Vivir en familia - Neva Milicic

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Índice de contenido Portadilla Legales Prólogo Introducción Capítulo I. MIRANDO A NUESTROS HIJOS Cuestionario personal Educar es enseñar Aprender a observar Las conductas problemas son una señal ¿Cómo analizar una conducta problemática? Actividades Capítulo II. ¿CÓMO ES NUESTRO AMBIENTE FAMILIAR Cuestionario personal La casa: un lugar agradable para vivir Clima afectivo Espacio físico y psicológico Las metas y actividades de la familia ¿Quién manda? Actividades Capítulo III. IMAGEN PERSONAL Cuestionario personal ¿Qué dice el niño sobre sí mismo? Actividades Capítulo IV. SER MAMÁ Cuestionario personal ¿Qué es ser mamá? La madre y la satisfacción de las necesidades básicas La relación madre-hijo en las diferentes edades Tipos de madre Un consejo para las madres: desarrollen su sentido del humor Actividades Capítulo V. ¿SOY UN BUEN PAPÁ? Cuestionario personal 2

¿Qué es ser un buen papá? El padre como apoyo y protección El padre como puerta al mundo El padre y el rendimiento escolar Actividades Capítulo VI. COMUNICACIÓN NO VERBAL Cuestionario personal Aprender a expresar Actividades Capítulo VII. APRENDIENDO A DECIR Cuestionario personal Una buena comunicación Cómo comprobar los mensajes Cómo hacer que los niños nos hablen de sus cosas Aprender a decir ¿Cuándo hay un problema? ¿Cuáles son estos bloqueos? ¿Cuál sería la forma adecuada de comunicar? Actividades Epílogo Bibliografía recomendada Bibliografía revisada

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Vivir en familia

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Neva Milicic • Nadja Antonijevic

Vivir en familia Siempre es posible hacerlo mejor

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Milicic, Neva Vivir en familia: siempre es posible hacerlo mejor / Neva Milicic y Nadja Antonijevich . - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Planeta, 2014. E-Book. ISBN 978-956-360-310-1 1. Psicología. 2. Relacion Interpersonales. I. Antonijevich , Nadja. II. Título. CDD 158.24

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Todos los derechos reservados © 2014, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: abril de 2014 Digitalización: Proyecto451 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-956-360-310-1

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Prólogo Todas las personas mayores han comenzado por ser niños. (Pero pocos de ellos lo recuerdan). Saint-Exupéry Pertenecer a una familia donde hay amor es quizá la base más sólida que puede tener un niño para iniciar el camino correcto en la búsqueda de su propia felicidad. Pero, como lo dicen las autoras de este libro, poner normas y tener conflictos forma parte de la vida familiar. Si bien todos los padres desean lo mejor para sus hijos, y con buenas intenciones establecen ciertas normas, con frecuencia se observa inconsistencia entre lo que ellos idealmente quieren lograr de sus hijos y las conductas que emplean para conseguirlo. El motivo principal, en la gran mayoría de los conflictos familiares, es que el amor que sienten los padres por sus hijos no logra comunicarse de la manera que realmente pueda ser percibido por ellos. La educación de los hijos puede constituir una grata tarea, pero no por esto resulta fácil. Es un proceso de aprendizaje para los padres que dura toda la vida. Cada uno debe hacer el trabajo por sí mismo, pero muchos agradeceremos la ayuda ofrecida en este libro, ya que... siempre es posible hacerlo mejor. A través de su larga trayectoria, las autoras, en su práctica como psicólogas, nos dicen que la clave de las buenas relaciones familiares y, por lo tanto, de la salud emocional de sus miembros se encuentra en el arte de la comunicación. El libro hace hincapié en que el concepto que el niño se va formando de sí mismo es aquel que sus padres le comunican diariamente, a través de sus palabras y de sus conductas. Las situaciones de comunicación, por medio de ejemplos prácticos del diario vivir y de sugerencias realmente viables, constituyen un valioso aporte a la literatura existente al respecto. Conscientes de que hay limitaciones a lo que como padres podemos hacer para ayudar a nuestros hijos, el presente texto nos demuestra que hay ciertas cosas que sí podemos hacer. Respondiendo sinceramente sus cuestionarios y pensando en lo que leemos, nos descubriremos en nuestro rol de padres y podremos mejorar así la calidad de la comunicación cotidiana con nuestros hijos. SOLEDAD RODRÍGUEZ S.

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Introducción La maternidad y la paternidad son una experiencia única e irrepetible y, por lo tanto, resulta difícil dar normas acerca de cómo vivirla; sin embargo, es importante evaluar en qué medida todos los que viven en una familia disfrutan la experiencia de desenvolverse en ella, ya que como sostiene Rosa Montero, «la infancia es la casa en que habitas el resto de tu vida». Poner normas y tener conflictos son una parte de la vida familiar, pero no puede transformarse en lo más significativo. Siempre es posible hacerlo mejor, y una de las maneras de lograr ser buenos padres es ver qué puede faltarnos para ayudar a los niños a crecer. A veces, para que los niños crezcan es necesario cambiar nuestros modos de actuar y tener la apertura suficiente para conectarnos más con las necesidades de ellos que con lo que consideramos que es «justo» o que «debería ser». Una experiencia positiva de maternidad o de paternidad implica un adulto atento, cercano, cálido, calmado y, sobre todo, alentador del desarrollo del hijo. La crítica, un modelo muy frecuente de interacción familiar, no ayuda al crecimiento, sino que más bien pone una barrera. El niño necesita sentirse valorado, querido y seguro para emprender la tarea de lograr su independencia. En los capítulos de este libro, junto con algunas reflexiones, tal vez usted encuentre alguna receta, pero lo más importante es que el niño reciba de parte suya mensajes que signifiquen una esperanza, la sensación de que es capaz de enfrentarse y de afrontar el mundo sin temor, y de que él ha significado para usted una gran alegría; que está de su lado, cercano y no cercándolo. Este es un libro para pensar lo que lee, es bueno que lo marque y subraye, que critique y no necesariamente acepte. Solo se aprende aquello que se ha releído y se ha elaborado (trabajado, actuado o hecho) personalmente. Hay que darse el tiempo para discutir con nosotros mismos, en un diálogo interno: ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Qué puedo cambiar? Es la única manera de pasar del libro a la acción. El contacto emocional se expresa en detalles y en matices, a veces muy difíciles de traducir en palabras, porque se manifiestan a través de gestos, miradas, frases cortas y de una cantidad de actitudes complicadas de describir por la complejidad que suponen. Pero si la mayor parte de las relaciones que el niño establece con usted están cargadas de significación positiva, los recuerdos que tendrá de su niñez le permitirán explorar el mundo con la sensación de contar con un apoyo incondicional.

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CAPÍTULO I

MIRANDO A NUESTROS HIJOS La verdad que enuncias no tiene pasado ni futuro. Es, y con eso basta. (Tomado de Ilusiones, de Richard Bach)

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Cuestionario personal El siguiente cuestionario le permitirá observar a su hijo en una serie de áreas que dicen relación con su desarrollo afectivo. Marque con una cruz la respuesta que mejor describe la conducta del niño. Haga una copia del cuestionario y, si le parece útil, pida a su hijo que también lo haga. Converse con él sobre la opinión que tiene sobre sí mismo. Después de analizar los resultados podrá ver en qué aspectos su hijo requiere ayuda para lograr una personalidad más armónica. No se trata de imponer una etiqueta, sino de ayudar. Si usted calificó a su hijo en forma más bien negativa, no siempre es aconsejable discutir los resultados con él. Piense primero si sus juicios son objetivos y vea cómo ayudarlo. Es posible que si la opinión que usted tiene sobre él es negativa, conversar sobre ello deteriorará la imagen personal del niño y comprometerá la relación afectiva entre ambos. Si es positiva, en cambio, a lo mejor será de gran utilidad conversarlo y ver cómo podrá progresar.

CUESTIONARIO (Marcar la alternativa que corresponda)

Constancia Muy escasa Escasa Normal Notable Estado de ánimo Triste Más bien pesimista Normalmente alegre Demuestra alegría de vivir Capacidad de autocontrol Reflexiona muy poco antes de actuar Pierde frecuentemente el control 11

Se altera en contadas ocasiones Muy reflexivo Creatividad Nula Escasa Normal Notable Sensibilidad Muy escasa Escasa Normal Marcada (hipersensible) Capacidad de analizar situaciones Muy poca Escasa Normal Notable Aceptación de sí mismo Muy poca Escasa Normal Marcada Sociabilidad Muy poca Escasa Normal Marcada Su relación con la familia es: Escasa (se relaciona poco con la familia) Conflictiva Normal Excelente (es un aporte positivo al clima familiar)

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Educar es enseñar Como la mayor parte de los adultos fueron y siguen siendo criticados con frecuencia, cuando tienen que educar a sus hijos caen en el grave error de creer que «educar es corregir», y por eso tienden a buscar continuamente la quinta pata al gato, en la creencia de que al señalarle los defectos al niño, este lo va a hacer mejor. La crítica no modifica los comportamientos, sino que siembra imagen personal. En realidad, «educar es enseñar». Es mejor, por ejemplo, decir «ordena tu pieza, hijo» que «acaba con ese desorden». Una tarea importante para ser buenos padres es: - Aprender a ver las cosas buenas que el niño tiene. - Aprender a decir las cosas buenas que hace. La mejor manera de ser un padre cercano a los hijos es desarrollar la capacidad de observar las cualidades que tienen estos, las cosas buenas que son capaces de hacer y los progresos que van teniendo. El solo hecho de prestar atención al lado bueno de los hijos hace que aquello que mostramos se desarrolle y, además, produzca en el niño la satisfacción de percibir que para usted esa cualidad o conducta que él tiene o ese gesto que ha tenido es importante y lo valora. Lo más probable es que tienda a repetir aquellas conductas que él siente que merecen la atención de sus padres. Ser padres requiere de gran paciencia; por cierto, que los niños demoran en aprender, y mientras lo hacen cometen muchos errores. Los padres deben aprender a «volar alto» y dejarle pasar algunos fallos; si no, corren el riesgo de transformarse en «personas muy criticonas» y poco afectuosas. Si se reacciona en forma negativa ante detalles molestos, como puede ser un olvido o algo que quedó desordenado, con la misma fuerza que frente a las cosas importantes, se perderá autoridad y los pequeños no podrán distinguir entre lo que es importante y lo que no es tan significativo.

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¡Me vas a volver loco con esa música!

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Aprender a observar Mirar es fácil, observar es difícil Observar es algo que todos hacemos a diario; sin embargo, es más difícil de lo que parece. De hecho, si se pide a dos personas que describan una misma situación que han observado juntas, la descripción será distinta. Esta diferencia para apreciar las cosas, que se da incluso para explicar fenómenos físicos, es más marcada cuando se trata de describir situaciones emocionales. Un mismo hecho que involucre algún tipo de conflicto emocional será visto de manera muy distinta por cada una de las personas que participan en él. Por ejemplo, los padres en una familia pueden sostener que son permisivos, en tanto el niño podrá estimar que está excesivamente sobreprotegido. La verdad emocional es relativa, ya que es verdadero lo que «se siente», aunque esto sea diferente «a lo que siente el otro» frente a la misma situación. A veces, por miedos, tendemos a no ver o a distorsionar lo que vemos. Pero tal como lo plantea el terapeuta alemán B. Hellinger, el miedo que produce que la realidad salga a la luz lleva a ponerse anteojeras; así como el miedo a expresar lo que se percibe produce un cierre a cualquier comprensión ulterior.

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Estaba muy asustada porque no sabía dónde estabas.

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Las conductas problemas son una señal Cuando se observa una conducta disfuncional en un niño es necesario plantearse qué hay detrás de esa conducta, qué nos está señalando. Castigar ese comportamiento no es casi nunca una solución; habitualmente, «el problema» esconde una dificultad más seria que la conducta misma; al niño le sucede algo que no logra solucionar y lo expresa creando un problema.

¡Me parece que no te has esforzado lo suficiente! ¡Estoy cansado, necesito descansar!

Por ejemplo, si a un niño le cuesta levantarse y llega siempre atrasado al colegio, hay que saber las causas que hay detrás de esa «aparente flojera». ¿Qué puede estar causando esta conducta?

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- Problemas con los compañeros. - Cansancio. - Conflictos con el profesor o la profesora. - Rechazo al colegio. - Sentimiento de estar sobreexigido. Por otra parte, siempre, frente a una conducta problema es necesario plantearse si la forma de relación entre padres e hijos es lo suficientemente abierta y poco amenazante como para que los niños puedan expresar sus dificultades con veracidad y sin temor a ser castigados. A veces, si los padres son muy castigadores y exigentes, los pequeños tenderán a mentir o a expresar sus problemas en forma indirecta por temor al castigo. Es imposible permanecer tranquilo frente a problemas que el niño presenta, pero hay que encarar las dificultades de una manera racional, pensando cómo se le podría ayudar, más bien que en cómo castigarlo. Si su hijo muestra una conducta que a usted le preocupa, por ejemplo: le parece muy tímido, hace pataletas, es peleador o tiene cualquier otro tipo de comportamiento que le desajuste frente a sus amigos o a su familia, conviene utilizar alguna pauta para analizar las dificultades o pedir ayuda especializada. A veces, detrás de una excesiva adicción a la televisión o a chatear, se puede estar encubriendo un cuadro de ansiedad social; es decir, un temor a interactuar con los compañeros por no sentirse con las competencias necesarias y/o por temor a ser rechazado. Limitar las horas dedicadas a estas actividades constituye una forma que puede ayudar a aminorar el problema, pero que obviamente no soluciona la cuestión de fondo que es la inseguridad del niño en las relaciones sociales.

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Levántate, ya es tarde

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¿Cómo analizar una conducta problemática? Para enfrentar cualquier problema, la primera tarea es delimitarlo lo mejor posible y contextualizar lo que pueda estar significando. Con este objeto es útil hacer una descripción lo más completa posible del mismo, ver las consecuencias y la reacción del medio frente a él. Descripción del problema Tomar el lápiz y describir por escrito, lo más detalladamente posible, el o los comportamientos negativos del niño. Registrar: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?, ¿con quién? y ¿qué problema presenta? Por ejemplo: «Jaime estudia, pero por lo menos tres veces a la semana no abre los cuadernos». Además, es bastante distraído, le cuesta organizarse. Estudia más cuando yo estoy en la casa. Es un niño alegre, afectuoso, muy sociable, siempre sus amigos lo buscan. A pesar de su bajo rendimiento, los profesores lo quieren. Está un poco gordo, parece que come demasiado, especialmente cuando está nervioso. Además, en su tendencia a la obesidad puede influir su sedentarismo, que se relaciona con su excesiva dedicación al computador y al chateo. Para analizar con qué frecuencia se presentan los problemas en relación con el estudio, resulta muy útil hacer un calendario, junto con el niño, registrando el tiempo que él dedica a estudiar en la semana por cada ramo.

Asignatura

Domingo

C. Sociales Matemáticas Castellano C. Naturales Música

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Lunes

Martes

Inglés Francés Tiempo TOTAL

Asignatura

Miércoles

Jueves

Viernes

Sábado

C. Sociales Matemáticas Castellano C. Naturales Música Inglés Francés Tiempo TOTAL

El solo hecho de registrar una conducta tiende a modificarla positivamente. Junto con describir el problema, es importante recordar desde cuándo el niño tiene dificultades para estudiar. Por ejemplo: «Hasta tercero, el trabajo escolar de mi hijo no constituyó problemas. En cuarto básico empezó a bajar su rendimiento, pero intentaba estudiar, y ahora en quinto se ha despreocupado absolutamente». También es conveniente registrar si el niño ha pasado periodos sin problemas. ¿A qué lo atribuye? Por ejemplo: «Ha habido una mayor estabilidad emocional y preocupación por el niño». Consecuencia del problema 22

En esta área puede verse de qué manera afecta al niño su propio comportamiento problemático en otros aspectos de su vida. Por ejemplo, si una niñita es tímida, ello ¿afecta su rendimiento y su relación con los adultos?, ¿altera la relación con otras niñitas o preferentemente su relación con los niños? Es también poco audaz para explorar o desarrollar actividades físicas. En este punto puede verse también de qué modo la perturba su conducta. Por ejemplo, si tiene bajo rendimiento: se preocupa, es indiferente o adopta una actitud de desafío. Es necesario evaluar el impacto que el problema tiene en otras áreas, por ejemplo el autoconcepto y/o las relaciones con los otros. Reacción ante el problema Piense detalladamente qué sucede alrededor del niño cuando está con el problema. Por ejemplo, si se trata de un niño llorón: ¿qué hacen los adultos cuando llora?, ¿consigue lo que quiere con el llanto?, ¿lo consuelan pero sin sobreprotegerlo?, ¿la forma de enfrentar la dificultad depende del estado de ánimo de los padres? Solo después de analizar detalladamente el problema y conversarlo con la familia tranquilamente, es posible pensar algunas formas de solución.

No sé cómo cambiar.

Observando las claves no verbales

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Muchas veces son los gestos y no las palabras la mejor expresión de los sentimientos. El vocabulario de los niños para decir lo que sienten es escaso y cuando están perturbados les resulta aún más difícil hacerlo; por lo tanto, para comprenderlos, además de oírlos, es necesario estar atentos a sus gestos y actitudes, que reflejan muchas veces mejor sus sentimientos. El niño expresa a través de un lenguaje no verbal lo que le sucede, lo que está sintiendo y lo que necesita. Así, cuando Daniel, de cinco años, comenzó a «mojar la cama» después del nacimiento de un hermanito menor, fue para los padres una señal de que se encontraba celoso y necesitaba más atención y cariño. Con solo aumentar la preocupación y los gestos de afecto hacia él, el problema desapareció. Otras veces, un hijo o una hija suele aparecer muy rabioso(a), pero puede ser que realmente sienta gran pena. Su mirada, el tono de su voz y su expresión pueden decirnos cómo se siente en la situación, mejor que las palabras. Los cambios de estado de ánimo que aparecen inexplicables deben alertar a la familia en cuanto a que el niño o la niña pueda estar sufriendo una experiencia difícil o muy dolorosa. Belén, de ocho años, experimentó un brusco cambio de conducta, perdió el apetito, estaba irritable, muy triste y aislada. La madre, que era una mujer muy perceptiva, logró indagar que el origen del cambio estaba en que un adolescente del condominio en que vivían había abusado sexualmente de la niña. En este caso lo más llamativo era la conducta no verbal de Belén, que de tener una expresión alegre y vivaz, aparecía triste o enfurruñada y no quería comunicarse con nadie. Observando las claves no verbales Muchas veces son los gestos y no las palabras la mejor expresión de los sentimientos. El vocabulario de los niños para decir lo que sienten es escaso y cuando están perturbados les resulta aún más difícil hacerlo; por lo tanto, para comprenderlos, además de oírlos, es necesario estar atentos a sus gestos y actitudes, que reflejan muchas veces mejor sus sentimientos. El niño expresa a través de un lenguaje no verbal lo que le sucede, lo que está sintiendo y lo que necesita. Así, cuando Daniel, de cinco años, comenzó a «mojar la cama» después del nacimiento de un hermanito menor, fue para los padres una señal de que se encontraba celoso y necesitaba más atención y cariño. Con solo aumentar la preocupación y los gestos de afecto hacia él, el problema desapareció. Otras veces, un hijo o una hija suele aparecer muy rabioso(a), pero puede ser que realmente sienta gran pena. Su mirada, el tono de su voz y su expresión pueden decirnos cómo se siente en la situación, mejor que las palabras. Los cambios de estado de ánimo que aparecen inexplicables deben alertar a la familia 24

en cuanto a que el niño o la niña pueda estar sufriendo una experiencia difícil o muy dolorosa. Belén, de ocho años, experimentó un brusco cambio de conducta, perdió el apetito, estaba irritable, muy triste y aislada. La madre, que era una mujer muy perceptiva, logró indagar que el origen del cambio estaba en que un adolescente del condominio en que vivían había abusado sexualmente de la niña. En este caso lo más llamativo era la conducta no verbal de Belén, que de tener una expresión alegre y vivaz, aparecía triste o enfurruñada y no quería comunicarse con nadie.

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Actividades Observe a su hijo(a) y anote tres características positivas de él o ella. • Busque un momento de intimidad y explíquele lo que le gusta de él o ella, y por qué. • Piense alguna cosa positiva que su niño haya hecho en la semana y dígaselo. • Analice una conducta que le preocupa de su hijo de acuerdo con la siguiente pauta. Descripción de la conducta: ¿Cómo, cuándo, dónde y con quién presenta el problema? ¿Cuántas veces la conducta presenta problema en la semana? Anote las consecuencias del problema. Anote la reacción de su hijo y del medio frente a ese problema. ¿Podría la conducta no verbal de su hijo o hija ser expresión de algún problema emocional?

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CAPÍTULO II

¿CÓMO ES NUESTRO AMBIENTE FAMILIAR? Dijo el Poder al Mundo: «¡Eres mío!» y el Mundo lo cogió prisionero de su trono. El Amor dijo al Mundo: «¡Soy tuyo!» y el Mundo le dio casa libre. (Tomado de «Aforismo». Pájaros perdidos de Rabindranath Tagore)

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Cuestionario personal 1. ¿Es agradable vivir en la casa? Sí No ¿Por qué? 2. ¿Me gusta llegar a la casa? Sí No ¿Por qué? 3. Al resto de la familia, ¿le gusta o evita estar en la casa? 4. ¿Hay lugar para compartir, un lugar donde todos podamos estar juntos? 5. ¿Tienen los niños espacio para jugar? 6. ¿Es cálido y alegre el arreglo de la casa? 7. ¿Pueden participar los niños en el arreglo de la casa? 8. ¿Tienen los niños muchas limitaciones en relación al uso de los espacios?

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La casa: un lugar agradable para vivir En el momento de entrar a una casa podemos sentir un cierto clima o ambiente que nos dice mucho sobre las personas que allí viven y las relaciones entre ellas. Si existe una atmósfera cálida y afectuosa, si hay apertura y receptividad tomándose en cuenta las necesidades de todos los que allí viven, esta será una casa agradable. Por el contrario, si el clima es tenso y todos andan nerviosos e irritables, la forma de relación es a gritos, con sarcasmo, amenazas e impertinencias, el hogar se convertirá en un infierno; pero si, además, lo que domina es la indiferencia, la falta de relación y de preocupación de unos por los otros, el hogar tendrá una atmósfera fría. El clima emocional de una casa se nota en el arreglo físico, el tipo de decoración, los adornos, plantas, etc., y en la atmósfera psicológica; es decir, lo acogedora, hostil, fría o alegre que se percibe. La familia es un grupo compuesto por adultos y niños. Lo más típico es una pareja con sus hijos. A veces, a este grupo se incluye un abuelo, abuela, tíos o tías; en otros hay un solo adulto con sus niños. Vivir juntos significa compartir, lo que implica derechos y deberes; entender las necesidades de los demás y al mismo tiempo hacer valer las propias; pedir y entregar, de tal manera que haya justicia en la relación. La familia es el lugar donde no solo se espera recibir alimento, sino protección, aceptación, preocupación y cariño: la sensación de querer y ser querido por alguien. También se espera tener cierto poder para decidir libremente lo que queremos hacer, y que haya posibilidades de juego y entretención. Los niños necesitan que la familia sea un lugar que dé una explicación del mundo y de quiénes somos, y por supuesto que entregue una clara orientación valórica. Aunque la familia es un grupo con necesidades comunes, cada una de las personas que forma parte de este grupo es diferente, en donde hay cosas que compartir, pero también necesidades y deseos individuales. Por ejemplo, los adultos y los niños pueden tener distintas necesidades, las que a veces son incompatibles. Los niños pequeños necesitan de mucha protección y cuidado, lo que significa una mayor responsabilidad de los padres en la medida en que a veces ellos tienen que dar mucho, sin esperar una retribución inmediata. Una familia goza de un clima psicológico nutritivo cuando los adultos y los niños se sienten queridos, con cierto poder de decisión y tienen metas comunes. De esto dependerá la satisfacción que cada uno sienta por ser miembro y pertenecer al grupo humano que es su familia.

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Clima afectivo El clima afectivo es la atmósfera, el «calor de hogar». La familia es el lugar para sentirse querido. Algunos elementos necesarios para crear un clima de afecto positivo son: • Entregar cercanía física y caricias. • Centrarse más en lo positivo y en la aceptación de las diferencias, y menos en lo negativo, el corregir y la crítica. • Dar ternura. Demostrar al niño en actos y palabras que lo valoramos y lo queremos por ser lo que es, decirle que nuestra vida es mejor por tenerlo como hijo o hija. • Ofrecer seguridad, confianza y protección. • Evitar las expectativas y exigencias que el niño no pueda cumplir. • Entregar mensajes de que nos importa que esté bien. • Estar atentos y disponibles para satisfacer sus necesidades. Esto significa aceptar al niño y comunicárselo; además, en la creación de un clima afectivo adecuado tenemos que incluir otro aspecto, que es la cercanía o distancia que creamos en nuestras relaciones; esto es, el espacio físico y psicológico.

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Espacio físico y psicológico Al hablar de espacio físico nos referimos al arreglo, a la disponibilidad de espacio, a la ambientación. El espacio psicológico es la posibilidad de tener cierto ámbito personal donde cada uno pueda determinar sus límites, donde se puedan abrir o cerrar puertas. Es necesario que cada cual sienta que tiene un lugar que es suyo. Un lugar donde los otros tienen que pedir «permiso» para entrar. Un lugar que uno sienta como personal, individual e independiente. Pero también es importante tener sitios para estar juntos, compartir y hacer actividades en común.

Necesitamos estar un rato tranquilos.

Los adultos de la casa muchas veces necesitan su propio espacio, una zona donde tener tranquilidad, intimidad y retiro. Un lugar sin ruido, gritos, peleas, preguntas. A muchos padres se les hace difícil decir NO a los niños y encontrar espacio y tiempo para sí mismos. A otras familias, en cambio, les es muy fácil exigir respeto por sus necesidades y espacio, dejando a los niños fuera. ¿Cómo se definiría usted? Siempre es bueno mantener un equilibrio, retirarse a ratos a recuperar paz y energía, pero también es preciso dedicar el tiempo suficiente a los hijos, de modo de satisfacer sus necesidades de 32

afecto, compañía y guía. Es importante que las decisiones en aspectos tan simples como la decoración de la casa y de las cosas que hay que comprar sean tomadas en conjunto. Es frecuente que quienes toman estas decisiones sean las mujeres y resulten casas arregladas por ellas en las que los hombres y los niños no tienen una participación real ni un lugar donde ellos puedan sentirse rodeados de los objetos que les gusten. Si es posible, debería darse a los niños la posibilidad de contribuir en el arreglo de la casa; pueden hacer plantas, elegir colores, poner algunas cosas que les agraden, aunque no sean totalmente del gusto de los padres. Esto no significa libertad absoluta; los adultos tienen derecho a poner sus límites.

¡Qué rico poder leer en paz!

Es fundamental que en el lugar de los niños haya juguetes y entretenciones de acuerdo con la edad que tengan. Se dice que el ocio es la madre de todos los vicios. Los niños que no tienen un lugar entretenido o no poseen cosas con qué pasarlo bien, molestan más, pelean, se aburren, desordenan, rompen cosas, ya que tienen energía acumulada. Esto no significa necesariamente gastar dinero en juguetes; los niños pequeños se entretienen con cajas de cartón, frascos, con juguetes simples. Lo importante es darles la posibilidad de explorar, de inventar, ofreciéndoles materiales sencillos y algunas ideas. Los materiales pueden ser ropa vieja para que puedan disfrazarse, engrudo o greda, fideos para hacer collares, revistas viejas para recortar y pegar, lápices de colores, bloques de madera para construcciones, una cartulina o pizarra 33

para pintar (así se evita que pinten las paredes y los muebles). Es aconsejable tener un lugar donde puedan guardar sus cosas y juguetes para acostumbrarlos al orden y a responsabilizarse de sus pertenencias. A veces, los juguetes se encuentran fuera de su alcance (en repisas o muebles altos) y no los alcanzan, teniendo que pedir ayuda cada vez que los necesitan. La ropa, libros y juguetes deben estar en lugares accesibles para facilitar el desarrollo de la independencia. En resumen, podríamos dividir la casa en: 1. Espacios para adultos en que los conceptos básicos son intimidad, tranquilidad, retiro y posibilidad de desarrollar las actividades personales. 2. Espacios para los niños en los que estos puedan desordenar, jugar, entretenerse, sin que se cree una constante tensión con los padres. 3. Espacios para estar juntos y compartir en familia.

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Las metas y actividades de la familia Todos los que viven en una casa tienen actividades, ya sea dentro o fuera de ella, a las que dedican tiempo y energía. Vale la pena detenerse a pensar: ¿En qué uso mi tiempo? ¿Cómo podría distribuir mi tiempo (que siempre es poco) para dedicarme más a las actividades que considero más valiosas? Veamos el ejemplo de una mamá que quiere ser una buena dueña de casa y es perfeccionista, le importan mucho el orden, la limpieza, el aspecto físico y estético de la casa. Se ocupa mucho de estas labores y no deja tiempo para conversar, regalonear o jugar con sus hijos. Cada persona le da importancia a cosas diferentes, dedicando más tiempo a unas que a otras, lo que es muy respetable. Sin embargo, es importante tener autocrítica y ser flexible, ponerse en el lugar de los otros y de sus necesidades. Cuando uno hace un registro durante un periodo (por ejemplo, de una semana), se puede encontrar con la sorpresa de comprobar cuánto tiempo ha perdido en cosas poco importantes, en lugar de dedicarlo a otras que realmente valora y quiere. Lo mismo pasa con los papás. Hay hombres que llegan a la casa y lo único que quieren es que los dejen tranquilos y nadie se acerque. En este caso es bueno detenerse a analizar si se da tiempo para estar con los niños, para conversar con su mujer o para preocuparse de algunos problemas de la casa en los cuales se le pidió ayuda. Es decir, cuánto tiempo dedica a la participación en el ambiente familiar. A veces es cuestión de reorganizar las actividades de modo de dar prioridad a la familia.

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¡Me quedan tantas cosas por hacer!

Es importante enseñar a los niños a planificar y distribuir su tiempo. Muchos padres piensan que durante la semana, los niños deberían dedicarse exclusivamente a estudiar, lo que no es cierto; todo niño necesita ejercicio físico; asimismo, pasatiempos que sean interesantes e instructivos (en que puedan aprender cosas valiosas). Pero también hay que tener cuidado de no caer en la exageración. Se ha descrito un síndrome que se llama de niños sobreagendados, en que la cantidad de actividades extraprogramáticas no le deja tiempo para jugar, y hace de los padres unos esclavos de sus múltiples actividades. Si se les ayuda a aprender cómo distribuir bien el tiempo, van a poder estudiar y además hacer otras actividades. Finalmente es bueno analizar la cantidad de energía desplegada por cada miembro de la familia en diferentes ámbitos. Si hay una energía dirigida a ciertas metas o una energía muy dispersa. Podríamos hacer un contraste entre los hogares con padres superactivos y otros en los que se respira cierto ambiente de paz. Muchas madres se quejan de la inquietud de sus niños, de que son demasiado ruidosos, que nunca están tranquilos, que siempre están saltando, que no hay forma de sentarlos un momento a leer o a hacer alguna actividad concentrada. A veces, estas mismas madres no se ven a sí mismas; parten desde la mañana corriendo como locas, tratando de abarcar todo, intentando hacer muchas cosas en un día, dando instrucciones constantemente, dirigiendo y pidiendo a otros hacer cosas. Obviamente, un ambiente familiar «electrificado», en que se notan la tensión y el apremio por hacer las cosas, no dará a los niños una sensación de paz y de tranquilidad. Una casa donde están 36

funcionando la radio, la televisión y el computador al mismo tiempo durante todo el día, donde no hay silencio, todos entran y salen, abren y cierran puertas, donde no hay momentos de tranquilidad, va a transmitir una sensación de inquietud e impaciencia a todos los miembros de la familia.

¡Papá, papá...!

En resumen, la casa debe ser un lugar agradable donde se acoja a los miembros de la familia y a las visitas con cariño. Es decir, hay que recibir a los amigos de los niños y a los amigos adultos en buena forma, con calidez. Así, habrá posibilidad de crecimiento en conjunto; la comunicación será abierta y positiva; las reglas, claras y flexibles; las necesidades de todos serán satisfechas dentro de los límites que implica la convivencia, y cada uno tendrá más o menos claro cuáles son sus derechos y sus deberes. Es importante respetar la necesidad de soledad o intimidad que pueden tener los hijos a medida que van creciendo. Muchas veces quieren cerrar la puerta de su pieza durante ciertos momentos del día, sin que nadie entre. Estos deseos de intimidad o independencia son dignos de respeto. Hay padres muy insistentes o entrometidos, sienten que sus hijos se les escapan de las manos, que no los pueden controlar o vigilar cuando han crecido, y especialmente los adolescentes se sienten invadidos en su intimidad. Un ejemplo un poco extremo es el de una madre que no dejaba que su hija adolescente cerrara la puerta del baño porque decía: «Si se baña con la puerta cerrada le puede pasar algo». Todo adolescente tiene derecho a una intimidad en distintas áreas. También a los niños más chicos hay que darles la posibilidad de estar callados, jugar tranquilos sin interrumpirlos 37

con preguntas, instrucciones o mandados. Acostumbre a todos a golpear la puerta antes de entrar.

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¿Quién manda? Otro aspecto del clima familiar es cómo se distribuye el poder; es decir, quiénes de los que forman parte de la familia tienen la libertad de elegir lo que quieren y qué posibilidad tienen de conseguirlo. De acuerdo con esto existen dos tipos de familias: democráticas, en las que todos participan en las decisiones, y autoritarias, en las que claramente hay una cabeza que manda y el resto tiene poca posibilidad de participar, más bien obedece. La familia democrática En este tipo de familias se toman en cuenta las necesidades, deseos y opiniones de los niños, las decisiones son compartidas. Hay un ambiente más flexible, las normas en relación con lo que se puede hacer y decir son más abiertas, se permiten muchas cosas o por lo menos se conversan y discuten. Cada uno participa en las resoluciones que lo afectan, todos pueden dar su opinión, la cual es tomada en cuenta; por ejemplo, en cuanto a qué hacer, qué comprar, dónde ir. Cuando un niño o adolescente toma una determinación se le respeta y apoya. La familia autoritaria En estas familias hay alguien que manda, que toma las decisiones y ordena su cumplimiento sin una real participación del resto. La cabeza del poder puede ser el papá, la mamá, el abuelo o la abuela, o pueden alternar el poder entre ellos, pero los niños no opinan... obedecen... Hay poca consideración de las opiniones y puntos de vista de los demás y, a veces, incluso, no se preocupan de las necesidades de los otros. Estos son dos tipos teóricos de familias, pero en la práctica cada familia es diferente y tiene sus propias características. Hay algunas que, aunque llevan un sistema autoritario en términos de que alguien maneja las decisiones, toman en cuenta las necesidades de los otros. El sistema más peligroso es el autoritario, cuando el que manda considera más bien sus propias necesidades, ideas, valores, antes que las del resto del grupo.

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Y entonces... ¡Usted se calla, aquí mando yo!

Se ha demostrado que las familias más democráticas generan niños más creativos, independientes, seguros de sí mismos y sociables, pero al mismo tiempo menos dispuestos a acatar normas. Las familias autoritarias tienden a crear niños sometidos a normas, más pasivos, con menos iniciativas, menos creatividad, obedientes y conformistas. Una familia centrada en el afecto, en el apoyo, en que hay más permisos y cariño que prohibiciones y castigos, produce un ambiente en que todos se sienten cómodos y más participativos, mejor recibidos. Sin embargo, no es posible imaginar, y no es el ideal, una familia sin normas y sin límites claros. Es indispensable tenerlos, pero hay que saber hacerlo de tal forma que se consideren las necesidades y puntos de vista de los miembros de la misma. Las normas deben ser claras y adecuarse a los cambios. Hay que dar más permisos, hacer sentir y decir las restricciones y prohibiciones. Algunas sugerencias son: apoyar al niño, ponerse en su lugar y tratar de entenderlo, lograr una comunicación clara y estable, entregarle mensajes positivos y la posibilidad de que comprenda cómo se llegó a las decisiones, informarle y razonar con él, hacerlo pensar respecto de las diferentes formas de actuar y de las consecuencias de ellas. Que piense autónomamente significa permitirle llegar a una conclusión sin imponérsela. 40

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Actividades 1. ¿Qué puedo cambiar para hacer el hogar más agradable para mí? 2. ¿Qué puedo cambiar para hacer el hogar más agradable para los niños? 3. ¿En qué actividades relacionadas con la casa podría hacer participar más a los niños? 4. En cuanto a uso de tiempo: – ¿A qué me gustaría dedicar más tiempo? – ¿En qué pierdo tiempo? 5. a) ¿Tomo en cuenta las opiniones de los otros a la hora de tomar decisiones? b) ¿Qué puedo hacer para escuchar lo que piensan y opinan mis hijos acerca de la organización de la casa?

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CAPÍTULO III

IMAGEN PERSONAL Me voy silbando el camino, me voy corriendo, me voy porque veo metas y luceros, veo el fin que yo quiero, veo que me voy subiendo la cuesta, hacia la cúspide que soy. (Tomado de Pandoramorfolisis de Adib Merlez Quintar y Rafael Núñez Errázuriz)

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Cuestionario personal 1. Haga una descripción de su hijo(a) en: lo físico lo intelectual lo emocional lo moral 2. De la descripción anterior anote lo positivo que encontró: 3. Señale ahora los conceptos negativos: 4. Imagine, con los ojos cerrados, que usted es su hijo y piense cómo se siente en: lo físico lo intelectual lo moral lo afectivo 5. ¿Es positivo o negativo? 6. ¿Coincide con lo que usted piensa de él?

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¿Qué dice el niño sobre sí mismo? La imagen personal es lo que cada persona «se dice a sí misma sobre sí misma». Esta definición determina que la gente se quiera o, por el contrario, esté descontenta consigo misma. La sensación interna de satisfacción consigo mismo o insatisfacción se relaciona con la valoración personal que constituye la autoestima. Cuando un niño tiene una autoestima positiva se siente contento y se comporta en forma amable. Cuando se encuentra con la autoestima baja anda triste o de mal humor.

¡Eres un desordenado! Hago siempre todo mal.

Se ha comprobado que la autoestima tiene una influencia decisiva en el rendimiento 45

escolar. Los niños que se valoran a sí mismos positivamente, en especial en el área académica, es probable que sean mejores estudiantes que aquellos que se valoran negativamente. Cuando el niño es pequeño, su visión sobre sí mismo depende de la opinión de los otros, especialmente de sus padres; no es todavía capaz de criticar «lo que se dice de él», y tiende a decir sobre «sí mismo» lo que «otros han dicho de él». Este párrafo que parece un trabalenguas, y que es necesario leer dos veces, es la clave de la formación de la imagen personal. Por lo tanto, mientras más positiva sea la imagen que transmitimos al niño sobre sí mismo, mejor será para su desarrollo emocional.

¡Eres tan inteligente!

Describir implica valorar

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Si usted relee lo que describió sobre sus hijos, al comienzo de este capítulo, verá que cada una de las definiciones que hizo sobre las características físicas, afectivas, intelectuales y morales tiene una connotación positiva o negativa. Es imposible decir algo a los hijos sobre ellos mismos que no implique aprobación o reprobación. Cada juicio que los padres emiten tiene una resonancia afectiva sobre los hijos, que los hará sentirse aprobados o rechazados. Los sentimientos derivados de las primeras valoraciones de los padres producen un efecto sobre los hijos de una intensidad tal, que con frecuencia resultan difíciles de modificar después. Dejan una sensación de seguridad o inseguridad, que acompañará al niño durante toda su vida. Afortunadamente, en los primeros años la gran mayoría de los padres, de manera espontánea, le entregan una aprobación incondicional a su pequeño.

¿Dónde está el niño más lindo del mundo?

Sin embargo, a medida que los niños crecen y entran al colegio, los padres suelen transformarse en personas excesivamente críticas, y olvidan valorar lo positivo que tienen sus hijos. Esta actitud crítica y descalificadora tiende a continuar en gran cantidad de familias durante la adolescencia, razón por la cual muchos niños se alejan de sus padres, 47

juntándose con grupos poco críticos, porque es ahí donde encuentran la aprobación que necesitan. Muchas veces estos grupos tienen una escala de valores opuesta a la de la familia.

No es posible que seas tan descuidado.

Éxito y fracaso Las experiencias de éxito y fracaso son decisivas para la imagen personal y para la autoestima; por ello, es necesario planear las exigencias de tal manera que la mayor parte de las veces el niño pueda cumplir con lo que se le pide. Si se le solicita que realice tareas más difíciles que sus habilidades, el fracaso le hará sentir que sus capacidades son insuficientes para cumplir las expectativas de los padres; es como subir un cerro cuando no se tiene la preparación física para hacerlo.

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¡Lo logré! Yo no pude.

El ejemplo de la «subida del cerro» puede aplicarse a muchas situaciones de la vida. Cuando una actividad es muy difícil y le queda grande al niño, no solo lo desalentará para hacer esa tarea específica, sino que se sentirá incapaz en relación con esa habilidad en general. Así, el niño que no puede resolver una suma, tenderá a generalizar y a decir: «Yo no soy bueno para las matemáticas». Si las exigencias se planifican de una manera apropiada, ellos aprenderán que «son capaces de entender en forma adecuada los problemas». Por eso es desaconsejable adelantarlos en el colegio en relación con su edad cronológica. Es preferible que noten que les sobra capacidad «a sentirse sobreexigidos», especialmente ante las primeras experiencias de aprendizaje. La falta de éxito suele afectar negativamente la autoestima. La baja autoestima se manifiesta en los niños de muchas formas. Algunos signos comunes son: - Sentimientos de tristeza. 49

- Necesidad de imponerse. - Aislamiento. - Pequeños robos. - Actuación más infantil que lo que corresponde a su edad. - Inhibición. - Conductas antisociales. - Llantos frecuentes. - Incapacidad de tomar decisiones. - Miedo a enfrentar desafíos. ¿Aceptación o desaprobación? La aceptación y la desaprobación son dos mecanismos a través de los cuales se contribuye a formar imágenes personales positivas o negativas. Si en la casa se tiende a desaprobar continuamente lo que el niño hace, y siempre se señala lo que le falta por hacer en vez de lo que ha logrado, la atmósfera será crítica y, por lo tanto, él será inseguro. En tanto, si la relación propende a ser de «valoración positiva» y a especificar lo que el niño ha hecho, más que lo que le falta por hacer, será más seguro y positivo para autovalorarse. Siempre es preferible aprobar que criticar, y no es bueno mezclar la aprobación con la crítica.

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¡Cómo has mejorado en castellano! Podrían ser mejores.

Si es imprescindible hacer una observación negativa, conviene elegir un momento tranquilo y no arruinar la posibilidad de decir algo positivo mezclándolo con una crítica. Alguien ha dicho que si se eliminase la palabra «pero» del idioma, las relaciones interpersonales serían mucho mejores. Por ejemplo, si usted le dice a su hijo: «Gracias por ayudarme con el computador». No agregue: «Pero hubiera sido tan bueno que hubieras dejado ordenados los papeles». Cuando un niño tiene experiencias positivas, acompañadas de valoración estimuladora, sentirá que es capaz de hacer muchas cosas y subirá él mismo sus metas. Por el contrario, si le salen mal las cosas y además es criticado, sentirá «que no es capaz de hacer lo que se espera de él» y, por lo tanto, sus metas llegarán a ser bajas.

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Me encanta como te ves. Pero...

El tener metas altas le animará para plantearse con iniciativa y fuerza todo aquello que se propone frente a la vida. El atractivo y la imagen personal Sentirse atractivo es importante para lograr un buen nivel de aceptación de sí mismo. Si un niño se siente poco atractivo, tendrá una actitud de «no aceptación de sí mismo», que lo llevará a tener sentimientos depresivos y de inseguridad. El atractivo no es lo mismo que la belleza. Lo que es bello o no varía según quién sea el observador y, muchas veces, los prejuicios.

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Es importante para el desarrollo afectivo sentirse atractivo para las personas queridas. No se trata de negar la realidad o transformarla, pero sí fijarse en las cosas positivas que tiene y transmitírselas al niño. El perfeccionismo o un gran énfasis en los detalles puede perjudicar la visión que el niño tiene de sí mismo y transformar un defecto específico –como el estar gordo o tener espinillas– en el aspecto central, hacerlo pensar que ese es el dato más importante sobre sí mismo. Una nariz larga puede ser percibida como un obstáculo enorme para resultar atractivo, o ser solo un aspecto de sí mismo y no necesariamente el más importante, como sucede con actrices como Barbra Streisand y Meryl Streep. Si los padres se sienten orgullosos de sus hijos, este hecho se reflejará en la actitud con que los niños enfrentan al mundo. Muchos actores no son necesariamente muy hermosos, pero siempre son muy atractivos, porque despliegan naturalidad y confianza en sí mismos.

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Me encanta cuando sonríes. Qué bien te queda esa polera.

No tema alabar A veces, los padres son muy negativos o parcos para alabar, por temor a que si alaban en exceso a sus hijos, estos se transformen posteriormente en adultos pedantes. Sin embargo, hay evidencia en el sentido contrario. Los niños que han sido excesivamente criticados, cuando llegan a adultos son inseguros, incluso miedosos, y su interacción con el resto del mundo se hace difícil y poco gratificante para él y para los otros.

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Me parece bien que estudies a conciencia.

Una lección que los padres deben aprender es ser capaces de reconocer las virtudes, méritos, o simplemente los progresos de sus hijos y acostumbrarse a expresar la satisfacción que les producen los comportamientos positivos de ellos. Los niños con buena imagen personal tienden a ser: - cálidos - desenvueltos - aceptados por su gupo de amigos - tener sentimientos de ser más eficaces - seguros - más tolerantes con la diversidad - alegres, con más sentido del humor Los niños que, por el contrario, poseen una mala imagen de sí mismos, frecuentemente:

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- son tristes o se sienten enojados -se sienten rechazados por los otros - asumen una actitud agresiva - se descontrolan a menudo - suelen ser hipercríticos - se ven tímidos - son rechazados por los otros niños y por los adultos Los niños con mala imagen personal no creen en sí mismos, sino que se sienten más feos, más malos, más tontos que los otros niños, y tienen por lo tanto autoestima negativa. Hay maneras diferentes de entregar las alabanzas, dependiendo de la edad de los niños, pero es importante que siempre las sientan reales y no exageradas. Es aconsejable, además, que sea lo más descriptiva posible. Ejemplo: «Me encanta cómo arreglaste tu pieza. Me parece bien verla ordenada», es más ajustado decirle a un niño que habitualmente es desordenado. «Eres lo más ordenado del mundo».

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¡Soy fantástico! ¿Por qué siempre tendré tan mala suerte?

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Actividades De acuerdo con lo aprendido, piense en tres actuaciones suyas que hayan contribuido a que su hijo(a) tenga una imagen personal positiva. De acuerdo con lo aprendido, piense en tres actuaciones suyas que hayan dificultado la formación de una imagen positiva en su hijo. 3. Invente tres actividades que pueden contribuir a mejorar la imagen personal de su hijo. 4. Piense en frases positivas sobre su hijo, que no le haya dicho, y que puedan mejorar la visión que él tiene de sí mismo. 5. ¿Qué mensajes negativos acerca de él o ella deberíamos suprimir?

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CAPÍTULO IV

SER MAMÁ Un hermoso recuerdo, un recuerdo sagrado conservado desde la infancia, es quizás la mejor educación; recogiendo en la vida muchos de esos recuerdos, el hombre se salva para siempre. (Tomado de Los jóvenes de F. Dostoievski)

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Cuestionario personal 1. Haga una lista de cosas que habitualmente hace «con» sus hijos. 2. Haga una lista de las cosas que hace «por» sus hijos. 3. ¿Siente a veces que la casa y los niños se le vienen encima y no tiene tiempo para usted? 4. Imagínese qué cosas suyas pueden gustar a sus hijos y otras que les desagraden; pregúnteles directamente. Anote: Cosas que les gustan Cosas que no les gustan 5. ¿Qué del modelo familiar de mi familia de origen estoy repitiendo? ¿Qué me gusta? ¿Qué me gustaría cambiar?

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¿Qué es ser mamá? Es una pregunta pretenciosa y casi imposible de contestar. Hay miles de libros que han analizado la maternidad, y las preguntas siguen existiendo. La madre tiene como función básica alimentar física y psicológicamente al niño, dándole protección y a la vez estimularlo a crecer. Si la necesidad de protección no es satisfecha, el niño se sentirá abandonado, poco protegido e inseguro; pero si se exagera, crecerá lleno de temores y se convertirá en una persona con escasa espontaneidad y poco creativa.

Ya lo estás logrando.

Quizá lo más importante es que la mamá entregue al hijo una especie de amor incondicional, le enseñe a recibir y expresar ternura. Pero el amor maternal es un sentimiento, y como tal es frágil y variable. Por eso, para ser buena mamá no es necesario ser perfecta, no importa en ocasiones perder la paciencia, estar triste o asustada, si habitualmente se logra en la relación transmitir al hijo la sensación de que se tiene confianza en él, que será capaz de realizar las cosas que emprenda, y tener fe en sus capacidades de crecer intelectual y emocionalmente. Una actitud de desconfianza y un excesivo perfeccionismo pueden bloquear la seguridad del niño en sí mismo. «Creer en sí mismo» se fundamenta en el sentimiento de sentirse capaz de hacer bien las pequeñas tareas de cada día y saberse valorado por ello. 61

La enorme responsabilidad de tener un hijo(a) quita a muchas mujeres la alegría de la maternidad, y transforma la relación en una continua tensión entre ella y su hijo. El miedo al futuro, los riesgos que se corren en el desarrollo impiden a muchas mujeres gozar el momento. Para ser buena mamá hay que olvidar la obsesión al futuro y aprovechar el «aquí» y el «ahora» del niño. Así, vemos como la preocupación por el ingreso a la universidad o el éxito escolar se transforma muchas veces en una idea fija que impide aprovechar los buenos momentos del niño. Por lo demás, parece demostrado que una vida adulta sana mentalmente y feliz se basa en una infancia llena de buenos recuerdos.

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La madre y la satisfacción de las necesidades básicas Es la madre quien primero satisface las necesidades básicas del hijo a través de la alimentación, el afecto, el contacto piel a piel y la estimulación intelectual y sensorial, generando tempranamente conductas de apego. Muy pronto, el niño aprende a llamarla a través del llanto cuando es pequeño o a buscarla apenas aprende a gatear, si experimenta una necesidad. Si la madre es capaz de responder en forma satisfactoria a las necesidades del niño, este tendrá hacia ella una actitud cercana. Si, por el contrario, ella no lo satisface, experimentará desconfianza hacia su madre y hacia el mundo. En este sentido se dice que la relación madre-hijo, de algún modo es la base sobre la cual se organiza la relación con otras personas. El sentirla cerca y disponible es una experiencia básica para la seguridad personal. En los primeros años, esta necesidad de tener un estrecho contacto con la madre es tan fuerte, que los niños abandonados presentan trastornos físicos y psicológicos de importancia, disminuyen de peso, no crecen al ritmo normal, se retrasan en el lenguaje y pierden interés por el mundo exterior. Si la ausencia de la madre ha sido muy prolongada y no cuenta con un reemplazo afectivo apropiado, el niño sufrirá un trastorno en su desarrollo emocional que le dificultará, posteriormente, establecer relaciones sociales normales, por insuficiente desarrollo de las conductas de apego, que influirán en sus vínculos afectivos futuros, sean de pareja o de amigos, y que se transmitirán intergeneracionalmente a sus propios hijos.

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Mi niño amoroso. ¿Dónde estará mi mamá?

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La relación madre-hijo en las diferentes edades Las necesidades de los niños van cambiando según la etapa de desarrollo en que se encuentran. Una madre cariñosa y atenta a las necesidades del niño será capaz de percibir y adaptarse a los cambios que va experimentando. Durante el primer año, los cambios del niño son rápidos; hasta los dos meses, él necesita a su madre cuando está inquieto o con hambre, y se calma al ser tomado en brazos.

Gordito lindo.

Desde el tercer mes, cuando mira a alguien es capaz de sonreír, se alegra con la presencia de gente a su alrededor. Ya a los cuatro meses distingue a su madre de otras personas y muestra un especial afecto hacia ella y lo tranquiliza saber que está disponible 65

para él. A partir del segundo año de vida, da y recibe gestos de afecto como besos y abrazos, especialmente a su mamá. Tiende a ser muy expresivo en sus emociones. En el tercer año, la relación es muy fluctuante; algunas veces es cooperador y obediente, pero la mayor parte del tiempo «juega» a contradecir lo que se le pide. Es la edad de los «no quiero» y «no puedo», y más bien es un juego; pero si la madre es tolerante, la oposición del niño no será una etapa conflictiva. El niño puede hacer cosas: «avisar», «guardar sus juguetes», «comer solo», pero ha aprendido a decir «no» y lo practica.

¡No quiero!

En el cuarto año, la relación se hace más fácil; el niño necesita aprobación social, y la madre es la figura central para obtenerla. Está muy orgulloso de su mamá y la muestra a sus amigos. En el quinto año, el vínculo se transforma, el niño quiere mucho a su madre y necesita de su atención, pero se hace más independiente. Está interesado en aprender y confía en la autoridad de su madre; le gusta que ella le lea cuentos, y le encantan las historias, especialmente las que se refieren a cuando era pequeño. Quiere que se le explique todo. Es una edad muy agradable para jugar y pasear con el niño, que es de una curiosidad inagotable.

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¿Por qué llueve, mamá?

A los seis años ha comenzado a interesarse activamente por el mundo exterior. Se cree más autosuficiente de lo que es; a veces se niega a aceptar la ayuda que necesita. Si la madre es muy sobreprotectora es posible que esta necesidad de autonomía haga que esta etapa se transforme en «una edad crítica». A los siete años ha pasado la crisis y la relación madre-hijo tiende a mejorar. La mayor madurez del niño permite una relación de compañerismo. Es sensible a los mecanismos como la aprobación y desa​probación. No resulta difícil razonar con él, aunque algunas veces tenga arrebatos de mal genio, ahora, más que nunca, necesita razones para obedecer y no simplemente órdenes.

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¿Por qué tengo que irme a acostar?

A los ocho años continúa en forma intensa la necesidad de aprobación social. Es muy demostrativo, y quiere darle el gusto a su madre. Las diferencias de carácter, así como de educación, ejercen un efecto. Así, el niño puede ser optimista, agresivo, triste, alegre, según sea su carácter y las situaciones de vida que ha experimentado. A los nueve años es más independiente y maduro; sus amistades están definidas; si bien requiere menos tiempo y atención, es necesario aprender a estar disponible para escuchar sus preocupaciones y acompañarlo en sus intereses. Este año y los que siguen serán determinantes para el nivel de profundidad de la relación de los años futuros. Un vínculo cercano y afectuoso, pero que respete la libertad del niño, será la clave para una adolescencia sin conflictos.

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Encontré este libro de animales y como sé que te gustan...

A los diez años, la relación entre el niño y la madre es sincera, confiada y directa. La mamá aún tiene enorme importancia en sus decisiones y se siente orgulloso de ella. Muchos comienzan una relación de gran intensidad con la tecnología, pueden dedicar muchas horas al computador. Las niñitas son menos conflictivas que los niños a esta edad. La relación entre los hijos y la mamá suele tener algunos conflictos por problemas de orden. A los once años se rompe la paz familiar; el niño empieza a resistir las indicaciones maternas; el primer portazo suele ser la señal del principio de una edad difícil. Tanto los hijos hombres como las mujeres comienzan a poner objeciones frente a las indicaciones de la mamá, incluso antes de oírlas, y es bueno y necesario que así sea. A los doce años, el niño puede mejorar parcialmente la relación; tiende a actuar de manera más racional, aunque por supuesto persisten muchas críticas a la mamá; en tanto que otros se ponen excesivamente críticos. La actitud es cambiante, en algún minuto desea ser regaloneado como niño pequeño, en tanto que en otro parece bastante maduro. A los trece años, el niño empieza a aislarse, necesita estar solo; las muestras de interés de la mamá suelen ser consideradas, a menudo, una intromisión. Suele avergonzarse un poco de su madre, muchas veces no le gusta cómo se arregla, tampoco lo que dice ni lo que hace. 69

A los catorce años, el comportamiento es muy variable; algunos niños suelen ser muy buenos compañeros, en tanto que otros se comportan bastante distantes. Los hijos pueden ser atentos con su madre. Y las hijas, si la relación ha sido buena, le hacen entrega de sus confidencias. En otras familias la relación puede ser muy conflictiva y producirse un distanciamiento emocional que puede ser muy peligroso para la relación. Los quince se constituyen en una edad crítica en relación a la libertad que los jóvenes quieren lograr. No les gusta conversar; quieren su independencia, y no responden a las imposiciones arbitrarias. A los dieciséis años ya la relación ha mejorado; el niño ha madurado; suele haber un vínculo de compañerismo y confianza, si la madre acepta que el niño ha crecido y lo trata como una persona independiente y autónoma. Es importante mantener una relación cercana, ya que es una edad en la que tienen tendencia a correr riesgos, a caer en conductas adictivas. Se ha comprobado que el saber quiénes son los amigos de los hijos, adónde van y con quién salen es un factor muy protector. Estas etapas descritas pueden ser variables en relación con los ritmos de maduración del niño, pero son fases por las que frecuentemente atraviesa la relación madre-hijo.

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Tipos de madre Algunos estudiosos de la relación madre-hijo han hecho una clasificación de las madres, y aunque parece injusto que no se haya efectuado una clasificación similar de los padres, se va a intentar describir algunos comportamientos tipo que dificultan el desarrollo infantil. Por supuesto que una mamá es siempre más que la descripción de cualquier tipología. Pero es posible que al darse cuenta que puede estar cayendo sistemáticamente en una forma de actuar que perjudica al niño, se incline a cambiar. Madres impulsivas Sus reacciones dependen más bien de sus estados de ánimo, que de pautas objetivas que orienten sus actitudes frente al hijo. No se trata de que estas madres no quieran a sus hijos o que no tengan una opinión apropiada acerca de cómo educarle, pero su estado de ánimo prima sobre la actitud reflexiva acerca de lo que el niño necesita. Si está de mal genio es capaz de lanzar los peores insultos y amenazas por un problema insignificante. En cambio, una falta de mayor peso puede pasar desapercibida o juzgarla de una manera muy comprensiva si la madre está de buenas. Por supuesto que es difícil ser estable; sin embargo, hay que intentarlo, ya que una actitud inestable hace que el niño genere cuadros de tipo angustioso, ante la imposibilidad de predecir la reacción de los adultos. Estar expuesto a una madre que a veces es rechazante, otras hipercrítica, y en otras demasiado cariñosa, predispone a que sus hijos van a tener relaciones muy poco estables con el mundo externo y que interioricen un patrón impulsivo de conducta. A veces, una mamá sabe lo que sería correcto hacer, sin embargo se siente sobrepasada por la situación. En ese momento lo más aconsejable es tomar un poco de distancia, y evitar reaccionar en forma inmediata. Salir a caminar, leer un libro, encerrarse un rato a solas en la pieza, le permitirá ver el problema en su verdadera dimensión, y así logrará ser más reflexiva.

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¡Ya no aguanto más!

Madres sobreprotectoras Son madres que por exagerar el cuidado y la protección del niño, disminuyen las posibilidades de autonomía de los hijos. No permiten que nadie haga las cosas por ellas y tampoco aceptan muy de buen grado que el niño «eche a perder aprendiendo» o que mientras «aprende sea más lento o cometa algunos errores». En general son madres llenas de temores por lo que les pueda suceder a sus hijos, y los abruman con sus cuidados. Como resultado, ellos son dependientes, inseguros, atemorizados y poco creativos. El famoso psicólogo del desarrollo J. Piaget sostuvo en una entrevista que toda ayuda innecesaria frena al desarrollo infantil. Si a usted le han criticado ser sobreprotectora, téngalo bien presente, piénselo porque a lo mejor tienen razón.

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No te vayas a resfriar.

Madres hipercríticas En alguna parte hemos aprendido que «criticar es educar»; sin embargo, «educar es enseñar y no corregir». Estas mamás, como casi todas, tienen muchas esperanzas puestas en su hijo; quieren que sea inteligente, aplicado, sociable, tenga buenos modales, y para conseguir estas metas están constantemente puntualizando los errores del niño: «no pongas los codos en la mesa», «lávatela cara», «arréglate la camisa», «ordena tu pieza». Estas frases, repetidas una y mil veces, empiezan a no ser oídas por el niño, por lo iterativas. El sistema de criticar todo, además de no ser efectivo, crea una sensación de asfixia, que a la larga llevará al niño, por no sentirse aceptado en su mundo familiar, a buscar aceptación en otras partes. En ocasiones una crítica excesiva disminuye la autoestima, porque los niños pueden desarrollar una autocrítica patológica paralizante.

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¡Ordena tu pieza! ¡Métete la camisa en el pantalón! ¡Mira tus zapatos!

Madres ausentes Son madres que a pesar de vivir con sus hijos se las arreglan para estar ausentes. En cierta manera, estas madres rechazan la maternidad y/o al hijo; en general, delegan sus funciones en otras personas: abuelos, empleadas, salas cunas. No son agresivas físicamente, pero solo están dispuestas a dar a sus hijos el tiempo que les sobra. Muchas veces «a los niños no les falta nada en lo material, van a buen colegio, tienen ropa y alimento», pero necesitan la presencia afectiva de la madre. La maternidad es una relación personal intransferible. Si existiendo, la madre falta a su presencia activa y estable, el niño se sentirá solo y poco seguro. Para desarrollar una conducta de apego, los niños necesitan sentir que sus madres están disponibles y que son prioridad para ellas. La madre separada En la mayoría de los casos de divorcio, la tuición de los hijos es responsabilidad de la madre. Es importante entender que ciertamente la misión de educar a los hijos en esta situación se complica y es necesario tener algunas cosas en claro. La separación es de los padres y no de los hijos. Por lo tanto, salvo circunstancias 74

muy extremas, es fundamental permitir al niño ver con regularidad al padre. Hay que velar por la salud mental del hijo, cualesquiera sean los resentimientos en contra de la pareja. Deteriorar la imagen del padre no es una agresión a él, sino al niño en la medida en que se descalifica a la persona con quien debe identificarse. Sería falso, tal vez, hablarle bien, pero es indispensable autocontrolarse y no hacer comentarios negativos para no dañar al hijo. El niño necesita la imagen paterna para crecer. A veces, ante la falta del padre, la madre concentra la autoridad, exige más hábitos, en tanto el papá lo saca a pasear o a divertirse.

¿A qué hora llega tu mamá?

Hay que librarse de ese papel esclavizante de ser una autoridad rígida. Por supuesto que puede ser, pero en forma ocasional, permitiéndose un espacio y un tiempo para pasarlo bien con el niño. ¿Qué tal si un día, después de la oficina, sale a tomar una bebida y a pasear con sus hijos, y olvida sus obligaciones de tal manera que no se transforme en «la mala de la película»? La madre que trabaja fuera del hogar 75

A nadie se le ocurre hoy día plantearse el hecho de si es conveniente o no que la mujer trabaje en forma remunerada fuera del hogar. Algunas lo hacen por necesidad, otras por desarrollar sus intereses personales o profesionales. Pero también es un hecho que mientras van adquiriendo nuevos roles, estos se suman a los anteriores. Con frecuencia, en este ampliar los intereses no solo la mujer se plantea hacerlo bien en su campo de trabajo, sino que intenta perfeccionar los otros (ser una mamá perfecta, dueña de casa excelente, una mujer atractiva). Ciertamente, los nuevos roles complican la tarea, pero a medida que la mujer amplía su posibilidad de acción, se perfecciona y gana en seguridad y confianza en sí misma. Si en el mundo del trabajo desempeña con seriedad las tareas que se le asignan, sabe analizar situaciones, organizarse, y si estas habilidades adquiridas las aplica en su casa, sin duda su desempeño en el hogar se verá beneficioso. Para ser una buena madre es primordial entregar amor al niño en una actitud tranquila y satisfecha. Si al quedarse en casa la madre lo hace con resentimientos y una sensación de frustración, que atribuye concretamente a los «sacrificios» que debe hacer por el hijo, la compañía que entrega no será fuente de seguridad afectiva, porque a menudo estará hecha sin alegría. El trabajo fuera de la casa tiene ventajas y desventajas, y es necesario pensar en cada caso particular qué hacer. En algunos casos, el trabajo fuera obedece a una necesidad real; en otros, en cambio, a una decisión personal. Entre las ventajas del trabajo está la ampliación del mundo cultural que experimenta la mujer que trabaja, por los mayores contactos que tiene, aumento de la seguridad e independencia económica. Entre las desventajas destacan la ausencia prolongada de la casa y sobrecarga del trabajo doméstico. El riesgo mayor de la mujer que trabaja fuera es que el cansancio y las tensiones experimentadas la pongan de mal humor, se irrite fácilmente y esté poco dispuesta a compartir su tiempo libre con sus hijos. Si esto sucede será conveniente plantearse, quizás no el trabajo, pero sí la forma de asumirlo, y estudiar la posibilidad de que las labores de la casa sean compartidas. Los niños necesitan una madre atenta y preocupada de sus intereses para sentirse felices y valorados. El corto tiempo que se dispone para los hijos debe ser compensado por la «calidad» del mismo. Pero es bueno no hacerse trampas para que se tenga una buena calidad en la relación; un tiempo con ellos es esencial. Quizás es bueno realizar en forma entretenida algunas cosas juntos, como las compras, cocinar, pegar botones. Además, en este compartir, los niños pueden aprender a hacer las cosas en forma autónoma. El perfeccionismo no es una virtud, sino un defecto, en las madres que trabajan es especialmente aconsejable «erradicar» la obsesión por un orden o limpieza perfectos. Si no lo logra, tal vez toda su energía se agote en el orden, y pierda la capacidad de recibir, sentir y expresar ternura, que es lo que necesitan los hijos. 76

Es posible que las mujeres que culpan al trabajo por ser incapaces de expresar amor y por no poder dedicarse a los niños, aunque estuvieran en casa, de nada les serviría. Una mamá que quiere a sus hijos encontrará tiempo y formas de entregarles ternura y afecto. Por ejemplo, si su hijo(a) tiene un correo electrónico, dese el tiempo para escribirle algún mensaje gratificante, en el que cómo y cuánto lo(a) quiere quede plasmado por escrito. Los mensajes escritos tienen una permanencia que hace que se registren con más fuerza en la memoria emocional. Recuerde que la clave de una buena maternidad está en acompañar al niño especialmente en los momentos decisivos. Estar disponible a sus llamados de atención y darles señales claras que son prioridad uno, es una tarea básica para las madres que trabajan en forma remunerada fuera del hogar.

Y ahora échale sal.

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Un consejo para las madres: desarrollen su sentido del humor Es lamentable que gran parte del tiempo que algunas mamás pasan con sus hijos estén malhumoradas y enojadas, porque están sobrepasadas por las múltiples demandas que enfrentan. Algunos adultos rara vez ríen en la relación con sus hijos. Hay que «aprender a reírse con ellos» y no «de ellos». Reírse de ellos no implica sentido del humor, sino una actitud destructiva que es muy dañina para el autoconcepto y para la relación madre-hijo(a). Hay que recordar que los niños pequeños no han aprendido aún a entender y soportar las bromas. La ironía y la burla son mecanismos que provocan inseguridad y temor en los niños. La madre es la principal fuente de seguridad y debe transmitir sentido del humor facilitando al niño la absorción de este elemento vital para la atmósfera familiar. Un clima familiar en que exista el humor será más enriquecedor que uno triste o crítico. A medida que los adultos puedan reaccionar en forma simpática frente a las dificultades, o frente a las ocurrencias de los niños, les permitirá a estos aceptar sus imperfecciones y crear una sensación de serenidad y armonía en la relación. El sentido del humor, así como el mal humor, son reacciones contagiosas. Cuide que en su casa domine el primero. Es importante saber que el sentido del humor se da con más frecuencia en personas inteligentes y que las personas creativas suelen tener una alta dosis de él. Tome nota y reconozca qué hace reír a su hijo, escúchele sus anécdotas y sus chistes. Recuerde que está demostrado que la risa sube las defensas y, por lo tanto, el humor es una excelente estrategia para conservar la salud.

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¡Ay, qué divertido!

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Actividades Planifique dos actividades que puedan aumentar su relación afectiva con alguno de sus hijos, que pueda sentirse más excluido. Comparta y cuéntele a sus hijos anécdotas sobre ellos cuando eran pequeños. Revise la lista de cosas suyas que son del agrado de sus hijos y piense cómo aumentarlas. Revise la lista de características suyas que no son del agrado de sus hijos; piense, en relación con lo que ha aprendido, cómo podría modificarlas. A la luz de lo aprendido planifique dos actividades que favorezcan su relación con sus hijos o hijas.

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CAPÍTULO V

¿SOY UN BUEN PAPÁ? Y que en la dulzura de la amistad haya lugar para la risa y los placeres compartidos. Porque en el rocío de las pequeñas cosas el corazón encuentre su mañana y tome su frescura. (Tomado de El profeta de Khalil Gilbram)

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Cuestionario personal ¿Cómo soy como papá? Características positivas: Características negativas: 2. ¿Qué cosas hago por mis hijos? 3. ¿Cuánto tiempo al día paso con ellos? (Si no tiene una idea clara, registre durante una semana cuánto rato les dedica). 4. ¿Qué actividades comparto con ellos? Leo Veo televisión o películas Juego Salgo a pasear Converso Intercambiamos e-mail Les arreglo sus cosas (juguetes, muebles, etc.) Compartimos algún pasatiempo 5. ¿Me preocupo del rendimiento escolar de mis hijos? Tengo contacto regular con el colegio Les ayudo en las tareas Me preocupo por sus notas. Los controlo, reto, felicito, estimulo, descalifico, oriento, apoyo 6. ¿Les cuento cosas mías? Anécdotas de mi vida Comento noticias, cosas que estoy leyendo Les converso sobre mi trabajo Otras cosas 7. ¿Creo conocer bien algunas cosas de ellos? Lo que les interesa Las preocupaciones que tienen Qué temores tienen 83

Quiénes son sus amigos 8.¿Sienten mis hijos que estoy disponible para ellos? 9. ¿Los acompaño en los momentos decisivos?

Toma, papá, pon este carro.

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¿Qué es ser un buen papá? Ciertamente, esta no es una pregunta fácil de responder, porque depende en gran medida de las experiencias personales en relación a la paternidad. A lo largo de la historia, el padre ha sido visto como la figura fuerte y protectora, el guía, la autoridad y como el proveedor de la familia. Pero al mismo tiempo, como una persona más bien ausente, y un poco lejana, temido y respetado, dando la imagen de que la ternura y cercanía no son parte de su papel. Existe aún el mito de que los hombres no lloran ni son sensibles. A medida que la sociedad ha ido cambiando, las familias se han hecho más pequeñas, y el rol de hombres y mujeres se ha transformado. Ha variado el papel en que el hombre debía ser «el fuerte». Ser fuerte es una labor exigente; nadie puede ser fuerte y protector todo el tiempo; cada uno tiene sus debilidades, y cuando se pretende no tenerlas es a costa de un empobrecimiento de muchas experiencias dignas de vivirse. Actualmente, en la mayoría de las parejas al hombre no solo se le da el derecho a ser tierno, cercano y amoroso con sus hijos, sino que se le exige serlo. Por otra parte, a medida que las parejas jóvenes buscan independencia, quieren vivir solas, o se van a otra ciudad, ahora hay menos abuelos, abuelas, suegros, tías participando en el diario vivir, lo que ha llevado al hombre a incorporarse cada vez más a la rutina doméstica y a compartir con su mujer actividades que antes no compartía. Los padres han ido participando más igualitariamente dentro de la casa y en el cuidado de los niños. En términos generales, podríamos resumir las funciones del padre en tres áreas básicas: 1. El padre como apoyo y protección. 2. El padre como puerta del mundo. 3. La influencia del padre en el desarrollo del pensamiento, la inteligencia y el rendimiento escolar.

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¡Qué bueno que llegaste, papá!

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El padre como apoyo y protección Tradicionalmente era el padre quien daba protección en el sentido de dar techo, comida, vestuario y educación, siendo el proveedor económico de la familia. Era quien tenía que salir a trabajar para satisfacer las necesidades básicas y dar seguridad a los que dependían de él. Actualmente, esta exigencia los sobrepasa, se sienten sobrecargados y exigidos por un medio ambiente que les pide más de lo que se sienten capaces de dar. Otros padres se sobreexigen a sí mismos pensando que su papel fundamental es dar seguridad económica y que su familia debe tener de todo. Así, el trabajo y lo económico pasan a ser lo central, su razón de ser y a lo que dedican toda su energía, y no les queda tiempo ni ánimo para estar con su mujer e hijos, conversar, salir, jugar, que son las formas en que se establecen los vínculos afectivos. Algunos padres piensan que el papel más importante del hombre en el hogar es el de ser figura de autoridad y que debe poner orden y disciplina y tomar decisiones. Una de las responsabilidades de los padres es educar; esta debe ser una actividad compartida con la madre y otros miembros de la familia. Es muy típico que las mamás les digan a los niños: «espera que llegue tu papá, ahí vas a ver», y cuando llega el papá a la casa lo inundan con quejas, con «mira lo que hizo fulano, tú deberías retarlo o castigarlo... tú deberías ponerle punto a esta situación, etc.», haciendo aparecer al padre como el ogro de la familia. El establecer límites, reglas y las exigencias de cumplirlas es una labor conjunta y compartida por la pareja y los niños, ya que siempre el que pone límites se gana algunas antipatías y distancia de los demás. Aunque la protección económica y la disciplina son aspectos importantes para la seguridad de un niño, hay otro tipo de seguridad que es más básica y primaria, y que es la necesidad de ser aceptado, querido, respetado, el sentir que a uno lo entienden. Para esto no es preciso estar siempre de acuerdo con otro, pero si hay una palabra clave para entender esto, es respeto. Es muy probable que no siempre nos guste lo que otros hacen; a veces quisiéramos que los niños fueran distintos o pensamos que deberían ser distintos a como son: que fueran más tranquilos, más responsables, más respetuosos; sin embargo, hay que mirar a cada niño como un individuo aparte, con sus propias características, como «una persona con sus necesidades e intereses y forma de ser personal», como alguien en camino de crecimiento y que puede equivocarse, ya que tiene mucho que aprender. Hay que tener fe en la capacidad de crecer de los niños, pero el crecimiento significa conflictos, desa​cuerdos, preocupaciones, y el punto central aquí es entender al niño como un ser único y diferente. Darle apoyo en su ser persona, más que a estar constantemente exigiéndolo. Educar es ayudar a crecer y no corregir continuamente. Orientar y apoyar, más que criticar y castigar. En este sentido, alguien que siempre es corregido y criticado va a tener muchas menos posibilidades de sentirse seguro de sí mismo en el futuro. Un papá debe apoyar, guiar y enseñar, estar cercano y disponible y 87

ser un modelo a imitar. Otra tarea importante del padre es ayudar al niño a enfrentarse con sus miedos y frustraciones, tanto del mundo interno como del externo. Muchas veces los padres se burlan, se enojan o no dan importancia a los temores de sus hijos. Un niño puede tener miedo en la noche, temer a los perros, al agua, a subirse a un bote, a los caballos, etc. Más que reírse, no darle importancia, enojarse o sentirlo como un insulto a la propia hombría, el padre debería asumir un papel activo en guiar y enseñar al niño a enfrentarse a sus temores, en términos de acercarlo de a poco a las situaciones, dándole razones que lo ayuden a vencer el miedo, brindándole apoyo; la protección física que entrega el padre ayuda muchas veces a enfrentar situaciones temibles para los niños de una manera positiva. El que un padre pase el brazo por los hombros, le haga una caricia en la cabeza o le diga «qué valiente, te portaste hombre», o «a mí también me daba miedo», ayuda a superar estos temores.

¡Qué bien, eso está mejor! ¡Otra vez te equivocaste!

Los niños se frustran muchas veces; por ello es conveniente que el padre sea alguien que lo apoye en los momentos en que lo está pasando mal, converse con él y lo ayude a ver las causas y consecuencias y a crear formas más positivas de enfrentarse al fracaso; por ejemplo, diciéndole «esta vez te fue mal, pero la próxima te va a ir mejor», 88

ayudando a analizar las causas del fracaso, qué fue lo que salió mal y por qué, ver qué cosas se podrían cambiar en el futuro. Por ejemplo, si el niño jugó mal un partido de fútbol, el papá, en lugar de decirle al niño «pero no te enojes, no seas rabioso», es mejor analizar su bajo rendimiento en su juego y ayudarle a entrenarse; por ejemplo, a golpear más fuerte la pelota, a hacer otro tipo de movimientos, a aceptar que otros son mejores a veces, etc.; también comentarle qué hizo bien y en qué es bueno. Un papá cercano, abierto al diálogo, afectuoso, va a dar una imagen positiva del mundo, entregándole al niño una sensación de protección durante los años en que es muy importante tenerla, y va a favorecer la introducción de modelos de identificación positivos. Un padre castigador, lejano y autoritario, produce miedo e inseguridad, y en el futuro el niño enfrentará la vida más cargado de ansiedad, más temeroso y con una mayor probabilidad de fracaso. Otro punto importante se refiere a las caricias físicas. Es agradable un padre que acurruca, que haga sentar a su hijo en la falda. Las caricias nunca sobran. Sin embargo, hay una serie de tabúes en relación con las expresiones afectivas de los hombres. Se piensa que un padre puede ser cariñoso mientras el niño es muy pequeño, y «si es que puede» ser cariñoso en esa época. Más bien se plantea que quienes brindan cariño son las mujeres. Hay que aprender la importancia del contacto físico, dar un abrazo a tiempo, una caricia, y adaptarlos a las edades de los hijos. A veces, un adolescente necesita cercanía física tanto como un niño, pero aquí hay que estar alerta porque muchas veces los niños más grandes se sienten avergonzados frente a las expresiones físicas de afecto en público; en otras ocasiones son los padres los que se inhiben frente a expresiones de afecto hacia sus hijas adolescentes en un contacto más cercano por tabúes sociales y otras ansiedades. Pero ciertamente un elemento importante es que el hijo o la hija tengan en la relación con el padre una señal clara de que son considerados interlocutores válidos, y que su opinión importa.

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¡Goool!

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El padre como puerta al mundo A pesar de los enormes cambios culturales en los roles femeninos y masculinos, una vez más la tradición nos muestra a la madre como la que da afecto y cuidados, la que está en la casa y es la figura nutritiva. Al padre se le señala como el que se enfrenta al mundo; pero hay una tendencia a que las mujeres asuman otras responsabilidades, salgan a trabajar y ocupen puestos de relieve público. El papá es una figura muy importante en cuanto a conectar al niño, sea hombre o mujer, con el mundo exterior, del trabajo, del estudio, con los intereses, la política, los deportes. Cuando el niño nace, el vínculo de la mamá con él es mucho más fuerte, por el embarazo y la lactancia, que el contacto que pueda tener un papá con su hijo. Sin embargo, este puede empezar a crear lazos que le van a asegurar una mejor relación en el futuro. Un padre que muda al niño, que le canta, lo regalonea, que se levanta en las noches a atenderlo o lo alimenta de vez en cuando, probablemente será sentido por su hijo desde muy temprana edad como alguien cercano y conocido, y desarrollará un fuerte apego emocional. Alrededor del año de edad, el papá empieza a ser un intermediario, y amortigua los lazos tan fuertes que el niño tiene con su mamá; por ejemplo, si va a llegar un hermanito, permite que el niño, al tener lazos fuertes con el padre, acepte un poco mejor la pérdida que significa compartir la atención de la mamá. También aquí es importante que el padre empiece a ser muy activo en el sentido de jugar con el niño, compartir, hablarle para que desarrolle el lenguaje, sacarlo a caminar, enseñarle a jugar a la pelota, etc. El padre puede ayudar mucho al progreso del pensamiento y lenguaje del niño. El padre que conversa, que relata cuentos, que juega con sus hijos, tanto hombres como mujeres, cooperará enormemente al desarrollo del lenguaje e inteligencia de los niños preescolares. En la edad escolar el rol paterno es muy importante. Cuando el niño entra al colegio, el papá deberá ser una figura de apoyo y motivación. Le gusta que lo lleve al colegio, que vaya a las reuniones y que asista a las representaciones y competencias deportivas. Se ha visto que los niños con un padre ausente, ya sea porque no lo tienen o porque pasa muy poco tiempo con ellos, pueden ver afectado su rendimiento escolar. El padre es el centro donde se genera interés y conexión del niño con el mundo externo. Por ejemplo, para formar una idea de lo que es el mundo del trabajo, es recomendable hablarle al niño del trabajo, llevarlo a visitar la oficina, taller, etc. Un ejemplo de actividad compartida podría ser «visitemos la oficina», «¿en qué trabaja el papá?», y «¿cómo es eso?». Que el niño conozca cómo es, qué tipo de trabajo hace el papá, qué es trabajar, cómo es el escritorio, la fábrica, el taller. Si no es posible una visita, una buena descripción vale como visita imaginaria (esto no se limita a los padres, también es importante que las madres que trabajan lleven a sus hijos a su mundo laboral). Por otra parte, el padre sirve de modelo o de instructor en ciertas habilidades que 91

pueden ayudar al niño a adaptarse a su grupo de amigos. Si el papá le enseña o, por lo menos, lo apoya en el aprendizaje del fútbol, las bolitas, el computador u otros juegos con los que se divierte en el colegio, o se preocupa y sigue de cerca su desempeño, puede contribuir mucho a que el niño se sienta exitoso y supere eventuales problemas de inseguridad. Un niño que va al colegio y no tiene idea de jugar bolitas o es malo para los deportes y el papá no lo ayuda un poco, puede llegar a desligarse de su grupo y a sentir que es malo, que no sabe y que los otros se ríen de él o lo rechazan. Servir de modelo y ayudar activamente en habilidades sociales, por ejemplo: a entender bromas, responder burlas, en otras ocasiones a ser solidario y buen compañero, etc., favorecerá enormemente a un niño el asumir mejor su papel masculino. Esto también es valioso con las mujeres. Un padre que admira la femineidad de su hija y que le da una imagen positiva de las mujeres, que le dice que es inteligente, o que es bonita y que está atento a escuchar sus opiniones e intereses y comparte con ella actividades, probablemente tendrá una hija que se sentirá más segura y cómoda de «ser mujer» que con un padre que siente y expresa en forma machista que el mundo de las mujeres es la casa, que no saben hablar, que molestan, hablan mucho o que no les interesa el mundo externo. La cercanía, el afecto y el aprecio del padre pueden enseñar a una mujer a sentir que es valioso ser mujer, en contraste con la niña que supone que a lo mejor debió haber sido hombre para poder estar cerca del papá. Más adelante, cuando los niños entran en la «edad del pavo», empiezan a ser púberes, necesitan su cercanía y apoyo más que nunca. En este sentido es importante conciliar el ser amigo y padre. Hay hombres que asumen en forma muy rígida y tajante el papel de padres: autoritarios, estrictos y protectores. En cambio, otros padres tienden a perder absolutamente los límites y pretenden disfrazarse de adolescentes. Ninguno de los dos extremos es deseable. Es válido ser un padre cercano que comparte actividades, que hace deportes, acompaña a sus niños, discute ideas, comenta noticias, asume posturas y valores; pero también es necesario que el padre exprese sus valores personales, sus límites y posiciones. Es decir, es indispensable el poner límites, expresar abiertamente los valores, pero en una postura de diálogo, de discusión, de conversación y no de sermones y de «tú estás mal, yo estoy bien».

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¿Adónde vamos, papá?

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El padre y el rendimiento escolar El papá puede aportar mucho al éxito escolar a través de una preocupación sistemática, un apoyo cercano y cálido en relación con el mundo de las tareas y del colegio. Nunca se insistirá lo suficiente en la idea de una relación cercana y cálida, de preocupación y apoyo, porque en general los padres tienden a controlar, castigar y exigir y/o a dejar las tareas y las reuniones escolares a cargo de las madres. En general, son pocos los que van a las reuniones de curso de sus hijos o que conocen los nombres de los profesores o la materia en la que les está yendo bien o mal y en qué necesitan ayuda. Más bien reciben la libreta de notas al final del semestre y hacen los comentarios pertinentes. ¿Cuáles serán las responsabilidades de un papá? Es importante que se dé un tiempo para supervisar las tareas, ver si el niño lo está haciendo bien, qué tipo de ayuda requiere. Orientar al niño a buscar información en diccionarios y enciclopedias, en internet, enseñar a pensar y a analizar algunos aspectos de la materia que está estudiando, ya sea historia, castellano o geografía, guiar al niño a usar un mapamundi, a buscar información. Esto es en relación directa con las tareas escolares, pero en términos indirectos, un padre estimulante y disponible, cuando lee, comenta sus lecturas con sus hijos, por lo menos las lecturas que estén a nivel de ellos, que comenta noticias, conversa, comparte con sus hijos sus preocupaciones de economía, negocios, historia, literatura, automóviles o cualquier interés que él tenga, va a desarrollar niños curiosos e inquietos con ganas de aprender. No siempre a los padres les atraen las mismas cosas que a sus hijos. Por ejemplo, tal vez a un hijo le interesa la música o los viajes espaciales y a él no, pero puede acompañar al niño a explorar esos mundos. La compañía en estas áreas le transmite al niño una señal poderosa de que es valorado académicamente. En resumen, la idea es seguir de cerca, apoyar y estimular el rendimiento del niño, más que controlar o castigar. Se ha visto que los padres indiferentes tienden a generar hijos poco creativos y más dependientes en cuanto a rendimiento escolar.

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¿Cómo se te ocurre que podrías hacerlo?

Insistimos que es igualmente importante la actitud que tenga el padre hacia el rendimiento del hijo, como al de la hija. En general, los padres se preocupan del rendimiento intelectual de sus hijos varones; sin embargo, investigaciones hechas con mujeres exitosas, creativas, con una alta capacidad intelectual, inteligencia analítica y buen rendimiento, muestran que estas habían tenido durante su infancia un intercambio intelectual estrecho con su padre. Es decir, un padre que piensa que el papel de las mujeres es ser «bonitas y no necesariamente demasiado inteligentes» y que el rendimiento escolar no les importa demasiado, inhibirá en forma importante el potencial intelectual de sus hijas mujeres. Mientras más prejuicios tenga en relación a que los intereses de las mujeres son muy diferentes a los que tienen los hombres, tendrá menos posibilidades de tener una hija a la que le vaya bien en el colegio o que tenga intereses variados. Por ejemplo, si él considera que las mujeres no entienden nada de matemáticas y, por lo tanto, la deja sin apoyo, probablemente va a reforzar el rol de la niñita de que «no importa cuánto sepa o cuán inteligente sea»; o incluso peor, puede hacerla sentir incómoda en su papel de mujer inteligente y preferir esconder o inhibir estos rasgos que cree poco deseables dentro de su éxito social o poco femenino o innecesario. Otro aspecto importante es fomentar la creatividad, la inquietud y la curiosidad del 95

niño a hacer preguntas, a pensar por sí mismo e ir modelando a través de preguntas las respuestas, más que dar las respuestas inmediatamente. Si el hijo pide una información concreta, más vale enseñarle cómo buscarla antes que darle la respuesta.

Busca en la letra D.

En general, cuando se deja que el niño piense y analice los problemas, se le está enseñando directamente las formas y procesos mentales para enfrentarse a las dificultades. Resumiendo, el castigo y las amenazas, a la larga, tienen como consecuencia que el niño se crea incapaz y no pueda rendir bien. Un niño lleno de temores se va a sentir inepto e infeliz, verá al padre lejano y no se atreverá a pedirle ayuda. Un padre que de verdad ayuda a su hijo es el que está cerca de él, le da confianza, se interesa por sus preocupaciones y problemas, lo apoya y estimula en sus momentos críticos. Es decir, un padre que está, que acepta al niño como es y que enseña alternativas, más que corregir o criticar, y que lo hace sentir en forma explícita que es prioridad uno para él.

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Actividades 1. De acuerdo con lo que leyó, ¿qué imagina que le pedirían sus hijos que hiciera para ellos? 2. Escriba tres cosas que le gustaría cambiar en su relación con sus hijos. 3. Anote tres cosas que le agrada de su relación actual con los niños. 4. Señale una actividad para hacer con sus hijos, que sea agradable para usted y para ellos. 5. Imagine algunos gestos que le permitan a sus hijos o hijas sentir que son prioridad uno para usted. 6. Anote dos actividades para hacer con sus hijos o hijas, que los haga sentir que usted los valora intelectualmente.

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CAPÍTULO VI

COMUNICACIÓN NO VERBAL LA FORMA MÁS EFECTIVA DE CONSTRUIR O DESTRUIR UNA RELACIÓN Con mis ojos miraba a los tuyos y tú por mis ojos sabías más cosas de mí. Por los ojos nos entendíamos a la distancia y antes que dijésemos cualquier palabra yo ya conocía lo que tú pensabas y tú por mis ojos también. (Tomado de Anteparaíso de Raúl Zurita)

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Cuestionario personal 1. Si mis hijos(as) tuvieran que describir mi expresión, dirían que la mayor parte del tiempo estoy (marcar los que procedan): alegre triste enojado(a) indiferente preocupado(a) otras, ¿cuáles? 2. Si mis hijos tuvieran que describir mi tono de voz, dirían que es (marcar los que procedan): bajo alto grato desagradable hostil afectuoso y suave duro 3. ¿Qué gestos de afecto se ven con frecuencia en mi casa? 4. Mis hijos dirían que soy (marcar los que correspondan): cariñoso(a) frío(a) temible aceptador(a) rechazante distante cercano(a) mal genio

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Aprender a expresar Es quizás en la «comunicación no verbal» donde pueden expresarse en mejor forma el afecto, la intimidad y la ternura. La sensación de «ser querido y querible» por y para alguien se transmite esencialmente a través de gestos y acciones. La «comunicación no verbal», es decir los gestos, la sonrisa y la mirada, es más poderosa para manifestar un mensaje afectivo que la comunicación verbal. A su vez, las palabras pierden fuerza y valor si no van acompañadas con los gestos correspondientes. Las emociones intensas o fuertes, aunque no se expresen verbalmente, son casi imposible de ocultar, ya que siempre hay gestos o actitudes que delatan los sentimientos. Muchas veces los padres, frente a problemas dolorosos como una enfermedad grave o una muerte intentan mantener a los niños «fuera del problema». Sin embargo, solo consiguen que el niño disminuya su confianza en ellos y sienta que de una u otra forma «le están mintiendo», porque los niños perciben las emociones que hay en el ambiente aunque no sepan a qué atribuirlas. Generalmente, los gestos dan la clave que lleva a los niños a interpretar de otra manera lo que sus padres están diciendo. ¿Cuántas veces expresamos: «Yo no quise decir eso, tú lo estás interpretando mal»?

¿Qué pasa?

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No pasa nada, no te preocupes

Si nuestras palabras son comprendidas repetidamente en forma equivocada, valdría la pena plantearse por qué los efectos de nuestra comunicación son diferentes a los que deseamos. Para mejorar la forma de relacionarse con los hijos hay que guiarse por los efectos que ella produce y no solo por su intención. La comunicación no verbal debe coincidir con la verbal Cuando las acciones de los padres en relación con el niño entregan el mismo mensaje que las palabras, la comunicación es fácil y fluida; pero si las acciones son opuestas y contradictorias a las palabras se crean problemas en la relación. Un ejemplo de comunicación contradictoria es pedirle a los niños que sean corteses y gentiles con los adultos y entre sí, en tanto los padres mantienen con ellos una actitud violenta, descalificadora y autoritaria. Decir por ejemplo: ¡pareces tonto! ¿Cuántas veces te voy a tener que repetir que debes ser cortés? No es una forma «cortés de decirlo».

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Lo hago por tu bien.

Es importante que los gestos que acompañan a las palabras sean concordantes con ellas. Si el niño ve que los gestos desmienten lo que dicen las palabras, perderá la confianza en la persona que le habla. En un padre que está enojado, aunque su lenguaje sea muy racional, el hijo notará el enojo que siente. El clásico «lo hago por tu bien» al dar un castigo, muchas veces es percibido por el niño como una descarga de rabia más que como un mecanismo educativo. La mayor parte de los gestos no son perceptibles por quien los hace, pues a veces resulta difícil entender las emociones que revelan en sus expresiones, especialmente si son negativas. La voz Una forma no verbal de comunicación es el tono de voz. Un tono de voz 103

desagradable puede dificultar la relación emocional. Por el contrario, una voz agradable y dulce puede facilitar la comunicación. Las palabras más dulces son siempre dichas en voz baja. Un mecanismo útil para «oírse» en relación con los niños es utilizar una grabadora o cerrar los ojos y escucharse en la imaginación; analizar el tono y las características de la voz. Grabarse cuando se llama la atención a un niño, cuando se le dan instrucciones o durante la hora de almuerzo ayuda a escucharse y a entender la reacción que puedan tener los otros. Muchas veces es el tono de voz, la postura y no las palabras las que le dan el sentido al mensaje. Si usted dice: «Tu amigo Juan no vendrá el domingo», podría significar que al amigo de su hijo no le dieron permiso, o bien que usted le está prohibiendo que Juan venga de visita.

¡Hasta cuándo...! ¿Qué te parece si...?

La distancia 104

La distancia entre las personas expresa el tipo de relación existente, mientras más cercana se siente como más afectuosa. Aunque la cercanía y el contacto físico entre padres e hijos son indispensables a cualquier edad, hay variaciones según la que tenga el niño. Por ejemplo, a los niños mayores no les gustan las demostraciones afectuosas en público, aunque las busquen en la intimidad, en tanto que a los menores les gustan.

Ya pues, mamá, que están mis amigos.

Cuando la diferencia de estatura entre padres e hijos es muy grande, la comunicación no verbal puede verse perturbada por este factor. En los preescolares, por ejemplo, los padres pueden agacharse para hablar con el niño o subirlo en sus brazos, como una forma de facilitar la comunicación.

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Cuéntame...

Estado de ánimo y comunicación La comunicación no verbal es inconsciente y está siempre de acuerdo con el estado de ánimo. Para lograr una buena relación, si los padres están en buen estado de ánimo es preferible el contacto con los hijos. Cuando se está de mal humor es mejor esperar a que se pase para conversar y discutir las áreas problemáticas con el niño. Fingir un estado de ánimo diferente al real es percibido por los niños a través de los gestos. El desa​cuerdo entre lo que el padre o madre expresa y siente crea sentimientos encontrados en los hijos, lo cual dificulta la respuesta afectiva. Una forma de verse cuando estamos dando un mensaje cualquiera es simular hacerlo frente a un espejo (estando solos), y repetir el mensaje tratando de usar otra expresión. El mecanismo del espejo puede ayudar a tener una visión más objetiva de sí mismo; facilita entender cómo nos ven los otros. Expresar y recibir ternura La capacidad de expresar y recibir ternura está muy relacionada con las expresiones físicas y no verbales de afecto recibidas en la infancia. Si un niño(a) recibe suficientes expresiones físicas de afecto le será más fácil ser cálido y afectuoso en la infancia y después en la vida adulta. Cuando las expresiones no verbales de afecto (mímica y gestos) hacia un niño son primordialmente de rechazo, el niño creará sentimientos de inseguridad en sí mismo. Por ejemplo, si una mamá corrige 106

con frecuencia el arreglo de sus niños y no tiene gestos positivos que expresen aprobación, posiblemente sus hijos serán inseguros y temerosos. Es aconsejable usar gestos afectuosos, como pasar la mano por el pelo, poner un brazo sobre el hombro, para lograr una adecuada relación afectiva en los momentos de cercanía emocional. Una de las formas más directas de prestar atención y aumentar la comunicación con los hijos es acostumbrarse a mirarlos a los ojos mientras se les habla.

Si la mirada entre padre e hijo no es directa, la comunicación será menor. Pocas veces los padres perciben los pequeños cambios en los movimientos faciales (mímica), los cuales producen un fuerte impacto emocional en los niños. Un simple ceño fruncido puede llevar a un niño a un estado de temor que lo impulse a mentir, así como una sonrisa puede producir un efecto emocional de cercanía. A una mamá que cuando se enoja tiene una cara muy amenazante puede serle difícil comprender la reacción de miedo de su hijo. Cuidado físico El arreglo físico es también una forma de comunicación no verbal, y puede expresar alegría, desánimo, descuido, tristeza. A los niños les gusta ver a sus padres arreglados en forma atractiva, porque de alguna forma a través de su arreglo expresan un estado emocional positivo. El arreglo físico del niño les indicará a sus compañeros algunas características del niño y de la familia a la que pertenece, y es un factor importante de aprobación social.

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¡Mira qué ridículo!

Un niño que se arregla en forma semejante a la de sus compañeros tendrá más posibilidades de ser aceptado que otro cuyo arreglo físico es muy diferente al de sus amigos. El arreglo y el cuidado son internalizados por los hijos e hijas como modelo a seguir.

¡Qué rica está la comida!

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Las acciones positivas y su relación con el afecto Las acciones positivas son necesarias para expresar afecto. Una conducta que refleja preocupación por los hijos es, por ejemplo, hacer en lo posible comidas que sean del agrado de los niños, en vez de convertir las horas de comida en una tortura, con el pretexto de que los niños deben aprender a comer de todo. Cuando se arregla la casa de una manera especial para sorprender a los niños se está mostrando tanto o más afecto que con un «te quiero».

¡Otra vez lo mismo!

Una mamá que trabajaba y no estaba cuando los niños volvían del colegio, les dejaba a veces una especie de mapa del tesoro, donde les señalaba el lugar donde había escondido un dulce para ellos, estaba más «afectuosamente presente» que otra mamá que, aunque estaba en la casa, comenzaba antes de saludarlos, cuando llegaban del colegio, con una larga lista de órdenes: «Lávense las manos, no boten el bolsón por ahí». «Cámbiense de ropa». «Tómense la leche y pónganse a hacer las tareas».

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¡Mmm, la mamá me dejó un regalo! Lávate los dientes, las manos y anda a acostarte.

Si la comunicación no verbal es gratificadora, los niños verán a sus padres como personas cálidas y acogedoras, y sentirán el tiempo pasado con ellos como maravilloso y grato de recordar. Una buena comunicación, cálida, abierta y centrada en lo positivo ayudará a los niños a desarrollar su inteligencia emocional. Ellos aprenden por modelos, y si los padres les expresan las emociones y los afectos, los hijos también serán capaces de expresarlos, lo que favorecerá las relaciones con su familia y con sus compañeros, a través de una conducta empática, que se ha definido como uno de los elementos centrales de la inteligencia emocional.

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Actividades 1. De acuerdo con lo aprendido, piense tres áreas en las que su «comunicación no verbal» con su hijo sea satisfactoria. 2. De acuerdo con lo aprendido, piense en tres áreas en las que su «comunicación no verbal» con su hijo sea insatisfactoria. 3. Escriba tres formas de mejorar la comunicación no verbal entre usted y su hijo. 4. Después de una semana, revise su comunicación no verbal con su hijo, y evalúe su conducta en las siguientes categorías: a) Hay un progreso marcado b) Hay un progreso leve c) Permanece igual d) Ha empeorado Si marca las alternativas b), c) o d), relea el ca​pítulo. 5. ¿Cree usted que su hijo o hija describirían su comportamiento hacia ellos como empático?

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CAPÍTULO VII

APRENDIENDO A DECIR Para que tú me oigas mis palabras se adelgazan a veces como las huellas de las gaviotas en la playa. (Tomado de Veinte poemas de amor de Pablo Neruda)

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Cuestionario personal 1. Cuando algo me parece bien o me gusta, ¿lo digo? ¿Cómo lo digo? 2. Cuando algo me parece mal o no me gusta, ¿lo digo? ¿Cómo lo digo? 3. Cuando los niños hacen algo que me da rabia, ¿qué les digo? ¿Qué hago? 4. Cuando los niños hacen algo que me da pena, ¿qué les digo? ¿Qué hago? 5. Cuando estoy agradecido por algo, ¿qué les digo? ¿Cómo lo digo? 6. Juegue a grabar conversaciones familiares. Escúchenlas y los adultos evalúen cómo podrían tener una comunicación más provechosa con sus hijos.

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Una buena comunicación Generalmente pensamos que una buena comunicación es saber hablar o decir las cosas, pero en los capítulos anteriores hemos visto que para «entendernos con otros» tenemos que aprender a «entender» a otros. Comunicarse es observar, escuchar y comprender, por un lado, y expresar, decir, pedir y actuar, por el otro. Para tener una buena comunicación con los demás hay que aprender a entender lo que sienten, piensan o necesitan, sin esperar que hablen, sino tratar de «leer» de la cara, cuerpo y acciones de los otros qué es lo que están sintiendo, pensando o necesitando en un momento dado; ponerse en el lugar del otro y tratar de ver las cosas (1) desde su punto de vista, ponerse en los «zapatos del otro»; es decir, desarrollar una conducta empática. Para ponernos en el lugar de nuestros hijos podemos intentar algunas de las siguientes cosas: recordar la época en que uno era niño, tratar de revivir el tiempo en que uno tenía la edad que el niño tiene actualmente, revisar algunas fotos, acordarse del lugar en que uno vivía, del colegio en que estaba y pensar: ¿Qué necesitaba uno en esa época? ¿Qué sentía frente a ciertas cosas? ¿Qué sentía frente a los castigos? ¿Qué cosas le daban pena? ¿Qué cosas eran importantes? ¿Qué cosas daban miedo? ¿Qué cosas hacían falta? Pero cuando tratamos de entender lo que le sucede a otro, tenemos que ser cautelosos y no apresurarnos en las conclusiones. Muchas veces pensamos que entendemos; creemos saber lo que el otro siente o piensa, y nos equivocamos por varias razones: en primer lugar está la tendencia a ver en el otro cosas que no son de él; a veces creemos que los demás piensan y ven las cosas igual que nosotros, y habitualmente no es así. Es importante saber cuándo nos estamos «pasando una película» propia, y comprobar lo que uno cree, antes de sacar conclusiones apresuradas y actuar equivocadamente. Otro motivo que nos lleva en ocasiones a conclusiones erróneas son las experiencias anteriores. Si alguien ha reaccionado alguna vez de una cierta manera, tendemos a pensar que siempre va a reaccionar igual. Pero la gente cambia, especialmente los niños, porque crecer es cambiar. Otras veces nos olvidamos que todos somos diferentes y que ningún niño es igual a otro, y que las experiencias que hemos tenido con otros niños, ya sean 115

hermanos mayores o amigos, no se repiten necesariamente. Otras cosas que nos llevan a interpretar mal lo que los otros expresan, son los temores propios; a veces tenemos miedo de cosas que pasaron o podrían pasar, hay que conocerlos y reconocerlos para saber cómo enfrentarlos. Por todo esto, luego de tratar de entender lo que un niño (o adulto) está pensando, sintiendo o pidiendo, tenemos que comprobar si la conclusión a que llegamos es lo que el otro quiere. Asegurarnos que estamos interpretando el mensaje en forma correcta.

Sí, te entiendo bien. Lo que pasa es que tú eres un flojo.

1. Leer en libros y revistas las características que tienen los niños en determinadas edades.

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Cómo comprobar los mensajes Para saber si estamos entendiendo bien lo que un niño siente o piensa hay que expresarlo, decir lo que uno cree entender, dando al niño la oportunidad de confirmar o no lo que estamos interpretando. Es importante no juzgar lo que uno siente o piensa, hay que tratar de comprender lo que el niño siente, piensa o hace. Por ejemplo, un niño dice: «lo que pasa es que yo siempre hago todo mal». ¿Qué nos quiere decir con eso?... Tal vez él siente que nosotros pensamos que no hace las cosas como queremos y que le estamos exigiendo mucho. ¿Qué responder?: «Si te entiendo bien, tú crees que te estamos exigiendo demasiado», dándole la posibilidad de decirnos si entendemos bien lo que él quería decir. Cuando queremos comprender qué le pasa a alguien, especialmente a un niño, lo primero que hacemos es bombardearlo con preguntas: ¿Qué te pasa? ¿Qué hiciste? ¿Dónde fuiste? ¿Con quién? ¿Cómo lo pasaste? ¿Cómo te fue en el colegio?, etc. Tratamos de sacar información con tirabuzón, y lo que logramos es que respondan a nuestras preguntas con monosílabos: Sí. Más o menos. Bien. No sé, etc. Las preguntas no son la mejor manera de hacer que uno se abra, especialmente cuando se trata de niños chicos. Además, con las preguntas se orienta mucho la respuesta. Ellas hacen decir al otro lo que nosotros pensamos que está pasando, pero no dejan abierta la puerta para que el niño exprese francamente lo que piensa o lo que siente. Además, las preguntas a veces son consideradas como inquisitivas, dándole al interrogado la sensación de que se está invadiendo su intimidad. El que interroga es quien lleva «el poder» de la comunicación, tratando de obtener información, quitándole la oportunidad al niño de contar por sí solo. A veces es más productivo contar primero algo de lo que le sucedió a uno a lo largo de la jornada y de ahí dejar el espacio necesario para que el hijo o la hija cuente a su vez alguna experiencia sucedida durante el día.

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Te he dicho que no pelees. ¿Te gustaría contarme lo que pasó?

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Cómo hacer que los niños nos hablen de sus cosas Para entrar en el mundo de los niños, son ellos los que tienen que abrir la puerta y dejarnos entrar a su intimidad. Es muy frecuente que los padres se quejen que les cuesta mucho lograr que los niños les cuenten cosas. ¿Qué se puede hacer? Hay algunas actitudes que son básicas para facilitar la comunicación. En primer lugar, la actitud física o postura corporal. Esta ya se mencionó en otro capítulo, pero es importante insistir. Si queremos acercarnos y dar confianza a un niño, nuestro cuerpo y actitud tienen que ser de apertura y cercanía; si el niño nos siente relajados y con interés por escucharlo, le será más fácil hablar. Luego, es importante invitarlos a hablar, con preguntas amplias, no específicas, como: ¿Te pasa algo? ¿Te gustaría contarme algo? Te siento molesto o triste, ¿te puedo ayudar? Me interesa saber lo que piensas o sientes respecto a... En resumen, lo que hacemos es expresar al niño que nos interesan sus sentimientos, opiniones y problemas; que queremos escucharlo. Saber escuchar es un arte que vale la pena aprender, ya que nos da entrada al mundo interno de nuestros niños. Cuando podemos conectarnos con lo que los niños sienten y piensan, entender sus temores, expectativas y experiencias, es mucho más fácil ayudarlos en el momento que nos necesiten y así transmitirles el mensaje de que cuentan con nosotros.

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¿Qué hiciste hoy?

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Aprender a decir

¿Cómo te fue en el colegio?

Pero en la comunicación no todo es escuchar; también es importante aprender a decir las cosas en una forma que sea efectiva y llegue al otro. Cada vez que uno habla, todo el cuerpo habla: la cara, la voz, la tensión de los músculos, etc. El cuerpo muestra lo que estamos sintiendo, aunque no queramos decirlo. Las personas que viven juntas llegan a conocerse íntimamente y aprenden a reconocer las señales que el otro da con la cara, gestos, tono de voz, etc., y se dan cuenta cuando lo que decimos no está de acuerdo con lo que en el fondo estamos sintiendo o pensando, aunque no sepan exactamente qué es. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no decimos lo que sentimos o pensamos? A veces por temor a herir los sentimientos o por miedo a ser rechazados y perder el cariño o no querer imponer ideas. Pero todo lo que no estamos diciendo se nota y de alguna manera lo estamos comunicando. Cuando el cuerpo dice una cosa y las palabras otra diferente es muy difícil que el niño nos entienda bien, y así aprende a desconfiar. 121

Cuando se quiere decir algo a un niño es necesario ser claro y directo, tratar de expresar lo que se piensa y siente realmente, más que de manejarlo a través de insinuaciones y vueltas que confunden al niño. Por ejemplo, al decir: «Me encantan los niños ordenados», a veces sutilmente se está diciendo: «Te encuentro desordenado y eso no me gusta». Otro problema en la comunicación es que muchas veces se piensa que los demás deben entender lo que nos sucede, que es un poco el juego de «lee mi mente» o de «pero si tú me conoces y deberías saber que en estas ocasiones yo...». Es siempre mejor decir clara y directamente lo que a uno le gustaría, lo que uno querría o lo que uno piensa. Otras veces damos mensajes telegráficos, demasiado cortos, y el niño no nos entiende; por lo tanto, no puede responder a nuestra petición. A veces, en cambio, damos mensajes tan largos que el niño se confunde: en lugar de solicitar, comunicar un sentimiento o un pensamiento, damos un sermón en que el niño no comprende debido a la gran cantidad de palabras. En otras ocasiones hablamos con términos muy difíciles que no son comprensibles para el niño. Cuando no hay problemas en la relación entre dos personas la comunicación funciona bien. Puede haber una comunicación telegráfica o una intención de «leer mi mente»; siempre que no haya un conflicto de por medio, no tiene mayor trascendencia. Pero cuando hay problemas, todo se complica.

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¿Cuándo hay un problema?

¿Cuántas veces tendré que decírtelo?

Cuando alguien, ya sea el niño o el padre, se siente frustrado, enojado, poco querido, rechazado, resentido, controlado, sobreexigido, desobedecido, o cuando uno quiere que el otro haga algo y no responde, no sabemos qué hacer. Es en estos momentos cuando es más necesario saber comunicarse en forma efectiva. No cortar la comunicación en periodos de conflictos o agrandarlos con expresiones descontroladas, es de la mayor significación para no dañar la relación. Siempre es legítimo lo que se siente, pero por supuesto no todo lo que se hace a partir de lo que se siente es positivo para la comunicación. Cuando se está muy ofuscado es imprescindible calmarse antes de intentar enfrentar el conflicto. Los adultos deben ser para sus hijos un modelo de resolución de conflictos, y ello supone autocontrol. Sin embargo, es justamente cuando la mayoría de los padres, en lugar de facilitar la comunicación con el niño, la bloquean, por desconocer mejores formas de hacerlo.

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¿Cuáles son estos bloqueos? A continuación se describen algunos de los obstáculos más frecuentes en la comunicación. Acusar, retar, juzgar, criticar Decir «es que tú siempre», «tú nunca», «cuándo va a ser el día que hagas algo» o «eres un pesado», etc. Es la actitud inculpatoria en que se le echa la culpa de todo al otro, lo critica, hace acusaciones vagas, no específicas, o saca en cara enojos del pasado. Con esto se consigue que el niño ataque de vuelta y conteste, saque en cara cosas pasadas o se enrabie y aprenda a tenernos miedo.

¡Es que tú no me dijiste eso!

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Amenazar Decir «si no haces esto yo voy a...». Las amenazas no son efectivas, hacen que el niño sienta miedo y rechazo; y cuando la amenaza no se cumple, el niño aprende a desobedecer. Un niño muy amenazado puede transformarse en un adulto muy temeroso. Ridiculizar o poner sobrenombres «¡Ay, Señor, qué inteligente! ¡Mira lo que hizo!», «Hay una señorita vanidosa que siempre le preocupa andar vistiéndose bien» o «Mira, guatón, deja de comer tanto», «Estás hablando como un tonto». Las burlas son una forma sutil de agresión y dañan la imagen que el niño tiene de sí mismo. Lo hacen sentirse avergonzado. Dar órdenes o instrucciones Decir «¡haz esto...!». Al solucionar el problema en forma de mandato se le quita al niño la oportunidad de que se le ocurran las cosas por sí mismo. Formamos un niño pasivo, que va a necesitar tener siempre a alguien que le dé instrucciones, en lugar de crear él sus propias soluciones a sus problemas y confiar en su criterio. En vez de decir, por ejemplo: «tienes que estudiar más para que te vaya mejor», uno debería hacerlos reflexionar acerca de «¿cómo podrías mejorar tu rendimiento?». El problema de los sermones y de las razones es que muchas veces entran por un oído y salen por el otro, y suelen despertar mucha rabia. Pensamos que estamos dando razones muy lógicas para convencer al niño a actuar de cierta manera, pero en psicología se sabe que la forma de pensar de los niños es distinta a la de los adultos, y que la lógica adulta no necesariamente convence a los niños. Los niños chicos, hasta los seis años, tienen una forma de pensar que se llama «pensamiento mágico», y muchas de sus creencias las sienten con mucha convicción, aunque para nosotros sean irracionales y poco lógicas. En este sentido, es bueno aprender a entender cómo piensan los niños para influir en su forma de pensar. Por ejemplo, a un niño que tiene miedo a algo, a veces en lugar de darle todas las causas lógicas para no tener miedo es mejor enseñarle un rito para espantar fantasmas, y con eso le damos el poder a él de espantarlos, en vez de tratar de convencerlo de que esas cosas no existen cuando él siente profundamente que sí existen. Si un niño está llorando, en lugar de decirle «no deberías llorar», decirle «entiendo, te dolió», y hacer algo para que se sienta mejor; por ejemplo, ponerle un parche curita diciéndole que eso sí lo va a curar. Por otra parte, todos (tanto niños como adultos) somos incapaces de entender argumentos lógicos cuando estamos en un estado emocional fuerte; en ese caso es mejor ventilar los sentimientos, dejarlos expresar primero toda su pena, rabia, alegría, etc., y luego conversar. 125

Muchas veces los niños saben lo que tienen que hacer y les molesta que uno se lo repita, más bien necesitan ayuda concreta en cómo hacerlo y no un discurso. Hacerse el mártir, pedir disculpas, «tirarse al suelo» Decir «es que a mí nadie me quiere», «nadie me hace caso» o «yo que siempre me preocupo tanto por ustedes y ustedes nunca me responden», «y lo hago todo mal». Esta actitud produce sentimientos de culpa, pero no necesariamente cambia la forma de actuar. Las culpas al mismo tiempo dan rabia y deseos de evitar a la persona que las produce. Distraer, cambiar de tema, echar a la broma, minimizar el problema Decir «pero qué importa eso», «no te preocupes, si se te va a pasar», o distraerlo haciendo que el niño preste atención a otra cosa. En este caso, el niño siente que su problema es mirado en menos, que no lo toman en serio, que a nadie le importa lo que él siente. Muchas veces, al ver el problema de un niño desde nuestra perspectiva no entendemos cuán importante es para él, y en el fondo lo que interesa es cómo lo siente el niño y no lo que pensamos nosotros al respecto. Algunas de estas formas no son malas en sí mismas. El problema está en que no ayudan a solucionar los problemas. En la medida en que falta una comunicación real y no hay un encuentro de las formas de pensar y de sentir, no va a haber cambio en ninguna de las dos partes ni tampoco habrá comprensión.

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Qué importa, tienes tantos juguetes. Qué pena, lo siento mucho.

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¿Cuál sería la forma adecuada de comunicar? La comunicación, como ya dijimos, debe ser clara, directa y específica. ¿Qué significa esto? Clara Quiere decir lo que siento, pienso y quiero, en palabras simples y frases cortas, tratando de prever lo que el otro va a entender sobre lo que estoy diciendo. Por ejemplo, los niños no entienden las mismas cosas que nosotros. Hay que tratar de expresarse en palabras que el niño entienda. También con el adulto hay que ser claro. Directa Esto significa andar sin recovecos, decir directamente cosas sin darles vueltas. Los mensajes indirectos, como por ejemplo «a mí me gustan los niños aplicados», no son efectivos y producen mucha rabia. Específica Indica que esté directamente relacionada con el momento y con el hecho que estamos discutiendo; no sacar a la luz cosas vagas o generales o que pasaron tiempo atrás, o en suposiciones acerca del futuro, sino limitarse al tema. Un buen mensaje es: decir lo que siento frente a las cosas que espero del otro, y qué reacción podría tener yo, o qué consecuencias concretas podría traer. «Yo me siento así frente a... y me dan ganas de...» o «me gustaría que...». Cuando uno trata de entender a otro se centra en el «tú», trata de ver qué le pasa. Cuando quiere dar un mensaje tiene que centrarse en sí mismo y decir lo que a uno le está pasando, más que decir «tú deberías», «tú eres...», «tú piensas...», «te estás portando como un tonto», «tú eres desobediente». Los mensajes «tú» tienden a ser muy inculpatarios, es mejor reemplazarlos por mensajes «yo». Por ejemplo, en lugar de decir: «lo que pasa es que tú eres un desordenado y nunca me haces caso», se puede decir: «me molesta el desorden, me siento incómoda y me gustaría que ordenaras la pieza». En resumen, la comunicación es mala cuando hablamos mucho del otro, juzgando y criticando, sin mirarse a sí mismo y sin tratar de entender qué está pasando. Cuando le decimos al niño cómo debería ser, qué debería hacer, en lugar de expresar cómo estamos 128

nosotros viendo el problema. Para poder comunicarnos tenemos que conocernos bien, mirarnos hacia adentro y ver lo que sentimos y pensamos frente a las cosas, pensar «estoy enojado, asustado, frustrado, apenado, preocupado, contento, ¿qué me pasa?». En general, la cultura y la educación nos enseñan a no expresar los sentimientos. Tantas veces escuchamos decir «ay, pero los hombres no lloran», o «no seas rabiosa», o «las mujeres no gritan». Es mal visto manifestar emociones en público. «Cállate que nos están mirando». Esta limitación, en relación con la expresión de emociones, hace que en la intimidad también expresemos poco y que en lugar de abrirnos para que se nos entienda, tratemos de controlar a los demás a través de órdenes, instrucciones, amenazas, etc. Mostrarse no es fácil, es una aventura difícil; sin embargo, es la única manera de llegar a tener una buena comunicación y comprensión dentro de la familia. Los niños que aprenden a ver lo que los adultos sienten, desean y piensan, tienden a tener un control interno; en cambio, aquellos que se acostumbran a que se les grite, se les ordene, se les instruya, no reaccionan sino a los controles externos. A veces creemos que si dejamos que los niños expresen sus sentimientos se nos van a escapar de las manos. En este sentido hay varias cosas que es importante tener claras. En primer lugar, los sentimientos, especialmente en los niños, son pasajeros; una rabieta de un momento, la pena de otro, la alegría y la euforia son sentimientos que pasan, no se quedan ahí para siempre. Es muy difícil enfrentarse a una persona cuando está llorando, pues no sabemos qué hacer. A veces, el hecho de llorar por un rato y expresar la rabia hace que esa rabia pase mucho más rápidamente que si hacemos esfuerzos por controlarla. El entender sentimientos no significa permitir siempre las acciones. Podemos comprender que un niño esté apenado o rabioso y aceptar que exprese ese sentimiento, pero por supuesto que debemos limitar los actos que el niño haga en ese momento. Él puede decir «tengo rabia» y se lo permitimos; pero, sin embargo, no tenemos que consentir que por eso le pegue al hermano. O sea, permitimos los sentimientos, pero controlamos las acciones en forma positiva. Es decir, validamos y legitimamos lo que siente, pero no necesariamente lo que hace a partir de sus emociones.

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Actividades Todo aprendizaje necesita ser practicado. No basta leer para hacer mejor las cosas, hay que... hacerlas. Por eso trate de hacer cada una de las cosas que aprendió en este capítulo en la comunicación de cada día con su familia. • Trate de entender antes de hablar, de criticar o juzgar. • Aprender a decir lo que siente y piensa, sin dañar los sentimientos del niño(a). • Vea películas con sus hijos(as) y comente con ellos sobre las emociones de los personajes y acerca de cómo resuelven sus conflictos. • Pida a los niños que le pinten un buen recuerdo y converse con ellos sobre lo que sintieron. • Pídales que recuerden una situación en que lo pasaron mal y después converse sobre lo que sintieron. • Evalúe qué problemas tiene con sus hijos, y si existe alguno que es recurrente, convérselo con ellos en forma tranquila en una situación que no estén presionados por el tiempo o por una situación específica, pidiéndoles que busquen formas de solucionar el problema.

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EPÍLOGO Para ser un buen padre o una buena madre es importante estar informado. Existe gran cantidad de información en relación con el crecimiento de los niños, cómo piensan y sienten, y qué necesitan para desarrollarse mejor. Sin embargo, es conveniente buscar la información que sea de fuentes confiables y conectarla con los propios sentimientos, instintos, sabiduría y sentido común. Al releer los capítulos de este libro tenemos la sensación de que ni este ni ningún libro podrá ser suficiente para transmitir las habilidades y el clima que se requiere para educar un hijo, de manera que se transforme en una persona autónoma, creativa, con capacidad de ser feliz. Si bien hay cosas que ayudan a ser mejores personas, lo esencial es, quizás, aprender a disfrutar de la compañía de los hijos, y no intentar «cambiarlos» permanentemente o estar siempre intentando «enseñarles» algo. Hay que saber aceptar que se pueden cometer errores y seguir siendo un buen padre, que con buena voluntad y mucho amor se puede cumplir la misión satisfactoriamente. Lo más importante es crecer y llegar a ser más humano, más sabio y más sensible a otros, de modo de dar apoyo y cariño gozando de la relación y de ser padres. Aunque es fundamental aprender y mejorar, asumir la paternidad con disciplina, conocimiento y responsabilidad, no es bueno caer en el extremo de la autocrítica y tomarla como una obligación, sino más bien como una experiencia única y extraer la alegría que esta significa. Hay que adecuar lo que se aprende a las características personales de los padres, de los niños y de cada familia, llevarlo a la práctica, probar y corregir lo que no funciona. Muchas veces, al escuchar los padres a los especialistas tienden a pensar más en las deficiencias que tiene su pareja para educar a los hijos que en reconocer sus propias dificultades. Este hecho habitualmente genera distancia entre los padres, y casi nunca un cambio en la conducta con el niño. Por otra parte, los niños nacen diferentes. Hay niños con temperamento más difícil que otros, que crean más problemas a los padres. No siempre estas dificultades están determinadas por fallas en la educación. En estos casos conviene aceptar al niño como es, y aprender técnicas para su mejor manejo, y pedir ayuda especializada. Es preferible plantearse cómo lo está haciendo cada cual y buscar formas positivas para construir la relación, más que puntualizar los errores. Las exigencias y las presiones no motivan al cambio ni a los adultos ni a los niños. Para cambiar es necesario estar motivado, y esto se logra aumentando el espacio con momentos felices y disminuyendo las quejas. Un ambiente así creará un clima propicio para que todos contribuyan a que las cosas sean mejores. Un elemento básico para educar en forma constructiva es confiar en sí mismo y tener 131

confianza en los niños. Es difícil que estos se resistan a tener una relación abierta, si sienten que sus padres están actuando con seguridad, así como es muy difícil no ser leal a quien confía en nosotros. Al comienzo del libro sugerimos que este no es un libro tradicional, en el sentido que queríamos que se escribiera sobre él y se subrayara. Quisiéramos que releyera cada cierto tiempo sus anotaciones, de tal manera que las ideas que le resultaron útiles tengan cada vez más fuerza, y así pueda ir «haciendo cada día un poco mejor» la relación con sus hijos, de tal manera que la infancia constituya para ellos, además de una etapa feliz, la base de su equilibrio emocional actual y futuro.

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BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA Ackerman, P. y Kappelman, N. (1981). Señales. Barcelona. Pomaire. Blackman, G. y Silberman, A. (1973). Cómo modificar la conducta infantil. Buenos Aires. Kapelusz. Condemarín, M. y Milicic, N. (1998). Cada día un juego. Editorial del Nuevo Extremo. Buenos Aires, Argentina. Goleman, D. (1996). La inteligencia emocional. Buenos Aires. Javier Vergara Editores. Gordon, T. (1977). P.E.T.: padres eficaces y técnicamente preparados. México. Diana. Haeussler, I.M. y Milicic, N. (2005). Confiar en uno mismo. Santiago de Chile. Editorial Santillana. James, M. y Jongeward, D. (1979). Nacidos para triunfar. México. Fondo Educativo Interamericano. James, M. (1982). Libre. México. Fondo Educativo Interamericano. James, M. (1979). ¿Qué hacemos ahora que los tenemos? México. Fondo Educativo Interamericano. Kindlon, D. (2002). Cuidado con los niños consentidos. Bogotá. Colombia. Editorial Norma. Mercado, J. (2000). Tu hijo año por año. Buenos Aires. Editorial Atlántida. Milicic, N. (1984). Enseñando a leer. Santiago. Ediciones Universidad Católica. Milicic, N. (2005). A ser feliz también se aprende. Buenos Aires. Argentina. Editorial Grijalbo. Milicic, N. (2001). Creo en ti. La construcción de la autoestima en el contexto escolar. Santiago. Chile. Editorial Lom. Rapaielle, G., Preugnot, P. y Bouthier, B. (1980). Escúchelo, es su hijo. Barcelona. Pomaire. Rinn, R. y Markle, A. (1981). Paternidad positiva: Modificación de conducta en la educación de los hijos. México. Trillas. Satir, V. (1978). Relaciones humanas en el núcleo familiar. México. Trillas. Shapiro. L. (1997). La inteligencia emocional en los niños. Buenos Aires. Javier Vergara Editores. Van der Brouck, J. (1980). Manual para hijos de padres difíciles. Barcelona. Pomaire.

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BIBLIOGRAFÍA REVISADA Ackerman N. (1970). Teoría y práctica de la psicoterapia familiar. Buenos Aires. Editorial Horme. Akerman, P. y Kappelman, N. (1981). Señales. Barcelona. Pomaire. Andolfi, M. (1984). Terapia familiar. Buenos Aires. Paidós. Arón, A. M. y Milicic, N. (2004). Vivir con otros. Santiago. Chile. Editorial Planeta. Bach, R. (1977). Ilusiones. Barcelona. Pomaire. Bandler. R., Grinder, J. y Satir, V. (1976). Changing with families. Palo Alto. Science and Behavior Books. Barudy, I. (1999). Maltrato infantil. Ecología social. Prevención y reparación. Santiago. Chile. Galdoc. Becker, W. (1971). Parents are teachers. A Child management program. Champaign, IL. Research Press. Bee, H. (1971). On the important of fathers. En Social Issues of Developmental Psychology. New York. Harper and Row. Benson, L., Berger, M. y Mease, W. (1975). Family comunication systems. En Sherod, M. (Comp.). Marriages and families enrichment through communication. Beverly Hills, CA. Sage. Bertalanffy, L. von (1973). Teorie generale des systemes. París. Dunod. Blackman, G. y Silberman, A. (1973). Cómo modificar la conducta infantil. Buenos Aires. Kapelusz. Boszormenyi-Nagy, I. y Spark, G. (1973). Invisible loyalties. Reciprocity in intergenerational family therapy. New York. Harper and Row. Boszormenyi-Nagy, I. y Framo, J. (1979). Terapia familiar intensiva. México. Trillas. Branden, N. (1995). Los seis pilares de la autoestima. Buenos Aires. Editorial Paidós. Condemarín, M., Chadwick, M. y Milicic, N. (2003). Madurez escolar. Editorial Andrés Bello. D’Augelli, J. y Weener, J. (1977). Communication and parenting skills: Parents’ workbook. Pennsyl​vania State University. D’Augelli, J. y Weener, J. (1977). Communication and parenting skills: Leader’s guide. Pennsylvania State University. Della-piana, G. (1978). Cómo comunicarnos con los niños. México. Limusa. Dostoievski, F. (1964). Los jóvenes. Obras completas. Madrid. Editorial Aguilar. Dreikurs, R. (1970). A Parents guide to child discipline. New York. Hawthorne Books. Dyer, W. (2000). La felicidad de nuestros hijos. Editorial Grijalbo Mondadori. Ellis, A. y Grieger, R. (1981). Manual de terapia racional-emotiva. Bilbao. Desclee de 135

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Okun, B. y Rapaport, L. (1980). Working with families. Belmont, CA. Duxbury Press. Rapaielle, G., Breugnot, P. y Bouthier, B. (1980). Escúchelo, es su hijo. Barcelona. Pomaire. Rogers, C. (1972). El proceso de convertirse en persona. Buenos Aires. Paidós. Satir, V. (1976). Making contact. Palo Alto. Celestial Arts. Satir, V. (1978). Las relaciones humanas en el núcleo familiar. México. Trillas. Skinner, B. F. (1970). Ciencia y conducta humana. Barcelona, Fontanella. Tagore, R. (1964). Aforismo. Los pájaros. Obras escogidas. Madrid. Aguilar. Van der Brouck, J. (1980). Manual para hijos de padres difíciles. Barcelona. Pomaire. Wahlroos, S. (1978). La comunicación en la familia. México. Diana. Walrond-Skinner, S. (1978). Terapia familiar. Buenos Aires. Crea. Watzlawick, P. (1980). El lenguaje del cambio. Barcelona. Herder. Watzlawick, P. y Weakland, J. (1977). The interactional view. New York. Norton. Watzlawick, P., Beavin, J. y Jackson, D. (1981). Teoría de la comunicación humana: Interacciones, patologías y paradojas. Barcelona. Herder. Zurita, R. (1982). Anteparaíso. Santiago. Editores Asociados.

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Índice Portadilla Legales Prólogo Introducción Capítulo I. Mirando a nuestros hijos Cuestionario personal Educar es enseñar Aprender a observar Las conductas problema son una señal ¿Cómo analizar una conducta problemática? Actividades

Capitulo II. ¿Cómo es nuestro ambiente familiar? Cuestionario personal La casa: un lugar agradable donde vivir Clima afectivo Espacio físico y psicológico Las metas y actividades de la familia ¿Quién manda? Actividades

5 6 7 9 10 11 14 16 18 21 26

27 28 29 31 32 35 39 42

Capitulo III. Imagen personal

43

Cuestionario personal ¿Qué dice el niño sobre sí mismo? Actividades

44 45 58

Capítulo IV. Ser mamá

59

Cuestionario personal ¿Qué es ser mamá? La madre y la satisfacción de las necesidades básicas La relación madre-hijo en las diferentes edades Tipos de madre Un consejo para las madres: desarrollen su sentido del humor Actividades

138

60 61 63 65 71 79 81

Capítulo V. ¿Soy un buen papá?

82

Cuestionario personal ¿Qué es ser un buen papá? El padre como apoyo y protección El padre como puerta al mundo El padre y el rendimiento escolar Actividades

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Capítulo VI. Comunicación no verbal Cuestionario personal Aprender a expresar Actividades

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Capítulo VII. Aprendiendo a decir

113

Cuestionario personal Una buena comunicación Cómo comprobar los mensajes Cómo hacer que los niños nos hablen de sus cosas ¿Cuándo hay un problema? ¿Cuáles son estos bloqueos? ¿Cuál sería la forma adecuada de comunicar? Actividades

Epílogo Bibliografía recomendada Bibliografía revisada

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Vivir en familia - Neva Milicic

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