JM Snyder - El Papá de mi Mejor Amigo

66 Pages • 17,713 Words • PDF • 1.6 MB
Uploaded at 2021-09-24 10:04

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


Queda prohibida la distribución de esta traducción sin la aprobación expresa del grupo Traducciones Ganimedes, además esta obra es de contenido homoerótico, es decir tiene escenas sexuales explicitas hombre/hombre, si te molesta este tema no lo leas, además que su contenido no es apto para cardíacos.

El primer hombre del que alguna vez me enamoré fue el papá de mi mejor amigo. Mikey no lo sabía, por supuesto, como tampoco lo sabía el señor Pierce. El padre no era como el hijo. Conocí a Mikey desde la guardería, cuando me empujó fuera del columpio en el patio de la escuela y tuvo que sentarse en receso obligatorio por el resto del recreo. Cuando el maestro le hizo pedirme perdón, él miró sus zapatillas de deporte y murmuró: Lo siento. Fue sólo más tarde, cuando nos íbamos por el día, que se acercó a mí en el perchero y sonando un poco más sincero añadió a toda prisa sin aliento: Lo siento, por empujarte fuera del columpio. Eso fue grosero de mi parte. Levanté la mirada, sorprendido, pero alguien detrás de Mikey llamó mi atención y mi mirada siguió viajando más allá del chico al hombre imponente que estaba detrás de él. El señor Pierce llevaba una camiseta sin mangas sucia, debajo de una camisa de trabajo azul oscura, abotonada hasta la mitad. La hebilla del cinturón parecía ser el doble del tamaño de la cabeza de Mikey, y el dobladillo de su camiseta estaba atrapado en la bragueta de sus pantalones oscuros. Vi ese pequeño atisbo de blanco asomando entre los dientes plateados de la cremallera y me enamoré de él, en ese mismo momento. A los seis años, yo estaba enamorado. Sin apartar la mirada de esos severos ojos negros, le susurré: Está bien. Gracias

Los nudillos de Mikey me golpearon en el hombro y se echó a reír. ¡Nos vemos después! Al día siguiente, arrastró su colchoneta durante la siesta al lado mío y fuimos amigos desde entonces. A través de los años, el señor Pierce nunca pareció cambiar. A lo largo de la escuela primaria y secundaria, él era una figura imponente en el margen de la vida de Mikey. Él sabía mi nombre, por supuesto, tenía que, ya que era el mejor amigo de Mikey mientras crecía. Pero cada vez que visitaba la casa de Mikey, su padre siempre se refería a nosotros simplemente como "muchachos". O era, "chicos, apaguen ese televisor" cuando veíamos los dibujos animados el sábado por la mañana mientras que el señor Pierce trataba de dormir, o "chicos dejen de correr por toda la casa" cuando nos perseguíamos el uno al otro con sables de luz, o "muchachos, ¡vayan a la cama ahora!" cuando me quedaba a pasar la noche y oía a Mikey reír disimuladamente de mi última broma sucia. El señor Pierce tenía una voz dura, áspera, quemada por demasiadas noches hasta muy tarde con sus amigos reunidos alrededor de la mesa del comedor, el humo del cigarrillo escociendo su garganta y regando sus ojos mientras jugaban mano tras mano de poker. Si me quedaba una de esas noches, Mikey y yo nos quedábamos confinados en su habitación de arriba, fuera del camino, aunque no del alcance del oído. Las ruidosas risas de los hombres y el lenguaje grosero nos provocaban envidia. ¡Por tener la edad suficiente para unirnos a los adultos! Cómo deseaba que el señor Pierce me llamara sucio bastardo por un segundo, luego me palmeara en la espalda y rugiera de aprobación por alguna cosa que yo le hubiera dicho después.

Una de esas noches, mucho después de que Mikey se quedara dormido, me desperté en la oscuridad y escuché los rumores del juego de abajo, imaginándome entre ellos como un amigo más. La mesa del comedor era una gruesa capa enmarcada a ambos lados por bancos resistentes y pude verme tan claramente sentado en el banco de al lado al señor Pierce, sentado tan cerca que sus rodillas presionaban en mi muslo. En mi cabeza veía, que no faltaba mucho para conseguir que una de esas manos grandes y callosas cayera de sus cartas a mi cadera. Me meneaba un poco, estando más cerca y, tarde o temprano, la mano del señor Pierce estaría en mi regazo, haciendo cosas deliciosas que reflejaran lo que mi propia mano hacía bajo las mantas de mi cama improvisada en el piso de la habitación de Mikey.

El señor Pierce no se parecía en nada a mi propio padre, quien iba a trabajar en camisa almidonada y corbata. Mi padre trabajaba en una oficina todo el día, llevando papeles de un lado de la mesa al otro, y no duraría dos horas en la planta donde el señor Pierce trabajaba como electricista. Cuando algo se rompía en nuestra casa, el grado de conocimiento de manitas de mi padre era saber a quién llamar para que lo arreglara. Una vez que Mikey y yo nos hicimos amigos, él solía llamar al señor Pierce, no importaba cuál fuera el problema. El padre de Mikey podría arreglar cualquier cosa. Cada vez que el señor Pierce se acercaba, se veía tan fuera de lugar en mi casa, tan incongruente con todo lo demás en mi vida, que no podía dejar de mirarlo. Yo flotaba en su sombra mientras remendaba debajo del fregadero o

jugueteaba en la caja de fusibles en el sótano. Yo era la primera cosa que veía cuando miraba hacia atrás, buscando sus herramientas. Mi persistencia dio sus frutos, por lo general con una mano áspera despeinaba mi pelo o me daba una media sonrisa que sólo levantaba una esquina de su boca. Hey, chico me decía... tal vez no sabía mi nombre, pero no me importaba. Cuando me pedía una herramienta fuera de su alcance, gateaba a recuperarla para él, y si quería un vaso de agua, corría escaleras arriba para servirle uno. Cuando se iba, me escondía en el baño y me masturbaba muy rápido, pensando en él, todo sudoroso y sucio aquí, en mi casa, aquí. Pensaba en él conmigo, en mi cuarto tal vez, instalando un nuevo tomacorriente o sustituyendo una bombilla, no me importaba. Me veía a mí mismo desnudo en mi cama, despertando con él en mi habitación, girando mientras las mantas caían y exponían mi cuerpo delgado, núbil, desnudo a su mirada. Me estiraría, lánguido, como un gato, inocentemente empujando las sábanas más abajo en la cama, mostrando piel firme y sonrosada. Lentamente le sonreiría, con algo ingenioso en la punta de mi lengua, pero nunca encontraba qué era lo que debía decir, porque siempre estaba imaginando la cara del señor Pierce mientras él me miraba retorcerme desnudo sobre la cama.

No había señora Pierce. Bueno, no, eso no era del todo cierto. Tenía que haber habido una en algún momento, o Mikey no estaría en la foto. Pero él no sabía muy bien qué había pasado con ella su historia cambiaba cada vez que la contaba y cada año en la escuela cuando tenía que

presentarse ante la clase, tenía una opinión diferente acerca de por qué sólo vivía con su padre. La primera vez que lo escuché, la señora Pierce había muerto en un accidente automovilístico terrible cuando Mikey era sólo un bebé. De algún modo, milagrosamente, había logrado escapar, un desafío a la muerte que dejó a toda la clase de primer grado sin aliento y al profesor a punto de llorar. Al año siguiente, la señora Pierce había muerto al dar a luz, llevándose con ella a su hermana por nacer. En tercer grado, había sido acabada por el sarampión, y en cuarto, la peste. En el momento en que llegamos a la escuela secundaria, me di cuenta de que todavía debía estar viva, porque vi una tarjeta de Navidad en el casillero de Mikey firmada por mamá. Pero no lo mencioné, y cada año la mataba de las más horribles, horribles maneras. Me imaginé que él debía haber tenido sus propias razones para hacerlo y nunca dejar que yo supiera lo contrario. Sin ella en la foto, sin embargo, fui capaz de fantasear con el marido que dejó atrás. Yo era muy joven, lo sabía, pero estaba creciendo rápidamente y en mis sueños, el señor Pierce lo notaba. Al llegar a la pubertad, mis fantasías que lo involucraban se volvieron atrevidas. En mi mente yo era coqueto, sexy y divertido, ingenioso, capturando su corazón con facilidad. En una de mis favoritas, me rogaba por tocarme, pero yo me negaba, de pie ante él, gloriosamente desnudo y poniéndolo hambriento mientras me pajeaba. Ver a un hombre grande y fuerte de rodillas delante de mí, arrastrándose para tomarme, y amarme, de hecho era embriagador. Me vine con tanta caliente prisa después de ese sueño, y lo tenía con

tanta frecuencia, que tuve que lavar mis propias sábanas para que mi madre no se diera cuenta. El único problema con mi enamoramiento fue que a medida que crecía, me sentía cada vez más avergonzado estando alrededor del señor Pierce. Ahora cuando llegaba a nuestra casa para hacer algún trabajo ocasional, me escondía en mi habitación y obtenía miradas inadvertidas de él desde la ventana. Cuando visitaba a Mikey, mantenía mi cabeza abajo, mis mejillas ardiendo calientes, y mis palabras balbuceadas si el señor Pierce me hablaba. Era un momento difícil, agravado por el hecho de que sólo al ver al señor Pierce me daba una furiosa erección. Estar bajo el mismo techo que él, en la misma habitación, incluso, me hacía querer reventar. Mikey no se dio cuenta. No lo hizo era demasiado obtuso. Recientemente había descubierto a las niñas y pasábamos todo el tiempo hablando de tetas y culos. Porque no quería que supiera que me gustaba la polla, fingí interés en sus revistas porno y pixeleadas impresiones de chicas desnudas. Más en concreto, no quería que él supiera que me gustaba su padre, de entre todas las personas. Así que me vertí sobre las Playboys que robaba de algún lado, y si se las arreglaba para robar algo un poco más hard-core, miraba a los hombres desnudos que se follaban a las chicas que le gustaban a Mikey. Era un ganar y ganar para ambos.


 En mi último año de escuela secundaria, empecé a sospechar que nunca tendría una cita por todo el tiempo que permanecía cerca de su casa, donde todo el mundo me

conocía sólo en relación con Mikey. No podía salir, no cuando éramos tan cercanos, porque eso sería poner nuestra amistad en una luz diferente; todo el mundo asentiría y dirían que siempre habían sabido que éramos raros, cuando Mikey era tan hetero como el que más. No era su culpa que él no pudiera anotar con las damas era un pendejo matón que colgaba de mi todo el tiempo, quien salivaba cada vez que una chica linda andaba por ahí, y que se les quedaba mirando las tetas balancearse, ofendiendo a las mujeres sin siquiera intentarlo. Yo sabía que estaba en una liga diferente tenía a chicos checándome desde que mis bolas cayeron en mi primer año, pero tan caliente como estaba, no podía darle la espalda a Mikey así. Simplemente no podía. Además, ninguno de los chicos buscando mi camino tenía el mismo atractivo a mis ojos como el señor Pierce. Cuando empecé a aplicar para la universidad, elegí universidades tan lejos de casa como pudiera ir sin abandonar el estado. Necesitaba la matrícula más baja, pero quería poner un poco de distancia entre mi familia y yo. Sabía que Mikey se quedaría cerca de casa, si es que siquiera se molestaría con la universidad de algún modo, y la idea de estar solo por primera vez en mi vida fue emocionante. Pensando en la universidad evocaba imágenes de días soleados tumbado en una cuádruple cubierta de hierba, con la cabeza en el regazo de un chico de fraternidad sexy, cuya erección presionara con fuerza contra mi mejilla a través de sus calientes pantalones. O las fiestas nocturnas en habitaciones oscuras, tanteos de manos y dedos metiéndose por debajo de la cinturilla de mis boxers para finalmente, finalmente envolverse alrededor de mi polla endurecida. O besos robados en los pasillos entre

clases, de la mano en la cola de la cafetería, resortes chirriantes mientras tomaba una agradable envestida sobre el colchón en mi dormitorio. Sí, por mi parte, esperaba la universidad, y no me podía graduar lo suficientemente rápido. Tal vez el mejor sueño era el que tenía sobre volver a casa después de mi primer semestre. Sería entonces diciembre, haría frío, y me abrigaría mientras me dirigía a la casa de Mikey para verlo. Por supuesto, él no estaría allí, tal vez tenía que trabajar un turno de noche, o sus clases en la universidad comunitaria no habrían terminado aún por el año. Cualquiera que fuese la razón, el señor Pierce me informaría que Mikey no estaba en casa cuando me detuviera allí, pero se acordaría de mí y me invitaría a pasar. “Siempre fuiste bueno con mi hijo”, diría, así era como comenzaba el sueño antes de caer en la decadencia. Mi ropa en el piso, el señor Pierce me conduciría escaleras arriba hacia la puerta cerrada de su dormitorio, que siempre había estado fuera del alcance de nosotros de niños. O me tomaría allí mismo, en la sala de estar, extendiendo mis piernas mientras me besaba, sus mejillas ásperas raspando contra mi piel suave mientras sus manos fuertes levantaban mis piernas abiertas, su polla gruesa y gorda, embistiendo contra mi culo apretado. «¡Dios!» Por mucho que quería ir a la universidad, quería volver a casa aún más si eso me esperaba.


 Aunque la mayoría de los chicos de nuestra edad superan lo de dormir fuera de casa una vez que llegan a la escuela secundaria, yo aun me quedaba en casa de Mikey

algunas noches cada mes. Salía de mi casa, lejos de mis padres y mis hermanas menores, que siempre estaban discutiendo sobre los chicos y el maquillaje, al parecer. Y eso me daba la oportunidad de estar cerca del señor Pierce, quien probablemente no nos dijo más de dos palabras las noches que estuve allí, pero cualquier pequeño vistazo, cualquier gesto, alimentaba mi enamoramiento adolescente. No me preocupaba demasiado acerca de que los chicos de la escuela averiguaran que me quedaba a dormir en casa de Mikey porque habíamos sido amigos durante mucho tiempo, lo que hacía que la mayoría de la gente supusiera que veníamos en conjunto. Dondequiera que Mikey fuera, yo no estaba muy lejos. Algunos probablemente pensaban que éramos así, o que no lo éramos, pero Mikey había pasado de ser un pequeño matón en el jardín infantil a un oponente formidable en la escuela secundaria, con los brazos, los muslos y el pecho llenándose, su cuello engrosándose, hasta que creció grande y voluminoso, al igual que su padre. Parecía pulidito al señor Pierce, dándole un tosco aspecto robusto, pero en Mikey se veía torpe y tonto. En mi mente, él seguía siendo el cero a la izquierda que me había empujado del maldito columpio durante el recreo. Pero parecía duro, y era el único luchador invicto en el equipo intramuros de la escuela, lo que le valió un cauteloso respeto entre nuestros compañeros de clase. Si alguien pensaba que era raro, seguro como el infierno que no se lo dirían a la cara. La última vez que pasé la noche fue el sábado antes de irme a la universidad. Mi madre había comenzado a tener ganas de llorar cada vez que me veía, sollozando en un pañuelo y balbuceando acerca de la pérdida de "su pequeño bebé". Por favor, tenía dieciocho años, y estaría asistiendo a una universidad a sólo dos horas de distancia

en auto, pero al oírselo decir, parecía como si prácticamente fuera a tomar clases en la luna. No podía imaginar cómo iba a ser el día que me fuera. Por eso, cuando Mikey llamó para ver si tal vez quería pasarme, sólo por pizza y una película, no pude empacar una bolsa de viaje con suficiente rapidez. Cuando llegué allí, dirigí mi bicicleta a las fauces abiertas de su garaje y la dejé apoyada junto a la de Mikey en la esquina. El garaje estaba lleno de cosas que siempre se asociaban con hombres como el señor Pierce herramientas sobre mesas de trabajo llenas de basura, martillos y destornilladores, taladros, llaves que brillaban débilmente a la luz en un ángulo a través de la puerta abierta. Frascos de vidrio llenos de clavos y brocas, tornillos y tapas, dándole al lugar un aire de alquimia mecánica que era místico para mí. No tenía nombres para la mitad de los artículos que yacían alrededor, pero el señor Pierce conocía cada uno los utilizaba en sus trabajos, manejándolos con sus dedos romos manchados con aceite y suciedad, dejándolos caer descuidadamente en su caja de herramientas cuando había terminado con ellos. En casa tenía una pequeña caja metálica que había comprado con mi mesada en la escuela media, y siempre que encontraba algo que el señor Pierce había dejado en mi casa, lo recogía antes de que mi madre pudiera tirarlo y lo guardaba en mi cajita. Cada vez que me acercaba a casa de Mikey, hacía lo mismo, antes de entrar, tomaba siempre un momento para mirar a través de los bancos de trabajo por algo pequeño, algo que el señor Pierce no echara de menos, algo que pudiera tener, sabiendo que él también lo había tenido antes que yo. Algo que me lo recordara cuando me fuera a la escuela.

Con las manos en mis bolsillos, di un paseo por la parte trasera del garaje, mirando hacia el conjunto de elementos distribuidos como una mezcla heterogénea metálica ante mí. Clavos los tomé, eran de aquellos doblados, que el señor Pierce había arrancado, inútiles y desechados. Cuando los estreché contra mi nariz, juraba que el olor cobrizo aferrado a ellos era el almizcle mismo que debía emanar del señor Pierce antes de que se duchara después de un trabajo. Tomé una broca o dos, rotas en su mayoría, pero sabía que el señor Pierce necesitaba esas y no quería robar algo que echara de menos. Tuercas, arandelas, pernos... quería algo nuevo, algo diferente, algo para conmemorar esta última noche... Allí, entre un puñado de desorden y monedas que parecían haber sido excavadas del bolsillo del señor Pierce y arrojadas sin miramientos sobre la mesa de trabajo, estaba el más largo tornillo que jamás había visto. Tenía unos pocos tornillos en mi colección, cosas nudosas que el señor Pierce había trabajado con sus manos o un destornillador pequeño, pero esto... esto era fácilmente de dos pulgadas de largo, y rasparía los lados de mi pequeña caja cuando lo atascara en su interior. Era grueso, también, de una buena media pulgada de diámetro, y con una tuerca de mariposa grande bien puesta en la cabeza, que parecía un gordo pene de metal, descansando allí entre las monedas y los pequeños tornillos. El metal estaba sucio y caliente al tacto, como si hubiera estado en la palma del señor Pierce momentos antes de que yo lo recogiera. Lo olí y olía a algo tan primario, tan masculino, tan crudo, que mi sangre se agolpó para llenar mi polla. Tenía que tener esto. Lo necesitaba.

Rápidamente me lo metí en el bolsillo delantero de mis jeans. La punta roma pinchó mi creciente erección y lo presioné hacia abajo, saboreando el dulce dolor. El señor Pierce había tocado este último tornillo y no me costaba imaginar la dureza caliente que tenía su dedo explorando la cubierta delgada del bolsillo que lo separaba de mi entrepierna. Con el más pequeño de los movimientos, empujé el tornillo más en mi bolsillo y sentí que dibujaba a lo largo de mi polla, una sensación emocionante que hizo que me corriera un poco ahí. «Más tarde», me prometí a mí mismo, sacando mi mano de mi bolsillo para no tener la tentación de jugar más. Me vi a mí mismo en mi cama en casa, a puerta cerrada, ropas fuera, mi gruesa longitud curvada sobre la parte superior de mi muslo mientras trazaba las débiles venas en ella con el tornillo. Sin manos, sólo ese tornillo, suavemente bailando sobre mi carne, haciendo cosquillas en la punta de mi polla, la pesadez del metal calentado por mi piel. No pensé que me tomaría mucho para terminar haciendo eso. No podía esperar. Casi quise irme a casa en ese momento y probarlo, pero Mikey estaba esperando. Probablemente me había visto en mi bicicleta por el camino y se estaba preguntando por qué no había entrado. Tratando de poner el tornillo fuera de mi mente, corrí por las escaleras que conducían a la puerta trasera de la casa, pero cada paso que daba empujaba la punta del tornillo contra mi ingle hasta que estuve duro y dolorido en mis pantalones. Llamé una vez en la puerta, luego pasé como siempre lo hacía. Mientras entraba en el estudio bajo las escaleras, mi mano bajó a mi bolsillo y trató de volver a colocar el tornillo, pero sólo se

estableció un poco más profundo y cavó un poco más abajo, en mis pelotas en ese momento. ¡Oye, chico! La voz del señor Pierce estaba justo detrás de mí, tan cerca que me vine de nuevo, justo lo suficiente para humedecer la parte delantera de mis calzoncillos. Mi corazón se aceleró en mi pecho. «Jesús». Debí haber traído algo más que una muda de ropa interior. Mi mano voló de mi bolsillo frontal para sumergirse en mi espalda, fuera de su alcance para que no pensara que había estado jugando conmigo mismo. Tenía la esperanza de sonar indiferente y no tembloroso en lo más mínimo cuando miré a mi alrededor y tartamudeé. Um, hey. El señor Pierce se sentó en un sofá viejo que había visto días mejores. El estudio era el cuarto de meter todo, así como el saturado garaje afuera. La casa era de dos niveles el estudio, en la planta baja, liderada por un corto tramo de escaleras hasta un cuarto de baño, y luego otra serie de escaleras llevaba a la parte principal de la casa, el comedor, la cocina, y a un cuarto de estar bien mantenido que era la primera cosa que los visitantes veían al entrar por la puerta principal. Siempre he utilizado la entrada del garaje, sintiéndome más como de la familia de esa manera. Fuera de la sala de estar, otra serie de escaleras se dirigían a los dormitorios donde Mikey y su padre dormían. Cuando los amigos del señor Pierce se acercaban para las cartas, jugaban en el comedor, mientras Mikey y yo nos quedábamos arriba. Mirando hacia arriba desde el televisor, el señor Pierce me dio una extraña sonrisa que iluminaba sus

facciones duras y que hizo que mi corazón se agitara en mi pecho. Ante ese pequeño gesto sabía que amaba al hombre. Mikey está en la cocina. ¿Por qué no vas arriba? Aturdido, asentí. Cada paso que daba irritaba mi polla. Estaba tan seguro que el señor Pierce pudo ver el bulto en la parte delantera de mis jeans, así que me aparté de él, caminando en un ángulo extraño para que no viera lo duro que estaba por él. «¡Dios!» Iba a ser una noche larga.

Dormir en la casa de Mikey significaba una noche hojeando pornos, dándonos una paliza el uno al otro en el PlayStation, y ver películas de terror en DVD. De dónde obtenía su alijo de revistas de desnudos, nunca lo supe, pero siempre había uno o dos nuevos títulos en su colección que quería mostrarme cuando me pasaba. Playboy, Hustler, Jugs... él los tenía todos. Fingía interés en ellas para no levantar sospechas, pero para ser honesto pasaba más tiempo leyendo las historias cortas en Playboy que babeando por las modelos. Tenía una pila pequeña de revistas, escondidas debajo de mi cama, donde ni siquiera mi madre las encontraría, muy manoseadas copias de Freshman y Unzipped1 que había comprado por eBay y que guardaba para mí. Aunque ninguno de esos hombres entre las páginas se comparaba con el señor Pierce, me masturbaba con las fotos imaginando su cara en los modelos. Un hombre mayor como él tenía que ser bien dotado. Por los sonidos de la televisión arriba, sabía que Mikey estaba en su dormitorio. Llamé a la puerta, y sin 1

Son revistas porno gay, la primera de chicos de 18 años y la segunda de hombres maduros.

esperar respuesta, abrí y caminé dentro. Por un instante vi a Mikey en toda su pálida y musculosa gloria, yaciendo en su cama, sus jeans desabrochados volaban extendidos mientras él tiraba de su dura polla. Por lo general, ver a Mikey en cueros no hacía nada en mí, lo había conocido durante tanto tiempo, y le había visto desnudo a menudo cuando nos estábamos cambiando en los vestuarios o en el baño, que parecía casi no sexual para mí. Pero seguía estando duro, dolorido por mis propios pensamientos en el garaje del señor Pierce y espoleado por el grueso tornillo en mi bolsillo, y la vista de una polla desnuda cualquier polla casi hizo venirme en mis pantalones. ¡Jesús! Mikey gritó, tirando una manta sobre su regazo para ocultar su erección mientras yo retrocedía hacia el pasillo. ¿No puedes jodidamente tocar? Medio cerré la puerta detrás de mí, sonrojándome furiosamente. Sin éxito, traté de mantener mi mano en mi bolsillo, donde quería acariciar mi propia polla. ¡Lo hice, pendejo! Tú sabías que estaba de camino hacia acá. No sabía que acababas de dejarte caer aquí. Podía oír a Mikey jadear sabía que él estaba tratando de correrse rápidamente, y estando yo justo al otro lado de la puerta debía haber alimentado su excitación. Le había oído antes pajearse, en la cama, cuando pensaba que estaba dormido, y hacía un pequeño ruidito gracioso en el fondo de su garganta justo antes de que estuviera a punto de llegar, una especie de “uh uh uh” que siempre me hacía reír. Justo en este momento, sin embargo, me puso enfermo. No podía creer que todavía estaba tratando de venirse conmigo parado justo allí. Mikey grité. Dios, eres tan repugnante.

Entre resoplidos, jadeando dijo: Tú también lo haces. No actúes como un santo. Tú juegas contigo mismo más que yo... Agachándome, ignoré el tornillo excavando dolorosamente en mi polla y me desabroché una de mis zapatillas de deporte. Entonces abrí la puerta del dormitorio y lancé el zapato a través del cuarto, apuntando hacia la cama de Mikey. Antes de que golpeara, cerré la puerta, pero oí un grito y me eché a reír satisfecho mientras el zapato rebotó en la parte posterior de la puerta. ¡Jodido imbécil! gritó Mikey. ¡Lamedor de coños! Fue lo primero que me vino a la mente, y sonaba tan francamente desagradable que me doblé de la risa. Tomé una respiración profunda, listo para gritar de nuevo, esta vez algo peor, cuando levanté la vista y vi al señor Pierce, al pie de las escaleras. Su sucia camiseta estaba fuera del pantalón en la parte de atrás, pero atiborrada en la parte delantera de sus pantalones de trabajo justo detrás de la hebilla de su gran cinturón. Su cabello oscuro salteado con gris le caía sobre la frente, y cuando se pasó una mano a través de él para sacarlo de la cara, los filamentos rectos se pusieron de punta como si estuvieran electrificados. Tenía las mejillas sin afeitar, y me encantó el roce de la piel a través de la barba cuando se frotó la mandíbula. ¿Qué están haciendo, muchachos? quería saber. Me dejé caer al suelo, sin poder parar de reír. Mikey me dejó afuera. La voz ronca del señor Pierce se levantó bruscamente como una bofetada verbal. Mikey. ¡Abre la maldita puerta!

No hubo respuesta. Si conocía bien a mi amigo, probablemente estaba desesperado por venirse ahora, tirando de su pene tan duro como pudiera antes de que su padre hiciera los pocos pasos para golpear en la puerta de su dormitorio. La idea me hizo reír aún más duro. Una nota de advertencia se deslizó en la voz del señor Pierce. Mikey. He dicho… Detrás de mí, la puerta se abrió de golpe. Tropecé de nuevo fuera de la línea de visión del señor Pierce y caí contra las piernas de Mikey. Yo seguía riéndome mientras miraba el rostro de mi amigo, y la mirada que me dio me hizo reír de nuevo. Cabeza de pene musitó, dándome patadas en el costado. Puedes irte a casa, ya sabes. Me extrañarías bromeé, y rodé lejos antes de que pudiera echarme otra vez. Haciendo caso omiso de nosotros, el señor Pierce le dijo a su hijo: No tires de esta mierda esta noche. Los chicos van a venir para el póker, así que chicos, quiero que se queden aquí fuera de vista. ¿Lo tienes, Mikey? A pesar de su tamaño, a Mikey todavía le intimidaba su padre. Con un gemido en su voz, comenzó: Pa-pá, dijiste que podíamos tener pizza. ¡Te voy a pedir un pastel! El señor Pierce siempre lo llamaba así, “un pastel”, lo cual sonaba extraño a mis oídos y siempre me hizo pensar en el postre. Pero te quedas en tu habitación y te quedas tranquilo, ¿me oyes? O él puede irse a su casa ahora mismo. Por él, el señor Pierce se refería a mí. Me calmé rápidamente, tirando en mi cara una expresión solemne, porque lo último que quería era irme. Al parecer, Mikey no

quería hacer realidad su amenaza anterior, tampoco. Arrastrando los calcetines en un clavo que sobresalía desde el umbral de la puerta, él susurró: Te escuché. ¿Perdón? el señor Pierce rompió.
 Mikey levantó la voz. Lo he oído, señor. «Señor». Tendría que virar eso en mi próximo sueño sobre el señor Pierce. Me pude ver a mí mismo de pie frente a él, cada parte de mí firme en atención debajo de su oscuro ceño fruncido. Mi polla dolía en los confines de mis jeans y en ese instante envidié a Mikey, cuya cremallera yacía sentada al ras de su entrepierna ahora que se había liberado. Sospechaba que estaría encerrado en el cuarto de baño antes de que la noche hubiera terminado, tirando de mi propia polla sobre el inodoro sólo para encontrar la liberación.


 Los compañeros de póker del señor Pierce comenzaron a aparecer alrededor de las seis. Mi estómago estaba gruñendo, no había comido mucho para el almuerzo, pero sabía que no debía preguntar cuándo pediríamos la pizza. Durante un rato Mikey y yo disputamos en el PlayStation, jugando uno de sus juegos de lucha y, básicamente, pateándonos la mierda de cada uno. Mikey conocía todos los movimientos, qué botones apretar, en qué secuencia, para ejecutar cualquier número de acrobacias grandiosas, pero yo, sólo empujaba todos a la vez y esperaba lo mejor. Le molestaba cuando ganaba. Tonto suertudo decía, golpeándome en el brazo. Para el

momento en que se aburría con el juego, mi hombro estaba entumecido por sus nudillos. Cuando escuché el primer carro detenerse lentamente frente a la casa, abandoné el juego y pretendí estirarme mientras me acercaba a la ventana. Afuera vi un maltrecho Toyota, el motor marchando tan fuerte que sabía que no había silenciador en la cosa. Después de un momento o dos, el motor se apagó y tres tipos de aspecto rudo se apearon del carro. Amigos del señor Pierce. Eran hombres duros, igual que él, y tan diferentes del tipo de mi propio padre, hombres con quienes mi padre palidecería alrededor y que yo amaría al instante. Haciendo caso omiso de la acera, los tres cruzaron el patio del frente, en dirección al garaje y a la misma puerta por la que había entrado antes. No podía oír sus risas desde esta distancia, pero a través del piso oí el chirrido de una puerta abriéndose y la voz del señor Pierce saliendo. ¡Gilipollas permanezcan fuera de mi césped! gritó en señal de saludo. Así que de ahí es donde Mikey y yo lo obtuvimos. Algunos de los amigos de tu papá están aquí le dije, en caso de que Mikey posiblemente no los hubiera oído llegar. Su respuesta fue un gruñido evasivo, estaba demasiado absorto en el juego de video para hablar en este momento. Tirándome en la cama, agarré la revista más cercana y empecé a recorrer sus páginas rápidamente. Entonces me di cuenta de que era una Hustler y la arrojé a un lado. Tengo hambre me quejé, recogiendo los hilos en el borde de la manta de Mikey. ¿Cuándo va a ordenar la pizza?

Sin romper el juego, Mikey llevó un puño por detrás de él, con la esperanza de conectar con mi pierna. Lo pateé lejos. No lo sé. Ve a preguntarle a él.

Oh, claro que no. En la planta baja escuché la puerta abrirse de nuevo y más voces más duras vagando a través de las tablas del piso. No iba a ir allí para quejarme de tener hambre. Apenas si podía hablar con el señor Pierce cuando estaba solo, ¿pero entre sus amigos? Seguro que si. No. Pinchando a Mikey con mi dedo, le dije: Tú ve a preguntar. Él es tu papá. Mikey se encogió de hombros. Tú pregúntale. Le gustas.
 Las palabras fueron como una sacudida de electricidad disparándose a través de mí. Mi polla, que finalmente había comenzado a ablandarse, ahora se endureció de nuevo, duplicando su tamaño y pellizcando contra la parte delantera de mis pantalones. Claro que no le dije, sólo porque quería oír a Mikey decirme “sí, lo hace, le gustas así”. Traté de mantener mi nivel de voz y fracasé estrepitosamente cuando le pregunté: ¿De verdad dijo eso? Mikey hizo un sonido desdeñoso y sacudió la cabeza. Tú estás aquí, ¿verdad? Si no le gustaras, no nos dejaría pasar el rato. Distraídamente pasé un dedo por la cremallera de mis pantalones, saboreando su presión contra la erección forrada en su interior. Mis párpados se deslizaron hasta cerrarse, mi boca se abrió un poco, y me olvidé de que Mikey estaba en la habitación conmigo, me olvidé de todo,

menos del señor Pierce abajo. El señor Pierce, quien le dijo a Mikey que yo le gustaba... Demasiado tarde, me di cuenta que Mikey se inclinó hacia adelante para cortar el juego. Se dio la vuelta, y me vio hacer gestos ante la sensación, e hizo una mueca. ¡Amigo! ¡Asqueroso! Arrojó el dispositivo de juego de vídeo hacia mí, pero sólo me golpeó la espinilla antes de caer al suelo. Consigue una habitación, ¿podrías? Con una sonrisa, bromeé: Estoy en una habitación. Puedes irte. O bueno, quedarte y ver. No me importa. Antes de que pudiera pensar que estaba duro por su padre, tomé el Hustler y comencé a pasar las páginas, masajeando mi polla a través de la parte delantera de mis pantalones mientras Mikey observaba. Desde la esquina de mi visión vi que sus ojos se abrían por mi audacia, y dejé escapar un gemido gutural de mis labios mientras movía mi mano. Tirando de la cremallera, avancé un poco y susurré: ¿Quieres ver en lo que estoy trabajando aquí? Eso me valió un golpe en la rodilla. Mi pie pateó por reflejo, capturando a Mikey en las costillas, y la siguiente cosa que supe, es que estábamos luchando juntos en el suelo, luchando tan duro como lo hacíamos en el videojuego. Mikey podría ser más voluminoso que yo, pero yo era rápido y sabía exactamente dónde golpear para hacerle daño. Mientras rodaba por encima de mí, me quedé de espaldas a él, mi erección dolorosamente atrapada entre mi cuerpo y el suelo para que no sintiera lo duro que todavía estaba. Mientras trataba de retenerme, con uno de mis brazos pegado detrás de mí, arqueé la espalda y empujé mi culo contra su ingle, con la esperanza de despistarlo. Sentí mi cremallera abrirse con facilidad, liberando la presión en mi

entrepierna, y sabía que mis calzoncillos parecían una tienda de campaña a través de mi bragueta obscenamente abierta. Mi cara estaba enterrada en la alfombra, y cada vez que Mikey me empujaba hacia abajo, la punta de mi polla se frotaba sobre la corta alfombra Berber hasta que me sentí escocido y húmedo. Una dureza intransigente se empujaba entre mis nalgas la polla de Mikey, tan rígida como la mía en este momento. Como si estuviera furioso de haberse encendido, Mikey tiró de mi brazo más arriba, amenazando con hacer estallar mi hombro fuera de la articulación. Volviéndome hacia la puerta, jadeé por aliento. Tío 2 grité, golpeando el suelo con la mano libre. Quítate con una mierda de encima, ¿quieres? Tío ya…. Tí… La puerta se abrió y el señor Pierce se quedó allí, elevándose por encima de nosotros. De repente, Mikey se había ido y me puse de pie, empujando mi polla de nuevo en la parte delantera de mis jeans haciendo una mueca de dolor, ya que dolorosamente volvió a sus confines. ¿Qué demonios está pasando aquí? el señor Pierce exigió, su mirada iba de Mikey a mí, una y otra vez, de ida y vuelta. Les dije chicos que se mantuvieran tranquilos. Me sentí como si tuviera cinco años de nuevo, castigado por jugar demasiado rudo. Lo siento murmuré, cerrando la cremallera de mis jeans. No podía sostener la mirada del señor Pierce, así que me quedé mirando sus calcetines en su lugar. Un dedo pequeño se asomó a través de los principios de un agujero y sentí una oleada de entusiasmo ante esa pisca de piel, así que metí

2

Es una forma coloquial de admitir la derrota y que se acabe una discusión o pelea.

las manos en los bolsillos para empujar mi furiosa polla. Estaba tratando de romper mi brazo. Él me llamó maricón replicó Mikey a mi espalda. Mi cara se puso caliente. ¡No lo hice! Yo no… Cierren la puta boca ladró el señor Pierce, silenciándonos a los dos. Bajando la voz, se inclinó delante de Mikey y fulminó con la mirada a su hijo. ¿Cuántos años tienes de nuevo?
 Podía oler el Irish spring y el desodorante Old Spice del señor Pierce, un perfume embriagador que calentaba mis pulmones y agitaba mi sangre. Por el rabillo de mi ojo miré a Mikey, quien no podía ver a su padre a la cara. Cuando él no respondió de inmediato, el señor Pierce espetó: ¿Estoy hablando contigo? Dieciocho murmuró Mikey. El señor Pierce dio un paso atrás. Entonces jodidamente actúa de acuerdo a ellos.
 Decidido a tener la última palabra, Mikey se quejó: Él estaba tratando de mostrarme su pene. Deberías haber mirado dijo el señor Pierce, sorprendiéndonos a los dos. Él me miró y por un breve instante nuestros ojos se encontraron. En ese instante pude haber jurado que vi la sombra de una sonrisa jugueteando alrededor de los bordes de esa severa boca. Es posible que te hubiera gustado. Sin decir otra palabra, se dio media vuelta y desapareció por el pasillo. Me reí dentro de mi mano, mientras a mi lado, la cara de Mikey estaba perpleja. ¡Papá!


 Mikey era como un hermano para mí, a veces molesto como el infierno, pero sabía que nunca iba a conocer otro tan bien como lo conocía a él. Había demasiadas cosas entre nosotros, demasiado tiempo, demasiada amistad, demasiada experiencia compartida que iba a echar de menos cuando me fuera a la universidad. Parte de nuestra disputa surgió a partir del conocimiento que el tiempo que nos quedaba era corto y ninguno de los dos quería desperdiciarlo, aunque no sabíamos nada más que hacer. Después de que su padre nos abandonó por segunda vez, Mikey golpeó la almohada dándole forma y se tendió en su cama, ingeniosamente acostado como para que yo no encontrara un lugar para sentarme. No me importaba. Me dejé caer en sus rodillas, y cuando las levantó para sacudirme fuera, me deslicé en el espacio entre su cuerpo y la pared, mis piernas cubriendo las suyas. Para hacer la paz, acepté la revista que él me dio, a pesar de que sabía que la morena en el frente no era uno de sus temas favoritos. A Mikey le gustaban rubias, cuanto más grandes, mejor. Pero la portada de este Playboy contaba con una historia de Stephen King en el interior, así que al menos tendría algo interesante para leer. El silencio entre nosotros sólo era roto por el sonido de las páginas de las revistas girando, las mías con menos frecuencia que las de Mikey. Estaba mirando las fotos, sosteniendo la revista para ocultar su cara de la mía. Pude ver que estaba luciendo su tronco de nuevo, y cuando terminé de leer la historia, golpeé la revista hacia abajo a través de su entrepierna, ganándome un gruñido satisfactorio. Tu papá vio mi polla bromeé. Esperaba

que mi propia emoción ante ese pensamiento no se transmitiera alto y claro en mi voz. Mikey se burló y volvió una página. No hay nada que ver. Veinticinco centímetros. Me cogí la parte delantera de mis pantalones y me di un manoseo rápido que consiguió que mi sangre bombeara de nuevo. Es más de lo que tienes. Esta vez la revista bajó. Por encima de ella, Mikey rodó los ojos. Ya quisieras. Esperé hasta que él levantó la revista de nuevo, escondiéndose de mí, antes de que me abalanzara sobre el bulto en su entrepierna. Tomé un puñado de tela y con un grito que me hizo reír en voz alta mientras Mikey se retorció lejos de mí. Eso es sólo como siete, si acaso. Llegué a él de nuevo, pero se apartó, dándome una palmada con la revista. Quítame las manos de encima gritó mientras su alijo de revistas se deslizaba de la cama al suelo. No estoy encima de ti robando un toque, ¿verdad? Con una sonrisa lenta, bromeé: ¿Quieres? Me reí mientras Mikey gruñó y me tacleó. Con un pie plantado contra su estómago, le retuve, pero sus puños maltrataron mis brazos y mi pecho mientras lo rechazaba. Por unos momentos peleamos, él viniendo a mí y yo manteniéndolo a un brazo de distancia, que sólo lo ponía más enojado. Luego, el sonido lejano del timbre de la puerta nos congeló a ambos, en medio de un swing. Mikey me miró con los ojos muy abiertos. Después de un latido de corazón, ambos dijimos la misma cosa. ¡Pizza!

Él trató de desenredarse de mí, pero lo empujé hacia atrás cuando salté de la cama. Capturando la parte trasera de mi camisa, Mikey me tiró hacia abajo me sacudí soltándome, brazos en molinete mientras corría a mi lado. Le agarré un grueso tobillo y casi lo tiro al suelo; Mikey se tambaleó hacia la puerta y pateó, tratando de golpearme para alejarme, pero estaba de nuevo de pie y corriendo por delante de él a tal velocidad, que choqué contra la pared opuesta en el pasillo y caí de nuevo contra él cuando corrió tras de mí. ¡Fuera de mi camino! murmuró, empujándome a un lado. Cogí su camisa y traté de hacerlo retroceder, pero en su lugar me encontré dando tumbos por las escaleras detrás de él. En el momento en que llegamos a la sala de estar, los dos estábamos despeinados y sin aliento. En la puerta, el señor Pierce se quedó con la billetera en la mano, con una ceja arqueada mientras quedamos dentro de su vista. Una mujer joven en un traje de Pizza Hut estaba dentro de la puerta de tela metálica abierta, con cuatro cajas de pizza grandes tendidas. Cuando nos vio, jadeó y dio un paso atrás, sorprendida de nuestra repentina aparición. Mikey le dio a su padre una gran sonrisa. La pizza está aquí. Con un gesto desaprobatorio, el señor Pierce le hizo una seña a las cajas. Llévalas a la cocina, ¿quieres? Suavemente reprendió, mientras Mikey golpeaba la mesa con el pie al pasar. Maldita sea, muchacho. Trata de no acabar con el lugar. Corrí a la cocina y encendí la luz del techo. Desde la puerta que conducía al comedor, podía oír el ruido de las fichas de póker, el barajar de naipes, y el clic de botellas de

cerveza en la mesa de madera pesada. Pizza llamé, aunque no tenía por qué. En el momento en que el olor a queso caliente flotó delante de mí, oí los bancos raspando hacia atrás y una media docena de hombres corpulentos se amontonaron en la cocina. Ellos eran rudos, rebeldes, con olor a grasa y alcohol y para el momento en que me puse en medio de ellos, me sentía como un joven dios. Una imagen llenó mi cabeza, yo desnudo en esa cocina, despatarrado en el suelo, estos hombres muy masculinos desnudos mientras se apiñaban a mi alrededor, cada uno con vello oscuro como pelaje y gruesos músculos adornados con grasa, manos callosas en mi suave piel y grandes pollas llenando mi boca y mi culo. El señor Pierce de rodillas detrás de mí, mi cabeza en su regazo, su pene junto a mi mejilla o presionado mis labios, sus manos fuertes sosteniendo mis brazos mientras cada hombre se arrodillaba delante de mí y tomaba su turno. «¡Dios!» Era una escena de tal libertinaje que tuve que abrir la nevera y agachar la cabeza dentro, no tanto en busca de algo para beber sino para refrescarme un poco. No sirvió de nada cuando los hombres llegaron a mi alrededor, empujándome fuera del camino para tomar más cervezas. Sentí sus manos en mis caderas, mis brazos, mi cintura, y quería caer en su tacto. Entonces sentí un puñetazo en las costillas y Mikey estaba allí, empujándome a un lado. Mientras cogía dos botellas de agua, se inclinó para susurrarme desde la comisura de su boca: Coge unas cervezas. ¿Qué? Me enderecé de nuevo y miré alrededor, nadie se daría cuenta, estaba seguro, pero no me iba a meter en problemas haciendo algo tan estúpido, no con una sala llena de adultos. No. Hazlo tú.

Mikey se abrió paso entre Debilucho. Nadie se dará cuenta.



y

la

nevera.

Ellos me verán. Empecé a decir algo más cuando una mano dura sujetó mi hombro, girándome alrededor. Le sonreí a un tipo no muy de la edad del señor Pierce, pero sin duda mayor que yo. Tenía el cabello rubio sucio que se rizaba en ondas alrededor de su sien y sobre el cuello de su camisa, y estaba mejor afeitado que los otros hombres en la habitación. Incluso el señor Pierce tenía una sombra oscura en su mandíbula, pero no este tipo. Parecía el más joven del grupo y cuando me sonrió, vi un colmillo torcido que estropeaba una sonrisa por lo demás preciosa. ¿Eres el hijo de Hank? Tartamudeando, miré a los helados ojos azules y ya no pude pensar con claridad. ¿Quién era Hank? No, yo… De repente, el señor Pierce estaba allí, cubriendo con un brazo el rededor de mis hombros y tirando de mí hacia abajo contra su amplio pecho en una rara muestra de afecto. Casi no sentí al nudillo frotarse contra mi cuero cabelludo ya que cada sinapsis en mi cuerpo se disparó a la vez. Incluso me vine un poco, allí mismo, Dios me ayude. En sus brazos, hombre. Estaba en sus brazos. No, no es mío. Este es el amigo de Mikey, el que se va a la universidad. Es inteligente como tú, RC. Me reí mientras intentaba girar para quedar libre, no porque quisiera, sino porque sabía que se vería raro si no lo hiciera. RC fingió un golpe doble en mi estómago, el viejo uno-dos, y apartó las manos mientras miraba por encima de mi camisa. Si no estuviera tan duro por el señor Pierce,

podría caer por su amigo en un minuto. ¿Qué universidad? RC preguntó, despeinando mi cabello. Me sentí como uno de los chicos y quería deshacerme de Mikey para pasar el rato en el comedor con esos hombres. Di un paso en esa dirección, siguiendo al señor Pierce, y RC cayó a mi lado. Tech3. Empiezo la semana que viene. Estoy estudiando… ¡Ow! El Codo de Mikey se clavó en mi espalda. Me di vuelta y lo miré, pero él sólo asintió con la cabeza hacia la escalera y más allá de su dormitorio. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, sosteniendo las botellas de agua en el lugar, pero por la expresión de su cara, supe que había colado un par de cervezas debajo de su camisa, también. Coge una de las pizzas y vamos. Estaba desgarrado. En ese instante, si alguien me hubiera preguntado si quería unirme a ellos en el comedor, hubiera dejado a Mikey sin pensarlo dos veces. Estaba cansado de mirar porno barato y chicas desnudas, quería estar en compañía de hombres, manos calientes palmeando mis brazos y espalda, la risa gruesa, la ruda charla, el hedor a sudor y almizcle, humo y alcohol. Quería estar en ese mundo de adultos, para ser contado entre los hombres, para ser uno de ellos. Para ser aceptado por ellos. Para ser amado. Una eternidad pareció pasar mientras Mikey y yo nos mirábamos el uno al otro. En ese momento, más que en cualquier otro antes o después, fue el primer segundo en el que supe que nuestra amistad estaba cambiando. Yo estaba

3

Aparentemente es la abreviatura de la universidad, pero existen con ese mismo nombre varias en diferentes estados de Estados Unidos.

avanzando, encontrando mi propio camino, convirtiéndome en mí mismo y no siendo ya una parte de él. Entonces RC me dio una palmada en la espalda y rio. Chicos diviértanse dijo, dirigiéndose al comedor tras el señor Pierce. No miró hacia atrás, no me invitó a unirme a él, y el momento se perdió.

Vamos dijo Mikey de nuevo. Cuando di un paso hacia él, se volvió y corrió hacia la escalera. Por Dios, estas botellas están condenadamente frías, ya te digo. Y tuve dieciocho años de nuevo, en la cúspide de la virilidad, riéndome con mi mejor amigo mientras nos robábamos unas botellas de cerveza justo por debajo de la atenta mirada de su padre sin que nadie lo supiera. Tenía el resto de mi vida para crecer. No tenía que hacerlo esta noche.


 Arriba Mikey me mostró lo que había enganchado. Dos botellas de oscura cerveza Killian roja que se metió en la cintura de sus jeans y retuvo contra su vientre cuando cruzó sus brazos. Ambos bolsillos de sus jeans contenían latas frías de Miller Light. Antes de siquiera conseguir tener su puerta del dormitorio cerrada detrás de mí, Mikey ya había vertido el botín en su cama. Dos cada uno dijo, haciendo estallar el pendiente de una de las latas. Hizo un refrescante estallido que habría jurado se oyó hasta abajo, pero a pesar de la manera en que mi corazón latía con fuerza en mi pecho, ni el señor Pierce ni sus compañeros irrumpieron para exigir que les regresáramos su cerveza. Casi mareado por la excitación, me apresuré a la cama mientras Mikey echaba hacia atrás la cabeza para tragar

su primera lata. Para el momento en que él estaba sacando una de las botellas frías, mi propio bote estaba medio vacío. La cerveza era más suave de lo que esperaba. No estaba seguro exactamente qué esperaba, algo malo, tal vez, algo embriagador, que me tuviera en mi culo después del primer trago, pero eso no fue lo que pasó. La primera oleada de cerveza fría me golpeó en la parte posterior de la garganta, la espuma cosquilleando en el interior de mi nariz, pero no saboreaba nada al respecto. Por otra parte, se trataba de una cerveza ligera, después de todo. El siguiente trago heló mis dientes. Luego golpeó adentro, y sentí el calor de la bebida deslizarse por mi garganta como una serpiente, respirando fuego por el centro de mi pecho a enroscarse en la boca de mi estómago. Cada respiración que daba, la serpiente avivaba las llamas, extendiendo su alcance a través de mi cuerpo, calentando primero mi instinto, luego mi ingle, luego los brazos y las piernas, mis pies, mis dedos. Mi polla se puso rígida en mis pantalones como si consiguiera su propio zumbido de independencia del suave timbre que ahora llenaba mis oídos. Echando hacia atrás el resto de la lata, asentí como si esta fuera la primera cerveza que hubiera tenido. Aww, sí. Con una carcajada, Mikey me dio un puñetazo en el hombro. Hice un movimiento desganado de empujarlo de vuelta, pero terminó por llegar a la última botella en la cama. La tapa se torció con facilidad, y el aire frío que se arremolinaba desde lo largo de mi cuello envió un estremecimiento delicioso a través de mí. La Killian sabía un mundo mejor que la cerveza ligera que había tenido, me encontré a mi mismo bebiendo lentamente, saboreando cada bocado, dejando que me llenara completamente antes

de ponerla abajo. Quería que esta botella durara toda la noche. Mikey tenía otros planes. Tú traes las siguientes dijo él, cavando a través de una pila de DVDs al lado de su televisor. ¿Quieres ver Saw4? Abre la pizza. La caja de la pizza estaba a mi lado en la cama de Mikey. ¿Saw? ¿Otra vez? Mikey amaba las películas de terror y la serie Saw era una de sus favoritas. Mientras que podía apreciar las películas de terror, no estaba de humor para la sangre y las tripas, no con la barriga llena de cerveza y una pizza cubierta de pepperonis tan rojos, que podrían haber sido utilizados como accesorios de efectos especiales en una película de bajo presupuesto. Con un leve zumbido en mis oídos y mi cabeza empezando a nadar, alcancé un trozo de pizza y pregunté: ¿Qué hay de Alien5? No hemos visto esa en mucho. ¿Y qué quisiste decir, con que tengo que traer las siguientes? La próxima ronda de cervezas dijo Mikey, como si estuviéramos en un bar y fuera mi turno para pagar. Debe haber visto una mirada de incredulidad en mi cara, porque se rio mientras atoraba un DVD en su reproductor. Relájate. Para el momento en que estemos listos por más, los amigos de mi papá estarán muy 4

Saw (titulada bakan a partir de la tercera entrega, ya que la primera y la segunda se las conoce como Juego macabro en Latinoamérica, no siendo así en España, país en las que se mantiene su título original) es una película de terror/horror estrenada en 2004 y dirigida por el director australiano James Wan con guion escrito por él mismo en colaboración con su amigo, el actor Leigh Whannell, también australiano. Es la primera entrega de la serie cinematográfica Saw. Se exhibió por primera vez en el Festival de Cine de Sundance en enero de 2003 y un año más tarde fue distribuida internacionalmente. Su intriga y sus imágenes con una carga de suspenso psicológico son características de esta película. 5 La saga de Alien, es una serie fílmica de ciencia ficción y terror que relata la historia de la teniente Ellen Ripley (protagonizada por Sigourney Weaver) y su lucha contra una forma de vida alienígena, conocida simplemente como «el alien» o xenomorfo. La serie comenzó en 1979 con la película de 20th Century Fox Alien, el octavo pasajero y a partir de ésta se produjeron tres secuelas, al igual que numerosos cómics, libros y videojuegos basados en la franquicia.

ocupados con su juego para notar que bajas furtivamente las escaleras. Estoy poniendo Aliens. Es mejor que la primera película de todos modos. Apenas lo oí. La idea de bajar furtivamente las escaleras para robar más cervezas me aterraba. ¿Y si el señor Pierce escogía ese preciso momento para entrar en la cocina para refilearse a sí mismo? ¿O si uno de sus amigos me atrapaba? Agarrando el cuello de mi botella de cerveza, juré tomármela lentamente. Mientras que tuviera un poco de cerveza que beber, tendría una excusa para no ir a buscar otra para Mikey. Con un poco de suerte, nos involucraríamos tanto en la película que él iba a olvidar todo acerca de enviarme abajo por mas bebidas.


 Nos tendimos en el suelo para ver la película, nuestras cervezas medio vacías durante la mayor parte de la película. Sólo tomé un sorbo de la mía, tratando de mantener lo suficiente en la botella para que Mikey no pensara que era tiempo para que yo bajara por más, pero él hacía todo un espectáculo cada vez que tomaba su propia cerveza y agitaba el último trago en torno a la parte inferior. Estaba sintiendo el alcohol bastante pesado, había bebido demasiado muy pronto y probablemente no habría podido sostenerme sin balancearme si lo intentara. Así que me concentré en terminar la pizza y bajarla con una de las botellas de agua que Mikey había traído con él. Para cuando la película terminó y Mikey cambió el disco por la secuela, mi estómago estaba plomizo, mi cerebro confuso, y mis párpados pesados. Acurruqué mis brazos bajo mi cabeza y me pregunté vagamente si tal vez no debería dirigirme al cuarto de baño antes de caer dormido aquí

mismo en el suelo. Podía sentir mi corazón latir en mi polla donde la apreté contra mi cuerpo y aunque quería aliviar el dolor, los brazos y las piernas se negaban a moverse. Desafortunadamente, Mikey no estaba tan somnoliento. Empujándome en el riñón, murmuró: Despierta. La película está empezando. ¿Vas a terminarte eso? Abrí los ojos para verlo apuntando a mi botella de cerveza medio vacía. Casi empecé a negar con la cabeza, dejándole que la tuviera, cuando me di cuenta de que estaríamos sin bebida y él me enviaría a la planta baja. Así que con un esfuerzo consciente, me aparté del suelo y llevé mis piernas debajo de mí para sentarme al estilo indio, tratando de alcanzar mi cerveza antes de que Mikey pudiera tomar mi silencio como respuesta. Estoy casi listo le dije, levantando la botella a mis labios. Hacía tiempo que el frio se había dispersado, dejando tras de sí un líquido tibio, casi sin sabor que dejó un regusto amargo en mi boca. Me obligué a bajar otro trago y sacudí la cabeza. Hombre, estoy vencido. Estás borracho dijo Mikey con una sonrisa. ¡Flojo! Ni siquiera dos cervezas y ya estás a punto de caer. Le di lo que esperaba que fuera una mirada sardónica, pero sólo lo hizo reír más fuerte. ¿Y tú quieres más para beber? Mikey asintió mientras masticaba un trozo sobrante de pizza. Amigo, una más no haría daño. Vas a dormir como un tronco. ¿Es esta la película donde ella corre alrededor en ropa interior tratando de encontrar ese maldito gato?

Eché un vistazo al televisor, ansioso de desviar la conversación lejos del alcohol. ¿Esta es la dos o la tres? Realmente ya había perdido la cuenta. Tres. Mikey pulsó el mando a distancia para avanzar rápidamente a través de los lentos créditos de apertura. Esa es la prisión en el planeta uno. Tomé otro trago de mi cerveza, que no tenía tan mal sabor en esta ocasión, y tomé un trago más de lo que yo quería. Cuando bajé la botella, sólo el más pequeño de los tragos permanecía en la parte inferior. Ella está en su ropa interior en la primera película. Mikey tiró hacia abajo el mando a distancia, enojado. ¡Maldita sea! Sabía que deberíamos haber comenzado desde ahí. No tenía la energía para señalar que ver la segunda película de la serie había sido su idea. En cambio, miré fijamente en las profundidades de mi botella y me pregunté si podría disculparme para obtener recargas sin parecer un cobarde demasiado grande. A través de los sonidos del televisor, me esforcé por escuchar cualquier cosa que viniera de abajo, temprano en la noche, habían estallado gritos cuando uno de los muchachos ganó una ronda, seguido por un coro de maldiciones de los otros que habían perdido. Ahora no podía oír nada. ¿Había terminado el juego de póker? ¿Los chicos ya se habían ido a casa? Eché un vistazo a la pantalla del reproductor de DVD, pero parpadeaba las 12:00, debido a que Mikey nunca se molestaba en ponerlo a la hora. ¿Qué hora es?

A mi lado, Mikey se encogió de hombros. Tiempo para más cervezas. ¿Vas a ir? No quería hacerlo. ¿Qué pasa con los amigos de tu padre?
 Al principio no pensé que Mikey contestara. Se puso de pie, se estiró, y se dejó caer de lado sobre la cama, los resortes crujiendo bajo su peso. Moviendo hacia arriba el fondo de su cortina, estiró el cuello para mirar hacia la calle de abajo. Dos de los coches se han ido dijo mientras rodaba sobre su espalda, su atención una vez más sobre la película. Traté de recordar la cantidad de autos que había visto allí antes y no podía recordarlo. Creo que el juego de cartas se ha acabado. Nadie te va a ver. Tu papá argumenté. No había oído los pesados pasos del señor Pierce en la escalera, lo que significaba que no se había ido a la cama. Pero Mikey se encogió de hombros, también. Probablemente se desmayó en el sofá de la salita. Vas a estar bien. Sólo tienes que ir abajo, tomar dos botellas y correr de regreso hasta aquí. Si te ve, dile que estás consiguiendo algo de beber. Él no tiene que saber qué. Todavía no quería hacerlo, pero no pude ver ninguna falla en la lógica de Mikey o cualquier otra razón por la que no pudiera hacerlo sin verme mal. Vamos Mikey me engatusó. ¿Qué va a decir, en realidad? Probablemente ni siquiera lo veas. El dolor en mis pantalones creció insistente, latiendo al compás de un creciente malestar en mi vejiga. Empujándome a mí mismo en mis pies, me tambaleé un poco pero me las arreglé para no caer de nuevo en mi culo.

Tengo que ir a mear anuncié. Me preocuparía por las cervezas cuando regresara del baño. Mikey rio mientras me movía lentamente hacia la puerta. Mi cabeza giró en una dirección, la habitación en otro. Estoy cerrando la puerta detrás de ti advirtió. No te dejaré entrar de nuevo sin el alcohol. Amenazas huecas. De alguna manera logré llegar a la puerta, abriéndola sin chocarme contra ella, y salí al pasillo. Abajo por las fauces oscuras de las escaleras a mi izquierda, el silencio bostezó. Sí, el juego había terminado. Coloqué ambos brazos hacia fuera delante de mí, me lancé a través del pasillo y golpeé la puerta del cuarto de baño con mis manos. Entré en el cuarto de baño limpio y vacío con un chirrido suave de la bisagra. Ni siquiera la cerré detrás de mí antes de que estuviera jugando con mi cremallera, ansioso por descargar la cerveza en mi vejiga. Al otro lado del pasillo, oí la risa rebuznante de Mikey y oí el chasquido insidioso de cuando me cerró la puerta. Enojado, le di una patada a la puerta cerrada del baño y murmuré: Imbécil. Parecía que iba a bajar después de todo.

Cuando terminé de aliviarme a mí mismo, consideré golpear la puerta de Mikey hasta que no tuviera más remedio que abrirme. Entonces pensé que el señor Pierce oiría el alboroto y subiría a gritarnos, y si Mikey abría la puerta con su papá parado en el pasillo, el señor Pierce de seguro vería las latas y botellas vacías que habíamos dejado

esparcidas por el suelo. Si me fueran a coger con cerveza, preferiría estar en el acto en lugar de después del hecho. Así que me decidí por golpear la puerta cerrada de Mikey con mi puño, lo que lo tuvo riéndose dentro de la habitación, lo supe, porque lo escuché cuando apreté la oreja contra la madera. Estás muerto gruñí, mi boca contra la jamba de la puerta. A ver si te traigo una cerveza. ¡Será mejor que puedas! Mikey gritó. La cercanía de su voz me asustó, él estaba justo al otro lado de la puerta. Revolví la cerradura, pero no giró, lo que significaba que la sostenía con fuerza para evitar que traqueteara. No volverás aquí sin al menos dos cervezas. Yo te traje algunas más temprano. Esperé en silencio, hasta que pude oírlo respirando, debió de haber presionado una oreja a la puerta, escuchando para ver si me había alejado o no. Así que golpeé la puerta de nuevo, esta vez más fuerte, y oí un satisfactorio: ¡Ay! Antes de que pudiera abrir la puerta para vengarse, corrí escaleras abajo. Los primeros escalones desaparecieron rápidamente bajo mis pies, pero a la mitad, me detuve. La oscuridad aquí no era tan completa como yo había pensado al principio. Las luces de la sala estaban apagadas, y si me movía un poco a la izquierda veía que la cocina estaba a oscuras, también. Sin embargo, otro paso me acercó a la parte inferior de la escalera, donde vi un brillo cálido de luz que se extendía en un pequeño círculo de la puerta, donde la sala de estar y comedor se encontraban. No era un resplandor fuerte por lo general asociado con dejar una luz

encendida en la habitación, en cambio, esta era difusa y baja, iluminando sólo la alfombra y no transmitiéndose al resto de la sala. Mientras me acercaba más, un paso a la vez, me di cuenta de que las puertas tipo persiana plegables que separaban una habitación de la siguiente habían sido cerradas. Eso me dio que pensar. En todo el tiempo que había pasado en casa de Mikey, nunca había visto a nadie cerrar esas puertas. Por lo general, estaban corridas a un lado de la puerta, dobladas en sí mismas fuera del camino. Cuando era más joven, me gustaba correr mis manos arriba y abajo por los listones de madera, girándolos arriba y abajo, hasta que el señor Pierce me gritaba que lo dejara. Hacían un ruido estrepitoso como discos de plástico, moviéndose juntos en un sentido o en el otro. Ahora todos apuntaban hacia abajo, dejando fuera la luz del techo todavía encendida en el comedor. El resplandor que vi provenía de debajo de la puerta, donde la madera estaba deformada lo suficiente para que no se sentara a ras del suelo. Esforzándome para oír lo que fuera, contuve el aliento y escuché. Alguien se aclaró la garganta, un sonido discreto que me dijo que el señor Pierce estaba todavía en el comedor. Las cartas ronroneando mientras las barajaban, y unas cuantas fichas de póker golpeando ruidosamente la mesa como si las hubieran apilado por aburrimiento y finalmente cayeron al suelo. Pero no había ningún otro sonido, nadie hablando con él, ningún forcejeo nervioso, nada que indicara que no estaba solo allí. Si él me descubriera... En la parte inferior de las escaleras, me asomé por la pared para conseguir una buena mirada de la cocina. Para mi sorpresa, las puertas tipo persianas estaban cerradas

también, aunque no completamente, y la brecha que quedaba entre la pared y la puerta permitía a un rayo de luz penetrar en la cocina a oscuras, iluminando una botella de cerveza vacía que habían dejado sobre el mostrador y que ahora emitía un resplandor ámbar sobre el grifo del fregadero. Si fuera rápido, probablemente podría colarme allí, abrir la nevera muy despacio para que no hiciera ruido, tomar dos botellas de cerveza, y correr de regreso arriba antes de que el señor Pierce siquiera supiera que estuve allí. Me había quitado mis zapatos antes. Mis pies con calcetines guardaron silencio mientras avanzaban por la alfombra sobre el suelo de baldosas de la cocina. Mi corazón latía en mi pecho, todos mis nervios estaban de punta, y mi pelo se sintió henchido de miedo a lo largo de mis brazos y la parte de atrás de mi cuello. Si fuera atrapado...
 «No» me dije a mi mismo. No seré atrapado. En mi imaginación me veía a mí mismo consiguiendo las cervezas. Me deslicé más cerca, vi mi mano alcanzando la puerta del refrigerador, sentí el frío metal mientras mis dedos se cerraban alrededor de la manija. «No seré atrapado. No seré…» Desde el comedor llegó el sonido de nuevo, una media tos, despejándose la garganta. Con una voz que parecía llena de grava, el señor Pierce habló: Así que me debes qué, ¿300? Mi mano se congeló en el mango. «Oh, joder». Él no estaba solo. Oí otro sonido, algo sexy, una mezcla entre una risa y un gemido. 350. No lo redondees a menos sólo porque estás duro por mí.

Las palabras me atrajeron más cerca. Pertenecían a RC, el amigo del señor Pierce, quien había hablado conmigo antes. Sin pensarlo, relajé el agarre de mis manos en el mango de la nevera y me volví hacia la puerta de persiana parcialmente cerrada. “¿Duro por mí?” ¿Es eso lo que había dicho? Por Dios. Esperaba un grito airado, una negación, algo rápido y agudo que enviara a este tipo RC embalado por correo. En su lugar, me sorprendió oír la insinuación de una sonrisa en la voz del señor Pierce cuando le respondió: Corté un poco para darte algo de holgura. Sé que no tienes el dinero. Con una risa gutural, RC respondió: Sé que no es efectivo lo que deseas de mí. No pude evitar que mis pies avanzaran por su cuenta, en dirección a la puerta de persiana. Me detuve en el mostrador y traté de mirar alrededor de la laguna donde la puerta y la jamba no acababan de juntarse pero lo único que vi fue la pared blanca. ¿Estaban hablando de lo que pensaba que estaban hablando? ¿De lo que esperaba que estuvieran hablando? Entonces oí gemidos amortiguados, un jadeo leve, palabras indistinguibles. Me acerqué un poco más y retiré las persianas lentamente, con cuidado de no dejar que rechinarán. A través de los listones de madera vi al señor Pierce sentado a la cabecera de la mesa en la única silla que tenían en el comedor. Él estaba volteado hacia mí, frente a RC que se sentaba en el banco más cercano a la cocina, en el mismo asiento que Mikey siempre prefería utilizar. Sólo que RC no estaba exactamente sentado del todo. Ambas manos se apoyaban en gran medida en los

muslos del señor Pierce, arrugando los pantalones de trabajo que llevaba mientras RC tocaba el material azul oscuro. RC se extendía por encima del señor Pierce, la cara enterrada en su cuello, y mientras miraba, los labios gruesos del señor Pierce se separaron en un gutural y bajo gemido. Una mano frotaba sobre el brazo fuerte de RC, amasando a través de su camisa. La otra viajaba por el pecho de RC para tirar de la cintura de los jeans de RC. De pronto sentí mis propios jeans dos tallas más pequeñas. Sin pensar en ello, abrí el cierre y sentí en la parte debajo de la cremallera la erección tirando de mi entrepierna. Todo mi cuerpo se ruborizó ante la sensación de mi polla dura liberada de su confinamiento y apreté mi mano contra ella antes de que mis dedos rodearan mi eje. Cuando la boca de RC cubrió la del señor Pierce, me mordí el labio inferior para no lloriquear. «Sí», oré. «Gracias, Dios, por permitirme ver esto». Al parecer, el señor Pierce no compartía mi agradecimiento. Con su mano plana sobre el pecho de RC, sostuvo al hombre más joven a raya. Dulces como son él susurró, tus besos no son suficientes para pagar la deuda. Fuiste tú quien descontó cincuenta dólares. La sonrisa tímida que escuché en la voz de RC me emocionó y froté el frente de mis calzoncillos, que se habían humedecido debajo de mi creciente erección. La risa del señor Pierce era como una mano cálida que envolvía mis bolas y las apretaban suavemente. Casi gemí ante el sonido, pero mordí con fuerza mis labios para callar. Puedo conseguir estos de forma gratuita siempre que quiera murmuró.

La sola idea de estos dos hombres haciendo esto, «¡esto!», después de cada juego de cartas con Mikey y yo arriba, ignorantes, me dio ganas de llorar. Nunca había amado a nadie como lo hacía con ellos dos, en este mismo instante. Aunque sabía que debería regresar de puntillas a la habitación de Mikey sin decir una palabra antes de que supieran que estaba allí, nada podía obligarme a moverme. Quería ver esto, tenía que verlo. Mi mano se deslizó por debajo de la cinturilla de mis calzoncillos. Mis dedos alisaron los rizos enroscados en mi entrepierna, entonces rasparon a lo largo de la reforzada longitud que sobresalía de la bragueta desabrochada. Cuando mi pulgar frotó sobre la punta de mi polla, gemí un poco de deseo. Oh, Joder. Necesitaba esto. En el comedor, RC había doblado una pierna por debajo de él y ahora estaba sentado en el banquillo frente al señor Pierce, cuyas piernas abiertas y postura encorvada parecían una invitación que sabía que nunca habría sido capaz de resistir. Con manos seguras, RC exploró la amplia extensión de pecho del señor Pierce, aplanando su camiseta al ras contra su carne. En la cintura de sus pantalones, RC sacó la camisa fuera del pantalón, liberándola de la hebilla del cinturón y tirándola hacia arriba para dejar al descubierto una franja pálida del estómago. Mi puño se apretó alrededor de mi polla al ver el vello que se arremolinaba alrededor de su ombligo, negro y gris como si estuviera sazonado a la perfección. La leve panza por la forma en que se sentó, el toque de la grasa del vientre que sobresalía por encima de la cintura, la forma en que la piel parecía temblar cuando los dedos de RC cosquilleaban sobre él.

Inclinándose, RC apretó la cara contra el estómago del señor Pierce y apoyó la mejilla en los vellos mientras se acurrucaba cerca. Los celos me inundaron. Yo quería estar allí, sujeto en el abrazo seguro del señor Pierce, agarrado firmemente al hombre que había amado durante todos estos años. Mi polla dolía al pensar en hacer eso, solo eso, y nada más. Me acaricié mientras veía los labios de RC chupar y besar al señor Pierce donde podía llegar sin moverse, la barriga, el ombligo, la parte inferior de un músculo pectoral que se asomaban por debajo de la camisa. Presionando su boca contra la piel del señor Pierce, RC de repente sopló una húmeda pedorreta, el sonido fuerte y sorprendente en el silencio. El señor Pierce gruñó mientras empujaba a RC atrás y se limpió la baba sobre su estómago. Vamos murmuró él, sonando exactamente igual que cuando mi amigo Mikey quería que yo hiciera algo y estaba demasiado ocupado haciendo el tonto para hacerlo. ¿Vamos a hacer esto, o qué? Porque puedes irte. Las manos RC encontraron la hebilla del cinturón del señor Pierce. La sonrisa burlona en su rostro hizo que mi cuerpo se sonrojara. Tú no quieres que me vaya. El señor Pierce gruñó en respuesta, pero permaneció en silencio. Con experta facilidad RC desabrochó el cinturón y lo dejó caer al suelo, luego desabrochó la parte delantera de los pantalones de trabajo del señor Pierce. Me incliné hacia delante, entornando los ojos a través de las persianas, conteniendo la respiración mientras una sola palabra se disparaba como una letanía en mi mente. «Por favor, por favor, por favor por favor por favor».

Tiró abriendo la bragueta del señor Pierce, empujando el material hacia abajo para sacarlo del camino mientras él lo separaba. Unos sucios calzoncillos blancos aparecieron en el hueco, alzándose como masa debajo de la erección del señor Pierce. Tuve que agarrar la barra con la mano libre mientras acariciaba mi polla, mi ropa interior rozándose ahora, mi cuerpo trinando de deseo. Suavemente RC bajó la parte superior de los calzoncillos del señor Pierce, y la larga polla que colgaba a la vista era rojiza y venosa y tan condenadamente grande que mis bolas se apretaron solo de verla. Cuando RC se inclinó para frotar esa longitud gruesa contra su mejilla, quería correr allí, hacerlo a un lado, y tomar su lugar. Quería que ese fuera yo. Miraba, mareado y aturdido, mientras él envolvía su lengua alrededor de la base del eje del señor Pierce. Me pregunté a qué sabría esa carne. Me imaginé a mi mismo en esa posición, la cabeza en el regazo del señor Pierce, la lengua enterrada en el vello canoso de su entrepierna. Era mi lengua la que veía deslizarse por la longitud de su pene, era mi lengua la que se arremolinaba alrededor de la punta bulbosa, mi lengua se hundía por la ranura goteando antes de que mi boca se abriera para tomarlo adentro. Cuando RC cayó sobre el señor Pierce, me quedé sin aliento. Empujé mi ropa interior hasta debajo de mis bolas y me agaché un poco, apoyándome en el mostrador para ponerme cómodo. Mi polla erecta se endureció en el aire fresco, mis huevos colgando bajo entre mis piernas y lamí mis palmas, primero una, luego la otra, antes de volver a masajear mi propia longitud. La saliva ayudaba, aliviando la fricción. Mis dedos volaron sobre territorio familiar cuando a menos de cinco metros de distancia, el señor

Pierce se echó hacia atrás en su asiento, con una sonrisa feliz en su cara mientras que RC chupaba su polla. Este era mi sueño hecho realidad, mis fantasías hechas realidad. Era yo allí con él, mi garganta trabajando su erección, mi puño apretado alrededor de la base de su pene, mis dedos frotando bajo su escroto hasta el borde del oscuro vello en su centro. En todos mis dieciocho años, nunca había visto a un hombre darle placer a otro. Oh, yo tenía fotos, esas revistas debajo de mi cama tenían su parte justa de páginas de corridas en la cara sin piedad, de seguro. Pero ellas eran imágenes organizadas, pollas duras que habían sido preparadas y pulidas hasta que brillaban ante las cámaras. Todas las fotografías sugerentes eran solitarias, no en parejas. No había googleado porno gay en línea porque lo último que quería era salir del armario ante mi familia porque alguien, mi madre tal vez, o un maestro en la escuela, descubrieran los sitios web en que había estado recientemente. Sabía que existía el porno gay, simplemente no tenía acceso a él. El beso de RC fue la primera vez que vi a dos hombres mostrándose algún afecto el uno al otro que se extendía más allá de un apretón de manos o una palmada en la espalda. Así que esto, esto, el señor Pierce metiéndose profundamente en la boca dispuesta de RC, con una mano sosteniendo la parte posterior del cuello de RC, la otra acunando la mejilla sin afeitar de RC... esta fue mi primera visión del cielo. Después de varios minutos en eso, el señor Pierce apretó la mano en un puño en la nuca de RC. La siguiente vez en que RC se balanceó hacia arriba, la mano en la cara se deslizó por debajo de su mandíbula, sosteniéndolo de vuelta. La mirada ardorosa que el señor Pierce le dio a RC,

incluso a través de la distancia que nos separaba, la sentí profundamente en mi ingle y tuve que morder la base carnosa de mi pulgar para no gritar de deseo. Maldita sea, eres bueno dijo el señor Pierce, su voz suave. Mis mejillas ardieron en respuesta como si se hubiera dirigido a mí. 
 Una lenta sonrisa suavizó los rasgos severos del señor Pierce. Pero tú sabes lo que quiero. RC rio y volvió la cara para presionar su boca en la palma del señor Pierce, plantando un beso allí. Lo que siempre quieres. Un pedazo de mi culo. No había el menor indicio de broma en la voz del señor Pierce cuando replicó: Es un culo tan jodible. ¿Te gusta? preguntó RC. Mi mente inició en una ciega carrera. «¡Dios! Oh, Dios mío. No son... que no sean... por favor por favor por favor, sí». En un ronroneo seductor, el señor Pierce admitió: Lo amo. 
 Mi mano se cerró alrededor de mi polla dolorida. «Sí, sí, sí». En un fluido movimiento RC se puso de pie, con las manos abriendo su cremallera a medida que él se volvía y bajó sus jeans. Se inclinó un poco, mostrándole el trasero al señor Pierce y dándome un buen vistazo de esas nalgas regordetas, con hoyuelos. Su culo era suave y bronceado, con un toque de crespos vellos oscuros hacia abajo de cada nalga y haciendo su camino en la grieta entre estas. Un lunar estampado como una hermosa marca justo debajo del

coxis en su nalga derecha, una sola imperfección en un lienzo de otra manera impecable. Si lo amas tanto RC bromeó, ¿por qué no lo besas? Todo mi cuerpo palpitó de deseo. «Sí». Cuando el señor Pierce se inclinó hacia delante, su polla tiesa asomó en su vientre, la punta húmeda chorreando el rastro de vello por debajo de su ombligo. Sus grandes manos cogieron las caderas de RC, tirando al hombre más joven más cerca; sus labios fruncidos, mientras se extendía apuntando para el culo de RC. Su boca se cerró sobre ese lunar pequeño con un fuerte ¡golpe! Pude oírlo desde donde estaba sentado. Mis dedos volaban a lo largo de mi polla, tirando de ella, dolorida, buscando la liberación mientras jadeaba, mirando, esperando por más. Como si hubiera oído mi súplica silenciosa, el señor Pierce me complació. Separó las nalgas de RC y lamió saboreando la piel oscura escondida entre ellas. Con fascinación vi esa lengua humedeciendo un camino hacia abajo, casi podía sentirla en mi propio culo, que temblaba por tal contacto. Sería cálido y más suave de lo que un hombre tenía derecho a ser, la saliva enfriando a lo largo de mi carne casi al instante. El señor Pierce hundió la nariz entre los montículos maduros, su mandíbula ampliándose mientras su lengua bajaba en ángulo entre ellos. Vi esa lengua dentro y fuera abajo de la nalga izquierda de RC y sólo podía imaginar dónde cosquilleaba cuando estaba fuera de la vista. Toda la timidez había dejado la cara de RC. Ahora se apoyaba pesadamente contra la mesa del comedor, las dos palmas de las manos en las cartas y fichas de póker por igual. Tenía la cabeza echada hacia atrás, una mirada de

puro éxtasis escrita en su rostro. Sí jadeó y arqueó su trasero hacía el rostro del señor Pierce. Sus pies se deslizaron separándose mientras trataba de extender sus piernas más ampliamente. Dios, sí. Allí mismo, Hank. Eso es. Ese es el punto. Jesús. Justo ahí. Se inclinó hacia delante, con los antebrazos sobre la mesa, permaneciendo en puntas mientras él mismo se ofrecía al señor Pierce. Con experta habilidad, el señor Pierce levantó las nalgas de RC y las separó, lo que me permitió vislumbrar el agujero fruncido como una golosina deliciosa en su centro. Podía ver los músculos flexionarse, podía sentir la lengua lamiendo el capullo apretado como si ese fuera mi culo en donde el señor Pierce comía. Suavemente imité los gritos deseosos de RC mientras llevaba mi polla hacia la liberación. Sí, sí. Cuando la punta de su lengua desaparecido en el agujero de RC, susurré el verdadero nombre del señor Pierce. Hank. Un escalofrío me recorrió. Se sentía tan malvado, el primer goteo de pre-semen manchó mi mano. Desde mi punto de vista, no podía ver la polla de RC. Mientras el señor Pierce exploraba su ano con los labios y la lengua, RC levantó una pierna y puso su pie en el banco donde se había sentado antes. Sus jeans, agrupados en las rodillas, ahora tensos entre sus piernas. Él los empujó hacia abajo, a un lado, su ropa interior siguiéndolos, y por fin vi la larga y dura polla firme en el parche de vellos negros en su entrepierna. Unas fáciles diez pulgadas, delgada, curvada a la derecha, me hicieron sentir increíblemente inadecuado. Con una mano, se agachó y tiró de ella hacia el centro de su cuerpo como si estuviera tratando de acorralarla en su lugar, pero tenía mente propia y continuaba tirando hacia un lado. Me pregunté

cómo se sentiría durante las relaciones sexuales, si él me jodiera, ¿podría sentirla pescando un camino de un lado a otro dentro de mi culo, o mi cuerpo sería suficiente para mantenerla recta? Dios, quería saber. Quería meterme en el comedor, esconderme debajo de la mesa, y dejar que RC empujara esa gruesa longitud en mi ofrecido agujero tan profundo como pudiera ir mientras que el señor Pierce tomaba a RC por detrás. Hubiera dado cualquier cosa suficientemente valiente para unirme.

por

ser

lo

En lugar de eso continué observando, mordiéndome el interior de mi mejilla mientras me complacía. Hank gimió RC, una y otra vez. Como también "Dios", y "sí" y "Hank, Jesús", como si se tratara de una experiencia religiosa para él. Sabía que estaba cerca de correrme, y no era el único en el extremo receptor de las atenciones implacables del señor Pierce. Cómo RC no disparaba una carga, cómo se las arreglaba para mantenerse en pie cuando mis propias rodillas querían doblarse, estaba más allá de mí. Por último, RC jadeó ¡Hank! Esta vez más fuerte, casi una orden, su voz sin aliento. Basta ya. Sólo jódeme, ¿quieres? Con un último beso en el lunar donde comenzó todo, el señor Pierce bromeó: Oh, así que ahora estás dispuesto a pagar los platos rotos. Quiero tu polla dijo RC, sus palabras vulgares inflamaron mi propia sangre, en mi culo, en dos segundos, o voy a romper toda la mesa aquí y puedes explicarle a los chicos cuando vengan más tarde acerca de por qué tus cartas están cubiertas en mi corrida.

Eso le valió una bofetada en todo el culo, un sonido que reverberó a través de mí y dejó una marca roja en forma de mano del señor Pierce en una mejilla redonda. Ellos no sabrán que es tuyo murmuró. Se puso de pie, desabrochando por completo sus pantalones y enganchándolos bajo en sus caderas. Su polla estaba todavía dura como baqueta, pero él la acariciaba perezosamente mientras frotaba la gorda punta hacia arriba y abajo de la hendidura entre las nalgas de RC. ¿Has traído un condón, o quieres cabalgar a pelo esta vez? RC se irguió mientras hurgaba en el bolsillo delantero de sus jeans. ¿Qué le pasó a tu provisión? El señor Pierce se encogió de hombros. No lo sé. Tal vez el chico los tomó, ¿quién sabe? Tal vez los usamos todos la última vez. Tal vez los usaste en alguien más bromeó RC. Extrayendo su mano de su bolsillo, tiró un par de paquetes de condones con forma de monedas en la mesa. El señor Pierce avanzó alrededor de RC, una mano deslizándose debajo de la camisa de RC para alisar todo su vientre. Su polla presionó contra el culo apretado de RC, atrapada entre ellos, mientras el señor Pierce se inclinó sobre el hombre más joven. Con la boca en el cuello de RC, murmuró algo que tuve que esforzarme para oír. No hay nadie más que tú. «¡Dios! Oh, Dios». Esa sola frase alimentaría muchas de mis fantasías en los días por venir. Me incliné hacia delante, mi cara contra las persianas ahora, mi aliento caliente y húmedo soplaba de vuelta en mi cara. Quería verlo todo con absoluto detalle

pero el señor Pierce fue rápido, en segundos tenía el condón abierto y lo rodó sobre su polla. La frustración brotó en mí, quería repetir la escena, verlo de nuevo en cámara lenta, ver plano-por-plano cómo el condón lubricado encerraba su polla como salchicha. Quería saborear el juego previo, la facilidad de ese eje resbalando entre las nalgas apretadas de RC, la solida presión del ano sobre la cabeza, el dulce dolor mientras RC tomaba al señor Pierce centímetro a glorioso centímetro. Pero parpadeé y me perdí de eso. Vi malestar revolotear sobre las facciones de RC, pero para el momento en que mi mirada viajó hasta donde sus cuerpos se mezclaban, el señor Pierce ya estaba dentro, sus caderas hacia delante, sus bolas colgando sobre la cinturilla de sus calzoncillos. El culo de RC se hundía mientras se flexionaba, guiando profundo al señor Pierce. Luego inclinó la mitad superior de su cuerpo sobre la mesa, el culo en el aire, mientras el señor Pierce encontró un ritmo lento y constante entre ellos. Continué masturbándome, sincronizando mis golpes con el señor Pierce. Acercándome aún más, traté de conseguir una mejor vista, quería cada momento de esta noche grabada en mi memoria. Lo necesitaba, necesitaba esto, y ya atesoraba esos pocos minutos robados de cuando fui testigo de algo acaeciendo entre dos hombres que estaban más hermosos de lo que yo nunca me había atrevido a esperar. Me acerqué más, queriendo más. El borde de mi pie golpeó la puerta de persiana. Por un momento mi corazón se detuvo, el señor Pierce pareció congelarse. La cabeza de RC estaba en la mesa ahora, su mejilla presionada en las cartas de póker

todavía yaciendo allí, y vi sus ojos girando hacia mi escondite. Cada gramo de mi cuerpo me gritó para que corriera, pero no podía moverme, no podía respirar, no podía pensar. Ellos lo sabían. Oh Dios, ellos lo sabían. «¡Oh, mierda!» Pero el señor Pierce había trascendido la realidad, lo único que existía para él era su amante, el músculo que rodeaba su polla, y cualquier cantidad de emoción lo había arrastrado lejos. Sus movimientos eran constantes, un balanceo constante que lo conducía en el culo de RC con un suave golpeteo y un débil "uh uh uh" que escapaba de sus labios entreabiertos. Así que por eso Mikey hacía ese mismo sonido poco divertido cuando se venía. El señor Pierce se inclinó sobre RC, con las manos sobre la mesa a cada lado del cuerpo de RC, empujando sus caderas contra el culo acolchado de RC. Sus ojos estaban cerrados, sus mejillas flojas, jodiéndolo no sólo con su polla sino con cada fibra de su ser, entregándose por completo al momento y al hombre debajo de él. Después de un segundo casi sin aliento cuando estuve seguro de que RC me vio a través de los listones parcialmente cerrados, él también se metió a su acoplamiento. Tenía los ojos vidriosos y rodaron hacia atrás mientras gemía de placer. Cogí mi ritmo de nuevo, haciéndolo coincidir con el del señor Pierce, tirando de mí mismo para soltar no una vez, ni dos, sino tres emocionantes veces, cada orgasmo acumulado en mi silenciosamente. Se sentía como un collar de perlas, cada uno preciosa, tirando de mí en rápido sucesión. Mi palma llena de semen; lo extendí a lo largo de mi longitud, persuadiéndome para una segunda eyaculación, y una tercera.

De pronto la escena ante mí parecía privada, muy íntima, y me sentí avergonzado por observar. El señor Pierce se inclinó sobre RC casi protectoramente, moliendo sus caderas contra su amante. RC follaba sobre su propia mano, acariciando sus testículos, llegando más allá para jugar con los del señor Pierce detrás de él, también. Juntos se movieron hacia el éxtasis, cada uno guiando al otro a un clímax que yo sabía iba a ser destroza mentes como el mío. Me apoyé en el mostrador para recuperar el aliento, mi dolorida polla colgando ahora entre mis piernas, mis pies y piernas entumecidos por la posición en la que había estado durante tanto tiempo. Rodando mi cabeza a un lado, vi en la orilla un paño de cocina colgado sobre el mostrador arriba. Me alcé, estirándome y enganchándolo hacia abajo. El ligero olor a jabón Dawn6 flotaba desde el trapo húmedo, con el que yo solía limpiarme cautelosamente. En el comedor, la respiración entrecortada de RC creció. Sí, sí gimió. Luego, levantando la voz, exclamó: ¡Sí! Dios, Hank, más duro, jódeme, más fuerte. Entre los dientes apretados, el señor Pierce advirtió Shh. Mi hijo está arriba. Más duro susurró RC. Él se empujó hacia atrás contra el señor Pierce, ansioso por correrse. Más duro, más duro. Sí. Sí. Sí, sí, sí. Vi las nalgas del señor Pierce apretar dentro de sus calzoncillos. Se empujó hacia adelante una vez más, de puntillas ahora, y mantuvo esa posición mientras echaba la cabeza hacia atrás, un gemido gutural aumentando de la

6

parte posterior de su garganta cuando por fin se vino profundamente en el culo de RC. El orgasmo del señor Pierce provocó el propio de RC, ya que vi algunas gotas blancas pequeñas goteando de la muñeca de RC mientras él cerraba la mano en un puño para evitar que cayera sobre el suelo. ¡Dios! Entonces el señor Pierce se derrumbó sobre la espalda de RC. Dios dijo de nuevo, su voz rasposa y ronca por el cansancio. Tú eres algo más, ¿lo sabías? Eres condenadamente bueno. RC volvió ligeramente la cabeza, con los labios fruncidos. No está mal para ti, viejo. Bésame. Sin más comentarios, precisamente eso.

el

señor

Pierce

hizo

Parpadeé lentamente, como si despertara de un sueño. Un sueño húmedo satisfactorio que me había dejado agotado. Me sentía cálido y relajado, y si tuviera acceso a uno de esos paquetes de cigarrillos abandonados en la mesa del comedor, me habría prendido uno a pesar de que nunca había fumado un día en mi vida. Pero quería respirar profundamente, retener el momento, dejar que se filtrara dentro de mí, dorar mis pulmones, luego exhalar lentamente, saciado. Me sentía como si hubiera sido el único de allí, jodiendo, jodido. Nunca había encontrado tal liberación en la masturbación antes y sabía que, por desgracia, probablemente nunca volvería a hacerlo. Pero ahora sabía cómo podría ser entre los hombres, lo maravilloso y sorprendente que podría ser, y tenía ganas

de ir a la universidad más que nunca. Quería una noche como esta, un hombre propio, esos besos y esa dura polla en mi culo, ese músculo apretado rodeando mi polla. Y lo tendría. El resto de mi vida se extendía ante mí como una promesa que planeaba mantener a mí mismo. «Todo eso y más». Aturdido, me levanté del piso y deposité el paño sucio en el mostrador. Con mis dedos suavemente metí mi miembro ahora marchito en los confines de mis calzoncillos, húmedos de mis propios jugos. Me subí la cremallera de mis jeans, con cuidado de que ser silencioso. Ya mi mente volvía a Mikey y las dos cervezas que todavía necesitaba engancharme de la nevera si esperaba poder entrar en su habitación de nuevo. ¿Se conformaría con latas, o sería más fácil de agarrar las botellas en su lugar? Antes de que pudiera detenerme en esta cuestión, el ruido de una silla al otro lado raspando el piso del comedor me sorprendió. Miré a través de los listones de la persiana de la puerta y vi algo que me aterrorizó, el señor Pierce, con los pantalones todavía sin levantar, la polla todavía enfundada por el condón manchado de semen y mierda, venía en dirección a la cocina. Hacia mí. Tuve el tiempo justo para presionarme de nuevo en la esquina entre la pared y el mostrador antes de que tocara la puerta con una mano, balanceándola con el movimiento y empujándola fuera de su camino. Afortunadamente, se detuvo al chocar contra el mostrador, escondiéndome de la vista, pero me encogí detrás mientras él cruzaba la cocina subiéndose los pantalones. «Oh, Dios». ¿Me habría visto? ¿Lo sabía? Si encendía la luz todo habría terminado. Luego

se volvería para colocar la puerta de vuelta en su sendero y me encontraría aquí. Él lo sabría... Pero no golpeó el interruptor de la luz. En su lugar, tomó las escaleras hacia el nivel inferior de la casa, sus pasos pesados en la oscuridad. Contuve la respiración, esperando, hasta que su espalda desapareció por el hueco de la escalera, y no me atreví a soltarlo hasta que oí el portazo de la puerta del baño cerrada. Apenas logré darle gracias a Dios antes de que la puerta estuviera doblada a un lado y RC parado allí, con esa sonrisa torcida de él obstaculizando mi camino. ¿Disfrutaste el espectáculo? Yo... Mi garganta se cerró mientras las palabras se secaron en ella. No sabía qué decir ni qué hacer, cómo explicarme. No, quiero decir...Yo no estaba… ¿Mirando? La sonrisa de RC se amplió mientras sus manos trabajaban en su cintura. No me atrevía a bajar la mirada para ver lo que exactamente estaba haciendo allí, pero oí el ruido de la tela y el ronroneo revelador de una cremallera empujándose de vuelta en su lugar. ¿Te gustó? Mis mejillas ardieron cuando miré el paño de cocina que había dejado sobre el mostrador. Con dos dedos RC lo recogió y lo levantó, olfateándolo. Cuando captó el olor de mi sexo, su sonrisa amenazaba con dividir su rostro. Esto lo dice. Sabía que eras así en el momento en que nos conocimos. No le pregunté qué quería decir con así. Ya lo sabía. Me arrojó el paño de cocina y me estremecí al atraparlo. Mientras lo apretaba entre las manos, él me

estudió con atención. ¿Entonces por qué estás aquí otra vez? ¿Nos oíste o algo así? Negué con la cabeza. Yo… Mikey quería que consiguiera algunas cervezas. Se suponía que me escurriría acá abajo y las llevaría de vuelta. Yo no sabía... Lo siento mucho. No voy a decir nada, lo prometo. Con una carcajada, RC se pasó una mano por el cabello, despeinando los rizos sueltos. Mierda dijo arrastrando las palabras, de repente más cerca de mi edad que el señor Pierce. No estoy preocupado por eso. Si lo fueras a decir, habrías llamado a tu amigo aquí para que viera por sí mismo. Y no te habrías quedado, tampoco. Agaché la cabeza. Mi cara se sentía como si estuviera en llamas y quería presionar el paño de cocina contra mi sólo para refrescarme, pero no me atreví. Por un momento RC me estudió mientras yo fruncía el ceño ante el trapo en mis manos, el silencio entre nosotros no era incómodo. Luego se dio la vuelta, cruzó la habitación y abrió la nevera. Sosteniendo la puerta a un lado para que pudiera ver, él me preguntó: ¿Cuáles quieres? Tuve que limpiar mi garganta antes de que pudiera responder. Las Killian. Me gustaron esas. RC rio. Esta no es la primera botella de esta noche, ¿eh, chicos? Inclinándose, tomó dos botellas por el cuello, y luego cerró la puerta y volvió a donde yo estaba, demasiado asustado para moverme. ¿Iba a decirle al señor Pierce que me había encontrado? ¿Que yo sabía? Dios, nunca sería capaz de mostrar mi cara por aquí de nuevo si lo hacía. Así

las cosas, no sería capaz de mirar al señor Pierce, sin pensar en su pene o la forma en que se había empujado en RC una y otra vez, pero si el señor Pierce sabía que esos pensamientos estaban en mi cabeza, me iba a morir, simple y llanamente, aquí, esta noche. Simplemente moriría. RC sostuvo las botellas hacia mí. Cuando no las tomé de inmediato, hizo una seña de que debería. Cambié el paño de cocina a una mano y cogí las botellas con la otra, sosteniéndolas de la manera en que él lo hizo. Mis dedos eran torpes, pero no las dejé caer, gracias a Dios. ¿Así que cuándo te vas para Tech? RC preguntó. Soltó las botellas y tomó el trapo de mí para que pudiera llevar una cerveza en cada mano. La próxima semana. Un chico caliente como tú tendrá a todos los niños del campus sobre su culo dijo RC. Me sonrojé, agachando la cabeza para ocultar la sonrisa tonta que sacó de mi boca. «¡Dios!» Repentinamente la lujuria corrió a través de mí como la pólvora. ¿De verdad creía que yo era caliente? Con un tiro curvo que cualquier jugador de pelota habría envidiado, RC tiró el trapo hacia el bote de basura al lado de la nevera y entró sin golpear el aro. ¡Dos puntos, y la multitud se vuelve loca! Hizo un suave ahhh, como si animaran para él. Luego me preguntó: ¿Juegas? Pensé que se refería al baloncesto. No, yo… Quiero decir, ¿eres un jugador? RC lo dijo, empujándome y meneando las cejas así que me dejé llevar por la corriente.

Así que se refería al sexo. ¿Cómo habíamos llegado a hablar de esto? Sólo quería desaparecer escaleras arriba antes de que el señor Pierce regresara del baño o Mikey empezara a preguntarse qué me estaba tomando tanto tiempo. No dije en voz baja, moviendo la cabeza. A pesar de lo que acababa de ver, no quería hablar de ello con RC. Me daba vergüenza que me hubiera pillado mirando. Yo no… nadie sabe que soy... Escucha dijo RC, repentinamente serio. Me tocó el hombro y me acercó más, colocando un brazo alrededor de mi espalda. Miré hacia arriba y vi que toda broma se había alejado de su cara, la sonrisa había desaparecido, esos ojos estaban oscuros y serios. Tienes el resto de tu vida por delante, chico. Este primer año fuera de casa va a ser grande, te lo prometo. Va a ser increíble, si te lo permites. Pero permanece a salvo, ¿me oyes? Hank y yo, hemos estado juntos mucho tiempo. Somos exclusivos. Hay muchas enfermedades y maldad afuera por joder con cualquiera. Asentí con la cabeza, reconociendo esto como el discurso de hombre a hombre que mi propio padre debía de haberme dado, pero que nunca sería capaz mientras él no supiera que era gay. RC me llevaba un montón de años, y el hecho de saber que él y el señor Pierce él y Hank eran un conjunto era algo que tendría que haber puesto antes en perspectiva. Esto no era una cosa de una sola vez. Esto era una delicia recurrente, un placer frecuente, una parte de la vida de ambos de la que yo había sido cómplice por un momento especial. Quería eso. Quería todo eso. Metiendo la mano en su bolsillo, RC sacó algo y me lo ofreció. Yo hacía malabares con ambas botellas en una mano de nuevo para tomar lo ofrecido y él la apretó en mi

palma para que pudiera sentir la forma de la misma contra mi piel. Uno de esos paquetes de preservativos en forma de moneda. Toma esto me dijo, con la voz entrecortada mientras se inclinaba más cerca, los ojos perforando en mí. Úsalo. Disfrútalo, porque te lo digo, es impresionante. Diviértete, pero mantente a salvo. Y cuando vuelvas, pasa por aquí y cuéntame todo sobre ello. Lo miré, sorprendido. Guiñó un ojo y me sonrió, y antes de que se me ocurriera darle las gracias, se acercó más aún, con los ojos cerrados, hasta que sus labios rozaron los míos. Tan suave, tan eléctrico, la insinuación de una lengua chasqueó entre mis labios para tocar la parte frontal de mis dientes y a pesar de que acababa de tener el orgasmo de mi vida un momento antes, ese beso inocente fue suficiente para ponerme a trabajar todo de nuevo. En la planta baja, el sonido del agua corriendo nos interrumpió. RC se hizo hacia atrás, golpeó mi hombro y asintió con la cabeza hacia la escalera. Vuelve con tu amigo. Hank y yo no hemos terminado completamente aun. Cautelosamente miré a la distancia entre mi persona y la escalera. Tendría que pasar la parte superior de las escaleras que conducían a la planta baja de camino, y... si el señor Pierce escogía ese momento para salir del baño, si daba la vuelta, si me viera. RC me dio un ligero empujón, caminando junto a mí. Adelante. Te cubriré. En las escaleras, se dirigió hacia abajo mientras me apresuraba a dar vuelta a la esquina y subí de a dos escalones a la vez de vuelta a la habitación de Mikey. Debajo de mí oí un suave golpe en la puerta del baño, y la

voz de RC en voz alta: ¿Oye, bebé? Ven a acostarte en el sofá conmigo un rato, ¿quieres? En un lado, las botellas de cerveza sudaban entre mis dedos, en el otro, el condón ardía como un secreto a la espera de ser compartido. Pero era mío, y esta noche no era la noche para sacarlo. Tal vez la próxima semana, o el próximo mes o el próximo semestre, cuando conociera a alguien especial, cuando tuviera una noche como esta para mí, cuando la mano bajando por la parte delantera de mis pantalones masajeando mi polla perteneciera a otra persona, no a mi. Entonces levanté el condón, recordando las palabras de RC, me gustaría compartir el secreto con un chico que todavía no hubiera conocido. Un muchacho con quien compartiera. 
 Pero no esta noche. Esta noche era mía, toda mía, y como una rara moneda de un tesoro hundido, me gustaría mantenerla a salvo. Afuera de la puerta de Mikey me detuve el tiempo suficiente para meter el condón, depositándolo en el mismo bolsillo que contenía el clavo que había tomado del garaje del señor Pierce antes. Entonces cambié las cervezas a ambas manos otra vez y golpeé con la parte inferior de una botella suavemente contra la puerta. Presionando la cara contra la jamba, susurré: Mikey, soy yo. Tengo el alcohol. ¡Abre!

Autora de múltiples publicaciones gay eróticas y de ficción romántica, J.M. Snyder comenzó a escribir sobre una banda de chicos antes de auto-publicar a través de Universe, Lulu Press, y CreateSpace. Actualmente Snyder trabaja con varios e-editores, sobre todo Amber Allure Press y eXcessica Publishing, y tiene varios cuentos publicados en antologías por Alyson Books, Cleis Press, y otros. Para obtener más información, incluyendo fragmentos, historias libres y concursos mensuales, por favor visite http://www.jmsnyder.net

hermes

Zamorita28

Gaby ¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no podríamos disfrutar de todas estas historias!
JM Snyder - El Papá de mi Mejor Amigo

Related documents

66 Pages • 17,713 Words • PDF • 1.6 MB

121 Pages • PDF • 185.1 MB

24 Pages • 4,024 Words • PDF • 119.2 KB

208 Pages • 74,029 Words • PDF • 1.2 MB

129 Pages • 40,240 Words • PDF • 992.6 KB

224 Pages • PDF • 29.2 MB

262 Pages • 135,755 Words • PDF • 4.7 MB

204 Pages • 75,824 Words • PDF • 2 MB

304 Pages • 130,232 Words • PDF • 1.6 MB

2 Pages • 250 Words • PDF • 178.7 KB

1,557 Pages • 133,272 Words • PDF • 2.6 MB

1 Pages • 206 Words • PDF • 5.2 KB