Susanne James - Los Dictados Del Corazón

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Los dictados del corazón Susanne James

3º Serie Multiautor “Alto, oscuro y sexy”

Los dictados del corazón (2008) Título Original: The British Billionaire Affair (2008) Serie Multiautor: 3º Alto, oscuro y sexy Editorial: Harlequin Iberica Sello / Colección: Bianca 1869 Género: Contemporáneo Protagonistas: Max Seymour y Candida Greenway

Argumento: Por mucho que lo intentara, no podía resistirse a los encantos del guapo millonario inglés… La tímida diseñadora de interiores Candida Greenway se sentía fuera de lugar en aquella cena organizada por uno de sus clientes y en la que se encontraba la crème de la crème londinense… y desde luego el millonario playboy Max Seymour estaba completamente fuera de su alcance. Max había conocido a muchas mujeres sofisticadas y ricas… pero había ido a fijarse en la única que no había caído rendida a sus pies… Candida. El sentido común le decía que entre Max y ella nunca habría nada más que un breve romance, pero su corazón se negaba a obedecer…

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Capítulo 1 Candida, ven a sentarte a mi lado —Rick Dawson acercó una silla a la enorme mesa de caoba y ella sonrió, agradecida, sabiendo que en aquella fiesta seguramente no conocería a nadie más que a los anfitriones, Rick y su mujer, Faith. Aunque estaba acostumbrada a hablar con extraños en su trabajo como diseñadora de interiores, las ocasiones sociales eran otra cuestión y siempre le rezaba a su ángel de la guarda para que le echase una mano. Aquélla iba a ser una cena muy sofisticada, con todos los invitados de etiqueta, pero el ambiente era informal y la charla y las risas llenaban la espaciosa habitación. Era un alivio estar sentada y no tener que sujetar la copa de vino y el plato a la vez, como en esas cenas estilo bufé que tanto odiaba. Además, las sandalias de tacón empezaban a hacerle daño. —En caso de que alguien se lo pregunte —empezó a decir Faith, dirigiéndose a los invitados— tenemos un catering haciendo los honores esta noche, así que no tenéis que preguntarme cómo consigo dar de cenar a treinta personas y cuidar de una niña de dos años al mismo tiempo. Candida y Faith se miraron con una sonrisa de complicidad. En las pocas ocasiones en las que había llevado a Emily con ella a Farmhouse Cottage durante las tareas de decoración, el trabajo había sido bastante más difícil. Pero, al fin, habían terminado y aquella cena era para celebrar el resultado. Y la silla de su derecha estaba desocupada, de modo que alguien debía de haber cancelado a última hora. Rick le sonrió. —¿En qué proyecto estás trabajando? —le preguntó, mientras llenaba su copa— . ¿Sigues tan ocupada como siempre? —Nada tan grande como esta casa —sonrió Candida—. Algunos retoques en una que ya había terminado y algún presupuesto. El hecho era que aquel edificio del siglo XIV en el que los Dawson se habían gastado una fortuna había sido uno de sus proyectos más importantes. Faith, una mujer bajita y rubia llena de energía, pareció sentirse aliviada cuando Candida tomó la iniciativa. Desde su primer encuentro se habían caído bien y su actitud hacia ella era casi maternal, aunque ninguna de las dos había llegado a los treinta. Cuando una joven camarera empezaba a servir el primer plato se oyó un portazo y Faith soltó su tenedor, fingiéndose indignada. —Desde luego… los hermanos son los invitados más desconsiderados. Le dije que no llegase tarde y me prometió que sería bueno. Todos parecían conocer al recién llegado y hubo un murmullo general de bienvenida, pero el hombre fue directamente hacia Faith y le dio un abrazo de oso.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Lo siento, Faith… Rick —la profunda voz masculina, tan rica como el chocolate derretido, resonó por toda la habitación—. Me han retenido. No ha sido culpa mía, en serio. —Nunca es culpa tuya, ¿verdad, Maxy? —sonrió Faith—. Venga, siéntate al lado de Candida y muéstrate sociable por una vez en tu vida. De modo que la silla vacía que había a su lado era para Maxy, pensó Candida. —Hola, soy Max. Y creo que tú eres la mujer del momento… ¿Candida Greenway? —No, soy Candy —lo corrigió ella, sintiéndose de repente nerviosa y aprensiva. Debía de ser porque últimamente no tenía mucha costumbre de ir a fiestas. Por no decir que ya había bebido dos copas de vino con el estómago vacío. Y seguramente por eso le tembló un poco la mano al tomar su copa. Max, que era un hombre muy alto y de gran envergadura, tenía el sitio justo en la tapizada silla y Candida lo miró con curiosidad. De modo que aquél era el hermano de Faith. No había ningún parecido entre ellos… y Faith nunca lo había mencionado. Llevaba el pelo más bien largo y un flequillo rebelde caía sobre su frente, amenazando con tapar sus bien definidas cejas. Cuando la miró, Candida se puso colorada, sus ojos de color ámbar respondiendo instintivamente a los sensuales ojos negros del hombre. —He oído hablar mucho de ti. Mi hermana parece tu Relaciones Públicas — Max abrió la servilleta y la colocó sobre sus rodillas—. Por lo que me ha dicho, te has hecho cargo de todo —tenía una sonrisa de dientes muy blancos en contraste con lo bronceado de su piel, pero a Candida le costó trabajo devolverle la sonrisa. Había algo en la actitud de aquel hombre que resultaba condescendiente y superior, dos cualidades que a ella no le gustaban nada. Aparecer tan tarde, cuando el resto de los invitados ya estaban a punto de empezar a cenar, era imperdonable. Y entrar dando un portazo había sido casi como un redoble de tambores. Se sentía incómoda a su lado. Max tenía una expresión decidida y una masculinidad un poco demasiado agresiva que la hacía sentir extrañamente vulnerable. Una pena que fuese el hombre más guapo de la fiesta. Aunque a ella le daba igual. Pero cuando levantó su copa, él inmediatamente tomó la suya para brindar. —Por nosotros —dijo, antes de tomar un trago. Luego se quedó mirándola, estudiando el rostro ovalado, la nariz respingona, los labios generosos. Estaba más bien seria, pensó, pero su largo pelo castaño sujeto en un moño alto debía de ser precioso cuando lo llevara suelto. —¿Te gustan estas reuniones? —le preguntó—. Yo las odio. —Pero si Faith es tu hermana… —Sí, Faith y Rick son los únicos a los que me apetece ver —Max tomó cuchillo y tenedor—. Me gusta ese vestido, por cierto. El color te sienta muy bien.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida lo miró, atónita. Debería sentirse halagada por el cumplido pero, por alguna razón, no era así. Después de todo, apenas se conocían y no le parecía adecuado que juzgase, bien o mal, lo que llevaba puesto. Aunque fuese la prenda más cara que había comprado nunca. Era de seda, con un escote en pico muy favorecedor, la falda recta hasta la rodilla. Y el color aguamarina le había recordado inmediatamente el color del mar. En fin, si ella quisiera mostrarse tan abierta como él, podría opinar sobre su atuendo: la camiseta gris de cuello redondo, que destacaba un torso ancho y musculoso, los pantalones de sport y la chaqueta de ante, que había colgado en el respaldo de la silla, no eran precisamente lo más adecuado para la ocasión. Todos los demás hombres llevaban traje de chaqueta y corbata. —Gracias —dijo, en cualquier caso—. Fue el color lo que me atrajo de él… y afortunadamente me quedaba bien. —Eso desde luego —sonrió Max, mirándola de arriba abajo—. Parece como si te lo hubieran cosido una vez puesto. Candida se encogió en la silla, avergonzada. Sabía que el escote era un poco revelador, más de lo que ella acostumbraba a lucir, pero aquel hombre parecía estar desnudándola mentalmente. Rick se volvió hacia ella con una sonrisa. —Espero que Max no te esté molestando. Es un cínico, pero no te dejes intimidar. Tiene fama de merendarse a las chicas jóvenes. Candida sonrió. —No creo que yo sea de su gusto. Y no te preocupes, soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma. —Seguro que sí —Rick se volvió hacia Max—. ¿Por qué no has venido con Ella? Faith me dijo que no vendría esta noche. —Bueno, ya conoces a Ella. Tiene por costumbre hacerme saber cuándo se ha hartado de mi compañía. Se ha ido a pasar unos días con Jack y Daisy porque estaba cansada de Londres. Os pido disculpas en su nombre. Después de eso, ayudados por la buena comida y el mejor vino, la conversación fluyó con facilidad. Aunque Max tenía la costumbre de hacer girar la conversación en torno a ella y su vida, sin desvelar nada sobre sí mismo. Lo único evidente era que adoraba a su hermana y su sobrina. —Siempre he sido muy protector con Faith —admitió—. Tiene doce años menos que yo, debe de ser por eso. Pero estaba en el instituto cuando nuestros padres murieron inesperadamente, uno después del otro, y fue un momento muy difícil para ella. Max se inclinó hacia delante para pasarle una jarrita de leche y Candida se quedó sorprendida al ver que parecía entristecido por el recuerdo. Debían de haber sido una familia muy unida, pensó.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Yo todavía tengo a mi padre, por suerte. Y viviendo en nuestra casa de toda la vida. —¿Y dónde es eso? —Un pueblo pequeñito en el sur de Gales —sonrió Candida—. Mi madre murió cuando yo tenía diez años y mi padre nunca pudo recuperarse. Yo intenté ocupar su lugar y me quedé en casa durante un tiempo después de terminar los estudios, pero sabía que, si quería encontrar trabajo, tendría que irme a Londres… allí es donde está el dinero. Y creo que ha sido lo mejor para los dos. Mi padre ha hecho un esfuerzo por rehacer su vida… se ha unido al coro local y sale mucho más que antes. Y como ahora es más independiente, me siento más tranquila. Aunque hablamos por teléfono continuamente y voy a visitarlo tantas veces como puedo. —¿Dónde vives y con quién? Esa pregunta tan directa la pilló por sorpresa. Qué hombre tan grosero. ¿Sería abogado? ¿Alguien acostumbrado a interrogar a la gente? Desde luego, era de los que iban al grano. —A las afueras de Londres, en un edificio Victoriano convertido en apartamentos… y no vivo con nadie. Se había separado de Grant seis meses antes. Habían sido pareja durante más de un año y la ruptura seguía doliéndole. Y no quería recordarla. —Ah, qué pena. Debería haber alguien para abrocharte ese vestido —dijo Max con una sonrisa burlona. —Soy perfectamente capaz de abrocharlo yo sola —replicó Candida, un ligero rubor coloreando su piel aceitunada. Hacer comentarios personales era algo que, obviamente, a aquel hombre se le daba bien. La cena había terminado y todos los invitados se levantaron de la mesa. Los que no habían visto la casa tuvieron una oportunidad de hacerlo y algunos llevaron a Candida aparte para preguntarle dónde había conseguido las baldosas para los cuartos de baño o esas cortinas tan originales. Incluso le pidieron que fuera a un par de casas para hacer sugerencias. Faith estaba en lo cierto cuando le dijo que habría muchas personas interesadas en contratarla. Aunque cuántos de ellos le encargarían de verdad un proyecto de decoración era otra cosa. Había aprendido mucho sobre la naturaleza humana y lo más normal era que se echaran atrás después de evaluar los costes. En cualquier caso, estaba encantada de contestar a sus preguntas. En un momento determinado miró alrededor y se dio cuenta de que la habitación había quedado prácticamente desierta. Desde luego, su compañero de mesa no estaba por ninguna parte. Seguramente no le apetecía charlar sobre cosas mundanas y, además, se alegraba de que se hubiera ido.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Rick lo había descrito como un cínico y Candida imaginaba que no era la clase de hombre que soportaba tonterías fácilmente. Ella no era tonta pero, por alguna razón, se sentía insignificante a su lado. Después de un rato se apartó del pequeño grupo con el que estaba charlando y se acercó al estudio de Rick que, seguramente, estaría vacío. Necesitaba un descanso. Le faltaba práctica en ese tipo de reuniones, pensó. ¿Por qué no estaba en casa, a salvo bajo su edredón, tan suavecito? Cerró la puerta del estudio y, sin encender la luz, se acercó al enorme sillón de Rick, frente a la ventana. Pero de repente… —Ah, ¿tú también querías escapar? Tu perfume te ha delatado, Candida. Ven, hay sitio para los dos. Ella se sobresaltó. —Ah, lo siento… no sabía… quería estar sola un momento… —La misma idea que yo —Max se levantó inmediatamente—. Venga, es tu turno. Es el mejor sillón de la casa y yo llevo aquí media hora —dijo, tirando de ella para obligarla a sentarse. —Es que… las sandalias me están matando. Antes de que pudiera quitárselas, Max se inclinó para hacerlo. —Creo que las mujeres se merecen una medalla por ponerse estas cosas — murmuró, mirándolos de cerca—. Son muy bonitas, claro, pero… ¿con esto puedes andar? —Sí, a veces —admitió ella—. Pero quedaban muy bien con el… —¿Con el vestido? Sí, eso es verdad. Candida se apoyó en el respaldo del sillón y, de repente, sintió las manos de Max masajeando sus pies. Era una delicia y no pudo evitar dejar escapar un suspiro de alivio… y placer. —Qué maravilla. ¿Dónde has aprendido a hacerlo? Max no contestó y ella dejó que siguiera dándole el masaje durante unos minutos, observando la oscura cabeza, sus dedos largos y bronceados. Cuando presionó con fuerza la planta del pie se vio obligada a arquearlo, dejando escapar un pequeño grito de dolor. —¡Ay! —¿Te he hecho daño? —No, no, la verdad es que me resulta muy agradable. De repente, él dejó de hacer lo que estaba haciendo y se levantó para mirar por la ventana, con las manos en los bolsillos. —Le envidio esta casa a mi hermana. Es un sitio maravilloso para tener niños.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida lo miró, preguntándose qué clase de mujer sería su esposa. Por el comentario que había hecho a Rick antes, Ella debía de ser una mujer de carácter, afortunadamente. Porque Max parecía un imperioso y dominante miembro del sexo opuesto… aunque había sido increíblemente amable dándole un masaje en los pies. De repente se abrió la puerta y Rick entró en el estudio. —¡Seymour! Ah, aquí estás. Me preguntaba dónde demonios te habrías metido —entonces se fijó en Candida—. Ah, bien, Candida. Espero que Max haya cuidado de ti. Vamos, están sirviendo el coñac… Pero Candida estaba perpleja, incapaz de moverse. ¿Cómo había llamado a su cuñado? ¿Seymour? ¿Era «Maxy» el Maximus Seymour de infausto recuerdo? No oyó una palabra de la conversación que tenía lugar entre los dos hombres porque sus pensamientos, como fuegos artificiales, explotaban uno tras otro en su cabeza. Pero sí… ahora por fin reconocía el rostro de Max; un rostro que aparecía en su columna del periódico. Ahora entendía el inmediato antagonismo que había sentido al verlo. Había sido su inconsciente alertándola. Era Maximus Seymour, famoso escritor y crítico literario, cuya madre antes que él había sido una prolífica autora de biografías y novelas históricas. Aunque parecía un poco mayor que en la fotografía de su columna que, evidentemente, había sido tomada unos años antes. Prácticamente encogiéndose en el asiento, Candida se preguntó cómo iba a poder soportar el resto de la velada. En una fracción de segundo, todo había cambiado… a peor. Y su único pensamiento era salir de allí. Porque, aunque no se habían visto nunca, Maximus Seymour era quien le había robado… sí, robado, su gran deseo, el sueño de su vida. Y, pasara lo que pasara, ahora y en el futuro, lo odiaría mientras viviera.

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Capítulo 2 Cuando todos volvieron a reunirse en el salón, Candida se disculpó para ir al lavabo y cerró la puerta, apoyándose en ella un momento. ¿Cómo era posible que el destino la hubiese llevado allí, para cruzarse con el hombre al que más detestaba? Nerviosa, se echó un poco de agua fría en la cara y sacó sus cosméticos del bolso. Normalmente sólo usaba un poco de maquillaje y colorete, pero se alegraba de haberlos llevado con ella porque necesitaba algún retoque. Debía de ser la sorpresa, pensó. Ojala pudiese apretar un botón y hacer desaparecer a Maximus Seymour… Candida se mordió los labios tan fuerte que se hizo daño mientras recordaba lo que pasó ocho años antes. ¡Ocho años! ¿No debería haberlo olvidado ya?, se preguntó a sí misma. Había heredado una naturaleza supersensible, pero ¿no era el momento de cerrar heridas? Esa idea podría haber sido posible antes de esa noche, pero ahora lo importante era marcharse de Farmhouse Cottage inmediatamente. Sintiéndose un poco más tranquila, salió del baño y se dirigió al salón. —¡Candida! —la llamó Faith—. Ven aquí, por favor. Todo el mundo está impresionado con tu trabajo. —Bueno, tenía un sitio precioso con el que trabajar. Y lo he pasado muy bien… en realidad, no me ha parecido un trabajo en absoluto. Por una vez, pensó, no había tenido un cliente difícil. Faith la tomó del brazo. —Tenemos que seguir en contacto —le dijo—. Prométeme que lo harás. Siento como si te conociera de toda la vida. Le he hablado mucho de ti a Maxy y Emily siempre está preguntando dónde está Candy… Candida sonrió, halagada. —Estoy segura de que volveremos a vernos, Faith… —Yo me encargaré de eso. Si hace falta, te encargaré más cosas. Era la clase de afirmación que hacía la gente cuando veían un trabajo terminado. Pero una cosa era segura: ella pensaba dar por terminada su relación con esa familia de inmediato. No iba a arriesgarse a estar en compañía de Maximus Seymour otra vez. El afecto que mostraban el uno por el otro dejaba claro que Max y su mujer eran frecuentes visitantes en esa casa, de modo que debía apartarse sin herir los sentimientos de Faith. Aunque lo lamentaba porque habría sido una buena amiga, alguien con quien compartir sus cosas, alguien a quien confiarle sus cuitas. Cómo dos hermanos podían ser tan diferentes, era difícil de entender. Una tan cálida, tan amable, el otro tan duro, tan cínico… y tan engreído.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Entonces recordó las cálidas manos de Max mientras le daba un masaje en los pies y sintió un escalofrío. Aparentemente, era capaz de cierta gentileza… cuando a él le apetecía. —No tienes frío, ¿verdad? —le preguntó Faith. —No, no. Es que debería marcharme, pero no puedo irme sin ver a Emily. ¿Puedo subir a verla? —¡Por supuesto! No la molestarás porque, afortunadamente, ha llegado a esa edad en la que duerme como un tronco. Mientras iban por la escalera, Faith tocó su brazo. —Espero que Max se esté comportando como es debido. No te dejes afectar por él. Es famoso por tener mal carácter a veces… pero todo es una fachada. Sí, bueno, claro, ella era su hermana. ¿Qué iba a decir? —Sé que está nervioso porque publican su próximo libro el mes que viene —le confió Faith—. Los críticos no fueron particularmente amables con el último, aunque eso no afectó a las ventas, afortunadamente. Pero a Max no le hacen gracia las críticas. Que se uniera al club, pensó Candida. Pero Faith estaba hablando de Max como si ella tuviera que saber quién era. Debía de creer que su nombre había salido en alguna conversación o que lo había reconocido. En fin, le seguiría la corriente. No podía hacer otra cosa. Cuando entraron en el dormitorio de la niña, se inclinó sobre la cama para acariciar la suave mejilla infantil con un dedo. —Es preciosa —susurró—. Debes de estar muy orgullosa de ella. —Sí, claro… pero la vida no es la misma una vez que tienes un niño. Como tú misma sabrás algún día. —Es posible —Candida pensó en Grant y en lo encantador y persuasivo que era. Se había metido en su vida, haciéndola creer que algún día podría ser el padre de sus hijos. Qué equivocada estaba. Un minuto después, Rick asomó la cabeza en el dormitorio. —Los Thompson están a punto de marcharse, cariño. —Ah, muy bien —Faith se volvió hacia Candida—. Voy a despedirme… baja cuando quieras. —Sólo me quedaré un minuto —dijo ella, sin dejar de mirar a la niña. En la bonita habitación infantil que olía a talco y a bebé, Candida sintió que sus ojos se humedecían inesperadamente. ¿Qué planes, qué sueños tendría Emily? ¿Cómo sería la vida para ella? En aquel momento lo único que tenía que hacer era crecer y ser feliz rodeada del cariño de sus padres, pero un día tendría que enfrentarse con el mundo sola. Max apareció a su lado entonces.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —¿Tú también eres miembro del Club de Admiración de Emily? Nuestra primera niña… Es preciosa, ¿verdad? Candida se quedó genuinamente sorprendida por sus palabras. ¿Quién podría imaginar al duro Maximus Seymour babeando por su sobrina? Pero era evidente que no podía apartar los ojos de ella. —¿Te encuentras bien? Estás muy pálida… como si hubieras visto un fantasma. Candida apartó la mirada, apurada. Pero no realmente sorprendida. Aquel hombre era un escritor con fama de tener opiniones agudas. El estudio de la naturaleza humana, con todas sus complicaciones, era una permanente ocupación para él y, sin ninguna duda, podía interpretar las reacciones de los demás tan fácilmente como si leyese el titular de un periódico. Pero eso no alteró su opinión sobre él: Maximus Seymour era un hombre duro y egoísta. Muchos de sus libros reflejaban eso, pensó, aunque hacía tiempo que no leía ninguno. —Estoy perfectamente, gracias —mintió—. Pero creo que he trabajado demasiado últimamente… quizá debería tomarme unas vacaciones —Candida se apartó, incómoda. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo penetrando la fina tela del vestido. ¿Por qué no se ponía al otro lado de la cama? Ella había llegado primero. Apartándose decididamente, se preguntó si llegaría algún día en el que pudiera ponerlo a su altura. ¿Cuándo podría decirle cuatro cosas a Maximus Seymour? Había ensayado las palabras muchas veces. Pues allí estaban, juntos, en la misma habitación. ¿Por qué no lo hacía? Pero una cena en casa de su hermana no era la ocasión adecuada, evidentemente. Además, ¿qué podría decirle después de tanto tiempo? Seguramente él ni siquiera recordaría lo que había dicho y hecho ocho años antes. Y si no recordase el episodio, sería ignominioso tener que refrescarle la memoria. No, seguramente no podría hacerlo nunca; seguramente tendría que guardarse el vitriolo y seguir atormentándose en privado durante el resto de su vida. De repente, un ruido hizo que los dos mirasen hacia la cama. Emily, con los ojos azules muy abiertos, miraba de uno a otro. Sin dudarlo, Max se inclinó para tomar a la niña en brazos. —Hola, Emmy. ¿Cómo está mi princesa? La niña le echó los bracitos al cuello, riendo. —Tío Maxy… quiedo jugar. —No, cariño —contestó Max, besando su nariz—. A mamá no le gustaría. —¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó Faith, entrando en la habitación—. Maxy, no puedo confiar en ti ni un segundo… —Pero si yo no he hecho nada… —Sabía que la sacarías de la cuna —suspiró Faith, tocando el bracito de su hija—. ¿El tío Max te ha despertado, cariño?

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https://www.facebook.com/novelasgratis Emily soltó una risita infantil. —Quiedo jugar… —¿Quieres bajar al salón, cariño? A muchos invitados les gustaría verte. Todos salieron de la habitación, Max sujetando a Emily. Candida se preguntó qué le estaría diciendo a la niña al oído, pero fuera lo que fuera Emily reía, contenta, y se vio obligada a admitir que aquél era un ser humano muy diferente a como lo había imaginado durante todos esos años de rencor. ¿Pero qué más daba? Había hecho un daño permanente y eso no ser podía cambiar. En el salón fueron recibidos por gritos de júbilo ante la aparición de la niña. Y Emily sabía qué hacer para resultar irresistible, además. Riendo, dejaba que la pasaran de brazo en brazo sin protestar y estaba tan guapa con su pijamita blanco… —Como una mujer —observó Max, irónico—. Los trucos femeninos deben de ser algo de nacimiento. Sólo tiene dos años y mira cómo le gusta ser el centro de atención. Rick se acercó con una bandeja llena de copas. —Tenemos que terminar otro par de botellas. No podemos dejar que el champán se eche a perder. Aunque Candida se alegraba de la distracción, no le apetecía tomar más alcohol. Aquella noche había bebido más de lo que solía beber en un mes. Lo que de verdad le apetecía era una taza de té calentito, pero aceptó la oferta de todas formas. —Tengo que marcharme pronto —dijo, sonriendo. Era más de medianoche y estaba agotada, pero se tomó la copa de champán de un trago, el frío líquido aliviando su seca garganta. Cuando giró la cabeza se dio cuenta de que Max estaba mirándola con expresión burlona. —Eso es lo que yo llamo hacer los honores. Ella se puso colorada. —No, es que… tenía sed. Se quedaron un momento en silencio, escuchando la música que salía del estéreo. —Bueno, es hora de que esta jovencita se vaya a la cama —dijo Faith. Los invitados que quedaban empezaron a despedirse y, cuando Rick los acompañó a la puerta, Max y Candida se quedaron solos en el salón. —Yo también tengo que irme. No estoy acostumbrada a acostarme tarde y… De repente, sintió que se le doblaban las rodillas y se apoyó en el respaldo de un sillón. Inmediatamente, notó la fuerte mano de Max en su cintura, pero sus piernas se negaban a seguir soportándola y tuvo que ayudarla a sentarse. —Quédate ahí un momento. Voy a buscar un vaso de agua.

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https://www.facebook.com/novelasgratis En un minuto volvió y Candida tomó un largo trago, con manos temblorosas. Empezaba a sentirse mejor… ¿o no? No, porque ahora la habitación empezaba a dar vueltas, lentamente al principio, como una montaña rusa después. Asustada, se inclinó hacia delante hasta que, incapaz de evitarlo, empezó a deslizarse hacia el suelo, lo único audible para ella fueron los fuertes latidos de su corazón… Supo después que había estado inconsciente durante unos minutos y, cuando volvió en sí, se encontró tumbada en uno de los sofás, con una toalla mojada sobre la frente. Max, arrodillado delante de ella, frotaba sus manos repitiendo su nombre una y otra vez, tan cerca que podía sentir su aliento en las mejillas. Candida hizo un esfuerzo para incorporarse, pero él la empujó suavemente hacia el sofá. —No te muevas; se te pasará enseguida. Por fin has vuelto a la tierra. —Estoy bien… de verdad —consiguió decir ella—. Dios mío… qué vergüenza. Ha debido de ser el vino… y llevo varios días resfriada… No debería haber acudido a la cena. Su cuerpo la llevaba advirtiendo desde el miércoles, cuando despertó con unas décimas de fiebre y dolor de garganta. Pero se convenció a sí misma de que no era nada porque, como una niña, estaba deseando ir a una fiesta el sábado por la noche. Especialmente, porque tenía lugar en Farmhouse Cottage. —Si crees que puedes irte a casa esta noche, te equivocas —dijo Max—. Para empezar, no puedes conducir. —Sólo he tomado un par de copas… —Pero con el estómago vacío. Pensé que o estabas a dieta, aunque no puedo imaginar por qué, o no te encontrabas bien. Oh, no, pensó Candida. Había intentando disimular que comía muy poco extendiendo la comida por el plato pero, evidentemente, nada se le escapaba al observador señor Seymour. —Agradezco mucho tu preocupación, Max —empezó a decir—, pero la verdad… —Nada de peros —la interrumpió él—. Puedes irte a casa mañana. Una buena noche de sueño y mañana estarás como nueva. Y aquí hay dormitorios de sobra, como tú sabes muy bien. Aquella sugerencia, o más bien aquella orden, hizo que Candida se sintiera aún peor. No podía quedarse allí, no había llevado un camisón… —No, imposible —dijo, intentando inyectar una nota de autoridad en su voz—. Me voy a casa. Max se puso en cuclillas, negando con la cabeza. Y Candida se vio obligada a admitir que tenía un rostro muy atractivo y unos ojos que podían expresar altivez un minuto y un irrefutable deseo masculino al siguiente. —Veo que voy a tener que recurrir a la fuerza física para que entres en razón — dijo, levantándose—. Hace unos minutos pensé que tendría que darte un beso para devolverte a la vida, como en los cuentos, pero… —Max se detuvo, con un brillo

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https://www.facebook.com/novelasgratis burlón en los ojos—. Tristemente para mí, recuperaste el conocimiento justo a tiempo. Ella lo miró, incrédula. ¿Estaba intentando seducirla?, se preguntó. ¿Aquel hombre no tenía conciencia? Estaba casado y era un invitado en casa de su hermana. No era precisamente un comportamiento adecuado… especialmente en un hombre de su posición. Y eso duplicó su antagonismo. Aunque, si era sincera consigo misma, debería confesar que lo encontraba físicamente atractivo. Pero no debía pensar eso. Candida se sentó en el sofá, pero al hacerlo se dio cuenta de que Max tenía razón: no podía volver a casa conduciendo. Se sentía mareada y lo único que le apetecía era cerrar los ojos y dormir un rato. —En fin… tendremos que ver lo que dice Faith… —Mi hermana estará encantada de tenerte aquí esta noche —dijo Max—. Su naturaleza hospitalaria es bien conocida. Y yo suelo quedarme a dormir porque la comida del domingo en esta casa es una tradición. Mañana por la tarde podrás volver a casa. Max Seymour estaba controlando su vida y, aparentemente, ella no podía hacer nada al respecto. Justo entonces Faith y Rick entraron en el salón y Max les informó de que también ella iba a quedarse a dormir… omitiendo el pequeño detalle de que se había desvanecido. Faith se mostró encantada. —No sabes cuánto me alegro. Así comeremos juntos mañana. —Será estupendo tenerte aquí —dijo Rick. —Me encanta que se usen las habitaciones —siguió Faith—. Puedes usar la azul, con Max a un lado y Emily a otro. Y… —Y yo podré dormir en paz porque uno de vosotros tendrá el placer de ser despertado por Emily —la interrumpió su marido—. Está muy alegre por las mañanas y, por una vez, podré dormir de un tirón. —Puedo prestarte lo que necesites para esta noche, Candida —dijo Faith—. Y he comprado una espléndida pierna de cordero para mañana. Así que ya está, despertaos para desayunar a la hora que queráis. Aunque le agradaba que Faith hiciera todo lo posible para que se sintiera cómoda, no podía dejar de sentirse inútil y fuera de lugar. Las próximas veinticuatro horas le habían sido robadas de las manos. Y tendría que tomar parte en una reunión familiar que incluía al hombre para el que no tenía tiempo. Si Ella hubiera ido a cenar esa noche, Max no estaría pendiente de ella y habría sido más fácil marcharse por la mañana. Pero, en lugar de eso, la cena se estaba convirtiendo en un largo fin de semana en el que tendría que hacer de pareja de un hombre al que a menudo había soñado estrangular.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Más tarde, en la habitación azul, Candida se quitó el vestido para ponerse el camisón que le había prestado Faith. Era corto, por encima de las rodillas, pero muy cómodo para dormir. Suspirando, se soltó el pelo, pensando que era hora de cortárselo un poco ya que empezaba a secarse demasiado y luego, con un suspiro de satisfacción, se metió bajo las sábanas, apagó la lámpara y cerró los ojos. Pero ¿sería capaz de dormir?, se preguntó. Pensar que Max Seymour estaba dos puertas más allá la angustiaba tanto que le gustaría ponerse a gritar. A pesar de todo, por fin empezaba a quedarse dormida cuando un golpecito en la puerta la sobresaltó. Faith debía de haber olvidado algo, se dijo. Pero no era Faith quien estaba al otro lado. Era Max, apoyado en el quicio de la puerta, mirándola de arriba abajo. —No sé qué vestido me gusta más… —¿Ocurre algo? —lo interrumpió Candida. —No. Es que no me apetecía irme a la cama todavía, así que bajé a tomar un vaso de agua y… me encontré con esto en una esquina del sofá —Max metió una mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó su bolsito de fiesta—. He pensado que podrías necesitarlo. Candida se quedó mirando el bolso. ¿De verdad pensaba que iba a creerlo? Era como una escena victoriana, con la dama perdiendo un delicado guante. Aunque su experiencia con el sexo opuesto era limitada, sabía cuándo estaba delante de un oportunista. Evidentemente, Max esperaba que lo invitase a entrar. Seguramente los revolcones de una noche serían algo normal para alguien como él… y el hecho de que estuviera casado no tendría importancia. Sólo un poco de diversión. Además, su esposa y él parecían acostumbrados a separarse de tanto en tanto. Pero si pensaba que iba a decir que sí, estaba más que equivocado. Candida tomó el bolso con una sonrisa. Ambos eran invitados en aquella casa y debía mostrarse amable. —No deberías haberte molestado… esto podría haber esperado hasta mañana. —No ha sido ninguna molestia —dijo él, tan despierto como si fueran las cinco de la tarde y sin hacer el menor esfuerzo para despedirse. Era un hombre increíblemente alto o quizá al estar descalza se lo parecía. —Además, quería saber si te encontrabas bien. No has vuelto a marearte, ¿verdad? —No, gracias. No tienes que preocuparte, estoy bien. Él no dijo nada, pero se quedó allí, mirándola. —Buenas noches —se despidió Candida—. Espero que el vaso de agua te ayude a dormir… en algún momento. Max se limitó a asentir con la cabeza mientras ella cerraba la puerta.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Luego esperó en silencio para oír sus pasos, pero no oyó ruido alguno y, unos segundos después, tuvo que hacer un esfuerzo para no asomar la cabeza en el pasillo. Para entonces la idea de dormir parecía haberla desertado por completo y estuvo dando vueltas en la cama durante horas. Maldito hombre, pensó. Antes de su intrusión estaba a punto de quedarse dormida. Enfadada consigo misma, se volvió por enésima vez hacia la ventana, de la que colgaban las preciosas cortinas que ella misma había elegido, junto con casi todo lo que había en aquella habitación. Nunca habría imaginado que estaría durmiendo… o más bien intentando dormir en casa de un cliente. Y menos aún que algún día iba a desear que Maximus Seymour estuviera tumbado a su lado, con sus manos grandes y cálidas sobre su cuerpo, su atractivo rostro cerca del suyo… Candida suspiró, irritada por esos pensamientos. ¿Era posible que le gustase alguien a quien creía odiar?, se preguntó. Había oído hablar del «atractivo del canalla». Por lo visto, algunas mujeres no podían resistirse ante un hombre al que, por otro lado, detestaban. ¿Era eso lo que le estaba pasando? Se sentó en la cama, nerviosa. Tenía que calmarse, pensó. Al día siguiente estaría a salvo en su propia casa y el recuerdo de aquella noche se habría borrado de su mente por completo.

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Capítulo 3 El martes, a las dos y media, Candida se detuvo un momento frente al ático del imponente edificio Thameside y miró el papel que llevaba en la mano para comprobar que no se equivocaba de dirección. Y menuda dirección. Nunca había puesto el pie en un sitio como aquél. La cliente con la que había hablado por teléfono le había parecido muy autoritaria y precisa, con una actitud más bien antipática. Pero ella estaba acostumbrada a tratar con todo tipo de cliente y, si podía conseguir que aceptase sus sugerencias, sería un contrato muy lucrativo. Cruzando los dedos, llamó al timbre. Unos segundos después se abría la puerta y, delante de ella, ocupando todo el espacio, apareció Max Seymour, casi bloqueando la luz. Candida se quedó boquiabierta, incapaz de articular palabra. ¿Qué demonios estaba haciendo allí? —Ah, Candida —sonrió él, haciendo un gesto con la mano para que entrase. —Pero… ¿cómo…? —ella miró de nuevo el papel que llevaba en la mano—. Pensaba que aquí vivía un tal John Dean. —Y así es. Entra. Iba vestido de manera informal, como la primera vez, pero aquel día llevaba un polo negro con dos botones abiertos en el cuello por el que asomaba el vello oscuro de su torso. Los chinos de color gris destacaban sus poderosas piernas y, cuando se movía, le recordaba a un tigre… elegante y misterioso. Y peligroso. —Deja que te lo explique: John Dean es un alias que Janet, mi secretaria, siempre usa con los extraños cuando organiza una cita. Tener un… podemos decir un nombre conocido, a veces es contraproducente. Me resulta muy cómodo, porque así siempre tengo ventaja. Ah, claro, qué típico. Tenía que ser él quien manejase las cuerdas, pensó Candida. Pero intentó mostrarse tranquila y compuesta, lo cual era difícil porque no se sentía así en absoluto. —¿Por qué no me dijiste durante el fin de semana que vendría a tu casa? Habría sido lo más… lógico. Por no decir lo más normal. —La verdad es que se me pasó —contestó él alegremente. Pero era mentira. Estaba claro que le gustaba tomarle el pelo. —Y Faith tampoco me dijo nada. —Es que no me molesté en contárselo a mi hermana. Porque, de haberlo hecho, Faith le habría dado una charla, prohibiéndole terminantemente tratar a Candida como solía tratar a las mujeres. —En fin, ¿qué más da? Estás aquí. Echa un vistazo para ver si puedes mejorar mis condiciones de trabajo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Decidida a mostrarse profesional, Candida miró alrededor, sorprendida por la opulencia del apartamento y preguntándose cómo iba a mejorarlo. Era una suerte no haber sabido que era su casa porque, de haberlo sabido, no habría ido nunca. No tenía tanta necesidad de trabajar. El apartamento era absolutamente masculino, más bien oscuro, con libros por todas partes, incluso en las esquinas. Totalmente diferente a Farmhouse Cottage y su cálida atmósfera, que Max había dicho envidiar. Debía de ser su mujer quien prefería aquel apartamento cerca de las tiendas y los teatros, aunque parecía necesitar un escape durante los fines de semana. Candida se dio cuenta de que Max estaba estudiándola atentamente. Como siempre, llevaba unos vaqueros de diseño y un jersey de cachemir de color crema con un pañuelo multicolor al cuello, el pelo sujeto en una coleta. —¿Puedo ofrecerte una taza de té? —preguntó—. No tengo mucho en la nevera, pero he ido a comprar pasteles y… —Un té estaría bien, gracias —lo interrumpió ella, aunque lo que de verdad querría hacer era tirárselo a la cara—. Sin azúcar. —Hoy llevas un perfume diferente. Es muy… tú. Candida no dijo nada mientras él iba hacia la cocina. Era muy perceptivo porque sí, era cierto, aquel día llevaba un perfume diferente. Pero que no dejase de hacer comentarios tan personales empezaba a resultar irritante. Era algo que Grant también solía hacer. —Ponte cómoda. Te enseñaré el apartamento enseguida. —Muy bien. Cuando se acercó a los ventanales que miraban al Támesis, tuvo que contener el aliento. Era una vista espectacular del río en dos direcciones, desde Westminster a Saint Paul. De modo que allí era donde trabajaba… allí era donde encontraba inspiración. Candida sintió un escalofrío imaginándolo delante del ordenador o con un cuaderno sobre la rodilla, concentrado en sus historias… ¿Sería aquella habitación, quizá, donde había tomado un bolígrafo y destrozado sus sueños? Sentía una especie de mórbida fascinación mientras paseaba por el enorme apartamento, sobre todo cuando llegó a su estudio, con la usual parafernalia de un escritor: papeles, diccionarios, libros de referencia y una larga estantería que contenía, aparentemente, todos sus títulos. Candida pasó un dedo por los volúmenes encuadernados: Cierto dilema, El torrente, Escorado a estribor y muchos más que no había leído. Sus historias tenían siempre argumentos fuertes, filosóficos, la prosa endurecida por cierta crueldad… directa o indirecta. Aún no podía creer que estuviera tan cerca de aquel hombre. Era difícil asociar al autor con la persona con la que había pasado el fin de semana y en cuya compañía estaba a punto de tomar un té. Y esperaba que su ángel de la guarda estuviera atento porque tenía la impresión de que iba a necesitar toda la ayuda posible.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Estaba tan pérdida en sus pensamientos que su voz la sobresaltó. Y se puso colorada, como si estuviera haciendo algo ilegal. —¿Te gusta la lectura? —preguntó Max. —Sí, mucho. No puedo vivir si no estoy leyendo al menos un libro —contestó ella, sin mirarlo. —¿Has leído alguno de los míos? —He leído El torrente, Escorado a estribor y alguno más cuyo título no recuerdo en este momento. —Tampoco yo me acuerdo de todos —sonrió Max—. ¿Qué te parecen los que has leído? ¿Te gustaron? Candida arrugó el ceño. No parecía estar buscando un cumplido. Parecía una pregunta honesta, como si de verdad quisiera saber lo que pensaba. ¿Sería aquél el momento para decir que sus libros no eran para ella, que encontraba su prosa «aburrida, aunque con momentos de sorprendente delicadeza y calidez»? ¿O que «el dialogo a menudo era forzado y a veces sin sentido y que quizá debería pensárselo dos veces antes de volver a escribir»? Exactamente las palabras que Max había usado para describir su primera y última novela ocho años antes. Leer esa crítica en un periódico de tirada nacional le había provocado una terrible angustia. Y seguía avergonzándola cada vez que lo recordaba. Pero no podía decir eso de su trabajo porque Maximus Seymour era un maestro de la literatura y, aunque alguna de sus obras no recibiera aclamación internacional, seguían siendo trabajos de consumado talento. Y las ventas de sus libros lo demostraban. —A veces lo que escribes… me perturba. Me pregunto por qué haces que un personaje se comporte de una manera determinada. O se me ocurren al menos tres escenarios diferentes para las historias que cuentas y… —Ah, eso está muy bien —la interrumpió Max—. Mis libros no tienen una conclusión definitiva porque la vida no es así y… —Sí, pero en general la vida tampoco es tan oscura y tan difícil como tú la retratas —replicó Candida—. Para la mayoría de nosotros, al menos. —Yo escribo obras de ficción —dijo él, con cierta frialdad. —Lo sé muy bien. Pero incluso la ficción necesita tener algo que ver con lo que probablemente le ocurre a la gente. Algunos de tus giros arguméntales son increíbles… y yo tengo que creer en lo que hacen los protagonistas. La credulidad en la literatura tiene sus límites. —Ah, veo que te interesa mucho… —Además, puedes ser innecesariamente cruel, como si disfrutaras haciendo daño a tus personajes. Estaban mirándose como dos púgiles en un cuadrilátero y Max se fijó en el bonito rubor que había coloreado las facciones femeninas. Le gustaban las mujeres

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https://www.facebook.com/novelasgratis que no tenían miedo de expresar sus opiniones y Candida, a pesar de su ingenuidad —que había sido transparente para él desde que la conoció— no lo tenía. La única persona que se atrevía a encontrar fallos en su trabajo era su editor; todos los demás, sus amigos, sus colegas y especialmente Faith y la familia, pensaban que su trabajo estaba por encima de toda crítica. Y, sin embargo, allí estaba aquella mujer, diciéndole que no le gustaban sus libros… clavando alfileres en su parte más sensible. Y, por alguna razón, él estaba disfrutando de la experiencia. —Y en El último principio —siguió Candida— no sé por qué mataste a Theodore. La verdad es que no me gustó nada. —¿Por qué? ¿Qué otra cosa podría haber hecho con él? —preguntó Max. —No sé… piensa en Rochester, en Jane Eyre. Podrías haber cegado a Theodore, hacerlo depender de Alexandra por fin. De esa manera tendrían tiempo el uno para el otro, para vivir juntos, para… quererse. Porque se querían, ¿no? Tú nos hiciste creer eso —Candida tragó saliva, sacudiendo la cabeza—. Fue horrible que mataras así al personaje, separándolos para siempre. Algo inhumano. Max estaba mirándola fijamente, con el ceño fruncido, el pulso latiendo en su cuello. Candida contuvo el aliento. Había ido demasiado lejos, pensó. Lo había disgustado. Bueno, pues peor para él. Pero de repente, Max sonrió. —Gracias por darme tu opinión. Creo que debería pedirte que leyeras mis manuscritos alguna vez… para que me digas dónde me he equivocado. Ahora sí se puso colorada, pero estaba decidida a permanecer firme. —Me preguntaste qué pensaba. —Claro que sí. Es muy útil saber la opinión de los lectores, teniendo en cuenta que las opiniones son subjetivas. Es imposible que un escritor pueda complacer a todo el mundo. Candida pensó entonces que, dándole su sincera opinión, se habían colocado al mismo nivel. Aunque aún no tenía valor para avergonzarlo, si Max Seymour era capaz de avergonzarse por algo, diciéndole que había matado sus ambiciones de ser escritora. No, se guardaría eso para otro momento. Porque, aunque no sabía cuándo o cómo iba a hacerlo, no descansaría hasta que se lo hubiera dicho. Mientras tanto, tenía la impresión de haberle bajado los humos. Y su expresión afirmaba lo que había dicho su hermana: que no aceptaba críticas. Max había dejado la bandeja del té sobre una mesa cerca de la ventana y se sentaron juntos en un sofá de piel negra. Inclinándose hacia delante, él le ofreció un plato con pasteles. —Ah, mis favoritos —dijo Candida, tomando uno y colocándolo sobre una servilleta blanca.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Yo no suelo comer mucho durante el día. El problema de trabajar en casa es que sería demasiado fácil llenar la nevera y estar todo el día comiendo. Mi regla de oro es no tomar más que café. Me mantiene alerta y razonablemente imaginativo… aunque mis libros no siempre estén a la altura de las expectativas de algunos lectores —dijo Max, irónico. Candida mordió el pastel pero se negó a morder el anzuelo. Al fin y al cabo, él le había pedido su opinión. Y ella se la había dado. Max disimuló una sonrisa. Candida Greenway era una mujer excepcional. No sólo preciosa, su hermana siempre lo sentaba al lado de mujeres guapas en sus cenas, sino inteligente y con opiniones muy claras sobre las cosas. Le gustaba eso y se sentía extrañamente halagado por cómo había hablado de su trabajo, por cómo desmenuzaba los argumentos y a los personajes. Se dio cuenta de que era muy imaginativa, un alma gemela en cierto sentido. A lo mejor podía pasarlo bien con Candida Greenway, pensó entonces. Después de tomar el té le enseñó el apartamento y, como Candida ya había observado antes, no había mucho que hacer. Lo único que podría cambiar eran las cortinas y las alfombras aunque, en su opinión, las que tenía estaban perfectamente. Al final se quedaron frente a uno de los ventanales, observando la hermosa panorámica, más bonita ahora que el sol empezaba a ponerse. Candida sintió una punzada de envidia. Su apartamento no podía compararse con aquél. Sería maravilloso vivir en un sitio así… Entonces sonó el móvil de Max y él se volvió para contestar mientras Candida entraba en el dormitorio principal, con su enorme cama de matrimonio cubierta por un edredón, como colocado a toda prisa. —Ah, qué fastidio. Me temo que debo ir a buscar a Ella. Siento tener que acortar tu visita. —No pasa nada —dijo ella, pensando que por fin se podía ir a casa. —¿Te apetece venir conmigo? Ella está con unos amigos en el campo… se tarda una hora en llegar y no me gusta viajar solo. Además, me gustaría escuchar tus opiniones. Candida estaba a punto de declinar con cualquier excusa cuando él siguió: —Mira, son las cinco. Si nos vamos ahora, llegaremos a las seis. Y a la vuelta podríamos cenar algo antes de llevarte a casa. —No creo que… —¿Por qué no? No has traído el coche y lo menos que puedo hacer es llevarte a casa. Me estarás haciendo un favor, Candida. Prefiero ir con alguien en el asiento de al lado. Considéralo parte de la comisión. Ponlo en la factura. Ella lo miró, perpleja. Había hecho virtualmente imposible que rechazase la invitación. Además, no tenía nada que hacer y era una preciosa tarde de septiembre. Podría ser muy agradable…

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Jack y Daisy, nuestros amigos, tienen que irse a Bruselas un día antes de lo que esperaban, así que Ella tiene que volver hoy a casa. —Ah, bueno, en fin… si insistes. —Muy bien —sonrió Max. Y el corazón de Candida dio un vuelco. Era un hombre guapísimo, pensó de nuevo. Aunque no debería pensar esas cosas. Bajaron al garaje en el ascensor y, como era de esperar, Max tenía un Mercedes último modelo. Dejándose caer en el cómodo asiento de piel, Candida dejó escapar un suspiro, pensando en su viejo coche y en la factura que acababa de pagar por dos neumáticos nuevos. Se preguntaba cuánto costarían los neumáticos de aquel cochazo… Mientras salían del edificio, con Max mirando a un lado y otro de la calle, se preguntó si estaba a punto de despertar de un sueño. Nunca había soñado conocer a aquel hombre y menos estar tan cerca de él. Tanto que se sentía extrañamente excitada. El ocasional roce de sus piernas le provocaba una especie de cosquilleo y, durante un momento increíble, Candida pensó que sus principios estaban a punto de desertarla. Y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse, atónita por esos segundos de intensidad erótica que la habían pillado desprevenida. Pero una vez en la autopista, se encontró disfrutando del viaje, de estar con alguien diferente. Alguien muy diferente. Max la miró. —No te habrás dormido, ¿verdad? Candida se dio cuenta de que no habían hablado en casi media hora. Pero viajar en aquel coche tan lujoso era como dejarse llevar por una brisa de verano y el silencio resultaba muy agradable. —Imagino que Ella no conduce, ¿no? Max la miró con una sonrisa burlona en los labios. —Pues no, no conduce. Estoy convencido de que no sería capaz de aprobar el examen teórico. Probablemente, por los nervios. La verdad es que sería estupendo que pudiera conducir, pero así es la vida. Poco después de las seis salieron de la autopista y tomaron un camino de tierra rodeado de verdes prados. Max se detuvo frente a una granja y, casi inmediatamente, un joven salió a recibirlos. —Candida, te presento a Jack, que ha estado entreteniendo a Ella por mí durante unos días. Candida es la diseñadora de interiores que va a redecorarme el apartamento. —Hola —la saludó Jack—. Siento no poder presentarte a mi mujer, pero ha tenido que salir un momento. —¿Dónde está Ella? —preguntó Max. —Donde está siempre a esta hora del día… tumbada en la cama —contestó su amigo, entrando en la casa—. ¡Ella! ¡Despierta, Max está aquí!

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https://www.facebook.com/novelasgratis De repente, corriendo escaleras abajo, apareció un labrador negro que saltó a los brazos de Max y lo cubrió de besos caninos. Él acarició la cabezota del animal y miró a Candida, cuya expresión lo decía todo… Aquel idiota… ¿cómo podía…? La había hecho pensar que Ella era su mujer. Evidentemente, era una constante fuente de entretenimiento para Max Seymour. Al ver su expresión, Max soltó una carcajada. —¿De qué te ríes? —preguntó Jack. —Te lo contaré en otro momento —dijo él, dejando a la perra en el suelo—. Gracias por cuidar de mi chica. Ella te lo agradece y yo también. Pero tenemos que irnos. —¿No queréis tomar una copa? —No, Candida y yo tenemos una cita para cenar esta noche. Tenemos que hablar de negocios. Ella subió de un salto al asiento trasero del Mercedes y movió la cola como diciendo: «Vamos, llévame a casa». —Te presento a mi esp… —empezó a decir Max. —¡Cállate! —lo interrumpió Candida—. Cállate, por favor.

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Capítulo 4 Durante unos minutos Candida se limitó a mirar la carretera. —Podrías haber dicho algo —murmuró por fin. —¿Sobre qué? —preguntó Max con cara de inocente. —Tú sabes muy bien sobre qué. Podrías haberme dicho que íbamos a buscar a tu perra, no a tu mujer. —¿Y perderme la diversión? Lo siento, me encantan las bromas… —¡Mientras sea a costa de otra persona! —exclamó ella. —No, en serio, Candida. No sabía lo que pensabas. Sólo cuando me preguntaste si Ella no sabía conducir me di cuenta que estabas confundida —Max alargó una mano para tocar su rodilla, pero ella apartó la pierna. —Si algún día tienes una esposa, espero que comparta tu sentido del humor. —Los escritores no son buenos compañeros… somos demasiado obsesivos y egocéntricos —dijo Max, acelerando cuando entraban en la autopista—. No le veo futuro al matrimonio, aunque mi hermana siempre está buscándome una mujer con la que compartir cama. De forma permanente, quiero decir —añadió—. Faith cree que todas las parejas deben ser como la suya. Rick y ella están hechos el uno para el otro y ahora tienen a Emily… Mirándolo de reojo, Candida se sorprendió al ver su expresión. Qué extraña mezcla era aquel hombre, pensó. Duro como una piedra, pero con un interior blando. Aunque decía no querer una esposa, parecía envidiar una vida familiar. —Sigo pensando que el sábado deberías haber mencionado que tú eras ese tal John Dean. Y no creo que se te olvidase. Él levantó una mano en señal de rendición. —No quería molestarte, te pido disculpas. Pero tampoco es para tanto, ¿no? Luego volvió a concentrarse en la carretera y, por su expresión, Candida pensó que todo aquello le parecía una broma graciosísima. ¿Cómo era posible que la gente, los hombres, siempre fueran capaces de manipularla? Mientras volvían a Londres, con la perra roncando ruidosamente en el asiento trasero, no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Sentía como si estuviera en el ciclo de centrifugado de una lavadora; siendo objeto de burla del nombre que la miraba con gesto divertido. La llevaba a su apartamento sin avisar, la hacía creer que iban a buscar a su esposa… y ahora, aparentemente, volvían a su apartamento para dejar a Ella con el ama de llaves y su marido, que ocupaban otro piso en el edificio. De repente la cabezota de Ella apareció entre los dos, apoyando la húmeda nariz sobre su hombro y mirándola fijamente con sus ojazos marrones. A pesar de todo, Candida no pudo evitar una sonrisa mientras se volvía para acariciarla. —Ah, a Ella le gustas. Eso es raro en ella. Es muy exigente con sus amistades.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Pues entonces ya tenemos algo en común. —Sí, estoy seguro —sonrió Max—. Pero en serio, Ella puede ser muy antipática a veces, hasta que la conoces. Tú debes de tener algo especial. Candida se encogió de hombros. —Siempre hemos tenido perro en casa. Mi padre tiene un Jack Russell viejísimo, Toby. A mí me encantaría tener uno, pero trabajo demasiado y no podría ocuparme de él. A los clientes no les haría gracia que apareciese con un perro y no podría dejarlo solo en casa todo el día, eso es inhumano. Max asintió. —Cuando escribo, Ella se tumba a mis pies. Y cuando tengo que irme a algún sitio los Jarrett, los vecinos de abajo, cuidan de ella. La llevan al parque varias veces al día e incluso la dejan dormir a los pies de su cama. —Pues es una suerte. —Desde luego que sí. Jack y Daisy la dejan ir de vacaciones a su granja de vez en cuando. Les gusta tenerla allí —siguió él—. En Londres hay parques, pero el campo es otra cosa para un perro. Ella tiene suerte y yo también —dijo, pensativo—. Así tengo la conciencia tranquila. Los perros deben estar con gente, no les gusta nada quedarse solos. Bueno, ése era un punto a su favor, pensó Candida. Era considerado con los animales, lo cual demostraba que no era tan egoísta como había pensado. Y también a él le gustaba tener compañía cuando iba en el coche… por eso se había visto prácticamente obligada a acompañarlo. Sólo había tenido que decir que no le gustaba viajar solo y ella había ido como una oveja al matadero… Su relación con Max Seymour estaba empezando a ser absurda, pensó, mientras él conducía a toda velocidad por la autopista. Y lo curioso era que nunca se lo habían presentado adecuadamente. Faith parecía haber creído que ya conocía a la persona a cuyo lado iba a cenar o que era tan famoso que tenía que conocerlo. Se había dejado llevar por una serie de eventos sobre los que no tenía control alguno y eso la hacía sentir incómoda. Para cuando llegaron a su apartamento, Candida había aceptado la situación más o menos graciosamente. Al fin y al cabo, Max le había ofrecido un trabajo: sugerir telas para las nuevas cortinas y recomendar alternativas para las alfombras. Sus proveedores sólo vendían productos de alta gama y no sería barato, pero le daba igual. Evidentemente, Max Seymour no tenía problemas económicos. Seguramente ni siquiera se molestaría en mirar los precios. Pero había algo bueno en todo aquello: al menos no tendría que lidiar con una exigente esposa. Alguien que le discutiría cada sugerencia. Max seguramente le diría que sí a todo. Vería el asunto de elegir telas como algo aburrido, algo que entorpecía su importantísimo trabajo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida dejó caer los hombros un momento. Aunque le gustaba mucho hacer lo que hacía, también a ella le encantaría ser libre para escribir… y triunfar como escritora. Pero tener que ganarse la vida parecía limitar esa posibilidad. Escribir era un asunto muy serio que exigía tiempo y compromiso. Y el destino le había dado a Max esa oportunidad. Sintió una punzada de envidia al pensar lo fácil que habría sido para él, con la ayuda de su madre para abrirle camino. Ella, una famosa escritora, le habría aconsejado y le habría presentado a gente importante, a sus editores… ¡No era justo! Cuando llegaron a casa, Max aparcó el coche en el garaje y Ella bajó de un salto, quedándose obedientemente a su lado mientras ayudaba a Candida a salir. Luego subieron juntos al apartamento, la perra moviendo la cola alegremente. —Voy a darle la cena y luego pensaremos en la nuestra. Si quieres refrescarte un poco…, ya sabes dónde está el lavabo. Candida entró en el espacioso cuarto de baño y se miró al espejo. En fin, había sobrevivido a la inesperada excursión, pensó. Pero ahora tendría que ser sociable con Max. Aunque, en realidad, estaban relajados el uno con el otro… aparte del momento en el que le dio su opinión sobre sus libros. No sería tan difícil. Max no tenía ni idea de lo que pensaba sobre él. Ni sabía cómo había afectado a su vida cuando era joven e inexperta. Y sería absurdo negar que lo encontraba atractivo. Era famoso, maduro… y Faith lo adoraba, de modo que no podía ser tan malo porque Faith era la persona más buena que había conocido nunca. ¿Cómo podían estar emparentados?, se preguntó. Pero lo estaban y eso tenía que ser un punto a su favor. Además, estaba muerta de hambre. No había desayunado y había comido sólo un poco de queso y una manzana en el almuerzo. Sí, la verdad era que le sentaría muy bien una cena decente en un buen restaurante. Cuando salió del baño, Max no podía dejar de mirarla. Faith había dado en el clavo cuando la describió. Su informal pero inmaculada manera de vestir, su pelo brillante, sus manos de uñas bien cuidadas pero sin pintar, todo eso le daba un atractivo que ningún vestido, por extravagante que fuera, podría igualar. Y siempre olía de maravilla. No sólo su perfume, sino ella misma, como a una mañana de primavera. «Un momento», se dijo a sí mismo. «Estás pensando en ella como en el personaje de uno de tus libros». Pero aquélla no era una mujer de ficción y le había dejado bien claro que no podría manejarla. Aunque le gustaba. Y mucho. Tanto como para subir a su habitación después de la cena, esperando que lo invitase a entrar. Y mientras estaba allí, con aquel camisoncito que apenas podía ocultar su desnudez, el pelo suelto sobre los hombros, tuvo que contenerse para no entrar y cerrar la puerta tras ellos. Si hubiera hecho tal cosa, sabía muy bien la recepción que habría encontrado. Sí, Candida Greenway era una mujer muy especial.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Había cierta distancia en ella que lo atraía. Una distancia que escondía una naturaleza sensual. Pero él, que conocía bien a las mujeres, intuía una barrera para la que no encontraba explicación. No estaba acostumbrado a que le parasen los pies. De hecho, las mujeres solían sentirse atraídas por él. Desde su desastroso matrimonio con Kelly, que había terminado en divorcio nueve años antes, las mujeres en general no lo interesaban mucho… más que para divertirse de vez en cuando. Y Max había decidido que las heroínas de ficción ocuparían el sitio de las mujeres reales… que no eran tan caras, ni tan exigentes ni tan impredecibles. Aun así, saldría con Candida por el momento. Aunque sólo fuera para complacer a Faith. Pero su relación no duraría más de lo que él quisiera. —¿Dónde está Ella? —preguntó Candida. —En la cocina, durmiendo. Siempre se queda dormida después de cenar. Se había puesto una camisa blanca y unos pantalones oscuros que le daban un aspecto elegante e informal al mismo tiempo. Y se había tomado la molestia de peinarse un poco… Candida apartó la mirada, irritada consigo misma. No quería admitir que lo encontraba deseable. ¿Deseable? ¿Cómo podía haber pasado del desdén al deseo? Suspirando, se volvió hacia la ventana. Londres tenía un aspecto mágico de noche, con todas las luces encendidas. Max se acercó y ella, automáticamente, se apartó un poco. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. —¿Tomamos una copa antes de irnos? —preguntó él después—. ¿Quieres una copa de vino blanco… un whisky? —No, whisky no, gracias. Pero una copa de vino estaría bien. Gracias. Un minuto después estaban sentados frente a la ventana, Max haciendo girar su vaso de whisky, los cubitos de hielo chocando con el cristal. —Seguro que mi hermana te habrá contado algo sobre mí y mi forma de vida, así que es justo que tú me cuentes algo sobre la tuya. —Faith no te mencionó nunca. De hecho, mientras trabajaba en Farmhouse Cottage, tu hermana sólo iba por allí de vez en cuando. Y sólo vi a Rick una vez — Candida sonrió—. La verdad es que no tuvimos tiempo de hablar mucho… ni de cotillear. —Este fin de semana van a recoger fruta y me han liado para que los ayude. Hay muchos árboles en el huerto, ¿verdad? —Sí, desde luego. —Hace falta mucha gente para hacer el trabajo… aunque Emmy nos ayudará. ¿Qué tal si te apuntas? —preguntó Max, sin mirarla—. Así será más fácil. Candida lo miró, sorprendida. Pasar dos fines de semana con Max Seymour no estaba en su agenda.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Lo siento, pero tengo cosas que hacer… he quedado con unas amigas. Gracias de todas formas. —No me des las gracias. Sé que a Faith le encantaría verte. Y había imaginado llegando a la casa contigo a mi lado como una bonita sorpresa. Pues no iba a poder ser, pensó Candida. Evidentemente, aquel hombre estaba acostumbrado a decirle a todo el mundo lo que tenía que hacer, pero ella no pensaba aceptar órdenes. No podía evitar sentirse como una mosca en una telaraña y esta vez no iba a dejarse atrapar. Bajaron en el ascensor pero, en lugar de ir en coche, fueron dando un paseo. Hacía una noche preciosa y Candida se sentía extrañamente alegre. —Espero que te guste la comida francesa —dijo Max, tomando su brazo para cruzar la calle—. El sitio al que vamos, Edouard's, está muy cerca de aquí. Me temo que yo no paso mucho tiempo en la cocina. No soy uno de esos nuevos hombres que saben hacer de todo. —A mí me encanta la comida francesa. Cuando era pequeña sólo tomábamos comida tradicional inglesa y mi padre sigue haciéndolo. Cuando le digo que he ido a un restaurante chino o indio siempre me pregunta qué tiene de malo un buen rosbif o un cordero al estilo galés. —¿Cordero al estilo galés? Es la primera vez que lo oigo. —Ah, pues está riquísimo. Se hace en una cazuela, como si fuera un estofado. —¿Y tú crees que me gustaría? Candida se encogió de hombros. —No lo sé. Si te gusta la comida con muchas especias, seguramente no. —¿Qué lleva ese cordero? —Cordero, evidentemente, patatas, zanahorias y mucho perejil. Mi padre lo hace muy bien. Es lo que comemos siempre que voy a verlo. —Pues tendré que probarlo algún día, ¿no? Justo entonces llegaban al restaurante. Estaba lleno de gente y los camareros, con delantales blancos, se movían de mesa en mesa con rapidez, el sonido de los corchos de las botellas dándole un toque alegre y festivo. Un hombre que parecía el maître se acercó a ellos. —Monsieur Seymour… —Hola, Edouard. ¿Tienes mesa para nosotros? —Su mesa de siempre está ocupada, pero… venga, tengo otra que también está muy bien para usted y… su señorita —el hombre miró a Candida como sólo podía hacerlo un francés. —Sabía que podía confiar en ti, Edouard. Hemos hecho un largo viaje y necesitamos un poco de tranquilidad.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Por supuesto —sonrió el hombre, apartando la silla para Candida. De modo que allí era donde Max Seymour solía cenar, pensó ella. Era un sitio alegre, con velas sobre las mesas. Nada formal, nada estirado. —Te recomiendo el pescado, la lubina en particular siempre es muy buena aquí. Pero no pidas patatas fritas. Parece ser una palabrota en un restaurante francés. Las patatas salteadas están muy ricas. —Ah, gracias por evitarme un faux pas —sonrió Candida, irónica—. No queremos que Edouard piense que has traído a tu prima del pueblo a cenar. El mundo de Max y el suyo eran muy diferentes, pero no tenía por qué ser tan condescendiente. —Oh, Edouard no pensaría eso —contestó él, tan tranquilo, su expresión manteniéndola cautiva por un momento—. Pero sentirá curiosidad por saber a quién he traído esta noche. Casi siempre como solo… y raras veces con una chica encantadora. Los franceses admiran la belleza femenina y son los primeros en reconocer a una mujer deseable —Max se quedó callado un momento—. Seguro que Edouard ya está imaginando el final de la noche. Los franceses no tienen ningún remilgo sobre el acto más natural y más exquisito del ser humano. Candida lo miró, atónita. —Gracias por señalar las pequeñas diferencias culturales entre nuestros dos países, pero Edouard está perdiendo el tiempo conmigo… sería mejor que se dedicara a la cocina. He estado en Francia muchas veces —dijo, omitiendo que sus visitas habían sido intercambios escolares y que los únicos hombres franceses a los que había conocido eran hermanos o amigos de las familias con las que se alojaba—. Tomaré la lubina, ya que dices que es tan buena. Con una ensalada verde. Si pensaba que la noche iba a terminar como imaginaba el propietario del restaurante, estaba muy equivocado. Cuando la llevase a casa, el final sería un firme «buenas noches». —Buena elección. Yo tomaré lo mismo. Cuando el camarero sirvió el vino, Max levantó su copa y esperó que ella hiciera lo mismo. —Salud —dijo, con una sonrisa—. Gracias por ayudarme con mi apartamento y por ir conmigo al campo esta tarde. Paso mucho tiempo solo cuando estoy escribiendo y no me molesta en absoluto, pero ir solo en el coche… no me gusta nada. No me importa ir solo en el tren o en el avión, pero los viajes en coche son otra cosa. No puedo explicarlo. Probablemente algún incidente de mi infancia que no recuerdo. En fin, hoy ha sido un día muy agradable. Gracias por todo. Unos minutos después, el camarero apareció con una cestita de pan y Candida no pudo resistir la tentación de tomar un trozo y untar mantequilla. —Qué rico está. —Todo lo hacen aquí, incluso el pan —dijo Max—. Supongo que ahora entenderás por qué no me molesto en cocinar.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida asintió, pensando que también a ella le gustaría poder comer en un restaurante como aquél todos los días. Pero sólo gente como él podía hacerlo; gente rica y sin compromisos. Pronto llegó la cena y Candida comprobó que Max estaba en lo cierto: la lubina era deliciosa y el fragante aliño de limón de la ensalada tan rico que tuvo que contenerse para no mojar pan. No quería parecer una campesina sin maneras en la mesa. —¿Te gustan los postres franceses? —le preguntó Max—. Porque voy a insistir en que tomemos crêpe Suzette… y no discutas porque son deliciosos. Si me dices que no, estarás negándome un capricho. ¿Qué podía decir? —Bueno, entonces creo que tomaré un crepé Suzette —sonrió Candida. —Ah, me alegra que estemos de acuerdo. Después de tomar café salieron del restaurante y fueron a buscar el coche. Pero le pareció que conducía mucho más despacio de lo normal… como si no quisiera que terminase la noche. —Hacía tiempo que no pasaba un día tan agradable —dijo Max, como si hubiera leído sus pensamientos—. Mañana me va a parecer muy aburrido en comparación. —También ha sido un día muy agradable para mí —asintió ella—. Y la cena ha sido fantástica. Gracias otra vez. Poco después llegaban a su casa y Max detenía el Mercedes frente al portal. —Siempre me llevo una alegría cuando veo mi coche en la puerta. Aunque es tan viejo que nadie querría robarlo. —Bueno, no me invites a una copa en tu casa porque estoy seguro de que es hora de que te vayas a dormir —bromeó Max. Candida no lo habría invitado porque las comparaciones entre su apartamento y el de ella serían odiosas. Pero cuando levantó la cabeza para mirar las ventanas del primer piso, se llevó una mano al corazón. —¿Qué ocurre? —preguntó Max. —Hay luz en mi apartamento. Y yo no la he dejado encendida, estoy segura… es una luz en la cocina. —Vamos a echar un vistazo. —Ha habido más de un robo últimamente por aquí y nos advirtieron que cerrásemos con llave por la noche, así que he tenido mucho cuidado… —Vamos —dijo él, tomando su mano—. Sólo hay una forma de enterarse. Y no te preocupes, somos dos. —Pero ¿y si tiene un cuchillo… o una pistola?

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Si hay alguien en tu casa, seguramente será algún adolescente. Yo entraré primero y lo pillaremos por sorpresa. Entraron en el portal y subieron hasta el primer piso sin hacer ruido. Candida estaba a punto de decir algo, pero Max se llevó un dedo a los labios mientras le quitaba la llave de la mano para abrir la puerta. Tenía razón, había una luz encendida en la cocina… pero allí no había nadie. Empezó a abrir puertas, con Candida detrás, asustada. Nada. —No hay nadie. Has debido de dejarla encendida tú misma. Si quieres echar un vistazo para comprobar si te falta algo… Mientras miraban en todas las esquinas, Candida empezó a sentirse como una tonta. Debía de haber dejado la luz encendida sin darse cuenta, aunque ella siempre tenía mucho cuidado con esas cosas. —Siento haberte hecho subir. Normalmente soy muy cuidadosa… en fin, la policía nos ha advertido que tuviéramos cuidado y supongo que eso me ha hecho pensar… Ahora, con todas las luces encendidas, su modesto apartamento quedaba a la vista de Max y Candida hizo una mueca. No había comparación entre un apartamento y otro… Pero entonces se enfadó consigo misma. Aquélla era su casa y, aunque no era una mansión, era cómoda y hogareña… y bastante más ordenada que la de Max. Podía pensar lo que le diese la gana. —Es un piso muy bonito, Candida. Perfecto para ti. Y está en un sitio estupendo. «Vaya, me alegro de que lo apruebes», pensó ella, irónica. Aunque debía admitir que sus palabras sonaban sinceras. Entonces sonó su móvil y Max levantó una ceja, sorprendido. Era tarde, más de medianoche. —¡Anthea! ¿A qué le debo este placer…? Me temo que esta noche no estoy libre, cariño. Sintiéndose incómoda, Candida entró en la cocina, pero desde allí también podía oír la conversación. Sus palabras, y el tono que usaba, sugería que Anthea y él se conocían bien. —Te prometo que nos veremos pronto —siguió Max—. Pero en este momento estoy ocupado… ¿yo dije eso? Ah, pues lo siento. Pero sí, prometo que te llamaré. Buenas noches, Anthea… sí, sí, claro… yo también te quiero. Buenas noches. Después de colgar, se reunió con ella en la cocina. —Lo siento. De vez en cuando recibo estas molestas llamadas, aunque no siempre tan tarde. Pues no parecía muy molesto cuando hablaba con ella, pensó Candida. Evidentemente, Anthea lo conocía bien y la conversación sugería que entre ellos

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https://www.facebook.com/novelasgratis había algo más que una amistad platónica. Pero su forma de hablar de la mujer era humillante. ¿Molestas llamadas? Evidentemente, estaba intentando quitársela de encima. Debía de tener docenas de mujeres persiguiéndolo, pensó. Y, evidentemente, le encantaba. —¿Quieres un café… o una copa de vino? —murmuró, irritada. «Por favor, di que no». —No, gracias —sonrió Max—. Creo que ya me he aprovechado demasiado de tu tiempo. Candida lo siguió hasta la puerta. —¿Me llamarás para contarme qué se te ha ocurrido para el apartamento? —Sí, claro. Al menos no se había aprovechado de la situación, pensó. Aunque había mirado su cama de una manera… Max se quedó en el rellano, mirándola como si estuviera leyendo sus pensamientos. —Buenas noches, Candida —dijo en voz baja. Y, después, cerró la puerta. Candida esperó unos segundos, con una mano en el corazón. La íntima conversación que había tenido con esa mujer, su forma de hablarle, era un doloroso recordatorio de Grant. Si hubiera sabido que ella sólo era una más entre un montón de chicas que habían caído en sus garras… Ella y las Antheas de este mundo debían de estar locas. Había sido tan crédula, tan ingenua… pero había aprendido la lección. Y no volvería a pasar por eso con ningún hombre.

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Capítulo 5 A la mañana siguiente, Candida no quería despertar. Intentaba desesperadamente agarrarse al sueño antes de que se esfumara. Un sueño lleno de calor y pasión… Estaba soñando con Anthea y Max. Con la conversación que habían mantenido por teléfono… pero la indiferencia se había convertido en un murmullo íntimo. En el sueño lo veía a él claramente, pero la cara de la mujer era un borrón. Max la tenía entre sus brazos y besaba sus labios, su cuello, acariciándola apasionadamente. Ella le devolvía los besos, sus suspiros de placer hipnotizadores… El corazón de Candida empezó a latir a toda velocidad, con la urgencia y la intensidad con que latía cuando algo la asustaba o la perturbaba. Y, de repente, se sentó en la cama, colocándose el edredón sobre los hombros. No era Anthea quien estaba bajo el atlético cuerpo de Max… era ella. Era ella quien respondía a su deseo de poseerla y, en el sueño, participaba activamente. Candida tragó saliva, intentando respirar. ¿Qué le pasaba? ¿Era tan tonta como para caer, aunque fuera en sueños, en las garras de otro hombre como Grant? Un hombre para quien una sola mujer nunca sería suficiente. Y que había confesado ser egocéntrico. Un hombre que disfrutaba de la compañía de las mujeres por las razones obvias y nada más. Completamente despierta ahora, Candida apartó el edredón y entró en el cuarto de baño para darse una ducha. Quería lavar aquellos pensamientos, borrar el sueño que la había perturbado de tal forma. Mientras tanto, en su apartamento, Max miraba fijamente la pantalla del ordenador. Como le había dicho a Candida por la noche, no recordaba haber pasado un día tan agradable como el anterior. Se sentía totalmente relajado, contento. Todo había ido según sus planes y aceptaba que Candida, la mujer que le había presentado su hermana, era la causa de esa alegría. Le gustaba estar con ella… aunque eso lo sorprendía. Hacía mucho tiempo que no le gustaba tanto una mujer como para querer conocerla de verdad. Y sus relaciones siempre terminaban en lágrimas… las de ellas. Pero era culpa suya. La emoción de la caza era lo mejor, la única parte que lo intrigaba. Después, llegaba el asunto del compromiso, la comprensión, la tolerancia y sí, el aburrimiento. A veces creía haberse convertido en un barco flotando sin rumbo y sin nadie al timón. Pero Candida no parecía estar interesada en él. De hecho, nunca había conocido a una mujer que se hubiera mostrado tan claramente desinteresada. Incluso irritada con él. Mirando la estantería, uno de los libros de su madre atrajo su atención y su expresión se oscureció.

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https://www.facebook.com/novelasgratis «En fin, querida madre», pensó, «me pregunto qué dirías tú del estado mental de tu ilustre hijo en este momento». Pero sabía la respuesta. «Si quieres tener éxito, corta con todo lo que no sea necesario en tu vida». Ése había sido siempre su consejo. Pensar en sus padres, su alta y majestuosa madre, su amable y sumiso padre, pareció aumentar su depresión. Se sentía inseguro, algo que no solía ocurrirle. «Por favor, Faith, deja de meterte en mi vida», le rogó, en silencio. Él no necesitaba aquello, no necesitaba a nadie. Lo que sí necesitaba eran críticas favorables de su nuevo libro. Y algo de inspiración para terminar el que estaba escribiendo y cuya fecha de entrega empezaba a acercarse peligrosamente. En eso debería estar pensando. Tres semanas después, Candida se encontró de nuevo en el apartamento de Max. Porque su secretaria le había dicho que él estaría fuera. No quería volver a verlo durante un tiempo, esperando que eso la hiciera olvidar las conflictivas emociones que Max Seymour despertaba. Porque, aunque lo había intentado, no podía dejar de pensar en él. Aquel día sólo iba a tomar medidas y no lo necesitaba para eso. Y quizá podría esperar un par de semanas más antes de llevarle las muestras de tela para las cortinas. Janet, una mujer de mediana edad, le abrió la puerta. —Yo ya me iba a casa. Sólo trabajo por las mañanas. Y, francamente, es más que suficiente. Cuando está a punto de publicar un libro, el señor Seymour se pone insoportable. —Gracias por esperarme. No tardaré mucho. Estaba tomando medidas y anotando los detalles en un cuaderno cuando, de repente, Max entró en el apartamento, cerrando de un portazo. Candida estuvo a punto de tirar el cuaderno. —Hola… pensé que estabas fuera… —He vuelto —dijo él—. Ya puedes irte a casa, Janet. Y gracias por todo — añadió, tirando el maletín sobre el sofá y dirigiéndose hacia el mueble bar. Janet se marchó mientras Candida se concentraba, o intentaba concentrarse, en lo que estaba haciendo. Nunca había visto a Max vestido como aquel día, con un traje de chaqueta oscuro, inmaculada camisa blanca y corbata. Y su pelo, que parecía haber cortado recientemente, brillaba a la luz del atardecer. Parecía un hombre de negocios y el efecto era dinámico y atractivo. Candida enterró la cabeza en el cuaderno para no mirarlo. —¿Quieres una copa? Yo necesito un whisky, aunque aún no he comido. —¿Y por qué no lo haces? —¿Por qué no hago qué?

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Por que no comes algo antes —contestó ella pacientemente—. Sería lo más sensato. Max no contestó. ¿Por qué se molestaba en darle consejos?, pensó ella, enfadada. Max ya era mayorcito. Además, aquel día parecía un hombre diferente. La última vez todo había sido tan relajado, tan informal… Pero debería olvidarse de ello y ponerse a trabajar. Porque estaba claro que el mal humor del que había hablado Janet seguía allí. Para su sorpresa, él cerró la puerta del mueble bar y se acercó. —Tienes razón. Aunque no es hora para ir a Edouard's, ¿verdad? —¿Por qué no te haces una tortilla o un sándwich de algo? «Como una persona normal», estuvo a punto de añadir. Pero se detuvo a tiempo. Al fin y al cabo, estaba haciendo un trabajo para él y no quería que lo cancelase. Los contratos empezaban a escasear. —¿Me lo harías tú? —preguntó Max entonces. —¿Qué? —La tortilla o el sándwich. ¿Me lo harías tú? Estoy demasiado cansado como para intentar hacer algo que resulte comestible. De hecho, conociendo mis habilidades en la cocina, no saldría comestible en absoluto. ¿Conoces a alguien que no sepa cocer un huevo? —suspiró Max. Candida tuvo que sonreír. —Yo que tú no me preocuparía por eso. De hecho es una de las cosas más difíciles. —¿En serio? —Cocer un huevo para que esté perfecto, con la yema suave y la clara firme, es muy difícil. Normalmente, salen al revés. —Ah, cuánto me alegro de oír eso. Entonces, quiero cuatro huevos cocidos. —¿Cuatro huevos? —repitió Candida. —Dos para ti y dos para mí. Ya estaba otra vez metiéndose en su vida, diciéndole lo que tenía que hacer… —¿Tampoco puedes comer solo? —No me importa hacerlo, pero seguro que tú no has comido. —No… pero yo puedo esperar. —Si comes conmigo no tendrás que hacerlo —sonrió Max. Y Candida suspiró. Las cosas iban de mal en peor con aquel hombre. Cada vez que intentaba distanciarse, él parecía acercarse un poco más. Ni siquiera debería estar allí.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Pero sabía que diría que sí. Max Seymour parecía tener una permanente influencia en su vida. Había sido una increíble coincidencia conocerse, pensó. ¿Cómo iba a saber que el hermano de Faith Dawson era él o que la invitarían a una cena y Max se sentaría a su lado? Los electrodomésticos de la cocina parecían completamente nuevos, brillantes. Evidentemente, Max no entraba mucho por allí. Pero Candida llevaba toda su vida cocinando para ella y para su padre y enseguida tuvo preparado un almuerzo rico y nutritivo. Mientras ponía los huevos sobre una tostada, se preguntó qué diría su padre si pudiera verla con Max Seymour. Comieron con sendas bandejas sobre las rodillas, frente a la ventana. —¿Puedo tomar el whisky ahora? —preguntó Max. —Después del café —contestó ella, levantándose para poner la cafetera. Después del café, Max, con su whisky en la mano, dijo de repente: —Éstos han sido los días más horribles de mi vida. Me alegro de que hayan quedado atrás… por el momento. Candida decidió no preguntarle por qué. Tenía la impresión de que sólo quería que lo escuchasen. —Todo es un negocio —siguió, suspirando—. Lo de vender un libro me mata… pero ése no es mi problema. ¿Por qué no me dejan que haga lo que sé hacer? ¡Escribir esos malditos libros y nada más! Aunque Candida no sabía muy bien de qué estaba hablando, imaginó que debía de haber tenido una discusión con su editor sobre las firmas de libros, algo que todos los autores tenían que hacer. Imaginaba que Max Seymour odiaría esa parte del negocio; tener que sonreírle a todo el mundo, responder a preguntas personales, escribir cientos de mensajes personales a sus lectores… —Odio la publicidad y todo lo que tenga que ver con ella. Ya han planeado la siguiente jornada interminable de firmas… para que la gente me haga la pelota y yo les haga la pelota a ellos con la esperanza de que compren mis libros. —¿No es un precio pequeño por el éxito? —preguntó Candida, pensando que a ella no le importaría. De hecho, saltaría de alegría si tuviera esa oportunidad. —Las primeras veces está bien, pero tener que ir por todo el país diciendo las mismas cosas… la novedad se termina muy rápido, te lo aseguro. Ella lo miró, enfadada. —Es patético que digas eso. No, mejor dicho tú eres patético. —¿Cómo? —Dejar tu precioso trabajo de escritor durante unos días para mostrar tu agradecimiento al público que compra tus libros es lo mínimo que puedes hacer. Tus libros no son baratos precisamente. Y, si los firmas, el lector tiene la impresión de que valoras su lealtad —su arrogante actitud la había sacado de quicio—. Pero no te

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https://www.facebook.com/novelasgratis preocupes. A mí no me verás nunca en una cola, esperando recibir una de tus sonrisas condescendientes. Max, por un momento, no parecía saber qué decir. —Todas las ocupaciones tienen su lado bueno y su lado malo —siguió Candida—. Mis propios clientes suelen ser personas razonables, pero de vez en cuando aparece uno que no deja de cambiar de opinión o que no está de acuerdo con mis sugerencias. Y algunos jamás muestran agradecimiento por el esfuerzo que hago. ¿Sabes que a veces estoy en números rojos en el banco hasta que algún cliente decide pagarme? Eso era algo que nunca le había contado a nadie, pero quería que aquel egoísta se diera cuenta de que no era el único que tenía problemas. Max suspiró entonces y Candida empezó a sentirse incómoda. Aquél era un Maximus Seymour diferente al que ella creía conocer. Y, en un minuto, iba a decirle que se fuera de su casa y no volviera nunca. Pero, de repente, parecía un niño perdido. Tenía el pelo despeinado y parecía cansado en cuerpo y alma. Y había algo más, una profunda melancolía que no había sido aparente hasta ese momento. —Tengo que irme. Ya he tomado las medidas que necesitaba y… Entonces sonó el timbre y Max se limitó a levantar una ceja. —¿Te importa abrir? ¿Que si le importaba abrir? ¿Quién creía aquel hombre que era? —No. Tú deberías abrir. Ésta es tu casa, no la mía. Max se levantó sin decir nada y, unos segundos después, una voz chillona resonaba por todo el apartamento. —No te importa que haya pasado por aquí, ¿verdad, cariño? Estoy agotada… llevo de compras desde el amanecer. Sabía que estarías en casa esta tarde y estoy desesperada, absolutamente desesperada… Candida se preguntó si habría otra puerta o una escalera de incendios para salir de allí sin ser vista. Porque, por alguna razón, no le apetecía nada conocer a la propietaria de la voz chillona. —Pasa, Fiona —dijo Max—. No eres mi primera visita… ven, voy a presentarte a mi nuevo hallazgo. Una jovencita con grandes habilidades en casi todo. ¡Candida, ven a conocer a Fiona! Candida Greenway es la diseñadora de interiores que va a arreglarme un poco todo esto. Fiona era una mujer alta, de pelo negro, muy elegante. Más o menos de la misma edad que Max. —Encantada. —Lo mismo digo. —Fiona trabaja para mi agente literario. Como hacemos todos, claro.

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https://www.facebook.com/novelasgratis La mujer miró a Candida sin molestarse en disimular que estaba estudiando el nuevo «hallazgo» de Max; una descripción que la incomodaba. El no la había encontrado. En todo caso, era su hermana quien los había presentado. —Vaya, vaya, me alegro de conocerte —dijo Fiona, mientras la examinaba descaradamente. Y Candida tuvo que hacer un esfuerzo para no encogerse. Siempre llevaba vaqueros y jersey a trabajar, pero aquella mujer llevaba un inmaculado traje negro, sus largas piernas envueltas en medias de seda. Y zapatos negros de punta, con unos tacones altísimos. Su pelo, sujeto en un artístico moño, dejaba al descubierto unas facciones exóticas. Estaba sonriendo, pero eso no la convenció de que su presencia fuera bienvenida. Max rompió el silencio: —Has tenido una mañana muy cara —observó, señalando las bolsas. —Ya me conoces, cariño —replicó la mujer, apoyando la cabeza sobre su hombro—. Espero no estar retrasando el trabajo… —No, en absoluto —dijo Candida—. Ya he terminado. De hecho, me marchaba cuando llegaste. Llamaré a tu secretaria cuando tenga las muestras, Max. —¿No quieres quedarte para tomar un té? —preguntó él, tomándola del brazo. —No retengas a la pobre chica —intervino Fiona—. Soy perfectamente capaz de hacer un té. Y conozco tu cocina mejor que nadie —añadió, mirando a Candida con una sonrisita de superioridad. Mientras se quitaba los zapatos para ir a la cocina, Candida comprobó que Max parecía haberse animado considerablemente. ¿Y por qué no? Su vida debía de estar llena de mujeres como aquélla. Y, como todos los hombres, o más bien como el único hombre que ella había conocido, estaba encantado. Y, sin duda, dispuesto a darle un masaje en los pies en cuanto se quedaran solos, pensó, recordando el que le había dado a ella en casa de Faith. El recuerdo de sus firmes manos tocando la planta de su pie aún la hacía temblar… —Bueno, adiós. Encantada de conocerte, Fiona… —Espera un momento. Tenemos que hablar de los detalles —la interrumpió Max, entrando en su estudio—. Espera un momento. Unos segundos después le entregó un sobre y, por fin, Candida pudo marcharse. En fin, Fiona no era una sorpresa. Al contrario, era exactamente la clase de mujer con la que había imaginado a Max. Se preguntó entonces cómo pasarían el resto del día, solos en su apartamento… y luego intentó no pensar en ello. No quería imaginarlos. Más tarde, en el metro, metió la mano en el bolsillo y tocó el sobre que Max le había dado. Al abrirlo encontró una nota: Te llamaré mañana a primera hora. No hagas planes.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida le dio la vuelta al papel, pero no había nada más. Una orden, así de sencillo. Y ella tenía que darse por satisfecha. Menudo arrogante… Guardando el sobre, volvió a pensar en Fiona. ¿Cuántas mujeres como ella habría en la vida de Max?, se preguntó. Por el momento, que ella supiera, dos: Fiona y Anthea. Y la nota no dejaba duda de que Max esperaba que hiciese planes con él para el día siguiente. Pero Candida no pensaba dejar que le diese órdenes. Que se divirtiera con sus Fionas y sus Antheas. Ella no quería tener nada que ver. Suspirando, se dio cuenta de que se sentía un poco… sola. Por la noche llamaría a su padre y charlaría un rato con él. Eso lo pondría todo en perspectiva.

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Capítulo 6 Al día siguiente, sábado, Candida, aún en bata, estaba haciéndose el desayuno. La noche anterior había hablado con su padre por teléfono durante una hora y sus opiniones, siempre alegres y optimistas, habían hecho que Candida volviera a sentirse alegre. Ésa era la clase de vida a la que estaba acostumbrada, con gente como él. Gente a la que entendía y a la que quería. Ojala su padre fuese a verla más a menudo, pensó. Pero Londres le resultaba una ciudad ruidosa y poco atractiva. Durante su larga charla, casi había podido olvidarse de Max Seymour y sus amiguitas. Casi. Porque estaba la nota que le había dado el día anterior. Había dicho que iba a llamarla y estaba segura de que lo haría. Después de tomar un zumo de naranja, Candida entró en el cuarto de baño. Los sábados los reservaba para darse un largo baño de espuma, una rutina que no interrumpía nunca. Pero acababa de abrir el grifo de la bañera cuando sonó el teléfono y, automáticamente, empezaron a arderle las mejillas. —Buenos días, Candida —oyó la voz de Max—. Se me ha ocurrido una idea estupenda para hoy. Espero que tú estés de acuerdo. —Ah, hola. ¿Y qué idea es ésa? —Bueno, en realidad es por Ella. Cuando fui a buscarla a casa de los Jarrett ayer parecía un poco triste… deprimida. Y como yo he estado fuera casi toda la semana, he pensado que debería compensarla. «Pues dale una galleta», pensó Candida. ¿Qué tenía eso que ver con ella? —Hace una mañana preciosa, perfecta para una merienda en el campo —siguió Max—. He pensado que podríamos ir a algún sito. Nos vendría bien dar un paseo por el campo, ¿no te parece? No suele hacer días tan buenos como éste y deberíamos aprovecharlo. Ella tuvo que hacer un esfuerzo para ordenar sus pensamientos. Oír su voz de nuevo amenazaba con destrozar la tranquilidad que había conseguido después de hablar con su padre. Por la noche había empezado a pensar que había vida lejos de las garras de Max Seymour, pero… —Lo siento, no puedo. Estaba a punto de darme un baño… —Ningún problema. Dime a qué hora puedo ir a buscarte, la hora que tú me digas. Ni siquiera se le ocurría pensar que ella podría no querer ir con él. Que se lo pidiese a alguna otra de sus amiguitas, pensó. —¿Fiona no puede ir contigo? —preguntó, intentando no parecer sarcástica. Pero no podía imaginar a Fiona en una merienda en el campo. Especialmente con esos pies. Cuando se quitó los zapatos Candida vio que empezaba a tener juanetes. Y no había nada menos sexy que los juanetes.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —¿Por qué iba a pedírselo a ella? —Seguro que es una compañera más… satisfactoria que yo. Después de todo, trabaja con tu agente literario y seguro que tenéis muchas cosas en común. —¿Tú crees? A Fiona no le gustan los perros, así que me parece que no. Además, no vuelve a Londres hasta el lunes —contestó Max—. Yo estaba pensando en ti, no en ella. Creí que te apetecería ir al campo. De modo que estaba pensando en ella y no en él mismo. Sí, seguro. —No he tenido tiempo para ir a la compra esta semana. No tengo nada en la nevera y… —No te preocupes por eso. He ido al deli de la esquina y he comprado de todo: ensalada, fruta, refrescos. Candida sacudió la cabeza, incrédula. Estaba tan seguro de sí mismo que incluso había comprado ya la merienda, antes de consultarlo con ella. «Dile que se vaya a la porra», se ordenó a sí misma. Había empezado el día decidida a no pasar más tiempo del necesario con aquel hombre, pero allí estaba otra vez, teniendo serias dificultades para decirle que no. Mordiéndose los labios, le envió un mensaje de pánico a su ángel de la guarda. Pero… hacía un día precioso y la idea de pasar unas horas en el campo, especialmente con Ella, de repente le parecía muy tentadora. ¿Por qué no iba a aprovechar la oportunidad?, se preguntó a sí misma. Sería una tonta si dijera que no a un viaje en un coche fabuloso y a una merienda gourmet con un hombre que, a pesar de todo, le resultaba tan interesante. ¿Qué había de malo en eso? No tenía nada mejor que hacer, de modo que podía decir que sí y dejar de darle vueltas a la cabeza. doce.

—Muy bien, de acuerdo —asintió por fin—. Pero no estaré lista antes de las —Me parece estupendo.

Después de colgar, Candida miró el reloj. Tendría que apresurarse con el baño, pensó. Pero el tiempo prometía seguir siendo agradable, de modo que sería fácil elegir lo que iba a ponerse: los pantalones de color crema con una camisa blanca y sus mocasines favoritos. Después de bañarse y secarse el pelo con el secador, se puso una buena cantidad de crema hidratante y un poco de colorete. Muy bien, su chofer podía llegar cuando quisiera. El sonido de un claxon poco después la hizo sonreír. Las doce en punto. Tomando su bolso, bajó las escaleras corriendo, sintiéndose contenta ahora que tenía algo especial que hacer. Max la esperaba apoyado en la puerta del Mercedes. —Estás muy guapa. Su ardiente mirada hizo que le diera un vuelco el corazón. Candida sonrió, intentando no pensar que sus palabras eran algo más que un cumplido. Aunque lo

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https://www.facebook.com/novelasgratis había dicho de una forma diferente, pensó. Además, Max Seymour no era de los que decían algo que no pensaban. Y, para empeorar las cosas, estaba más guapo que nunca aquel día, con unos pantalones blancos y un polo azul marino. —¡Hola, Ella! —saludó a la perrita, que movía alegremente la cola en el asiento trasero. —¡Siéntate! —le ordenó Max, cuando la perra se levantó para saludarla. —Ah, muy impresionante —sonrió Candida—. Una palabra y Ella te obedece sin rechistar… Max sonrió también. —Naturalmente. Todas las mujeres hacen exactamente lo que yo les digo que hagan —bromeó. —¿En serio? —Bueno, de vez en cuando me encuentro con alguna un poco rebelde. Pero, al final, acaba cediendo. Candida decidió no seguir con ese tema. Estaba siendo deliberadamente provocativo y ella no pensaba morder el anzuelo. Mirándolo de reojo, se preguntó si recordaría su conversación del día anterior, cuando le dejó bien claro que no le gustaba nada su arrogante actitud hacia sus lectores. Claro que Fiona sin duda le habría hecho olvidar ese insignificante episodio. ¿Cuánto tiempo se habría quedado? ¿Habrían ido a cenar a Edouard's antes de acostarse juntos? Se enfadó consigo misma por hacerse tales preguntas. ¿Por qué tenía que importarle lo que hiciera o dejase de hacer? Max tomó la autopista y Candida cerró los ojos, decidida a disfrutar del día. Al fin y al cabo, sólo iba a ser una merienda en el campo. Eran las doce y media cuando llegaron a su destino. Debía de ser un sitio familiar para Max porque, después de tomar una carretera vecinal, se detuvo en un prado verde rodeado de árboles, con una preciosa vista de las colinas. —Esto es precioso. Qué sitio tan estupendo. —Pensé que te gustaría —sonrió Max—. Pero supongo que habrá prados como éste en tu pueblo. —Sí, desde luego. La verdad es que echo de menos poder ir caminando entre las flores, tomar la carreterita que lleva a mi casa y correr por el campo —Candida suspiró, sacando sus gafas de sol—. Pero no se puede tener todo. Ahora llevo una vida diferente. Max abrió la puerta para que Ella bajara del coche y la perra empezó a olfatearlo todo, entusiasmada. —Bueno, a lo mejor puedes tenerlo todo en el futuro. A lo mejor no tienes que vivir siempre en Londres.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Es posible. Pero, como te dije el otro día, en mi negocio el dinero está allí. No creo que pudiera encontrar clientes en el campo. él.

—¿Aunque algunos se tomen su tiempo para pagarte las facturas? —preguntó —Aun así. Max sacó del maletero una botella de agua mineral y un bol, que llenó para Ella. —Casi es la hora de comer, pero… ¿quieres que comamos ya? El día es tuyo. —La verdad es que antes me gustaría dar un paseo. —Muy bien, así abriremos el apetito. Cuando Ella terminó de beber, Max vació el plato y lo guardó en el coche. —Ven, vamos por aquí. —¿Cuántos años tiene Ella? —Casi tres. Y ya no me imagino la vida sin ella.

bien.

—Sí, los perros son así, ¿verdad? Parece una perrita feliz. Debes de tratarla muy

—Yo valoro mis posesiones. Y nunca abandonaría a una mujer… son un componente esencial en la vida de un hombre. La miraba de una forma extraña mientras paseaban, pero Candida se negó a devolverle la mirada. Sabía utilizar las palabras, pensó. ¿Cómo no? Después de todo, se dedicaba a eso. —¿Cuándo decidiste escribir de manera profesional? —le preguntó, para cambiar de tema. —No me acuerdo… fue hace mucho tiempo —contestó él—. Desde el día que pude escribir una frase entera, supongo. En mi casa siempre había cuadernos y lápices por todas partes. Ella asintió con la cabeza. —Supongo que la influencia de tu madre tuvo mucho que ver, ¿no? —Sí, desde luego —contestó Max, con una brusquedad que la sorprendió—. Mira, desde aquí se pueden ver sesenta o setenta kilómetros en todas direcciones. ¿No te da eso una sensación de… alivio? De libertad. Como si nos hubiéramos alejado de la mezquindad de la vida. Candida lo miró entonces. Max parecía estar en un mundo propio, con ese aspecto de «niño perdido» que había notado el día anterior. Siguieron paseando durante un par de kilómetros sin decir mucho, recibiendo el sol en la cara. —La verdad es que hace calor. —Podemos sentarnos un rato si quieres. Este sitio parece muy cómodo —Max se dejó caer sobre la hierba, ofreciéndole su mano.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Después de vacilar un segundo, ella la aceptó y se sentaron juntos, con Ella intentando meter la nariz entre los dos. Candida experimentó de repente una rara sensación de bienestar. —La verdad es que ha sido una gran idea. Pasar el día en el campo es mucho mejor que ir al supermercado o limpiar mi apartamento. Él sonrió y sus penetrantes ojos parecieron abrirse camino hacia su alma. Y, por mucho que lo intentase, Candida no podía apartar la mirada. —Soy conocido por mis brillantes ideas. Y, por cierto, sé que las gafas de sol son muy útiles, pero ocultan los ojos y los tuyos son demasiado bonitos como para estar escondidos. ¿De quién los has heredado? Ella se puso colorada. Aunque su madre siempre había sido considerada una mujer muy guapa, había heredado los ojos de su padre; unos ojos de color ámbar rodeados de largas pestañas. Pero, aunque era agradable que un miembro del sexo opuesto dijese tal cosa, no pensaba tomárselo en serio. Max siempre sabía qué decir en cualquier situación y, evidentemente, le divertía halagar a la mujer con la que estaba. —Los pedí de regalo por mi cumpleaños —bromeó—. Y hablando de ojos, ¿de quién has heredado tú los tuyos? ¿A cuál de tus padres te pareces? —No lo sé, no lo había pensado nunca —contestó él, mirando el reloj—. Vamos, ya es hora de comer y empiezo a tener hambre. Tardaron un buen rato en volver al coche. —¿Cuántos kilómetros habremos recorrido? —Unos cuatro o cuatro y medio —respondió Max, sacando una cesta del maletero que dejó sobre la hierba—. Parece que estamos destinados a sentarnos juntos para comer —bromeó—. No sé si esto estará a la altura de Edouard's o la cena en casa de mi hermana, pero tendrá que valer. Al ver el contenido de la cesta, la comida rodeada por bolsas de hielo para mantenerla fresca, Candida tuvo que sonreír. Había de todo: rollitos de primavera, pasteles de carne en miniatura, huevos rellenos y tomates cherry. Acompañados por una cajita de pepinos cortados en finas láminas, ensalada de aguacate… en realidad era un banquete. —¿Por dónde empezamos? No creo que podamos comérnoslo todo. —No va a quedar nada, estoy muerto de hambre. Max sirvió vino en dos copas y le ofreció una. —A ver si te gusta. Lo guardo para ocasiones especiales. Sus halagos la impresionaban cada vez menos, pero el fresco vino blanco era de la mejor calidad. Naturalmente. —Está muy rico.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Max tomó un sorbo antes de apoyarse sobre un codo, mirándola. La perra estaba tumbada a su lado, observándolos, pero no intentaba acercarse a la comida. —¿Ella puede comer algo? —preguntó Candida. —No. Comerá cuando llegue su hora, no antes. —Oh, qué estricto. Toby come más a menudo. —¿Y no tiene un problema de sobrepeso? —Sí, supongo que está más bien gordito —admitió ella. —Pues eso —dijo Max—. Por cierto, antes me has preguntado por mi trabajo. ¿Has estado interesado en escribir alguna vez? Dicen que la mayoría de la gente tiene un libro en la cabeza… ¿a ti te pasa lo mismo? Candida no podía creerlo. Aquélla era la oportunidad que llevaba años esperando. El momento perfecto para decir: «Sí, una vez escribí un libro, Max, publicado por una editorial pequeña que confió en mí. Pero tú lo pisoteaste, a mi libro y a mí. Y no me he atrevido a volver a escribir desde entonces. Ni volveré a hacerlo nunca». «Díselo», le insistía una vocecita. Su corazón latía tan rápido que apenas podía tragar. Max estaba mirándola, esperando su respuesta, y perceptivo como era, notó su cambio de expresión. —¿Pasa algo? Candida sonrió, intentando disimular su confusión. ¿Para qué estropear un día tan bonito? Especialmente con Ella tumbada allí, disfrutando del campo y del aire libre. No, ya llegaría el momento adecuado, pero no era aquél. —No, no pasa nada. La verdad es que lo estoy pasando estupendamente. Max tomó su mano, inclinándose hacia delante, y ella supo lo que iba a hacer. Y no podía hacer absolutamente nada. Ni quería hacer nada. Despacio, Max tiró de ella, mirándola a los ojos, y Candida se sintió vagamente mareada, casi como si estuviera flotando. Se sentía transfigurada por el oscuro y apasionado mensaje que veía en sus ojos… y entonces sus labios se encontraron, no en un beso hambriento y apasionado, sino en el total abrazo de dos seres humanos fundiéndose el uno con el otro, deseando convertirse en uno solo. El roce de los labios femeninos hizo que su masculinidad despertase a la vida con una urgencia que lo tomó por sorpresa. Max la apretó contra su pecho, sus labios abiertos encontrándose, fundiéndose. Candida parecía haber caído en un estado temporal de inconsciencia, de anhelo sexual, y el corazón de Max latió vigorosamente dentro de su pecho, al compás del rápido pulso de la mujer a quien quería poseer en ese mismo instante, más que nada que hubiera querido en toda su vida. Sabiendo instintivamente que estaba lista para él, lista para amar, metió la mano por debajo de su camisa, la suavidad de sus redondos pechos llenándolo de anticipación… Y entonces, sin avisar, ella se apartó, mirándolo como un animalillo asustado.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —No, no… —murmuró, temblando—. Lo siento, pero no. Max maldijo en silencio, pero no le sorprendía. Había sabido desde el principio que aquella mujer no iba a resultarle fácil. Y que tardaría algún tiempo en seducirla. Si conseguía hacerlo. Haciendo un esfuerzo para controlarse, se apartó y tomó su copa de vino. —Ya te dije que era muy bueno —le recordó, intentando bromear, aunque bromear no era precisamente lo que le apetecía en aquel momento. Permanecieron callados unos minutos y luego, para romper el silencio, Candida dijo inesperadamente: —¿Sabes lo que me gustaría hacer? Max la miró, pero estaba seguro de que sus deseos no tendrían nada que ver con los suyos. —Lo que diga la señora… —Hace años que no voy a buscar moras —sonrió Candida—. Es el mejor momento del año y tiene que haber muchas por aquí. Suspirando, pero sonriendo a pesar de todo, Max se levantó. —Si vamos hacia las vías del tren, allí hay montones de moreras… si no se las ha llevado alguien ya. Cuando la ayudó a levantarse, Candida tuvo que hacer un esfuerzo para no apoyar la cara en su pecho. Aquella merienda no había sido tan buena idea después de todo, pensó. Pero se alegraba de haberlo rechazado. Y tenía que darle las gracias a Grant por eso. —Siempre llevo alguna bolsa de plástico en el bolso… —Candida lo miró, incómoda—. ¿Te importa ir a recoger moras? —No lo he hecho nunca —contestó él, intentando escudriñar sus pensamientos, intentado entender a aquella mujer. ¿Qué tenía Candida que la hacía tan especial?, se preguntó a sí mismo. ¿Y por qué lo había rechazado? A lo mejor no le gustaba su colonia, pensó, burlón. En fin, lo descubriría de una manera o de otra. —Pero hay una primera vez para todo. Y yo soy famoso por no rechazar nunca la oportunidad de algo nuevo y emocionante.

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Capítulo 7 Los tres, Max, Candida y Ella se dirigieron hacia las vías del tren, la perra corriendo delante de ellos. Estaba más lejos de lo que Candida esperaba y tuvieron incluso que atravesar un arrollo que, afortunadamente, llevaba poca agua para llegar allí. Pero por fin llegaron y, como Max había dicho, había un montón de moreras. —Tenías razón, alguien ha llegado antes que nosotros. Pero mira cuántas hay en las ramas de arriba. Si pudiéramos llegar… Max tuvo que sonreír. Era cierto que se le había resistido antes, pero no lamentaba haberlo intentado. Había sido una cuestión de simple deseo masculino hacia una mujer hermosa. Y el lado sensual de su naturaleza lo atraía y lo excitaba de la forma más inesperada. Una sorpresa para él. Una que lo hacía pensar que su… encuentro, podría convertirse en algo muy satisfactorio. —Creo que yo puedo llegar. Especialmente si encontramos un palo largo — murmuró, mirando alrededor. Y, como si el destino lo tuviese preparado, encontró una rama convenientemente larga—. Ah, ésta es perfecta. Al final, había suficientes moras en la parte baja como para que Candida llenase la bolsa mientras Max seguía vareando las ramas de arriba, aunque con su estatura apenas lo necesitaba. Volvió la cabeza cuando Candida estaba inclinándose para recoger las de abajo y se paró un momento para observarla. Su pelo parecía flotar como un halo alrededor de su cara, como en un anuncio de champú. Y Max sabía instintivamente que el color era natural. Ella sintió que la estaba mirando y, cuando sus ojos se encontraron, su expresión le dijo lo que quería saber: se sentía tan atraída como él. Y, por el momento, eso tendría que ser suficiente. Pero lo mejor estaba por llegar… si podía saltar el obstáculo que había para llegar a su cama. Cuando supiera cuál era ese obstáculo. Candida no estaba haciéndose la dura. Había algo más profundo y eso era lo que tenía que descubrir. —Me alegro de que estés aquí porque las mejores siempre están arriba… por eso son irresistibles, ¿verdad? —Probablemente una buena alegoría de la vida en general, ¿no crees? —Sí, probablemente —Candida miró su bolsa—. Bueno, ya la he llenado… aunque las mías son más pequeñas que las tuyas. Ya no necesitamos más. Puedes parar, Max. —Ah, muchas gracias. —Voy a hacer por lo menos cinco pasteles con esto —dijo ella, emocionada—. Dos para ti, dos para mí y uno para mi padre. Le encantan los pasteles caseros.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Yo no tomaba pasteles caseros cuando era pequeño. Mi madre no entraba en la cocina y… en fin, seguro que está muy rico. Podrías hacer uno, después de ese cordero al estilo galés del que me hablaste. Candida, que había apartado la mirada un momento, se encontró frente a un montón de gruesas moras. —Mira qué grandes son éstas. Alargando la mano, se inclinó para llegar a la rama y entonces, de repente, perdió el equilibrio, cayendo en el centro del arbusto, pero sin soltar su preciosa bolsa. —¡Ay! —gritó, al sentir las espinas de la morera clavándose en sus brazos—. ¡Ay, ay, ay! Max se lanzó hacia ella inmediatamente, tomándola por los hombros para que no siguiera hundiéndose en el amasijo de maleza. —¿Lo ves? No estabas satisfecha —bromeó—. Esa era la fruta prohibida que encontró Eva en el jardín del edén. Estaban abrazados, apretados el uno contra el otro, pero cuando la miró se dio cuenta de que tenía arañazos en la cara. —Te has hecho daño. —Y ni siquiera he logrado tomar las que quería… Dejando la bolsa de moras en el suelo, examinó el daño. Finos hilillos de sangre caían por sus brazos y sus manos. Y se había hecho una herida en la mejilla. ¿Por qué tenía tanto empeño en tomar esas moras?, se preguntó a sí misma. Sería tonta… Max tomó su cara entre las manos y besó su mejilla suavemente. —Pobrecita… Sin poder evitarlo, buscó su boca en un beso hambriento. Relajándose entre sus brazos, Candida dejó que la besara, que la consolara… y, sin darse cuenta, dejó que viera su anhelo de ser querida, cuidada y sí, deseada. Sentimientos que ya no creía albergar. Con los ojos cerrados, empezó a sentir la quemazón de las lágrimas y no podía hacer nada. —¿Candida? —su voz era suave y llena de preocupación—. ¿Tanto te duele? —No, no es eso. Estoy bien, es que… —le temblaban los labios y no pudo seguir. —¿Qué? Candida respiró profundamente y dio un paso atrás. —Esto no puede ser, Max —dijo, intentando que su voz sonara firme—. No puedo. Tomé una decisión hace tiempo y no pienso volver a caer en lo mismo otra vez. ¡Y tú no me estás ayudando nada! —¿Por qué no puedes? ¿Por qué te alejas de mí?

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Porque sí. Hay cosas que… no sabes de mí. Cosas que no puedo explicar… —Pues ésas son las cosas de las que quiero enterarme precisamente… si me das una oportunidad —sonrió Max—. Claro que hay cosas que no sé sobre ti. Como hay cosas que tú no sabes sobre mí. Acabamos de conocernos. Pero el primer paso es confiar el uno en el otro. Max volvió a atraerla hacia su pecho y Candida no protestó. Pero, por mucho que quisiera, no podría haber nada entre los dos. Porque no pensaba caer otra vez en la misma trampa. Max personificaba todo lo que ella más temía en un hombre. Demasiado guapo, demasiado rico, demasiado admirado por todos… todo eso le ganaba el favor de las mujeres, a las que no dudaba en dejar plantadas cuando se cansaba de ellas. ¿Qué posibilidades había de tener una relación seria con un hombre como él? Y luego estaba ese otro asunto personal, que Candida no había olvidado. Porque no podía olvidarlo. Entonces era tan joven, tan ingenua, tan llena de esperanzas… esperanzas que aquel hombre había aplastado sin piedad. Si seguían viéndose en algún momento, se lo diría, tendría que hacerlo. ¿Cómo iba a esconderle ese episodio de su vida? ¿Cómo no iba a decirle que sus caminos ya se habían cruzado una vez y no precisamente con el mejor resultado? El hecho era que no tenía valor para hablar de ello, sencillamente porque no podría soportar que volviese a humillarla. Seguramente Max recordaría el libro y no dudaría en recordarle su mala calidad literaria. Y eso sería demasiado horrible. No, no quería exponerse a esa humillación, pensó, avergonzada por su falta de valor. Pero ¿qué había dicho? ¿Que debían confiar el uno en el otro? ¿Y no empezaba la confianza sin secretos?, se preguntó a sí misma. Por mucho que le gustase, Max nunca podría ser el hombre para ella. Además, había dejado bien claro que el asunto del matrimonio no le interesaba en absoluto. Candida se apartó, tocándose la cara con la mano. —Ni siquiera he traído un pañuelo. —Yo tampoco llevo —suspiró Max, tomándola del brazo—. Pararemos en algún sitio para limpiar esos cortes. Ella se sentía, de repente, agotada. No por los arañazos, sino por cómo su vida, una sucesión de días tranquilos, había pasado a estar llena de imponderables. ¿Por que había dejado que Max Seymour entrase en ella?, se preguntó. Había conseguido seducirla, pero aquél era el momento de poner límites. Mientras volvían al coche, Max no dejaba de darle vueltas a la cabeza. ¿Por qué aquella mujer lo afectaba de tal forma? ¿Por qué no podía pasarlo bien con ella sin pensar en nada más, como hacía normalmente con las mujeres? ¿No se había prometido a sí mismo no volver a tener una relación seria? Pero eso era lo que quería con Candida y no podía negarlo. Le gustaba. Tanto como para querer conocerla de verdad. Le resultaba difícil entenderlo, pero sentía que los unía algo, una especie de conexión que no había sentido con ninguna otra mujer.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Y, la verdad, debería olvidarse. No era el momento. Pero estaba enredado en una telaraña de deseo y determinación y tenía que salirse con la suya. Tardaron algún tiempo porque era cuesta arriba, pero al final llegaron al coche. Candida entró en el Mercedes y lanzó un gemido al verse en el espejo. Estaba hecha un asco, con arañazos y tierra por toda la cara, el pelo despeinado… nerviosa, buscó un pañuelo en el bolso y se dio cuenta de que no había llevado su maquillaje. En fin, pensó, necesitaba lavarse, no camuflarse. Max le ofreció la botella de agua. —Pararemos en algún sitio, no te preocupes. ¿Estás bien? —Sí, lo que me duele es el orgullo —suspiró ella—. Si no hubiera sido tan avariciosa, no me habría pasado nada —Candida volvió a mirarse al espejo, haciendo una mueca—. ¿Estoy horrorosa? —No, estás bien. Hace falta algo más que un arbusto lleno de espinas para que tú estés horrorosa. Y era cierto, pensó. Despeinada y con la inmaculada camisa manchada de barro, había en ella una vulnerabilidad casi infantil que le resultaba increíblemente atractiva. Estaba tan guapa como la primera vez que la vio, con aquel precioso vestido azul. —Ya he dejado de sangrar —suspiró, una vez en la autopista—. Si no te importa, prefiero que me lleves directamente a casa. —Muy bien —asintió Max. Y Candida pensó que, seguramente, habría querido alargar el día… posiblemente invitarla a cenar. Pero tenía que enfriar aquella relación antes de que siguiera adelante, y estar en compañía de Max no era la mejor forma de hacerlo. Cuanto más tiempo estuvieran juntos, más difícil sería decirle que no… lo mejor sería cambiar las cortinas y las alfombras de su casa y desaparecer de su vida. Él pareció leer sus pensamientos porque le preguntó: —¿Cuándo voy a ver esas muestras de tela? Cuanto antes las elijamos, mejor. Tengo muchísimas cosas que hacer durante las próximas semanas y pensar en algo que no sea la promoción del libro va a ser difícil. —Voy a buscarlas la semana que viene —contestó ella—. Dime qué día estás libre y te las llevaré. Sólo tenía un contrato en aquel momento. También había hecho dos presupuestos, pero no sabía si iban a fructificar. Aunque pronto llegarían las Navidades y la gente siempre quería renovar la casa para esas fiestas. En un mes, su teléfono no dejaría de sonar. —Estoy libre el miércoles —dijo Max—. Después de comer, no antes. Candida miró su perfil. Había estado muy callado durante todo el camino, perdido en sus pensamientos, y le gustaría saber qué había dentro de su cabeza. No

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https://www.facebook.com/novelasgratis deberían haber ido a buscar moras, pensó, suspirando para sí misma. Por alguna razón, su pequeño accidente lo había cambiado todo… había cambiado el curso de un día perfecto. Y, en su opinión, también la actitud de Max, que ahora parecía sombrío. En fin, sólo quería meterse en un baño caliente y poner algo de pomada en sus arañazos. Cuando por fin llegaron a casa, Max apagó el motor y se volvió para mirarla. —Gracias, lo he pasado muy bien —le dijo, con cierta formalidad—. Muy bien hasta que tú decidiste ir a buscar moras, claro. Aunque pienso disfrutar de los pasteles que me has prometido —Max acarició su rostro con un dedo—. Pobrecita… —Ha sido culpa mía, pero se me pasará. Y gracias por este día tan bonito y tan inesperado. Las cosas inesperadas siempre son las mejores, creo yo. Pero no debería haber dicho eso porque no dejaba de pensar, y estaba segura de que a él le ocurría lo mismo, que Max había dejado claros sus sentimientos por ella. Eso había sido lo más inesperado de todo. Y, aunque no debería ser así, había sido mejor que el buen tiempo, que el campo y que la maravillosa merienda. Pero ella había dejado claro, o eso esperaba, que no quería seguir adelante. Sin embargo, cuando lo miró a los ojos, su corazón se aceleró. ¿Por qué tenían que haberse conocido? En otro mundo, en otras circunstancias, Max podría haber sido el hombre de sus sueños. Sin decir nada, él salió del coche para abrirle la puerta. —Ella ni siquiera ha abierto un ojo para decirme adiós —bromeó Candida. —Ha sido un día muy largo y está agotada. Después de cenar se quedará dormida como un tronco. Luego, sin darle un beso en la mejilla siquiera, volvió a entrar en el coche. —¿Hasta el miércoles entonces? —Sí, hasta el miércoles. Después de comer. Max esperó hasta que abrió el portal antes de arrancar. Una vez en su casa, Candida iba a limpiarse las heridas con un poco de agua oxigenada cuando sonó el teléfono. Y al oír la voz al otro lado estuvo a punto de soltar el auricular. ¡Grant! ¿Qué querría?, se preguntó, enfadada. —Hola, Candy. ¿Cómo estás? Ella intentó controlarse. —Ah, eres tú, Grant —dijo, con frialdad. —Quería saber cómo estabas, cómo te trata la vida. Te echo de menos, ¿sabes? ¿Ah, sí? Aquel hombre era un imbécil. Le había hecho eso muchas veces después de separarse. Un sábado por la noche se encontraba sin nada que hacer y la llamaba para ver si podían verse. Pero Candida no era tan tonta como para volver a decir que sí.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Vaya, vaya, qué emocionante. Así que me echas de menos. Pues lo siento, Grant, pero yo a ti no. Ni un poco siquiera. Eres… ¿cómo lo diría? Viejas noticias. Como ese papel de periódico del día anterior en el que uno tira la basura. Grant soltó una carcajada. —Siempre se te han dado bien las palabras, Candy. No dejas que nadie tenga dudas de lo que piensas. ¿Nunca has oído la frase «perdonar y olvidar»? Nos llevábamos muy bien, ¿no? Candida estaba furiosa. ¿Cómo se atrevía a llamarla después de tanto tiempo? Había jugado con ella y, al menos, con otras dos mujeres más, que ella supiera. No tenía vergüenza. —Adiós, Grant. Hazme el único favor que voy a pedirte nunca: piérdete de una maldita vez. Y, después de eso, colgó el teléfono, furiosa. Luego se volvió hacia el espejo, pero ya no veía los arañazos. ¿Qué leía en su expresión? ¿Habría sido Grant enviado por su ángel de la guarda para avisarla? Grant y Max. Max y Grant. ¿Dos de la misma especie? Grant se había convertido en alguien especial para ella y existía la posibilidad de que Max hiciera lo mismo. ¿No había aprendido nada? «Sólo soy humana», pensó. Muy humana, por lo visto. Cuando Max la tomó entre sus brazos, cuando estaban sentados en la hierba, había estado a punto de dejarse llevar, perdida de nuevo en las caricias de un hombre. No había dejado que pasara de un beso, pero eso no era lo mismo que no querer que pasara de ahí. Enfadada consigo misma, llenó el lavabo de agua caliente. Bueno, al menos tenía que darle las gracias al imbécil de Grant por algo: por recordarle lo que no debía hacer nunca más, por afianzar su resolución de no caer de nuevo en los brazos de un hombre egoísta y sin escrúpulos. «Crece de una vez», pensó.

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Capítulo 8 Cuando comprobó su agenda a las nueve de la mañana del miércoles, Candida arrugó el ceño. Un nuevo cliente había llamado para pedirle que fuera a su casa después del almuerzo, lo cual significaba que su cita con Max tendría que ser a las cuatro y no a las dos y media como habían quedado. Candida mordió el lápiz. No creía que le importase demasiado, pero sería mejor llamar a su secretaria ahora para asegurarse de que no iba a ser un inconveniente. Esperaba oír la voz de Janet, pero fue otra mujer quien contestó. ¡Fiona! ¿Qué estaba haciendo en casa de Max a las nueve de la mañana? Pero ¿para que preguntarse tal cosa?, pensó luego. —Hola… quería hablar con Janet. —Janet no ha venido hoy —dijo Fiona—. ¿Puedo ayudarla en algo? —Soy Candida Greenway… —Ah, sí, Max me dijo que vendría esta tarde. —¿Está él ahí? —preguntó Candida, con un nudo en la garganta. Fiona había pasado la noche en su apartamento y eso sólo podía significar una cosa. —No, me temo que no. Ha salido con el perro —contestó ella, bostezando ruidosamente—. Perdone… es que me acosté muy tarde. Max volverá dentro de una hora, imagino, porque querrá desayunar. ¿Quiere dejar un mensaje? —Sí, por favor —suspiró Candida. ¿Qué le importaba a ella con quién se acostase Max?—. Dígale que no puedo ir a las dos y media como habíamos quedado, que iré alrededor de las cuatro. —Muy bien, seguro que no le importará —dijo la mujer, como si ella conociese los detalles de la vida de Max y pudiese hablar por él. —Gracias. Dígale que… —Adiós —se despidió Fiona. Candida se quedó mirando el auricular, atónita. Bueno, ésa era una prueba más que suficiente, si le hicieran falta pruebas, de la actitud de Max hacia las mujeres. Para él todo era una broma. ¿Por qué había pensado otra cosa? ¿Por qué había pensado que aquel beso podía haber significado para él tanto como para ella? Max no era más que un mentiroso y un mujeriego, como Grant. Y si había tenido alguna duda sobre la dirección que tomaría su vida si decidía seguir viéndolo, ya no la tenía. Porque el mensaje estaba bien claro. Esa tarde, Candida volvió a encontrarse en su apartamento con las muestras de tela para las cortinas. Y Fiona no estaba por ninguna parte. —Supongo que Fiona te dio el mensaje de que llegaría más tarde. —Sí, lo hizo. Gracias —dijo Max.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Luego entró en su estudio mientras ella colocaba las muestras de tela sobre la mesa. Eligiera las que eligiera quedarían fabulosas. Cómo le gustaría elegir esas cortinas para su propia casa, pensó. Estaba sentada en el suelo comprobando las muestras de las alfombras, con Ella tumbada a su lado, cuando Max salió del estudio. Por su pensativa expresión, era evidente que estaba preocupado por algo. Sin fijarse en las muestras, se quedó mirando por la ventana, con las manos en los bolsillos del pantalón. Ah, aquél era Maximus Seymour, el famoso autor. Aquél no era el hombre que la había abrazado en un momento de pasión, en medio del campo. Haciendo un esfuerzo, Candida apartó esos pensamientos. Tenían que hablar de negocios. —Tienes que elegir entre estas tres opciones para las alfombras. Y cualquiera de estas telas para las cortinas irían bien… ¿lo ves? —preguntó, poniéndolas a la luz—. Yo creo que estas dos se complementan estupendamente y… ésta en concreto quedaría perfecta en la habitación… —Sí, cualquiera de ellas iría bien —dijo Max, sin mirarla—. Elígelas tú, Candida. Elige las que más te gusten. —Pero a lo mejor mi gusto no coincide con el tuyo. Esto es una cuestión de gustos personales y… —Pues entonces haz que sea un caso de tus gustos personales —la interrumpió él—. Eso es lo que hiciste para Faith. Te lo dejó todo a ti, ¿no? Y mira qué bien ha quedado su casa. Confío en ti para que modernices un poco la mía y, no te preocupes, eso es justo lo que quería. No tengo tiempo de ponerme a elegir telas… especialmente en este momento, con la fecha de entrega en noviembre. Max se pasó una mano por el pelo y Candida se dio cuenta de que sus pensamientos estaban en otro sitio, de modo que podía elegir las telas que le pareciesen más adecuadas. O las que más le gustaban a ella. —Bueno, si eso es lo que quieres… Aunque te va a salir caro. —Ya imagino —Max se volvió y, por primera vez aquel día, lo vio sonreír. Candida empezó a guardar las muestras, pensando que al menos podría hacerlo rápido. No tener que esperar su aprobación sería una gran ayuda. Y entonces podría por fin decirle adiós a Max Seymour. —Voy a hacer un té, ¿te apetece? —preguntó él. —No, lo siento, no puedo quedarme. Tengo que preparar algunas cosas para mañana y… —Pero si sólo son las cinco. Aún queda mucho día, ¿no? —No, tengo que volver a… —Por favor, quédate, Candida —le rogó Max. Pero ella no se sentía bien predispuesta hacia él en aquel momento—. Por favor… ¿Cómo iba a decir que no?

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Muy bien, pero sólo media hora —suspiró, siguiéndolo a la cocina. —Estaba pensando… ¿me harías un favor? Probablemente no, pensó ella. —¿Qué favor? —He tenido una idea. Creo que tú podrías ser la respuesta a todos mis problemas. —¿De qué estás hablando? —preguntó Candida, intentando imaginar qué iba a pedirle y buscando excusas para decir que no. —Mi agente me ha recordado que tengo que calificar un concurso de narraciones cortas… tendré que elegir entre una docena. Y todas serán buenas. Un ganador y dos finalistas, con un considerable premio económico. —¿Y qué tengo yo que ver con eso? —Podrías leer las historias y darme tu opinión —dijo Max entonces—. Juzgar el trabajo de otra gente es una responsabilidad que odio. Siempre temo meter la pata. Candida se puso colorada; todos los sentimientos que creía tener controlados saliendo a la superficie de nuevo. De modo que odiaba juzgar el trabajo de otra gente… Eso sí que era nuevo para ella. Pues parecía disfrutar de cada palabra cuando juzgó el suyo. Y ahora le estaba pidiendo que lo ayudase… ¿sería un sueño? ¿Cómo iba a decirle que sí? Ella no quería destrozar el sueño de otra persona como Max había destrozado el suyo. —¿Y cómo crees que yo voy a poder juzgar el trabajo de un escritor? —Estoy seguro de que lo harías muy bien. Eres imaginativa, intuitiva, te piensas mucho las cosas… por supuesto hay aspectos técnicos en una narración corta que no conoces, pero yo puedo encargarme de esos detalles menores. Me gustaría saber cuál es tu respuesta. Si la historia es especial, si te llama la atención, si se queda en el recuerdo. Lo que tú pienses será lo que piense cualquier lector inteligente. Y esa historia será la que gane. Candida se sintió abrumada. ¿Cómo iba ella, una escritora que sólo había publicado un libro que no se vendió, a juzgar el trabajo de otro? Que su opinión pudiera pesar en el juicio profesional de Max era una carga demasiado grande. No podía hacerlo. —Creo que se lo estás pidiendo a la persona equivocada. Deberías pedírselo a otro escritor… —Eso es lo que estoy haciendo. He visto potencial en ti, Candida. Empiezo a conocerte bien y creo que entiendo cómo respondes a las cosas… incluso tu manera de comentar mi libro el otro día me convenció —Max se quedó un momento pensativo—. Nunca me has dicho si has escrito algo, pero me sorprendería que no lo hubieras hecho… ¿Era aquélla otra oportunidad para decírselo?, se preguntó ella.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Sí, bueno, escribo algo, como casi todo el mundo. Gané el premio literario en el colegio dos años seguidos y… —Entonces yo tema razón —la interrumpió Max—. Creo que tú podrías escribir algún día. Y no dudo que tendrías éxito. Candida lo miró a los ojos. ¿Qué había hecho para estar en aquella situación?, se preguntó. Tener y no tener parecía ser el caso. De modo que Maximus Seymour pensaba que podría ser una escritora de éxito… pues ésa no había sido su opinión, públicamente aireada, ocho años antes. No eran ésas las palabras que usó en su columna para echar un jarro de agua fría sobre sus sueños. —Tendré que pensármelo —dijo por fin—. Depende del trabajo que tenga. Ya te lo diré. —No hay mucho tiempo —insistió Max—. Estamos a mediados de octubre y quieren mi decisión para el treinta y uno. Y luego tengo que promocionar mi libro… en fin, recibiré los manuscritos el sábado, así que tendremos dos semanas. ¿Tendremos dos semanas? «No, tendremos no. Tienes, Max». Daba por sentado que iba a hacerlo. Pero, aunque eso la molestaba un poco, no podía dejar de sentirse halagada. Que Max Seymour pensara que su opinión podía ayudarlo a tomar una decisión era alentador. Y, si era sincera consigo misma, la verdad era que le encantaría hacerlo. No sería una tarea en absoluto, al contrario. El único problema: que ella querría que ganasen todos. Descartar una buena historia para darle el premio a otra sería muy difícil… En ese momento sonó el timbre. —Qué raro. No estoy esperando a nadie. Con Ella trotando ansiosamente delante de él, Max fue a abrir la puerta. —¡Vaya, qué sorpresa! ¿Qué haces aquí, Faith? Un segundo después se reunieron con Candida en el salón. —¡Candida! Qué alegría, no sabía que estuvieras aquí —exclamó Faith, poniendo a su hija en brazos de Max—. Ay, Dios mío, ¿qué te ha pasado en la cara? Ella hizo una mueca. —No es nada. Me pinché mientras estaba buscado moras, pero ya estoy bien. Max no le había preguntado cómo estaba de sus heridas, por cierto. Se preguntó entonces si habría vuelto a pensar en la merienda… y en su apasionado beso. A pesar de sus buenas intenciones, ella sí lo recordaba. Pero, claro, para Max no había significado nada. Sólo era una más en una larga lista. Candida apartó la mirada para que no pudiera leer sus pensamientos. Porque a veces tenía la impresión de que estaba dentro de su cabeza… y de su corazón. Max también se había percatado de que aquel día no se rozaban siquiera. Cuando llegó, había tenido que hacer un esfuerzo para no abrazarla, pero sabía que

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https://www.facebook.com/novelasgratis eso habría matado su relación… o el principio de esa relación para siempre. Después de sucumbir momentáneamente a sus avances lo había rechazado y él no sabía cómo iba a superar sus objeciones. La única esperanza era ir despacio mientras buscaba razones para convencerla de que debían estar juntos. Candida se dio cuenta de que, mientras ella estaba perdida en sus pensamientos, Faith había seguido hablando animadamente… —Emmy pregunta mucho por ti. La niña alargó las manitas hacia Candida, que inmediatamente la tomó en brazos. —Oye, que es mi chica favorita, no la tuya —protestó Max—. ¡Devuélvemela ahora mismo! —Enseguida, ahora es mi turno. Faith tiró su bolso sobre el sofá y se acercó a la ventana. —Qué vista tan bonita. No vengo por aquí a menudo, pero me encanta… —¿Qué haces en Londres? —Hemos comido con Rick y luego pensé que no podía volver a casa sin venir a verte. Menos mal que estabas aquí. Y podrías ofrecerme un té, por cierto. —Estoy encantado de verte —dijo Max. Y Candida se quedó sorprendida de cómo había cambiado su humor en un momento. Debía de adorar a su familia, pensó. ¿Y por qué no? Faith era encantadora y tenía una alegría de vivir contagiosa. —Si hubieras llamado antes, habría ido a comprar unos pasteles… —Yo sabía que no tendrías nada de comer —rió su hermana—. Así que he traído los pasteles conmigo —dijo entonces, abriendo una bolsa—. Me enteré hace poco de que mi hermano te había pedido que redecorases su casa, Candida. Fue una sorpresa porque le cuesta un mundo interesarse por las cosas domésticas. Y no tengo la menor duda de que no ingiere suficiente cantidad de frutas y verduras. Candida sonrió, intentando no mirar a Max. Seguramente todos los famosos serían así. Alejados de su trabajo y de su éxito eran personas normales, parte de una familia, con las mismas preocupaciones que todo el mundo. Pero Faith no debería preocuparse por su dieta porque era un hombre fuerte, fibroso, acostumbrado a pasear con su perro todos los días. Emily pidió entonces que la dejara en el suelo y se puso a jugar con Ella mientras Candida colocaba los pasteles en una bandeja que sacó del armario. —Tienen una pinta estupenda. Faith, con los ojos brillantes, se había percatado de la pequeña «escena familiar». Una cosa era evidente: Candida no era una extraña en aquella casa. ¿No sería maravilloso que su hermano y ella se convirtiesen en una pareja? Desde el principio había esperado que le gustase a Max porque lo que faltaba en su vida era una relación con alguien a quien pudiese amar y en quien pudiera confiar.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Mientras tomaban el té, Emily se apoyó en las rodillas de su tío, que acariciaba su pelo con una sonrisa en los labios. —Una pena que no sea el cumpleaños de alguien —murmuró—. Así podríamos soplar velas o algo. Cuando sonó el teléfono, Max se levantó para contestar. —Me alegro mucho de que hayas venido, Faith —sonrió Candida—. Max parece otra persona cuando está con Emily y contigo. Supongo que se apoyará mucho en vosotras. —No, la verdad es que no. Mi hermano es… bueno, muy especial. Siempre está ahí cuando lo necesitas, pero no le gusta pensar que está molestando. Aunque nosotros le decimos que siempre es bienvenido en casa —Faith miró un momento hacia la puerta—. Hace unos años, Rick pasó un momento muy malo. Tenía problemas en el trabajo y tuvo que despedir a algunos empleados… lo pasó fatal. Pero Max estaba ahí, como una roca, hablándole, convenciéndole de que estaba haciendo lo que tenía que hacer. Mi hermano no podía cambiar nada, ni hacer que el problema desapareciera, pero apoyó a mi marido en todo… hablaban durante horas. Naturalmente, yo también lo hacía, pero él estaba distanciado del problema y podía ser más objetivo que nosotros —Faith se detuvo un momento, pensativa—. Siempre le estaré agradecida por su apoyo. Aunque sé que es una persona complicada. Especialmente cuando está a punto de publicar un nuevo libro. Yo intento venir a verlo siempre que puedo porque así se olvida del trabajo durante un rato. Y conmigo nunca es antipático. —No debería tener miedo de las críticas —murmuró Candida, pensativa—. Al final, siempre consigue un éxito de ventas. Supongo que tiene una gran influencia de tu madre, ¿no? Faith esperó un momento antes de hablar: —No, Max y mi madre nunca se llevaron bien. Había mucha tensión entre ellos. Maxy es un hombre orgulloso… demasiado como para pedirle ayuda si tenía algún problema. Siempre ha hecho las cosas a su manera —Faith suspiró—. Y mi padre era tan tolerante… con los dos. Tan bueno… Sí, Max era un hombre orgulloso, sin duda. Candida estaba empezando a pensar en él de esa forma y no como el monstruo arrogante que había creído al principio. Y podía imaginar que no había querido pedirle favores a su famosa madre. —No, no puedes tomar otro pastel, cariño —estaba diciendo Faith, acariciando la carita de su hija—. No quiero que te pongas malita esta noche. Max entró en la cocina y tomó a la niña en brazos. —Las narraciones cortas llegarán mañana… unos días antes de lo que esperaba. Acaban de llamar para decírmelo. Candida abrió la boca para decir algo, pero se contuvo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Así que, entre los dos, creo que tendremos tiempo suficiente para resolverlo, ¿no te parece? —Max se volvió hacia su hermana—. Le he pedido a Candida que me ayude a seleccionar las narraciones para el concurso literario. —Ah, se me había olvidado que tenías que hacer eso también. Yo creo que deberías despedir a tu agente literario —suspiró Faith—. Es muy amable por tu parte hacerle ese favor, además de redecorarle el apartamento… —En realidad… —No pienso preguntar qué vas a hacer aquí. Esperaré hasta que esté terminado para llevarme una sorpresa. La alegría de Faith era evidentemente. Parecía pensar que entre Max y ella había algo más que una relación profesional y Candida se sintió atrapada. ¿Cómo iba a desilusionarla? Max la había arrinconado y, aunque una parte de ella se sentía molesta, otra parte estaba encantada. ¿Cómo no iba a disfrutar estando con una persona tan agradable como Faith? Después de todo, aquello no duraría para siempre. En cualquier caso, leer esas historias y darle su opinión podría ser el momento que esperaba. Cuando, por fin, encontrase valor para decirle a Max Seymour lo que le había hecho. Entonces sonó el móvil de Faith. —Hola, cariño… Es Rick —dijo en voz baja—. Sí, me iba a casa ahora mismo — Faith miró su reloj—. Te veo en… diez minutos, en la puerta. Adiós, mi amor. —¿Qué dice tu marido? —Va a salir de la oficina un poco antes para que podamos irnos juntos a casa. —¿Quieres que te lleve? —preguntó Max. —No hace falta. Puedo ir en el metro —sonrió su hermana, levantándose—. En fin, no ha sido el cumpleaños de nadie, pero a mí me ha parecido una fiesta familiar. Candida sonrió. —Hablando de cumpleaños, dentro de poco hay una fecha importante en mi familia… mi padre cumple sesenta años el día dos de diciembre y estoy organizando una fiesta con dos de sus amigos para celebrarlo. —Qué bien. ¿Hay sitios bonitos para celebrar una fiesta en tu pueblo? —Sí, pero a mi padre no le gustaría que lo llevase a un sitio elegante. No, la haremos en el salón del Ayuntamiento. El coro en el que canta pondrá la música… y seguramente haremos un baile. El problema va a ser mantenerlo en secreto, pero sus amigos me han prometido no decir nada. Mi padre cree que sólo vamos a estar él y yo… es una persona muy sencilla. —Es su día, de modo que tendrás que hacer lo que a él le guste —sonrió Faith— . Nosotros siempre celebrábamos las fiestas familiares en hoteles y restaurantes, ¿verdad, Maxy? Pero a mí me habría gustado celebrarlas en casa, con los amigos de siempre…

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Max.

—¿Y en el menú del cumpleaños habrá cordero al estilo de Galés? —sonrió —No, por la noche no. Pero lo tomaremos en el almuerzo, supongo. —¿De qué estáis hablando?

—Cordero al estilo galés —dijo Max—. Un estofado hecho con cordero, patatas, zanahorias y mucho perejil. Ah, y cebollitas pequeñas. Se sirve muy caliente, en una fuente de barro, sazonado generosamente con sal y pimienta. No sé por qué yo me imagino un cordero entero dando vueltas en un palo… aunque Candida me ha asegurado que está delicioso. Candida soltó una carcajada. No sólo se acordaba de todo lo que le había contado, sino que debía de haber buscado la receta en alguna parte porque ella no había entrado en detalles. Y viéndolo sonreír tuvo que sacudir la cabeza. ¿Qué era ella para aquel hombre?, se preguntó. ¿Cómo iba a librarse de Max? Sabía que podría hacerlo físicamente, pero… ¿podría olvidarse de él? Entonces, con un escalofrío, recordó a la mujer con la que había pasado la noche. Y eso fue suficiente para que pusiera los pies en el suelo. —A mí me suena de maravilla —dijo Faith, tan entusiasta como siempre—. ¿Por qué no vas un día a Farmhouse Cottage y lo preparas para nosotros? Mi carnicero conseguirá cordero galés si se lo pido. —Muy bien, a ver si encuentro tiempo —sonrió Candida. Faith le dio un abrazo. —Me alegro mucho de haberte visto. Y gracias, por todo. Te llamaré mañana y buscaremos un día para vernos todos en casa, ¿te parece? —Muy bien, lo que tú digas. —Maxy, tienes que salir más. No puedes estar encerrado aquí todo el día —dijo luego, tocando su brazo—. Estás pálido. Acuéstate temprano por una vez. —Te preocupas demasiado —sonrió él. —Si no me preocupo yo, ¿quién va a preocuparse? —En realidad, lo de anoche fue excepcional —dijo Max entonces, apoyándose en el quicio de la puerta—. No nos dormimos hasta las cinco de la mañana. —¿A las cinco de la mañana? ¿Y qué estabas haciendo hasta esas horas? Candida se mordió los labios. No quería oír el resto, no quería saber nada. ¡Esperaba que no se pusiera a relatar su noche de pasión con Fiona! —Tuve una reunión con mi agente literario hasta las diez y estábamos casi terminando cuando llamó Rob Winters… —Ah, sí, tu amigo —sonrió Faith—. Max fue el padrino en su boda —le contó a Candida. —Eso es. Tienes buena memoria.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Rob y Max son amigos de toda la vida. Fueron juntos al internado. —Hacía mucho que no hablábamos. Ha estado viviendo fuera del país pero, aparentemente, su mujer ha tenido un hijo, un niño de cuatro kilos. Sabía que estaban esperando un niño, pero no sabía para cuándo. En fin, Rob quería celebrarlo y me llamó para tomar unas copas. Así que fui a su casa después de la reunión, bebí más champán del que debería y nos quedamos dormidos a las cinco de la mañana. Y luego, cuando volví aquí, a las ocho, llevé a Ella a pasear para ver si conseguía despejarme un poco. De modo que no había dormido allí… entonces, ¿qué hacía Fiona contestando al teléfono? Cuando levantó la cabeza, Max estaba mirándola, burlón. Debía de saber que había malinterpretado la situación y estaba disfrutando al verla tan confusa. —Fiona necesitaba una cama anoche porque vive fuera de Londres y no le apetecía conducir tan tarde —siguió él—. Y como yo no iba a dormir en casa, le dejé mi llave. Al final, resolvimos el problema de Fiona, yo celebré el primer hijo de Rob y los Jarrett se encargaron de Ella porque a Fiona no le gustan los perros —Max se inclinó para acariciar la cabeza del animal—. Y todos sabemos lo que yo pienso de esas personas, ¿verdad que sí?. Cuando Faith y Emily se marcharon, volvieron a quedarse solos, los pensamientos volando por la habitación como libélulas. —Me pondré a leer esas historias mañana y pasado. Luego puedes venir tú para echar un vistazo… Sé que vamos a discutir, pero eso es bueno. Y, al final, nos pondremos de acuerdo. Tenemos que ponernos de acuerdo. Candida, de repente, se sentía mucho más animada. Aún no le había dicho que sí, que lo ayudaría a leer esas historias para el concurso literario, pero no hacía falta. Porque iba a hacerlo. Y Max lo sabía.

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Capítulo 9 Candida entró en la habitación que usaba como estudio y levantó el auricular. Mientras marcaba el móvil de Max, le temblaba ligeramente la mano. Sabía que no iba a gustarle, pero había tomado una decisión. Habían pasado nueve días desde la última vez que se vieron, nueve días desde que Faith y Emily aparecieron en el apartamento sin avisar, y era en parte eso lo que le había hecho tomar la decisión. Aquello tenía que terminar. No debía involucrarse con Max y su familia más allá de lo que estaba. Era absurdo y tenía la impresión de que sólo podía acabar mal. Él la había llamado varias veces para preguntarle cuándo iban a quedar para revisar las historias y Candida le había dejado claro que su trabajo era lo primero. Pero al oír su voz empezaron a temblarle las rodillas. —¿Max? Soy yo… —Por fin. Sólo nos quedan unos días. ¿Cuándo vas a venir? Llevo horas leyéndolas y no puedo decidirme. De verdad necesito que me des tu opinión. Candida respiró profundamente. —Pues lo siento, pero tendrás que encontrar a otra persona —le dijo, armándose de valor—. Tengo muchísimo trabajo en este momento y no puedo ir a tu casa. Ayer me pidieron otro presupuesto y, si sale, estaré ocupada durante los próximos dos meses. Al otro lado de la línea hubo un silencio y luego, sin decir nada, Max cortó la comunicación. Candida sostuvo el auricular en la mano, atónita. Pero bueno… le había colgado. ¡Le había colgado el teléfono! Increíble. Tuviera los defectos que tuviera, Max nunca había sido maleducado. Pero, evidentemente, no era un caballero. Candida se encogió de hombros. Mejor. Ese tipo de comportamiento infantil era la excusa perfecta para no volver a verlo. En realidad, se lo había puesto más fácil. Pero cuando vio sobre la mesa el diseño casi completo de sus nuevas cortinas, decidió que necesitaba una taza de té. Y cuando estaba poniendo agua a calentar, de repente sus ojos se llenaron de lágrimas. El comportamiento de Max le había dolido más de lo que quería confesar. Que le hubiese colgado el teléfono de esa manera era como una bofetada. Hacerse un té mientras una lloraba desconsoladamente no era fácil y, antes de terminar, había usado una caja entera de pañuelos. Maldito Max Seymour, pensó. ¿Por qué le importaba tanto? ¿Por qué le dolía tanto que estuviera enfadado con ella? Candida conocía la respuesta a todas esas preguntas: Max había empezado a importarle de verdad y no quería hacerle daño. Y, a pesar de todo, no quería dejar de verlo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Se sentó al borde de la cama y tomó un sorbo de té, mirando al vacío. Por supuesto, no pondría las cortinas nuevas en su apartamento. Max estaría furioso porque las cosas no habían salido como él quería… No, no terminaría el trabajo y ése sería el final de su relación cono Max y Faith. Pero ¿era eso lo que quería? ¿Era lo mejor para ella? De nuevo, las lágrimas amenazaron con asomar a sus ojos y se regañó a sí misma por ser tan tonta. ¿Por qué estaba tan disgustada? Había conocido a Faith seis meses. Y a Max lo había conocido más tarde. Tampoco eran amigos de toda la vida. Cuando terminó su té estaba tan triste que se tumbó en la cama. Le dolían los ojos de tanto llorar y fue un alivio cerrarlos. Quizá, pensó, aquello era lo mejor. Dormir un rato, sólo unos minutos… De repente sonó el timbre con tal urgencia que Candida se levantó de un salto. ¿Quién sería? Cuando miró el reloj comprobó que eran las cinco y media. ¡Había estado dormida durante casi una hora! Antes de abrir se miró un momento al espejo. Estaba pálida, despeinada y tenía los ojos enrojecidos. En fin, quien fuera podía irse. No tenía ganas de ver a nadie. Pero el timbre volvió a sonar, con más urgencia esta vez, y Candida se acercó a la ventana. Al ver el Mercedes de Max aparcado en la puerta se llevó una mano al corazón. Oh, no, era él. Cuando el timbre sonó por tercera vez, supo que no tenía más remedio que abrir. Él habría visto su coche y sabría que estaba en casa. Muy bien, pensó. Abriría y hablaría con él. Le daba igual. Candida bajó directamente al portal y, por un momento, ninguno de los dos dijo nada. —¿Quieres entrar? —preguntó por fin con estudiada amabilidad, como para dejar claro que ella trataba a todo el mundo con cortesía. Max entró, mirándola de arriba abajo, y Candida se encogió un poco. Ella cuidaba mucho su apariencia, pero aquel día era un completo desastre. —Pensé que tendría que tirar la puerta abajo. He visto tu coche y pensé que estarías en casa. ¿Ocurre algo? ¿Estás bien, Candida? —Estoy perfectamente —contestó ella—. Un poco resfriada, nada más. Yo que tú no me acercaría mucho. —Yo nunca me resfrío, así que no te preocupes. «No me preocupa que tú te resfríes, lo que quiero saber es qué haces aquí». Cuando entraron en el salón. Max dejó un sobre en la mesa. —Las historias —anunció—. Estás demasiado ocupada como para ir a mi casa, así que te las traigo yo. No hay razón para que no hablemos aquí, ¿no? —sonrió, dejándose caer en un sillón—. Ah, qué cómodo. Candida lo miró, incrédula. Le había dicho que no tenía tiempo para leer las historias, pero él no había hecho ni caso…

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Me parece que no has entendido nuestra conversación, Max. Aunque haya sido una conversación muy corta. —Ah, sí, perdona. Se me cayó el teléfono y pensé que llamarte sería una pérdida de tiempo. Porque tenemos que hacer esto… y rápido —Max sonrió y Candida se olvidó de su apariencia por un momento. Aquel hombre era tan guapo que resultaba exasperante. Su pelo siempre demasiado largo, como el de un adolescente, esa mezcla de burla y cinismo en sus ojos oscuros… —No te entiendo, Max. Crees que todo el mundo tiene que estar pendiente de ti. Tus necesidades, tus planes, tus deseos… eso es lo único que importa, ¿verdad? Da igual lo que quieran los demás. Te he dicho que no tengo tiempo para leer esas historias, que ahora mismo tengo mucho trabajo… pero eso no cuenta para nada, ¿no? Lo único que cuenta es el gran Maximus Seymour, su reputación, sus opiniones… —Oye, ¿por qué estás tan enfadada? —la interrumpió él, levantándose. Por un momento, Candida pensó que iba a tomarla entre sus brazos… y eso sería un desastre. —Primero, prácticamente me obligas a ayudarte con algo que tú eres perfectamente capaz de hacer solo… y por qué quieres saber mi opinión, francamente, no lo entiendo. Luego crees que tus compromisos son mucho más importantes que los míos… —Yo no he dicho eso. Admiro lo que haces, Candida. —Pero, evidentemente, piensas que no es tan importante como tu trabajo. Max la miró con una curiosa expresión. —Me parece que estás siendo poco razonable. —¿Poco razonable yo? Sí, claro —dijo Candida, irónica, recordando que Grant la acusaba de lo mismo cuando se quejaba porque él cambiaba de planes a última hora. Había tardado un tiempo en entender que la razón era que tenía citas más excitantes que ella. Max suspiró. Aquella mujer era un misterio. ¿A qué se refería cuando dijo que había cosas de ella que no sabía? Era una persona tan honesta que no la imaginaba con un oscuro secreto. Pero ni eso le importaría. La deseaba. Y cuando la tuviera, no volvería a desear a ningún otro hombre. —¿Existe alguna posibilidad de que me invites a un café? —Ah, sí, perdona —murmuró Candida, entrando en la cocina. —Lo siento —se disculpó Max, entrando tras ella—. No quería obligarte a hacer algo que no quisieras hacer. De hecho, he tenido tiempo de leer casi todas las historias… y sólo tengo un problema con las últimas cinco. No sé en qué orden ponerlas. Si tú… si encontrases un rato para echarles un vistazo y darme tu opinión, te estaría eternamente agradecido. Y aliviado. Juzgar algo me hace sentir como un verdugo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida dejó de hacer lo que estaba haciendo un momento… pero después decidió no decir nada. —No creo que tardes mucho, sólo son cinco —insistió Max—. Esperaré calladito mientras las lees y luego me las llevaré a casa. La razón por la que te lo pido es que recuerdo cómo diseccionaste uno de mis libros… todo lo que dijiste me pareció relevante y me di cuenta de que eras capaz de vivir un argumento y hacer un juicio sensato sobre él. Candida apartó la mirada, ridículamente halagada. Por lo visto, todo aquello era culpa suya. Debería haber cerrado la boca. Mucho después, sentada cómodamente en su dormitorio mientras Max veía una película en el salón, Candida por fin terminó la última historia y apoyó la cabeza en la almohada. Sabía perfectamente cuál debía ser la ganadora. Resultaba asombrosa por su percepción, por su sentido del humor… tanto que deseó haberla escrito ella misma. Cuando entró en el salón, Max levantó la mirada. —La número ocho —le dijo, sin preámbulos—. Seguida de la número dos y la numero once. Son todas estupendas, pero la número ocho es la mejor… me ha hecho reír y llorar al mismo tiempo. Max se levantó, con gesto de alivio. —Menos mal. Pensé que íbamos a estar horas discutiendo. Yo pienso lo mismo que tú. ¿Lo ves? Dos mentes con un solo pensamiento. Candida sonrió, contenta de que estuvieran de acuerdo y contenta de haber terminado por fin con aquello. Quizá ahora se iría a su casa y la dejaría tranquila para que pudiese tomar un baño. Pero entonces sonó el teléfono. Era Faith. —Dime que tienes libre el domingo que viene. Maxy empieza su campaña de promoción el martes y éste será su único fin de semana libre en mucho tiempo. —Faith… —Va a venir a casa a comer un asado y a dar un paseo por el campo. Si vienes con él, sería perfecto. Y no tendrás que cocinar, no te preocupes. He pensado hacer pollo de granja. Dejaremos tu cordero para otra ocasión. Candida no pudo dejar de sonreír. ¿Alguien sería capaz de decirle que no a aquella mujer? En fin, tendría que ir, pensó. Tendría que seguir viendo a aquella familia hasta que hubiese terminado de una vez con el apartamento de Max. —Gracias, Faith. De acuerdo, allí estaré. —Maravilloso. Puedes venir con Maxy, así no tendrás que conducir. Os esperamos antes de las doce para tomar una copa. De modo que todo estaba planeado, pensó Candida. Y ella había dicho que sí… como siempre. Max miró su reloj.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Ve a vestirte. Te invito a cenar. Creo que necesitas algo nutritivo. y…

—No, no, esta noche no pensaba salir —empezó a decir ella—. Es muy tarde

—Entonces cenaremos aquí —la interrumpió Max—. Me apetece celebrarlo. ¡Voy a devolverle estas historias a mi editor sabiendo que he elegido la mejor de todas! —No puedo cocinar nada… no he podido ir al supermercado esta semana. —Ah, menos mal que he reservado mesa a las nueve y media en el Firehouse Grill, el restaurante de la esquina —sonrió Max entonces. Candida lo miró, atónita. Estaba tan seguro de sí mismo, tan convencido de que aceptaría… —¿Y si te digo que no? —Lo he pensado, no creas. Pero estaba seguro de que, al final, dirías que sí. Si no quieres comer nada, puedes sentarte conmigo y mirarme. Max deseaba tomarla entre sus brazos, besarla, apretarla contra su corazón. Sabía muy bien que había estado llorando cuando llegó. Algo la había disgustado y a él lo disgustaba verla tan triste… y tan deseable. Candida había aparecido en su vida alterando todos sus planes. Pero quería tenerla a su lado… durante mucho tiempo. Sabía que entre ellos había ese algo inexplicable que podía unir a dos personas en una relación que, con un poco de suerte, podría durar toda la vida. Y, lo más asombroso de todo: estaba enamorado de nuevo por primera vez en años. ¿Cómo había ocurrido?

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Capítulo 10 Candida despertó temprano, pero se quedó tumbada en la cama, mirando al techo. Aquel día era el cumpleaños de su padre y, afortunadamente, se había recuperado de la gripe a tiempo para celebrarlo con él. Desde el fantástico domingo que pasó con Max y su familia en Farmhouse Cottage no había vuelto a verlo, aunque él la había llamado por teléfono varias veces. Afortunadamente, su nuevo libro había recibido unas críticas estupendas y las ventas se dispararon inmediatamente. Cuando llamó para felicitarlo lo notó alegre, pero más bien cauto. —Sí, estoy contento, pero ahora tengo que preocuparme por el próximo. Y tengo que ir por todo el país firmando libros durante varias semanas… cuando lo que realmente me gustaría en este momento es una cena tranquila en Edouard's… sólo tú y yo. Pero me temo que eso tendrá que esperar. Después de colgar, Candida se había quedado pensativa. Cada vez que hablaba con él, cada vez que pensaba en él, era peor. No podía apartarlo de sus pensamientos. Y el dilema ahora era el mismo de siempre; ¿cómo iba a contarle lo de su libro? ¿Y cómo podía no contárselo? Cuando estaba con él casi podía perdonar y olvidar el asunto, pero cuando estaba sola, un persistente resentimiento, como una fiebre, se apoderaba de ella. ¿Dónde estaba su ángel de la guarda?, se preguntaba a sí misma. Luego, una semana después, había tenido que quedarse en cama con gripe y, durante casi quince días, apenas había salido del apartamento. Max la había llamado y le había enviado flores, pero cuando sugería ir a verla se encontraba con una negativa. Para empezar, había perdido la voz por completo durante días y no quería ver a nadie, especialmente a él, cuando tenía los ojos llorosos y la nariz como un pimiento. Quizá, pensaba, yendo de habitación en habitación, al baño, a la cocina para hacerse un té, esa distancia había sido una bendición. Si no lo veía, si no dejaba que esos ojos penetrantes se clavaran en su alma, sería más fácil que un día, en cuanto hubiese terminado el trabajo en su apartamento, se olvidase de él por completo. Suspirando, Candida apartó el edredón y se puso la bata. Tenía que concentrarse en el cumpleaños de su padre y dejar de pensar en Maximus Seymour de una vez por todas. ¡Si eso fuera posible! Su padre cumplía sesenta años y pensaba organizarle una fiesta por todo lo alto. Después de ducharse, se puso un pantalón y un jersey negro y guardó en la bolsa de viaje el vestido azul que había llevado a la cena de Faith, el vestido que tanto le había gustado a Max. Max, Max, Max. No podía dejar de pensar en él, se dijo, furiosa. ¿Por qué todo parecía tener algo que ver con ese hombre? Sabía que a su padre le gustaría el vestido, eso era lo único que debía importarle.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida sacó la tarta de cumpleaños de la nevera y volvió a mirarla con ojo crítico. A su padre le gustaban mucho las tartas de nata y la había hecho con gran esmero. Sí, había quedado bien, decidió. Había pensado salir a las ocho de la mañana y eran las siete y cuarto, de modo que tenía tiempo para hacerse un café y una tostada. Estaba echando el café en la cafetera cuando sonó el telefonillo interior. Debía de ser su vecina de abajo para desearle buen viaje, pensó. La pobre chica había sido muy atenta cuando estaba con gripe. Pero cuando abrió la puerta, se quedó atónita al ver a Max con una bolsa en la mano. —El portal estaba abierto —dijo, a modo de explicación—. Esperaba llegar antes de que te fueras y… que me ofrecieses una taza de café. —Oh, Max… claro, entra, por favor —sonrió Candida. —Antes de que preguntes, he venido con regalos —anunció Max, señalando la bolsa—. Una pequeña contribución para el cumpleaños de tu padre. La «pequeña contribución» resultaron ser dos botellas del mejor champán. Candida se sintió abrumada por el detalle y nerviosa por su repentina aparición. —No tenías por qué. No hacía falta, de verdad. —Yo creo que sí. Para empezar, tú me hiciste un enorme favor leyendo esas historias y cumplir sesenta años es un momento importante en la vida de un hombre —Max hizo una mueca—. Yo cumpliré cuarenta el día de San Valentín… —entonces se fijó en la tarta—. No la habrás hecho tú, ¿verdad? —Sí, yo sólita. —Qué maravilla, tu padre se va a quedar impresionado. Parece una tarta de pastelería… ¿puedo pedir una para mi cumpleaños? Candida sonrió, ocupándose de la cafetera. Para el catorce de febrero, la presencia de Max Seymour en su vida sería historia. Pero no iba a decírselo. Después de tomar café, él insistió en bajar sus cosas al coche. —Tú puedes llevar la tarta. ¿A qué hora te espera tu padre? —A la hora de comer —contestó ella. Incluso en aquella triste mañana de diciembre tenía un aspecto seductor, con la camisa blanca y la chaqueta de cuero. Estaba tan guapo que tuvo que apartar la mirada—. Gracias otra vez por el regalo. Es muy generoso por tu parte. Pensaba que ésa era una despedida, pero cuando intentó arrancar el motor emitió una especie de ronquido. —Oh, no, hoy precisamente… Por favor, no. Espera un momento, voy a intentarlo otra vez. Pero la segunda vez fue peor. Ya ni siquiera había ronquido, nada.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —No me lo puedo creer. ¿Qué crees que le puede pasar? Yo no sé nada de mecánica. Max se encogió de hombros. —Podría ser cualquier cosa. A lo mejor es la batería. —No, eso no puede ser. La cambié el mes pasado. Después de varios intentos baldíos, Candida apoyó la cabeza en el volante, desesperada. —Es sábado y no vas a conseguir que te lo arreglen en ningún taller. Sólo podemos hacer una cosa… tendré que llevarte yo —dijo Max. —No, por favor. No puedes hacer eso. Está muy lejos y… —Mi coche está acostumbrado a largas distancias —la interrumpió él. —Sí, pero yo voy a quedarme a pasar la noche y supongo que tú tendrás otras cosas que hacer. Perderás todo el fin de semana y sé que… —Este fin de semana lo tengo libre. Cuando empiece con la promoción, se acabó —dijo Max—. Venga, es un día importante y no querrás darle un disgusto a tu padre. —Pero yo… —Colocaremos todo en mi coche, no hay más que hablar. Antes de que Candida pudiese decir una palabra más, Max había abierto el maletero y estaba sacándolo todo. Y aunque el instinto le decía que debería rechazar la oferta, se sentía tremendamente aliviada. Pero tenía que comprarse un coche nuevo, pensó. Unos minutos después estaban en la autopista. —¿Y Ella? ¿No está en casa? —No, los Jarrett se la han quedado este fin de semana porque ha venido su nieto. Y supongo que darán largos paseos por el parque —Max la miró—. Los Jarrett son muy buenos conmigo y Ella no se queja nunca. Está muy a gusto con ellos. Candida, un poco confusa por el cambio de planes, y por la proximidad del hombre, debía admitir que nunca le había gustado hacer el largo viaje a Gales sola. Ir en el Mercedes de Max era otra cosa. Pero ¿dónde iba a dormir? No podía alojarse en casa de su padre. Pero sería muy poco hospitalario por su parte pedirle que buscase habitación en el hostal del pueblo, un pub llamado Las Tres Campanas que tenía un par de habitaciones. ¿Cómo iba a solucionar aquello?, se preguntó, angustiada. —Supongo que habrá algún hostal en el pueblo en el que pueda dormir —dijo él entonces, de nuevo como si hubiera leído sus pensamientos. —Bueno, hay un pub que hace las veces de hostal —contestó Candida—. Nada elegante, pero no está mal para una noche.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Estupendo. Le daba igual dónde durmiese sus típicas cuatro o cinco horas. Y se alegraba de no tener planes para el fin de semana porque la idea de ir con Candida al pueblo y conocer a su padre le resultaba muy apetecible. Sería una experiencia nueva y estaba seguro de que podría ser divertida. Pero lo mejor era que estaría con ella. La había echado de menos… aunque parecía haberse hecho inaccesible. Era cierto que estuvo enferma, pero tenía la sensación de que no había querido verlo. A las doce, después de parar para comer algo en un restaurante de carretera, llegaron a la casa en la que Candida había crecido. Durante los últimos kilómetros, desde que dejaron la autopista, Max se había mostrado encantado con el paisaje. Un pálido sol de invierno había empezado a colarse entre los árboles, iluminando las piedras de la antigua iglesia mientras atravesaban las calles del pueblo. Parecía genuinamente interesado en todo lo que veía y eso la alegró. Aunque debería ser irrelevante. Pero siempre le estaría agradecida por ser tan amable como para llevarla hasta allí. Habría sido un horror ir en tren y tener que llamar a alguien para que fuese a buscarla a la estación… que estaba a más de quince kilómetros del pueblo. Volver a casa en tren era una pesadilla. Sólo lo había hecho una vez y había jurado no hacerlo nunca más. Estaban saliendo del coche cuando la puerta de la casa se abrió y Freddy, el padre de Candida, salió corriendo por el camino para recibirla, con Toby, el Jack Russell, corriendo a su lado. Era un hombre fornido y más bien bajito de pelo negro, y su alegría al ver a su hija era tan evidente que un par de lágrimas asomaron a sus ojos. —¡Papá! ¡Feliz cumpleaños, papá! Él se apartó para mirarla. —Por fin has llegado. Candida se inclinó un momento para acariciar al perro y luego se volvió para presentar a los dos hombres. —Papá, te presento a Max… —¿Un amigo tuyo? —Sí, bueno, nos conocimos hace unas semanas por una cuestión de trabajo. Resulta que esta mañana mi coche se negó a arrancar y Max insistió en traerme. Max, te presento a mi padre, Freddy. El hombre apretó su mano. —Vaya, vaya, vaya, así que tú eres el caballero de brillante armadura, ¿eh? Y menuda armadura llevas —dijo, señalando el Mercedes—. Eso es lo que yo llamo un coche. Cuando entraron en la casa, la impresionante estatura de Max prácticamente ocupaba todo el espacio. Y el pulso de Candida estaba por las nubes. ¿Qué pensaría de su casa?, se preguntó. Su padre lo mantenía todo limpio y ordenado, pero no

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https://www.facebook.com/novelasgratis había cambiado los muebles en muchos años y el efecto general era bastante… humilde. Pero aquélla era la casa de su infancia, su hogar, se recordó a sí misma. Y Max podía pensar lo que quisiera; su opinión no era tan importante. —Bueno, pues aquí es donde he crecido. No es a lo que tú estás acostumbrado, pero… —A mí me parece un sitio muy acogedor. Y la vista… el campo… ¡las ovejas! Después de unos minutos de conversación sobre el viaje, Freddy insistió en ayudarlos a sacar las cosas del coche. —Sólo tenemos que sacar las cosas de Candida porque yo no he traído nada. No sabía que iría de viaje… —No te preocupes. Yo puedo prestarte un pijama. —No, no, dormirá en el pub, papá —intervino Candida—. Les llamaré ahora mismo… —¿De qué estás hablando, hija? Nosotros no enviamos a las visitas al pub — protestó su padre—. Hay una habitación vacía en la casa y Max dormirá en ella. Siempre tengo la cama hecha, por si acaso. Candida se puso colorada. No había esperado que Max fuese a dormir allí… aunque no había nada malo en ello. Pero le parecía raro que el sofisticado Maximus Seymour durmiese en aquella habitación diminuta con cortinas de flores. Y no podía ofrecerle la suya, más grande, porque era aún menos apropiada, con muñecos de peluche por todas partes. —A lo mejor prefiere dormir en el pub… —No, gracias —sonrió él—. Estoy harto de hoteles. Mi trabajo me obliga a viajar mucho y durante las últimas semanas apenas he dormido en mi propia cama. Así que acepto tu oferta, Freddy. Candida y él se acercaron al coche para sacar las cosas. —Seguro que preferirías dormir en el pub. Mi padre puede ser muy persuasivo cuando quiere… —No, la verdad es que prefiero dormir aquí. Relájate, Candida, sé que no me esperabas, pero aquí estoy y ya no puedes hacer nada. Además, tengo la impresión de que voy a pasarlo bien. Y tu padre es un hombre muy simpático. Eso lo cambió todo. Max acababa de subir varios puntos en su estimación porque ella adoraba a su padre y le encantaba que otra persona, un completo extraño, hablase bien de él. —¿No dijiste que la fiesta era una sorpresa? —Sí, lo es. Todo está preparado en el salón del Ayuntamiento, pero mi padre cree que vamos a casa de un amigo suyo a tomar una copa. Antes de salir recibiremos una llamada pidiéndonos que recojamos algo en el Ayuntamiento, pero cuando lleguemos todo el mundo empezará a cantar Cumpleaños Feliz.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Max estaba impresionado. —Tu padre debe de ser un hombre muy popular. —Todo el mundo le conoce de siempre. Y todos han echado una mano. El carnicero ha hecho unas salchichas especiales de aquí… no me mires con esa cara, Max. —¿Con qué cara? —Sé que las salchichas no aparecerían en el menú de una de tus fiestas, pero a mi padre le encantan y… Max le pasó un brazo por la cintura, atrayéndola hacia sí. —Yo no he dicho nada, Candida. Y no intentes diseccionar mis sentimientos. No hay nada malo en la cocina tradicional, al contrario, ojala pudiera comer yo así todos los días. No sé por qué tienes esa opinión de mí. Candida se dio cuenta de que tenía razón. Era ella quien estaba causando una tensión innecesaria porque estaba nerviosa. Y porque quería que el día fuera especial para su padre. —Hemos encargado varios barriles de cerveza y todo está siendo organizado por las mujeres de sus amigos… ya sabes, ensaladas, tortillas y esas cosas. Y unos postres buenísimos, caseros. Mi padre sabe que le he hecho una tarta, así que podemos llevarla… junto con el champán. Ya verás qué sorpresa se lleva. Max sonrió al verla tan animada, tan feliz. Tan en su casa, pensó. —Bueno, el almuerzo está listo —anunció Freddy—. Supongo que tendréis hambre. Candida miró a Max con una sonrisa en los labios. Sabía lo que iban a comer porque olía toda la casa. Y, cuando se sentaron a la mesa y Freddy apareció con una enorme cazuela de barro, Max abrió mucho los ojos. —¿Esto es…? ¿Podría ser… ? —Nuestra especialidad —anunció su padre, orgulloso—. Esto es cordero al estilo galés… espero que te guste, Max. A lo mejor nunca has oído hablar de él. —Oh, sí, claro que he oído hablar de él, Freddy. Y no te preocupes por mí… sé que voy a chuparme los dedos.

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Capítulo 11 Lo siento mucho, se me olvidó advertirte que esto podría pasar —Candida suspiró mientras volvían a casa al día siguiente. Estaba lloviendo a cántaros y los limpiaparabrisas trabajaban a destajo para que pudiesen ver la carretera. —No te preocupes, no me molesta conducir cuando llueve. Ella y yo estamos permanentemente calados desde noviembre a marzo… de hecho, le encanta mojarse para sacudirse encima de mí. —Sí, pero la lluvia galesa es peor que ninguna —sonrió Candida—. Mi padre me ha dicho que empezó a las tres de la madrugada. Y el pobre Toby aún no ha podido salir desde ayer. Yo había esperado que pudiéramos dar un paseo los tres, pero con esta lluvia… —Habría estado bien si yo hubiera traído algo para cambiarme. —No sé cómo darte las gracias. De haber venido en tren, tendría que haber alquilado un coche y… —Y no has tenido que hacerlo —la interrumpió él— ya que llegó un coche a tu puerta con chófer incluido. Candida miró por la ventanilla. La fiesta de cumpleaños de su padre terminó a las dos de la mañana. Y luego, en casa, Freddy había insistido en abrir una botella de champán. Era lógico que se sintiera un poco cansada. Y tampoco Max parecía el mismo. Su actitud era… ¿cómo describirla? ¿Ausente, distante? —Mi padre lo pasó de maravilla ayer. No se había enterado de nada, y mira que es difícil en un pueblo tan pequeño. —Sí, la verdad es que la fiesta fue… asombrosa —asintió Max. Y Candida estaba muy guapa con su vestido azul—. Nunca había estado en una parecida… tan tradicional. El Ayuntamiento de un pueblo lleno de globos… Candida lo miró, recelosa. ¿Estaba siendo condescendiente? —Bueno, todo salió como habíamos planeado. Y la comida era estupenda, ¿verdad? Espero que comieras suficiente. —Freddy me obligó a comer durante toda la noche —sonrió Max—. Y sí, todo estaba buenísimo. Y las señoras eran encantadoras. Candida tuvo que sonreír. La mujeres que se habían encargado de la comida eran más o menos de la edad de su padre, pero eso no había evitado que le dijeran piropos. En cuanto Max entró en el salón del Ayuntamiento empezó a haber murmullos de admiración y, aunque no debería importarle, Candida debía admitir que había experimentado un sentimiento posesivo. Max estaba con ella y, naturalmente, era el hombre más guapo de la fiesta. Con la cerveza en la mano y esa sonrisa cautivadora en los labios, casi le había parecido oír los suspiros íntimos de las mujeres.

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https://www.facebook.com/novelasgratis —Tu padre es un tipo estupendo. Entiendo que os llevéis tan bien… es evidente que tenéis muy buena relación. —Mi padre y yo solemos tener la misma opinión sobre casi todo. Nunca me ha presionado para que hiciera nada, al contrario. Me echa de menos, pero sus amigos lo tratan muy bien y está ocupado con el coro de la iglesia. —Buenas voces, por cierto —dijo Max—. A veces hasta resultaba emocionante. Candida levantó una ceja. No podía imaginar que Max Seymour se emocionase por nada… y mucho menos por oír cantar a treinta hombres mayores en un pueblo. Pero lo que a ella le había emocionado era ver que Max y su padre se llevaban tan bien. Parecían muy cómodos el uno con el otro. —Y el baile estuvo muy animado. Aunque no bailó todo el mundo. —Admito que decidí declinar esa oportunidad —sonrió Max—. Pero tú tampoco bailaste, ¿no? —Yo estaba cortando la tarta en ese momento. Menos mal que hubo para todos, aunque sólo fuese un poquito. Se quedaron en silencio durante un rato, mientras Candida recordaba los detalles de la fiesta. Todo había salido bien, mejor que bien. Incluso el almuerzo en Las Tres Campanas al que su padre había insistido en invitarlos. Y si Max pensaba que todo aquello estaba por debajo de él, no lo había demostrado, al contrario. Según él, lo había pasado en grande. Pero claro, ¿qué iba a decir? En fin, todo había terminado. Ahora tenía que pensar en su futuro inmediato. —¿Piensas volver a casa por Navidad? —le preguntó Max. —Sí, claro, mi padre y yo siempre pasamos las Navidades juntos. ¿Y tú? ¿Te vas a casa de Faith? —Me invitan todos los años, pero a veces Ella y yo tenemos otros planes. —¿No me digas? Si no eres capaz de cocer un huevo… ¿dónde cenas en Nochebuena? —Siempre está Edouard's. Candida sintió compasión por Maximus Seymour. Era un hombre muy solitario, a pesar del cariño de Faith. Pero era culpa suya. Debía de haber habido una larga lista de mujeres en su vida a quienes no les habría importado convertirse en la señora Seymour. —¿Por qué no te has casado nunca, Max? —Estuve casado una vez —contestó él. Vaya, ésa sí que era una revelación. —No lo sabía. —Kelly y yo estuvimos casados exactamente un año. Pero, como creo haber dicho antes, los escritores somos pésimos maridos. Mi mujer no entendió nunca que

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https://www.facebook.com/novelasgratis yo necesitara horas de soledad, de concentración. Lo único que le interesaba eran las fiestas y el dinero, así que no funcionó. Ella apartó la mirada. No había esperado que Max le hablase con tanta franqueza. —Cuando nos conocimos me dijo que había leído todos mis libros, que los adoraba. Ésas fueron exactamente sus palabras —siguió él—. Pero era mentira. Un día le hice un par de preguntas y no tenía ni idea… no había pasado de la primera página. Me daba igual que hubiera leído mis libros o no, pero que me mintiera me pareció imperdonable. —Sí, claro —murmuró Candida, incómoda. —Pero ese episodio de mi vida ha terminado y es algo de lo que no suelo hablar. Cuéntame tú: ¿qué clase de hombre capturará algún día tu corazón, Candida? —El tipo de hombre que buscan la mayoría de las mujeres, supongo. —¿Cómo es? —Una persona en la que pueda confiar… que no vuelva a mirar a otra mujer después de la boda —Candida vaciló—. Y que elija sus palabras con cuidado para no hacerme daño. Las palabras pueden ser tan peligrosas como cuchillos. Max arrugó el ceño. —¿Debe pensar las cosas durante veinte o treinta años antes de decirlas? No conozco a ningún ser humano que pueda hacer eso. —Pero lo puede intentar. Lo que busco es una persona considerada con los sentimientos de los demás. —Ah, ya veo. Por cierto, como yo he ido a tu fiesta, tú debes ir a la mía. —¿Qué fiesta es ésa? —La que organiza mi editor todas las Navidades —contestó Max, pensando lo bien que le quedaba aquel jersey blanco de cuello alto. Y su pelo, recién lavado, cayendo en suaves ondas sobre los hombros—. El dieciocho de diciembre. Este año coincide con el cincuenta aniversario de la editorial… espero que no tengas otros planes para ese día. Candida apartó la mirada. Había decidido que aquel fin de semana sería la última vez que se vieran, el «gran final» de su relación con Max. Pero ahora parecía haber otra ocasión social con la que lidiar. —No sé cuándo me iré casa —respondió, sabiendo que no saldría de Londres al menos hasta el veinte de diciembre—. A mi padre le gusta que llegue con unos días de antelación para poner el árbol… —Seguro que la Navidad en tu casa es una ocasión especial. Globos y todo, no lo dudo. Pero no creo que tengas que irte antes del diecinueve, ¿verdad? Ella suspiró. Aquello estaba siendo más difícil de lo que esperaba. Max había sido tan agradable durante el fin de semana, el perfecto invitado… aunque algo en su actitud de ahora la hiciera pensar que estaba deseando volver a Londres, a su vida

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https://www.facebook.com/novelasgratis normal. —¿Qué clase de fiesta será ésa? —Este año tendrá lugar en el Savoy. De etiqueta, naturalmente, y la cena será servida por el mejor chef de Londres. Seguro que lo pasas bien. Por cierto, reservan habitación para sus clientes favoritos, entre los que me incluyo, porque la noche se alarga bastante. Hay mucha gente interesante en el mundo literario y este año irán casi todos para celebrar el aniversario de la editorial —Max la miró—. Será un cambio para mí ir con alguien… diferente a mi lado. De modo que la fiesta tendría lugar en uno de los hoteles más famosos de Londres, con el mejor chef, gente de etiqueta… eso no le apetecía nada. Candida no dejaba de recordar la fiesta de su padre, con amigos de siempre y gente que no tenía que demostrar nada. El contraste entre eso y lo que describía Max no podría ser más grande y tembló al recordar el modesto salón del Ayuntamiento, al que le irían bien algunas reformas, en el que se servía cerveza de barril. Aunque decía haberlo pasado bien, seguramente Max se habría sentido incómodo. Y cuanto más pensaba en él apoyando su regia cabeza en la sencilla habitación de invitados, más nerviosa se ponía. No quería ni imaginar lo que habría pensado… —Por cierto, ¿qué te pareció el cordero que hizo mi padre? Dijiste que te gustaba, pero… ¿te gustó de verdad? Max vaciló un momento. —Un plato muy nutritivo, muy de invierno. Perfecto después de un largo viaje. —No has contestado a mi pregunta. Él suspiró, no queriendo dar la impresión equivocada. —La verdad es que no me gustan mucho los estofados —admitió por fin—. Pero… bueno, supongo que, si pudiera elegir, no elegiría un estofado, eso es todo. De modo que no le había gustado. Pues peor para él. Para Candida, era el plato que le llevaba recuerdos de su casa. Pero le había pedido su sincera opinión y sabía que Max Seymour siempre decía lo que pensaba. ¿Qué había esperado? Hubo un largo silencio después de eso. —Tendré que comprobar mi agenda para ver si estoy libre ese día. Pero gracias por invitarme. Luego cerró los ojos, apenada. Max era una mezcla tan contradictoria de arrogancia y, a veces, vulnerabilidad que no sabía qué pensar. Habían nacido en mundos diferentes. ¿Cómo iban a tener una relación? Max se cansaría pronto de ella. Sí, había parecido disfrutar el día anterior, con su padre y sus amigos, pero era por la novedad, estaba segura.

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https://www.facebook.com/novelasgratis En ese momento un coche los adelantó a toda velocidad, sin ver al que acababa de aparecer en dirección contraria, y Max tuvo que dar un volantazo para evitar un accidente. —¿Qué hace ese imbécil? —gritó—. ¿Tiene ganas de matarse o es normal que la gente de por aquí conduzca de esa forma? —¿Qué quieres decir con eso de «la gente de por aquí? ¿Es que no has visto a nadie conducir mal en Londres? —replicó Candida, airada—. ¡Y no te molestes en contestar! Qué comentario tan estúpido, pensó. Pero se dio cuenta de que Max parecía tan asustado como ella. Llegaron a Londres sin que ninguno de los dos hubiera dicho una palabra durante muchos kilómetros y, un poco más calmada ahora, Candida lamentó que un completo extraño les hubiera estropeado el viaje. —¿Tienes mucho trabajo esta semana? —Sí, mucho. Y tengo que ponerme a trabajar ahora mismo si es posible. Eso lo decía todo. De modo que no tenía intención de alargar el fin de semana… nada de invitarla a cenar. Ni siquiera sugería que tomasen un café. Llegaron a su apartamento a las siete y, aunque Max había dicho que tenía trabajo, insistió en subir sus cosas. Dejándolas en el suelo, se acercó a la ventana, pensativo. Si hubieran tenido un accidente por culpa de ese imbécil, no se lo habría perdonado nunca. Afortunadamente no había pasado nada, pero habría podido tener trágicas consecuencias para los dos. Candida se acercó, mirándolo con gesto preocupado. La atmósfera relajada del día anterior había desaparecido y la expresión de Max era ahora indescifrable. Pero empezaba a conocerlo y sabía que había algo dando vueltas en su cabeza. Aquella noche, aunque por fin había dejado de llover, el ambiente húmedo y melancólico parecía tocarlo todo a su alrededor. Y supo, por instinto, que las últimas cuarenta y ocho horas serían el final de su relación… que, por supuesto, era lo que ella quería, lo más sensato. Pero ¿no se había imaginado a sí misma con Max? Paseando con él, hablando con él y, a veces, discutiendo con él. Max no le robaría nunca su espíritu independiente. Pero, sobre todo, se imaginaba con él por la noche, entre sus brazos, viendo su perfil sobre la almohada, trazando la silueta con un dedo para borrar el ceño fruncido. Abrumándola por completo con sus besos… Pero aquel día su ángel de la guarda estaba trabajando. Max había tenido la oportunidad de conocerla, de saber cómo era su vida, y ahora sabría que era una pérdida de tiempo llevarla a su mundo. Lo sabría todo salvo aquella cosa que le había dolido durante tanto tiempo y que no olvidaría nunca.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Sí, estaba más convencida que nunca. ¿Por qué necesitaría a una mujer como ella cuando tenía otras que eran más de su gusto? Mujeres dispuestas a pasar un rato con él para no volver a verlo hasta que Max llamara de nuevo… Él inclinó ligeramente la cabeza, como si fuera a decir algo, y Candida levantó la cara. Seguramente le daría un casto beso en la mejilla, pensó. Un beso de amigo, que no significaba nada. Pero no la besó en la mejilla. No la besó en absoluto. Max levantó su barbilla con un dedo, muy serio. —Me alegro de haber podido ayudarte este fin de semana. —Y yo también. Muchas gracias otra vez. —No tienes que darme las gracias, ha sido un placer. Una experiencia… inusualmente reveladora —Max la soltó para dirigirse a la puerta—. Te llamaré — dijo, antes de salir. Candida oyó que se cerraba la puerta y oyó el Mercedes alejándose por la calle. Se quedó donde estaba, sin saber qué hacer o qué pensar. Bueno, ése sí que era un final abrupto. De modo que había sido «una experiencia reveladora». ¿Qué significaba eso, que ver a un grupo de personas de pueblo divirtiéndose le había parecido entretenido? —No me llames, Max —dijo en voz alta—. Yo te llamaré… cuando tenga tiempo.

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Capítulo 12 De vuelta en casa, Max buscaba un archivo en el ordenador, pensativo. Nunca se había sentido tan confuso como en aquel momento, ni siquiera cuando Kelly y él se divorciaron. Y ahora los datos de su ordenador dejaban claro que estaba en lo cierto. Tenía que escalar una montaña, pensó, y ni siquiera había llegado al valle. Suspirando, se levantó para mirar las luces de la ciudad. La escena, tan espléndidamente real, le parecía remota. Normalmente le daba placer, confort e inspiración, pero aquella noche sentía una profunda tristeza, un profundo remordimiento. Porque intuía que alguien a quien deseaba más de lo que había deseado nada en toda su vida estaba alejándose de él. Max salió del estudio y se acercó al mueble bar para servirse una copa, recordando los últimos dos días. Sí, había sido una experiencia inusual, pensó y le había encantado. El calor y la simpatía que había encontrado en el pueblo de Candida, sin una gota de pretenciosidad, había sido refrescante, nuevo para él. Debía de ser siempre así en los pueblos pequeños, pensó, donde todo el mundo conocía a todo el mundo. Pero lo que más le había gustado era estar con ella. Verla allí, charlando con la gente, en su elemento, lo había hecho sentir curiosamente envidioso. Él tenía muchas amistades, pero no eran así, tan normales, tan sencillas, sin agendas ocultas, ni hipocresía. Siempre estaba Rob Winters y un par de amigos a los que veía de tiempo en tiempo, pero debía admitir que, como a casi todos los hombres, no se le daban bien las relaciones personales. Ni era capaz de hacer el esfuerzo necesario para mantener a los amigos. Afortunadamente, tenía a Faith, Rick y Emily, pensó, haciendo girar el whisky dentro del vaso. Sería maravilloso tener una casa en el campo como ellos, pensó. Quizá en Gales, para pasear con Ella… y Toby por el campo, quizá pararse a tomar una cerveza en Las Tres Campanas y luego volver a casa con… Max detuvo abruptamente tales pensamientos. Un momento, un momento. Eso no podía ser, nunca. A menos que algún santo del cielo bajase para interceder por él. Candida se miró al espejo de la elegante suite que la editorial de Max había reservado para él. Por supuesto, ella tenía su propio dormitorio, al lado del de Max. Además, tenía un plan, por si él pensaba que iban a compartir cama, y ese plan no lo incluía a él. Por fin, aunque a regañadientes, había aceptado acudir a la fiesta de la editorial. Estaban en vacaciones y no volvería a tener una oportunidad como aquélla. Además, no quería desilusionar a Faith. A caballo regalado… Durante aquellas dos semanas se había dedicado exclusivamente a trabajar para olvidarse de todo. Max también estuvo muy ocupado, de modo que no se habían

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https://www.facebook.com/novelasgratis visto, aunque la había llamado varias veces por teléfono. Pero cuando hablaban parecía distante… diferente. Mejor, pensó. Estaba enfriándose, como ella sabía que lo haría. La suya era una relación condenada al fracaso. Para Año Nuevo se habría librado de él. Sería libre como un pájaro y podría empezar de nuevo. Aquella fiesta sería el principio del fin de su relación con Max Seymour. Le había dicho que era «de etiqueta», lo cual significaba un vestido carísimo, pero Candida decidió no comprarse uno nuevo. ¿Para qué? Tenía un vestido negro de noche que se había puesto en dos ocasiones cuando salía con Grant y le quedaba perfectamente. Sin mangas, con escote en uve y falda de capa cayendo hasta el suelo, la hacía sentir cómoda y atractiva. Candida volvió a retocarse el pelo frente al espejo. Aquella noche lo llevaba sujeto en un moño alto y, como única joya, un par de pendientes de oro. En ese momento sonó un discreto golpecito en la puerta. Max estaba al otro lado, mirándola con una expresión que la hizo tragar saliva. —Entra… ya casi estoy lista. Nunca lo había visto con un esmoquin y estaba guapísimo. El traje era caro, seguramente hecho a medida, destacando sus anchos hombros y su gran estatura. Y la inmaculada camisa blanca hacía contraste con su piel morena. Estaba tan guapo que a Candida le temblaron las rodillas. —Estás fantástica. —Gracias. Tú tampoco estás mal. Candida tomó un frasco de perfume y se sentó en la cama para aplicárselo en el cuello y las muñecas. —Antes de bajar tengo que pedirte un favor —dijo Max. Ella levantó la mirada, sorprendida. —¿Qué favor? —Estoy atascado con uno de mis argumentos. No es normal en mí, pero éste me tiene estancado y no puedo seguir. Y he pensado que tú podrías ayudarme a salir del agujero. Candida se quedó sorprendida. Que Maximus Seymour, novelista de renombre, le pidiera ayuda era absolutamente increíble. —Bueno, dime. Aunque no te prometo nada. Max se acercó a la ventana, con las manos en los bolsillos del pantalón. —Intentaré ser breve. Es una historia al estilo de La bella y la bestia. Hay una chica bellísima e inocente a quien la infortunada bestia desea más que a nada en el mundo. Todo podría haber ido bien para él porque la chica es amable y compasiva y la bestia piensa que le gusta… bueno, lo suficiente como para no ver sus numerosos defectos. El problema, y es un gran problema, es que la bestia le hizo daño sin darse cuenta, mucho tiempo atrás, aunque no fue enteramente culpa suya. Y no cree que esta chica, esta chica tan preciosa, pueda perdonarlo nunca. Perdonarlo y… amarlo.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Porque si no puede hacerlo, la triste criatura probablemente morirá —Max se volvió hacia ella—. Bueno, ¿qué clase de giro argumental se te ocurre para solucionarlo? Afortunadamente Candida estaba sentada en la cama o las rodillas le habrían fallado. De modo que lo sabía. Max conocía su secreto. ¿Cómo?, se preguntó. —Vamos a dejar de jugar por un momento —le dijo, tan calmada como pudo—. Creo que conozco la historia que me estás contando. Max se arrodilló delante de ella para mirarla a los ojos. —Sí, tú lo sabías antes que yo. Has tenido ventaja y es lo que me merezco. Pero ha hecho falta una visita a Gales para que me diese cuenta… además de una reveladora charla con Freddy. Candida se mordió los labios. ¿Cómo había ocurrido?, se preguntó. Nunca había vuelto a hablar del tema con su padre. —Freddy me preguntó a qué me dedicaba —siguió Max—. Cuando le dije que era escritor, él me contó que a ti siempre te había gustado escribir… que lo habías hecho desde que eras pequeña e incluso habías ganado premios en el colegio. Me contó también que una vez te habían publicado un libro, hace años, pero que la crítica de un «cerdo» hizo que el libro no se vendiera. Y que, a partir de entonces, tú habías dejado de escribir. Me dijo cuál era tu seudónimo… —Me llamaba Jane Llewellyn —lo interrumpió Candida—. El nombre de mi madre. ¿Cómo pudiste ser tan cruel con un escritor, Max? ¿O con cualquiera? Pero Candida se dio cuenta entonces de que ya no estaba enfadada. Era demasiado tarde, pensó. Una pérdida de tiempo. Lo hecho, hecho estaba. Al menos Max Seymour lo sabía. Y ella no había tenido que decírselo después de todo. —Lo siento. Sí, algunas de las críticas que he escrito eran duras —asintió él—. Encontré la tuya en mi ordenador… con la información que tenía fue fácil encontrarla. Pero lo que tú no sabes, Candida, es que cortaron el último párrafo en el periódico. —¿Qué? —El editor, por razones que desconozco, decidió no publicar ese último párrafo. —¿Y qué decía? —preguntó Candida, esperanzada. —Esta escritora tiene un gran potencial y podría ser una novelista de éxito si se permite a sí misma crecer y desarrollar su oficio —Max se detuvo un momento—. Dios, qué condescendiente y qué estúpido debí de parecerte… Luego tomó sus manos, apretándolas con fuerza. Sus caras estaban tan cerca que sólo habrían tardado una décima de segundo en besarse. —Si hubieras podido leer el último párrafo, todo habría sido diferente, ¿verdad? Ahora podrías tener media docena de novelas publicadas. De hecho, yo casi te puedo garantizar que habría sido así.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Los ojos de Candida brillaban bajo la suave luz de la lámpara, su corazón elevándose con esas palabras; las palabras de ánimo que podrían haber cambiado el curso de su vida si hubiera tenido la oportunidad de leerlas ocho años antes. —Una de las cosas que me parecía más injusta era que tú habías tenido todas las facilidades para convertirte en escritor. Con una escritora famosa en la familia, con sus consejos para ayudarte en los momentos difíciles, para presentarte a la gente adecuada… —¡No! —la interrumpió Max. Y Candida se echó hacia atrás, sorprendida—. No fue así. Mi madre no tenía el menor interés en mí… ni siquiera como persona. Faith era su favorita. El único consejo que me dio fue que siguiera trabajando, que no me distrajese. Mis libros eran tratados con total indiferencia. Claro que a través de ella conocí a mucha gente de la profesión, pero nunca me trataron de forma diferente. Era mi madre quien estaba siempre bajo los focos, que era donde le gustaba estar —Max apretó los labios—. Parecíamos flotar en un universo creativo, sin tocarnos jamás. Era una cosa muy rara, pero yo no existía para mi madre. O eso parecía, desde luego. Candida se había quedado estupefacta. Cuando pensaba en el cariño y el apoyo que ella había recibido de sus padres en todo lo que había emprendido en su vida… le resultaba difícil creer que no todo el mundo era tratado de la misma forma. —La cuestión es si puedes perdonarme ahora, Candida —siguió Max—. Quiero demostrarte que, aunque a veces soy capaz de ser cruel, afortunadamente sólo a través de la ficción, me gustaría hacer algo, lo que sea, para ayudarte a triunfar. Compraremos otra mesa para el estudio… la habitación es suficientemente grande para los dos. Tendrás tu propio espacio para trabajar —Max se detuvo un momento para mirarla a los ojos, desesperado por leer sus pensamientos—. Eso es lo que te gustaría, ¿verdad? La ambición de escribir sigue ahí. —Nunca ha desaparecido —dijo ella. —Y nunca desaparecerá. Si se lleva en la sangre, se lleva en la sangre. Candida se quedó en silencio un momento. ¿Qué estaba haciendo Max? ¿Ofreciéndole una esquina de su apartamento para escribir? ¿De qué iba a vivir entonces? —No puedo considerar eso por el momento. No tengo dinero y… —¿Es que no lo entiendes? No necesitarás dinero. Yo tengo suficiente para los dos… te estoy pidiendo que te cases conmigo. Candy. Quiero que seas mi mujer, mi vida. Te quiero y quiero estar contigo para siempre. La había llamado Candy por primera vez… el diminutivo que usaban todos los que la querían de verdad. Candida sintió que le daba vueltas la cabeza. ¿Era un sueño? ¿Despertaría inmediatamente para encontrarse vestida con harapos? El hombre al que había odiado durante ocho años la amaba. Y ella sabía que sí, lo había perdonado, casi desde el primer día, aunque no hubiera querido admitirlo. —Pero antes —dijo Max— tengo que saber el final de la historia.

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https://www.facebook.com/novelasgratis Candida esperó un segundo antes de contestar, acariciando su cara con la punta de los dedos y luego, por fin, atrayéndolo hacia ella. Con un suspiro de alivio, Max se levantó y tiró de ella para tomarla entre sus brazos, las suaves curvas de su cuerpo fundiéndose con el suyo. Sus labios se encontraron con el urgente deseo de dos personas que se deseaban la una a la otra, que estaban hechas la una para la otra y que, al fin, se entendían. Y esta vez Candida se permitió a sí misma el placer de sentir el roce de su pujante masculinidad. Estaba soñando, pensó. ¿Cómo podía haberse resuelto todo sin que ella hubiera hecho nada? Pero lo sabía. Su ángel de la guarda había estado a su lado todo el tiempo… no sólo haciendo que se enamorase del hombre más increíble del mundo, sino dándole la oportunidad de volver a escribir. Pero… ¿no era aquello demasiado bonito para ser verdad? —No creo que sea a mí a quien quieres, Max. Piénsalo. ¿Podríamos ser felices juntos? —mientras decía esas palabras, Candida sabía que ella no tendría el menor problema para ser feliz con Max. Pero… ¿una mujer sería suficiente para él? —Los círculos en los que tú te mueves, las mujeres con las que sales. Yo no soy como ellas, Max. Y nunca podría serlo. Nunca querría ser alguien que no soy —lo miró entonces, con gesto de preocupación—. Yo no cambiaré nunca… —Precisamente por eso —la interrumpió él— es por lo que te quiero. Eres tú con quien quiero pasar el resto de mi vida. ¿Quién más discutiría conmigo sobre los motivos de mis personajes? ¿Quién más me criticaría los finales que elijo? —Max tuvo que sonreír—. ¿Y quién más iría conmigo a buscar moras cada otoño? Cuando la besó, Candida volvió a derretirse entre sus brazos, pensando que no le importaría quedarse allí para siempre. Un final así no podría haber existido ni siquiera en sus sueños. ¡El hombre más deseable del planeta le había pedido que se casara con él! Todas las mujeres merecían sentir lo que sentía ella en aquel momento. Apoyó la cabeza en el hombro de Max y él acarició su cara, besando su cuello, sus labios, sus párpados, como si no hubiera una parte de ella que no fuera suya para amar, para cuidar… ahora y durante el resto de sus días. Aquélla era, pensó Candida, la oportunidad de su vida.

Fin

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Susanne James - Los Dictados Del Corazón

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