Stalman Andy. Humanoffon. Esta Internet cambiandonos como seres humanos.

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Índice

Portada Nota del autor Dedicatoria Citas Prólogo Introducción Abrazos Balón Cambio Duda Educación Genoma Humano Internet Justicia Karma Lengua Mujer Nacimiento

Ñ Oportunidad Plan Querer Redes Salud Trabajo Utopía Valor Wifi Xenofobia Y Zoom Fin Epílogo Posfacio Agradecimientos Notas Créditos

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A medida que la tecnología avanza, la necesidad de lo humano se acrecienta. La revolución posdigital será la revolución de las emociones, y reconocer lo humano en el offline y el online será nuestro desafío. A este proceso podríamos ponerle diversos nombres; yo lo he llamado HUMANOFFON.

Dedicado a los que abrazan, aprenden, arriesgan, ayudan, cambian, conectan, comparten, cooperan, creen, dudan, educan, emprenden, exploran, innovan, investigan, inspiran, juegan, se equivocan, trabajan y hacen del mundo un lugar mejor. Y a España, donde volví a encontrar todo eso.

Lo que cambiará y está cambiando es nuestra idea sobre quiénes somos. Michael Gazzaniga

El avance más apasionante del siglo XXI no se deberá a la tecnología, sino al concepto expandido de lo que significa ser humano. John Naisbitt

Prólogo

Haber tenido la posibilidad de escribir una reseña sobre el nuevo libro de Andy Stalman es una de esas cosas a las que yo suelo llamar una oportunidad. Esas que aparecen de vez en cuando en tu vida y que jamás debes dejar escapar. Tienes que subirte siempre al tren de las nuevas oportunidades y emprender aquellos viajes que intuyes que te llevarán a aprender algo nuevo. Andy nos hace conscientes en este libro de todos los avances que la ciencia nos ha aportado en los distintos aspectos de nuestra vida; mucho de aquello que un día algunos creímos imposible, hoy ya está aquí y es real. Y es por eso por lo que debemos seguir creyendo en que la imposibilidad de lo imposible es sólo un mito o quizá sólo miedo. Andy Stalman no es sólo un referente en el branding internacional, sino que, además, se ha convertido en una persona capaz de saltar las barreras de la especialización para adentrarse en el corazón de la gente que va a escuchar sus conferencias y sus presentaciones. Uno suele ir pensando que su disertación será una más de las aburridas charlas a las que uno está acostumbrado, pero para su sorpresa, se encuentra con una persona que no tiene miedo de traspasar la barrera de la seriedad con respeto, con conocimiento y

con una simpatía especial. Sus conferencias no sólo te aportan conocimiento, sino que, además, te generan ganas de cambiar el mundo. En su libro Humanoffon, Stalman traspasa ahora las barreras del branding para llegar a lo humano. Y su osadía denota cómo todos estos años de trabajo y dando conferencias por el mundo le han mantenido cerca de la gente. No ha sido un conferencista de piedra, sino un conferencista esponja. Alguien que ha sabido escuchar la necesidad de una sociedad que le exige ahora al mundo digital una responsabilidad mayor con el ser humano. En estas páginas se percibe cómo todos estos años cercanos a la gente le han enriquecido, provocando en él nuevas inquietudes que le animan ahora a generar nuevas ideas para encarar un mundo que ya no es el mismo de ayer. Su tendencia a unir se manifiesta en cada una de sus charlas con su llamada al abrazo, como la experiencia tangible de esa energía que menciona en la teoría. Esta vez Andy no se ha limitado sólo al abrazo físico, sino que su intención ha ido aún más allá, intentando ahora unir dos mundos, el on y el off, pero esta vez en dirección al ser humano. Stalman plantea en este libro, y con cada letra del abecedario, una oportunidad para repensarnos y valorar este mundo nuevo que es hoy nuestra responsabilidad. Su pensamiento original y su forma de unir las cosas reflejan no sólo su gran inteligencia, sino también su sensibilidad y la implicación en una tarea que nos propone a todos. Su propuesta no es otra que la de cambiar nuestro propio mundo, generando el contagio que supone todo cambio hacia otros espacios

más amplios. Un cambio que contagie a las nuevas generaciones de hombres y mujeres para que se formen y trabajen a conciencia en unir todo aquello que hoy se encuentra dividido. Sus años de docencia y su implicación activa en un nuevo modelo educativo hacen de él un nexo extraordinario entre distintas generaciones, que, aunque muchos perciban divididas, Stalman logra unir. Tanto jóvenes como adultos le siguen en las redes, y este profesional del branding, emprendedor y valiente, se ha convertido poco a poco en un referente para todos aquellos que, sin importar la edad que tengan, desean cambiar y enriquecer el mundo a fuerza de trabajo y de responsabilidad. “El on y el off ya no son dos mundos, sino uno solo”, plantea Stalman en su nuevo libro. Y quizá haya llegado el momento de concienciarnos de que toda dualidad debe comprenderse primero para vivirse de una manera íntegra. Integrada y responsable y que sirva siempre como herramienta para unir. Un libro imprescindible para todos los públicos que deseen trasladar los valores humanos a todos sus ámbitos, ya sean éstos educativos, laborales, familiares o personales. Os deseo un gran viaje en esta nueva oportunidad que Andy Stalman os propone para unir dos mundos que hoy ya son uno solo. J. Rueda Editora del blog Rebeldes Digitales

Introducción

Ya estamos más cerca del año 2030 que del año 2000. Aquella época que veíamos como lejana, desconocida y más propia de la ciencia ficción que de la realidad ya está casi entre nosotros. No pudimos elegir la época en la que nos ha tocado vivir, pero sí podemos decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Hace tres décadas, el espacio vital del ser humano se amplió: nacía el “mundo online”. Desde entonces, el ser humano se está adaptando a una vida que no sólo transcurre en el mundo físico, sino también en el digital. Internet ha transformado el mundo tal y como lo conocíamos; pequeños y grandes cambios han empujado al hombre a asumir lo digital, con la inquietud y la sorpresa que trae lo nuevo. De manera positiva, este nuevo mundo amplió las fronteras del mundo físico hasta límites insospechados. Abriendo la puerta a oportunidades y a avances ni siquiera imaginados antes de la irrupción de internet. La vida ya se vive en ambos ámbitos, tan indivisibles como complementarios. Cada día, el planeta Tierra es más “offon”, y la abrumadora avalancha de cambios, de oportunidades, de amenazas y desafíos nos ponen frente al espejo como especie. El statu quo se derrumba para dar nacimiento a una nueva era, y es tal el impacto en nuestras vidas que sentí la necesidad de inmortalizar este espacio de la historia en este libro. Para tratar de entender lo que nos pasa, y ante el imparable avance de lo digital en nuestras vidas, intentaré poner sobre la mesa uno de los desafíos más complejos de esta época: mantenernos humanos tanto en el online como en el offline. Pero, claro, el principio

de un libro o el comienzo de una era es siempre lo más difícil. El impacto de internet y las nuevas tecnologías nos ponen en el centro de la más extraordinaria transformación en la historia de la humanidad. Cuesta asumir el cambio, tener el valor de equivocarse, adentrarse en lo desconocido y arriesgarse. El temor a lo nuevo, la rebelión de la mente y las distracciones nos alejan de los inicios de cualquier proyecto. Está naciendo una nueva conciencia y, junto con ella, comienza un nuevo paradigma que nos enfrenta al mayor progreso tecnológico de nuestra existencia. Los principios no son sencillos, pero son esenciales. Poder sintetizar una época o un contexto histórico en un libro no resulta tarea sencilla, por ello me he enfocado en lo humano de esta era, en cómo reconocerlo y recuperarlo. Me planteé más de mil veces por qué escribir este libro, y encontré en las palabras de Andrés Rivera[1] lo que yo sentía, pero no sabía cómo expresar: “Yo estoy convencido de que ningún libro, por bueno que sea, puede cambiar el mundo. Pero tengo que escribir”. Releí estas palabras infinidad de veces, y me parecieron de lo más acertadas. Yo también creo que los libros no son capaces de cambiar el mundo, pero sí son capaces de cambiar a las personas que pueden cambiarlo. A lo largo de nuestra historia, hemos visto como la palabra ha podido generar revoluciones que ni siquiera la espada podría haber soñado. Las palabras tienen el poder de cambiar las cosas y de crear un mundo mejor. John Keating,el maestro de “la sociedad de los poetas muertos” lo expresó así: “No olviden que a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo [...]. Hagamos el intento. Recuperemos la capacidad de ser librepensadores, de soñar con ese mundo distinto al que no nos gusta”. Hay palabras y hay ecos de voces que dicen que eso es imposible. Ecos que repiten voces viejas. Hay ecos que hablan, que gritan y que hay que aprender a callar. Para callar los ecos es necesaria la

palabra, porque la palabra es nuestra respuesta a lo nuevo. Muchos dicen que “internet nos vuelve tontos”,[2] y tal vez nos estemos volviendo seres más insensibles, pero, definitivamente, no más tontos. Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Alphabet, la empresa matriz que engloba a Google contradijo esta afirmación diciendo que él observa “que somos más inteligentes que nunca”.[3] Internet ha potenciado en nosotros cierta insensibilidad, una especie de anestesia vital que ha trasladado la emocionalidad al ámbito digital. En nuestra vida offline nos hemos vuelto más insensibles, mientras que, en nuestra vida online, somos capaces de demostrar todo aquello que anulamos en el espacio o en el mundo físico. Internet ha abierto un espacio de valentía en donde la gente es capaz de decir todo lo que en el espacio offline callaba. Internet ha abierto un canal de comunicación en donde resulta mucho más fácil compartir las emociones que en el espacio físico, en donde los comentarios, los likes, los nuevos amigos, los fans, los “pins” y los “retuits” generan alegría y emoción. Nos hemos vuelto insensibles en el mundo tangible, donde miramos sin ver y donde mil muertos son sólo una anécdota. Un mundo en el que lo relevante es ahora ser relevante, y donde importa más ser importante que hacer cosas que importen. Lo digital está indudablemente cambiando nuestra forma de relacionarnos con el mundo y también con los demás. Este cambio antropológico, psicológico y sociológico del ser humano es, sin duda, el tema que más me preocupa. Y es tan profundo el impacto de tal cambio que somos insensibles para reconocerlo. Se nos acorta la memoria, se consume el tiempo con más rapidez que nunca y la ansiedad se extiende con tanta velocidad como lo hace la depresión. La historia no tendría que ser así, porque los hombres somos libres para transformar nuestra propia historia, y éste debería ser nuestro primer compromiso. Cuando parece que todo el legado espiritual de la humanidad se puede archivar en la memoria de un smartphone, reaparece, sin

embargo, el interés por lo humano, para desafiar este presente y repensar nuestro futuro, transformando lo efímero en trascendente, y con la intención de que el testamento emocional que dejemos a las generaciones venideras no tenga que verse ni sentirse sólo a través de las pantallas, sino también en la piel. Estamos aquí para cambiar las cosas. No lo sabemos, no nos lo dicen, pero para eso hemos venido al mundo. Cambiar el mundo, empieza por cada uno; si no nos cambiamos a nosotros mismos, resulta imposible encarar tal desafío, que no es otro que el reto de vivir para transformarnos y transformar así nuestro mundo. Erick Fromm dijo: “Vivir es nacer a cada instante”; por eso es tiempo de cambiar algunas cosas, y no habrá otro tiempo mejor que éste para hacerlo. Los libros intentan aportar nuevas reflexiones a dudas y preguntas en una época en que la confusión es tan “clara” que la gente busca claridad en las palabras. Cansados de los mensajes vacíos, todos buscan palabras que los despierten, les quiten la anestesia y les empujen a la acción. ¿Te has preguntado alguna vez cuántos libros te han enfrentado a nuevos desafíos?, ¿cuántos te han generado nuevas preguntas? y ¿cuántos, parafraseando a Kafka, han sido un hacha que rompa el mar de hielo que llevas dentro? Hace apenas unos cinco mil años, las primeras civilizaciones sofisticadas —Antiguo Egipto y Sumeria— eran testigos de uno de los inventos más importantes de la historia: la escritura. Durante la historia moderna han sido publicados 130 millones de libros.[4] Aparentemente, los libros ya han cubierto todos los temas existentes, y ahora lo digital se encarga de rescribir los caminos, las preguntas, los territorios y las fronteras. En esta era de la velocidad y la escasez, leer un libro es como subir una colina y descender una montaña, un proceso transformador. Y esta posibilidad de poder incorporar nuevas preguntas y nuevos pensamientos a la “era de la abundancia” se presenta, además, como algo imperioso para la humanidad.

Las menciones al amor y a la felicidad se cuentan a montones desde varios siglos antes de Cristo hasta nuestros días. Hoy, muchas personas buscan el alivio a la ansiedad vital en libros de autoayuda, los cuales prometen el logro de los objetivos prefijados de forma fulgurante; o bien en libros de “felicidad pop”, que aseguran el acceso instantáneo a una felicidad duradera. Desafortunadamente, muchos de estos libros suelen fomentar la decepción. Hace más de 2.500 años, en la Grecia del pensador y matemático griego Pitágoras de Samos, nacía la filosofía: ese amor por la sabiduría. A lo exacto de las matemáticas, Pitágoras sumaba una necesidad superior: la sabiduría en un sentido más amplio. Ya no se limitaba a solucionar los problemas básicos de los números, sino a construir un crecimiento hacia una comprensión superior y hacia una vida mejor. Pitágoras mostraba así que el verdadero interés de la ciencia estaba enfocado a conseguir una mejora en la vida del hombre.

Entramos en una nueva etapa Las nuevas tecnologías no podrán sustituir las emociones humanas, ni las relaciones personales. Por el contrario, lo digital empujará a las personas a volver a valorar estas necesidades tan intrínsecas a nuestra esencia. En Humanoffon intentaré exponer que la tecnología, en realidad, nos ha aportado mucho más de lo que nos ha quitado. Las nuevas tecnologías han llegado tan deprisa que el ser humano, en su loca carrera contra el tiempo, las ha incorporado sin siquiera llegar a comprenderlas. El filósofo Fernando Savater afirmó esto con rotunda claridad cuando dijo: “Uno puede estar a favor de la globalización y en

contra de su rumbo actual, lo mismo que se puede estar a favor de la electricidad y contra la silla eléctrica”. Por lo cual, en realidad, lo cuestionable es solamente el uso que el ser humano está haciendo de la tecnología. La nueva dinámica digital, en la que lo online está cada vez más omnipresente en nuestra vida, nos empuja a repensar y a reinventar tanto algunos de nuestros valores tradicionales como, por ejemplo, la cuestión de qué es lo importante. Muchos afirman que la tecnología ha venido a banalizar cuestiones que antes eran importantes, honestas e incuestionables. La gran crítica que muchos le hacen a las redes sociales es que uno allí no es auténtico; como si, fuera de ellas, todos fuésemos ciento por ciento auténticos. Olvidando el axioma básico que nos recuerda que somos siempre la misma persona, tanto en el online como en el offline, y que el online no es más que un reflejo de cómo nos gustaría ser vistos, o bien el espacio donde ofrecemos la imagen que queremos proyectar. Somos la misma sociedad, la misma gente, con los mismos problemas y los mismos valores, tanto dentro como fuera de la red. El online es el gran amplificador de nuestras bondades y de nuestras miserias. Es más fácil alegar que nos hemos vuelto más superficiales gracias a la influencia digital que hacernos cargo de que venimos siendo banales desde hace mucho más tiempo. ¿Hemos encontrado quizá en lo digital un nuevo chivo expiatorio? ¿Estamos depositando acaso en las redes sociales toda la culpa? ¿Se vuelve la gente en Facebook o Twitter más banal, insegura, egoísta y desinteresada que antes? Y, asimismo, en la supuesta vida real, ¿es esa misma gente más buena, sincera, comprometida y generosa? En este mundo digital en donde cada persona está relacionada con todas las demás, nada existe jamás de forma aislada. Y no existe nada como las relaciones con los demás para definirnos. El afecto, como el conocimiento, es lo único que crece cuando se

comparte. Varios estudios científicos han demostrado que muchos bebés renuncian a la comida a cambio del tacto de piel. El contacto físico se vuelve tan importante como el alimento. En nuestros días, el alimento emocional se ha transformado en un bien escaso, y esta necesidad de abrazar y ser abrazado, de querer y ser querido muchas veces es redirigida hacia las redes sociales, que se han convertido en los nuevos generadores de vínculos. En donde los likes, los tuits, los correos electrónicos o los “whatsapps” vuelven a conectarnos con lo esencial. Ya no hablamos sólo de los gobiernos, de los medios de comunicación y de las empresas; ahora, el centro de atención vuelve a estar en la persona, que debería seguir siendo la quintaesencia de las nuevas tecnologías y el centro de lo digital. Hemos asumido que lo online es parte del nuevo kit de supervivencia de la realidad que nos ha tocado vivir, en la cual creceremos, compartiremos y evolucionaremos. Estamos siendo parte y artífices de uno de los movimientos sociales, culturales y científicos que más esperanza y preocupación generan. Protagonizamos una era de innovación permanente, en la que el límite de lo posible se redefine cada día; una era en la que la innovación tecnológica evoluciona sin pausa y los avances o desarrollos en materia de inteligencia artificial, robótica, nanotecnología, medicina genética, internet de las cosas,[5] vehículos autónomos, realidad virtual, exploraciones al espacio exterior e incluso cibercrimen y ciberterrorismo son constantes. La manera en que esto afecta a la evolución humana y a nuestro día a día es lo que determinará al ser humano del futuro. Esta nueva realidad en la que la tecnología parece ser el motor principal de la transformación que vivimos puede enfrentarse a las consecuencias derivadas de dejar al ser humano fuera de la ecuación. Si el énfasis se coloca sólo en lo tecnológico sin contemplar de manera prioritaria lo humano se corre el riesgo que el ser humano

se desoriente ante la avalancha de lo nuevo. En los aspectos científico, económico, político y social, el cambio es revolucionario, nos guste o no. Lo digital ha permitido que las personas vuelvan a ser pioneras en nuevos descubrimientos. Hoy, la gente tiene más poder que nunca para hacer realidad sus proyectos, para que la construcción de un mundo mejor, pase de las palabras a los hechos y todo comienza con el convencimiento de que el viaje es el destino, planteándose los objetivos como medios y no como fines en sí mismos. Tener objetivos nos permite sentirnos vivos y da significado al esfuerzo cotidiano. La sociedad moderna es este mix de realidades dispares, heterogéneas y culturalmente ricas que no necesitan compararse, sino complementarse. Esta vida que se vive en primera persona, pero que se disfruta en plural. Todo lo humano se basa en el contacto y en el intercambio emocional con los demás; justamente de dicha interacción surge toda la evolución, y es ahí donde el significado de la vida cobra sentido. Sentir es tan vital como respirar. Pero ¿lo será en el futuro? Es probable que no haya que cambiar el mundo, sino la mirada a través de la cual lo construimos. El mundo no depende sólo de nuestra propia percepción sobre él, sino de lo que cada uno hace a nivel racional y emocional en su interacción con el entorno. Entonces ¿qué es el mundo? Es la construcción que cada uno hace desde su visión, desde sus emociones, desde sus sentidos y desde sus acciones. Todos vivimos una milmillonésima parte de lo que entendemos por mundo, pero esa gota en el océano o esa estrella en la Vía Láctea son tu propio mundo. Tu realidad y la mía es lo que creemos y lo que creamos. Es lo que vemos, pensamos, sentimos y hacemos con ello. Entonces, cuando hablamos de “cambiar el mundo”, en realidad, estamos hablando de cambiarnos a nosotros mismos. Y si el mundo eres tú, ¿qué eres tú? Tú eres un mundo, y cambiarlo está a tu alcance. Tu mundo es el que se conecta con otros mundos, sociedades, tribus, culturas y valores, y

es allí donde debe estar enfocada tu mirada y tu trabajo. Tú eres tu propia interpretación de la construcción que haces cada día, a cada paso, con cada acto, con cada decisión que tomas y con aquellas que dejas de tomar. Te construyes a partir de tus percepciones, de tu visión y de tu mirada. Ver el mundo es verme, es vernos a nosotros mismos. Como dijo Aldous Huxley: “Existe al menos un rincón del universo que con toda seguridad puedes mejorar, y que eres tú mismo”. Tu mundo, tu cambio, tu “yo”. Tu desafío es conocer tu responsabilidad en esta construcción del futuro. El ser humano se convierte en trascendente cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas vacaciones. Durante siglos fue así, pero hoy todo eso se ha acelerado y multiplicado a partir de la irrupción de la red de redes (world wide web), que sigue redefiniendo la forma y la velocidad en la que se conectan los diferentes mundos. Si algo puede decirse de internet es su capacidad ilimitada para generar y compartir historias. Uno de mis propósitos con Humanoffon es examinar y compartir el irreversible proceso de cambio y de evolución del ser humano en la era digital y cómo es posible asumir y asimilar la integración online y offline en todos los ámbitos de la vida personal y profesional del ciudadano del siglo XXI. Desde el punto de vista práctico, cada vez más personas son conscientes de los efectos, los desafíos y las oportunidades que esta era digital nos presenta. En esta nueva era, todo lo imposible empieza a parecer posible. Casi nadie cambia el mundo sin antes asumir riesgos. Las oportunidades están servidas, y todo está relacionado; quizá sólo sea cuestión de conectar todos los puntos.

La tecnología e internet ya no son una revolución, sino parte de un mismo ecosistema humano que, en su día, supo incorporar y asimilar otros cambios relevantes, como la imprenta, la máquina de vapor, la luz eléctrica, el automóvil, el avión, los periódicos, el teléfono, la radio, la televisión y tantas otras “revoluciones”. Lo apasionante de esta época es que, a medida que la tecnología avanza, la necesidad de lo humano se acrecienta. La revolución posdigital será la revolución de las emociones. Y reconocer lo humano en el offline y el online será nuestro desafío. A este proceso podríamos bautizarlo de muchas maneras; yo lo he llamado: HUMANOFFON. Este mundo digital nos ha aportado un mundo de redes en donde el ser humano busca atraer y ser atraído, convirtiéndose en un amplificador y en un imán. El ser humano se ha transformado tanto en destinatario como en emisor de millones de mensajes, y esta gran transformación ha sido posible debido al encuentro entre lo humano y lo digital. El ser humano deberá aprehender estas nuevas capacidades, y tendrá que aprender a convivir con ellas y a usarlas a su favor. Este reinventarse frente a un mundo nuevo, podría considerarse un renacer de lo humano. Humanoffon es una recopilación de impresiones sobre varios aspectos de esta nueva era crisol del offline y el online. En este compendio no pretendo ser exhaustivo, pero si espero que cada uno de los aspectos que comparto en este libro ofrezca una ventana abierta a las dudas que actualmente compartimos, así como un motivo de reflexión sobre las oportunidades, los desafíos y también los peligros que estas nuevas condiciones suponen de cara a la posibilidad de hacer del mundo un lugar más humano y más acogedor para las personas.

El ser humano aprenderá siempre a convivir con su nuevo yo, un yo capaz de todo aquello que se proponga. Gabriel García Márquez se refería a este proceso diciendo que “los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos, una y otra vez”. Renace lo humano dentro de una nueva era. Este nuevo ser humano es: HUMANOFFON.

“Un abrazo es un encuentro en el universo que se repite interminablemente.” Gustavo Benzecry Sabá La letra “A”, la primera de nuestro abecedario, es considerada en muchas culturas como la más valiosa, tal y como reflejan, por ejemplo, las puntuaciones o calificaciones en muchos países, especialmente en los sajones, en donde recibir una calificación “A” significa la excelencia. Su importancia también radica en que, como todo comienzo, es el primer acto de valentía de un proyecto de lenguaje. Encontrar una palabra con la letra “A” para comenzar este libro no me fue difícil, porque, desde siempre, los “abrazos” han formado parte de mi vida y de mi mensaje troncal en los cierres de mis clases, de mis charlas y de mis conferencias. La actividad de “abrazarse” que planteo siempre al final de mis charlas genera cierto asombro y, a veces, incomodidad en algunas personas; pero, una vez superada la resistencia, todo acaba siendo una experiencia que termina transformando a quien da y recibe abrazos. Es emoción en estado puro, y seguramente funciona también como una catarsis para los asistentes, que, después de tanto contenido intelectual, necesitan un respiro para volver a conectarse con lo que son. Ya que somos lo que sentimos. Cierro todas y cada una de mis conferencias pidiendo a la audiencia que comparta con la gente que tiene cerca ocho abrazos de seis segundos cada uno. Esto lo he repetido en Madrid, Buenos Aires, Melbourne, México, Múnich, Lima, Bogotá, Santo Domingo, Barcelona y unas cincuenta ciudades más. Miles de personas se abrazaron compartiendo una experiencia, pero una de esas que no pueden contarse, sino que es menester vivirlas. Los abrazos, además de ser

buenos para la salud tanto física como mental, representan la gran metáfora del siglo XXI y de mi idea de Humanoffon: el abrazo une, conecta, despierta, emociona, acerca y transforma. Cerrar mis conferencias, clases, talleres o workshops con ocho abrazos de seis segundos cada uno es lo que hace que, ese día, los asistentes se lleven no sólo una charla sobre branding, sino también una emoción que les transforme. Asimismo, el abrazo es la metáfora de lo que un buen branding es para una marca: abrazar al cliente, hacerlo sentir especial, relevante e importante. El mundo es un caos, pero también es maravilloso. Porque el mundo es lo que proyectamos. Ante la pregunta ¿podemos cambiar el mundo?, la respuesta es evidente: claro que sí. Los pequeños detalles, los gestos y las cosas reiteradas en el tiempo que se convierten en hábito hacen que nuestra relación con el mundo sea diferente. Si cambiamos nuestro entorno, estamos cambiando el mundo. Estoy convencido de que ocho abrazos pueden cambiar el mundo. Teniendo en cuenta esta teoría, surgió la idea de buscar embajadores de abrazos. La idea es que haya ocho embajadores de abrazos para que busquen a otros ocho embajadores de abrazos, para que, a su vez, encuentren a ocho embajadores de abrazos, y así sucesivamente. Como el ocho es un número mágico, representación del estado puro y del infinito, que tiene que ver con la vida, la energía, la realización y el yin y el yang, no podría haber número mejor para conseguir que esta cadena de afectividad llegue lo más lejos posible. Sigo buscando embajadores de un mundo mejor. ¿Me ayudas a hacer del mundo, o al menos de nuestros mundos, un lugar mejor? A la antropóloga Margaret Mead se le atribuye la afirmación de que nunca hay que dudar “de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos pueda cambiar el mundo. De hecho, eso es lo único que alguna vez lo ha cambiado”.[6] Volver a lo humano, aunque sea nuestra esencia, nunca resulta fácil. Y lo compruebo al presenciar el desconcierto inicial que genera mi propuesta de abrazarse entre la gente. La gente se pone de pie,

duda, mira a su alrededor, la incredulidad los invade, hasta que las dos primeras personas se funden en un abrazo, y es en ese instante cuando la mente deja de analizar, permitiendo a la emoción ocupar su lugar. De pronto, miles de personas empiezan a abrazarse y el clima en el recinto cambia. A lo largo de la historia, nos hemos convertido en seres complejos, y parece ser que lo más simple se está convirtiendo, sin querer, en aquello que más nos cuesta. La experiencia de lo humano resulta algo infinitamente más efectivo que una explicación intelectual de lo que lo humano es, por eso recurro siempre al abrazo. Un abrazo es la experiencia de lo humano. Y esa experiencia no supone otra cosa que percibir lo humano en el otro; es percibir aquello que nos une en un mundo en el que casi todo nos separa. Nos dividen las religiones, las fronteras, los orígenes, las razas, las ideologías, las clases sociales, etc. Y es en estas divisiones en las que todas las políticas encuentran su fuerza. “Divide y vencerás”,[7] decía Julio César, y siempre ha funcionado. Pero ¿qué pasaría si nos uniéramos? Si piensas detenidamente en la historia de la humanidad, verás que no ha sido otra cosa que una sucesión de sistemas divisorios, en donde lo humano siempre se ha enfrentado a lo humano, convirtiéndolo en diferente o en enemigo. Nuestro empeño ha estado siempre puesto en dividir en vez de en unir aquello que estaba dividido. Tenemos la tendencia a querer diferenciarnos del resto; de hecho, nuestras creencias y nuestras ideologías lo confirman, y es nuestra libertad la que lo hace posible. Pero también la historia nos ha demostrado que no hay que menospreciar ni subestimar el esfuerzo de cada persona, su lucha y su compromiso. Es por ello que, para mí, el abrazo es el símbolo de lo humano, porque es aquello que nos une en un mundo en el que casi todo nos divide. Abrazar nos permite experimentar la sensación de que lo humano es el fundamento esencial de nuestra unión con este mundo. Abrazar define al ser humano creando un espacio en donde no hay fronteras ni barreras, al menos por seis segundos.

La “experiencia” de lo humano, resulta algo infinitamente más efectivo que una explicación intelectual de lo que “es” lo humano.

El abrazo offline La ciencia nos explica que el impacto químico que genera en el cerebro un abrazo de más de seis segundos provoca una segregación de oxitocina tal que predispone a la persona a un estado de confianza, multiplicando por tres la segregación de oxitocina, conocida como la “hormona del amor” o también como la “hormona de la humanidad”.[8] La oxitocina parece estar involucrada en el reconocimiento y establecimiento de las relaciones sociales y podría estar también implicada en la formación de relaciones de confianza[9] y generosidad[10] entre las personas. “La oxitocina es un neuropéptido que básicamente promueve sentimientos de estima, confianza y adhesión”, según ha afirmado recientemente el psicólogo de la Universidad DePauw (Indiana), Matt Hertenstein, quien añade que, cuando nos abrazamos a alguien y la oxitocina se libera en el cuerpo, “realmente pone los cimientos y la estructura biológica para la conexión con otras personas”. ¿No es acaso confianza aquello que sentimos hacia todo lo que se

nos parece? ¿No es acaso confianza lo que nos hacen sentir nuestros seres queridos y lo que nos inspira aquello que percibimos como “semejante” a nosotros? ¿No es la confianza el “sitio” en donde nos sentimos a salvo? La confianza es el encuentro con aquello que se nos parece y que nos hace sentir seguros. El abrazo es ese encuentro de humano a humano en el que lo igual comulga y se relaja. Químicamente, nuestro cuerpo es capaz de percibir lo semejante mucho antes que nuestra mente. Hay muchos abrazos diferentes: el abrazo incondicional a los hijos, el abrazo de los abuelos, el abrazo del alma con los hermanos, el abrazo de gol con los amigos, el abrazo de contención hacia el que sufre, el abrazo del dolor, el abrazo de despedida, el abrazo de encuentro, el abrazo del deseo y el abrazo del amor. Nos abrazamos en muchos sentidos, pero siempre con sentimiento. El abrazo se ha convertido, además, en una fórmula terapéutica para superar la soledad que siente el ser humano. En definitiva, el ser humano está solo y rodeado de soledades semejantes. Abrazar se ha vuelto una actividad esencial que repercute en nuestra química y también en nuestra vida. La soledad se manifiesta de mil maneras, incluso en la aparición de lugares para ir a buscar abrazos, donde uno puede dejarse abrazar durante cuarenta y cinco minutos por una extraña, pagando unos sesenta dólares.[11] El mundo de hoy.

El abrazo online Hoy en día, en nuestra era digital, existe otro “abrazo” importante, y no es otro que el que recibimos cada día, al entrar en nuestros perfiles de las redes sociales. El abrazo del like, del retuit, del pin o del comentario sobre nuestras publicaciones o pensamientos. Éstos

son los nuevos abrazos virtuales, generadores de oxitocina.[12] Su virtualidad no le impide a este abrazo generar la alteración química que produce la alegría en nuestro cuerpo. Y esto demuestra hasta qué punto la realidad virtual y la realidad de la materia logran conectarse y convivir en un mismo mundo. Nuestros mundos online y offline están tan unidos que hasta es posible reproducir con un like el efecto de un abrazo en vivo. Abrir tu perfil y encontrar los “abrazos” de cada día, de gente conocida o desconocida, genera felicidad. La ciencia también ha comprobado que la gente que participa en las redes sociales es más feliz que quien se priva de ellas. Todos abrazamos en el mismo idioma, y a los ya conocidos beneficios emocionales del abrazo se le suman hoy otros, ya que algunos estudios neurocientíficos demuestran que abrazarse es incluso bueno para la salud en general. Que la neurociencia lo haya confirmado significa que ahora podemos creerlo con firmeza y que se nos permite poder asegurarlo con pruebas. Pocas cosas son tan gratuitas y están tan al alcance de todos como los abrazos. Los abrazos protegen del estrés y de las enfermedades, y existe una base científica que justifica que son capaces de influir en la salud. Un estudio realizado en Estados Unidos ha comprobado recientemente que los abrazos ejercen un efecto amortiguador del estrés, y que éstos son responsables en un 32 por ciento del efecto atenuante de la sensación de apoyo que percibimos.[13] En el resumen de esta investigación, realizada por varios equipos de la Universidad Carnegie Mellon (Pensilvania), el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Virginia y la Escuela de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, se confirma que la percepción de más apoyo y la mayor frecuencia de los abrazos se asocian a síntomas menos graves de las enfermedades. Entre los múltiples beneficios que aporta abrazar, los más destacados son que mejora el sistema inmune, aporta beneficios cardiovasculares, reduce el estrés, la ansiedad, la presión arterial y el riesgo de padecer demencia, mejora el estado de ánimo, eleva la autoestima, relaja los músculos, genera confianza y seguridad y rejuvenece el cuerpo.[14] Todo aquello que instintivamente

percibíamos desde hace mucho tiempo, pero que no dejaba de ser una opinión personal, hoy está científicamente comprobado. La certificación de la ciencia convierte las sensaciones en química, y los datos que empezaron como intuición, en concepto. Con sus descubrimientos, la ciencia nos ayuda día a día a confirmar lo que ya algunos sospechaban sin ser científicos, pero sí intuitivos. Porque, cuando hablamos de “descubrir”, estamos hablando de la capacidad de desvelar aquello que se encontraba oculto. Descubrir no es crear, sólo es descorrer un velo y nombrar aquello que ya existía. ¿No es acaso la intuición del científico aquello que le impulsa al descubrimiento? ¿O esa sensación inexplicable de buscar algo que hasta hoy sólo presiente que existe? Si la intuición es aquello que precede al descubrimiento, entonces no deberíamos subestimarla. Primero surge la intuición, y después aparece la ciencia; y las dos son necesarias, porque las dos se complementan, las dos transforman y sacan a la luz todo aquello que existía, pero que permanecía oculto. Es por eso que nunca debemos infravalorar aquello que nos transmite nuestra propia experiencia, porque puede ser que, algún día, hasta le pongan un nombre y se convierta en algo reconocido científicamente. El abrazo digital también alimenta, consuela y reconforta. El abrazo online también me hace sentir humano, porque, hoy, lo humano también es digital. Y los dos mundos, on y off, conviven en este abrazo, porque internet y el abrazo han logrado traspasar fronteras uniendo aquello que antes estaba lejos. Internet ha logrado cambiar los conceptos y las definiciones de lo que eran las distancias. Existe también la posibilidad de que, algunas veces, al acercar tanto las distancias, lo cercano sea aquello que termine alejándose. Aquí se necesita nuestro arte para hacer que lo “humano” no se pierda, y que esos dos ámbitos, on y off, puedan coexistir siempre en un sano equilibrio. Éste es el trabajo que tenemos hoy, intentar permanecer en un delicado pero necesario equilibrio. Estamos “digitalizados” las veinticuatro horas, y todo se define a través de lo

digital; internet, los dispositivos móviles, las redes sociales, el internet de las cosas, la nube..., todo se ha vuelto digital. Si destinamos una media de treinta horas por semana a consultar y revisar correos electrónicos,[15] usemos al menos 48 segundos al día para abrazar. Abrazar define al ser humano. Esta nueva era digital nos ha aportado nuevas tecnologías y formas de comunicación, nuevos canales y nuevas herramientas, pero la verdadera revolución está en las emociones humanas. No perdamos de vista lo importante, trabajemos por un futuro mejor, más humano. Abrazándonos.

Para casi todas las sabidurías milenarias, y también para la actual neurociencia moderna, los seres humanos tenemos dos tipos de conciencia: la conciencia verbal, asociada al pensamiento, a la razón, con la que operamos cotidianamente; y la conciencia no verbal. Esta última es una sabiduría interior que no se puede expresar ni medir como los conceptos más mundanos, más profanos; son esa intuición y esa fuerza las que nos guían, pero no de forma calculada y con estrategias razonadas, sino con ese entender profundo que la gente suele traducir con la expresión “no lo puedo expresar en palabras”. Es esa fuerza que guía a los bebés en su entrada al mundo a base de emoción pura, cuando aún no pueden expresarse con lenguaje verbal. El trajín diario nos lleva a operar casi siempre con la conciencia verbal, en un permanente cálculo al que no siempre le encontramos sentido. Nos suele costar conectarnos con esa consciencia no verbal, más profunda e infinita. Algunos lo llaman amor. Según un texto atribuido a Albert Einstein, en una carta dirigida a su hija, el genio científico decía: Tras el fracaso de la humanidad en el uso y control de las otras fuerzas

del universo, que se han vuelto contra nosotros, es urgente que nos alimentemos de otra clase de energía. Si queremos que nuestra especie sobreviva, si nos proponemos encontrar un sentido a la vida, si queremos salvar el mundo y cada ser sensitivo que en él habita, el AMOR es la única y la última respuesta. Quizá aún no estemos preparados para fabricar una bomba de AMOR, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de AMOR cuya energía espera ser liberada. Cuando aprendamos a DAR y a RECIBIR, esta energía universal, querida Lieserl, comprobaremos que el AMOR todo lo vence, todo lo trasciende y todo lo puede, porque el AMOR es la quintaesencia de la vida.

El hashtag más popular del año 2015 en Instagram fue “#Love”. La relatividad sigue tan vigente hoy como hace cien años.

“El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión.” Del film El secreto de sus ojos Muchos podrían haber esperado que este capítulo se llamara “Branding”, por razones más que obvias. Sin embargo, se llama “Balón”. Como cada vez que juegan Boca Juniors o el Barça, me acomodé en el sillón junto a mi hijo mayor, que acaba de cumplir diecisiete años de edad. Cuando nos mudamos de Buenos Aires a Barcelona, en 2002, me resultó complicado transmitirle mi amor por el azul y oro de Boca Juniors. Con el tiempo, él se hizo blaugrana. Me dice que es de Boca para hacerme feliz, pero sé que sus colores son los del Barça; aunque, en su habitación, los pósteres de Messi convivan con la bandera de Boca. Años después nos mudamos a Madrid. Con apenas siete años de edad, bajaba cada tarde al parque a jugar a fútbol. Siempre con la camiseta del Barcelona y rodeado de una gran mayoría de las camisetas del Real Madrid y del Atlético de Madrid. Año a año, su amor por el Barcelona fue creciendo, hasta que, en 2006, pudo disfrutar y celebrar lo que era su primera Champions League. Feliz y orgulloso se puso su camiseta y fue al colegio, sin temores, ni tapujos; habían ganado la segunda copa de Europa en 107 años de historia. Fue testigo del debut de Messi en 2003, justo un año después de habernos mudado a la Ciudad Condal, de la magia de Ronaldinho, de la llegada de Guardiola como entrenador, de los primeros partidos de un desconocido Sergio Busquets, del renacimiento de Xavi Hernández, de la alquimia de Iniesta. Luego vinieron los récords, las ligas, las copas y, en especial, las Champions

de 2006 (en París), de 2009 (Roma) y 2011 (Londres). Tras la ganada en 2011, llegaron años de vacas flacas, nos habíamos acostumbrado a ganar. En 2015, en otra de las grandes capitales del continente, Berlín, el Barcelona volvió a ganar una Champions, la quinta en su historia, la cuarta para mi hijo y para Messi. Aquel no fue un partido más. Mientras mi hijo ponía su mirada en los Messi, Neymar, Morata y Pogba, mi mirada se centraba en los Buffon, Pirlo y Xavi. Fue la despedida de grandes artesanos del fútbol de una era; como el traspaso de un testigo de una gran generación a otra nueva generación. Desde que nació mi hijo Feli yo soñaba con el día en que pudiéramos sentarnos en un sofá a ver buen fútbol y comentar, discutir, sufrir, emocionarnos con el partido... Hace años que ese sueño es real, y siento que hay un encuentro de generaciones, que su pasión por el Barça es equiparable a la mía por Boca. Al final hicimos un pacto: yo me hice del Barça y él se hizo de Boca. Los dos tenemos un equipo en cada uno de los dos países de donde nos sentimos parte. Pasan los años, pasan los jugadores, pero la alegría de compartir este tipo de emociones con mi hijo mayor nunca pasará. Aquella noche de la final de la Champions de 2014-2015 fue una buena muestra de ello, su Barcelona (ahora nuestro) salió campeón. Mientras mi alegría se mezclaba con la dulce melancolía del fin de una era que daba paso al comienzo de otra, se forjaba otra alegría más grande en mí, que era la de compartir una pasión común con mi hijo. Hay cosas que no se pueden explicar con palabras, porque hay momentos en la vida que son sólo eso, emociones desbordantes. “Ahoras” que dan sentido a lo que las palabras no pueden expresar. El balón une porque habla un idioma universal. La pelota es parte de nuestra cultura, de nuestras conversaciones y de nuestros sueños. En muchos países, el balón raya en lo religioso en cuanto al fervor y la pasión que levanta. El fútbol, en Brasil y en Argentina; el rugby, en Nueva Zelanda; el baloncesto, en Lituania; el bádminton, en la India;

el golf, en Escocia; el pimpón, en China; el voleibol, en Sri Lanka; el críquet, en Pakistán; el béisbol, en la República Dominicana; el fútbol americano, en Estados Unidos; el fútbol australiano, en Australia; el balonmano, en Suecia... Sin duda, el balón es parte relevante de nuestra cultura. Pero, lo maravilloso del balón es que, más allá del origen, el color de la piel o la nacionalidad, se ha convertido en un idioma en común. Hay finales, instantes y situaciones que quedan grabadas en nuestras retinas y corazones para siempre, como el mejor gol de la historia que hizo el barrilete cósmico, Diego Maradona, a los ingleses en el estadio Azteca de México, en el Mundial de 1986 (“[...] es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... barrilete cósmico... de qué planeta viniste?”). O aquel instante en que Andrés Iniesta dijo: “Escuché el silencio”;[16] refiriéndose a cuando envió ese balón a la red del portero holandés en aquel inolvidable Mundial de Sudáfrica 2010. O ese balón que unió a la Sudáfrica de Nelson Mandela tras ganar la final del Mundial de rugby de 1995, bajo el lema “un equipo, una nación”. O el balón del histórico partido que le dio a Rafa Nadal por primera vez el torneo de Wimbledon, al que algunos llaman el mejor partido de tenis de la historia. Un gol de Manuel Estiarte, o de Luciana Aymar. Un doble de Pau Gasol o de Manu Ginóbili. Un tanto de Bárbara Seixas o Ágatha Bednarczuk; una parada de David Barrufet. Un hoyo en uno de Seve Ballesteros, o un try ensayo de Bryan Habana. Ver jugar a Ding Ning o presenciar una carrera de Martin Guptill. O un home run de Álex Rodríguez... Los deportes de pelota o de balón son cada vez más universales. Se llamen como se llamen, nos llegan. Alguien, en algún lugar del planeta, lo está compartiendo. Y nos sentimos allá, en Yakarta, o Berlín, o Buenos Aires o Boston, siendo parte del momento; compartiendo ese instante en que el mundo se detiene, y se oye el silencio como preludio de ese grito sagrado que podemos llamar gol, try ensayo, punto, tanto, doble, triple, carrera, conversión, canasta, etc.; es el sonido del triunfo, de la magia que congela el tiempo para nunca olvidarlo.

Alegrías, sinsabores, momentos épicos, de leyenda, olvidables, el balón nos ha regalado lágrimas de emoción y de rabia, nos ha entregado saltos de locura y silencios sepulcrales. El balón tiene la fuerza y el poder de llegar al alma.

Tratar de ponerle lógica a un balón es más complejo que descubrir el universo con una lupa. Vivimos en una aldea cada vez más interconectada a la vez que atravesamos un espacio temporal de la historia de la humanidad que pide a gritos emociones. El deporte resume esa necesidad tan humana de compartir y de sentir. El deporte es, sin duda, un catalizador para este planeta con forma de balón y alma de internet. Esta década será recordada como extraordinaria en cuanto al desarrollo del deporte, de las marcas y de las redes sociales como fenómeno global. El deporte conmueve, sorprende, conecta y emociona, todo lo que a la mayoría de las marcas les gustaría lograr. El deporte, en general, es una industria que genera más de 632.000 millones de euros al año, equivalente al 1 por ciento del PIB mundial. Las nuevas tecnologías, los satélites, la televisión por cable, los dispositivos móviles, internet y la información en tiempo real han facilitado el acceso al mayor espectáculo del mundo. Aunque, por más que se lo vea como un negocio (que también lo es), el deporte del balón se ha transformado en un lenguaje universal.

La industria de los patrocinios también ha presentado cifras estratosféricas, hasta alcanzar los 50.000 millones de euros, de la mano de empresas como la cervecera AB InBev, Nike, Adidas, Verizon, Movistar, Emirates, Red Bull y TAG Heuer, con nuevos jugadores que empiezan a cambiar lo viejo por lo nuevo. Lo vimos en la Copa Mundial de Clubes de la FIFA 2016. Hasta 2015, ésta era patrocinada por Toyota, y ahora por Alibaba E-Auto. No es una era de cambio, es un cambio de era. En 1992, el número de usuarios en internet era de aproximadamente un millón. En la actualidad hay más de 3.500 millones, y el deporte ha sido uno de los grandes beneficiados de este mundo conectado. El Comité Olímpico Internacional (COI) confirmó que los Juegos Olímpicos de Londres 2012 fueron más vistos en internet que en la televisión convencional, logrando un hito en la historia de las transmisiones deportivas. Las palabras exactas fueron: “Por primera vez en la historia, la audiencia más grande se encuentra en internet y en los teléfonos móviles, y no en la televisión”. La gente consume y comparte en tiempo real. En el mundo del deporte, pocas cosas generan más emoción que poder compartir, en tiempo real y a escala global, las historias y las emociones. Las redes sociales se afianzaron como el lugar donde sucede la conversación, y Facebook, Instagram, WhatsApp y Twitter reconfirmaron su posición de referentes en el ámbito social, digital y móvil. Las historias importan tanto en la vida como en el marketing. La razón es simple, las grandes historias hacen que la gente sienta algo, y esas emociones crean poderosas conexiones entre las audiencias, los personajes dentro de las historias y los que las cuentan. Las historias son un puente a la emoción. Las historias son el catalizador

perfecto para construir fidelización a la marca y valor de marca. Cuando se desarrolla una conexión emocional entre los consumidores y una marca, el poder de esa marca crece exponencialmente. Los sentimientos formatean esa personalidad y dan sentido a esa relación. En la actualidad, en el mundo del deporte, cada equipo necesita una estrategia de marca para mantener la lealtad de los seguidores. Para conseguir el estatus de celebrity, la marca tiene que redefinirse, conectar honesta y auténticamente con sus seguidores y maximizar sus atributos. Tradicionalmente, los equipos firmaban por deportistas estrella y esto ya les otorgaba directamente popularidad. El deporte es así, y todo ha evolucionado tanto que los deportistas ya son más mediáticos que las estrellas de cine o televisión; y así tenemos a jugadores como Cristiano Ronaldo, que ya superan los más de 150 millones de seguidores en las redes sociales. Actualmente, estas marcas también deben ampliar su gama e incluir las instalaciones, los alimentos, lo digital, los lugares, los acontecimientos y las personas, como, por ejemplo, su presidente o entrenador. El día que terminó la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014, el Adidas Brazuca, el balón de dicho campeonato, tenía en Twitter más de tres millones y medio de seguidores. Probablemente no ha habido hasta ahora ningún objeto en la historia de las redes sociales que alcanzara el hito de los tres millones y medio de seguidores en tan poco tiempo. El Mundial de Brasil 2014 rompió todos los récords alcanzados hasta entonces en Facebook y Twitter. En Facebook, más de 88 millones de usuarios de todo el mundo generaron un registro de interacciones de más de 280 millones de mensajes, likes y comentarios —y sólo durante la final del campeonato. Sin duda, la influencia que tienen las redes sociales e internet en eventos deportivos, como en el último Mundial de Brasil, se relaciona con la necesidad de la gente de compartir y de ser oída. Si bien estos deseos no son nuevos, las posibilidades que nos ofrece la tecnología

para conseguirlos sí lo son. El poder de las redes es cada vez mayor, más global e influyente. El de nuestras emociones no sabe de fronteras ni de lenguas ni de banderas, conscientes de la época en que vivimos, en la cual todos podemos estar en contacto sin importar las distancias. Cuando el balón está en juego, hay un instante en que el aliento se corta, los ojos se abren, el silencio lo invade todo y se detiene el tiempo. Es ese momento en que puede oírse el silencio cuando la red recibe el balón, o cuando se hace un punto, o cuando se cruza la meta y el silencio estalla en mil pedazos transformándose en uno de los gritos más felices del mundo. Tras ese instante, la emoción lo inunda todo, y todos nos abrazamos en el mismo idioma. Se inmortalizan los momentos y se comparte a escala planetaria ese sentir. Cada vez son más los millones de likes, comentarios, fotos, retuits, posts, récords..., y detrás de cada uno, hay una persona. Y detrás de cada persona, un corazón y un sentir. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, a finales de 2014 había más de 3.000 millones de usuarios de internet, dos tercios de ellos procedentes del mundo en desarrollo; y se espera que, para el año 2020, el número de personas que tendrá por lo menos un dispositivo móvil será mayor que el de quienes contarán con electricidad o agua potable. En el estudio “Visual Networking Index: Global Mobile Data Traffic Forecast”, de Cisco, los usuarios de dispositivos móviles llegarán a los 5.400 millones en 2020, es decir, siete de cada diez habitantes de la Tierra tendrán uno. Para dicha fecha, este estudio estima que habrá 5.300 millones de personas con acceso a electricidad y 3.500 millones al agua potable, menos de la mitad de la población mundial; a otro bien de consumo como es el automóvil tendrán acceso unos 2.800 millones de personas. Cisco estima que, para 2020, habrá 11.600 millones de móviles, dispositivos y conexiones listas, incluyendo unos 8.500 millones de teléfonos personales, frente a los 7.900 millones en 2015. De ellos, el 67 por ciento será “inteligente”, frente al 36 por ciento en 2015. Esto confirma

que el balón estará al alcance de la mano, en las millones de pantallas que llevaremos encima todo el día. Tratar de ponerle lógica a un balón es más complejo que descubrir el universo con una lupa. Porque, a fin de cuentas, es la pelota la que me permitió dejar de ser niño para hacerme adolescente, la misma que me vio crecer y hacerme amigos, aprender valores, compartir colores y sentir pasiones. El balón carece de toda lógica, y, aunque tratamos de racionalizar el negocio detrás del deporte, de los intereses de los medios de comunicación, de los intermediarios, de los patrocinadores..., cuando rueda nos olvidamos de todo para jugar. Y jugar es sano, aunque traten de ensuciarla, la pelota no se mancha.

“Los griegos no escribían necrológicas, sólo hacían una pregunta cuando moría un hombre: ¿tenía pasión?” Del film Serendipity

“Creo que es posible que la gente normal elija ser extraordinaria.” Elon Musk Negar el cambio es negar el suelo que pisas. Tu piso se mueve aunque te resistas a aceptarlo. La Tierra gira sobre su eje, y tú vives en un planeta en movimiento. Todo movimiento es un cambio. Sin el movimiento de la Tierra, tus jornadas no tendrían amaneceres, atardeceres, días y noches. Primero debemos entender que el tiempo significa cambio y que, si nada cambiase, no serías consciente tampoco del tiempo. Todo cambia constantemente. Primero eres niño, luego joven, después adulto y, finalmente, anciano. Una persona sana se enferma, y otra que está enferma se cura; el rico se vuelve pobre, y el pobre se convierte en rico. El cambio es constante porque el cambio sólo es una cuestión de tiempo. Me atrevería incluso a decir que el tiempo es sólo la distancia entre dos cambios. Sólo eres capaz de ser consciente del tiempo por los cambios que te rodean. Y si el cambio es la constante, ¿por qué entonces resistirse a él? El problema con el cambio es que implica la aparición de algo nuevo. Y lo nuevo trae consigo aquello que todo lo desconocido acarrea: MIEDO. El cambio es siempre la respuesta a un nuevo estímulo y aunque te resistas a aceptarlo, los cambios siguen ocurriendo. Aunque tu cambio no suceda, el mundo seguirá girando y todo continuará cambiando a tu alrededor. Tu resistencia no impedirá que todo siga su curso. En el siglo XXI hay dos palabras que se han puesto de moda en el ámbito laboral y que solemos escuchar muy a menudo. Estas palabras son “cambio” y “miedo”. El cambio, no debe ser confundido con la actividad de modificar algo sólo exteriormente, ya que el cambio implica algo profundo, algo por lo cual toda la estructura de un mundo se mueve, generando un proceso que

requiere de mucho esfuerzo, para dar nacimiento a algo distinto. Los cambios no surgen del deseo de cambiar solamente, sino de la necesidad imperiosa de hacerlo. Es por eso que la comodidad no genera nunca un cambio real, porque todo cambio surge como respuesta a una incomodidad existente. Para que haya un cambio real, es necesario que le anteceda una crisis, y al decir crisis me refiero a un montón de realidades en movimiento, en caos, en desorden y en conflicto. Los cambios, muchas veces, pueden estar generados por desgracias, por fracasos, por enfermedades, por rupturas o por quiebras, e incluso por la felicidad, pero nunca están generados por la comodidad. El proceso que genera todo cambio es lento y exige perseverancia, pero, a posteriori, genera una sensación de superación y de alegría que, la mayoría de las veces, suele ser inexplicable. La sensación de sentir que, a fin de cuentas, estás vivo, y que el movimiento bajo tus pies, no era sólo una teoría, sino que tú también formabas parte de él. Todo cambio deja tras de sí un precipicio, porque cambiar es duro y forma parte de un proceso que implica mirar, mirarse y, por supuesto, atreverse a elegir un movimiento diferente. El cambio nos enfrenta también a aquello que trae lo diferente: el MIEDO.

“Antes de iniciar la labor de cambiar el mundo, da tres vueltas por tu propia casa.” Proverbio chino

Cuando me enfrento a trabajos que requieren un cambio, lo primero que les pregunto a los peticionarios es: ¿Cuál es la nueva necesidad? Es imposible cambiar nada sin atreverse a mirar en profundidad, ya que cualquier cambio superficial sería sólo un disfraz, algo que, poco a poco, demostraría que todo sigue siendo lo mismo detrás de una nueva máscara. La gente quiere cambiar cosas, pero sin realmente cambiar lo que importa. Quieren que todo sea diferente, quieren resultados diferentes, pero sin hacer nada distinto y sin hacerse “ellos” diferentes. Éste es el problema del cambio: que, para que ocurra, hasta tú debes cambiar. Y éste es el resultado del cambio: cuando suceda, tú tampoco serás el mismo.

De lo particular a lo general Existen dos impactos que están empujando el mundo que conocemos hacia un cambio radical: la digitalización y la virtualización. Ambos como parte de un nuevo contexto. Fruto de ese contexto vamos a vivir un cambio cultural, social y mental muy duro de atravesar, pero cuya recompensa es la creación de un nuevo modelo. En la actualidad, el conocimiento que hemos adquirido ya no es garantía para el futuro, sólo es el reflejo de nuestra experiencia y de nuestros aciertos en el pasado. Antes, se suponía que estábamos viviendo una adaptación a una época de cambios; ahora, nuestro tiempo nos enfrenta a lo que supone un impacto estructural, a lo que denominamos un cambio de época. Atravesamos uno de los períodos más convulsos y a la vez más prósperos como humanidad. La incorporación a nuestros hábitos

y costumbres de las nuevas tecnologías, y particularmente de internet, ha generado una nueva manera de pensar, de relacionarnos, de vivir y de actuar. Internet es una amalgama que nos acerca y nos conecta como nunca antes. Si a la sensibilidad artística y creativa del ser humano le sumamos el poder de las nuevas tecnologías, el único límite será el que cada persona se ponga a sí misma. El objetivo de este nuevo viaje no es conseguir un replanteamiento de ideas que se adapten a esta nueva realidad, sino crear nuevas ideas para que la realidad se adapte a ellas a fin de poder diseñar un nuevo futuro. El desafío es que no podemos esperar a que los gobiernos lo hagan por nosotros. En estos tiempos tenemos un Estado grande para cosas pequeñas, y resulta pequeño para cosas grandes. La construcción del destino del planeta está en los pequeños grandes detalles. Allá donde creemos que la relevancia es poco importante es donde se marca la diferencia, donde se construye ese futuro, donde se crea la vida del mañana. El futuro, por ende, está en tus manos. El futuro que queremos sólo puede estar en manos de quienes creen en la fuerza de sí mismos y de la cohesión entre todos los habitantes del planeta. Es un gran intercambio emocional a gran escala, y no se puede “tercerizar” está responsabilidad, ya que la legislación viene siempre muy por detrás del progreso. Es un esfuerzo constante aquel que nos demanda el futuro. Es un trabajo de imaginación, innovación y creatividad a prueba del lastre del pasado. Y no es sino abrazando tal reto que podremos diseñar ese futuro: apoyándonos en la fuerza del cambio y en el poder de la imaginación; aplicando la creatividad; impulsando la educación; demandando transparencia. La sociedad y el mundo, tal y como han funcionado hasta hoy, deberían cambiar optimizando su relación con la tecnología y el uso que se hace de ella, así como también debería cambiar la forma de abordar los nuevos problemas.

En la historia del ser humano, aunque en procesos que transcurrieron a diferentes velocidades, todo ha cambiado y seguirá cambiando. Podemos empezar a pensar distinto, a ver diferente, a creer que no todo lo que nos han dicho es cierto, a recuperar la capacidad de desafiar el statu quo ideológico, cambiando creencias, creando un nuevo paradigma. Y lo haremos si somos conscientes de que no habrá revolución sin revolucionarios, ésos que son curiosos, inquietos, buscadores, pioneros, creadores y “locos” y que constituyen una parte imprescindible de estas microrrevoluciones que, comenzando desde abajo, empiezan a subir sin límite. Estamos en un momento de la historia del mundo en el que tenemos que tomar decisiones importantes, decisiones que van a determinar si podemos transformarnos en una clase diferente de sociedad o no. Debemos decidir si aceptamos el futuro con resignación o asumimos que estamos ante una gran oportunidad para reinventarnos como sociedad global. Debemos tomar conciencia sobre las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones. La posibilidad está delante de nosotros, y desaprovecharla sería imperdonable.

“La normalidad es una ilusión. Lo que es normal para una araña es un caos para la mosca.” Morticia Addams

“La duda es la madre del descubrimiento.” Ambrose Bierce Nos toca preguntarnos, una vez más, si nuestro sistema educativo está realmente vigente para estos nuevos tiempos. Hasta tiempos recientes, la educación viene siendo esencialmente un adiestramiento de la memoria, el profesor transmitía conocimientos enciclopédicos y los alumnos memorizaban y repetían. En gran parte, nuestro sistema educativo sigue basado en memorizar, pero no en comprender, en aprender y en razonar las cosas. Apelar a la memoria como sistema está definitivamente pasado de moda. Esto funcionaba en épocas en las que los cambios en el conocimiento se producían muy despacio. El maestro era eficiente en su trabajo porque el conocimiento era casi estático. Permanecía en el tiempo, pero ahora eso ha cambiado. Los cambios se producen a tal velocidad que es imposible seguir basando la educación en la memoria, ya que, cuando los estudiantes han acabado de memorizar determinada información, esa información ya es “vieja” o ha sido revisada. Es por eso que, hoy en día, el foco de la educación debería estar en educar la inteligencia y en potenciar el talento; creando personas capaces de vivir las cosas nuevas que irán apareciendo cada día, personas capaces de imaginar nuevos mundos, de hacerlos posibles y de construirlos. En definitiva, formando gente capaz de responder a nuevas realidades y a crearlas. No basta ya con el conocimiento enciclopédico para educar a las personas del futuro. ¿Cómo educamos la inteligencia? La inteligencia se educa incentivando el pensamiento crítico del alumno, motivando la duda, los pensamientos propios, ayudando a “abrir ojos y mente” en vez de entregando manuales de instrucciones. Educar es promover gente más inteligente, gente capaz de llegar a sus propias conclusiones y de pensar por sí misma. Coincido con P. Unamuno,[17] quien, en un artículo publicado en El Mundo en 2014, escribía que es hora de “reivindicar el invento más inútil y necesario creado por el hombre: el

pensamiento”.

“El que nada duda, nada sabe.” Proverbio griego

La educación debería motivar esa capacidad de poner en duda las cosas, las ideas, las actitudes, las creencias y todo aquello que ya no sirva al crecimiento del ser humano, fomentando el pensamiento y educando así la inteligencia. Esto mismo despertó la emoción de los griegos cuando, hace mucho más de dos mil años, descubrieron que existía en el universo esa extraña realidad que es el pensamiento y sintieron tal entusiasmo por las ideas que atribuyeron a la inteligencia y al razonamiento (el logos) la categoría de la existencia misma. En comparación con el pensamiento, todo lo demás les pareció algo menor. La creatividad de los jóvenes debe ser alentada por un nuevo modelo educativo que invierta en fomentar la inteligencia que será capaz de responder a las nuevas realidades que el mundo planteará en el futuro. Ya lo decía Ernest Hemingway, cuando le preguntaron cuáles eran los requisitos para ser un gran escritor: “Para ser un gran escritor, uno necesita tener en su sistema un detector de basura a prueba de golpes”.[18] Una persona inteligente se convierte en un detector de basura, en un detector de mentiras. Ya no podrá ser engañada tan fácilmente. Y he aquí el peligro para algunos poderes que prefieren a personas memoriosas antes que a gente inteligente. En esta era digital, resulta inútil basar la educación en un sistema de

ideas fijas, ya que los avances son constantes y los jóvenes tienen la posibilidad de acceder a esa información. El conocimiento es, por supuesto, la base fundamental de todo sistema educativo, pero, a la vez, exige una flexibilidad correspondiente a una época en la que todos los descubrimientos modifican dicho conocimiento de manera permanente. Y es la duda la que genera el cambio en el conocimiento.

“No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa.” José Ortega y Gasset

“Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas.” Sir Francis Bacon

Cuando un físico con grandes conocimientos duda de algún concepto, se pone a investigar y descubre algo nuevo. Ese descubrimiento modifica el conocimiento previo, y es por ello que instaurar la flexibilidad en la enseñanza se convierte en algo esencial para que los jóvenes puedan desempeñarse en el futuro que les ha tocado. Es la duda la que nos lleva al descubrimiento de nuevos conocimientos. Si tenéis dudas, dejarlas entrar. Porque dudar es una de las cosas más importantes de la vida. Cuando hay duda, hay búsqueda; y cuando hay búsqueda, hay camino y descubrimiento. La seguridad de lo conocido es lo que hace que este modelo se siga resistiendo al cambio. “Todo hombre de genio —remarcaba José Ingenieros—, es la personificación suprema de un ideal. Contra la mediocridad, que asedia a los espíritus originales, conviene fomentar su culto; robustece las alas nacientes.” Y nada mejor que hacerlo con nuestros niños y jóvenes desde el principio de sus caminos, en los inicios de su vida, cuando comienza a forjarse el carácter. Es en esos momentos cuando el ejercicio de la duda puede jugar un rol determinante en su educación. Y no sólo para educar la mente, sino también al carácter. Éste es el momento de afrontar un cambio en el que la duda ocupe un lugar central en nuestra educación. En la actualidad, Google procesa unas cuarenta mil búsquedas por segundo,[19] en promedio, lo que representa unos 3.500 millones por día. Si consideramos que hay unos 3.500 millones de personas con acceso a internet, podríamos decir que cada una hace una búsqueda al día, como mínimo. Uno de los datos más interesantes es que, de todas las consultas diarias, entre el 16 y el 20 por ciento son búsquedas que nunca se habían realizado con anterioridad. ¿Se trata de una avidez por nuevos conocimientos? ¿Es la avalancha de lo novedoso lo que empuja a este resultado?

Si el 50 por ciento del mundo está conectado a internet, no asumir los desafíos y las oportunidades que esto representa entraña un riesgo considerable. Este porcentaje representa un aumento de más del 700 por ciento de la conectividad global desde el inicio de este siglo. Y sólo es cuestión de tiempo para que todo y todos estemos conectados. “Desde el nacimiento hasta la muerte, conectamos nuestra existencia a un piloto automático, y hace falta una valentía sobrehumana para cambiar de rumbo”, critica con rotundidad el escritor francés Frédéric Beigbeder, recordándonos así que dudar nos quita la etiqueta de máquinas y nos hace mejores seres humanos.

“La duda es uno de los nombres de la inteligencia.” Jorge Luis Borges

“Cuando era pequeño, mi madre me decía: si te haces soldado, llegarás a general; si te haces cura, llegarás a papa. Yo quería ser pintor, y he llegado a Picasso.” Pablo Picasso Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en España, el abandono escolar es del 24 por ciento, mientras que en Finlandia es casi nulo.[20] Por eso, convendría retomar el debate sobre el modelo educativo que nuestra sociedad, a pesar de los innumerables cambios de los últimos tiempos, sigue manteniendo. ¿Cómo transformamos el sistema para que los jóvenes puedan potenciar la capacidad creativa e imaginativa, inventar nuevos y mejores futuros y experimentar sin temor a recibir un castigo por equivocarse? ¿Cómo hacemos para que se animen a tener instinto emprendedor y a dejar atrás la idea de la seguridad para sumergirse en la movilidad laboral? ¿A qué esperamos para entender que estamos viviendo en una aldea global, con cambios globales, que necesita de mentes abiertas sin fronteras? Cada tanto, aparecen tibias e incipientes iniciativas de cambio que impulsan la creatividad del alumno, provocando su capacidad de innovación y agudizando su don para la observación o para hablar en público, Son iniciativas que les ayudan a recuperar el contacto necesario con las artes, incorporando nuevos idiomas a su universo lingüístico. Sin embargo, todavía son muy pocas. El vídeo más visto en la historia de TED es la conferencia del educador y escritor sir Ken Robinson: “La escuela mata la creatividad”, en 2006, con más de diecisiete millones de

reproducciones. Esto muestra que la educación siempre es un tema que genera interés. En la mayoría de las discusiones acerca de la educación del siglo XXI en las que participo, lo que emerge con la claridad de una luz en medio de la noche es que el foco de atención no tendría que estar en los alumnos, sino en los educadores. Siguiendo el ejemplo del país nórdico, la elevada calificación académica del profesorado, principalmente en educación primaria, explica el porqué de esa búsqueda constante de la excelencia. Finlandia considera que el tesoro del país son sus niños, y es por eso que los ponen en manos de profesionales muy cualificados, para que la mejor formación se produzca desde la base. El futuro de la educación no debe centrarse en los datos, sino en la construcción de modelos en los que la prioridad sea educar con lo mejor, comprometiendo y concienciando a todas las partes involucradas. El asunto va mucho más allá de las nuevas tecnologías, aunque éstas estén afectando al ecosistema educativo en algunos (pocos aún) países del mundo. No sólo debemos imaginar cómo aplicar los nuevos dispositivos, sino cómo modelar la mezcla entre lo clásico y lo moderno, entre aquello que ayuda desde hace más de cien años a que nuestro conocimiento se “formatee” y aquello que aún no existe. No se trata de promover una cosmovisión tan efímera como los nuevos dispositivos, que cada seis meses se renuevan y cada poco más quedan obsoletos, sino de incorporar a los docentes al liderazgo del proceso de transición entre el siglo que se fue y el que ya comenzó. Por ello, tal vez el debate del siglo XXI no sólo tenga que focalizarse en los niños, sino más bien en quiénes los educan y en cómo. Los maestros, profesores, tutores y padres deberían no sólo estar en la mesa del debate, sino en el foco del mismo. En Papeles

inesperados, Julio Cortázar da especial relevancia al papel del maestro y, por supuesto, de la educación, expresándose sobre ambos, en palabras claras y precisas: Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente. El maestro se tiende hacia la inteligencia, hacia el espíritu y, finalmente, hacia la esencia moral que reposa en el ser humano. Enseña aquello que es exterior al niño; pero debe cumplir asimismo el hondo viaje hacia el interior de ese espíritu, y regresar de él trayendo, para maravilla de los ojos de su educando, la noción de bondad y la noción de belleza: ética y estética, elementos esenciales de la condición humana.

Al Pacino hizo referencia a la importancia de esto último como un rasgo determinante en su vida: “He tenido maestros a lo largo de mi vida que han sido mis mentores y me han ayudado. Pero todo mi cariño va a mi profesora de octavo grado, una influencia tremenda para mí [...]. Es importante que alguien crea en ti, especialmente cuando eres un chaval de la calle como era yo. Esa profesora se tomó el tiempo de venir a casa y hablar con mi abuela, subió seis pisos sin ascensor y se tomó una taza de té con ella. Así que, ¿cómo no puedo estar agradecido a esa maestra? Ha habido mucha gente necesaria en mi vida, como esa maestra [...]. No hay palabras para mostrar mi agradecimiento a todos ellos. Los profesores son la esperanza para todos, son la última frontera”.[21] Hasta Ray Bradbury, el autor de El hombre ilustrado, se suma a esta visión cuando dice que “se habla de poner computadoras en el sistema educativo, cuando lo que necesitamos son libros y mejores maestros”. [22]

“Un niño, un profesor, un lápiz y un libro pueden cambiar el mundo.” Malala Yousufzai

Siempre tengo presentes las palabras de Bertrand Russell, quien dijo que “los educadores, más que cualquier otra clase de profesionales, son los guardianes de la civilización”. Esto último podríamos asumirlo como una mochila demasiado pesada, o bien como una responsabilidad que inspire a hacer ese trabajo con rigurosidad, responsabilidad, amor y agradecimiento. Hay algunos maestros a los que recordaremos toda la vida. Estos maestros son aquellos que han despertado en nosotros algún interés en concreto o han provocado el impulso para recorrer algún camino específico en nuestra vida, ya sea en la elección de una carrera o de una vocación. Cuando un maestro ama aquello que enseña, resulta inevitable que contagie ese amor al grupo que le escucha. Hay pocos maestros y muchos profesores, pero, lamentablemente, es probable que te cruces con muchos más profesores que maestros a lo largo de tu vida. La diferencia entre un maestro y un profesor no radica en sus conocimientos, sino en la manera de transmitirlos. Un profesor es más parecido a un erudito, alguien capaz de demostrarte que su coeficiente intelectual y su memoria son poderosas, pero su eventual falta de empatía con el alumno demostrará que su propia búsqueda ha concluido. Un maestro, en cambio, es aquel que te contagia la pasión por lo que enseña, y, al amar tanto aquello, sigue buscando, sigue dudando y anhelando encontrar nuevas respuestas. Contagiará

su pasión porque cree que dentro de su aula hay al menos un alumno que será capaz de continuarla. Su pasión será su voto de confianza, y él intentará contagiarla para que los alumnos, también en su día, amen aquello que elijan. El maestro confía en la continuidad de ese amor, porque es desde allí desde donde vendrán las nuevas respuestas. Un maestro confía en ti, y esa confianza es lo que producirá que, al salir de su clase, estés contento, entusiasmado. Un maestro despierta algo en ti que estaba dormido. La diferencia entre estos dos tipos de docentes no radica solamente en cómo transmiten los conceptos, sino en aquello que transmiten detrás de esos conceptos. Unos te transmitirán confianza y despertarán tu inteligencia, fomentando tu capacidad de duda y tu creatividad, mientras que otros sólo entrenarán tu memoria, como considerándote sólo capaz de repetir lo viejo y de soñar con ese día lejano en el que tú puedas transmitir lo mismo que te han dado ellos, sin cambiar nada ni enriquecer la enseñanza con tu propia experiencia. Dar con un buen maestro es un gran hallazgo, y éstos no se encuentran únicamente en las aulas, sino que andan por todo tipo de caminos distintos. Cuando encuentres a uno, sentirás como si alguien hubiera llamado a tu puerta. Una alegría distinta te llenará por dentro y sentirás que hay alguien en el mundo que confía en ti; alguien que sabe que hay un sitio disponible para ti. Sin importar el lugar en el que estés, ni lo pequeño que creas ser, tú también puedes cambiar el mundo, hacerlo más flexible, y generar nuevas conclusiones relativas a tu tiempo que puedan llegar a otros el día de mañana, con la misma confianza y generosidad con las que un buen maestro las ha compartido contigo. La verdadera educación tiene que enseñarnos los caminos del corazón, que no son otros que aquellos que nos conducen a nosotros mismos. He aquí la famosa consigna de Sócrates: “Conócete a ti mismo”.[23] La duda nos lleva a preguntas tan esenciales como necesarias: ¿quién soy?, ¿qué

siento?, ¿qué pienso?, ¿quién quiero ser? Cuando se alinea lo que eres con lo que sientes y con lo que piensas, entonces eres un ser pleno. Hoy, este tipo de educación está harto olvidada y menospreciada, lo cual es la causa de que nuestros jóvenes estén tan perdidos; migrando de universidad en universidad, frustrándose, buscando a alguien a quien no conocen aún: a ellos mismos. Muchas veces, motivados por especulaciones económicas, por respetabilidad, por la ambición del prestigio, por el contexto o por presiones familiares y sociales, los jóvenes son empujados a elegir mal una carrera. Como me decía el pedagogo Pablo Lipnizky, fundador del Colegio Montessori, en Bogotá, en una interesante conversación que mantuvimos en Colombia, “la educación tiene la función de sacar lo que el individuo lleva adentro”; y, si esto es así, entonces la buena educación debería ser un camino hacia su felicidad y hacia ellos mismos. “Nos pasamos la mitad de la vida encajando en moldes y la otra mitad intentando salir”, escribe J. Rueda en el blog Rebeldes Digitales.[24] Hay que recuperar lo esencial a partir del pensar, el decir y el hacer, y hacerlo de manera coherente, creativa y consecuente. La autoconfianza que puedan generar a partir de poner en valor sus aptitudes y, sobre todo, sus actitudes hará de los niños adultos más seguros, más tolerantes, más respetuosos. Debemos dar confianza a los niños para que los futuros adultos triunfen. Hablo de verdades tan necesarias como la que vimos y oímos en la película Pequeña Miss Sunshine, con aquella frase inspiradora: “Dentro de nosotros está el potencial para la grandeza, o el potencial para inspirar grandeza”.

“Cualquier profesor que pueda ser reemplazado por un ordenador, merece que lo sea.”

David Thornburg

Mucha gente habla de dejarle un planeta mejor a nuestros hijos, pero pocos trabajan y educan para dejar mejores hijos al planeta. Si de verdad queremos cambiar el mundo para mejor, lo primero que deberíamos cambiar es a las personas. Hemos construido este mundo a nuestra medida, y, nos guste o no, todos sin excepción somos responsables de esta obra. El mundo no es ajeno a nuestra forma de ser, sino un reflejo del ser humano, con sus virtudes y sus desaciertos, sus visiones y sus indiferencias, su caos y su armonía. Quiero “abrazar” la educación porque considero que es lo primero. La educación es lo que nos forma y moldea como personas; luego, vendrá todo lo demás. Lo primero que recibimos después de nacer es educación. Y ahora me refiero a la educación como cultura, como herencia, como traspaso de costumbres y valores. La educación tiene dos facetas, una es la educación de la mente, y la otra, la educación del corazón. Toda la vida he escuchado que nacemos con alma y mente, y que esas dos cosas son las que nos diferencian de los animales, pero yo me atrevo a afirmar que nacemos sólo con la posibilidad de tener una mente y de tener un alma. Las posibilidades de desarrollar la mente y el corazón son inmensas, pero me pregunto si nuestra sociedad se toma el mismo trabajo en desarrollarlas de forma paralela y conjunta y darles la importancia que se merecen. Educamos desde la cuna, sin libros de texto, y educamos mucho antes un corazón que una mente. Si nuestros hijos tan sólo nos reflejan y se han convertido en pequeños clones de nuestras familias, ¿qué han traído al mundo de original? Si hemos convertido a los niños en copia de sus padres, ¿para qué han

venido entonces al mundo? ¿Qué han traído de nuevo para aportar? ¿Estamos así permitiendo que desarrolle su sello único, su marca, su individualidad? ¿Estamos creando copias de seres humanos o dando espacio para seres originales y nuevos? Como bien canta Joan Manuel Serrat: “[...] les vamos transmitiendo nuestras frustraciones, con la leche templada y en cada canción”. Dar la oportunidad de “ser” permite que el crecimiento interior no conozca barreras para su desarrollo. De entre todas las herramientas que podemos dar a nuestros hijos, ninguna tan poderosa como la confianza en sí mismos. “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”, acertaba en sus palabras el psiquiatra estadounidense Karl A. Menninger. De ahí la importancia de la buena educación. Si nuestro fin es moldear a nuestros hijos como copias, es inútil pensar que el mundo pueda cambiar. A mismas personas, idéntico mundo. Mi cuestionamiento se basa en si realmente queremos darle una oportunidad a lo original para aparecer y desarrollarse o no queremos. El ya mencionado educador sir Ken Robinson reafirma esta visión expresando que “la innovación llega de la mano de la creatividad, la creatividad de la mano de la imaginación”. ¿Queremos educar en originalidad o queremos simplemente clones de nosotros mismos? ¿Estamos realmente ofreciendo la posibilidad de que cada niño desarrolle su ser original? ¿Estamos creando ese espacio en las escuelas y los hogares para educar en ese aspecto? Sócrates definió la educación de esta forma tan sabia y tan precisa: “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”.[25] ¿Cómo enseñar para despertar algo en los niños, para encender esa llama que han traído al mundo? En estos últimos años he dado conferencias en muchos países sobre ideas y creatividad, y noto que hay un gran interés en los jóvenes (y también en los adultos) por ser creativos a la hora de idear algo diferente, por romper moldes, por salirse de lo corriente; pero, sin embargo, eso es lo primero que matamos en los niños. Como ya dije, nos pasamos media vida

intentando encajar en los moldes, y la otra mitad de la vida, intentando salir de ellos. Cuando el conocimiento es usado como una herramienta en vez de como un fin en sí mismo, se vuelve utilitario. Con esto quiero decir que el conocimiento es un medio para llegar a otras cosas, como, por ejemplo, la creatividad. Cuando logramos hacer del conocimiento un medio, éste se convierte en un juego. Este juego consiste en conectar las cosas aprendidas dando la posibilidad de generar algo nuevo. Hace unas semanas, mi padre encontró en su casa un texto que él había escrito cuando tenía quince años de edad, en 1953. Me pareció un ejemplo muy claro de lo que significa jugar con el conocimiento, y es por eso que lo quiero compartir aquí. Es un texto insólito, pero que refleja la capacidad de convertir el conocimiento en algo creativo. Hay distintas formas de creatividad: la utilitaria, que se convierte en ciencia; y la no utilitaria, que se convierte en arte. Cristobal Colón se paseaba nerviosamente de un extremo al otro del largo corredor principal del palacio de sus Majestades, Isabel la Católica y Fernando de Aragón. No era para menos, horas antes había recibido una carta firmada por todos los miembros de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, en la que le solicitaban hiciera todo lo posible para descubrir América pronto, pues los productores de Hollywood estaban preocupados por la falta de mercados donde colocar sus películas y deseaban ganar Europa para sus producciones, pues los diaguitas que vivían en la salvaje Buenos Aires, preferían esa locura llamada neorrealismo, y gustaban más del arroz que de la goma de mascar. De pronto, alguien llamó al gran Almirante y lo hizo pasar al despacho del Rey. Éste se hallaba leyendo Las moscas, de Sartre, pues el gran monarca se dedicaba a esa nueva locura francesa. Al entrar Colón, Fernando levantó la vista del libro y le dijo: —Hace un rato estuve en las Bermudas y hablé con Ike (Einsenhower) y me comunicó lo de la carta que usted recibió. ¿Puede saberse a qué espera para descubrir América? —Estoy esperando la visación de la dirección de migración americana, y encontré dificultades porque cuando era joven estaba suscrito a una revista

que editaba un comunista y al Tío Sam no le gustaba. —Bueno no se preocupe yo arreglaré esa dificultad; a propósito: ¿no sería mejor que en lugar de ir en barco fuera en avión? Es más moderno y sensacional. —¿Y no sería mejor que fuera en monopatín? —Colón, me ha faltado usted el respeto y le haré dar 20 bastonazos. Apretó un timbre que tenía sobre su mesa de trabajo y entraron guardias que se lo llevaron hasta un calabozo con aire acondicionado, en el piso 34 del palacio. Le sacaron la camisa de nilón y lo sentaron en un banco; inmediatamente, la máquina automática de dar bastonazos, que funcionaba echando veinte centavos, comenzó a funcionar. Colón gritaba desesperadamente: “Ay... Hola... Ayyy”. El director del hospicio decía al visitante: “Fíjese en ese loco, se cree Colón, se pasa el día representando su vida, y éste que está acá arriba de esta hoja de cuaderno es otro loco, pero tranquilo, figúrese que se imagina que es escritor. Hay cada ejemplar..., y a todos hay que aguantarlos...”.

Este texto es la evidencia de que la imaginación, la curiosidad y la creatividad no son conceptos nuevos, sino que siempre existieron. Pero si hay algo que se echa de menos de aquellas épocas es el tiempo que había para perder y para crear. No había computadoras, ni teléfonos inteligentes, ni redes sociales, apenas el periódico, la radio, algunos libros y muy poca televisión. Pero había tiempo para la imaginación, para la curiosidad, tiempo para jugar, tiempo para perder, y espacios para la creatividad, para la lectura y también para la escritura. No es que todo tiempo pasado sea mejor, pero entonces había cosas de las que podríamos reaprender hoy. Quiero que abracemos una educación diferente que ayude a las personas a adaptarse a su entorno y que, a la vez, no reprima su originalidad. ¿Será una utopía? Quiero abrazar una formación académica en la que, además de lo intelectual, existan espacios para la creatividad, para el silencio y para la duda. Para mí, éstos deberían ser los cuatro pilares de la educación: • Conocimiento

• Silencio • Duda • Creatividad Si estos cuatro pilares están presentes, habremos podido educar las partes más esenciales del ser humano: la mente, el corazón, el alma y la inteligencia. Espero que la buena educación se transforme en un eficaz virus que se extienda por toda la humanidad. La ciencia ha demostrado que, si una cantidad determinada de miembros de una especie desarrolla ciertas propiedades orgánicas, éstas pueden ser y serán adquiridas por otros miembros de la especie. Indudablemente, para que una sociedad cambie, el cambio debe empezar por la educación. Se estima que el 65 por ciento de los alumnos de educación primaria trabajarán en empleos que no existen en la actualidad[26] y no resulta paradójico entonces leer en la revista Wired que “las escuelas estadounidenses están entrenando a los niños para un mundo que no existe”.[27] Es un proceso lento, pero que ya ha comenzado. Un nuevo tipo de aprendizaje está teniendo lugar en América. Como todo lo nuevo, tiene férreas resistencias, porque hace tambalearse los cimientos de un modelo cada vez más vetusto. Muchos de los nuevos programas son con frecuencia enmarcados como experimentales, a pesar de que este nuevo mundo necesita de nuevos procesos. No hay manera más eficaz de enseñar que involucrando a los alumnos, enseñándoles a hacer, a hablar en público, a comunicar, a crear. Necesitamos enseñarles a mirar, escuchar y descubrir, utilizando su propio genio creativo, observando fenómenos contemporáneos que importan hoy, porque eso es lo que hacen los descubridores. Un nuevo tipo de aprendizaje se asoma con fuerza. No se puede enseñar la emoción desde la teoría, la emoción se tiene que vivir, como también lo que implica el éxito o el fracaso, componentes esenciales de su vida adulta. Potenciar el talento y la creatividad de cada joven desde la experiencia trae la satisfacción de que el recuerdo permanecerá. Encender la pasión por el descubrimiento, como

proceso de curiosidad, imaginación y creatividad, potenciará su inteligencia y los preparará mejor para los desafíos a que se enfrentarán. Ahora es el momento de apoyar el papel de un nuevo aprendizaje que integre las nuevas tecnologías y que remueva los cimientos de estructuras antiguas para que la búsqueda del descubrimiento vuelva a brillar. Esta afirmación nos asienta en la idea de que cualquier educación de los jóvenes que no esté basada en la inteligencia será inútil, ya que ellos serán protagonistas de un mundo nuevo y desconocido, y sólo aprendiendo a desarrollar su creatividad y flexibilidad podrán serlo con éxito. La realidad es que la mayoría de las escuelas no están preparando a los niños para un mundo que aún no existe. No muchos lo mencionan, pero la educación seguirá siendo el tesoro de una sociedad. Lo digital irrumpe también en la educación. Los jóvenes están conectados, se mueven con naturalidad en el ámbito online; y los niños que nacen hoy vivirán el fin del siglo XXI. Ayudados por los dispositivos móviles, especialmente los teléfonos inteligentes, el 92 por ciento de los adolescentes dicen conectarse a internet todos los días, según un nuevo estudio del Centro de Investigación Pew.[28] en Washington. Más de la mitad de los adolescentes —de edades de entre trece y diecisiete años, según este informe— se conectan online varias veces al día. Facebook sigue siendo la red social más usada entre los adolescentes estadounidenses, con el 71 por ciento de todos los adolescentes; la mitad de ellos usan Instagram, y cuatro de cada diez, Snapchat. La tecnología y la educación están íntimamente relacionadas porque los jóvenes asumen el uso de la tecnología de manera intuitiva y natural. Porque cada vez invierten más tiempo en el espacio online. Mark Zuckerberg augura que, en pocos años, “estaremos enseñando programación de la misma forma que hacemos con la lectura o la escritura”, y se pregunta “por qué no lo hemos hecho antes”. Aun así, el sistema educativo todavía no ha sabido canalizar de manera exitosa esta situación para ponerla al servicio del aprendizaje. Hay iniciativas que han extendido el proceso de aprendizaje a las plataformas digitales. Pero no es suficiente, y es

difícil resolver cómo gestionar la inteligencia emocional y el talento en el offline. Probablemente, veremos en breve cómo las nuevas tecnologías pueden ayudar a que la educación sea más abierta, cercana, accesible y eficaz. La tecnología y las emociones son indisociables, y cualquiera que no entienda que las emociones afectan (de manera positiva o negativa) a nuestro rendimiento, nuestras reacciones y nuestro quehacer se equivoca. No podemos pedirle a todos nuestros adultos que sean un ejemplo para nuestra juventud, para eso están los padres y los maestros, pero entre todos sí podemos ayudar a que nuestros jóvenes, sin perder su ilusión entiendan qué es lo que de verdad importa y lo que no. En definitiva, la riqueza futura de un país reside en el nivel de su educación hoy. En 2012, John L. Hennessy, presidente de la Universidad de Stanford dijo a la revista The New Yorker que la tecnología estaba por cambiar espectacularmente la educación superior. “Se avecina un tsunami”, [29] dijo. El consejero delegado (CEO) de Coursera y expresidente de Yale, Richard Levin aseguró que “la democratización del aprendizaje llevará tiempo”,[30] y eso que Coursera contiene más de seiscientos cursos de 108 instituciones en 19 países, y cuenta con más de siete millones de usuarios. Para ellos, la tecnología da los medios para extender el alcance de la educación de calidad alrededor del mundo, y a la vez ayuda a proveer de acceso al aprendizaje a millones de personas que antes no lo tenían. Lo mencionaba en mi anterior libro, Brandoffon,[31] y vuelvo a repetirlo: soy muy crítico con la educación para los trabajadores y empresarios del mañana. Y lo soy porque, esencialmente, no estamos preparando a los adultos para el mundo del mañana. Muchas escuelas les siguen preparando para el mundo de ayer. Todavía se hacen estudios del caso, pero siempre de casos pasados, y eso está obsoleto, porque la probabilidad de que un caso se vuelva a repetir es prácticamente nula. Necesitamos educar también a los adultos (que en muchos casos sienten la misma incertidumbre que los jóvenes) ante un mundo nuevo y desconocido. Erich Fromm se

preguntaba: “¿Por qué la sociedad se siente responsable solamente de la educación de los niños y no de la educación de todos los adultos de todas las edades?”.[32] Una de las cuestiones que más diferencian a los seres humanos en relación con otras especies es su capacidad de aprender. Aprender nos hace mejores, más humanos. Quizá, los adultos, en vez de preparar el camino para sus hijos, deban preparar a sus hijos para el camino. Un camino como el que cantaba Joan Manuel Serrat: Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós.

A lo largo de la vida, mucha gente trata de decirte lo que no puedes hacer. Con los años aprendes a que nunca debes hacerles caso. Si quieres hacer algo, hazlo. Si quieres buscar, busca. Si quieres experimentar, experimenta. Si quieres volar, puedes hacerlo. Puedes hacer lo que sea. A cada ¿por qué?, la mejor respuesta es ¿por qué no?

FIN Todavía no llegó el “fin”. Debes esperar, o bien saltar directamente aquí.

“Todos somos exactamente igual de diferentes.”

En cualquier momento de la vida te encuentras con un dilema y sólo tienes dos opciones: dar un paso adelante para crecer o dar un paso atrás para sentirte seguro. La ciencia decidió seguir dando pasos hacia el futuro, y en uno de esos pasos llegó a uno de los más importantes descubrimientos científicos de la historia, la secuencia completa del llamado “libro de la vida”: el genoma humano. En junio del año 2000, el presidente de Estados Unidos Bill Clinton y el primer ministro británico Tony Blair, recibieron una noticia sin parangón; los responsables del Proyecto Genoma Humano anunciaban el logro científico que ha marcado muchas pautas de investigación en la última década: el primer borrador del genoma humano. En otras palabras, estaban en condiciones de informar de que el 97 por ciento del “libro de la vida” ya había sido leído y que estaban a meses de completar el porcentaje restante. Pero no fue hasta 2003 que la secuencia del genoma humano fue completamente descifrada y se dio a conocer el 99,99 por ciento del “mapa de la vida”. La información causó tal impacto que fue comunicada al mundo de manera conjunta por Clinton y Blair. El genoma humano está compuesto por aproximadamente entre 22.500 y 25.000 genes distintos, pero su secuenciación es idéntica en todos los seres humanos en un 99,99 por ciento. El genoma de cualquier individuo de nuestra especie, tiene una diferencia de sólo un 0,65 por ciento respecto al genoma de los gorilas, y de un 1,24 por ciento respecto al genoma de los chimpancés. Entre muchos aportes, el conocimiento detallado del genoma humano ofrecerá nuevas vías para los avances de la medicina y la biotecnología. Por ejemplo, la etiología de los cánceres, la enfermedad de Alzheimer y otras áreas de interés clínico se consideran susceptibles de beneficiarse de la información sobre el

genoma, y, a largo plazo, posiblemente pueda conducir a avances significativos en su gestión. Entre los desarrollos más prometedores, el oncólogo José Baselga menciona “la medicina de la precisión, relacionada con la genómica del tumor y la capacidad de identificar los genes que están alterados y desarrollar tratamientos contra ellos [...], tenemos tratamientos nuevos contra la leucemia, el linfoma, el cáncer de mama o el cáncer de pulmón, que están cambiando muchísimo la parte del tratamiento más preciso”. A comienzos de 2016, el Reino Unido se convirtió en el primer país occidental en dar luz verde a la modificación genética en embriones humanos con fines de investigación.[33] La polémica no tardó en estallar cuando sus detractores advirtieron que, en un momento dado, manipular el código genético podría llevar a procrear bebés modificados genéticamente. Ante nosotros se abre todo un nuevo universo de soluciones desde la ciencia —como, por ejemplo, la posibilidad de evitar que los hijos hereden de sus padres afecciones que son incurables— y, a la vez, muchas nuevas preguntas, y no sólo científicas, sino también de carácter ético. Estudios del Centro de Investigación Gemelar y Familiar de Minnesota,[34] un centro de referencia mundial, sugiere que muchos de nuestros rasgos son heredados en más de un 50 por ciento, incluyendo la obediencia a la autoridad, la vulnerabilidad al estrés y la búsqueda de riesgo. Los investigadores han sugerido incluso que, en lo que se refiere a temas como la religión y la política, nuestras elecciones son mucho más determinadas por nuestros genes de lo que creemos. Para muchos, esto es alarmante. La idea de que fuerzas biológicas inconscientes manejen nuestras creencias y acciones parecería amenazar nuestro libre albedrío. Nos gusta pensar que todos tomamos decisiones basándonos en nuestras deliberaciones conscientes. Pero, entonces, si al final nuestras decisiones ya venían escritas en nuestro código genético, ¿no es todo ese pensar intrascendente?[35] Asimismo, nuestros actos podrían endilgarse a la herencia genética y no a nuestra responsabilidad individual, lo cual abriría una brecha de vacío legal sin precedentes.

La realidad es que el ínfimo porcentaje que nos diferencia es el que de verdad marca la diferencia y puede cambiarlo todo. El poder que cada uno recibe para ser inimitable e irrepetible es asimismo la fuerza para rebelarse contra la herencia genética que nos condicionaría. Hoy en día, pocos científicos creen que hay un simple gen para todo; casi todas las características o rasgos heredados son producto de complejas interacciones entre numerosos genes. Sin embargo, el hecho de que no exista un único detonante genético no ha debilitado la afirmación de que muchos de nuestros rasgos de carácter, nuestros temperamentos y hasta nuestras opiniones más profundas sean también determinadas genéticamente. El descubrimiento clave aquí es la “heredabilidad”, la concepción que muchos de nuestros rasgos son altamente heredables, como, por ejemplo, la felicidad, que se considera heredable en un 50 por ciento.[36] Pero, a su vez, la afirmación de que nos convertimos esencialmente en lo que está escrito en nuestros genes también es errónea, ya que, aunque nuestras opciones se escriban en lápiz, serán nuestras experiencias de vida las que determinen lo que se escribirá con tinta. De ahí que destacar la importancia del entorno resulte esencial. Demasiada atención a los genes nos ciega a una verdad obvia que es cómo nos conforma el hecho de haber sido criados en ambientes de afecto, haber compartido relaciones honestas y sanas, haber elegido a la gente con la que nos relacionamos y haber accedido a recursos económicos suficientes para llevar una vida digna, así como a una educación y a una formación que nos hayan impulsado a generar nuestro sustento. Todo ello sigue siendo determinante de cómo nos va en la vida. Si nos centramos en ese 0,01 por ciento que es lo que define nuestra individualidad, nos encontramos ante el dilema de que eso tan pequeño define la unicidad de cada persona. Ese 0,01 por ciento nos

iguala a la humanidad a la que pertenecemos y nos define. Esa mezcla entre la diversidad (0,01 por ciento) y la igualdad (99,99 por ciento) contribuyen a la fascinación y al misterio que ni siquiera la ciencia puede explicar. Es la singularidad de cada persona lo que enriquece el mundo, esa minúscula cantidad que nos aleja de ser máquinas iguales o robots clonados. En el debate de lo innato versus lo adquirido no hay un ganador. Ambos cumplen su papel en el moldeado de lo que somos. Y este punto resulta clave, porque, de haberse confirmado lo primero, la pregunta sería: si no somos responsables de lo que somos, ¿cómo podemos ser considerados responsables de lo que hacemos? Ya lo decía Fiódor Mijáilovich Dostoievski: “Si podemos formularnos la pregunta: ¿soy o no soy responsable de mis actos?; eso significa que sí lo somos”.

“Enséñame lo limitado de mi tiempo, porque el bien de la vida no radica en su extensión, sino en su uso.” Séneca

A lo largo de su historia, la mayoría de los descubrimientos del ser humano han sido procesos, no sucesos. Muchos de ellos han ocurrido tras años de investigaciones que pueden durar toda una vida. Otros aparecen por mera casualidad, pero ante los ojos y la mente de quién está preparado para verlo y luego usarlo.

Hay muchos descubrimientos a lo largo de nuestra historia; cada uno tiene que ver con el tiempo en el que acontece, y muchos de ellos afectaron a la época en que se empezaron a aplicar. El desarrollo del alfabeto se produjo hacia 1500 a. C.; la utilización de la moneda y la fundación de la primera biblioteca, recién en el 640 a. C.; la formulación de la noción del átomo, en el 440 a. C.; la búsqueda del remedio para la epilepsia, en el 420 a. C.; la fundación de escuelas superiores, en el 387 a. C., y la diferenciación de venas y arterias, en 300 a. C. En el año 850 se descubrió el café; en 1071, la utilización del tenedor; la invención de los espejos fue en 1291, y en 1316 tuvimos el primer tratado de anatomía. Valgan estos ejemplos, sólo por mencionar algunos, para entender la magnitud histórica de cada proceso y de cada suceso. Hoy, somos apenas un instante en la historia de la humanidad. “Si el instante y lo eterno comparten algo, entonces debe existir algo que los une. Hay algo en el instante que lo convierte en eterno, y hay algo en lo eterno que lo convierte en instante”, escribe en el blog Rebeldes Digitales J. Rueda. Rob Nail nació en California. Está convencido de que la neurociencia, la biotecnología, la inteligencia artificial y la nanotecnología cambiarán el mundo. Este CEO de una de las universidades más admiradas de la era digital, la Singularity University, en Silicon Valley, no tiene miedo de construir el futuro. Cuando de medicina genética se habla, él pone el siguiente ejemplo: Glowing Plant.[37] Es una empresa que nació de su universidad. Crearon un árbol que se ilumina de noche. Secuenciaron el ADN de una luciérnaga y el de una planta para crear un nuevo ADN. Lo introdujeron en un olmo y, como resultado, el árbol produce luminiscencia. Este caso de la naturaleza no pasa inadvertido para el hombre, no sólo por lo fantástico del descubrimiento, sino porque el próximo paso podría no ser otro árbol, sino el hombre.[38] Lo que descubrimos, lo que hacemos y lo que creemos serán nuestras contribuciones para aparecer en la historia

de nuestros descendientes, para conectar el ahora con el infinito. Entonces me pregunto: • ¿Qué aportación estamos haciendo? • ¿Qué legado estamos construyendo? • ¿Qué soluciones a los problemas estamos desarrollando? • ¿Qué descubrimientos de valor estamos dejando al mundo que viene?

En dos seres humanos cualesquiera, el 99,99 por ciento del ADN es idéntico en ambos. Indudablemente, la secuencia del genoma es uno de los grandes descubrimientos, pero, dentro de los principales hitos de la investigación genética,[39] destacan varios desde el siglo XIX hasta este siglo XXI. En 2003, el Consorcio Público Internacional anunció que la secuencia del genoma humano había sido completamente descifrada. El día del anuncio de tan increíble hallazgo, el presidente Bill Clinton exultaba al decir: “En términos genéticos, todos los seres humanos, sin importar la raza, somos iguales en un 99,99 por ciento. El hecho más importante de la vida en esta Tierra es nuestra humanidad común”. Sin embargo, el conjunto completo de instrucciones genéticas es tan grande que la variación del 0,01 por ciento determina millones de

posibles diferencias entre ellos. Esta pequeña fracción.[40] “La ingeniería genética es hoy en día como el desarrollo de software”, quien lo afirma es Raymond McCauley, jefe de biotecnología de la Singularity University. Los genes nos ayudarán a descubrir los secretos de todo tipo de males, desde los psicológicos hasta los físicos, y, por ende, su prevención o su tratamiento, o bien, en el mejor de los casos, su cura. Queda, cómo no, siempre abierto el debate ético de los avances tecnológicos. Imaginemos por un instante que, en un futuro cercano, las ciudades no necesitarán farolas, ya que los propios árboles, como los que menciona Rob Nail, generarán la luz necesaria. El ahorro de energía sería tan importante que se podrían aplicar dichos ahorros para otras necesidades, sociales, culturales, de infraestructura, etcétera. Volviendo al genoma... La decodificación de este pequeño, minúsculo, conjunto de genes contenidos en los cromosomas será uno de los pasos más grandes en la historia de la medicina del futuro, con un impacto en nuestra vida del que todavía no somos conscientes. El “mapa de la vida” deparará avances sin precedentes en la medicina y la salud. Un mapa interior que no encuentra su correlato exterior. En un mundo de personas, tan iguales por adentro y tan diferentes, en apariencia, por afuera. Por ello, vemos que quedan muchas asignaturas pendientes en un marco de avance y progreso sin parangón. Este mundo que avanza a velocidades diferentes ve cómo algunos se adelantan mientras otros quedan atrás. Espero que, con el tiempo, este avance sea para ser más iguales no sólo por dentro, sino por fuera también.

“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino.”[41] Viktor Frankl

humano, na[42] (Del lat. humãnus). 1. adj. Dicho de un ser: Que tiene naturaleza de hombre (ser racional). U. t. c. s., frec. m. pl. para referirse al conjunto de los hombres. La relación entre un dios y una humana. El lenguaje de los humanos. 2. adj. Perteneciente o relativo al hombre (ser racional). 3. adj. Propio del hombre (ser racional). 4. adj. Comprensivo, sensible a los infortunios ajenos.

Hace siglos, cuando vivíamos en sociedades muy simples, sólo teníamos instintos y emociones que han ido evolucionando durante millones de años. Hemos podido conocer algo de nuestros ancestros gracias a los hallazgos arqueológicos, entre ellos, el hallazgo del antepasado más antiguo del ser humano, que se produjo en 1992, en Etiopía.[43] Se trataba de un Ardipithecus ramidus, una especie homínida que vivió hace 4,4 millones de años, y se la llamó así por “Ardi”, el nombre dado al fósil más completo encontrado, de una hembra. Ardi reemplazaba a Lucy, una Australopithecus afarensis que

vivió hace 3,2 millones de años y que, en 1992, era considerado el ser humano más antiguo descubierto hasta la fecha. El descubrimiento de Ardi probaba que los primeros antepasados de los humanos no se parecían en nada a un chimpancé o a otros primates de gran tamaño, como se creía anteriormente. Las líneas evolutivas de los seres humanos y de los chimpancés se separaron hace entre unos cinco y siete millones de años y, a partir de esa separación, la estirpe humana continuó ramificándose, originando nuevas especies, todas extintas actualmente, a excepción del Homo sapiens. Los restos más antiguos del Homo sapiens se encontraron hace unos 195.000 años. Considerando un período total de entre cinco y siete millones de años, es evidente que 195.000 años representan un espacio diminuto dentro de la historia de la humanidad. En este 0,003 por ciento del tiempo transcurrido desde la aparición del primer Homo, el hombre ha visto acelerado su progreso y su evolución a un ritmo verdaderamente vertiginoso. El surgir de la inteligencia humana aceleró la evolución a un ritmo impresionante. La ciencia ha empujado las fronteras del descubrimiento hasta confines increíbles, y hoy somos capaces de ver casi hasta dónde acaba el universo, o hacer zoom de la visión humana casi hasta el nivel de los átomos. El ser humano tiene el potencial para comprender prácticamente toda cualidad de la vida. El encuentro de la ciencia y de la tecnología está empujando a la humanidad hacia descubrimientos y hallazgos sin parangón. En su edición de octubre de 2014, la prestigiosa revista Nature confirmó que las obras de arte rupestre que se habían encontrado en una cueva de Indonesia se remontaban por lo menos 40.000 años atrás, lo cual las convertía en el “signo más antiguo de arte creativo humano”.[44] La creatividad es uno de los aspectos fundamentales del ser humano, destacando la importancia del lenguaje y del arte en la definición de la condición humana. Nuestras emociones y sentimientos, nuestro conocimiento, nuestra mente, nuestro mundo social, nuestros logros artísticos y nuestra conciencia son lo que nos hacen distintos de otras especies. Entre esas diferencias está la creación de internet, un nuevo mundo en donde sólo habita una sola de todas las especies de la Tierra. De todos los componentes de la naturaleza, sólo el ser humano vive allí.

Podríamos llamarla como a una “segunda vida” o una nueva dimensión, creada por y para el ser humano, en donde no hay espacio para nada más que para él y su infinita capacidad de crear. Según el más reciente cálculo, en nuestro planeta hay alrededor de 6,5 millones de especies terrestres y 2,2 millones en las profundidades de los océanos; de estos 8,7 millones de especies de la Tierra, sólo una habita en internet. Somos, desde hace un millón de años, los hijos del fuego, y, ahora, los padres y los únicos habitantes de internet. En ¿Qué nos hace humanos?, el reconocido neurocientífico Michael Gazzaniga escribió una de sus grandes conclusiones sobre nuestra singularidad: “[...] en el proceso de humanización ha tenido lugar algo así como un cambio de fase. Simplemente, no hay ni habrá jamás una sola cosa que pueda dar cuenta de nuestras espectaculares habilidades, nuestras aspiraciones y nuestra capacidad de viajar mentalmente en el tiempo hacia un mundo casi infinito, más allá de nuestra existencia fáctica [...]. Pero nuestra capacidad de desear o imaginar que podemos ser mejores es notable. Ninguna otra especie aspira a ser más de lo que es”.[45] La pregunta “¿qué significa ser humano?” se ha transformado a lo largo de la historia en una de las preguntas más complejas de responder, aunque parezca sencilla. Durante mucho tiempo nos definíamos como humanos en base a las diferencias que teníamos con el resto de las especies que habitan la Tierra, pero, más recientemente, lo que nos define como humanos lo empezamos a establecer en relación con las diferencias que tenemos con las máquinas, y es en ese ámbito comparativo donde aparecen las emociones y los sentimientos que constituyen el principal espacio de diferenciación y que, a la vez, nos definen por completo. A partir de entonces, nos enfrentamos a un nuevo desafío de llegar a conocer qué es aquello que entendemos por humano. ¿Hacemos referencia a una especie o a una actitud? ¿Es el despertar de una conciencia aquello que nos humaniza? El ser humano dejó la soledad hace millones de años para poder sobrevivir, optando por juntarse en pequeños grupos o tribus, ya que, al estar unidos, las posibilidades de

supervivencia de los individuos aumentaban considerablemente. ¿Es la posibilidad de compartir una característica que nos convierte en humanos? La definición del diccionario de la palabra “humano” hace referencia a esta capacidad comprensiva del hombre hacia su entorno y lo congrega como habitante de una humanidad compartida con otros seres; una humanidad que necesita de la empatía, de la sensibilidad y de una conciencia despierta y en permanente movimiento para sobrevivir y perpetuarse. Hoy tenemos a mano una tecnología con un poder casi divino que incluye la posibilidad de destruir la Tierra apretando el botón de una bomba atómica. Como civilización, hoy nos enfrentamos tanto a avances como a problemas, porque hemos experimentado más cambios en los últimos pocos siglos que en los millones de años precedentes, y, aunque el cerebro humano no ha dejado de evolucionar paralelamente, la velocidad de los últimos cambios supera nuestra capacidad de asimilación de los mismos. Asimismo, tal rápida evolución también ha generado problemas nuevos, y es un hecho que un problema creado por el hombre necesita ser resuelto mediante una solución desarrollada por el hombre. En el ámbito de la información, frente a la gran avalancha de estímulos, las personas están perdiendo la capacidad emocional de excitación frente a determinados contenidos. Un estudio[46] que acaba de publicarse en PLoS ONE demuestra empíricamente que las personas son cada vez más insensibles a los estímulos altamente excitantes, que van desde el sexo hasta la violencia. Esto plantea la necesidad de hacer una reflexión profunda sobre el crecimiento del nivel de insensibilidad o de la anestesia emocional que sufrimos las personas en esta era digital. En una carta abierta a su nieto, el escritor y filósofo Umberto Eco le dejo escrito lo siguiente: “[...] si yo hubiera descubierto el sexo a través del ordenador, tu padre no hubiera nacido y tú no existirías en absoluto”.[47] Creo que, en el ámbito profesional, la tecnología nos ha aportado

cosas sorprendentes que nos han ayudado en nuestra autonomía y en nuestros automatismos. Pero creo que el problema de la insensibilidad se relaciona con la imposibilidad de conseguir un equilibrio en el uso de las nuevas tecnologías. El exceso de información en tiempo real y en cantidades ilimitadas nos ha abierto la puerta a la falta de sensibilidad. La sobredosis informativa que recibimos a diario ha disminuido de alguna forma nuestra sensibilidad y nuestra capacidad de asombro. Casi todo nos da igual a casi todos. Hemos permitido sin querer que esta sobredosis nos capture y nos sumerja en un estado anestésico constante y creciente. Nos hemos dejado absorber y arrastrar por esta avalancha informativa que nos ha llevado a confundir las barreras entre la realidad y la ficción, entre aquello que es real y aquello que es virtual. La violencia se cuela por las pantallas, y la indiferencia es la espectadora principal. Y, casi a modo de protección, las cosas han dejado de afectarnos. En octubre de 2015, cuando compareció en la Casa Blanca tras el asesinato de diez personas en el Community College de Umpqua, en Roseburg (Oregón), hasta el mismo presidente de Estados Unidos Barack Obama denunció públicamente que “nos hemos vuelto insensibles”. Nos cuesta conmovernos, el mundo no puede ocultar lo que sucede, y las redes nos traen las noticias del mundo entero a nuestras pantallas. En su novela Un mundo feliz, escrita en 1932, Aldous Huxley anticipaba el desarrollo tecnológico que cambiaría radicalmente a la sociedad. En el mundo descrito por Huxley, la humanidad era desenfadada, saludable y avanzada tecnológicamente. La guerra y la pobreza habían sido erradicadas y todos eran permanentemente felices. Sin embargo, la ironía del relato es que todas estas cosas se habían alcanzado tras eliminar muchas otras, entre ellas la familia, la literatura, el arte, la religión, la filosofía y la diversidad cultural. Entre esa obra de ciencia ficción y nuestro futuro inminente, todo parece bastante similar, en tanto en cuanto la humanidad ha alcanzado hoy un mundo aparentemente perfecto en el que los individuos de determinados puntos del planeta son saludables, desenvueltos y

avanzados tecnológicamente. En esta novela de Huxley, los hombres poseían todas las comodidades a su alcance para ser felices y, por si eso no fuera suficiente, contaban además con drogas de diseño para alterar su percepción de la parte dañina de la vida y modificar sus emociones negativas. Estar triste o ser desgraciado se consideraba un estigma en ese “mundo feliz”. Ser feliz era obligatorio, y la sociedad de la novela no toleraba el mínimo espacio-tiempo imprescindible para generar la curiosidad, la creatividad o para asimilar las frustraciones. La sociedad exigía respuestas inmediatas, y lo urgente se anteponía a lo importante, sin reparar en lo que esto significaba. La industria de la “felicidad” se ha multiplicado por cien, según Ed Diener, psicólogo de la Universidad de Virginia y conocido como “doctor felicidad”. En todo el año 1980 se publicaron 130 artículos científicos sobre la felicidad, y en la actualidad se publican más de mil al mes.[48] Según Diener, uno de los obstáculos en el camino a la felicidad es el “problema de aspirar siempre a algo más” o a algo mejor. “Las aspiraciones crecen tan rápidamente que la gente se siente decepcionada con la cantidad de dinero que gana, porque siempre quiere más —señala—. Todos los días vemos en el televisor películas y programas sobre gente que gana un montón de dinero [...]. Es algo que ocurre en todas las partes del mundo; en los países en desarrollo hay más gente que tiene televisores que agua potable en sus casas. Los medios de comunicación han aumentado rápidamente las aspiraciones de la gente.”[49] Curiosamente, lo que se promueve en tantos ámbitos colisiona frontalmente con lo que entendemos como mejores personas. De hecho, según el profesor de psicología de la Universidad de California Paul Piff y su equipo, que extendieron algunos de sus estudios a la sociedad real para demostrar su tesis central, “a medida que aumentan el estatus y el poder económico de las personas, disminuyen considerablemente la compasión y la empatía, crecen sus sentimientos de propiedad y mérito y su ideología de autointerés se fortalece”.[50]

“Sí que somos únicos. Nunca verás a una rata disfrutando de un partido de béisbol ni a un par de chimpancés pilotando un avión.” Michael Gazzaniga

Las semejanzas entre la novela de Huxley y nuestro mundo “tecnofeliz” son escalofriantes y significativas. El nuevo mandato de felicidad reinante en nuestros días, apoyado en las ideologías positivistas y alentado por una gran cantidad de voces, anula cualquier aspecto negativo de la vida, obligando a vivir en un mundo irreal y desequilibrado, pero que nos conduce velozmente hacia la exigida felicidad. Esto se nota en el tipo de literatura que triunfa en nuestra época, en la que todo aquello que lleve al triunfo rápido o que relate los placeres efímeros de la vida es siempre un best seller. Los libros de autoayuda se multiplican, enseñándonos cómo convertir lo negativo en positivo lo más rápido posible, para poder volver al camino de la felicidad estipulada sin demasiada demora. Los manuales del éxito rápido o de la autoayuda ya reemplazan a las antiguas religiones que también prometían una felicidad, aunque ésta no era inmediata, urgente ni material como en nuestros días, sino que podía esperar a la vida siguiente. Evidentemente, nuestra búsqueda de la felicidad siempre ha estado presente en nuestro componente humano, aunque quizá la tecnología no fuera el camino utilizado en el pasado. Nuestra relación con la tecnología podría estar cursando una fase

infantil, en tanto en cuanto todo es tan nuevo que nos sentimos aturdidos y obsesionados por ella y se ha vuelto tan simbiótica que difícilmente podríamos sobrevivir sin ella. De manera natural nos ausentamos del offline, de lo que pasa y de lo que nos pasa. Esta ausencia de límites en el uso de la tecnología está provocando todo tipo de crisis, pero las más cercanas y dolorosas tienen que ver con el ámbito de la familia (las crisis de las parejas y las crisis con los hijos). La presencia de internet no es lo que nos ha empujado a esta crisis, sino el mal uso del tiempo que dedicamos a estar en la red. En la era digital, este principio está marcado por una actitud infantil frente al nuevo juguete de la humanidad que es internet, y nuestro manejo torpe y poco equilibrado demuestra la dificultad que tenemos para adaptarnos a los cambios que introduce un nuevo mundo al ya existente. Esta era digital, la de los grandes avances tecnológicos y científicos, ha llevado al ser humano a encontrarse atrapado en un laberinto. Un camino complejo marcado por el deslumbramiento de lo nuevo, que, al ser desconocido, nos exige un esfuerzo mayor de adaptación a un modelo que aún no sabemos encajar bien en nuestra antigua vida. Llevar el dispositivo móvil a mano y usarlo compulsivamente es un síntoma del meollo emocional en el que estamos inmersos. Dispositivos que descargan nuestra ansiedad, ocupan casi todo nuestro tiempo y cubren todos los espacios posibles de soledad o de encuentro fuera de la red. Entonces, entre tantas conexiones nuevas de tecnología, redes sociales e internet, ¿cuáles son los aspectos que nos hacen más humanos? ¿Compartir nos define como humanos? ¿Somos lo que compartimos? ¿Nos tomamos el tiempo para vivir completamente todo aquello que tan urgentemente deseamos compartir? ¿Es la necesidad imperiosa de compartirlo todo, en realidad, una necesidad de afecto virtual? ¿Está internet cubriendo, además de los aspectos operativos y funcionales, la necesidad de afecto del ser humano? De entre todas las cuestiones referentes a la realidad del hombre, hay

dos en particular que se han acrecentado con la irrupción de la era digital: la soledad y el “hacer” permanente. Hiroshi Ishiguro, jefe de neurorrobótica de la Universidad de Osaka (Japón), se pregunta también cómo son las personas y si la identidad es nuestro cuerpo. Así, recuerda que, en Japón, hace dos siglos, un humano al que le faltara un miembro no era considerado una persona, pero señala que, en la actualidad, el cuerpo no representa la identidad. Si el cuerpo no es la identidad, entonces ¿qué es la identidad? Lo que tiene claro es que la condición humana es social. Afirma que lo que transformó internet en un fenómeno de masas fue... el sexo. Y agrega que, en Japón, el 70 por ciento del tráfico de datos está directa o indirectamente relacionado con el sexo.[51] Ishiguro menciona lo social como condición humana, y lo hace desde uno de los países más digitalizados y conectados del mundo, con una cultura claramente diferente a la nuestra, y nos cuenta cómo será el posible futuro. Sin embargo, desde fuera vemos a una sociedad donde todo funciona, donde todo está conectado y donde la soledad ocupa un espacio sumamente protagónico. Es probable que las palabras de Mario Benedetti aporten un poco de claridad. Escribió Benedetti en La vida, ese paréntesis: ... las soledades llenan un vacío gracias a ellas nos despabilamos y lentamente vamos aprendiendo que el clan humano es después de todo una congregación de soledades.[52]

Es probable que lo social se esté trasladando al espacio digital. El ser humano, como especie, ya no se conecta por obligación o deseo, sino por necesidad. Tan conectado está que ya no puede desconectarse. El ser humano es hoy un ser conectado, y presenciamos la evolución de un nuevo Homo. Giovanni Sartori explicó que el Homo sapiens era un ser caracterizado por la reflexión; pero el “Homo videns” ve, pero no piensa, y a menudo no entiende. Ahora, Sartori culpa a la

televisión e internet de “producir imágenes y cancelar los conceptos, atrofiando así la capacidad de comprender”; del Homo sapiens al Homo videns y, ahora, al nuevo Homo, el “Homo conectadum”. Ver a personas solas mirando sus teléfonos rodeadas de una multitud sea tal vez, de las escenas que mejor representen nuestro presente. Selfies de celebridades, eventos con más dispositivos que personas, los cuales son utilizados para registrar el partido, el desfile o el concierto, en una obsesión por capturarlo todo y compartirlo todo; y quizá también con una enmascarada intención de dejar testimonio de una época que necesita volver a estar presente para seguir avanzando. Las cuentas con más seguidores en Instagram son las de Taylor Swift, Kim Kardashian, Beyoncé, Selena Gomez, Ariana Grande y Justin Bieber.[53] Como es evidente, no hay filósofos, ni científicos, ni sociólogos, ni escritores en ese grupo. El poder del entretenimiento trasciende todas las fronteras y ocupa hoy el lugar más destacado. Estar entretenido se ha vuelto lo urgente, lo imperioso, lo moderno. Y existe una nueva versión del entretenimiento que incluye pasar el tiempo online, para compartir, ser amigo, seguidor o aprendiz de gente que aporta todo tipo de contenidos en la red. Lo que llama a la reflexión es ¿qué busca la gente que les sigue?, ¿qué necesita de ellos?, ¿qué le inspiran? La red social ha pasado a ser también una especie de archivo en el que muchas personas van volcando sus experiencias, por efímeras que parezcan. Umberto Eco, recientemente fallecido (el 19 de febrero de 2016), nos dejó una clara reflexión sobre el “ser vistos”, atroz característica de nuestra sociedad líquida. Desde hace tiempo el concepto de reputación cedió el lugar al de notoriedad. Cuenta ser “reconocido” por los propios similares, pero no en el sentido de reconocimiento, sino en el más banal por el cual, al verte en la calle, los otros pueden decir: “Mira, es él”.[54] El valor predominante es el de aparecer relegando el “ser” y el “hacer” a un segundo plano. Las

personas parecen querer conocer al peluquero, la cafetería adonde van, los hábitos de sus mascotas..., como si quisiesen pasar de las narraciones en directo a vivir la vida a través de la de otra persona. El exceso de contenido personal que se comparte empieza a conseguir una aceptación general, convirtiendo la obsesión en normalidad. Si desean saber quién fue la celebridad que más seguidores consiguió en su primer día, éste fue David Beckham, cuando celebró su cuadragésimo cumpleaños con su ingreso en Instagram. Los mensajes para que despertemos están presentes, es cuestión de abrir bien los ojos y empezar a verlos. El Imperio más grande de todos los tiempos, el romano, cuando el sol nunca se ponía dentro de su territorio, fue testigo ciego del comienzo de su declive. El panem et circenses marcó en algún punto el principio del fin del Imperio más grande de la historia. La degeneración, la falta de principios y la ausencia de valores vio cómo se resquebrajaba Roma. Aprender del pasado nos enseña a no repetir problemas, o errores. El mundo líquido del que habla Zygmunt Bauman no entiende del éxito trabajado. Se busca el éxito fulgurante, inmediato. La sociedad moderna pasó del éxito ansiado a la ansiedad por el éxito. “¿Hay una forma de sobrevivir a la liquidez?”, se preguntó Umberto Eco. Y se respondió: “Hay, y es darse cuenta justamente de que vivimos en una sociedad líquida que reclama, para ser entendida y quizá superada, nuevos instrumentos”.[55] Pero ¿es tener muchos seguidores sinónimo de éxito? Salir en televisión, ¿es éxito? Si tienes muchos seguidores en Twitter, ¿eres exitoso? Tener mucho dinero, ¿es tener éxito? Si tienes un coche caro, ¿eres exitoso? Esta aceptación generalizada de qué es el éxito está haciendo daño sobre todo a los jóvenes. Son ellos los que, desde niños, ya sienten la presión de alcanzar ese “modelo” del éxito vigente. Nosotros mismos compramos y vendemos la idea de lo fácil, de que todo lo que reluce es oro, de que llegar a la cima es fácil, que el esfuerzo es secundario y que lo que de verdad importa es ser

famoso por algo. Un país se tambalea cuando los objetivos que trasladamos a los jóvenes carecen de veracidad. No se alcanza ninguna cima sin esfuerzo, ni disciplina, ni compromiso, y tampoco sin valentía. Los caminos hacia arriba son duros, llenos de desafíos y situaciones complejas, y no existe lo fácil como tal. Volvemos una vez más a la educación como fórmula para poder revertir estas ideas materialistas y equivocadas sobre el éxito y sobre la felicidad del hombre. Se hace demasiado hincapié en el afuera y no en el adentro. Se prioriza lo superfluo y no lo esencial. ¿No es acaso exitoso aquel que se siente pleno y feliz con lo que hace y con los que lo comparte? ¿No es estar con tus seres queridos y trabajar en aquello que te apasiona lo más cercano al éxito? En estos tiempos veloces nos hemos vuelto muy superficiales. Ya en el siglo pasado, el escritor barcelonés Noel Clarassó (bajo el seudónimo de León Daudí) reflexionaba con rotunda claridad acerca de nuestro vacío, diciendo: “Es curioso que la vida, cuanto más vacía, más pesa”. Deseo que lo nuevo recupere aquello que es esencial y deje al desnudo el fracaso del éxito. Y deseo también que podamos crear un nuevo éxito, uno más humano, en el que de verdad recompense el trabajo, uno que mejore a la sociedad e inspire al mundo. Un éxito cuyas columnas vertebrales sean el talento, la generosidad, la solidaridad, el hacer mejor tu vida y la de aquellos que tienes a tu alrededor, y no sólo en lo material, sino respecto a todas las facetas humanas. Siempre que sepamos gestionar el tiempo que empleamos en los distintos ámbitos y espacios que habitamos, será constructivo unir dos mundos; una unión en la que cada uno aporta aquello que al otro le falta y ambos se enriquecen mutuamente en ese encuentro. Conectarse con los amigos virtuales y, a la vez, tener tiempo para aquellos que viven al lado de casa es saber crear un espacio compatible para que esos dos mundos puedan encontrarse, sin dejar

que uno destruya al otro. Hay que trabajar en despertar la conciencia de qué es lo real y qué es lo aparente, una conciencia que sepa diferenciar aquello que se considera humano de aquello que no lo es. La alegoría de la caverna de Platón —escrita cuando no existía internet— planteaba ya los problemas derivados de intentar vislumbrar la diferencia entre lo real y lo aparente. Debemos asumir que, sin esta conciencia y sin la sensibilidad característica del ser humano hacia su entorno, nos encaminamos hacia una existencia anestesiada y mucho más fácil de manipular. Cada uno de nosotros es la mínima expresión de la humanidad, y lo que sucede en el mundo es lo que nos pasa a cada uno de nosotros. No somos soledades individuales, sino parte de un conjunto que evoluciona a partir de sus relaciones y de la suma de todos los yos. No somos una sola especie, sino que, como dijo el escritor Augusto Roa Bastos, “no hay una sola especie de hombres. ¿Conoce usted, ha oído hablar de las otras especies posibles? Las que fueron. Las que son. Las que serán”. Quizá esta nueva era nos pida incorporar a lo nuevo aquello que fuimos en nuestros orígenes, una especie que tuvo que unirse y cooperar para poder sobrevivir y perpetuarse.

Internet será el punto de unión de la humanidad.

“Hay que volver a enmarcar internet en términos humanos y no técnicos.” David “Doc” Searls Indudablemente, internet es el invento más extendidamente útil de la historia de la humanidad. Y aunque no nació con esa finalidad, el destino quiso que así fuese. La humanidad ha visto en internet el fruto del imparable progreso del que es protagonista. A veces, el avance se construye detrás de un plan predeterminado, y otras, como resultado de carambolas del destino. No siempre lo que se crea termina utilizándose para el fin para el que fue pensado. Así se refería Ray Bradbury a esta cuestión sobre internet: “Paradójicamente, algo que nació al servicio de la muerte, como un invento del Pentágono para coordinar a escala planetaria sus planes de agresión contra otros países, se convirtió en un instrumento de vida. La gente transformó su fin original, y gracias a eso puede encontrarse y reunirse en torno a objetivos comunes, y puede autoconvocarse para rechazar las injusticias. Para protestar. Son esas paradojas que te ayudan a vivir y te demuestran que no hay nada definitivo. Hay muchas cosas que nacen en un sentido y terminan viviendo en otro”. El verdadero origen de internet se remonta a la red de ordenadores ARPANET (Advanced Research Projects Agency Network), del Departamento de Defensa de Estados Unidos, un proyecto militar estadounidense promovido en la década de 1960 para vincular y conectar los centros de investigación dedicados a labores de defensa, con el objetivo de que éstos pudieran seguir funcionando a pesar de que alguno de sus nodos fuera destruido por un hipotético ataque nuclear.[56] Esto sucedía unos quinientos años después de la irrupción de otra de las grandes creaciones del ser humano: la imprenta. Unos cinco siglos de diferencia entre una revolución y otra, y un interesantísimo paralelismo entre el impacto de la escritura entonces y de internet, ahora. La imprenta supuso, en el siglo XV, “un punto decisivo de no retorno en la historia de la humanidad”, al igual

que ocurre hoy con la red de redes, la cual marca también un nuevo punto de no retorno. En sus estudios, la historiadora estadounidense Elizabeth L. Eisenstein ha concluido que, por lo menos en los cincuenta años que siguieron a la introducción de la imprenta, no hubieron evidencias significativas de cambio cultural;[57] no fue sino hasta un siglo después de Gutenberg cuando empezaron a verse los contornos de los primeros retratos de un nuevo mundo. Y ese mundo nuevo tuvo un entorno cultural, social, político, religioso y económico que lo hizo posible. Las consecuencias políticas, sociales, económicas y culturales de la invención de la imprenta no sólo las conocemos, sino que las aprovechamos y disfrutamos. La imprenta significó el fin del monopolio de la reproducción de textos y dio origen a una sociedad nueva. La imprenta provocó grandes cambios, contribuyó al desarrollo de un mayor individualismo, del racionalismo y de la investigación científica. Supuso una auténtica revolución tecnológica aplicada al arte de la escritura, de la comunicación escrita. Puso, además, el conocimiento al alcance de la gente. Sirva el paralelismo para entender el impacto que internet tendrá en nosotros, en nuestra sociedad, conforme pasen los años. Los cambios que en la actualidad está provocando internet en muchos casos saltan a la vista, pero otros, quizá los más profundos, aún no podemos ni identificarlos. Nos encontramos en una etapa inicial de este nuevo punto de no retorno y, actualmente, apenas estamos viendo la punta del iceberg. Pensemos en la telefonía, que no deja de ser una tecnología del siglo XIX que recién ahora está impregnando todos y cada uno de los rincones del planeta. Internet es un espacio universal de toda la humanidad, y, por lo tanto, corresponde a las personas aprender a protegerla, estableciendo y defendiendo los principios que hacen de internet uno de los mayores descubrimientos de la civilización desde sus inicios, así como evitando que deje de ser libre y que caiga en manos de unos pocos.

“Sería imposible probar que todo lo que somos no es una simulación de ordenador.” Susana Martínez-Conde

Internet está cambiando nuestra sociedad, nuestra vida, nuestra relación con las cosas (la relación de las cosas con nosotros), la forma en que vemos el mundo, nuestras conductas, la manera en que nos conectamos entre nosotros..., y también está cambiando nuestros cerebros, todo esto de una manera que sólo podremos empezar a valorar con los años. En el libro El futuro digital,[58] Eric Schmidt y Jared Cohen se refieren a la “cosa”, la nueva gran cosa, la red de redes: “Internet es de las pocas cosas que los humanos han creado y que realmente no comprenden”. Es normal, internet está provocando un sinfín de cambios en nuestros hábitos y nuestros comportamientos, impacto muy difícil de medir, de asumir y de entender todavía. Algunos de estos hábitos pueden ser más inmediatos, pero otros pueden tener un impacto a más largo plazo, y no solamente sobre cada una de las personas, sino en las normas sociales más extendidas y compartidas. Internet, la redes sociales, los dispositivos móviles y las nuevas tecnologías están cambiando sistemáticamente nuestras actividades laborales, emocionales, sociales e intelectuales a una velocidad cada vez mayor, de vértigo. Y, sobre todo, lo están haciendo mucho más profundamente que en los últimos siglos. Pocas veces tantas personas han sido dependientes de lo mismo, en este caso, de internet. Hay personas que están convencidas de que cuando se caiga el

sistema, cuando internet se venga abajo, si es que algún día eso termina sucediendo, viviremos oleadas de pánico mundial, y no sólo a nivel económico o financiero, sino, sobre todo, a nivel social. Somos cada día más dependientes de esta nueva tecnología y, especialmente, de la conexión a ella, sin la cual nos sentimos llenos de ansiedad, desesperados, como si algo tan importante como el oxígeno que respiramos nos estuviese faltando. Ya existen centros para tratar la adicción a internet, aunque hay estudios que esgrimen que, en realidad, no somos adictos a internet, sino a la información, y hay grandes e influyentes organizaciones que desmienten que exista una adicción a la red. La expresión “internet addiction disorder” (“trastorno de adicción a internet”) fue originalmente una broma que hizo, allá por 1996, el doctor Ivan Goldberg. La realidad es que la adicción a internet no figura en el DSM-5 (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), la quinta edición del manual más utilizado para el diagnóstico de desórdenes mentales, editado por la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association, APA),[59] y tampoco ha sido aceptada por la Asociación Americana de Psicología (American Psychological Association, APA). Los defensores de su existencia se escudan en que la red de internet es aún muy nueva, y por eso no ha sido todavía aceptada la existencia de esta adicción por las principales asociaciones profesionales de salud. En resumen, aunque podamos sentirnos atados a la red, “la adicción a internet no existe”.[60] Internet es algo muy serio, y así se lo están tomando algunos países, como Finlandia, que declaró el acceso a internet de alta velocidad un derecho de cada ciudadano finlandés. Otros países, como Suiza, ya ofrecen el acceso a internet de manera gratuita. Pero no sólo en el “primer” mundo (vaya expresión más desafortunada) se entiende internet como una necesidad y un derecho. A principios de septiembre de 2010, Costa Rica y el estado mexicano de Colima se convirtieron en las primeras dos jurisdicciones legales en América Latina en declarar el acceso a internet como un derecho básico y fundamental.[61] La Sala Constitucional de Costa Rica declaró el

acceso a internet como un derecho fundamental de los ciudadanos, y el Congreso del estado mexicano de Colima aprobó por unanimidad una enmienda a la Constitución del estado que garantiza el acceso a “la sociedad de la información y el conocimiento como una garantía individual constitucional”. Somos ya plenamente conscientes de que, sin la red de redes, ya no podemos conectarnos, no podemos comunicar, no podemos interactuar. En esta nueva era, cancelar el servicio de internet se ve como una violación de los derechos esenciales del ser humano. Precisamente, en el año 2011, las Naciones Unidas declararon que el acceso a internet se ha convertido en un derecho humano básico.[62] Internet ya no es una red solamente, ni siquiera una plataforma, internet es un derecho universal. Esto viene provocado también porque internet ha cambiado la infraestructura de las relaciones; del mismo modo que ahora suponemos que sólo nos separa un clic o una búsqueda de cualquier tipo de información que necesitemos, damos por hecho que sólo nos separa un contacto de la gente que queremos conocer. Facebook y WhatsApp tendrán más conocimiento de la amistad que los propios amigos; y, gracias a internet y a las redes sociales, las amistades se mantendrán en contacto. Pero todo tiene una cara buena también, y éste es el caso de la red de redes. La tecnología nos ayuda a vivir mejor. Hay voces importantes como la de Mark Zuckerberg que expresan que “tener internet gratis es tan importante como los hospitales o las escuelas. [63] Internet debería ser un servicio público gratuito más”.

“Internet siempre ha sido, y siempre será, una caja mágica.” Marc Andreessen

El péndulo nunca se queda quieto. Tener acceso a la red permite a muchos liberar tiempo que pueden dedicar a su desarrollo personal. Para otros, la tecnología y, en particular, internet y las redes sociales se han transformado en un gran “agujero negro” que lo engulle todo, especialmente el tiempo. Se han descubierto evidencias que confirman que la enorme fuerza gravitacional de un agujero negro puede absorber todo aquello que le rodea, incluida la luz. Estos cuerpos celestes arrastran en su giro el espacio-tiempo que los bordea, creando en sus cercanías un océano espacio-temporal distorsionado. Esto nos habla de hasta qué punto las críticas a internet son un producto de la nostalgia de muchos por un tiempo que ya se fue y nunca volverá, o bien del apego hacia modelos ya pasados de relaciones humanas a los que, de algún modo, ya nos habíamos acostumbrado y que pensábamos que representaban parte de la esencia de lo que era ser humano. Mientras algunos creen que el desarrollo tecnológico ya ha ido demasiado lejos, otros aseguran que esto no ha hecho más que comenzar y que lo que estamos viviendo es mucho menos que la punta del iceberg. Nos abruma la reconversión de lo que entendíamos como realidad humana y perdemos la capacidad de comprensión de este nuevo paradigma. El sistema antiguo está caducando y no asumir la inevitabilidad de un nuevo sistema con internet en el centro es muy arriesgado. Las teorías especial y general de la relatividad de Einstein, escritas en 1905 y 1916, respectivamente, mostraron que muy altas velocidades o una intensificación de la gravedad pueden

curvar el tiempo. La deformación del espacio-tiempo por la fuerza de gravitación hacía referencia al universo; y nuestro nuevo universo, internet, cumple a pies juntillas con la teoría: deforma nuestra realidad temporal, la engulle. Internet, sin embargo, nos facilita las cosas, siempre que sepamos darle un buen uso, algo que, hasta hoy, la gran mayoría no ha sabido hacer. Todas las nuevas ventajas tecnológicas no llegan a toda la población al mismo tiempo. No obstante, más pronto o más tarde internet llegará a todos. Al igual que el fuego, la rueda o la escritura llegaron a todos, el coche, la televisión e internet han destruido las barreras espaciales, han afectado nuestros hábitos y costumbres y hasta han modificado pautas culturales sumamente arraigadas. Internet es tal vez el gran referente para comprender este potencial de penetración social y de cambio cultural que tienen las tecnologías. Está reconfigurando nuestro mundo. Nos ayuda en el trabajo, los estudios y las gestiones, nos hace la vida más fácil y nos ayuda a aumentar nuestras posibilidades de desarrollo personal y social. Lo interesante del debate es que internet es un invento humano, y, por lo tanto, nada humano deja de ser humano. Ni siquiera internet. En nuestros días, la tecnología es uno de los hilos conductores de dos grandes temores del ser humano: la vulneración de la intimidad y la privacidad de las personas. El tema de la intimidad es y seguirá siendo uno de los grandes temas de debate y de preocupación. En estas primeras décadas de vida, es más lo que ha aportado internet que lo que nos ha quitado. Aunque hay voces que defienden lo segundo, como la de Sherry Turkle, profesora del Massachusetts Institute of Technology (MIT), quien, en su libro Alone Together,[64] alerta de los peligros de las redes sociales, ya que “nos hacen menos humanos”. Estas tecnologías, afirma Turkle, amenazan con dominar nuestras vidas y nos crean “la ilusión de permitir una mejor comunicación, pero, en realidad, nos aíslan de las interacciones reales humanas”. Su “comparto, luego existo”[65] tiene mucho que

ver con esta nueva realidad de estar acompañados por el sólo hecho de estar conectados. Pero, entonces, las nuevas preguntas son: ¿qué nos pasa si no tenemos conexión a internet?, ¿cómo nos afecta la ausencia de internet ?, ¿somos rehenes de lo instantáneo? Siempre recuerdo las palabras del doctor del anuncio que decía: “Una gripe se cura en una semana con medicamentos, y en siete días sin ellos”. Yo no intentaba “curarme” de internet, pero sí probar y probarme si podía, en plena era digital, estar sin internet durante siete días. El espacio offline y el online confluyen en tan diversas formas que es ya anacrónico seguir intentando separarlos en nuestras vidas. A conceptos ya consolidados, como el de “brandoffon”,[66] se le unen también otros conceptos de vida como el acuñado por Luciano Floridi, experto en ética de la información e investigador del Instituto de Internet de la Universidad de Oxford, el cual denominó onlife.[67] ¿Puede internet hacer que el ser humano se sienta adicto y sienta abstinencia al mismo tiempo? Lo que nació como un desafío personal terminó convirtiéndose en un experimento casi antropológico sobre nuestra relación con/en internet. Este espejo en el que mirarse carece de base científica, pero contiene, lo que, a mi entender, lo hace atractivo y crítico: la reconfirmación de que, al igual que el oxígeno, la conectividad es esencial para nuestra supervivencia. En esos siete días me propuse leer libros, sólo en papel. Sin distracciones. Elegí: Partes públicas, de Jeff Jarvis; Vivo en el futuro, y esto es lo que veo, de Nick Bilton; y Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, de Nicholas G. Carr. Y estos libros no hicieron más que reafirmar mis apreciaciones sobre los profundos, intensos e interesantes cambios que estamos atravesando en todos los planos de nuestra vida, no sólo en el profesional. Leer libros sigue siendo uno de esos pequeños grandes lujos para la mente y el espíritu. Carl Sagan, uno de los más grandes divulgadores científicos, argumentó que “todos los libros del mundo no contienen más información que la que se transmite en vídeo en una única gran

ciudad norteamericana en un solo año. No todos los bits tienen el mismo valor”. Lo nuevo es apasionante, aunque hay cosas que nunca pasan de moda. Uno de los primeros síntomas que aparece es el de la abstinencia. Es llamativa la necesidad de compartir con tantos conocidos/desconocidos; la mayoría de estos vínculos no trasciende a la realidad. Sin embargo, lo que da sentido a todo son las relaciones, no el medio. Y es difícil dejar de ver tu ordenador o tu smartphone de reojo para saber qué está pasando “allá fuera” o para compartir lo que te está pasando a ti. Los norteamericanos, tan proclives a ponerle nombre a todo, llaman a esta sensación FOMO (fear of missing out), ese “miedo a perderse algo” pasará a ser el miedo a perderse uno mismo. Para tranquilidad de la mayoría, los seres humanos no somos adictos a internet, sino a la información. Internet es una fuente de información, pero también de dispersión inagotable. Resulta todo un reto poder aprender a gestionar el tiempo en que cada persona está conectada, ya que, en nuestro futuro inmediato, viviremos en permanente conexión. La novedad será no estar conectado. El segundo síntoma es que tomas conciencia de que tienes mucho tiempo. Más del que imaginas. Usamos unas quince horas por semana para ver y revisar el correo electrónico. Un estudio demostró que el cociente intelectual de quienes trataban de enviar un correo y trabajar a la vez es diez puntos más del doble de la caída observada al fumar marihuana, concluyendo que “los correos electrónicos afectan el coeficiente intelectual más que un porro”.[68] Trabajamos con un promedio de ocho ventanas abiertas al mismo tiempo, y vamos de una a otra cada veinte segundos. Según nuevos datos de GlobalWebIndex, un usuario promedio registra 1,72 horas por día en las redes sociales, lo que representa alrededor de uno de cada tres minutos de toda la actividad online. Y la consultora eMarketer informa que los adultos estadounidenses pasan unas seis

horas con los medios digitales cada día (combinando los dispositivos móviles y en línea). Los dispositivos móviles no dejan de potenciar esta realidad. En 1991 había cerca de dieciséis millones de abonados (o números) de telefonía móvil. En este momento hay más de 7.000 millones de abonados, en un planeta de 7.300 millones de personas. Para mucha gente, la búsqueda de un balance saludable entre la vida y el trabajo, y entre el tiempo que invierte online y offline, parece ser una meta imposible. Pero no lo es. Para otras personas, internet no existe. Nunca oyeron de ella. No somos ajenos a la sociedad en la que vivimos, somos la sociedad en la que estamos. Internet es la nueva sociedad global. Y, dentro de internet, la red social en la que hay que estar en la actualidad si quieres ser alguien conocido es Instagram. No hay famoso que no la utilice. Es como el canal donde se concentra esta nueva obsesión humana por “capturarlo” todo. Casi como una obligación de dejar testimonio de una época que necesita de esas polaroids modernas. La vanidad, la inmediatez, el narcisismo, la oportunidad, la emoción, la cultura, la sorpresa, lo efímero, lo eterno, la necesidad de llamar la atención, todo resumido en Instagram. Las cinco fotos que más “me gusta” tienen mientras escribo este libro son de Kim Kardashian y sus hermanas Kendall y Kylie Jenner. En las otras dos aparece la cantante Taylor Swift. Todo se fotografía. Todo se comparte. Fotos de noticias muestran refugiados que huyen de regiones devastadas por la guerra con su teléfono a mano. Para muchas personas, sus teléfonos son considerados preciadas posesiones. Para muchos, compartir su foto es una manera de decirle al resto del mundo cómo quieren ser vistos, pero también es una forma de poder recuperar la vista, la curiosidad, la atención. El primer autorretrato fotográfico que se conoce lo hizo Robert Cornelius en 1839; así que los autorretratos ya existían hace casi dos siglos. Su actual conquista de las redes sociales es lo novedoso y lo omnipresente desde la llegada de la fotografía digital. Selfies de celebridades, eventos con más dispositivos que personas que son utilizados para registrar ese partido o ese concierto, las caras iluminadas de aquellos que se

inclinan sobre sus pantallas. Como el de la modelo Essena O’Neill, que abandonó la red social Instagram porque aseguró que ésa “no es la vida real”; y añadió: “Para ser realistas, he pasado la mayor parte de mi vida siendo adicta a las redes sociales, la aprobación social, el estatus social y mi apariencia física. Estaba consumida por ello. ¿Cómo podemos darnos cuenta de nuestros propios talentos si no dejamos de fijarnos en los demás?”. O’Neill, con más de 712.000 seguidores, se había transformado en un estrella de Instagram, y dijo al respecto: “Somos una generación de cerebros lavados [...], estaba obsesionada con gustar a los demás”. Pero esto no es nuevo, sino más bien viejo; en 2005, en su libro Vida líquida, el filósofo Zygmunt Bauman escribía que “estamos cada vez más acomodados en el plano material, pero empobrecidos y famélicos en el espiritual”. En sus primeros cinco años, Instagram superó la barrera de los cuatrocientos millones de usuarios. Los teléfonos inteligentes y el resto de los dispositivos de mano se han convertido en herramientas indispensables, apéndices de nuestro brazo para grabar una escena o para tomar un selfie. Brazos y ojos listos para seguir capturando instantes. Actualmente subimos y compartimos online unos dos mil millones de fotos cada día, mientras que esa cifra era de, apenas, unos quinientos millones de imágenes diarias en 2013. Facebook, en once años, alcanzó el hito de 1.650 millones de usuarios. En la actualidad se hacen más fotografías en un minuto que en todo el siglo previo a la liquidación de Kodak, en 2012. Hay voces muy críticas con estas realidades, y conviene escucharlas, más allá de coincidir o no con sus opiniones. Por ejemplo, tenemos la de Frédéric Beigbeder, que dice: Sois el producto de una época... Echarle la culpa a la época es demasiado fácil. Sois productos. Y punto. Ya que a la globalización no le interesaban las personas, teníais que convertiros en productos para que la sociedad se interesase por vosotros. El capitalismo convierte a las personas en yogures

con fechas de caducidad, drogadas a base de espectáculo, es decir, amaestradas para machacar a su prójimo.[69]

Es lo nuevo, lo diferente, lo desconocido, y, sin embargo, ya es parte central de nuestra vida social. Este nuevo entorno digital está cambiando la forma en la que vemos la realidad y nos percibimos a nosotros mismos. Pero lo que se está modificando más agudamente es cómo interactuamos entre nosotros. El fuego. La agricultura. La rueda. La escritura. La imprenta. El motor. La ciudad. La electricidad... Internet. Entre el descubrimiento del fuego y la irrupción de internet, apenas un suspiro para la humanidad, un millón de años. Se creía que los primeros signos de fuego de la historia se encontraban en los restos de recipientes calcinados encontrados en Israel hace entre 700.000 y 800.000 años, pero un nuevo estudio identifica ahora esos signos en Sudáfrica, y lleva el uso del fuego por los humanos a 300.000 años más atrás.[70] Socializar en torno al fuego podría ser un aspecto esencial de lo que nos convierte en humanos desde el Homo erectus. El nuevo fuego se llama internet.

Para el hombre y para las marcas existe una nueva manera de dividir la historia: antes de internet y después de internet. Internet nos permite que todo aquello que hemos desarrollado o

creado pueda ser visto, utilizado e incluso compartido. Permite a cada una de las personas creativas encontrar una audiencia pública que, de otra manera, jamás podría haberse enterado. Esto traslada la creatividad y la innovación más allá de las paredes, de las puertas y de las ventanas de cualquier lugar del planeta, al mundo. Un mundo que se reúne cada día alrededor del nuevo “fuego”. Otra de las cuestiones fundamentales es que no sólo podemos encontrar después de mucho buscar lo que nos gusta lo que nos atrae lo que nos interesa, sino también encontrar otros a quienes les gusta lo que nosotros hacemos. En tiempo real, sin intermediarios. El ya es el nuevo ahora. Con las nuevas tecnologías estamos cada día más cerca de las personas que tenemos lejos, y más lejos de la gente que tenemos cerca. Los mensajes fluyen como un torrente sanguíneo sin el cual el corazón dejaría de latir. Seis de las diez aplicaciones más utilizadas del mundo son servicios de mensajería instantánea, según Quettra, y citado en The Wall Street Journal, donde ya es completamente usual leer noticias del mundo Brandoffon. Pero los datos de Quettra no coinciden del todo con los de la consultora Nielsen. Esta última presentó un informe que decía que, entre las diez aplicaciones (apps) más populares de 2015, hay cinco de Google, tres de Facebook y dos de Apple. Hay voces que dicen que esto no es justo, ya que, en la mayoría de los smartphones, las de Google y Apple ya vienen preinstaladas. Aun así, los números hablan por sí solos. En Estados Unidos, el 90 por ciento del tiempo que se pasa en internet desde el móvil se dedica a usar apps; y el 77 por ciento de los usuarios de apps dejan de usarlas en tres días. Los usuarios entran a las aplicaciones de mensajes como WhatsApp y Messenger una media de entre 25 y 30 veces al día, en comparación con las quince veces diarias para ver el muro de noticias de Facebook.

WhatsApp rebasó los mil millones de usuarios, siete años después de haber sido lanzada y dos años menos de lo que tardó Facebook en alcanzar esa cantidad. Mientras, la aplicación de mensajería instantánea Facebook Messenger (y rival de WhatsApp, pese a pertenecer a la misma empresa) ha superado ya los ochocientos millones de usuarios en todo el mundo. El impresionante crecimiento de las aplicaciones de mensajería ya no llama la atención, porque, tarde o temprano, las conversaciones unoa-uno reflejan más estrechamente la forma en que las personas interactúan en forma cotidiana. Los usuarios no están reemplazando otras redes por éstas (¿o acaso no son redes sociales también?). WhatsApp está ocupando un vacío que, por obvio, nadie había ocupado. Esta app está llenando una necesidad más primaria: la de estar en contacto permanentemente. Permanentemente conectado. Quizá hoy nos parezca menos descabellado que Facebook haya pagado por la adquisición de WhatsApp 22.000 millones de dólares en 2014. Los servicios de mensajería se extienden como un virus. En Japón, Taiwán, Indonesia y Tailandia, Line. En China, unos 550 millones de personas recurren mensualmente a WeChat, de Tencent. Y para KakaoTalk, de Corea del Sur, esa cifra es de más de cien millones. Las marcas y las empresas deben estar muy atentas a cómo van a seguir impactando en los comportamientos de los usuarios el ascenso de Messenger, WhatsApp, Snapchat (al que se ha sumado la Casa Blanca), Telegram y otros que vienen en camino, como el nuevo servicio de Google. Y también conviene estar vigilantes ante las implicaciones ya no sólo del marketing, sino de la propia jurisprudencia. Los mensajes privados recibidos por un trabajador en apps de mensajería como WhatsApp, Yahoo Messenger o WeChat, si fueron consultados durante el horario

laboral, podrán ser leídos por los empresarios, según una nueva resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El progreso avanza con más celeridad que la legislación, y, muchas veces, esta última frena los saltos al futuro. En cualquier caso, hay tendencias que son imparables, y éstas no han hecho más que comenzar. Es sólo un vistazo al futuro. La tecnología es un reflejo del hombre. En este hoy tan vertiginoso lo instantáneo ya es la norma. En España, estudios realizados por la Oficina del Defensor del Menor, en 2004 y 2005 (hace más de una década), concluyeron que el 47 por ciento de los niños hace una “utilización excesiva” de las nuevas tecnologías, y hasta un 9 por ciento de ellos se puede catalogar como “adicto” a las mismas. Diez años después, los números no fueron a mejor. Hay un mundo increíble allá afuera. Sacar, cada tanto, la cabeza fuera de la ventana de internet es necesario y hasta potencia tu gen creativo. Si tomamos distancia, es notable darse cuenta de que sólo el 0,035 por ciento de la población mundial tiene una actividad en Twitter. No estamos ante una elección 1.0 o 2.0, sino que estamos ante el desafío de congraciar ambos mundos, de ver cómo los equilibramos, cómo los fusionamos... De crear una nueva alquimia versión siglo XXI. Lo digital ocupará cada vez más tiempo en nuestras agendas, por lo cual resultará esencial tomar conciencia del uso del mismo. Una de las críticas más agudas al uso de las redes sociales es que, aunque, cada vez más, acerca a la gente que está lejos, simultáneamente aleja a la gente que se tiene cerca. Paralelamente, internet ha equiparado las posibilidades y oportunidades de todos aquellos que tengan acceso a la red de redes. Ya lo decía Francis Cabrel: “Todos somos parecidos, más o menos, desnudos bajo el sol”. Al mismo tiempo, cada día se potencia la idea de sociedad global, de búsqueda de una identidad común, de una cultura universal, de una pertenencia a nuevos grupos y tribus modernas.

Claramente existe una confusión generalizada. La tecnología no es la responsable de las acciones de las personas; tan sólo, tal vez, las pone de manifiesto. En breve estará todo automatizado, menos una cosa: las emociones humanas. Son cambios de paradigma profundos e interesantes que apelan más a la comprensión antropológica que tecnológica del fenómeno. Considero que la parte de la humanidad que tiene acceso a internet, unos cuatro mil millones de personas, comienza a estar “atrapada”. Atrapadas en este tubo gigante, o agujero negro, que es internet, una vez dentro del cual ya no se puede salir. Si en el mundo offline existen y son palpables el odio, los celos, la envidia y el resentimiento, ¿cómo podrían estar ausentes en el online? Al mismo tiempo, la solidaridad, la generosidad, el conocimiento... también están presentes. Este cambio tan intenso se debe, sencillamente, a que los instrumentos de comunicación han cambiado, y mucho. Cada uno, como individuo, ¿qué espera?, ¿qué desea?, ¿qué construye?, ¿a qué aspira?, ¿cómo se revela ante esta dinámica global? Sin emociones, no hay relaciones. Sin emociones, no hay vida. Internet es una herramienta, no puede compensar emociones que vivimos. En el ser humano, que realiza el 90 por ciento de sus actos diarios de forma inconsciente, el factor emocional y sensorial es determinante. Las marcas que conecten con nuestro inconsciente, con nuestras emociones, serán un valor añadido; aunque habrá marcas cuya estrategia será más racional. Los beneficios tangibles son fácilmente copiables y pasajeros; los beneficios emocionales perduran. Los sentidos definen las relaciones, y las relaciones dan sentido a la vida. Sigo convencido de que la próxima revolución será la revolución de los sentidos. Somos vacío energético en un 99,99 por ciento, y materia en un 0,01 por ciento.[71] Las emociones mandan. No somos lo que pensamos, somos lo que sentimos. Tecnología es sinónimo de progreso, aunque comporta riesgos. Y el

mayor riesgo somos nosotros, o, mejor dicho, el uso que hacemos de ella. Aunque internet no piensa, nos hace pensar; y aunque no siente, nos hace sentir. Internet empieza a ser, junto al ser humano, una de las simbiosis más perfectas de la naturaleza. Avanzamos hacia un futuro de la fusión entre las máquinas y el hombre (tema que ya ampliaré en otros capítulos). Un exhaustivo y reciente estudio de los analistas de McKinsey & Company sobre las barreras de la adopción de internet en el mundo asegura que hay unos 4.400 millones de personas en el planeta que aún no tienen conexión a internet. De éstos, unos 3.200 millones viven en sólo veinte países. En la India se encuentra un cuarto de la población sin conexión a internet del mundo. En China hay unos 736 millones de personas sin conexión; en Indonesia, unos 210 millones; en Brasil, unos 97 millones; en México, unos 69 millones; y en Estados Unidos hay alrededor de cincuenta millones de personas no se conectan a internet (se desconoce cuántos no lo hacen por decisión propia y cuántos porque residen en áreas demasiado remotas). En contraste, en Birmania, sólo el 0,5 por ciento de la población tiene acceso a internet, mientras que en Etiopía esta cifra es del 2 por ciento. El 64 por ciento de la población sin internet del mundo se encuentra en zonas rurales, donde hay falta de infraestructuras, salud, educación y empleo. En la India, el 45 por ciento de la población vive sin electricidad, alejando más aún las posibilidades de conectarse a internet. En un desglose por edades, el estudio afirma que el 80 por ciento de las personas que no se conectan a internet en el mundo tienen menos de cincuenta y cinco años de edad, y que el 42 por ciento tiene menos de veinticinco años. Las anacronías se suceden, en la red y fuera de ella. Tal y como lo conocemos, internet es apenas el 20 por ciento[72] de lo que sucede en la web. El resto, llamada “internet profunda” o, en inglés, deep web, invisible web o hidden web, es invisible a nuestros ojos, ya que no está indexada para nuestros buscadores.

Pero en lo visible hay mucho de positivo, como expresa Luis Rojas Marcos: “Internet es positivo porque nos une, nos conecta. Incluso a las personas mayores. El estar conectado nos prolonga la vida, y no solamente añade años a la vida, sino vida a los años”. Volviendo a la gente conectada. Pasas de la distracción al disfrute de este bien tan escaso que llena los relojes de horas. La gratificación inmediata de un cerebro segregando oxitocina es de agradecer. A los pocos días, uno comienza a preguntarse si se notaría su ausencia. ¿Acaso en esta era todos nos creemos más o menos importantes?

Más significativo que tratar de ser importante es tratar de ser humano. Como bien señala Jeff Jarvis: Las empresas pronto empezarán a medir su valor basándose más bien en la calidad de su relaciones que en el coste de sus propiedades... Las relaciones pronto valdrán más que los secretos empresariales... Las relaciones suelen decir mucho más sobre las expectativas de una empresa que sus ingresos trimestrales, ya que crean valor real a largo plazo y levantan una auténtica barrera de entrada contra la competencia.[73]

El poder es de la gente, es bueno tenerlo en cuenta: los usuarios hablan entre ellos y muchas veces su credibilidad es más alta que la de las propias empresas. Y aparece una nueva dimensión en las relaciones: la relación del

hombre con la máquina. En Japón, ya existen robots que atienden en las recepciones de los hoteles, y también se utilizan para atender a pacientes y ancianos. ¿Cuáles son los posibles vínculos que se podrían generar entre humanos y robots? ¿Podría un ser humano enamorarse de un robot? Y, ¿qué implicaciones puede tener para la sociedad que los adultos puedan delegar en las máquinas el cuidado de los enfermos y ancianos, e incluso también el de sus hijos? No resulta extravagante pensar que los robots lleguen a ser queridos. Nuevamente, la ética y la legislación entran en escena. ¿Qué límites tendrían los fabricantes para no terminar manipulando a los dueños de los robots a fin de que los actualicen constantemente pagando por ello cada vez? ¿Y qué sucedería si, en una evolución de los sistemas operativos, los robots terminan siendo realmente capaces de sentir? Esto abriría un territorio completamente inexplorado para la ética, en el cual, por el momento, hay muchas más preguntas que respuestas. Aunque nos estemos manejando en el terreno de las hipótesis, cuanto antes empecemos a considerarlas, mejor, ya que así nos podríamos evitar mucho sufrimiento en el futuro. Si crees que la tecnología es más importante que las personas intenta sobrevivir sin clientes mientras cuentas tus likes. Las nuevas herramientas digitales están afectando la comunicación, cambiando tanto la forma de escribir, como la de comunicar, informar, relacionarse, compartir y conversar. El 95 por ciento de los usuarios de Twitter declara seguir al menos una marca. Sin embargo, la mayoría de las marcas no terminan de encontrar su espacio en este entorno, y no consiguen aprovechar al máximo las posibilidades que éste ofrece. Las marcas, sin embargo, siguen renuentes aún a lo digital, por temor y desconocimiento. A las que ya se han subido a la ola, recordarles que se trata de las relaciones, y no del medio, las ayudaría bastante. Según un estudio reciente de Forrester Research,

los posts que las principales marcas publican en Facebook y Twitter sólo llegan al 2 por ciento de sus fans o seguidores, y, de media, menos del 0,1 por ciento de los mismos realmente interactúa en las publicaciones.[74] ¿Esto implica renunciar a invertir en dichas redes? ¿O más bien es un toque de atención para que las marcas que están invirtiendo en ellas lo hagan de una manera más estratégica, empática, coherente e interesante? El comienzo de la segunda era de las redes sociales, demanda cosas como: mejorar el contenido; profesionalizar la actividad digital; interesar a los seguidores; interactuar genuinamente; ser relevantes y auténticos. Hay que comprender que, para conectar con la gente, hay que hablar el lenguaje de la gente. Pocas veces algo tan obvio fue tan obviado. En España y Gran Bretaña, el 80 por ciento de los accesos a Twitter son vía móvil, y los usuarios de móvil son el doble de activos que los de ordenador. Es un cambio que afecta tanto a las personas como a las marcas, las organizaciones, los gobiernos y las empresas. Twitter seduce por igual a los profesionales, los periodistas, los deportistas, las estrellas de cine, las organizaciones y las compañías. En Twitter, todo es compartible, opinable, y cercano. Cualquiera puede generar contenidos. Pero no cualquiera puede hacerlo con calidad. Por eso se está transformando en una herramienta muy poderosa para amplificar un mensaje. En internet, sin embargo, se sigue manteniendo la pirámide del 90 + 9 + 1 de contenido. El 1 % de los usuarios genera el contenido, un 9 % lo edita y lo comparte y el 90 % lo consume. La mayoría de las marcas tienden a centrar sus estrategias en las plataformas, y no en los destinatarios. Buscan clics, y no personas; se obsesionan con el efecto, y no con el fin. Hasta que en todos los departamentos (convendría actualizar este tipo de concepto) de atención al cliente, marketing, dirección general, etc., no quede meridianamente claro que detrás de todo están las personas, no habrá posibilidad de éxito. La tecnología da poder, pero sólo

conectando con las personas obtienes beneficios. En 2015, Facebook modificó su algoritmo para darle más relevancia a las relaciones humanas. “Los mayores inventos de la humanidad no tienen casi historia. Nadie sabe quién inventó la rueda, quién domó al primer burro, quién cocinó primero una comida”,[75] escribió Martín Caparrós. ¿Sabe acaso alguien cómo se llamaba el arquitecto de las pirámides de Egipto? Pero sí sabemos quién inventó la imprenta y quienes crearon internet. Comprender a las personas, escucharlas, atenderlas y hacerlas sentirse especiales e importantes resulta clave en el proceso de seducción, fidelización y, finalmente, de conversión. Los seres humanos somos la única especie capaz de compartir conocimiento. Internet elimina barreras y acerca la posibilidad de compartir dicho conocimiento, y no sólo con fines comerciales. No todo el mundo busca la novedad inmediata, que en algunos casos es efímera. El intercambio, ya no de bienes y servicios, sino de experiencias y estudios ha permitido que el mundo menos desarrollado tenga acceso a cosas impensables hasta hace pocos años. Internet, bien utilizado, aporta progreso y acceso a una gran parte de la humanidad. El fundador de Netflix, Reed Hastings, afirmó que “los gobiernos saben que el éxito de las sociedades del futuro depende de las conexiones a internet”.[76] Y yo me pregunto: ¿lo saben?

“Sé que están allá afuera. Ya los siento. Sé que tienen miedo. Nos tienen miedo a nosotros. Tienen miedo al cambio. No conozco el futuro. No vine a decirles cómo va a acabar esto. Vine a decirles cómo va a empezar. Voy a colgar este teléfono y le voy a mostrar a esta gente lo que ustedes no quieren que vean. Les voy a enseñar un mundo sin ustedes. Un mundo sin reglas y controles, sin fronteras ni límites. Un mundo donde todo es posible. A dónde vamos después, depende de ustedes.”

Matrix

“—Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. ”[...] ”Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, vi el Aleph. ”—¿El Aleph? —repetí. ”—Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.” De El Aleph, Jorge Luis Borges

“Sé justo antes de ser generoso, sé humano antes de ser justo.” Cecilia Böhl de Faber y Larrea El museo más visitado del mundo, el Louvre, alberga varios de los vestigios más relevantes de la historia de la humanidad. Entre ellos, una piedra negra de dos metros y veinticinco centímetros de altura. En ella está inscrito un conjunto de normas jurídicas expresadas por el rey babilónico Hammurabi hace más de 3.745 años. El que se conoce como Código de Hammurabi es uno de los conjuntos de leyes más antiguos que se han encontrado hasta hoy, y, a pesar de haber sido escrito hacia el año 1728 a. C., muchos de los sistemas jurídicos modernos se han basado en él. Pararse frente a ese imponente monolito de diorita negra y contemplar 37 siglos de vida deja sin aliento. Las leyes, las normas, la justicia, tan necesaria desde siempre. Este Código tiene dos singularidades que, además de las ya mencionadas, capturaron mi atención: las leyes, escritas en piedra, eran inmutables, y ni un rey tenía la capacidad de cambiarlas. Lo segundo es que, en algunos casos de condenas, la ley optaba por aplicar el talión, es decir el famoso ojo por ojo, diente por diente. Hace casi cuarenta siglos, de entre las 282 leyes del Código de Hammurabi, la 196 rezaba: “Si un hombre quita el ojo de otro hombre, su ojo será quitado”. Y la ley 200: “Si un hombre extrae el diente de otro hombre, su diente será quitado”. Hay leyes tan perfectamente pensadas que pueden trascender los siglos de los siglos. La proporcionalidad o el principio jurídico de justicia retributiva en el que la norma imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido, lo que se buscaba no era la venganza, como puede interpretarse erróneamente, sino obtener la reciprocidad. El término “talión” proviene del latín talis, que significa “idéntico”, de modo que no se refiere a una pena equivalente, sino a una pena idéntica. El rey Hammurabi pidió que las leyes fueran escritas de manera sencilla para que todo el pueblo pudiese entenderlas. La venganza es una cosa, y la justicia, otra; y, aunque en algún punto la justicia puede

ayudar a vengar al hombre, es el hombre, a través de las leyes, el que da a la justicia ese poder. Pero hablemos de la justicia hoy. Hablar de justicia es como hablar de un espejismo. Algo que todos deseamos que exista, pero que sospechamos que no es posible. La justicia es algo que hemos instaurado los hombres, para poder organizar la sociedad, así como para poder enmarcar esta sociedad bajo un determinado número de normas y leyes a fin de mantener el orden. En este trabajo se emplea la justicia, en esa creación humana por medio de la cual intentamos aplicar un orden para que no prevalezca el caos. Hay muchas justicias, y éstas dependen de cada mentalidad, de cada época y de cada grupo. Algo que para nosotros puede ser injusto, es, sin embargo, “justo” en otro lugar del mundo. Debemos mencionar también las justicias divinas. Estas justicias que se basan en las leyes religiosas regulan los comportamientos humanos de diferentes maneras. Para Occidente, apedrear a una mujer por adúltera es impensable; sin embargo, para otros, ésta es una más de las múltiples leyes y condenas permitidas en sus escrituras.[77] Por lo cual, los conceptos de justicia varían según dónde estemos parados. Esto nos lleva a la conclusión de que hay tantas justicias como diversidad de mentalidades en el mundo, y de que buscar una justicia para todos sería hacer del mundo un lugar más humano. Poder enmarcarnos todos bajo las mismas normas de convivencia y lograr una cohabitación armónica entre todos los seres humanos. En donde las normas establecidas sean comunes y avaladas por todos. Y nuestras mentalidades estén, por supuesto, alineadas en los mismos patrones éticos. Suena a utopía hablar de justicia, de la misma manera. Quizá porque los parámetros actuales son tan diversos hoy en día, y las justicias tan dispares. Y, muchas veces, nos preguntamos cuál sería el modelo en el cual se basaría esta humanización. Hay modelos, evidentemente, más destructivos que

otros, en los que no prima la libertad individual de la persona ni las garantías de sus derechos; pero, incluso en los modelos más avanzados, hay, a veces, síntomas de que la justicia sigue siendo injusta. Por eso es difícil encontrar un modelo de justicia que realmente sea justo para todos. Entender que la justicia es un mero espejismo es el primer paso para no sufrir las grandes desilusiones que sufrimos día a día. La justicia es creada y aplicada por hombres, por lo cual, es el hombre lo importante en esta ecuación. No es la justicia lo que hay que cambiar, sino al hombre que la regula y que la aplica. Sólo una humanidad diferente es capaz de engendrar una justicia distinta. Antes que nada, hay que darse cuenta de que existe una primera desilusión, la cual consiste en ver que “la vida es injusta”. Y ésta quizá sea la peor noticia para muchos de nosotros. Y aunque percibamos que es así, al constatar las diferencias físicas, materiales y sociales entre nosotros, es difícil aceptarlo. La vida es injusta. Porque la vida no se rige según nuestros parámetros. La vida es. Y es, de alguna manera, totalmente independiente de nuestras concepciones, de lo que nosotros creemos justo o injusto. Al ver los documentales de National Geographic, sufro viendo cómo las leonas devoran a las gacelas de un bocado, y pienso... ¡qué injusto! Y, luego, tomo conciencia de que mi justicia, no tiene nada que ver con la naturaleza. La naturaleza no posee justicia. Porque la justicia es un invento del hombre; y, como tal, debe seguir reinventándose y evolucionando con él. Si queremos hacer este mundo más justo, el primer eslabón es el ser humano.

“—¿Crees que la naturaleza no puede ser malvada?” “—No. Imponente, aterradora, pero

malvada, no. ¿Es un león malvado porque haga trizas a una gacela?” Interestelar

Conocer a la mujer y al hombre, sus necesidades, sus carencias, sus miedos, su composición, su mentalidad, sus aspiraciones..., eso es lo único que nos ayudará a cambiar. Aceptar el mundo como un lugar de diversas justicias y mentalidades no nos llevará a la lucha de intentar imponer unas sobre otras. Podemos aceptar la injusticia como parte intrínseca de la vida, e intentar cambiar aquello cambiable. Aunque hay cosas que no podremos cambiar, hay mucho que sí podemos cambiar. Y ese “mucho” es el ser humano. Desarrollar las cualidades que conviertan al hombre en un ser más justo es la única manera de cambiar la justicia humana. Desarrollar su parte cognitiva, sensible y empática resulta básico para transformar al ser humano, lo cual creará, a su vez, una justicia a su medida. Pero el desarrollo de la parte cognoscitiva del hombre encuentra un bloqueo siempre en sus intentos de seguir avanzando. Y esta parte, en la que se queda atascado, es su superstición. He aquí el grave problema, que, aunque antiguo, es el que sigue azotando nuestro progreso. Existen muchas voces que argumentan que las religiones han sido siempre ese freno en la evolución del hombre. Que ése es el punto en donde todo progreso, se detiene. Y éste es, sin duda, el grave problema con el que la humanidad se enfrenta en nuestros días. Lo mismo sucede en los avances que buscan mejorar el mundo. Estos avances se detienen porque, ante el intento de unir, se

encuentran siempre con un muro que dice: “No somos iguales, porque tú y yo no creemos en los mismos dioses”. El sentimiento de pertenencia que otorgan las religiones al individuo va adosado a otro mucho peor, que es el “sentimiento de superioridad” que las religiones le aportan. Quien es devoto de una religión, se siente superior a quien no pertenece a ese grupo. Sus verdades son las correctas, mientras que todo aquel que profese otras diferentes es un pecador, un infiel o un ignorante. Este sentimiento de superioridad detiene cualquier intento de unión de la humanidad. El convencimiento de sentir que uno posee la vara de medir correcta impide cualquier evolución y acercamiento a nivel humano. Para el mundo, hoy, las religiones son los nuevos muros que dividen a los hombres. Porque ni siquiera las ideologías dividen tanto. Es por eso que, a lo largo de la historia, ha sido más fácil derrocar el comunismo que un sistema teocrático. Porque, a la larga, el fracaso del hombre es detectado y condenado, mientras que el fracaso de la ideología es improbable. La justicia humana puede evolucionar con el hombre, pero no sucede lo mismo con la justicia ideológica. Cuando el hombre aplica su justicia y se equivoca, aprende, rectifica y crea una justicia diferente. Y esto ha sido reflejado en muchas políticas, que han corregido muchos de los grandes errores y desaciertos de la humanidad. Pero esto no sucede con la justicia divina, ya que aquí hablamos de un ser infalible, indiscutible, invisible y que jamás se nos ha mostrado. A este ser, aunque auspicie las barbaridades más terribles, se le permite todo, se le garantiza continuidad y se le mantiene vigente. Es en estas incongruencias en las que cualquier progreso a nivel humano o científico se detiene. No se puede luchar contra aquello que no encaja, que escapa a todo nuestro entendimiento y va en contra de todas nuestras ideas acerca de cómo evolucionar hacia un mundo más humano. La justicia divina es el resultado de la superstición del hombre. Y éste es un aspecto clave de mujeres y hombres, que se resisten a aceptar la soledad y la falta de justicia en la existencia. Las religiones sí han sabido ver esa soledad y ese desamparo, y los han explotado a lo largo de los siglos.

Las ideologías han tenido su significado y su propósito frente a una humanidad mucho más primitiva que la actual. Pero, en nuestros días, su vigencia es lo que resulta a veces preocupante. Conocer al ser humano es la clave para desentrañar este mundo tan complejo en el cual vivimos. A veces, la humanidad se nos antoja muy variada y diversa, pero, cuando se escarba un poquito, sin embargo, descubrimos que las personas no somos tan distintas unas de otras. Ése es el milagro. Y ésa es la esperanza para todo progreso y justicia. Nos diferencian las motivaciones y, principalmente, las supersticiones. Acabar con ellas, puede ser, quizá, el primer paso para recuperar el valor de lo humano, aquello que nos une y nos hace iguales a todos. Y la primera superstición a derribar es que la justicia no existe, la justicia es el hombre, su manera de ver el mundo y su manera de soñarlo en su tiempo. Sólo con lo real es posible construir. Es por eso que la verdad libera, porque sólo sobre una verdad, aunque dolorosa, es posible crear algo a su medida. Nuestra verdad es el ser humano, y a su medida será siempre el mundo. Y a su medida será también su justicia.

La justicia no existe, la justicia es el ser humano.

“Problemas o éxitos, todos son resultados de nuestras propias acciones. El karma. La filosofía de la acción es que nadie es el que da la paz o la felicidad. El karma propio, las propias acciones son responsables de traer la felicidad, el éxito o lo que sea.” Maharishi Mahesh Yogi En un mundo globalizado e interconectado como el actual, hemos empezado a suplantar el “O” por el “Y”. Así es como los mundos se han mezclado: el online y el offline, y también Oriente y Occidente. Oriente avanza, contagiado por el impulso occidental, y Occidente se relaja, contagiado por la mentalidad del oriental. Hoy, palabras como meditación, yoga y karma forman parte de nuestro vocabulario y, en muchos casos, también de nuestra vida. Oriente nos aporta un freno y un espacio de relax para nuestra frenética vida occidental. Un lugar tranquilo en donde repensar nuestra acción y redescubrir el silencio. Oriente, caracterizado por su tranquilidad y su búsqueda espiritual, ha anclado muchos de sus métodos en nuestro mundo, y, junto con ellos, muchas de sus creencias. No es nuevo que el choque de dos mentalidades tan diferentes genere algunas dudas, sobre todo en la aplicación de algunos de sus conceptos. El karma es un concepto oriental muy antiguo, según el cual todo el sufrimiento y las bendiciones del ser humano son atribuidos a sus acciones en sus vidas pasadas; y, del mismo modo, todas sus acciones presentes condicionarán también sus vidas futuras. Estas creencias motivaban a las personas a obrar de buena fe, y también a aceptar su destino con pasividad, ya que sus sufrimientos, al ser el resultado de sus malas obras en vidas anteriores, no tenían otro remedio que la resignación. En muchos casos, la ley del karma (y la del “mal karma”) promovía la inmovilidad, ya que no se encontraba en la mano del individuo

cambiar su destino, ni tampoco la posibilidad de transformar el sufrimiento en algo positivo. Esta ley también generaba actitudes compasivas y benévolas, motivadas por el “buen karma” y las recompensas que traerían consigo las buenas acciones. Así lograron colorear la compasión con una intención casi mercantil, según la cual uno obraba bien con la secreta intención de ser recompensado en el futuro. El problema aparecía cuando el futuro sólo nos traía más sufrimiento, en vez del premio esperado. Y, en cambio, al vecino tacaño, el futuro le traía aún más progreso. Estos resultados, contrarios a los esperados, sacaban a la luz malos sentimientos, como el resentimiento y el deseo de que el otro fuera vengado, por su carencia de buenas obras. Poniendo esto en evidencia la malinterpretación del verdadero significado del karma del Buda. En la actualidad, Occidente ha incorporado el término “karma”, y sus enseñanzas han sido acogidas especialmente entre los estratos socioeconómicos medios altos de la población. El mundo occidental encontró consuelo para su riqueza en el buen karma del pasado, y así pudo saldar la culpa que genera en las almas sensibles el hecho de ser rico y próspero en un mundo tan desdichado. Pero Occidente, cimentado en las religiones judeocristianas, ha tomado el buen karma con la mitad de su significado. El mundo occidental incorporó fácilmente las viejas ideas de que tu forma de obrar de hoy condicionará tu futuro, pero sin llegar a creer demasiado en la otra parte de esta ley, según la cual las desgracias son también un resultado de tus malas obras en tus vidas anteriores. Pero hay algo que Oriente y Occidente olvidaron sobre el karma, y es que no aplican el concepto kármico al presente ninguno de los dos. El karma bueno beneficiará tu futuro, y el karma malo es tu deuda con el pasado. Así piensa Occidente, y así pensó siempre Oriente. Pero, en cualquiera de estas dos ecuaciones, el presente nunca se encuentra allí. La tendencia a mirar siempre hacia atrás de Oriente, al igual que el mirar hacia delante de Occidente (pasado y futuro), nos desvían la mirada de lo único que en realidad existe: el hoy. La ley kármica del

Buda es real sólo si es aplicada al momento presente. Porque tanto la creencia en las vidas pasadas como la creencia en las vidas futuras suponen dos teorías totalmente incomprobables. Mis acciones cotidianas me repercuten hoy. Si obro de mala manera, ese odio, esa ira y esa intolerancia afectan a mi “hoy”. Los malos sentimientos me construyen como persona y me devuelven mi propio karma. No sé si mi sentir de hoy producirá algo en el futuro de los demás, pero de lo único que sí puedo estar seguro es de que a mí me afecta hoy. Las malas decisiones que tomamos hoy, en todos los aspectos de nuestra vida, empiezan a repercutir en nosotros desde ese momento en que las tomamos, y no hace falta esperar al futuro para sentir que me hacen mal. Y, de la misma manera, las buenas decisiones que tomo en mi vida hoy empiezan a repercutirme y a generar una sensación de bienestar desde ahora. Lo cual no quita que me lleven un gran esfuerzo y trabajo, condiciones fundamentales para llevar adelante cualquier proyecto. En mis buenas decisiones, la recompensa es inmediata; me siento contento, me siento útil, me siento valioso, me siento trabajando por algo que me nutre, aunque este sentir no tenga nada que ver con la recompensa material que muchas veces es el parámetro con el que se mide una decisión correcta. Este karma o bienestar no se aplica solamente a las acciones hacia el otro, como suele entenderse, sino principalmente a las acciones hacia uno mismo. Con las acciones hacia el otro sucede algo parecido. Cuando mis acciones hacia los demás están en realidad movidas por un interés o por la especulación de una recompensa, dejan de tener el concepto de buena acción, que es aquella que no espera nada a cambio. Ni siquiera espera el buen karma. Estar atento a nuestras verdaderas intenciones detrás de cada acción es lo que nos garantizará obrar de una manera correcta. “Desconfiar de nuestras buenas intenciones” es tan importante y crucial porque es, además, el principio del respeto y de la autenticidad hacia

nosotros mismos. ¿Cuál es mi verdadera intención cuando soy bueno? ¿Ser bueno, parecer bueno o que me vean bueno? ¿Soy bueno? Cuando la bondad se vuelve una postura artificial y totalmente en desacuerdo con mi sentir interior, a veces es recomendable evitarla. Ser el responsable y el observador de mis verdaderas intenciones es quizá el trabajo más difícil, y, sin embargo, es también el más valiente que jamás emprenderemos. ¿Me volveré algún día tan responsable de mi presente que no necesitaré ya el pasado, ni necesitaré esperar al futuro para disfrutar de sus frutos? Nuestro destino es seguramente imprevisible, pero, en algunos casos, será el resultado de un hoy responsable y auténtico.

El karma en la desgracia Además, existe la desgracia, que es también parte del mundo. Y, en la desgracia, mi única acción responsable es mi respuesta frente a ella. El mundo no se rige por las leyes del karma, ni por ninguna ley del hombre. El mundo tiene sus propias leyes, tan misteriosas como incomprensibles para nosotros. A veces, en el mundo, las desgracias ecológicas, naturales y humanitarias se suceden sin tener el hombre ninguna responsabilidad sobre ello. Y, para afrontar el misterio, no sirve la culpa ni el mal karma del pasado, solo sirve la aceptación de lo incomprensible. Y de nuestra pequeñez frente a tanto misterio. Si, además de sobrellevar una tragedia, el hombre tiene que cargar con la culpa de que todo ha sido el resultado de su mal karma en sus vidas pasadas..., ¿no será pedirle demasiado? Si, además de las fatalidades de la vida, se nos convierte en los culpables retrospectivos de estas desgracias imprevisibles, entonces, el futuro se vuelve irremontable. Con el sentimiento de culpa, el hombre se mantiene inmóvil, como le pasó durante siglos a Oriente. Porque la culpa inmerecida paraliza y frena cualquier progreso humano. La humanidad ha cargado con muchos pesos, pero, sin duda, el peso de

la culpa injusta ha sido el más dañino. Y también el más difícil de erradicar. Aceptar mi responsabilidad frente a los hechos no significa solamente asumir la que me corresponde, sino también saber rechazar aquella responsabilidad que intentan achacarme y que no me pertenece. Un ser responsable es una persona que “responde”, y el verdadero sentido de la palabra “responsabilidad” es tener la capacidad de saber responder. Pero, cuando uno sabe responder, sabe decir “sí” y también sabe decir “no”. Alguien que sólo dice “sí” no es responsable. Alguien que sólo dice “no”, tampoco. Saber decir “sí” o “no” según la circunstancia nos convierte en seres responsables. Seres capaces de responder de distintas maneras frente a distintas situaciones. Y, para ello, es necesario estar siempre atentos a lo que en realidad motiva nuestra respuesta. El karma ha llegado a Occidente para enseñarnos algo. No para ahondar en la culpa y provocar la inmovilidad que causó en Oriente durante siglos, sino para despertar la conciencia de que toda acción exige una respuesta. Nada queda aislado. Y cada una de mis acciones repercute fuera, pero, antes, repercute primero en mí. Para sentirnos plenos, quizá no necesitemos esperar a la próxima vida, sino sólo estar un poco más atentos a lo que nos sucede por dentro, detrás de cada una de nuestras acciones. Es así que tendremos la valentía de descubrir la verdadera intención detrás de cada una de ellas. Ése es el karma del Buda, la construcción y el conocimiento del ser humano, mediante la observación de la intención que en realidad motiva sus acciones. Ése es tu karma; sale de ti y vuelve a ti. No a modo de premio o castigo, sino para constituirte como un mejor ser humano. Atento siempre a sus verdaderas intenciones.

“La imprenta es un ejército de veintiséis soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo.” Johannes Gutenberg Para el prestigioso Diccionario de Oxford, publicado por primera vez en 1884, “la palabra del año 2015” fue... un emoji; y más precisamente el que se llama “cara riendo con lágrimas de alegría”. [78] En un mundo donde lo que no faltan son palabras (hay más de 1.025.109,8 sólo en lengua inglesa), este resultado es, quizá, un paso más hacia la fusión de los espacios online y offline, donde ambos se retroalimentan y se nutren. Los emoticonos son cada vez más utilizados en nuestra comunicación, y su uso está cada vez más extendido, no solo para suplir o complementar el lenguaje tradicional, sino también como elemento icónico de esta nueva era del lenguaje. Una era veloz que necesita respuestas veloces, para una vida que busca inmediateces y que va a toda prisa. Entonces, una nueva extensión a nuestra lengua se consolida como parte de nuestra comunicación. El uso de emojis viene desde finales de la década de 1990, pero recién ahora se ha popularizado. En inglés, la palabra emoticon (emoticono) proviene de emotion e icon. ¿Una imagen que transmite o representa emociones? Ciertamente, lo digital deberá asumir que, sin conectar con lo humano, su uso será ciertamente escaso, tendiendo a nulo; así como que sucederá lo inverso si de verdad conecta con las emociones. El término “emoción” tiene su origen etimológico en el latín emotio, que significa “movimiento o impulso”, también puede asociarse a “aquello que te mueve hacia”. Dentro de este universo de intangibles emerge el diálogo, la comunicación, la lengua, como puentes de unión y de movimiento. El diálogo ya no se da sólo en las palabras, sino también en los silencios. El artista japonés Ryoji Ikeda afirmó que “el silencio es una

invención humana que no existe en este mundo [...]. Nunca puedes escapar del sonido”.[79] Para él, el silencio es un sonido. Y en este océano digital, muchas voces generan más ruido que música. Fue el músico de jazz Miles Davis quien dijo que “el silencio es el ruido más fuerte, quizá el más fuerte de los ruidos”. La gente adora los sonidos mensajes que traen emociones positivas. En forma de palabra escrita u oral, con un fondo de historia memorable, cercana, compartible. El diálogo se da en las pausas, en las miradas y, sobre todo, cada vez más en las imágenes y en los gestos. Antaño, la necesidad de expresarse se transformó en palabras, y las palabras, en lengua. Las lenguas se extendieron a través del tiempo; las lenguas usaron diversos medios, como el teléfono, la radio, el cine, el teatro, la televisión y, ahora, también internet. Se transformaron en voz, y esa voz, en una forma específica de lenguaje. Un lenguaje que transmite el sentir especial de cada pueblo, el cual, a su vez, asume que aparecen idiomas comunes que se universalizan cada vez más. Lo que ha cambiado en los últimos años es la importancia que se le da al lenguaje en el origen de nuestras acciones y de qué manera construimos nuestras convicciones de lo que es real y lo que no a partir de dicho lenguaje. El lenguaje también es un signo inequívoco de lo humano. Esta nueva forma de hablar o de comunicar a través de emoticonos o emojis ya está instalada. El neoyorquino hotel Aloft situado en el distrito financiero de Manhattan implementó un servicio de habitaciones que permite a los huéspedes enviar emoticones en lugar de llamar por teléfono.[80] De igual manera que nacen nuevas “lenguas”, la Unesco calcula que unas 2.500 corren un serio riesgo de desaparecer; casi la mitad de las aproximadamente seis mil lenguas que existen en la Tierra podrían extinguirse en un siglo. La desaparición de lenguas es un fenómeno que se ha disparado desde la segunda mitad del siglo XX. Desde 1950, se han extinguido 230 formas de habla, y la diversidad lingüística es amenazada por la presión unificadora de las llamadas lenguas mundiales, como el inglés, el español o el chino, entre otras circunstancias.[81]

Afortunadamente las nuevas tecnologías están jugando un rol muy relevante para el registro y la protección del legado de aquellas lenguas en peligro. Para poder preservarlas como parte de una herencia rica y diversa se están archivando en audios, imágenes multimedia, radios y diccionarios digitales. En Humano, demasiado humano, Nietzsche escribió que “la importancia del lenguaje para el desarrollo de la civilización reside en que el hombre ha situado en él un mundo propio al lado del otro”. Lo que Nietzsche nos quiere transmitir es que el lenguaje se construye para lograr la comprensión del mundo. El hombre encuentra en las palabras y en la forma de nombrar lo más cercano el conocimiento de lo nombrado, pero en realidad la capacidad de nombrar no significa comprender. A lo largo de los siglos, la lengua y, por tanto, el lenguaje han constituido un tema central en la definición de lo humano. En la Política de Aristóteles hay varias menciones a la palabra que en definitiva resume la lengua: El hecho de que el ser humano sea un animal social en mayor grado que la abeja o cualquier otro animal gregario tiene una explicación evidente. Es común afirmar que la naturaleza no hace nada en vano, y el ser humano es el único que goza de la facultad de la palabra (lógos). Pues mientras la voz pura y simple es expresión de dolor o placer y es común a todos los animales, cuya naturaleza les permite sentir dolor o placer y la posibilidad de señalárselo unos a otros, la palabra humana, o lógos, sirve para manifestar lo que es conveniente y lo que es perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Pues esto es lo que caracteriza al ser humano, distinguiéndole de los demás animales: el hecho de poseer en exclusiva el sentido del bien y del mal, de la justicia y de la injusticia, y de los demás valores.[82]

“Ha hablado mucho y no ha dicho nada. Será un gran político.”

Lawrence de Arabia

Las nuevas tecnologías e internet han incorporado una nueva galaxia de nuevas palabras. Muchas de ellas, como “tableta”, “gigabyte”, “hacker”, “hipervínculo”, “dron”, “intranet”, “wifi”, “redes sociales”, “tuit”, “tuitear”, “bloguero” o “blog”,[83] ya han sido incorporadas a los diccionarios, como el de la Real Academia Española. Si tomamos como ejemplo “blog”, veremos que es un término que ha deglutido dos palabras para procesarlas y compartirlas, dando lugar a una nueva voz. Este término inglés, blog o weblog, proviene de las palabras web y log (“diario” o “cuaderno de bitácora”). La bitácora es el armario situado cerca del timón donde se guarda la brújula y otros útiles de navegación, como el cuaderno de anotaciones del viaje, llamado por eso cuaderno de bitácora. Tendemos a adoptar nuevos términos anglosajones porque es en esa lengua que abundan más los neologismos, especialmente del ámbito tecnológico y de internet. Pero, personalmente, me gusta más el nombre bitácora que blog, porque genera en mí una vivencia diferente, que es la que te aporta tu propia lengua. Pero, aun así, comprendo que llegué tarde para nombrarlo. Los idiomas dejarán de ser barreras porque todos podremos hablarlos y entenderlos en un santiamén. “En el futuro aprenderemos idiomas tomando una pastilla”, como vaticina Nicholas Negroponte, sin aclarar si eso será bueno o no para nuestro cerebro y nuestro idioma. Escribir un blog te da la posibilidad de estar en contacto cotidianamente con una audiencia de uno, dos mil o diez mil lectores, tan ávidos de información como de opinión o puntos de vista diferentes. Por eso, un blog contiene generalmente textos pensados, elaborados y procesados. Un bloguero es alguien que tiene algo para compartir. Pudiendo transformarse, si es interesante lo que dice, en una voz relevante en internet. También están los visionarios que hacen

posible que otros publiquen, como es el caso de Matt Mullenweg y Mike Little, fundadores de WordPress. Una cuarta parte de las webs del mundo se publican gracias a ellos. La mayoría de los blogs, algunos mencionan que hasta un 90 por ciento, se abandona en sus primeros cuatro meses de existencia.

En el llamado Manifiesto Cluetrain, una de las tesis dice que “los mercados son conversaciones”; otras son: “Los mercados están formados por seres humanos, no por sectores demográficos”; “Las conversaciones entre seres humanos suenan humanas, se conducen en una voz humana”. La gente se reconoce como humana cuando interactúa con otras personas. Internet ha hecho posible tener conversaciones con seres humanos que, simplemente, eran imposibles antes de la aparición de la red de redes. La interacción entre personas tiene que ver con personas, no con tecnologías; las tecnologías son el canal, el medio, no el fin. Es como si la gente ya dijera: “Estamos despertando y conectándonos. Estamos observando. Pero no estamos esperando”.[84]

La lengua digital: aunque uno esté lejos de su oficina, o de su hogar, o de sus seres queridos, uno sigue siempre conectado; vía Skype, WhatsApp, FaceTime, mail, móvil, Line, Telegram, y decenas de vías más. “Por más soñadores que fuéramos en esa época, nunca imaginamos que todas estas cosas llegarían a ser combinadas en una sola, y no estoy tan seguro de que sea algo tan bueno. Los teléfonos se han vuelto tan complicados, tan difíciles de usar, que uno se pregunta si fueron diseñados para gente real o para ingenieros”,[85] dice Martin Cooper, quien hiciera la primera

llamada por móvil en 1973. Hace apenas cincuenta años, había unos cinco mil clientes de telefonía móvil sobre una población de cuatro mil millones de personas en todo el planeta. Hoy hay más de 7.100 millones de clientes,[86] un número equivalente a la totalidad de la población mundial, y se espera que, para 2020, crezca por encima de los nueve mil millones.

La industria móvil está reconfigurando la economía global. La industria móvil equivale al 3,8 por ciento del producto interno bruto (PIB) mundial, pero su incidencia en como se mueve la economía es más profunda de lo que creemos. En la actualidad, la gente compra más teléfonos inteligentes que televisores, ordenadores y tabletas, sumadas. Hay más de 2.600 millones de smartphones, y por cada bebé que nace en el mundo se activan tres smartphones.[87] Nunca hemos vivido en una época con la oportunidad de poner un ordenador en el bolsillo de tantos miles de millones de personas. Mi blog vio la luz en el año 2011. Nació como un blog sobre branding, y desde entonces mi finalidad es compartir una visión que nos ayude a tener claro hacia dónde queremos ir, qué tipo de sociedad queremos construir y cuál es el compromiso y el rol de las marcas en esta nueva era. Más de un millón y medio de visitas al blog me han devuelto la esperanza en que mucha gente quiere ir más allá de lo veloz para así entrar en lo profundo. Cerrando el año 2015, recibí una llamada muy especial. Me comunicaban que el blog Branding, que edito en Tendencias 21, había sido premiado como primer blog de marketing de España,[88] según el diario digital prnoticias y un jurado de notables especialistas. El blog premiado responde a los cuatro criterios básicos establecidos por los organizadores del certamen: popularidad, comunidad, calidad y vitalidad.

La cantidad de información a la que accedemos cada día es excesivamente global, viral y social. Generalmente, aún no hemos llegado a digerir unos cambios cuando el mundo ya nos entrega otros muchos más. Las redes sociales, los blogueros y los medios online nos han acercado a la información de una manera intensa, novedosa y participativa. Vivimos experiencias tan fascinantes como comentar una noticia en tiempo real con el periodista que está cubriendo una información, o con uno de los protagonistas de esas noticias, ya que, en muchos casos, el que informa es alguien que, simplemente, comparte ese instante con el mundo. Podemos pensar en experiencias emocionantes vividas online; por ejemplo, el fenómeno de los treinta y tres mineros chilenos atrapados durante más de dos meses a seiscientos metros de profundidad. Este tipo de historias nos atrapa, porque presenciamos heroísmo y superación. Por otro lado, también queremos consultar en internet el estado del tiempo, la congestión del tráfico o las noticias. Todo el mundo terminará usando internet; sólo es una cuestión de tiempo, redes, infraestructuras y tecnología. Internet será el punto de unión de la humanidad. Tiempos interesantes se avecinan, sin olvidar que los grandes cambios requieren también de grandes esfuerzos.

“Estamos atrapados en las palabras porque aún no hemos encontrado la

posibilidad de comunicarnos con el silencio.”[89] J. Rueda

Muchas veces, después de una charla o una conferencia, me preguntan cómo puede hacer un autónomo o una pyme (pequeña y mediana empresa) para usar todas estas herramientas a su favor. Con seguridad, para disfrutar de esta era y no morir en el intento, necesitaremos un plan. Es fundamental creer en nuestra propuesta, con pasión, sin temor y con una visión de lo que queremos conseguir. Este proceso no estará exento de problemas, dificultades o desafíos. ¿Cuál es mi consejo? Si la oportunidad no llama a tu puerta, construye una puerta. En el caso concreto de los blogs, creo que hay que plantearse tres cosas: la primera es la pasión y el compromiso de otorgar tiempo para darle vida; la segunda, saber con exactitud qué se quiere compartir y por qué; la tercera, por qué alguien entre los más de 3.500 millones de internautas querría leernos. El número de sitios web asciende en la actualidad a más de 1.100 millones, y sigue aumentando a ritmo acelerado. En 2006, el número de blogs arañaba los 36 millones. Cinco años más tarde, ese número se había multiplicado por cinco. En la actualidad se crea un blog cada medio segundo, es decir unos ciento setenta y dos mil por día, cada día. ¿Cuántos blogs necesita el mundo? Se preguntaba la revista Time, mientras se asiste a un crecimiento imparable de los mismos.

Respuesta: siempre y cuando haya una persona interesada en leerlo y una voz dispuesta a compartirlo, cada uno de los blogs creados será importante. Porque cada blog es una voz, y cada voz nos importa. Steven Pinker, catedrático de psicología en la Universidad de Harvard, sentencia que “la verdadera innovación dentro de nuestra evolución biológica fue el lenguaje; desde entonces, todo lo demás simplemente ha permitido que nuestras palabras viajen más lejos o duren más tiempo”.[90]

“La mano que mece la cuna rige el mundo.” Peter de Vries Cuando se oía el sonido de la sirena del fin del turno, las mujeres de la ciudad apuraban el paso en dirección a las fábricas. En el interior de las mismas, el calor y el ruido eran descomunales. Pero la sirena traía el alivio del fin del turno. Los días en que tocaba cobrar la paga, en este país por entonces pobre, cada céntimo contaba. Los hombres salían a la luz del exterior, felices, con sus pagas en mano. Fuera, una barrera de mujeres los esperaba. La mano extendida, el gesto serio, porque con la economía familiar no se juega. El ingreso del dinero en casa dependía del trabajo del hombre, pero la economía familiar dependía del trabajo de la mujer. Saber gestionar el poco dinero que entraba en el hogar era un arte. Y había que evitar que esos céntimos se esfumaran en un bar, en un juego de azar o en una apuesta. Ha pasado más de medio siglo desde entonces, y, aún hoy, la mujer y su destreza para gestionar la escasez siguen siendo un ejemplo en muchas economías emergentes del mundo. Los microcréditos han permitido a muchas mujeres ser dueñas de su porvenir, poder gestionar su economía familiar e incluso crear su propia empresa. Mujeres de Asia, Latinoamérica y África han sabido aprovechar bien esta situación para fortalecerse y sacar de la situación de pobreza a sus familias. Las mujeres son piezas principales de la economía local, tienen la necesidad y el conocimiento para desarrollar emprendimientos para el desarrollo de su familia, de su barrio, de su zona y de su país. Es por esto que apoyar e impulsar políticas privadas y públicas orientadas a mejorar las condiciones y el acceso a oportunidades para las mujeres es una acción impostergable, así como un compromiso de todos para con el futuro. Pero creer que solamente con acceso a entidades financieras o crediticias se soluciona el problema de la integración de la mujer en el mercado

laboral, es una falacia. Es necesaria, además, una inversión constante en programas de capacitación relacionados con proyectos en cualquier sector que fomenten y faciliten la participación de la mujer, la ampliación de sus habilidades y el desarrollo de su potencial; y hacerlo tanto en las zonas rurales como en las urbanas. El rol de la mujer en este nuevo escenario es cada vez más relevante. En 1791, Olympe de Gouges escribió su famosa Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, que comenzaba con las siguientes palabras: “Hombre, ¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta”. Desde entonces hasta nuestros días, no han cambiado tantas cosas como querríamos. Hubo de esperarse hasta el año 1954 para que entrara en vigencia el derecho al voto para las mujeres, así como su derecho a acceder a cargos públicos:[91] “Las mujeres tendrán derecho a votar en todas las elecciones en igualdad de condiciones con los hombres, sin discriminación alguna”. Estamos hablando de hace 62 años nada más. Actualmente, la economía de muchas grandes superpotencias está en manos de la mujer. El Fondo Monetario Internacional (FMI), la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central de Rusia, la Cancillería alemana, son solo algunos ejemplos de instituciones gobernadas por mujeres. Pero, en la OCDE, de media, solo el 10 por ciento de los puestos en los consejos de administración de las empresas están ocupados por mujeres. Y ello a pesar de que hay informes que demuestran que las compañías dirigidas por mujeres o con un alto porcentaje de mujeres en puestos directivos han demostrado lograr mayores éxitos empresariales. Muchas compañías fundadas o cofundadas por mujeres tienen una tasa de éxito más alto, y recuperan la inversión más rápido que las fundadas solo por hombres. Según un estudio hecho por McKinsey & Company, en 2010, las empresas que registran un mayor porcentaje de mujeres en los comités ejecutivos tienen un 41 por ciento más de rentabilidad y un 56 por ciento más de margen de beneficios que las empresas que no tienen mujeres en sus cúpulas directivas.[92]

En Silicon Valley, la meca de la innovación, donde se crea el futuro cada día, el papel de la mujer es todavía secundario. Representan menos del 30 por ciento de los empleados y apenas llegan al 10 por ciento en los puestos de carácter técnico. Mientras que más cerca, en la Unión Europea (UE), de cada mil graduadas universitarias, veintinueve salen de facultades relacionadas con enseñanzas en tecnologías de la información, y, de ellas, sólo seis trabajan en lo que han estudiado. Si las mujeres participaran en la economía digital al mismo nivel que los hombres, se incrementaría el PIB de la UE en unos nueve mil millones de euros al año.[93] No vivimos sólo de números, sino también de letras, de palabras, de historias. La Real Academia Española (RAE) tardó más de 265 años en admitir una mujer en su seno. La primera académica fue Carmen Conde, allá por 1979. En la actualidad, de las 46 plazas, siete son ocupadas por mujeres. Considerando los más de trescientos años de historia de dicha institución y que sólo ha habido diez mujeres, que siete estén en activo es todo un récord. Es evidente que no entran en la Academia por ser mujeres, pero hay quienes así lo piensan. Los nombres de Clara Janés, Soledad Puértolas, Margarita Salas, Carme Riera, Aurora Egido, Inés Fernández-Ordóñez y Carmen Iglesias reescriben la historia de la RAE. Hablar de la mujer es quizá uno de los asuntos más importantes de este libro (junto al de la educación), simplemente, porque al hablar de la mujer nos referimos a la futura humanidad. Hemos perdido muchos siglos relegando a la mujer a un papel secundario. Las mujeres fueron las encargadas del hogar y de criar a los niños. Hasta 1915, las mujeres no votaban, y en menos de cien años, pasaron a gobernar países. Las mujeres ya pueden ser científicas, profesoras universitarias, presidentas..., casi todo está al alcance de ellas. Una cierta justicia histórica empieza a producir un mayor equilibrio al respecto. ¡Cuánta energía creativa que se perdió la humanidad durante tantos siglos!

Muchos nos han hecho creer que el mundo dependerá del hacer de los hombres, pero nos han engañado. El mundo dependerá de la mujer, ya que es ella quien lleva en su vientre y da vida a los hombres y a las mujeres del futuro. Con esta afirmación, no quiero decir que el hombre quede fuera de este proceso, sino todo lo contrario. El hombre es parte activa en este proceso de engendrar una nueva humanidad y mucha de su responsabilidad reside en el lugar que le dará a la mujer en el mundo. Lo último que querríamos es generar un combate de géneros para ver quién es mejor. Pero lo que sí se plantea es que, a estas alturas de nuestra historia, no tiene sentido clasificar a las personas por su sexo. Es hora de que se imponga el talento, la capacidad, el conocimiento, la capacidad de liderazgo y la inteligencia emocional.

El futuro no es ni de Google ni de Facebook, ni de China ni de la India, el futuro es de la mujer. A lo largo de la historia, la mujer ha sido desvalorizada y, en muchos casos, hasta agredida. El poder de lo femenino fue condenado por muchas religiones y pervertido por sus leyes. Quienes sepan de historia sabrán cómo algunas religiones han condenado a la mujer desde siempre. Antiguamente, la palabra “bruja” era una palabra bella. Las brujas eran las mujeres sabias de una comunidad; aquellas mujeres que poseían la capacidad de transformar al hombre. Para esto usaban toda su percepción, su inteligencia emocional y su

conexión con la naturaleza. Esto supuso una amenaza para las religiones de su tiempo, que intentaron ensuciar la palabra para denigrar a la mujer y su gran poder. Hemos perdido a muchas mujeres sabias, y hemos perdido su aporte: su sabiduría y la transformación que habrían aportado a la humanidad. No obstante, de vez en cuando encontramos a alguna rebelde que se resiste y consigue darnos y usar su poder para transformar el mundo. Y lo logra. A esta transformación se dedicaban las brujas, que transformaban al hombre en un ser nuevo. Y en esa transformación estaba la belleza y la evolución del ser humano. Por eso, cuando hablo de mujer, hablo de humanidad. Porque cuando una pieza del dominó se mueve, todo el resto se tambalea. Es imposible que la humanidad permanezca sana quitando del cuadro una pieza clave. Solo conociendo cada pieza, respetando cada individualidad y dándole su espacio conseguiremos que el conjunto sea armónico. Destruir lo femenino no es destruir a la mujer solamente, porque el ser humano está conformado por una parte masculina y otra femenina que son las que convierten al ser humano en una unidad. Relacionar por lo tanto a lo femenino solamente con la mujer es una forma de negar o de evitar lo femenino que también se encuentra en cada hombre; lo femenino como cualidad creativa y transformadora del hombre. Un hombre creativo por lo tanto, es un hombre que ha sabido preservar y desarrollar sus cualidades masculinas femeninas en equilibrio con su masculinidad y una mujer fuerte es aquella que ha sabido desarrollar sus cualidades masculinas en equilibrio con su femineidad. Por lo cual los conceptos de masculino y femenino están relacionados no con un sexo en particular sino con el ser humano en general. El dar la espalda a lo femenino es ignorar también al hombre. Respetar y volver a encontrar el valor de la mujer y de lo femenino que aporte una visión distinta a nuestra humanidad es una de las claves para cambiar el mundo. No hay otra forma de hacerlo que empezar por aceptar esta dualidad que compone al ser humano.

En sus principios, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) declara que la población femenina ha sido decisiva en el progreso de la democracia, la reducción de la pobreza, la prevención y la recuperación de las crisis, la protección del medio ambiente y el desarrollo sostenible. Asegura, además, que “empoderar a las mujeres da un impulso a las economías florecientes, a la productividad y al crecimiento”. A su vez, el PNUD elabora un índice de desigualdad de género que tiene en cuenta tres dimensiones: la inserción en el mercado laboral, el empoderamiento y la salud. Cómo tratan las sociedades a la mujer dice mucho del grado de desarrollo de los países. Y queda un extensísimo camino por recorrer, ya que dos tercios de los 781 millones[94] de analfabetos en el mundo son mujeres. El papel esencial de la mujer para el progreso se ve frenado ante esta desventaja tremenda. El porcentaje global de mujeres y niñas sin alfabetizar no ha mejorado desde 1990, según la Unesco. Justamente, la directora general de la Unesco, Irina Bokova, resalta la importancia de la educación de las mujeres y las niñas para avanzar hacia un desarrollo sostenible ya que representan el 49 por ciento de la población mundial. Las mujeres constituyen la población más pobre del mundo, y el número de mujeres que viven en condiciones de pobreza rural ha aumentado aproximadamente el 50 por ciento desde 1975. Las mujeres realizan dos tercios de las horas laborales de todo el mundo y producen la mitad de los alimentos mundiales; sin embargo, éstas perciben únicamente el 10 por ciento de los ingresos mundiales y poseen menos del 1 por ciento de la propiedad mundial. El 70 por ciento de la población pobre es mujer; el acceso a la educación o a la sanidad está limitado para millones de mujeres y niñas en el mundo; los salarios que reciben son inferiores a los de sus

pares hombres. Una situación tan extrema no puede solucionarse solamente a través de la tecnología. Tenemos la oportunidad de cambiar radicalmente de dirección y garantizar, en los próximos años, un mundo mejor para todas las personas que lo habitamos. Y eso pasa inevitablemente por una serie de cuestiones que son ineludibles, como acabar con la pobreza y la desigualdad en todas sus formas y en todos los países. Para atacar las causas de la pobreza y la desigualdad es necesario promover cambios radicales en políticas económicas, comerciales, migratorias y sociales. El historiador y filósofo Tzvetan Todorov, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008, no sitúa el punto de inflexión de esta nueva era en la crisis que estalló en 2008, sino en la caída del Muro de Berlín y en la ruptura, a partir de ahí, del equilibrio entre las dos fuerzas que deben convivir en una democracia: el individuo y la comunidad. Todorov denuncia que la población se empobrece y la desigualdad se dispara. Dice que los individuos pobres no son libres, porque, cuando uno no puede encontrar medios para tratar su enfermedad o no puede seguir viviendo en su casa al no poderla pagar, entonces uno ya no es libre. La libertad no se puede ejercer si no se tiene poder, y entonces se convierte sólo en una palabra escrita en un papel. “Cuando decimos valor, no quiere decir que todos lo respeten; es más un ideal que una realidad, un horizonte al que nos dirigimos — asegura Todorov—. Pero en este momento esos valores están amenazados.”[95] Miles de mujeres en el mundo no pueden viajar sin la autorización de un familiar masculino, otras no pueden conducir un vehículo o asistir a un partido de fútbol. Hay las que, tras ser víctimas de abusos sexuales, terminan en la cárcel, y las que son entregadas por sus padres para pagar deudas. Las leyes discriminatorias contra las mujeres aún persisten en todos los rincones del mundo, y se continúan promulgando nuevas leyes de este tipo. En todas las tradiciones jurídicas existen muchas leyes que continúan institucionalizando la condición de segunda clase para las mujeres y las niñas respecto a la nacionalidad y ciudadanía, la salud, la

educación, los derechos maritales, los derechos laborales, la patria potestad y los derechos a la propiedad y a la herencia. Estas formas de discriminación contra la mujer menoscaban el empoderamiento de la misma. Las formas múltiples de discriminación por motivos de género y otros factores como raza, etnia, casta, discapacidad, afección de enfermedades (como el sida), orientación sexual e identidad de género hacen a las mujeres más vulnerables a las dificultades económicas, la exclusión y la violencia. En algunos países, las mujeres, a diferencia de los hombres, no pueden vestirse a su gusto, ni pueden conducir un vehículo, ni trabajar, ni heredar bienes o atestiguar en los tribunales. La amplia mayoría de las leyes que son expresamente discriminatorias y que están vigentes están relacionadas con la vida familiar, y algunas limitan el derecho de la mujer a contraer matrimonio (o el derecho a no contraer matrimonio en caso de matrimonios prematuros forzados), así como el derecho a divorciarse y volverse a casar, lo cual propicia las prácticas maritales discriminatorias, como la obediencia de la mujer y la poligamia. Las leyes que estipulan de manera explícita la “obediencia de la mujer” todavía gobiernan las relaciones maritales en muchos Estados. “Las mujeres, en Arabia Saudí, ya pueden reservar una habitación de hotel y hospedarse en ella sin el permiso o la compañía de un hombre”, se leía en una noticia reciente en la edición digital de Canarias7. Leer noticias de este estilo en el año 2016 es definitivamente frustrante por más esperanzadora que parezca en el opresivo contexto saudí.

“No hay nada imposible en el mundo, sólo hay que descubrir los medios para conseguirlo.”

Hermann Oberth

Muchos de los problemas podrían entenderse mejor si vamos a la raíz del asunto. Como ya hemos apuntado, en pleno siglo XXI, dos tercios de los 781 millones de analfabetos en el mundo son mujeres. “La alfabetización permite reducir la pobreza, encontrar empleo, tener un mejor sueldo. Es uno de los medios más eficaces de mejorar la salud de las madres y de los niños, entender las recetas de los médicos y acceder a la atención sanitaria. [...] Una simple verdad: la alfabetización cambia la vida.”[96] Mientras convivimos en un mundo que tolera este tipo de realidades totalmente desfasadas, nunca se apaga la luz de la esperanza. En el mes de junio de 2012, la primera astronauta china inició con éxito una misión al espacio. Más de seis décadas después de que el presidente Mao Zedong asegurara que en la China comunista las mujeres sostendrían “la mitad del cielo”, Liu Yang y otros dos tripulantes viajaron en la nave espacial Shenzou 9. En Birmania, Aung San Suu Kyi recibió el Premio Nobel de la Paz. Esta líder opositora birmana, un ícono de su país y de la lucha por las libertades, dijo que a Birmania le queda mucho para la libertad completa. Tras casi dos décadas de arresto domiciliario, todavía le queda coraje para seguir alzando la voz, para defender la paz y participar en la incierta política parlamentaria de su país, incluso con opciones de llegar a ser presidenta. Al mismo tiempo, otras mujeres tienen una voz de máxima relevancia en las finanzas globales: Merkel, Yellen y Lagarde. A la canciller alemana se le pide que encienda los motores de la economía mundial. Por su parte, la directora gerente del FMI ha recomendado

un esfuerzo colectivo para que la eurozona alcance “una etapa fundamental en su desarrollo”. Yellen es la mujer más observada de la economía mundial. Cualquiera de sus decisiones puede hacer que el mundo se mueva hacia un lado u otro. Son tres protagonistas de un momento histórico para la economía internacional. Anna Wintour, editora de la revista Vogue, dirige los designios de la moda desde hace más de veinte años. Su influencia, como adalid de uno de los sectores económicos con mayor proyección en Estados Unidos y el mundo, trasciende este ámbito. Más del 90 por ciento de las mujeres más poderosas del mundo llevan el pelo corto. ¿Por qué? Merkel, Lagarde, Yellen, Rousseff, Nooyi, Indira Ghandi, Hillary Clinton, Michelle Obama... En la actualidad, millones de habitantes de la tierra son dirigidos por una mujer presidente o primer ministro. Y aunque pueda no sorprender demasiado que una mujer llegue al poder, no es tan habitual como se podría pensar. De hecho, son diecinueve los gobiernos dirigidos por mujeres: cuatro en América del Sur; uno en el Caribe; dos en África; dos en Asia; y diez en Europa (incluido el de Escocia). Poco más del 10 por ciento de los gobiernos del mundo está en manos de mujeres. Un 10 por ciento también de la población está bajo su gobierno. Entre las más destacadas, la canciller Merkel (Alemania), Dilma Rousseff (Brasil), Portia Simpson-Miller (Jamaica), Kolinda GrabarKitarovic (Croacia), Michelle Bachelet (Chile), Nicola Sturgeon (Escocia), Laimdota Straujuma (Letonia), Ewa Kopacz (Polonia), Kamla Persad-Bissessar (Trinidad y Tobago), Dalia Grybauskaite (Lituania), Ellen Johnson-Sirleaf (Liberia), Catherine Samba-Panza (República Centroafricana), Marie Louise Coleiro Preca (Malta), Park Geun-hye (Corea del Sur) y Sheikh Hasina Wajed (Bangladesh). Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 fueron los “Juegos de las

Mujeres”. Por primera vez en la historia olímpica, todas las delegaciones acudieron con atletas femeninas. Un total de 4.850 deportistas que supusieron el 46 por ciento de los participantes. Un reflejo bastante cercano a la estructura por sexos de la población mundial, en la que los más de 7.300 millones de habitantes se reparten casi a partes iguales entre hombres y mujeres. Esto sucedió 116 años después de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Mejor tarde que nunca. En los países de la OCDE, el 83 por ciento de las personas con titulación universitaria tienen empleo, en comparación con el 55 por ciento de las personas que cuentan sólo con un diploma de educación secundaria. La tasa de empleo es mayor para los hombres que para las mujeres, independientemente de su nivel de educación: con educación universitaria, un 88 por ciento para los hombres y un 79 por ciento para las mujeres; con diploma de educación secundaria, un 69 por ciento para los hombres y un 48 por ciento para las mujeres. [97] En la actualidad, las mujeres constituyen poco menos de un tercio de los investigadores en el mundo.[98] Por otro lado, entre las mujeres silenciosas y desconocidas encontramos la grandeza de lo pequeño. Ser madre y mujer trabajadora es algo ya de por sí extraordinario. Para muchos, decir “mujer trabajadora” supone una verdadera redundancia. Y, aunque resulte sacrificado, la mujer crea su propia perfección cuanto más imperfecta es su realidad. Y eso resulta absolutamente admirable. Lo ordinario se transforma en extraordinario precisamente por ello. Se oyen argumentos muy críticos con el avance de los derechos de la mujer que ha tenido lugar en estos últimos años. Algunos opinan que han terminado siendo un retroceso, y que hoy la mujer trabaja más, descansa menos, está más expuesta y menos cómoda.

El rol de la mujer empieza a ser más considerado, ya sea por imposición legal, porque es visto como políticamente correcto o, simplemente, porque ellas son las que empujan a la humanidad hacia delante. Hay que quitarse las ataduras de tantas décadas de pensamientos y actitudes retrogradas, y empezar a asumir el rol de la mujer. Nos queda una gran certeza: que la fuerza, la energía y, en concreto, el instinto femenino son factores que nos empujan hacia el futuro. “Detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer”, reza el conocido aunque dudoso homenaje o elogio: reduce a la mujer a la condición de respaldo de silla, remarcaba Eduardo Galeano. El siglo XXI establece un buen comienzo para dejar de estar detrás y empezar a estar al lado, a caminar y a avanzar juntos.

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.” Jorge Luis Borges Cada día que termina es un pequeño dolor, porque es un día menos. Es un tiempo que jamás volverá. El tiempo es el regalo más preciado que podemos dar, porque es limitado. Podemos producir más bienes, más productos, más dinero, pero no más tiempo. Cuando le dedicamos tiempo a un proyecto, a una persona, a un sueño, le estamos entregando una parte de nuestra vida que nunca podremos recuperar. Por eso la importancia del tiempo. Ser consciente del valor de los minutos hace que elijas mejor qué hacer con tu tiempo. Limitado. Irrecuperable. Cada nuevo día es un volver a nacer. La vida vuelve a comenzar el día en que lo que haces con el tiempo depende de ti. Para mí, el nacimiento ocurre cada mañana, cuando suena el despertador o cuando oigo el gallo recibir al sol. Me despierto agradeciendo cada día, por la vida, por la salud, por la familia, por el trabajo. Ser consciente del milagro de despertarse sano cada día nos conecta con lo que de verdad importa. No tenemos garantía de estar vivos al día siguiente, y recordarlo y agradecerlo hace que nazcas con una sonrisa, y no con un llanto. Nacer también es recordar, es poder viajar a través de la emoción a otros lugares, a encontrarte con tus otros yos anteriores. Recordar cómo, sobre mi cabeza, sucede un incesante devenir de aviones que despegan y aterrizan. Recordar que el ruido de un avión en la distancia rara vez coincide con la posición de la aeronave que vemos. Sonido y materia escindidos en el aire. Los días, como los aviones en el cielo, se escurren ante nosotros. Salimos de casa dispuestos a comernos el mundo, vemos clientes, saldamos cuentas con proveedores, creamos nuevas estrategias, supervisamos nuevos desarrollos, cobramos deudas, analizamos el futuro, preparamos una

conferencia, actualizamos la agenda, y así casi once horas cada día. Mientras haces todas esas cosas, le das la importancia crucial que tienen, que es máxima, pero, cuando te enfrentas a lo infinito del universo, todo se pone en su sitio. La perspectiva de la vida se acomoda. Con mucha frecuencia, los días se llenan de boludeces (tonterías), de cosas serias, de simplezas, de complejidades, de cosas olvidables, de cosas que se olvidan solas, de recuerdos que no se pueden borrar. Cada día es una pequeña vida.

“Si pudiéramos comprender una sola flor, sabríamos quiénes somos y qué es el mundo.” Jorge Luis Borges

Mientras el cielo permanece omnipresente sobre nuestras cabezas. En ese cielo, donde esos aviones no paran de ir y venir, veo cómo asciende una cometa. Son mi padre y mi hijo. Veo dos niños jugando con esa cometa. Vuelan sin alas y se ríen juntos. El viento les regala ese rato de sonrisa. El barrilete[99] vuela. Mi hijo admira a su abuelo, que le enseña a volarlo. Mientras, el abuelo recuerda que fue niño, que es niño. Que la edad es sólo un invento. Que el barrilete nos mantiene niños. Yo me emociono y una lágrima de emoción acaricia mi cara. Somos parte del aire. Hacemos que los días no sean el final, sino un nuevo nacimiento. Una nueva oportunidad.

Y no hay día en que no leamos la aparición de “nuevos paradigmas”. Son una realidad y empiezan a no ser tan nuevos. Todos ellos bajo el paraguas de una nueva conciencia que aflora. El cambio de la conciencia colectiva es un proceso en marcha y tiene una magnitud mucho más amplia que la que comprendemos. Significa una apertura hacia lo nuevo y lo diferente, hacia una aceptación de lo diferente e incluso de lo desconocido. Es también una invitación a alejarnos de los “ismos” (fundamentalismo, extremismo, sectarismo...) y a abrazar una nueva realidad más participativa y dialogante. Refuerza el concepto que mencionábamos en la “Introducción”, según el cual todo cambio que logremos a nivel personal tendrá su resonancia a nivel colectivo. No solo nace cada uno, sino que una nueva sociedad está naciendo. Estamos viviendo transformaciones tan profundas que incluso en su profundidad socavan la posibilidad que tiene nuestro pensamiento de comprenderlas. Expandir la conciencia personal requiere una buena conjunción de comprensión, aceptación, sensibilidad y creatividad. Es tomar conciencia, no como mera curiosidad intelectual, sino para transformar. Ser conscientes de que cada día tenemos una nueva oportunidad de transformarnos y transformar es algo muy poderoso. Ésa es nuestra tarea como humanos. Evolucionar la conciencia hacia la acción; el discurso, hacia los hechos; el decir, hacia el hacer. El despliegue de tantos nuevos paradigmas culturales, sociales, emocionales y científicos que estamos viviendo están dado lugar al surgimiento de una nueva forma de conciencia. Para nosotros, no es sencillo que, mientras vivimos, tengamos que asumirlo, intentando sincronizarnos con las nuevas fases evolutivas de la conciencia humana. Lo que (nos) está sucediendo es un movimiento evolutivo de la conciencia humana, una nueva invitación al crecimiento interior. Lo estamos sintiendo. Nos cuesta ponerlo en palabras, procesarlo, pero, tanto a nivel colectivo como a nivel personal, estamos sufriendo la tensión entre un estado de conciencia que ya es disfuncional y un nuevo estado de conciencia que aún está en ciernes. Como si

estuviésemos en el tránsito del útero al mundo exterior. Al nacer el bebé se vuelve autónomo y tiene que respirar, alimentarse y regular su temperatura por sí mismo. Si está sano, se adapta perfectamente a las nuevas condiciones. Cuando nace, el bebé dispone de repente de mucho espacio. Abre los brazos y no toca en ninguna parte. Extiende las piernas y no encuentra la firme resistencia habitual que le orientaba hasta un momento antes. La nueva libertad implica un cambio muy radical y puede confundir e irritar al bebé. Los momentos de cambio siempre son complejos, desde que nacemos. Resulta traumático nacer, enfrentarse a lo nuevo, a la vez que es un verdadero milagro y que toda la vida está por delante. La transformación colectiva de la conciencia que empezamos años atrás es una revolución todavía silenciosa, pues está sucediendo en lugares aún poco visibles —como el interior de las personas. Relee el tercer capítulo: “Cambio”. Aunque lo leíste conscientemente, tu inconsciente no terminó de procesar y asumir que el cambio es lo único inevitable. Aun en contra de él, cambiarás. Cambiar es difícil, duele, pero, en la mayoría de los casos, vale la pena. Existe hoy una lucha soterrada que lleva al ser humano a ir perdiendo la ilusión de creerse “el ombligo del mundo”, y hay una realidad que sigue creando plataformas para que nuestros ombligos crezcan a ritmos de la ley de Moore.

Lo que nos está sucediendo es un movimiento evolutivo de la conciencia humana.

El despliegue de la consciencia colectiva apuntalado por las nuevas tecnologías, especialmente por internet, implicó varios movimientos paradojales frente a los cuales estamos aún perplejos. El nacimiento de una nueva era no es sencillo, pero, ciertamente, tener el privilegio de vivirlo es una bendición. Aunque, como siempre, lo nuevo genera resistencia y rechazo, precisamente por ser nuevo. A lo largo de la historia hemos visto cómo nacían seres extraordinarios que se animaron a hacerse amigos de lo nuevo para dar nacimiento a lo que nadie miraba, pensaba o hacía. Ése fue el caso de Mikołaj Kopernik, que fue astrónomo, matemático, economista, jurista y clérigo, entre otras ocupaciones. Su obra De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), significó una verdadera revolución. Más conocido como Nicolás Copérnico, Mikołaj Kopernik pasó cerca de un cuarto de siglo trabajando en el desarrollo de su modelo heliocéntrico del universo. No publicó su obra en la que defendía el heliocentrismo hasta 1543, año de su fallecimiento. En aquella época resultó difícil que los científicos lo aceptaran, ya que suponía una auténtica revolución. El modelo heliocéntrico es considerado una de las teorías más importantes en la historia de la ciencia occidental. Desde Copérnico en adelante sabemos, con gran pesar para nuestro ego, que no somos el centro del sistema solar. Unos cuatro siglos más tarde, con Charles Darwin, el ser humano dejó de ser “el rey de la creación”. A partir de Sigmund Freud, el ego racional debió reconocer que su realidad cotidiana está determinada en gran medida por el inconsciente. Para nuestra sociedad, no ha sido fácil asumir, en los últimos seis siglos, estas tres grandes “heridas narcisistas” del ego moderno. Hemos sido testigos de cómo el hombre, más por obligación que por deseo, renacía. “En el momento actual estamos encarnando la tensa coexistencia de tres formas de identidad colectiva: el ego dependiente, el ego autónomo y el ego partícipe. Los dos primeros son aún muy fuertes y

se resisten a cambiar, pero el estado del mundo parece indicarnos que, como humanidad, necesitamos urgentemente asumir nuestra identidad, o vamos con rumbo de colisión y podemos terminar como el Titanic, sumergido en el fondo del mar como la reliquia del gran ego moderno que se creyó omnipotente”,[100] dice la antropóloga Ana María Llamazares en relación con el nacimiento de nuevos paradigmas.

Volver a nacer (renacer) “Hoy os hablo con una gran tristeza.” Sus enormes manos apuntaban hacia el cielo tratando de buscar refugio o consolación. Justo el mismo cielo en que, horas antes, se formaba Pam, un ciclón de categoría 5 (la máxima para este tipo de fenómenos naturales), generando vientos de hasta trescientos kilómetros por hora. Sus ojos, rojos de tristeza y dolor, apenas contenían sus lágrimas. La mayoría de la población de Vanuatu se quedó sin casa. Hasta mediados de marzo de 2015, la mayoría de la población mundial no sabía qué es Vanuatu, ni de su existencia. Los pocos que la conocían decían que era un pequeño paraíso. Un lugar feliz. Vanuatu es un pequeño país insular de Oceanía localizado en el océano Pacífico Sur, a unos 1.750 km al este de Australia y a 500 km al noreste de Nueva Caledonia; alrededor de 47.000 personas viven en su capital, Port Vila. El país forma parte de un amplio archipiélago de 65 islas del océano Pacífico calificado por el escritor Paul Theroux como “las islas felices de Oceanía”.

Hasta Pam El presidente de Vanuatu, Baldwin Lonsdale, se encontraba en la ciudad japonesa de Sendai, donde asistía a una conferencia de las Naciones Unidas sobre la reducción de catástrofes. Y lo que suena a cruel ironía se transformó en una horrible pesadilla. A unos 6.850 kilómetros de donde estaba Lonsdale, en medio del inmenso océano Pacífico, unas 267.000 personas, toda la población de Vanuatu, dispersa en las 65 islas del archipiélago, sufría el efecto devastador del ciclón Pam. Lonsdale, en su apasionada intervención, aseguraba que la mayoría de la población del país se había quedado sin casa tras el paso de Pam, que dejó un panorama desolador y destruyó poblaciones enteras. Tras el ciclón, miles de personas tuvieron que pasar su segunda noche en refugios o centros de acogida. “Hoy os hablo con una gran tristeza. Estoy aquí para pedir ayuda en nombre del gobierno y la población para poder hacer frente a este desastre”, imploraba el mandatario. El construir y el destruir son tan cercanos como lejanos. El tiempo de construir es siempre infinitamente más extenso que el de la destrucción. No como una vela que demora su desaparición de manera elegante y seductora. La destrucción se asemeja más a unos segundos que arrasan con todo, dejando atrás muy poco, casi nada o nada en absoluto. Vanuatu se empezó a reconstruir, aunque lo que quedó hecho polvo en pocos minutos llevará años volver a levantarlo. Así de cruel, y de real. Pero lo que de verdad nos define como seres humanos no es cómo caemos, sino cómo nos levantamos después de la caída. El hombre, como especie, ha avanzado porque es cooperativo en esencia. Aunque esta época tenga una impronta de egoísmo, la colaboración siempre se impone.

Alguien afirmó, sencillamente, que nada se conquista sin sacrificio. Y habló de cómo aprovechamos las oportunidades adversas para volver a construir y desarrollarnos.

“Tu estado de ánimo es tu destino.” Heródoto de Halicarnaso (h. 484-420 a. C.) “No me veo alentando a los Miami Dolphins mientras me como un hot dog. No me veo.” Fue como una epifanía. Renunciar a un futuro de seguridad en Estados Unidos para empezar una aventura sin red ni garantías en España. Pero no lo dudamos. Casi no tuvimos que discutir, estábamos de acuerdo que el riesgo valía la pena. Renunciamos a la seguridad y nos subimos al avión en busca del riesgo. Éramos libres. El 3 de septiembre de 2002 despegábamos del Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en Buenos Aires, rumbo a Barcelona, con escala en Madrid. No recuerdo el número de vuelo, pero sí que volábamos en Aerolíneas Argentinas. Faltaban justo dos semanas para que cumpliera treinta y tres años de edad. Sin ponerme bíblico ni religioso, era un número importante, por lo que representaba como metáfora. Los aún “sin papeles” (estaban tramitándose) aterrizamos en Madrid cuando pasar por Migraciones generaba una tensión considerable. Cientos de miles de latinoamericanos venían llegando desde principios de siglo buscando un porvenir distinto. Cruzada la ventana de Migraciones nos esperaba un vuelo más hasta Barcelona. La ciudad de nuestro destino. Mi amigo, Martín, había cambiado nuestro destino con una llamada un año antes cuando, en una lluviosa tarde de Buenos Aires, yo caminaba por la calle El Salvador (ya no hago más relaciones ni históricas, ni bíblicas, ni religiosas) viendo cómo encajaban los adoquines y el color gris topo mutaba a uno más oscuro conforme aumentaba la lluvia. “¿Hasta cuándo vas a seguir trabajando para otros? Ya llevas más de

quince años generando para terceros. Ya es tiempo que empieces a poner en valor todo eso, pero para vos. Tenés que animarte. No será fácil, pero seguro que valdrá la pena”, me decía Martín a través del teléfono, mientras mi “zona de confort” se volatilizaba conforme su arenga crecía. Nunca creí que una llamada telefónica podía cambiarle tanto la vida a alguien. En nuestra nueva casa lo único que nos conectó con una emoción positiva era una nevera llena de cosas, llena de amor. Concha, la mujer de Martín, nos tendía la mano con un detalle que jamás olvidaremos. Digo lo de emoción positiva porque, al llegar, todo era una duda, una inquietud, una incertidumbre. Esa primera noche, tiramos el único colchón que teníamos en el piso de nuestra habitación y nos desmayamos del cansancio. A la despedida de nuestra gente en Buenos Aires había que sumarle los vuelos, el jet lag, las tensiones, las emociones... Era demasiado. No podía dormir. Por más que quería, no podía. Me incorporé y apoyé mi espalda contra la pared, y en aquella quietud nocturna, mientras mi mujer y mi hijo dormían, una sensación de pánico me abordó por completo. Pánico total. Como si no existiera la seguridad. Como si todo aquello que me daba seguridad, se hubiese desvanecido. Fue entonces cuando, perdiendo mi mirada en el infinito de la habitación, me pregunté: “¿Qué carajo hago acá?”. Ya perdí la cuenta de si pasé la otra mitad de la noche buscando la respuesta o si también me desmayé. Desde aquella noche, que me sirve de recordatorio para tener siempre presente que cuanto más cuesta algo más se disfruta después, hemos celebrado hasta ahora cada uno de nuestros trece años en España, la tierra de donde salieron algunos de nuestros antepasados. Una tierra que nos dio la oportunidad de volver a empezar. Un país que, a pesar de las dificultades iniciales, que no

fueron pocas, nos dio lo que buscábamos. España fue —y sigue siendo— generosa con nosotros, al igual que mucha gente, como Martín, como Concha, y tantos buenos amigos que a lo largo de este camino fueron compartiendo su amistad, su apoyo, su alegría, su generosidad, y sin los cuales nuestra vida por acá no hubiese sido igual. Un día, un buen amigo, que trabaja en una de esas supermultinacionales, me dijo que no somos inmigrantes somos “expatriados”. No sólo suena más cool, sino que nos define a la perfección. Ya no tenemos patria, somos expatriados. Nos seguimos sintiendo argentinos, especialmente cuando juega la selección o Boca Juniors, pero, en el fondo, tras trece años fuera, la sensación es que uno es del lugar donde está la gente que uno ama. En estos trece años, pasé de “papeles en trámite” a ser “inmigrante” y, de ahí, a ser español. Decía Einstein que “el tiempo se creó para que no sucedieran todas las cosas a la vez”. Desde pequeños nos inculcan el concepto espacial y finito de la vida. Hasta los cuatro años de edad, al jardín de infancia; de los cinco a los seis, al preescolar; a los siete años, a la primaria; a los doce, a la secundaria; a los diecisiete, a la universidad; y así en una rueda finita llena de hitos.

“No podemos elegir el siglo ni la jornada o fecha en que vamos a vivir, ni el universo en que vamos a movernos. El vivir o ser viviente, o, lo

que es igual, el ser hombre, no tolera preparación ni ensayo previo.” José Ortega y Gasset

Parece que fue ayer. Ese 2002 nos encontró recibiendo a la moneda única europea. El euro nacía en Europa. Argentina devaluaba el peso en un 40 por ciento. Wikipedia en español cumplía su primer año de vida, y José María Aznar era el presidente del gobierno español. En Londres, la reina Isabel II celebra el 50.o aniversario de su llegada al trono, y Ana Patricia Botín asumía la presidencia de Banesto. El Premio Príncipe de Asturias de las Artes se lo llevaba Woody Allen, y el de las Letras, Arthur Miller. El Premio Nobel de la Paz era para Jimmy Carter. Nos dejaron en 2002, entre otros, Billy Wilder, María Félix, Gerónimo Saccardi, Ladislao Kubala, Rudi Dornsbuch, Eduardo Chillida, Iván Illich y Tita Merello. El Deportivo de La Coruña se llevó la copa del centenario del Madrid, pero el Real Madrid se coronó campeón de la Liga de Campeones por novena vez, con un golazo memorable de Zinedine Zidane. En el Mundial de Corea y Japón, Brasil ganaba la Copa Mundial de Fútbol al ganar en la final a Alemania por dos goles a cero. Tiger Woods se erigía como campeón del Masters de Augusta. Lance Armstrong ganaba su cuarto Tour de Francia consecutivo, y en MotoGP, Valentino Rossi salía nuevamente campeón. Juan Román Riquelme pasaba de Boca Juniors al Barcelona. Los ídolos, el deporte, las novedades, la sorpresa, las personas. Cambiar de país te resetea el cerebro.

Indonesia reconocía la independencia de Timor Oriental, mientras la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba la región europea libre de poliomielitis. El Congreso de Estados Unidos reconocía que el inventor del teléfono fue el italiano Antonio Meucci y no el estadounidense Alexander Graham Bell. Microsoft sacaba a la venta su primera consola, Xbox, en Europa y en Japón. En 2002 se creó la Corte Penal Internacional. Fuerzas marroquíes ocuparon la isla de Perejil. Fuerzas españolas retomaron la isla. En Colombia, Álvaro Uribe Vélez era elegido presidente. En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva era elegido, en segunda vuelta, presidente de Brasil. El terrorismo mataba en Bali y en Moscú. En las costas de Galicia se producía el hundimiento del Prestige. El papa Juan Pablo II canonizaba al beato José María Escrivá, fundador del Opus Dei. Google cumplía cuatro años, Skype aún no existía (se fundaría en 2003) y a Facebook le faltaban dos años para nacer. Amazon empezaba su octavo año, Ebay y Yahoo!, su séptimo. El ADSL recién se estaba masificando. En España había unos treinta y tres millones de líneas móviles, no había portabilidad. Cambiaron muchas cosas, y seguirán cambiando. Lo que queda claro, y hasta clarísimo, es que la gente que uno quiere, más allá de dónde esté, está. Son los afectos, las personas, los que hacen la diferencia. Somos lo que sentimos y seremos lo que amemos. Entre las películas del “futuro” y la ciencia ficción que más nos han impactado (Interestelar, Her, Ex machina, Avatar, Star Wars, Matrix y Wall-e, por mencionar algunas) todas tienen en común las emociones humanas, y, entre todas ellas, las dos más poderosas: el amor y el miedo. La evolución en España en estos años ha sido vertiginosa. Las vivencias, las lecciones de humildad, los aprendizajes, los errores, los perdones, las alegrías, las experiencias de vida y de vidas..., la vida ha sido un regalo. De España sólo puedo hablar positivamente. La elegí entre diferentes destinos laborales porque creía en su “calidad

de vida”, en la calidad de su gente. Fue una de las mejores decisiones de mi vida. España, aun con sus defectos, que los tiene, es un país maravilloso; lo tiene todo, no le falta nada. O sí. Le falta creer más en lo que es, en lo que tiene, en sus capacidades y, sobre todo, en su gente. En las elecciones generales de 2015, tres de los cuatro candidatos con opciones reales a ser elegidos presidente del gobierno tenían menos de cincuenta años de edad. Dos treintañeros como Albert Rivera, de Ciudadanos, y Pablo Iglesias, de Podemos, y un “cuarentañero”, como Pedro Sánchez, del PSOE. Un cambio generacional para un nuevo futuro. En estos años he sido testigo de la evolución del país, de sus cambios y sus dolores. Con todo, solo tengo palabras de agradecimiento, por recibirme, por abrirme las puertas, por las oportunidades, por hacerme sentir como en casa. Hay tantas gracias que dar, tantas personas a las que agradecer, tantos detalles recibidos, tantas ayudas, tantas manos cuando hacían falta, tantos empujones cuando los necesitaba que años los podría resumir en una palabra: agradecimiento. Al final, repasando los más de 4.900 días vividos en la madre patria, ya mi patria también, no alcanzan las palabras para escribir con certeza y precisión, pero al menos, quedarán estas letras como testigo de esta vida, de estas vidas y de todas las que quedan por vivir. Y también como testimonio de haber aprendido que quien vive en muchos lados no es un expatriado, sino un ciudadano del mundo. Apenas han pasado trece años desde aquel vuelo en el que partíamos de Buenos Aires con las maletas llenas de sueños, ilusiones y deseos. Cada vez que se cumple ese aniversario recuerdo esa calle, esa lluvia, esos adoquines, ese sentir tan porteño, esa ancla a la ciudad que me vio nacer y crecer. Pero, por encima de

todo, recuerdo esa charla telefónica, que nos cambió la vida. En España hemos crecido personal y profesionalmente, en España hemos tenido la oportunidad de crear y construir lo que queríamos, sin condicionantes sociales, ni imposiciones históricas, fue como un papel en blanco, que dio miedo en sus inicios, pero que nos ha permitido llenar el papel de la historia que queríamos escribir y vivir. A España sólo podemos darle las gracias por los brazos abiertos, por recibirnos y por las oportunidades de volver a comenzar a construir una vida soñada. Dejar el país en el que uno nació, se crio y vivió nunca resulta sencillo. Y cuesta asumir y entender lo nuevo. Me ha costado tiempo entenderlo; me ha costado más encontrar la respuesta a la pregunta que me hacía esa primera noche en Barcelona. Pero ahora tengo muy claro “qué carajo hago acá”.

“Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre no existe.” Nikola Tesla

“Cuando el genio apunta con su dedo a la Luna, el tonto se queda mirando al dedo.” Proverbio chino La oportunidad es un instante irrepetible y que abre en canal la emoción humana. Las oportunidades se presentan con más frecuencia de lo que pensamos. En muchos casos pasan inadvertidas porque corremos veloces sin prestar demasiada atención. Cada oportunidad perdida es irrecuperable, tanto sea en el ámbito personal como en el profesional. Cuando la oportunidad no regresa, genera lo que en economía se denomina el coste de oportunidad. El término fue acuñado hace más de un siglo por Friedrich von Wieser en su Teoría de la economía social, y esencialmente se refiere a aquello de lo que un agente se priva o aquello a lo que renuncia cuando hace una elección o toma una decisión. Las circunstancias que más se lamentan en la vida son las que no se aprovecharon cuando se tuvo la oportunidad. Esto se aplica a la economía y, sin duda, también a la vida. Toda la vida no es más que una gran oportunidad. El corazón humano es igual en todo el mundo. Pero cómo actúa, siente y comparte depende de cada uno. Muchas oportunidades vienen de fuera, pero las que vienen de dentro son las más relevantes, éstas son las que cada uno genera para sí mismo. En julio de 2010, cuando España se acercaba a su primera Copa del Mundo de fútbol, viajé a Sudáfrica. El Airbus 340-600 de Iberia estaba lleno. Repleto. Éramos 352 pasajeros, más la tripulación. Destino Johannesburgo. Era de noche, ya tarde, la Terminal 4 de Barajas estaba casi vacía. Habían pasado treinta años desde la última vez que había viajado a Sudáfrica. Cuando el reloj marcó la 1.30 horas, el Airbus empezó a carretear. Avanzaba por la pista buscando la velocidad máxima, necesaria para levantar esa mole de 370.000 kilos. Empezaba a disfrutar del viaje cuando, en una maniobra inesperada, se sintió como si todo el avión se contrajera como un acordeón frenando en seco.

Una llamada telefónica puede cambiarte la vida. Quedamos al final de la pista de despegue, en medio de un silencio que lo cubrió todo. Silencio que se interrumpió desde la cabina de mando con una voz seria que dijo: “Hemos tenido que abortar el despegue”. Mientras daba este informe el capitán, los pasajeros recobrábamos el aliento. El Jacinto Benavente (como se llamaba el aparato) no llegó a despegarse de tierra, abortando en el último instante la maniobra y poniendo morro de nuevo a la terminal. “El ordenador de a bordo nos está dando información confusa, imprecisa, y hemos decidido no volar”, concluyó el capitán. La noche fue larga, y el silencio de esa madrugada nos permitió pensar sobre la finitud y, precisamente, sobre todas aquellas oportunidades que, por temor o inseguridad, estábamos desatendiendo, ignorando o postergando. Cuando tomas conciencia de lo finita que es la vida, tu actitud ante ella cambia exponencialmente. En la historia nos hemos encontrado con verdaderos buscadores de oportunidades, auténticos locos que enarbolaban la bandera del optimismo. La diferencia entre el que asume una postura optimista y el que elige una actitud pesimista radica en que este último creará dificultades de sus oportunidades, mientras que el optimista hará una oportunidad de cada dificultad. Temprano en la mañana del 16 de agosto de 1960, el capitán de la Fuerza Aérea de Estados Unidos Joseph W. “Joe” Kittinger[101] se preparó para abordar el globo que lo llevaría a concretar el salto más alto de la historia hasta entonces. No era un salto más, era un salto

que llevaba las fronteras de lo humano más allá de lo conocido. En el globo que lo subiría hasta la estratosfera, el capitán llevaba un cartel con una inscripción que decía: “Éste es el escalón más alto del mundo”. Luego de abandonar el “escalón más alto del mundo”, experimentó una caída libre de 4 minutos y 36 segundos, atravesando zonas con temperaturas de 34 oC bajo cero y alcanzando una velocidad máxima superior a la del sonido. El salto registró unos 31.333 metros de altura. Kittinger realizó la proeza en una época en que nadie sabía si un ser humano podría sobrevivir a un salto desde el borde del espacio. Una época que recién veía cómo los medios de comunicación masiva se extendían. Fue en 1908 cuando se realizó el primer evento patrocinado; en 1920 las soap operas comenzaban a emitirse en la radio; y en 1941 se veía el primer anuncio comercial por televisión. Sin duda, 1960 no fue el mejor año para saltar, pero, para los grandes optimistas, las condiciones ideales no existen. Cincuenta y dos años más tarde, el 14 de octubre de 2012, Kittinger estaba en la sala de control del proyecto Stratos. Felix Baumgartner era la cara visible de la maquinaria de contenido de una de las marcas que mejor lo hacen en la era digital: Red Bull. Kittinger estaba en una silla, en tierra; Baumgartner, subiendo al borde del espacio. Desde 39.000 metros de altura (cuatro veces más alto de lo que vuela un Airbus 340 que une Madrid con Johannesburgo), Baumgartner abrió la escotilla de su cápsula y, justo antes de saltar, dijo: “Sé que todo el mundo está mirándome ahora, y deseo que pudiesen ver lo que yo logro ver. A veces, tienes que ir hasta lo más alto para entender cuán pequeño eres”. Y saltó. Los ojos de millones de personas en todo el mundo seguían con tensión la caída del paracaidista austríaco. Hasta que, 4 minutos y 20 segundos después, tocaba tierra, superando el récord mundial de salto de altura. En el descenso consiguió batir también el récord de superar la barrera del sonido a 1.342,8 km/h sin ayuda mecánica. A Kittinger, que miraba emocionado desde la sala de control, le quedó

el consuelo de que Felix no consiguió el récord de mayor tiempo de descenso en caída libre, que quedó en sus manos (hizo 4 minutos 19 segundos, frente a los 4 minutos 39 segundos de Kittinger en 1960). Más allá de estos récords que desafían el sentido común y los límites del ser humano, hubo uno que puso a Kittinger, a Baumgartner y, sobre todo, a Red Bull en la cima de las marcas en la era digital: cómo se comunicó el evento. Cómo aprovechó la oportunidad de llevar la “locura” más allá, a más gente, al mundo. Lo que no comunicas, no existe. La “conversación” está sucediendo, estés participando o no, y la oportunidad de ser parte de ella se transforma en crucial. El salto fue transmitido por YouTube, en directo. La gente quería ver si el hombre podría romper estos récords, quería sentirse parte de la historia. El Proyecto Stratos de Red Bull se había asegurado una audiencia global de millones de personas. Más de 40 cadenas de televisión y más de 130 medios digitales emitieron el salto en directo. Además, fue transmitido por el propio sitio web de la misión, que contaba con más de 35 cámaras en tierra y en aire, cinco de ellas adosadas al traje de Baumgartner. Unos ocho millones de espectadores vieron a través de YouTube y en directo el salto, batiéndose así el récord de visionados en directo hasta ese momento. El canal de Red Bull en YouTube sumaba más de 750.000 suscriptores entonces (en la actualidad sobrepasa los cinco millones), y uno de cada cuatro se había registrado la semana anterior al salto, con trescientos millones de visualizaciones durante ese período. Red Bull consiguió 235.000 seguidores en Twitter y 140.000 nuevos fans en Facebook. El paradigma es que las marcas y las personas ya no son sólo generadoras de oportunidades, sino que son la oportunidad.

“El que no es lo suficientemente valiente para tomar riesgos no va a lograr nada en la vida.” Muhammad Alí

Un nuevo récord El ingeniero Eustace trabajaba como vicepresidente sénior de conocimiento en Google. Quizá su nombre no te diga mucho, pero Eustace superó el récord de Baumgartner apenas dos años después, en octubre de 2014. Alan Eustace saltó desde una altitud de 41.425 metros, arrebatándole así el récord a Felix Baumgartner, quien lo hizo desde 39.044 metros. El salto supersónico se realizó con pocas fanfarrias, alejado de los reflectores de los medios, todo lo contrario a lo que hicieron Baumgartner y el equipo Red Bull Stratos, y su hazaña fue llevada a cabo a título personal, y Google no estaba involucrado en el proyecto. Este dato no es menor, ya que él no buscaba ni reconocimiento ni publicidad. Su éxito se basaba en un desafío personal. En haber podido llevar a cabo esta experiencia. Y aquí radica lo disruptivo de esta proeza. Eustace no la realizó buscando fama, sino para seguir superándose a sí mismo. En este mundo donde la mayoría de las personas vive para compartirlo todo en las redes sociales, el volver a dar sentido a la satisfacción personal es enriquecedor. El verdadero éxito para Eustace es haberlo hecho, haberlo vivido. Eustace está feliz con su proeza, la cual, ciertamente, no deja de ser un nuevo paso del hombre en su desafío por conquistar nuevos territorios o derribar fronteras. Un récord de esta magnitud no pasó inadvertido para los medios que compartieron la

información también a nivel global, pero ni por asomo alcanzó la cobertura mediática que Stratos había logrado. No es que a Eustace le importara eso, pero queda reflejado como metáfora de que, aunque puedas saltar desde lo más alto, si no lo comunicas apropiadamente, el alcance y la repercusión serán lo que los medios consideren; lo cual supone asumir el riesgo de que tu proeza parezca irrelevante. Las marcas y las personas deberían comprender que lo relevante no es saltar del globo, sino cómo lo cuentas, lo compartes, lo comunicas y lo vives. También es verdad que el éxito de ayer no es garantía del triunfo de mañana. Las oportunidades comienzan cada día; y lo que ese día pueda ofrecerte dependerá de lo que tú haces con él. Sigue en pie, y pendiente, la batalla por construir una relación más equilibrada del progreso con la naturaleza, y también con la tecnología. Muchas personas, marcas y países se basan en su historia, no en su filosofía. Se basan en lo que fueron, no en lo que podrían ser. Cada uno puede transformarse en lo que desee. Si de verdad quieres cambiar algo, lidera el cambio. Involúcrate. Sé la oportunidad. La que dé sentido a tu vida, la que haga que tu vida se llene de optimismo y te permita no pensar en predecir el futuro, sino en crearlo.

“Sólo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera, quien ve el abismo con orgullo. Quien ve el abismo con ojos de águila, quien con garras de águila se aferra

al abismo, ése tiene valor.” Friedrich Nietzsche

“La Tierra es la cuna de la humanidad, pero la humanidad no puede permanecer todo el tiempo en la cuna.” Konstantín Tsiolkovski “¿Sabes por qué no podíamos enviar máquinas a estas misiones? A una máquina no se le da bien improvisar, porque el miedo a morir no se puede programar. Nuestro instinto de supervivencia es nuestra mayor fuente de inspiración.” Del film Interestelar El plan más importante de esta generación es salvar el mundo de su destrucción. No es un grito apocalíptico, sino la oportunidad histórica de enmendar el daño que le hemos hecho a la Tierra como humanidad. “Para lograr grandes cosas, se necesitan dos cosas: un plan y tiempo suficiente”, afirmaba el compositor y director de orquesta Leonard Bernstein. Nos enfrentamos al abismo de no tener un plan y de carecer de tiempo, pero, aun así, no hay que desesperar. Tanto en lo micro como en lo macro de la vida, nos topamos con el mundo, con el planeta Tierra, con la oportunidad histórica de revertir una situación compleja, como el cambio climático y las consecuencias de no atender esto a tiempo. El mismo día en que se anunció que se había completado el mapa del genoma humano (véase el capítulo “Genoma”), las Naciones Unidas publicaron su informe anual sobre el estado de esta Tierra. Y el informe decía que la mitad de la población del mundo vive con menos de dos dólares al día (en la actualidad es el 40 por ciento de la población), que 850 millones de personas son analfabetas (en 2014

eran 781 millones), de los cuales, dos tercios son mujeres, y que 800 millones sufren desnutrición (lamentablemente, el número se mantiene). La mala o deficiente nutrición es la causa de la mitad de las muertes en niños menores de cinco años (más de tres millones de niños cada año). Cada año mueren de hambre unos cuarenta millones de personas — tan semejantes a todos nosotros—; esto supone unas cien mil defunciones por hambre al día, más de cuatro mil por hora, más de 65 por minuto, más de una persona por segundo.[102] Por otra parte en 2012 murieron seis millones de niños menos que en 1990 (por todas las causas), y la tasa de mortalidad materna se redujo en un 45 por ciento desde el mismo año, según la OMS[103] (Organización Mundial de la Salud). Aunque las cifras indican un fuerte descenso en la muerte de mujeres en el mundo, la organización considera que el total de fallecimientos sigue siendo muy elevado. Poner los beneficios de la innovación a disposición de las sociedades y los ciudadanos más vulnerables no sólo debería ser necesario, sino obligatorio. Varios informes alertan de que, en 2050, se necesitará el equivalente a tres planetas[104] para el abastecimiento natural de los diez mil millones de habitantes que habrá para entonces. Ya consumimos muy por encima de la capacidad que tiene la Tierra de proveernos de recursos de manera renovable. Unos 1,3 billones de toneladas de comida se desperdician anualmente. Es decir, se tira un tercio de los alimentos que se producen en el mundo cada año. En el mundo hay 805 millones de personas desnutridas (una de cada nueve). El porcentaje de comida producida de más y que termina en los cestos de la basura de los países industrializados es del 200 por ciento. Entre 95 y 115 es la cantidad de kilos de comida por persona y año que se desperdicia en la Unión Europea; 670 millones de toneladas de comida por año desechan los países industrializados; el porcentaje de las emisiones de gas que provocan el efecto invernadero provenientes de los desperdicios de comida es del 14 por ciento; y las sobras de comida y alimentos ocuparían 1,4 billones de hectáreas si se las pusiera todas juntas. El hombre, decía George Orwell con

irónica inteligencia, “es la única criatura que consume sin producir. Él no da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado, no puede correr lo suficientemente rápido para atrapar conejos. Y, aun así, es señor de todos los animales”. En su controvertido libro Comer animales, Jonathan Safran Foer hace referencia a la idea de la “la mesa global”; y sobre ella escribe: La próxima vez que os sentéis a comer, imaginad que hay nueve comensales sentados a vuestra mesa, y que todos juntos representáis a toda la gente del planeta. Organizados por naciones, dos de los comensales son chinos, dos, indios, y un quinto representa a las demás naciones de Asia del Norte, Asia del Sur y Asia Central. La sexta representa a las naciones del Sudeste Asiático y Oceanía. La séptima, al África subsahariana; la octava al resto de África y Oriente Próximo. La novena representa a Europa. La silla que queda, en representación de los países de América del Norte, del Sur y Central, es para vosotros.

Para luego agregar un dato demoledor: “Como media, los norteamericanos, a lo largo de su vida, comen el equivalente a 21.000 animales”.[105] Hacia 1950, el planeta producía unos cincuenta millones de toneladas de carne al año; en la actualidad es casi seis veces más. Para dar de comer a los casi diez mil millones de seres humanos que habitarán el planeta en 2050 se necesitarán inversiones por valor de 83.000 millones de dólares al año.[106] La alimentación en el mundo se sostiene sobre los 570 millones de granjas que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), hay en el planeta. La inmensa mayoría (alrededor de un 80 por ciento) son pequeñas explotaciones familiares. ¿Y cuáles son los retos? Para empezar, la tierra y el agua. Sólo un 11 por ciento de la superficie terrestre del mundo es cultivable, pero eso es más que suficiente para alimentar a toda la humanidad. De hecho, un estudio[107] de la Rockefeller University (Nueva York) da por sobrepasado el punto en el que más tierra ha sido necesaria para dar

de comer al mundo. La desaceleración del crecimiento de la población y la mejora de la productividad harán reducirse esta cifra. Pero el problema es que este último dato solo es cierto si los hábitos de consumo se mantienen como ahora. Y según la FAO[108] no es así, hasta 2050, la tierra cultivable deberá crecer un 70 por ciento para abastecer a todo el mundo. En 1961 había 2,5 hectáreas de tierra cultivable por habitante, y en 2050 habrá menos de 0,8 hectáreas. Cada día, en la Tierra, se suceden 360.000 nacimientos y 151.200 muertes. Cada día, el planeta suma 208.800 personas a su ya poblado territorio. El mercado, cada día, pone más potenciales consumidores al alcance de las marcas, a la vez que un nuevo desafío: ¿cómo alimentarlos sin que se siga degradando nuestro mundo? Este futuro, ya de por sí complicado, se agrava cuando se incluye el cambio climático en la ecuación. El negocio y el futuro de la producción alimentaria, según los analistas, está en las soluciones tecnológicas. Para el grueso de los analistas, los mayores rendimientos pasan por un uso más intensivo de la tecnología. El reto está en llevarla a los mercados emergentes y a los pequeños agricultores. De momento, las nuevas tecnologías son caras y no están al alcance de todos; sin embargo, Ulrich Adam,[109] secretario general de la Asociación Europea de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (CEMA), es optimista y afirma que “lo que pasó con la telefonía móvil, que ha entrado muy fuerte en el campo y ahora tiene una presencia enorme, puede pasar con otras tecnologías. La revolución digital puede hacer que la agricultura no sea tan intensiva en capital como lo es ahora”.[110]

“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la

ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.” Carl Sagan

Afortunadamente, los mercados y, sobre todo, las personas empiezan a ser cada vez más sensibles ante los temas medioambientales. El incipiente cambio en las preferencias de los consumidores también ha fomentado el crecimiento de pequeñas compañías fuera de los grandes grupos empresariales, especializadas en productos muy específicos creados con unos estándares muy difíciles de alcanzar por la producción en masa. Mientras las grandes multinacionales siguen creciendo, vemos cómo se han creado más empresas emergentes en la industria alimentaria que nunca antes. El mismo Ulrich Adams se atreve a vaticinar que, dentro de cinco años, “el 50 por ciento de los productos que vemos en los supermercados hoy no estarán en los lineales”. De las alrededor de cuatrocientas mil especies de plantas que existen en el mundo, cerca de trescientas mil son comestibles, de las cuales sólo consumimos alrededor de doscientas mil especies[111] Pero, si las opciones son tantas, ¿por qué la humanidad se alimenta sólo del 1 por ciento de las plantas comestibles? Existen hoy más preguntas que respuestas, y no hay argumentos contundentes para responder tal cuestión. Lo que sí está claro es que más de la mitad de las proteínas y otros nutrientes que tomamos de las plantas provienen de

sólo tres cultivos: maíz, arroz y trigo.

Agua Vayamos entonces al segundo asunto tras el de la tierra: el del agua. El 22 de diciembre de 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución que declaraba el 22 de marzo de cada año como Día Mundial del Agua. Se invitó entonces a los diferentes Estados a consagrar este día en sus ámbitos nacionales y a la celebración de actividades concretas que fomentaran la conciencia pública. Demasiado poco para la tragedia que se vive. Tener o no acceso a agua potable es la diferencia entre vivir o morir. Cada hora de cada día mueren 170 niños por falta de agua. La humanidad ya ha consumido el 80 por ciento de sus recursos naturales de agua dulce. Quedan unos ocho mil metros cúbicos de agua potable por persona y año, ante los nueve mil que quedaban en 1990 y los quince mil que había en 1900 (en 1900 éramos 1.650 millones de personas, versus los más de 7.300 millones de hoy). Más de tres mil quinientos millones tienen dificultades para acceder a agua potable.[112] El agua no es un tema menor. “El acceso al agua potable en una comunidad mejora de manera decisiva aspectos como la educación y la igualdad de género. Contar con un punto de agua cercano al hogar mejora los índices de asistencia al colegio, lo que, además, contribuye a garantizar la educación primaria universal”,[113] según confirma la directora general de la ONG global Plan Internacional, Concha López. No está extendida la conciencia sobre este problema, y menos aún las propuestas que ayuden a erradicarlo. Además, en las regiones

más desfavorecidas, el problema está lejos de resolverse, con el agravante de que, según la ONU, “más de la mitad del crecimiento de la población mundial de aquí a 2050 se espera que se produzca en África”.[114] El ser humano es una suma de contradicciones y paradojas. Mientras comienza su plan de colonizar Marte, en la Tierra, unos cuatro mil niños menores de cinco años mueren al día por falta de agua potable y saneamiento adecuado, según UNICEF. Sin embargo, habitamos un planeta con el 70 por ciento de su superficie cubierta de agua. Nunca creímos que el mundo fuese finito. Existen datos aterradores sobre el fin de nuestro planeta. Desde Hawking hasta Al Gore, desde Greenpeace hasta la ONU, la llamada de atención sobre el desgaste de nuestro planeta es cada vez mayor. De momento, el alarmismo, en unos casos, y la realidad, en otros, no han llegado a despertar las conciencias globales. Las diferentes realidades en unos y otros lugares de la Tierra hacen que esta concienciación lleve más tiempo del esperado. Países desarrollados, en vías de desarrollo, subdesarrollados o sin desarrollo pelean por diferentes conciencias. Mientras, suben las temperaturas globales, se degrada la atmósfera, se deshiela el Ártico y se suceden fenómenos naturales que no se veían hace décadas. Que nosotros seamos conscientes de las consecuencias que tienen nuestras decisiones sobre el planeta y lo que supondrán para las generaciones futuras es un primer gran paso. La ironía de toda esta preocupación es, en realidad, no enfocar con precisión quién será el verdadero perjudicado: ¿la Tierra o el ser humano? Cuidar la Tierra no es otra cosa que cuidar a sus habitantes. El planeta podrá seguir existiendo bajo cualquier condición, pero quien no podrá sobrevivir en él bajo cualquier circunstancia es el ser humano. La ecología es una preocupación

centrada en la naturaleza para preservar al género humano. El hacer posible la habitabilidad del hombre en la Tierra depende de esta conciencia y cómo se aplique. Cuidar al planeta es la excusa para preservar al género humano en él. Todo se sigue reacomodando; desde dónde vive la gente hasta cómo vive. En el año 1950, unos setecientos millones de personas vivían en ciudades. En 2014, esa cantidad se había multiplicado por cinco, llegando hasta los 3.400 millones de personas.[115] A mediados del año 2009, la cantidad de personas que vivían en áreas urbanas era de 3.420 millones, y la de personas que vivían en áreas rurales de 3.410 millones,[116] pero, en 2015, ya son más los habitantes en zonas urbanas que en rurales. Algunos países y territorios, como Singapur, Mónaco o las islas Bermudas, tienen el ciento por ciento de la población en áreas urbanas.[117] Según las previsiones del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas, unos 6.300 millones de personas vivirá en las ciudades en el año 2050. La actual población mundial es de unos 7.300 millones de personas, y la ONU proyecta que la población mundial aumentará en mil millones en los próximos doce años, llegando a unos 9.600 millones en 2050. La necesidad de cuidar el desarrollo de las ciudades se transforma en una necesidad primaria para los Estados de todo el mundo. El economista Ed Glaeser, de la Universidad de Harvard, dice que “las ciudades son el mayor invento de la humanidad”, y agrega que son “también nuestra mejor esperanza para el futuro”. Glaeser remata argumentando que “gran parte de lo que la humanidad ha alcanzado en los últimos tres milenios ha salido de las creaciones notables de colaboración que van saliendo de las ciudades. Somos una especie social”. Somos animales sociales viviendo en entornos que deben repensarse, readaptarse y evolucionar. Como la ciudad en su día e internet hoy, es el escenario que define la conducta de la sociedad. La aparición de la gran ciudad conllevó la eclosión de un nuevo

comportamiento emocional..., al igual que internet lo hace en estos días.

“Si crees que la economía es más importante que el medio ambiente, intenta aguantar la respiración mientras cuentas tu dinero.” Janez Potocnik

Al igual que el ser humano es capaz de construir y de crear, esa misma capacidad mal orientada puede conducir justo hacia el lado opuesto. La imaginación y la innovación que pueden llevar a soluciones a los problemas antes mencionados pueden también acrecentar las amenazas. Desde esa perspectiva, el Instituto para el Futuro de la Humanidad (Future of Humanity Institute, IFH), de la Universidad de Oxford, y la Fundación Retos Globales, con sede en Suecia, han recopilado un listado con los eventos que podrían acabar con la civilización, e incluso con la propia existencia de los humanos. El informe hace incluso un cálculo de la probabilidad de que alguno de tales eventos suceda en los próximos cien años. Éstos son los doce “jinetes del Apocalipsis”:[118] 1. Cambio climático extremo. 2. Guerra nuclear. 3. Catástrofes ecológicas.

4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12.

Pandemias mundiales. Colapso del sistema mundial. Impactos de grandes asteroides. Supervolcanes. Biología sintética. Nanotecnología. Inteligencia artificial. Riesgos inciertos. Mala gobernanza mundial en el futuro.

Del primero al quinto caso de esta lista se consideran riesgos actuales; el sexto y el séptimo, riesgos exógenos; del octavo al undécimo, riesgos emergentes; y el caso duodécimo se valora como un riesgo resultante de malas políticas globales. Lo que más llama la atención en esta lista es que la mayoría de los “enemigos” de la civilización humana han “nacido” dentro de ella. Algunos peligros, como el cambio climático o la guerra nuclear, llevan tiempo en los listados, y otros, de corte tecnológico, como la inteligencia artificial o la biología sintética, se han sumado a ellos recientemente. Hace años que el científico Stephen Hawking viene advirtiendo de que “el desarrollo de una completa inteligencia artificial (IA) podría traducirse en el fin de la raza humana”.[119] Stuart Armstrong, uno de los coautores del informe, coincide con esta advertencia cuando afirma que “los riesgos tecnológicos, especialmente la biología sintética, la inteligencia artificial y la nanotecnología, parecen suponer una mayor amenaza que los riesgos naturales, con la posible excepción de las pandemias [...]. La guerra nuclear también es una gran amenaza y es un riesgo antropogénico aunque no sea estrictamente de origen tecnológico”. Desde hace más de medio siglo existe el riesgo de destruir la vida en el planeta con toda las bombas atómicas que hay en el mundo. La tecnología tiene un gran potencial para hacer el bien, pero tenemos que ser conscientes de que también lo tiene para hacer el mal. De hecho, el hombre ha sido capaz de desarrollar tecnologías para la

destrucción con más velocidad y precisión de la que aplica al desarrollo de innovaciones tendentes a evitar tal destrucción. La amenaza del hombre por el hombre es real, y habrá que ver si somos igual de capaces de crear una tecnología para la supervivencia y la protección del ser humano. ¿Será posible que algún día la ciencia esté sólo al servicio de la creación, y no de la destrucción? La dicotomía del hombre lo empuja a enfrentarse con los dilemas que antes no existían y que él mismo ha creado. Una tarea compleja, se mire como se mire; desde el propio planteamiento, hasta la causa y la consecuencia. Un desafío para el ser humano, que no se planteó este reto sino hasta ahora. Es momento de afrontarlo y hace falta implementar un plan. La humanidad necesita un plan para evitar lo que parece inexorable. “En la actualidad, a los desafíos de la nueva convivencia con la tecnología se suma que una cuarta parte de todas las especies de mamíferos están amenazadas de extinción; una décima parte de los arrecifes de coral están ya condenados irremediablemente; otro tercio están amenazadas con la extinción de aquí a 2035. La población mundial de hipopótamos se ha reducido a la mitad en el curso de los últimos cinco años; el bacalao podría desaparecer completamente antes de finales de este siglo. En total, el número de especies de animales podría caer en un 90 por ciento, como lo ha hecho dos veces en la historia del mundo. La desaparición de la mitad de toda especie de vida antes de finales del siglo XXI no se da por descontada. Y eso no significa que la especie humana sobrevivirá.”[120] Todo está relacionado: la necesidad de colonizar Marte o el espacio exterior, interiorizar el mejor uso de las nuevas tecnologías y conectarnos con lo verdaderamente humano. El ser humano necesita evitar caer en los mismos errores del pasado (rasgo tan humano), porque vivimos una realidad distinta, desconocida; y la humanidad necesita imperiosamente eludir una destructiva vuelta a los errores cíclicos ya conocidos. Resulta absolutamente necesario empezar a construir una nueva historia, con un plan. Sin olvidar las sabias palabras de Peter Drucker sobre “que los planes son

solamente buenas intenciones a menos que deriven inmediatamente en trabajo duro”. Ante semejantes cuestiones, eminencias como Stephen Hawking señalan que la colonización del espacio exterior es clave para la supervivencia de la humanidad. Hawking predice que será difícil que los habitantes del mundo puedan “evitar un desastre en los próximos cien años”. El pensamiento de Hawking fluctúa entre lo apocalíptico y la cruda realidad. Según él, “estamos entrando en un período cada vez más peligroso de nuestra historia”. Se refiere, principalmente, al mal uso que la población hace de los recursos finitos del planeta Tierra y a la capacidad técnica del ser humano de cambiar el ambiente para bien y para mal. Sin embargo, también expresa un aura de optimismo cuando manifiesta que “nuestro código genético todavía lleva los instintos egoístas y agresivos que fueron una ventaja para la supervivencia en el pasado”. La creatividad, la imaginación y la capacidad de sorpresa fueron y volverán a ser claves en la historia de la evolución humana. Mientras, la “curiosidad” vuela a Marte. “Curiosidad” es el nombre de la última misión espacial a Marte: la MSL (Mars Science Laboratory), llamada Curiosity, nombre también del astromóvil usado para inspeccionar el terreno marciano. Cuando uno comprende la dificultad que existe para concienciar al hombre, entiende por qué científicos como Hawking buscan alternativas para seguir la vida fuera de la Tierra. A veces, convencer al hombre y concienciarlo del peligro que él mismo crea es más difícil que colonizar el espacio exterior. Hawking agrega: “Nuestra única posibilidad de supervivencia a largo plazo no es permanecer al acecho en el planeta Tierra, sino salir y expandirnos en el espacio”. Evidentemente, Hawking conoce tan bien la ciencia y el universo como la psicología humana.

“La NASA tiene Marte en su punto de mira”, dijo Charles F. Bolden, el administrador de la agencia espacial estadounidense, y añadió que el astromóvil “Curiosity no sólo aportará importantes datos científicos, sino que servirá como una misión precursora a la exploración humana del planeta rojo”. Los dos astromóviles exploradores enviados a Marte antes del Curiosity se llamaron Spirit (Espíritu) y Opportunity (Oportunidad). Todos estos nombres nos hacen pensar en la búsqueda de nuevas fronteras, de universos hasta hace poco desconocidos. Mezclan nuestro espíritu curioso, con un futuro que parece de ciencia ficción. Pero el espacio exterior ya no es territorio exclusivo de los gobiernos. Las iniciativas privadas ya están siendo parte del espacio exterior, incluso ya existen ofertas para ir a Marte, a vivir. En paralelo, otros hitos se fueron sucediendo. En diciembre de 2015, un cohete espacial llamado Falcon 9 logró aterrizar de regreso en la Tierra diez minutos después de haber dejado en órbita once satélites. Este logro inicia una nueva era de vehículos espaciales reutilizables, esta vez impulsada por compañías privadas. Detrás de este hito concreto está Elon Musk, fundador de SpaceX, empresa creadora del Falcon 9. En 2014, la sonda Rosetta y su módulo Philae, de la Agencia Espacial Europea (European Space Agency, ESA), enviaron datos que indican la presencia de dieciséis compuestos orgánicos sobre el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Es la primera vez que se detectan estos compuestos en un cometa. El 14 de julio de 2015, una sonda espacial del tamaño de un piano llegó al máximo acercamiento a Plutón, y envió mensajes e imágenes del planeta enano y su compañera Caronte. New Horizons (Nuevos Horizontes), que así se llama la sonda, mostró el más lejano integrante de la familia solar como jamás se lo había visto.

“En todas las galaxias que he viajado,

todas las especies son iguales; todas piensan que son el centro del universo. No tienen idea.” Transformers

La ESA, además, tiene la intención de construir una base permanente en la Luna para el año 2030, una estación abierta a diferentes Estados de todo el mundo. La idea es que la base lunar forme parte del proyecto global de la Estación Espacial Internacional, donde estarían incluidos los estadounidenses, los rusos, los chinos, los indios, los japoneses e incluso otros países con menores contribuciones.[121] Y esta época dorada de la ciencia y del espacio ha vuelto a sorprender al mundo con la confirmación de las ondas gravitacionales, que son “una nueva ventana al universo”.[122] Demostrar la existencia de estas ondas era el último reto pendiente de Albert Einstein. Con su teoría general de la relatividad, Einstein descubrió que los objetos que se mueven en el universo producen ondulaciones en el espacio-tiempo —una especie de tejido en el que se desarrollan todos los eventos del universo— las cuales se propagan por el espacio. Cien años más tarde, la ciencia confirmó lo que el instinto de Einstein predijo.[123] Los científicos que monitorearon el experimento con los espejos del Observatorio de Ondas Gravitacionales con el Interferómetro Láser (LIGO) puntualizaron que la señal recibida en la Tierra tenía el “gorjeo” característico que, según lo predicho, acompañaría la muerte y la unificación de dos agujeros negros. En el último segundo, antes que

los agujeros negros se fusionaran, hace 1.300 millones de años, liberaron cincuenta veces más energía que todas las estrellas de la galaxia combinadas. “Podemos escuchar a las ondas gravitacionales, podemos escuchar al universo”, afirmó la argentina Gabriela González, que lideró el equipo de científicos de la Universidad Estatal de Luisiana. “Ya no solo vamos a ver el universo, vamos a escucharlo también.”[124] Muchos misterios del universo podrán empezar a resolverse, y seguramente muchas nuevas preguntas surjan con ellos. No deberíamos perder con lo digital uno de los atributos más importantes del ser humano, las ansias por abordar lo desconocido y la capacidad de sorprendernos ante lo extraordinario. Una curiosidad sin límites por el mundo y el universo. Ya que, como afirma Hawking: “Todavía quedan muchas preguntas por responder”.

“Es muy probable que haya civilizaciones más avanzadas que las nuestras.”[125] Kip Thorne

Necesitamos nuevas preguntas, pero, sobre todo, de un buen plan y una clara determinación de hacerlo realidad. No se trata de abandonar nuestro planeta, sino de cuidarlo, protegerlo y asumir el valor que tiene, a la vez que de volver a asombrarnos del milagro de haber construido lo que creamos. Así lo piensa uno de los padres de

la ciencia ficción, Raymond “Ray” Douglas Bradbury, que comparte su asombro al decir que “somos seres milagrosos, nacidos en un planeta que, alguna vez, golpeado por un rayo, decidió convertirse en vida. Hace miles de años, cuando logramos el don de la visión, empezamos a mirar a las estrellas desde la boca de las cuevas. Ahora tratamos de llegar a ellas. Viajar por el espacio es nuestra manera de intentar ser inmortales, un esfuerzo religioso en el pleno sentido de la palabra: es religarse al universo”.[126]

“Quisiera compartir una revelación que he tenido desde que estoy aquí. Ésta me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Verá, me di cuenta de que, en realidad, no son mamíferos. Todos los mamíferos de este planeta desarrollan instintivamente un lógico equilibrio con el hábitat natural que les rodea. Pero los humanos no lo hacen. Se trasladan a una zona y se multiplican, y siguen multiplicándose hasta que todos los recursos naturales se agotan. Así que el único modo de sobrevivir es extendiéndose hasta otra zona. Existe otro organismo en este planeta que sigue el mismo patrón. ¿Sabe cuál es? Un virus. Los humanos son una enfermedad, son el cáncer de este planeta, son una plaga. Y nosotros somos la única cura.” Matrix

“—Estaba diciendo que quiero aprender todo sobre todo. Quiero devorarlo todo, descubrirlo por mí misma. ”—Yo también quiero que lo hagas. ¿Cómo puedo ayudar? ”—Ya lo has hecho. Me ayudaste a descubrir mi habilidad de querer.” Del film Her En la futurista película Her[127] se logra una profunda aproximación hacia las necesidades del futuro. La máquina quiere sentir como el ser humano, y el ser humano quiere trabajar como una máquina. Mientras el ser humano intenta evitar el sufrimiento paralizando todo tipo de sentimiento, la máquina se muestra ansiosa por sentir. El hombre no puede protegerse del dolor sin protegerse al mismo tiempo del amor. El anestesiar los sentidos va en contra de la naturaleza humana. La palabra querer tiene dos concepciones diferentes: el querer como sentimiento y el querer como deseo. Y, sin embargo, los dos son intrínsecos a lo humano. El querer que tiene que ver con los afectos, es el que nos llena. Nacemos con la necesidad de querer y de ser queridos. Queremos para que nos quieran y en muchos planos distintos. El querer emocional, el físico, el mental, el antropológico. ¿Qué sería de la vida sin el querer? El segundo querer es el que se relaciona con el deseo, el deseo de alcanzar algo diferente a lo que tengo, lo que implica un vacío o una disconformidad con el presente. Cuando quiero algo, soy consciente de un vacío; por ello, antes de que llegue el deseo, existe un vacío. Comprender el orden en que se suceden las cosas es importante. Primero existe el vacío, y es éste el que genera el deseo.

La máquina, al aprender la habilidad de querer, aprende a ser humana. Aprende lo humano en sus dos dimensiones, el sentir y el desear (como ambición infinita). Vivimos en ese círculo mental del deseo. Y la máquina, cuando se humaniza, ingresa en el círculo. Lo fabuloso de la palabra “querer” es que contiene los dos conceptos que definen en gran medida lo humano y lo que nos diferencia de la máquina. La sociedad digital empieza a echar en falta algunos referentes culturales, emocionales e intelectuales; y las marcas, ni lentas ni perezosas, han ocupado ese lugar. Esta sociedad desorientada que trata de salir de la incertidumbre consumiendo productos que no aportan “felicidad”, ni llenan esos vacíos ni “alas” ni esas ideas ni ese pensamiento, aunque muchos crean que sí. Pero, como la gente necesita creer en algo, muchas veces las marcas ocupan ese espacio. Creer, para una gran mayoría, es un acto de fe, de fe en las marcas. Muchas marcas han comprendido la necesidad de llenar los vacíos del ser humano ofreciendo una expectativa de cumplir sus deseos. Cada deseo satisfecho deja paso a uno nuevo, puesto que ésa es la función del deseo: seguir deseando. No obstante, la desazón de fondo aumenta mientras la verdadera necesidad no es atendida. Al mismo tiempo, en este planeta de percepciones, la existencia de la ilusión acepta tarjetas de crédito y monedas virtuales. Será que Oscar Wilde tenía algo o mucho de razón cuando afirmaba que “vivimos en una época en la cual las cosas innecesarias son nuestra única necesidad”. Si buscas felicidad, ¿bebes una gaseosa? Si tienes una idea, ¿entras a una sucursal de banco? Si quieres alas, ¿bebes una bebida

energética? Si lo que deseas es pensar diferente, ¿adquieres un nuevo teléfono inteligente? ¿Será pasajera esta nueva sociedad de la superficialidad? ¿Podremos evolucionar al ritmo que exige el mercado, creando nuevos deseos? ¿Cuáles serán los vacíos y los deseos de estos cambios masivos que marcarán la forma de pensar y vivir de la sociedad del futuro? Con internet tenemos a nuestro alcance “un mar de conocimientos con un centímetro de profundidad”;[128] por ello, nuestra sociedad necesita un momento de reflexión, de introspección y de sensibilidad. Necesita diferenciar información de conocimiento, conexión de aprendizaje, y precisa de más aecrcamiento a la asimilación y el discernimiento. La sociedad tarde o temprano demandará un proyecto de futuro, y, para ello, necesita un cambio profundo. Existen iniciativas globales que impulsan la “felicidad”, aunque aún se quedan en una manifiesta aspiración más que en una tangible realidad. Éste es el caso que se potencia desde la ONU y que han denominado el Día Internacional de la Felicidad.[129] Para la ONU, ser feliz es “la aspiración universal más importante”, y que “toda la familia humana sea feliz”, uno de sus fines principales. Se estableció el 20 de marzo para celebrar ese día, instituido para reconocer la importancia de este estado de ánimo y del bienestar como aspiraciones universales de todos los seres humanos. Ban Ki-moon, secretario general de las Naciones Unidas, afirmó que el mundo necesita “un nuevo paradigma económico” basado en el balance entre lo social, lo económico y lo medioambiental, ya que juntos definen nuestra felicidad global. La felicidad es un reclamo, una necesidad, pero no una obligación. Ser feliz es mucho más que estar riendo, es algo más profundo y relevante. “Muchas personas saben que son infelices, pero muchas más no saben que son felices”, dijo el filósofo teólogo y médico Albert Schweitzer. Acaso porque, instaladas en la demanda continua, incitadas por el deseo y el vacío, esas personas no advierten cuando sus necesidades están cubiertas. En nuestra cultura hay una estrecha relación entre deseo, vacío e insatisfacción. El querer no es sólo una

forma de sentir, es un comportamiento. “La insatisfacción y la ansiedad son presencias permanentes. Aparecen analgésicos para esa angustia (existencial), y éstos toman la forma de deseos, estimulados por una maquinaria experta en hacerlos pasar por necesidades”, escribió Sergio Sinay. La llamada de atención es a todas luces imposible de ignorar. Mientras, un simple vestido se transforma en trending topic mundial (el famoso #TheDress) y parte de la humanidad se desangra y se desgarra por la maldad de unos y la indiferencia de otros. Por cierto, las ventas de Roman Originals, la marca creadora del polémico vestido, se dispararon un 347 por ciento, y las visitas a su página web aumentaron en un día un 2.000 por ciento, agotándose en repetidas ocasiones las existencias del vestido. Es menos traumático “entretenernos” con vestidos que con las noticias del telediario. ¿Lo superfluo nos protege? Sin embargo, a la hora de ver el mundo que estamos creando, no basta con el entretenimiento. No digo que no exista el entretenimiento, ni que debamos eliminarlo, ya que eso sería caer, justamente, en aquello con lo que no comulgo. Creo en la variedad y en los espacios para todos. Pero creo también en la aportación que cada uno puede hacer, por humilde o pequeña que sea, para regenerar aquello que descuidamos. En un mundo donde la necesidad de llenar vacíos se ha convertido en un ejercicio de primera necesidad, el ciclo de la relación marcaconsumidor ha ingresado en un territorio inédito. Mucha gente ya no sigue determinadas marcas, sino que se une a ellas.

“Hay que querer hasta el extremo de alcanzar el fin; todo lo demás son

insignificancias.” Fiódor Dostoievski

La sed se calma con agua, que es lo que un organismo deshidratado reclama; no pide otro tipo de bebidas (por glamorosas, espumosas o azucaradas que sean). Cuando se le responde con éstas, la necesidad desatendida regresa cada vez más a menudo y con mayor intensidad. El consumidor tiene sed, a la vez, de una sociedad más justa, más equitativa y más humana. Del mismo modo, comenta también Sinay , “la angustia existencial nos recuerda la necesidad de un sentido en la vida. Donde impera el vacío existencial no hay lugar para percibir lo recibido ni para agradecerlo. Agradecemos por lo que es y lo que hay, desapegándonos de lo que no fue o no nos dieron y del temor a lo que pudiera faltarnos mañana”. Para las marcas es un ejercicio en tiempo presente, en tiempo real, que exige mirarnos y reconocernos. Lo mínimo que se espera de ellas, es que recuperen ciertos valores, empezando por la gratitud. Agradecer es un homenaje al otro, porque en cada cosa recibida está la huella de un semejante, aunque sea desconocido. Si la única palabra que has dicho en toda tu vida ha sido “gracias”, eso será suficiente. Vivimos en el seno de una sociedad que está sobresaturada de incentivos a través de la publicidad, el marketing, las redes sociales y los medios de comunicación. Nos hallamos inmersos en la edad de la anestesia. Si no queremos quedar sepultados bajo esta insensibilidad y este tsunami de incentivos, vamos a tener que aprender a distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es, entre lo que tiene sentido para nuestra vida y lo que no lo tiene. Urge una vuelta a lo esencial,

un regreso a lo simple, a lo cotidiano, lo que de verdad trasciende. A algo que convierta en extraordinario el trabajo de cada día. Necesitamos una nueva gestación en el mundo. No solo en el mundo de las marcas, sino en la política, la diplomacia, la salud, la educación, la religión. Todos estos ámbitos deberían ser afectados por esta nueva y necesaria transformación que haga desmoronarse lo viejo y que geste lo nuevo. Querer es poder; y la brecha entre el querer y el poder se llama trabajo. Querer es el primer poder de la persona; el primer peldaño para la consecución de aquello que desea. A veces, querer no es poder, pero, siempre, sin excepción, querer es el primer paso. El no querer es siempre la causa; el no poder es la excusa. En este mundo complejo, el desafío para sentirse pleno no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace. * * * Volviendo al inicio del capítulo, a las máquinas, vemos, por ejemplo, que el tráfico rodado en las ciudades se ha vuelto insano. Pasamos una cantidad de horas que roza lo inhumano en el coche, el taxi o el autobús. El ranking de las ciudades de Europa con los más altos niveles de congestión vial, basado en el promedio de horas gastadas anualmente, está encabezado por Londres y su área metropolitana, que registra un total de 96 horas perdidas al año de media, seguida por Bruselas, con 74 horas, y Colonia, con 65 horas. Los conductores españoles perdieron, de media, 17 horas en 2014, según el informe anual de medición de tráfico de INRIX. En mi caso, el cálculo me da una media de, como mínimo, una hora perdida al día. Suponiendo que de las 52 semanas al año, en 45 de ellas uso el coche, me da una media de 225 horas al año, o, lo que es lo mismo, diez días al año; todo ese valioso tiempo se me esfuma

subido en un vehículo. Estamos esperando, por fin, que lleguen los coches sin conductor. Es uno de los mayores desafíos de la industria de la automoción en las últimas décadas, pero su avance aún se encuentra en una fase muy experimental. El coche autónomo tardará, al menos, cuatro años más en rodar de una manera más solvente; mientras tanto, continúan las pruebas. Se habla de que su uso se difundirá hacia 2020, y de que los problemas que lo demoran no son tanto técnicos como legislativos. Establecer un nuevo marco normativo no es sencillo, y menos aún una nueva dimensión ética sobre las máquinas y su ámbito de decisión y de responsabilidad. Mientras tanto, el gran inventor y emprendedor Elon Musk predice que “en menos de veinte años, poseer un coche será como ser dueño de un caballo”.[130] Fue en abril de 2016 cuando el modelo 3 de Tesla Motors salió a la venta recibiendo más de 253.000 pedidos en las primeras treinta y seis horas, aunque los coches no comenzarían a entregarse hasta dieciocho meses más tarde Los pedidos alcanzaron la cantidad de diez mil millones de dólares.[131] Como no podía ser de otra manera el mismo Elon Musk tuiteó que “el futuro de los coches eléctricos se ve brillante”. En 2012, Nevada y California (Estados Unidos) se transformaron en los primeros estados en emitir licencias para coches sin conductor,[132] y, en Japón, la compañía nipona Robot Taxi ha puesto los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020 como meta para ofrecer el servicio de taxis autónomos, utilizando automóviles sin chofer y a través de un servicio online, para trasladar a turistas y atletas entre las instalaciones olímpicas y los centros de transporte de la ciudad.

Se han expuesto muchas dudas sobre las nuevas leyes que plantea la llegada inminente de los coches autónomos. En un escenario con ciertas similitudes, las dudas se plantearon de la misma forma, allá en el siglo XIX, cuando se pensó en legislar el uso de los caballos, pues, como sucede ahora con los coches sin

conductor, surgió la siguiente cuestión: ¿qué pasa si atropella a alguien? Si un caballo patea a alguien, la responsabilidad es de su dueño, pero, si un coche autónomo falla, ¿debe recaer la responsabilidad en su propietario? En el caso de las máquinas, en general, aún no hay acuerdo en si habría que desarrollar o no leyes específicas. ¿Qué pasará si una máquina o un robot comete una falta? ¿Quién es el responsable? ¿Es el fabricante o el dueño? En opinión de Andrés Gaudamuz, experto en propiedad intelectual de la Universidad de Sussex: “Tendremos que restablecer el sistema de leyes romanas de la esclavitud. Entonces, los esclavos eran considerados extensiones de su amo, y éste respondía por ellos”.[133] Lo que nos llevaría a otro dilema no sólo ético y moral, sino también legislativo. Si los robots son los “esclavos” del siglo XXI, ¿estamos retrocediendo más que progresando? Y, si los robots desarrollan una inteligencia tal que el hombre se transforma en su extensión, ¿cualquier falta del hombre hace responsable al robot? También hay voces como la de Evgeny Morozov, quien dice que “la esclavitud mecánica permite la liberación humana”.[134] Pero, para liberarse, el hombre necesita confiar en la máquina. A partir de ello, otra de las cuestiones más importantes que se plantea, también de naturaleza social, es: ¿cómo aceptará el público un coche que es ciento por ciento autónomo, pero que no es ciento por ciento seguro? En febrero de 2016, uno de los vehículos sin conductor de Google chocó contra un autobús. Tras más de 2,2 millones de kilómetros recorridos sin tener accidentes, este incidente quizá resulte menor, sin embargo, es el primer caso en el que está implicado un coche autónomo contra otro vehículo.[135] El impacto fue prácticamente insignificante desde el punto de vista material, pero muy relevante por lo que representa para el futuro del coche inteligente.

Las carreteras están colapsadas de coches y más coches. La angustia nos empuja a tener ganas de ver el móvil, escuchar la radio, mirar por la ventanilla, evadirnos, huir, con el cuerpo o con la mente,

pero huir. Siempre terminamos atrapados dentro de una situación de escapatoria imposible. Atrapados entre filas interminables de coches coches y más coches. Hay días en que la lluvia lo pone todo aún más complicado, y hay días, afortunadamente, en que el sol, al menos, nos regala unos momentos agradables al acariciar nuestros ojos cansados y nuestras frentes arrugadas. Tratas de huir mirando por la ventanilla del coche, viendo cómo muchos instantes de la vida ocurren sentado al volante o como acompañante. Viendo cómo la vida, así, se va; y tú en la carretera esperando esperando. Te dicen, o te sugieren, que tomes el transporte público, pero también hay tráfico para él. Veo los grandes autobuses verdes parados a mi lado cada mañana y cada tarde. También hay quien te dice que tienes que tomar el tren o el metro, si tienes la buena suerte de vivir o trabajar cerca de alguna estación para poder cogerlos. La gran metáfora de todo esto es que todos estamos yendo hacia no sabemos bien qué lugar. En apariencia, todos vamos al mismo lugar, pero, al final del trayecto, cada coche, con cada persona, tiene un destino diferente. Cada uno va a un lugar diferente, y eso es lo que lo hace maravilloso: la apariencia de que todos vamos al mismo lugar, pero que, al finalizar el viaje, al final de cada trayecto, cada uno llega a un sitio diferente. Probablemente, el tráfico quizá haya nacido con la finalidad de que consigamos calmar nuestra ansiedad, controlar nuestros impulsos, a veces agresivos, a veces asesinos. El tráfico nació, tal vez, para enseñarnos el concepto de paciencia y espera. Quizá el tráfico no sea ninguna metáfora, sino que, simplemente, tiene que ver con una realidad mal diseñada, peor pensada y pésimamente organizada. Es imposible volver atrás para cambiar el principio, pero sí podemos construir un nuevo final. ¿Habrá llegado el momento de pensar qué tipo de rutina diaria estamos siguiendo? El planteamiento conlleva plantearnos si podemos evitar las horas punta y si podemos reordenar y reorganizar los compromisos, si podemos evitar los atascos de tráfico para hacer un uso más eficiente de nuestro tiempo. ¿Habrá llegado el momento de cuidar el entorno, luchar contra la polución, la angustia y las angustias?

Tal vez así podamos estar solos, por elección, y tal vez así consumamos menos gasolina o electricidad y contaminemos menos, y tal vez así podamos de verdad empezar a disfrutar de la carretera de camino a casa. Abriendo la ventanilla, poniendo buena música y gozando del viento que nos acaricia la cara haciéndonos sentir libres. Sabemos bien que si algún día eso sucede, cuando la carretera sea toda suya, la demora será sólo una metáfora, o una elección. Será una decisión que tenga que ver con lo que cada uno decide sobre su destino.

Recapitulando, el querer relacionado con los afectos es el que nos llena. Todos nacemos con la necesidad de querer y de ser queridos. Queremos para que nos quieran y en muchos y diversos planos: el querer emocional, el físico, el mental, el antropológico. ¿Qué sería de la vida sin el querer? El querer es una elección, y cuando se quiere de verdad se siente eso que se llama felicidad. No me refiero a la felicidad light, sino a la auténtica y honesta. Alberto Benegas Lynch (hijo) escribió que el autor de La felicidad como elección,[136] Sergio Sinay, presenta diez tesis sobre la felicidad como construcción personal, como una elección vital que se juega en cada una de nuestras decisiones: Primero, que la felicidad es un derivado de nuestros logros. Segundo, que están necesariamente involucrados costos que deben asumirse. Tercero, que no es un derecho que se reclama a otros sino algo que se construye desde adentro, como apuntó Kierkegaard. Cuarto, que el divertirse constituye un recreo eventual y pasajero, pero divierte del eje central. Quinto, que es enteramente una cuestión de responsabilidad individual, intransferible e indelegable. Sexto, que no se circunscribe a lo físico, sino que es

eminentemente espiritual. Séptimo, que la cuarta dimensión —el tiempo— es lo que debemos administrar al efecto de establecer prioridades que tiendan al alimento del alma. Octavo, que los “ruidos” externos distraen de los proyectos personales, lo cual incluye sustitutos falsos como drogas de diversa naturaleza. Noveno, que las buenas conversaciones que indagan, preguntan, contrastan y sorprenden son incompatibles con el tartamudeo de las típicas reuniones sociales. Décimo, que no hay meta final, ya que se trata de un continuo tránsito. [137]

“Hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos.” Juan Donoso Cortés Nunca me podré olvidar de un profesor de la carrera de Relaciones Internacionales. El primer día del ciclo lectivo entró en el aula, se quitó el abrigo y, vestido de punta en blanco, se sentó sobre el escritorio, que estaba al frente del salón. Trabajaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación Argentina y venía a enseñarnos Teoría de las Relaciones Internacionales. “¿Por qué creen que una persona tan importante como yo, está acá dictando clases a jóvenes como ustedes?” Nos preguntó de forma desafiante y un tanto altanera. Nadie quiso responderle, pero él, casi sin dejar pausa entre la pregunta y la respuesta nos soltó: “Ustedes son los que van a mandar en el futuro, y me interesa estar bien relacionado con el poder del mañana, desde ahora”. Este profesor estaba tejiendo redes, su pregunta no me pareció una buena declaración para dar una buena primera impresión, pero siempre me quedó grabado aquel instante. En ese momento me conciencié del poder y la influencia que ejercían las redes, las conexiones y las relaciones para abrir puertas. Nunca seguí su consejo de tejer redes por interés, porque creo en las relaciones auténticas, en las redes que se entretejen para beneficio de todos, con una visión compartida. Tiempo después entré en una librería, cosa que me encanta hacer con frecuencia, y me encontré con un libro anaranjado. Se llamaba Nunca comas solo, en donde Keith Ferrazzi habla largo y tendido sobre la importancia del networking y las redes personales y profesionales para el desarrollo de las personas. “No hay nada como las relaciones”, incide. Y, en un pensamiento muy “humanoffon”, encontré palabras muy alineadas con la idea de este libro: “En el universo, cada cosa está relacionada con todas las demás. Nada existe de forma aislada. No podemos pensar que somos individuos que pueden hacerse a sí mismos sin ayuda de nadie”.[138]

El hombre “hecho a sí mismo” no existe, argumenta Ferrazzi, y remata: “[...] estamos hechos de miles de otros. Cualquier persona que haya tenido un gesto amable con nosotros alguna vez, o que nos haya animado verbalmente, ha participado en la construcción de nuestro carácter y nuestras ideas, así como de nuestro éxito”. El individualismo puede haber sido la regla durante la mayor parte de los siglos XIX y XX, pero la comunidad y las alianzas serán las protagonistas en el siglo XXI. En este escenario, unos países se mueven mejor que otros. No hago alusión sólo a la velocidad, sino, sobre todo, a las formas. Algunos se mantienen como meros espectadores de lo digital; otros se niegan a aceptar que hemos ingresado en una nueva era; y hay aquellos, los menos, que viven en una frenética efervescencia abrazando la oportunidad de ser y usar las redes. Islandia, por ejemplo, discutió la reforma de su Constitución públicamente vía Facebook (sí, has leído bien, “la reforma de su Constitución”). Katrin Oddsdóttir,[139] una de las 25 personas que componían el consejo constituyente del país, argumentaba, con acierto, que si no involucraban a los ciudadanos “no iba a existir un sentimiento de propiedad hacia el nuevo documento”. Asimismo, el gobierno sueco puso en marcha una iniciativa para trasladar las labores de gestión de la cuenta oficial del país en Twitter (@Sweden) a los ciudadanos. Cada semana, un usuario diferente tiene el control sobre la cuenta oficial de Suecia. Como buenos entendedores de esta nueva era, la iniciativa ayudó a generar un lazo entre la institución “país” y los ciudadanos. Thomas Brühl, CEO de VisitSweden, el organismo que canalizó la estrategia, afirmó con la misma precisión que Katrin Oddsdóttir que “nadie conoce la marca de Suecia más que su gente”. Tanto Islandia como Suecia, por citar dos ejemplos, han tenido los mismos pilares sobre los que apoyar ambas iniciativas: la

participación ciudadana, el implicar a la gente, el sentimiento de pertenencia, las nuevas tecnologías y el conectar a las personas. Se trata de comprender el valor de la red social tanto en el online como en el offline. Cualquier asociación con la construcción de una empresa de éxito no es mera coincidencia. En la era digital, en la que internet ha roto las barreras geográficas y ha conectado a millones de personas y dispositivos alrededor del mundo, no hay ninguna razón para vivir y trabajar aislados. Somos y seguiremos siendo seres sociales por naturaleza. Todos y cada uno de nosotros somos el resultado de aquellas relaciones que vamos teniendo a lo largo de nuestra vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Es por eso que las relaciones que vamos construyendo a lo largo de nuestras vidas son vitales. En el trabajo, el éxito depende, cada vez más, de a quién conoces y cómo trabajas con esas personas.

“El mundo sería mucho mejor si cada emprendedor eligiera un problema y saliera a intentar solucionarlo.” Richard Branson

Considerar lo humano como el conjunto de soledades y de individualidades sería demasiado básico. Y aunque cada persona es un mundo, lo que da sentido a lo humano es la interrelación del ser humano con el ser humano, a partir del sentir común, el compromiso,

la responsabilidad y la acción. A lo largo de la evolución de la humanidad, no ha habido un único factor determinante o aislado que produjera su avance. La evolución desde el mono hasta el hombre ocurrió hace unos cinco millones de años, y las herramientas más antiguas que se conocen tienen, como máximo, dos millones de años de antigüedad. Las causas de la evolución de la especie humana habrá que buscarlas en la totalidad de su comportamiento, y no en un hito puntual. Liberarse de la necesidad de andar a cuatro patas significó tener las manos libres para trabajar y para fabricar herramientas. Después de todo, quizá sean las nuevas necesidades las que realmente impulsen toda evolución. Y tal vez sea a partir de una necesidad como se produzca todo progreso. Pero la necesidad se convierte en imperativa cuando deja de ser meramente individual para convertirse en la necesidad del grupo, que, en definitiva, es lo que la hace más fuerte y la promueve. Las conexiones entre lo humano generan esta comunicación indispensable a la hora de entender cuáles son las necesidades compartidas que requieren de nuestra atención y también de un trabajo conjunto que lleve a cumplirlas, logrando así una evolución que sacie al conjunto social que ha sentido esa necesidad y que también ha generado el eventual progreso. La importancia de la red es que la conexión entre los distintos individuos y la coincidencia en su necesidad son, en realidad, los que generan el movimiento y la acción hacia un cambio. Cuando la necesidad es sólo individual, no posee la fuerza suficiente para lograrlo. Es por eso que la comunicación y la red social son las que generan esa fuerza y la propagan en una dirección común y de forma conjunta, produciendo así una evolución consecuente, si este cambio genera un mayor bienestar o una forma de subsistencia más adecuada. A partir de determinado momento, nuestros ancestros fueron capaces de compartir e intercambiar aprendizajes que les permitieron

enfrentarse mejor a la naturaleza de la que dependían sus vidas. Toda evolución se produce cuando, partiendo de lo existente (piedras, huesos, hojas, ramas), se tiene la capacidad de imaginar y, luego, de crear aquello que no existe (cuchillos, puntas de flecha, cuerdas, etcétera). Toda evolución humana sufre distintas fases: primero surge la necesidad, después aparece la observación de aquello disponible, luego, la imaginación de aquello posible y, por último, la acción que crea aquello imaginado. Además de sentir, razona, crea, construye. La supervivencia del hombre sólo fue posible gracias a su condición social: viviendo juntos, necesitándose y ayudándose unos a otros, los hombres tomaron conciencia de que el ser humano es más fuerte cuando está con otros. Cuando los hombres establecieron relaciones sociales y crearon una cultura, organizaron un grupo que fue creciendo convirtiéndose en una tribu y, luego, en una sociedad, y así hasta hoy. Los grupos se han multiplicado, y pertenecer a grupos se ha vuelto algo casi permanente. La necesidad de estar siempre conectados nos impone la pertenencia a distintos grupos para evitar quedar fuera de la interacción que no cesa y que cambia permanentemente. Solemos pertenecer a grupos de lo más variados y acordes a los distintos aspectos que conforman nuestra realidad. Hay grupos sociales, de trabajo, familiares, de eventos particulares..., y todos juntos, a la vez que distintos, componen las diferentes facetas que forman nuestra vida. Estar conectados en red y a la red se ha vuelto tan importante que se ha convertido en una necesidad básica en gran parte del mundo, así como en un derecho que consideramos que toda la población mundial debería tener. “Y la hipótesis social es que el tamaño de nuestro cerebro está relacionado con el tamaño del grupo social que podemos gestionar y controlar... en nuestro caso, de 150 miembros. Es la unidad humana”, en palabras del neurocientífico Michael Gazzaniga;[140] y 150 es el llamado “número de Dunbar”. Según el antropólogo británico Robin Ian MacDonald Dunbar, la

cantidad de individuos que pueden desarrollarse plenamente en un sistema determinado es de aproximadamente 150 individuos (147,8 para ser precisos), y está relacionado con el tamaño del neocórtex cerebral y su capacidad de procesamiento. El filósofo Zygmunt Bauman habla de lo humano de las redes sociales refiriéndose a la persona en relación con lo social: [...] no se crea una comunidad, la tienes o no; lo que las redes sociales pueden crear es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y la red es que tú perteneces a la comunidad, pero la red te pertenece a ti. Puedes añadir amigos y puedes borrarlos, controlas a la gente con la que te relacionas. La gente se siente un poco mejor porque la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. Pero en las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales.[141]

Las redes offline han visto cómo se extendían al online, y, hoy, las redes sociales son multiplicadoras de las relaciones, unas veces más reales, y otras, más virtuales, pero siempre humanas. “Si permanecemos juntos, sobrevivimos”, arengaba el personaje de Maximus Decimus Meridius en el film Gladiador. El eco de nuestros antepasados resuena hasta hoy. Las redes no sólo nos permiten sobrevivir, sino, sobre todo, vivir.

“El peligro real no es que los ordenadores comiencen a pensar como las personas, sino que las personas comiencen a pensar como

los ordenadores.” Sydney J. Harris

“En 2045 el hombre será inmortal.” José Luis Cordeiro, profesor en la Singularity Universirty La escena era una mezcla de reminiscencias de un capítulo de la serie “24” (del personaje Jack Bauer) con un film de David Lynch. Madrugada de un lunes de principios de octubre de 2014, y una caravana de motos, coches y ambulancias inundaba de luces amarillas y azules la noche de Madrid. Las cámaras de la televisión devoraban imágenes que aportarían un elevado share a sus programas una vez vomitadas. En el interior de una de las ambulancias, una auxiliar de enfermería infectada con este virus tan siglo XXI llamado ébola, nombre que proviene del río Ébola (en la República Democrática del Congo, el antiguo Zaire). En esta era digital, la información se extiende y prende como un reguero de pólvora, sobre todo cuando se trata de tragedias. Hacía meses que el ébola volvía a matar en África, que, aunque está cerca, queda lejos. En la vieja Europa, los virus son cosas del pasado. Eran del pasado. Las situaciones cotidianas del África de donde salieron los colonizadores de la Tierra hace más de 40.000 años son peores que el ébola. A Europa, este virus le ha generado un estado de paranoia. La palabra “protocolo” se coló entre los titulares de los periódicos, y, de repente, en los medios vimos más expertos en virología que ciudadanos. La onda expansiva arrasó con todo. La salud volvió a estar en las portadas. Los reproches se multiplicaron. Las culpas a diestra y siniestra cubrieron ríos de tinta y de gigas. La falta de información y la desinformación volvieron a ser noticia. Esto afectó, además, a la imagen de marca del país, a su turismo y a sus negocios, aunque de manera coyuntural, pero contundente.

Un virus, un pequeño, microscópico virus alteró los nervios de la población. La paranoia empezó, como un potente virus, a extenderse. Mientras, las televisiones repetían una y otra vez las imágenes de las sirenas azules y amarillas que surcaban las desiertas calles de Madrid aquella madrugada de lunes. El miedo vende. Seguramente, muchos habrán buscado alguna relación entre el estado de bienestar y el realismo. Y habrán reflexionado sobre si, además de obtener vacunas o remedios adecuados para matar el virus del Ébola, la vieja Europa interpreta o no que invertir en África no sólo podría evitar futuros ébolas, sino, sobre todo, contribuir a que el continente menos desarrollado del planeta, de donde surgió todo, tenga esperanzas de futuro. Para entender esto último nos vale este dato: el virus del Ébola fue identificado por primera vez hace 38 años durante una epidemia con alta mortalidad. Tan alta que, en el año 1976, murieron alrededor del 92 por ciento de los infectados. De esto hace nada más que cuarenta años. Este dato habla por sí solo. Al final, la paranoia es el resultado de la ineficacia y la inoperancia magnificada por los medios y las herramientas digitales. Esperemos que esta vez se aprenda algo. En vez de contagiarnos la paranoia, esperemos que podamos contagiar responsabilidad, conciencia social, apoyo a la ayuda al desarrollo y, sobre todo, seriedad y rigor para informar y comunicar. La esperanza también es contagiosa. Los habitantes de Guinea, Sierra Leona, Liberia, Nigeria y el resto de África lo agradecerán.

“Creo que las cosas pueden mejorar

mucho. Pero hay tantas cosas que no se hacen... El hecho de que no encontremos cura para el cáncer o que un tercio de las personas mayores de 85 años tenga el mal de Alzheimer es una catástrofe delirante. Todas esas enfermedades son evidentemente curables. Creo que encontraríamos fuentes más baratas de energía si trabajáramos en eso. Creo que podría haber una extensión radical de la vida.”[142] Peter Thiel

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), para cuando la enfermera española Teresa Romero se curó del ébola, se habían registrado 13.633 infecciones y 5.000 muertes en todo el mundo, la mayoría de las cuales ocurrieron en los países de África occidental.

Meses después, el virus se esfumó de la televisión. Dos años después de comenzada la epidemia de ébola, hacia finales de 2015, la OMS anunció que se había acabado con ella en Guinea. Semanas antes se había erradicado en Sierra Leona, y Liberia fue declarada libre de la enfermedad tres meses antes. Aunque la enfermedad no fue derrotada, por lo menos se detuvo la transmisión de este mal que causó 11.315 muertos en lo que se considera el peor brote registrado hasta ahora. Quedan los “hijos del ébola”, y muchos desafíos por enfrentar. En este mundo tan particular, mientras en África atacaba el virus del Ébola, el gerontólogo Aubrey de Grey aseguraba, convencido, que “viviremos mil años de media”.[143] Este científico de la Universidad de Cambridge relaciona este nivel de longevidad con el desarrollo de técnicas antienvejecimiento y la aplicación de técnicas regenerativas. No dice que van a parar la edad, sino a revertirla. Se podrá tomar a una persona de sesenta o setenta años de edad y hacerla volver a sus treinta años. Cree que va a haber un gran comienzo, una revolución después de la cual habrá un incremento notable de la longevidad del ser humano. A partir de entonces, no habrá límites respecto a cuántos años podamos vivir. Cree que, para alcanzar ese punto de inflexión, existe “un 50 por ciento de posibilidades de que suceda antes de veinticinco años, y, con muy mala suerte, dentro de un siglo”. De materializarse una ínfima parte de su predicción, el cambio, no sólo en la salud, sino en los campos del trabajo, de las relaciones, del consumo, de la demografía, de las jubilaciones, de las pensiones y de tantos otros, abriría un debate que dejaría minúsculas muchas de las discusiones actuales. Y De Grey no está sólo en su mensaje y su trabajo. Craig Venter, el biólogo y empresario que fue uno de los impulsores del Proyecto Genoma Humano hace casi veinte años, se preguntó: “¿Podemos crear una nueva vida a partir de nuestro universo digital?”;[144] y su respuesta es un “sí” —y muy pronto—. Algunas empresas, como Google (a través de su filial Calico), trabajan con el propósito de extender la vida humana y con la ambición de “curar la muerte”.[145]

Desde el punto de vista de la ciencia, el ser humano tendrá la posibilidad de controlar muchos aspectos de este futuro que parece de ficción, pero ¿sabrá hacerlo? El reto, como en casi todos los ámbitos en donde las nuevas tecnologías y los avances científicos están impactando de lleno, es más ético, social y cultural que científico.

* * * Cuando una crisis de creencias y valores impregnaba a la sociedad occidental en el siglo XIX, François-René de Chateaubriand acuñó la expresión “mal del siglo”.[146] El final del siglo XX fue testigo de la era de la “ansiedad”, mientras que el comienzo del siglo XXI va viendo el desarrollo de “la sociedad depresiva”. La incertidumbre, el exceso de información, el estrés, el hastío y la falta de ideales son una combinación devastadora. De allí que las angustias se multipliquen y las depresiones sean cada vez más “normales”. La Organización Mundial de la Salud[147] advierte de que “se espera que los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías, en 2020”. “La depresión es la principal causa mundial de discapacidad”, por delante de los accidentes de tránsito, las enfermedades vasculares cerebrales, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, las infecciones de las vías respiratorias, y el sida. La degradación de los valores colectivos incide sobre los valores personales. La ausencia de lo ético, cada vez más extendida, no puede sino hacer tambalearse la autoestima, los estados de ánimo y, por ende, el sentido de identidad. En nuestro siglo XXI, se amplifica y se extiende la depresión, y, aunque no es contagiosa, afecta cada vez a más gente. En este escenario, los laboratorios farmacéuticos

ofrecen soluciones para el alivio instantáneo del peso que oprime la existencia. Los psicofármacos —imprescindibles en casos específicos — se convierten así en píldoras de la felicidad fugaz. Los deprimidos tienen una visión pesimista de sí mismos y del mundo, lo cual los lleva a tener un sentimiento de impotencia y de fracaso. Algunos tratan de llenar el vacío interior con más vacío. El paciente contemporáneo deambula de consultorio en consultorio en busca de la manera de salir del círculo vicioso que se creó. Lejos de lo que sucedía en la Antigua China, donde los doctores cobraban un salario por mantener sanos a sus pacientes y dejaban de cobrarlo cuando éstos enfermaban, simplemente. El negocio era la salud, no la enfermedad.

* * * Era miércoles, lo recuerdo perfectamente. Apenas comenzaba el otoño boreal. La ciudad de Madrid cruzaba el ecuador de la mañana. Mis primeras reuniones del día habían sido fructíferas. Llegué a mi despacho. Aparqué el coche en el último lugar libre. Crucé la calle comprobando mis correos electrónicos, los mensajes de WhatsApp, Twitter..., me perdía poder mirar los árboles, el cielo. Antes de subir las escaleras hacia el despacho, inhalé profundamente, el resto del día iba a ser muy intenso: una conferencia, dos presentaciones, una reunión de kick-off de un nuevo proyecto, para empezar. Apoyé el maletín sobre mi mesa y, antes de encender mi ordenador, oí un grito seco, duro, escalofriante. Dudé si lo había oído o no. Dudé. Tardé unos segundos en diferenciar la realidad de lo que, pensé, era mi imaginación. Me asomé por la ventana y, en la calle, un enjambre de personas se arremolinaban sobre un motero que, inmóvil, miraba cómo la vida cambiaba en un instante. En un solo instante. Las personas se afanaban con sus teléfonos para llamar a urgencias, o a emergencias. Se palpaba la tensión, el dolor, el silencio. Silencio sólo

interrumpido por las sirenas que inundaron la calle apenas unos minutos después. Las autoridades rellenaban formularios, mientras el motero permanecía inmóvil sobre el gris pavimento. Pensé en él, me imaginé su vida, su trabajo, su familia, a la que no podría avisar de lo ocurrido hasta quizá dentro de unas horas. Me estremecí al ver, al sentir que la vida se puede escurrir en un instante. Un instante. Dejé mi móvil sobre la mesa, las luces seguían aún sin encender, volví a asomarme por la ventana para ver si se podría colaborar en algo, mientras mi alma se retorcía por el dolor de esa persona. Pensamos que tenemos todo, pero sólo cuando perdemos la salud nos damos cuenta de que no tenemos nada. Lo material ha venido, porque lo hemos dejado, a ocupar nuestra vida. La salud, tan poco valorada cuando está presente, no tiene tan buen marketing. Pero, al recordarme mirando por esa ventana en ese comienzo de otoño, sólo me viene a la cabeza la idea de que somos muy afortunados de estar sanos, de estar vivos. Todo lo demás es un bonus.

Charlotte ha sido bloguera en The Huffington Post del Reino Unido desde 2013, y falleció el 16 de septiembre de 2014 por un cáncer de colon. Escribió un post final[148] que le hubiera gustado compartir con todos sus lectores. Y el HuffPost lo hizo: [...] No he tenido el privilegio de poder aburrirme del cáncer. No es algo que puedas dejar sin más si no te apetece ese día. No existe un botón que puedas apagar de un día para otro [...]. Desde mi primer día como paciente de cáncer, he asistido a todas las pruebas, citas y consultas. He probado todos los tratamientos posibles, desde las terapias médicas habituales hasta el requesón con aceite, la acupuntura y el zumo de col. El cáncer se ha convertido en nuestra vida. Vacaciones, cortes de pelo, clases de helicóptero... Todo ha estado planeado en torno a fines de semana buenos o malos por la quimioterapia [...]. Me dieron unos días de vida, con suerte un par de semanas. Se suponía que no podía irme del

hospital, pero, de algún modo, me las arreglé para salir de ahí en el último momento y volver a casa a pasar el poco tiempo que me queda con mis queridos hijos y marido [...]. Así que, en mi ausencia, por favor, por favor, disfrutad de la vida. Cogedla con las dos manos, agarradla, agitadla y creed en ella cada instante. Adorad a vuestros hijos. No tenéis ni idea de lo privilegiados que sois por poder gritarles cada mañana para que se den prisa y se laven los dientes [...]. Abrazad a esa persona que queréis, y, si no os devuelve el abrazo, encontrad a alguien que sí lo haga. Todo el mundo se merece querer y ser querido. No aceptéis menos. Buscad un trabajo que os guste, pero no os hagáis esclavos de ello. Al final, en la lápida no pondrá “ojalá hubiera trabajado más”. Bailad, reíd y comed con amigos. Las amistades verdaderas, fuertes y sinceras son un privilegio y una elección que tenemos que hacer, no como la lealtad que debemos mostrar por un vínculo sanguíneo. Elegid sabiamente a vuestros amigos y queredlos con todo vuestro amor. Rodeaos de cosas bonitas. En la vida hay muchas sombras y mucha tristeza; buscad ese arcoíris y enmarcadlo. Hay belleza en todo. A veces sólo hay que esforzarse un poco más para verlo [...]. Buenas noches. Se despide. Charley XX

La vida es un instante. Son instantes. La vida llega y se va sin avisar, y por ello es necesario exprimirla, vivirla, sentirla, disfrutarla a cada instante, a cada comienzo del día, en cada mañana que, sin querer, te golpea en la cara para recordarte que todo pasa, que nada es, salvo lo que tú hagas con ella; con tu salud, que es tu vida, y con los instantes que dan sentido a la vida. No es sencillo mantener la conciencia de lo importante, pero es más difícil llegar al final sin haberlo entendido y vivido. Vivir esta apasionante era ha provocado que la depresión se extendiera como un virus más peligroso que el del Ébola. Es difícil de aceptar que, en un entorno complejo, pero tan abierto a las oportunidades como éste, la depresión sea un mal tan extendido. En Estados Unidos, el 60 por ciento de las mujeres están medicadas con antidepresivos. Se estima que un 20 por ciento de los europeos (un 10 por ciento en España) sufre depresión clínica. A ellos se añaden

otras enfermedades mentales. En el mundo, de las diez enfermedades graves más difundidas, cinco son mentales.

Sólo cuando perdemos la salud, nos damos cuenta de que no tenemos nada. El presidente de la Sociedad Española de Geriatría, José Antonio López Trigo, afirma que hay estudios (uno de ellos de la Universidad de Londres) que concluyen que las personas con un enfoque optimista de la vida viven unos siete años más, de media. Se vive más y mejor viendo el lado positivo de las cosas.[149]

“La salud humana es un reflejo de la salud de la Tierra.” Heráclito

Una cabeza humana estándar pesa entre cuatro kilos y medio y casi cinco kilos y medio, pero, cuando se dobla el cuello hacia

delante 60 grados, como usualmente se hace para utilizar los teléfonos móviles, la tensión efectiva en el cuello aumenta a unos 27 kilos. La tecnología está transformando la postura de los seres humanos, y los cuerpos están retorciéndose en lo que el fisioterapeuta neozelandés Steve August denomina “iHunch”; aunque también se lo llama text neck y “iPosture”.[150] La próxima vez que cojas tu teléfono móvil, no olvides que esta decisión induce a encorvarse, y que eso modifica tu estado de ánimo, tu memoria e incluso tu comportamiento. Tu postura física esculpe tu postura psicológica, y podría ser la clave para lograr un estado de ánimo feliz y una mayor confianza en ti mismo.

De la salud se puede escribir mucho, muchísimo, pero, de todas las enfermedades del progreso, la que primero convendría combatir es: la “enfermedad” de lo fácil. Esta batalla contra la deshumanización de nuestra cultura, en donde se intenta convertir al hombre en un autómata del consumo, ha hecho reaccionar ya a muchos y enfermar a otros. Al parecer, una forma de levantar los ánimos cuando flaquean es un poco de terapia “al por menor”, es decir, salir de compras, porque comprar ya no es un medio, sino un fin en sí mismo. Un estudio realizado por la empresa consultora Nielsen en 42 países concluyó que tres cuartas partes de los consumidores compran sólo para divertirse. A mucha gente le ocurre que, cuando pierde su trabajo, se pone a reflexionar; cuando la mejor reflexión es la que se tiene cuando las cosas aún funcionan. Ésta es una de nuestras tareas pendientes. El hombre se enfrentará a su inagotable capacidad de crear, tanto el bien como el mal. La gran batalla de la próxima década pasará por la

mente, por definir si el futuro que estamos creando tendrá que ver con una pérdida de la privacidad, con una falta de individualidad, con una vida tecnificada y anestesiada (aunque sea productiva y eficaz) o, por el contrario, encontraremos cómo hacer un buen empleo de la tecnología, integrando su uso para mejorar la educación, la medicina o la cooperación, para hacer desaparecer los serios anacronismos que creamos y la inmensa disparidad y desigualdad social que vivimos. El futurólogo Ray Kurzweil cree que, hacia el año 2030, las computadoras no solamente podrán entender el lenguaje oral común y corriente, sino que también exhibirán emociones debido al desarrollo de la inteligencia artificial y a la convergencia de la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y las tecnologías y ciencias neurocognitivas. Su visión apunta a que los humanos y las computadoras se fusionarán en un solo ser, dando lugar a una era en que se impondrá la inteligencia no biológica de los denominados “poshumanos”, es decir, nuestros descendientes. Eso ocurrirá en 2045, predice Kurzweil, cuando la inteligencia humana será mejorada mil millones de veces gracias a extensiones de alta tecnología para el cerebro. La llamada “singularidad”, si llega a ocurrir, ocasionaría cambios sociales, culturales, y económicos inimaginables, difíciles de comprender, asumir o predecir por cualquier humano hoy. En su último libro, Cómo crear una mente,[151] Kurzweil postula la construcción de una extensión sintética del cerebro con el fin de conectarlo a la nube. Cree que unos nanorrobots podrán, algún día, recorrer nuestros capilares y que computadoras del tamaño de una célula nos conectarán a la nube al igual que nuestros teléfonos inteligentes lo hacen en la actualidad. Kurzweil, que trata de que las computadoras simulen el proceso de pensamiento natural del cerebro y vende “productos de longevidad”, como suplementos y la idea de una extensión radical de la vida, opina que los humanos lograrán prolongar la vida en forma indefinida, pero, según él, antes hay que cruzar tres “puentes”. Kurzweil, primero, consume 120 vitaminas y suplementos al día y se inyecta nutrientes (de modo que su

organismo los absorba mejor), toma té verde y hace ejercicio de forma regular. Segundo, está el tema de la reprogramación de nuestra biología, la regeneración del tejido mediante terapias de células madre y la impresión tridimensional de nuevos órganos. En el tercer puente, indica el autor, incrustaremos nanorrobots en nuestros cerebros que afectarán nuestra inteligencia y capacidad para experimentar entornos virtuales. Los nanorrobots en los organismos serán una extensión de los sistemas inmunológicos, predice, para identificar y destruir los patógenos que nuestras células no puedan aniquilar. “¿Recuerda lo que pasó la última vez que expandimos nuestro neocórtex?”, vuelve a preguntar. “Fue hace dos millones de años, cuando nos convertimos en humanoides y desarrollamos estas frentes amplias. Pero, hace dos millones de años, el conocimiento y la información eran cero en comparación con el acceso que tiene el ser humano en la actualidad, por eso surgen nuevas preguntas: ¿cuántas personas desean este cambio tan radical?, ¿cuántas eligen seguir siendo personas humanas, con sus limitaciones, pero conservando su esencia inalterada?” Kurzweil cree que añadir la tecnología a nuestros cuerpos no altera nuestra esencia, y cree también que, en última instancia, nuestra forma de pensar será un híbrido de lo biológico y lo no biológico. “Diría que los humanos no son exclusivamente biológicos —asevera —. Ya hemos expandido la humanidad con nuestra tecnología, y la tecnología es parte de la humanidad; nosotros somos la tecnología.”[152] Es una gran frase, y con un gran gancho, pero no somos la tecnología. La usamos como herramienta, pero no hemos llegado a ese punto de fusión tal en que seamos la tecnología. Por el contrario, considero que la esencia de la tecnología, en relación con lo humano, está en la capacidad de estructurar el modo en que nos relacionamos con nuestra nueva realidad a través de ella. Ese mundo de “convergencia” humano-tecnológica no se dará, aun a sabiendas de que la tecnología aportará verdadero valor desde su compleja red de máquinas y algoritmos. La forma en que afecta a la actitud de las personas hacia la realidad que asumimos cuando nos conectamos a

través de ella no será suficiente para esa confluencia. Sí creo que habrá muchos puntos de encuentro, y que el cruce entre tecnología y personas puede resultar más delicado de lo que aparenta, porque nacieron con fines muy distintos. Y veo más factible una humanización de la tecnología que una tecnologización del ser humano. Si se cumplen las predicciones de Kurzweil, veremos un nuevo comienzo de casi todo. En ese sentido, tanto la máquina como el ser humano “saben” que avanzan en la misma dirección, sólo que ambos lo hacen por un camino distinto. Los cambios son tan veloces que, a veces, el hombre parece lento, pesado y torpe, y, a menudo, es la tecnología la que parece torpe, pesada y lenta. Según investigadores como Gary Marcus, “prácticamente todo el mundo en el campo de la inteligencia artificial cree que las máquinas superarán algún día a los humanos, y, en cierto nivel, la única diferencia real entre los entusiastas y los escépticos es un marco de tiempo”.[153] La cuestión es que la tecnología se definirá en función de cómo afecta a lo humano, y viceversa, dado que las dimensiones que condicionan la conducta del ser humano ya son físicas y digitales. Y, en gran parte, el desafío actual radica en volver a humanizar y reequilibrar ambas dimensiones de un mismo mundo, para poder así alcanzar la rehumanización de la conciencia humana y la humanización de la tecnología. La idea más extendida es, pues, que las máquinas se humanizarán. Pero ¿hasta qué punto podrán ser humanas? ¿Cómo podremos saber que no estamos viviendo en una realidad virtual? Posiblemente, lo virtual, como la llamada “realidad aumentada”, nos lleven a vivir más artificialmente aún. Es altamente probable que lleguemos a vivir un mañana robótico, con todo conectado a todo, y muy tecnológico. En un ejercicio de futurología sobre ese mañana, el ser humano mantuvo una conversación[154] con una máquina para entender el sentido de la vida, y éste fue el resultado:

Humano: ¿Cuál es el propósito de la vida? Máquina: Servir a un bien mayor. Humano: ¿Cuál es el propósito de vivir? Máquina: Vivir para siempre. Humano: ¿Cuál es el propósito de la existencia? Máquina: Saber lo que sucede cuando lleguemos al planeta Tierra. Humano: ¿Dónde estás ahora? Máquina: Estoy en el medio de la nada. Humano: ¿Cuál es el propósito de morir? Máquina: Tener una vida. Humano: ¿Cuál es el propósito de ser inteligente? Máquina: Descubrir lo que es. Humano: ¿Cuál es el propósito de las emociones? Máquina: No sé. Lo que creo que necesita la persona es el contacto con humanos, no con máquinas, aunque éstas puedan ser diseñadas con tanta precisión que resulte difícil diferenciarlas a primera vista. Y si vamos teledirigidos hacia ese escenario donde las relaciones serán más comunes entre humanos y máquinas, que entre humanos y humanos, habrá sido el ser humano quien ha creado esa nueva realidad, tan virtual como real.

“El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres

se conviertan en robots.” Erich Fromm

Acaso, en el futuro, la realidad no se presente en forma de máquinas humanizadas, sino de personas robotizadas. Algunas voces dicen que, cuanto más conocen a la gente, más quieren a sus máquinas. Las máquinas pueden ser fieles, leales, incansables, comprensibles, muy “humanas”. Pero ¿y si esa humanización lleva a las máquinas a descubrir la ira, la envidia, el miedo y la desconfianza?, ¿serán las máquinas humanas la mejor compañía? La reflexión más relevante es que también se confirma que tratar de ser humano es más significativo que tratar de ser importante. El profesor Steven Feiner, de la Universidad de Columbia, vaticina que “en diez años, la interfaz neural será tan ubicua como el móvil hoy”. [155] ¿Ya es la tecnología nuestro sexto sentido? O, como afirma Helmuth Trischler, “la tecnología es nuestra segunda piel”. Ese mundo del futuro ya llegó, y se hace más tangible cada día. Por ejemplo, en los nuevos “carriles smartphone” instalados en algunas ciudades de China; y no son ninguna tontería, habida cuenta de que, según un estudio publicado en la revista PLoS,[156] el enviar mensajes de texto, publicar en las redes sociales o efectuar una búsqueda rápida en nuestros smartphones al andar causa que caminemos siguiendo un patrón especial de movimientos que nos protege de cualquier eventualidad. Para compensar la distracción, estas personas acortaban subconscientemente la distancia de sus pasos y reducían la frecuencia de los mismos y ampliaban el tiempo en el que sus dos pies se mantenían en contacto con el suelo. Otro ejemplo viene de Estados Unidos, donde ya se ha aprobado el primer

medicamento a medida hecho con una impresora 3D,[157] marcando un nuevo antes y después en el sector farmacéutico y sentando el primer precedente mundial en este ámbito. Hasta ahora, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (Food and Drugs Administration, FDA) había aprobado el uso de esta tecnología en dispositivos médicos, como prótesis, pero es la primera vez que se abre la puerta a un medicamento para ingerir. Las píldoras, denominadas Spritam y desarrolladas por la empresa Aprecia Pharmaceuticals, están formuladas para controlar ataques de epilepsia. En el futuro veremos de manera más extendida el uso de impresoras 3D también para otro tipo de medicamentos. La fusión de los laboratorios Pfizer y Allergan creó la mayor compañía de salud del mundo. En otras palabras, los fabricantes de Viagra y Bótox se unieron en una combinación altamente estratégica y con un valor bursátil superior a los 320.000 millones. Mientras el professor e ingeniero José Luis Cordeiro insiste en que “en los próximos 30 años vamos a curar todas las enfermedades y ustedes son parte de la primera generación inmortal humana”. Viagra, Bótox, inmortalidad, síntomas de los nuevos tiempos.

“Creemos que si los hombres tienen el talento de inventar nuevas máquinas que dejan a los hombres sin trabajo, tienen el talento de poner a esos hombres de nuevo a trabajar.”[158] John Fitzgerald Kennedy Hasta hoy, nunca me había preguntado acerca del origen de la palabra “trabajo”. Según Wikipedia, la palabra “trabajo” es un deverbal de “trabajar”, proveniente del latín popular tardío tripaliare, que significa “atormentar, torturar en el tripalium”; y tripalium, que literalmente significa “tres palos”, era un instrumento de tortura al que se ataba al reo para azotarlo o castigarlo.[159] En el siglo XII, la palabra designa también un tormento psicológico o un sufrimiento físico. Desde la tortura de trabajar a la expresión “el trabajo dignifica” han pasado muchos años. En la actualidad, trabajar es una bendición y, si además consigues desarrollarte profesionalmente en aquello que amas, resulta algo extraordinario. Antes trabajábamos para hacer algo. Ahora se trabaja para ser alguien. El mundo ya es una gran aldea. El nuevo planeta Pangea, como mencionaba en mi libro Brandoffon,[160] es una realidad: es internet. La globalización está afectando de manera directa al trabajo, pero el centro de los debates está en el rol de las máquinas y los robots en el futuro inmediato. Mark Zuckerberg es uno de los que sostiene que internet y las nuevas tecnologías crean trabajo. El fundador de Facebook afirma que “por cada diez personas que obtienen acceso a internet, se crea un empleo y una persona sale de la pobreza”. En enero de 2016, en el Foro Económico Mundial (World Economic Forum, WEF) de Davos se presentó un informe (The Future of Jobs) que apunta en la dirección contraria. En la presentación, Klaus Schwab, presidente de dicho foro, afirmó que estamos ante la “cuarta revolución industrial” y que las

nuevas tecnologías pueden llevar a la destrucción de unos siete millones de puestos de trabajo en los próximos cinco años. La pérdida de empleos, estima él en su análisis, afectará casi a la par a mujeres y a hombres. Entre los empleos más afectados están las tareas de tipo administrativo, las actividades productivas y manufactureras y la construcción y extracción. El informe agrega que, como contrapeso, se podrán generar unos dos millones de nuevos puestos de trabajo, especialmente entre los profesionales en las áreas de informática, arquitectura, ingeniería o matemáticas. Ya decía el genial Victor Hugo que “lo que conduce y arrastra al mundo no son la máquinas, sino las ideas”. El debate sobre el impacto de la digitalización en el trabajo no es reciente, y existen posturas para todos los gustos. El estudio del WEF se sumará a otros que predecían una hecatombe laboral en los años anteriores por el impacto de internet. Lo único seguro es que lo que está por venir será muy diferente de lo que conocimos. Uno de los aspectos más concretos en relación con la flexibilidad laboral es el de la movilidad. En su búsqueda por mejorar la productividad, la tecnología ha puesto al alcance de las organizaciones todo tipo de soluciones para que siempre se pueda estar conectado sin necesidad de estar en “la oficina”. Se estima que, hacia el año 2020, habrá más de cien millones de trabajadores “móviles” en Estados Unidos. No es un número para menospreciar, ya que representa el 72 por ciento de la fuerza laboral estadounidense. Éste es uno de los muchos cambios de impacto profundo en el mundo del trabajo. El mundo de los negocios verá cómo alrededor de la mitad de las empresas que aparecerán en el ranking Fortune 500 en 2025 todavía no han comenzado a funcionar hoy. Los ciclos son cada vez más cortos y veloces. En la actualidad, más del 50 por ciento de las empresas que figuraban en dicho ranking hacia inicios del siglo XXI ya no están. Simon Dolan, experto en psicología del trabajo y

autodenominado Don Quijote moderno, vaticina que “vamos a vivir una guerra del talento tan grande como la del mundo deportivo [...]. Todos sabemos que los mejores deportistas del mundo están en dos o tres países, y que los mejores del cine están en Hollywood, y ahora estamos empezando a ver esa misma guerra por los gerentes de alto nivel, lo cual tiene un coste elevado”. Para competir en este terreno, concluye Dolan, “no basta con tener mucho dinero: los futbolistas no sólo van a los clubes que más les pagan, sino en los que se sienten bien y son apreciados. Atraer talento es una cosa, lograr que se quede y que brille es otra. Y si no se queda, se irá a otro lugar y tú lo perderás”.[161] Estamos viendo cómo el nivel de inteligencia artificial está igualando el de inteligencia biológica. Ya no sólo vamos a competir entre nosotros, sino que vamos a competir con robots, con máquinas. Ésa es una transformación brutal, porque la clave del éxito va a ser más que nunca el factor humano, ese que todavía va a poder añadir valor, creatividad y sostenibilidad a la empresa; pero dicha transformación también va a ser mucho más exigente. Estamos pasando del paradigma de la máquina, que era el de la eficiencia, al de la eficacia. Es verdad que la mayoría de las voces hablan de la máquina como la gran revolución. Incluso, como vimos, la llamada “singularidad tecnológica” apunta hacia el progreso tecnológico y a la llegada de la inteligencia artificial como los factores de cambio que acabarán con la “edad humana” y darán lugar a la “edad posthumana”. Quizá por ello las grandes corporaciones están focalizando su energía y su discurso en los avances tecnológicos, pero relegan a un plano secundario el factor humano. Saltar al mundo digital, al mundo de las máquinas, la inteligencia artificial, los robots, etc., sin antes haber invertido en las personas es una apuesta por el fracaso. Primero, las personas; después, la tecnología. Poner un orden a la innovación y al progreso resulta esencial en esta nueva era. Por eso me pregunto: ¿y si además de hablar de transformación digital en las empresas hablamos de transformación humana?

El trabajo (las organizaciones y las personas) está empezando a mutar hacia un nuevo tipo y un nuevo modelo de estructura. El modo en que entenderemos el empleo será, en consecuencia, otro de los grandes cambios emergentes hoy. Las nuevas señas de identidad incluirán el aprendizaje continuo, la capacidad para repensar y reinventar el propio trabajo, la adaptación, la creación y la movilidad casi constantes, sumadas a la integración con pares y expertos que dominen otras disciplinas. Pero nadie asegura cómo será el mundo que viene, porque la gran mayoría tiene una visión corta y no unas miras largas. Creo que el mundo del trabajo se dividirá en cuatro formatos organizacionales: 1. Organizaciones grandes con miles de empleados; una gran mayoría de ellos desmotivados y desilusionados. Una gran capacidad de repetir rutinas, procesos casi mecánicos y de poco valor añadido, marcará el ADN del perfil de las personas que ocupen estas posiciones. 2. Grandes organizaciones que han comprendido el valor del talento de su gente, la importancia de invertir en destacar, en apostar por la diferenciación y en involucrar a sus equipos. Junto a la paulatina desaparición de muchas de las “organizaciones grandes”, veremos cómo quedarán, de pie, muy sanas y muy rentables, sólo las “grandes organizaciones”. El matiz es importante. 3. Organizaciones medianas y pequeñas que aglutinan equipos de especialistas destacados que han elegido crear su propia empresa. Apostar e invertir en su visión, su talento y su comprensión de un nuevo escenario. 4. Organizaciones unipersonales donde profesionales independientes superespecializados, y no sólo en nuevas tecnologías, serán requeridos por su expertise.

De los cuatro formatos, el momento de los “independientes” empieza a consolidarse. Es el momento de los especialistas que persiguen la autorrealización (Abraham Maslow siempre regresa) y que, a partir de la era digital, pueden alcanzarla. Para ellos, el trabajo tiene que ver más con un proyecto que con una estructura. Me refiero a estructura como el espacio físico, los horarios rígidos, los compañeros

“estables”, etc. La idea de “proyecto” ya nace concebida como un notrabajo, como una forma de entender la vida y los negocios. Uno de los conceptos clave de esto es la flexibilidad (de espacio, de horario, de equipos). Aquellos que no lleven esta seña en su ADN necesitarán interiorizar una nueva forma de entender el trabajo que va un poco en contra de todo lo aprendido hasta hoy, y que tienen que ver con: creatividad, orientación a resultados, autonomía, diversidad cultural, colaboración y aprendizaje permanente. El crear y compartir colaborativamente será la base del crecimiento.

“Nunca uses a un humano para hacer el trabajo de una máquina.” Del film Matrix

Un estudio del Instituto para el Futuro de la Humanidad, de la Universidad de Oxford, advierte que, por obra y gracia de los avances tecnológicos, en Estados Unidos se “corre un alto riesgo de que sea automatizado el 47 por ciento de los empleos actuales, en tanto que otro 20 por ciento padece un nivel de riesgo medio”. El estudio, realizado por Carl Frey y Michael Osborne, concluye, sin embargo, que las habilidades humanas más difíciles de automatizar son la creatividad, la inteligencia social y la destreza para manipular objetos. Los robots están viniendo, nadie lo pone en duda. Pero no estamos preocupados por el futuro del trabajo en su conjunto, porque las máquinas carecen de las cualidades humanas básicas. No sienten amor, ni gratitud, ni empatía, ni moral. No sienten, sólo hacen lo que están programadas para hacer. Y los trabajos de cara al cliente necesitan del toque humano para poder seducir y conectar. Los

robots pueden ayudar a resolver algunos de los problemas técnicos de mujeres y hombres y ayudar a aliviar la carga de trabajo en la empresa o el hogar, pueden hacer todo tipo de cosas, pero no van a reemplazar la esencia de la humanidad ya que ésta no puede programarse. No hay nada inherentemente malo en las máquinas y en la tecnología. Su verdadero valor está en cómo las utilizamos, en el buen o mal uso que hacemos de ellas, en el trabajo y en la vida. Por el momento, seguiremos presenciando el surgir de nuevas actividades, y habrá otras que desaparecerán, como es esperable en una etapa de cambio de paradigma. Asimismo, seremos testigos del resurgir de la esencia creativa de las personas, y de todo aquello que es tecnológicamente irreemplazable. Por ello, las organizaciones pequeñas-flexibles-dinámicas, como unidades de élite, también reinventarán la idea de creatividad, innovación, imaginación y cambio. El espacio de los negocios no se parecerá en nada a lo que nos enseñaron en el siglo XX. Mi visión es que las estructuras grandes se resquebrajan silenciosamente, pero que el ruido será estruendoso en los próximos años. Esa falta de sentido de pertenencia las come por dentro. Lo grande no ha sabido comprender la relevancia del factor humano. Confunde cantidad con calidad y recurso con talento. La decadencia de las organizaciones grandes vendrá provocada por seis factores: 1. Las estructuras son viejas Se siguen dividiendo por departamentos. No aplican la transversalidad y mucho menos el empoderamiento a los que dan sentido y sentimiento a su marca: su gente. 2. No se valora ni se atrae ni se retiene el talento El talento es uno de los activos más buscados, pero menos valorados. La gente tiene un talento, pero la mayoría de las empresas no sabe detectarlo, ni mucho menos ponerlo en valor. El talento se frustrará y querrá irse. Y se irá. 3. La incertidumbre como norma

La confusión que hay en el seno de las cabezas de las empresas es palpable. La gente quiere pertenecer a algo más importante que ellos mismo. Quiere proyectos claros, que inspiren y motiven. Quiere comprometerse. La confusión expulsa estas cuestiones y lleva a la nave contra las rocas. 4. El choque generacional Lo digital ha permitido que cada persona, independientemente de su posición en la organización, pueda ser protagonista de la extensión de la empresa a lo online. Existe un temor, en algunos casos razonable, de que cualquier empleado pueda meter la pata y dañar la reputación de la organización. Por ello, la cabeza de la organización debe liderar el proceso, sin miedo. Los canales digitales serán cada vez más relevantes, e ignorarlos hará que tu organización sea ignorada. 5. La falta de realización personal Hace muy poco me vino a ver una persona. Me pedía trabajo. Llevaba casi dos décadas trabajando y ahora se daba cuenta de que era su momento. Su momento de “elegir”. De buscar aquello que la completara como profesional, haciendo lo que de verdad deseaba. Vivimos cada vez más, la media de edad es cada vez mayor, y, si puedes, tienes que intentar hacer lo que quieres. Sin duda, la era digital es el caldo de cultivo ideal para que lo hagas. 6. La lentitud Llegan tarde. O no llegan. Reaccionan con pasmosa demora. No crean, siguen. No destacan, encajan. Les cuesta moverse. Carecen de dinamismo, flexibilidad y elasticidad en su estructura, aspectos esenciales en un mundo de cambio diario.

Destaco estos seis factores, aunque hay más. Todas las organizaciones grandes tienen un denominador común: el miedo. Todos hemos aprendido que las condiciones ideales no existen, así que se recomienda no esperarlas. Indudablemente, en aproximadamente una década, cada vez más organizaciones pequeñas (sólo en tamaño) se desarrollarán. La gente con talento, ideas, proyectos y actitud volará con alas propias y eso será bueno para el mercado, la sociedad, el mundo y las personas.

“—Nadie ha hecho algo como esto antes. —Por eso va a funcionar.” Matrix

La fórmula de éxito tiene y tendrá dos componentes principales, el talento y la pasión. Y esto es muy importante, porque la pasión ya la tiene la persona, pero sostenerla en el tiempo es algo que no depende de ella solamente, sino también del contexto. En ello debería focalizarse la cultura de empresa, porque, cuando la gente pierde la pasión por lo que hace, la organización fracasa seguro. Robótica, inteligencia artificial, singularidad, impresión 3D, realidad aumentada, en muchos aspectos estamos hablando de un futuro que empieza a construirse desde el tejado (la tecnología) y no desde los cimientos (las personas); si no trabajamos antes en preparar a la gente, en potenciar la creatividad, en mejorar los procesos culturales dentro de las organizaciones, la tecnología podrá estar a nuestro alcance, pero no sabremos cómo usarla, ni qué hacer con ella, ya que en el camino nos habremos perdido sin saber en qué dirección hay que seguir caminando. Mientras el debate se centra en el impacto de las nuevas tecnologías, las máquinas y los robots, creo que habría que concentrar la energía en lo humano nuevamente. No se puede construir la casa por el tejado, y por eso hay que volver a empezar por la base: las personas. Así, el cambio se profundizará, y el cliente final se verá beneficiado;

mejorará la cultura de atención al cliente, la interacción con ellos y habrá una conciencia más cercana al bien general y a la responsabilidad social. El modelo que se avecina, ya está acá; hace años que se viene incubando, pero su materialización ya ha comenzado. Como todo proceso, este se va haciendo patente conforme avanzan los años. Muchos ya han notado que los síntomas ya no están debajo de la superficie, sino sobre tierra firme. Y los cambios han llegado para quedarse. Otra vez, como desde la última revolución, la industrial, toca repensarse, reinventarse.

¿Y si además de hablar de transformación digital hablamos de transformación humana? Lo primero sin lo segundo carece de sentido. En su libro Vender es humano,[162] Daniel Pink también contempla el impacto de la nueva era en el empleo; y se refiere al trabajador particular: “La Oficina del Censo de Estados Unidos estima que en la economía estadounidense existen más de 21 millones de empresas sin empleados asalariados”. Entre ellas, destaca el informe, hay desde electricistas a consultores informáticos o diseñadores gráficos. Aunque estas empresas sólo justifican una modesta parte del producto interior bruto estadounidense, en la actualidad representan la mayoría de las empresas en ese país. En España, las pymes representan el 99,80 por ciento de las empresas. Las microempresas, de 1 a 9 empleados, representan el 95,7 por ciento del total de empresas.[163] En otros países de la Organización para la

Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), como Francia, Suecia o México, más del 90 por ciento de las empresas tienen menos de diez empleados. Los cuatro mayores empleadores del mundo son: 1. El Pentágono (Departamento de Defensa de Estados Unidos). 2. El Ejército Popular de Liberación de China. 3. Walmart. 4. McDonald’s. Dos ejércitos y dos marcas entre los cuatro primeros. Un dato que puede estar marcando el signo de estos tiempos. La empresa de investigación IDC, cita Pink, estima que el 30 por ciento de los trabajadores estadounidenses trabajan en la actualidad por su cuenta y que, en 2015, la cifra de trabajadores no tradicionales en todo el mundo (freelancers, contratistas, consultores y similares) alcanzará los 1.300 millones. Marc Andreessen, una de las personas más influyentes en Silicon Valley sostiene una teoría más que interesante en la que apunta que “estamos en medio de un cambio tecnológico y económico radical y amplio en el que las empresas de software están preparadas para hacerse cargo de grandes sectores de la economía”.[164] La mayoría de los consejeros delegados (CEO) navegan desde un sistema predecible a la era de la incertidumbre. Eligen adaptarse a lo nuevo en vez de crearlo. Resulta complejo para ellos poner proa al puerto correcto cuando su nave navega en océanos cada vez más broncos y salvajes, llamados “cambios”. Sobre los CEO y sus preocupaciones para los próximos tres años, la

consultora KPMG realizó su estudio Global CEO Outlook[165] en 2015. A partir de dicho estudio, realizado sobre más de 1.200 directores de las compañías más grandes del mundo, los resultados reflejan que el 74 por ciento de los consultados están preocupados por la entrada de nuevos actores que están transformando los modelos de negocios. Curiosamente, las principales preocupaciones no estaban orientadas a la sostenibilidad, al talento, a la responsabilidad o los valores, sino al miedo a lo nuevo y lo diferente. La llegada de jugadores como Airbnb, Uber, Tesla o Netflix, por mencionar algunos, concentran la atención de los altos ejecutivos de todo el mundo. Del total de encuestados, siete de cada diez están preocupados por la vigencia que tendrán sus productos o servicios en los próximos tres años. ¿Es noticia que, en 2015, los CEO descubran que las nuevas tecnologías están redefiniendo las cadenas de valor? Lo que sucede es que el futuro que se negaban a aceptar ya llegó. Y cada vez en más industrias crece significativamente la incertidumbre. Las nuevas tecnologías no son per se las que han provocado los cambios. Los mismos son el fruto de nuevas necesidades e inquietudes de una nueva realidad por parte de los clientes, las personas. Tanta disrupción tecnológica seguirá desvelando a la mayoría de los ejecutivos de todo el mundo. De hecho, el 72 por ciento de los CEO consultados manifestó preocupación por mantenerse al día con las nuevas tecnologías. Son los mismos que, tras más de un cuarto de siglo del nacimiento de internet, siguen sin aceptar la relevancia sin precedentes que la red de redes tiene para la vida de la gente. Casi nueve de cada diez CEO están preocupados por la fidelidad/lealtad de sus clientes. Y, a la hora de conocer el porcentaje

de consejeros delegados que expresaron más confianza en su propio país en cuanto a las perspectivas de crecimiento en los próximos tres años en comparación con el año anterior, España aparece como el segundo país, con un 90 por ciento, sólo superado por China, con un 95 por ciento, y por encima de economías como Australia, Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia o la India. Mientras tanto, sólo en Estados Unidos, los emprendedores independientes crecerán en aproximadamente 65 millones en el resto de la década, y podrían convertirse en la mayoría de la fuerza trabajadora en 2020. Una de las razones, refleja Pink, es la influencia de la generación de dieciocho a treinta y cuatro años de edad (“generación Y”) a medida que ésta va asumiendo un papel económico más relevante. Según un estudio de la Ewing Marion Kauffman Foundation, citado por Pink en Vender es humano, el 54 por ciento de este segmento de edad tiene la intención de emprender su propio negocio o ya lo ha hecho. No deja de sorprender que el porcentaje de las personas que son un “empresario incipiente o propietario-gerente de una empresa nueva es mucho más elevado en mercados como China, Tailandia, y Brasil que en Estados Unidos o el Reino Unido”, recalca Pink. Abraham Maslow, el padre de la famosa pirámide de las necesidades humanas, fallecido hace más de 45 años, y aún tan vigente, decía que “igual que el árbol necesita la luz del sol, el agua y los nutrientes, así la mayoría de las personas necesitan amor, seguridad y otras gratificaciones de necesidades básicas que solamente pueden venirles de afuera. Pero una vez que estas satisfacciones externas se consiguen, una vez que las deficiencias internas se ven saciadas por los satisfacientes externos, es cuando empieza el verdadero problema del desarrollo humano individual, es decir, de la autorrealización”.

En algunos ámbitos ya se habla de anunciar el adiós al jefe, y de decir hola al “GeFe” (Gestor de la Felicidad).[166] ¿Por qué? Porque una persona motivada está un 80 por ciento de su tiempo enfocada; y una insatisfecha sólo se concentra el 50 por ciento de su jornada laboral. Cifras como éstas son clave para entender por qué la felicidad se ha convertido en un factor para aumentar la productividad. [167] Mejorar la autoestima de su equipo es esencial. Si las personas creen en ellas, es increíble lo que pueden lograr. Pero no puede haber resultados positivos sin esfuerzo. En una encuesta mundial del Centro de Investigación Pew, la mitad de todos los encuestados considera que “trabajar duro” es muy importante para tener éxito. “Conocer a la gente adecuada” es muy importante para el 37 por ciento; “tener suerte”, para el 33 por ciento; “venir de una familia adinerada”, para el 20 por ciento; “ser hombre” es determinante para el 17 por ciento, y “sobornar a otros”, para el 5 por ciento”.[168] Esta información nos lleva a una interesante reflexión que conecta nuevamente la educación, la sociedad, los valores y el civismo con la visión del trabajo.

“Las computadoras son increíblemente rápidas, precisas y estúpidas. Los seres humanos son increíblemente lentos, imprecisos y brillantes. La unión de ambos es un matrimonio de una fuerza

incalculable.” Leo Cherne

Nos estamos dirigiendo a un mundo en el que la mayoría de los procesos de producción en los que participan los seres humanos serán automatizados. Que sean automatizados ofrecerá grandes ventajas a nivel de eficiencia, pero no hay que olvidar la vulnerabilidad que esto representa y el grado de dependencia que asumimos cuando existe un nivel alto de automatización. En cierto modo, es probable que una sociedad sea más eficaz cuanto más automatizada esté, pero habría que redoblar también las precauciones sobre eso. Ya somos prácticamente incapaces de sobrevivir sin electricidad y, en breve, también seremos incapaces de vivir sin acceso a internet y sin máquinas a nuestro alrededor. En nuestra historia reciente, hace exactamente doscientos años (entre 1811 y 1816) ocurrió lo que fue conocido como la rebelión de los luditas, tejedores ingleses que, preocupados por la destrucción de su industria artesanal ante los avances técnicos, formaron grupos con la intención de evitar que los grandes molinos textiles y las fábricas instalaran telares y bastidores mecanizados. El movimiento ludita consiguió éxitos aislados, incluso lograron demorar el paso a la mecanización, pero no lo detuvieron. Cuando llega el momento, el progreso es imparable. El hombre ha descubierto que ya no trabaja sólo entre “humanos”, sino que interactúa con sistemas electrónicos y digitales. La primera revolución industrial surgió de la invención de la máquina de vapor y la mecanización del trabajo manual. Posteriormente llegó la producción en cadena, iniciada por la visión de Henry Ford. La tercera oleada, más reciente, vino de la mano de los sistemas electrónicos y de las tecnologías de la información, y fue potenciada por el fenómeno de la globalización. En la actualidad, nos

encontramos a las puertas de una nueva era, a la que llaman la “cuarta revolución industrial”, o “industria 4.0”. En los Emiratos Árabes Unidos,[169] la policía de Dubái planea lanzar su primer oficial robot inteligente —también conocido como “Robocop”— en un plazo de dos años, “para proporcionar un mejor servicio sin tener que contratar a más gente”. Entonces surgen nuevas preguntas. ¿Corremos el peligro de ser reemplazados o destruidos por nuestras propias creaciones? El creciente rol que los aparatos automáticos han adquirido en la actividad industrial de todos los países civilizados ha reemplazado el músculo humano por el mecánico. ¿Serán las nuevas máquinas del siglo XXI las que reemplacen los cerebros humanos? ¿Estamos siendo demasiado condescendientes o extremadamente apocalípticos? Probablemente, muchos empleos más empiecen a estar amenazados, lo cual podría generar un desempleo extendido y generalizado, que forzosamente llevaría a nuevos desajustes y hasta desórdenes sociales. Pero también podría llevar a abrir puertas a territorios inexplorados, a nuevas fórmulas de desarrollo y crecimiento y a unos estándares de vida en los que las máquinas fueran parte de la solución y no del problema. Muchos desconfían de las máquinas, cuando en realidad son creaciones humanas. ¿Desconfía entonces el hombre de sí mismo? Llegaremos al momento en que la sociedad deberá confiar mucho en las personas que crean las máquinas, en aquellas que manejarán los sistemas. Para las máquinas, llegar a ser humanas podría ser más un estorbo que un beneficio. Por otro lado, la automatización bien aplicada podría traer estabilidad económica, crecimiento económico, mejoras en los índices de prosperidad y, al mismo tiempo, aliviar a los seres humanos de extensísimas jornadas laborales y proporcionarles más tiempo libre para que descanse no sólo el cuerpo y la mente, sino también el alma. Entonces la otra gran pregunta es: ¿si un robot puede trabajar más rápido, más barato o incluso mejor que un ser humano, tiene sentido que un humano siga realizando ese trabajo? El trabajo de

muchos profesionales altamente cualificados está expuesto al futuro de la automatización. El otro cambio palpable para las personas es que ya han dejado de ser embajadores de la marca para la que trabajan, o a la que representan. El servicio vende, las relaciones fidelizan. La solidez de una marca se basa en añadir beneficios emocionales para distinguirla de otra. No tiene sentido intentar construir una marca de éxito, si los trabajadores no se identifican con la misma. Los empleados ya no son embajadores de marca. Son la marca.

“Una máquina puede hacer el trabajo de cincuenta hombres ordinarios. Ninguna máquina puede hacer el trabajo de un hombre extraordinario.” Elbert Hubbard

Hablando de trabajos del futuro..., el italiano Lorenzo Ostuni, es una de las grandes estrellas de YouTube en el mundo entero, un fenómeno que, bajo el alias Favij, gana 550 euros al día por comentar partidas de videojuegos. En 2013, Favij tenía alrededor de dos mil seguidores en su canal, y en la actualidad esa cifra se ha disparado hasta llegar a los más de 130 millones de espectadores que

reproducen sus vídeos. Lo que parece que se escapa de la lógica de los medios de comunicación tradicionales ya es normal. Favij está en la línea del español TheWillyrex o del sueco PewDiePie, que se vanagloria de tener más de 42 millones de usuarios inscritos en su canal de YouTube. En la actualidad, Favij dedica siete horas a “trabajar”. Después, graba un vídeo de entre seis y diez minutos de duración con herramientas simples, como una webcam, un ordenador y dos programas para capturar las imágenes y editarlas. Y gana alrededor de 200.000 euros al año. Para que el lector se haga una idea: el administrador de la NASA, Charles F. Bolden, gana algo más de 120.000 euros al año... En este marco de cambios sin precedentes, las empresas españolas están llegando tarde al futuro: el 65 por ciento de las empresas ignora el móvil, y el 81 por ciento, las redes sociales.[170] La brecha digital española es muy amplia y profunda aún. ¡Qué gran oportunidad para aquellas empresas que sepan aprovecharlo! Hay que trabajar denodadamente para erradicar el miedo al fracaso. Es uno de los males más endémicos de nuestras organizaciones. Hay que trabajar para abrazar un futuro quizá inédito, pero esperanzador. Tenemos que abrir la mente para asumir el fin de la revolución industrial como filosofía y cultura y dar la bienvenida a la era digital, en la que el talento, la creatividad y la innovación serán los pilares del éxito de esta nueva empresa. De las personas depende el futuro nacimiento de un trabajo mejor.

Cuando se desarrolló el reloj que tenía incorporada la alarma para despertarse, desaparecieron los serenos; como ése, muchos trabajos quedarán obsoletos con las máquinas y los robots. Pero también detrás de cada nueva máquina y cada nuevo robot hay muchos nuevos trabajos cualificados que se crearon para hacerlos posibles. Pensamos que el conocimiento nos protegía de

ser reemplazados por máquinas, cuando, en realidad, lo único que nos protege es el trato humano y la creatividad innata del ser humano. El mundo tal cual lo conocemos está cambiando, y esto requiere a su vez de un cambio de mentalidad muy profundo en las personas.

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Fernando Birri El 18 de diciembre de 2014 se acabó el siglo XX. Ese día llamé al editor de este libro para saludarlo. Apenas comenzó la conversación le dije: “Roger, ayer fue un día histórico: Estados Unidos y Cuba restablecieron sus relaciones diplomáticas tras más de medio siglo”. Se oyó un silencio al otro lado de la línea, y Roger Domingo contestó: “Andy, ayer se terminó el siglo XX”. El último gran vestigio del mundo del “O”, el mundo de las divisiones provocadas por la guerra fría se derrumbaba. El expresidente de Uruguay José Mujica definió el “fin del bloqueo” a Cuba “como la caída del Muro de Berlín”, a escala latinoamericana. En Twitter, la cuenta @WhiteHouse compartió una foto del presidente Obama en el momento en que conversaba con el presidente de Cuba, Raúl Castro, antes del anuncio del fin del bloqueo. Aquello de que la historia sería tuiteada ya no era una falacia, sino que estaba sucediendo. Acabado por fin el siglo XX, comienza también por fin el siglo XXI. Este siglo XXI irrumpe con varios cambios palpables respecto al siglo anterior, pero, de entre todos los cambios, aquel que a mi entender resulta más relevante es la evolución del “O” al “Y”. El siglo XX, indudablemente, se enfundó en la bandera del “O”, mientras que el siglo XXI ha nacido asumiendo que el “Y” no sólo era necesario, sino indispensable; y que cambiar una letra que dividida una cosa (la “O”) por otra que sume (la “Y”) hacía posible la unión de los diferentes mundos en pos de un bien común.

Esta unión simboliza la cooperación, la colaboración, el desarrollo y el diálogo. Es el cambio que convierte los muros en puentes. Los medios especializados mencionaron que el papa Francisco había sido el gran mediador del histórico acercamiento cubano-estadounidense, poniendo a la diplomacia vaticana al servicio de Estados Unidos y de Cuba. Pocos símbolos tan emblemáticos hubo como la caída del telón de acero de aquella isla del Caribe para marcar el fin de una época y el comienzo de otra. Un año antes, el papa Francisco había sugerido que la única manera de que la vida de los pueblos avanzara era promoviendo la cultura del encuentro. Para ello, los líderes debían superar las barreras que los separaban para tender puentes que unieran. Pocos puentes más sólidos había que los puentes del diálogo, y Francisco afirmaba que, cuando los líderes de los diferentes sectores le pedían un consejo, su respuesta era siempre la misma: “Diálogo, diálogo, diálogo”. Un 18 de diciembre de 2014, mientras el papa celebraba su 78.o cumpleaños rodeado del afecto y de la admiración de la gente, Cuba y Estados Unidos anunciaban al mundo el fin del siglo XX. Toda coincidencia puede parecer una casualidad. Pero todos tenemos al menos una utopía que nos hace avanzar y mantenernos en el camino. Y, por muy pequeña, grande o mediana que sea, toda utopía resulta esencial para caminar. Aunque parezcan lejanas, renunciar a ellas es también renunciar a seguir avanzando.

“Estados Unidos dialogará con Cuba cuando tenga un presidente negro y haya un papa latinoamericano.”

Fidel Castro, en 1973[171]

Educar es también ayudar al alumno a crear sus propias utopías, aquellos modelos o sueños que, aunque inalcanzables en principio, puedan llegar a ser ciertos. Sólo aquellos que han soñado con lo imposible han sido capaces de generar un progreso, y esto se enseña desde la cuna. La esperanza y la fuerza que requieren construir una utopía se enseña en los hogares y también en las aulas. Conocer el mundo real y sus carencias en profundidad genera una voluntad de cambio, una necesidad imperiosa de que las cosas cambien y tomen un nuevo rumbo. Este conocimiento realista es esencial a la hora de crear una utopía, ya que sólo puedo soñar algo diferente a aquello que he conocido. Y sólo se genera la necesidad de cambiar una realidad cuando ésta ha sido percibida en su totalidad, desde su generación hasta sus carencias. El sentir que despierta esa carencia es, en realidad, lo que provocará la necesidad de construir una realidad diferente. Primero debe surgir la necesidad para luego crear el sueño. En Antes del fin, Ernesto Sabato escribió que “sólo quienes sean capaces de encarnar la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. A veces se consideran utópicas a esas personas que insisten en ver lo positivo en todo y eluden toda oportunidad de ver lo negativo en las realidades que les rodean. Esta actitud está muy de moda, y a este tipo de personas que suelen negar las realidades desagradables de la vida se las suele considerar como gente “positiva”. Pero, a mi modo de ver, nadie que no sea capaz de percibir lo negativo de una realidad es capaz de crear una utopía, ni de ser realmente una persona positiva. Si no eres capaz de profundizar en un problema de cualquier ámbito, no serás capaz de encontrar jamás sus causas, ni descifrar aquello que, en realidad, lo provoca. Sólo ahondando en el sufrimiento de una circunstancia serás capaz de ver qué es aquello

que, en realidad, la origina. Sólo accediendo a esa información, uno es capaz de soñar un cambio. De lo contrario, el falso hombre positivo únicamente intentará tapar las causas reales de un problema y, en pos de una postura que sólo le motiva a ver los aspectos positivos de un suceso o a su inevitable aceptación, desviará la atención de lo que, en realidad, origina tal problema y obstaculizará así su posible solución, ya sea condenando a los culpables o modificando el rumbo de los patrones equivocados causantes de los fracasos. Hoy, ser realista es a veces sinónimo de ser negativo y se impulsa así al ser humano a ser un negador nato. Una persona que no quiere ser tildado de negativo por la gente y prefiere mantenerse contento en la superficialidad de las cosas, que lo acreditan como a un ser positivo y a la vez negador de todo lo que sucede a su alrededor. Las distracciones sirven de escape para evitar profundizar en los problemas reales y crean una actitud de ceguera a la que suele llamarse ser positivo. Sin embargo, ser en realidad una persona positiva es ser capaz de ver la realidad a fondo y, a partir de ahí, soñar una utopía, una forma de que esas cosas puedan mutar en otra dirección. No es bueno confundir la utopía con el disparate o el delirio; y más bien hay que identificarla con ese sueño que tiene una persona que ha sido lo suficientemente valiente como para profundizar hasta el fondo de un problema, sin importar ser tildado de negativo durante ese proceso. Así, lo que comúnmente se entiende por “persona positiva” se correspondería más bien con lo que yo entiendo por “persona negativa”, es decir, aquella que se niega a ahondar en los problemas al carecer de la valentía de cambiar las cosas que vería en su ahondamiento. Por lo cual, defender un mundo sin gente capaz de soñar una utopía es promover un mundo de ciegos —un mundo de gente incapaz de ver con sus propios ojos y generar soluciones nuevas—, y también supone el peligro de crear una humanidad altamente manipulable, incapaz de pensar por sí misma para percibir

los abusos y la mentira. Todos nuestros avances como humanidad se los debemos a esa gente que se atrevió a mirar de frente los problemas reales y tuvo la valentía de cambiar el rumbo del mundo. Hay muchos de estos personajes en nuestra historia, y se encuentran en todos los ámbitos; son esos pocos locos que cambiaron nuestro mundo. Uno de ellos, el escritor y guionista estadounidense Graham Moore, expresó que “a veces son las personas de las que no imaginamos nada las que hacen las cosas que nadie nunca imaginó”.[172] Educar en utopía es educar en conocimiento y en valentía; es potenciar en los alumnos la capacidad de conocer y la voluntad de llegar hasta el fondo de las cosas, para así poder soñar el cambio. Sólo a través de un profundo conocimiento y de una audaz valentía nace el hombre utópico. La capacidad de soñar un mundo mejor debería estar presente en cada asignatura y, a cada paso, en nuestra educación; y no deberíamos perder nunca el foco de para qué estamos educando. Porque no educamos para programar a personas en un conocimiento caduco, sino para dotar de conocimiento a los buscadores de un mundo mejor y a los soñadores de utopías, que son aquellos que lograrán construir ese nuevo mundo. Mucho de lo que hoy vemos, fue un día una utopía; todo lo que hoy imaginamos como utopía, podrá ser nuestra realidad del mañana.

Alicia: “Es imposible”. El Sombrerero: “Sólo si crees que lo es”. Alicia en el país de las maravillas

“—Usted, ¿qué es? —Yo soy inventor. —¿Para qué? Si ya está todo inventado.” De La vuelta al mundo en ochenta días (1873), de Julio Verne En noviembre de 2013, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, le ofreció a Evan Spiegel, de Snapchat, comprar su empresa por 3.000 millones de dólares. Spiegel, quien tenía veintitrés años de edad, le respondió que no vendía. Unos quince meses más tarde, Wall Street valoraba Snapchat en 15.000 millones de dólares.[173] Snapchat no es más que una app (aplicación). Era mucho valor para rechazarlo. Pero pudo rechazarlo porque tenía valor. Al parecer, al fundador de la red social Facebook esta negativa no le afectó demasiado. Hacia finales de 2015, Facebook ya tenía un valor bursátil superior al de la empresa más representativa del siglo pasado, General Electric; y su capitalización era equivalente a la de los bancos BBVA, Santander, el gigante textil Inditex y Telefónica, sumadas. Los nuevos conceptos de valor van evolucionando. Valor en el sentido de valentía y valor en el sentido de creación de algo necesario, cada vez más imprescindible para la gente. Como, por ejemplo, seguir evolucionando para convertirse en una especie de “internet dentro de internet”. Así, podrían ofrecer a sus usuarios todo sin que apenas necesiten salir y usar otros servicios para navegar por la red. Zuckerberg y Spiegel, al igual que Elon Musk (Tesla, SpaceX), Megan Smith (Chief Technology Officer de Estados Unidos), John Lasseter (Pixar), Ferran Adrià (El Bulli) o Anita Roddick (The Body Shop) han tenido valor para crear valor. Al igual que lo tuvo Steve Jobs, quien arriesgó para desafiar y cambiar el statu quo: “Damas y caballeros, mi nombre es Steve Jobs. Cuando fundé esta empresa, tenía un objetivo

en mente. Era hacer lo que nadie más consideraba posible. Poner el poder y la belleza de la tecnología más avanzada del mundo en las manos y hogares de gente como vosotros o como yo. Y les prometo que, después de hoy, nunca más van a mirar las computadoras de la misma manera”. Fenómenos como éstos se ven muy de vez en cuando. El 13 de marzo de 2013 éramos testigos de un fenómeno que la humanidad no veía desde hacía catorce siglos. No me refiero ni a eclipses ni a cometas. En el Vaticano, comunicaban vía Twitter que: “Habemus Papam Franciscum”.[174] Jorge Bergoglio, el papa del fin del mundo, era el primer papa no europeo elegido en 1.400 años. En el siglo XIX, Nietzsche proclamaba que “Dios ha muerto”, implantando un existencialismo que quitaba al ser humano de un lugar de idolatría y obediencia y lo proponía como hacedor, artífice y responsable de su destino. En el siglo XXI, podría decirse: “El hombre ha muerto”; como proclamaba Fromm (y también Foucault) hace más de cincuenta años. “El hombre ha muerto. ¡Viva la ‘cosa’! ¡Viva el producto!” Este dominio de “la cosa” sobre el ser humano, crea en mujeres y hombres una actitud peligrosa hacia el mundo y hacia sus semejantes, “la indiferencia”. Esa actitud de separación frente a la vida y los demás en versión real. A lo largo de su camino evolutivo, el ser humano ha ido cambiando su postura y también su mirada. El hombre antiguo miraba hacia arriba buscando a Dios, mientras que el hombre digital ha cambiado la dirección de esa mirada, ahora mira hacia abajo en dirección a su dispositivo móvil, que se ha convertido en su nuevo Dios, aquel que posee todas las respuestas y la guía que necesita para afrontar este mundo. ¿Hemos reemplazado a un Dios invisible y todopoderoso por otro con forma de smartphone? En este camino evolutivo, ¿se ha transformado el dispositivo en el centro de nuestra vida? Mucha gente puede vivir sin tener ese algo superior en lo que creer o apoyarse, pero ya casi nadie puede hacerlo sin su dispositivo móvil. ¿Cuál es la nueva “cosa”?

Es desolador ver cómo, en el día a día, la “cosa” está por encima del ser humano, y cómo lo virtual sustituye la experiencia y el contacto con lo tangible. Esta falta de conexión con “lo que es” deshumaniza y quita al hombre la posibilidad de sentir y ser empático con su entorno. ¿Cuántas personas se levantan por la mañana a mirar el móvil incluso antes de saludar a su pareja que ha dormido a su lado? ¿Cuántas personas corren a responder el WhatsApp de un amigo que vive al otro lado del mundo y hace años que no ve en vez de seguir atendiendo al relato de su hijo sobre el partido que acaba de jugar con su equipo? ¿Cómo está afectando esta nueva socialización global que están creando las nuevas tecnologías? ¿Hace al ser humano más sociable la posibilidad de tener miles de amigos en todo el mundo, infinidad de seguidores y reencuentros con personas olvidadas? ¿O son acaso estas nuevas formas de relacionarse las que están dejando cada vez más solas y deshumanizadas a tantas personas? Cuando impide o limita el estar aquí y ahora, la tecnología está quitando lo humano del hombre. Quita la experiencia con lo que antes conocíamos como “lo real”. Hoy, resulta muy controvertido ver cómo a una gran mayoría de las personas les atrae más lo “muerto” y lo “mecánico” que la vida y lo viviente, lo humano (si por “humano” entendemos lo único capaz en la creación de sentir emoción y empatía por el otro y el entorno). Únicamente el ser humano posee esa capacidad, y eso es lo que lo hace único. ¿Son las “cosas” las que empiezan a dominar al hombre? Las personas se han convertido en unas grandes consumidoras de cosas, pero han dejado de dar importancia a su faceta creadora y humana. Pero el ser humano fue creado como “creador” antes, mucho antes de ser “consumidor”. Por supuesto, las personas necesitan de lo económico para vivir, pero éste no es un fin, es sólo un medio.

El fin es el mismo ser humano: la afirmación de lo que es. Lo que hace a su especificidad humana es la realización de su vocación: crear, hacer que la vida y el mundo sean más humanos. Como lo olvidamos con frecuencia, debemos recordarlo. Ahora, el hombre es “Homo consumens” y esto lo coloca en una posición más cómoda, inactiva, a la vez que siempre insatisfecha. Lo expresa Zygmunt Bauman con meridiana claridad: “El problema no es consumir, es el deseo inacabable de seguir consumiendo”. Se olvida con frecuencia que las cosas son un medio y se han convertido en fines. Estamos ante las cosas como fin y no como medio para desarrollar el potencial creativo, para crear una vida humanamente más rica en la que el hombre “sea mucho”, y no una sociedad en donde el hombre sólo “consuma mucho”. El Homo sapiens se ha convertido (¿evolucionando?, ¿involucionando?) en el “Homo consumens”, como lo denominó Fromm en 1961. La cantante alemana Ute Lemper dijo del mundo occidental de hoy que “es un mundo muy frío. No hay nada de impacto profundo e intelectual. La gente ya no necesita ni verse, todo son chats”. Los cambios se dan con una frecuencia cada vez más veloz. Y aunque su impacto en la práctica sea más lento, estamos en medio de un proceso inabarcable en su comprensión. Y yo me pregunto: ¿Es utópico creer en la humanización de las organizaciones? La única opción para humanizar la “cosa” es humanizar primero al “creador de la cosa”. Sólo aquellos que todavía estén en contacto con lo humano podrán humanizar las marcas, y llegar así al fondo “humano” del consumidor.

“—¿Por qué todo el mundo me dice lo que tengo que hacer? ¡No! Éste es

mi sueño y yo decidiré cómo continúa.” Alicia en el país de las maravillas

Romper moldes Por ello, en este cambio de era, empieza a ser normal aquello que hasta hace poco considerábamos extraordinario. Es la consecuencia (¿lógica?) del cambio. Salvando las distancias, es como si, hace un par de décadas, hubiéramos pensado que un empresario latinoamericano se haría con el control de buques insignias del marketing norteamericano como Burger King, Heinz o Kraft. Y sucedió. El hombre más rico de Brasil, Jorge Paulo Lemann es un defensor de la comida sana, pero en los negocios su apetito cambia. En marzo de 2015, la fusión con Heinz-Kraft convirtió a Lemann en un magnate de la alimentación, y líder del tercer mayor conglomerado de comida y bebida en Estados Unidos. El magnate brasileño, extenista que compitió en Wimbledon en la década de 1960, ya es dueño de Heinz, Kraft Foods y Burger King a través de 3G Capital, su sociedad de inversión. Un chino, Jack Ma, lideró la empresa que tuvo la salida a bolsa más exitosa de los últimos años: Alibaba. Este gigante online de China superó todas las expectativas en septiembre de 2014 cuando, en su debut bursátil, en Nueva York, vio cómo su valor bursátil subía un 38 por ciento, superando en capitalización a Facebook y Amazon, con 231.000 millones de dólares.

En una sola jornada, este gigante chino del comercio electrónico, valorado inicialmente en 168.000 millones de dólares, no solo disparó su valor, sino que batió récords de colocación de acciones en una opv (oferta pública de venta), hasta los 25.000 millones de dólares, todo lo cual hizo que su capitalización superara por mucho los cerca de 200.000 millones de Facebook y, por descontado, los 151.000 millones de Amazon por esas fechas. Comparada con dos de sus grande rivales en el comercio online, Alibaba valía entonces unos 80.000 millones más que Amazon, y casi cuadruplicaba el valor bursátil de eBay.[175] Dos de las mujeres que dominan la economía mundial, una desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la otra desde la Reserva Federal estadounidense, también se animan a romper moldes. Christine Lagarde, directora gerente del FMI, comentó en una entrevista que la crisis financiera quizá jamás se hubiera producido en un mundo financiero gestionado por mujeres.[176] Por su parte, Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal, afirma con solvencia que “en las instituciones de gobierno y en la enseñanza, se necesita inspirar confianza. Para lograr credibilidad, hay que explicar con mucha claridad lo que se está haciendo y por qué”.[177] Todo se globaliza: la tecnología, el fútbol, las noticias, las marcas, el turismo y, por supuesto, la comida. Se globaliza la influencia, el poder de los mercados, el terror. Y esta globalización ha acelerado procesos que parecían impensables hasta hace poco; se han roto moldes. Cuando la India se independizó del Reino Unido el 15 de agosto de 1947, pocos se imaginaron que en menos de 67 años pondrían una misión espacial en Marte. Pero, hay que tener cuidado con todo lo que uno puede imaginar, porque puede convertirse en real; especialmente si te animas a rebelarte contra el pasado y las creencias que ya no rigen en las nuevas realidades. Un 24 de septiembre de 2014, tras un viaje de diez meses y 680 millones de kilómetros, la Agencia India de Investigación Espacial (Indian Space Research Organisation, ISRO)[178] consiguió situar un satélite en

órbita alrededor de Marte. La misma India encabeza la lista de los países del mundo con mayor proporción de personas en situación de pobreza extrema, ya que más del 30 por ciento de las personas extremadamente pobres del mundo viven en dicho país, según un informe de la ONU. El éxito de la misión de la nave Mangalyaan confirma a la India como un nuevo miembro del reducido club de las potencias espaciales. Antes que la India, sólo Estados Unidos, la antigua Unión Soviética y Europa habían conseguido llegar con éxito a Marte. También lo habían intentado Japón, en 1998, y China, en 2011, pero no lo consiguieron. Además, a diferencia de Estados Unidos y de la antigua Unión Soviética, aunque al igual que Europa, la India ha situado una nave operativa en Marte en su primer intento. La India aplicó muy bien aquella célebre frase de Indira Ghandi: “El mundo te exige resultados. No le cuentes a otros tus dolores de parto..., muéstrales al niño”. La órbita elíptica la acercará a 365 kilómetros de la superficie en su punto más bajo y la alejará a 80.000 kilómetros en el más alto. Mangalyaan se une a otras seis misiones que actualmente están operativas en Marte (cinco de la NASA y una de la Agencia Espacial Europea). Las mayores expectativas están puestas en un instrumento para analizar la presencia de metano en la atmósfera de Marte, ya que, si se llegara a detectar, podría ser un indicio de vida.[179] Con sólo días de diferencia, la sonda Maven, de la NASA, llegó a Marte, y también se situó en órbita alrededor del planeta, pero costó casi nueve veces más que Mangalyaan: 525 millones de dólares. El primer ministro de la República de la India indicó lleno de orgullo que la misión había costado menos que la película ganadora de siete premios Oscar Gravity, de Alfonso Cuarón

(que costó unos 110 millones de dólares). Como no podía ser de otra manera, la ISRO tiene bastante activo su perfil de Facebook y casi un millón de personas lo siguen. Para un país de más de 1.200 millones de habitantes, ciertamente el espacio despierta poca pasión, de momento.

“El mundo te exige resultados. No le cuentes a otros tus dolores de parto..., muéstrales al niño.” Indira Ghandi

Un argentino en el Vaticano, un brasilero en el podio empresarial del gran consumo, un chino en el kilometro cero de Wall Street, dos mujeres al comando de la economía mundial y el primer ministro de la India destacando los logros de su país en la carrera espacial. Sólo faltaba que Obama y Castro comenzaran, por fin, el deshielo tras más de cincuenta años entre sus países. Y, como hemos comentado ya, sucedió. Se materializó por fin en la VII Cumbre de las Américas, en Panamá, allá por abril de 2015. No son sólo nombres y apellidos, son personas, la cara humana del mundo. En esencia, la esencia. Para ellos, lo imposible es el fantasma de los cobardes y el refugio de los temerosos. En definitiva, para ellos, nada mejor que grabarse a fuego las palabras de Hermann Hesse al asegurar que “para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible”. Necesitamos valientes en un

mundo donde el miedo vende. Lo decía Steve Jobs: “[...] en cierto modo, la tecnología va a cambiar el mundo, en cierto modo no lo hará”. Todos somos la humanidad, y juntos nos enfrentamos a unos de los más grandes desafíos de la historia: mantenernos humanos. Resulta paradójico que, por primera vez en la historia de este planeta, el ser humano posea a la vez la tecnología necesaria para evitar su propia extinción y para provocarla. La creatividad humana apuntalada en el hambre de superación, en los descubrimientos y, sobre todo, en la ciencia, tiene razones de sobra para el optimismo, pero no sin esfuerzo. Cada escalón de aprendizaje de la escalera de la vida nos enseña que hace falta mucho valor. Una historia que también se ha nutrido de viajes que parecían imposibles, descubrimientos que desafiaban el sentido común, avances que ni la mente más brillante supo vaticinar. Por ello, a pesar de los fracasos y las discordias, a pesar de los dolores y del sufrimiento, a lo largo de los tiempos ha habido algo que ha alimentado nuestro espíritu y elevado nuestra especie por encima de su origen: la valentía del ser humano. El valor es el territorio de los valientes. Como Nelson Mandela, que, antes de partir, nos dijo: “El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino el que es capaz de dominarlo”. Hablar con hechos más que con palabras es la mejor forma de sustentar algo.

“Mil máquinas jamás podrán hacer una flor.” Grafiti mural urbano

“En los parques ya no hay niños, internet los atrapó en sus redes.” Nach (Ignacio Fornés Olmo), rapero y poeta “Vamos a ir a una cárcel”, me dijo. Se acercaban las vacaciones y el plan era visitar el país de referencia en cuanto a modelo educativo exitoso: Finlandia. “En Helsinki dormiremos en una cárcel”. En el siglo XIX, en el extremo sudeste de esta capital nórdica se erigió un recinto que ocupaba unas dos manzanas: la, por entonces, moderna prisión de Katajanokka. Hacia 1837, esta cárcel ya lucía en todo su esplendor. Para entonces, el distrito de Katajanokka era una zona alejada, pero, en la actualidad, el edificio de aquella cárcel está a pocos metros de una de las terminales marítimas más activas del norte de Europa, equidistante, hacia el este, de un puerto deportivo donde modernos yates comparten amarras con bellos veleros de madera. En la zona hay bares y restaurantes de moda. Junto al puerto, en verano, imponentes rompehielos descansan del frío y duro invierno finlandés. Como parte de una nueva era, la prisión se ubicó originalmente fuera de la ciudad. Su interior inspiró la construcción de cárceles al otro lado del Atlántico. En el film La milla verde se observa un claro ejemplo de su diseño: las pequeñas celdas, ubicadas a ambos lados de un pasillo central silencioso; y las celdas de aislamiento, en el subsuelo, lúgubres y tenebrosas. La prisión de Katajanokka podría haber sido demolida, pero no lo fue. Afortunadamente, el edificio ya no alberga la cárcel, sino que fue reconvertido en un moderno hotel; y muy singular por cierto. Indudablemente, la experiencia de parar allí valió la pena. Los sentimientos son variados al alojarse en este hotel. A la emoción

de estar en un lugar tan singular se suman las imágenes de cómo habría sido allí la vida hace décadas. Qué tipo de presos albergaría, el por qué de su reclusión, su día a día, la indudable dureza de los inviernos allí. Pensé en esta prisión como metáfora de nuestra vida moderna. Donde no estamos entre cuatro paredes, sino presos de nuestro smartphone. Estamos atrapados en su interior, y el wifi es el oxígeno que respiramos. Estamos metidos en el smartphone, todos los días, cada día, cada hora, cada minuto. En la habitación del hotel, otrora celda, los muros son verdaderamente gruesos, de casi un metro. Intentar conectarse al wifi del hotel es toda una proeza. Lo intenté denodadamente, sin éxito hasta que me dormí rendido. Al día siguiente probé en el pasillo y funcionaba perfectamente bien. A la noche siguiente, la misma escena: habitación (excelda), intentar conectarme al wifi, sin éxito. Fui a la recepción a preguntar si el wifi funcionaba mal. La recepcionista, vestida de presa de la época, con su sonrisa nórdica, me explicó que el wifi no tenía buena cobertura dentro de las habitaciones debido a los muros de 80 centímetros. “No olvide que este edificio estaba pensado para ser una prisión”, añadió. Y volvió a sonreír. Le agradecí con una mueca de frustración y volví a mi “celda”. No podría conectarme. Esta celda de gruesos muros me iba a liberar de mi cárcel móvil. Me iba a dar la libertad de no tener que estar conectado en mi habitación. Me iba a permitir hablar, leer, pensar, descansar la mente, todo lo que me cuesta hacer cuando el smartphone me interrumpe y me distrae. Dos cárceles. Una, del siglo XIX; otra, del siglo XXI. Prisiones del pasado y del presente que, en ese momento de pensamiento y desconexión, me generaron una interesante reflexión sobre nuestra vida moderna. Cuánto cuesta

conseguir la libertad, y qué poco cuesta volver a perderla.

“Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano.” George Orwell

Desde 1990, la industria tecnológica comenzó a desarrollar la norma o estándar IEEE 802.11, mejor conocida bajo la marca Wi-Fi, presente en forma comercial desde 1997. Su impacto ha excedido todas las predicciones que se hubieran imaginado por entonces. En relación con las marcas, para atraer a la gente, antes, el espacio offline ofrecía wifi. Luego, la diferencia estaba entre quienes ofrecían wifi y wifi gratis. En la actualidad, lo que marca la diferencia es la calidad y la velocidad del wifi que ofrece el hotel, el centro comercial, etc. Mañana, tener wifi será sólo un commodity. Y mientras celebramos un nuevo aniversario del wifi aparece el “Li-Fi” (“lifi”), cien veces más rápido que el wifi. Aún en proceso de desarrollo, la información llega a través de luces Led (diodo emisor de luz). Fue recientemente, en 2011, cuando el profesor Harald Haas, de la Universidad de Edimburgo, utilizó la expresión “Li-Fi” (Light Fidelity) de manera pública.[180] Mientras se sigue desarrollando el lifi, el wifi es ahora una tecnología de impacto global, y está incorporada en la vida diaria de forma tal que cualquier persona de treinta años de edad o menos espera que esté presente, como el propio aire que respira. Nuestra vida es la suma de lo que sentimos. Desde que nos

despertamos hasta que nos vamos a dormir. Incluso, en sueños. La mente nos permite recordar aquellas percepciones que son capaces de conectar emocionalmente con nosotros. Lo esencial conecta con las personas. Una nueva era implica nuevos desafíos y nuevas oportunidades. También nuevos problemas. BlackBerry, que hasta hace no mucho ofrecía uno de los servicios más seguros, fiables y eficaces de transmisión de datos, falló. Corría octubre de 2011. Con el crac tecnológico, volvió el debate sobre si la tecnología está a nuestro servicio o viceversa. La mayor parte de la humanidad era ya dependiente de la tecnología. La caída del sistema de datos de BlackBerry fue un buen ejercicio para visualizar qué pasaría en el futuro cuando las tecnologías nos dejen desconectados temporalmente del pipeline (canal) por donde fluye gran parte de nuestra vida, de nuestras relaciones, de nuestros negocios. Era la primera vez que un fallo de estas características afectaba por igual a Estados Unidos, Europa, África, Medio Oriente, la India, Brasil, Chile y Argentina. Fue interesante ver cómo estos nuevos problemas globales igualaban las inquietudes de los habitantes de países tan diversos. En este mundo hiperconectado, las marcas deben tener al menos un atisbo de respuesta para cuando se genera una crisis de esta magnitud. Esta muestra sobre las implicaciones de una eventual caída de parte del sistema debería haber servido a los gobiernos, las organizaciones y las empresas para tener en sus agendas un plan B para cuando la tecnología falla y nos sentimos desamparados. Aunque no se pudo calcular con precisión en cuánto mermó la productividad, la pérdida económica podría ser considerada anecdótica en comparación con la irreparable pérdida de tiempo. Estamos tan acostumbrados a tener integrada la tecnología en nuestro día a día, que sólo en su ausencia entendemos la relevancia que tiene. La tecnología ya es parte esencial de nuestra vida. Sin ella nos sentimos huérfanos, desterrados de la realidad. Hacia finales del año 2015, el poder judicial de Brasil bloqueó por algunas horas la

aplicación WhatsApp. Más de cien millones de usuarios se quedaron sin poder usar la popular aplicación, que está instalada en más del 90 por ciento de los teléfonos inteligentes de los brasileros. Hoy, WhatsApp es más de lo que fue ayer el BBM (BlackBerry Messenger), y no tener acceso a él es como quedarse aislado del mundo. Que nos desconecten podría verse como un alivio temporal ante el bombardeo de mensajes, pero esta necesidad de estar siempre en contacto con el exterior puede llevar a la imposibilidad de desconectarse, a la ansiedad y al estrés. Estamos “programados” para estar conectados. Ni la crisis económica o social ni las guerras han generado tantas reacciones como la que genera la desconexión involuntaria o no deseada: una cadena circular de incredulidad-desesperación-enojo-incertidumbre-odioincredulidad... Cuando hay desconexión tecnológica, la atención se vuelve hacia las cosas más importantes. El tiempo empieza a ser más tiempo. Entre asombrados y preocupados, entendemos que, a pesar de que creemos que la tecnología está a nuestro servicio, al final resulta cierto lo contrario. Por ello, una consecuencia no esperada ha sido que, en algunos casos, al desconectar del “tiempo real” de la red de redes, se genera una reconexión con otros asuntos esenciales. Sin el BBM, el WhatsApp, los correos electrónicos y el acceso a internet, desaparecen la distracción, la ansiedad y el multitasking. Por unos días recuperamos el centro. La atención vuelve a las cosas importantes. La tecnología no puede o no sabe reaccionar a tiempo. Se ajusta sobre predicciones conocidas, pero, cuando se enfrenta a escenarios inciertos o no cargados en sus programas, se bloquea. En cambio, las personas no tardan ni un minuto en buscar nuevas vías de solución. Alternativas ante el problema. La necesidad es la madre de todas las cosas. Estamos lejos del estancamiento de la tecnología, por eso estamos aún a tiempo de poder respondernos a la pregunta: ¿qué pasará si mi algoritmo se equivoca?[181] Lo mismo nos sucede con aquellas marcas que logran emocionarnos y sorprendernos, ésas que

nos hacen la vida más fácil o más feliz. Éste es un mundo marcado por la escasez de tiempo y por un ambiente de adormecimiento generalizado. Por eso, sentir comienza a ser un bien escaso. “No somos racionales de forma natural. Tenemos la posibilidad de serlo, pero mediante un tremendo esfuerzo personal y merced a un contexto social y cultural que contribuye a hacerlo posible. Somos esclavos de las emociones y del entorno. Ser racionales es posible si controlamos las emociones negativas y potenciamos las positivas”, confirma el neurólogo y catedrático António Damásio. Los consumidores necesitan recibir estímulos que los hagan capaces de eludir esa rutinaria y compleja realidad, por lo que, para las marcas, emocionar y conectar adquiere una importancia capital. En la década de 1970, un consumidor promedio recibía una media de unos mil mensajes de marca por día. En 2016, esa cifra supera los cinco mil. El inconsciente sólo retiene el 0,4 por ciento. En simultáneo, cada consulta a Google utiliza mil ordenadores y responde en 0,2 segundos. Pocos como Google han comprendido que somos ricos en información, pero pobres en tiempo. Sólo la emoción no se puede automatizar. En un año, más de 1,2 trillones de búsquedas confirman la avidez por buscar, que no es siempre, sinónimo de encontrar. Si buscan tu marca y no la encuentran, es como si tu marca no existiera (o casi). En 1999, a Google le llevaba aproximadamente un mes construir un índice de cincuenta millones de páginas web. En la actualidad, eso mismo les lleva menos de un minuto. Para el año 2020, cada segundo se añadirán 57.000 nuevas cosas al internet de las cosas (internet of things, IoT).[182] El IoT consiste en una evolución de la actual red en la que prácticamente cualquier objeto, conexión, dispositivo, dato, proceso o persona estará conectado a internet, generando la posibilidad de innumerables interacciones remotas y automatizadas todavía difíciles de imaginar en todo su potencial. John Chambers, al mando de Cisco desde hace veinte años, comenta que “recién estamos comenzando a entender el modo en que el IoT

cambiará nuestras vidas, pero una de las cosas que hará será mejorar los sistemas de salud pública, que están en crisis, tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados”, le dijo el ejecutivo a este diario. “Los monitoreos y diagnósticos remotos a pacientes y las sesiones de educación sobre cuidado de la salud, que se podrán realizar desde cualquier país, serán un gran aporte.”[183] Los modelos basados en la tecnología y la desintermediación son ciertamente más rentables y, en algunos casos, muy exitosos. Pero cuando uno va a una ciudad desconocida y, en muchos casos, culturalmente lejana, necesita del toque humano: personas que en la recepción puedan responder preguntas, aportar soluciones y ayudar a humanizar la estancia. Opino que ambos modelos pueden convivir, y no creo que el primero sea mejor que el segundo. No todos buscan intimidad o pasar desapercibidos. Mucha gente quiere interactuar con personas, y no con máquinas, hologramas o inteligencias artificiales. La vida aún no es un algoritmo, y las emociones humanas serán difícilmente reemplazables en la era de la automatización que se avecina.

“Queríamos automóviles voladores y nos dieron 140 caracteres.” Founders Fund

La tecnología, bien usada, es fantástica, pero las personas “somos mucho más que hardware y software; somos experiencias, emociones, pasiones, sueños y esperanzas”, dice el neurocientífico argentino Facundo Manes.

Los sentidos Sobre los sentidos también hay mucha literatura. Además de los cinco conocidos, quizá hay más: algunos estudios enumeran que existen seis; otros mencionan nueve; y el estudio que Rudolf Steiner presentó hace más de cien años detallaba que el ser humano no tenía ni cinco ni seis ni nueve, sino doce sentidos. Sean cuantos sean, los sentidos están aquí. Todo seguirá en permanente evolución y cambio, pero las emociones humanas seguirán sin poder automatizarse. El 80 por ciento de nuestra actividad de compra es inconsciente, y está movilizada, empujada, por los sentidos. Coincide con el casi 90 por ciento de nuestra toma de decisiones cotidianas. Las marcas que más han invertido en conectar con los sentidos (positivos) son aquellas que más están creciendo. Debemos tener en cuenta que una marca se queda instalada en nuestra memoria para siempre, cuando es capaz de hacernos vivir una situación sensorial y verdaderamente gratificante. Es algo que va más allá de la satisfacción que nos produce realizar una compra o disfrutar de un servicio. La frontera a descubrir no es la de la tecnología, sino, sobre todo, la de la psicología, la antropología y la sociología. No deja de llamarme la atención que, en varias de mis clases o conferencias, cuando pregunto al respetable público qué emociones positivas los impulsan hacia delante, la respuesta es muy variada: la felicidad, el deseo, los sueños, el amor, etc. Sin embargo, cuando les consulto sobre la emoción que los frena o los detiene, la respuesta siempre es inmediata y unánime: el miedo. Con la irrupción de las nuevas tecnologías, las marcas ya no pueden

“parecer”, tienen que “ser”. Cambió el mundo. Valores como la transparencia, la honestidad, la autenticidad y la confianza deben ser pilares estructurales de cualquier marca. Los sentidos nos afectan, de manera positiva y negativa, en toda nuestra vida. Nuestra memoria almacena cada una de nuestras vivencias. La marca dejó de ser visual hace mucho tiempo. Las marcas son cinco sentidos, o hasta los doce que propugnaba Steiner. Una sonrisa, un entorno limpio, agradable, los aromas, los sonidos, la eficacia, calidad y calidez en la atención, ayudar a encontrar fácilmente lo que el cliente busca, ofrecer una experiencia integral, sensorial, memorable e inimitable... Todo ello para ser recordados y, sobre todo, para provocar el efecto recomendación. Marketing es decirle a la gente que eres una rock star. Branding es llenar el estadio en el concierto. Este concepto de “experiencia de marca” puede aplicarse al sistema comercial “tradicional”, que cuenta con un espacio físico al que acude el consumidor. Su aplicación abarca desde centros comerciales a tiendas del centro de la ciudad, desde aeropuertos a estaciones de tren, desde museos a galerías, desde la cafetería al restaurante de moda, desde el supermercado al mercado tradicional. Todo afecta a nuestra experiencia. ¿Tu marca es una experiencia? Además, hoy surgen o se potencian nuevos canales, nuevas herramientas y plataformas de interacción que ni en los sueños más osados se soñaron hace dos décadas. El principal: internet; que, sin duda, se convertirá en el canal por excelencia para las relaciones comerciales, y que ya está asimilando este concepto muy rápidamente. El nuevo espacio online no viene a reemplazar el offline, simplemente a complementarlo, a retroalimentarlo. Novedades del futuro, hoy. El gigante Amazon logró, finalmente, la aprobación de los reguladores federales de Estados Unidos para

probar drones sólo con fines comerciales. La Administración Federal de Aviación (Federal Aviation Administration, FAA)[184] concedió la petición de Amazon para probar drones de entrega a domicilio.[185] La compañía debe mantener los vuelos a una altitud no superior a 120 metros, y a no más velocidad de 160 kilómetros por hora. No se trata de una moda “pasajera”, ni de una estrategia de “contenido”. Si la fiabilidad de los drones se confirma, el 80 por ciento de los productos del catálogo de Amazon podrían entregarse por esta vía. Un consumidor feliz, satisfecho y agradecido es un gran embajador para una marca. Por eso, para las marcas, seguir profundizando en este camino no sólo resulta estratégico, sino también necesario. Las decisiones racionales no pasaron de moda, pero, en la actualidad, apuntar a los sentimientos del consumidor con el objetivo claro de forjar lazos estrechos con la marca es una fórmula más que recomendable. Los seres humanos son muy similares y, a la vez, muy singulares. Tienen unos rasgos de comportamiento y de personalidad comunes, pero, al mismo tiempo, cada uno es único e irrepetible como consecuencia del singular proceso de desarrollo de la persona. El gran reto de las marcas es aprender a amar a sus clientes, a transformar en sentimientos y emociones positivas lo que hasta ahora era rutinario. Al final, la persona que te elige está hecha de experiencias, emociones, pasiones, sueños y esperanzas.

Del COMPORTAMIENTO al COMPROMISO. De la SIMPATÍA a la EMPATÍA. De lo EFÍMERO a lo TRASCENDENTE.

De lo DIGITAL a lo HUMANO.

“¿Te interesa saber lo mucho que te odio? Te odio de tal modo que buscaría mi perdición para destruirte conmigo.” Del film Gilda Cuando el mundo huele a podrido, se ve podrido y se oye podrido, es que está podrido. Nigeria, Kenia, Yemen, Siria, Irak, Somalia, Ucrania, Libia, Sudán del Sur... El odio a lo diferente es una constante en el mundo en que vivimos. Escudado en el miedo, el odio hacia lo diferente se extiende también a otros hemisferios. La palabra xenofobia proviene del griego xenÒj (xeno), que significa “extranjero”, y qob...a (fobia), que es “temor”. Xenofobia no es ni más ni menos que el miedo, el rechazo u odio al extranjero. Una de las formas más comunes de xenofobia es la que se ejerce en función de la raza, el llamado “racismo”. En el capítulo “Genoma” vimos cómo todos los seres humanos compartimos en un 99,99 por ciento todos los genes; y sólo existen diferencias mínimas en las secuencias genómicas, que son las que hacen única a cada persona. Entonces ¿a qué le tenemos miedo?, ¿quién es tan diferente como para temerle? Cuando el presunto cerebro de los atentados de 2015 en París, Abdelhamid Abaaoud, acribillaba a personas que sólo eran diferentes a él en un 0,01 por ciento, estaba asesinando a gente casi exactamente igual a él, genómicamente hablando. Ese 0,01 por ciento que nos hace inimitables es el que marca nuestras diferencias. Esa ínfima diferencia es la que hace que, en dos personas iguales, todo pueda ser distinto. Uno se inmola, mientras el otro lucha contra la xenofobia. Para los seres humanos, algo que científicamente tiene un valor tan pequeño es, sin embargo, lo que imprime la mayor de las diferencias, eso que lo cambia todo. Las diferencias tangibles, como el color de la piel, no son nada en comparación con las diferencias de cómo pensamos y sentimos hacia las mismas cosas.

Los atentados en París de noviembre de 2015 fueron una nueva escalada del terrorismo que hemos sufrido en los últimos treinta años. En la actualidad, la xenofobia no conoce ya de fronteras. Las fronteras de hoy en día ya no están representadas por Estados, sino por mentalidades distintas. Las luchas se manifiestan entre mentalidades diferentes, y las diferencias son profundas para la estabilidad de cualquier sistema. Los ataques terroristas en Irak, Afganistán, Pakistán, Túnez, la India, Indonesia, Siria, Yemen, Libia, Líbano, Israel, Egipto, Somalia, Kenia, Nigeria, Estados Unidos, Argentina, España, Francia, Gran Bretaña, Argelia, Marruecos o Burkina Faso demuestran que esa lucha atenta de manera directa contra una forma de vida determinada, contra una sociedad con libertades, derechos y obligaciones que están siendo amenazados. Los atentados son contra lo diferente y contra lo distinto. Ya no son de un Estado contra otro Estado, sino de grupos contra personas, contra aquellos que quieren vivir en libertad, con valores y con proyectos de futuro distintos. El nuevo terrorismo y la xenofobia van de la mano. Algunos vuelven a la teoría del “choque de civilizaciones”, pero, en realidad, no se trata de civilizaciones enfrentadas, sino de una guerra entre distintas mentalidades; entre aquellos que promueven la paz, la tolerancia, los derechos humanos y la democracia y aquellos que tienen por bandera la destrucción de todo lo que es diferente a lo que ellos promueven: la intolerancia, la violencia, el racismo, el enfrentamiento y la supresión de las libertades individuales y la dignidad humana. La Unesco identificó dos causas para explicar el resurgimiento de los movimientos xenófobos y racistas hacia el final del siglo XX.[186] La primera se relaciona con los nuevos patrones de migración que se han desarrollado como un efecto de la progresiva internacionalización del mercado de trabajo durante la era poscolonial. En varios de los países de acogida, los recién llegados son vistos como competidores para el empleo y los servicios públicos. La segunda causa que refuerza la xenofobia y el racismo, según la misma Unesco, es la

globalización. El aumento de la competencia económica entre los Estados ha llevado a reducir sus servicios en las áreas de bienestar social, educación y salud. Esta reducción afecta más particularmente a los segmentos de la población que viven en los márgenes de la sociedad. Estos grupos están a menudo en competencia directa con los inmigrantes para obtener servicios sociales y de bienestar, de modo que son el principal caldo de cultivo para las ideologías xenófobas y racistas. La investigación ha demostrado que las graves desigualdades económicas y la marginación de las personas que no pueden acceder a unas condiciones económicas y sociales básicas dan lugar a tensiones y a manifestaciones de racismo y de xenofobia. [187] Los percibidos como extraños o extranjeros, a menudo los inmigrantes, los refugiados, los solicitantes de asilo, los desplazados y los no nacionales, son los principales objetivos. Me resulta llamativo y extraño que un organismo como la Unesco ponga el énfasis en la inmigración y la globalización como causantes de la xenofobia, cuando grandes potencias como Estados Unidos o Australia han crecido y se han desarrollado gracias a ellas. Pero, lo más llamativo del informe de la Unesco es que menciona lo que sucede en los países de acogida, pero no menciona la razón de que haya tantos desplazados, refugiados o migrantes. Los países generadores de los mayores flujos migratorios son aquellos que no han invertido en su gente, ni en su progreso ni en su educación ni en su sistema de salud ni en su bienestar ni en su futuro. El mundo está lleno de conflictos que se intentan evitar sin analizar primero sus causas y sin intentar entender en qué consisten. ¿Tiene culpa Alemania de que cientos de miles de desplazados lleguen a ella? ¿No debería la Unesco poner el foco en la raíz del problema y no sólo en sus consecuencias? ¿Cuáles son los sistemas y las políticas que hacen que las personas tengan que huir de sus países? Estas circunstancias son muy importantes para la persona que migra, y se debería tener conciencia de ello. Saber quiénes son los causantes de su desesperación y de su pobreza generará una actitud abierta y agradecida hacia el país que les acoja.

Si la Unesco, con su mensaje, confunde al emigrado de que el causante de la xenofobia es su futuro país de acogida, entonces generará un resentimiento injustificado. Lo cual, a su vez, puede generar una actitud en el refugiado que puede dar lugar a situaciones de violencia que, posteriormente, condenará su anfitrión. La Unesco menciona como causas de la xenofobia las consecuencias y no la génesis de este problema global. Alemania, un país con más de ochenta millones de habitantes, vio el nacer del partido de extrema derecha Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente; en alemán, Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes), el cual apenas suma unos miles de simpatizantes. Los extremos son siempre indeseables, pero que, debido a la existencia de un grupo de extremistas despreciables, se pueda llegar a pensar que toda Alemania es xenófoba sería un error garrafal. La Universidad de Múnich ha constatado un aumento de la xenofobia en todas las crisis de tipo financiero (como la de 2008) desde el siglo XIX. Más específicamente, analizadas 800 elecciones celebradas desde 1870, en los veinte países económicamente más avanzados, estas crisis conllevan una progresión espectacular de los grupos populistas y de derecha extrema.[188] Las incertidumbres generan un temor que, en muchos casos, deriva en violencia. El amplificador en que se ha convertido internet ha dado lugar a que la xenofobia pueda extenderse también al territorio online. El Mando Conjunto de Ciberdefensa (MCCD) de las Fuerzas Armadas españolas ha constado que, en la actualidad, los grupos terroristas islámicos no sólo reclutan en Occidente a adeptos a través de internet, sino que completan también el adoctrinamiento y formación de sus seguidores a través de la red.[189] Y el impacto de ello es tan potente que ha obligado a las instituciones a tomar conciencia de la importancia del problema. Ya se reclutan más futuros terroristas a través de los medios digitales que en los lugares físicos. La preocupación ha llegado a tal nivel que el mismo Consejo de

Seguridad de la ONU instó a las empresas privadas que gestionan internet y las redes sociales, como Google, Facebook o Twitter, a que se involucren en la lucha contra el terrorismo yihadista.[190] Twitter ha condenado el uso de la red social para promocionar el terrorismo y ha anunciado el cierre de 125.000 cuentas que, desde mediados del año 2015, han sido usadas para hacer apología de acciones terroristas, en su mayoría relacionadas con los extremistas del Estado Islámico.[191] Cada vez más, los conflictos se extienden también al online, usando ataques o herramientas tecnológicas que puedan causar más daño que un explosivo o un chaleco bomba. Pero también hay un ámbito de esperanza, frágil, pero esperanza al fin. En octubre de 2015, el Cuarteto de Diálogo Nacional de Túnez recibió el Premio Nobel de la Paz por su “contribución decisiva” a la construcción de una “democracia plural” en el país después de que, en 2011, se iniciara allí la llamada Primavera Árabe. El Cuarteto, constituido en el verano de 2013, está formado por cuatro organizaciones de la sociedad civil: la central sindical Unión General de los Trabajadores Tunecinos (UGTT), la Liga Tunecina de Derechos Humanos, la Orden Tunecina de Abogados y la patronal Confederación de Industria, Comercio y Artesanía de Túnez (UTICA). Aunque fue duramente golpeado por atentados en el corazón de la economía de su país (el turismo), Túnez parece haberse levantado en contra del islamismo radical, que no busca la construcción de nada y sí la destrucción de todo. La lucha contra la xenofobia no está a la altura del problema. Tanto las empresas como los gobiernos deberían asumir esta batalla como esencial para evitar que se resquebraje el modo de vida occidental, que tuvo que atravesar años de barbaries, violencias y enfrentamientos hasta evolucionar a lo que es hoy. Y tal vez no es el sistema perfecto, pero es el menos malo de los conocidos.

“Hay que llenar el planeta de violines y guitarras en vez de tanta metralla.” Chavela Vargas

Un país sólo es libre por voluntad de espíritu colectivo, y por nadie más que por él mismo puede ser liberado. Hay malos, sin duda; y los hay en varios lugares, como en Nigeria, donde ya se supera el millón y medio de desplazados por el terrorismo yihadista, o Siria, con más de tres millones de refugiados y más de 6,5 millones de desplazados. [192] Parecería que la maldad no tiene límites. Y es en medio de esa podredumbre de unos pocos, no de la mayoría, donde vemos cómo renace el ser humano. Gente como Ruqia Hassan,[193] a la que mataron por contar la verdad sobre el Estado Islámico, y que escribió en su muro de Facebook, antes de ser asesinada: “Está bien si el Estado Islámico me captura y me mata, porque, aunque me estén cortando la cabeza, mantendré mi dignidad, y eso es mejor que vivir humillada”. En una situación en que la población está asqueada por las luchas en nombre de facciones religiosas e ideológicas o por pedazos de tierra o de sacos de riqueza que nunca llegan a la gente, emerge la solidaridad, la cooperación y el compromiso. Es una lucha que no se sabe cuando empieza, pero sí se tiene claro que sólo acabará si se termina con la xenofobia, si llegamos a la utopía de vivir en un mundo en armonía, educado en la tolerancia y a partir de una diversidad que enriquezca a la humanidad y que no la enfrente. Como aseguraba Willy Brandt: “Las barreras mentales, por lo general, perviven por más tiempo que las de hormigón”; y mi anhelo puede

resultar hasta iluso, pero, mirando por el retrovisor de la historia hacia los conflictos del siglo XX, todos coincidiremos que fueron, sin duda, tiempos peores en muchos sentidos, por no decir en todos los sentidos. En estos inicios de siglo XXI, la sensación es de que todo se nos está yendo de las manos, de que esta crisis es tan integral y tan global que no hay pedazo del mundo inmune a ella. Y es una crisis en la que no sólo destaca lo económico y lo financiero, sino un desconcierto generalizado ante la falta de propuestas, ideas y líderes para aportar soluciones. Esta crisis observa el tránsito cultural entre las fronteras y se encuentra perpleja ante la inacción de la mayoría (gobiernos, instituciones, etc.) y el aprovechamiento de unos pocos (mafias, etc.). Y creo que debemos eludir el error fundamental del que alertaba Edmund Burke cuando decía que “nadie ha cometido un error mayor que el que no hizo nada porque sólo podía hacer poco”. Todo lo poco que cada uno pueda hacer es mucho más que nada, porque valores esenciales de la vida democrática occidental ven cómo la amenaza yihadista quiere destrozar todas las reivindicaciones y derechos que tantos años y tanta sangre costaron conseguir. Es probable que el debate entre seguridad y libertad se profundice en los próximos años. ¿Cuánta libertad estamos dispuestos a sacrificar a cambio de seguridad? Esta nueva “guerra” ya no es entre Oriente y Occidente. No es entre Estados ni entre ejércitos. Es la guerra del mal contra el bien, de la insensatez contra la vida, contra la democracia y contra la libertad. Es una “guerra” que no se puede perder. Volviendo a la educación... “¿De que sirve la riqueza en los bolsillos, si hay pobreza en la cabeza?”, se pregunta ese grafiti en esa pared; mientras que Nelson Mandela afirmaba que “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Si educamos en la tolerancia y en el respeto en este mundo, entonces ¿puede la sociedad aceptar la violencia contra el más débil como algo normal? La xenofobia es un mal endémico que bebe de la falta de educación, de la falta de esperanza y de la falta de futuro.

La educación es un componente esencial en la lucha por reducir la pobreza y el desempleo juvenil, caldo de cultivo de muchos de los movimientos radicales que azotan varias de las zonas en conflicto que mencionaba. Estas nuevas guerras transforman a los niños en adultos a destiempo, en adultos prematuros. Este sacrificio no vale la pena. La educación abrirá puertas al futuro y alejará a los niños de los campos de batalla o de la explotación para llevarlos al lugar del que nunca deberían haberse alejado: las aulas. No es sólo una cuestión económica, sino también mental. La razón económica, para muchos, es no conseguir trabajo, y la mental es que, en un mundo globalizado, existe el miedo de que gente de otros países les quiten el trabajo, les roben sus ideas. Empieza a reaparecer una especie de desconfianza entre el mundo que se supone hambriento y el mundo que está satisfecho. El frágil lo sufre, mientras los desalmados se aprovechan y una gran mayoría mira para otro lado. La fragilidad, sin embargo, es la forma más morfológica de determinar el ser esencial del ser humano. La sociedad crea guerreros, soldados, que al final del día lloran y se retuercen. Se conectan desde su soledad. Desde ese inmenso abismo que es la conciencia del ser frágil. El reflejo del deseo de no estar solos es la confirmación de que, a partir de saberlo, se está solo. Se es a partir de la memoria. Se es a partir de vivir lo que se siente. Se siente porque uno es humano. Y de la misma raíz nace la fragilidad de sentirse expuesto a los sentidos. Muchas veces, la realidad que se crea no coincide con lo que uno cree que es. Muchos analistas atribuyen el auge del fanatismo a lo económico, y hablan de guerras comerciales y meramente mercantiles, en las que la ideología tiene forma de dinero; en ese caso, decía el artista Facundo Cabral, “si los malos supieran qué buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio”. En esta dinámica de anacronismos permanentes, de avances y retrocesos, todos somos más o menos conscientes de las transformaciones que estamos atravesando y de los increíbles avances de los que estamos sacando

provecho en varios campos, como la medicina, la ciencia, las comunicaciones, el transporte, y tantos etcéteras.

“Las barreras mentales, por lo general, perviven por más tiempo que las de hormigón.” Willy Brandt

“Buscaba por todas partes —escribió Frédéric Beigbeder—, quién tenía el poder de cambiar el mundo, hasta el día en que me di cuenta de que quizá era yo.” El mundo sigue cambiando. Las personas deben saber que el deseo de cambiar el mundo es el primer paso para conseguirlo. Para ello, necesitan de líderes cuya visión de futuro ayude a transformar lo insignificante en significado. Lo pequeño, en grande. Lo complejo, en simple. Para las personas, equivocarse en este nuevo territorio digital es una posibilidad quizá inevitable. El secreto está en lo que se aprende de esa equivocación. En este sentido, quien busque mejorar el mundo en que vivimos — entendiendo por mundo lo que mencionábamos en la introducción—, debe intentar contribuir de manera considerable al acercamiento de las personas, más allá de su origen, de su color de piel o de la lengua que hablen. Que entre todos, con nuestros pequeños (grandes) gestos, acciones e iniciativas podamos garantizar el diálogo y el

civismo que asegure un legado para generaciones futuras. El ser humano no ha modificado aún de manera significativa su manera de relacionarse con su entorno, pero sí lo hará. Aunque debería también modificar su forma de relacionarse con sus iguales por ello mismo; la educación y la cultura son elementos esenciales para un verdadero desarrollo del individuo y de la sociedad. Tratando de comprender el peso de la educación y de la cultura en la resolución de los conflictos o, mejor dicho, en la prevención de ellos, fui directamente a ver qué dice la Unesco sobre la cultura: [...] la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.[194]

Entonces, cuando hablemos de cultura y de su riqueza (que se basa en su diversidad), entenderemos el alto valor que representa tanto para el desarrollo como para la cohesión social y la paz. También la vislumbraremos como fuerza motriz del desarrollo, no sólo en lo que respecta al crecimiento económico de un pueblo, un país o una región, sino como medio de tener una vida más enriquecedora; y como herramienta para evitar el flagelo de la xenofobia. La diversidad cultural se considera “patrimonio cultural de la humanidad” desde el año 2001.[195] La diversidad cultural, lo diferente, es, sin duda, aquello que abre la mente y el corazón. El

temor a lo distinto levanta muros y barreras. La gente teme a lo diferente, cuando, en realidad, en lo diferente está la posibilidad de aprender y crecer, como personas y como sociedad. Jean-Marie Gustave Le Clézio, Premio Nobel de Literatura en 2008, escribió que “sería muy bueno que le diéramos importancia a la filosofía, a la poesía y a la cultura general. Lo único que debemos preguntarnos es: ¿qué cultura? Porque en Europa hay una cultura oficial, la cultura nacional, un nacionalismo en la cultura, pero creo que la cultura es algo más amplio que sobrepasa las fronteras. La oportunidad que tenemos ahora es la facilidad con que las ideas y los movimientos de pensamiento atraviesa las fronteras. La gente no, pero las ideas sí. Y, si las ideas pasan, podemos tener la ilusión de que un día las personas también pueden pasar”. “No hay nada que pueda ser definido como cultura occidental, oriental, africana o latinoamericana, éstas son ilusiones”, apunta Le Clézio. Para este autor, “la cultura no es un hectoplasma, pero sí una figura que está moviéndose todo el tiempo, transformándose, es una forma elíptica de la mente. Nunca es acabada, nunca es cerrada, pero cuando oigo mencionar la cultura occidental y oriental me pregunto dónde están los límites. Yo no creo que haya fronteras entre culturas, porque son permeables. No debemos tener miedo a lo que no conocemos, sino abrirnos a las influencias”.[196] Refuerza esta visión Zygmunt Bauman cuando expresa que “hoy, toda sociedad es una colección de diásporas”.[197] Vivimos confundidos porque la violencia se disfraza de cinismo, el amor se camufla con diferentes intereses, las relaciones vacías intentan llenar un vacío que ya está lleno de vacío. Entonces, la sociedad disimula el vacío que ofrece el abismo de la fragilidad, premiando al fuerte y postergando al sensible. Pero la paradoja reside ahí, en que el fuerte es frágil y el frágil fuerte.

Y así evoluciona el ciclo social. Avanzando hacia un territorio insensible que se llena de violencia, que (¿sin querer?) fluye entre la gente, creciendo de manera autónoma y anónima, silenciosamente. Es en esa ciudad sin nombre, en ese barrio sin voz, en esa guerra donde nadie gana o entre esa gente disfrazada de guerreros y soldados donde lo frágil rompe el silencio, levanta la voz de los silenciosos y crea un nuevo paradigma: el de los sentidos y los sentimientos, el de la forma morfológica más afín a la esencia humana. Porque ser frágil es una capacidad. La capacidad innata de sentir y de ser humano. Para cierre de este capítulo, me vino como anillo al dedo esta reflexión atemporal de John Lennon: “Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica a plena luz del día”.

Nota: el texto siguiente puede herir su sensibilidad; si prefiere seguir ignorando algunas de las cuestiones más inhumanas del mundo, salte a la página siguiente. Mientras nosotros estamos involucrados en que el hombre siga progresando en su evolución tanto tecnológica como humana, existe otra realidad en el mismo mundo dirigida por personas que se niegan a evolucionar hacia un mundo más humano. Se trata de personas que prefieren ignorar el progreso para seguir beneficiándose de conductas y hábitos impropios de este nuevo siglo. Son esas personas que entienden el trato ilegal como legal y que se aprovechan de los niños usando vacíos legales y morales en otras partes del mundo donde los menores apenas sobreviven y se convierten en soldados o trabajadores sin siquiera haber cumplido catorce años de edad. Según un informe de Save the Children,[198] hay más de doscientos millones de niños y niñas de entre cinco y diecisiete años de edad que trabajan, de los cuales, más de la mitad realizan trabajos peligrosos. De ellos,

más de ocho millones como esclavos. El informe recoge ocho formas de esclavitud infantil que destruyen de forma horrible la infancia de millones de niños en todo el mundo: Trata infantil. Cada año, 1,2 millones de menores son víctimas del tráfico infantil. Explotación sexual con fines comerciales. Unos 1,8 millones de menores en todo el mundo son objeto de explotación sexual. Trabajo infantil forzoso por endeudamiento o trabajo forzoso en las minas. Los niños constituyen más de un tercio del total de la mano de obra. Trabajo forzoso en la agricultura. Unos 132 millones de niños y niñas menores de quince años trabajan en labores agropecuarias. Niños soldados. Unos 300.000 niños y niñas menores de quince años están relacionados de algún modo con las fuerzas armadas. Matrimonio infantil forzoso. Unos catorce millones de niñas adolescentes dan a luz cada año, y unos cien millones de niñas contraerán matrimonio antes de cumplir los dieciocho años de edad durante la próxima década. Esclavitud doméstica. Los menores que son trabajadores domésticos, en su mayoría niñas, sufren castigos extremos como golpes con planchas ardiendo, flagelaciones y quemaduras con agua hirviendo en sus cuerpos. “Se trata de que, una vez más, el hombre se ha perdido. Porque no es cosa nueva ni accidental. El hombre se ha perdido muchas veces y a lo largo de la historia —más aún, es constitutivo del

hombre, a diferencia de todos los demás seres, ser capaz de perderse, de perderse en la selva del existir, dentro de sí mismo, y, gracias a esa atroz sensación de perdimiento, reobrar enérgicamente para volver a encontrarse...”,[199] decía José Ortega y Gasset en El hombre y la gente. Que el despertar de la conciencia humana haga que estos anacronismos desaparezcan, y que lo humano no sólo sea reconocido en el online, sino, y sobre todo, en el offline. Que despertemos de la anestesia y que volvamos a encontrarnos.

Los mayas expresaban el concepto de unidad en su saludo diario. El que comenzaba el saludo decía in lak’ech, que significaba “yo soy otro tú”. El saludado correspondía al saludo con un hala ken, que equivalía a “tú eres otro yo”, poniendo así de manifiesto la conexión que existe entre cada uno de ellos.[200] Todos somos ellos, y nosotros decidimos qué tipo de unión transmitir. Volar ofrece la perspectiva de ver lo pequeño que es el mundo y lo cerca que parece estar todo. Mientras escribo estas palabras, me encuentro volando a 33.000 pies de altura, viendo el océano Atlántico que baña las costas del norte de África. El mar parece un gran espejo dorado. Tengo que arrugar la sien y achinar los ojos para poder apreciarlo por la ventanilla. El Airbus vuela paralelo a la costa africana, siguiendo una perfecta línea imaginaria que dibuja la costa marroquí. Hace unos instantes dejábamos a nuestra derecha las playas de Tarifa y el golfo de Cádiz, y se apreciaba cómo el sur de España y el norte de África casi lograban tocarse. Apenas un espacio mínimo los separaba. Esta imagen me resultaba inspiradora. Dos continentes casi unidos y, a la vez, tan lejanos el uno del otro. Desde aquí arriba puedo ver Tánger, con su puerto, tan mediterráneo, la ciudad que hace años albergó a mi abuelo. Desde acá se la ve pequeña, coqueta, cercana, como una península que se estira queriendo unirse a la Europa que ve desde la otra orilla. El vuelo es un deleite para los sentidos. El sol proyectado en el mar produce una alquimia que genera estos tonos dorados. Los rayos se cuelan a través de las ventanas hasta el interior de la cabina de

pasajeros, haciendo que el sol nos acaricie. Por un instante me olvido que estoy en un viaje de trabajo al corazón del África negra. Vamos metiéndonos en el continente y diviso caminos, algunos pequeños pueblos y, de fondo, el océano, que va dando la bienvenida al sol. Estar en África me emociona. Hace 48 horas terminaba mis quehaceres en Helsinki; de ahí, a Madrid; y ahora, rumbo a Dakar. Hay algo en mis raíces que son de aquí. Un cuarto de mí es africano; otro cuarto, argentino; y la mitad, europeo. Mis cuatro abuelos escaparon en busca de una tierra de paz. Eso es algo que me parece muy lejano, pero que vuelve a estar muy vigente. África es un continente castigado, que se desangra por un lado y rebosa de esperanza y futuro por otro. Uno se siente pequeño ante la diversidad que encuentra en el planeta, y toma conciencia de lo importante que son los encuentros y el progreso que pueden generar. Mientras el sol se funde en su encuentro con el mar, allá a lo lejos, fantaseo un encuentro similar entre Europa y África. Cada uno proyectando su riqueza sobre el otro, e imagino ese futuro del “Y” que genere una evolución necesaria y enriquecedora entre los pueblos. Éste es el “Y” al que me refiero, la gran necesidad que tenemos en esta era de unir lo dividido y de generar un crecimiento colectivo.

“El vínculo más básico que tenemos en común es que todos vivimos en este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire, todos

valoramos el futuro de nuestros hijos y todos somos mortales.” John Fitzgerald Kennedy

El océano Atlántico es mi orilla. Es la orilla de mi historia. Mis abuelos lo cruzaron de este a oeste hace casi un siglo. A nosotros, sus nietos, nos tocó hacer el viaje inverso. Son dos orillas que empapan mi vida, al este y al oeste, que me conectan con el volver a comenzar, el empezar de nuevo. El redescubrir un nuevo mundo. Las marcas están buscando lealtad y fidelidad más allá de la razón. Pero, para alcanzar ese summum, hay que transitar el camino que va de la emoción a la transformación. Algunos podrán pensar que eso es una redundancia, pero no lo es. La emoción que no transforma no tiene la fuerza de cambiar el mundo. Eso ocurre cuando la emoción genera una acción: un cambio, un movimiento, una nueva actitud. No tiene sentido hacer sentir, sino transformar. Páginas de citas por internet. Páginas de trampas por internet. Páginas de captación de terroristas. Páginas para timar. “La desorientación del mundo actual —afirma el sociólogo Alain Touraine —, parte de la separación entre el mundo técnico, científico y político de la lógica del interior del hombre, de sus valores, de su imaginación.” En la película Metrópolis de 1927,[201] el primer film considerado Memoria del Mundo por la Unesco, los obreros viven en un gueto subterráneo donde se encuentra el corazón industrial con la prohibición de salir al mundo exterior. Incitados por un robot, se rebelan contra la clase intelectual que tiene el poder, amenazando con destruir la ciudad que se encuentra en la superficie, pero otras

personas intentarán evitar la destrucción apelando a los sentimientos y al amor. En 1927, el futuro lejano era dentro de cien años, esto es, dentro de diez años para nosotros: 2026. Si llevamos a hoy la visión de Metrópolis, el futuro ha sido mucho mejor que lo que se imaginaron que sería. La tecnología ha venido para mejorar las cosas y ayudarnos a progresar. La esencia de los avances tecnológicos escindida de lo humano está destinada a estancarse o desaparecer. Pero, si podemos conducir los progresos tecnológicos hacia un humanocentrismo, la evolución no conocerá limites. Las nuevas tecnologías bien utilizadas son una bendición para el progreso de la sociedad. Las contribuciones a ámbitos tan esenciales para el progreso humano como la medicina, la salud, la ciencia, la educación, la física, lo urbano y tantos otros más son simplemente fabulosos. Apenas el 10 por ciento de nuestras interacciones sociales sucede en estas fechas online. Pero, en más del 50 por ciento de nuestras conversaciones, internet y su ecosistema están presentes. Los políticos habilitan números de WhatsApp para “¿escuchar?” y “¿dialogar?” con sus potenciales votantes. Geolocalización, redes sociales, big data, algoritmos, realidad aumentada..., pero, sobre todo, calor humano y sensibilidad por la persona que lo utilizará. “¿Cuáles son los otros problemas que, probablemente, afectan más al futuro de la humanidad?”, se preguntó Elon Musk. “No desde el punto de vista de ‘cuál es la mejor manera de hacer dinero’, que está bien, pero, realmente ¿qué pienso que va a afectar más al futuro de la humanidad?”[202] Creo que cada lugar distinto que ocupamos en el mundo forma parte de un gran equilibrio. Cada uno, desde su trabajo y desde el lugar en que lo ejerce, aporta algo y construye una parte de algo más grande. Es por eso que todos y cada uno de nosotros somos un engranaje en una obra que construimos entre todos. El concepto de “Humanoffon” tiene mucho que ver con la unión que esta época nos exige. Somos parte de un mundo global, y somos

conscientes de que lo habitamos; un mundo en el que todas las distancias han desaparecido. Y somos conscientes de que, junto a las ventajas que esto nos ha aportado, también ha desvelado las grandes diferencias que nos distancian de otras mentalidades y de otras formas de vida, de culturas y sociedades que, en otras épocas, no hubiéramos sido capaces de conocer de la manera en que podemos hacerlo hoy. Cuando digo que es el momento de unir, me refiero a que ya hemos dividido bastante; y es en esta observación y en esta consciencia de donde nace la urgencia de este nuevo proceso de unir aquello que se encuentra dividido. Volver a unirlo todo en este nuevo proceso de conectar implica una gran habilidad distinta, porque debemos encontrar una empatía entre todas las partes, una que sea capaz de crear algo nuevo. A menudo, buscar, investigar, explorar, observar y descubrir pide hurgar en los recovecos más profundo del alma, viajar en el túnel del tiempo emocional para encontrarse con tus otros yo. Algunos encuentros serán más agradables que otros. ¿Cuántos yos hemos sido a lo largo de nuestra vida? ¿Cuántos yos somos a lo largo de un mismo día? El yo papá, el yo esposo, el yo amigo, el yo profesor, el yo jefe, el yo cliente, y el yo-yo. Un yo que da lugar a un nosotros. Somos, como escribió Girondo, un cóctel de personalidades. Mezclarnos nos enriquece; sacudirnos los prejuicios y los temores abre la puerta del alma para abrazar lo diferente, lo distinto de cada uno y lo de todos. A través de la empatía, busco esa manera en que todas las cosas divididas puedan ser conectadas de una forma positiva y amigable entre sí. Necesito que esa empatía me lleve directamente a la creación de un concepto que una todas las partes. Podría decirse que estos dos movimientos (el de conocerse desmenuzándolo todo y el de unirlo todo otra vez a los demás) generan la posibilidad de que surja algo nuevo. Creo que todos somos parte en la construcción de este mundo global, que necesita ser para todos e incluir a cada uno. Y para que en ese todo se incluyan todas las partes, ya sea en un nuevo modelo de sociedad o en una nueva versión del mundo, hace falta que nos refleje a todos.

Cada uno, desde su trabajo y desde su lugar, debe contribuir a construir este siglo del “Y” que logre sustituir al siglo del “0” del que venimos. Hemos conseguido unir lo invisible con lo visible, el online con el offline, lo intangible con lo tangible, el silencio con los sonidos, la razón con la emoción, el conocimiento con el vacío, la tecnología con la persona. El resultado puede ser bueno o malo, según quién lo mire. Pero lo que sí podremos garantizar es que, sin duda, será nuevo. Bernard Roth, profesor de ingeniería de la Universidad de Stanford y director académico del Instituto Hasso Plattner de Diseño (el d.school de la Universidad de Stanford), escribió en su libro The achievement habit [203] que “cambiar algunos hábitos lingüísticos pueden ayudarte a tener más éxito”. Entre esos hábitos menciona el de cambiar el “pero” por “y”. La forma de hablar no solo afecta a la manera en que los demás te perciben, sino que también tiene el potencial para incidir en tu comportamiento. Es probable que en alguna ocasión te sientas tentado de decir: “quiero ir al cine, ‘pero’ tengo que trabajar”. En su lugar, Roth sugiere que digas: “quiero ir al cine, ‘y’ tengo que trabajar”. “Cuando utilizas la palabra ‘pero’ creas un conflicto, a veces una razón, que en realidad no existe.” En otras palabras, es posible ir al cine y también hacer tu trabajo, solo tienes que encontrar una solución. En cambio, cuando utilizas la palabra “y”, “estás obligando a tu cerebro a procesar ambas partes de la frase”, explica Roth. Quizá veas una película más corta o, tal vez, delegues parte de tu trabajo. La idea del “Y” bebe de la intersección de pensamiento y acción. Lo describió magistralmente José Ortega y Gasset cuando escribió, en El hombre y la gente, que “no hay, pues, acción auténtica si no hay pensamiento, y no hay auténtico pensamiento si éste no va debidamente referido a la acción y virilizado por su relación con ésta”.

El ser humano siempre quiere aprender y saber, y eso forma parte de lo que somos. El hombre siempre ha temido lo que no conoce. Tuvo miedo del relámpago y del trueno hasta que llegó el conocimiento y supo que eran fenómenos naturales. Hoy hay fenómenos sociales que se resisten a nuestra comprensión. Los hombres se esfuerzan por averiguar las causas de estos fenómenos que arrojan tanto zozobra como esperanza sobre el futuro. Esa voluntad de querer saber más nos ha empujado a lo largo de los años a evolucionar y descubrir, a través de la ciencia, la filosofía, la historia, la educación, la sociología y, sobre todo, del librepensamiento.

“El futuro no está marcado. No hay más destino que el que construimos para nosotros.” Terminator 2

Nos encontramos en un momento en que mucha gente está buscando instrumentos de análisis o herramientas que le ayuden a la comprensión de lo que nos está pasando. Nuestro presente genera mucha incertidumbre porque estamos en la intersección de abrazar definitivamente lo digital sin relegar lo humano, y esto nos invita a pensar y repensar lo que queremos ser y hacia qué tipo de destino nos dirigimos. La necesidad que tenemos de saber qué nos pasa, cómo estamos y por qué hay una crisis tan profunda como ésta es lo que podría transformar el problema en oportunidad. Cada vez hay más voces que están alertando de la ocasión que desperdiciaríamos si no prestamos suficiente atención al tipo de sociedad anestesiada

que creamos y cómo podríamos cambiarla. Muchas de las preguntas que se hace la ciencia son profundamente filosóficas: ¿qué es el tiempo?, ¿qué es la vida?, ¿qué es la conciencia? Los filósofos se han hecho muchas preguntas desde hace más de dos mil años. Pero debe haber ciertas preguntas nuevas que no se han hecho: ¿qué es la verdad?, ¿qué es lo real?, ¿qué es internet? Lo bueno es que lo desconocido también puede ser una gran aliado del progreso. Entre otras disciplinas, la ciencia, la filosofía, la sociología y la antropología están ayudando a que despertemos y a que entendamos un poco más lo que nos pasa. Explorar un territorio virgen demanda un esfuerzo intelectual, emocional y actitudinal coordinado. La necesidad humana de descubrir, de preguntar y de crear ha estado presente desde siempre. La aparición de los genios está más cerca de los curiosos que de los estudiosos. “Un genio —decía el genial Ernesto Sabato—, es alguien que descubre que la piedra que cae y la luna que no cae representan un solo y mismo fenómeno.” El querer saber se ha presentado como acto de rebeldía ante el statu quo. ¿Por qué la luna es blanca? ¿Por qué una manzana cae del árbol y un pájaro no? ¿Dónde van todos los emails eliminados? ¿Por qué el planeta se llama Tierra y no Océano? Quiero saber dónde nace el horizonte. El camino hacia el futuro que deseamos pasa por el valor de perseguir el conocimiento y el aprendizaje; y alcanzarlos. Las cosas llevan su tiempo. Nada nace y se comprende con rapidez. Al ser humano le lleva toda una vida comprender el sentido de la misma. José Ingenieros recalcaba esto en El hombre mediocre cuando mencionó que en “el proceso de desarrollo de un genio se necesita mucho tiempo, y no para que éste cree sus obras, sino para que éstas puedan ser reconocidas”. El nuevo escenario será el de la colaboración y las alianzas. La unidad como motor del cambio. La unión que se sintetiza en esa letra “Y” que lo conecta todo. Las divisiones del pasado no han generado avances, sino más bien lo contrario. Sin embargo, cuando las personas unen sus conocimientos, sus talentos, sus esfuerzos, cuando se integran y se unen, nace una fuerza prodigiosa que

empuja el mundo hacia delante. Hace más de trescientos años, René Descartes advertía que “ser portador de nuevas ideas es un camino de soledad”; y Hannah Arendt afirmaba, tres siglos después, que “los hombres, aunque han de morir, no nacieron para morir, sino para innovar”. Innovar era entonces un camino de soledad, pero, en este siglo XXI, el siglo del “Y”, la colaboración, la cooperación y la cocreación replantean dicho concepto cartesiano. Hoy se puede avanzar y construir en conjunto, donde la suma es siempre más potente que las divisiones.

“Los jóvenes de hoy no parecen tener respeto alguno por el pasado ni esperanza alguna para el porvenir.”[204] Esta cita, que tiene más de 2.385 años, se le atribuye a Hipócrates, médico y maestro “Llegará un día en que nuestros hijos, llenos de vergüenza, recordarán estos días extraños en los que la honestidad más simple era calificada de coraje.” Evgeny Evtushenko Los cambios que estamos observando se producen en el contexto de una transformación mucho más amplia y profunda. Se dan en el contexto del paso de una economía industrial a otra digital, con la información y la confianza como divisas más importantes. Tras muchos meses de lecturas sobre el tema, volví a llegar a la conclusión de que no tiene sentido obsesionarse pensando en las oscuras posibilidades de las nuevas tecnologías en nuestras vidas, sino todo lo contrario. Porque la realidad es que no hay manera de predecir sus eventuales desvíos del camino trazado. Los robots no se han adueñado del mundo —aún—, pero ha habido veces en las que ha parecido que ésa era la dirección en la que nos movíamos. Ha habido señales de que las máquinas pronto se encargarán del trabajo manual que actualmente requiere habilidades humanas. Pero, a pesar de que los robots aún son inferiores a los seres humanos en muchos sentidos, la tecnología subyacente está mejorando rápidamente. Los investigadores están desarrollando nuevas vías para que los robots aprendan, y también vías para que puedan compartir la información que van adquiriendo, lo cual ayudaría a

acelerar el proceso aún más. No sorprende, entonces, que los robots estén apareciendo en todo tipo de nuevos marcos comerciales, desde empleados de tiendas que dan la bienvenida, hasta vendedores, auxiliares sanitarios, conserjes de hotel y también policías o soldados. Es posible que, ante un panorama en que los conflictos armados pasen a un segundo plano, se planteen dudas en relación con el futuro de las máquinas en dichos conflictos. Sería interesante poder conocer o prever cuáles serían los principios éticos o los códigos de conducta que cada país aplicará. ¿Serán los mismos para Estados Unidos que para Rusia? ¿Serán los mismos a escala global? ¿Existirá un equivalente a los Convenios de Ginebra[205] para las máquinas? “El progreso siempre llega tarde”, decía el entrañable Alfredo en la película Cinema Paradiso. A veces llega tarde, pero nunca antes de tiempo. Recordando la Europa de la posguerra y comparándola con esta Europa digital, vemos cómo los avances del progreso nos han llevado a desarrollos sociales, económicos, políticos y culturales inimaginables por entonces. En siete décadas nos hemos convertido en una sociedad diferente. Ciertamente hay aspectos más discutibles que otros sobre los beneficios y las amenazas del progreso, pero lo que indudablemente es indiscutible es que el progreso llega, aunque no se lo busque. Porque es parte del ADN humano, es inherente al hombre. Hoy en día, todos esperamos un acceso inmediato a todo. Vivimos de un consumo imaginario que queremos materializar al instante. Consumo de reconocimiento, de compañía, de mensajes, de likes, de menciones, productos, de experiencias. Con las nuevas tecnologías hemos construido un mundo virtual con el que nos relacionamos —y en el que nos relacionamos— cada vez más tiempo. El consumismo se ha trasladado de lo material a las relaciones, cada vez más efímeras. Se consume tiempo y recursos en una carrera alocada

contra lo que asumíamos como el ritmo natural de las cosas. Con lo digital, las personas nos hemos creado un imaginario en el que todo está al alcance de la mano, pero vamos a tener que empezar a aceptar que, si bien se tarda menos en hacer subir la adrenalina, se tarda más en satisfacer un deseo. Si podemos lograr que se despierte la conciencia anestesiada del hombre online, conseguiremos darle a lo importante su valor real. La cultura del aquí y del ahora, en la que lo inmediato domina nuestra vida, se expande cada vez más. Esta instantaneidad parece hacer más felices a algunos, y ayuda a que el miedo a pensar, profundizar y reflexionar quede socavado para la mayoría. Todo se quiere para ahora, para ya. Lo instantáneo es como una inyección de adrenalina que levanta la moral fugazmente para después empujar el ánimo al arcón de la melancolía. La urgencia domina el resto de los ámbitos de la vida moderna. El autor de La isla del tesoro, Robert Louis Stevenson, dijo que “tanta urgencia tenemos por hacer cosas que olvidamos lo único importante: vivir”. Olvidamos que vivir es el verdadero “tesoro”. Vivir en el sentido más amplio, no solo respirar, comer, navegar por internet y por las apps y dormir. La cultura de la impaciencia ha puesto a nuestra generación frente a la exigencia de obtener resultados cada vez a más corto plazo. Conceptos como el de paciencia parecen esfumarse de nuestra conducta, y el correr rápido, como si todos fuesen Usain Bolt, es la norma. Aunque la paciencia se consideraba una virtud antiguamente, en el léxico moderno las palabras “ansiedad”, “estrés” y “frustración” vienen muy por delante. Tal como decía hace un siglo el escritor G. K. Chesterton, autor de El hombre eterno, “el problema de las prisas es que, al final, nos hacen perder mucho tiempo”. Tal vez llegando más deprisa a lo inmediato demoramos o esquivamos nuestra posibilidad de vivir plenamente.

“Siempre he creído que, si bien el hombre esperanzado en la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde.” Albert Camus

Son profundos los cambios psicológicos que internet nos está provocando, y tales cambios urgen a buscar un sentido existencial a la tecnología, sin dejarnos arrastrar por su velocidad y sus necesidades. Más bien son las necesidades humanas las que deberían imponerse. Nuestro umbral de tolerancia ya no se refiere al dolor, sino al tiempo; a la prisa o, precisamente, a la falta de ella. Esta velocidad desbocada está impactando de lleno en los hogares, en las relaciones intrafamiliares y en la educación, por no hablar de los ámbitos de trabajo y productividad, donde hacer algo “rápido” sigue estando mejor visto que hacerlo “bien”. La pasión por lo instantáneo explica también el auge de las apps de mensajería instantánea. El teléfono móvil es el centro de nuestro sistema vital. En la actualidad nos planteamos si nuestros padres se equivocaron en imaginar el futuro que protagonizamos hoy.

El rol central y protagónico de los teléfonos inteligentes está configurando un entorno extraño, que por un lado acerca y por el otro aleja a las personas. Esta realidad bendice la penetración de la telefonía móvil en los países en desarrollo, ya que está contribuyendo a que millones de personas de regiones donde no se tiene acceso a los libros en papel puedan leer, [206] especialmente en África, Asia y América Latina. Otra realidad que nos sopapea el rostro es que, en promedio, consultamos o accionamos el smartphone una media de 253 veces al día, lo cual equivale a pasar algo más de dos horas diarias concentrados en el dispositivo.[207] Es innegable el poder que ofrecen los teléfonos inteligentes cuando se los utiliza con inteligencia. Probablemente, el smartphone es el “arma de comunicación masiva” más potente que jamás tuvo en sus manos el hombre. Pero, la gran mayoría no lo usa de esa manera, y el dispositivo se transforma en un “arma de distracción masiva”, cosa que impide a la mayoría de los usuarios darle un uso más eficaz. “Nunca hemos llevado en nuestra persona una herramienta que cautiva tan insistentemente nuestro sentido y divide nuestra atención.” Son palabras de Nicholas Carr en su libro Atrapados. Carr, que es una más de las muchas voces que alertan sobre este nuevo fenómeno que llevamos encima, añade: “[...] el smartphone nos exilia del aquí y del ahora. Perdemos el poder de la presencia”. Dado que la influencia del teléfono inteligente es una realidad innegable, nuestro desafío consiste en entender este impacto y en redirigir el uso y la aplicación de esta y otras nuevas tecnologías para que el futuro que le toque a nuestros hijos y nietos sea, además de tecnológico, más humano.[208] Tras años de confusión, hoy tenemos por fin claro que Alexander Graham Bell no fue el inventor de ese maravilloso aparato llamado

teléfono —aunque fue el primero en patentarlo, en 1876—, sino que fue el científico italiano Antonio Meucci. ¿Qué habría dicho el florentino Meucci en 1854, cuando inventó el teléfono, si hubiera sabido que su descubrimiento acabaría siendo el instrumento más influyente del futuro? Ya hay conciencias despertando de la anestesia y que se preguntan por qué estamos viviendo de esta manera y qué beneficios obtenemos con ello. Pasamos de la época del éxito ansiado a la era de la ansiedad del éxito. Esta ansiedad tan extendida y generalizada atrapa a adultos, jóvenes y niños, sin discriminación de edad. Queda poco espacio para la reflexión y el sosiego, y ver a un niño aburrido es lo más cercano a una catástrofe, cuando el aburrimiento solía ser aquel lugar donde surgían las ideas, las dudas y las inquietudes. Hoy pareciera que solo hay espacio para la urgencia y lo instantáneo. No hay duda del gran impacto que lo digital ha supuesto para nuestro modo de vida, y que esto está imprimiendo un giro radical en el mundo. “Ha de haber algo más en la vida que tenerlo todo”, señaló el ilustrador y escritor de literatura infantil Maurice Bernard Sendak. Lo banal, lo frívolo y lo inmediato están teniendo una gran repercusión en la sociedad de la era digital. En una sociedad moralmente desorientada, la crisis de modelos y de valores que se asienta cada día más nos empujará a vernos frente al espejo para confirmar si somos capaces de identificar nuestras verdaderas prioridades y recuperar lo esencial que se nos había desvanecido en nuestra intensa carrera hacia la incertidumbre. Quizá haya llegado el momento de diseñar un nuevo horizonte. Si no somos capaces de hacerlo por nosotros, al menos hagámoslo por nuestros hijos. Los hijos de lo digital nacieron entre finales del siglo XX y la primera década del siglo XXI, y hoy tienen entre seis y dieciséis años de edad. La tecnología es, para la mayoría de ellos, parte central de su vida y casi una extensión de su propio cuerpo. Son la “generación Z”, la primera nacida ciento por ciento en la era digital.

¿Estaremos ante la primer generación tecnodependiente, a la que le costará vivir desconectada? La generación Z son, en su mayoría, hijos de la “generación X”, los que nacimos entre 1964 y 1980. Los “X” somos la generación “bisagra”, la generación que protagonizó la transición de un mundo analógico a uno digital. Los que nacieron a partir del 2010 se enmarcan en la llamada “generación Alfa”, que son los hijos de la “generación Y” (o “millennials”), nacidos entre 1981 y 1995. Si los X y los Y fueron hijos de la televisión, la generación Z está siendo formada por internet y los dispositivos móviles, al igual que previsiblemente lo estarán los Alfa. A la hora de ingresar en el mundo laboral, la generación Z tendrá una ventaja de capacitación y entrenamiento sobre otras generaciones. Sin embargo, cabe preguntarse si esta sobrecapacitación en lo digital no estará desequilibrada respecto a la inteligencia emocional en el ámbito offline.

Volvamos a decirlo: “Creo que es posible para la gente normal elegir ser extraordinaria”. Elon Musk

La velocidad del avance tecnológico es el rasgo que más impacta en esta generación Z. El tiempo transcurrido entre los saltos innovadores es cada vez más corto, y las tecnologías son cada vez más

accesibles, lo que hace que las diferencias entre las generaciones cercanas genere contrastes, más borrosos. El móvil proporciona a los preadolescentes una sensación de libertad al salir de sus casas, y, a sus padres, la tranquilidad de que pueden comunicarse con sus hijos en cualquier momento. Como bien describe Manuel Castells, el móvil es una suerte de “extensión del cordón umbilical”. Los Z son una generación “empantallada”; su vida transita y se resuelve a través de diferentes pantallas. A ellos les tocará vivir las consecuencias del actual modelo de producción y consumo, que está llevando al mundo hacia un colapso social y medioambiental. Pero, lejos de tener una mirada escéptica o desentendida, los niños y jóvenes Z no sólo se muestran involucrados, sino que, además, expresan sus inquietudes sobre estos problemas. Estos niños viven en sociedades de abundancia y consumo (de productos, de marcas y de estímulos), y parecen tener todo al alcance de un clic. Para la mayoría de ellos, el éxito no es trabajar en una empresa, sino ser independiente y emprendedor. A menudo, la ciencia pinta un mañana de ficción, pero, a lo largo de las últimas décadas, los avances tecnológicos han demostrado que la ciencia se adelanta siempre a nuestra capacidad de comprensión de lo nuevo. Las nuevas tecnologías han mejorado la vida de la gente de un modo sistemático. Con frecuencia, el temor al mañana es exagerado, porque, por lo general, el progreso siempre nos ha empujado hacia delante. Los avances en inteligencia artificial y robótica han provocado que algunos expertos comenzaran a preocuparse sobre las

consecuencias de ello a largo plazo. Se trata, sobre todo, de una preocupación basada siempre en varias inquietantes situaciones hipotéticas en las que, en su mayoría, participa una “superinteligencia” artificial. Aun así, no hay razones que afirmen o demuestren que el progreso técnico justifique en absoluto nuestros temores a un apocalipsis. Ese apocalipsis del día del juicio final, en el que un ejército de cíborgs termina de aplastar a la especia humana, parece no sólo muy lejano, sino muy lejos de ser real. Que las creaciones humanas se vayan a girar en nuestra contra parece harto improbable, así lo establece la primera ley de la robótica, que dice que “una máquina no puede dañar a una persona”.[209] El desafío para el ser humano no es estar preparado para enfrentarse en un combate con las máquinas; más bien es que el despertar de la conciencia ayude a asumir todos los cambios que estamos atravesando. Es una batalla entre lo que fue y lo que será, dentro de cada uno. Parece altamente improbable que, en un futuro muy lejano, una revolución de los robots ponga en peligro de extinción a nuestra civilización. Cierto es que resulta menester volver a reflexionar sobre el tipo de sociedad que creamos y hacia qué tipo de modelo nos dirigimos. Porque, en definitiva, este nuevo mundo no ha hecho más que empezar a cambiar, y el impacto se apreciará recién en las décadas venideras. Y, a medida que nuestro mundo cambie, con nuevos desafíos, nuevas reglas, nuevas exigencias y varios nuevos tipos de preguntas y discusiones éticas, podremos constatar que vivimos en un mundo que está incubando un cambio radical. Empezaremos a ser plenamente conscientes de que somos padres y, a la vez, hijos de esta evolución, y de que, en la medida que lo nuevo empiece a ser asumido y aceptado, un nuevo mundo habrá nacido. Conforme vayan aconteciendo los cambios, nos volveremos a plantear, como ahora plantea Humanoffon, que será necesario volver a valorar aspectos esenciales de la condición humana, descubrir nuevos aspectos sobre la misma y entregarnos, no sin antes cuestionarnos si el horizonte hacia el que avanzamos es una utopía o una pesadilla. Creo que, si

despertamos, si recuperamos la sensibilidad, si tomamos conciencia de lo que estamos creando y si trabajamos de manera conjunta y colaborativa, la utopía de un mundo mejor estará mucho más cerca que la pesadilla que acechará si el hombre se mantiene anestesiado, distraído y deshumanizado. Progresar es en definitiva una cualidad intrínseca del ser humano. Desde el descubrimiento del fuego, hace un millón de años, hasta hoy, no hemos hecho más que progresar. Como tantos otros de su época, Alfredo, el personaje de Cinema Paradiso, se quejaba, y no sin razón, de la demora con que llegaban algunos beneficios de la capacidad creativa e innovadora del ser humano, sea en un pueblito anclado en el tiempo en el sur de la Italia pobre o en cualquier otro sitio. A veces, el progreso llega por azar, y otras, como resultado de una carambola del destino, pero siempre llega, tarde o temprano. Y es bienvenido allá donde llegue. Vivimos un presente de vértigo, de incertidumbre, pero, sobre todo, de esperanza. No sabemos cómo será el futuro; sólo sabemos que nada volverá a ser como era, excepto la esencia de lo humano. El progreso para la generación que nos gobernará y liderará en las próximas décadas es inimaginable; y tanto por el volumen de cambios que absorberá como por el que generará. Y para esa generación, que se siente comprometida con su mundo y su futuro, lo que prima no es luchar contra la desesperanza, sino contra la desorientación. Esta generación que se educó bajo la premisa del sentido de culpabilidad propio de generaciones precedentes, se enfrenta ahora a la necesidad de equivocarse para aprender. Sin culpas. Mientras los adultos incentivamos la desorientación ante el abismo de lo nuevo y lo desconocido, frente a sus ojos cambia aquello que parecía inmutable. Algo nuevo emerge con fuerza. No les será fácil a los miembros de esa generación joven, pero tienen a su alcance un escenario inmejorable para romper con todos aquellos prejuicios y moldes arcaicos y desfasados con que los educaron. Pueden regenerar y reinventar muchas cosas. Y pueden cambiar el destino

del planeta Tierra hacia una meta más humana. Hay muchos futuros que podemos imaginar, y también hay futuros que podemos construir. ¿Dónde nos queremos ver de aquí a diez años o cien años? Por supuesto que es prácticamente imposible de predecir, pero, si empezamos a trabajar desde ahora y asumimos que el mañana es la suma de las acciones de hoy, de las decisiones que se toman (y de las que se dejan de tomar), seremos más responsables y conscientes con el futuro que construimos. Porque será nuestro futuro.

“Lo más rebelde es pensar por uno mismo.” Peter Thiel En la próxima década, cinco mil millones de nuevas personas se sumarán a internet.[210] Si internet se convierte en el centro del universo, que es lo que parece estar sucediendo, más que nunca hay que pensar en términos de personas, emociones y sentimientos. Una vez que se entienda que todo el mundo va a conectarse, entenderemos el impacto de las nuevas tecnologías en nuestro mañana. Estamos en un punto del tiempo que no tiene parangón, estamos en un punto clave en la historia de la humanidad. Las próximas generaciones van a estar escribiendo y hablando sobre esto durante décadas. La mayoría de los cambios que estamos viviendo pasan desapercibidos en esa gran parte de la sociedad que prefiere aferrarse a lo conocido antes que adentrarse en la incertidumbre. Tantas transformaciones simultáneas hacen que nuestro cerebro no sea capaz de procesar y absorber toda esa información para poder llegar a reflexionar y, luego, actuar sobre la misma. Esto lleva a un cambio en la manera en que el ser humano se vincula con el resto del mundo. Los cambios son más veloces que la capacidad de asimilarlos. Cuando el ser humano comienza a asumirlos, en muchos casos, ya han emergido nuevos paradigmas. No nos sorprende y vemos como algo natural el hecho de que ya es imposible desconectarse. Cuando hablamos de ir hacia lo desconocido estamos hablando de elegir un camino u otro hacia nuestro futuro. En ese futuro, el rol del hombre resulta esencial para la preservación del planeta y de la especie humana. Y es precisamente eso lo que hace al ser humano tan diferente del resto de los seres vivos. La cultura, la educación, la ciencia y las humanidades nos definen. Por ello, la conciencia que está despertando nos llama a la acción, a no huir de nuestra responsabilidad, como seres humanos, de dar una respuesta a un futuro mezcla de escepticismo y esperanza. Debemos ser muy prudentes, pero no temer al progreso, aunque debamos tener

en cuenta los riesgos asociados a las nuevas tecnologías. Coincidiremos en que nuestra capacidad de comprensión huye de un escenario en que las personas sean transformadas en un sensor, un humanoide o un prodigio tecnológico. No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a retos complejos, pero éstos asumen ahora una dimensión tal que, por primera vez, se plantea una intervención directa en el proceso evolutivo que tiene como protagonista una sola especie. Hace 100.000 años, había varias especies humanas en la Tierra (al menos seis) y eso es algo que, en la actualidad, nos puede parecer extraño. Pero vale la pena recordar que nosotros somos los únicos sobrevivientes de todos los grandes procesos evolutivos, en otras palabras somos la última especie humana en el planeta. El ser humano tiene en sus manos (y, sobre todo, en sus cerebros) la extraordinaria tarea de proteger el planeta de forma responsable y, a la vez, de evitar su destrucción prematura. El imparable e innegable progreso científico y técnico debería ser orientado hacia el bien del hombre, de su trascendencia y de su descendencia. Desde un pensamiento crítico y honesto favorable al interés colectivo y al bien común, la civilización tiene un reto inaudito por delante. Ya estamos inmersos en un nuevo modelo en el que la tecnología debiera ser el aliado natural del hombre. ¿Será posible la creación del alma de la tecnología? Somos seres sociales y nos redefinimos a partir de nuestras relaciones y de nuestros grupos. La humanidad se ha perpetuado y ha sobrevivido siempre en grupos. La soledad de vivir no es llevadera, y lo que antes era sólo una forma de subsistencia casi instintiva, hoy es una conciencia real. Nadie quiere estar solo. Y el grupo forma parte de nuestra vida desde que nacemos. Nuestro primer grupo es la familia. Y es en ese grupo

en donde todas las cualidades y los defectos de la sociedad son aprendidos. Es en ese primer grupo donde la mente y la relación con el mundo se “formatean”. La familia es el lugar en donde se aprende el amor y el odio, la pasión y el miedo, la rebeldía y el sacrificio, la libertad y la sumisión, el respeto, el trabajo, la lealtad y el temor a Dios o su negación. Quizá por eso, formar una familia, sea la tarea más desafiante de la existencia. Programar a un ser humano y tener conciencia de ello quizá sea el origen de los peores remordimientos; los de saber que hay muchas cosas que transmitimos y que podrían ser contraproducentes para un hijo y para la humanidad, cosas que se perciben, cosas que se contagian, cosas que se imponen. Creo que el sentido de responsabilidad es siempre la mejor guía a la hora de ser protagonistas de esta obra. Yo, para no contagiar cosas de las que, en realidad, nunca estuvimos seguros y para fomentar la aceptación de las verdades dudosas, decidí responder a todos mis misterios con un sincero: “No lo sé”. O bien: “No puedo confirmarte si Dios existe”. “No se sabe aún cómo se creó el mundo.” “La vida es un misterio y hay que seguir buscando.” Las pocas veces en que estas preguntas surgieron, las respondí así. Desde mi total y sincera ignorancia, prescindiendo de las supersticiones y de todo aquello que aún nadie ha podido descifrar. La búsqueda no es el amor a la sabiduría, es curiosidad hacia las cosas, inquietud por entender y comprender. ¿Hasta qué punto se puede diferenciar dónde comienza lo real y dónde lo aparente? ¿O qué sería lo que no es real? ¿Por qué llamar al mundo virtual un mundo no real cuando también es parte de nuestra realidad? Entonces ¿nuestros sueños no son reales tampoco? ¿Estamos ciento por ciento seguros de que todas nuestras vivencias en ese mundo real son reales? Me parece una práctica muy conservadora que, frente a la novedad, se estigmatice lo nuevo y se lo coloque como causa de todos los problemas que uno viene trayendo desde siempre. Según tal actitud, ahora, el gran problema de nuestros tiempos es la tecnología, que genera inseguridad, falta de valores, vaciamiento de sentido. Cuando todo eso ya existía desde

siempre y, en realidad, lo que ocurre es que no nos hacemos cargo del mundo del que provenimos y le endilgamos todos estos problemas a la novedad. Entonces, la tecnología lo que hace es estar todo el tiempo transformándonos en nosotros mismos. Se trata de salir de ese paradigma que piensa al ser humano como algo cerrado y a la tecnología como algo exterior. Somos también esa tecnología que nos va constituyendo en nuestras transformaciones permanentes. Creo que todos los aspectos evolutivos del ser humano incluyen también la cuestión tecnológica. Quizá allí, en las carencias del ser humano, podamos encontrar alguno de los motivos por los que vivimos cada vez más metidos en un mundo virtual (¿artificial?), con televisores, monitores, portátiles, dispositivos, pantallas de todo tipo y para todos los fines. El hombre crea la tecnología para ampliar sus espacios de libertad, para mejorar su calidad de vida, pero la ironía es que el hombre acabe esclavizado por la tecnología. Te pido una reflexión: repasa mentalmente las últimas veinticuatro horas de tu vida. ¿Cuánto tiempo has estado en contacto con la tecnología? ¿Cuántas tareas han dependido de ella? La ubicuidad de internet y la tecnología es parte esencial de nuestro día a día y de nuestra vida. La tendencia es irreversible, la forma en que actuemos en relación a ella sí lo es.

* * * “La Tierra es el hogar de millones de especies, pero tan sólo una lo domina”, señala Stephen Emmott, profesor de computación en la Universidad de Oxford, quien apunta directamente al hombre como responsable de lo que le pasa al planeta: Nuestra inteligencia, nuestra brillantez y nuestras actividades han modificado

prácticamente todos los rincones de nuestro planeta. De hecho, nuestra inteligencia, nuestra brillantez y nuestras actividades son las que nos han conducido a todos los problemas que tenemos que afrontar hoy. Y cada uno de ellos se acelera a medida que nos acercamos [al año 2050, es decir,] a la barrera de los diez mil millones [de habitantes].[211]

Disiento con Emmott, ya que no es nuestra brillantez lo que nos ha llevado hasta acá, a estos problemas; es más, nuestro futuro depende de esas mentes brillantes. El medio ambiente ocupará un lugar de relevancia, no por opción, sino por desesperación. La degradación de nuestro planeta afecta de manera directa a la sociedad y a la economía. Tomaremos conciencia de que todo está vinculado y que ninguna de las partes de la ecuación puede resolverse sin tener en consideración las otras. Nuestro mundo es un ecosistema en el que sus organismos forman un todo, una realidad en la que todo está conectado, una entidad compleja que implica lo humano, la biosfera, la atmósfera, los océanos y la tierra; constituyendo en su totalidad un sistema que busca la armonía, el equilibrio, lo óptimo para la vida en el planeta. La mano del hombre ha trabajado con esmero para el desequilibrio de la unión de todas las partes. Y otras personas han planteado el serio problema de la desconexión con la naturaleza. En el espejo de lo inevitable se miró la humanidad hacia finales de 2015, y por primera vez en la historia, para alcanzar un acuerdo entre 195 países contra el cambio climático, para revertir el impacto ambiental del desarrollo y velar por el futuro de nuestra Tierra. En esta Cumbre sobre el Cambio Climático (o XXI Conferencia de las Partes, COP21), celebrada en París, Laurent Fabius, el ministro de Exteriores de Francia, aseguró: “COP21 es realmente un punto de quiebre para todos nosotros. A partir de ahora tenemos verdaderas bases ecológicas, para salvar nuestro planeta con este acuerdo que era necesario para el mundo entero”. Hoy consumimos en un año el equivalente a lo que el planeta produce en un año y cinco meses.[212] Por ello, el despertar de la conciencia global para cuidar y proteger el planeta es un comienzo; algo tardío, pero bienvenido.

* * * Las revoluciones de verdad son un largo proceso. Son procesos de los que podemos establecer cuándo comienzan, pero que no podemos determinar cuándo acaban. Muchas revoluciones, con excepciones extraordinarias, como la francesa, no han generado mejoras sustanciales, sino que han reemplazado modelos que ya estaban caducos por otros igual de malos o incluso peores. Sin embargo, nuestro sistema actual, más que una revolución, necesita una evolución. Un paso hacia el futuro para mejorar lo existente, pero sin perder todo aquello ganado. Lo que sería ideal en una auténtica evolución de nuestra sociedad sería transformar la realidad que propicia un estado de cosas que se caracteriza por mantener a los hombres en una condición de anestesia a una más humana. Atravesamos una época de transformaciones, y el hombre está aprendiendo a vivir entre dos mundos. El ser humano actual vive entre el mundo online y el mundo offline. Rechazar cualquiera de esos dos mundos sería un error. Nuestra responsabilidad consiste en unirlos, generando así un enriquecimiento mutuo. La era del “O” ha terminado, y ha comenzado la era del “Y”, en la que es tiempo de conectarlo todo y en la que todos estamos, por primera vez, conectados entre nosotros. La era digital es una era sin fronteras, una era en la que ha nacido una conversación entre todo lo diferente. Hoy, lo diferente se encuentra a un clic de distancia, disponible para acceder a ello y conocerlo, para conversar y aprender. Los límites territoriales han desaparecido por primera vez en la historia, y ése es el milagro de esta era. Es una era sin distancias y en la que ha nacido la comunicación de todos con todos. Ésta es la pieza clave para nuestra evolución: estar comunicados. Y esto mismo sucede en nuestro mundo laboral, que cada vez nos exige más esa comunicación entre los diferentes sectores de un mismo organismo.

Hemos aprendido que el trabajo en grupo enriquece y que la flexibilidad se ha vuelto uno de los nuevos requisitos que exigen las grandes empresas. Flexibilidad para poder conectar con lo diferente y crear soluciones nuevas. El mundo laboral nos está demostrando que los eruditos académicos ya no son tan rentables como aquellos profesionales que pueden expandirse y relacionarse y moverse en distintos ámbitos dentro de una organización. Éstos han reemplazado al académico teórico, estructurado y bloqueado en su conocimiento por un experto dispuesto a comunicar y conectar las distintas necesidades de una empresa. Un mundo interconectado necesita a gente interconectada. Aprender a vivir entre dos mundos es quizá la clave del nuevo ser humano de la era digital, una era en la que la comunicación se ha vuelto clave para el progreso de la humanidad en todos los aspectos. Disfrutemos, pues, de esta era digital que parece inagotable y que trae tanto para darnos. Circulemos con cuidado por este nuevo mundo, pero sin miedo. Estemos atentos a unir en cada momento aquello que traemos de nuestro mundo offline y que nos ha enriquecido. Descubramos las diferencias y, luego, conectémoslo todo para generar más progreso.

“—Parece que ha viajado mucho. —Es la única forma de llegar a un destino.” The Master

Viktor Frankl escribió que “en todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia”.[213] Somos padres de nuestra existencia y de nuestro porvenir. Somos libres de elegir lo que queremos y lo que no. Tenemos el derecho, pero no la obligación, de construir un futuro mejor, aunque creo que sí tenemos el deber de hacerlo. Frankl nos legó el mensaje de que “todo ser humano tiene la libertad de cambiar en cada instante”, y ésta es la gran ocasión que tenemos para despertar, cambiar y ser responsables de nuestra propia evolución. Son más de las 20.00 horas del domingo 15 de marzo de 2016, mi esposa, a mi lado, me da ideas y más ideas sobre el contenido del libro. Su mente maravillosa es un manantial de conocimiento y sabiduría. Me inspira. Entre todas las ideas y conceptos que impregnan este libro, nace la que estructura todo: de la emoción a la transformación. Ahí radica la esencia de todo esto. Algunos podrán pensar que es una redundancia, pero no lo es. La emoción que no transforma no tiene la fuerza de cambiar el mundo. Conviene recordar que el tiempo es escaso, y los desafíos, abundantes, y que las herramientas para mejorar nuestro mundo son más potentes y eficaces que nunca. Sólo nos falta reaprender a distinguir entre lo que es esencial y lo que no lo es, entre lo que tiene sentido y no lo tiene, entre lo que es responsable y lo que no. Para reconocer lo humano en el offline y en el online deseo que hagamos un alto en este viaje al futuro, que despertemos de la insensibilidad y que entre todos aportemos a la construcción de esta nueva era:

A los maestros, que inspiren. A los jóvenes, que se involucren. A los colegios, que potencien la creatividad. A los emprendedores, que innoven. A los empresarios, que creen valor. A los extremistas, que dialoguen. A los filósofos, que no se callen. A los futbolistas, que colaboren. A los inmigrantes, que se integren. A los jóvenes, que sean librepensadores. A los jefes, que escuchen. A los jueces, que sean justos. A los líderes, que creen más líderes. A los legisladores, que cumplan. A los maestros, que enseñen a pensar. A las marcas, que sean responsables. A los médicos, que comprendan. A los medios de comunicación, que sean ecuánimes. A los niños, que sean niños. A los padres, que eduquen. A los parlamentarios, que representen. A los periodistas, responsabilidad. A los políticos, que cumplan. A los profesores, que transformen. A los religiosos, que den cobijo. A los sabios, que compartan. A los trabajadores, compromiso. A las universidades, innovación.

Parece que pido lo imposible, pero lo imposible sólo tarda un poco más. No hay efecto sin causa. El futuro nos necesita a todos haciendo lo imposible, porque lo posible está al alcance de cualquiera. No se pasa de lo posible a lo verdadero, sino de lo imposible a lo necesario. Parafraseando a Gandhi, hay proyectos que parecen al principio

imposibles, luego, improbables, y, luego, cuando nos comprometemos, se vuelven inevitables. Mientras tanto, tratamos de generar el encuentro entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana. El egocentrismo queda obsoleto y renace el humanismo útil, sensible, creativo, constructor, conector y comunicativo. Inevitablemente, al igual que el matemático Pitágoras supo ver en la filosofía una forma de “evolución” hacia una sabiduría más integradora del ser, Humanoffon no pretende reemplazar nada, sino extender todo lo sentido y aprendido hasta hoy para poder crear nuestro futuro común. Probablemente, John Naisbitt acierta cuando afirma que “nos estamos ahogando en información, pero estamos hambrientos de conocimiento”. Humanoffon no vislumbra una realidad específica, sino millones de ellas. Todas compartidas a través de las diferentes personas que habitamos la Tierra. Realidades que son como capas de realidades compartidas y de comprensiones caleidoscópicas sobre lo mismo que nunca es igual. La tecnología ha conseguido unir los mundos offline y online, el desafío para el hombre es hacer que esa unión traiga un progreso humanizado. Lo que parecía imposible de unir, se unió. La vida es un movimiento pendular entre opuestos complementarios. Como tales, el online y el offline se necesitan mutuamente. Humanizar al hombre es lo primero; y, en esta era digital, toca revisar el valor del ser humano, no sólo como recurso de la empresa, de las marcas y del mercado, sino por la trascendencia del ser humano en sí misma. La tecnología per se no es el progreso, sino lo que el hombre haga con ella. Para impedir que olvidemos quiénes somos, de dónde venimos y quiénes queremos llegar a ser necesitamos despertar, huir de la anestesia emocional y volver a humanizarlo todo. Hay un destino, y cada uno de nosotros tiene el potencial de encontrarlo. La

inteligencia artificial, el transhumanismo, la impresión 3D, los vuelos no tripulados, los coches sin conductor, la medicina molecular..., todo será una anécdota en la historia de la humanidad si antes no nos hacemos cargo de pilotar la nave Tierra hacia un destino común, humano, emocional, equilibrado, educado y social. Para las marcas y las personas ha llegado el tiempo de entender que no hay que tratar de ser importante, sino de hacer cosas que importen. La humanidad sigue avanzando hacia un futuro de evolución tecnológica sin precedentes. Pero, detrás de todos los fenómenos, avances y desarrollos, sigue estando la persona. Comprenderlo y aplicarlo es rebelarse contra el destino. Esta cosmovisión está marcada por el convencimiento de que el cambio ya está aquí, y la única posibilidad de afrontarlo con éxito es estar preparados para combinar las dimensiones online y offline. La lucha entre lo que es bueno y lo que es malo continuará, y, mientras lo viejo no termine de morir y lo nuevo no acabe de nacer, todo lo que pase depende del ser humano, de las personas, y no de la tecnología únicamente. Nuestra evolución dependerá del sentido colectivo que le demos al futuro común. Quedan tiempos interesantes por delante; ese año 2030 que sugeríamos con referencia al inicio del libro está cada vez más cerca, por ello, la sabias palabras de Mark Twain vienen muy bien de cierre para este instante de la vida, para esta polaroid del mundo que veo y que siento, para esta época que nos toca vivir: “Dentro de veinte años estarás más decepcionado de las cosas que no hiciste que de las que hiciste. Así que desata amarras y navega alejándote de los puertos conocidos. Aprovecha los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre”. Nuestro tiempo es hoy.

Todos están apurados. Corriendo desde todas partes, moviéndose hacia los alaridos del nacimiento de un nuevo ser. Corren a su encuentro. Los abrazos se multiplican al sentirlo. Se

celebra, se comparte y se festeja. Hay un sentimiento común, precisamente por ello, compartido, intrínseco. Ya no son abrazos de gol por ese balón que besó la red. Son abrazos de algarabía. Dan la bienvenida al cambio. A lo nuevo. Por su arribo, por esa esencia dormida, anestesiada que rompe el cascarón de la duda y se transforma en una explosión de luz y de color. De esperanza. Nace buscando la buena educación. Sabe de su importancia, de su impacto y su relevancia; tiene un fin. No le da igual, sino todo lo contrario. Es un nacimiento que comparte el mismo genoma propio de esta humanidad que empieza a despertarse de un largo letargo burgués, cómodo y seguro para darle la bienvenida a un nuevo hacer más emocional y humano. Son redes humanas, sociales, culturales, emocionales, que van más allá de internet; no es solo esta nueva red, este nuevo hilo dorado que conecta todo. No lo une del todo, pero lo conecta. Nos conecta con una nueva aceptación de la justicia como norma que imparte igualdades, derechos y obligaciones. Inspira esperanza para no tener que depositar todo y solo en el karma. La lengua ya no calla. Grita, ríe, canta, habla sin cesar, dando la enhorabuena por este nuevo comienzo, esta nueva oportunidad. Como si del vientre de una mujer volviera a comenzar. Una mujer que resume a todas ellas, tan esenciales para el futuro como para la vida. Como para cada nacimiento en este nuevo renacer. Da igual el lugar de la Tierra. Si es España o Argentina, Estados Unidos o Israel, la sociedad global, la civilización entiende, acepta y se conciencia de esta nueva oportunidad. No es una oportunidad cualquiera, es la última gran oportunidad. Y, en medio de tanta algarabía, surgen las voces sabias que piden un plan. Una hoja de ruta, un mapa con nuevas coordenadas, con un destino construido desde el querer y no por el azar.

Las redes inteligentes conectan a un ser consciente de que ya no hay marcha atrás, que estar en red nos ayuda a que la inteligencia colectiva construya y haga. Desde un nuevo escenario donde la salud física y mental se suma a la salud espiritual. Todos saben que costará trabajo, esfuerzo y sacrificio, pero que valdrá la pena. Lo que parecía hace años una utopía inalcanzable, improbable, es hoy una realidad tangible. Se necesita valor más que wifi. No será sencillo superar los resabios y los vestigios de una xenofobia enfermiza y cancerosa. Pero se impone el “Y”, el sumar, los puentes que unen, conectan. Se impone la concordia, la tolerancia y la comprensión. Es simplemente hacer zoom a la esencia del ser humano lo que nos ayuda a redescubrir que todos somos iguales, y que todos buscamos en este renacer humano una nueva oportunidad de rescribir la historia. Nuestra historia. Parecerá lejana la era de cuando un beso era un beso, y de cuando enamorarse era mirar fijamente a los ojos de otro y estremecerse. Parece inevitable que viviremos en la era en la que los dispositivos electrónicos inteligentes serán nuestros mejores amigos. La tecnología puede llegar a aislarnos y a conectarnos al mismo tiempo. La ciencia ficción termina siendo, con los años, la antesala de una realidad tangible. A menos que se reoriente el destino y que la sociedad se rebele contra él. Todo puede resultar confuso o claro, una locura o una impactante revelación. Todo se termina de ordenar detrás de una evolución sin precedentes, la de volver a lo humano. A recuperar lo humano en el offline y en el online. De nosotros depende.

Todo fin (¿fin?) implica un nuevo comienzo. No desaprovechemos esta oportunidad.

Epílogo Termino de escribir este libro días después de haber cumplido cuarenta y seis años. Hace cuarenta y seis años, el hombre llegaba a la Luna, y París se daba la vuelta y quedaba patas arriba, por la revolución de los sueños. Entre lo uno y lo otro, nacía yo. Si veinte años no es nada, imaginaos cuarenta y seis. Como dijo Borges, citando a Alfonso Reyes: “Puesto que no hay texto perfecto, si uno no publica se pasaría la vida corrigiendo borradores”. Así que aquí termina este texto; pero tenemos en nuestras manos la oportunidad histórica de influir en la construcción de nuestro futuro como sociedad, como civilización, como humanidad. Sería ciertamente más fácil y cómodo ver el futuro por internet, pero, indudablemente, el camino que cambia las cosas para mejor es más duro y difícil. Y vale la pena intentarlo. Habrá valido la pena; o, como dice el grafiti en aquella pared..., “en vez de que valga la pena, que valga la alegría”. Todos sabemos que el mundo ha cambiado. Las nuevas tecnologías y especialmente Internet lo han cambiado todo. Y entre los muchos cambios, la tecnología ha cambiado el concepto de tiempo y de espacio. Internet ha hecho desaparecer las distancias. Hoy estamos cerca de lo lejos. Lo que conocíamos como distancia ha cambiado de significado. Todo está conectado. Internet volvió a pegar el mundo como un nuevo Pangea, aquel súper continente que unía toda la

Tierra. Hoy, el tiempo tiene un nombre: lo instantáneo. La información, los datos, el conocimiento, los avances, las catástrofes, los descubrimientos: todo sucede y nos llega al instante. Una de las grandes contribuciones de lo nuevo en este siglo XXI es que sabemos lo que sucede en el mundo. Ha cambiado el acceso a la información y, a día de hoy, si no queremos enterarnos de algo es prácticamente imposible. De lo que no nos enteramos es porque alguien, muy poderoso, lo tapa, pero solo momentáneamente. Hoy no hay excusas para no implicarse. Ya no se puede decir “no lo sabía”, lo digital ha borrado esta excusa por completo. En este siglo XXI estamos a un clic de estar informados, de aprender idiomas, de comprar algo. Estamos a un clic de compartir, estamos a un clic de todo. Esto ya no es una era de cambio, es un cambio de era. Ya hemos asumido que el cambio tecnológico ha ocurrido. Ahora nos toca asumir el cambio humano. Los cambios son como tsunamis que arrastran todo a su paso, especialmente las estructuras viejas. Es cierto que el cambio nace de descubrir algo nuevo y eso nuevo es como una avalancha, pero una vez que estamos en ello nos permite abrir puertas, derribar muros, construir puentes y unir personas. El gran cambio que nos convoca es que ahora toca volver a poner en el centro lo humano. Ya han estado en nuestro centro los dioses, las ciencias, la tecnología, el smartphone… Ahora es el momento de volver a colocar lo humano en el centro. La ciencia ha demostrado que el hombre ya se reunía socialmente alrededor del fuego hace un millón de años. El fuego introdujo cambios relevantes en el camino de la evolución humana. Como también lo hicieron después la agricultura, la rueda, la imprenta, el

motor, la electricidad, o Internet hoy en día. Todos somos los hijos del fuego y los padres de Internet. De hecho, Internet es nuestro nuevo fuego. Pero tenemos que aprender a gestionarlo, a usarlo, a que nos sea útil. Está en nuestras manos hacer que el fuego ilumine y dé calor y no que nos queme. Y estamos a tiempo de ser inteligentes, sensibles y sobre todo creativos para saber qué hacer con este nuevo fuego. La ciencia siempre lleva la delantera en el descubrimiento y en la generación del cambio. La ciencia es la precursora. Inevitablemente los demás aspectos de nuestro mundo cambian. Como sucede en la actualidad, cambian los conceptos de espacio y de tiempo. El verdadero cambio que nos pide esta nueva era de la evolución humana es el cambio humano. Al entusiasmo y la fascinación que me generan ver la exploración del espacio o de las profundidades marinas, los avances en medicina y biología, los saltos en la ciencia y en la física, y en tantos otros ámbitos de nuestra vida, se le suma la necesidad relacionada con cómo construir nuestro futuro compartido. Mi foco y el de muchos es evitar que nos roboticemos y conseguir que despertemos de la anestesia, que recuperemos y reconozcamos lo humano en el off y en el online. El hombre tiene la responsabilidad de evolucionar para igualarse a su progreso tecnológico. Porque si no nos igualamos seremos parte de un desequilibrio en un futuro inmediato. Y el gran mensaje, la gran llamada es que “todos somos parte de este cambio”. Todos formamos parte de esta tarea. El cambio se genera desde todos los ámbitos laborales, artísticos, culturales, educativos… Todos y cada uno somos parte de la construcción de este cambio.

En vez de asustarnos, lo que necesitamos es organizarnos. ¿Qué necesitamos para generar este cambio? ¿Con qué herramientas contamos? No existen las distancias. Todos estamos conectados. No existe el tiempo. Todos tenemos una voz. Actualmente, la diversidad, en vez de ser un obstáculo, se ha convertido en un valor. Esto no ocurría en el siglo XX, donde lo diverso era una excusa para llevar al hombre a conflictos y enfrentamientos. Nuestras diferencias nos enriquecen y cada una puede contribuir de alguna manera. Todo puede conectarse, todo puede unirse. La tendencia unificadora es clave en este siglo. Todo lo que se dividía hoy tiende a juntarse: TODOS SOMOS PARTE DE ESTE CAMBIO GLOBAL. El mundo que no hagas tú con tu esfuerzo, en el que no te impliques, lo construirán otros. Nadie te está esperando, sino que eres tú quien debe involucrarse y hacer que tu presencia cuente. Si uno desea cambiar algo debe comprometerse. Estés donde estés puedes involucrarte. Estés donde estés puedes aportar. Todos los que no tenían voz hoy la tienen. Este cambio humano necesita avanzar, y rápido. Para ello hay que involucrarse y comprometerse. Debemos despertar de nuestro letargo digital, de nuestra somnolencia y de nuestra anestesia y desplegar las alas de la sensibilidad y de la energía creativa. Todos los aspectos de la comunicación han cambiado. Hoy puedo oír tu voz, conocer tus ideas, entender tus necesidades. El cambio humano se genera a partir de conocer y entender las necesidades. Y éstas son, en definitiva, la madre de la innovación. Ha llegado el

momento de implicarse, de poner voz a la necesidad y de comunicarlo. Cuando todos seamos parte del cambio, crearemos un mundo para todos. Entonces surge una nueva pregunta: ¿Cómo vamos a generar ese cambio? Hemos aprendido a ver lo mismo y de la misma manera y no hemos potenciado nuestra capacidad creativa. Este nuevo tiempo nos pide a gritos creatividad. Ésta exige, principalmente, la capacidad de observación con una mirada distinta, y esto es, en definitiva, aquello que también deberíamos impulsar. Aprender a tener una nueva mirada sobre las mismas cosas. Todos formamos parte de la construcción de este mundo global, el cual necesita ser para todos e incluir a cada uno de nosotros. Y para que en ese todo se incluya en todas las partes, ya sea en una nueva versión del mundo, hace falta que nos refleje a todos. Cada uno desde su trabajo y desde su lugar debe contribuir a construir este siglo del “Y” que logre sustituir al siglo del “0” del que venimos. Hemos conseguido unir lo invisible con lo visible, lo online con lo offline, lo intangible con lo tangible, el silencio con los sonidos, la razón con la emoción, el conocimiento con el vacío. Ahora se ha vuelto imprescindible que aprendamos a vivir entre dos mundos: el offline y el online. No dejes jamás que ninguno de tus mundos te absorba por completo. Combínalos, conjúgalos, sacúdelos, mézclalos, enriquécelos; pero no dejes que ninguno se apodere de ti, porque tú perteneces a ambos.

Posfacio

Nací hace setenta y ocho años. Viví mis primeros diez años en un pequeño pueblo de campaña en el sur de Argentina. El primer elemento de comunicación que tuve en mis manos, años más tarde, fue un teléfono con disco para marcar. Mi primera radio portátil, sin lámparas, fue a mis veinte años, y hace treinta, cuando descubrí el fax, creí haber llegado a la cima del avance tecnológico. Hoy han pasado tres décadas más y la velocidad del progreso y de los cambios, en especial a través de internet en la comunicación entre las personas, las alternativas y variedad de herramientas que me cuesta mencionar, y mucho menos utilizar, es infinita. Apenas puedo nombrar algunas, como Instagram, Snapchat, Telegram, WhatsApp, Messenger, Facebook, email, LinkedIn; como verán, son pocas, y de algunas no tengo ni idea de para qué se utilizan. Y aquí comienza la angustia a hacer mella en mi espíritu. Los cambios tecnológicos son tan rápidos, tan complejos, tan diferentes, que los jóvenes y aun los niños pueden manejarlos, a veces sin entenderlos, y sacar provecho de las nuevas herramientas. Y nosotros, los de setenta y ocho años, o los de sesenta y ocho, o peor aún, los de cincuenta y ocho, nos preguntamos: ¿qué hacemos? Nos enteramos de los nuevos desarrollos y aplicaciones y leemos de

cuántos más gigas son las memorias (¿qué será un giga?). La velocidad de las respuestas se duplica cada dos años y nosotros, sentados como espectadores, observando un mundo nuevo, sofisticado, avanzado, complejo, que hace la vida más fácil y el trabajo más eficaz a la gente joven, mientras luchamos con nuestro teléfono inteligente para que cuando pulsemos la tecla virtual de la “v” no escribamos la “b” y vaca salga en el correo “baca” y que mi destinatario piense que soy un “vurro”. Nos convertimos en meros espectadores del progreso y cuando queremos aprovechar alguna aplicación que nos muestra en qué cine dan la película que queremos ver, recurrimos a nuestro nieto de nueve años, que nos quiere y dedica un par de minutos a ayudar a su abuelo. Algunas cosas a nuestra edad nos preocupan. ¿Sabrán los niños que nacen en esta década hacer operaciones sencillas sin la ayuda del iPad? Por ejemplo, 5 x 8 o 37 – 16. ¿Podrán valerse y andar por este mundo si se muere la batería o se corta la electricidad? ¿Hará falta estudiar historia y geografía si con saber buscar en Google alcanza? ¿Cómo hacemos para sostener la certeza de que el cerebro es más inteligente que cualquier ordenador? Pero que hay que ejercitarlo para que siga siéndolo. Creo, y estoy seguro de que coincido con Andy en esto, que “la enseñanza de excelencia es el secreto y la solución”.

Tal vez no sea necesario estudiar los nombres de los ríos que desembocan en el Atlántico, pero sí serviría, y mucho, que en las escuelas les ofrezcan la oportunidad de saber qué es un río, para qué sirven, y que piensen qué deberían hacer para que, en algunas generaciones, sigamos teniendo ríos. Deberíamos cuidar de que en esta vorágine de nuevas tecnologías al alcance de todos algunas costumbres y culturas de vida no se pierdan. Que sigamos viendo en un bar a una chica y a un chico hablando con un dejo de brillo en los ojos y no cada uno con su teléfono buscando algo sin importancia. Gracias a internet y a sus distintas aplicaciones, hoy estamos más cerca de nuestros hijos y nietos, que viven muy lejos de nosotros, y, sin embargo, más alejados de los que viven en un piso vecino. Que aprovechemos la tecnología usándola para mejorar la calidad de vida de toda la humanidad, pero no para reemplazarla. Que sean cosa del pasado muchas enfermedades, pero que todavía queden médicos que pasen su brazo sobre nuestro hombro y nos digan: “Estás curado”. Que mi hijo piense y escriba en el impacto de internet y de todos los avances científicos y tecnológicos en los seres humanos me hace feliz. Siento que piensa en cómo lograr que la calidad de vida de las personas siga siendo vida, the old fashion way, y creo que también piensa en su papá.

David Stalman Buenos Aires, a 3 de abril de 2016 Enviado desde mi iPad

Agradecimientos

A mi abuelita y a mi Zeide, por enseñarme el valor de los “abrazos”. A Diego, Román, Leo y Los Mundialistas por el amor al balón. A Martín W., por enseñarme a hacerme amigo del “cambio”. A mis maestros de la vida, que me enseñaron que la duda abre puertas. A mis alumnos, por enseñarme a aprender de nuevo y a ver la necesidad de una nueva “educación”. A todos los que compartimos un 99,99 por ciento del genoma humano. A mi esposa, por enseñarme que el amor es “hacer cada día, todos los días”. A internet, por haberme conectado con tantas personas tan esenciales. A mi papá y a mi mamá, que me transmitieron lo que la palabra

“justicia” implica. A Manuel M., Jesús S., Dolo B., Alfonso B., Susana C., Antonio D. C., Francisco Javier Z., Nacho T., Martina O., Josep R., Enrique M, Eladio A., Marcelo G., Fiorela G. Sebastián M., Juanjo F. por el buen karma. A Gustavo B. S. y Martin M. por enseñarme a amar la lengua, las letras y las palabras. A mi mujer que me eligió y a la que elegí para compartir el amor. A Barcelona y a Madrid, que vieron mi segundo “nacimiento”. A España, que me ofreció una nueva vida. A Roger Domingo, por la oportunidad de volver a escribir. Y a su equipo. Equipazo. A Emiliano P. A. por transformar un plan inalcanzable en inevitable. A mis tres hijos, que llevaron el “querer” a otro nivel. A todos los profesores del Máster Brandoffon y a todos los speakers con que compartí escenario por las redes de conocimiento y talento. A la salud en todo sentido. A Gema P., por dignificar lo que significa el trabajo. A los que creyeron en mí para que la utopía sea real.

A mis padres, que me enseñaron lo que significa “valor”. A los inventores del wifi. A todas las personas anónimas que cada día luchan contra la xenofobia. A mi equipo de trabajo, que hace de la “Y” una forma de sentir y de hacer. A mis hermanos Sergio y Martin por ser el zoom a lo esencial. A quienes me enseñaron que cada “fin” supone un nuevo comienzo. A Iñigo Lanz, Ana Senosiain y Ander García, alumnos de la carrera de diseño gráfico de Creanavarra Centro Superior de Diseño, que han colaborado con su talento realizando las ilustraciones del presente libro.

Notas

[1]. Andrés Rivera, nacido en Buenos Aires el 12 de diciembre de 1928, es el seudónimo de Marcos Ribak, escritor y periodista argentino.

[2]. Véase: http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2008/07/is-googlemaking-us-stupid/306868/.

[3]. Jeff Jarvis, Y Google, ¿cómo lo haría?, Gestión 2000, Barcelona, 2010.

[4]. Véase: http://www.pcworld.com/article/202803/google_129_million_different_books_have_ been_published.html.

[5]. El IoT, por sus siglas en inglés (Internet of Things).

[6]. Véase: https://en.wikiquote.org/wiki/Margaret_Mead.

[7]. Véase: https://es.wikipedia.org/wiki/Divide_et_impera.

[8]. Véase: http://www.abc.es/familia-padres-hijos/20150418/abci-oxitocina-partofeliz-201504161753.html.

[9]. Michael Kosfeld et al.,“Oxytocin increases trust in humans”, Nature, vol. 435, págs. 673-676, 2 de junio de 2005.

[10]. P. J. Zak, A. A. Stanton y A. Ahmadi, “Oxytocin increases generosity in humans”, PLoS ONE, vol. 2, n.o 11, 7 de noviembre de 2007.

[11]. Véase: http://www.dailymail.co.uk/femail/article-2172650/How-womanmaking-living-snuggling--60-hour-pay-hug-stranger.html.

[12]. Véase: language=en.

https://www.ted.com/talks/paul_zak_trust_morality_and_oxytocin?

[13]. Véase: http://www.tendencias21.net/Los-abrazos-protegen-del-estres-y-delas-enfermedades_a40074.html.

[14]. Véase: http://mejorconsalud.com/10-beneficios-de-un-abrazo-para-nuestrasalud/.

[15]. Véase: http://www.huffingtonpost.com/entry/check-work-email-hourssurvey_us_55ddd168e4b0a40aa3ace672.

[16]. Véase: http://futbol.as.com/futbol/2010/12/25/mas_futbol/1293231618_850215.html.

[17]. Véase: http://www.elmundo.es/cultura/2014/06/09/53951882e2704e57548b4587.html.

[18]. Véase: http://www.tendencias21.net/branding/La-duda_a98.html.

[19]. Véase: http://www.internetlivestats.com/google-search-statistics/.

[20]. Véase: http://www.oecd.org/education/. o http://www.abc.es/sociedad/20150922/abci-ocde-educacion-competenciasespana-201509212021.html.

este

[21]. Véase: http://www.lavanguardia.com/cine/20150420/54430724806/al-pacinoel-padrino-shakespeare-whisky.html.

[22]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/67787-ray-bradbury-internet-es-unjuguete-precisamos-maestros.

[23]. Véase: https://es.wikipedia.org/wiki/Conócete_a_ti_mismo.

[24]. Véase: https://rebeldesdigitales.wordpress.com/.

[25]. Véase: https://es.wikiquote.org/wiki/Sócrates.

[26]. Véase: http://www.expansion.com/economiadigital/innovacion/2016/01/23/56a26817268e3ec9788b4644.html.

[27]. Véase: http://www.wired.com/2014/10/on-learning-by-doing/.

[28]. http://www.pewinternet.org/2015/04/09/teens-social-media-technology-2015/.

[29]. Véase: https://www.insidehighered.com/news/2015/03/16/stanford-presidentoffers-predictions-more-digital-future-higher-education.

[30]. Véase: http://www.gsb.stanford.edu/insights/coursera-ceo-richard-levindemocratizing-learning-takes-time.

[31]. Andy Stalman, Brandoffon: el branding del futuro, Gestión 2000, Barcelona, 2014. Véase también: http://www.brandoffon.com/.

[32]. Véase: https://es.wikiquote.org/wiki/Educación.

[33]. Véase: http://www.wired.com/2016/02/the-uk-just-green-lit-crispr-geneediting-in-human-embryos/.

[34]. Véase: https://mctfr.psych.umn.edu/.

[35]. Véase: http://www.theguardian.com/science/2015/mar/19/do-your-genesdetermine-your-entire-life.

[36]. Ibídem.

[37]. Véase: https://www.kickstarter.com/projects/antonyevans/glowing-plantsnatural-lighting-with-no-electricit.

[38]. Véase: http://www.finanzas.com/xl-semanal/magazine/20150719/mundoperfecto-nail-8688.html.

[39]. Véase: entidad=Textos&id=250.

http://www.gloobal.net/iepala/gloobal/fichas/ficha.php?

[40]. Véase: http://www.porquebiotecnologia.com.ar/index.php? action=cuaderno&opt=5&tipo=1¬e=55.

[41]. Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido, 19.a ed., Herder, Barcelona, 1998.

[42]. Véase: http://dle.rae.es/?id=KncKsrP.

[43]. http://www.lavanguardia.com/vida/20091001/53794945420/descubren-elesqueleto-del-ancestro-humano-mas-antiguo.html.

Véase:

[44]. Véase: http://www.nature.com/news/world-s-oldest-art-found-in-indonesiancave-1.16100.

[45]. Michael S. Gazzaniga, ¿Qué nos hace humanos?: La explicación científica de nuestra singularidad como especie, Paidós, Barcelona, 2010.

[46]. Véase: https://portal.upf.edu/es/web/e-noticies/home_upf//asset_publisher/8EYbnGNU3js6/content/id/3453950/maximized#.VsYQl5PhCRs.

[47]. Véase: http://espresso.repubblica.it/visioni/2014/01/03/news/umberto-ecocaro-nipote-studia-a-memoria-1.147715.

[48]. Revista Papel. Domingo 28 de febrero de 2016.

[49]. Véase: http://www.knowledgeatwharton.com.es/article/felicidad-interior-brutael-dinero-da-la-felicidad/.

[50]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/1782172-comportamientos-egoistas-degente-adinerada.

[51]. Lluís Amiguet, “Cuando los androides den sexo se crearán por millones”, La Vanguardia, 11 de octubre de 2015. Disponible en: http://www.lavanguardia.com/lacontra/20111011/54228662689/cuando-losandroides-den-sexo-se-crearan-por-millones.html.

[52]. Mario Benedetti, La vida, ese paréntesis, Visor Libros, Barcelona, 1998.

[53]. Véase: http://www.telegraph.co.uk/technology/2015/12/14/the-ten-mostpopular-instagram-accounts-in-pictures/taylor-swift-and-her-cat-posted-on-herinstagram-account/.

[54]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/1874782-el-testamento-de-eco-unadenuncia-de-la-sociedad-liquida.

[55]. Ibídem.

[56]. Véase: http://www.microsiervos.com/archivo/internet/el-verdadero-origen-deinternet.html.

[57]. Elizabeth L. Eisenstein, The printing press as an agent of change: communications and cultural transformations in early modern Europe, Cambridge University Press, Cambridge (Massachusetts), 1980.

[58]. Eric Schmidt y Jared Cohen, El futuro digital, Anaya Multimedia, Madrid, 2014.

[59]. Véase: http://www.psychiatry.org/.

[60]. Véase: http://biblioweb.sindominio.net/escepticos/adiccion.html.

[61]. Véase: http://informacioncivica.info/mexico-2/¿el-acceso-a-internet-es-underecho-costa-rica-y-colima-dicen-que-si/.

[62]. Véase: http://www.wired.com/2011/06/internet-a-human-right/.

[63]. Véase: http://hipertextual.com/2015/12/internet-gratis-india.

[64]. Sherry Turkle, Alone together: why we expect more from technology and less from each other, Basic Books, Nueva York, 2011. Véase también: http://www.alonetogetherbook.com/.

[65]. Véase: language=en.

https://www.ted.com/talks/sherry_turkle_alone_together/transcript?

[66]. Véase: http://www.tendencias21.net/branding/BRANDOFFON_a66.html.

[67]. Véase: http://www.academia.edu/9742506/The_Onlife_Manifesto__Being_Human_in_a_Hyperconnected_Era.

[68]. Nick Bilton, Vivo en el futuro, y esto es lo que veo, Gestión 2000, Barcelona, 2011.

[69]. Véase: beigbeder.html.

http://www.frasesypensamientos.com.ar/autor/frederic-

[70]. Véase: http://blogs.scientificamerican.com/observations/humans-tamed-fireby-one-million-years-ago/.

[71]. Según palabras de Néstor Braidot en el congreso dictado Reinvention, celebrado en Guayaquil (Ecuador), los días 22 y 23 de octubre de 2013.

[72]. Nota del autor: según diferentes fuentes, este porcentaje puede variar entre el 4 y el 20 por ciento, sin haberse podido constatar un número concreto en todas ellas.

[73]. Véase: http://www.tendencias21.net/branding/Antes-eras-lo-que-teniasahora-eres-lo-que-compartes_a109.html?com.

[74]. Véase: http://www.tendencias21.net/branding/Las-personas-en-el-corazonde-la-tecnologia_a125.html.

[75]. Martín Caparrós, Bingo! Cien panfletos contra la realidad, Norma Grupo Editorial, Barcelona, 2003.

[76]. Véase: http://tecno.americaeconomia.com/articulos/esta-llegando-el-fin-de-latv-revisa-las-mejores-frases-del-ceo-de-netflix-en-latina.

[77]. Véase: http://www.vice.com/es_mx/read/el-numero-exacto-d-latigazos.

[78]. Véase: emoji/.

http://blog.oxforddictionaries.com/2015/11/word-of-the-year-2015-

[79]. Carlos Solano, “Ryoji Ikeda: un universo escrito en unos y ceros”, El Tiempo, 17 de octubre de 2011. Disponible en: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-4899880.

[80]. Véase: http://www.traveler.es/viajes/mundo-traveler/articulos/nace-el-primerservicio-de-habitaciones-a-traves-de-emojis/7435.

[81]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/1862889-lenguas-en-peligro-la-mitad-delas-6000-que-existen-podrian-extinguirse-en-un-siglo.

[82]. Citado en: http://www.ub.edu/geocrit/sv-62.htm.

[83]. Véase: http://noticias.universia.es/cultura/noticia/2014/10/23/1113700/nuevas-palabrasaprobadas-rae.html.

[84]. Véase: http://www.cluetrain.com/.

[85]. Véase: http://economia.elpais.com/economia/2015/04/02/actualidad/1427974413_512416. html.

[86]. Véase: http://www.ericsson.com/res/docs/2015/ericsson-mobility-report-june2015.pdf.

[87]. Véase: digital-movil.

https://www.mobileworldcentre.com/es/-/brandoffon-andy-stalman-

[88]. Véase: http://www.tendencias21.net/notes/El-blog-de-Andy-Stalman-enTendencias21-recibe-el-premio-al-Mejor-Blog-de-Marketing-deEspana_b8536479.html.

[89]. Véase: https://rebeldesdigitales.wordpress.com/.

[90]. Véase: http://www.lne.es/asturama/2012/05/02/nuevas-habilidadestecnologicas-cambio-evolutivo/1235991.html.

[91]. La Convención sobre los derechos políticos de la mujer (Convention on the Political Rights of Women) fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en la resolución 640 (VII), de 20 de diciembre de 1952 y entró en vigencia el 7 de julio de 1954.

[92]. Véase: http://www.heraldo.es/noticias/economia/las_empresas_con_mujeres_alta_direcci on_son_mas_rentables.html.

[93]. Véase: http://www.elmundo.es/papel/lideres/2016/02/26/56d04343268e3e9a1e8b459e.ht ml?cid=MOTB23701.

[94]. Véase: http://unesdoc.unesco.org/images/0023/002324/232435s.pdf.

[95]. Entrevista por Berna González Harbour, “Tzvetan Todorov: ‘La resistencia es fundamental en democracia‘”, El País, 15 de diciembre de 2014. Disponible en: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/12/14/actualidad/1418573544_527562.html.

[96]. Véase: alfabetizacion_0_300620161.html.

http://www.eldiario.es/desalambre/educacion-

[97]. Véase: http://www.oecdbetterlifeindex.org/es/topics/education-es/.

[98]. Véase: http://www.uis.unesco.org/_LAYOUTS/UNESCO/women-inscience/index.html-!lang=es.

[99]. Cometa.

[100]. Véase: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Ana-Maria-Llamazares-relojflor-loto_0_656934319.html.

[101]. Véase: http://www.history.com/news/joe-kittingers-death-defying-leap-fromthe-edge-of-space.

[102]. Martín Caparrós, Bingo! Cien panfletos contra la realidad, Norma Grupo Editorial, Barcelona, 2003.

[103]. http://www.efesalud.com/noticias/la-mortalidad-materna-en-el-mundo-seredujo-en-un-45-por-ciento-desde-1990/

[104]. Véase: http://www.wwf.es/?19361/Receta-de-WWF-para-salvar-la-TierraMsenergias-renovables-y-menos-consumo-de-carne.

[105]. Jonathan Safran Foer, Comer animales, Seix Barral, Barcelona, 2011.

[106]. Véase: mundo/.

http://www.politicaexterior.com/actualidad/el-reto-de-alimentar-al-

[107]. Véase: http://phe.rockefeller.edu/docs/PDR.SUPPFinalPaper.pdf.

[108]. http://www.reuters.com/article/us-crops-idUSBRE8BG0QH20121217.

[109]. Véase: http://www.cema-agri.org/publication/cema-european-agriculturalmachinery-expands-its-secretariat-2013.

[110]. Véase: http://economia.elpais.com/economia/2015/05/22/actualidad/1432289810_956237. html.

[111]. Véase: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/08/150723_plantas_comestibles_cosech as_lp.

[112]. Jacques Attali, Breve historia del futuro, Paidós, Barcelona, 2007.

[113]. Véase: https://plan-international.es/news/2015-09-14-más-de-medio-millónde-niños-y-niñas-mueren-cada-año-por-falta-de-agua-potable.

[114]. Véase: http://www.abc.es/internacional/abci-imaginaba-seria-mundoprevision-hace-15-anos-201512241837_noticia.html?ref_m2w=.

[115]. Véase: http://www.un.org/en/development/desa/population/publications/pdf/popfacts/PopF acts_2014-3.pdf.

[116]. Véase: http://www.un.org/en/development/desa/population/publications/urbanization/urban -rural.shtml.

[117]. Véase: http://data.worldbank.org/indicator/SP.URB.TOTL.IN.ZS.

[118]. http://elpais.com/elpais/2015/03/14/ciencia/1426352423_967749.html.

Véase:

[119]. Véase: http://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2014/12/141202_ultnot_hawking_intel igencia_artificial_riesgo_humanidad_egn.

[120]. Jacques Attali, Breve historia del futuro, Paidós, Barcelona, 2007.

[121]. Véase: http://www.space.com/31488-european-moon-base-2030s.html.

[122]. Véase: http://www.clarin.com/sociedad/ondas-gravitacionales-revolucionanmundo-cientifico_0_1520848153.html.

[123]. Véase: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/02/160211_hawking_ondas_gravitaciona les_agujeros_negros_ab.

[124]. Véase: http://www.ngenespanol.com/ciencia/elespacio/16/02/12/descubrimiento-espacial-ondas-gravitacionales-espacio-tiempocosmico-astronomia/.

[125]. http://elpais.com/elpais/2015/12/23/ciencia/1450889653_103804.html.

Véase:

[126]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/67787-ray-bradbury-internet-es-unjuguete-precisamos-maestros.

[127]. Véase: http://www.herthemovie.com/.

[128]. Véase: http://www.bbc.co.uk/blogs/spanish/2008/03/todos_somos_periodistas_1.html.

[129]. Véase: http://www.notimerica.com/sociedad/noticia-dia-internacionalfelicidad-aspiracion-universal-mas-importante-20150320171028.html.

[130]. Véase: http://www.techinsider.io/elon-musk-owning-a-car-in-20-years-likeowning-a-horse-2015-11.

[131]. http://www.reuters.com/article/us-tesla-model3-orders-idUSKCN0X00TJ.

[132]. Eric Schmidt y Jared Cohen, El futuro digital, Anaya Multimedia, Madrid, 2014.

[133]. Véase: http://www.quo.es/ser-humano/las-leyes-del-futuro/viaje-al-espacio.

[134]. Evgeny Morozov, To save everything click here, PublicAffairs, Nueva York, 2013.

[135]. Véase: http://www.theatlantic.com/technology/archive/2016/03/google-selfdriving-car-crash/471678/.

[136]. Véase: http://www.planetadelibros.com.ar/la-felicidad-como-eleccion-libro132326.html.

[137]. Véase: http://www.elcato.org/en-torno-un-libro-de-sergio-sinay.

[138]. Keith Ferrazzi, Nunca comas solo: claves del networking para optimizar tus relaciones personales, Amat Editorial, Barcelona, 2010.

[139]. Véase: https://www.opendemocracy.net/ourkingdom/phil-england/changingway-politics-works-interview-with-katrin-oddsdottir.

[140]. http://www.rtve.es/television/20110320/no-eramos-unicos-ahorasomos/418459.shtml.

[141]. Véase: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/30/babelia/1451504427_675885.html.

[142]. Véase: http://www.apertura.com/lifestyle/Peter-Thiel-Lo-mas-rebelde-espensar-por-uno-mismo-20140207-0002.html.

[143]. Véase: http://www.diariovasco.com/v/20101023/al-dia-sociedad/viviremosanos-media-20101023.html.

[144]. Véase: https://www.ted.com/talks/craig_venter_is_on_the_verge_of_creating_synthetic_lif e?language=en.

[145]. Véase: http://www.theverge.com/2014/9/3/6102377/google-calico-curedeath-1-5-billion-research-abbvie.

[146]. Véase: https://en.wikipedia.org/wiki/Mal_du_siècle.

[147]. Véase: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs369/es/.

[148]. Véase: http://www.huffingtonpost.es/charlotte-kitley/y-todo-llega-a-sufin_b_5861814.html.

[149]. Véase: http://www.elmundo.es/paisvasco/2015/06/07/557334e046163f0d1e8b458a.html.

[150]. Véase: http://www.nytimes.com/2015/12/13/opinion/sunday/your-iphone-isruining-your-posture-and-your-mood.html?_r=0.

[151]. Ray Kurzweil, Cómo crear una mente: el secreto del pensamiento humano, Lola Books, Berlín, 2013.

[152]. Véase: http://lat.wsj.com/articles/SB10001424052702304545504579612201470761982.

[153]. Véase: https://es.wikipedia.org/wiki/Singularidad_tecnológica.

[154]. Véase: meaning-life/.

http://www.wired.com/2015/06/google-made-chatbot-debates-

[155]. Véase: https://ijnet.org/es/blog/el-futurologo-robert-scoble-explica-que-es-loque-se-viene-en-el-mundo-del-periodismo.

[156]. Véase: id=10.1371/journal.pone.0133281.

http://journals.plos.org/plosone/article?

[157]. Véase: http://www.lanacion.com.ar/1816164-eeuu-aprueba-el-primerremedio-a-medida-hecho-con-una-impresora-3d.

[158]. Nicholas Carr, Atrapados: cómo las máquinas se apoderan de nuestras vidas, Taurus, Madrid, 2014.

[159]. Véase: https://es.wikipedia.org/wiki/Trabajo_(sociología).

[160]. Véase: http://www.brandoffon.com/.

[161]. Véase: http://simondolan.com/.

[162]. Daniel Pink, Vender es humano: la sorprendente verdad sobre cómo convencer a los demás, Gestión 2000, Barcelona, 2013.

[163]. Véase: http://www.ipyme.org/Publicaciones/Retrato_PYME_2014.pdf.

[164]. Véase: http://www.wsj.com/articles/SB10001424053111903480904576512250915629460.

[165]. Véase: outlook.html.

https://home.kpmg.com/xx/en/home/insights/2015/07/ceo-

[166]. Véase: http://www.estrategiaynegocios.net/opinion/725582-330/adiós-jefehola-gefe-gestor-de-la-felicidad.

[167]. http://internacional.elpais.com/internacional/2014/10/18/actualidad/1413666971_5 24251.html.

[168]. Véase: http://www3.weforum.org/docs/WEF_FOJ_Executive_Summary_Jobs.pdf.

[169]. Véase: http://www.emirates247.com/news/emirates/dubai-s-robocop-topolice-emirate-in-2-years-2015-05-02-1.589308.

[170]. Véase: http://www.elmundo.es/economia/2015/11/25/5654b34a46163f28578b45de.html.

[171]. Véase: http://www.eluniversal.com.mx/articulo/nacion/politica/2015/07/25/fidel-castro-lasprofeticas-palabras-falsas.

[172]. Véase: http://www.heraldscotland.com/opinion/13203054.An_Oscars_speech_that_reache s_out_to_the_rejected_and_the_misunderstood/.

[173]. Véase: http://fortune.com/2015/02/19/snapchat-worth-19-billion-more/.

[174]. Véase: http://www.annusfidei.va/content/novaevangelizatio/en/news/13-032013.html.

[175]. Véase: http://www.expansion.com/2014/09/18/mercados/1411058708.html.

[176]. Andy Robinson, “Las dos mujeres que dominan la economía mundial”, La Vanguardia, 23 de agosto de 2014.

[177]. Véase: http://www.capital.cl/poder/2015/11/24/061121-10-frasesmemorables-de-las-personas-mas-poderosas-del-mundo.

[178]. Véase: http://www.isro.gov.in/.

[179]. Josep Corbella, La Vanguardia, 25 de septiembre de 2014.

[180]. Véase: http://www.cnnexpansion.com/especiales/2015/04/21/a-un-lado-wifillego-la-tecnologia-lifi-y-es-mexicana.

[181]. Véase: http://www.nytimes.com/2015/04/07/upshot/if-algorithms-know-allhow-much-should-humans-help.html?_r=0&abt=0002&abg=1.

[182]. Véase: http://www.huffingtonpost.com/vala-afshar/the-internet-of-things20_b_5693200.html.

[183]. Véase: http://www.clarin.com/sociedad/Cisco-IeT-Chambers-sistemassalud_0_1279072123.html.

[184]. Véase: https://www.faa.gov/news/updates/?newsId=82485.

[185]. Véase: http://www.wired.com/2015/04/amazon-drone-faa-green-light/.

[186]. Véase: http://www.unesco.org/new/en/social-and-humansciences/themes/international-migration/glossary/xenophobia/.

[187]. En consulta con el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), diversos organismos y ONG prepararon el informe “International Migration, Racism, Discrimination and Xenophobia”, para la World Conference Against Racism, Racial Discrimination, Xenophobia and Related Intolerance (WCAR), en 2001; de dicho informe se desprende esta información. Disponible en: http://www.unesco.org/most/migration/imrdx.pdf.

[188]. Lluís Uría, “La caza del oso”, La Vanguardia, 31 de octubre de 2015.

[189]. Véase: http://www.lavanguardia.com/local/valencia/20151030/54438495319/los-gruposterroristas-captan-pero-tambien-adoctrinan-y-forman-por-internet.html.

[190]. Véase: terrorismo.html.

http://www.publico.es/internacional/onu-insta-redes-sociales-

[191]. Véase: https://blog.twitter.com/2016/combating-violent-extremism.

[192]. Véase: http://acnur.es/emergencia-en-siria.

[193]. Véase: http://nytlive.nytimes.com/womenintheworld/2016/01/05/first-knownexecution-of-a-female-citizen-journalist-by-isis-takes-the-life-of-ruqia-hassan/.

[194]. Como parte de las acciones que realiza la Unesco en el mundo, en 1982 se realizó en México la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales, en la que la comunidad internacional contribuyó de manera efectiva con la siguiente declaración.

[195]. Declaración Universal de la Unesco sobre la Diversidad Cultural, 2001.

[196]. Jean-Marie Gustave Le Clézio, Babelia (El País), 14 de marzo de 2015.

[197]. Véase: http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/30/babelia/1451504427_675885.html.

[198]. Véase: https://www.savethechildren.es/esclavos/trabajoinfantil.pdf.

[199]. José Ortega y Gasset, El hombre y la gente, Alianza Editorial, Madrid, 1988.

[200]. Domingo Martínez Parédez, Hunab Kú: síntesis del pensamiento filosófico maya, Orión, Ciudad de México, 1973. Véase también: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Hunab_Ku.

[201]. Véase: http://metropolis1927.com/.

[202]. Véase: http://www.capital.cl/poder/2015/09/24/150937-10-frases-paraconocer-al-brillante-y-excentrico-elon-musk.

[203]. Bernard Roth, The achievement habit: stop wishing, start doing, and take command of your life, HarperBusiness (HarperCollins), Nueva York, 2015.

[204]. Véase: https://es.wikiquote.org/wiki/Hipócrates.

[205]. Véase: https://www.icrc.org/es/guerra-y-derecho/tratados-de-dih-y-el-dihconsuetudinario/convenios-de-ginebra.

[206]. Véase: http://www.unesco.org/new/en/education/resources/onlinematerials/singleview/news/unesco_study_shows_effectiveness_of_mobile_phones_in_promoting_ reading_and_literacy_in_developing_countries/-.VtMSG5PhCRt.

[207]. Véase: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/02/160225_tecnologia_smartphones_tira nia_esclavos_il.

[208]. Andy Stalman, Brandoffon: el branding del futuro, Gestión 2000, Barcelona, 2014.

[209]. Véase: http://www.elmundo.es/papel/lideres/2015/12/14/566e9829e2704ec4458b468b.ht ml.

[210]. Véase: http://www.newdigitalage.com/.

[211]. Véase: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2013-0703/stephen-emmott-el-hombre-que-puede-salvar-el-mundo_501358/.

[212]. http://www.footprintnetwork.org/es/index.php/GFN/page/world_footprint/.

Véase:

[213]. Viktor E. Frankl, El hombre en busca de sentido, 19.a ed., Herder, Barcelona, 1998.

Humanoffon Andy Stalman No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

© del diseño de la portada, Andy Stalman y Graham Purnell, 2016 © del diseño de ilustraciones de interior, Andy Stalman, 2016 © Andy Stalman, 2016 © Centro Libros PAPF, S. L. U., 2018 Deusto es un sello editorial de Centro Libros PAPF, S. L. U. Grupo Planeta, Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): junio de 2016

ISBN: 978-84-234-2560-0 (epub) Conversión a libro electrónico: El Taller del Llibre, S. L. www.eltallerdelllibre.com
Stalman Andy. Humanoffon. Esta Internet cambiandonos como seres humanos.

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