Por que la ciencia no refuta a Dios - Amir D. Aczel

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ÍNDICE Portadilla PREFACIO, de Andrés Roemer INTRODUCCIÓN PRÓLOGO: EL NACIMIENTO DEL NUEVO ATEÍSMO 1. La coevolución de la ciencia y la religión tempranas 2. Por qué la arqueología no refuta la Biblia 3. La rebelión de la ciencia 4. Los triunfos de la ciencia en el siglo XIX 5. Einstein, Dios y el Big Bang 6. Dios y la cuántica 7. El engaño del “universo a partir de la nada” 8. Y en el octavo día, Dios creó el multiverso 9. Dios, las matemáticas y la probabilidad 10. Las catástrofes, el caos y los límites del conocimiento humano 11. Entre Dios y el principio antrópico 12. Los límites de la evolución 13. Arte, pensamiento simbólico y el límite invisible 14. Una conversación con el infinito 15. Conclusión: por qué fracasa el argumento “científico” a favor del ateísmo NOTAS BIBLIOGRAFÍA Acerca del autor Créditos

Para Debra

PREFACIO

M

i encuentro con Amir Aczel fue un feliz accidente. Estaba en una librería del Dupont Circle, en Washington D. C., cuando me topé con el libro El último teorema de Fermat. Tras leer, ahí mismo, el prólogo, tuve que comprar el libro y no paré de leerlo hasta terminarlo. Supe de inmediato que me encontraba ante una verdadera obra de arte, un apasionante relato donde se mezclan las matemáticas, el misterio, la historia, la ficción y la no ficción para explorar y ahondar en las grandes preguntas científicas de la humanidad. Al final de mi lectura quedé sorprendido y me dije: “debo conocer al autor de esta gran obra”. Posteriormente descubrí que El último teorema de Fermat es sólo uno de los muchos libros que ha escrito Amir Aczel, todos relacionados con la ciencia. Entre éstos, vale destacar Chance, una obra maravillosa cuya lectura me reveló, por ejemplo, cuáles son las probabilidades de formar una pareja exitosa o de encontrar, en un grupo de veinte personas, a una que comparta tu fecha de cumpleaños (sorprendentemente, son alrededor del 50%). Por fin tuve la suerte de concretar una cita con Amir Aczel, en el Charles Hotel de Harvard Square, en Cambridge, Massachusetts. La charla fue interminable y de ese encuentro nació una gran amistad. Poco después tuve el honor de asistir con él, y con el premio Nobel de Física Jerome Friedman, a una cena de Shabat. Esa noche tuvo lugar un debate sobre ciencia y misticismo, sobre la posible compatibilidad entre un diseño inteligente del universo y el serendipity de la vida. Este encuentro cimentó aún más nuestra amistad y me dio la oportunidad de invitar a Amir Aczel a la Ciudad de las Ideas, festival al que ha asistido en dos ocasiones: en la edición de 2008 participó en un diálogo con el mismo Jerome Friedman sobre los orígenes y

la naturaleza del universo, y en 2011 nos contó la historia de las matemáticas, de forma perspicaz y trepidante, en sólo diez minutos. Cada charla que he tenido con Amir Aczel ha sido una ocasión de aprendizaje y me ha permitido conocer mejor a una persona fascinante y generosa. Nació en un crucero —su padre era el capitán—, y en ese barco pasó su infancia y adolescencia. Creció viajando por el mundo, en contacto con diferentes culturas y aprendiendo distintas lenguas. Desde muy pequeño comenzó a sentir una gran atracción por las matemáticas y el cálculo de probabilidades; en parte, quizá, porque Monte Carlo era una de las ciudades que el crucero visitaba con más frecuencia y porque la entrada al gran casino de la ciudad, le estaba prohibida. Desde entonces, también, supo que su mundo giraría en torno a contar historias, a preguntar y alimentar una mente siempre inquieta. Amir Aczel ha sido un asiduo participante en el debate sobre Dios y la ciencia. En la edición de 2010 de la Ciudad de las Ideas, Richard Dawkins hizo una apasionada defensa de la ciencia como fuente única de conocimiento libre y verdadero. De acuerdo con Dawkins, la ciencia no deja espacio para la creencia en poderes sobrenaturales ni en un sentido ulterior del universo. La física desmantela todos los presupuestos de la religión, incluyendo a Dios. Amir Aczel escuchó esa conferencia y no estuvo de acuerdo. Este libro es su respuesta. El doctor Amir Aczel siempre ha sido sumamente respetuoso; él sabe que yo soy miembro de la Advisory Board de la Richard Dawkins Foundation y aún así me pidió que escribiera el prefacio a la edición en español de su obra. Yo entiendo que su postura es la de un hombre de ciencia: no pretende demostrar la existencia de Dios, sino que busca dejar en claro que la propuesta contraria —probar la no existencia de Dios— es un despropósito. Cuando me mostró el título de su libro, Por qué la ciencia no refuta a Dios, le pregunté: “¿y es necesario refutar la existencia de Santa Clos o de una tasa de café express girando en este momento sobre Júpiter?”. Ante mi sarcamso comentó: “por supuesto, una y otra cosa son poco probables, pero tampoco puedes asegurar lo contrario, que no existan”. Siempre he dicho que la imposibiliad de demostrar algo mediante la

ciencia no justifica la creencia en otra cosa, en un poder sobrenatural, por ejemplo. En este libro, Amir Aczel apunta en la dirección opuesta: los avances y la validez de la ciencia no invalidan la existencia de Dios. Lo importante es que se apoya en el método ciéntifico para construir sus argumentos; el suyo es un análisis crítico y serio que rebate muchas de las ideas que importantes científicos han puesto sobre la mesa a propósito de este debate. Por qué la ciencia no refuta a Dios no constituye un ataque o una crítica a la ciencia, sino todo lo contrario, es una defensa de su historia e integridad. Es, también, una prueba más de la mente curiosa, la inteligencia inquisitiva y el gran corazón de su autor. Agradezco, nuevamente, a Amir Aczel el honor de invitarme a escribir esta presentación. Agradezco también a la editorial Taurus, que siempre se ha distinguido por publicar libros de difusión de la ciencia y espíritu crítico, como éste que el lector tiene en sus manos. Espero que lo disfrute. ANDRÉS ROEMER

INTRODUCCIÓN

E

n un debate sobre religión y ciencia, dentro del festival internacional de La Ciudad de las Ideas, llevado a cabo en Puebla, México, en noviembre de 2010, el prominente biólogo evolutivo y ateo británico Richard Dawkins adoptó una posición novedosa: argumentó que nuestro entendimiento de la física es la nueva prueba irrefutable de que cualquier suposición acerca de un “Creador” es innecesaria. Para ese entonces, Dawkins llevaba ya muchos años rebatiendo la existencia de Dios, para lo cual utilizaba la biología y la teoría evolutiva. Yo estaba en el escenario con Dawkins, y fue esa experiencia la que me llevó a formular la tesis de este libro: que la ciencia no ha proporcionado ninguna prueba de que la existencia de algún tipo de “Creador” sea necesariamente falsa. En los siguientes capítulos demostraremos cómo no hemos llegado, de ninguna manera, al punto en que pueda decirse, en el nombre de la ciencia, que Dios no existe. Cuando escuché a Dawkins utilizar conceptos de las matemáticas y la física de forma incorrecta —los cuales, sin duda, no entendía del todo— recordé ciertos episodios de mi vida como profesor de matemáticas y estadística, así como de escritor científico. Cuando era estudiante de licenciatura en la Universidad de California en Berkeley en la década de los setenta, trabajé en el laboratorio del profesor Gabor Somorjai, un físicoquímico que buscaba descubrir el secreto de la vida a través de los procesos que tenían lugar en una red cristalina de platino. Él creía que la evolución de la vida había derivado de una catálisis en una red cristalina primigenia hace cientos de millones de años. El fracaso de Somorjai fue rotundo. Por mucho que lo intentó, nunca pudo replicar los misteriosos procesos que producen la vida a partir de elementos y compuestos químicos inanimados; esto renovó su

humildad y su sentido de asombro frente al universo. (Aun así, su prestigio aumentó al inventar el convertidor catalítico que se utiliza en todos los automóviles). También recordé la época en que aprendí las leyes, sumamente complicadas e irreales, de la mecánica cuántica —primero en una ponencia única que dictó en Berkeley uno de los pioneros cuánticos más reputados en la comunidad científica: Werner Heisenberg— y después en clases de física avanzada. Éstas fueron las mismas reglas que Dawkins y algunos cosmólogos, incluyendo a Lawrence M. Krauss, intentaron posicionar como una fuente de creación del universo “a partir de la nada”. Sabía que esas leyes eran tan incomprensibles para nosotros —Richard Feynman bien señaló: “Si crees que entiendes la cuántica, entonces estás loco”— que utilizarlas para argumentar que un universo puede crearse a sí mismo resultaba ridículo. Como escritor científico en los campos de la física y la cosmología, me he maravillado en innumerables ocasiones frente al que para mí es el misterio más grande de todos: ¿cómo es que dentro del plasma de quarks-gluones que dominó el universo una fracción de segundo después del Big Bang, de repente, los quarks se unieran en grupos de tres, dos “arriba” y uno “abajo” para formar protones, y dos “abajo” y uno “arriba” para formar neutrones? Me preguntaba una y otra vez cómo era posible que las cargas de estos quarks resultaran ser exactamente 2/3 para un quark “arriba” y 1/3 para un quark “abajo” sin el menor error, de tal modo que el protón coincidiera con precisión con la carga opuesta del electrón (-1), y la carga del neutrón fuera cero: precisamente la combinación necesaria para la formación de átomos y moléculas. ¿Cómo era posible concebir un evento cuya improbabilidad era tan alta sin algún acto de creación? De igual manera, al haber conducido un estudio clave sobre la conciencia y cómo ésta pudo haber surgido en los primeros homínidos para mi libro sobre el Hombre de Pekín, The Jesuit and the Skull, para el que entrevisté a antropólogos y arqueólogos prehistóricos eminentes, entendí lo mucho que ignoramos sobre la conciencia, su significado, sus implicaciones como etapa de desarrollo y las condiciones de su surgimiento. En pocas palabras, hay tanto que todavía no entendemos de nosotros mismos que, por lo tanto,

estamos lejos de poder decir, de manera concluyente, que Dios no existe. Sabía que no teníamos idea sobre cómo surgieron las células eucariotas y, con ellas, las formas de vida complejas que vemos en la Tierra. Sabía que para la ciencia, la “precisión” de los parámetros requeridos para la vida tenía una probabilidad tan minúscula a priori que el cosmólogo británico Stephen Hawking la describió así: “Si uno considera las constantes y leyes que pudieron haber emergido, las probabilidades en contra de un universo que produjera vida como la nuestra son inmensas […] creo que hay implicaciones claramente religiosas cuando uno empieza a estudiar los orígenes del universo”. Por medio de sólo uno de los muchos parámetros necesarios para que un universo propicie la vida, Roger Penrose ha establecido que la probabilidad en contra del surgimiento de nuestro universo es de uno sobre 10^10^123, es decir, ¡uno dividido entre uno seguido de 10^123 ceros! Estos números son una lección de humildad. Consideremos ahora las probabilidades de que se desarrolle la vida inteligente. Sin duda, asumir que no existe un Dios ni un acto de creación detrás de nuestro universo, cuya improbabilidad es enorme, me parece tanto presuntuoso como imprudente. Así que la idea de escribir un libro para exponer mi convicción de que la ciencia moderna no ha refutado la existencia de Dios surgió durante el debate en Puebla y evolucionó a lo largo de tres sesiones anuales de este excepcional festival internacional, La Ciudad de las Ideas. Este encuentro presenta a pensadores, escritores e intelectuales destacados y es obra de un individuo admirable: el Dr. Andrés Roemer, un pensador, escritor e intelectual mexicano así como una personalidad televisiva que hace unos años concibió la idea de llevar cultura y pensamiento de punta a su tierra natal. Poco después, en 2005, cuando recibí la Beca Guggenheim, el Dr. Roemer me contactó mediante la Fundación Guggenheim y me preguntó si me interesaría participar en su festival. Nos vimos en Cambridge, Massachusetts. Andrés y su proyecto me cautivaron y de inmediato accedí a participar. Formar parte del debate con Dawkins y otros fue una pequeña parte de esta iniciativa mucho más grande. En los últimos años, se ha propagado la idea de que Dios y la ciencia no pueden coexistir. Mi sentir es que muchas personas que mantienen esta

postura distorsionan tanto el proceso como el valor de la ciencia con tal de satisfacer sus propios intereses. El propósito de la ciencia es la búsqueda objetiva de la verdad y debemos ser muy escépticos cuando la “ciencia” se invoca para argumentar a favor de intereses socio-culturales. El propósito de este libro es defender la integridad de la ciencia. Creo firmemente que la espiritualidad, la religión y la fe tienen papeles cruciales en nuestras vidas. Para empezar, nos proporcionan humildad cuando enfrentamos el milagro de la creación; contribuyen a la cohesión de la sociedad y a que ésta proteja a los más débiles y pobres; también provee esperanza, así como un código moral que nos permite distinguir entre el bien y el mal en nuestro cada vez más confuso mundo moderno. De igual manera, ambas son parte integral de la búsqueda humana por la verdad y el sentido de la vida; la ciencia y la espiritualidad nos brindan caminos para conocer y entender la vasta totalidad de la creación y nuestro lugar en el cosmos. Este libro no está escrito desde la perspectiva de un credo específico, ni busca defender nuestras instituciones religiosas, a menudo defectuosas. Mi objetivo es devolver la ciencia y la fe a sus dominios apropiados y terminar con la confusión sembrada por aquellos que buscan destruir la fe en nombre de la ciencia. Como escritor científico cuya carrera ha consistido en exponer algunos de los avances más complicados y emocionantes de la ciencia y las matemáticas del último cuarto de siglo, sé que estoy corriendo un riesgo al publicar este libro. En él ataco las creencias de varios científicos y pensadores prominentes, y estoy consciente de que mi postura atraerá críticas. Pero estoy convencido de que la integridad de la ciencia se ha visto comprometida por científicos y escritores prominentes y que es necesario aclarar las cosas y restablecer la distinción entre la verdad y las falsedades exageradas. *

Agradezco de manera sincera y afectuosa a mi buen amigo Andrés Roemer por sus repetidas invitaciones a participar en sus conferencias. También agradezco a los organizadores de La Ciudad de las Ideas por su hospitalidad y

por la oportunidad única que dicho foro me brinda para beneficiarme de sus ideas. También quiero agradecer a las siguientes personas, a quienes he tenido la buena fortuna de conocer a través de los años, y con quienes he sostenido entrevistas o conversaciones sobre la ciencia, la religión y el papel que tienen en la sociedad. Quiero apuntar que las opiniones que se expresan en este libro de ninguna manera reflejan las de los individuos nombrados. ENTREVISTAS Y CONVERSACIONES Philip Anderson, Premio Nobel de Física, Universidad de Princeton. Alain Aspect, experto en teoría cuántica, Universidad de París. Ofer Bar-Yosef, experto en arqueología prehistórica, Universidad de Harvard. Rabino Shmuley Boteach, teólogo y escritor, Nueva Jersey. Deepak Chopra, escritor y conferencista en temas de espiritualidad, Carlsbad, California. Richard Dawkins, biólogo evolutivo, Universidad de Oxford. Dinesh D’Souza, teólogo, Nueva York. Jerome I. Friedman, Premio Nobel de Física, MIT. Sheldon Glashow, Premio Nobel de Física, Universidad de Boston. Alan Guth, físico y cosmólogo, MIT Akihiro Kanamori, matemático experto en el infinito, Universidad de Boston. Thomas King, teólogo y evolucionista jesuita (difunto), Universidad de Georgetown. Robert Kurzban, investigador especialista en ciencias cerebrales y cognitivas, Universidad de Pensilvania. Leon Lederman, Premio Nobel de Física (acuñó “la partícula de Dios”), Universidad de Chicago. Gary Marcus, experto en ciencias cerebrales y cognitivas, Universidad de Nueva York. Benoit Mandelbrot, matemático e inventor de la geometría fractal (difunto), IBM y Universidad de Yale. Sir Roger Penrose, matemático y físico, Universidad de Oxford.

Martin Perl, Premio Nobel de Física, Universidad de Stanford. Saul Perlmutter, astrofísico, Premio Nobel de Física, Universidad de California, Berkeley. Thomas Reddy, teólogo jesuita, Ciudad del Vaticano. Lord Martin Rees, Astrónomo Real del Reino Unido, Universidad de Cambridge. Saharon Shelah, matemático experto en el infinito, Universidad Hebrea. Michael Shermer, editor de Skeptic Magazine, Los Ángeles. Abner Shimony, físico y filósofo, Universidad de Boston. George Smoot, Premio Nobel de Física, Universidad de California, Berkeley. Jack Steinberger, Premio Nobel de Física, CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), Ginebra. Paul Steinhardt, cosmólogo, Universidad de Princeton. Leonard Susskind, físico y cosmólogo, Universidad de Stanford. Ian Tattersall, experto en evolución humana, Museo Americano de Historia Natural, Nueva York. Gerard ‘t Hooft, Premio Nobel de Física, Universidad de Utrecht. Steven Weinberg, Premio Nobel de Física, Universidad de Texas. John Archibald Wheeler, físico (difunto), Universidad de Princeton. Frank Wilczek, Premio Nobel de Física, MIT. Rabino David Wolpe, teólogo, Los Ángeles. Anton Zeilinger, físico cuántico, Universidad de Viena.

PRÓLOGO: EL NACIMIENTO DEL NUEVO ATEÍSMO

E

l movimiento del Nuevo Ateísmo surgió como consecuencia directa del inesperado terror vivido en los ataques del 11 de septiembre de 2001. El asesinato a sangre fría de miles de personas inocentes en un día soleado a principios del otoño horrorizó a la nación estadounidense y al mundo entero. Estos actos hicieron que muchas personas, con razón, miraran con rabia a una religión que pudiera siquiera insinuar que sus seguidores debieran cometer tales crímenes en nombre de Dios. ¿Cómo podría cualquier religión basada en la palabra de Dios invitar a las personas a destruir las vidas de tantos seres humanos sin distinción alguna (incluyendo, tal vez, a sus propios correligionarios)? Ésta era la pregunta que muchos se hicieron. Sam Harris fue uno de los primeros escritores en abordar los posibles efectos de la religión sobre las personas en el siglo XXI. Tres años después de los ataques publicó un libro acusatorio y de amplia distribución: The End of Faith: Religion, Terror, and the Future of Reason (2004) [El fin de la fe. Religión, terror y el futuro de la razón]. Harris arremetió contra la religión y cuestionó su valor en nuestras vidas a partir de la perspectiva del 11 de septiembre. Según su argumento apasionado, la fe —así como cualquier tipo de religión organizada— no tiene lugar en el mundo moderno, lo único que supone es maldad y destrucción. Expresó también que no podremos detener el extremismo islámico sino hasta que dejemos de aferrarnos a nuestras propias creencias religiosas. Según Harris, sólo las personas que han renunciado a su propia fe pueden luchar en contra de la religión militante de manera racional y efectiva. Su libro fue un éxito instantáneo, aunque también generó controversia. Contestó a las críticas con una segunda obra titulada

Letter to a Christian Nation (2006), [Carta a una nación cristiana] que recibió la misma atención. Aunque no es científico, Harris intentó rebatir la religión mediante conceptos científicos. Intentar desarrollar una indignación moral justificada sobre el 11 de septiembre y formular un argumento “científico” en contra de la fe en general fue problemático para Harris; el resultado fue de un tono condescendiente que parecía implicar que sus lectores eran incultos e ignoraban los hechos más básicos de la vida. A continuación, una muestra de su opinión sobre la ciencia: Toda vida compleja en la Tierra se ha desarrollado a partir de formas de vida más simples a lo largo de billones de años. Este es un hecho irrebatible. Dudar que los seres humanos evolucionaron a partir de especies anteriores equivale a dudar que el Sol es una estrella. Es cierto que el Sol no parece ser una estrella ordinaria, pero sabemos que lo es y sabemos que es una estrella que resulta estar relativamente cerca de la Tierra.1

Es claro que Harris expuso aquí algunos de los puntos fuertes de la ciencia: hoy en día, la mayoría de las personas aceptan la evolución como el mecanismo del cambio biológico. Sin embargo, sus declaraciones de que el Sol “no parece ser una estrella ordinaria” y que es una estrella “que resulta estar relativamente cerca de la Tierra” implican que las personas religiosas son de algún modo ignorantes acerca de la ciencia, lo cual no es una declaración verdadera. Conforme la tesis de Harris en contra de la religión continuó y se extendió a todas la áreas de la vida moderna, el escritor nos deleitó con lecciones como la siguiente: Uno de los efectos más perniciosos de la religión es que tiende a separar la moralidad de la realidad del sufrimiento humano y animal. La religión le permite a las personas imaginar que sus preocupaciones son morales cuando no lo son, es decir, cuando no tienen nada que ver con el sufrimiento y su alivio.2

Por desgracia, esta idea errónea es típica del Nuevo Ateísmo, pues el movimiento intenta borrar cualquier conexión entre la religión y la moral,

para lo cual a menudo emplea ejemplos de crueldad extrema como violaciones y asesinatos de niños, en los que a Harris le gusta extenderse, así como genocidios, torturas y otros crímenes atroces. Harris señala a los religiosos y dice —sin prueba alguna— que su religión contribuye a su incapacidad para detener dichas atrocidades. Por lo tanto, según Harris, la moral y la religión no coinciden. Este argumento es falso. De hecho, hay muchas organizaciones religiosas de beneficencia en todo el mundo cuyo objetivo es la caridad religiosa, y no es correcto descartar o ignorar su influencia en el bienestar humano. Ese mismo año, el biólogo y teórico evolutivo británico Richard Dawkins, quien durante décadas había abogado a favor del ateísmo en conferencias y artículos, publicó un libro que tuvo aún mayor distribución y fue aclamado en todo el mundo: The God Delusion (2006) [El espejismo de Dios]. Dawkins aprovechó su prominencia en el campo de la biología para lanzar un argumento científico en contra de la existencia de Dios. Sin embargo, además de utilizar ideas científicas —sobre todo de la biología evolutiva y ciertas nociones de la física y la cosmología—, Dawkins emprendió una cruzada personal en contra de los textos sagrados: ante todo el Antiguo Testamento. Dawkins comienza citando pasajes de la Biblia que retratan a quien denomina “Dios abrahámico”, un ser vengativo, cruel, impredecible y celoso al que termina etiquetando como “delincuente psicótico”.3 Dawkins expresó asombro ante cualquier ser humano pensante que pudiera creer en el imperfecto Dios del Antiguo Testamento, y más adelante, condenó también algunos aspectos del catolicismo al cuestionar que cualquier persona racional aceptara las nociones del nacimiento virginal, la resurrección y otros “milagros”. El biólogo nos informa que los nacimientos virginales no ocurren en la naturaleza y que los muertos tampoco regresan a la vida ni ascienden al paraíso. La revelación no es un método para obtener información acerca del mundo: la evidencia científica sí lo es. Resulta curioso que la mordaz diatriba de Dawkins contra la religión dejó fuera tanto su anglicanismo de origen (excepto por un elogio discreto dirigido a algunos de sus clérigos) como todas las religiones orientales, a las cuales identifica de manera conveniente como “modos de vida” más que como

religiones en sentido estricto. A lo largo del libro nos enteramos de algunas de las más bizarras —y sin duda no científicas— creencias de Dawkins: por ejemplo, que la maldad de Hitler ni siquiera se acercaba a la de Calígula (¿cómo lo sabe?) y que el abuso sexual infantil no es tan malo como adoctrinar a los niños en una religión. En lo concerniente a esta última declaración, aseguró hablar desde la experiencia personal pues habían abusado de él cuando era niño, no obstante, esto no había supuesto más que una “vergüenza”. En cambio, ser expuesto a ideas religiosas fue mucho más dañino. Uno se pregunta si los muchos adultos que hoy en día revelan haber sido víctimas de violaciones o abuso estarían de acuerdo con este punto de vista. Dawkins regresa después a Hitler para decir que “Hitler da la impresión de ser malvado debido a los estándares más benignos de nuestros tiempos”.4 La razón por la cual el periodo entre 1933 y 1945 de nuestra historia —cuyas consecuencias aún padecen y recuerdan con terror muchos de sus sobrevivientes— es tan diferente de “nuestros tiempos” es sin duda uno de los misterios de las ideas de Dawkins. Más adelante continúa: “Nos vemos obligados a reconocer que Hitler, tan terrible como era, no estaba tan lejos del Zeitgeist de sus tiempos como parece desde el punto de vista contemporáneo”.5 Sigue siendo confuso qué tipo de Zeitgeist imagina Dawkins que promovería campos de exterminio para millones de personas inocentes; y sus declaraciones nos invitan a preguntarnos acerca de su objetividad. La idea clave de Dawkins es que la religión no sólo es mala sino también inmensamente estúpida, y que cualquier persona que crea en Dios no es más que un completo idiota. Reitera que los religiosos no merecen respeto alguno por parte del resto de la sociedad y condena la religión como ignorante. ¿Por qué deberíamos respetarla?, pregunta en tono provocador. Uno se pregunta por qué —después de tan apasionado y enérgico ataque contra lo disparatado de la creencia religiosa— Dawkins se califica a sí mismo sólo con un “6” en una escala de ateísmo que él mismo diseñó y en donde el máximo es “7” (el “1” indica una creencia absoluta en Dios mientras que el “7” indica una completa seguridad de que Dios no existe). ¿Por qué el

ateo más prominente del mundo de pronto se muestra evasivo? ¿Acaso le preocupa lo que pudiese enfrentar cuando muera? De cualquier manera, el propósito principal del libro de Dawkins es intentar utilizar la ciencia para demostrar que la religión es falsa y que Dios no existe. Dawkins quiere remplazar a “Dios” con la “evolución” y mostrar que los factores de la evolución: la supervivencia del más apto, la adaptación al ambiente y la “selección natural”, la reproducción sexual preferencial para individuos mejor adaptados, derivó directamente en la vida compleja que nos rodea y que, por lo tanto, nunca hubo necesidad de un “Creador” externo. También argumenta, aunque de manera breve y caprichosa, que el universo como un todo surgió a partir de un mecanismo no biológico que dice debe ser “similar al de la evolución”. Dawkins escribe: “La evolución darwiniana, en específico la selección natural, hace algo más. Destruye la ilusión de un diseño dentro del dominio de la biología y nos enseña a sospechar de cualquier tipo de hipótesis del diseño en la física y en la cosmología”.6 La cuestión del “diseño” trae consigo una carga semántica ya que se refiere a la creencia de quienes rechazan la evolución. Éste no es el punto. Sabemos que la evolución es la manera en que las formas de vida cambian a través del tiempo. La pregunta es si la evolución anula la existencia de un creador primordial de la leyes de la naturaleza, lo cual incluye las leyes de la evolución y el crucial punto de partida del proceso evolutivo. La ciencia moderna, de hecho, ha sido incapaz de abordar estos temas clave. En cuanto al universo como un todo, puesto que Dawkins no tiene una educación formal ni en física ni en matemáticas, sus argumentos alrededor de este tema son mucho más débiles y se pueden refutar con mayor facilidad. De hecho, ningún físico serio podría suponer la operación de un mecanismo “similar a la evolución biológica” en el universo puramente físico. Vamos a abordar todos los argumentos científicos de Dawkins contra la creencia religiosa para exponer sus fallas, así como la falsedad de sus conclusiones. No había pasado un año a partir de la aparición del libro de Dawkins cuando el difunto Christopher Hitchens continuó, con la publicación de God Is Not Great (2007) [Dios no es bueno], con la embestida violenta del Nuevo

Ateísmo en pos de convertir a los lectores en incrédulos. Hitchens usó citas del Antiguo Testamento idénticas a las que utilizó Dawkins: citas que muestran la arbitrariedad, la crueldad, los celos y el deseo de venganza del Dios de Abraham (aunque Hitchens lo llama el “dios de Moisés”; y notemos que aquí, y en todo su libro, Hitchens escribe Dios con una “d” minúscula). Después, al igual que Dawkins, ofrece argumentos que condenan el cristianismo. Como comentarista político y social, para nada un científico, Hitchens emplea muchas menos herramientas de la ciencia y más recursos del periodismo y la filosofía en su censura de la religión. Aún así, su argumento más fuerte en contra de la religión provino de la noción de que la ciencia moderna, en sentido vago y carente de explicación, ha demostrado que las religiones son falsas. El libro de Hitchens fue mucho más parecido a las dos diatribas extensas de Harris, con un uso menos efectivo de la ciencia que Dawkins, aunque con un ataque de mayor rango contra los males de la religión, a la cual culpa de ser causante de guerras, genocidios y torturas a lo largo de la historia de la humanidad. Al igual que Dawkins, Hitchens utilizó anécdotas de su propia vida para ilustrar la crueldad aplastante que veía en todas las religiones: Fui miembro de la Iglesia Ortodoxa Griega, debo añadir, por una razón que explica por qué mucha gente profesa una lealtad externa. Lo hice para complacer a mis suegros griegos. El arzobispo que me recibió en su comunión el mismo día que ofició mi boda, con lo cual cobró con astucia dos cuotas en vez de una. Después se convirtió en un entusiasta de los también serbios y ortodoxos Radovan Karadzic y Ratko Mladic, asesinos en masa que llenaron innumerables fosas comunes por todo Bosnia.7

Ya que su segunda esposa fue judía, Hitchens también describió la experiencia de casarse en una ceremonia judía, así que tuvo la oportunidad de criticar esta religión también. Si bien otras religiones terminan mal paradas, al igual que Dawkins, Hitchens es mucho más benévolo con su anglicanismo natal y argumenta que la mayoría de sus equivocaciones son culpa de su ascendencia católica:

En cuanto a la Iglesia Anglicana en la que me bautizaron, aunque pueda parecer un patético remedo hoy en día, al descender de una iglesia que siempre ha disfrutado un subsidio del Estado y una relación íntima con la monarquía hereditaria, tiene una responsabilidad histórica en las Cruzadas, la persecución de católicos, judíos y disidentes y en el combate contra la ciencia y la razón.8

Éste es un ejemplo típico de la inexactitud y el descuido del pensamiento de Hitchens. Si está hablando del anglicanismo como descendiente de otra iglesia, la católica, no tiene sentido mencionar las Cruzadas (que involucran al catolicismo, no al anglicanismo). ¿Cómo puede en el mismo párrafo (y sin regresar al anglicanismo propiamente dicho) hablar de “su” persecución de los católicos? Dudo que quiera decir que el catolicismo persiguió a católicos. En cualquier caso, la ciencia está lejos de ser el punto fuerte de Hitchens, y a lo largo de su libro encontramos intentos superficiales de emplear ideas científicas en su crítica de la religión. Recientemente, los miembros del Nuevo Ateísmo tuvieron que admitir que la evolución y las ciencias biológicas por sí solas no son suficientes para consolidar su argumento en contra de la fe, pues se dieron cuenta de que la “creación” también tiene que involucrar al mundo inanimado que precede y sostiene la vida. Buscaron, por lo tanto, extender su argumento, tal como Dawkins comenzó a hacer en su libro sin ir demasiado lejos. Hoy en día, estos escritores intentan demostrar que ni el universo físico ni la esfera biológica requieren de un Dios para su creación. El Nuevo Ateísmo de los últimos tiempos intenta demostrar que el universo mismo pudo haber surgido sin un Dios. Para lograrlo, apelan a la física. Un ejemplo perfecto para caracterizar esta nueva tendencia del “ateísmo científico” es el libro de Lawrence Krauss, A Universe from Nothing: Why There Is Something Rather than Nothing (2012) [Un universo de la nada: por qué hay algo en vez de nada], que se ha convertido en un éxito. Según el autor, un físico, su libro se inspiró en las conversaciones que sostuvo con Hitchens cuando este último buscó entender la física y la cosmología para emplearlos de manera más efectiva en su escritura. Por desgracia, según Krauss, Hitchens murió justo antes de aprovechar ese conocimiento y antes de escribir el prólogo que le había prometido a Krauss para su propio libro.

Krauss tiene también una relación estrecha con Dawkins, tanto que este último escribió el epílogo del libro. El libro de Krauss argumenta que la creación del universo surgió “de la nada”, a partir de las “leyes de la física” y nada más. No explica cómo emergieron estas leyes, aunque éste es quizás el problema menos grave del libro. Esta obra explota logros cruciales de muchos físicos y cosmólogos en activo. No obstante, después da un giro y argumenta a favor de algo que no es una consecuencia directa de estas investigaciones científicas. El libro empieza con una regurgitación estándar de la bien conocida historia de la cosmología moderna, desde el descubrimiento de la expansión del universo por parte de Edwin Hubble y sus colegas en 1929 hasta el igual de sorprendente descubrimiento en 1998 de que la expansión del universo se está acelerando (descubrimiento que valió el premio Nobel en 2011 a Saul Perlmutter, Adam Riess y Brian Schmidt). En seguida, mediante un uso incorrecto de las ideas de la mecánica cuántica combinado con declaraciones engañosas acerca de las energías positivas y negativas, Krauss concluye que la energía total del universo es igual a cero y que, por lo tanto, el cosmos surgió “de la nada”. Jamás explica con claridad cómo concluye que la energía total es igual a cero cuando se sabe que el universo contiene grandes cantidades de “materia oscura” y “energía oscura” ¡de las cuales no conocemos casi nada! A lo largo del libro, repite varias veces que “la mecánica cuántica nos dice que debe existir un universo”. Por el contrario, más adelante veremos que la teoría cuántica no dice nada parecido. Es claro que la escritura está diseñada para confundir al lector con “hechos” científicos que ni se explican, ni se interpretan correctamente, todo con tal de apuntalar la deducción de que el universo surgió por sí sólo y que, por lo tanto, no hay Dios alguno. Examinaremos de manera cuidadosa todos los argumentos físicos y cosmológicos que Krauss utiliza en su insistencia de un universo del vacío y los desacreditaremos todos. Sam Harris publicó, en 2010, otro libro titulado The Moral Landscape, en donde intenta valerse de la ciencia para argumentar que la moral no proviene de la religión, sino que también evoluciona. Esta opinión también está presente en los escritos del filósofo Daniel Dennett, que ha argumentado que

la psicología evolutiva es la causa de la conciencia y la moral y que, por lo tanto, no es necesario un “libro sagrado” para decirnos cómo comportarnos. Todos estos argumentos ignoran, a conveniencia, el verdadero marco de referencia moral que subyace tras parte del pensamiento religioso más profundo. Por ejemplo, para nombrar sólo uno, el de Hilel el Anciano, el erudito judío del siglo II que escribió acerca de la decencia y el comportamiento moral entre los seres humanos, abogó apasionadamente a favor de la bondad hacia el prójimo, así como la consideración, la compasión y la coexistencia pacífica. Regresaremos a este punto más adelante. El ateísmo ha existido, por lo menos, desde la Grecia Antigua. Los seguidores del filósofo griego Epicuro (341 a.C.-270 d.C.) creían que la vida surgía por casualidad y que no hay un ser supremo que nos gobierne y nos cuide. Al igual que su contemporáneo Demócrito, quien propuso la primera hipótesis de que el universo está compuesto por algo similar a los átomos, Epicuro creía en la existencia de minúsculos elementos básicos del cosmos. Sostuvo que sus movimientos e interacciones azarosas crearon el universo a nuestro alrededor, sin diseño ni creación ni control continuo. Todas las sociedades han tenido creyentes y no creyentes. Como vamos a ver, grandes pensadores como Descartes han sido acusados por sus enemigos de ser ateos, aún cuando no lo eran; estos ataques eran comunes. Puesto que con frecuencia las sociedades eran gobernadas por monarcas asociados con alguna iglesia, e influidos por ella, los ateos eran a menudo perseguidos: la herejía se consideraba un crimen que podía castigarse con la muerte. En los autos de fe de España, por ejemplo, los judíos eran condenados a la hoguera por herejía. También está el caso del filósofo, matemático y sacerdote dominico italiano Giordano Bruno, quien murió en la hoguera en Roma en 1600, después de que la Inquisición lo encontrara culpable de herejía por creer que el Sol era una estrella y que el universo contenía otras civilizaciones. Pero estas persecuciones de ateos, o personas a las que se les consideraba ateas aún cuando no lo eran, ocurrieron hace siglos. El Nuevo Ateísmo es combativo, agresivo y beligerante contra los creyentes. Sus defensores sostienen que la religión es malvada y no se excusan al declararlo de manera fuerte y clara. Instan con vehemencia a que

toda religión se elimine del mundo. Sean o no científicos, la herramienta principal de los miembros del Nuevo Ateísmo es la ciencia. Estos nuevos ateos —Dawkins, Krauss, el difunto Hitchens, Harris y Dennett— se unen con un propósito común poderoso, y se apoyan los unos a los otros de maneras casi sin precedentes entre cualquier grupo de pensadores o académicos que persiguen objetivos comunes. Irónicamente, el comportamiento colectivo de los Nuevos Ateos podría asemejarse al de un grupo de nuevos conversos, miembros de una religión bisoña que intenta establecerse en un ambiente hostil, quizá reminiscente de los primeros cristianos en las arenas romanas empapadas de sangre. Tal como los primeros cristianos, uno de sus objetivos principales parece ser un fervor misionero por convertirnos a todos a su “religión” atea. El apoyo que se brindan mediante publicidad para libros, introducciones y apariciones conjuntas en conferencias y videos muestra su camaradería guerrera y religiosa. En la contraportada de The Moral Landscape, de Harris, por ejemplo, se lee: “En lo que respecta a la religión, y a la idea ridícula de que necesitamos que Dios sea bueno, nadie empuña una bayoneta más filosa que Sam Harris” [Richard Dawkins]. Y: “Leer a Sam Harris es como tomar agua de un arroyo fresco en un día caluroso” [Lawrence M. Krauss]. En el epílogo que Richard Dawkins escribió para A Universe from Nothing [Un universo de la nada], de Krauss, se atrevió a compararlo con El origen de las especies de Charles Darwin (mostrando lo poco que Dawkins entiende de física y cosmología: Ahora podemos leer a Lawrence Krauss para lo que me parece ser el golpe terminante. Incluso la última carta del teólogo, “¿Por qué hay algo en vez de nada?”, se desvanece ante nuestros ojos al leer estas páginas. Si El origen de las especies fue el golpe mortal de la biología a lo sobrenatural, podríamos considerar Un universo de la nada el equivalente para la cosmología. Este título quiere decir tal lo que dice. Y lo que dice es devastador.9

Es una lástima que Dawkins, sincero aunque mal dirigido, haya caído en el engaño rotundo del deshonesto Krauss. Lejos de (siquiera remotamente) asemejarse al genio de El origen de las especies de Darwin, A Universe from

Nothing [Un universo de la nada] de Krauss es una obra de engaño puro, repleta de tergiversaciones, declaraciones falsas y conclusiones forzadas. El problema con la ciencia en los libros y conferencias de los Nuevos Ateos es que no es ciencia pura, la búsqueda auténtica del conocimiento acerca del universo. Más bien es una “ciencia con una intención”: la de refutar la existencia de Dios. Por lo tanto, los argumentos que hacen estos escritores son tendenciosos, y a quienes los presentan no se les puede considerar científicos verdaderos. Distorsionan la ciencia a favor de sus propios objetivos de una manera que no difiere tanto de lo que hace un científico sin escrúpulos que escribe para una compañía farmacéutica un reporte favorable de una medicina cuestionable producida por la compañía. Los científicos prominentes, sobre todo aquellos en los campos más matemáticos como la física, tienden a no involucrarse demasiado en los debates sobre el ateísmo. En general, parecen interesarse mucho más en dedicarse a la ciencia por la simple razón de aprender cosas sobre el universo, dejan los debates filosóficos acerca de la ciencia y Dios para otros (aunque muchos de ellos pueden ser, en efecto, no creyentes). Tan es así que sí hay libros de científicos prestigiosos que simpatizan con el ateísmo sin formar parte del ferviente contingente ateo. Entre estos escritores encontramos a Stephen Hawking, quien escribió, con Leonard Mlodinow, The Grand Design (2010) [El gran diseño]. Este libro es una odisea científica que nos lleva a las fronteras del conocimiento en la física y la cosmología y apoya la tesis de que Dios no es necesario. Sin embargo, se absteniene de las apasionadas apelaciones al ateísmo de Dawkins, Krauss, Dennett y Harris. También abordaremos los argumentos del libro de Hawking y Mlodinow, y demostraremos que su ciencia, de hecho, no contradice la existencia de Dios. Habría que agregar que el propio Hawking ha mencionado a “Dios” (por lo menos en el sentido del creador de las leyes de la física) a lo largo de su larga trayectoria, con declaraciones como: “¡Nos acercamos a Dios!” cuando hizo un descubrimiento teórico en la física hace algunos años. Así como en el título de uno de los libros que editó, God Created the Integers (2005) [Dios creó los números]. Aunque esto no implica ninguna creencia religiosa, el

empleo de Hawking de la palabra “Dios” es algo que Dawkins, Harris, Dennett o Krauss jamás se permitirían. En una conferencia dictada en la Universidad de Oxford y reimpresa en el periódico británico The Guardian, James Wood expuso algunas de las principales fallas del Nuevo “Ateísmo militante”, como sus incesantes ataques contra cualquier tipo de creencia, su renuencia a reconocer cualquier tipo de valor en la práctica personal y su consideración de todas las religiones occidentales como aberrantes. Wood señaló que los niños a veces están “atascados” en una literalidad rígida, de la cual saldrán con el paso del tiempo. Sin embargo, anotó que: El Nuevo Ateísmo está atrapado en una literalidad similar. Vive como un parásito de su enemigo. Así como el cristianismo evangélico se caracteriza por su literalidad bíblica y una creencia simplista en un “Dios personal”, a menudo el Nuevo Ateísmo parece ocuparse sólo en luchar contra la literalidad bíblica. El Dios del Nuevo Ateísmo y el Dios del fundamentalismo religioso parecen ser entidades de una similitud extraordinaria.10

Los textos sagrados no se concibieron para ser leídos de forma literal. El texto original hebreo del Antiguo Testamento es de una elegancia poética, y el griego del Nuevo Testamento tiene una cadencia similar. Los Nuevos Ateos, agresivos, toman cada palabra y la leen al pie de la letra, como un lector racional jamás lo haría. Tal vez el ejemplo más común de los ataques literales contra la religión que han lanzado Dawkins, Hitchens, Harris, Dennett y otros es la interpretación del siguiente pasaje de Josué 10: 12-14, citado con frecuencia: “Josué se volvió hacia Yavé y exclamó delante de todo Israel: ‘¡Detente, sol, sobre Gabaón! ¡Y tú luna, sobre el valle de Ayalón!’ Y el sol se detuvo y la luna se quedó inmóvil hasta que el pueblo se hubo vengado de sus enemigos”. Desde la Edad Media, muchos comentaristas judíos del Talmud han leído este pasaje de forma alegórica, reconocen que para que el Sol y la Luna de hecho detengan sus movimientos se requeriría un milagro extraordinario, uno que rompería con las leyes de la física y que, por lo tanto, no pudo haber sucedido. Lo que se describe aquí es una parábola: el Sol y la Luna

“detenidos” sirven como una herramienta literaria para darle al lector una idea acerca de una batalla de una duración excesiva. ¿Qué tan seguido escuchamos a alguien describir un momento sublime, tal vez disfrutando sus vacaciones en una playa o isla tropical hermosa, en estos términos: “El tiempo se detuvo, nos la estábamos pasando tan bien, mientras veíamos un atardecer sin fin?” Nadie respondería quisquilloso: “¿De verdad no tuvo fin? ¿En serio se detuvo el tiempo?”. Es cierto, los Nuevos Ateos no han sido los primeros en adherirse a la literalidad intransigente y poco imaginativa. Históricamente, la Iglesia Católica ha adoptado dicha literalidad y la ha defendido a ultranza en su enfrentamiento con descubrimientos científicos y teorías sobre el movimiento de la Tierra. Es notoria la persecución que emprendieron contra Galileo y muchos otros por mantener un punto de vista heliocéntrico. Uno esperaría que los Nuevos Ateos, al vivir en el siglo XXI, hubieran aprendido algo y fueran más sensatos. Desacreditaremos el uso de la ciencia por parte de los Nuevos Ateos, responderemos a sus argumentos y mostraremos de manera concluyente que la ciencia no ha refutado la existencia de Dios. Hablaremos también sobre Galileo y la controversia con la Iglesia, así como de la aguda grieta que se materializó en el siglo XVII entre la ciencia y la fe. Pero primero conviene repasar el surgimiento de la religión, porque así podremos ver que, de hecho, alguna vez estuvo conectada con lo que bien pudo haber sido una “ciencia” muy rudimentaria, en la medida en que fue un esfuerzo de las primeras sociedades humanas para entender a la naturaleza y sus leyes. 1 Sam Harris, Letter to a Christian Nation, p. 68. 2 Ibid., p. 25. 3 Richard Dawkins, The God Delusion, p. 59. 4 Ibid., p. 305. 5 Ibid., p. 306. 6 Ibid., p. 143. 7 Christopher Hitchens, God Is Not Great, p. 16. 8 Idem. 9 Epílogo de Richard Dawkins en Lawrence Krauss, A Universe from Nothing, p. 191.

10 James Wood, The Guardian, 26 de agosto de 2011.

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LA COEVOLUCIÓN DE LA CIENCIA Y LA RELIGIÓN TEMPRANAS

L

as primeras divinidades surgieron antes de los albores de la civilización. Dichas deidades eran abstracciones de lo que los humanos primitivos habían aprendido sobre el universo que los rodeaba, y bien podrían ser descritas como las primeras deducciones “científicas”. ¿Cómo sabemos esto? Los humanos anatómicamente modernos (es decir, los humanos cuyos restos fósiles no son diferentes de los huesos y los cráneos de la gente del día de hoy) aparecieron en el continente europeo como consecuencia de las sucesivas olas migratorias de homínidos provenientes de África, las cuales se remontan varios cientos de miles de años en el pasado. Después, hace unos 30,000 años —lo cual coincide más o menos con la desaparición de los Neandertales (otra especie humana, algo diferente de la nuestra, que ya está extinta), que vivieron durante mucho tiempo en los planos y las colinas de la Era de Hielo en el continente— empezaron a aparecer por toda Europa las curiosas estatuillas que hoy se conocen como Venus paleolíticas. Son imágenes de piedra, madera, marfil o barro de mujeres desnudas con los pechos grandes y las caderas anchas. Estos iconos incluyen la famosa Venus de Willendorf, de Austria; la Venus de Lespugue, de Francia; así como la Venus de Dolni Vestonice, de Moravia, entre otras. Según la teoría generalizada, las Venus paleolíticas representan a alguna diosa de la fertilidad.

___________________________ La Venus de Willendorf, la célebre estatuilla de la “Diosa madre” primordial, hallada en una excavación alemana cerca de Willendorf.

Hay Venus paleolíticas mucho más antiguas. La Venus de Tan-Tan, de Marruecos y la Venus de Berejat Ram, de Israel —de demostrarse que las elaboraron personas y no son sólo piedras que guardan muchas similitudes con la figura femenina humana (todavía no hay una respuesta definitiva a esta pregunta)— rastrearían los orígenes de las diosas de la fertilidad no hace 30,000 años, sino casi 250,000. De cualquier manera, las Venus paleolíticas tienen con certeza por lo menos treinta milenios de antigüedad. La religión, por lo tanto, se puede rastrear hasta la Era Paleolítica: la llamada Edad de Piedra, un periodo que se extiende desde hace 2.6 millones de años, cuando surgieron las herramientas de piedra fabricadas por homínidos, hasta hace 11,000 años antes de nuestra era, cuando comenzó la Era Neolítica y la agricultura. Los arqueólogos creen que las Venus paleolíticas constituyen las primeras deidades que se concibieron.1 Éstas se interpretan universalmente como representaciones de la fertilidad, un aspecto fundamental para la supervivencia de los pequeños grupos de humanos nómadas que vivían como cazadores-recolectores en la Europa de la Era Paleolítica.

Pero además del “arte portátil”, que incluye a las Venus paleolíticas hechas por estos primeros pueblos, el Paleolítico superior (la Edad de Piedra tardía, de hace 40,000 a 10,000 años) también se caracteriza por el magnífico arte rupestre que se puede apreciar en cientos de cavernas en Francia, España y, en menor grado, Italia. En ellas se incluyen las famosas cuevas de Lascaux en la región francesa de Dordoña; Pech Merle en el centro sur de Francia; Niaux en los Pirineos franceses; Altamira en el oeste de España, entre muchas otras. Las principales manifestaciones artísticas que se encuentran en estas cuevas consisten en imágenes de animales, en su mayoría dibujadas, aunque en ocasiones grabadas, en las paredes de las cuevas, las cuales se localizan en las partes más profundas e inaccesibles de éstas. A menudo, uno tendría que caminar o arrastrarse cientos de metros para llegar a los “salones” profundos dentro de las cuevas, en donde se encuentran estas pinturas (en la cueva de Niaux, por ejemplo, esto implica una ardua caminata de casi un kilómetro a través de un terreno pedregoso, irregular resbaladizo y estrecho al interior de la montaña). Al llegar a Niaux, uno puede ver imágenes hermosas de bisontes, caballos, cabras, venados, mamuts y ganado salvaje (llamado uro euroasiático). Como vamos a ver, estas imágenes también representan una forma temprana de religión. En la cueva de Chauvet, ubicada en Ardèche, Francia, y cuyas pinturas tienen por lo menos 35,000 años de antigüedad, se encuentra, entre diversas imágenes hermosas de caballos y toros y cabras, una sola imagen hecha con carbón de un toro, superpuesta en la parte inferior desnuda de una mujer con un triangulo púbico exagerado. Se ha determinado que esta imagen es un símbolo de fertilidad similar al de las Venus paleolíticas. El toro en el arte antiguo a menudo representa una fuerza de la naturaleza, y la yuxtaposición de la parte desnuda inferior del cuerpo de una mujer y un toro puede representar la unión de dos deidades: un dios poderoso que representa las fuerzas de la naturaleza como el viento y el fuego, los terremotos y las tormentas, y la diosa femenina de la fertilidad. Los primeros humanos, que aún vivían en las praderas congeladas como cazadores-recolectores, contemplaron la naturaleza y dedujeron la conexión

entre el sexo y la fertilidad. Para promover la fertilidad, idolatraban la figura y los genitales femeninos. Muchas de las cuevas decoradas en el Paleolítico en Europa, en donde se muestra un arte prehistórico que data de los años 40 000 a 11 000 A.P., están salpicadas de imágenes de vulvas. Los antropólogos también han señalado estas imágenes, algunas veces estilizadas y otras más naturalistas, como símbolos de fertilidad. El antropólogo francés André Leroi-Gourhan ha propuesto la teoría de que estas imágenes, así como los dibujos de animales que se encuentran en la profundidad de las cuevas, son una clara manifestación de lo que quizá sea la religión más primitiva del pasado humano.2 Para esbozar su teoría recurrió a los hallazgos de las cuevas francesas de Gargas, que contienen huellas de manos paleolíticas que se cree habrían tenido un significado religioso; Niaux, con su rico simbolismo animal; la famosa cueva de Lascaux, a la que LeroiGourhan nombró una verdadera “catedral de la religión prehistórica”, repleta de imágenes como la vaca saltando y los caballos salvajes; y la cueva de Altamira en España, la primera que se descubrió, todavía a finales del siglo XIX, con su techo cubierto de imágenes de bisontes que parecen estar en celo, y que probablemente también simbolicen la fertilidad. Muchas de las cuevas prehistóricas en Francia también tienen signos extraños que, aunque no se han descifrado, podrían indicar el uso del lenguaje.3 Así que las representaciones de fertilidad en la forma de las Venus paleolíticas y las imágenes sexuales en las cuevas paleolíticas se pueden considerar iconos tanto de una “ciencia” muy temprana —la biología de la sexualidad y la fertilidad— como de una religión igual de temprana. La cueva de Pech Merle en el centro sur de Francia tiene una exposición única, distinta a la de las otras cuevas. Se trata de la pintura de un par de caballos en un estilo reminiscente del impresionista: los caballos tienen puntos rojos, se traslapan y en la espalda de uno hay un pez, quizás un lucio o un salmón. Las pinturas de esta cueva datan del Último Máximo Glacial (LGM por sus siglas en inglés), un periodo de hace alrededor de 22,000 años en el que los glaciares y el hielo cubrían el territorio europeo de manera más extendida que en tiempos posteriores. No sabemos qué representan los misteriosos caballos,

pero es probable que contengan algún elemento religioso relacionado con las fuerzas de la naturaleza. La revolución neolítica, que tuvo lugar hace alrededor de 11,500 años, potenció esta mezcla prematura de ciencia y religión. El arqueólogo francés Jacques Cauvin, en su libro revolucionario, Naissance des divinités, naissance de l’agriculture (1997) [El nacimiento de las divinidades, el nacimiento de la agricultura], describe cómo el surgimiento de la agricultura, junto con los primeros cultivos y la domesticación de los animales, que tuvo lugar en el Medio Oriente al final de la Era Paleolítica (y dio lugar al término “revolución neolítica”), supuso el surgimiento de la religión. El surgimiento de la agricultura en el planeta Tierra es un verdadero milagro y sucedió en por lo menos dos lugares distantes: el Valle de Jordán en el Medio Oriente y la costa de Ecuador en América.4 Hace alrededor de 11,500 años, la cultura natufiense —que debe su nombre a Uadi-en-Natuf, lugar en donde se descubrieron restos arqueológicos en cuevas sobre el Valle de Jordán— aprendió a cultivar trigo y cebada. Esta última había sufrido una extraña mutación: los granos ya no caían al suelo al azar después de madurar, sino que de alguna manera permanecían en el tallo, como si estuvieran esperando que los cosecharan.5 El misterio radica en cómo estas personas encontraron granos con esta extraña mutación, tan ventajosa precisamente en lo que se necesitaba para que la agricultura fuera exitosa. Es posible que esto se lograra después de muchos años de experimentación. Una vez que se cultivaron estos granos mutados, se convirtieron en una especie de trigo y cebada domesticados, los cuales esperaban ser cosechados. Sin la mutación, la agricultura hubiera sido imposible, ya que los granos se perderían al caer al suelo pues madurarían aleatoriamente. La llegada de la agricultura y la domesticación de animales como las cabras, las ovejas y las vacas, que ocurrió al mismo tiempo en el Medio Oriente, amplió el significado del concepto paleolítico de la fertilidad que hasta entonces estaba limitado a las poblaciones humanas y a los animales de caza. Tanto la cultura natufiense como las que le siguieron y habitaron más tarde la región que hoy en día comprende Israel, Jordania, Siria y Turquía,

comprendieron que, como comunidades agrícolas, su supervivencia dependía por completo de la fertilidad de la tierra, la habilidad de reproducción continua de los animales domésticos y la continuidad y crecimiento de las poblaciones humanas. Según Jacques Cauvin, es por esta razón que se registra una verdadera “explosión” de estatuillas femeninas en todas las nuevas comunidades agrícolas del Medio Oriente y Anatolia en la época que va del 11 000 al 9 000 A.P.6 En contraste con las culturas nómadas europeas, los cazadoresrecolectores del Paleolítico superior, productores del magnífico arte rupestre y las Venus paleolíticas más antiguas, las imágenes femeninas neolíticas eran más abstractas y estilizadas. Según Cauvin, se trata del surgimiento de un nuevo simbolismo religioso. En sitios arqueológicos de asentamientos prehistóricos como Netiv HaGdud en Israel, Mureybet en Siria y Salibiya en Jordania, por ejemplo, se han descubierto cientos de estatuillas femeninas de piedra estilizadas. En general, sólo los ojos, los pechos y el triangulo púbico son evidentes. Se cree que son imágenes de una nueva diosa de la fertilidad responsable de la abundancia en la cosecha, así como de los nacimientos humanos, para mantener la estabilidad de la población, y animales, para proveer carne, leche y lana. Al mismo tiempo, las imágenes de toros abundan durante esta era, y se cree que simbolizan los poderes de la naturaleza. Lo que vemos aquí es a seres humanos que aprenden de la naturaleza, lo cual se puede definir como un tipo rudimentario de ciencia o una protociencia. Estas personas aprendieron que la idea de la fertilidad permea en la naturaleza como un todo y decidieron simbolizar el concepto general de la fertilidad —tan esencial para su supervivencia— por medio de los órganos reproductivos y nutricios de una mujer. En After the Ice: A Global Human History 20,000-5000 B.C., Steven Mithen describe algunos de los descubrimientos más emocionantes de las ruinas de casas de piedra en el sitio prehistórico de Jericó. Estos hallazgos representan el surgimiento de la religión prehistórica: En el tercer cuarto se encontraron tres estatuillas de barro, todas femeninas y de

alrededor de 5 cm de altura, de pie contra la pared. Una llama más la atención: está vestida con lo que parece ser una bata suelta que se ha esculpido con los brazos doblados, de tal modo que una mano queda debajo de cada pecho. Junto a los brazos tiene lo que parece ser una cabeza humana... o por lo menos un cráneo, en éste la cara se ha esculpido con delicadeza en yeso.7

Catal Hüyük, en el sureste de Turquía, es un sitio arqueológico de una riqueza atípica que data del 7000 a.C. (9000 A.P.). Allí se encontraron casas cuadradas agrupadas, en un tercio de ellas se hallaron decoraciones en la pared y otro tipo de arte que se interpretó como religioso: pinturas de leopardos y toros, cuernos y estatuillas de Venus; se piensa que estos edificios eran santuarios (Scarre, Timelines, 1993, p. 77). La imagen más impresionante y enigmática allí encontrada —y quizás en cualquier otro sitio que date de este periodo— fue una piedra de 20 cm de altura que bien pudo haber sido el primer panteón de la historia. La escultura muestra una mujer con pechos pesados y expuestos, sentada en un trono y flanqueada por dos leones, con las manos apoyadas en sus cabezas. Se le ha llamado “La Diosa Madre” y podría representar a la diosa antigua de la fertilidad que en este caso domina a las otras fuerzas de la naturaleza, representadas por los leones. El asentamiento Nea Nikomedeia, en Grecia, data aproximadamente de la misma época que Catal Hüyük (9000 A.P.). En él los arqueólogos descubrieron un antiguo santuario con varias estatuillas de Venus hechas con terracota, las cuales parecen ser una clara adaptación de la versión europea de las primeras estatuillas que se encontraron en el Medio Oriente. Los cuerpos de estas Venus son más estilizados, con cinturas estrechas y nalgas prominentes.8 Alrededor del año 7900 A.P., en Tell al-‘Ubaid, al sur de Mesopotamia (hoy Irak), floreció una cultura que los arqueólogos llamaron Ubaid, la cual se extendió por toda Mesopotamia en los siguientes quinientos años y reemplazó la cultura halaf que le antecedió. Los ubaid tenían muchos templos para sus dioses, que construían uno encima de las ruinas del anterior. Los edificios eran de barro y ladrillos, cada uno con un altar y una mesa para ofrendas.

Estas religiones prehistóricas contenían otros elementos sorprendentes reminiscentes, de un modo un tanto misterioso, a algunas de nuestras propias religiones. El pasaje de Mithen, citado con anterioridad, nos da una pista acerca de esta idea religiosa. En el verano de 2008, acompañé al arqueólogo de Harvard, Ofer BarYosef —quien había descubierto muchos fósiles de humanos primitivos y de Neandertales en las cuevas de Carmel en Israel— a un sitio neolítico recién excavado en Galilea llamado Yiftahel. Éste data de alrededor de 9000 A.P. y en él se conservan ruinas de casas cuadradas con paredes similares a las halladas en Catal Hüyük, en Turquía. Ofer quería visitar el sitio por un sorprendente descubrimiento reciente. Nos salimos de la carretera principal de Haifa y entramos a un camino sin asfaltar, después de unos minutos nos dio la bienvenida el arqueólogo a cargo del lugar.

___________________________ La enigmática Diosa madre, flanqueada por dos figuras animales, del sitio arquelógico neolítico de Catal Hüyük en Turquía.

Todos estaban emocionados de mostrarnos los nuevos hallazgos. Con cuidado, caminamos por los tablones de madera colocados a una altura considerable sobre los restos, ahora expuestos, de las paredes y los pisos de las casas prehistóricas, estructuras rectangulares hechas de grandes piedras apiladas. En la parte inferior de una de las casas, varias personas se reunían

alrededor de cajas de cartón llenas de material protector esponjoso para empaquetar. Guardaban con mucho cuidado dos cráneos cuya conservación era exquisita. Cada uno de ellos tenía sobre sí una capa de yeso, la cual formaba una especie de máscara que todavía mostraba restos de pintura antigua. Estos cráneos pintados —a punto de enviarse a un laboratorio para análisis—, se encontraron debajo del piso en dos de las casas. Los dos estaban enyesados con la intención de formar la imagen de una cara. Se habían descubierto artefactos similares en otros sitios, como en Jericó, tal como lo mencionó Mithen, y habían generado mucho interés. Era evidencia de lo que los arqueólogos creían que era un “Culto a los Ancestros”. Estas culturas antiguas retiraban los cráneos de los esqueletos de sus padres y abuelos, los enyesaban con barro mojado y dibujaban las caras de los difuntos sobre el yeso. Guardaban los cráneos enyesados debajo de los pisos de sus casas como ídolos o deidades, quizá para que los cuidaran y les trajeran buena suerte. Lo emocionante de este caso en particular era que ninguno de los otros sitios en el área mostraba evidencia de un culto a los ancestros, sólo tenían imágenes de la fertilidad y toros. Sin embargo, en Jericó, en la cueva Nahal Hemar —ubicada en el Desierto de Judea, en el Valle de Jule al norte de Israel—, así como en Catal Hüyük, ya se habían descubierto estos cráneos enyesados tan singulares. El trabajo de cubrir el cráneo con el yeso, llenar la nariz y los ojos, agregar labios y pintarlo, le daba al cráneo un aspecto humano inquietante. Esta práctica se podría considerar precursora de la idea cristiana de la resurrección de los muertos o de la noción de una vida después de la muerte, presente en muchas religiones modernas. Derivó, sin duda, del miedo a la muerte y la imposibilidad de comprenderla, algo que nos afecta a todos los seres humanos y es un claro motivador para la creencia religiosa. Justo antes del comienzo de la Edad de Cobre (6500-5500 A.P.) —que representa el surgimiento del uso del primer metal: el cobre, además de herramientas de piedra— la creación de lugares dedicados a los dioses aumenta. A estas construcciones se les llama santuarios, se trata de sitios

demarcados por paredes hechas de piedras, las cuales están divididas en áreas interiores y exteriores. La parte interior es el sanctasanctórum del santuario, donde se supone reside la divinidad. Los santuarios son los precursores de templos posteriores, las sinagogas, las iglesias, las catedrales y las mezquitas de las religiones modernas. En esta época, las estatuillas que representan la fertilidad y las estatuillas de toros y carneros que representan las fuerzas de la naturaleza, se colocaban en los santuarios que la gente les construía. Uno de los más antiguos es el Templo del Leopardo que se construyó hace alrededor de 7,500 años en el Valle de Uvda, en el desierto israelí de Aravá. Este es un templo rudimentario construido con piedras apiladas, en frente del cual hay una enorme pintura, de 15 m de largo por 5 m de ancho, de leopardos cazando un órix. Los leopardos simbolizan a las divinidades que residen en este templo-santuario. Los agricultores y mineros de la Edad de Cobre celebraban ceremonias para honrar a sus dioses y los cuerpos celestes como las estrellas, el Sol y la Luna. Durante este periodo, vemos el surgimiento de una clase social formada por sacerdotes o chamanes, quienes eran los responsables de dirigir las ceremonias religiosas. En esta etapa, se observa una proliferación de estatuillas de Venus hechas de marfil y madera, aunque también surgen nuevos objetos ornamentales hechos de cobre que se usaban para la alabanza y el ritual. En la Cueva del Tesoro en Nahal Mishmar, en el desierto de Judea, se encontraron numerosos objetos de cobre y marfil de elefante, los cuales se empleaban en los rituales religiosos: cabezas de bastones, cetros y objetos con forma de corona. Se descubrieron un total de 429 objetos, envueltos en un tapete tejido, que datan de hace unos 6,000 años.9 La mayoría de las estatuillas de barro de la Edad de Cobre simbolizan a diosas femeninas de la fertilidad, aunque durante esta época son más estilizadas que las versiones naturalistas de las Venus más antiguas. Algunas son imágenes de barro o piedra que muestran sólo los pechos y las caderas. El dios masculino de este periodo es representado sobre todo mediante imágenes de un carnero. Al mismo tiempo, las libaciones (la ofrenda de líquidos a los dioses) comienzan en esta época, gracias a la producción de un nuevo objeto característico de la Edad de Cobre: las vasijas o los cálices. En otro santuario

de esta era, en Gilat en el desierto del Néguev, se encontraron recipientes con figuras para las libaciones; uno de ellos es un carnero cargando vasijas.10 Los cultos a los ancestros proliferaron durante este periodo y se descubrieron más cráneos enyesados en lugares de la Edad de Cobre. De igual manera, los entierros incorporaron cada vez más rituales. Este periodo, de hecho, se caracteriza por la fabricación de osarios de barro: contenedores de barro ornamentales para los huesos. Los lugares de entierro se empezaron a separar de las viviendas y a trasladar fuera de las ciudades. Los osarios se colocaban en cuevas cavadas para este propósito. En un sitio de la Edad de Cobre en Pekín, en la parte norte de Galilea, se descubrieron cientos de osarios de barro, finamente decorados con imágenes de animales y seres imaginarios. Las personas de esta era temprana del desarrollo humano creían en la vida después de la muerte y dedicaban muchos recursos al culto de los muertos. La naturaleza de los artefactos que dejaron —que vinculaban a los muertos con la vida y la actividad diaria— muestra con claridad que pensaban que los muertos tenían el poder de proteger a los vivos. El culto a los ancestros se volvió un medio para garantizar la protección y el apoyo de los muertos.11 En la Edad de Bronce, Antiguo del año 3500 al 2300 a.C. (5500-4300 A.P.), las estatuillas se multiplicaron y adoptaron diversas formas. La religión era una parte fundamental de la vida diaria durante este periodo. Las autoridades religiosas en las sociedades del Cercano Oriente poseían rangos sociales altos. Los ritos sagrados se llevaban a cabo con frecuencia en templos y palacios que siempre se construían en el centro de la ciudad. Apareció el panteón babilonio, con sus dioses y diosas en representación de varios poderes de la naturaleza. Más adelante, en Grecia y Roma surgen panteones similares, así como uno anterior en Egipto, en los que al sol se le consideraba un dios, Ra, y un perro, Anubis, era parte de la colección de deidades. En el panteón grecorromano hay una continuación de las diosas femeninas de la fertilidad de la era Neolítica que adopta la forma de la diosa del amor, Venus (en Roma), también conocida como Afrodita (en Grecia); éstas y otras deidades disfrutan de relaciones complejas entre ellas y con los humanos. Ya se advierte una conexión firme entre la esfera divina y el

mundo natural, tal como lo vivieron los seres humanos antiguos. La mitología griega está repleta de historias de doncellas humanas que tuvieron relaciones sexuales con los dioses. Teseo, por ejemplo, dejó a Ariadna, hija del rey Minos de Creta, en la isla de Naxos después de que ésta lo ayudara a escapar del laberinto de su padre, que albergaba al minotauro, mitad humano y mitad toro. Dionisio, dios griego del vino y las bacanales, la encontró en la isla y se casó con ella. Es interesante que el toro siga teniendo un papel protagónico como imagen divina: el minotauro de la cultura minoica del Egeo, con su laberinto dentro del palacio de Cnosos, en Creta, descubierto por el arqueólogo británico Arthur Evans. El minotauro es una figura mística central en la cultura y la religión de la civilización minoica que floreció en el Mar Egeo, desde la Grecia continental hasta Creta, pasando por el archipiélago de las Cícladas, en 2000 a.C., y que desapareció después de la devastadora explosión volcánica en Santorini alrededor del año 1628 a.C. (fechada gracias a la datación por radiocarbono y, para incrementar la exactitud del cálculo, calibrada con los anillos de los árboles). Si bien el minotauro era un símbolo de poder, había otros. El físico Max Jammer ha rastreado la forma en que la idea de la fuerza física, tal como se expresa en la naturaleza, ha ido encontrando su lugar dentro de la religión. En Concepts of Force (1999), escribe: Conforme las primeras sociedades se organizaron hasta formar civilizaciones urbanas y progresistas, el concepto de una interacción caprichosa de las fuerzas detrás de la siempre cambiante fantasmagoría se transformó en la idea de una jerarquía sistematizada de fuerzas de la naturaleza. Con el tiempo, la “fuerza” como tal se personificó en un espíritu o un dios de poder abrumador. Dichas personificaciones eran características de la mitología antigua, la cual, al ser el único cuerpo de pensamiento sistematizado de esos tiempos, era no sólo la cosmología sino también la “física” de la etapa precientífica.12

Jammer describe el concepto de un dios como una encarnación de una fuerza física en la Dinastía XIX del antiguo Egipto, tal como lo evidencia el Papiro Harris I, un antiguo manuscrito egipcio que está en el Museo Británico y que

data de 1185-1153 a.C. Jammer señala que en este papiro “nht” es una divinidad que encarna la idea abstracta de una fuerza física. Las fuerzas de la naturaleza, “vistas como seres personales”, emanan de la deidad nht y llevan a cabo la acción de la fuerza.13 Es sorprendente notar la similitud entre esta antigua idea de una fuerza física y la física moderna. En la física de partículas, una fuerza, como la fuerza nuclear débil que actúa dentro del núcleo de un átomo, sucede mediante la acción de una partícula —llamada bosón— que logra que la fuerza se active. Tal como nht promueve que una fuerza actúe al enviar a “seres personales” para que la lleven a cabo, la fuerza nuclear débil, que actúa dentro del núcleo, “envía” un bosón W o Z a llevar a cabo la acción dentro del núcleo. Los pueblos antiguos veían en las estrellas un orden cósmico y, por lo tanto, algunas de las primeras deidades provienen de los cielos. El papel de las estrellas como representaciones divinas fue clave desde los albores de la antigüedad hasta el establecimiento de las religiones occidentales. En la antigua Mesopotamia, la estrella de cuatro puntos representaba al poderoso Dios Sol. En Canaán, el lucero del alba representaba a uno de los hijos de los dioses; y los hebreos bajo el reinado del monarca macabeo Alejandro Janneo (104-71 a.C.) acuñaban monedas con una estrella de cinco picos que simbolizaba la protección divina. Los primeros cristianos adoptaron como símbolo una estrella de seis puntos, ya que ésta une las iniciales griegas de Jesús, la I y la X. Esta imagen se convirtió después en la Estrella de David (Museo de las Tierras de la Biblia, Jerusalén). La Estrella de Belén, quizás Venus, juega un papel fundamental en la tradición cristiana, ya que guió a los Reyes Magos al recién nacido Jesús. En Egipto antiguo, y después alrededor del mundo, la religión se estableció como guardiana de la moral. En la antigua historia egipcia de Setne, por ejemplo, el Dios del Sol, Ra, envía a un emisario a que castigue a un ladrón en su nombre. Así, desde los tiempos del antiguo Egipto, una fuerza responsable por una acción física asume de igual forma un papel moral.14 Los cananitas tenían una deidad poderosa, el Dios de la Tormenta. Los

primeros santuarios en el reino Cananita (hoy en día, Israel) estaban dedicados a este temido dios. En la antigua Mesopotamia también encontramos un dios de la tormenta, llamado Enlil, quien se caracteriza por su inconsistencia, peripecias y acción dinámica, aspectos similares a los de una fuerza de la naturaleza impredecible. En contraste, Anu, el dios del cielo, es plácido y sereno y representa los conceptos de inmutabilidad y permanencia. Es así que las divinidades antiguas derivaron de las abstracciones de las fuerzas observadas en la naturaleza, y se mezclaron con características humanas y revestimientos de la moral emergente, estas fuerzas ejercían los castigos por los “pecados” como el robo y el asesinato. Es claro que en una sociedad civil, la moral y un código de comportamiento se originan a la par de las primeras religiones. La ciencia temprana, es decir, un entendimiento de la naturaleza y sus fuerzas, también va de la mano con el desarrollo de la práctica espiritual y los códigos morales. Platón (424-348 a.C.) describe ideas con un parecido asombroso a la física moderna: algunas fuerzas se atraen y otras se repelen, esto es similar a los conceptos modernos de que la gravedad es una fuerza de atracción universal y que el electromagnetismo es atractivo para cargas opuestas y repulsivo para cargas iguales. Aquí podemos ver un claro vínculo entre un tipo muy prematuro de física y religión: las fuerzas de la naturaleza se asocian directamente con la moral y la metafísica. Y el alma se conecta con los movimientos del Sol, la Luna, y las estrellas, y por lo tanto es inmortal.15 Jammer encuentra la génesis del Dios del Antiguo Testamento como una extensión de la idea de la fuerza física en la deidad única del monoteísmo. Muestra que uno de los nombres hebreos para Dios, Shaddai, proviene de la raíz semítica shadda, que significa “tener mucha fuerza”.16 De manera similar, una de las primeras deidades árabes lleva por nombre Al-Uzza, que significa “la más poderosa”. Jammer afirma que el nombre musulmán moderno para Dios, Allah, deriva de este nombre antiguo. Las fuerzas de la naturaleza y las divinidades estaban íntimamente asociadas conforme la religión y la ciencia progresaban de la mano durante los inicios de la historia. Pero en su ímpetu por establecer el monoteísmo como una forma universal de creencia, las religiones occidentales en desarrollo perdieron algo

de su enraizamiento en el mundo natural. Mientras que en su origen la religión constituía una deificación de las fuerzas que se veían en la naturaleza —la fertilidad y los poderes físicos naturales—, con la llegada del judaísmo y la continuación hacia el cristianismo y después el islamismo, la presencia de “revelaciones”, milagros y seres sobrenaturales como los ángeles aumenta. Se incorporan la ira del Dios hebreo, la tortura y la muerte de la crucifixión, así como las conquistas de Mohammed. Mientras que el cristianismo se extendió en los primeros siglos después de Jesús y la destrucción de Jerusalén por los romanos, pequeñas comunidades cristianas se multiplicaron en el Imperio Romano, junto con comunidades judías y una variedad de sectas paganas. En un edicto del año 381 d.C., el emperador Teodosio decretó que sus súbditos debían adherirse a la Trinidad, y con este recurso estableció el cristianismo como la religión oficial del Imperio.17 Estas pequeñas comunidades cristianas primigenias tenían una ceremonia de iniciación: el bautismo, llamado también “iluminación” o “renacimiento”; sus miembros juraban lealtad a Jesucristo y también participaban en una comida comunal llamada eucaristía. Estas primeras comunidades cristianas se unieron con la esperanza de la salvación y la creencia en un sólo Dios benévolo que controlaba todas las cosas, desde la creación del universo hasta las vidas diarias de los hombres. Los rituales comunes daban un propósito y significado a la vida.18 Esta forma de religión trascendía por mucho al mundo natural que la gente veía alrededor suyo, y respondía a la continua búsqueda humana del conocimiento y el entendimiento. El Dios cristiano, así como el Dios judío que lo precedió, eran manifestaciones de una sola fuerza, ahora unificada, que gobernaba todo, incluyendo la moral. De esta manera sobrevino un entendimiento de que la humanidad, la tierra y el cosmos son un sistema interconectado. Los primeros cristianos evitaron la creación de imágenes, siguiendo todavía la vieja prohibición judía de hacer arte de cualquier tipo. Sin embargo, para el tercer siglo, el cristianismo se había alejado de dichas conexiones con el judaísmo y el arte cristiano surgió resplandeciente. Durante este periodo emergieron mosaicos que mostraban escenas bíblicas por toda la cuenca del Mediterráneo, desde Palestina hasta Egipto, Grecia e Italia. El

propósito del nuevo arte era difundir el Evangelio: ello se hacía mediante la lectura entre aquellos que podían leer y con imágenes entre los analfabetas. Se ha argumentado, por lo tanto, que el arte occidental tiene raíces significativas en el dominio religioso. Los primeros mosaicos que podemos contemplar en muchos museos y sitios arqueológicos hoy en día, deben su existencia al cristianismo emergente. Del mismo modo, diversas culturas europeas, asiáticas, islámicas y mesoamericanas han producido, a través de los siglos, obras de arte grandiosas cuyo fundamento es religioso. Aun cuando se toma en cuenta que la Iglesia fue durante siglos la mayor benefactora del trabajo de los artistas y, por lo tanto, le dio forma al contenido del arte, no se puede negar que la inspiración espiritual ha estimulado la creatividad, desde Miguel Ángel hasta Mark Rothko. La relación entre la religión y la ciencia también persistió. Por lo menos algunos de los primeros pensadores cristianos entendían hechos importantes acerca del universo físico. En su libro The Grand Design [El gran diseño], Steven Hawking y Leonard Mlodinow discuten los escritos del gran pensador y filósofo cristiano San Agustín de Hipona (354-430 d.C), quien vivó durante el periodo de la primera consolidación de la identidad cristiana en todo el Imperio Romano. A San Agustín le preocupaba la cuestión de qué hizo Dios antes de haber creado el universo. Su respuesta guarda una similitud sorprendente con la que proveen los físicos modernos. Según él, el tiempo mismo empezó a existir cuando Dios creó el universo, así que la pregunta resulta insignificante: antes de la creación del cosmos, simplemente no había tiempo.19 Esto concuerda con lo que los cosmólogos creen hoy en día, es decir, que tanto el espacio como el tiempo se crearon en el Big Bang y que, por lo tanto, no había “tiempo” antes del Big Bang. Es ampliamente aceptado que la figura de la Virgen María devino de las diosas de la fertilidad de la mitología y la prehistoria. Se sabe, por ejemplo, que la secta coliridiana, que floreció en el siglo IV, veneraba a María como la Diosa Madre de la antigüedad; implicaban dicha conexión. Las antiguas diosas egipcias Hathor e Isis son una manifestación de la diosa de la fertilidad o la diosa madre, y la adoración de Isis persistió hasta bien entrados los primeros siglos después de Cristo. Se cree que cuando el cristianismo adoptó

a la Virgen María como la Diosa Madre, éste absorbió el culto a Isis. De igual manera, los santos de la Iglesia Católica se parecen de alguna manera a los panteones griego y romano, cada santo posee poderes y una especialidad similar al de un dios o una fuerza de la naturaleza. La figura griega de Orfeo remite a la imagen del rey David y después a Jesús.20 En América, las diosas de la fertilidad o diosas madre también evolucionaron. Los aztecas tenían a Toci, la madre de los dioses; y después de la llegada de los conquistadores y el comienzo de la influencia cristiana, además de adorar a la Virgen María, muchas culturas nativas de América también adoraban a una diosa madre llamada Pachamama. En general, el Oriente mantuvo un panteón, mientras que el Occidente escogió el monoteísmo. Las deidades orientales también retuvieron su conexión con el mundo natural mediante las maravillas del sexo, la reproducción y la fertilidad. La diosa hindú Yaksi siempre se retrata como una figura sexualmente seductora. Del mismo modo, a lo largo de muchos siglos los santuarios indios han expuesto escenas amorosas explícitas entre el poderoso dios Shiva y su consorte Párvati. En esta mitología la ciencia y las matemáticas nunca están alejadas, es así como aún mantiene un vínculo sólido entre la religión y el conocimiento del mundo. Esta conexión se hace evidente en los misteriosos templos de Khajuraho. En 1838, un oficial del ejército británico, el Capitán T. S. Burt, estaba explorando las selvas del estado indio de Madhya Pradesh, unos 650 km al sureste de Delhi, con su compañía Ingenieros Bengalíes cuando él y sus hombres se toparon con un grupo de templos antiguos que la jungla había devorado en un sitio llamado Khajuraho. Lo que vieron asombró a Burt. Estos templos figuraban entre los más espectaculares que había visto, pero no sabía cómo describir en su bitácora la naturaleza gráfica del arte erótico que encontró en Khajuraho. Alrededor de una décima parte de las estatuas en Khajuraho presentaban situaciones sexuales que resultan sorprendentes incluso hoy en día. Sin duda, en Occidente no encontramos imágenes sexuales gráficas en lugares públicos, mucho menos en lugares tradicionales de adoración. Las estatuas que vio Burt, de hombres y mujeres en todo tipo de posiciones sexuales, estaban tanto en las paredes exteriores como en las

cámaras internas de recintos sin lugar a dudas destinados al culto religioso: templos hindúes y jainistas construidos hace miles de años. Burt escribió en su diario: Encontré siete templos hindúes [alguna vez hubo 85 de ellos, de los cuales sobreviven 20, tanto hindúes como jainistas] tallados del modo más hermoso y exquisito en cuanto a la calidad del trabajo, pero el escultor permitió por momentos que su objeto de estudio se encendiera un poco más de la cuenta.

En todos los templos en esta área, “a tiro de piedra los unos de los otros”, como escribió Burt, las estatuas adornan sus paredes. Éstas representan la vida cotidiana así como a algunas deidades. Sin embargo, las escenas eróticas dominan estos templos, sobre todo por ser tan explícitas e inesperadas desde el punto de vista occidental. Igual de inexplicable era la existencia de una pieza compleja de matemáticas. En la puerta de entrada del templo Parsuá, un templo jainista en el grupo oriental de los templos en Khajuraho, está inscrito un cuadrado mágico con números hindúes (algunos de los cuales son como los nuestros, y otros tan diferentes que sólo los puede reconocer un experto). Es un cuadrado de 4 hileras y 4 columnas con los siguientes dígitos (que se transcriben aquí usando nuestros números modernos): 7

12

1

14

2

13

8

11

16

3

10

5

9

6

15

4

Analicemos algunos datos asombrosos: la suma de cada hilera horizontal es 34; al igual que la suma de cada columna vertical y de las dos diagonales; lo

mismo suman todos los cuadros de 2 por 2 en las cuatro esquinas del cuadrado más grande y también la suma del cuadrado de 2 por 2 central. El templo que tiene esta curiosa inscripción data del año 954 d.C., esto se sabe gracias a otra inscripción. Así que para la mitad del siglo X, la gente que construyó este templo y acudía a él entendía cómo construir piezas matemáticas sofisticadas. El cuadrado mágico de Khajuraho es uno de los cuadrados de 4 por 4 más conocidos del mundo (cuadrados de 3 por 3 de un periodo anterior se conocían en China y Persia). El cuadrado mágico, junto con algunas de las imágenes menos explícitas del exterior del templo de Parsvanatha se muestran en las siguientes fotografías que tomé después de redescubrir este importante hallazgo en la historia de las matemáticas. El matemático japonés Takao Hayashi fotografió este cuadrado en los años ochenta, por desgracia perdió la información acerca de su ubicación exacta; di con él después de una larga búsqueda en el año 2011.

___________________________ El cuadro mágico y la fachada decorada de un templo del siglo X en Khajuraho,

India.

¿Por qué estos indios del siglo X pusieron un cuadrado mágico en la entrada de su templo? La respuesta nos elude tanto como el propósito de su plétora de arte erótico. Puede ser que los sacerdotes creyeran que los números guardaban grandes poderes y cualidades mágicas, y esperaban poder hacer uso de esos poderes. Es posible que el sexo y las matemáticas se consideraran manifestaciones de las fuerzas de la naturaleza que estas personas querían adorar. El primer cero en la historia se encontró en una inscripción de mediados del siglo VI en el templo de Sambor, en Camboya, como muestra, una vez más, de la conexión entre las matemáticas y la devoción en las religiones orientales.21 El gran templo de Angkor Wat, al noroeste de Camboya, que fue un

centro religioso tanto hindú como budista, contiene muchas imágenes de apsarás, seductoras deidades femeninas que a menudo se identificaban como diosas de la fertilidad. Angkor Wat es el templo más grande que jamás se haya construido, su área es de 82 hectáreas. Se construyó en el siglo XII, al mismo tiempo que otro edificio religioso maravilloso: la Catedral de Notre Dame en París. Es curiosos que el siglo XII fue una época de construcción intensa de edificios religiosos alrededor del mundo, tanto en Oriente como en Occidente. En Europa, en particular, las grandes catedrales marcan la etapa de una exposición excepcional de ideas religiosas que prevalece hoy en día a través de estas maravillosos catedrales. En su libro The Sun in the Church: Cathedrals as Solar Observatories, J.L. Heilbron explica la relación entre el propósito religioso de las catedrales monumentales y la ciencia. Demuestra que la forma en que entra la luz en algunas catedrales indica que en su origen, éstas servían como observatorios solares para determinar la fecha exacta de la Pascua. Heilbron argumenta que, a pesar de las implicaciones del juicio a Galileo, la Iglesia Católica estaba interesada en la ciencia, sobre todo en la astronomía. Heilbron muestra también cómo se recurrió a la ciencia para la construcción de las grandes catedrales. Los arcos arbotantes, por ejemplo, son un enorme desarrollo tecnológico que llegó con la arquitectura gótica del siglo XII; ello permitió la construcción de catedrales mucho más grandes, con domos más pesados y con más espacio para ventanas que permitieran la entrada de la luz. Esto se logró al mover el soporte de las paredes de carga hacia afuera. Los arbotantes son arcos hacia el exterior del edificio, distintos a los contrafuertes de las catedrales románicas. Estos eran menos eficientes porque estaban pegados a las paredes y proveían un soporte más limitado. Los nuevos contrafuertes permitieron la construcción de las magníficas catedrales góticas de Notre Dame en París, Chartres, Reims, y otras catedrales europeas que admiramos hoy en día. Éstos son ejemplos de lo cerca que permanecieron la ciencia y la religión hasta por lo menos el siglo XII.

___________________________ Las seductoras apsaras. Altorrelieves de diosas que decoran la fachada del templo del siglo XI de Angkor Wat, Camboya.

En la misma época se llevaron a cabo las Cruzadas, que con su derramamiento de sangre y caos son un ejemplo del mal que se puede hacer en nombre de la religión, lo cual favorece a los Nuevos Ateos. Por su parte la Edad Media fue testigo del desarrollo de la moral. El Talmud, por ejemplo, se escribió en el siglo III y se propagó a lo largo de la Edad Media. El Talmud babilónico se formuló alrededor del año 500 y se difundió a lo largo de la Edad Media tardía. Éste proporciona una guía moral para la ley y la vida, al igual que los escritos sobre la moral del doctor y filósofo medieval judío Maimónides, los cuales siguen muchos judíos religiosos hoy en día. Fue Maimónides quien hace casi un milenio explicó por qué la lectura literal de la Sagrada Escritura era incorrecta y contraria a las intenciones originales. El pensamiento judío actual se apega a muchos de sus puntos de vista. Moisés, hijo de Maimón, conocido como Maimónides, nació en Córdoba, España, en 1135. Fue un filósofo, doctor y científico que entre otros puestos ocupó el del doctor personal del Rey de Egipto. Según Maimónides, Dios era un concepto con un poder tan inmenso que para explicárselo a la persona promedio uno necesitaba imágenes antropomórficas. Aquí tenemos

descripciones bíblicas de Dios comportándose como una persona: podía exhibir enojo, amor, impetuosidad, celos y otras características humanas. El propósito de estas imágenes es conseguir que el concepto de Dios sea comprensible para la limitada mente humana. Según Maimónides, expresiones como “la palabra de Dios”, “el trabajo de Dios”, “el trabajo de Sus dedos”, “Él hizo”, “Él habló”, se deben tomar en sentido figurativo, ya que son meras representaciones de un concepto mucho más grande que llamamos Dios.22 Lo más importante es que Maimónides interpretó el polémico pasaje —un favorito de los Nuevos Ateos— del Génesis, “Y descansó en el séptimo día”, del siguiente modo: para él, simplemente quiere decir que las fuerzas y las leyes de la naturaleza se completaron en cierto momento en el tiempo. La modernidad de esta manera de pensar y entender a Dios como el creador de las leyes de la naturaleza es sorprendente, uno no la esperaría de un pensador que vivió en el siglo XII. Los sorprendentes aspectos modernos y “científicos” del entendimiento que Maimónides tenía del universo se hace evidente en otro de sus escritos: También existe en el Universo cierta fuerza que controla al todo, la cual pone en movimiento las partes principales, y les da el poder motriz para gobernar al resto. Sin esa fuerza, la existencia de esta esfera, con sus partes principales y secundarias, sería imposible. Es la fuente de la existencia del Universo en todas sus partes. Esa fuerza es Dios, bendito sea su nombre.23

De hecho, Maimónides escribió la Guía de descarriados (1175) cuando un estudiante le preguntó cómo se podían reconciliar la ciencia y la fe. Este científico medieval tenía un entendimiento supremo del simbolismo de la Sagrada Escritura y de la ciencia más vanguardista de su época. Sabía que la Sagrada Escritura se tenía que tomar de manera alegórica, mientras que la ciencia proporcionaba hechos exactos. El estudiante para quien escribió el libro había estudiado matemáticas y astronomía con él. Es lamentable que ocho siglos y medio después, los Nuevos Ateos persistan en volver a la imagen literal del Dios del Antiguo Testamento como un hombre viejo, malhumorado y de largas barbas blancas, en lugar de

entender lo que los eruditos talmúdicos y los exégetas cristianos ya entendieron desde hace mucho tiempo. Dios es la inmensidad del poder en la naturaleza: la fuerza detrás del Big Bang, el misterio de las matemáticas, el arte, la profundidad, la humanidad y la decencia. Estos últimos fueron esenciales para Maimónides, y forman parte de la espina dorsal del judaísmo moderno. Ya en el siglo II d.C., el sabio talmúdico Hilel el Anciano, mencionado más arriba, resumió el mensaje del Antiguo Testamento, por todos conocido, en una frase: “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan a ti; esto es el Torá, lo demás son comentarios”. El mensaje de amor para nuestro prójimo se propagó así a través de los tiempos como la moral judía. En la misma época, los escritores cristianos sostuvieron ideas similares acerca del amor fraternal, el cuidado de los demás y el sacrificarse a uno mismo por el bien de la humanidad. La postura de que la moral no deriva de la religión — un principio que sostienen Dawkins, Harris, Hitchens, Dennet y otros Nuevos Ateos— es falso. Es precisamente el tipo de moral por la que aboga Hilel — un pilar de la filosofía judía hasta nuestros días— e ideas cristianas similares lo que está en el corazón de la filantropía y las organizaciones caritativas modernas. Asimismo, el Talmud, desarrollado desde los tiempos de Hilel, incluye ideas científicas potentes. Los eruditos del Talmud han extraído algunas de las leyes básicas de la teoría de la probabilidad (como contar el número de maneras en que un evento puede ocurrir y dividirlo entre el numero total de resultados posibles para calcular una probabilidad) y las han empleado para tomar decisiones en temas dietéticos, disputas de paternidad, la división de deberes en el templo y más. Algunas ideas científicas nunca estuvieron lejos de la religión, aun en la Edad Media tardía. Debido a que la Iglesia Católica quiso preservar una interpretación literal de la Sagrada Escritura y promover el papel central que juega la Tierra dentro del universo más amplio, ésta decidió seguir las ideas de un filósofo no científico: Aristóteles (siglo IV a.C.). Su filosofía se centraba más en la razón que en la experimentación, lo cual resultó en errores como su creencia de que los objetos pesados caen más rápido que los ligeros (la cual Galileo refutó

siglos más tarde). El geocentrismo de Aristóteles y su insistencia en la inmutabilidad y la constancia de la naturaleza, se convirtieron en pilares de la creencia católica que se enfrentaría a los desarrollos científicos en la última parte del siglo XVI y durante el siglo XVII. La culminación extrema de esta postura fue el juicio de Galileo. La ciencia siguió su camino y otros grandes pensadores —Kepler, Descartes, Leibniz y Newton— continuaron el importante trabajo científico de Galileo. Antes de proseguir con los logros revolucionarios de estos genios que hicieron de la ciencia física —la estructura mediante la cual entendemos la naturaleza y los fenómenos físicos— lo que es el día de hoy, tenemos que analizar más de cerca la evidencia arqueológica de los eventos que se describen en la Biblia. En este capítulo estudiamos el desarrollo de las ideas religiosas como si hubieran co-evolucionado con nociones científicas básicas, para después divergir de la ciencia, conforme las religiones occidentales maduraron. Una herramienta clave de los Nuevos Ateos en su ataque contra la religión ha sido sembrar profundas dudas sobre la línea narrativa de la Biblia entera. Por lo tanto, en el siguiente capítulo vamos a examinar la evidencia arqueológica e histórica asociada a los fundamentos de la religión occidental.

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2

POR QUÉ LA ARQUEOLOGÍA NO REFUTA LA BIBLIA

E

n The God Delusion [El espejismo de Dios], Richard Dawkins afirma que no hay prueba alguna que sustente cualquiera de las historias del Antiguo Testamento. Christopher Hitchens, en God Is Not Great [Dios no es bueno], secunda este punto de vista al afirmar que la arqueología moderna ha desmentido la historia bíblica. De hecho, no es cierto. La arqueología bíblica es un campo floreciente que nos ha provisto de abundante evidencia de asentamientos antiguos en Tierra Santa y de los eventos bíblicos que ahí tuvieron lugar. El Abraham bíblico nació en la ciudad de Ur, en Mesopotamia. Su vida data alrededor del año 2000 a. C.; esta conclusión es confiable pues para obtenerla se utilizó la primera aparición y la frecuencia de nombres como Abram. El Antiguo Testamento, además, nos informa que aplastó las estatuillas de barro que representaban a los dioses y las diosas babilónicos para así profesar su nueva creencia en un Dios, con lo cual provocó la rabia de los bárbaros y se vio forzado a huir, con el tiempo, a la Tierra de Canaán. La Biblia nos cuenta el resto de la historia del monoteísmo y los viajes de Abraham, su matrimonio, el nacimiento de su hijo Isaac seguido por Jacob, la migración de sus descendientes a Egipto, el Éxodo, el Monte Sinaí, la conquista de la Tierra de Israel, las dinastías de los reyes hebreos, la vida y las enseñanzas de Jesús y la crucifixión.

¿Cuál es la evidencia de las historias bíblicas? Se han encontrado inscripciones relacionadas con los reyes de Judea e Israel, por ejemplo, el sello de Ezequías, es decir, el sello “LMLK” (“para el Rey”) que data del siglo VIII a.C. y del cual se han encontrado muchas impresiones en diversos sitios a lo largo y ancho de la Palestina bíblica. Estas inscripciones se pueden apreciar en varios museos y se han publicado investigaciones sobre el tema. Asimismo, hay restos de diversas ubicaciones antiguas descritas en la Biblia, como el Templo de Salomón: los arqueólogos que estudian el Muro de los Lamentos y la Explanada de las Mezquitas que se eleva por encima de este último en Jerusalén, han demostrado que yacen sobre el sitio del Templo de Salomón desde el siglo X a.C. y han identificado sus antiguos muros que descansan justo debajo del muro herodiano que sobrevive hoy y que data del siglo I. El muro más antiguo, de 70 metros de largo y 6 metros de alto, fue descubierto en febrero del 2010 por un equipo guiado por un arqueólogo de la Universidad Hebrea, Eliat Mazar.24 Un hallazgo excepcional del Segundo Templo en Jerusalén es un dintel de mármol de un metro de largo y que lleva la siguiente inscripción: “Hacia el lugar donde suenan las trompetas”. Alguna vez estuvo colocado en la cima del Templo de Herodes y su propósito era dirigir a los sacerdotes al lugar en donde sonaba una trompeta para señalar el comienzo y el final del Shabat. Este descubrimiento muestra, de manera definitiva, que el Segundo Templo existió en Jerusalén, y que la gente rendía culto ahí. Además, gran parte del sistema de drenaje, antiguo y complicado, de Jerusalén (el cual lleva el nombre del inglés Sir Charles Warren, que lo descubrió en 1867), que data del siglo XVIII a.C., cuando la ciudad era jebusea, todavía se puede visitar en dicha ciudad el día de hoy. Lo anterior confirma la descripción bíblica de la conquista del rey David de la ciudad justo antes del año 1000 a.C. Cuando sitiaron Jerusalén, por ejemplo, los hombres de David se metieron a hurtadillas en el túnel del sistema de drenaje por su fuente, en el Manantial de Gihón, y lo usaron para entrar a la fortificada ciudad (como lo describen en II Samuel 5: 8). Las ruinas de la Jericó de la era bíblica, excavadas por la arqueóloga

británica Kathleen Kenyon en la década de los cincuenta, son excelentes para comprobar que la historia bíblica de la conquista de Josué de esta antigua ciudad es cierta: se ha confirmado que, en el nivel de los restos que corresponde a la Jericó de esta era, 1200 a.C., hay grandes franjas de edificios quemados. Así que mientras que la interpretación literal de la Escritura Sagrada —que el sonido de las trompetas de Josué logró que las paredes de Jericó se derrumbaran— es dudosa desde nuestro entendimiento actual de las leyes de la física, sí tenemos testimonios arqueológicos sólidos que apunta a que, en efecto, esta antigua ciudad, la más vieja del mundo (sus cimientos, excavados por Kenyon, datan del año 9000 a.C.), fue destruida en la misma época en que creemos que Josué estaba conquistando la tierra de Canaán. El 24 de mayo del 2012 se anunció un hallazgo trascendental en Israel. Según el arqueólogo Eli Shukrun, quien había estado excavando alrededor del antiguo muro de la ciudad de Jerusalén, él y su equipo localizaron un sello de 2.5 cm con la inscripción: “Beit Lechem” —Belén— que data del siglo VIII a.C. El texto completo del sello lee: “En el séptimo, Bet Lechem, para el Rey”. Se trata de un mandato fiscal enviado al Rey de Judá (Ezequías, Manasés o Josías), desde Belén a Jerusalén. El sello comprueba la existencia de Belén, un asentamiento importante, desde el siglo VIII a.C., y sustenta tanto la antigüedad judía como, por supuesto, el surgimiento del cristianismo ocho siglos después.25 Al principio, el judaísmo no era del todo monoteísta y se han descubierto varios mosaicos al norte de Israel con un simbolismo que mezcla la menorá judía con figuras mitológicas griegas. Estos artefactos datan del siglo I y II. Sitios más antiguos en Israel tienen santuarios dedicados a varios dioses que coinciden con el surgimiento del monoteísmo. El cambio fue gradual, hasta que con el tiempo rindieron culto a un solo Dios. Los primeros santuarios —lugares que se construyeron para albergar a los dioses, como se mencionó previamente— aparecen en la Tierra de Israel hace alrededor de 7,500 años. Estos santuarios nos proporcionan claves para entender cómo se desarrolló la religión en el Israel antiguo, al mismo tiempo, confirman los recuentos bíblicos de los conflictos que se propagaron entre las naciones de la región debido a la religión y el territorio: hebreos, cananitas,

filisteos, jebuseos amonitas, arameos y otros, luchaban el uno contra el otro y destruían sus santuarios. Los restos arqueológicos de principios de la Edad de Hierro en Palestina (1200-1000 a.C.) revelan una plétora de prácticas religiosas, marcadas por símbolos de poder: leones, toros y el llamado Árbol de la Vida. Son imágenes religiosas que representan la protección y la fertilidad. Esta versión cananita de adoración se siguió practicando en la monarquía israelita. Un ejemplo único de ello se descubrió en un lugar llamado Taanach y tiene un parecido asombroso a la Diosa Madre de Catal Hüyük de varios milenios atrás. El hallazgo de Taanach es un soporte de cerámica decorado con muchos motivos religiosos, incluyendo una diosa desnuda flanqueada por leones y un ternero, que se cree simboliza a un dios. Encima de la escena se encuentra un disco solar alado26. Muchos de los sucesos de la Biblia y los reinados de los monarcas israelitas se han fechado con extrema exactitud. Lo anterior ha sido posible gracias a la coincidencia de acontecimientos en la historia de Mesopotamia y los relatos de la Biblia. La cronología asiria es muy precisa porque los astrónomos asirios y babilonios guardaban meticulosos registros de sucesos como los eclipses totales de sol. Uno de los eclipses registrados se produjo durante el mes asirio de simanu, en el epónimo de Bur-Sagale (a los años se les daban nombres de gobernadores y otros oficiales de alto rango), cuya fecha los astrónomos modernos han podido fijar en el 15 de junio del año 763 a.C. Esto permitió a los historiadores establecer fragmentos considerables de la cronología asiria. Otras secuencias parciales se establecieron a lo largo del tiempo por medio de los eclipses, todos registrados en antiguas tabletas de arcilla cuneiformes. Gracias a la referencia del eclipse solar se ha determinado que una enorme inscripción conmemorativa corresponde al año 701 a.C. Ésta cuenta que Senaquerib conquistó Jerusalén en aquel año a través de la siguiente descripción: “Senaquerib se enfrentó al territorio hitita y encerró a Ezequías el Judío...como un pájaro enjaulado en Jerusalén, su ciudad real”. El Segundo Libro de los Reyes, 18: 13, nos dice que este mismo suceso, descrito desde el punto de vista hebreo, ocurrió en el decimocuarto año del rey Ezequías. Esta

sólida correlación entre la Biblia y la fuente asiria nos ha permitido determinar la cronología completa de los reyes hebreos, tal como la describe el Antiguo Testamento.27 Es así como sabemos que el fundador de la dinastía hebrea, el rey David, gobernó alrededor del año 1000 a.C. Los hallazgos arqueológicos confirman otros fragmentos de la historia, entre ellos una inscripción descubierta en Tel Dan, al norte de Israel, que describe la “Casa de David”. Lo anterior ratifica la existencia de la dinastía bíblica de David. En la época de la fundación del reino israelita, los hebreos vivían como grupos seminómadas en la zona montañosa de Judá y Samaria, donde después comenzaron a construir asentamientos permanentes. Arqueólogos han descubierto varios de estos pueblos que consisten en un círculo de casas que rodean un área común que se destinaba al ganado. La práctica religiosa se realizaba en los bamot —escenarios o lugares altos— y se han encontrado un número de estas plataformas. En una de ellas se excavó una estatua de bronce de un toro reminiscente al Becerro de Oro del Éxodo, así como a los becerros de oro que el rey Jeroboam I puso en Dan y Betel. Esta práctica parece ser un paso intermedio entre la idolatría y el monoteísmo, es característica de los hallazgos arqueológicos sobre el reino israelita de alrededor de 1000 a.C. Después de los reinados de David y Salomón, que empezaron alrededor del año 1000 a.C. y terminaron medio siglo después, el reino israelita se dividió en dos. Judá era el reino del sur, que seguía siendo gobernado por la Casa de David, e Israel era el reino del norte, situado en las fértiles colinas de Samaria. Una inscripción en arameo —la lengua franca del Cercano Oriente en aquella época— constituye evidencia arqueológica única sobre la Casa de David. La inscripción formaba parte de una losa de piedra monumental que conmemoraba las victorias militares de Hazael, el rey de la nación rival de Aram. Además de la Biblia, esta antigua inscripción es la primera referencia que tenemos de la dinastía de David y el reino bíblico de Judá. Ésta plasma el alarde del rey Hazael por haber matado a dos reyes, Joram de Israel y “Ocozías de la Casa de David”. Aunque el nombre de Hazael no aparece en la Biblia, el hecho de que un hallazgo arqueológico confirme la existencia de la dinastía israelita de David es fundamental para corroborar los relatos del

Antiguo Testamento.28 Otra pieza importante de evidencia arqueológica del histórico reino de Judá es un epitafio que marca el lugar de sepultura del rey Ozías, que gobernó en el siglo VIII a.C. Puesto que padecía lepra, a este rey no lo podían enterrar en las tumbas reales en Jerusalén y, por lo tanto, su tumba se encuentra fuera de las paredes de la ciudad. Hallamos más pruebas en la puerta del fuerte de Jasor, al norte de Israel, construido por el rey Ajab de Israel. Los arqueólogos sólo han excavado la mitad derecha de esta enorme puerta. Está adornada con dos capiteles esculpidos que cargan un dintel gigantesco. Los dos capiteles están decorados con motivos de palmera, un símbolo de fertilidad común en el arte del Cercano Oriente en aquella época. En la capital israelita de Samaria, se han descubierto muchos artículos ornamentales de marfil que pertenecieron a la familia real. Estos objetos se mencionan en la Biblia: el profeta Amós se quejó de las “camas de marfil” que para él eran el paradigma de la “depravación y la corrupción” de la familia real y la aristocracia del reino israelita. En la Ciudad de David en Jerusalén, se han hallado alrededor de cincuenta sellos —similares a las firmas de nuestros días— que se remontan al reino de Judá. Se cree que constituían el archivo administrativo de la familia real. También se han encontrado sellos similares que remiten al comandante de la fortaleza israelita de Arad, en el sur del Reino de Judá. Las letras estaban escritas en hebreo bíblico sobre tiestos con escritura hebrea antigua. En Telen-Nasbeh se encontró un sello hecho de ágata que le pertenecía a un alto oficial, “Yaazanyahu, servidor del Rey”, que data de finales del siglo VIII a.C. El Primer Templo —el Templo de Salomón— yace bajo las ruinas del Segundo Templo, el que construyó Herodes I el Grande casi un milenio más tarde. Tenemos poca evidencia arqueológica del templo en sí (la cual se mencionó previamente) ya que excavar en esta área causaría mucha controversia. Los líderes de diferentes credos se oponen en virtud de que el sitio sagrado no debe ser perturbado. Sin embargo, se han hallado muchos de los objetos utilizados para el culto en el templo del rey Salomón y datan de este periodo. Éstos incluyen palas de incienso, tazones de ofrendas con

inscripciones y fragmentos de cerámica con los nombres de familias sacerdotales. Además, se descubrió una plataforma ritual de bronce decorada con leones, bueyes y querubines que reflejan las descripciones bíblicas del templo en un sitio arqueológico en Jerusalén.29 También se han encontrado altares para sacrificios y mesas de incienso de este periodo por todo Israel: en Beerseba, Megido y Arad. Estos dan fe de las prácticas religiosas generalizadas de esos tiempos. Mientras que el templo en Jerusalén era el principal sitio de culto, existían santuarios regionales por todo el territorio. El culto aquí era mixto: parte se dirigía al Dios único de la fe monoteísta que evolucionaba poco a poco, y otra parte a los dioses paganos preexistentes. El monoteísmo en los reinos israelitas tardó siglos en formalizarse, tal como lo demuestran los diversos hallazgos de naturaleza religiosa en todo el territorio. Existe mucha más evidencia arqueológica sobre el Segundo Templo y los tiempos de Jesús. Un osario del primer siglo que se encontró en Jerusalén con la inscripción “Simón, Constructor del Templo”, proporciona testimonios contundentes de que fue el rey Herodes quien construyó el Segundo Templo.30 Otro hallazgo arqueológico importante es una inscripción en piedra escrita en griego que advierte: “Ningún extranjero entrará...” Se cree que esta piedra se colocó junto a la entrada del templo en Jerusalén. También se encontraron recipientes del templo —así como una menorá, un altar de incienso y una mesa para ofrecer el pan— que datan del primer siglo y hoy en día están en exhibición en el Museo de Israel. Se han descubierto muchos osarios decorados del tiempo de Jesús en Jerusalén y sus alrededores. Al final de la era del Segundo Templo, una práctica inusual se volvió prevalente en el templo y con el tiempo se propagó en toda la región. Cuando una persona moría, se enterraba el cuerpo en una fosa dentro de la tumba familiar. Después de un año, cuando la carne se había descompuesto, recolectaban los huesos y los colocaban en el osario. Algunos expertos han sugerido que esta costumbre refleja la creencia de la resurrección de los muertos en el Juicio Final. Los osarios se fabricaban con piedra caliza suave y se esculpían y decoraban. Uno de los osarios más impresionantes que se han encontrado —que hoy en día se exhibe en el

Museo de Israel en Jerusalén— tiene una inscripción en arameo: “Jesús, hijo de José”, ¿Habrá contenido alguna vez los huesos de Jesús de Nazaret? Además, se descubrió un osario con la inscripción: “José, hijo de Caifás”. Se cree que este osario contenía los huesos de Caifás, el Sumo Sacerdote en el templo durante los tiempos de Jesús. Al mismo tiempo, se encontró una inscripción en latín con el nombre de Poncio Pilato en Cesarea, donde residía el gobernador romano. Un arqueólogo italiano, Antonio Frova, la localizó cerca del anfiteatro romano de este antiguo puerto, en 1961. Las noticias del hallazgo causaron conmoción ya que esta es la única pieza arqueológica autenticada sobre la vida de Pilatos. Todos estos hallazgos arqueológicos dejan poca duda acerca de los eventos generales descritos en el Nuevo Testamento. Poncio Pilato sentenció a Jesús a morir en la cruz, Caifás era el Sumo Sacerdote en ese momento y el nombre de Jesús aparece en un osario. Hay evidencia que apunta a por lo menos una crucifixión que no se puede negar. Este último hallazgo fue el hueso de un tobillo atravesado por un clavo de hierro de gran tamaño. Lo encontraron en un osario al norte de Jerusalén con la siguiente inscripción: “Yehohanan, hijo de Hagkol/Hezkil”. La práctica romana de la crucifixión persistió y se cree que varios miles de personas encontraron este terrible fin a consecuencia de crímenes que iban desde el robo hasta el asesinato. Si bien el registro arqueológico de los eventos bíblicos no es perfecto, mucho se ha descubierto para sustentar los acontecimientos históricos de la Biblia. Conforme pasa el tiempo, surgen más hallazgos que son consistentes con la narrativa bíblica. Lo que se ha descrito en este capítulo es solamente una pequeña muestra. Los museos arqueológicos poseen abundantes piezas que se han excavado a lo largo de los años y hay pocas pruebas que contradigan buena parte de la narrativa bíblica central. En sus textos, el historiador judío romano Flavio Josefo menciona al “hermano de Jesús, a quien se le llamaba Cristo” así como a San Juan Bautista.31 Los testimonios históricos y arqueológicos para los acontecimientos y personajes bíblicos existen, a pesar de que los Nuevos Ateos lo nieguen. De hecho, para encontrar evidencia contundente sobre la

existencia de una dinastía hebrea uno no tiene ni siquiera que visitar el Medio Oriente. El Arco de Tito, en el Foro Romano, conserva un relieve perfectamente preservado de unos esclavos judíos cargando la menorá (un candelabro votivo) del Templo de Yahveh en Jerusalén (el Segundo Templo), cuando lo destruyó Tito, hijo del Emperador Vespasiano, en el año 70 d.C. Una visita a Jerusalén ofrecería aún más pruebas: la “Casa Quemada”, cerca del templo, era el hogar de uno de los sacerdotes más prominentes y se ha excavado y preservado con destrreza. Los Rollos del Mar Muerto son de los hallazgos arqueológicos más importantes en la historia. Si bien los descubrió un pastor árabe que se tropezó con la cueva de Qumrán en el Desierto de Judea en 1947, se siguieron excavando a lo largo de la década de los cincuenta. Estos manuscritos —la mayoría hechos de pergamino, aunque hay algunos de papiro— han sido estudiados por expertos durante 60 años y proporcionan pruebas convincentes de mucha de la narrativa del judaísmo temprano y los tiempos del surgimiento del cristianismo. Los manuscritos incluyen la mayoría de los libros de la Biblia Hebrea, cabe destacar que hay muy pocas diferencias entre este texto y el de versiones posteriores. Los Rollos del Mar Muerto datan del siglo III a.C. al I d.C. Los hallazgos también incluyen libros que ahora llaman apócrifos (pues se les considera fuera del canon) y textos interpretativos. Es crucial señalar que estos manuscritos contienen evidencia sin precedentes para las historias de la Biblia que datan de hace 2,100 años. Los primeros siete rollos los descubrió un beduino de la tribu Ta’amra a finales de 1946 y principios de 1947, en una cueva profunda cerca de Khirbet Qumrán (las Ruinas de Qumrán), en la costa noroeste del Mar Muerto. Poco después, el beduino vendió estos manuscritos a dos comerciantes de antigüedades en la ciudad de Belén. Los comerciantes los vendieron a otros y, con el tiempo, cuatro de ellos terminaron en las manos de Anastasius Samuel de la Iglesia Siria Ortodoxa en Jerusalén. Los otros tres los compró el Profesor Eliezer Lipa Sukenik a nombre de la Universidad Hebrea de Jerusalén. La situación política del Medio Oriente en aquel momento era inestable,

había una guerra en el horizonte, así que Atanasio Samuel envió sus cuatro manuscritos a Estados Unidos por medio de contrabando en 1948 y los expuso durante los siguientes tres años en varias bibliotecas, universidades y a través de marchantes de arte con la esperanza de que alguien los comprara. No encontró a nadie que lo hiciera, así que en 1954 publicó un anuncio sobre los manuscritos en el The Wall Street Journal. Al fin obtuvo una respuesta: un tal Yigael Yadin lo contactó y de inmediato pagó el alto precio que Samuel había pedido. Yadin representaba en secreto al Estado de Israel. De hecho Yadin, que después se convertiría en el arqueólogo más importante de Israel, era el hijo del Profesor Sukenik de la Universidad Hebrea. Es así como reunieron los cuatro manuscritos con los otros tres que estaban en manos de la Universidad Hebrea. Ahora se exponen en el Santuario del Libro en el Museo de Israel, junto al campus de la Universidad Hebrea en Jerusalén. Entre 1949 y 1956 se hicieron más excavaciones y búsquedas en el área de Khirbet Qumrán, las cuales llevaron al hallazgo de un total de 930 nuevos rollos. Todos se encontraron dentro de un radio de menos de 3 km del lugar original del descubrimiento en Qumrán. La mayoría de los manuscritos están escritos en hebreo, aunque algunos están en arameo y otros en griego. De todos éstos, sólo doce están en buen estado, el resto son fragmentos. Sin embargo, los académicos que los estudian se han valido de una variedad de herramientas a través de los años para intentar reconstruir los que se encuentran incompletos. Los únicos dos libros del Antiguo Testamento que no formaron parte de los hallazgos de Qumrán son los de Nehemías y Ester. El hecho de que todos los demás libros bíblicos se encuentren en estos manuscritos corrobora la creencia de que los textos bíblicos se estudiaron y comentaron antes y durante la época de Jesús. Estos documentos son fidedignos —no se habían copiado ni reescrito en el transcurso de los siglos— lo cual valida aún más el argumento de que la Biblia es un documento histórico sólido. Parece que la secta Qumrán, cuyos miembros escribieron, estudiaron y preservaron estos documentos históricos únicos, prosperó durante casi cuatro siglos. Cuando los romanos destruyeron Jerusalén en el año 70 d.C., después de la rebelión judía que comenzó en el año 66 d.C., los romanos prosiguieron

al sur y en los siguientes tres años capturaron o mataron a muchos de los miembros de la secta que no lograron escapar. Antes de la llegada de los romanos, los miembros de la secta escondieron sus textos en cuevas profundas en el área para preservarlos para la posteridad. Fue gracias a ello que se descubrieron a mediados del siglo XX y nos han proporcionado información preciada sobre la vida de una secta misteriosa que existió en tiempos bíblicos. A la vez, suponen una validación clave de la naturaleza histórica de los libros de la Biblia. En este capítulo hemos confirmado que existe amplia evidencia histórica y arqueológica de mucha de la narrativa bíblica central. No hay, por supuesto, ninguna prueba arqueológica de los milagros o los actos sobrenaturales; no obstante, los sucesos históricos que cuenta la Biblia concuerdan con el creciente registro arqueológico de la Tierra Santa.

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LA REBELIÓN DE LA CIENCIA

C

on el paso de los siglos, la religión asumió un papel moral y espiritual en la vida humana y, como consecuencia, comenzó a depender más y más de lo sobrenatural. Esto entorpeció los avances en las ciencias naturales durante muchos siglos. La civilización griega había promovido ideas acerca del mundo natural, incluidas la noción perceptiva que Demócrito tenía sobre los átomos, y el modelo heliocéntrico del sistema solar del filósofo Filolao en el siglo IV a.C. Tras el declive de esta gran cultura, Occidente se hundió en el abismo de la Alta Edad Media, la Sagrada Escritura asumió el papel del camino a la verdad, aboliendo así cualquier tipo de libre pensamiento. Este estilo de pensamiento continuó hasta finales de la Edad Media; en esta época, con la excepción del desarrollo de algunas nociones burdas sobre la medicina (la mayoría de ellas equivocadas, como recetar sangrados para tratar varios males), hubo pocos intentos por dedicarse a la ciencia. Las desviaciones del credo establecido en una cultura dominada por la Iglesia y los monarcas católicos no se toleraban. Para ponerlo de manera simple, “el orden de las cosas” no era tema de debate. Esta lógica se extendió al geocentrismo. La creencia de que la Tierra era el centro del universo era un principio clave y arraigado. Esta teoría —que incluía los movimientos de todos los cuerpos visibles en nuestro Sistema Solar— encontró su explicación “científica” no en la Biblia, sino mediante el trabajo de Claudio Ptolomeo (90-168 d.C.), un astrónomo y matemático que

vivió en Alejandría durante el largo crepúsculo de la civilización griega clásica. En su tratado El Almagesto (“El gran trabajo”), Ptolomeo delineó un modelo para el sistema solar que mantenía que la Tierra era el centro de la creación y “explicó”, recurriendo a las matemáticas, todos los movimientos de los planetas, la Luna, así como el movimiento (aparente) del Sol alrededor de la Tierra. Para la Edad Media, la “cosmovisión ptolemaica” se había vuelto arraigada, tan parte del dogma como los evangelios. ¿Cómo funciona el sistema de Ptolomeo? Debido a que los planetas exhiben un movimiento retrógrado en el cielo —lo cual quiere decir que a veces un planeta parece moverse hacia atrás debido a que la Tierra lo rebasa en nuestra órbita alrededor del Sol—, Ptolomeo postuló la noción de epiciclos (ciclos dentro de ciclos). Por lo tanto, el Sol rotaba directamente alrededor de la Tierra, pero mientras que los planetas también orbitaban alrededor de la Tierra, lo hacían al mismo tiempo en otro círculo más pequeño cuyo eje era la trayectoria orbital principal. De esta manera, Ptolomeo “explica” el movimiento retrógrado de los planetas tal como aparecen en el cielo nocturno.

El modelo errónoeo de Ptolomeo del sistema solar requería de complicados epiciclos para explicar el movimiento de los planetas.

¡Lo más interesante es que este modelo funciona! “Explica” todos los movimientos de los cuerpos celestiales que nos rodean. Por desgracia, es

erróneo. El sistema ptolemaico demuestra que podemos confeccionar sistemas muy complicados que parecen “explicar” un fenómeno. El verdadero modelo en el caso de nuestro Sistema Solar es, por supuesto, el que propuso el astrónomo, matématico y jurista polaco del siglo XVI Nicolás Copérnico (1473-1543).

El modelo copernicano de nuestro Sistema Solar, mucho más sencillo que el modelo de Ptolomeo, describe correctamente el movimiento de los planetas.

¿Cuáles son las diferencias entre estas dos explicaciones matemáticas del Sistema Solar? Además del hecho de que la observación directa confirma que el Sol está al centro del Sistema Solar y que todo lo demás se mueve alrededor de él, el modelo de Copérnico es más simple y más “elegante”, requiere de menos presuposiciones. Esta idea concuerda con el principio de la Navaja de Ockham, según el cual la explicación más simple de un fenómeno suele ser la correcta. Un modelo eficiente explica mucho acerca del mundo sin emplear demasiadas suposiciones especiales —como los epiciclos— y sin requerir demasiadas nociones y herramientas complejas. Einstein convertiría esta idea en arte; alguna vez explicó este concepto a la perfección: “Una teoría científica debería ser lo más simple posible, pero no más simple que

eso”. Todo lo esencial debe estar en el modelo, no debería incluirse nada que sea demasiado elaborado o complicado, a menos que tenga un propósito claro: la realidad tiende a ser simple. Las teorías de Einstein de la relatividad especial y general son modelos de un genio: si bien no son simples, todos sus elementos son absolutamente esenciales. Son parsimoniosos: cada símbolo, cada ecuación, cada elemento es exactamente lo que tiene que ser para explicar el mundo y no hay nada superfluo. La teoría de Copérnico representó el fin del modelo ptolemaico del Sistema Solar que gobernó al mundo durante un milenio y medio. Su hipótesis era mucho más simple y explicaba los movimientos de los planetas, la Luna, y el movimiento aparente del Sol en el cielo mucho mejor de lo que hizo Ptolomeo. *

En 1543, el año de su muerte, Copérnico publicó su emblemático libro, De revolutionibus orbium coelestium (Sobre la revolución de las esferas celestes). Copérnico estudió en Cracovia y después en la Universidad de Bolonia —la más antigua del mundo, fundada en 1088— así como en Padua. Ahí, llevó a cabo observaciones astronómicas de las estrellas y los planetas, y estudió los trabajos de matemáticos y filósofos griegos, se enfocó sobre todo en la teoría de Ptolomeo. Poco a poco se convenció de que el modelo ptolemaico del Sistema Solar no podía ser correcto. Un modelo que colocara al Sol en el centro del Sistema sería mucho más simple y reproduciría toda la evidencia astronómica de manera más concisa y natural. Copérnico escribió primero un comentario de cuarenta páginas en el que declaraba su punto de vista heliocéntrico. Sin embargo, gracias a la insistencia de su estudiante, el matemático austríaco Georg Joachim Rheticus, aceptó publicar su teoría en un libro. Así nació De revolutionibus. Por desgracia, Copérnico murió justo cuando se publicó el libro, se dice que sostenía la primera copia en sus manos mientras moría tranquilo en su cama. Quizá no tenía idea de que su libro marcaría el comienzo de la ciencia moderna.

La intención de Copérnico no era antagonizar a los religiosos. Entendió que el Sol era el centro del Sistema Solar y quería que el mundo lo supiera. A través de algunos miembros de su familia tenía una relación cercana con ciertos oficiales católicos, gracias a ello, recibió ayuda para la publicación de su libro de un clérigo luterano, Andreas Osiander.32 La recepción de De revolutionibus tras su publicación no fue positiva. Lejos de detonar un conflicto inmediato entre la religión y la ciencia, pasó desapercibido; y de cualquier manera, su autor había muerto. Sin embargo, las ideas revolucionarias de Copérnico no podían permanecer escondidas, sobre todo una vez que otro genio las descubriera. *

Más que cualquier otro científico en la historia, Galileo Galilei (1564-1642) —el genio del Renacimiento responsable de numerosos descubrimientos extraordinarios del universo físico— personifica el epítome del agudo conflicto que surgió entre la religión y la ciencia. Galileo, al igual que Copérnico, estaba lejos de ser antirreligioso. Una de sus hijas, de hecho, era monja, y él mismo permaneció siempre cerca de círculos religiosos a través de conocidos y amistades; hasta el papa, que estaba bien instruido en matemáticas, tenía una relación cordial con él.33 Galileo tenía una de las mentes más perspicaces, agudas y curiosas de la historia. Dedicó su vida entera a nada menos que descifrar las leyes de la naturaleza, sin importar lo que las personas, los libros, la Biblia o la Iglesia le dictaran qué creer. Es bien sabido que Galileo experimentó con objetos que caían o rodaban, incluso los pudo haber dejado caer desde la cima de la torre inclinada de su propia ciudad, Pisa, como nos cuenta la leyenda. Los primeros experimentos de Galileo desacreditaron con facilidad la creencia centenaria, originada con Aristóteles, de que los objetos caen a una velocidad proporcional a la de su peso. El hecho es que, si dejamos fuera la resistencia del aire, la pluma proverbial caería al piso al mismo tiempo que una pesa de plomo (claro que la resistencia del aire desacelera mucho una pluma: eso es lo que permite que los pájaros vuelen).

En 1609, poco después de que se inventó el telescopio en Holanda, Galileo obtuvo uno y después construyó algunos. En un principio quería vender estos nuevos aparatos a la República Veneciana, la cual resguardaba su independencia con vehemencia, para ayudar a sus líderes navales a defenderse contra posibles ataques marítimos por medio de un telescopio para observar el horizonte desde el famoso campanario en la Plaza de San Marcos. Pero el invento no se vendió bien y Galileo comenzó a dirigir su telescopio hacia el cielo nocturno. Pronto hizo uno de los descubrimientos más importantes de la historia, uno que le valdría el reconocimiento de “padre de la astronomía”. (También se le conoce como el “padre de la ciencia moderna”.) El 7 de enero de 1610, Galileo observaba Júpiter y descubrió cuatro de los enormes satélites del planeta, nombrados en su honor los satélites galileanos (Ganímedes, Calisto, Europa e Ío). Éstos eran cuerpos celestes que orbitaban una entidad que no era la Tierra, tal como lo concluyó Galileo después de varios días de observación, al ver que las lunas cambiaban de lado cuando viajaban alrededor del planeta. Este descubrimiento estaba en clara contradicción con la creencia ptolemaica de la Iglesia Católica de que la Tierra era el centro de toda la creación. El golpe de gracia vino ocho meses después, en septiembre de 1610, cuando Galileo estudiaba el planeta Venus y notó que atravesaba fases completas al igual que la Luna. Según el modelo ptolemaico, basado en los epiciclos, Venus sólo debería mostrar a la Tierra algunas de sus fases: ya sean crecientes delgadas (si el modelo lo ponía en la parte interior de la órbita del Sol alrededor de la Tierra) o sólo fases gibosas y llenas (si se ponía en la parte exterior de la órbita del Sol), pero nunca las dos. El hecho de que todas las fases de Venus fueran visibles, justo como lo vemos con la Luna, significó para Galileo que el modelo ptolomeico no podía ser correcto. Era más bien el modelo del Sistema Solar de Copérnico el que reflejaba la realidad. Galileo comenzó a publicar sus descubrimientos en libros que molestaron a la Iglesia. Cada vez tenía más conflictos con la Inquisición Romana, sobre todo cuando en 1632 apareció su libro Diálogos sobre los dos máximos

sistemas del mundo, en donde se burló de la Iglesia y los puntos de vista aristotélico y ptolemaico sobre la cosmología, en particular el modelo geocéntrico, al expresar dichas perspectivas a través de la boca de Simplicio, el bobalicón en el diálogo. La situación empeoraba cada vez más para Galileo, a quien se le había ofrecido refugio de la Iglesia en la Venecia independiente. Sin embargo, eligió permanecer en su nativa Toscana, cuyos duques tenían una alianza cercana con Roma y por tanto su influencia sobre ellos era enorme. Llegó el momento en que estos gobernantes no pudieron proteger al ilustre hijo de su ducado de la orden de extradición a Roma para enfrentar un juicio por herejía, orquestado por la temida Inquisición, que para entonces ya había ejecutado a muchos pensadores independientes por tener ideas que iban en contra de su entendimiento del universo. Galileo acabó en Roma, encadenado a pesar de su relación con el papa Urbano VII. Ni el papa pudo detener la persecución de la Inquisición de Galileo y la ciencia. El infame juicio tuvo lugar en febrero de 1633 y, bajo la amenaza de tortura, Galileo se retractó en público de su herejía heliocéntrica, no obstante, se cree que murmuró en voz baja: “Eppur si muove” (“Y sin embargo, ¡se mueve!”). Lo condenaron el resto de sus días a un arresto domiciliario en su villa en Arcetri, a las afueras de Florencia. El juicio de Galileo, más que cualquier otro suceso en la historia, se ha convertido en un símbolo de la aguda división entre la ciencia y la fe, un conflicto que continuaría propagándose con fiereza (hasta cierto grado y de forma muy diferente) hasta nuestros tiempos. Galileo logró otro desarrollo histórico: forjó una alianza trascendental entre las matemáticas y la ciencia. Su famosa declaración: “El libro de la naturaleza está escrito en el lenguaje de las matemáticas”, trazaría un camino en común para la física y las matemáticas que continuaría y se intensificaría hasta nuestros tiempos, y que seguirá haciéndolo en el futuro previsible. Galileo también hizo un descubrimiento clave en las matemáticas puras. Confinado a su estancia en Arcetri al final de su vida, Galileo reflexionó sobre el infinito y reconoció que las cantidades infinitas poseen cualidades muy extrañas. Galileo consideró la serie infinita de todos los números enteros positivos: 1, 2, 3, 4, 5,... y al mismo tiempo observó la serie infinita de todos

los números enteros al cuadrado: 1, 4, 9, 16, 25... Ambas series son infinitas, pero uno podría trazar una correspondencia de uno a uno entre cada miembro de una serie con un miembro único de la otra serie. Por lo tanto, Galileo combinó 1 con 1, 2 con 4, 3 con 9, 4 con 16, 5 con 25, etcétera. Así tenemos que mientras que hay una cantidad infinita de números en un conjunto y también en el otro, y mientras que el conjunto de números enteros al cuadrado es claramente un subconjunto de todos los números enteros (ya que 4, 9, 16, 25,... también son miembros de la serie de números enteros, no sólo de la serie de números enteros al cuadrado), combinar uno-a-uno cada número entero con cada número entero al cuadrado muestra que hay el “mismo número” de números enteros que números enteros al cuadrado. Decimos que los dos conjuntos (infinitos) tienen la misma cardinalidad, el mismo “tamaño”. Regresaremos a este descubrimiento más adelante en el libro, cuando discutamos el infinito. A partir de los descubrimientos astronómicos revolucionarios de Galileo, se volvió imposible que los astrónomos serios mantuvieran el punto de vista geocéntrico y, por lo tanto, se llegó a un punto medio en donde, para no antagonizar a la Iglesia, se propuso que los planetas giraban alrededor del Sol, pero que el Sol y sus planetas giraban alrededor de la Tierra. Este modelo híbrido fue el que mantuvo el astrónomo danés Tycho Brahe, quien se consagró a la observación estelar y planetaria, primero en Ven, una isla que le dio el Rey de Dinamarca para su observatorio, y después en Praga, donde se mudó para continuar con su trabajo. Brahe reunió un conjunto vasto de datos sobre las posiciones de las estrellas y los planetas, de los cuales su asistente, el brillante matemático alemán Johannes Kepler, derivó sus leyes del movimiento planetario y creó un modelo por completo heliocéntrico. Las leyes de Kepler son tan acertadas y precisas que se usan hoy en día en el trabajo astronómico, por ejemplo, para delimitar las órbitas de los planetas extrasolares descubiertos en fechas recientes, al igual que los trazos realizados por la NASA para que sus naves se aproximen, orbiten y aterricen en planetas de nuestro Sistema Solar. El hecho de que podamos hacer esto con exactitud es testimonio de la gran precisión de las Leyes de Kepler de los movimientos planetarios que datan de hace

cuatro siglos. Así como Copérnico y Galileo no buscaron crear una ruptura entre la ciencia y la religión y permanecieron cercanos a personas de fe durante sus vidas, Kepler tampoco pretendía retar a la religión por medio de su trabajo científico. Fue más bien la Iglesia Católica, con su acercamiento estrictamente literal a la Sagrada Escritura y su centenaria adhesión a la filosofía aristotélica, la que tomó un papel beligerante en esta disputa cada vez más intensa.34 Kepler fue un matemático superdotado cuyo trabajo presagió la invención del cálculo por parte de Newton y Leibniz en el siglo que vendría. Fue tanto astrónomo como astrólogo, la distinción entre la ciencia, la astronomía y esa ocupación ocultista, la astrología, no existía en los siglos XVI y XVII. Este es un ejemplo de que la ciencia, lo oculto y la metafísica compartieron un entorno algo nebuloso hasta fechas muy recientes en la historia humana. Una mezcla similar de ciencia, espiritualidad y ocultismo se encuentra en el trabajo de Descartes, que contribuyó mucho a las matemáticas, la ciencia y la filosofía en el siglo XVII. *

René Descartes nació el 31 de marzo de 1596, era miembro de una familia adinerada que pertenecía a la aristocracia francesa en el pueblo de La Haye (que ahora lleva el nombre Descartes en su honor), en la región de Turena, al oeste de Francia. La familia vivía en la región aledaña de Poitou. Pasó gran parte de su infancia en ambas regiones. Turena y Poitou eran muy diferentes. Mientras que Poitou era en su mayor parte protestante, en Turena la población predominante era católica, al igual que buena parte de Francia hasta el día de hoy. Esta exposición en ambos lados del conflicto religioso afectó su postura frente a la religión y la sociedad durante toda su vida. Un ejemplo clave de esto era su temor excesivo a la Inquisición y a las consecuencias de publicar escritos científicos que fueran en contra de la doctrina de la Iglesia, así como una falta de preocupación casi ingenua sobre la posibilidad de provocar la ira protestante.

Descartes estudió en el Colegio Jesuita de La Fleche, en el oeste central de Francia. Aunque hoy es reconocido como un filósofo, matemático y científico, distaba mucho de ser antirreligioso. El amigo más cercano que tuvo a lo largo de su vida fue el monje mínimo Marin Mersenne, un clérigo que compartía su interés en las matemáticas y la ciencia, a quien conoció cuando ambos eran estudiantes en La Fleche. Según su biógrafo, Stephen Gaukroger, Descartes fue un católico creyente hasta su muerte.35 Descartes viajó mucho, a menudo se unió a campañas militares como soldado voluntario. Participó en el sitio de Praga y otras campañas. Durante la infame Guerra de los Treinta Años, lo contrataron protestantes que luchaban en contra de católicos o viceversa. En uno de sus viajes en el sur de Alemania, conoció al matemático y místico Johann Faulhaber. Éste le enseñó parte de su trabajo y algunas de sus ecuaciones. Como consecuencia, Descartes después adoptó la notación mística de Faulhaber. Usó, por ejemplo, el símbolo de Júpiter en sus manipulaciones algebraicas. El filósofo y matemático Blaise Pascal y el matemático Pierre de Fermat —que inauguró la teoría de la probabilidad— eran amigos de Descartes. Pascal es un ejemplo notable de un científico brillante que contribuyó de forma significativa a la física y a las matemáticas, a pesar de ser un hombre profundamente religioso. Hoy en día es mejor conocido por concebir la “Apuesta de Pascal”, el famoso razonamiento para creer en Dios basado en la premisa (algo cínica) de que escoger otra cosa es demasiado arriesgado: Si crees y Dios no existe, según la lógica de Pascal, no pagas ningún precio (o por lo menos ningún precio relevante); pero si no crees en Dios cuando, de hecho, sí existe, entonces el costo es la condena eterna. Tanto Fermat como Descartes leyeron a Euclides traducido al latín y aprendieron de él la sabiduría de los antiguos griegos. De igual manera, estudiaron con dedicación los trabajos del gran Galileo. Ambos trasladaron las enseñanzas físico-matemáticas de los antiguos griegos, así como de sus casi contemporáneos Copérnico, Kepler y Galileo, al nuevo contexto del siglo XVII, en donde la ciencia física, de la mano con las matemáticas, forjaría nuevos caminos.

Mientras estudiaba el mundo físico, Descartes se obsesionó con la Inquisición. Estaba consciente de las calamidades vividas por Galileo y estaba decidido a evitar un destino similar. Carta tras carta, expresaba a su amigo, el monje Marin Mersenne, su miedo a que si publicaba algo que probara que la Tierra giraba alrededor del Sol, en vez del punto de vista opuesto que apoyaba la Iglesia, la Inquisición lo perseguiría. Pese a que había escrito un libro llamado Le monde (El mundo), se negó a publicarlo ya que apoyaba dichos puntos de vista. Para protegerse aún más, durante sus viajes sólo correspondía con Mersenne. Solía enviar sus cartas desde lugares cercanos a su estancia real.36 En 1628, Descartes se mudó a Holanda por temor a la Inquisición. Parece que le preocupaba demasiado vivir en un país de mayoría católica, aun cuando el Rey de Francia le había dado privilegios especiales como filósofo y científico prominente. Más adelante, se obsesionó todavía más con el caso de Galileo tras la noticia de su vergonzoso juicio en 1633. Lo invadió la consternación y comenzó a cambiar de dirección con frecuencia, en esa época vivió en varios pequeños pueblos en Holanda. En 1637, Descartes por fin publicó su obra maestra, El discurso del método, que contenía la esencia de su filosofía. Este libro clásico tenía un apéndice titulado Geometría, que detallaba el trabajo vanguardista de Descartes para unir a la geometría con el álgebra y la idea esencial del sistema de coordenadas cartesiano. Sus ideas le valieron una fama sin precedentes en toda Europa, al mismo tiempo, atrajeron nuevos enemigos. En 1647, teólogos protestantes acusaron a Descartes de ser ateo, cosa que sin duda no era. Cuando Descartes defendió sus puntos de vista de manera impresa, se le acusó de difamación. Una corte falló en su contra y lo forzó a escribir una carta de disculpa humillante a los teólogos que lo habían atacado. Profundamente herido, decidió mudarse a Suecia, en donde murió en 1650 a causa de una neumonía, o tal vez envenenado por sus oponentes religiosos; la causa de su muerte sigue siendo un misterio. Después de su muerte, la Reina Cristina de Suecia se convirtió al catolicismo, influida por la obra de Descartes. En Descartes tenemos a un brillante matemático y científico físico que

mantenía su fe en Dios y no veía conflicto interno alguno entre la ciencia y la religión, a pesar de las dificultades que tuvo durante su vida. Descartes llevó las investigaciones físicas de Galileo a un nivel novedoso. Entendió que la Tierra rotaba, y sabía que no somos el centro del universo. Cuestionó, por lo tanto, la literalidad de la Iglesia y entendió que la realidad no se regía por el cumplimiento ciego de la doctrina de la Iglesia. Pese a sus reservas en cuanto a las interpretaciones que la Iglesia daba a la Sagrada Escritura, mantuvo su fe en Dios.37 Las revolucionarias ideas científicas de Descartes fueron retomadas por académicos posteriores. *

El filósofo, estadista y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz nació en 1646. A la edad de doce años, ya hablaba griego antiguo con fluidez, lengua que descifró por sí mismo leyendo a Platón y Aristóteles, lo cual representó su introducción a la lógica y le inspiró una pasión por los fundamentos de la razón pura. Al mismo tiempo, desarrolló un interés por la teología. En 1661, Leibniz se inscribió en la Universidad de Leipzig, en donde estudió los trabajos de sus contemporáneos: Hobbes, Bacon y Galileo.38 En 1663, presentó su tesis, un trabajo sobre el principio de la individuación, “De Principio Individui”, que abordaba las ideas de los individuos y la totalidad. Este avance desembocó en su concepto de mónada. El objetivo de Leibniz era responder a una pregunta central que data de los antiguos griegos: ¿Qué es el espacio? Esto lleva a otras preguntas: ¿Qué son los puntos? ¿Qué son las líneas? ¿Qué son los planos? ¿Qué son los objetos tridimensionales? Las mónadas son un intento por responder estas preguntas al definir de manera abstracta el elemento griego básico del espacio.39 Una mónada, como un punto en la geometría griega, es algo que no tiene interior: no tiene longitud ni amplitud, ni altura, nada dentro de sí. Pero es más abstracto y se extiende también a la metafísica al definir las ideas de manera muy general. La mónada es el elemento básico más abstracto de todo, tanto en el mundo físico como en el espiritual.

(Es interesante notar que la física de partículas moderna considera las partículas elementales, como el electrón y los quarks, como puntos en el sentido griego. En el siglo XX, el brillante y solitario matemático francés Alexander Grothendieck convertiría las mónadas en el topos, un poderoso concepto en las matemáticas puras. Preguntar de qué está compuesto el espacio será clave en nuestra discusión posterior sobre la composición del universo —¿el espacio vacío es un “algo” o una “nada”?— y, por lo tanto, si tuvo que haber sido “creado” por una entidad exterior o no.) A Leibniz, un protestante religioso influido por su asociación con príncipes católicos, le atrajo la idea de reconciliar las religiones de Europa para unificar el continente. En 1668, escribió un tratado a favor de la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Titulado “El testimonio de la naturaleza en contra de los ateos”, se vinculaba con su gran esquema de unir las religiones en guerra de Europa. Leibniz inventó el cálculo de manera independiente de Newton. Sin embargo, consideraba su trabajo en el contexto de un todo. Se esforzó por aplicar sus nuevas matemáticas a la teología. Desde su perspectiva, los infinitesimales, que inventó para su obra sobre el cálculo —o más bien que adaptó de los trabajos de los antiguos griegos— tenían poderes místicos que esperaba emplear en investigaciones metafísicas. Aunque Newton también era un hombre religioso, su cálculo estaba impregnado de las necesidades de la física más que de la metafísica. Al final, la teoría del cálculo que desarrollaron Leibniz y Newton cada uno por su cuenta, se convertiría en una de las herramientas principales que los físicos utilizan en sus investigaciones sobre la naturaleza y en sus intentos de descubrir sus leyes definitivas. *

Isaac Newton nació el día de Navidad del año en que murió Galileo, 1642. Provenía de una familia de agricultores de Woolsthorpe, en el condado de Lincolnshire, en Inglaterra. Newton fue un bebé prematuro, y su madre alguna vez contó que al nacer había sido tan pequeño que cabía en una jarra de poco menos de un litro.

Como es bien sabido, para describir sus logros científicos más relevantes, Newton afirmó: “Si he logrado ver más lejos, ha sido porque me he subido a los hombros de gigantes”. Cabe suponer que los gigantes en cuyo trabajo se había apoyado el modesto Newton incluyeron a Descartes, Kepler y Galileo. Se guió por la lógica cartesiana y, de hecho, Descartes había entendido ideas que merodeaban los límites del cálculo como tal. Las investigaciones de Galileo sobre cuerpos en caída libre y otros fenómenos físicos inspiraron su trabajo en la física. Y las leyes de Kepler del movimiento planetario eran corolarios lógicos de la ley de la gravitación universal de Newton. No era un hombre de intereses universales como lo fue su contemporáneo Leibniz, no obstante, en el reino de la física y las matemáticas, el intelecto de Newton era supremo. En 1664, Gran Bretaña sufrió un ataque de la peste bubónica. La Universidad de Cambridge, donde era estudiante en ese momento, cerró sus puertas. Newton se fue a Woolsthorpe, en donde pasó dos años solo, meditando sobre el universo y sus leyes. Fue ahí que inventó el cálculo. Lo llamó el método de las fluxiones (la palabra viene de la idea de flujo). Newton advirtió que las variables fluyen y, para describir este flujo —el índice de cambio de una cantidad con el tiempo— inventó el cálculo diferencial como un medio para explicar las leyes de gravitación. La ley de gravitación universal de Newton establece que dos partículasmateria, cualesquiera que sean, se atraen de forma gravitacional con una fuerza que es directamente proporcional al producto de sus dos masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellas. La constante de proporcionalidad en la ecuación se conoce como la constante de Newton, G. Asimismo, desarrolló leyes de la dinámica que establecen que todo cuerpo permanecerá en su estado de reposo o inercia (el movimiento sin aceleración) en línea recta a menos que actúe sobre él una fuerza; el cambio de movimiento (que en la física newtoniana es el resultado de la masa por la velocidad) es proporcional a la fuerza externa que actúa sobre un cuerpo; la acción y la reacción son opuestas e iguales la una a la otra: para cada acción hay una reacción igual y opuesta. Newton era un religioso, creyente del unitarismo. Dedicó mucho tiempo a

darle sentido a las predicciones del profeta bíblico Daniel y entender el Apocalipsis. Ya que le atraían ideas transformadoras en diversas disciplinas, no consideró conflictivo estudiar la ciencia innovadora y al mismo tiempo contemplar las ideas religiosas más difíciles. Aunque para la era de Newton la brecha entre la religión y la ciencia ya era evidente, muchos de los científicos más prestigiosos de la época seguían siendo personas fervientemente religiosas. Esto puede parecer paradójico, sin embargo, la grieta que se había materializado entre la ciencia y la fe no fue a causa de los científicos, sino más bien de la Iglesia. Su manifestación más dramática fue el juicio de Galileo, aunque dicho suceso está lejos de ser el único acto de persecución contra científicos y pensadores por parte de la Inquisición. En el siglo siguiente, la ciencia pudo probar muchas de las afirmaciones que alguna vez se consideraron contrarias a las interpretaciones de la Biblia. Con Newton y sus logros extraordinarios —se apoyó, por supuesto, en las ideas de los pensadores influyentes que le precedieron— la civilización alcanzó un nivel elevado de conocimiento sobre el universo. La mecánica newtoniana, así como la óptica, la astronomía y las matemáticas que Newton persiguió son fundamentales para ayudarnos a entender el vasto y complicado mundo físico que nos rodea. El progreso logrado por Newton y otros nos permite entender con claridad cómo funcionan los planetas y cómo opera la fuerza de gravedad en la naturaleza. La teoría sobre la gravitación universal de Newton es tan profunda y abarca tanto que sus leyes gobiernan todo, desde la caída de manzanas al suelo hasta la órbita que hace la Luna alrededor de la Tierra; desde los movimientos de los planetas alrededor del Sol hasta las acciones de los resortes y las trayectorias de las balas de cañón; desde el comportamiento de las bolas de billar hasta la energía de un automóvil en aceleración. La mecánica newtoniana explica el mundo con absoluta precisión. En el siglo XX, Einstein refinaría las teorías de Newton para considerar instancias en las que nos aproximamos a la velocidad de la luz o que involucran una masa en cantidades increíbles. No obstante, en su tiempo, los logros de Newton abrieron un mundo nuevo para la ciencia física. En los siguientes cien años, la ciencia consolidaría sus logros y la Iglesia

tendría que retirarse de su posición como la única fuente de verdad acerca del funcionamiento del mundo.

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LOS TRIUNFOS DE LA CIENCIA EN EL SIGLO XIX

C

on el tiempo, la ciencia y la religión tomaron caminos diferentes. En el siglo XIX la ciencia ganó una serie de victorias claves contra la religión, por lo menos contra algunas de las creencias sobre el universo menos justificadas y asociadas con la tradición judeocristiana. Ésta fue, quizá, la última vez en la historia en que la ciencia pudo disipar con facilidad visiones del mundo promovidas por la religión organizada. Los Nuevos Ateos, sin embargo, intentan explotar estos triunfos de la ciencia, acontecidos hace casi dos siglos, hasta alcanzar niveles que rebasan a los sucesos mismos. *

Tanto Richard Dawkins como Christopher Hitchens citan un intercambio entre el emperador Napoleón y el brillante matemático francés Pierre Simon de Laplace. Laplace había estudiado la obra de Newton para extenderla de modo sustancial al Sistema Solar completo. Presentó sus resultados en Mecánica celeste, publicado por primera vez en 1799. De esta manera, se mostró que la física newtoniana gobierna las complicadas interacciones entre los planetas. Tiempo después, Laplace le regaló su libro a Napoleón. El emperador lo leyó y después le dijo a Laplace: “Escribió un libro entero acerca del mundo sin mencionar a su creador”. La respuesta de Laplace fue:

“Su majestad, esa hipótesis no fue necesaria”. Por desgracia, tanto Dawkins como Hitchens ignoraban, o eliminaron a propósito el remate final de esta historia. Napoleón después le repitió su intercambio con Laplace a otro gran matemático francés, Joseph-Louis Lagrange, quien también había realizado trabajo sustancial en astronomía y matemáticas. La respuesta de Lagrange fue: “Ah! mais cést une belle hypothese, ça explique beaucoup des choses” [“¡Ah!, pero si es una hipótesis hermosa; explica muchas cosas”].40 Para nuestro propósito, el punto es que había opiniones disímiles incluso entre los matemáticos y astrónomos más reputados de la época. En la era de Laplace y Lagrange, cuando el siglo XVIII daba lugar al siglo XIX, la ciencia en general caminaba con paso firme. Todavía en el siglo XVIII, el geólogo, químico, doctor y naturalista escocés James Hutton explicó los procesos geológicos que ocurren en la Tierra; su trabajo indicaba que hay fuerzas que operan en tiempo geológico, un rango mucho mayor al de los pocos miles de años de edad que se especulaba que tenía la Tierra. La formación de las rocas y los procesos de erosión, como los que son evidentes en el terreno de las Tierras Altas escocesas que estudió, habían dirigido a Hutton a una teoría geológica que apuntaría hacia nuestro entendimiento moderno sobre el funcionamiento de los procesos de la Tierra. En contraste, casi dos siglos antes, el clérigo irlandés James Ussher había utilizado la cronología y genealogía bíblicas —al calcular las fechas estimadas de las vidas de los personajes bíblicos desde Adán— para concluir que la Tierra se había creado en el año 4004 a.C. Ussher fue uno de muchos intérpretes bíblicos que usaron la Sagrada Escritura para intentar adivinar la edad de la Tierra a partir de varios métodos. Todos los números que se obtuvieron rondaban entre los 5,000 y 10,000 años. Hoy en día, la creencia de que nuestro planeta surgió hace unos cuantos miles de años recibe el nombre “la hipótesis de la Tierra joven”. En 1799, el topógrafo y geólogo inglés William Smith trazó el primer mapa geológico de la Gran Bretaña, que, con el tiempo, también contribuiría a establecer que la Tierra era mucho más vieja de lo que se había creído a través de las interpretaciones bíblicas. A mediados del siglo XIX, el análisis de

estratos geológicos que hizo William Smith le sirvió a su sobrino John Phillips, quien añadió el análisis de fósiles antiguos, para estimar la edad de la Tierra en unos 96 millones de años. Unos treinta años después, William Thomson, primer Barón Kelvin, concluyó que la Tierra debía tener cientos de millones de años de edad. Basó su argumento en las propiedades físicas de las piedras y las capas geológicas, además de hacer un estimado de cuántos años necesitaría un cuerpo del tamaño de la Tierra para enfriarse después de una fase de roca fundida para llegar a ser el cuerpo de materia sólida que vemos hoy en día. Este fue el principio de un esfuerzo científico por fechar la Tierra; ahora, con la tecnología moderna y la datación con isótopos de uranio, dicho esfuerzo ha resultado en una edad aceptada de 4.5 billones de años. Gracias a métodos de uranio, las rocas más viejas sobre la Tierra se han fechado a hace 4.5 billones de años, la edad científicamente aceptada de nuestro Sistema Solar entero. El trabajo en el campo de la geología inspiraría otra revolución en el siglo XIX: la evolución darwiniana. Mientras tanto, la hipótesis de la “Tierra joven” murió bajo el peso de la evidencia y el razonamiento de la geología. Con tan sólo caminar por la Tierra, uno puede ver que nuestro planeta no pudo haberse formado hace 5,000 o 10,000 años; ni siquiera tiene sentido pensar que surgió hace un millón de años. Al escarbar alrededor de colinas elevadas y apartadas del mar, uno puede encontrar conchas y otros restos de organismos del mar antiguos. Para que un océano retroceda tanto, o para que la Tierra alcance la altura de las montañas, son necesarios millones de años. De manera similar, montañas más viejas como los Apalaches muestran los efectos de la erosión del viento, la lluvia y la nieve que requiere de millones de años. En cambio, las montañas más jóvenes como los Alpes, con sus bordes irregulares, acantilados y despeñaderos, muestran un daño mucho menor por parte de los procesos de erosión en tiempo geológico: millones y billones de años. Las cordilleras montañosas se elevan, los terremotos ocurren en las fallas geológicas, las placas se mueven, con lo cual provocan que las montañas se eleven y los volcanes hagan erupción, todo en el curso de millones de años. Al caminar en los Alpes, Alaska o la Cordillera Blanca en Ecuador, uno puede ver con claridad las morrenas talladas por glaciares que

ahora forman valles en forma de “U” gracias a que los glaciares fueron retrayéndose en escalas de tiempo muy extensas. Los fósiles de especies extintas hace mucho tiempo que alguna vez recorrieron la Tierra, como los dinosaurios, contribuyen a sellar el destino de la creencia en la “Tierra joven”. *

Por lo tanto, la historia bíblica de la creación en seis días es un invento literario. Sobra decir que contar las vidas bíblicas hasta Adán no es una método eficaz para obtener estimados sobre la edad de nuestro planeta. La escritura de la Sagrada Escritura es alegórica, no literal, y en cualquier caso no concuerda con lo que la ciencia nos dice. Lo mismo ocurre en el caso de la noción literal de que el Sol sale y se pone al girar alrededor de una Tierra estática. Como se mencionó previamente, los filósofos de la Grecia Antigua ya entendían la falsedad de esta premisa. Si uno permanece despierto en la noche y mira el cielo durante suficiente tiempo, quedará claro que la Tierra es la que rota y no el cielo. ¿Por qué? Porque las estrellas y las constelaciones se mueven de este a oeste a un paso uniforme. Si uno se encuentra en un auto en movimiento, pero (por alguna razón) no está enterado de ello, y por la ventana se ve que todos los árboles al lado del camino retroceden a la misma velocidad, se sabría de inmediato que es uno quien se está moviendo. Es claro que el fenómeno no se debe a que todos los árboles de repente decidieron alejarse a la misma velocidad. Lo mismo se puede decir de las estrellas que se ven en una noche de observación. Los planetas a veces se trasladan “hacia atrás” por el cielo —el movimiento retrógrado—, sin embargo, esto no es evidente en una sola noche. Así que lo que observamos durante una noche —y si dejáramos una cámara encendida durante unos minutos, las líneas de los movimientos de las estrellas lo verificarían— debe significar que nos estamos moviendo, no que el cielo entero se está transportando alrededor de nosotros como los árboles al lado de la carretera. En 1851, un físico francés llamado Léon Foucault, un autodidacta sin

educación formal, asestó el golpe final contra la creencia respaldada por la Iglesia de que la Tierra era un centro inmóvil y que las estrellas, los planetas y el Sol giraban alrededor de ella. Para aquel entonces, los astrónomos y mucha gente educada habían entendido que la Tierra era la que giraba. No obstante, esta noción no era lo suficientemente sólida como para proporcionar pruebas que dejaran satisfechos a todos. La gente esperaba una prueba terrestre que demostrara que en efecto era nuestro planeta el que se movía. Parecían pedir: “¡Enséñenos que nos movemos!”. Foucault era un observador y experimentador sagaz que había fabricado muchos inventos e incluso había medido la velocidad de la luz con cierta precisión. Pensar acerca de la rotación de la Tierra lo convenció de que podría proveer la prueba deseada si tan sólo pudiera colgar un péndulo “por encima de la Tierra”, es decir, en el techo de una habitación de tal manera que su plano de oscilación estuviera libre para moverse y rotar. Sabía que si podía mostrar que un péndulo oscilaba en su propio plano, independiente de la Tierra, este plano de oscilación parecería, desde el punto de vista del piso, girar en un círculo. Con dicha demostración, podría probar que la Tierra se movía. Foucault nunca se casó y vivía con su madre. Ella era una mujer adinerada que tenía una casa en la intersección de Rue d’Assas y Rue de Vaugirard, en el moderno VI Distrito, en la Margen Izquierda de París (una elegante placa en esta intersección marca la ubicación de la casa de Foucault). Foucault usaba el sótano de la casa de su madre como laboratorio. Colgó un aparato del techo del sótano, uno que había diseñado y fabricado para que permitiera la rotación libre y sin fricción de un péndulo que colgaba de él. Foucault no era sólo un gran científico e ingeniero, también tenía habilidades artísticas. Hizo una atractiva pesa de cobre para su péndulo que hoy se puede admirar en el Musée des Arts et Métiers en París. El 6 de enero de 1851, a las 2 A.M. para ser precisos, después de experimentar con su péndulo durante horas, Foucault por fin vio lo que estaba buscando. De pronto notó que la Tierra estaba rotando despacio justo debajo de su péndulo, mientras que éste mantenía su plano de rotación constante, fijado por el universo entero. A éste le siguieron otros experimentos que

condujo en público: primero en el Observatorio de París, a donde invitó a científicos y eruditos; y después en el edificio público más grande de París: el Panteón, a donde invitó a la aristocracia francesa, incluyendo a Napoleón III. Foucault, profundo observador tanto del universo físico como de la naturaleza humana, describió los efectos de su experimento con el péndulo del siguiente modo: Si bien el fenómeno se desarrolla con calma, es inevitable, imparable. Uno siente, uno ve que nace y crece a un ritmo constante; y no está en nuestro poder ni acelerarlo ni desacelerarlo. Cualquier persona, ante la presencia de este hecho, se detiene un instante, permanece pensativa y en silencio, y luego se va, llevando consigo para siempre un sentido más agudo y profundo de nuestro movimiento incesante a través del espacio.41

La demostración en el Panteón en 1851 fue muy convincente y el experimento se ha repetido en diferentes lugares alrededor del mundo desde entonces. En 1913, la Iglesia Católica por fin aceptó la prueba de Foucault de que la Tierra, en efecto, rota.42 Aunque no fue fácil, y el hecho de que tomara 62 años desde la prueba experimental definitiva hasta que la Iglesia aceptara que vivimos en un planeta que se mueve y rota, muestra lo aguerrida que es lucha de la ciencia para perseverar frente a las interpretaciones bíblicas.

Una reconstrucción moderna del experimento del péndulo de Foucault, el cual finalmente demuestra de manera definitiva que la Tierra rota, en París, en 1851.

Ocho años después de que Foucault proporcionara la dramática y definitiva prueba terrestre de la rotación de la Tierra, otro pilar de la religión tradicional estaba a punto de ser destruido para siempre: la interpretación literal de la historia bíblica de la creación de Adán y Eva. En 1859, Charles Darwin publicó su libro, Sobre el origen de las especies, en el que expuso la revolucionaria teoría llamada evolución. Tras analizar registros fósiles y los resultados de las observaciones de la naturaleza que había recolectado durante su viaje de cinco años a bordo del Beagle, Darwin llegó al concepto clave de la selección natural. (Alfred Russel Wallace había tenido una idea similar poco antes de la publicación de la teoría de Darwin y ambas teorías se

publicaron más o menos al mismo tiempo.) La evolución tuvo aceptación casi de inmediato. La teoría establecía que los seres humanos descendemos de ancestros previos y que todas las especias provienen de formas de vida más antiguas y simples. La investigación genética moderna amplifica y aclara la evolución darwiniana, proveyendo muchas piezas de información que la confirman. Hoy en día, la evolución es un pilar de la ciencia biológica moderna y explica un sinfín de fenómenos. Pese a ello, tiene algunas limitaciones y hay enigmas acerca de la biología y la descendencia de los humanos que no explica bien. Llegaremos a la evolución más adelante en el libro, examinaremos sus descubrimientos y explicaciones. El descubrimiento de fósiles en el siglo XIX dejó todavía más claro que la Tierra alguna vez fue el hogar de seres vivos que ya no existen: los huesos de mastodontes descubiertos en América y los restos de mamuts encontrados en Europa, por ejemplo, esclarecieron que la Tierra es muy vieja y que las especies surgieron y desaparecieron a lo largo miles de millones de años. Los restos de Neandertales encontrados en Europa a principios del siglo XIX contribuyeron a comprender que otras especies humanas alguna vez habitaron nuestro planeta, dejaron su marca —como herramientas de piedra de una eficiencia asombrosa que empleaban para cazar y matar animales— y desaparecieron mientras nuestra propia especie recorría Eurasia hace 40,000 o 30,000 años. El descubrimiento de los fósiles, la evolución, el tiempo geológico, la rotación de la Tierra y otros desarrollos en la ciencia, mostraron que la Sagrada Escritura no se podía tomar de forma literal. Sin embargo, es importante notar que abandonar la interpretación literal de la Biblia no implica necesariamente asumir que la Sagrada Escritura sea “incorrecta”. Por ejemplo, el orden de aparición de los seres vivos en la Tierra como lo describe el Génesis no está en desacuerdo con la evolución: las formas inferiores vienen primero, la flora, después la fauna inferior, y después animales más avanzados, hasta llegar a los seres humanos. La exactitud del orden es asombrosa, la única salvedad es que no son “creados” de un día para otro.

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EINSTEIN, DIOS Y EL BIG BANG

L

a Biblia habla de la creación del mundo. La cosmología, por su parte, es la rama de la ciencia que aborda el comienzo del universo y, al hacerlo, se aprovecha de las teorías de la relatividad de Einstein, así como de aquellas de la mecánica cuántica. En este capítulo, veremos cómo conciben el nacimiento del cosmos la ciencia y la religión. La física teórica moderna comenzó en 1905, cuando Albert Einstein transformó por primera vez nuestras nociones del tiempo, la distancia y la velocidad al proponer su teoría de la relatividad. Ésta mostraba que el tiempo no es constante y que tanto el tiempo como el espacio deben “doblarse” (literalmente contraerse o expandirse) para acomodarse a la constante universal, la velocidad de la luz. Nada viaja más rápido que la luz; conforme algo se acerca más y más a la velocidad de la luz, su masa se incrementa hacia el infinito y el tiempo se hace más lento (medido por un observador en reposo). Einstein también nos enseñó, en 1905, que la masa es igual a la energía mediante su famosa ecuación E=mc2. Este principio se explota en el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés) en el laboratorio internacional de física, Centro Europeo para la Investigación Nuclear (CERN, por sus siglas en francés), cerca de Ginebra en Suiza. El LHC es un acelerador de partículas gigante que estrella partículas y utiliza el principio de que la masa efectiva de una partícula altamente acelerada crece mucho, generando

así cantidades enormes de energía. Cuando los protones altamente acelerados estallan en el LHC, su ahora inmensa masa efectiva se convierte en grandes cantidades de energía (al utilizar una variación de la fórmula de Einstein). Esta energía, a su vez, se transforma en nuevas partículas que jamás se habían visto, como la famosa “partícula de Dios”, el bosón de Higgs, cuyo descubrimiento se anunció hace poco tiempo. Se cree que esta partícula estuvo presente poco después del Big Bang y que se proveyó de masa a sí misma y a otras partículas en el universo. Según la teoría, el Big Bang creó sólo energía pura. Una partícula permaneció sin masa: el fotón, la ubicua partícula de la luz. Las partículas con masa, como el electrón y los quarks, que forman los protones y los neutrones y, por lo tanto, los núcleos de toda materia, recibieron su masa del bosón de Higgs. Es necesario entender que estos experimentos, que imitan lo que ocurrió en el Big Bang mediante la teoría de Einstein, no crean algo “de la nada”. La energía está presente, se le transmite a los protones al acelerarlos en un túnel a través de campos eléctricos y magnéticos intensos que mantienen las partículas viajando en círculos. ¡La operación completa consume la misma cantidad de energía eléctrica que toda una ciudad! A las partículas existentes se les proporciona energía cinética (movimiento) mediante energía eléctrica convertida en campos electromagnéticos; cuando chocan liberan la misma cantidad de energía que obtuvieron (además de su energía de reposo, que se determina con la fórmula de Einstein) y esta energía produce nuevas partículas. La operación completa, de hecho, prueba uno de los principios más trascendentales en la física llamado la conservación de la energía: la energía (en la forma de masa, radiación o movimiento) simplemente cambia de forma, no puede crearse ni destruirse. Nada aquí surge “de la nada”. Asumir lo contrario es el principio del engaño del “universo a partir de la nada” perpetrado por Lawrence Krauss. Einstein se dio cuenta de que el progreso que había logrado con su teoría especial de la relatividad afectaría, y debería hacerlo, la gravedad y su forma de actuar. Sabía que el principio de la relatividad alteraría la creación estelar

de Newton, la teoría de la mecánica. Cuando los objetos se mueven muy rápido o cuando sus masas aumentan mucho, es necesario hacer correcciones a la mecánica newtoniana. Einstein buscaba, por lo tanto, una teoría general de la gravedad que pudiera combinar el trabajo de Newton con el suyo. Sus primeros intentos fracasaron. Einstein batalló durante años con ideas que estaba desarrollando y se dio cuenta de que lo que necesitaba eran matemáticas de muy alto nivel. Al fin, un colega llamado Marcel Grossmann, quien (a diferencia de Einstein) había tomado buenos apuntes en una clase que los dos habían tomado en el Instituto Politécnico Suizo (conocido por su acrónimo en alemán ETH) en Zúrich, le prestó su cuaderno. Con esta ayuda y la dirección de dos matemáticos italianos poco conocidos, Gregorio Ricci-Curbastro y su estudiante Tullio Levi-Civita, Einstein pudo desarrollar la maquinaria matemática que necesitaba. Así, a diez años de presentar su teoría especial de la relatividad en 1905, a finales de 1915, Einstein tenía una teoría relativista completa sobre la gravedad: la teoría general de la relatividad. Las ecuaciones de Einstein sobre la relatividad general disfrutan de propiedades matemáticas satisfactorias como la simetría, la estructura, y lo que matemáticos y físicos teóricos llaman “elegancia”. Las ecuaciones son concisas y precisas: contienen todo lo que es necesario para un modelo de un sistema físico complicado y no tienen nada superfluo. En palabras de Einstein, sus ecuaciones son, como se citó previamente, “lo más simples posibles, pero no más simples que eso”. Esas ecuaciones lograron su objetivo: explicar la gravitación en un encuadre relativista. Por lo tanto, el modelo de gravedad de Einstein se parece más a la teoría de Copérnico que al sistema incómodo, poco elegante y equivocado de Ptolomeo. La teoría de Einstein indicaba que el espacio hace una curva alrededor de objetos masivos: la relatividad general es, en este sentido, una teoría geométrica, ya que muestra que la geometría del espacio-tiempo cambia con los efectos de la gravedad. Los objetos masivos provocan curvas en el espacio alrededor de ellos. El espacio y el tiempo están vinculados en lo que llamamos espacio-tiempo gracias a la relatividad.

Einstein requería de pruebas físicas de su teoría y el astrónomo y físico inglés Arthur Eddington se las dio. Gracias a su cargo de Secretario de la Real Sociedad Astronómica, Eddington obtuvo una serie de documentos de Einstein que entraron como contrabando a la Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial con la ayuda del amigo de Einstein en Holanda, el físico Willem de Sitter. Puesto que no se permitían documentos del enemigo en la Gran Bretaña, Einstein había acordado que Sitter los mandara a Eddington. Así, éste se enteró de la relatividad general mucho antes que cualquier otra persona fuera de Alemania. Eddington era un opositor de conciencia y se negó a luchar en la Primera Guerra Mundial. Para evitar una vergüenza, y dado que ya era un científico reconocido, Gran Bretaña le permitió realizar otro servicio a la nación en vez del militar. Su “servicio” sería científico: iba a dirigir una expedición a la isla de Príncipe en el Atlántico para observar un eclipse total de sol el 29 de mayo de 1919. Eddington concibió la idea para la expedición, y un segundo grupo, también bajo su dirección, viajó a Brasil, en donde se podría observar el mismo eclipse. Ambos equipos observarían la luz de las estrellas que rozaba al sol escondido detrás de la luna durante el eclipse total y buscarían desviaciones en dicha luz alrededor del Sol debido a la curvatura del espacio que predecía la nueva teoría de Einstein. A pesar de las inmensas dificultades del viaje marítimo durante tiempos políticos inciertos, además del riesgo de malaria, las serpientes y las inclemencias climatológicas en la isla, la misión fue exitosa: los equipos de Eddington en Príncipe y en Sobral, Brasil, tomaron fotografías que mostraban que la luz de las estrellas alrededor del Sol hacía una curva de las dimensiones exactas que la teoría de Einstein había predicho. Una vez que la misión regresó por barco a Gran Bretaña, gracias a la presentación de Eddington de sus resultados, que recibió atención mundial, el nombre de Einstein se convirtió en el referente que conocemos hoy en día. Einstein se había vuelto una celebridad al instante. Desde ese momento, la relatividad general y sus otras predicciones se han confirmado en muchos escenarios. La relatividad general resolvió un misterio

sobre la órbita de Mercurio —los movimientos en su perihelio (el punto más cercano en su órbita alrededor del Sol)— que la mecánica newtoniana no había podido responder. La relatividad general predijo los hoyos negros y algunos se han confirmado en el espacio al observar la materia que cae dentro de ellos, emitiendo rayos X. Se han observado y explicado también un gran número de fenómenos mediante esta teoría, incluyendo el desplazamiento gravitacional hacia el rojo: el hecho de que la longitud de onda de la luz aumente su amplitud por efecto de la gravedad. A principios de 1916, Albert Einstein publicó su teoría general de la relatividad, un logro que cambió nuestra comprensión de la naturaleza y cuyas implicaciones asombrosas sobre el espacio y el tiempo siguen resonando en el mundo de la ciencia hasta el día de hoy. En ese momento, antes de la confirmación de su teoría por Eddington y su grupo, Einstein trató de aplicar las ideas que había teorizado, al universo como un todo: quería construir un modelo relativista general para explicar el universo entero a nuestro alrededor. Se trata de una hazaña que a casi cualquier otra persona le hubiera parecido un proyecto estrafalario y ambicioso: pero esta persona era Einstein. Para 1917, Einstein había concebido una fórmula, su modelo cosmológico del universo entero. Basado en el conocimiento astronómico de ese momento, Einstein asumió que el “universo” era simplemente nuestra galaxia, la Vía Láctea (en aquel entonces se pensaba que Andrómeda, la galaxia más cercana a la nuestra, perceptible a simple vista desde sitios oscuros, era sólo una nebulosa dentro de nuestro propio hogar en la Vía Láctea). La ecuación de Einstein predecía que el universo no podía ser estático. Ya que pensaba que nuestra galaxia no estaba ni expandiéndose ni contrayéndose, Einstein tuvo que “detener” el cambio a través del tiempo de su universo teórico y, por lo tanto, agregó un término a su ecuación, llamado la “constante cosmológica”. Así, tenía una fórmula para un universo que era constante y estático. Por lo tanto, no tenía ni un comienzo ni un final. Einstein mantuvo la constante cosmológica en su ecuación hasta principios de la década de 1930 cuando, en una visita a California, conoció a Edwin Hubble. Éste le compartió su descubrimiento de 1929 sobre la

expansión del universo, basado en los movimientos de las galaxias muy lejanas que él, junto con Vesto Slipher y Milton Humason, habían observado con el telescopio de 2.54 m de Mount Wilson. Aunque quizás Hubble no lo haya entendido en ese momento, un universo en expansión alguna vez tuvo que haber sido muy pequeño, y, por lo tanto, tuvo que haber tenido un comienzo. Hoy en día nos referimos a ese comienzo como el Big Bang. *

Desde luego, la historia del comienzo del universo que se cuenta en el libro bíblico del Génesis —escrita por no científicos hace alrededor de 3,000 años — es otra: primero no había nada y después Dios creó el universo. Los autores del Génesis entendieron que el mundo tenía que haber tenido un comienzo. Es curioso que muchos de los grandes científicos de los primeros años del siglo XX no aceptaban esta hipótesis, ¡creían que el universo “siempre había estado ahí”! De 1917 a 1932, Einstein se había equivocado en su creencia (¡a pesar de lo que su propia ecuación le intentaba decir!) de que el universo no tenía comienzo. Por otro lado, un libro bíblico y no científico estaba en lo correcto al mantener que el universo tuvo un inicio. No estoy sugiriendo que el Génesis sea una fuente de información sobre la creación del universo, menciono esta historia para mostrarle a los lectores que la ciencia basada en ideas erróneas llevará a las conclusiones equivocadas. Antes de afirmar saber exactamente cómo surgió el universo y concluir que no hubo un acto de “creación” externo, debemos verificar nuestra información científica de manera muy cuidadosa. Curiosamente, los astrónomos que habían descubierto la expansión del universo, Slipher, Humason y Hubble, no propusieron la teoría del Big Bang. ¡Provino de un sacerdote católico belga! En 1927, Georges Lemaître, un sacerdote consagrado que se especializaba en matemáticas en MIT, estudió los resultados de Hubble, Slipher y Humason del universo en expansión y los extrapoló hacia atrás en el tiempo para concluir que si el universo está expandiéndose ahora, tuvo que haber sido más pequeño en el pasado. En efecto, se valió de las matemáticas para “reproducir al revés” la película de la

progresión del universo hasta su comienzo y demostrar que, en efecto, tuvo un comienzo más o menos como lo dice la Sagrada Escritura. Lemaître nombró el germen del universo “átomo primitivo”. Presentó su teoría de un Big Bang en artículos matemáticos rigurosos que hasta el día de hoy sorprenden a investigadores por su perspicacia y precisión. No obstante, Einstein, comprometido con su propia ecuación que “forzaba” al universo a permanecer estático, al principio luchó con determinación contra el sacerdote. “Vos calculs sont corrects”, le dijo a Lemaître en francés, “mais votre physque est abominable” [“Sus cálculos son correctos pero su física es abominable”]. Éste fue el primero de muchos pleitos que Einstein perdió. El sacerdote siguió sus cálculos y estaba en lo correcto. Este desacuerdo representa de manera muy clara un problema clave de la ciencia: la eficacia de las ecuaciones siempre estará condicionada por su contenido. Si las suposiciones son falsas y no reflejan la naturaleza, las ecuaciones llevarán a conclusiones equivocadas, incluso si la mente científica más brillante del mundo las formula. Ahora sabemos que el universo sí tuvo un comienzo, el Big Bang. Mediante las observaciones con telescopios y satélites, así como el trabajo con los aceleradores de partículas como el Gran Colisionador de Hadrones, creemos que podemos entender cómo progresó el universo desde una fracción de segundo después de su “singularidad” original (el “átomo primitivo” de Lemaître: un lugar en donde las leyes de la física como las conocemos no se sostienen) en el Big Bang hasta el universo que vemos hoy en día. Lo cierto es que no sabemos —y quizá no lo sepamos nunca— qué causó el Big Bang y qué, si es que hay tal cosa, existió o pasó antes de este acontecimiento. Cuando entrevisté al físico ganador del premio Nobel Steven Weinberg en 2010 para un artículo sobre él en la revista Scientific American, le pregunté: “¿Qué causó el Big Bang, qué sucedió antes?” Su respuesta fue simple: “No lo sabemos y no hay manera de saberlo”. Esta declaración, hecha por uno de los físicos y pensadores más prominentes del mundo, me convence de que la ciencia no puede desmentir la existencia de un “creador”. Si la ciencia no es capaz de llevarnos al preciso momento de la creación y a lo que lo haya

precedido, entonces ¿cómo podemos rebatir una fuerza y sustancia preexistente que encaminó a nuestro universo? Como veremos, algunos físicos han tratado de “visitar” el Big Bang y su antesala mediante la proposición de modelos hipotéticos que buscan explicar cómo pudo haber surgido el universo, ya que no hay datos que emanen del Big Bang o lo que le haya antecedido. Estos modelos no surgen “de la nada”: siempre hay una sustancia preexistente, algún tipo de medio a partir del cual surge el universo. En los modelos que estudiaremos, ese medio preexistente es la espuma cuántica: una densa colección de burbujas de espacio y tiempo en donde éstos están altamente interconectados y fuertemente mezclados por las leyes de la mecánica cuántica. No hay manera de asumir que un universo surge de la nada; debe haber algo que preexista. Y para explicar el surgimiento del medio preexistente no podemos evadir algún tipo de fuerza externa de creación. En el siguiente capítulo aprenderemos las reglas cuánticas y cómo gobiernan al mundo de lo muy pequeño, como las burbujas que antedatan a nuestro universo. Durante el último siglo el trabajo en la física se ha orientado a plantear una teoría de “unificación de las fuerzas”. Identificamos cuatro fuerzas en la naturaleza: la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares débil y fuerte. Los avances teóricos (en particular una teoría llamada supersimetría) y los descubrimientos hechos en aceleradores de partículas han llevado a que los físicos sospechen que las cuatro fuerzas de la naturaleza alguna vez estuvieron unidas en una sola fuerza en el momento de la creación del universo mediante el Big Bang. A esto se le llama superfuerza. Surge de las ecuaciones de la física extrapoladas hacia atrás en el tiempo. ¿Qué es la superfuerza, una fuerza de la naturaleza singular e inmensamente poderosa que gobernó a nuestro universo en su origen? De hecho, es algo desconocido y misterioso, es la fuerza responsable de que estemos aquí. Algunos la podrían llamar Dios. Quienes se dedican a explotar su imagen, retratan a Einstein como el ateo consumado. Proliferan descripciones de él como un “no creyente” y un “judío no practicante”. Aunque Einstein, en general, no se adhería a ninguna religión institucionalizada, incluido su judaísmo natal, tampoco era ateo.

Asistió a algunos servicios en la sinagoga durante su año en Praga en 1913, en la cúspide de su creatividad científica. De hecho, sí creía en algún tipo de Dios: la entidad que había creado las leyes de la naturaleza y cuyo descubrimiento imaginaba como su misión en la vida. Einstein, por lo tanto, hablaba en términos de “Dios” con frecuencia. Alguna vez dijo esta frase célebre: “El Señor es sutil, mas no malicioso” (cuando se enteró de un argumento contra la relatividad que después se descubrió era falso). También dijo: “Quiero saber lo que piensa Dios, lo demás son detalles”. Estas son palabras que Richard Dawkins jamás diría. Einstein, por su parte, hizo estas declaraciones —y muchas otras similares acerca de Dios— con claridad y convicción. Además, una carta que Einstein le escribió a una niña en respuesta a su pregunta acerca de sus creencias religiosas, dice mucho de su actitud hacia Dios: Querida Phyllis: Voy a intentar responder a tu pregunta de la manera más simple que pueda. Aquí está mi respuesta: Los científicos creen que toda ocurrencia, incluyendo los asuntos de los seres humanos, se debe a las leyes de la naturaleza. Por lo tanto, un científico no puede inclinarse a creer que la oración, es decir, un deseo manifiesto sobrenatural, puede influir el curso de los acontecimientos. Sin embargo, debemos conceder que nuestro conocimiento real de estas fuerzas es imperfecto, por lo que al final de cuentas, la creencia en la existencia de un espíritu final y definitivo descansa en algún tipo de fe. Dicha creencia sigue siendo generalizada a pesar de los logros actuales de la ciencia. A la vez, cualquier persona involucrada en la ocupación de la ciencia con seriedad, se convence de que algún espíritu está manifiesto en las leyes del universo, uno que es inmensamente superior al del hombre. De esta manera, la ocupación de la ciencia despierta un sentimiento religioso especial que seguro es muy diferente de la religiosidad de alguien más ingenuo. Saludos cordiales, A. Einstein43

A la luz de todo esto, decir que Einstein fue el científico ateo más prominente de la era moderna es una distorsión, la cual se ha promulgado en

innumerables biografías imprecisas escritas por autores que no logran entender a Einstein por completo. Él se veía a sí mismo, quizás en sentido alegórico, como un ser humano con un talento especial que tenía como misión de vida descubrir “los pensamientos de Dios”, o por lo menos las leyes de la naturaleza de Dios. Así que el rostro (literalmente, dada la ubicuidad de su imagen) del “ateísmo científico” no era el hombre que los activistas ateos quisieran hacernos creer. En A Universe from Nothing [Un universo de la nada], Lawrence Krauss cita a Einstein: “Lo que quiero saber es si Dios [sic] tuvo que ver en la creación del universo”.44 El descriptor “[sic]” se emplea cuando se cita a alguien para señalar un error gramatical, de ortografía o una distorsión grave de una idea. El hecho de que Krauss, un físico poco distinguido, agregue un [sic] a una frase de Albert Einstein es un acto de una arrogancia y presuntuosidad asombrosa. Einstein sabía exactamente lo que decía y, sin duda, no necesita que Lawrence Krauss nos interprete sus palabras. Krauss después se atreve a “clarificar” lo que cree que Einstein quiso decir: “He comentado esto porque el Dios de Einstein no era el Dios de la Biblia. Para Einstein, la existencia de un orden en el universo le producía un asombro tan profundo que sentía una conexión espiritual con ello, lo cual apodó, motivado por Spinoza, ‘Dios’”.45 Dado que hay muchas otras referencias a Dios en sus escritos, ¿en qué se basa Krauss para asumir que puede interpretar las palabras de Einstein hasta el punto de agregar un [sic], como si Einstein fuera inculto y no supiera lo que estaba diciendo? Krauss, por supuesto, no es un pensador original y está imitando a Richard Dawkins, quien al parecer se sintió tan amenazado por las declaraciones sobre Dios de la mente más importante del siglo XX que se vio obligado a comenzar su libro reinterpretando las palabras de Einstein para nosotros. El primer capítulo de The God Delusion [El espejismo de Dios], de Dawkins, se titula: “Un profundo religioso no creyente”. Dawkins describe a Einstein como un “no creyente profundamente religioso”, al argumentar que cuando Einstein hablaba de Dios, “no lo creía en serio”. Dawkins admite que Einstein dijo: “La ciencia sin religión es coja, la religión sin ciencia es

ciega”.46 Pero después agrega: “Aunque Einstein también dijo: ‘Lo que leyeron acerca de mis convicciones religiosas era, por supuesto, una mentira, una mentira que se repite sistemáticamente. No creo en un Dios personal y nunca lo he negado; al contrario, lo he expresado con claridad’”.47 Dawkins continua y argumenta que las personas han manipulado las declaraciones de Einstein sobre Dios. Queda claro que Dawkins es culpable de la misma manipulación. La relación de Einstein con Dios, o lo que sea que él haya llamado Dios, es sutil y compleja. En Einstein: His Life and Times, Philipp Frank, un físico dotado y amigo cercano de Einstein durante toda su vida, escribió: “Cuando lo designaron profesor en Praga, se convirtió en miembro de la comunidad religiosa judía”.48 Frank explica que la relación era algo vaga; Einstein también fue acogido por el círculo intelectual judío en Praga de esos años (1911-13): En esa época, ya había un grupo judío que quería desarrollar una vida intelectual independiente entre los judíos… Este grupo estaba muy influido por las ideas semimísticas del filósofo judío Martin Buber… Einstein se incorporó a este grupo, conoció a Franz Kafka y entabló una amistad particularmente cercana con Hugo Bergmann y Max Brod .49

Frank explica que esta comunidad quería crear una vida cultural judía que no estuviera basada en el judaísmo ortodoxo, pero que aun así fuera de naturaleza judía. Al describir ese mismo periodo en la vida de Einstein (el año en Praga) Albrecht Fölsing escribe en Albert Einstein sobre la relación de Einstein con la religión. Según Fölsing, Einstein utilizó la expresión: “Pobreza de ideas sin fe”, al describir a los checos y alemanes de Praga cuando se les comparaba con los intelectuales judíos de esa ciudad.50 Más adelante, Fölsing refiere el uso que Einstein daba a “su fe judía readoptada”.51 Cita a Einstein: “Descubrí que era judío”52 y comenta que: “su experiencia en Praga le pudo haber tocado una fibra sensible ya que dos años después —sólo cinco años después de su llegada a Berlín— Einstein declaró su judaísmo por primera vez y de

manera muy decisiva”.53 Después, en palabras de Einstein: “fue una reacción por completo emocional y no se basaba en el hecho de que quizás haya heredado porciones sustanciales de nuestra herencia espiritual”.54 Sabemos que Einstein no creía en un “Dios personal”, uno que observa las acciones de todas las personas y que interviene activamente en sus vidas como un guardián. Sin embargo, éstas y otras instancias, así como las numerosas declaraciones sobre Dios que hizo a lo largo de su vida al describir la física, dejan claro que sí creía en algún poder superior que “hizo” las leyes de la naturaleza que estaba empeñado en descubrir. Por lo tanto, Einstein no debería ser descrito como ateo. Más aún, decir que en sus repetidas referencias a Dios “no creía en serio” es engañoso y deplorable.

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DIOS Y LA CUÁNTICA

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uando la controversia acerca del origen del universo estaba en boga dentro de los círculos de cosmología a principios del siglo XX, tuvieron lugar desarrollos monumentales en otros ámbitos de la física. La palabra “revolución” sería demasiado moderada para describir el surgimiento de la teoría cuántica, un nuevo punto de vista sobre los procesos de la naturaleza que acontecen en la pequeña escala de los átomos y las partículas elementales. Este avance se logró en la década de 1920 gracias a un grupo formado en buena parte por físicos jóvenes. Los más importantes entre ellos fueron Erwin Schrödinger, Werner Heisenberg, Paul Dirac, Wolfgang Pauli, Niels Bohr y Max Born. La física estaba de cabeza: se empezó a cuestionar la causalidad, la localidad y la simultaneidad. En el mundo cuántico, personificado por el “gato de Schrödinger”, un animal que estaba vivo y muerto al mismo tiempo, nada se parece al mundo que conocemos. En 1935 a Erwin Schrödinger se le ocurrió este célebre ejemplo para ilustrar lo extraño que es el mundo cuántico y el hecho de que las partículas en la mecánica cuántica están en una superposición de estados. Una partícula cuántica puede estar aquí y allá al mismo tiempo, de la misma manera en que el gato en su experimento mental está vivo y muerto. El experimento mental del gato hipotético de Schrödinger consiste en poner a un gato en una caja cerrada. Dentro de la caja hay un frasco de

cianuro conectado a un mecanismo que rompe el vidrio del frasco, liberando el cianuro y matando al gato si se desintegra un átomo en una pequeña cantidad de materia radioactiva en la caja. La idea de Schrödinger es que la desintegración radioactiva del átomo es un suceso cuántico y, por lo tanto, está controlado por las leyes de la mecánica cuántica. El átomo radioactivo está en un estado compuesto entre la desintegración y la no desintegración, que mediante el mecanismo macroscópico del frasco se transfiere al gato. Dado que no sabemos si la desintegración ha tomado lugar, el gato se encuentra en una superposición de dos estados: vivo y muerto, hasta que abramos la caja y así, en un sentido, “colapsemos la función de onda” (un concepto que se describirá más adelante) y el gato sea arrojado a uno de los dos estados actuales: vivo o muerto. Además de la superposición de estados, que explota la naturaleza de onda de la materia en la escala microscópica, hay muchos otros fenómenos que hacen que las partículas cuánticas actúen de manera extraña. Dos o más partículas pueden estar entretejidas de forma tan profunda —se les llama “entrelazadas”— que actúan como una sola, aun si están a kilómetros de distancia. Esta idea, de hecho, se origina con Einstein. Le sirvió para atacar el retrato cuántico de la realidad pues éste no le gustaba, a pesar de que fue uno de los fundadores de la mecánica cuántica al descubrir el efecto fotoeléctrico, en donde la luz se comporta como una partícula (antes se creía que se comportaba como una onda). En 1935 Einstein y dos de sus colegas propusieron una “paradoja” derivada de la mecánica cuántica, ahora llamada en su honor la paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen (EPR). Einstein intentó valerse del experimento mental de la paradoja EPR para acabar con la entonces incipiente teoría cuántica. La paradoja implicaba que si la naturaleza de onda de la materia se tomaba en serio, entonces las partículas que habían interactuado en el pasado seguirían entrelazadas, y sin importar lo que le pasara a una de ellas, conforme la función de onda que gobernaba a ambas (¡aunque ahora estuvieran separadas!) colapsara, la otra partícula sería forzada a actuar de la misma manera. Durante años, nadie sabía qué hacer con el enigma planteado por la paradoja EPR: si las partículas actuaban de esta manera, ello destruiría

todo lo que creemos acerca de la localidad porque desde este punto de vista, algo que está aquí puede verse afectado al instante por algo que ocurre en una ubicación lejana. Treinta años después, el teórico cuántico irlandés John Bell, que trabajaba en el laboratorio CERN, tomó a Einstein muy en serio y en la década de 1960 publicó artículos que presentaban los hoy llamados teoremas de Bell, por medio de los cuales se podía detectar entrelazamientos en el mundo real. Con el tiempo, una serie de experimentos llevados a cabo en California por John Clauser y sus colegas, y en Francia por Alain Aspect en la Universidad de París, en Orsay, han verificado el fenómeno de entrelazamiento mediante muchos experimentos: una partícula en una ubicación actuará en concordancia con una del otro lado del cuarto o del otro lado del universo; esta “coordinación” entre partículas acontece instantáneamente, más rápido de lo que podría viajar entre ellas una señal de luz para transmitir cualquier tipo de información.

El milagro cuántico en el cual una partícula puede estar superpuesta en dos estados diferentes: como el gato de Schrödinger, que está tanto vivo como muerto de manera simultánea.

Como si este comportamiento, extraño y en apariencia tan ajeno a este mundo, no fuera suficiente, en el reino cuántico uno no puede diferenciar la causa del efecto: en el mundo cuántico no es posible saber si un cerillo arrojado al piso causó un incendio foresta o si fue el incendio forestal lo que causó que se encendiera el cerillo. Como bien dijo Richard Feynman: Si crees

entender la cuántica, estás loco. Para tener un buen manejo de la teoría, los investigadores se dieron cuenta de que tenían que recurrir a las probabilidades. Pero los “ateos científicos” de nuestros días emplean estas mismas incomprensibles reglas probabilísticas de la mecánica cuántica para argumentar que Dios no existe; dicen que estas “reglas cuánticas”, entendidas a medias, de algún modo reemplazan a Dios. Y que ya que tenemos estas reglas —cuya comprensión es altamente incompleta— no es necesario un “creador”. Según Lawrence Krauss: “Literalmente todos surgimos de la nada cuántica”.55 Ahora bien, las reglas cuánticas no implican para nada que un universo deba aparecer del vacío. Si hacemos a un lado el hecho de que no entendemos por completo la teoría cuántica, hay una falta absoluta de límites bien definidos: no hemos identificado un punto, una escala de medida, en donde las cosas dejen de comportarse según las reglas cotidianas y empiecen a actuar según las extrañas leyes cuánticas. Una buena teoría científica se define como una que permite que hagamos predicciones válidas y verificables para las observaciones futuras. La teoría cuántica es tan bizarra e incomprensible que sus predicciones se entienden como probabilidades. A esta postura se le conoce como la “Interpretación de Copenhague” de la mecánica cuántica. Las teorías cuánticas dependen de entender que una partícula también es una onda. La onda puede conducir a una distribución de probabilidad para varios resultados reales de un experimento. Según la interpretación estándar, la Interpretación Copenhague de la teoría cuántica (Werner Heisenberg desarrolló la teoría mientras trabajaba en Copenhague con su mentor, el pionero cuántico danés Niels Bohr), sólo podemos predecir las probabilidades de resultado en un experimento dado, no lo que realmente va a ocurrir. Según Heisenberg y Bohr, la cualidad de onda de una partícula colapsa en el momento en que intentamos medir dicha partícula. La medida real es una materialización de una distribución de probabilidad (la cual es el cuadrado de la amplitud de la función de onda). (Una alternativa, aunque es un acercamiento menos plausible, es la

interpretación de los “Universos Paralelos” de la mecánica cuántica, propuesta por Hugh Everett III. Esta interpretación afirma algo aún más extraño que las probabilidades: que lo que no pasa aquí en cualquier experimento dado, ocurre en otro mundo. Hacemos un experimento y obtenemos un resultado de las muchas posibilidades inherentes en la función de onda de cualquier partícula. Ya que otros resultados posibles también pudieron haber ocurrido, según Everett, sí ocurren, en otro mundo). Si una teoría no puede predecir resultados reales, entonces no nos imparte conocimientos perfectos. Por lo tanto, es sumamente sospechoso emplear la física cuántica para atacar la existencia de Dios. Este es un argumento valioso en contra de los Nuevos Ateos que afirman que la mecánica cuántica “nos dice” que un universo aparecería del vacío. En este libro regresaré muchas veces a esta y otras fallas en nuestra comprensión de la naturaleza. Uno de los momentos decisivos de mi carrera como matemático y científico ocurrió cuando en el otoño de 1972 conocí a uno de los “padres” de la teoría cuántica, el físico alemán Werner Heisenberg, quien visitó ese año el Departamento de Física de la Universidad de California, en Berkeley, cuando yo era estudiante ahí. Heisenberg nos dio una plática brillante acerca de su descubrimiento del famoso principio de incertidumbre que gobierna el comportamiento cuántico. Según el principio de Heisenberg, el producto del momento y la posición de una partícula debe ser por lo menos tan grande como una constante (relacionada con el número que descubrió el físico alemán Max Planck, llamado la constante de Planck). Si medimos la posición de la partícula, la alteramos por el mero hecho de medir y, por lo tanto, si después medimos el momento (o la velocidad), obtendríamos una respuesta distinta de la que tendríamos si midiéramos primero la velocidad; en ese caso, medir la velocidad de la partícula la alteraría, y su medida de posición, tomada después, sería diferente de lo que obtendría si se midiera primero. El principio de incertidumbre gobierna todo en el mundo cuántico: nada se sabe con certidumbre. En su uso más común, el principio de Heisenberg se extiende mucho más allá del lugar y la velocidad de una sola partícula y se aplica a los dos conceptos más importantes en la historia de la ciencia física:

la energía y el tiempo. El principio de incertidumbre dice que en el micro-nivel de los átomos, las moléculas y otras partículas pequeñas, todo es granular, no es posible saber las cosas con precisión, sino únicamente dentro de una aproximación estadística. Si conoces la energía con precisión, no conoces la medida de tiempo exacta asociada con ese nivel de energía; y si conoces el tiempo con precisión, no conoces la energía con exactitud. No es posible argumentar que una teoría que está entrelazada a un nivel tan profundo con el “no conocimiento” de la naturaleza “nos dice” que un universo surgió a partir de la nada. No es ese tipo de teoría. En términos generales, su precisión se debe a que nos permite hacer predicciones probabilísticas o estadísticas; aunque también predice los valores de las constantes de la naturaleza. La mecánica cuántica puede definir con una precisión sin precedentes cuál será el resultado probabilístico de un experimento. Si en un experimento, la teoría cuántica nos dice que hay 50 por ciento de probabilidad de que una partícula medida tome un giro “hacia arriba” y 50 por ciento de probabilidad de que tome un giro “hacia abajo”, entonces, si hacemos el experimento con un millón de medidas de partículas, podemos estar seguros de que en efecto encontraremos que casi medio millón de medidas giran “hacia arriba” y medio millón de medidas giran “hacia abajo”. La teoría también ha predicho los valores exactos de los niveles de energía de un átomo de hidrogeno (así como el Efecto Lamb, el cual se ha explicado mediante las interacciones de un electrón con partículas virtuales en el “vacío”). Puesto que en realidad no sabemos lo que ocurre en el nivel cuántico y sólo contamos con teorías extrañas (y desde el punto de vista de Einstein, “incompletas”) —de naturaleza probabilística (“Copenhague”) o estrafalarias en el extremo (“Universos Paralelos”)— estas teorías no son “reales”. La ecuación que desarrolló Erwin Schrödinger en 1925 — la Ecuación de Schrödinger, publicada el 1º de enero de 1926— utiliza las propiedades de onda de la materia descubiertas años atrás por Louis de Broglie. Esta “ecuación de onda” es una ecuación diferencial que gobierna el

comportamiento de las partículas cuánticas consideradas ondas. La incertidumbre del mundo cuántico aparece aquí, al igual que en el trabajo de Heisenberg, porque las ondas ondulan y su ondulación puede interpretarse (si se eleva al cuadrado) como una distribución de probabilidad para las propiedades de partículas que poseen la función de onda, es decir, todas las partículas pequeñas gobernadas por las leyes de la mecánica cuántica. Sabemos que las ondas son aditivas. Es posible sumar dos ondas constructivamente —pensemos en dos olas en el océano, una sobrepasa a la previa produciendo una ola más grande— o destructivamente, cuando el valle de una onda coincide con la cresta de otra, la suma de las dos ondas resulta plana: las amplitudes de las ondas se cancelan la una a la otra. Es esta naturaleza de onda de las partículas la que hace que el mundo cuántico sea lo que es y la que crea su comportamiento extraño: permite la superposición de estados. El gato en el experimento mental está en una superposición de estar vivo y muerto. Richard Feynman extendió la idea de la superposición para desarrollar una teoría en donde una partícula va de un lugar a otro a través de “todos los caminos posibles”. Así, para ir del punto A al punto B, una partícula puede tomar no sólo la ruta directa en línea recta entre ellos, sino también “caminos que pasen por el restaurante que sirve esos ricos camarones con curry para después rodear Júpiter unas cuantas veces antes de regresar a casa”,56 como lo describen Hawking y Mlodinow en su libro, The Grand Design [El gran diseño]. A cada ruta de A a B se le asigna una probabilidad y las probabilidades llevan al camino más dominante en el cálculo final.

Las funciones de onda en mecánica cuántica pueden ser sumadas o restadas, como dos olas de mar que se juntan para formar una gran ola (o una más pequeña cuando se cancelan entre sí).

Sin embargo, según esta teoría estrafalaria —cuyas predicciones, se han demostrado en distintos experimentos, de tal modo que “funciona”— ningún proceso tiene una “historia” definitiva: la partícula en este ejemplo tomó “todos los caminos” de A a B con diferentes probabilidades. Hawking y Mlodinow parten de esta idea de Feynman para concluir que el universo no tiene una historia definitiva. Lo que quieren decir es que de la misma manera que una partícula va de un lugar a otro tomando “todas las rutas posibles” —sea cual sea el significado de esta hipótesis— así lo hace también el universo entero. El razonamiento es que antes del Big Bang, o una fracción de segundo después, mientras seguía siendo diminuto y muy compacto —quizá del tamaño de un átomo o aún más pequeño— y antes de crecer para volverse un macro objeto, el universo tuvo que seguir las reglas de la cuántica. Si tomó “todas las rutas posibles” desde el principio hasta llegar a ser del tamaño de, por ejemplo, un grano de arena, un pequeño macro objeto, entonces la historia del universo no es definitiva. No queda claro cuál sea el valor de una conclusión así, pero Hawking y Mlodinow afirman: “La física cuántica nos dice que no importa qué tan exhaustiva sea nuestra observación del presente, tanto el pasado (no observado) como el futuro es indefinido y existen únicamente como un espectro de posibilidades. El universo, según la física cuántica, no tiene un sólo pasado o historia”.57 Sea cual sea el significado de esta declaración, sus autores después dicen: “no es correcto regresar la imagen del Big Bang hasta el comienzo”.58 Y de ahí, de alguna manera, afirman que el universo puede aparecer por sí mismo sin un creador. Los argumentos cuánticos que utilizan no llevan a dicha conclusión. El “método de todas las rutas” de Richard Feynman deriva del experimento cuántico más antiguo que se haya realizado jamás, el “experimento de la doble rendija” que el doctor británico Thomas Young — sus intereses eran tan variados que incluso descifró jeroglíficos egipcios— llevó a cabo en 1803. En el experimento, la luz pasaba a través de dos rendijas y se proyectaba sobre una pantalla, en donde se hacía evidente un patrón de interferencia. Esto probó que la luz era una onda, como las olas en el agua (Young también demostró la interferencia de las ondas del agua como

método de comparación). Sin embargo, lo que pasa aquí se vuelve un gran misterio en la física cuántica; Feynman lo llamó el misterio de la mecánica cuántica. Alain Aspect me lo explicó así cuando lo visité en su laboratorio en París: “Con fuentes de luz modernas, es posible controlar la emisión de luz para que la lámpara libere un fotón a la vez”. Cuando se libera un fotón a la vez y se encuentra con las dos rendijas, el patrón de interferencia se sigue formando. ¡Esto quiere decir que, de alguna manera, el fotón pasa por las dos rendijas y luego interfiere consigo mismo! Lo anterior coincide con la ecuación de onda y la superposición de estados: el fotón está en una superposición de dos estados: atraviesa la rendija 1 y la rendija 2. Feynman acertó al considerar que este misterio es el paradigma de todos los misterios de la mecánica cuántica. En una descripción imaginativa de cómo Feynman pudo haber llegado a su enfoque “integral de caminos” de la mecánica cuántica, el físico teórico A. Zee escribió en su libro, Quantum Field Theory in a Nutshell: Hace mucho tiempo, en una clase de mecánica cuántica, el profesor soltó una perorata acerca del experimento de la doble rendija mediante el enfoque estándar... De repente, un estudiante muy brillante, llamémoslo Feynman, preguntó: “Profesor, ¿qué pasa si hacemos un tercer hoyo en la pantalla?” El profesor respondió: “Claramente, la amplitud para que se detecte la partícula en el punto O ahora sería el resultado de la suma de tres amplitudes...” El profesor estaba a punto de continuar cuando Feynman lo volvió a interrumpir: “¿Qué pasa si hago un cuarto y un quinto hoyo en la pantalla?” El profesor ya estaba perdiendo la paciencia: “Está bien, sabiondo, creo que es obvio para toda la clase que sumamos todos los hoyos”. Feynman insistió: “¿Qué pasaría si ahora agregamos otra pantalla con algunos hoyos perforados?” El profesor realmente estaba perdiendo la paciencia...Feynman siguió insistiendo: “¿Qué pasaría si pusiera una tercera pantalla, una cuarta,? Qué pasaría si pongo una pantalla y perforo una cantidad infinita de hoyos para que la pantalla ya ni siquiera exista?” El profesor suspiró: “Continuemos, hay mucho material que cubrir durante este curso”.59

Zee parece estar de acuerdo con Feynman en que en efecto el experimento de doble rendija se puede extender conceptualmente a una infinidad de hoyos. Agrega: “Es obvio lo que el sabiondo Feynman insinuaba. Disfruto sobre todo su observación sobre el hecho de que si se pone una pantalla y se

perforan un número infinito de hoyos, entonces la pantalla deja de estar ahí. ¡Muy Zen!”.60 Lo que Feynman mostró es que, aun si hubiera un espacio vacío entre la fuente y el detector —ninguna barrera con rendijas—, la partícula, de alguna manera, tomaría “todas las rutas posibles” desde la fuente hasta su destino. Si bien los cálculos a partir de esta teoría verifican los hallazgos experimentales, es importante notar que se les dan muy pocas probabilidades a las rutas muy “exóticas” de la fuente a su destino. Aun así, es una manera muy peculiar de ver la realidad, quizá refleja el hecho de que en la mecánica cuántica no tenemos un entendimiento real de la realidad. El reconocido filósofo y teórico cuántico francés Bernard d’Espagnat concluye que como la teoría cuántica es tan extraña e incomprensible, no es una teoría “real”. La llama una teoría de realidad velada. Por lo tanto, lo que vemos en el mundo cuántico es una versión “velada” de lo que realmente está pasando “dentro” de la caja negra de la realidad en el nivel micro. D’Espagnat explica: “La idea de la Realidad Velada [...] implica la conjetura de que nuestras grandes leyes matemáticas son reflexiones sumamente distorsionadas —o rastros imposibles de descifrar con certeza— de las grandes estructuras de ‘lo Real’”.61 Debido a las inmensas dificultades conceptuales para obtener cualquier entendimiento profundo y fundamental de la realidad detrás de las observaciones y cálculos cuánticos, d’Espagnat intentó resolver el problema a través de una analogía interesante, al citar escritos de Hervé Zwirn, a quien parafrasea: Todo parece indicar que nuestras habilidades de conceptualización rebasan las de los perros, los monos y otros animales. Él [Zwirn] se preguntaba si es posible o no concebir una habilidad de conceptualizar que exceda la nuestra de la misma manera que la nuestra excede la de los perros y los monos. Señaló que responder que “no” sin pensarlo sería extremadamente presuntuoso...Nos queda, entonces, la otra alternativa: conceder que, después de todo, no es absurdo evocar la idea de un “algo” que no podemos conceptualizar.62

Según d’Espagnat, ni siquiera el “tiempo cósmico” tiene un significado absoluto en ningún sentido. Propone que un físico podría interpretar la idea

religiosa de la inmortalidad de la siguiente manera: En vista de este hallazgo, el término “inmortalidad” que uno encuentra tan a menudo en dichas religiones, se ha vuelto algo desconcertante ya que parece postular de forma implícita un tiempo absoluto cuya conceptualización es anterior al de la mente humana. Entonces la pregunta es: ¿no se debería entender que este término se refiere, en el estilo pintoresco que las religiones se ven obligadas a utilizar, a otra noción que también pertenece a su reino, es decir a la de “eternidad”, en el sentido de escapar del tiempo? [cursivas en el original]. Por las mismas razones también deberíamos considerar (¡de manera aún más osada!) si al reenfocar al Ser único, la noción de “creación” —el “acto creativo”— podría independizarse del tiempo, por lo menos del tiempo de la experiencia humana, el tiempo de la realidad empírica.63

Podemos observar que después de haber considerado la misma extrañeza cuántica del universo que Hawking, un físico reputado ha llegado a una conclusión muy diferente acerca de lo que, como seres humanos, podemos entender y conceptualizar. Se inclina a creer en la creación así como en la eternidad. Uno se siente tentado a especular que posiblemente pensar sobre mecánica cuántica con su misterio y magia ha llevado a d’Espagnat a esas ideas que parecerían casar la fe con la ciencia. La naturaleza de la teoría cuántica, tan ajena a nuestro mundo, ha obligado no sólo a d’Espagnat sino a muchos otros pioneros cuánticos como John Bell, a concluir que la teoría no nos puede decir lo que es, sino que sólo nos brinda una sombra de la realidad que no podemos alcanzar. Bell fue el físico teórico irlandés que le tomó la palabra a Einstein al explicar y elucidar el concepto de entrelazamiento, la “escalofriante acción a distancia” de Einstein que él mismo consideraba extraña e inexistente, pero que Bell comprobó con sus teoremas. En su libro, Speakable and Unspeakable in Quantum Mechanics [Lo decible y lo indecible en mecánica cuántica](1993), Bell especula sobre las verdades subyacentes en la mecánica cuántica y su relación con la realidad tal como la entendemos. Bell observa varias categorías de entidades involucradas con la mecánica cuántica: observables (cosas que observamos), el aparato experimental que usamos en experimentos cuánticos, las variables

en cada situación, las que controlamos y las que no controlamos, etcétera. Más adelante propone el concepto “beable”.64 Un beable es un elemento real de la teoría, mientras que otros no lo son. Bell nombra las cosas que son físicas “beables”, término análogo a “observables” (cosas que podemos observar). Según Bell, los campos son beables —tienen una realidad— en cambio los potenciales, como el potencial electromagnético, no lo son. El potencial “no debería estar ahí. No es más que una conveniencia matemática”.65 Continúa: Una de las no localidades aparentes de la mecánica cuántica es el instantáneo “colapso de la función de onda” en la “medida” en todo el espacio. Pero esto no nos molesta si no le damos el estatus de beable a la función de onda. Lo podemos considerar simplemente como un mecanismo matemático conveniente pero no esencial para formular correlaciones entre procedimientos experimentales y resultados experimentales, es decir, entre una serie de beables y otro.66

Tanto Bell como d’Espagnat trazan una línea entre lo que es posible entender cuando nos enfrentamos con el mundo cuántico y lo que no. Estiman que la “realidad” subyacente de la mecánica cuántica está muy lejos de nuestra comprensión. La teoría cuántica bien podría ser una teoría que sólo un ser divino puede comprender del todo. No entendemos lo que sucede en el mundo de lo muy pequeño, así de simple es. Gerard ‘t Hooft, el genio holandés que ganó el Premio Nobel por explicar la intrincada teoría de la física de partículas, me contó recientemente que sus nuevas líneas de investigación van a regresar a lo básico, intentará “comprender mejor la mecánica cuántica”. Una vez más, no entendemos el mundo cuántico y lo que realmente ocurre en el reino de lo muy pequeño. Así que afirmar que la mecánica cuántica de alguna manera “nos dice” que un universo debe brotar de la nada sin necesidad de una creación, como lo hace Krauss, y como parecen implicar en un menor grado Hawking y Mlodinow, es sin duda injustificado. En 1928, Paul Dirac combinó la mecánica cuántica con la teoría especial de la relatividad de Einstein, con lo cual implicó la existencia de la antimateria que unos años después se confirmó de forma experimental. Esta

idea condujo al descubrimiento de que las partículas se pueden crear en pares de energía pura (en función de la famosa ecuación de Einstein que muestra que la masa y la energía son lo mismo). Por lo tanto, se ha mostrado que el espacio vacío está permeado con energía que se convierte en pares de “pares de partículas virtuales”. De modo que no existe el espacio vacío: puesto que campos de varios tipos permean el espacio vacío, el espacio está atestado de pares de electrones y positrones, por ejemplo, que entran y salen de la existencia conforme la energía se convierte en pares de partículas que después se aniquilan la una a la otra para formar rayos gamma, una forma de energía. Lawrence Krauss le ha dado mal uso a la idea del “espacio vacío” (que como podemos observar, nunca está “vacío”) para argumentar engañosamente que el universo surgió de este “vacío”. El espacio, por supuesto, nunca es “nada”; contiene energía y siempre está impregnado de líneas de campo de fuerza (electromagnéticas, gravitacionales y del campo Higgs), y la energía suministrada por los campos lleva a la creación de pares de partículas. Por lo tanto, la creación de dichas partículas nunca acontece “a partir de la nada”, surge de un espacio preexistente que está abarrotado de energía. ¡Ese espacio, esa energía y los campos que lo permean tuvieron que venir de algún lado!

_____________________________

7

EL ENGAÑO DEL “UNIVERSO A PARTIR DE LA NADA”

L

a predicción de Paul Dirac sobre la existencia de la antimateria, y su descubrimiento experimental posterior, fueron un avance monumental en la física. La existencia de la antimateria se entiende dentro del contexto de la famosa fórmula de Einstein E=mc2, que iguala los conceptos de la masa y la energía. La teoría de la antimateria de Dirac proporcionó el mecanismo concreto para la “creación”. ¿Cómo? Einstein nos enseñó que la masa es energía y que la energía es masa. Según la teoría de la relatividad, las dos son lo mismo. Hasta que llegó Dirac, no sabíamos cómo convertir una esencia en otra: cómo convertir la masa en energía y la energía en masa. Si, según Einstein, las dos son lo mismo, deberían ser intercambiables. La célebre ecuación de Dirac —que incorporó las estipulaciones de la teoría de la relatividad especial de Einstein — proporcionó el mecanismo real con el que la masa se puede convertir en energía y la energía se puede convertir en masa. Para Einstein, se trata de una esencia que cambia de forma: como agua que se transforma en hielo y hielo que se transforma en agua. El nombre técnico del mecanismo de Dirac es “creación de pares”. Este término quiere decir que de una cantidad dada de energía, la naturaleza puede crear pares iguales de partículas. El universo tiene simetrías hermosas insertas dentro de su estructura misma. El par de partículas que se puede producir mediante el mecanismo de

Dirac, a partir de una pequeña cantidad de energía, es un par de elementos igualados a la perfección: uno es el reflejo exacto del otro en todos los sentidos, una partícula está hecha de “materia” y la otra de “antimateria”. Dado que el fotón, una partícula de luz (es decir, un quántum de energía) no tiene carga eléctrica, una de las partículas creadas tendrá una carga positiva y la otra tendrá la misma cantidad de carga negativa; las dos partículas son como el Yin y el Yang: una complementa a la otra. Su carga total, junta, es cero, ya que +1 y -1 suman cero, que es la carga original del fotón que se creó. Por lo tanto, una vez que tenemos un poco de energía disponible, a partir de las reglas cuánticas y la ecuación de Dirac podríamos crear pares de partículas y antipartículas y, por consiguiente, un universo “a partir de la nada”. El brillante físico de MIT Alan Guth propuso este tipo de universo, lo llamó “el almuerzo gratis definitivo”. Explicar esta idea requiere cierto trabajo. La idea de un “universo a partir de la nada” surgió de la unión de la mecánica cuántica y la idea de la antimateria de Dirac. Como hemos visto, la mecánica cuántica nos dice que las cosas fluctúan naturalmente (son estas fluctuaciones, que nacieron del principio de incertidumbre de Heisenberg, las que asociamos con las probabilidades ubicuas inherentes en la teoría cuántica). Ahora, incluso en un vacío habrá ciertas fluctuaciones cuánticas en la energía, fluctuaciones que quizá ronden un valor de cero absoluto. Según está hipótesis, si durante una fracción de segundo esta energía fluctuante es positiva, entonces, en función de la ecuación de Dirac, la energía puede crear pares de partículas y antipartículas. Por lo tanto, parece que la materia se “creó de la nada”. Sin embargo, por supuesto que no es así, lo que tenemos es energía convirtiéndose en materia, que después puede regresar a ser energía mediante la aniquilación de la materia con la antimateria. Hay muchos problemas que esta teoría no ha abordado. Primero, ¿qué pasa con toda la antimateria? ¿A dónde va? ¿Por qué no aniquila a la materia de nuevo para crear energía? La teoría del “universo a partir de la nada” no ha respondido estas y otras preguntas relacionadas. Por último, la fluctuación cuántica de energía, aun alrededor de un valor global de cero, tiene que

fluctuar sobre algo. ¿Qué es este algo en donde ocurre la fluctuación? Tiene que ser algo preexistente. Veremos esta idea más adelante. El libro de Lawrence Krauss, el cual su autor describe como el resultado de un video que hizo para Richard Dawkins, explota la idea de Alan Guth sobre el universo como “un almuerzo gratis” y concluye que el universo surgió de la nada pura. El problema principal con esta teoría reside en la definición de la “nada”. Krauss emite algunas declaraciones vagas acerca de las energías positivas y negativas y, por fin, hacia el final de su libro, recurre como “prueba” a un artículo del físico Alexander Vilenkin. No hay ninguna referencia en el libro de Krauss al artículo de Vilenkin, ni a cualquier otro libro o artículo. Simplemente afirma que el artículo de Vilenkin, que no identifica, “prueba” que un universo puede surgir de la nada pura. No pude encontrar el artículo de Vilenkin al que alude Krauss, así que contacté a su autor, quien en un gesto generoso, me envió una copia de su trabajo, escrito en 1985. La fecha, por sí sola, muestra que no hay nada nuevo en el libro de Krauss, el resultado técnico sobre el que descansa la tesis entera del libro es de hace más de un cuarto de siglo. ¿Pero qué dice el trabajo de Alexander Vilenkin? ¿Refuta la existencia de Dios basándose en la física? El artículo de Vilenkin, “Quantum Origin of the Universe”67 es, en efecto, una obra maestra de la física que emplea tanto la relatividad general como la mecánica cuántica para intentar rastrear el origen mismo de nuestro universo. Sin embargo, en la última página de su articulo, Vilenkin nota lo siguiente: La mayoría de los problemas que se discuten en este trabajo pertenecen a la “cosmología metafísica”, la rama de la cosmología completamente separada de las observaciones. Sin embargo, esto no quiere decir que dichos problemas no permitan hacer un análisis racional: las ideas pueden demostrarse al revisar la consistencia general de nuestra visión del universo.68

La visión del universo en la que se basa Vilenkin consiste en lo que sabemos del universo gracias a la teoría y la observación. El punto de partida de su modelo cosmológico es, en efecto, algo en un sentido “anterior” a la

existencia de algún fragmento de espacio-tiempo que después se llena con campos y partículas, y consecuentemente crece para convertirse en el universo que conocemos. La “nada” de Vilenkin está, de hecho, más cercana a la “nada” que cualquier cosa que se haya contemplado antes. Pero, como científico cuidadoso, Vilenkin sigue siendo cauteloso sobre su definición de la nada, y entrecomilla el término. La nada de Vilenkin no es un espacio-tiempo que exista. Es un solo punto, sin extensión. Pero ese punto sigue estando incrustado en un medio preexistente: la espuma cuántica que existió antes de la creación del universo. (La espuma cuántica es un medio altamente turbulento y condensado en donde el espacio y el tiempo son altamente curvos y en el que los efectos cuánticos y la relatividad general son muy potentes). En ese sentido, el universo no surgió a partir de la nada completa y absoluta, parecida al conjunto vacío de los matemáticos. Esta “nada” del modelo de Vilenkin es la ausencia de un espacio-tiempo clásico. Vilenkin escribe: “Discutiré un modelo en el que el universo se crea por el efecto túnel a partir de la “nada”, y con “nada” me refiero a una espacio que carece del espaciotiempo clásico”.69 Al recurrir al proceso de mecánica cuántica llamado efecto túnel, mediante el cual un sistema cuántico (por lo regular una partícula pequeña, aunque en este caso la partícula pequeña es el punto sin extensión que se convertiría en el universo) “hace un túnel” a través de un límite clásico. Por regla general, una partícula cuántica puede atravesar una barrera gracias a sus poderes del efecto túnel. Puede hacerlo porque como recordaremos, en la mecánica cuántica una partícula es también una onda, y por lo tanto tiene una función de onda. Puede suceder que la longitud de onda de la función de onda se extienda más allá de la ubicación de un límite físico como un pedazo delgado de metal. Ahora, puesto que cuando la función de onda se eleva al cuadrado el resultado es la función de probabilidad, pude suceder que la función de probabilidad “se estire” más allá del límite. Esto quiere decir que la partícula tiene una probabilidad no-cero de existir más allá del límite. Y dado que en la física cualquier cosa que pueda suceder (es decir, que tenga una probabilidad no-cero de ocurrir) tarde o temprano va a suceder, la

partícula puede “construir un túnel” para pasar al otro lado de la barrera. Al aplicar esta idea al punto que representa un universo sin expandir, Vilenkin argumenta que su función de onda le permite extenderse más allá de su estado de la “nada” y que, por lo tanto, a la larga lo hace. El resto, como dicen, es historia: ¡el Big Bang! La nada de Vilenkin no es una nada absoluta. Requiere muchos elementos para que surja su universo: la espuma cuántica, el campo gravitacional de Einstein, el campo de Higgs, el efecto túnel y otras entidades y leyes físicas. Por lo tanto, es engañoso afirmar, como lo hace Krauss en su libro, que un universo se puede crear a partir de la nada absoluta.

Una partícula cuántica puede “cavar” su camino a través de una barrera sólida, porque sus funciones de onda y probabilidad pueden extenderse más allá de algo compacto.

Al no deberle nada a la doctrina de Dawkins y su empeño en refutar la existencia de Dios, el propio Vilenkin va en una dirección opuesta. En la introducción a su artículo, escribe: “La idea de que el universo fue creado de la nada es por lo menos tan vieja como el Antiguo Testamento”.70 Después cita las Confesiones de San Agustín: “¿Qué estaba haciendo Dios antes de crear al cielo y la Tierra? Si estaba descansando y no hacía nada, ¿por qué no siguió haciendo nada por siempre, como lo había hecho siempre en el pasado?”.71 La respuesta, según Vilenkin, es el efecto túnel a partir de la

“nada”. El espacio y el tiempo se crearon en el Big Bang que resultó de la fluctuación cuántica en la espuma:

Según este modelo, una vez que acontecen los efectos cuánticos, entra en juego la relatividad general de Einstein, y así encontramos el universo que tenemos hoy en día, dominado por la gravedad y las otras tres fuerzas de la naturaleza. Así que el universo de Vilenkin no comienza a partir de la “nada”. El universo de Vilenkin comienza con una burbuja real existente dentro de la espuma cuántica preexistente. Esto es lo que escribe: “Describe una burbuja que se contrae en el (tiempo) t0. En la historia real de la burbuja, la parte t
Por que la ciencia no refuta a Dios - Amir D. Aczel

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