La vocación un camino con corazón

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La vocación: un camino con corazón Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Mira cada camino de cerca y con intención Pruébalo tantas veces como consideres necesario. Luego hazte a ti mismo, y solo a ti, una pregunta: ¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno. Mientras lo sigas, eres uno con él. (Diálogo entre el chamán yaqui Don Juan y el antropólogo C. Castaneda, publicado en “Enseñanzas de Don Juan” 1968) Autor: Psic. Martín Landers. Especialista en Drogadependencias. Tutor Docente en la Facultad de Psicología (UNT). Responsable de Contenido en PAI UNT

Hace muchos años descubrí involuntariamente una fuente de placer que pretendo alimentar durante toda mi vida. Simplemente caminar. Sin un destino fijo, mi secreto está en permitir que cada paso elija a donde me quiere llevar. Por supuesto no es un ejercicio mágico, requiere de algunos apoyos: un entorno amigable, alguna compañía ocasional (en mi caso, siempre auriculares y música), los cuidados o las precauciones necesarias para evitar sobresaltos en prácticamente cualquier rincón de nuestro país, y sobre todo recuperar esa capacidad de asombro que a veces parece haber quedado perdida en la niñez. Recuerdo unos años recientes cuando cursaba la especialidad de Psicología Jurídica en Córdoba, lo agradable que me resultaba salir de noche a recorrer los jardines y espacios verdes entre las facultades de la hermosa ciudad universitaria que tiene la UNC. Siempre había una excusa para dar una vuelta más e ir un poco más lejos: escuchar otra vez esa canción que me hacía vibrar el alma, aprovechar que mis piernas no se quejaban y parecían disfrutar tanto como yo el paseo, la tentación de descubrir algún rincón inexplorado, entre otros diálogos internos que siempre desembocaban en la misma decisión: seguir caminando. Estaba dispuesto a pagar la renuncia a algunas horas de sueño con tal de prolongar la caminata. Estos paseos se hicieron tan frecuentes en cada visita de estudios a Córdoba que llegó un momento en que el encargado que hacía el turno nocturno en el hostel donde me hospedaba, siempre me recibía con la misma pregunta: Y tucu? Por donde paseaste esta noche? (con el arrastre de vocales característico de su tonada). ¿Por qué inicio este ensayo con algo tan anecdótico y autoreferencial? Porque la vocación se parece a un camino. Un camino donde por más que alguien te haya indicado exactamente el recorrido y la secuencia de pasos a seguir, nunca será el mismo en el momento en que des el primer paso. Desde ese instante y para siempre será tu propio camino. Si nos detenemos podemos advertir en donde estamos parados, y si miramos

hacia atrás podemos reconocer cada paso que nos llevó hasta este punto. No estoy seguro de saber exactamente que es la vocación, pero me autorizo a decir que se parece a esto, a uno de esos caminos que como decía el poeta Antonio Machado, se hacen al andar. Esto no es un texto académico, no es un artículo de interés científico. Es un escrito de alguien que está caminando, para quienes están por empezar este camino que se llama vida universitaria. Propongo a lo largo de estas breves líneas, reflexionar sobre esta maravilla que hemos decidido llamar vocación. ¿Por qué es importante reflexionar sobre la vocación? Para empezar, destaco sobre todo la importancia de reflexionar. El ejercicio de la reflexión es ante todo una pausa. No es simplemente pensar y dejar correr las ideas. Las neurociencias han demostrado que en el cerebro ocurren procesos neuronales de manera permanente, por lo que aunque no parezca, pensamos todo el tiempo. A pesar de que el examen de nuestros actos a veces no encuentre en ellos ni el más mínimo rastro de pensamiento, aunque a veces sean puro impulso, pura descarga desmedida, existe un flujo de pensamientos permanente. La diferencia está en hacia donde dirigimos la atención. De ahí el arte de reflexionar, poner la atención en el pensamiento y escuchar con claridad alguna de esas voces que suenan en nuestra conciencia. Escuchar, una palabra, un arte que vas a leer mucho en estas líneas. No solo escuchar el pensar, también, y hasta con más énfasis me animaría a decir, el sentir. Otra dimensión olvidada, el sentir. ¿Cuántas emociones intensas que la velocidad a la que vivimos ni siquiera nos detenernos a sentir? En estos tiempos donde el mundo se mueve a un ritmo vertiginoso y acelerado que a veces nos lleva puestos, es más importante aún detenerse a escuchar nuestro mundo interno. En los inicios de una nueva etapa uno se encuentra particularmente sensible y movilizado. Habitualmente nos deslumbra y nos atrae todo lo novedoso que encontramos en el mundo exterior. El ingreso a la Universidad no solo implica elegir una Facultad y una profesión futura, implicar ingresar a una nueva etapa en el sistema educativo, nuevos vínculos, nuevas personas con sus historias cruzándose con la nuestra, nuevas normas a las que adaptarse, nuevos horarios y exigencias, nuevos recorridos al salir y regresar a casa, entre tantas otras novedades y atracciones. En fin, nuestra vida cotidiana transcurre por un nuevo escenario. Lógicamente tanta novedad ocupa casi la totalidad de nuestra atención, y todos nuestros cambios internos quizás pasan desapercibidos. Por eso con tanta insistencia a lo largo de esas líneas, voy a proponerte que te escuches y prestes atención a todo lo que ocurre en tu mundo interno. Te invito a que en este nuevo escenario seas el protagonista. Lo asombroso de la vocación

Borges, a pesar de ser el escritor argentino con mayor reconocimiento en el mundo siempre esquivó ese rótulo y prefirió definirse como un lector. “Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído” (Borges, 1933) decía en las primeras líneas de su poesía “Un lector”. Sobre los libros de psicología, el maestro siempre mencionaba sentirse “singularmente defraudado”. Acerca de los sueños, por ejemplo, Borges objetaba que ningún libro de psicología hacía referencia a lo maravilloso y lo extraño de soñar, o al horror que nos produce una pesadilla. Sucede que en el intento de explicar con rigor científico y academicista un fenómeno tan complejo y tan propio de la cultura como la vocación, a veces quedan relegadas todas esas palabras que podrían reflejar lo mágico, lo enigmático o lo asombroso de cómo se construye permanentemente nuestra vocación. Es por eso que renuncio de entrada a la pretensión de ensayar una definición sobre la vocación. Cualquier intento de encerrar en un concepto todo lo que podríamos pensar y sobre todo sentir sobre ella resulta asfixiante para lo complejo y asombroso que puede ser la vocación. Conocer la etimología de la palabra tal vez nos brinde algunas precisiones: deriva del latín vocare, que significa llamar, y proviene de la misma raíz que vox, por lo que podemos nombrarla también como una voz o un grito. Es un llamado a ser desde el hacer, una voz interna que nos grita. Acudo nuevamente a un escritor, o mejor dicho un lector, para que nos aporte en primera persona su vínculo con la vocación. Escuchemos a Franz Kafka: “En el fondo, mi vida consiste y ha consistido desde siempre en intentos de escribir, por lo general malogrados. Pero cuando renunciaba a escribir, me encontraba de inmediato tirado en el suelo, digno de ser barrido y hechado a la calle. (…) El escribir es, en ese sentido, un sueño más profundo, a mí tampoco podrán arrancarme de mi escritorio por la noche” (Kafka, 1967, p.65) Fiel a su estilo trágico y atormentado, Kafka quizás no es el mejor exponente si uno quiere encontrar entusiasmo. Sin embargo, quisiera enfocar en lo que sucede cuando el escritor refiere a sus intentos de renunciar a la escritura. Ahí se encuentra una de las más interesantes y atrapantes características de la vocación: insiste, siempre insiste. Aunque por momentos la descuidemos, aunque la hayamos postergado por caminos que nos prometían éxito, por miedo, por presión del entorno, o por el motivo que fuera, la voz interna siempre estará ahí gritando. Es un camino al que siempre se puede regresar, estemos en donde estemos, siempre habrá un desvío que nos lleve de vuelta a nosotros mismos. Por que como bien enseña el mito persa de “El paraíso y la peri”, no hay nada más valioso que la posibilidad siempre presente de transformar y torcer el rumbo sobre la marcha. Siempre habrá opiniones y consejos a montones, voces adultas y promesas de éxito. A veces incluso son tan contradictorias que pueden llegar a confundirte: tenés que pensar en el bolsillo, en la salida laboral, en la felicidad, en el bienestar, en el presente, en el futuro. Tenés que, tendrías que. Por supuesto es importante comprender que son las buenas intenciones de las personas que nos rodean y quieren nuestro bienestar,

preocupante sería su indiferencia en un momento tan importante. Pero la vocación está más allá, resiste a todo consejo externo. Espera ahí dentro, creciendo en silencio, el momento de ser escuchada. Porque escuchar la vocación también es escuchar tu propia voz interna. Escuchar la vocación también es escucharte. La vocación nos elige En Febrero de 2009 ingresé a la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán. La línea 4 me dejó al frente del centro Presbich. Ingresé y atravesé temeroso los pasillos, a la espera de perderme entre una multitud de estudiantes, casi como una gota en el océano. Es que muchas voces me habían repetido “en la universidad sos un número, uno más en el montón”. La multitud existía, pero para mi sorpresa también existía una primera materia llamada “Integración Universitaria”, en donde la multitud se dividía en pequeñas comisiones. Apenas empezó la clase hicimos un juego, nos preguntaron a cada uno el nombre y como nos sentíamos en nuestros primeros pasos como estudiantes universitarios. Ese primer día mi cuaderno volvió en blanco, no anoté ni un título, pero conocí los nombres de mi profesora, mis compañerxs y me sentí acompañado y aliviado al advertir que se sentían tan asustados como yo. Esa multitud estaba poblada por personas con nombre y apellido, con una historia, que en este punto se encontraban con la mía. Nada más alejado a lo que hubiera imaginado de la universidad, eso que parecía un monstruo dispuesto a devorarse mi identidad, mi tiempo y mi energía para hacer de mi un autómata, era un entorno amigable y colaborativo. Ahí donde me dijeron que iba a perderme, me encontré. Luego de 5 años, algunas de las personas que conocí en esa clase, en ese juego, estuvieron tirándome pintura y abrazándome el día en que me recibí. Por eso ahora que tengo la oportunidad de trabajar como tutor docente en el Sistema de Tutorías (SITA) de la Facultad de Psicología, siempre les digo a lxs ingresantes: miren bien a ese desconocido o desconocida que tienen al lado, quizás reciban un abrazo de esa misma persona el día que en unos años se reciban. Lo curioso que quiero destacar de mis años como estudiante de Psicología, es que el texto que con mayor firmeza quedó grabado en mi memoria es el primero que leí. En el cuadernillo de la materia Integración Universitaria se inauguraba con un “El oficio de la pasión” de Santiago Kovadloff. Todavía saboreo fragmentos como “(…) antes que nada y por sobre todo, una vocación es la más espléndida victoria que un corazón puede lograr sobre la rutina y la indiferencia, y aun sobre la muerte. Porque la muerte puede derrotarnos sólo si nos sorprende fuera del ejercicio de nuestra pasión”. La propuesta del autor era tan simple como deslumbrante: la vocación se nos impone, la vocación nos elige, no nosotros a ella. Operó en mi como un descubrimiento, como una verdadera iluminación. El interrogante sigue presente hasta el día de hoy: ¿Por qué la psicología me eligió? ¿Por qué la docencia se impuso en mi camino? Quizás nunca encuentre la respuesta, y espero que así sea, porque el día en que la encuentre será también el día

en que deje de buscarla. En estos tiempos utilitarios y consumistas, donde la tecnología nos promete certezas y soluciones inmediatas a través del consumo de objetos, ahí está la vocación, que nada nos promete y que es pura incertidumbre. La vocación es una de esas preguntas sin respuesta, uno de esos caminos con un destino incierto, pero con un corazón que late en cada paso para quienes están dispuesto a caminarlo.
La vocación un camino con corazón

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