83 Pages • 31,167 Words • PDF • 690.5 KB
Uploaded at 2021-09-24 13:18
This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.
PASAPORTE A LA FELICIDAD THE FOUR BROTHERS 2 Paulette Mestre
A mis padres .
Índice
P r ó l o g o C a p í t u l o 1 C a p í t u l o 2 C a p í t u l o 3 C a p í t u l o 4 C a p í t u l o 5 C a p í t u l o 6 C a p í t u l o 7 C a p í t u l o 8 C a p í t u l o 9 C a p í t u l o 1 0 C a p í t u l o 1 1 C a p í t u l o 1 2 C a p í t u l o 1 3 C a p í t u l o 1 4 C a p í t u l o 1 5 C a p í t u l o 1 6 C a p í t u l o 1 7 C a p í t u l o 1 8 C a p í t u l o 1 9 C a p í t u l o 2 0 E p í l o g o A v a n c e T h e F o u r B r o t h e r s S a g a 3 N o t a d e l a A u t o r a
(wk-‐hd)
P r ó lo g o Me despierta el estridente sonido de mi móvil. Descuelgo rápidamente. No quiero que Sophie se despierte. – ¡Espera un momento!. – Susurro a mi hermano, mientras compruebo que Sophie sigue completamente dormida. Al moverme, la sabana se ha deslizado a la altura de su cintura, con lo cual me muestra parte de su cuerpo desnudo. La arropo cuidadosamente, cubriendo su desnudez. Me levanto con cuidado, sin hacer ruido, y tras ponerme unos pantalones de pijama, salgo al pasillo para poder hablar por teléfono sin despertarla. – ¡Soy todo tuyo!. – Cierro la puerta del despacho tras decírselo. Desde que se presentaron por sorpresa en Londres para comunicarnos la puesta en libertad de Antonio López, ni Sophie ni yo, hemos tenido un momento de descanso. Sobre todo Sophie. Desde ese día, no me he separado de ella ni un instante. Llegando incluso a ser demasiado frustrante para ella. No disponer de la libertad para moverse libremente por Londres. A pesar que le retiraron el pasaporte, no podíamos estar seguros que no intentase de alguna forma, burlar la vigilancia de los aeropuertos. No me considero una persona controladora, de hecho, creo que no lo soy, al contrario que mis amigos, Marco y Charly. Pero no he podido evitar serlo durante estos dos últimos meses. Incluso eso, ha llegado a afectarnos como pareja. Apenas son las 8 de la mañana en Londres, y ayer salimos a cenar y a bailar, tratando de evitar que piense en ello. – ¡Dime Andrés!. – Llamo de nuevo su atención, confirmándole de nuevo, que ya estoy listo para escucharle. – ¡Se trata de Antonio!. – Me dejo caer sobre mi sillón. Tan solo espero que no me llame, para decirme que ha logrado cruzar la frontera. – Lo han encontrado muerto en un callejón en Madrid. – Suelta a bocajarro. – Según la policía, todo apunta a un ajuste de cuentas. – Tampoco me considero una persona que se alegre de la muerte de otra, pero en este caso, no puedo evitar sentirme aliviado. – Por lo visto en la cárcel, se dedicaba a realizar trapicheos con las drogas. ¡Debió enfadar a la persona equivocada!. Suspiro relajado. Pero sobre todo, aliviado. Aliviado porque toda esta mierda haya llegado a su fin, pero también por Sophie. Poder volver a su vida normal. A nuestra vida normal.
– Sé que estos últimos meses han sido muy duros para vosotros, – Mi hermano es el único de nuestra familia, que está al corriente de la verdadera naturaleza de nuestra relación. – Puedes decirla a Sophie, que su pesadilla ha terminado para siempre. Cuando se presentaron por sorpresa en Londres, mi hermano descubrió lo que hay entre nosotros. Nos aseguró que nos guardaría el secreto. Sobre todo por lo que acababa de suceder. – ¿Cuáles son tus intenciones con Sophie?. – ¿A qué viene ahora esa pregunta?. – Se lo que paso con Jasmine. Pero Sophie no es Jasmine. – Se perfectamente, que Sophie no es Jasmine. – Lo interrumpo de malas maneras. – ¡No hace falta que me lo recuerdes!. – Alzo la voz recriminándole. Enfadándome. – ¡Necesito a alguien en mi despacho!. – Escupe de pronto. – Voy a ofrecerle el puesto en Navidad. ¡Voy a animarla a que vuelva a España!. – No me presiones. – No te estoy presionando. Tan solo estoy informándote. O hablas con Pam y le dices que estás enamorado hasta las trancas de su hermana, y que vas en serio con ella, o convenzo a Sophie, para que vuelva a casa. – Se queda un segundo en silencio antes de continuar. – ¡Sophie es como una hermana pequeña para mí!. No pongas en duda, que la antepondré por delante de ti. A pesar de que tú, si seas mi hermano de sangre. – No respondo. Me ha dejado muy claro el camino que tengo que seguir. – ¡Tengo que colgar!. – Digo cuando Sophie irrumpe en el despacho, vistiendo exclusivamente una camiseta mía, que le cubre hasta la mitad de sus muslos. Frotándose los ojos, eliminando los restos de sueño en ellos. – ¡Ven!. – Dejo el móvil sobre mi escritorio, para después hacerla un gesto con la mano, animándola a que se acerque. – ¿Con quién hablabas?. – Con Andrés. ¿Te encuentras bien?. – Pregunto cuando llega a mi altura. Tiro de sus caderas hacia abajo, para que se acomode sobre mi regazo, mientras la observo atentamente. Aparto su pelo, descubriendo su rostro. – ¡Estas pálida!. – ¡Tengo que decirte algo!. – Decimos los dos a la vez. – Tu primero. – Acaricio su muslo derecho, a la vez que la rodeo con mis brazos. ¡Esta helada!.
– Héctor, – se pone muy seria, lo que me asusta, la hago un gesto con mi rostro, animándola a continuar sin deshacer el abrazo. – Tengo un retraso de una semana. – Ahora sé, que soy yo el que se ha puesto blanco como la leche. – ¿Qué quieres decir?. – Suspira reuniendo valor para hablar. Se perfectamente lo que quiere decir, pero por alguna extraña razón, mi cerebro no quiere aceptarlo. – Tenía que haberme bajado la regla hace una semana. No me atrevo a hacerme la prueba. ¿Y si estuviese embarazada?. ¿Qué le digo a mi hermana?. Se levanta de mi regazo de un salto, y comienza a pasear por mi despacho de un lado a otro. No pude ser. No estoy preparado para ser padre. Aún no sé cómo voy a enfrentarme a su hermana, es más, aun no sé si quiero hacerlo. La quiero, pero no estoy seguro de si debo dar el siguiente paso, y mucho menos convertirme en padre. – ¡Quiero que interrumpas el embarazo en el caso de que lo estés!. – Al instante de pronunciar mis palabras, se perfectamente que me he equivocado. Comienza a dar pequeños pasos hacia atrás, alejándose de mí, negando con la cabeza. – ¿Me estás sugiriendo que aborte?. – Si. – Sé que debo retractarme, pero una parte de mi, está completamente acojonado, y no atiende a razones, y es esa parte, la que habla ahora mismo. – Sé que en la clínica de Charly practican abortos. Yo mismo lo pagare, no te preocupes por eso. – No me responde. – Hablando de Charly, tengo una reunión con él esta mañana, – me acerco a darla un beso en los labios, pero ella retira su rostro a un lado, por lo que apenas rozo su mejilla. – No me esperes a comer. Sin más y sin mirarla, salgo del despacho dejándola sola. Ni siquiera me acuerdo de contarla que Antonio López, está muerto, y que ya no podrá hacerla nada. Capítulo 1 Acabo de colgar a Claire el teléfono, y me ha dejado un regusto extraño en la boca. Me ha contado que esta con Marco. Y por lo que he deducido de su tono de voz, la he sentido feliz. Incluso me ha confirmado que está enamorada. Sé que yo misma la alenté a que alimentase esa extraña relación con el amigo de su padre, el que antes creíamos su hermano, y de Héctor. Ahora no estoy segura de haber hecho lo correcto.
Siempre he sabido de los gustos peculiares, en cuanto a las mujeres de Charly y Marco, aunque nunca se lo había contado a ella. ¿Cómo le cuentas algo así a tu mejor amiga?. Sabes una cosa, pues que a tu padre, el que creías tu hermano, le gusta el sexo duro y dominante. Y a ese, por el que siempre has suspirado, tu amor platónico, lo mismo. Es una situación algo extraña. Y ahora ella se ha encontrado de golpe con todo. Inocentemente, siempre había pensado que Héctor era diferente. Si, el jamás me ha puesto la mano encima, nunca he recibido ningún tipo de castigo de su parte. Pero cuando esta misma mañana, en el despacho de la que he llegado a considerar nuestra casa, me ofreció pagarme un aborto, cuando ni siquiera estamos seguros de sí estoy o no embarazada, no me lo pensé. Agarre mis cosas, y poco después de que saliese de casa, con destino a la de Charly, supuestamente por una reunión de trabajo, me he marchado. No me siento bien por haberlo hecho de esta manera. A Claire la he dicho que no estoy embarazada para no preocuparla, no he querido que se bajase de la nube en la que parecía estar subida. No he querido quitarle la ilusión. Quizás al final, para ella, todo acabe bien. Pero es que aún no he tenido el suficiente valor como para hacerme la prueba. He pasado por una farmacia y he comprado el predictor. Sé que tarde o temprano me la hare. Lo que hare después, si sale positiva, lo desconozco. Y así es como estoy ahora en el aeropuerto de Barajas esperando un taxi. No tengo un destino fijo al que ir. Podría ir a casa de mi hermana, pero, ¿qué podría decirle?. Ni si quiera conoce, no puede llegar a imaginar, el tipo de relación que mantengo con Héctor. Además, sé que planea realizar estos días un viaje con su marido. En un principio mis planes eran haber pasado unos días con Claire. Pero cuando me ha dicho que estaba con Marco, no he querido molestarla. Yo también he tenido momentos como esos, y sé que son completamente mágicos. Miro inquieta a un lado y a otro. La cola para ocupar un taxi no avanza, y estoy comenzando a impacientarme. Aunque no tengo porque. Sé que a estas alturas, Héctor ya se habrá dado cuenta de mi ausencia. Aunque posiblemente suponga que habré salido a hacer alguna compra. Me sonrío a mí misma pensando lo poco observador que a veces puede llegar a ser. Y la ventaja que eso puede darme ahora.
Cuando al fin se sitúa a mi lado el taxi que voy a ocupar, ayudo al taxista a introducir mi maletón en su maletero, provocando que mi bolso se deslice por mi brazo, y termine aterrizando dentro de este. En el mismo instante en que voy a recuperar mi bolso, alguien se introduce en el interior del coche y sale en estampida, robando el taxi con todas mis pertenencias en su interior. No sé si patear el suelo, echarme a llorar, o mejor tirarme al suelo de la risa. El pobre taxista y yo, nos quedamos mirando de hito en hito con cara de estúpidos. No tengo ni mi maleta, ni mi bolso, ni mi móvil. Ni siquiera tengo un miserable euro en el bolsillo. – ¡Señorita!. – Escucho que me hablan pero estoy en estado de shock. – ¡Señorita!. – Vuelve a llamar mi atención, aferrando mis hombros con sus manos. Me giro a mirarlo. Me aparto bruscamente, deshaciéndome de su contacto. – ¿Está usted bien?. – Me pregunta, a lo que asiento levemente, aunque en realidad, no estoy para nada bien. No tengo muy claro que es lo que puedo hacer. – ¡No se preocupe, hemos llamado a la policía!. – Vuelvo a asentir con la cabeza. – ¿Hay alguien a quien podamos llamar?. ¿A dónde quería que la llevase?. Comienzo a caminar sin saber muy bien a donde me dirijo. Voy mirando al suelo. Pierdo completamente la percepción de donde me encuentro. Tampoco soy consciente del coche que viene hacia mí, hasta que lo tengo encima. El dolor que me produce el impacto contra mis rodillas consigue doblarme por la mitad, consiguiendo que vaya directamente al suelo. Cierro los ojos mientras caigo, como si así, el dolor fuese a ser menor, algo me golpea la cabeza, y caigo en una oscuridad total. Creo escuchar voces a mí alrededor, pero me siento tan cansada que no quiero abrir los ojos. Prefiero mantenerlos cerrados. Por un instante, veo a una pequeña “cabeza de zanahoria” correr hacia mí. Abro mis brazos, pero no consigue llegar hasta donde estoy. Escucho más voces a mí alrededor, pero ahora parecen estar demasiado lejanas, como para entender lo que dicen. Cuando vuelvo a mirar hacia donde estaba la réplica exacta de Héctor en miniatura, ha desaparecido. Quiero gritar, pero no puedo. Quiero buscar la salida, pero no la encuentro. Me siento en mitad de la oscuridad a esperar. Sé que vendrá a buscarme. Lo sé.
Capítulo 2 Llevo en casa más de dos horas, y por más que trato de llamar al móvil de Sophie, no contesta. Incluso, me ha dado la sensación, en la última ocasión que he marcado, mientras esperaba a que contestase la llamada, que se ha cortado. Cuando he tratado de marcar de nuevo, ha saltado directamente el buzón. – ¡Charly!. – Llamo a mi amigo con la esperanza de que quizás sepa algo de Sophie. Su hija Claire y mi rubita, mi Sophie, son amigas desde hace mucho tiempo. – ¡Dime amigo!. – Contesta con voz guasona. – ¡Dime que me llamas, porque has cambiado de idea y quieres que nos vayamos a corrernos una buena juerga!. Después de la reunión de esta mañana, de verdad, que la necesito. – De hecho, normalmente después de nuestras reuniones, solemos salir a cenar y tomar unas copas, pero hoy, solo pensaba en volver a casa con Sophie. Yo y mi conciencia, necesitamos aclarar las cosas con ella. – No. – No estoy ahora mismo para esas. – Te llamo porque no sé nada de Sophie desde esta mañana. Por más que trato de llamarla, no consigo localizara. Me quedo un momento en silencio. No sé si contarle lo que nos ha pasado. Más bien lo que temo. Temo que me haya dejado, por la estúpida propuesta que la hice. – La cuestión es que, – suspiro resignado, – me preguntaba si Claire quizás este en Londres, y estén juntas. – No. Claire no está en Londres. De hecho, yo tenía que haber viajado a Madrid ayer para una reunión con el propietario de un edificio. Ya sabes para… – se interrumpe un segundo al advertir lo angustiosa de mi respiración. – Héctor, ¿te encuentras bien?. – No, no estoy bien. Creo que la he cagado con Sophie. ¡Creo que me ha dejado!. – ¿Por qué crees eso?. – Esta mañana, antes de salir para tu casa, hemos discutido. – ¿Y?. ¿Tan grave fue?. Todas las parejas discuten y… – No, – lo interrumpo, – nuestra discusión fue más grave de lo que puedas imaginarte. Le he sugerido que haga algo horrible. – ¿Qué es lo que la sugeriste?. – Puedo intuir el temor en su voz. – ¡Puede que estemos embarazados!. – Suelto de golpe. Tras lo que se queda completamente callado.
– ¡Pero eso sería maravilloso!. – Exclama. Puedo sentir la emoción en su voz, al contrario de lo que fue la mía, cuando Sophie me hablo de sus sospechas. Ni siquiera sé, si realmente lo estamos o no. – ¿Por qué no la dices que se pase por la clínica, y se haga la prueba?. Un momento. – Se queda pensativo. – ¿Qué es lo que la sugeriste?. – Que si estaba embarazada, no tendríamos él bebe. Que la pagaría el aborto en tu clínica. – ¿Que?. – Grita enfurecido. – Pero como se te ocurre decirla algo así. ¡Sophie está enamorada de ti!. ¡Bebe los vientos por ti!. – ¡Creo que me ha dejado!. – Lo interrumpo. – ¡Es lo menos que debería hacer!. ¡Es lo que te mereces!. – Su voz es cortante y tajante. – Si, tienes razón. Pero necesito saber dónde está. Si está bien. Lo más seguro es que este con tu hija. – Expreso mis sospechas en voz alta. – Voy a colgar. Quizás Claire sepa algo de Sophie. – Sabes que nunca te he dicho nada sobre el hecho de que mantengáis vuestra relación en secreto de cara a vuestras familias, pero, – se interrumpe un momento, – pero creo que ya es hora de que des la cara. Si realmente la quieres, demuéstraselo, y si no, déjala ir. Tras colgar el teléfono a Charly, llamo a Claire. Me dice que no sabe nada de ella desde hace unos días. Ni siquiera estaba al tanto de nuestro supuesto embarazo. No sé si creerla o no. Pero no tengo más remedio. Voy a mi habitación. A nuestra habitación. La habitación que, desde hace ya casi más de un año, llevamos compartiendo en secreto. Hasta ese momento, tan solo habíamos sido compañeros de piso. Voy directo a nuestro vestidor. Sin llegar a entrar, se perfectamente que faltaran algunas de las cosas de Sophie. En cuanto entro, lo puedo confirmar: falta una maleta, y un tercio de su lado está vacío de ropa. Sonrío al percatarme, que uno de sus cajones esta medio abierto. Me rio porque ella es una persona muy meticulosa del orden. Instintivamente me acerco a cerrarlo. Cuando voy a hacerlo, me doy cuenta, que todo su contenido esta revuelto. Lo abro más para organizarlo. Al mover la ropa, al tacto de mis dedos, noto que el fondo del cajón parece estar fuera de lugar. Como si tuviese un doble fondo. Saco toda la ropa y reviso la tabla. Doy unos golpes con mis nudillos, dándome cuenta que suena a hueco, por lo que voy al baño a buscar algo con lo que hacer palanca.
Cuando al final término rompiendo el listón, me doy cuenta que había un tirador disimulado entre las tablas. Me encojo de hombros imaginándome la risa de Sophie al ver el destrozo que he hecho. En el doble fondo, encuentro un libro encuadernado con una tela dorada, haciendo pequeños dibujos geométricos. Parece un diario. Comienzo a temblar de pies a cabeza, dándome cuenta de lo que realmente he descubierto: su diario. Sé que no debería leerlo. Que sería invadir su intimidad, pero necesito encontrarla, y puede que entre esas pequeñas hojas de papel, encuentre alguna pista de donde pueda estar. Me siento en la cama, mientras dejo a un lado mi móvil, asegurándome que está a tope de cobertura y batería. Rezo para que me lleguen noticias cuanto antes de Sophie. Capítulo 3 15 Octubre 2009 Querido diario: Hoy comienzo por enésima vez un diario. ¡Como siempre, por prescripción facultativa de mi psicólogo!. Lo primero de todo me presentare: me llamo Sofía Fernández, pero todo el mundo me llama Sophie, y tengo 19 años. Tengo una hermana 14 años mayor que yo, Pamela, aunque todos la llamamos Pam. Su marido, Andrés, es un encanto. Es como un hermano mayor para mí. Y tengo una pequeña sobrina de 3 añitos. Hace un par de años, mi hermana y mi cuñado, me enviaron a Londres a cursar el último año de instituto. Según ellos necesitaba un cambio de aires. Acabo de matricularme en Cambridge, administración y empresas, y me han sugerido que viva en una residencia de estudiantes dentro del campus. Me he reencontrado con mi antigua compañera de habitación del colegio. Enredo una mentira para conseguir que la echaran, y no tuvimos mucho tiempo de conocernos. Se llama Claire Alonso. Tiene la misma edad que yo. Y al igual que a mí, todo esto se lo paga su hermano. (En realidad, a mí me lo paga mi cuñado, que a los efectos, es lo mismo). **** 28 – Noviembre 2009 Querido diario: Mi amistad con Claire va creciendo día a día. Nos hemos contado nuestros secretos y hemos descubierto que tenemos muchas cosas en común: Para empezar, nuestro psicólogo. Aunque los motivos por los que acudimos son
muy diferentes. Aunque podríamos decir que tienen un punto en común. Me ha invitado a pasar el próximo fin de semana en casa de su hermano en Londres. No lo he dudado ni un instante, y he aceptado. Todo sea por salir de esta horrible residencia por unos días. **** 7– Diciembre 2009 Querido diario: El pasado fin de semana, como ya te conté, lo pase en casa del hermano de Claire. Allí, sorpresivamente, me encontré con Héctor, el hermano de mi cuñado. Lo conocí en la boda de mi hermana con el suyo, hace ya 9 años. Yo apenas tenía 10. Entonces, ni él se fijó en mí, y apenas repare yo en él. Después de aquella ocasión, nos hemos visto exclusivamente en las celebraciones familiares, Navidad y poco más. Sabía que vive en Londres, incluso sé que estudio en un colegio de aquí. No tenía ni idea que fuese amigo del hermano de mi amiga. He tratado de pasar desapercibida, pero en cuanto me ha visto me ha reconocido. – ¡Hola rubita!. – Revolvió mi pelo. – ¡Como has crecido!. – ¡No sabía que conocías a ese tonto!. – Susurra mi amiga bajito en mi oído, para que no nos oiga. – ¡No te pases mocosa!. – Dice. Evidentemente tiene el oído muy fino. Claire toma mi mano, y me guía hasta su habitación. He tenido que pasar por un interrogatorio sobre donde, como y porque nos conocemos. Después de someterme al tercer grado, ha dado por validas mis explicaciones y nos hemos puesto con nuestros libros y apuntes. **** Paso las hojas adelantando en el tiempo, mientras recuerdo aquel día. Me la encontré en casa de Charly. Me sorprendió enormemente la vivacidad de sus ojos. A pesar que conozco su historia. Me impresiono enormemente, como trataba de ocultarlo. Cuando la revolví el pelo, me arrepentí al instante. Pero no pareció afectarla lo más mínimo mi contacto. Como he podido ser tan imbécil por tratarla esa manera. Ella no se merecía eso. No, yo no la merezco. No merezco que me quiera, que se haya enamorado de mí. Si aún no me he enfrentado a nuestras familias, es a causa de nuestra diferencia de edad. No sé muy bien como se lo tomarían. Además, su hermana no aceptaría que simplemente viviésemos en pareja. Sigo avanzando en el tiempo.
**** Mayo – 2009 Querido diario: Hoy me lo he vuelto a encontrar, como siempre que vengo con Claire a su casa. No sé qué es lo que me pasa cuando lo veo, pero no puedo evitar que me tiemblen las piernas. Al contrario de lo que me suele suceder cuando conozco a otros chicos, con el me siento segura. Se perfectamente que nunca me haría daño. A veces me pregunto si conocerá mi historia. Solo de pensarlo hace que me sonroje. Me ha preguntado por la universidad, por mi amistad con Claire, pero cuando me ha preguntado por los chicos, no he podido evitar cambiar el gesto poniéndome completamente seria. Me ha confirmado que conoce mi historia. Al instante, se ha disculpado, y me ha dejado sola en mitad de la salita verde. **** Dejo el diario a un lado, escondiendo mi rostro entre mis manos, a la vez que me reclino hacia atrás en la cama, apoyándome contra el cabecero. – ¿Dónde estás, rubita mía?. – Pregunto en voz alta, como si creyese que me va a contestar alguien. Me incorporo al instante, y tras coger el móvil, comienzo a marcar el móvil de su hermana. Antes de darle al símbolo verde del teléfono, aborto la llamada a tiempo. ¿Cómo explicarle a su hermana, que no sé dónde está Sophie?. Instintivamente, llevo mi mano hacia el lado de la cama donde duerme ella. Mis ojos se humedecen al sentirlo vacío. Me abrazo al diario como si de ella se tratase, y sin apenas darme cuenta, me quedo dormido. Me despierto envuelto en sudor. Al sentarme en la cama me doy cuenta de que estoy solo. Sé que tengo que encontrarla, pero ni siquiera sé por dónde empezar. Me levanto, y dando trompicones, voy al baño. Aún no ha amanecido, y al encender la luz, esta me deslumbra por un instante. Avanzo despacio hasta la encimera que alberga los dos lavabos, donde descubro un sobre apoyado contra el espejo de color crema. Con manos temblorosas lo recojo entre mis dedos, y lo abro, como si contuviese una bomba. En realidad, siento como si lo que voy a encontrar en su interior, no fuese a gustarme. Héctor: Como ya te habrás dado cuenta, he decidido marcharme por un tiempo. Quiero pedirte que no me busques. No llames a mi
hermana. Cuando hable con ella la diré que estoy contigo en Londres. No quiero alarmarla. Necesito alejarme de ti. Sobre todo, necesito olvidarme de ti. Se perfectamente que me quieres. Pero sé que no estás preparado para enfrentarte a lo que nos ha sucedido en este último año y medio. No se trata de si estoy o no embarazada. Ese no es el problema. Quizás haya llegado el momento de regresar a mi casa y enfrentarme con mis demonios. Y eso, mi amor, he de hacerlo sola. Siempre voy a estarte enormemente agradecida por ayudarme a superar mis miedos. Aunque tengo que decirte que has dejado el listón demasiado alto. Dudo mucho que algún día encuentre a un hombre que pueda igualarte. No voy a olvidarte nunca. Sophie. – ¡No Sophie!. – Pronuncio mis pensamientos en voz alta, como si así pudiesen llegarla a ella de alguna forma, donde quiera que esté. – ¡No pienso perderte!. ¡He sido un imbécil. ¡Voy a buscarte!. ¡Y voy a recuperarte!. Lo primero que hago es buscar en mi despacho su pasaporte. Me siento en mi sillón, aliviado, al cerciorarme que no se lo ha llevado con ella. Entro en internet para consultar los movimientos de sus tarjetas de crédito. Me siento terriblemente mal por hacerlo. En realidad, es la primera vez que hago algo así, pero es lo único que puede darme alguna pista sobre donde puede estar. Por el extracto, descubro que saco dinero en el cajero situado a la vuelta de la esquina de nuestro apartamento, y compro un billete de avión. Por lo menos tengo claro dos cosas. Una: No ha ido a casa de su hermana. Y dos: Podría estar en cualquier lugar de Europa. Me hundo en el sillón desesperado. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba. De pronto se me enciende una pequeña luz en mi cabeza. Puedo pedirle a Marco que trate de localizarla. Sé que Claire trabaja con él, por lo que tendría que ser sumamente discreto. Sé que Claire no lo aprobaría. Capítulo 4 Estoy visiblemente nervioso, paseando de un lado a otro del salón de Marco. Miro por la ventana.
Está lloviendo y hace un viento horroroso. Doy un trago a mi segunda copa de whiskey, mientras trato de imaginarme quien será la incauta que ha caído esta vez entre sus brazos. Porque estoy seguro, que esta con una mujer. Tras revisar las cuentas de Sophie, compre un billete de avión para el primer vuelo con destino Madrid, a la vez que llamaba por teléfono a Marco. Pero no conseguí respuesta. Por lo que, nada más aterrizar, cogí un taxi y viene directo a su casa. Pero como ya me lo imaginaba, no estaba. Todos nosotros, Alfredo, Charly, Marco y yo, tenemos llaves de nuestras respectivas viviendas. Son apenas las 8 de la mañana, cuando oigo sus pasos por el suelo de mármol de la entrada. Me giro hacia el punto donde sé, que va a aparecer de un momento a otro. – ¿Qué estás haciendo aquí?. – Pregunta al verme de pie, al lado del ventanal. Me asombra su aspecto. Vaqueros negros, jersey del mismo color, con cuello vuelto y un casco de moto también negro entre las manos. – ¡Necesito tu ayuda!. – Me mira como si ya adivinase lo que voy a decirle. Pero no hago caso de mis instintos. No puede saber nada. – Mi novia. – Abre mucho los ojos. – Sophie, – asiente mientras camina hacia mí. Abre una nevera que está escondida bajo la barra, y saca una botella de agua. Por un momento pienso que es para él, pero tras quitarme el vaso de whiskey de las manos, me la tiende. Acepto su gesto. – ¡Ha desaparecido!. Me mira como si estuviese librando una batalla interior por decirme o no lo que piensa. Conozco perfectamente cómo es su estilo de vida. La suya y la de Charly. Es siempre algo que yo nunca he entendido del todo. Conozco su historia, su secreto, pero ahora, después de lo que le propuse a Sophie, creo que no soy mucho mejor que ellos dos. ¡Creo que soy peor!. – ¿Por qué piensas que ha desaparecido?. – Le entrego la nota que encontré en el baño, a la vez que explico, cómo fue nuestra última discusión. – ¿Por qué no haces lo que te pide?. – Me pregunta. – Dala tiempo a organizar sus ideas en su cabeza y… – No, no lo entiendes, – lo interrumpo, – ¡jamás debí proponerle una barbaridad como esa!. Sé que no la merezco, pero estoy enamorado y necesito encontrarla. Pedirla perdón. Y si está embarazada… – ¿La pedirás que se case contigo?. – Me interrumpe ahora el a mí.
– ¡No lo sé!. – Respondo con sinceridad. No lo había pensado. Quizás haya llegado del momento de sentar la cabeza. Sé que su hermana no se lo tomara demasiado bien, pero si ve que estamos enamorados, que nos queremos, no dudara de mí. Sobre todo si ve que su hermana es feliz a mi lado. – ¡No lo sé!. – Insisto. No quiero aun expresar mis pensamientos en voz alta. – De acuerdo, – me devuelve la carta, – entiendo que lo que quieres, es que ponga a uno de mis chicos a buscarla. – Si, – asiento con la cabeza confirmándoselo, – sé que no ha salido de Europa. No se ha llevado el pasaporte, y la última compra que hizo con su tarjeta, fue un billete de avión a través de internet. – Muy bien. – Asiente con la cabeza. – Voy a necesitar sus datos, una foto suya, datos bancarios, y su número de teléfono, para rastrear las posibles llamadas que haya hecho. – Ahora soy yo el que asiente con la cabeza. – Y lo que quiero que tú hagas, es que vayas a una de las habitaciones de invitados, te acuestes, y trates de dormir un poco. – Una cosa, – llamo su atención, antes de hacer lo que me ha pedido. Aunque no tengo claro si voy a poder dormir sin saber exactamente donde está. – Sé que Claire trabaja contigo, – me mira extrañado. – Me lo dijo su padre, – Asiente con la cabeza a la vez que me indica que continúe. – No sé si lo sabes pero, Sophie y Claire son amigas desde que iban al colegio. No quiero que Claire sepa que la estoy buscando. Si se entera, podría llamar a Sophie, y donde quiera que este, trate otra vez de marcharse. Temo que si Claire la avisa, no consigamos dar con ella. ¿Puedo contar con tu discreción?. – Me parece bien. Si quieres puedes usar mi despacho, para apuntarme todo lo que te he pedido. – Me da la espalda, para encaminarse hacia las escaleras y subir a su dormitorio. Se gira hacia mí, cuando apenas ha subido un par de escalones. – La clave de mi portátil es la misma que la que usa Charly. – ¡No sé por qué, pero me lo puedo imaginar!. – Nos sonreímos mutuamente, aunque creo apreciar una nota de tristeza en sus ojos. Rápidamente la sombra que creo ver por un instante, desaparece. – ¿“My–Nymph”?. – Me atrevo a preguntar, a lo que asiente con la cabeza bajando la mirada. – Por cierto, ¿de dónde vienes con esas pintas, a estas horas un lunes?. – Me sonríe para después volver a girarse y comenzar a subir. – ¡Pobre incauta!. – Se me escapa en voz alta. Se gira de nuevo y en dos zancadas esta frente a mí. – ¡Ella no es como las demás Héctor!. – Me mantiene sujeto por la camisa, mirándome amenazadoramente. – Ella es, – calla un segundo
mirando al techo para después bajar de nuevo la mirada hacia mí, – ¡Ella es especial!. Alzo mis manos con las palmas abiertas, a modo de rendición, a la vez que trato de quitármelo de encima. – ¿Te has enamorado?. – ¡No!. – Responde tajante, a la vez que se aparta de mí, como si hubiese dicho la mayor tontería del mundo. – Simplemente, ella no es como el resto de las mujeres con las que he estado. Ella es… – se queda callado. No digo nada, dejando que trate de encontrar la palabra adecuada. – Ella, ella simplemente es especial. Sigo sin decir nada. Pero es evidente, que el Marco que tengo frente a mí, no es el de siempre. Algo ha cambiado en él. Es evidente que está enamorándose. Aunque aún no se haya dado cuenta de ello. Lo sé porque yo también pase por ese proceso. Al principio me lo negaba a mí mismo. Solamente cuando me he dado cuenta que podría perderla, ha sido cuando me he percatado de la intensidad de lo que siento. Espero que nunca tenga que pasar por lo que estoy pasando ahora mismo. Capítulo 5 He recopilado todos los datos que Marco me ha pedido mientras se duchaba, y cambiaba de ropa. Sé que me ha sugerido que trate de dormir, mientras hace su trabajo, pero soy incapaz, por lo que sigo con la lectura del diario. **** Octubre 2010 Querido diario: Pero, ¿que se ha pensado este idiota?. Cada vez que lo veo, me revuelve el pelo con brío, a la vez que no para de llamarme rubita, cuando sabe que lo detesto. No soy ninguna cría. ¡Tengo 20 años!. **** Dejo el diario sobre mi regazo recordando todas aquellas veces en las que me la encontraba en casa de Charly. No sé en qué momento empecé a buscar cualquier excusa para presentarme por aquella casa, cuando me imaginaba que podría estar por allí. Trato nuevamente de marcar el número de Sophie pero no obtengo respuesta, por lo que sigo leyendo **** Lo he hablado con Claire. Me ha insinuado que le gusto. ¡Está loca!. ¡Cómo se va a fijar en mí!. No me considero fea. Me considero más bien del montón. Soy retraída, y no me gusta mucho relacionarme
con los hombres. Tengo la virtud de espantarlos, antes de que lleguen a acercarse a mí. A igual que Claire, nunca he tenido novio. Aunque yo no soy virgen como ella.. Todos los psicólogos que han pasado por mi vida, me han dicho en multitud de ocasiones que escriba lo que me sucedió en aquella ocasión para poder superarlo. Quizás hoy sea un día tan bueno como cualquier otro para hacerlo. **** Trago saliva. Una cosa fue conocer la historia, contada a través de los ojos y las palabras de mi hermano, y otra muy distinta, es leerla a través de las suyas. Sus propias emociones. Aún recuerdo cuando, tiempo después, se confesó conmigo. Su angustia, sus lágrimas. Le jure que nunca la haría daño, y se perfectamente que la he fallado. **** Mis padres tenían un restaurante en el centro de Avilés, en Asturias. Todos los días cuando volvía del colegio, me pasaba por allí, para regresar a casa con mi madre. Aunque en ocasiones, tenían demasiado trabajo, y me quedaba deambulando entre bambalinas, haciendo los deberes en una gran mesa, que había en la cocina. Conocía a todos los camareros y camareras. Todos en general, eran amables con la hija de los dueños, sus jefes. Aunque alguno se había fijado demasiado en mí. Aunque de eso, nadie se había dado cuenta. Por supuesto, yo tampoco. Cuando mi hermana se casó con 24 años, me quede en casa sola con mis padres. Ella, por supuesto, se fue a vivir con su Andrés, su marido, a Gijón, y me dejo a nuestros padres para mi sola. Cuando tenía 16 años, hace ya cuatro, mi preciosa sobrina Carla decidió venir a este mundo. Cuando mis padres regresaban del hospital, un loco borracho, se cruzó en su camino y murieron en el acto. Acordamos que me iría a vivir con mi hermana y mi cuñado a su casa. Pero el día del funeral les pedí que me dejasen sola en la casa donde vivía con ellos. Necesitaba estar a solas. Mi cuñado cedió, mientras que mi hermana, no estaba demasiado convencida. Al final, acordaron que vendría Andrés más tarde a recogerme. No pudo evitar que sucediese lo que sucedió aquella noche. Aunque sí consiguió evitar que culminase su acción. Cuando me quede a solas, comencé a recoger despacio todo lo que quería llevarme conmigo.
Álbumes llenos de fotos familiares. Algún libro. Mi ropa. En esas estaba cuando llamaron a la puerta. Era aquel camarero, en el que nadie había reparado. Estaba preocupado por mí, me dijo muy serio. Le agradecí amablemente la visita y le pedí que se marchase. Hice un amago de cerrar la puerta, pero sin que yo lo invitase, entro. Algo en su mirada me aviso, que tenía que deshacerme cuanto antes de él. Pero no pude actuar. No vi el golpe venir, hasta que me vi de pronto en el suelo. Era verano y llevaba un vestido de eso camiseros. Lo abrió de golpe con sus grandes y asquerosas manazas, dejándome en ropa interior. Trate por todos los medios posibles deshacerme de él, pero fue más rápido que yo. Rompió mis bragas de un tirón, y obligándome a abrir mis piernas me desgarro por dentro. En ese mismo instante apareció mi cuñado. Me lo quitó de encima, y estuvo a punto de matarlo. Uno de los motivos por los que me viene a Londres, fue para alejarme y poder olvidarme de alguna manera de lo que me sucedió. Mi cuñado es abogado, y sé que hizo que todo el peso de la ley recayese sobre él. Aunque a mí eso me dio igual. El daño ya estaba hecho. ¿Por qué abrí la puerta?. Pues porque yo lo conocía. Nunca me habría imaginado que podría hacerme algo así. Nunca podré olvidar su nombre: Antonio López. **** Vuelvo a dejar a un lado el diario. No puedo evitar que mis ojos se humedezcan. Conozco su historia. La supe casi al mismo tiempo, en que sucedió. ¡Mi pobre rubita!. ¿Cómo puede considerarse una del montón?. Es rubia, con unos ojos azules como el cielo. Es algo más baja que yo, pero nuestros cuerpos encajan a la perfección. Cuando la abrazo, su hermosa cabeza, reposa sobre mi pecho, y mis manos y brazos la rodean protegiéndola. Me tumbo en la cama abrazándome al diario nuevamente. No soy consciente, pero termino quedándome dormido otra vez. Sueño con su risa. Esa risa con la que me enamoro. Con su mirada tranquila y confiada, cuando le hago el amor. Capítulo 6
– ¡Despierta bello durmiente!. – Escucho la voz de Marco, a la vez que oigo el ruido de la persiana abriéndose. Miro en esa dirección. ¡Está completamente oscuro!. – ¿Qué hora es?. – Me incorporo en la cama apoyándome contra el cabecero, dejando a un lado el diario para frotarme los ojos, tratando de despertarme. – ¡Las 9 de la noche!. – Lo miro sorprendido. – ¿Y eso?. – Hace un gesto con su mano mientras camina hacia la cama, con la clara intención de curiosear en el diario. Mis reflejos son rápidos, y lo atrapo entre mis manos antes que él. – ¡Es el diario de Sophie!. – No tengo inconveniente en decirle que es. – ¡Lo encontré por casualidad!. – ¿Lo estás leyendo?. – Asiento con la cabeza. – ¡Eres un auténtico cabronazo!. – Me levanto de un salto, e ignorando por completo su comentario, lo miro esperando noticias. – ¿Dime que has averiguado?. – Pregunto. Pone los brazos en jarras mirando al suelo, tengo claro que lo que tiene que contarme, no me va a gustar nada. – ¡Vamos a mi despacho!. – Propone. Le sigo ansioso por saber algo de mi rubita. Me abre la puerta invitándome a sentarme en una de las sillas enfrentadas a su escritorio. Cuando estuve localizando todos los datos que me pidió, para que comenzase la búsqueda de Sophie, no puede evitar ver una carpeta con el nombre de Claire. – ¿Por qué tienes una carpeta con el nombre de Claire?. – La señalo con mi dedo. – ¡Es mi empleada!. – Se encoje de hombros. – ¿No habrás curioseado?. – Me mira con desconfianza. – ¿Me crees capaz de algo así?. – Tuerce el gesto. – ¡Quizás un poco!. – Admito. – Pues entonces ya sabes lo que hay. – Suspira exasperado. – ¿Quieres saber de Sophie o no?. – Cuando quiere zanjar un tema es único. Ya era así cuando éramos unos críos. – Si. Dime que has averiguado. – Como tú ya habías comprobado, utilizo su visa para comprar un billete de avión. – Lo miro expectante. No he deshecho la maleta, por si tengo que salir con dirección a cualquier parte. – Hemos averiguado que voló a Madrid. Su vuelo tomo tierra ayer por la mañana, sobre las 10. Desde entonces, no ha vuelto a utilizar ninguna de sus tarjetas, ni para sacar dinero, ni para realizar ninguna compra. – Lo miro pidiéndole que continúe. – Hemos
rastreado el móvil. La última llamada la hizo, poco después de aterrizar. – Se queda un momento en silencio. – ¡Llamo a Claire!. – ¡Pero hable con ella!. – Exclamo. – ¡Me dijo que no sabía nada!. – Me paso la mano por el pelo, desordenándomelo por completo. – ¡Pues evidentemente te mintió!. Quizás su amiga la pidió que no te dijese nada. – Asiento con la cabeza, mientras saco mi móvil. – ¡No la llames!. – Me interrumpe, mientras estoy buscando el número en la agenda. – Se supone que ella no sabe que estas en Madrid. Si contactan entre ellas, lo voy a saber y te lo diré. Si llamas a Claire, llamara a su amiga, poniéndola sobre aviso, como tú ya me advertiste. Dejo el móvil sobre el escritorio mientras me derrumbo por completo. Tiene toda la razón. – Entonces, ¿que se supone que debo hacer?. – Esperar. – Se queda en silencio. Observándome. – Averiguaremos donde está. Y podrás ir a buscarla, para que te de la patada en los huevos que te mereces. Se levanta de su sillón y se encamina hacia la puerta. – ¿Te importa si te dejo solo?. – Me sonríe abiertamente. – ¡Voy a cambiarme para salir!. No me sorprende verle salir con las mismas prendas con las que le vi esta mañana. Yo también salgo. Necesito desesperadamente sentir el aire frio de la noche en mi cara. Tras ponerme mi cazadora, salgo a la calle a cenar algo, tratando de no pensar. Al menos, si está en Madrid, estamos más cerca el uno del otro. Miro hacia el cielo, donde una gran luna preside majestuosa el firmamento. La sonrío. De alguna manera, siento que estamos conectados. **** Diciembre 2010 Querido diario: Por fin, Claire y yo dejamos la habitación de la residencia, para mudarnos a un apartamento en el pueblo. Su hermano, por algo que hizo ella en el pasado, era reacio a darle esa libertad. Pero al fin, lo ha conseguido. Capítulo 7 Mayo 2011 Querido Diario: Llevo mucho tiempo sin escribir. La fecha anterior, que he visto escrita, es Diciembre de 2010. Casi medio año. Dentro de poco será mi cumpleaños: 21 años. He empezado a salir con un compañero de la universidad. Según mi psicólogo tengo que enfrentarme a mis miedos. Pero es más fácil
decirlo que hacerlo. Se ha enfadado conmigo, cuando le he dicho que había dejado de escribir. En la sesión de hoy, he hablado de ese chico que me gusta, pero sin saber cómo, ni porque, no estaba hablando de Paul, sino de Héctor. ¿Me estaré volviendo loca?. Héctor, que en lugar de cabeza parece que tuviese una zanahoria, con su pelo rojo, y sus ojos verdes. Su habitual barba de 4 o 5 días. Si. Lo admito. Me gusta. Me gusta mucho. Demasiado. Pero sé que nunca se fijaría en mí. **** – ¡Ay mi rubita!. – Pronuncio en voz alta interrumpiendo mi lectura. Cada vez estoy más convencido de que estábamos destinados el uno para el otro. Tan solo tenía que pasar el tiempo necesario para que pudiésemos estar juntos. Sigo leyendo. **** Como siempre, me he vuelto a encontrar con “cabeza de zanahoria”, en casa de Claire. Según me conto mi amiga, tiene una academia de baile. ¡Además de guapo sabe bailar!. Es que me lo comía enterito. (No sé por qué digo eso, si seguro que si me toca, me pondría a temblar como una idiota, y acabaría corriendo, huyendo de él como una loca, con lo que yo quedaría como una redomada idiota). Bueno, pues aquí al “cabeza de zanahoria”, le ha sugerido a Charly, el hermano de Claire, que podría su hermana acudir a unas clases de baile en verano. Y ha añadido, como quien no quiere la cosa que también podría ir yo. Ya te contare, diario, como termina la cosa. **** Cierro los ojos un instante recordando la primera vez que piso mi academia de baile. Me encargue personalmente de darles clase a las dos. Fue la mejor experiencia de mi vida. Sonrío de nuevo como un idiota por el calificativo, a la vez que niego con la cabeza. “Cabeza de zanahoria”. Continúo con la lectura. **** 9 Junio 2011 Querido diario: Hoy es la víspera de mi cumpleaños y al fin hemos terminado los exámenes. Entre risas hemos llegado a la academia de Héctor. Habíamos quedado con él a última hora de la tarde. Según parece va a encargarse personalmente de las dos el mismo. Claire no ha dejado de reírse mientras conducía hacia allí. Incluso nos ha facilitado una tarjeta, para poder aparcar gratuitamente en un parking cercano.
Hace poco, no pude evitar confesarla que me gusta, tras lo que ella me ha confesado algo que la sucedió con alguien en el pasado. No quiero poner aquí su nombre. ¡Qué fuerte!. Creo que ella no lo admite, pero si sigue siendo virgen, es porque está esperando por él. **** Levanto un momento la vista de la lectura. ¿A quién se estará refiriendo?. Niego con la cabeza. Sé que no es asunto mío, así que no tengo intención de contarle nada a su padre. **** Cuando hemos llegado, la recepcionista nos ha guiado hasta el despacho de Héctor. No es que sea una maniática del orden, (bueno, puede que si lo sea un poco), pero creo que lo de este tío es demasiado, pero hacia el lado contrario. Discos de vinilo apoyados unos contra otros en estanterías, cd’s colocados de forma desordenada, apilados unos encima de otros, sin ninguna forma de clasificación. Papeles y más papeles por todos lados. – ¡Perdonad el desorden!. – Nos ha dicho, a la vez que ha salido hacia la zona de recepción. – Caroline, puedes irte si quieres. ¡Hoy cierro yo!. – ¿No os importa que nos quedemos solos?. – Hemos negado las dos a la vez con la cabeza. Nos ha guiado por un pasillo hasta unos vestuarios, donde nos ha dicho que podíamos cambiarnos. No sabía muy bien qué tipo de ropa traerme, así que he optado por unas mayas negras, con una camiseta bastante holgada y que no marca para nada mi cuerpo, pero que además y muy importante, me tapa el culo. En cambio Claire, ha traído un atrevido top negro dejando a la vista su vientre plano. Las dos calzamos unas deportivas muy similares, y nos hemos recogido en pelo en una coleta. Cuando hemos salido, no sabíamos muy bien hacia dónde dirigirnos, así que hemos deambulado un poco, guiándonos por una música dance. Casi me caigo de culo cuando lo he visto. Vestía unas mallas negras, junto con una camiseta sin mangas de un tono grisáceo deslucido, completamente pegada a su cuerpo. Quizás por el hecho de estar con Claire, no me he sentido incomoda, cuando no ha tenido otra opción que tocarme, para guiarme con los pasos de baile. ****
Son las 12 de la noche. Es evidente que Marco no va a regresar. Dejo el diario sobre la mesilla de noche y voy directo a la ducha. Necesito sentir el agua caliente para evitar ponerme en lo peor. Capítulo 8 – ¿Café?. – Me pregunta un elegante Marco, ya vestido para ir a la oficina, cuando traspaso el umbral de su cocina. – Por favor. – No te agobies. – Dice. ¡Como si fuese fácil!, me descubro pensando. – ¡Me gustaría verte a ti en mi situación!. – Digo alzando la voz, pero sin llegar a gritar. – Si no supieses dónde está esa misteriosa mujer, con la que corres a encontrarte todas las noches. – Perdona. – Su voz es completamente sincera, por lo que alzo la mano, aceptando sus disculpas. – Espero que nunca tengas que pasar por lo que estoy pasando. – Digo completamente abatido. Se acerca a mí despacio y apoya su mano en mi hombro, dándome esperanzas. – La encontraremos. – Me mira fijamente. – Voy a mover cada piedra de esta ciudad rastreándola, hasta que demos con ella. – He pensado que podría estar escondida en casa de Claire. – Niega con la cabeza. – Ya había pensado en esa posibilidad, pero puedo asegurarte que no está allí. ¡Te llamo si hay alguna novedad!. – Asiento con la cabeza, mientras me deja solo en la cocina con mi café. Subo a mi habitación a vestirme, no me olvido ni de mi móvil, ni del diario antes de salir de casa. Camino sin rumbo fijo. Nadie de mi familia sabe que estoy en España. Se supone que tanto Sophie como yo, estamos en Londres dirigiendo mi academia. Además, nadie sabe de nuestra relación, salvo nuestros amigos y mi hermano. Mis piernas sin darme cuenta me llevan hasta la calle Serrano. Me quedo mirando un escaparate, mientras termino de tomar una decisión, la que debía haber afrontado hace ya mucho tiempo. Aunque para afrontarla, primero tengo que encontrar a Sophie. A pesar de ello, entro en la tienda. Tengo esperanzas de encontrarla. Sé que lo voy a hacer Poco tiempo después, me adentro en un café para refugiarme del frio, y continuar con la lectura del diario. **** 20 Junio 2011 Querido diario: Hace una semana fue mi cumpleaños. Cumplí 22. Me llamo mi hermana. Pude hablar también con mi cuñado, y con mi pequeño ángel. A pesar de que mi hermana me
manda todos los días fotos de mi pequeña Carla, no dejo de echarla de menos. De repente, me viene a la cabeza la imagen de una pequeña cabeza de zanahoria en miniatura. Como mi Carla. Desecho la idea inmediatamente. ¡Realmente estoy muy mal de la cabeza!. Fuimos como siempre a las clases de baile con Héctor. Cuando salimos del vestuario nos encontramos que estaba esperándonos. – ¿Me haríais el honor de permitirme invitaros a cenar?. – Recuerdo sus palabras exactas. Las dijo haciendo una reverencia extremadamente exagerada, lo que hizo que estallásemos en risas, mientras nos mirábamos la una a la otra sorprendidas. No habíamos hecho ningún plan en especial. Ir a una hamburguesería a atiborrarnos de refresco, patatas fritas... ¡Colesterol a tope!. – ¿Qué preferís?. – Siguió contándonos, sin acercase a nosotras, escondiendo sus manos en los bolsillos de sus vaqueros. ¿Cómo podía haberse cambiado y duchado tan rápido?. – Una hamburguesa, pizza o sushi. – ¡Hamburguesas!. – Dijimos las dos al unísono. Lo que más me impacto de todo, fue que me hizo un regalo. El primer regalo que me hacía en toda mi vida. Bueno, tampoco tenía por qué hacerlo. Fue algo sencillo. Un libro: “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen. Lo divertido fue la dedicatoria. No puedo dejar de leerla una y otra vez: “Para mi rubita”. Cuando nos dejó a las dos con su coche en la puerta de la casa de Charly, ya que, a pesar de que compartimos un pequeño apartamento Caire y yo en el mismo campus, cuando estamos en Londres, siempre me quedo en su casa. Salió del coche, para acompañarnos hasta la puerta, y antes de permitirme cruzar la verja que da al jardín de la entrada, enlazo una de sus manos entre las mías, y alzándome la barbilla con los dedos de su otra mano, buscando mi mirada, me susurro, de forma que solo yo pudiese escucharlo. – ¡Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites!. – Asentí con la cabeza y entre en la casa. **** El sonido de mi móvil consigue que aparte los ojos de las letras escritas por Sophie. – ¡Dime!. – Es Marco. Solo espero que tenga buenas noticias. – ¿Podemos comer juntos?. – Me pregunta. Su voz suena preocupada.
– ¿La has encontrado?. ¿Está bien?. – Me dice rápidamente donde podemos encontrarnos en media hora, y me cuelga el teléfono. No me da más detalles. Cuando llego al lugar indicado ya está esperándome, y por la cara que tiene, intuyo que no son buenas noticias. No para de dar vueltas a su copa de vino mientras me mira fijamente. – ¡Dime algo!. – Digo suplicándole con mi voz y mi mirada. – La policía ha encontrado su bolso con su documentación tirado por ahí, junto con una maleta rajada y todo su contenido revuelto. – Le miro asustado, esperándome lo peor. – Pero ni rastro de ella. Y si llevaba dinero encima, tampoco se ha encontrado. Me reclino contra la silla. Es peor de lo que pensaba. – Crees que la han podido…– me interrumpo un segundo. Después de su pasado, sé que no superaría que volviese a sucederle lo mismo. Nunca lo lograría. – ¿Hay algún motivo para que pudiesen haberla secuestrado?. ¿Sabes si se han puesto en contacto con su familia?. – Niego con la cabeza. – No lo creo. Si hubiese sido así su hermana me hubiese llamado aterrorizada. No, es imposible. – Niego a la vez con la cabeza. – Entonces tenemos otra hipótesis. – Me quedo mirándolo expectante. – Podrían haberla robado. – Pero eso significaría que está en medio de esta ciudad, sin dinero, sin tarjetas y sin documentación. – Me quedo pensativo. – Si, ya se lo que estás pensando. Lo lógico en ese caso, sería que hubiese contactado con Claire. Que hubiese ido a la policía. Ellos hubiesen llamado a Claire. – ¿Cómo estas tan seguro de que no ha sido así?. – Porque lo he comprobado. – Lo miro con curiosidad, ladea la cabeza sonriéndome. – El móvil de Claire es de la empresa. Puedo comprobar en cualquier momento sus llamadas. Y a su casa tampoco ha llamado nadie. Solo nos queda, buscar en los hospitales. – Claudica al fin. Hundo mi cabeza entre mis manos. Esto no puede ser sino una pesadilla. Una pesadilla horrible. Tras una breve comida con Marco, ya que soy incapaz de probar bocado, camino sin rumbo fijo. Cuando comienza a caer la noche, paro un taxi y regreso a casa de Marco. Capítulo 9
Tras ducharme y ponerme el pijama, vuelvo a sumergirme en la lectura del diario. Me siento culpable por adentrarme en sus secretos más íntimos. Pero ahora mismo es la única forma de sentir, que de alguna forma, aunque no sepa dónde está, estoy con ella. **** Septiembre 2011 Querido diario: He pasado todo el mes de agosto con mi familia en casa. Me ha sorprendido que Héctor les haya contado, que nos hemos vuelto a ver. Que mi amiga es la hermana de uno de sus amigos. Yo no suelo hablar demasiado. Tienen que sacarme la información con sacacorchos, como dice mi hermana Pam. Me sorprendo a mí misma descubriendo que lo echo de menos. Sus clases de baile. La forma de revolverme el pelo. La forma de llamarme rubita. ¿Me estaré enamorando de él?. Me niego a mí misma que algo así pueda estar sucediendo. **** – ¡Pero por suerte para mí, mi rubita, sucedió!. – Digo mi pensamiento en voz alta. Sé que de alguna forma, donde quiera que este, tiene que estar percibiendo mis pensamientos de alguna manera. **** Octubre 2011 Querido diario Este es el último año de universidad. Tengo que decidir qué es lo que hare después. Claire tiene pensado viajar a Nueva York a realizar un master. No se lo he dicho, pero yo no puedo permitirme algo así. Sé que todo esto lo está sufragando mi hermana. En realidad, lo está haciendo mi cuñado. Ni siquiera me permiten que trabaje, para ayudarles de alguna forma. Se perfectamente que tiene un buen sueldo, y se lo puede permitir. Tengo que decidir, si me quedo en Londres, o regreso a Asturias. Tengo todo un año para pensarlo. **** Enero 2012 Querido diario. Sé que últimamente te tengo muy abandonado, pero la realidad es que no ha sucedido nada de particular. Echo de menos las clases de baile. Pero con las clases en la universidad, por ahora, tengo suficiente. ****
Paso las hojas, al darme cuenta que solo habla de las clases y los exámenes. También advierto, que ya no habla de chicos. Por mi parte, por aquella época deje de ir tanto a casa de Charly. Sabía que estaba entrando en aguas pantanosas. Por aquel entonces no estaba saliendo con nadie. Mi última novia, Jasmine, me dejo un regusto amargo. La encontré en mi casa con otro. En mi propia cama. Evidentemente, después de que salieron los dos por la puerta, la cama fue detrás. Estuve durmiendo una semana en el sofá, hasta que me trajeron la nueva. Que por cierto, no la estrene como es debido, hasta que no estuvo Sophie en mi vida. Doy un salto hasta que realiza los exámenes finales, y acaba licenciándose con una magnifica nota. **** Junio 2012 Querido diario: Hace un par de días que Claire y yo, dejamos nuestro pequeño apartamento en el campus. Su hermano vino a ayudarnos a hacer la mudanza. Me ha dicho que puedo quedarme con ellos el tiempo que quiera, pero en realidad, no quiero molestar. En apenas una semana, Claire vuela a Nueva York, para cursar el master. Hace mucho tiempo que no veía a Héctor. Por lo que cuando lo he visto esta mañana, he sentido como toda la sangre inundaba mis mejillas de golpe. – ¡He estado hablando con tu hermana!. – Me suelta de golpe, cuando estamos todos reunidos en torno a la mesa. – Necesito una secretaria urgentemente, que ponga un poco de orden en el caos que es mi despacho. – Chasquea la lengua a la vez que ladea la cabeza. – ¡Si lo quieres, el puesto es tuyo!. – ¡No se!. – Me quedo mirándole fijamente. Ignorando la voz de mi amiga a mi lado incitándome a que le diga que sí. – ¡Ni si quiera tengo donde vivir!. – También he hablado de eso con Pam. – Lo miro esperando a que me diga lo que sea que hayan decidido entre mi hermana, mi cuñado y el. – ¡Hemos pensado todos, que lo mejor es que te vengas a vivir conmigo!. – ¿Qué?. – Levanto el tono de mi voz sin darme cuenta. – No creo que no sea una buena idea. – De momento no puedo pagarte mucho, por lo que no te llegaría para el alquiler de un apartamento. Y compartir piso. – No, me digo a mi misma, creo que sabe perfectamente que compartir piso con alguien desconocido, es impensable para mí. Con Claire fue de
alguna manera diferente. De alguna forma, fue algo impuesto por el colegio primero, y la universidad después. Al final termine aceptando el trabajo, y la habitación que me ofrecía. Mire un segundo de refilón a mi amiga. Sabe que me atrae. Que me gusta. ¡Qué difícil va a ser la convivencia!. Sé que voy a tener que levantar un muro entre los dos. No puedo permitir que se dé cuenta de lo que siento. Me moriría de la vergüenza. **** La verdad es que nuestra convivencia durante los tres primeros meses, fueron más duros de lo que me había imaginado que podrían llegar a ser. Por un lado, yo estaba acostumbrado a vivir solo, y por otro, trabajar codo con codo con ella y después verla también en casa, era algo que me superaba, y no entendía realmente la razón. O quizás entonces no quería verlo. La obligue a instalarse en mi propia habitación, ya que disponía de su propio vestidor y cuarto de baño, para que pudiese sentirse más cómoda y segura. A pesar que me costó alguna que otra discusión con ella, me traslade a la de invitados. Por nada del mundo hubiese invadido su intimidad. Capítulo 10 Julio 2012 Querido diario. Llevo una semana trabajando y viviendo con él. En realidad, lo que hago es tratar poner un poco de orden en su vida. Si su despacho en el trabajo es un caos, no puedes imaginarte lo que es su casa. ¡Una auténtica pesadilla!. – ¿Qué estás haciendo?.– Me ha preguntado esta mañana cuando me ha pillado pasando el aspirador. – ¿Tu qué crees?. – La cara que he puesto era de pocos amigos cuando me ha preguntado esa estupidez. No me considero una maniática el orden, pero me gusta ver todo ordenado y en su sitio. Y sobre todo, no me gusta ver pelusas como bolas del desierto, rodando por la casa. La casa de Héctor no está demasiado lejos de la de Claire y su hermano. Más o menos a unos 20 minutos en coche. Justo al lado de la clínica de Charly. En South Kensington. Es una casa de dos plantas reconvertidas en dos apartamentos. Uno en la primera planta y otro en la segunda. El apartamento de Héctor,
situado en esta última, dispone de dos habitaciones, una de ellas con su propio baño y vestidor, y un pequeño despacho, que se comunica también con el dormitorio principal, el mío, y con el pasillo. Cocina americana embutida en el salón. Y otro aseo con ducha, al cual se accede desde el pasillo. Cuando llegue tuve una discusión con Héctor. Me había cedido la habitación principal. Trasladándose a la habitación de invitados. ¡Ese no era el trato!. No he tenido ninguna opción a discutir. **** Dejo la lectura a un lado. Me ha parecido escuchar ruido en el despacho de Marco, así que abandono mi refugio en su habitación de invitados, y salgo en busca de noticias. – ¿Has sabido algo más?. – Niega con la cabeza. Vuelve a estar vestido todo de negro. – ¿Desde cuándo montas en moto?. – Pregunto señalando el casco. Me sonríe mirándome por encima de sus pestañas, pero no me contesta. Guarda unos papeles y se aproxima hasta mí. – Estoy seguro que daremos con ella mañana. Estamos peinando todos los hospitales de la ciudad. Si la ha pasado algo. – Me asusta la idea, de que pueda haberla sucedido algo. – ¡La encontraremos!. – Me derrumbo sobre una silla rezando por que la encuentren viva. Sé que si la ha pasado algo, toda la culpa es mía. Apoya su mano sobre mi hombro, tratando de inyectarme ánimos. – No desestimes en gastos. Yo... – Mis palabras se ahogan en mi garganta. Llevo tres días sin saber nada de ella. – Sabes que ese no es el problema. Si mi... – alzo la cabeza hacia él. No sé en quien estará pensando, pero no me cabe duda, que es alguien muy importante para él. Se aparta de mí dejándome solo en su despacho. **** 6 Agosto 2012 Querido diario: Llevo un mes trabajando con Héctor. Y la conclusión a la que llego, es que lo estoy superando con nota. He conseguido poner ciertas normas en casa. Al menos su salón, no parece que haya sufrido una estampida de búfalos. Hace pocos días volví a en encontrarme con Paul por pura casualidad. Hemos quedado para tomar algo el fin de semana. **** 9 Agosto 2012 Querido diario: Mi cita con Paul no estuvo mal.
Mientras Claire y yo estábamos en la universidad, no solíamos salir demasiado. Y no porque no tuviésemos ocasión, sino, porque a pesar que su hermano tiene dinero, siempre la he escuchado decir, que su mayor ilusión es poder ser independiente de su familia. De alguna manera, siempre me he sentido identificada con sus palabras. **** 14 Agosto 2012 Querido diario: Hoy se ha presentado Paul en la academia. No me ha pasado por alto, el gesto borde y serio que ha mostrado Héctor, sobre todo, cuando me ha plantado un beso en la mejilla. Hemos salido a almorzar, y hemos vuelto a quedar el sábado. **** 18 Agosto 2012 Querido diario: Ayer sucedió algo terrible, tras lo cual ha provocado que sucediese otra cosa maravillosa. Nunca hubiese imaginado, que pudiese llegar a suceder algo entre Héctor y yo. **** Yo tampoco podré olvidar nunca lo que paso aquel sábado. Me hubiese gustado estrujarle el cuello.. ¿Cómo pudo hacerla algo así?. Llevaba varios días llamándola, iba a buscarla a la academia. Observaba en silencio todo lo que sucedía a mí alrededor, mientras, ahora lo tengo claro, los celos me consumían por dentro. Vino a buscarla con su coche. Se había puesto una falda con vuelo, una camiseta de tirantes color crema junto a una cazadora vaquera. El verano de Londres suele ser fresco por las noches. Fruncí el gesto por lo corta que me parecía la falda. Aunque calle mi opinión. ¿Quién era yo para decirla, como podía o no, ir vestida?. Recuerdo que estuve hasta las 2 de la mañana esperándola. Hasta que me di cuenta de lo absurdo de la situación, y me fui a la cama. Me puse el pijama y me lave los dientes. Lo hacia todo a ralentí, tratando así de hacer tiempo. Por ver si llegaba, pero no tuve suerte. Me metí en la cama, pero no podía dormir. Daba vueltas y más vueltas, imaginándome cosas horribles que podían haberla sucedido. Cerca de las 4 de la mañana sonó mi móvil. Conteste con voz somnolienta. Era ella. Necesitaba que fuese a buscarla a algún sitio. Su voz sonaba entrecortada. Estaba llorando desconsoladamente. – Sophie, – trate de hablarla suavemente, – trata de calmarte, y dime exactamente donde estas. – Escuchaba como trataba de controlar su
respiración, completamente agitada. Mientras me vestía atropelladamente con unos vaqueros, y un jersey de cuello vuelto. – Estoy en, – su voz se entrecortaba, espere pacientemente a que me dijese donde estaba, para ir por ella, – estoy en “Hampstead Park”, necesito que vengas a buscarme. ¡Por favor!. – Su voz era una súplica absoluta. – ¿Y qué estás haciendo allí?, – no espere a que me contestase, la respuesta era evidente, de repente me di cuenta de algo terrible. – Estas sola. – No la estaba preguntando, en realidad, era una mera afirmación. – Si. – Escuche su voz apagada, apenas era un murmullo. – ¡Estoy allí en 20 minutos!. – Claudique tras indicarla el punto, donde podría acceder con el coche para recogerla. Me puse una cazadora, cogí las llaves de casa y del coche, y salí a la carrera. En realidad, no tarde 20, sino que en 15, me detenía a su lado. Salí del coche. Pero ella al ver que se detenía un vehículo intento esconderse, asustada entre los árboles. – Sophie, – pronuncie su nombre, – soy yo, Héctor. – Salió de la espesura, lanzándose literalmente a mis brazos. – ¡Ya está rubita!, – recuerdo haberla llamado por el mote que le puse hace ya tanto tiempo. Enredando mis manos entre su pelo, abrazándola. – ¡Estas a salvo!. – Susurre en su oído, al sentir su corazón alocado latir con fuerza. Advertí que no tenía puesta su cazadora, por lo que me quite la mía y se la puse. No sé si templaba realmente por el frío, o de miedo, La ayude a montar en el coche, y conduje en silencio hasta casa. **** Estuve sentada contra un árbol cerca de media hora, con el teléfono en mis manos, dudando si llamarle o no. Estaba asustada y tenía frío, pero al final, hice lo que tenía que hacer. Además, no me atrevía a volver andando a casa. En realidad, ni siquiera sabía qué dirección debía tomar. En aquella época, no conocía Londres demasiado bien. Cuando me encontró, no hizo preguntas. Tan solo me abrazo, me puso su cazadora, y me ayudo a entrar en el coche. Incluso en casa respeto mi decisión de guardar silencio. Le devolví la cazadora, y sin quitarme la ropa, me metí debajo del chorro de la ducha. Poniendo el agua a la máxima temperatura, que era capaz de soportar.
Poco a poco, fui escurriéndome hasta el suelo, y abrazándome a mis piernas, recogidas contra mi pecho, y comencé a llorar. Sabiendo que no podría oírme. Que el ruido del agua, ahogaría mis gemidos. **** Respete su decisión de guardar silencio. Nada más entrar en el apartamento, se refugió en la soledad de su habitación. Cuando escuche el ruido de la ducha, me fui al mío para cambiarme, por segunda vez en una noche. A la media hora, cuando pensé que ya estaría acostada, toque su puerta. Al no obtener respuesta alguna, me arriesgue a entrar. Me extraño que aun permaneciese en la ducha. Pegue el oído a la puerta y pronuncie su nombre varias veces. – ¡Sophie!. – Seguí insistiendo durante un minuto. – Como no respondía, temí lo peor y entre. Estaba acurrucada contra un rincón de la ducha. Encogida en posición fetal, contra los fríos azulejos. Después de tanto tiempo con el agua circulando, supuse que el agua caliente habría desaparecido hace tiempo, o estaría a punto de hacerlo. Ni siquiera había advertido mi presencia, tan solo cuando abrí la mampara para poder entrar, y así cerrar el grifo, alzo la mirada hacia mí. Inmediatamente se apartó, pegándose todo lo posible a la pared más alejada de mí. Tenía toda la ropa empapada, y pegada por completo a su cuerpo. Pero lo que más me dolió, fue la mirada asustada que había en sus ojos. Me agache, colocándome a la altura de sus ojos, pero no me acerque a ella. – Sophie, soy yo. Héctor. – Me puse de rodillas sin importarme que terminaría empapándome los pantalones del pijama. – ¿Qué es lo que ha pasado?. Se mantenía en silencio, aunque en sus ojos comencé a percibir cierto nivel de tranquilidad. – Sea lo que sea lo que ha pasado, ya estás en casa. Conmigo. ¡Estás a salvo!. – Abrí mis brazos, rogando en silencio, que rebasara la distancia que había interpuesto entre los dos. Como un resorte, se incorporó y se lanzó a mis brazos, rompiendo a sollozar de nuevo. No sé cuánto estuvimos así. Abrazados. Cuando sentí que poco a poco iba calmándose, la tome entre mis brazos sacándola de la ducha, para sentarla en la encimera de los lavabos. Sin preguntárselo de nuevo, me contó todo lo que había sucedido.
**** ¡Estaba tan emocionada porque había quedado con Paul!. Aunque sabía que no era del todo justo para él. ¡Quien a mí me gusta realmente es Héctor!. Pero estaba convencida, de que nunca se fijaría en mí. No quería obsesionarme, como sé que le sucede a Claire con... (No puedo poner aquí su nombre). Aunque ella lo niegue, sobre todo a sí misma, que es lo peor. Fuimos a cenar a un italiano por el soho, y después me llevo a bailar. No suelo beber. No estoy acostumbrada. Por lo que solo me tome un ron con coca cola. Incluso, a pesar de que estaba bastante flojito, se me subió un poco a la cabeza. Poco antes de las tres, me dijo que ya era hora de volver a casa. Nos habíamos estado besando en uno de los sofás. Incluso había aventurado su mano bajo mi camiseta. Me sentía feliz, porque pensaba que había superado mis miedos. Como primer paso, para mí, era mucho. Cuando íbamos en el coche, me di cuenta, que en lugar de dirigirse hacia South Kensington, íbamos en dirección contraria. Adentrándose en un parque situado al norte de la ciudad. Cuando detuvo el coche, comenzó a besarme de nuevo, a la vez que reclinaba mi asiento hacia atrás, y se tendía sobre mí. Mientras que con una mano investigaba bajo mi camiseta, la otra se colaba entre mis piernas. En el instante en que desgarro mis bragas, todos mis recuerdos volvieron de golpe a mi cabeza. Comencé a patalear con todas mis fuerzas, incluso creo que le llegue a morder. No quiero reproducir los piropos sumamente agradables que me dirigió, cuando mi rodilla impacto contra su entrepierna. Me echo del coche, y lo único que me dio tiempo a coger, fue mi bolso. Mi cazadora, y lo que quedaba de mis bragas, se fueron con él en el momento que arranco, dejándome sola en mitad de la nada. **** – ¡Ya paso todo rubita!. – Trataba de trasmitirla seguridad sonriéndola. – Ahora voy a secarte, y a ponerte el pijama. – Conecte nuestros ojos, observándola, intentando averiguar si entendía lo que la estaba diciendo. –¡Voy a desnudarte!. – La advertí. Tras retirar toda la humedad de su pelo, y sin dejar de mirarla a los ojos, sujete con mis manos, algo temblorosas, el borde de su camiseta, alzándosela hacia arriba. Automáticamente alzo sus brazos, ayudándome con la tarea. La seque, sin dirigir mi mirada ni
un instante a sus pechos, que aún permanecían presos del sujetador. Tras quitarle este último también, introduje por su cabeza, una camiseta de tirantes larga. La seque las piernas, y la ayude a ponerse en pie, para poder quitarla la falda extra corta con la que salió. Nuevamente la alce en brazos, y la lleve hasta la cama. La arrope, y la anime a que durmiese. Cuando creí que estaba dormida, hice el intento de marcharme. Pero aferrándose a mi muñeca, me pidió que me quedase. Fue la primera noche que dormidos juntos. Abrazados. En mi cama. Aunque por aquel tiempo, se la había cedido y en realidad, era la suya. **** Cuando me he dado la vuelta en la cama esta mañana, me he encontrado a Héctor durmiendo a mi lado. (Mi “cabeza de zanahoria” no ronca). Me he levantado, tratando de hacer el mínimo ruido posible. Tras ponerme unas bragas, he usado el otro baño. Mientras me miraba en el espejo, han venido a mi cabeza todos los recuerdos de la noche anterior. Lo paciente y cariñoso que se portó Héctor. Realmente parecía preocupado por mí. Lo menos que se merecía, era que le preparase el desayuno. **** – ¡Buenos días!. – Salude entrando al salón. Me había despertado el olor a café y a pan tostado. En realidad, al despertar y sentir el otro lado de la cama vacío, me sentí extraño. Vacío. Hacía mucho tiempo que no dormía en la misma cama con una mujer, y no sucedía nada físico entre nosotros. Tras sacar nuestro preciado oro líquido, del que nuestros respectivos hermanos procuran nunca nos falten reservas en nuestra despensa, puso sobre la barra del desayuno, ante mí, un café solo con una tostada de pan, con tomate y aceite. – ¡Siento lo que paso anoche!. – Alzó la mirada hacia el techo, a la vez que se le escapaba un suspiro. – ¡Realmente estaba asustada!. – No tienes que disculparte, – interrumpí sus palabras. – Pero preferiría que eligieses mejor con quien sales, y con quién no. – Me miro extrañada por la crueldad de mis palabras. – Lo siento, no debí decirte eso. ¡Soy un idiota!. – Exclame. – No, no eres un idiota. – Dijo con lágrimas en los ojos. – En realidad la única imbécil aquí soy yo. ¿Conoces mi historia, verdad?. – Asentí con la cabeza, pero no me atreví a buscar su mirada. Muy despacio, y
sin apenas haber probado su desayuno, se levantó del taburete, y regreso a su habitación. No podía dejarla así. Sabía que estaría llorando, así que la seguí, para tratar de consolarla. La encontré como esperaba, tumbada boca abajo, escondiendo la cabeza en la almohada. – Prácticamente lo sé desde que te ocurrió. – Me senté en la cama y me recline sobre ella, acariciando su cabeza despacio. Apartando su pelo, instándola de alguna forma a que se diese la vuelta, y así poder hablar, mirándonos a los ojos. – También se, que dos días a la semana vas al psicólogo. Se giró despacio hacia mí. Sus lágrimas poco a poco, habían dejado de caer, y su respiración iba tomando su ritmo normal. – Según él, no debo precipitarme a la hora de mantener una relación sexual con un hombre. – Trague saliva imaginándome lo que podían significar sus palabras. Preferí no pedirla que me lo confirmase. – Dice que tan solo sucederá, cuando tenga la suficiente confianza en esa persona. – Pude que tenga razón. Su planteamiento me parece lógico – Me atreví a secar alguna lágrima, que aun resbalaba silenciosa por sus mejillas. Enmarque su rostro entre mis manos, mirando alternativamente entre sus ojos, enrojecidos a causa de las lágrimas, y sus carnosos y apetecibles labios. Se perfectamente que la estaba pidiendo permiso, para hacer algo que llevaba inconscientemente, mucho tiempo con ganas de hacer. – ¡Voy a besarte!. – Dije al fin, avisándola de mis intenciones. Rebase la distancia mínima que había entre nuestros rostros muy despacio, dándola tiempo a retirarse, en el caso que no deseara lo mismo que yo. Cerró sus ojos, dándome su consentimiento. Acaricie sus labios con los míos, captando el gusto salado de sus lágrimas. Saque mi lengua, y la inste a que abriese su boca para mí. Cuando la abrió, me interne en ella. Recorriendo todos y cada uno de sus recovecos. Jugando con su lengua. Poco a poco fui intensificando el beso. Sentí como ella se abrazaba a mí, reclamando mi contacto. Con suavidad, la tendí de espaldas sobre la cama, a la vez que yo lo hacía sobre ella. Frene en el punto justo, en el que sabía que no habría retorno.
Me la quede mirando fijamente. En sus ojos había el mismo deseo que estoy seguro, ella podía apreciar en los míos. Me aparte rápidamente, sabía que no debía hacer aquello. No me arrepentía de haberla besado. No. Pero había prometido que cuidaría de ella. Se supone, que en lo que respecta cuidar de ella, no entraba el “follármela”, y mucho menos después de lo que el gilipollas ese, le había hecho pasar. A fin de cuentas, me considero un caballero. Le di la espalda sin decirla nada, y salí corriendo de la habitación. Fui directo a mi cuarto, mientras me iba quitando la chaqueta de pijama por el pasillo. Tenía la intención de marcharme antes de cometer una locura. Lo mejor que podía hacer, era vestirme y salir a centrar mis ideas. Había soltado los lazos del pantalón, dejando que estos quedasen colgando de mis caderas, cuando sus brazos me rodearon por detrás. Podía sentir sus pezones erectos, apretándose contra mi espalda desnuda, a pesar del fino algodón, del que estaba hecha su camiseta. –¿Te arrepientes de haberme besado?. – Pregunto con un hilo de voz. Por un instante estuve tentado a mentirle. Pero no lo hice. – No. – No quería dar más explicaciones. – Entonces, ¿por qué has parado?. – Me gire hacia ella para hablarla desde el corazón, mientras la miraba a los ojos. – Les prometí a tu hermana y a mi hermano, que cuidaría de ti. – Puse mis manos sobre sus brazos. – Besarte, y después hacerte el amor, no es algo que ellos esperan que haga. Vi como sus ojos se llenaban de lágrimas. En ese momento no sabía, por qué me afectaba tanto verla así. Ahora lo sé. En ese instante ya estaba enamorado de ella. Aunque yo no quería verlo. – Olvídate de ellos. – Gritó. – Ellos no pueden decidir por nosotros. Di que no has seguido, porque te doy pena por lo que me paso. ¿Te parece que no soy digna de que me eches un polvo, por eso?. ¿O simplemente tienes miedo de engancharte de mí, como yo lo estoy de ti?. Me quede mudo ante sus palabras. – Lo mejor será que recoja mis cosas y me marche. – Continuó diciéndome, rebajando ya el tono de su voz, al darse cuenta que no sabía que responderla. – No te preocupes, no les diré nada. Preguntare a mi hermana, si puedo volver a casa. Seguro que no la importara.
Así, dejándome con la palabra en la boca, se dio media vuelta y se refugió en su habitación, después de cerrar la puerta de un portazo. No lo pensé dos veces. Seguí sus pasos en su busca. Por un instante, mi vida paso por delante de mis narices, no era capaz de imaginarla sin ella, como ahora mismo me sucede. Pensar que puede haberla pasado cualquier cosa, y que yo. Yo y solamente yo, sería el único culpable. No me lo perdonaría nunca. Capítulo 11 Apenas ha amanecido cuando bajo a la cocina. El día anterior, me tome la licencia de hacerle la compra a Marco. Tengo la intuición que tan solo pisa su casa, para cambiarse esas ropas negras que le veo vestir todos los días, antes de desaparecer por la puerta, para ir, quien sabe a dónde a dormir. Porque, una cosa esta clara, en lo que llevo en su casa, ni un solo día, ha dormido en su cama. – ¡Buenos días!. – Saluda entrando en la cocina con una sonrisa de oreja a oreja. Tiene toda la cara de acabar de tener sexo del bueno. – Creo que aquí hay alguien que se ha colgado de alguien. – ¿Lo dices por mi o por ti?. – Puedo advertir un tono de sorna en su voz. – ¡Es igual!. – Digo dejándolo por imposible. – Me voy a la ducha. Llámame en cuanto sepas algo. – ¡A la orden jefe!. – Me dice bromeando. Después de ducharme y vestirme, he vuelto a bajar al salón con móvil en mano, para proseguir con la lectura. **** Me fui a mi cuarto y comencé a recoger mis cosas, mientras era incapaz contener de nuevo mis lágrimas. ¿Cómo he podido decirle lo que le he dicho?. He confesado que me gusta. ¡Que estoy colgada de él!. ¿Cómo voy a ser capaz ahora de mirarlo a la cara?. Estaba tan absorta en mis pensamientos, que no me di cuenta que había entrado en la habitación. No me percate de nada, hasta que no sentí sus brazos desnudos rodeándome, abrazándome por detrás. Incluso, el tacto de su torso desnudo, rozando la parte alta de mi espalda, consiguió que me estremeciera de pies a cabeza. – No quiero que te vayas. – Su voz ronca, me hizo estremecer. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo cuando, apartándome el pelo a un lado, comenzó a regar mi cuello de besos, apartando el tirante
de la camiseta, con las yemas de sus dedos. Consiguiendo que el borde de esta, quedase colgando de mi pezón, completamente inhiesto. Mostrando parte de la aureola de mi pecho derecho, así como este parcialmente desnudo. Instintivamente ladee la cabeza hacia el lado contrario, facilitándole el recorrido, mientras nuestras miradas se cruzaron en el espejo del baño, gracias a la puerta abierta. Baje la mirada hacia mis pechos. A pesar de la tela de algodón de la camiseta, se podía apreciar lo extremadamente excitados que estaban. Héctor siguió mi mirada. Avergonzada y completamente ruborizada, me cubrí los pechos con mis manos, cubriendo el que había quedado parcialmente desnudo. – No me ocultes tus encantos. – Aparto mis manos, sujetándolas contra mi regazo, mientras mantenía su mirada enlazada con la mía a través del espejo. Por suerte, había conseguido cubrirme un poco. Muy lentamente, giro de forma que se colocó frente a mí, acunando mi rostro entre sus manos. – ¿Quieres saber si te deseo?. – No le conteste. Sabía que la respuesta era afirmativa. Podía verlo en sus ojos. – Si. ¡Te deseo tanto que me duele!. – Apoyo un instante su frente sobre la mía, sin soltarme. – No sé en qué momento empecé a hacerlo. – Volvió a buscar mi mirada, para continuar con su confesión. – Solo sé que me moría de celos cuando Paul venía a buscarte a casa o a la academia. Cuando ayer te pusiste esa minifalda, tan sumamente corta para él, – se queda en silencio para después dejar escapar un hondo suspiro, – no puedes imaginarte mi angustia, pensando que quizás esa misma noche serias suya, – dejo escapar otro suspiro, – y no mía. ¡No puedes imaginar los celos que me producía!. Alce mis manos y las puse sobre las suyas. Estaba completamente emocionada por sus palabras. Aunque aún me esperaba lo mejor. – Pensar que quizás no sabría cuidarte como te mereces, me mataba por dentro. – Quise decir algo pero no podía. – ¡Pero me aguante!. Porque te quiero, Sophie, y me conformaba si a ti te hacia feliz estar con él. – No, – entrelace mis dedos con los suyos, llevando sus manos con las mías a la parte baja de mi espalda, de forma que nuestros cuerpos quedaron pegados el uno al otro. – Tan solo estaba haciendo un experimento. – ¿Un experimento?.
– Si. – Rompí el abrazo para poder tener fuerzas para decírselo. – ¡Quería ser normal!. – ¿A qué te refieres con normal?. – Acorta la distancia que yo misma había impuesto entre nosotros, y toma mi mano guiándome hacia la cama. Se sienta, para después tirar de mí, sentándome en su regazo. De pronto se puso muy serio. Por lo que yo le imite. Pero no esperaba, que comenzase a hacerme cosquillas. No se cómo lo hizo, pero termine tumbada de espaldas sobre el colchón, mientras me inmovilizaba con su cuerpo. Se apartó de mí, para dejarme respirar. – ¿Puedo preguntarte algo?. – Asentí, mientras me tumbe de costado, apoyando mi cabeza sobre una de mis manos, y dejando la otra reposando sobre el colchón. Se toma su tiempo para hacerme la pregunta, mientras imita mi postura, pero su mano libre la coloca sobre mi cadera. – Se lo que te paso cuando tenías 16 años. – Volví a ponerme seria de nuevo, tratando a la vez de controlar mis emociones. – Solo quiero saber, si alguna vez, – se quedó en silencio un segundo antes de continuar, – con algún novio, ¿has llegado a la penetración?. – No. – Me deje caer tumbándome boca arriba y tapando mi cara con las manos. – Siempre que llegaba a ese punto me bloqueaba y… – ¡Ssshhh!. – Aparto mis manos de mi cara, obligándome a mirarlo. – ¡Quiero que te laves la cara y te pongas guapa, si es que puedes ponerte más guapa aun de lo que eres!. ¡Te invito a almorzar, y a dar un paseo por ahí!. Se levanta de golpe y al darse cuenta de que no me muevo, tira de mí, obligándome a levantarme y a ponerme en marcha. – Quiero que vayamos despacio. – Me beso en los labios suavemente, justo antes de dejarme sola para que me vistiese. Capítulo 12 Me froto los ojos apartando el diario a un lado. Hoy hace 4 días, que no sé nada de mi rubita. Si Marco y su equipo no la encuentra pronto, voy a volverme loco de la desesperación. Como si un ser supremo hubiese escuchado mis plegarias, mi teléfono suena. Es Marco quien aparece en la pantalla. – ¡La hemos encontrado!. – Grita eufórico, nada más descolgar. No articulo palabra. – ¡Esta inconsciente en La Paz!. Aun no sabemos exactamente qué es lo que le ha ocurrido. No me han querido dar explicaciones por teléfono. – Voy ahora mismo para allá. – Espera, te recojo en la puerta de mi casa, para que vayamos juntos.
Apenas he salido por el portal, cuando pasa por la puerta. **** Nos recibe el médico que la ha estado atendiendo estos últimos días. – ¡Buenos días!. – Nos recibe en su despacho, tendiéndonos la mano educadamente. – Soy el doctor Gustavo Gutiérrez. – ¡Buenos días, doctor Gutiérrez!. – Saluda Marco. – Soy Marco Zúñiga, al igual que usted soy médico, aunque mi especialidad es la ginecología. Soy socio fundador de las clínicas Stuz, junto con el doctor Charles Strafford. Al que me imagino que conocerá. – Por supuesto. El doctor Strafford y yo, hemos coincidido en varios seminarios. – Desliza su mirada de uno a otro de nosotros, con evidentes signos de curiosidad. – ¿Y en que puedo ayudarlos?. – Fija su mirada en mí. – Disculpe, él es un buen amigo mío. Héctor Soto. – Nos estrechamos las manos, tras lo que nos pide que tomemos asiento. – Vera, – comienza Marco a explicarse, cruzando relajadamente sus piernas. – Hace unos días, concretamente el domingo, la novia de mi amigo, tomo un vuelo desde Londres con dirección Madrid. – Nos mira preguntándonos, que relación puede tener, lo que Marco está explicando, con él. – Desde aquel día, la perdimos la pista. Yo tengo una empresa de seguridad, donde también trabajan para mí, detectives privados. – Se hace un silencio incomodo, tras el cual, Marco prosigue su explicación. – En fin, hemos tenido el conocimiento, de que una joven que concuerda con la descripción de Sophie, ingresó el mismo domingo. – Ella es algo más baja que yo. Mide algo menos de 1,70. Rubia, pelo largo y liso. Ojos azules. – El médico me mira haciendo un gesto de reconocimiento. – Si, una joven ingresó el pasado domingo con un traumatismo craneoencefálico, a causa de golpe severo en la cabeza, que concuerda con la descripción que me dicen. El golpe la produjo un edema cerebral provocando su inconsciencia. – Vuelve a mirarnos a uno y a otro, mientras comienza a rebuscar entre sus papeles. – Según la policía no traía documentación alguna, y al estar inconsciente, no nos ha podido facilitar su identidad. – ¿Podría verla?. – Sé que en mi voz hay desesperación. – Quiero decir, quizás sea Sophie. – No creo que haya problema. Aunque, en el caso de que fuese su novia, necesitaría que me cumplimentasen unos formularios, para la policía.
Nos guía a través de pasillos interminables hasta una habitación. Es ella. Es mi rubita. Esta tumbada en una cama, rodeada de cables, conectados a una máquina que va pitando al compás de los latidos de su corazón. Incluso puedo apreciar, que está más delgada. – ¡Ey, rubita!. – Susurro bajito en su oído. – ¡Soy yo, Héctor!. – Atrapo una de sus manos entre las mías, besándola los nudillos. – ¿Sabe si puede escucharme?. – Se encoje de hombros. – No estamos seguros, – dice, – pero hable con ella. No va a hacerle ningún mal. Observo como los dos salen de la habitación dejándome a solas con ella. De repente tengo una idea. Saco su diario y comienzo a leerla en voz alta. **** Me quede sola en mitad de la habitación. En un segundo, nos habíamos confesado nuestros sentimientos. En realidad, yo simplemente le había dicho que me había colgado de él. No le había confesado que le quería. Aunque él sí lo hizo. Me puse unos vaqueros de pitillo con una camisa de manga francesa, y mis zapatillas favoritas. Cuando fui a echar mano de mi cazadora vaquera, recordé donde y como la había perdido el día anterior. Decidí olvidarme del asunto, y me puse una chaqueta de punto larga. Me llevo a comer algo en una de las terrazas de “Covent Garden”, y después estuvimos paseando cogidos de la mano, recorriendo sus calles, viendo los escaparates de la zona. Parecíamos una pareja de novios, como las que nos cruzábamos por la calle a nuestro paso. Pero cuando volvimos a casa, me encontré con otra sorpresa. Tras regalarme una caricia de sus labios en los míos, me pidió que esperase un momento en el salón. Me hizo reír, mientras caminaba hacia atrás, lanzándome un beso al aire, justo antes de internarse por el pasillo del pequeño apartamento donde vivimos. No tardó mucho en venir a buscarme. Entrelazo sus manos con las mías guiándome hacia mi habitación. Cuando entramos, no estaban encendidas las luces. Había colocado repartidas estratégicamente, una serie de velas en diferentes puntos de la habitación, y estas, sí que estaban encendidas, lo que le daba a la estancia un aspecto cálido, respirando romanticismo por todos lados.
Me gire hacia él admirada por la sorpresa, pero más aún cuando saco de su bolsillo trasero del pantalón, el mando a distancia del equipo de música. Reconocí al instante los acordes de "She is like the wind". – ¡Ven!, – hizo el gesto característico con su mano, pidiéndome que me acercase, a la vez que dejaba el mando sobre el aparador. – Quiero que tu primera vez sea especial. – Sabe que en realidad no es así físicamente, pero si en el plano emocional. – Y quiero que, si algo no te gusta, te sientes incomoda o te hago daño de alguna forma, me lo digas. Te deseo, pero ante todo quiero, que estés tranquila y que confíes en mí. Me aparta la mitad de mi melena a mi espalda con una de sus manos, para deslizarla después muy despacio a lo largo de mi mandíbula, hacia mi mentón. Y así, terminar sujetando mi barbilla entre sus dedos. Obligándome a mirarlo a los ojos. – Voy a intentar ir despacio. – Continúa diciéndome. – Pero si ves que me acelero, fréname. Mientras me decía esas dulces palabras, no dejo de mirarme a los ojos ni un instante, a la vez que con su otra mano, retiraba el resto de mi pelo hacia atrás, colocándolo detrás de mis orejas. – ¿Has entendido todo lo que te he dicho?. – Asentí con la cabeza. Me miro de una forma tan intensa, que por un momento pensé que me derretiría en ese mismo instante. Sabía que estaba esperando que una respuesta saliese de mi boca. – Si, – alce mi mano para acariciarle su mejilla, cubierta con su habitual barba de 3 o 4 días. – ¡Quizás debería haberme afeitado!. – Sugirió. Negué con la cabeza. – No, –dije sonriendo, – ¡me gustas así!. – Confesé. – ¿Si?. – Me sonreía abiertamente, consiguiendo que me relajase. – Aja. – Me mordí el labio inferior. Enmarco mi rostro entre sus manos acercándose a mí. Me besaba delicadamente, instándome a abrir mi boca, para que su lengua pudiese invadirla, profundizando así el beso, a la vez que sus manos sobre mis hombros deslizaban hacia atrás mi chaqueta. Interrumpió el beso muy despacio y me miro a los ojos. Automáticamente lleve mis manos a mi camisa, con la intención de quitármela, pero me detuvo atrapándolas entre sus manos. – Quiero hacerlo yo, Sophie. ¡Déjame desnudarte!. – Aparte mis manos y le deje hacer, como la noche anterior. Solo que en esta ocasión, todo era diferente. La melodía que salía del equipo de música, inundaba mi cerebro.
Feel her breath on my face Her body close to me Can't look in her eyes She's out of my league Just a fool to believe I have anything she needs She's like the wind Desabrocho muy lentamente y uno a uno, los botones de mi camisa, que en menos de un segundo, acabo en el suelo haciendo compañía a mi chaqueta. Me dio la sensación que le daba miedo tocarme. Di un paso hacia él, y poniéndome de puntillas esta vez, fui yo quien lo beso. Me aferre a su nuca, a la vez que abría su boca para permitirme explorarla. Poco a poco el beso fue subiendo en intensidad. Mientras sus manos, ya nada tímidas, recorrían mi espalda suavemente, enredándose entre mi pelo en la ascensión. Apretándome contra su cuerpo. Sentí como mi cuerpo se tensaba, al sentir su erección a través de las telas de nuestros pantalones. Interrumpió el beso y separo nuestros cuerpos apenas unos centímetros. – ¡Confía en mí!. – Lo escuche susurrarme contra mi cuello. – ¡Jamás haría nada que pudiese hacerte daño!. ¡Y mucho menos contra tu voluntad!. – Lo sé. – Fue lo único que acerté a decir. Como si mis palabras le hubiesen dado la seguridad necesaria para impulsarse hacia delante, comenzó a recorrer mi cuerpo con sus manos y su boca. Hasta colocarse de rodillas frente a mí. Sujetando con extrema delicadeza uno de mis tobillos, alzo mi pie para quitarme la zapatilla. Puso la misma atención con el otro, repitiendo la operación. Como si se hubiese percatado, de que no estábamos en igualdad de condiciones. (Prácticamente yo estaba desnuda de cintura para arriba, a pesar de que aún tenía puesto un sencillo sujetador de algodón). Se puso en pie, tomo mis manos, y las guio hacia el bajo de su camiseta. Adivinando sus deseos, tire hacia arriba y se la saque por la cabeza. No era la primera vez que lo veía así, con su torso desnudo, pero sí que era la primera vez en que era consciente del efecto que el ejercicio y el baile, habían hecho un trabajo magnifico con sus músculos, pero sobretodo, del efecto que provocaba en mi mirarlo. Con mis ojos fijos en su torso, apoye una de mis manos sobre su pecho, y automáticamente, la otra fue en su compañía. No me atrevía a alzar la mirada.
Como si leyese mis pensamientos, atrapo mi barbilla con sus dedos, obligándome a mirarlo, y sin decirme nada, rebasó la distancia, volviendo a atrapar mi boca. **** Interrumpo la lectura para mirarla un segundo. Tengo mi mano aferrada a la suya, y siento como late su corazón, a la vez que su pecho baja y sube despacio al respirar. El único sonido que nos acompaña es el pitido de la máquina, que recoge sus sentidos vitales. – ¡Te vas a poner bien mi amor!. – Acaricio su mejilla con mi mano libre, mientras miro fijamente sus ojos cerrados. – ¡No me puedes dejar!. Me seco las lágrimas que comienzan a caer. Sé que tengo que ser fuerte. No puedo flaquear ahora. Ahora que la he encontrado no. **** Interrumpió el beso dejándonos exhaustos. A la velocidad de un rayo, me alzo en brazos, teniendo que aferrarme a su cuello para no caerme, y me llevo hasta la cama, donde me dejo con delicadeza. Comenzó a acariciar el contorno de mi sujetador, sin dejar de mantener en ningún momento sus ojos fijos en lo que estaba haciendo, sabiendo que cualquier paso en falso, podría dañarme. Arquee mi cuerpo hacia él, invitando a que sus manos continuarán dibujando el camino que se perdía en mi espalda, y así alcanzar el cierre del mismo. Aceptando mi invitación, soltó los corchetes. En ese instante alce mis brazos hacia su rostro, para facilitarle la tarea de deshacernos de la incómoda prenda. – ¡Me vuelves loco Sophie!. – Susurro con voz ronca, atrapando mis pechos ya completamente desnudos entre sus manos, inclinando ligeramente la cabeza para observarlos mejor, los acunaba con suavidad, con delicadeza, como si temiese que pudiese romperlos si era demasiado bruto al acariciarlos. Bajo su rostro hasta ellos, para rozar mis pezones con sus labios, haciéndome cosquillas con su barba. Observe como salía su lengua muy despacio de su boca, y comenzaba a realizar espirales entorno a mi aureola. Atrapando el pezón, con sus dientes y tirando después suavemente de él, sin llegar a hacerme daño. Mi cuerpo se arqueaba sin control contra él. Sabía perfectamente como tentarme en la justa medida. Volví a arquear mi cuerpo hacia él, ansiando más contacto con el suyo.
– ¡Eres preciosa rubita!. – El apodo cariñoso que siempre me había otorgado, y que, en otro tiempo, me molestaba sobremanera, estaba empezando a gustarme. – ¡Siempre he sido tu rubita!. – Enrede mis dedos entre su pelo, rojo como el fuego. – ¡Si, pero ahora vas a ser realmente mía!. – Me asuste un poco ante sus palabras, a lo que debió percatarse, por lo que las palabras que dijo a continuación para calmarme, consiguieron que me derritiera por dentro. – Nos pertenecemos el uno al otro Sophie. Yo te pertenezco a ti, y tú me perteneces a mí. No me permitió objetar nada. Automáticamente fue en busca de mi boca de nuevo. El beso que comenzó siendo suave, poco a poco se volvió una vorágine.. Mientras nuestras bocas se unían en una armonía perfecta, nuestras lenguas, se presentaban, se tentaban, se retaban la una a la otra. Mostrando sin ningún tabú, el deseo que emitían nuestros cuerpos. Mientras nos besábamos, fue desplazando su cuerpo, tendiéndose sobre mí, pero sin apoyar su peso sobre el mío. Realmente, ni siquiera fui consciente del instante en que abrí mis piernas, para que se acomodase cómodamente sobre mi cuerpo. Mis brazos rodeaban su espalda, abrazándolo, atrayéndolo hacia el mío. Abandono mi boca, y tras morder el lóbulo de mi oreja, descendió por mi cuerpo, regalándome un millón de besos por mi cuello, mientras sus manos atrapaban de nuevo mis pechos, pellizcándome los pezones, tirando de ellos. Por mi boca y por la suya, lo único que se escuchaba eran nuestras respiraciones aceleradas. Lo que no pude evitar, fue sentir un escalofrío cuando sentí sus manos en la cinturilla de mis pantalones. Debió de advertirlo también, porque se detuvo, para mirarme a los ojos. – Si no te sientes preparada, podemos dejarlo aquí. – Me sonrío insuflándome seguridad. – Tenemos todo el tiempo del mundo. – No, – negué a la vez con la cabeza. Apoyando los talones sobre el colchón, alce mis caderas animándolo a continuar. Se colocó de rodillas entre mis piernas abiertas. Soltó el botón, y deslizo la cremallera de los vaqueros hacia abajo, descubriendo mis braguitas a juego con el sujetador, que yacía en el suelo. Apilado junto al resto de nuestras ropas. Tras quitarme los pantalones, hizo lo mismo con los suyos. Podía apreciar el tamaño de su erección, a pesar que los bóxers me impedían admirarla con mis ojos.
Cerré los ojos, y volví a hacer el mismo gesto, alzando mis caderas, invitándole a quitarme la única pieza de ropa que tenía puesta. – ¡Abre los ojos, mírame!. –Al abrir mis ojos me encontré con su mirada fija en mí. Sé que estaba pidiéndome permiso, mientras mantenía sus manos en mis caderas, aferrando sus dedos a mis bragas. Tras asentir con la cabeza, comenzó a deslizar mis bragas por mis piernas. En cuanto las saco por mis tobillos, de forma impulsiva cerré mis piernas negándole las vistas. – ¡Abre las piernas amor!. ¡Quiero verte!. ¡Quiero saborearte!. – No entendí sus últimas cuatro palabras. Solo la última de la primera frase. Amor. ¿Me había llamado amor?. ¡Fue la primera vez que me llamo así!. **** – ¡Porque lo eres amor mío!. – Susurro en su oído, rezando por que sea capaz de oírme. Sentir que estoy a su lado. Que estoy completamente arrepentido de lo que le había dicho. – ¡Nada me haría más ilusión que tener un hijo contigo, rubita!. – Me pego aún más a su oído. – ¡Tienes que ponerte bien para poder empezar a hacerlos!. ¡Hay que darle una primita o un primito a Carla!. Me incorporo de golpe. En realidad, podríamos estar embarazados. La súbita entrada del médico en la habitación, me aparta de mis pensamientos. Sabía que tenía que preguntarle. – Doctor Gutiérrez. – Me mira esperando mi pregunta. Marco está a su lado, mirándome con curiosidad. – El mismo día que viajo, iba a hacerse una prueba de embarazo, pero no tuve oportunidad de saber el resultado. Ni siquiera sé, – me interrumpo un segundo, a rascándome la frente pensativo, me cuesta sincerarme ante un desconocido, – si se la llego a hacer o no. – Lo siento, pero no está embarazada. Cuando ingreso, le hicimos las pruebas oportunas. – Lo miro con tristeza, en realidad me doy cuenta que me hubiese gustado que lo estuviese. – Lo siento. – Tras lo cual agrega, percatándose de mi abatimiento. – Lo he arreglado todo con el doctor Zúñiga, para trasladar a Sophie a “Stuz Clinic”. – Lo miro extrañado. – ¡Si te parece bien!. – Exclama Marco. A pesar de ser una clínica ginecológica en sus orígenes, sé que recientemente han agregado otras especialidades. También sé, que va estar perfectamente atendida. – Si. – También sé que allí vamos a encontrar más privacidad.
Una vez resueltos todos los trámites oportunos, nadie puede impedirme viajar con Sophie en la ambulancia. Capítulo 13 Nos instalan en una habitación, que parece más la habitación de un hotel, que la de un hospital. Dispone de una salita para recibir a las visitas, y tengo una cama al lado de la de Sophie para mí. Incluso hay dos baños, uno para el paciente y otro para las visitas. – ¡No te preocupes por lo que cuesta todo esto!. – Escucho la voz de Marco a mi espalda. Asiento con la cabeza sin girarme. En realidad, no he pensado como voy a pagar la estancia de Sophie en la clínica de mis amigos. Una cosa es que ella acuda a consulta en la clínica de Londres, y otra muy distinta, permanecer ingresada. – ¡Somos amigos y socios!. ¿Verdad?. – Palmea mi espalda. Asiento con la cabeza, tras girar hacia él. Se perfectamente que las clínicas de Marco y Charly son espectaculares. Pero para nada baratas. – Voy a buscar a Walter, – vuelvo a girar mi rostro para observarla, – es el director de la clínica. Le he llamado hace un rato para avisarlo que veníamos. – De acuerdo. – Me acerco a su cama para comprobar que este lo suficientemente cómoda. **** Me había llamado amor. Me había dicho que me quería. Muy lentamente y completamente avergonzada, abrí mis piernas. Se acomodó entre ellas, sentándose de nuevo sobre sus talones, mirando fijamente la piel sonrosada que escondía entre ellas. En lo que dura una bocanada de aire, note como toda la sangre de mi cuerpo, subía a mi cabeza, y se congregaba en mi cara. Cubrí mi rostro con mis manos. – ¡Eres hermosa!. – Me dijo. Supe que estaba mirándome, por lo que, sentí que me ruborizaba más, mientras comenzaba a acariciar la cara interna de mis muslos. Al darse cuenta de mi turbación, se inclinó sobre mí, obligándome a retirar mis manos, en un vano intento de ocultarle lo avergonzada que me sentía. – ¡No te avergüences de tu cuerpo!. No sabía que decirle. Que responderle. Me daba vergüenza que me viese así. Era el primer hombre que me veía desnuda con mi consentimiento.
En un intento desesperado, por hacerle saber que confiaba en él plenamente, me incline hacia él, abrazándolo, buscando su boca. No se describir con palabras lo que sentí. Nuestras bocas se devoraban la una a la otra con verdadera pasión, mientras nuestros cuerpos, no podían estar más unidos aún, piel contra piel. Sentí de nuevo su erección contra mí, a pesar que aún llevaba puesta su ropa interior. Esta vez no me sentí incomoda, al revés, alce mis caderas, buscando el contacto de nuestros sexos. Interrumpió el beso para mirarme y sonreírme. Tras devolverle la sonrisa, volvió a la carga. Comenzó a regar besos a lo largo de todo mi cuerpo, mientras sus manos me acariciaban. Lo hacia todo suavemente, sin prisa, a pesar que, estoy segura, el bulto entre sus piernas debía de estar presionándolo, para que fuese directo al grano. Continúo descendiendo por mi cuerpo, sin dejar de atender cada centímetro de piel, que encontraba por el camino. Cuando su mano, se posó sobre mi monte de venus, no pude evitar tensarme. – ¡Sshhhh!. – Susurro sobre mi piel. Sabía que su cara estaba frente a mi sexo, puesto que sentía su aliento justo en ese punto. Sus dedos abrieron mis pliegues, deslizándose de arriba a abajo, para después depositar un beso sobre mí. Intente apartarme cuando vi claramente sus intenciones, pero como si ya se lo esperase, me tenía bien sujeta con sus manos. – ¡No sabes cuánto tiempo llevo deseando hacer esto!. – Me agarre con fuerza a las sabanas, rindiéndome a lo que estaba por hacerme. Volvió a deslizar sus dedos a lo largo de mi feminidad, para terminar introduciendo un dedo en mi interior. Comenzó a moverlo despacio, trazando círculos, a la vez que lo volvía a sacar, para después desaparecer de nuevo dentro de mi cuerpo. En todo momento, nuestras miradas permanecieron conectadas. Cuando introdujo un segundo dedo, me arquee y comencé a moverme al compás de sus propios movimientos. Me decepciono, cuando los retiro del todo. Como si ya se lo esperase, me sonrío, para después inclinar su cabeza hacia mi sexo. Me agarre aun con más fuerza a las sabanas, adivinando lo que iba a hacer a continuación. Deslizó muy despacio su lengua a lo largo de mis labios, completamente expuestos. Pude sentir como la introducía en mi hendidura, incluso como trataba de llegar al centro de mí ser.
Poco a poco, mi cuerpo fue relajándose, abandonándose por completo a lo que Héctor estaba prodigando en mí. Mis manos soltaron la sabana, para volar a su cabeza, enredando mis dedos entre su pelo. En cierta forma, le estaba marcando el ritmo que yo necesitaba. Justo cuando comencé a sentir, que todo mi cuerpo iba a comenzar a romperse, a causa del placer que no sabía que podía llegar a alcanzarse, uno de sus dedos toco ese punto mágico, lo masajeo, lo adoro, hasta que consiguió sacar de mi garganta un grito. Ascendió por mi cuerpo lentamente, dejando un reguero de besos por cada punto de piel que encontraba, mientras no podía dejar de temblar. Cuando llego a la altura de mis ojos, se enredó con los míos, comprobado mi expresión. – ¿Estas bien?. – ¿Que podía responderle a eso?. Nada. Estaba nadando en un mar de nubes blancas, blanditas y suaves. Alce mi rostro en busca del suyo, atrapándolo con mis manos, probando mi sabor por primera vez, atrayéndolo hacia mí, para besarlo apasionadamente. – ¿Te responde eso a tu pregunta?. – Pregunte, interrumpiendo el beso. Me sonrió un instante, dándose así por complacido y volvió a besarme, a la vez que sus manos se volvían locas recorriendo mi cuerpo. Interrumpió sus delicadas caricias, para estirarse hacia la mesilla de noche, atrapando entre sus manos un diminuto paquetito. Dejándolo al lado de mis caderas. Soy consciente, que en ningún momento había pensado en tomar precauciones. Cuando le vi quitarse los bóxers, y liberar su erección me entró miedo. – ¿Va a dolerme?. – Pregunte asustada. Lo único que en ese instante me venía a la cabeza, era otro dolor. Un recuerdo que creía olvidado. – No. – Se tendió sobre mí, acariciando mi mejilla con una mano, mientras sostenía el peso de su cuerpo sobre su otro brazo. – ¡Te aseguro que no va a dolerte!. Pero si te hago daño, o quieres que paremos, quiero que me lo digas. ¿De acuerdo?. Asentí con la cabeza a la vez que le atraje hacia mí. Invitándolo a continuar. Volvimos a besarnos, a acariciarnos. Poco a poco, consiguió que volviese a relajarme y a sentirme segura entre sus brazos. Escuche como se rasgaba un papelito, y observe con curiosidad como se colocaba el preservativo.
Se inclinó sobre mí, y con muchísimo cuidado, fue introduciéndose en mi interior. Cuando estaba cómodamente instalado en lo más profundo de mi ser, pude apreciar como observaba atentamente mi rostro, buscando mi autorización para continuar. Sonreí. Me ayudo a acomodarme debajo de su cuerpo, amoldándonos a la perfección. Le abrace con mis piernas, y comenzó a moverse despacio. Estuvo pendiente de mí en todo momento. De mis gestos, mis miradas, pero en un momento dado cerré los ojos. Necesitaba concentrarme en lo que me estaba pasando. – No quiero que cierres los ojos, quiero ver el fondo de tu alma cuando te corras a la vez que yo. Abrí los ojos y al percatarse que empezaban a encharcarse, se detuvo en seco. – ¿Te he hecho daño?. – Negaba con la cabeza, pero no podía hablar, no podía explicarle con palabras lo que sentía en ese instante. Comenzó a salir de mí despacio, como si tuviese miedo de hacerme daño. Como si temiese que realmente me lo estuviese haciendo. – No, – alce mis caderas, cruzando mis piernas sobre las suyas, abrazándome a sus hombros con mis brazos a la vez. – ¡Te quiero!. Se quedó completamente inmóvil, sorprendido por mi declaración. – ¡Yo también te quiero rubita!. – Me sonrió y comenzó de nuevo a bailar sobre mi cuerpo. Comenzó moviéndose despacio, atrapando uno de mis pechos con una de sus manos, mientras su boca abarcaba el otro, bordeando la aureola con su lengua primero, mordiendo ligeramente el pezón después, volviéndome completamente loca. Me arquee contra su cuerpo, y comencé a encontrar el ritmo de sus movimientos. Poco a poco, estos se fueron volviendo más y más frenéticos, mientras su boca buscaba la mía y la mano que torturaba mi pecho, descendió buscando ese punto escondido, entre mis pliegues y que localizo a la primera. – ¡Regálamelo rubita!. – Dijo. – ¡Suéltate!. – El orgasmo me llego de golpe, casi sin avisar, sacudiéndome por completo. Aún estaba tratando de recuperarme, cuando sentí como se tensaba por completo, para terminar desplomándose sobre mí. Lo mantuve abrazado con mis brazos y piernas, durante un instante. Como si fuese una muñeca de trapo, me recogió entre sus brazos y me dio la vuelta, colocándome sobre su torso.
– ¡Ahora sí que eres completamente mía!. – Me aparto el pelo de la cara, y mirándome a los ojos me dijo. – ¡Y yo tuyo!. Me coloco de lado, saliendo de mi interior, produciéndome un vacío extraño. Tras deshacerse del condón, nos cubrió con la sabana y me abrazo por detrás, apretándome contra su cuerpo. Acordamos que al día siguiente haría la mudanza a su antiguo cuarto. Capítulo 14 Llevamos casi una semana viviendo en este hospital. No he vuelto a pisar el apartamento de Marco. Ni siquiera me he atrevido a llamar a su hermana. Sé que están de viaje con la niña. Solo espero que no se presenten en Londres por sorpresa, como lo han hecho en alguna ocasión, porque la sorpresa se la llevarían ellos. He hablado con Caroline, y la he pedido que suspenda todas las clases hasta nuevo aviso. **** 19 Agosto 2012 Querido diario: El fin de semana ha sido espléndido. Tras nuestra primera noche, me desperté con un Héctor juguetón a mi espalda. La sabana había desaparecido, y lo único que acariciaba mi piel, eran sus manos y sus piernas, enredadas con las mías. Me aparte de su contacto protestando, porque me había despertado, y tumbándome boca abajo, lo ignore por completo. Estaba claro que no iba a poder seguir durmiendo. (Pero yo lo intente). Se colocó a horcajadas sobre mi espalda, y comenzó a masajearla. – ¡Sophie!. – Susurro en mi oído. – ¡Buenos días!. – A sus manos, se incorporaron sus besos. Iba descendiendo muy lentamente por mi cuerpo. Acariciando, besando. Aunque no podía ver lo que hacía, sabía perfectamente, que tenía toda su atención en mi cuerpo desnudo, debajo del suyo. Sentí el movimiento del colchón, cuando se desplazó hacia atrás. Colocándose a la altura de mis muslos. Cuando sus manos alcanzaron mis nalgas, deje escapar un suspiro. Sobre todo cuando, comenzó a masajearlas con suavidad. Ahogue otro gemido contra la almohada, cuando una de sus manos bajo hacia mi sexo, instando a mis piernas a abrirse, permitiéndole el paso. Le escuche suspirar, al sentir con sus dedos, lo húmeda que estaba. Deslizó sus manos hacia mis caderas, colocando mi culo en pompa frente a él.
– ¿Ya estas despierta?. – Me pregunto con ironía, sabiendo perfectamente que lo estaba. Mientras a la vez, buscaba la entrada de mi sexo con sus dedos.. Comenzó a moverlos despacio, extremadamente despacio, lo cual, comenzó a ser un verdadero suplicio. Por lo que, descaradamente, comencé a mover mis caderas, animándolo a acelerar el ritmo de sus movimientos. La noche anterior, había descubierto un punto especial en mí. Ese punto en el que sabe que voy a derretirme. Tengo la intuición, que lo ha sabido desde siempre, como si estuviésemos predestinados el uno al otro. Retiro sus dedos en el instante justo, en que yo estaba a punto de derretirme del todo. Consiguiendo que, evidentemente, protestase. Me gire para mirarlo. Ya tenía puesto un preservativo. Me acomode de espaldas, abriendo mis piernas, invitándole a entrar. Ansiando que entrase. – ¡Parece que ya estas despierta!. – No conteste. Me aferre a su nuca, tirando de él hacia mí, a la vez que yo fui a su encuentro. Atrapando su boca por el camino. Al mismo tiempo, pude sentir como iba introduciéndose en mi interior, muy despacio. Esta vez fui yo, la que interrumpió el beso. – ¡No soy de porcelana!. – Me queje, al apartarme de su boca. Se había quedado a medio camino dentro de mí. Sonreí tratando de mostrarle lo a gusto que me encontraba con él. Me devolvió la sonrisa, indicándome que había captado el mensaje perfectamente. De una sola embestida, se adentró todo lo que físicamente pudo dentro de mí, ya que espiritualmente, ya estaba de lleno, dentro de mi corazón y de mi alma. Comienzo a moverse despacio, sin dejar de mirarme a los ojos. Tras asegurarse que estaba bien, rompió el lazo de nuestras miradas, y dirigió la suya hacia mis pechos, que se movían como locos a consecuencia de nuestros movimientos. Los masajeo, los succiono, empapándose de cada milímetro de mi piel, con total devoción, sin dejar de moverse en ningún momento. Tras alzar de nuevo la mirada hacia mis ojos, sus movimientos se tornaron completamente frenéticos, a la vez que volvió a reclamar mi boca, mientras yo trataba desesperadamente de alcanzar sus nalgas con mis manos. Sin retirar su boca de la mía, ahogo un jadeo, cuando moviendo mis caderas, me moví debajo de su cuerpo, permitiéndole llegar más profundamente.
Explotamos los dos a la vez, entre jadeos y respiraciones entrecortadas. **** – ¡Joder, me he puesto cachondo hasta yo!. – Escucho la voz de Marco a mi espalda. Pongo mala cara. No tenía ningún derecho. – ¿No sabes llamar a la puerta?. – Lo recrimino por el hecho de que haya podido escuchar el relato, escrito de puño y letra de mi rubita, con detalles tan íntimos de nuestra relación. – Lo siento, pero desde que trabajo con Claire, se me están olvidando las buenas costumbres. – Se encoge de hombros resignado. – Hablando de Claire. Está preocupada por su amiga. Ha tratado de llamarla, y también de llamar a su hermana, pero no ha conseguido dar con ellas. – No le digas que estamos aquí. Sera la misma Sophie quien la llamara cuando despierte. ¡Sé que va a despertar!. – Entrelazo nuestros dedos, mirándola fijamente. – ¡No te olvides de lo mucho que te quiero rubita!. – Balbuceo en su oído. – ¡Y que estoy esperándote, para tu ya sabes que!. Tenemos mucho trabajo por delante. – Sonrío pensado que en realidad no me supone ningún trabajo, al revés, me encantara trabajar en ello. La mano de Marco apoyándose sobre mi hombro, me reconforta. – ¿No piensas llamar a su familia?. – Niego con la cabeza. – Nuestros hermanos están de viaje y no puedo localizarles. – Explico. – Si tratase de hacerlo, se alarmarían. Voy a esperar. ¡Si nunca la hubiese propuesto esa barbaridad!. Solo espero que cuando despierte, no me mande a la mierda. ¡No lo soportaría!. Aunque me lo merezco. **** 20 Agosto 2012 Querido diario. Ayer no pude continuar escribiendo. Estaba demasiado exhausta como para ello. Y aún me faltan detalles importantes de lo acontecido, por explicar. Nunca pensé, que podría superar tan fácilmente todos mis miedos. ¡Y además de golpe¡. Lo que siempre me decía Claire y mi psicólogo era verdad, tan solo tenía que esperar a que apareciese el hombre adecuado. Por lo que en cuanto tuve un momento, mientras Héctor organizaba sus cosas, la llame para contarle lo que había sucedido: con Paul primero, y después lo que sucedió con Héctor. A pesar de que eran las 6 de mañana en Nueva York, e incluso tras haberla despertado, no se enfadó demasiado conmigo.
Tras pasar el domingo flotando en una nube, finalmente el lunes llego, y con el volvimos a la rutina. No me había dado cuenta de lo que supondría volver al trabajo. Vale que estaba compartiendo piso con el jefe. Puede que además sea el hermano pequeño de mi cuñado, pero además, compartir habitación, cama y otras particularidades, era otra cosa completamente diferente. Sin esperármelo delante de Caroline, me planto un beso en la boca. Pero lo mejor de todo fue, cuando después de ese maravilloso orgasmo que compartimos los dos, me pidió que no me moviese de donde estaba. No tardo ni cinco minutos en venir a buscarme, y retirar la sabana con la que oculte mi cuerpo desnudo cuando se marchó. Automáticamente quise cubrirme con mis brazos, pero ignorando mi gesto, me recogió entre los suyos y me llevo hasta el baño. Al igual que la noche anterior, había velas por todas partes. Me recogió el pelo en un moñete alto con ayuda de una pinza, y tras volver a alzarme en sus brazos me dejo suavemente dentro del agua caliente, llena de espuma. Para después acompañarme. Tiro de mí, instándome a reclinar mi espalda contra su torso. Tras atrapar mi esponja con forma de guante, se lo puso. Hecho gel de baño sobre ella, y comenzó a lavarme suavemente, deslizando su mano enguantada, por mis brazos, mi escote, bajando después hacia mis pechos, tomándose su tiempo con ellos. – ¡Tenemos que pensar que les vamos a decir a nuestras familias!. – Dijo de pronto. Sorprendiéndome. Aún no había pensado en ello. No creo que mi hermana reaccione demasiado bien ante la noticia. – Aún es pronto. – Lo interrumpí. – Sabes que a mi hermana no le hará gracia. – Lo sé. – Se quitó el guante, dejándolo caer en el agua, y así poder abrazarme, sintiendo piel contra piel. Apretándome todo lo fuerte que podía. Insuflándome valor. – ¡Ella me pidió que cuidase de ti!. – Ignore la voz arrepentida que parecía trasmitir. – Y lo estás haciendo, ¿no?. – Me gire, sentándome sobre mis talones, entre sus piernas. – No se lo diremos. Lo mantendremos oculto. – Me miró diciéndome que no estaba de acuerdo conmigo. De nuevo tuve la sensación de que estuviese arrepentido. – ¡No me arrepiento, nunca me arrepentiré rubita!. – Sonreí y me lance a sus brazos.
Nuestras bocas se encontraron, mientras mis manos comenzaron a explorar su cuerpo, mostrándose al principio cautelosas, pero poco a poco, se tornaron valientes y continuando su descenso, abandonaron su vientre, encontrándose con su miembro erecto. Lo recojo en mi mano, provocando que un gemido se escape de su boca, sumergiéndose en la mía. Absorbiéndolo por completo. Comencé a mover mi mano, ejerciendo la presión justa. – ¡Para!. – Aparto mi mano, llevándosela a su nuca. Por un instante temí haberle hecho daño. – ¡No me has hecho daño amor!. Pero preferiría correrme dentro de ti. – Deslizo un dedo a lo largo de mi sexo, dentro del agua, para terminar introduciendo un par de dedos, trazando círculos a la vez. – Pero no tengo preservativos aquí. – Su voz sonaba entrecortada. Sé que estaba resistiéndose a la tentación de sumergirse en mí. – ¡Así que esto va a ser solo para ti!. ¡Rubita!. Sus dedos continuaban torturándome, a la vez que buscaba mi boca, devorándome. Mientras, su otra mano retorcía uno de mis pezones, haciéndolo rodar entre sus dedos, mordiendo mi labio inferior, y provocándome un gemido de placer cuando con su pulgar, comenzó a presionar mi clítoris, consiguiendo que todo mi cuerpo comenzase a convulsionarse de forma frenética. Soltó mi boca instándome a mirarle, mientras mi cuerpo temblaba, de tal forma que necesite sujetarme a sus hombros. Me rodeo con sus brazos. El contacto de su piel contra la mía, consiguió reconfortarme, haciéndome sentir segura. – Si quieres, ¿podría empezar a tomar la píldora?. – Sugiero, por lo que rompe el abrazo para poder mirarme a los ojos. – Puedo pedir mañana una cita con mi médico!. – ¿Vas a la clínica de Charly?. ¿No será el tu medico?. – ¿Si lo fuese estarías celoso?. – Lo provoque para observar su reacción. – Si. – Sonreí cuando lo admitió. – No quiero que sea tu médico y mucho menos… – Si, voy a la clínica de Charly, – lo interrumpí poniendo mi dedo sobre sus labios. – Pero él no es mi médico. Soy paciente de una doctora muy simpática. – Sonreí, pero cambie mi gesto. Quería preguntarle algo, pero no sabía cómo empezar.. – ¿Qué ocurre?. – Acaricia mi pelo con suavidad. – ¿He dicho algo malo?. – No. – Me recline de costado contra su pecho suspirando, envueltos por el agua y la espuma. – ¿Cómo sabias que voy al psicólogo?. – Alce la cabeza para mirarlo a los ojos.
– ¡Tu hermana me lo dijo!. – Lo mire sorprendida. Me aparte de él, y sin darle opción a explicarse, ni importarme que estaba completamente desnuda, me puse en pie y salí de la bañera. Le escuche levantarse, mientras me envolvía en una toalla, mientras salía del baño. **** – Todavía me acuerdo de tu primer enfado. ¡Qué guapa estabas!. – Farfullo en su oído acariciándola el pelo, después de estar leyéndola su propio diario durante un rato. – Pero de lo que más me acuerdo es de tu cuerpo, allí de pie, frente a mí. – ¿Te acuerdas de lo que sucedió después?. – Hecho una mirada a su diario. No sé porque, pero no me sorprende que lo haya escrito. **** Salí del baño terriblemente enfadada, pero no con él, sino con mi hermana. No tenía ningún derecho de contarle a Héctor que visito a un psicólogo dos días a la semana, y mucho menos, lo que me ocurrió en el pasado. Sé que cuando descubrí que lo sabía todo, no me mostré enfadada, pero no he podido más. Me gustaría llamarla para reclamarla, pero entonces me haría preguntas. Preguntas a las cuales, aún no sé muy bien que responder. Se perfectamente, ahora realmente lo sé, que estoy enamorada de Héctor, de echo lo sé, porque si no, no le hubiese dejado tocarme ni un pelo. Al contrario de lo que me ocurrió con Paul. Se perfectamente que en ese instante, cuando me tense, lo rechace porque no me sentía a gusto con él. No como con Héctor. – Entiendo que estés enfadada. – Me dijo al oído, apoyando suavemente sus manos sobre mis hombros desnudos. – ¡Me lo contaron porque se preocupan por ti!. – Se perfectamente que desde que me sucedió aquello, tanto mi hermana como mi cuñado, han sido muy cariñosos y comprensivos conmigo. Me giro despacio para mirarlo a los ojos. – ¿Desde cuándo sabes lo que me paso?.– Ahogando un suspiro, cuando se lo pregunto. – Mi hermano me llamo cuando sucedió. Estaba destrozado. Tu hermana acababa de dar a luz. Vuestros padres acababan de morir. En cierta forma se sentía culpable por haber permitido que te quedases sola en aquella casa. Ven aquí. – Abre sus brazos. No lo dudo y me lanzo a ellos. Al levantar los brazos para colgarme de su cuello, mi toalla cae al suelo.
Le pedí al oído que me hiciese el amor. Necesitaba urgentemente sentir sus manos y su boca en mi cuerpo. No necesite rogarle, alzándome en brazos me llevo de nuevo a la cama y tras deshacerse el también de su toalla, se tendió sobre mí, haciéndome llegar poco después a las nubes. Capítulo 15 29 Agosto 2012 Querido diario: Después de descubrir que Héctor conocía todos mis secretos, y aceptar, que lo sabía por terceras personas y no por mí, habíamos acordado que llevaríamos nuestra relación, en lo que a nuestras familias se refería, en secreto. A la semana de estar juntos, estábamos los dos solos cerrando como era habitual, cuando se presentó Paul. – ¡Buenas noches!. – Saludo sonriente, como si no me hubiese dejado abandonada en mitad de un parque londinense, en mitad de la noche y sola. Observe como dejaba mi cazadora vaquera sobre el mostrador de recepción. – ¡Es mejor que te vayas!. – Cogí la cazadora, puesto que era mía, y la deje sobre mi bolso sin mirarle, mientras continuaba organizando papeles. Sabía que Héctor aparecería en cualquier momento. Y no me apetecía que lo encontrase allí. – Lo siento Sophie. No debí dejarte sola allí. – ¿Y ahora te preocupas?. – Pregunte, alzando mi mirada hacia él enfadada. – Lo siento, pero tus disculpas llegan tarde. ¡Vete!. – Levanté mi voz sin darme cuenta, lo que debió alertar a Héctor, que salía en ese momento de los vestuarios. – ¡Escúchame!, por favor. – Suplicaba Paul. Se tomó la libertad de rodear el mostrador de recepción, y sujetarme por mis hombros. – ¡Suéltala!. – Ni siquiera le dio opción a hacerlo. Le aparto de mí de un empujón. – ¿Qué es lo que tienes con este tío?. ¡Vives en su casa!. ¡Trabajas con el!. ¡Me estoy empezando a mosquear!. – Me dijo como si yo fuese algo de su propiedad. – No tengo porque darte explicaciones, no eres mi novio. – Grite. – ¡Pero yo si lo soy!. – Agrego Héctor. – Así que te quiero lejos de ella, y de mi empresa, ya. Sin darle tiempo a reaccionar, lo sujeto por la camisa y empujandolo hacia la puerta, y sin mucha amabilidad que se diga, lo invito a abandonar el local. Cerró la puerta con llave, y se mantuvo inmóvil durante unos interminables minutos. Podía escuchar su respiración acelerada. La
tensión que emitía su cuerpo. Con la cabeza inclinada, mirando al suelo. Giró muy lentamente su rostro hacia mí. En sus ojos había furia y un deseo imposible de definir. Camino veloz hacia mí, tomo mi mano y me guio hacia su despacho. Cerrando la puerta de un portazo nada más entrar. Fui a protestar por su conducta cavernícola, pero no me dio tiempo. Me empujo contra la puerta, atrapando mi boca en un instante, a la vez que, sumergiendo sus manos bajo mi falda, me alzo, atrapando mis nalgas con sus manos, instándome a que abriese mis piernas, abrazando sus caderas. Teniéndome completamente inmovilizada, entre su cuerpo y la puerta. – ¡Me gusta que te pongas falda!. – Susurro contra mi oído, manteniéndome sujeta con una de sus manos, y aventurando la otra a lo largo de mis muslos, buscando mi sexo. Aparto a un lado mis braguitas para deslizar sus dedos. Lo escuche jadear contra mi oído, al darse cuenta de lo que había provocado en mí. – ¡Eres mía Sophie!. – Escuche el sondo de la cremallera de sus pantalones, para insertarse después en mí de una sola embestida. Grite en el mismo instante, en que lo hizo. – ¿Te he hecho daño?. – Me miro preocupado. – No, no exactamente. – Comencé a moverme, al darme cuenta que se había quedado completamente inmóvil. Fue estrepitoso y excitante. El ataque de celos lo había vuelto salvaje e indómito, y realmente me había gustado. Por suerte, su impulsividad no trajo consecuencias. **** – ¡Así que salvaje e indómito!. – La mire preguntándome, que es lo que había hecho para tener a mi lado a una mujer como ella. Preguntándome, como podía haber sido tan imbécil de no darme cuenta de lo maravilloso que sería formar una familia a su lado. **** Noviembre 2012 Querido diario: Se acercan las navidades. No lo hemos hablado, pero va a ser incomodo estar en casa de mi hermana. Yo durmiendo en una habitación, y el en otra. Mi hermana vive en Asturias. En una casa que por aquellos lares, llaman “Casas de Indianos”. ¡Es inmensa!. Tiene cinco habitaciones, cuatro baños, además del salón y la cocina. Normalmente cuando
voy, me quedo en la planta de arriba, donde tengo mi propio baño, y a Héctor le ubican en la primera planta. ¡Demasiado lejos!. **** 12 Diciembre 2012 Querido diario: Dentro de una semana vuelve Claire. Y en otro par de días tengo que viajar a Asturias. Voy a estar allí hasta después de año nuevo, y Héctor tiene planeado pasar el fin de año con Charly, Marco y el resto de sus amigos. ¡Voy a echarle mucho de menos!. En realidad, no he tenido la oportunidad de conocer a Marco, aunque todos me hablan de él. (Incluida Claire). Esa costumbre extraña de intercambiarse regalos por sus cumpleaños, y esa forma que tienen tan divertida de evitarse. Recuerdo en una ocasión en la que, por cuestiones de trabajo, según me conto Claire, Marco tuvo que viajar a Londres. Se enteró en el último segundo. Me puso como excusa para pasar la noche fuera de casa. (Supuestamente, como Héctor saldría de fiesta con ellos, pues si venia conmigo yo no estaría sola). **** Miro con extrañeza a Sophie. No entiendo nada de lo último que he leído. ¿Qué tipo de relación tienen Claire y Marco?. Ahora que lo pienso, tiene razón. Nunca les he visto coincidir en casa de Charly. Capítulo 16 Estamos a primeros de diciembre y sigue sin despertar. Esta situación me está sobre pasando. El único que sabe que estamos aquí encerrados es Marco y Walter. El director de la clínica. Cuando la encontramos, tuvimos que rellenar mil documentos para conseguir recuperar las pertenencias de Sophie. Gracias a las gestiones de Marco, fue más llevadero. Le he dado vacaciones hasta mediados de Enero a Caroline y al resto del personal. No tengo intención de regresar si no es con ella. Aprieto su mano. Necesito que sepa que estoy aquí. Que no me he ido, y que no pienso marcharme. Hace unos días regresaron mi hermano y mi cuñada de viaje. Sé que si no responde en los próximos días, no tendré más remedio que llamarlos. ****
22 diciembre 2012 Querido diario: Hemos tenido una avería en casa. El miércoles pasado, cuando volvimos de trabajar, una tubería había reventado y nos encontramos con todo el apartamento inundado. Llamamos a Claire para contárselo. Pero estaba atrapada en el aeropuerto de Nueva York a causa de una tormenta. Nos dijo que podíamos quedarnos en su casa. Nos dio manga ancha para quedarnos en su propio cuarto. Así que, como adolescentes hormonados, no lo dudamos ni un instante. ¡Le había hablado maravillas de la ducha de hidromasaje que tiene en su baño a Héctor, y decidimos probarla juntos!. Lo que sucedió después, mejor no lo cuento aquí. Me lo guardo para mí. **** 9 Enero 2013 Querido diario: No entiendo a Claire. Bueno, si la entiendo. Yo hubiese hecho lo mismo. Vamos a pasar un fin de semana emocionante, las dos solas en la sierra. **** 15 Enero 2013 Querido diario: Definitivamente, Claire y Marco están predestinados. Me encantaría verle la cara cuando descubra… Mejor no digo nada más. **** Dejo a un lado el diario. No quiero seguir leyendo. No me parece justo para Claire, descubrir cosas que pertenecen a su intimidad. Apoyo la cabeza sobre su vientre, mientras acaricio su brazo, apoyado sobre la sabana. Tengo la impresión por un momento, que unos dedos se enredan entre mi pelo. Creo que empiezo a tener alucinaciones. Cierro los ojos. Y vuelvo a tener la misma sensación, por lo que alzo la cabeza para mirarla. Tiene los ojos abiertos. Veo como trata de alzar su mano hacia mí, por lo que no lo dudo y la atrapo con la mía. – ¿Dónde estoy?. – Mira sorprendida a su alrededor. – ¡La luz!. – Cierra los ojos, y esta vez si consigue llevar su mano a su rostro, tapándose los ojos con ella. Corro hacia la ventana, bajo la persiana, y vuelvo a su lado. – ¡Hola!. – Digo ignorando su pregunta, sin darme realmente cuenta, que lo estoy haciendo. – ¿Cómo te encuentras?. – ¿Qué ha pasado?. – Me mira fijamente, supongo que extrañada por verme. – ¿Dónde estamos?. – En la clínica de Charly, en Madrid. ¿Te acuerdas de algo?. – Iba a coger un taxi, y alguien le robo el coche al taxista. – Se queda pensativa, tratando de ordenar los acontecimientos dentro de su
cabeza. – Entonces ese hombre intento ayudarme, yo me asuste y… – Ya está, – Inclino mi cuerpo hacia ella y la abrazo, – ya paso todo. Casi me muero pensando que iba a perderte. Tengo algo para ti. – Me mira expectante y llena de curiosidad. Saco de mi bolsillo una cajita de terciopelo negro, y la abro. Estaba ahí desde que entre en aquella tienda de la calle Serrano. – Sé que no es el lugar ideal, pero tengo que hacerlo ya. ¿Quieres casarte conmigo?. No tiene tiempo de contestarme, puesto que una bandada de enfermeras, con Walter a la cabeza, invade la habitación. Capítulo 17 De pronto, la habitación se llena de médicos y enfermeras con Walter a la cabeza. Educadamente me invitan a salir. Quiero negarme, pero con la repentina aparición de Marco, consiguen su objetivo. – ¡Quiero estar con ella!. – Miro a mi amigo protestando. – No, – niega a la vez con la cabeza, – lo único que harías seria entorpecer su trabajo. Ha despertado, y eso es lo importante. – Me mira muy serio, tratando de discernir, si he entendido o no sus palabras. – Ahora la harán pruebas para comprobar que está bien, y en una semana podréis marcharos a casa. – ¡Ha despertado!. – Digo emocionado, con lágrimas en los ojos. – Por fin. Mi rubita ha despertado. ¡Necesito estar con ella!. – ¡Si!. – Sonríe optimista. – Pero ahora los médicos tienen que ocuparse de ella. – Aferra mis hombros con sus manos, mirándome de nuevo como antes. Asiento con la cabeza. Sé que no tengo otra opción. Al menos, parte de mi pesadilla está disolviéndose en el aire. Prefiero mil veces perderla y que este bien, a perderla definitivamente y sin remedio. Me siento en el suelo. En el último instante, fue el mismo Marco quien recupero el diario, que había dejado abandonado sobre la cama de Claire. También me entrega la cajita de terciopelo, que también quedó abandonada. Me lo entrega todo, antes de marcharse de nuevo. **** Me siento viviendo en una nube. Héctor fue a buscarme al aeropuerto, cuando volví de Madrid, después de haber pasado el fin de semana con Claire. En cuanto lo vi, deje abandonada mi maleta, y corrí hacia él.
Me levanto en volandas, girando como loco sobre sí mismo, a la vez que rodeaba con mis piernas su cintura, a pesar de las miradas críticas que recibíamos a nuestro alrededor. No sé ni siquiera como pudimos aguantar hasta llegar a casa. Durante las Navidades en casa de mi hermana, todo fue un suplicio. Fingir que no había nada entre nosotros. Una noche, incluso llegó a atreverse a subir a mi habitación. Fue al día siguiente de Navidad. Fingí que me dolía la cabeza para poder tener una excusa, e irme pronto a la cama. Estaba cansada de esa situación, aunque había sido yo quien nos había forzado a ello, al no querer hablarle a mi hermana de nuestra relación, por miedo a que no lo entendiese. A pesar de saber que Pam aprecia mucho a su cuñado, no sé muy bien como reaccionaria, de saber lo que hay entre nosotros. Sobre todo, teniendo en cuenta nuestra diferencia de edad. En realidad, estaba harta de ver los arrumacos de Andrés y mi hermana en el sofá, frente al televisor, mientras Héctor y yo permanecíamos sentados, lo más alejados posible el uno del otro. (No podía hacerme responsable, de lo que podría suceder, si estábamos más cerca). No me daba cuenta, de lo mucho que lo necesitaba a mi lado, hasta que estuvimos tan lejos el uno del otro, a pesar de que estábamos tan cerca. Me deprimía enormemente, esa situación. – ¿Te encuentras bien?. – Recuerdo que me pregunto mi hermana. – Si, – respondí, llevando mi mano a la frente, descubriendo la excusa perfecta en ese momento, para marcharme y dejarlos solos a los tres. – Solo me duele la cabeza. – Aproveche la ocasión, y tras dirigir un segundo mi mirada a Héctor, sin que nadie más lo apreciase, indicándole que estaba bien. Me levante, y me fui a mi cuarto. Me acosté con tan solo la parte de arriba del pijama, y unas braguitas. Estaba acostumbrada a dormir con él, y el hecho de llevar unos días haciéndolo sola, no favorecía para nada mi descanso. Tras dar vueltas en la cama, finalmente me quede dormida. – ¡Te echo de menos!. – Escuche la voz de Héctor en mi oído, a la vez que enredaba sus piernas con las mías. – ¡Te necesito!. Me gire para besarle, y al segundo me atrapo entre sus brazos, tendiéndome sobre su cuerpo, mientras trataba desesperadamente de quitarle la chaqueta del pijama que tenía puesta.
– ¡Tendrás que ser muy silenciosa!. – Me advirtió, mientras deslizaba su mano a lo largo de mi sexo, por encima de la tela de mis braguitas. Me mordí los labios reprimiendo un gemido. Cuando conseguí abrirle la chaqueta, fui deslizándome hacia abajo, dejando un reguero de besos por su torso. Cuando alcance la cinturilla de sus pantalones, comencé a quitárselos, mientras alzaba sus caderas para ayudarme. – ¡No tienes por qué hacerlo!. – No es la primera vez. – Sonreí. – En la última ocasión nos interrumpieron. Me devuelve la sonrisa recordando ese momento, para después dejar caer su cabeza hacia atrás. Atrapo su erección por su base, y me inclino deslizando mi lengua por el resto que queda libre, terminando con un beso en la punta. Ahora es el, quien se muerde los labios para ahogar un grito. Me gusta lo que le hago sentir. Como le provoco. Introduzco su pene en mi boca, y comienzo a succionar muy despacio. Me ayuda con el movimiento de sus caderas, a encontrar el ritmo perfecto. Con mi mano libre masajeo sus testículos, acelerando a la vez los movimientos de mi cabeza hacia sus caderas, y pruebo a utilizar mis dientes. – ¡Para!. – Susurra, apartándome. Hago un puchero, pero lo ignora. – ¡Siéntate sobre mí!. – Su voz se entrecorta, por el esfuerzo que tiene que ser para él, apartarme de su sexo. Me quito las braguitas y hago lo que me pide. – ¡Despacio!. – Me advierte. – ¡Quítate el pijama!. Hago lo que me acaba de pedir, quedándome completamente desnuda. Automáticamente sus manos suben a mis pechos. Intento comenzar a moverme, pero me lo impide. – ¡Si quieres cancelo mis planes con los chicos!. – Me sorprende diciéndome eso. – No, – me inclino hacia su torso, – ve con ellos y pásatelo bien. – ¿No vas a estar con Claire en nochevieja?. – No. – Niego a la vez con la cabeza. – Esta en Tenerife hasta después de año nuevo con unos amigos de su novio. – Me di cuenta de la metedura de pata, que había hecho contándole eso. – No le digas nada a Charly. – Me pongo melosa, inclinándome sobre él, para darle un beso en los labios, pidiéndole en silencio que me guarde el secreto. – Creo que no van demasiado en serio. ¡Ni siquiera se han acostado todavía!. – Apoyo mi frente sobre la suya. La falta de sexo me convierte en una metepatas.
– No te preocupes. No tengo intención de contarle nada. – A lo que asentí con la cabeza. Tras dar por finalizada nuestra conversación, deslizo sus manos hacia mis caderas y comenzó a moverlas, deslizándose con maestría en mi interior. Cuando estuvo seguro que había pillado el ritmo, deslizo de nuevo sus manos hacia mis pechos, mientras me apoyaba con mis manos en su torso, para impulsar mis movimientos. Me derrumbe sobre su cuerpo cuando nos alcanzó el orgasmo a los dos a la vez. **** Me levanto de un salto, cuando veo unas piernas cubiertas con una bata blanca frente a mí. Es Walter. – ¡Vamos a hacerla una resonancia!. – Me mira tranquilo, dándome esperanzas que todo estará bien. – Responde a los estímulos. – Apoya su mano en mi hombro. – ¿Puedo hablar con ella un momento?. – No le doy opción a que me responda. En cuanto veo a los celadores, empujando la cama, me acerco a ella. – ¡Sophie!. – Atrapo sus manos entre las mías, llevándolas a mi boca para besarlas. – ¡Fui un imbécil!. Perdóname. – Tiene los ojos inundados. – ¡Te quiero rubita!. – Hace el intento de contestarme, pero la interrupción del celador, empujando la cama donde esta acostada, lo impide. Capítulo 18 Vuelvo a entrar en la habitación a esperarla. La habitación sin ella parece fría, desolada. Alguien ha abierto de nuevo la persiana, permitiendo que el sol entre sin timidez. La he pedido que se case conmigo. Sé que es lo que tenía que haber hecho hace ya un año, cuando fuimos a casa de nuestros hermanos por Navidad. Debí haberme enfrentado a ellos. Solo espero, que el año de retraso de mi declaración, no suponga un rechazo. **** 31 Agosto 2013 Querido Diario: He pasado unos días separada de Héctor con Claire en la playa. En casa de mi hermana. Creo que está enamorada hasta las trancas, aunque ella aun no lo sabe. Creo que lo está, desde aquel verano… ****
5 Septiembre 2013 Querido diario: Hoy ha sido la última vez que he acudido a la consulta de mi psicólogo. Según su opinión, ya he superado todos mis problemas, y lo que me suceda de ahora en adelante, tendré que superarlo por mí misma. Como cualquier otra persona. Hemos celebrado nuestro primer aniversario juntos. Definitivamente, me siento feliz. También he decidido que hoy cerrare este diario para siempre. **** Comienzo a pasar las hojas y efectivamente, tal y como dice, no hay ninguna anotación más. No me sorprende que no haya escrito lo, que sucedió apenas un mes después. Fue un fin de semana. Concretamente un sábado por la mañana. El día anterior habíamos salido a cenar y después la lleve a bailar. Desde que entro a trabajar conmigo, algunas tardes las emplee a fondo a darla clases de baile. La verdad es que tiene un sentido del ritmo fabuloso. Un psicólogo en España, la recomendó también tomar clases de música, por lo que sabe tocar el piano, al igual que Claire, que aprendió en el colegio. Fue ella la que me despertó a mí, tumbándose sobre mi cuerpo. Besándome allá donde la apetecía en ese momento. Durante unos momentos, fingí estar dormido, quería tomarla por sorpresa. ¡Y lo hice!. Cuando no se lo esperaba, la rodee con mis brazos y la obligue a girar. Sostuve sus manos por encima de su cabeza, con una de las mías, y comencé a besarla a la vez que mi mano libre comenzaba a recorrer libremente por su cuerpo desnudo. Se ha convertido en una costumbre para nosotros dormir así, sintiendo nuestros cuerpos, piel con piel. Me acomode entre sus piernas, a la vez que soltaba sus manos, liberándola para sostener el peso de mi cuerpo sobre mi brazo. Fui deslizándome por su cuerpo, empapándome de cada uno de sus gemidos, sus movimientos, la forma de arquear su espalda contra mi primero, para después alzar sus caderas buscando el contacto de nuestros sexos. – ¿Te gusta esto?. – La pregunte, tras soltar su pezón de entre mis dientes. Alce la mirada hacia ella, esperando su respuesta. – ¿Tu qué crees?. – Respondió con otra pregunta. – ¿Quizás más esto?. – Introduje dos dedos en su interior y comencé a moverlos de forma frenética. Cerró los ojos, dejando escapar un
suspiro a la vez. – Mírame a los ojos, y dímelo. – Me ignoro por completo, arqueando su cuerpo, demandando mis caricias. Pose mi mano entre sus pechos, abarcando con mis dedos uno de sus pezones, pero interrumpí el movimiento de mis dedos. – ¡Por favor!. – Suplico, abriendo los ojos a la vez que alzaba sus manos hacia mi cabeza, y me empujaba hacia su sexo. No necesito rogarme una vez más, puesto que estaba deseoso de devorarla. Y lo hice. Me arrodille entre sus piernas, sustituí mis dedos por mi lengua, y estos pasaron a masajear su clítoris, mientras mi otra mano vagaba libre, tanteando toda la piel que era capaz de abarcar. Cuando intuí que estaba cerca de desatarse su orgasmo, me serví de mis dos manos, para separar aún más sus piernas, y así facilitarme el acceso hasta ella. Absorbí cada uno de los espasmos que trasmitía su cuerpo, hasta que al fin la note completamente relajada. Repte por ella, y de un solo movimiento, y sin más preliminares, me introduje en su interior. Iba a comenzar a moverme, cuando escuchamos ruidos en la puerta de la casa. Me miro asustada. – No te preocupes, nadie puede entrar. – Dije tratando de tranquilizarla. – Está cerrado con llave y anoche eche el pestillo. – ¿Sophie?. – Escuchamos la voz de su hermana. Me quede completamente inmóvil, a la vez que cubrí la boca de Sophie con mi mano, evitando que pudiese decir algo. Deduje que había abierto la puerta. Hace tiempo le entregue una copia a mi hermano. Aunque gracias al pestillo, no habían podido acceder al apartamento. – ¿Estás ahí, tesoro?. – ¡Tita!. – Escuchamos a la niña. – Voy a salir. – Susurre retirando mi mano muy despacio de su boca. – Les abro, y un par de minutos después sales tú. ¿De acuerdo?. – Asintió con la cabeza. Tras lo cual me aparte de ella. Su mirada fue directa a mi entre pierna. – ¿Y si salgo yo primero?. – Sugirió. – ¡Mientras tú, solucionas eso!. – Apunto con su dedo a mi miembro completamente empalmado. Se puso en pie de un salto y tras ponerse unas bragas y una camisola de manga larga hasta las rodillas, con una bata en la mano salió hacia la puerta. Cuando conseguí solucionar mi pequeño/gran problema, me puse unos pantalones de pijama, y revolví mi pelo pensativo.
Al llegar al salón, me encontré a Sophie con nuestra sobrina en sus brazos y sentada en el sofá. Me acerque a ellas y tras darle un beso a la pequeña de la casa, me dirigí a sus padres. – ¿A qué se debe el honor de vuestra visita?. – Pregunte mientras los observaba. Tratando de adivinar si sospecharían o no algo. – Necesito hablar con Sophie. – Resolvió mi hermano muy serio, levantándose del sofá. – ¿Podríais dejarnos a solas?. – Sabía que en ese “podríais”, estaba incluyendo a su mujer y a mi. – ¡Vamos Carla a cotillear a la habitación de tu tía!. – Si. – Grito la niña completamente emocionada, bajándose de un salto de las rodillas de Sophie. – ¿Nos acompañas?. – Se dirigió a mí mi cuñada – No. – Respondí muy serio, mirando a mi hermano. – ¿A qué viene todo esto?. – Necesito hablar con Sophie como abogado, así que, – alzo su mano hacia mí, invitándome a abandonar mi propio salón. – Lo siento, pero no me voy a mover de aquí. – Tome asiento en el brazo del sofá, al lado de Sophie, esperando a que mi hermano comenzase a hablar. Intercambio unas miradas con su mujer, tras lo que parece ser, claudicaron. – Ve con la niña a mi despacho, – sugerí a mi cuñada. No es que hubiese nada en la habitación que no pudiesen ver, pero mi cuñada no era idiota. Iba a darse cuenta que en esa cama había habido escenas tórridas de sexo durante toda la noche. – Hay papel y rotuladores para que pinte. – Gracias Héctor. Cuando Pamela abandono el salón, y escuchamos como cerraba la puerta de mi despacho, me quede mirando a mi hermano. Esperando a que hablase. – Se trata de Antonio López. – Pude sentir como se tensaba por completo. Todo este tiempo, en el que había conseguido esa seguridad en sí misma, estaba a punto de resquebrajarse. – Ve al grano. – Lo interrumpí. – ¿Qué ocurre con ese mal nacido?. – Sin importarme que mi hermano pudiese darse cuenta de nada, atrape una de las manos de Sophie entre las mías. Haciéndola entender que estaba allí con ella. Que no estaba sola. Si mi hermano interpreto, lo que significaba realmente mi gesto, en ese preciso instante, no lo sé, y tampoco me importaba. – ¡Le han otorgado el tercer grado!. – Escuche como la garganta de Sophie se contraía, presa de miedo. Me levante de donde estaba, sentándome a su lado, rodeándola con mi brazo por los hombros.
– Tiene que pasar por comisaria cada dos días a fichar. Y no tiene permiso para salir del país, por lo que no tienes por qué preocuparte. – ¿Y si consigue burlar a la policía y cruzar la frontera?. Juro ir a buscarme en cuando saliese. – Dijo Sophie, completamente aterrorizada. – ¿Quién te dice que no sabe dónde estoy?. – Me gire hacia ella atrapando su rostro entre mis manos. – No pienso permitir que te haga nada rubita. – Se encogió en posición fetal apoyándose contra mí, mientras comenzaba a llorar. Sin importarme nada que no estuviésemos solos, la rodee con mis brazos y comencé a acariciar su pelo, tratando de consolarla. – ¿No hay nada que puedas hacer para impedirlo?. – Pegunté a mi hermano, a lo cual negó con la cabeza mientras nos observaba. – ¿Desde cuándo estáis juntos?. – Nos preguntó en un susurro, a la vez que se levantó y se quitó las gafas, dejándolas sobre la mesita de café. – Prácticamente desde que se vino a vivir conmigo. Algo más de un año. – Decidí no negarlo. Incline la cabeza hacia ella, dándola un beso en la frente. – ¿Vas a contárselo a Pam?. – Pregunté sin rodeos volviendo a alzar la mirada hacia él. – No. – Se apretó el puente de la nariz con los dedos, mientras reflexionaba. – No la haría ni puñetera gracia. ¡Joder!, se trataba de que cuidases de ella, no que te la llevases a la cama. – Me mira atando cabos. – ¿En mi casa?. – Somos adultos, – reaccionó Sophie, levantándose también. – ¡No tienes ningún derecho a recriminarnos nada!. – Mi hermano alzó las manos en señal de rendición. – Hemos venido, porque Pam y yo pensamos que era mejor que te lo contase todo personalmente. ¿Puedo preguntarte algo?. – Dijo dirigiéndose a mí, a lo que asentí con la cabeza, a la vez que me levanté también. – ¿Estáis enamorados? – Si. – Respondimos los dos a la vez. – Andrés, – se acercó Sophie a mi hermano. – Hablare con mi hermana, cuando lo considere oportuno. – De acuerdo. – Nos sonrió, y la revolvió el pelo. – ¡Tenéis mi bendición!. – Me miró muy serio, y dijo a continuación, más serio aún. – ¡Te juro que si le haces daño, te cortare las pelotas!. Capítulo 19
Me siento mareada. Como si hubiese estado toda la noche de juerga y bebiendo sin parar. Intento abrir los ojos pero la intensidad de la luz que hay en el lugar donde me encuentro, me lo impide. Noto un peso muerto sobre mi vientre. Ya que no puedo ver lo que es, trato de palparlo con mi mano., con toda la intención de apartarlo. Tan solo puedo sentir unas ligeras cosquillas en las yemas de mis dedos. Vuelvo a intentarlo, pero me sucede lo mismo. Trato de nuevo de abrir los ojos, a la vez que el peso desaparece. Entre una nebulosa, me parece ver el rostro sonriente de Héctor. Miro a mi alrededor, tratando de ubicarme. Recuerdo montarme en un avión. Aterrizar en Madrid. Llamar a Claire. Hacer una cola inmensa, para poder conseguir un taxi. No logro recordar a donde quería ir. Pero si, que tras introducir en el maletero del taxi todas mis pertenencias, este salió disparado. De lo último que me acuerdo, es cuando el taxista trato de tocarme. Me puse muy nerviosa. Comencé a caminar, sin percatarme de donde estaba. Un golpe. Y después, solo oscuridad. Y ese sueño extraño. Una vez que ha cerrado la persiana, vuelve de nuevo a mi lado. Ahora si soy capaz de abrir los ojos. – ¡Hola!. – Hay preocupación en su mirada. Como si tuviese miedo de que fuese a echarle de la habitación. Intuyo que ha tenido que ser muy grave, lo que sea que ha sucedido para que este aquí. – ¿Cómo te encuentras?. – ¿Qué ha pasado?. – Se perfectamente lo que me ha pasado, pero quiero conocer cuan grave ha sido. – ¿Dónde estamos?. – En la clínica de Charly, en Madrid. ¿Te acuerdas de algo?. – Hago un resumen de lo que recuerdo. – Ya está, – me abraza consolándome, – ya paso todo. Casi me muero pensando que te iba a perder. – No se me escapa el detalle, cuando sus ojos se llenan de lágrimas emocionándose. – Tengo algo para ti. – Lo miro con curiosidad y expectante. Saca de su bolsillo una cajita de terciopelo negro, y la abre. – Sé que no es el lugar ideal, – dice, – pero tengo que hacerlo ya. ¿Quieres casarte conmigo?. No tengo tiempo de contestar. Un ejército disfrazado con batas blancas inunda la habitación. Se deshacen de Héctor a la vez que un hombre trajeado, alto y moreno, y no lo voy a negar, muy bien parecido, se lo lleva casi arrastras, después de secuestrar de encima
de mis sabanas la cajita de terciopelo y mi diario. ¿Qué no sé lo que está haciendo aquí?. El ejército me tortura de mil maneras, hasta que me sacan de la habitación, haciendo rodar la cama. Héctor, que esta fuera en el pasillo, vuela a mi lado. Me dice que me quiere, pero nuevamente, me secuestran sin poder decirle nada. **** He estado en los subsuelos de este maldito hospital ni se el tiempo. Cuando me han traído de vuelta, Héctor estaba acostado en la cama de al lado. Con evidentes signos de estar completamente dormido. Sobre la mesilla esta mi diario. Y sobre este, la cajita de terciopelo. – ¡Lo he engañado!. – Exclama el hombre moreno que había visto antes. – Le he llevado a tomar un café, y le he hecho tomar un calmante. Lleva prácticamente sin dormir tres semanas. Abro mucho los ojos sorprendida. ¿Llevo en este hospital tres semanas?. – ¡Soy Marco Zúñiga!. – Si no llego a estar tumbada en la cama, me caigo de culo. Ahora entiendo a mi amiga. – ¡Puedo apreciar que te han hablado de mí!. – Sonríe, mientras se sienta en el borde de la cama. – ¿Cómo estás?. – Se gira a mirarle un momento, para después centrarse en mí. – Claire no sabe que estas ingresada. Fue una petición de Héctor, – ladea la cabeza de un lado a otro, – tengo que reconocer, que yo le sugerí que no la llamase, cuando desapareciste. Estuvimos casi 4 días en vilo, no quisimos avisar a Claire por si conocía tu paradero, y te avisaba. Estaba con ella cuando la llamaste, ¿recuerdas?. – Asiento con la cabeza. – Veo que eres igualito a cómo te ha descrito Claire en multitud de ocasiones. – Me mira sorprendido por atreverme a hablarle así. – ¿Así?. – Se cruza de brazos sonriente, poniéndose cómodo, reclinándose ligeramente hacia atrás. – Si. – Susurro, bajando el tono de mi voz. No quiero despertar a Héctor. – ¡Un puto controlador!. – Parece que quiere decirme algo, pero se lo impido. Yo sigo hablando sin parar. – Todo ha de hacerse según tu criterio. Por lo que ella me ha contado, no eres más que un engreído y un egocéntrico. Puede que Claire parezca un simple gatito asustado, y puede que creas que hace todo según se lo dicen o la ordenan. Me quedo un momento en silencio, dándole un margen de tiempo razonable para rebatirme.
Sonrío triunfal. Parece que le he sorprendido, por lo que continúo hablando. – Primero el que creía su hermano, y que luego, gracias a tu indiscreción, descubrió que era su padre, – me mira sorprendido, no esperaba que Claire me lo hubiese contado. – ¡Y luego tú!. – ¿Crees que debería contárselo todo a Charly?. – No, no hará falta. Charly no es estúpido. Tarde o temprano lo descubrirá todo, o quizás seas tú, quien, para evitar perderla, te enfrentes a su padre. – Me detengo un segundo para respirar. – Te aseguro que cuando Claire saque la tigresa que lleva dentro, te arrepentirás, por que significara entonces que la habrás perdido, y tendrás que luchar por ella. Nos quedamos los dos en silencio, retándonos con la mirada. – Y en respuesta a tu pregunta, estoy bien. Gracias. – Mi madre siempre me enseño que había que ser amables con los demás, aunque no se lo mereciesen. Creo que por primera vez en su vida se ha quedado completamente mudo. Se levanta acomodándose el traje, mientras escuchamos a Héctor que según parece está despertándose. – ¿Podrían abandonar la habitación?. – Interrumpe un celador, seguido de un par de auxiliares sin llamar a la puerta. – ¡Vamos a asear a la paciente!. – Por un instante me bloqueo, pero Héctor que estaba incorporándose, sale en mi ayuda. – No hace falta, – dice Héctor al celador. – Yo mismo me encargare de mi novia. – ¡No es lo habitual!. – Exclama uno de ellos mirando a Marco, dirigiéndole la palabra. – Doctor Zúñiga. – Es igual. Que se encargue su novio de ella. Yo haría lo mismo. – Gira su rostro hacia Héctor, ignorándome por completo. – Sabes que cuando os den el alta, podéis estar en casa todo el tiempo que necesites, ¿verdad?. – Quiero decir que no. Pero Héctor se adelanta. – Lo sé, pero no es necesario. – Respiro tranquila. Se me haría muy raro, estar en casa del amante de mi amiga, cuando ella nunca ha pisado esa casa. Ni siquiera sabe con exactitud dónde vive. – He hablado con Alfredo. – Intento ubicar quien es ese Alfredo, pero no lo consigo. – Alfredo es un amigo nuestro que tiene una cadena hotelera. – Se dirige a mí, al darse cuenta de mi extrañeza, tras lo cual se gira hacia Marco. – Le he pedido que nos reserve una suite. Una vez que Marco se marcha nos quedamos al fin solos. Observó que dirige su mirada hacia la mesilla donde reposan los dos objetos.
– ¿Quizás preferirías que llame a una enfermera para que te ayude en el baño?. – Niego con la cabeza, pero permanezco callada. Se sienta en el mismo punto donde hace apenas unos minutos estaba Marco. Y atrapa una de mis manos con la suya. – Antes de nada, quiero pedirte perdón. No debí sugerirte aquella barbaridad. No tengo excusa ni justificación para hacer algo así. Entenderé si no quieres volver a casa conmigo. – Si quiero. – Digo, poniéndome de rodillas sobre la cama acercándome a él. – ¡Pero lo quiero todo!. – De repente me doy cuenta de que no se si estoy embarazada o no. – No me llegue a hacer la prueba. – No estas embarazada, – creo sentir tristeza en su voz, – aunque, si estas dispuesta, me gustaría que lo estuvieses muy pronto. – Me mira pensativo. – Sophie, – se coloca de rodillas, al lado de la cama, apoyando sus brazos sobre el colchón tras abrir la cajita de terciopelo, tendiéndola hacia mí. – ¿Te casarías con este imbécil, que estuvo a punto de perder a la mujer más extraordinaria del planeta, ser la madre de un par de cabezas de zanahoria, y aguantar al cabeza de zanahoria mayor?. – Ven, – lo animo a levantarse, tirando de sus manos hacia mí y riéndome a la vez. Cuando su cabeza está a mi altura, enmarco su rostro entre mis manos y junto mis labios con los suyos, a la vez que sigo tirando de su cuerpo, tendiéndole sobre mí. Instándole a acoplarse entre mis piernas. Al tumbarme, el camisón de hospital, uno de esos que se atan con un cordoncito a la espalda, se abre. Quedando la tela sobre mí, como si fuese simplemente una sábana sobre mi piel desnuda. Sus manos me recorren con ansiedad. Nuestros cuerpos, se demuestran el uno al otro, lo mucho que se han echado de menos. Se aparta de mí el espacio justo para poder mirarnos a los ojos. – ¿Entiendo que esto es un sí?. – Si. – Sonrío. – Me casare contigo. – Le acaricio su erección, por encima de sus pantalones. – Podemos empezar a fabricar bebes cuando quieras. De pronto un pinchazo me sacude la cabeza, por lo que llevo automáticamente mis dos manos a la frente. – Creo que esperaremos un poco para ese proceso de fabricación. – Se aparta de mí y me cubre con la sabana. – ¡Vamos a darte un baño!. Capítulo 20
Hace una semana que salimos del hospital, pero aún no he llamado a Claire. Héctor y yo acordamos que lo haría cuando estuviese algo más recuperada. Me explico que encontró el diario por casualidad. Lo leyó tratando de estar más cerca de mí. Al robarme todas mis cosas, hemos tenido que gestionar de nuevo toda mi documentación, tarjetas de crédito y comprar un móvil nuevo. Y hoy, por fin, he conseguido recuperar todos mis contactos de la nube, por lo que le he puesto un WhatsApp a Claire esta misma mañana. No ha tardado ni cinco minutos en responderme. De hecho, estoy en la habitación del hotel esperándola para desayunar. – ¿Dónde estabas?. – Me pregunta cuando entra. La miro fijamente, no tiene mucho mejor aspecto que yo. – ¿Qué es lo que te ha pasado?. – Por un momento, me temo lo peor. – ¿No habrá sido...?. – No me atrevo a terminar la pregunta. – No. – Rompe a llorar, mientras se derrumba en mis brazos. La guio hasta la mesa del saloncito de la suite, donde ya nos espera el desayuno. Mientras le sirvo café, me cuenta lo ocurrido con los japoneses. La miro completamente espantada. – ¡Tienes que hablar con tu padre!. – Niega con la cabeza. – No. Sería capaz de matarlo. – Poco a poco va calmándose. – Le he dicho que lo quiero, y lo he abofeteado. No puedo evitar reírme, al imaginar la cara de Marco, tras golpearle Claire. Incluso, la cuento que conocí a Marco en el hospital. – Intento alcanzarme, pero no lo consiguió. Por suerte para mí, no se ha atrevido a entrar en mi casa esta noche. Voy a cambiar la cerradura. – ¿Y a ti?. – Pregunta. – ¿Dónde estabas?. Estaba muy preocupada. Llegue incluso a llamar a tu hermana. – La miro preocupada. – Pero no di tampoco con ella. La cuento al detalle todo lo acontecido y la pido perdón por mentirla, sobre que iba a casa de mi hermana. Para que se le pase el enfado, le enseño mi mano con mi anillo. La toma entre las suyas sorprendida. Nos ponemos las dos como locas a gritar por la emoción. A consecuencia de nuestros gritos, provocamos que Héctor salga de la habitación, tras haberlo despertado. – Que ocurre, ¿aquí no se puede dormir hoy?. – Nos sonríe por un instante, pero en cuanto ve a Claire se le borra la sonrisa de golpe. – ¿Que te ha pasado?.
– Nada. – Mira la hora en su móvil. – Tengo que irme. Vendréis a la fiesta que está organizando mi padre, ¿verdad?. – La miro extrañada, al haber mencionado de esa forma a Charly. – Ayer me contó Charly toda la verdad. – Tengo la sensación que Héctor la mira queriéndola preguntar exactamente, qué es lo que la ha contado su padre. Me abstengo de hacer comentarios. Nos da un beso y sale por la puerta. Epílogo He alquilado un coche para viajar desde Madrid hasta Asturias. Vamos a pasar la nochebuena con nuestros hermanos en su casa. Como todos los años. Normalmente hacemos ese trayecto en tren, pero en esta ocasión, he preferido que viajásemos en coche, para así ir haciendo paradas técnicas por el camino. Unos días antes de salir del hospital, me encargue de comprarle algo de ropa y cuando estuvo más recuperada, me la lleve de compras, ya que no hemos regresado a Londres. Cuando detengo el motor en la entrada de la casa, mi hermano sale a recibirnos. Ninguno de los dos sabe lo que ha ocurrido, y hemos decidido que no se lo contaremos. Nos acomodan en nuestras habitaciones de siempre, ella en la planta alta y yo en el primer piso. Mi hermano me mira de refilón. Avisándome que estará vigilándome muy de cerca. Trato de indicarle con mi mirada que no será necesario, pero parece no darse cuenta de nada. Después de la cena de nochebuena, y tras acostar a Carla. Nos reunimos entorno a la chimenea del salón, como todos los años. Mi hermano y mi cuñada se sientan muy juntos el uno del otro, en un sofá doble, mientras que nosotros lo hacemos en sendos sillones orejeros, frente a ellos. – ¡Tenemos algo que contaros!. – Dice feliz mi cuñada. – ¡Nosotros también!. – Sonrío, a la vez que la animo a continuar. – ¡Estamos embarazados!. – Héctor, – Interviene mi hermano advirtiéndome. Mirándome a la vez sorprendido y preocupado por como pueda caerle a su mujer la noticia en su estado. Sabe lo que voy a decir. – ¡Felicidades!. – Escucho a Sophie decir emocionada. Se levanta para besar y abrazar a su hermana.
Una vez que las felicitaciones terminan, vuelve a sentarse donde estaba. Por lo que yo me levanto y me siento en el brazo del sofá a su lado. – Pam, cuando enviaste a Londres a estudiar a tu hermana y me pediste que en la distancia cuidase con ella, sabes que lo hice desinteresadamente. – Miro un segundo a Sophie, desconocía por completo que hubiese estado pendiente de ella desde entonces. – No creí importante que supieses que estuve pendiente de ti desde que tu hermana te matriculo en el colegio. – Atrapo su mano entre las mías, lo que provoca una mirada de desconfianza de su hermana. Sospechando algo. – Pero desde que vino a vivir conmigo, algo cambio, –aparto un mechón de su cara, colocándoselo detrás de la oreja, – la empecé a ver de una forma diferente. Dirijo mi mirada en ese momento a Pam. – Te aseguro que intente rechazar lo que empezaba a sentir por ella, pero era más fuerte que yo. – ¿Qué estáis tratando de decirme?. – Desliza su mirada de uno a otro, mientras Sophie se levanta arrodillándose frente a ella. – Lo que Héctor trata de decirte es, – baja un segundo la mirada, para después alzarla y tras dejar escapar un suspiro, – ¡que estamos enamorados!. – Pero es mucho más mayor que tú y además… – Eso no tiene importancia. La edad no importa. Le quiero y me quiere. He conseguido superar mis miedos. – Sé que está refiriéndose a lo que le sucedió con el hombre que la violo. – Me acerco, y la tomo suavemente por sus hombros, animándola a levantarse, para abrazarla por la cintura, apretándola contra mí. – La he pedido que se case conmigo, y me ha dicho que sí. – Miro también a mi hermano. – ¡Nos gustaría disponer de vuestra bendición!. – ¡Perdonad!. – Se pone en pie. – Con el embarazo me siento más cansada de lo habitual. ¡Me voy a la cama!. – Pam, – llamo su atención, por lo que se vuelve hacia mí, esperando a que hable. – Solo quiero que entiendas, que no quiero jugar con tu hermana. La quiero y quiero casarme con ella. Quiero tener hijos con ella. Es más, ya estamos intentándolo, así que nos gustaría casarnos en primavera. No me contesta. Se vuelve a girar y sale del salón hacia las escaleras. – No os preocupéis. Yo os apoyo. – Dice mi hermano, dándome golpecitos sobre mi hombro. – ¡Hablare con ella!. ****
A la mañana siguiente nos despertamos temprano, y por acuerdo tácito, estamos completamente decididos a regresar a Londres, esa misma mañana, si su hermana no acepta nuestra relación. – ¡Hola!. – Dice al entrar en la cocina donde ya estábamos los dos preparando el desayuno. Se acerca despacio a mí, y tras apuntarme con su dedo índice. – ¡Mas te vale cuidar de ella!. O sino, te las veras conmigo. – ¡Y conmigo también!. – Añade mi hermano a sus espaldas. Avance The Four Brothers Saga 3 He quedado con el detective al que encargue el seguimiento de mi hija. Sé que no debería haberlo hecho, pero necesito saber quién la regaló el dichoso colgante. Y lo que me parece más importante, quien se ha atrevido a hacerla daño. Decidí contratar a alguien ajeno a “Traza Segurity”, el mismo día que vine a Madrid. Cuando la escuche llorar de esa forma por teléfono. Mi hija, a pesar de todo lo que sufrió de niña, terminó convirtiéndose en una mujer muy fuerte, y nunca, nunca, la había escuchado llorar de esa manera. Golpeo impaciente con mis dedos sobre el mármol de la mesa donde estoy sentado en un café, de la Glorieta de Bilbao de Madrid. Acabo de dejar a Claire en la oficina. La he dicho que iba a la clínica, no me gusta mentirla, pero tiene que ser así. He recogido su coche del parking de Traza, lo he llevado a su casa, y me he venido hasta aquí en taxi. Estoy tan ensimismado en mis pensamientos, que no me he dado cuenta de que alguien se ha sentado frente de mí. – ¡Buenos días señor Strafford!. – Alzo la mirada encontrándome con la de Márquez, el detective al que encargue, podríamos llamar "el asunto". – ¿Ha averiguado algo?. – Pregunto sin andarme con rodeos, mirándole directamente a los ojos. Retira la mirada automáticamente. Sonrió entre dientes sabiendo el efecto que mis ojos grises producen en la gente. Independientemente que sean hombres o mujeres. A la única persona a la cual no le causa ningún efecto, es mi propia hija. Ella es capaz de sostenerme la mirada sin apenas inmutarse. ¡Supongo que serán los genes!. Tiende un sobre hacia mí, deslizándolo muy despacio con sus dedos sobre el mármol gris de la mesa.
– ¡Todo está ahí!. – Alzo la mirada buscando al camarero, que rápidamente acude a atendernos. Continuo con mi café americano, mientras mi acompañante pide una botella de agua. Abro el sobre y me encuentro con un montón de fotos. En todas ellas aparece Claire, casi todas en compañía de Marco. Paso de unas a otras con rapidez. Me llaman la atención unas en concreto. Lleva un vestido negro con encaje del mismo color, acompañándolo con algún toque en plata bajo una capa negra. No puedo evitar sonreír orgulloso. En la fotografía mira sonriente a Marco, mientras la abre la puerta del coche. Desde que aquel día, en el que aceptó trabajar para nosotros, me siento más tranquilo. Sé que cuidara de ella como si de su propia hija se tratase. – Les seguí por la carretera de Toledo, – explica al darse cuenta que mis ojos se han detenido en esas fotos. Alzo la mirada escuchándolo. – Pero en un momento dado, creo que su amigo se dio cuenta que lo estaba siguiendo, – sonrío para mí siendo consciente que Marco evidentemente se daría cuenta. – Lo siento, pero los perdí. – Me mira pidiéndome disculpas. – ¡No importa!. – Sonrío aceptándolas. – Es mi socio y además de uno de mis mejores amigos, por lo que goza de mi toda mi confianza. – Observo como tras mis palabras tuerce el gesto. – ¡No debería fiarse de las apariencias!, – sonríe de medio lado. Inmediatamente después, sus labios vuelven a expresar una línea recta, continuando con su consejo no solicitado, – por mi experiencia, puedo decir que todos son sospechosos hasta que se demuestre lo contrario. – ¿No se supone que es al revés?. – Pregunto sonriendo abiertamente. – No. – Rebate convencido. Me sorprenden otras fotos en las que aparece un hombre en una moto, entrando por el portón del edificio de mi hija, completamente vestido de negro y con un casco opaco que le cubre completamente el rostro, por lo que no se le ve la cara en ninguna de ellas. – ¡Creo que este es nuestro hombre!. – Señala con su dedo índice, al hombre de la fotografía. – Al principio, aparecía solo un par de días a la semana, pero en el último mes, ha estado viniendo casi todos los días, y más o menos a la misma hora.
– ¿Ha averiguado quien es el titular de la matrícula de la moto?. – Alzo la mirad esperando su respuesta, mientras veo como niega con la cabeza. – No. ¡Lo siento!. – Vuelve a disculparse. – Pero tras las investigaciones oportunas, hemos llegado a la conclusión que esa matricula, – la señala con su dedo, – ¡no existe!. ¡Es falsa!. – Lo miro asustado. – ¿Me está queriendo decir, que puede que mi hija haya metido en su casa a un delincuente?. – Lo digo bajito, no quiero que todo el mundo a mi alrededor pueda escucharme. – ¡No, no tiene por qué!. – Trata de tranquilizarme a la vez que alza una mano hacia mí, aunque no consigue su objetivo. Por mi cabeza discurren un montón de posibles supuestos, a cada cual más grave o escabroso. – ¡Evidentemente no quiere que sepamos quien es!. ¡No me extrañaría que supiese que lo estábamos espiando!. – Se queda en silencio un momento, tras lo cual continua. – Al principio, solía acudir sobre las dos o las dos y media de la madrugada y volvía a salir 2 horas después. – Sigue sin conseguir tranquilizarme. Me termino el café de golpe. – Pero durante el último mes, ha cambiado completamente su rutina. – Deja escapar un suspiro tras beber un sorbo de agua. – Ahora llega entorno a la media noche y se marcha al amanecer. – Me enseña más fotos, donde se ve impresa la fecha y hora en las que han sido tomadas. – ¿Lo han seguido?. – Pregunto con la esperanza de que haya podido averiguar algo más. – Si, – dice a la vez que asiente con la cabeza. – Pero no ha servido de nada. Está claro, como ya le he dicho hace un momento, que sabía que estábamos tras sus pasos. Sigo mirando las fotos tratando de encontrar algo que pueda reconocer, y que puede que a Márquez se le escape. Descubro una en la que Marco y ella acuden a comer a un restaurante, cerca de Plaza Castilla. – Ese día llegaron juntos, pero ella se marchó aproximadamente una hora antes que Marco. – Se interrumpe un momento antes de continuar, mientras busca la foto en la que ella sale sola. Por la expresión de su rostro, parece estar bastante afectada por algo. Vuelvo a mirarlo tratando de buscar la razón a todo este sin sentido. – No sé lo que ocurriría dentro. – Dice. – Se montó en un autobús, y fue directa a su casa. – Tuerce la cara ligeramente mientras sigue relatándome lo sucedido. – Cuando lo seguimos a él, – lo miro extrañado, en ningún momento les pedí que siguieran a Marco. – Sé
que no nos asignó seguir a los acompañantes de su hija, pero en ese momento nos pareció de interés hacerlo, aunque no sacamos nada en concreto. – Condujo directamente hasta la casa de ella. – Se queda un momento en silencio tras lo cual continúa. – Preguntamos al portero. Nos dijo que ella le había autorizado a que subiese cuando quisiera. ¡Que incluso tenía llaves de la vivienda!. – Se muestra extrañado, por lo que se lo explico. – Si, yo mismo se las di cuando le compre el piso a mi hija. – Me quedo pensativo por un instante. Pero rápidamente me quito esa idea de la cabeza. ¡Marco no me haría algo así!. – Me muestra otra fotografía en la que se ve a Marco saliendo del edificio con su coche un par de horas más tarde. – Es evidente que el hombre que ha seducido a su hija, entra y sale cuando quiere de su casa. – Me tiende un informe con todo el seguimiento realizado durante este último mes y medio. – ¿Me dijo que el sistema de seguridad instalado en su casa, le permitía conectar las cámaras para poder ver lo que sucede en cada momento?. – Asiento con la cabeza. – ¡Tiene usted la pelota en su tejado!. Tiene las fechas y horas exactas en las que ese hombre ha entrado y salido del piso de su hija. ¡Solo tiene que comprobar las grabaciones!. – ¡Dudo mucho que vaya a encontrar nada!. – Digo con sinceridad. – Mi hija puede perfectamente desactivar las cámaras, e incluso puede bloquear el envío de un mensaje a mi móvil, que me avisaría si las cámaras, por el motivo que fuese, se desconectasen. – Me apoyo contra el respaldo de la silla a mi espalda. – ¡Trabaja en la propia empresa de seguridad de la que soy socio con Marco!. – ¡Esta claro que la persona con la que está relacionándose su hija no mantiene una relación normal con ella!. – No me dice nada que yo no sepa. – En ningún momento, la hemos visto salir con nadie, salvo con su compañera de trabajo, y esa amiga suya. – Mira mi pelo rubio. – La rubia. – Si. Es la mejor amiga de mi hija. – Nunca la hemos visto entrar en un hotel, – clavo mi mirada en su persona, al escuchar su comentario, inclina la cabeza antes de seguir, – y tampoco en compañía masculina, salvo con su amigo. Asiento con la cabeza dando por concluida la reunión, mientras guardo el informe que me ha entregado en el sobre con las fotos. Busco en el bolsillo interior de mi chaqueta mi talonario de cheques, y relleno la cantidad pactada más un incentivo.
– ¡Espero que pueda disponer de toda su confidencialidad!. – Digo dejando caer sobre la mesa el talonario de cheques con un golpe seco. – ¡No me gustaría que esto llegase a oídos de mi hija por nada del mundo!. Acabo de confesarla que soy su padre. ¡No soportaría perderla!. – Relleno el cheque a nombre de la agencia de detectives y se lo tiendo boca abajo, manteniéndolo sujeto con mis dedos. – Si llega a enterarse, prefiero que sea por mí, y no por terceros. – ¡No tiene ni que decirlo!. – Retiro mi mano, por lo que tras recoger el cheque y darle la vuelta, puede leer la cantidad expresada en Euros. – Entiendo con esto, – dice alzando las cejas al ver la cantidad escrita, es bastante más de lo acordado en un principio. – ¡Ya no precisa de mis servicios!. – ¡Eso es!. – Me levanto dejando un billete de 10€ sobre la mesa. Se levanta despacio, imitándome, y me tiende la mano, tras lo cual se la acepto, apretándola con firmeza. – ¡Muchas gracias por todo!. Recupero mi mano y tras recoger el sobre sin ningún tipo de logotipo, abandono el local. Tengo el tiempo justo para, tras coger otro taxi, llegar puntual para comer con mi hija. Nota de la Autora Nací en Burgos al norte de España. Aunque llevo varios años residiendo y trabajando en Madrid. Desde muy pequeña me gustaba leer. Era capaz de quedarme leyendo hasta las 2 o las 3 de la madrugada, llegando incluso a leerme un libro entero en una noche. Y de ahí, un día, di el salto a la escritura. La Tentación. (The Four Brothers Saga 1), es la primera entrega de la saga y así mismo, la primera novela que he autopublicado. Con Pasaporte a la Felicidad, (The Four Brothers Saga 2), he querido dejar a un lado a nuestros protagonistas del primer libro, para descubrir la historia de Sophie y Héctor. Pero la historia no termina aquí, hay mucho que contar aun… Puedes seguirme en Twitter: @paumaess @clairedeluneM En Facebook: www.facebook.com/ppaulette.mestre www.facebook.com/TheFourBrothersSaga Y en Pinterest: es.pinterest.com/paulettemestre/ ** ** No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier otro medio, sin la autorización por escrito de la autora.
(Art. 270 y siguientes del Código Penal).