Dana Marie Bell - Serie Halle Pumas III - Un Gato de Diferente Color

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El Club de las Excomulgadas Agradecimientos Al Staff Excomulgado: Nelly Vanessa por la Traducción, Pau Belikov por la Corrección de la Traducción, Mari por la Corrección y Laavic por la Diagramación y Lectura Final de este Libro

A las Chicas del Club de Las Excomulgadas, que nos acompañaron en cada capítulo, y a Nuestras Lectoras que nos acompañaron y nos acompañan siempre. A Todas…. ¡¡¡Gracias!!!

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para El Club De Las Excomulgadas…

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El Club de las Excomulgadas Argumento Haría lo que fuera necesario para proteger a su compañera. El Dr. Adrian Giordano es muy feliz con la manera en que está su vida. Sus dos mejores amigos están viviendo felizmente en pareja, y él todavía es un soltero con cordura. Tiene amigos, un negocio próspero, y la ocasional cita del sábado por la noche. Luego Sheridan Montgomery llega a la ciudad. Su Puma interior responde a la voz ronca de la princesa de nieve de una manera que le dice que su vida está a

Sheri no puede creer que su suerte pueda ser tan mala. El instinto le dice que Adrian es su compañero, pero la última cosa que quiere hacer es arrastrarlo a su desordenada vida. Ella está huyendo de un ex, lobo grande y malo, que no toma un no por respuesta. Peor aún, si la sorprende, le hundirá los dientes a ella y a la Manada, para tomar lo que quiere. Ella no tiene ninguna posibilidad sola, pero con su amigo Adrian con persistencia de su lado, podría sobrevivir sola. Si su ex no se come al delicioso Dr. Giordano para el almuerzo.

Aviso: Este título contiene escenas de sexo explícito, lenguaje gráfico, un wereguapo, de ojos oscuros y un par de bocados para recordar.

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punto de ser puesta de cabeza.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Uno — Dios, odio el invierno. Si no fuera por los huracanes me mudaría a Florida. Adrian llamó a la puerta de la habitación del hotel y suspiró, poniendo los ojos en blanco ante la vista de su aliento en el aire. Esperaba que la chica... ¿Cheryl? ¿Shelly?... No, ¡Sheri!, no lo mantuviera esperando demasiado tiempo. Adrian se estremeció y deseó desesperadamente estar de vuelta en su propio hogar cálido, con una fogata y un buen libro.

Esta noche se suponía que era su presentación formal, aunque ya había sido aprobada por ambos, el Alfa y el Beta. Sólo Max podía conseguir que Adrian estuviera fuera en un frío como éste, pero eso estaba bien. Planeaba exigir su propia especie de venganza. Sonrió, pensando en todas las formas en que podría alentar las locuras prematrimoniales de Emma. La compañera del Alfa se había vuelto completamente loca, bombardeando la oficina con pequeñas notas y listas de cosas por hacer. O se le olvidaba que él compartía el espacio del escritorio con Max o disfrutaba de atormentarlo con las fotos del pastel de bodas. Eso era suficiente como para enviar a un solterón empedernido a un estado de shock por azúcar. Adrian no quería una compañera. Sonrió para sí mismo. Sus dos mejores amigos se habían convertido en lamedores de vaginas, todo en cuestión de semanas. Emma decía, “¡Salta!” y el gran Alfa le preguntaba no sólo a qué altura, sino en qué dirección. En cuanto a Simon, si Becky simplemente suspiraba, él entraba en pánico. Ver a los dos miembros más fuertes de la Manada doblarse bajo la Brigada Femenina lo hacía aún más decidido a quedarse cuerdamente soltero. — Solo un momento— una suave voz gritó desde el interior. Sonaba tímida y dulce, y el Puma en Adrian levantó la cabeza con curiosidad. Podía sentir su pene

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Se había ofrecido a Max para recoger al miembro más reciente de la Manada.

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El Club de las Excomulgadas endurecerse ligeramente ante el sonido de su aterciopelada voz. — ¿Qué demonios?— murmuró él, frunciendo el ceño hacia la puerta cerrada. Encogiéndose de hombros trató de despedir la reacción de su cuerpo. — ¿Quién es? Esa suave voz envió un rayo de pura lujuria a través de sus venas. Movió los hombros y trató de deshacerse del bajo sonido del gruñido de su Puma. — Adrian Giordano. Soy el amigo que Max dijo te recogería esta noche— Por

había olvidado preguntar. Pudo oír los seguros retirarse y se tensó. Su Puma soltó un bajo gruñido que nunca había oído antes, y tuvo que sujetar sus labios cerrados para evitar dejarlo salir de sus labios humanos. Sus ojos brillaban, los colores de la puesta del sol pasando del rojo al dorado mientras él perdía el espectro del rojo y el verde. Los obligó a cambiar de nuevo, cerrando sus ojos justo cuando la puerta de la habitación se abría. — Hola, Dr. Giordano. Soy Sheri Montgomery. Él abrió los ojos para encontrar una princesa de la nieve devolviéndole la mirada. Tenía el más pálido y más suave pelo rubio que hubiera visto nunca. Los rizos casi blancos caían en delicadas ondas justo después de sus hombros. Pálidos y cristalinos ojos azules rodeados por iguales pálidas pestañas brillaban en un rostro que podría hacer que los ángeles lloraran. Era pequeña y delicada, la parte superior de su cabeza apenas llegándole a su hombro. Sus pechos eran perfectos para su ligera estructura. Él tuvo el impulso inexplicable de levantarla, lanzarla por encima de su hombro y llevársela a su guarida, donde nadie más jamás desearía verla. Jamás la desearían. Mía.

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qué la mujer no podía ir sola era un misterio, pero había estado tan ocupado que

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El Club de las Excomulgadas Los ojos de Adrian se abrieron mientras su Puma rugía en su mente. —Mierda. Ella inclinó su cabeza hacia un lado y en una especie fuera del centro. Ella bajó la mano y él ni siquiera se dio cuenta de que la había levantado en señal de saludo. — ¿Perdón? ¿Está bien todo? — Uh, no, todo está bien— esperaba por Dios que ella no pudiera ver la erección esforzándose en contra de sus pantalones.

Adrian tragó mientras ella sonreía, dulcemente incierta. ¿Puedo entrar por un año? ¿O dos? ¿Qué tal si sólo me corro? Hizo todo lo posible para aplastar la voz de lujuria a muerte, pero esta se negó a morir. Quería lanzarla sobre la fea alfombra verde y follarla hasta que ninguno pudiera caminar por una semana. Tal vez por un mes. Intenta por años, su Puma ronroneó. —Seguro, gracias. Ni siquiera se le ocurrió que ya estaba pensando en ella como suya. Ella abrió la puerta de par en par, se movió a un lado y le hizo señas con otra tímida sonrisa. Él dio un paso dentro rápidamente, agradecido cuando ella osciló la puerta cerrándola detrás de él. Él echó un vistazo alrededor de su habitación de hotel, a las maletas, cualquier cosa para evitar mirarla, porque en el momento en que lo hiciera querría desnudarla y hundirse dentro de ella. Cuando ella se dio la vuelta para tomar su abrigo él casi gimió con la vista de su perfecto trasero, en forma de corazón. Ella rápidamente metió los brazos en las mangas. La capa se arremolinó a su alrededor, el apagado color blanco haciendo hincapié en su pálida belleza.

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— ¿Te gustaría entrar un momento mientras me pongo el abrigo?

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El Club de las Excomulgadas Entonces se movió al lado de la cama. Pensamientos carnales se agolparon en su cabeza mientras ella se inclinaba para recoger algo del suelo, realmente mostrándole su trasero. No pudo ver lo que estaba recogiendo porque a) estaba en el otro lado de la cama, b) el objeto de su repentina y total lujuria justo se había inclinado cerca de una cama, y c) ese trasero. Incluso oculto por la capa tenía el poder de ponerlo duro. Trató de no imaginarla desnuda, pero no estaba tratando de hacerlo realmente muy duro. Otro gemido intentó escapársele, y la fea alfombra verde se volvió de color marrón amarillento, haciéndole saber que sus ojos habían cambiado de nuevo. — Ahí estás— su voz suave canturreó. Su pene se contrajo en respuesta; había

hablando, aunque con todas las pistas visuales no debería haberlo estado. Ella salió de alrededor del borde de la cama sosteniendo el arnés de un perro para ciegos. Ella se mordió el labio nerviosamente. —Está bien si llevo a Jerry, ¿verdad? Sé cómo alguna gente es acerca de los perros en sus coches. — Síp, está bien— dijo él, mirando a la mujer delante de él. OCA1, probablemente del tipo uno. Su cabello blanco-rubio, sus ojos azules, su piel casi blanca... ¿por qué no había puesto las pistas juntas antes? La mayoría de las personas con el tipo uno de albinismo eran legalmente ciegas y necesitaban ayuda óptica, como optometrista él debió haber captado las pistas, pero había estado tan ocupado tratando de ignorar a su pene, y al trasero de ella, que había perdido el objetivo. — ¿Tienes tus gafas de sol?— otro rasgo común en el albinismo era la sensibilidad a la luz, pero algunos elegían sombreros de ala ancha en lugar de gafas de sol porque las gafas de sol podrían afectar la poca visión que tenían. Ella sonrió de nuevo, esta vez soleada y cálida con un matiz de alivio. — Sí, están sobre la cómoda— ella se acercó a la cómoda, tomó un par de gafas de sol negras con lentes oscuros de color gris y se las puso. —Ahí. Todo listo. 1

El albinismo está asociado con un número de defectos de visión, tales como fotofobia, nistagmo y astigmatismo.

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pensado que ella le estaba hablando a él. Se sorprendió al ver con lo que estaba

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El Club de las Excomulgadas Mientras caminaba junto a ella, él inhaló lo más silenciosamente que pudo. Dios, olía bien; toda fresca y limpia, igual que la nieve fresca, con una superposición de... ¿coco? Protector solar, correcto. Con el sol en el cielo ella necesitaba protección adicional para su pálida piel. Él se aclaró la garganta y se ajustó los pantalones, y si su pene se ponía más duro podría clavar clavos con la maldita cosa. Él la siguió fuera de la habitación del hotel y esperó a que cerrara con llave la puerta. Tomando un firme control sobre la correa de Jerry ella extendió su mano libre.

— ¿Así que compartes una consulta con Max? Él ignoró el aumento repentino de los celos en el afecto de su voz. —Sí, Max llegó a casa y se asoció conmigo hace un poco más de tres meses. Ella sonrió, con la cabeza inclinada hacia el costado de nuevo. —Simon y Becky me llevaron a cenar hace unos días. Me gustó ella. Ella le conviene. Adrian se estremeció. —Sí, lo sé. Sheri sonrió hacia él. — ¿Por qué el temblor? — Becky es... bien, Simon me dijo una vez que pensaba en ella como “ruidosa, ácida y con opiniones”. — Ella parece tenerlo bajo control. Adrian ignoró el hilo de humor corriendo por su voz y optó por centrarse en sus

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Sin pensarlo él la acomodó en su codo, llevándola a su coche.

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El Club de las Excomulgadas palabras. —Sí, lo tiene. Las cejas de ella se levantaron con sorpresa cuando él llegó a su Mustang negro. — ¿Tienes algún problema con eso? Él abrió la puerta trasera y Jerry saltó directo adentro. —Es más una cosa de soltero que una cosa de Becky— la ayudó a entrar y cerró la puerta, luego se movió hacia el lado del chofer. Subió y arrancó el coche. —

“salta porque yo lo digo” simplemente no me gusta. — ¿Así que deduzco que no estás buscando compañera? Nop. Ya la encontré. Una vez más esa pequeña voz molesta se negó a quedarse en silencio. —No realmente— se cubrió. — Bien— respondió ella con firmeza. —Yo tampoco. Su Puma gritó su protesta. Adrian hizo todo lo posible por ignorarlo, pero no fue fácil. El mundo cambió de color en él de esa manera sutil que le decía que sus ojos habían cambiado. Maldita sea. Los obligó a regresar al marrón mientras se ponía en camino y se dirigía hacia lo de Max y Emma. — ¿Se rumora que Becky y Emma te ofrecieron un trabajo? Ella asintió. —A tiempo parcial, pero ahora tomaré lo que pueda hasta conseguir un piso y poner mi otro negocio en marcha.

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Becky y Emma son mujeres geniales, y Simon y Max las aman, pero todo eso de

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué haces tú?— le preguntó él mientras daba la vuelta a la casa de Max. — Soy escritora técnica. Escribo la documentación que se especializa en el software de reconocimiento de voz para ciegos. Poco a poco, él sonrió. — ¿En serio? — No suenes tan sorprendido. La tecnología ha hecho las cosas mucho más fáciles para esos de nosotros que tenemos desventajas.

preguntándose si ella se ofendería si le preguntaba. — ¿Cómo de mala es tu visión? Ella inclinó la cabeza hacia abajo y afuera hacia un costado una vez más; él sabía lo suficiente sobre su condición para saber que estaba tratando de hacer lo mejor con su limitada visión. —Estoy veinte / doscientos. Para ver lo que una persona podía ver desde doscientos pies2 de distancia, ella tenía que acercarse a veinte pies3. Esa era la definición de los legalmente ciegos. Explicaba por qué no conducía. La mayoría de los estados otorgaban una licencia limitada sólo si la vista de la persona estaba en un rango de veinte / setenta4 con corrección. Él hizo lo mejor que pudo para ignorar la mirada de ella mientras aparcaba en la calle. El camino de entrada de Max estaba lleno; ellos eran casi los últimos en llegar. Él se bajó del coche y caminó alrededor hacia su lado, dejándola salir primero antes de abrir la puerta para Jerry. Miró al perro, quien le devolvió la mirada.

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61 metros 6’1 metros 4 Para ver lo que una persona normal ve desde 21 metros, esta persona necesita acercarse 6’1 metros, aproximadamente. 3

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— Nunca dije que no lo hiciera. Creo que es impresionante— él hizo una pausa,

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El Club de las Excomulgadas —Por cierto, he tenido la intención de preguntarte algo— tomó su brazo de nuevo y comenzó a caminar. — ¿Qué? — ¿Sheri y Jerry? — Cállate— ella sonrió, totalmente relajada con él. Esa pequeña muestra de confianza le calentó hasta los dedos de los pies a pesar del aire frío de noviembre.

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—Tonto.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Dos Gracias a Dios por sus gafas oscuras. Le habían dicho que como a la mayoría de los Pumas sus ojos brillaban dorados cuando se alteraba... o excitaba, su gatita interna ronroneó. Los suyos brillaban rojos. Esa pobre gente pensaría que era una especie de demonio si vieran eso. Habían brillado rojos cuando capturó el aroma de Adrian fuera de la puerta de su habitación del motel.

Había conseguido luchar y poner en sumisión a su Puma, pero cada vez que el delicioso Dr. Giordano hablaba, ella podía sentir a su gatita interior ronroneando, como si él la hubiera acariciado. ¡Oh, acaríciame, Dr. Adrian! El hecho de que su Puma había rugido no había ayudado. Su declaración de que no estaba en busca de un compañero le sonaba falsa incluso a ella misma. Aunque técnicamente lo que había dicho, había sido cierto. Parecía que había encontrado a su compañero, tanto si quería o como si no. Iba a tener que encontrar una manera de mantenerlo a salvo de Rudy; de alguna manera dudaba de que fuera tan fácil como sonaba. La puerta de entrada a la casa de Max se abrió. — ¡Hola, Sheri! Ella se preparó a si misma cuando la entusiasta compañera de Simon la abrazó como a una antigua amiga perdida. —Hola, Becky— podía ver el ultra-rizado cabello de la hembra Beta y la palidez

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Cuando oyó su voz por primera vez sus garras casi se extendieron.

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El Club de las Excomulgadas de su rostro. Las facciones de Becky estaban claras porque estaba tan cerca, el verde jade brillante de los ojos de Becky centellando alegremente. — ¿Dónde está Emma?— Sheri se moría por conocer a la Curana5. Había hablado con ella por teléfono y Becky se había deshecho en elogios sobre la mujer, pero eso no cambiaba el hecho de que tenía que encontrarse cara a cara con la Curana y conseguir su aprobación antes de que los otros miembros de la Manada la aceptaran. — Aquí mismo— una voz femenina ronca respondió. Becky se apartó y Sheri se preparó de nuevo. Una mujer pequeña se movió a su campo de visión, y ella inclinó

dorada, pero a menos que se acercara su rostro seguiría siendo un borrón. —Max— esa voz ronca arrastró las palabras. — ¿Sí?— la familiar voz de Max arrastró las palabras de regreso. — ¿Estás seguro de que nunca te acostaste con ella? — Emma…—Max se echó a reír mientras se movía detrás de la pequeña mujer. Su familiar aroma flotó sobre ella. — Rubia, hermosa... explícame por qué no dormiste con ella. Caray, soy heterosexual y me acostaría con ella. — ¡Emma! — Nosotros no lo deseábamos— dijo Sheri, un poco sorprendida por la bienvenida. Podía sentir la atención de Emma arremolinarse de nuevo hacia ella. Maldita sea, la Curana era fuerte. — ¿Ah, sí?

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Es como llaman en la Manada a la compañera del puma Alfa.

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la cabeza para verla mejor. Vio el pelo largo y los ojos oscuros en una cara de tez

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El Club de las Excomulgadas — Ser perseguida por un rabioso novio para forzarme a un apareamiento significa que los hombres no estaban en lo alto de mi lista de prioridades. O las mujeres— ella sonrió, aliviada cuando la Curana se rió entre dientes. Sintió el brazo de Adrian ponerse rígido bajo su mano. —Además, Max estaba saliendo con alguien. — Emma, ¿por qué no les deja pasar por la puerta? Hace frío ahí afuera— Max interrumpió. Ella casi podía sentir la diversión de Emma mientras la Curana daba un paso

— Seguro, Sheri, vamos entra— la Curana se inclinó y le susurró al oído, — Recuérdame que tenemos que hablar más tarde, ¿vale? — Emma, vamos— se rió de nuevo Max. — ¿De verdad quieres saber con quién dormí en la universidad? — En realidad no— Sheri podía oír la sonrisa en la voz de Emma. —Sólo me gusta hacer que te retuerzas. Se oyó el ruido de un beso suave. —Haré que te retuerzas más tarde— ronroneó Max en voz baja al oído de Emma. Era evidente que pensaba que nadie lo escucharía, pero su oído era aún más agudo que el de un Puma normal. Ella podía sentir sus mejillas enrojecer ante el calor apostado en la voz de él. El suave “Oh, muchacho” de Emma había sonado demasiado parecido a cómo ella se sentía cuando Adrian deslizaba un brazo alrededor de su cintura y la atraía hacia él. Su mano cayó posesivamente en su cadera mientras entraba en la habitación. — ¿Qué fue eso de un rabioso novio?— le preguntó Adrian. Su voz sonaba tensa.

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atrás.

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El Club de las Excomulgadas Tensa o no, le encantaba escucharla. Era cálida y rica como el chocolate derretido, corriendo sobre su piel en un sexy deslizamiento que levantaba piel de gallina en sus brazos. Sus ojos destellaron color rojo detrás de sus gafas. Maldita sea. Chocolate derretido describía perfectamente al buen doctor. Con ricos ojos marrón chocolate, oscuro pelo marrón y piel bronceada sobre músculo liso hacían del hombre un rico placer que ella se estaba muriendo por comer, sobre todo porque era una adicta devota al chocolate. Lástima que no fuera a funcionar. Rudy podría darle una mirada al buen médico

Max suspiró. —Es una larga historia, amigo, y una que le contaremos a toda la manada. Entremos, dejad los abrigos y tomad asiento. Hey, Jerry. Ella le dio a Jerry la orden que le hizo saber que estaba fuera de servicio, así que cuando Max se inclinó y lo acarició, le movió la cola lo suficientemente fuerte para tirar fuera de su mano el arnés. Ella se rió, contenta de que su perro y su Alfa se gustaran el uno al otro. —Le gustas. — Bien, porque estará viendo mucho de mí— él tomó su abrigo y se lo entregó a Emma. Adrian casualmente la condujo a un gran sofá de cuero color vino. Ella podía ver a gente moviéndose alrededor, pero no podía realmente ver sus caras. Los aromas, por otro lado... Había varios hombres y mujeres en el grupo, por suerte ninguno llevaba perfume o colonia, algo que los Weres tendían a no hacer de todos modos. Su sensible nariz no lo permitía. Ninguno de sus olores era familiar a excepción de Max, del Beta y de Adrian. Los niños gritaban y se reían arriba. Ella podía distinguir los sonidos de un videojuego sonando en algún lugar y pensó que la mayoría de los niños estaban allí.

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y comérselo para el almuerzo. Literalmente.

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El Club de las Excomulgadas El seductor aroma del Dr. Delicioso viajó hacia ella. — ¿Novio rabioso?— Adrian le susurró al oído mientras se acomodaba junto a ella. Ella suspiró. —Sólo quiero contarlo una vez, ¿de acuerdo? Silencio. — ¿Por favor?— no sabía por qué le estaba rogando, pero el peso de su mirada

no necesitaba en un cuarto lleno de depredadores. Justo pudo distinguir su asentimiento antes de escucharle decir su: —De acuerdo— Él se inclinó para susurrarle al oído. —Pero hablaremos de esto más tarde. La sensación de su aliento en su oreja y cuello hicieron que un escalofrío le recorriera la espalda, aun cuando su tono de mando le puso los pelos de punta. Ella frunció el ceño y empezó a decir algo, sólo para ser interrumpida por Max. — Está bien, gente escuchad. Tenemos un miembro nuevo en la Manada para conocer esta noche. Ella es alguien que Simon y yo conocimos en la universidad, alguien que cambié cuando necesitó ayuda. Su nombre es Sheridan Montgomery. Es una buena persona que ha tenido un momento difícil. Ha venido a nosotros por ayuda, así que por favor escuchadla. Sheri podía oír la voz del Alfa en Max, y sintió que su poder llenaba la habitación. Todas las conversaciones se calmaron de inmediato mientras ella se ponía de pie y daba un paso hacia adelante. Podía oler a Max y a su compañera de pie junto a la chimenea, con Simon y

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estaba empezando a hacerla sentir incómoda. E incómodamente caliente, algo que

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El Club de las Excomulgadas Becky a la derecha de Max. Ella se volvió de mala gana para hacerle frente a la habitación. Era el momento de la verdad. La ayudarían, ¿o no? — Hola— comenzó, con sus dedos apretando sobre la cabeza de Jerry. Él reaccionó poniéndose de nuevo en servicio, acomodándose a su lado en una postura de alerta. —Soy Sheri. Adrian se echó hacia atrás con tanta naturalidad como pudo y trató de que sus músculos tensos se relajaran. Su compañera había sido amenazada, y por la forma en que Max y Simon se

vibrando. Si hubiera tenido una cola habría estado moviéndose rápidamente hacia atrás y hacia adelante. Diablos, incluso como humano tenía el impulso de ponerse de pie y caminar, pero se obligó a quedarse quieto y a escuchar lo que Sheri tenía que decir. — En la universidad, salí con un hombre llamado Rudy Parker. Estaba en mi tercer año de Ciencias de Computadores, él estaba en el programa de postgrado de Ingeniería Mecánica. Quería trabajar con robots— ella sonrió con tristeza mientras lo decía. —Parecía como la respuesta a todos los sueños que había tenido. Adrian casi gruñó. La idea de ella cuidando de otra persona le hacía apretar mucho los dientes en el borde, y sólo había conocido a la mujer durante una hora aproximadamente. Cada instinto de posesión que tenía había comenzado a estirarse, como un gato que despierta a la luz de la mañana, toda su atención centrada en la esbelta rubia delante de él. — En mi último año pequeñas cosas empezaron a suceder que me hicieron preocuparme. Me decía que me pusiera falda, porque le encantaba con falda, después se molestaba si llevaba jeans. Me compraba chocolate caliente para beber y se cabreaba si no estaba debidamente agradecida. Las cosas comenzaron a aumentar justo antes de graduarme. Su voz era fuerte, pero sus manos empezaron a temblar. Él tuvo el impulso de

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estaban comportando todavía estaba bajo amenaza. Su Puma estaba prácticamente

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El Club de las Excomulgadas levantarse y poner sus brazos alrededor de ella, de hacerle saber que estaría a salvo con él. ¿Ese Parker la habría lastimado? Si había puesto una mano sobre ella, era hombre muerto. Adrian lo cazaría y lo atraparía personalmente. Sintió los ojos de alguien sobre él y se volvió. Era Simon. El hombre lo miraba como si supiera exactamente lo que estaba pensando. Y si alguien en esa sala lo sabía, sería el gran artista. Su compañera había sido atacada y herida gravemente por un miembro de la manada antes de que hubiera sido convertida, y Adrian sabía que Simon todavía deseaba haber matado a la perra. Becky se inclinó hacia Simon y le acarició el brazo con dulzura, pero sus ojos estaban pegados a Sheri.

— Rudy sabía que no podía ver muy bien. Soy legalmente ciega. Utilizaba mi bastón cuando iba a lugares en la universidad y en casa. Conocía mi camino bastante bien, así que no era difícil, y el bastón es muy útil cuando se hacen cosas como cruzar la calle. Él cogió mi bastón, me dijo que había sido robado por unos niños que me estaban gastando una broma, y luego se ofreció a ayudarme alrededor del campus. Empezó a faltar a sus propias clases para ir a las mías, lo que me pareció muy dulce en ese momento. Pero si no entraba en el edificio, o si me comprobaba y no estaba allí, se volvía loco. Ese año conocí a Max— su sonrisa ya no fue triste, sino traviesa. —Él estaba saliendo con una chica que era demasiado pegajosa y estaba tratando de salir de la relación sin herir sus sentimientos. Y, no, no había otra mujer involucrada; él simplemente se sentía presionado y quería salirse. Así que terminamos comparando notas y algunas de las cosas que le dije provocaron alarma en él. Me dijo que quería conocer a Rudy y yo dije que sí. Adrian podía sentir la tensión de ella. Todos, con excepción de los niños en el piso de arriba, estaban completamente inmóviles. — No hace falta decir que Rudy no estaba feliz de conocer a Max. Esa noche fuimos a una cita y me llevó al bosque. No creí que fuera peligroso en ese momento porque habíamos ido allí antes. Era su lugar favorito, un lugar donde podíamos hablar de nuestros sueños, de la forma en que queríamos nuestras vidas, de ese tipo

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Adrian volvió su atención a su princesa de la nieve.

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El Club de las Excomulgadas de cosas. Ella suspiró, sumergiendo la cabeza hacia abajo y hacia un lado. Adrian tuvo la impresión de que lo estaba mirando. Él captó un destello rojo de sus ojos antes de que inclinara la cabeza hacia atrás, escondiendo sus ojos detrás de sus gafas. —Me atacó esa noche. No creía en hombres-lobo ni en hombres-pumas antes de esa noche. — ¿Hombres-lobo?— preguntó Belinda. Ella había tomado una posición cerca de Becky, como era su hábito desde el ataque a la beta mujer. Los ojos de Becky se

fríos y sin emociones, poniendo a Adrian en guardia. Él volvió de nuevo su atención a Sheri. — Sí. Hombres-lobo. Rudy se transformó justo en frente de mí y me atacó. Me sostuvo en el suelo y trató de montarme. Mis lesiones fueron... malas— ella tomó una respiración profunda, obviamente, sacudida por los recuerdos, y Adrian no pudo contenerse a sí mismo por más tiempo. Se levantó y se acercó a ella, quedándose de pie junto a ella, sosteniendo la mano que no sostenía el arnés de Jerry. Ella pareció estabilizarse ante su toque, su voz calmándose y volviéndose más fuerte, y su Puma ronroneó con satisfacción. —Logré escapar de él, pero estaba sangrando bastante. A veces pienso que él quería que escapara, que quería la emoción de la caza, pero no creo que esperara que yo llegara a la carretera— sonrió un poco. —Mi ángel de la guarda finalmente despertó cuando llegué a la carretera, porque casi fui golpeada por Simon, que regresaba de una fiesta— Simon asintió sombríamente, confirmando su historia. —Le rogué que me llevara al hospital. Me llevó a la casa de Max en su lugar. No recuerdo mucho de lo que pasó después de eso, pero cuando desperté estaba sanada por completo, con excepción de una marca de mordida— tiró a un lado el borde de su suéter blanco para mostrar una cicatriz. Por el rabillo del ojo Adrian vio a Becky frotarse una marca similar. La mano de Simon cubrió la de su compañera y él la miró con un feroz sentido protector que, por una vez, Adrian entendió completamente, porque él estaba luchando contra la tentación de mirar hacia abajo a Sheri de la misma manera.

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estrecharon; Emma se veía pensativa. Ambos dirigentes de la Manada parecían

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El Club de las Excomulgadas Sheri soltó el borde de su camisa y le tomó la mano de nuevo. No estaba seguro de que ella hubiera notado que lo había hecho. —Max me mordió y me cambió. Si no lo hubiera hecho habría muerto. Cuando Rudy trató de herirme de nuevo tuve la oportunidad de defenderme. Me vi obligada a correr cuando trató de hacerme daño con su Manada respaldándolo. Max se hizo cargo antes de que Adrian pudiera hacer algunas preguntas, como, ¿por qué no eres una Loba? —En ese momento estaba bastante seguro de que Parker era un paria. Me puse

amigos. Me prometieron que se ocuparían de él. Cuando Parker trató de vengarse de mí por haber cambiado a Sheri, Simon y yo nos las arreglamos para luchar contra él y sacar a su “Manada”. Él ha estado persiguiendo a Sheri desde entonces. Ella se ha visto obligada a mudarse un montón de veces y de no acercarse a nadie, como a una Manada, por temor a que Parker los usara en su contra. Ha solicitado formar parte de nuestra Manada, lo que significa que ya no estará sola. —La dura mirada de Max recorrió la habitación. —Nosotros trataremos con esta amenaza ahora. El Alfa sonrió cuando los miembros de la Manada murmuraron su consentimiento. Adrian sintió temblar la mano de Sheri en la suya. — Ahora, para los que tenéis hijos, tenéis que tener en cuenta que Parker es un hombre enfermo que no se detendrá ante nada para recuperar a Sheri. Mejor que estén a salvo, sabiendo dónde están en todo momento. Os enviaré por e-mail a todos una foto de Parker, para que si lo veis sepáis lo que hacer. Contactar conmigo o Simon… —O conmigo —Adrian elevó la voz, apretando la mano de Sheri tranquilizadoramente. Él aflojó inmediatamente cuando vio su mueca, pero se negó a soltarla.

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en contacto con la Manada local, y no sabían nada de él o de su pequeño grupo de

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El Club de las Excomulgadas —O con Adrian— asintió Max. —Bajo ninguna circunstancia, que no sea una amenaza a vuestros cachorros, debéis acercaos a Parker en modo alguno. Él corre con cerca de otros tres lobos. Que pueden o no pueden haber cambiado. Me pondré en contacto con la Manada de Pocono y veré si ellos nos ayudarán. Lo último que supe fue que el líder de la manada era alguien aislado, por lo que puede ser que estemos por nuestra cuenta en esto. — Yo ayudaré— dijo Belinda. —Hay lugares a los que ella puede necesitar ir que un hombre no puede. Yo iré con ella. — Bien, ella no es la Curana por lo que debería estar segura— murmuró una de

— ¿Disculpa? Adrian se estremeció ante el hielo en la voz de Emma mientras la Curana de la Manada se escandalizaba por el tono de la mujer. Una fina niebla rodeándola, un serio indicio de hasta qué punto estaba de enojada. — ¿Dudas de mi palabra de que Belinda Campbell no tuvo nada que ver con el ataque a Rebecca Yaeger? Uh-oh, ahí había más que palabras. Si la mujer sabía lo que era bueno para ella daría marcha atrás y pediría disculpas inmediatamente. Adrian vio cómo varias de las mujeres hacían una mueca y se apartaban del miembro infractor de la Manada. — No, Curana— la mujer inclinó la cabeza en sumisión. — Bien— Emma miró alrededor a los otros miembros de la Manada. —Espero que este sinsentido se detenga. Belinda nos ha demostrado tanto a Rebeca como a mí que no tuvo absolutamente nada que ver con el ataque de Olivia sobre Rebecca. Castigarla por las acciones de Olivia está mal, y espero algo mejor de mis compañeros de Manada. ¿Entendido? Adrian vio cómo Max se colocaba de lleno al lado de su compañera, con una

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las mujeres.

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El Club de las Excomulgadas fría advertencia en sus ojos para cualquiera que la desafiara. Desafiar a Emma era desafiar a Max, y ni un solo hombre en la sala se creía capaz de derrotar al Alfa. Cuando los Betas se colocaron justo al lado de los Alfas y añadieron sus miradas a la disputa, era más o menos demasiado. Murmullos de aprobación flotaron en la habitación y los Alfas se relajaron. — Sheri estará trabajando a tiempo parcial en el Wallflowers, a partir de mañana— añadió Emma en un tono de voz más cálido. — Se puede mudar al apartamento de Becky, que está justo encima de la

Becky lo miró. — ¿Puede? ¿Qué pasa con la persona que está viviendo actualmente ahí? — Pensé que podría vivir conmigo. No te importa, ¿verdad?— Simon le sonrió a su compañera, y Adrian tuvo que ocultar una sonrisa. El resto de la gente en la habitación ni siquiera se molestó. Algunos fueron tan lejos como para reírse mientras Becky gruñía en respuesta. — Me gusta mi apartamento. — Sería más fácil para Sheri y tú estarías haciendo una cosa muy agradable por una nueva amiga. Becky suspiró. —Ese fue un golpe bajo, Simon. — Además, mis pies se enfrían por la noche. — Oh, bien, no podemos dejar que tus pies se enfríen, ¿no Garfield? —Tomaré eso como un sí— Simon sonrió mientras la sala estallaba en carcajadas.

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tienda— dijo Simon, con su brazo yendo una vez más en torno a su compañera.

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El Club de las Excomulgadas Ese poquito de risa ayudó a aliviar las tensiones en la habitación. La gente se instaló cómodamente para discutir la mejor manera de ayudar a Sheri, mientras llegaban a conocer al miembro más reciente de la Manada. Adrian no estuvo nunca muy lejos de su lado, y sorpresivamente tampoco lo estuvo Belinda. Las dos mujeres parecían buenas amigas. Él se echó hacia atrás y observó mientras ellas se reían juntas por algo, y luego hacían planes para ir a comer al día siguiente después de que Sheri saliera del trabajo. Él sintió que un poco de su propia tensión se calmaba, y su compañera estaría a salvo con Belinda. Le preguntaría a Max por la

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historia completa mañana.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Tres — Adelante. Pregunta— Sheri trató de no sonreír mientras Belinda bajaba su sándwich y se inclinaba en ambos codos, viéndose a la vez curiosa y culpable. — ¿Qué se siente al ser albina?— preguntó Belinda en voz baja. Ella suspiró y bajó su sándwich. No se sentía ofendida. Se había acostumbrado a corregir a la gente, pero todavía le molestaba que la gente se lo preguntara.

— ¿Por qué? Había estado esperando a que alguien le hiciera esa pregunta desde ayer en la reunión de la Manada, pero Belinda era la primera en tener el coraje. Las dos mujeres estaban sentadas en El Comedor de Kelly comiendo hamburguesas y patatas fritas y arruinando totalmente sus dietas. Era una de las mejores tardes que había tenido en mucho tiempo. Era agradable tener una nueva amiga. Esperaba que no estuvieran a punto de arruinar eso. — Soy una persona con albinismo. Decir que soy albina es como decir que tengo una enfermedad transmisible, como llamar a alguien leproso. Es una condición con la que vivo, no algo que soy. — Pero no es peor que me digan rubia, o pelo-maíz. — Dudo eso— ella se echó a reír. —Piensa en el estereotipo del “albino”. Siempre somos los malos que hacen algunas cosas desagradables a algunos pobres inocentes que no saben que el albino es malvado. Y nadie se te queda mirando solo porque eres rubia. Hubo un momento de silencio.

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—Realmente odio esa palabra.

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El Club de las Excomulgadas —Está bien— Belinda, finalmente arrastró las palabras. —Dime un chiste de rubias. Sheri se detuvo con la hamburguesa a mitad de camino hacia su boca, con su cabeza inclinada mientras trataba de descifrar la expresión de la otra mujer. — ¿Qué tal este? Una rubia entra en el consultorio del médico y le dice, “Doctor, me duele siempre que me toco”. El doctor la toca por todas partes en su cuerpo, y por supuesto, ella grita cada vez que lo hace. El doctor le pregunta si es rubia natural; detenme si te sabes el chiste.

amigas. — El doctor dice, “Me lo imaginaba, su dedo está roto”. Sheri pudo oír a Belinda tomar un sorbo de su refresco. —Una rubia estaba jugando Trivial Pursuit una noche con unos amigos. Cuando llegó su turno, tiró los dados y estos aterrizaron en Ciencia y Naturaleza. Su pregunta fue, “Si estás en un vacío6 y alguien te llama por tu nombre, ¿lo oyes?”. La rubia lo pensó por un momento y preguntó, “¿Está encendida o apagada?”. Sheri se mordió el labio para no reírse, pero tuvo la sensación de que la otra mujer la había visto. — O mi favorito, ¿cómo se llama a tres rubias en un Volkswagen? Lejos-de-casa. Sheri perdió la batalla contra la risa, y se sintió aliviada cuando Belinda se rió entre dientes también. — Tengo una licenciatura en Administración de empresas con especialidad en

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N.C. en inglés vacío se dice vacuum, también utilizado para decir aspiradora, por eso pregunta si está encendida o apagada.

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Ella se sonrojó, lo había escuchado antes, y se había reído tan fuerte como sus

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El Club de las Excomulgadas Finanzas, pero sólo porque me veo como una muñeca Kewpie7 gente que conoce toda mi vida me trata como si fuera una idiota— Sheri apenas pudo distinguir el encogimiento de hombros de la otra mujer. —A veces eso es lo que la vida te hace, y a veces es lo que te haces a ti misma. Así que me sé algunos chistes de rubias, y me río de los chistes de rubias, y trato de hacer las cosas lo mejor posible para no dejar que las opiniones de otras personas me importen. No siempre funciona, pero lo intento. — Wow. Lo siento. — Está bien. Supongo que lo que estoy tratando de decir es que, no dejes que la

realmente no importa a largo plazo. Si me enojara por cada chiste sobre rubias que he oído, estaría enojada un montón de tiempo— Belinda se acercó más para que Sheri pudiera ver su sonrisa y le susurró, —O sería pelirroja, adorando el santuario de la Sra. Clairol.8 Se quedaron en silencio, mientras cada una comía un poco. — ¿Eres dueña de tu propio negocio? — No— respondió Belinda con un suspiro. —Trabajaba en Noah’s como la anfitriona, y planeaba optar para la posición de gerente... pero no resultaría. Estoy bastante segura de que puedo darme el lujo de abrir mi propio lugar, pero desearía ser capaz de poner experiencia en un puesto de dirección en los documentos para mi préstamo. No creo que pueda calificar sin esta. Sheri pudo oír el dolor en la voz de la otra mujer.

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Esto es una muñeca Kewpie Marca de tintes para el pelo.

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etiqueta te moleste. Si lo haces, acabas por terminar gastando energía en algo que

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El Club de las Excomulgadas —Lo siento. — Está bien. El mercado justo ahora apesta para el tipo de negocio que quiero dirigir de todos modos. — ¿Qué tipo de negocio es? — Livia y yo... solíamos decir en broma que abriríamos nuestro propio negocio. Yo quería abrir un bar y parrilla, y lo llamaríamos Blondie o algo así; ella quería un spa— Belinda se encogió de hombros. —Era una de las razones por la que me gustaba trabajar en Noah’s. Me encanta el negocio de los restaurantes.

— Me despidieron. — ¿Por qué? —Porque la gente pensaba que estaba ligada a Livia. Ella atacó a Becky, hiriéndola muy mal, durante el baile de disfraces de este año. Livia usó la amenaza hacia Becky para tratar de conseguir que Emma le entregara el anillo de Curana. — ¿Qué?— Sheri no podía creer lo que oía. — ¿Alguien trató de utilizar a Becky para llegar a Emma? — Sip. No supe nada al respecto hasta que Simon se llevó a Becky para curarla y convertirla. — Y reclamarla. — Y reclamarla— ella pudo oír un tipo diferente de dolor en la voz de Belinda y se preguntó si la otra mujer tendría sentimientos por Simon. Si los tenía, era una lástima; Simon estaba absolutamente dedicado a su compañera. — Pero el anillo… — No te hace la Curana, ¿verdad? Pero si Emma se lo entregaba…

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— ¿Qué pasó con tu trabajo allí?

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El Club de las Excomulgadas — Habría sido vista como débil— finalizó Sheri, pensativamente. — Exactamente. Sería comida para gatos. Sheri se echó a reír. Le gustaría estar allí. **** Adrian esperaba afuera del restaurante y observó mientras las dos mujeres hablaban y reían. Algo en su corazón se alivió al verla verdaderamente relajada por primera vez desde que la había conocido.

vista y miró hacia las dos mujeres. Adrian puso los ojos en blanco. —Ella es mi compañera. Simon sonrió. — ¿Y si alguien va a utilizar sus increíbles poderes para que la tela se caiga de ella serías tú? — Idiota. Simon se calló, y Adrian sonrió. — Parece estar bien establecida dentro— dijo Simon, apoyado en la pared de ladrillo del restaurante. — Síp. — Becky confía en Belinda. — ¿Y tú no?— Adrian mantuvo sus ojos en las dos mujeres, pero su atención estaba en Simon.

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— Tal vez si te fijas lo suficiente su ropa se caerá sola— Simon apareció a la

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El Club de las Excomulgadas — Hasta cierto punto, sí. — ¿Confías en Becky y Emma? Simon suspiró. —Sí, maldita sea— sonó como si hubiera tenido, y perdido, esta discusión ya. Probablemente Becky hubiera llegado a él y le habría regañado. Decidió ayudar a tranquilizar a Simon. Había cosas que sabía acerca de Belinda que conmoverían a Simon hasta la médula.

— ¿Alguna vez has estado en el Kelly’s cuando Belle está ahí? Simon miró a Adrian con una ceja levantada. — ¿Belle? Adrian asintió. —Así es como llaman a Belinda ahí. Belle. — No, no he estado allí cuando Belle está ahí. ¿Por qué? — Ella puede sorprenderte. Simon soltó un bufido. —Salí con la mujer de vez en cuando durante años, y nada de lo que haga me sorprendería, a menos que fuera a crecerle un segundo cerebro. — ¿En serio? Entremos. Adrian abrió la puerta y empujó a Simon dentro. Simon, sorprendentemente, se lo permitió. — ¡Hey, Belle!

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Adrian asintió.

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El Club de las Excomulgadas Las cejas de Simon se levantaron cuando Frank Kelly gritó el nombre de Belinda. Adrian sonrió y esperó. Ya sabía lo que vendría. — ¿Sí, Frank? — ¿Qué haces cuando una rubia te lanza un alfiler? — Corro como el infierno, ella tiene una granada en la boca. El restaurante entero se echó a reír. —Hey, Belle— uno de los clientes gritó. — ¿Alguna vez te he dicho un chiste

— Nop— respondió con orgullo Belle. — ¡Te agarraré un día, Belle!— se rió Frank. — ¿Y a mi perrita, también? Más risas. Adrian pudo ver el shock de Simon mientras empujaba al hombre de vuelta por la puerta. — ¿Ves? — La única vez que la vi estaba con sus amigos de clase alta— dijo Simon. — Ella no actuó de esa manera a su alrededor. — Por supuesto que no, la habrían expulsado del club de campo— Adrian respondió. Se puso contra la pared de nuevo y se quedó mirando hacia el comedor, observando a Sheri y a Belle comer. —Además, todo el mundo sabía por qué salías con Belinda, y no era por su conversación. Simon hizo una mueca. —Ella no actuaba de esa manera a mi alrededor, tampoco.

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que no te supieras?

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El Club de las Excomulgadas Adrian asintió. —Te dio lo que pensaba que querías. — Una rubia tonta— dijo Simon, pensativo. — No me gusta hacerte sentir aún peor, pero en lo que puedo decir, nunca salió con nadie más que contigo. Simon se estremeció de nuevo.

Adrian se encogió de hombros. —No sé si creía que eras su compañero o qué, pero cuando lo encuentre, lo sabrá. Hasta entonces, creo que Sheri está segura con Belle. — Está bien— convino Simon con un suspiro. —Confiaré en ella.

*** — Habla— Adrian miró fijamente a su amigo y socio, cruzando los brazos mientras le bloqueaba el camino para salir de la oficina. Acababan de cerrar por el día y eran los únicos que quedaban en la práctica. — ¿Disculpa?— los ojos azules de Max brillaron dorados por un momento, sintiendo el reto de Adrian. Adrian suspiró. —Es mi compañera, Max. ¿Cómo te sentirías si Emma estuviera amenazada?— Max respondió gruñendo a esa pregunta. —Así que dime. ¿Con qué me estoy enfrentando aquí? Max suspiró y se pasó la mano por el pelo.

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—Caramba, gracias.

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El Club de las Excomulgadas —Rudy Parker es un enfermo de mierda. Trató de montarla como lobo. Cuando eso no funcionó, la mordió. Si no se hubiera liberado estaría en una Manada de lobos ahora en lugar de aquí. — Pensaba que ese tipo de cosas suceden muy rápido. ¿Cómo pudo escapar antes de que él lo lograra? Max se encogió de hombros. —No tengo ni idea. Todo lo que recuerdo es que su hombro estaba rasgado hasta el infierno y de vuelta, y una parte se había perdido.

— ¿Él tomó un pedazo de su hombro? Max asintió. —Es por eso que la cicatriz es muy mala allí. Incluso la Poción Mágica Puma no pudo sanarla. Adrian soltó una risa, sus ojos volviendo a su habitual color marrón oscuro. — ¿Poción Mágica Puma? — Son las palabras de Becky, no las mías. — Ella debe saberlo— Adrian comenzó a pasearse. —Está bien, él trató de violarla, ella logró escapar antes de que él la cambiara, y ha sido perseguida desde entonces. ¿Eso lo resume? Max asintió lentamente. — ¿Qué estás dejando de lado? — Ella escapó intacta, porque se fue antes de que el maltrato se volviera más malo. Sabe lo peligroso que él es ahora, sin embargo, y si se entera de que los dos

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El gruñido de Adrian salió.

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El Club de las Excomulgadas sois compañeros él hará todo lo posible por derribarte. — Puedo manejarlo. Max sacudió la cabeza. —Él no irá a ti solo. Usará a su Manada, y un Puma contra una manada de lobos... — El Puma pierde— Adrian se detuvo y se quedó mirando en blanco la pared, su mente corriendo. —Tenemos que mantener a la Manada rodeándonos, entonces.

fuera y cerca. Belinda, Becky y Emma se quedarán con ella siempre que sea posible. — Y yo estaré con ella por la noche. — Si puedes convencerla de eso. — ¿Dudas de mí?— Adrian le sonrió a Max, confiado en su capacidad de seducir a su compañera. — Ella tratará de alejarte a fin de protegerte. Para ser honesto, me sorprendió cuando por fin se puso en contacto con nosotros de nuevo y pidió formar parte de nuestra Manada. La invitación ha estado abierta desde que la mordí. — Lo que significa que las cosas son probablemente peor de lo que ella está diciendo— murmuró Adrian, con todos sus instintos de protección quemándolo vivo. La necesidad de ir a ella, de tomar su bonito trasero y llevarla a su guarida donde estaría a salvo era casi abrumadora. — Síp. — ¿Estás bien con que Emma haga la guardia? La sonrisa de Max fue salvaje, y sus ojos brillaron dorados.

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— Sheri no estará sola; Simon ha sido nombrado para velar por ella cuando esté

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El Club de las Excomulgadas —Ese hijo de puta toca a mi compañera, infiernos, respira mal sobre ella, y lo forzaré a comerse sus propias bolas. Adrian asintió, con sus músculos tensos mientras el poder de Max rodaba a través de la habitación. La necesidad de proteger era aún más fuerte ante la llamada inconsciente de su Alfa. — ¿Si Emma no lo hace primero? La sonrisa de Max se relajó, y Adrian se relajó con él.

— Lo sé. — ¿Lo sabes? — Síp, todo el pueblo lo sabe. Max parpadeó. —Entonces, ¿por qué yo no? Adrian se encogió de hombros. — ¿Por qué lo harías? No estabas en la ciudad cuando ocurrió, y nadie sabía que iba a llegar a ser tu compañera. Max dejó escapar un suspiro. —La discusión que tuve con esa mujer para conseguir la historia de ella... Muy bien. No importa— gruñó mientras Adrian sonreía. —Ve si puedes conseguir que Sheri te diga el resto de la historia. — No hay problema— Adrian volvió para salir de la oficina y vio una de las fotos del vestido de boda que Emma había clavado en el tablón de anuncios. Se detuvo con una sonrisa. —Por cierto, ¿puedes transmitirle un mensaje a Emma?

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—Ella rompió la nariz de un hombre una vez.

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El Club de las Excomulgadas — Claro, ¿cuál es? La curiosidad en la voz de Max casi lo hizo reír. — ¿Puedes decirle que no hay suficientes fotos de trajes de baño allí? Si vais al Caribe de luna de miel, ella tendrá que elegir un bikini. — ¿Estás tratando de mutilarme? — ¿Puedes conseguir fotografías de ella probándoselos? Eso sería genial.

Adrian salió de la oficina con una sonrisa. Ya era hora de ir a reclamar a su compañera.

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— ¡Fuera! Idiota.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Cuatro Sheri con mucho cuidado levantó el jarrón, sacándolo de la caja en la que Simon lo había metido. El gran artista se acercó a ella, observando todos sus movimientos como un halcón. Ella se aseguró de ser muy cuidadosa con la delicada pieza. Había estado trabajando en Wallflowers durante dos días, y no se había quedado sola ni por un momento. Si Becky y Emma estaban ausentes, algún otro miembro de la Manada, justo se detenía para hacer algunas compras. Como si incluso una

Gracias a Dios por Belinda. Por lo menos no tenía pretensiones de por qué estaba allí, y las dos mujeres se habían convertido en amigas rápidamente. Y tal vez si Rudy estuviera fuera de su vida, ella podría ayudar a Belinda a realizar su sueño. — Por favor, no lo rompas. — Estoy siendo cuidadosa— respondió ella, empezando a enojarse. — No te ofendas, pero te está tomando demasiado tiempo hacer eso. — ¿Te gustaría hacer esto? — Nop, parece que lo tienes cubierto— él comenzó a caminar, moviéndose sin descanso alrededor de los delicados muebles como en una jaula... bien, león de montaña. —Becky oficialmente se mudará conmigo esta semana. — Lo sé. Estoy ayudándole a hacer la maleta— ella gentilmente puso el jarrón en la caja blanca de regalo con el nombre de la tienda y el logotipo impreso en letras doradas. —Me dijo que debería poder mudarme para el fin de semana, ya que no se llevará ninguno de los muebles —lo cual era un trabajo bastante rápido teniendo en cuenta que sólo era martes. — ¿Así que ya te ha sacado y te ha enseñado los alrededores?

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mujer como Mary Howard pudiera comprar en una tienda durante tres horas.

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El Club de las Excomulgadas — Síp, conozco la disposición y todo. — Bien. No es que vayas a vivir allí por mucho tiempo si Adrian tiene algo que decir al respecto. — ¿Simon? — ¿Síp? — Háblame de Adrian— ella podría haberse mordido la lengua por dejar las palabras salir, pero la curiosidad la devoraba como loca.

escuela local, sus padres aún viven aquí y han estado felizmente apareados durante casi treinta años. Él es nacido, no convertido. Tiene una hermana y un hermano, ambos más jóvenes, ambos todavía en la universidad, ambos fuera de la ciudad. Es dueño de su propia casa y coche, comparte práctica con Max, y nunca ha tenido problemas con la ley. — ¿Mujeres? — Nada serio. — ¿Tan malo como tú? Simon gruñó. —Yo no estaba tan mal. — No, por supuesto que no. Las puertas giratorias pertenecen a la habitación de cada uno. — Un dolor en el trasero— se quejó él. Sheri sonrió. — ¿Así que es un jugador?

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— Es de la misma edad que yo, así que es un año más joven que Max. Fue a la

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El Club de las Excomulgadas — No tanto. No ha salido muy seriamente, pero ¿Sheri? Me dijo que tú eras su compañera, lo que significa que ahora no saldrá con nadie en absoluto. — Él está equivocado— mintió ella. — Así que cuando él se acerque a ti al respecto, lo tratarás bien, ¿de acuerdo? Es uno de mis mejores amigos. — Le golpearé la cabeza con un bate de béisbol si lo intenta— respondió ella con calma.

— Yo puedo cuidar de mí misma, muchas gracias. — Su madre te amará. — Ella nunca me conocerá. — Ella es de la Manada, ya lo ha hecho, y la golpeó como el infierno. — No sé de lo que estás hablando— ella olfateó mientras terminaba de atar un bonito lazo dorado en la caja. Sus manos se levantaron lejos del lazo. Ella miró los ojos oscuros de Simon. — Sois compañeros. Confía en mí, no hay forma de negarlo. He luchado con mi atracción hacia Becky durante seis meses... infiernos, si soy sincero, fue probablemente más que eso, y fue pura agonía. — ¿Y? — Así que si luchas contra eso, los sueños se iniciarán. Sueños calientes y sudorosos. Del tipo que te dejan dolorido. Y se pone peor. No sentirás ningún deseo por nadie más, porque si tu cuerpo no puede tener la cosa real la tomará de tus sueños. No te puedes negar a tu compañero.

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— Es un buen hombre, y cuidará bien de ti.

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El Club de las Excomulgadas Ella se quitó las gafas oscuras y trató de no entrecerrar los ojos por la luz. Permitió que sus ojos parpadearan en rojo. —Rudy lo matará. Si el que lo niegue lo protege… — Mierda. Sheri hizo una mueca; no había notado la campana de la puerta sonando. Se empujó las gafas de nuevo sobre la nariz y hacia atrás sobre sí misma. —Hola, doctor Giordano.

— ¿Por qué?— preguntó Simon. Por respuesta, Adrian saltó por encima de la encimera de cristal y lanzó a Sheri sobre su hombro con el agarre de un bombero. Hizo caso omiso de su chillido de protesta, recogiendo el arnés de Jerry. Jerry, el traidor, obedeció de inmediato mientras Adrian los sacaba con calma del edificio. — ¡Adiós, Simon! La risa de Simon resonó detrás de ella. —Adiós, muchachos. — Suéltame— gruñó Sheri. — Nop. — ¡Bájame ahora, estúpido! Él sopló una carcajada. —No eres la primera persona que me llama así. Ella se aquietó, unos irrazonables celos haciéndola ver en rojo.

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— Llama a Becky— le dijo Adrian a Simon.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Quién? — Simon y Max. Ella se relajó. —Oh. — Muérdeme y te azotaré. Para que lo sepas. Su tono alegre de voz realmente estaba empezando a irritar sus nervios. Eso y su

— ¿Tú y cuál ejército, amigo? — ¿Crees que necesito ayuda para manejarte, princesa? Ella gruñó mientras él la ponía en su coche con un sonoro y fuerte beso en la parte superior de su cabeza. Se sintió una niña de tres años. —Sabes, hay algunos medicamentos muy buenos para las personas con tu condición. ¿Has pensado en tomar algo? — Ni siquiera pienses en salir del coche. — No soñaría con ello. Tienes a mi perro— murmuró ella, y se cruzó de brazos sobre su pecho mientras él cerraba la puerta del coche con una sonrisa. Por lo menos sus gafas de sol no se habían caído. Por supuesto, el Dr. Estúpido no se había molestado en tomar su chaqueta, por lo que estaba sentada congelándose el trasero en su fina blusa negra y pantalón. El idiota. Él sonrió, abrió la puerta del lado del conductor y puso a Jerry en la parte de atrás. El traidor se acomodó con alegría, agitando su cola mientras Adrian lo acariciaba. Después, Adrian se puso detrás del volante y arrancó el coche. — ¿A dónde vamos?

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posición al revés comenzaban a darle un dolor de cabeza.

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El Club de las Excomulgadas Ella podía oír la sonrisa en su voz. —A mi casa. — No. — ¿No qué? — No, no iré a tu casa. — Oh. Lo siento.

— Nop. — ¿Entonces por qué lo sientes? — Por decepcionarte. Irás a mi casa. — Dr. Giordano— empezó a decir ella. Él puso su mano sobre su boca. —Mi nombre es Adrian. — Mph rr hmph. — ¿Qué?— Adrian le quitó la mano de la boca. — Gracias. — Uh, ¿de nada? — Ahora llévame de vuelta a la tienda— ella cruzó los brazos sobre su pecho de nuevo y lo fulminó con la mirada, tratando desesperadamente de no tiritar de frío. Él se dio cuenta de todos modos y puso la calefacción.

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— Bien. Llévame de regreso.

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El Club de las Excomulgadas — No. — Ahora. — No. — ¡Lo digo en serio! — No. Ella gruñó. Ella le había gruñido.

— Lo siento, compañera, no sucederá, deja de pedirlo— entraron en un camino de entrada. Justo cuando abrió la puerta del garaje ella abrió la puerta del coche y salió, decidida a caminar de regreso al Wallflowers. Sólo había conseguido dar unos diez pasos antes de que él la tomara y la tirara sobre su hombro. Él le palmeó el trasero con dulzura mientras ella le gruñía. — Oh, no, no lo harás. Tengo a tu perro, ¿recuerdas?— la risa en su voz la hizo gruñir más. Ella podía sentir sus ojos volviéndose de color rojo con irritación. — Buenos días, doctor Giordano. — Buenos días, señora Anderson— ella lo sintió despegar una mano de su trasero para saludar a alguien. — ¿No es ella el miembro más reciente de la Manada?— preguntó la anciana en un escandalizado susurro. — Sí, y es mi compañera— le susurró de regreso Adrian con malvado humor. Sheri gruñó de nuevo. — Oh, ¡Bien por ti! ¡Bienvenida al barrio, señorita!

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—Adrian.

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El Club de las Excomulgadas — Estoy siendo secuestrada en contra de mi voluntad— ella gritó calmadamente. Uno de ellos necesitaba mantenerse cuerdo. — Está bien, querida. Que tengáis un buen día. Ella podía sentirlo riéndose bajo su estómago y le dio un puñetazo en el trasero tan duro como pudo. Doble tonto. — Ay— la cachetada de él aterrizó en su trasero ardiendo como el infierno. — Deja de hacer eso.

— Sólo déjame ir por el perro... ahí tienes— dijo él mientras Jerry salía de su auto y caía al paso a su lado. Él cerró la puerta del coche con el pie y se la llevó al garaje. Ella miró a su perro y consideró hacerlo comida para gatos. —Quiero regresar. — Lo siento, cariño. No se puede. Bienvenida a casa— ronroneó él, mientras la puerta del garaje se cerraba. — Tu coche todavía está afuera— señaló ella, con los dientes castañeándole un poco en el aire frío. — Pero mi compañera está dentro— él pasó la mano por su trasero. —Hmm, ¿una tanga? Me encantan las tangas— suspiró felizmente. — Cerdo— murmuró ella, divertida a pesar de sí misma. — ¿En lo que a ti concierne? Oink oink. Ella reprimió una risa indignada mientras la llevaba a la casa. Él no la bajó hasta que llegaron a la sala de estar. Podía ver los oscuros pisos de dura madera marrón, las paredes color siena tostada y los muebles de color beige con chocolate y cojines

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— ¡Bájame!

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El Club de las Excomulgadas estampados con toques de siena en ellos. La mesa de café era una pieza tallada en madera oscura, pero no pudo poner sus tallas en enfoque. Se veía tan bonita que tenía ganas de pasar sus dedos sobre esta y examinarla más de cerca. Podría verla si estuviera lo suficientemente cerca, pero no quería que él supiera que ella estaba interesada en ninguna cosa de su casa. Su mobiliario era moderno y cómodo. Ella averiguó cómo de cómodo cuando sin ninguna ceremonia él la soltó en el sofá. La tela tenía el tacto suave del terciopelo bajo sus dedos, lo que significaba que probablemente era de microfibra. Ella casi malditamente ronronea mientras su mano acariciaba una vez, luego dos

— Tú no eres mi compañero. — Sí, lo soy. ¿Refresco o zumo? Ella abrió la boca para responder, luego movió la cabeza con disgusto. —Me iré ahora. — Da un paso hacia esa puerta y no te sentarás por una semana— él utilizó de nuevo el mismo tono de voz alegre que había usado para preguntarle por la bebida de su preferencia. — ¡Llamaré a la policía y diré que me secuestraste! — Adelante. El comisario es uno de nosotros y nieto de la señora Anderson para empezar. — ¡Ugh! — Sí, querida— él le entregó el zumo con una sonrisa, y ella ahogó el impulso de lanzarlo hacia su presumida cara. Ella intentó una táctica diferente.

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veces antes de recordar que estaba enojada. Decidió seguir con su ataque.

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El Club de las Excomulgadas —No deseas a una compañera. Me lo dijiste. — Cierto, te dije eso. — Yo no quiero uno tampoco— gruñó ella. — Muy mal, muy triste. Estás atrapada conmigo. Ella le enseñó los dientes mientras se sentaba junto a ella, con la lata de refresco en una mano.

Él se estiró y le quitó su zumo de la mano. —Sabes— dijo, poniendo su lata al lado de su jugo, —No te he reclamado todavía. Ella se levantó de un salto al mismo tiempo que él se inclinó. — ¡Ni siquiera lo pienses! Él suspiró, descansando contra los cojines. —Eres mi compañera. Yo soy tu compañero. Te morderé, probablemente me morderás. — Pero no donde te gustaría que lo hiciera. Él la miró fijamente, finalmente, perdiendo algo de esa alegría. — ¿Esto es porque te dije que no quería una compañera? Ella puso los ojos en blanco. —Estúpido. — Porque si lo dices para protegerme de Parker realmente te daré azotes en el

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—No, si te mato primero.

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El Club de las Excomulgadas culo. Ella sacudió su dedo hacia él. —Tú ya tuviste tanto toqueteo de mi trasero como conseguirás. ¡Eep!— él saltó del sofá y la agarró, con ambas manos aterrizando en su trasero y tirándola con fuerza contra su cuerpo. Él apretó las caderas contra las de ella, dejando que sintiera la erección bajo sus pantalones. —Oh, Dios— jadeó ella. Él quitó sus gafas de sol, sus ojos oscuros destellando dorados mientras captaban el brillante rojo en los de ella.

— No lo soy— murmuró ella. Su sonrisa fue lenta y sensual. La miró como si fuera un plato de crema y él quisiera lamerla. —Oh, sí, lo eres— una mano siguió sosteniéndola contra él; la otra dejó caer sus gafas sobre el sofá y la levantó para acariciar su cabello. — ¿Sabes lo que pensé cuando te vi por primera vez? — ¿Estupideces? Él sopló una risa. —No. Pensé que parecías una princesa de la nieve. — Princesa de la nieve. Qué original— se burló ella, tratando de no dejar que su cercanía, y su erección, la distrajeran. Habría funcionado si su voz no hubiera estado temblando. — Quería tirarte al suelo y follarte hasta que ambos nos desmayáramos. Sus rodillas temblaron.

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—Eres tan jodidamente hermosa, ¿lo sabías?

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El Club de las Excomulgadas — Después quise marcarte y ocultarte lejos para que nadie te viera de nuevo, ni te deseara otra vez. ¿Sabes por qué? — ¿Por las feromonas?— respondió ella con voz débil. Sus pezones se notaban por debajo de su sujetador, su respiración era entrecortada, poco profunda. Su mano comenzó a acariciar su trasero de nuevo. —Porque eres mía. Ella frunció el ceño. Si no fuera por su maldito olor ella le habría dado patadas

—Yo no le pertenezco a nadie. — Está bien. Porque yo soy tuyo— le susurró antes de que él tomara su boca en un beso que casi la dejó caer al suelo. Esa no era una gentil persuasión, ni un beso de primera cita. Este era un guerrero reclamando a su mujer, invadiendo su boca ásperamente, sin cuartel, obligando a sus labios y dientes a abrirse para él con toda la finura de un toro furioso y hormonal. Y a ella le encantó. Su mano sobre su trasero se apretó hasta el punto del dolor, y la de su pelo se cerró y tiró hasta que su boca estuvo exactamente donde él la quería. Él la saqueó, reclamándola incluso sin morderla, y ella se reveló a esto. Sus amantes anteriores la habían tratado como a un cristal, con un delicado cuidado, casi como si tuvieran miedo de romperla. Habían ignorado su fuerza. Adrian no sólo reconocía eso, sino que lo saboreaba. Ella prácticamente se subió a su cuerpo, enterrando ambas manos en su oscuro y corto cabello, y poniendo su boca donde ella la quería. Él la ayudó tomándole el trasero con las dos manos, tirando de ella más duro en su contra. Ella envolvió ambas piernas alrededor de su cintura y gimió a medida que continuaban el asalto. Cuando él se echó hacia atrás y la mordió, marcándola, ella se corrió tan fuerte que vio estrellas. Él ni siquiera se había molestado en empujar la tela de su camisa a un lado. La había mordido directamente a través de esta, con el salvaje acto

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en las bolas por eso.

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El Club de las Excomulgadas aumentando su excitación a un pico que incluso no sabía que fuera posible. — Cama. Ahora— murmuró él. — Mm—hmm. Él se echó a reír con voz ronca por su débil y entrecortada respuesta, cargándola por las escaleras. Todo era una confusión de siena tostada y madera oscura a medida que él avanzaba a toda velocidad, prácticamente dándoles golpes a los dos en la pared

—Desnudo. Desnudo es bueno. — Um— contestó ella, mordiendo su cuello. Él se paró en seco en el centro de la habitación y se estremeció completamente. Arqueó su cuello hacia arriba para darle un mejor acceso, que ella aprovechó con avidez mientras marcaba a su compañero de la forma en que él la había marcado. El sonido de tela rasgada fue su primer indicio de que tal vez ella lo había empujado sólo un poco demasiado lejos con la mordida. Sus garras arrancaron sus pantalones fuera de su cuerpo, sus toques fríos enviaron escalofríos por su columna mientras ella las sentía enganchar sus bragas y rasgarlas también. Cuando sus garras destrozaron sus propios pantalones, ella gimió... el buen y respetable doctor iba desnudo bajo sus pantalones. Apenas lo sintió patearlos mientras la penetraba aún de pie. Era la cosa más maravillosa que jamás había sentido en su vida. La llenaba casi hasta el punto de dolor. — Joder— murmuró él. — Por favor— jadeó ella. Dorados ojos brillaron hacia ella.

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mientras giraba para entrar en su dormitorio.

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El Club de las Excomulgadas —No me hagas reír, princesa. Ella giró sus caderas lentamente, la sensación haciendo que los ojos de él se cerraran en un placentero gemido. —Aguafiestas. Él los dirigió hacia la cama, con cada paso metiéndose más en ella. Con suave fuerza la tumbó en el borde de la cama, su pene nunca dejando su cuerpo. — ¿Estás lista para mí?

—Nop. Pensé que estaría aquí y contemplaría los colores del techo. Estúpido. Él retrocedió y se estrelló en ella duro, haciéndola jadear. — ¿Qué decías? — ¿Si lo repito volverás a hacer eso?— preguntó ella con los ojos muy abiertos. Él utilizó sus garras para destrozar su camisa y sujetador, tirándolo abierto de los bordes rotos y revelando sus pechos a su hambrienta mirada. —Quiero verlos moverse— él susurró. Sus colmillos se habían extendido, sus ojos brillaban dorados y sus manos inclinaron sus garras para amasar suavemente su carne. El leve dolor sólo aumentó su conocimiento de él. Él agarró sus caderas y comenzó a follarla, duro, rápido y furioso, bombeando dentro y fuera de su cuerpo, con sus ojos pegados a sus pechos. — Ven aquí— exclamó ella, tirando de sus brazos. Tenía que ver su cara claramente, quería ver como el orgasmo los tomaba a los dos. Le permitió tirar de él hacia abajo. Ahora sabía que su Puma era más fuerte que el de ella. Los dos estaban muy cerca de la superficie mientras sus humanos hacían el amor, su fuerza evidente para ella mientras se inclinaba sobre su cuerpo pálido.

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Ella lo miró fijamente.

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El Club de las Excomulgadas El conocimiento de que ella podía poner a tal hombre fuerte de rodillas, elevaba su excitación. Sólo cuando su frente estuvo al ras con la de ella él se detuvo, mirándola directamente a sus brillantes ojos rojos mientras aporreaba en ella con todas sus fuerzas. Sabía que iba a estar magullada, que estaría dolorida por su rudo manejo, pero maldita sea, esto no se había sentido nunca tan bien. Sus manos se deslizaron a lo largo de sus brazos hasta que llegaron a sus muñecas, tirando con suave fuerza hasta que se extendieron por encima de su cabeza. Ella estaba literalmente cubierta por él de pies a cabeza. Sus ojos permanecían abiertos, pegados a los suyos, llenos de posesiva pasión, y ella gimió,

— Mía— gruñó él, derramándose en su interior, con sus dientes sujetándola por su marca una vez más. La vista y el olor del placer de él mezclado con su mordida activaron su propio clímax una vez más. Sus manos se doblaron en su pelo mientras su orgasmo le robaba la respiración, su espalda inclinándose fuera de la cama, abriendo la boca en un grito silencioso.

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corriéndose otra vez.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Cinco Santa mierda, pensó Adrian, con su mirada fija en la mujer durmiendo sobre su estómago junto a él. Si hubiera sabido que el sexo con una compañera sería así habría ido en busca de ella mucho antes. Nunca se había corrido tan duro en su vida. Jodida. Vida. Y había tantas cosas más que quería hacer con su exuberante y cremoso cuerpo. Por ejemplo, todavía no había chupado sus pezones de color

que haría tan pronto como ella estuviera consciente de nuevo. Quería dejar la marca de sus dientes en una de esas perfectas nalgas, o tal vez en el interior de su muslo justo antes de comerla hasta que ella gritara su nombre. No había ninguna manera en que ella pudiera negar el apareamiento. Si ella lo dejaba en un intento equivocado por protegerlo, o bien se moriría o se volvería loco. No. Él la cazaría y la traería de vuelta a su guarida, donde pertenecía. Entonces la ataría y follaría hasta que no pudiera moverse. Un pensamiento que tenía cierto atractivo, incluso si ella no trataba de dejarlo. Él le había dejado moretones en sus bonitas nalgas y arañazos en sus caderas con sus garras. Resistió la tentación de besar las marcas, sabiendo por la forma en que ella respiraba que estaba agotada. Ese hijo de puta que había estado persiguiéndola pagaría por haberle dado tanto miedo que ella no podía ni dormir. Pagaría el doble por haberle hecho daño, dejando una marca en su piel perfecta. Él resistió a la tentación de levantar la cabeza y gruñir su desafío al mundo mientras los pensamientos de Parker se entrometían en su encantador resplandor. Se preguntó si el hijo de puta estaría en la ciudad, sin embargo, y lo que trataría de hacer si se enteraba de que Sheri se había emparejado.

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melocotón, o rozado su vientre con sus dientes. No había lamido su crema, algo

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El Club de las Excomulgadas Pensó en su Mustang en el camino de entrada y decidió que no podía ser una mala idea meterlo en el garaje. Se levantó con cuidado, sin querer molestar a Sheri. Su princesa necesitaba dormir. Tenía planes para ella una vez que estuviera despierta otra vez. Fue a su armario, sacó unos jeans usados y se los puso, después, se puso sus viejas tenis y su cálida camisa de franela. Tomó sus destrozados pantalones y los llevó a la sala de estar, sacando sus llaves lo más silenciosamente que pudo, y luego se dirigió al armario y sacó el viejo revólver de su padre. Había revisado el arma cuidadosamente el día anterior, llevándolo al campo de tiro para asegurarse de que

cubriéndolo con su camisa. Entró en el garaje y abrió la puerta. Mierda. Parece que Parker ha estado aquí, pensó mientras miraba hacia los cuatro neumáticos chatos, obviamente, pinchados. Sacó su pistola y cerró la puerta del garaje, con los ojos abiertos para ver si el hijo de puta todavía estaba allí. Cuando no pasó nada, guardó el arma y volvió a entrar para llamar a Gabriel Anderson, Max y Simon. **** Levantó la vista mientras colgaba con Simon para ver a Sheri envuelta en una de sus camisas, de pie en la parte superior de las escaleras, con sus bonitos ojos azules llenos de pesar. Y eso lo cabreó. — Ni siquiera malditamente lo pienses— gruñó él saltando por las escaleras de dos en dos. — Adrian... — No— la tomó en sus brazos, su cabeza se apoyó en la cuna de su hombro.

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todo funcionaba correctamente. Así era. Se lo metió en la parte trasera de sus jeans,

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El Club de las Excomulgadas En comparación con él, ella era tan pequeña y delicada que se sentía como un hombre de las cavernas. El impulso de proteger a su compañera era tan fuerte que tembló con este. —No irás a ningún sitio. — No tengo ropa— dijo ella, sonriendo suavemente. —Tengo que ir por lo menos para traer alguna. Él se echó hacia atrás y la miró.

Ella puso los ojos en blanco. — ¿Qué le pasó a tu coche? — Alguien decidió afilar sus garras en mis neumáticos. Su mandíbula se apretó, sus ojos brillaron de color rojo y su espalda se puso rígida con ira. Él podía sentir sus uñas clavándose en su espalda. — Eso es tan jodidamente caliente. Ella frunció el ceño. — ¿Qué? — Verte poniéndote toda Xena9 sobre mí. Me dan ganas de vestirte de cuero y doblarte sobre el tronco de un árbol. Ella levantó una ceja, con el pesar desapareciendo de sus ojos mientras miraba hacia él. —Cerdo.

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Xena, la princesa guerrera, protagonista de un popular programa de TV sobre una amazona.

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—Creo que te ves hermosa.

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El Club de las Excomulgadas — ¿No tuvimos ya esta discusión? Oink oink, nena. Sus labios temblaron. — Ve al piso de arriba. Tengo una larga bata que puedes usar. Está colgada en el interior de la puerta del baño. Tendrás que bajar y hablar con Gabe y los demás, pero después podremos dormir un poco. — ¿Qué pasa con tu coche? — Max y Simon me pueden ayudar a cambiar los neumáticos a primera hora de

— Repito: ¿Con qué ropa? Él frunció el ceño, pensativo. —Buen punto. Llamaré a Max de nuevo. Emma puede conseguir algunas de tus prendas de tu habitación del hotel. — Si Rudy sabe que estoy aquí, eso podría no ser seguro para Emma. — Otro buen punto— él sacó su móvil y marcó el número de Max. — Hey, ¿Max? Necesito que traigas a Emma contigo. Sheri necesita un poco de ropa de su habitación del hotel. — No estoy seguro de que sea una buena idea— respondió Max. —Si él ya ha estado en tu casa lo más probable es que sepa dónde se quedará ella. Podría tener el lugar vigilado. — Síp, ella mencionó eso. Iba a pedirte que fueras con ella. Si Parker puede con vosotros estamos en más problemas de los que pensaba— trató de ignorar el persistente pensamiento de que debía estar allí, también. Su lugar estaba junto a su compañera, protegiéndola, no con su Alfa. Ese era el trabajo de Gabe. — Puedo recoger algunas cosas para ella. Creo que sé lo que debo tomar.

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la mañana. Belle puede acompañarte al trabajo.

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El Club de las Excomulgadas Camisetas, pantalones, ropa interior, ¿no? — Y maquillaje— dijo Sheri, sabiendo que Max la oiría. — ¿Maquillaje? — Y la comida de perro de Jerry, y sus platos— agregó ella. — ¿Alguna otra cosa que necesite? — Probablemente, es por eso que te dije que llevaras a Emma— él puso su mano sobre el receptor, sabiendo que Max lo oiría de todos modos. —Emma es la

— Idiota— se quejó Max. Adrian pudo escuchar a Emma en el fondo. —Dame el teléfono, León-O. Hola, Adrian. ¿Todo el mundo está bien por ahí? — Aparte de mi pobre Mustang, todo el mundo está bien. — Ay. ¿Rayó la pintura? — Si lo hizo, sólo subió el nivel de dolor que sentirá. Emma rió. —Estamos en camino. Averiguaré lo que necesita Sheri una vez que llegue allí, ¿de acuerdo? — Está bien. Adiós. — Adiós. Él colgó el teléfono y la jaló en sus brazos, luego frotó sus manos dulcemente por su espalda.

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inteligente en esa relación.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Ves? Todo arreglado— le dio un beso rápido en los labios antes de dar un paso atrás. —Ve a ponerte la bata, cariño. Gabe debería estar aquí en cualquier momento, y no tiene por qué verte tan sexy. Pudo ver que la preocupación estuvo de vuelta en sus ojos justo antes de que ella se diera la media vuelta y se dirigiera al dormitorio. Oh, síp. Parker estaría dentro de un mundo de dolor. **** — Así que, ¿tú y Adrian os habéis emparejado?— le preguntó Belinda cuando se

Sheri trató de no sonreír con aire de suficiencia. Dejarlo, negar el apareamiento, ya no parecía ser una opción. Él lo había dejado en claro, después de que todos se habían ido anoche, que si ella lo dejaba la seguiría, murmurando algo sobre esposas y postes en la cama mientras la había llevado de regreso a esta. —Me mordió a través de mi camisa. Belinda lanzó un silbido. —Dicen por ahí que te sacó directo de la tienda, te lanzó en su coche y se fue hacia el atardecer. — Más o menos. El estúpido. Belinda se echó a reír. — ¿Qué? — Hacía mucho frío, y él dejó mi abrigo y mi bolso detrás. — ¿Dejó tu bolso?— ella sacudió la cabeza con incredulidad. —Los hombres son idiotas.

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dirigían al Wallflowers a la mañana siguiente.

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El Club de las Excomulgadas — Tú lo has dicho. — Entonces, ¿de quién es la chaqueta que llevas?— la risa y la conocedora expresión en el rostro de Belinda decía que ya sabía la respuesta. Sheri acarició la oscura chaqueta de cuero que Adrian había colocado sobre ella antes de besarla diciéndole adiós, la sonrisa de suficiencia con la que había estado luchando firmemente se fijó en su cara. —Suya.

— Lo sé. Me amenazó con lesiones corporales graves si dejaba que cualquier cosa le suceda a su chaqueta. Belinda le puso la mano debajo de su codo mientras se acercaban a la intersección. Mientras las dos mujeres comenzaban a cruzar la calle un coche negro dio vuelta a la esquina y apuntó hacia ellas a toda velocidad. Belinda jadeó, empujando de nuevo a Sheri a la acera, mientras Jerry empezaba a retroceder, la señal para un coche aproximándose. Ella perdió el equilibrio y cayó, golpeándose la cabeza contra el pavimento mientras el coche le daba a Belinda, lanzándola unos buenos diez pies. Las gafas de Sheri volaron de su cara, cegándola con la intensa luz solar. Jerry estuvo gimiendo y lamiendo su mano mientras el coche, un sedán oscuro, se precipitaba por la calle, pasando muy cerca a otro coche antes de dar vuelta en otra esquina y perderse de vista. — ¿Belle?— ella arrastró las palabras. Sorprendida de lo difícil que era hablar. Ninguna respuesta. O si la hubo, no la oyó. El dolor en su cabeza floreció mientras trataba de levantar la cabeza para encontrar a la otra mujer, y el mundo se volvió negro.

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— Es su favorita.

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El Club de las Excomulgadas Adrian se quedó mirando a su compañera y sintió una profunda ira que nunca había experimentado antes. Literalmente temblaba por ella. No tenía ninguna duda de quién había sido el responsable de la condición de su compañera. Rudy Parker era hombre muerto. — Belinda estará bien. Han tenido que operar su cadera rota, y tiene un brazo roto y una conmoción cerebral. Los doctores dicen que tuvo suerte, podría haber sido mucho peor. Pero estará bien— dijo Simon calmadamente mientras entraba en la habitación del hospital. Sonaba tanto agitado como furioso. —Gabe entrevistó a

— Voy a matarlo— la letal suavidad de su voz hizo eco extrañamente en el oscuro cuarto. Simon lo miró con extrañeza, pero asintió. —Max y yo estaremos allí. Lo que significaba que, si por una u otra razón Adrian no podía acabar con Parker, uno de ellos lo haría por él. Ya sabía que no sería necesario eso. Adrian podía sentir su Puma rugiendo y paseándose debajo de su piel. No podía apartar sus ojos de su compañera. —Quiero protección aquí veinticuatro/siete10 hasta que la lleve a su casa— la orden en su voz era inconfundible. Simon frunció el ceño. —Ya me encargué de eso, pero es posible que desees vigilar por ti mismo. Adrian miró a su Beta y sabía que sus ojos estaban dorados por la rabia. Podía sentir el mismo esfuerzo en contra de una barrera invisible mientras él y Simon se miraban uno al otro. 10

Veinticuatro horas al día los siete días de la semana.

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los testigos, y hablará con Sheri tan pronto como se despierte.

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El Club de las Excomulgadas Él nunca había sobrepasado los límites, ni una sola vez había intentado ver cuál de ellos era el Puma más fuerte. Había sido muy feliz con su status quo. Nunca había sentido el deseo de liderar, sólo proteger. Pero si la única manera de garantizar la protección de su compañera era enfrentarse a Simon, con la posibilidad de perder a sus mejores amigos en el proceso... Ningún concurso. — Calmaos— la voz de Max estaba llena de serena autoridad. Adrian y Simon se volvieron para encontrar al Alfa en la puerta, la luz del pasillo filtrándose a través de esa extraña niebla que lo envolvía cada vez que necesitaba hacer cumplir

Adrian se sintió extrañamente desligado mientras la niebla lo tocaba. Simon se estremeció levemente y retrocedió. — Lo siento, hombre. Sé que estás preocupado por ella. Cristo, todos lo estamos. Adrian asintió, con sus ojos pegados a los de Max. La extraña sonrisa el hombre rubio estaba empezando a irritar sus nervios. — ¿La protección? — Eso es para que tú decidas. ¿Qué sugieres? El tono de Max era soso, la niebla todavía lo rodeaba. Se trataba claramente de una orden. Adrian frunció el ceño, sorprendido, pero contestó de todos modos. —Veinticuatro/siete de protección mientras ella esté en el hospital. Dos Pumas en la puerta, dos por el pasillo. Que la cambien a un cuarto del final, que al menos uno de los Pumas mantenga un ojo en el hueco de la escalera en todo momento. Varones solamente, no arriesgaré a las hembras. Nadie entra en esta habitación sin que tú, Simon o yo lo aprobemos. Una de las mujeres se quedará aquí con ella

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su voluntad.

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El Club de las Excomulgadas mientras está inconsciente, en caso de emergencia. Una en la que confiemos. — Sugeriría poner las mismas precauciones alrededor de la Srita. Campbell— dijo Gabe Anderson desde detrás del Alfa. —Si Parker decide que su accidente le costó su oportunidad con la Srita. Montgomery podría decidir tomar represalias. El gesto de Adrian se apretó. —No hay nadie en la Manada en quien confíe la seguridad de Belle en estos momentos.

La voz decidida de Gabe sostenía una nota similar a la suya; él se preguntó brevemente si el otro hombre se habría dado cuenta. Max asintió. —Bien. Te encargarás de eso. Trabajad juntos en esto. Antes de que ellas dejen el hospital, quiero sugerencias para la protección de ambas mujeres una vez que estén de vuelta en casa. Simon, te necesito a ti y a Becky para que vayáis a Poconos y habléis con el nuevo Alfa de la manada allí. Su nombre es Richard Lowell. Accedió a echarnos una mano con Parker. Tardaréis alrededor de dos horas en llegar allí, salvo cambios en el clima. Emma cubrirá la tienda; Marie estuvo de acuerdo en reemplazarla unos pocos días, mientras Sheri y Belinda se recuperan. — Estoy en ello— Simon palmeó a Adrian en el hombro, luego hizo lo mismo con Max al pasar. Se fue sin mirar atrás. — Tal vez podamos reunir un grupo de cazadores, encontrar a ese hijo de puta y ponerle fin a esto. El gruñido de Gabe se hizo eco con el que Adrian podía sentir dentro de él. — ¿Tienes su olor?

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— Yo lo haré.

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El Club de las Excomulgadas — Tengo un soplo, síp, pero no lo suficiente como para hacer un seguimiento bueno. Tengo las placas parciales y una descripción del vehículo que estoy moviendo por mis canales. — Entonces esperaremos. Gabe asintió, aceptando el pronunciamiento de Adrian sin pelear. La extraña sonrisa de Max seguía en su sitio a medida que escuchaba la conversación entre Gabe y Adrian.

Adrian se volvió, con toda su atención centrada una vez más en Sheri. Se inclinó sobre ella para que consiguiera una mirada clara de él. —Hola, princesa. Ella abrió sus legañosos ojos azules y lo miró. —Lo siento. — ¿Por qué? ¿Por casi haber sido atropellada?— él obligó a su tono de voz a ser suave cuando se sentía como todo lo contrario. — Por haber rayado tu chaqueta. Una lenta sonrisa cruzó su rostro. —Está bien. Te azotaré por eso más tarde. — ¿Belle? Su dolorido susurro estaba volviéndolo loco. Era intolerable para él que ella sintiera cualquier molestia. —Estará bien. No te preocupes por ella.

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—Tu compañera está empezando a despertar.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Viva? — Síp, nena, está viva. Tiene fracturada la cadera y el brazo, y una conmoción cerebral, pero está viva. — Me salvó. — Lo sé, nena. Lo sé —y ella se había ganado su inquebrantable lealtad con ese acto de auto-sacrificio. No pudo resistirse a tocarla por un segundo más, acariciando su platino pelo

—Duerme, cariño. Estoy aquí. Te mantendré a salvo. Cuando ella acarició su mejilla tan confiadamente en su mano y se quedó dormida al instante, ocurrieron dos cosas. Su corazón se partió en dos, reformándose con ella como su núcleo. Y su determinación de matar a Parker antes de que pudiera ponerle otro dedo encima floreció en algo más. El hombre no solo había herido a su compañera, había herido a su Manada. Mirando a los ojos de color azul oscuro del comisario, Adrian finalmente entendió lo que había impulsado a su padre a ser policía. Porque la misma feroz necesidad de proteger que lo había embrujado, quemaba en los ojos de Gabe, también.

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rubio fuera de su cara con el mayor cuidado, con tanto amor como pudo.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Seis Max había puesto en práctica cada una de sus sugerencias de seguridad. Sorprendentemente, Adrian había encontrado que él y Gabe hacían un buen equipo, cada uno lanzando ideas al otro hasta que estuvieron funcionando planes que ambos aprobaban. Gabe había logrado conseguir el acuerdo del hospital sobre los guardias, los cambios de habitación, todo lo que habían querido. Y a pesar de que todo lo había visto Max, en silencio, seguía estando esa extraña

— ¿Quieres decirme por qué estás malditamente sonriendo otra vez?— Adrian finalmente le preguntó a la mañana siguiente. Era justo antes de que abrieran. Max había llegado a la consulta con esa sonrisa en su maldita cara y no se había ido. Adrian se estaba volviendo loco. Por primera vez, Adrian sintió el pleno poder de Max. El hombre de pelo dorado se irguió en toda su estatura, su poder moviéndose a su alrededor, llenando los sentidos de Adrian hasta que debería haberse caído al suelo, arrastrándose. Por qué no había ocurrido, estaba sorprendido. Debería haber estado en el suelo besando la barata alfombra. En su lugar, estaba de pie en posición vertical, ojos clavados en Max, todos sus sentidos en alerta ante una amenaza desconocida. No se dio cuenta de que había tomado una postura de batalla hasta que Max cedió, el poder retirándose con una rapidez que hizo tropezar a Adrian, como si hubiera estado apoyado contra una pared y la pared de repente hubiera desaparecido. — ¿Entiendes lo que te está pasando?— la voz de Max fue suave. — No— dijo Adrian, horrorizado. ¿Casi reté al Alfa? Max sonrió. —Ya basta como el infierno.

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sonrisa en su cara.

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El Club de las Excomulgadas Casi desafié al Alfa, y ¿él está sonriendo al respecto? Él desnudó la garganta en un gesto de sumisión que, a pesar de su postura anterior, se sintió perfectamente natural. — No me enseñes tu garganta. La orden en la voz de Max, la cercana ira allí, lo sorprendió. Su cabeza se levantó rápidamente. — ¿Por qué no? Casi te desafié, joder.

—Idiota. De alguna manera, el oír a su amigo llamarlo así hizo que todo estuviera bien. —Está bien, León-O, ¿por qué no me dices lo que está pasando conmigo? — Sólo Emma me llama así— se quejó Max, dejándose caer en la silla de la oficina. Estiró sus largas piernas delante de él, con los pies cruzados a la altura de los tobillos, y cruzó sus manos sobre el estómago. Era la imagen de la facilidad, y no engañó a Adrian ni por un momento. Esos ojos azul cielo eran demasiado fuertes para estar realmente relajados. — Está bien. Oh Grandioso y Exaltado Líder, impárteme tu sabiduría. Y date prisa, tengo un paciente en una hora. Max puso los ojos en blanco. — ¿Te acuerdas de la posición que tu padre tenía en la Manada? Adrian asintió, no era ningún secreto. —Síp. Era el Alguacil. — ¿Y qué hace un Alguacil?

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Max se echó a reír.

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El Club de las Excomulgadas Adrian frunció el ceño. Max estaba siendo un dolor en el trasero. —El Alguacil protege al Alfa y a la Manada de las amenazas— repitió él. — ¿Me darás una galleta ahora? — ¿Y cuándo fue la última vez que la Manada fue amenazada?— Max levantó una ceja y lo miró más exigente. Adrian dejó escapar un suspiro. —Mi padre mató a un paria que estaba cazando miembros de la Manada. A las

— Uh-ajá. Y eso fue, ¿qué? ¿Veinticinco años atrás? — Síp. ¿Entonces? — Entonces tu papá ya no es el Alguacil. Adrian se encogió de hombros. —Lo sé. Pensé que era Gabe. Es por eso que regresó a la zona— Adrian tragó mientras sus ojos se agrandaban. — ¿Me estás diciendo que soy el segundo después de Gabe? Max puso los ojos en blanco. —No. Idiota. Gabe es el segundo. Tú eres el Alguacil. Adrian parpadeó. —De ninguna jodida manera. — Sí, maldita sea. — Soy un oculista. No un policía. Max sonrió.

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hembras, para ser específico— añadió con un pequeño gruñido.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Y? ¿Estás diciendo que yo no puedo patearles el trasero con lo mejor de ellos? Los ojos de Adrian se abrieron como platos. — ¡No! Diablos, no. ¿Me veo estúpido? — No contestaré a eso. — Idiota.

— ¿Qué pasa con Simon? ¿Te consideras un cobarde? — No— estuvo de acuerdo Adrian, pensativo. — Está bien, entonces. ¿No te das cuenta de cómo Gabe te escucha, sigue tus instrucciones, añadiendo las suyas sólo después de haber conseguido tu aprobación? Adrian volvió a parpadear, sorprendido. El otro hombre había hecho eso, ¿no? — Eso es porque él sabe instintivamente lo que eres, y quién es él. Y está bien con eso. En fin, quizás Max estaba en lo cierto. Él dejó escapar un suspiro, mientras todas las sensaciones extrañas que había estado sintiendo recientemente de repente tenían sentido. Todos los hombres sentían la necesidad de proteger a su compañera, habían sido criados con eso. Un hombre que no estaba dispuesto a dar su vida en defensa de su compañera y de sus hijos no se merecía nada. Pero su reacción ante el dolor de Belle había sido casi tan fuerte como su reacción hacia el de Sheri. Su necesidad de garantizar la seguridad del Alfa y la seguridad de su manada había estado comiéndoselo por los últimos dos días, desde que sus neumáticos habían sido pinchados. Adrian se había horrorizado tanto como se había fascinado.

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Max sonrió.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Alguacil? Max suspiró. —Ya sabes cómo va la jerarquía, Adrian. ¿Por qué te sorprende estar justo en la parte superior? Eres tan cercano y tan poderoso como yo, y eres tan poderoso como Simon. E infiernos, los tres hemos sido mejores amigos desde hace años. Sólo tenía que asegurarme de que lo aceptaras antes de confirmarlo. Alfa, Beta, Alguacil, Omega; esa es la forma en la que iba. El Alfa era el gobernante de la Manada, el Alguacil era su garra, y el Omega su corazón. Todas

la Manada como un todo, pero tendría problemas para ver los detalles, por lo que el Alguacil llenaría los aspectos físicos para el Alfa mientras que el Omega llenaría los emocionales. Sin los tres la Manada vacilaría y finalmente moriría. Él miró a los ojos de Max y vio comprensión allí. Max tenía una carga similar, pero la suya, como Alfa, era aún mayor. No había compasión en su mirada. Igual que él, Adrian era lo que era. Él asintió con aceptación. Sintió el manto de Alguacil asentarse sobre sus hombros con una facilidad sorprendente, mientras el poder de Max sutilmente lo rodeaba. Se sentía cómodo, como si una parte de él hubiera desaparecido y luego se la hubieran dado de nuevo a él. Su Puma ronroneó su aprobación. Ahora tenía la autoridad necesaria para garantizar no sólo la seguridad de su compañera, sino la de su Alfa y de su Manada. A pesar de que sabía que estaba aún incompleta; no tenían Omega, pero a menos que se perdiera la conjetura, Max ya sabía quién era y estaba esperando el momento adecuado para presentar a esa persona. — ¿Te puedo preguntar algo?

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eran posiciones con las que se nacía, no se adquirían. El Alfa podía decirte cómo es

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El Club de las Excomulgadas Max se encogió de hombros. —Claro. — ¿Por qué no me sentí así cuando Becky fue atacada? Max levantó una ceja y esperó. Y él se dio cuenta. —Ella no era de la Manada todavía— Y debido a que Livia no había puesto en

— Y desde que desafió a Emma en vez de sólo atacarla, no debió haberte importado, tampoco. — Sin embargo, Emma estuvo en peligro, ¿no? Max se encogió de hombros. —En realidad no. Fue un desafío de dominación. Confía en mí, si Livia hubiera ido tras Emma sin haberla retado, tú te habrías activado. — Bien, ahora me haces sonar como un

Twin Wonder11— Adrian se

estremeció. Max sopló una carcajada y se inclinó. —Síp, sólo puedo imaginarte en mallas color púrpura. ¿Quieres saber cómo funciona esto o no? — Supongo que sería lo mejor. No quisiera ser tan pobre que podría ser golpeado por un trapeador. Max sonrió.

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Gemelos Fantásticos, dibujo animado de superhéroes.

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peligro a un miembro de la Manada, su “sentido arácnido” no había hormigueado.

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El Club de las Excomulgadas —Está bien, relájate. Piensa en la Manada en su conjunto. ¿Quién tiene dolor justo ahora, y es natural o algo infligido? Frunció el ceño. ¿Cómo diablos se suponía que iba a saber eso? Sólo, que lo sabía. Becky tenía un dolor de muelas; tenía que avisárselo a Simon. Sarah Parker se había cortado el dedo, probablemente tratando de cocinar. Era un poco torpe con los cuchillos de cocina, y con casi cualquier cosa sobre la que pusiera en sus manos. Marie Howard tenía una rodilla raspada por una caída. Emma también tenía un dedo cortado... y ella estaba...

— ¡Emma! Max se levantó y salió por la puerta antes de que él hubiera terminado. Adrian estaba justo detrás de él. Eran sólo unas pocas manzanas hasta Wallflowers, pero ambos corrieron todo el camino, dejando sus chaquetas en su prisa por llegar a Emma. Max se detuvo delante de la puerta. —Hijo de puta. Adrian gruñó bajo en su garganta ante lo que había sido el frente de cristal de la tienda. Emma levantó un trozo del vidrió que había sido su aparador, con algunas de las antiguas letras doradas aun visibles, la sangre chorreaba por su mano donde ella misma se había cortado. Sus ojos brillaban con lágrimas mientras lo miraba. — ¿Max? Max pasó por la puerta y sostuvo a su compañera antes de que la primera lágrima cayera.

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Se volvió hacia Max, horrorizado.

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El Club de las Excomulgadas Los dorados ojos que miraron a los de Adrian eran feroces. —Encuéntralo. Sus palabras sin hablar habían sido, mátalo. **** Sheri se despertó con el peor dolor de cabeza que jamás había sentido en su vida. Su cabeza latía junto con su corazón, y las náuseas bailaban un tango en su estómago. Se sentía como si algo tratara de quitarle de la parte superior de la

—Mátame— susurró ella, gimiendo. Incluso ese ligero sonido hacía que su piel se pusiera de gallina. — Hola, princesa. ¿Te duele la cabeza? Ella abrió los ojos. Adrian estaba inclinado hacia abajo, nariz con nariz para que pudiera verlo claridad. Sus profundos ojos marrones estaban llenos de preocupación. — Pupa12— gimió ella. Él la besó en la frente, llegando por encima de ella para presionar el botón de llamada. —Te conseguiré una medicina para el dolor. ¿Ok? Ella debería haber asentido, pero eso habría hecho que la parte superior de su cabeza se cayera. Así que optó por no hacerlo. Cerró los ojos contra el resplandor viniendo a través de las ventanas. Adrian había cerrado las cortinas. Bendito fuera el hombre.

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La palabra en el original es “Owie”. Suelen utilizarla los niños pequeños para decir que se han hecho daño, por eso he dejado “pupa” aunque suene un poco infantil.

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cabeza utilizando un martillo neumático.

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El Club de las Excomulgadas — Está bien, cariño, la enfermera está por venir. Ella podía oír los zapatos chirriantes de la enfermera en los pasillos excesivamente encerados antes que él, pero no dijo nada. Las declaraciones le dolían demasiado. Incluso gruñir estaba más allá de ella en ese momento. Si solo la hubiera matado, el dolor se habría detenido. Y ella habría estado eternamente agradecida con él. Cerró los ojos mientras él comenzaba a acariciarle el cabello, cuidando del gran bulto sobre el costado de su cabeza. Ella oyó a la enfermera entrar en silencio, y a

inyectó algo en su IV. — Te sentirás mejor en unos momentos, cariño. Ni siquiera podía asentir. Suspiró, y él pareció entender. Él la dejó por un momento. Ella podía oír el agua corriendo en el cuarto de baño, y un poco después un paño frío le cayó sobre su frente y sobre ojos. Ella gimió cuando el frío apartó algo del dolor. — No quiero que te preocupes por nada, princesa. Lo tengo todo bajo control. Relájate y vuelve a dormir. — ¿Jerry? — El veterinario lo revisó. Está bien, sólo un poco golpeado. Lo mantuvo una noche en observación. Está en mi casa ahora. Sus labios temblaron. No era una sonrisa, le dolía demasiado para eso, pero era el comienzo de una. — Belinda está despierta y hablando. Tiene dolor, y necesitará terapia física, pero estará bien —su mano se movió de nuevo a su cabello, acariciándoselo

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Adrian explicarle lo que estaba mal. Unos minutos más tarde la enfermera le

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El Club de las Excomulgadas suavemente. —Gabe está buscando a quien te golpeó, y hemos establecido medidas de seguridad para ambas. Alguien estará contigo en todo momento. Ella se agitó, con el ceño fruncido. Mientras abría la boca, un dedo se apretó contra sus labios. — No. Necesito esto, cariño. No luches contra mí. No puedo estar contigo todo el tiempo, pero necesito saber que estás protegida o me volveré loco. Ella besó su dedo en respuesta. — Gracias— sus labios tocaron suavemente los de ella, una caricia que casi no

Belle, por si acaso. Ella se mordió el labio y trató de no llorar. Sabía que no era su culpa, pero no podía evitar la sensación de que lo era. El medicamento que la enfermera le había dado empezó a trabajar, por lo que le dio sueño. Sintió que se escapaba de nuevo mientras sus labios la acariciaban una vez más. — Duerme, princesa. Yo te cuidaré. No estaba segura, pero mientras se deslizaba fuera, ella creyó que lo había oído susurrar, Te amo. Eso era bueno. Porque ella lo amaba también. **** — ¡Buenos días, dormilona! Sheri consideró mantener los ojos cerrados sólo un poco más. Tal vez cuatro o cinco horas. Sólo hasta que la señora Anderson se fuera. — Sé que estás despierta, ¡Srita. McFaker! ¡Abre esos ojos! ¡Hace un día hermoso fuera!

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sintió por los latidos en su cabeza. —Puse las mismas medidas de seguridad sobre

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El Club de las Excomulgadas Oh, Dios mío, por favor, no dejes que abra las persianas. Sheri entreabrió sus ojos y los cerró con un chirrido punzante mientras la luz solar pinchaba sus ojos. — ¡Por favor, cierre las cortinas! — Querida, necesitas más luz del sol. Eres demasiado pálida. Sheri buscó a tientas la mesilla de noche, tratando de encontrar sus gafas de sol. — ¿Puede darme mis gafas de sol, por favor, si no cerrará la cortina? — ¿Esas cosas viejas? Son demasiado oscuras. Debes tratar de usar bloqueadores

Eso convirtió los picos helados en espadas. —No, gracias; tengo albinismo, Señora Anderson. La luz del sol es peligrosa para mí— le explicó con tanta paciencia como pudo. — ¿Ah, sí? ¡Oh!— Sheri oyó el ruido de las cortinas corriéndose. Cuando la luz se atenuó suspiró con alivio. Abrió los ojos con cautela. La habitación estaba cómodamente atenuada de nuevo. La señora Anderson estaba a su lado en la cama sosteniendo sus gafas de sol. —Lo siento, querida. No me di cuenta. Sheri la miró, totalmente anonadada. — Sí, lo sé. No soy la persona más observadora del mundo. ¿Tienes hambre? — Ah... ¿sí? La señora Anderson sonrió hacia ella, oscuros ojos azules pestañando. —Bien. Iré por tu almuerzo entonces— se marchó hacia la puerta y la abrió. — La joven está despierta y tenemos hambre— cerró la puerta y regresó a la cama. — Ahí tienes. Tu comida deberá estar aquí dentro de poco.

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azules. Verás mucho mejor de esa forma.

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El Club de las Excomulgadas Sheri intentó, sin éxito, reprimir una risita. —Servicio puerta a puerta, ¿eh? La señora Anderson asintió con decisión. —Por supuesto. Vale la pena por ser la abuela del comisario y de la pareja del Alguacil, sabes— ella se dejó caer hacia abajo en la silla al lado de la cama del hospital, con una sonrisa. —Entonces, ¿qué es lo que quieres saber? Sheri pensó por un momento.

Una canosa ceja se levantó en el aire. —Cuando sepas esa asegúrate de compartirla con el resto de la clase. — ¿Cómo está Belle? La sonrisa desapareció de su rostro. —Tuvieron que ponerle un clavo en la cadera. Sheri hizo una mueca. —No podrá cambiar a menos que se lo quiten. — Lo cual no será por mucho tiempo, por desgracia. Y no me siento culpable, tampoco. Belle dijo que quería verte tan pronto como te sintieras capaz de hacerlo. Está preocupada por ti. — Está bien. Tan pronto como me lo permitan daré un paseo e iré a verla. — No sin los guardias. Sheri sonrió.

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— ¿El secreto de la inmortalidad?

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El Club de las Excomulgadas —Por supuesto que no. — Veamos, otra cosa— la señora Anderson puso su dedo en su barbilla. — ¡Oh! Alguien hizo vandalismo en Wallflowers. — ¿Qué? — Así es. Lanzaron un ladrillo a través de la ventana del frente. No sé por qué no hicieron algún otro daño, pero Emma llegó encontrando la ventana totalmente destrozada. Por suerte quien lo haya hecho no estaba allí y nadie resultó herido. Sheri sabía por qué ningún otro daño había sido hecho. Eso era lo siguiente. Si

ellas. La vieja mujer siguió charlando, dándole todos los chismes de la Manada. A la mayoría de las personas que mencionaba, Sheri no las conocía, y ella sintió que su mente comenzaba a deslizarse de regreso al sueño. — ¡El almuerzo!— una voz masculina anunció desde la puerta. — Ya era hora— la señora Anderson se levantó, y alcanzó la comida, dos lindas bolsas grandes llenas de comida rápida, patatas fritas y batidos de leche. —Sé que esto no es exactamente la cosa más saludable del planeta para comer, pero, francamente, querida, nunca podría resistirme a un Big Mac— compartió una sonrisa inocente mientras le entregaba la comida a Sheri. Mordiendo su propia hamburguesa, Sheri sólo pudo asentir. Delicioso.

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Emma y Becky continuaban cuidándola, las cosas sólo podrían empeorar para

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Siete Ella tenía un hematoma del tamaño de una cabeza en la cadera. La visión de eso lo enfureció de nuevo mientras él amablemente la ayudaba a entrar a la bañera. Había comprado varias velas grandes en frascos de vidrio, colocándolas en los mostradores y en los bordes de la bañera y las había encendido, por lo que había una iluminación suave para sus sensibles ojos. Ella había sonreído cuando las había visto, y eso hizo que el viaje extra a la tienda hubiera valido la pena. — Dios, que se siente tan bien— se quejó ella, mientras el agua caliente y

Ella había estado en casa durante tal vez una hora, y él no podía dejar de tocarla. Dos días en el hospital, dos días de dolor por el que Parker necesitaría pagar. Cada magulladura, cada marca en ella estaba grabada en su cerebro, un recordatorio visual de la venganza que él exigiría. — ¿Necesitas ayuda para restregarte la espalda, princesa? Ella le sonrió, suave y dulce, con sus ojos azules lánguidos. —Tal vez más tarde. Justo ahora sólo quiero remojar los dolores. Él se arrodilló y, con cuidado de sus lesiones, tiró suavemente de su boca a la suya. Era la primera vez desde el ataque que había podido realmente darle un beso, y él tomó completa ventaja. Convenció a sus labios de entreabrirse, saboreando su boca como si fuera fino chocolate, poco a poco y con un cuidado exquisito. Le encantaba la forma en que ella sabía, dulce como la miel, como la tarta de manzanas. Él podía sentarse allí y besarla todo el día. Cuando se retiró de mala gana ella jadeaba y tenía los ojos vidriosos. Se humedeció los labios y tragó. — ¿Sabes? me siento mucho mejor ahora.

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burbujeante cubría su piel cremosa.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Lo haces? — Mm-hmm— unos brazos húmedos rodearon su cuello mientras ella trataba de tirar de él hacia abajo a su boca. — Bien, entonces, si eres una buena chica puede que tal vez te meta en la cama después del baño— ronroneó él. Sus ojos se iluminaron de color rojo mientras sus dedos pellizcaban una burbuja cubriendo su pezón.

Él gruñó, sus ojos brillando dorados. —Entonces solo tendré que castigarte— él se levantó bruscamente, con sus labios temblando mientras jadeaba por la sorpresa. —Ahora sé una buena chica y toma tu baño. — Cerdo— ella hizo un mohín. Él se echó a reír todo el camino por las escaleras, su corazón más ligero de lo que había estado en días al oír su suspiro divertido. Tan pronto como sus músculos estuvieron agradables y cálidamente relajados por el baño él tenía toda la intención de ver a su princesa segura e instalada en su cama. Después, tenía toda la intención de lamer cada centímetro de su cuerpo. Y una vez que estuviera laxa se acurrucaría a su alrededor y, finalmente, dormiría su primera noche en días. Oyó el timbre del teléfono y decidió responderlo en su oficina. — ¿Hola? Silencio. — ¿Hola?

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— ¿Qué pasa si soy una chica mala?

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El Club de las Excomulgadas Nada. Esa estúpida sensación de peligro hormigueó de nuevo. — ¿Qué diablos quieres, Parker? — Creo que sabes la respuesta a eso, Giordano. Adrian inclinó una cadera contra la mesa, con todos sus sentidos alerta. Podía oír a Sheri salpicar suavemente en la bañera. Afuera, la casa estaba en silencio. Él podía oír a Parker respirar a través del teléfono, y los ruidos del tráfico en el fondo.

Parker se echó a reír. —Claro que lo es. — Tiene mi marca. — Ella tiene mi marca— gruñó Parker. — Lo siento, Patán, pero necesitas retroceder. Ella es toda mía. Él casi pudo sentir la sonrisa del otro hombre. —Sheridan tiene la más dulce vagina que he follado alguna vez— el gruñido del Puma de Adrian fue posesivo y sus ojos brillaron dorados. —Y a ella le encanta que la tomes por el culo. Apuesto a que todavía soy el único hombre que alguna vez ha tenido por allí. Grita en voz alta y se abraza con tanta fuerza alrededor de tu miembro que sientes como que te lo va a exprimir. Adrian gruñó en silencio, su mente acelerándose. Había solo una manera para conseguir que Parker se centrara en él y no en Sheri. Sonrió con frialdad. —Lo sé— ronroneó. Podía oír la respiración del otro hombre acelerarse. —Me encanta cuando sus dulces labios se envuelven alrededor de mi pene. ¿Sabías que

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—Ella es mi compañera, Parker.

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El Club de las Excomulgadas estaba dentro de ella cuando me marcó?— Adrian se rió suavemente ante el gruñido de Parker. —Es correcto, Parker. Llevo su marca. — Te mataré— jadeó Parker. — Está arriba, desnuda, mojada, y a la espera de mí, Parker. Tan pronto como cuelgue este teléfono subiré por las escaleras y la follaré hasta que ninguno de nosotros pueda ver correctamente. — ¡Eres hombre muerto!— gritó Parker. — Luego me enroscaré alrededor de ella y dormiré con ella en mis brazos. En

el hombre tuviera control sobre su cambio, o las cosas podrían ponerse realmente feas muy rápido. — ¿Y sabes qué haré mañana por la noche? — ¿Qué? La voz grave en el otro extremo de la línea hizo que Adrian supiera que era hora de acabar con esto. —La misma maldita cosa que haré esta noche. Follar a mi mujer. — Sé dónde vives. Si Parker pensaba que iba a asustarlo, tenía otra cosa saliendo. —Hazlo. Al final será mi pene en su pequeña apretada vagina. Él colgó el teléfono y respiró hondo. Le había tomado hasta la última gota de su autocontrol jugar ese jueguito con Parker; hablando de su princesa como si fuera su ex era la cosa más dura que jamás había hecho. Ni siquiera quería que el otro hombre pensara su nombre, mucho menos arrojar su basura sobre su cuerpo. — ¿Estás seguro de que eso fue sabio? Él se dio la vuelta, no sorprendido al ver a Gabe de pie en la puerta. El otro

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mis brazos, Parker— el gruñido de Parker no fue ni siquiera humano. Esperaba que

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El Club de las Excomulgadas hombre se había ofrecido a pasar las próximas noches con ellos. Sin embargo, se suponía que debía estar afuera enfrente en un coche camuflado, no en el interior de la casa donde Sheri podía verlo. — Quiero que se centre en mí. No en Sheri ni en la Manada. Gabe asintió. —Sip. Decirle cómo te gusta follar a la mujer con la que está obsesionado definitivamente capturó su atención— él se movió incómodo. —Infiernos, llamaste mi atención— murmuró él, sonriendo con picardía.

— ¿Tienes una idea mejor? Gabe se encogió de hombros. —Incluso si lo hiciera es demasiado tarde. Son buenas las probabilidades de que esté aquí antes de la mañana. — ¿Cuándo se presentará Richard? — Ya está aquí. Se está quedando con el Sr. Friedelinde. La mansión Friedelinde era probablemente el lugar más cómodo para el visitante Alfa de una Manada y su séquito. —Dales una llamada y déjales saber lo que pasó. Llamaré a Max. Gabe asintió y sacó su móvil en su camino de regreso hacia a la puerta delantera. Adrian sacudió su cabeza, todavía algo incierto por cómo había terminado siendo el Alguacil y Gabe su segundo. El otro hombre irradiaba autoridad por todos los poros. Su paso flojo y su postura relajada no engañaban a nadie. Esos ojos de color azul oscuro podían ser fríos como la brisa del ártico en un instante. Esa gran estructura, casi tan grande como la de Simon, se movía con una gracia y

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Adrian puso los ojos en blanco.

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El Club de las Excomulgadas agilidad que sólo los atletas profesionales podrían imitar. Pero cuando el otro hombre le devolvió la mirada, con una pregunta en sus ojos, algo en Adrian respondió de inmediato. — ¿Cuál es el problema? — Richard quiere entrar. Adrian suspiró y apretó el puente de su nariz. Había planeado una reunión con Ben, el Alguacil de la Manada, con un café por la mañana para discutir la

—Diablos. — Síp. Le dije que le devolvería la llamada. — ¿Cuántos tiene con él? — Cuatro. Su Alguacil, su segundo y a otros dos. Adrian se quedó mirando una pintura en la pared sin llegar a verla. Planes se arremolinaban ocupando su mente. — ¿Camioneta? Gabe asintió y sonrió. —Los estacionaré en la esquina. — Haz que Simon los traiga. Te quiero aquí. — Lo haré. Él meneó la cabeza y tomó el teléfono. Le marcó a Max, rápidamente contándole lo que estaba pasando. Max estuvo de acuerdo con que Simon actuara como enlace con Richard, ya que no había Omega para hacer el trabajo.

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estrategia. Al parecer el plan ya estaba en el retrete.

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El Club de las Excomulgadas Luego subió las escaleras hacia su mojada y dispuesta princesa.

**** Sheri ya estaba fuera de la bañera cuando lo oyó subiendo por la escalera. Había escuchado toda su conversación con Rudy, y estaba lista para matar a Adrian ella misma. Estaba envuelta en la bata más cercana a su alrededor y esperaba, tocando el pie con impaciencia. No era estúpida. Sabía por qué había dicho lo que había dicho. No había tenido

haciéndose a sí mismo un objetivo por causa de ella la había sacado la bañera. Ella quería gritarle, despotricar hasta que él renunciara a su idiota plan. Pero ya era demasiado tarde para eso. Rudy lo tenía en la mira ahora, y si Adrian moría a causa de ella, nunca sobreviviría. Sólo el pensamiento de Rudy hundiendo sus dientes en Adrian, alejando su carne, haciéndolo tener una hemorragia, la hacía ver rojo. Ella misma mataría a Rudy antes de dejarlo herir a su compañero. El hombre se metió en el cuarto de baño, tomó un vistazo de ella fuera de la bañera y frunció el ceño. — ¿Por qué no estás remojándote? — Salí porque no creo que ahí haya suficiente espacio para mí y para tu gran cabeza. — ¿Eh? El hombre parecía totalmente desorientado. —Oí tu conversación con Rudy, Adrian. Él suspiró con cansancio. —Princesa…

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la necesidad de oír explicárselo a Gabe. Sin embargo, el hecho de que estuviera

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El Club de las Excomulgadas — ¡No me llames princesa, Adrian Giordano! ¿Cómo puedes ponerte en peligro de esa manera? Él puso los ojos en blanco y tomó su mano, conduciéndola suavemente a la habitación. —Puedo manejar a Parker. — Seguro que puedes. Pero, ¿puedes manejarlo a él y a cinco de sus mejores amigos? Él la llevó al dormitorio y la despojó de la bata antes de que ella pudiera

— A la cama— él la levantó suavemente y la acostó en la cama, cuidando sus heridas. Gruñó cuando ella gimió de todos modos. —Le haré frente a Parker. Sus mejores amigos se enfrentarán a Max, Simon, Gabe y Richard Lowell, además los lobos de Richard vendrán con él. — ¿Entonces por qué no le dejas a Rudy a la Manada? Ella lo vio desnudarse en silencio. —Porque— dijo al fin subiéndose entre las sábanas, —él es mío. — Adrian. Él puso su dedo sobre sus labios. —No trates de convencerme sobre esto. Personalmente, lo iba a destripar por lo que te hizo. Todos los hematomas en tu piel, cada marca que puso en ti, se los regresaré. Y cuando haya terminado de lastimarlo, le haré gritar. Después, lo mataré. El tono tranquilo de su voz, la manera fáctica en que declaró todo lo que había previsto para Rudy, lo hacía mucho más aterrador.

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parpadear.

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El Club de las Excomulgadas —Esto no es lo que quería— suspiró ella. Él frotó su mejilla contra la de ella con suavidad, en un gesto destinado a consolarla. —Lo sé. Tenías la esperanza de que él te viera aquí, segura y rodeada de gente, y te dejara en paz— él miró fijamente a sus ojos, con su nariz tocando la de ella para que pudiera leer todos los matices de su expresión. —Pero eso no es lo que pasará. Él te cazará, día y noche. Sabe dónde vives, cómo es tu perro, cómo son tus amigos; y has estado aquí sólo una semana. Una vez que conozca tu rutina no dudará en utilizarla, o a tus amigos, en contra de ti. Él te inducirá a salir para poder

llegan a él primero y se lo entregan a Richard, quien, por cierto, tiene planes de matarlo, yo lo mataré. — No es tu trabajo detenerlo, Adrian. — Sí, lo es— él deslizó un brazo alrededor de ella con cuidado. —Max me confirmó como Alguacil hace unos días. Ella frunció el ceño. — ¿Alguacil? — Se me sigue olvidando que nunca has sido parte de una Manada antes. El Alguacil es el que vela por la seguridad de la Manada. Gabe es mi segundo, igual que Simon lo es de Max. — ¿Pensé que la señora Anderson estaba emparejada con el Alguacil? — ¿Por qué pensarías eso? — Cuando envió a los guardias a McDonalds... oh-oh— susurró ella mientras su furiosa expresión se registraba. — ¿Ella envió a los guardias a McDonalds?— gruñó él con los dientes apretados.

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agarrarte. Y si lo hace, será hombre muerto de todos modos. Si Max y Simon no

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El Club de las Excomulgadas — Teníamos hambre— él la miró fijo. —Además, no creo que los dos guardias hubieran ido. — Oh, bien, entonces está bien. No. Ella frunció el ceño ante su tono sarcástico. —Hay que darles un descanso, Adrian. No es como que estás tratando con soldados o policías. Estás tratando con personas a las que se les ha pedido ser guardia de alguien, casi de una completa desconocida, frente a una amenaza que nunca han enfrentado antes.

— Entonces, ¿la tomarás contra ellos porque me gusta mucho el McDonalds? Él se sentó y la miró, sosteniendo ambas manos delante de él como si estuviera ponderando algo. —Hmm, déjame pensar. Tu vida, un Big Mac. Tu vida, un Big Mac— ambas manos se agitaron en el aire. —Hey, ninguna pelea, ¿no? Ella se mordió el labio para no reírse. —Fue un muy buen Big Mac. Y estamos hablando de las patatas fritas del McDonalds. Él gruñó, y ella rápidamente decidió cambiar de tema. Parecía a punto de salir de la cama, vestirse y darles caza a los “guardias” para darles un agudo final de sus dientes. — Así que me explícame de nuevo por qué es tu responsabilidad perseguir a Rudy. Él suspiró. —Es el trabajo del Alguacil eliminar las amenazas de la Manada.

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— ¿Y?

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El Club de las Excomulgadas — Y Rudy es una amenaza para la Manada. — Sí. En el momento en que fue tras de ti y Belle, se convirtió en una amenaza para la Manada. Ella había sabido que su decisión de unirse a la Manada podría tener consecuencias. El precio que Belle había pagado era, en su mente, demasiado alto. Cerró los ojos mientras el sentimiento de culpa amenazaba con estrangularla. — Hey.

— Será mejor que no te sientas culpable. — ¿Y si lo siento?— susurró ella. Él negó. —No eres responsable de las acciones de Parker. — Si Belle no se hubiera ofrecido para protegerme no habría salido herida— el alivio tocó sus ojos ante su tono de voz, y ella supo que él entendía que no estaba molesta. Estaba enojada. — Belle estará bien. Te lo prometo. Sheri negó. — ¿Cómo puede estarlo? ¡La señora Anderson me dijo que tenían que ponerle un clavo en la cadera! Si lo hacen no podrá cambiar, sabes eso. Él suspiró. —Esa mujer habla demasiado— murmuró. — Cuéntame sobre ello.

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Ella abrió los ojos y vio la ira en los suyos.

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El Club de las Excomulgadas Sus labios temblaron, el resto de su ira se descargó alejándose. —Estamos tratando de encontrar una salida. — Y ¿qué pasa con la tienda de Emma? Sus ojos se abrieron en estado de shock antes de que oscuros latigazos cayeran sobre ellos, ocultando su expresión. — ¿Qué pasa con la tienda de Emma?

Él se echó a reír. —Esa es nueva. Ella puso los ojos en blanco. —Pégate a mí, muchacho, tengo un millón de ellas. — Pienso hacerlo— ronroneó él, acariciando su cuerpo suavemente contra el suyo. Estiró una mano y suavemente pellizcó uno de sus pálidos pezones. — Uh... — Sé exactamente a qué parte me gustaría pegarme, también. Ella pensó en golpearlo en la cabeza, pero le dolía demasiado para moverse. —En primer lugar, tengo mucho dolor para lo que tienes en mente. En segundo lugar, no seré distraída por el sexo. — ¿No?— él hizo un mohín hacia ella, con sus ojos chispeando de malicia. — No. — ¿Estás segura?— le preguntó mientras su caliente lengua rodaba rápidamente

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— Lo de la ventana, Doctor Obvio.

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El Club de las Excomulgadas a través de su arrugado pezón. — Seguro— jadeó ella, sin saber ya con lo que estaba de acuerdo tampoco. — ¿Cásate conmigo?— él susurró justo antes de besarla con alucinante minuciosidad. — Seguro... espera, ¿qué? — Demasiado tarde— él sonrió triunfalmente.

— Nop. — Pero… — ¡Hey, no te puedes echar para atrás! — ¡Adrian!— ella se rió, amando la mirada en sus ojos mientras brillaban hacia ella. Él negó, chasqueando la lengua. —Ese no era el tipo de gritos que había planeado para esta noche, cariño. Supongo que tendré que esforzarme más— suspiró felizmente. — Estúpido— ella se echó a reír sin aliento mientras su boca se posaba en su pecho otra vez. Bañó su pezón suavemente, apenas chupándolo entre los labios. —Hey, los estudios muestran que los orgasmos son muy buenos para el manejo del dolor. Tiene que ver con todas esas encantadoras endorfinas estrellándose por tu cuerpo. Permanece muy quieta, cariño. — No... segura... de poder— jadeó ella desesperada por estar más cerca de él. El

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— Un momento, ¿no estábamos peleando hace un minuto?

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El Club de las Excomulgadas dolor en su cuerpo pareció retroceder cuando él la tocaba de esa manera, así que tal vez había algo con sus endorfinas, después de todo. O tal vez era sólo su toque. Todo parecía mejor cuando él la tocaba. — Si no te quedas quieta tendré qué averiguar de qué otra manera te puedo ayudar a dormir— susurró él, sonriéndole con su sonrisa maliciosa. Le besó la punta de la nariz cuando ella gimió y se congeló. —Buena chica. Mordisqueó su camino por su cuello a su marca, pero sin morderla. Ella lo deseaba, oh, tan desesperadamente, pero él se limitó a hacerla callar y siguió adelante.

deteniéndose en cada pecho para homenajearlo con cariño. Labios, dientes y lengua salieron a jugar mientras hacía su mejor esfuerzo para hacerle olvidar su dolor. Él mantuvo su cuerpo lejos del suyo, cerniéndose sobre ella mientras él se movía hacia abajo, casi como si no se atreviera a tocarla. Se retrasó sobre el hematoma en su cadera, casi sin respirar mientras gruñía sobre ésta. Apenas la besó calmándole el dolor en su corazón más que el dolor en su cadera. Ella cerró los ojos y se estremeció cuando él se abrió camino sobre una pierna. Él besó sus dos pies con reverencia antes de trabajar su camino de regreso por la otra pierna. Le abrió las piernas separándoselas, suavemente besando hacia arriba por el interior de su muslo. Ella esperaba que él la cortara allí, deseando sentir la mordida de sus dientes, pero de nuevo él se negó. En su lugar, comenzó una larga, lánguida y húmeda lamida hacia su coño que la hizo empaparse en cuestión de segundos. Le tomó todo no seguir esa caliente lengua mientras él la trabajaba metódicamente, deslizándose a su clítoris, sin parar, acelerar o frenar. Su respiración se entrecortó, sus caderas ondularon a pesar de sus esfuerzos para quedarse quieta. —Tan bueno— susurró ella justo antes que el orgasmo rodara por ella, caliente y dulce como un caramelo. Sus ojos se abrieron cuando él se deslizó en su interior. Podía sentir cada

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Dándole ligeros besos mariposa él trabajó su camino hacia abajo por su cuerpo,

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El Club de las Excomulgadas pulgada dura como piedra de él tirante contra ella mientras él se contenía. —Te amo— le susurró él sólo antes de tomar su boca con un dominio que le dejó una sensación de debilidad y de agitación. Él la folló lentamente, con cuidado de no lastimarla. Ella podía ver la promesa en sus ojos. Tan pronto como el dolor se fuera él planeaba darle lo que ambos querían, un buen y duro golpeteo que los dejara sin aliento, sudorosos y muy, muy, felices.

Ella se estiró y pasó sus brazos alrededor de su cuello, apenas ocultando la mueca de dolor que el movimiento le causaba. —Yo también te amo. Sus ojos se ampliaron y, como si sus palabras fueran un disparador del que ella hubiera tirado, él se corrió con un gemido. Él se quedó allí mientras dormía en sus brazos y trató de dormirse, pero cada pequeño ruido en la casa hacía que sus ojos se abrieran. El crujido de la mecedora del porche frontal había estado cerca de hacerlo saltar de la cama. Sabía que Gabe estaba vigilando, pero una parte de él no podía relajarse. No después de su anterior conversación con Parker. No había manera que durmiera esa noche, y lo sabía. Tendría mucha suerte si se quedaba dormido. Sheri resopló en su sueño y se acurrucó más fuerte en torno a él. Suspirando, se acomodó hacia abajo, con un brazo cubriendo su estómago, con una pierna lanzada a través de las suyas. Si no atrapaban a Rudy pronto sería un gatito inmensamente cansado. Besó a su princesa en la frente y se resignó a vigilar su sueño.

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Por esta noche, él les daría lo que ambos necesitaban.

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El Club de las Excomulgadas Capítulo Ocho Richard Lowell era enorme e intimidante. El hombre podía llegar fácilmente a los dos metros de altura. Hombros anchos y poderosos coincidían con sus brazos musculosos que estaban cruzados sobre su pecho. Ojos azul pálido miraban fríamente a Adrian desde una cara que había visto tiempos difíciles. Tenía una cicatriz que corría a lo largo de su mejilla izquierda, una furiosamente

semanas. Debido a que era el nuevo Alfa de la Manada, las probabilidades eran que la hubiera recibido en un desafío por el dominio. El pelo largo de color rojo brillante estaba atado en una trenza que iba hasta su cintura. Llevaba unos jeans negros y un suéter azul oscuro que se tensaba contra su enorme pecho. — ¿Qué quieres decir con que estás trayendo de regreso a la otra mujer? Belinda estaba siendo dada de alta del hospital. Había estado un día entero más que Sheri. Se había negado a ir a una casa a mitad de camino, optando por el tratamiento físico de forma ambulatoria. —Ambas mujeres están en riesgo, debido a que Belle empujó a Sheri fuera del camino del coche. Creo que lo mejor será tenerlas a ambas en el mismo techo, sobre todo porque Belle no puede protegerse a sí misma en estos momentos. Gabriel cuidará a Sheri, mientras voy a buscar a Belle. — No creo que eso sea sabio. Adrian se quedó mirando al enorme Alfa de la Manada. —Tú estás aquí. ¿Me estás diciendo que Parker podrá pasar sobre ti, tu Alguacil,

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roja que Adrian sabía que era todavía nueva, probablemente de las últimas

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El Club de las Excomulgadas su segundo, mi segundo, y los otros dos lobos para llegar a mi compañera? — Enviaré a uno de mis lobos a buscar a la mujer. Adrian puso los ojos en blanco. —Seguro, claro. Belle les echaría un vistazo a tus chicos y gritaría. Sin ánimo de ofender, pero ella no os conoce a ninguno excepto a Adam, y tiene razones para ser cautelosa de los Lobos en estos momentos. — Pero confía en ti, ya que eres de la Manada— Richard todavía lo miraba con

—Entonces que uno de mis hombres vaya contigo, o envía a tu segundo. Gabe se sonrojó. —Ella no vendrá conmigo, tampoco. Richard miró al comisario brevemente antes de volver esos fríos ojos hacia Adrian. — ¿Qué significa que la hembra no puede confiar en las fuerzas de paz de su Manada? Él se pellizcó el puente de la nariz; el dolor de cabeza con el que había despertado esa mañana empeorando. —Mira, hubo algunos problemas entre Belle y el resto de la Manada que todavía estamos resolviendo, y ninguno de ellos son su culpa. Ella confía en muy pocas personas en este momento. Yo acabo de pasar a ser uno de ellos— miró alrededor de la habitación a los cinco Lobos y tres Pumas. —Sheri no saldrá de esta casa, y es una de las pocas en quien Belle confía. Emma y Becky están lidiando con los actos de vandalismo en su tienda. Max y Simon irán conmigo para traer a Belle, y, no, no los mandaré solos, la amenaza es para ellos también. Gabe protegerá a mi compañera. Estoy pidiendo que te quedes aquí y los ayudes con eso. Si no puedes,

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frialdad.

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El Club de las Excomulgadas haré otras disposiciones. El poder rodando fuera de Richard era diferente del poder que Max emanaba con tanta facilidad. El hombre era increíblemente fuerte, pero la diferencia entre el independiente y de firme voluntad poder del Alfa de la Manada de Pumas y el dominante martillo del Alfa de la Manada de Lobos ejercido mientras trataba de hacer que Adrian fuera sumiso eran completamente diferentes. A Richard le importaba un carajo lo que Adrian quisiera. Él exigía obediencia con su fuerza de voluntad. Probablemente siempre la conseguía, también.

Adrian sabía que tenía razón. Estaba actuando con sus instintos, como el Alguacil de su Manada, no como un Puma con una compañera en peligro. La idea de enviar a Max y a Simon al hospital le daba un importante caso de pánico. Se quedó mirando al Alfa, sin moverse un centímetro mientras Gabe se agarraba la cabeza y gemía. Sheri estaba acurrucada en una pelota, lloriqueando ante el poder rodando por la habitación. — Déjalo ir, Rick, no cederá— dijo el Alguacil de la Manada de Lobos con una sonrisa mientras su segundo se unía con un poco de cabeza apretada y gemidos propios. Los otros lobos estaban todos agachados en el suelo por el temperamento mostrado por su Alfa. El poder de Richard había sido bruscamente cortado. —Eres un hombre obstinado— dijo Richard en voz baja. — Soy el Alguacil de mi Manada, y todos los instintos que tengo dicen que es peligroso enviar a Max tras Belle sin mí. Richard lo miró fijamente durante un largo momento antes de asentir una vez. Se volvió hacia su Alguacil. —Asegura la zona, Ben. Avísame cuando el Alfa y el Beta de la Manada de

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Pero hoy no.

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El Club de las Excomulgadas Pumas lleguen. El hombre asintió y les hizo señas a los otros lobos. Salieron de la casa, presumiblemente para “asegurar el área” para satisfacción de su Alfa. — Gracias. El otro hombre, finalmente sonrió. —No hay problema. Adrian sacudió su cabeza y se sentó junto a Sheri. La abrazó, sin sorprenderse

me iré. Belle dormirá aquí, con nosotros, hasta que atrapemos a Parker. Seréis capaces de mimaros la una a la otra a su antojo. ¿Vale? Ella asintió. — ¿Te duele la cabeza, princesa? Ella sacudió la cabeza. Richard se arrodilló delante de ellos, con sus helados ojos azules suaves mientras miraba a la temblorosa mujer. —Te prometo que Parker no pondrá un dedo sobre ti mientras estés bajo mi protección. Sheri miró al enorme hombre. Se mordió el labio, la incertidumbre llenó sus ojos mientras se le quedaba mirando. — ¿Puedo verte? Adrian comenzó, su Puma gruñendo. —Ver— Significaba que Richard se acercara nariz con nariz, no algo con lo que se sentía cómodo.

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cuando ella metió la cara en su hombro. —Tan pronto como los otros lleguen aquí

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El Club de las Excomulgadas Richard miró a Adrian, luego volvió a mirar a Sheri. —Puedo entender tu nerviosismo, considerando que fueron Lobos los que te atacaron. Si te hace sentir más cómoda, por todos los medios, eh— frunció el ceño, un poco confundido, —Mírame. Adrian se echó hacia atrás y se obligó a permitir que su compañera se acercara al lobo feroz. Sheri se quedó mirando al gran pelirrojo delante de ella y trató de recordar que estaba allí para ayudarla. El hecho de que oliera a Lobo no ayudaba mucho. Su

Pero cuando estuvo arrodillado frente a ella y trató de tranquilizarla supo que la entendía. Sólo parecía frío. Cada instinto le decía que este hombre roería su propia pata antes de lastimar a una mujer. No sabía cómo lo sabía pero lo hacía. Tal vez estaba en su esencia, o en la forma en que captó de inmediato su problema y trató de arreglarlo en la única manera en que sabía hacerlo. Abriéndose a sí mismo a su examen permitiendo que sus dientes y garras estuvieran peligrosamente cerca de sus desprotegidos ojos y cuello, algo que nunca haría si se sintiera amenazado de alguna manera. Esto la tranquilizaba de una manera en que nada más habría podido. Ella se acercó más y permitió que sus narices casi se tocaran. Sintió la tensión de Adrian y supo que no apreciaría si en realidad se ponía en contacto con el otro hombre. Unos ojos azul pálido la miraron desde una cara desgastada por la batalla. La primera capa de escarcha escondía una naturaleza más profunda de compasión y cuidado que cualquier cosa que jamás hubiera visto, mezclada con una fuerte determinación de proteger a aquellos que él consideraba bajo su cuidado. Lo que era fácil de ver. Lo había visto en los ojos de Adrian con demasiada frecuencia para confundirse. Pero era diferente en este hombre. Donde Adrian se contentaba por deslizarse a

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frialdad y su poder sólo la hacían sentir más miedo.

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El Club de las Excomulgadas través hasta que sus habilidades especiales fueran llamadas, este hombre estaba siempre “encendido”, siempre al tanto de lo que estaba sucediendo con aquellas personas que consideraba como suyas. Si su pareja no hubiera tenido la amenaza de Parker para alimentar su poder, habría estado gimiendo junto con Gabe. — Puedo ver por qué ella es tu compañera ahora— dijo él, mirándola a los ojos. Lo que vio allí, ella no tenía idea, pero pareció tranquilizarlo tanto como lo que ella había visto la había hecho sentir segura. —Ella ve profundamente, más profundamente que cualquiera que haya conocido.

Fue frío de nuevo, escondiéndose detrás de sus ojos helados. —Sólo porque puedes ver profundamente no quiere decir que siempre pienses en mirar. Él se puso de pie, por encima de ellos, y se quedó mirando sus manos unidas. —Ella estará a salvo con nosotros. Ve a buscar a la otra mujer. Y él se volvió y caminó hacia la cocina sin mirar atrás. **** Sheri golpeó los dedos con nerviosismo en sus piernas. Estaba viendo la televisión, tratando de distraerse hasta que los otros volvieran. La inmovilidad absoluta de Richard no ayudaba tampoco; no era relajante en absoluto. Era la quietud de un depredador esperando que su presa se acercara a una corta distancia. Él se había quedado lejos de las ventanas y puertas, asegurándose de que ella hiciera lo mismo, y se mantuvo entre ella y las puertas y ventanas las pocas veces que ella se movió. Había inspeccionado todas las habitaciones con anterioridad a que ella entrara. Había instruido a su Alguacil y a los hombres de la guardia exterior. Su Alguacil había estado de acuerdo, ya que sentía que era su trabajo protegerlos a ambos. En pocas palabras, actuaba como el guardaespaldas perfecto.

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— Pero fui engañada por Rudy.

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El Club de las Excomulgadas Gabe estaba afuera con los otros Lobos, ya que estaba familiarizado con el territorio boscoso detrás de la casa de Adrian y ellos no. El móvil de ella sonó. Una sonrisa divertida vino por encima de su hombro al oír su tono de timbre. — ¿Dónde encontraste eso? — En un sitio web que tenía sonido de los Looney Tunes— respondió ella, mientras sacaba su teléfono de su bolso. Él se rió un poco más mientras la voz del gato Silvestre decía una vez, “Eres un

— ¿Hola? — Hola, Sheridan. Ella sintió que se le helaba la sangre mientras la suave y gruñida voz de Rudy llenaba sus oídos. Ella miró hacia Richard, con la esperanza de que él pudiera ver la expresión en su rostro, pero él estaba de espaldas a ella. —Hola, Rudy. — Oí que estás siendo una chica muy, muy ocupada, Sheridan. Ella se lamió los labios mientras Richard se movía para mirar fuera por una de las ventanas de la cocina. — Sí, lo soy. — Me encantaría reunirnos, discutir lo que has estado haciendo. ¿Almorzar, tal vez? — Lo siento, mi calendario social está reservado totalmente hasta el 2060. Tal vez en otro momento.

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bullicioso, Buster. ¡Viste un lindo gatito!”

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El Club de las Excomulgadas — ¿En serio? Porque a Giordano le encantaría si te unes a nosotros. Ella se quedó paralizada. —Adrian no está contigo. — ¿No? ¿Has hablado con él desde que se fue al hospital? Richard se volvió para mirarla, pero estaba demasiado lejos para que ella viera su expresión.

— Te diré algo, Sheridan. Soy un tipo generoso. Ve al teléfono y llámalo, comprueba cómo está. Volveré a llamarte en cinco minutos. Sólo para ver si has podido localizarlo. La conexión se cortó. Con manos temblorosas y la voz de ella informándole a Richard marcó el móvil de Adrian. Ninguna respuesta. Ella trató con Max, y luego con Simon. Ninguna respuesta. Su corazón latió con fuerza por el miedo, empezó a marcar el número de Emma. Cuando el celular sonó de nuevo ella saltó. Buscó a tientas abrirlo. — ¿Hola? — ¿Bueno, Sheridan? ¿Pudiste ponerte en contacto con alguno de ellos? — No— susurró ella, aterrada no creyéndole. — Es raro, porque podría haber jurado que escuché su móvil sonando. El triunfo regodeándose en su voz envió fragmentos de terror directamente recorriendo su espalda.

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—No, no lo he hecho.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué quieres? — Hmm. Bien, mis hombres están hambrientos. ¿Estás segura de que no te unirás a nosotros para el almuerzo? Ella gimió. Las manadas de lobos en la naturaleza eran conocidas por comerse a los pumas solitarios. — Te diré algo, cariño. Haré arreglos para que puedas alejarte del Neandertal que cree que te está protegiendo. Sal de la casa, ven en silencio conmigo, y tal vez no alimentaré a mis compañeros de manada con Giordano. ¿Hecho?

— Ni siquiera pienses en ello. Ella levantó la vista hacia el gran Alfa de la Manada de Lobos. La amenaza salía de él en ondas. —No tengo otra opción. — Entonces no cometas el error de pensar que te irás de esta casa sin mí. El sonido de un arma cortó cualquier otra cosa ella pudiera haber dicho. Un grito de agonía fue seguido rápidamente por otro disparo. — ¡Mierda! Espera— dijo Richard. —Esto debe ser de lo que él estaba hablando. Muévete a la puerta de entrada, estoy justo detrás de ti. Ella lo vio sacar algo de su espalda y pensó que debía ser una pistola. Por lo menos esperaba que fuera un arma. Ella se movió alrededor del sillón para agarrar el arnés de Jerry, pero la mano de Richard la detuvo. —Déjalo. Estará más seguro— ella asintió de acuerdo y se movió a la puerta de entrada, abriéndola poco a poco. Un tercer disparo sonó antes de que la abriera todo el camino, sorprendiéndola.

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Antes de que ella pudiera responder Rudy colgó.

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El Club de las Excomulgadas Oyó gemir a Richard justo antes de que el gran hombre cayera, tirándola al suelo. — Levántate, Sheridan, vámonos. Rudy la tomó del brazo y la arrastró hacia un coche. —Siéntete agradecida de que no tenga mucho tiempo— dijo mientras la metía en el coche, —o me hubiera asegurado de que el gran hijo de puta estuviera muerto— se puso detrás de ella, jalándola cerca. —Conduce— le gruñó al hombre en el asiento del conductor. — Suéltame— dijo Sheri, tratando de alejarlo de ella. Otro disparo sonó, y esta

— Nunca en la vida. Eres mía otra vez, y no hay manera en que te deje ir. Cuando él empezó a rasgar sus ropas ella comenzó a luchar. Un golpe feroz la sorprendió el tiempo suficiente para que él arrancara su suéter. Ella pensó brevemente en cambiar, pero seguía estando en su mayoría vestida. Enredarse en sus jeans sólo la haría más vulnerable. Así que ella luchó contra él con uñas y dientes mientras lo mordía y él gruñó sobre ella, rogando que Adrian llegara antes de que Rudy terminara lo que había empezado. **** Max se detuvo delante de la casa de Adrian y gruñó. —Problemas. — No jodas, Sherlock, ¿cuál fue tu primera pista?— gruñó Simon de regreso, saliendo de la Durango. — ¿Qué diablos pasó aquí? Gabe salió al porche, pistola en mano. —Dos disparos atrás, uno en el frente. Richard está abajo, pero no fuera. Un

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vez Rudy maldijo.

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El Club de las Excomulgadas muerto, un herido, ambos nuestros. — ¿Sheri?— gruñó Adrian. Gabe sacudió la cabeza. —No estoy muy seguro de lo que pasó, pero en cuanto sonaron los disparos ella se fue por la puerta principal. Uno de los hombres de Rick la vio irse, pero no estaba lo suficiente cerca como para llegar a ella. Rick trató de detenerla, pero lo sacaron. Tenemos la placa del coche, y un Lobo lo siguió durante tanto tiempo como pudo antes de que diera una doble vuelta.

— Tratando de llegar al francotirador. — ¿Y? — Se escapó cuando oí los disparos en el frente. Disparé contra el vehículo tal y como se iba, pero fallé en darle a un maldito neumático. — ¡Mierda!— gritó Adrian. Ambas manos se crisparon en su pelo. — ¿En qué diablos estaba ella pensando? Un gruñido dolido estalló desde el Alfa de la Manada de Lobos, donde estaba sentado en el suelo del porche. — Rudy le dijo que te tenía. No le contestaste, así que se lo creyó. ¿Está encendido tu móvil?— un paño de cocina se apretaba contra su hombro y estaba empapado con sangre. — Estará en tantos problemas cuando la encuentre— gruñó Adrian mientras comprobaba su celular. —Sí, está encendido. — ¿Los vuestros también?— Richard apuntó con la barbilla hacia Max y Simon. — Síp.

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— ¿Dónde diablos estabas?

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El Club de las Excomulgadas — ¿Después de lo que sucedió en Wallflowers? Maldita sea si no está encendido. — Busca en el coche, ve si hay un perturbador de RF en algún lugar— Gabe le dijo a uno de los Lobos. El hombre asintió y fue a buscar. — ¿Qué diablos es un perturbador de RF?— preguntó Simon. — Un bloqueador de radio frecuencia. Realmente es ilegal en todos lados, pero alguien como un ingeniero mecánico sabe cómo construirlo— respondió Gabe. El Lobo volvió rápidamente con un dispositivo pequeño de color amarillo del

—Es por eso que nadie podía localizaros. — Está bien, Adrian, ¡Piensa! ¿Dónde está ella?— exigió Max. — ¿Cómo diablos voy a saberlo? Max lo miró fijo mientras Simon iba a la Durango y ayudaba a Belinda a salir. — Eres el Alguacil. Ella es de la Manada. ¿Dónde está? Él se concentró en su compañera, sus ojos se volvieron dorados al sentir que las manos de Rudy estaban en su cuerpo. —Mataré al maldito. — Bueno. ¿Dónde están? — En un coche, aún en movimiento. Él está...— Adrian gruñó, frenando el grito primitivo de su Puma con dificultad. —Creo que está tratando de violarla, y ella está luchando contra él. Ella había perdido sus gafas de sol en algún punto del camino y el dolor de la luz del sol en el coche era insoportable. Él sentía como si sus dos ojos estuvieran siendo apuñalados con cuchillos.

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tamaño de una baraja de cartas.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Puedes oler algo? Adrian se encontró a si mismo atado en cinturón de seguridad del asiento delantero de la Durango. Un gran lobo rojo saltó en el asiento trasero, un hombro herido y sangrando lentamente sobre toda la tapicería de cuero de Max. Otro lobo, este más pequeño y más ligero que el de color rojo (Ben, el Alguacil su Puma susurró) se unió al más grande y herido. Él olió, pero el olor de la sangre y del Lobo casi lo abrumaron. — Tienes que usar los sentidos de ella, no los tuyos. ¿Qué es lo que ella huele?

— Lo haría si pudiera, pero no puedo. No soy el Alguacil. Él respiró hondo y trató una vez más de llegar a su compañera. Podía oler a Parker, al chofer, y su propia sangre, mientras las garras de Parker rompían su suave carne... Y el olor del río Susquehanna. — Mierda. Ella está a unos quince minutos, en algún lugar cerca del río Susquehanna. Max despegó con un chirrido de neumáticos. — ¿Crees que él se está dirigiendo a Harrisburg? — No estoy seguro. Si él toma la I76 podría irse a Ohio o más hacia el este hacia Filadelfia. — Entonces tenemos que atraparlo antes de que llegue a la autopista. Su teléfono celular sonó. —Gabe.

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— ¿Por qué no lo intentas tú?— gruñó Adrian.

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El Club de las Excomulgadas — Estoy en camino, siguiendo una ruta alternativa. Consideraos escoltados por la policía. — Gracias, amigo. — No hay problema. Puedo sentir lo que él le está haciendo a ella. El hijo de puta. — Lo cortaremos antes de que llegue a la autopista. Gabe contuvo el aliento.

— No me digas. — Va hacia el este y puede tomar la I95. — Lo sé. — Voy a llamar por unos cuantos favores. Confía en mí, no llegará mucho más lejos. Adrian se quedó mirando el teléfono muerto en sus manos y se preguntó en qué estaría su segundo. **** — ¡Maldita sea! ¡Mantente en la maldita carretera, Steve! — ¡Lo estoy intentando, Rudy, pero hay un montón de malditos gilipollas con camiones bloqueándola! Rudy levantó la cabeza de sus pechos con un gruñido. Acababa de lograr quitarle los jeans, dejándola completamente desnuda. —Da la vuelta.

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—Nunca los encontraremos si la lleva fuera del estado.

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El Club de las Excomulgadas — ¿Qué diablos crees que estoy haciendo? Sheri gritó mientras disparos sonaban. — ¿Qué mierdas...? — ¡Están disparando contra nosotros! Rudy se sentó y sacó su pistola. Se asomó por encima del asiento y miró por el parabrisas, y el aroma a Puma le llegó. Esos “gilipollas” eran sus compañeros de Manada.

fusiles al ser disparados, e hizo lo único que pudo pensar. Fue al suelo del coche y se cubrió la cabeza con los brazos. Las balas destrozaron el parabrisas, lloviendo cristales encima de ella. Rudy maldijo de nuevo y disparó de regreso mientras Steve trataba desesperadamente de darse la vuelta en el puesto de control. — ¡Mierda! — ¿Qué?— gruñó Rudy a su chofer. — Tenemos una rueda desinflada. Ella podía sentir el coche coleando mientras el chofer trataba desesperadamente de controlarlo de nuevo. — ¡Adrian!— ella gritó tan fuerte como pudo, firmemente convencida de que ellos eran los responsable de eso y rezó para que la oyera por encima del ruido del tiroteo. Porque si él no la sacaba de allí, el Puma de ella lo haría. Y entonces el infierno realmente se desataría. ****

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Sheri apenas podía ver, así que se quedó abajo. Reconoció los sonidos de los

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El Club de las Excomulgadas El sonido de los gritos de su compañera rompió algo dentro de Adrian. —Ahí— gruñó, mientras se rasgaba la ropa. Sabía que los hombres en el bloqueo de la carretera eran Pumas, Gabe los había llamado tan pronto como había sabido todo. Hacían su mejor esfuerzo para mantener a Rudy en su lugar hasta que Adrian pudiera llegar y matar su trasero. Él cambió directo allí en el asiento delantero, sin importarle que sus garras arrancaran el asiento de cuero de Max. Max llegó alrededor de él y abrió la puerta y él saltó fuera, haciendo una línea recta hacia el coche en que Rudy tenía a su

El puma blanco como la nieve salió volando por la ventana trasera con un esfuerzo gracioso que quemó a través de él. Sus ojos de color rojo brillante estaban fijos en él con temor, con amor, con alivio y con esperanza. Ella estaba casi a salvo. Un disparo sonó. Ella tropezó y cayó al suelo. Y su corazón, perdiendo su esencia, dejó de latir. Él miró de su compañera caída al hombre en el coche, al lobo con el aroma de su compañera por todo el cuerpo, con la pistola aún humeante en sus manos, y se dio cuenta que tenía una tarea más qué completar antes de que se uniera a su compañera en la muerte. Pero incluso eso se le negaría cuando el enorme lobo rojo pasó junto a él, saltado en el coche y arrancado la garganta del canalla. Adrian se arrastró hacia su compañera y le acarició con el hocico su herida. Para su alivio ella se quejó, y su corazón comenzó a latir una vez más. Ella vivía. Él se acurrucó a su alrededor y permitió que los lobos le hicieran frente al paria restante. Tenía cosas más importantes que hacer.

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compañera.

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El Club de las Excomulgadas Epílogo — Tu corazón se detuvo. — Pensé que mi compañera estaba muerta. Por supuesto, que mi corazón se detuvo. — ¿Qué pasó con esos maravillosos poderes de Alguacil? Uno pensaría que ellos habían dicho que me había sorprendido sobre todo. Adrian la abrazó más cerca.

No había podido soltarla en horas. Estaban sentados en el porche delantero, acurrucados en su columpio, disfrutando del aire de la noche. Apenas sentía el frío. Tenía a su princesa de la nieve segura en sus brazos, manteniéndolo caliente. Las cuatro mantas que había envuelto alrededor de ellos no hacían daño tampoco. Ella había mencionado algo acerca de comprar una chimenea para el porche delantero. Le había tenido que explicar lo que era, ya que no tenía idea. Cuando ella le dijo que era una chimenea exterior de estilo mexicano, el Puma que tenía ronroneó su aprobación con esa idea. Después de todo, a su princesa de la nieve sólo le gustaba salir de noche, y él tenía que mantenerla caliente. No podía esperar hasta el verano, cuando ella había dicho que le enseñaría las alegrías de los “baños de luna”. Ella le acarició el cuello, dándole un beso pequeño. —Estoy bien. Una vez que cambié de nuevo a humana la hemorragia se detuvo. Fue sólo un rasguño. Aunque admito que ardía como el infierno. Él la atrajo aún más cerca con un gruñido bajo. — No. Puedo. Respirar.

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—Síp, bien, no estaba pensando precisamente en ese punto de tiempo.

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El Club de las Excomulgadas Él aflojó su agarre sobre ella con una risa. —No creo que pueda dejar que te vayas de mi vista durante un buen rato, cariño. Infiernos, si pudiera se conseguiría un equipo de carga y la llevaría a todas partes. — ¿Qué pasó con el resto de la Manada de Rudy? Adrian gruñó. —Muertos— lo que era bueno, también. Adrian había sido un salvaje en el

hubiera estado vivo, se los habría comido. Literalmente. — No deberías estar caminando— dijo una profunda y fría voz. Ellos se volvieron para mirar y se dieron cuenta de que la ventana detrás de ellos había quedado entreabierta, probablemente en un esfuerzo por eliminar el olor de la sangre. Se miraron el uno al otro, bastante seguros de que sabían a quien le estaba gruñendo Richard. — Lo siento, ¿tienes un título de médico? ¿No? Cierra la boca— la voz de Belinda jadeó, dolida y enojada al mismo tiempo. — Tienes dolor. Belinda exclamó burlonamente. — ¿Yo? ¿En serio? Nunca lo hubiera imaginado. — Entonces no deberías caminar. — Mis doctores me dijeron que me moviera tanto como fuera posible, ya que acelerará el proceso de curación. — ¿Una agonía infernal acelera el proceso de curación? En ese caso te golpearé con el atizador rojo y caliente. Estarás mejor en nada de tiempo.

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momento en que llegaron a casa con Sheri de regreso. Si alguno de los canallas

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El Club de las Excomulgadas — Mira, Pene, me gustaría mucho más estar montando el tren de morfina en estos momentos, pero si alguna vez deseo cambiar de nuevo entonces, lo que necesito es conseguir que saquen los malditos clavos de mi cadera. Si alguna vez quiero los clavos fuera, lo que necesito es sanar. Mis doctores me dijeron que caminara con el fin de sanar. Así que siéntate. Quieto. Buen perro. Arf. Adrian y Sheri compartieron una mirada de ojos abiertos. ¿Belle estaba dándole al gran Alfa Lobo una regañina? — Debe tener un montón de dolor— susurró Sheri.

— ¡Pones una sola pata en mí y te la morderé! ¿Entiendes, Pene? — ¡Deja de llamarme así! — Entonces, ¡Deja de actuar como uno! Odio tener que decirte esto, Pene, ¡Pero no eres mi jefe! — Oh, ¿en serio?— hubo un breve silencio, y luego Richard aulló. — ¡Ay! ¡Me mordiste! Adrian se echó a reír, sacudiendo sus hombros en silencio. Sheri tenía una mano sobre su boca, con sus ojos lleno de horrorizada diversión. — Atrás, Fido. No digas que no te lo advertí. Cuando el gran Alfa gruñó, Adrian se encontró en la casa antes de que pudiera parpadear. —Atrás, Richard. El Alfa de la Manada lo fulminó con la mirada. — ¡No la estoy amenazando! No mucho, de todos modos— murmuró mientras miraba fijamente a la rubia tratando de caminar alrededor de sala de estar de

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— ¡Siéntate antes de que te caigas!— gritó Richard.

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El Club de las Excomulgadas Adrian. Ella estaba usando el andador con ruedas que el hospital le había recomendado. El dolor estaba grabado en las líneas de expresión al lado de su exuberante boca y sus ojos verdes miraron directo de nuevo al gran pelirrojo. Estaba vestida con la túnica más azul que él alguna vez hubiera visto, con pantuflas azules de conejito en los pies. Ben, el Alguacil de la Manada, estaba de pie cerca de su Alfa, con una mano sobre su boca mientras trataba de ahogar su propia risa.

La sonrisa de Richard fue fríamente sensual. —No sin mi compañera. Belle entrecerró los ojos hacia él. — ¿Alguien en realidad tiene la desgracia de estar emparejado contigo? Pobre perra. Dale mis condolencias. La sonrisa se desvaneció de su rostro. Sheri hizo su camino dentro de la sala al lado de Adrian, sus labios temblorosos. — ¿Belle?— dijo ella. Parecía que se ahogaba de risa. — ¿Qué?— Belle gruñó, con sus ojos volviéndose dorados mientras su Puma salía a la superficie. — Creo que quiere decir que eres tú. Los ojos de Belle se abrieron mientras el gran Alfa de la Manada de Lobos asentía con la cabeza. — Mírale el lado positivo, Belle— se atragantó Adrian mientras trataba de no reírse. Belinda lucía como si hubiera tragado un pez vivo. —Esto debería resolver

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— ¿No es hora de que des tus pasos de regreso a tu guarida, Pene?

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El Club de las Excomulgadas tus problemas con la Manada. — Tú me dirás todo sobre ellos. ¿No es así?— el Alfa cruzó sus enormes brazos sobre su pecho y miró a Belle. No era una petición, se trataba de una demanda, una que tenía a Belle rígida de indignación. Adrian decidió que era hora de salir de la línea de fuego. Sacudiendo su cabeza, agarró la mano de Sheri y comenzó a tirar de ella por las escaleras hacia su dormitorio.

entraba en erupción una vez más. — A la cama. Tontita— susurró él. — ¿Es seguro dejarlos solos? — No te preocupes, cariño— dijo él mientras cerraba la puerta. —Estoy bastante seguro de que Belle puede sostener su posición— él comenzó a desvestirla.



Además, tengo cosas más importantes de qué preocuparme. — ¿Cómo qué?— ella estaba tratando de no sonreír, pero sus ojos se habían vuelto de color rojo. — Como acariciar a mi gatita. — Cerdo— suspiró ella. Él le tomó la mejilla. —Te amo— susurró totalmente en serio. Casi la había perdido hoy y, aunque lo disimulaba bien seguía impresionado. Con un pequeño suspiro ella rodeó con sus brazos su cuello y se acurrucó. Hundió la cara en su cuello, y Adrian cerró los ojos, disfrutando de su aroma y su

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— ¿A dónde vamos?— susurró ella mientras la discusión de la planta baja

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El Club de las Excomulgadas suavidad tan cerca de la suya. Comenzó a acariciar su espalda, tratando de calmarla, sabiendo que después de su terrible experiencia tenía que estar tan sacudida como él. Justo cuando su mano llegaba a su trasero, sus ojos se abrieron anchos. Una carcajada resonó sorprendiéndolo mientras, muy suavemente, ella comenzaba a resoplar en su cuello y hacer oink. — Oh nena— dijo él mientras la balanceaba riéndose en sus brazos —Estás en problemas en este momento.

acariciar su cuello, —Porque he sido una gatita muy mala. A medida que él se movía encima de ella, con su palpitante pene entre ellos incluso a través de sus jeans, ella suspiró. Se arqueó hacia arriba en él, y ronroneó, —Una gatita muy mala. Él la miró, ojos muy abiertos y dorados mientras ella pasaba sus garras hacia abajo por sus costados. Cuando estas se hundieron en su trasero él la mordió una vez más, directamente a través de su camiseta mientras sus propias garras salían y le arrancaba los jeans. Sus jeans fueron rápidamente abiertos y su pene se estrelló en casa, ambos gimiendo ante la sensación de caliente acero encerrado en húmedo terciopelo. Él la sujetó abajo con sus dientes, mientras la follaba, golpeándola con la fuerza suficiente para mecer la cabecera de roble. Esta golpeó rítmicamente contra la pared, dejando que todos en la casa supieran lo que estaban haciendo, pero ella no podía reunir la energía para cuidar de eso. Él estaba gruñendo contra su hombro, sus dientes profundamente incrustados en ella. La combinación de dolor y placer era demasiado, y ella se corrió gritando alrededor de él. Él se puso rígido por encima de ella, con su propio orgasmo rompiendo en un gemido mientras machacaba en ella.

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— Ah bien— respondió ella, mientras él caía encima de ella y comenzaba a

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El Club de las Excomulgadas — ¿Las Vegas suena bien para ti? Tengo un yen por visitar la capilla de Elvis allí— jadeó él unos minutos más tarde. Ella abrió un ojo dormido y fulminó con la mirada hacia su oscura cabeza donde se apoyaba contra su pecho. —No me casaré con un hombre gordo en lentejuelas. Estúpido. Él suspiró y se pegó más cerca, con una sonrisa feliz en los labios. —Dios, me encanta cuando hablas sucio— abrió los ojos y vio con satisfacción

Ni siquiera la constante discusión entre Richard y Belle podían amortiguar su estado de ánimo. Con la amenaza hacia Manada eliminada, y con su compañera feliz y en sus brazos, Adrian finalmente se permitió dormir.

Fin

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mientras ella se derrumbaba de risa de nuevo.

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El Club de las Excomulgadas Serie Halle Pumas 01 - El Wallflower ¿Estará lista Emma para una mordida? Emma Carter ha estado enamorada de Max Cannon desde la escuela secundaria, pero él apenas supo que existía. Ahora ella dirige su propia tienda de artesanía, y por fin sale de su caparazón y por su cuenta.

Reclamarla, además de morderla, asegurará que la exuberante Emma sea suya permanentemente. Sin embargo, la ex de Max tiene planes por su cuenta. Planes que no incluyen que Emma esté cerca para interferir. Para mantener a su Alfa, Emma tendrá que demostrarle a la manada que tiene lo que se necesita para ser la compañera de Max.

02 - Dulces Sueños Los dulces sueños pueden convertirse fácilmente en pesadillas. Sufrir el ataque de una enloquecida maniática, con garras y colmillos ciertamente no estaba en la agenda de Rebecca Yaeger cuando accedió a asistir a un baile de disfraces local. En unos ásperos momentos, Becky se entera de cosas sobre sus amigos y el hombre que ama que nunca hubiera sospechado. Cuando Simon rescata a Becky de un ataque no provocado por uno de los de su manada, finalmente confirma lo que por mucho tiempo ha sospechado: que ella es su compañera. Llevársela a su casa y curar sus heridas le da la oportunidad que ha estado esperando… degustarla y marcarla como suya. Y ella es mucho más dulce que cualquier otra cosa, o que ninguna otra persona que jamás haya tenido antes. Justo cuando sus problemas parecen cosa del pasado, una extraña enfermedad comienza a rondar a Becky, amenazando con convertir sus dulces sueños en una pesadilla.

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Cuando Max regresa a su pequeña ciudad natal a tomar posesión de su cargo como el Alfa de la manada Halle, se encuentra con que la pequeña y tímida Emma ha crecido. Esa pequeña chispa de algo que él siempre había sentido cuando era adolescente se ha convertido en algo más... ¡ella es su compañera!

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El Club de las Excomulgadas 03 – Un Gato de diferente color Haría lo que fuera necesario para proteger a su compañera. El Dr. Adrian Giordano es muy feliz con la manera en que su vida está. Sus dos mejores amigos están felizmente viviendo en pareja, y él todavía es un soltero con cordura. Tiene amigos, un negocio próspero, y la ocasional cita del sábado por la noche. Luego Sheridan Montgomery llega a la ciudad. Su Puma interior responde a la voz ronca de la princesa de nieve de una manera que le dice que su vida está a punto de ser puesta de cabeza.

Aviso: Este título contiene escenas de sexo explícito, lenguaje gráfico, un were-guapo, de ojos oscuros y un par de bocados para recordar.

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Sheri no puede creer que su suerte pueda ser tan mala. El instinto le dice que Adrian es su compañero, pero la última cosa que quiere hacer es arrastrarlo a su desordenada vida. Ella está huyendo de un ex lobo grande y malo, que no toma un no por respuesta. Peor aún, si la sorprende, le hundirá los dientes a ella y a la Manada, para tomar lo que quiere. Ella no tiene ninguna posibilidad sola, pero con su amigo Adrian con persistencia de su lado, podría sobrevivir sola. Si su ex no se come al delicioso Dr. Giordano para el almuerzo.

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