Kristel Ralston - Mientras no estabas

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Mientras no estabas

Kristel Ralston

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Savannah Raleigh ha conocido el dolor de la traición del modo más crudo. Ella no es una mujer débil, pues en el periodismo lo que se necesita es tener agallas. Entre el ajetreo de las coberturas diarias, y la posibilidad de perder su empleo por la crisis que amenaza el periodismo, Savannah tiene que enfrentarse a un acosador que parece desear algo más que solo asustarla. Las complicaciones del día a día aumentan con la llegada de un empresario cortante, solitario, y muy pagado de sí mismo. Nathaniel Copeland parece estar dispuesto a tentarla con lo único que Savannah se prometió no volver a hacer jamás: entregar su corazón. Con una cicatriz que va más allá de la línea que marca su mejilla derecha, Nathaniel Copeland se ha convertido en un hombre de actitud huraña y desconfiada. Es un empresario importante y huye de la prensa como si fuera la peste, pero la necesita para generar reputación corporativa, y por ello se ve obligado a acudir a ciertos eventos... 3

©Kristel Ralston 2016. Mientras no estabas. Todos los derechos reservados. Registrada al igual que todas las obras de la autora en SafeCreative.

Diseño de portada: Alexia Jorques.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en un sistema o transmitido de cualquier forma, o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros métodos, sin previo y expreso permiso del propietario del copyright. Esta es una obra literaria de ficción. Lugares, nombres, circunstancias, caracteres son producto de la imaginación del autor y el uso que se hace de ellos es ficticio; cualquier parecido con la realidad, establecimientos de negocios (comercios), situaciones o hechos son pura coincidencia.

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“—¿Cuánto es para siempre? —A veces, solo un segundo.” Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll).

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ÍNDICE

ÍNDICE CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 6

CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 CAPÍTULO 20 CAPÍTULO 21 EPÍLOGO SOBRE LA AUTORA

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CAPÍTULO 1

El rayo que bramó en el cielo la despertó. «Condenado clima», rezongó Savannah Raleigh antes de incorporarse de la cama con mala gana. A finales de año en Kentucky solía esperarse tormentas de nieve, no lluvias. Peor tormentas eléctricas. Con la respiración agitada y el cabello despeinado, Savannah encendió la luz de la mesilla de noche. Las tormentas eléctricas le traían malos recuerdos desde aquel horrendo día en que… No. No iba a recordar el episodio que todavía le causaba rabia y pesar. Gruesas gotas de lluvia empezaron a golpear la ventana de su habitación. Necesitaba un vaso de agua. Se abrigó, dispuesta a bajar las escaleras cuando el sonido del móvil en medio de la tormenta la sobresaltó. «Explotadores», masculló cuando leyó el mensaje de la editora general, Meggie Orson. Hunt está enfermo. Incendio en hacienda del Alcalde. Cúbrelo. Paga extra. 8

No sin maldecir a Hunt, el editor y reportero de política y sucesos, se metió en el cuarto de baño. «De todas formas no iba a volver a conciliar el sueño.» Tomó las llaves de su Toyota Camry y salió a enfrentarse a la noche de principios de diciembre. Escuchaba a Luke Bryan en la radio mientras trataba de no tiritar. La calefacción de su automóvil estaba medio averiada y no había tenido tiempo de llevarla a chequear al taller. «Es lo que tiene amar la profesión, aún cuando la paga no es la mejor en el mercado.» Savannah trabajaba desde hacía seis años en el diario Crónicas de Louisville, un pequeño medio de comunicación que se había ganado el prestigio a lo largo de treinta años de existencia en el estado de Kentucky. La vida de periodista no era fácil, y ella había aprendido a disfrutarla. Sacaba partido de todo cuanto le era posible aprender. Era una esponjita, y más cuando trabajaba en el área de Cultura. Asistiendo a esos eventos tenía a su disposición una variopinta fuente de información y aprendizaje. Cuando llegó a la casa del Alcalde el movimiento en las inmediaciones de la propiedad era frenético. «Nos toca entrar en la 9

jungla para obtener la noticia.» Bajó del automóvil, se ajustó el abrigo grueso y se abrió paso entre sus colegas, policías y curiosiosos. Se temía que no volvería a conciliar el sueño esa madrugada. No se equivocó. Dos horas más tarde, con ojeras y sin su dosis de cafeina, Savannah abandonó la rueda de prensa que dio el Alcalde de Louisville. Al parecer un detractor, fanático, del partido contrario le tenía bronca. La policía había detenido al culpable. Ella tuvo que también ir a la delegación de policía e intentar obtener más versiones del hecho para armar la nota. A las seis de la mañana terminó de redactar la nota, y luego de releerla y corregirla, la envió a Meggie, la editora general. Cuando el reloj marcó las siete de la mañana en la redacción, la idea de Savannah de volver a casa para dormir unas horas carecía de sentido. La paga extra por esas horas valía la pena el desvelo. Quería regalarles a sus padres un viaje de aniversario al Caribe durante un fin de semana. No cualquier viaje, sino uno de lujo. Se lo merecían con creces. 10

Esperaba que la tirana de su editora, Gwendolyn, le permitiera salir temprano. Era el cumpleaños de su mejor amiga, y habían organizado una cena en un restaurante italiano. No podía fallarle a Chelsea. Los padres de su amiga habían volado desde Alabama durante el fin de semana por el cumpleaños de su hija mayor. Savannah adoraba a los Whitehall. Y para Savannah sería un reunión muy agradable, además de una gran excusa para que Chelsea se despejara de su trabajo como veterinaria y disfrutara sin preocuparse tanto por sus pacientes durante un rato. —¡Savannah! ¡A mi oficina, ahora! Un portazo sonó desde el despacho de Daniel Sutton, el único hijo de la acomodada familia Sutton que mostró inclinación por el negocio del periodismo. No en vano era el dueño y gerente general del periódico. «¿Ahora qué?», se preguntó Savannah. Como si no hubiera sido suficiente con despertarla en plena madrugada a cero grados Celcius de temperatura. Su falta de dosis diaria de cafeína estaba haciendo estragos en su humor. Se calzó las botas. Le gustaba estar descalza mientras escribía porque la relajaba, y 11

sus ideas fluían mejor. O quizá eran manías de la profesión. Se alisó la falda verde oliva y aprovechó para ajustarse el suéter beige antes de acercarse a la oficina del gerente general. La secretaria de Daniel, Luciana Peckeet, le indicó con un gesto de la cabeza que avanzara hasta la puerta de vidrio. Se adentró en el lujoso despacho lleno de estanterías ordenadas y carpetas con numeración. —Toma siento, Savannah —la invitó al reparar en ella—. ¿Todo en orden? Era una pregunta de rutina que solía hacerle a todos los periodistas cuando entraban en su despacho. —Sí, sí. Si ella pudiera englobar las cualidades que debería tener un hombre con el que podría salir en una cita, Daniel Sutton cumplía con todas ellas. Elegante, inteligente, guapísimo y con un ojo clínico para los negocios y las noticias. Su único defecto: estaba casado. «Normal.» Tampoco es que a ella le interesara tener una relación con ningún espécimen del sexo 12

opuesto. Les tenía alergia y los trataba como la peste. Connor Moriarty había hecho añicos sus ilusiones románticas. Aceptaba de vez en cuando, y en la medida que sus horarios se lo permitieran, salir con algún chico… pero al final de la velada sabía que no iba a llegar a más de un tonto beso. Los cabellos color chocolate de Daniel se movieron cuando acercó un poco más la silla hacia el escritorio. Se inclinó hacia delante para apoyar cómodamente los antebrazos sobre la protección de vidrio en donde descansaban muchos documentos, la portátil, teléfono, esferográficas y un sinnúmero de detalles que daban cuenta no solo de que era un hombre con muchas cosas de qué preocuparse, sino también que después de todo ser desordenado podía considerársele un defecto… adicional a ese anillo de oro que relucía en el dedo anular. —El próximo sábado se celebra un matrimonio muy importante. Brendan Lowell es uno de los que más publicidad pauta para el periódico y un amigo muy cercano. Necesito que cubras el evento. Yo estaré fuera de la ciudad. Tu fotógrafo será Arthur Miles. Va a ser la primera plana de la sección social y se hará 13

una mención en portada. Quiero tus cinco sentidos en cada detalle. Arthur tenía fama de ser un incordio total, en especial si había pase libre para que pidiera cuanto deseara beber en la barra. Ella sabía que Arthur tenía cuatro hijos que mantener... y bueno, también una amante. ¿Qué le tocaría hacer en esa recepción? Intentar cubrirle las espaldas. Arthur tenía que cumplir su trabajo, luego de eso, a ella no le importaba lo que hiciera con su vida. —No hay problema. —Fingió mostrando su perfecta dentadura. había quemado las pestañas en la comunicacón para tener que matrimonio—. Solo una consulta.

una sonrisa Ella no se facultad de cubrir un

—Claro. —¿Qué tiene de cultural el matrimonio? Daniel le entregó un papel con la dirección de la iglesia y el sitio en donde iba a celebrarse la recepción de los Lowell. —Ese tipo de empresarios son los que generan la cultura del pago a los roles de este periódico —dijo con severidad—. Es un favor. ¿Puedes hacerlo o no? 14

«Si lo pides con esa dulzura, claro que sí», quiso decirle. —Seguro, jefe —comentó para romper la leve tensión. Daniel asintió y relajó el semblante. —No me gusta que me llamen de ese modo Savannah, ya lo sabes. Estamos entre amigos y colegas. —La despidió abriéndole la puerta—. Por cierto, Meggie me pasó la copia de la nota que acabas de hacer sobre el atentado contra el Alcalde. Un buen trabajo, como siempre. Hunt debe reincorporarse más tarde y podrá darle continuidad a la noticia. —Se frotó la barbilla pensativamente—. Creo que deberían reasignarte más seguido otras secciones además de cultura. —No, gracias, entre mis Monet, los nuevos Hemingway y las aventuras de los cantantes de Ópera y los actores de teatro, me doy abasto. Con una carcajada, Daniel asintió abriéndole la puerta a modo de despedida sin necesidad de palabras. Savannah se dirigió al departamento de fotografía para separar la hora en la ficha de requerimientos, y así tener todo a punto para el matrimonio del señor Lowell. 15

Daniel era un jefe peculiar. A diferencia de otros dueños de medios de comunicación que no tenían idea del periodismo en sí como profesión y en el campo de acción, Daniel poseía titulación de periodista y a la par, una maestría en administración de empresas. Para tener cuarenta y cuatro años había logrado mucho. Él era muy crítico cuando había temas sensibles, como el caso del atentado al Alcalde, y mantenía la distancia cuando creía que los negocios y la ética periodística podía verse entremezclada. Aún en el caso de Lowell, que era solo una cobertura de corte social, Savannah sabía que si en un futuro el dueño de la textilera Lowell cometía una infracción que tuviera que investigarse, Daniel enviaría a hacer un reportaje y pediría rigurosidad. No tenía doble moral. Para Savannah contaba más la ética y el honor de sus compañeros de trabajo, que reportear para una mega corporación mediática. —¡Savannah! —llamó escritorios más adelante.

alguien

cinco

«Hoy van a terminar gastándome el nombre.» Mientras escuchaba a Max Giordanni acercarse, ella se recordó que lo mejor era que 16

él no se enterase del matrimonio Lowell la semana siguiente o se uniría sin ser invitado. Llevaba tiempo tratando de invitarla a salir. Y ella no pensaba darle pase libre. Max era un mujeriego y no se tomaba las relaciones en serio. Además era un colega de trabajo. Savannah ya había renunciado a un trabajo por culpa de un hombre. Después de la humillación y el dolor que causó Connor en su vida, no pensaba adentrarse en una situación similar. Peor cuando sabía que Max no tomaba a ninguna mujer en serio… además, él no era su tipo de hombre. Ni vuelta que darle. —Hola, Max —saludó cuando lo vio acomodar con aplomo la cadera en el borde su escritorio—. ¿Qué ocurre? —sonrió. —Me comentó Arthur que hay fiesta este fin de semana. ¿Formal o semi? —indagó con voz sedosa. Sin duda a ella se le olvidó pedirle al bocazas de Arthur que no compartiera el tema del matrimonio Lowell con el redactor de finanzas. —No creo que puedas acompañarnos, la invitación es exclusiva —replicó satisfecha de 17

recordar ese detalle—. El señor Lowell pidió solo dos reporteros, ni uno más. Y con Arthur —se encogió de hombros— ya estamos. Max chasqueó la lengua. —A veces creo que tratas de evitarme — expresó con un tono que intentó ser cautivador, pero no lo consiguió. Al menos con ella, no. Max creía que por ser descendiente de italianos era irresistible. Y quizá a otra se lo pareciera. Ella reconocía un hombre guapo cuando lo veía, y el periodista de finanzas lo era, pero aquella representaba todo cuanto iba a reconocerle. Seis años atrás tuvo que recoger los añicos de su corazón en medio de una depresión que la hundió varios meses hasta que consiguió su puesto en Crónicas de Louisville. No iba a hacerse el harakiri. —Sabes que no es así. —Él giraba un bolígrafo entre el índice y el dedo medio—. En esta ocasión es un asunto de uno de los benefactores del diario. —¿No lo entiendes o no quieres entenderlo? —preguntó inclinándose hacia ella con voz seductora. Savannah retrocedió, pero él estaba 18

apoyado contra el escritorio, así que no pudo hacer mucho para apartarse lo suficiente. —Max…, ya hemos hablado de este asunto. Aprecio mucho tu opinión profesional cuando me das ciertos consejos, nada más… —Podría mejorar si tenemos acercamiento… digamos más personal.

un

—Ya sabes que me caes bien, pero en estos temas, no lo creo. Max rio. —¡Raleigh! —gritó Meggie Orson, la editora general. «Salvada por la llamada.» Max se encogió de hombros y volvió a sus asuntos, no sin antes detenerse en el puesto de Mary, la redactora de salud y belleza, con una pose coqueta. «Incorregible», pensó Savannah acercándose al despacho Meggie. —Hola, Meg. De ojos negros y cabello entrecano, Meggie Orson era toda una leyenda del periodismo local. La editora general. Una joya profesional que estaba por jubilarse, pero no dejaba de dar guerra en su puesto. Ella entrevistó a Savannah y le dio el trabajo, cuando lo único que hubiera 19

querido hacer luego de aquella horrible semana, seis años atrás, era abandonar Louisville. Lo único que la detuvo fue el trabajo, y lo mucho que quería a sus padres y a su hermano Maurice. —Eres la más dispuesta siempre a echar una mano. —«Porque no desprecio la paga extra», pensó Savannah con una sonrisa—. Tenemos un vacío para cubrir en otra sección. Sales en veinte minutos a las afueras de Louisville. —Cubrí Necesito…

a

Hunt

hace

unas

horas.

—La máquina de café está humeando antes de que termine de llenarse la redacción, aprovecha y toma tu taza del día —dijo leyéndole la mente. No era difícil entender a Savannah en ese momento. Todos los periodistas necesitaban su dosis de cafeína—. Tu editora, Gwendolyn, llegará más tarde porque hay un coro de Navidad que se presenta. Al parecer Daniel Sutton tiene la vena sentimental por la época y quiere cubrir pequeños eventos de esa clase para tu sección cultural. 20

«Como si un coro fuese noticia de cultura», pensó Savannah, pero en donde mandaba capitán, no mandaba marinero. ¿No decía así la consabida frase popular? —Tengo que salir temprano hoy, Meg — dijo con la confianza que avalaba el tiempo que llevaba en el diario, y también el respeto que se había ganado a pulso—. Pero no te preocupes, yo cubro el reportaje. Solo dime algo, ¿qué está ocurriendo? No me mal interpretes, Meg, las pagas extras me vienen genial, pero en estos seis años que estoy el diario nunca había hecho tantas horas adicionales como en estos últimos meses. La mujer suspiró. Se incorporó de su sillón para cerrar la puerta de vidrio que estaba a pocos pasos de la de Daniel, y que le daba una visión periférica de la redacción y la sección de fotografía. Se quitó los anteojos y los dejó sobre el escritorio. Se pasó la mano por los cabellos rizados. —El diario está en crisis. Daniel ha tratado de manejarlo con discreción, pero ya no quedan muchas opciones. Eres la primera en saberlo. — Savannah asintió, preocupada—. Vamos a empezar a reducir personal. Sé que has tenido 21

una carga extra de trabajo en los últimos tres meses, y eso responde a que no queremos contratar personal adicional. No podríamos afrontarlo, y pagar horas extra sale menos costoso. —Nunca me había tocado cubrir política, ni sucesos… No me imaginé algo así detrás... Los Sutton son un grupo fuerte económicamente. Meg asintió frotándose el puente de la nariz. —Sí, pero el negocio del periodismo con las nuevas tecnologías está de capa caída…. Cada vez la gente apuesta más por los medios digitales, no pautan mucha publicidad en la versión impresa... Ampliar la plantilla del área de ventas, sus salarios, en lugar de hacerlo con los periodistas sería un absurdo, pues ustedes son el motor de esta compañía. Hoy en la tarde haremos un anuncio para no tener especulaciones. —Vaya…—La noticia le sentaba como una piedra en el estómago. —Necesitamos todas las manos posibles para que el periódico no cierre y el número de periodistas que despidamos sea mínimo. Los despidos serán asunto de Daniel y un equipo de 22

trabajo externo para buscar el modo de mejorar la competitividad de la compañía. La única persona que conozco que sabe de su despido es Gwendolyn. Savannah abrió y cerró la boca. Su editora, aunque tirana, era una mujer con mucho mundo y cultura… era lamentable lo que acababa de ocurrir. ¿Qué le garantizaba a ella su propio puesto de trabajo, si una profesional como Gwendolyn Robins era despedida? —Será una gran pérdida. Meggie asintió. —La decisión viene dada a partir de un informe como te dije… —¿Por eso me escribiste tú en la madrugada…? —comentó con pesar—. ¿Cuándo se lo dijeron a Gwendolyn? —Ayer en la noche. Ella es una colaboradora que tiene veinte años con nosotros. La más antigua de la plantilla. No podíamos despedirla en un anuncio público. No es que los demás merezcan menos consideraciones, pero ella…

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—Sí, sí, claro. Ella es toda una institución de la cultural per se. —En la reunión anunciaremos los nombres de los periodistas que dejarán la plantilla a fin de mes. Ni siquiera yo tengo idea de si mi puesto corre o no peligro. Así que si te interesa saber sobre tu posición… —Solo lo sabría Daniel. —Exactamente. Savannah no tenía deudas, y la casa en la que vivía tenía una renta justa. Sus padres trabajaban en un pequeño negocio de venta de antigüedades, pero los ingresos apenas podían considerarse grandes ganancias. No les faltaba nada, eso sí, y Savannah costeaba varios gastos de su familia. En el caso de sus hermanos, Rebel, que tenía veintrés años, aportaba con su salario como enfermera auxiliar en un hospital local en donde estaba haciendo las prácticas; y su hermano menor, Maurice, estaba en el último año de la secundaria, pero ayudaba con no meterse en líos, lo cual era decir bastante a los dieciocho años. Si la despedían iba a tener que renunciar a lo más preciado: su independencia. Le tocaría 24

regresar a casa de sus padres para ahorrar el costo de la renta de su departamento en una zona céntrica de Louisville. Más allá de ser un panorama poco alentador era deprimente, con veintisiete años, tener que volver a casa de sus padres. —Savannah, esperemos que no estés en la lista de hoy… —suspiró Meggie— ni yo tampoco. —Pues sí… Ahora, cuéntame, ¿qué me toca cubrir esta mañana? —Sección Construcción. Una rueda de prensa. Va a inaugurarse un edificio muy sofisticado, el mejor de todo Kentucky, y cuenta con tecnología de punta. El capital pertenece a un importante empresario de la ciudad. Te necesito en esto porque Gianna está en estos momentos viajando hacia el Norte de la ciudad. Aún si terminase a tiempo, por la distancia, no alcanza a ir a las afueras de Louisville. Savannah apuntó en su iPad. —Claro, logísticamente carece de sentido. No hay problema. Una breve consulta. ¿Qué 25

ocurre con Zackary, el reportero que trabaja con ella? —Está también en otra asignación. —Se encogió de hombros—. No te lo pediría si no fuese necesario. Sabes muy bien que en esta época de nevadas la que más trabaja es Gianna y su sección por las carreteras cerradas, los problemas de los materiales que no fueron utilizados, blablablá. —Sí… al menos esperemos que el camino esté despejado en las afueras de la ciudad. Caso contrario llegaremos muy tarde. En todo caso, apunto: Sección Construcción. Reemplazando a Gianna Tanner. Listo. ¿Espacio? —Una página completa para hoy en la tarde. Aquí tienes —le entregó un documento con los detalles del acto— léelo en el camino. «¡Una página! Debe ser todo un personaje el dueño de la constructora», pensó Savannah. No con facilidad se daba tanto espacio en el diario. A pesar de que leer en el automóvil debería ser fácil, para Savannah implicaba que sus neuronas tuvieran un mareo digno de un borracho a medianoche. Mantuvo en la bolsa la 26

escueta biografía que le entregó Meg de Nathaniel Copeland, el dueño de la compañía constructora. —¿Tan importante es este hombre? Gianna va a deberme un buen almuerzo hoy — murmuró. Meggie observó la hora en el reloj de pared de su despacho. —Muy respetado… y diría que temido. —¿Por los periodistas? La editora general rio, y al hacerlo las arrugas alrededor de sus ojos azules se intensificaron. Sesenta años de edad, y cuarenta en la trinchera periodística, eran toda una vida dedicada a informar. Gran parte de esos años los había dedicado a la empresa de un joven visionario, Daniel Sutton. Llevaba quince años en Crónicas de Louisville, y no se sentía menos a gusto que si hubiera trabajado para el Washington Post cuando tuvo la oportunidad de trasladarse a la capital de Estados Unidos, muchos años atrás. —Para los periodistas también —replicó—. No te dejes embaucar por su apariencia distante y su aire misterioso. 27

«El mal del periodista es querer desentrañar los misterios…» —¿Y eso qué significa? —Indaga lo necesario, pero no te dejes intimidar. No creas que él es un enigma que está a la espera de que una joven periodista desentrañe sus secretos. Si insistes en tratar de penetrar más allá del tema profesional, Nathaniel Copeland se cerrará a ti y perderás la nota. Gianna jamás ha permitido que eso ocurra ni tampoco Zackary, aunque este último rara vez ha tenido contacto con el empresario. —Y me lo adviertes porque… —Te lo advierto porque te conozco y sé que eres muy buena indagando. Aquí no hay nada oscuro ni oculto. Solo el evento en sí. Es todo lo que necesitamos en esta ocasión. El dueño de la empresa no es el protagonista… aunque quizá sea bueno que sepas que rara vez acude a los eventos de su compañía, salvo cuando considera que es estrictamente necesario. Por eso no podemos dejar de cubrirlo. Savannah asintió.

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—Entendido. Resolver los misterios de la construcción es asunto de nuestra querida Gianna —dijo con una sonrisa. El teléfono de la oficina de Meggie empezó a sonar. No era que el sonido fuese ajeno, así repiqueteaban los aparatos telefónicos todo el día en la redacción. —Envíame la nota lo antes posible, y ponle en copia a Gianna para que a su retorno la revise. —Seguro.

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CAPÍTULO 2

Minutos después de su charla con Meggie, Savannah estaba en la camioneta de la empresa en calidad de pasajera junto a Vince Foster, el fotógrafo asignado, quien iba cantando como si no hubiera mañana. El conductor, Otello Gaddick, conducía como un desquiciado sorteando el tráfico para salir de la autopista y encarrilarse hacia la zona rural en donde era la cobertura. —¿Tienes deseos de morir con la nieve en la autopista, Gaddick? —le preguntó ella con tono ácido al conductor. —Vamos con el tiempo. —No es culpa mía que te haya dado por parar a comprar un hot-dog y de paso te dieses cuenta que olvidaste llenar el tanque de gasolina. El hombre se encogió de hombros y no dijo nada. Bajó la velocidad y moderó su forma de conducir. 30

—Gracias —murmuró Savannah mirando por la ventana. Media hora más tarde, Vince Foster bajó de la camioneta, y la ayudó a ella bajar para que no resbalara sobre la nieve. Savannah tomó el bolso cruzado que llevaba a todas partes. Comprobó la grabadora y le dijo a Otello que intentara estar en un parqueo cercano porque ella no tenía ganas de congelarse el trasero mientras lo buscaba entre la marea de automóvil de la prensa que estaban alrededor. Abrigándose bien contra el frío invernal, Savannah se adentró en la sala de prensa que ya estaba atestada de periodistas de diferentes partes de la región. Se acomodó en una de las primeras filas. No era de las que disfrutaba rehuyendo en los últimos asientos como otros. ¿Cuál era el punto de esconderse cuando lo que buscaba era información? Edward Harris, el dueño de una revista importante de Louisville, El Farol, se sentó junto a ella. En un par de ocasiones habían salido juntos, pero no resultó. Lo cual no fue una novedad para Savannah. Además de unos cuantos besos, que no le encendieron ni la 31

bombilla de la luz del porche, no ocurrió nada relevante. Se saludaron y cuando él iba a empezar a entablar conversación con Savannah, fue sorprendido por un contacto de la Gobernación. Así que Savannah atendió la conversación que inició Lynda Dupont, periodista de LK Noticias. La rubia solía utilizar el ochenta por ciento del tiempo fuera de la cámara de televisión para hablar sobre tratamientos capilares. —Pensé que esta área la cubría Gianna — dijo Lynda Dupont a Savannah cuando leyó la insignia del diario Crónicas de Louisville en el bloc de notas—. ¿Cómo estás, Savannah? —Bien, bien. Gianna está en otra cosa trabajando, así que la estoy cubriendo hoy — repuso con amabiilidad, aunque Lynda no le caía muy bien. Decían las malas lenguas que se acostaba con uno de los dueños de la cadena, y por eso la soportaban. Savannah no seguía los cotilleos, pero trabajando en un periódico, ¿cómo dejar de enterarse? —Vaya, imagino que he estado demasiado ocupada reporteando para fijarme en ello. —La risita de Lynda salió a flote. «Irritante», pensó 32

Savannah—. Tu cabello castaño es hermoso y brillante. ¿Usas algunas de las técnicas naturales sobre las que a veces comento en la mañana? —Gracias… y errr no, no uso ninguna técnica… —dijo Savannah con renuencia. Cuando desde el podio anunciaron que el programa daría inicio se sintió aliviada de no tener que continuar esa insípida charla con Lynda, aunque habría valido para quemar el tiempo. Los ojos castaños de Savannah captaban todos los detalles: la intensidad de las luces, la sala abarrotada, los ventanales grandes y pulcros, el tumbado decorado con motivos griegos, y la hilera de cinco sillas dispuestas en el escenario en el que seguramente se sentarían los representantes estatales y los empresarios. También había una gran pantalla que empezó a proyectar imágenes de los inicios del proyecto. Tomó nota. —Damas y caballeros —anunciaron de repente— permítanme presentarles al mentalizador de este gran proyecto. El señor Nathaniel Copeland, accionista principal de C&C Constructores y un prominente 33

empresario que contribuye siempre con obras para beneficio de la comunidad. Ella había visto hombres guapísimos en muchas ocasiones, y ninguno se asemejaba al que estaba en el podio en esos instantes. Llevaba un traje hecho a medida, de seguro costaba el sueldo de cuatro meses de Savannah, y se manejaba con la misma comodidad con la que ella estilaba al usar ropa de casa. El cabello café claro estaba perfectamente peinado hacia atrás, y las líneas firmes de su rostro creaban un aire de autoridad. Tenía ojos celestes, pero no brillaban… parecían más bien neutrales o quizá eran imaginaciones de ella. Savannah había aprendido a leer el lenguaje corporal a lo largo de los años de reportería. Y era evidente que el señor Copeland parecía hastiado de lo que lo rodeaba. ¿O estaba empezando a analizar demasiado? Probablemente. Las malas costumbres tardaban en desaparecer. —Buenos días. A nombre de C&C Constructores les agradezco el apoyo desde que se conoció en los medios de comunicación el inicio de este proyecto, hace ya dos años… — empezó Nathaniel. La mandíbula fuerte y 34

decidida era un adicional a la voz firme y enriquecida de una tonalidad que, si tuviera sabor, Savannah habría asociado con un chocolate caliente y exótico. —¿Verdad que es guapo? —susurró Lynda, sacando a Savannah de sus metáforas lúdicas en horas de trabajo. —Supongo —replicó pretendiendo estar concentrada en las palabras, y no en el modo en que los labios sensuales de Nathaniel Copeland se movían. La virilidad de ese hombre parecía vibrar en el salón como ondas repetidoras. Detalle que también lo habían notado sus pezones, pues estaban muy contentos pugnando por hacerse notar contra la blusa de seda. Sentía una inexplicable y ridícula ansia de acercarse a ese hombre. «No pienses en el fuego que los pensamientos queman.» En el breve informe que le había entregado Meg se mencionaba que Nathaniel era un hombre solitario y poco dado a aparecer en público. Su compañía hacía muchos trabajos filantrópicos y de aporte social. La única referencia personal se refería a su viudez. Su esposa falleció cinco años atrás en un accidente 35

de tránsito en el que él iba de copiloto. «Pobre....» *** Durante su exposición, Nate, como lo llamaban sus amigos, barrió la sala con la mirada. Le gustaba tener una idea del tipo de audiencia que lo escuchaba, pues lo hacía sentir más cómodo al modular el tono de voz y así le brindaba al auditorio la sensación de que realmente le importaban. Una mentira, por supuesto. Cuando sus ojos llegaron a la fila ocho estuvo próximo a quedarse en blanco. Aquello jamás le ocurría. Agradeció mentalmente a Marion, su asistente personal, quien le preparaba siempre un brief con las ideas principales de sus discursos, después de que él los escribía y memorizaba. Nathaniel no esperaba encontrar a una mujer que llamara su atención de forma tan intensa solo con mirarla. Estaba demasiado agobiado porque tenía un largo día por delante. También tenía que hablar pronto con Rommy, su amante. Las cosas empezaban a ponerse muy 36

serias de parte compromisos.

de

ella.

Él

no

quería

Como si quisiera retarse a sí mismo, a propósito, volvió a dirigir la mirada hacia la belleza de cabellos castaños. No creía que se tratase de una invitada al coctel de inauguración. Él había, personalmente, hecho la lista de invitados. Debía tratarse de una periodista. «Solo una más», se dijo, y así se olvidó de ella. Con una ensayada sonrisa continuó explicando detalles de la obra que iba a servir de ayuda para más de cuatroscientos alumnos interesados en formarse en varias ramas del arte. El edificio no sería de la empresa constructora, sino que la compañía estaba donándosela a la ciudad. Aquellos eran los gestos de generosidad que habían hecho populares a Nathaniel en la comunidad, y lo mejor de todo, es que rehuía la posibilidad de llevarse el crédito. Algo que a sus relacionistas públicos los sacaba de quicio, así que por esta ocasión, había decidido aceptar estar en el evento, en lugar de enviar siempre a su socia, Natasha Carmichael. 37

Al final del discurso sonoros aplausos invadieron la sala. Hubo la participación de un violinista invitado para amenizar el clima de la reunión, y Nathaniel aprovechó para conversar un poco con quienes se le acercaban a felicitarlo. Su director de comunicación, Louis Keaton, a quien no en vano le pagaba una millonaria suma para que lo asesorara adecuadamente, estaba observándolo como si esperara una crisis de un momento a otro. Nathaniel sonrió ante la perspectiva. No seguía ninguna regla… solo las suyas. Pensaba en abandonar el evento cuando se le aproximó un fotógrafo. —Señor Copeland soy Vince Foster de Crónicas de Louisville —le extendió una ancha y callosa mano fruto del ajetreo diario con la cámara, trípode y cables en diversas superficies. Nate extendió la suya, una mano firme y bien cuidada de un empresario que firmaba cheques y daba órdenes, pero no llevaba material pesado entre manos. Al menos ya no ahora—. Me gustaría saber si puede concederme unos minutos para entrevistarlo. 38

—Lo siento, pero tengo una reunión en breves —replicó con su habitual gesto impaciente—. ¿Qué le parece en otra ocasión? Foster negó, y al hacerlo su desordenada cabellera entrecana se agitó al igual que su abultado abdomen. La sonrisa no desapareció del rostro rubicundo con visibles arrugas y un cuidado bigote que contrastaba con su desaliñado aspecto. —Gianna no ha podido venir hoy, así que Savannah Raleigh es mi compañera para la cobertura —dijo, y la señaló con la cabeza. «Así que ese es su nombre», reflexionó en silencio Nathaniel, al reconocer a la chica de la fila ocho—. Su aporte será clave para el reportaje sobre este centro y además, Savannah es una periodista muy buena. Sabe lo que pregunta. Si algo le puedo garantizar es que no sentirá que está repitiendo lo mismo que otros periodistas le preguntan siempre, señor Copeland. —¿Está traicionando a Gianna al decir eso, entonces…? Sonrojado, Foster negó profusamente.

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—Tranquilo, hombre —dijo dándole una palmada en el hombro—. Una simple broma. Nathaniel tenía un viaje esa noche. Preferiría no abandonar su cómoda casa, pero no tenía remedio. De vez en cuando el lobo tenía que salir de la cueva. Si el resto del día prometía ser una mierda, al menos iba a concederse aplacar su curiosidad sobre la tal Savannah. —No doy entrevistas exclusivas, pero hoy me siento benévolo, señor Foster. Espero que Gianna lo disculpe por haber abogado por esta señorita Raleigh. —Dejó la copa de champán a un lado ante la sonrisa complacida, pero también algo nerviosa del fotógrafo. No todos los días Vince amanecía con la chispa encendida para arriesgarse a hablarle a una persona con el carácter indomable de Copeland—. Vamos…usted guía, señor Foster. —S…sí, sí. Savannah esperaba a que Vince regresara de donde fuera que estuviera metido. Así que aprovechó para googlear a Nathaniel Copeland en su iPad. A veces los boletines o biografías que obtenía en coberturas ajenas a su área de Cultura, solían ser escuetas. Ella siempre 40

buscaba, como todo periodista, más datos que pudieran enriquecer su forma de ver las cosas. «Vaya», pensó cuando aparecieron las primeras líneas sobre la fama que tenía de ser esquivo y solitario, mezcladas con un supuesto caso de fraude multimillonario. C&C Constructores estaba en el ojo de la tormenta bajo la acusación de haber utilizado material de segunda mano y no cuidar las medidas de seguridad que se exigían, por ello dos trabajadores de una de sus construcciones habían fallecido. Al parecer una viga se desprendió, matándolos al instante. El caso se había cerrado sin mayores repercusiones. La constructora de Copeland, y su socia, Natasha Carmichael, había sido declarada inocente. Savannah frunció el ceño. En otras noticias comentaban que Nathaniel había atropellado a un transeúnte, pero se dio a la fuga. Se expresaba que luego quiso comprar el silencio de la víctima cubriendo todos los gastos hospitalarios. El resto de notas fluían más o menos en ese sentido. En ninguna de las noticias había opinión de parte de las empresas de Copeland, lo cual era curioso. «¿El que calla otorga?», se preguntó. 41

Continuó leyendo. Algunas fuentes lo citaban como uno de los empresarios más acaudalados de Kentucky, y de cuya vida personal se conocía poco o nada. Era un hombre muy hermético y al único evento de corte social al que asistía era una gala anual para recaudar fondos para niños que sufrían de desnutrición. «Ahora veo por qué tanto alboroto cuando el ermitaño decide aparecer.» —¡Hey, compañera! —escuchó que la llamaba Vince. —¿Nos vamos? —preguntó de espaldas, mientras apagaba el iPad y lo guardaba dentro de su bolsa. Se puso de pie y recogió su bloc. —No, todavía. Escucha. Te anotarías un punto extra si entrevistas al accionista mayoritario de C&C Constructores. Guardó la grabadora en el primer bolsillo de la bolsa American Eagle. No era nada chic, pero sí tenían productos prácticos que duraban mucho tiempo. —Vince, entrevistar a ese extraño empresario puede resultar problemático. Es el área de Gianna. Solo he venido a cubrir lo necesario, mi idea no es robarme el protagonista 42

—le respondió a su fotógrafo de espaldas pues aún tenía que acomodar su bloc de notas en el cierre grande de la bolsa—. Además… —Además —expresó una voz desconocida muy cerca. A Savannah se le erizó la piel, y sus manos quedaron suspendidas con el bloc amarillo entre ellas—, creo que sería de mucha utilidad si le cuento más detalles sobre la manera en que este proyecto va a beneficiar a las personas con talento y que carecen de medios económicos para solventar su educación, señorita Raleigh. No seré problemático. Eso puedo garantizárselo — comentó con burla. Ella se giró. De cerca, Nathaniel era impresionante. Se recordó que el autocontrol era una de las mejores armas de una buena periodista. Notó una cicatriz en la mejilla derecha. No era profunda, aunque bastante notable. ¿Cómo se la habría hecho? ¿El accidente en el que había muerto su mujer quizá? Si de lejos parecía un poco peligroso, cerca, lo era mucho más… también su altura era más notoria. —Por supuesto, señor Copeland —dijo Savannah obligándose a dejar de analizarlo. 43

Ella no desaprovechaba las oportunidades. Una exclusiva con Nathaniel Copeland, lo era sin duda—. Gracias por su tiempo. ¿Dónde le parece un lugar adecuado para charlar? —Hay un despacho en la parte superior que podemos utilizar, y con suficiente luz para que el señor Foster pueda hacer una toma adecuada. Foster sonrió. —Claro —dijo la periodista. La conversación con Savannah aproximadamente veinte minutos.

duró

Las preguntas que le formulaba eran inteligentes, y para nada caían en el catálogo que Nathaniel ya se sabía de memoria y que solían utilizar otros periodistas. A él no le resultaba difícil identificar a las personas que poseían talento... y en el caso de la señorita Raleigh, también belleza. No dejó de observarla detenidamente, mientras ella realizaba su trabajo. Sus gestos eran elegantes y la mirada color verde cobraba un brillo especial cuando se sentía satisfecha con las respuestas que él le ofrecía. Lo trataba con estudiada indiferencia y distancia. Estaba habituado a que las mujeres, sin importar el 44

ámbito en que se encontraran, tratasen de flirtear con él. Como si fuera un reto. Podría catalogar como “interesante” que en esta ocasión una mujer lo tratase de formal normal y sin intentar ganarse algo más que las respuestas para su trabajo. —¿Algo más, señorita Raleigh? Savannah era consciente de la mirada fija y calculada que tenía Nathaniel sobre ella. La idea de estar siendo diseccionada y analizada mientras hablaba, no la hacía sentir cómoda. Le causaba desconcierto. Para ser un hombre tan alto, físicamente imponente y de facciones fuertes, Copeland poseía un modo de hablar que suavizaba aquella dureza, en especial cuando sonreía. Su voz era bastante gentil, pero cortante. Todo un contraste. —No, eso es todo… gracias de nuevo. — Guardó todas sus pertenencias—. Vince ahora tiene que hacerle unas fotografías. —De acuerdo. Vince realizó varias tomas. Nathaniel posando con aplomo y la vista de los alrededores de fondo. Otra toma gesticulando, mientras le consultaba a Savannah qué día 45

saldría la nota. La última fue una fotografía de pie con una sonrisa estilo Hollywood con los brazos cruzados mirando de frente a la cámara. —Le agradecemos por su tiempo —se despidió el fotógrafo estrechándole la mano y guardando luego el equipo en su bolso de trabajo. Se dirigió a Savannah —: Te espero en la camioneta. Ella asintió. Miró a su entrevistado. —Gracias, señor Copeland. Mañana puede adquirir un ejemplar del diario y hoy al caer la tarde ya estará lista la nota en nuestra página web. —Savannah… —dijo con su voz melódica y oscura. —¿Sí? —preguntó controlando la electricidad que creía experimentar en la piel a causa de esa mirada celeste, y que se había vuelto demasiado intensa de repente. Apretó el bolso contra su costado. Nathaniel se acercó y ella evitó retroceder. Él extendió la mano. —Un placer conocerte. 46

«Sal corriendo de aquí, caperucita», le dijo una voz en su cabeza. —Lo mismo digo, señor Copeland — replicó, y estrechó la mano fuerte. Elevó la mirada y quiso quedarse perdida en ese mar celeste. Apartó la mano. —Mis amigos me llaman Nate. —¿Y somos amigos? Él la sorprendió con una carcajada. —Hasta pronto, Savannah. Ella asintió, porque el sonido de esa risa sensual le aturdió el cerebro. «Desaparece si quieres mantener la cordura, Raleigh, ¡ahora!» Esta vez, obedeció.

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CAPÍTULO 3

Daniel había explicado, durante una charla abierta a todos los empleados, que existía la posibilidad de salvar al diario si se vendía un porcentajes de las acciones, pero que era un asunto que se consideraría en próximas semanas. Ni Meggie ni Savannah habían estado en la primera lista de despidos. Aliviada, Savannah abandonó la redacción alrededor de las cinco de la tarde. Se caía de sueño, pero no podía fallarle a Chelsea. Llegó a su departamento ubicado en los alrededores de la West Jefferson Street. Una zona bastante céntrica. Su habitación estaba al final del corredor a la derecha. Había tres cuartos y dos baños completos, más uno de visitas. Era un sitio amplísimo, y lo consiguió a un precio fabuloso. La dueña quería mudarse pronto a otro sitio y rentar el departamento lo antes posible, así que Savannah llegó en el momento preciso. 48

Se secó el cabello como mejor pudo. Se aplicó una base tenue, sombra de ojos, delineador negro, blush y un labial rojo. Rebuscó entre sus cajones hasta que dio con las leggins azules que se había comprado para ese día. Llevaba un vestido corto rojo y botas de tacón de aguja del mismo tono. Buscó el abrigo azul y luego salió prácticamente corriendo para buscar un taxi. Esa noche no iba a conducir. Ubicado en River Road, unas de las calles cercanas al río Ohio, el restaurante italiano Bambino era un emblema histórico de la ciudad. No era fácil conseguir sitio debido a la alta demanda que tenía, así que Savannah tuvo que ingeniárselas para reservar una mesa con tan poco tiempo de anticipación. —¡Llegaste al fin! —exclamó Chelsea al ver a su mejor amiga. Chispeante y de ojos azules, la rubia veterinaria conservaba una vena optimista que Savannah no compartía. Eran amigas inseparables desde la primaria. —Haciendo malabares fue posible —dijo sonriendo.

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—Qué alegría que lograras escapar de la redacción tan pronto. La periodista rio. —Feliz cumpleaños —dijo abrazando a Chelsea para luego entregarle una cajita envuelta que contenía un bonito juego de pendientes y un colgante—. Veo que han llegado todos —comentó mirando a los padres de su amiga, el hermano menor de esta, Becker, y tres amigas bastante allegadas a la cumpleañera—. Ojalá no se me hayan terminado los aperitivos que son mis preferidos en este sitio. —Claro, que no. Puedes sentarte conmigo —comentó Becker. Tenía dieciocho años y había declarado su amor por la mejor amiga de su hermana. Todos se rieron y Becker se sonrojó—. O no… Savannah se acercó, le dio un abrazo que hizo reír a todos, y luego se sentó junto a Chelsea. Le gustaba la familia Whitehall. Después de que Chelsea empezabara la universidad, Wagner Whitehall consiguió una gran oferta laboral en Alabama. Se mudaron todos, excepto la mejor amiga de Savannah. 50

El vino iba y venía. También los platos principales que hicieron las delicias de todos. La comida era de primera. El calor de la chimenea del fondo de la estancia irradiaba cada pequeño espacio. Fuera la temperatura había bajado a los cinco grados Celcius. Casi al finalizar la velada, apareció el mesero con una tarta de cumpleaños. Todos le cantaron a Chelsea el Cumpleaños Feliz, y la rubia pidió un deseo, como era tradición, antes de apagar las velas por su veintiocho cumpleaños. Dos horas más tarde, con la cuenta pagada, y las sonrisas en el rostro, empezaron a salir del restaurante. Chelsea tenía planes con Savannah y el resto de las chicas. Irían a un sitio cerca del área de Mockingbird Valley al bar llamado “El encanto de Hades”, que tenía fama de servir los mejores cocteles. Y con ese nombre, ¿cómo negarse a probarlos? —¿Señoritas, qué les sirvo? —preguntó el barman. Tenía una mirada pecaminosa y una sonrisa pícara. Peggy, una de las compañeras y amigas de trabajo de Chelsea, replicó: —Sex on the beach. 51

Savannah soltó una carcajada, y el resto de las chicas también: Penny, Daisy y Chelsea. —Si me das tu número de teléfono podemos arreglarlo —repuso el chico sin cortarse. Al parecer habituado a ese tipo de comentarios. —Antes de irme me paso a pedir un par de esos, mientras tanto nos decantamos por empezar a celebrar la noche con un Martini. —Puedes enviarnos todo lo que creas que debemos probar —acotó Chelsea antes de ir hasta el reservado cerca de la pista de baile. El ambiente era de lo mejor. La gente bailaba con mucho entusiasmo y los cocteles, las reseñas tenían razón, era lo mejor del mundo. Probaron de todo. Bailaron hasta que Chelsea haló a Savannah para tomar un respiro. Con una carcajada, al verla agotada, le dio una palmadita a Chelsea en el hombro. —Vaya celebración. Creo que con todo lo que hemos bailado bajamos toda la pasta que comimos en Bambino. —Nah, no lo creo —dijo haciéndose escuchar sobre la música—. Con los cocteles recuperamos. Savannah, me alegra mucho saber 52

que Connor ya no forma más parte de tu vida y que has vuelto a sonreír —comentó apretándole la mano con cariño—. Es bueno tener de vuelta a mi amiga divertida de siempre. La mirada de ojos castaños con motitas verdes se llenó de nubes oscuras de repente. Como si las sombras hubiesen retornado. —Seguro la mujer de Connor ahora está soportando al cretino. Se merecen el uno al otro —continuó Chelsea. —No quiero hablar ni de Connor ni de Alice —comentó refiriéndose a su exprometido y a la que era ahora su esposa—. Por favor… —Lo siento, solo quería que supieras que estoy feliz de que hayas logrado volver a tu “yo” de siempre. Savannah rio. —Ni por asomo te creas que vas a salir indemne esta noche. Te toca beber dos cocteles más… ¿O acaso no recuerdas cómo me hiciste perder la noción del tiempo y el espacio durante mi cumpleaños? —¡Ah, la venganza! —murmuró Chelsea antes de hacerle un guiño a un hombre muy 53

guapo que estaba cerca y que había flirteado con ella—. Yo creo que sacaré a bailar a un bombón que vi… —No hagas tonterías… no demasiadas al menos. —¡Bah! Estoy c-e-l-e-b-r-a-n-d-o. —Celebremos entonces —comentó Savannah moviéndose al ritmo de la música mientras regresaba a la pista a disfrutar del ambiente con el grupo de amigas de Chelsea, y aceptando bailar cuando recibía propuestas para hacerlo. Con los pies doloridos, varias copas de más, cerca de las dos de la madrugada Savannah pidió un taxi. Sabía que salir con Chelsea implicaba una buena borrachera y más si era su cumpleaños. No se equivocó. El resto de las chicas se fue en otro taxi. Después de dejar a Chelsea en casa, Savannah le indicó al taxista cómo llegar a su departamento. *** 54

Nathaniel escuchaba el crepitar de la madera quemándose en la chimenea del salón de piano. Diciembre era un mes que le traía malos recuerdos. Para demostrarlo, su pierna herida parecía más rígida de lo habitual. Se apartó del sillón mascullando un improperio. Caminó hasta la ventana con dificultad y apartó las cortinas gruesas de color rojo con beige. Los copos de nieves caían como algodón en el exterior. Guardó las manos en los bolsillos del pantalón negro. Ya no llevaba corbata, ni el saco de Tom Ford. Los había dejado en la habitación superior cuando llegó desde Pittsburg. —¿Nate? —preguntó una voz femenina a su espalda. Él no se giró. —Imaginé Rommy.

que

seguirías

durmiendo,

La escuchó acercarse y luego sintió cómo lo rodeaba de la cintura, desde atrás, con aquellas manos que momentos antes le habían acariciado la piel. —No, solo te estaba dando tiempo para que recuperaras el buen humor que tenías cuando 55

llegaste hace cuatro horas. ¿Está todo bien? — indagó deslizando los dedos hasta llegar al sexo de Nathaniel—. Tengo ganas de ti. La risa ronca de Nate resonó en la habitación. Rommy Matterson era su amante ocasional. Tenían un arreglo desde hacía ya un año. Placer por placer. Aunque últimamente la mirada dorada de Rommy parecía brillar con una esperanza que iba más allá de la simple lujuria. Su idea de que era momento de decirle “adiós”, estaba en firme. Él giró para mirarla a los ojos. Había desfogado su pasión con Rommy, tomándola con un deseo primitivo sobre la alfombra del hall apenas la vio esperándolo semidesnuda. Luego de ese encuentro subieron las escaleras y él abrió las piernas esbeltas sin contemplaciones para darle placer con su boca. Favor que ella le devolvió con creces. Después de dos orgasmos, él repitió, en esa ocasión, perdiéndose en el interior del cuerpo femenino. Él era un hombre que disfrutaba de los pechos de una mujer, y Rommy era toda curvas. También tenía un trasero de lo más apetecible y las inhibiciones para disfrutar del sexo no existían entre ambos. 56

Cada uno sabía lo que el otro esperaba. No había delicadezas ni medias tintas. —Rommy —pronunció su nombre más como una sentencia— ¿qué esperas de nuestro acuerdo además de placer? Ella lo miró sorprendida por la pregunta. Tenía el cabello rojizo algo despeinado y las mejillas arreboladas por el sueño. Ninguno de esos dos detalles opacaban la sensualidad que destilaba su cuerpo y belleza. —Nada más… Él le acarició la mejilla. Rommy tenía treinta y seis años. Había estado casada, al igual que Nathaniel, en el pasado. No tenía hijos… el motivo detrás de su decepcionante divorcio. —Siempre me ha gustado la honestidad con la que mantenemos este vínculo. —No quiero dejar de verte —expresó sosteniendo la mano de Nate con la suya, contra la mejilla—. Disfruto el sexo contigo, las conversaciones… —El amor no existe para mí, Rommy. Nunca te he mentido al respecto, y creo que en 57

estos momentos estás tratando de ocultar tus sentimientos. En esta ocasión fue ella quien se echó a reír, y puso distancia. Se acomodó la cinta del batín de dormir. —Estás muy pagado de ti mismo. —No estoy tratando de insultarte, Rommy. Solo digo lo que veo en ti. Ella bajó la mirada. Cuando volvió el rostro hacia el de Nate, sus ojos estaban demasiado brillantes. Lágrimas sin derramar. —Eres un hombre maravilloso — murmuró—. Resulta difícil no enamorarse de ti. Jamás me has dicho porqué no crees en el amor, cuando ya estuviste casado con Brittany. Él inclinó la cabeza hacia un lado. Examinándola. Como si pudiera desentrañar la existencia de algún motivo adicional a su comentario. No lo halló. —Ya sabes, no todo lo que brilla es porque vale la pena. —¿Qué quieres decir? Brittany y tú eran la pareja dorada y salían siempre en las mejores revistas —indagó. Su posición siempre era 58

neutral o intentaba no preguntar demasiado. En esta ocasión, ante lo que era la inminente ruptura de su acuerdo, no pensaba mantener su discreción. —El pasado es exactamente eso. Lo que ahora cuenta es que nuestro tiempo juntos ha terminado… Siempre podrás contar conmigo si necesitas mi ayuda. —¿Eso es todo? ¿Luego de casi un año, Nate? —preguntó ofendida. Él suspiró. La tomó de los hombros. Ella se apartó y Nate la dejó apartarse. —Te respeto, Rommy, y creo que mentirte dándote falsas esperanzas me haría un espacio adicional en el infierno. No te amo ni estoy enamorado de ti. Ella no podía argumentar nada ante la sinceridad del tono de Nathaniel. A veces hacían negocios juntos, pero jamás hablaban de su acuerdo íntimo. Él era demasiado privado con su vida. De lo único que Rommy se arrepentía era de no haberlo dejado cuatro meses atrás cuando empezó enamorarse de él. Por todos los medios ocultó cómo su corazón se desvanecía ante la 59

idea de perderlo, pero Nathaniel tenía un sexto sentido para ver las cosas cuando otros querían ocultárselas. No en vano había logrado llegar tan lejos. —Supongo frontalidad.

que

debo

agradecerte

tu

—Si llegases a necesitar algo… Ella sonrió y le acarició la mejilla en donde había una cicatriz pronunciada. El único daño del accidente. Pero Rommy no era tan cruel para hablar al respecto, por más de que deseara herirlo por no quererla… El amor no se podía forzar. —No necesito una compensación. Me haría sentir sucia y dañaría lo bueno que tuvimos. Creo que el tiempo juntos ha sido suficiente — dijo para salvaguardar su orgullo—. Iré a llamar a mi chofer. —Son casi las tres de la mañana. Está nevando, y puedo ir a dejarte… Rommy colocó los dedos sobre esos labios sensuales que momentos atrás habían besado cada parte de su piel.

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—Intenta enamorarte algún día de nuevo. El amor vale la pena el riesgo. —Eres demasiado soñadora. Rommy le dedicó una mirada triste. No por ella, por él. —No, Nate, tengo treinta y seis años, y he aprendido a no perder la esperanza de encontrar al hombre que sepa apreciar mi corazón. —Yo… Ella sonrió. —No es personal. Cuando sientas que puedes perder el corazón de nuevo por una mujer, no huyas, Nate. Arriésgate… lucha por ella. —Tomó al atractivo hombre del cuello con esponaneidad y lo atrajo para besarlo. Un beso largo y sentido que él correspondió—. Adiós, Nate. Nathaniel asintió mientras la veía partir. Se giró y cerró las cortinas. Regresó al sillón. Cuando escuchó cerrarse la puerta principal se sirvió una copa. La lujuria no le era ajena; era un hombre saludable de treinta y siete años con sangre corriéndole por las venas. No obstante ante la 61

partida de Rommy, después de tantos meses siendo amantes, esperó sentir algo. Tristeza. Pérdida… Nada. No sentía nada.

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CAPÍTULO 4

Cuando faltaban cuarenta y ocho horas para la cobertura del matrimonio Lowell, Savannah recibió en el diario una canasta de frutas tropicales y un vino carísimo. La tarjeta venía con el sello corporativo de C&C Constructores. No es que se hubiera olvidado del empresario de ojos celestes, pero el ajetreo en el que estvo inmersa desde la entrevista que le hizo días atrás, la había mantenido a tope y más preocupada de mantener su puesto de trabajo que de pensar en un rostro sexy y atormentado. No señores. Ella tenía prioridades. Agradecido con su profesionalismo, señorita Raleigh. Gracias por el reportaje sobre el centro New Motion. Atentamente, N. Copeland. 63

Durante los siguientes minutos se quedó como idiota mirando la tarjeta. Como si pudiera transmitirle alguna información adicional. «Es un envío de cortesía corporativa, Savannah.» Esto último hubiera sido un detalle a considerar si el mensaje no fuera personalizado y careciese de la firma del presidente de la compañía… —Espero que no estés tentada a comerte esas delicias —dijo Max cuando vio la canasta. Era política del periódico no aceptar obsequios. Y era más que seguro que ese detalle que Savannah acababa de recibir hubiese costado una buena suma. Estaban en invierno y las frutas tropicales no abundaban en la zona en esas épocas. Savannah sonrió. —Claro que no —replicó dejando la tarjeta a un lado—. El departamento de correspondencia se va a encargar de devolverlo a la compañía de donde la enviaron. —Aunque podríamos quedarnos con el vino —terció Gianna Tanner, la periodista que trabajaba en el área de contrucción y a quien Savannah había reemplazado la semana anterior—. Debes saber que Nate en particular es poco dado a colaborar con la prensa. 64

Gianna se sentaba un cubículo delante de la joven de veintisiete años, pero pues que todos los escritorios eran abiertos no resultaba nada difícil ver lo que llegaba a cada periodista. Desde regalos hasta panfletos insultantes. Según la sección, por supuesto. La compañera de Savannah se puso de pie para mirar de cerca la marca del vino. —El vino se va también —replicó riéndose al ver la mirada asombrada de Gianna. Una botella de esas costaba cerca de cuatroscientos dólares—. ¿Por qué es tan… solitario? —le preguntó. —Charla de chicas —murmuró Max poniendo los ojos en blanco—. Tengo una entrevista en la sede del Chase Bank. No me extrañen tanto a la hora del almuerzo. Aunque… ¿Savannah, te gustaría almorzar conmigo hoy? —Ay, Max, ya vete o llegarás tarde —dijo riéndose. Él frunció el ceño y le dirigió una mirada extraña. Luego, como si no hubiera pasado nada, se apartó de los cubículos con su paso engreído y desapareció al poco rato por la puerta de vidrio de la redacción. 65

Los chispeantes ojos café de Gianna brillaron acompañados de una sonrisa. Tenía seis años trabajando para el periódico y quince años de experiencia en la rama de construcción, diseño e infraestructura. Haló la silla de su escritorio y la acercó hasta donde se encontraba Savannah. Se acomodó reclinando la espalda contra el cómodo respaldar de la silla giratoria. —Ah este Max… ¿No vas a darle una oportunidad? —No lo creo. Aunque no pienso que sea de los que se dan por vencidos. —Me temo que no. Ambas rieron. —Volviendo a Nathaniel Copeland… — continuó Gianna—. Imagino que te diste cuenta de que tiene una marcada cicatriz en la mejilla derecha. —Savannah asintió—. Su esposa murió en un accidente de automóvil. Lo que puedo interpretar por su actitud es que la extraña mucho y no puede superar su muerte. Antes era menos ermitaño que ahora… —Oh… qué doloroso.

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—Él intentó salvarla, pero no pudo hacerlo porque el automóvil saltó en llamas a los pocos minutos. Los del equipo de rescate lograron sacarlo a tiempo, pero su pierna sufrió varias lesiones que lo dejaron con una cojera casi imperceptible… aunque si ya lo ves varias veces o lo estudias muy de cerca, se nota. —Comprendo —murmuró sintiendo una profunda tristeza, como si lograra comprender el tormento de ese hombre. «Necesitas vacaciones.»—. Pensé que su vida personal estaba vedada para la prensa. Aunque un accidente es otra cosa. Gianna asintió. —Si alguien intenta preguntarle por su vida privada, automáticamente termina la entrevista. —Algo radical. La mujer se encogió de hombros. —Una forma de marcar los límites. En su negocio lo que menos debe importar es con quién se acuesta o se casa, sino los resultados de su trabajo. Y sin dudarlo dos veces te diría que C&C Constructores es una compañía sobresaliente. Bien sabes que conozco muchísimos hombres y mujeres de negocios, 67

desde proveedores, trabajadores con su vena independiente y estos magnates. —Imagino, sí… ¿El accidente, ocurrió hace mucho? —Cinco años. Yo estaba cerca de esa zona cuando me entró la señal de la radio diciéndome del accidente. Fui una de las primeras en llegar. Quizá por desesperación… no lo sé… pero Nate me relató rápidamente lo ocurrido. Luego perdió la conciencia… —Entonces, ¿nadie sabe los pormenores de ese accidente? —Más allá de lo que te he contado, no. Nadie. Él es muy hermético. Muy pocos tienen acceso. Si se ha tomado la molestia de hacerte enviar un detalle, implica que tu trabajo lo dejó complacido. —Me dediqué a poner lo que creí ajustado a la verdad… a menos no cometí la imprudencia de preguntarle sobre su familia o esas temáticas. Gianna esbozó una media sonrisa. —Precisamente por eso recibiste ese agradecimiento. En un par de ocasiones lo hizo conmigo. ¿Sabes? Detrás de esa fachada adusta 68

hay un hombre que nadie se ha tomado la molestia de conocer sin juzgar. —Vaya… toda una Savannah con una sonrisa.

opinión

—dijo

—Tengo cuarenta y cuatro años, muchacha, y he conocido muchos cretinos en empresas importantísimas. Quizá Nate sea poco accesible, pero me atrevería a decir que a diferencia de otros, sí es honorable. Su vida ha sido marcada por la tragedia… Si yo perdiera a mi esposo creo que enloquecería. Savannah asintió. —¿Y los murmullos sobre los accidentes, materiales de segunda…? —Están licitando un contrato para construir el nuevo centro comercial que será el más grande de Kentucky, aquí en Louisville. Es un negocio multimillonario. Hay mucha campaña sucia… estoy siguiendo la pista de las empresas que compiten. Ninguno de los dueños se mancha las manos. Suelen emplear a terceros… —suspiró— como en la política. No verás a Hamilton Chastain insultar a su contendiente para las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos. 69

Savannah frunció el ceño. —¿Crees que solo sea eso? —No sé por qué te interesa tanto —dijo la mujer con una sonrisa. —Curiosidad —murmuró Savannah. Gianna la miró como solo lo haría una tía a una sobrina muy querida que empezaba a dejarse intrigar por un camino que no conducía prepcisamente a un rumbo lleno de flores y cielos soleados. —No veas en ese gesto de la canasta más allá de lo que piensas —comentó señalando el obsequio—. Ese hombre es un lobo solitario, ya te lo acabo de comentar. Si vuelves a verlo alguna vez, intenta evitarlo. Estoy consciente de que te ves en el espejo todos los días y sabes que eres una chica muy guapa. No arriesgues tu cuello. Tú eres más lista. Ya entiendes. —No sé por qué me dices esto… No es como si hubiera… —Solo es un consejo de colega a colega. Y el mismo que le daría a la hija de una buena amiga —dijo interrumpiéndola con cariño—. ¿De acuerdo? 70

Savannah asintió. —Bien, ahora tengo que salir. —Se puso de pie y apartó la silla—. El Alcalde ha decidido dar una rueda de prensa sobre esta licitación. Hoy anuncian a las tres empresas que han pasado a la última fase y entre las tres tendrán que dar una última exposición. —Dejó la silla en su sitio, y luego se giró hacia Savannah—: Nos vemos, preciosa. —Buena suerte, Gianna. La mujer asintió. Savannah se frotó el puente de la nariz. Nathaniel se movía en otros círculos, y ella consideraba que sus maneras de actuar seguramente no concordarían con alguien rodeado de gente que vivía por y para lo que otros pensaran. «¿Y qué haces reflexionando estupideces hipotéticas», se reprendió mentalmente. Agarró la oreja de la taza de café y dio dos largos sorbos. Todavía tenía que terminar una nota sobre la presentación de una compañía de ballet rusa que iba a darle vida al Cascanueces por la víspera de Navidad. Luego iría a entrevistar a 71

Scott Dielsen, un nuevo pintor cuya inspiración era Gauguin y Van Gogh. «Vaya mezclita.» El tema de la pintura era lo que menos le gustaba reportear. Los pintores solían ser demasiado excéntricos y mimados. De todas las clases de artistas eran los más complicados de tratar. Mientras trabajaba en la edición de la nota se olvidó de todo. Una vez que terminó, llamó al departamento de diagramación. Después eligió las fotografías a utilizar y envió la nota a Meg. —Ufff —exclamó. Dejó escapar el aire, antes de tomar el último sorbo de café que quedaba en su taza con motivos de los X-Men. Algo infantil, lo aceptaba, aunque si tenía que confesar el motivo de su afición por la serie tenía un nombre: Michael Fassbender. Bueno, tampoco es que hubiera visto la película Shame como tres veces en cámara lenta. Claro que no. Al caer la noche, Savannah ya tenía cerrada la edición de ese jueves y del viernes. Luego se pondría a adelantar las notas del sábado, porque perdería el día en la recepción de los Lowell. Había decidido junto con Daniel que uno de los 72

periodistas freelance iba a trabajar más seguido y así ella podría elegir a qué actividades acudir personalmente. Era un ser humano, no un pulpo con una máquina de tipeo instalada. —¿Lista para el fin de semana, señorita editora? —preguntó Meg sorprendiéndola. Le entregó un boletín de prensa. Un concierto de la orquesta filarmónica de Nueva York en la ciudad. Iban a tocar algunas piezas de Schubert—. El acto es mañana en la noche. —Enviaré a Carl, el freelance. Y le pediré a Ronny que haga guardia el fin de semana, aunque más allá de lo que hemos acordado en agenda, lo cierto es que no tenemos muchas actividades relevantes estos dos días. —Hizo un gesto que fingía limpiarse el inexistente sudor de la frente con el dorso de la mano—. No tengo cabeza para hacer una reseña de un concierto de música clásica. ¡Hoy es cuando extraño a Gwendolyn! Meg se echó a reír. —Nadie dijo que ser editora de una sección sería fácil. Savannah había ascendido de posición ante los despidos recientes, así que no solo tenía que 73

reportear, sino coordinar las notas de su sección que incluía dos periodistas freelance. No los conocía del todo bien pues siempre habían lidiado directamente con Gwendolyn. Eso cambiaría dentro de poco, pues iban a reunirse en la oficina de sesiones del periódico. —Y menos si aún no tiene confianza en el resto del equipo para que sea el punto de apoyo. —Se secó un sudor imaginario de la frente con el dorso de la mano—. En todo caso, ya tengo cerrado casi todo hasta el domingo y está preparado el espacio para el matrimonio Lowell. —Sí, todo en orden. Me gustaría que agregaras un artículo sobre la familia Higgins. Ellos coleccionan desde hace tres generaciones adornos de Navidad con diseños en madera y vidrio. Son una joya. —Claro. ¿Para cuándo? —Coordínalo con tu nuevo equipo a cargo para antes de Navidad. Te enviaré la dirección de la casa por correo. Ya hablé con ellos hoy en la mañana y están dispuestos a abrirte las puertas. Son muy majos.

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Savannah apuntó el evento en la agenda digital. —Agendado. Vamos a ver qué tal me va con el matrimonio Lowell. —Sé que no es el tipo de nota que te hace saltar de alegría, pero no queda más remedio. Estamos en tiempos complicados… y Lowell es un tipo ético. A pesar de que siempre pauta publicidad con nosotros, y bien sabes que paga miles por sacar su publireportaje de la textilera cada dos por tres, jamás ha insinuado que seamos suaves o parciales en el caso de que alguna vez hubiera que cubrir un aspecto de su compañía que quizá no se halagüeno. Savannah asintió. Era cierto. Lowell era uno de los pocos ingresos fijos en publicidad que mantenía el periódico. La publicidad online también le interesaba, pero era de los que prefería a veces la antigua forma de hablar de su negocio. —Intentaré hacer mi mejor reportaje… — dijo resignada. Indistintamente de las cualidades de su jefe o del empresario textilero, reseñar un matrimonio le parecía lo más aburrido del mundo. 75

—Haz eso. Suerte. Savannah odiaba tener que utilizar palabras endulzantes y parcializadas en un texto firmado bajo su nombre. Por eso ir a un matrimonio, como si fuera una “noticia”, la sacaba de quicio. Demonios, odiaba a veces el capitalismo… aunque siempre era mejor eso al mal llamado socialismo que existía en algunos países del mundo y que tenía a la gente muriéndose de hambre, mientras sus gobernantes se enriquecían vilmente. Dos horas más tarde, casi a media noche, agotada, llegó a casa. Encendió las luces. Fue hasta la cocina y sacó del refrigerador una comida de microondas. Encendió la potencia para dos minutos y mientras esperaba encendió la grabadora para escuchar los mensajes de voz. El primer mensaje era de su madre. Le decía que iba a hacer un inventario de la tienda de antiguedades porque quería poner todo en orden. El segundo mensaje era de Chelsea para invitarla a pasar un fin de semana a la casa que su familia tenía en Edgartown, Matha´s Vineyard. El último, la dejó incrédula. «Hola, Savannah… seguro te preguntas cómo tengo el 76

descaro de llamarte. Me voy a divorciar de Alice… Sé que te hice muchísimo daño en el pasado… Quisiera encontrar la posibilidad de tomarme un café contigo. Solo deseo disculparme sin rabia ni discusiones. Necesito cerrar el pasado. Y creo que tú mereces escuchar un par de verdades… llámame de regreso… o… yo volveré a insistir. Sé que estás ocupada… bueno… yo… adiós, Savie.» Su exnovio, Connor Moriarty, había tenido el descaro de llamarla. Savannah odió que la llamara por el apelativo cariñoso que él solía utilizar con ella. «Savie.» Dios, sonaba asqueroso después de que ella conocía la clase de hombre que era Connor. Lo último que iba a hacer era aceptar verlo. ¿Cómo se atrevía a contactarla? Después de lo que le hizo. Odiaba que Connor fuera periodista y pudiera encontrarla o saber de ella, aunque su nombre no figurase en la guía telefónica local. El cretino había esperado cinco puñeteros años para ponerse en contacto. Y ahora que pensaba divorciarse, si es que acaso eso era verdad, entonces la buscaba. 77

Savannah perdió el apetito. Se acercó a la grabadora y borró el mensaje. Luego se acercó hasta la hornilla para poner una tetera. El té era un buen compañero. Acomodándose sobre uno de los tres taburetes alineados detrás del mesón de la cocina, enterró el rostro entre las manos. La voz de Connor la había lanzado al pasado. Seis años atrás… Había empezado a trabajar para una cadena de televisión como pasante. Llevaba ya dos años recibiendo un salario básico cuando el productor del noticiero de la mañana, Anatole Wind, le anunció que iban a contratarla en la plantilla estable. Savannah, con ventiún años recién cumplidos, sentía que acababa de alcanzar el cielo con las manos. Canal Estelar era muy conocido en Kentucky. Y el noticiero de la mañana, Mundo Hoy, estaba entre los cinco que lideraban los rankings de audiencia. Savannah se encargaba de manejar y revisar el texto que pasaba el telepronter a los presentadores estelares. Pero ahora, con el contrato fijo, haría reportería. No con una cámara ni con un micrófono de 78

momento, aunque sí asistiendo al periodista principal que hiciera la cobertura. Así conoció a Connor Moriarty. Tenía tres años más que Savannah, cabello rubio y ojos miel. El tipo parecía tener una similitud injusta —al menos para el género masculino— con Brad Pitt cuando este era joven. El éxito con las mujeres era innegable, él lo sabía, y el productor entendía que parte de la audiencia se la debían al muchacho. Pero claro, Connor era brillante y ese plus era invaluable para un mundo de información que también necesitaba endulzar al espectador con la apariencia. La primera asignación de Savannah como asistente de reportería fue con Connor. En un principio se sintió deslumbrada por su atractivo y el modo audaz para conseguir que los entrevistados hablaran para la cámara cuando en realidad estaban reacios. Empezaron haciéndose amigos. Hasta que una noche, Connor la invitó a salir. —Te conozco hace ya seis meses, y de todas las mujeres que trabajan en este canal, créeme si te digo que me atraes más que ninguna. ¿Qué 79

te parece si tomamos una copa juntos? —le preguntó una tarde al terminar la jornada. Estaban en el parqueadero del canal. —No sé, Connor. Los mujeriegos no me van. El soltó una carcajada y le hizo un guiño. —Me gustan las mujeres, por supuesto, pero cuando encuentro a la que considero ideal, pues el resto deja de existir. Savannah lo miró con el ceño fruncido. Se moría por salir con Connor. —Mi trabajo es importante. No quiero que si algo sale mal… Él se acercó. Extendió la mano y le acarició la mejilla con suavidad. —Nada saldrá mal, Savie… ¿Te gusta como suena eso? Savie es un diminutivo que te queda perfecto. Será algo entre tú y yo. Especial. — Ella asintió—. Me muero por besarte… devorar tus labios y probar la suavidad de tu piel. —Él se inclinó besó la mejilla de Savannah, mientras le acariciaba la otra con la mejilla—. Entonces…. —expresó apartándose de pronto y 80

dejándola con una sensación de anhelo— ¿cenamos hoy, Savie? —Solo una cena —dijo consciente de que era una mentira. Ambos lo sabían. —Será solo lo que tú desees, preciosa Savie. Ese fue el inicio de un apasionado romance. De la primera vez de Savannah en la cama. Connor fue dulce… Hasta que pasaron seis semanas. Él se empezó a portar distante. Y Savannah no lo entendía. Hacían el amor regularmente, o cuando él no estaba de viaje haciendo algún trabajo o ella se quedaba terminando o avanzando algo del canal. Pero si algo debía confesar era que Connor se había robado su corazón. Estaba enamorada de él. Cuando él empezó a cambiar su comportamiento, ella lo enfrentó, pero Connor replicaba besándola y llevándola a la cama. No era estúpida, ni de las mujeres que permanecía con los brazos cruzados hasta que alguien le resolviera la vida. Si él no quería continuar la relación, pues que se lo dijera de frente. Estar con alguien que decía sentir algo especial por ella, y que a ratos la miraba como 81

si apenas la conociera, la enfurecía… y sí, también le dolía. Era la primera vez que se enamoraba de alguien. A veces se preguntaba si no sabía cómo llevar una relación, pero Chelsea le decía que Connor no le daba buena espina. Savannah, como siempre, necia. Hasta que una tarde, dispuesta a enfrentar a Connor porque no entendía su comportamiento, fue a buscarlo a su oficina. No era demasiado grande, pues se trataba de un reportero que llevaba un año trabajando, no diez ni doce. Aunque los jefes y presentadores lo tenían en alta estima, aún no cualificaba para altos privilegios como los que sí contaban más años en la compañía. Savannah abrió la puerta de Connor sin llamar. Encontró una escena tan cliché que no supo si echarse a reír o avanzar hasta donde Alice, la chica de archivo, estaba haciéndole sexo oral a Connor, y tirarle de los cabellos hasta dejarla calva. Bueno, quizá eso hubiera sido bastante exagerado… o placentero, según se lo viera. —Imagino que ella está haciéndote lo que a mí no me place —espetó Savannah, rabiosa 82

más que dolida. Al menos en ese momento. Estaba en shock. Connor la miraba boquiabierto. Ella no quería especular si él estaba a punto de tener un orgasmo en la boca de Alice o sorprendido... aunque de seguro no más de lo que lo estaba Savannah. —Pudiste haberme dicho que no querías continuar nuestro romance… o como quieras llamarlo —dijo con tono acerado. Innumerables veces él le había pedido que tomara con la boca, pero Savannah se rehusó. Él la acusó de ser una persona poco aventurera, y ella lo dejó estar. Grave error. Debió darse cuenta de que un hombre que realmente la apreciaba jamás la hubiese intentado apocarla por el simple hecho de no sentirse lista para algún tipo de acción sexual. Pues ahora se alegraba. Alice sonrió y buscó el sujetador. Luego se acomodó la blusa y se cruzó de brazos. —Pensé que tú y esta tontita ya habían terminado vuestro idilio mucho tiempo atrás — expresó Alice observando a Savannah de pies a cabezas—. No sé por qué te gustan las mujeres 83

gorditas para hacer apuestas, Connor. Demasiado pecho… mmm… al menos la cintura denota que no come tanto como quisiera. O todo se le va al trasero —dijo riéndose. Savannah no podía hacer un escándalo... y nada la complacería más que darse de gritos con esa cualquiera. Pero no era ella quien había hecho un compromiso de tener una relación, sino Connor. Nunca entendería por qué las mujeres se afanaban en culpar a “la otra”, cuando esa “otra” no tenía ningún motivo para cumplir ningún tipo de reglas. El que hacía el compromiso era el hombre. Él era el culpable y nadie más. ¿Por qué seguían las mujeres insistiendo en justificar al infiel, echándole mil y un excusas culpando a las “artes” de la “mujerzuela aquella”? Sería horrible para Savannah no solo que se enteraran sus jefes de que tenía un romance con un compañero de trabajo —porque estaba prohibido por las normas de la empresa— sino que no deseaba testigos de la humillación que experimentaba en ese instante. Dios, qué horrible experiencia. 84

—Me siento orgullosa de mis curvas, Alice. Así que cállate. —Escucha, Savie… —empezó Connor terminando de ponerse el cinturón. Savannah se acercó levantó la mano y le dio una bofetada que lo hizo girar el rostro—. Pero… —Cobarde. Eso eres, malnacido. —Esto que acabas de ver con Alice no es lo que crees, Savie. —¿No es una felación en toda regla? Alice se echó a reír. —Ya díselo, Connor. Haz los honores — ordenó la mujer. Tenía unas pestañas largas y tupidas. Los ojos verdes y un sedoso cabello negro. Unido a eso su figura era espigada y esbelta. No abundaban las curvas, aunque tenía los atributos por los que una mujer de catálogo de Victoria´s Secret ganaba mucho dinero. —No sabía cómo terminar la relación, no quería que te enteraras así… estaba pensando en la mejor forma de abordarlo… mira, Savie… Savannah se cruzó de brazos para contener las ganas de emparejarle el otro lado de la 85

cara. Esta vez podría poner en práctica las clases de defensa personal que estaba tomando. —¡Díselo a la cara, Connor! —Alice… —advirtió Connor—. Yo manejo este tema. La pelinegra lo ignoró haciendo un gesto con la mano. —Savannah, Connor y yo tenemos una relación hace tiempo… Esos viajecitos que hacía, el quedarse hasta tarde en la oficina… ya sabes… Lo reté a que te conquistara y se acostara contigo. Apostamos a que no lo haría. Savannah miró a Connor, incrédula. No podía hablar. Creía que las piernas iban a ceder. Dios, esperaba que no. —No sigas, Alice —expresó Connor y se acercó a Savannah. Le tomó el rostro entre las manos—: No fue así. Savie, en un principio quizá me dejé llevar por los juegos de Alice… luego te conocí bien… y…. —¿Te enamoraste de mí? —le preguntó ella con el tono neutro y la garganta quemándole de las ganas que tenía de gritar de rabia. Lo 86

apartó de un manotón—. No te atrevas a tocarme nunca más. —Yo… Alice caminó hasta ellos y tomó a Connor del brazo, apartándolo de Savannah. La miró con malicia. —La apuesta era que se acostara contigo. Aunque creo que se pasó de la raya y repitió. Pero a mí no me molesta compartir… de hecho es una de mis prácticas preferidas —dijo con un ronroneo acariciando el pecho de Connor con las uñas sobre la camisa blanca que llevaba. Savannah sintió ganas de vomitar—. Y bueno… espero que hayas disfrutado sus habilidades en la cama. ¿Fue una bonita primera vez? Espero que sí. —Bastardo dientes.

—expresó

Savannah

entre

—Sí, sí, me dijo que eras virgen. Quizá se volvió a acostar contigo por pena… —se encogió de hombros— en todo caso, me alegro que ahora lo sepas. «Dignidad, Savannah.»

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—¿Y qué ganabas a cambio, Connor? —le preguntó Savannah. —Lo que has visto. Sexo sin inhibiciones en lugares prohibidos… como el trabajo, por ejemplo. Y todo tiene una consencuencia — contestó Alice. —Savannah, habla conmigo —pidió Connor apartándose de su amante—. Podemos arreglarlo. —Solo tengo una pregunta para ti, y luego no quiero ver tu asqueroso rostro cerca de mí. ¿Está diciendo ella la verdad? Connor apretó los labios. —Sí… fue una apuesta. —contestó con renuencia—. Pero luego me enamoré de ti… y… —Sigan disfrutando del encuentro. Se merecen el uno al otro. Connor hizo además de avanzar hacia Savannah, pero esta lo dejó con las ganas al darle con la puerta en las narices. Sin pensárselo dos veces, lo siguiente que hizo Savannah fue escribir su carta de renuncia. La imprimió. Recogió sus 88

pertenencias y luego fue hasta el gran despacho del productor del noticiero. —Savannah, ¿por qué te vas? —preguntó tras leer la misiva con la renuncia—. Eres una chica con un brillante futuro en la empresa. Tienes un rostro que la cámara adora, serías una estupenda presentadora en un futuro. Aquí tienes las puertas abiertas para guiar tu carrera hacia donde quieras. Estamos contentos con tu desempeño. Ella no podía explicarle a Anatole. Sentía un dolor profundo que no podía expresarlo con palabras. —Tengo otra oferta laboral… lo siento mucho, Anatole —mintió—, pero no podía rechazarla. Te agradezco la confianza que has depositado en mí este tiempo. Y espero haber sido eficiente y cumplido con tus expectativas. —Por supuesto que sí, por eso me sorprende tu renuncia tan… repentina. ¿Estás segura de lo que haces? «Dios, no.» —Lo estoy. Anatole asintió y aceptó su renuncia. 89

Cuando llegó a su departamento tomó todo lo que le pertenecía a Connor y lo lanzó al cajón de la basura comunitaria. El recuerdo de lo ocurrido ese día se entremezcló con la tormenta eléctrica que azotaba la ciudad. Mientras se deshacía de todo, con el corazón roto, creía que cada trueno en el horizonte contribuía a que el dolor lacerara más profundamente. Estaba segura que desde ese día las tormentas iban a recordarle ese mísero episodio. Al menos no vivían juntos, pero esas pocas cosas que había ido dejando de tanto en tanto, ella no quería volver a verlas cerca. Volvió a su habitación. Llamó a Chelsea, y esta, luego de escucharla, le dijo que ese fin de semana iban al rancho de su tía Loly en las afueras de la ciudad para disipar el mal momento. Savannah aceptó. El fin de semana, Loly, las atendió con mimo. Se bañaron en una cascada que quedaba a dos kilómetros a caballo de la casa de campo. Comieron bien, y tomaron el sol en la piscina. Una terapia maravillosa para el sangrante corazón de Savannah. 90

—Chelsea… no sé qué voy a hacer… —¿Con qué? Él ya está fuera de tu vida. Puedes buscar un nuevo empleo. Eres inteligente, guapa y… —Estúpida. —Todos tenemos un momento en la vida en que nos rompen el corazón. ¿O acaso no te acuerdas de mis novios en la secundaria? —Este no era cualquier novio para mí… o al menos… —Lo sé, Savannah… estabas esperando al hombre que creías adecuado para acostarte con él. Pero ya sabes que nunca nada resulta como uno desea… a veces sale bien, y otrs no tan bien. —Y mira nada más mi caso… debería haberlo hecho con Neiman. Eso le sacó una carcajada a Chelsea. —¿Neiman, el chico que iba dos cursos adelante nuestro en la secundaria y trabajaba sacando copias porque siempre lo mandaban a detención por indisciplinado? —Era sexy y yo le gustaba. 91

—Estás demente… —Sí. —Luego rompió a llorar. Bajo la noche estrellada de esa noche de junio, Chelsea la abrazo y la dejó llorar largo y tendido. Cuando Savannah creyó que tenía los ojos hinchados como bolas de golf empezó a reírse con histeria. —Imagino que otro de tus modos raros de decirme que ya has superado a Connor es llorar hasta que tus ojos se quieran salir de órbita. —Savannah siguió riéndose hasta que Chelsea se contagió—. Y reirte… —rio sin parar— como una loca… y… contagiarme — siguió riéndose. Acostadas en una manta, sobre el césped del patio trasero de la propiedad de la tía de Chelsea, se quedaron en silencio tomadas de la mano, tal como hacían de pequeñas cuando la otra estaba triste o tenía problemas. Pasaron un largo rato así. Mirando el cielo. Identificando en silencio las constelaciones. —Creo que sé qué me ayudaría a olvidar a Connor. 92

—¿Sí? —El vaquero nuevo que está trabajando en los establos de tu tía. Chelsea se incorporó sobre los codos y miró a su mejor amiga. —¿Zoltan? ¿El que entrena los caballos? —Ajá. —No está en la plantilla fija. Quizá y ni siquiera pase las estrictas pruebas que suele ponerle mi tía a todos los que pretenden trabajar en su establo por un largo periodo... y… —Lo que menos me importa es su estatus laboral —interrumpió. —¿Qué quieres decir? —Un clavo saca a otro clavo. Mi corazón está hecho trizas… pero mi cuerpo… bueno — rio con desparpajo— es otra cosa. —¡Estás demente! Savannah se giró de lado. Acomodó la mejilla sobre la palma derecha de su brazo, cuyo codo estaba apoyado en la manta. Miró a Chelsea. 93

—Solo una noche con Zoltan… ¿O acaso crees que estoy muy fea? —preguntó con una sonrisa. Sí. Tenía el corazón roto, pero necesitaba sentirse deseada. Experimentar el deseo… ese primitivo y que desnudaba cada secreto de su cuerpo. Sin creer que era una apuesta… sin sentirse sucia y usada. Porque así la había hecho sentir la canallada de Connor. Usada. Chelsea la entendía mejor que nadie. —Zoltan te miraba esta mañana como si quisiera devorarte mientras nos preparaba los caballos. No creo que la atracción sea un problema… De hecho, estoy segura de que si respondes a su mirada, él tomará las acciones pertinentes. —¿Entonces? —No sé, Savannah, tú siempre has creído que el amor... —Quizá sea tiempo de cambiar y dejar de ser tan ingenua. Se puede tener placer sexual, sin necesidad de amor de por medio. —¿Es una caducidad?

reflexión

94

sin

fecha

de

Savannah se encogió de hombros. —Es una reflexión que por ahora me sirve. Chelsea suspiró. —Lo entiendo. Solo que sepas que eres preciosa, Savannah, y ese imbécil de Connor está mejor lejos de tu vida. A la mañana siguiente, Chelsea se las ingenió para que su tía no sintiera curiosidad por saber en dónde estaba Savannah. Y la joven periodista no podía estar más agradecida. Zoltan había sido la cura perfecta. Un amante apasionado. Intenso. La ayudó a recuperar esa partecita suya que necesitaba sentirse deseada. Ninguno esperaba más que pasión del otro, y así se lo demostraron durante varias horas en que tuvieron sexo como si no hubiera mañana. Cuando se despidieron, él le dio un abrazo y después un beso intenso. —Eres una mujer preciosa, Savannah Raleigh, y jamás permitas que ningún hombre te diga lo contrario. Quizá esas palabras no podría reparar su corazón, pero con esa frase de despedida el 95

vaquero la había ayudado a salir del torbellino que era su mente luego de ver al hombre que supuestamente la quería, con otra. Con el paso de las semanas, Savannah poco a poco fue sanando. La locura con Zoltan empezó y terminó en el rancho. Chelsea y ella volvieron a la vida cotidiana después de ese largo fin de semana. Semanas después, Savannah trabajo en Crónicas de Louisville.

encontró

Ningún hombre iba a utilizarla de nuevo, se prometió. Después de Zoltan, no volvió a acostarse con ningún otro. Y no porque las propuestas le hubiesen faltado, sino porque Savannah tenía miedo. Y no era un asunto de cobardía, sino de supervivencia. Quizá no creía en el sexo sin amor, y sí, quizá era una contradicción luego de su aventura con el vaquero. Algo dentro de ella le decía que su corazón era más fuerte ahora, pero no menos sensible ante la posibilidad de dejarse conquistar. El sonido de la tetera le recordó que era momento de salir del pasado. 96

Se levantó y puso el agua hirviendo en una taza. Colocó una bolsita de té verde. En compañía de un buen libro podría dormir mejor. Con eso en mente se adentró en su habitación cerrando así la puerta al mundo externo mientras se perdía en las páginas de una buena novela.

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CAPÍTULO 5

Jennifer era una de las primas más allegadas de Nathaniel. A él no le sorprendió encontrársela en el matrimonio de Brendan Lowell, pues su prima era muy amiga de la novia y había viajado desde Beijing para el enlace de Connie. Jen, como le decían en la familia, estaba trabajando en calidad de consultora delegada y diplomática de la Embajada de Estados Unidos en la capital de China. —Me alegro mucho de haberte encontrado por aquí, Nate —dijo mientras bailaban. Jennifer llevaba un vestido rojo precioso que resaltaba su cuidada figura y el cabello dorado. Era la hija mayor de Tianna, la hermana de la madre de Nathaniel. Tenía treinta años—. Mi misión diplomática acaba el próximo año y quiero regresar a Louisville. Vine a esta fiesta por Connie, y bueno aprovecharé para terminar algunos asuntos personales. —Me alegra tenerte por estos sitios. 98

—He venido dispuesta a encontrar un buen espacio para construir una casa. Giraron al compás de la música. —¿Y esto me lo dices porque…? —Ja- ja-, muy gracioso. Resulta que mi primito tiene problemas de comprensión. —Él esbozó una sonrisa—. Quiero que sea tu compañía la que construya mi casa. Los planos están hechos, por si intentas poner reparos. Nate hizo un gesto de negación sin perder el buen ánimo. —Debes saber que solo trabajo a gran escala —comentó para pincharla. Jennifer había estado con él luego del accidente. Fue gracias a la tozudez de su prima que la depresión no lo consumió; ella, y Natasha, siempre estuvieron animándolo a ir a rehabilitación. Aún cojeaba, sí, pero podía bailar un poco con ritmo lento sin que sufriera la pierna—. Aunque podría hacer una excepción. Jen sonrió de ese modo taimado que era la firma de la familia materna de Nathaniel.

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—Más te vale… por cierto… —le dijo al oído— ¿quién es esa mujer a la que no dejas de mirar? —No tengo ninguna mujer en mi horizonte visual. Ella le dio una palmadita en el hombro, riéndose. —Ahora resulta que no solo eres gruñón, solitario y terco, nooo, también eres un consumado mentiroso. —Nate soltó una carcajada queda—. A mis doce en punto, es decir, a tus seis en punto, está una mujer con un vestido turquesa. Conversa con… ¿Acaso no es ese el bobo de Edward? Pufff, cuando no está coqueteando… En fin, el asunto primito es que si continúas dando vueltas conmigo, aunque pretendas que crea que se trata solo de la música, me vas a dar un mareo que no respondo lo que salpique en tu traje. —Toda una diplomática hablando de vomitar. Qué falta de educación, Jen. —¿Qué diría la gente si supieran que Nate Copeland disfruta haciendo angelitos sobre la nieve? ¿Y que cuando era pequeño le gustaba 100

buscar gusanos para asustar a su pobre prima Jen? —No te creerían…o podrían llevarte presa por pensar que hablar de gusanos de tierra es algún código terrorista. Jennifer puso los ojos en blanco. —¿Quién es? —insistió. En el momento en que Nate iba a replicar con uno de sus sarcasmos fue testigo de cómo Ed plantó un beso en los labios de Savannah, e inconscientemente agarró con demasiada fuerza la mano de su prima. —Oh, daño físico por preguntar. No te tenía… —Jennifer Reagan Copeland, si sigues hablando como si no te quedara aliento de vida voy a decirle a ese novio tuyo que necesitas una lobotomía urgente. —Muy gracioso. —Ese soy yo, el señor chistoso. Ahora, ve a buscar a tus amigas. —La empezó a guiar fuera de la pista. —¿Y eso por qué? Yo quiero seguir bailando. 101

—¿En serio tienes treinta años? preguntó—. Todavía sigue en duda.



—Bueno, bueno, gruñón, me voy a tomar algo. Intenta divertirte. —Hace tiempo que dejé ver el lado divertido de la vida. A menos que me quieras presentar alguna amiga que… Aunque estaban utilizando un tono bromista, en esta ocasión la sonrisa de Jennifer se esfumó. Agarró el brazo de su primo y lo miró con solemnidad. —Nate, es casi un milagro que hayas venido a este matrimonio en lugar de quedarte en tu casa viendo números o con tu amante… —Jen —dijo en tono de advertencia. —… sé que se debe a tu gran amistad con Brendan, pero ya es tiempo de que dejes de torturarte por el pasado. Encuentra el amor de nuevo —continuó sin hacer caso a la mirada sombría de Nate. No la intimidaba. Lo conocía mejor que nadie. Siempre, a pesar de la diferencia de edad, habían sido muy unidos. —Tiempo fuera, señorita diplomática. Rommy y yo ya no estamos juntos. Y no quiero 102

hablar de temas vinculados a tus expectativas de florecitas y pajarillos cantando odas al amor —expresó con cínica sinceridad. Jennifer lo miró con pesar. Odiaba que su primo actuara de ese modo. No le gustaba verlo aislado y castigándose en soledad por no haber sido capaz de salvar a Brittany. No era justo. Habían pasado cinco años. —Nate… —No, Jen. Hoy, no. Te veo luego. Ella dejó escapar un suspiro de resignación. —Okey… Nathaniel había leído la nota periodística sobre su proyecto Live Motion en Crónicas de Louisville, y no lo dejó indiferente el talento de Savannah como periodista. Le gustó leer un reportaje imparcial y bien hecho. La mujer que solía cubrir la sección de Construcción, Gianna, también era muy profesional. Pero no podía decir que la echó en falta aquel día del evento en las afueras de la ciudad. Esperaba que el reportaje de Savannah ayudase a reforzar la reputación de su empresa. Las falsas acusaciones que William Mortensen 103

estaba haciendo contra él, intentando desprestigiarlo, lo tenían cansado. Su equipo de relaciones públicas estaba trabajando muy duro en el asunto. Era una campaña sucia, y Nathaniel no tenía ganas de llevar el tema ante los tribunales. Él podía dar una rueda de prensa aclarando las mentiras de Mortensen. Podía incluso interponer una demanda por difamación. Sin embargo, creía en otra estrategia. Por eso procuraba buscar la atención de la prensa en buenos proyectos que hablaran de la gestión corporativa para contrarrestar la mala prensa proveniente de Mortensen. Su director de comunicación le aseguró que lo mejor era que otros hablaran bien de su compañía sin necesidad de exponer al accionista mayoritario, y presidente corporativo, ante la opinión pública como si tuviera que darle explicaciones. Estaba bebiendo una copa de champán cuando un viejo amigo de la universidad lo saludó. Procurando mantener un espíritu festivo, lo cual era bastante difícil en diciembre para él, se acercó al grupo de hombres que había sido durante sus años en la universidad de Yale, compinches de juergas y fiestas. 104

*** Procurando no interrumpir la emoción de la ceremonia, Savannah entrevistó a la novia, ahora señora Connie Lowell. Después pasó con las hermanas de Connie, Loretta y Mildred, ambas estrambóticas, pero con gran sentido del humor. Luego habló con la familia del novio, y finalmente conoció al susodicho Brendan Lowell, que resultó ser una persona muy amable, y aprovechó para elogiar —como si para ella hiciera falta— a Daniel Sutton. Debería tener en la mirilla de su ojo periodístico a los invitados más destacados, pero el flamante recién casado le pidió que procurara dejarlos en el anonimato pues solían ser muy quejicas con su privacidad. Ella comprendía la petición, después de todo se trataba de un matrimonio de alto perfil social y muchos de los invitados eran multimillonarios. Que fuera periodista, no implicaba que ser cotilla le gustara. Así que por ella, bien. Era una cobertura a modo de favor personal del dueño, y no iba a complicarse la existencia. Industrias Lowell era una textilera con más de veinte años en el mercado local. Daba 105

empleo a miles de personas; su producto era de alta calidad. La fama de Lowell venía dada también por su aporte filantrópico a los centros de investigación de enfermedades cerebrales. Con los pies doloridos y con unas ganas locas de beber algo frío, que no se le subiera a la cabeza, Savannah empezó la búsqueda del aseo de damas. Estaba encaminándose hacia su meta cuando escuchó la voz inconfundible de Edward Harris a su espalda. «Imposible que no estuviera el hijo de uno de los accionistas del grupo El Farol, una de las revistas más compradas del Estado, en la boda de Lowell.» Ed no desaprovechaba oportunidades. Y si Savannah podía aceptar que los textos periodísticos de Edward eran muy buenos. Una de las secciones de Sociedad de las que más referencia se hacía en los círculos del “quién es quién” de la ciudad. —Ese vestido turquesa te queda como un guante. Cada curva en su sitio, preciosa Savannah —dijo él. «Cuenta, querida… Uno. Dos. Tres.» Se giró.

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—¿No me estás persiguiendo verdad, Ed? —preguntó en tono bromista, mientras tomaba una de las copas de champán que pasaba ofreciendo uno de los meseros. Bebió dos sorbitos y luego dejó la bebida a un lado. Para esa noche llevaba un vestido de seda en corte sirena con pedrería en los tirantes de los hombros, y estos se cruzaban en la espalda. La parte más difícil había sido tratar de que sus pechos cupieran sin problema en el escote. No podía quejarse de sus atributos físicos, aunque cuando llegaban estilos de vestidos que quería usar, tenía que pensárselo dos veces para no usar algo que pudiese hacerla ver como una vulgar exhibicionista. —Si te persiguiera y lo supieras no habría chiste….—inclinó la cabeza hacia un lado—. Es raro verte en una fiesta de matrimonio y no en un concierto de música clásica o una obra de teatro… Ella sonrió. —Bueno, tú eres el rey de los matrimonios y eventos de la alta sociedad. Hoy estoy haciendo un favor especial a Daniel.

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Edward se golpeó la barbilla con los dedos. Eran pulcros, al igual que el esmoquin azul oscuro que llevaba. —¿Ya has terminado con la reportería del matrimonio entonces? Han pasado los momentos más importantes, incluído el lanzamiento del ramo. —Sí, lo sé. Y respondiendo a tu pregunta, sí, ya he terminado. Ha sido una bonita recepción. —He tomado nota al respecto. Savannah rio. —No lo pongo en duda. —Tenía poco más de una hora en la recepción y pensaba quedarse a ver un poco más en busca de quizá una anécdota digna de mencionar. Arthur, ya tenía todas las tomas necesarias. Y como no podía ser de otra forma, su fotógrafo estaba dándose la buena vida en una de las islas que se habían dispuestos para ofrecer cocteles y bebidas a los quinientos invitados. —No he visto a tus padres. —La familia de Ed tenía industrias lácteas en Nueva York, Montana y Kansas, y era muy conocida en 108

Louisville—. Asumo que son amigos de los Lowell. —Sí, lo son… Lastimosamente no pudieron venir. Están en Suiza. Siempre vamos en esta época, pero debo cerrar la edición de diciembre de El Farol, así que me quedé. Estoy haciendo una nota especial por Navidad, y el matrimonio de Brendan y Connie es parte de él. —Ya veo. —Basta de hablar, Savannah, ¿qué te parece si mejor me concedes una pieza de baile y así no piensas que todo tiene que ser trabajo? —Yo… errr… Su error fue haber dudado, porque él tomó su pequeña mano y la condujo hasta la pista de baile en donde sonaba una movida melodía. Savannah no podía montar una escena, así que tuvo que calarse el baile. Ed no dejó de halagar su peinado, su perfume o cualquier cosa que se le viniera a la mente. Poco a poco su intención de rechazar la siguiente pieza e irse a casa fue desvaneciéndose. Ed podía ser insistente o a veces agobiante, pero también poseía un lado encantador y era el que estaba usando en ese 109

momento, consiguiendo a ratos sacarle un par de risas. —Me gusta tu risa… —No te acostumbres mucho si volvemos a vernos en una de esas Óperas tan caras que menos mal no me toca pagar. Ed soltó una carcajada. —Ah, siempre diciendo lo que piensas. —Ya sabes, me gusta poner en práctica esto de la libertad de expresión. Su conversación se volvió más amena entre giro y giro al ritmo de la música. Cuando no estaba intentado ligársela, Ed podía ser una buena compañía. Empezaron a hablar de lo divertida que sería la vida si pudieran vivirla como él tan idílicamente retrataba en sus textos sobre matrimonios y fiestas. —¿Cuántas veces te has enamorado? —le preguntó él. —Justo cuando pensaba que podías ser encantador haces esa pregunta —expresó tratando de no recordar al estúpido de Connor. —¿Eso significa conquistarte?

que ya 110

he

logrado

Savannah se rio. Con los ojos brillantes y aún riéndose, la encontró la mirada celeste de Nathaniel Copeland. La sonrisa le falló en los labios y casi se enreda con los zapatos de Edward, quien la miró algo confundido por su reacción. Ella balbuceó una disculpa, y procuró mantener el ritmo de la música. Era una balada suave. Cuando logró retomar el paso, no solo notó lo soberbio y atractivo que lucía Nathaniel, sino también la guapísima mujer que bailaba con él y que iba ataviada con un exótico y sensual vestido rojo. Sintiéndose ridículamente molesta al ver a Nathaniel bailando tan pegado a otra mujer, le dijo a Ed que tenía que continuar haciendo un par de entrevistas. «Por Dios, Savannah, solo hablaste una vez con ese hombre. Necesitas sexo. Ya.» Que no creyera en las relaciones, no implicaba que pensaba quedarse esperando a que llovieran diamantes. Era muy selectiva. «Tan selectiva que llevas casi cinco miserables años sin sexo.» Bueno. Esa era una gran verdad. En todo caso, en el último cajón de su ropero 111

tenía a Blake. Unas baterías era todo lo que le pedía. —¿Estás segura de que no quieres continuar bailando? —preguntó Ed sacándola de sus conversaciones consigo misma. Quizá tenía que ver con el hecho de ser una persona que disfrutaba mucho su tiempo a solas… o necesitaba pedir vacaciones en el periódico de urgencia. —No quiero que Brendan Lowell crea que me vine a divertir y que su nota corre peligro de sufrir algún olvido en detalles de mi parte — comentó fingiendo sinceridad—. Ha sido divertido bailar un rato. Gracias, Ed. Reticente, Edward la acompañó fuera de la pista de baile hasta una de las mesas de bufet. Savannah se vio sorprendida cuando Ed le plantó un beso en los labios. Un beso presenciado por un hombre peligroso de ojos celestes, pero ese detalle fue algo que Savannah no supo. —Para la buena suerte, preciosa —dijo Ed. Le hizo un guiño y se fue hacia una mujer de piernas interminables para pedirle bailar.

112

Cuando reaccionó, Savannah casi se ríe de la osadía de Ed. Casi. Necesitaba apartarse un rato del bullicio y sacarse un rato los tacones. ¿Por qué fabricaban zapatos hermosos con materiales incómodos? ¡Y cobraban un dineral por ellos! Fue hasta el aseo de damas para ajustarse el tocado frente al espejo. El área estaban pintada de lila y blanco. Los espejos eran inmensos y del otro lado de los aseos había una sala contigua con revistas y pequeños suplementos femeninos por cualquier necesidad. Incluso había hilos y agujas, notó Savannah cuando terminaba de colocarse un mechón de cabello detrás de la oreja. No le gustaba tener el cabello lleno de laca fijadora. Por ello sus hebras castañas estaban sujetas con pequeñas horquillas negras y se salían a veces con facilidad. Apoyó las manos sobre el mármol de Carrara y miró su reflejo. Ya había terminado su trabajo. «Momento de ir a casa.» Abrió la puerta lista para dirigirse hacia la salida del salón y pedir un taxi. —Qué sorpresa encontrarla aquí, Savannah. 113

Arrebatadoramente sexy y con esas facciones que parecían hechas con mimo por un maestro griego, Nathaniel Copeland estaba de pie, frente a ella, como si no fuese consciente de que estaba destruyéndole los pulmones en el intento de mantener un sosegado ritmo de respiración. «¿Acaso no debería estar con esa mujer del vestido rojo?» —Señor Copeland, lo mismo digo —dijo con un aplomo que no sentía—. Es una recepción muy bonita. ¿No le parece? Él asintió. Los invitados pasaban alrededor de ellos sin reparar en la repentina ralentización del tiempo que parecía haberse operado en el campo energético que giraba en torno a ambos. —Pensé que le habría gustado mi elección de un buen vino italiano —expresó haciendo referencia a la canasta que envió con su secretaria a la redacción de Crónicas de Louisville—. Devolvió el detalle, Savannah. No pudo evitar sonreír. Era encantador, pero sus alarmas de peligro la impulsaban a salir corriendo. Calculaba que el empresario medía casi un metro noventa. Sus hombros eran 114

anchos y el traje le quedaba más que bien. Tan cerca como estaban, la cicatriz de Nathaniel en la mejilla derecha era más notoria. Los dedos le cosquillearon por elevar la mano y acariciarla. «Ni en tu próxima vida te atrevas, Raleigh.» —No podemos aceptar obsequios por ética profesional, pero le agradezco el detalle. Fue muy amable. La sonrisa que se operó en el rostro de Nathaniel le dio escalofríos. No de esos causados por El Conjuro, condenada película que no la dejó dormir dos semanas, sino por la conciencia de que un toque de ese hombre y estaba perdida. «Has dejado de usar últimamente a Blake.» Quizá esa noche al regresar podría… —Lo comprendo. ¿No tiene problema en que la tutee, verdad, Savannah? «Sí, claro que sí. Para empezar me gusta cómo dices mi nombre, y segundo, me hace sentir demasiado… cómoda a tu lado.» —No. Puede tutearme, señor Copeland. — Estiró la mano—. Ha sido un gusto… Él tomó la mano de la mujer sin darle tiempo a girar y huir. 115

—¿Te vas sin bailar conmigo, Savannah? —interrumpió con suavidad. Después de haber visto cómo se besaba con otro hombre, Nathaniel había sentido el impulso de dejar plantada a su prima en media pista para apartar a la periodista de las atenciones de Edward. Francamente ridículo. Lo último que habría esperado era volver a verla y percibir en el aire el magnetismo sexual crudo y directo que lo invadió la primera vez que la conoció. Tenía la suficiente experiencia para atreverse a decir que Savannah también era consciente de ese detalle. —No he escuchado una invitación — replicó Savannah sin pensarlo. Decidió enmendar lo anterior—: Lo que quiero decir es que ya he terminado mi trabajo aquí, así que… —¿Me concederías bailar una canción? La banda es muy buena. La colonia masculina estaba dispersándose como un vaho alrededor de su cuerpo. Le hubiese gustado que fuera descortés o qué mejor, que la ignorara. No podía traer nada bueno un hombre que conseguía descontrolarla sin apenas haber hecho méritos para ello. Y 116

después de las advertencias de Gianna, con más razón. —Mi fotógrafo está esperándome — contestó con cautela apartando la mano. Lo más probable era que Arthur ya se hubiera ido. Nathaniel no tenía por qué saberlo—. No me gusta ser indelicada. —Ni a mi tampoco. Iremos a buscar a tu fotógrafo y luego… —¡Copeland! —expresó Brendan Lowell al verlo. Junto a él, su flamante esposa, Connie, sonreía—. Quería agradecerte una vez más por haberte tomado el tiempo de venir. Sé que prefieres estar en tu casa con los caballos… — se detuvo al reparar en Savannah que estaba empezando a preparar su retirada… en vano. La miró—: ¿Todo en orden, señorita Raleigh? —Oh, cariño, llámala Savannah, ¿verdad? —intervino Connie con dulzura. —Si a ella le parece bien —dijo el textilero. —Claro que sí… —Dime Brendan, por favor —expresó con una sonrisa. La periodista asintió. 117

—Debo decir que es una boda preciosa, Brendan, y haré mi mejor trabajo. Ya tengo todo el material y mi fotógrafo también — apretó con los dedos de la mano izquierda la pequeña bolsa que llevaba consigo—. Me van a tener que disculpar, pero ya es momento de irme. —No pasa nada si quieres quedarte a disfrutar un poco de la velada. Es una celebración y queremos que todos estén tan contentos como nosotros —dijo el flamante esposo. —Es casualmente lo que estaba diciéndole, Brendan —dijo Nathaniel dándole una palmadita en el hombro a su amigo—. De hecho, la invité a bailar antes de que llegaras a interrumpir y no la dejaras contestar. Brendan soltó una carcajada. —Entonces, ¡a bailar! —exclamó Connie antes de llevarse a su esposo a saludar a otros invitados que no habían podido llegar a la iglesia. En medio de la música y las risas, Nathaniel y Savannah se quedaron mirando el uno al otro. 118

Él extendió la mano de nuevo con una ligera inclinación de cabeza. —¿Una pieza de baile, entonces Savannah? —le preguntó—. Así puedes compensar mi decepción por haber rechazado el detalle que te envié. Ella lo observó con suspicacia. Mejor acabar con la bobería de una buena vez. —Supongo que está bien. Una pieza… —Nate —completó tomándola de la mano—. Podemos ser amigos. Estamos en una fiesta, y tú ya has acabado tu trabajo. Ella miró las manos unidas. El contraste de la piel bronceada de Nathaniel con la suya, tan nívea, le gustó. Tocarse de aquella forma tan inocente y común parecía tener otro significado distinto al mero hecho de ser dos personas que iban a compartir un baile cualquiera. O quizá es que ella empezaba a padecer algún tipo de demencia senil anticipada. —Nate —repitió Savannah en un susurro mientras se dejaba guiar hasta el centro de la pista—. Supongo que podemos ser amigos — dijo en un murmullo que se perdió con la música. Su lado cínico no se convenció del todo 119

de que podía ser amiga de un hombre que destilaba sensualidad por los cuatro costados sin pretenderlo siquiera. Savannah notó que Nathaniel cojeada muy levemente. Debió ser tortuoso someterse a la rehabilitación, pero la forma en que la guiaba en la pista era precisa y con mucha soltura. Cuando sintió la mano cálida de Nathaniel afianzarse más sobre su cintura, elevó la mirada y se perdió en el oasis celeste. Se movieron al ritmo de la balada. Savannah respiraba con un ritmo irregular, no podía evitarlo. Gimió para sus adentros. Se sentía bien entre esos brazos… como si hubieran estado esperándola toda la vida. Nate hizo un gran esfuerzo para no besarla. Al ver los ojos castaños con motitas verdes, tan limpios y apacibles, las ganas de devorar esa boca se intensificaron. Los ángulos del rostro eran delicados, las pestañas espesas y el maquillaje no lograba que él olvidara cómo lucía al natural. Y con ese antecedente podía decir que era una de las mujeres más guapas que había conocido. La sintió estremecerse cuando la apegó más a su cuerpo. Le gustaba cada curva que 120

resaltaba ese vestido. Podía notar los pechos llenos, la cintura ligeramente estrecha y unas caderas perfectas. Se preguntaba cómo sería Savannah Raleigh sin la muralla de contención que al parecer operaba en piloto automático. Él entendía mejor que nadie cómo era el proceso de protección ante otros, así como la evasión y la soledad. —Espero que tu indecisión inicial no haya sido porque tengas un novio celoso que ande merodeando por aquí. Savannah rio. —Si tuviese un novio ni así le molestara dejaría de bailar con un amigo. —Yo no estaría muy contento si fuese tu novio. Solo querría que bailaras conmigo… y nadie más. Por ejemplo. Ella sintió cómo los pulmones se expandían en el interior de su cuerpo. Iba a necesitar un trasplante pronto, porque a ese paso se iba a quedar sin sistema respiratorio. ¿Estaba coqueteando con ella? ¿O es que ella empezaba a alucinar? —No me gusta la idea de una relación asfixiante —murmuró. 121

—Conmigo no lo sería —replicó él con seriedad—. Me gusta la equidad. Además, no tengo relaciones sentimentales. Savannah soltó una risa. El sonido suave y armónico le gustó a Nate. —¿Ah, no? —preguntó siguiendo el compás de la música. Se sentía muy bien bailando con él. El toque de sus dedos en la cintura, la quemaban, como si pudiese traspasar la seda del vestido e incendiar cada sitio de su piel. La palma de la mano se sentía tan cálida bajo sus dedos que deseaba que la sostuviera indefinidamente—. Cada persona tiene sus propias formas de llevar la vida, imagino. —La mía es bastante práctica. —No me digas… —dijo con una media sonrisa—. Entonces, no tienes relaciones sentimentales, ¿debo asumir que vives aislado en una casa sin darle acceso emocional a ninguna mujer que se acerque a ti? ¿Qué haces, relaciones públicas y negocios? —preguntó riéndose. Por un breve segundo, Nathaniel se detuvo en seco, pero pronto retomó el ritmo al ver la chispa de humor en esos ojos castaños. Ella casi 122

había descrito con exactitud el modo en que llevaba su vida personal. Miró el rostro de Savannah. Era preciosa. Se quedó en silencio, bailando y absorbiendo los rasgos femeninos. —Solo tengo acuerdos sexuales —contestó abruptamente. Ella se tropezó con el bajo del vestido y se apoyó con firmeza sobre el pecho de Nathaniel con ambas palmas de las manos. Se detuvieron y por el leve impacto, ella elevó el rostro hacia él. Se sintió atrapada por la intensidad de la mirada de Nate. Tragó en seco. ¿Cómo sería tener a ese hombre en su cama? Todo en él destilaba fuerza y poder, ¿la tomaría con suavidad o sería más bien sexo salvaje? —Yo… —empezó. Se aclaró la garganta—: Ya debo irme, muchas gracias por el baile. Ha sido memorable. Él la sorprendió con una sonrisa, consciente de que Savannah se había sonrojado y creyó intuir lo que había pasado por la mente femenina. —¿Cuántos años tienes, Savannah? Cuando lo soltó y puso una breve distancia, él la dejó ir. 123

—Hasta ahora creía que eras un caballero, Nate —expresó con un tono de burla que intentaba opacar la sensación de estarse adentrando en un tunel peligroso al lado de ese hombre—. Esa pregunta no se le hace a una dama. —Depende si la dama está orgullosa de los años que lleva y las experiencias vividas a lo largo de esa edad —contestó. —Muy orgullosa de mis veintisiete años. Él asintió. Estaban cerca del borde de la pista. Entre el salón y el improvisado escenario en el que decenas de personas bailaban. —Ya veo… —expresó con un tono enigmático. No hizo intento de adentrarse al centro de la pista de nuevo. Savannah no podría saber que era la misma diferencia de edad que llevaba Nathaniel con Brittany. Y el recuerdo de su esposa le agrió el humor, trayéndole a la memoria el porqué no quería tener nada que ver con ninguna otra mujer y por qué evitaba las reuniones sociales como la peste. Ella no podía descifrar el repentino cambio que se operó en el rostro de Nate. Hasta hacía unos segundos parecía determinado a… No 124

tenía sentido intentar encontrar una respuesta o explicación. —Ha sido un gusto bailar contigo, Savannah —dijo Nathaniel cuando la banda empezaba una nueva canción—. Espero que continúes disfrutando la velada. ¿Deseas que te lleve mi chofer? Ella habría preferido que le ofreciera acompañararla a tomar un taxi. ¿Su chofer? ¡Já! Como si fuera ella un paquete de entrega. De un momento a otro el encantador caballero se había transformado en un extraño. —No, gracias. Yo puedo arreglármelas sola —expresó con seguridad cuando él se alejó con un leve asentimiento de cabeza, dejándola desconcertada en la pista de baile, mientras todos alrededor se empezaban a mover. Incrédula lo observó alejarse. Quizá se lo había imaginado todo. Quizá había malinterpretado la mirada interesada de Nathaniel. Quizá habría inventado en su mente el flirteo o el intento de provocación… No tenía ningún derecho a decepcionarse porque un hombre, que tenía el letrero Problemas tatuado en la frente, había optado 125

por cumplir su palabra: un baile. Lo mejor sería olvidarse de él y cualquier pensamiento vinculado a su existencia. Se abrió camino entre la gente hasta que llegó a las puertas de entrada. Lástima que su mirada periférica funcionase tan bien como para alcanzar a ver que Nathaniel estaba de regreso en la pista… bailando con otra mujer. «Supongo que después de todo no soy tan buena evitando pisar los pies a mis parejas de baile», pensó intentando ver la situación con humor. Años atrás, Connor le había dejado el corazón hecho trizas, pero ahora se daba cuenta de que su daño no logró alcanzar ese resquicio de esperanza que aún parecía latir en alguna parte de su cuerpo. Quizá la presencia de Nathaniel había sido para despertarla y hacerla caer en cuenta de que su capacidad de volver a sorprenderse o experimentar emoción por un hombre, por más fugaz que fuese, aún existía. Solo tenía que encontrar a la persona correcta. Con una sonrisa al haber dado con la explicación a las inquietudes de esa noche, Savannah esperó a que pasara el primer taxi disponible para irse a casa. No le importaba 126

estarse congelando. Lo último que quería era pasar un minuto más en esa fiesta. Le dolían los pies y también el orgullo. Nunca un hombre la había dejado de lado de una forma tan grosera. Pasaron diez minutos, y no había taxis a la vista. El reloj marcaba casi la una de la madrugada. Debían estar por debajo de los cero grados Celcius, pensó con fastidio. No le quedaba de otra que ir caminando hasta la estación de bus más cercana y esperar a que pasara el transporte de la madrugada. Aún estaba a tiempo. O al menos eso esperaba. Caso contrario podía ser un titular en su periódico al siguiente día si moría congelada. «Y sin haber usado a Blake una última vez.» Deplorable pensamiento, Savannah, se dijo, mientras caminaba a paso rápido para mantenerse caliente con el simulacro de ejercicio que eso podría representar.

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CAPÍTULO 6

Nathaniel se sentía enfadado consigo mismo. Había dejado plantada a Savannah de una forma abrupta y desconsiderada. Hacía mucho tiempo que una mujer no lograba descontrolarlo hasta el punto de actuar de un modo imperdonable. Sus acuerdos con sus amantes eran todo menos descontrolados. Existía pasión, exploraba sus límites, pero mantenía el control. Siempre. Y ahora, en una situación social sin ningún peligro inminente, actuaba como un idiota. Llamó a su chófer y este apareció con el Maserati Ghibli color blanco. El modelo era el preferido de Nathaniel. Tenía cuatros puertas y el interior era lujoso además de cómodo. Él no pagaba por el simple capricho de tener un accesorio caro. Buscaba confort, caso contrario, no valía la pena invertir. No habían pasado ni diez minutos desde que dejara a Savannah. Y era muy consciente de que ella ya debería estar camino a casa. Él 128

iría a la suya para recomponer su cerebro y dormir. —Stanley, toma la ruta más rápida —pidió una vez dentro del vehículo. —Sí, señor —replicó el chofer que llevaba casi tres años con Nathaniel. Las calles estaban desiertas a esa hora de la madrugada. Pasaron a toda velocidad hasta que el semáforo en rojo los detuvo en la parada de buses. Solo había una persona. «¿Qué ser humano en su sano juicio esperaba a la interperie?», se preguntó Nate. Frunció el ceño cuando “el ser humano” en cuestión fue más visible. —Detente un momento, por favor —le dijo a Stanley que estaba presto a acelerar—. Espérame aquí. —Acto seguido, Nate abrió la puerta y salió. Solo tuvo que dar cinco pasos para llegar hasta la parada de bus. Savannah tenía la cabeza gacha y era evidente que tiritaba. Se sintió un canalla, aunque no tendría por qué. ¿Acaso no le había dicho ella que se iba con el fotógrafo del periódico? 129

—Savannah —dijo con firmeza. Ella elevó el rostro, mirándolo con una mueca al reconocerlo. Él no esperaba ser su persona favorita de todos modos—. Te vas a congelar. Te llevo a casa. —No hace falta. —Miró el mapa informativo que tenía detrás en donde constaban los horarios de los buses nocturnos— . En cinco minutos pasa el bus. —No te estaba haciendo una pregunta. Ella se encogió de hombros y se arrebujó más entre la suave calidez del abrigo que llevaba encima. —Bueno, yo tampoco te estaba pidiendo ningún favor. No soy uno de tus empleados. No puedes darme órdenes. Y aún si pudieses, no te obedecería. Él suspiró. «Mujer tozuda.» —El modo en que me comporté en la recepción contigo fue inapropiado y no lo merecías. Lo siento. Me gustaría que aceptaras esas disculpas, y me permitieras llevarte a casa… por favor.

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Con frío, rabia y una sensación inesperada de rechazo por cómo él la había dejado por otra, Savannah se vio tentada a rehusarse. Pero la vida le había enseñado que tenía que aprender a sobrevivir. Morir de hipotermia no era una opción. Menos después de estar soportando diez minutos a la intemperie porque ningún taxi se dignaba pasar por esa zona. El día lunes Arthur Miles iba a escucharla. ¿Cómo se atrevía a dejarla botada? Y de remate su teléfono se había quedado sin batería. Ella miró a Nathaniel. —Disculpas aceptadas… y gracias por llevarme —replicó con resignación. Él asintió y la guió hasta el automóvil. Savannah le dictó la dirección al conductor y emprendieron el viaje. La temperatura cálida logró que sus dientes dejaran de castañear. —¿Continúas enfadada? —preguntó el, rompiendo el silencio cuando ya llevaban diez minutos de viaje, sorteando las calles de Louisville con rapidez. Ella soltó una risa suave. —Depende, ¿bebiste mucho? 131

—No sé que tiene eso que ver. —Me parece que tu pregunta es bastante… trivial, y a menos que hayas consumido alcohol en cantidades generosas no creo que en otra circunstancia la hubieras puesto sobre la mesa —replicó sin mirarlo. No quería hacerlo. Era demasiado consciente de él. —Lo trivial no es necesariamente insulso, y en este caso intentaba ser considerado y saber cómo te encontrabas. Dame un respiro, ¿sí? Savannah enfocó su atención en él. —Disculparte con una persona no es tu fuerte… creo estar en lo correcto. El automóvil continuó sorteando varias calles, y ella creyó que Nathaniel no iba a responder a su pulla. Hasta que lo escuchó suspirar cansinamente. —Estar rodeado de demasiada gente, para ser concreto, no es mi fortaleza. Y perder el control, tampoco. —¿Por qué? Él la miró de reojo antes de apartar la mirada. No le gustaba que se metieran en su vida. Tampoco sentir que necesitaba sacarse esa 132

atracción que sentía por la mujer que llenaba de un delicioso aroma perfumado el interior de su vehículo. —Personal. Savannah se recostó contra el asiento y se cruzó de brazos. —Ah. Terreno vedado, señor Copeland. ¿Verdad? —preguntó con un toque de sarcasmo en la voz. —Hemos llegado —intervino el conductor y aparcó frente a la entrada del edificio. La puerta principal tenía puertas giratorias con bordes dorados, y en el interior eran perfectamente visibles, tanto el sillón de espera color negro como el escritorio de recepción detrás del cual estaba un hombrecito de bigotes tupidos.. Savannah bajó del vehículo murmurando un “gracias”, y sin mirar atrás. —Vete a casa, Stanley, ya pido yo un taxi —expresó Nate a su chofer antes de echar a andar para poder alcanzar a la reportera. A Nate le gustó el sitio en el que vivía Savannah por la sencillez y limpieza. No era un 133

snob y sabía apreciar las pequeñas buenas cosas de la vida. —No hace falta que me acompañes — expresó Savannah al reparar en Nate, mientras esperaba que el elevador llegara. Había pensado que él ya estaría para esos momentos a varios kilómetros de distancia… —Lo sé —contestó mirándola, mientras guardaba las manos en los bolsillos. El gesto de Nate solo logró que fuese más notorio lo bien que le quedaba la camisa blanca y el chalequillo que complementaba el traje de tres piezas. Al parecer se había dejado la chaqueta en el automóvil. Incluso los pantalones daban cuenta de unas piernas fuertes. Savannah se preguntaba cómo sería sin esas piezas caras de ropa. ¿Luciría igual de peligroso… intimidante? Ella no era masoquista. Y algo en la expresión facial de Nathaniel daba cuenta de que no solo era un chico malo, el típico del que las madres prevenían a sus hijas adolescentes, sino también hermético. Era una combinación poco habitual en los círculos en los que ella se desenvolvía, y quizá por eso, Nate, la intrigaba. 134

Cuando se cerraron las puertas metálicas, y ambos permanecieron en el espacio iluminado lleno de espejos en los laterales, ella se ahorró las palabras en las que podría pedirle que se fuera. No tenía caso. El hombre vivía según sus normas, y al parecer fingía acatar las de otros a conveniencia. Subieron hasta el noveno piso. El elevador estaba un poco fuera de forma, pero nada que un buen mantenimiento no pudiese arreglar. El alquiler del departamento era bajo, y Savannah no se iba a quejar por un elevador. Después de todo subía y bajaba cuando lo necesitaba. El sonido del timbre al abrirse las puertas fue la señal para que ella respirara con soltura. «Casa, dulce casa.» Rebuscó en su bolsa las llaves. Sentía los cabellos que caían rebeldes bajo su nuca acariciándole la piel. Sabía que no tenía que ver con la calefacción central del edificio. Nate estaba detrás de ella. Un aroma a sándalo y colonia cara la envolió como un manto capaz de hipnotizar a la mente más fuerte. Y ella creía que su coeficiente intelectual estaba por sobre los estragos básicos de la atracción masculina y femenina. Equivocación. 135

—¿Me invitas un café? —preguntó Nathaniel sacándola de sus pensamientos—. Me vendría bien para despejar un poco la mente. Han sido días muy complicados… Ser descortés no era lo que le habían enseñado en casa. —Si luego no me culpas de tu insomnio — replicó abriendo la puerta. Las manos le temblaron ligeramente al introducir la llave en la chapa. Esperaba que él no lo hubiese notado—. Toma asiento, por favor. —Gracias. —¿Cómo te gusta el café? —Solo. «Sí, claro. Debió adivinarlo. El café solo, le iba a un hombre como él.» —Dame un segundo. Me cambio y estoy de vuelta. Nathaniel se acomodó en el espacioso departamento. Le gustó. Estaba bien cuidado y en el ambiente se percibía un aroma a madera y manzana. Había cuadros con fotografías familiares y de amigos. En todas, Savannah 136

tenía una amplia sonrisa. Una que no le había ofrecido a él en absoluto. El departamento poseía cobertores de colores en los muebles, y lejos de parecer estrambótico o ridículo, le daba un toque agradable. Alegre. Se dio cuenta de que Savannah y él eran como el día y la noche. Mundos opuestos. —Lo siento —dijo ella minutos más tarde. Había dejado de lado el abrigo azul, y ahora llevaba aquel enloquecedor vestido que acogía sus curvas de sirena con mimo… e iba descalza, notó Nate. Se le secó la boca. Parecía una Venus envuelta en tela costosa y maquillada con mimo. —¿Por qué? —indagó con una sonrisa genuina. —No tengo café, ¿te apetece un té, quizá…? Nathaniel sabía que tenía que alejarse de esa mujer. No podía enredarse con una periodista. Siempre estaban a la caza de algo que pudiera beneficiar su medio de comunicación. Pero se sentía atraído por esa mezcla de candidez y sensualidad, intelecto y 137

desafío, que eran cualidades que había podido deducir de la personalidad femenina en los encuentros que sostuvieron, contando esa noche. No podía evitar experimentar ese hilo invisible que parecía halarlo. Si él fuera un barco en el Triángulo de las Bermudas, entonces Savannah podría asemejarse a un espectro electromagnético que lo atraía sin remedio hasta sus profundidades. La forma más coherente de deshacerse de la tentación era sucumbir a ella. Era algo que Nathaniel había aprendido a lo largo de su vida… quizá no era el mejor consejo, pero en esa circunstancia no encontraba otra salida. —En realidad, me apetece otra cosa muy distinta —dijo él mirándola a los ojos. Eran cálidos y profundos. Chocolate suave y trocitos del más fino pistachio entremezclados en unos ojos con forma de almendra, rodeados de pestañas largas y perfectamente curvadas hacia arriba—. Muy… muy distinta —repitió. Savannah se sentía invadida por una ola de deseo como nunca antes. Se encontraba en una situación de la que no existía escapatoria. La 138

peor parte: no deseaba escapar. No esa noche. Ridículo, pero cierto. —¿Es así? —preguntó perdida en esos labios que prometían placer. Nathaniel no respondió. Esbozó una sonrisa lobuna y alargó la mano para tomar a Savannah de la cintura. Lo hizo con deliberada lentitud. Como si estuviese a punto de tocar una pantera y pretendiese apaciguarla antes de intentar domarla. La acercó contra su cuerpo musculado, y Savannah, cedió. Sintió esas manos pequeñas sostenerse de sus antebrazos, y le gustó su tacto. Los pechos tentadores que ocultaba la seda turquesa lo honraban al mostrar los pezones erectos. «Una de las delicias que hacía la seda en un cuerpo femenino rotundo y sensual», pensó él. Deseaba probarla. Poco a poco. —Sí… ¿te apetece lo mismo que a mí? —En el caso de que me aclares de qué se trata —susurró perdida en el hechizo de esos ojos celestes. Veía su propio deseo reflejado en la forma de mirarla de Nathaniel. Una mezcla de hambre y promesas pecaminosas. La misma 139

hambre que ella tenía y los mismos pecados que deseaba cometer. «Estás perdida.» Lo sabía. La sonrisa de Nate se amplió, y esa cicatriz que marcaba su rostro intensificó el loco latido del corazón de Savannah. Las tenues palpitaciones de su sexo gritaban a todo pulmón la necesidad de ser calmadas. Él solo había tenido que mirarla de aquella forma sombría, tocarla apenas y luego hablarle con esa voz impregnada de matices graves… y ya estaba vergonzosamente húmeda. —Oh, qué error el mío, Permíteme explicártelo en detalle.

Savannah.

Ella experimentó un cosquilleo anticipación. Lo miró a los ojos.

de

—Nate… Él tomó el rostro de Savannah entre las manos y lo elevó para que sus miradas quedasen enlazadas. Bajó la cabeza ligeramente y le rozó los labios con los suyos hasta que ella los abrió poco a poco. Introdujo la lengua en esa deliciosa boca y exploró su interior. Savannah experimentó la sensación de estar embriagada al saborear la esencia de los labios de Nathaniel. En un principio trató de 140

convencerse de que no quería que la besara y que iba a apartarse, pero su cuerpo era más tozudo que su mente, y reconoció que estaba mintiéndose. Con un gemido quedo empezó a besarlo también… Ella se había imaginado durante la fiesta, y el día de la entrevista, cómo sería si él la tocara. Ahora tenía la respuesta. Se sentía como arcilla entre las manos del alfarero, solo que en este caso era un maestro experto en derretir su boca. Savannah creía escuchar su propio corazón acelerándose a mil latidos por microsegundo. Él la apretó contra ese cuerpo que era todo músculos. Sintió el calor masculino emanar a través de la camisa blanca y el chaleco que conformaba el traje de tres piezas que Nathaniel llevaba ese día. No había chaqueta. Él se la había dejado al parecer en el automóvil… No importaba. No le importaba nada más que sentir. Había pasado tanto… tanto tiempo. Él la tomó de la nuca para besarla con mayor profundidad. Y ella recorrió sus bíceps hasta llegar a las mejillas que tenían el rastro de una barba de tres días. Tremendamente sexy. Si acaso Nathaniel pudiera superarse a sí mismo 141

en ese sentido. Sin pensarlo le acarició la cicatriz de la mejilla. —Tu sabor puede resultar adictivo — murmuró ella sin ser consciente de lo que estaba diciendo. La fricción del sexo de Nate contra su vientre bajo estaba creando sensacionales inequívocamente ardientes. —Mmm… —replicó él a cambio sin dejar de tocarla, pero sentir esos dedos suaves sobre la cicatriz pareció empezar a deshacer el embrujo que se había conjurado entre ellos. —Nate, tócame —pidió esta vez, abandonada al deseo de ser complacida… y complacer. No podía pensar en otra cosa que el momento en que él entrara en su interior, ensanchándola. Estaba segura de que era un hombre grande, y Dios, si podía envolverla con un solo beso y unas cuantas caricias, el momento en que Nathaniel decidiera seducirla hasta llegar al final iba a acabar con ella—. Más… —gimió cuando él mordiqueó sus labios y le tomó el trasero con la mano, apretándoselo, acariciándolo… —Eso hago, nena… eso hago. —No quería apresurarse, pero ella lo incitaba, lo 142

provocaba… y él deseaba responder del modo más primitivo. La mano que no sostenía la nuca no podía estar quieta. Mientras devoraba los labios de Savannah se dejó llevar por el anhelo de tocar sus pechos. Tomó uno de esos exquisitos montículos y lo acarició sobre la tela. Con el pulgar hizo fricción sobre el pezón y ella se arqueó emitiendo un quejido de deseo que llegó directo a su miembro. Estaba tan tenso y duro que le dolía por la necesidad de tomarla en ese momento. Tenía que parar. Necesitaba detenerse. Había mucho en juego en esos momentos en su vida. Estaba en medio de una licitación muy importante que podría definir el futuro de la expansión de su compañía. Su pasado parecía atormentarlo… y sentía unos deseos casi cavernícolas de descubrir esa mujer en toda su gloria y marcar su cuerpo con el suyo. Aunque Savannah Raleigh fuese la tentación personificada, no iba a romper sus reglas por ella. Por ninguna mujer. Nunca más… no podía. —Savannah —murmuró apartando las manos de ese cuerpo exuberante. Apoyó la 143

frente sobre la de ella. Ambos con la respiración irregular. Ella volvió a acariciar su cicatriz, con ojos interrogantes, y eso terminó de convencerlo de que, deternerse, era lo mejor. Para él—. Escucha… Los ojos castaños estaban empañados de deseo y pasión. —Dime. —Savannah sabía que los monosílabos iban a dársele mejor que armar una oración completa. Y también iba a prevenirla de arrancarle la ropa a Nathaniel y cometer una estupidez… u otra, porque el solo haberlo tocado. «Dios, mío… » Él le acarició la mejilla con el pulgar. —¿Recuerdas lo que te dije en la fiesta? Ella soltó una risa nerviosa. —Dijiste varias cosas… ¿cuál de todas? —No tengo relaciones sentimentales. «Ah, el balde de agua fría. Supongo que era lo que estaba esperando de un momento a otro.» —¿Y qué te hace pensar que yo quiero una contigo? —preguntó esta vez con tono defensivo en su voz. 144

Savannah se apartó lo suficiente. Avanzó hasta su sofá y se acomodó en él. Agarró un cojín, abrazándolo como si fuese su escudo protector. Nathaniel permaneció de pie. Ella se vio tentada a deslizar la mirada hacia el bulto que sabía que existía bajo esos pantalones. Porque lo había sentido y la curiosidad de probarlo, y conocer su sabor y textura, la carcomían. —Porque eres del tipo de mujer que no busca una aventura. Ella soltó una carcajada. Hizo una negación con la cabeza. —Ahora resulta que me conoces. Él observó un muslo esbelto que había quedado al descubierto cuando ella se sentó, y la tela del vestido se subió considerablemente. Ella parecía no darse cuenta. —Tengo experiencia con las mujeres. No es algo que tenga que negar o de lo cual avergonzarme. —Esa explicación me resulta irrelevante. Tomó una respiración profunda antes de mirarla de nuevo. No se consideraba un hombre 145

paciente, pero era consciente de que lo que acababa de suceder en ese momento era culpa suya. —Lo único que puedo ofrecerte es sexo, sin ataduras. —Y lo único que yo querría ofrecerte es una salida lo más rápida posible de mi departamento en este preciso instante. Parece que te tienes en muy alta estima. No eres el primero, y créeme, no serás el último en intentar seducirme. Unos podrían tener éxito. Otros, quizá no. Tú en todo caso, perdiste la oportunidad. Él elevó las manos en un intento de apaciguar el tono fiero de Savannah. —No he pretendido ofenderte. Y no me mal interpretes. Te deseo, pero eso es todo. No podría haber nada. Contigo ni con nadie. Solo quiero ser claro. «Ouch.» No tendría porqué dolerle o incomodarla, pero lo hacía. Quizá tenía que ver con que su periodo estaba próximo a llegar. «Otra excusa machista y puedes poner la cabeza entre las puertas del ascensor a ver si te aclaras el cerebro.» Uno de los problemas de tener 146

demasiados pensamientos era que empezaba a creer que tenía dos voces en la cabeza. Quizá necesitaba vacaciones urgentemente… o pedir una plaza en un hospital siquiátrico. —El mensaje ha sido recibido. Olvida lo que ha ocurrido aquí. —Se puso de pie y lanzó el cojín a un lado—. Me parece ridículo que intentes dejar claro un punto que, ni siquiera tú, lo tienes definido. Ahora, por favor, vete. Nate apretó la mandíbula. Jamás nadie le había hablado de ese modo. —Ha sido un error lo ocurrido. —Coincidimos en eso. —No sé si te vuelva a ver en alguna ocasión, así que… —Esperemos que no —replicó interrumpiéndolo mientras abría la puerta del departamento—. Tengo que entregar la nota del matrimonio muy temprano. Te agradezco que me hayas traído a casa. Él asintió y avanzó hasta la puerta. Se detuvo cuando estaba fuera. —Me encantaría poder hacerte el amor, Savannah, pero yo no puedo ofre… 147

—Tú no haces el amor con nadie, recuérdalo. Tienes sexo. —Luego le dio con la puerta en las narices. Nathaniel se quedó mirando la puerta color negro, luego avanzó hasta la esquina del corredor y presionó el botón de pedida del elevador. Él no estaba dispuesto a entregarle a nadie esa roca inerte llamada corazón y que latía en su pecho solo para mantenerlo con vida. Brittany se había llevado lo mejor de él.

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CAPÍTULO 7

Habían pasado cuatro días desde aquella noche con Nathaniel. Lo único que Savannah sabía de él, y por comentarios que Gianna dejaba caer por aquí y por allá, era que William Mortensen estaba acusándolo de utilizar, de nuevo, materiales de segunda mano y no tener asegurados a sus empleados. Intentó meterse de cabeza en sus asuntos. Como en ese momento, por ejemplo, en que estaba esperando a su próximo entrevistado en una sala algo caótica en una de las zonas más bohemias de Louisville. Scott Dielsen, el pintor de cuarenta y ocho años que, luego de una década de ausencia, empezaba a crear de nuevo era su personaje para edición del siguiente día. El hombre era toda una personalidad. Ella no creía que tuviera el más mínimo talento, pero dada la coyuntura que estaban manejando sus pares del área de cultura, no le quedaba de otra que darle también un espacio. 149

Meggie le había dicho que aunque Dielsen no fuese un artista importante, averiguar un poco más del hombre no le vendría mal y quizá lograra sacar un ángulo diferente. Así que eso era lo que Savannah pretendía hacer. Scott le había postergado la entrevista varias veces. Y este era el último intento por obtener la nota. Tenía otras personas a las cuales podría darle un espacio más que merecido, pero no era de las que se daba por vencida. Arthur estaba con ella. Después del incidente de la boda Lowell, le pidió disculpas. Los Lowell se habían mostrado encantados con la reseña, así que por ende, Daniel Sutton, también. La situación en el periódico continuable inestable, pero al menos los rumores de nuevos despidos no existían. —Tenemos media hora aquí —refunfuñó el fotógrafo cambiando de una mano a otra la cámara fotográfica. —Le pienso dar cinco minutos… —Señorita Raleigh —dijo Scott apareciendo al fin. Con un andar desenfadado llegó hasta sus visitantes. Estiró la mano callosa 150

para estrechar la de la muchacha. Luego se giró hacia Arthur—: Señor… —Miles. —Miles. Gracias por esperar. —Llevaba una camisa a cuadros pulcra y un pantalón celeste. Iba descalzo—. Estaba poniendo todo a punto en mi estudio para que pueda hacer una toma adecuada. —Gracias —replicó Arthur escondiendo su irritación. Esperar no era su fuerte. Ni tampoco el de su compañera que, a pesar de que trataba de mostrarse animada, era evidente que tenía pocas ganas de continuar en ese cuchitril cuyas paredes eran de ladrillo. La sala parecía haberse perdido de la transición de los primeros años del siglo pasado—. Simpático lugar. —Ah, solo trato de darle un toque vintage —contestó con orgullo. «Sí, claro, muy vintage», pensó Arthur con burla. Fornido y de cabello rubio, Scott era una fiel copia de Gérard Depardieu, pero con muchas libras de menos. Esa comparación hizo sonreír a Savannah, quien se preguntó si acaso 151

el hombre se habría lucrado alguna vez del parecido con el actor francés. Scott los hizo pasar a un saloncito pequeño que contrastaba totalmente con la sala desordenada en que los periodistas habían estado esperando. Este era un espacio lleno de luz y varios caballetes dispersos en un orden que tenía forma de rombo. Las pinturas estaban tapadas con un manto blanco, y ocupaban gran parte del salón. El tumbado estaba pintado al estilo de la Capilla Sixtina. Era la primera vez que Savannah veía esa excentricidad. Tomó nota mental para dejarlo entrever en su texto. Las paredes eran de un naranja chillón, y a pesar de la estridente combinación de colores, lo cierto es que, en perspectiva, parecía tener armonía. Quizá ese era el detalle que hacía diferente el trabajo de ese hombre, pensó Savannah. Aunque lo que llegó a continuación la hizo cambiar por completo de idea. —Van a ser los primeros en admirar mis obras antes de la exposición del martes —dijo con orgullo antes de proceder a develar uno de los caballetes con toda la ceremonia del caso. 152

Savannah contuvo un gemido de horror. Era lo más grotesco que hubiera podido ver en su vida. Si esos puntos que simulaban sangre humana con un fondo gris, la cabeza cortada de lo que era aparentemente una mujer, y varias vulvas femeninas de diferentes formas y tamaños que estaban dispersas en el lienzo como si de adornos exóticos se tratasen, se consideraba arte, entonces ella renunciaba ese mismo día a ser la editora de cultura. —Vaya —fue lo primero que se le ocurrió decir a ella. Arthur escondió su expresión calibrando el lente de la cámara Pentax. —He tardado diez años en concebir esta belleza —continuó. —Ya lo creo —murmuró Savannah—. ¿Nos puede hablar un poco sobre la inspiración para esta muestra que —miró su bloc de notas— se denomina Entrega Total? Y también nos gustaría escuchar sus motivos para haberse tomado diez años para retornar a la exposición. Scott les hizo un gesto con la mano para que se sentaran en uno de los taburetes negros con amarillo ubicados en una esquina. Arthur empezó su trabajo, mientras Savannah hacía el suyo. 153

—Entonces —comentó ella cuando Scott terminó su relato—, ¿podríamos decir que las relaciones amorosas con varias parejas lo impulsaron a concebir el sexo femenino como una fruta madura? —preguntó conteniendo el asco que le producía la sola idea. Se suponía que el arte era libre y que cada mente proyectaba los temas de modos distintos. Lo sentía mucho por la necesidad de la apertura mental y la imparcialidad periodística, pero en este caso, no aplicaba. El hombre de cejas gruesas y nariz aguileña, asintió. —Me dediqué a explorar diversas formas de darles placer a las mujeres. —¿La cabeza ensangrentada…? —Oh, esa es una sutileza mía. Está en todos los quince cuadros. —Se incorporó para empezar a develar varios cuadros más, ante la sorpresa de Savannah—. ¿Lo ve, Savannah? «Muy sutil.» —Por supuesto. ¿Querría explicármelo en detalle?

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El hombre esperó a que Arthur bajara la cámara y cambiase el lente. Luego se volvió hacia Savannah. —En el momento en que la mujer deja de amar a un hombre, el instinto irracional de supervivencia ante lo que se considera una traición empuja a querer cometer un asesinato. Las huellas de sangre marcan el pasado y el presente. ¿Lo comprende ahora? «No.» —En efecto, sí. La conversación continuó por otros veinte minutos hasta que Savannah decidió que ya había escuchado suficientes idioteces. Haría una nota sincera. Era lo que su profesionalismo la impulsaba a hacer. No tenía de otra. La próxima vez iba a designar a otro reportero para que hiciera la entrevista a los pintores, escultures y otros excéntricos. Ella podría dedicarse a los conciertos de música clásica, la ópera, el teatro y los escritores. Terminaron la entrevista, y Arthur esperó a que su compañera guardara la grabadora en la bolsa. 155

—¿Cuándo sale el reportaje? —preguntó Scott con los ojos brillantes de ilusión—. Es mi regreso al mundo del arte, y me han dicho que es usted una de las mejores reporteras de cultura de la ciudad. —Me halaga que así consideren, gracias. La nota saldrá mañana. —Muy bien. Quedan pocos días para la exposición. ¿Me honraría con su presencia? —Haré todo lo posible. —Savannah… ¿saldría a tomar una copa conmigo? —Tengo una agenda muy ocupada, pero gracias, Scott. —No digas que no lo intenté. Ella sonrió. —No lo haré. —Extendió la mano—. Adiós y buena suerte. Scott inclinó la cabeza hacia un lado, apretó los dedos de Savannah y luego la soltó con lentitud. La observó alejarse junto a su compañero.

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Una vez que estuvo solo, Scott se dio cuenta de tres cosas. La primera, que esa periodista había conseguido hacerlo sentir importante luego de tanto tiempo. La segunda, que ella era la mujer que podía sacarlo de su mísera existencia con su artículo periodístico. La tercera, que después de una temporada sin definir si le gustaban más los hombres o las mujeres, podía decir que su obra tenía sentido. Era una época en que su bisexualidad elegía a las mujeres. Con una sonrisa resplandeciente fue a encender un porro. Algo de estimulación extra no le venía mal. *** Nathaniel escuchaba a su equipo de trabajo debatir sobre los cambios que debían realizarse en los planos arquitectónicos antes de empezar los cimientos del nuevo centro comercial. La licitación estaba en marcha y al parecer iba a postergarse hasta principios del siguiente año. Tenían el resto del mes para trabajar los puntos débiles y analizar mejor la competencia. De nuevo. 157

Tres empresas habían sido anunciadas para la etapa final. C&C Constructores, MorCorp — la empresa de William Mortensen—, y Alies Constructores —una compañía mediana con gran espectro de cobertura y cuyo dueño era Raymond Yattes—. La lucha era reñida, aún más cuando existía de por medio una campaña de rumores sobre su supuesta irregularidad en los contratos de empresas tercerizadoras que utilizaba para proveer servicios a las obras. Él había tenido unos días endemoniados. No ayudaba que su socia, Natasha, pensara en irse de vacaciones, y peor que sus padres le hubiesen organizado una cita con la hija de uno de los mejores amigos de su madre. —Entonces, Nate —intervino Pace, el arquitecto a cargo— tenemos que reducir las áreas de parqueo e incorporarlas en una nueva torre elevada. Me parece una manera de ganar espacio y dar comodidad. Lo discutimos anteriormente. Tamborileó los dedos ante la mirada expectante de las veinte personas que estaban con él en el hotel cinco estrellas. Un almuerzo de trabajo. Él tenía acidez de tanto escuchar y tomar decisiones que lo llevaban a pensar 158

porqué diablos contrataba gente si al final él terminaba haciéndolo todo. —Hazlo. —Se giró hacia Camille, la gerente financiera—. ¿Qué tantos puntos sube el presupuesto con ese adicional? —Un cinco por ciento. —Maldición. Es demasiado. —Lo sé —expresó Natasha Carmichael, su socia desde hacía tres años— pero también necesario. Nathaniel apretó los labios. Eran casi las nueve de la noche. Llevaban desde las dos de la tarde. «Almuerzo… ¡já!» —Camille, ¿podemos recuperar la inversión en un lapso inferior a dos años de empezado el trabajo? —Dos años y con un interés mínimo si hacemos el préstamo al banco Suizo. —Ya veo. Lo pensaré. —Se incorporó y se abrochó los botones de la chaqueta marrón—. Es todo por hoy señores, señoras… gracias por el trabajo.

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—Disculpe, señor Copeland —intervino su asistente. Marion siempre estaba en el salón tomando notas. Alrededor todos los ejecutivos convocados empezaron a recoger sus pertenencias. Estaban las cabezas de sus diez sucursales. Gerentes. Ingenieros civiles. Arquitectos. Jefe de los obreros de planta. También hubo un representante de la compañía tercerizadora, pero este último fue convocado en privado con Nate, Natasha y Camille, pues el único rol del dueño de la tercerizadora era negociar salarios y seguros para el personal que proveía el servicio de obreros extras a C&C Constructores. —Escucho, Marion. La mujer se acercó. —Tenemos un pequeño inconveniente. —Qué novedad —replicó con sarcasmo. —Lo siento… Él se frotó el puente de la nariz, mientras observaba a su equipo abandonar la sala entre murmurllos. Habían redefinido el proyecto, ajustado el presupuesto, y con la última adición de la torre de parqueos esperaba ganar el 160

contrato. Ya llevaba casi nueve meses en ese proceso. —No, no, Marion. Dime. —El señor Mortensen dio una entrevista mientras usted estaba ocupado, y yo salí a almorzar. —Ajá. ¿Y qué dijo esta vez el honorable empresario de la competencia? Marion se mordió el labio con nerviosismo. Era una mujer de casi cincuenta años que no perdía el tipo con facilidad. —Marion… Ella se acercó un poco más, mientras Natasha les hacía de la mano desde la puerta. Nate hablaría más adelante con su socia sobre el tema de las vacaciones. —Ha dicho que usted… que usted mató a su esposa y que puede probarlo. Que no es un hombre honorable y que un proyecto tan importante para las familias de la ciudad no puede delegársele a un asesino… Nathaniel se quedó en blanco. Él había hecho un trato con ellos. El archivo estaba cerrado. ¿A qué estaba jugando Mortensen? 161

—Llama al director de comunicación de la compañía. Y dile que se reúna conmigo en la oficina dentro de veinte minutos. Luego puedes irte a casa. —Son casi las diez de la noche… —Marion —dijo mirándola con la poca paciencia que le quedaba— aprecio tu trabajo. No tientes tu suerte hoy con mi humor. Llama a Louis. Ella asintió. Nathaniel salió hecho una furia del hotel. En el camino hacia su despacho llamó a Stanton Faris, su abogado personal. *** —Lo siento, Savannah —dijo Daniel, mirándola con pesar. A su lado tenía el periódico en donde constaba el reportaje de Scott Dielsen. Media página. Dos fotografías. Una del fotógrafo, y otra, de uno de los cuadros de la muestra. —Es una nota despedirme por eso.

honesta.

162

No

puedes

—El representante del pintor ha interpuesto una demanda por daños y perjuicios contra nuestro periódico a menos que te despidamos. No podía creérselo. La nota era fiel a lo que ella había escuchado. A las palabras, textuales, de ese hombre. ¿Qué culpa tenía ella de que el movimiento feminista se hubiera pronunciado, que una legisladora con bastante popularidad haya prácticamente crucificado al hombre en las noticias y que su exposición fuese todo un fracaso? Ella no fue la única persona que lo entrevistó. Después de su reportaje hubo varios más, muchos más, y casi todos coincidieron con ella. —¡Eso no es libertad de expresión, Daniel! —espetó con rabia. —No, no lo es, Savannah. Lastimosamente un juicio nos involucraría en un gasto económico que no podemos permitirnos. —Se recostó contra el respaldo del asiento y cerró los ojos—. Tampoco te vamos a pedir que rectifiques. Aún si lo pidieran. Iría contra nuestros principios. —Entonces eliges el camino fácil. ¿Verdad? Despedir al mensajero. 163

—Sabes que estás siendo estrecha de miras. —¡Es mi sustento mensual! ¿O es que no lo pillas? Él no respondió durante unos segundos que parecieron eternos. —Hay una alternativa, aunque no creo que te guste. —Esa es una decisión que no tienes que juzgarla tú, aunque seas el dueño. Si es una opción para continuar trabajando, no me importa. —Vas a tener que dejar la sección de cultura. Savannah soltó una risa. —He trabajado toda mi vida en la sección, soy buena en lo que hago, lo sabes. Y por si fuera poco, no tengo idea de que cambiarme de sección pudiese hacer que ese pintor cese su intento de pedir mi cabeza. —Una ironía pues era precisamente la cabeza femenina lo que representaba el chiflado en sus cuadros como argumento de estar decepcionado de ellas. —Es lo que puedo tratar de negociar. Tómalo o déjalo. 164

Ella se frotó las sienes. —¿Y en dónde voy a trabajar entonces? —Tienes dos caminos. Con Max en economía. —Ella negó. Una cosa era necesitar el trabajo, y otra ser irresponsable e intentar chapucear en una sección para cuya especialidad no había nacido. ¡Por favor, si sus cuentas mensuales siempre estaban en números rojos y no precisamente por falta de liquidez, sino porque los números no eran su fuerte!—. Con Mary en deportes. —Ella negó. Con la alergia que le tenía a los ejercicios. Ya hacía bastante con sus clases de defensa personal. Daniel se encogió de hombros. —Haz un esfuerzo, Daniel, la nota es sincera. Esa muestra es una aberración estética. Minimiza a la mujer como un mero objeto de penetración y satisfacción sexual. Y si no le gusta al hombre, la descarta como si fuera basura. ¿Te parece que merecía mis halagos? Él negó. —Merecía un poco más de imparcialidad. —Tomó el ejemplar y abrió la página seis. Cultura—. Cito: Un artista que luego de una década regresa en busca del reconocimiento a 165

partir de una muestra en la cual la vulva femenina puede ser destrozada a su antojo. Complacer al hombre, según la muestra del artista Scott Dielsen, parece ser la máxima de una mujer… —Savannah frunció el ceño—. ¿Quieres que continúe leyendo la parte en la que mencionas que si tú fueses una musa en lugar de ayudarlo a crear lo impulsarías a dejar de hacerlo? —De acuerdo… —se incorporó— supongo que desde hoy estoy desempleada por dejar claro mi punto de vista cuando no debía de hacerlo. —Pudiste hacerlo de otra forma. —Un pequeño error…—se colocó la bolsa sobre el hombro—. Espero que me des una carta de recomendación al menos. —Voy a hacer algo distinto. —Eso la detuvo en seco—. Seguirás estando al mando de la sección, pero no podrás publicar nada bajo tu nombre durante los siguientes dos meses. Para entonces probablemente Scott se habrá calmado… y olvidado de ti. Un gran alivió se adueño de su cuerpo. Se relajó. 166

—Escucho un “pero”… —Pero tengo una pregunta a cambio. ¿Aceptas las condiciones? ¿Puedes lidiar dos meses sin publicar con tu nombre. —No… ¿alternativas? Él asintió. —Debido a la cantidad de noticias que últimamente está generando esta pugna por el nuevo centro comercial que se pretende construir en Louisville, Gianna necesita respaldo. «Oh, oh.» —Siempre se ha valido por sí misma. —Exacto, pero en estos momentos… —No podemos contratar más reporteros para que la ayuden. —¿Entiendes lo que quiero decir? —Puedo publicar en la sección de Gianna trabajando como reportera, y editar mi sección de cultura con los trabajos que hagan los freelance, pero ninguno escrito bajo mi nombre hasta que el idiota del pintor se calme y crea que se ha salido con la suya. 167

Daniel asintió. —¿Implica un aumento salarial, entonces? —preguntó con esperanza en su voz, pero en realidad ya conocía la respuesta de su jefe—. Ya sabes… doble esfuerzo mental para dos temas distinos. —Muy graciosa. Ahora vete y ponte al día con Gianna para que te diga qué tipo de soporte podría requerir, y coordina con Meggie cómo manejarás la sección cultura con los dos freelance de ahora en adelante. Asígnales más trabajos. Explota el dinero que les estamos pagando por cobertura. Sé más selectiva con las notas. Ella puso la mano en su frente como haría un alferez con su capitán. —Señor, sí, señor. Daniel rio y luego se olvidó de la existencia de Savannah, pues tenía números que requerían su atención y un montón de reuniones por cubrir. La periodista continuó el día organizándolo todo. Habló con los dos freelance. Luego con Gianna, quien se mostró más que contenta ante la idea de recibir ayuda cuando no pudiese 168

abarcarlo todo, y finalmente llegó el momento de abandonar la redacción con alivio. Seguía teniendo un empleo. En tiempo de crisis era fantástico y más aún en tiempos de Navidad. Además estaba cerca el cumpleaños de su padre. Él jamás le exigía nada, pero Savannah lo conocía. Una de las aficiones de Marshall Raleigh era la pesca. Y aunque faltaban seis meses para el verano, las ofertas por una buena caña de pescar estaban a la orden del día, y Savannah iba a aprovecharlas. Estaba nevando cuando llegó hasta la puerta de su Toyota. Tenía una cita con su mejor amiga. ¡Al fin iban a poder cotillear en persona! El Whatsapp o el FaceTime eran útiles, pero jamás reemplazarían la cháchara cara a cara. Condujo con cuidado, y cuando divisó el nombre del restaurante. Aparcó. Minutos después entraba al sitio. Estaba lleno. Llegaba tarde, lo sabía. La única que la podría discupar era Chelsea. Cuando la vio, le hizo de la mano, y así Savannah se acercó, mientras trataba de hacerse un espacio entre el mar de gente. Ya cómodamente sentada, Savannah pidió una taza de chocolate caliente. 169

—¿Un mal día? —preguntó Chelsea. —No del todo, pero casi —dijo con una sonrisa. Chelsea empezó contándole de un viaje que realizaría en las próximas semanas al rancho de su tía Loly. Ambas habían quedado en ese restaurante de la ciudad porque era muy concurrido por ejecutivos. Se picaba algo de comer, bebían o simplemente iban a charla un poco. Era jueves en la noche, y aunque Savannah hubiera preferido un vaso de licor, al chocolate caliente, no podía conducir si se embriagaba… y vaya que tenía ganas de hacerlo. Esperaba que Gianna no le asignara nada relacionado con Nathaniel. No quería volver a verlo. Dios. Podía recordar con solo cerrar los ojos las sensaciones que había experimentado al besarlo. ¡Qué manera de besar! —¿Savannah? —¿Eh? —Parece que estás en otro lado. ¿Tiene que ver con ese empresario?

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Sí, claro que le había contado a su mejor amiga de Nathaniel. —No. Chelsea enarcó una ceja retándola a continuar mintiéndole. Savannah soltó un suspiro y bebió dos sorbos de chocolate. Delicioso. —Sí, de acuerdo… No he sabido nada de él, salvo por escuetos detalles que cuenta Gianna sin intención particular, pero todo depende de que ella se encargue de los temas vinculados a Nate, y así yo puedo librarme de verlo innecesariamente para cubrir otras cosas. —Eso esperaba al menos—. Aunque lo que me tiene fastidiada es Connor. —¿Ha vuelto a llamarte desde la vez que me contaste que lo hizo? —No, pero lo conozco… o al menos creía hacerlo. En todo caso… ¿Recuerdas que te dije que lo vi de lejos con Alice hace varios meses en un evento que me tocó cubrir? Chelsea asintió. —Confróntalo. Mira qué quiere y luego podrás dejar del todo el tema aparte. 171

—Han pasado seis años, Chels. No sé si quiera volver a hablarle… no sé. —Ahora está casado, seguramente quiere hacer las paces contigo. Explicarte detalles que de pronto te harían bien para dejar atrás del todo ese resentimiento que no te deja acercarte a los hombres como quisieras. Ah, ah, ah. No, no me interrumpas. Sabes que es cierto. ¿Cuánto tiempo desde el último chico con el que tuviste sexo? —Chels… —Oh, por favor. Has permitido que el pasado te inhiba disfrutar de algo tan saludable como el sexo por temor a que… —¡No solo fue la infidelidad, Chels! Lo sabes bien. Me usó. Fui una apuesta del retorcido sentido del humor de Alice. Y el idiota de Connor jamás se detuvo a pensar en cómo podrían lastimar sus acciones. Ni siquiera tenía que ver con el hecho de que me hubiese amado o no, Chels. No. Tenía que ver con el respeto a otra persona por sus sentimientos. Por su dignidad. Me humilló. Me usó… me usó… —repitió bajando la mirada. Chelsea dejó escapar un suspiro. 172

—Escucha. Zoltan fue solo un pasatiempo divertido de un día, pero no puedes pasarte el resto de la vida sin arriesgarte a intentarlo de verdad. —Eso lo dices porque estás saliendo con Kyle, y el tipo es una dulzura… al menos según lo que me cuentas. ¿Va a venir seguro? Chelsea, con la mención de su novio, sonrió y olvidó hablar del pasado de Savannah… o del presente. —Debe llegar en unos veinte minutos — comió un par de almendras que había dejado el mesero de cortesía— estoy emocionada de que finalmente lo puedas conocer. Es también veterinario y es fantástico tener alguien que comprenda mis horarios y el amor por los animalitos. —Uh, requisito primordial. Saber que primero van los animales, luego él. Chelsea le dio un empujoncito en el brazo y las dos rieron. No iban a ordenar nada hasta que llegara Kyle. Entre las dos tenían una pequeña prueba, además de que el prospecto con el que salían tenía que ser conocido por la otra, lo más 173

importante para ambas no era solo que las hiciera felices o que fuera respetuoso, porque estaba sobreentendido, lo primordial era que no fuese de aquellos cretinos tacaños. Las dos se habían criado en hogares en los que el dinero no siempre abundaba, pero la generosidad en la adversidad era una característica intrínseca de los Whitehall y los Raleigh. Para otras personas quizá era una estupidez, para las dos amigas, no. Si una persona no era capaz de compartir lo más simple y absurdo como eran las cosas materiales o una tonta cuenta de restaurante, entonces no valía la pena, porque tampoco sería generoso con sus sentimientos. Que las acusaran de machistas por pretender que el hombre cubriese los gastos en una primera cita o en este caso, cuando su pareja iba a presentarle por primera vez a una persona importante. Ellas tenían sus formas de ver la vida. ¿Quién decidía qué era lo correcto o no en la forma de llevar las relaciones de los demás? Eran felices llevando su existencia del modo que más les gustaba. Punto.

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Se entretuvieron recordando viejos tiempos, y la tensión del día de trabajo se esfumó entre risas y anécdotas. Después de un rato llegó hasta ellas un hombre alto, delgado y con una sonrisa encantadora. Savannah supo de quién se trataba cuando tomó a su mejor amiga del rostro y le plantó un beso que la hizo sonrojar. —Ups… —dijo él como si se hubiese dado cuenta de que Chelsea no estaba sola—. Lo siento, pensé que… —Savannah —murmuró Chelsea, tímida de pronto— este es Kyle Boham. —Hola —saludó con una sonrisa. Kyle llevaba el cabello rubio peinado hacia atrás, y sus ojos verdes brillaban con amabilidad—. Chels —le acarició la mejilla a su novia— siempre habla de ti. Lamento conocerte cuando ya llevamos algún tiempo saliendo —tomó asiento luego de dejar la chaqueta en el respaldo de la silla— pero más vale tarde que nunca. ¿Cierto, Savannah? —Ah, un parlanchín —replicó Savannah con una risa— eres de los míos. —Le hizo un guiño a Chelsea—. ¿Qué les parece si 175

ordenamos la comida? Estoy famélica y si sigo consumiendo chocolate caliente voy a salir rodando de aquí. Kyle rio, y Chelsea puso los ojos en blanco. —Por el gusto de conocer a la mejor amiga de mi novia, entiendo que son unas chicas independientes, pero, por favor, esta noche la cuenta corre de mi lado. Savannah miró a Chelsea con una sonrisa. Sip. Kyle era de los suyos.

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CAPÍTULO 8

La primera reacción de Savannah cuando encendió la luz de su departamento fue quedarse sin habla. Lo siguiente, armarse de valor y llamar a la policía. ¿Cómo habían logrado irrumpir en su casa? Todo estaba revuelto. Y sus muebles, oh sus preciosos muebles, parecían haber sido víctimas de varias cuchilladas sin piedad. Estaban echados a perder. Temblando volvió sobre sus pasos y bajó hasta la recepción. No quería adentrarse en su departamento. No podía hacerlo. Se sentía violentada y tenía miedo. Sí, lo tenía. —Vinicius —dijo al recepcionista— ¿hace cuánto empezó tu turno? —Una hora, señorita. «No, no me sirve.» 177

—¿Tienes la lista de las personas de la compañía de seguridad que trabajan en esta recepción? —No tengo esa información. Tendría que pedírsela al gerente de la empresa, pero ya sería mañana. —Savannah asintió—. ¿Puedo ayudarla en algo? Está temblando… —Ha entrado alguien buscándome. —El hombre revisó la lista de identificaciones, y luego la miró con pesar haciendo una negación El encargado de la recepción no había visto nada anómalo. Savannah no podía contradecirlo. No tenía pruebas para ello. Tenía que hacer que revisaran las cámaras de seguridad. Era el único modo. —¿Le hace falta algún requerimiento adicional? —No… no. Gracias, Vinicius. En menos de cinco minutos llegó la policía. Ella estaba esperando sentada en el sillón del lobby. —Señorita Raleigh, ¿usted fue quien llamó? —preguntó el uniformado. Tenía el cabello negro y los ojos igual de oscuros. Intimidaba, y 178

al mismo tiempo brindaba la sensación de estar al control. —S…sí… departamento.

—susurró—.

Es

mi

—De acuerdo, vamos a hacer una revisión de rutina. Soy el oficial Brutus MacDaniels, y ella es la oficial Colden, conteste a las preguntas que tenga que hacerle. ¿Está bien? — Savannah asintió—. Su piso es el nueve, departamento tres. —Correcto, sí. Eso le dije a la operadora. Alta, y de mirada severa, Jamie Colden era la oficial encargada del turno de la noche. Llevaba veinte años en el cuerpo de policía. Adoraba su trabajo. —¿Vive usted sola? —preguntó Jamie mientras subían en el ascensor. —Sí. Desde los veinte años. —¿Había ocurrido algo así anteriormente? —No… no… siempre procuro cerrar bien la puerta, no sé cómo… —se cubrió el rostro con las manos—. No quiero entrar… —La comprendo, pero necesitamos que lo haga. 179

—De acuerdo… —Yo entraré primero para revisar todo, mientras tanto mi compañero interrogará a sus vecinos. Savannah asintió. Probablemente iban a querer expulsarla del edificio por hacer que la policía los levante en plena noche. El buen humor que había cosechado en su reunión con Chelsea y Kyle, se había esfumado por completo. Varios minutos después, la oficial sacó la cabeza por el umbral de la puerta. —Ya puede entrar. Todo está despejado. Savannah asintió y contempló con estupor la violencia con que habían destruido su sala. Todos los cuadros estaban hecho añicos y sus libros esparcidos sobre el suelo de parqué. El oficial MacDaniels regresó con su libretita en mano y la mirada escrutadora. Entró en la sala. Tanto Savannah como la oficial estaban sentadas en una de las sillas altas que permanecían alrededor del mesón de la cocina. —Nadie ha visto nada —anunció MacDaniels—. Las puertas no han sido 180

forzadas. ¿Existe la posibilidad de que haya dejado sin cerrar por casualidad? Savannah negó. —Ni loca que estuviera dejo abierto nada. —Comprendo. —¿Ha tenido algún altercado últimamente? ¿Una amenaza o algo que pueda recordar, quizá? —preguntó MacDaniels —Yo… bueno… hice un reportaje hace algunos días sobre un pintor, y él llamó a mi periódico para exigir mi despido. Scott Dielsen. Los oficiales se miraron. —¿Nos puede hablar en detalles del particular? Savannah les contó todo, incluyendo el hecho de que había tenido que ser removida temporalmente de su puesto de trabajo. —¿Existe alguna posibilidad de que sea un hombre violento? ¿La llamó o le hizo saber que tenía intenciones de cobrarse el precio de su “fracaso”, por decirlo de algún modo? —indagó Jamie.

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—No, en absoluto. Ni siquiera he tenido contacto con él desde el reportaje. Yo cubro una sección cultural —dijo con vehemencia e incredulidad—. Nunca antes he tenido que pasar por algo así… —Sentimos decirle que no hay argumentos para poner una denuncia contra alguien, porque no hay ni sospechosos ni pruebas de algo sólido… He revisado su departamento y el único lugar en donde hay escombros es la sala. El resto está desordenado, pero no dañado como esta sección —continuó el oficial MacDaniels. —¿Qué significa esto de que no puedo denunciar? —preguntó Savannah. —Dejaremos sentado el precedente. No tiene a quién denunciar. Tenemos que proseguir con la investigación, y he notado que hay cámaras de seguridad, así que hablaremos con la empresa encargada de la seguridad del edificio. En cuanto logremos obtener algún tipo de adelanto se lo haremos saber. Mientras tanto ¿tiene instalado un sistema de alarmas? —No… hasta ahora no lo creí necesario… —dijo con resignación.

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—Sugiero que sea su tarea mañana a primera hora —expresó Jamie mientras su compañero guardaba el bloc de notas—. ¿Quiere quedarse aquí, señorita Raleigh o desea que la llevemos a algún sitio para que pase la noche? No tendríamos ningún problema en hacerle el favor, aunque si prefiere llamar un taxi, aguardaremos hasta que llegue, por supuesto. Savannah no tuvo que pensarlo dos veces. —Iré por un par de cosas… Yo… prefiero un hotel, les agradezco la oferta y que me lleven. Quizá se trate de una broma de mal gusto —dijo tratando de quitarle importancia. Los oficiales se miraron. —Esperemos MacDaniels.

que



—comentó

*** Nate tenía que tomar una decisión. La noche anterior había estado reunido hasta altas horas de la noche en su oficina con su abogado y su director de comunicación. 183

Su abogado, Stanton, le dijo que podía demandar a Mortensen, pero eso implicaría hablar de su matrimonio con Brittany para aclarar y justificar la demanda por difamación. Esto último era algo que Nate no deseaba, principalmente por su familia. Era muy protector con ellos. Sus padres no estaban ya jóvenes, y sus sobrinos podían sufrir las consecuencias como daños colaterales. No podía permitirlo… como tampoco podía permitir que se manchara la memoria de Brittany. Aunque no lo mereciera, ella no estaba para defenderse. Quería que su memoria descansara en paz. Louis, le había dado otra alternativa. Su director de comunicación hizo una propuesta que a Nate le parecía menos arriesgada y menos invasiva. Según cómo se lo viera, por supuesto. Louis le dijo que podía hablar con una periodista a la que le tuviera confianza y que supiera que podría retratar capítulos de lo que era el trabajo al interior de la compañía. Y él tenía a la persona perfecta. Cuando las puertas del elevador se abrieron en décima planta de su edificio corporativo, avanzó con paso seguro hasta el escritorio de 184

Marion. La mujer era muy eficiente y se merecía un aumento salarial. Ahora que lo recordaba se lo había prometido. Lo merecía. —Marion, buenos días. —Buenos días. Sus mensajes —dijo entregándole una libretita muy pulcra con la información—. ¿Necesita algo? —Gracias. Llama a Crónicas de Louisville. Dile a Daniel Sutton que quiero una reunión con él hoy mismo. —Le aviso cuando tenga concertada la cita. Nathaniel se detuvo antes de entrar a su oficina. —Y Marion. —Señor. —Llama a Recursos Humanos, a órdenes mías, que te incrementen un veinte por ciento el salario. Los ojos de la mujer se abrieron de par en par. —Vaya. —Siento el retraso en reconocer tu lealtad. Muchas gracias por tu labor. 185

—Yo… —asintió profusamente— gracias. —No tienes que dármelas. Lo mereces. — Luego se encerró bajo números, proyectos y todo lo que era importante para él: su trabajo. *** Dormir en un hotel estaba fuera de su presupuesto, pero Savannah jamás pondría precio a su seguridad. Su casi nunca utilizada American Express tenía un nuevo cargo para pagarse a final del mes. Esa mañana había recibido la llamada de la oficial Colton. Las cámaras de seguridad del edificio llevaban dos días desactivadas por mantenimiento. —Vaya suerte la mía —le había dicho a la oficial cuando recibió la noticia. —Nos queda tener precaución. Cualquier movimiento, llamada o acción que usted perciba como fuera de lo normal, por favor, háganoslo saber. No dude. Ninguna precaución está de más cuando se trata de seguridad personal. Debería contarle a sus padres sobre lo ocurrido en su departamento, pero no quería 186

amargarles la temporada. Tampoco poner sobre aviso a su hermano menor, quien buscaba una excusa para justificar su idea de ser policía o investigador privado a costa del infarto que podría darle a su madre, Shirley. Cuando Chelsea se enteró puso el grito en el cielo cuando le contó lo ocurrido mientras salía del hotel y le sugirió que se mudara de edificio. A Savannah le pareció una medida demasiado extrema. Esa misma noche iba a probar de nuevo si había aprendido la lección de cómo activar y desactivar la alarma que la empresa de seguridad le instaló alrededor de las ocho de la mañana. Aunque llegó tarde a la oficina para esperar a que el sistema fuese puesto en marcha y a punto, no le importó. Ya sabía que el retraso implicaba una multa en su salario. Y eso era lo de menos. Mientras revisaba las notas del día que sus freelance habían enviado, escuchaba las bromas y flirteos de Max con Mary. Al parecer la tontuela de deportes había caído redonda ante los halagos del periodista de economía y finanzas. Savannah, con una sonrisa continuó su 187

trabajo. Eran las once y media de la mañana, pero ya llevaba dos tazas de café. Esperaba tener todo listo a las seis de la tarde, porque había prometido a sus padres que los ayudaría a decorar la casa con los adornos de Navidad. Una tradición familiar, en su época preferida del año. No la cambiaba por nada. Muchas personas soñaban con la “blanca Navidad”, y ella se sentía afortunada de poder vivirla. Terminó de corregir la última errata y reparó en el botón de “llamada entrante” de su teléfono de escritorio parpadeando. Con una mueca contestó. —Savannah Raleigh. —Cariño —dijo la recepcionista del periódico, Hayley— te buscan en la sala de conferencias. Ella frunció el ceño. Miró la agenda electrónica. No tenía ninguna reunión programada para ese día. —¿Quién es? —Un joven muy agradable y educado. Connor Moriarty. 188

Le tomó un largo segundo componer el tipo. —Dile que no estoy. —Oh, cariño, perdona. Fue tan amable y dijo que no se veían hace años. Es un admirador tuyo al parecer. Trajo unas flores hermosas. — Savannah maldijo por lo bajo y también detestó que Hayley no tuviera ni un ápice de malicia. La mujer era una abuela de diez chicos y tenía paciencia infinita, sin duda una cualidad más que necesaria en un negocio impredecible y alocado—. ¿Qué hago ahora? —No te preocupes, Hayley, dile que me espere unos minutos que estoy terminando una nota para pasársela a Meg. —De acuerdo —dijo la mujer con un tono de alivio. —Ah, y Hayley, hazme un gran favor. La próxima ocasión que Connor llame o intente verme, dile que estoy viviendo en Beijing. —Pero… —¿Por favor? —Mensaje captado. Primera y única vez que piensas atenderlo. —Eso es, gracias, Hayley. 189

Podía ver la espalda de Connor desde el vidrio de la puerta. El cabello café estaba peinado hacia atrás. Llevaba al parecer una vestimenta informal. Que Savannah recordase, él no tenía necesidad de trabajar. A menos que Alice ya se hubiera gastado toda la fortuna al casarse. Lo cual sería un buen escarmiento. Chelsea tenía razón. Debía acabar cuanto antes con la situación. Ya no podía hacerle daño. No más del que le causó en el pasado. Enfrentarlo no era nada agradable. —Connor —expresó con voz firme y carente de emociones. Como si se tratara de una persona a quien veía por primera vez y a quien no tenía ganas de saludar, pero no tenía otra opción—. ¿Qué te trae a mi trabajo? Él se giró. Tan atractivo como siempre. Impecable. Una sonrisa diez sobre diez por la que ella se había adentrado en ese ridículo torbellino llamado “amor”. En el pasado. Siempre en el pasado. Debía recordarlo. Le extendió un ramo de orquídeas. 190

—Hola, Savannah —dijo con calidez—. Por favor, acéptalas. Sé que son tus favoritas y se verán bien en tu escritorio. —Gracias Siéntate.

—replicó

tomándolas—.

Él asintió y esperó a que ella lo hiciera primero. «Ah, qué irritante.» Savannah notó que continuaba llevando el anillo de casado. —Te preguntarás por qué te he tratado de contactar estos días. Puesto que Savannah se limitó a mirarlo, él supo que no iba a obtener respuesta a un comentario retórico. —Hice muy mal en el pasado. Fuiste una persona entregada y dulce. No tienes idea de lo imbécil que me sentí. —Tuviste varias amantes mientras estabas conmigo. Creo que una vez es un error… o quizá no, pero cuatro veces, ¿Connor, en serio? —se rio—. Ahora no tiene importancia. Ha pasado demasiado tiempo. Él apretó los labios con decepción. Hacia sí mismo, por supuesto. 191

—Lo sé. Alice me embaucó para que me casara con ella. —Savannah enarcó una ceja. Esperaba que el hombre no la hubiera tomado por sicóloga de parejas seis años después de su ruptura—. Me dijo que estaba esperando un hijo. Era mentira. Ya estábamos casados cuando me lo confesó. —¿Por qué ahora? Eres periodista. Tienes empleo, supongo, así que, ¿por qué ahora? — insistió en un tono desconcertado. —Le he pedido el divorcio a Alice hace cuatro meses. —Estiró la mano para tomar la de Savannah, pero esta las apartó a tiempo. Connor reculó—. Siempre he estado pendiente de ti. Tus logros. Te he visto a lo lejos en algunos eventos en que coincidimos, pero no me atrevía a saludarte… —bajó la mirada— no quería incomodarte… —elevó el rostro hacia ella— Savannah, el trabajo que realizas es impecable. Ahora sé lo que perdí… lo he sabido siempre, pero no tenía los pantalones para dejar a Alice. Ya sabes lo melodramática que podía ser. Savannah no sonrió. —Connor, tengo mucho por hacer, si me vas a contar un resumen de tu vida, pudiste haberte ahorrado la visita y enviármelo por 192

correo electrónico. Estás interrumpiendo mi trabajo. No puedes hacer eso. —No respondiste mi llamada e irte a buscar a tu departamento… —¿Cómo sabes en dónde vivo…? No, olvídalo, tienes tus fuentes. Qué diablos, Connor. Por favor, vete. No vuelvas a buscarme. ¿Quieres disculpas? Las tienes. No quiero saber de nada vinculado a tu existencia. Él la miró con ansiedad. —Savannah. Dame otra oportunidad. Yo te quiero. No he dejado de hacerlo… supongo que Alice siempre lo supo y por eso nuestro matrimonio nunca funcionó. —Estiró la mano para tomar la de ella. Estaba tan sorprendida por su desfachatez que ni siquiera sintió el gesto. Lo miró con incredulidad—. Eres la única mujer que ha logrado ver a través de mi, más allá del dinero de mi familia, mis influencias. Solo dame… —Ups, lo siento —expresó Daniel abriendo la puerta. El dueño del periódico no fue lo suficientemente rápido para impedir que el visitante que estaba en esos momentos a su lado 193

observara una escena que parecía romántica, y reparara en Savannah. Y tampoco lo suficientemente rápido para que ella no se quedara ojiplática al ver a Nathaniel Copeland. Savannah apartó las manos de Connor como si hubiese sido recién consciente de ello. Se incorporó. «Vaya día de mierda.» —No pasa nada, Daniel. Ya ha terminado esta reunión —dijo ella. El dueño del periódico fijó la mirada en las orquídeas con el ceño fruncido. Savannah tomó el ramo y prácticamente se lo estrelló a Connor en el pecho—. Este señor, ya se va. Y no va a regresar. Creía que podíamos poner un anuncio para declarse a su novia. Gran error, no somos esa clase de periódico. Él lo sabe. —Savannah… —murmuró Connor. —Adiós, señor Moriarty. Al encontrarse en una situación sin salida, Connor asintió y salió con las orquídeas en las manos y una sensación de derrota. Savannah anhelaba no volver a verlo… solo esperaba tener esa suerte. Dios, qué tortura. Se hizo un incómodo silencio. 194

—Daniel, ¿te dejo la sala y le digo a tu asistente que traiga café? —preguntó en tono profesional como si la escena anterior hubiera sido rutinaria. —Sí, gracias. Antes permíteme presentarte a Nathaniel Copeland… —Nate —dijo este interviniendo y quemando a Savannah con su mirada—. Buenos días, Savannah. ¿Cómo va todo? —Nate. Bien, encontrarte aquí. —Negocios especialidad.

gracias.

Una

sorpresa

—sonrió— ya sabes. Mi

Ambos sabían que no solo los negocios eran su especialidad. —¿Se conocen? —preguntó Daniel ante la familiaridad. —Yo… —La conocí en el matrimonio de Brendan —interrumpió el sexy empresario. Daniel sonrió, ajeno a la tensión que empezó a fraguarse en la sala. Savannah supo que esa sonrisa del presidente del periódico implicaba que iba a empezar a hacer preguntas. 195

Y ella no tenía ganas de respondérselas, aunque fueran inofensivas. —Me retiro. Que tengan buen día —dijo ella muy consciente de que el hombre que no dejaba sus fantasías nocturnas tranquilas estaba en su oficina. —Un placer —replicó Nate con una media sonrisa. Ella asintió, y prácticamente hizo una maratón a paso de tortuga para que nadie notara ni su prisa ni su nerviosismo. Era la tortuga más rápida jamás vista. —Toma siento, Nate. Soy todo oídos — empezó Daniel cerrando la puerta tras la salida de la periodista. —De entre todos los medios decidí elegir este, porque conozco tu ética y también la de Gianna. El profesionalismo que manejas es impecable, y sé que podrías colaborar conmigo sin ser parcializado. Necesito honestidad. —Gracias, hombre. Lo cierto es me intrigó mucho que quisieras verme personalmente para temas de negocios. Espero que no hayas despedido al buen Jim, el encargado de 196

publicidad de tu empresa para hacerlo tú en persona —expresó con una gran sonrisa. —Algo mucho más interesante —contestó riéndose, antes de empezar a explicarle la propuesta de su director de comunicación.

Savannah regresó a su cubículo. Sentía como si hubiera estado recorriendo la Casa del Terror de alguno de esos parques temáticos en los cuales la gente está lo suficientemente chiflada como para pagar y ganarse uno de esos sustos mortales. El problema era que ella se los estaba llevando gratis en menos de cuarenta y ocho horas. Respirar el mismo aire de Nathaniel iba a causarle un paro respiratorio, y si a eso le sumaba la absurda propuesta de Connor, lo mejor sería ir a cocinarse unos muffin de arsénico cuando llegara a casa… si es que el pintor acosador que andaba tras sus huesitos periodísticos no destrozaba su departamento de nuevo.

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¿Acaso no era suertuda?, pensó son sarcasmo, mientras se dejaba caer en su silla giratoria.

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CAPÍTULO 9

Nathaniel escuchó a su madre comentar sobre las virtudes de Shantell, la mujer que quería para él como novia. Si fuera posible que se saltara el noviazgo y llegase directo al altar, Kristen Copeland no pondría reparos. Eso, seguro. Su padre, Wade, no opinaba al respecto y se limitaba a sonreír o jugar con Fergus y Padox. Los pequeños eran hijos del único hermano de Nate, Hugh. —Mamá, mi hermano no tiene ganas de pensar de nuevo en un matrimonio —comentó Hugh mientras miraba con adoración a su mujer, Domenique—. Tengo cuarenta años, y creo que llegaré a los sesenta sin ver a este granuja casándose. Ningún miembro de su familia conocía los estragos emocionales detrás del accidente de Brittany. Tampoco Natasha. Por eso, Nate sentía que los golpes del pasado cada vez 199

pesaban más sobre sus hombros. Como una loza. —Mujeres no me faltan —intervino Nate girando el whisky en un vaso de cristalería cara. —¡Nathaniel! —exclamó Kristen—. Esas no son palabras que le interesen saber a una madre. —¿Pero si sobre el matrimonio? —preguntó Hugh riéndose. —Cariño —intervino Wade, mientras mecía en brazos a su nieto menor. Padox tenía dos años y era muy travieso. Menos mal ahora dormía— deja de atormentar a Nate. Ya sentirá él lo que debe hacer. —Gracias, papá —dijo Nate con una sonrisa. —¿Y qué entonces con Shantell? —Mamá —rio Hugh. De figura redondeada y ojos celestes como los de su hijo menor, Kristen era una mujer muy guapa. Elegante y carente del esnobismo propio de su clase social. No había nacido en cuna de oro. Todo lo contrario. Vivió en casas de acogida, y hasta que tuvo la mayoría de edad 200

intentó hacerse un espacio en el mundo. Logró estudiar en la universidad para ser profesora, y así conoció a Wade. Este era muy amigo del director de la escuela en la que Kristen enseñaba. Amor a primera vista. Llevaban treinta y ocho años juntos. La nieve caía copiosamente en el exterior, mientras toda la familia Copeland estaba reunida frente a la chimenea. Había sido una cena muy entretenida por el cumpleaños de Fergus. Tenía ahora siete años. —Nos gustaría que vinieras a pasar la Navidad, Nate. Siempre tienes las narices metidas en esa oficina tuya —comentó Kristen mirándolo con todo el cariño que sentía por su hijo—. Por favor, ven esta esta vez. Han pasado muchos años ya desde Brittany. Entiendo que vivas solo… que intentes recomponer las piezas del pasado, pero a mí me haces falta —le dio un codazo a Wade que empezaba a dormirse como su nieto— Wade, convéncelo. Él detestaba escuchar ese tono de añoranza en la voz de su madre. No había mujer que respetara y admirara más que ella. Se había ganado a pulso cada cosa que poseía. Casarse con su padre no le impidió continuar 201

trabajando. Nate jamás la había visto, hasta jubilarse como docente escolar, dejar de ir al trabajo a pesar de todo el dinero que tenía su padre. —Hijo… ya sabes que odio que tu mamá se sienta triste. Nate conocía ese tono de voz. Era el que decía “los quiero a ustedes, pero su madre es la mujer de mi vida y no permito que nada la entristezca”. —De acuerdo, mamá, vendré para las navidades, en lugar de hacerlo solo para pasar el nuevo año. —Será estupendo —dijo con timidez su cuñada. Domenique tenía la misma edad de Hugh y era dueña de una pequeña, pero muy surtida, librería—. A los niños les gusta mucho verte, Nate. Agregaré una botita sobre la chimenea para ti. Nathaniel sonrió. —Por supuesto, y yo disfruto con ellos. Gracias, Domenique. —¡Maravilloso! —dijo Kristen—. Finalmente tendré en Navidad a mi familia 202

completa… —frunció el ceño de pronto— Nate, ¿tu prima Jen sigue aquí? Él negó. —Regresaba a China esta noche. Hay una emergencia diplomática y se vio obligada a recortar su tiempo de vacaciones. —Oh… bueno, ojalá pueda volver para Navidad. —Luego sonrió de nuevo y miró alrededor—: ¿Alguien quiere pudín de chocolate? —¡Yo, abuelita, despertando a Padox.

yo!

—gritó

Fergus,

El grito de alegría de los pequeños por comer pudín de chocolate se entremezclaron con las voces de Hugh y Nate que charlaron sobre negocios. Hugh se dedicaba a manejar una cadena de suplementos para caballeriza, y el padre de ambos era propietario de varios hoteles rústicos y de lujos esparcidos en varios sitios del estado de Kentucky. Ninguno de los familiares le mencionó a Nathaniel las declaraciones de Mortensen en el que lo calificaba de asesino. La falta de mención del incidente implicaba que esa entrevista no había trascendido. 203

—Tío, tío, Nate —llamó Fergus mirándolo con una sonrisa pícara, mientras Domenique le terminaba de limpiar la boca que estaba salpicada con gotas de chocolate— ¿verdad o reto? «Ah, el juego de su sobrino cuando quería algo.» —Mmm… ¿reto? El niño rio como si Nate hubiera caído en su trampa. Los abuelos del pequeño sonrieron, mientras Hugh tomaba a Padox en brazos. —¡Dame un abrazo de oso, tío Nate! La última vez yo fui más fuerte que tú. —¿Te has bañado hoy? —preguntó apretándose la nariz como si no hubiese un olor más feo en el mundo que el de Fergus. —¡Siempre! —Entonces, ¡ven aquí que ya no te voy a soltaaaar! El grito de alegría y la risa de Fergus bañaron a Nate de cariño. Un cariño que sabía que en su familia era incondicional. Horas después, regresó a casa. 204

Solo. Contempló el espacio vacío en su amplia cama. Y no pudo evitar preguntarse qué estaría haciendo la mujer de expresivos ojos castaños que había revolucionado su sistema al conocerla. Volver a verla en el periódico despertó todos sus instintos masculinos por tenerla. Ella lo había echado de su departamento de un modo en el que jamás ninguna otra mujer se hubiera atrevido. Deseaba ver a Savannah de nuevo y convencerla de que el sexo entre los dos sería memorable. La sola idea de volver a besarla y tocarla lo excitó. Lastimosamente tenía que atender algunos viajes de negocios. Luego, Savannah sería toda suya. Con una sonrisa de satisfacción ante la perspectiva, se relajó. *** Savannah caminó a lo largo del garaje dispuesto para los empleados del periódico. Sus tacones repicaban sobre el asfalto. Se arrebujó en su abrigo negro. Eran casi las ocho de la noche y la cantidad de nieve que había caído 205

durante el día era considerable. Con las manos, protegidas por guantes de cuero, removió la nieve que cubría el parabrisas y la ventana del lado del conductor. Se ayudó como pudo para despejar la nieve de alrededor de las llantas. Tan solo para darse cuenta de que estaban pinchadas. No solo una. Cuatro. Las huellas de las perforaciones con un objeto cortopunzante confirmaban que no era un accidente, descuido o peor casualidad. El viento frío corría con brío, y ella miró a uno y otro lado. El garaje estaba semiluminado. Había una nota en el parabrisas al parecer hecha con letras de recortes de un periódico y guardada en un plástico. «Como si quisiera asegurarse de que yo lo lea.» Arruinaste mi vida y pronto yo iré por la tuya. Savannah tembló y echó a correr de regreso a la oficina. Solo quedaba Faustus, el portero, y en la redacción Max, pues estaba terminando un especial sobre la última crisis financiera en Europa. 206

—¿Savannah? —preguntó Max cuando la vio llegar temblorosa y pálida. Se acercó con rapidez y dejó descansar las manos sobre sus hombros—. ¿Qué ha ocurrido, nena? —Max…. —replicó tratando de poner aire en sus pulmones— hay alguien que está amenazándome. —Le extendió la nota—. Necesito llamar a la policía. —Claro, claro, ven aquí —dijo tomándola de la mano y guiándola hasta su cubículo. Savannah se sentó, todavía agitada—. ¿Te traigo algo de beber? —Un té caliente, por favor… —Ahora mismo, nena. Minutos más tarde los oficiales que atendieron la denuncia en su departamento, le tomaron la declaración. Max los acompañó hasta el automóvil de Savannah, y guardaron la nota que el acosador había dejado en el parabrisas. —Señorita Raleigh, creo que esta situación amerita que tenga usted alguien a su lado. ¿Algún novio o amigo o amiga que pueda quedarse con usted esta noche? 207

Ella negó. —Puedes quedarte en mi casa —ofreció Max con sinceridad. —No, no hace falta… gracias… quizá se trata solo… —Imposible que quieras restarle importancia. No es el primer incidente por la familiaridad con la que hablan los oficiales, ¿verdad? —preguntó Max. —No… —¿Lo sabe Daniel? —No. —Bueno, entonces será mejor que se lo comuniques mañana por la mañana. ¿Estás de acuerdo? —Ella asintió—. Vale, ahora, yo te llevo a casa. Los oficiales miraron ceñudos a Max, y luego a Savannah. —¿Señorita Raleigh? —preguntó el oficial MacDaniels—. ¿Es él una persona de confiar? Podemos interrogarlo. Ella rio. 208

—Además de ser un Don Juan, Max es inofensivo. Estaba en la redacción mientras todo esto sucedió. —Miró a su compañero con sonrisa trémula, y le pidió—: Te agradeceré si me llevas a casa, Max… —Por supuesto, Savannah. —Miró a la oficial Colton y a MacDaniels—: Oficiales, me encargaré de que llegue a salvo y de que mañana hable con nuestro jefe principal para que esté al tanto. —Los policías asintieron, y luego de terminar de revisar los alrededores, y bajo la palabra de Savannah de que iba a estar bien con Max, se alejaron. Max regresó a la redacción y envió la nota que acababa de terminar a Meggie. Aunque él era el editor de la sección y tenía tres reporteros a cargo, siempre se enviaban las notas al editor general para que revisara antes de publicar los reportajes. Tomó su chaqueta de Armani, y luego bajó a encontrarse con Savannah en el lobby del edificio. Ella agitaba nerviosamente el pie sobre el suelo de baldosas beige. —¿Vamos? Ella elevó la mirada. 209

—Sí… gracias, Max. —Un caballero italiano siempre a las órdenes. Ella soltó una carcajada que alivió el nudo que tenía en el estómago. ¿Quién podría querer lastimarla a más del pintor de pacotilla? Iba a pedirle a Daniel que solicite una orden de alejamiento. Cuando llegaron al edificio en el que Savannah vivía, Max la acompañó hasta su departamento. —No tienes idea lo mucho que te agradezco que me acompañaras hoy, Max. Él asintió, y después de darle un abrazo — amistoso diría Savannah para los estándares de Max— este se alejó, no sin antes hacerle prometer que lo llamaría si cualquier incidente ocurría. Savannah fue hasta la ducha y se quedó un largo rato bajo el agua. Estaba convencida de que el cretino de Scott tenía que ver con esos incidentes. Pero no iba a permitirle ganar la partida. ¿Qué diablos quería de ella? ¿Acaso que hiciera otro reportaje para reivindicar aquel horror mal llamado arte? 210

Agotada emocional y físicamente, no le resultó nada difícil quedarse dormida. *** —Quiero una orden de alejamiento —le exigió Savannah a Daniel, al siguiente día. Estaba decidida a terminar con ese asunto—. No puedo vivir con la idea de que ese idiota está tratando de hacerme daño. —Debiste decírmelo cuando ocurrió el primer incidente. Puedes hablar con el abogado del periódico para que haga las respectivas gestiones. ¿La policía está al tanto entonces? —Sí. Ayer les di los detalles sobre el tema del reportaje con Scott, sus demandas de que me sacaras del periódico… —suspiró— en fin. Necesito que el diario haga eso por mí. —Totalmente. Siento mucho esta situación. Esperemos que con la parte judicial ejecutada, Scott deje de acercarse a ti… de cualquier manera en que se le ocurra hacerlo. ¿Tienes todas las seguridades en casa? Ella asintió. Esa mañana había revisado cuatro veces cada rincón de su habitación. 211

También tenía las alarmas a punto, pero aplicó y desactivó varias veces la alarma solo para comprobar que estaba en funcionamiento. No quería continuar su vida de ese modo. Sería horrible convertirse en un manojo de nervios ambulante. —Gracias, Daniel. —No hay por qué. ¿Todo bien en el área de trabajo? —Sin problemas. Hoy tengo que ir a la Ópera. —¿En qué quedamos? —preguntó refiriéndose a Scott y al hecho de que no podía ella reportear nada y firmarlo. Savannah resopló. —Daniel, el tipo me está acosando, si intenta impedirme trabajar en lo que adoro hacer entonces estaré aceptando que él ha ganado. Luego de reunirme con el abogado de la empresa pienso retomar mi trinchera cultural. —Savannah… —No, Daniel. No es justo. Él se quedó unos minutos en silencio. 212

—De acuerdo —dijo con renuencia—. Solo anda con cuidado. Tu seguridad es más importante que cualquier Ópera de Verdi para el equipo del periódico. Ella asintió.

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CAPÍTULO 10

Podría catalogar esa semana como un tiempo salido del mismo infierno. Nate había estado viajando sin parar. Reuniones con teleconferencias con doce horas de diferencia horaria. Un día salía a Berlín y al siguiente estaba en Chicago. Al menos su esfuerzo había rendido frutos, pues acababa de cerrar un trato con un empresario importante. Conseguiría materiales de construcción más baratos con estándares de calidad para los proyectos de la compañía. Ese era el tema que casualmente estaban consultando los medios de comunicación en las inmediaciones de las oficinas principales de la empresa de Nate. Debería delegar más reuniones en Natasha Carmichael, Tash, pero su socia se encargaba de llevar la parte financiera hasta el último detalle. Eso ocupaba mucho tiempo y gestión con varias personas. Nate era consciente de que ambos estaban saturados, y era momento de 214

empezar a nombrar nuevos delegados que asumieran más riesgos en el afán de cumplir las metas corporativas. Lamentablemente no podía aún trabajar otros ámbitos al ciento por cien, pues tenía que manejar su imagen como empresario, ya que estaba a las puertas la última licitación para hacerse con el contrato del centro comercial. Era el motivo por el que estaba sonriendo más de lo habitual y había permitido que Marion aceptara entrevistas de todos los medios de comunicación que la quisieran. Esa mañana y tarde, Gianna Tanner lo había acompañado para tomar nota sobre el proceso de trabajo en una empresa de éxito como lo era C&C Constructores. Recorrieron algunas filiales. Hablaron con empleados. Y el fotógrafo que acompañaba a la periodista hizo lo propio. Daniel Sutton había accedido a que Gianna realizara un especial para Crónicas de Louisville sobre las compañías cuyos dueños eran jóvenes exitosos. No solo estaría Nate como parte del especial, sino también representantes de otras industrias. La idea original que le había dado Louis era que se trabajara un tema en el que Nathaniel 215

fuese el único entrevistado de la industria constructora, para despejar de ese modo cualquier basura que Mortensen hubiera echado sobre el techo. El especial debía tratarse con total imparcialidad, y Daniel Sutton lo exigió antes de aceptar la propuesta de Nate. Así que Nathaniel estaba dando lo mejor de sí para que Gianna hiciera una nota justa. Louis pensó que hacerlo en un diario con tradición y una imagen familiar podría contribuir mucho a la reputación de Nathaniel como empresario. Además de aportarle credibilidad, por supuesto. Al día siguiente, los reporteros y Nate realizarían la parte que a él menos le gustaba: una entrevista en un ambiente más personal. Sin embargo, no tenía otra opción que abrir las puertas de su casa por primera vez a los reporteros. Le habría gustado desoír a Louis, pero sería un error, y él no pagaba a la gente para que lo induciera a errar. Así que estaba dispuesto a colaborar. Quería, más que nada, el contrato para el centro comercial. Era un proyecto ambicioso y él se consideraba hambriento de éxito. Siempre. 216

—Nate, ¿confirmas la entrevista mañana en tu mansión? —preguntó Gianna sacándolo de sus conjeturas—. Es fin de semana, así que será más fácil sin todo el ajetreo del tránsito vehicular. Espero que no te moleste, pero, ¿estaría bien si llevo a Phillip? Mi hijo tiene doce años, y no quiero dejarlo a sus anchas para que haga de las suyas —expresó con una sonrisa—. Imagina que luego me toca llamar a los servicios de emergencias. Nathaniel la miró con amabilidad. Era una buena periodista, y sabía cuándo detenerse y cuándo ahondar en una pregunta. Él no era una celebridad, solo un empresario con dinero y una familia con éxito en lo que hacía, por eso detestaba que se interesaran por su escasa vida social o sus tragedias personales. —Por supuesto. De hecho, este fin de semana estará mi familia haciendo una barbacoa. Imagino que te gustará tenerlo como referente. Puedes participar, por supuesto, pero todo es off the record. Coméntaselo al fotógrafo y al chofer del periódico que también serán bienvenidos. Gianna asintió, mirándolo con aprobación. 217

—Gracias, Nate. Siempre he pensado que eres una gran persona. —Que no lo sepan muchos, pero gracias. Solo tengo una petición. —Tú dirás. —Las fotografías son solo conmigo. Mi familia está excluída. —Pero… —No, Gianna, ellos son intocables para mí. Prefiero que destruyan mi reputación a que se metan con ellos. Ya tuvieron bastante con la muerte de Brittany y el circo que montaron tus colegas. La periodista pareció meditarlo. —Lo comprendo —se dio unos golpecito en el mentón con el los dedos—aunque podemos arreglarlo de pronto con ellos alrededor con los rostros difuminados… ¿mejor? —Veremos. De momento, ya tengo que irme. —Miró el reloj—. Una cena de trabajo dentro de poco, pero te acompaño a la puerta. —Mientras caminaban hacia el elevador del piso de oficinas de la presidencia de la empresa, él le preguntó—: ¿Hablaste con Natasha? No 218

recuerdo si alcanzaste a entrevistarla. Ella viene a la cena conmigo, así que en el caso de que no hayas… —Sí, sí. Ya con ella estoy lista — interrumpió Gianna— y también los testimonios de algunos clientes, proveedores y empleados los tengo que ir ajustando, pero ya será cuando regrese a la redacción. —Se encogió de hombros—. El ángulo personal es todo lo que hace falta. —Que no es mi favorito —refunfuñó.

Nate entró al restaurante con la seguridad que solo puede tener un hombre de negocios de éxito y que además se sabe atractivo. Cuando vio la mesa en donde lo esperaba Tash, avanzó con paso firme y elegante. Había nacido con una cuchara de plata en los labios, sí, pero también sabía luchar para lograr el éxito. Y continuaba trabajando día a día para mantenerlo. —Señores, buenas noches —dijo estrechando la mano de cada uno. Se giró hacia Tash y le dio un beso en la mejilla—. ¿Los ha 219

atendido bien Natasha? —preguntó con tono gentil, bromeando. Los miembros de un consorcio inmobiliario que querían trabajar con C&C Constructores ya estaban en la mesa. Un factor positivo, pues Nate medía a sus posibles clientes con la misma vara con la cuales seguramente ellos lo medirían a él. Después de los platos principales, la discusión de los principales puntos de interés, el tiempo posible de trabajo y los beneficios mutos, acordaron que enviarían a sus abogados a una reunión para redactar un contrato y luego analizarlo. Casi a las once de la noche, en la mesa quedaron solo Natasha y Nate. —Ha sido fructífero —dijo Nate con visible agotamiento. Natasha bebió su copa y sonrió. —Sin embargo, has tenido la mente dispersa. Ellos no te conocen, pero mi caso es distinto. Si continúas distraído, cariño, vamos a tener un gran problema —expresó Tasha. Con la nariz respingona, los labios carnosos y una melena abundante y ondulada del color del trigo, Natasha era una exótica belleza con 220

un cerebro potente. Se habían conocido dos años atrás en una conferencia de alto perfil empresarial en Londres. Ella estaba recién divorciada y creía haber perdido el rumbo de su vida. Independiente y madre de un niño de cinco años, no tenía idea qué hacer una vez que había abandonado la compañía distribuidora de material para odontólogos que llevaba con su marido. Se habían repartido los bienes, pero Natasha quería empezar de nuevo. Nathaniel al conocer las habilidades para negocios de Tash, le ofreció venderle el veinte por ciento de las acciones de C&C Constructores, y asentarse en Louisville. Un salto grande para alguien acostumbrada a vivir en las clases sociales pudientes de una ciudad tan elitista como Londres. Desde aquella jornada en Inglaterra ya se contaban veinticuatro meses, y Nathaniel consideraba a Natasha una de sus mejores alianzas estratégicas. Además de una gran amiga. —¿Como cuál? —mezcló el azúcar en su café sin mayor interés—. Si has podido sobrellevar la conversación para nuestro beneficio no le veo el inconveniente, Tash. 221

—Puedo aprovecharme de ti. Nathaniel se relajó. Después de conocerse, él aún lleno de rabia por la muerte de Brittany, y Natasha todavía sensible por su amargo divorcio, pasaron una noche juntos en The Langham, un lujoso hotel londinense. A la mañana siguiente, acordaron no cometer el mismo error. Luego llegó la propuesta empresarial de Nate, y nunca más confundieron la pasión con los negocios. No volvieron a acostarse juntos. Ambos sabían que solo fue un intento de alejar los fantasmas, y ahora cada uno lidiaba con ellos de la manera que mejor convenía. Él la respetaba, y Natasha estaba agradecida por la oportunidad que le había dado a ella y a su hijo. —Oh, me halaga cuán romántica te pones —dijo bebiendo de un exquisito café colombiano. Eso la hizo reír. —Todo menos romántica. Nate… —tomó un panecillo y le untó mantequilla. El anillo de casada brilló en el dedo anular de la mano izquierda. Tenía un mes de haberse casado de 222

nuevo y era feliz— te estás extralimitando en el trabajo. Apenas duermes. Tienes unas ojeras monumentales, aunque bien sabe Dios que fue generoso contigo y apenas te quita el atractivo. —Gracias, supongo. Tash puso los ojos en blanco. —Lo que intento decirte es que tienes que sacarte de tu sistema lo que sea que te esté consumiendo estos días. —No quiero una socia para que me aleccione, sino para que me ayude a solucionar las cosas. Natasha suspiró. Tomó un bocado y lo masticó con suavidad, mientras Nate se terminaba el café. —Pues es lo que acabo de hacer hoy, Nate. Contribuir. Aunque tú y yo sabemos que es preciso poner a alguien más al borde del barco en el área del capitaneo. No puedo atender todas las reuniones sociales y tú tampoco puedes encargarte solo de llegar a cerrar los tratos o persuadir a determinados clientes.

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—Lo sé, Tash —dijo con tono pausado—. Quisiera poder dirigirlo todo desde mi oficina en casa. —Ser un lobo solitario solo te convierte en alguien más gruñón. —Dijo la sicóloga. Natasha sonrió, pero pronto su rostro se tornó serio. —Nate, desde Rommy no has estado con nadie. —Mi vida personal… —No se aplica a mí ese límite, así que dejémonos de tonterías. Creo que hemos pasado por etapas bastante más complejas y te conozco. ¿Qué está ocurriendo? La última vez que estuviste “normal” fue el día antes de la apertura del centro cultural en las afueras de la ciudad. Y eso ya lleva tiempo. —He estado viajando por si no lo notaste. —Nate… —Déjalo estar por ahora, Tash —expresó. —De acuerdo —sonrió dándose por vencida ante el habitual tono irritado de Nate 224

cuando no quería soltar información, lo cual solía ser lo habitual— cambiaremos el tema. La fortuna Copeland está a salvo, y la mía también por muchos años —dijo en broma e ignorando el humor de Nate—. Necesitamos sumar un nuevo proveedor de servicios de contratación para el personal de construcción de este edificio. —Haz lo que tengas que hacer. —Nate terminó su café. Se encontraban en un restaurante muy agradable cerca de su casa, la cual estaba ubicada en la calle Arden, en la zona de Glenview Hills—. ¿Cómo está tu hijo? —Quinton está contento… —suspiró—. Pasará la Navidad con su padre. Aunque se me parte el corazón no tenerlo este año conmigo creo que será importante para él entender que no dejaré de quererlo por el hecho de haberme casado con Todd. —Es un niño inteligente. Estoy seguro de que lo sabe. Ella asintió. —¿No te gustaría tener tus propios hijos, Nate? —preguntó inclinándose hacia delante y cubriendo la mano de su socio con la suya—. 225

Eres una persona generosa y deberías dejar que alguna mujer que valga la pena conozca tu personalidad más allá de lo que puedes ofrecerle como un mero trato sexual. La prensa y la gente en general podía pensar sobre él lo que se le viniera en gana, pero iba a permitir que un miembro de su familia, la gente que amaba, estuviera en peligro. Nadie sospechaba que Nate pagaba mensualmente a un equipo de seguridad para proteger a los suyos a una distancia prudente. —Eres persistente tratando de ahondar en mi humor hoy, ¿eh? —Me preocupo por ti. Soy tu socia y tu amiga. Quiero verte feliz. Estoy segura de que en tu matrimonio… lo siento —dijo al ver la mirada sombría de su amigo— eso estuvo fuera de lugar. Me preocupa que continúes creyéndote incapaz de sostener una relación nueva fuera de tus esquemas de precaución emocional… —Se llama Savannah —finalmente dejó salir lo que estaba consumiéndolo—. Es periodista de Crónicas de Louisville.

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Savannah causaba cosas extrañas con su sola presencia. Deseaba probar de nuevo el sabor de su boca, deleitarse en el oasis de su cuerpo y perderse en el vaivén de sus caderas. No le ocurría como con Rommy o sus anteriores amantes con las que existía un deseo sexual chispeante, no. En el caso de Savannah era diferente. Ningún deseo había sido de una naturaleza tan básica y primitiva como experimentaba al tener cerca de Savannah. En un principio creyó que sería mejor sucumbir a la tentación, sin embargo, al saber que tenía la misma edad que hubiese tenido Brittany de estar viva… algo oscuro e inexplicable se cernió en su alma, impulsándolo a apartarse. Hasta que estuvo con ella en su departamento y el fuego lo abrasó por completo. —¿Quieres hablar al respecto? —preguntó Natasha con suavidad. Sabía que si presionaba demasiado su amigo se cerraría en esta ocasión por completo. —Creo que le debo una disculpa. —Le contó lo del baile y lo que ocurrió después en casa de Savannah, sin entrar en detalles—. La 227

última ocasión la encontré en el periódico por el tema de Louis. Natasha asintió. —Juzgarte es lo último que haría, así que, ¿por qué no la invitas a salir? —No me parece de las mujeres que aceptaría el tipo de trato que suelo tener con mis amantes —replicó con acidez y un leve tinte de frustración en la voz. —¿Por qué no le ofreces otro tipo de trato? —No existe otro. Ella dejó escapar un suspiro de impaciencia. —Por supuesto que sí. Siempre hay otras formas de negociar. —¿Ah, sí? A ver inteligencia superdotada Carmichael soy todo orejas. Natasha se rio. Tomó la servilleta y se limpió los labios. —Ofrécele una noche. Solo una. Y si alguno de los dos cree que es suficiente —se encogió de hombros— entonces ahí habrá acabado tu dilema. 228

Nate se inclinó hacia delante. Apoyó los antebrazos sobre la mesa. —No, Tash, el dilema es que yo sé que una noche con ella no será suficiente. —Tendrás que tomar un riesgo. —¿Qué gano además de una noche de placer? —Eso lo decides tú, querido. Pero aquí hay una pregunta más importante que creo que deberías respondértela con sinceridad. ¿Ella está interesada en ti? —Por supuesto. Natasha soltó una carcajada. —Me gusta tener amigos con un ego maltratado —dijo con sarcasmo—. Sospecho que si esa muchacha ha logrado calarte como ninguna otra, entonces es diferente. Ten cuidado con lo que haces. —Solo será otra aventura y cuando me haya saciado de ella, entonces todo volverá a su cauce. Natasha dejó de sonreír. Llamó al mesero con la mano. 229

—Incluso los riesgos mejor calculados tienen un margen de error. Te veo en la fiesta de Navidad de tu familia —dijo cuando Nate pagó la cuenta. Tash se acercó a su amigo y le dio un abrazo cuando estaban cerca del parqueadero—. Disfruta estas vacaciones que se avecinan y deja de trabajar por una vez en tu obstinada existencia. Si acaso me necesitas para algo… intenta no llamarme. Él sonrió. —Lo intentaré. Natasha era consciente de que, con o sin vacaciones, Nathaniel era capaz de convocarla a alguna reunión de último minuto. —Está todo coordinado. Podemos tomarnos libre varios días o semanas. ¿Mañana va la periodista a tu casa con el equipo de fotografía? «Como si pudiera olvidarlo.» —Trataré de que no sea un dolor en mi trasero. Natasha soltó una carcajada. —Gianna es una buena persona. Con un encogimiento de hombros, Nathaniel le dio un beso a Tash en la mejilla, 230

para después pedirle al valet parking su automóvil. *** La época favorita del año para Savannah era Navidad. Faltaban pocos días para celebrarla, y ese sábado en la mañana iban a reunirse todos los Raleigh en casa de sus padres para decorar la casa con motivos navideños. Savannah ya había puesto su arbolito con luces, un pequeño nacimiento y algunos adornos de la temporada, en su departamento, pero no era lo mismo que la tradición anual de ponerlos en la casa en la que había crecido. Esos días se dio tiempo para comprar nuevos sofás, y organizar mejor su casa. Ahora que sabía que era Scott el que trataba de fastidiarle la vida, sentía menos temor que cuando ignoraba quién la acechaba. Después de la visita de Connor, este volvió a llamarla, para pedirle disculpas, otra vez. Ahora no solo lo hizo por la visita inesperada a su lugar de trabajo, sino que repitió que se arrepentía de los errores pasados. Ella dejó que 231

la contestadora de su casa grabara el mensaje. Luego lo borró. Iba a ignorar a Connor y a todos los hombres que intentaban fastidiarle la existencia. ¿Acaso estaba pagando algún kharma ese año?, se preguntó con fastidio, presionando el claxon cuando una idiota se pasó una señal de “pare”. El día estaba soleado, aunque nevaba. No era un mal presagio, pensó mientras conducía con cuidado hasta la avenida Cowling, en el área de Bonnycastle, en la que vivían sus padres. Estaba a un tramo considerable desde su edificio, pero la voz de Carrie Underwood la acompañaba, así que podía tolerar la distancia y los conductores inconscientes que no respetaban las señalizaciones. Su iPhone empezó a sonar. Savannah dejó que continuara vibrando y sonando, porque estaba conduciendo. Aunque, quien fuera la persona que llamaba, tenía al parecer algo importante que decir, pues durante cinco minutos no dejaron de entrarle llamadas. Ese fin de semana no tenía que hacer guardia en el periódico, así que no esperaba que la llamaran para preguntarle nada o pedirle que 232

reportara algún incidente pendiente. No tenía afán en responder. En la intersección de una avenida, el semáforo cambió a rojo. Savannah, cansada de que la voz de Carrie se interrumpiese cada vez que el iPhone saltaba con el ringtone, respondió. —¿Sí? —dijo molesta a modo de saludo. —Perra —expresó una voz que ella no podría identificar si acaso era femenina o masculina. —¿Quién es? —Vas a pagar lo que hiciste. —¿Quién eres? —insistió el miedo atenazándole los huesos—. Scott, déjame en paz, maldición. La llamada se cerró. «Tranquila, tranquila. Respira.» El claxon de los automóviles que estaban detrás de ella la sobresaltaron, obligándola a ponerse en marcha de nuevo. Sentía las manos temblorosas. No podía manejar en ese estado. Antes de ir a casa de sus padres había quedado con Chelsea, pues su amiga disfrutaba de poner 233

adornos navideños. En esta ocasión, Kyle estaba abordo. Divisó a dos cuadras el Starbucks. Procurando que las habilidades como conductora no le fallaran, estacionó. Bajó del automóvil, abrigándose ante las bajas temperaturas de diciembre, y miró a uno y otro lado antes de cruzar la calle, más que por seguridad de no quedar aplanada en el concreto por un automóvil, por temor a que quien la había llamado estuviera observándola. Era una sensación agobiante saber que Scott quería hacerle daño, en este caso, atormentándola con llamadas. Había usado esos ridículos aparatos para distorsionar la voz. Scott Dielsen estaba rompiendo el protocolo de la orden de alejamiento. El problema consistía en que el número telefónico registrado se marcaba como desconocido. Así que no tenía ninguna prueba. «Maldición.» Vio a Chelsea con su sonrisa amplia y aquellos ojos chispeantes hacerle de la mano desde una mesa desocupada al fondo del local. Un alivio enorme la invadió al ver el rostro de su amiga, junto a quien estaba Kyle. 234

Se acercó y prácticamente se dejó caer como si sus piernas hubieran estado hechas de gelatina. —¿Savannah, qué tienes? —preguntó Chelsea perdiendo la sonrisa por completo al verla tan pálida y con las manos temblorosas mientras dejaba las llaves del automóvil sobre la mesa—. Madre mía, toma un poco —le dijo extendiéndole un Chai Tea Latte. —Savannah no rechistó y bebió a sorbitos. Poco a poco el color le volvió al rostro—. ¿Qué ocurre? —¿Tuviste algún problema con el automóvil de nuevo? —indagó Kyle, pues al igual que su novia, estaba al tanto de las amenazas y los actos vandálicos que había sufrido Savannah. —Creo que alguien sigue teniendo algunos asuntos conmigo. —¿Scott de nuevo? ¿Acaso la orden de alejamiento no le genera ningún tipo de entendimiento a ese hombre? —preguntó Chelsea. —No puedo hacer nada, porque no hay número de registro. Sale como desconocido… no tengo argumentos para llamar a los oficiales. 235

No soy de las que se siente intimidada fácilmente, pero esto empieza a preocuparme. Chelsea resopló. Llevaba el cabello recogido en una coleta y sus ojos azules refulgían impregnados de preocupación. —No quisiera ser entrometido —intervino Kyle con suavidad— pero, aunque no haya un número que reportar, creo que deberías notificarle a los oficiales que han estado contigo en estas circunstancias. —Kyle tiene razón, Savannah Chelsea—. Llámalos ahora mismo.

—dijo

—¡Escribo una sección de cultura, no de crímenes! —exclamó escondiendo el rostro entre las manos. Chelsea se puso de pie y abrazó a su amiga. —De acuerdo… sí… yo te sigo en el automóvil con Kyle, hasta que lleguemos a casa de tus padres. —No voy a permitir que Scott se salga con la suya y me arruine la tranquilidad. —Sacó el teléfono y habló con los oficiales. Dos minutos después, colgó la llamada—. Es todo lo que puedo hacer —dijo a Chelsea y a Kyle— dejar 236

el récord. Me dijo la oficial Colton que irán a hablar con Scott como algo rutinario y averigüar en qué se halla. —Puedes quedarte en mi casa a pasar el fin de semana, Savannah. Ya sabes que hay espacio de sobra o puedes quedarte en casa de tus padres. —Prefiero no mezclarlos en esto. —De acuerdo… —¿Vamos, señoritas? —preguntó Kyle—. Me prometieron un desayuno familiar a cambio de mis cotizados servicios como decorador de árboles navideños. —Tontito —susurró Chelsea con voz soñadora antes de abrazarlo. Savannah se rio. Al menos la alegría del amor que veía en su mejor amiga la hacía sentir menos cínica con respecto a ese sentimiento que le era ajeno desde hacía muchos años. Y no creía que pudiera cambiar. Se dirigieron al parqueadero y pusieron rumbo a la casa de los Raleigh. Una vez dentro de la preciosa casa de dos pisos, los mimos de sus padres y las ocurrencias 237

de sus hermanos, lograron que Savannah se olvidara de que tenía un estúpido acosador que no entendía lo que era una orden de alejamiento. Shirley había horneado muffins de calabaza; Rebel, hizo el chocolate caliente, y su hermano menor, Maurice, cómo no, se dedicaba a comer los bocaditos que Marshall llevó desde la panadería. Kyle los sorprendió con unos pastelillos de queso que había hecho, y llevaba en la cajuela del automóvil. —No sabía que cocinar era una de tus habilidades —dijo Chelsea, sonriéndole a Kyle cuando el hermano de Savannah prácticamente atacó el charol con los pastellitos—. Y que fueran tan cotizados… —agregó mirando a Maurice. —Así no pierdo interés para ti —replicó Kyle haciéndole un guiño a su novia que le valió un beso breve, pero lleno de promesas. —¡Consíganse un cuarto! —dijo Rebel, haciendo reír a todos. —Savannah, cariño, ¿cómo va el trabajo estos días? —preguntó Marshall. «Siento mentirte, papá.» 238

—Fantástico. Tengo más carga laboral de la habitual, pero mi editora general es estupenda, y me ascendieron hace poco como te conté. — Marshall asintió, mientras Shirley servía las tazas con chocolate. —¿Y qué tal va la clínica, Chelsea? — preguntó Rebel al tiempo que desenredaba las lucecitas de colores que iban alrededor del árbol y el nacimiento. La conversación y la camaradería continuó. Los Raleigh eran de los que preferían la familia al dinero, y ese sábado en la mañana habían cerrado la tienda de antigüedades. Las tradiciones se mantenían. Así que entre todos pensaban pasar una mañana entretenida y con el estómago lleno de las delicias que estaban sobre la mesa.

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CAPÍTULO 11

—Entonces, señor Mortensen, ¿por qué dar declaraciones que afectan la reputación de un colega empresario? —preguntó Gianna, mientras observaba las manecillas del segundero avanzar. El testimonio de William Mortensen, principal competidor de Nathaniel, era complementario para que pudiese terminar el perfil. Iba retrasada hacia la mansión de Nate, y le escocía la idea de llegar tarde, porque odiaba la impuntualidad. No podía culpar a otro que a Mortensen. El millonario de bigote gris se olvidó que la había citado a las ocho de la mañana. —No hago ningún tipo de comentario que no pueda sustentar. Todo lo que había en la casa debía costar una fortuna, seguro, pero al parecer Mortensen vivía bajo otra filosofía. «La comida en abundancia», pensó Gianna ante el despliegue gastronómico a modo de desayuno que le 240

acababan de ofrecer, y que ella educamente rechazó. Gianna era consciente de que su hijo estaba en el vehículo del periódico junto al chofer, mientras ella trabajaba. «Problemas de ser madre y trabajar los fines de semana.» Esperaba acabar pronto. —¿Qué pruebas tiene de la vida privada del señor Copeland? ¿Y qué relación tiene eso con un proyecto de centros comerciales? Usted nunca antes había sacado a relucir este tipo de información en otras licitaciones en las que también competía con C&C Constructores. De penetrantes ojos negros y redondeada, muy redondeada, figura, Mortensen no era un empresario fácil de tratar. Con un desmedido orgullo, William se había abierto paso en el campo de la construcción con algunas triquiñuelas sucias que eran secretos a voces, pero no existían pruebas para incriminarlo. Era muy amigo del gobernador y otros altos mandos políticos, así que resultaba intocable… hasta cierto punto. —Ah, una periodista sin miedo a preguntar —dijo acariciándose el bigote. 241

—Mi trabajo no me da miedo, señor Mortensen. —El fotógrafo que estaba con ella miró a los guardaespaldas que observaban la conversación discretamente. El hombre soltó una carcajada. —Me alegra saberlo, señora Tanner. En relación a sus preguntas. El centro comercial es un proyecto ambicioso. Lo quiero para mi empresa porque no existe otra mejor preparada para llevarlo, y está pensado en función de las familias de la ciudad. Copeland no entiende el concepto de familia. Mató a su esposa. —¿Sabe que es una acusación sobre las cuales se podrían tomar acciones legales? — indagó conteniendo la rabia que sentía. Ella había estado el día del accidente, y Nathaniel había sido una víctima más de ese fatídico día. Aquel era un argumento que como periodista tenía que guardarse. William colocó las manos sobre su abultado abdomen. —No lo ha hecho, ¿acaso no le dice eso que es culpable? —Ha ignorado la pregunta sobre las pruebas. 242

El hombre apretó la mandíbula. —Tengo amigos en ciertos círculos y por ello me entero de datos. —¿Y eso qué significa? Se inclinó hacia delante. Ella se mantuvo en su asiento como si la conversación versara sobre las próximas festividades en el mundo. —Que puedo hundir a Copeland si se entromete en mi camino. —¿No es acaso jugar sucio? —No, señora Tanner, eso se aprovechar las ventajas informativas.

llama

—¿Porque no cree que su empresa logre ganar? ¿No considera competencia a Alies Constructores, la cual también participa en la licitación? Yury Gameston es un hombre de negocios muy recursivo también. —Le he dado una hora de mi tiempo — expresó poniéndose de pie. Se acomodó el jersey verde—. Ahora tengo que ir a pasar con mis nietos para preparar los regalos de Navidad. Ya sabe, a los setenta años es mejor aprovechar el tiempo. 243

—Me hizo esperar casi dos horas, señor, creo que es justo… —Yo decido lo que es y lo que no es justo, señora Tanner. Esta es mi casa y estamos un fin de semana —expresó interrumpiéndola—. Si está haciendo un perfil de Copeland y otros empresarios, bien. Si espera que yo le aporte con elogios está perdiendo el tiempo. Él mató a su esposa. Lea el informe médico, y verá que no me equivoco. —Señor… —Buenos días —dijo antes de darse la vuelta y hacerle una seña a su mayordomo, quien de inmediato escoltó a los periodistas hacia la salida. Gianna, en todo el tiempo que ejercía de periodista, había tratado con todo tipo de personas, y Mortensen era una de las menos simpáticas. Abordar a Nathaniel para que se abriera a ella sobre el deceso de Brittany Copeland no era una opción. Además tendría que ir a buscar el informe forense para conocer los detalles médicos y poder hablar con una base de 244

pruebas, y saber si acaso el bocazas de Mortensen no estaría fanfarroneando. El área de crímenes la cubría su compañero, Hunt Wallace. Y Gianna tenía muy claro su enfoque periodístico, y este no era desestimar o confirmar acusaciones de ese calibre. Iba a remitirse al propósito de la serie de reportajes: empresarios jóvenes y con éxito. Aunque su curiosidad… No. Era mejor dejar ese río correr. Miró su reloj con angustia. Ya eran las diez de la mañana, y hasta la casa de Nathaniel eran cuarenta y cinco minutos de viaje. El chofer se puso en camino. A los pocos minutos de estar en la calle de nuevo sonó el teléfono. —Tanner —respondió. Le hizo una seña a su hijo para que no hiciera bulla. —Soy Meggie, te llamo desde mi número personal, es nuevo. Regístralo. Me acaban de avisar de un accidente en cadena en la Interestatal 64. A la altura de la calle Nelligan y la calle 19 Norte. —Eso me queda al otro lado de la casa de Nate Copeland —dijo con preocupación—. 245

Estoy haciendo el especial que me pidió Daniel e incluso voy atrasada… —¿Y Zackary? —interrumpió la editora general, mientras trataba de que su nieto se quedara tranquilo en la trona. Los periodistas aunque no estuvieran en la redacción, trabajaban—. Puedes enviarlo a él. —Está en Lexington en una convención personal. No le tocaba guardia. —Lo siento, Gianna, resuélvelo. Necesito que cubras esto para primera plana. Entiendo que son casi seis fallecidos en la colisión. «Buen Dios.» —Yo me encargo, Meg. *** La casa de Nate estaba protegida por un camino de árboles que fungían como un muro de garantía a la privacidad. Con un porche de tres entradas y puertas francesas que daban la bienvenida, la casa de color gris y tejado rojo con una columna para el humo de la chimenea en el lateral derecho era sobrecogedora. Tenía dos plantas y una estancia adyacente que 246

conectaba con la casa principal para invitados. Hacía mucho tiempo que estaba sin utilizarse. En el gran patio exterior había una caballeriza con seis ejemplares purasangre, los cuales tenían treinta y cinco hectáreas para disfrutar a gusto, y Nate usaba ese espacio para cabalgar. Solomon era el caballo preferido de Nate, y con el que solía montar al amanecer o cuando su cabeza estaba congestionada de tanto trabajo. En invierno, con las capas de nieve, Nate prefería quedarse en casa o ir bajar a su gimnasio privado, pero siempre supervisaba el manejo que el mozo de cuadras, y sus dos asistentes, tenían de la caballeriza. Después de todo, su hermano tenía un negocio vinculado a los caballos y disfrutaba mucho de los animales. Eran un motivo para que sus sobrinos pasaran tiempo con él. No es que necesitara excusa alguna, porque ese par de diablillos eran muy cercanos. La casa por dentro era muy cálida, y Nate era el único habitante. Los empleados que se encargaban de darle mantenimiento a la propiedad iban y venían sin incomodar a Nate con preguntas tontas. Todos estaban bajo el 247

mando de Tatty, el ama de llaves y cocinera. Todo el personal ya llevaba años a su servicio y sabían las funciones que les correspondían. Además eran muy bien pagados. Esa mañana, Nathaniel esperaba a Gianna. Quería terminar lo antes posible con ese reportaje. Su familia ya estaba dentro. Cuando les contó que una reportera quería conocerlo no se sorprendió de que se mostraran dispuestos, a pesar de que había pronóstico de una tormenta de nieve. —¡Hijo, te busca una periodista en la puerta! —llamó Kristen, sacándolo de sus pensamientos, mientras se asomaba a la puerta del salón de piano en el que él estaba tocando una melodía para sus sobrinos. Esa mañana, Nathaniel vestía un pantalón negro que daba cuenta de las piernas musculadas a base de ejercicios. Llevaba una camisa blanca con dos botones sueltos y un jersey azul marino que combinaba con sus zapatos a juego. Cuando estaba en casa solía ser más relajado, y sabía también que era la imagen que debía dar a Gianna. 248

—Ya regreso, pequeñajos. Se portan bien, ¿de acuerdo? Caso contrario la abuela no les va a traer galletas. Se apartó del asiento del piano de cola. —Sí, tío Nate —replicó Fergus con una sonrisa nada confiable, mientras Madox balbuceaba tratando de imitar lo que decía su hermano—. ¡Queremos las galletas de la abuelita Kristen! —Apuesto a que sí —dijo sonriendo, mientras salía a atender a la periodista. Gianna llegaba tarde, pero él no se lo iba a tomar en cuenta. Básicamente porque entendía que a veces los fines de semana podían tener imprevistos. El tiempo estaba un poco loco y el tránsito se ralentizaba. Pasó por la cocina en la que estaba su ama de llaves, Tatty, debatiendo con su madre sobre la temperatura adecuada para las galletas de vainilla con almendras. Mientras eso ocurría su cuñada, Domenique, estaba entretenida en una conversación sobre política con su esposo, el padre de este. Con una sonrisa, Nathaniel abrió la puerta. 249

—Gia… —Supongo que no soy a quien esperabas — dijo Savannah a modo de saludo—. Te preguntarás qué hago aquí, pero te lo responderé si me dejas entrar porque estoy congelándome. Él tardó un par de segundos en reaccionar antes de procesar la petición. Observó de reojo el automóvil aparcado en la curva del camino que guiaba hacia la casa. Frunció el ceño, y abrió la puerta para dejarla entrar. —Buenos días a ti también —articuló Nate cuando su lengua logró hacer otra cosa distinta a lo que se temía: quedarse fuera de su boca—. ¿No hay fotógrafo? —Aquí va mi rápida explicación —expresó quitándose el abrigo que muy caballerosamente, Nathaniel tomó y lo guardó en el ropero contiguo creado para ese fin. Savannah se cruzó de brazos—. Hay un accidente en la interestatal 64, y Gianna tenía que cubrir sí o sí la noticia. El otro reportero está libre, y en otra ciudad, así que dado el caso que yo estoy asignada si Gianna necesita soporte… heme aquí. —Señaló el estuche con su cámara fotográfica que 250

llevaba al hombro—. Fotógrafa y periodista hoy. Con el cabello recogido en una coleta, sin apenas maquillaje, unas botas negras altas sobre un par de tejanos que formaban su sensual figura, él no solía sentirse muy a gusto cuando las cosas no salían según lo que planificaba. Y definitivamente, desde que conoció a Savannah, su mente andaba dispersa y su cuerpo en tensión. Y por si eso no fuese suficiente no se le pasó por alto el aroma de vainilla que ella llevaba. Savannah estaba tratando de mantener el control de sus emociones. Durante el camino condujo repitiéndose un mantra para sobrellevar la situación. Había recibido la llamada de Gianna una hora atrás, mientras estaba disfrutando con su familia, para que la ayudara a cubrir una parte del reportaje especial que estaba trabajando. Si Savannah hubiera sabido que se trataba de un nota sobre Nathaniel Copeland, no habría respondido el teléfono a su compañera de trabajo. —Pensé que habías recapitulado sobre nuestra última conversación —dijo con voz 251

queda, considerando lo discordante que era la situación. —Ah, veo que es un día para hacer bromas —replicó sin dejarse llevar por las ganas de salir corriendo. Pretendía terminar su trabajo lo antes posible. Cerró la puerta antes de que la ventisca impregnara el cálido interior de la mansión. El escenario era el menos propicio: su familia al completo, y la mujer que era capaz de evocar la tentación por el recuerdo de sus besos en un mismo sitio… «Buena suerte con eso.» —Si crees que soy una persona con tendencia a bromear, entonces tienes por delante mucho que aprender para hacer un perfil sobre mí. —No tengo más remedio —expresó internándose en la casa, y siguiendo el sonido de las voces alegres de fondo. Savannah iba a tratar en lo posible de mantener la distancia. Ya estaba dándose cuenta que la justicia galáctica no existía. ¿Cómo era posible que un hombre pudiese lucir tan apuesto en frac, esmoquin y ropa casual? No quería 252

pensar siquiera cómo se vería Nate Copeland desnudo. —Siéntete como en casa —refunfuñó Nate siguiéndola. —Gracias. A Savannah le encantó de inmediato el ambiente de la propiedad. Clásico, y confortable. Ella infería que cada precioso adorno costaba una fortuna. El cuadro que se encontró ante ella, le arrancó una sonrisa. Los que al parecer eran los padres de Nate estaban sobre una preciosa alfombra roja con blanco junto a dos pequeños, mientras otra pareja más joven, ella intuía la hermana o hermano de Nate, los miraba desde un sillón que lucía muy cómodo. La mujer estaba sobre las piernas del hombre, cuyo anillo de matrimonio brillaba con el reflejo del fuego de la chimenea. De inmediato, Savannah sacó la cámara para captar ese momento. —No —expresó Nate con firmeza y apoyando la mano sobre el brazo de Savannah—. Esa foto está vetada. Lo hablé con Gianna. 253

—¿Por qué? —preguntó muy consciente del calor que emanaba de la mano masculina. —El perfil es sobre mí, no sobre mi familia. Puedes hacer una foto desenfocada. Yo soy un empresario, y ellos no tienen por qué ser el foco de atención. Les gusta su vida discreta. Dejémoslo seguir de esa manera. Ella lo quedó mirando. Asombrada por la fiera manera de defender un terreno que consideraba sagrado. Su familia. Savannah hizo nota mental para las preguntas que tenía que hacerle más adelante. —Es un momento bonito tratando de no romper la magia. —Privado intensidad.

—insistió

—susurró

mirándola

con

Las risas se desvanecieron alrededor. Ella elevó el rostro hacia él, atrapada por aquel rostro apuesto. Era mucho más allá de eso, se dijo Savannah, inquieta, pero sobre todo, deseosa. Tenía ganas de acortar la distancia y absorber de cerca el aroma de su piel. Probar el sabor de sus besos de nuevo…

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—Savannah —murmuró Nate. Era la mujer más hermosa… y peligrosa que conocía—. Escucha… —¡Nate! —exclamó Kristen, incorporándose con la ayuda de su esposo—. Preséntanos a Savannah. Que solo escuché su voz por el interfono. —Se acercó con una brillante sonrisa. —Mamá, ella es Savannah Raleigh periodista de Crónicas de Louisville. —El resto de la familia cesó el parloteo y se acercó. —Encantada. Eres preciosa, deberías haber sido modelo —expresó dándole un cálido abrazo, que sorprendió a Savannah. La madre al parecer no le había pasado los genes de dulzura a su hijo, pensó la periodista. —Oh, bueno, qué halago el suyo. En todo caso, creo que me hubieran descalificado muy pronto —rio— no tengo material de modelo, además no me hubieran dado la oportunidad de dejar libre mi pensamiento… y tengo siempre mucho que decir. Nathaniel apretó la mandíbula. Era la primera vez que una mujer, indistintamente de su papel, entraba en su casa, luego de Brittany. 255

No solo eso, sino que estaba conociendo a su familia. No podría decir si era porque se trataba de Savannah en particular… —Es encantadora —acotó Kristen, sacando a su hijo de cualquier conjetura que estuviera sacando. Se giró hacia su esposo—. Mira, Savannah, este es mi esposo, Wade. Savannah le sonrió a una versión más vieja de Nate. El señor conservaba un aire de autoridad indiscutible, y su sonrisa cálida era realmente genuina. Le cayó bien de inmediato. —Señor Copeland. —Oh, muchacha, puedes decirme Wade. Nosotros no somos tan formales como nuestro hijo —expresó estrechando la mano de Savannah, y mirando a su hijo menor con una sonrisa cómplice. —Este es Hugh, mi hermano mayor — intervino Nate— y su esposa, Domenique. — Savannah los saludó. A diferencia de Kristen, la pareja de jóvenes imitaron el saludo de Wade, dándole la mano, y no un abrazo, lo cual por supuesto, Savannah entendía perfectamente. Eran más cautelosos, pero no dejaban de ser amables. Kristen parecía una mujer más 256

espontánea y generosa en sus afectos—. Y ellos son Fergus y Padox, mis sobrinos —continuó Nate. Al escuchar sus nombres, los dos niños dejaron de lado el trencito de batería con el que habían empezado a jugar y se acercaron a Savannah. De un modo natural, ella se acuclilló ante los pequeños. —Hola, yo me llamo Savannah —dijo extendiéndoles la mano. —Soy Fergus —contestó el niño mayor sonriéndole con timidez y le tomó la mano—. ¿Eres la novia del tío Nate? Nathaniel se aclaró la garganta. —No, no es mi novio —contestó ella inclinando la cabeza hacia un lado, consciente de que se había sonrojado. Menos mal estaba de espaldas al público adulto. Se preguntaba cómo sería convertirse en la pareja de un hombre que al parecer, además de virilidad y apostura, parecía ser un fiero defensor de su intimidad y de la gente que era su familia—. Hoy vamos a conversar un poco y así nos podemos conocer mejor, ¿te gustaría conversar conmigo? 257

Nate pensó que era suficiente confraternización, mientras Padox, tan dulce, se lanzó hacia Savannah, haciéndola perder el equilibrio y caer sentada con el niño en sus brazos. Ella rio, pero Domenique le pidió disculpas y tomó al pequeño a cargo, ante la mirada sonriente de sus abuelos. Padox había sacado la naturaleza despreocupada de Kristel. Savannah iba tomando nota mental de todo. Había mucha información que se conseguía sin ni siquiera abrir la boca. Los gestos comunicaban, incluso el silencio. —No, no le gustaría —expresó Nate tomando a Savannah del brazo para incorporarla con suavidad. Ella lo fulminó con la mirada. —¡Nathaniel! Qué grosería más grande — dijo Kristen—. Ella estaba tratando de acercarse a los niños. «Precisamente lo que no quiero.» —Es una periodista, mamá, busca información no acercamiento —replicó con acidez. —Oh, no te lo tomes a pecho —dijo Hugh a Savannah—. Le hace falta llenar el estómago 258

con la comida que mi madre y Tatty, el ama de llaves, han preparado para hoy. Íbamos a hacer una barbacoa, pero el clima no lo permite, y creo que la carne les caerá muy pesada si además tomamos chocolate y dulces. —Ya estoy entrenada en no ser precisamente muy bien recibida cuando hago preguntas incómodas en especial cuando tengo que manejar los egos de mis entrevistados — comentó con tono conspirador. Hugh se rio. Conocía mejor que nadie a su hermano, y si algo podía decir era que entre esos dos existía algo más que solo incomodidad de no poder entenderse a nivel profesional. Había chispas, las mismas que habían saltado años atrás cuando él conoció a Domenique. Pero Nate era inflexible en algunos temas personales, y si su hermano se atrevía a opinar anticipadamente en algo tan “delicado” como lo podría ser una relación con una mujer, entonces Nate no se daría cuenta de nada. Por la mirada de sus padres, y de Domenique, Hugh podría asegurar que no sería la primera ni la última vez que verían a Savannah en su entorno.

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—Vamos a la mesa para que pruebes las delicias que tenemos hoy, Savannah —expresó Hugh. —¿Te unes? —preguntó Domenique con amabilidad cuando la notó dudar. —Yo… —No, no se une, tiene que ver la caballeriza para que termine pronto el reportaje de su compañera —intervino Nate. No era propio de él irritarse peor caer en ese tipo de groserías. «Era esa condenada mujer y su aroma a vainilla.» Savannah lo ignoró. —Gracias, Domenique, pero aquí el que parece ser mi mánager y contestador automático quiere mostrarme la propiedad antes de que continúe haciéndoles preguntas o conociéndolos. —La esposa de Hugh se rio—. Así que volveré dentro de un momento, eso, seguro. Navidad es mi época favorita del año. —Y en la que eres especialmente parlanchina —murmuró Nate para que solo ella lo escuchara.

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—Siéntete como en casa —expresó Wade, mientras rodeada a Kristen con el brazo alrededor de la generosa cintura—. A veces mi hijo es un poco gruñón, pero no se lo tengas en cuenta, por favor. Nosotros somos más amigables. Savannah sonrió. Le gustó de inmediato la familia Copeland. Parecía muy sencilla, unida y era evidente que intentaban que Nathaniel recuperaran el espíritu festivo y amenos que, ella estaba segura, había existido antes de la muerte de su esposa. —Imagino que… —Vamos —dijo Nate interrumpiendo la respuesta que Savannah iba a dar a Wade. No quería que continuara extrayendo impresiones de su familia. Él era el encargado de guiar la situación, no Savannah. —Ah, pues, con tanta amabilidad, ¿cómo negarme? —refunfuñó apresurando el paso para seguirlo. Cuando avanzaron por la casa, cruzaron un par de pasillos, él tomó la chaqueta que había dejado horas atrás en la antesala que daba al 261

patio trasero. Abrió la puerta, y de inmediato el frío de diciembre los recibió. Nevaba, sí, aunque muy ligeramente. Se esperaba que el clima empeorase en el transcurso del día, así que la periodista tenía, entre otras cosas, la misión de salir lo más rápido de esa casa. Eran las doce del día, así que estaba dispuesta a aplicar el principio de la eficiencia. Antes de embarcarse en el automóvil para ir a la casa de Nate, Savannah recibió una llamada de Connor. Quería que se encontraran en un café para hablar del pasado. Savannah se limitó a decirle que no quería nada de él y menos tratar nada sobre el pasado. Después escuchó la voz chillona de Alice de fondo, gritándole a Connor. Savannah simplemente cerró la llamada. Después encendió la radio de su automóvil, elevó el volumen y condujo hasta la mansión de Nate. —Lo que está a tu izquierda es la casa de invitados. —Savannah se mantuvo en silencio, observando, mientras continuaba caminando. La nieve había dejado una especie de sábana blanca cubriendo lo que, en otra estación del año, debía ser un área muy verde y llena de 262

detalles—. Allá, al fondo, está la estancia del administrador y encargado de los caballos, Erick. Cuenta con dos asistente. A tu derecha mi caballeriza. Tengo seis caballos. Aunque he pensado en comprar una yegua nueva y por eso hay un box extra. —Anotando en mi memoria —replicó ella con suavidad y tratando de no tiritar—. Pensé que tendrías más caballos… —¿Porque soy millonario? Ella se encogió de hombros. —No cometas el error de confundirme con tus estereotipos, Savannah. —Procuraré no hacerlo si no me das munición para ello. Menos mal no se había quitado los guantes, pensó ella. Se frotó las manos entre sí. Su chaqueta estaba en el guardarropa de la entrada. Nathaniel no notó su castañeo de dientes, porque al parecer tenía mucha prisa por marcar las distancias e iba delante guiando el camino. Ella no iba a quejarse, decidió, además el jersey era un poco grueso y la protegía.

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Nathaniel sintió que el aire frío le despejaba un poco la cabeza. El terreno por el que iban caminando era amplísimo. Casi cuarenta hectáreas para que los caballos pudieran estar a sus anchas cuando había buen clima. Él pensó en construir un hipódromo para entrenar caballos de carrera, pero dado que apenas tenía tiempo, no quería dejar a los animales sin supervisión. Respetaba mucho la naturaleza y desentenderse de los caballos no era lo suyo. No era un millonario caprichoso con deseos infantiles insatisfechos. —¿Erick es quien me hará el tour explicativo de algún detalle extra sobre esta área de tu propiedad? —Te lo estoy dando yo. Erick regresa en un par de horas. —«Tan dulce», pensó Savannah, sarcásticamente, pero se mordió la lengua—. Ya estamos cerca. —Menos mal…—susurró. En esta ocasión, Nathaniel notó que la voz de Savannah estaba demasiado suave. Algo anormal, pues desde que la conocía le gustaba hacerse escuchar claro y alto. Se giró hacia Savannah. Ella estaba tiritando. 264

Nate chasqueó la lengua, molesto por no haber pensado en ella y la temperatura exterior. En un gesto automático se quitó la chaqueta y la puso sobre los hombros de la muchacha, frotándole los brazos para que entrara en calor. Ella lo miró con extrañeza, envuelta en el calor y el agradable perfume masculino. —¿Qué? —preguntó él, apartando las manos, cuando entraron en el amplio espacio de madera y cemento. En la caballeriza había seis box, uno para cada caballo, de tres metros y medio por tres metros y medio cada espacio. Estaban construidos con todas las medidas de seguridad, higiene y comodidad para los animales. Nathaniel era muy juicioso en cualquier nuevo emprendimiento. —No soy un asno, Savannah —agregó ante el silencio de ella. El aroma a heno, caballo y un poco también a salvaje contención llenaba el interior de la caballeriza. —No he pensado que lo fueras —dijo mirándolo a los ojos. Ese par de gemas celestes vibraban de vida y brillaban de un modo que la 265

impulsaban a desear zambullirse en ellas. Nathaniel era imponente, y ella demasiado idiota o demasiado débil para alejar ese tipo de adjetivos sobre él—. Gracias por la chaqueta… Lo cierto es que en realidad me parece que eres un poco gruñón, como dice tu padre, pero porque tratas de esconder tu parte más personal. Lo cual es comprensible dado que… Él presionó el dedo sobre los labios de Savannah. Ella se calló de inmediato. No solo sorprendida porque él se hubiera atrevido a tocarla, sino porque ese simple gesto le generó un cosquilleo que a su vez devino en las ganas de separar los labios y mordisquear la yema del dedo. Saborearla. «Enfócate.» —De haber imaginado que cederte mi chaqueta iba a crear un loro parlanchín, no lo habría hecho. Estaban solos. Los únicos testigos tenían cuatro patas y estaban entretenidos comiendo heno u observando a esos humanos que no se entendían entre sí. —¿Sales a montar muy seguido? — preguntó, aclarándose la garganta en un intento 266

de romper la tensión que, era evidente, existía entre los dos. —Cuando me es posible. —Le gustó saber que ella se sentía igual de intrigada y atraída por su presencia. «Deseo visceral, se dijo Nate.» Savannah agitó la cabeza, para tratar de despejar los pensamientos y conjeturas que no quería tener que analizar. Entre más rápido trabajara, más pronto podría estar en su departamento. A salvo. —¿Puedo hacerte una fotografía junto a uno de tus caballos? ¿Tu preferido quizá…? — indagó dando un paso atrás—. No dolerá, y como una concesión a tu buena disposición de hablar conmigo hoy, te dejaré elegir una de las fotografías que quieres que salga en el reportaje de Gianna. —¿Lo firmarán a dos nombres el reportaje? Ella negó. —Solo la estoy ayudando. No es mi sección. Yo hago cultura, pero estamos algo escasos de personal así que nos apoyamos.

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—Imagino que eres buena ciudadana — expresó, sardónico. —Y por eso mismo quiero continuar la entrevista, pero antes, ¿la foto? Él inclinó la cabeza hacia un lado estudiando el modo en que ella parecía absorberlo todo. Tenía una réplica rápida y ágil. Verla con su chaqueta, le gustó. Como si una parte suya la estuviera abrazando… conociendo. —La foto. De acuerdo. —Avanzó hasta el cuatro box, y señaló al caballo negro con orgullo—. Este es Solomon, mi caballo preferido. —Le acarició el cuello con afecto, y Savannah disparó algunas instantáneas—. Un caballo árabe. Me lo obsequió un cliente como parte de su agradecimiento por el trabajo de mi compañía. Un gran detalle. —Sin duda. El caballo acercó la cara a la mano de Nate, y este sonrió como si se hubiese olvidado de Savannah. Ella captó la imagen con su lente. Era la primera sonrisa genuina que veía en él, y le gustó. Mucho. La cicatriz de su rostro solo lo hacía más atractivo… no en el sentido cándido, 268

sino peligroso. Y “peligroso” era un adjetivo que no podía dejar de usar en relación a Nate. Mientras Nathaniel estaba con Solomon, agarró la bruza para cepillarle la crin. Savannah ya sabía lo que se sentía al tener las manos de Nate sobre su piel. Una completa idiotez envidiar a un caballo. «Eso te pasa por no haber usado a Blake.» Era una excusa tan pobre que se negó a sentir pena de sí misma. Dios. Cada noche llegaba más cansada que la anterior. Aparte de las clases de defensa personal que tomaba dos veces por semana… necesitaba bajar el ritmo. No podía darse ese lujo todavía, pues tenía la sentencia de la crisis en su trabajo. Dejar de tener ingresos era un lujo que una persona con gastos familiares y aspiraciones de mantener su independiencia, no podía costearse. —Solomon Savannah.

es

una

preciosura

—dijo

Estar dentro de la caballeriza implicaba apartarse del mundo “normal”, y dejarse atrapar por la magia que creaban los animales. Junto a Solomon había un caballo blanco, precioso, en la parte de la testera y frente poseía unas graciosas manchas del color de la miel de maple. Ante tanta belleza, ella no podía 269

comprender cómo había seres humanos capaces de atormentar y matar a esos seres vivos tan hermosos en nombre de la cultura. —Gracias —replicó Nate con orgullo—. Sasha es el nombre de mi yegua blanca, y Patsy la que es color caramelo. Los otros son Bossy, Charlie y Tender, todos machos y muy necios. Ella continuó haciendo un par de tomas. Le agradaba la naturalidad con la que Nate posaba. Aunque no solía dar entrevistas de corte personal a nadie, tal como le había contado en algún momento Gianna, antes del accidente automovilístico Nate no era tan ermitaño ni poco dado a la vida social, así que debía saber cómo sacarle partido a un evento, en este caso un reportaje sobre sí mismo. —¿Han estado preñadas? —Patsy espera un potrillo muy pronto. —Oh, debe ser maravilloso verlos crecer y reproducirse. —¿Te gustaría saludar a Solomon? El rostro de Savannah se iluminó. Dejó la cámara fotográfica en un taburete cercano, y se acercó. 270

—Sí, claro que sí. Él asintió. —Solomon —murmuró abriendo la puerta, mientras tomaba a Savannah de la mano para guiarla hacia el equino— te voy a presentar a una mujercita que al parecer ha caído ante tu encanto. Pórtate bien y déjate saludar. No me hagas quedar mal. ¿Estamos? —preguntó al caballo con un tono suave, melódico, para que el animal no se exaltara ante una desconocida que invadía su espacio. Ese tono también pareció obrar su efecto en Savannah, pues sentía de todo, menos animosidad o nerviosismo ante Nathaniel. —¿Seguro que no se sentirá incómodo? Aún sosteniéndole la mano, él negó, y la acercó hasta que posó la mano de Savannah sobre la cara del caballo. En ningún momento apartó los dedos de los de ella, y la guió sobre la piel de Solomon. Arriba y abajo. —Eso es, ¿te das cuenta Solomon? Las chicas no hacen daño. Eso es, muchacho, saluda y sé educado. —El caballo agitó la cabeza ligeramente, y Savannah rio. 271

Nate la miró con intensidad, maravillado por su genuina naturalidad. Un rasgo que estaba seguro no habría descubierto de haber estado junto a ella en otro escenario. Claramente, no lo había visto en la primera entrevista que le hizo, o la pista de baile y menos cuando estuvo en las oficinas del periódico. —¿M…me dejarías abrazarlo? —indagó. Cuando era pequeña, su padre solía llevarla a ver las competencias del Gran Derby de Kentucky, un evento muy reputado internacionalmente. Jamás la dejaban acercarse a los caballos, y siempre se quedó con la ilusión de poder tocar y abrazar a uno de cerca. Y si a Nathaniel no le molestaba, ella estaría más que feliz de poder acariciar a Solomon—. No le haré nada para asustarlo —prometió. Él asintió y apartó la mano de la de Savannah, muy a su pesar, para que ella pudiera maniobrar con Solomon. —Si no le muestras temor, sí. Son animales muy sensibles —replicó haciéndose a un lado. Savannah se abrazó con candidez el cuello de Solomon y sonrió con genuina alegría. Como si el animal pudiera entender sus miedos 272

o sus inquietudes más profundas, se quedó calmado, dejándose acariciar. —Parece que te has ganado un admirador —dijo Nate con suavidad. Ella se apartó con lentitud y salió del box, mientras Nathaniel le decía algo al oído a Solomon para después cerrar la puerta tras de sí. Después guió a Savannah hacia un lavabo para que pudieran ambos limpiarse las manos. Luego emprendieron el camino hacia la salida de la caballeriza. —¿Dónde podemos hacer la entrevista? — le preguntó Savannah, deteniendo la marcha y obligando a Nataniel, quien iba delante de ella, a hacer lo propio—. ¿Aquí hay algún lugar para conversar o prefieres regresar a la casa? Nate se giró y tomó la cámara fotográfica que Savannah sostenía con firmeza en las manos, y la colocó sobre una superficie cercana. —Creo que por ahora ha sido suficiente información. Savannah se cruzó de brazos.

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—No me has contado nada de tu vida. Imposible irme en este instante si no tengo toda la información No me gusta hacer trabajos mediocres, y este reportaje es para Gianna. ¿Fue lo de Solomon un truco? Él enarcó una ceja. —No pensé Savannah.

que

fueras

tan

cínica,

—Yo no… —He dicho que considero que ha sido suficiente por hoy… pero creo que me expresé mal —comentó con voz grave, interrumpiéndola. Se acercó con deliberada lentitud hacia Savannah, quien retrocedió hasta que sintió una superficie solida contra su espalda. Sin salida—. Voy a corregirme — murmuró Nate, colocando una mano a cada lado junto a la cabeza de Savannah. Ella elevó el rostro, porque él era muy alto y si quería mirarlo no tenía otra opción—. Ha sido suficiente en este momento, porque hay otra cosa que tú y yo tenemos pendiente. Imposible controlar su respiración, se dijo Savannah. Él estaba demasiado cerca. Olía a colonia cara, a hombre y a algo tan viril que no 274

podría definirlo. Aunque era la mezcla de los tres aromas que empezaba a crear serios estragos en su sistema. Y no es que su determinación de mantener las distancias resultara tan fácil. —No tengo aventuras con mis entrevistados —se apresuró a decir. Él esbozó media sonrisa. Se acercó hasta que la hizo ser consciente de cuál era exactametne el tema pendiente. Pegó la frente a la de Savannah, y le tomó las mejillas con las manos acariciándole con suavidad los pómulos con los pulgares. —Si te das cuenta, no me has entrevistado todavía. —Semántica —balbuceó. Nate rio. —El reportaje no es tuyo, sino de Gianna. La estás ayudando. Un hecho. No soy tu entrevistado. —Nate… tú tienes sexo, y yo… —Puedes disfrutarlo. Ella tragó en seco. 275

—¿Y luego qué? —preguntó en un susurro, observando esa boca sensual que deseaba devorar más que nada; ese rostro que la había perseguido en noches sin alivio; y esa voz que la cautivaba con solo tenerla cerca. Todo eso se resumía en una palabra. Problemas. —Te haré una proposición distinta. —Él no pensaba a futuro con ninguna mujer, sin embargo, nunca había deseado tanto a alguien como a Savannah. Y siempre que se proponía alcanzar una meta o un deseo personal, lo lograba. Deseaba tanto a esa mujer que podía ser flexible con sus reglas. —Vaya… una concesión generosa —repuso con sarcasmo. —Me gusta negociar. —No lo dudo. Él se inclinó y susurró su nombre mientras besaba su cuello. Aspiró su aroma. Sí. Vainilla con toques de canela. Ascendió sobre esa tersa piel, y cuando llegó hasta el lóbulo, lo mordió con intención. La sintió temblar, a pesar de que ella pretendía ser inmune. —Beneficio de las partes. 276

—Yo… ¿Cuál sería entonces esa proposición “distinta”? —preguntó sin interés en su tono de voz, pero ambos sabían que la necesidad de ser acariciados íntimamente por el otro era muy real y mutua. —Seamos amantes… —pidió acariciándole el labio inferior con el pulgar derecho, recorriéndolo, para luego hacer lo mismo con el labio superior. Sentía la calidez del aliento de Savannah, mitad sorpresa, mitad deseo. Y anheló que sus labios pudieran enlazarse pronto a los de ella. Tenía que negociar primero. Y él jamás negociaba a pérdida—. Libre y sin ataduras. —¿No es acaso lo mismo que le ofreces a todas las mujeres que te llevas a la cama, pero con otras palabras? —preguntó con su habitual desconfianza. —No, no es lo mismo. —«Esta es la parte complicada», pensó Savannah. Porque se empezaba a sentir, estúpidamente, distinta a las demás… y quizá no lo era y nunca lo sería—. Con mis otras amantes, que han sido muy pocas en realidad… o según como lo mires —admitió ante la expresión sardónica de Savannah—, las 277

normas las establecía yo. Si les gustaba, perfecto, si no, pues pasaba a otra mujer. Ella enarcó una ceja. —Estás describiendo a un hombre arrogante, y que utiliza a las mujeres como meros trofeos. —Te equivocas, Savannah. Jamás obligo a ninguna mujer a hacer algo que no desean. No las utilizo más de lo que me utilizarían ellas: placer y lujuria. Es un intercambio. Algunas mujeres se casan solo por dinero, ¿eso las hace respetables por el hecho de ser “casadas”? ¿Avala acaso esa etiqueta el arribismo, el interés y la superficiliadad conjuntamente con el sexo, el ser “respetable”? Se juzga siempre a los hombres, pero se olvida que en el juego existen dos partes. —Un comentario crudo… aunque no alejado de la verdad —dijo con una mueca—. Supongo que si alguna amiga me escuchara en este momento pensaría que estoy contra mi propio gremio. —O que te estás volviendo lista. Savannah sonrió. 278

—Vaya si no fuera por ti, entonces mi cerebro se hubiera quedado opacado, gracias por la iluminación. Él le dedicó una media sonrisa. —No es lo que quiero decir, lo sabes. El asunto es, Savannah, que yo solo propongo lo que deseo. La otra parte puede decir siempre “no”. —Salvo que intentar persuadir para obtener lo que quieres estará siempre en tu lista de estrategias. —Solo si la mujer vale la pena. —¿Un halago? —preguntó ella. —Si acaso lo estás buscando no es necesario, no estaríamos sosteniendo esta larga charla si no valiera la pena el intento de hacerte entender qué podrías o no obtener a mi lado. Y es placer a cambio de placer. Un ligero temblor recorrió la piel de Savannah. Ya había probado lo que sería la pasión con él. Podría perder la noción del tiempo… y la decencia. Sin duda. —Las mujeres parecen tener fecha de caducidad en tu calendario, salvo tu socia. 279

Imagino que no se habría enamorado de ti — expresó sardónica. Aunque en realidad tras sus palabras se escondía su habitual curiosidad. Había visto a Natasha Carmichael en varias fotografías y vídeos. Era una mujer excepcional, físicamente, porque no había hablado con ella. Sofisticada, elegante y sin duda tenía que ser muy inteligente para trabajar con un hombre como Nate. —Nos acostamos juntos una ocasión. Y a la mañana siguiente nos dimos cuenta de que fue un error, y no ocurrió de nuevo. Después nos convertimos en socios. Natasha ahora está casada, y llevo una buena relación con su esposo. —No tienes que darme explicaciones. Un brillo malicioso brilló en los ojos de Nate, como si fuera consciente de que ella estaba mintiendo. Estaba en la naturaleza de Savannah pedir y buscar información de lo que fuera que la rodeaba. —Intento que comprendas que conmigo sería blanco o negro. No hay medias tintas. —¿Y eso te convierte en un hombre sincero? —preguntó con sarcasmo. 280

Las manos de Nate detuvieron sus caricias. —Solo cínico y con comprensión del entorno. Además, en el momento en que yo sentía que mis amantes empezaban a experimentar algo más que solo lujuria, terminaba el acuerdo —agregó—. Sin engaños. —Es una posición muy egocéntrica. ¿Y si te hubieses dado cuenta de que querías más…? Él suspiró. Era el problema de involucrarse con una periodista. Demasiadas preguntas. Demasiados razonamientos… Diablos, no le importaba porque la deseaba de una manera visceral y básica. —No soy egocéntrico. Soy realista. Ya pasé por un matrimonio y no quiero saber de relaciones sentimentales. Savannah pensó lo mucho que debió haberle afectado la muerte de su esposa. Ella tampoco quería más… no después del desengaño de Connor. Quizá era el mejor acuerdo al que podría llegar con alguien del sexo opuesto sin condiciones emocionales que pudieran lastimarla.

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—¿Es esto alguna apuesta para demostrarte algo a ti mismo? —preguntó recordando su primera mala experiencia. Nate frunció ceño. «¿Apuesta?» —No tengo que demostrarme nada, ni demostrarte nada. Sabes que te deseo. Y tú me deseas. Esas son las cartas sobre la mesa… Sin apuestas. —Entonces, ¿qué sería lo diferente entre tú y yo, en el caso de que aceptara que fuésemos amantes? —Tienes derecho a preguntarme lo que necesites saber para sentirte segura de que ocurre. Sé que tu naturaleza es inquisitiva y mantenerte al margen o intentar hacerlo, no te permitiría disfrutar plenamente sin que tu cabeza esté elucubrando. —Vaya… ¿tan transparente te resulto? —Cuando negocias acuerdos multimillonarios aprendes a leer a la gente. Eso es todo. Y solo te haré una promesa que siempre estuvo implícita con otras mujeres, pero jamás se las ratifiqué…

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—Insisto en tu magnanimidad —refutó con fastidio. Empezaba a cabrearla la idea de que ese hombre pareciera ser todo, menos un mentiroso. Necesitaba encontrar un resquicio en su seguridad para sospechar. Para tener un motivo de apartarse en ese instante y no sucumbir a la tentación de tocarlo. Él gruñó algo ininteligible. —No me acostaré con otra mujer mientras esté contigo. Esa es mi promesa. —Asumo que tu magnánima promesa no lo es del todo, porque sin duda carece de altruismo, y esperas que sea en doble vía. Él asintió. —La traición es algo que jamás perdono. —En eso último concordamos. —Se cruzó de brazos—. No quieres que se enamoren de ti, sin embargo… —Mi corazón solo late para mantenerme vivo. El afecto que me queda es para mi familia —interrumpió con seguridad. Ella lo miró con pesar. Le parecía una respuesta tan impregnada de dolor que no sabía si acaso él era consciente de ello. 283

—Nate… —¿Aceptas mi propuesta? —indagó con acritud sin dejarse atrapar por esos ojos castaños que parecían demasiado cálidos. Demasiado sinceros. Una vez ya lo habían engañado; dos veces, no volvería a suceder. «Este juego lo podemos jugar dos», se dijo Savannah. A tres años de cumplir los treinta, ella nunca había sentido lo que experimentaba ante la presencia de Nate. Jamás había deseado a alguien, solo por el mero hecho de hacerlo. Sin ningún otro propósito que solo eso: placer y deseo. Por otra parte, se preguntaba, ¿para quién diablos había estado reservándose todos esos años? ¿Acaso para algún otro como Connor, que le bajaba el cielo y le prometía amor y confesiones apasionadas, para que al final todo hubiese sido una vil mentira, un cruel engaño plagado de dolor e infidelidades? Al menos futuro. Que declaraciones detrás. Y era

con Nate sabía que no existía un no existirían de por medio de amor forzadas con engaños probable que Nathaniel repitiera 284

su patrón habitual con las mujeres, pronto se cansara de ella, y rompiera el vínculo. Savannah podía vivir con eso. Si era capaz de tenerlo, y saciar ese deseo latente y voraz, entonces ya encontraría la forma de lidiar con las circunstancias cuando las cosas acabaran… Lidiaría con eso después. Mucho despues… —Si tu aceptas mis condiciones —replicó a cambio. Una negociación era entre dos partes. Y ambas debían estar satisfechas. Pues bien, ella iba a poner sus “peros” y “condiciones”. —¿Cuáles? —Mi trabajo y mi vida personal van separadas. Si alguna vez cometes algún error, y me asignan a hablar de ello, lo investigaré y expondré la verdad. Mis textos jamás serán parcializados por ningún motivo. La ética es primordial para mí carrera y mi tranquilidad moral. —Él asintió. No tenía nada que esconder y sus gestiones profesionales eran impecables— . Y finalmente… —lo miró a los ojos— no quiero que nadie sepa que estamos juntos. En otra circunstancia, Nate se hubiese sentido eufórico ante la idea de mantener en 285

secreto una amante. En esta ocasión, no le gustó… en absoluto. Jamás había sido tratado como el “secreto” de nadie. Al contrario, todas las mujeres que intentaban llamar su atención querían ser vistas de su brazo, salir en revistas o lo que fuera que tuviera una tapa de colores en cientos de quioscos… No tenía tiempo para análisis estúpidos, tan solo podía ratificar el deseo por esa mujer y las ganas de perderse en su piel de seda. Esbozó una sonrisa lobuna y ella supo que acababa de cerrar un trato tan placentero como difícil de romper. —Concedido —murmuró Nate, con un suspiro de alivio, contra la boca sensual y apetecible de Savannah.

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CAPÍTULO 12

Ella no vaciló ni retrocedió cuando vio que Nate cerraba poco a poco la escasa distancia hacia su rostro. No sabía si acaso era el sueño, la pesadilla, la calma o el confort que él le daba en ese preciso instante, pero permitió que atrapara sus labios entre los suyos. Lo deseaba más que nada. Era el beso para sellar un trato, una promesa, que solo implicaba pasion y placer. No existían ataduras. Ni tiempo. Y es que esos labios la besaban como si conocieran la magia más antigua para hechizarla y cautivar su interés arrancándole suspiros de aprobación. Nadie la había besado como Nathaniel. El contacto de sus labios envío una caricia directo a su húmedo sexo. Y no es que le hiciera falta sentirse excitada, porque la sola presencia de Nate trastocaba sus instintos. Dejaba la precaución y el tino, para reemplazarlos con el pálpito del deseo insatisfecho y la búsqueda de la liberación. 287

Cuando poco a poco él inició una exploración con su lengua, ella se lo permitió; dejó que fuera redescubriendo su sabor y sus secretos. Porque Savannah anhelaba también redescubrir los de Nate, y conocer todos los demás. La primera vez que se besaron en su departamento no fue suficiente, no terminó bien. Esta ocasión era diferente. Paladear el sabor de Nate resultaba intoxicantemente adictivo. Quería más. De pronto se sentía codiciosa. Avara. Lo quería todo para ella. Ahondo su propia exploración y enterró los dedos en ese cabello perfectamente peinado y tupido. Lo deseaba tan salvaje y libre como se sentía ella en esos instantes. Mapeó el cuerpo de Nate sin temor. Sin contención. Recorrió los brazos fuertes, introdujo las manos bajo el jersey para palpar a través de la tela de la camisa que llevaba debajo, el calor de sus abdominales definidas. No sintió vergüenza tampoco de llevar las manos hacia el trasero. —Me encanta que seas osada… —murmuró él, sin dejar de besarla, introduciendo sus manos bajo la blusa que cubría su chaqueta. Subió los dedos, tocando, palpando, hasta llegar 288

al broche que cubría sus pechos. Pero no los quería solo palpar. No. Él deseaba explorarla a conciencia. Chupar y besar esos pezones erectos que en esos instantes sus dedos pellizcaron. —Nate… —Eres muy receptiva. Necesito llevarte a la cama ahora mismo —dijo con tono desesperado y excitado. Envuelta en un manto de sensualidad y sintiendo que no había nada en el mundo que pudiera impedirle disfrutar de ese instante se permitió deslizar las manos hasta llegar al sexo de Nate. Todo él era músculo firme y su miembro no era la excepción. Mientras Nathaniel la consumía en un baile sin fin con sus labios expertos, ella devolvía cada avance con igual entusiasmo sintiendo su calor. —Estás muy excitado —murmuró desabrochando el pantalón blanco. Deslizó hacia abajo el zipper, y encontró la dureza que deseaba acariciar sin el obstáculo de la tela del boxer. Haló el elástico e introdujo su pequeña y traviesa mano. Lo tomó con firmeza, apretando y estirando—. Me gusta la sensación de tenerte entre mis manos. 289

Con un gruñido, Nathaniel le tomó la mano con firmeza, la agarró de las nalgas y la elevó hasta llevarla a una mesa que solían utilizar en las caballerizas para almorzar. Pues mala suerte, porque su postre y comida del día era Savannah, pensó obnubilado por el deseo, y sentándola en el borde. —Quiero probarte. —Sin más, desabrochó con facilidad los botones de la blusa de Savannah, y jadeó al contemplar sus pechos orondos, que se agitaban al ritmo de la respiración—. De haber sabido lo que escondía tu ropa… —No creo que lo hayas logrado —dijo leyéndole la mente—. Te gusta negociar… y por lo que me doy cuenta somos iguales en ese sentido. Él soltó una carcajada sensual. Y en un movimiento ágil, le soltó el broche del sujetador color lila de seda. Dos preciosos pechos de cremosa piel y pezones de areolas rosadas cayeron en sus manos. Los acarició con reverencia, mirándola a los ojos. —Me vas a matar… 290

—No es la idea —jadeó Savannah, abrazando las caderas de Nate con sus piernas y atrayéndolo hacia ella, porque quería sentirlo, necesitaba sentirlo—. Pruébame. Tómame... —Sí… definitivamente vas a matarme — replicó antes de inclinarse para chupar uno de esos suculentos pezones. Su lengua rodeó, acarició y humedeció el botón erecto; lo mordisqueó, mientras su mano acariciaba el otro, llenándose las manos de curvas sensuales y excitantes. Le devoró los pechos a besos y caricias. Manos y boca. Le encantaban los pechos en una mujer, y los de Savannah eran lo más parecido a la perfección. Nathaniel no había experimentado nunca lo que en esos momentos sentía: pasión, un sentimiento de protegerla, y ternura. Resultaba confuso… intrigante. Sus sentidos estaban embotados del olor a vainilla que emanaba de la piel de Savannah. Los ojos castaños parecían líquido candente por el deseo. Las manos de Nate rodearon la cintura femenina, no era fina, ni tampoco amplia. Era una mujer con curvas, como tenía que ser. Sin abandonar los senos de Savannah, Nate abrió el botón del vaquero e introdujo la mano. 291

—Húmeda y cálida… —susurró recorriendo el cuello femenino, para luego volver a probar esa boca pecaminosa. —Oh, Dios —gimió cuando sintió los dedos de Nate girando sobre su sexo. —No, solo Nate. —Petulante… —farfulló cuando logró maniobrar para tener el pene de Nathaniel entre los dedos de nuevo. Esta vez empezó a masturbarlo tal como él estaba haciendo con ella. Con los pantalones en las caderas, el zipper bajo, y la erección palpitante, él no creía que pudiera durar mucho en esas condiciones. El exterior tenía una temperatura de tres grados Celcius, aunque dentro de la caballeriza se sentía el calor de una olla industrial en plena ebullición. —¡Nate! —expresó una voz que parecía lejana, pero no lo estaba del todo. Nate identificó la voz de Erick acercándose—. ¡Te tengo estupendas noticias! Ambos se detuvieron en seco. Mirándose. Agitados. Frustrados. 292

Ella no podía reaccionar, pero Nate tomó cartas en el asunto, aunque nada lo había preparado para hacerlo. Menos cuando estaba en una posición comprometedora. Con agilidad se ajustó la ropa y ayudó a Savannah a hacer lo propio. Solo cuarenta segundos más tarde, apareció Erick. —Vine corriendo —expresó con una sonrisa en el rostro negro y de curiosos ojos miel, Erick Franna, el mozo de la caballeriza, al llegar a la puerta del sitio en donde los caballos continuaban su rutina normal ajenos a las pasiones humanas. Savannah jamás se había sentido tan abochornada. Bajó de la mesa. Nathaniel le daba la espalda, cubriéndola, mientras ella se ajustaba la camiseta y se atuzaba el cabello. Esperaba estar presentable. —Erick —dijo Nate cuando el hombre estuvo frente a él—. ¿Qué te trae a estas horas? Es sábado y me comentaste que llegarías sobre las cuatro de la tarde. El hombre observó el cabello castaño que sobresalía detrás de Nate.

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—Hola —intervino Savannah con timidez apartándose de Nate— soy periodista de Crónicas de Louisville. Encantada de conocerlo. Erick no aparentaba más de los cuarenta y nueve años que tenía. Suficientemente listo para saber que no debía abrir la boca ni decir ningún tipo de comentario que diera cuenta que sabía lo que acababa de interrumpir. —Un gusto —saludó con voz neutral. Pero Nate lo conocía. Erick se giró hacia su jefe y comentó—: La señora me dijo que estabas aquí. Encontré el proveedor de los nuevos medicamentos sobre los que el veterinario nos habló la semana pasada. Los precios son justos, y estuve indagando. La medicación es buena. Nate asintió. No miró a Savannah en ningún momento. No porque no lo deseara o resintiera lo ocurrido, sino lo contrario. Deseaba terminar lo que habían empezado. Y no podía. Estaba en un punto en que con o sin Erick, si lograba ver la pasión y el deseo en Savannah, en ese momento podría cometer una locura. Y él se jactaba de saber mantener el control cuando debía. 294

—Me alegro, gracias, Erick. ¿Compraste lo que necesitábamos para la temporada? —El hombre asintió—. Bien. Yo iré dentro con mi familia. Puedes responder las preguntas que tenga Savannah. —Pero… —Es un reportaje. Nada complicado. —Nate —dijo Savannah, atónita ante la forma en que él la ignoró por completo luego de lo que acababa de suceder. Quiso quitarse la chaqueta y lanzársela. Pero era la única prenda que la protegería de frío al regresar a la casa. Lentamente, el se dio la vuelta. —¿Sí? Entonces ella lo comprendió. La mirada celeste parecía un mar revuelto. La necesidad de liberar la pasión contenida era imperiosa en doble vía. Eso la calmó. Al menos no existía arrepentimiento o vergüenza por lo que acababan de compartir. «Un secreto», le recordó una vocecilla. Y había sido una petición suya. —No tardaré —le dijo con suavidad. Él asintió. 295

—Nos vemos dentro —expresó antes de abandonar la caballeriza. Savannah notó que el paso ágil de Nate... cogeó un poco mientras se alejaba de las caballerizas. ¿Le habría hecho daño al apoyarse en él como lo hizo? —¿Empezamos? —preguntó sacándola de sus preocupaciones.

Erick

—Yo… por supuesto. Me gustaría que me hablaras un poco más sobre Nathaniel Copeland como jefe. Erick al parecer tenía muchas anécdotas y solo elogios para Nate. Los diez minutos que tenía programados para hablar con el mozo, al parecer no iban a ser suficientes para el hombre, notó Savannah. *** Mientras Savannah conversaba muy a gusto en la mesa del comedor con la familia de Nate, este la miraba con fingida indiferencia. Era eso o subir a su habitación como un adolescente para intentar olvidar el motivo por el que tenía 296

una erección. Sus padres parecían cautivados por la periodista, al igual que su cuñada. Hugh, en cambio, estaba particularmente entretenido en hacer una visita con la mirada desde Savannah hasta su hermano menor. Algo que a Nate no le gustó para nada, porque conocía lo metomentodo que solía ser. Padox y Fergus estaban durmiendo. Luego de tanto juguetear alrededor se habían quedado rendidos sobre el sofá del saloncito contiguo al comedor. —Entonces, Savannah, luego de estas horas supongo que ya te haces una clara idea sobre mi hijo —apuntó Wade. Se limpió la boca cuando acabó el pan de almendras que había preparado Tatty—. El hombre lejos de esas paredes caras que son las oficinas de C&C Constructores. ¿Cierto? Debajo de la mesa, Savannah sintió la mano de Nate frotando su entrepierna. ¿Es que ese hombre estaba loco? Ella lo miró, con fingida amabilidad al tiempo que cruzaba las piernas y las apretaba entre sí para impedirle a Nate mover los dedos y continuar distrayéndola.

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—Es un poco complicado cuando obtienes información de todos, menos de la fuente principal. —Tramposa —susurró él al ser consciente que la atención de su familia ahora estaba de su lado, y no del de Savannah. Kristen se rio, y Tatty disimuló una risa al tiempo que retiraba los platos del postre principal. Una torta de chocolate negro bañada con chocolate blanco y nueces sobre la cubierta. —No creía que necesitaras respuestas a todas tus preguntas frente a mi familia, pero si es así como lo quieres, no tengo problema — expuso él, sin mirarla e incorporándose de la silla. Dejó la servilleta de tela sobre la mesa—. Ha sido una comida estupenda, gracias mamá —miró a su ama de llaves que acababa de terminar de recoger la mesa— Tatty. —Bueno, creo que es hora de irnos — intervino Hugh con una sonrisa. Miró el reloj cucú que estaba en la esquina del comedor— son casi las tres de la tarde. El tiempo se ha ido muy rápido y se avecina una fuerte nevada. — Domenique lo imitó y murmuró una disculpa antes de ir a ver los pequeños para despertarlos—. ¿Nate, nos vemos en Navidad, 298

verdad? —preguntó Hugh ajustándose el cuello del camisa. De pronto el silencio se apropió del comedor. Savannah fue muy consciente del cambio en la animosidad. Se sintió intrigada, pero mantuvo la boca cerrada. Miró a Tatty, quien le hizo una negación con la cabeza dándole a entender que interrumpir sería una muy mala idea. —Deja estar el tema, Hugh —replicó entre dientes ante la mirada preocupada de sus padres. Aunque ambos eran adultos, las peleas por sus caracteres dispares no eran infrecuentes, y a Hugh le gustaba sacar los temas espinosos cuando Nate estaba con la guardia baja. Eso lo enfurecía todavía más… Hugh se acercó a Nate. —Mi mujer está entusiasmada, y no me gusta que se sienta defraudada —dijo mirando de reojo a Domenique que estaba a varios pasos en la sala, y había conseguido que Padox y Fergus no lloraran ni patalearan mientras se ponían los abrigos—. Tus sobrinos, al menos Fergus, no entiende por qué desde hace cinco 299

Navidades el tío Nate está ausente o lleva los regalos después de que ha pasado la fecha festiva. ¿Te parece eso bien? Si no quieres tener nada que ver con la familia, entonces la próxima vez no te molestes en atender ninguna de las reuniones que hace mamá. ¿Lo comprendes? —expresó con rabia contenida—. Somos todo lo que tienes. No lo arruines. Nathaniel se enfureció. Nadie lo aleccionaba, menos delante de una extraña. Apartó la silla. Apoyó ambas manos sobre la mesa y miró a su hermano. —Tú no entiendes nada de la vida, Hugh. Todo lo has tenido fácil. Desde el matrimonio hasta la fortuna. Hugh soltó una carcajada. Desde la sala, Domenique observó la escena. No escuchaba claramente de qué hablaban, pero era evidente que la tensión se respiraba entre ellos. Odiaba cuando su esposo enfrentaba a Nate. Lo hacía con la mejor intención, pero Hugh todavía no entendía que su hermano necesitaba salir por sí solo de aquella pesadilla que el pasado había creado alrededor de su vida. 300

—Hijos, por favor —intervino Kristen, afligida de que sus hijos discutieran— dejen el pasado atrás. —Imposible, mamá, cuando Nathaniel continúa negándose a dejar ir a Brittany y a su fantasma. —¿Es que no te has dado cuenta, idiota, de que aquí hay una periodista? —No creo que si ha logrado estar aquí carezca de integridad —dijo mirando a Savannah con una disculpa en la mirada. —Yo… —Esta es mi familia, y no tienes voz ni voto —expresó Nate con fiereza mirándola—. No hace falta que opines. —Hugh, vete a casa que pronto empezará a nevar sin remedio —dijo Wade, interviniendo, al tiempo que le daba la mano a Kristen para que se incorporara. Se giró hacia su hijo menor—: Nate quizá Hugh tiene mal tino en sacar a colación ciertos temas, pero tiene razón, y yo no tengo problemas en decírtelo. Ya es suficiente duelo por el pasado.

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—Iré a tu casa por Navidad, papá. Iré. — Miró a su madre—: Lo prometí el otro día, y cumpliré mi palabra. —Gracias, hijo —dijo Kristen. Tanto Wade como Hugh aceptaban que Nate fuera el preferido de Kristen. Cuando este nació tuvo dificultades para poder apartarse de la incubadora durante casi dos semanas debido a problemas respiratorios. Con ese antecedente, Kristen tuvo siempre más cuidado hacia él. —Nate —dijo su padre cerca de la puerta— será mejor que te disculpes con Savannah. Ha sido muy tolerante cuando, de haber sido ella, yo te hubiera dado un puñetazo. —Dicho eso, ante la atónita mirada de Savannah, y el ceño fruncido de Nate, empezó junto a Kristen, a despedirse. —Espero volver a verte, jovencita — comentó Kristen. —Gracias. Lo mismo Savannah poco convencida.

digo

—replicó

—Siento la escena, Savannah —murmuró Hugh dándole, sorpresivamente, un abrazo, antes de hacer lo mismo con su hermano para luego abandonar la sala. 302

Savannah se mantuvo callada, pero se incorporó. Nadie le hablaba de ese modo. ¿Qué se creía el idiota de Nate? Estaba furiosa, pero no iba a demostrárselo. Le diria a Gianna que debido a un mal entendido iba a tener que hacer de nuevo la reportería personalmente, pero que no podía continuar cubriendo nada que tuviese relación con el apellido Copeland. Nathaniel reparó finalmente en la guapa mujer que lo observaba con incredulidad. Diablos. Quizá hubiera sido mejor hablarles a sus padres sobre la verdad detrás de ese maldito accidente. Sobre Brittany. De ese modo habrían dejado de atormentarlo y enteder su negativa a celebrar la maldita Navidad. Y lo mejor, no habría tenido que hablarle así a Savannah. Tatty pareció tener alguna excusa, pero abandonó la casa diciendo que volvería el día lunes. Nate avanzó hasta Savannah quien había ido a despedirse de Domenique, para luego aprovechar y sacar su abrigo. Él, una vez que Tatty —último miembro presencial de lo ocurrido con su hermano— salió de la casa, cerró la puerta. 303

Se giró hacia Savannah quien terminaba de colgarse la bolsa con la cámara fotográfica y su bloc de notas, al hombro. —Savannah, lo siento. Me descontrolé — dijo en tono quedo, pasándole los dedos entre los cabellos, despeinándoselos—. Odio la Navidad… —Oh, no hace falta que te disculpes. Tienes razón, no tengo voz ni voto en lo que ocurre a tu alrededor —expresó Savannah mirándolo con impaciencia—. Creo que ya tengo todo lo que necesito por ahora. Muchas gracias por la comida, tu familia es estupenda. No miento si te digo que fue un placer haberlos conocido. — Pasó cerca de Nate con rapidez, pero este la tomó del brazo, sin lastimarla, pero con firmeza para no dejarla escapar. Lo miró sobre el hombro. —¿Qué? —Me gustaría terminar lo que empezamos en la caballeriza. Ella se soltó de su agarre. —No me acuesto con imbéciles. Nate le tomó el rostro con la mano. 304

—Pues este imbécil se muere de deseo por ti, y espera que lo disculpes. —Ah, vaya, hasta ahora debería tener el récord guinness. Dos disculpas de Nathaniel Copeland a cuenta de Savannah Raleigh en menos de un mes. ¡Fabuloso! —espetó con sarcasmo y sin ocultar su mirada ofendida. Él soltó el aire, le acarició el labio inferior con el pulgar. Nate estaba loco por tocarla de nuevo, colocarse entre sus muslos y penetrar su suavidad sin ser interrumpido. Deseaba frotar su erección contra ese sexo que sin duda palpitaba por él. Quería volver a saborear esos pechos perfectos y turgentes, jugar con sus pezones de areolas rosadas, y saborearlos con la lengua, succionarlos, lamerlos hasta que se pusieran tan rojos que ella rogara para ser poseída por su cuerpo. —Por favor, disculpa mi comportamiento abominable. No tenía derecho a tratarte de esa manera. ¿Me puedes permitir compensártelo? Savannah encontró sinceridad en sus palabras. En su mirada celeste. Sí. Él estaba sindo sincero.

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—Solo puedes hacerlo de un modo. Háblame del accidente en que murió Brittany y de tu relación con ella.

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CAPÍTULO 13

Nathaniel la observó durante un largo momento. —¿A eso llamas separar lo personal de lo profesional? —inquirió apartándose. Ella lo siguió, no sin antes quitarse el abrigo y dejarlo en el guardarropa. Sacó su bloc de notas y su grabadora de voz automática. Subieron las escaleras. Él abrió una puerta en el ala derecha y ante Savannah apareció un cuarto hermoso. Parecía sacado del siglo anterior. El suelo estaba cubierto en su totalidad por una alfombra palo rosa. Las paredes blancas y solo estaba rodeada de estanterías llenas de pequeñas tacitas de porcelana. De todos los colores y formas. —¿Qué es este sitio? —No has respondido mi pregunta —repuso, caminando hacia el único sillón estilo Luis XV que estaba en una esquina con vista a la ventana. Se acomodó en él. 307

Savannah tocó una de las tacitas que le llamó la atención. Era toda de bordes dorados. La oreja era una delicadeza tallada con pequeñas rositas blancas. Luego la dejó en su sitio. Se giró hacia Nathaniel. —Me parece que tu percepción es equivocada. Quiero saber el motivo por el cual te has apartado de la vida social que solías llevar antes de que muriera tu esposa. Y el porqué de la discusión de hoy… Quiero entender. —¿Quién está ante mí. Savannah, la mujer que es mi amante, o Savannah, la periodista que quiere saberlo todo para exponerme públicamente? Ella suspiró. Estaba a la defensiva. Era comprensible. —No somos amantes…—Nate la miró con sorna— todavía —aclaró—. ¿De acuerdo? Así que aún no me puedes hablar de que mezclo o no las situaciones. —¿Si hubieras tenido un orgasmo, entonces ya podrías considerarme tu amante? ¿Acaso no es semántica? 308

Ella rio sin poder evitarlo. Le estaba devolviendo la contestación que le había dado a él en alguna ocasión, tiempo atrás. —No tiene que ver con el orgasmo o el placer. No soy dos personas diferentes. Solo los roles que cumplo cambian. Estoy dispuesta a tomar lo que me digas como algo referencial y sin citarlo. Es mi trabajo… o al menos el que le debo a Gianna. Y también… —lo miró a los ojos— quiero entenderte. Puede que no existan promesas ni ataduras de por medio entre ambos, pero yo nunca he tenido un tipo de relación en la cual la contraparte no me inspire emociones más profundas que el simple deseo. Al menos, entenderte, me hará sentir que no estoy con un completo extraño… es solo eso. —Esta es la habitación que siempre estuvo destinada para mi hija… o mi hijo. Era un tema que ya había hablado con Brittany. Quería tener mis propios niños —dijo con tono remoto—. Brittany estuvo embarazada antes de morir — continuó. —Oh, Nate —susurró, sorprendida por la revelación. Se acercó hasta él. —Esto es off the récord. 309

Ella asintió. Nate estiró la mano para tomar la de ella y así atraerla hacia su regazo. Los brazos femeninos se apoyaron en su hombro fuerte para sostenerse y mantener el equilibrio mientras él reposaba la mano en la suave cintura. —¿Qué ocurrió? —Brittany era una mujer muy ambiciosa. Aunque su mayor cualidad era la vanidad. Si acaso no un defecto —dijo con amargura—. Yo empecé a sospechar que algo ocurría porque estaba muy cambiada de repente en sus estados de ánimo. Pensé que estaba esperando a darme una sorpresa, así que dejé que ella tomara el tiempo que considerara necesario para confirmarme si mis sospechas de que estaba esperando un bebé eran acertadas o no. —Oh… —Ella empezaba a elucubrar en su cabeza, y el resultado no le gustó—. ¿Y por qué sospechabas de un embarazo, solo por los cambios de humor? —Su cuerpo también…—suspiró— no soy ignorante de lo básico, Savannah. He leído mucho, tengo una madre que, entre otras cosas, 310

no tenía reparos en darnos una charla de educación sexual a Hugh y a mí. —Ya. —La próxima no iba a interrumpir, se dijo Savannah. No quería pensar en Nate con otra mujer. Aunque estuviera muerta. Y aunque hubiera sido su esposa. Una ridiculez—. Lo supongo… —El día del accidente, dos días antes de Noche Buena, teníamos planeado ir a visitar a sus padres. Yo tenía que pasar antes a dejarle a mi asistente un cheque por Navidad... —Un jefe que hace sus recados personalmente, ¿eh? —preguntó mitad en broma, mitad sarcasmo. Él se lo dejó pasar con un encogimiento de hombros. —El hecho es había dejado firmado el cheque la noche anterior, pero no lo hallaba por ningún sitio. Abrí los cajones, y nada. Cuando subí a la habitación de nuevo, rebuscando ese cheque, encontré algo que me cambió la vida para siempre. Sin poder evitarlo, ella le acarició la mejilla, pero Nate no reaccionó a su toque, la dejó 311

hacer. Parecía perdido en el tiempo. Su voz era monótona. —Brittany había pagado un aborto mientras yo estaba de viaje… —Dios, Nate —susurró tomándole el rostro entre las manos. Los ojos celestes expresaban dolor y también enfado—. Lo siento mucho. Él asintió. —Yo estaba tratando de calmarme cuando ella puso en marcha el automóvil. Le pregunté que significaba ese maldito papel. Brittany se quedó en blanco y me gritó que no tenía por qué rebuscar entre sus cosas. Discutimos durante un largo rato, hasta que en un impulso ella direccionó el automóvil hacia un área en contravía, la calle tenía aguanieve. El vehículo dio dos vueltas de campana. Yo traté de sacarla… no pude —expresó con desesperación—. Era una egoísta y mentirosa. Le dije que iba a divorciarme de ella. Pero no le desearía la muerte a nadie… Al final, cuando llegó la ayuda, me sacaron con esfuerzo. El automóvil estalló en llamas cuando yo gritaba que ayudaran a Brittany a salir. Savannah estaba sin palabras. 312

No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía una mujer abortar cuando existían todas las condiciones para no hacerlo, para amar a una vida que había sido creada con amor y pasión…? Porque, ¿cómo diablos Brittany no habría amado a Nathaniel? Ese hombre era puro fuego y determinación. Estaba segura de que él amó a esa mujer, y que por ella, probablemente, la forma de vincularse de Nate con el sexo opuesto era ahora tan… pragmática, si acaso podría calificarse de ese modo. —No puedo imaginar el dolor que sentiste al enterarte que ella te había traicionado de esa forma… quitándote algo que también te pertenecía… —Savannah le acarició la cicatriz de la mejilla— ¿Del accidente, entonces? Él negó. —Me la hizo ella, con la punta de un bolígrafo, cuando le dije que iba a divorciarme… Savannah experimentó el dolor como si fuera suyo. —¿Tu pierna? 313

—Eres de las pocas personas que ha notado mi ligera cojera… —Soy bastante observadora. ¿Fue muy dura la rehabilitación? —Me habría gustado morirme en ese accidente. Toda mi vida era un desastre para ese entonces. Antes de todo este accidente, ya tenía muchos problemas con Brittany. Pero no quería separarme. Quería darnos una oportunidad. Porque he tenido siempre el ejemplo de mis padres… imagino que no todos tenemos en la vida la misma suerte. «Ya lo creo…» —¿La amaste? Él suspiró. —No lo sé… y eso me causa una sensación de culpa. Quizá Brittany sentía que no estaba tan enamorado de ella. Que las peleas por su constante necesidad de ser el foco de atención, mientras yo prefería un perfil bajo, la impulsaron a abortar en su intento de continuar siendo lo más importante. —La decisión que ella tomó fue absolutamente suya. Egoísta, sin duda, pero 314

suya… Es inútil sentir culpa por las elecciones que otras personas hacen. Las sombras de los ojos celestes fueron desvaneciéndose poco a poco. —Mi familia no lo sabe. —¿Por qué? —preguntó, asombrada—. Lo que ocurrió en la mesa hace un rato, ahora que me has contado todo esto, fue injusto. Ahora comprendo tu renuencia a celebrar estas fiestas… solo te recuerdan lo mal que la pasaste, mientras otras familias sonreían, tu habías perdido a la tuya… —Brittany no está para defenderse. No tiene sentido que esté en boca de otros. No hay motivo para remover cosas que carecen de solución. Savannah lo miró con admiración. Nathaniel Copeland estaba muy lejos de la imagen que la gente, incluso su propia familia, tenía de él… —Eres admirable —dijo en un susurro, perdida en sus ojos de largas pestañas negras— y es una pena que la gente no se dé cuenta de eso más seguido. En especial Mortensen. ¿Por qué has dejado que te acuse de asesino o te 315

intente desprestigiar por una licitación? Es estúpido llegar a esos extremos. Nate dejó escapar el aire. —Por el mismo motivo que no le hablé a mis padres sobre el aborto y la pelea… De admirable nada, así que procura no hacerte ideas sobre mí que antes no existían en tu cabecita —murmuró. —¿Por qué hay tantas tacitas…? —Una colección que empezó mi madre hace muchos años. Esta habitación le gustó mucho, así que le permití que dejara aquí su juego de trastes, porque en su casa mis sobrinos son capaces de hacerla añicos. Cuesta una fortuna. Hay incluso una tacita que la obtuvo — no me preguntes cómo— del museo de Sissi, la Emperatriz de Austria, en Viena. Imagino que habrá tenido un amigo o amiga en el museo o qué sé yo. —Ah, una internacionales.

contrabandista

de

tesoros

—Es una anécdota que mi madre te podría contar —y la muy pícara la disfruta— sobre su única, al parecer, acción de dudosa legalidad. 316

Savannah rio. —Regresando a nuestro tema inicial, me parece que no es justo que Mortensen te haga mala prensa —se quejó como si fuese ella la ofendida por las palabras de Mortensen— puedes demandarlo por difamación. Él no tiene cómo probar nada. En especial, cuando son mentiras. Nate suspiró. —Lo último que deseo es un circo mediático que se proponga airear mi vida personal para que otros la juzguen. Él tiene muchos recursos. Puede manipular evidencia y hacerme ver mal ante las autoridades, pero no existe ningún tipo de fondo informativo. Incluso podría hacerse con el informe de la autopsia de Brittany, pero él es de los tipos que disfruta alardeando y sembrando discordia. —Con más razón puedes tomar medidas legales. Por más de que haya sido solo una declaración en un medio pequeño, sigue siendo injusto atentar contra la moral de otra persona de esa forma y con palabras tan duras como una acusación de asesinato y estupideces.

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—El gobernador es mi amigo personal. Nunca favorecería un proyecto para la ciudad basándose en conjeturas privadas o especulaciones. Es de los tipos que dará su visto bueno al mejor trabajo. Eso lo sabe Mortensen, y por eso parece un niño malcriado y caprichoso. Siempre ha sido así. Algunas veces le funciona, otras, no. El ejecutivo de la otra empresa, ese es un caballero y sabe competir con altura. —Entonces no tienes de qué preocuparte. —¿Te refieres a la posibilidad de que el gobernador tome algún partido basándose en los berrinches de Mortensen? —Ajá. —La verdad, no. Estoy tranquilo, ya te dije la posición del gobernador usualmente con respecto a este tipo de temas. Además, mi proyecto es sólido. —¿El perfil de Gianna tiene que ver con un tipo de estrategia de comunicación de tu empresa? Él sonrió. Era muy lista. —Sí. Lo es. Hablar sin hacerlo. 318

—Entonces, ¿echar por tierra lo que dice ese empresario depende de cuán abierto puedas ser conmigo, y de cuán abierto hayas sido con Gianna? Una carcajada profunda brotó de la garganta de Nate. —Quizá… elegí tu periódico porque conozco la ética de Daniel, y también porque sé que Gianna es una buena periodista. No quise involucrarte… porque no creía posible que pudiera controlar el deseo que tengo de acostarme contigo —replicó con su habitual desparpajo cuando quería algo —Tan directo. —No existen motivos para no serlo. —Nate… siento mucho lo ocurrido con tu esposa y tu… bebé. —Gracias. —Y entiendo ahora que no quieras demandar a Mortensen, aunque se lo merecería con creces. Él hizo una negación con la cabeza, y su cabello se agitó ligeramente. Las cejas pobladas 319

en conjunto con esa mirada celeste resultaba atrapante. Y Savannah era su cautiva. —El pasado me ha costado muchas reflexiones. Quizá si hubiera seguido casado con Brittany, a estas instancias me hubiese divorciado. Un hombre solo puede aguantar una cuota de superficialidad hasta cierto tiempo… y de no haber ocurrido el accidente, me hubiese enterado del aborto. No se lo habría perdonado y la demanda de divorcio hubiese estado a la mañana siguiente sobre la mesa. —Yo habría actuado igual si hubiera sido tú… Nate la miró de aquella forma malvada. La tensión de la larga charla se disipó para ser reemplazada por otra emoción que vibraba en el aire. Él le dedicó una mirada que prometía incitarla a pecar. No es que a ella le gustaran particularmente los chicos malos, pero en él había algo oscuro entremezclado con un tipo de salvaje dulzura, que la atraía como abeja al panal. Las partes más sensibles de Savannah se tensaron. Sintió que la tela que sostenía sus pechos se había encogido. Le dolían los 320

pezones por el deseo de tener la boca de Nate de nuevo sobre ellos. —No quiero seguir hablando, Savannah — dijo con sensualidad en esta ocasión—. Y según parece, tú tampoco. —Ella abrió y cerró la boca. Sí, Nate parecía leer bien sus expresiones. Hasta ahora no le había traído problemas ese detalle, y esperaba que no ocurriese tampoco más adelante—. Yo prefiero aprovechar el tiempo para terminar lo que tú y yo empezamos en las caballerizas. Savannah soltó una risa. —Eres imposible… —¿Tú crees? —preguntó con la voz cargada de deseo—. Quizá me has ayudado a expulsar mis demonios al obligarme a compartirlos. —A ti nadie te obliga a nada —replicó. Retándolo a contradecirla. Él, obviamente, no lo hizo. Sabía que él no le habría contado lo ocurrido con Brittany si no lo hubiese deseado. —Entonces… luego de esta larga charla, ¿he sido disculpado por mi exabrupto de hace un rato? 321

—Sí. —Eso me agrada, aunque no tanto como saber tu respuesta a mi proposición… Ella se inclinó hasta la oreja de Nathaniel, y le mordió el lóbulo con suavidad. —Llévame a tu cama, Nate. ¿Necesito decirte otra cosa? La carcajada masculina resonó en la habitación como si nada le pesara ya sobre los hombros. Quizá Savannah era una periodista, pero él confiaba en su trabajo, y la consideraba una persona honorable. Mucho más de lo que consideraba a otras mujeres que habían pasado por su vida. —Durante un largo rato lo último que deseo hacer es hablar —murmuró besándola, antes de incorporarse para llevarla hasta su habitación. En el exterior la nevada había intensificado su fuerza. Pero ninguno de los dos amantes parecía interesado por otra cosa que no fuera el calor y la lujuria que recorría sus venas. Ni bien entraron en la cómoda estancia principal, las prendas básicas de cada uno volaron por los aires y cayeron sin cuidado sobre el suelo. 322

En ropa interior, y mientras la besaba apasionadamente, le desabrochó el sujetador y luego lo dejó caer al suelo. —Tentación absoluta —dijo antes de cubrir los firmes senos, pellizcándole los pezones hasta hacerla gemir. Los acarició luego con los pulgares y sonrió al oír cómo Savannah contenía la respiración. Separó su boca de la de ella, elevándole un pecho, rodeó el pezón con sus labios al tiempo que la sujetaba por la espalda y ella hundía los dedos en su cabello. Savannah ahogó un grito cuando el placer resultó insoportable y la boca experta iba de un pecho a otro, lamiéndoselos y acariciándolos como si fuesen el más delicioso bocado que hubiese probado en su vida. Ella sintió que su mundo cobraba una nueva dimensión, porque la forma en que las caricias de Nathaniel la hacían sentir no se comparaban, ni remotamente, con las experiencias anteriores. Lo sentía contra su sexo, la firme erección todavía contenida por el boxer, pero ya lo había tocado. Ahora, anhelaba ver ese miembro viril en su esplendor… entre sus dedos… en su interior. —Mucha ropa, Nate. 323

—Concuerdo —repuso con voz ronca. Acto seguido, Nathaniel se apartó de ella y se deshizo de su boxer gris. Ella dejó escapar un sonido parecido a un ronroneo de apreciación contemplándolo. Hermoso era un adjetivo que describía lo que estaba observando en es momento. Con la piel recubriendo cada músculo definido del cuerpo masculino, no pudo dejar de admirar el portentoso miembro que se erigía entre rizos negros. Largo y con una anchura que ella deseaba probar más que nada, Nate era el pecado hecho hombre. Anchos hombros, piernas increíblemente atleticas… apenas eran notorias las cicatrices de lo que habría sido la cirugía luego del accidente. —Nate… —susurró acercándose. Posó las manos sobre el torso esculpido, y lo acarició. Una ligera mata de vello cubría bellamente la piel y bajaba hasta perderse en los deliciosos atributos masculinos. Él era suave y áspero—. Apenas… apenas se notan las cicatrices. —Me operó uno de los mejores cirujanos. No lo hubiera hecho, pero…

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—Porque no querías recordar lo que implicaba esa cicatriz cada vez que te mirases al espejo —completó, asombrándose a sí misma al poder interpretar los motivos de Nate. Él asintió. Consciente del escrutino femenino, y de su dolorosa erección, le permitió a Savannah recorrerlo, seducirlo y besarlo con la mirada. La pequeña mano que lo acariciaba parecía inofensiva, pero sabía bien que nada en esa mujer lo era. Al reparar en la parte de su anatmía en la que Savannah clavó su mirada, Nate tomó su propio sexo en la mano y se acarició deliberadamente. —Oh… —dijo ella, estupefacta ante aquel gesto provocativo y erótico. Nunca había visto a un hombre acariciándose a sí mismo, menos frente a ella…—Yo… —susurró mirando la forma perversa en que él parecía disfrutar de su azoramiento. No podía dejar de mirar cómo esa mano grande y firme, realizaba movimientos controlados estirando y contrayendo la piel del miembro viril. A Nate le gustó ver el modo en que las pupilas de Savannah se dilataron. No esperaba que ella soltara un gemido, se pusiera de 325

rodillas ante él, apartara su mano de su sexo para reemplazarlo con su boca. ¡Buen, Dios! —Quiero paladear tu sabor —confesó Savannah, mirándo mientras se introducía el glande y lo chupaba como si se tratara de un exquisito postre. Su mano derecha se clavó en una de las firmes nalgas de Nate, al tiempo que la otra acariciaba los tensos testículos—. Mmm… delicioso —dijo. Él estaba sin palabras. ¿Quién iba a imaginarse que el seductor iba a terminar seducido? No podía… ni iba a quejarse. Lo que esa mujer estaba haciéndole con su lengua era de otro mundo. No parecía particularmente experimentada, pero quizá ese entusiasta gesto de inexperiencia lo hacía más erótico. Contempló cómo las mejillas se movían al ritmo de las succiones, y cómo los pechos generosos se agitaban también al compás de los movimientos de Savannah. Era el cuadro más erótico y demencial que había visto. Se inclinó hasta tomar uno de los bamboleanes pechos con sus manos, rozó un pezón y lo apretó haciéndola gemir, lo que devino al mismo tiempo en una caricia más intensa de esa lengua sobre la longitud de su sexo. 326

Savannah se sintió exultante al escuchar los quejidos de placer de Nathaniel. El sexo oral no era una práctica que hubiera ejecutado antes, pero sus impulsos estaban a la orden del día, y al ver ese miembro provocativamente erecto, con agitado y con una ligera gota de lubricación en el glande, no pudo resistirse. Así de simple… así de básico. Esta era una parte suya que al parecer acababa de despertarse. Y ella no quería volver a ignorarla. —Si continúas así, voy a terminar en tu boca —gruñó apretando el agarre de sus dedos sobre el cabello castaño, con firmeza, como si intentara apartarla de su miembro, pero no quisiera hacerlo. —Es la intención —murmuró mirándolo de forma pícara. Se sentía atrevida y, a pesar de su pasado e inseguridades, algo en su instinto más básico la impulsaba a desinhibirse con él. De algún extraño modo con Nathaniel se sentía estimulada a dejarse llevar por su lado poco cauto… ¿Consecuencia de tanto tiempo sin haber estado con otro hombre? Quizá. Pero no era el momento para razonarlo todo, sino para intentar redescubrirse y al mismo tiempo 327

explorar el cuerpo masculino que tenía ante ella. Un cuerpo varonil y muy, muy, sexy. —Eres perversa… —dijo con la voz ronca. —Solo quiero dejarme llevar —expresó con sinceridad. Su mano cálida envolvió el miembro de Nate, y sus labios se curvaban sobre el hinchado glande mientras succionaba y lamía la rígida longitud. —Savannah… —dijo con rigidez cuando las caricias de su dulce boca se volvieron frenéticas. —Relájate y déjame hacer esto, Nate. Su miembro estaba siendo devastado por la boca de Savannah, ¿y ella pretendía que se relajara? Maldición, no creía que sus piernas pudiesen resistir tanto tiempo. Estaba temblando por todos los cielos. —¡Savannah...! —dijo entre dientes con dulce agonía—. Si no me siento en este instante probablemente me caiga encima de ti. Ella dejó escapar una sonrisa complacida, y se apartó, no sin antes darle una última lamida. Una vez que estuvo de pie, y Nate pareció respirar sin dificultad, ella se quitó con 328

sensualidad la braga de seda. A él se le hizo agua la boca cuando vio la humedad que yacía en la parte más privada de la prenda. —Síentate —ordenó ella. —Sí, señora —repuso sentándose en el borde de la cama. Ella no le dio demasiado tiempo, se posicionó entre sus piernas y retomó lo que habían dejado segundos antes. Ella sintió el preciso instante en que Nathaniel no pudo contenerse más, porque su sexo vibró en su boca y ella lo absorbió de lleno cuando probó al fin la esencia masculina. Lo siguió chupando con intensidad, y le aruñó el trasero con primitiva vehemencia, hasta que los jadeos de Nathaniel le dijeron que el deseo había sido liberado por completo. Parecía como si un huracán hubiese pasado agitando su cuerpo. Era consciente de la tensión que emanaba de Savannah y de su respiración contenida. La habitación se llenó de un silencio sepulcral. Tomando una respiración profunda, Nathaniel se giró hacia ella, clavándole los ojos celestes. Dios, la imagen de Savannah, con los 329

labios húmedos e hinchados, la mirada febril y las mejillas arreboladas conjuraban a la perdición de cualquier hombre. Y esos pechos desnudos, y deliciosos, parecían desafiarlo a tomarlos. —¿Nate? —susurró ante la intensidad de su mirada. No sabía interpretarla… quizá había sido muy brusca—. Quizá fui un poquito… errr… entusiasta… yo, ¿te hice… daño? — preguntó al verlo mantener los puños apretados a los lados de las caderas. Él tenía la nariz recta y elegante, el mentón imperceptiblemente partido y firme. Incluso de perfil, el hombre era atractivo, notó ella. Él soltó una carcajada ronca. —Créeme, nada me gustaría más que me lastimaras cada dos por tres de la misma manera. Y ahora creo que es momento de intercambiar los papeles. —¿Es así? —susurró perdida en esos ojos que prometían hacerla perder la razón… al parecer tal como ella acababa de hacérsela perder a él. No habría esperado nada distinto, ¿no era acaso Nathaniel un competidor por excelencia? 330

Él no respondió con palabras. Se limitó a tomarla en brazos y dejarla en el centro de la cama. La cubrió con su cuerpo, y apoyó el peso del suyo sobre los codos, la besó con fiereza. En el camino saboreó su propio aroma con la exótica esencia propia de Savannah. Adictiva. Le gustaba besarla. Sus labios eran cálidos e invitadores, su sabor único, y disfrutaba de los soniditos que hacía mientras él invadía su boca con la lengua, recorriéndola, mimándola. Podría pasarse horas besándola, de eso estaba seguro, como también estaba seguro de que con ninguna otra mujer había disfrutado tanto un beso. Savannah sentía la humedad entre sus muslos, y las caricias de Nate la ponían a cien. El largo miembro erecto jugueteaba seduciendo la entrada a su canal femenino, sin entrar del todo, pero tanteando su suavidad. Estaba sobrecogida por el modo en que él estaba haciéndole el amor. La manera que tenía de moverse, de tocarla y tentarla. Ella se deleitó recorriéndole la piel de los hombros, los brazos, y acarició con sus piernas suaves, las fuertes y ásperas de Nate. Era magnífico sentir cómo la diferencia entre un hombre y una mujer podían 331

conjurarse en el juego más emotivo entre las sábanas. —Necesito que estés dentro de mí, ahora, Nate… —Iré demasiado rápido entonces — murmuró antes de recorrerle la barbilla con besos, mientras sentía las caricias de Savannah en su piel. El modo posesivo en que lo tocaba. —No me importa… —gimoteó cuando sintió la boca húmeda bajar por su cuello, llenándola de besos, hasta sus pezones erectos. Le dolían y necesitaba que él calmara su ardor. Aunque la experta boca hizo más que eso, la incitó a arder y la hizo consciente de que el doloroso escozor en sus pezones podía resultar excitante—. Más… más, Nate. —Lo sintió sonreír contra su otro pecho y prodigarle atenciones, mientras los dedos acariciaban el recientemente torturado seno—. Tómame — exigió sin aliento. A pesar de que estaba desesperado por complacerla, él se tomó su tiempo. Quería descubrir cada recodo de ese cuerpo. Así que se introdujo entre los suaves y húmedos labios íntimos de Savannah poco a poco, centímetro a centímetro. La ensanchó con su grueso 332

miembro sin dejar en ningún momento de mirarla a los ojos, mientras sus manos acariciaban sus pechos, y sus jadeos se entremezclaban con los de ella. —Más… rápido —susurró al límite de su tolerancia. Su sexo ardía de deseo, palpitaba de añoranza. En un intento de lograr que él dejara de torturarla, rodeó las caderas de Nate con las suyas, apoyando los pies contra las nalgas duras, atrayéndolo más hacia ella, más profundamente en su interior—. Nateee… Él empezó a marcar un ritmo frenético con sus acometidas. Duro y profundo cada nuevo vaivén. Sentía cómo las paredes de Savannah lo acogían, lo acariciaban con sus líquidos cálidos de tacto como la miel. Le gustaba la sensación de gloria y júbilo que invadieron cuando Savannah se arqueó. Ella seguía el paso de sus exigencias, y también tenía las suyas. Estaba hecha para él. Encajaban a la perfección. Sus empujes eran profundos y duros. Savannah estaba cada vez más excitada. Pensó que si alguien podía morir de placer alguna vez, esa era ella. Ni en sus más remotas fantasías había experimentado la locura de solo dejarse 333

llevar por el deseo. Era liberador. Cuando creía que las sensaciones de desesperación por lograr liberarse en el oasis de un orgasmo, él aceleró el ritmo, y sus movimientos se hicieron menos controlados. Como si no pudiera reprimirse. Y es que ella tampoco podía hacerlo. Sintió que perdió por completo el control de su cuerpo. —Abre los ojos —pidió él. Nada le podía costar más en ese instante, pero Savannah lo hizo. —Quiero que seas consciente plentamente que solo soy yo quien te está dando este placer. Solo yo —exigió hundiéndose en ella, con un tono posesivo, porque de repente se sentía de ese modo. —Nadie más que tú… —acordó ella en un susurro perdida en su rostro tenso, el sonido de sus cuerpos chocando, sudados y complacientes. Él la sintió tensarse. Se inclinó y tomó uno de los dulces pezones y lo chupó con fuerza. En ese preciso instante, ella soltó un largo gemido, mientras su sexo apretaba el de él. Savannah fue devorada por un orgasmo sin límites, y apenas fue consciente de la última embestida de 334

Nathaniel. Una embestida que barrió con sus últimos vestigios de conciencia cuando él sintió cómo su propio orgasmo se derramaba dentro de ella. —Vaya…. —dijo Savannah cuando Nate besó su cuello, antes de apartarse —. No me esperaba algo así. —No podía ser de otro modo. Savannah no pudo evitar reírse. Le resultaba curioso cómo un hombre tan seguro de sí mismo tenía recelo de dejar atrás sus temores para intentar entregar su corazón. No es que ella estuviera interesada, ya tenía suficientes problemas, pero estaba segura de que la mujer que se robase el corazón de Nate iba a ser muy afortunada. Quizá habría fantasmas a los cuales dejarlos a un lado, sí, ¿quién no tenía un pasado por superar después de todo? —Espero que no tengas ningún comentario de corte autosuficiente —bromeó dándole un ligero mordisco en el hombro. Él le hizo un guiño con el ojo. —Podría, pero ya que lo sacas a colación, entonces me contendré. —Acto seguido, con 335

una pasmosa facilidad, la tomó y la colocó sobre su cuerpo. Aquel gesto que brotó tan natural en él, lo asustó un poco. No estaba acostumbrado a quedarse en la cama con sus amantes. Terminaban su encuentro, y él se iba de inmediato a dar una ducha, para luego desentenderse del asunto. En este caso, no. Los brazos de Savannah descansaron sobre el pecho musculado—. ¿Estás bien? —¿Buscando bromista.

cumplidos?

—preguntó,

—En realidad quiero saberlo —replicó con seriedad. Le acarició la punta de la nariz, salpicada de pequeñas pecas. —Estoy bien, Nate —sonrió. —De acuerdo. —Miró la ventana—. Creo que hoy no podrás volver a casa. Si no tienes problemas con eso, entonces tenemos mucho por hacer las próximas horas —dijo suspicaz. —¿Y eso…? —preguntó siguiendo la mirada de su amante—. Oh, diablos —repuso cuando entendió a qué se refería. La tormenta de nieve había empezado. Todo lo que podía ver era blanco en el exterior, y si achicaba los ojos podía incluso notar la intensidad de la 336

copiosa nevada—. Tengo que trabajar en el texto para Gianna, Nate. No puedo desentenderme del hecho. Una tormenta, de lluvia o de nieve, solía causarle siempre gran nostalgia. Le recordaba los aciagos días que siguieron a su ruptura con Connor. Pero ahora parecía todo distinto. Solo deseo y placidez. En medio de la nevada la claridad del firmamento también le llegó al alma. —Tenemos todo el sábado y el domingo — murmuró él, ajeno a lo que ella experimentaba en su interior, acariciándole los costados del torso hasta llegar a los pechos—. ¿Te he dicho que tienes los senos más bonitos que he visto? —Nate… —Y deseo con locura tenerlos en mi boca de nuevo. —¿Hasta que te sacies de ellos? —preguntó con picardía cuando sintió la dureza de Nate contra su ingle. A propósito contoneó las caderas, y en recompensa él gruñó con aprobación. Con un movimiento rápido, pronto estuvo bajo el cuerpo masculino. 337

—No creo que eso ocurra en esta vida — repuso antes de inclinarse para devorar con hambre los labios de Savannah. *** Mientras observaba a Nate dormido, boca abajo y con el edredón apenas cubriéndole el delicioso trasero, Savannah terminó de redactar en su pequeña portátil la nota que iba a enviarle a Gianna. Siempre iba preparada. Grabadora. Bloc de notas, y portátil. «Una periodista precavida vale por cinco.» Aunque le hubiera encantado conservar el calor de Nathaniel pegado a su piel, el deber estaba primero, así que cerca de la medianoche, entró en la ducha. La única prenda que encontró para usar fue una camisa limpia de Nate. Sentía como si estuviese perennemente abrazada por su aroma. No quería sentirse demasiado apegada a él. Por más de haber tenido una tarde y noche de intensa acción sexual. Solo el recuerdo de las veces que él volvió a hacerla gemir, penetrándola profundamente; tomándola de formas que no hubiese creído posible; y 338

deleitándose entre sus muslos al darle placer con la boca, la hacían sonreír como tonta. Sabía que no era una atracción habitual. Y ella tenía toda la intención de disfrutar cada momento que pudiese. Nate dormía profundamente. Sentada en una butaca terminó de tipear la última palabra de la nota adjunta que le enviaba a Gianna. El reportaje no saldría hasta dentro de dos días, y le pedía a su compañera que la dejara leer el texto final. Para Savannah resultaba importante que los lectores conocieran el lado humano de Nate. Fuese o no una estrategia de comunicación de un ejecutivo de C&C Constructores el tema del reportaje en Crónicas de Louisville, lo cierto es que ella pretendía hacerle justicia a Nate. No era válido que tuviera que soportar recriminaciones ni de su familia, mucho menos de un cretino como William Mortensen. Sacó su cámara fotográfica, descargó las tomas que hizo durante el día, y las envió al periódico. Antes de devolver el aparato a su bolsa tuvo una idea. Sabía que su aventura con Nate sería algo que le gustaría guardar en su memoria… aún cuando los años pasaran y 339

aunque no volviese a saber de él una vez que las cosas entre ambos se acabaran, deseaba guardar un recuerdo que no solo estuviese en su memoria. Con una sonrisa, y paso sigiloso, empezó a captar con el lente de su cámara al sensual hombre que dormía con placidez en la cama. Cuando terminó, satisfecha y agotada, se acomodó junto a él.

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CAPÍTULO 14

No había un ambiente tenso ni de arrepentimiento. Esto último, pensó Nate, era perfecto. Savannah era perfecta. Al amanecer habían hecho el amor de nuevo, y ahora disfrutaba de una charla sobre política. Un tema algo espinoso, especialmente porque él era republicano y ella, demócrata. Vaya si acaso no tenían muchos temas sobre los cuales discrepar. —Entonces, ¿qué harás hoy, además dejarme a mis anchas? —preguntó cambiando el tema sobre las declaraciones los candidatos presidenciales, mientras llevaba una tostada a la boca.

de él de se

Savannah le había dicho que no podría quedarse a pasar el día. También le comentó que mientras dormía, ella terminó la parte del reportaje que le correspondía y lo envió al periódico. —Es el cumpleaños de mi padre, así que, aunque quisiera no podría quedarme 341

remoloneando en la cama. Tengo que hacer la compra porque mi madre ha pensado en organizarle una comida. Iré con mis hermanos. —Oh, pero entre tú y yo lo último que haríamos sería descansar —dijo sonriéndole. Una sonrisa a la que Savannah empezaba a habituarse. Ella soltó una risa antes de beber un poco de su café expreso. Nathaniel tenía una cafetera profesional. Lo que no diera ella por tener ese lujo en su departamento. Así no le tocaría asaltar la cafetería del periódico ni bien pusiera un pie en la redacción—. ¿Cuántos hermanos tienes? —Dos. Rebel y Maurice. —¿Periodistas? —Mi hermana es enfermera, y Maurice en la secundaria. —¿Hugh es tu único hermano? —Sí. Menos mal —dijo cuando terminó de comer—. No creo que podría tolerar más de un cotilla que lleve mi ADN. Savannah rio. Le gustaba la versión relajada de Nate. 342

—Tu familia es muy unida… Es evidente lo mucho que te quieren. Imagino que sufrieron mucho con la muerte de Brittany —comentó con suavidad. —Mi madre nunca se llevó muy bien con ella. Diferencias irreconciliables. —Oh. —¿Podemos dejar de hablar del pasado…? A menos que esto sea parte de una entrevista que adhiera detalles al texto que enviaste a Gianna esta madrugada —expresó a la defensiva. —No era una entrevista —dijo sintiéndose ofendida por la insinuación. Nate resopló. —No debí hacer ese comentario. —Estiró la mano sobre la mesa para tomar la de Savannah—. ¿Quieres que te deje en tu casa? —Traje mi automóvil, así que no hace falta. Él iba a protestar, pero se recordó que ella era solo su amante. No tenía ninguna obligación. Por más de que su sentido de caballerosidad se peleara con su terco sentido del “no apego”. 343

—Bien. Te llamaré durante la semana para tomar algo. —O puede que te llame yo —repuso con una sonrisa—. Imagino que “tomar algo” es el modo de decirme que cuando tengas ganas de acostarte conmigo. Espero que no te tomes esto como si fueses solo tú quien tiene la prerrogativa de decidir cuándo necesitas un poco de pasión en tu cama. Nate se incorporó y la atrajo a su lado antes de besarla a conciencia robándole el aliento y atrapando los gemidos de deseo que escaparon de esa boca. Le acarició la espalda mientras sus labios obraban magia absorbiendo la esencia única de Savannah. Estaba excitado de nuevo. Su miembro palpitaba contra la tela del pantalón que llevaba esa mañana, pugnando por salir y encontrar el único sitio en el que deseaba anidarse: los muslos de Savannah. Jadeando, se apartó. No quería desearla tanto como lo hacía, y por ahora necesitaba poner distancia para despejar su cabeza. —Tengo que terminar de ajustar unas cuentas con Erick. Puedes llamarme cuando desees, Savannah. Me aseguraré de que nunca salgas de mi cama sin estar completamente 344

satisfecha… y regreses por más. —Ella lo miró sorprendida por la abrupta separación y la fiera declaración de intenciones—. Maneja con cuidado. —Le acarició la mejilla, y luego guardó las manos en los bolsillos para impedirse tocarla—. La carretera debe estar llena de aguanieve. —Soy una conductora precavida —susurró. Tenía ganas de quedarse a pasar el día con él. Dejarse llevar por la pasión que los consumía y la impulsaba a sentirse libre de pedir, exigir y entregar en la cama. Era una sensación de fabulosa libertad—. Gianna debe entregar la nota en dos días, así que tendré tiempo de revisarla. Supongo que no eres de los que se pondrán quejicas sobre la foto que un periodista utilizaría en un reportaje, ¿cierto? —No tengo problemas. La que elijas estará bien. Ella asintió. «Con ese cuerpo y rostro de un dios pagano, ¿quién necesitaba elegir en qué ángulo se veía mejor?» La próxima vez evitaría hacer preguntas idiotas, se dijo Savannah antes de encaminarse hacia la puerta de la mansión. 345

*** Chelsea la sometió al tercer grado cuando se encontraron para organizar la comida por el cumpleaños del padre de Savannah. Durante todo el tiempo que hicieron la compra, la veterinaria no dejó de preguntarle sobre Nate. —¿Y es mejor que el gran Zoltan? Savannah rio, al tiempo que colocaba una bolsa con patatas en el carrito. —No recuerdo mucho a Zoltan, Chelsea, fue asunto de un día. —Mmm… ¿Y cuánto dices que va a durar con este buenorro de Copeland? —Chelsss —dijo en tono de advertencia—. El tiempo que sea. Imagino que él terminará cansándose pronto. O quizá lo haga yo. Llegaron hasta la caja. —¿Y eso no te preocupa? —No. Esta es una nueva Savannah. Y me gusta, porque por primera vez no tengo expectativas emocionales y resulta liberador. Él es una persona con un pasado difícil, aunque 346

cuando llegas a interactuar más en privado, pues resulta que no solo puede ser encantador, sino también… —Oh, por favor, ¿no me vas a decir que te estás enamorando de él? —Chelsea, deja tu vena dramática de lado, ¿de acuerdo? Solo estoy diciendo lo que pienso. Si lo conocieras, yo creo que empezarías a darme la razón. No es enamoramiento, ni ninguna estupidez. ¿Está claro? El cabello rubio de Chelsea se agitó al inclinarse para tomar las compras y pasarlas por la banda de caucho automática de la caja. —Sí, general. Savannah sacó la tarjeta de crédito de su bolsa y la entregó a la cajera. —Además, ya te conté cuáles fueron mis dos condiciones. Él las aceptó. —Tonto no es, si quiere tener sexo, pues entonces qué más le da si la gente se entera o no se entera. Es muy conveniente, así puede estar con otra.

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Avanzaron hasta el automóvil de Savannah y dejaron las fundas plásticas con los alimentos, bebidas y snacks, en la cajuela. —¿Quién es la cínica ahora? —¡Savannah! —gritaron tras ellas. Ambas se voltearon. —¿Quién…? Voy a pensar que estás hostigándome, Connor. —Ufa… lo que nos faltaba. Y yo que pensaba que iba a ser un buen día —refunfuñó Chelsea por lo bajo, ajustándose la bufanda celeste al cuello. El hombre llevaba una bolsa de comida y a su lado estaba Alice. «Exesposa, ¿eh?», se dijo Savannah. Hasta donde ella tenía conocimiento las reglas de cortesía no se extendía a hacer la compra con la exmujer. Aunque viéndolo bien, nada de lo que decía Connor podía creerse. —Qué gusto verte —dijo Connor, ignorando totalmente a Alice. El ceño fruncido y la mirada furiosa no se le pasó por alto a Savannah cuando su exnovio llegó a su lado dándole un abrazo. 348

—Vaya suerte la mía, no te veo en seis años y ahora resulta que te apareces hasta en el supermercado —replicó Savannah sin ocultar su molestia. Miró a Alice. No había cambiado mucho. Salvo por el tinturado del cabello. Ahora iba de pelirroja y estaba bastante pasada de peso. Extraño, porque en la secundaria y universidad ella solía ser muy vanidosa y cuidaba cada caloría que ingería—. Alice, cuánto tiempo. La mujer elevó la barbilla. —No demasiado —repuso echándole una mirada envenenada. —Nosotas ya nos íbamos. Hace mucho frío, así que, hola y adiós —intervino Chelsea, antes de que Savannah soltara una de sus habituales frases hirientes. —¿Vas a pensar en lo que te dije? — preguntó Connor interrumpiendo la partida de las dos amigas. —¿Desde cuándo hablas con ella, Connor? —quiso saber Alice en un tono en absoluto complacido. Después de todo, ¿a qué mujer le gustaba que su pareja, expareja o lo que fuera, que compartía casa todavía con ella, estuviera 349

dándole vueltas a una mujer a quien amó en el pasado? —Tú y yo nos estamos divorciando, Alice —replicó Connor con indiferencia—. Me pediste que te acompañara al supermercado y eso he hecho. Lo que mi agenda me impulse a hacer fuera de la casa, no es ni será más un asunto tuyo. Savannah no quería tener que escuchar una pelea. Tenía que preparar la comida de cumpleaños junto a su madre. Chelsea y Kyle estaban también invitados. Iba a ser una reunión pequeña. —Lo cierto, Alice, es que Connor ya ha sido informado de que sus comunicaciones no son bien recibidas de mi lado. Un gusto haberte visto, y yo ahora tengo que hacer otras cosas más importantes que discutir absurdos —dijo Savannah, antes de dejar a la pareja discutiendo tras ella, y mientras su mejor amiga se subía al asiento del copiloto. Se puso el cinturón de seguridad, y encendió el motor. —Vaya par —murmuró Chelsea. 350

Savannah dio retro y luego activó el modo automático para salir del parqueadero del supermercado. Era uno de los más grandes y surtidos de Louisville. Encontrarse con alguien en los alrededores era casi imposible, pero siempre que había un buen día este no podía durar. Ella suponía que la cereza del pastel esa jornada era tener que ver a Connor y la ridícula de Alice. —A ver si el frío les congela la lengua. —Pues a ver si hay suerte —dijo riéndose—. Será mejor que nos demos prisa si quieres que tu mamá no empiece a llamarte por teléfono en plan GPS. *** La noche del lunes, al llegar del periódico, Savannah encontró una caja con un gran listón púrpura. Sonrió. ¿Nate? Bueno, ese era un bonito detalle. Apenas había podido hablar con él ese día, pues estuvo ocupada terminando temas para edición especial de Navidad. Solo quedaban seis días para que llegara el gran día. Encantada y curiosa, tomó la caja una vez que tuvo la puerta de su departamento abierta. 351

Encendió la luz y dejó a un lado la bolsa. Se sentó en el sofá y desenvolvió la caja. Parecía muy lujosa. Deshizo el lazo púrpura, y luego alzó la tapa. —Qué diablos… —susurró al contemplar el contenido. Doce rosas negras. Era lo más horrible que alguien le podría haber enviado. ¿Quién estaba detrás de eso? Furiosa, más que asustada, pensó que ya había tolerado lo suficiente. Dejó a un lado esa horrenda caja y fue a darse un baño para vestirse. Al menos no era un evento de gala, porque lo que más detestaba era disfrazarse para formar parte de un estúpido modo de “etiqueta” para cada ocasión. Tenía que cubrir la última función de teatro que también estaba presentándose en Nueva York, todo un hit. Wicked. Luego del evento tenía pensado tomar un taxi e ir personalmente a ajustarle las tuercas a Scott Dielsen. E iba a escucharla, no solo a ella, sino también a la oficil Jamie. Idiota no era, y sola no pensaba aparecerse en la casa de ese lunático. Nada le gustaría más que llamar a Nate, pero él estaba fuera de la ciudad. Por eso es que ella había pensado que la caja era un modo de 352

decirle que pronto la vería. Aunque la noche anterior no se vieron, ocurrió algo distinto que disfrutó mucho. Sexo telefónico. Nunca lo había hecho, pero con Nate estaba experimentando algunas “primera vez”. Aunque claro, nada podría reemplazar a su amante de carne y hueso. Él tenía programado regresar al siguiente día. No era una mujer peculiarmente vanidosa con su ropa interior, sin embargo, en su hora del almuerzo se dio el tiempo para correr a un Macy´s a comprarse un juego de ropa interior de seda azul con bordes blancos que la hacían sentir sexy. Estaba segura de que iba a disfrutarlo mucho. Media hora más tarde, arreglada con un pantalón de vestir a medida, una blusa de seda verde, tacones prácticos de punta, y un poco de maquillaje, salió a toda prisa hacia el Louisville Palace. Ese era en sí mismo un edificio precioso. Construido en el año 1929 poseía un estilo arquitectónico barroco español que atraía a los propios y extraños cuando pasaban por la 625 South Fourth Avenue. Mostró su pase de prensa en la entrada, y aceleró el paso. El salón adaptado para la 353

presentación de Wicked tenía en el techo un entramado que representaba el cielo nocturno. Una belleza. Mientras buscaba su asiento se topó cara a cara con el hombre que quería a Nathaniel Copeland lejos del proyecto del centro comercial. William Mortensen. Aunque no se habían presentado formalmente, en la ciudad los rostros de empresarios prominentes no eran ajenos a la prensa, y viceversa. —Señorita Raleigh, si no me equivoco — dijo el hombre. No le gustaba a Savannah en absoluto. —Buenas noches. —He visto incontables veces su fotografía en Crónicas de Louisville, aunque siempre está rodeada de cultura, me sorprendió cuando vi un texto firmado por usted en compañía de la señora Tanner, sobre C&C Constructores — expresó con tono jocoso, pero no lo era en absoluto. —Solo hago mi trabajo —replicó—. Debo sentarme. —¿Podría tener con usted unas palabras? 354

—Lo siento, pero ya tengo que… —¿Sabe? Me gustó mucho pasar esta mañana por la tienda de su familia. Una de las pocas de tantos años que quedan en la ciudad. A mi mujer le agradan las antigüedades. — Savannah sintió tensarse su cuerpo—. Me apenó conocer que a sus padres no les va del todo bien y que cerrar en un futuro cercano parece inminente. Ojalá no ocurra. En esta ciudad el boca a boca y las recomendaciones son importantes para sobrevivir en los negocios. Ella intentó calmarse. Uno de los encargados de acomodar a los asistentes les pidió que no interrumpieran el paso. Ese momento lo aprovechó William para tomarla del codo y llevarla a un lado. Había llamado a la tal Gianna esa mañana, y la mujer le aseguró que estaría trabajando en el reportaje de Copeland y saldría publicado al día siguiente, no antes. Mortensen le preguntó por qué tanto tiempo. Gianna le contestó que una parte el trabajo la hacía Savannah Raleigh y necesitaba ensamblar las notas conjuntas. Indagó todo lo que debería sobre la jovencita. Era más fácil de impresionar que a la otra periodista. 355

Él era el encargado de haber traído a la compañía de teatro desde Nueva York hasta Louisville durante cinco días. Y le encargó a su equipo de organizadores que no debían dejar de invitar a Savannah, que perderían sus trabajos si la muchacha no estaba confirmada para la función. —No sé qué diablos quiere de mí —dijo entre dientes. —Puesto que su colega, Gianna Tanner, parece demasiado ocupada para tratar conmigo, me comentó que usted también participa en esa suerte de reportaje que están haciendo en su periódico sobre jóvenes empresarios de éxito. —¿Y eso qué tiene que ver con el negocio de mi familia, señor Mortensen? —William, por favor. —Señor Mortensen —expresó con aspereza— si no va a ser claro en lo que quiere decirme, será mejor que me deje pasar porque dentro de poco empieza la obra. Y créame, no me gustaría perdérmela por nada. El hombre sonrió. Su mujer lo esperaba dentro de la sala, y sus guardaespaldas estaban dispersos. No quería tampoco exagerar con su 356

seguridad en un sitio tan bien protegido como lo era el Louisville Palace. —El negocio de sus padres puede recibir de pronto una gran cantidad de compradores y sacarlo a flote. —¿A cambio de qué? —preguntó con rabia. Él sonrió. —Que sea usted la encargada de dejar en ridículo a Copeland. —¿Por qué yo? —Es joven, inteligente, y para mi buena suerte trabaja en un reportaje que puede ayudarme a mejorar mi imagen. —¿Dañando la de otros? —No. Diciendo la verdad. —Bajó la voz y agregó—: Copeland no ayudó su mujer cuando aún podía. La dejó botada entre los escombros y los de emergencias la sacaron apenas con suerte. Tenía quemaduras. La dejó morir. Eso lo convierte en un asesino egoísta. La rabia bulló por cada poro de su piel. —Usted no sabe ni un ápice de la vida de ese hombre. 357

Mortensen enarcó una ceja. La observó pensativo. —¿Y usted sí? —¿Acaso no está sugeriendo que lo hago, y por eso pretende chantajearme? —replicó sin dejarse amedentrar por la intentona de hacerla confesar lo que en realidad conocía de Nate. —Si quiere que su familia conserve el negocio que sustenta el día a día y garantiza el poder recibir una pensión al día del retiro de sus padres como trabajadores activos de este país, entonces será mejor que haga su mayor esfuerzo para que la imagen de Copeland sea todo menos halagüeña. Savannah apretó los puños a los costados. —¿Y cómo pretende que lo haga? —Todos tenemos secretos. Seguro algo sucio esconde Copeland. —¿Y de qué le serviría? —Bueno, eso no es asunto suyo. —Lo es si está chantajeándome. William inclinó la cabeza hacia un lado. 358

—Al gobernador le interesa mucho el compromiso social y humano de la persona propietaria de la constructora que gane la licitación. Dejar morir a tu esposa por preferir salvarte resulta muy egoísta… y en especial cuando haces un acuerdo con la policía para que nadie hablar del tema. ¿No cree? —Es una completa estupidez. Puede mejorar su oferta y ganar la licitación de forma honesta. Nuestro periódico es de tamaño mediano que no sé por qué se molesta en armar todo este sin sentido. No somos El Farol, ni el Búho Informativo. Nuestra cobertura apenas alcanza el cuarenta por ciento de lo que alcanzan esos dos periódicos juntos. —No me agrada que se me escape ningún tipo de detalle. Control de riesgos, ¿sabe? — dijo con falsa amabilidad—. En todo caso, ya he dejado claro lo que espero de usted. Por supuesto, la decisión es totalmente suya. No se me ocurriría presionarla de ningún modo. —Por supuesto —replicó, conteniendo las ganas de darle un pisotón con el tacón de aguja, antes de girarse y entrar en la sala. Ese hombre no se merecía siquiera que le devolviera el saludo la próxima ocasión. 359

Vaya noche de pesadilla. Y ahora no solo tenía que lidiar con la posibilidad de que sus padres se quedaran sin sustento, sino con la consecuencia de traicionar a Nathaniel. Su vida estaba volviéndose una tormenta estúpida y absurda. Y dentro de poco le tocaría lidiar con el resentido vándalo de Scott. «¿Qué karma estoy pagando universo?», le preguntó a la sala ruidosa, en voz queda, al tiempo que las luces se apagaron para dar paso a la función.

—¿Coartada creíble, oficial? —preguntó Savannah, incrédula, a Jamie. Después de la magnífica obra, la periodista accedió a los camerinos para hablar con los actores principales. Aprovechó para hacer lo propio con los encargados de la puesta en escena, los diseñadores de vestuario. Cuando terminó, casi a las diez de la noche, porque no le importaba la hora, llamó a los oficiales que conocían el caso de su misterioso acosador. 360

Con la oficial Colton y el oficial MacDaniels escoltándola fueron a visitar a Scott Dielsen. Savannah no quiso entrar, y se quedó en su automóvil esperando a que los agentes hicieran su trabajo. Cuarenta minutos más tarde, los tenía a su lado diciéndole que Dielsen no estaba detrás del envío de rosas. —¿Puede contactar entonces a la empresa que hizo el envío? —preguntó en esta ocasión a MacDaniels. —Tienen una política de confidencialidad. No podemos obligarlos a hablarnos al respecto, en especial porque no existe un “caso” como tal… solo sospechas. —¿Y si contratara un detective privado? — preguntó Savannah. —No podemos sugerirle o descartar sus ideas —dijo la oficial Colton con suavidad, muy consciente del temor que se escondía en la voz de Savannah. Estaban fuera de la casa de Scott. Este observaba desde la ventana, semioculto por la cortina de color palo rosa, cómo interactuaban Savannah y los oficiales en la acera. 361

—Así que el señor Dielsen tiene una coartada creíble para descartarlo. Llegó hoy a las seis de la tarde desde Jacksonville en donde vive su madre enferma de Parkinson. Nos mostró los boletos de avión. Llamamos a la aerolínea. Confirmando que estuvo en ambos vuelos; ida y regreso. A la enfermera que cuida a la madre del señor Dielsen. Lo checamos con los vecinos. Incluso su mascota, ese extraño gato gris, estuvo todos estos días bajo el cuidado de una veterinaria. Hay una factura por lo servicios de cuidados que lo avala. El señor Dielsen ha estado ausente de la ciudad desde hace poco más de una semana. No ha sido él la persona que envió las rosas negras… —¿Y qué me dice de las llantas, la irrupción en mi departamento, la llamada a mi teléfono? —Sigue estando bajo aviso de no acercarse a usted por la orden de alejamiento que el abogado de su periódico le consiguió. ¿Tiene alguna otra persona que quisiera hacerle daño? «¿Mortensen? No. Eso ya rayaba en la fantasía. Y no era el caso.» —No se me ocurre nadie, oficial —dijo mirando a Jamie. 362

—Entonces, seguimos en un callejón sin salida. —¿Tengo seguridad?

alguna

solución

para

mi

—Cambiarse de casa momentáneamente — sugirió MacDanielss. —Lo último que desearía sería poner en peligro a mi familia o amigos si acaso este acosador intenta algo más… intenso, si acaso se puede decir. —Es lo único que le queda, señorita… o un hotel. «Como si me sobrara el dinero.» Elevó la mirada para ver si acaso el bobo de Dielsen seguía observándolas. La cortina se agitó. Indicio de que él acababa de desentenderse del asunto. —Veré Savannah.

qué

es

mejor…

—suspiró

—No subestime su capacidad de reacción, pero tampoco subestime la de la persona que está amedrentándola.

363

—¡Ni siquiera sé qué es lo que quiere! — exclamó elevando las manos y luego dejándolas caer a los costados. —Quizá solo asustarla —expresó Colton. —¿Con qué fin? —Eso lo averigüaremos pronto… espero.

364

CAPÍTULO 15

Cuando las paredes de acero del elevador se abrieron en su piso, Savannah suspiró. Caminó los breves paso que la llevaban hasta la puerta de su departamento y miró con incredulidad. —¿Qué…? La sonrisa perversa y de intenciones nada dulces asomaron a los labios de Nate. Llevaba un traje gris, camisa blanca sin corbata y con dos botones desabrochados. Estaba apostado en el marco de la puerta de Savannah, con los brazos cruzados. —Vaya, señorita periodista, ¿trabajando hasta tarde? «La cereza del pastel para su día… al menos esta era deliciosa.» —Pensé que no vendrías hasta mañana. Él se acercó, le quitó las llaves de la mano y se las guardó en el bolsillo. —Terminé bastante pronto lo que tenía que atender y no existía ninguna razón para quedarme a pasar la noche en otra ciudad. 365

—¿No? —preguntó en un susurro. Nate hizo una negación con la cabeza, sin dejar de sonreír. El deseo de volver a tener a Savannah piel con piel lo llevó a trabajar más rápido de lo normal y cambiar su vuelo para poder regresar a la ciudad lo antes posible. —El guardia de seguridad me dijo que estabas fuera, así que decidí esperarte. Llegué aquí hace unos cinco minutos. —Se encogió de hombros—. Después de todo, sí había una razón para querer regresar pronto a Louisville. Savannah se pasó la lengua por los labios, humedeciéndoselos. Un brillo fiero relampagueó en la mirada de Nate. —¿Y cuál sería esa? —Si hasta ahora no lo has adivinado, entonces creo que tengo un gran problema de comunicación. Ven aquí. Ella no dudó. No le gustaba obedecer órdenes de nadie, sin embargo, la promesa que existía detrás de las palabras de Nate era indudablemente placentera. ¿Quién se negaba al placer?

366

Los labios de Nate recorrieron los de Savannah, tentándola y convenciéndola de que le permita tomar más de su boca. Con un gemido ella entreabrió sus labios para darle completo acceso a ellos, dejándose arrastrar a aquel beso, apoyando las manos sobre la pechera de la chaqueta. Podía sentir la fiereza de su deseo y era consciente de la fuerza que emanaba del cuerpo de Nathaniel. Sentía la suavidad de sus labios y el aroma de su cuerpo. Una mezcla deliciosa de calidez y feminidad. La necesidad de tocarla no tenía contención. Desde que se subió en el avión no hizo otra cosa en pensar en el momento de volver a verla. Y estaba dándose un festín con su boca. —Nate… —susurró. Él no le hizo caso durante un largo rato en que sus manos empezaron a desabrochar el abrigo grueso y luego pasaron a deslizarse sobre la tela de algodón de la blusa negra que llevaba Savannah. Le acarició los pechos sobre la tela, los apretó con hambre y sintió los pezones erectos contra sus pulgares. La escuchó gemir. Y él dejó escapar un quejido de aprobación cuando la mano de Savannah tomó 367

su miembro sobre el pantalón. Estaba duro. Más que listo para ella. La deseaba. —Nate… estamos en el pasillo… Poco a poco él entró en razón. Suavizó el beso, pero no apartó sus manos, la siguió acariciando y besándole la nuca. Le entregó las llaves para que abriera la puerta, y una vez dentro cerró tras de sí. Lanzó la bolsa, el abrigo, las llaves por doquier, al tiempo que él la giraba para apoyarla contra la pared del pasillo —apenas se contenía y lo cierto es que por Savannah estaba perfecto— y le desbotonaba con rapidez la blusa. —Maravillosos pechos tuyos —dijo al desabrocharle el sujetador, después deslizó las manos bajo el trasero de Savannah y la impulsó hasta que ella lo rodeó con sus piernas. —La cama… —Después —replicó antes de acariciar un pezón con los labios, disfrutando de su sabor de mujer y la textura del pequeño botón en su lengua. Lo acarició primero con delicadeza, escuchando complacido los murmullos de Savannah así como la desesperación con la que 368

ella movía sus caderas, frotándose contra su sexo erecto. Chupó y lamió con avidez, sin restricciones. Ella estaba húmeda. Los brazos le temblaban, sus pechos estaban henchidos y sensibles. Su pelvis se movía contra de la de Nate, y era consciente que de continuar la fricción pronto estaría experimentando el éxtasis. Pero no quería hacerlo sin él en su interior. Él pronunció el nombre de Savannah en un hilo de voz. Estaba al borde de perder el control. No quería soltarla y al mismo tiempo deseaba que la ropa no le impidiese acariciarla íntimamente. —¿Dónde está tu habitación? Savannah lo guió. Juntos cayeron sobre la cama perfectamente ordenada. Él tenía un aspecto tan sexy e indolente que a Savannah se le secó la boca. Lucharon para deshacerse de todo lo que estorbaba en medio del deseo de quedarse piel con piel. Porque era una necesidad primaria. 369

—Dulce Savannah —murmuró Nathaniel al tiempo que le arrancaba las bragas para dejarla totalmente desnuda. Luego deslizó sus dedos hasta el sitio en donde convergían los labios íntimos femeninos y la acarició, maravillado por la reacción tan rápida que tenía ella ante su toque. —Me torturas… no es justo. Quiero tocarte —gimoteó tratando de alcanzar el firme miembro que rozaba sus caderas, mientras la boca de Nate obraba magia y sus dedos la enloquecían con el contacto. Él se apartó de su boca, y dejó el rastro de sus besos en el cuello, en la clavícula, los suaves hombros y cuando ella se arqueó, tomó los pezones hasta que estuvieron hinchados y blandos. Savannah contempló cómo brillaba la piel de Nate sobre los músculos abdominales. Estiró la mano y pasó las uñas sobre esa exquisita tableta de chocolate. —Mmm… tan receptiva —replicó a cambio antes de penetrarla con dos dedos, abriéndola, y simulando las acometidas que estaría ejecutando con su propio sexo—. ¿Estás lista? —Sabes que sí. 370

—Quiero escucharlo —repuso con voz ronca, lubricando el suave interior con sus dos dedos, al tiempo que utilizaba el pulgar para frotar el clítoris. —Te… deseo… —susurró jadeante. —Bien —contestó—. Date la vuelta. —¿Nate? —Hazlo. No vas a tener quejas, créeme. —Muy seguro de ti mismo. —Siempre —contestó antes de que ella se diera la vuelta—. Me encanta tu trasero —le acarició las nalgas con firmeza— apóyate en los antebrazos. Eso es, y ahora abre un poco más las piernas para mí. Qué sexy eres… Nathaniel se acomodó detrás de Savannah, y la penetró de una fuerte embestida. Ella estaba húmeda para él, y desde esa posición sabía que podía sentirlo más profundamente. La sensación de él moviéndose en su interior era increíble. Lo sentía en lo más hondo de su cuerpo, acogiéndolo con deseo mientras las manos de Nate le acariciaban las nalgas. Conjuntamente con cada embestida, lo sintió 371

inclinarse hacia delante, intensificando así el alcance de su miembro. —Tú cuerpo es exquisito y tan suave —le susurró Nate al oído, al tiempo que continuaba moviéndose en su interior sin piedad. Le besó el cuello, mientras una mano se afianzaba en las caderas de Savannah para presionarla contra su sexo, y la otra le acariciaba los pezones, apretándoselos. Cada gemido de Savannah era más placentero, porque le indicaba lo mucho que la excitaban sus caricias—. Dios… —Nate, yo… más… —pidió cuando estuvo a punto de creer que no iba a resistir más las acometidas. Necesitaba sentir el éxtasis pronto…—. Más rápido… Él la complació y embistió con tanto ímpetu que Savannah se preguntó si acaso su cuerpo podía resistir antes de deshacerse en pedazos. Sintió las manos de Nate por todo su cuerpo. Apretando, acariciando, y el aliento cálido con sus gemidos contra la oreja. Ella movía sus caderas al ritmo que él marcaba. Un ritmo deliciosamente perverso. —Oh… Nate… oh… —gritó antes de ser lanzada al vacío en donde solo existía placer. 372

—Savannah —rugió antes de derramarse en el interior de ella. Agotado, él se apartó con suavidad antes de acostarse boca arriba intentando recuperar el ritmo normal de su respiración. La escuchó suspirar. Eso lo hizo sonreír. Le gustaba cada sonido que ella emitía antes y después del sexo. *** —¿Te sirvo un poco más? —preguntó Savannah un rato después. Se habían duchado juntos y disfrutaron de algo más que solo el agua caliente, y amplia bañera. Estaban sentados en la mesa del comedor de cuatro puestos. El espacio era pequeño, pero cómodo. Tenía cuadros y un precioso candelabro en el mueble que guardaba la vajilla. —Esto está bien, gracias, Savannah — replicó dando cuenta del último bocado de salmón a la plancha que ella acababa de cocinar—. ¿Sorprendido de mis habilidades culinarias? —preguntó, pinchándolo. —Sorprendido en general por ti —dijo, haciéndola sonrojar. Eso lo hizo reír. Y él no era un hombre dado a la risa. Parecía que Savannah empezaba a irradiar una luz distinta 373

que intentaba traspasar su armadura. Él no quería hacerle daño, pero era inevitable que iba a ocurrir. —Gracias, entonces. Él asintió y bebió de la copa de vino blanco. —¿Un mal día? —quiso saber al notar que ella apenas había comido la mitad de su plato. Él en cambio, devoró el suyo. A Savannah le tomó unos cincuenta minutos tener la cena lista. En un principio, Nate pensó en rechazarla, porque ese tipo de intimidad no la compartía con ninguna mujer. Le parecía demasiado… hogareño. Él prefería llevar a sus amantes a restaurantes muy discretos, de vez en cuando. De hecho, comer o conversar, era lo último que solía hacer. Iban a lo propio: sexo. Algo más impersonal. —Bastante. Demasiado complicado. —Ya veo. ¿Algo en particular? «Tengo un acosador. Un exnovio tonto. Ah, sí, y tu amigo Mortensen me está chantajeando con arruinar a mi familia si antes no te arruino yo a ti.» —Para nada. 374

—Eres pésima mentirosa. —Ella lo miró—. Ya te lo dije, Savannah, aprendí a leer el lenguaje corporal a lo largo de mi vida como hombre de negocios. Es vital e imagino que tú también has aprendido otro tanto con tu profesión. —Savannah asintió moviendo con el tenedor un trozo de salmón de un lado a otro del plato—. Entonces, ¿qué es? —No existe nada que puedas remediar. Son asuntos personales. —Tenía que marcar el límite. Aunque lo que habían hecho en la cama y su tina lo que menos tuvo fueron límites… y no se estaba quejando. —Entiendo —replicó. Le acababan de recordar en qué tipo de relación estaba… cuando generalmente el que solía hacer esas demarcaciones de límites era él. Curioso… frustrante. Se puso de pie—. Espero que sea algo que puedas solucionar con el tiempo. «Yo también.» —No pasa nada. Son cosas rutinarias. Él asintió. —Mañana tengo una junta con Natasha. Ha sido… 375

Ella también se puso de pie. Llevaba un vaquero azul, iba descalza y el jersey gris la abrigaba. La calefacción hacía otro tanto. —No me gustan las conversaciones incómodas después del sexo, así que no tienes que confortarme ni tampoco decir cosas bonitas. Lo que nos dijimos en la cama creo que fue suficiente. Él no pudo evitar sonreír. Definitivamente ella no era ni por asomo igual a ninguna otra mujer que hubiera conocido. —Savannah —dijo acercándose. La tomó de la cintura y la apretó contra su cuerpo—. Si las palabras han sido suficientes, entonces permíteme. —Se inclinó y besó la boca femenina con fuerza, intensidad y codicia. Lo quería absorber todo de ella. Cada pequeño suspiro, cada pequeño gemido y los espasmos cada vez que llegaba al clímax. Introdujo su lengua para conquistar con el ardor que inmediatamente prendió en él con el contacto del cuerpo de Savannah contra el suyo. Se deleitó en el sabor de su boca durante un largo rato.

376

Con renuencia se apartó. Era casi medianoche, y él tenía que preparar un informe. En otra circunstancia le hubiera causado la emoción habitual cuando se trataba de negociar con Natasha y un cliente. No era el caso. Le hubiera gustado quedarse a pasar la noche. No era prudente. Los ojos de Savannah brillaban de deseo. —Yo… adiós, Nate. —Te llamaré. Ella se quedó con una sonrisa boba en el rostro cuando estuvo sola. Jamás el sexo había sido tan intenso como con Nate. Ni siquiera Zoltan, y eso que el hombre era todo un ejemplar masculino. Fue hasta su habitación, luego de haber dejado la vajilla en el lavaplatos, y contempló la cama deshecha. Difícilmente podría olvidarse de Nate cuando su aroma la iba a acompañar el resto de la noche. Se desvistió para ponerse el pijamas. Apagó la luz de su habitación y se acostó a dormir. No habían pasado ni diez minutos desde que Nate se fue, cuando Savannah escuchó el timbre de la puerta. Pensó que quizá estaba 377

divagando. Cerró los ojos de nuevo para intentar conciliar el sueño. El timbre sonó de nuevo. De mala gana, apartó las sábanas, sin importarle el cabello alborotado, y el pijama con figuritas de ovejas, y observó la mirilla de la puerta. Frunció el ceño. Quitó los seguros. —¿Nate, qué ocurre? —preguntó sorprendida de verlo. El rostro de Nathaniel era todo menos amable. No existía ni un ápice de la persona que se había pasado horas dándole placer y luego se despidió con un beso prometedor minutos atrás—. Entra. Con los puños a los lados, él lo hizo. —Quiero que me digas qué demonios sucedió hoy. Savannah lo miró desconcertada. —No sé a qué te refieres —repuso. —En Wicked, la obra que cubriste hoy. —¿Cómo sabes…? —Revisé mis mensajes en el automóvil y tengo uno de Natasha, en el que me dijo que te vio en el Louisville Palace hablando con 378

Mortensen. ¿Qué demonios te traes entre manos? —Intentaré pensar que estás desvariando debido al cansancio por la jornada de trabajo… —expresó con una calma que no sentía— ahora, si hablas claramente, quizá, solo quizá, pueda mantener mi buen ánimo. —¿De qué hablaron? ¿Qué le contaste? — indagó, furioso, tomándola del codo con firmeza—. ¡Dime! Ella se zafó con hastío. —Si no confías en mí, entonces será mejor que des la vuelta y nunca más vuelvas a intentar contactarme. —¿Cómo puedo confiar en alguien que está hablando en susurros luego de pasar el fin de semana conmigo, conociendo cosas que jamás le he dicho a nadie, con un hombre que busca desprestigiarme a toda costa? Cuando leyó los mensajes de Natasha, Nate dio media vuelta y regresó al área en donde vivía Savannah. No le tomó nada de tiempo, porque apenas había salido de la zona residencial. Aunque Natasha no había hecho ninguna implicación, tan solo preguntando si 379

acaso no era esa la periodista que le iba a hacer un reportaje, él de pronto creyó verlo todo rojo. Solía ser mesurado, pero nada, desde que Savannah entró en su vida, lo había sido. —Pues yo no te he pedido confianza, porque pensé que estaba implícita. Tú quieres mi cuerpo y yo quiero el tuyo. ¿Dónde está el lío, Nate? Pretendía estar al control, y siendo sincera le dolía la desconfianza de Nate. Básicamente porque ella se consideraba una persona íntegra. Y creía que había dejado claro ese punto cuando le pidió separar lo profesional de lo personal… Él se acercó, con toda su altura e imponente físico, sobre ella. Savannah no se amedentró. —Tengo que proteger a mi familia. —Eso lo entiendo. Lo que no logro comprender a cabalidad es por qué diablos estás enfadado y tratando de implicar cosas que no son ciertas. En lugar de preguntar civilizadamente, me acusas con una pregunta de la cual esperas obtener una contestación que tu imaginación conjurada con tu pasado ha prefabricado. 380

—¿Qué quería Mortensen? Ella suspiró. Decepcionada por la falta de confianza de Nate. —Un secreto tuyo que pudiese airear. —¿Y se lo diste? —preguntó con el pulso palpitándole en el cuello. La mirada dolida de Savannah surtieron efecto en él. Se pasó la mano por el cabello. Caminó de un lado a otro sobre el suelo de parqué. Intentó recuperar la calma—. Yo... —la miró— acusarte está fuera de lugar. La gente siempre quiere algo de mí. Intenta beneficiarse a mi costa. Confiar no es tan fácil… —Estiró la mano para tomar la de Savannah, pero esta se apartó. Mensaje recibido—. Lo siento. —Soltó una risa hueca— . Creo que nunca me he disculpado tanto con una mujer. —Quizá sea tiempo de que empieces a practicar si pretendes continuar cometiendo errores de este tipo —contestó Savannah con voz queda. Arrepentido por el exabrupto, Nate asintió. —Y no entiendo cómo te resulta tan fácil entregar tu cuerpo, si no confías en la persona con quien lo haces… 381

—No es lo mismo que entregar mi corazón o mi alma. No está nunca en el tablero de juego. —Comprendo —replicó. —¿Lo haces? —Quiero descansar —dijo a cambio. —Savannah… —¿Sí? —¿Te amenazó Mortensen? —preguntó con suavidad. —No. —Mintió. No quería que pensara que ella necesitaba un caballero ambulante, mucho menos uno que no deseaba ser el de nadie. Tenía la suficiente capacidad para lidiar con sus propios problemas. Su dilema con Mortensen ahora era personal. Se había metido con su familia. Y tenía una decisión por tomar. Si la integridad de Savannah valía tan poco para Nate, ¿por qué entonces ella tenía que esforzarse en decidir sobre agregar o no al reportaje detalles sobre los secretos de ese hombre? «Porque para ti la ética, indistintamente del cretino de turno, no es negociable.» —. Hasta pronto, Nate. Él hizo una negación con la cabeza. 382

—¿Estamos bien? —No somos una pareja, te lo recuerdo. Nate apretó los dientes. —Eso no implica que tenga que ser descortés y desentenderme si algo te ofende… —En especial cuando el causante de la ofensa eres tú —lo interrumpió. —Principalmente en ese caso. Savannah suspiró. —No hay rencor, Nate. Con un asentimiento, departamento.

él

salió

del

Mientras manejaba por las calles silenciosas de la nocturna Louisville, una certeza se anidó en el pecho de Nate. Savannah no le había dicho la verdad. Lo supo cuando su mente estuvo lo suficientemente despejada. Cuando le preguntó por Mortensen y la existencia de alguna clase de amenaza, ella evadió por instante su mirada. Algo había ocurrido. Luego de haberla acusado no podía regresar, pero él contaba con muchos recursos para averigüar lo que necesitara. 383

Esa mujer empezaba a importarle, y aquello implicaba una debilidad en sus defensas que no podía permitirse.

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CAPÍTULO 16

El arreglo de flores que recibió en la oficina, le arrancó una sonrisa a Savannah. Quizá, Nate, no era tan cretino. El arreglo no tenía remitente, pero, ¿quién si no él era quien había hecho el envío? Era unas orquideas hermosas. —Quien quiera que sea tu admirador —dijo Gianna sonriendo— seguro que se merece un beso de agradecimiento. —Seguro —replicó Savannah con una risa, pero al instante recordó que tenía que hablar con su compañera. La sonrisa se evaporó de su rostro—. Escucha, Gianna, hay algo que debo decirte. Me encontré a Mortensen ayer en la noche en la obra de teatro. Amenazó con utilizar su influencia para dañar el negocio de antigüedades de mis padres. La mujer se acercó más al cubículo de Savannah.

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—¿Cómo puede ser posible? Ese hombre no tiene escrúpulos. Vaya. —Quería que desprestigie a Nate en el reportaje que hicimos juntas… Jamás podría comprometer mi trabajo de ese modo. Mucho menos el tuyo. Gianna la miró con cautela. —Hay algo que debes saber de Mortensen. No es un tipo limpio, y no, no te lo digo por la amenaza que puso sobre ti. Ha amenazado a todo el mundo de alguna forma, pero solo cuando realmente se siente entre la espada y la pared actúa. Créeme, que si hubiera querido intimidarte con acciones, no te lo hubiera dicho. Habría tomado acciones... Sus tratos con gente poco fiable es una de las principales razones por las cuales el gobernador, a pesar de su amistad con él, está pensándoselo mucho antes de considerar la posibilidad de poder darle los permisos para que sea su empresa la que construya el centro comercial en la ciudad. La licitación es dentro de dos días. —Comprendo. —En el caso de que te sientas amenazada de verdad por Mortensen, debes decírselo de 386

inmediato a Daniel. Y aún si no es así, comentarle el antecedente. Es su deber como dueño del periódico proteger a los periodistas. Ya tenemos suficientes compañeros que son amedrentados por el simple hecho de contar una historia, una verdad… Savannah asintió. El índice de asesinatos, secuestro e intimidación a los periodistas era alarmante. En especial a lo largo de los países latinoamericanos. En el caso de Estados Unidos, al menos —aparentemente— la democracia como concepto aplicado continuaba siendo un referente. —No puedo retractarme, ni pienso hacerlo, tampoco dejar al descubierto la vida privada de Nate. —Seguimos con “Nate”, ¿eh? Savannah se sonrojó y era todo lo que Gianna necesitaba saber. —Ten cuidado que los lobos solitarios no siempre quieren dejar de estarlo. —¿Vas a hablarme con acertijos?

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—Tú sabes que te estoy diciendo esto muy claro —dijo haciéndole un guiño, antes de apartarse para continuar trabajando. Savannah se puso de pie para ir a la oficina de Daniel y dejarle saber lo que había sucedido con Mortensen. También tenía en el tintero decirle que no volvería a tomar ninguna asignación de reemplazo para Gianna, y que esperaba que, en el caso de haber alguna otra necesidad, la asignasen a otra sección porque no quería tener que lidiar con temas espinosos y soportar a otro Mortensen. Al terminar su día, agotada pero satisfecha de los resultados de su trabajo, Savannah bajó a buscar su automóvil. —Señorita Raleigh. Ella se giró de inmediato. Scott Dielsen. Se llevó inconscientemente una mano al pecho como si de esa manera pudiera disipar el susto que le estaba causando tener a ese hombre ante ella. Miró a un lado y otro. La zona exterior del periódico no solía estar muy transitada a esa hora. El guardia de seguridad —tan oportuno— parecía haber encontrado algo mejor que hacer en lugar de estar alerta: comer donuts y tomar 388

café como si fuese lo más importante del ocaso del día. —No debería estar aquí —expresó controlando el temblor que le recorrió el cuerpo. Empezó a caminar con rapidez y metió la mano en su bolsa mientras lo hacía. Iba a llamar a la policía. Scott la siguió de cerca. —Has arruinado mi exposición, Savannah. Y has tenido la osadía de ponerme una orden de alejamiento. —Que está rompiendo, señor Dielsen — dijo—. Deje de amedrentarme. Deje de enviar a quien sea que haya contratado para que trate de intimidarme. ¿Lo comprende o no? —inquirió deteniéndose antes de cruzar la calle para llegar al garaje y escapar lo más pronto posible. O eso, o rogar que pasara un taxi y la sacara inmediamente de ahí. —Quiero que cambies ese artículo. Quiero que me devuelvas la posibilidad de que los críticos me den una segunda oportunidad — espetó tomándola del brazo con fuerza—. Soy un artista. Vivo de mis cuadros. 389

La mirada fiera y la expresión atormentada la asustaron. —¿O si no, qué? Él la soltó. —Está avisada. —Luego se apartó con agilidad. «Demonios.» Savannah sentía las piernas temblorosas. ¿Tan elevado era el ego de ese hombre que no tenía reparos en contratar a alguien para intimidarla, mientras él se armaba una coartada? Con paso rápido buscó la seguridad de su automóvil. Encendió el motor con dedos temblorosos y puso rumbo a la casa de Chelsea. Conversar con su mejor amiga iba a disipar el susto. Podría llamar a los oficiales para decirte que Scott había violado la orden de alejamiento, pero, ¿cómo lo justificaba? No podía. *** Los siguientes días pasaron con bastante velocidad… y pasión. Nathaniel y Savannah disfrutaban de las noches hasta casi el 390

amanecer. La lujuria se intensificaba a medida que el nivel de erotismo y conocimiento de sus cuerpos iba avanzando. No existían límites en lo que el uno y el otro se entregaban. Aunque Nate estaba de vacaciones, en realidad solo era una formalidad, pues continuaba trabajando. Natasha no se mostró muy contenta al tener que ir a una reunión imprevista de negocios en plenos días de ajetreo por las festividades. Por otra parte, Savannah estaba tranquila porque Mortensen, tal como le dijo Gianna, intimidaba y amenazaba pero no actuaba en consecuencia. Al menos sus padres no se habían quejado de ventas bajas en la tienda o dado algún comentario que pudiera darle a Savannah un indicio de que algo no encajaba. Un torpedo menos que intentar esquivar, se dijo ella. Lo que sí la había dejado ojiplática era un cuadro —obviamente el remitente era Dielsen— que le llegó a la redacción envuelto en un pomposo material. Era la representación de varias manos, femeninas por supuesto, en diferentes estados de descomposición. Parecía tan real como vomitivo. Ella llamó a los oficiales, pero le dijeron que si el cuadro no 391

estaba firmado, primero, no constituía una evidencia de nada; y segundo, una pintura — dado que ella era redactora del área de cultura— no era una amenaza, sino que parecía más bien un detalle como cualquier otro de un artista que hubiera querido hacerle llegar un presente. Savannah llamó a los conserjes del periódico y les pidió que se llevaran esa pintura al basurero. Si Scott quería asustarla, pues lo había conseguido. «Maldito hombre con su ego artístico.» Faltaban cuarenta y ocho horas para Navidad, así que Savannah solo pretendía involcurarse de ahora en adelante en lo que realmente le importaba. Era veintidós de diciembre y estaba asignada para una cobertura de último momento. Los freelance ya habían enviado sus notas a la redacción para los próximos días, y ella era la última que quedaba de la sección cultura en la oficina. Con el viento frío y la nieve salió hacia uno de los orfanatos que más niños albergaba en la ciudad. Estaban exponiendo dibujos y manualidades relativas a la fecha navideña. 392

Tenían un costo, así que lo que se recogiera de las ventas iría destinado a continuar ayudando a mantener el sitio. Mientras abría la puerta de su automóvil para ir a casa a darse un baño y cambiarse para hacer su nota periodística, Savannah pensó en la noticia que vio en los periódicos esa mañana. Aunque la noche anterior, Nate se la contó entre besos y champán, en la cama. C&C Constructores había ganado la licitación para el nuevo centro comercial que iba a empezar a construirse en febrero. Las autoridades se habían tomado un largo tiempo para decidirlo, en especial porque Gianna —quizá en un gesto de justicia periodística hacia Savannah por los intentos de intimidación de William Mortensen— hizo una publicación en conjunto con Max sobre el negocio ilícito que manejaban algunos empresarios en la ciudad, del área de la construcción, y que no solo afectaban la economía sino que incurrían en competencia desleal. El ejemplo del reportaje de los dos periodistas fue Mortensen. Aunque no existían acusaciones directas, sí que servía de pauta para 393

que las autoridades dejasen de hacerse de la vista gorda e indagaran más a conciencia. Esa noche, Nate le dijo que tenía una sorpresa para ella. Lo cierto es que ese hombre está repleto de unos detalles que jamás hubiera imaginado. Después de Connor, su vida era un caos, y apenas empezaba a encontrarle sentido a dejarse llevar. Era muy difícil decir que sentía algo distinto a la lujuria por Nate, porque se sentía confusa. Quizá habían pasado dos semanas o un poco más desde que se conocieron. Varios días de ser amantes, pero todo era tan intenso… tan… profundo, si acaso podía describirlo de ese modo, que parecía que cada día era un año con él. Sentía que encajaba a la perfección, que sintonizaban bien, no solo en la cama. Y ese era un gran problema. Porque, aunque ella dejara de temerle al amor, Nathaniel no lo haría jamás. Así que estaba en una encrucijada. Decidir abrir de nuevo su corazón o alejarse para siempre de Nathaniel antes de permitirle lastimarla. —Señorita Raleigh, buenas noches, dejaron un paquete para usted —dijo el recepcionista de turno. 394

—Gracias. ¿Quién fue? El hombre se encogió de hombros. —Usted me dijo que no dejara pasar a nadie que llevara obsquios salvo si era… —revisó en su agenda— un tal señor Copeland, pero no ha sido él. —¿No preguntó? Él negó. —El mensajero me hizo firmar el documento de recepción, pero me dijo que la política de confidencialidad les impide revelar los nombres de sus clientes, salvo que ellos — como es habitual— decidan firmar la tarjeta. Ella miró la caja azul cielo. La agitó. No pesaba casi nada. —Gracias, Howard. —De nada, señorita Raleigh. Subió hasta su departamento. Y dejó la caja a un lado. Fue a alistarse lo más rápido posible. Nate le dijo que llevara un vestido cóctel. Se había mostrado misterioso… justamente el tipo de comportamiento que elevaba su ya de por sí intensa curiosidad. 395

Veinte minutos pasadas las siete, Savannah tomó la caja de la consola del recibidor. Temía ver su contenido. ¿Más rosas negras? En esta ocasión no estaba segura di acaso era Nate. Él no era de enviar regalos… considerando que las rosas en la redacción habían sido de Connor. Le envió un mensaje de texto días después de recibirlas, preguntándole si le habían gustado. Ella, por supuesto, no respondió. Con renuencia, abrió la tapa. El mensaje de la tarjeta era tan escueto como poco alentador. Queda poco para vernos. ¿Te gusta mirar? Dejó a un lado la extraña tarjeta. «Quien quiera que estuviera detrás de esos mensajes estúpidos tenía severos problemas.» Miró con cautela la bolsa de terciopelo que estaba en el fondo de la caja. Tomó una respiración profunda y la abrió. En el preciso momento en que sacó el lazo, un líquido rojizo empezó a filtrarse de la bolsa. Savannah la volteó dentro de la misma caja, y varios pares de ojos de animales cayeron. 396

Ella no pudo evitar sentir arcadas. Corriendo llegó hasta el servicio higiénico y vomitó. «Dios, mío… primero el cuadro, y ahora esto.» No podía continuar así. No podía simplemente. Empezó a hacer una maleta con todas sus pertenencias. Iba donde Chelsea y Kyle unos días. Su amiga estaba al tanto de todos los detalles, y estaba segura de que la entendería. Guardó primordial.

con

manos

temblorosas

lo

Recogio sus llaves y salió del departamento tratando de pensar en otra cosa. Encendió el motor del automóvil. Antes de poner primera, sonó su teléfono. —Hola, Nate —dijo con una sonrisa temblorosa en los labios cuando vio de quién se trataba. El temblor no tenía nada que ver con él, y sí con la horrenda casa que aún estaba en su casa. Llamó a la estación de policías y les dijo en dónde estaría. También llamó a Chelsea, y su amiga le dijo que podía quedarse en casa—. 397

Estoy yendo a cubrir el evento del que te hablé. ¿Pasa algo? —Solo date prisa. Ella rio. —¿No me vas a anticipar de qué se trata la sorpresa? —Mmm… veamos, quizá tenga que ver con un detalle sobre las condiciones que pusiste para nuestro acuerdo. Savannah se quedó en silencio. —¿Sigues ahí? —preguntó Nate desde su casa. Esa mañana había ido a comprar los obsequios de Navidad de sus sobrinos y sus padres. Generalmente a su hermano y a su cuñada solía regalarles pasajes abiertos con todo pagado para algún destino de moda. —Yo… sí. No te lo he mencionado, pero ya no voy a ayudar a Gianna en ningún aspecto de su trabajo, aún cuando le hagan falta soportes… —comentó refiriéndose al hecho de que ella le había advertido que no mezclaría su trabajo con sus intereses personales. —Bueno, eso me despeja el camino todavía más. 398

—No me gusta cuando te pones misterioso. —En ese caso, me alegra que seas consciente que no es un misterio el hecho de que te deseo desnuda y dispuesta en mi cama. Me muero de ganas de probarte con mi boca, saborear tu esencia y deslizarme en ti. —Nate… —susurró imaginándose todo lo que él estaba diciéndole. —¿Te veo dentro de un rato entonces? — dijo con una risa grave—. Tatty ha dejado preparada una comida que se ve muy rica. —Ahora tengo que ir a una cobertura de última hora… —Tu voz suena algo… inquieta. ¿Todo va bien? «No.» —Claro, sí… yo… Desde hoy hasta unos días más adelante voy a dormir en casa de Chelsea. —¿Por qué? ¿Qué ocurre? —preguntó él con preocupación. —Nada en particular —mintió.

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—Savannah —advirtió al escuchar la duda en su voz— si algo sucede o algo te preocupa dímelo. —No somos… —Al diablo qué somos y qué no, Savannah, no seas tan necia. Si quieres que te ayude en algo, me lo cuentas. Lo resuelvo. —Pero… —Sin “peros”. Puede que los compromisos me den fobia, pero eso no implica que me desentiendo de la persona que está conmigo como si se tratara de un accesorio de uso y deshuso. —Yo… gracias. —Si algo ocurre puedes tener la misma confianza que posees para mandarme al diablo, para contarme si requieres mi ayuda. —Gracias —susurró con un sentimiento de culpa por mentirle, y pensando en la maleta que tenía en el automóvil. Tendría que hablarle sobre la ridícula situación en la que se encontraba. ¿Quién querría amedrentarla de esa manera? ¿Ojos de animales muertos? «Dios, mío.» 400

Savannah se quedó un momento sentada con los ojos cerrados. Ese hombre había cambiado su mundo de repente. No era solo físico. Y eso la asustaba. Su prejuicio sobre los millonarios como él, implicó creer que se desentendería de su existecia a la siguiente noche de la primera vez que durmieron juntos. No ocurrió. También creyó que Nate la engañaría con otras mujeres, se equivocó. Se convenció de que estaba mejor siendo su secreto amante… ya no estaba tan segura de querer mantenerse de esa manera. Era bastante aterrador el hecho de que no pudiera quitarse la imagen de Nate de la cabeza. Sonriendo, enfadado, complaciente, pícaro, sensual… Y ahora él decía que se preocupaba por ella. ¿Estaría quizá cambiando algo en él también? Dios… se sentía mareada… confusa… «Enfócate.» Calibró la calefacción, dispuesta a ir al orfanato. Al menos Arthur estaba de turno esa noche, y ya estaba esperándola en el destino de la cobertura. Cuando estuvo lista arrancó.

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Empezó a sortear las calles de la ciudad. «Menos mal todos los semáforos están en verde.» Quizá era su día de suerte. A esa hora, las siete cuarenta y cinco de la noche, el tráfico era voluble. Algunas zonas empezaban a despejarse, y otras a congestionarse. Las calles invitaban a ir más despacio. En el primer semáforo que marcó la luz roja, Savannah no pudo frenar. Con el corazón desbocado, presionó con insistencia el pedal hasta el fondo y vio cómo un automóvil que venía desde la izquierda avanzaba. El conductor que tenía en su carril la luz verde, confiado en que ella tenía la roja, aceleró. —¡Maldición, frena! ¡Frena vehículo del demonio! —gritó desesperada. Su automóvil estaba bien cuando llegó a casa. ¿Qué había pasado en esos cuarenta y cinco minutos que subió par acambiarse?—. ¡Frenaaa, maldición, maldición…! Intentó, intentó e intentó hasta el último segundo presionar el freno. No hubo resultados. Lo siguiente que Savannah sintió fue cómo el parabrisas se hacía añicos y algunos pedazos 402

impactaron en ella, mientras el golpe de un automóvil en su lado izquierdo la hizo ver todo negro de repente. *** Savannah escuchaba con claridad el sonido de las máquinas. Le dolía el cuerpo como si hubiera recibido una paliza. Intentó recordar en dónde diablos estaba. No podía. Sentía que todo estaba en blanco. —Chelsea… —susurró pensando en su amiga. —Señorita Raleigh soy la doctora Frances Household, ha sufrido un accidente de automóvil —dijo una voz desconocida. Savannah abrió los ojos con dificultad hasta que logró enfocar a la pelirroja de avanzada edad que la observaba —. Tuvo un accidente de tránsito. Sufrió una contusión por el impacto. Tiene heridas leves en su rostro y brazos. Está en observación durante las próximas veinticuatro horas. —No… —murmuró una protesta con voz rasposa. No sabía porqué, pero algo le decía que 403

permanecer en ese hospital no era lo que debía estar haciendo. Le dolía tanto la cabeza. —Su familia está afuera, y también la señorita Chelsea Whitehall por quien imagino acaba de preguntar usted —replicó. —Mis padres… —Los dejaré pasar, pero por favor, no se agite. ¿De acuerdo? —Sí… *** Quizá estaba cambiando un poco, pensó Nate, mientras contemplaba un adorno de Navidad en su mano. Una preciosa bola de cristal con la representación de un pueblo de Zurich. Todos los pequeños objetos alrededor del diseño eran de oro. Lo había mandado a hacer días atrás. Sabía cuánto le gustaba la Navidad a Savannah, como también sabía que no era el tipo de mujer que aceptaría un regalo ostentoso de su parte. Era la primera vez que tenía un detalle de ese estilo con una amante. Muy a conciencia sabía que había ocurrido lo imposible. 404

Savannah le importaba. Y quizá podría ser un poco más de eso… quizá empezaba a sentir que su corazón latía y ya no solo para mantenerlo con vida. Savannah era deliciosa en la cama, sí. Aventurera, risueña y entregada, pero más allá de su cuerpo, tenía un ingenio que lo hacía tanto reír como enfadarse. Lo desafiaba. Se mantenía fiel a su acuerdo. Y él cada día se sentía menos inclinado a querer mantener su palabra de ser amantes anónimos y discretos. Detestó la sensación de celos que experimentó cuando coincidieron en un concierto de música clásica. Ella fingió no verlo. Iba acompañada de un fotógrafo. Eso no impidió que sintiera ganas de estrangular a ese hombre por estar tan cerca de ella, por hablarle, por… por todo. Aunque fue principalmente el hecho de que ese fotógrafo podía estar a la vista de todos con Savannah, pero él, no. Solía mantener su palabra cuando la daba, y como toda regla tenía su excepción, pues él pensaba aplicarla desde esta misma noche. Porque él no vivía acorde a las reglas de nadie, sino a las suyas. No más anonimato con Savannah. No pensaba volver a experimentar lo 405

que sintió al verla en ese concierto y no poder tenerla a su lado. Que ningún otro hombre se atreviera a intentar tenerla. Esperaba ansioso poder verla esa noche. Cuatro horas más tarde, Nate empezó a inquietarse. Medianoche. No sabía nada de Savannah. Llamaba a su móvil, pero saltaba la contestadora. Estaba a punto de volverse loco. Cuando vio parpadear la luz de su móvil, un número desconocido, contestó sin pensárselo. —Copeland. —Hola… lamento la hora… me llamo Chelsea Whitehall… Él frunció el ceño. —¿La amiga de Savannah? ¿Qué ocurre? —preguntó aferrando el móvil con fuerza contra la oreja. —Sé que ustedes…errr… solo quería hacerte saber que ella está en el hospital. Tuvo un accidente de tránsito y… —¿Está viva? ¿Está bien? —preguntó con fiereza. Sentía el latido del pulso acelerándose. —Sí… ella está en observación, y… 406

—¿Dónde? —interrumpió con ansiedad mientras el corazón le latía desbocado. De repente se sintió transportado años atrás. Por las mismas fechas… solo que en esta ocasión él no estaba en el sitio del accidente. La angustia se redobló—. ¡Chelsea, responde! La mejor amiga de Savannah le indicó la dirección del hospital, y antes de que ella pudiera decirle cómo había conseguido su número de teléfono personal, Nathaniel ya había cerrado la comunicación.

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CAPÍTULO 17

—Hija —dijo Shirley— ¿cómo te sientes? —preguntó con inquietud. —Como si me hubiera pasado una aplanadora —repuso tratando de sonreír. Miró a su padre y sus dos hermanos. También estaban Chelsea y Kyle. Los miró a todos—: Espero que no estén tratando de ponerse protectores conmigo. —Necesitas descansar. ¿Por qué no nos dijiste que alguien estaba acosándote? Pudo haberte matado —intervino Marshall con el tono controlado—. La familia está para protegerse mutuamente. Eres independiente, sí, pero, ¿qué te costaba habernos contado? ¿Desde cuándo has estado experimentando estas cosas? —Marshall, después, ¿sí? —intervino Shirley. Tomó la mano de su hija—: Los oficiales que estuvieron en la escena del accidente nos dijeron que ya hubo otros incidentes relacionados contigo. Están afuera… 408

quieren hablar contigo. Los médicos esperan que estés mejor, y serena. —¿Encontraron al culpable? —preguntó Savannah. No podía decir que era Scott, porque no tenía pruebas. Si el chiflado ese había contratado a alguien era muy difícil probar nada. Se sentía enferma de miedo y sobre todo impotente. Se pensaba mantener fiel a la reseña que hizo sobre los horrendos cuadros de Dielsen. Que se encargara el periódico de su seguridad de ahora en adelante. Estaba agotada de esa tensión y temor de sentirse perseguida. Agotada. Shirley negó. —Cielos… —Hey, chica —expresó Chelsea, apretando la mano de Kyle para mantenerse con fuerza. Odiaba ver el rostro de su mejor amiga magullado, y saber que ella pudo haber hecho algo cuando se enteró de que estaban sucediéndole cosas ridículamente extrañas a Savannah—. Hay algo que debes saber. Hace un momento tomé tu teléfono y… La puerta del cuarto de hospital se abrió de pronto. 409

—Buenas noches… o madrugada debería decir —dijo la inconfundible voz de Nathaniel. Su mirada fija en la mujer de cabellos castaños que yacía en la cama con sueros y raspones en el rostro y brazos. Apretó la mandíbula. —Nate —dijo Marshall, sorprendiendo a Savannah, pero no a Shirley ni al joven Maurice. El padre de la periodista estrechó la mano del empresario con firmeza—. Te agradezco que visites a mi hija. Shirley Raleigh se acercó al joven y le dio un abrazo cálido. Como si fueran amigos… como si ya se conocieran. Maurice, algo más tímido, le estrechó la mano y la apartó lo antes posible. Chelsea y Kyle fruncieron el ceño, pero también saludaron a Nathaniel. —No podía ser de otro modo —replicó Nate. —¿Alguien me puede decir lo que está ocurriendo? ¿Qué es esto? ¿Una broma de la familia feliz y el desconocido no tan desconocido? —preguntó Savannah con acidez desde la cama. Odiaba tener que estar ahí, como idiota, mientras quien quiera que estaba detrás de los envíos escabrosos y las notas crípticas, 410

estaba fuera quizá intentando dar su golpe de gracia. —Los dejamos solos para que conversen — dijo Shirley. Nadie protestó. Uno a uno fueron abandonado la habitación. Cuando la puerta se cerró. Nate avanzó hasta la cama y tomó entre sus dedos los de la atractiva mujer. —Así que no solo era Mortensen. —No sé qué quieres decir… así como tampoco sé qué haces aquí… o cómo conoces a mis padres… o cómo… —Ya te he dicho que eres muy mala mentirosa —interrumpió—. Responderé solo a las preguntas más importantes. La primera. Cuando mi cita de esta noche no llegó, me inquieté pensando que quizá algo pudo ocurrir pero debido a la naturaleza del trabajo de la mujer con la que debía encontrarme pensé que quizá hubo un retraso. Cuando ese retraso llevaba un lapso de cuatro horas recibí una llamada, antes de que yo hubiera tomado medidas personales para avergüar si algo había ocurrido, con pocos detalles que me trajeron aquí. La segunda. La llamada fue de tu mejor 411

amiga, Chelsea, quien me avisó lo que había ocurrido. —¿Por qué conoces a mis padres? —Esa pregunta no tiene necesidad de responderse por ahora. Ella puso los ojos en blanco. No iba a presionar, porque sabía que Nathaniel podía ser tan terco como ella. —Solo fue un accidente. —Eso no es lo que dijeron los policías que están afuera. —¿Los…? —Quieren hablar contigo e iban a hacerlo antes de que pudiera entrar. Los médicos les dijeron que necesitabas descansar, y yo concordé que sería mejor que descansaras. —No deberías estar aquí entonces, tengo que descansar. Él sonrió. Ambos conscientes de que, indistintamente de lo que hubieran dicho los médicos, Nathaniel se hubiera salido con la suya. —¿Por qué no? 412

—Mis condiciones en nuestro acuerdo… Él se inclinó y besó a Savannah. Lo hizo con delicadeza y dulzura. La sintió gemir, y él profundizó su caricia. Al verla en ese estado lo que más quería era llevársela en brazos y cuidarla. Que nada la tocara que nada la lastimara. Ella estaba viva. Y su corazón volvía a latir de nuevo. Cuando se apartó, Savannah lo miró con algo parecido al afecto… y en ese instante, Nate lo supo con certeza. Estaba enamorado de esa mujer. De su valentía y su independencia. De su calidez. De toda ella… Mientras conducía como loco por las calles de la ciudad rumbo al hospital rogaba que estuviera bien, que no sufriera ningún tipo de heridas graves, que siguiera con vida. Porque la sola idea de estar sin ella le parecía absurda. Sin sentido. —No hay condiciones que valgan luego de lo que ha ocurrido. ¿Cuándo pensabas decírmelo? —Nunca, porque no soy tu asunto personal. Soy solo tu amante.

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—Lo hablaremos luego —dijo Nate dejando la chaqueta sobre una de las sillas de la habitación—. Discutir no servirá de nada. —¿Por qué? Sigo siendo libre y vivo en territorio democrático. El ánimo gruñón de Savannah lo hizo reír. Luego del infierno que pasó en los eternos minutos hasta que llegó al hospital, al saber que estaba viva y lista para continuar dejando claro qué quería y qué no, escuchar su voz, indistintamente del tono que empleara, era un gran alivio. —Yo estoy al mando ahora. —Llama a mis padres. Quiero verlos. —Shirley y Marshall saben que estoy contigo. —¿De dónde los conoces? —demandó—. ¿Eres tú mi acosador? Nathaniel soltó una carcajada. —Sí, lo soy, y cuando despiertes no voy a permitirle a nadie entrar aquí hasta que expires tu último aliento. ¿Qué tal eso? —Ja-ja. Tú y tu extraño sentido del humor. 414

—Al menos tengo uno, ¿no te parece?. — Ella miró hacia el techo como si pudiera encontrar alguna contestación—. Duerme — dijo Nate esta vez con dulzura, acariciándole la mejilla—. ¿Sí? —Esto es contra nuestras reglas. No deberías estar aquí, Nate. —Las reglas se hicieron para romperse. —¿Las tuyas? Él sonrió. El alivio que sentía a verla con vida no tenía modo de describirse. —Solo cuando yo lo decida. —Pufff. Creo que eres muy mandón… — susurró con un bostezo. Con el cansancio y las emociones del horrible accidente, Savannah sintió que, por más que no quisiera, los ojos empezaban a cerrársele. Necesitaba dormir. Olvidarse de todo lo malo. Cerraría los ojos solo un momento. Luego aleccionaría a Nate sobre lo mucho que detestaba a los hombres mandones. Nathaniel salió de la habitación.

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La mejor amiga de Savannah y el que al parecer era su novio estaban sentados en uno de los sofás de la sala de espera. Él se acercó. —No nos hemos presentado formalmente —dijo extendiéndole la mano a uno y otro—. Soy Nathaniel Copeland. Gracias por haberme llamado, Chelsea. Imagino que sin tu llamada no me habría enterado de nada. Te debo una por eso. —Es mi mejor amiga… como si fuera mi hermana —murmuró—. Supongo que le hubiera gustado contar contigo. Aunque después de verle el genio —rio— no sé si seas su persona favorita. —Imagino que estás al tanto de nuestra relación. —No en detalles. A pesar de ser mi mejor amiga, ella sabe mantener su palabra. Solo sé que está contigo porque, ¿cómo no saberlo si nos une una amistad de tantísimos años? — Kyle la miró con dulzura—. Además, voy a casarme pronto, y espero que alguna vez Savannah vuelva a creer en el amor y deje de ser tan cínica. —¿Algo que quieras compartir al respecto? 416

Chelsea rio. —Será mejor que dejes que Savannah te lo diga cuando crea conveniente. —No me gustan los acertijos. —No es un acertijo, créeme. Tú… —se mordió el labio inferior— ¿vas en serio con ella o solo es una relación… de...? —Cariño, no murmuró Kyle.

seas

metomentodo



—Está bien —intervino Nate— trataré de convencerla de algunas cosas sobre nuestro tipo de relación cuando esté fuera de este sitio. —Iba a venir con nosotros esta noche — agregó Chelsea sin contenerse. Él frunció el ceño. —No lo sabía… ¿ocurre algo en el departamento de Savannah? Chelsea pensó en la seguridad de su amiga. No pensaba dejar pasar por alto nunca más cualquier indicio que pudiera contribuir a preservar su seguridad. Sin importar el tipo de relación que tuvieran Savannah y Nathaniel, ella consideraba justo decirle a ese hombre el motivo por el que su amiga había terminado en 417

el hospital con una contusión y varias magulladuras. —¿Tienes tiempo de escuchar? —No me pienso mover a ningún sitio. —Bien. —Entonces empezó a hablarle de todas las amenazas a Savannah, y a medida que lo hacía el rostro de Nate iba oscureciéndose más y más. Indicio, para quienes lo conocían, que acababa de tomar una decisión muy importante. Una vez que terminó su charla con Chelsea, se despidió de ella y de Kyle. Se encontró con los padres de Savannah. Tanto Rebel como Maurice ya se habían ido a casa, al parecer conscientes de que su hermana iba a estar bien, y no corría peligro. —Imagino que no le contaste a mi hija sobre nuestro acuerdo, ¿verdad? —preguntó Marshall. —No, no lo hice. —Deberías, muchacho —intervino Shirley— ella sufrió mucho por un chico que la engañó de una manera muy cruel. No sé los detalles, pero esa experiencia la hizo volcarse 418

de lleno en su profesión y dejar de lado la vida sentimental. Si le hablas sobre nuestro acuerdo, quizá ella vea que todavía existen los hombres nobles. —Shirley, soy todo menos noble — replicó— pero si de algo estoy seguro es que intentaré convencer a Savannah de ciertos detalles a considerar de ahora en adelante. —¿La quieres? —preguntó Marshall. No era una pregunta casual, ni tampoco simple para Nate. Se trataba del padre que sabía el tipo de relación que llevaba con su hija, y estaba pidiéndole explicaciones. Nathaniel sabía que, a pesar del sentido de independencia de Savannah, el cariño y la preocupación de sus padres era irrenunciable. —Marshall… —advirtió Shirley. Entonces, Nate decidió responder con sinceridad. Palabras que jamás pensó decir. Palabras que iban a comprometer lo que de ahí en adelante implicaría su vínculo con Savannah. Sentía que era lo correcto. Tantas veces se había prometido olvidarse de que el corazón era el eufemismo para describir de modo aparentemente tangible aquella locura que se 419

apoderaba de las emociones y llevaba al ser humando no solo a cometer locuras, sino a entregarlo todo por tratar de ser recompensado. Nate sabía que tenía un camino incierto por delante. Savannah no era una mujer que fuera dada a los sentimentalismos. ¿Y quién podría decir que él, sí? Iría poco a poco. Como buen estratega. De momento, la idea de que los padres de Savannah lo estuviesen mirando como si tuviera la respuesta a sus inquietudes lo impulsó a no solo a verbalizar una verdad, sino también a aceptarla. —Sí, señor. La quiero. Ni Shirley ni Marshall dijeron nada. No hacía falta. El rostro del matrimonio era muy elocuente. Antes de que alguno de ellos pudiera decir algo más, la doctora de Savannah se acercó. Les dijo que la paciente estaba bastante bien, pero necesitaba descanso. Probablemente experimentaría estrés post-traumático, y si creían oportuno hablar con un sicólogo le iría bien. Al día siguiente iban a darle el alta. 420

*** Connor miraba la televisión. Un programa de opinión política. Después de las últimas discusiones con Alice, lo mejor para ambos era vivir separados. El divorcio estaba firmado e iba a salir dentro de poco. Él no pensaba volver a caer en los chantajes emocionales de su pronto exesposa. Desde el momento en que se casó con ella todo fue un pequeño infierno. Deseaba con todas sus fuerzas no haber sucumbido a las idioteces tan propias de la inmadurez y haber perdido a Savannah. Entendía la renuencia de ella de aceptarlo de regreso, pero esperaba que con los pequeños gestos y detalles que estaba teniendo con ella, pudiera abrirse poco a poco para confiar de nuevo en él. Le tomó varios años decidirse a dejar a Alice. La mujer era una experta en manipulación emocional. Él procuró salvar la relación antes de que se volviera tóxica y agobiante. Había fracasado. 421

Después de que su hijo muriera ahogado, cuando apenas tenía dos años de edad en la piscina de los padres de Alice, las actitudes de ella empezaron a convertirse en un poco obsesivas. Connor intentó comprenderla. Porque el dolor también lo arrasó a él de un modo inimaginable. Pero no se dejó vencer. El tiempo pasó, y poco a poco intentó recuperar su matrimonio o al menos lo que quedaba de él. Incluso le propuso a Alice tratar de concebir de nuevo. Ella se negó… Mucho antes de la tragedia que los mantuvo unidos durante todos esos años, a pesar de que Connor sabía que era una gran equivocación, ya no se sentía atraído hacia su ahora exesposa. En una ocasión estuvo a punto de perder su empleo porque Alice decidió que tenía que dejar de salir a hacer reportería con Melannia, una compañera de trabajo y que era fotógrafa. Se volvió demandante. Absorbente. Obsesiva… y celosa. Se preocupaba tanto de él, y con quién hablaba en el trabajo o qué miraba en la computadora todo el día, que dejó de ocuparse de ella como mujer y persona… vivía y respiraba para él. Estaba atrapada en el pasado. 422

Connor no pudo soportar más vivir de esa forma. La tormenta al parecer había acabado. Ahora tenía en el horizonte procurar empezar una nueva vida. Apagó la televisión y se dispuso a buscar algo de comer en un restaurante chino. Esperaba poder encontrar un departamento en la zona en donde trabajaba para mudarse. Ganaba buen salario, pero ningún periodista que conociera nadaba en billetes de cien dólares. Así que su paso por el hotel acabaría pronto. Una empresa de bienes raíces ya tenía en la mira un departamento. Él no iba a pelear por la casa que había compartido con Alice. No quería nada que le recordara el pasado. Prefería empezar desde cero, y si para ello debía dejarle una casa a su exmujer, lo cierto es que no le importaba. Su tranquilidad mental no tenía precio. Ahora, al parecer era más listo, lo reconocía. Llamaron a la puerta. Fue a atender. —Alice, ¿qué demonios haces aquí? — preguntó al ver a la mujer que conocía desde hacía tantos años. 423

Estaba despeinada. Tenía la mirada irritada. Miraba de un lado a otro. ¿Estaba drogada o estaba ebria? Hasta donde él sabía, Alice no consumía ninguna sustancia. —¿Puedo entrar? —replicó con la voz temblorosa—. Hace mucho frío. —¿De dónde vienes? —Tenemos que hablar es importante —dijo empujando a Connor y entrando sin ser invitada. Él cerró la puerta con desgano—. He estado pensando… he tenido tiempo para pensar y sé que ahora sí podemos estar juntos. «Otra vez.» —Alice, firmamos el divorcio. No es posible. No te quiero… ya no nos beneficia emocionalmente estar juntos. Es daniño. Entiéndelo. La mujer sonrió. Se acercó y tomó las manos de Connor entre las suyas. —Ya no existe impedimento para ser felices. —¿De qué hablas? El impedimento más grande ha sido tu egoísmo y esa creencia de que te pertenezco. 424

—¡No! ¡Claro que no, Connor! Yo te amo, te adoro y por eso he dejado el camino libre de esa mujerzuela. —¿Qué has estado preguntó consternado.

consumiendo?



Alice dejó escapar una risa demencial. Casi tétrica. —Nada, he consumido nada. ¿No lo sabes acaso? Eres un periodista y no ves las noticias —soltó una risa— ¿cómo es posible? —Lo último que quiero es descifrar acertijos. Alice suspiró, como si estuviera cansada de lidiar con gente de poco entendimiento, aunque eso se extendiera también a Connor. —Ya no va a perturbarte, ni a alejarte de mí. Savannah está muerta. Connor se quedó en blanco por unos segundos. —¿Q… qué? ¿Cómo que está muerta? — preguntó con la garganta seca. —La intenté asustar para que dejara de hablarte, pero parece que no me entendió… no me entendió —repitió caminando de un lado a 425

otro, mirándolo furtivamente, riéndose— y hoy… ¡Hoy fue mi momento triunfal! ¿Me amas de nuevo verdad? Connor la sacudió con fuerza de los hombros. —¿Qué mierda has hecho? —La maté. Por ti —dijo tratando de tocarle la cara a Connor, este no se lo permitió y a cambio la sostuvo con firmeza de las muñecas—. Porque te amo. No puedo vivir sin ti. Pensé que al firmar el divorcio te darías cuenta de que querías estar conmigo. Que hablar con esa perra de la Raleigh era un error. ¿Verdad que ahora que no nos impiden querernos, vas a volver a pedirme que me case contigo? Empezaremos de nuevo. —¡Estás demente! ¿Qué le hiciste a Savannah? Alice sonrió con maldad. —¿Recuerdas que me dijiste hace un tiempo que hiciera algo productivo? Aprendí clases de mecánica. —Él se pasó la mano entre los cabellos—. Nunca pensé que me fueran a servir. Me cansé de perseguirla en medio del frío o escabullirme en su edificio. Así que 426

decidí tomar medidas más certeras. Le hice unos pequeños ajustes a ese cacharro que tiene por automóvil. —Mataste a Savannah —susurró sintiendo la sangre detenerse en sus venas. La mujer pensó que estaba halagándola y sonrió. —Solo le di su merecido por mirar a hombres que no le pertenecen… Yo pensé que a estas alturas me habrías llamado, ¡salió en las noticias! “Periodista se accidenta en la vía tal y tal, blablablá…” —dijo esto último mimificando burlonamente el tono de voz de los presentadores de noticias. Connor sabía que usar la violencia no era prudente, ni tampoco amedrentar a Alice, aunque nada querría más que ahorcar a esa mujer con sus propias manos. —Claro, ¿qué te parece si salimos a dar un paseo, Alice? —preguntó manteniendo la compostura. Algo que nunca pensó pudiera resultar tan complicado. La mirada de la mujer se iluminó. Dejó de frotarse las manos constantemente y de 427

observar de un lado a otro como si temiese que alguien la estuviese acechando. —Eso significa que me vas a pedir que nos casemos de nuevo… ¿Quieres empezar de nuevo conmigo? —preguntó emocionada. —Exacto. Ahora, acompáname —dijo tomándola de la mano, reacio, y dispuesto a llevarla a la delegación de policía. Cuando llegó hasta su automóvil, y abrió la puerta para que Alice entrara, ella sonrió. Connor se arrepentía profundamente de no haber tenido los pantalones para dejar a Alice tiempo atrás. Para urgirla a ir a un especialista… «¿Cómo se había convertido una arpía en asesina, frente a sus propios ojos?»

428

CAPÍTULO 18

Casi al amanecer, los policías que la habían ayudado desde que empezaron las amenazas, le dijeron a Savannah que la persona que estaba detrás de todas esas cartas, llamadas anónimas y formas de intimidación, además del accidente de la noche anterior, era Alice Moriarty. La mujer había confesado con la esperanza de recuperar a Connor, este último fue el responsable de llevarla a la delegación de policía en donde tomaron las declaraciones pertinentes. Aunque Savannah se sentía aliviada, no dejaba de chocarle el hecho de que la misma mujer que había arruinado su vida años atrás, hubiera intentado hacerlo de nuevo tanto años después… por Connor. El oficial MacDaniels le dio todas las explicaciones posibles y también le preguntó si ella estaba de acuerdo en dejar pasar a Connor, pues él se encontraba a la espera de hablar con ella. Savannah le 429

respondió al oficial que no… que no estaba preparada para verlo. A pesar de la rabia que la invadía por lo estúpido de las motivaciones de Alice para creer que podía ser un obstáculo en su camino de recuperar a Connor, también sintió pena. ¿Cómo podía una mujer llegar a esas instancias por un hombre? ¿Cómo era posible llegar a ese nivel de dependencia emocional… y obsesión? Pudo haber muerto y sus clases de defensa personal ni siquiera le hubieran servido, pensó con ironía. Giró la cabeza para contemplar al hombre que dormía en el incómodo sofá cama que tenía la habitación. El reloj marcaba las siete de la mañana, y ella apenas había logrado dormir largo y tendido. A pesar de que la cabeza todavía le dolía un poco, aquella dolencia no tenía nada que ver con su asombro de que Nate hubiera dormido a su lado en lugar de alguien de su familia. Lo vio abrir los ojos perezosamente. Era un hombre impresionante en todos los sentidos. No lo tenía por alguien que pudiera interesarse demasiado por otras personas… pero su opinión de Nate mejoraba cada ocasión. Terminaba 430

sorprendiéndola haciendo lo contrario a lo que ella hubiera esperado. —¿Cómo amaneciste? —le preguntó, cuando él clavó sus brillantes ojos celestes en ella. —Debería preguntarte eso a ti —replicó con la voz aún profunda por el sueño. Se estiró un poco, antes de rotar el cuello de un lado a otro y levantarse. Se acercó a la cama y tomó la mano de Savannah entre las suyas—. Aunque quizá sea el momento adecuado para indagar en tus motivaciones para haberme ocultado que alguien estaba tratando de hacerte daño. Ella resopló. —Y yo creía que las personas al despertar tenían la mente congestionada. Nate enarcó una ceja. Ella sabía que tarde o temprano, aunque ahora notaba que “temprano” se apegaba a las expectativas de Nathaniel cuando de obtener respuestas se trataba, él indagaría. Lo había dejado claro cuando se retiró el oficial MacDaniels. No era del tipo de hombres que olvidaba algo. Claro que no. —Espero una respuesta. 431

—Amanecí muy bien —expresó evasiva. —Eso me complace —replicó—. Ahora, contesta la pregunta. Savannah soltó un suspiro de resignación. Nate se acomodó a su lado, en el borde del colchón, procurando no incomodarla. —La policía estaba encargándose… así que no vi necesidad. Además, tú y yo no tenemos ese tipo de relación. Aunque te agradezco que te estés tomando la molestia de estar aquí — dijo con un tono suave, sin embargo la forma en que la expresión del rostro masculino se oscureció le dio a entender que acababa de adentrarse en aguas profundas—. Yo… —Entiendo —cortó. Él se apartó. Era evidente que ella estaba confundida y el timing no era el más adecuado. Sin embargo, no pudo evitar que el rechazo implícito de Savannah a la posibilidad de confiarle lo que había estado sucediendo, le escociera. Las mujeres que conocía habrían acudido a él sin dudarlo, aprovechando sus recursos para poner en marcha una sistemática caza de brujas hasta dar con el o la culpable de dichas amenazas. Pero una vez más, Savannah 432

era distinta a todas ellas; algo que lo ponía en desventaja al no poder descrifrarla tan claramente como le gustaría. —¿Lo haces? —preguntó dubitativamente. —Quizá tenga que empezar a tomar otra clase de medidas contigo. —No sé qué quieres decir con eso —replicó frunciendo el ceño. —Voy a llamar a tu enfermera para que sepa que te has despertado. —Nate… Él salió sin responder a su llamado, no sin antes recoger su chaqueta del sillón en donde había dormido apenas una o dos horas. No recoraba haber sentido tanto miedo como le ocurrió ante la idea de perder a Savannah. Era evidente que ella pretendía mantenerlo apartado. Aunque, ¿qué había hecho él para que Savannah supiera que existía algo más que solo lujuria de su lado? Ni él mismo acababa de asimilar del todo el hecho de haber roto su regla de oro: no enamorarse. No podía culpar a nadie de la reticencia de Savannah de dejar salir a la luz sus 433

preocupaciones personales ante él, pues fue él quien propició el acuerdo entre los dos. Al parecer su arrogancia, le estaba pasabando factura. Pero era descabellado que, a pesar de todo, Savannah no hubiera hecho alusión a lo que estaba experimentando con esas amenazas. Ahora él comprendía que era por eso que ella quería irse a casa de Chelsea. ¿Acaso Savannah no pensó en algún momento que no solo estaba en peligro ella, sino que también lo estaba su familia, e incluso él? Indistintamente del tipo de relación que tuvieran, ella había actuado con negligencia. Así que pensaba enmendar ese detalle. Lo primero que haría sería llamar a su equipo de seguridad. No le importaba que la sicópata de Alice Moriarty estuviera a las órdenes de las autoridades, no pensaba correr riesgos hasta que no hubiera un juicio y una sentencia. Le asignaría dos guardaespaldas discretos las veinticuatro horas del día a Savannah. ¿Hasta cuándo? No lo sabía. Quizá era paranoia… pero prefería al igual que con su familia, prevenir, le gustase o no a Savannah. Era suya, y él protegía 434

lo que era suyo con fiereza. Pronto, ella iba a enterarse de hasta qué punto. Nate quería saberlo todo sobre esa relación de Savannah con Connor Moriarty, en especial cuando escuchó algunas de las respuestas de ella ante el oficial MacDaniels. Pero prefirió mantenerse en silencio. Ya habían tenido suficiente, y los padres de Savannah estuvieron preocupados durante el interrogatorio pues al parecer la terca mujercita tampoco les había dicho sobre las amenazas que estaba recibiendo desde hacía varias semanas. Cuando ella rehusó ver a Connor Moriarty, con una expresión de desaliento e incredulidad, Nate quiso salir de la habitación y molerlo a golpes. Estaba seguro de que ese imbécil estaba detrás de la mala experiencia de pareja sobre la cual le había hablado Shirley horas atrás. Dejaría para después su curiosidad. Lo que no implicaba que iba a olvidarse del asunto. Por ahora tenía que arreglar un par de detalles antes de que Savannah fuera dada de alta. ***

435

Los padres de Savannah rehusaron llevarla a casa. «Nate se ofreció a cuidarte hasta que puedas andar de nuevo sin peligro.» Después de ese comentario de su padre a modo de explicación a sus motivos para dejarla ir con un total extraño, que al parecer los había convencido de que no existía mejor lugar que su mansión en los confines de Louisville, no hubo tiempo de replicar y aseverar que ella no estaba inválida, sino magullada y le dolía el brazo izquierdo un poco. Ni siquiera Chelsea fue partidaria de ofrecerle su casa. No sabía qué habría hecho Nate para lavarles el cerebro a todos. La sola idea de que ya supieran que estaban juntos comprometía su idea de poder entrar y salir de la vida de Nate sin preguntas… sin lastimarse o verse demasiado involucrada con él. Pero todo había cambiado con el accidente. La determinación que vio en Nathaniel cuando se despidió de ella esa mañana le dejó claro que tramaba algo. La idea no era alentadora, pues implicaba que él procuraría llevar las riendas de la situación. Ya tenía bastante con saber que sus padres se habían dejado embaucar por su encanto, y qué decir de 436

la traicionera de Chelsea. ¡Y el mismísimo Kyle! —Savannah —dijo Nate desde el umbral de la puerta—. Me alegra verte de pie. —Avanzó hasta ella y le tomó el rostro entre las manos con delicadeza—. ¿Te duele mucho? —indagó observando un corte sobre la ceja derecha. —No… no mucho. Menos mal puedo caminar y no tengo nada roto. Él se inclinó y dejó un beso suave en sus labios. Ella deseó más, pero no presionó, y Nate tampoco pareció inclinado a profundizar el beso. —Me alegra mucho saber que estás bien, Savannah —expresó mirándola a los ojos—. Y lo digo muy en serio. Las ojeras que tenía esa mañana ya no estaban, y con su ropa de oficina estaba más que atractivo. Ella había hecho su mejor esfuerzo para cubrir con maquillaje los raspones en su rostro, aunque no creía —ni en su versión más optimista— que pudiera verse tan fresca y vibrante como Nathaniel. Savannah no necesitaba ir a su departamento de momento, pues la ropa que 437

llevaba antes del accidente en la maleta con la que pensaba quedarse en donde Chelsea, había sido recuperada. Así que ahora estaba vestida con un vaquero, botas color negro y una camisa de mangas largas de botones. La chaqueta para el frío se la pondría antes de salir del hospital. —Yo… gracias —murmuró. La puerta de abrió de repente. Los padres de Savannah estaban en la puerta, pero Nate no se apartó, aunque en esta ocasión se limitó a rodearle los hombros con su fuerte brazo. —Shirley, Marshall, ella se queda conmigo. Estará más segura durante unos días, y luego puede regresar a casa. —Gracias, muchacho —intervino Marshall. —¿Yo no tengo enfurruñada a su padre.

voto?

—preguntó

—Después de haber actuado irresponsablemente al mantenernos al margen, me parece que, en lo que respecta a tu seguridad personal y durante los próximos días, es preferible que no seas necia y permitas que Nate te ayude.

438

—¿Me van a explicar de qué lo conocen? Porque no creo que se hayan hecho grandes amigos en tan pocas horas —expresó iracunda. —Tesoro —dijo Shirley, apartándose de su esposo. Llegó hasta donde su hija y Nate se alejó para que la señora abrazara a su hija—. No te pongas en ese plan combativo. Si Nate considera apropiado contártelo, pues lo hará a su tiempo, pues ahora lo importante es que te recuperes prontito. —Mamá… estoy bien. —Eso lo decidiré yo —replicó Nathaniel—. ¿Shirley y Marshall, vinieron en taxi de nuevo? —Los esposos asintieron. Ninguno de ellos quería aventurarse a las calles con nieve y el problema del parqueo, el taxi dadas las circunstancias resultaba más práctico—. Entonces los llevaré a casa. —Gracias… Savannah estaba enfurruñada. Y durante todo el trayecto no dijo nada. Se despidió de sus padres, aún confusa ante la actitud tan complaciente con Nate. Sus padres eran bastante liberales, pero no hasta el punto de prácticamente no discutir con las intenciones de 439

un hombre con su hija. ¿Qué le pasaba al mundo? —Supongo que están trabajando todas las tuerquitas de tu cerebro —dijo Nate de pronto, sobresaltándola. Ella miró por la ventana. Tan ensimismada tratando de entender el comportamiento de sus padres, asimilar que Alice había tratado de matarla y que Connor intentaba verla de nuevo para hablar de quién sabría qué tontería más para añadirla al repertorio, que no se dio cuenta de que estaban entrando en un camino cercado por árboles. —Estaba… sí —se aventuró a mirar el perfil de Nate mientras este aparcaba el automóvil— ¿dónde dejaste al chofer hoy? — preguntó. Él suspiró. —Sé que te sientes incómoda por muchos motivos, pero puedes irte en cuando lo desees. No eres mi prisionera. Solo quiero asegurarme de que estás bien. Savannah sabía que estaba comportándose como una tonta. Demasiada presión… 440

demasiadas cosas para asimilarlas del todo en un solo día. «Dale un descanso, mujer.» —Lo estoy, Nate… gracias por querer… ayudarme. No pretendía ser mal agradecida solo que han sido horas muy extrañas. Él asintió. —Vamos. Te mostraré tu habitación. —Mi habi… —Él se giró, interrogándola con la mirada, mientras subían las escaleras de la casa—. Pensé que —se sonrojó— olvídalo. Nathaniel sabía lo que quería decir, así que le ahorró el bochorno de continuar tratando de explicarse y sonrió. —Solo quiero que descanses bien, y creo que si comparto mi habitación contigo hoy, descansar será lo último que hagas. Savannah no pudo evitar reír. La primera risa de verdad, luego de lo ocurrido. Al menos sabía que era libre de Alice y sus locuras. Aún quedaba un tramo largo para dejar a un lado ese capítulo, y de su experiencia como periodista sabía que cuando hubiese un juicio lo más probable era que la defensa de la mujer alegara demencia para evitar la cárcel. No quería pensar 441

en Connor. Su relación con él había cambiado su vida de un modo negativo. En ausencia de Nate, cuando estaba en el hospital, llamó a Daniel y le explicó lo ocurrido. Su jefe le dijo que se tomara una excedencia hasta la primera semana de enero, y que no se preocupara que Meggie tendría que resolver quién se quedaría a cargo de la sección cultura en su ausencia. —¿Es así? —preguntó, nerviosa. No había nadie en la casa. Tatty ya se había marchado. No trabajaba todo el día. Y aunque no era la primera ocasión en que estaba a solas con Nathaniel, lo cierto es que tenía temor de que sus emociones continuaran involucrándose y haciéndole perder la perspectiva. No quería convertirse en una mujer dependiente emocionalmente como Alice. Debía preservar su independencia a toda costa—. A mí me parece que… Nate se acercó hasta que ella sintió el marco de la puerta contra la espalda, y las siguientes palabras que iba a pronunciar murieron en sus labios antes de expresarse. Los brazos de Nate la atraparon y sintió sus manos deslizándose desde sus hombros, recorriéndole los pechos, 442

apretando sus erectos pezones sobre la tela de la blusa, hasta llevar su tacto hasta las nalgas, acariciándoselas y luego tomándolas entre sus palmas. La impulsó contra él, sintiéndola y permitiéndole hacer lo propio. En el momento en que Nate cubrió los labios de Savannah con los suyos, la eléctrica pasión que siempre se filtraban entre ellos, se encendió. Él le entreabrió los labios y ella cedió sin dubitar. Se deleitaron mutuamente en el sabor de sus bocas, pidiendo y tomando, dando y consintiendo. Nate se deleitó con la suavidad y ardor de los labios femeninos, y su ego recibió un impulso al sentirla frotarse contra su cuerpo, y gemir con un toque de rendición y agonía. Savannah podía transportarlo a un estado de deseo febril, aquellas manos que estaban tocándolo como si no pudiese tomar suficiente de su cuerpo, lo quemaban con el simple contacto. No podía pensar en otra cosa que no fuera devorarla con sus labios, recorrarle con sus dedos y penetrar sus secretos íntimos con su sexo. Con voracidad le mordisqueó el labo superior con los dientes, y cerró los ojos para aprender su sabor. 443

Nate no creía que pudiese controlarse lo suficiente como para dejarla descansar. Así que cerró las manos alrededor de las delicadas muñecas y le estiró los brazos por encima de la cabeza, antes de tratar de recobrar el aliento, mirándola. Los ojos castaños estaban velados por la pasión, la boca hinchada y rosada por sus besos, y él podia sentir el pálpito de ambos corazones bombeando con rapidez. Ella creyó regresar de una tormenta en la que no existía más que solo un delicioso abandono al placer. Con los labios entreabiertos, miró a Nate. Él no estaba más tranquilo que ella, a pesar de haber sido quien rompió el beso. Espontáneamente tocó la mejilla masculina, salpicada por una barba que al parecer llevaba tres días. Nathaniel poseía un porte arrogante y autoritario, pero estas características resultaban excitantes en lugar de intimidantes. —Por esto será mejor que duermas sola esta noche. ¿Comprendes en detalle lo que quiero decir? —preguntó, observándola con intensidad. 444

Ambos respiraban con rapidez. Tocarse era como encender una cerilla sobre paja seca, un toque y el fuego empezaba sin control. Con los ojos brillantes de deseo, Savannah se pasó la lengua por los labios. El miembro de Nate vibró contra la tela del pantalón. Deseaba más que nada dejar salir la pasión que llevaba guardada, entremezclada por la angustia de pensar que la había perdido cuando Chelsea lo llamó, y la necesidad de reivindicarla como suya. Porque lo era, y si Savannah aún no era consciente de ello, él pensaba demostrárselo de todas las maneras posibles. —Sí… comprendo —susurró. —Bien. —Se apartó lentamente. Alejarse de Savannah implicaba un esfuerzo muy grande, pero ella necesitaba descansar. Él intentaba controlar los impulsos de conquistar el cuerpo de Savannah con el suyo, aunque si continuaba respirando el mismo aire y sintiendo las caricias de sus manos en la piel, no iba a conseguirlo nunca—. Que descanses. «Difícilmente voy a conseguirlo», pensó Savannah.

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446

CAPÍTULO 19

—Chelsea, me parece extremo la idea de verla —dijo Savannah mientras conversaba con su mejor amiga a la mañana siguiente—. Ya suficiente tengo con saber que está en libertad bajo fianza cuando hubiera esperado que, dadas las circunstancias, el juez hubiese determinado que debería quedarse encerrada en la cárcel hasta el juicio. Así que, ¿con qué fin debo aceptar la petición de su abogado para verla? Ya el oficial MacDaniels me dijo exactamente cuál fue la confesión de Alice y sus ridículas motivaciones. Estaban en un saloncito pequeño cuyo motivo decorativo era Marruecos. Todo rústico y en colores terracota. Parecía un pedazo de otro continente en medio de la fría tarde estadounidense. Chelsea no le preguntó hasta cuándo pensaba permanecer Savannah en casa de Nate, y aunque lo hubiera hecho no habría tenido 447

modo de responderle, pues ni ella misma lo sabía con certeza. —Entonces no tienes nada qué perder. Al menos lo está manejando todo con un abogado… —¡Esa loca ha estado a punto de matarme! Me he salvado de milagro. Chelsea apretó los labios. El recuerdo de la llamada de Marshall Raleigh le puso los nervios a flor de piel. Savannah era la hermana que siempre quiso, pero sus padres no pudieron darle —aunque adoraba a su hermano menor, no era lo mismo que tener una mujer de su misma edad para compartir momentos amargos y dulces de las diversas etapas de su vida— y la posibilidad de que estuviese lastimada, en menor o mayor grado, fue como un balde de agua fría, que le recordó lo corta y fugaz que podía ser la vida. —Y todos quienes te queremos estamos muy agradecidos por ese milagro, pero Savannah… Tienes resentimiento acumulado y es lo que no te permite abrirte a una relación. No, no me mires como si estuviera chiflada, bien sabes que lo que tienes con Nate ni siquiera tú puedes definirlo como un affaire. 448

¡Por favor! Estás más emocionalmente de lo que crees.

involucrada

Con las uñas pintadas de rojo vino, los dedos de Savannah se movieron inquietos entre sí. Eran las tres de la tarde, y Nate —aunque estaba de vacaciones por las fiestas de Navidad y año nuevo— al parecer había salido desde la mañana a alguna de sus reuniones de último minuto. Tampoco es que ella le hubiese preguntado en detalle. —No sé, Chels. A lo mejor después de Navidad encuentro la forma de reunirme con cada uno de ellos… por separado. Chelsea asintió. Savannah se miró las manos. Tatty había dejado hecho muffins de vainilla con almendras y chocolate caliente. Según le comentó tenía libre hasta los primeros días de enero, como todos los años, y especialmente desde que la exesposa de Nate había fallecido. Cuando Gianna llamó a Savannah para saber cómo se encontraba, esta no pudo ocultarle que Nathaniel era su anfitrión. Su compañera de trabajo no era ninguna tonta y sabía que había atado cabos rápidamente. Sin 449

embargo, Gianna —fiel a su personalidad— no le hizo ninguna crítica. ¿Acaso no le había advertido ya que Nate era un lobo solitario acostumbrado a jugar según sus propias normas? —Ya debo irme, Savannah —dijo poniéndose de pie— me gustaría que pudieras venir a la comida que haremos mañana. ¿Por qué no invitas a Nate? Durante tu corta estancia en el hospital hizo buenas migas con Kyle. —Imagino que la idea de estar en una relación secreta con él voló por los aires… pero, no quiero darle una impresión equivocada y que piense que hemos cambiado de estatus o que intento pegármele como si fuera una mujer necesitada de que la salven de algo. Chelsea sonrió con resignación. ¿Por qué tenía Savannah que ser tan cabeza dura a veces? —Eres muy valiente para unas cosas, pero un poquillo cobarde para otras. —Tomó su bolsa y se la colocó al hombro. El abrigo estaba en el guardarropa de la entrada de la casa de Nate—.Ya ha pasado tiempo suficiente para que tus heridas hayan cicatrizado. Tener temor es lo más normal del mundo. Lo que no es habitual es tratar de mantener una coraza 450

alrededor. Los humanos nacimos para sobrevivir, sí; para ser independientes, sí; pero también estamos para vivir en sociedad. Se trata de aprender a apoyarse en otros. No vas a perder tu independencia por amar. No tengas miedo de enamorarte. Savannah sabía que Chelsea estaba en lo cierto… pero aún le costaba asimilarlo por completo. No era sencillo cambiar la forma de concebir el mundo cuando habías vivido tantos años bajo ciertos lineamientos. Cambiar era difícil… aunque no por eso tenía que negarse a intentarlo. —Dejemos estar el asunto por ahora — replicó con rapidez antes de empezar a caminar con Chelsea hacia la salida—. Ya has visto todo el desastre que causaron mi mala decisión y mis emociones en el pasado. Aún ahora estoy pagándolo. Chelsea hizo una negación, apesadumbrada, con la cabeza. —Eres más lista que la mujer que está dándome ese razonamiento. Debiste ver lo pálido que estaba Nate cuando entró buscándote en el hospital. Realmente siente algo por ti. Si solo fueses un mero entretenimiento, créeme, ni 451

siquiera se hubiese aparecido. A lo mucho una llamada… pero él se encargó de pagar… no, olvida que dije eso. —Chelsea… Arrepentida por haber dejado escapar esa información, la rubia se cruzó de brazos. —No tiene importancia. —Ahora sí la tiene. Tendré que devolverle el dinero. —Nate se ofendería, Savannah. Lo ofenderías de verdad… y además pensaría que tus seres queridos somos cotillas. —Savannah se rio por la mirada culpable de Chelsea—. Kyle supo que Nate pagó la cuenta del hospital, insistió ante tus padres, y dijo que quizá no hubieses sufrido el accidente de no haber sido porque él te pidió que te dieras prisa. —Eso no es cierto —replicó cruzándose de brazos y perdiendo la sonrisa—. Ya hablaré con Nate al respecto. Es necesario. Él no tiene responsabilidades ni obligaciones conmigo. Chelsea resopló. —¿Acaso importa? Te estoy diciendo lo más importante: a Nate Copeland le importas 452

mucho más que solo unas noches de alucinante sexo. A ver si tu cabecita se aprende esa información. Además ese hombre es guapísimo. Para comérselo con chocolate y nata. Savannah soltó una carcajada. Sí. Nate era un pedazo de hombre de los pies a la cabeza. A pesar de su leve cojera, su paso al bailar era coordinado y elegante; y mirarlo hablar o comer resultaba agradable. Tenía una boca que ella deseaba siempre besar… y que la besara. Toda. —Yo… —se sonrojó cuando observó la sonrisa taimada de Chelsea— eres un poco entrometida. Chelsea rio y luego le dio un abrazo a Savannah. —Te quiero, Savannah. Y no te voy a permitir olvidar nuestro intercambio de regalos antes de que acabe el año como es nuestra tradición. Le devolvió el abrazo. —Imposible cuidado.

olvidarme.

Maneja

con

—No te preocupes que Kyle está al pendiente. 453

—Ah, el amor, el amor —expresó con sarcasmo. —No te ufanes de creerte libre de él — murmuró Chelsea— solo mírate en el espejo cuando hablas o piensas en el dueño de esta casa… y creo que también es el de tus pensamientos. —¡Hey! —exclamó Savannah, pero su amiga se marchó riendo hacia el automóvil que estaba aparcado en los alrededores de la mansión. *** Nate salió frustrado de la reunión. Había sido una pésima idea. Nadie tenía la cabeza en los negocios, sino en las celebraciones familiares. Así que no tuvo más remedio que postergar la reunión para mediados de enero. Aunque no era un hombre que le gustara ir de compras —todavía no conocía a uno que sí le gustara particularmente— solía tomarse un tiempo para elegir los obsequios de sus padres. Debía admitir que no tenía habilidad para envolver regalos, así que Marion fue su 454

salvación cuando le consiguió una empresa que se encargaba de esos detalles. Estaba pasando en el automóvil por una de las calles más comerciales de la ciudad. Una en especial le llamó la atención. Decidió continuó la marcha y no apresurarse. Todavía había cosas entre ambos que necesitaban airearse… Esa mañana, Nate le había dejado una nota en la mesa del desayuno comentándole que estaría en una reunión durante varias horas. También le dejó el número de la enfermera por si tenía dolor en el costado en que sufrió el mayor impacto durante el accidente. El equipo de seguridad que él había asignado, sin que Savannah lo supiera por supuesto, monitoreaba la casa. Greg, el encargado del equipo contratado, estaba alerta por si Savannah intentaba aprovechar que Nate no se encontraba, para irse. En ese aspecto, Nate había logrado entenderla. No le gustaba que interfiriesen en sus decisiones, lo cual estaba bien, pero no cuando se trataba de asuntos de seguridad. Tampoco es que estuviera secuestrada, ella podía irse cuando lo deseara, aunque él prefería 455

disfrutar del placer de su compañía. En todos los sentidos posibles. De haber sido otra mujer, él le hubiese enviado un equipo de enfermeras a la casa, pero jamás la habría invitado a quedarse en la suya ni se hubiera involucrado tanto en la situación. La capacidad que Savannah poseía para arrancarle una sonrisa cuando lo último que esperaba era sonreír, y la forma en que había logrado apartarlo de su ostracismo emocional no dejaba de asombrarlo. Era la forma de ser y personalidad de ella que conseguían todo eso… sin proponérselo. Nate llegó a casa cerca de las siete de la tarde. La nevada de la tarde se había intensificado y no quería correr riesgos de que se quedara atrapado el automóvil bajo la nieve. El tráfico era infernal, y aprovechó para pasar por la casa de sus padres dejando los regalos de la familia para que se colocaran bajo el árbol. Solo ver el rostro iluminado de su madre fue suficiente para impulsarlo a reflexionar que había sido un idiota al tratar de lamerse las heridas en silencio, mientras sus acciones entristecían a su madre. 456

Dejó el abrigo y la bufanda a un lado cuando se internó en la casa. Se desabrochó los gemelos de oro que llevaban sus iniciales, y los dejó sobre una mesilla mientras buscaba a la guapa mujer que rondaba sus fantasías nocturnas. Al tiempo que caminaba sobre el suelo alfombrado, se remangó la mangas de la camisa negra hasta los codos. La calefacción central estaba encendida y era más que una bienvenida agradable ante la temperatura de cero grados Celcius en el exterior de la ciudad. Empezó a avanzar hacia la cocina para ir primero por una taza de café, cuando el sonido de una voz, ¿cantando?, lo hizo fruncir el ceño. Venía desde el piso de arriba. Nate subió las escaleras de dos en dos y luego abrió la puerta de la habitación sin llamar. La escena que tenía frente a él no podía mal interpretarse. Savannah estaba bailando y cantando al ritmo de The Proclaimers, I would walk 500 miles. —Tienes talento —dijo Nate burlón a modo de saludo, apoyándose contra el marco de la puerta. 457

—¡N…nate! —exclamó Savannah llevándose una mano al pecho por la repentina interrupción y deteniéndose abruptamente mientras la música seguía sonando—. Errr… Hola… Llevaba horas a solas, y ya que estaba sin automóvil y no quería llamar un Uber con el frío que hacía fuera, prefirió intentar entretenerse sola. Primero, estuvo viendo un par de películas. Después se dio un baño en la tina inmensa, que más parecía una piscina discreta, en la suntuosa habitación que Nathaniel le había cedido. Finalmente, luego de que el cielo se oscureciera, pensó en escuchar música. La música siempre la relajaba. Solía bailar a solas en casa cuando limpiaba, cocinaba alguna tontería o simplemente cuando sentía que su cuerpo estaba demasiado tenso o su mente muy congestionada. Así que cuando empezó a sonar en Pandora una canción de The Proclaimers, se sintió un poco eufórica. Quizá efecto tardío de saber que, a pesar del desastre que había intentado crear Alice en su vida, estaba viva. Seguro a Nate le debía parecer un poco chiflada, pensó recordando su apariencia reflejada en un espejo lateral. Con el cabello 458

alborotado. La blusa que llevaba tenía una leyenda bastante peculiar. Recuerdo de un viaje de amigas, tiempo atrás a Las Vegas. La leyenda decía “Contigo o sin ti beberé hasta morir”. Y si recordaba bien esos tiempos, lo cierto es que había sido uno de los fines de semana más locos y divertidos. No podía hacer mucho por su pantalón de yoga… Lo miró con la respiración agitada. Se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos, porque se sentía como una adolescente pillada por un adulto haciendo travesuras en la habitación. —Supongo que te sientes mejor —dijo apartándose de la puerta y avanzando hasta ella. Savannah no se movió, ni dejó de mirarlo a los ojos—. ¿O me equivoco? —preguntó acariciándole la mejilla. Ella lo dejó hacer, lo cual era un buen indicio para Nate. Odió ver los raspones en ese rostro de piel suave. Se inclinó y los besó uno a uno, sintiendo claramente cómo Savannah contenía el aliento. —Yo… sí… quizá el estrés post-traumático me impulsó a bailar un poquito. 459

Nate rio. Una risa rica como el más fino chocolate caliente. —¿Te duele algo…? —murmuró contra el cuello femenino. —Sí… no. No. —Lo sintió sonreír—. ¿Te molesta la música? —Cuando tengo la oportunidad de ver a una mujer tan guapa como tú sin inhibiciones y sintiéndose contenta consigo misma, imposible. Sin embargo —dijo apartándose y caminando hasta donde se encontraba el reproductor. Apagó el aparato y la música cesó, sumergiéndolos en un agradable silencio— creo que hay cosas que deben hacerse sin música… en ciertas ocasiones. —Regresó junto a Savannah, observándola con avidez. —¿Ah, sí? —Exacto. Espero que te hayas sentido cómoda durante esta tarde aquí —comentó al tiempo que empezaba a deslizar las manos hacia el borde de la blusa de Savannah para quitársela— yo trabajé en una aburrida reunión. —¿Fue productiva…? —indagó perdida en el modo que esas manos fuertes y firmes se deshacían de su camiseta. 460

—Ahora que estoy aquí, me parece que ha sido una pérdida de tiempo. —Tomó los pantalones de yoga y empezó a deslizarlos hacia abajo, sin olvidarse de llevarse con ellos al mismo tiempo las bragas de Savannah. —Nate… Él no escuchó nada más que un gemido cuando —aún en cuclillas mientras se deshacía de las prendas inferiores de Savannah— acarició con la lengua el paraíso cubierto por rizos oscuros. —Oh… yo… Ah, sí —jadeó ella cuando no solo sintió la lengua ardiente de Nate, sino también uno de sus largos dedos introduciéndote poco a poco en su interior. Espontáneamente se sujetó de los fuertes hombros y echó hacia atrás de la cabeza sintiendo las caricias que iban elevando poco a poco el nivel de su temperatura corporal como ningún otro toque humano lo había conseguido. Nate se sentía embriagado por el dulce aroma de mujer, excitado por la respuesta de la húmeda cavidad y los sonidos que Savannah emitía cada tanto. Pero necesitaba tomarla con más intensidad. El único modo era tomarla en brazos y llevarla a la cama. Se incorporó. 461

—Creo que aún estás medio vestida — susurró desabrochándole el sujetador para dejar dos preciosos montículos coronados por erectos pezones a su merced— pero me ocuparé de ellos más adelante —prometió con la mirada fija en los ojos castaños, antes de acomodarla sobre el borde del colchón. —Nate… quiero verte. —Sí, señora. —En un dos por tres se deshizo de todo lo que estorbaba para entrar en contacto con la piel femenina—. ¿Mejor? — preguntó con picardía antes de abrirse paso entre las piernas de Savannah, estirándola con sus hombros hasta que esos deliciosos muslos descansaban sobre sus hombros. —Qué… —Solo disfruta —expresó con voz ronca tratando de controlar su miembro palpitante y erecto que se agitaba ante la idea de introducirse en esos labios tibios y empapados de la esencia líquida de Savannah. Nathaniel se sumergió en una exploración sin tregua. Exploró los pliegues más secretos de esa exquisita mujer, chupándola, succionándole 462

el clítoris hasta que ella solo le pedía que no dejara de acariciarla. Él no pensaba hacerlo. Se introdujo en ella con la lengua, mientras sus manos inquietas amasaban sus pechos y sus dedos traviesos, le apretaban los pezones haciéndola sollozar de placer. Ella se revolvía intentando llegar las orgasmo, pero él no pensaba liberarla tan fácilmente de su boca. Le encantaba el cuerpo de Savannah, sus reacciones a su tacto, el sabor de cada recodo. Su aroma femenino que lo envolvían como si fuese un adicto. Una adicción que deseaba conservar sin fecha de caducidad. —Eres tan condenadamente hermosa —dijo él. —Me estás volviendo loca, por favor, termina. —Oh, no, señorita periodista, primero vas a experimentar el placer a mi manera… —La venganza es… oh, cielos —susurró cuando él apretó con fuerza sus pezones— es… dulce… Con una risa ronca, Nate chupó con fuerza, hasta que la sintió explotar en espasmos en su boca. No había nada más sensual que esa mujer 463

a su merced. Era tan fiera e independiente que tenerla gimiendo su nombre y pidiendo placer sin medida lo hacía sentir poderoso. Intensamente poderoso. Todos los nervios de Savannah se tensaron mientras su cuerpo ascendía hacia un intenso clímax. No quería abrir los ojos, solo sentir el palpitar de su cuerpo ante el orgasmo más intenso que hubiera sentido. Con la deliciosa boca de Nathaniel. Con los ojos cerrados lo sintió acomodarla en el centro de la cama, ella respiraba agitadamente. No era para menos. —Mírame —exigió la voz ronca— quiero que me mires cuando entre en ti. Quiero que me sientas en cada centímetro que vaya conquistando de tu cuerpo. —Apenas… apenas puedo hablar… no te aproveches… Él rio, mitad agonía mitad alegría. —Lo hago con la mejor intención —dijo con satisfacción antes de inclinarse para tomar su boca, haciéndola probarse a sí mismo, al tiempo que su miembro se introducía en ella por completo. Hasta lo más profundo, para luego empezar a embestir una y otra vez. 464

Savannah sentía a Nate en cada pulgada de su sexo. Le gustaba el sonido de sus cuerpos moviéndose. —Mírame —exigió él de nuevo, apartándose ligeramente de esa boca sensual. Savannah abrió los ojos, y lo que él vio en ese par de gemas brillantes le calentó el corazón de un modo en que ninguna otra mujer lo había conseguido. Ella sentía por él algo más que solo lujuria. Estaba seguro—. Eso es, cariño. Ella ni siquiera quiso analizar el hecho de que era la primera vez que Nathaniel la llamaba en un tono afectuoso. Siempre era apasionado, intenso y con un ansia primitiva de llevarla una y otra vez al orgasmo. Pero “cariño”, no era una palabra que hubiera utilizado antes en la cama. —Oh, Nate, sí… más… por favor, no te detengas, no… —expresó sintiendo los movimientos de Nate, quien pronto abandonó uno de sus pechos para frotar el sitio en que ambos sexos se unían—. Dios… Savannah clavó las uñas sobre los hombros brillantes de sudor de Nate, y la necesidad de rendirse al clímax, por segunda vez, casi la cegó. Segundos después, con una última y profunda embestida, gritó de satisfacción. 465

—Te quiero… —confesó la voz gutural de Nate antes de acompañar a la sensual mujer que estaba bajo su cuerpo a un loco viaje de placer.

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CAPÍTULO 20

Cuando la bruma del placer dio paso a la realidad, él fue consciente de que acababa de dejar expuestas sus emociones. La mirada indecisa de Savannah lo ratificaba. No se consideraba un hombre que se avergonzara de lo que pensaba, mucho menos de lo que hacía, pero en este terreno era nuevo y no podía definir con exactitud a qué se debía la punzada en el pecho ante la cautela en la mujer que yacía entre sus brazos. —¿Sorprendida? —preguntó con una media sonrisa—. ¿O quizá, asustada? Savannah había escuchado cada historia, no solo en su trabajo como escritora de cultura, sino de sus compañeros que cubrían otras secciones. Ninguna de esas emociones la había preparado para escuchar decir a un hombre como Nathaniel, que la quería… Un hombre que desde un inicio le dijo que dejaba a sus amantes cuando estas empezaban a involucrarse emocionalmente. Un hombre que desde que lo 467

conoció supo que podía cambiar su mundo… y lo había hecho. Y eso la ponía en una posición incómoda. Después de tantos años sola, continuaba sin poder convencerse de sus sentimientos, menos cuando aceptó involucrarse con Nate solo porque él no representaba un riesgo de pedir más… ni permitírselo a ella. No sabía cómo manejarlo… —No entiendo —replicó con sinceridad—. ¿Qué ha cambiado? —Todo —le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja con delicadeza— desde el día en que puse mis ojos en ti. Desde el día en que te besé por primera vez. Mientras no estabas mi vida estaba llena de éxito, placer, pero carecía de la alegría a la que alguna vez aspiré. No soy un hombre sentimental, y espero que entiendas que jamás digo palabras que no siento. Te quiero. Estoy enamorado de ti. Ella tragó en seco. Tenía miedo. No podía dejar de pensar en Connor. En la mirada burlona de Alice cuando le dijo que había sido una apuesta para diversión de ellos…

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—Nate… yo… me siento halagada — susurró apartándose de pronto. Él la dejó hacer, porque podía ahora ponerse en la posición en que muchas de sus amantes estuvieron. Nate no se molestó en cubrirse, cuando Savannah tomó el cobertor que estaba esparcido entre ellos, y se cubrió dejando la prenda sujeta bajo sus brazos—. Me encantaría poder decirte que te correspondo… esto no estaba en mis planes. El acuerdo que teníamos era distinto y yo… —Lo comprendo —replicó. Savannah había nublado su capacidad de interpretar la mirada de las mujeres. Hacía unos minutos él creyó ver pasión y sentimientos más profundos, amor… nuevamente, su ego parecía haber tomado la posta—. No pasa nada. —Simplemente no contestación… porque…

puedo

darte

una

—¿Por qué? Ella soltó el aire que estaba conteniendo. El corazón le latía con fuerza. Experimentaba una mezcla de regocijo y angustia. Regocijo por saber que ese maravilloso hombre se había permitido abrir su corazón a ella, aún a pesar del pasado con su exesposa. Angustia, porque las palabras de amor que él necesitaba escuchar 469

no salían de garganta. Aún a pesar de que era muy consciente de que con Nate no era solo lujuria. Ya no. ¿Qué era entonces? Ella no creía en el amor. —Hace cinco años conocí a Connor Moriarty… —bajó la mirada— el exesposo de la mujer que quiso matarme para tener el camino libre e intentar reconquistarlo, porque creía que él y yo teníamos algo. —Él estiró la mano y tomó la de ella—. Compartí mucho de mi vida, y pensé que íbamos a casarnos y formar una familia. Todo el cuentito estúpido de hadas —dijo con voz más fuerte, mirándolo de nuevo— luego de salir un tiempo, pensé que nada podía ir mejor. Hasta que descubrí que mi virginidad y mis sentimientos formaron parte de una torcida apuesta entre Connor y Alice, de que él podía conseguir seducirme. Siempre me dijo que me quería. Que estaba enamorado de mí. Fui tonta —continuó con pesar— le creí. Infiel era poco… me rompió el corazón. Y cada que lo recuerdo me arrepiento. Dejé de creer en el amor, Nate. Ni siquiera estoy segura de mis propias emociones. Por eso acepté que fuésemos amantes. Por eso…

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—Preferías el anonimato. Que no supiera nadie que estábamos juntos —interrumpió comprendiendo las condiciones que puso ella al inicio—. No te tenía por una mujer que tuviese miedo. —No tienes derecho a juzgarme cuando tú has vivido recluído por el pasado, Nate… Escucha, no estoy tratando de entablar una discusión. Solo quería que supieras que si no puedo corresponderte no es por ti es… Nate soltó una carcajada carente de alegría. —¿En serio me vas a soltar ese cliché adolescente de “no eres tú, soy yo”? Savannah, si no puedes o no quieres enfrentarte a tus sentimientos, estás en todo tu derecho. Solo recuerda que tengo treinta y siete años, no quince. Si vas a darme un argumento, por favor, que sea a la altura de tu edad y la mía. Ella apretó la mandíbula. —Me has dejado confusa… —susurró sintiéndose vulnerable—. No sé cómo asimilar tu confesión. Nate asintió, antes de incorporarse sobre el colchón. 471

—Simplemente acéptala como lo que es: la verdad. No espero que me digas que sientes lo mismo si no es así, pero al menos dime algo. —¿El qué? —¿Dejarás que me acerque de nuevo y tratar de que entiendas que no miento al decirte lo que siento por ti… o piensas alejarte? Savannah se quedó callada un largo rato. —Me gustaría tomarme un par de días… han pasado demasiadas cosas a mi alrededor. ¿Está bien? —indagó con inquietud. De pronto todo se había salido de sus manos en menos de cuarenta y ocho horas. ¿Cómo era eso posible? —Si es lo que necesitas. Hazlo. —Miró los copos de nieve que caían fuera de la ventana—. Mañana es Nochebuena…Espera aquí. —Salió tan desnudo como el día en que nació y bajó hasta su estudio. Tomó el globo de cristal navideño y subió. Ella lo miró con sorpresa. Abrió la caja y se quedó admirada. —Es hermoso —susurró agitándola, mientras las escarchitas cubrían el paisaje 472

interior. Lo miró con emoción—: Pero Navidad es una fecha en que… —He decidido dejar mi pasado atrás, gracias a ti. Saber que te quiero me hace libre y cautivo al mismo tiempo. Pero son más los beneficios que implican quererte que aquellos que implican no hacerlo y continuar mi vida centrado solo en trabajar. —Nate… —susurró con el alma en los labios. No estaba segura de mezclar la lujuria con el amor… no de nuevo, no quería decir palabras que pudieran condenarla al sufrimiento como en el pasado—. Yo… me alegro que hayas decidido continuar tu vida. Él sonrió, como si pudiera leer lo que estaba elucubrando en esa cabecita, y le tomó la mano con dulzura. —Feliz Navidad adelantada, Savannah. «¿Por qué tenía que ser tan encantador? ¿Por qué ella tan necia y cínica? ¿No deberían acaso los papeles estar invertidos» —No te he comprado nada…todavía. —Los regalos no son importantes para mí. Prefiero hacerlos que recibirlos.— Tomó el 473

globo de cristal de las manos de Savannah y lo dejó sobre la mesilla de noche—. Pasa la noche conmigo. —Nate, prefiero ir a casa. Yo necesito… necesito juntas las piezas de mi vida nuevamente. —Él se quedó callado—. Gracias por cuidar de mí. Y pagar la cuenta del hospital, aunque no debiste hacerlo… gracias. —Creo que te has cuidado bien estando sola —dijo con una sonrisa omitiendo hacer comentarios sobre la cuenta del hospital—. ¿Te llevo a casa? —Yo… sí, gracias. Iré a darme un baño primero. Él se incorporó de la cama y recogió la ropa que había dejado esparcida. Solo se puso el bóxer de nuevo. Lo que quedaba de prendas, lo sostuvo en el brazo. —Te veo abajo en un rato, Savannah. *** Dos días antes de año nuevo.

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Nate había respetado su necesidad de espacio. No la llamó ni le escribió. Ella no tenía excusa alguna para intentar saber de él. Sabía que tenía que aclararse, pero cada día lejos de él se sentía más confusa y ansiosa. El cariño y el entusiasmo de su familia fueron un bálsamo para terminar de sanar los resquicios del resentimiento que tantos años había guardado. Sus padres habían organizado en la tarde un brindis por el incremento de las ventas en la tienda de antigüedades y también la amplicación pequeña para agregar una salita de café para quienes fueran a hacer sus compras. Savannah estaba eufórica que las cosas empezaran a marchar bien para sus padres. Se sentía aliviada de ratificar el hecho de que Mortensen, a pesar de sus amenazas aquella lejana noche, no hubiera tomado represalía contra su familia por un artículo periodístico. Esa mañana iba a verse con Connor. Después de pasar unas maravillosas fiestas de Navidad con su familia, hacer el intercambio de obsequios con Chelsea —quien se mostró contrariada cuando le comentó lo ocurrido con Nate, tildándola de cobarde. Sin ningún preámbulo— y unos minutos visitando el 475

periódico para saludar a sus compañeros de trabajo, Savannah se sentía más centrada. Y cada minuto del día, su mente volvía a Nate. Lo echaba de menos. No solo la forma en que conectaban en la cama, sino su visión de la vida, su hilarante cinismo, y sus inteligentes argumentos para defender una causa o una posición —en cualquier ámbito sobre el que charlaran— en la que creía. Savannah caminó hasta el Starbucks que quedaba a seis cuadras de su departamento. Su exnovio estaba ya sentado en una de las mesas del local. Se incorporó para saludarla, y ella, por primera vez en muchos años, no sintió ganas de salir corriendo o recriminarle sus acciones pasadas. —Gracias por venir, Savannah —dijo él con cierta timidez, muy impropia de un hombre que a lo largo de los años había conseguido primicias invaluables en el periodismo local—. ¿Cómo estás? Las arruguitas pronunciadas que se marcaban alrededor de los ojos de Connor eran el único indicio de que su vida estaba plagada de malas noches, y que el estrés había hecho presa de su cotidianidad. 476

—Mucho mejor, si acaso lo preguntas por las secuelas del accidente. —Él hizo un sonido de pesar—. No lo he traído a colación para que te sintieras mal, Connor. Acepté verte porque creo que es tiempo de cerrar el pasado por completo. —Yo sigo queriendo estar a tu lado y recuperar lo que estúpidamente perdí. Savannah lo miró con tristeza. —Éramos muy jóvenes entonces, Connor. Ahora somos más maduros y juiciosos. No tiene sentido regresar el tiempo. No deseo hacerlo. Lamento mucho que tu matrimonio con Alice haya resultado tan… complejo. —Él sonrió ante el intento de Savannah de no sonar grosera y utilizar un eufemismo—. Pero yo he pasado la página. Por eso quería verte. —Me siento tan culpable por el daño que te causé. Y mucho peor al saber que Alice estaba tratando de amedrentarte creyendo que tú y yo teníamos un romance en marcha y por eso había decidido hacía tiempo divorciarme de ella. — Savannah sonrió con tristeza—. Pudo haberte matado… —se pasó las manos por el rostro— Dios… a veces me arrepiento de no haberle pedido el divorcio antes. Por dejarme convencer 477

por cobarde… por no ir por ti cuando debí hacerlo años atrás. Savannah extendió la mano y tomó la de Connor sobre la mesa. —Piensa que ahora Alice está tras las rejas, probablemente su abogado logre encontrar el modo de trasladarla a una clínica siquiátrica o quién sabe… pero de no haber sido por ti, Alice quizá ya hubiera logrado su cometido y no estaríamos esta mañana disfrutando de un café. Él sonrió y le dio un apretón a los dedos suaves que estaba bajo los suyos. No había peor lucha que la no se hacía, pero dadas las circunstancias y el pasado en común, Connor sabía cuándo había perdido una batalla. Y en esta ocasión era así. —El hombre al que decidas amar será muy afortunado. —No creo ya en el amor… y no, no lo digo para hacerte sentir culpable, ni mucho menos. Ya no existe rencor de mi parte hacia ti. Te he disculpado. Y es lo mejor que he hecho para continuar sin arrastrar las cadenas del pasado. Vivía resentida y eso solo ha contribuido para alejarme de la posibilidad de volver a amar. 478

—¿Por qué no crees, Savannah? —No hay garantías de no volver a sufrir. Él inclinó la cabeza hacia un lado como si estuviese analizándola. O tratando de encontrar un vestigio de malicia aún subyaciente sobre lo ocurrido entre ambos. No lo encontró. La disculpa de Savannah hacia él era sincera. Connor miró su reloj. El tiempo con el pasado había terminado. Su vida con Alice estaba acababa. Y saber que Savannah lo había disculpado, y también que era firme en su deseo de no tener nada que ver con él sentimentalmente, afianzaban su deseo de continuar una vida lejos de Louisville. Dos días atrás recibió la propuesta de un medio de comunicación en Washington D.C. Podía darles su contestación hasta el dos de enero, pero él acababa de decidirlo. Iba a mudarse de ciudad y a empezar de nuevo. —Ya tengo que irme, pero antes te voy a dejar una pregunta, cuya respuesta va a ser absolutamente tuya. Ella sonrió. —Ah, tus reflexiones. Ya las había olvidado —dijo con sincero alivio porque sus hombros 479

no cargaban más pesar, y su corazón se sentía liviano en el pecho. Ambos se pusieron de pie y caminaron juntos hacia la salida. —¿Dejarías de amar a tu familia porque no tienes garantías de que mañana despierte a tu lado, y porque sufrir sería inevitable? —Esa es una buena pregunta —replicó con una risa que no tenía nada de alegría porque sintió un dolor en el pecho al recordar la mirada abiertamente sincera de Nate cuando le dijo que la quería—. Adiós, Connor… Él le dio un abrazo breve, antes de ajustarse la bufanda y caminar hasta perderse de vista.

Los Raleigh no se caracterizaban por ser una familia particularmente silenciosa. Les gustaba reír a carcajadas. Tomarse el pelo, pero sobre todo, celebrar en grande los triunfos u ocasiones especiales. La tienda de antigüedades “Millenium” tenía una nueva fachada. La madera exterior estaba intacta, los cristales que fungían de 480

protector de los escaparates impecables —como siempre, aunque estos parecían completamente nuevos— y la mercadería estaba mucho mejor organizada. Savannah no solía pasarse por la tienda. De hecho, hacía más de seis meses que no andaba en los alrededores. Por el trabajo y por tantas cosas. Se adentró en el cálido interior, maravillada por los cambios. Sus padres la observaban con una gran sonrisa, y sus hermanos, tanto como Chelsea y Kyle, disfrutaban de unas entradas que Shirley había preparado. Sonaba Schubert de fondo en uno de los toca-discos antiguos que tenían sus padres. —¡Vaya, qué maravilloso! —exclamó mirando a sus padres con una gran sonrisa—. Imagino que las ventas han sido realmente buenas… —los miró con suspicacia— espero que no hayan pedido una hipoteca para hacerlo. —Oh, no, no, hijita, claro que no —dijo Marshall, acercándose para envolverla con sus brazos—. Todo esto es gracias a un gran amigo que nos propuso formar una sociedad. —Miró a Shirley—. Y nosotros creímos que fue una buena propuesta, pues al final necesitábamos una inyección de liquidez y mejorar la imagen. 481

¡Tenemos hasta un plan comercial! Nunca lo imaginamos. —Kyle y yo queremos comprarlo todo — comentó Chelsea con su habitual optimismo. —Ya quisiera conocer entonces a ese señor tan listo como para fijarse en nuestro negocio —expresó sonriente. Savannah podía ahora entender la pregunta de Connor de esa mañana. Mirando a todos sus seres más allegados, no podría dejar de quererlos menos, ni por un minuto, aún cuando supiera que algún día ya no estaría a su alrededor. No podría dejar de quererlos por el miedo a perderlos. ¿Qué clase de vida era esa? Ninguna. No podía dejar de amar por el temor a sufrir, porque entonces estaría perdiéndose momentos maravillosos que podrían compensar con creces esos ratos de tristeza. Qué tonta podía llegar a ser a veces, pensó con resignación. —Pero ya lo conoces hija —dijo Shirley con una sonrisa tímida—. Es Nate Copeland. Nuestro socio desde hace unas semanas. Eso dejó ojiplática a Savannah. 482

—¿Nate? ¿Y cómo…? ¿En qué momento…? —no le salían las preguntas completas, porque de pronto tenía demasiadas—. ¿Eso qué quiere decir…? —Nos pidió que no te dijéramos nada — explicó Maurice desde atrás. En los ratos libres ayudaba en la tienda a sus padres, y estos le pagaban una cantidad considerable para que sufragara los gastos que un adolescente podría tener—. Pero estos días te hemos visto un poco triste… así que creo que es justo que sepas que Nate… pues me cae bien. Sales con él, ¿no? Ante la inusual confesión de su poco-dadoa-hablar hermano, Savannah no pudo hacer otra cosa que sonreír, al tiempo que la sensación de asombro no abandonaba sus emociones. ¿Nate había invertido con sus padres? ¿Por qué? —Maurice, no seas tan metomentodo — intervino Rebel. —Digamos que sí… salgo con él — murmuró Savannah. Se giró hacia su padre—: ¿Han tenido problemas financieros…? ¿Qué ocurrió? —Un hombre vino a amenazarnos. Un tal William Mortensen. Estaba enfadado porque tú 483

no querías ayudarlo con algo sobre Nate, y él vino a decirnos que si no te convencíamos iba a arruinarnos… —dijo Marshall. Savannah se cruzó de brazos. —¿Y en qué momento aparece Nate? — preguntó, incrédula, al reparar en que Mortensen no solo había intentado cobrar su amenaza, sino que la pobre de Gianna tenía la extraña impresión de que el hombre era de los que no cumplía sus amenazas. Ufff. —Nos dijo que estaban saliendo juntos, y que le preocupaba que pudieses tener tropiezos con un hombre llamado William Mortensen y uno de sus empleados le dijo haberlo visto pasar varias veces por nuestra tienda. Nosotros le dijimos que, efectivamente, nos había amenazado. «¿Nate había hablado con sus padres sobre su relación? ¿En qué momento había tomado esa decisión unilateral?» —¿Y no se te ocurrió pensar que Copeland podía haber estado mintiendo? —Claro que no —intervino Shirley— he leído los reportajes que haces, y entre ellos el de ese muchacho. Tengo buen instinto para 484

reconocer a los buenos y los malos chicos. Por ejemplo, ese Connor… —¡Mamá! —exclamó Rebel. —No pasa nada —repuso Savannah con un suspiro— ya he aclarado todo con Connor. Hemos tomado un café hoy y zanjado diferencias. Y en lo que concierne a Alice… ya saben que está tras las rejas. En todo caso, no me quiero desviar, ¿qué más pasó con Nate, papá? A regañadientes, Marshall le comentó que cuando Nate supo que la tienda estaba en apuros le ofreció darle un plan comercial. Ante la mirada indecisa y desconfiada de ellos, les explicó que él jamás se metía en un negocio sin antes haberlo estudiado y que era precisamente eso lo que iba a hacer. Marshall y Shirley habían aceptado esa primera oferta. Tres días después, Nate apareció con un plan de trabajo y de negocios para potenciar “Millenium”. Se necesitaba mucho capital para todas las innovaciones, y ni Marshall ni Shirley estaban en condiciones de aceptar un préstamo de nadie, mucho menos ir por uno al banco. Así que Nate les ofreció asociarse con ellos, una vez que les explicó cuán viable y rentable podría resultar la 485

tienda con una mejor administración y un empuje de nueva cartera de clientes recomendados por él y su círculo social. —¿Qué porcentaje posee él de la tienda? —El cuarenta y cinco por ciento —dijo Shirley—. Y solo nos dijo que manejáramos las cosas como nos indicó, de vez en cuando envía a un asesor y un contador lleva los temas monetarios. El negocio ha mejorado mucho. Estamos agradecidos con ese muchacho. Además de que parece que está… —Shirley —zanjó Marshall tomando a su esposa de la mano, con un ligero apretón para que se callara. Luego se giró hacia Savannah—: Él no quería que tú supieras, pero como dice tu hermano tu mirada no es igual que cuando estabas con él hace unos días. —¿Cómo puedes saber sobre mi mirada, papá? No exageres. —Es tan fácil darse cuenta —intervino Chelsea con una sonrisa—. Desde que empezaste a salir con él tienes otro semblante. Es normal que tus padres intuyan que se deben a una persona especial… aunque tú no quieras verlo o aceptarlo. 486

Savannah se echó a reír. Bueno, al parecer Nate tenía un equipo de fanáticos en su familia. —Él creía que era su culpa el hecho de que Mortensen hubiera cargado contra ti de algún modo… dijo que fue su idea que tu periódico trabajara un especial con empresarios jóvenes y que jamás nos hubiese hecho una propuesta de negocios, si no hubiese creído que “Millenium” tenía potencial. —Ahora comprendo, todo —expresó Savannah con una sonrisa y un agradable sosiego en el corazón—. ¿Les he dicho que son la mejor familia, y amigos, del mundo? —¿Eso significa que no estás enfadada porque aceptamos la ayuda de Nate? —Significa que voy a reconocer que la vida puede ser mejor si aceptamos que otros nos ayuden… siempre y cuando sea en equidad de condiciones… —Para beneficio de las partes —dijo Rebel interrumpiendo como si conociera lo que iba a decir su hermana mayor a continuación. *** 487

Nathaniel había pasado las fiestas de Navidad más amenas que podía recordar. Estar rodeado de su familia no tenía precio, y ser consciente de la cantidad de tiempo que había desperdiciado al estar sumido en su particular mundo de pesares, lo hizo sentir estúpido. Savannah había cambiado su vida. Y aunque nada quería más que buscarla y llamarla para decirle que él esperaría, que tenía toda la intención de conquistarla si ella se lo permitía, también sabía que darle el tiempo que le pidió era lo justo. La vida seguía su curso, y esa noche había recibido la invitación inesperada de Natasha para asistir a una fiesta para celebrar el fin de año. Su socia y el esposo de esta, le dijeron que era algo discreto y más que nada para mantener los contactos que se necesitaban. Nate estaba convencido de que Tash esperaba que se negase. Por eso, desde el otro lado de la línea telefónica, sonrió cuando —ante su respuesta positiva a la invitación— su parlanchina socia se quedó en silencio. Era tiempo de que el lobo solitario saliera de su confinamiento habitual. Se ajustó la chaqueta y bajó las escaleras. 488

*** Savannah había decidido que empezaría un nuevo ciclo aceptando el amor de Nate, pero especialmente, ofreciéndole el suyo. Su mente estaba clara. Su corazón carecía de dudas sobre a quién le pertenecía. A quien le había pertenecido siempre. Luego de todo el tumulto que se armó en torno al accidente que tuvo, Scott Dielsen fue a verla personalmente una tarde. El abogado del periódico —con la petición de Savannah— solicitó que se eliminará la orden de alejamiento contra el pintor. El hombre le pidió disculpas porque sus acciones la habían llevado a pensar que era él quien había estado detrás de todos esos eventos escabrosos. Savannah, dispuesta a virar la página de todo lo que implicaba el pasado, aceptó sus disculpas, pero no emitió ningún tipo de crítica adicional — menos correctiva— sobre el trabajo de Scott. Él, al fin, aceptó la posición de Savannah, pero insistió en que algún periodista le daría el valor a su obra como merecía. «Capítulo cerrado con alivio», pensó Savannah sobre ese episodio. 489

Ahora tenía alguien más interesante en lo que ocuparse. Nathaniel Copeland. Detrás de la fachada de hombre distante y solitario existía el hombre que ella amaba. Inteligente, exitoso, sexy, generoso y capaz de superar sus propios temores… el pasado.Él había respetado su tiempo. Y siendo ella una mujer con una vena de independencia muy marcada, aquella declaración de confianza era muy importante. Le habría gustado ir a buscarlo la tarde anterior, pero antes tenía que cumplir con los compromisos de su familia. Y ahora en la mañana, Chelsea la había convencido de que no podía ir a ver a Nate sin un extra de confianza femenina. Así que en ese instante estaba en el salón de belleza observando mientras Rossy, la manicurista, le terminaba de aplicar el secador de esmalte de uñas. Chelsea estaba haciéndose unos reflejos color caramelo en el cabello. Su mejor amiga era un poco vanidosa. —Gracias, Rossy —dijo cuando la mujer acabó de arreglarle las uñas. —De nada, ahora pasa por aquí para secarte el cabello. —Obediente, siguió a la ejecutiva hasta una silla y tomó el periódico del día. Le 490

gustó el titular de Gestos Locales —un diario popular de prensa amarillista— haciendo referencia a las fiestas de fin de año y cómo se celebrarían en algunas localidades. —¿Además de los reflejos te vas a hacer algo más? —le preguntó a Chelsea. —Supongo que no es interés genuino el que se esconde detrás de tu pregunta, sino más bien las ganas de saber a qué hora puedes escaparte para ir a hablar con tu dulce tormento —dijo con una carcajada. —Pues sí —replicó riéndose, antes de tomar un periódico que estaba sobre la mesilla de revistas y prensa en general del salón. Era fantástico estar de vacaciones, o al menos vacaciones forzadas luego del accidente. Rossy encendió el secador de cabello y empezó a trabajar con el brillante cabello castaño. Savannah giró varias páginas y se le atascó el aire en la garganta cuando vio la foto de Nate con una mujer hermosa del brazo. La fecha citaba una fiesta el día anterior. No, no, era Natasha Carmichael, notó Savannah. Ella ya la había visto en alguna ocasión a la socia de Nate. 491

Con la respiración agitada leyó el pie de foto. Conocido empresario local parece dispuesto a rehacer su vida sentimental con su antigua novia, Rommy Matterson. Le resultó inevitable leer brevemente algunos datos de la fiesta que estaban expuestos por el periodista. Nathaniel Copeland, uno de los solteros más codiciados de la ciudad, al parecer ha decidido romper su tradición de ocultarse tras sus paredes de millones de dólares en Louisville. En una fiesta de reconocidos empresarios apareció del brazo con la vibrante y sensual mujer que ocupó un lugar en su vida durante casi un año. Rommy Matterson parecía, según algunos invitados, decidida a llevarse al exitoso empresario al amparo de la noche. ¿Lo habrá conseguido? Savannah permaneció en silencio mientras sentía como si un puñal se le hubiera clavado en el pecho causándole una punzada de dolor indescriptible. «No puede ser. No puedo haberme equivocado de nuevo, Dios… »

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CAPÍTULO 21

Nate no había esperado toparse a Rommy la noche anterior. Él se lo pasó muy bien en la fiesta y fue bastante agradable —para un lobo solitario en rehabilitación— saludar a ciertos amigos con quienes solo solía verse cuando se trataba de negocios. Aunque la parte comercial jamás estaba fuera de las conversaciones, Nate encontró amena la reunión. En un momento en que todos parecían enfrascados en temas políticos, Rommy se le acercó. A pesar de su belleza era evidente que el maquillaje no lograba cubrir las ojeras. Incluso en ese momento, sentada en uno de los sofás del jardín interior de su casa, Rommy lucía hermosa, aunque nerviosa. Le habría gustado tratar el tema que ella le planteó durante la fiesta, pero ahondar en algo tan personal le pareció inapropiado en una reunión social. Menos cuando el anfitrión era muy dado a los cotilleos. Aquello no era novedad, así que Nate no se sorprendió cuando 493

su Natasha lo llamó a preguntarle qué había ocurrido con Rommy porque su foto apareció en el periódico de cotilleos, y ella quería saber si acaso se habían reconciliado. Obviamente, Nate no le dio explicaciones. Él no se las debía a nadie. —Gracias por recibirme, Nate… lamento exponerte un problema como este, pero no conozco a nadie en quien pueda confiarme — dijo Rommy con su voz melodiosa, mientras tomaba la mano del guapo empresario entre las suyas. Llevaban media hora conversando en el jardín interior de la mansión de Nate. Con una piscina temperada, un jacuzzi burbujeante y una jardinería de primera, ese espacio era perfecto para contemplar el cielo. El techo estaba compuesto de vidrio, y en momentos en que el firmamento estaba despejado, las estrellas, la luna, los copos de nieve o la lluvia, eran muy visibles. —No hay problema. Te dije que si alguna vez necesitabas algo… —Oh, no me mal interpretes, nada tiene que ver con nuestra relación de antes. No vengo por eso… lo hago en mi calidad de empresaria. Mi 494

negocio es todo lo que poseo. Ya sabes que después de mi divorcio tuve que empezar de cero. Él asintió. —Entonces, de empresario a empresaria, ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó de buen humor. Vestida con unos pantalones negros ajustados, botas de punta y tacón alto, una blusa roja de seda que resaltaba sus curvas, y el cabello rojo ondeando sobre los hombros, Rommy era toda una visión. Sin embargo, por más tentadora que pareciera, en la única persona en que podía pensar Nate era en Savannah. Nate nunca se había inquietado o interesado por contar el número de días en que una mujer desaparecía de su radar. Pero en el caso de Savannah era la mujer que tenía su corazón en las manos. Nada le estaba costando tanto como no ir por ella. Incluso, dejando de lado su parte posesiva, había retirado los guardaespaldas. No quería informes sobre ella. Quería respetar su tiempo y su decisión de pensar lo que sentía — si acaso sentía algo más que lujuria— por él. 495

—Quiero que me ayudes y alejes a Petrov de mi vista. Haz una oferta que el dueño del resort no pueda rechazar. Cómpralo, y cuando lo consigas véndemelo a mí por el valor justo… o podemos ser socios… si quieres ingresar al negocio de las vacaciones de lujo. Nate suspiró. Esa mujer pensaba que él era alguna suerte de gángster con tentáculos en todos los círculos altos corporativos. Tenía ganas de reírse… aunque sus negocios eran muy limpios, lo cierto es que poseía influencias a todo nivel. Mijail Petrov era un miembro distinguido de la mafia rusa, y residía en Kentucky. Quería expandir su cadena de resorts de vacaciones de invierno, y una de las propiedades más codiciadas estaba en Carolina del Norte. Mala suerte que Rommy estuviera pujando para poder hacerse con la propiedad, cuya ubicación era fantástica para visitantes propios y europeos. Al parecer Petrov había conseguido indagar en la vida de la pelirroja y encontrar algo con qué chantajearla. En este caso eran fotografías de Rommy desnuda cuando trabajó, quince años atrás, como modelo de una revista de desnudos para un público masculino. 496

Rommy estaba saliendo con un hombre de valores tradicionales, y ella sabía que si veía esas fotografías no tardaría en dejarla. —¿Tu temor es porque piensas que Albert va a dejarte al ver las fotografías, o porque te sientes avergonzada de tu pasado? —quiso saber Nate, cruzando la pierna. Su tobillo izquierdo sobre la rodilla derecha. Ella frunció el ceño. —¿Qué tiene que ver? —Contéstame. Rommy suspiró. —Resulta que el resort en venta es de uno de los mejores amigos de Albert, Nikolo, y quiero que Nikolo elija mi propuesta económica. No porque sea yo la novia de su mejor amigo, sino porque tengo un plan de trabajo viable y le estoy pagando una cantidad justa por ese resort. No me siento avergonzada de lo que hice para sobrevivir en mi pasado. Con eso saqué adelante a mi hermana menor. Quiero que sea una competencia justa. Nate asintió. —De acuerdo. 497

La mirada de Rommy se iluminó. —¿Lo harás? —preguntó con una amplia sonrisa. Se había abierto paso en el mundo de los negocios por sí sola. Y quería continuar haciéndolo. El único hombre en quien confiaba era Nate, porque sabía que era honorable y capaz de ganar una partida de negocios con facilidad. —Sí —replicó—. Las fotos no van a ser un problema. Trataré con Petrov directamente. No me gustan los juegos sucios en los negocios. Lo que está haciendo Petrov es deleznable. Sin poder contener su alegría y alivio, Rommy se echó a los brazos de Nathaniel, quien —sorprendido por el gesto— le devolvió el abrazo. Un abrazo que Savannah presenció cuando entró en la preciosa y cálida estancia de la casa de Nate. *** Savannah había salido del salón de belleza con el corazón inquieto y los nervios a flor de piel. Intentaba mostrarse indiferente, pero 498

Chelsea la conocía demasiado bien. No solo eso, sino que también había visto el periódico. —¿Piensas quedarte con esa duda en lugar de ir a buscarlo? —le preguntó mientras ambas subían al Ford de Chelsea. —Chelsea… tenía tantas ganas de ir a verlo, de verdad, y decirle lo que siento… pero luego de esa fotografía… —¿En qué parte de la universidad ignoraste la clase que decía que la prensa rosa y amarillista suele mentir, trucar y exagerar? ¿En qué momento de tu práctica periodística te dejaste de dar cuenta de eso? Bajó la mirada y soltó el aire con frustración. —Se me nubla la razón en ciertas ocasiones… —Ese hombre te ha demostrado con sus acciones, y con palabras, lo que siente por ti. Te deja espacio para que tú te aclares. Sale de fiesta, porque vamos el al igual que tú tiene derecho a hacerlo, le toma una fotografía con su exnovia… amante o lo que hayan sido, ¿y tú, en lugar de darle el beneficio a la duda, ya estás 499

condenándolo y retrocediendo todo lo que has conseguido estos días? «Ah, las sabias palabras de tu mejor amiga, que te ponen en tu sitio.» —Llévame a la casa de Nathaniel, por favor —expresó con convicción. Había que luchar por lo que se quería, y ella quería a Nate Copeland. Chelsea sonrió y le dio un apretó afectuoso en el antebrazo. —Esa es la respuesta que esperaba en esta última tarde del año —repuso antes de encender el motor.

Savannah aún conservaba la llave de la casa de Nate. Puesto que Tatty estaba de vacaciones, y ella se había estaso quedando en la mansión, Nate le dejó las copias para que entrara o saliera si acaso lo necesitase mientras él atendía su agenda fuera de la casa. Ella olvidó devolverle las llaves días atrás. A pesar de tener el modo de entrar en la propiedad, no quería hacerlo arbitrariamente. 500

En un principio llamó varias veces, pero no hubo suerte. Llamó al móvil de Nate, y le saltaba la contestadora luego de varios tonos. Le parecía extraño, pues el automóvil de Nathaniel estaba aparcado fuera. Rebuscó en su bolso, sacó las llaves y abrió la puerta. De inmediato la cálida temperatura le dio la bienvenida, y se adentró en la casa. —¿Nate? Soy Savannah… —dijo en voz alta. No hubo respuesta. Empezó a buscar en un sitio y otro. Pensó en ir a los establos, pero no creía que él estuviese fuera en otro día de invierno caracterizado por el frío. ¿Estaría en su habitación? Subió las escaleras. Llamó a la puerta, pero la cama estaba deshecha y no había rastro del propietario de esa cama en la que ambos habían creado recuerdos. Nate le había confesado que después de que Brittany hubiese fallecido, él renovó la casa por completo. La habitación que compartió con su exesposa ahora era un área en la que se había construido un mini cine en casa. Era confortable y perfecto para un máximo de diez personas.

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Hizo un intento más y fue hasta el jardín interior. No pensaba que pudiese encontrarlo allí, pensó al llegar a la puerta de vidrio esmerilado. Empezaba a alejarse cuando escuchó una carcajada. No se detuvo a pensar y abrió la puerta. Le hubiera gustado no hacerlo. Nate estaba abrazado a una pelirroja. Cuando él reparo en su presencial, y la mujer se giró hacia Savannah, la periodista reconoció a la mujer de la fotografía que había visto en el salón de belleza. —Yo… siento haber interrumpido — expresó mirando a Nate e intentando contener las lágrimas que pugnaban por rodar sobre sus mejillas. No iba a ser débil, claro que no. Tampoco iba a callarse lo que sentía ni lo que pensaba. Una vez que le echara en cara a Nate lo que llevaba quemándole en el pecho, entonces se iría. Él la observaba con incredulidad—. Olvidé devolverte las llaves la última vez —agitó el juego de llaves en el aire para demostrarlo— y aunque intenté llamar, nadie atendió… supongo que por obvias razones. 502

—Oh, Nate, no sabía que ibas a tener compañía —atinó a expresar la pelirroja mirando a Savannah de arriba abajo. Luego se giró hacia el sexy empresario, quien no salía de la sorpresa inicial—. Muchas gracias por ayudarme. —Se incorporó—. Que tengas un feliz año. —Gracias —replicó él con sequedad. «¿Podía haber peor momento», se preguntó al observar el rostro decepcionado de Savannah. Dios, estaba hermosa. Cuánto había echado de menos verla. Rommy, ajena a la tensión que existía entre Nate y Savannah, se acercó a la mujer que estaba en la puerta. —Soy Rommy Matterson, una amiga de Nate… —Ya lo veo —expresó sin emoción. Se giró hacia el hombre que parecía tan desconcertado por la situación como ella—: Vine a hablar contigo, Nate —dijo Savannah—. Cuando termines con tu… errr… visita, ¿te parece si nos encontramos en tu despacho personal? Ella no esperaba respuesta, así que giró sobre sus botas y caminó con celeridad hasta el 503

salón en donde Nate solía trabajar cuando necesitaba concentrarse en soledad. Cerró la puerta tras de sí, intentando recuperar el aliento. Le temblaban las manos y tenía la boca seca. Alcanzó a ver un surtido de botellas de whisky. ¿No decía que el mejor whisky ayudaba a la salud? Pues ella parecía haber contraído de un momento a otro algún tipo de extrañas ganas de cometer un homicidio… con sus propias manos de ser posible. Se sirvió tres dedos de ese líquido aromático y ambarino. Después de bebérselo de un solo trago, tosió varias veces. «No es lo mío.» En el silencio de la tarde, escuchó cerrarse la puerta principal de la casa, y después un automóvil que parecía alejarse. ¿Tanto se tardaban en despedir dos amantes captados infraganti? Ella bien hubiese podido abandonar la casa como esas chifladas histéricas, pero era muy consciente de que tenía que arreglar ese capítulo. Iba a enfrentar a Nate y dejarle claro lo que pensaba. Después, solo después, podría sentirse liberada del todo. Había decidido arriesgarse y aceptar. Creer en el amor de nuevo. Volvería a apostar por el 504

amor ahora. Conscientemente. Tal y como la impulsó a reflexionar Connor —sí, nada más y nada menos— así que no iba a dejar de amar por miedo a sufrir. Era ridículo, y la vida era demasiado corta para vivir actuando ridículamente. *** Nate pensó en lo absurda que era la situación. La mujer que amaba y la mujer que fue su amante, en la misma estancia. Y la peor situación: un gran mal entendido. Rommy le pidió disculpas, pero Nate se apegó a la verdad: no era culpa de ella. Ni de él dicho fuera de paso. Bajo ninguna circunstancia él hubiera estado con otra mujer en su casa... ni en otra parte. ¿Cómo hacerlo si bebía y respiraba la idea de volver a ver a Savannah? Abrió la puerta del estudio y la encontró cruzada de brazos, apoyándose contra el borde de su escritorio. Lo miró de frente. Por primera vez desde que la conocía, Nate no pudo leer su expresión. Incluso sus preciosos ojos parecían velados y ocultos.

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—Savannah… —murmuró acercándose, pero ella lo detuvo con un gesto—. No es lo que piensas. No te he engañado. —¿Tu examante? —Sí. Rommy es mi examante. —¿Con la que te encontraste ayer en la fiesta? —preguntó con un inequívoco tono desapasionado. Nathaniel odiaba que lo interrogaran o le pidiesen explicaciones de nada. En esta circunstancia era todo lo que podía esperar. Él no hubiera sido tan mesurado como lo estaba siendo Savannah. Si él hubiese encontrado a esa guapa mujer con un hombre abrazándola, su lado impulsivo seguramente habría tomado el control y ejecutado alguna acción que lo hubiera llevado directo a la delegación de policía. —Una fiesta a la que fui invitado por Natasha. Fui solo. Regresé solo. ¿Cómo te enteraste? Nate avanzó un paso cauteloso hasta Savannah. Puesto que ella tenía el trasero apoyado contra el borde de madera, no tenía a 506

dónde moverse. Tampoco quería hacerlo. Ella tenía el control de la situación en ese instante. —Los periódicos son una buena fuente de información —replicó con sarcasmo—. Y como buena periodista antes de asumir o dar por sentado un tema decidí venir a hablar contigo. Imagino que los hechos son bastante elocuentes… —Te equivocas en esta ocasión. Ella sonrió con pesar. Sentía el corazón hecho trizas, pero iba a terminar lo que había llegado a hacer, antes de descubrir a Nate en brazos de Rommy. Quizá hubiese sido digerible —o quizá no— si la mujer hubiera sido muy fea. Pues todo lo contrario… era una belleza. El cuchillo de los celos parecía demasiado despiadado martillando contra sus sentidos. —¿Sabes por qué estoy aquí, verdad? —le preguntó, absorviendo su masculina aura de fuerza y virilidad. Los rasgos fuertes y esos labios sensuales cuyo sabor había echado en falta… —Me lo acabas de decir… para contrastar lo que viste en el periódico… Rommy estaba aquí para un tema de negocios —replicó 507

avanzando un par de pasos más para acercarse hasta Savannah, pero sin llegar tan próximo a ella del todo— me temo que tu intento de contraste ha fracasado. —Avanzó un paso más invadiendo finalmente su espacio personal—. Estás preciosa, Savannah. Te he echado en falta… más de lo que puedes imaginarte. Ella tragó en seco y giró la cabeza hacia un lado. No iba a portarse como una loca histérica y gritarle cosas. Claro que no. Dios, pero cómo dolía el alma saberse traicionada por segunda ocasión. Y en este caso era peor, porque no creía poder recuperarse del amor de un hombre como Nathaniel. —Yo… —se aclaró la garganta— yo solo vine aquí a decirte… —Nathaniel extendió la mano y con dulzura giró el rostro de Savannah hacia él—. Vine a decirte que estoy enamorada de ti… que te amo… y… y que quería intentar ver hacia dónde nos llevaba todo esto… Pero dadas las circunstancias no voy a interponerme en tu camino si ahora te das cuenta de que en realidad tu confesión del otro día tenía que ver con una confusión… He pasado muchos años temiendo amar —lo miró directamente a los ojos, mientras sentía las lágrimas correr sobre 508

sus mejillas— y aunque me duele verte con otra mujer… solo espero que seas feliz, y que con el tiempo yo logre olvidarte… Nathaniel la miró fijamente y le limpió las lágrimas con dulzura. —Dentro de lo perfecta que eres para mí, tu equivocación más grande es que has unido las piezas del modo equivocado —contestó con el corazón eufórico al saberse correspondido. El amor era un regalo, y Savannah le acababa de hacer el mejor de todos—. Rommy me pidió ayuda porque es una empresaria que trabaja readecuando viejos hoteles o moteles para turistas, y quiere comprar uno en Carolina del Norte. Uno de los ofertantes la está chantajeando. Yo voy a ayudarla para que la transacción sea honesta. Eso es todo. —¿Con abrazo incluído…? —preguntó en un hilillo de voz. Él sonrió. —Ah… el abrazo. Rommy simplemente quiso agradecerme. Imagino que no se le ocurrió otra cosa que un abrazo. No hubiera permitido nada más allá de eso. Incluso a mí me tomó por sorpresa… tanto como cuando te vi 509

aparecer tras esa puerta de vidrio y al ver tu rostro creí que podía haberte lastimado y lo peor, perdido… —Ya… Nathaniel deslizó las manos sobre los hombros de Savannah con ternura. Le encantaba esa mujer. Independiente, luchadora y con un corazón maravilloso. Un corazón en el que había decidido hacerle un espacio a él. —¿Crees en mí? «La confianza es el pilar de una relación.» Lo que le acababa de decir Nate, para Savannah, era muy coherente. A pesar de que él no tenía precisamente un estandarte que gritaba que la castidad era su modo de vida, en su corazón —sí, a pesar de esos traicioneros celos— sabía que Nate estaba siendo sincero. Aunque eso no implicaba que la imagen que vio minutos atrás fuera a borrársele muy fácil. —Te acabo de decir que te amo, Nate — susurró—. Eso implica que sí… Un gran alivio se instaló en el pecho de Nathaniel.

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—Si hubiera sido cierto que habría estado con otra mujer, ¿me habrías dicho de todas formas lo que sientes por mí? Ella asintió. —Para que supieras que nadie va a amarte tanto como yo, y así pudieras arrepentirte un largo tiempo por tonto... Él soltó una carcajada. Deslizó las manos hacia la espalda de Savannah, y la atrajo contra su cuerpo. Sentir el calor de se cuerpo sensual que conocía tan bien, así como el aroma del perfume de Savannah, más allá de despertar su lujuria —que no creía que fuera a agotarse por esa mujer… su mujer— causaba una sensación de sosiego y paz. Una paz que durante muchos años había necesitado. —Tonto por no haberte dicho que te amaba más veces para que te convencieras de ello y obviaras haberme pedido tiempo para pensar — dijo acariciándole los pómulos con los pulgares—. Suficiente tortura… he pasado demasiados días sin ti. —Nate bajó la cabeza y capturó los labios de Savannah con los suyos. El beso fue largo, intenso e impregnado de una pasión que ambos sabían que difícilmente iba a extinguirse entre ambos. Minutos después, Nate 511

se apartó con renuencia. Había algo importante que tenía que hablar con ella. —Te amo, Savannah. Ella sonrió. —Me alegra, porque no pienso dejarte ir… —¿Eso significa que aceptarías casarte conmigo? —Oh, Nate —susurró y lo abrazó con fuerza—. Será un honor ser tu esposa. Claro que acepto casarme contigo. Con una risa llena de amor y alegría, Nate la tomó en brazos y la sostuvo con firmeza contra su pecho, en el preciso sitio en donde latía su corazón al unísono con el de Savannah. Dentro de unas horas iban a recibir un nuevo año, y ello implicaba también una nueva vida. Juntos.

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EPÍLOGO

Cuatro años más tarde… —¿Alguien en casa? —preguntó Nate dejando su maletín de cuero sobre uno de los sofás. Sabía que iban a recibirlo dos personas que ocupaban todo su corazón. Y no se trataba solo de su preciosa esposa, la mujer por la cual era capaz de todo. —¡Papaaá! —gritó una vocecita femenina corriendo para encontrarse con él. De cabellos ensortijados y rubios, grandes ojos castaños como su madre, Molly Copeland, era la debilidad de su padre. Era muy lista y juguetona. —Ah, mi princesa —dijo Nate tomando a su hija de tres años en brazos. La beso en las mejillas y dio vueltas con ella haciéndola reír— . ¿Te has portado bien con tu mamá? — preguntó dejándola en el suelo, y acuclillándose para acariciarle con ternura las mejillas regordetas. 513

—Sí, sí, sí. Mamá está con la tía Jen. Nate sonrió. Su prima Jennifer, ahora una asidua visitante desde que le habían dado el pase diplomático de regreso a Estados Unidos, estaba encantada con Savannah, pero principalmente con Molly. La consentía por demás, al igual que los padres de Nate, y al ser la única niña entre los nietos, era muy mimada. Casi al instante, aparecieron las dos mujeres en la sala principal. Nate se incorporó en toda su estatura. Llevaba un elegante traje gris marengo a medida, sin corbata, tres botones desabrochados en la camisa y una barba de dos días. Savannah lo miró extasiada. No se cansaba de él. Para su corazón no existía nadie más… por el resto de su vida, tal como habían hecho los votos matrimoniales en la preciosa ceremonia tiempo atrás. —Primito, debo decirte que haber contratado a Savannah para mi proyecto ha sido la mejor decisión —expresó. Nate la ignoró por completo cuando en su campo visual apareció la mujer de cabellos castaños y boca sensual que había logrado aportarle luz a su alma y robarle el corazón—. La revista diplomática es un éxito gracias a las entrevistas tan buenas de 514

tu esposa… ¡Gracias por la atención prestada! —exclamó con burla al darse cuenta de que los dueños de casa tenían toda la intención de ignorarla. —¡Papá! —exclamó Molly apartando la conexión de las miradas de sus padres—. Quiero helado. Por favor… El verano estaba resultando muy caluroso, y un helado era el dulce preferido de la niña… incluso en invierno. Desde que se casaron, para Nate la Navidad dejó de ser la época aciaga y dolorosa. Se convirtió en una fiesta llena momentos en donde la unión de la familia era el protagonista. Tanto él como Savannah se permitieron amar de nuevo y tener una vida — aunque con las discusiones habituales de un matrimonio— placentera. La casa de Nate había sido por completo renovada. No quedaba huella de su pasado. Toda la decoración era a gusto de su esposa, y con algunos toques masculinos. Disfrutaban de sus diferencias. —Ahorita no, princesa, luego de que hayas cenado. —Luego sonrió a su esposa—: Mi vida, ¿cómo estuvo tu día? 515

—Nate —susurró con dulzura. —¡Ay, por Dios! Primero era un cubito de hiel e indiferencia, y ahora es todo un suspiro limeño en casa… si vieran los empresarios en lo que te has convertido, primito —interrumpió Jen antes de tomar a su sobrina en brazos—. Yo me llevo a esta preciosura a tomar helado, y así ustedes pueden mirarse todo lo que quieran. Savannah se sonrojó cuando Nate, ignorando a su prima, se acercó y le plantó uno de esos besos que le aflojaban las rodillas y le derretían el corazón. Molly tenía la cabecita apoyada en el hombro de Jennifer como si temiera que no la llevaran a tomar su helado. —Jen, lo siento —dijo Savannah riéndose. —¡Já! No lo sientes en absoluto —expresó fingiéndose enfadada—. ¿Me puedo llevar a Molly entonces? La traeré digamos… ¿Dos horas? La niña se apartó del cuello de su tía, y miró a sus papás, suplicante. —Por favor. Quiero helado. Nate y Savannah se miraron. 516

—Solo un helado, jovencita —dijo Savannah— luego se te caerán los dientes de tanto dulce. Y qué fea se vería mi hija sin sus dientecitos de leche. —Solo uno —repitió la niña, como si pudiera imaginar la horrorosa imagen de su boca sin dientes. Nate sonrió. —¿Nos vamos, Molly? —preguntó Jen a la niña. La niña, siempre obediente a la voz de su padre, lo observó esperando a que él le dijera su respuesta. Nate sonrió con amor. Tener una hija, fruto del amor y la pasión que existía entre él y Savannah, y luego de sus experiencias agridulces del pasado, era una bendición. —Si tu mamá ha dicho que será solo un helado, y tú vas a obedecer, entonces puedes ir con la tía Jen. —¡Siií! —exclamó la niña ante la sonrisa de sus padres, quien la observaron partir en brazos de su tía. La puerta se cerró y los esposos Copeland quedaron solos. 517

Nathaniel la tomó de la cintura y la apegó a su cuerpo. —Señora Copeland, ¿te he dicho cuánto te amo? —Mmm… —murmuró pensativa y perdida en la expresión de deseo a la que se había habituado encontrar en el rostro de Nathaniel— yo creo que necesito una reafirmación inmediata porque no puedo recordar nada al respecto. —Nate le recorrió los labios suaves con el pulgar—. De esas reafirmaciones que ayudan a la memoria y que al parecer pueden durar horas. Nate dejó escapar una risa ronca antes de bajar la cabeza hacia Savannah. —Tenemos dos horas exactamente… y calculando los tiempos de Jen, quizá podrían ser tres. Savannah abrazó a Nate de la cintura, percibiendo bajo sus dedos los músculos abdominales de su sensual esposo. Habían pasado muchas horas amándose, conversando y conociéndose más en profundidad. Tenían sus ratos complicados, y ella los aceptaba como parte del reto de amar. Había dejado de trabajar 518

para Crónicas de Louisville cuando conoció a Jennifer y esta le propuso un proyecto enfocado en entrevistar altos mandos políticos, un cambio en el tipo de periodista que solía hacer Savannah y que, a decir verdad, le vino perfecto para todos los cambios que se estaban operando en esos momentos de su vida. —Oh, en ese caso permíteme demostrarte, señor Copeland, que yo también te amo… y mucho —murmuró antes de aceptar con un suspiro los expertos labios de Nathaniel sobre los suyos.

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SOBRE LA AUTORA

Escritora ecuatoriana de novela romántica y ávida lectora del género, a Kristel Ralston le apasionan las historias que transcurren entre palacios y castillos de Europa. Aunque le gustaba su profesión como periodista, decidió dar otro enfoque a su carrera e ir al viejo continente para estudiar un máster en Relaciones Públicas. Fue durante su estancia en Europa cuando leyó varias novelas románticas que la cautivaron e impulsaron a escribir su primer manuscrito. Desde entonces, ni en su variopinta biblioteca personal ni en su agenda semanal faltan libros de este género literario. Su novela "Lazos de Cristal", fue uno de los cinco manuscritos finalistas anunciados en el II Concurso Literario de Autores Indie (2015), auspiciado por Amazon, Diario El Mundo, Audible y Esfera de Libros. Este concurso recibió más de 1.200 manuscritos de diferentes géneros literarios de 37 países de habla hispana. Kristel fue la única latinoamericana y la única autora de romántica entre los finalistas. 520

La autora también fue finalista del concurso de novela romántica Leer y Leer 2013, organizado por la Editorial Vestales de Argentina, y es coadministradora del blog literario Escribe Romántica. Kristel Ralston ha publicado varias novelas como La venganza equivocada, El precio del pasado, Un acuerdo inconveniente, Lazos de Cristal, Bajo tus condiciones, El último riesgo, Regresar a ti, Un Capricho del Destino, Desafiando al Corazón, Más allá del ocaso, Un orgullo tonto, entre otras. Una prestigiosa publicación de Ecuador la nominó como una de las Mujeres del año 2015 en la categoría Arte por su trabajo literario. Kristel vive actualmente en Guayaquil, Ecuador, y cree con firmeza que los sueños sí se hacen realidad. La autora disfruta escribiendo novelas que inviten a los lectores a no dejar de soñar con los finales felices. Encuentra más sobre la autora visitando su blog: www.kristelralston.com Puedes seguirla en Twitter @KristelRalston o www.facebook.com/KristelRalston,Libros 521
Kristel Ralston - Mientras no estabas

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