había pintado los ojos con col haciendo resaltar el color castaño verdoso. En resumen, estaba más guapa que nunca. Pasamos primero por un pub de Ruzafa que Elvira dijo que conocía y que estaba la bebida muy barata. No me hacía gracia beber sabiendo que iba a conducir tan pronto pero me dije que controlaría. Lo cierto es que necesitaba entrar en Dance City por lo menos un poco entonada. Me encontraba más perdida que un pulpo en un garaje. Mis ojos no dejaban de mirarlo todo alucinando con la gente que había allí, bebiendo cerveza sin parar, gritando, riendo… Madre mía lo que me había estado perdiendo. Elvira y yo nos pedimos unas jarras de cerveza y nos sentamos en una mesa a bebérnoslas mano a mano. - Madre mía, si me bebo todo esto de un tirón ya te digo que luego coges tú el coche. – dije.

- Anda, ya será menos, que para lo que me contabas que hacías tú esto no es nada. - Y tanto que sí, yo bebía poco a poco, y lo iba rebajando con el sudor del baile. Para cuando tenía que coger el coche ya se me había pasado todo. - Creo que necesitas salir más a menudo. Emma, lo que me has contado siempre de tu trabajo es increíble, pero nunca has podido disfrutar de la compañía de amigas, de novio… Ahora tienes que aprovechar para hacerlo. - Tienes razón, sobre todo en lo referente a las amigas. Y oye, ¿tú vienes mucho por aquí? - Normalmente antes de ir a cualquier lado venimos aquí mi grupo de amigos. Cuando quieras venir con nosotros te los presentaré. Quién sabe, igual te gusta alguno de mis amigos. - Seguro. – contesté, pensando en la fama que me habían puesto Amanda y Estefanía como si fuera que me gustaran todos los hombres. Nos bebimos las dos jarras, y pese a que yo ya estaba contenta, Elvira pidió una más para compartir. Salimos del pub riéndonos de todo y ya no estaba nerviosa por saber que seguramente esa noche vería a Abel y tendría que ningunearlo como él había hecho conmigo en el whatsapp. Llegamos a la discoteca y el segurata se asombró al verme. Al parecer ya todo el mundo debía saber que yo no trabajaba allí y nadie esperaba que fuera de visita. Mejor, así los sorprendería. No hizo falta ni hacer el amago de pagar la entrada, directamente Manolo nos indicó con la mano que entráramos y me guiñó un ojo cuando pasé por su lado. Noté cómo miraba a Elvira y aceleré el paso para que no nos entretuviera, aunque me costó porque la cerveza había hecho que me diera por hablar con todo el mundo. Elvira había conducido el coche hasta la disco ya que estaba más acostumbrada que yo a beber y conducir. - Muy mal!! – le reproché – Eso no se hace colega, si te pilla la poli flipas, y además, ¿y si nos matamos? – pero estaba borracha y todo sonaba a broma. Entramos y ya había gente. Eran la una y media de la madrugada, a esa hora mis excompañeras llevaban ya una hora y media bailando, y yo llegaba feliz, dando botes, riéndome de todo, y sobre todo, libre. Fuimos directas a la barra, saludé a los camareros, y pedimos dos cubatas de whisky con red bull.

¡Que viniera ahora Abel para decirme lo mala que era esa combinación! Miré al escenario y vi que estaban bailando Merche y Rebeca. Me pregunté cómo sería mi sustituta. Cuando hice el amago de pagar, Raúl me indicó con la mano que no hacía falta y yo se lo agradecí. - Con que me dediques luego uno de tus bailes me conformo. – me dijo. - Eso está hecho. - Guauuu!! – exclamó Elvira en mi oído - ¡Vaya vaya con el camarero! - ¡Elvira, vaya vaya contigo! Que acabamos de llegar. - Tía, no dirás que no está nada mal. - Para nada. – me eché a reír contenta porque Elvira era más divertida de lo que me esperaba. En el horno se mostraba discreta, más bien introvertida. Me contaba cosas de su vida pero nunca me había dicho lo bien que se lo pasaba cuando salía. Mientras tomábamos cerveza me había estado poniendo al día respecto al chico que había conocido. Ya no estaba con él. No había resultado ser lo que se esperaba. Así que estaba soltera y sin compromiso, como yo, aunque no me acababa de hacer a la idea de que ya no estaba con Abel. Abel. ¿Dónde estaría? Nadie me había dicho nada de él. - Vamos al centro de la pista. – dije. Me moría de ganas de saber lo que se sentía bailando ahí, dentro del meollo, entre toda la gente. Enseguida hicimos sitio. Mis pasos de baile requerían espacio y la gente fue muy amable al cedérmelo, aunque fuera solo para observarme. Me di cuenta de que nadie hacía mucho caso a las del escenario, sino que Elvira y yo estábamos haciendo corrillo. A ella no se le daba mal. No era bailarina, pero se movía más que muchas personas. Empezó a imitar lo que yo hacía y me encantó porque parecía que estuviéramos haciendo una coreografía. Desde luego aprendía rápido. Cambió la canción, pusieron una que no me gustaba demasiado y le dije a Elvira que fuéramos a la barra a por otro cubata. Llegamos al sitio favorito de Abel y allí estaba él. Se había cortado el pelo y lo llevaba suelto,

escalonado por encima de los hombros. Llevaba una camiseta de manga corta negra que le quedaba ajustada y le marcaba su pecho musculoso, unos vaqueros blancos y unas botas negras. Dios, qué guapísimo estaba. - ¿Quieres que vayamos a otro sitio? – me preguntó Elvira cuando se dio cuenta. - No. Me apoyé en la barra para decirle a Raúl lo que quería y que así él me viera. Se giró sorprendido. - ¡Emma! – exclamó. - Hola. - ¿Qué haces aquí? - Lo que todo el mundo, divertirme. ¿Te acuerdas de Elvira? Mi compañera del horno. - Sí, claro. Hola. - Hola. – saludó Elvira con la mano. - No pensé que te vería por aquí. - Pues ya ves… En cuanto Raúl nos puso los cubatas de Red Bull le guiñé un ojo a ¿mi exnovio? y volví con mi amiga a la pista. Desde allí, no le quité la vista de encima, consciente de que él también me miraba. De pronto se le acercó Merche y se sentó en un taburete a su lado. Mierda. Empezó a enrollarse el pelo en un dedo como acostumbraba mientras le hablaba a su jefe de quién sabe qué. Me puse a bailar con Elvira intentando ignorarlo y de pronto noté unos brazos que rodeaban mi cintura. Me emocioné pensando que sería Abel pero cuando me giré la sorpresa se reflejó en mi cara. ¿Qué hacía Nacho allí? - Hola, guapísima, ¿qué haces que no estás en el escenario?

- Ya no trabajo aquí. – contesté sin salir de mi asombro. - No me lo habías dicho. - No. ¿Y tú qué… qué haces aquí? - ¿Tan raro te parece? - Bueno, no es que solieras venir mucho… - He venido a verte. - Pues no debería estar aquí. - Deberías habérmelo dicho. Pero no pasa nada, el caso es que estás. - Sí. Me había quedado inmóvil hablando con él y había olvidado a mi amiga. Me giré y la vi bailando con un chico rubio de ojos grandes. Se la veía entusiasmada, así que decidí que le presentaría a Nacho cuando no estuviera tan ocupada. - ¿No te alegras de verme? Me dijiste que querías algo más serio, ¿no? – me preguntó Nacho. - Sí, pero… tú nunca has querido nada, ¿por qué ahora? - No sé, nena, últimamente me apetece verte más, eso debe significar algo. Me acercó a él y cogió mi cara con las dos manos para darme un beso. No quería pasarme demasiado con Abel porque en realidad era con él con quien deseaba estar, pero cuando lo miré y vi que tenía una mano puesta en la cintura de Merche mientras ésta le decía algo en el oído, el corazón se me aceleró y dejé que Nacho introdujera su lengua en mi boca. Lo besé con pasión, como eran siempre los besos que nos dábamos, pero algo me decía que no estaba haciendo lo correcto. De pronto, sentí náuseas porque me pareció que me subía todo el alcohol de golpe y tuve que soltarme de Nacho y salir corriendo a los aseos. Por el camino, un brazo fuerte me agarró para detenerme. - ¿Se puede saber de qué coño vas? – me gritó Abel.

- Lo siento, ahora no puedo pararme. – dije intentando soltarme. - Oh, claro que sí que te vas a parar. – Abel me llevaba arrastrando y yo cada vez tenía el vómito más cerca. Dios, tenía que ir al baño urgentemente. En lugar de eso, Abel me metió en el despacho, en el que afortunadamente no había nadie, y yo, mareada como estaba, busqué la papelera y me fui directa a ella para vomitar. Abel se quedó apoyado sobre la mesa viendo el espectáculo. Cuando terminé, me tendió un pañuelo de papel de la caja que Francisco tenía siempre sobre la mesa y me limpié la boca. - Ahora me vas a decir qué pasa contigo. – dijo Abel con fuego en los ojos. - No sé de qué hablas. - ¿A no? Vienes aquí a sabiendas de que me vas a ver cuando me has estado evitando toda la semana, me dejaste y todavía no entiendo el por qué, y te enrollas con un buscavaginas que se supone que ya habías mandado a la mierda delante de mis narices, ¿te estás riendo de mí o qué? - No. – bien pensado, Abel tenía toda la razón. Pero yo era así de metepatas. – Te dejé porque no puedo salir con alguien tan importante como tú. - Emma, no empieces con esas tonterías. - Lo que hizo tu madre… - Joder, ya sé lo que hizo, no me hablo con ella desde entonces – gritó – Pero fue mi madre, no yo. - Lo sé, pero… - ¿Pero qué? - Nada, déjalo, siento lo de Nacho, no volverá a ocurrir. - Ah, ¿y ya está? Lo sientes. - Sí.

- Joder, joder, joder. – Abel dio una vuelta por el despacho y acabó dando un golpe a la pared con el puño. – Mira, yo… no estoy acostumbrado a esto. - Imagino que no estás acostumbrado a que te dejen. - No me refiero a eso. Me refiero a que no estoy acostumbrado a que me vuelvan tan loco como tú. No sé qué hacer contigo. - Me dijiste que… - ¿Qué? - Nada, déjalo. ¿Puedo irme ya? Mi amiga está sola y no sabe por qué me he ido. - Vete.

- 34 –

Salí del despacho a punto de llorar. Cómo decirle todo lo que sentía sin parecer miserablemente estúpida. Me acababa de ver besar a otro tío porque me había puesto celosa ver su actitud con Merche, no es que no fuera a echarme toda la culpa de mis actos, pero estaba claro que lo mío era peor. Cada vez me sentía peor y me odiaba por ser así. Ansiaba tanto sentirme amada que aprovechaba cada muestra que cualquiera pudiera darme. Y esta vez la había jodido, y bien jodido. Llegué hasta donde había dejado a mi amiga y a Nacho y los encontré a Elvira bailando con el mismo rubio, y a él quieto con su grupo de amigos. No quise pensar que me estuviera esperando sino que agarré a mi amiga del brazo y la aparté del guaperas para hablar con ella. - Tía, me tengo que ir. No me encuentro bien. - Oh, vale, vámonos. – tuve la sensación de que le había cortado el rollo y me sentí mal por ella. Habíamos ido con mi coche y la obligaba a irse a ella también. - ¿Qué tal con el rubio? ¿Quieres quedarte con él? - No, me voy contigo. No quiero que te vayas sola. - Pero si a mí no me… - no me dejó terminar. Elvira me cogió de la mano y empezó a meterse entre la gente para salir de la pista. No quise mirar a Nacho. Preferí que pensara que había ido a cualquier sitio de la discoteca como a tomar algo a la barra. Salí de la discoteca mareada y todavía con ganas de vomitar. - Yo conduciré. – dijo Elvira – No estás para hacerlo tú. - Pero si te tengo que llevar a tu casa y después irme yo sola hasta la mía, ¿qué importa si llevo yo el coche desde ya?

- De eso nada bonita. Me voy a llevar a mi casa y tú te vas a quedar conmigo. No pienso dejar que te vayas sola a ninguna parte. Me callé y simplemente le pasé las llaves del coche. A los pocos minutos de salir del parking me llegó un whatsapp. Saqué el móvil con la esperanza de que fuera Abel. “dnd estás?”, me decía Nacho. “Lo siento, me he ido” “Podías haberme avisado”, este mensaje iba acompañado de una cara enfadada. “Podía”, contesté. Cerré el whatsapp y guardé el móvil en mi bolsito, bajé la ventanilla para que me diera el aire y apoyé la cabeza en ella. No hablamos en todo el camino excepto cuando Elvira me preguntó “¿cómo estás?” y yo le contesté “regular”. Elvira vivía en un loft en la avenida Baleares. Lo había alquilado junto con su novio hacía tres años, pero la convivencia no salió bien y lo dejaron al año y medio. Mi amiga se había quedado en el pisito porque como trabajaba no le apetecía volver al hogar materno y desde entonces vivía allí sola. De camino, pasamos por el hotel Beatriz Rey D. Jaime y no pude evitar recordar la cena a la que dentro de unos días estaba invitada. ¿Y si no iba? Nadie me echaría en falta porque la verdad es que la mayoría de los empleados no me dirigían la palabra por miedo a que el jefe se enfadara, y las mujeres me odiaban. Si se enteraban de que ya no estábamos juntos se alegrarían mucho y se estarían mofando de mí, eso no me cabía duda. La única con la que me llevaba bien era con Noelia pero no me parecía fuerza suficiente como para que me entusiasmara la idea de tal acto. Una vez en el loft, Elvira me dejó su leche limpiadora para que me desmaquillara y me senté en la cama a hacerlo. No tenía fuerza ni para ponerme en pie, estaba agotada. - Pijama. – dijo Elvira tendiéndome una camiseta y un pantalón corto.

- Gracias. Mi amiga se sentó a mi lado y abarcó mi espalda con su brazo. - Se solucionará, ya lo verás. - No lo creo. – dije empezando a hacer pucheros. – La he vuelto a cagar. He besado a Nacho para ponerlo celoso y eso no ha estado bien. Yo no se lo perdonaría jamás. - Pero, ¿por qué le besaste? ¿No estás enamorada de Abel? - Claro que sí. Pero él me estaba provocando con mi excompañera y yo… Sé que el dolido debería de ser él porque lo dejé yo pero… - Para empezar, tú has querido ir allí para verle. - Sí, porque estaba enfadada. - Pero… - Elvira, entenderme a mí es muy complicado y estoy demasiado cansada. Si te parece después de dormir hablamos ¿vale?

Pero después de dormir, la panadera seguía sin entender por qué si yo le había dejado me molestaba tanto que me mandara el mismo mensaje que al resto de mis compañeros, por qué había besado a un tío delante de él y por qué me sentía tan miserable como para no poder aceptar que Abel sintiera algo por mí. A mediodía me llamó Miky porque estaba preocupado por mí. - No te preocupes tete, anoche bebí más de la cuenta y me quedé a dormir en casa de Elvira porque no estaba en condiciones de conducir. - Pero ¿estás bien? ¿va todo bien? Te noto mal. - Estoy bien. ¿Estás en casa?

- Sí. - Pues ve preparando algo de comer que enseguida voy para allá. - Ok, cabra loca. Me despedí de Elvira no sin que antes tratara de convencerme para que esa noche saliera con ella y sus amigos, y aunque una vocecilla me decía que lo hiciera, que me ayudaría a desconectar de Abel y que seguro me lo pasaría bien, lo cierto es que no me apetecía nada. Prefería ir a mi casa y llorar, llorar y llorar hasta que no me quedaran más lágrimas, y entonces ya podría seguir con mi vida y asumir que Abel a partir de ahora tan solo sería mi jefe. Mi hermano preparó pasta con atún y mientras comimos le conté mi desastrosa noche. - Mira que te dije que la cagarías. – dijo apenado. - Ya. Parece que no lo podamos evitar ¿eh? Jodemos a quien queremos y a nosotros mismos por ser tan inseguros. Después de comer me metí en mi habitación y me tumbé en la cama a regodearme en mi desgracia rememorando los últimos acontecimientos. Cada vez que pensaba en lo que me había hecho Claudia se me saltaban las lágrimas desconsoladamente, me venía a la cabeza la imagen de Carla hablando medio italiano medio castellano e imaginaba el día que habrían pasado mientras yo dormía en el hotel, tomando una y otra pastilla porque pensaba que me aliviaría el dolor y así podría mejorar y disfrutar del viaje. Ingenua. Recordé a Abel la noche anterior en el despacho de dirección. Realmente estaba jodido y no entendía mi comportamiento pero, ¿cómo entenderme si a veces no me entendía ni yo? Me levanté de la cama y me senté en una mesita pequeña que tenía pegada a la pared, saqué un folio y me dispuse a escribir.

- 35 –

“Abel. ¿Cómo explicarte lo que no pude decirte en la discoteca sin parecer una estúpida? Pero lo cierto es que me dijiste que me ayudarías a quererme más, a subirme la autoestima, a superar mis miedos, y sin embargo no has luchado por mí. O tal vez sí y no lo esté viendo. Sé que me has estado llamando, me has mandado mensajes y te has disculpado una y otra vez. Debería con todo eso haberte perdonado y seguir contigo, pero tengo demasiados fantasmas en la cabeza y si te veo haciendo más caso a Carla cuando estás conmigo, pasando una mano por la cintura de Merche o me mandas el mismo mensaje invitándome a una cena que al resto de los empleados, mi subconsciente enseguida piensa que todos valen más que yo y que te has dado cuenta. Entonces si se cruza alguien en el camino que me muestra el mínimo interés, por sentir ese cariño pasajero, me dejo llevar. Eso no justifica que anoche besara a Nacho, pero tú me dijiste que me ayudarías con mis complejos y no lo has hecho. Me prometiste que contigo nada malo me pasaría y dejaste que tu madre me drogara. Yo… sé que la vida no es un cuento de hadas y que no puedo estar esperando toda la vida a que llegue mi príncipe azul y que de la noche a la mañana se me quiten todos mis miedos. Pero si alguna vez he creído que el cuento de la bailarina y el príncipe que me contaba mi madre se pudiera hacer realidad con alguien, ese alguien has sido tú. Sé que la vida no es de color de rosa y que nada es tan bonito como en las películas, pero me había montado mi vida en torno a una ilusión, y me he dado cuenta de que tan solo soy una bailarina, una go-go como me llamó tu madre, de discoteca, y si de algún sitio soy una princesa es de Dance City. Soy una ingenua, una romántica, pero no he sabido tener a mi lado al único hombre al que he amado.” Mi hermano me llamó desde el comedor y tuve que limpiarme las lágrimas de la cara para contestarle. Había estado mojando el papel a medida que lo escribía pero me daba igual porque esa carta era una manera de desahogarme, y nunca llegaría a manos de a quien estaba dirigida.

- ¿Te apetece que hagamos una maratón de Crepúsculo? – me preguntó mi hermano abriendo de golpe la puerta. Metí corriendo el papel en el cajón y el corazón me latió con fuerza por el susto que me dio. - ¿No has quedado para salir esta noche? - No. Sergio ha cogido la gripe y David, bueno, prefiero hacer las cosas bien. - Me alegro. Si has pensado volver con tu novio no vuelvas a estropearlo, y menos con el mismo. – dije levantándome de la silla – Vamos a ver a los vampiros más guapos de la tele. Estábamos viendo Eclipse cuando me llegó un whatsapp: “Esta noche también vas a venir a torturarme?”, decía Abel. Me quedé con el teléfono en la mano sin saber si contestar. Me dolió que no tuviera otra cosa más agradable que decirme que eso pero claro, había besado a un buscavaginas delante de él, ¿qué podía reprocharle? Al final contesté un simple “No”. El resto del fin de semana lo pasé con mi hermano viendo películas. La mañana del domingo Miky fue a su antiguo piso a visitar a su novio, pero volvió enseguida. Me dijo que Sergio cuando estaba enfermo se ponía insoportable. - Pues si vuelves a vivir con él tendrás que soportarlo. La convivencia es lo mismo que un matrimonio, a las duras y a las maduras. - Lo sé, pero hoy me ha dado largas y yo no he protestado. Uff, ¡estaba de renegón! Y llegó el lunes, y de nuevo mi miedo a darme de cara con mi jefe. ¿Quería que ocurriera? No estaba segura. Claro que necesitaba verlo, aunque fuera solo para sufrir. Di mis dos clases de la mañana y me fui a mi casa donde Miky me esperaba con una olla de lentejas con chorizo que eran su especialidad. Agradecí volver a tener a alguien que cocinara por mí. No vi a Abel en toda la semana. Era como si hubiera olvidado que tenía esos tres gimnasios de los que encargarse o si fuera a las horas en las que yo ya no estaba. El caso es que me relajé e incluso llegué a olvidar que trabajaba para él. En cada clase de baile les dije a mis chicos que teníamos que ponernos un nombre artístico que

sería el nombre del grupo. No tenía ni idea de dónde competirían entre sí mis grupos ni cuando, pero les hizo mucha ilusión y empezaron a dar ideas. - A mí me da igual. Pensadlo entre vosotros y votadlo. La semana que viene ya me lo diréis. Los empleados seguían manteniendo las distancias conmigo ¿Será que el jefe no les ha dicho que tienen vía libre?, pensé. En cierto modo me alegré, eso significaba que todavía me creían la novia de Abel Ferri, y si era así tal vez pudiera ser porque Abel aún no lo había asumido y todavía tuviera alguna esperanza con él. Desde luego, Blanca era igual de estúpida conmigo, aunque la relación con ella era cero, nula. Le decía hola cuando la encontraba en la recepción al entrar, y si la pillaba leyendo alguna revista ni eso. Ella no se molestaba en contestar, así que… El jueves por la mañana estaba más nerviosa que nunca. Nadie me mencionó la cena hasta la tarde cuando Noelia me habló del acontecimiento dando por hecho que iba a ir. Ella tampoco parecía saber que su jefe y yo habíamos roto, así que le seguí la corriente y aunque me estaba debatiendo entre asistir a no, a ella no se lo negué. Y cuando esa tarde llegué a mi casa, le pedí a mi hermano que me tintara el pelo puesto que empezaba a notarse la raya, me duché y empecé a rebuscar en el armario para encontrar el vestido que pudiera dejar a Abel más impactado. No tenía ninguno tan bonito como el que me había regalado él, y la mayoría me parecían viejos. Tampoco había tenido ganas de comprarme algo nuevo porque no había afrontado la cena con demasiada ilusión. Pero mi cuerpo se movía independientemente de mi cabeza, y aunque mi cerebro me decía quédate en casa, mis pies andaban por el piso arreglándome lo mejor posible. Miky me peinó el pelo a tirabuzones con la plancha, me maquillé, me puse unas medias finas color cristal y volví a quedarme delante del armario todavía sin saber qué ponerme. Al final, cogí el vestido que había llevado en Paris y me lo puse intentando ignorar el mal recuerdo que venía consigo. Llegué al hotel Beatriz Rey D. Jaime. Le había mandado un mensaje a Elvira preguntándole si estaba en casa por tener un refugio a donde ir por si la cosa no salía bien. Si tenía que salir de allí llorando ella vivía al lado y tendría su hombro para desahogarme. Pregunté por la sala en la que se celebraba la cena de Abel Ferri y me dirigí despacio, intentando tranquilizarme, aunque el corazón me iba

a cien por hora. ¿Había llegado tarde o la gente estaba ansiosa? Había dos filas de mesas en las que cabrían unas cien personas en total, y no encontraba un hueco donde sentarme. Anduve entre medias de las dos filas mirando a una y otra sin reconocer a nadie pensando en que en el primer sitio libre que encontrara me sentaría. Hasta el final de la mesa no encontré sitio. Había una chica sentada presidiendo la mesa la cual estaba hablando con la persona que tenía sentada a su izquierda. A su derecha no había nadie, y ahí me senté. - Hola. – dije mientras ocupaba mi sitio. Pero al parecer nadie me oyó. Entonces me concentré en mirar el resto de la mesa e intentar reconocer a alguien. ¿Dónde estaría Noelia? ¿Habría venido Helena? Al final de la mesa, justo en la otra punta, vi a Francisco hablando con Raúl y otros camareros de Dance City. Al parecer el sector de la discoteca estaba allí. Fui mirando uno a uno y reconociendo a todos, incluso a Merche y a Rebeca, que hablaban como cotorras con dos monitores del gimnasio que iba por las mañanas. Me sentí fuera de lugar y me arrepentí de haber ido sin haber llamado a alguien y no haber ido sola. Debería haber llamado a Francisco. Me concentré en mirarle porque quería que se diera cuenta de que estaba allí y cuando lo hizo, abrió mucho los ojos y me saludó con la mano. Hizo un gesto con la mano indicando que fuera pero me di cuenta de que no había sitio y quitando importancia al hecho de que estaba sentada junto a desconocidos le indiqué con el dedo que me quedaba allí. Entró Abel en el salón y el mundo se me cayó encima. Llevaba un traje gris oscuro de tres piezas con una camisa blanca con el cuello desabotonado. El pelo caía sobre sus hombros, parecía todavía mojado tras la ducha y sus ojos azules brillaban mientras iba saludando a sus empleados y dando las gracias por acudir a la cena. Empezó por la mesa en la que yo no estaba y traté de disimular los nervios intentando incorporarme a la conversación que tenía la chica de al lado, pero como no me conocían no hacían mucho por incluirme y yo me limitaba a sonreír con una mueca que me dolía por su falsedad. Cuando empezó a saludar a los miembros de mi mesa, el corazón se me aceleró. Y se aceleraba cada vez más conforme se iba acercando. Dios mío, ¿me trataría como a todos? ¿dejaría evidente que ahora yo tan solo era una empleada? O lo que es peor, ¿me ignoraría? ¿pasaría por mi lado sin decirme nada? Cogí mi bolsito y saqué el móvil, intentando entretenerme hasta que llegara el fatídico momento. El

corazón me iba a salir por la boca mientras saludaba a la chica que había sentada a mi lado y sin levantar la cabeza, vi una mano que se me brindaba, una mano que habría reconocido mil veces como la mano varonil más sexy, suave, perfecta, del planeta. Levanté los ojos y vi a Abel que tenía su brazo hacia mí. - No permitiré que nadie te arrinconé. – dijo. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo al recordar la película Dirty Dancing, que mi hermano y yo habíamos visto dos veces el pasado domingo. Cogí su mano y dejé que me levantara de la silla y me llevara tras él. Llegamos hasta la puerta del salón y salimos al pasillo, donde no había nadie y podíamos estar solos. - Hola. – susurró. - Hola. – contesté. Abel sacó un papel doblado de su bolsillo y lo abrió. - ¿Me explicas esto? – preguntó suavemente mostrando la carta que el sábado había escrito para él. ¿Cómo la tenía él? Miky. - Abel yo… - Emma, yo no sé si puedo hacer que tu vida sea como una película romántica o un cuento de hadas. Lo único que te puedo decir es que me enamoré de ti en cuanto te vi bailar y que para mí eres la persona más importante del mundo. No me importa ni Carla, ni Merche, ni Blanca, ni nadie que no seas tú, y no voy a permitir que lo nuestro se acabe porque no te consideras importante. Me da igual lo que mi madre piense o quiera para mí, estoy dispuesto a romper la relación con ella si no te acepta. Además, le he dicho a Carla que a partir de ahora vamos a mantener las distancias, me he dado cuenta de que no queremos lo mismo el uno del otro y prefiero no tener su amistad, si con eso te hago daño a ti. Eres guapísima, preciosa, exquisita, simpática, buena amiga, cariñosa, divertida, y además, me excita verte bailar y por eso sabes que solo quiero que bailes para mí. No sé cómo conseguiré que te creas todo lo que te acabo de decir, pero lo intentaré. Te amo y quiero ser tu príncipe, ¿quieres ser tú mi princesa? - Yo… Me tenías con el hola. – dije rompiendo a llorar mientras que recordaba otra de las películas romanticonas que había visto ese fin de semana con mi hermano y con las que habíamos llorado

los dos. Abel me acercó agarrándome con ansia de la cintura y metió la lengua dentro de mi boca. Gemí al sentir sus labios sobre los míos y le agarré la cara con las dos manos porque necesitaba comerme a ese hombre que me acababa de decir todas esas cosas tan bonitas. - Te amo. – susurró. - Te amo. – susurré. Estuvimos besándonos en el pasillo hasta que una tos ronca intentando llamar nuestra atención hizo que nos soltáramos. Era el metre diciendo que la cena estaba lista para servirse. - Por cierto, no quiero que vuelvas a ese sitio en el que estabas ¿no podías haberte ido más lejos? - No había otro. – contesté – Pero me sentaré donde tú digas. - No pienso dejar que lo hagas en otro sitio que no sea a mi lado. Para siempre ¿me oyes? - Para siempre. - Porque eres mía. - Toda tuya. Y la cena tuvo que empezar sin nosotros porque nos metimos en un despacho del cual Abel tenía llaves porque necesitábamos desfogarnos por los días que llevábamos separados. Dios, ya estaba húmeda, pero cuando noté la erección de Abel me impacienté. Le desabroché rápidamente el pantalón mientras él me arrancaba las medias y el tanga y me penetró con fuerza. Sentada sobre una mesa, rodeé su cintura con mis piernas y lo apreté hacia mí. Necesitaba sentir dentro a ese hombre que hacía que el corazón me latiera con más fuerza, que me hacía sentir viva, que me hacía sentir amada. Me di cuenta de que con él, nunca más me sentiría sola y una dicha recorrió mi cuerpo dándome cuenta de que por fin había encontrado a mi príncipe.

Unos meses después…

Estábamos en Dance City. La semana anterior se había anunciado que el próximo sábado se celebraría una competición de grupos de baile, mis chicos, mis bailarines. Presentábamos la fiesta Abel y yo. Ya todo el mundo sabía que estábamos juntos, la prensa, Carla, la discoteca entera… y Claudia. No es que le hiciera demasiada gracia y me había pedido perdón por lo de las pastillas no muy convencida, pero sabía por Abel que no tendría que verla mucho así que intenté convencerme de que su opinión respecto a lo nuestro me daba igual. Los chicos estuvieron TODOS genial. Fue un espectáculo muy bonito y al final ganó el que había coreografiado la canción de Lady Gaga, el grupo que decían llamarse “los más guapos”. La discoteca había preparado un aperitivo y bebida gratis para los concursantes pero se había hecho un sábado para que hubiera aforo y los chicos tuvieran público. - Ha estado muy bien hermanita. – dijo mi hermano Miky, cogido del brazo de Sergio. Por fin había conocido a su novio. Era guapísimo y lo trataba súper bien. Claro que yo ya había alentado a Miguel para que no volviera a cagarla. Había presentado a su apreja a mis padres y poco a poco, lo iban asumiendo y ponían de su parte para que su hijo fuera feliz. - Gracias, podéis ir a la barra a picar algo si queréis. – contesté. Abel llegó hasta nosotros, saludó a Miky y a Sergio dándoles un apretón de manos y cogiendo una mano mía, me arrastró tras él por la discoteca. Me encantaba cuando hacía eso, haciéndome ver te quiero aquí y ahora. Me llevó hasta mi viejo vestuario y mi entrepierna tembló cuando echó el pestillo. - ¿Qué haces? - ¿Tú qué crees? Abel me cogió en brazos y me llevó hasta la pared. Nos besamos como si fuera el primer beso,

ambos recordando la primera vez que habíamos estado allí mismo solos. Pero cuando yo creía que iba a desabrocharse el pantalón vaquero para follarme como tanto me gustaba, lo que hizo fue dejarme en el suelo y buscar algo de su bolsillo. Entonces sacó un anillo sin cajita y poniéndose de rodillas me lo mostró. - Oh… - Emma, sé que esto no es lo más romántico que podías esperar, pero te conocí aquí y me trae buenos recuerdos… ¿quieres casarte conmigo? - Abel, yo… Sí, síiii, síiiiiiiiii. – chillé cogiendo el anillo y poniéndomelo en el dedo. Empecé a dar saltitos de alegría y a besar a mi novio, ahora prometido, por toda la cara, los labios, el cuello… - Me encanta. Te amo. – grité. - Y a mí me encanta cuando te comportas así. Eres tan expresiva, tan auténtica, tan tú… Te amo, baby. - Y yo a ti, mi príncipe.

Y colorín colorado, ¿este cuento se ha acabado?
La princesa de dance City. Cristina Merenciano Navarro

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