Mariela Giménez - Trilogía Azabache-Esmeralda-Ambar - 1 Azabache. El Color de la Pasión

205 Pages • 79,831 Words • PDF • 1 MB
Uploaded at 2021-09-24 14:05

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


AZABACHE El color de la pasión MARIELA GIMÉNEZ

Marcel Maidana Ediciones ISBN 978-987-3669-11-8

AGRADECIMIENTOS

Para los que eligen creer que lo mejor está por venir. Gracias a mis padres por haberme regalado lo más valioso de la vida... La posibilidad de creer en mi misma. Sin ustedes, esto no hubiera sido posible.

PRÓLOGO Mañana cuando presentes estemos, indúceme al amor sin temor, a vista primera, como si fuera una nueva primavera, con rubor de una flor.

Miguel Visurraga Sosa

Los tabúes culturales, los paradigmas establecidos, los absolutos estipulados, pueden conducir años de vida de una sociedad… ¿pero poseen la capacidad de desmoronar el amor puro y sincero? Dos personas, dos vidas totalmente antagónicas y un sendero en común, parecen ser el hilo argumentativo de Azabache. Un libro donde la pasión excede las letras y los suspiros de tinta y papel hacen eco en la mente del lector. Ella, una joven escritora, con un caudal de vida triste, difícil. Vida, que por esas cosas del destino algún día cambió de color. Él, hijo del líder de un poblado, signado desde su nacimiento a cumplir con una misión: tomar el mando de su pueblo. Entre ellos, la pasión destruyó murallas y el amor ablandó corazones. Un pueblo que se siente atraído y a la vez dolido… una historia profunda pero no ajena, que lleva a más de un poblador de la zona a replantearse cuánto ganaron y cuánto perdieron al seguir con ciertas normas de costumbre. Con una mirada sumamente innovadora, la autora logra atravesar la cubierta abstracta e imaginaria que este pueblo situado entre las colinas de América del Norte ha establecido. Por momentos, la voz de la narradora se pierde, y allí surge con fuerza la protagonista. Un libro que fusiona sentimientos encontrados, conducidos a través de páginas relatadas de manera amena, grata. El lector se sentirá parte activa de esta obra, siendo un testigo de cada momento que en ella se describa. Amores, odios, pasiones y desenfrenos, son las palabras con que definiría a Azabache. Melina Jaureguizabar

SAM SHAW La luz del sol levemente comenzaba a asomarse, acariciando mi rostro deliciosamente y la sal en el aire resultaba vigorizante. Siempre me ha gustado estar en la playa, la tranquilidad del amanecer, la soledad. De alguna manera sentía que después de tanto sufrimiento me protegía de salir lastimada nuevamente. Observé la pila de cuadernos y las notas que siempre llevaba conmigo. Soy escritora de tiempo completo y mi material de trabajo es inseparable de mí casi en todo momento. Levanté la copia de la segunda edición de mi primer libro, −El lado oculto de Marruecos− por Sam Shaw, ese es mi nombre, claro. A juzgar por el título se trataría de alguna estúpida guía turística que intentara descubrir sin éxito la esencia de ese país, pero eso estaba lejos de lo que yo escribía. Siempre tuve una compulsión por conocer a la gente, contar sus historias, únicas e irrepetibles. Quizás conocer a la gente era un eco de lo que nunca pude hacer, conocer a quienes realmente me importaban, mis padres. No sabía nada de mi existencia. Busqué intensamente, pero en el hogar de la Sra. Temple nunca pudieron decirme algo, o no quisieron hacerlo; y no había nada que fuera ciertamente rastreable, como si simplemente hubiera aparecido de la nada. Después de un tiempo me rendí sin remedio, esa parte de mi historia estaría por siempre perdida. Durante años viví sometida a los golpes y los maltratos de la señora Temple, ella nunca me dejaría ir porque por alguna razón desconocida me odiaba profundamente. Cuando cumplí quince años fue suficiente para mí, huí de allí con mi ropa puesta y con nada más que un papel que acreditaba que mi nombre era Samantha Jones. Me sonaba extraño. No me encontraba allí, en ese nombre, en esa casa. Vagué sin rumbo durante días. El hambre era apremiante. Por las calles de Boston conocí a Rosario, una prostituta bondadosa que compartió conmigo lo poco que conseguía vendiendo su cuerpo a unos cuantos idiotas. Yo era pequeña pero de alguna manera bonita, y no pasó mucho tiempo para que sus clientes comenzaran a ofrecerme dinero a cambio de "favores". Lloré todas las noches durante dos largos años, me sentía perdida, lo único que tenía era amor ficticio a cambio de veinte dólares que nunca serían suficientes para sacarme de allí. Con el paso del tiempo mi rostro se había vuelto vacío, sin vida. Mi cuerpo estaba surcado por las cicatrices invisibles de besos vendidos a desgano. Miraba mis ojos color ámbar en el espejo gastado de la habitación de motel que compartíamos con Rosario y no podía ver nada en ellos. Mi destino tuvo un giro inesperado cuando conocí a Edward Shaw. Era un profesor de literatura retirado, de sesenta y ochoaños, que había dedicado la vida entera a su trabajo y le temía a la soledad de los últimos años. Cuando lo vi por primera vez, Eddie compraba

amor anónimo por las calles. Creo que de alguna manera, una bastante retorcida, vio una hija en mí. Eddie tenía dinero a montones ya que había heredado una gran fortuna por parte de sus padres y no dudó en llevarme a vivir a su mansión pese a las habladurías que eso levantó. Fue infinitamente bueno conmigo. Para Eddie los libros lo eran todo, nunca había tenido el talento para escribir pero compartió gentilmente todo lo que sabía. No tardó en contagiarme el amor por el arte y la literatura y despertó en mí una curiosidad inimaginable. Yo quería contar historias. Solo contarlas y compartirlas. Tantos años de sufrimiento me habían anestesiado para el amor pero me era fácil leer almas ajenas y me apasionaba el romance que a veces las envolvía. Como primer intento, comencé a escribir sobre mis días en las calles y las personas que había conocido, pero el relato resultó bastante deprimente. Eddie me propuso mudarnos a Marruecos y cambiar mi escenario. Qué podía decirle, nunca me habían enseñado a decir que no y de veras creía que sería hermoso dejar todo atrás. Nunca lo amé realmente aunque tenía un cariño especial por él, aún así cuando su hora se acercaba, no dudó en ofrecerme matrimonio. Quería dejarme todo lo que tenía. Fue una boda pequeña, solo nosotros dos. Luego de solo dos años más juntos, murió en paz y conmigo a su lado. Yo era libre. Compré un pequeño departamento en Boston. Busqué a Rosario, por supuesto, pero ella había muerto a manos de dos patanes en un oscuro callejón hacía unos meses. No me sentí triste, solo agradecí que ella no tuviera que soportar eso nunca más. Rememorar mi pasado siempre me hacía afirmar mi posición. Nunca amaría a nadie, no lo necesitaba; nunca lo había hecho, desde que mis padres por alguna razón que jamás conocería, decidieron que no era lo suficientemente importante como para conservarme. Ya nadie podía lastimarme. Me volví fría y despreocupada, y eso funcionada para mí. Mi única conexión con las personas eran sus historias, que alimentaban mis libros y parchaban los agujeros de mi alma. Tenía una única regla, agotaba mi curiosidad por ellos y me alejaba sin explicaciones. No tenía por qué darlas, nunca nadie me las había dado a mí. No había tenido pareja desde la muerte de Eddie pero sí muchos amantes ocasionales. Yo era una viuda rica de tan solo veintiún años, es obvio las habladurías que eso levantaba. Me interesaba nada lo que tuvieran que decir. Nada ni nadie había logrado conmoverme, de ninguna manera. Al menos hasta hace dos años. Trabajaba en mi próximo proyecto, una comunidad muy reservada de los bosques de América del Norte, en Estados Unidos. Quería conocerlos porque creo que de alguna manera me identificaba con la soledad auto impuesta. En mi investigación, me había puesto en contacto con Michael Terrance, el líder de la comunidad. Por primera vez estaba interesado en que alguien contara la historia de su

gente. Durante dos años mantuvimos comunicación telefónica, que era la única forma de comunicación que ellos tenían con el exterior. Era un hombre sabio y comprensivo, viudo al igual que yo, pero con una preciosa historia de amor, una que me había contado en numerosas oportunidades y siempre con el mismo entusiasmo. Hacía tiempo que me invitaba a su hogar pero cada vez encontraba una excusa para no ir. De momento, mi editor comenzaba a inquietarse porque escribiera nuevamente, no quería dejar pasar la ráfaga de éxito del primer libro. No quedaba otra opción que aceptar la propuesta de Mike. Me rehusaba a ir porque sabía que en cuanto obtuviera lo que deseaba y hubiera agotado todo lo que él tenía que ofrecer, me habría ido sin remedio. De todas maneras, ese viaje no podía aplazarse más. Tomé mis libros, mis notas y mi soledad, y me propuse a emprender mi próxima aventura.

CONOCIÉNDOTE Después de pasar una temporada en Londres, estar por fin en mi departamento en Boston se sentía extraño. Jamás había podido encontrar un lugar que realmente pudiera llamar hogar. El viaje de regreso fue agotador y en menos de tres horas estaría partiendo nuevamente. Saqué mi mochila de exploradora y comencé lentamente a preparar mi equipaje. Puse algunas remeras, jeans, zapatillas, ropa interior, algo de abrigo. Mike ya me había advertido sobre las duras noches de frío por aquellos lados, de todas maneras estábamos en junio y el frío no era algo que me preocupara. −Su asiento es el 1E, Srta. Shaw. Es un placer que vuele con nosotros−, dijo la aeromoza. −Hola, Heather. Deja las solemnidades, ¿quieres?−, le sonreí al caminar hacia mi asiento. Pasaba más tiempo en aviones que en tierra firme. −Que disfrute su vuelo−, dijo sonriendo. Podía parecer anticuada por escribir en cuadernos, pero la verdad es que la inspiración llegaba en cualquier momento y prefería estar siempre preparada. Me acomodé en mi asiento y me preparé para pasar las próximas horas encerrada dentro de este tubo metálico, con el cuaderno en mi mano. −Disculpa, pequeña−, estaba a punto de ponerme los audífonos cuando un tipo de traje sentado en el asiento a mi lado me observó de arriba abajo, comenzando por mis tenis de lona, mis viejos jeans con las rodillas agujereadas y mi camiseta blanca de tirantes. −Creo que debes estar confundida, ¿segura que este es tu asiento?−, preguntó observándome de forma extraña. Levanté mis cejas confundida por su pregunta. −1E−, le respondí subiendo mis pies para cruzarlos debajo de mis piernas. −¿Quieres que revisemos tu ticket una vez más?−, insistió nuevamente justo antes de que volviera a intentar ponerme los audífonos. −¿Cuál es tu problema?−, pregunté girándome un poco hacia él. ¡Malditos estirados! Mi carácter explosivo comenzaba a traicionarme una vez más. ¿Uno debía vestirse de etiqueta para viajar en primera clase? El tipo se aclaró la garganta algo incómodo y volvió a ubicarse en su asiento. Me quité las zapatillas para estar un poco más cómoda cuando el avión por fin despegó. Al llegar a destino, tomé un taxi directo a donde me esperaba mi próxima movilidad. ¡Estaba emocionadísima con eso! Me bajé a toda prisa con mi mochila al hombro y resbalé

un poco cuando entré en el concesionario. Evité mirar a los lados para no tentarme con nada más. Mis ojos se iluminaron cuando la vi, mi motocicleta me esperaba allí. Justo como la había pedido, negra como la noche y fuerte como un toro. −Maneje con cuidado, estas pequeñas son muy rápidas−, me advirtió el vendedor. −¿Tiene gasolina?− pregunté sin dar acuso de recibo de la advertencia y con una enorme sonrisa en mi rostro. −Por supuesto, tal como lo requirió la señora. Que la disfrute.− me respondió. Conduje durante cinco horas cuando encontré la bajada de tierra que me llevaría a la playa de la aldea. Decidí detenerme un momento para descansar y disfrutar un poco de la brisa marina. No había advertido sobre mi hora de llegada a Mike, así que él no se preocuparía. Me quité los pantalones tras el largo viaje, el aire salado del mar se sentía bien sobre mi piel acalorada. La quietud de la playa a aquella hora del atardecer era embriagante, no había rastros de gente cerca de allí. Decidí disfrutar del aire puro con todos los diminutos poros de mi piel, me quedé solo con una fina camiseta negra sin mangas y la ropa interior. Me tumbé sobre la arena y encendí un cigarrillo, sintiendo como la dulce toxina invadía mi ser. Podía escuchar el fuerte bramar de las olas frente a mí y la caricia de la arena en mi espalda. Aún no me explico por qué, pero de pronto un cosquilleo me obligó a sentarme. Tomé mis rodillas para afianzar mi equilibrio y me sentí obligada a mirar sobre mi hombro derecho. Lo vi muy a lo lejos. A pesar de la distancia, podría jurar que se acercaba peligrosamente hacia mí, como un depredador a su presa, apremiante y sin dudas. Me sentí celosa de mi soledad pero tenía algo de curiosidad. La brisa sopló calma y pude percibir su fragancia precisamente en mi dirección. Era alto, de hombros infinitos y varoniles, de piel morena, podía adivinar su perfecta figura a través de su camisa. Parecía joven, unos veinticinco años, quizás. Ese cosquilleo volvió a presentarse mientras lo veía acercarse. Algo llamó más mi atención, como nunca nada lo había hecho en mucho tiempo… sus profundos ojos azabaches, eran como espejos en los que uno se podía ver, pero también verlo a él. Era transparente. Tenía aspecto de ser de por aquí, aunque quizás cualquiera lo fuera, sabía que no había muchos turistas por la zona. Apagué mi cigarrillo rápidamente, ansiosa. Su mirada me escrutaba con descaro. No había olvidado que no vestía adecuadamente, pero de alguna manera, eso no me importó. Me sentía estúpidamente cómoda, casi desvergonzada. Ya estaba sobre mí, a pocos pasos.

Nos miramos intensamente, como intentando entrar en el otro sin reservas, impacientes. Él se detuvo a centímetros de mí. Era como si simplemente se hubiera materializado allí, salido de alguna especie de ensoñación creada solo para mí. −Lamento que tenga que decir esto. Sé que no te conozco, pero.¿puedo acompañarte?−, su voz era firme y suave como la seda. Su inocente impertinencia me golpeó como un enorme camión a toda velocidad. No pude hacer otra cosa que esbozar una sonrisa. Él parecía nervioso cuando volvió a hablar. −No quiero incomodarte, ni parecer un idiota o mucho menos. Sé que no te conozco, lo siento−, sus palabras reflejaban duda aunque sus ojos mostraban determinación. Extendí mi mano en señal de saludo y él sonrió. Tenía una hermosa sonrisa. −Mucho gusto, entonces−, dije cuando tomó mi mano gentilmente. −¿Cómo te...?−, intentó decir. Lo detuve colocando mis dedos sobre sus labios. En ese momento supe lo que pasaría, como tantas otras veces lo había hecho. Se sorprendió ante mi reacción, sus ojos ligeramente abiertos lo delataron. Dados mis antecedentes no tenía intenciones de involucrarlo para nada, nunca me había importado mucho lo que pensaran o sintieran otros pero procuré evitarle cualquier tipo de esperanza. Ni siquiera quise saber su nombre. Sabía que por la mañana, cuando cualquier atisbo de curiosidad hubiera desaparecido, él sería nada más que una sombra descolorida para mí. −¿Realmente importa quién soy? Estamos aquí… solo tú y yo−, era una fórmula que había aprendido en las calles de Boston tiempo atrás, pero hoy era realmente cierta. −Solo tú y yo…−, dijo acariciando mi mejilla entre sus manos. Tomó mi mano y la puso sobre su pecho, su corazón latía como si fuera un puñado de potros salvajes en la pradera. El mío también, escandalosamente diría, pero intentaba ignorarlo. Tímidamente acercó su rostro hasta que nuestros labios casi se rosaron. Podía sentir su respiración agitada. Se movía despacio, como pidiendo permiso, o esperando mi respuesta. Me derretí cuando su brazo rodeó mi cintura y me atrajo hacia su piel en llamas. Cerrando mis ojos, dejé que sus labios y su lengua se fundieran en mí. Y era tal como lo imaginaba, mágico. Su boca empezó a rodar el espacio debajo de mi oreja, mi cuello, como miles de mariposas revoloteando al mismo tiempo. Era tímido y susurraba en mi oído, inquieto por saber hasta donde llegaríamos. Yo sabía exactamente hacia donde íbamos. Lo único que quería era que nos fundiéramos en uno. Y así sucedió. El sol ya empujaba el horizonte cuando desperté. Cuidadosamente, tomé mi ropa y lo miré por última vez. Dormía apaciblemente con su cuerpo sobre la arena y su ropa se derramaba sin orden a su lado. Insospechadamente, no quería dejarlo. Y tampoco lastimarlo. Pensé en cuánto quería quedarme mientras memorizaba el ritmo de su

respiración. Pero no lo hice. Me obligué a escapar sigilosamente, como tantas otras veces. ¿Qué mierda pasa conmigo?, pensé. No podía entenderlo. Se supone que estaba allí solo para divertirme. ¿Por qué ahora era tan inquietante el tener que irme? No me gustaba el sentimiento. Tomé mi moto que había quedado lejos, cerca del camino, y me fui sin despedirme una vez más. De camino pensaba que ya no podía dilatarlo más. Iba resuelta a conocer a Michael. Él me contaría hermosas y mágicas historias de su extraña comunidad y yo estaba muy emocionada de por fin escucharlas. Había postergado mi visita por mucho tiempo. Algo más ocupaba mis pensamientos esa mañana. Unos profundos ojos azabaches me azotaban como látigos y aparecían en mi mente. Era extraño. Y era molesto. Unas pocas casas se levantaban en un claro rodeado de altos abetos cuando tomé la curva. Supe que estaba cerca. Mi corazón daba tumbos por estrechar a mi viejo nuevo amigo. Las instrucciones de Michael funcionaron a la perfección. Una pequeña casa de madera surcada por dos grandes ventanas se ubicaba bajo el pino más grande, humo salía de la chimenea trayendo con él añoranzas del cálido hogar que nunca tuve. Me preguntaba cómo sería eso, tener un padre comprensivo y cariñoso que velara por mí y me acompañara siempre. Bajé de mi moto e improvisé una trenza en mi largo cabello negro. Me detuve frente a la puerta tomando un suspiro antes de golpear. No tuve que hacerlo, detuve mi mano ante la puerta abriéndose. Detrás apareció Mike, era tal como me lo había imaginado. Alto, casi dos cabezas más que yo, con un largo y hermoso cabello gris, piel oscura, y mirada dura aunque tierna al mismo tiempo. Sus ojos negros como la más cerrada de las noches y una sonrisa amplia, enmarcaban su rostro. −Te he estado esperando dos largos años, ¿quieres pasar de una vez?−, dijo con tono de reclamo. Sonreí. −También me da gusto estar aquí, Mike. Por fin−. Nos estrechamos en un abrazo fraterno, como si nos conociéramos de toda la vida. Siempre establecía buena relación con mis fuentes, pero él era diferente. Me invitó a pasar. Su casa era diminuta. Una vieja cocina, limpia y con aromas embriagadores, muebles viejos, ninguno parecía combinar, como si la casa encerrara un sinfín de historias que nunca habían querido abandonar estas cuatro paredes. Esto era un

hogar. −Te he preparado un té muy especial, sé que te gusta experimentar, así que…−, dijo Mike, cuando al fin nos sentamos en torno a la pequeña mesa que se ubicaba en el centro de la cocina. −Ya me conoces… muero por probar cosas nuevas−. El aroma inundaba la cocina… menta y algo más que no podía identificar. −¿Qué es eso?− pregunté inquieta. −No pienso decírtelo, espero que lo averigües por ti misma, prefiero mantener la chispa−. Definitivamente él me conocía. −¿Qué tal tu viaje?, veo que viniste en dos ruedas esta vez−, señaló. −Como que no me gusta repetirme y en una oportunidad ya había hecho esta ruta en cuatro ruedas. Fue bueno experimentarlo de otra manera. Genial de hecho−, respondí sonriente. −Temo preguntar cuánto marcó tu velocímetro.−, dijo con sus ojos entrecerrados. −Entonces procura no hacerlo−, lo miré sonriente y él respondió con una fuerte carcajada. −190−, le dije casi avergonzada. −¡Lo sabía!−. Conversamos de mi viaje, de mi temporada en Marruecos, de mi vida en Boston, pero me cuidé de no deslizar nada de mi oscuro pasado. Pude contrastar la realidad con mis ideas acerca de cómo sería Mike. Sabía que era especial, aunque tenerlo frente a mí, hacía que todo lo bueno que se me había ocurrido sobre él pareciera nada en comparación a la realidad. −Hoy dormirás en la cama de Nathan, mejor no preguntes por qué no está en casa−, dijo con su mirada visiblemente apesadumbrada mientras recogía las tazas y las dejaba en el fregadero. Nathan... el hijo adolescente de Mike. En nuestras conversaciones telefónicas me hablaba constantemente de él, aparentemente deprimido por algún lío de polleras. Algo típico de un mocoso adolescente, supongo. Me irritaba que esto estuviera haciendo sufrir a Mike. −¿Problemas de nuevo?−, pregunté lamentando su expresión. −Aún no lo sé, desapareció anoche sin decir nada. No sería la primera vez que se va y no vuelve, pero nunca dejo de preocuparme, ¿sabes? Desearía haberle dicho que no lo hiciera, pero eso sería inútil. ¡Maldito pendejo idiota!−.

−Lo siento mucho, Mike, no me gusta nada que tengas que pasar por esto cada vez−, fue lo único que pude decir. No quería indagar más en lo que realmente sucedía, parecía algo inapropiado. La mañana se pasó rápido. Compartimos una larga charla conociéndonos en profundidad. Mientras más me contaba de su vida, más interesante se volvía para mí. Su comunidad, su familia, sus afectos. Todas cosas ajenas a mí. No quería llegar tan rápido a saber todo. Intentaba seguir su consejo. Me tomaba mi tiempo, manteniendo la chispa. Decidí dejar mis cosas y tomar un paseo, para despejar mi mente. −Mike, voy a dejar mi motocicleta en el cobertizo, ¿de acuerdo?−, dije antes de salir a dar ese paseo. −Y demás está decir que no pienso dejarla ni una noche sola, he traído mis propias acomodaciones, no quiero traerte problemas con Nathan en caso de que vuelva−, agregué. −Eso ni lo sueñes, el frío es cruel en la noche por estas latitudes−, dijo frunciendo el seño. −No te estoy preguntando, Mike. Sabes que no voy a cambiar de opinión, evitemos la discusión, ¿quieres? Ya sabías mis condiciones antes de venir−, dije intentando persuadirlo. −De acuerdo, niña, tú ganas....siempre lo haces−, respondió. Besé su frente y salí para poder dejar mis cosas. Preferí recorrer a pie las inmediaciones, evitando las casas y las personas. Sabía de la reserva que tenían los lugareños con los extraños, y por experiencia, era mejor ser introducido por alguien influyente y familiar para ellos. Esperaría a Mike. La majestuosidad del bosque era infinita. Los árboles se alzaban imponentes, alto sobre mi cabeza, como viejos ancianos testigos de la magia que envolvía este lugar. Todo se sentía muy húmedo, pequeños insectos y pájaros se complotaban para crear la más inconfundible de las melodías, la voz de la naturaleza. Caminé durante casi dos horas antes de decidir volver a la casa. Aún quedaba mucho por explorar. Voy a la tienda por algo para el almuerzo. Vuelvo pronto. M., decía la nota que encontré sobre la mesa cuando volví a la casa. Busqué algo de ropa en mi mochila, unos jeans y una camiseta rosa, y me dirigí al baño para tomar una ducha. El agua fría reconfortó mi cuerpo después del viaje y después del sexo. Quería quitar todo rastro de aquel extraño que pudiera quedar sobre mí. No podía dejar de recordar esas maravillosas horas juntos. Estaba enojada conmigo misma por permitirme esta clase de emociones, pero mucho más con él por provocarlas. Quería saber su nombre para poder nominar al intruso en mis pensamientos, para echarle insultos a gritos en mi cabeza. ¿O quizás no? ¿Quizás solo quería saber su nombre? No, no me lo

creía. Me senté debajo del gran pino y encendí un cigarrillo. Esperaba que la brisa del mediodía hiciera su trabajo secando mi cabello. Mis notas me acompañaban, intentaba captar con palabras la intensidad y la fuerza de este lugar. De seguro fracasaría pero haría mi mejor esfuerzo. Mike me encontró sentada en el suelo. Tenía dos bolsas de cartón en las manos. −Así que vegetariana, ¿no? No te irás sin probar un buen trozo de carne preparado por el viejo Mike, ¿verdad?−, esbozó una gran sonrisa. −Sigue soñando−, le respondí de manera burlona. −Deja eso y ayúdame con la comida, ¿quieres? Necesito ideas para una comedora de hojas como tú. No puedo creer cómo te mantienes con vida, por eso estás tan delgada. Algo de grasa animal te vendría muy bien−, dijo entre confundido y divertido. −Sí, tal vez ayudaría. Sobre todo a mi corazón, ayudaría a los cigarrillos para destruirlo más rápido. ¡Perfecto!−, le respondí irónicamente. Sonrió en respuesta. −Entremos de una vez−, dijo por fin mientras me ofrecía su mano para ayudar a levantarme. −Déjame recoger mis notas y en un minuto estoy contigo, cariño−, le dije. Terminé de recoger mis cosas mientras Mike se apresuraba a entrar en la cocina. −Nate, estás aquí−, lo oí decir con tono de sorpresa al entrar a la casa. Diablos, pensé, las cosas habían sido tan perfectas hasta el momento que odié que el mocoso hubiera decidido regresar justo ahora. −Quiero que conozcas a alguien…−, dijo Mike abriendo la puerta para que yo entrara a la casa. De repente… ¡¡¡Maldita estúpida!!! Había alguien apoyado sobre la mesada de la cocina. Alguien que yo conocía. Ojos negros como una noche cerrada, azabaches, igual que su padre. Nathan era el chiquillo caprichoso, el amante ardiente, el intruso en mis pensamientos. Quería que un agujero se abriera en la tierra para caer precipitadamente en él, pero nada pasó. Seguía sorprendida y podía sentir el modo en que la sangre fluía rápidamente por todos los rincones de mi cuerpo. Intenté recomponerme sin que nadie notara lo que me pasaba, es decir, que Mike no notara lo que pasaba. Respiré hondo, tratando de recuperar el aire que de repente parecía haber abandonado mi pecho.

−Mmm... es bueno conocerte. Tu padre me ha hablado mucho de ti−, dije tranquilamente y sin inmutarme, tratando de no notar la expresión de sorpresa en los ojos de Nathan. −Este es mi muchacho, Nathan−, dijo Mike con el pecho inflado por el orgullo que evidentemente sentía por él. −Nate−, corrigió él fríamente y acercó su mano para que la estrechara. Parecía enojado y estaba tan oscuramente sensual como hacía unas horas. ¿Cómo puedo ser tan idiota?, pensé. −No escuché tu nombre−, dijo Nate. −Soy Sam, Sam Shaw−, estreché su mano amistosamente. Su caricia me encendió de nuevo. Su mirada chocó la mía por un instante, pero la desvió rápidamente. −Nate, no puedo creer que estés en casa. Pensé que sería como la última vez, pero dime,.¿qué ha pasado?− preguntó Mike. Yo rogaba para mis adentros que no le dijera que había estado haciendo anoche. ¿Qué pasaba conmigo? ¿De repente me importaba lo que pensara Mike? ¿O por qué estaba enojado Nathan? No me sentía como yo misma en ese momento. −No fue nada, no quiero hablar de eso ahora. Mucho menos frente a extraños−, respondió con su rostro duro como una piedra. Y la piedra que arrojó se sintió directamente en mi cabeza. −Mike, ¿me disculpas? Me urge hacer una llamada−, interrumpí antes que las cosas se pusieran peligrosamente pesadas. No esperé a que contestara, me dirigí rápidamente hacia la puerta. −Creí que no tenías teléfono−, Mike me miraba confundido. −Acabo de adquirir uno, solo para emergencias, ya sabes…−, respondí mintiendo. Aunque no era totalmente una mentira, realmente había surgido una emergencia. Corrí hacia el cobertizo y empujé mi ropa con rabia dentro de la mochila. Él lo había arruinado todo. Yo lo había arruinado todo. Pensé rápido en una excusa para irme, pero nada vino a mi mente, estaba muy ocupada. Entonces pensé en decir la verdad, sin reparos. En ese mismo instante, Mike entró al cobertizo y se paró detrás de mí, mirando confundido y sin saber qué hacer. −¿Te vas? No lo entiendo… ¿Qué ocurre? ¿Es Nate? ¿Soy yo?−, acertó. Solté mi media verdad. −Mira Mike, surgió algo que no esperaba, ¿de acuerdo? No puedo quedarme un

minuto más. Es una urgencia. Debo irme, lo siento.− De repente la rabia hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas y lo abracé como supuse que una hija lo haría con su padre. −Ha sido genial, más de lo que esperaba, aunque solo hayan sido unas horas. Adiós−, dije tomando mi mochila y subiendo a mi motocicleta. −Saluda a Nathan por mí…−, agregué, yo estaba segura de no poder hacerlo. Sus besos todavía quemaban sobre mi piel como brasas ardientes. Salí a toda velocidad y sin mirar atrás. De nuevo, como tantas otras veces. Iba furiosa conmigo misma, ¿cómo había sido tan estúpida? Debía saber que aquel muchacho sería de la comunidad, no había civilización en kilómetros a la redonda, pero ni en mi peor pesadilla se me había ocurrido que él fuera justamente el hijo de Mike. Ya me había alejado unos cuarenta kilómetros y lentamente empezaba a desgarrarme, su mirada furiosa acosaba mi mente. Algo a lo lejos me distrajo por un momento, al parecer se levantaba a lo ancho del camino. Mi vista nunca había sido de fiar por lo tanto esperé a estar lo suficientemente cerca antes de emitir un diagnóstico. −¡Mierda! ¡Es perfecto!−, grité odiando mi suerte cuando me di cuenta de lo que se tendía delante de mí. Dos grandes árboles surcaban el camino, el puente que se sostenía sobre el ancho río que separaba la comunidad del resto de la civilización había sufrido grandes daños y era obvio que sería imposible pasar. Me bajé de la motocicleta y me paré al borde de la corriente sopesando mis posibilidades. Nunca fui muy prudente y hoy de seguro no era el día para empezar, definitivamente correría el riesgo. Me subí a la motocicleta, inspiré afirmándome al manubrio y aceleré todo lo que pude. Claro… por supuesto que no funcionó. El golpe del agua heló mi cuerpo, era como mil agujas hincando mi piel y emití un grito agudo. De repente, ya no escuchaba ningún sonido, ningún motor rugiendo quejidos, solo el cantar constante del agua a través de las piedras. Y simplemente me quedé allí, empapada de pies a cabeza y con medio cuerpo bajo el agua, aferrada al cadáver de mi motocicleta. De acuerdo, pensé, al menos nada puede ser peor ahora. Me equivocaba de nuevo, el agua comenzaba a subir y la corriente tiraba de mi mochila. Tuve que sostenerme de las piedras para llegar a la orilla. Dos largas horas pasaron y miraba desolada como la corriente se había llevado lentamente mi vehículo. Y para completar el cuadro, toda mi ropa estaba empapada dentro de la mochila. No quise tentar a mi suerte, así que me senté al costado del camino. Busqué en los bolsillos de mi pantalón hasta encontrar la etiqueta de cigarrillos. Mojados, claro, saqué uno para intentar encenderlo. Pero mi encendedor que nunca falla, esta vez lo hizo.

Tómalo con calma, me dije. Pensé en esperar por un rato hasta que mi ropa comenzara a secarse para luego empezar a caminar en sentido contrario. Ya comenzaba a sentirme derrotada cuando de un momento a otro, miré al frente y mi suerte parecía estar cambiando. Un jeep se acercaba rápidamente dejando tras de sí una estela de polvo y piedras. Me paré rápidamente y agucé mi visión. Este lugar parecía empeñarse en poner piedras en mi camino, pude distinguir a Nathan detrás del volante. Suspiré antes que frenara bruscamente frente a mí. −Súbete de una vez, no tengo todo el día−, dijo sin mirarme. −De hecho, prefiero esperar por alguien más−, le contesté igualmente indiferente. −De acuerdo−, dijo haciendo rugir el motor. −¡¡¡Espera!!!−, lo frené colgándome de su ventana. Casi metí medio cuerpo dentro del vehículo para presionar el encendedor del tablero hasta que hiciera contacto. −Necesito fuego, si no te importa…−, lo saqué sin esperar su respuesta y encendí mi cigarrillo. −Te dije que no tenía todo el día, ¿te importa?−, repitió. Su voz sonaba como si estuviera conteniendo la respiración. Lo miré sin contestar, estaba tan enojada como él. −Ok. La temperatura comenzará a bajar rápidamente, tu ropa jamás se secará por la humedad de aquí y la pulmonía que conseguirás te va a clavar en mi casa por más tiempo del que crees. Sé que mueres por irte, así que mientras más rápido solucionemos esto, mejor será para todos−, me explicó. Lo miré en silencio, comprendiendo que el maldito tenía razón. −Necesito que te quites la ropa también−, agregó mientras bajaba del vehículo todavía en marcha. −Seguro niño, no tendrás tanta suerte…−, le dije con mi sonrisa más malvada. −Lo digo en serio, vas a congelarte, tengo una camiseta extra en el jeep−, puso su mano en la parte inferior de mi camiseta y comenzó a deslizarla hacia arriba. Su dedo acarició mi ombligo y me eché hacia atrás casi saltando. −¡¿Qué haces?!...− le grité. −Solo quiero ayudarte−, miró confundido. El enojo en su mirada se había transformado en pura preocupación. −Ayúdame dándote la vuelta entonces.−, aclaré. −No puedes estar hablando en serio después de lo de ano...−, empezó a decir.

−¡¡¡¡SHHH!!!!−, me apresuré a detenerlo con mis ojos fuertemente cerrados, como si ese esfuerzo permitiera borrar del pasado lo que había ocurrido la noche anterior. Hizo una mueca con la comisura de sus labios, desconcertado, y volteando sus ojos se dio la vuelta. Tiré mi cigarrillo, me quité la camiseta mojada tiritando por el frío y la reemplacé por la que encontré en el asiento del acompañante. −Estoy lista−, le dije, −ya te puedes voltear−. Me hizo una reverencia burlona sin decir una palabra y entró en el vehículo. Hice lo mismo e incluso imité su mutismo. Hizo un giro cerrado para retomar el camino de vuelta a la aldea. Iba callado y con la vista al frente. −No vi tu motocicleta, así que considero que necesitarás transporte…−, señaló sin intentar ocultar la dureza de su expresión. −Aún no lo sé pero me las arreglaré, no quiero molestar a nadie−, le dije casi a manera de disculpas, por todo. −Por supuesto, de todas maneras creo que es imposible que te superes en eso de molestar. Ya has hecho lo suficiente−, esta vez me miraba directamente a los ojos. Mi cuerpo se tensó por el dolor, me odié por haber sido tan estúpida como para hacerlo sentir así. Estaba furioso por mi causa. Pero como siempre, era difícil para mí soltar una disculpa. Era más sencillo estar enojada también. −No pienso disculparme por nada. Ambos somos adultos y sabemos que lo que pasó no fue nada, supéralo niño−, dije procurando no mirar cuál sería su reacción, aunque probablemente nunca podría sentirme peor que ahora. Miraba fijo hacia el camino y su frente se arrugó aún más. Tenía ganas de abrazarlo, de tomar su rostro entre mis manos y besar cada uno de los rastros de enojo que tenía su semblante, pero por supuesto que no me permitiría hacer nada de eso. Esto era solo un tropezón, tan pronto como pudiera sacar esta piedra de mi camino podría avanzar sin inconvenientes. Tenía que ver la forma de irme pronto de ahí. Hicimos el resto del camino en silencio. Sus palabras me habían golpeado con ferocidad, al parecer siempre lo hacían, estas últimas me molestaban demasiado pero las de anoche todavía me acariciaban y eso me confundía todavía más. Cuando llegamos a casa de Mike, el sol ya estaba cayendo. Quería bajarme corriendo del jeep. Necesitaba cambiarme de ropa, darme un baño caliente y dormir un poco. La lucha con el agua aquella tarde y la lucha conmigo misma me habían agotado demasiado. Dudé, pero finalmente antes de bajar le dije un gracias a media voz, temerosa de mirarlo a los ojos. No respondió. Rendida, abrí la puerta y en ese momento Nathan tomó mi brazo deteniéndome.

−¡Espera!−, dijo. Sabía que quería gritarme, veía la desesperación en su mirada, pero no lo hizo. −Olvídalo−, me dejó ir. ¿Cómo haría para escaparme de allí? Me devanaba los sesos pensando en algún tipo de alternativa. Entré al cobertizo y muy despacio comencé a desenmarañar la enorme masa de ropa mojada que contenía mi mochila, colgué todo en unas vigas dentro del mismo cobertizo. Ya estaba oscuro afuera por eso prendí las velas que Mike tan amablemente había dispuesto en distintos rincones del lugar. Sabía que tendría que volver a entrar en la casa para poder tomar un baño y por eso no tenía demasiada prisa. Mi bolsa de dormir todavía chorreaba, entonces me acosté un momento en unos fardos de heno que se encontraban en un rincón. Cerré los ojos por un minuto intentando que los pensamientos dejaran de acosarme y me quedé dormida. Todavía tenía los ojos cerrados cuando el sonido del agua cayendo me obligó a abrirlos. Dudé por un minuto, ¿estaría despierta o soñando? Me levanté un poco para reclinarme sobre mis codos y vi a Nathan arrojando agua caliente en una tina que podría jurar que no estaba aquí dentro antes, levantó la mirada con ojos esquivos. −Pensé que un baño caliente sería útil−, dijo al ver el desconcierto en mi rostro. ¿Qué hacía él ahí? Podría haber jurado que jamás volvería a dirigirme la palabra, pero él estaba allí... ¿preparándome un baño? −No tenías que hacerlo−, estaba entre curiosa, sorprendida y apenada, pero sobre todo esperanzada. Quizás las cosas podrían ser tolerables de ese modo. −¿Cómo te sientes? El agua de este río es muy peligrosa, es producto del deshielo de las montañas en esta época del año−, explicó. −Creo que estoy bien−, dije antes de intentar levantarme. No pude hacerlo, mis músculos se sentían extraños, estaba muy fría, pero no lo había notado hasta ese momento. Nathan me miró comprendiendo lo que ocurría. −De acuerdo, no te preocupes, sé qué tengo que hacer. Solo confía en mí al menos por esta hora, ¿sí?−, asentí con mi cabeza, sorprendida y sin dar crédito a lo que oía. ¿Estaba ayudándome? Parecía preocupado, sin rastros del enojo de esta tarde. ¿Cómo hacía eso? Se acercó hacia donde estaba y se inclinó sobre mí. −Ahora voy a llevarte cerca de la tina−, me explicó. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que pronto todo mi cuerpo haría combustión instantánea. Me tomó entre sus brazos como si fuera una niña pequeña y me llevó al borde de la tina. Sentí el latido de su corazón cuando apoyé mi cabeza en su pecho y era como música para mí.

−Solo quiero ayudar−, dijo levantando mi rostro para comprobar que había entendido, iluminándome con su mirada azabache. Suspiré y pronto me sentí rendida, segura, como en casa. El vapor del agua ya era reconfortante. Lentamente, levantó mis brazos y me quitó la camiseta dejándola a un lado. Me ayudó a levantarme y se puso de rodillas para desprender mi pantalón deslizándolo suavemente por mis piernas, sin intenciones de nada más, solo de cuidarme. −Cerraré mis ojos si eso ayuda a que te sientas más cómoda−, me aclaró. −No,.está bien−, dije. Me sentía protegida, sabía que él no intentaría nada. Se acercó más a mí para pasar sus brazos detrás de mi cintura, desabrochando mi sostén. Podía ver como sus ojos centelleaban pero fingí ignorarlo. Finalmente posó su mano sobre mi cadera y comenzó a deslizar la única prenda que quedaba. Muchas personas y muchas situaciones habían pasado por mi cama y por mi cuerpo, pero nunca nada había sido más excitante que esto, el simple roce de su piel sobre la mía era una experiencia inigualable. Me levantó en sus brazos y dulcemente me depositó dentro de la tina. Cerré los ojos ante la tranquilidad que me invadía y me eché hacia atrás, dejando que mi cabeza se sumergiera. De pronto sentí sus manos en mi cabello, masajeándolo suavemente, él se había agachado junto a la tina para lavarlo. Nada podía ser más perfecto en este momento. Parecía no estar tan enfadado como antes. Ambos nos quedamos en silencio por algunos minutos. −Ya me siento mejor−, dije cuando sentí que la relajación era tanta que pronto el sueño me vencería. −Traeré una bata−, se levantó presuroso. Cuando regresó, pasó la bata por mis brazos y lo vi sonreír. −Tienes un lobo en la espalda−. Había notado el tatuaje que cubría mi espalda desde la cervical hasta el coxis. Era un lobo agazapado, mostrando sus dientes en señal de ataque. −No hay tanta historia detrás, supongo que soy yo, siempre mostrando los dientes y defendiéndome−, sonreí. Hasta parecía que estábamos teniendo una charla casual. −Hay más detrás− dijo, pero no le respondí. No quería que supiera la razón por la que había tenido que ser tan guerrera en el pasado, ni de qué cosas y situaciones había tenido que defenderme.

−Traje algo de ropa, Mike está fuera por esta noche, de caza. Dormirás en mi cuarto−, dijo dejando una camiseta y unos pantalones sobre una banqueta. Y sin más salió de allí. La máscara de dureza había regresado a su rostro. Como si esta cortesía suya hubiera sido tan solo un paréntesis. Hubiera preferido que no hablara nunca más, mis esperanzas se vinieron abajo en menos de un segundo. Me cambié despacio y noté que la ropa era demasiado grande para mí. Salí con mis notas en la mano y mi par de gafas, la etiqueta de cigarrillos seca me acompañaba también. Sabía que sería una noche larga, siempre me había costado dormir y con todo lo que tenía que procesar de mis primeras horas en la aldea, no sería sencillo conciliar el sueño. Parecía irracional que tan solo unas pocas horas me llevaran a replantearme preconceptos tan arraigados en mi vida. ¿Qué pasaba con Nathan? Tenía una necesidad imperiosa de sus ojos, de su sonrisa, de su enojo, de su calidez, de su frialdad, de todo en él. Entré en la casa y todo estaba muy silencioso. Me acerqué a la estufa y puse un poco de agua en un pequeño calentador para preparar un té caliente. La casa estaba en silencio, solo se escuchaba el repiquetear del agua cayendo y supe que Nathan probablemente estaría tomando una ducha. Até mi cabello sobre mi cabeza enredándolo con un lápiz y comencé a recorrer curiosa cada rincón de la casa. La habitación de Mike estaba cerrada así que pasé a la siguiente. Era pequeña y confortable, había una cama muy fina y muy corta para su cuerpo, era de Nathan por supuesto. La cama se ubicaba debajo de una ventana cerca de la pared este de la casa. En unas repisas podía ver colecciones de insectos, algunos libros desordenados y una pila de cuadernos y apuntes, me sorprendió que todavía tuviera esos ya que suponía que hacía tiempo había terminado la escuela. Me preguntaba cuáles serían sus aspiraciones, sus sueños. Espera un momento, pensé, quizás por eso me interesaba tanto, es solo una historia más por contar. La diferencia es que quizás me haya involucrado demasiado por un par de horas, eso es todo. Salí cuando oí el agua hirviendo sobre el fuego. Atravesé el pasillo que llevaba a la cocina y el sonido del agua volvió a llamar mi atención. Miré sobre mi hombro disimuladamente, fingiendo mirar un cuadro en la pared, y vi que la puerta estaba levemente abierta. Me quedé un instante y pensé que él no tendría por qué saberlo. Era horriblemente vergonzoso recurrir a espiarlo a través del espacio entreabierto. Pude ver el agua caer por su espalda. Estaba de frente a la regadera con sus brazos apoyados sobre la pared como si fuera inminente que esta se cayera, o como sosteniéndose a sí mismo. Se giró rápidamente cuando se escuchó más fuerte el silbido del calentador, justo a tiempo para que yo pudiera esconder detrás de la puerta el descaro

de mi mirada. Con la respiración agitada, retrocedí unos pasos para fingir que pasaba casualmente por ahí y comencé a caminar hacia la cocina, sin desviar la vista del frente. Mientras escuchaba como la caída del agua repentinamente se detenía, serví el té en una taza. La puerta de la habitación de Mike sonó fuerte al ser azotada y supe que ese día había terminado. Debí haberme quedado dormida la noche anterior antes de darme cuenta, porque estaba sobre el sillón de la sala, con las notas sobre mi pecho y la taza en el suelo. No solía pasarme, siempre me fue muy difícil conciliar el sueño. Siempre me fue difícil soñar. Miré el reloj en la pared y comprobé que eran las siete, excelente horario para meter algo de proteína en mi sistema, mi estómago estaba vacío. Como si mi deseo se hubiera hecho realidad de repente, el aroma de los huevos revueltos ya inundaba la cocina. Me incorporé despacio para evitar el mareo luego de las muchas horas de sueño y vi a Mike de espaldas revolviendo un sartén y colocando en un pequeño plato las tostadas que recién salían del tostador. −Buenos días preciosa, has dormido como un hurón… Me alegra que todavía estés aquí. ¿Tienes hambre, cariño?−, dijo girándose levemente sin dejar de revolver. Le sonreí y me estiré escandalosamente para relajar mis músculos, estaban entumecidos. −¡Buenos días, Mike! No pareces sorprendido de encontrarme aquí…−, dije con una sonrisa y feliz de todavía estar en aquella casa, pese a todo. −Envié a Nate cuando me contó que los muchachos de la aldea habían dejado caer dos árboles sobre el puente de forma accidental, perdón por no haber ido por ti, me encontraba de caza…−, se disculpó. −Eso lo explica todo. No te preocupes, estoy bien… Eso huele de maravillas−, le dije acercándome a la cocina. −Ha pasado mucho desde que alguien hizo el desayuno por mí. Gracias−, Eddie solía hacerlo. −Eres mi invitada de honor. No podría hacer menos por ti. Estoy muy feliz de que estés aquí. ¿Se han arreglado los inconvenientes? Podría hacer arreglos para que un helicóptero venga por ti si es necesario−, se mostraba bastante preocupado, quizás en reacción a mi comportamiento de la tarde anterior. −Creo poder manejarlo desde aquí−, mentí. No estaba segura de realmente poder manejar la situación aunque quería correr ese riesgo. De lo que estaba completamente segura era de no poder alejarme de allí tan fácilmente. Tenía la excusa del trabajo que había venido a hacer, pero lo que determinaba mi decisión era Nathan, sin lugar a dudas.

Su melancolía era dulcemente irresistible para mí, era mi misterio personal, más personal que nunca. Desayuné sin prisas y luego fui al cobertizo a buscar algo de ropa para el primer día de mi investigación. Me puse unos jeans, una camiseta negra y un chaleco gris de tweed. La mañana era fría y en el cielo se cernían mullidas nubes negras, de seguro se acercaba una tormenta. Mike me había adelantado que hoy me llevaría a la escuela de la aldea. Quería parecer lo más seria posible, tiré mi cabello hacia atrás y lo até con un coleta alta, despejando mi rostro. No me preocupé por ponerme maquillaje, de hecho no tenía maquillaje, nunca lo había usado. Cuando estuve lista corrí a buscar a Mike. Estaba muy nerviosa. Después de todo era mi primer día de escuela, nunca había asistido oficialmente, todo lo que sabía me lo había enseñado Edward. −¡Mike, estoy lista!−, le grité apagando mi cigarrillo y casi saltando de emoción. Íbamos camino a la escuela a paso lento, estaba a poca distancia del hogar de Mike. Las clases se dictaban en dos grupos reducidos, los más grandes tenían entre quince y dieciocho años, y los pequeños tenían entre cinco y siete años. Mike me explicó que trabajaban con un equipo de tutores que se encargaban de los grupos durante toda su formación académica. Me sentí curiosamente identificada, siempre había pensado en Eddie como en una especie de tutor. −Me gustaría conocer a alguien allí, además de ti− le dije a Mike, −me haría sentir más segura en mi primer día de escuela−, reí divertida. −Y lo tendrás…−, contestó. −Nate estará ahí−. −¿En serio? ¿Trabaja allí?−, pregunté aliviada y curiosa. Conocer más de él me producía una extraña calidez. −¡No!, asiste allí. Cumplirá los dieciocho años en cuatro meses−, mis ojos se abrieron de la sorpresa y casi caigo al tropezar con mis propios pies. −¿Hablas en serio?−, demonios, pensé. −¡Por supuesto! Sé que parece algo mayor pero los niños aquí comen carne, deberías intentarlo−, respondió divertido. No-puede-ser. Podrían arrestarme en varios estados por lo que había hecho con él. Menor de edad. Estaba profundamente enojada con Nathan por haberme ocultado tan pequeño detalle. Entonces recordé que nunca había dado lugar a preguntas ni respuestas. No podría culparle de nada y eso me irritaba aún más. Una construcción simple, solo cuatro paredes hechas de troncos y una gran puerta, se

erguía en medio del claro. Al abrir la puerta, un grupo de doce adolescentes se encontraban sentados en un semicírculo perfecto, siete chicas y cinco muchachos. Una de las caras me era familiar. −¡Hola Mike! ¿Qué haces con ella? ¿Ahora admitimos a extranjeros en clase?−, pregunto irónicamente una de las chicas. Genial… ya me odian. −Tranquila Lila, no seas descortés. No habla bien de nosotros−, respondió Mike visiblemente incómodo. Desde una de las esquinas, se movía hacia el centro del salón un hombre alto, de cabello castaño claro. Sus ojos eran amables y su aspecto parecía fuera de lugar, como si no perteneciera a la comunidad. No tenía el tono cobrizo característico de todos los que había visto aquí. Me miró con dulzura y me dedicó una sonrisa casi de disculpas mientras me ofrecía su mano en gesto de bienvenida. −Mi nombre es Bobby Bateson, soy el tutor de estos monstruos. Espero que no te hayan incomodado, son algo extraños cuando se lo proponen−, los miró con recelo. −Lo hicieron conmigo hace dos años, no lo tomes como algo personal−. Con el rabillo del ojo pude ver a Nathan ahogando una carcajada con su mano. Yo seguía parada ahí sin saber qué hacer. −Bueno, monstruos, les presento a Sam Shaw−, dijo Bobby con amplia sonrisa. El murmullo no se hizo esperar. Todos se miraban confundidos. Creo que yo no era exactamente lo que ellos habían estado esperando. Sabía que habían leído mi libro, así que supuse que quizás esperaban a la escritora promedio. Solo podían imaginarme, puesto que había pedido expresamente a mi editor que evitara las biografías estúpidas y las fotos con cara de circunstancia. No sabía cómo sentirme frente a eso. −Lo siento mucho. Me encantó tu libro pero no te pareces en nada al Sam Shaw que yo esperaba… ¡Eres chica!−, sonrió. −Por cierto, mi nombre es Roman−, dijo interrumpiendo mis pensamientos. El chico parecía sincero, pero empezaba a creer que esto iba a ser mucho más difícil de lo que pensaba. Esta sí que era una comunidad cerrada. −Mucho gusto, Roman. Intentaré no decepcionarte−, dije sonriendo. El ambiente se distendió rápidamente. Me uní al semicírculo sentándome sobre el escritorio de Bobby y todo fue muy ameno. Lo único incómodo eran las miradas de Nathan que permanecía en silencio en su lugar. Lila, la muchacha que me había increpado al principio, se sentaba a su lado y ocasionalmente pasaba sus dedos en su cabello, hablándole bajo al oído. Eso me enojó un poco y no quise interpretar mucho lo que significaba. Cuando la jornada de escuela terminó esa tarde, Bobby me acompañó afuera. Mike se

había ido más temprano para atender sus tareas. −Gracias por venir, ha sido genial para los chicos. Y también para mí. Fue bueno conocerte−, dijo Bobby mientras salíamos. −Agradezco mucho tu ayuda, no hubiera sabido qué hacer si no hubieras estado ahí−, le contesté aliviada. −Eso lo dudo mucho−, señaló. −¿Qué haces ahora? ¿Tienes planes?− preguntó nervioso. −La verdad que pensaba ir a casa a registrar todo lo de hoy−, contesté algo apenada. No quería ser grosera con él después de lo bien que se había comportado conmigo. −Verás, pensaba ir a la playa un rato para aprovechar la tarde. Tengo unas cervezas frías en la heladera y no está bien tomármelas solo, ¿me acompañarías?−, preguntó con un brillo extraño en la mirada. −¡No puedo creer que tengas cervezas! Es cierto, no creo que debas tomarlas solo… ¿cuándo vamos?−. Él parecía una buena compañía en estos momentos, quería dejar de pensar por un rato en Nathan y me ayudaría a distraerme un poco. −¡Genial! Ahora si quieres, voy por las provisiones y paso a buscarte por donde Mike, ¿quieres?−, Bobby parecía entusiasmado. −De acuerdo, te espero allá−, dije mientras me alejaba y le dedicaba un saludo rápido con la mano en alto. Cuando miré hacia atrás, Nathan estaba apoyado en la pared posterior y parecía interesado en nuestra conversación, me observaba descaradamente. Intenté no prestarle atención y apresuré el paso para ir a ponerme algo más cómodo para la playa. Busqué mi etiqueta de cigarrillos y la puse en una pequeña mochila junto con mis notas. Pensé en aprovechar el tiempo para conocer un poco más a Bobby. Según sabía, él era además de tutor de escuela, el médico de la aldea. Hacía dos años había venido a conocer el lugar, igual que yo, y nunca se había ido. Por un momento pensé que la magia del lugar no funcionaba únicamente conmigo y me alivió quitarle particularidad a lo que me pasaba. Mientras me ensimismaba en mis pensamientos, la bocina de un coche sonó dos veces afuera. Salí presurosa. Bobby estaba en el asiento del conductor de la camioneta y se bajó para abrirme la puerta. Me sorprendió su caballerosidad. −¿Lista?−, me preguntó mientras me acercaba. −Lista−, contesté. Ya en la playa, Bobby extendió una manta para que nos sentáramos en la arena y

sacó una pequeña heladera que ubicó a un lado. Las nubes en el cielo daban una sensación de calidez, yo amaba los atardeceres. Incluso los nublados, como este. Antes no había notado lo hermoso de las facciones de Bobby. Su rostro anguloso y sus finos labios rosados eran enmarcados por unos hermosos y profundos ojos verdes. Bromeábamos y nos reíamos como dos viejos amigos. Las cosas eran muy fáciles con él, sin tensión de por medio. Me sorprendió lo rápido que congeniamos. −Y bueno… ¿Una carrera a las olas?−, le dije levantándome de un salto. Abrió los ojos sorprendido mientras dejaba la botella a un lado. −¿Bromeas?−, preguntó con una mueca de horror. −Te apuesto la última cerveza y no pienso perder−, le dije seria. −No puede creerlo. Vamos a congelarnos… realmente eres peligrosa, ¿verdad?−, se levantaba lentamente. −¿Eso es un sí?−, le dije encarando la playa para tomar ventaja. −¡No pienso perder esa cerveza!−, se levantó rápido y comenzó a correr. −¡Eso es trampa!−, le grité siguiéndolo. Lo alcancé sin dificultad aunque estaba segura que no hacía su mejor esfuerzo. Me colgué de su espalda para intentar frenarlo pero ambos caímos en el agua helada. Las olas golpeaban sin piedad y nosotros reíamos como locos. Era difícil mantener el equilibrio. Estaba a punto de sucumbir y caerme cuando Bobby me sujetó fuerte de la cintura y acercó su cuerpo al mío para mantenernos en pie. −Cerramos en un empate, ¿te parece?−, dijo con la respiración agitada. −De acuerdo−, le respondí mientras disimuladamente me desprendía de su abrazo. Mientras salíamos del agua y corríamos a buscar una manta que Bobby tenía en el auto, vi a unos cuantos metros de nosotros un jeep que se detenía junto a la playa. Nathan iba al volante, reconocí a Lila a su lado, Roman y otro muchacho llamado Ian iban en la parte de atrás. Se bajaron mirando hacia donde estábamos y sonreían mientras se hacían comentarios entre ellos. No disimulaban la sorpresa de ver a su tutor allí conmigo. Bobby tomó mi mano y me invitó a sentarme a su lado. −Aquí estaremos más calentitos−, dijo abriendo la manta y colocándola alrededor nuestro. −No creo que esto sea una buena idea. Los chicos pueden malinterpretarnos−, le dije señalando con la mirada a Nathan y sus amigos. −Eso no me sorprendería, pero no nos arriesgaré a una hipotermia para evitar

habladurías−, me dijo frotando su mano en mi espalda para calentarla. Lo miré y asentí con una sonrisa. Miraba sobre mi hombro cómo los muchachos juntaban madera para hacer una fogata mientras el sol caía. De tanto en tanto, Nathan dirigía su mirada hacia nosotros. Estaba sentado en la arena con Lila junto a él, con el brazo por detrás de su cintura, abrazándola mientras besaba su cuello. ¿Qué demonios?, pensé. No tardé mucho en responderme a mí misma, era obvio que ellos estaban juntos. Sentí una punzada en el pecho y estaba segura que no tenía nada que ver con el temblequeo de mi cuerpo por el frío. −¿Qué es lo que pasa? Pareces interesada en los chicos−, dijo Bobby. Casi había olvidado que él estaba ahí. −No es nada−, le respondí saliendo de mi trance. −Me sorprende lo de Nathan y Lila, no parecían estar juntos esta mañana−, dije de manera casual. −No te olvides que estaban en la escuela esta mañana−, me respondió. −Ellos están comprometidos, cuando Nathan cumpla los dieciocho el próximo octubre estarán listos para casarse−. −¿Casarse?−, pregunté horrorizada. −¡Si son apenas unos niños!−. −Los matrimonios son arreglados desde que los niños nacen, las cosas parecen funcionar bastante bien para ellos así. Aunque Nathan no parece estar del todo de acuerdo, sigue escapándose todo el tiempo para evitar a Lila, pero ella no se lo pondrá tan fácil. Nunca nadie ha desoído el mandato del Consejo y no creo que esta sea la primera vez, a la larga se casarán y serán felices, como todos los demás−, me explicó Bobby. Lo miraba confundida, intentando asimilar todo lo que me había dicho. Esto lo cambiaba todo. No me permitiría interferir, no importa lo atraída que me sintiera. Entendía a Nathan, porque no me gustaba que nadie decidiera por mí, pero me sentía terrible también. Ahora entendía perfectamente por qué me había sentido intimidada por Lila desde el primer momento. Por un segundo tuve miedo de que ella supiera algo sobre lo que había ocurrido, pero no, eso no podía pasar. Nathan no la lastimaría contándole algo así, él no parecía ser de esa clase. −¿Qué piensas?−, dijo Bobby sacándome de mis pensamientos una vez más. −Nada. Quiero ir a casa, hace mucho frío aquí. De veras fue una locura que me siguieras al agua, no quiero que te enfermes−, le dije apesadumbrada. −Tampoco quiero que te pase nada, tienes razón. Mejor vamos a casa−, se levantó y me ofreció su mano para ayudarme. −Gracias por las cervezas y por el chapuzón, hace mucho que no me divertía así−, dijo

Bobby abriéndome la puerta para bajar de la camioneta. −Gracias a ti por haberme invitado, me lo pasé genial−, extendí la manta para doblarla y ponerla en la camioneta. −No, déjala. La llevarás la próxima vez, deberíamos repetir lo de hoy−, sonrió. −Eso no lo dudes−, dije mostrándole mi mano para despedirlo. Me miró sonriendo, tomó mi mano pero aún así me besó en la mejilla. −Adiós−, me susurró al oído y corrió a subirse en la camioneta aún en marcha. Me dedicó un saludo estilo militar mientras se alejaba. Realmente la habíamos pasado súper bien. −¡Hola cariño! ¿Qué tal tu primer día de escuela?−, bromeó Mike. Estaba preparando la cena cuando atravesé la puerta. Mirarlo a los ojos era como estar nuevamente en casa. −Genial. Mejor de lo que pensé. Los chicos fueron increíbles y Bobby... bueno, Bobby es muy especial. Me llevó de paseo a la playa−, le dije mientras tomaba las cosas para poner en la mesa. −Bobby, si… Él es realmente encantador…−, dijo guiñándome un ojo. −No empieces con eso, Mike. No quiero que nadie arregle un matrimonio para mí, mantente al margen−, le dije con toda la intención de que entendiera acerca de qué le estaba hablando. −Bobby me lo ha contado todo y déjame decirte que comprendo a Nathan en esta−, dije. Mike se volteó a verme con el seño fruncido. −De hecho, no lo entenderías. Las cosas son como son. Mira como ha funcionado todo para Camile y para mí. Él es un niño que no quiere darse la oportunidad de ser feliz por pura rebeldía−, me explicó. −Pues si es un niño no creo que sea prudente que lo dejes dar ese paso, ¿no te parece?−, le dije sorprendida de mi ofuscación. −No eres la más indicada para decir eso. Tú no eres mucho más grande que él y ya has estado casada, ¿o me equivoco?−, eso fue un golpe duro. Jamás diría eso si supiera las condiciones que me obligaron a tomar esa determinación. −No sabes lo que dices, Mike−, dije furiosa. −Lo sabría si intentaras explicarme. Me gustaría entender quién eres, qué pasa por tu cabeza−, reclamó. −No empieces con eso Mike, sabes que no me gusta hablar de ello−, me levanté de la silla para hacer cualquier otra cosa, algo que me sacara del aprieto de tener que darle una respuesta. Prefería ser cualquier persona que él se imaginara que yo era, antes que supiera la verdad acerca de mi vida. Nadie lo sabría, hasta yo borraría mis propios

recuerdos si eso me fuera posible. Me recliné sobre la mesa para evitar el mareo y las náuseas que me provocaba recordar mis días en la calle, todas esas manos intrusas en mi cuerpo, la frialdad del motel donde me quedaba, los gemidos de Rosario del otro lado de la habitación. Las manos de Mike me tomaron por la espalda y me abrazó para contenerme. Me liberé luego de unos segundos, no le permití que me cuidara. Me miró con sus profundos ojos negros y colocó su mano sobre mi mejilla. −Tranquila cariño, no quería molestarte−, se disculpó besando mi frente. −No es nada−, dije apartándome. −¿Comemos ya? Tengo hambre−, se mostró sorprendido ante mi repentino cambio. Eventualmente descubriría que esa siempre era mi forma de evitar la incomodidad, cualquier cosa que desviara la atención de la conversación. −De acuerdo−, contestó. Comimos en silencio. −La cena estuvo fenomenal… Lavaré los platos por ti y separaré algo para cuando Nate regrese−, me levanté con mi platos y me apresuré a levantar el resto. −Me alegra que estés aquí, hacía falta un toque femenino en esta casa de cavernícolas−, Mike se echaba para atrás en la silla y acariciaba su estómago hinchado por toda la comida que había ingerido. Sequé los platos con cuidado y me retiré al cobertizo.

RESISTIÉNDOTE Saqué mis notas y mis anteojos de la mochila y salí a disfrutar la luz de la luna y las estrellas, para escribir algunas de las cosas que había averiguado hoy. No quería perderme detalles, aunque había algunos que quisiera haber evitado. Pensaba en Lila, esa hermosa criatura de piel morena y suaves rasgos que la convertían en una belleza única. Hasta su cuerpo era como el de una sirena. Curvilínea por donde se la viera. Jamás podría competir con aquella muchacha. Observé mis pequeños pechos, mi figura delgada, la palidez de mi piel y me sentí horrible. Me recosté sobre el pasto y encendí un cigarrillo. −No deberías hacer eso. Es malo para ti−, capté su figura afirmada en el pino, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su cuerpo era inconfundible para mí. Nathan se alejó del pino y la luz de la luna cayó sobre él, dejándole ver en todo su esplendor. −Te aseguro que no tienes idea de lo que es bueno para mí−, le respondí incorporándome levemente. −¿Bobby lo es?−, dijo casi en tono inquisitivo. Miré sobre mi hombro para responderle con mi mirada furiosa. −Aún no lo sé, pero podría ser. Sin ninguna duda Lila se ve muy bien contigo−, le disparé. Un segundo después me arrepentí de haberlo dicho. ¿Por qué dije esa idiotez? −¿Así que Bobby podría ser?−, dijo entornando la mirada. −Creo que estás omitiendo la parte de Lila, eso es lo que importa−, insistí. −¿Te importa a ti? Eso es sorprendente…−, rió escandalosamente. Su sonrisa era fantástica aunque claramente irónica. Se acercó y tomó asiento en el piso junto a mí. −No sé qué te parece tan divertido. De hecho, deberías sentirte muy mal. Tan mal como yo. ¡No puedo creer que me dejaras hacerle eso!−, no intenté ni un poco ocultar lo furiosa que estaba. −No tengo por qué sentirme mal y tampoco tienes que hacerlo tú. Ella tiene muy claro que no hay nada que yo pueda ofrecerle. No a ella−, dijo mientras acercaba su mano a la mía. −¿Qué crees que haces?−, dije retirando mi mano y levantándome de un salto. Recogí mis cosas a toda prisa y corrí hacia el cobertizo. Quise cerrar la puerta corrediza con toda mi fuerza pero el brazo de Nathan ya se interponía para evitarlo. Los dos forzábamos las cosas. Demasiadas cosas desde mi punto de vista. −Espera un momento… Quiero hablar contigo−, dijo mientras entraba en el cobertizo y cerraba la puerta de un solo tirón detrás de él.

−Vas a obligarme a que me vaya y no quiero hacerlo−, mi voz era tan fría como podía. −Lila no significa nada para mí. No puedo darle nada a ella, desde anoche no puedo sacarte de mi cabeza y lo sabes. Lo quieras o no las cosas son así−. Su mirada emitía destellos intensos. Se acercaba peligrosamente hacia mí, como la noche anterior. −No te acerques−, le advertí con los brazos levantados lista para defenderme. Era la viva encarnación del lobo en mi espalda, una vez más. −Dime que no me quieres cerca y me iré sin pensarlo, si eso es lo que te hace feliz−, su voz era desafiante. Nathan ni siquiera me conocía pero sabía que yo no tendría la fuerza para decirle algo así. −No puedo querer a nadie, Nathan. No a ti, ni a nadie. Solo saldrás lastimado−, le dije retrocediendo lentamente, sabía que si se acercaba demasiado yo no podría resistirme a estrecharlo en mis brazos, debía obligarme a advertirlo. −Eso es mentira y lo sabes. Intentas convencerte de eso, intentas convencer a todo el mundo, pero te conozco mejor, sé como eres, no puedes mentirme−, dijo con fiereza. −No me conoces, no llevo más que un día y unas pocas horas aquí. Vete antes que empiece a gritar…−, lo amenacé. −Quisiera ver que lo intentes−, seguía acercándose como un depredador acorralando a su presa. Seguí retrocediendo mientras buscaba las palabras en mi mente para poder seguir negando lo que sentía por él, pero era imposible. Tan intenso. Tan pronto. Choqué contra la pared y me detuve, perdida en su mirada, perturbada ante la necesidad de abrazarlo y obligando a mi cuerpo a permanecer inmóvil. Se acercó sin dejar que su mirada se desviara de la mía y rodeó mi cintura con su brazo, sosteniéndonos contra la pared con el otro. −Solo tú y yo, ¿recuerdas?−, susurró en mi oído. Yo seguía inmóvil, con mis brazos a los lados. −Eso no fue lo que dije…−, le recordé con el hilo de voz que me quedaba. −Recuerdo muy bien lo que dijiste… no mientas. Esto es culpa tuya, lo has cambiado todo−, siguió con sus labios apoyados en mi oído. −¡Ya basta!−, utilicé toda mi fuerza para por fin liberarme de su abrazo. Permaneció con los brazos apoyados en la pared, de espaldas a mí. −¡No eres más que un chiquillo insolente! ¡Déjame en paz!−, le grité. Era más sencillo ahora que no lo veía a los ojos. −¡Bien!−, dijo dándole un golpe de puño a la pared, que hizo que todo el lugar temblara. El ruido me hizo saltar. Se dio vuelta sin mirarme, abrió la puerta de un tirón y

salió rápidamente. Permanecí parada allí un momento. La sangre fluía rápido por mis venas y mi corazón parecía un potro desbocado. Rompí a llorar entendiendo que a pesar de todo, aquello era lo mejor. No podía arruinar su vida, su destino ya estaba marcado y yo no estaba en él. Sin embargo, no podía dejar de pensar en lo mucho que me hubiera gustado que insistiera, que me hubiera tomado entre sus brazos y me hubiera regalado el calor de sus labios. Me desvestí despacio intentando recobrar la compostura. Toda la vida me había protegido de esto y en un solo instante todo había cambiado por completo, y era todo por mi culpa. Él tenía razón, todo había cambiado, pero no solo para él, para mí también. Sentir esto era malo, muy malo, pero el recuerdo de aquella noche hacía que el dolor fuera algo extrañamente placentero. Ya no quería borrar ese recuerdo, él se había convertido en el primer recuerdo que no estaría dispuesta a abandonar aunque el dolor que causara el no poder tenerlo conmigo, fuera lo único realmente verdadero. Me dormí pensando en el calor de su cuerpo y me sentía mutilada, como si algo hubiera sido arrancado de mí para siempre. Ya nada volvería a ser igual. La primera semana pasó rápido. La tensión en la relación entre Nathan y yo, incomodaba a Mike. Peleábamos todo el tiempo, la mayoría de las veces por puras idioteces y ninguno de los dos nos preocupábamos por ocultar la furia que sentíamos. En los momentos de calma, me ocupaba de conocer meticulosamente a los protagonistas de mi historia. Conocí a casi todos, me invitaban a sus casas, ofrecían todo de sí mismos. Cada día me encontraba con una nueva historia y estaba fascinada con eso. Además, tenía un trabajo en la aldea. Asistía a Bobby todas las tardes después de la escuela mientras él atendía a sus pacientes. Solo regresar a casa era un suplicio. La luz del sol se colaba por una pequeña abertura en la puerta del cobertizo y la claridad me despertó ese primer sábado en la aldea. No lograba decidir si levantarme o quedarme allí un rato más, las peleas que tendría ese día ya me tenían agotaba. Suspiré profundo antes de salir. No sabía que iba a encontrar en casa de Mike y eso me asustaba. Y yo nunca me asustaba antes. Había demasiadas cosas nuevas en mí y la mayoría no me gustaban. Salí del cobertizo y me estiré todo lo que pude, varias veces, intentando matar el tiempo al menos unos minutos más. −Noc, noc… ¡Buenos días!−, dije mientras abría la puerta. No solía ser tan efusiva por las mañanas, pero en realidad quería anunciar mi llegada para evitar probables sobresaltos. Siendo sábado, seguramente Nathan estaría en la casa, hoy no era día de escuela. −Buenos días, ¿cómo has dormido?−, dijo Mike. Tenía una pequeña caja sobre la

mesa en la que había cosas que parecían ser insumos para la pesca. −He tenido mejores noches, casi no he pegado un ojo−, le respondí. −Creo que has tenido muchas emociones últimamente. Bobby no ha dejado de hablar de ti, ¿sabes? Ya todos sus pacientes te conocen como si hubieran pasado toda la vida contigo. Estoy empezando a recibir quejas−, rió de manera cómplice. −¿De veras? Ha sido muy gentil, creo que intenta que me sienta parte del lugar, es muy bueno conmigo−, le dije mientras ponía el calentador con agua sobre la estufa. −No creo que sus intenciones sean tan decorosas… Podría arreglar un matrimonio para ti, si me lo permites−, bromeó. −Ni lo pienses, no es gracioso. Estoy muy bien así y él también parece estarlo−, le respondí. Me preparé un té y me senté a su lado. Me gustaba mirar con la dedicación que hacía todo. Acomodaba su caja como si se tratara de frágiles algodones. No parecía algo que sus toscas manos pudieran hacer, su sutileza era algo para admirar. −¿Te vas de pesca?−, le pregunté curiosa. −Sí, te conté antes que esta comunidad se autoabastecía. El pescado es una de las bases de nuestra alimentación. Abundan en nuestros ríos. Vamos todos los sábados con algunos de los hombres para solventar las necesidades de la semana para toda la aldea−, me explicó. −Sorprendente… Los cuidas a todos−, dije sonriendo. Era como un padre, más que un líder. Un padre cariñoso y comprensivo. Duro cuando era necesario, pero dulce como la miel sin siquiera proponérselo. −Nathan irá contigo, supongo−, señalé como al pasar, agradeciendo que por unas horas pudiera protegerme de su hostilidad. −Eso quisiera, de verdad disfruta de la pesca… Pero a decir verdad, no tengo idea de donde está. No ha pasado la noche en casa… supongo que ya no me parece extraño−, dijo con voz quedada. −Me lo está poniendo difícil. ¿Te ha contado algo? ¿Has hablado con él? De su relación con Lila.−, agregó curioso. −Sí…−, le respondí. Me levanté para lavar mi taza esperando que él no quisiera interrogarme sobre los que habíamos hablado, ni siquiera yo podía aún entender lo que había ocurrido y sabía que no podría mentirle si indagaba demasiado. Podía sentir su mirada a la espera de una respuesta como si fueran rayos sobre mi nuca. −Suéltalo ya, Sam−, dijo adivinando mis pensamientos.

−¿Qué?−, dije sin darme la vuelta mientras lavaba la taza por tercera vez. Mike se levantó y se paró a mi lado para poder mirar mi rostro. −Sé que no estás de acuerdo con nuestras costumbres en relación a los matrimonios acordados pero no quiero creer que estés alentando a Nate en esto de huir de sus responsabilidades. Sé que intenta que creas que te odia, pero he visto como te mira, y estoy seguro que apreciará todo lo que tengas que decir acerca de esto−, suspiré aliviada de que dijera eso, porque podría responderle con la verdad. −Me sorprende que pienses eso de mí, Mike. Jamás haría una cosa así. Además Lila me parece una chica genial, es perfecta para tu hijo…−, le dije fingiendo preocupación. −Pequeña, lamento haber reaccionado así. Es solo que a veces no sé qué hacer frente a esto. No hay nada que yo quiera más que Nate sea feliz. Me duele pensar que esto lo lastima, pero estoy convencido que es lo mejor para él. No quisiera que fuera mi propio hijo el que rompiera por primera vez con dos siglos de tradición. Después de todo, él ocupará mi lugar como líder de esta comunidad algún día. Apreciaría mucho si me ayudaras con esto, sé que él te escuchará…−. Sus ojos eran tan sinceros. ¿Cómo podría negarme a lo que me pedía? No era posible. −No voy a prometerte nada, lo intentaré… si deja que hable con él−, dije obligándome a intentar cumplir con esa promesa. Ya lo había intentado. Le dejé claro a Nathan que entendía que Lila era su presente y su futuro, aunque no estaba segura de querer mejorar mi intento. Lo único que me preocupaba ahora era saber que él estaba bien, lo había visto partir anoche y temía que algo le hubiera ocurrido. ¡Mentirosa! ¡Estaba celosa! Sabía que estaba con Lila.. Estaba fumando un cigarrillo y escribiendo un poco mientras Mike terminaba de alistar sus cosas para pasar el fin de semana de pesca fuera de la casa, cuando escuché risas que provenían de afuera y se acercaban a la entrada. Pude reconocer a Nathan, pero la risa femenina no me parecía conocida. Estaba segura de poder adivinar quién era. −De veras no me había divertido así en siglos, hermosa. Pasa por favor−, dijo Nathan abriendo la puerta. −Gracias, amor−, contestó Lila entrando con los movimientos suaves de una gacela, era realmente hermosa. Los dos se veían felices. Como una pareja de comercial. Nathan tenía la misma ropa que anoche. ¡Maldito hijo de…! Si no había dormido aquí, era obvio que había pasado la noche con ella. Eso me irritó un poco. No… me irritó bastante. De acuerdo, quería asesinarla.

−Hola, Sam−, saludó Lila tomando la silla que se encontraba a mi lado. −Hola Lila, qué gusto que estés aquí−, mentí sorprendida de mi eficiencia. Nathan ni siquiera me saludó, pasó derecho a su habitación. Luego escuché la puerta del baño y el agua de la ducha cayendo rítmicamente. No sé qué me molestaba más de Lila, que se mostrara siempre tan amable o que fuera tan dolorosamente hermosa. −¿Qué tal te lo estás pasando?−, preguntó con una sonrisa. Fatal, y es por tu culpa… −Muy bien, todos son muy buenos aquí y estoy consiguiendo muy buen material para mi próximo libro, nada podría ser mejor, supongo−, respondí sonriendo. −Quizás uno de estos días podríamos salir a dar un paseo, podría contarte algunas cosas sobre mí, para el libro digo…−, dijo Lila reluciente. −Perfecto…−, le dije. Pasar un buen rato con mi peor pesadilla es algo que no podría resistir, sin duda. Se produjo un silencio incómodo. No tenía ganas de fingir que me interesaba nada de su vida. Lo que realmente me interesaba era su prometido, aunque no era prudente que ella supiera eso. −Ha sido una noche larga… y maravillosa−, dijo bostezando. −Mmm…−, pude articular… o algo así. −Bueno, ya debo irme, tengo muchas cosas que hacer, debo emprender mi partida−, dije levantándome. −¿De veras? ¿Qué harás?−, indagó con toda inocencia. −Eh… asuntos personales−, dije fríamente mientras me ponía de pie. En realidad no se me ocurría nada para mentir en el momento y escuchaba que Nathan ya estaba listo para volver. No era tan fuerte como para aguantar verlos juntos. Nunca fui masoquista y tampoco quería empezar. Tomé mis cosas y salí huyendo como una cobarde de allí. Tiré todo en el cobertizo y emprendí una caminata sin rumbo, quería tomar en mi mente la impresión de todo lo que me rodeaba, cualquier cosa que pudiera despejarme en ese momento para no tener que volver a la casa y arrancarle cada uno de los cabellos a aquella niña que se había atrevido a tocar a Nathan. A mí Nathan, ¡maldita zorra! Imaginarme lastimándola, hizo que una gran sonrisa se desplegara en mi rostro. Sin duda no era masoquista, pero quizás sí un poco sádica. −¿Puedo saber a qué se debe que deslumbres a todos con esa hermosa sonrisa tuya? −, Bobby estaba sentado en una silla, con una banqueta con instrumentos médicos delante y una niña pequeña parada a su lado. Un poco más atrás, estaba quien parecía ser su

madre. No sabía cómo había terminado allí, pero me alegraba verlo aquella mañana. Bobby sostenía una gaza en el brazo de la niña. −¿No es temprano para estar torturando niños?−, le dije divertida cuando me di cuenta que acababa de darle una vacuna. −No lo creo. Además, Rose parece estar genial, ¿no es así, cariño?−, dijo besando la frente de su pequeña paciente. Ella sonrió. La mamá y su hija se fueron después de la consulta, y Bobby me invitó a pasar a su casa. Era amplia y muy luminosa. Simple, como él mismo. −Bien…−, dijo sacando dos vasos y poniendo hielo en ellos para servir un trago. −Antes que continuemos me gustaría saber qué pasó con tus zapatos… ¿se los llevó el río?−, dijo sonriendo. Miré mis pies confundida y recordé que había decidido no utilizar zapatos esa mañana. −Ups… Lo lamento, salí de casa rápido−, le dije avergonzada y encogiendo mis hombros. −Voy a tener que cargarte para que no lastimes tus pies, entonces−, dijo mientras me lanzaba su mirada más pícara. −Espera, ¿vamos a algún lugar hoy?−, dije curiosa. −Prefiero que sea una sorpresa… Preparamos algo ligero para el almuerzo y salimos, ¿te parece?−, propuso. −¿Qué pretende, doctor? Ya tengo todas mis vacunas, se lo aseguro−, le dije. −Vamos, confía en mí…−, respondió. Bobby era muy divertido, se parecía mucho a mí y congeniábamos a la perfección. Era muy despreocupado y pasar el tiempo con él era sencillo, sin complicaciones de por medio, nada comparado a lo que era con Nathan. Caminamos por un rato adentrándonos bastante en el bosque. El aire que se respiraba era maravilloso. El olor de la madera, de las hojas verdes y de la tierra mojaba lo inundaba todo. Al final del sendero que recorríamos, la luz del sol se infiltraba creando formas hermosas al atravesar las hojas de los árboles. −Bueno…−, dijo Bobby, −ahora tendrás que trepar en mi espalda−. −De acuerdo… supongo−, dije con un tono de falsa desconfianza en mi voz. Cuando llegamos al final del sendero, no podía creer lo que veían mis ojos. Una pequeña cascada caía desde lo alto hacia un estanque natural, al que bajamos sorteando

las enormes y puntiagudas piedras que de seguro lastimarían mis pies si él no me cargara. El arco iris se dejaba ver cuando la luz del sol chocaba con el agua. El sonido de los pájaros le daba al lugar un marco mágico. Bobby me dejó sobre una gran piedra a la orilla del estanque y me miró con una sonrisa al descubrir lo feliz que me veía. −Bobby, esto es increíble−, no podía dar crédito a que semejante paraíso realmente existiera. −Tú eres increíble−, contestó agazapado a mi lado antes de besar mi mejilla. −Bobby…−, comencé a decir, no quería que lo nuestro se volviera incómodo. −¡¿Qué?! Realmente lo eres… bueno, ¿tomaremos un baño o qué?−, sus palabras me tranquilizaron. Quizás lo había mal interpretado. Él solo quería ser amable. −No tengo mi traje de baño, no sabía que veníamos aquí−, le mostré señalando mi atuendo. −Tampoco yo−, me dijo quitándose la ropa. Me di vuelta avergonzada. −¿Nunca habías visto un bóxer antes?, ¡vamos! No seas tímida−, rió. Sin darme vuelta, escuché un chapuzón. −El agua está realmente deliciosa, no deberías privarte de esto. Me daré vuelta, si quieres−, dijo aún sonriendo. Yo lo miré indecisa. −De acuerdo.−, resolví al fin. Espere a que él se diera vuelta y comencé a quitarme la ropa. Estaba feliz de llevar ropa interior negra. Era algo provocativa pero al menos evitaría las transparencias. −Todavía no abras los ojos−, le advertí. −De acuerdo−, respondió todavía de espaldas. Lentamente, metí mi pie en el agua. Estaba helada. −¡Vamos cariño, no tenemos todo el día!−, gritó Bobby. −Estoy pensando que quizás de verdad quieres asesinarme, debería estar asustada. Me traes a un lugar secreto e intentas que muera de frío−, le dije irónica. −¡Vamos! ¡No seas una niña!−, se dio vuelta rápidamente y tiró de mí para meterme avivadamente en el agua. El grito que solté cuando el agua golpeó mi cuerpo debe haberse oído en varios estados. −¿Qué ocurre? ¿Estás bien? ¿Te hice daño?−, sus ojos irradiaban pura preocupación. Intentaba recuperar el aliento mientras boqueaba como un pez fuera del agua. Necesitaba algunos segundos para templar mi cuerpo. −Lo siento, el agua está helada…−, dije para tranquilizarlo. −Y tendrás que

sostenerme, esto es más profundo de lo que imaginé−, entrelacé mis brazos en su cuello y me dirigió una sonrisa de alivio. La tarde pasó muy rápido, disfrutamos del agua un largo rato. El sol nos proporcionaba calor y por eso la temperatura del agua se volvía más que soportable. Salimos y nos recostamos bajo el sol después de comer. Hacía calor y tomamos un par de cervezas, quizás demasiadas. −Cuéntame quién eres Sam, quiero saber más de ti−, dijo Bobby mientras yo buscaba un encendedor para prender un cigarrillo y abría mi… ¿tercera cerveza? El buscó en el bolsillo de su pantalón y encendió una cerilla para ofrecerme fuego. −Eres mi tipo de hombre… siempre listo, ¿verdad?−, señalé creyendo que eso distraería la atención de la pregunta que había hecho. −Por supuesto, pero no has respondido mi pregunta−, había fallado. No se distraía con facilidad. −No lo sé, Bobby. No hay mucho más de lo que ves, en realidad…−, intenté salirme por la tangente. −A eso me refiero. Veo mucho más en ti de lo que me dices−, retrucó. −Cierto, entonces quizás puedas decirme quién soy−, lo reté. −De acuerdo, déjame intentarlo…−, dijo mirando directamente a mis ojos. −Eres desconfiada, repeles a cualquiera que intente acercarse demasiado a ti, quizás por miedo. Apostaría casi con seguridad que fuiste seriamente lastimada en el pasado. Seguramente no tienes familia, igual que yo, porque no somos muchos los que elegimos esta vida casi nómade, y hay algo de lo estoy totalmente seguro… quien pueda entrar en tu corazón se llevará el premio mayor, y de seguro hay miles intentándolo, porque realmente eres una mujer hermosa…−, mis ojos se abrieron como platos y me costaba salir de mi asombro. Tan solo una semana y ya lo sabía todo. −Te equivocas…−, dije intentando sonar casual. −No soy una mujer hermosa…−, en todo lo demás había acertado. −No, tú te equivocas, pero gracias. Eso contesta a mi pregunta−, Bobby me observó con aires de triunfo. −Bueno… creo que ya es hora que volvamos a casa. El sol casi se está poniendo−, dije levantándome, o intentando hacerlo. Creo que las cervezas funcionaron a la perfección porque sentí un ligero mareo cuando me levantaba y caí sentada de nuevo en las rocas. −¡Diablos! ¡También lograste embriagarme! Eres muy mala influencia…−, dije riendo, aunque lo que quería era ocultar mi vergüenza.

−Entonces supongo que tendré que cargarte todo el camino de regreso, ¿verdad?−, dijo mientras me ponía en su hombro. Yo reía descontrolada. La borrachera siempre se me daba igual, pura desinhibición. Cuando llegamos a su casa, me subió en la camioneta y me llevó de vuelta a la casa de Mike. Apoyé mi cabeza en el respaldo del vehículo y sentía como todo daba vueltas sin parar. No estaba totalmente dormida, podía percibir como me cargaba en sus brazos y me llevaba hacia dentro de la casa, aunque mi cuerpo no respondía. De verdad estaba ebria. −¿Qué ocurre?−, escuché decir a Nathan. Maldita mi puta suerte, justo hoy decidía pasar la noche en casa. −No es nada, solo un par de cervezas de más. Nada que no se pueda arreglar con unas buenas horas de sueño y unas aspirinas por la mañana−, respondió Bobby relajado. También había bebido bastante y estaba un poco más sonriente que de costumbre. −¿Dónde duerme? Voy a llevarla a la cama−. −No, yo me ocupo−, dijo Nathan tratando de tomarme en sus brazos. Aléjate de mí, niño. −No, ya lo tengo controlado−, los brazos de Bobby me apretaban con fuerza. Mientras ellos discutían, sentí que algo no estaba bien, nada bien. Mi estómago se revolvió de repente y luché por soltarme de los brazos de Bobby. Salté al piso y corrí con todas mis fuerzas, cerrando la puerta del baño detrás de mí. Orienté como pude mi cabeza hacia el inodoro y vomité con toda mi alma hasta que mi estómago estuvo completamente vacío. −¿Estás bien?−, escuchaba a Bobby. ¡¡¡¡No!!!! −¿Cómo permitiste que esto pasara?−, le reclamaba Nathan furioso. ¡Ya dejen de pelear! −¡Ya cállense los dos!−, grité cuando pude dejar de vomitar. Lo único que agradecía era que Mike no estuviera en la casa para ver el estado en el que me encontraba. Abrí la ducha con agua fría y me metí rápidamente, sin siquiera quitarme la ropa. Mientras estaba sentada en el suelo con el agua cayendo sobre mí, escuché a Bobby decir −de acuerdo, solo dile que me llame por la mañana−. Estuve allí un largo rato. Cuando me sentí mejor, cerré el paso del agua y tomé una toalla que estaba colgada por allí. Apoyé mi oreja en la puerta para cerciorarme que nadie estuviera afuera. Abrí la puerta muy sigilosamente y me sorprendí cuando encontré una camiseta perfectamente doblada colocada justo a la salida del baño. La tomé rápidamente y me quité la ropa mojada. Mientras salía del baño, sentí su mirada justo detrás de mí. Maldita sea…

−Tenías que hacerlo, ¿verdad?−, dijo apoyado en la pared continua al baño y con los brazos cruzados sobre su pecho. ¿Es que no podía estar relajado al menos un día? Era incansable, no perdía oportunidad para enfrentarse conmigo. Esta situación estaba empezando a cansarme. −¿Ahora me hablas? Yo no te hice nada. ¡Solo fueron unas cervezas de más y eso no te incumbe!−, le dije volviéndome para verle a la cara. Comenzaba la pelea diaria sin duda. −¡Y una mierda si no me incumbe! ¡Claro que me incumbe! Estás en mi maldita casa por si no lo habías notado. Al menos podrías tener la decencia de comportarte. Parece que finalmente decidiste que podías divertirte con Bobby, ¿verdad?−, dijo fríamente. −Cuidado, niño. No tengo por qué darte explicaciones. Y me parece que tus conclusiones son prejuiciosas y erróneas, además−, no podía creerlo, después de todo estaba dándole una explicación. −Mira, si piensas revolcarte con toda la aldea, agradecería que me lo dijeras ahora, ¿de acuerdo?−, me gritó. No supe cómo reaccionar, sus palabras fueron como dagas directas a mi corazón. Mis ojos comenzaron a quemarme y no pude contener mis lágrimas. Al fin decía lo que realmente pensaba de mí. Me di vuelta demasiado avergonzada como para defenderme. Quise correr pero me detuvo agarrando fuertemente mi brazo, lastimándome. El tirón fue tan fuerte que sentí que mi cabeza se desprendería de mi cuerpo. −¡Lo lamento, lo lamento! No quise decir eso…−, susurraba mientras me sujetaba fuertemente contra su cuerpo. Lo único que quería era que me dejara correr al cobertizo a esconder mi propia miseria. Me sentí tan humillada. −¡No te atrevas a tocarme!−, murmuré esforzándome por liberarme. Las lágrimas brotaban de mis ojos como lo hacía la cascada en el medio del bosque. Pero no me soltó. De hecho, lo sentía tan cerca como la primera vez. Sus brazos me encerraron en su pecho haciendo imposible que me moviera y hasta podía percibir los latidos descontrolados de su corazón. −Lo lamento… es solo que no soporto que él te toque. ¡No quiero que lo haga!−, no quise escuchar nada de lo que decía. Me empeñaba en luchar contra él, en resistir. Era demasiado fuerte. No tuve oportunidad, jamás la había tenido. Lo único que pude hacer fue rendirme. De veras lo hice. Mis brazos dejaron de alejarlo para encadenarse a su cintura. Lo abracé como si quisiera meterlo dentro de mi cuerpo, con todas mis fuerzas. Apoyé mi cabeza sobre su hombro y ya no me preocupé por ocultar las lágrimas. Estaba agotada.

Sin alejarnos un solo centímetro, resbalamos hasta el suelo. Ambos habíamos decidido rendirnos esta vez. Tomó mi rostro entre sus manos mientras intentábamos recuperar el aliento. Me miró directo a los ojos antes de besar mi frente con algo más de fuerza que la necesaria. Permanecimos allí por lo que parecieron ser siglos. Uno en los brazos del otro sin decir una palabra. No las necesitábamos. Cuando por fin ambos recuperamos el aliento, Nathan se levantó del suelo conmigo en sus brazos. Simplemente descansé mi cabeza en su pecho y me dejé llevar. Su habitación estaba en perfecta oscuridad, solo la luz de la luna entrando por la ventana me permitía observar el profundo azabache de sus ojos. Finalmente, me dejó sobre la cama y se acostó junto a mí con su cabeza en mi pecho, estrechándome en un abrazo interminable. Mi mano temblorosa se fue hacia la seda de su oscuro cabello y me permití acariciarlo por primera vez. Era un momento perfecto. Y doloroso. De alguna manera sabía que como en cualquier cuento de hadas, el encanto tenía caducidad. Por la mañana todo sería igual. Nathan volvería a Lila y yo seguiría sola, como siempre lo había querido. Hasta ahora. Todo era muy intenso con Nathan, como nada que hubiera sentido antes. Puro amor. Puro odio. Puro deseo. Íbamos de un extremo a otro sin escalas. Pero mientras dormía con sus brazos rodeando mi cuerpo y el calor de su aliento en mi nuca, nada podía ser más verdadero. Soñaba con poder congelar este momento para siempre. Solo nosotros dos, sin Lila, sin Mike, sin Bobby, sin nadie. Podía sentir el calor del sol entrando por la ventana pero no quería abrir los ojos. El hechizo llegaba a su fin. Y yo no era Cenicienta. Finalmente me rendí y los abrí para encontrarme sola en la cama. Me sentí mutilada de nuevo. Cada nuevo acercamiento, hacía el alejamiento mucho más doloroso. Pero entonces, la puerta se abrió y Nathan entró en la habitación con una bandeja con café y aspirinas. −¿Hice algún ruido? Perdón por haberte despertado−, dijo con timidez. −No, ya estaba despierta. Gracias…−, le dije tomando una de las tazas. Puse una aspirina en mi boca y tomé un sorbo de café para poder tragarla. La cabeza aún me daba vueltas. −Sam…−, dijo buscando mis ojos. −Por favor, no digas nada…−, seguía resistiéndome a seguir con todo aquello. −No

sigamos con esto−. −No, por favor escúchame. Necesito decirlo−, dijo sentándose junto a mí. Me incorporé recogiendo mis rodillas para darle lugar. −Sam, ya no puedo estar lejos de ti. No puedo soportar el no tenerte. Quiero que nos vayamos de aquí, tú y yo, sin mirar atrás. Conseguiré un buen trabajo en cualquier parte que tú quieras y seremos felices−, sus palabras sonaban tan mágicas, pero como la magia solo tomaba un segundo volver a la realidad y poner los pies sobre la tierra, nunca me había costado. −No sabes lo que dices Nate, piensa en Mike, en tu gente…−, tomé aire, −en Lila−. −Yo no la amo, te amo a ti… y mi padre entenderá, con el tiempo lo hará−, dijo elevando el tono de su voz para enfatizar sus palabras. ¿Dijo que me amaba? Preferí ignorar eso. −No es así como funciona, no puedes simplemente dejarlo todo por un capricho−, le contesté. −Esto no es capricho, sabes que sientes lo mismo que yo. Lo siento cuando te toco−, dijo acercando su rostro al mío. Sentía su dulce aliento cerca de mis labios y ese cosquilleo me asaltaba nuevamente. Tenía razón. −Mira Nate, no importa lo que CREAS sentir tú o lo que sienta yo, no podemos irnos y dejar todo atrás. No quiero lastimar a nadie y tampoco quiero que lo hagas. He cargado con ese tipo de culpas en el pasado y no quiero que pases por eso. Algo que deja tantos heridos en el camino nunca puede ser bueno−, intenté explicarle mientras tomaba sus manos entre las mías. −De acuerdo… entonces no quieres lastimar a nadie, solo a mí−, dijo con la mirada fija en nuestras manos entrelazadas. −No, nunca quise hacer eso. Aquella noche, pensé que nunca más volvería a verte. Quería hacerlo, así nunca tendrías que haber sentido esto. No soy buena Nate, tú no me conoces−, le advertí. −No, yo te conozco, eres Sam. Mi Sam. No importa quién crees ser, solo quién eres ahora. Y te garantizo que si me dejas hacerlo, en el futuro tendrás toda la felicidad que yo sé que te mereces. Dedicaría mi vida para que solo tengas que sonreír, sin preocuparte por nada más−, dijo acariciando mi mejilla con el dorso de su mano. Ya no supe qué decir, no estaba segura de querer decepcionarlo. Ya no estaba segura de nada, solo de que también lo amaba. −No puedo pensar, no me siento como yo misma ahora. Lo lamento−, dije perdiéndome en sus ojos.

−Yo sí… solo tú y yo, así de sencillo−, susurró en mi oído. Se acercó dulcemente a mí y tomó mi rostro entre sus manos. Me besó como aquella primera noche, ese beso que tanto había extrañado. Esa mañana hicimos el amor por primera vez. Él ya no era un extraño. Era el amor de mi vida, la persona que tanto había esperado y la que tanto había temido encontrar. Ya nada me importaba. Nos quedamos allí, tendidos en aquella pequeña cama, mirándonos a los ojos. Su cabeza descansaba sobre su mano y me volteé para quedar frente a él. Nuestras miradas seguían perdidas una en la otra creando esa extraña sensación de caída libre. Su cuerpo era majestuoso, su piel cobriza brillaba a la luz del sol que se colaba por la ventana. Sonreí por las cosquillas que sentía mientras acariciaba mi cintura, el contorno de mis caderas. Quería que el día nunca terminara. Mike, pensé de repente. Me senté sobresaltada pensando en que ya era domingo. Mike pronto estaría en casa. Yo había prometido ayudar con el asunto de Nate y tenía la certeza de que lo estaba haciendo bastante mal. −Nate, tu padre volverá en cualquier momento−, dije levantándome y tirando de la sábana para cubrirme. −No volverá hasta pasada la medianoche, prefieren la pesca nocturna, y yo prefiero que no hagas eso…−, respondió tranquilamente mientras tiraba de la sábana hacia él para descubrir mi cuerpo. Sentía mi rostro sonrojándose. −¿Por qué lo haces? ¿Acaso no ves lo hermosa que eres?−, agregó incorporándose y hundiendo su mano en mi cabello. −No juegues, ¿de acuerdo?−, siempre había tenido algunos complejos con mi cuerpo. Era demasiado baja, demasiado delgada, demasiado pálida. Mi nariz era demasiado pequeña, mis ojos demasiado grandes y mis labios demasiado finos. Aunque me gustaba mi cabello. −No puedo ni siquiera compararme con tu prometida, ella sí que es una hermosura…−, dije acostándome sobre mi estómago. Si no estuviera perdidamente enamorada del chico acostado a mi lado, probablemente hubiera hecho mi movida por ella. −No sabes lo que dices, eres la criatura más bella y más dulce que vi en mi vida−, ponía un mechón de mi cabello detrás de mi oreja para despejar mi rostro que de seguro en ese momento era de un rojo intenso. Podía sentir el calor en mis mejillas mientras el recorría mi espalda desnuda con sus dedos. −¿Cómo puedes estar tan mal como para elegirme a mí?−, fruncí mi nariz para enfatizar mis palabras. De veras era algo que no podía entender.

−No sé a qué te refieres... eres la primera y la última mujer en mi vida, no hay nadie más y nunca la hubo…−, dijo con una sonrisa. −No te creo−, le aseguré. −Jamás te mentiría−, dijo casi ofendido. −Estas mintiéndome, eres muy bueno en esto… sabes exactamente qué hacer, sí me entiendes−, hacía mucho tiempo que nadie me hacía sentir lo que él en la cama. −Muchas gracias, supongo... pero sin duda deberías llevarte el crédito. Aquella primera noche susurraba en tu oído para saber qué hacer, solo tuve que seguirte−, dijo sonriendo. Esto no puede ser… −¿Tú eras…? Ni siquiera puedo decir la palabra…−, lo miré entre confundida y horrorizada. Asintió con la cabeza esbozando una sonrisa. ¿Qué demonios era lo que le parecía tan divertido? −¡Santa mierda! Razón de más para que Mike intente asesinarme, estoy pervirtiendo a un niño. De veras, soy un monstruo−, respondí devolviendo una sonrisa vergonzosa. Reía de mis ocurrencias. Nos tocábamos para conocernos. Nos escuchábamos para contenernos. Todo era sin restricciones. Pasamos la tarde disfrutándonos, olvidando a todo el mundo contrariado que esperaba por nosotros fuera de esas cuatro paredes. −Cuéntame de ti, de tu pasado−, dijo entornando la mirada, casi citando a Bobby. Era obvio que en algún momento iba a querer saber. −No lo creo−, no había bromeado cuando dije que era un monstruo. Nate era bueno, inocente. No quería que supiera del pasado de la persona que se acostaba a su lado. Me esforzaba en pensar en esto como un nuevo comienzo para mí. Ni siquiera sopesaba la idea de que él abandonara su vida. Secretamente me imaginaba disfrutando de estos próximos tres meses con él antes que se uniera para siempre con Lila. Preferí ocultar mi plan en ese momento. El hechizo parecía haberse prolongado un poco y no quería de ninguna manera ser yo misma quien lo rompiera. −Solo tres preguntas y prometo no molestar por el resto del día, al menos−, dijo levantando una mano para sellar su promesa. −Es un reto−, agregó. −Mmm… de acuerdo, no resisto un reto−, respondí. −Ok. Debo elegir muy bien mis preguntas−, cerró los ojos un momento como si estuviera buscando las palabras correctas. Sonreí ante su concentración. −Ya está−, dijo abriendo sus ojos. −La primera es: tu matrimonio−. −Eso no es una pregunta−, aclaré.

−Quiero ser lo más amplio posible, quiere decir que debes contarme todo acerca de tu matrimonio−, me aclaró. Por supuesto que quería saber sobre eso. −Mmm, es justo. Lo intentaré−, dije. −Conocí a Edward Shaw meses antes de cumplir los diecisiete años. Me llevó a su casa y se casó conmigo para dejarme todo lo que tenía. Luego murió. Fin de la historia−, dije claramente evasiva y obviando todos los detalles. −Tendré que sacarte todo con tirabuzón, ¿verdad?−, no me sorprendí. Sabía que diría algo como eso, no me lo dejaría pasar tan fácil. −¿Esa es la segunda pregunta?−, pregunté riendo. −¡NO! Todavía falta que cubras los detalles de la primera. Hasta ahora solo sé que eres viuda, quiero decir… ¿qué paso con él? Es bastante trágico que una persona muera tan joven, ¿qué le ocurrió?−, preguntó con genuino interés. −Estas asumiendo que Eddie era joven. Jamás dije eso−. Me resultaba difícil no contarle las cosas, tenía una necesidad extraña de soltar algo de información. Me sentía segura. −¿A qué te refieres?−, preguntó. −Bueno… No era exactamente joven. De hecho tenía sesenta y ocho años cuando nos conocimos. Se le descubrió una enfermedad terminal poco antes que tomara la decisión de casarse conmigo y dos años después, murió−, dije observando como sus ojos se abrían más de lo normal. Me hubiera encantado leer su mente para saber que pensaba ahora de mí. −No puedo creerlo−, dijo mientras tragaba con dificultad. −Él…−, Nate parecía enfadado. −¡Era un monstruo! ¡¿Cómo pudo hacer eso?! No eras más que una niña.−, dijo cerrando fuertemente sus puños. −No, no fue así−, dije tratando que entendiera como habían sido las cosas en realidad. −Fue bueno conmigo, estaba solo y necesitaba a alguien que lo acompañara en sus últimos días, eso es todo−. −¿Me vas a decir que no te tocó?−, seguía enfurecido. −Bueno Nate, era mi esposo después de todo…−, encogí mis hombros a causa de la vergüenza que me causaba recordar aquellos días. −No puedo ni siquiera imaginar a un viejo decrépito poniéndote un dedo encima, no puedo creer que tu familia permitiera eso−, bajé mi mirada creyendo que así evitaría la inminente pregunta. Pero por supuesto que no fue así. −Asumes demasiadas cosas−, atiné a decir. −No tienes familia−, dijo con la mirada entristecida.

−No−, podía sentir como las lágrimas comenzaban a nublar mi visión, pero las detuve con una sonrisa. −Estoy sola, siempre lo he estado−. −Eso no, nunca más. Ahora me tienes a mí, para siempre−, dijo besando mi frente. −Mmm… no sabes lo que en verdad haces por mí−, le dije alcanzando sus labios. De verdad había salvado mi vida. No podía dejar pasar algo como eso. Ahora no había posibilidad de negarme a ser suya para siempre. Me metería en las aguas de la incertidumbre sin miedos, porque él estaba conmigo. Mi corazón ya no era una roca sin vida, era todo de él, por él.

AMÁNDOTE La tarde transcurrió rápido en sus brazos. Ni siquiera nos habíamos dado cuenta que habíamos pasado el día sin probar bocado. Muy a mi pesar, lo forcé a levantarse. No podía correr el riesgo de que Mike decidiera volver antes y se percatara de lo que ocurría. Mentiría. Sería la peor. Solamente para disfrutar un poco más, rebozaba de egoísmo y nada me importaba. −¿Tomamos un baño? Todavía es temprano−, preguntó. ¿Cómo podría negarme? −Me encantaría−, dije abrazando su espalda y susurrando en su oído, podía sentir como se estremecía. Luego de buscar algo de ropa en el cobertizo, entré en la cocina y lo encontré con su cabeza casi dentro de la heladera, sacando todo tipo de frutas, huevos, tocino, y no sé cuántas cosas más. Solo pude sonreír. −¿Cuántos somos para cenar?−, pregunté para llamar su atención. −No te oí entrar… Muero de hambre. ¿Y tú?−, ni siquiera una necesidad tan básica me distraía en ese momento. Agradecía que al menos él siguiera allí, regalándome su hermosa sonrisa. −También−, contesté tomando una manzana. La froté sobre mi camiseta y comencé a mordisquearla. En realidad no tenía hambre, mi estómago estaba casi cerrado. Buscaba en mi cabeza la mejor forma de decirle que tendría que seguir con Lila como si nada pasara, pero dejé que comiera tranquilo antes de hablar. Al terminar, recogimos la mesa y fuimos afuera a mirar las estrellas. −¿Qué ocurre? Estás muy callada…−, señaló. −Nate…−, no sabía cómo comenzar, −tenemos que tomarnos esto con calma, ¿sabes?−. −De acuerdo, pero no entiendo muy bien a qué te refieres exactamente−, dijo confundido. −Bien, creo que sería prudente que las cosas continuaran como hasta ahora, con Lila me refiero−, lo miraba intentando descubrir cuál sería su reacción. −¡¿Bromeas?!... ¡No! De ninguna manera; no voy a hacer eso−, respondió tajante. −Nate, trata de entender cuál es mi punto. Si alguien llega a saber lo que ocurre entre nosotros, tendré que irme. Mike nunca lo permitirá, soy lo más egoísta que puedo en este momento, y no se si podré perdonarme por eso. Solo veo una forma de permanecer a tu

lado y es que continuemos con las cosas como están−, su rostro parecía más apacible, quizás estaba logrando que entendiera. Me odié en ese momento por obligarle a mentir, pero de verdad era la única manera de que estuviéramos juntos. −No sé si pueda hacerlo. Lila sabe que no siento nada por ella, más que amistad y creo que sería mejor para nosotros enfrentar las cosas ahora. Si tienes que irte, me iré contigo. Cuanto antes enfrentemos la situación, mejor resultará todo−, ahora él intentaba convencerme a mí. −No arriesgaré tu relación con Mike, es bastante inflexible con respecto a las tradiciones y sentirá esto como una traición. Jamás nos perdonará…−, dije. −Pues peor para él si no lo acepta, tomé mi decisión aquel atardecer en la playa, la primera vez que te vi y nada ni nadie hará que me aleje de ti. Lo haría solamente si me lo pidieras… y espero que nunca lo hagas…−, su voz dejaba escapar algo de inseguridad. −Eso no podría pasar, no podría alejarme de ti, por favor confía en mí, esta es la única manera, no tires todo por la borda−, dije muy bajo para que ni los árboles del bosque pudieran escucharme. ¡Sucia mentirosa! −De acuerdo, lo intentaré… lo que sea para que estemos juntos−, acercó su mano pero la alejé justo a tiempo. −¡Hola, chicos! ¿Qué hacen?−, Mike estaba frente a nosotros, con su caja de pesca y la caña sobre su hombro. Tuve suerte de verlo acercarse. −Miramos las estrellas y conversamos un poco, cariño. ¿Qué tal la pesca? ¿Asesinaste a suficientes peces?−, dije levantándome de prisa y saltando sobre él para besar su mejilla. Estaba confundida. Me alegraba que hubiera vuelto y a la vez me entristecía que la farsa tuviera que comenzar tan rápido. −Hola, viejo, ¿qué tal la excursión?−, dijo Nate todavía sentado en el pasto. −Todo bien… me alegra que ustedes dos comiencen a llevarse bien, hasta pareces feliz esta noche, Nate… me alegro por ti, hijo−, comentó Mike mientras me estrechaba entre sus brazos. −Vamos adentro, ¿quieren? Me muero de hambre−. Dejamos a Mike adelantarse y nos dirigimos una mirada cómplice. Nate asintió imperceptiblemente confirmando que el plan estaba en marcha. Suspiré tranquila y me apresuré para abrir la puerta y ayudar a Mike con sus cosas. Luego de una cena ligera, me encaminé hacia el cobertizo. Busqué mis notas, mis anteojos, mis cigarrillos y, como todas las noches, me senté bajo las estrellas a escribir. Pero algo cambió. Me sorprendí escribiendo sobre mí misma, por primera vez había

algo hermoso que contar acerca de lo que me pasaba. Nada de lo que había visto aquellos últimos días era más importante que lo que me pasaba en estos momentos. Aproveché la oleada de inspiración y escribí sin parar, sin pensar, hasta me atrevería a inventarme un final feliz para esta hermosa historia de amor que casi con seguridad no tendría uno así. El viento comenzó a soplar cada vez más fuerte y podía sentir el olor a lluvia en el aire. Se acercaba una gran tormenta. Entré en el cobertizo para protegerme y extendí mi bolsa de dormir sobre los fardos de heno. Ya empezaba a extrañar a Nate y ni siquiera habíamos pasado dos horas separados. Quizás esto sería más difícil de lo que pensaba. Intenté imaginarlo paseando de la mano con Lila, tal vez eso me ayudaría mañana cuando tuviera que verlos juntos. De verdad no debería importarme eso, yo sabía que era mío, al menos por un corto tiempo. Nunca supe qué eran los celos, pero me sentí.digamos que, intranquila. Me quité la ropa y busqué una camiseta vieja que utilizaba siempre para dormir. Me tendí sobre mi improvisada cama previendo lo difícil que sería conciliar el sueño luego de una día tan lleno de emociones, pero contrariamente a lo que pensé, mis ojos comenzaron muy rápido a sentirse pesados. Me giré hacia un costado abrazando mi almohada y eso es lo último que recuerdo. Abrí los ojos despacio esa mañana, escuchaba un sonido curioso y constante, uno que no lograba identificar. Me giré hacia el otro lado y Nate respiraba pesadamente a mi lado. ¡Pendejo! ¡No lo podía creer! Estaba a punto de empujarlo de la cama pero me contuve. −Nate, Nate−, lo llamaba mientras lo sacudía impaciente. −¿Qué ocurre?−, despreocupado.

dijo

abriendo

lentamente

los

ojos,

parecía

totalmente

−¿Cómo qué ocurre? ¡¿Qué haces aquí?! ¡Deberías estar en clases!... ¿No quedamos en tomarnos esto con calma?, me estás haciendo las cosas muy difíciles, niño−, estaba furiosa. Y asustada. −¿Cómo? La alarma no sonó−, se levantó confundido. −¿Qué alarma? ¡No deberías ni siquiera estar aquí!−, no podía creer lo imprudente que había sido, no entendía lo que implicaba esto para mí, solo estaba jugando. Eso me hizo sentir más furiosa todavía. Miró el reloj en su muñeca y suspiró algo molesto antes de volver a tirarse sobre la improvisada cama. −Son las seis de la mañana Sam, vuelve a la cama−, dijo tirando de mi brazo hacia él. −¡No, vete de aquí! Mike está en la casa, ¿olvidas ese detalle?−, grité.

−Entonces baja la voz antes que venga a ver qué ocurre−, contestó mientras se sentaba todavía algo dormido. −¡¿Qué?!−, dijo mirando mis brazos cruzados sobre mi pecho. −No quedamos en esto−, ahora de verdad estaba consternada. −Sam, si no puedo besarte y abrazarte en frente de nadie, por lo menos quisiera que me regales algunas horas de tu compañía, aunque estés inconsciente… de verdad que duermes, criatura…−, dijo sonriendo. No podía ver qué era lo divertido en todo esto. −Sabes que estar contigo es todo lo que quiero, pero si tu padre nos descubre...−, tomé mi cabeza entre mis manos para erradicar el solo pensamiento de tener que dejarlo antes de lo previsto. −Mira Sam, si vamos a tener que cuidarnos todo el tiempo nunca podremos estar juntos. ¿Es eso lo que quieres?−, ahora parecía enojado. No pude decir nada, Nate tenía razón. −Vamos a pelear todo el tiempo, ¿verdad?−, le dije acercándome a él despacio, olvidando por una milésima de segundo lo delicado de la situación. −¡No! Solo hazme feliz y bésame, ¿sí? Hoy tengo un examen en la escuela y quiero que me des suerte.−, dijo sentándome en su falda y acercando sus labios a los míos. −Con una condición…−, dije poniendo un dedo sobre sus labios, −nunca jamás vuelvas a usar las palabras beso y escuela en una misma frase, ¿sí?−. −Mmm−, dijo fundiendo sus labios con los míos. Luego de finalmente haber echado a Nate, me quedé en el cobertizo ordenando un poco. Había prometido entrar por la ventana de su habitación para que Mike no sospechara nada. Era terrible tener que obligarlo a eso, a mentirle a su padre. Al parecer la vida se empeñaba en complicar las cosas. Podría haberme enamorado de Bobby, eso sería más fácil, pero tuve que elegir lo más difícil, o quizás nunca tuve la posibilidad de elegir. Porque a pesar de todo, este niño idiota estaba hecho a mi medida. Fumaba un cigarrillo mientras espiaba con mis oídos cómo marchaba el desayuno dentro de la casa. Cuando me aseguré que todo estaba bien, caminé hacia la puerta. −¡Qué bien huele!−, dije mientras entraba. Nate no estaba a la vista. −Buen día, cariño.¿cómo has dormido?−, dijo Mike sirviéndome una taza de café. −Un maldito bicho me molestó toda la mañana−, contesté riendo para mis adentros. Del otro lado de la casa, se escuchó a Nate soltando una carcajada pero Mike no pareció percatarse de nuestra broma personal.

−Deberías hacer algo con eso, no es saludable que tengas tan pocas horas de sueño−, parecía preocupado, tan paternal. −Creo que en realidad no es un problema, quizás no necesito tantas horas de sueño para recuperar energías−, comenté soplando la taza para enfriar mi café. −Bien, voy de camino a la escuela, nos vemos más tarde−, dijo Nate sosteniendo una mochila en sus hombros y saliendo apresurado hacia la puerta. −Nate, no seas grosero, no has saludado a Sam…− señaló Mike. Nos miramos atónitos. Habíamos olvidado un ínfimo detalle cotidiano. De hecho nos habíamos saludado, varias veces, con besos y caricias incluidas. Aunque Mike no sabía eso. −Buenos días Sam, perdóname−, dijo Nate acercándose a besar mi mejilla. −Buenos días, Nate−, deseé que no se notara el rubor en mis mejillas. Caminé despacio hacia la escuela, cerca del mediodía, debía encontrarme con Bobby para acompañarlo a la casa de la Sra. Cope. Teníamos que ir a curar la pierna de su marido. El semestre de escuela casi llegaba a su fin y luego solo oficiaría de enfermera en la aldea. Eso me hizo pensar en todo el tiempo libre que tendría Nate para pasar con Lila. Al menos en la escuela sabía que ella se comportaría, pero fuera… no estaba tan segura. Me quedé afuera del edificio fumando un cigarrillo y observando como la vida en la aldea continuaba como si nada hubiera cambiado. Pero las cosas eran muy diferentes para mí esa mañana. Los niños jugaban y corrían frente a mí. Las madres los observaban atentamente mientras organizaban las tareas de ese día. Mike me dirigía un saludo con la mano desde el porche de la casa de Simon, otro de los miembros del Consejo. Los adolescentes estaban en la escuela, incluidos Nate y Lila. El zumbido de las risas me alertó. La jornada de escuela había terminado por fin. −Por favor, esta vez intenten hacer sus tareas, ¿de acuerdo?−, decía Bobby mientras abría la puerta para que los críos pudieran salir libremente. Miré a todos sin mirar a nadie y olvidé que el cigarrillo aún estaba consumiéndose en mi mano, hasta que quemó mis dedos. −¡Auch! ¡Mierda!−, maldije con el dedo índice en mi boca. −¿Algo distraída esta tarde?−, observó Bobby acercándose para besar mi mejilla. −No, perfecta y lista para el trabajo−, contesté con una sonrisa. Procuré no mirar hacia

donde los chicos se agolpaban para conversar animadamente, aunque podía sentir el poder de su mirada. −Vamos a casa a buscar el material y luego donde los Cope−, dijo Bobby. −¡Lo que Ud. ordene, capitán!−, contesté con un saludo militar. Caminamos despacio. La casa de Bobby quedaba a unos pocos metros, como casi todo en esta aldea. Había solo alrededor de cien casas en total, lo que le daba a todo un clima de apacible familiaridad que hacía difícil guardar secretos. La Sra. Cope era una mujer muy amable. Tomamos té helado mientras Bobby trabajaba con Samuel, su marido. Todos parecían sentirse importantes cuando hablaba con ellos, intentando resaltar lo mejor de ellos, pero Emily Cope era diferente. No tenía que fingir. Conversamos largamente. Me contó el dolor que atravesó cuando Trevor, su único hijo, decidió dejar la aldea y con ellos a su padre y a su madre. Me contaba cómo Samuel jamás había podido recuperarse de ese golpe y cómo cuando uno de los suyos toma la decisión de irse, eso implicaba no volver jamás, ni siquiera de visita. Sentí que eso era cruel, pero Emily pensaba que aquello era lo mejor para la aldea. Ella ni siquiera pensó en revertir la situación. Era muy feliz aquí, y si la felicidad de su hijo estaba en otra parte, ella agradecía que hubiera tenido el valor de tomar ese camino. Por lo contrario, para Samuel eso no era más que una traición. Jamás perdonó a su hijo y ese dolor se enquistó en su corazón. En el camino de regreso no podía dejar de pensar en todo eso. Trevor, solo y lejos del lugar que toda su vida había sido su hogar, obligado a huir en busca de algo diferente. Pensaba en el dolor de sus padres, en la resignación de Emily. Podía imaginar la misma mirada de dolor y decepción de Samuel en los ojos de Mike y la imagen me asustaba. No había esperanzas para mí. No podía permitir que Nate tomara una decisión como esa. ¿Qué tal si yo no era lo que él necesitaba? ¿Qué tal si dejaba todo y las cosas no funcionaban? Él quedaría varado en un mundo que no comprende y que no lo comprendería tampoco a él. Toda una comunidad esperaba por que tomara el lugar de su padre, la esperanza de todas esas almas descansaba en la sabiduría que su padre había depositado en él. Demasiados heridos, demasiadas pérdidas. La farsa realmente empezaba ahora, mi farsa. Nate era joven y se recuperaría rápido, aunque no podía decir lo mismo de mí. De todos modos, disfrutaría los próximos dos meses. Y luego, cuando la fecha límite se acercara, huiría de ahí como tantas otras veces lo había hecho. Aunque esta vez, mi

corazón quedaría aquí para siempre, en manos de Nate. Agradecía estar caminando sola en la playa una vez más, eso siempre me ayudaba a poner las cosas en perspectiva. Mi vieja amiga, la soledad, ¿cómo pensé que alguna vez podría librarme de ella? El sol comenzaba a caer lentamente, como mis esperanzas de ser feliz algún día. Cuando llegué a casa, Nate todavía estaba fuera. Fui a tomar un baño, eso siempre me reconfortaba. Mike me observó durante el tiempo que pasé en la casa de una manera extraña, veía la abstracción en mi mirada. Yo no estaba completa. Cuando estaba sin Nate, sentía como si mi corazón latiera muy lejos de mí, y mi cuerpo se movía como un autómata. No era necesario fingir frente a Mike, él sabía que yo era extraña y me aceptaba de esa manera. Sabía que si quisiera hablar, sería el primero en enterarse. Estuve fuera la mayor parte del día, recorriendo o escondiéndome en el bosque, escribiendo sin parar. Finalmente, la luna mostraba su enorme rostro a un hermoso cielo estrellado. La hora de la cena había llegado. Entré en la casa desesperada por verlo. Allí estaba por supuesto, junto a su padre. −Sam, cariño. Comeremos carne esta noche pero te preparamos una ensalada, ¿está bien?−, preguntó Mike. −¡Por supuesto! No tengo tanta hambre de todos modos… quiero ir a la cama temprano hoy, estoy algo cansada−, dije sonriendo de mi mensaje oculto. −De verdad ha sido un largo día.Yo también muero de sueño−, dijo Nate estirándose escandalosamente. −¿Dejarán a este pobre viejo solo?... ¿Qué pasa con los chicos de hoy?−, comentó Mike. −Los chicos de hoy tienen escuela mañana y un best seller que escribir, viejo−, Nate tomaba un pedazo de cadáver de algún hermoso animalito del bosque de la bandeja cuando contestó. −Y prometidas que reclaman un paseo adeudado del pasado fin de semana, también. Estuve hoy con Charly y dijo que Lila esperó todo el domingo por ti, ¿habías quedado con ella para dar un paseo y la plantaste?... Eso no está nada bien, Nate−, sentí que los vegetales eran como pedazos de vidrio imposibles de tragar cuando escuché el nombre de Lila. Creo que ahora ya sabía lo que eran los celos. −Creo que le dije algo como eso durante la semana, pero estoy seguro que no dejamos nada fijo, así que…−, se excusó Nate.

−De todas maneras, ella es tu prometida y deberías dedicarle algo de tiempo. ¡¡Será la madre de tus hijos, por Dios santo!!−, la voz de Mike se alzó enfatizando lo último. −No porque yo quiera, sino porque una ridícula tradición me lo impone, ya deberías saberlo−, contestó Nate dejando los cubiertos a un lado y arrojando una servilleta. Podía sentir la tormenta acercándose. ¿Qué hago aquí en medio? −¿Crees que esto es un castigo? ¿Qué es algo que te estamos haciendo? ¡Vamos Nate, no seas ridículo!−, dijo Mike enojado, nunca lo había visto así. −No lo sé… ¡Pero cuando logre librarme de esta ridiculez y ocupe tu lugar, lo primero que voy a hacer es abolir esta mierda de mandato!−, Nate parecía estar perdiendo sus cabales. −¡Te casarás con Lila y eso es todo! No estoy pidiendo tu opinión, estás obligado a cumplir tu destino. Lo lamento mucho Sam, no tendrías que ver esto−, dijo Mike tomando mi mano, pero yo era de nuevo la autómata con un pedazo de lechuga todavía atorado en la garganta y la madre de tus hijos aún clavado en mi corazón. −¡No! ¡Qué lo escuche! Vamos Sam, dinos lo que piensas…−, me obligó Nate. Sus ojos rogaban por ayuda. Dejé el plato casi sin tocar a un lado, resignada a que no vendría esta noche al cobertizo después de escuchar lo que yo pensaba sobre eso. Tragué lo que tenía en la boca con dificultad y me aclaré la garganta antes de hablar. −Lo siento, Nate, tu padre tiene razón−, empalideció como si toda la sangre de su cuerpo se hubiera escurrido en un segundo. −El mundo afuera no es mucho mejor de lo que es aquí. Lila es estupenda y será una esposa perfecta. Ella nació para ti, para acompañar al líder de esta comunidad… Lo siento, es lo que pienso−, dije lamentando cada una de las palabras que salían de mi boca y sabiendo que eso era la pura verdad. −¡No puedo creerlo! Así que tú puedes elegir, pero yo no−, dijo todavía pálido. −No, claro que puedes elegir… entre tener una vida plena junto a Lila o vagar sin rumbo en un mundo extraño y lejos de tu gente. Tú decides−, le contesté. Nate solo se quedó mirando a la nada misma por un breve instante y luego se levantó de la mesa enfadado. Recorrió el pasillo en tres rápidos pasos y la puerta de su habitación tembló cuando la cerró con violencia. Se hizo un prologando silencio. −Creo que ya no tengo hambre−, dije a Mike levantando mi plato aún con comida mientras este me observaba incómodo. −Lo siento, Sam… y gracias−, dijo cuando por fin pudo despegar sus labios.

−¿Por qué? Por contribuir a la infelicidad de Nate… no me las des−, le dije terminando de levantar su plato. −¿Tú también?−, parecía sorprendido. −Prometí ayudarte con el asunto, pero no dije nada acerca de estar de acuerdo. Me voy a dormir−, lo dejé solo sentado a la mesa. Quizás eso lo hiciera reflexionar. Pero Mike no creía que hubiera nada que reflexionar y yo sabía lo apegado que se puede estar a las normas sociales, sucedía en cada pequeña comunidad que visitaba. Salí corriendo a internarme al medio del bosque. Pateé rocas, golpeé árboles y maldije con todas las palabras que se me ocurrieron. Necesitaba descargarme. Me tendí sobre la hierba y encendí un cigarrillo, mirando como el humo bailaba frente a mí. Sería una larga noche. Nate estaría furioso y no tenía fuerzas para pelear hoy. Cuando sentí que mis pulsaciones habían vuelto a su ritmo, me levanté y fui hacia el cobertizo para enfrentar un nuevo round. Abrí la puerta muy lentamente. No había nadie allí. Sí, él estaría terriblemente enojado. Me equivocaba, una vez más. −Te estaba esperando−, susurró Nate saliendo del medio de la oscuridad. No parecía enojado. Parecía triste. −Nate, me asustaste−, le mentí. ¡Estaba aterrada! −Lo lamento, cariño... yo...−. −No quiero hablar de eso−, me interrumpió. Nos miramos por un momento y las palabras comenzaron a sobrar. Me dejé envolver en sus brazos y olvidar todo por un rato más. Lo atraje con desesperación hacia mí y lo amarré a mi cuerpo con todas mis fuerzas. Él soltó mi cabello quitando la coleta que lo sostenía, cuando yo le quitaba la camiseta como si le quemara la piel. Me levantó y abracé su cintura con mis piernas, mientras él movía sus manos debajo de mi vestido. Era pasión y era dolor al mismo tiempo. Los corazones galopaban y las respiraciones se agitaban. Lo necesitaba como nunca. Nos quedamos sentados en el suelo, rodeados por la leve claridad que proporcionaban las velas. Nate afirmó su espalda contra la pared y me senté entre sus piernas con la cabeza sobre su pecho. Tomé la etiqueta de cigarrillos que había quedado entre las ropas desparramadas por el suelo y usé una vela para encender uno. ¡Al carajo el romance! Y bienvenido el vicio… −No te molesta, ¿verdad?−, le dije antes de encenderlo. −Ya no… Cada vez que huelo el aroma del tabaco en alguna parte de la aldea, eso me

hace pensar en ti, es… familiar−, comentó. No podía ver su rostro pero intuía su sonrisa. −Genial. No huelo a rosas entonces, más bien como un camionero fumador luego de tres días de viaje, ¿cierto?, simplemente genial…−, le dije divertida. −No seas tonta, no es eso a lo que me refiero. Nunca antes había visto a una mujer fumar como tú…, pero hueles bien, estupendamente bien−, giró mi cabeza para encontrar mis labios. −Empecé a fumar cuando conocí a Rosario−, recordé en voz alta. No sabía por qué había dicho eso hasta que comencé a hilar lo que quería decir. −¿Rosario?−, preguntó. −Ella... como que arregló el matrimonio con Edward para mí, como Mike hace contigo, porque creía que era lo mejor para mí−, le dije y me di cuenta que nuestras historias tenían una semejanza que nunca había considerado. −No la he vuelto a ver, creo que ella lo prefiere así−, mentí. −Pero tú… ¿querías casarte con él?−, parecía confundido pero interesado al mismo tiempo. −Sí… Rosario estaba en lo cierto. Eddie era lo mejor para mí en ese momento−, recordé a aquel adorable ser del que nunca me había podido enamorar. El único que me mostró algo de cariño en muchos años. Hasta me sentí algo nostálgica. −Pero… ¿lo amabas?−, su voz tembló un poco. −Lo mío con Eddie fue más bien gratitud, lealtad, creo. No conocía el amor hasta que me encontré contigo, Nate−, dije entrelazando mis dedos con los suyos. Fue un momento tan íntimo. Cuando estábamos solos era como si el resto del Universo perdiera su brillo y desapareciera de repente. No había Lila, ni Mike que ocupara nuestros pensamientos. Solo nosotros dos y esto que sentíamos. Durante la semana, Nate y yo nos manteníamos ocupados con nuestras respectivas tareas diarias esperando ansiosos por que llegara la noche. Pasábamos poco tiempo en casa. Nos robábamos uno que otro beso a escondidas de Mike y siempre encontrábamos la oportunidad para tocarnos o rozarnos. Pero el fin de semana era diferente. La falta de responsabilidades y Mike en la casa casi todo el día, hacía que el tiempo pasara horrorosamente lento. Ese sábado desperté tarde, casi a las once. Pasaba muchas horas despierta en la noche con Nate y de alguna manera tenía que compensar, supongo. Mi cama ya estaba vacía. Mike se despertaba con el alba y debíamos ser cuidadosos para que no nos descubrieran. Decidí quedarme un poco más en la cama para matar algo de tiempo.

Cuando por fin estar acostada comenzaba a ser algo fastidioso, me levanté pensando en qué hacer durante el día. El sol afuera brillaba alto y el cielo no mostraba ni una nube que opacara su profundo color turquesa. Seguramente sería un día muy caluroso. Al salir del cobertizo, se sentía en el aire un rico aroma a comida y la chimenea de la casa ya echaba humo. Me sorprendió un poco que Mike estuviera cocinando tan temprano. En general el fin de semana aprovechaba para descansar y solíamos comer bastante tarde. Quizás era un día especial. Entré a la casa y sonreí al ver a Mike. Se movía con torpeza, revolviendo y mezclando varias preparaciones a la vez. Tenía un trapo al hombro y dos cucharas de madera, una en cada mano. Nate se giró a verme cuando escuchó la puerta, estaba acostado en el sillón de la sala con un libro en las manos. Me observó de forma extraña, como si quisiera decirme algo. Y no era algo bueno. −¡Buenos días!−, dije abrazando a Mike por la cintura. Él mantenía los brazos en el aire, cuidando sus movimientos para no ensuciarme con las cucharas. −Eso mismo… ¡muy buenos días! Creo que el aire puro te está ayudando a dormir mejor, ¿verdad?−, tenía una enorme sonrisa en sus labios. Hoy parecía estar particularmente feliz. −Creo que sí… ¿pero qué ocurre aquí?−, pregunté señalando el desorden que se extendía por toda la cocina. Habían cacerolas hirviendo, sartenes friendo y Mike atendiendo a todo. −Pues, ¡tendremos visitas!−, contestó Mike y noté con el rabillo del ojo que Nate se movió un poco en el sillón. Creí adivinar qué lo ponía incómodo. −¡Qué bien! Yo iré a dar un paseo a la playa, prepararé algo ligero para llevar. ¡El día está precioso afuera!−, le expliqué. Quería ahorrarme el mal trago si mis sospechas se confirmaban. −¡Ni lo sueñes! Necesito tu ayuda, ¿por favor? Desde que murió Camile no recibimos gente en casa para almorzar, de veras te necesito, no sé qué hacer, ¡mira este desastre!−, dijo señalando la cocina. Y vaya que tenía razón, no podía negarme a ayudarlo. −De acuerdo, puedo ayudarte a arreglar todo y luego me marcho, ¿sí?−, propuse. −No, Charly y Liz se mueren por pasar un tiempo contigo y Lila también−, ¡Bingo!, confirmó Mike. Esto era peor de lo que pensaba, no solo tenía que aguantar a Lila y sus manos inquietas encima de nate, sino que sus padres me lo pondrían más difícil aún. −Con más razón debería irme, esto es un asunto de familia, Mike−, dije intentando zafarme. −Por eso, toda mi familia tiene que estar aquí, no tengo que repetirte que eres como

una hija para mí, ¿cierto?−. Mike sí que sabía como hacerte sentir comprometida con algo. Lo odié por eso. −Ok. Ok. Adula al tonto y lo verás trabajar−, tomé un delantal del cajón para poner manos a la obra. −Nate, podrías ayudar también−, dijo Mike mirando hacia la sala por encima de mi hombro. Nate bajó el libro para poder echar una mirada furiosa a su padre y se reacomodó en el sillón antes de volver a la lectura, sin decir una palabra. Mike y yo nos miramos algo incómodos y continuamos con la tarea. Había demasiado por hacer. Cuando tuvimos todo listo, él se tomó un minuto para ir a cambiarse. Los invitados llegarían en cualquier momento. Una vez que se escuchó la puerta de la habitación cerrándose, Nate se levantó del sillón de un salto y se acercó hacia la cocina donde yo estaba. −Lo lamento tanto, nena−, dijo posando sus manos sobre mi rostro. −No te preocupes. Sabíamos que pasaría tarde o temprano, intentemos conservar la calma, ¿sí?−, dije apartando sus manos. Me alejé para terminar de preparar la mesa. −¿Estás enfadada?−, al parecer se notaba más de lo que yo pensaba. −No, es algo incómodo, ¿sí? No te preocupes−, procuré no mirarlo. Para mi conveniencia, Mike volvió a la cocina muy bien arreglado y Nate se sentó en una silla próxima, recuperando con un suspiro su cara de fastidio. −¡Wow! Muy elegante−, bromeé mientras arreglaba el cuello de su camisa. −Creo que no visto apropiadamente, ¿debería cambiarme?− agregué mirando mi aspecto. Tenía una camiseta de fútbol y mis pantalones deportivos. −Nada que pudieras hacer te haría ver más bella que en este momento−, dijo tironeando del delantal de cocina que llevaba puesto. −Serás una hermosa esposa y madre algún día, estoy seguro de eso−. −Nunca te rindes, ¿cierto?... No hay maridos ni hijos en vista, ni los habrá. No soy de esas−, dije pellizcando su mejilla. −Te empeñas en decir eso, pero no te creo ni un poquito−, agregó. Justo en ese momento, los toques a la puerta anunciaban la llegada de los invitados. Mike salió disparado a contestar mientras yo me sacaba el delantal para estar apenas más presentable. Mi peor pesadilla se materializaba de nuevo. Lila estaba más hermosa que nunca. Llevaba el pelo suelto y un ceñido vestido beige que exaltaba su figura y un escote... bueno, con mis casi inexistentes pechos jamás podría llevar un escote así.

Sus padres eran personas realmente adorables, como ella. Entendía por qué Mike había elegido a Lila para Nate. Fue una tortura tener que ver como Nate la besaba en los labios. Preferiría que metieran astillas de bambú bajo mis uñas. Nos sentamos todos a la mesa como una hermosa familia de comercial de cereales. Yo me levantaba todo el tiempo para servir, acomodar, traer la bebida, era como una especie de camarera atenta, de esas que no dejan que tu vaso se quede vacío ni un minuto. Al menos eso me servía un poco para abstraerme de semejante espectáculo. −Y Sam… ¿cómo va tu libro?−, preguntó Charly. −Bien, creo… avanzando−, respondí. No supe qué más decir y Charly esperaba que amplíe un poco mi respuesta. Yo me sentía enferma. Sentía la bilis subiendo por mi garganta. −Estás algo pálida, ¿te sientes bien?−, dijo Nate preocupado. Sin pensarlo, cruzó la mesa y se acercó para tocar mi frente. Me puse de pie antes que llegara hasta mí. El resto de los comensales observó con asombro a Nate, que hasta ese momento había estado casi catatónico. −No, no me siento bien, tengo que irme−, dije de prisa. Sentí que las piernas no me respondían y todo se volvía borroso frente a mis ojos. Cuando por fin pude abrir los ojos, vi a Nate arrodillado a mi lado y Mike agitando sus manos sobre mi rostro, comprobando mi visión. Lila, Charly y Liz estaban parados un poco más atrás. Todos parecían muy preocupados. −Lo lamento−, atiné a decir. −Voy a llevarla con Bobby−, dijo Nate haciendo caso omiso a mis disculpas. Quizás me veía mal. −¡No!−, dije incorporándome con dificultad. −Llámalo y dile que venga aquí, voy a esperarlo en el cobertizo, solo necesito recostarme un rato−, dije nerviosa. −No lo creo−, me contestó. −No te lo estoy preguntando, apártate por favor−, me sentía tan avergonzada que quería salir corriendo de allí. Necesitaba a Bobby no para que me revisara, sino para que me sacara de allí. Nate me observó confundido, sabía que estaba realmente enojada. −Nate, quédate con tu familia, yo acompañaré a Sam a mi habitación. Llama a Bobby−, dijo Mike. Así, con esas simples palabras, quedaba perfectamente claro que yo estaba de más. Nate estaba con su familia y yo no era más que un estorbo allí. Sentí que la bilis volvía a

subir. Mike me tomó en sus brazos como si fuera una pluma, y me llevó en andas hacia dentro. Me recostó suavemente en su cama y tomó un cobertor que puso sobre mí. Me arropó tan dulcemente que me hacía sentir aún más culpable por lo que le estaba haciendo a su familia. Cuando se aseguró que estaba cómoda, se sentó en la cama junto a mí e intentó inutilmente que le dijera que sucedía conmigo. No lo consiguió. −Permiso, ¿dónde está la enferma?−, Bobby empujó la puerta y asomó su cabeza un poco. −Pasa Bobby, estamos aquí−, contestó Mike. −Los dejaré solos, a ver si tu puedes soltarle un poco la lengua−, dijo levantándose de la cama. Estaba tan aliviada de que Bobby estuviera ahí. Siempre estaba ahí cuando lo necesitaba, con una sonrisa en su rostro y la palabra justa. Sin complicaciones. −Sam, ¿qué ocurre? ¡Te ves fatal!−, dijo con una sonrisa burlona. No sé por qué, pero no pude contener mi dolor y comencé a llorar amargamente. −¡Cariño!−, dijo atónito. No pude explicar nada, los sollozos no me dejaban. Se acercó a la cama y me abrazó fuerte. Era todo lo que necesitaba. Me dejó arruinar su camisa con mis lágrimas y no me soltó hasta que se percató que comenzaba a calmarme. −Sácame de aquí, Bobby y prometo que te lo explicaré luego−, casi le rogué. −Por supuesto, le diré a Mike que tengo que hacerte unas pruebas y en un minuto vuelvo por ti, ¿sí? Si te ve llorar no me dejará llevarte, intenta recuperarte. Vuelvo en un minuto−, Bobby era tan bueno. Ni siquiera insistió en saber qué pasaba. Suspiré un par de veces y me asomé a la ventana para que el aire desinflamara mi rostro. Luego de unos minutos, Bobby regresó. −Listo, voy a cargarte, ¿podrías parecer un poco más enferma? Así seremos más convincentes−, dijo mientras me alzaba en sus brazos. −Creo que no tendré problemas con eso−, sonreí levemente. Me concentré en esquivar las miradas que me escrutarían en la sala, especialmente a una. Todos estaban sentados a la mesa y me miraban como si fuera algún tipo de fenómeno de circo. Mike esperaba junto a la puerta sosteniéndola para que pudiéramos salir. Nate estaba a su lado. −Sam, iré por ti en cuanto Bobby termine contigo, ¿de acuerdo?−, dijo Mike. −Voy con ustedes−, dijo Nate. −No, no servirás de ayuda en este momento, te avisaré luego, ¿está bien?−, dijo

Bobby. Nate lo miró furtivamente y casi parecía que era inminente que saltara sobre él. −Bobby tiene razón, hijo. Llámame en seguida que lleguen, por favor−, pidió Mike sosteniendo el brazo de Nate. −Ok, pero ya debemos irnos, ¡esta niña pesa una tonelada!−, bromeó Bobby. Hicimos el camino a su casa en un absoluto silencio, uno que agradecí profundamente. Una vez que llegamos, decidimos que la mejor opción era no regresar a casa de Mike por esa noche. Agradecí nuevamente. −Mike, creo que es conveniente que Sam pase la noche aquí−, decía Bobby al teléfono. −No, no es nada grave, creo que es anemia. Le administraré un suero enriquecido con hierro para que mejore y mañana estará como nueva−, continuó. −No, dile a Nate que está durmiendo, no puedo ponerla al teléfono. Necesita descansar, la llevaré a casa por la mañana. Sí. Adiós−. Colgó. −¿Estás mejor?−, dijo acariciando mi mejilla. −Sí, creo que sí−, dije tomando su mano. −Gracias, no sé qué haría si no te hubieras presentado−. −Sabes que siempre estoy ahí. Nunca más quiero volver a verte así y no necesitas desmayarte para llamarme, ¿ok?−, dijo fingiendo enojo. Me abracé a su cuello y me quedé allí un largo rato. Se sentía tan bien como estar en un oasis, sin pasión y sin dolor. En ese momento decidí que le contaría todo. Ya no podía con tanta mentira sola, él sabría qué hacer, aunque yo también lo sabía. −Deberías acostarte un poco. Te llevaré a mi habitación−, dijo con calma. Su habitación era amplia, con mucha luz entrando por un gran ventanal con cortinas blancas. La cama se ubicaba en el centro del cuarto, era enorme, supuse que le venía bien por su altura y hasta lo imaginaba durmiendo cruzado allí para que su enorme cuerpo pudiera entrar. Tenía un plasma afirmado a la pared, el primero que veía en la aldea, y miles de DVDs en un estante debajo. −Muy elegante−, comenté. −Nada es demasiado para una princesa como tú−, contestó haciendo una reverencia. −Tenemos que hablar Bobby, es serio−, dije dejando las bromas de lado. Me senté en la cama y se acomodó a mi lado. −De acuerdo, pero sin presiones. Entiendo que no te gusta dar explicaciones, Sam−, estaba muy tranquilo.

−Quiero dártelas, pero.no sé cómo comenzar−, ¿cómo confesar un secreto así? −¿Aceptarías algo de ayuda?−, dijo tomando mi mano. −No creo que logres adivinarlo−, contesté con una sonrisa triste. −Nathan…−, dijo de repente con voz firme y clara. ¿Cómo lo sabía? −¿Cómo…?−, tenía las palabras en mi cabeza pero no podía articularlas. −¿Cómo lo sé? Bueno… No fue nada difícil averiguarlo. Verás… te preocupas demasiado por esquivar su mirada y Nathan no te quita los ojos de encima, y además te desmayas cuando su noviecita come en la casa, así… fácil−, dijo como si estuviera hablando de la cosa más natural del mundo. −¿Y?... ¿Estoy en lo cierto?−, agregó. ¡Maldito bastardo! −Como siempre…−, contesté algo avergonzada. −A ver, Sam. Entiendo que ellos preparan a estos niños para ser hombres, quizás precipitadamente, sobre todo a Nathan, pero no deja de ser un crío. Tú eres mejor que eso−, sentía como si tuviera cinco años de nuevo y el único adulto responsable en la habitación me estuviera poniendo los puntos. −Lo sé, lo sé. No puedo resistirme, no sé qué pasa conmigo−, le confesé. −No estás siendo racional, eso es lo que pasa−. Yo comprendía todo eso, pero a pesar de la verdad de sus palabras sabía que él no entendería. No podía ponerse en mi lugar. Al menos me estaba escuchando. −No quiero ser racional, estoy cansada de esa basura… Me ama Bobby, y la verdad es que nunca me sentí igual−, repuse. Él tomó aire. −Perdona si soy muy duro con lo que voy a decir, pero el CREE que te ama. He visto como te mira. De donde venimos eso se llama tensión sexual, ¿sabes?−, sus palabras sí que fueron duras. Por supuesto que había algo de eso, pero lo que sentíamos era mucho más. −Después de todo sigue siendo solo un adolescente con demasiadas hormonas, piensa que puede acostarse contigo−. Bajé mi mirada aún sabiendo que eso no funcionaría con Bobby, me conocía demasiado bien y yo aparentemente no era tan buena mintiendo como creía. −¡No puede ser! ¡TE ACOSTASTE CON ÉL!... estás loca, Sam, déjame decirte−, se había puesto de pie abruptamente y caminaba nervioso de un lado a otro de la habitación. −No, déjame decirlo con propiedad, ¡desvirgaste al líder de esta comunidad!−, aclaró. −Bueno, técnicamente Mike es el líder, ¿verdad? Además yo ni siquiera sabía quién era cuando pasó−, dije siendo totalmente sincera. Ya no había retorno, le contaría todo. Era como si estuviera vomitando toda la porquería que tenía adentro.

−Espera… ¿Cómo? Explica eso−, dijo frenando su paseo en la habitación. −Fue la primera noche que estuve aquí, estaba sola en la playa, él llegó y bueno… simplemente pasó, ya me conoces. Lo dejé ahí y pensé que jamás volvería a verlo, ¿cómo podía saber?−, me excusé. −Preguntando, Sam…−, era obvio. −De todas maneras ya no puede cambiarse, no me regañes más−, le dije. −Ya… pero bueno, ¿qué demonios piensas hacer entonces?−, preguntó tratando de sonar más amable y fallando miserablemente. −¿A qué te refieres?−, dije esquivando el problema. −¿Qué vas a hacer con esto? Nathan se casará con Lila. Eso no puede cambiarse, pero y ¿tú? Evidentemente sientes algo por ese pendejo, ¿qué pasará contigo?−, fue reconfortante que se preocupara por mí. −No hay plan, cuando el momento llegue me iré… supongo−. Mi plan era algo lábil. No me detenía a pensar en qué pasaría después conmigo, como dije antes… no estaba siendo del todo racional. −¿Y qué pasara conmigo si te vas?−, dijo sentándose nuevamente en la cama. −Nosotros siempre podremos ser amigos, solo tendrás que venir a verme adonde yo esté−, contesté con algo de pesar. −Por supuesto que lo haré, y sí, definitivamente eres mi amiga, mi loca e inconsciente mejor amiga−, dijo mientras me abrazaba. Me sentía mucho mejor. La noche comenzaba a cubrirlo todo mientras Bobby y yo seguíamos platicando. Le contaba todo lo que había sucedido este último mes, cómo nos arreglábamos con Nate para estar juntos sin ser descubiertos, cómo me dolía verlo junto a Lila y por fin, cómo la historia de Trevor me había hecho comprender qué era lo que debía hacer al final. Bobby escuchaba con interés. Era un buen amigo y me alegraba poder contar con alguien que me escuchara. El día había sido intenso y agotador. No recuerdo en qué momento preciso me dormí. Me relajé luego de al fin haber compartido con alguien todo lo que sucedía. En casa de Bobby no había nada que fingir, ni nada que esconder, podía ser yo misma allí. Cuando abrí mis ojos, me costó entender dónde estaba. Lo de anoche parecía haber ocurrido hace décadas pero supe que no había sido un sueño cuando vi a Bobby dormido a mi lado con la ropa y los zapatos puestos. Se veía tan apacible, como si nada pudiera inquietarlo. Añoraba eso, cuando nada me perturbaba, cuando era despreocupada y libre.

Odié a Nate por arrebatarme eso. Me levanté muy despacio para no despertar a mi amigo. Conocía bien la casa por lo que no me costó ubicarme en la cocina y encontrar todo para preparar algo de café, tostadas y huevos. Cuando todo estuvo listo, tomé una bandeja, corté unas flores silvestres del jardín y llevé todo de nuevo a la habitación. Bobby continuaba dormido. −Buenos días, cariño−, susurré besando su frente y ubicando la bandeja a un lado, no quería que se sobresaltara. Bobby esbozó una sonrisa con los ojos aún cerrados. −¿Todavía estoy soñando?−, contestó abriendo lentamente los ojos. −No… despierta, dormilón. Son casi las diez y treinta. Te traje el desayuno−, dije acercando la bandeja mientras él se incorporaba. −¡Cielos! Deberíamos hacer esto más seguido, creo que nunca me habían traído el desayuno a la cama. Gracias−, dijo acariciando mi mejilla. −Creo que deberíamos hablar con Mike, no quiero que se preocupe−, le pedí mientras tomaba mi café. −Tienes razón−, dijo tomando el teléfono celular dentro de su bolsillo. Marcó el número y esperó por la respuesta con sus ojos clavados en mí. −Mike.tranquilo, ella está bien. De hecho estamos desayunando, ahora… Sí… ¿Crees que puedes pedirle a Nate que pase por ella en una hora?... De acuerdo. Adiós−, colgó el teléfono. Suspiré aliviada. Conversamos de cosas menos importantes, como qué libros me gustaban, qué música disfrutaba Bobby y cuan secos me habían quedado los huevos del desayuno. La bocina del jeep interrumpió nuestra amena charla. −¡Le dije en una hora! No han pasado ni quince minutos…−, dijo Bobby enfadado. −Quédate a terminar tu desayuno y yo voy a ver qué demonios quiere−, no salía de mi asombro. Bobby estaba siendo completamente bipolar. Hace solo un momento era Lazzie y ahora era el Increíble Hulk. −Me quiere a mí−, dije dejando la taza en la bandeja y poniéndome de pie para asomarme en la ventana. −Te dije que terminaras tu café−, dijo dirigiéndose a la puerta y cerrándola con violencia detrás de él. ¿Qué diablos significa esto? ¿Qué hice?. Me asomé nuevamente a la ventana para ver qué ocurría. −Nathan−, decía Bobby mientras se acercaba al jeep. −Vengo por Sam, dile que salga−, dijo Nate azotando la puerta del vehículo. La rigidez de su cuerpo lo decía todo.

−Está desayunando, no la presiones−, dijo Bobby. −La esperaré aquí, entonces−, contestó Nate demasiado serio. En ese momento decidí salir, las cosas se estaban poniendo tensas afuera. Ambos estaban frente a frente sin decir nada. Nate cruzaba sus brazos sobre el pecho y Bobby lo miraba furioso. Salí rápidamente por la puerta de la habitación chocando todo a mi paso y estuve afuera en segundos. −Ya estoy aquí. ¿Nos vamos?−, dije casi corriendo hacia donde estaba Nate y tomándolo del brazo, parecía estar clavado allí. Giró su cabeza como saliendo del trance y me miró con la frente surcada por el enojo. −Vamos−, respondió mientras abría la puerta del acompañante por mí, sin quitar su mirada de Bobby. Se movía muy despacio, contenido. −Espera…−, le dije deteniendo la puerta. Nate me miró un momento mientras yo me acercaba a Bobby. Tomé su rostro y apoyé su frente contra la mía antes de besar su mejilla. −Gracias Bobby, por todo, eres mi mejor amigo−, le susurré mientras lo abrazaba. −Cuando quieras, cariño. Adiós−, contestó besando mi mejilla. Parecía más relajado. Me volteé caminando lento de nuevo hacia el jeep, donde Nate me esperaba afirmado contra la puerta aun abierta. La cerró con exagerada fuerza y trotó a tomar su lugar en el asiento del conductor. Miré por la ventana y agité mi mano con una sonrisa para saludar a Bobby. Ninguno de los dos dijimos una palabra en el camino a casa. Pelea en puerta. Nate tenía los brazos rígidos en el volante con los ojos al frente, y yo miraba por la ventana el camino que hacía todos los días como si hubiera mucho para ver. Era ridículo. Claramente nos estábamos alejando de la casa de Mike pero no emití palabra sobre eso. El jeep se detuvo abruptamente a un costado del camino y supe que se venía la tormenta. −Afuera−, dijo tomándome fuerte del brazo. Lo empujé lejos cuando estuve afuera. Ambos estábamos enojados ahora. −De acuerdo… tienes la oportunidad de explicarme−, dijo nervioso. Me acerqué al costado del camino y me senté en el suelo sin decir una palabra. −¿No piensas contestar?−, dijo después de unos minutos de silencio. Ni siquiera lo miré y creo que esa fue mi contestación más contundente. Se cruzó de brazos parado en el camino. −No quieres escuchar−, dije por fin, con la voz cortada con la ira.

−No, no quiero, pero tengo que hacerlo. Me lo merezco−, parecía más tranquilo pero no menos enojado. −Quiero saber por qué prefieres a Bobby−. −¡¿Qué?! ¡¿De qué demonios estás hablando?! ¿Eso es lo que piensas? Estoy harta de tener que defenderme siempre, que pienses todo el tiempo lo peor de mí−, reclamé con lágrimas en los ojos. −No puedo seguir así− −¡¡¡Pasaste la noche con Bobby!!!− gritó con dolor. −No estás analizando las cosas… yo tengo que verte todo el tiempo con Lila, ¿piensas en eso también?−, reclamé que se pusiera en mi lugar. −Yo no quiero que sea así y eso puede cambiar cuando tú lo decidas, no necesitamos más que subirnos al estúpido auto y salir de aquí−, dijo con convencimiento. −No…−, le dije. −No sabes lo que sentí cuando te vi ayer, mal por mi culpa… y luego Bobby, que vino para aprovecharse del momento. ¡Ese maldito idiota!−, dijo poniendo las manos en su cabeza. −No fue así, Nate. Es un amigo, me ayudó a salir de ahí sin armar tanto escándalo. Hablamos toda la noche y nos quedamos dormidos, eso es todo−, dije aliviada al pensar que al menos estaba escuchando. −Ok. Digamos que te creo, Samantha. Pero no puedo confiar en él. No quiero que estés tan cerca de él… está esperando para hacer su movida−, parecía intentar convencerme. −Digamos que me crees…−, dije parándome despacio. -Llévame a casa-, dije abriendo la puerta del jeep. Hicimos el camino en silencio. Aún seguía enojada con Nathan y me dolía profundamente su desconfianza. Estaba segura de haberle dado sobradas muestras de cuánto lo amaba, aunque no parecía ser suficiente. −Estás un poco pálida, ¿segura que estás bien?−, preguntó más calmado antes de entrar a la casa. −Sabes que no−, le respondí fría. Intentó tomar mi mano pero no lo dejé hacerlo. Cuando entramos, Mike ya nos esperaba. Como suponía, hizo las preguntas de rutina, asegurándose que estaba bien. Le respondí sin pensar, esperando que el interrogatorio terminara lo antes posible para poder ir al cobertizo a ocultar un poco mi miseria. Por alguna especie de milagro, no atribuyó mi desmayo a la presencia de la perfecta Lila y su hermosa familia, pero aprovechó para arremetérselas contra mi ya muy criticada dieta vegetariana. Asentí a todo esperando que eso lo convenciera de dejarme en paz.

Tomé un largo, largo, largo baño, aprovechando el agua que caía sobre mi rostro para que se confundiera con el mar de lágrimas que brotaban sin parar. Cepillé mi cabello otro tanto. Me embadurné con alguna especie de crema que encontré y supuse que había pertenecido a Camile, frotando todo mi cuerpo unas docenas de veces. Luego volví a tomar una ducha porque el olor a la crema me resultaba repugnante. Todo ese largo proceso consumió tan solo dos horas. Ese día no quería acabar. Ya en el cobertizo, aproveché para tomar mis cigarrillos y me acosté sobre el piso. Alguna vez había escuchado que tu piel debe entrar en contacto con la tierra para descargar en ella todas las malas energías, parecía una tontería barata pero no era mala idea probar por un par de horas, o quizás unas veinte horas. De pronto, tres breves golpecitos en la puerta corrediza del cobertizo hicieron que me sobresaltara. No quiero pelear de nuevo. Sabía que si no abría la puerta, Nate entendería que aún estaba enojada y no molestaría, al menos por un rato. Quede imperturbable en el suelo tratando de hacer pequeñas argollas con el humo que salía de mis pulmones. Los tres golpes insistieron, ahora más fuerte. −Vete−, grité sin moverme. Escuché la puerta corriéndose lentamente y me paré de un salto. −Lo lamento, ¿puedo pasar?−, cerré mis sobresaltados ojos y suspiré con alivio, Bobby se asomaba por la puerta. −No−, dije, −mejor demos un paseo, quiero salir de aquí−. −Ok−, dijo haciéndose a un lado para que pudiera salir. La playa estaba tranquila, la lluvia leve había ahuyentado a todos. Los únicos que nos aventuramos fuimos Bobby y yo. Alcé mi rostro hacia el cielo para recibir la caricia del agua fría y me quité la capucha de mi campera para que mi cabello se mojara. Se sentía delicioso. Bobby caminada a mi lado. Me quité los zapatos para poder sentir la arena bajo mis pies. −Necesito un masaje de pies−, le pedí a Bobby con una sonrisa, −ahora mismo−, dije con fingida impertinencia acomodándome sobre la arena bajo un árbol que nos servía de reparo. Levanté uno de mis pies y lo moví de un lado a otro, ofreciéndoselo. −No te cansas de molestarme, ¿no es cierto?−, bromeó dejándose caer en la arena frente a mí y tomando mi pie. Me relajé un poco más y me apoyé sobre mis codos para encender un cigarrillo. −Tienes unos pies muy pequeños, ¿cómo mantienes el equilibrio?−, me dijo entornando los ojos y frunciendo la nariz con confusión. −No lo mantengo, de hecho estoy más desequilibrada que nunca−, dije volteando los

ojos. Bobby sonrió. −¿Tan malo fue?−, preguntó. −Peor−, dije cuando tomó mi cigarrillo y lo puso en su boca. Me sorprendí de lo sexy que se veía con su cabello alborotado y una leve sonrisa dibujada en sus finos labios. −Qué… ¿tengo algo en la cara?−, preguntó tocándose el rostro. −No, no es nada…−, dije sonriendo de mis pensamientos, −tú no te distraigas de mis pies y yo te cuento que tan malo fue, ¿de acuerdo?−. −¿También tengo que escucharte? Eres tan latosa−, dijo pellizcando mi talón. −¡Auch! Por supuesto que sí−, me incorporé un poco para quitarle el cigarrillo que seguía consumiéndose en su boca. −Como lo suponía, malinterpretó las cosas y fue muy grosero conmigo−. −Alguien debería enseñarle modales al mocoso−, comentó cambiando de pie. −Cierto, por eso no me molesto en ocultarle que estoy furiosa, se lo merece−, dije sorprendida de cuan vengativa podía ser, quería cobrarme lo de Lila. −¿Cervezas en casa para celebrar que por primera vez parecemos coincidir en algo con respecto al crío?−, preguntó divertido. Me incorporé para recoger mis pies. −Tiene nombre, y no, prefiero no alborotar más las cosas. Dejó perfectamente claro que tiene celos de ti−, dije mientras me paraba y me estiraba un poco. −Pues debería, soy demasiado apuesto, listo y además no estoy comprometido. Debería estar aterrorizado−, Bobby tenía facilidad para quitarle solemnidad a los problemas y eso me encantaba. −Bueno−, dije quitándome el canguro y quedándome con una fina camiseta blanca y mis jeans, −aceptaría un chapuzón a las olas para celebrar−. −Está lloviendo, Sam−, dijo apuntando al cielo. −Por eso, ya estamos mojados−, dije apretando una de sus mejillas y saltando para entrar en calor. −Paso, te miro desde aquí y si las olas comienzan a arrastrarte gritaré para que alguien vaya por ti, lo prometo−, dijo con una mano en el corazón. −¡¡¡Gallina!!!−, grité corriendo hacia las olas. Claro que el enojo me duró prácticamente nada luego de volver a verlo. Las cosas continuaban tensas, pero intentábamos moderar nuestros temperamentos. Ya que Mike había salido de caza, teníamos el resto del día para estar juntos sin escondernos.

−Olvidé preguntarte algo... ¿Cómo es eso que le dijiste a Mike? Nada de maridos ni de hijos−, sonreí ante la pobre imitación de mi voz. −¿Qué con eso?−, dije haciéndome la desentendida. −Eso… ¿Qué conmigo?−, preguntó casi ofendido. −Todo contigo...−, contesté besando el espacio debajo de su cuello, −excepto ESO−. −Cásate conmigo... vamos a Boston... ten a mi bebé...−, dijo mirándome a los ojos y tomando mi rostro entre sus manos. No parecía estar bromeando. −El único futuro que tenemos permitido proyectar son las próximas horas antes que Mike llegue a casa, ¿lo olvidas?−, recordé besando su nariz. −Me encantaría una niña que tuviera tus mismos ojos...−, dijo como si ni siquiera me hubiera escuchado, −Mike tiene razón, serías una madre estupenda−. −Nate, tienes diecisiete años, ¿cómo puedes estar pensando en bebés?−, no salía de mi asombro cada vez que su madurez y su crianza, tan diferente a la mía, se colaba en sus palabras. Un abismo separaba la forma en que imaginábamos el futuro. −¿Tú no lo haces?−, respondió. −No… lo único que significan los bebés para mí ahora es muchas horas sin dormir y muchos pañales que cambiar−, sonreí. −Pues deberías haberlo planteado antes, ¿verdad? No estamos siendo digamos que… cuidadosos−, era maduro, pero inocente. −Por supuesto que lo estamos haciendo… ¡Jamás te haría algo así!−, dejé bien en claro. −Estás tomando píldoras−, adivinó casi con desilusión. ¡¿Estaba loco?! −¿Estaba intentando embarazarme, Sr. Terrance?−, pregunté fingiendo preocupación. −Quizás−, una sonrisa pícara surcaba su rostro, −pero al parecer por el momento deberíamos concentrarnos en seguir practicando, Srta. Shaw−, dijo acariciando mi cintura. No alcancé a decirle lo mucho que me gustaba la idea porque ya estábamos enredados en medio de la sala. Estaba tan cansada que me quedé dormida allí. Nate me llevó a la habitación en la madrugada y se acostó en el sillón de la sala. No me enteré de nada, ni de la llegada de Mike ni que Nate no estuviera en la habitación conmigo. −Arriba, dormilona−, dijo acariciando mi mejilla. −Buenos días−, tomé su mano entre las mías y la besé.

−El cretino llamó… Te espera en una hora para no sé qué cosa−, dijo con disgusto mientras se ponía de pie. −El cretino sería… ¿Bobby?, eso es algo descortés, ¿no lo crees?−, señalé. −De hecho, creo que le sienta muy bien. Quedamos en que jamás hablaríamos de nuevo ni de Bobby ni de Li... bueno, ya sabes, pero supongo que tenía que pasarte el mensaje−, recordó de nuestra conversación luego de la épica pelea sobre la noche que pasé con mi amigo. −Es cierto, pero podríamos evitar el mal gusto en los sobrenombres también, aunque se me ocurren algunos para... tú sabes−, dije levantándome. −¿Celosa?−, dijo con una sonrisa. −Para nada. Ella es tu prometida, ella debería estar celosa, yo no soy nada tuyo−, contesté. −¡Ey!−, me tomó de la cintura, −nunca más digas eso... eres todo para mí−, dijo acercándose para posar sus labios lentamente sobre los míos. Los sobresaltos de los últimos días me tenían algo mareada por lo que preferí evitar el desayuno. Mi apetito había disminuido considerablemente. Tomé unos jeans y noté que quedaba más flojo que la última vez que lo había usado. De seguro había perdido alrededor de tres o cuatro libras, pero en mi pequeño cuerpo ya empezaban a notarse. Me propuse que por la noche comería una gran cena para compensar el desayuno. −Adiós chicos, los veo más tarde−, dije asomándome a la puerta. Mike y Nate estaban sentados desayunando. Ambos irían a la escuela hoy, Mike se encargaría de contar las historias acerca de los orígenes de la comunidad a los muchachos. Se acercaba el cumpleaños de Nate y era un acontecimiento para toda la aldea por el papel que pronto representaría. Era momento para afianzar aquellos relatos que sustentaban las bases de la comunidad. −Espera… ¿no desayunas?−, preguntó Mike. −No, tomaré algo con Bobby. Adiós−, les arrojé un beso a ambos. −Nos vemos−, respondieron al unísono. Cuando llegué a la casa de Bobby y abrí la puerta me encontré con varias cajas abiertas, papeles en el piso, cajas de medicamentos vacías tiradas alrededor y ninguna señal de Bobby. Agradecí que no estuviera por ahí para no tener que ver la expresión de asco que recorría mi rostro. Había un olor nauseabundo en la sala que no lograba identificar. Entonces empecé a hurgar entre las cajas moviéndolas una a una. En una pequeña mesita con una lámpara

para leer, encontré el foco que buscaba, un cenicero lleno de colillas de cigarrillo y cenizas que parecían estar hace días allí. Lo tomé estirando mi brazo lo más posible para evitar que estuviera demasiado cerca de mi nariz y esquivando el desastre, llegué al cesto donde arrojé el contenido. Aún así el olor seguía penetrante, así que enjuagué el cenicero varias veces en el fregadero. Estaba tan concentrada que no escuché a Bobby aparecer detrás de mí. −¿Desde cuándo eres tan quisquillosa?−, preguntó con una sonrisa. −Creo que desde ahora… ¿y tú? ¿Desde cuándo eres amante del desorden?−, dije señalando hacia la sala. −Ah, eso. Bueno, más o menos cada tres meses, cuando tengo que hacer el inventario de insumos para el hospital−, dijo tomando un pequeño anotador. −Me vendría bien algo de ayuda−. −Para eso estoy, compañero, ¿por dónde empezamos?−, pregunté. −Toma el cuaderno y siéntate por aquí, voy a dictarte qué escribir. Creo que necesitamos de todo, no sé como pude dejar que las cosas llegaran tan lejos−, se lamentaba. −Haces todo lo que puedes, Bobby, jamás vi a alguien tan dedicado a su trabajo como tú, esta aldea es afortunada por tener un médico de tu categoría−, lo halagué. −Gracias Sam, eres muy dulce−, dijo con una sonrisa. −Por suerte también tienen a otra extranjera para que ayude con este pedido, ¿me acompañarás al pueblo? Por favor… ¡di que sí!−, juntó sus manos para rogarme. −Si me necesitas, por supuesto que sí−, era lo menos que le debía a Mike y a esta aldea. −De acuerdo, haremos el pedido hoy y en tres días estará listo para que vayamos a buscarlo−, agregó Bobby. −¡Conozco un bar genial! Te encantará el pueblo−, parecía más entusiasmado por pasear que por recoger el pedido. Creo que podía entenderlo, hacía ya más de dos años que estaba en la aldea y estas fugaces visitas a la civilización debían ser una especie de respiro para él. −¿Cómo hacían esto cuando no estabas aquí?−, pregunté curiosa. −Mike se encargaba del pedido y John Hammond, uno de los proveedores más importantes, traía todo hasta aquí. Ahora estoy yo y así es más fácil para todos. Puedo identificar mejor las necesidades y elegir directamente los insumos que traemos−, explicó. El día pasó lento, había mucho trabajo que hacer. Ya caía la noche cuando Bobby tomó el teléfono y comenzó a pasar la larga lista que revisamos varias veces para que nada se nos escapara. Estaba exhausta. Le pedí que me llevara a casa porque seguía

sintiéndome algo débil. No habíamos almorzado para poder terminar más rápido. Cuando llegué a la casa, Mike y Nate preparaban su lista personal, y en un rincón de la mesa, había un vaso de jugo de naranja y algo que parecía ser una especie de guisado. Mi estómago se quejó de nuevo, puse la mano sobre mi boca y fingí mi arcada con un bostezo. Saludé a ambos con un beso en la frente. −Creo que no tengo hambre−, dije sentándome a la mesa y alejando el plato hacia adelante. −Ni lo sueñes, vas a comer hasta el último bocado−, sentenció Mike. −No has comido nada hoy y no te he visto alimentarte bien últimamente−, comentó Nate. −¡Dios mío! ¡Con ustedes es como tener dos padres! Estoy bien… no soy de comer mucho−, protesté. −De todos modos nadie se levanta de la mesa hasta que el plato esté vacío−, dijo Nate acercando la cena nuevamente hacia mí. Tuve que rendirme y comencé a tragar bocado a bocado obedientemente, reprimiendo las ganas de vomitar. Creo que estuve alrededor de cuarenta y cinco minutos sentada allí pero ellos parecían no tener prisa. −Buena niña−, dijo Mike mientras levantaba el plato vacío. −¿Ahora puedo ir a dormir, papi?−, bromeé. −Ahora sí−, respondió. Me levanté de mala gana y fui al cobertizo a buscar mi camiseta de dormir antes de dirigirme nuevamente a la casa para tomar una ducha. Cuando entré al baño, ya no pude contenerme y me arrodillé junto al inodoro para vomitar. ¿Qué ocurre? Me sentía terrible. La comida aquí tenía un sabor bastante diferente aunque los ingredientes no variaban mucho. Me miré en el espejo más detenidamente y noté que mis clavículas parecían algo más salidas el día de hoy. Decidí que le pediría a Bobby que me tomara algunos exámenes en el pueblo para saber qué era lo que ocurría conmigo. Me quité la ropa lentamente y dejé que el agua comenzara a correr en la ducha. El agua se sentía tan renovadora que orienté mi rostro hacia la regadera para revitalizar mi piel. −Hola, nena−, dijo Nate abriendo la cortina. −Hey, ¿qué haces aquí?−, dije abrazándolo con fuerza mientras se metía a la ducha conmigo. −Mike duerme y si nota mi ausencia ni siquiera se imaginará que estoy aquí, y me moría por estar contigo−, dijo besando mis labios.

−Me encanta que estés aquí, te extrañé mucho hoy−, dije acurrucándome en su pecho. −No más que yo, el día ha sido espantosamente largo sin ti−, siempre tan dulce. Era la mejor medicina para mis males ahora. Estuvimos un largo rato bajo el agua y luego me fui hacia el cobertizo. Nate saldría por la ventana de su habitación tan solo unos minutos después para encontrarse conmigo. Encendí el primer cigarrillo del día y lo disfrute más que nunca, por fin un sabor conocido. La puerta corrediza se movió y tras ella apareció el dueño de mi corazón, verlo era como un oasis en medio del desierto. Solo soportaba las largas horas del día para poder disfrutar de este momento. Sonrió y me abrazó con fuerza, era como si nos encontráramos luego de un largo viaje. −Cuéntame de tu día−, dijo mientras apoyaba mi cabeza sobre su pecho, acomodándome en la cama. −Pues, hice inventario de los faltantes con Bobby. En tres días lo acompañaré al pueblo para buscar el pedido−, le conté. −Es un trabajo bastante monótono, ya lo he hecho antes y no es nada divertido, te ves agotada−, sus dedos acariciaban mi espalda baja. −Sí, ha sido un día largo. ¿Y tú?−, pregunté. −Escuchamos las historias de Mike hoy, no deja de intentar que cambie de opinión con respecto a Lila, sobre todo ahora que solo faltan doce días para mi cumpleaños. Es como estar en el pasillo de la muerte, ¿sabes? Los días están contados−, dijo sin adivinar que para mí también los días estaban contados, y cada vez que pensaba en eso una puntada recorría mi corazón. −Es cierto… Nate… sé que no quieres que hablemos de esto pero tienes una obligación que cumplir, toda tu vida te has preparado para esto−, dije con todo el dolor que esa verdad me causaba. −No pienso huir de mi responsabilidad, es solo que no entiendo por qué me obligan a casarme con Lila. Sé que haré un buen trabajo, pero no le veo el punto al maldito matrimonio−. Tenía razón, yo tampoco lo entendía, pero así era como las cosas debían ser. −La única forma para que puedas cambiar eso para otros después de ti, es que asumas el control−, le expliqué con pesar. −No si eso significa que no estés en mi vida−, dijo besando mi cabeza. −Si ellos no aceptan mis condiciones, me iré de aquí−, parecía totalmente decidido. −Y… ¿qué ocurrirá primero? ¿Tu asunción o el matrimonio?−, necesitaba

concentrarme en otra cosa. Los detalles de la ceremonia funcionarían bien. −No ocurrirá lo segundo. Pero si es curiosidad, se supone que las cosas se den juntas. De todos modos, primero se hará un rito de iniciación el día previo a mi cumpleaños, eso sí lo espero con ansias−, dijo con una sonrisa. −¿De veras? ¿Y cómo es?−, pregunté curiosa. −Creo que no difiere mucho de una fiesta, solo algunas escarificaciones y mucha cerveza, una línea por cada uno de los miembros de la aldea y se agregará una cada vez que nazca un nuevo miembro−, salté de la cama y me giré para ver su expresión de felicidad. Yo sabía exactamente qué eran las escarificaciones, había visto algunas tribus que las practicaban en ciertas regiones de África. −¿Qué? ¿Estás feliz porque van a lastimarte? ¡¿Tienes idea de lo que duele eso?!−, dije horrorizada. −Aún no, pero supongo que casi tanto como el tatuaje en tu espalda, ¿verdad?−, ¿por qué siempre tenía la réplica justa?, era insoportable. No podía imaginarme que tuviera que pasar por eso. −¡Diablos!−, fue lo único que pude decir. −Ya lo sé, odias que tenga razón−, era verdad. Seguimos charlando durante horas de ese fascinante rito. Cada pequeña marca que se le haría representaba la responsabilidad que llevaba sobre su espalda de velar por el bienestar de cada miembro de la aldea. Mi tatuaje parecía un chiste de mal gusto en comparación a tan noble significado. Encendí otro cigarrillo y salí afuera a mirar las estrellas cuando comprobé que Nate dormía profundamente. Doce días. Doce días para planear mi huída. No me costó relacionar mi estado de salud y las náuseas con el sentimiento que me provocaba dejar a Nate. No estaba por volver a mi mundo, estaba por dejar mi mundo aquí. La mejor forma era hacerlo sin despedidas, como otras veces. Eso lo lastimaría pero sería bastante más soportable que una vida lejos de su aldea, de su familia, de todo lo que conocía. Tres días pasaron rápidamente, demasiado para mí. Aproveché cada minuto que tenía para estar con Nate, quería guardar cada recuerdo como un tesoro. Saldríamos de viaje hacia el pueblo con Bobby en la madrugada del día siguiente, así que me propuse pasar casa por casa a relevar las necesidades, quería hacer un regalo a cada uno de ellos, algo que me permitiera devolver un poco del amor que había recibido.Nueve días, pensaba mientras caminaba por la aldea. mi cabeza parecía un reloj que corría hacia atrás.

Era domingo, por lo que Mike y Nate preparaban el jeep para el viaje cuando volví a la casa. −Está casi todo listo, Nate revisó el motor de cero para ustedes−, dijo Mike mientras cerraba el capot del vehículo. −Gracias, Nate−, dije besando su mejilla. Me devolvió el beso ante la miraba confundida de su padre. No estaba acostumbrado a tanta efusividad entre nosotros. Ya no me importaba si comenzaba a sospechar algo, pronto estaría lejos de ahí y ya no representaría ningún peligro. Estaba hambrienta ese día y la ensalada de espinaca se veía particularmente apetitosa en el almuerzo. Comenzábamos a almorzar cuando el teléfono sonó. Mike se levantó para contestar. −Ian−, dijo al teléfono. −De acuerdo, te comunico−, Mike apartó el teléfono de su rostro apoyando la mano sobre el auricular mientras Nate ya se levantaba para contestar. −No, es para Sam−, dijo extendiendo el aparato hacia mí. Mastiqué rápido y me levanté para contestar. Nate se sentó confundido. −¡Ian! ¿Cómo estás?−, me alegraba hablar con él. Era un muchacho estupendo y además uno de los mejores amigos de Nate. −Sam, no quiero molestarte, pero me preguntaba si podría pasar por ti dentro de una hora, quiero decirte algo−, me sorprendió un poco su pedido. Teníamos una buena relación pero casi todo el tiempo que pasábamos juntos era en la escuela o en alguna actividad pautada por Bobby o por Mike. −Ok, ¿puedes adelantarme algo?−, contesté mientras miraba a Mike y a Nate observándome con curiosidad. −Claro, trae tu traje de baño, vamos a la playa con un par de amigos en una hora−, dijo entusiasmado. −¡Me fascina la idea! Te espero en una hora entonces. Adiós−. Me senté nuevamente a la mesa y retomé la comida. Nate y Mike estaban a la espera de que les contara lo que había dicho Ian, pero me parecía más divertido ver sus expresiones de perplejidad. Eran tan celosos que resultaba hilarante. Cuando los minutos pasaron y seguían sin moverse, decidí decir algo. −No les importa, ¿de acuerdo? Es privado−, dije tomando mi vaso de leche. Solo se encogieron de hombros y continuaron comiendo. Me puse mi traje de baño negro y una minifalda de jean. Cuando me miré al espejo, mis caderas resaltaban como si fuera una refugiada de guerra, por lo que decidí ponerme

una camiseta holgada encima. Tomé un pequeño bolso y puse dentro mis cigarrillos, algunas hojas blancas y un lápiz. Pensé que podía aprovechar para preguntarles a los chicos qué necesitaban. −¿Qué se propone Ian?, ¿tendré que pelear con todos en la aldea por ti?−, dijo Nate entrando en el cobertizo. −No tengo idea de qué se propone… no me lo dijo. Iremos a la playa y al parecer no estás invitado−, contesté de manera burlona. −Sí, me doy cuenta−, bajó su mirada hacia mis piernas. −Sí, ya lo sé, demasiado corta…−, creí adivinar. −No es eso… ¿has perdido peso?−, se agachó para acariciar mis rodillas mirándome preocupado. −Por favor, no me hagas sentir peor de lo que ya estoy, quizás un par de libras pero no es nada−, le aseguré, aunque era algo que también me preocupaba a mí. −Lo digo porque quiero cuidarte−, acarició mi mejilla. −Prometo hacer un esfuerzo y comer más−, prometí solemnemente. La puerta corrediza se movió de repente, sorprendiéndonos. −¿Qué ocurre aquí? No interrumpo, ¿verdad?−, dijo Ian con una sonrisa pícara. −Por supuesto que no, estábamos conversando−, me excusé. −Pues me alegro de no ser Lila, parecen bastante cariñosos−, bromeó. −Déjate de idioteces, Ian−, Nate golpeó su hombro amistosamente. −Sí, sí−, replicó Ian incrédulo. −¿Estás lista, Sam?, nos están esperando−. −Cuando quieras−, respondí tomando mi mochila. −Ok, andando entonces−, señaló la puerta. −Entonces, de veras no estoy invitado−, reclamó Nate. −No, es solo para gente cool, lo lamento−, señaló Ian pasando su brazo sobre mis hombros. −Adiós, perdedor−, gritó mientras nos alejábamos caminando. En la playa, Lila y Roman reían divertidos cuando nos vieron llegar. Era tan agradable pasar un rato con ellos, eran frescos y despreocupados, descontaminados de los problemas que solían agobiar a la gente de su edad. −¡Hola Sam! ¡Qué bueno que pudieras venir!−, Lila me abrazó con fuerza. Estaba

hermosa, con una sonrisa radiante y un traje de baño color rosa que hacía que pareciera una modelo de Sports Illustrated. Me sentí avergonzada de nuevo. −Gracias por invitarme, chicos…−, les dije con una sonrisa. Charlamos y nos reímos mucho. Jugamos en las olas. Querían escuchar cómo era el mundo afuera, estaban interesados en lo que tenía para contar y eso me hacía sentir halagada. Casi no extrañé a Nate porque el tiempo se pasaba rápido cuando me divertía así. Ian y Roman corrieron al mar a luchar con las olas un rato más. Lila y yo nos quedamos sentadas a la orilla, disfrutando de las últimas horas de sol. Pensé en lo fácil que sería para Nate enamorarse de ella. Era tan cálida, dulce e inteligente. Sus ojos negros eran profundos y expresivos. No entendía cómo me había tragado la idea de que era hostil aquel primer día en que la conocí. Estaba muy feliz de haber pasado estas horas con ella, haría feliz a Nate y eso hacía que mi partida doliera menos. −Tu cabello es hermoso−, dijo mientras lo acariciaba. −Gracias, Lila−, ahora hasta me daba cumplidos. −¿Me dejas trenzarlo? Soy buena−, preguntó con una sonrisa. −Por supuesto que sí−, era difícil darle una negativa a un ángel. Se sentó detrás de mí y comenzó a pasar sus dedos entre mi cabello. −Te envidio, ¿sabes?−, dijo a mis espaldas. −No puedo imaginarlo, eres mejor que yo en tantos aspectos, que ni siquiera puedo enumerarlos−, dije sorprendida por sus palabras. −Listo−, volvió a sentarse a mi lado. −Somos diferentes supongo, pero no es por lo que eres, sino por lo que tienes−, dijo mirándome profundamente a los ojos. Yo solo esperé a que me lo dijera, porque no podía imaginar qué era. −A Nathan−, dijo mirando hacia el horizonte. Parecía tan tranquila cuando pronunció las palabras que yo tanto temía. Sentí que mis manos comenzaban a temblar y no sabía cómo contestar a eso. −No tienes que decir nada, no es tu culpa. Me gustaría ser lo suficientemente buena para él, pero no es así−, una lágrima comenzaba a correr en su perfecta mejilla. Seguía sin poder reaccionar. Las cosas se habían vuelto más evidentes de lo que pensé. Jamás quise lastimarla así y me sentía como una basura. Lila no debía haberse enterado de nada de lo que pasaba con Nate. Las lágrimas comenzaron a inundar mis ojos también. Éramos dos personas enamoradas de la misma persona, pero aun así no podía odiarla.

−Lila, Nate se quedará contigo−, dije secando mis lágrimas para que ella no las viera. −Me iré en unos días y todo volverá a ser como antes−, pasé mis dedos por su mejilla para quitar las lágrimas de su rostro. Nos pusimos de pie sin decir una palabra más y caminamos en silencio por un rato, alejándonos de los chicos que aun estaban en el agua. −Te prometo que lo haré feliz y honraré mi promesa todos los días, nunca olvidaré esto−, dijo tomando mis manos entre las suyas. −Nadie podría hacerlo mejor que tú−, dije resignada. No había mucho más que pudiéramos decir. No pensaba negar lo que sentía por Nate, ya no tenía sentido. Y ella jamás me creería si lo hacía. Solía soñar con qué hubiera pasado si Nate tan solo fuera un estudiante más en alguna escuela de Boston. Quizás yo eventualmente hubiera aceptado dar alguna conferencia en aquella escuela, y sus profundos ojos azabaches hubieran llamado mi atención desde la butaca en la que estaría sentado. Tal vez Nate habría encontrado la excusa para que firmara una copia de mi libro para él y me invitaría a tomar una malteada luego de clases. Yo hubiera dudado por un momento, por su edad, pero como ahora, no hubiera podido resistirme. Habría coqueteado con él para conquistarlo. Caminaríamos de la mano por las calles sin miedo a las miradas del resto de la gente. Seríamos invisibles para todos en aquella enorme ciudad. El único problema a resolver hubiera sido adonde saldríamos a divertirnos por la noche. Pero las cosas no eran así. Él no era ese chico regular con una mochila al hombro y con la única preocupación de tener que liberarse de sus exámenes. Él era el jefe de una comunidad entera, pronto a asumir su destino y tomar por esposa a la mujer que le había sido prometida desde antes que ambos existieran. Y yo no era una eventual conferencista, era la basura que me interponía en su vida, poniendo todo patas para arriba. Yo no era la solución, sino el problema. Y sabía exactamente qué hacer para enmendar las cosas. Tenía que eliminar el problema. Pensaba en qué pasaría si alguien que apenas conocía me obligara a dejar todo lo mío, mi libertad, mi carrera, mi gente, y no quería que eso pasara con Nate. No podía atarlo a mí. El ocaso de mi día se acercaba lentamente como una daga siendo metida en mi corazón de a milímetros. Iba directo a tomar mi analgésico esta noche, mi última noche con Nate. Me quedé en la playa por un rato más cuando los chicos decidieron irse. Ian no quería dejarme sola allí pero Lila lo convenció. Ella entendía que yo necesitaba mi tiempo a solas.

−¿Quieres que me quede contigo?−, susurró en mi oído cuando se despedía con un abrazo. −Estoy bien, te veo en tres días−, respondí. Los observé alejarse y luego caminé hacia las olas, deseaba que el agua acariciara mis pies. Me alejé un poco de la playa y fui hasta mi mochila a tomar un cigarrillo. Lo encendí y miré como el sol besaba el horizonte, pensando en nada, solo sintiendo. Cerré mis ojos por un instante y un abrazo familiar rodeó mi cintura de repente. No lo esperaba, pero no me sorprendió, porque esos brazos ya eran parte de mí misma, me completaban. Nos quedamos allí sin decir una palabra por varios minutos. Sintiendo el calor de su cuerpo en mi espalda, dejé mi cabeza recostarse sobre su hombro y sus labios se apoyaron en mi oído. −Vamos a casa, nena…−, dijo en un susurro. Su voz era algo que realmente extrañaría. −Dame un minuto más, ¿sí?−, contesté sin querer voltearme por miedo a que todo desapareciera. −No−, contestó apretando más fuerte su abrazo. −No solo un minuto más… Te doy todos los minutos, todas las horas y todos los días. Eres la dueña de mi vida−. Le pedí a Nate que me llevara primero a casa de Bobby. No le agradó demasiado la idea, pero le expliqué que quería hablar con él para ultimar detalles del viaje. −¿Me esperas aquí? Solo será un minuto, ya quiero volver a casa−, dije con una sonrisa ocasional. −Hoy todo el mundo parece querer dejarme fuera de sus planes−, se quejó empujando el volante con sus dos brazos apoyados firmemente. Se veía tan irresistible cuando entornaba los ojos de esa forma. No le contesté, solo lo miré con una sonrisa y me bajé rápidamente. −¿Bobby, estás aquí?−, llamé al no verlo ni en la sala ni en la cocina. −Por aquí, en la habitación−, contestó. Saqué la lista de pedidos que habían hecho los chicos esa tarde y atravesé el angosto pasillo que llevaba a la habitación. Había una pequeña maleta abierta sobre la cama y Bobby arrojaba cosas dentro con una puntería asombrosa. Llevaba unos pantalones caqui y el torso desnudo, su cuerpo era realmente majestuoso. −Nos vamos solo por dos días, ¿verdad?−, le dije apuntando a la maleta, parecía demasiado cargada.

−Creí que solo era por uno−. No supe si interpretar el brillo en sus ojos como sorpresa o entusiasmo. −Te lo explico mañana, vine a traerte más recados−, le extendí el papel que llevaba en mis manos. −Además… quiero pedirte algo−, agregué espiando por la ventana para saludar a Nate que todavía seguía con sus brazos firmes en el volante. −Dime−, contestó repasando con la vista la lista que tenía en sus manos. −Mmm…−, balbuceé mientras pensaba. Bobby levantó la vista hacia mí. −¿Tan grave es?−, preguntó preocupado. −En realidad, espero que no… ¿podrías besarme en los labios mañana cuando pases por mí?−, pregunté con voz relajada, como si le estuviera pidiendo que me invite un café. Bobby me miró incrédulo. −¿Qué sucede?−, dijo arrojando la lista hábilmente dentro de la maleta. −El cumpleaños de Nate en ocho días−, respondí. −Te lo explicaré mañana de camino al pueblo. ¿Puedes hacerlo o no?−, repetí apresurada. No quería ser grosera y menos en estas circunstancias, pero Nate todavía me esperaba en el coche. −Sí... Pero...−, empezó a decir. −No, no tengo tiempo. Hablamos mañana. Descansa−, dije acercándome para besar su mejilla. Bobby tomó mi mano y la puso detrás de su espalda, me acercó hacia su cuerpo y apoyó sus labios contra los míos, todo en una milésima de segundo. Mis ojos casi se salen de su órbita cuando sentí el calor de su aliento y sus labios presionando los míos. −Practicando para mañana−, dijo con los ojos cerrados y hablando sobre mis labios. −¡¡Idiota!!−, lo empujé hacia atrás y salí de la habitación como un rayo, enfurecida. −¡Tendrás que ser más convincente mañana!−, gritó apoyado en el marco de la puerta mientras me miraba atravesar la sala. −Lo seré−, cerré mi puño derecho en alto y levante mi dedo medio enérgicamente al tiempo que le sacaba la lengua desde la puerta de entrada. Bobby soltó una carcajada hilarante. El motor del jeep se puso en marcha y entré apresurada. −¿Qué fue eso?−, preguntó Nate poniendo la primera marcha. −Solo una broma−, contesté y me puse el cinturón de seguridad.

Mike leía un libro en el sofá cuando entramos. Salté hacia él y me recosté en el sillón, apoyando mi cabeza en su regazo y abrazando sus rodillas. Él no tenía idea de cuánto lo extrañaría. Se había convertido en lo más cercano al padre que jamás tendría y en tres días lo desilusionaría sin remedio. −¡Wow!−, dijo sorprendido de mi cariño, comenzó a acariciar mi cabeza. −¿Te trataron bien los mocosos?−. −Muy bien, lo pasé genial−. −Voy a prepararte algo para comer, deberías ir a dormir temprano, mañana será un día largo−, dejó el libro a un lado y se quitó las gafas. −Espera un momento, quédate conmigo−, dije tomando su mano y poniéndola nuevamente en mi cabeza. No tuve que decir nada más, Mike se acomodó en su posición y comenzó a tararear una vieja canción, acariciando mi cabello. −No te preocupes, Mike, yo me ocupo−, dijo Nate dirigiéndose hacia la cocina y empezando a buscar algunos ingredientes en la heladera antes de ir hacia su habitación. −Adelante, hijo… ¿Estás emocionada por el viaje?−, preguntó Mike. Me incorporé para sentarme a su lado quitándome las sandalias. −Estoy emocionada−, me quité la coleta del pelo y empecé a desarmar la trenza que Lila me había hecho esa tarde. Dibujé una forzada sonrisa en mis labios. Esto era más difícil de lo que había supuesto pero debía comenzar a realizar los verdaderos preparativos antes del viaje lo antes posible. El tiempo se acortaba dramáticamente. −Wow, ¡estás radiante! ¡Mira ese brillo en tus ojos! Puedes contarme...−, había un brillo en mis ojos, pero eran las lágrimas que empujaban por salir. Al parecer la sonrisa en mi boca estaba funcionando. −Pues… el viaje viene bien en este momento… estaré sola con Bobby−, mentí. −¡Lo sabía! Eso es muy bueno, Sam… Bobby es un hombre excelente−, parecía feliz. Y yo quería morir. −No sé hacia donde irá todo, he estado... confundida estos últimos meses. Bobby me ayudó a retomar mis cabales, ¿sabes? Estar con él es lo correcto ahora−, dije anticipando algo de lo que le contaría a mi regreso. −La confusión es parte de la vida, no será la primera vez que ocurra, pero siempre podemos reflexionar y aprender de todo−, ahora también trataba de consolarme. Esto era una pesadilla. −No si esa confusión te hace cometer errores terribles. Hice las cosas mal, Mike. Muy mal−, dije cerrando mis ojos y siendo totalmente sincera con él.

−Nada que hayas hecho mal va a permanecer así, se arreglará−. Ni siquiera estaba intentando saber qué era lo que sucedía, siempre me aceptaba como era, lo cual me ponía las cosas más difíciles aún. −Voy a contártelo todo cuando regrese−, me miró por un momento analizando mis palabras. −Te lo debo−, agregué. −De acuerdo−, creo que ahora había logrado picar su curiosidad. −Ah… otra cosa. No le digas a Nate lo de Bobby, ¿sí? Quiero ser yo quien lo haga−, prepara el terreno, pensé. Lo dejaría pensando que tenía que ver su hijo en todo lo que le había dicho, le acercaría elementos para que sacara sus propias conclusiones. Prácticamente tragué sin masticar tres mouffins y bebí una enorme taza de té. Conversábamos con Nate de mi tarde con los chicos mientras Mike sorbía el café en su taza, mirando intermitentemente a su hijo y a mí. Comprendí que la mecha se había encendido. Su cabeza ya había empezado a hilar todos los pequeños indicios. El repentino entendimiento y buen humor entre nosotros, la mirada de Nate que él solía interpretar como admiración, mi pedido de que no mencionara mi asunto con Bobby, algo que yo sabía y además esperaba que no cumpliera. Él necesitaría una confirmación de sus suposiciones y le lanzaría la bola a Nate. −Bueno, debo irme a dormir. Nate, ¿quieres que te traiga algo del pueblo?−, me levanté de mi asiento y comencé a llevar las tazas al fregadero. −Te alcanzaré mi lista en un minuto al cobertizo, quiero una sola cosa−, contestó. −También voy a dormir, me duele la cabeza−, comento Mike claramente incómodo. El no solo había mordido el cebo sino que ya lo suponía. −Buenas noches−, dijimos nosotros. Al parecer, Nate no había notado nada extraño. Fui al cobertizo y me saqué la ropa quedándome con una camiseta y mi ropa interior. Me asomé a la puerta para espiar que no hubiera nadie y corrí hacia la pared este de la casa. La ventana de Nate estaba abierta. Me senté sobre el marco de la ventana y pasé mis piernas hacia adentro, apoyándolas sobre la cama. La luz estaba apagada. Me quité el resto de la ropa hasta quedar desnuda y en carne viva, y me acomodé dentro de las sábanas. −Sí Mike, deslicé el papel bajo su puerta. Buenas noches.−, escuché decir a Nate. Abrió y cerró la puerta de su habitación casi al mismo tiempo, apoyando su oído contra la madera para confirmar que Mike cerraba la suya. Supuse que todavía no me había visto. −Voy a obligar a Emily a preparar estos mouffins más seguido, no sé qué les puso, pero me gusta el efecto que tienen en ti−, dijo quitándose la camiseta. Sí que me había

visto. −No sabes cuanto te extrañaré, mi amor…−, dije atrapando su cuello entre mis brazos. −No tienes que hacerlo, porque mi corazón se va contigo−, dijo besándome suavemente. Era la última vez que haría el amor con el hombre que amaría para siempre. Mis manos querían recordar la calidez de su piel, cada músculo de su anatomía. Sus ojos brillaban para mí, más intensamente que nunca y sus labios eran dulces y frescos como un jugoso durazno en una calurosa tarde de verano. Nuestros cuerpos parecían hechos el uno para el otro. Nos entendíamos a tantos niveles que era difícil digerir tanta pasión. Eran las tres de la mañana cuando Nate por fin se durmió. Su rítmica respiración se había transformado casi en una canción de cuna para mí. Me esforzaba para que mis ojos no se cerraran aunque se sentían como si fueran de concreto y pesaran demasiado. Recordé aquella primera noche, cuando lo dejé sin explicaciones. Me había costado hacerlo en aquel entonces pero ahora sería mil veces peor. Sería como si una daga caliente desgarrara fuera de mi cuerpo a este hombre que se había convertido en parte de mí misma, dejando una herida para siempre en carne viva, una que jamás sanaría. Estaría mutilada. Recorrí con mis dedos el contorno de sus cejas, su frente, los pasé por su cabello tomando cada impresión. La comisura de sus labios se elevó levemente dibujando una sonrisa, de seguro tenía un buen sueño. Sentí que mis ojos por fin se rendían y todo se oscureció demasiado pronto. Cuando abrí los ojos, estaba bajo el pino. Todo se veía muy extraño, inusualmente silencioso. Los pájaros no cantaban y las hojas no se movían a pesar de que sentía una leve brisa en mi piel. El cielo era de un purpura intenso, como si se acercara una tormenta. Parecía que todo el mundo había desaparecido. El ruido de tambores tribales comenzó a retumbar muy fuerte y tuve que cubrirme los oídos. −¿Qué ocurre?−, pregunté para mí misma. Mi voz sonó como un eco lejano y entonces lo comprendí. Estaba soñando. Comprobé que solo me cubría con una sábana. −Tranquila Sam, esto no te dolerá−, dijo Mike saliendo del medio del bosque. Su mirada era sombría y se acercaba casi en cámara lenta. Algo emitía destellos en su mano. Sentí dos manos más tomando las mías, muy fuerte, deteniéndome. Nate de un lado y Bobby del otro evitaban que me moviera mientras yo luchaba confundida. ¿Qué hacían ellos aquí? Mike se materializó justo frente a mí y pude ver con claridad la daga caliente y humeante que blandía frente a mis ojos.

−Una por cada uno de nosotros−, dijo colocando la mano bajo mi barbilla para obligarme a mirarlo a los ojos. Podía ver el reflejo de mi rostro horrorizado en el espejo de sus sombríos ojos negros. Bobby y Nate tiraron para levantarme cuando Mike se ubicó detrás de mí. Un grito agudo ahogó mi garganta cuando apoyó la hoja hirviendo contra la piel de mi espalda. Hasta podía oler la sangre y la carne quemándose, lentamente. −Lila… Charlie… Liz… Emily… Samuel… Roman… Ian…−. Cada nombre anticipaba el dolor que la hoja caliente ocasionaría al marcar la escarificación. Dejé de gritar cuando el número superó los cuarenta. −Bobby... Mike...−, siguió diciendo. Yo rogaba que algo me despertara de una maldita vez. −Y Nathan...−, dijo por último, hundiendo hasta el fondo el cuchillo en el centro de mi espina dorsal. El dolor hizo que todo mi cuerpo se curvara y grité con tanta fuerza que las lágrimas saltaron de mis ojos cuando sentí la sangre borboteando en mi garganta. −Ahora cargarás por siempre en tus espaldas el dolor que nos estás causando a todos−, sentenció. Luchando por una bocanada de aire, desperté de mi pesadilla, con lágrimas en los ojos y el cuerpo dolorido por el esfuerzo. Cuando entendí que ya me encontraba a salvo, traté de quedarme lo más inmóvil posible para no despertar al ángel que dormía a mi lado. Nate se movió hasta rodearme con sus brazos y sentí su respiración en mi nuca. El calor de su cuerpo contra el mío era el alivio que necesitaba ahora. Procuré no dormirme de nuevo para evitar la sentencia onírica. No tenía que ser Freud para descifrar su significado porque ahora era más consciente que nunca. La culpa me estaba castigando, la culpa de herir a tantas personas si decidía retractarme de mi decisión de irme, o si Nate me seguía. Pero también la culpa por el dolor que causaría de todas maneras con mi partida. El mío era el único dolor que no quería evitar, sería un recordatorio de lo terrible y lo maravilloso que había sido todo. Miré por la ventana como el sol amenazaba con levantarse y el ocaso de mi propio sueño comenzaba. Giré la muñeca de Nate que sujetaba mi cintura y miré su reloj para comprobar que eran las cinco de la mañana. En una hora, Bobby pasaría por mí y aún no tenía nada preparado. Esta vez, no me iría sin despedirme, no ahora al menos. Me giré para quedar frente a su rostro y rocé su nariz con un beso. Él mantenía sus ojos cerrados pero sabía que estaba despierto porque me apretó más contra él. −Debo preparar mis cosas−, susurré. −No estoy seguro de querer que te vayas−, respondió. Yo tampoco estoy segura.

−Me quedaría para siempre, aquí contigo−, dije hundiendo mi rostro en su pecho. −Pero Roman no soportaría un día más sin su perfume favorito−, bromeé. −Tienes razón−, dijo riendo. Ya se escuchaban algunos ruidos en la cocina. Sería Mike. Salí de la habitación por donde había entrado y el rocío de la madrugada mojó mis pies. En el cobertizo, tomé mi mochila y guardé algunas cosas. Me puse unos jeans gastados que me quedaban algo grande y una camiseta de mangas largas. El aire era bastante frío afuera. Encendí un cigarrillo antes de salir. −Buenos días−, dije entrando en la cocina. −Buenos días−, contestó Mike mientras me extendía una taza de té. −Puse unas magdalenas en el jeep para el camino, ¿quieres comer algo ahora?−, parecía de buen humor. −Gracias, pero no tengo hambre−, dije tomando la taza. Dejé mi mochila en el suelo. −Bobby acaba de llamar, en quince minutos estará aquí−, comentó. −Ok−, contesté. Rogué que fuera el tiempo suficiente para que Nate pudiera ver el espectáculo. −Me muero de ganas por que llegue−, exageré un poco. −¿Por qué te mueres de ganas?−, preguntó Nate disgustado. Había entrado tan sigilosamente a la cocina que no lo había oído. −Me muero de ganas de conocer el pueblo, eso−, contesté algo esquiva. −Olvidaste esto−, dijo metiendo un papel en el bolsillo trasero de mi pantalón. −¡Nate!−, grité apartando su mano. Sonrió maliciosamente y supuse que marcaba su terreno. −¿Hay alguien aquí?−, sonrió Bobby al entrar. La sonrisa de Mike se ensanchó descaradamente. No podría guardar el secreto. Respiré hondo esperando que todo funcionara como lo había imaginado. −Adelante, Doc.−, contestó Mike mientras Nate se recargaba sobre la cocina sin ocultar su fastidio. −Mike−, Bobby tocó su hombro amistosamente y lo apartó sutilmente, clavando su mirada en mí y sin apartarla. Debería estar en Hollywood porque su actuación era maravillosa. Nate comenzó a revolverse en su lugar. −¡Aquí estás, princesa!−, me tomó de la cintura y me levantó hasta que mi rostro estuvo frente a frente con el suyo. Justo antes de que sus labios tocaran los míos, tomé su

cara y besé su mejilla. Resultó tal y como lo había planeado. Fingiría que había algo entre nosotros y que quería ocultárselo a Nate. −¿Qué pasa?−, preguntó Bobby. Si le hubiera dado su guión, las cosas no hubieran salido mejor de lo que eran. Nate se movió confundido y la taza que se encontraba a su lado casi se estrella contra el suelo, si no hubiera sido por la rápida atrapada que hizo. −Bájame Bobby, se hace tarde−, le dije nerviosa. −Es cierto−, interrumpió Mike. −Déjame ayudarte con eso−, tomó mi mochila y Bobby salió junto con él. Me dispuse a seguirlos, pero cuando ellos estaban afuera, Nate tiró de mi brazo hacia adentro. −¡¿Quieres decirme qué demonios fue eso?!−, dijo con los dientes apretados. −No sé qué bicho le picó… no es nada. No te alteres, lo hablaremos cuando regrese, ¿de acuerdo?−, le expliqué quitando su mano de mi brazo. −Estás loca si piensas que voy a dejar que te vayas con él. Espérame esta noche en el pueblo, en unas horas estaré allí−, no había contado con eso. Tenía que pensar algo rápido para que no lo hiciera. Lo abracé y lo besé, tomando su cabello entre mis puños. −No seas idiota… ¡Lo arruinarás! Cuida de Mike por mí y estaré de vuelta mañana... o pasado−, creí que advirtiéndole de mi tardanza evitaría que fuera por mí. −¡¿O pasado?! No me mientas… ¿qué ocurre?−, demandó. −No quería decirte nada para que no te preocupes, me tomaré un día para hacerme algunas pruebas médicas… no me siento bien, Nate, y quiero saber qué ocurre−, expliqué. −No me gusta esto, Sam, sé que algo me ocultas. ¿Sabes algo que yo no? ¡No me mientas, por favor!−, había logrado preocuparlo esta vez, sus manos rodeaban mi cara. −Ayúdame portándote bien ¿de acuerdo?, hablaremos cuando vuelva. Salgamos antes que Mike note que no estamos−, tomé su mano y lo arrastré hacia afuera. Afuera, Mike y Bobby terminaban de cargar todo. −Todo listo−, dijo Mike. Bobby estrechó su mano para despedirse. −Te veo en dos días, Mike, gracias−, dijo Bobby. −Adiós, Nate−, agregó subiéndose en el jeep en marcha. −Adiós, Mike. Te llamaré cuando lleguemos. Voy a extrañarte mucho−, lo abracé con fuerza. −Que lo disfrutes cariño, cuida mucho a Bobby−, respondió. −Adiós, Nate−, era raro despedirme de él, ¿un beso en la mejilla o un último abrazo?

Él me ahorró la decisión. Me abrazó con fuerza y hundió su rostro en mi cabello suelto. El abrazo duró más de lo normal, incluso para dos amantes como nosotros. −Vuelve−, dijo, por fin, susurrando en mi oído. −Adiós−, dije antes de subirme al jeep. No quería mentirle más, ni hacer promesas que sabía que no iba a cumplir. Miré a ambos esperar que nos fuéramos. Cuando el vehículo se puso en marcha, vi a Nate correr por detrás y detenerse en la ventana del conductor. Mi corazón se aceleró. Bobby seguía sus movimientos con sorpresa. Nate lo tomó del brazo con fuerza y lo miró directo a los ojos. −Si le pones un asqueroso dedo encima, estás muerto−, dijo en llamas. Se retiró un poco de la ventana y saludó con la mano como si nada hubiera ocurrido. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho y se movía incómodo cuando lo miré por el espejo retrovisor. Era la última vez que me vería como ahora, con preocupación en sus ojos. A mi regreso las cosas cambiarían drásticamente porque él me odiaría. Me hubiera gustado verlo sonreír una vez más, pero era incapaz de pedir más de lo que ya me había dado. Miré al frente y contuve la respiración hasta que me aseguré que estábamos lo suficientemente lejos. Entonces, ya no lo sostuve más. Me recliné sobre el asiento y sentí que mi respiración se intensificaba. Cada bocanada de aire que intentaba tomar, era totalmente inútil, las lágrimas me ahogaban y el pecho me dolía. −Respira, cariño, una inspiración tras otra, concéntrate−, dijo Bobby, manteniendo la mirada al frente y frotando mi espalda con su enorme mano. No parecía funcionar. Sentí que me desmayaría de un momento a otro. Estaba más agitada que nunca. El pecho me latía tanto que sentí que mi corazón saltaría de mi pecho si no lo detenía con mis manos. −Lo perdí, Bobby... lo perdí−, logré articular entre sollozos. Bobby tomó mi mano con fuerza porque sabía que nada de lo que dijera podía cambiar esa realidad.

PERDIÉNDOTE Anduvimos un par de horas en silencio. Bobby tomaba mi mano ocasionalmente y preguntaba cómo estaba. Ya se estaba poniendo algo molesto. Una señal en la ruta indicaba que nos encontrábamos a tan solo ochenta kilómetros del pueblo. Había una gasolinera justo al frente, a un lado del camino. −Bobby, ¿puedes detenerte?−, pregunté. −Claro, podemos tomar un café o comer algo, ¿te parece?−, me propuso. −Me encantaría, necesito tomar algo, mi garganta está seca−, en realidad sentía que las lágrimas me asaltarían de nuevo y quería algo de privacidad para desmoronarme en paz. Un baño en la gasolinera me resultaba de lo más atractivo ahora. −Apenas lleguemos al pueblo iremos a ver al Dr. Duncan, es un viejo amigo de la universidad. Haremos un chequeo−, dijo Bobbyen un tono que me sonó más a orden que a propuesta, pero yo no tenía ánimos de negarme ahora. No tenía ganas de ver a nadie ni de hacer nada, pero él había hecho tanto por mí que no me atreví a contradecirlo. Solo asentí con la cabeza. La gasolinera tenía un pequeño bar donde no había más que un par de mesas y sillas. Una camarera se ocupaba de atender a dos visitantes que se acomodaban en la barra. El chirriar de los huevos friéndose en la cocina era el único sonido además de las paletas de un viejo ventilador que giraba muy lentamente en el techo descascarado. Entré mientras Bobby se encargaba de cargar combustible. Todo se veía tan diferente y extraño. Me sentía como si fuera de otro planeta, parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que había estado fuera de la aldea. Añoré la cocina de Mike y su café por las mañanas. −Buenos días−, dije cuando estuve adentro. Nadie contestó. Los dos caballeros en la barra se dieron vuelta y clavaron su mirada en mí como si fuera alguna especie de fenómeno de circo. Probablemente me veía como uno. Me acerqué a la camarera y le pedí que me indicara dónde estaba el baño. El suelo del baño se encontraba mojado, sucio y un olor nauseabundo inundaba todo el lugar. Dejé el agua del lavabo correr por un momento mientras examinaba mi rostro en el viejo espejo. Mis ojos estaban muy hinchados, rojos y unas enormes aureolas violáceas los rodeaban. Me lavé la cara varias veces y até mi cabello con una coleta. Ahora entendía la mirada de los hombres en el bar, yo parecía volver de la guerra. Una guerra que había perdido además. Busqué en mi bolso un par de anteojos oscuros y me los puse antes de salir. En una mesa cerca de la ventana, Bobby leía el diario. Levantó su mirada cuando sintió que me acercaba.

−¿Todo bien?−, preguntó. −Tanto como puedo−, contesté. −Estoy contigo, Sam−, dijo tomando mi mano. Pero yo quería estar sola ahora. Retiré mi mano con delicadeza. −¿Ordenamos?−, pregunté. Bobby asintió y le hizo una seña a la camarera, que vino hasta la mesa con un viejo papel que supuse sería la carta para ordenar. −¿En qué puedo ayudarlos esta mañana?−, preguntó la amable mujer. −Servimos unos huevos con tocino deliciosos, si les apetece…−, agregó. −Para mí solo una soda de cola, gracias−, contesté encendiendo un cigarrillo. −Y un cenicero, por favor−. La camarera asintió. −¿No comerás nada?−, señaló Bobby en lo que parecía ser otra orden. −Estoy bien−, dije mirando a la ventana. −Tomaré los huevos y el tocino... y un café. Muchas gracias−, pidió. La camarera se alejó y gritó la comanda hacia la cocina. −¿Quieres contarme qué fue lo que pasó esta mañana? No puedo verte así, Sam, ¿Qué pasó?−, preguntó Bobby. −Hablé anoche con Mike y le hice creer que estábamos juntos.tú y yo. Que tú intentaras besarme iba a ser una confirmación para Mike y un disgusto para Nate, y créeme que lo fue−, intenté explicarle. −Por supuesto que sí… ¿Y qué se supone que buscabas con eso? ¿Cuál es mi parte en todo esto?− exigió. −Hasta ayer… la idea era pedirte que te fueras conmigo un tiempo pero ya no quiero involucrar a nadie. Cuando vuelvas a la aldea podrás decirles que estuvimos juntos pero que me dejaste y yo me fui despechada. Fin de la historia−, la camarera se acercaba con el pedido así que me detuve. −Aquí tienen−, dijo con una sonrisa. −¡Hacen una pareja tan bonita! ¿Son de por aquí? −, qué mujer tan curiosa. −Estamos de paso. Somos de Boston−, contestó Bobby sin quitarme los ojos de encima. Sonrió al ver mi sorpresa por su comentario. −Hermosa ciudad. Bueno… que disfruten el desayuno−, dijo la mujer. −Muchas gracias−, contestó deslizando un billete en su mano. La mujer sonrió ampliamente.

−¿Somos de Boston?−, dije cuando la camarera se alejó. −Seremos de Boston. Me voy contigo, Sam, de todos modos ya necesitaba un cambio−, dijo poniendo el periódico a un lado. −No puedo pedirte eso, Bobby−, no quería arrastrar a nadie más conmigo. Me había convertido en una especie de Rey Midas, pero a la inversa. Al parecer, todo lo que tocaba perdía su brillo. −Yo te lo estoy pidiendo a ti. Llévame contigo,.por favor.−, dijo entrelazando sus manos con las mías como si lo estuviera rogando, siempre intentaba ser gracioso en momentos críticos. −Además, no tenemos que montar una farsa−, agregó con una sonrisa. −No lo creo, Bobby−, fue el único argumento que pude esgrimir. Ya no me restaban fuerzas para nada. −No debes venir conmigo… agradezco todo lo que haces por mí pero esto sería demasiado−. Bobby ya tenía una vida armada en la aldea, era feliz allí y yo no podía atarlo a mí. Y menos aún a la pena que cargaba conmigo. −Me iría contigo de todos modos−, se puso serio. −Sam... yo era feliz allí pero solo porque tú estabas ahí. Escucha…−, se inclinó un poco más. −Eres una mujer inteligente y lo que te diré no va sorprenderte en lo absoluto pero quiero que lo escuches de mi boca. Sé que estás enamorada de Nathan pero necesito que sepas lo que siento por ti. Te amo, Sam−. −Bobby…−, eso era lo último que necesitaba en ese momento, creo que me imaginaba esto pero escucharlo de su boca, era diferente. −Espera… No he terminado. No te pido nada, solo que escuches. Desde el primer momento en que te vi supe que eras diferente. Tengo que estar contigo… yo… no puedo evitarlo, no quiero evitarlo, déjame cuidarte ahora−, dijo sujetando mis manos en las suyas. −Bobby, yo no puedo darte lo que quieres. Desearía que así fuera porque creo que eres un hombre estupendo pero no puedo obligarte a estar conmigo cuando no siento lo mismo que tú−, tenía que ser lo suficientemente clara, ya estaba asqueada de tanta mentira. −Eso lo sé. No quiero que nada cambie. Seré paciente, seré tu amigo, seré quien necesites que sea ahora pero no me pidas que me rinda porque no lo haré, y tampoco me iré−, su mirada casi ardía por la intensidad que irradiaba. −No es eso… es solo que no quiero lastimarte, quiero ser justa contigo−, le aclaré una vez más. −Y lo eres, créeme que sí, necesitaba que lo supieras. También quiero ser justo contigo. No te pido que me ames pero déjame estar contigo, ¿de acuerdo?… no me alejes, ¿sí?−, sonrió un poco.

−Te quiero tanto, Bobby… no sé qué sería de mí sin ti ahora. Espero no arrepentirme más adelante, pero… no puedo perderte también−, tenía que proteger lo que quedaba de mí y él era el único que podía ayudarme con eso. Maldije no haberme cruzado con Bobby en primer lugar, cuán diferente hubieran resultado las cosas. −Eso es… cariño, déjame cuidarte−, acarició mi rostro con sus suaves manos. Dejamos unos billetes sobre la mesa y salimos del bar en busca del jeep para continuar con el viaje. El sol brillaba alto afuera. Bobby me abrazó por la cintura y me llevó hacia la puerta del vehículo. −Espera−, dijo cuando abrí la puerta del lado del acompañante. −Solo… por favor, ¿sí?−. Inspiró profundo antes de apoyar una mano en mi cintura y tomar un mechón de mi cabello que caía en mi rostro. Me quitó las gafas y las apoyó sobre el capot. Sabía lo que venía, se lo debía y no lo detendría. Detuvo sus labios a unos centímetros de los míos. −Te amo, Sam. No sabes cuanto...−, sus ojos estaban cerrados y su aliento era cálido. −Solo déjame intentar−, dijo. Sus labios se fundieron con los míos. Fue un beso fácil, tierno y breve. Y no sentí absolutamente nada. −Gracias−, susurró en mi oído. Algo de tensión parecía haberse diluido. Bobby estaba relajado y eso también era bueno para mí. El pueblo era pequeño, poco más de cinco mil habitantes, pero no se comparaba a los trescientos doce de la aldea. Todo era tan impersonal, despreocupado, fácil. La gente caminaba en la calle sin mirarse, cada uno ocupado de sus asuntos y solo saludándose ocasionalmente. Era extraño volver al anonimato. −Te advierto que no hay Howard Johnson aquí−, comentó Bobby. −Creo que lo imaginé…−. De todas maneras, los hoteles grandes nunca habían sido de mi agrado. −Recuerda que hace tres meses que duermo en un cobertizo, eso prueba lo bien que me adapto−. −Tienes razón, casi lo olvido−, se giró para sonreírme. −Ojala pudiera decir lo mismo−, la tristeza era como una niebla amenazante que se cernía sobre mí todo el tiempo. −Es por allí−, señaló Bobby ignorando mi melancólico comentario. Al costado de la calle principal de ingreso al pueblo se levantaba un edificio de dos pisos, de un poco común color coral, con ventanas y puertas de madera. −Mojo's−, rezaba

un cartel luminoso en lo alto del edificio. Era tal como lo esperaba, aunque me llamó la atención la cantidad de vehículos aparcados en el precario estacionamiento. Ubicamos el jeep con dificultad en un pequeño espacio y luego descendimos. Bobby tomó su maleta y cargó mi mochila en su espalda. −Estoy triste, no inválida−, dije con una sonrisa. −¡Ya lo sé!... ¿no me dejarías ser un caballero por un rato?−, acusó. −Si prometes no obligarme bromeé. ¿Bromeé? Buena señal.

a

ser

una

dama,

podría

considerarlo−,

−¡Jamás te obligaría a semejante calamidad! ¿Cómo crees?−, volteó los ojos fingiendo escándalo. La campanilla que pendía sobre la puerta de entrada nos anunció al conserje. Era un hombre pequeño, calvo y bastante obeso, que se refrescaba con un pequeño ventilador portátil. −¿Tienen reserva?−, levantó la vista de una vieja revista de comics. −Nunca la he necesitado antes−, Bobby rió pero el hombre no parecía encontrar la gracia en el comentario. Levantó sus cejas en señal de desaprobación. −Déjeme comprobar−, dijo revisando el libro de registros. −Mmm…−. −Disculpe la pregunta, ¿pero qué demonios ocurre aquí? Me refiero a la cantidad de gente. Vengo bastante seguido y nunca había visto este lugar así−, comentó Bobby. −Feria rural este fin de semana−, dijo el hombre sin levantar la vista del libro. −Sí… tiene suerte. Tengo una habitación en el segundo piso pero debo advertirle que no tiene ventilador−. Una sola habitación no parecía buena idea pero era mejor que dormir en el coche. −¿La tomamos?−, preguntó Bobby. −Creo que no tenemos opción−, contesté. −De acuerdo, voy a necesitar la identificación de ambos y se paga por adelantado, sin excepción−, el conserje extendió la mano. Era bastante descortés. Se encargó de todo el papeleo, nos entregó una llave con el número 25 al dorso y el control de la tv. −Supongo que podemos olvidarnos del servicio al cuarto, ¿verdad?−, Bobby estaba disfrutando de molestar al conserje. Yo codeé su costado para que lo dejara en paz. La habitación era diminuta. Solo una cama grande, una mesita de noche con un teléfono y una biblia encima, el baño, y un viejo televisor en una esquina. Había un detalle

bastante curioso además, un enorme espejo ocupaba la mayor parte del techo. No pude hacer otra cosa que sonreír. −Encantador, ¿verdad?−, dijo Bobby. −Mi sueño hecho realidad...−, ironicé. Hurgué mi mochila, saqué algo de ropa y mi cepillo de dientes, y fui hasta el baño. Me metí en la ducha y dejé que el agua hirviendo acariciara mi cuerpo. Todavía me dolía un poco el pecho así que lo frote con fuerza sabiendo que eso no bastaría. Imaginé sus manos rodeando mi cintura de nuevo… sus labios que nunca besaría otra vez, rozando mi nuca. Su pecho cálido contra mi espalda. Instintivamente me di vuelta para tomar su rostro pero no estaba allí, nunca más estaría. Las lágrimas querían brotar de nuevo aunque me obligué a mantener la compostura. Cerré el grifo y respiré hondo. −¿Todo bien, cariño?−, Bobby preguntó del otro lado de la puerta. Creo que había estado ahí suficiente tiempo como para que comenzara a preocuparse. −Todo bien, en un minuto estaré fuera−, respondí. Salí luego de cambiarme y Bobby entró para tomar una ducha. Pensé en acostarme un rato para descansar y me quedé dormida sin esfuerzo. El llanto me había agotado. Cuando abrí los ojos, me sentía bastante más relajada. El sol comenzaba a caer afuera. Trate de levantarme pero el brazo de Bobby alrededor de mi cintura me detuvo. No quería despertarlo, había manejado durante varias horas y necesitaba descansar. Procuré no moverme. −Te amo, cariño−, dijo con los ojos cerrados. Se giró para quedar frente a frente conmigo e hizo un movimiento con su mano. Uno de sus dedos acaricio mi espalda por debajo de mi camiseta. Pensé en cómo sería la vida con Bobby. Aunque no lo amaba como él esperaba, no era como había sido con Eddie, había un fuerte sentimiento entre Bobby y yo. Me hacía reír y apartarme un poco de la pena, cuidaba de mí. No sentía la urgencia pasional que me invadía cuando estaba cerca de Nate. Con Bobby era más parecido a navegar en un extenso mar calmo. No era necesario luchar, era demasiado sencillo. −¿Qué piensas?−, preguntó pasando sus dedos por mi frente. Ni siquiera me había percatado de que había despertado. −En ti...−, contesté. −En lo bien que me siento cuando estoy contigo y en lo mucho que te quiero−. −Así que… ¿me quieres? ¿Y te hago sentir bien?−, por su sonrisa supe que le agradaba lo que había dicho. Asentí algo insegura. −Sé que podría hacerte feliz, Sam. Estoy seguro de eso−, era sincero y un poco de felicidad era una oferta difícil de rechazar.

−Sé que lo harías, pero creo que te mereces a alguien que pueda darte lo que yo no−, me lamenté de no corresponderlo. −Deberías dejarme decidir eso a mí. Déjame intentarlo, sin títulos. Déjame estar contigo... soy más feliz ahora, en este momento, de lo que jamás he sido. No pido nada más que esto, tenerte como ahora, conmigo−, sus ojos verdes brillaban de una manera muy particular, creo que presentía que podía ganar esta partida. −Si me dieras algo de tiempo, si pudieras esperar por mí... creo.que me gustaría intentarlo contigo−. Me sentía como una traidora con solo decir esas palabras. Todo lo que era, mi cabeza, mi corazón y mi cuerpo, pertenecían a Nate. Deliberadamente iba a torcer eso. −Sam… voy a lograr que te enamores de mí, no vas a arrepentirte si me eliges−, parecía tan feliz que por un breve instante quise creer que eso podría ser realidad. Nos quedamos en la cama abrazados por largo rato. El día llegaba a su fin. El teléfono sonó sobresaltándome un poco. Ninguno de los dos nos movimos para levantar el tubo. −¿Tenemos que contestar?−, dijo Bobby, sin moverse. El teléfono seguía repiqueteando. −Supongo que sí−, dije levantándome. Me senté junto a la mesita y levanté el auricular. −Hola−, dije por fin. −Tengo una llamada para Robert Bateson−, dijo la voz del conserje del otro lado. −Yo la tomaré−, contesté. Rogué que fuera Mike del otro lado. −Hola Bobby, soy Mike−, suspiré aliviada. Bobby caminaba nervioso por la habitación. −Mike, ¿cómo estás?−, saludé con fingido entusiasmo. −¡Cariño! Qué bueno escucharte… ¿cómo está todo por allí?−, preguntó. −Muy bien, llegamos al pueblo hace unas horas. ¿Allí?−, por su voz distendida supuse que todo estaba bien, pero no podía estar segura. −Todo bien, extrañándote. Nate en casa de Lila y yo organizando algunas cosas en casa−. Nate con Lila… bien, pensé. −¿Cómo va la compra de insumos?−, preguntó. −Creo que no muy bien, aun no hemos salido del hotel…−, contesté. −¡No me cuentes tantos detalles, niña!−, bromeó Mike. −Nos tomaremos un par de días más aquí, no te importa, ¿verdad?−, pregunté.

−Los que necesiten Sam, no hay apuro. Las cosas marchan bien aquí.−, sí… las cosas marchaban bien sin mí allí. −De acuerdo, ¿quieres hablar con Bobby?−, no me sentía de ánimos para seguir escuchando lo bien que estaban las cosas allí cuando yo me sentía en el mismo infierno. −Claro cariño, te llamaré mañana−, prometió. −No olvides cuanto te quiero, ¿de acuerdo?... Adiós−, dije llamando a Bobby con la mano. Por favor, Mike. No lo olvides… −Mike... Sí, todo está bien, mañana llevaré a Sam para hacer un chequeo por sus mareos... Sí, cuidaré bien de ella−, dijo besando mi hombro. −De acuerdo, Mike, hablamos mañana, cuídate−, colgó. −Está todo bien−, le dije. −Mejor que nunca−, dijo besando mi cuello. −Bueno, creo que deberíamos salir a dar un paseo y comer algo−. −¿Pizza y cerveza?−, propuse. −Mmm... muy nutritivo−, comentó. −¡Oh! ¡Por favor! Grasa y alcohol, ¿no es una combinación perfecta?−. −Te aprovechas de que no puedo decir que no, no es justo−. −¡No! No lo es… ¿vamos, entonces?−, me puse de pie sin esperar su respuesta. −Me arrastrarás de todos modos, mejor me rindo de una vez−, sonrió. Más que pizza y cerveza, necesitaba salir de allí y pensar en otra cosa. Todo había salido exactamente como lo había planeado. Lila y Bobby cumplían con su parte a la perfección, pero Nate había reaccionado mucho mejor de lo que yo hubiera deseado. Hacía tan solo unas horas que estaba fuera de la aldea y él ya se refugiaba en Lila, podía adivinar cuanto me extrañaba en realidad. Estaba muy molesta pero me sentía menos culpable de considerar a Bobby, estaba dispuesta a olvidar deprisa. Como solía decir Rosario, la única forma de olvidar a un hombre es debajo de otro. En aquel entonces me sonaba a filosofía barata aunque en las circunstancias en las que me encontraba no parecía mala idea por lo menos intentar. Caminábamos hacia el bar y Bobby no perdía oportunidad para abrazarme o tomarme de la mano. Yo miraba todo el tiempo sobre mi hombro olvidando que con Bobby no era necesario ocultarme. Con Nate, solo la oscuridad de la noche nos estaba permitida, y Edward, procuraba evitar que sus amigos y conocidos descubrieran la naturaleza de nuestra retorcida relación. Casi todos se enteraron que éramos marido y mujer después de

su muerte. Todo esto era nuevo para mí ahora. Bobby y yo éramos solo una pareja más, nadie volteaba a vernos, era como si estuviéramos solos. El bar era un asco, justo lo que necesitaba. Pasaban un juego de beisbol en un viejo televisor, un grupo de camioneros jugaban póquer en una mesa en el centro del lugar, las camareras tenían polleras tan diminutas que casi asomaban sus nalgas. Bobby me conocía, sabía que esto era un palacio para mí. Odiaba los restaurantes finos porque la gente siempre fingía ser quien no era en ese tipo de lugares. Aquí todos eran auténticos, me fascinaba. −Creo que acerté−, dijo Bobby en mi oído. −Es perfecto−, sonreí. Nos sentamos en la barra y ordenamos un par de cervezas. −¿Cómo estás?−, preguntó seriamente. −Ahora mejor, Lila está con él, supongo que va a superarlo…−, dije volteando los ojos. −Eso es lo que te tiene molesta, entonces−, por supuesto que lo había notado, así de evidente era mi rostro. −Las cosas son como son, ¿no? Aunque duele−, intenté que mi voz no se quebrara. −Es un idiota por haber permitido que esto pasara. Él sabía que no había posibilidades de nada más, no creo que haya actuado con inocencia… si me permites decirlo. Es un niño bastante listo−, lo último que necesitaba era que siguiéramos hablando de Nate. Necesitaba justo lo contrario. −No lo culpes, la intrusa fui yo.−, excusé a Nate. −¿De veras crees que alguien que te hace sentir tan mal como estás ahora es bueno para ti?−, pensé que era una pregunta retórica pero esperaba mi respuesta. −No pensé en eso, me dejé llevar supongo. Fue muy extraño.yo no soy así. Siempre pienso mil veces mis movimientos antes de hacer nada, pero… me enamoré−, era una explicación estúpida y desacertada porque no había palabras para decir lo que fue con Nate, no se trataba solo de un enamoramiento. Era lo mejor que me había pasado. Me amó devolviéndome a la vida en miles de sentidos distintos, me dio los mejores tres meses… casi cuatro, de mi vida. Ningún sufrimiento posterior podía borrar esa realidad. Pasaría mil veces por lo mismo sin dudarlo, aún sabiendo cuales son las consecuencias. Era un amor condenado desde el principio pero el más puro que sentiría jamás. −Lo entiendo… pero a pesar de todo pienso que las cosas no deberían ser tan duras. Si algo te hace daño, deberías dejarlo−, encendió un cigarrillo. −Y lo hice, estoy aquí, ¿no?−, me irritaba tener que dar tantas explicaciones. Ya era lo

suficientemente duro para mí como para tener que escuchar lo estúpida que había sido. −Lo siento, no estoy ayudando−, quitó un mechón de cabello que caía sobre mi rostro y lo puso detrás de mi oreja. −Lo estás haciendo, más de lo que crees… pero estoy harta de Nate. Ya no quiero hablar de él−, pensé que mentir terminaría con el asunto. Sus labios se curvaron en una media sonrisa. Una vieja canción sonaba en la rocola. Tenía una mirada extraña cuando se levantó y me tomó de la mano para que lo acompañara. Me rodeó con sus brazos y comenzamos a bailar suavemente. El pasillo del bar no parecía un lugar propicio para hacerlo pero a ninguno de los dos nos importó. Apoyé mi cabeza en su pecho y sentí los latidos de su corazón. Estaba protegida en sus brazos. −Ya nunca más tendrás que sufrir−, dijo mirándome a los ojos y me besó cálidamente. Me obligué a corresponderle. Las cosas son como son, pensé, y me apreté más contra él. −¿Quieres ir a un lugar más tranquilo?−, sonrió al usar el trillado cliché. −Creo que estoy lista−, contesté. Estaba lista para tener esperanzas, esperanzas de que Nate fuera feliz con Lila y esperanzas de que Bobby pudiera hacer algo con mi corazón. Bobby me tomó de la mano, algo que todavía no dejaba de resultarme extraño, y nos fuimos de allí. Fuimos en silencio casi todo el camino, podía sentir su mano transpirar y cuando encendió otro cigarrillo confirmé que estaba nervioso. También yo lo estaba. Buscó las llaves en su bolsillo al llegar a la puerta y las dejó caer torpemente. Ambos nos reímos. Entré primero, él estaba detrás de mí. Sentí su mano deteniéndome y me di vuelta para quedar frente a él. Puso un dedo debajo de mi rostro y lo levantó hasta que nuestros ojos se encontraron. La luz estaba apagada pero podía ver sus ojos brillar. Me acercó tan suavemente que parecía tener temor de que me rompiera o algo así. Me besó en la frente, luego en los ojos, la nariz, la mejilla, y se detuvo a milímetros de mi boca. −¿Estás segura?−, preguntó tan despacio que casi me costó oírlo. −No−, respondí. Pude sentir su cuerpo volviéndose rígido. Entonces puse mi mano en su espalda y me moví hacia él. −Pero quiero intentarlo…−, dije posando mis labios sobre su cuello. Se estremeció bajo mi beso. Su respiración se agitó y me besó profundamente. No era tímido como Nate, sus labios eran experimentados y también su cuerpo. Me alzó en sus brazos y me llevó hasta la cama. −No sabes cuánto he soñado con hacerte el amor...−, su mano recorría la extensión de mi espalda. −Pero no lo haré−, agregó besando mi frente. −Te amo demasiado y quiero hacer las cosas bien, no lo arruinaré, lo prometo−.

Había esperado que se abalanzara sobre mí y se aprovechara de mi guardia baja, pero Bobby era mejor que eso. Acaricié su rostro agradeciendo su paciencia y su cariño. Nos besamos, nos acariciamos y nos abrazamos. −Estás conmigo, ¿verdad?−, dijo apoyando su cabeza sobre mi pecho. −Estoy contigo−, contesté. Suspiró profundamente y nos quedamos dormidos. Estaba sola cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, no había rastros de Bobby en la habitación. Me quedé un momento tendida sobre la cama pensando en cómo estaría Nate esta mañana. ¿Estaría solo? ¿Habría pasado la noche con Lila? ¿Pensaría siquiera en mí? Saqué mis notas para escribir mi dolor, quería contarlo como si fuera una historia ajena con la esperanza que eso me ayudara a lidiar con él. Solía pensar en mi escritura como una especie de terapia. Me encontraba sentada en el suelo con mis notas cuando Bobby regresó. Traía una bolsa de cartón con él. −¡Buenos días! ¿Escribiendo un poco?−, dijo sentándose a mi lado. Cerré rápido mis notas para que no pudiera leer nada de lo que había escrito. −Buenos días... garabateando un poco−, contesté. −¿Puedo ver qué traes en la bolsa?−, moría de hambre. −No había mucho, pero conseguí algo de fruta y jugo de naranja, ¿está bien?−. −¡Es perfecto!−, dije tomando una manzana. −Eres el mejor−, besé su mejilla. −Ya lo sé, pero no puedes comer ahora−, dijo quitándome la manzana. −Estas son para después, lo siento−, la guardó en la bolsa. −¡Bobby! ¡Muero de hambre!−, ¿qué bicho le había picado? −John nos espera en media hora−, dijo levantándose. −¿Quién demonios es John y qué tiene que ver con mi desayuno?−, pregunté molesta. −Te hablé de él ayer, ¿recuerdas? ¿El Dr. Duncan?, tiene que hacerte un examen de sangre y debes estar en ayunas, pero llevaré la manzana para después−, me explicó. ¡Demonios!, pensé. Siempre odié las agujas pero quería saber qué ocurría conmigo. −Es verdad… ¡Los médicos me ponen los pelos de punta!−, sonreí. −¡Bien! Ponerte los pelos de punta ya es una avance, creo...−, dijo besándome. −¡Ah! Otra cosa... debes llenar esto−, me extendió un pequeño envase de plástico. −Órdenes del Dr.−, se excusó al ver mi cara de disgusto.

Quería terminar con toda la porquería médica de una vez, así que seguí prolijamente todas las indicaciones. Bobby prometió que en solo unas horas tendríamos los resultados y podríamos comenzar con las compras. Estaba segura que sería anemia. Ser vegetariana no era muy bueno para mí porque me alimentaba pésimo. Solía ocurrirme esto seguido, con los mareos incluidos. Pensé que haber estado lejos de la civilización y de las vitaminas por tanto tiempo había empeorado el cuadro. Hacer los exámenes me dejaría más tranquila, y también a Bobby. El Mercy Hospital era un pequeño edificio blanco. Todo se veía muy limpio y tranquilo, diferente a la locura de los hospitales en las grandes ciudades. Había pocas personas que iban y venían con tranquilidad por los pasillos de linóleo. Cruzamos un pasillo y nos detuvimos frente a la recepción, donde una pequeña y menuda enfermera levantó el altavoz para anunciarnos con el Dr. Duncan. El Dr. Duncan era un hombre alto y elegante, de unos cuarenta años aproximadamente, de rostro amable y ojos de un claro azul debajo de sus gafas. −¡Bob! ¡Qué gusto hermano!−, dijo estrechándolo en un abrazo. Creo que eran buenos amigos. −¡Johnny! Es bueno verte después de tanto tiempo, gracias por recibirnos−, dijo Bobby palmeando su hombro. −Es lo menos que podía hacer−, contestó John. Se giró para verme y una sonrisa cruzó su rostro. −Johnny, ella es Sam−, Bobby me presentó. −Es un profundo placer, Srta. Shaw. Soy un gran admirador−, estrechó mi mano. −Se ve algo diferente a lo que imaginaba−, con el rabillo vi a Bobby riendo. −Un placer Dr. Duncan, no es el primero que me lo dice−, comenté con una sonrisa. −Llámame Johnny, por favor−, me pidió con dulzura. Bobby me llevaba de la mano por el pasillo de camino al consultorio de John mientras le detallaba cada uno de los síntomas que había visto en mí. Le contó acerca de mi particular dieta, los mareos y los desmayos. John asentía a cada observación. −Adelante, Sam−, dijo John abriendo la puerta. Bobby intentó seguirlo. −Un momento, conoces las reglas… no me hagas sacarte con seguridad, ¿quieres?−, bromeó. −De acuerdo, estaré afuera Sam, no me moveré de aquí...−, dijo Bobby serio. Entramos y el olor de los medicamentos en el aire revolvió un poco mi estómago. John indicó que me sentara en la camilla y comenzó a examinarme haciendo las preguntas de rutina. Era muy gentil. Me sacó sangre y tomé el pequeño frasco plástico con mi orina

antes de llamar a la enfermera para que buscara todo y lo llevara al laboratorio. −En un par de horas tendremos los resultados, me gustaría que te quedaras aquí hasta entonces. Me preocupa un poco tu peso. Quiero ponerte un suero para estabilizarte−, dijo John. −Si no tengo opción...−, respondí. −Bobby se ve muy preocupado. ¿Hace mucho que están juntos?−, ya comenzaba a curiosear. −De hecho, no… hace apenas tres meses que nos conocemos−, dije poniéndome la camiseta. −Pues déjame decirte que jamás lo había visto así, y lo conozco hace años. Se ve pleno−, comentó con una sonrisa. −Bobby es maravilloso...−, no sabía que más decir. −Lo haré pasar de una vez, si no volteará la puerta−, esperó a que terminara de cambiarme antes de abrir. −Pasa Bob…−. −¿Está todo bien?−, dijo acercándose a mí y mirando a Johnny. Se sentó en la camilla a mi lado. −Quiero esperar los resultados de las pruebas antes de decir nada, tengo un diagnóstico aproximativo, aunque quiero esperar para estar seguro. Por lo pronto, le pondré un suero por un par de horas−, observó. −Creo que perdió alrededor de cinco libras en el último mes−, comentó Bobby. −¡Traidor!−, dije golpeando su costado. Él me ignoró. Me negué rotundamente a que me pusieran en una habitación con esas estúpidas batas de enfermo. Me quedé en el pasillo, con una aguja en el brazo y el suero colgado a mi lado. Bobby quiso ir a hablar con John, por lo que aproveché el tiempo a solas para escribir un poco. Mi estómago rezongaba por el hambre y ya me habían hecho las pruebas. Supuse que comer algo no me haría daño, después de todo John había dicho que debía comer más. Al final del pasillo había una máquina de dulces. Dejé mis notas en una silla a mi lado y espié a ambos lados del pasillo para asegurar que nadie me viera. John había advertido que no me moviera para evitar que el suero se infiltrara. Mis días de enfermera en la aldea me habían enseñado algo, por lo que sabía que debía dejar la mano lo más quieta posible. Hurgué en mi bolsillo trasero con la otra mano y encontré algunas monedas. Llevé el suero conmigo caminando despacio hacia la máquina. Puse las monedas para sacar dos Snickers y volví casi corriendo a mi asiento, feliz de tener algo de comida por fin. Últimamente me perdía por los dulces.

Abrí mi chocolate con la mano buena y comencé a comerlo cuando vi a Bobby dirigirse hacia mí. Movió su cabeza levemente cuando me vio con el chocolate en la mano. −No podías quedarte quieta un instante, ¿cierto?−, dijo con una mueca sentándose junto a mí. −Bueno... tenía hambre−, dije dándole el otro chocolate. −¿Intentas sobornarme con un chocolate?−, rió. −¿Está funcionando?−. −John no quiere decirme nada, pero los resultados estarán en un minuto−, parecía preocupado. Nos quedamos en silencio. Solo se oía el sonido de la envoltura de los chocolates. Bobby tomó mi mano con fuerza cuando John se asomó por el pasillo con un sobre en sus manos. Yo no estaba para nada nerviosa, solo harta de tener la maldita aguja en mi brazo. −¿Podemos entrar?−, John hizo una seña con su brazo para hacernos pasar al consultorio. Me preguntaba por qué necesitaba que estemos los dos. Nos levantamos y Bobby tomó el suero. Entramos al consultorio y nos sentamos en la camilla mientras John examinaba cuidadosamente los resultados. Bobby movía su pierna con nervios. Puse la mano sobre su rodilla para detenerlo y se volvió con una sonrisa. −Bien...−, dijo Johnny quitándose las gafas y recargándose sobre su escritorio. −¿Y?...−, dije apresurándolo. −Es lo que imaginé−, miró a Bobby por un momento y luego a mí, haciendo una pausa que pareció eterna. −Por favor, John, ¿puedes decirlo de una vez?−, rogué cuando vi la cara de Bobby empalidecer. Me asusté, quizás era más grave de lo que imaginaba. −No sé cómo lo tomarán−, dijo examinando nuevamente los resultados. −Bueno, ¡ya!−, estaba comenzando a exasperarme. −Vas a tener que dejar de fumar y beber alcohol… y definitivamente mejorar tu dieta−, indicó. −Está bien, me lo dicen cada vez que hago una consulta, ¿algo más?−, Bobby se relajó a mi lado. −Sí…−, dijo nervioso. −Felicitaciones. Estás embarazada−.

Los tres nos quedamos helados. Bobby miraba al frente con los ojos perdidos. John permanecía junto al escritorio. Y yo sentí que mi corazón se detuvo de un golpe. Cuando pude reaccionar, me quité la aguja del brazo de un tirón. −Esas pruebas están mal−, dije por fin. Bobby puso su dedo sobre el piquete en mi brazo. −Las revisamos un millón de veces, Sam−, dijo John. −Pero tomo píldoras regularmente, eso es imposible−, aseguré. −Tienen un 99% de efectividad, creo que perteneces al grupo del 1%. No es imposible, solo bastante improbable. Puedes haber olvidado alguna toma−, explicó John. Bobby se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa nerviosa. Sentí una lágrima recorrer mi mejilla. No sabía cómo sentirme. −Creo que los dejaré solos un momento−, dijo John dejando los papeles sobre el escritorio. Bobby y yo cruzamos miradas en silencio. Pasó sus dedos por mis mejillas para secar las lágrimas. −Un bebé−, acarició mi estómago. −Es hermoso−, dijo besándome. Traté de decir algo pero las palabras no salían. −Voy a cuidar de ambos con mi vida−. −No sé qué decir. Francamente, no esperaba esto−, dije levantándome de la camilla. Bobby me siguió. −Necesitas descansar y pensar con cuidado. Yo estoy contigo−, me rodeó con sus brazos. −Solo yo puedo arruinar una estadística tan perfecta, ¿verdad? Creo que demandaré a la farmacéutica−, Bobby rió ante mi comentario. −Necesito tomar aire, ¿podemos irnos?−. −Firmaré el papelerío y estaremos en el motel en unos minutos−, asentí con la cabeza. −Esperaré en el pasillo−, agregué. Me senté en una silla en la sala de espera. Embarazada. Un hijo. Un hijo de Nate crecía dentro de mí. A pesar de la improbabilidad de que ocurriera, por alguna intrincada broma del destino, ahora estaría conmigo para siempre en la mirada de un pequeño niño. Mi mundo cambió de repente, ya no estaba sola. Tenía que ser fuerte para mi bebé ahora.

Bobby acomodó los frascos de suplementos vitamínicos que John había indicado sobre la mesita de noche del motel. Debíamos volver al hospital al día siguiente para hacer una ecografía. Solo entonces John podría decirme cuánto tiempo tenía el bebé. −¿Qué puedo hacer? ¿Necesitas algo?−, preguntó Bobby mirando como yo caminaba de un lado al otro de la habitación. −No lo sé, esto es difícil de digerir. Se siente muy irreal−, me senté a su lado. −Imaginé cualquier cosa menos esto−. −Lo sé, es sorpresivo. Supongo que debería haber juntado las piezas y averiguarlo, pero tampoco me imaginé esto−, tomó mi mano y jugaba con mis dedos. Claramente estaba nervioso. −No sé si es el momento de preguntar, pero ¿se lo dirás a Nathan?−. −No−, respondí de una vez. −Su futuro está en la aldea y en Lila, no voy a sumarle un problema más a los que ya les di. Puedo con el bebé sola−, dije con resolución. −No están solos Sam, me tienen a mí−, sonó extraño que hablara en plural. −No sé si es buena idea que regresemos, quizás podemos decirles por teléfono que no regresaremos, no quiero que te sientas mal o te sobresaltes por nada. John dijo que nada de emociones extremas por el momento−. −Estoy más fuerte que nunca, puedo hacerlo−, me sorprendí de mi valentía. −Además, se lo debo a Mike−. −¿Y qué le dirás?−, preguntó inquieto. −La verdad, o parte de ella… le contaré a Mike lo que ocurrió con Nate pero le dejaré en claro que es algo del pasado, que te elijo a ti. Aunque puedes cambiar de opinión ahora que las cosas son.diferentes−, mi embarazo era sorpresivo para ambos y quería darle la oportunidad a Bobby de que reconsiderara el estar a mi lado. −No tengo nada que pensar al respecto, te amo a ti y lo amo a él…−, dijo acariciando mi vientre. −Tengo treinta y seis años y nunca consideré la idea de tener un hijo… hasta ahora. Tengo muy claro quién es su padre, pero estaré en su vida y en la tuya tanto como me permitas estar−, sus ojos brillaban como un par de esmeraldas. −Eres tan dulce…−, acaricié su mejilla. Cómo podía resistirme a querer a este hombre que dejaba todo por mí y por este bebé. Haría mi mejor esfuerzo. −Y tú eres la madre más hermosa de este planeta−, quise olvidarme de todo en ese momento y disfrutar de tener a Bobby conmigo y al fruto de un amor imposible en mis entrañas. Me acerqué para besarlo cuando el teléfono sonó. −¿Qué tal si pedimos a nuestro amigo que nos cambie de habitación? Nunca me llamaron tanto cuando venía solo−, protestó Bobby. El teléfono seguía sonando. Se paró resoplando y levantó el tubo.

−Sí, páselo−, suspiró mientras esperaba que le transfirieran la llamada. −Está ocupada−, dijo encuadrando los hombros y supe quién estaba del otro lado sin que me lo dijera. Estuvo en silencio un par de minutos antes de poner la mano sobre el auricular y alejar el tubo. −Bien, puedo cortarle si quieres… no piensa colgar hasta que hable contigo. Tú decides−, su rostro era suplicante. No podía esquivar mucho más la situación. Tenía que enfrentarlo. Me acerqué y suspiré muy profundo. Sostuve el tubo solo un segundo antes de colgar. Bobby abrió sus brazos hacia mí y me refugié en su pecho, llorando desconsoladamente esa despedida nunca dicha. El sufrimiento era tanto que no había palabras para describir lo que sucedía. Bobby cuidó de mí pacientemente por el resto de la noche hasta que por fin, cerca de la madrugada, mi cuerpo sucumbió al cansancio. Temprano esa mañana, me obligaron a beber una enorme botella de agua mientras esperaba sentada en el consultorio de John. Él iba y venía con Bobby por todo el hospital. Un poco más de media hora pasó y me paseaba de un lado a otro del pequeño cuarto, ya no resistía más las ganas de orinar. Podía sentir el líquido agolpado en mi vejiga. −¿No puedes estar quieta por un minuto?−, John rió mientras empujaba el ecógrafo hacia dentro. Le tomó algunos minutos conectar todo el aparato. Me había negado de manera rotunda a ir hasta el sitio donde estaba el ecógrafo y Bobby convenció a John para que lo trajera hasta mí. Recién ahora era consciente de la profunda aversión que tenía por los hospitales. Bobby acercó una silla a un lado de la camilla, John levantó mi camiseta y desprendió el botón de mi pantalón. −¡Auch!−, me quejé cuando puso el gel sobre mi barriga. −No te quejes, esto no duele−, sonrió. Deslizaba cuidadosamente el aparato mientras mi respiración se agitaba un poco por la ansiedad. Necesitaba estar segura que todo estaba bien. −¡Allí está!−. Bobby saltó a mi lado y sostuvo mi mano. Sus ojos brillaban de emoción. −¡Tiene buen tamaño! La placenta está bien agarrada−, confirmó John. Eso me tranquilizó un poco pero me levanté levemente para examinar mejor la pantalla. ¿De qué demonios hablaban ellos? Yo no veía más que un espacio negro con algunas manchas más claras. −Vamos a escucharlo, ¿quieres?− John palmeó el hombro de un pasmado Bobby. Presionó un botón a un lado del aparato y escuché por primera vez su corazoncito. Se oía como el golpeteo de miles de tambores sonando al mismo tiempo. Ellos hablaban, pero

yo solo podía escuchar ese hipnotizante sonido, tan fuerte como el corazón de su padre. Una lágrima de emoción recorrió mi mejilla. −¡Shh!−, ordené silencio y los dos se giraron para verme. Bobby se reclinó sobre mí y besó mi frente dulcemente. −Él está bien, cariño−, dijo por fin. Suspiré aliviada. −No puedo creerlo−, sonreí. −Se oye bien, ¿verdad? ¿Pero dónde está? No puedo ver nada−, dije mirando a John. −Está aquí−, contestó señalando un pequeño punto parpadeante a un lado del oscuro espacio. Miré confundida, incrédula, emocionada. −¿Eso es un bebé?−, señalé con el dedo, él asintió. −Pues más bien parece un guisante−, ambos estallaron en una carcajada. Reí con ellos, estaba feliz. −Ella ya está bien−, comentó Bobby y John asintió aún riendo. −Te diré lo que veo, ¿de acuerdo?−, John señaló la pantalla. −¡Por fin! Pensé que me ignorarían por siempre, recuerden que yo soy la madre−, me sorprendí al decir la palabra en voz alta. Bobby notó mi emoción. −Lo siento… ¡Pero es que no puedo creer que mi amigo sea padre!−, John casi gritaba de alegría. Durante un latido de corazón, Bobby me miró con ojos expectantes ante el comentario de John, algo de duda se cruzó por un instante. Parecía esperanzado, pero triste al mismo tiempo, a la espera de que yo dijera algo a sabiendas de que eso sentenciaría el futuro de los tres. El mío, el de él y el de mi bebé. −Y será un padre maravilloso, además−, sonreí apretando su mano. Era lo mejor que podía hacer, aunque esas palabras sonaran como una blasfemia para mi corazón. −Te amo−, me besó despacio. Pasé mi dedo por debajo de sus ojos para detener las lágrimas que recorrían su rostro. No pude evitar pensar en lo feliz que estaría Nate de estar en su lugar, en el lugar que le pertenecía y que le pertenecería para siempre. Estaba totalmente segura de mi decisión de estar con Bobby pero aun así no pasaría un día sin que Nate no formara parte de la vida de su hijo. Siempre le contaría de su padre y del sacrificio que ambos hicimos por el bien de aldea. Sabía de primera mano el dolor que se sentía al no saber sobre el verdadero origen y jamás le haría eso a mi propio bebé. John fue muy claro al explicarme todo lo que veía. El bebé tenía alrededor de doce semanas ya. Dijo que por alguna razón, ninguno de mis disgustos, ni mis malos hábitos, había hecho mella en él. El bebé había luchado solo por quedarse conmigo y ahora yo lo cuidaría más que a nada. Mi hijo era un milagro, desde su improbable concepción hasta su

tenacidad por sobrevivir a pesar de todo. John me hizo miles de indicaciones con respecto a mi cuidado, entre ellas debía subir un par de libras y mantenerme lo más tranquila posible. Pero además de eso, todo parecía estar marchando bien, contra todos los pronósticos. Nos despedimos de John con la promesa de volver a visitarlo pronto. Y pensaba cumplir con eso, me había dado la mejor noticia de mi vida, nunca podría estar lo suficientemente agradecida por eso. Un relámpago de melancolía recorrió cada fibra de mi cuerpo cuando imaginé en mi cabeza a un pequeño niño, jugando con su padre y su abuelo en la playa de la aldea, algo que sabía que nunca sucedería. Me giré hacia la ventana para evitar que Bobby me viera llorar pero él estaba demasiado absorto en su propia felicidad como para notarlo. −Conozco un buen restaurante por la zona. Deberíamos comer algo nutritivo hoy−, dijo pasando su mano por mi pierna. −Claro, además… no sé tú pero yo muero de hambre−, dije mientras me ponía las gafas oscuras para ocultar las incipientes lágrimas. Comimos una muy sana y nutritiva cena y hablamos de la ecografía todo el tiempo. Ambos estábamos demasiado emocionados. Y además, eso mantenía mi cabeza lejos de otros pensamientos. Quería mantenerme tranquila como John lo había ordenado. Sería demasiado tener que lidiar con Mike a nuestro regreso. Tenía que hacer reposo por unas horas después de la crisis de la noche anterior y tuve que obligar a Bobby para que fuera a comprar los insumos. No quería dejarme sola un minuto. Tuve que negociar con él y accedí a que le pidiera al conserje que no pase llamadas, a estas alturas probablemente Mike estaría furioso. Lo despedí con un beso y me recargué sobre la puerta, aliviada de poder abrazar mi dolor, sola. Me tendí sobre la cama y lloré hasta quedarme dormida con las manos acariciando al milagro creciendo dentro de mí. Me desperté sintiendo que había dormido por horas, pero cuando chequé el reloj tan solo faltaban un par de minutos para las ocho de la noche. Ya estaba oscuro afuera y hacía algo de frío. Bobby aún no había regresado. Habían pasado un poco más de veinticuatro horas fuera de la aldea y tanto había cambiado, que tuve que sentarme un momento para que tantas emociones se pusieran en orden. Tan solo tres meses para conocer el amor con Nate y un par de horas para multiplicarlo miles de veces cuando supe que sería madre. Y quedaban algunas horas más para voltear a toda una aldea contra mí. Definitivamente, era demasiado. Y además estaba Bobby, que ahora se proponía ser mucho más que mi mejor amigo. Pensé en cuanto

cambiarían las cosas para Nate en poco más de seis días, teniendo que tomar el liderazgo de toda una comunidad. El valor y la responsabilidad que eso demandaba, además de casarse, por supuesto. Eran tantas cosas, ¿cómo podían sucederle tantas experiencias tan solo a dos personas… y media? Tomaba un baño cuando oí la llave girando en la puerta de la habitación. −¿Bobby?−, pregunté haciendo a un lado la cortina de la ducha. −Sí, cariño... ¿todo bien?−, preguntó del otro lado de la puerta. −Sí, estaré fuera en un minuto−, respondí. Cerré el paso de agua y tomé una toalla para secarme. Pasé mi mano por el espejo para quitar el empañado de la superficie y me observé buscando algo en mi rostro que indicara algún cambio parecido a una cara de madre o algo así, todo parecía normal. Me giré de lado y nada. Mi estómago se veía igual que esta mañana. Me pregunté cuando comenzaría a notarse. Me puse mi camiseta vieja de dormir antes de salir del baño. Bobby miraba televisión sentado en la cama con una enorme bolsa de dulces entre las manos y una gran cantidad de envoltorios dispersos desordenadamente a su lado. Dejó de masticar cuando me vio y su mirada recorrió desde la punta de mis pies hasta el último de los cabellos en mi cabeza. −Wow…−, logró que me sonrojara. −Sí… definitivamente wow−. Volteé los ojos con una mueca y até mi cabello aún mojado. −¿Qué tengo que hacer para que me des uno de esos dulces?−, dije apoyada en el marco de la puerta. Bobby palmeó el espacio a su lado pidiéndome que me sentara junto a él. Salté hacia la cama y él me ofreció un caramelo. Estiré mi mano para tomarlo pero cerró su puño. −Todavía no te dije qué tienes que hacer−, dijo moviendo el caramelo frente a mis ojos como si tratara de hipnotizarme. −¿Qué te parece un beso?−, señaló sus labios con un dedo. Sonreí antes de besarlo sabiendo que eso solo sería el principio. −¿Solo un caramelo?−, reclamé cuando puso el dulce en mi boca. −Tengo toda una bolsa y la noche es muy larga−, dijo besándome nuevamente. −No tanto, mañana saldremos temprano, ¿cierto? Queremos llegar antes del mediodía−, su mirada se transformó, ya no estaba tan feliz. −¿Qué tal las compras?−, cambié de tema. −Ya está todo en el jeep−, dijo mirando la tele. Durante parte de la tarde, Bobby había tratado inútilmente de convencerme que me quedara en el pueblo. La sola mención de nuestro regreso lo ponía de mal humor.

−Vamos Bobby, ya hablamos de esto−, dije tomando otro caramelo. −Ya lo sé... pero....−, se mordió los labios antes de continuar. −¿Pero?−, lo animé a continuar. −Tengo miedo−, sus cejas se juntaron un poco. −Todo estará bien, ya saben todo, recogeré mis cosas y pediré disculpas antes que me pateen el trasero−, aseguré aparentando calma. Se le escapó un suspiro por lo bajo. −No es gracioso, Sam−, estaba serio. −También tengo miedo, Bobby, intento manejar las cosas lo mejor que puedo. Pero tengo que ir, verlos por última vez para poder dejarlos atrás−, ya no quería sonar graciosa, sino convencida. −De eso es de lo que tengo miedo, de lo que pueda ocurrir si lo ves. Podrías cambiar de opinión−, dijo mirando al frente. −Si aún tienes dudas…−, puse mi mano sobre su boca para detenerlo. −Claro que tengo dudas, ¡miles! Pero no soy idiota, tengo muy claro qué es lo mejor ahora y no me iré como una cobarde nunca más−, levanté su rostro con ambas manos para ver si él lo entendía. −No me culpes por tratar de convencerte…−, sus ojos eran suplicantes. Quité la bolsa de caramelos del medio y pasé mis piernas por encima de su regazo. Tomé sus manos para pasarlas por detrás de mi cintura y acerqué mis labios a los suyos, deteniéndome a solo unos centímetros, mientras sentía el calor de su aliento. −Anoche cuando me preguntaste te dije que no estaba segura y aún no lo estoy… pero cada minuto que estoy contigo me alejo más de las dudas. Estoy contigo, ¿recuerdas?−, le dije despacio. Me apretó contra su cuerpo y me hipnotizó con sus profundos ojos verdes antes de comenzar a besarme muy suavemente. Sentí urgencia por tomar su rostro y apretarlo contra el mío para darle las señales correctas. Mi corazón gritaba Nate, pero en ese momento, mi cuerpo gritaba Bobby, casi como si fuera una necesidad. Pasó sus suaves manos debajo de mi camisa y acarició toda la extensión de mi espalda mientras una corriente eléctrica recorría todo mi cuerpo. Sujeté mis piernas aun más fuertes alrededor de su cintura. Los envoltorios de dulce hicieron un ruido chispeante cuando rodamos sobre ellos. Pasé mis manos por su enorme espalda y apreté con mis puños su camiseta comenzando a tirar de ella.

−Espera…−, dijo intentando recuperar el aliento. −¿Qué pasa?−, pregunté confundida. Parecía asustado. Me besó una vez más, más suave esta vez. −Que pasa si, ¿lastimamos al bebé?−, su frente estaba arrugada. Su preocupación era una de las características más excitantes que tenía para mí. No quise reírme de su comentario, solo procuré tranquilizarlo. Si Bobby no me hacía el amor ahora, no podría enfrentar a Nate al día siguiente. −Ni siquiera intentando creo que puedas hacer algo para lastimarme−, aseguré. Suspiró.y entendí que se rendía. De verdad fue maravilloso. Me sentí cuidada y amada. Creo que desde que abrí los ojos esa noche antes que él llegara, de alguna manera decidí que esto pasaría. No estaba segura de mí, pero lo estaba de él. Quería entregarme de cuantas maneras fuera posible. Mañana sería uno de los días más difíciles de mi vida, quizá el más difícil. Supongo que lo hice más por mí que por él. Tenía que sentirme más comprometida con Bobby para tratar de no flaquear si viera a mi verdadero amor. Metí otro caramelo en mi boca. Creo que se convirtieron en un pobre sustituto de la nicotina. Abrí otro y lo puse en la boca de Bobby. −No tienes que dejar de fumar por mí−, él acariciaba mi vientre con la mirada perdida, aún maravillado. −Está bien−, dijo besándome. −Ya necesitaba una excusa−. −Creo que subiré esas libras después de todo, voy a verme como un globo muy pronto−, me imaginé como se sentiría tener un enorme bulto en mi barriga. −Tu cuerpo siempre será como una hermosa obra de arte−, me acunó en su pecho y acarició mi cintura. −Mira quien se sorprende…−, dije pasando mi mano por la extensión de su perfecto abdomen. Su cuerpo era majestuoso. Sonrió por mi cumplido y tomó mi mano para besarla. Estuvimos en silencio por varios minutos, solo acariciándonos. Ninguno de los dos parecía querer dormirse, yo estaba segura de no poder hacerlo al menos. −¿Has pensado qué haremos después de irnos de la aldea?−, preguntó Bobby. Me di cuenta que ni siquiera había pensado en un después, como si mi mundo se acabara dentro de unas horas. −La verdad es que no−, respondí. −Podríamos volver a Boston, supongo−.

−Y qué tal si vamos a algún lugar nuevo. Comenzar de cero−, sugirió. Parecía una idea tentadora. Además había funcionado cuando Edward me llevó a Marruecos. −¿Y a dónde iríamos?−, me permití soñar. −Tengo un apartamento en San Francisco−, dijo. −Mmm…−, demasiado viento, pensé. −Tienes razón.−, notó mi camuflada negativa. −Además las estadísticas criminales son bastante malas, no creo que sea un buen lugar para criar al bebé−. −Podríamos ir allí hasta que el bebé nazca y después decidir, no hay apuro−, lo tranquilicé. Él pensó por un momento. −¡Ya sé!−, dijo girándose para quedar frente a mí. −¡Me ofrecieron un puesto de jefe de cirugía hace unos meses en Tampa!−. −¿Por qué no me lo contaste?−, él era un excelente médico y me encantaba que lo consideraran de esa manera. −Porque no pensaba moverme de tu lado. De hecho... me da un poco de vergüenza, pero también consideré presentarme para algún puesto en Boston, para estar cerca de ti−, admitió. −Eres increíble, ¿sabes?−, pasé mis manos por su despeinado cabello castaño. −Florida es hermoso, podríamos comprar una casa junto a la playa, ¡tú amas la playa! Y hay mucho sol, tendrás tu propio estudio para escribir, con un gran ventanal−, sus manos se movían nerviosas como pintando su visión. Se detuvo de repente, −¿qué me dices?−. −Me encanta. Suena magnífico−, dije con fingido entusiasmo. Unos ojos azabaches eran todo lo que podía ver en mi cabeza en ese instante, nada de casas por el momento. −Hablaré con mi agente de bienes raíces y encontrará el lugar perfecto para nosotros−, sugirió. Conversamos un poco más y dormimos un par de horas. Cuando el conserje llamó para avisar que eran las seis treinta, ya estaba despierta. Me puse unos jeans y un fino suéter blanco de hilo. Bobby se cepillaba los dientes mientras yo guardaba la ropa que se encontraba regada por toda la habitación. −¡Bobby! ¡Date prisa!... tengo hambre−, mentí. Quería llegar a la aldea y terminar con esto de una vez. −Pasaremos a buscar algo por el camino−, dijo poniéndose la camiseta. Até mi cabello y me agaché para recoger la mochila pero él me detuvo.

−Johnny dijo sin esfuerzos−, cargó la mochila en su hombro y tomó la maleta con la otra mano. No quería discutir. Corrí hacia la puerta y la abrí para que pudiera salir más cómodo. Antes de tomar la ruta, nos detuvimos en una cafetería. Compramos dos enormes capuchinos y un par de donas cubiertas con chocolate y chispitas. Ahora entendía por qué me perdían los dulces últimamente. El viaje estaba siendo más largo de lo que esperaba y eso no ayudaba. El asunto de la feria rural en el pueblo era un inconveniente, el tráfico en la ruta había aumentado notablemente retrasándolo todo. Bobby se esforzaba por sacar algún tema de conversación aunque era inútil. Yo perdía el hilo cada vez, perdiéndome en el paisaje y en los pensamientos. Por fin se rindió y escuchamos música por un largo rato. −Espero que Nate no esté en casa−, pensé en voz alta. −Y no estará, Mike lo mantendrá lejos... seguro−, dijo abriendo un caramelo. Estaba nervioso, había reemplazado su habitual cigarrillo por los caramelos, estaba ocultándome algo. Tenía la vista clavada al frente del camino. −¿Cómo lo sabes?−, indagué. −Anoche cuando fui a pagarle al conserje me dijo que un hombre había llamado pidiendo por nosotros. Él le informó que nos íbamos por la mañana, nadie más sabe que estamos aquí−, explicó. −Gracias por decírmelo−, dije irónicamente. −Te lo estoy diciendo ahora−, contestó nervioso. Creo que ambos teníamos miedo porque no dijimos una palabra más por otro largo rato. Pude ver el río y el puente sobre él, casi podía ver de nuevo a Nate yendo por mí aquel primer día, la sorpresa cuando descubrió quién era, todos recuerdos que me marcaban como la navaja de Mike en mi pesadilla. Mi corazón se aceleró. Cuarenta minutos, pensé. −¿Cómo estás?−, preguntó pasando su mano por mi mejilla. −Tan bien como ganado en una excursión al frigorífico−, contesté. −Estoy aquí−, presionó mi mano sin hacer referencia a mi estúpido comentario o quizás esta era su forma de hacerlo. Estoy segura que si de verdad estuviera camino a una picadora de carne, me acompañaría de todos modos. Quise decir algo pero vi la curva de tierra para bajar a la aldea y nuestro pino alzándose en el claro. Tuve que sostenerme del asiento para no bajarme del jeep y salir corriendo en la dirección contraria. −Recuerda respirar, ¿de acuerdo?−, creo que notó que estaba poniéndome algo azul.

Estaba agradecida por las gotas para las náuseas que John me había prescrito, de no ser así ya hubiera vomitado un millón de veces. La cabeza me daba vueltas descontroladamente. Me quité las gafas oscuras para ver con más cuidado al hombre que amaba como si fuera un padre. Estaba sentado en el porche de su casa. Claramente nos estaba esperando porque se levantó bruscamente mientras el jeep se detenía delante de la casa. El motor se detuvo y Bobby se bajó rápido para cruzarse en su camino. Respiré hondo antes de bajar del jeep con sumo cuidado, sin quitar mi mirada de los furiosos ojos de Mike. Tenía que proteger al bebé, no olvidar respirar. No había hospitales ni ambulancias cerca. Mike tenía sus ojos negros clavados en mí, ignorando a Bobby. −¡¿Cómo pudiste?!−, me gritó. Me detuve en seco. Bobby puso una mano sobre su pecho interponiéndose entre nosotros. −Tranquilo Mike, vamos a hablar−, dijo tratando de detenerlo pero él empujó violentamente su brazo. −No te metas porque no es contigo−, se giró furioso hacia Bobby. −¿Puedes ir por mis cosas?−, le pedí a Bobby. Trataba de aparentar tranquilidad aunque mi interior se revolvía como si hubiera un huracán allí adentro. −No voy a dejarte−, sería difícil que Bobby entrara en razón y me dejara sola, era casi tan terco como yo. Esto era algo entre Mike y yo y no quería público en ese momento. −¡Bobby!−, grité sin mirarlo. −Por favor...−, bajé un poco mi voz para sonar más calmada. Se acercó hacia mí y me susurró algo en el oído que no pude escuchar. Tomó mi mochila y caminó hacia al cobertizo. Levanté la mirada hacia Mike cuando estuvimos solos. −Sé que no lo merezco pero necesito que me escuches un momento−, intentaba mantener la voz lo más monocorde posible. No me contestó, se cruzó de brazos en su lugar y lo tomé como un sí. −Me dejé llevar como una estúpida, me iré ahora y nunca más sabrás de mí. Te lo prometo−, había ensayado una explicación un poco más extensa y menos sincera que apelar a mi pura estupidez pero no podía recordar nada ahora. −Por supuesto que te irás, ya has hecho suficiente daño aquí−, sacudió su cabeza con sus ojos cerrados. Quería tener la chance de estrecharlo en mis brazos una vez más pero sabía que eso sería imposible. −Te traje a mi casa, te traté como a una hija… ¿y así es como me pagas? ¿Acostándote con mi hijo? ¿Destrozando su corazón?−, sentí una punzada en mi pecho. No pude contestar porque no tenía excusa para lo que había hecho, solo pude echarme a llorar. −¡Di algo!−, gritó tomándome fuerte de ambos brazos y sacudiéndome.

−¡Lo amo!−, le grité entre lágrimas. −Lo amo Mike, más que a nada en este mundo−, en ese momento me soltó, casi con asco. −No lo amas, no es más que un juego para ti, como todo−, se alejó caminando hacia atrás con las manos levantadas como tratando de defenderse del monstruo que yo era. −Vete de mi casa, de nuestras vidas, y no vuelvas nunca−, sentenció. −Me das asco−. Me quedé sola, mirando como mi padre se marchaba. Sola. Como siempre debería estar para no lastimar a nadie. −Vamos por mi camioneta−, Bobby puso sus manos sobre mi hombro. No había notado que se había acercado a mí. Caminamos en silencio hacia su casa, mirando a nuestro alrededor como si fuéramos un par de fugitivos. Al menos yo lo era, había cometido un crimen horrible aquí. Entramos a la casa y Bobby me ofreció una silla y un vaso de agua que no pude beber. El nudo en mi garganta era más grande que nunca. Me sentía como si todo fuera una pesadilla, una horrible pesadilla, solo que esta era una de lo que no despertaría. −Ven aquí−, dijo abrazándome con fuerza. Ese abrazo era lo único que necesitaba ahora. La puerta se abrió de repente y Lila entró como un rayo, asustándome. Estaba pálida y parecía agitada. Apenas pude distinguirla detrás de la cortina de lágrimas pero supe al instante que algo andaba mal, muy mal. Y tenía razón. −Viene hacia aquí−, dijo con un hilo de voz, tomándose del marco de la puerta para sostenerse. −Roman no podrá detenerlo más, vio el jeep−. −¿Nate viene hacia aquí?−, dijo Bobby clavando su mirada sobre mí. Puse una mano sobre mi boca para no gritar. Bobby estaba mirándome desconcertado y sin saber qué hacer. Salté de mi silla cuando se escuché el forcejeo afuera. Bobby me puso detrás de su cuerpo para protegerme. −¡¿Dónde está?!−, lo escuché gritar un segundo antes que la puerta golpeara ruidosamente al chocar con la pared. Cerré los ojos con fuerza y apoyé mi cabeza en la espalda de Bobby. −Vete ahora−, dijo Bobby con voz firme. Oía la respiración agitada de Nate. Tomé coraje y sostuve la mano de mi amigo antes de salir tímidamente de atrás de él. Nate no se parecía en nada al hombre que había sido tan solo dos días atrás. Sus dulces ojos azabaches eran ahora dos penetrantes llamaradas de odio. Lila detenía su brazo con esfuerzo y Roman miraba atónito la escena desde algunos pasos atrás.

−¡Eres una maldita!−, me gritó. Bobby se abalanzó sobre él pero Nate lo esquivó pasando debajo de sus brazos viniendo directo hacia mí. Cerré los ojos un segundo después de ver su mano levantada directamente hacia mi rostro. Ni siquiera intente cubrirme, me quedé muy quieta en mi lugar esperando el golpe. Pero nada pasó. Cuando abrí mis ojos, Bobby forcejeaba con Roman y Lila que lo detenían. Nate se dejó caer de rodillas frente a mí con lágrimas en los ojos. Levantó los brazos, rodeando mis piernas. Su cabeza estaba en mi vientre, en el que crecía su hijo. Esto era lo más cerca que ellos estarían jamás. −¡No la toques!−, gritó Bobby. Levanté una mano hacia él para tranquilizarlo. Los miré y parecieron entender que podían irse. La audiencia desapareció de repente. Estábamos solos. Me agaché, puse mis manos alrededor del rostro del hombre que amaba y besé su frente. −Lo siento−, dijo acariciando mi cabello, sus ojos estaban desenfocados. −No sé qué ocurrió−. Lo abracé sin responder y me apretó contra su cuerpo como si quisiera meterme dentro de él. Me tomó del cuello e intentó besarme pero hice un terrible esfuerzo contra mí misma para detenerlo. −Nate… no−, dije quitando sus manos de mi cara. Dejó caer sus brazos a los lados. −Dime que no me amas y te dejaré ir−, era como aquella vez en el cobertizo hace tan solo un par de meses. Sabía que no podía decirle algo como eso. −Amo a Bobby−, dije con la mirada esquiva, −espero que alguna vez puedas perdonarme por hacerte esto−. Era cierto, amaba a Bobby de alguna extraña manera, ni una milésima parte de lo que lo amaba a él. Era más sencillo decir esa media verdad que cometer la blasfemia de decir que no lo amaba. −No te creo−, dijo fríamente. −Me da igual−, me levanté con esfuerzo para alejarme de él. Se levantó y casi me arrojó contra la pared presionando mi cuerpo. Traté de luchar pero detuvo mis muñecas con un brazo y me besó con furia. Un beso que yo antes hubiera correspondido con igual intensidad. Liberó una de sus manos y la puso debajo de mi suéter, apretando uno de mis senos. −Dime que no sientes eso tanto como yo−, dijo apoyando sus labios en mi oído. Sentía el fuego crecer dentro de mí, pero aun así, luché contra eso. −¡Te dije que no la tocaras!−, Bobby lo tomó del cuello y lo empujó hacia atrás,

volviéndose rápidamente hacia mí. −¿Estás bien?−, me examinó con la mirada. −Sí−, respondí haciendo un esfuerzo por sonar convincente. Seguía contra la pared, Bobby se puso delante interponiéndose entre Nate y yo. Nate continuaba con la respiración agitada y la mirada furiosa. −Sabes que te está mintiendo… se divertirá un poco contigo y luego te cambiará por el primer idiota que se le cruce, como lo hizo conmigo−, dijo aparentando hablar con Bobby aunque su mirada estaba prendada en la mía. −Bobby, no…−, detuve su brazo cuando sentí que se iría sobre él de nuevo. −Vámonos−, le rogué. Bobby asintió tomando mi cintura y guiándome hacia la puerta. −¡Hey! ¡No he terminado!−, Nate lo tomó del hombro para que lo enfrentara. −Es buena en la cama, ¿verdad? ¡Toda una experta!−, sonrió maliciosamente. Cerré los ojos con fuerza para mostrarme entera. Bobby tenía razón, jamás debería haber vuelto a verlo, no de esta manera. Deseé mil veces el dolor que hubiera sentido si me hubiera golpeado por sobre el que me causaban sus palabras. Bobby respiró profundo y oí sus dientes apretados. Tiraba de su brazo, quería salir de ahí ahora mismo. −Ni siquiera te mereces respirar el mismo aire que ella. No sabes lo que ella está haciendo. ¿Te crees muy hombre ahora? Pues serías un hombre si aceptaras que ella no quiere estar contigo. No voy a romper tu cara porque sé que recordarás todos los días de tu vida como la lastimaste hoy. Suerte con eso, maldito mocoso−, dijo mirándolo fijamente. Nate casi dejó de respirar y se quedó parado allí, viéndonos salir. Afuera, Roman consolaba a Lila. Acaricié la mano de Lil al pasar junto a ella en un gesto que solo nosotras dos entenderíamos. No había nada que decir. Roman me fulminó con la mirada. Bobby abrió la puerta de la camioneta y me ayudó a entrar. Todo parecía ominosamente silencioso, como en mi pesadilla. Me ayudó a poner el cinturón, tomó el bretel de mi sostén que se había cortado en el forcejeo con Nate y lo ató con delicadeza. −Lo siento, cariño. Todo está bien ahora−. Apoyó el dorso de su mano en mi frente. −Fuiste muy valiente−. −Llévame a casa−, dije sin fuerzas. Cuando la camioneta se puso en marcha procuré no mirar hacia atrás. Quería recordar a Nathan como el hombre de aquella primera noche, dulce e intenso, con una sonrisa en

sus labios. Lo recordaría como el muchacho tímido, el líder justo y el padre amoroso que hubiera sido. No estaba lista para dejarlo ir, pero sí lo estaba para darle una oportunidad de que olvidara, de que comenzara de nuevo sin mí.

EXTRAÑÁNDOTE Las siguientes semanas estuve prácticamente ausente. Solo tenía flashes de lo que había sucedido. Recordaba haber dormido esa noche en el motel, el avión que tomamos más tarde hacia el aeropuerto de San Francisco, el penthouse de Bobby, luminoso y amplio, de decoración simple y colores claros. Bobby se la pasaba al teléfono casi todo el tiempo. Hablaba con mi editor organizando todo para que trasladaran hacia aquí las pocas cosas que tenía en Boston. Solo dormía y lloraba. Era todo lo que podía hacer. Bobby esperaba pacientemente que volviera desde el séptimo círculo del infierno en el que me encontraba. Se encargaba de mis medicinas, mi alimentación y me obligaba a cumplir con el monitoreo de mi embarazo. No teníamos una relación de pareja, más bien se trataba de una relación de dependencia, de supervivencia… de mi supervivencia. Quise intentar una vez acostarme con él pero me detuvo porque sabía que yo no estaba allí, quería expresar mi gratitud y eso no le agradaba ni una pisca. Me amaba y creo que iba a esperarme en más de un sentido. Las cajas con mis cosas habían llegado hace semanas y seguían agolpadas en un rincón. No había desempacado ni siquiera mi ropa, no la necesitaba. Estaba la mayor parte del tiempo con mi vieja camiseta agujereada. Bobby se ocupaba de todo en la casa, yo iba del baño a la habitación sin ningún tipo de escalas en medio. Dormía todo el día ya que prefería las pesadillas, al menos así podía verlo. Hacía exactamente treinta y ocho días, Nate había cumplido los dieciocho años. A estas alturas ya sería el líder de la comunidad y habría contraído matrimonio con Lila, que ahora era más asidua en mis pesadillas ya que no podía pensarlos separados. Había terminado de tragar el almuerzo y fui a tomar un baño. Era mi momento preferido para llorar porque Bobby no estaba viéndome todo el tiempo. Últimamente, su mirada estaba más consternada que nunca. Pensé que se rendiría más fácil conmigo pero era un hueso duro de roer. Él se había convertido una especie de ortopedia para mí. Si no fuera por mi compañero, ahora estaría pudriéndome en un rincón de mi departamento en Boston. El baño tenía un espejo enorme que yo evitaba mirar, no soportaba el reflejo de mi propia imagen. Apoyé mi cabeza en el borde de la bañera y me entregué a la tristeza más profundamente si eso era posible.

Bobby entró sin golpear. Lo hacía más seguido desde hace algunos días. Creo que temía que yo hiciera algo estúpido y no era que no lo hubiera considerado. Se acomodó a mi lado sentándose junto a la bañera. −Tengo que hablar contigo−, dijo seriamente. No le contesté, aunque abrí mis ojos un poco. −No puedes seguir así Sam, lo he intentado todo pero si no me ayudas todo es inútil−, dijo con tristeza. −Lo siento, Bobby−, dije incorporándome un poco. −No es cierto. Y eso es lo que más me irrita−, reclamó. −Quiero hacerlo, pero no sé cómo−, quería seguir llorando. −Tienes que salir, escribir de nuevo, desempacar al menos…−, eran todas cosas sin sentido para mí. −Estoy cansada−, me excusé. −Bien. Si no lo haces por ti misma tendrás que recibir ayuda−, apenas desvió un poco la mirada y supe que me escondía algo, algo que se traía entre manos aún antes de comenzar esta discusión. −Tú me ayudas−, dije. −No me refiero a eso. Johnny y yo pensamos que quizás es hora que visites a un psiquiatra−, dijo muy cuidadosamente, esperando a que yo tratara de digerir. −¡¿Crees que estoy loca?!−, yo también lo creía y aún así no quería aceptar la basura de algún desconocido y mucho menos que me obliguen a tomar porquerías para la cabeza. −Ni lo sueñes−. Me levanté de la bañera y tomé la toalla para secarme. −Debes considerarlo−, me siguió hacia la habitación. −Me darán algún psicofármaco que intoxicará al bebé. No voy a hacerlo−, dije tomando mi camiseta. Mis ojos casi se salen de sus cuencas cuando Bobby me la quitó de las manos. −¿Ahora piensas en el bebé? Son las tres de la tarde y has dormido todo el día, ¿vas a volver a ponerte esta cosa?−, dijo agitando la camiseta hacia mí. −¿Te das cuenta a qué me refiero? Ya no recuerdo la última vez que te vi con ropa de verdad−, me gritó. Arrojé la toalla al piso totalmente furiosa y caminé desnuda por todo el departamento hasta una de las cajas que se encontraban cerca de la cocina. Me aseguré de poner mi cara más furiosa, mientras veía a Bobby acercándose despacio. −¿Quieres que me ponga ropa? ¿Crees que eso solucionará todo?−, dije ondeando mi ropa interior como si fuera una bandera. Se sentó en una banqueta de la cocina sin decir

nada. Sabía manejar mis ataques de furia como ninguno. Me puse la camiseta y comencé a subirme los jeans. Algo extraño sucedió en ese momento, una especie de epifanía. El botón de mis pantalones no cerraba. La camiseta era demasiado holgada para que yo notara la diferencia, pero ahora pasé mi mano por mi bajo vientre y sentí un leve abultamiento entre mis caderas, uno que no había sentido antes. −Bobby…−, dije con sorpresa poniéndome de lado. Se acercó hacia mí y puso su mano en mi pequeña y prominente barriga con una sonrisa en sus labios. −Está creciendo, Sam, y no quiero que te pierdas de ese milagro−, dijo despacio. Allí estaba mi razón para seguir, mi pedacito de cielo, la luz que me guiaría hacia arriba para salir de mi infierno personal, mi conexión con Nate. Algo que ni Mike, ni Lila, ni el mismo Nate podían arrebatarme y me lo estaba perdiendo. Pensé que Nate me había quitado la vida tan rápido como me la había devuelto, pero no podía permitirme el lujo de darme por vencida. Todo cambió de nuevo para mí en ese preciso instante. −¿Vas a intentarlo entonces o tendré que noquearte para llevarte al loquero?−, dijo Bobby poniendo su mano en mi mejilla. −No, no voy a intentarlo… voy a hacerlo−, le aseguré. −Lo sé, princesa, confió en ti−, me tomó de la cintura y me levantó del suelo para no tener que agacharse al darme un beso. Su metro noventa era demasiado para mi metro sesenta y cinco. Con energías renovadas, até mi cabello y comencé a arrastrar las cajas por el pasillo hacia la habitación mientras Bobby iba a reunirse con el agente de bienes raíces. Había destinado medio vestidor para mí desde el primer día que estuvimos aquí. Pensé que podía empezar por desempacar. Tiré toda mi ropa al piso y comencé a doblarla y a colgarla para ubicarla en su lugar. Decidí dejar mi mochila de viaje para el final. Tenía demasiados recuerdos dentro, además de la ropa que había usado los últimos días en la aldea. Cuando terminé con el contenido de las cajas me dirigí temerosa hacia la mochila. Suspiré antes de dejar caer toda la ropa al suelo. No fue tan duro como pensé. Comencé a revisar bolsillos antes de poner la ropa en la lavadora. Toqué todo con cuidado para no olvidar nada y noté el sonido de un papel doblado cuidadosamente dentro del bolsillo trasero de uno de los jeans. Lo tomé con cuidado y me senté en la cama por un momento con el trozo de papel en mis manos. Sabía exactamente de qué se trataba.

Desdoblé la lista de Nate muy despacio, conteniendo la respiración. Había una sola línea escrita en el centro del papel. Vuelve a mí, decía con una caligrafía algo desalineada. Me había aclarado que solo quería una cosa y me pidió lo único que nunca podría cumplir. Bobby apareció en la puerta y con un rápido movimiento oculté el tesoro debajo de mi pierna. Había estado tan absorta que no había escuchado la puerta cuando regresó. −¿Qué?−, dijo notando mi nerviosismo. −Me asustaste−, le mentí. −Lo siento, amor... quería saber qué te gustaría de cenar−, estaba apoyado en el marco de la puerta. −¿Me está pidiendo una cita, Dr. Bateson?−, sonreí. −En realidad quería invitar al bebé a cenar, pero supongo que tendré que aguantarte también−, bromeó. −Estaría encantada de acompañarlos−, le respondí. Pensé en lo difícil que era para mí volver a la rutina aunque estaba decidida a intentarlo. Puse la mano sobre mi barriga y entrecerré un poco los ojos. −Bien, creo que hoy queremos espaguetis−, le dije con una sonrisa. −¡Genial! Qué suerte tienen de tener a un excelente chef en la casa−, dijo con entusiasmo. Lentamente las cosas retomaban su curso. Al menos ya usaba ropa y no lloraba tanto. En poco más de tres semanas Bobby recibió la confirmación de su puesto en Tampa y decidimos salir a festejarlo. Quería mostrarme algo de la ciudad. Elegí un vestido negro, que era prácticamente lo único que me quedaba bien ahora que mi vientre se notaba un poco más. Completé mi atuendo con un collar con cuentas de colores que me había regalado un niño en Marruecos, otro de mis tesoros más preciados. Me arriesgué a subirme a unos altos zapatos de diseñador, unos que solo había usado una vez. Dejé mi cabello suelto. Hacia tres semanas que ya no era una especie de zombi salido de un película de Romero y quería verme como una persona normal de nuevo. −¿Listo?−, le dije a Bobby acercándome a él. Estaba absolutamente impecable con su pantalón gris y una camisa clara que destacaba sus ojos verdes. −Mañana debo ir a comprar algo de ropa, esto es lo único que me hace ver como menos idiota−, dije tirando de mi vestido. Nunca me preocupaba en salir antes por lo que mi guardarropa no era de los mejores. Él sonrió y una mirada conocida se asomó en su rostro. −Pues déjame decirte… eres la idiota más hermosa que he visto en mi vida−, dijo besando mi cuello.

−¿Debo tomar eso como un cumplido?−, acomodé el cuello de su camisa. Él tomó mis manos poniéndolas alrededor de su cintura y me besó tiernamente. −Es bueno tenerte de vuelta, princesa−, sonrió con su frente apoyada en la mía. El aire fresco de la noche se sentía muy bien. Las luces de la ciudad se extendían hasta donde mis ojos llegaban a ver. San Francisco era una ciudad en la que había estado muchas veces pero nunca me había detenido a ver su belleza de verdad. Caminamos con Bobby por largo rato mientras me mostraba cada rincón escondido de aquella ciudad. Llegamos a una esquina en la que se levantaba un pequeño restaurante vietnamita, rodeado de flores y con una delicada iluminación con velas. De haber estado sola no hubiera elegido un lugar como este pero Bobby era el encargado de la salida esta noche y quise darme la oportunidad de disfrutar. −Tengo una reserva para esta noche−, dijo Bobby amablemente a la recepcionista. −Por supuesto, Dr. Bateson. Su mesa está lista. ¿Podrían acompañarme?−, la recepcionista ni siquiera le había preguntado su nombre. Recordé que me había contado que ese era su restaurante favorito y supuse que ya lo conocían. La joven nos condujo a través del pequeño lugar hacia un estrecho pasillo, podía ver que nos alejábamos de las mesas. −¿A dónde vamos?−, le susurré a Bobby confundida. −Es una sorpresa−, dijo tomando mi mano. La recepcionista abrió la puerta al final del pasillo y el aroma de la madreselva perfumó todo el espacio por un instante. Cuando salimos, no podía creer lo que veían mis ojos. El patio estaba cubierto de un acolchado césped verde al reparo de un enorme sauce. Justo en el centro se encontraba una glorieta blanca, cubierta por el abrazo de la madreselva. Había rosales en algunos de los rincones. En el centro de la glorieta, había una mesa delicadamente alumbrada por la luz de las velas. −¿Qué piensas?−, dijo Bobby con una sonrisa al ver mi sorpresa. −¿A quién tuviste que matar para lograr esto?−, respondí atónita. −Es hermoso−. −Sabía que te gustaría−, apartó una de las sillas para que me sentara. La mujer ya se había retirado. La cena fue realmente maravillosa y el suave pastel de chocolate del postre fue más maravilloso aún. El bebé prefería los postres. −Lamento que hayas desempacado−, comentó Bobby llenando mi copa con sumo de arándanos. También había dejado de beber alcohol al mismo tiempo que yo, haciéndolo más fácil para mí.

−No entiendo…−, dije confundida. −Tenemos que brindar−, levantó su copa ignorando mi comentario. −¿Y puedo saber por qué?−, pregunté. −Porque tendrás que reorganizar tu vestidor en Tampa, acabo de firmar por una hermosa casa junto a la playa, que creo es justo lo que necesitamos−, chocó su copa con la mía. −Podemos mudarnos cuando estés lista−. −¿De veras?−, se supone que veníamos a brindar porque había conseguido el puesto. Estaba tan sorprendida. Y enfadada conmigo misma por no haber podido apoyar a Bobby en esto. Había sido tan egoísta al sumirme en mí misma estas últimas semanas que no había visto los esfuerzos que estaba haciendo por cuidarme y hacerme feliz. −Bobby, es maravilloso... no sé como agradecerte lo que has hecho por mí, lo que haces por mí. Me he comportado como una estúpida este último tiempo. No te mereces que las cosas sean así, lo siento mucho−, me disculpé. −No ha sido fácil y aún no lo es… es duro verte sufrir−, dijo con mirada seria. −Pero no tienes que disculparte por nada, sabíamos que no sería fácil−. −Prometo que voy a compensarte por esto, desde ahora pondré mi mejor esfuerzo para que las cosas funcionen, para que seas feliz−, tomé su mano. −Sam, te tengo conmigo, y eso es más de lo que podría pedir−, sabía que eso no era justo. −Tú siempre podrás pedirme más. Quiero que lo hagas−, traté de sonar convincente. −Soy mejor cuando estás conmigo. ¡Estoy vestida! ¿Eso ya es un avance, verdad?−, le sonreí. −Mmm... No estoy seguro de querer que estés vestida−, y esa mirada apareció de nuevo en su rostro. −¿Quieres ir a un lugar más tranquilo?−, dije citando su cliché. Se levantó de pronto y tomó mi mano mientras atravesábamos el pequeño corredor dando zancadas. Creo que era un sí. Nueve pisos parecían ser demasiados ahora, o el ascensor muy lento, porque comencé a desabrochar la camisa de Bobby antes que la puerta se abriera para llegar a nuestro piso. Sus manos se movieron de prisa debajo de mi vestido mientras rodeaba su cintura con mis piernas. Un taco aguja de mi zapato se trabó entre las hojas de las puertas del ascensor cuando se cerraron tras nosotros y comencé a agitar mi pierna riendo escandalosamente. Chocamos contra la puerta cuando por fin pude liberarme. Buscaba nervioso la llave dentro de su bolsillo sin despegar su boca de la mía.

Estaba claro que no llegaríamos a la habitación. Bobby me sentó sobre la mesada de la cocina. −He esperado tanto tenerte de nuevo−, dijo en mi oído con la respiración entrecortada. −Te amo… tanto…−. −Yo también te amo−, dije con los ojos cerrados. Era otro rostro el que estaba detrás de ese fuerte sentimiento, otras manos, y otro cuerpo. Estábamos sentados junto a la cocina luego de hacer el amor. Él apoyado contra la pared y yo entre sus piernas comiendo helado de chocolate directamente del tarro. Siempre fui mucho más física que mental. Cuando mi cuerpo se sentía bien, también lo hacía mi mente. Y Bobby sabía exactamente cómo tocar a una mujer para que se sintiera increíblemente bien. Su mano acariciaba mi vientre dulcemente. −No sé si quiero saber la respuesta, pero… ¿es cierto?−, dijo poniendo la cuchara de helado en mi boca. −¿Qué?−, dije totalmente concentrada en saborear aquel delicioso elixir. −Lo que dijiste antes.−, dijo tímidamente. Me tomó un segundo saber a qué se refería. −¿Crees que sería capaz de mentirte?−, dije poniendo un poco de helado con mi dedo en sus labios y comiéndolo con un beso. −Hace un rato dijiste que querías hacer lo posible para hacerme feliz y creo que decir que me amas está justo al comienzo de mi lista de cosas que me harían feliz. No quiero que te sientas presionada ni que digas nada que no sientas−, había algo de tristeza en su voz. Me enderecé un poco más y me giré sobre mi hombro para que pudiera verme mejor. −Bobby... te amo−, de verdad lo hacía, tanto como podía, no como a Nate… pero definitivamente había algo allí. −¿Y a él?−, dijo casi tan rápido como si las palabras se hubieran escapado de su boca sin pensar, y deseé que no se hubieran escapado. Tuve que apartar mi rostro y creo que tuvo mi respuesta. Me levanté sin contestar y fui rápidamente hacia el baño. Mi lugar favorito para llorar. Bobby no me siguió esta vez. La casa de la playa había quedado fantástica. En la planta baja había una sala enorme, con una pared de cristal que daba directamente a la playa. La cocina también era amplia y cómoda, hasta me daba ganas de cocinar y nunca lo había hecho antes. Bobby tuvo que someterse a mis experimentos pero nunca llegué a dominar el arte de la cocina, aunque disfrutaba del proceso. En la planta alta estaban las habitaciones. La más grande, era nuestra recámara.

Habíamos decorado todo con tonos azules intensos. Tenía un baño integrado solo para nosotros. Justo al lado, habíamos ubicado la habitación del bebé, pintada con delicados tonos pasteles neutros ya que habíamos decidido no saber el sexo. Tratamos de armar todo para recibir tanto a un niño como a una pequeña. La habitación restante, la habíamos destinado para que fuera mi propio estudio, ya que escribir seguía siendo un trabajo de tiempo completo. Bobby era ahora el jefe de cirugía del Hospital General. Pasaba casi la mitad del día sola, aprovechando el tiempo para trabajar en una novela que recientemente había comenzado. Pocas semanas después de mudarnos a Tampa, recibí una llamada de mi editor. Estaba enfurecido conmigo por haberme ausentado por tanto tiempo. Además había recibido un interdicto legal por parte de un tal Michael Terrance, que él no conocía, para impedirme utilizar cualquier tipo de información que hubiera obtenido en mis días en la aldea. Escuché todos los insultos que mi editor tenía para mí pensando en que Mike había hecho lo correcto. De todos modos, no pensaba escribir nada que pudiera perjudicarlos. De hecho, no pretendía escribir nada sobre ellos. Me tomó solo unos minutos prometerle a Dave que me pondría a trabajar en una novela romántica para ampliar mis horizontes literarios y él se alegró porque eso ampliaría sus horizontes monetarios. Comencé a escribir sin problemas, era bastante más fácil de lo que pensaba. Solía sentarme en el muelle afuera de nuestra casa para mirar a las parejas que caminaban por la playa de las que sacaba la inspiración para mis personajes. Además estaba la ventaja de poder darles un final feliz a esos amantes, no como había sucedido conmigo. Podía decirse que aunque no era exactamente la situación ideal, todo era aceptablemente normal ahora. A pesar de eso, no había un solo día en que no recordara a Nate. Me senté en el muelle esa tarde cubierta con una pesada colcha para mantenerme calentita, el sol ya empezaba a caer. Ya estábamos en abril así que refrescaba un poco después del atardecer, aunque el sol siempre era generoso en estas latitudes. Apoyé la taza de chocolate sobre mi barriga que ahora estaba bastante más prominente. Mi embarazo llegaba a término en apenas dos semanas. Ese día, era el último que Bobby trabajaría en el hospital ya que había pedido un mes de licencia. No quería estar lejos de mí con el parto tan cerca, sobre todo considerando que él sería el partero en este caso. Fue una de las discusiones más fuertes que habíamos tenido y no era un punto en el que yo iba a ceder. Él ya sabía de mi aversión por los hospitales y por todo lo que se relacionara con ello. Además estaba convencida que no quería que me droguen de ninguna manera, no quería nada que pudiera lastimar al bebé. Sabía que no sería fácil soportar el dolor, pero deseaba un parto natural con todas las sensaciones y sin nada que se interpusiera en la experiencia de ser madre.

Bobby estaba aterrado, pero era consciente de mi obstinación. Después de todo, él ya había oficiado de partero en la aldea y casi sin ayuda de analgésicos. Le dejé muy en claro que esta era una experiencia que solo compartiría con él, solo los tres, y no me sentiría segura con nadie más que con él. Por supuesto que tuve que ceder en algunas cosas, como en hacerme las ecografías para estar seguros que el bebé se ubicaba correctamente. También íbamos regularmente a sesiones de yoga para prepararme para el parto, cosa que me parecía bastante estúpida pero tranquilizaba a Bobby. Practicaba mi respiración sentada en mi lugar cuando Bobby llegó del hospital. −¡Hola, Mr. Bean!−, se agachó para besar mi enorme barriga. Era el nombre que le habíamos puesto al bebé evocando mi reacción a la primera ecografía. −¡Hey! ¿No hay un beso para su mami?−, dije con tono de queja. −No podré conformarme solo con uno−, dijo besándome profundamente. La pasión entre nosotros había aumentado en el último tiempo, si eso era posible, cosa que yo atribuía a mi necesidad física de sentirme bien. Él seguía siendo cuidadoso de no lastimar al bebé y las clases de yoga parecían ayudar. Además me sentía más atractiva que nunca, ¡por fin tenía senos! Era genial. Aparte de eso, mi cuerpo no había cambiado demasiado. Parecía una serpiente que se había tragado una bola de beisbol. −¿Tienes hambre?−, dijo ayudándome a levantar. −¡Muero por unas fresas!−, dije entrando a la casa mientras rodeaba mi barriga con sus brazos. −Creo que quedan algunas−, corrió hacia la heladera y sacó un tazón con fresas. Últimamente había reemplazado mi afición a los postres por una más sana por las frutas, algo que había agradado a Bobby. Lo seguí hacia la cocina y me senté en la mesada con dificultad. Tomó una fresa y la puso en mi boca. −Mmm… sensacional…−, dije cerrando mis ojos. −Sí, es sensacional−, respondió besando mis labios. −¿Cómo estás? ¿Alguna molestia?−, examinó. −No, se ha movido bastante hoy. Creo que ya quiere salir−, comenté. −¿Estás segura que quieres seguir con esto?−, preguntó preocupado. −Nunca he tenido dudas, ya estoy lista−, dije segura. −Espero poder estarlo también. Si algo malo ocurre....−, su preocupación iba en aumento.

−Por favor Dr., no sea pesimista, debe tranquilizar a su paciente no asustarla, ¿recuerda?−, trataba de relajarlo. −¿Y qué piensas? ¿Es un Nathan o una Camile?−, dije con entusiasmo. Estuvo de acuerdo con el recordatorio de su padre biológico, aunque tuvimos una enorme discusión cuando me negué rotundamente a que le diera su apellido. Creo que ya se había acostumbrado a la idea. −Mmm, no lo sé−, una sonrisa de orgullo se dibujaba en sus labios porque a pesar de todo, se sentía su padre. −Por lo pronto me encantaría que tuviera tus ojos−. −¡No! ¡Necesito mis ojos!−, bromeé. Seguí comiendo el resto de las fresas mientras Bobby se cambiaba de ropa arriba. −Llamó Johnny y dijo que vendría en unos días, se puso feliz cuando le conté que lo habíamos elegido como padrino−, gritó mientras bajaba las escaleras. −¡Bobby! Pensé que esperarías para que se lo dijéramos juntos−, reclamé. −Lo siento… él casi lo adivinó y sabes que me cuesta mucho guardar secretos−, dijo poniéndose una camiseta. −¿Y qué dijo? Cuéntamelo todo.−, di un pequeño salto para bajar de la mesada y algo se sintió extraño, húmedo. −¡Diablos! Creo que me oriné−, dije avergonzada y justo antes que terminara de decirlo, un dolor agudo que conocía bien me retorció hacia abajo. −La bolsa se rompió−, Bobby se agachó a mi lado con el rostro severo. Rápidamente me alzó en sus brazos y me llevó escaleras arriba. Ambos estábamos muy tranquilos, con música de fondo, controlando la respiración y la frecuencia de las contracciones. Sabía que caminar un poco ayudaba a la dilatación por lo que iba de un lado a otro de la habitación, con Bobby un paso detrás de mí todo el tiempo. Solo me detenía cuando la contracción era demasiado fuerte y ahora sentía que eran como cuchillos desgarrando mi interior. Respiraba tal como me lo habían enseñado tratando de no alterar a mi partero. −¿Crees que podría tomar un baño? El agua siempre me ha ayudado−, pregunté tomándome del marco de la puerta. −Sí, está bien, es buena idea. Te ayudaré con la ropa−, con toda suavidad desprendió mi camisa dejando mis nuevos senos al descubierto. Me había quitado antes el pantalón para poder controlar la dilatación. Me afirmé sobre el lavabo mientras me concentraba en el sonido del agua cayendo en la bañera y acariciaba mi estómago. Ya estaba comenzando a sentir el cansancio. Hacia casi ocho horas que estaba con contracciones y ahora eran cada vez más intensas y más seguidas, según Bobby el nivel de dilatación era el correcto pero no el suficiente. Cuando el baño estuvo listo ayudó a meterme en el agua. La caricia tibia se sentía bien pero era inútil con el dolor.

−Estoy muy orgulloso de ti, lo estás haciendo de maravillas, princesa−, dijo acariciando mi frente. Tomé una coleta y até mi cabello. Creo que estuve alrededor de dos horas dentro del agua. El dolor ya era insoportable, quería morir. Bobby metió su mano dentro del agua y comprobó la dilatación. Pude ver como sus ojos se abrían ansiosos. −¿Qué?−, dije asustada. −Creo… creo que estamos listos−, dijo con una sonrisa nerviosa en sus labios. Me besó antes de ayudarme a salir. −De acuerdo, vamos a tener este bebé−, dije intentando ponerme de pie. No pude llegar a la habitación. Tuve que tomarme del lavabo cuando sentí una presión aguda allí abajo, demasiado aguda. Todo fue muy confuso. Podía escuchar a Bobby alentándome para pujar, mientras estaba en la posición que tanto había practicado, de cuclillas frente a él. Estaba tomada de sus hombros mirando como mi valiente compañero me asistía en el momento más feliz de mi vida. Por un momento lo miré y él ya no era él. Sus ojos azabaches me miraban como la primera vez, sus labios decían mi nombre y yo lo amaba más que nunca. −Sé que puedes hacerlo nena, estoy contigo. Solo una vez más−, dijo Nate. −Te amo…−, susurré. Un desgarrado grito salió de mi garganta cuando mi hijo por fin estuvo fuera de mí y lo oí llorar por primera vez. Bobby sostenía a la criatura en sus brazos y yo me sentía desvanecer. Pero mi necesidad de sostener a mi hijo me hacía más fuerte. −Camile−, susurró Bobby limpiando la carita de la bebé con una toalla. Me senté en el suelo mientras cortaba el cordón y ponía a mi hija en mis brazos. Las lágrimas caían lentamente por mis mejillas cuando vi sus ojitos mirándome, sus ojos azabaches, negros como una noche cerrada. Era más hermosa de lo que jamás podría haber imaginado. Tenía la piel cobriza igual de aterciopelada que la de su padre y unos pocos cabellos oscuros estaban pegados en su cabecita. No había nada de mí en ella. Era pura Nate. −Lo hiciste, mi amor…−, Bobby pasó su mano por mi mejilla y la tomé para besarla. −Te amo tanto−, dijo con orgullo. −Mírala Bobby, es perfecta…−, dije sin poder quitar los ojos de ella. −Gracias… por habernos cuidado a ambas−. −Gracias a ti, este es el día más hermoso de mi vida. Gracias por confiar en mí para

esto cuando ni siquiera yo lo hacía−, lágrimas de emoción caían en su cara. Nos quedamos allí en el piso del baño casi una hora, maravillados con el milagro de tener a Camile por fin con nosotros después de tanto esperarla y tanto soñarla. Darle el primer baño fue una de las experiencias más aterradoras que pasé jamás, era muy pequeña. Bobby hizo la mayor parte del trabajo aunque estaba casi tan asustado como yo. Yo apenas podía moverme con normalidad, me sentía como si mi cuerpo estuviera hecho de gelatina pero no quería separarme ni un momento de mi hija. Tuve dificultades en que Bobby aceptara que ella debía dormir en su cunita. No perdía oportunidad para traerla y ponerla en la cama entre nosotros cuando ella lloraba por las noches. Era una bebé muy tranquila en general, pero cuando tenía hambre, Bobby corría a traerla para que yo la amamantara en la habitación. Decía que no quería que me agotara demasiado, aunque yo sabía que era solo una excusa para traerla con nosotros. Esta experiencia de ser padre lo había cambiado tanto como a mí. La miraba como si ella fuera un tesoro. Estaba pendiente de ambas todo el tiempo. Sus mejillas estaban rosadas y su respiración era constante mientras ambos la mirábamos atontados, dormir entre nosotros. Bobby puso un dedo en la palma de su manito y Cam lo apretó con fuerza reconociendo la caricia de su padre en sueños. −Ella es…−, se detuvo un momento, −tan parecida−. Se mordió los labios para no pronunciar su nombre. Tan solo un poco más de tres meses habían pasado desde su nacimiento y sus rasgos se acentuaban cada vez más, era la viva imagen de Nate. −Lo sé−, dije maravillada por esa verdad. Él no estaba maravillado por eso, había algo de pesar en esas palabras. −¿Qué le diremos a Johnny?−, dijo levantando su vista hacia mí. Su pregunta me irritó. −La verdad, qué más−, respondí sin dudas. −Ya hablamos de esto y quedamos en no guardar secretos−, le recordé. −Me preocupa que tengamos que dar explicaciones por esto−, dijo. Ni siquiera traté de ocultar la furia en mi mirada. Levanté a Cam que se acomodó junto a mi pecho y fui hasta su habitación. La coloqué muy despacio en su cunita para evitar que se despertara. Fui a la cocina por un vaso de agua como si eso pudiera hacer que el nudo en mi garganta se aflojara un poco. −¿Por qué siempre huyes?−, dijo intentando tocar mi rostro pero lo aparté muy deprisa. −Tus idioteces me parecen repulsivas−, dije furiosa. ¿Cómo se atrevía a considerar a mi hija como un problema? ¿Cómo una explicación que debíamos dar a alguien? ¿Cómo si hubiera cometido algún crimen? Solo se preocupaba por lo que dirían.

−¿Crees que puedes escucharme por un momento?−, su voz estaba calmada y tenía las manos en alto como si intentara domar a una bestia salvaje. −¡No! No cuando te preocupa qué piensen tus amigos… como si Cam fuera algo de lo que tuvieras que avergonzarte. ¡Olvídalo!−, me sorprendí del dolor que me causaba sentir esto. −¡Hey! ¡Jamás dije eso!−, dijo tomándome del brazo, también estaba furioso. −¡Quiero hacer las cosas bien para ella y para ti! Y no podemos huir a la realidad de que vamos a tener que dar explicaciones eventualmente. ¿Qué crees que pasará cuando sus compañeritos de escuela noten que ella no se parece en nada a nosotros? ¿Qué crees que pasará cuando ella crezca y comience a hacer las preguntas correctas? ¿También huirás entonces?−. Él no estaba preocupado por lo que pensaban los demás, sino por lo que pasaría en el futuro con su hija. −¡Demonios!−, dijo soltándome. Me sentí terriblemente culpable por mi reacción cuando lo vi subir la escalera totalmente abatido. Esto sería algo difícil de superar, un antes y un después para nosotros. No solo estaba Cam ahora. Nate estaba a través de ella cada día más presente. Nunca lo había olvidado y aún lo amaba, creo que mucho más ahora que lo veía cada día en los ojos de Cam. Bobby era consciente de eso, pero creo que se hacía cada vez más difícil de soportar para él. Y me odiaba a mí misma por eso. Decidí darle unos minutos a solas antes de subir a buscarlo. Lo encontré en una silla al lado de la cuna, acariciando a Cam tan delicadamente como si fuera el pétalo de una rosa. −Lo siento−, dije en un susurro. Me acerqué hasta él reposando mi mano sobre su hombro. Bobby puso su mano sobre la mía. −Ella puede querer conocerlo alguna vez… ¿pensaste en eso?−, tenía la mirada extraviada como si pudiera verla tomar la decisión. −Lidiaremos con eso cuando llegue el momento y sabremos qué hacer−, trataba de tranquilizarlo aunque ese pensamiento me perturbaba también. −¿Y si ella lo elige a él? No quiero perderla… no quiero perderte−, se volteó para mirarme. −Eso no sucederá. Tú eres su padre, tanto como él−, dije arrodillándome a su lado. −No debes temer−, parecía no estar escuchando sumido aún en sus pensamientos. −Esto es demasiado−, vi una lágrima bajar por su mejilla. −Qué...−, pregunté temiendo su respuesta. −Ser el segundo todo el tiempo−, contestó con una mano en mi mejilla. Había temido

tanto esa respuesta. Ahora todo se veía muy claro. Demasiado claro. Durante dos largos años más, Bobby permaneció pacientemente junto a mí intentando con todas sus fuerzas sostener nuestra pareja. Nadie podía decir que no lo intentamos, tampoco él. No quería perderlo pero ero preciso poner punto final. Se merecía la oportunidad de encontrar a una mujer que apreciara todo lo que podía dar. Sin embargo, era un padre excelente y Cam lo adoraba con locura. Renegó contra mi decisión, aún lo hacía, pero seguíamos siendo los buenos amigos que habíamos sido siempre. Pasaba casi todos los días al menos un par de horas en la casa, repartiéndose entre su trabajo y su hija. Quise buscar una casa para nosotras pero no pude negarme cuando puso la casa de la playa a nombre de Cam, era un regalo para ella. Se mudó a un apartamento a solo unas calles de aquí para mantenerse lo más cerca posible. Ahora ya hacía más de un año y medio que estábamos separados y aun así, mi nueva familia seguía tan fuerte o más fuerte que nunca. Johnny y su esposa María, con quien había contraído matrimonio hacía un par de años, eran nuestros amigos más cercanos. Vivían en Los Ángeles y ambos estaban locos por mi hija. Viajaban varias veces al año para poder vernos. Bobby había conocido a Vivian, una anestesista del Hospital en el que trabajaba. Llevaban juntos tan solo unos meses pero parecían estar bastante bien juntos, aunque él no perdía oportunidad para comprobar que yo no me había retractado de mi decisión. Creo que todavía tenía algo de esperanzas aunque al menos se daba la oportunidad de intentarlo con Vivian. Yo, muy por el contrario, me sentía de maravillas sola. Mi primera novela romántica había sido todo un éxito y hasta mi editor estaba feliz. Ahora era una madre de tiempo completo y mi niña era la más hermosa del mundo. Camile crecía feliz, rodeada de amigos, cada vez más parecida al hombre de mis sueños. Era muy inteligente y tenía más rasgos de mí de los que hubiera esperado. Era obstinada y curiosa, las historias antes de dormir eran de sus aficiones favoritas y comía postres casi todos los días, por lo que su padre la agobiaba tanto como lo había hecho conmigo cuando estaba en mi panza. Finalmente Bobby tenía razón. Todos se preguntaban cómo aquella niña podía ser mi hija. Sus enormes ojos eran de un profundo negro azabache y su rostro de facciones marcadas estaba coronado por un hermoso y sedoso cabello negro que llevaba corto sobre los hombros. Se movía con gracia y era bastante alta para su edad. Sin duda lo más hermoso era su piel oscura, suave como la seda. Tenía casi cuatro años y ya hablaba como si fuera una adulta, con una vocecita de duende que la volvía aún más mágica de lo que ya era.

−Mami… ¿papi viene hoy?−, dijo mientras dibujaba en una mesita que había puesto al lado del escritorio en mi estudio. −Sí, cariño−, le contesté mientras organizaba algunos papeles. Tenía que viajar a Boston al día siguiente y había cosas que resolver antes. Mi editor había planeado una estúpida conferencia que sabía que yo odiaba, pero como era parte del trabajo, debía ir. −Me puse este vestido mami, ¿le gustará a papi?−, dijo meneando su falda. −¡Le encantará, mi amor!−, ella adoraba a Bobby. Había sido difícil para ella adaptarse a que ya no estaba en casa, pero él había manejado las cosas de tal forma que supiera que era su prioridad número uno. La tomé en mis brazos y la subí a mi espalda mientras bajábamos las escaleras. El sonido de las llaves girando en la puerta hizo que Cam se bajara y corriera hasta allí. −¡Papi!−, dijo saltando alrededor de Bobby, era algo que no me cansaba de ver. −¡Hola preciosa! ¿Cómo esta mi princesa?−, dijo haciéndola girar. −Te hice un dibujo papi, lo traeré−, dijo bajándose de sus brazos. Salió disparada hacia arriba tropezando con todo a su paso. −¡Despacio, Cam!−, dije meneando mi cabeza. Por supuesto que ella no me escucharía. −¡Hola, mami!−, Bobby se acercó provocativamente hacia mí y me besó en el cuello. Rodé los ojos ante tan desatinada muestra de cariño. −Supongo que Vivian no viene hoy−, dije apartándolo. Él rió de mi expresión. −No… traje helado. De chocolate−, abrió el refrigerador para acomodarlo. Aún era una pésima cocinera por lo que me había perfeccionado en el arte de levantar el teléfono y ordenar la cena. Los tres comimos en la terraza esa noche. Cam comenzaba a frotarse los ojos mientras yo le contaba a Bobby los detalles de mi viaje. Esperaba que la niña pudiera quedarse con él en mi ausencia, cosa que por supuesto, le pareció una idea excelente. −Cam, ¿vamos a acostarte?−, dije tomándola de la mano mientras ella bostezaba. −Nooooo…−, se quejó con su hilarante vocecita. −Vamos hija, hazle caso a tu mami−, le ordenó Bobby. −¿Vienes también?−, dijo ella. Él me miró por un instante y yo asentí. −Sí, cariño−. Los tres nos levantamos y fuimos hacia la habitación donde habíamos

reemplazado la cuna por una pequeña cama. Ayudé a Cam con su pijama y la arropé en su cama con su osito preferido. Luego me dirigí hacia una pequeña estantería en la que había un par de cuentos para niños, mientras Bobby se acomodaba al lado de su hija pasando su brazo debajo de su cabeza. Era gracioso ver como sus piernas sobresalían de los bordes de la cama. Era como un gigante allí. −¿Qué leemos esta noche, amor? Qué te parece ¿Blancanieves?−, pregunté husmeando en la biblioteca. −Cuéntame de nuevo la historia de mi papi Nate−, dijo abrazándose más a su osito. −¡Blanca-nieves! ¡Blanca-nieves!−, canturreaba Bobby como si echara porras. −¡No! Es una historia tonta, ¿no le dijo su mamá que no tenía que recibir comida de extraños? ¿Verdad, mami?−, los comentarios perspicaces de mi hija ya casi no me sorprendían. Le mostré una sonrisa burlona a Bobby. −De acuerdo, escuchemos de papi Nate−, dijo el volteando los ojos hacia mí y fingiendo aburrimiento. Me senté a su lado y apoyé mis codos en su cama para estar más cerca de ella. −Bueno, él tiene tus exactos ojos y sabes cuanto amo tus ojos, ¿cierto?−, pasé mis dedos por su mejilla. Ella asintió con sus ojitos muy abiertos esperando el resto de la historia. Bobby comenzó a bostezar. −Era una noche muy, pero muy estrellada. Lo amé tanto como te amo a ti desde el primer momento en que lo vi. Él era como la luna y yo era como el sol. Pero como la luna y el sol, no podíamos estar juntos. Él tenía muchas estrellas por las que velar. Me quería mucho y te quiere mucho a ti, pero sus estrellas lo necesitan demasiado. Y como él sabe que tú me tienes a mí para cuidarte y para quererte mucho pero mucho, tuvo que quedarse lejos de nosotras cuidando de todas esas estrellas. Pero antes hizo una promesa. Vela por ti también desde el cielo, así que cada vez que tú quieras verlo puedes asomarte a tu ventana y verlo allí arriba...−, lentamente fui haciendo mi voz más quedada, porque veía como sus ojitos empezaban a cerrarse. Besé su mejilla y Bobby quitó su brazo muy despacio debajo de ella. Apagué la luz y salimos dejando a nuestro angelito soñando feliz. −Realmente estás perdida, ¿cierto?−, comentó Bobby mientras abría un par de cervezas en el muelle. Estábamos tendidos sobre una manta. −¿A qué te refieres?−, dije encendiendo un cigarrillo. Había retomado el viejo hábito luego de terminar de amamantar. −Te crees esa historia más que ella−, sonó casi como un reclamo.

−Quizás... debo concederte eso−, dije recibiendo la cerveza que extendía para mí. −Sé que conmigo no funcionó pero no tiene que ser así la próxima vez. Sam, tienes veinticinco años, ¿no crees que ya sea hora de seguir adelante? ¿De enamorarte de nuevo?−, clásico Bobby, siempre preocupándose por mí. −Ya estoy enamorada, Bobby−, sonreí. −Sabes que no es eso a lo que me refiero. Él también siguió adelante, está con Lila y probablemente tenga una familia ahora−, no sé si pretendía animarme o hacerme sentir peor. −¿Crees que Cam puede tener hermanos?−, la idea era algo atractiva. Aunque imaginarlo tocando a Lila hizo que me molestara un poco. Bueno... me molestó bastante. De acuerdo... quería asesinarla. −No estás entendiendo para nada mi punto, ¿verdad? Quiero que pienses un poco en ti y no tanto en él. Ni siquiera puedo creer que lo perdones por las cosas horribles que dijo de ti la última vez que lo viste, yo no lo hice−, sus cejas se juntaron. −Estaba molesto y tenía razón−, lo excusé. −Ni modo, es como hablar con una pared−, besó mi frente. −Es una buena historia… la de la luna y el sol, ¿cómo se te ocurrió?−, dijo mirando al cielo. −Soy escritora, ¿recuerdas?−, ironicé y él hizo una mueca en respuesta. −A decir verdad, se me ocurrió una noche mientras pensaba cómo contarle a Cam de su padre de forma que pudiera entenderlo. De repente, miré hacia arriba y tuve una extraña sensación de acogimiento. Pensé que él podría estar mirando la misma luna que yo en ese mismo momento. De alguna manera, me sentí más conectada con él−, le conté. −Wow…−, dijo casi maravillado. −Qué basura más cursi…−, agregó soltando una carcajada. −¡Idiota!−, dije golpeando su hombro con mi puño. Era extraño como todo había vuelto a su lugar con tanta naturalidad. Él era mi mejor amigo, como siempre lo había sido, pero además era el padre de mi hija, el mejor que ella podría tener y eso se sentía muy natural también. −Bueno, vamos a lo serio ahora−, dijo cambiando de postura. −¿Vengo por Cam mañana temprano, cierto?−. −Sí, mi avión sale a las once. Creo que estaría bien si vienes por ella a las nueve, ¿crees que podrás salir del hospital para recogerla? Si no puedo llevarla hasta tu casa, Vivian estará allí, ¿cierto?−, no quería olvidar ningún detalle. −Hey, tranquila. Solo serán tres días. Ya avisé en el hospital que iré más tarde y

coordinamos los horarios con Vivian para que nuestros turnos no se crucen, así Cam no tendrá que estar sola ni un minuto−, frotaba mi espalda. Esta no era la primera vez que me alejaba de ella por un viaje, pero siempre reaccionaba del mismo modo. −Desearía no ir a esa estúpida conferencia, tendré que firmar toneladas de ejemplares−, bufé. −Pues intenta escribir algo que no sea un best seller la próxima vez−, dijo. −A propósito, traje una copia para que la firmes para Vivian−, me giré furiosa hacia él cuando estalló en otra carcajada. −Te encanta molestarme, ¿cierto?−, era inevitable para mí no reírme con él. −La verdad que sí. Ya sabes que me pareces increíblemente sexy cuando te pones así−, pretendió que pareciera una broma pero juro que vi sus ojos brillar por un momento. −Bueno… creo que debo ir a dormir−, me estiré escandalosamente. −Sí, sutil manera de hacerme cerrar el pico−, dijo levantándose a desgano y extendiendo su mano hacia mí. −¿Fue demasiado sutil?−, dije golpeando su costado mientras lo acompañaba a la puerta. Encendí un cigarrillo y saqué la maleta que había reemplazado por mi habitual mochila de viaje luego de dejarla abandonada en el rincón más profundo del vestidor. Por un momento, me asomé a la ventana para ver la luna. ¿Que sería de Nate ahora? ¿Pensaría en mí de vez en cuando? ¿Recordaba los momentos que habíamos pasado juntos? Me estiré para apagar el molesto ruido cuando la alarma sonó a las siete de la mañana. Todavía me costaba dormir. Mientras me vestía, toqué mis pechos extrañando mis curvas de embarazada. Ahora yo era la flacucha que había sido siempre, no me tomó mucho tiempo rebajar las quince libras que había subido durante los casi nueve meses de embarazo. Cam dormía con un desorden de sábanas a su alrededor y con su osito fuertemente apretado a su pecho. Se veía como un ángel. Procuré no hacer ruido mientras llenaba una pequeña mochila con algo de ropa extra. Ella ya tenía ropa en la casa de su padre y hasta su propio cuarto. Agregué algunos lápices de colores y unas hojas de dibujo, extrañaría eso si no lo llevaba. Cam se despertó solo unos segundos antes que terminara de preparar su desayuno en la cocina. Bajó las escaleras casi como un zombi. Se veía muy graciosa restregando sus ojitos con su osito colgando de su mano. La extrañaría tanto. Era difícil estar separada de ella aunque solo fueran unos días. Comió su desayuno y no pude disuadirla para que no usara su traje de princesa hoy.

Quería verse bonita para su papi. Se sentó en la cocina junto a mí, con su mochila en la espalda y sus piernitas colgando de la banqueta. −¿No puedo ir contigo, mami?−, preguntó con un hermoso puchero en sus labios. −Lo siento nena, pero no esta vez. Te aburrirías adonde voy. Además estarás con tu papi un par de días, eso te gusta, ¿cierto?−, dije acomodando su cabello detrás de su oreja. −Sí, ¿pero no puedes quedarte con nosotros?, ¿los tres?−, ella también era bastante parecida a Bobby en eso. Todavía albergaba esperanzas de que él y yo volviéramos a estar juntos. −No mi amor, pero volveré muy pronto. Te lo prometo−, dije levantándola en mis brazos. Ella me abrazó muy fuerte. −¿Me extrañarás, mami?−, parecía triste. −¡Claro, amor! ¡Cada minuto que esté lejos de ti!−, sus ojitos seguían estando triste. −¿Y volverás?−, preguntó jugando con mi cabello. −¡Claro que sí!−, la senté sobre la mesada estudiando su expresión. Estaba preocupada. −Siempre estaré contigo−, besé su frente. −¿Qué pasa? Dime…−. −Te voy extrañar mucho, mami−, se arrojó a mis brazos. En ese momento Bobby entraba por la puerta. −Hola, niñas. ¿Todo listo?−, nos rodeó con sus brazos. Vio mi cara de preocupación. −Sí… ¿puedes llevarme al aeropuerto? No quiero dejar el coche allí−, le dije ignorando su mirada desconcertada. También notó la preocupación de Cam cuando besó su frente. −¿Te quedas aquí, hija? Voy a ayudar a mami con su valija…−, ella asintió y él tomó mi mano cuando subimos las escaleras. −¿Pasó algo?−, dijo cuando estuvimos en la habitación. −No lo sé… creo que Cam esta preocupada por que yo no vuelva, ¿crees que eso es posible?−, dije tomando mi bolso. −¡No! Ella te extrañará, como siempre. Pero debes ir tranquila, estará bien−, pasó su brazo encima de mi hombro. Mientras las escaleras mecánicas subían en el aeropuerto, agitaba mi mano hacia mi hija y su padre. Ella susurró las exactas palabras escritas en la nota de Nate. −Vuelve a mí−. Odié haberme desecho del apartamento en Boston. El hotel que Dave había reservado

para mí era definitivamente demasiado elegante. Parecía fuera de lugar con mi pequeña maleta y mis gastados jeans. La recepcionista hasta se atrevió a pedir mi identificación cuando le di mi nombre para la reserva. Apenas llegué a la habitación, levanté el teléfono y marqué el número de Bobby. −Bobby, soy yo−, dije cuando reconocí su voz del otro lado. −Ya lo sé, cariño, ¿llegaste bien? ¿Qué tal tu hotel?−, preguntó casi riendo. De seguro adivinaba las características de la habitación que mi editor habría escogido para mí. −Justo como te imaginas, es un asco. Está cubierta de satenes y rosas. De verdad, repugnante−, dije disgustada. −¡Debe ser terrible!−, ironizó. −¡Idiota! ¿Cómo está Cam? ¿Le sacaste algo de lo que pasó esta mañana?−, todavía seguía algo preocupada. −Tenías razón, pero no sé si quieras escucharlo−, me molestaba cuando se ponía en papel de misterioso. −Escúpelo−, le ordené. −Tú lo pediste… Tiene miedo que la dejes o eso creo. Ha estado preguntándome por qué su padre no vuelve por ella durante toda la mañana−, contó. Mi corazón se desgarró, no me gustaba que ella se sintiera de esa manera. −¡Demonios! ¿Qué le dijiste?−, pregunté encendiendo un cigarrillo. −Le conté la historia oficial. Lo de las estrellas que él debía cuidar y todo eso. Creo que se tranquilizó cuando le dije que si él no volvía, era porque sabía que estaríamos con ella, cuidándola, y que de todas maneras la amaba mucho−, podía sentir su fastidio. Él tampoco deseaba que su hija sufriera así. −Gracias, Bobby, hiciste bien−, respiré aliviada sabiendo que Cam estaría contenida con él. −¿Está ella cerca? ¿Puedes ponerla al teléfono?−. −Claro−, escuché como la llamaba. −Que te diviertas en la conferencia. Adiós, Sam−, parecía estar riendo por lo bajo. Quise despedirme pero Cam ya había tomado el teléfono. −¡Mami! ¿Me extrañas?−, se escuchaba mejor ahora, más segura que esta mañana. −¡Mucho, cariño! ¿Qué estabas haciendo?−, deseaba estar allí con ella para abrazarla y asegurarle que todo estaría bien, que nunca la dejaría. −Vivian y yo dibujamos. ¡Te hice un dibujo!−, gritó entusiasmada. −¿De veras? ¿Y qué es?−, se tomó un momento para contestar a mi pregunta. Podía

oír el papel en sus manos por lo que supuse que estaba checando para decirme exactamente lo que había dibujado. Era muy meticulosa. −Bueno, es un sol y una luna, pero están juntos en mi cielo, mami−, un nudo se atravesó en mi garganta y tuve que tragar pesadamente antes de contestar. −¡Qué hermoso, mi amor! ¡Gracias! Voy a volver muy pronto, ¿sabes? ¿Soñarás conmigo esta noche?−, las lágrimas caían en mi rostro y sentía casi dolor físico al estar lejos de ella. −¡Sí! Te quiero, mami−, dijo feliz. −También yo, cariño... mucho, mucho. No lo olvides, ¿de acuerdo?−. Me despedí luego de unos minutos y colgué el teléfono. Preparé mi ropa para la conferencia del día siguiente y decidí dar un paseo en mi vieja ciudad. Todo se veía casi igual, la que había cambiado era yo. Tan lejos estaba la pequeña prostituta de quince años que casi parecía una extraña para mí. Ahora tenía una familia a la que amaba y no estaría sola nunca más. Era tal como Nate lo había prometido cuando le conté que estaba sola. Recordaba sus exactas palabras: −Eso no, nunca más... ahora me tienes a mí, para siempre−. De la manera mas pura había cumplido esa promesa, nunca podría sacarlo de mi corazón. Me había dado a mi hija en la que lo veía todos los días. Sentí la necesidad de voltearme y me quité las gafas oscuras para mejorar mi visión. Era como si alguien me estuviera viendo. La calle estaba atestada de gente pero nadie parecía fijarse particularmente en mí. Me encogí de hombros y continué caminando. Casi no pude pegar un ojo esa noche por lo que aproveché para escribir un rato. Ya estaba trabajando en mi próximo proyecto. Tomé un baño de espuma a la mañana siguiente. Me puse una camisa de seda negra y una falda blanca ajustada hasta mis rodillas. Ese atuendo no iba con mi par de viejos tenis de lona, por lo que me animé a usar unos finos zapatos negros de diseñador. Dejé mi cabello suelto que ahora ya llegaba hasta mi cintura. Puse mis anteojos dentro del bolso junto a un par de lapiceras extra porque firmaría muchos ejemplares ese día. Dave me anticipó que el auditorio estaría lleno y eso no ayudaba para nada con mi habitual pánico escénico. De verdad estaba lleno, me sentía muy pequeña parada en el atril. Me limité a contestar cordialmente a las usuales preguntas. No importa cuántas conferencias diera, solo una o dos preguntas originales surgían de vez en cuando. La mayoría eran las de rutina. Como quién era mi escritor favorito, o de dónde obtenía mi inspiración, y con este último libro, todos se preguntaban por qué mi giro hacia el romance. Esa pregunta me hacía sonrojar cada vez.

Yo sabía que había miles de ojos clavados en mí en ese momento pero recorrí con la mirada todo el auditorio. Me sentí exactamente como la tarde anterior cuando caminaba. Extrañamente observada. Sacudí mi cabeza instintivamente para erradicar ese tonto pensamiento. Estaba siendo una completa paranoica. Esa noche cené con algunos de los directores de la editorial. Uno de ellos parecía particularmente interesado en todo acerca a mí, a excepción de mi libro. Yo solo quería volver al hotel a descansar. El día había sido realmente agotador. Había estado firmando ejemplares casi por cinco horas y estaba exhausta. Cuando llegué al hotel, pasé por la recepción a preguntar si había novedades. −Buenas noches, Srta. Shaw−, dijo la recepcionista muy reverencialmente. Creo que intentaba subsanar su error del día anterior aunque a mí no me había parecido tan grave. −Buenas noches, ¿tengo algún recado?−, pregunté pensando que quizás Bobby podría haber llamado en mi ausencia. −No, pero un caballero vino esta tarde preguntando por Ud.−, qué extraño. Quizás era algún conocido de por aquí. −¿Cuál era su nombre?−, pregunté intrigada. −Tuvimos que pedirle que se retirara, porque se negó a darnos su nombre o identificación−, respondió la muchacha. Más extraño aún. −¿Cómo era él?−, interrogué. −Era un hombre alto, moreno, de unos sesenta años quizás, de cabello cano y corto−, revisé en mi cabeza pero estaba segura que no conocía a nadie con esa descripción. −Bueno, ¿si vuelve, puede llamarme?−, me pregunté quién sería. −No creo que vuelva, Srta. Si me deja decirlo, se veía algo asustado, vacilante−, comentó ella acercándose un poco más a mí y bajando la voz. −De acuerdo. Buenas noches, entonces. Gracias−, dije saludándola con la mano. −Cuando quiera, Srta. Shaw. Estoy para servirla−, contestó demasiado servicial para mi gusto. Saqué una cerveza del mini bar y me dejé caer sobre el sillón de la suite. Ya quería estar en casa, me quedaba una reunión al día siguiente y a última hora de la tarde estaría en un avión de regreso a mi bebé. Hice todo lo más rápido que pude al día siguiente y hasta pude cambiar mi vuelo por uno más temprano. Todo había salido fantástico, la conferencia fue un éxito y hasta la comida con los editores había tenido sus frutos. Me habían propuesto lanzar una nueva

edición de mi primer libro y una tercera tirada del segundo. −¿Qué tal fue todo?−, preguntó Bobby luego que nos sentáramos en la cocina. Era nuestro lugar favorito para hablar. −Fantástico, de hecho. ¿Y tú?−, dije mientras enterrábamos las cucharas en el tarro de helado. Era una de las costumbres que seguíamos manteniendo, aunque sin el sexo de por medio. −Muy bien. Solo temí que te volvieras loca de tanto extrañarme−, dijo con una sonrisa. −Sí, te extrañé, tonto−, dije golpeando su nariz con mi cuchara. −¿Y pasó algo interesante? ¿Algún guapo fanático o algo así?−, no entendía por qué le molestaba verme sola. Tenía la teoría de que si alguien real apareciera en mi vida, él se sentiría menos esperanzado y por lo tanto más tranquilo. −No, pero de hecho ocurrió algo curioso más que interesante−, recordé a aquel misterioso hombre que había preguntado por mí. −Cuéntame−, rellenó su cuchara con helado. −Bueno, un hombre fue a buscarme al hotel pero se negó a identificarse. La recepcionista dijo que se comportó algo vacilante. Extraño, ¿no crees?−, dije levantando una ceja. −Mmm, no sé. No es sorprendente que un hombre te busque. Es extraño si un hombre NO te busca, cariño−, no perdía oportunidad para halagarme. −Pero si hubiera querido contactarme al menos habría dejado su número o su nombre−, reflexioné. −Quizás se arrepintió−, dijo casualmente. Creo que le había dado demasiada importancia al minúsculo episodio. En general confiaba en mis instintos aunque a menudo me equivocaba. Esto parecía algo importante. −Mami...−, oí a Cam bajando las escaleras. Corrí hacia ella y la levanté en mis brazos apretándola fuerte contra mi pecho. −¡Hola, mi amor! Lo siento, ¿te despertamos?−, dije acomodando su cabello desordenado. −Sí... te escuché desde la cama. Te extrañé mucho, mami−, entrelazó sus brazos en mi cuello. −Sam, tengo que irme−, dijo Bobby abrazándonos a ambas. −Adiós, Bobby−, besé su mejilla. −Chau, papi−, Cam lo abrazó también. Cuando él se

fue, subí las escaleras con ella en mis brazos. −Quédate conmigo, mami−, dijo cuando la arropé en su cama. −De acuerdo, nena−, me acosté a su lado y la abracé acurrucándome en su cabello. Ella siempre olía deliciosamente. Dormí como un hurón esa noche, como hacía mucho que no lo hacía. −¡Mami!−, Cam me sacudía para despertarme a la mañana siguiente. −Mi vida… lo siento. ¿Hace mucho que estás despierta?−, dije refregando mi rostro para despabilarme un poco. −Nop−, dijo con una sonrisita. −Vamos afuera mami, ¡está lloviendo!−, comenzó a saltar sobre la cama con el osito colgando de su mano. Era mi culpa. Desde que ella pudo caminar solía llevarla a dar paseos bajo la lluvia por la playa, ella con piloto por supuesto. Miré por la ventana para comprobarlo. El cielo estaba muy oscuro y la lluvia caía suavemente afuera. −Vamos a desayunar primero, ¿quieres?−, contesté poniéndome de pie y tratando de atraparla. Cam era escurridiza como una ardilla cuando se lo proponía. −¡Primero atrápame, mami!−, saltó por la habitación. Comencé a perseguirla por toda la casa. Era su juego favorito, reía como loca. Tomé una humeante taza de mi café colombiano favorito mientras mi hija tomaba su tazón de cereales con leche. Bobby era muy estricto con su alimentación pero todavía no podía educarme con eso por más que lo intentara. Cuando terminamos, le puse su piloto y salimos al muelle para luego bajar a la playa. Cam comenzó a correr apenas sus pies tocaron la arena. −¡No te alejes, cariño!−, le grité. Pero como siempre, era inútil. Ella ya estaba de rodillas en la playa a varios metros de donde yo me encontraba. Por su expresión concentrada sabía que estaba buscando sus caracoles favoritos a pesar de tener miles de ellos dispersos por toda la casa. Era algo de lo que nunca se aburría. Caminé lentamente acercándome hasta ella y dejé mi cabello suelto para que se mojara con la lluvia. Cuando por fin la alcancé, me senté a su lado. Cam hacía un castillo para un pedazo de alga que había encontrado. Mi nena se entretenía con cualquier cosa. El sol se asomó entre las nubes cuando volvíamos a la casa y me sentí extraña de nuevo. Subimos al muelle y Cam saltaba delante de mí. Cuando me acerqué a la puerta trasera vi algo en el suelo de madera que llamó mi atención. Había huellas, como de botines, grandes botines, y parecían hechas recientemente porque juraría que no estaban allí cuando salimos. Fui directo hacia mi hija y la levanté rápido.

−¡Mami! ¡Quiero quedarme!−, se retorcía tratando de liberarse. −No, nena, vamos adentro−, dije mirando a los lados. −¡No!−, seguía moviéndose. −¡Camile! ¡Dije que no! ¡Vamos adentro, ahora!−, usé mi tono de reprimenda con ella, uno que rara vez usaba. Estaba asustada ahora. Ella se quedó paralizada por la sorpresa. Lamenté eso pero era más importante protegerla en ese momento. Cerré la puerta con el pestillo. Chequé que la puerta de adelante estuviera cerrada también. Subí y comprobé todas las ventanas. No había notado que Cam me seguía con pasitos rápidos por toda la casa. −¿Mami?−, preguntó confundida mientras tironeaba de mis pantalones. −Quieta, nena−, dije mientras tomaba el teléfono. La subí a la mesada de la cocina y marqué el primer número en mi agenda. −Bobby, alguien estuvo en la casa−, dije antes que él siquiera me hablara. −Voy para allá−, colgó. Intenté tranquilizarme para no asustar a Cam y le ofrecí unos lápices de colores con un par de hojas. Eso lograría distraerla. −¿Qué tal si dibujas algo bonito para que papi ponga en su oficina, quieres?−, le propuse. Aceptó de muy buena gana. Encendí un cigarrillo y me acerqué a la pared vidriada que daba hacia afuera, concentrada de nuevo en las marcas en el suelo. Estaban muy cerca de la casa. La puerta de entrada se abrió logrando que me sobresaltara y Bobby me miró con ojos desorbitados. −¿Dónde está?−, estaba tan asustado como yo. −¡Papi!−, Cam gritó desde su silla. −¡Amor! ¿Estás bien?−, dijo acariciando su cabello. −¡Sí!−, contestó ella. Luego me miró por un momento y se acercó un poco más a su padre, como si quisiera decirle algo. −Mami está rara−, le susurró aunque pude escucharla con facilidad. −Sam…−, dijo tirando su portafolios sobre el sillón de la sala. −No fumes dentro de la casa−, habló en voz más baja mientras me quitaba el cigarrillo y lo apagaba en un cenicero cercano. −Lo siento−, contesté nerviosa.

−¿Qué pasó?−, dijo impaciente. −Mira eso−, le dije señalando con la mirada las huellas afuera. −¡¿Qué demonios?!−, abrió la puerta y salió a inspeccionar más de cerca. Lo seguí después de comprobar que Cam canturreaba muy entretenida con su dibujo. −¿Viste algo? −, me preguntó serio. −Nada, pero cuando salimos esta mañana no había nada allí−, hablé bajo para que mi hija no notara nada. −Bien, vamos a llamar a la policía−, se levantó pero lo detuve del brazo antes que entrara. −No Bobby, no quiero inquietar a Cam. Quizás solo era alguien que se equivocó de dirección−, no quería exponer a mi hija a que se sintiera insegura en su propia casa. −¿Pero puedes quedarte con nosotras esta noche? Me sentiría más segura, a menos que eso sea muy inapropiado para Vivian−. −No, me quedaré. No pienso dejarte sola al menos por un par de noches hasta que estemos seguros que no es nada. Vivian sabe que Cam es mi prioridad número uno, se lo explicaré por teléfono−, puso su mano en mi mejilla y besó mi frente. Creo que Cam sabía que algo no andaba bien. Era muy inteligente. De todas maneras estaba fascinada con la idea de que su papi se quedara a dormir con nosotras. Yo solo esperaba que eso no la confunda. Casi pierdo mis esperanzas cuando prácticamente nos obligó a dormir en la habitación principal con ella y su osito en medio de nosotros. Justo como cuando era bebé. −¿Qué piensas?−, pregunté. Bobby tenía a Cam apoyada en su pecho y acariciaba su cabello, pero su mirada estaba perdida en algún punto del techo. −Que es mucha casualidad…−, se giró un poco para mirarme. Me puse de lado para verlo mejor. −¿De qué hablas?−, no entendía a qué se refería. −Dijiste que un hombre preguntó por ti en Boston, ¿qué pasa si te siguió hasta aquí?−, mi corazón casi se detuvo. −¡No! Dijiste que eso no era extraño−, le recordé. Pero también recordé que mis instintos me guiaban hacia esa dirección. −Por eso pienso que es mucha casualidad. Quizás deberíamos llamar al hotel y pedir una descripción del tipo, solo por si acaso−, nuestras voces eran muy bajas pero vi a Cam acurrucarse más en el pecho de su padre. −La recepcionista me dijo que era un hombre alto, de unos sesenta años

aproximadamente, con cabello cano, corto.es todo lo que recuerdo−, comenté. −¿Conoces a alguien así?−, preguntó. −No−, respondí repasando algunos rostros en mi cara. −Bueno, quizás sea como tú dices, alguien equivocado de dirección−, sabía que eso era bastante improbable. Si alguien quería preguntar por la dirección probablemente hubiera golpeado en la puerta de entrada. Ninguno de los dos hablamos más, casi no dormimos esa noche. A la mañana siguiente, Bobby no fue a trabajar. Desayunamos los tres y les propuse un paseo al zoológico. A mi nena le encantaba. Creí que era bueno que los tres pasáramos un tiempo juntos. El zoológico era enorme. Cam caminaba en medio de nosotros con una mano aferrada a cada uno. Ella disfrutaba del paseo despreocupadamente mientras nosotros mirábamos algo más que paranoicos a todos a nuestro alrededor. Nos sentamos en una banqueta mientras Cam le ladraba a una foca. Bobby puso una mano encima de mi rodilla masajeándola despacio, sabía que era una de las cosas que me calmaban. −¿Estás mejor?−, dijo tomando mi mano. −Sí, gracias por quedarte con nosotras−, besé su mejilla. −Ya estaba buscando alguna excusa para que me pidas que duerma contigo−, miró hacia adelante cuando Cam lo llamó. Quería mostrarle como aplaudía al unísono con la foca. −Ya que no me dejas llamar a la policía, voy a hablar con la gente de seguridad privada de la playa y les daré una descripción del tipo. Avisaré que alguien estuvo merodeando en la casa−. −Es buena idea−, apreté más su mano. Noté una sortija chata y plana en su mano izquierda. Levanté su mano hacia mi cara para verla mejor. −¡Wow! Eso va en serio, ¿verdad?−, era una argolla plateada, obviamente de compromiso. Bobby sonrió ante mi observación. −Me la dio anoche cuando fui por mi ropa. Creo que necesitaba que lleve algún tipo de recordatorio, está algo celosa−, hablaba muy rápido, claramente nervioso. −Vivian es genial, ¿sabes? Te mantiene a raya, eso me gusta−, puse mis gafas oscuras encima de mi cabeza para que pudiera ver que mi mirada era sincera. −Sí, más de lo que merezco. Pero ella no eres tú...−, tuvo que frenarse cuando Cam saltó sobre mi falda y atrapó mi cuello con sus bracitos. Sacó las gafas de mi cabeza y las puso en la suya mientras acariciaba mi cabello. Tomó mi cara entre sus manitos y besó mi

nariz. −¡Mi mami es muy bonita!−, Cam acariciaba mi mejilla mientras le hablaba a Bobby. −Casi tan bonita como tú−, Bobby dijo tocando la punta de su nariz. Cam se sonrojó y escondió su cara detrás de su mano soltando una risita. −Tu hija tiene un grave, grave, gravísimo caso de Complejo de Edipo, ¿eres consciente?−, comenté. −¿Quién es Edupo?−, preguntó Cam confundida. Ambos reímos y ella nos acompañó. −¿Tienen hambre niñas?−, Bobby se paró de un salto. −¡Sal-chi-chas, sal-chi-chas!−, Cam comenzó a saltar a su alrededor. Ellos dos comieron sus salchichas y yo una ensalada verde, todavía me sentía muy comprometida con mi faceta vegetariana. Cam comía tanta carne como su padre. Su verdadero padre. Nate y ella fácilmente podrían haberse terminado solos media res. Era sorprendente cuanto se parecían a pesar de no haberse conocido jamás. Cuando regresamos a la casa, Cam ya dormía en los brazos de su padre. El paseo había sido demasiado para ella. Bobby la acostó en su cama para que tomara una siesta y bajó hacia la sala. −Voy a ir a hablar con el guardia−, dijo tomando su chaqueta. −De acuerdo−, dije acompañándolo a la puerta. Los siguientes dos días las cosas habían vuelto prácticamente a la normalidad. Bobby había regresado a dormir a su casa desde la noche anterior, pero eso no parecía molestarle a Cam. Vivian la llevó esa mañana a dar un paseo por el parque, por lo que me tomé mi tiempo para trabajar un poco. Cuando estaba sola, era más propensa a sumirme en el hechizo de Nate. Me recosté sobre un diván que tenía en mi estudio y cerré los ojos un momento. Casi podía sentirlo acostado a mi lado, el calor de su cuerpo junto al mío, la suavidad de sus dedos acariciando mis caderas. Pero no eran sus dedos los que estaban sobre mi cuerpo, eran los míos. De todas maneras me permitía de vez en cuando encontrarme con él en mis fantasías. El teléfono comenzó a sonar pero yo no quería abandonar las cosas donde estaban así que lo ignoré. Si era algo importante, volverían a llamar. No sé en que momento me dormí. En mis sueños, las cosas con Nate fueron más reales. Quise arrojar el maldito teléfono por la ventana cuando empezó a repiquetear de nuevo, despertándome. Me giré con las manos en mis oídos para intentar volver a conciliar el sueño pero ya era muy tarde y el maldito teléfono no dejaba de sonar.

Me levanté fastidiada y tomé el tubo. −Qué−, dije furiosa al tomar el auricular. −Srta. Shaw, lamento molestarla, soy el Teniente Andrews de la policía−, mi corazón se sobresaltó. Cam no estaba en la casa, había estado afuera con algún loco merodeando por ahí. Me afirmé al borde del escritorio cuando sentí que mis rodillas se aflojaban. −¿Qué ocurre?−, dije con la respiración agitada. −Recibimos una llamada de la guardia privada de la playa, vieron a un hombre merodeando en su casa que corresponde con la descripción que dejó el Dr. Bateson, según me informaron−, me explicó con voz calmada. Lo tienen. Bobby tenía razón, aquel hombre misterioso me había estado siguiendo… ¿pero por qué? −¿Lo tienen?−, pregunté para confirmar que estábamos a salvo. −Sí, no quisiera molestarla pero le sugiero que venga a la estación para presentar una queja formal. No tenía identificación encima y se ha negado a hablar. Está detenido por el momento. Sin una queja formal no podremos retenerlo aquí más de veinticuatro horas−, me explicó. −De acuerdo, puedo estar allí en media hora−, mi respiración volvía lentamente a su frecuencia normal. Agradecí que Cam no estuviera en la casa para verme asustada. Marqué el celular de Vivian y ella se ofreció muy amablemente a prolongar un poco el paseo con Cam para darme tiempo de terminar con todo el papeleo. El celular vibró en mi bolsillo mientras conducía hacia la estación de policía. Aparqué a un costado del camino para contestar cuando vi el nombre de Bobby parpadeando en la pantalla. −Bobby, voy camino a la estación. Lo tienen−, dije al teléfono. −Lo siento cariño, estaba en medio de una cirugía y no pude atender el teléfono antes, tengo miles de llamadas perdidas de la estación−, estaba consternado. −Tranquilo Bobby, todo está bien, voy a hacer la denuncia para que no pueda salir de ahí. Cam está con Vivian así que no debes preocuparte−, lo tranquilicé. −En media hora puedo estar en la estación contigo−, dijo él. −No, quédate, tus pacientes te necesitan. Te mantendré al tanto, ¿de acuerdo?−, puse el vehículo en marcha. −Ok. Llámame. Te amo−, aún se escuchaba algo preocupado.

−También te amo. Adiós−, colgué. Todo parecía tan extraño. Quién podría querer seguirme y por qué. Yo casi no tenía amigos, y de hecho, ningún enemigo. Pensé que quizás Bobby tenía razón, quizá era algún caso al estilo atracción fatal y el tipo era un loco. Me tranquilizó pensar que al menos ya lo tenían. Entré a la estación y me dirigí directo a la mesa de entrada en donde una mujer policía discutía sobre los beneficios de la terapia reiki con una de sus compañeras. −Disculpe, oficial−, la mujer se volteó a verme. −Mi nombre es Sam Shaw. Creo que el Teniente Andrews me espera−, no me gustaba estar en la estación. Cuando era tan solo una adolescente había tenido que ir demasiadas veces a buscar a Rosario cuando algún policía la detenía por prostitución, ella era bastante escandalosa. −El Teniente la espera−, dijo cruzando el mostrador y mostrándome el camino hacia el pasillo. Ambas caminamos en silencio. Al final del pasillo, detrás de un pesado escritorio de roble, se encontraba un enorme hombre. Algo regordete, con el cabello gris pegado a la cabeza con gomina y un prolijo bigote encima de sus labios. Era algo intimidante pero sus ojos azules eran amables. −Srta. Shaw, estaba esperándola, pase por favor−, dijo agitando un brazo en mi dirección. Me acerqué al escritorio y se levantó para estrechar mi mano. −El Teniente Andrews, supongo−, dije nerviosa. −Claro, claro−. Señaló la silla indicándome que tomara asiento. −Bueno, déjeme ver−, dijo revolviendo los papeles en su escritorio. −Aquí está, un hombre merodeando en su patio con la descripción que su marido nos dio−, no lo corregí sobre mi estado civil porque estaba más interesada en lo que tenía sobre aquel misterioso hombre. Se reclinó un poco en su silla y su mirada demostraba intriga. −Creo que puede tener algún tipo de afección mental pero no podremos decirlo hasta que lo examine un experto. Se niega a hablar. No tiene antecedentes, ni siquiera tenemos sus huellas en el sistema−, se acomodó en su silla. −¿Puedo verlo?−, ya no estaba asustada, estaba más bien curiosa. Necesitaba saber quien era él. −Claro. Sígame por favor−, salió de la oficina y me indicó el camino. Atravesamos otro pasillo demasiado angosto. Había dos puertas casi al final. Sala de interrogatorios. Solo personal autorizado, rezaba un cartel encima de una de las puertas. El Teniente se detuvo frente a la contigua y la abrió para mí. El cuarto era pequeño. Un oficial estaba sentado en una de las sillas con los pies

apoyados contra una saliente en la pared mientras engullía una rosquilla. Se enderezó rápidamente apenas nos vio entrar. −¿Algún cambio oficial?−, dijo el Teniente Andrews después de aclararse la garganta en un claro gesto de reproche. −Nada, Teniente−, contestó el oficial enderezándose más. Estaba tan perdida en la escena que no había notado el espejo falso al frente del oficial. −Bueno, ¿lo reconoce?−, dijo el Teniente señalando hacia la habitación contigua. La habitación era apenas más grande que esta. Estaba casi vacía si no fuera por la pequeña mesa y la silla en la que aquel misterioso hombre estaba sentado. Tuve que cubrir mi boca con mi mano para no gritar. Estaba algo cambiado, pero estaba segura. Era él. Era Mike. Golpeé el vidrio con mis manos pero él no cambió de postura, ni siquiera se movió. Se veía destruido, tenía grandes ojeras debajo de sus ojos. Se había cortado el hermoso cabello que antes solía caer como cascada sobre sus hombros. Estaba segura que debía haber escuchado el golpe en el vidrio aunque no hizo un solo movimiento. −¿Lo conoce?−, casi había olvidado a los hombres que estaban conmigo allí. Me giré para verlos pero no pude detener mi cuerpo, ni contestarles. Salí de la habitación como un rayo y me paré frente a la puerta contigua. Giré la manija pero estaba cerrada. Comencé a golpearla con mi hombro y era inútil. −¡Tranquila, Srta.!−, dijo el oficial detrás de mí. Lo ignoré y tomé al Teniente de la camisa. −Sáquelo de ahí. ¡Ahora!−, le ordené desesperada. Dudó por un momento pero luego extendió su mano hacia el oficial y este puso un juego de llaves en su palma. Puso la llave en la cerradura y giró dos veces antes de abrir la puerta. Mi corazón daba saltos, sentía que casi se salía de mi pecho. El Teniente me hizo una seña con las manos para que entrara pero mis piernas se negaban a responder. Tuve que respirar muy profundo antes de cruzar el umbral. Entré lentamente, dubitativa, y Mike levantó su mirada hacia mí. Era el reencuentro que nunca había ni siquiera imaginado. Casi cinco años habían pasado pero seguía siendo aquel hombre majestuoso que conocí. El tiempo no había traicionado sus hermosas facciones, aunque pude ver rastros de tristeza en sus ojos azabache. Seguía considerándolo mi amigo, mi padre, pese a todo lo que había ocurrido la última vez. Me acerqué muy lentamente, sin poder prever cuál sería su reacción. La última vez que lo había visto había sido tan duro conmigo. Aunque si estaba aquí era porque necesitaba verme y yo estaba aquí por él. Su mirada era blanda. Nos estudiábamos en silencio.

−Sam…−, una lágrima se escapó rodando por su mejilla. Mi cuerpo parecía moverse solo cuando me arrojé a sus pies desesperada por su abrazo. Él se sobresaltó un poco cuando apoyé mi cabeza en sus rodillas entre sollozos pero acarició mi cabello. Era una buena señal. Me incorporé un poco, todavía de rodillas, y lo abracé con más fuerza aún. Fue un abrazo prolongado y correspondido. −Mike, eres tú...−, dije todavía incrédula, mientras tomaba su rostro entre mis manos y comprobaba su mirada. −Lo siento Sam, no quería asustarte−, dijo apenado. No parecía molesto, solo apenado. −¿Por qué no hablaste conmigo? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué te fuiste de la aldea? ¿Él está bien?−, tenía tantas preguntas que hacerle. Me estrechó de nuevo sin responder a ninguna de ellas. El Teniente y el oficial miraban confundidos. −¿Puede explicarnos, Srta. Shaw?−, dijo el Teniente Andrews. −Es mi padre−, dije acariciando su mejilla. Ellos se miraban aún más confundidos que antes. Una sonrisa se dibujó en los labios de Mike. −Lo llevo a casa. Lamento esto−, me disculpé con ellos mientras me incorporaba. Ni siquiera esperé su respuesta, me puse de pie frente a Mike y lo tomé de la mano. Se levantó y caminamos afuera sin mirar a nadie. Estaba desorientada todavía pero las voces no se escuchaban como ecos así que entendí que no estaba soñando. Abrí la puerta del coche y Mike se subió a mi lado. Tomó mi mano y la apreté. −Tengo muchas cosas que contarte Sam, necesitaba verte. Lamento lo que…−, estaba intentando darme explicaciones. −¡Shh! Ya tendremos tiempo para eso. También tengo que contarte algunas cosas−, dije. Pensé instantáneamente en Camile. Bobby, recordé que había prometido llamarlo. −¿Me das un minuto?−, pregunté con mi mirada clavada en él, temía que si dejaba de verlo se desvanecería tan pronto como había aparecido. Él asintió. Tomé mi móvil y marqué el número. −Cariño, ¿estás bien?−, preguntó Bobby preocupado del otro lado. −Sí…−, dije todavía incrédula. −¡¿Qué pasó?!−, sonaba desesperado. −Tranquilo…−, por un momento pensé que no estaría tan feliz con la noticia como yo. −Voy camino a casa, ¿puedes venir?−, sería mejor que viera por él mismo y explicarle todo

personalmente. −De acuerdo, Cam ya está de vuelta. La llevaré conmigo−, mi corazón se estrujó. Mike no estaba enterado de su nieta. −No, que se quede con Vivian. Te lo explicaré en la casa, ¿de acuerdo?−, seguía concentrada en Mike. −Sam, ¿qué pasa?−, insistió. −Dije que en casa. Adiós−, colgué rápidamente antes que siguiera indagando. Mike llevaba solo un pequeño bolso que el oficial le devolvió antes de irnos. Aparqué en el garaje y entramos a la casa. Miraba todo a su alrededor explorando cada rincón. Se movía confundido. Me imaginaba que era difícil para él haberse manejado solo hasta aquí después de no haber salido nunca de la aldea. Quería preguntarle tantas cosas y al mismo tiempo temía escuchar sus respuestas. Preparé café y nos sentamos en el sofá de la sala. −Mike, no puedo creer que estés aquí...−, dije pasando una mano por su frente. −¿Cómo me encontraste?−, primera pregunta. −Vengo rastreándote hace tiempo, me enteré de la conferencia en Boston y decidí viajar hasta allí. Nadie quiso decirme nada, entonces pensé en hablar con Bobby y busqué su dirección en la guía telefónica−, recordé que Bobby no había cambiado su domicilio, esta seguía siendo su dirección oficial. −Quise acercarme a hablar con él pero no había nadie en casa. Cuando volví por segunda vez, la policía me detuvo−, bajó su mirada. −Lamento eso, Bobby y yo nos asustamos un poco−, dije a modo de disculpas. Asintió. −¿Qué haces aquí, Mike?−, las manos me sudaban bastante y me movía algo nerviosa. −Necesitaba verte, hablarte. Como jefe de la comunidad soy el único autorizado para salir de allí−. Oh, oh. Nate se suponía que era el jefe ahora. Algo había pasado. Algo andaba mal, muy mal. Mi corazón se sobresaltó nuevamente. −Explícame por qué sigues siendo el jefe…−, pregunté con la voz cortada. No estaba segura de querer oír la respuesta. −Se negó a asumir y no pude obligarlo a hacerlo. El Consejo lo apoyó porque consideraron que no estaba en condiciones de cumplir−, restregaba sus manos con fuerza. −A qué te refieres exactamente con que no estaba en condiciones…−, era casi como si siguiera en la sala de interrogatorio. Suspiró y bebió un sorbo de su café antes de continuar. −No ha sido el mismo desde que te fuiste−, me miró para comprobar mi reacción. Yo

sentía como las lágrimas comenzaban a caer. Pasé mis manos por mis mejillas para apartarlas. −No habla con nadie a excepción que el intercambio sea estrictamente necesario, ni siquiera conmigo. Nunca me perdonó por dejarte ir. Es como si fuera un zombi. Duerme casi todo el día, se ha alejado de todos y de todo. Han pasado casi cinco años, Sam.¡Cinco años! ¿Cómo pude permitir esto?−, pude sentir el dolor en sus palabras. −Pero ya no me importa nada, ni el Consejo, ni la aldea, nada−, había determinación en su voz. −Mierda…−, fue todo lo que pude decir tratando de recuperar el aliento. −Estoy perdiendo a mi hijo allí y estoy aquí para hacer mi última movida−, dijo enderezándose. Era el jefe que yo había conocido entonces, pura determinación. −Vengo a pedirte… no… a rogarte que vuelvas conmigo allá. Cometí un terrible error y estoy pagando por ello, pero tengo que intentarlo. Se lo debo−. Ambos éramos pura desazón. El hombre que yo amaba, tanto o más que el primer día, estaba pasándola mal y yo era la culpable por eso. Pero las cosas eran diferentes ahora. Tenía mis propias estrellas por las que velar, Camile y Bobby eran mi familia ahora. −Mike… yo…−, me detuve porque las palabras no salían. Era como estar tironeada por dos amores igualmente fuertes y no podía ver la solución. −Tus sentimientos cambiaron−, asumió. −No, lo amo tanto, que duele cada día−, dije convencida. Esa había sido mi verdad desde la primera noche en que lo vi y ahora podía gritársela a la cara. −Hija, no sé cómo revertir lo que hice, la verdad estuvo frente a mí todo el tiempo y fui tan ciego como para poner unas estúpidas normas por encima de mi hijo. Nunca me podré perdonar por eso. Él te pertenece−. La confusión crecía aún más dentro de mí. Mike me estaba dando vía libre con Nate, algo que nunca hubiera imaginado posible. Todo lo que había estado luchando durante los últimos cinco años para aceptar que nunca más estaría conmigo, parecía inútil ahora. Me puse de pie y fui hacia la cocina a buscar un cigarrillo. Lo encendí mientras intentaba que toda esta nueva información comenzara a procesarse en mi cabeza. Mike no hablaba, me daba mi espacio por un momento. Tenía que pensar en Camile ahora, ella era lo más importante. Pero Nate tenía tanto derecho a saber de su hija como ella misma de conocer a su padre. Después estaba Bobby, que sabía que no soportaría si quiera la idea de estar lejos de la niña que tanto amaba y que era su hija también. Tanto que pensar. −Mike, lo que más quiero hacer es ayudar. Me siento responsable por lo que él está pasando. Pero las cosas han cambiado ahora−, dije retomando la conversación.

−Bobby−, intentó adivinar. Ni siquiera se acercaba. −Entre otras cosas−, le aclaré. Comencé a dudar acerca de decirle de Cam o no. No podía prever su reacción. ¿Qué pasaría si él quisiera llevársela? Después de todo Nate tenía derechos sobre ella, era su padre. −Te lo ruego Sam, piénsalo. Te necesita−, dijo casi con desesperación. −Es complicado, Mike−, empecé a decir. En ese preciso momento escuché la llave siendo introducida en la puerta. Bobby era justo a quien necesitaba en este momento. Alguien que me detuviera de salir corriendo hacia Nate sin pensar con claridad antes. Se detuvo en seco en el recibidor dejando caer las llaves con torpeza sobre la mesada de la cocina. Su mirada fue desde la incertidumbre hacia el enojo pasando por el miedo. Me levanté del sillón haciéndole una seña a Mike para que se quedara sentado. Caminé lentamente hasta Bobby y lo tomé de la mano. −Es el merodeador−, le susurré. −¿Qué hace aquí?−, dijo sin quitarle la mirada de encima a Mike. −Creo que debemos darle la oportunidad para que se explique−, me giré un poco más de espaldas para evitar que Mike pudiera verme y me acerqué un poco a su oído. −No menciones a Mr. Bean, ¿de acuerdo?−. Bobby me miró por un momento y entendió exactamente a qué me refería. −¿Está con Vivian?−, pregunté. Él asintió. −Es mejor así−, agregué. −Bobby−, dijo Mike a modo de saludo, levantándose con la mano extendida. Bobby miró su mano un instante y luego la estrechó. Casi a regañadientes y aplicando un poco más de presión de la necesaria. −Mike−, sus cejas estaban juntas. Los tres nos sentamos en los sillones de la sala. Nos mirábamos intermitentemente. Había demasiado por decir y muy pocas palabras que pudieran ser de utilidad ahora. −¡Diablos!−, gritó Bobby golpeando su rodilla con un puño. −¡Acabemos con esto de una vez! ¿Qué quieres?−, preguntó impaciente. −Vine a hablar con Sam−, contestó Mike con tranquilidad. −Eso es evidente. Quiero saber exactamente qué es lo que quieres de ella−, presionó. −Mi hijo la necesita−, era una conversación demasiado monosilábica. Miraba a ambos hombres adelantarse cada vez más en su asiento, casi desafiándose. −Eso ya lo sabías y no hiciste nada la primera vez−, observó Bobby. Casi podía sentir sus dientes chocando.

−Y nunca me perdonaré por eso−, contestó Mike. Había tantas formas de desazón aquí que no sabía a quien consolar primero. Pero estaba segura que si él estuviera aquí no tendría posibilidad de elección, ya estaría con él. −¿Y ahora crees que puedes venir aquí y voltear toda su vida solo porque cambiaste de opinión? ¿Después de todo lo que ella ha dejado para seguir adelante? ¡No tienes idea de cuánto ha sufrido, de cuánto sufre aún!−, se puso de pie y comenzó a caminar nervioso por la sala. −Creo que todos estamos sufriendo aquí−, comentó Mike. Bobby soltó una risotada irónica. −¡Genial! ¡Ahora deberíamos sentirnos culpables también!−, encendió un cigarrillo. −Bobby, deja de acosarlo−, dije levantándome y pasando mi mano por su espalda. −Estoy intentando estar de tu lado por si no lo has notado−, me dijo furioso. −Lo sé, pero quiero escuchar lo que tiene para decir−, le expliqué. −¿Por qué? ¿Por qué debemos escucharlo? Él no te escuchó cuando quisiste explicarle. Y Nathan tampoco te escuchó… Creo que no tengo que recordarte que casi te golpea la última vez ¿Crees que ha cambiado ahora?−, siempre había querido olvidar ese episodio, ¿pero qué pasaba si Bobby estaba en lo cierto? −¿Cómo que él casi te golpea?−, pregunto Mike. Parecía que no se había enterado de eso. −¡Pues sí! ¡Tu querido hijo! Le dijo cosas espantosas a Sam, no sé por qué poder divino se detuvo un momento antes de golpearla, pero no sé qué hubiera ocurrido de no haber estado ahí. Hasta se atrevió a tocarla sin su consentimiento... ¡Debería haberle roto la cara a ese maldito!−, cerró sus puños con tanta fuerza que pensé que la piel sobre sus nudillos se rompería. −Tranquilo Bobby, ya pasó−, dije pasando mis dedos por sus puños apretados. −Creo que Lila lo protegió en eso. No supe nada de lo que ustedes me cuentan. Lo siento mucho, Sam−, Mike estaba inmóvil en su lugar. −Él no es así pero no quiero excusarlo por eso. Es mi culpa también, debería haber estado con él, escuchar lo que necesitaba−. −¿Qué pasa si te llevas a Sam allí y él reacciona igual? ¿Sabe al menos que estás aquí, Mike?−, Bobby preguntó. −No… No lo sabe, por lo que concierne a la gente en la aldea yo estoy fuera en busca de insumos−, respondió él.

−¿Lo ves?−, me señaló Bobby. Respondí con una mueca. −Mike, ¿por qué piensas que él quiere que vuelva? Estaba muy molesto conmigo la última vez que lo vi, ¿y qué pasara con Lila, además?−, no había olvidado a esa hermosa niña que tanto me había ayudado y que tan enamorada estaba de Nate. −Ellos no se casaron. Lila presentó su caso ante mí y ante el Consejo y nosotros disolvimos ese compromiso. Lila está con Rom ahora−, comentó Mike, eso me hizo suspirar un poco de alivio. −No quiero interponerme entre Bobby y tú tampoco, puedo ver cuanto te ama él−, agregó. −Pues ojalá ella pudiera verlo también−, dijo Bobby sentándose en el sillón. −¿Ustedes no están juntos?−, preguntó Mike confundido. −Por supuesto que lo estamos. Pero no como tú crees−, le contesté. −Sabes que te amo, tonto−, le dije a Bobby sentándome a su lado y apoyando mi cabeza en su hombro. Amaba a mi mejor amigo y al padre de mi hija. −Hemos pasado demasiado juntos como para querer que esté fuera de mi vida−, acaricié su mejilla. −Yo también te amo, princesa... mucho−, Bobby besó mi frente. −Nate y yo estábamos convencidos que ustedes estaban juntos cuando se fueron de la aldea−, dijo Mike. −Y lo estábamos… lo intentamos pero ella nunca dejó de amar a tu hijo. Sigue siendo igual de obstinada que cuando tú la conociste−, podía ver que ahora se estaba relajando un poco. Entendía ahora que ambos estábamos del mismo lado. −Entonces… ¿qué te detiene? Lo amas y él te ama. Estoy seguro de eso. Ya nadie intentará alejarlos más−, Mike solo sabía la mitad de la historia. Todavía le ocultábamos lo de nuestra hija. Bobby y yo nos miramos por un momento tratando de adivinar qué era lo que pensaba el otro. Teníamos que hablar de esto. −Tengo que pensar las cosas con cuidado−, les dije a ambos. −Mike, puedes quedarte con nosotros tanto como quieras. Prepararé mi estudio para que te acomodes ahí−. −Mañana debo estar de camino a casa. Ellos empezarán a sospechar algo, ya hace cinco días que me ausenté−, comentó. −De acuerdo. Bobby, necesito que me acompañes a dar un paseo. Quiero hablar contigo en privado, ¿puedes?−, pregunté. −¿Tienes que preguntar?−, hizo una mueca. −Tómense su tiempo−, dijo Mike. Antes de irnos, subí las escaleras y cerré la habitación de Cam con llave. Me aseguré

que no hubiera ningún juguete alrededor que delatara la presencia de un niño en la casa. Tenía que hablar primero con Bobby para estar más segura de cuáles serían mis próximos pasos. Fuimos en el coche de Bobby hacia su departamento. Necesitaba tener a Cam en mis brazos para pensar con más claridad. Desde que Bobby se había mudado solo, había ido a su apartamento solo un par de veces. Vivian pasaba casi todos los días allí aunque no se había mudado oficialmente, por lo que evitaba ser entrometida en eso. Recordaba muy bien lo que sentía cuando Nate estaba con Lila y no quería hacerle eso a nadie. Ella era una joven estupenda. Vivian y Cam tomaban leche con galletas cuando entramos al departamento. −¡Mami!−, Cam corrió hacia mí como si hiciera siglos que no me veía. Yo me sentía igual. La levanté en mis brazos y la apreté contra mí. −¡Hola, cariño! ¿Te estás divirtiendo?−, traté de sonar lo más casual posible. −Sí, pero papi no tiene galletas de chocolate, ¿podemos ir a casa?−, se quejó. Vivian sonrió detrás de ella mientras Bobby la saludaba con un beso en los labios. −Hola, Vivian−, me acerqué con Cam en brazos. −Gracias por cuidarla−. −Me encanta estar con ella, Sam. ¿Cómo estás?−, me preguntó amablemente. −He estado mejor−, respondí con sinceridad. −Viv, ¿puedes quedarte con Cam un poco más? Tenemos que discutir un asunto con Sam−, le pidió Bobby. Ella asintió. −¡No! Papi… ¡me prometiste que ibas a jugar conmigo!−, se quejó nuestra hija. −Voy a hablar con tu mami y luego jugaremos contigo, ¿sí?−, acarició su cabeza despeinando su cabello. Cam era muy caprichosa a veces. Se cruzó de brazos cuando la senté en su silla y puso cara de enojada. El apartamento de Bobby era bastante más pequeño que nuestra casa por lo que salimos al balcón para tener un poco más de privacidad. Nos afirmamos en el barandal y ambos suspiramos casi al mismo tiempo. −Duro, ¿cierto?−, dijo encendiendo un cigarrillo y ofreciéndomelo. Yo lo tomé y él encendió otro. −Demasiado. ¿Qué diablos hago ahora?−, necesitaba un consejo, algo de qué tomarme.

−¿Qué quieres hacer?−, me preguntó con tranquilidad. Era una pregunta tan simple, sin embargo creo que desde que vi a Mike de nuevo y me contó todo lo que pasaba, pensé en todas las perspectivas posibles pero nunca en qué era lo que yo realmente deseaba. −Quiero estar con él. Es lo que siempre he querido−, contesté. No quise pensarlo, quise hablar con el corazón. −De acuerdo. ¿Y qué haremos con respecto a Cam?−, su voz seguía siendo tranquila pero sabía que se estaba retorciendo por dentro. −Tú eres su padre, Bobby, no me olvido de eso−, respondí para tranquilizarlo. −Nathan también−, agregó. −Sí, pero tenías razón hace un rato. No sabemos si me quiere de vuelta. Eso es lo que cree Mike que ayudará, pero no lo sé…−, dije dudosa. −Quizás deberías viajar hacia allá con Mike, verlo te hará tener mejor perspectiva de las cosas. Me asusta un poco exponer a Cam a que las rechacen−, sonaba tan calmado que tuve que girarme para comprobar qué demonios era lo que pasaba. Él de verdad estaba considerando la posibilidad que Cam conociera a su padre. −Y si resulta que las cosas están bien, que él me quiere de vuelta, que quiere conocer a Cam… ¿Aceptarías que me la llevara?−, pregunté. −Sabía que esto pasaría algún día, hubiera querido que no sea tan pronto, pero… Solo quiero que mi hija sea feliz, y para que eso pase, su mami también tiene que serlo. No la obligaré a elegir entre Nathan y yo, puede tenernos a ambos, tanto como ella quiera−, dijo reflexivo. Al parecer, venía sopesando esta posibilidad mucho más de lo que yo pensaba. Y ahí estaba, una vez más, apoyándome de la manera correcta y sin una pisca de egoísmo, como siempre lo hacía. Y yo haría lo mismo por él. −Bobby, tú eres parte de la vida de Cam y de la mía de tantas formas que ni siquiera encuentro palabras para ello... tú la trajiste a este mundo, hiciste posible que ella estuviera aquí, me acompañaste en mi momento más duro y la única forma en la que yo siquiera pensaría en la posibilidad de volver a la aldea sería sabiendo que estarás siempre para ella y para mí, y que podrás verla tanto como quieras−, tomé su mano y la puse en mi mejilla. −Ninguna de las dos podemos vivir sin ti…−. −No creas que te librarás de mí tan fácil, voy a noquear a Nathan si no me deja verlas−, dijo con una fingida sonrisa. −Será una de mis condiciones para volver, si no lo noquearé yo misma, te lo prometo−, sonreí. −¡Muero por ver eso!−, me estrechó en un abrazo.

−¿Cómo le diremos a Mike de Cam?−, pregunté. −¡Cierto! Mike…−, se puso serio. −Bien, creo que es buena idea solo llevarla. Ver cómo reacciona, será una anticipación de lo que podría pasar con Nathan−, sugirió. −Me parece buena idea. A ella le gustará tener un abuelo−, por un momento volvió a mi mente la imagen de mi hija jugando en la playa con su padre y con su abuelo. −Vamos…−, dijo extendiendo su mano hacia mí. −Vamos…−. La sonrisa de Cam no tardó en aparecer cuando subimos al auto para volver a casa. El trayecto era de solo unas pocas manzanas pero Bobby decidió que iríamos a comprar esas galletas de chocolate después de todo. Pero al otro lado de la ciudad, para poder adelantarle algo de información a nuestra niña. Cam engullía las galletas y tenía un millón de migajas de chocolate alrededor de la boca, mientras miraba distraída por la ventana. Siempre disfrutaba de los paseos en auto. Bobby y yo nos mirábamos sin saber cómo empezar la conversación. −¿Sabes qué, hija? Tu mami tiene visitas…−, dijo ajustando el espejo retrovisor para poder ver mejor a Cam. Ella parecía estar haciendo un esfuerzo para tragar con más rapidez, con una enorme sonrisa en los labios. −¿Quién?−, preguntó curiosa. −Bueno... en casa está Mike, ¿recuerdas que te hablé de él?−, realmente era una ventaja que ella ya supiera exactamente de quién se trataba. Le había hablado del resto de su familia desde que ella comenzó a hablar y a preguntar. −¡¡Sí!! ¡Tiene pelo gris!−, comentó divertida. −Sí amor, el mismo. ¿Te gustaría conocerlo?−, preguntó Bobby. −¿Él quiere conocerme?−, dijo Cam desmigajando otra galleta. Cómo responder a esa pregunta si Mike ni siquiera sabía de su existencia. Bobby me miró y supe que pensábamos lo mismo. −¿Quieres que le demos una sorpresa? Él no sabe que vas a casa ahora−, me giré en mi asiento para mirar mejor su reacción, sabía que hacer las cosas divertidas para ella funcionaría. −¡¡¡Sí!!!−, saltó en su asiento. −Genial… Tú irás con papi a aparcar el coche lejos para que no lo vea y yo los esperaré en la casa, ¿quieres?−, miré a Bobby esperando que entendiera que eso me daría algo de tiempo para evitar que a Mike le diera un infarto cuando viera a Cam.

Funcionó porque después de decir las palabras mágicas, Bobby me miró por un momento y asintió casi imperceptiblemente. Nos tomamos de la mano esperando que todo funcione, para Cam sobre todo, ella era lo más importante ahora. Respiré muy hondo antes de introducir la llave en la cerradura, volteándome para ver a Bobby y a Cam que todavía seguían en el auto. Cam puso un dedo sobre sus labios ordenándome silencio para no arruinar la sorpresa mientras el auto se alejaba para aparcar a un par de calles. Le respondí con un guiño de ojo. −¿Mike?−, dije atravesando el umbral. Dejé mi bolso en un gancho detrás de la puerta. Todo estaba muy silencioso. −Por aquí−, contestó. Estaba sentado en la escalera, algunos escalones arriba. −Lo siento, ¿me fui por mucho tiempo?−, dije sentándome junto a él. −No querida, está bien−, examinó mi rostro y creo que vio algo ahí. −¿Qué pasa? ¿Has decidido ya?−, dijo con nerviosismo. −Casi… Hemos estado hablando con Bobby sobre algunas cuestiones. De todas maneras, creo que antes de decidir nada hay algunas cosas que debes saber acerca de mí−, tomé sus manos entre las mías. −Te dije antes que las cosas habían cambiado−, dije mirando a sus ojos. −Sí, lo recuerdo. ¿Se trata de eso?−, observó. −Sí, bueno... lo diré de una vez porque no tengo tanto tiempo como quisiera, mira... yo... quiero decir Bobby y yo... tenemos una hija−, le sostuve la mirada estudiando su reacción. Su cuerpo se tensó y casi pude ver cómo sus pupilas se dilataban lentamente. Pero solo fue por un momento. Su rostro se volvió en una máscara de tranquilidad demasiado pronto. −Eso lo cambia todo−, dijo casi con tristeza. −No puedo interferir ahora, ya no puedo convencerte de volver. Pero estoy feliz por ti, de veras… veo como eso te ha cambiado−, a pesar de parecer desesperanzado, había una leve sonrisa en sus labios. Mike era feliz por mí. −Pues, te cambiará a ti también−, dije sin soltar sus manos. Me observó por un momento sin comprender lo que le decía. −Bobby no es su padre biológico... ella cumplirá los cuatro años en dos semanas−. Los ojos de Mike se abrieron como si su presión hubiera aumentado tanto que estos saltarían de sus cuencas, creo que empezaba a entender. −¿Co... cómo…?−, fue todo lo que pudo decir. −Lo supe cuando estuve en el pueblo, antes de volver a la aldea, no quise crear más

problemas así que pensé que lo mejor era irme sin arruinar más las cosas. Mike, necesito que dejemos la conversación para después porque ella probablemente ya esté con Bobby del otro lado de la puerta, ¿quieres conocerla?−, estaba segura que Bobby no podría retener más a mi hija. La conocía demasiado como para saber que ella ya estaría eufórica por darle la sorpresa a su abuelo. Tuve que pasar mi mano fuertemente por la espalda de Mike para intentar que reaccionara, estaba casi catatónico. Estaba algo pálido pero una mueca parecida a una sonrisa comenzó a asomarse en sus labios. Mike asintió cuando le pregunté de nuevo si quería conocerla o no. Ambos nos quedamos sentados en la escalera respirando irregularmente, él porque aún no podía digerir la noticia, y yo porque temía que le diera un ataque allí mismo. La manija de la puerta comenzó a girar casi en cámara lenta. Mike y yo nos pusimos más rígidos aún. Bobby apareció primero pero podía ver a Cam escondida detrás de sus piernas, apretando las manitos alrededor de las rodillas de su padre. −¡Hola, Mike! ¿Qué hay?−, dijo Bobby casualmente. Mike le respondió levantando una mano mientras intentaba espiar detrás de sus piernas. −¡Sorpresa!−, Cam saltó. Su piecito tropezó con el borde de una alfombra y cayó al piso aplastando la galleta de chocolate en su mano. Se puso de pie rápidamente y sacudió sus jeans. Su boca seguía cubierta de migajas y se veía como la niña más hermosa del mundo. Se sacudió las rodillas y acomodó su pelo torpemente. −Me caí−, dijo mostrándome sus manos llenas de chocolate. Mike estaba atónito. −¡Hola, abuelo! ¿Te sorprendí?−, dijo con una hermosa sonrisa, era como si estuviera hablando con alguien que siempre había conocido. −Mike, ella es Camile. Tu nieta−, dije cuando me puse de pie para sacudir la mano de mi hija. −Está bien cariño, no hay daños−, alisé su camiseta. Mike seguía sin reaccionar, así que Cam se acercó a Bobby y lo tomó de la mano algo asustada. −Mike...−, me agaché junto a él y puse mi mano en su mejilla. −Está bien−, me miró y asintió levemente. −Ven aquí, cariño−, le hice una seña a Cam para que se acercara. Ella lo hizo tímidamente, quitando las migajas de su rostro. A veces parecía toda una adulta. Le extendió la mano a Mike para saludarlo. −Me llamo Cam... Camile−, dijo ella. Mike tomó su mano tan delicadamente que parecía que estuviera sosteniendo una pompa de jabón. −Como tu abuela−, dijo casi en un susurro. Sus ojos brillaban de emoción. Sabía que él estaba perdido en esos ojos, sus ojos, los ojos de Nate. Cam miró hacia su mano entrelazada en la de Mike y se giró hacia mí con una sonrisa de entusiasmo en el rostro. Casi saltaba de alegría.

−¡Mira mami!, ¡somos iguales!−, su entusiasmo se debía al color de su piel. Exactamente iguales. −Lo sé, amor… ¿y qué me dices de sus ojos?−, pasé un brazo detrás de los hombros de Mike que ya parecía empezar a aflojarse. Ella puso sus pequeñas manos en el rostro de su abuelo y casi apoyó su frente en la de él. −¡¡¡Sí!!! ¡Cómo los míos!−, su carita de sorpresa era abrumadora. Era feliz, y Mike también, era evidente. Todo había salido bien. Mike no tardó en caer bajo los encantos de Cam que tampoco parecía resistirse demasiado. Él casi ni hablaba, pero escuchaba todo lo que ella decía. Mientras, Bobby y yo deliberábamos algunos detalles de mi decisión. Era imposible no ver la tristeza y la incertidumbre en los ojos de Bobby. Sabía que estaba aterrorizado y por eso debía ajustar algunas de mis condiciones para volver. Creo que estaba en posición de negociar ahora y hasta de exigir, y me aprovecharía de eso. El día ya casi llegaba a su fin, había sido realmente intenso. Cam comenzaba a bostezar, ya era hora que ella se fuera a la cama y los adultos pasáramos a lo serio. −Bueno amor, es hora de ir a la cama−, la levanté de su silla y ella cerró sus brazos alrededor de mi cuello. −Mike… ¿te gustan los cuentos?−, le preguntó levantando su cabeza por encima de mi hombro. −¡Claro!−, respondió Mike con entusiasmo. −Mami, ¿le cuentas el de la luna?−, preguntó. Bobby se revolvió un poco en su asiento. −De acuerdo, podemos escucharla todos, ¿quieres?−, le contesté. Mike ya comenzaba a seguirnos escaleras arriba. −Bobby, ¿no vienes?−, pregunté. −No Sam, tengo que hacer una llamada… que descanses, cariño−, dijo aventando un beso al aire. Cam hizo ademán de atraparlo y le dedicó una sonrisa mezclada con un enorme bostezo, estaba agotada. Quería mantener las cosas lo más estables para ella, a pesar del gran cambio de tener un abuelo ahora, por lo que seguimos la rutina de cada noche. La ayudé con su pijama y la arropé en la cama con su osito a un lado. Mike se sentó en una silla a un lado de la cama, el lugar que por lo general ocupaba Bobby cuando no se acostaba junto a Cam. Me senté en el piso junto a la cama y acomodé el cabello de mi hija. −¿Quieres contarle a Mike por qué eres la niña más afortunada del mundo?−, dije. Tenía que darle una idea de cuánto sabía ella, anticipándome a la conversación de más tarde.

−¡Aja!−, contestó ella girándose un poco hacia su abuelo que la miraba como si estuviera viendo a un ángel. −Hay niños que no tienen ni papi ni mami pero yo tengo dos papis… Bobby y Nate−, dijo ella como si fuera lo más natural del mundo, me sentí orgullosa del trabajo que había hecho contándoselo todo. Mike abrió los ojos como platos por la sorpresa. −¿Quieres escuchar la historia, Mike?−, dije entornando los ojos para dejar en claro que no era una invitación sino una necesidad. Asintió con los ojos húmedos pero podía ver que intentaba mantener la compostura. Cam suspiró muy profundo antes de comenzar a hablar, casi con la solemnidad conferida por generaciones de sabiduría corriendo por sus propias venas. −Mi mami amó a mi papi desde que lo vio, igual que a mí−, dijo dirigiéndose a mí. −No... te amo mucho más a ti−, puse un dedo sobre su nariz. −¡Shh! ¡No terminé!−, me reprendió. Levanté la mano en señal de disculpas y ella se propuso continuar con la historia. −Él era como luna y ella como el sol, pero no podían estar juntos porque la luna tiene muchas estrellas que cuidar. Papi Nate me quiere y si yo lo quiero ver, solo tengo que mirar por la ventana. Él está afuera…−, dijo apuntando con su dedito hacia la ventana. −Es una linda historia, pequeña…−, dijo Mike con la voz casi quebrada. Cam se durmió a los pocos minutos, no antes que le contara otro cuento, por supuesto. Casi tuve que sacar a Mike a rastras de la habitación, tenía cierta dificultad en separarse de ella, igual que el resto de nosotros. Lo llevé a mi estudio sabiendo que tendría muchas preguntas que hacerme ahora, al igual que tenía que hacérselas a él. Nos sentamos en el diván. −Ella es maravillosa−, dijo dejándose caer sobre sus espaldas. −Tan parecida a Nate−. −Sí, es cierto. ¿Ahora entiendes a qué me refería? Hay muchas cosas que resolver antes de decidir volver, ya no estoy sola−, le expliqué. Se giró con preocupación en la mirada. −¿Por qué no te quedaste en la aldea? ¿Por qué no luchaste?−, preguntó. −Lo hice, lo mejor que pude. Cam es mi lucha. Cuando supe que tendría un bebé, me convencí que ella era lo más importante. Y a decir verdad tenía temor de qué podría pasar cuando ustedes lo supieran. Mi lucha solo consistía en protegerla a ella−, intentaba explicarle. −¿Protegerla? ¿De nosotros?−, había algo de reproche en su voz.

−No, de mí. Yo estaba muy débil en ese entonces y tenía que irme, recuperarme para ella. Fue un milagro que apareciera de repente en mi vida. Aún no lo entiendo.−, recordaba muy bien aquellos días tan penosos. −¿No pensaste en que también nosotros teníamos derecho a saber de ella?−, ahora sí era un reclamo sin tapujos. −Ella sabe de ustedes−, le respondí en seco. −No es eso a lo que me refiero. ¿Y si ella quisiera conocer a su padre?−, ahora me sentía como si yo estuviera siendo sometida al interrogatorio, eso me molestó. −De hecho, no ha presentado esa inquietud. Ella tiene padre−, dibujé una mueca en mi boca, casi enfrentándolo. −AÚN no ha presentado esa inquietud. ¿Y si cuando crezca decidiera que quiere conocerlo? ¿Qué harías?−, claramente esto viraba hacia una discusión. Procuré respirar hondo antes de contestar. −La dejaría hacerlo. La llevaría yo misma. Cosa que no creo que tú hicieras de estar en mi lugar. Jamás la retendría contra su voluntad, como tú y tu gente hacen con sus hijos−, me levanté furiosa. Esto era lo que tanto temía, de lo que protegía a mi hija. Tuve una revelación en ese momento. No quería que ella perdiera sus oportunidades, no importa si eso me costaba no tener que volver con Nate jamás. Mike me observó perplejo, creo que no sabía como rebatir mi argumento. −¡Mírate, Mike! Eres un hombre adulto y tienes que mentir y esconderte para poder salir de la aldea, cada vez se parece más a una prisión, ¿no crees?−, agregué. −Es nuestra forma de proteger a los nuestros−, dijo. Pero parecía estar repitiendo un mantra, pude ver una chispa de duda en su mirada y tenía que aprovechar eso. −Pues fíjate que bien ha salido tu protección. Creo que tienes pruebas suficientes de que no puedes mantener a la gente allí solo con amenazas. No funcionó con Nate. Tomaste todas las decisiones equivocadas para él, quizás deberías haberlo dejado pensar por él mismo, confiar en él. Pero no lo hiciste−, era dura pero quería hacerlo, escupirle la verdad en su cara. −¿Qué querías que hiciera? Las cosas han sido siempre así−, dijo con la mirada perdida. −¿Qué quería que hicieras? ¡Todo! Eres el líder de esa comunidad y para tu información las cosas cambian, evolucionan−, me parecía lo más lógico del mundo. −No sé cómo hacerlo−, creo que comenzaba a darse cuenta que las normas que tanto había defendido estaban destruyendo todo.

−Pues yo sí−, dije tomando mi lugar a su lado. −Ya tomé mi decisión−, agregué convencida.

RECUPERÁNDOTE Los tres nos sentamos en la mesa del comedor. Yo en la punta, Mike a mi izquierda y Bobby a mi derecha. Encendí un cigarrillo antes de comenzar a hablar. Ellos estaban expectantes. −Bien… ahora que todos estamos al tanto de todo, voy a comunicarles mi decisión−, dije enderezándome en mi silla. −Les voy a pedir a ambos que por ahora se limiten a responder a mis preguntas y luego les diré mi plan, ¿de acuerdo?−, dirigí mi mirada a ambos, que asintieron casi al mismo tiempo conteniendo la respiración. Me estiré un poco hacia el centro de la mesa y atraje un cenicero hacia mí. −Mike, ¿qué posibilidades tengo de ser aceptada como miembro en tu comunidad?−, pregunté. −¡¿Qué?! ¡Sabes que no podrás salir de ahí libremente si haces eso!−, se alarmó Bobby. −Prometiste esperar−, le recordé. Bufó y se cruzó de brazos, claramente en desacuerdo. −¿Puedes responder, Mike?−, insistí. −Solo tienes que pedirlo, allí no son tan fanáticos tuyos pero podemos convencerlos−, precisó. −De acuerdo. Y si yo fuera miembro de tu comunidad tendría los mismos derechos que los otros−, asumí. −Claro−, su rostro se mostraba esperanzado. −Bien… Ahora, ¿por qué el Consejo disolvió el compromiso de Lila y Nate?−, volví a preguntar. Bobby seguía en su asiento de la misma forma pero creo que empezó a entender hacia donde me dirigía, me conocía demasiado. −Bueno, ella presentó su caso y coincidimos en que eso era lo justo… pero no entiendo… ¿Por qué…?−, intentó preguntar. −Ah, ah… esta es una charla unilateral, yo hago las preguntas−, dije para los dos. Él solo asintió. −¿Y por qué no escucharon a Trevor?−, pregunté recordando a aquel muchacho que había tenido que escapar para nunca más volver. −¿Trevor? Él se fue... escapó−, respondió confundido. Vi a Bobby curvar sus labios en una sonrisa. Hilábamos los mismos pensamientos. −O sea que hasta ahora nunca nadie pidió abolir eso de no poder ir y venir de la aldea a gusto, ¿cierto?−, fue una pregunta casi retórica.

−Por supuesto que no−, dijo con los ojos endurecidos. −Bobby, ¿tú podrías quedarte con Cam por unos días si yo me ausentara?−, me giré hacia él. −Ya sabes que sí−, contestó tomando mi mano. −De acuerdo−, respiré hondo. −Esto es lo que haré. Me iré con Mike, sola, sin Cam. Pediré que me acepten como miembro de la aldea y presentaré mi caso frente al Consejo, les pediré que nos den la posibilidad de elegir ir y venir de allí sin inconvenientes−, dije con convencimiento. −¿Por qué querrías irte?−, dijo Mike. −No es en mí en quien estoy pensando…−, estreché más la mano de Bobby y me sonrió. −Quiero que Bobby y Cam puedan estar juntos tanto como quieran, tanto si él quiere visitarla como si ella quiere venir a verlo−, dije intentado dejar en claro que ese no era un punto que pudiera negociarse. −¿Y qué pasará si no funciona? ¿Si te dan una negativa?−, dijo Mike consternado. −Me iré y no volveré jamás−, dispuse con seriedad. −¿Y Nate?−, preguntó. −No lo veré hasta que haya solucionado el asunto con el Consejo, no quiero lastimarlo más−, dije soltando la mano de Bobby. −Tendremos que ver la forma de permanecer oculta hasta entonces−, agregué. −¿Y cómo veré a Cam si las cosas no salen bien? Ella aún es mi nieta−, reprochó Mike. −Seguirás mintiendo para verla o te irás de la aldea. Tendrás que decidir por ti mismo−, era horrible para mí tener que ponerlo en esa encrucijada pero las cosas eran de esa manera. Hacía cinco años yo había tenido que tomar una decisión igual de difícil. −No sé…−, dijo casi hundiéndose en su silla. −Mike−, estiré mis manos y tomé las suyas entre las mías. −Tú deberías entenderme más que nadie. También quieres lo mejor para tu hijo−. −De acuerdo. Puede que tengas razón. Podemos tener una oportunidad. Sé por lo que debes estar pasando y te agradezco que al menos consideres el regresar, no puedo pedirte nada más…−, dijo asintiendo con la cabeza. −Bobby… ¿qué piensas?−, pregunté. −Que eres increíble−, acarició mi mejilla. −Gracias−, susurró.

−También estoy cuidando de mí. No puedo imaginarte fuera de nuestras vidas, ya lo sabes−, apreté su mano aún más sobre mi mejilla. −Entonces… ¿cuándo se irían?−, preguntó Bobby. −También pensé en eso. Mike se ha ausentado lo suficiente de casa y supongo que ya debería volver para evitar que comiencen a hacer preguntas. Quiero tomarme mi tiempo para ajustar algunas cosas aquí y en dos semanas puedo viajar hacia allá−, propuse. −Es cierto, pero apenas conozco a Camile… me gustaría quedarme un poco más−, dijo Mike con tristeza. −Mike, entiende que esto es lo mejor, tomémonos las cosas con calma. Sabes que podrás llamarla cuando quieras−, le prometí. −Además no me gustaría que Nate sospeche nada, te necesita también−. Aunque en este momento trataba de controlar cada uno de mis movimientos, lo único en lo que realmente podía pensar era en volver a tener al hombre de mi vida conmigo. Todo esto era casi como un sueño. Necesitaba asegurarme que estaría bien si las cosas no resultaban como las planeaba. No quería herirlo más, nunca más, por más ganas que tuviera de correr hacia él y decirle que jamás lo había olvidado, que lo amaba tanto o más que el primer día. Bobby se marchó después de nuestra conversación, satisfecho con mi plan. Preparé el diván en mi estudio con algunas mantas y unas almohadas para que Mike pudiera dormir ahí. Yo no conseguiría pegar un ojo esa noche. Salí afuera y me senté en una hamaca que teníamos ahí. Solo a mirar las estrellas y la luna, aquel pobre sustituto que me había inventado para mi hija y por muy estúpido que pareciera, también para mí. −Supongo que todavía te cuesta dormir, pequeña−, Mike se apoyó contra el marco de la puerta de cristal. −Algunas cosas nunca cambian−, dije incorporándome un poco. −Es cierto. ¿Puedo?−, señaló el espacio vacío junto a mí en la hamaca. −Claro−, dije con una sonrisa. Se acomodó a mi lado. −No te molesta, ¿cierto?−, me detuve antes de encender un cigarrillo. −Ya no… de hecho es un aroma muy familiar para mí−, sonrió. −Eso me dijo una vez, Nate… que el olor del tabaco le recordaba a mí. Romántico, ¿no crees?−, era sorprendente poder contarle a alguien un detalle tan pequeño, tan cotidiano. Algo que antes había tenido que guardar en un cajón bajo siete candados. −Es por eso entonces−, sonrió y balanceó un poco la cabeza de lado a lado.

−No entiendo…−, dije confundida. −Ahora fuma casi tanto como tú, la misma marca, no sé como no pude adivinarlo antes−, comentó haciendo girar la etiqueta de cigarrillos en su mano. −Wow, siento eso, no es bueno para nadie−, me lamenté, aunque fue reconfortante pensar que Nate quería conservar algo que le recordara a mí, ¿habría posibilidad de que me perdonara? O quizás simplemente decidió fumar, estúpida de mí en buscarle una explicación más romántica a eso. −Se ha aferrado a todo lo que tenga que ver contigo−, dijo mirando al cielo. Pasó su brazo sobre mis hombros y nos recargamos un poco más en la hamaca. −Cuéntame de él, Mike−, quería estar preparada para saber con qué me encontraría. −Bueno... no ha sido nada fácil. Prácticamente no habló con nadie de lo que pasó cuando te fuiste, ni siquiera conmigo. Traté de hablar con él un par de veces pero siempre me evitaba, aún lo hace−, dijo con pena en su voz. −¿Y Lila?−, dije apoyando mi cabeza en su hombro. −Ella es una buena chica, trató de ayudarlo pero él no quería. Pensé que Roman lo lograría pero no pasó mucho para que también dejara de frecuentar al resto de sus amigos. Ahora cazan juntos, con Ian también, pero no creo que eso lo haya abierto demasiado, sigue igual de ausente que antes−, era duro escuchar todo eso. −La primera noche fue la peor. Me senté fuera de su habitación mientras escuchaba como destruía todo ahí adentro. Ni siquiera lo oí cuando salió por la ventana−, recordó. −Él hacía eso cada noche... salir por la ventana−, dije casi con vergüenza. −¿De veras?−, se giró un poco para verme. −¿Cuánto tiempo estuvieron juntos en realidad?−, preguntó intrigado. −No sé si quieras saber los detalles−, aún me sentía avergonzada de mi comportamiento. −Quiero entender lo de ustedes, todo es un misterio todavía. Nate no me ha contado nada−, quizás era hora de por fin sincerarme con él. Si íbamos a empezar de nuevo, lo mejor era ir con la verdad. −Por favor…−, su voz era suplicante. −Bueno... Lo conocí antes que a ti de hecho−, sonreí. −¿Cómo puede ser?−, dijo sorprendido. −¿Seguro que quieres escucharlo? Conoces demasiado de mi vida como para saber en qué consistían mis relaciones. No sé si estés listo para verme así, o ver a Nate así−, si iba a ser sincera con Mike tendría que contarle algunas cosas que no le resultarían agradables, quizás algo promiscuas de mi parte también. Quería ponerlo sobre aviso.

−Nada me asusta a estas alturas−, sonrió. Ni modo, nada de verdades a medias ahora. Suspiré profundo y comencé a hablar. −Antes de ir a la aldea, pasé por la playa la noche anterior. Pensé que una noche de sexo no lastimaría a nadie, ¿sabes? Sinceramente, no sé lo que ocurrió. No quiero apelar a alguna estupidez como el amor a primera vista porque no me lo creo y además fue mucho más fuerte que eso. Algo más ligado a la necesidad, necesidad de estar con él, no fui la misma desde ese momento. Pero aún así ni siquiera dejé que me dijera su nombre, me fui en la madrugada y lo dejé allí. Imagina mi sorpresa cuando lo encontré en tu cocina al día siguiente...−, no sabía si lo que había en los ojos de Mike era sorpresa o pura desaprobación, pero prefería no adivinar. −Por eso quise irme, pero no pude hacerlo… Como te dije, pura necesidad−. −Amor a primera vista−, suspiró. −¿Cómo pudieron ocultarlo?−, preguntó. −Fue mi idea. Cuando me enteré que estaba comprometido y que sería el líder algún día supe que tendría que irme y lo convencí para que las cosas siguieran su camino, pero no fui lo suficientemente fuerte para mantenerme lejos de él. Nate no quería eso, me insistía para que escapemos y empecemos de nuevo fuera de la aldea... demasiado tentador y demasiado estúpido, también−, aunque me parecía estúpido en ese entonces, tenía que reconocer que esa hubiera sido la mejor decisión para ambos, quizás ahora seríamos felices. −Durante el día fingíamos frente a todos y por las noches... bueno, no creo que de veras quieras tantos detalles−, sonreí. −No, creo que no…−, soltó una carcajada. −Solo puedo imaginar lo difícil que fue−, dijo poniéndose serio nuevamente. −Casi me destruye, pero pasaría por todo de nuevo solo por tenerlo conmigo esas pocas semanas que pasamos juntos… cuando tuve a Cam, todo fue un poco mejor−, dije agradeciendo a mi pequeña. −Casi los destruye a ambos. Por algún tiempo pensé que él te seguiría pero creo que se tragó lo de Bobby−, una mueca apareció en su boca. −A su manera, ambos tomaron la misma decisión, tú no entrometerte entre él y Lila, y Nate no entrometerse entre tú y Bobby−, parecía razonable. −Y solo conseguimos lastimar a todos−, dije con pena. −Ambos hicieron lo que creían correcto−, acarició mi cabeza. −Además no todo estuvo mal. Camile es la niña más hermosa que he visto−, dijo con orgullo. −Sí, siempre pensé en ella como el último regalo que Nate me hizo, por eso lo amo todavía más−, mi hija realmente había sido la razón por la cual seguía en pie, mi pedacito de cielo. −¿Cómo crees que reaccionará? Quiero decir, con Cam−, pregunté casi temerosa.

−Es su hija también Sam, y es imposible no amarla, se sorprenderá. Eso es seguro−, sonrió. −No lo sé… ¿crees que podrá perdonarme por no habérselo contado?−, pregunté. −No sé cómo contestar a eso, vas a tener que averiguarlo por ti misma−, apretó mi mano. −¿Y tú? ¿Me perdonas por eso?−, dije bajando la mirada. −No tengo nada que perdonarte, Sam… soy yo el que debe disculparse por las cosas horribles que hice, lo siento mucho, ¿puedes perdonarme?−, dijo apoyando su mano sobre la mía. −Ya lo hice. Te quiero demasiado como para enfadarme contigo−, dije abrazándolo. Era bueno volver a sentir sus brazos alrededor mío, los brazos de mi padre. −También te quiero muchísimo, pequeña−, besó mi frente. Cuando me acosté esa noche, solo podía pensar en qué le diría al Consejo, en cómo intentaría convencerlos para que nos dejaran vía libre. Tenía que concentrarme y hacerlo bien, era la posibilidad de poder estar con Nate de nuevo lo que estaba en juego y eso me aterraba de verdad. Amagué a tomar mis notas para escribir algunos de los argumentos pero mi cuerpo se sentía muy pesado, estaba agotado. Mis parpados de cemento comenzaron a pesar de nuevo y me dejé ir. No quería abrir los ojos porque la arena húmeda bajo mi piel se sentía como una caricia. La sal flotaba en el aire y hasta el rugir de las olas se oía como una suave música. No recordaba haber ido a la playa. Me senté lentamente cuando abrí los ojos, llevaba puesta mi camiseta negra y la ropa interior, aunque recordaba perfectamente que me había puesto mi camiseta con agujeros anoche. Claro, estoy soñando. Sonreí al ver que la playa de la aldea estaba tal como la recordaba. Me levanté e inspiré aquel aire puro mientras me acercaba a la orilla para mojar mis pies. Me detuve por un momento para admirar como el sol besaba el horizonte tornando todo de un color rosado pálido. De pronto, sentí sus brazos rodeando mi cintura. Sabía que aparecería en cualquier momento así que no me sobresalté. Dejé descansar mi cabeza sobre su pecho y sentí como me apretaba aún más. El roce de su boca en mi oído hizo que me estremeciera. −Te estoy esperando nena, no tardes…−, dijo besando mis cabellos. Me giré para ver su perfecto rostro, sus profundos ojos azabaches, su magnífico cuerpo. Era tal como lo recordaba, congelado en el momento de nuestra forzosa despedida. Puse mis manos sobre sus hombros y me permití acariciarlos. Mi inconsciente era bueno para reproducir como se sentía la suave textura de su piel bajo mis dedos.

Tomé su rostro y posé mis labios temblorosos sobre los suyos. −Te amo...−, le susurré. Una de sus manos bajó por mi espalda y me acercó más hacia su piel en llamas. Sabía que era un sueño, pero era mi sueño, y no lo iba a desperdiciar. Hicimos el amor en nuestra playa. Me dejé inundar por sus besos, el calor abrazador de su aliento en mi boca, el fuego de su piel, quería sentirlo dentro de mí una vez más. −Espérame...−, le dije al oído. −Volveré por ti−. Era un sueño. Era una posibilidad. −¡Adiós, abuelo Mike!−, Cam se arrojó a sus brazos. El avión estaba pronto a salir y Mike debía embarcar. −Te llamaré, querida−, dijo besando su mejilla y devolviéndola al suelo, −nos veremos pronto−. Mike dejó su bolso en el suelo y me abrazó con fuerza por un minuto que pareció eterno. −Te quiero, hija−. −Te quiero, Mike, te llamaré pronto, ¿de acuerdo? Recuerda estar junto al teléfono a la hora indicada. Que tengas buen viaje−, besé su mejilla. Él volvió a abrazarme con la misma intensidad. −Adiós Bobby, ha sido bueno volver a verte. Gracias por todo−, dijo Mike palmeándole la espalda. −Buen viaje, Mike−, estrechó su mano. Lo veíamos subir las escaleras mecánicas mientras Cam agitaba sus manos para saludarlo. Pude ver una lágrima rondar su mejilla, pero la quitó rápidamente. −¡Mike! Cuídalo, ¿sí?−, le grité por encima del murmullo de la gente. Él asintió. De camino a casa pasamos por un local de comidas rápidas para comer algo. Bobby y Cam se hartaron de hamburguesas mientras yo masticaba obedientemente algunas papas con sabor a nada y tomaba una soda dietética. −¿Va a volver el abuelo?−, preguntó Cam mientras untaba una papa frita en la laguna de kétchup en su plato. −Quizás, o podríamos ir a verlo nosotras. ¿Te gustaría?−, pregunté tanteando un poco el terreno. −¿A dónde?−, dijo ella descansando su cabeza en la palma de su mano con el codo apoyado a un lado. −Bueno... vive lejos, pero podríamos viajar hacia allá−, propuse. Bobby permanecía en

su asiento totalmente fuera de la conversación. De hecho, no se esforzaba en ocultar que le tenía molesto. −Buena idea, mami−, dijo ella distraída, manteniendo su concentración en dibujar formas con el kétchup. −Bobby, ¿estás bien?−, dije tomando su mano. Estaba particularmente callado y no era su estilo. Él siempre había manejado las situaciones de angustia mejor que yo, pero ahora sentía que tenía que ser su apoyo, darle la seguridad que él pensaba que se le escapaba en estos momentos. −Sí, solo necesito descansar un poco. Casi no he dormido anoche−, dijo mirando hacia la ventana y evitando mi mirada. −Todo está bien cariño, ya lo verás−, dije poniendo una mano en su mejilla para girar su rostro hacia el mío. En el camino a la casa, continuó casi tan callado como antes. Quería llegar de una vez para poder hablar a solas con él. −Bueno, debo ir a casa con Vivian, luego hablamos−, aun seguía en el coche cuando yo abría la puerta para que Cam pudiera bajar. Tenía las manos firmes sobre el volante casi como si lo estuviera empujando con todas sus fuerzas. −¿Seguro?−, pregunté mientras Cam corría hacia la puerta de la casa. −Adiós, Sam−, puso el auto en marcha y las ruedas se quejaron cuando aceleró. Maldije en cuantos idiomas conocía dentro de mi cabeza. Estaba lastimándolo. A mi mejor amigo, al padre de mi hija, al único que había estado conmigo cuando yo no era más que una piltrafa. Sabía que él tenía miedo y debería encontrar la manera para que las cosas resultaran bien también para él. Había demasiadas cosas que resolver antes de partir hacia la aldea. Cam jugaba en su cuarto cuando fui al estudio para poder pensar tranquila. Además del asunto de Bobby, tenía que resolver la mejor de forma de convencer al Consejo, lo cual ya era demasiado difícil. Dos días pasaron y Bobby no se comunicó con nosotras. Había llamado un par de veces a su móvil pero parecía estar apagado o algo así. Era claro que me estaba evitando. Esa tarde llevé a Cam al jardín de infantes y conduje hacia el hospital, sabiendo que allí lo encontraría. −Sam, ¿cómo estás?−, dijo Vivian cuando me vio en el pasillo. Se notaba algo incómoda. −Hola Viv, quiero ver a Bobby, ¿sabes dónde puedo encontrarlo?−, dije sin rodeos.

Ella miró a ambos lados, más nerviosa aún. −¿Y bien?−, la presioné. −Dale tiempo Sam, no la está pasando bien−, se acercó un poco a mí y me tomó del brazo llevándome hacia afuera. −¡Espera! Déjame hablar con él al menos−, frené en seco y quité su mano de mi brazo. −Está en cirugía ahora, no puedes verlo−, dijo ella fríamente. −¡Perfecto!−, dije con una sonrisa sarcástica. −Voy a esperarlo aquí mismo entonces, tengo toda la tarde−, me apoyé contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho. −Como quieras−, pude oírla maldecir por lo bajo cuando recorrió el pasillo dando enormes trancos. Ya estaba pensando que Bobby nunca saldría. Habían pasado dos horas y nada, pero no pensaba rendirme tan fácil. −Dr. Bateson, se lo requiere en recepción. Dr. Bateson, se lo requiere en recepción −, dijo la recepcionista por el altavoz. Perfecto, era mi oportunidad. Lentamente, me dirigí hacia el pasillo central y me apoyé detrás de una columna para que él no pudiera escapar de mí. Bobby apareció por el pasillo. Se veía cansado y algo enojado. Habló por unos minutos con la recepcionista y ella le acercó unas formas que él firmó casi automáticamente. Caminé hacia donde estaba con determinación. −¿Por qué no contestas mis llamadas?−, dije cuando estuve lo suficientemente cerca para asaltarle por la espalda. −Lo siento. Estoy trabajando ahora, ¿podemos hablar luego?−, no se sobresaltó por lo que supuse que ya se había cruzado con Vivian. −¿Por qué me estás evitando? ¿Qué pasa?−, dije entibiando un poco la voz. La recepcionista parecía estar prestando demasiada atención a nuestro pequeño intercambio de palabras. −Tomemos un café en el bar−, dijo tomándome del brazo mientras me arrastraba por el pasillo. Caminamos en silencio directo hacia la entrada y cruzamos la calle para entrar en un viejo bar que se encontraba justo enfrente del hospital. Nos sentamos en una mesa alejada del resto, en una esquina del salón. La camarera se acercó y pedimos café. −¿Y bien?−, pregunté fastidiada. −No es nada, solo pasaron un par de días. Estoy ocupado−, dijo encendiendo un cigarrillo.

−Siempre has tenido tiempo para ver a Cam sin importar cuánto trabajo había−, le disparé. −Mira… es en ella en quien estoy pensando ahora, así que no me jodas−, dijo con los dientes apretados. Era la primera vez que lo escuchaba tratarme de esa manera y no me gustaba. −Bobby, ¿qué quieres que haga? Dime algo… Si quieres que me quede lo haré pero solo dime qué diablos ocurre−, sentía como mis ojos se llenaban de lágrimas pero las contenía. −Estoy haciendo lo que puedo aquí, lo siento−, me tomó de las manos. −Me estoy poniendo a prueba−, agregó. −¿A prueba? ¿Qué significa eso?−, pregunté. −Es mejor que nos ajustemos a algún tipo de régimen de visitas más estricto. Si en dos semanas las cosas salen como están planeadas, no quiero que Cam sienta mi ausencia de repente, quiero hacerlo gradual, ¿entiendes?−, me explicó. −Y te estás poniendo a prueba para ver si eres capaz de sostenerlo−, asumí. −Algo así−, asintió. Tenía razón, no podía llevarme a Cam de repente y desprenderla de toda su cotidianeidad, y el ver a Bobby a diario no era un detalle. −¿Por qué no me lo dijiste?−, le reclamé. −Porque también necesito abstenerme de otras cosas, no es solo la ausencia de Cam con la que tengo que lidiar−, dijo con tristeza. Adivinaba a qué tipo de abstinencia se refería. −Tienes razón con respecto a lo de Cam, no lo había visto de esa manera... en cuanto a abstenerte de otras cosas, no. Nosotros somos adultos−, le aseguré. −Te equivocas. Si no pude retenerte sin que Nathan estuviera en tu vida solo puedo imaginar lo malo que será cuando estén juntos nuevamente. Además… ni creas que Nathan me lo dejará tan fácil−, dijo con una sonrisa sarcástica. −Bobby, estás empezando a hacerme enfadar de veras. ¿Me crees capaz de prescindir de ti tan fácilmente? ¿Cómo si no fueras nada para mí? Estás siendo un idiota−, encendí un cigarrillo mientras dejaba a un lado el café. −Ahora tendrás a Nathan, ya no me necesitarás como antes−, evitó mi mirada. −No puedo creer esto. Jamás pensé en ti como un sustituto de Nate. ¡Te quiero a ti, Bobby! A mi tonto amigo…−, puse mi mano en su mejilla. −Tanto te quiero y tanta prioridad

te doy que si el maldito Consejo no acepta mi propuesta, me iré de ahí sin mirar atrás−, tuve que tragar saliva antes la sola mención de esa posibilidad. −¿Estás segura?−, preguntó incrédulo. Mi misión era darle seguridad ahora, así que contesté sin reparos. −Hace casi cinco años me hiciste la misma pregunta y te dije que no lo estaba. Ahora, estoy más segura de lo que nunca he estado. Tú eres mi familia y sé exactamente el lugar que ocupas en mi vida y en mi corazón, y nadie… escucha bien… nadie, ni siquiera Nate puede cambiar eso, ¿entiendes?−, sostuve sus manos entre las mías. −Te amo idiota, demasiado−. −Yo también cariño, no podría vivir sin ustedes−, dijo mientras besaba el dorso de mis manos. −Bueno... ya basta de charlas. Tenemos que organizar el cumpleaños de Cam y no pienses que puedes librarte de eso−, ambos sonreímos. −¡Ah! Y deberías ponerle los puntos a esa noviecita tuya, no quería dejarme hablar contigo−, dije con una mueca. −¿Celosa?−, preguntó casi volviendo a ser el mismo. −¡No sabes cuanto!−, le respondí. Nos pusimos de acuerdo en que durante la primera semana Cam estaría cuatro días conmigo y tres con él y con Vivian. A la semana siguiente, intentaríamos alargar un poco el tiempo conmigo, limitando la visita solo al fin de semana para ellos. Después de nuestra pequeña plática, Bobby se sentía bastante más optimista acerca de las perspectivas futuras. Recogí a Cam de la guardería y regresamos a casa. Mientras preparaba la cena miraba el reloj constantemente. Había quedado en llamar a Mike a las ocho y el reloj parecía estar complotado en mi contra, las agujas casi no se movían. Ya quería saber si habían creído la historia de que uno de los pedidos se había atrasado, pero sobre todo quería tener noticias de Nate. Le serví la cena a Cam y tomé el teléfono a la hora señalada. Me senté en la cocina con el teléfono en las manos, temerosa de que fuera otra voz y no la de Mike la que contestara. Respiré profundo y marqué el número que recordaba a la perfección. Sentía los latidos de mi corazón justo en mi garganta mientras oía el tono de espera. Al segundo pulso, escuché que alguien levantaba el tubo. −Hola−, dijo Mike del otro lado y por fin pude respirar de nuevo. −Mike… ¿cómo estás?−, dije con un hilo de voz. −Muy bien, todo está bien por aquí−, era la señal. Se habían creído la historia de la tardanza del pedido.

−Que bueno cariño, todo está muy bien aquí también. ¿Cómo está él?−, pregunté. −Nada ha cambiado mucho desde que me fui−, contestó de forma casual. −De acuerdo. Te llamaré el sábado a la misma hora, asegúrate de estar en tu puesto−, le pedí. −Como acordamos−, era extraño tener que hablar con él así. −Voy a poner a Cam al teléfono, para que puedas saludarla. Hablamos pronto. ¡Te quiero!−, me despedí. −Por favor, eso sería estupendo−, contestó. −¡Adiós!−, le dije. −Sí, eso mismo−, claro que no podía despedirse, se supone que hablaba con un solo proveedor. Le pasé el tubo a Cam que comenzó a contarle lo que estaba cenando y como había golpeado a un compañerito de la escuela. Podía imaginarme cómo le contestaba Mike para despistar a Nate. De seguro, estaba a solo unos pasos de allí, hasta podría tomar el teléfono y hablaríamos. Se sentía extraño. La primera semana se fue volando. Ese sábado, Cam cumplía los cuatro años y a pesar de lo mucho que me desagradaba tener que fingir simpatía hacia algunos de los padres, quise celebrarlo con una fiesta en casa. Se acercaba un gran cambio para ella y quería reunir a todos sus amiguitos del jardín de infantes. Ella se lo pasó de maravillas y Bobby supo suplir mis falencias como anfitriona mientras yo me esforzaba por evadir a "Barney", que no dejó de coquetearme y perseguirme por toda la casa. Las comunicaciones telefónicas con Mike siguieron casi a diario. Siempre encontrábamos la hora indicada para hacerlo. Sentía una comezón intensa en el estómago cada vez que levantaba el teléfono para hablar con él. Era confuso porque mi corazón daba saltos por el temor que fuera otra la voz que contestara, pero cuando Mike lo hacía me desilusionaba que no haya habido confusión. Además de mi incontrolable ansiedad, las cosas parecían estar marchando bien. Cam no había expresado malestar por el alejamiento repentino de Bobby. Él se las arreglaba para llamarla varias veces al día y ella disfrutaba de su fin de semana con él como si fuera una fiesta, porque probablemente lo era. E incluso a Vivian le había favorecido el trato, estaba mucho más animada de poder tener a Bobby para ella sola la mayor parte de la semana. Mi insomnio era peor que nunca. Esa noche, abrí una cerveza y llevé un libro conmigo. Me acosté en el sillón de la sala intentando tener una noche tranquila y normal al menos por un día. Todo era silencio perfecto a esa hora por lo que casi me dio un ataque cardiaco cuando el teléfono comenzó a sonar. Eran las dos de la madrugada. Me levanté de prisa y atravesé la sala a toda máquina, llevándome todo por delante. Al tercer timbre, levanté el

tubo con el corazón en la mano. −Hola…−, dije temblorosa. −Sam, soy yo−, dijo Mike del otro lado. −Sabía que estarías levantada−. −¡Mike! ¿Qué pasó?−, me sobresalté. −¡Tranquila! Necesitaba hablar contigo−, contestó. −¡Son las dos de la madrugada! ¡Casi me muero del susto! ¡Mierda!−, le reclamé. −Lo siento, pero Nate acaba de irse a dormir al cobertizo y tengo noticias estupendas−, bajó un poco su voz, como si estuviera diciendo un secreto. −¿Cómo está él?−, pregunté. −Igual, como un zombi. Pero vas a tener que adelantar tu viaje, ¿puedes?−, preguntó. −Dime por qué−, exigí. −Nate, Ian y Roman, salen mañana por la noche a una excursión de caza por la montaña. Les llevará alrededor de tres días por lo que no tendrías que ocultarte si vienes ahora, ¿qué te parece?−, me contó exaltado. Estos últimos diez días habían pasado muy lentamente pero no sé si realmente estaba preparada para esto. −¿Estás ahí?−, dijo Mike sacándome de mis pensamientos. Tenía que ser valiente ahora, Nate me necesitaba. −Tengo que preparar a Cam para que Bobby se quede con ella y mañana después del mediodía puedo ponerme en camino. Conduciré lo más deprisa que pueda, por la noche puedo estar en tu casa−, las palabras se me atropellaban por los nervios y las mariposas en mi estómago estaban más desquiciadas que nunca. −Sam… yo…−, dijo tartamudeando. −Sí, ya lo sé. Soy la mejor. Ahora vete a dormir y mañana espérame con uno de esos maravillosos tecitos que tanto me gustan, ¿quieres?−, dije deteniendo la lágrima que comenzaba a rodar por mi mejilla. −Te quiero cariño, desde mañana no podrás librarte de mí nunca más, ¿de acuerdo? Ahora serás de los nuestros−, dijo con la voz quebrada. −¡Sigue soñando! Desde mañana tú pertenecerás a los míos−, dije volteando su frase. −Prepara al Consejo para la reunión, ¿de acuerdo?−, agregué. −Sí. Nos vemos en unas horas. Intenta dormir que tienes un largo viaje mañana. Te quiero. Adiós−, se despidió.

−Eso intentaré. Adiós−. Sabía que era imposible que conciliara el sueño. Ahora había una posibilidad de que mi final feliz por fin se escribiera y debía concentrarme para no arruinarlo. Cam guardaba algunos de sus juguetes en una mochila mientras yo checaba que todas las ventanas y las puertas estuvieran correctamente cerradas. Tuve que sacudir mis manos varias veces porque temblaban sin control. Revisé mentalmente qué cosas había guardado la noche anterior mirando a mi vieja mochila de viaje que descansaba sobre el sofá. Me alegraba de no haberme desecho de ella. −¿Tienes todo, cariño?−, le pregunté a Cam arrodillándome a su lado. −Sí, mi osito y mis lápices de colores−, dijo con una sonrisa. −Ya guardé el dibujo que le hiciste a tu abuelo. Le gustará mucho−, acaricié su cabello. −¿No puedo ir contigo?−, preguntó con un amoroso puchero en sus labios de corazón. −Solo serán un par de días cariño, papi y tú irán a reunirse conmigo allá, ¿recuerdas? −, acordamos con Bobby que sin importar cuál fuera el veredicto del Consejo, ellos irían a reunirse conmigo al pueblo más cercano a la aldea en una semana. Bobby estaba feliz de poder volver a molestar al conserje malhumorado. −Ajá−, dijo ella. La llave giró en la puerta de entrada y Bobby entró arrojando el llavero en la mesada de la cocina. Se detuvo frente a la puerta, mirándome con una suave sonrisa en su rostro y extendió los brazos hacia mí. Sentí la necesidad de correr hacia él, de hundirme en su pecho. No se limitó para abrazarme lo más fuerte que pudo acariciando mi espalda para tranquilizarme. −Tranquila, mi amor. Todo estará bien−, susurró en mi oído. −Me muero de miedo, Bobby−, dije entre sollozos. Me quedé un momento más en sus brazos mientras intentaba recuperar la cordura. Él acariciaba mi cabello. −Lo harás bien, estarás pronto con él, concéntrate en eso, ¿de acuerdo?−, dijo besando mi frente. −Es cierto−, dije intentando sonreír, aunque no lo conseguí. Soñé los últimos años con este momento y ahora me estaba comportando como una estúpida, tenía demasiado miedo de lo que me encontraría a mi regreso en la aldea. −¿Qué pasa si ya no me quiere, Bobby? No sé si podré soportarlo−, dije con un hilo de voz. Eso me aterraba. Quizá Nate era infeliz ahora, pero eso no quería decir exactamente que me quisiera de vuelta. −Ni siquiera oponiendo la mayor resistencia alguien querría que estés fuera de su vida, y sin duda no él, estoy seguro de eso…−, dijo poniendo sus manos en mis mejillas y

levantando mi rostro para hacerme mirarlo a los ojos. −No eres imparcial, Bobby−, dije con una sonrisa. −Es cierto, pero es todo lo que tengo, lo siento−, dijo besando mi frente nuevamente. −Confío en ti. Será pan comido−. Me tomé unos minutos para dejarle las últimas indicaciones con respecto a Cam, una vez más y dejé mis llaves de la casa para que Vivian también pudiera tener un juego, solo por si acaso. Recorrí todo por última vez. Estaba a punto de salir de mi estudio cuando vi sobre el escritorio un pequeño anotador en el que había escrito algunos de mis argumentos para rebatir frente al Consejo. Me volví a recogerlo pero detuve mi mano a unos pocos centímetros. ¿Qué diablos estoy haciendo? Sé exactamente qué tengo que decir…, pensé para mi misma. Y salí de allí sin mirar atrás. −Voy a patearles el trasero tan duro a esos del Consejo que tendrás que hacerles una cirugía mayor para extirparles mis zapatos de ahí dentro−, dije cuando bajé la escalera dando saltos. Bobby se volteó con una sonrisa en los labios. −Esa es mi chica−, dijo levantándome en el aire. Cam reía como loca de mis maldiciones aunque no entendía nada. Tenía que mejorar mi vocabulario frente a ella. −Esa es la actitud, princesa−. Ambos me acompañaron hacia el garaje, para sacar el coche. Guardé mi mochila en la baulera antes de levantar a Cam en mis brazos. −Te llamo por la noche Cam, pórtate bien y come todo lo que tu papi te diga, ¿sí?−, acomodé su cabello detrás de su oreja y ella me abrazó con fuerza. −Cómprame chocolates−, susurró en mi oído. −Cuenta con eso. Te amo, mi amor−, besé su mejilla dejándola en el piso. −Llámame en cuanto llegues a casa de Mike, estaré esperando−, dijo Bobby antes de estrecharme contra su pecho. −Arregla todo este desastre cuanto antes, sabes que así es como debe ser, como siempre ha sido. Te amo−, posó sus labios dulcemente sobre los míos. −Nos vemos pronto, Bobby. Te amo−, dije devolviéndole el beso de la misma manera. Me subí en el coche y miré a mi familia saludarme con los brazos en alto, sonriendo. Ahora estaba lista para reunirme con el resto de mi familia. Me lancé al camino con algo más que solo miedos, pero guiada por el amor que sentía por Nate.

Iba con las ventanillas bajas gritando canciones de Van Morrison a viva voz, era bastante mala cantando pero al menos no tenía que pensar demasiado. Paré un par de veces en el camino, solo lo suficiente para rellenar el tanque de combustible e ir al baño. La cabina del coche estaba repleta de envoltorios de chocolates y caramelos, los nervios me estaban carcomiendo y necesitaba el exceso de glucosa en mi sistema. Agradecí estar viajando sola así nadie tenía que ver como me desmoronaba con cada kilómetro recorrido. Estaba histérica con cada tramo que avanzaba. Ya era bien entrada la noche cuando pasé delante de la gasolinera en la que desayunamos con Bobby luego de irnos de la aldea la última vez. Decidí que era un buen momento para detenerme. Necesitaba un café. El bar era exactamente el mismo que la última vez, nada había cambiado. Incluso me senté en la misma mesa. La camarera me miró desde la barra mientras secaba algunas copas. No solo me miró, sino que me estudió. Pensé que quizás me había reconocido así que le sonreí y se acercó hacia mi mesa. −¿Puedo tomar su orden, Srta.?−, dijo con una sonrisa. −Claro, sé que sirven unos huevos con tocino excelentes aquí−, le devolví la sonrisa. −Solo servimos el desayuno por la mañana, son las once de la noche−, me miró confundida. ¿Por qué a nadie le gustaba desayunar por la noche? −Lo siento−, se disculpó. −Sí, no importa. Entonces...−, hojeé un poco la carta pero la dejé a un lado. −Tomaré una soda de cola y un cenicero, por favor−. −¡Sabía que la conocía! Estuvo aquí hace un par de años, ¿no?−, sonrió. −Sí, ¡tiene muy buena memoria!−, la elogié. −Cómo podría olvidar a una pareja tan bonita−, escribió la orden en un pequeño trozo de papel, quizás su memoria no era tan buena después de todo. −Y... ¿cómo está su marido?−, seguía siendo igual de entrometida que entonces. −Muy bien, de hecho, con nuestra hija en casa−, le dije. No quería tener que detenerme en explicaciones para una desconocida. −¡Cuánto me alegro! Traeré su orden enseguida−, se dirigió a la barra. Recordé como me sentí la última vez que había estado en ese bar, destrozada, desesperanzada, sin fe en que podía revertir la situación. Y aquí estaba ahora, camino a luchar por mi familia y por el hombre que amaba. La primera vez que fui a la aldea estaba sola. Ahora tenía a toda una familia detrás. Bobby, mi mejor amigo. Mike, mi padre del corazón. Camile, la niña de mis ojos. Y si todo salía bien, a Nate. Dejé unos billetes en la mesa y me levanté antes que la camarera me trajera el pedido.

No quería perder un minuto más, tenía que regresar a casa. Me senté al volante y conduje en silencio. El cartel a la salida de la gasolinera indicaba que estaba a unos ciento ochenta kilómetros del desvió que me llevaría a la aldea. En poco de más de dos horas podría estar allí si me daba prisa. Mi miedo me parecía absurdo ahora y aunque las mariposas en mi estómago se habían transformado en pterodáctilos descomunales rasgándome las entrañas, eso solo aumentaba mi determinación. Vas a casa, nada puede salir mal, repetía como un mantra dentro de mi cabeza. El único ruido que se escuchaba era la presión de las cubiertas contra el polvo y las piedras cuando tomé el camino a la aldea. Mi memoria no le había hecho justicia a los aromas de la naturaleza, a los sonidos del entorno y a la claridad de la luna por estos lugares. Respiré profundamente llenando mis pulmones de la deliciosa esencia. Crucé el viejo puente. Solo cuarenta minutos, intentaba que mi respiración se volviera un poco mas regular. Todo estaba muy oscuro afuera pero no fué muy dificil distinguir el pino alzándose en el claro al final de la curva, iluminado por las suaves luces de la casa de Mike. Todo estaba exactamente como lo recordaba. Justo al lado del pino se levantaba la pequeña casa surcada por las dos enormes ventanas, casi desproporcionadas en comparación, dándome la bienvenida. No tuve que hacer esfuerzo para relajarme cuando una sonrisa familiar me esperaba en el porche de la casa. Mike estaba de pie, afirmado a la pared externa de la casa, solo pude sonreír en respuesta. Apagué el motor y me bajé despacio, sin poder creer lo bien que se sentía estar nuevamente allí. Mike se acercó casi en cámara lenta. −Bienvenida a casa, cariño−, la verdad tan natural de esas palabras me inundó por completo. Puso sus manos alrededor de mi rostro, besó mi frente y luego cada una de mis mejillas. Yo no había notado que estaba llorando hasta que removió una lágrima con su dedo pulgar. Nos fundimos en un abrazo interminable. De nuevo, me permití abrazarlo como supuse que una hija lo haría con su padre. Nos miramos uno al otro cuando nos separamos un poco y comenzamos a reír, casi histéricamente. Era obvio que esto nos tenía nerviosos a ambos. −Creo que deberíamos entrar ya, déjame ir por tu equipaje−, se movió hacia la parte de atrás del coche y sacó mi vieja mochila de la baulera. Cuando entramos a la casa, seguía maravillada con la sensación de familiaridad que todavía me embargaba. Pasé mi mano sobre la vieja mesa del comedor mirando a mi alrededor para comprobar que todo estaba en su sitio. Acaricié el respaldar de una silla y me giré un poco hacia la cocina. Caminé un poco más y pasé mis dedos sobre la mesada antes de recargarme sobre ella. Inspiré profundo para saborear los olores de ese hogar que tanto había extrañado. Cerré un poco los ojos para intensificar la sensación y una leve sonrisa se dibujó en mi boca.

Cuando abrí los ojos, Mike estaba frente a mí con una mueca extraña en su rostro. Quizá me estaba comportando algo extraña. Encogí un poco mis hombros. −Es como un sueño Mike, no puedo creer que estoy aquí−, dije suspirando. −Todo está.igual−, sonreí. −No, todo ha cambiado ahora−, dijo tomando mi mano. −Y no es un sueño, te lo aseguro−, sonrió. Mientras me tomaba unos minutos para hablar con Bobby y contarle sobre mi viaje, Mike ya me tendía una taza de té humeante. Reconocí la fragancia sin esfuerzo, menta y algo más que todavía no lograba identificar. Nos sentamos a la mesa mirándonos uno al otro, sonriendo ocasionalmente. Era extraño estar nuevamente aquí, en esta cocina. Solté mi pelo y me quite los zapatos para recoger mis pies sobre la silla y relajarme un poco. −¿Hace mucho que se fueron?−, dije mirando por encima de la taza. −Hace un par de horas, para este entonces deben estar bien adentrados en el bosque, no tenemos de qué preocuparnos−, me tranquilizó. −Ahora debes preocuparte por descansar, mañana al atardecer tienes una cita con el Consejo−, sonrió despreocupado. −¿Y tú piensas que no tengo nada de qué preocuparme? No podré pegar un ojo, así que… tú tampoco, voy a distraerte por un rato. Hay muchas cosas que quiero preguntarte ahora que por fin estamos solos−, le dije. No quería preguntar demasiado frente a Bobby para no dejarle ver mis inseguridades pero había venido considerando algunas cosas que me tenían preocupada. Mi miedo escénico era la peor de ellas. −Hablemos....−, Mike se reclinó un poco en su silla, expectante. −Sabes que no soy muy amante de enfrentar audiencias y menos aún si son hostiles. Dime la verdad, por favor, quiero saber a qué me estoy enfrentando aquí−, agregué tragando ruidosamente. −Bueno…−, se acomodó un poco hacia adelante poniendo sus codos sobre la mesa. −No son grandes fanáticos tuyos pero confío en tu encanto−, dijo con una sonrisa. −Entonces me odian−, encendí un cigarrillo. Era bueno saber a qué me enfrentaba, de todos modos esto no se trataba de un concurso de popularidad, sino de encontrar la forma de que me aceptaran como miembro. Ahora, esa posibilidad se veía un poco más remota que esta mañana. −Nadie te odia... creo−, agregó incrédulo. −¡Genial! Muy tranquilizador−, me bufé. −No se ha hablado mucho de ti desde el día que te fuiste, era un tema delicado para

todos−, me explicó. −¡Mejor aún! No solo me odian sino que me convertí en un tema tabú por aquí, realmente estoy rompiendo mi marca con esto−, sonreí nerviosa mientras me levantaba para dejar las tazas en el fregadero. −Sam... Yo tengo la última palabra en esto−, dijo firmemente. −Pero no se trata de eso−, volví a mi lugar en la silla. −Si voy a vivir aquí algún día, me sentiría más cómoda si no tuviera que ocultarme como una criminal−. −No eres una criminal. Y no nos subestimes tanto… dales la oportunidad de escuchar la verdad sobre el asunto y veremos−, dijo tomando mi mano. Parecía confiado. −Mmm...−, es todo lo que pude decir. Quería gritarle que me moría de miedo pero se veía tan seguro que no quise que compartiera mis temores. Lo necesitaba de mi lado en unas horas. −Bueno...−, dijo estirándose. Me dedicó una mueca antes de bostezar. −Bueno...−, dije acomodándome en la silla. −¿Vas a ver el resto de la casa?−, me preguntó poniéndose de pie. Yo seguía inmóvil en mi lugar. Ahora era consciente de lo que me detenía allí. La casa estaba llena de él, de su presencia, de nuestro pasado, pero sobre todo de su presente y no estaba segura de qué me encontraría. −Tienes que dormir, Sam... no puedes quedarte aquí toda la noche−, extendió una mano hacia mí. La tomé temerosa asintiendo levemente y me dejé llevar. Atravesamos el pasillo lentamente directo hacia el escenario de todos mis sueños y de mis peores pesadillas también. Nos detuvimos justo al frente de la puerta cerrada. −Ya no es la misma…−, dijo empujando la puerta. Al entrar, pude ver a qué se refería. No había cama. La ventana en la pared este dejaba entrar la luz de la luna. Entré despacio y aprecié el espacio casi vacío. Todavía había algunos viejos apuntes escolares juntando polvo en la biblioteca. Algunos discos se levantaban sin orden a un costado. El armario donde antes estaba su ropa estaba completamente vacío y con las puertas abiertas. Él ya no estaba aquí, no había rastros suyos, esto formaba parte de su pasado. −Se trasladó al cobertizo−, dijo Mike afirmado contra el umbral de la puerta. −Esto se ha convertido en una especie de depósito ahora−, señaló unas cajas apiladas a un costado. −Así parece−, dije girándome hacia él. Sentía una tensión extraña en todo mi cuerpo. −¿Te importa si voy al cobertizo sola?−, pregunté tímidamente. −Para nada−, señaló el pasillo con una leve sonrisa en sus labios.

Pasé despacio junto a él y atravesé el pasillo justo directo a la cocina para luego salir afuera. El cobertizo seguía siendo el mismo también, pero adentro sería muy diferente ahora. Tomé un respiro antes de correr la pesada puerta. Estaba oscuro, la tenue luz de la luna se colaba por la puerta abierta. Pude ver el contorno de una cama justo en el medio y junto a ella, algo que parecía ser un farol a gas. Saqué el encendedor de mi bolsillo con la respiración agitada y levanté el cristal del farol para encender la mecha. Cuando se hizo la luz, mi corazón casi se detuvo. Era todo Nate, en todo su esplendor. Me senté sobre la cama que antes había estado en su habitación. Estaba desordenada como si él hubiera salido con apuro. Pasé mis manos despacio sobre las sábanas casi escuchando nuevamente el sonido de su respiración constante cuando dormía a mi lado. Había ropa tirada por doquier, un cenicero repleto de colillas de cigarrillo, una vieja radio, y lo más maravilloso de todo... todo olía como él. Ni siquiera lo pensé, mi cuerpo automáticamente se dejó caer sobre la cama. Me giré sobre mi costado aspirando profundamente su fragancia sobre la almohada. Lo sentía tan cerca. Estaba tan cerca. Pasé mis brazos alrededor de la almohada para apretarla más contra mí y algo me distrajo. Debajo de la almohada, había algo. Un pequeño rectángulo, duro y frío, que reconocería aún con los ojos cerrados. Lo saqué despacio y mis ojos se abrieron de par en par. −El lado oculto de Marruecos−, rezaba el título. Era una copia muy maltrecha de mi primer libro. La cubierta estaba casi doblada por la mitad, como si hubiera sido leído un millón de veces. Lo tomé entre mis manos y lo estreché sobre mi pecho con una sonrisa, la esperanza crecía a cada segundo. También me extrañaba, claramente no tanto como yo a él pero sin duda pensaba en mí. No me había olvidado y tenía la prueba que necesitaba justo en mis manos. Necesité un minuto de claridad para no salir disparada de allí a buscarlo en medio de la noche para gritarle cuanto lo amaba, cuanto lo había extrañado, y cuanto sentía todo lo que lo había hecho sufrir. Pero ese breve segundo de claridad llegó cuando el perfecto rostro de mi hija pasó por mi mente como una brisa de aire fresco. Tenía que hacer las cosas bien para ella, atenerme al plan. Me incorporé despacio, casi con dificultad. Sentía que estaba abandonándolo de nuevo, pero no era así. Estaba de vuelta. Por él y para él. Miré todo por última vez antes de volver a la casa. Mike me esperaba afuera del cobertizo. Expectante. −Estoy lista−, dije con seguridad. Era más cierto que nunca, de verdad estaba lista.

−Será un día largo mañana−. −Traeré tus cosas−, dijo dirigiéndose a la casa. −No voy a dormir aquí. Me conformo con tu sofá−, sonreí.−No estoy lista para eso aún−. −De acuerdo. Dormiré en el sillón y tú en mi habitación−, dijo con una mueca. −No vamos a tener esta discusión, ¿verdad?−, tomé su mano mientras caminábamos hacia la casa. Ladeó su cabeza para mirarme con una sonrisa. −Claro que no. Siempre ganas, niña−. −Espero que tengas razón−. Agradecí tanto abrir los ojos y descubrir que no había sido un sueño. El olor de los huevos y el café me despertó. El viaje había sido muy largo y mis músculos se sentían algo tensos. Mike preparaba el desayuno como todas las mañanas y me concedió unos momentos para tomar un baño antes de sentarme a desayunar. Dejé que el agua caliente se derramara sobre mi cuerpo cansado y las imágenes de Nate conmigo allí comenzaron a asaltarme con más intensidad ahora. Cada rincón de la casa guardaba alguna historia, algún recuerdo. Me puse un liviano vestido de algodón y decidí quedarme descalza. −¿Pudiste dormir algo?−, preguntó Mike mientras me servía el café. −Dormí muy bien, de hecho−, le respondí sonriente. −¿A qué hora se supone que tendré que enfrentar a las fieras?−, ironicé. −Justo al atardecer−, respondió. −Entonces tendré que esconderme por todo el día, ¿cierto?−, era una pregunta retórica. Sabía que no podía permitir que todo el mundo me viera hasta esa hora y ya tenía un plan elaborado. Mike no contestó, se limitó a asentir con desgano, algo avergonzado. −No te preocupes, tengo planes−, lo tranquilicé. −¿Y se pueden saber?−, preguntó curioso. −Voy a pasar el día en el bosque−, le comenté. −¿Quieres compañía?−, se ofreció. −Sí, pero no es en ti exactamente en quien estoy pensando, lo siento−, sonreí. Solo había una persona a la que yo sentía que debía ver antes de enfrentar al Consejo.

−No entiendo−, dijo con curiosidad. −Necesito el número de Lila−, pedí decidida. Sabía que ella vivía con Roman. Se habían mudado luego de casarse dos años atrás. −¿Lila? ¿Estás segura?−, parecía preocupado. −¿Vas a darme el número o tendré que aventurarme sola hasta su casa?−, lo amenacé. −De acuerdo... si tú lo quieres así−, se levantó de su silla y se acercó al teléfono. Mi corazón se aceleró un poco mientras ambos aguardábamos. Me puse de pie junto a él. −Hola cariño, es Mike−, dijo con dulzura. −Todo muy bien, ¿y tú?... Cierto, Nate también estaba ansioso por la caza y además le hará bien pasar un tiempo con sus viejos amigos−, yo empezaba a inquietarme y le hacía señas descontroladas a Mike para que se apresurara pero parecía ignorarme. −¡Qué bueno, cariño! Por supuesto que me encantaría cenar con ustedes−, se estaba convirtiendo en una conversación muy trivial y eso me impacientaba más. Pellizqué a Mike en su costado para ver si eso lo apresuraba y saltó un poco. −Te llamaba porque...−, me miró para intentar descifrar qué debía decir y lo alenté a seguir con mis manos porque tampoco estaba segura de qué decir. −Te pondré a alguien al teléfono, ¿sí?−, ¡¿qué?! ¡Estás loco! ¿Quieres que mate a la niña de un susto?, pensé nerviosa. Luchamos un poco cuando me pasó el telefono pero por supuesto que lo deje ganar. Respiré hondo antes de hablar. −Mike, ¿qué pasa? ¿Aún estás ahí?−, recordaba su voz a la perfección, sobre todo cuando mostraba preocupación. Era la única persona que quería ver, solo por si todo salía mal y tuviera que salir huyendo de allí. Tomé valor y contesté con seguridad. −Lila... Soy Sam−, cuando por fin pude decir las palabras me sentí algo aliviada. Se hizo un silencio del otro lado. Quizás no había sido buena idea. −¿Sam? ¿Sam Shaw?−, preguntó incrédula. No supe cómo interpretar su voz. −Sí…−, contesté aparentando seguridad. −No puedo creerlo−, parecía ¿emocionada? −Llegué anoche…−, ¡cielos! Me estaba costando terriblemente mantener esta conversación. ¿Cómo diablos haría más tarde cuando tuviera que enfrentarme al Consejo? −...−, silencio. Mala señal. −Que… ¿Qué haces aquí?−, dijo por fin. −¿Podemos hablar? ¿En persona?−, pregunté demasiado rápido.

−Seguro, puedes venir a mi casa. Mike te indicará el camino−, respondió. −¿Puede ser en otro lado? Podríamos encontrarnos en el sendero que lleva al bosque, el que queda cerca de la casa de....bueno, de la que era la casa de Bobby−, le expliqué. −De acuerdo−, suspiré aliviada. −¿A qué hora?−, preguntó. −Pues, ahora mismo si puedes−, propuse. −En una hora estoy allí. Adiós−. −Adiós−, colgué. −Eso ha sido interesante−, dije mirando a Mike. Me devolvió una mirada de preocupación. −Tengo que hablar con ella Mike, no tienes idea de cuanto me ayudó. Se lo debo−, dije tomando un cigarrillo. −¿Cómo que te ayudó?−, preguntó confundido. −Lila, lo sabía todo. Fue muy comprensiva y además intentó ayudar a Nate cuando lo dejé o al menos lo intentó−. Sin saberlo, ella se había convertido en una especie de amiga para mí. −¡Demonios! ¿Cuántas cosas más me perdí?−, dijo Mike mirando al vacío. −Eso no importa ahora−, lo tranquilicé. Mike fue a cumplir con su agenda del día y yo me encaminé hacia el sendero a un lado de la aldea, mirando sobre mi hombro, escondiéndome en las sombras, por temor a que alguien me viera por allí. Recordaba todo como si nunca me hubiera ido. Encontré con facilidad el sendero que buscaba y me senté en una enorme piedra a un costado. Lila llegaría en cualquier momento. Ensayé un millón de veces en mi cabeza lo que iba a decirle, a pesar que estaba segura que no sabría qué decir cuando finalmente la viera. Todavía no había llegado la hora cuando la vi acercarse con paso seguro hacia mí. Se veía mucho más adulta que como yo la recordaba. Llevaba una blusa holgada y una pollera suelta hasta las rodillas. Su cabello no caía como antes casi hasta su cintura, sino que lo llevaba corto sobre sus hombros, lo cual resaltaba su hermoso rostro. Seguía siendo tan preciosa como siempre. Sus ojos seguían siendo del mismo tono oscuro y brillante, pero tenía una expresión de calma y dicha que me alegró profundamente. Se detuvo frente a mí y me levanté para recibirla. Se veía sorprendida. Traté de esbozar una sonrisa esperando pacientemente su reacción. −¿Por qué tardaste tanto?−, extendió sus brazos hacia mí con una sonrisa de bienvenida. Pude respirar de nuevo y me fundí en su abrazo. −Lila, es tan bueno verte, no sabes cuánto−, le dije al oído.

−Sabía que volverías, estaba segura. Lo de ustedes lo trasciende todo, nunca había visto nada igual−, acariciaba mi cabello. −No sé cómo pedirte perdón por todo lo que ocurrió, Lila. Ni siquiera sé por dónde empezar−, dije tímidamente. −No tienes por qué pedir perdón por nada, las cosas no podrían haber salido mejor para mí, soy feliz Sam… gracias a ti y a Nate pude apostar por lo que quería−. Seguía siendo la misma mujer valiente que había conocido entonces, solo que un millón de veces más feliz, se transparentaba en su mirada. Caminamos por el sendero hasta llegar a la cascada escondida en el bosque mientras me ponía al tanto de cómo era su vida ahora. Estaba profundamente enamorada de Roman, aquel amigo que la había amado en secreto durante toda su vida sin haber tenido el valor de confiárselo. Me hizo sentir orgullosa de Nate cuando me contó cómo se había enfrentado al Consejo para disolver el compromiso. Él había estado dispuesto a cumplir con su promesa de matrimonio pero Lila se lo impidió. Quería tener la opción de ser feliz. −… y entonces mi padre y mi madre estaban desconcertados, pero ya sabes como son… me apoyaron a pesar de todo. La boda fue preciosa−, sus mejillas se ensanchaban con su sonrisa y había un brillo extraño en sus ojos, uno que era familiar para mí. −¿Y sabes qué?−, dijo sonrojándose aún más, −Estoy embarazada, ¡vamos a ser padres!−, dijo abrazándome. −¡Lila! Eso es hermoso... me alegra ver que eres tan feliz, te lo mereces, cariño−, la envidiaba en ese momento por ser capaz de compartir su embarazo con Roman. Debía ser genial tener al hombre que amas a tu lado compartiendo cada minuto, cada cambio en tu cuerpo, cada latido del bebé. −Tú también te mereces ser feliz, lo digo en serio, Sam−, dijo con calidez. −¿Y qué paso con Bobby? ¿Lo sigues viendo?−, esperaba esa pregunta. −Somos muy buenos amigos. Vive en Tampa también, cerca de mi casa. Tratamos de estar juntos por dos años pero ya sabes… no pude olvidar a Nate un solo día y eso era injusto para él−, le expliqué. −Ya veo. Bobby es una buena persona−, agregó. −¿Y ahora? ¿Cómo te sientes? ¿Vas a quedarte o solo vienes a buscarlo?−, dijo intrigada. Lila no parecía tener dudas de que Nate y yo volveríamos a estar juntos, y su esperanza me hizo sentir un poco más segura. −Nate todavía no sabe que estoy aquí, pero no... no voy a pedirle que se vaya conmigo, no quiero hacerle eso a Mike. Vengo a pedir un lugar en la comunidad−, le expliqué. −La reunión de Consejo de esta tarde, ¡por supuesto! ¡¿Cómo no lo vi antes?!−,

parecía hablar para sí misma. −No sé si funcione, la verdad es que dudo mucho que el Consejo esté a mi favor en esto−, casi había dejado catatónico a su próximo líder, por lo que de seguro estaban bastante molestos. −No te preocupes, yo votaré a favor−, espera un momento, ¿de qué me perdí aquí?, me parecía bastante improbable que Lila fuera miembro del Consejo ahora. −¿Cómo votarás por mí? ¿No se supone que solo el Consejo delibera?−, pregunté confundida. −Ellos tienen la última palabra, pero el resto de la aldea puede expresar su opinión libremente, ¿no te lo dijo, Mike?−, el miedo escénico estaba a punto de quebrar mi cordura. −¿El resto de la aldea? ¿Estarán ahí?−, casi grité poniéndome de pie de un salto. −¡Claro! Simon notificó a todo el mundo ayer. Ese es el procedimiento habitual. Las reuniones solo son cerradas cuando hay un tema específico para tratar y no requiere de la participación de la aldea. Si no, todos tenemos oportunidad de participar y te aseguro que nadie faltará−, se paró a mi lado pasando su mano por mi espalda para tranquilizarme. −¡Diablos! No voy a poder hacerlo, Lila−, las lágrimas brotaban sin control de mis ojos de pura rabia. Encendí un cigarrillo con mis manos temblorosas. −¡Por supuesto que podrás! ¡Confía!−, me abrazó. −Espera un momento… Si Simon dio aviso ayer… quiere decir que Roman, Ian y… ¿lo saben?−, dije más nerviosa aún. −Sí−, dijo soltándome de repente, sus ojos se llenaron de desconcierto. −Van a volver esta tarde−. Mi corazón saltaba dando tumbos en el centro de mi pecho y puse mi mano sobre él como si eso evitara que se escapara. Mike no podía haberme ocultado eso. Nate estaría ahí. −¡No! No puedo verlo. No todavía−, alcancé a gesticular. −Acompáñame, tengo que hablar con Mike, ahora−. −Vamos−, dijo tomándome de la mano. Caminamos directo a casa de Mike y ya no me preocupaba quien pudiera verme. Quería asesinarlo. −¡¿Cómo pudiste?! ¡Me mentiste!−, le grité. Él sabía qué sucedería luego de mi encuentro con Lila y estaba esperándome sentado en el sofá cuando entré como una fiera,

con Lila detrás de mí. −Tranquila Sam, no hubieras venido, ¿no es cierto? Te dije que haría lo que fuera por Nate, tenía que intentarlo, lo lamento−, se disculpó. Estaba inmóvil y casi parecía no estar respirando. −¡Eres un…!−, grité con lágrimas en los ojos. −No estoy lista, Mike... no... no puedo−, me dejé caer en una de las sillas. Lila puso su mano sobre mi hombro y le dedicó una mirada furiosa a Mike. −Lo siento, Sam... lo siento−, él se acercó con una mano extendida pero la empujé con fuerza lejos de mí. Me levanté cegada por la furia y tomé las llaves de mi coche antes de salir afuera golpeando la puerta detrás de mí, mientras Lila y Mike intentaban detenerme. Me subí al coche y lo puse en marcha ahogada por el llanto. Apreté el acelerador a fondo. Los neumáticos se quejaron al tomar el camino de tierra. Conduje por un rato, hasta que me topé con el puente. ¿Cómo podía hacerme eso? Estaba poniendo en riesgo la posibilidad de Cam de ver a su padre, mi posibilidad de recuperarlo. No podía enfrentar al Consejo y a Nate al mismo tiempo, no era como lo había planeado. El coche derrapó un poco cuando me detuve junto al camino. Saqué mi móvil y marqué. −Sam, ¿estás bien?−, dijo Bobby del otro lado. −¡No! Mike la cagó, Bobby, de la peor manera−, grité con mi voz quebrada. −¿Qué? ¿Qué pasó?−, dijo preocupado. −¡En la maldita reunión de Consejo! Estarán todos...−, grité. −¿A qué te refieres con todos?−, preguntó impaciente. −¡A Nate! ¡Estará Nate!−, él era mi todo, el único que me importaba. −Voy para allá...−, dijo de repente. Más gente, lo último que necesitaba. −¡No! Tienes que cuidar a Cam ahora, solo ella importa, solo… necesitaba escuchar tu voz−, necesitaba a mi amigo, al hombre que sabía manejar mis ataques de furia como ninguno. −Escucha cariño, estás ahí para eso, para verlo a él. Más tarde o más temprano, es la misma mierda… sé que eres valiente, como nadie que haya conocido jamás. Temeraria, diría yo. Podrás con esto, estoy seguro de eso. Confío en ti−, dijo con su voz calmada. −Quiero matar a Mike−, le dije recuperando un poco la compostura.

−De acuerdo, te ayudaré luego con eso, pero primero lo primero. Quiero que te des un baño y te pongas muy bonita, que fumes uno o.de acuerdo, doscientos cigarrillos… y vete a dar un paseo sola, piensa con cuidado−, me sugirió. Era justo lo que necesitaba, que me dijera cada paso que tenía que dar como si fuera una niñita pequeña. −¿Dónde estás ahora?−, preguntó. −¿No vas a reírte?−, pregunté avergonzada. −No voy a prometerte eso, lo sabes−, dijo con serenidad. −Me escapé. Estoy en el coche, al lado del camino, justo antes del puente−, susurré. −¿Piensas escapar justo ahora? ¿Cuándo estás tan cerca? Déjate de idioteces, ¿quieres? Pega la vuelta, ¡ahora mismo!−, me ordenó. −De acuerdo−, ya estaba más tranquila. −¿Y?, no escucho el motor−, agregó. −Cuando digo ahora mismo, quiero decir justo eso. Voy a acompañarte hasta allí, así que empieza a conducir−, solo pude sonreír. Di la vuelta despacio y empecé a conducir de regreso con el teléfono pegado a mi oreja. Bobby era perfecto para hacerme sentir mejor. Me regañó un par de veces más y me hizo reír de sus tonterías otras tantas. Casi no me di cuenta cuando ya estaba aparcando junto a la casa. −Bueno cariño, ahora ve a tomar ese baño. Puedo acompañarte hasta allí si quieres. No me molestaría eso...−, bromeó. −Muy gracioso. Prefiero hacerlo sola, muchas gracias−, dije volteando mis ojos. −¿Cómo está Cam?−, le pregunté. −En el parque con Vivian, extrañándote, igual que yo. En tres días estaremos contigo, ¿sí?−, me prometió. −Sí, lo sé. La extraño demasiado... quisiera tenerla conmigo ahora, y también a ti−, le dije llorando de nuevo. −Estamos contigo amor, siempre estamos. Entra a la casa y patéale el trasero a Mike por mí, ¿quieres? Llámame cuando el circo del Consejo termine… te amo, no lo olvides−, sabía que no estaba bromeando ahora. −Lo sé Bobby, te llamaré pronto. Gracias por todo−, por amarme a pesar de todo, por cuidar siempre de mí y de Cam, por soportar alentarme cuando sabía que todo lo que quería era que estuviera con él y no aquí, y simplemente por haber sido incondicional conmigo desde el primer momento. −Adelante cariño, te amamos. Adiós−, se despidió.

−Adiós−, dije cortando la llamada. Me bajé del coche y azoté la puerta de mi pobre auto, todavía furiosa. Mike sostenía la puerta de la casa para que entrara. Pasé junto a él y lo fulminé con la mirada, como si creyera que eso podía lastimarlo. Y creo que lo hizo porque desvío su rostro con tristeza. −Sam...−, empezó a decir. Levanté mi mano en su dirección para detenerlo. −Si valoras tu salud, preferiría que evites dirigirte a mí por ahora, estoy demasiado cabreada−, dije con mis dientes apretados. Lila estaba sentada en el sofá y se levantó de prisa cuando entré a la sala. Corrió hacia mí y me dio un abrazo. −Todo saldrá bien−, me susurró. −¿Quieres que me quede contigo?−. Me recordó a aquella tarde en la playa, siempre preocupada porque me sintiera bien. Pero hoy no había nada que ella pudiera hacer al respecto. Acaricié su mejilla y negué con la cabeza antes de besar su frente. Tomé mi mochila y me volví a mirar a Mike que seguía desconcertado junto a la puerta. −¿Te importa si tomo un baño?−, le pregunté solemnemente. −Por... por supuesto. Tómate tu tiempo−, casi tartamudeó. Me lo cobraría luego, ahora tenía que tratar de calmarme. −¡Qué considerado!−, me bufé antes de cruzar el pasillo. Entré al baño y respiré hondo, una y otra vez. Me deslicé por la puerta hasta quedar sentada en el suelo. Recogí mis piernas apretándolas contra mi pecho, extrañando la sensación de estar en una sola pieza. Sentía que me desmoronaba a cada minuto. Me tumbé sobre el suelo y me quedé en posición fetal, llorando mis propios miedos, tratando de recordar por qué cuernos estaba ahí cuando mi vida era tan tranquila hace tan solo un mes. Pero no tuve que pensar demasiado, la verdad me había acompañado cada minuto de esa felicidad cercenada, me faltaba la otra mitad. La herida en carne viva nunca había cerrado y el amor que sentía por Nate me quemaba más que nunca, como si estuvieran echando ácido sobre mi piel. ¡No seas cobarde!, me dije a mí misma. Me levanté con dificultad, quitándome las lágrimas con energía. Observé mi reflejo en el espejo recordando a la niña de quince años que tanto había sufrido, a la adolescente que había sobrevivido a las peligrosas calles de Boston, a la joven enamorada de un imposible, a la zombi en que me había convertido después de dejar la aldea, a la madre devota que era ahora, todas ellas confluyendo en este preciso instante. Un brillo de esperanza apareció en mis ojos y reconocí el destello de vida que traía Nate consigo. Estaba tan cerca de él. Bobby tenía razón, no podía rendirme ahora.

Peiné mi cabello mojado con delicadeza. Tomé un par de jeans y mi camiseta negra de la suerte, la que había usado la primera noche que lo vi. Le devolví una sonrisa a la nueva mujer del otro lado del espejo y salí de allí decidida a enfrentarlo todo, por él y por mi hija. Y por mí. Mike me esperaba recargado sobre la mesada de la cocina, moviendo su pierna nerviosamente. Saqué un cigarrillo y lo encendí, apoyándome a su lado en la mesada. −¿Me pasas eso?−, dije apuntando un cenicero sobre la mesa. Mike lo acercó hasta mí. −Lo siento−, parecía estar a punto de llorar. −Ya es un poco tarde para eso. Dime exactamente qué tengo que esperar y no quiero sorpresas de último momento−, dije fríamente. −De acuerdo. El Consejo se reunirá en el salón que utilizamos para usos múltiples, lo conoces−, por supuesto que lo conocía, era el lugar donde les daban clases a los chicos. −Simon, Samuel, Charly y yo formamos el Consejo, y tenemos la última palabra, coordinaremos la reunión. No quise anticiparles de qué se trataba porque no estaba seguro de cómo podían reaccionar ellos... o Nate. Se les dejará hablar a todos los que pidan la palabra y podrás exponer las razones para lo que pides. Si todo eso falla, si ellos no aceptan, yo tomaré la decisión, haciéndola irrevocable−, dijo con firmeza. −¿Y luego?−, era la parte que más me interesaba. Lo alenté para que siguiera. −Luego… solo luego de que ya seas parte de la comunidad podrás agregar el punto a la discusión−, me explicó. −Bien, ¿también tienes la última palabra en eso?−, pregunté. −Sí−, respondió. Por fin un punto a mi favor. −Pero preferirías que sea la aldea la que aceptara...−, adiviné. −Así es. Todavía soy muy primitivo, Sam, apegado a las normas. Quiero darme una oportunidad de seguir mis principios en esto. Si no queda otra solución, siempre elegiré a mi familia. No soy tan buen líder como ellos lo piensan, soy egoísta−, se lamentó. −Si tomas esa decisión, eres el líder que yo pienso que eres. Jamás pienses lo contrario−, dije tomando su mano. −Gracias, cariño−, apretó mi mano. −Aún sigo furiosa contigo, así que olvida que dije eso−, le sonreí. Seguí el consejo de Bobby y decidí tomar un paseo por los alrededores. Todavía quedaba una hora para el atardecer. Mike iría a tomar su lugar en el Consejo y yo

aparecería luego, cuando todo estuviera listo. No quise preguntarle cuando llegaría Nate o si ya estaba aquí, solo pretendía mantenerme lo más alejada posible de la aldea hasta que la hora llegara. La aldea se veía como si estuviera abandonada. Cuando la hora llegó, caminé despacio hacia el salón. Observé cada una de las casas de los que podrían ser mis vecinos en unos minutos, si no decidían apedrearme hasta la muerte, claro está. Justo en el centro del claro, se alzaba el pequeño edificio. La luz del sol se colaba finamente sobre el horizonte tornándolo todo de un delicioso tono rosado. Podía ver las luces adentro y escuchaba el murmullo de gente. Mucha gente. ¿Estaría ya Nate adentro? Me prometí no mirar alrededor. Solo al frente donde estaría sentado el Consejo. Ya era demasiada presión saber que Nate estaría ahí, pero verlo, de seguro no me dejaría seguir. Me detuve justo al frente de las dos puertas que sellaban la entrada. Tomé una profunda bocanada de aire para luego empujarlas con fuerza. Ya dentro, ocurrieron dos cosas. Primero… silencio sepulcral. Luego… murmullos. Murmullos viniendo de todas partes. Y lo más sonoro de todo, los latidos de mi corazón atronando mis oídos. Había varias filas de sillas con un pequeño pasillo en el centro. Al fondo del salón, se sentaban Charly, Simon, Mike y Samuel. Solo mira al frente, repetí mentalmente. No tenía que contar para saber que había mas de trescientas almas allí. Parecía estar dentro de un panal de abejas. El cotorreo constante de la audiencia era como un zumbido. Mi mirada sucumbió a la tentación por un minuto y vi a varios pares de ojos acusadores directo hacia mí. Apreté el paso para acercarme hacia el fondo de la sala. Charly, Simon y Samuel, estaban atónitos con mi presencia, como si estuvieran viendo un fantasma. Mike miraba a un punto fijo justo a la izquierda de la sala. Sabía exactamente qué, mejor dicho a quién, estaba mirando. Sentí como la electricidad cruzaba por todo mi cuerpo sobresaltándome cuando Mike se puso de pie de un salto. −Quédate dónde estás... déjala hablar−, dijo mirando hacia allí. Nate estaba ahí, podía jurarlo. Luché contra mi cuerpo para no voltearme a verlo y salir corriendo en su dirección.

Mike se acercó hacia mí y por primera vez desde que lo conocía percibí que tenía miedo. Me tomó de la mano acompañándome hasta el centro del recinto y entendí que se acercaba el inicio de la reunión. −Como líder de esta comunidad, yo, Michel Terrance, doy inicio a la Asamblea extraordinaria convocada por el Consejo de la Aldea. Se les dará la palabra cuando sea oportuno−, mis piernas comenzaban a sentirse flojas. −Bienvenida−, dijo Mike dándome un abrazo. Estoy contigo, susurró en mi oído. Luego volvió lentamente a tomar su lugar. −Por expreso pedido de Sam, los motivos que nos convocan hoy han sido mantenidos en privado. Sam, ¿quieres contarnos?−, dijo con calma. Solo podía pensar en cuanto necesitaba un cigarrillo ahora. Traté de recordar cómo carajo hacer para que la voz saliera de mi garganta pero era difícil de conseguir. Respiré lentamente antes de hablar. −Sé que muchos de los que están aquí hoy desearían que no hubiera vuelto y créanme que lo entiendo pero...−, me sentía como una imbécil. No tenía que darle explicaciones a ninguno de los que estaban allí. Excepto a uno. −Lo que quiero decir es… es que…−, busqué las palabras para seguir pero no las encontré. −¡Demonios!−, maldije para mí misma. Me detuve por un minuto buscando el valor que necesitaba. Cerré los ojos y encontré en el fondo de mi corazón lo que estaba buscando. Por mi mente desfilaron imágenes de esos breves instantes que lo habían cambiado todo. El primer beso frente a la playa, las constantes luchas por mantenerlo lejos de mí cuando ya era imposible evadir el amor que sentía por él, cada una de las veces que discutimos, que reímos, que lloramos, que nos amamos como jamás pensé que ocurriría, como pensé que no merecía. Cuando abrí los ojos, estaba lista para hacerlo. Dejé escapar un suspiro y giré para buscarlo entre los presentes. Todos estaban sentados en sus sillas desconcertados. Pero nadie me estaba mirando a mí, todos lo miraban a él. Por un breve segundo, fue como si estuviéramos en la playa de nuevo. Solo nosotros. El azabache profundo de sus ojos me atrapó como tantas otras veces. Mi cuerpo se movió por sí solo atraído por el suyo. Por el amor, el dolor y la pasión que sentía por él. Él también se acercaba hacia mí. El murmullo había cesado dando paso al más absoluto silencio. Nos detuvimos uno frente al otro. Ya no era el jovencito que había conocido, era un hombre ahora. Una incipiente barba

cubría su rostro. Su cabello era más corto, su cuerpo era más fuerte y yo seguía amándolo como el primer momento. No me atrevía a mover un músculo. Después de cinco años de agonía por fin lo tenía a tan solo un latido de corazón de distancia, casi podía sentir su aliento acariciando mi rostro. Levantó su mano lentamente y seguí su trayectoria hasta que se detuvo sobre mi mejilla. Se sentía tan cálida, tan familiar y tan lejana al mismo tiempo, tan mía. −Esto no es cierto−, susurró. No había olvidado su voz pero oírla fue como escuchar la llamada de un ángel. Todo era más real ahora. Asentí con mi cabeza mientras sentía como las lágrimas caían sobre mi rostro. No podía encontrar el camino de mi propia voz. Su rostro era de puro desconcierto y vi algunas lágrimas asomarse en sus ojos. Eso casi rompe con mi resolución. Me apresuré a buscar dentro del bolsillo trasero de mis jeans. El papel estaba arrugado y algo roto. Lo abrí e intenté alisarlo lo más que pude mientras observaba mis movimientos, confundido. Lo puse en su mano y tuve que ponerme en puntas de pie para alcanzar su oído. El calor de su pecho tan cerca del mío hubiera conseguido distraerme, pero no había olvidado al Consejo y a las trescientas personas que nos miraban. Se agachó un poco y su mano sostuvo mi espalda para ayudar a mi equilibrio. Estaba tan cerca que el contacto consiguió estremecerme. −Vengo a cumplir con lo que pediste−, le susurré. Sus ojos se posaron sobre el papel y entendió a lo que me refería. Vuelve a mí, escrito con sus propias manos. No pude cumplir antes con su pedido, pero estaba decidida a cambiar eso. Con un enorme esfuerzo físico, me alejé unos pasos hacia atrás pero su mano tomó la mía con un poco más de presión de la necesaria. No parecía querer soltarme. −Tengo que ir…−, dije mirando hacia donde estaba el Consejo. −No…−, dijo suspirando. −Sí…−, dije con resolución. Sostuvo mi mano unos segundos más para finalmente soltarme con algo de duda. Lo miré una vez más antes de caminar hacia el frente. Mike estaba de pie con los ojos llenos de lágrimas. Lo miré directo a los ojos y asentí levemente para indicarle que todo estaba bien. −Lo siento−, dije mirando el Consejo. Me di la vuelta y encaré a toda la aldea. −Lo siento−, repetí. −Fui una cobarde por irme antes pero estoy aquí para remediar eso, se que no me merezco la consideración de ninguno de ustedes y menos aún la tuya−, dije mirando a Nate, −estoy aquí porque quiero expresar mi deseo de formar parte de esta

comunidad−, agregué sin rodeos. El murmullo no se hizo esperar. Desaprobación, sorpresa, algunas muecas de incredulidad y Nate, aún de pie en el lugar donde lo había dejado con el rostro surcado por la confusión y la sorpresa. Tenía que dejar de mirarlo si quería concentrarme en lo que debía decir frente al Consejo. Samuel parecía molesto aunque más bien curioso. Charly estaba relajado por lo que pensé que quizás Lila ya le había adelantado algo. Simon por su parte, estaba furioso y se removía incómodo en su silla. No podía contar con Mike, estaba demasiado conmocionado con todo. Tenía que hacer algo. −Bueno, ¿entonces?−, dije intentando quitarle solemnidad al momento. Se me daba demasiado mal esperar. −¡Por supuesto que no! ¿Te atreves a volver aquí después de todo lo que has hecho? Nos has mentido a todos, hemos tenido que ver a los Terrance desmoronarse cada día y además te fuiste sin dar la cara. ¿Y ahora pretendes que tan solo demos vuelta la página y lo olvidemos todo? ¿Recibiéndote con los brazos abiertos?−, dijo Simon gritando desde su silla. −Ya le ofrecí mis disculpas a Mike y haré lo mismo con Nathan, no tengo que darte explicaciones a ti. Solo quiero saber cuál es tu voto, eso es todo−, le dije con tranquilidad. −Aquí no hay nada que tratar, ni ningún voto que expresar, no toleraremos tu impertinencia aquí. No tienes respeto por nada−, me increpó. Quería subir hasta allí y arrancarle la cabeza pero eso claramente hubiera empeorado mi situación. −Suficiente Simon, esta no es una decisión que tomarás solo, quiero escuchar qué es lo que tienen que decir todos−, dijo Mike desde su asiento. Todo el recinto quedó de inmediato en silencio. Era de admirar el respeto que infundía en los demás, era un verdadero líder. −¿Samuel?−, miró a su compañero. Samuel era una anciano dulce y sabio. Sabía de su dolor por la partida de Trevor y no podía adivinar cómo se sentía acerca de que yo hubiera decidido volver cuando a su hijo no se lo habían permitido. Estaba serio cuando habló. −Sam… primero voy a darte la bienvenida−, dijo respetuoso. −¿Me permitirías hacerte una pregunta?−, agregó con cautela. −Claro, Samuel−, le respondí. −¿Por qué quieres formar parte de nuestra comunidad?−, había tanto detrás de esa pregunta. La razón principal era Nathan. Pero para poder quedarme yo necesitaría ser miembro de la comunidad y derribar una de sus normas más antiguas con el propósito de que Cam y Bobby pudieran verse tanto como quisieran, como lo había prometido. No podía

decirle eso a Samuel ahora y tampoco podía mentirle. Opté por darle solo una parte de la verdad. −Porque hay personas a las que amo, que viven aquí y quiero quedarme−, respondí sin dudar un instante. −Ellos vivían aquí cuando te fuiste, ¿por qué no lo pediste entonces?−, era bueno en esto. Hacía las preguntas correctas y las más difíciles de contestar. −Porque fui una estúpida−, era la verdad. −Te conozco muy bien, Sam. Si hay algo que no eres, es estúpida. No puedes mentirle a este viejo, dime la verdad−, dijo dulcemente. No me quedaba opción. Era una situación horrible, como en esos sueños en los que vas a dar una conferencia y de repente te das cuenta que no llevas ropa. Me estaban obligando a desnudar mi intimidad frente a todos. −No quería que Nathan se viera obligado a elegir entre su comunidad y yo, pensé que alejarme era la solución pero creo que me equivoqué−, le expliqué. −Es cierto, te equivocaste… Gracias por ser tan sincera. Será un honor para mí que te quedes con nosotros… mi voto es a favor de que se quede−, dijo a la audiencia. Respiré un poco mejor. Aún quedaban dos. −¿Charles?−, dijo Mike. −Entiendo todo por lo que has pasado, lo sé de muy buena fuente. Pusiste lo que creías que era lo mejor por sobre tu propio bienestar y eso me asegura que serás uno de los miembros más valiosos de nuestra comunidad. Tu valor ha inspirado a muchos más de los que crees. Mi voto es a favor de que se quede−, le dijo a la audiencia. −Gracias, Charly−, le agradecí. −¿Qué diablos ocurre con ustedes?−, dijo Simon irritado. −Esta chiquilla engatusó a Nathan y luego arrastró al Dr. Bateson, ¿no recuerdan eso? ¿Qué nos garantiza que no cambiara de opinión dejando todo de nuevo?... no puedo creer esto−, reclamó. −¡Basta ya!−, gritó Nate acercándose hacia donde estaba parada. −No tienes derecho a opinar sobre su vida, no sabes nada. Cállate de una vez o…−. −¿O qué? ¿Qué harás?−, Simon lo retó. −¿Me vas a decir que lo has olvidado todo? ¿Qué estás dispuesto a tomarla de nuevo?−, esto era más que desnudar la intimidad y quise taparme los oídos por miedo a la respuesta de Nate, a cuál sería su decisión. −Ese no es tu problema−, dijo acercándose peligrosamente hacia Simon. Lo tomé del brazo para detenerlo. −¡Simon! ¡Nathan! Basta los dos−, dijo Mike levantándose. −Creo que el voto de Simon ha quedado suficientemente establecido. No es necesario entrar en detalles que no

conciernen a esto. ¿Alguien más tiene algo que decir?−, preguntó a la audiencia. De hecho por su mirada dura parecía ser una pregunta retórica. −De acuerdo. Entonces... antes de dar mi voto, voy a pedirles que quienes estén a favor de recibir a Sam entre nosotros, levanten su mano−, indicó. Vi a Lila saltar de su silla con la mano en alto y tirar del brazo de Roman para que hiciera lo mismo. Una a una, todas las manos del salón comenzaron a alzarse, hasta que por fin, casi todos estaban a favor de que me quedara. Pese a todos los pronósticos y pese a todos mis miedos. Nate estrechó su mano en la mía y alzó la otra. También quería que me quedara. −Creo que no hará falta hacer el conteo−, sentenció Mike. Simon se cruzó de brazos y se hundió en su silla mientras Mike se acercaba hasta mí. −Bienvenida, Sam−, besó mi frente y respiré un poco más aliviada. Solo un poco. Nate también se relajó a mi lado. Rodeó mi rostro con sus manos y quitó una lágrima de mi mejilla. −Lo siento−, dije entre sollozos. −No, no digas nada... estás aquí−, dijo acercando sus labios a los míos. Tuve que ser muy fuerte para alejarme un poco. Se detuvo confundido. −No por eso, por esto−, dije alejándome unos pasos de él. Se quedó estático en su lugar. Me giré nuevamente hacia el Consejo mientras los murmullos continuaban. −Como miembro de esta comunidad quiero poner un nuevo tema a consideración−, dije alzando la voz lo suficiente para cortar los cuchicheos. −¿Cómo? ¿No has tenido suficiente?−, me increpó Simon. −Mira Simon, tampoco me caes bien… pero conozco mis obligaciones y mis derechos aquí y esta es una asamblea abierta. Me gustaría que fueras un poco más respetuoso de las reglas que tanto te empeñas en cumplir, porque yo las conozco demasiado bien−, ya me había cansado y no tenía nada que perder, solo mucho que ganar. No iba a claudicar ahora. −Ella tiene razón, Simon−, apoyó Mike. Los murmullos comenzaron a hacerse más ruidosos. −¡Silencio! Vamos a escuchar qué tienes para decir−, volvió a su lugar. −¿Qué estás haciendo?−, susurró Nate en mi oído. −Ahora lo sabrás... todo−, le respondí por lo bajo. Alcé un poco más mi voz para aparentar una seguridad ante el Consejo, que por supuesto, no tenía. −Quiero que consideremos la posibilidad de revocar la norma que restringe la salida fuera de las

fronteras de la aldea−. ¿Qué? ¿Cómo se atreve? ¿Ya quiere irse? Tiene derecho a pedirlo. No lo sé…, miles de voces hablaban al mismo tiempo. −¡Ah! Yo se los dije pero nadie quiso escucharme…−, dijo Simon en tono de burla. −Mike, ¿quieres explicarle a Sam la razón por la que nos atenemos a esa norma?−, dijo Samuel. Sabía cuanto dolor le había provocado tener que cumplirla en el pasado. −Desde que esta comunidad fue fundada por nuestros padres hace casi doscientos años hemos protegido a cada uno de nuestros hijos de la maldad y los peligros del mundo exterior. No necesitamos nada del mundo y el mundo no nos necesita−, dijo Mike como repitiendo un mantra. −¿Cómo saben que el mundo es malo si nunca se han dado la oportunidad de conocerlo?−, le disparé. −Solo tienes que hojear unas paginas del New York Times, por ejemplo… nunca hemos tenido un crimen aquí, ninguno de nuestros hermanos ha sufrido un robo, o un asesinato…−, dijo Charly. −Tienes razón. El mundo es cruel y yo puedo decirte más de eso de lo que nadie puede, te lo aseguro. Pero no voy a renunciar a disfrutar de la felicidad y la belleza que también puedo encontrar allí. ¡El mundo es hermoso y ustedes se lo están perdiendo! Es cruel y hermoso. Hay crueldad y hermosura en cada uno de nosotros, está en nuestra naturaleza. Y también el miedo... pero eso no puede detenernos−, le respondí. −Te equivocas, nadie sufre aquí−, dijo Simon. −¿De veras? ¿Has hablado alguna vez con tu esposa sobre la partida de Trevor? Samuel, puede que esté siendo muy dura pero he visto el sufrimiento en sus ojos. Si Trevor hubiera tenido una opción, te aseguro que habría vuelto−, le contesté mirando a Samuel. −¡No te atrevas! Te equivocas. No puedes hablar de mí y de mi esposa. Trevor fue irresponsable con su decisión al no pensar en su madre−, replicó Samuel sintiéndose herido y con lágrimas de impotencia que querían escaparse de sus ojos. −¡No! Fue obligado a hacer eso… y no quiero que mi hija se vea obligada a elegir−, dije casi gritando. Mike cerró los ojos por un momento y suspiró. Estaba todo dicho. Nunca esperó que yo soltara eso. Ni tampoco yo. El resto del Consejo estaba inmóvil. Me giré a ver a Nate. Miraba al frente con los ojos vacíos, como si estuviera viendo al infinito. Se alejó unos pasos hacia atrás y se sentó en una de las sillas. −¿Tienes una hija?−, preguntó Samuel.

−Sí...−, respondí con un hilo de voz. −Entonces entenderás de nuestras preocupaciones por los peligros del mundo exterior−, me comentó con tranquilidad. −Claro que lo entiendo, y en realidad tengo miedo de las cosas que pueda perderse−, contesté con seguridad. −¡Claro que sí! Tienes todo lo que quieres allá afuera, nunca pasas necesidad porque tienes dinero suficiente, todo el mundo está a tus pies porque eres exitosa. Dudo que el mundo te parezca un lugar peligroso… ¡Bah!−, se burló Simon. −Quiero contarte una historia, Simon...−, dije acercándome a Nate. Me paré detrás de su silla y puse mi mano sobre su hombro. Necesitaba sentirlo cerca ahora. −El mundo fue una mierda conmigo, ¿sabes?−, comencé,−perdón por mi léxico... pero es cierto y necesito ser enfática con esto−, busqué el valor en mi corazón para poder continuar. Era ahora o nunca. −Mis padres me abandonaron en Boston y nunca quisieron saber nada de mí−, continué. −Tuve la desgracia de caer en un hogar de huérfanos en el que me golpearon una y otra vez por las razones más estúpidas que puedas imaginarte hasta que no aguanté más y escapé cuando tenía quince años. Viví en la calle durante casi un año, comiendo de la basura y viviendo de limosnas−, tuve que detenerme un minuto para tomar una bocanada de aire. Me causaba un dolor terrible recordar todo lo que me había sucedido. Vi como los ojos de Simon iban cambiando a medida que oía mis palabras y sentí la mano de Nate sobre la mía. Justo lo que necesitaba. −Pero en ese mundo horrible en el que vivía, me crucé con una persona hermosa… en medio de toda esa mierda, su nombre era Rosario. Era una prostituta que me cuidó y me ofreció un lugar para dormir−. −¿Estás sola, pequeña?−, mis ojos brillaron al ver la manzana que ella sostenía en su mano, −¿tienes hambre?−, preguntó con una sonrisa. Asentí con mi cabeza. −Siéntate conmigo, compartiremos−, dijo señalando el lugar a su lado en la banca de aquel parque. −Pero la mierda se apoderó de nuevo de mí cuando me vi forzada... bueno... a conseguir dinero de la peor manera que lo puede hacer una niña−. −No sigas…−, dijo Simon apenado. −¿Por qué no? ¿No se supone que sabías todo de mi vida? No he terminado, Simon. Ten un poco de respeto−, lo detuve. Lo vi bajar su cabeza apenado. −Cuando pensé que mi vida era una completa basura me crucé con otra persona hermosa, mi esposo Edward. Él me encontró en la calle y me llevó a vivir con él, me dio lo más valioso que una persona

puede darle a otra, inspiración. Me enseñó todo lo que sabía y me apoyó cuando decidí ser escritora… Ya ves, en medio de toda esa mierda. Crueldad y hermosura conviviendo al mismo tiempo. Y luego conocí a Mike, que es como un padre para mí, y a su hijo al que amo más allá de todo, ¿pero quieres que te diga algo, Simon? Pese a todas las cosas horribles que he pasado, amo ese mundo...−, respiré profundo nuevamente antes de continuar. −Quiero que mi hija sea libre para ir a Disneyland, o nadar en las playas de México, o hacer un safari en África, besarse con alguien en el puente de San Francisco, o ir con el hijo de Lila a un concierto en Atlanta, no lo sé... solo que sea libre, porque esa es la única forma en la que estoy segura que siempre volverá a mí. No quiero coartar sus opciones, quiero multiplicarlas−, les expliqué. −¿Y cómo estás tan segura que ella volverá?−, preguntó Mike. Su miedo más profundo. Que su hijo lo dejara. −Porque yo conozco gran parte del mundo y al único lugar al que he querido volver es aquí, donde están las personas que amo, por eso lo sé…−, dije con seguridad. −Yo voto que sí−, dijo Emily poniéndose de pie. −Estoy cansada de hablar con Trevor por teléfono a escondidas, quiero que vuelva a casa−, tenía lágrimas en los ojos. −Yo también voto que sí, quiero que mi bebé tenga opciones, como todos−, dijo Lila con una sonrisa. −También quiero decir algo−, señaló Mike. Se tomó un respiro antes de continuar. −Siempre he tenido miedo a los cambios pero Sam me ha mostrado que con valor todo puede superarse... tenía miedo de perder a mi hijo cuando supe lo que había entre ellos, y por no darle opciones, terminé perdiéndolo de todos modos. Lo siento, hijo−, se disculpó. −Yo voto que sí−, dijo Simon poniéndose de pie. Samuel se paró después de él con la mano en alto. −Yo voto que sí y declaro irrevocable mi decisión−, Mike sonrió hacia mí. Los niños saltaban, los adultos aplaudían y gritaban eufóricos, abrazándose unos a otros. Gracias, Mike gesticuló sin hablar. Todo había terminado allí, de la mejor manera. Pero aún quedaba algo que hacer, lo más importante. Me arrodillé junto a la silla donde Nate continuaba sentado. Puse mis manos sobre las suyas y busqué sus ojos. Me devolvió una mirada de preocupación. No sabía qué tanto lo había asustado mi relato. −¿Quieres acompañarme?−, dije poniéndome de pie. Nate asintió en silencio y caminamos hacia afuera dejando al resto celebrar el triunfo.

CONFESÁNDOME La oscuridad de la noche ya lo cubría todo pero no era suficiente para impedirme ver la perfección de su rostro, las finas líneas de su expresión, la melancolía de su mirada, algo más dura de lo que recordaba. −Tenemos que hablar, Nate…−, dije venciendo mis temores. −Lo sé−, contestó tomando mi mano. No perdía oportunidad de mirarlo mientras caminábamos despacio, alejándonos de la aldea y dirigiéndonos a la playa. Su mano envolvió la mía y me sentí entera de nuevo, la herida en carne viva ya no parecía molestar tanto. Tenía miedo de hablar, de preguntar, de provocar su ira, o de que quisiera gritarme que me fuera de allí. Después de todo, yo había destruido su vida. −Es irreal que estés aquí−, nos detuvimos cuando llegamos hasta la arena. Me atrajo hacia él con su mano en mi cintura y ese familiar cosquilleo recorrió cada fibra de mi cuerpo. −No lo creo−, susurró con sus labios casi rozando los míos y su aliento acariciando mi rostro. Necesité apelar a toda mi fuerza de voluntad para levantar mi mano y ponerla delicadamente sobre sus labios, rozándolos apenas, dándole la señal para que se detuviera. Nate cerró sus ojos con fuerza, dolido ante mi rechazo. No quería nada más en ese momento que cubrirlo de besos, perderme en su piel. Pero yo debía hablar con él antes, a pesar del miedo que sentía de que no pudiera perdonarme. Tenía que contarle de Cam. Tomé una gran bocanada de aire y puse mi mano sobre su pecho, sintiendo los latidos de ese corazón que tanto había añorado. Dejó caer sus brazos a los lados y se alejó unos cuantos pasos de mí. La herida comenzaba a supurar de nuevo. −Pensé que venías para estar conmigo−, dijo entornando la mirada. Saqué un cigarrillo de mi bolsillo trasero y lo encendí nerviosa, buscando las palabras correctas para no herirlo. −Esa será una decisión tuya−, dije mirando al suelo. Sentí sus dedos acariciando mi mejilla y no pude evitar encontrarme con sus ojos. −Quiero que entiendas muy bien que nada de lo que dijiste ahí adentro me asusta. No soy el que conociste, puedo enfrentar cualquier cosa−, dijo con una resolución que jamás hubiera esperado. −Me dejaste una vez, pero si depende de mí, no volverá a suceder jamás−, dijo mirándome a los ojos. Quería volver el tiempo atrás. Deseé haber tenido el coraje de decirle que esperábamos un bebé, deseé no haberle robado tantos años sin ella. No podía

perdonarme. Mucho menos esperaba que lo hiciera él. −No sigas, solo escúchame−, le rogué con un nudo en la garganta. −Es por tu hija−, afirmó. −Sí−, respondí sentándome en la arena. Las piernas me temblaban y ya no me sostendrían por mucho tiempo más. Nate se sentó a mi lado en silencio mirando hacia el mar. −Su padre es el problema−, dije mientras mi corazón comenzaba a galopar con fuerza. −Puede solucionarse. Buscaremos ayuda legal y la traeremos−, lo observé admirada de esa nueva seguridad que emanaba de cada poro. Era increíble. −No… no lo entiendes−, dije cerrando los ojos. −¿Tan malo es? ¿Quién es el tipo? Puedo buscarlo y obligarlo a escuchar−, murmuró enfadado. Ahí estaba la primera chispa del Nate explosivo que me era tan familiar. −No me expliqué bien−, me aclaré la garganta, −el padre es parte del problema enteramente por mi culpa−, sentía como algunas lágrimas comenzaban a nublar mi visión. −No entiendo−, tenía el seño fruncido. −¿Por qué no está aquí contigo entonces? Explícate mejor porque no estoy entendiendo hacia donde vas−, comenzaba a irritarse. −Está con Bobby−, quise comenzar a explicarle. −¿Bobby? ¿Bobby es su padre?−, no pude evitar ver como sus manos se cerraban formando puños. −¡No! ¿Puedes por favor dejarme que te explique y cerrar la boca de una vez? No es fácil, ¿de acuerdo?−, no hacía más de unas horas que nos habíamos reencontrado y ya estábamos gritando. −De acuerdo, de acuerdo...−, sacó una etiqueta de cigarrillos de su bolsillo y encendió uno. −No voy a mentirte. Bobby y yo estuvimos juntos un tiempo luego de irnos de la aldea pero no funcionó. Y antes que lo preguntes no me fui de aquí por él, ¿de acuerdo? Aún así continuamos teniendo una relación estrecha porque durante años crió a mi hija como si fuera propia−, le expliqué con la mayor tranquilidad que me fue posible. −Entonces… no entiendo ¿Él es el problema? ¿No quiere que la traigas aquí?−, dijo confundido. ¡Demonios! −¡No, Nate! No estás entendiendo nada...−, me puse de pie y comencé a zigzaguear de un lado al otro.

−A ver, a ver… estuviste con otra persona que no era Bobby y tuviste un bebé. No tengo que ser astrofísico para entender eso. ¿Y qué con eso? ¿Qué sucedió con el padre? −, se estaba acercando. −Él no lo sabe−, dije soltando las palabras demasiado deprisa. −Entonces no hay razón por la que preocuparse. Bobby te amenaza con decírselo, ¿es eso?−, se alejaba otra vez. −No, Nate. Bobby ha sido más que maravilloso para nosotras, jamás me amenazaría con algo así... no tiene que hacerlo−, dije acortando unos pasos la distancia entre nosotros. Me atreví a tomar una de sus manos entre las mías. −Voy a decírtelo yo misma−. Me acerqué más a él temiendo que quizás fuese la última vez que me dejaría acercarme tanto. No iba a desperdiciar mi oportunidad. Pasé mis dedos por su frente, por su mejilla, por el ángulo de su barbilla, y me permití acariciar sus labios. Él me observaba con ojos encendidos. Cerré los ojos y dulcemente puse mi boca sobre la comisura de sus labios, sintiendo como su respiración se agitaba. −No. No puede ser.−, susurró. Esta es la manera en que siempre nos habíamos entendido, no había confusión en nuestros besos. −Sí…−, dije deteniendo una lágrima que bajó deprisa por su mejilla. −Su nombre es Camile y es la niña más maravillosa del mundo. El regalo más hermoso que pudiste darme−. −Es tu hija, Nate−

¿Continuará?...

MARIELA GIMÉNEZ facebook: https://www.facebook.com/mariela.gimenez.9849?fref=ts Twitter: @Ayvnkvyen Diseño de tapa: Departamento de arte de Tinta Libre Ediciones y Valeria L. Zambrino Corrección literaria: Melina Jaureguizahar

en breve...

ESMERALDA el color de la Obsesión.
Mariela Giménez - Trilogía Azabache-Esmeralda-Ambar - 1 Azabache. El Color de la Pasión

Related documents

28 Pages • 1,097 Words • PDF • 16.2 MB

71 Pages • 2,245 Words • PDF • 6.7 MB

265 Pages • 85,209 Words • PDF • 1.2 MB

6 Pages • 116 Words • PDF • 217.6 KB

462 Pages • 165,259 Words • PDF • 2.3 MB

64 Pages • 31,379 Words • PDF • 1.6 MB

13 Pages • 338 Words • PDF • 735.3 KB

1 Pages • 67 Words • PDF • 34.6 KB

2 Pages • 40 Words • PDF • 771.1 KB