El mito de los gigantes americanos en la crónica de fray Reginaldo de Lizárraga

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El mito de los gigantes americanos en la crónica de fray Reginaldo de Lizárraga. Debora Lasalvia Resumen A fines del siglo XV y principios del XVI, la cosmovisión española sobre seres monstruosos en tierras lejanas encontraba su origen en mitos clásicos y medievales. La circulación de estos relatos habilitaba una visión del mundo que sostenía como válida la existencia de estos seres más allá del horizonte. Oriente era concebido como el albergue por excelencia de pueblos monstruosos; por lo tanto, cuando Cristóbal Colón desembarcó en las supuestas Indias todo el imaginario que había sido designado para la región fue inmediatamente traspolado a América. En esta presentación analizaremos la Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de La Plata y Chile (1595), del cronista conventual Fray Reginaldo de Lizárraga, atendiendo a los micro-pasajes donde refiere a este imaginario monstruoso; más precisamente nos detendremos en la construcción de representaciones sobre los gigantes.

Múltiples abordajes han tenido las categorías de monstruos en el período del auge del Imperio Español, principalmente en el siglo XVI. Retomando la tradición clásica y medieval (como por ejemplo, Marco Polo o Juan de Mandeville) que ya había clasificado y localizado distintas razas monstruosas, el imaginario hispánico adoptó sus categorías para entender y abordar el mundo desconocido. La llegada a América, siendo aún Las Indias, significó la posibilidad del encuentro de pueblos monstruosos. El bagaje de lecturas clásicas y la exacerbada cultura del monstruo que se desarrollaba en la cultura española arraiagaba aún más estas creencias: “En el úlimo cabo de Oriente era donde los geográfos clásicos habían situado todas las maravillas del mundo” (Gil, 1989: 29). Así, Las Indias fueron depósito de un sinfín de monstruos: acéfalos, hombres con cola, sciápodas, amazonas, sirenas, gigantes, entre otras especies.

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En el momento en que estas latitudes fueron reconocidas como tierras nuevas, adoptaron todo el imaginario monstruoso de Las Indias orientales y los confines del orbe. El traslado mítico significó una proliferación del tópico: nuevas tierras con sus seres que podían ser exploradas y, fundamentalmente, narradas. En esta presentación analizaré Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile (c. 1594), de Fray Reginaldo de Lizárraga considerando la representación de los gigantes. Propongo que la intención del fraile es, a partir de la evidencia, crear un archivo americano sobre los gigantes en el que se signifiquen tanto las concepciones míticas del imaginario antiguo y medieval, como aquellas que registraron su existencia en el nuevo continente. El tópico de lo maravilloso (mirabilia), lo exuberante, lo monstruoso en América, que había comenzado con las primeras entradas del diario colombino sobre el territorio, abundó en los años sucesivos: “…para hacer de la monstruosa e invisible América un terreno perfectamente reconocible y sin sorpresas” (Baudot, 1991: 26) Entender la realidad americana se facilitaba mediante el tópico de lo “monstruoso” (lo otro por excelencia) ; de esta manera se explicaba el Nuevo Mundo con parámetros europeos (Estevez Benitez, 2015) Si bien, como comenté anteriormente, fueron varias las razas monstruosas trasladadas a América, los gigantes fueron uno de los últimos pueblos en desmentirse, “…el hombre europeo […] pensó que aquel era el escenario propio de los dioses y personajes que existieron en el origen del mundo.” (Bueno Jiménez, 2015: 89) El historiador Enrique De Gandía sostiene que el mito del gigante americano tuvo tres influencias: 1) las leyendas clásicas y medievales, 2) las tradiciones indígenas de la llegada de hombres providenciales desde las costas del Pacífico, 3) el hallazgo de huesos de gran tamaño (1929: 38). Pero si bien esta corriente mítica data de decenas de

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siglos antes del “choque entre los mundos”, se arraiga totalmente en América tras la exploración de Magallanes. La exploración magallánica permitió que cronistas como Pigafetta y Fernandez de Oviedo dieran cuenta de las desmesuradas proporciones de los habitantes de la Patagonia. Debido a estas descripciones, la idea de la existencia de gigantes al sur del continente se arraigó indiscutiblemente en el imaginario español. El gigante también ha portado un significado emblemático en el origen de las civilizaciones, “representaba[n] la desmesura y el primitivismo salvaje […], debía[n] ser castigado[s] pues personificaba[n] la falta de la civilización.” (Flores de la Flor, 2011: 45) En numerosas crónicas y textos son mencionados los gigantes americanos, unos de ellos es Descripción del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile, de Fray Reginaldo de Lizárraga. El cronista conventual es enviado por sus superiores eclesiásticos a realizar el relevamiento de los distintos espacios religiosos desde Perú al Río de la Plata. Sin embargo, el envío no condice estrictamente con lo que finalmente Lizárraga produjo. Si bien hace el debido relevamiento, en su crónica dedica largas descripciones a la geografía de las ciudades a las que arriba, la relación entre españoles, indios y negros, relatos orales, narración histórica detallada sobre los virreyes, relatos míticos. A lo largo de todo el texto, Lizárraga ensaya la inserción de estos relatos, que a veces llegan a ocupar varios capítulos (como el titulado “la ficción de los indios”). Sin embargo, los espacios textuales (y claro, visuales) que le otorga a narraciones mítico-monstruosas son más bien breves, son micro-relatos. Así como el micro-relato de los gigantes es introducido súbitamente, así también se lo abandona. Con tan solo un punto y aparte, Lizárraga retoma su narración. Esta delimitación textual es la que permite pensar estas narraciones como micro-relatos autónomos.

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Lizárraga en el capítulo II de su crónica, que funciona como plan de escritura, afirma: “…no hablaré de oídas, sino muy poco, y entonces diré haberlo oído más a personas fidedignas, lo demás he visto con mis propios ojos […]; por lo cual lo visto es verdad…” (2003: 53) A lo largo del texto esto no se sigue al pie de la letra, pero sirve para entender dentro de qué marco discursivo se está posicionando. Lizárraga asume el rol de historiador: “…ya se puede decir que de historiador me he vuelto médico...” (Ibíd: 178) De manera que todo lo que él describa y narre tiene el sentido de Historia Moral y Natural (Mignolo, 1982). En el Libro Primero, Cap IV encontramos el primer micro-relato sobre gigantes. Al describir Santa Helena, Lizárraga introduce sin mediaciones la narración sobre estos seres: Hubo aquí antiguamente gigantes, que los naturales decían no saber de donde vinieron […] Vi también una muela grande de un gigante, que pesaba diez onzas y más. Refieren los indios, por tradición de sus antepasados, que como fuesen advenedizos, no saben de donde, y no tuviesen mujeres, las naturales no los aguardaban, dieron con el vicio de la sodomía, la cual castigó Dios enviando sobre ellos fuego del cielo, y así se acabaron todos; no tiene este vicio nefando otra medicina (Lizárraga, 2003: 55)

Lizárraga alega que el relato es propio de los antepasados de los indios y no explicita de qué manera le fue transmitido. Deja bien claro el pecado de los gigantes: la sodomía, conjugando el discurso mítico y el religioso. Si bien la conjunción de tradiciones textuales puede resultar llamativa, el mito de gigantes sodomitas en Santa Helena ya había sido mencionado en crónicas anteriores. Bien apunta Rojas Mix: “Cieza de León escribe que en el Perú se habrían encontrado

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los huesos de un gigante y que los indios informaban a los españoles sobre gigantes monstruosos […] y que habían llegado hacia mucho tiempo a Santa Helena…” (1994: 139). Agrega Mix, respecto a otro cronista de Indias: “Acosta, que da por cierta la existencia de gigantes, cuenta que él mismo ha visto huesos y dientes…” (Ibíd: 140) Lizárraga conjuga estas dos líneas míticas sobre los gigantes: abre con la mención a la tradición de los indios y luego agrega el encuentro de huesos (la muela) de gran tamaño. De modo que, la coexistencia de estas líneas en Lizárraga presenta cierto clima de época, demuestra la proliferación de los discursos míticos y la repetición de los mismos en las diferentes crónicas. Debemos recordar, además, que “eran los clérigos los que tenían la posibilidad de disfrutar de ese privilegio que suponía acceder al conocimiento antiguo…” (Flores de la Flor, 2010: 174) Por tanto, es factible que Lizárraga haya accedido a las lecturas clásicas. Sin embargo, a diferencia de las crónicas citadas, Lizárraga explica por qué los gigantes se convirtieron en sodomitas. Sostiene que “…no tuviesen mujeres, las naturales no los aguardaban, dieron con el vicio de la sodomía…” (Lizárraga, 2003: 55) De manera que los gigantes no son influenciados por el demonio, como en Cieza de León, sino que a falta de mujeres, tendieron a la sodomía. Por supuesto, por más que Lizárraga comente por qué pecaron, el castigo divino se presenta con igual intensidad – el fuego del cielo. Ahora bien, la conjugación mítica le permite a Lizárraga establecer una distancia entre los pueblos autóctonos y los gigantes sodomitas del pasado. La tradición mítica de los gigantes en Santa Helena permite, discursivamente, introducir un relato sermónico contra la sodomía –pecado anexado corrientemente a los autóctonos americanos. Sin embargo el gigante sodomita, el pecador, está situado en el pasado y no está genealógicamente relacionado con los indios. Eran extranjeros, no tenían sus propias

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mujeres ni se relacionaron con las mujeres autóctonas. De manera que no han podido tener descendencia. En la construcción de este mito los naturales no están relacionados con el pasado mítico americano: se mantienen al margen, son testigos de la llegada de los extranjeros. Resulta significativa esta separación, puesto que tras las exploraciones de Magallanes se aseguraba que los autóctonos al sur del continente eran, efectivamente, gigantes o “Patagones”, nombre que les da Pigafetta en su Viaje alrededor del mundo. Discursivamente, Lizárraga rompe la idea del habitante americano relacionado con lo mítico: ni sus antepasados ni ellos son gigantes. El Otro Americano no es parte del mito: se lo desmitifica. Así también se desmitifica a estas tierras: los gigantes son advenedizos, provienen de otro espacio, el mito tampoco se plantea originario de América. En este sentido, Lizárraga rompe con lo que Baudot denominó el proceso de ‘monstrificación’: el transformar, discursivamente, al Otro en un monstruo de difícil reconocimiento. Asímismo, la conjunción del mito (la narración de los autóctonos y el encuentro de los huesos), que coincide con las influencias que De Gandía puntualiza, le permite a Lizárraga “aumentar” la veracidad de lo narrado, estableciendo una sucesión de hechos del tipo acción-reacción-consecuencia: sodomía de los gigantes extranjeros-castigo divino (“ y asi se acabaron todos”)- muela de gigante vista por Lizárraga. En el capítulo CVIII del Libro Primero, Lizárraga comienza explicando los conflictos con los Chiriguana y con tan solo un punto y aparte introduce su narración sobre los seres míticos, afirma sin previo aviso: “Hallanse en este valle a la ribera y barrancas del río sepulturas de gigantes, muchos huesos, cabezas y muelas, que si no se ve, no se puede creer cuan grandes eran…” (Lizárraga, 2003: 233) Nuevamente, presenta la irrupción discursiva del mito, pero no evoca leyendas del pasado de los

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autóctonos, sino que sitúa la narración en el “presente de escritura”. Los gigantes ya no son narrados como seres que han vivido, sino como restos óseos. Así, Lizárraga elimina toda posibilidad de coexistencia temporal con los gigantes en el Valle de Tarija. Curiosamente, en la misma oración donde comenta la existencia de los huesos, Lizárraga apunta “…como se acabasen ignórase, porque como estos indios no tengan escrituras, las memorias de las cosas raras y notables fácilmente se pierde” (Ibíd: 234). La figura de los indios es introducida aquí para criticar su falta de escritura (cuestión que Lizárraga ya había planteado en el capítulo I). La voz de los autóctonos está anulada, no aparece. En este sentido, Lizárraga se inscribe en el “fetichismo de la escritura” donde “la escritura corresponde a la vez a una práctica político-religiosa […] y a otra judicial notarial.” (Lienhard, 1990: 29): solo mediante el asentamiento escrito se conserva. La escritura representa la memoria, y por tanto la historia. En este sentido, desliza su preocupación por la pérdida de los hechos dignos de recordar. Hay en Lizárraga necesidad de asentar, anotar, archivar. Los gigantes son ahora restos óseos, no existen más y por tanto es necesario escribir qué ha sucedido con estos seres “raros y notables”.

Esta intención de archivo de Lizárraga, unida a su fetichismo por la

escritura, se explica por su posición de letrado religioso. Es por este impulso de registro que recuerda un episodio donde vió una muela de gigante en Los Reyes siendo estudiante de Teología. Así mismo, alega: “Certificome este religioso nuestro haber visto una cabeza en el cóncavo de la cual cabía una espada mayor de la marca…” (Lizárraga, 2003: 234). De manera que su propia experiencia y la certificación del religioso de su orden justifican aun más el hallazgo de huesos pertenecientes a gigantes. En esta (nueva) necesidad de registro y asentamiento de las cosas “raras y notables”, Lizárraga anota certificaciones (la propia y la de su colega).

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Los gigantes corresponden al pasado, y en este instante de la enunciación se debe apuntar todo aquello que sirva de justificación de lo mítico de ese pasado. Como mencioné, la voz de los autóctonos está totalmente desplazada, se los posiciona en el lugar de los sujetos que, por falta de escritura, no pueden recordar, y por tanto no tienen historia. En el micro-relato son únicamente mencionados para ser criticados por esta “carencia”. Ya ni siquiera aparecen como testigos del pasado mítico americano (como sucedía en el capítulo IV). Lo importante para Lizárraga es aquel pasado monstruoso que tiene reminisencias en el presente mediante los hallazgos de restos óseos. El Otro Americano no está relacionado ni con el mito, ni con el presente de los hallazgos. Nuevamente, se repite el final abrupto del micro-relato. Las naraciones sobre gigantes, en el capítulo IV y en el CVIII se presentan “interrumpiendo” el relato sobre el lugar geográfico que se estaba narrando. Pero las estrategias de justificación que Lizárraga emplea son distintas. Para concluir, puede decirse que el propósito textual de los micro-relatos sobre gigantes en los capítulos IV y CVIII, si bien el abordaje del mito es distinto, es asentar, archivar, cofirmar el mito desplazándolo al pasado. En el caso del capítulo IV, asentar un clima de época, conjugando las dos vertientes del mito de los gigantes en Santa Helena (las narraciones de los autóctonos y los restos óseos). En el capitulo CVIII el registro se orienta a evitar el olvido, asentar mediante la escritura e incluirlo en el pensamiento humano. Hay en Lizárraga una necesidad, más o menos explícita según el capítulo, de construir el archivo sobre el mito americano del gigante. Así mismo, al presentar en el capítulo IV la voz de los indios, la narración que sus antepasados le transmitieron, y representarlos distanciados y diferenciados del gigante, elimina la posibilidad de una genealogía mítica americana. Establece una distancia con

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los discursos del Otro americano como ser monstruoso o descendiente de monstruos. En el capítulo CVIII los autóctonos son desplazados, no tienen voz y se los culpabiliza de la pérdida de relatos de cosas raras. Ya no se lo considera sujeto americano como sucedía en el capítulo IV, que alude al pasado de aquellas tribus y sus narraciones, sino que se lo anula. De todas formas, Lizárraga, en ambos micro-relatos presenta a los gigantes en una etapa anterior. Hay narraciones de indígenas, hay restos oseos, hay nuevos registros de su existencia pero los sitúa en el pasado de América. Así, se inscribe en los albores de la resignificación mítica del sujeto americano. La reescritura mítica que efectúa Lizárraga permite entender a América como el reservorio de restos de seres monstruosos, pero no así al Otro Americano, desligado de aquél pasado.

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BIBLIOGRAFÍA Baudot, Georges, “El encuentro con América y la imagen del monstruo” en Espacios de Mestizaje Cultural: Anuario conmemorativo del V Centenario de la llegada de España a América, México, 1991, pp. 17-28. Bueno Jiménez, Alfredo, “La representación grafica de los monstruos y seres fabulosos en el nuevo mundo” en Marta Piñol Lloret (ed.), Monstruos y monstruosidades. Del imaginario fantástico medieval a los X Men, Barcelona, Sans Soleil, 2015. De Gandía, Enrique, Historia crítica de los mitos de la conquista americana, Buenos Aires, Juan Roldan y cía., 1929. Estevez Benítez, Estela, “Colón y la transmisión de los mitos de los pueblos monstruosos a América” en Revista Historias del Orbis Terrarum, N° 15, 2015, pp. 78100. Flores de la Flor, María Alejandra Los monstruos en la edad moderna en el mundo hispánico, Universidad de Cádiz, 2010. -----------, “Los monstuos en el nuevo mundo” en Ubi Sunt, N° 26, 2011, pp. 40-48. Gil, Juan, Mitos y utopías del descubrimiento, Tomo I y III, Madrid, Alianza, 1989. González Echevarría, Roberto, Mito y archivo, México, Fondo de Cultura Económica, 2000. Lienhard, Martin, La voz y su huella, La Habana, Casa de las Américas, 1990. Lizárraga, Reginaldo de, Descripción del Perú, Tucumán, Río de la plata y Chile, España, Dastin, 2003. Mignolo, Walter, “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento” en Historia de la literatura hispanoamericana, Tomo I, Madrid, Cátedra, 1982.

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Rojas Mix, “Los monstruos: ¿mitos de legitimación de la conquista?” en AA. VV., América Latina. A situaçao colonial, Sao Paulo, Memorial, UNICAMP, 1993.

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