El Abuso de Debilidad Y Otras Manipulaciones - Marie-France Hirigoyen

232 Pages • 56,046 Words • PDF • 885.5 KB
Uploaded at 2021-09-24 13:41

This document was submitted by our user and they confirm that they have the consent to share it. Assuming that you are writer or own the copyright of this document, report to us by using this DMCA report button.


2

Introducción

¿Quién puede decir que no ha sido nunca manipulado? ¿Quién no ha tenido nunca la sensación de que alguien se había «aprovechado» de él, de que lo habían timado? En general, nos cuesta confesarlo porque nos avergonzamos y preferimos ocultarlo. Sin embargo, es algo que a las personas vulnerables les ocurre todos los días. Últimamente, los medios se han hecho eco de numerosas denuncias por abuso de debilidad sobre personajes famosos considerados como frágiles por sus allegados. Estos hechos, que nos impresionan por las grandes sumas de dinero reclamadas o la notoriedad de las víctimas, no son ni mucho menos casos aislados. Muchos psiquiatras tratan a víctimas de manipulaciones o estafas a primera vista más anodinas, pero que les causan graves trastornos.

LA DIMENSIÓN MORAL Hablar del abuso de debilidad requiere definir los conceptos de «consentimiento», «sumisión» y «libertad». ¿El consentimiento de una persona es siempre señal de que esa persona está realmente de acuerdo? ¿Posee esa persona todos los elementos necesarios para decidir? ¿Basta su consentimiento para decir que la acción es lícita? La respuesta a estas preguntas va más allá del derecho y tiene que ver con la moral y la psicología. ¿Cuáles son, concretamente, los límites de lo que es aceptable desde el punto de vista moral? ¿Qué decir de esas situaciones en que el abuso de debilidad no es evidente a nivel legal y por lo tanto no es sancionable, pero en las que ha habido sin duda manipulación y violencia psíquica para obtener un consentimiento? Analizaremos los casos en que un individuo utiliza la debilidad de otro para «aprovecharse» de él. Es difícil probar un abuso, especialmente un abuso sexual. Existe una zona gris, a menudo calificada de «comportamiento inapropiado», entre los hechos objetivos sancionables y una relación consentida. ¿Cómo aportar las pruebas de un no consentimiento cuando, a la presión sufrida por parte del agresor, se añaden la vergüenza de hablar de la propia intimidad y el miedo a las represalias? La actualidad nos lo demuestra cada día: hay actos que pueden no ser jurídicamente sancionables, pero sí parecernos moralmente discutibles. La dificultad radica en que esa barrera moral no es la misma para todo el mundo. Entonces, ¿dónde colocar el cursor?

3

EL MARCO LEGISLATIVO En Francia existen medidas de protección. La ley sanciona el abuso de debilidad siempre que concurran tres factores: la vulnerabilidad de la víctima, el conocimiento de esa vulnerabilidad por la persona imputada y el hecho de que el acto haya causado un perjuicio grave. A pesar de todo, como veremos, cada uno de estos factores puede dar lugar a interpretaciones distintas. Y como es difícil demostrar que unas personas adultas que han dado un consentimiento aparentemente libre se hallaban en situación de vulnerabilidad, muchas denuncias se archivan sin más. El artículo L.223-15 del código penal francés establece que debe protegerse a los menores y a las personas mayores a quien la edad o la enfermedad han hecho vulnerables, así como a los individuos en estado de sometimiento psicológico. Esta última noción, añadida al texto inicial a fin de reforzar la lucha contra los grupos llamados sectarios, es tan delicada de analizar como de concebir. Si bien es fácil comprender que algunas personas mayores cuyas capacidades intelectuales declinan o que algunos niños cuyo sentido crítico es aún insuficiente se dejen engañar, parece inverosímil que personas adultas inteligentes y plenamente conscientes puedan ser embaucadas por un estafador o un manipulador, y más cuando han sido advertidas. A pesar de que la ley sobre el abuso de debilidad tiene en cuenta el sometimiento psicológico, los trastornos psíquicos que de él se derivan no están, salvo casos extremos, jurídicamente contemplados. Solo la estafa, es decir, el delito contra los bienes, puede ser perseguida. En efecto, aunque estas leyes constituyen un avance considerable para las personas atrapadas en una relación destructiva, los delitos son difíciles de probar y también pueden ser utilizados de una forma completamente manipuladora para descalificar a alguien, lo cual explica la reticencia de los jueces.

LA DIMENSIÓN COMPORTAMENTAL Cuando te estafan, piensas: «¡Qué tonto he sido!». Pero si otra persona cae en la trampa, te sorprendes de su credulidad. Hay muchos estudios científicos que han intentado comprender los mecanismos de la aceptación y la sumisión. Los primeros trabajos los hicieron los filósofos, pero luego los realizaron investigadores en ciencias sociales y en comunicación, y se centraron sobre todo en la venta y el marketing. Su objetivo no es proteger a futuras víctimas, sino mejorar los trucos o métodos que permiten convencer a un consumidor para que compre un determinado producto. Desde este punto de vista, han identificado los distintos 4

factores que participan en la eficacia de una manipulación: la técnica del manipulador, el contexto, el momento en que la persona está más desprevenida, así como algunas de sus características. No obstante, si bien las manipulaciones han sido abundantemente estudiadas a nivel comportamental, la psicología de las víctimas y los procesos inconscientes que las animan raras veces han sido objeto de estudios psicoanalíticos. Ahora bien, la dimensión comportamental por sí sola no permite explicar que los individuos se dejen engañar, sobre todo cuando saben que su interlocutor no es digno de confianza.

¿INFLUENCIA O MANIPULACIÓN? ¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación de haber tomado una decisión o haber actuado en contra de su voluntad, por influencia de la conducta o las palabras ajenas, conservando de esa experiencia una impresión de malestar? Pero ¿es necesariamente el otro quien ha querido causarnos un perjuicio? La vida nos confronta con mil pequeñas manipulaciones anodinas que no tienen por qué ser judicializadas. La otra cara de la moneda es que esto banaliza los comportamientos límite y complica las denuncias de manipulaciones mucho más graves. ¿Dónde empieza la influencia normal y sana y dónde empieza la manipulación? ¿Cuál es la frontera? También a veces nosotros, conscientemente o no, manipulamos: una comunicación no siempre es completamente neutra. Puede ser por el bien del otro (un progenitor puede hacerle tomar un medicamento a su hijo; un profesor trata de transmitir mejor sus enseñanzas...). También puede hacerse de forma inofensiva, como en el caso del cónyuge al que manipulamos para que nos acompañe a una reunión que le parece aburrida. Ningún sector de la vida social se libra de la manipulación, tanto en el trabajo para que un compañero te eche una mano como en la amistad cuando disfrazamos los hechos para dar una mejor imagen de nosotros mismos. En estos casos, la manipulación no es malévola ni destructiva, sino que forma parte, mientras exista una reciprocidad, del intercambio normal. Pero si uno toma el poder sobre otro, dicha manipulación se convierte en abuso.

LAS VÍCTIMAS DEL ABUSO DE DEBILIDAD Como es lógico, pocas veces son los abusadores los que acuden a la consulta del psiquiatra, ya que estiman que su conducta no plantea problema alguno. En cambio, los 5

psiquiatras reciben a veces a víctimas de manipulaciones que intentan escapar de una situación abusiva, «desengancharse» de una dominación, aunque en general reaccionan demasiado tarde al tomar conciencia de que han sido estafadas o lastimadas. También a veces es la familia la que se adelanta: «Nuestro hijo/nuestra hermana están sojuzgados, ya no son los mismos. ¿Cómo podemos ayudarles? ¿Qué podemos hacer?».

Las personas mayores Entre los individuos afectados, ¿en qué momento se puede hablar de la vulnerabilidad de una persona mayor? A menos que haya un accidente vascular cerebral, la pérdida de autonomía es algo progresivo, uno no se vuelve senil de la noche a la mañana. Un individuo puede aprovecharse de que la persona mayor es más débil para ejercer sobre ella una dominación afectiva que tendrá como resultado un agradecimiento y una generosidad desproporcionados. El manipulador afirmará luego que esa donación o ese legado han sido totalmente voluntarios y que no puede hablarse de ningún tipo de abuso. Veremos que, contrariamente a las apariencias, en el abuso de debilidad lo que está en juego inconscientemente no es solo el dinero sino más bien el amor, pues apoderarse de una herencia también implica una estafa afectiva. Aprovechando un problema de relación con un pariente, un tercero intentará alejar a una persona vulnerable de su familia legítima y se presentará como familia ideal de sustitución para así figurar en el testamento. En el caso de una rivalidad entre hermanos, uno de ellos tratará de imponerse ante el progenitor en detrimento de los otros herederos.

Los niños La infancia es una época de construcción de la personalidad y también de dependencia afectiva, intelectual y psicológica, lo cual hace a los menores extraordinariamente vulnerables a la manipulación. Los más jóvenes, que deberían estar protegidos de toda influencia negativa, al menos dentro del hogar familiar, a veces son manipulados por aquellos mismos que deberían protegerlos. Así, en un contexto de separación conflictiva, es posible que un padre o una madre manipulen inconscientemente a un niño para que rechace al otro progenitor. En un proceso de alienación parental, los niños son las primeras víctimas: este conflicto no solo afecta considerablemente a su desarrollo psíquico, sino que a menudo los niños se convierten en cómplices de la eliminación del progenitor rechazado, una eliminación en la cual han participado activamente.

6

Es importante detectar pronto la evolución de lo normal cuando hay una separación conflictiva (dificultad de hallar el propio papel como padre o madre) hacia lo patológico (instrumentalización del niño para que rechace al otro progenitor), ya que esa ruptura del vínculo representa un abuso emocional grave para el niño. La alienación parental constituye un abuso de debilidad porque un niño, por esencia vulnerable, no tiene la suficiente madurez para liberarse de semejante conflicto. Asimismo, un adolescente en busca de autonomía y libertad, pero que aún no ha desarrollado un espíritu crítico suficiente, puede dejarse seducir por un discurso de transgresión y de reclutamiento de un compañero manipulador, o de un gurú de una secta. ¿Cómo distinguir la crisis normal de un adolescente de una situación de peligro para un menor?

Los adultos Todo el mundo puede ser manipulado, pero algunas personas presentan un riesgo mayor que otras de dejarse arrastrar más allá de sus límites. Trataremos de analizar lo que constituye la vulnerabilidad psicológica de las víctimas (por qué su psiquismo ha podido someterse al de un seductor deseoso de abusar de ellas). Veremos que algunos necesitan una creencia que dé sentido a su vida, y que otros necesitan una excitación que los saque del aburrimiento o de la depresión. En el fenómeno de la dominación, lo que sorprende es la invasión del psiquismo de un individuo por el de otro, que conduce a la persona manipulada a tomar decisiones o a realizar actos que son nocivos para ella. Es evidente que ver los propios pensamientos invadidos por los de otra persona es lo que caracteriza el enamoramiento, pero la relación entonces debe ser recíproca y en ningún caso malévola. En una relación abusiva, por el contrario, la invasión viene impuesta por presiones psicológicas que no cesan hasta que la víctima acaba cediendo. Falsear la percepción de la realidad de un individuo utilizando una relación de poder, de seducción o de sugestión ¿no es acaso la definición misma del sometimiento psicológico?

¿QUIÉNES SON LOS ABUSADORES? La pregunta es esencial: ¿quiénes son esos timadores y manipuladores que tan bien saben aprovecharse de las debilidades de sus conciudadanos? ¿De dónde viene su capacidad de detectar las fragilidades o los deseos inconscientes del otro para sacar un beneficio? ¿Qué impulsa a una empleada modelo a hacerse indispensable para una 7

persona que vive sola y obligarla a hacerle regalos carísimos? ¿Cómo hace un seductor para seleccionar en Internet a mujeres jóvenes ansiosas de amor para luego abusar de ellas moralmente? ¿Cómo logran hacerse aceptar y que no los descubran de entrada? Para ilustrar la transformación de una manipulación anodina en abuso, he optado por contar historias de manipulaciones extremas o que afectan a personas famosas. Si nos fascinan tanto los relatos de los «timos del siglo», de las pequeñas o las grandes manipulaciones, es porque secretamente admiramos la desfachatez de los manipuladores que han tenido la suerte de no ser como nosotros, que no están bloqueados por sus inhibiciones, sus angustias o su culpabilidad y que convierten en realidad los fantasmas comunes de omnipotencia, que tan apasionante tema constituyen para los novelistas y los cineastas. Es sorprendente ver cómo un individuo, con su encanto, logra hacer que otro actúe y cómo la víctima, por su parte, acaba aceptando esa dependencia, e incluso la busca. Los medios de comunicación nos presentan a veces a grandes mitómanos como JeanClaude Romand o Noa/Salomé, a grandes impostores como Christophe Rocancourt, o a timadores como Bernard Madoff. Los miramos un poco como si fueran extraterrestres que nada tuvieran que ver con nuestra vida cotidiana, pero veremos que hay manipulaciones que nos acechan por doquier en nuestro día a día o más allá de la pantalla de nuestro ordenador. Entre los mitómanos que solo hieren el amor propio de sus víctimas demasiado incautas, los timadores que únicamente actúan por dinero y los perversos narcisistas que atacan la integridad psíquica de una persona, hay toda una gama de impostores. Presentan una base común: todos mienten, pero las mentiras de los mitómanos están mejor construidas; todos saben presentarse como víctimas, pero la culminación son los que fingen enfermedades; todos hacen trampas, pero los usurpadores de identidad se inventan una biografía nueva; todos engañan, pero los grandes estafadores roban sumas más importantes. En cuanto a los perversos narcisistas, que son los más hábiles, tienen éxito en casi todos estos terrenos, pero sin que los descubran.

CUIDADO CON LAS CONFUSIONES Pero cuidado con los excesos. Enseguida se habla de manipulación. En cuanto un sujeto se halla en situación de debilidad, tiende a tratar a su cónyuge, a su patrón o a un pariente de manipulador y de perverso. Dentro de la categoría de los buenos manipuladores están, sin duda, los perversos morales y en particular los perversos narcisistas, pero lo reprobable o lo sancionable es una conducta y no un individuo. Aclararemos por lo tanto esos términos para no avalar diagnósticos que a veces suenan 8

como acusaciones. Una vez más, es muy delicado denunciar los desmanes de esos manipuladores que juegan al límite, y con los límites. Una víctima tentada de denunciar se encontrará con la dificultad de aportar pruebas y, si se desestima la denuncia, puede ser condenada por calumnia. A veces incluso es peligroso hablar de ello, aunque sea para comentar una determinada conducta, ya que si poseen una cuenta bancaria saneada y buenos abogados, estos estrategas son muy hábiles y sabrán responder y atacar por difamación o vulneración de la intimidad. Como veremos a propósito de un caso de estafa sentimental o de varios casos de acoso sexual, el caso acabará siendo archivado. En el mejor de los casos, el silencio de la víctima será comprado con una compensación económica. La justicia solo puede actuar a partir de lo concreto, de hechos, de pruebas, y eso a veces genera una sensación de injusticia.

LA GENERALIZACIÓN DE LOS ABUSOS ¿Son nuevas estas situaciones? En absoluto, pero los pequeños actos de manipulación y trampas se han multiplicado y, como veremos al final del libro, las perversiones morales se han banalizado, y hasta se han convertido ya en normas. Los criterios comunes que caracterizan a los perversos morales también son los del Homo economicus, el que mejor parado sale en nuestra sociedad narcisista de la imagen y la apariencia. Para triunfar, hay que saber seducir, influenciar, manipular y avanzar sin demasiados escrúpulos. En una época en la que todo el mundo va de farol y en la que los métodos de condicionamiento cada vez son más sutiles, ¿cómo se puede sobrevivir? La única solución es adaptarse. La sociedad moderna ha transformado a los individuos. De hecho, en nuestros divanes cada vez hay menos neuróticos, y en cambio no dejan de aumentar las patologías narcisistas, es decir, los deprimidos, los psicosomáticos, las personas dependientes (del alcohol, de las drogas, de los medicamentos, de la comida, de Internet, del sexo, etc.), o los sujetos que tienen funcionamientos perversos. El individuo moderno es vulnerable y busca desesperadamente afianzar su autoestima. Como se cree libre, se ha vuelto eminentemente influenciable, pues ha perdido el sentido de los límites. Algunos lo aprovechan para tratar de llegar lo más lejos posible, provocando como reacción el aumento del número de leyes. Antiguamente la sociedad prohibía determinadas cosas, pero en la actualidad todo lo que no está estrictamente penalizado por ley parece posible. Ahora bien, en una situación de abuso de debilidad es difícil trazar los límites entre un funcionamiento legítimo y un comportamiento abusivo, porque entre ambas cosas existe 9

una zona imprecisa que nadie puede calificar con seguridad de violencia. La cuestión de los límites nos remite a ciertos temas controvertidos: los observadores externos se posicionan de forma partidista y hasta caricaturesca, aumentan las declaraciones de principios en los blogs y resucitan determinados estereotipos (por ejemplo, las mujeres contra los hombres, los padres contra las madres, y viceversa). Como en estas situaciones la agresión no es evidente, puede haber acusaciones cruzadas: un acosador sexual dirá que es víctima de una denuncia abusiva, un progenitor alienante le dará la vuelta a la acusación denunciando al otro progenitor, etc. La ley sobre el abuso de debilidad, como las del acoso moral en el trabajo y la de la violencia psicológica en la pareja, se refiere a delitos difíciles de probar, pero sigue siendo valiosa. Podemos deplorar por supuesto la abundancia de leyes destinadas a proteger cada vez más a los individuos, y considerar que se está intentando codificar demasiado las conductas o imponer unas normas colectivas en el ámbito de lo privado; sin embargo, ello constituye una esperanza para las personas que han sido manipuladas y que piden reparación. Entonces, ¿por qué he decidido escribir sobre el abuso de debilidad e insistir en las manipulaciones? Cuando escribí mi primer libro, El acoso moral, había notado en mis pacientes que las manipulaciones y los abusos se habían banalizado. Resultó que mis intuiciones eran ciertas. Ahora encontramos mucho menos autoritarismo o violencia directa, y muchos más ataques perversos y acoso moral. En todas partes ha habido una eufemización de la violencia. En una obra posterior, también me interesé por la soledad. Resulta que en un mundo saturado de información podemos perder todo espíritu crítico y toda sensibilidad hacia los demás. También he profundizado en el estudio de las mutaciones de nuestra época, y a veces he abierto puertas. En el mundo laboral, se ha descubierto que detrás de los comportamientos individuales de acoso moral se oculta muchas veces una dirección perversa que induce estas conductas de los individuos. El Tribunal de Casación ha acertado al sancionar unas formas de dirección empresarial constitutivas de acoso moral. Actualmente la violencia conyugal está más penalizada, aunque se ha hecho más sutil. Sin embargo, nada detiene la necesidad que tienen ciertos individuos de dominar, de humillar o de utilizar a los demás y, como veremos, los chantajes sentimentales cada vez son más numerosos. Por consiguiente, avanzo paso a paso en la comprensión de las personas e indirectamente en la de nuestro mundo. Este libro no tiene la pretensión de enunciar una norma, sino más bien de incitar a la reflexión, de hacer que nos preguntemos por los límites de lo que cada uno de nosotros

10

puede aceptar. Quiere ser una ayuda para las víctimas, los testigos y los profesionales, para que puedan discernir en las situaciones de abuso de debilidad.

11

12

CAPÍTULO I Abuso de debilidad y manipulación

El término «abuso» viene del latín «abusus», «mal uso». Remite al uso excesivo o injusto de algo. Por extensión, «abusar» equivale no solo a sobrepasar ciertos derechos, a aprovecharse con exageración de una situación o de una persona, sino también a engañar gozando de la confianza del interesado, y a poseer a una mujer que no está en situación de negarse. Se pasa pues de una situación «normal», aunque excesiva, a una actuación discutible o perjudicial para el prójimo. De ese cambio justamente nos ocuparemos, tratando de detectar el momento en que el uso abusivo de un comportamiento se convierte en delito.

13

1. DEL CONSENTIMIENTO Y DE LA LIBERTAD El análisis de la infracción que supone el abuso de debilidad supera el punto de vista estrictamente jurídico: intervienen la moral y la psicología, invitándonos a reflexionar sobre las nociones de consentimiento y sumisión, libertad y dignidad.

El consentimiento El consentimiento expresa la capacidad de pensar de manera autónoma de un adulto responsable, es decir, su capacidad de decidir por sí mismo y de actuar conforme a su reflexión. La palabra «consentimiento», tras su aparente simplicidad, está llena de sutilezas: el consentimiento puede ser explícito, tanto si se expresa por escrito como verbalmente ante testigos («¿Consiente usted en tomar por esposo o esposa...?»); puede ser implícito, tácito, sugerido o interpretado según el proverbio «quien calla otorga»; también puede ser impuesto, como en ciertos matrimonios concertados, o estar influido por la mentira, la sugerencia y hasta la intimidación. También puede ocurrir que el consentimiento sea arrancado con violencia o amenazas, y por otra parte la mayoría de los abusadores sexuales dicen: «Él/ella consintió». Cuando una persona «se deja», cabe la tentación de pensar que consiente a lo que le proponen, pero ¿es verdad? Ahí está la dificultad para un juez a la hora de evaluar un sí o un no. El consentimiento libre e informado Tal como se exige en el campo de la medicina, un consentimiento debería ser siempre libre e informado: libre, es decir, sin coacción ninguna, ni física ni psicológica, e informado, es decir, con total conocimiento de causa. El individuo debería saber qué consiente y poder medir las consecuencias o los riesgos que ello implica. Esto supone un acto reflexivo e intencional, y por tanto distinto de una pasión o un deseo efímero. De ahí que la ley imponga un plazo de reflexión para actos tan importantes como el matrimonio, el divorcio o la interrupción voluntaria del embarazo. Se trata de evitar que un hombre o una mujer sometidos a una emoción pasajera tomen una decisión que luego puedan lamentar. Un debate filosófico Este debate filosófico no es nuevo, pero algunos casos recientes han subrayado la cuestión y han demostrado hasta qué punto la noción de consentimiento es difícil de 14

circunscribir. ¿El consentimiento de un sujeto basta para justificar su acción? ¿Permite distinguir lo que es lícito de lo que es ilícito? ¿O acaso la justicia y el Estado deberían definir en ciertos casos, en lugar del individuo, lo que es bueno para él e imponérselo, incluso sin su consentimiento? Este es un debate filosófico contemporáneo que divide por una parte a los juristas, como Marcela Jacub,[1] que dan prioridad a la libertad individual y a la autonomía de los ciudadanos, y por otra a filósofos como Michela Marzano,[2] para quien el consentimiento en actos que ponen en cuestión la dignidad humana no puede en ningún caso servir como principio justificador. Los filósofos siempre han debatido sobre los límites que hay que poner a la libertad de un individuo. ¿Puede el hombre, por ejemplo, consentir su propia esclavitud? Según J. S. Mill, «tener permiso para alienar la propia libertad no es libertad».[3] Según Marcela Jacub, un individuo mayor de edad es libre y tiene derecho a exigir que se respete su autonomía. Puede por tanto elegir sus prácticas sexuales, derrochar su dinero como quiera, poner su vida en peligro o recurrir a la eutanasia. No hay nada que decir siempre que haya dado su consentimiento y que esas prácticas no causen ningún perjuicio a nadie. Según la jurista, el consentimiento implica ante todo la noción de libertad individual y la protección de la autonomía del sujeto, y por consiguiente todo acto es legítimo si se efectúa bajo «contrato». «Todo el mundo debe poder determinar por sí mismo lo que es bueno para él. Nadie tiene derecho por lo tanto a intervenir en sus preferencias y decisiones mientras no interfieran con las preferencias y decisiones de los demás.» Marzano, por su parte, se pregunta si el consentimiento de los individuos es siempre señal de un verdadero acuerdo y expresión de la autonomía personal. En temas como la prostitución o la eutanasia, deplora que los defensores del consentimiento no se pregunten por la coerción social, cultural, económica y psicológica que influyen considerablemente en las decisiones individuales. La filósofa Geneviève Fraisse distingue en este sentido dos tipos de consentimiento: el consentimiento máximo, que es la adhesión a una situación propuesta, y el consentimiento mínimo, que es la aceptación y hasta la sumisión.[4] Volveremos sobre ello a propósito del acoso sexual. La noción de «libertad» topa a veces con el concepto de «dignidad personal». Según Kant, la dignidad resulta siempre de la capacidad que tiene el hombre para razonar y desear. En 1963, H. L. Hart escribía: «Perjudicar a una persona es algo que se debe prevenir mediante la ley penal incluso en el caso de que las víctimas consientan o participen de los actos que son nocivos para ellas».[5] Según Marzano, una sociedad justa es siempre aquella que protege a los más débiles y en la que el Estado interviene para restringir el poder de los opresores. ¿Cómo fijar el límite entre actuar lo suficiente y actuar demasiado para proteger a los

15

individuos, respetando su libertad y sin caer en la infantilización de la persona ni en el paternalismo? Aun cuando la intervención se justifica por razones relativas al bienestar, el bien, la felicidad o las necesidades del individuo, también puede interpretarse como una forma de tomar el poder sobre él decretando que es incompetente. En el caso de una persona mayor cuyas facultades cognitivas están disminuidas y que cada vez es menos lúcida, ¿debemos estimar que es libre para decidir, o hay que tomar decisiones en su lugar? ¿Cuál es el término medio? Imaginemos que un hombre mayor se casa con una mujer desconocida que por la edad podría ser su nieta; la familia, lógicamente, se preocupa. Pero siguiendo la tendencia actual de la sociedad, que reclama más autonomía individual, podemos responder: «Tu padre es libre para vivir su vida y gastar su dinero como quiera». Analizaremos más detalladamente la situación de las personas mayores en el capítulo siguiente. Establecer el valor de un consentimiento es aún más delicado cuando la persona no presenta una fragilidad aparente y solo se halla «bajo la influencia» de alguien. Los allegados entonces se sienten aislados e impotentes. Cuando piden ayuda a la justicia, les cuesta hacerse entender. Visto de lejos, su combate parece anecdótico. A unos padres y madres con quienes los hijos han cortado toda relación les dicen, por ejemplo: «Es normal, los hijos deben abandonar a los padres, sobre todo si estos son posesivos». El hijo de Jeanne es miembro de una secta desde hace casi diez años. Sus últimas cartas se remontan a hace varios años, cuando el grupo tuvo dificultades económicas y el gurú les pidió a los adeptos que obtuvieran dinero de sus familias. Como la familia se negó, el joven interrumpió el contacto. Desde entonces, cuando Jeanne le escribe a su hijo, el que le contesta es un abogado, que la acusa de mala voluntad. Las familias de los adeptos se han asociado y, tras varios años de dudas, Jeanne ha decidido presentar una demanda por abuso de debilidad: «Estoy harta de oír a personas que no conocen esta situación decirme que mi hijo es adulto y por lo tanto libre de hacer lo que quiera y de ver a quien quiera. No pretendo “recuperar” a mi hijo, lo único que quiero es que sea libre de ver a quien quiera». ¿Es suficiente el consentimiento? Cuando hablamos de consentimiento informado, debemos asegurarnos de que la persona dispone de todos los elementos necesarios para tomar una decisión. ¿Qué es un consentimiento obtenido bajo amenazas, manipulación o chantaje? ¿Qué vale el consentimiento de una persona en posición de debilidad o sojuzgada? Desde el punto de vista jurídico, se habla entonces de «vicio del consentimiento». «No hay consentimiento válido si el consentimiento se ha dado por error, o si ha sido obtenido con violencia o

16

dolo.» Este es el principio enunciado en el artículo 1109 del código civil francés. Se considera en este caso que la víctima no ha decidido su destino y que, aunque se haya adherido a la argumentación del manipulador, no por ello ha elegido sus consecuencias. Sin embargo, no es fácil demostrar un vicio del consentimiento, y los distintos tribunales de justicia no siempre están de acuerdo en reconocerlo: La Sra. C. demandó por agresiones sexuales y violaciones al director de un centro cívico, el Sr. P., un jubilado de la SNCF (Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses) de sesenta años de edad, cuando ella era monitora y tenía entre diecisiete y diecinueve años. La demanda y la instrucción desembocaron en un sobreseimiento, pero la sala de instrucción de Metz revisó esta primera decisión y ordenó, en contra del auto del fiscal general, acusar al Sr. P. ante un tribunal con jurado de Mosela. Esta sentencia dedica bastante espacio a la cuestión del consentimiento de la víctima. En efecto, los magistrados consideraron que «existiendo una gran diferencia de edad entre los actores, así como una diferencia de personalidad y de experiencia de la vida y una situación en la cual la Sra. C. podía considerarse como dependiente económica y profesionalmente del Sr. P., pudiendo ello generar una dominación psicológica total ejercida sobre la Sra. C., que en este caso podría hallarse sometida a una coerción moral muy fuerte, pues estaba en una situación de fragilidad y de debilidad frente al Sr. P., el resultado es que se aprecian suficientes elementos para privar a las relaciones sexuales materialmente probadas que existieron entre la Sra. C. y el Sr. P. del real y libre consentimiento de la mujer, y por tanto pueden dichas relaciones recibir la calificación criminal de violaciones». Y la sentencia prosigue: «La ausencia de oposición, de resistencia o de rebelión frente a unas maniobras acosadoras no significa necesariamente una aceptación libremente consentida de mantener relaciones sexuales: aceptar libremente no es ceder y someterse».[6] Esto parecía claro, pero el tribunal de casación no lo vio así. Como veremos más adelante, la agresión sexual se define por una falta o vicio del consentimiento, ya que la violencia, la coacción, la amenaza o la sorpresa obstaculizan la libertad e impiden el ejercicio de la voluntad y del consentimiento. Esto tiene mucho que ver con el espacio atribuido al consentimiento en los debates contemporáneos sobre la sexualidad. Como consecuencia de la petición de extradición de Julian Assange, fundador de WikiLeaks, acusado de agresión sexual y violación por la justicia sueca, la polémica se extendió por los medios. «¿Hubo

17

agresión, sí o no? ¿Existe una “zona gris” en la que es difícil saber si se trata de una agresión o simplemente de una mala experiencia sexual?»[7] En este caso, dos mujeres acusan a Julian Assange de haberles hecho el amor sin preservativo. En ambos casos, él niega que hubiese agresión y dice que la relación al principio fue consentida. A partir de ahí, el debate está abierto en los blogs. Estos son, por ejemplo, los argumentos de una mujer, la bloguera Johanna Koljonen: «Un no es un no en todas partes, pero lo interesante son las situaciones en que uno hubiera querido negarse pero se ha dejado, porque está enamorado, porque es tímido, porque está agradecido, impresionado, colocado o demasiado cansado para discutir». Y he aquí el blog de un hombre, Göran Rudling, que declara a favor de Assange: «Un hombre no puede comprender un no que no ha sido nunca pronunciado». ¿Qué ocurre con el consentimiento de los dominados? «¿Los dominados se someten porque conceden una legitimidad a esa dominación, porque saben que les conviene una sumisión prudente o porque están sometidos por la fuerza?»[8] En su librito Du consentement,[9] Geneviève Fraisse nos hace observar que en 2000 se firmaron en Palermo la Convención de las Naciones Unidas contra la criminalidad transnacional organizada y su Protocolo destinado a prevenir, reprimir y castigar la trata de personas, en especial de mujeres y niños. Los textos afirman que, en caso de trata, el consentimiento de una persona es –en inglés– «irrelevante», es decir, no pertinente. En la práctica, eso significa que la justicia no tiene en cuenta el consentimiento de una mujer para prostituirse si esta es captada por un circuito de trata. Algunas feministas han analizado más detalladamente la «alienación femenina». En un artículo titulado «Cuando ceder no es consentir»,[10] la antropóloga Nicole-Claude Mathieu cuenta la historia de la señora Duclos a la que su marido, muy celoso, encerraba cada noche en un baúl. Durante el proceso, en 1982, la víctima aseguró que dormía en ese baúl desde hacía dos años por propia voluntad, sin que su esposo la hubiese amenazado ni golpeado: «Al prestarme a hacerlo, le demuestro a mi marido que no salgo por las noches», dijo la mujer. Frente a las personalidades paranoicas, más vale efectivamente mostrarse dócil e incluso adelantarse a sus deseos, como veremos en otro capítulo. La víctima consintiente ¿Qué es una víctima consintiente? ¿Es un ser dominado o alguien atrapado en una estrategia de supervivencia? La sumisión aparente de las mujeres a su cónyuge violento no debe considerarse únicamente un síntoma: también es una estrategia de adaptación y de supervivencia.[11] Existen servidumbres tácticas destinadas a preservar la propia

18

supervivencia: Natascha Kampusch fue raptada en marzo de 1998 a la edad de diez años camino de la escuela. Vivió encerrada en un sótano durante ocho años y medio, sufriendo violencias físicas y psicológicas de Wolfgang Priklopil. Consiguió escapar el 23 de agosto de 2006. Tras su liberación, la joven ha medido mucho sus declaraciones respecto a su secuestrador. ¿Cabe atribuirlo al síndrome de Estocolmo? En el libro que publicó en 2010, declara que siempre supo cuándo valía más ceder a los deseos de su secuestrador «enfermo» y cuándo, por el contrario, podía resistirse. «Con estos métodos, el secuestrador me mantenía en estado de debilidad y hacía de mí una cautiva a la vez dependiente y agradecida [por la poca comida que le daba].»[12] Cuando se habla de consentimiento libre, no se trata solo de la libertad que procede de la ausencia de toda presión exterior, sino también de la que corresponde al dominio de uno mismo y de sus sentimientos. ¿Somos siempre racionales en nuestras decisiones, estamos bien informados de su alcance, somos indemnes a toda presión? Seamos claros, una decisión no se toma jamás con perfecto conocimiento de causa. Estamos condicionados por nuestra historia, influidos por nuestras emociones y por elementos ligados a la propia situación. Todo lo que tiene que ver con nuestra historia personal, que hace que nuestro inconsciente a veces nos lleve a tomar opciones contrarias a nuestro interés consciente, también cuenta. Al juzgar un acto o una decisión, hay muchos detalles del contexto que son desconocidos. Ahora bien, un juez no se pronuncia sobre la significación que puede tener el consentimiento del acto, sino solo sobre su carácter lícito o ilícito.

La donación Desde un punto de vista jurídico, el abuso de debilidad se basa en la importancia de los regalos, siempre en función de la capacidad financiera de la víctima. En el caso de disposiciones testamentarias dudosas (por ejemplo, una persona que favorece a un extraño en detrimento de su familia), o en el de liberalidades financieras, no siempre es fácil decidir. La persona mayor ha podido tener conflictos con una rama de su familia, o haber sentido un flechazo por un tercero del que se sentía próximo. No por ello se trata de ninguna patología. No porque una persona empiece a sufrir de Alzheimer y haga regalos a los que la cuidan hay que concluir que es víctima de un abuso de debilidad. Los trastornos, sobre todo al principio de la enfermedad, son fluctuantes en el tiempo: pueden provocar alteraciones de la memoria, pero no de la razón. Cuando la 19

generosidad parece desmesurada, ¿cómo establecer que esos «regalos» no son un acto libremente consentido? ¿Cómo medir, a distancia de la donación, el grado de vulnerabilidad del sujeto? ¿Cómo saber si esa fragilidad eventual lo ha impulsado a tomar unas decisiones que no habría tomado en un estado normal? La mayoría de las personas mayores gestionan su dinero de forma razonable: conservan lo suficiente para vivir bien, al tiempo que ayudan a sus hijos y nietos a instalarse en la vida. Otras prefieren amasar dinero y bienes materiales mientras viven, o dárselo a asociaciones y a organizaciones humanitarias. Algunas, finalmente —y son muy libres de hacerlo—, optan por gastarlo todo. Un magistrado juzga según la ley; su cometido no es valorar la moralidad de un individuo. Una donación puede ser también una trampa para tener a la otra persona en deuda. Así es como algunos comerciantes o gurús de sectas hacen pequeños regalos para obtener respuesta a una petición o una acción importante. Cuando alguien hace algo por nosotros, abrigamos una sensación de deuda. En su Essai sur le don,[13] Marcel Mauss, sin negar que en general una donación implica una voluntad o una libertad, ponía al descubierto el carácter obligatorio de toda donación, atribuyéndole así el estatus de hecho social. Algunos manipuladores saben utilizarlo y se las ingenian para mantener una relación de dependencia con el otro. La regla social implícita es la siguiente: una persona que da a otra espera recibir algo a cambio; así, se puede dar deliberadamente con la intención de pedir ulteriormente un favor. Cuando un cuidador o un familiar se han ocupado bien de una persona mayor o han dado esa impresión, esta última puede sentirse en deuda y hacer una donación o un legado que puede parecer desproporcionado respecto al favor recibido. A fin de evitar todo litigio, las asociaciones recomiendan por lo tanto a los profesionales que cuidan a personas mayores no aceptar nunca un regalo demasiado importante. El valor de una donación depende de la cantidad de dinero que permita adquirir, pero también es un valor de cambio en la propia relación. El valor de los regalos recibidos es imposible de fijar porque depende de la relación afectiva que haya entre los dos protagonistas. Aunque el intercambio, visto desde fuera, parezca profundamente desequilibrado, ¿quién puede juzgar lo que realmente ocurre entre las dos personas? ¿Cuál es el precio del amor o de la amistad? Ante una persona mayor que distribuye su dinero a alguien que no son sus hijos, la pregunta es inmediata: «¿A cambio de qué?». Efectivamente, algunas personas mayores o discapacitadas compran claramente un vínculo, y transforman la relación en transacción económica. Pero ¿dónde empieza el abuso? Si una abuela se muestra especialmente generosa con sus nietos, ¿es únicamente por amor, no es también una forma de reclamar más atención? Imaginemos a un hombre mayor que dilapida su dinero con mujeres jóvenes que se aprovechan de él y no lo respetan. ¿Qué decir si él afirma: «Lo hago porque me da la

20

gana»? Sus hijos se escandalizan, se preocupan por él, temen que se quede sin nada y se lo dicen. Él contesta que tiene todo el derecho a no ser razonable, que es libre de hacer lo que quiera. Para él es como un corte de mangas a la generación siguiente. Podría añadir: «Dejadme tranquilo, estoy al final de mi vida y tengo derecho a enfrentarme como quiera a mi miedo a la muerte». La situación más difícil es aquella en la que una persona dice estar en posesión de todas sus capacidades y por lo tanto ser libre de dar su dinero a quien le plazca, cuando en realidad parece estar bajo la influencia de un allegado. ¿Quién es entonces el abusivo: el que «se aprovecha» o el que «denuncia»? La exmujer de Jean-Paul Belmondo, de setenta y siete años, presentó una demanda contra la actual compañera del actor, Barbara Gandolfi, de treinta y tres años, exmodelo de Playboy. Todo empezó con una investigación de la fiscalía de Brujas acerca de unos flujos financieros sospechosos en las cuentas de las sociedades del exmarido de la joven, Frédéric Vanderwilt. Sospechaban que ella había utilizado a Jean-Paul Belmondo para una posible evasión fiscal, pero también creían tener indicios de que se dedicaba a la prostitución. Al año siguiente investigaron un préstamo de 200.000 euros que el actor le habría hecho y la compra por 700.000 euros de su casa, que también pertenecía a su exmarido. En las escuchas telefónicas realizadas por las fuerzas del orden, se oía a Barbara Gandolfi decirle a Frédéric Vanderwilt: «¿Cuánto nos reportaría tirarnos a un Belmondo cada año?». También parece que había mentido en cuanto a cómo empleaba su tiempo: «No, Jean-Paul no sospecha para nada que no estoy en Dubái». Oído en París como testigo a petición de la justicia belga, Jean-Paul Belmondo pudo escuchar estas grabaciones telefónicas. Parece que al principio quiso demandar a su compañera, pero luego habló con ella y al final se volvió contra los investigadores e incluso se planteó demandar a la policía. Su abogado transmitió de su parte un mensaje a los periodistas: «Estoy bien. No chocheo. [...] Pido que se respete mi vida privada». Lo sospechoso de este caso es que Barbara Gandolfi sigue viviendo con su exmarido y dos mujeres más. A unos periodistas del JDD que fueron a entrevistarla en Ostende les dijo: «Entre Belmondo y yo hay una relación no convencional, cada uno tiene su vida. Le quiero mucho, pero no es amor lo que siento por él». Y Frédéric Vanderwilt se defiende: «Como los policías no me pueden pillar desde el punto de vista legal, intentan destruirme atacando mi vida privada. [...] Lo que yo hago es evasión fiscal, y eso en Bélgica no es delito». La mujer añade: «Lo que molesta es el estilo de vida de Frédéric; la mansión, los grandes coches, y sobre todo el hecho de que viva aquí con tres mujeres».

21

¿Esta forma de vida constituye algún perjuicio para alguien más que para la agencia tributaria belga? Natty, la exmujer del actor y madre de su hija de seis años, ve en ello un abuso de debilidad y considera que «los familiares deben intervenir». Efectivamente, se puede considerar que Jean-Paul Belmondo es vulnerable desde su accidente vascular cerebral en 2001. Pero ha luchado por recuperarse, caminar y hablar casi con normalidad, y no ha dudado por cierto en mostrarse en ese estado de fragilidad en una película de Francis Huster.[14] En el festival de Cannes de 2011, por último, se le vio en plena posesión de sus facultades intelectuales. Entonces, ¿por qué intervenir, si el hecho de gastar su dinero con esa mujer le permite encontrarse bien y seguir recuperándose? ¿Acaso son tan claras las motivaciones de su exesposa? «Siempre he considerado a Natty como una buena madre, declara Jean-Paul Belmondo, pero constato que nunca ha aceptado la presencia de Barbara a mi lado.»

La confianza La confianza es lo que hace que alguien deje sus asuntos en manos de otra persona en una situación específica o en todos los actos de la vida corriente. Esto crea una situación asimétrica aceptada, como la que existe entre un padre y su hijo. Sylvie conoció a Xavier cuando tenía diecinueve años y han estado casados durante veinte años. Ella decide pedir el divorcio cuando descubre que su marido la engaña, o más exactamente la ha engañado siempre. Eso no es todo. También le ha mentido sobre su situación profesional, sobre el dinero que salía de las cuentas comunes, e incluso sobre su familia: «Durante diecisiete años me he sentido bien en esa relación y no he visto nada de su doble vida, ni siquiera que él hacía únicamente lo que quería y dejaba que yo me ocupase de todo lo desagradable. Claro que sufría por sus humillaciones y sus críticas sistemáticas, pero aunque pasaba constantemente del cariño a los insultos, debo decir que su cariño me alimentaba. Si no descubrí los engaños antes, es porque inconscientemente no quería verlos, porque no quería poner en cuestión nuestra vida de familia. Por ejemplo, cuando fui con él al ginecólogo después de un aborto y el médico nos anunció que era a causa de una enfermedad de transmisión sexual y que sin duda uno de los dos tenía una relación fuera del matrimonio, mi marido dijo que eso era mentira, yo le creí y cambiamos de médico. »Frente a él, me cegaba la confianza. Tenemos los mismos orígenes y para mí eso era una especie de garantía. Mis padres eran personas admirables. La vida de familia 22

que yo había construido no podía no ser tan perfecta como la de ellos. En realidad amé a un fantasma, imaginé a ese hombre distinto de lo que era, y a él le gustó esa imagen suya que yo le devolvía. Esa fue nuestra vida de pareja». Uno inspira confianza más por su actitud, es decir, por algo que puede construirse, que por sus competencias reales. Por otra parte, una importante revista de dirección de empresas titulaba hace poco: «El arte de inspirar confianza: las técnicas para reforzar el carisma, hacerse una reputación ejemplar y despertar adhesión». Hay investigadores que han estudiado las bases neurobiológicas de la sensación de confianza. Kosfeld y sus colaboradores del Instituto de Investigación Empírica en Economía de Zúrich pidieron a unos estudiantes que participasen en un juego económico. Frente a unos «gestores de fondos» que les proponían unas inversiones financieras, los estudiantes debían ponerse en la piel de los inversores, cuya remuneración dependía de esas inversiones.[15] Antes de empezar el juego, se distribuía a los estudiantes en dos grupos y se les administraba un espray nasal a unos de oxitocina[16] y a los otros de placebo. El estudio puso en evidencia unas inversiones más elevadas en el grupo de la oxitocina que en el grupo del placebo, lo cual corresponde a una mayor confianza en el banquero. Provocar un impulso amoroso o un impulso de simpatía constituye una maniobra eficaz para que alguien entregue ciegamente su confianza. Veámoslo con detalle.

23

2. DE LA INFLUENCIA A LA MANIPULACIÓN El charlatanismo nació el día en que el primer bribón se encontró con el primer imbécil. VOLTAIRE

Para obtener algo de alguien, podemos elegir entre varias técnicas. Podemos intentar convencerle abiertamente recurriendo a argumentos lógicos y racionales. Podemos intentar persuadirle, y entonces mezclaremos los argumentos lógicos con elementos afectivos. También podemos intentar influenciarlo o manipularlo para que cambie de opinión, aparentemente con toda libertad. Por último, podemos usar medios más violentos como la intimidación o la fuerza, pero en ese caso el abuso es más evidente. Los especialistas en psicología social o en comunicación han estudiado los distintos factores que permiten obtener un consentimiento a una acción o una adhesión a una idea. Trataban de comprender cómo unos sujetos que a priori no presentaban ninguna vulnerabilidad especial podían tomar decisiones aparentemente irracionales o ilógicas. Llegaron a la conclusión de que un hombre «normal» es naturalmente vulnerable a la influencia y a la manipulación, sobre todo si presume de ser capaz de mantener promesas y resoluciones. Sin embargo, a menudo oímos que tal o cual persona, demasiado débil, es influenciable. Tratemos de comprenderlo.

Convencer o persuadir Convencer no es lo mismo que persuadir. Aunque se trata en ambos casos de conseguir la adhesión de alguien, el camino no es el mismo. Convencer es hacer que otro admita una forma de pensar o de actuar mediante explicaciones racionales. Ello obliga a realizar unos esfuerzos de argumentación o de demostración, y requiere tiempo y atención por parte del interlocutor, consciente de que están tratando de convencerlo. Como esos esfuerzos son explícitos, en general son bien aceptados porque se dirigen a la razón y no al inconsciente, aunque pueden basarse en argumentos falaces. Persuadir es provocar un cambio en la voluntad del otro mediante argumentos lógicos, pero también actuando sobre la afectividad, a través de la seducción o la adulación. En este caso, el interlocutor participa activamente en el proceso, pues el que intenta persuadir al otro adapta su discurso a su sensibilidad y también a su vulnerabilidad. La persuasión es un arte que comporta una parte de improvisación muy importante que no es posible estudiar en manuales. Algunas personas están dotadas de forma innata para persuadir a los demás. Tienen un carisma o una gran facilidad para la comunicación. Una persuasión eficaz resulta de un equilibrio sutil entre la credibilidad atribuida a la 24

fuente del discurso, el tipo de argumentos enunciados y su coloración emocional. La persuasión que es percibida como una atribución externa («otra persona me empuja hacia...»), es una táctica menos eficaz que la que da la sensación de ser una motivación interna («he decidido libremente...»).

La seducción El término «seducción» viene del latín «se ducere», que significa «separar», «llevarse a un lado». En su acepción moderna, seducir significa encantar, fascinar de forma irresistible, pero también hechizar, adquirir un ascendiente sobre el otro. Seducir se dice además de una acción destinada a provocar la admiración, a atraer o a despertar el amor de una o varias personas y, por extensión, corromper la inocencia de una muchacha, es decir, abusar de ella, engañarla. La seducción constituye así una etapa preliminar de toda relación amorosa. En la Grecia antigua, se creía que la clave de la seducción no residía en el emisor sino en el receptor, pues seducir es adaptarse al otro, decirle lo adecuado en el instante oportuno. Efectivamente, un seductor no alcanza su objetivo más que en la medida en que encarna un deseo latente en el otro y colma en él un vacío. Gloria conoce a un hombre en casa de unos amigos y queda inmediatamente seducida. Al cabo de ocho días, él le pide que se casen; insiste y ella acepta. Está muy enamorada y los tres años posteriores a la boda han sido perfectos. Con él no había rutina, todo era imprevisto. «Lo que me gustó al principio de casados es lo que me desagradó después: era inconsecuente, imprevisible, todo lo que hacía le parecía bien.» Cuando salieron por primera vez, le mostró un fajo de billetes «para la noche». Más tarde ella se enteró de que aquello era el sueldo del mes. Poco después de la boda, la convenció para que dejase su empleo y se fuera a compartir con él una vida más «verdadera», rodeados de naturaleza. Allí, ella tenía un empleo fijo; él en cambio tenía un trabajo precario porque quería reservarse tiempo para su ocio. De hecho, ella trabajaba mucho, y él muy poco. Las cosas se agravaron cuando llegó el momento de pagar los impuestos. Gloria descubrió de repente que su marido se había gastado desde hacía años todo el dinero destinado al erario público. Desde entonces, ella ha tenido que acumular dos empleos porque tiene el salario prácticamente embargado. Pero jamás se quejó ni se enfadó. Lo amaba locamente y creía que las cosas se arreglarían. Cuando ella dudaba del porvenir de su matrimonio ante las mentiras del marido, este sabía decirle algo que le permitía seguir creyendo en él. Su trabajo la 25

agotaba tanto que, privada de capacidad de reacción, acababa siempre dejándolo todo en manos de su esposo. Su entorno la ponía en guardia, la avisaba de que era demasiado complaciente, de que debía desconfiar. La seducción solo es posible teniendo en cuenta al otro. Baudrillard lo resumía así: «La persona seductora es la persona en la cual el seducido se reconoce».

La influencia La influencia no siempre es un fenómeno negativo, sino un fenómeno psicosocial normal que existe en todas las relaciones interpersonales. La relación con los demás está hecha de lazos recíprocos; uno recibe la influencia de los demás, pero normalmente puede responder influenciando a su vez; todos somos a la vez emisores y receptores de influencia. La influencia no es la manipulación. Incluso es una fuente de enriquecimiento y un medio de innovación. Los anunciantes lo saben y por eso cortejan a los «que tienen influencia» en Internet, a esos jóvenes que recomiendan una página web o una tendencia a través de las redes sociales. La influencia solo se convierte en problemática en manos de personas mal intencionadas que intentan sojuzgar al otro. En hechicería, es poseído el que está bajo la influencia de un espíritu que actúa dentro de su persona. Toda la dificultad consiste en percibir el límite entre una influencia normal y una influencia abusiva. Se puede detectar intuitivamente que una influencia no es buena, que hay abuso, pero en general no confiamos lo bastante en nuestra primera impresión, y más tarde lo lamentamos. La inducción de un comportamiento En 1889, en su libro L’Automatisme psychologique,[17] Pierre Janet, eminente psicólogo y filósofo francés, hizo un estudio muy detallado de los fenómenos de sugestión y de la sugestibilidad. Según él, todos los hombres actúan los unos sobre los otros, y las relaciones sociales consisten siempre en acciones y reacciones recíprocas, acompañadas por un consentimiento voluntario o una aceptación más o menos resignada y consciente. Sin embargo, el consentimiento desaparece completamente e incluso resulta inútil en el caso de la sugestión. Según él, la sugestión es posible por una debilidad psíquica momentánea, ligada a un estado de distracción exagerado, por ejemplo, cuando la mente está muy atenta a otra cosa. Se produce entonces un estrechamiento del campo de la conciencia. Cuando una sugestión tiene éxito, las ideas sugeridas rechazan las ideas contrarias. Y desaparece todo 26

espíritu crítico. Un mago hace subir al escenario a un espectador que jura para sus adentros que se mantendrá vigilante y no se dejará engañar. El artista bromea con él, le pone brevemente la mano en el brazo y luego hace unos trucos con una moneda, agitando los brazos. Cuando al cabo de un momento, diciendo que ya es hora de pasar a las cosas serias, el mago pregunta la hora, el hombre se da cuenta de que le han birlado el reloj. ¿Cómo lo ha hecho el mago? Para quitar al hombre lo que tenía en el bolsillo, lo ha distraído, ha engañado a su cerebro haciendo grandes gestos. Así ha creado una ilusión cognitiva que ha afectado a su atención, su memoria y su conciencia.

La manipulación Al comienzo de toda manipulación hay una mentira. El manipulador pretende, con un relato mentiroso, obtener del otro un comportamiento que espontáneamente jamás habría sido el suyo. Los investigadores en psicología social son tajantes, las mejores estrategias no recurren a la coerción porque la manipulación es más eficaz que la violencia directa. Han constatado, por otra parte, que la persuasión también puede cambiar las mentalidades, pero no cambia los actos. En cambio, la manipulación provoca el consentimiento del otro sin hacer presión y sin tener que realizar ningún esfuerzo para convencerlo. Es una vía rápida que escamotea la argumentación y que trata de obtener un consentimiento automático. La persona manipulada no sospecha nada, no es consciente de que la están manipulando e incluso, la mayoría de las veces, tiene sensación de libertad. La manipulación forma parte de la vida, existe entre los animales. Entre los humanos, no todas las manipulaciones constituyen violencias morales, y algunas son positivas. El objetivo puede ser noble: estimular a un estudiante, motivar a un subordinado o ayudar a un paciente... La manipulación también está presente en toda seducción amorosa, y entonces se acepta con conocimiento de causa, pues forma parte del juego. Veremos que las cosas son muy distintas cuando hay acoso sexual. Sufrimos todos los días pequeños actos de manipulación más o menos perjudiciales. Es el vendedor que nos hace comprar un artículo un poco pasado, el banquero que nos vende una inversión que no presenta riesgos, etc. Expuestos a la mala fe y a la mentira deliberada, al final estamos furiosos, avergonzados y, en definitiva, somos más desconfiados, lo cual no impedirá que nos vuelvan a estafar. Existen manipulaciones anodinas, banales, cotidianas, que conllevan una sumisión sin presiones. El ejemplo que a menudo aducen los psicosociólogos es la persona que en una 27

estación le pide a otra: «¿Puede guardarme la maleta un momento, mientras voy al baño?». Es difícil negarse. Según el grado de libertad dejado al interlocutor, esas manipulaciones podrán ser consideradas como violencias morales o no. La diferencia está en la intencionalidad. En la medida en que esa acción no se imponga por la fuerza sino por la persuasión y no sea necesariamente percibida de entrada como violenta, el abuso solo aparece a posteriori. La eficacia de una manipulación depende menos de la predisposición del manipulado que de la habilidad del manipulador, y aunque los buenos manipuladores actúan «por instinto», es posible descifrar los procedimientos que utilizan para provocar una auténtica parálisis de la voluntad, un adormecimiento de la conciencia en el sujeto manipulado. Para manipular a alguien primero hay que seducirlo, establecer con él una corriente de simpatía y colocar la relación en un registro «íntimo» basado en una sensación de confianza. Se neutraliza así su lucidez y se disminuyen sus resistencias. Una de las víctimas de Philippe, que describiremos en el tercer capítulo de este libro, hablaba de abuso de simpatía. Los grandes manipuladores dominan la manipulación cognitiva, pero sobre todo lo que dominan es la manipulación de los afectos. Son capaces de percibir por intuición las aspiraciones de la futura víctima, sus reticencias y sus identificaciones. Entran entonces en resonancia con lo que han percibido de ella y, como camaleones, se hacen parecidos a lo que en el otro puede establecer un vínculo de empatía. Adaptan por instinto su discurso al de sus interlocutores, revistiendo la identidad que a éstos les agrada. Detectan sus normas para establecer la relación de una forma que corresponda a sus aspiraciones. En su libro Abus de faiblesse,[18] Catherine Breillat cuenta cómo conoció a Christophe Rocancourt y cómo este le robó todo su patrimonio. Cuando se lo presentan, ya sabe quién es. Él se vanagloria de haberse hecho pasar por un heredero de Rockefeller, por el hijo de Dino de Laurentiis y Sophia Loren, de haber robado 35 millones de dólares, por lo que fue condenado a cinco años de cárcel, de haber vivido otras vidas distintas de la suya. Dice ser un as de las finanzas, un boxeador, un campeón de Fórmula 1, etc. Después de muchísimas estafas y de haber pasado años en la cárcel, se las ha arreglado para transformar los sucesos en leyenda y se ha forjado a través de las entrevistas en los medios una imagen brillante de estafador arrepentido. Christophe Rocancourt se enteró de que Catherine Breillat buscaba un «bad boy» para la película que iba a dirigir. Enseguida comprendió que eso también correspondía a un interés personal y supo aprovecharlo. Hablaremos más tarde de este caso.

28

Las técnicas de manipulación del comportamiento han sido bien estudiadas por los especialistas de la comunicación y los investigadores de la psicología social, sobre todo en Estados Unidos. En Francia, Robert-Vincent Joule y Jean-Léon Beauvois han intentado hacer una síntesis en un libro muy reeditado, Petit Traité de manipulation à l’usage des honnêtes gens.[19] La crítica que a menudo se hace a las técnicas de manipulación es de orden moral porque estas últimas implican la inconsciencia de la víctima. Sin embargo, esos métodos no crean nada nuevo, sino que se basan en unas tendencias naturales que ya existen en los individuos. Algunas de estas técnicas para obtener la implicación, que podríamos llamar de manipulación, empiezan a ser bien conocidas, pues se han estudiado y ahora están en todos los manuales de gestión y de venta. Uno de esos manuales se presentaba incluso con este eslogan: «¡Sé el que persuade, no dejes que te manipulen!». Un buen vendedor sin duda lo hace por instinto y no necesita estudiar todas esas técnicas en los libros, pero conocerlas puede constituir un valor añadido en su vida profesional. Cuando alguien incorpora esas leyes de funcionamiento, la probabilidad de inducir efectivamente el comportamiento deseado parece ser que aumenta entre un 10 y un 20 %. Digámoslo una vez más: los resultados positivos que se obtienen dependen de la manipulación y no de la personalidad de los individuos manipulados. Las investigaciones muestran varias cosas. Primero, que hay que tener en cuenta el hecho de que una persona culta puede no serlo en todos los ámbitos de su vida. Por ejemplo, se puede ser un médico eminente y dejarse engañar por el operario que viene a reparar la lavadora. Además, un mismo mensaje persuasivo se recibe de forma distinta según el interés que uno tenga en el tema. En función del tipo de situación, se movilizan dos vías distintas de tratamiento de la información. Un tema que interese especialmente a una persona será tratado por la vía central, en tanto que los temas referentes a campos poco familiares o que se rigen por criterios emocionales serán tratados por una vía periférica en la que el análisis es más pobre.[20] Tomemos el ejemplo de un informático que va a comprarse un ordenador nuevo. El vendedor deberá proponerle argumentos sólidos, pues su cliente los analizará y los comparará con otros, sin dejarse impresionar por ningún «rollo». Este mismo informático al que le duele mucho la espalda de tanto estar ante el ordenador querrá cambiar la silla. Aunque no se base en ningún argumento razonable, se dejará seducir por la que le parezca más ergonómica, sea cual sea el precio, o por la que el vendedor le presente como una ganga. Cuando se quiere obtener de alguien que modifique sus ideas o sus comportamientos,

29

más eficaz que utilizar una técnica basada en la persuasión es optar por una estrategia comportamental. Esta consiste en lograr actitudes o actos preparatorios de ese cambio. Aunque parezcan irrisorios, estos últimos comprometen al que los emite, haciendo así más probable la realización de la conducta que se espera. Un empleado que desea cambiar sus días de vacaciones puede negociar con un compañero argumentando: «Mi mujer solo puede tener vacaciones en esas fechas, pero para las vacaciones siguientes, te dejo escoger a ti». También puede tenderle una trampa al otro pidiéndole al principio algo insignificante, por ejemplo, que aplace un día o dos el comienzo de sus vacaciones, para finalmente cambiarle totalmente el planning. He aquí algunos ejemplos de técnicas de persuasión: La técnica del pie en la puerta Al obtener el acuerdo de una persona para algo que se le pide, existen muchas probabilidades de que luego acepte también una petición más importante. Si uno empieza pidiendo la hora a alguien antes de pedirle dinero para tomar el autobús, la probabilidad de obtener el dinero será mucho mayor que si no se ha hecho ninguna pregunta preparatoria. El dedo en el engranaje En aras del principio de coherencia, una persona puede encontrarse atrapada en un proceso de escalada: su compromiso requerirá cada vez más implicación y será cada vez más costoso. No actuamos, en efecto, para respetar nuestras convicciones: modificamos al contrario nuestras opiniones para justificar a posteriori nuestros comportamientos. Cuando empezó a prestarle dinero a Christophe Rocancourt, Catherine Breillat ya no pudo echarse atrás. Hubo una escalada en la implicación. Naturalmente, Christophe Rocancourt no había estudiado estos métodos, actuaba así instintivamente y por eso era peligroso. Tanto en el seno de una pareja que se tambalea como al frente de una empresa, comprometerse puede llevar a una escalada radicalizando unos comportamientos problemáticos.

30

La técnica del anzuelo Partiendo del principio de que a la gente le cuesta echarse atrás cuando ha tomado una decisión, se lleva a alguien a decidirse por una acción de la cual se le oculta provisionalmente el costo real. Luego se le anuncia la realidad de la situación con sus inconvenientes y sus condicionantes. El interlocutor se siente entonces obligado a mantener su respuesta. Se invita a unos estudiantes a participar en un breve experimento de psicología. Muchos aceptan. Posteriormente, se les advierte de que el experimento se realizará a las siete de la mañana y se les invita a confirmar o retirar su disponibilidad. El número de estudiantes solicitados en primera instancia que aceptó fue más numeroso que aquellos a los que se les anunció de entrada que el experimento se haría tan temprano. El anzuelo es la voluntad de coherencia de los individuos inteligentes, porque siempre quieren reaccionar de una forma que justifique sus decisiones anteriores. El engaño Se trata de llevar a un sujeto a tomar una decisión que finalmente no se concretará. Eso engendra una decepción, sobre todo si la primera propuesta era interesante. Se presenta entonces una alternativa, sin duda menos interesante, pero cuya función será reducir esa frustración. Este truco se emplea muy a menudo en las tiendas en época de rebajas: el artículo presentado con un 50 % de descuento ya no está disponible en la talla deseada, pero te proponen un artículo similar que no está rebajado. La técnica de la puerta en las narices La finalidad de esta técnica es obtener una negativa a una primera petición para conseguir un sí a la segunda, que es la verdadera. Un voluntario de una organización benéfica para a una persona por la calle y le pide que participe en una jornada a favor de su organización. Cuando la persona se niega, le propone que compre un llavero de la organización por una cantidad

31

modesta. Este método apuesta por la norma de la reciprocidad. Como el que pedía parece haber hecho una concesión al modificar su petición, al interlocutor le será más difícil negarse a algo que parece anodino. Dejemos aquí la descripción de las técnicas de manipulación, que ahora ya se encuentran en muchos manuales destinados a los comerciales y a los gestores. Estas técnicas solo son herramientas y se pueden utilizar de forma más o menos honrada.

La dominación Conseguir la dominación sobre alguien marca una nueva etapa. Contrariamente a la manipulación, que puede ser puntual, la dominación se instala en el tiempo hasta el punto de crear una verdadera relación patológica. La relación de dominación es un fenómeno natural relativamente corriente que puede producirse en cualquier relación humana cuando existe una interacción entre dos individuos o grupos de individuos. La dominación puede ejercerse en la pareja, en las familias, en las instituciones, pero también en las sectas o a través de un poder, mediante la propaganda. Etimológicamente, el término francés «emprise» (dominio) deriva de la contracción del verbo latino «impredere», que significa «apoderarse» física o mentalmente. A partir del siglo XIX, designa en el derecho administrativo galo el hecho de apoderarse de algo de forma regular o irregular. Por extensión, el término designa actualmente el ascendiente intelectual o moral ejercido sobre un individuo o un grupo. La dominación se caracteriza en efecto por la influencia psíquica de un instigador sobre su víctima, sin que esta lo sepa (ya que no percibe ni los trucos ni las intenciones del abusador). Ejercer dominación sobre un niño, como veremos, es más fácil, pero también mucho más destructivo que sobre un adulto. Si una persona toma conciencia de que otra la domina o trata de controlarla, es que su espíritu crítico aún es bastante reactivo: por lo tanto no hay relación de dominación. Pero ¿cómo detectar con seguridad esos fenómenos? La dificultad estriba en que un individuo dominado afirmará que ha aceptado la situación de forma totalmente voluntaria y que no está sometido a nadie. La dominación no siempre es un fenómeno negativo. Toda la dificultad consiste en detectar el momento en que una relación se vuelve abusiva. En los primeros tiempos de una relación amorosa, por ejemplo, uno puede desear entregarse totalmente al ser amado hasta el punto de disolverse completamente en él y perder su individualidad. En toda relación pasional se instauran lazos de dependencia que, sin embargo, no son patológicos. Pero algunas veces la relación prosigue con una asimetría relacional que hace que una de las partes manifieste una gran dependencia respecto a la otra. En tal caso, como 32

analicé en uno de mis libros anteriores,[21] la máscara de la pasión amorosa puede disimular el sojuzgamiento de un cónyuge por parte del otro con el fin no solo de someterlo y hacer que acepte la violencia, sino de convertirlo en una víctima obediente que llegue incluso a proteger a su abusador. Desde el punto de vista psicoanalítico, el término «pulsión de dominación» fue utilizado por primera vez en 1905 por Freud en sus Tres ensayos sobre la teoría sexual para describir una pulsión de dominación por la fuerza, que nada tiene que ver con la energía sexual. Roger Dorey ha retomado este concepto y lo ha desarrollado para describir la «relación de dominación» (1981). Distingue en ella tres dimensiones principales: una acción de apropiación por desposesión del otro, una acción de dominación en la que el otro es mantenido en un estado de sumisión y de dependencia, y una impronta sobre el otro, al que se marca física y psíquicamente. Según él, la dominación está destinada ante todo a neutralizar el deseo del otro, a reducir o anular su alteridad y sus diferencias para reducirlo al estatus de objeto totalmente asimilable. En este caso, retomando la expresión de Léonard Shengold cuando habla de los niños que han sufrido abusos sexuales, «su alma se convierte en esclava del otro».[22] Una relación de dominación no se impone inmediatamente, sino que se va instaurando poco a poco en varias etapas que contribuyen a anular las defensas de la víctima. DETECTAR LA VULNERABILIDAD DE LA VÍCTIMA POTENCIAL

Para una persona mayor, la vulnerabilidad consistirá en pequeños trastornos cognitivos que le impiden percibir todos los elementos de una situación, o bien será una sensación de soledad si la familia está lejos o la persona mayor está angustiada por la muerte. Para una persona joven, podrá ser un conflicto familiar o una búsqueda de sentido. Para otro, unas carencias infantiles que han engendrado inseguridad y una necesidad de apego fusional. Todas esas vulnerabilidades individuales constituyen brechas a través de las cuales un manipulador tratará de infiltrarse. SEDUCIR A LA VÍCTIMA POTENCIAL

El manipulador seduce a la persona con un discurso zalamero, con promesas increíbles, la adula, le hace creer que es única o que despierta un amor absoluto. En lo que a las sectas se refiere, se habla de love bombing (bombardeo de amor). La seducción entonces no es recíproca sino narcisista, destinada a fascinar y, por tanto, a paralizar al 33

otro. En julio de 2009, comparecía ante la justicia un psiquiatra de Bergerac acusado de haber violado a cuatro pacientes que afirmaban que se había aprovechado de su vulnerabilidad. Todas las pacientes afirmaban que las había colocado en un estado de disponibilidad particular mediante sesiones de hipnosis o con lecturas de cuentos alegóricos. Ninguna hablaba de verdadera coacción por parte del psiquiatra, pero todas sintieron a posteriori que habían sido manipuladas. Según uno de los expertos que examinó al acusado y a las demandantes, «esas personas no se negaron, pero tampoco dieron su consentimiento». Para explicar la dominación de ese médico sobre sus pacientes, los expertos refutaron la hipnosis, que no provoca relación de dependencia, pero estimaron que el acusado desvió en su provecho el vínculo transferencial, el vínculo que se instaura entre un psicoterapeuta y su paciente. ¿Qué dijeron esas mujeres? Para una de las pacientes, conocer al psiquiatra fue «algo inmenso». Otra habló de «éxtasis». «Yo era la elegida, aquel hombre se interesaba por mí.» Una mujer citada como testigo declaró: «Amaba al salvador que tenía ante mí. Me parecía extraordinario que un médico como él se interesara por mí». Otros testigos, al subir al estrado para apoyar al psiquiatra y manifestarle su simpatía, confirmaron su inmenso poder sobre los demás. «Es mi coach, se lo debo todo», o bien: «Estaba fascinada por su inteligencia y su amabilidad». AISLAR A LA VÍCTIMA POTENCIAL

Se trata de separar a la víctima de su entorno y de sus amigos para poder controlarla mejor. ALIENAR

Eso se hace en varias etapas. Empieza con una etapa de efracción. El manipulador se introduce en el territorio íntimo de su víctima. Se hace indispensable a base de pequeños favores, anticipándose a los deseos de la víctima. Es el método más empleado por los que abusan de las personas mayores. O bien impone su presencia de forma permanente. Veremos en el capítulo sobre el acoso sexual cómo un individuo puede presionar a alguien para imponerle una comunicación o un intercambio no deseado y cómo este acoso consigue agotar a la víctima, que acaba cediendo y aceptando «a su pesar». Sigue una etapa de captación durante la cual el abusador intenta adueñarse del 34

psiquismo del otro, a veces como paso previo para apropiarse de sus bienes. • Con la mirada. Las víctimas describen una mirada cargada de sobrentendidos, malsana, inquietante, pero a menudo les cuesta describirla con palabras. Las víctimas de acoso sexual o los niños víctimas de abusos sexuales saben que han sido captados por la mirada intrusiva de su abusador: «Me sentí violento/a por su mirada, que me hacía sentir incómodo/a. Perdía toda capacidad de resistir», dicen muchas veces las víctimas. • Con el tacto. El tacto es una técnica de manipulación misteriosa, pues no existen explicaciones satisfactorias que permitan comprender su eficacia. Nicolas Guégen, de la Universidad de Vannes, pidió a unos estudiantes que preparasen un ejercicio y luego que salieran a la pizarra a corregirlo delante de todo el mundo —lo cual es estresante—. Antes pasaba de mesa en mesa rozándoles o no el brazo como por casualidad. El 29,4 % de los estudiantes a los que había tocado el brazo salieron voluntariamente a la pizarra, frente al 11,5 % de los estudiantes a los que no había tocado. Pero el tacto también está constituido por gestos ambiguos o desagradables, cuyo contenido sexual es verbalmente negado por el abusador. • Con el lenguaje. La captación también puede hacerse mediante una comunicación sesgada con mensajes deliberadamente vagos e imprecisos, trufados de mentiras o en un registro paradójico. Ello tiene como efecto confundir a la víctima potencial, hacerla dudar de sus pensamientos y sus afectos. Así puede instilarse en ella una realidad falseada o una interpretación de la realidad que adquiere valor de hecho. En el prefacio que escribió para la edición francesa del libro de Harold Searles L’Effort pour rendre l’autre fou,[23] Pierre Fédida habla de una de sus pacientes: «Ya eran interminables los discursos sobre lo que debía pensar, desear, amar, rechazar. Se sentía inmovilizada, bloqueada por lo que su padre le decía de sí misma. Dudando de lo que sentía en su fuero interno, insegura de sus pensamientos y sus gustos, se agarraba finalmente a las razones del padre, de quien solo podía escapar con actos impulsivos que acababan haciéndola volver, culpable, al discurso de él. “Mi padre me ha vuelto loca. No deja de pensar en mí, y yo acabo haciendo, en contra de

35

mi voluntad, las cosas que él me ha predicho” [...]». PROGRAMAR

Luego hay que instalar esa relación en el tiempo. La persona dominada está como fascinada y, sin darse cuenta, pierde poco a poco su identidad. Vive la relación con una especie de enajenación, de estrechamiento de la conciencia, pierde todo sentido crítico, lo cual permite la coexistencia paradójica de un no consentimiento y una aceptación. Es lo que el psiquiatra Racamier denominaba «el descerebramiento». Manejada por la voluntad del manipulador, infiltrada por su pensamiento, la víctima actúa de una forma que no le corresponde, puede encontrarse diciendo cosas que luego lamentará, tomar decisiones contrarias a sus intereses o adherirse a opiniones que no aprueba. AMENAZAR

Si la víctima se resiste y la seducción no basta, siempre queda la amenaza. Una de las jóvenes seducidas por el psiquiatra de Bergerac explicó que no se había personado antes en el juicio porque aquel médico que trabajaba en la PJJ (Protección Judicial de la Juventud) la había amenazado con hacer que le quitaran a sus hijos. En su libro, Catherine Breillat también habla de las amenazas que Rocancourt era capaz de proferir. Con varias de sus otras víctimas, se había mostrado por lo demás muy claro: «Si me denunciáis os meto a cada una a secar en el maletero de un coche y la cosa acabará con una bala entre los ojos».[24] Y el agresor de la víctima de acoso sexual del que hablaré más adelante solía decir: «Si me denuncias, te mato».

36

3. LAS LEYES Desde un punto de vista jurídico, la palabra «abuso» se refiere al uso excesivo de un derecho en perjuicio de alguien. El artículo L.223-15-2 del código penal francés y los artículos L-122-0 y siguientes del código de consumo definen el abuso de debilidad en estos términos: «Se castiga con tres años de cárcel y con 375.000 euros de multa el abuso fraudulento del estado de ignorancia o de la situación de debilidad de un menor, o bien de una persona cuya especial vulnerabilidad debida a su edad, a una enfermedad, a una discapacidad, a una deficiencia física o psíquica o a un estado de embarazo es aparente o conocida por su autor, o bien de una persona en estado de sometimiento psicológico o físico resultante del ejercicio de presiones graves o reiteradas o de técnicas destinadas a alterar su juicio, para conducir a ese menor o a esa persona a una acción o una omisión gravemente nocivas para ella». Para que haya delito de abuso de debilidad, es preciso por tanto que concurran: — la vulnerabilidad de la víctima en razón de su edad, de un problema de salud o como consecuencia de una manipulación mental (volveremos sobre ello); — el conocimiento de esa vulnerabilidad por parte del acusado. El abuso de debilidad es una infracción intencional, cometida con pleno conocimiento de causa. No es una imprudencia ni una negligencia; — el grave perjuicio causado por ese acto a la víctima. En caso de demanda por abuso de debilidad, la tarea del juez será determinar qué sumas gastadas pueden serle «gravemente perjudiciales». Si una persona que dispone de pocos ingresos es inducida a entregar la mitad, el perjuicio es grave, mientras que si la víctima es multimillonaria como Liliane Bettencourt, el límite del perjuicio es más difícil de determinar. La ley protege pues: — a los menores; — a los mayores vulnerables, ancianos o personas deficientes física o moralmente; — y a las personas en estado de sometimiento psicológico. Para estas víctimas potenciales, el perjuicio no es necesariamente material, sino que también puede reconocerse un daño moral. El abuso de debilidad es un delito complejo que comporta un doble perjuicio para la víctima: — un delito contra el patrimonio, puesto que el abusador se aprovecha de la situación 37

para empobrecer a la víctima; — y un delito contra su libertad de decidir y actuar, puesto que se la obliga a realizar un acto que no habría realizado de haberse hallado en condiciones de resistirse. Con esta ley, se trata de proteger a las personas que se hallan temporal o definitivamente en condiciones de vulnerabilidad de aquellos que quisieran abusar de ellas o desvalijarlas.

El código de consumo Inicialmente, el delito de abuso de debilidad fue concebido como una infracción contra el patrimonio, y sancionado por el código de consumo como una estafa (artículo L-123-8 del código de consumo francés). Estaba destinado a reprimir el consentimiento impuesto por métodos de venta abusivos a personas vulnerables. Existen en efecto prácticas comerciales fraudulentas que permiten empujar a un consumidor a suscribir un contrato (a menudo a través de una venta a domicilio) abusando de su situación de debilidad o de ignorancia: edad avanzada, estado de salud frágil o mala comprensión del idioma. El abuso de debilidad puede referirse a casos de vulnerabilidad momentánea del consumidor, teniendo en cuenta las circunstancias (por ejemplo, en una situación de urgencia como un escape de agua o la pérdida de las llaves), o bien una vulnerabilidad de personas que, a causa de trucos o estratagemas utilizados para persuadirlas, no son capaces de apreciar el alcance de lo que firman. Es el caso, por ejemplo, de una señora mayor que llama a un electricista por una avería muy sencilla y a la que le hacen firmar una reparación de toda la instalación de la casa, o bien de una persona mayor que, confundiendo un poco los euros y los francos, se encuentra con que ha pagado varios miles de euros por una reparación de fontanería. Para que el abuso sea sancionable, es preciso que el compromiso se haya obtenido en una visita a domicilio, en una venta telefónica, por fax, e-mail, o a través de una invitación para ir al lugar de venta, con la promesa de unas ventajas o un regalo. La práctica comercial agresiva, tal y como la define el código de consumo, consiste en solicitar de forma repetida e insistente al consumidor o en recurrir a una coerción física o moral a fin de alterar su libertad de elección y obtener su consentimiento. Se trata en cierto modo de una forma de acoso moral. Si las prácticas de estafa son castigadas por la ley es porque llevan las técnicas de comunicación y persuasión a un extremo en el que se convierten en abuso de confianza. Sin embargo, la frontera entre los manejos fraudulentos y las prácticas desagradables pero no reprobables es a menudo tenue. 38

Hemos visto que los especialistas de la comunicación conocen bien las técnicas que permiten obtener un consentimiento y también que hoy día los vendedores las utilizan normalmente. El abuso de confianza no afecta solo a las personas vulnerables, aunque estas sean las principales víctimas. Consiste en desviar, en detrimento de otras personas, fondos, valores o un bien cualquiera que se ha entregado al abusador y que este ha aceptado con la promesa de devolverlos, representarlos o hacer de ellos un uso determinado. El abuso de confianza es castigado con tres años de cárcel y 375.000 euros de multa. Las penas aumentan hasta los siete años de cárcel y los 750.000 euros de multa cuando el abuso perjudica a un individuo cuya especial vulnerabilidad debida a su edad, a una enfermedad, una discapacidad, una deficiencia física o psíquica o a un estado de embarazo, es aparente o conocida por su autor. La estafa es castigada con cinco años de cárcel y 375.000 euros de multa, el robo simple con engaño se penaliza con siete años, y el uso de una falsa identidad vinculada a una misión de servicio público, con diez. El código de consumo castiga de forma específica abusos cometidos «mediante visitas a domicilio»: cinco años de cárcel y 9.000 euros de multa.

El sometimiento psicológico El abuso de debilidad fue clasificado al principio entre los crímenes y delitos contra los bienes. Ahora constituye una infracción contra las personas (art. 313-4 del código penal francés). Fue modificado en efecto por la ley de 12 de junio de 2001 a fin de intensificar la lucha contra los grupos considerados sectarios. Esta ley llamada AboutPicard «tiende a reforzar la prevención y la represión de los movimientos sectarios que atentan contra los derechos humanos y las libertades fundamentales». Fue aprobada en un contexto en que diversos movimientos sectarios habían llevado a sus miembros a cometer crímenes y/o delitos (muertes de miembros de la Orden del Templo Solar en 1994 y 1995, atentados con gas sarín en el metro de Tokio en 1995). Las modificaciones de la ley se deben a que los jueces se hallaban a veces ante la imposibilidad de encontrar una calificación penal para sancionar determinados comportamientos inaceptables respecto a personas adultas. Las acusaciones, sobre todo de víctimas de las sectas, con frecuencia eran sobreseídas porque no se podía demostrar que los adeptos, casi siempre mayores de edad y voluntarios, estuviesen en condiciones de vulnerabilidad. Cuando en los años 1970 se crearon asociaciones para la defensa de las víctimas de sectas tuvieron que explicar, para defender a los exadeptos, en qué consistía la vulnerabilidad de los individuos. Tuvieron que definir lo que era una secta y 39

describir los procedimientos de manipulación mental. En ese contexto nació la idea de crear un delito específico de manipulación mental. La proposición de ley que entró en la cámara legislativa en junio de 2000 la definía como el hecho «dentro de un grupo que persigue unas actividades cuyo fin o efecto es crear o explotar la dependencia psicológica o psíquica de las personas que participan en esas actividades, de ejercer sobre una de ellas unas presiones graves y reiteradas o utilizar unas técnicas destinadas a alterar su juicio a fin de conducirla, contra su voluntad o no, a un acto o a una omisión que la perjudica gravemente». Este proyecto suscitó naturalmente un gran revuelo en los grupos sectarios, pero también en las comunidades religiosas reconocidas y entre los psiquiatras, pues parecía un atentado contra la libertad de conciencia y de asociación. El delito habría sido difícil de establecer ya que introduce cierta arbitrariedad. La respuesta fue completar el texto sobre el abuso de debilidad. El código penal permite ahora aplicar el artículo 223-15-2 relativo al abuso de debilidad de las víctimas de sectas: «Cuando la infracción es cometida por el dirigente de hecho o de derecho de un grupo que persigue unas actividades que tienen como fin o efecto crear, mantener o explotar el sometimiento psicológico y físico de las personas que participan en dichas actividades, las penas aumentan hasta los cinco años de cárcel y los 750.000 euros de multa». Pero el texto, como hemos visto, no se limita a proteger los bienes de las personas mayores. Se refiere a tres categorías de víctimas: los menores, las personas vulnerables y las que están «en condiciones de sometimiento psicológico o psíquico», como resultado del ejercicio de presiones graves o reiteradas, o de técnicas destinadas a alterar su juicio (es decir, la manipulación mental y la dominación). Sigue siendo muy difícil, a pesar de todo, probar la existencia de presiones psíquicas y manipulaciones mentales, pues la justicia se circunscribe a los hechos y por lo tanto se basa en peritajes médicos, pruebas y testimonios. Pero estos últimos son forzosamente subjetivos, puesto que cada uno tiene su propia visión de lo que es el consentimiento. Como los jueces solo pueden basar su decisión en constataciones médicas, muchas veces se pide a los psiquiatras en los conflictos familiares que extiendan un certificado donde conste la incapacidad de una persona mayor, el sufrimiento de un niño ligado a la peligrosidad del otro progenitor, etc.

40

41

CAPÍTULO II Las víctimas potenciales

42

1. LAS PERSONAS VULNERABLES,

MAYORES O DISCAPACITADAS

Mientras que la ley sobre el abuso de debilidad es poco utilizada en el caso de las sectas, el 95 % de las demandas por abuso de debilidad afectan a personas mayores, esencialmente por intento de apropiación de la herencia. Durante la última década, ha habido más denuncias y sentencias relativas a hechos de maltrato físico, psíquico o financiero sobre personas mayores, pero eso constituye sin duda la punta del iceberg. Francia cuenta hoy con unos tres millones de personas de más de ochenta años, y en 2040 serán más o menos siete millones. Esta población creciente de personas ancianas, que presentan un riesgo de ver sus facultades mentales disminuidas por pequeños trastornos cognitivos o pequeñas discapacidades, tanto si pueden vivir solas como si están en residencias, constituye una diana ideal para los individuos malintencionados. El Estado tiene el deber de protegerlas. El código penal francés no menciona solo los delitos contra el patrimonio, sino también los actos contra la integridad física o psíquica de las víctimas, y por ende contra su dignidad.

Los abusos financieros Las personas mayores vulnerables pueden sufrir diferentes tipos de estafas perpetradas por comerciantes, artesanos, ayudantes y otros individuos externos, o incluso por familiares. La dificultad para protegerlas se debe a que los trastornos cognitivos importantes, así como los trastornos del juicio ligados a una enfermedad de Alzheimer o a las demencias vasculares, no aparecen de golpe. Pueden pasar varios años entre los primeros pequeños olvidos de hechos recientes y la demencia senil. Durante esa progresión, el sujeto consciente de sus trastornos intentará disimularlos. Y es entonces cuando el riesgo de abuso de debilidad es mayor, pero también cuando será más difícil lograr que se reconozca jurídicamente. Como la víctima está la mayor parte del tiempo bien, se negará a que la asistan y más aún a que la pongan bajo tutela o curatela. Los manipuladores y los estafadores, por su parte, sabrán detectar los momentos de mayor vulnerabilidad de la persona enferma o, en su caso, sabrán manipularla usando los métodos antes mencionados. Los timadores y los depredadores Los timos pueden ser obra de verdaderos depredadores organizados. En ese caso, se trata de auténticas estrategias de ataque, de donaciones obtenidas a través de la extorsión, 43

de matrimonios de conveniencia o de viviendas ocupadas sin derecho ni títulos. Una vecina de Dieppe de ochenta y cinco años contó a los periódicos una estafa de la cual había sido víctima y que le hizo perder mucho dinero Un día, recibe la llamada de un hombre que se presenta como comisario de policía. Le anuncia que su hijo acaba de atropellar a una niña árabe en un paso de peatones y que la familia de la niña reclama 3.000 euros para poder enterrarla en su país. De lo contrario, denunciará al conductor. Cuando cuelga, la anciana está nerviosísima. Al cabo de unos minutos, recibe otra llamada supuestamente de su hijo que, llorando, le grita: «¡Mamá, sálvame!». Presa de pánico, en estado de shock, la mujer va al banco y saca todos sus ahorros. Cuando regresa a casa, un coche se para a su lado. La conductora le propone acompañarla. La anciana se sorprende de que la conductora la conozca, pero esta le explica que es una amiga de su hijo al que llama por su nombre de pila. La mujer, agotada por las emociones, sube al coche. Por el camino, la conductora le sugiere que se pare en la farmacia para recoger unos medicamentos destinados a su hijo y, mientras tanto, se queda con su bolso y con el sobre. Cuando la mujer sale, el coche ha desaparecido. Espera un rato pero no viene nadie. Entonces va a pie hasta la comisaría donde se entera de que otras personas vulnerables de Baja Normandía han sido víctimas de la misma estafa. Los timadores habían seguido previamente a su víctima y sabían que vivía sola. Conocían su dirección, su número de teléfono y el nombre de pila de su hijo. También se habla de robo con astucia o de un delito de identidad falsa: el timador se hace pasar por un personaje que inspira confianza, policía, empleado de la compañía eléctrica o cartero, para que la víctima no desconfíe y le abra la puerta. A menudo los timadores trabajan en pareja: el primero habla con la persona de un supuesto problema y mientras tanto el segundo registra la casa. Los comerciales y los operarios Antiguamente las estafas a las personas mayores eran más bien la especialidad de los timadores, falsos fontaneros u operarios no cualificados. Hoy, con frecuencia los que actúan son comerciales de sociedades reconocidas que intentan venderles, a crédito, productos que no necesitan (una bomba de calor, persianas enrollables, etc.), o que las presionan para que firmen contratos para realizar obras de rehabilitación de su vivienda. También existen estafas que se basan en los cambios tecnológicos o normativos,

44

como, por ejemplo, la nueva obligación de instalar en las casas un detector de humo. Estos aparatos se pueden comprar por 15 euros y funcionan con pilas, pero hay comerciales que venden unos aparatos caros que obligan a comprarlos a plazos a las personas mayores que no tienen recursos psicológicos para resistirse. También hay en los bancos «asesores de inversión» especializados en colocar unas inversiones milagrosas a largo plazo con las cuales las personas verán su dinero bloqueado inútilmente. O industriales que imponen prestaciones inútiles y realizan trabajos de forma muy rudimentaria cobrando unas tarifas desorbitadas. El Sr. X., de ochenta y dos años, vive solo en un chalecito del extrarradio y recibe la visita de un comercial acompañado por dos operarios. Dicen que vienen a rehabilitar la instalación eléctrica de la casa. El Sr. X. no recuerda haber firmado semejante contrato, pero el comercial insiste, le asegura al anciano que se ha comprometido, que si no lo hace habrá una penalización y recibirá la visita de un alguacil que le embargará los muebles. El hombre acaba firmando un compromiso que le obliga a pagar treinta y seis mensualidades. Las sectas Estas estafas pueden estar relacionadas con movimientos sectarios. La Miviludes (Misión Interministerial de Vigilancia y Lucha contra las Derivas Sectarias) ha alertado varias veces a los poderes públicos acerca de la dominación creciente de las sectas sobre las personas de edad. Pueden actuar en el domicilio de los mayores o en las residencias, ya sea directamente con el residente, ya sea manipulando al personal. Se presentan como auxiliares voluntarios pertenecientes a asociaciones, a veces como terapeutas que prometen una curación o un alivio de determinadas dolencias. Estas actividades, poco controladas, constituyen una puerta de entrada ideal para las sectas, que lo que quieren sobre todo es captar herencias. Volveremos sobre ello en un capítulo ulterior. Los ayudantes y los falsos amigos Cuando una persona mayor o debilitada por una enfermedad está aislada geográficamente de su familia, puede ocurrir que un entorno ávido y sin escrúpulos intente enriquecerse a sus expensas o incluso despojarla de sus bienes. El objetivo consiste en obtener cheques, donaciones o convertirse en heredero universal. Los culpables son generalmente individuos que se han inmiscuido en la vida de la persona mayor, ya sea en su domicilio o en un centro especializado, y que se han hecho indispensables por su presencia o sus pequeños servicios.

45

Pueden ser desde la mujer de la limpieza, el cuidador o los supuestos amigos que se van imponiendo poco a poco hasta personas que gozan de una posición de autoridad como un médico, un notario o un abogado. Una persona mayor se encariña con los que la rodean, y para recompensarlos empezará haciéndoles pequeños regalos (dinero, luego una joya o un cheque), y más tarde un cheque de mayor cuantía, por ejemplo, para devolver un préstamo. El abusador justificará su petición insistiendo en la ausencia de la familia o, si hay parientes que vienen regularmente a ver a la persona mayor, intentará apartarlos descalificándolos: «¡Vienen poco por aquí!», «¡No puede usted contar con ellos!». Los autores de abusos aprovechan el aislamiento del sujeto para crear una dominación afectiva que lo llevará a defenderlos. En caso de denuncia, se protegerán aduciendo el consentimiento de la víctima: «Yo no lo/la forcé, solo quiso complacerme». Los supuestos amigos también pueden, cuando van a visitar a alguien que padece pequeños trastornos de memoria, como en la enfermedad de Alzheimer, aprovechar una siesta o un momento de cansancio para apoderarse de objetos de valor. Luego solo dirán que el objeto ya hacía mucho tiempo que no estaba allí. Cuando se sospecha que hay abuso de debilidad, son normalmente los familiares los que primero reaccionan. Constatan que su pariente ya no se comunica con ellos, que no les tiene confianza y que no para de elogiar a la persona extraña. Ha cambiado. ¿Cómo saber si se trata de un proceso relacionado con el envejecimiento o con un intento de dominación por parte de un individuo sin escrúpulos? Cuando la familia tiene la impresión de que un pariente mayor se muestra anormalmente generoso con un extraño o que desaparecen objetos y dinero, al principio intenta avisar a la persona vulnerable y prevenirla, pidiéndole que revise su juicio o sus decisiones. Pero será en vano si la persona ya está dominada. Esta etapa de negociación puede durar mucho, a veces varios años, durante los cuales los parientes ven que la víctima se deja manipular y estafar y no pueden protegerla. Si la dominación continúa, la persona manipulada puede llegar a rechazar a su familia: «Si me advierten, no es por mi bien, sino porque quieren mi herencia». O bien: «Soy libre, ¿con qué derecho quieren mandar en mi vida?», «¡Creen que chocheo!». O también: «¡Son codiciosos, no piensan más que en la herencia!». Estas reflexiones son tanto menos sorprendentes cuanto que en los ancianos se observan con frecuencia pequeños rasgos paranoicos con ideas de perjuicio material. En enero de 2007, cuatro notables bordeleses son detenidos. Se les acusa de abuso de debilidad contra una persona vulnerable, de abuso de confianza y de asociación de malhechores. Son sospechosos de haber querido expoliar entre 2004 y 2007 a

46

Jeanine Terrasson, una octogenaria afectada por la enfermedad de Alzheimer. La anciana, viuda y sin hijos, no tenía más herederos que dos sobrinos con los cuales no se llevaba bien. Era propietaria de varias casas y pisos, tenía cuentas en Suiza y poseía una colección de objetos de arte valorados en varios millones de euros. Su tutor fue el primero que se alarmó cuando desaparecieron muebles y objetos de arte de la casa de la anciana. Los detenidos se presentaban como los bienhechores de Jeanine Terrasson, pretendiendo protegerla del pillaje de sus bienes por parte del entorno. Sin embargo, en abril de 2005, la vidente Nicole Dumont se convirtió en dos meses en la heredera universal de la señora, que ya presentaba síntomas característicos de la enfermedad de Alzheimer. Se pidieron tres años de prisión contra dos de los cuatro notables y penas con la sentencia en suspenso contra los otros dos. En este asunto, parece que la vidente era una manipuladora que tenía mucha influencia sobre sus coinculpados. Pero, generalmente, las familias no descubren que el difunto ha favorecido a un «extraño» hasta que se abre el testamento. La familia de Charles Trenet, por ejemplo, discutió el testamento en el cual el cantante legaba todos sus bienes a su secretario particular.

La familia y los allegados Al lado de esos maltratos financieros por parte de terceros, no hay que olvidar las manipulaciones de los propios miembros de la familia, pues son las más numerosas. Empiezan con las visitas a las que se les saca partido: «Cuando vaya a verte, ¿podrías hacerme un cheque para pagar el alquiler porque ahora mismo no puedo?»; luego vienen los abusos consistentes en hacerse hacer poderes o en apropiarse de la pensión de jubilación. Estos maltratos a menudo se ocultan: la persona mayor se encuentra en efecto en un estado de dependencia respecto a su agresor y prefiere muchas veces hacer la vista gorda y que la desvalijen antes que verse privada de las visitas de aquel o aquella que con frecuencia constituye su único vínculo afectivo. A veces se observan conflictos entre los herederos que, antes incluso de que fallezca la persona mayor, se pelean para obtener la parte más sustanciosa de la herencia o incluso para anticipar la sucesión. ¿Cómo distinguir entre seducción, manipulación y mentira? En la familia X, el hijo menor, actualmente en paro y divorciado desde hace poco, se ha instalado en casa de su madre con los niños y ella los mantiene. Ha ocupado

47

toda la casa, y con el dinero de su madre hace unas obras que corresponden a sus propias necesidades, utilizando a menudo el talonario materno para sus gastos personales. Las dos hermanas, que viven lejos y trabajan mucho, se quejan de que ya no pueden acceder directamente a su madre. Solo la pueden ver en presencia de su hermano. La madre está muy bien físicamente, pero tiene ligeros trastornos de memoria y se pierde al intentar comprender los números de las facturas que paga: «No tiene importancia porque mi hijo se ocupa de mí». Cuando las hijas se quejan del papel que se ha arrogado el hermano, la madre lamenta tener unas hijas tan mezquinas y envidiosas. Asiente a todo lo que dice su hijo. Cuando una de las hijas ha sugerido una curatela, la madre prácticamente la ha echado de casa: «¡Yo no estoy loca!». ¿Hay manipulación? Sin duda alguna. ¿Es grave? Depende del punto de vista que uno adopte. Las hijas se sienten perjudicadas. Esto las retrotrae a una situación mucho más antigua en la que su madre siempre quiso un chico y mostró claramente su predilección por el varón. Este siempre se aprovechó de ello, no quiso estudiar y siempre dependió de la ayuda económica de la madre. Encontramos situaciones similares en las familias reconstruidas. Es frecuente, en efecto, que los hijos de la última unión, más próximos y más jóvenes, se vean claramente favorecidos en detrimento de los mayores. En el fondo de las demandas por abuso de debilidad existe muy a menudo un conflicto antiguo entre el progenitor y el hijo. A veces es un padre o una madre que no han sabido amar suficientemente a un hijo, o bien un progenitor que ha favorecido muy claramente a uno de los hijos, su preferido; el que denuncia siempre es un hijo o una hija que no se han sentido amados. A través del dinero, lo que se dirime es otra cosa porque, ante la muerte, las problemáticas infantiles se reactivan: «Papá, tú nunca te ocupaste de mí porque te pasabas todo el tiempo ganando dinero; ahora este dinero me corresponde como compensación por el amor que no me diste». Otras veces, son los futuros herederos que no soportan que la persona mayor dilapide lo que creen que ya es su patrimonio. Sin embargo, ¿no es normal que una persona al final de su vida tenga ganas de realizar algunas locuras antes de que sea demasiado tarde? ¿Cómo distinguir un verdadero abuso de debilidad de un conflicto o de una falta de entendimiento familiar? Sylvie Uderzo, hija única del dibujante autor de Astérix junto al guionista René Goscinny, ha demandado a X., sospechando abuso de debilidad por parte del entorno

48

de su padre. Según ella, las personas que lo rodean han establecido una estrategia de alejamiento y de ruptura entre ella y él. Herido por la iniciativa de su hija, Albert Uderzo ha expresado su profunda tristeza, considerando que Sylvie y su marido no han aceptado haber sido apartados en 2007 de la dirección de la editorial Albert-René. «Desde entonces me acosan judicialmente, multiplicando las demandas contra mi mujer y contra mí.» A lo cual la hija contesta: «Asumo esta queja. Nunca he dicho que mi padre estuviera senil. Me niego a ir contra su persona. Pero está enfermo. Dilapida su fortuna. Hay un patrimonio que es mío y que está yendo a parar a manos de otros. A su alrededor hay un gentío que se apodera de lo que corresponde a mis hijos [...]. Por el amor que le tenía a mi padre, que me consideraba tonta, no he estudiado. Quería dibujar. Él me dijo que no tenía talento. [...] Repetía que quería transmitir su obra a su hija y a sus nietos. Nos han dado gato por liebre».[25]

El maltrato Junto al maltrato económico, cuanto más dependiente es una persona más riesgo hay de que la situación evolucione hacia el despotismo, la violencia verbal y psicológica, e incluso la violencia física. Debemos distinguir entre las negligencias que no son intencionales y los abusos cometidos voluntariamente. Entre las negligencias, algunas son activas, como los internamientos autoritarios, los encierros y las contenciones en la cama o los excesos de medicación para evitar que la persona se marche; otras son pasivas, como la falta de cuidados o el abandono. El autor del maltrato es casi siempre un allegado, hijo o cónyuge, que tiene una relación de dependencia económica respecto a la persona mayor; pero también existen malos tratos institucionales por falta de personal. Estos malos tratos se producen de forma progresiva y son difíciles de denunciar, ya que la víctima puede estar afectivamente apegada a la persona que la maltrata, sobre todo si se trata de un hijo. El anciano prefiere a menudo no decir nada porque se avergüenza de la conducta de unas personas que él mismo ha criado. No siempre es fácil encontrar soluciones que respeten las decisiones del sujeto y que no desequilibren brutalmente el ambiente en el que vive. Las medidas de protección Para proteger a las personas vulnerables, a las que se considera «incapaces de ocuparse ellas solas de sus intereses» (a causa de la alteración de sus facultades mentales o físicas), existen varios dispositivos jurídicos de protección. 49

La salvaguarda de justicia es una medida de protección jurídica provisional y de corta duración que permite la representación de un adulto temporalmente incapacitado. Ello puede aplicarse también a individuos que necesitan una protección inmediata a la espera de que se instaure una tutela o una curatela. La curatela es una medida judicial destinada a proteger a un adulto que, sin estar incapacitado para actuar por sí mismo, necesita ser asesorado o controlado de forma continua en los actos importantes de la vida civil. Existen distintos grados de curatela: — la curatela simple: la persona realiza sola los actos de gestión corrientes (llamados actos de administración o actos de conservación, como, por ejemplo, gestionar la cuenta bancaria o suscribir un seguro), pero debe ser asistida por su curador para actos más importantes (llamados actos de disposición, como, por ejemplo, conceder un crédito o firmar un contrato); — la curatela adaptada: el juez puede enumerar, en todo momento, los actos que la persona puede realizar sola y los que no, caso por caso; — la curatela reforzada: el curador percibe los ingresos y las rentas de la persona y abona sus gastos desde una cuenta abierta a nombre de esta. La tutela es sin duda la medida judicial más drástica, porque la persona pierde con ella el ejercicio de sus derechos y está representada en todos sus actos jurídicos por un tutor. Cuando una persona mayor o vulnerable ya no gestiona sus cuentas, se equivoca en el número de ceros de los cheques y se muestra demasiado pródiga, su entorno puede dirigirse al juez de tutela a través de una instancia, acompañada de un certificado médico detallado extendido por un médico inscrito en una lista establecida por el Ministerio Fiscal. La descripción detallada del caso desemboca primero en una protección judicial. Luego el juez de tutela decide, tras una entrevista con el interesado y a la vista de los certificados médicos, cuál es la medida de protección más adecuada. En el caso de una tutela, el juez designa a un mandatario judicial o tutor. Si la persona tiene un solo heredero o la familia está unida y se ha puesto de acuerdo, el tutor puede ser un miembro de la familia, pero en la mitad de los casos el juez confía esta misión a un mandatario externo. Un tutor tiene muchos poderes, se hace cargo del talonario, de la tarjeta de crédito y del dinero, gestiona los ingresos y los bienes del anciano vulnerable y le asigna una cantidad mensual. La persona tutelada ya no tiene acceso a sus cuentas, y la familia tampoco. Ya nada le pertenece, pierde su poder de decisión y todos sus derechos civiles. En principio, la tutela se limita a la gestión del patrimonio, pero por este procedimiento la persona es controlada en todos los actos de la

50

vida corriente y hasta en su vida íntima, pues debe dar cuenta de todo. En un reportaje de la cadena France 3, Arlette Monnier, una señora mayor de setenta y nueve años que fue puesta durante varios años bajo tutela abusiva, lo resume así: «Cuando estás bajo tutela, ya no tienes nada que te pertenezca». Para decidir una tutela o una curatela, el juez solo puede basar su decisión en unos datos médicos. Si la persona a la que hay que proteger se niega a ser sometida a un examen médico, como lo hizo varias veces Liliane Bettencourt, el procedimiento se vuelve mucho más complicado. Entonces hay que enviar por escrito una descripción detallada a la fiscalía encargada de los asuntos civiles del lugar de residencia de la supuesta víctima, la cual puede nombrar a un médico que figure en una lista de peritos judiciales. Si la persona se niega a ver al médico, este envía al fiscal un certificado de carencia. En tal caso, el fiscal puede dirigirse al juez de tutela con dicho certificado de carencia. Si el juez de tutela persiste en su decisión de no intervenir, hay posibilidad de apelar esta decisión. Vemos que se trata de un procedimiento largo y costoso, durante el cual el estado de la persona mayor generalmente se va deteriorando. En principio, el mandatario judicial debe presentar todos los años sus cuentas al juez de tutela. Pero eso es materialmente imposible, porque los jueces de tutela no son contables y además son muy pocos. La protección de las personas vulnerables ha sido reforzada (en Francia) por la ley de 5 de marzo de 2007 que entró en vigor en enero de 2009. Ahora, el protegido debe ser consultado acerca de las decisiones relativas a su persona y su modo de vida; los jueces de tutela tienen la obligación de reconsiderar las medidas judiciales cada cinco años; y se prevé un control de las cuentas más frecuente para detectar movimientos dudosos o gastos sospechosos. Desgraciadamente, la escasez de medios y la falta crónica de personal hacen que regularmente se produzcan abusos. Si bien existen tutores que cumplen su misión con mucho respeto por la persona protegida, siguen dándose abusos de poder, malversaciones y expolios. En su informe de 9 de febrero de 2011, Jean-Paul Delevoye, exdefensor del pueblo, habla de maltrato financiero por parte de algunos mandatarios judiciales. Sin llegar al expolio, son demasiados los tutores que no se ocupan adecuadamente de sus protegidos y se contentan con realizar una gestión exclusivamente contable y en ningún caso humana. No tienen en cuenta sus deseos de vida o los obligan a vivir con poquísimo dinero de bolsillo, aunque sean ricos. Jeanne, de ochenta y dos años, exinvestigadora, cobra una buena pensión y es propietaria de un piso, pero no tiene familiares directos. Como consecuencia de una caída, es hospitalizada y durante su hospitalización presenta un estado de confusión que revela una depresión latente. Se pide una medida de protección y el juez de tutela

51

nombra a una tutora perteneciente a una asociación. Desafortunadamente, Jeanne no es la única protegida de esa tutora, que solo se ha tomado la molestia de ir a ver a Jeanne una sola vez al hospital. La ingresa en una residencia sin pedirle su opinión y le restringe el tren de vida. A partir de ahora, el poco dinero que le asignan mensualmente no es suficiente para pagar la suscripción a las distintas revistas científicas que le permitían frenar su declive cognitivo. Ya no puede hacer pequeños regalos a sus amigos y a los hijos de sus amigos, que era su manera de mantener ciertos vínculos. Como Jeanne no tiene herederos directos, ¿qué mal habría en dejarle disponer del dinero a su antojo? ¿Por qué una mujer que no la conocía de nada hace seis meses decide cómo tiene que vivir? Vemos que colocar a alguien bajo tutela es una medida grave. El uso abusivo de sus poderes por parte de los tutores constituye un atentado a la libertad individual y a la dignidad de la persona. El único motivo válido para poner a una persona bajo tutela es la alteración de sus facultades mentales o físicas, y no el que esa persona tenga un modo de vida atípico o incluso molesto. Tomemos el ejemplo del síndrome de Diógenes. Se trata de un trastorno de la conducta de una persona mayor que la lleva a vivir en un gran aislamiento social, a veces recluida, descuidando su higiene corporal y acumulando objetos heteróclitos y desechos. ¿En qué momento hay que recurrir a una medida de protección? ¿Cuando un individuo empieza a descuidarse, a acumular periódicos viejos y objetos diversos o cuando los vecinos se preocupan por los malos olores? Cabe pensar que, en un primer momento, un seguimiento psicosocial y un eventual tratamiento psiquiátrico podrían ser suficientes, pero muchas veces algunos familiares o personas apoderadas lo aprovechan para apartar a la persona de su vivienda y expoliarla de sus bienes. Eso plantea una vez más la cuestión de los límites: ¿en qué momento se considera que las facultades mentales de un individuo son un problema? La historia de Jacques y Ludovic El caso Bettencourt puso el punto de mira sobre una pelea familiar como desgraciadamente hay muchas. Por una parte, una madre mayor con trastornos cognitivos de evolución progresiva; por la otra, su hija que quiere protegerla a su pesar. No analizaremos este caso, aunque los comentarios aparecidos en los medios lo hayan hecho público. Más bien hablaremos de un caso clínico similar, pero más sencillo, con menos dinero y menos repercusiones políticas. Jacques, que hoy tiene ochenta y siete años, ha creado un imperio en el negocio

52

del calzado de lujo a partir de la pequeña tienda que heredó de su padre cuando tenía veinticinco años. Ahora es propietario de numerosos bienes inmobiliarios y su fortuna está valorada en varias decenas de millones de euros. Aunque su empresa se ha convertido en un gran grupo internacional, sigue estando muy involucrado en su funcionamiento y desconfía de los asesores porque sabe que su inmensa fortuna atrae a los envidiosos y a los codiciosos. Casado en primeras nupcias, se divorcia unos años después de nacer su único hijo Ludovic, de quien se ha ocupado poco porque enseguida se vuelve a casar con una modelo sudamericana que no soporta la presencia del niño. Jacques nunca se ha entendido muy bien con su hijo, que no ha sabido conquistar a un padre bastante indiferente. Más tarde, Jacques reprochará a Ludovic de ser demasiado hogareño, demasiado timorato y de que no se implique lo bastante en el futuro de la empresa. Considera que quiere disfrutar de todo sin dar lo suficiente. Cuando fallece accidentalmente su mujer después de treinta y cinco años de matrimonio, Jacques cae en una grave depresión que requiere hospitalización. Empieza a presentar trastornos cognitivos, no se sabe si por continuas alteraciones de humor o a causa de un pequeño accidente vascular cerebral, al que se ha restado importancia delante de los accionistas. Al abandonar el hospital tras un segundo accidente vascular cerebral, conoce a una muchacha encantadora, Sylvia, cincuenta años más joven que él, con una incipiente carrera de actriz. Es alegre, culta, muy vital. Él la lleva a exposiciones, a la ópera, al teatro, y recupera las ganas de vivir. La joven es caprichosa y exigente, le pide que la ayude a financiar la compra de un piso, se hace regalar vestidos de alta costura, pieles y joyas, y él no puede negarle nada, cede a todos sus deseos e incluso le hace una importante donación. Muy pronto la joven consigue ser indispensable, hace venir a sus favoritos y aleja a todas las personas que no le gustan. Es entonces cuando Ludovic interpone una demanda por abuso de debilidad contra Sylvia. La acusa de haberse aprovechado de la fragilidad psicológica de su padre para que este le hiciera regalos suntuosos, gracias a la dominación psicológica ejercida sobre él a medida que su estado de salud se deterioraba. ¿Podemos decir que hay abuso de debilidad según el artículo 223-15-2 del código penal francés? Como hemos visto, para que exista delito de abuso de debilidad debe haber vulnerabilidad de la víctima, conocimiento de esa vulnerabilidad por parte del acusado y finalmente el acto debe causar un perjuicio grave a la víctima. Una serie de testimonios confirman que Jacques presentaba trastornos cognitivos y sobre todo que los regalos más onerosos coincidían con los periodos en que su estado de salud se había deteriorado más. Es lícito por lo tanto pensar que Sylvia era perfectamente

53

consciente de la vulnerabilidad de Jacques. El entorno de ambos se ha dividido en dos bandos, los que se escandalizan por la dilapidación de sumas tan importantes en beneficio de una timadora, y los que son partidarios de una total libertad de la persona mayor. Los unos declaran que Jacques pierde la memoria, que ya no los reconoce; los otros sugieren que el hijo está más preocupado por perder la herencia que por la salud de su padre. Ludovic desconfía de todos los que rodean a Jacques, el personal, los cuidadores y los abogados, y los considera unos depredadores que quieren apoderarse de la fortuna de su padre. El envejecimiento normal es un deslizarse poco a poco por pequeños trastornos de la atención y luego por momentos de confusión y pérdidas de memoria. Uno de los signos más frecuentes es la confusión en cuanto a la importancia de las cifras: se mezclan los francos y los euros o se ponen ceros de más o de menos. En este deslizarse, hay días mejores y días peores. La persona mayor también puede controlar esas pequeñas alteraciones cuando la ocasión es importante. Por ejemplo, no disimulará sus síntomas delante de los hijos, pero se mostrará impecable cuando pasa un tiempo limitado con los nietos. En este estadio, las familias vacilan entre demasiada o insuficiente protección. La variabilidad de los certificados médicos puede deberse a la variabilidad de los trastornos, aunque no se puede excluir que los propios médicos a veces estén influenciados. La importancia del patrimonio de Jacques podía hacer pensar que los regalos que hacía no le perjudicaban para nada. Pero la ley no se limita al aspecto económico. Hemos visto anteriormente que los jueces pueden considerar perjuicios morales o psicológicos, ya que la vulnerabilidad se basa en criterios de edad, pero también de sometimiento psicológico. Algunos envidiosos describen a Sylvia como una temible timadora que ya habría vaciado las cuentas de varios viudos. Nadie duda de la influencia ejercida por esa encantadora joven sobre Jacques, pero lo que se cuestiona es la autonomía del anciano y por tanto su libertad para dar un consentimiento. Estamos de nuevo ante el debate ya comentado entre los que propugnan una libertad absoluta y los filósofos que recomiendan, en ciertos casos, una protección de la persona para preservar su dignidad. ¿Jacques habría gastado tanto dinero si su inteligencia no hubiera estado disminuida, ya fuera por un trastorno cognitivo, ya fuera por la dominación de Sylvia? Nada permite excluir que fuera perfectamente consciente de la estrategia de esta última y que aceptara libremente hacerle todas esas donaciones a cambio de que ella lo escuchara y lo distrajera. Esta opción puede ser moralmente reprobada por algunos, pero Jacques era libre de tomarla.

54

La denuncia de Ludovic contra Sylvia sugiere que el anciano ya no disponía de todas sus capacidades intelectuales. Este sobrentendido, Jacques lo vive como un ataque de su hijo, lo cual provoca la ruptura de un vínculo ya muy debilitado. El padre amenaza entonces con desheredar a Ludovic y cambiar los beneficiarios de sus seguros de vida. Una vez abierto el conflicto, la posición de Jacques no podía más que radicalizarse, pues se hallaba condicionado por sus decisiones iniciales. Como se ha descrito en las técnicas comportamentales de la manipulación, las personas se condicionan ellas mismas al perseverar en sus decisiones. Jacques, por un procedimiento de autojustificación, ya no podía negar sus decisiones ni hallarles otra razón más que su libre albedrío, so pena de reconocer su vulnerabilidad o su deficiencia intelectual. Ludovic se considera perjudicado y, sin duda, tiene razón. La fuerza de los manipuladores es infiltrarse por las grietas, buscar sentimientos ocultos (por ejemplo, un ajuste de cuentas inconsciente de un padre con un hijo que no corresponde al hijo ideal, al hijo soñado). Sylvia detectó esa fisura entre Jacques y Ludovic y se metió por ella. Se presentó entonces como una familia de sustitución para Jacques, como su nueva o incluso su única hija «verdadera», llevándolo a pelearse con su hijo. Más allá de las donaciones materiales, se trata de una estafa afectiva que ha llevado a un sujeto vulnerable a cortar con su familia legítima, provocando una reacción emotiva del hijo. Cuando un hijo ve a su padre gastar sumas considerables en una extraña y que esta es colocada en el mismo plano que un hijo legítimo, no es sorprendente que aparezcan los celos. El error de Ludovic, como el de la mayoría de los familiares en tales casos, ha sido querer demostrarle a su padre la evidencia de las manipulaciones de Sylvia. No ha sabido decirle de otra forma la necesidad que tenía de él. En vez de intentar acercarse a él con ternura, ha elegido la fuerza, la violencia, como si el vínculo con Jacques solo fuese posible a condición de que la muchacha se alejara. Habría debido decirle que, aunque no le gustaba Sylvia, respetaba su elección, pero no pudo evitar criticarla abiertamente.

55

2. EL ABUSO DE DEBILIDAD SOBRE LOS MENORES La infancia es una época de construcción de la personalidad y también de dependencia afectiva, intelectual y psicológica, lo cual hace a los menores extremadamente maleables y vulnerables a la manipulación.

La alienación parental Para los más jóvenes, las influencias proceden esencialmente del hogar familiar. Cabría pensar que allí el niño está protegido, pero también puede ser manipulado, e incluso destruido psicológicamente, por uno de los progenitores que, en un contexto de separación conflictiva, intenta condicionarlo para que rechace al otro sin que ello esté en absoluto justificado. Se trata de un abuso de debilidad porque un niño es por definición vulnerable y no tiene medios para resistir al que intenta alienarlo. En diciembre de 1998, Xavier Fortin aprovecha un día de visita a sus dos hijos, Shahi Yena, de siete años, y Okwari, de seis años, cuya madre tiene la custodia, para raptarlos y huir con ellos. Tras once años de fuga y una condena en rebeldía en 2005 por «sustracción de menores en el ámbito familiar», se le encontró por fin en Ariège, gracias a una denuncia, y tuvo que comparecer ante el tribunal de Draguignan. Al final de un proceso en el que la madre no quiso acusar a su excompañero, Xavier Fortin fue condenado a dos meses de prisión y salió en libertad, puesto que ya había cumplido su pena en prisión preventiva. En su defensa, decía haber utilizado el mismo procedimiento que la madre de sus hijos cuando eran pequeños, por el cual fue condenada a seis meses de prisión con suspensión de sentencia. Según él, no tenía más opción que llevarse a sus hijos porque estos corrían un riesgo evidente de alienación si se quedaban con su madre. Después de diez años de vida en común durante los cuales los padres habían compartido una forma de vida algo marginal y estaban de acuerdo sobre la educación de los hijos, la pareja se había ido deteriorando y Martine, la madre, había deseado llevar una vida más convencional. Se fue entonces con sus hijos de cuatro y seis años a vivir a un piso a mil kilómetros del lugar donde residían, les cortó el pelo y los llevó a la escuela. Este cambio en la forma de vivir había sido muy mal aceptado por los dos niños. Más tarde, los hijos afirmarían que habían decidido libremente huir del domicilio materno para vivir con su padre, optando por seguir con el estilo de vida en el cual 56

habían empezado a crecer. Si la madre deseaba volver a verlos, según ellos, podía hacerlo. Ambos declararon no haber sido ni secuestrados ni manipulados por su padre: podían volver con su madre si querían. Al encontrarse de nuevo con ella, a la que no habían visto durante once años, no se mostraron nada efusivos y continuaron defendiendo a su padre, al que consideraban injustamente encarcelado. Este caso puede parecer extremo, pero cada vez vemos más a menudo acusaciones de alienación parental cuando se produce una separación. Como en todas las demandas por abuso de debilidad, cada uno se siente la víctima del otro y es difícil conocer la realidad del problema. ¿Cómo verlo con claridad? El Síndrome de Alienación Parental (SAP) fue descrito en 1986 por Richard Gardner, profesor de Psiquiatría infantil en la Universidad de Columbia.[26] Denominaba así a las perturbaciones psicológicas que afectan a un niño cuando uno de los progenitores efectúa sobre él, de manera implícita, un «lavado de cerebro» destinado a destruir la imagen del otro progenitor. El concepto de alienación parental ha sido muy controvertido. Gardner ha sido muy criticado y acusado, con razón o sin ella, de haber incitado con sus palabras a la pedofilia. Yo personalmente no he encontrado ningún escrito en este sentido en la bibliografía, y por lo tanto no puedo tomar partido sobre el propio Gardner. Ahora bien, como psiquiatra, he visto a algunos padres que, durante una separación conflictiva, han visto cómo sus hijos los rechazaban. He visitado y visito todavía a jóvenes adultos que, cuando eran menores, «eligieron» no ver más a su padre o a su madre. Eso provocó en ellos mucho sufrimiento y culpabilidad. Naturalmente, la prudencia se impone: ¿cómo distinguir claramente una alienación del rechazo legítimo de un padre maltratador y abusador? En este caso, la prioridad es proteger al niño tomando medidas de alejamiento, pero es la justicia quien debe hacerlo, y el niño debe tener a pesar de todo la libertad de sentir apego por ese progenitor. Es cierto que hoy la expresión de alienación parental se invoca cada vez más, a veces de forma abusiva, por parte de padres o abogados en casos de divorcio, lo cual constituye otra manipulación igualmente grave del menor. «El SAP es un tema explosivo que sigue siendo polémico, pues afecta tanto al medio judicial como al médico, y ello en contextos de “guerra entre progenitores” donde tomar partido es delicado. La justicia es reticente a dar cabida en los tribunales a un diagnóstico médico sobre un conflicto, y los médicos se sienten incómodos al tener que implicarse en asuntos familiares que más bien parecen ser competencia de los trabajadores sociales.»[27] Algunos han visto en ello una problemática que enfrenta a los padres con las madres.

57

Algunas asociaciones de mujeres han reaccionado de forma vehemente, temiendo que la excusa de la alienación llevase a ocultar casos reales de incesto. Algunas asociaciones de padres han señalado las denuncias abusivas de madres para intentar eliminar al padre. Es cierto que antiguamente la custodia de los niños se confiaba sistemáticamente a las madres, lo cual les daba más facilidad para establecer una dominación sobre el niño, pero hoy día eso no se da tanto. Para apaciguar la polémica, algunos psiquiatras y psicólogos han querido proponer una nueva definición de la alienación parental para que esta patología figure en el próximo DSM-V.[28] Hablan de «pérdida del vínculo parental» y proponen la definición siguiente: «La condición psicológica particular de un niño (cuyos padres en general se hallan inmersos en un proceso de separación muy conflictivo) que se alía decididamente con uno de los progenitores (el progenitor preferido) y rechaza la relación con el otro (el progenitor alienado) sin un motivo legítimo».[29] Esta definición es sin duda menos estigmatizante para el progenitor alienante, pero, borrando la manipulación de la cual el niño es víctima, ¿no corremos el riesgo de achacarle toda la culpa? En su sentido etimológico, «alienación», «a-lienar», significa «cortar el vínculo». Se trata efectivamente de una manipulación, pero en la mayoría de los casos es inconsciente. Gardner describe tres estadios del rechazo de un progenitor por parte del hijo: — estadio I, leve: personalmente no lo considero como alienación, sino como un proceso banal y reversible en una separación conflictiva; — estadio II, moderado: es la instauración progresiva de la alienación; — estadio III, grave: es la alienación propiamente dicha. Separaciones conflictivas Durante los procesos de divorcio, algunos padres declaran la guerra a su excónyuge y utilizan inconscientemente a los hijos como un arma arrojadiza. Generalmente, esto empieza antes de la separación con un chantaje referido al hijo: «¡Si me abandonas, no verás más a los niños!». Obtener la custodia se ha convertido en un tema importante dentro del proceso, y aquel o aquella que se siente traicionado o engañado por su pareja puede intentar recuperar poder denigrando al otro delante de los hijos. Para él o ella es una forma de restaurar un narcisismo que cree haber perdido con la separación. Es indudable que las críticas al otro progenitor no son exclusivas de los casos de separación. También es normal que cuando hay divorcio el conflicto sea presentado de forma distinta por ambos cónyuges. Cada uno reescribe, de buena fe, su versión de los

58

hechos. Las madres están preocupadas cuando confían un hijo muy pequeño a un padre que se ha ocupado poco de él, y por su parte los padres dicen a menudo que la madre tiene una relación fusional, angustiada, que no es de fiar. Se subrayan las diferencias educativas: uno consulta a los homeópatas, el otro enseguida pide al pediatra que le recete antibióticos; uno es partidario acérrimo de la alimentación biológica, en cambio el otro lleva a los niños al McDonald’s; uno abruma a los hijos con actividades extraescolares, el otro los deja mirar la tele y jugar con los videojuegos. Las divergencias también pueden referirse a la práctica de una religión o a la elección de una escuela. Llegados a este punto, si ninguno de los dos progenitores presenta un carácter francamente patológico y si las familias respectivas no se dedican a atizar el conflicto, todo va calmándose poco a poco. Es inútil y hasta peligroso hablar entonces de alienación parental, pues ello puede afectar negativamente al proceso, y la víctima principal será el niño. Hay que encontrar simplemente un término medio, por un lado abstenerse de atizar comportamientos excesivamente posesivos y proponer sencillamente un apoyo psicológico, y por otro frenar en seco las conductas descontroladas que puedan perjudicar al menor. Esta transformación de lo normal en patológico debe detectarse y combatirse lo antes posible por parte de los profesionales. Para ello, sería deseable que los jueces establecieran sistemáticamente unas reglas concretas para todo lo referente a las visitas, incluidas las llamadas telefónicas, y que ante los primeros signos de rechazo de uno de los progenitores impusiesen una mediación acompañada, eventualmente, de sanciones. Los intentos de alienación Veamos un caso que Gardner habría calificado de moderado: Françoise decide separarse de Luc, su marido, tras varios años de violencia psicológica grave: «Si no me iba era por los niños». En cuanto no se mostraba lo bastante dócil, su marido la insultaba tomando a los hijos (Louis, de nueve años, y Élodie, de siete) como testigos. Con el tiempo su salud se va deteriorando. Sobre todo, los niños se vuelven agresivos entre ellos e incluso a veces con la madre. Después de una escena en la que Luc se ha mostrado más violento que de costumbre, considerando que Louis y Élodie están realmente en peligro, denuncia a su marido e inicia los trámites para el divorcio. Alquila una vivienda fuera y negocia con Luc que los niños estén con ella una semana de cada dos. Pero Luc no cumple su promesa: «Los niños no quieren». Durante casi tres meses, ella no puede verlos. La primera vez que ven al juez, Luc acapara la palabra, explica que su mujer está

59

loca y que ha destruido una familia feliz al irse de casa. Aprovecha que vive en la casa familiar para pedir la custodia exclusiva. Durante la vista, Françoise, destrozada, es incapaz de explicarse. El juez sermonea a los dos progenitores, fija la residencia de los hijos en casa del padre con un derecho de visita clásico de un fin de semana de cada dos para la madre y ordena una mediación familiar. De cara a la galería, Luc se presenta como un padre valiente que, desde que la madre los ha abandonado, cuida bien de su hijo y de su hija, ganándose así el apoyo de los vecinos y de los otros padres de la escuela, dispuestos a declarar a su favor. La mediación se interrumpe rápidamente, porque según palabras de la mediadora: «El padre no hacía más que contradecir a la mujer cada vez que abría la boca». En las negociaciones materiales del divorcio, Luc se muestra muy exigente, y cuando Françoise se resiste, busca apoyo en los niños: «¡Mamá, contéstale a papá!». Pide tenerlos aún más, diciendo delante de ellos que no son felices con su madre. En la siguiente vista, Françoise consigue describir el comportamiento afrentoso y denigrante de Luc respecto a ella, afirmando que sigue poniendo a los niños por testigo de todo y que regularmente y con cualquier pretexto va a su casa a insultarla. En cuanto a Luc, solicita conservar la custodia exclusiva de los niños, porque «es lo que ellos quieren»; no piden ver a su madre, que los ha abandonado. Indica que si la mediación familiar ha fracasado ha sido únicamente porque la madre había presentado una demanda contra él. Entonces el juez toma conciencia del riesgo de instrumentalización de los niños, ordena un peritaje psicológico, decide que la custodia será compartida e insta a los padres a ser más flexibles. En lo que a Françoise se refiere, le ordena que retire la demanda penal «porque es lo que pone nervioso al hombre y hay que calmar los ánimos». Françoise acabará haciendo lo que se le pide, pero luego escribirá al fiscal para precisar que ha retirado la demanda bajo coerción, y que no reniega de su contenido. Al padre se le instará a respetar la ley, y la demanda será archivada sin mayores consecuencias. Cada vez que alternan la custodia, cuando Françoise vuelve a tener a sus hijos, primero hay una fase de recuperación del control de la situación: los dos están muy agitados, sobre todo Louis, que es muy agresivo y pega a su hermana. Cuando Françoise protege a la niña, es ella la que recibe las patadas. Sin embargo, por la noche en la cama Louis llora, pide ayuda y reclama las caricias de su madre. Los días siguientes, aparte de algunas pequeñas crisis de Louis, los niños son amables y afectuosos con ella. So pretexto de que la madre nunca contesta al teléfono, Luc le ha regalado un móvil a Louis, y lo llama todos los días para mantenerlo al corriente de la situación legal: «Los niños deben saberlo todo». El niño entonces se muestra muy agresivo, se

60

pone nervioso contra su hermana, la agrede y la empuja: «¡Te mataré!». Cuando los niños están en casa de su padre, en cambio, si Françoise llama por teléfono, siempre es Luc quien responde. Normalmente dice que los niños están ocupados. Si ella insiste, llama a los dos niños y estos afirman que no quieren hablar con su madre. Françoise constata que a medida que pasa el tiempo los recuerdos de los niños respecto a la separación van cambiando. Cuando ella estaba en casa, ante la violencia del padre, los niños decían: «¡Mamá, debes irte!». Después del divorcio, decían: «Mamá, debes volver, papá ha cambiado». Y ahora dicen: «Mamá, ¿por qué te fuiste? ¡Papá es bueno! ¡Tú eres la que te inventas cosas!». Los padres fueron convocados por un perito psicólogo, primero por separado con los niños, luego todos juntos, y después de nuevo por separado. Luc acudió el primero. Cuando le tocó el turno a Françoise, Luc, que no había sido citado, se reunió con ellos en la sala de espera para recomendar a los niños: «¡Decid lo que os dicte el corazón!». Delante del perito, Louis dijo: «¡No quiero ir con mamá, es un fastidio y está loca!». Élodie añadió: «En casa de mamá nos aburrimos y en casa de papá nos divertimos». Françoise se hundió. El juego es demasiado desleal: «Yo no denigro al padre, pero el partido es desigual. Él no tiene miramientos y se hace suyos a los niños». Pero ella no sabe qué hacer porque teme reactivar la violencia de Luc: «Si reacciono frontalmente, los niños serán aplastados. Tengo que andar con rodeos». Un año después de que Françoise se fuera, el perito entrega su informe al juez. Constata que los niños presentan signos de distorsión psicoafectiva, que no tienen un pensamiento autónomo y buscan permanentemente la aprobación del padre. Según él, el carácter dominante de este último no les deja más opción que someterse y reproducir, de forma totalmente calcada, el discurso descalificador del padre respecto a la madre. Constata que los niños están entrenados por Luc: si reclaman pasar más tiempo con él es porque su comportamiento denigrador ha fragilizado la posición materna. Según el psicólogo, establecer su residencia en casa de la madre podría reforzar la agresividad del padre y crear un bloqueo en los niños. Parece pues que la residencia alternada constituye, por el momento, la solución menos mala. El juez amenaza a Luc con fijar la residencia en casa de la madre si no se calma, ordena que los padres se comuniquen únicamente por e-mail o por SMS, que los niños llamen cada dos noches al progenitor con el cual no estén, y que cada uno de los dos deje que Louis y Élodie telefoneen al otro sin estar presentes en la misma habitación. También prescribe un seguimiento psicológico de los niños. ¿Será esto suficiente?

61

Un progenitor alienante intenta alejar al niño del otro progenitor y de la familia de este. Eso se puede hacer controlando las visitas con gran rigidez en cuanto a los horarios, negándose a llegar a un compromiso cuando hay un problema práctico, o modificando constantemente las fechas de las vacaciones para crearle al otro una dificultad. También se puede no transmitir informaciones referentes a la escuela, o no dar ninguna indicación respecto a las actividades de ocio. La finalidad es controlar al niño, pero también al otro progenitor. El uso del teléfono, en este sentido, es un tema polémico para muchos padres separados: un progenitor alienante tendrá tendencia a controlar las comunicaciones del hijo, a filtrar sus mensajes, o bien a invadir al otro a fuerza de llamadas incesantes, soportando mal al mismo tiempo las llamadas de este para informarse de cómo están los niños. Los móviles se han convertido en instrumentos temibles y constituyen una especie de cordón umbilical electrónico que liga a los padres con su hijo y les permite mantener un control permanente. Conscientemente o no, un progenitor alienante intenta atraer al niño descalificando al otro con pequeños toques. Puede emplear comentarios pérfidos sugiriendo que este es un mentiroso, que hace cosas deshonestas, que no es de fiar, que constituye un peligro para el hijo: «¡Dado su consumo de alcohol, tu padre es incapaz de ocuparse de ti!». También puede dar una interpretación negativa de todo lo que el otro hace: «Tu madre ha cambiado otra vez de pareja, después de desplumar al primero, ha encontrado un nuevo primo». O bien dar una versión falaz de la historia de la pareja, para hacer creer al hijo que toda la culpa es del otro: «Tu madre ha vaciado todas las cuentas para irse con su amante». O bien: «Tu padre es violento, si no hubiera sido por mí, ya estaría en la cárcel». Muchas veces se habla de dinero. Un niño puede oír que no es normal que vaya a casa de su padre o su madre porque este o esta no han pagado la pensión alimenticia. El menor también puede ser manipulado y presionar al otro progenitor para que gaste más: «Tu madre te dice que no tiene dinero para mandarte a esquiar, pero en realidad está forrada». Un progenitor alienante también puede utilizar la seducción, sobre todo con los adolescentes, y prometer regalos, ceder a todas las exigencias o no prohibir nada. Cuando los hijos adolescentes de Jérôme hubieran debido, según el auto del juez, pasar con él la mitad de las vacaciones escolares, su madre les proponía sistemáticamente unas vacaciones maravillosas en el extranjero. Los hijos llamaban entonces a su padre para decirle que preferían irse a América, que era indispensable para perfeccionar su inglés, y Jérôme no los veía en todo el verano.

62

Un progenitor alienante puede instaurar una complicidad malsana con el hijo, tratarlo como a un igual, ponerlo en el lugar del excónyuge, pedirle su opinión acerca de todo, mantenerlo al corriente de los trámites legales. El hijo entonces se siente halagado y seducido, y le resulta imposible resistirse. Desde la separación de sus padres hace un año, Élodie, de diez años, vive sola con su padre. Él la tiene al corriente de los trámites del divorcio, le da a leer documentos judiciales y le ha explicado que es normal que su madre sea sancionada por el juez ya que al irse ha destruido una familia feliz. Cuando falta un documento en el expediente, es la niña la que se lo reprocha a su madre. Cuando Élodie vuelve de su casa un fin de semana de cada dos, le cuenta a su padre cómo vive la madre, a qué amigos ve, etc. Esa niña encuentra que todo eso es perfectamente normal. Pero la manipulación más eficaz respecto a un hijo sigue siendo el chantaje afectivo para obtener su amor exclusivo. El progenitor se muestra extremadamente desdichado, se presenta como víctima del excónyuge y puede llegar hasta a amenazar con suicidarse. Como los niños son espontáneamente reparadores, apoyarán a aquel o aquella que les parezca que sufre más con la separación, y criticarán al supuesto responsable de ese sufrimiento. Se puede llegar también a denuncias abusivas de violencia física o sexual. A partir de hechos mínimos o de palabras ambiguas del niño, un progenitor ansioso puede interpretar una situación como una agresión del otro sobre el menor. No se trata entonces de una mentira del adulto angustiado, sino de un proceso inconsciente en el que se focalizan sus miedos. Pero si alguien del entorno o un abogado carga las tintas, se entra en una escalada: el niño será escuchado en la Brigada de Menores, que tratará de establecer los hechos y analizará la situación. Según sean los elementos, o bien se suspenderá el derecho de visita del progenitor sospechoso —tal vez sin motivo—, o bien el niño podrá seguir viéndolo y en tal caso el progenitor que desconfía tendrá la tentación de «proteger» a su hijo o hija no dejándolo ir. Entonces será él quien se exponga a sanciones jurídicas. Ante ese tipo de acusaciones, hay que ser muy prudente. Por supuesto hay que proteger al menor, pero también hay que intentar comprender antes de denunciar. Al volver de un fin de semana en casa de su padre, Adrien, de once años, presenta unas estrías rojas en la espalda. Se entiende mal con su padre, que es colérico y se muestra muy estricto en cuanto a los resultados escolares. La madre, inmediatamente, piensa que el padre ha azotado a su hijo, y éste no lo desmiente.

63

Ella le hace fotos y se presenta en la Brigada de Menores. Se abre entonces una investigación muy penosa para el padre, pero también para el hijo. Resulta que se trataba de una alergia a las gramíneas. El padre le había pedido a Adrien que lo ayudase a desbrozar un terreno baldío. Cuando se instaura la alienación parental, es esencial reaccionar de prisa porque cuanto más tiempo pase, mayor será la simbiosis del hijo con el progenitor alienante — que también juega con la lentitud de la justicia—, mientras que el otro se va convirtiendo en un extraño. Sería preciso que a la menor sospecha de alienación los jueces impusieran enseguida una mediación, es decir, que tardasen semanas, no meses. Para que esto fuera eficaz, el mediador debería estar respaldado por la autoridad judicial y, en caso de fracaso, debería existir la amenaza de cárcel o de transferencia del derecho de custodia al otro progenitor. Esto tendría al menos el mérito de desculpabilizar al hijo, que podría estar con ambos progenitores con el pretexto de evitarle al padre o a la madre alienante ir a la cárcel. A veces un progenitor se presenta ante el juez con testigos, y a veces incluso con certificados médicos que afirman que el niño está angustiado ante la idea de ir a casa del otro progenitor. En ese caso, en vez de aceptar que el niño deje de ir, vale más prescribir unas sesiones con un psicólogo a fin de comprender qué pasa con esa aprensión. El progenitor rechazado necesita con frecuencia un apoyo psicológico para resistir y no reaccionar de forma excesiva; en cambio, es inútil en general ordenar una terapia al progenitor alienante, pues no es consciente de tener ningún problema. Toda la culpa según él es de su excónyuge. Lo único que entiende son las sanciones. Para el niño es esencial un seguimiento psicoterapéutico, pero solo si se hace a tiempo, ya que cuando esté completamente dominado por el progenitor alienante rechazará todo lo que podría matizar la situación o exponerla bajo otra luz. Los psiquiatras y los psicólogos deben ser prudentes, procurar no estigmatizar al progenitor problemático a fin de darle una oportunidad para modificar su posición, pero un juez puede y debe mostrarse más directivo. Él es quien debe tomar medidas si un padre es abusivo y decirle al niño que ver a sus dos progenitores y respetarlos es un deber, igual que la educación. La alienación grave Cuanto más tiempo pasa, más se cristaliza el conflicto y más difícil es volver atrás. A medida que pasa el tiempo, el vínculo entre el progenitor rechazado y el niño se disuelve, y llega un momento en que este último se comporta de forma mucho más radical que el progenitor alienante.

64

Alice tiene cuarenta y ocho años y tres hijos, dos de los cuales son mayores de edad. Conoció a Bertrand, su marido, cuando eran estudiantes en la misma facultad. Al terminar la carrera, Bertrand se estableció como contable autónomo y le pidió a Alice, que no había terminado aún, que lo ayudase en la gestión de su gabinete. Muy pronto, Bertrand empezó a mostrarse violento psicológicamente con Alice, a denigrarla y a humillarla en casa delante de los niños. Visto desde fuera, en cambio, era el marido perfecto que las amigas de Alice envidiaban. Era además un contable reconocido, miembro de varias asociaciones. Con los años, sobre todo después de nacer su último hijo, la violencia de Bertrand fue en aumento: pegaba a Alice regularmente. Ella ya no tenía energías para defenderse y fue cayendo en un estado depresivo crónico. Al no trabajar, no se atrevía a irse porque dependía económicamente de su marido y se culpabilizaba respecto a sus hijos. Por fin, un día en que su marido le había pegado más fuerte que de costumbre, por consejo de una asociación, hizo constatar sus heridas y tomó la decisión de huir, sola, sin su hijo más pequeño. Entonces empezó para ella un recorrido judicial durísimo entre el JAF (Juez de Asuntos Familiares), el Juez de Menores y el Tribunal Penal. Como la madre era depresiva, no tenía empleo y vivía en un pequeño estudio en otra ciudad, el hijo pequeño fue confiado al padre. Ella tenía teóricamente derecho de visita para estar con sus tres hijos un fin de semana de cada dos, pero sus hijas se negaron a volver a verla, pues «su madre había destruido la familia» al marcharse. Obtuvo permiso para ver a su hijo de trece años un domingo al mes, pero el chico iba de mala gana y siempre llegaba tarde. En el restaurante, cuando almorzaban juntos, se pasaba casi todo el rato hablando por teléfono con su padre y sin mirar a su madre. Durante el proceso penal, una de las hijas declaró contra su madre, reproduciendo el discurso paterno: «Mi madre tenía crisis de histeria durante las cuales se automutilaba. Todas las acusaciones contra mi padre no son más que mentiras». Sin embargo, durante el juicio de apelación, el peritaje demostró que las heridas constatadas en Alice no podían ser de ningún modo el resultado de una automutilación y Bertrand fue condenado a seis meses de prisión sin ejecución de la sentencia. Las hijas, no obstante, siguieron rechazando todo contacto con su madre y, a pesar de varias denuncias por incumplimiento del régimen de visitas, el hijo pequeño de Alice siempre hallaba pretextos para no ir a verla. Posteriormente, de forma totalmente ilegal, el padre se mudó y cambió al niño de escuela sin avisar a la madre, que se encontró así sin noticia alguna de sus hijos.

65

Finalmente, tras cuatro años, Alice ganó el juicio por incumplimiento del régimen de visitas. Pero he aquí lo que declaró el juez del último juicio: «X. pronto cumplirá diecisiete años. Se ha demostrado que, a pesar de las múltiples sentencias que se han producido, la reanudación de las relaciones regulares y confiadas entre la Sra. Z. y su hijo no ha podido instaurarse, sobre todo porque X. está inmerso en el discurso del padre respecto a la madre. En este sentido es revelador constatar que X. siente tal deber de lealtad y de transparencia hacia su padre en lo tocante a su relación con su madre que todos los correos que esta le ha enviado están en la carpeta del padre. La solicitud de concesión de la patria potestad exclusiva y de la fijación de la residencia de X. en su domicilio formulada por la madre es manifiestamente irrealista». Lo que se constata aquí es un fracaso. Efectivamente, en el estadio del SAP, es casi imposible restablecer un vínculo con el progenitor rechazado e imponer la reanudación de relaciones normales. Cuando estos niños se hacen adultos, es raro que se acerquen al progenitor rechazado. Algunos lograrán despegarse del progenitor alienante, pero será muchas veces para huir a la otra punta del mundo, una forma de romper con los dos progenitores, para estar seguros de no tener que escoger una vez más entre ellos. Si toman conciencia de que han sido manipulados, de que se les ha hecho cómplices de una injusticia, tendrán que vivir con una enorme culpabilidad. Consecuencias sobre el hijo Un niño necesita tener un vínculo de apego con sus dos progenitores, por eso cuando uno de ellos intenta manipularlo no lo entiende y trata ante todo de evitar el conflicto y de calmar la situación. Sin embargo, no es libre de elegir porque depende de ellos, y más del que se presenta como omnipotente. Siente que si no se adhiere a su voluntad, será rechazado. El niño no es capaz de decidirse entre dos soluciones que afectan a su amor por cada uno de sus progenitores; eso le provoca una tensión extrema y una gran angustia. En un momento dado, para sufrir menos, su única solución consiste en apuntarse al bando del progenitor alienante, es decir de aquel que ejerce más presión, aunque ese padre o esa madre le inspiren miedo o parezcan muy desdichados. El niño entonces aprenderá a decir la verdad que le conviene. Los niños mayores empezarán a dar rodeos, a ser diplomáticos, a controlar sus palabras, a filtrar los mensajes, y luego aprenderán a mentir, a modular su discurso en función de las supuestas expectativas del progenitor dominante.

66

Como hemos visto en el capítulo anterior sobre las técnicas de captación, una manipulación se hace de forma sutil e inconsciente, con sobrentendidos o insinuaciones. Se incita así a la víctima a actuar en el sentido deseado por el manipulador, y esas acciones, aunque parezcan irrisorias, comprometen al que las realiza. «Solemos creer que la convicción es el resultado de la fuerza de los argumentos. No es el caso aquí. Para convencer al niño, el padre narcisista no se mueve en el universo del pensamiento lógico ni en el del lenguaje. [...] Lo que espera son actos que prueben la sinceridad y el amor verdadero [...]. El hijo se ve obligado por lo tanto a hacer un gesto que lo coloque en el bando del padre narcisista. Ahora bien, podemos cambiar fácilmente nuestra forma de ver algo, pero nos es muy difícil suprimir una acción que hemos realizado. El hijo que simplemente haya aceptado no saludar al padre o a la madre cuando llega, o llevarse un objeto personal sin que el padre o la madre lo sepan, se habrá comprometido con el otro progenitor [...]. El progenitor no necesitará darle argumentos al hijo: los encontrará él mismo y esos argumentos serán tanto más sólidos cuanto que serán suyos. Se hará la ilusión de haberlos pensado “él solo”, sin haber sido influenciado por nadie.»[30] Las repercusiones sobre el hijo son variables según su edad, su grado de madurez y la intensidad de los procedimientos de descalificación. La alienación se instaura en general entre los siete y los trece años, pues a esa edad un niño es lo bastante mayor para tomar conciencia de la separación de los padres, sin que su espíritu crítico, sin embargo, esté lo bastante desarrollado como para protegerlo de una dominación. Cuanto más jóvenes son los niños, más manipulables son porque su memoria de los acontecimientos es efímera, y más reaccionarán con trastornos del comportamiento o trastornos psicosomáticos. Cuando hay varios hijos, el mayor, sobre todo si es del sexo opuesto al del progenitor alienante, tiende a constituirse en portavoz de este y a sustituir al progenitor rechazado. Los mecanismos de supervivencia psíquica del niño son el clivaje o escisión, y la amnesia. El clivaje es un mecanismo de defensa que permite dominar la angustia y apartar una emoción o un recuerdo demasiado perturbador. Eso se hace escindiendo el yo en dos partes: la una tiende a aislar la situación traumática, mientras que la otra sigue conectada con la realidad. Posteriormente, la presencia o la mera evocación del otro progenitor provocará una fuerte angustia en el niño, que cortará la relación para no dejar que el recuerdo traumático salga a la superficie: «¡No quiero verte más, me haces sufrir!». La visión del progenitor rechazado provocará en el niño un intenso dolor; no verlo le permitirá no pensar en la situación y no sufrir. Después aparece la amnesia. Al cabo de un tiempo, el niño pierde su ambivalencia. Los recuerdos que podrían matizar su visión maniquea de la situación se olvidan, y es la

67

versión del progenitor alienante la que permanece, con una amnesia de todo lo que no coincida con ella. Entonces tomará partido por el progenitor alienante y empezará también él a denigrar al progenitor rechazado, profiriendo a veces contra él acusaciones falsas o relatando hechos que no ha vivido. Con el tiempo, la versión del progenitor alienante se convertirá en «verdadera» a los ojos del niño, cuyos recuerdos se reconstruirán sobre la base de la interpretación que le han suministrado. A corto plazo, un niño alienado da en general la impresión de estar bien, pero ello no garantiza en absoluto un buen pronóstico a largo plazo. Como el progenitor alienante quiere parecer perfecto, la escolaridad, el ocio, las actividades culturales, todo eso puede parecer irreprochable. El menor, sin embargo, puede desarrollar un falso self, es decir una personalidad distorsionada que enmascare su verdadera identidad, con una apariencia perfecta y una falsa madurez. El clivaje puede llevarlo a formarse una representación maniquea del mundo y desembocar en un trastorno persecutorio que lo haga desconfiar de todo lo que es diferente. Estos niños también suelen presentar un riesgo mayor de trastornos de la personalidad, generalmente de tipo narcisista, con una intolerancia a la frustración, una dificultad para gestionar la agresividad y una tendencia a colocarse en una posición omnipotente. Parece que también presentan más trastornos de las conductas alimenticias, así como comportamientos de riesgo, toxicomanía y conductas antisociales. Después de la separación muy conflictiva de sus padres cuando tenía once años, Sally fue confiada primero a su madre. Luego, tras una pelea, «eligió» irse a vivir con su padre, y se negó a ver a su madre durante siete años. La relación con su padre se fue deteriorando hasta que se produjo una escena de violencia, durante la cual tuvo que llamar a la policía y luego huyó. Se acercó entonces a su madre, pero con mucha culpabilidad: «La rechacé, no quería verla nunca más. No comprendo por qué elegí ir a vivir con mi padre cuando en realidad me llevaba mejor con ella». Ahora Sally tiene veinte años y no se encuentra bien, siempre dividida entre sus padres, que siguen ajustando cuentas entre ellos utilizando a la hija. Oficialmente, su padre la mantiene, pero no quiere pagar sus estudios porque no la ve. En cuanto a su madre, le reprocha tener que pagar por ella. Sally suspendió una vez la selectividad, repitió y luego se matriculó en la universidad. Pero no asiste a las clases, le cuesta concentrarse, se acuesta tarde, se levanta tarde, fuma porros desde por la mañana y se queja de que padece muchas crisis de angustia. Con todo, ha decidido buscar los medios para salir de esa situación y ha iniciado una terapia: «Lo que me salva es decirme a mí misma que todos están locos y que no puedo contar con nadie más que conmigo misma».

68

Sea cual sea la evolución de la problemática, el hijo moviliza toda su energía psíquica para preservar su salud, aunque no pueda evitar la aparición de síntomas de angustia y de somatización: migrañas, asma, eccema o crisis de angustia. Así es como vemos a veces a hijos que aparentemente han resistido la alienación, pero que están muy afectados por esos desgarros familiares. Quince años después de la separación difícil de un marido violento e infiel, Béatrice se enteró por boca de sus hijos de las explicaciones que les dio en su momento el padre. Pretendía haber pedido el divorcio porque ella tenía amantes y dijo que ella se había marchado con todos los ahorros de la pareja, dejándolo sin nada. —Pero si no es verdad, ¡si fue justo lo contrario! —No importa, mamá, cada uno hace lo que quiere. No te lo reprochamos. —Pero ¿no veis la vida que llevo?, ¿os parezco una mujer fácil? —¡Pues eso es lo que dice papá! Durante todos esos años, los hijos no habían dicho ni una palabra de lo que su padre les contaba, de que era una furcia, una ladrona y una mala madre. Béatrice había observado simplemente que se mostraban muy agresivos con ella cuando volvían de casa de su padre y muy violentos cuando les negaba algo: «¡Puedes pagarlo, estás forrada!». Ella no podía ni siquiera mencionar su vida de antes sin que empezasen a chillar y a dar portazos. Con el tiempo y el amor que les mostraba, pareció que se iban calmando, sobre todo porque ella evitaba hablar del padre. Sin embargo, los tres hijos presentaban desde la separación trastornos psicosomáticos importantes: dolores intestinales que requirieron hospitalización, migrañas, crisis de asma, etc. Para proteger a su madre, sencillamente habían incorporado los mensajes destructivos. El progenitor alienante El perfil más frecuente del progenitor alienante es el de una personalidad narcisista, marcada por el miedo al abandono, síntomas depresivos y fragilidad de la autoestima. Necesita colmar su vacío interior con el amor de un hijo («¡Mi hijo/mi hija lo es todo para mí!»). Un progenitor alienante procede a menudo de una familia disfuncional. Él mismo ha podido sufrir antecedentes de alienación, de abandono o de maltrato, y ha tenido entonces que escindirse para protegerse. Más tarde, cuando se obstina en eliminar al otro

69

progenitor, proyecta en él todo lo negativo que rechaza en sí mismo y que quisiera ver desaparecer. No tiene conciencia de crear un perjuicio al excónyuge, y menos a su hijo, se imagina que solamente él es un buen padre, y como está convencido resulta convincente. Pero se da la circunstancia de que un narcisista es un seductor con los intervinientes (abogados, policías) y tiene una gran capacidad para hacerse la víctima. También sabe persuadir a los amigos y conocidos para que certifiquen que es un padre impecable; por consiguiente, no es de extrañar que logre arrastrar a su hijo. Aunque pretenda actuar por el bien de este último, este progenitor alienante intenta hacerse valer a expensas del otro, y si antes era abusivo encontrará con ello un medio para prolongar su dominación o incluso su destrucción. En el momento de la separación, siente la necesidad no solo de rechazar a su excónyuge, sino también de borrar cualquier huella de su relación, de hacer como si la pareja no hubiese existido. Pero hay un hijo de por medio. La solución entonces es o bien rechazar al hijo (a menudo oímos a padres alienantes decirle a un niño que se resiste a rechazar a su madre: «¿Y quién me asegura que eres hijo mío?»), o bien incorporarlo para que se convierta en una parte de él, para que entre en simbiosis con él, negando su alteridad. Entonces se establece una relación incestuosa, que coloca al hijo o hija en pie de igualdad con el progenitor, sustituyendo al cónyuge rechazado. Durante este proceso el hijo es el gran olvidado, ya que para semejante ajuste de cuentas el progenitor alienante está dispuesto a sacrificarlo. La Biblia cuenta que dos madres se disputaban a un hijo y que comparecieron ante el rey Salomón para que zanjara el conflicto. Una de las mujeres en realidad había asfixiado a su propio hijo accidentalmente y quería apropiarse del de la otra. Al no poder averiguar quién era la verdadera madre, ya que cada una pretendía decir la verdad, Salomón ordenó que partieran al niño en dos y le dieran una mitad a cada una. Una de ellas declaró que prefería renunciar al niño antes que verlo sacrificado. Salomón supo que ella era la madre y mandó que le entregasen al bebé. El progenitor alienante, como en este relato, impone al niño que se parta en dos a nivel emocional, aunque con ello pierda su parte vital. El progenitor rechazado El progenitor rechazado se siente profundamente desdichado y extremadamente impotente. Haga lo que haga es culpable y no puede rehabilitarse de ninguna forma ante los ojos del hijo. Está debatiéndose en arenas movedizas: cuanto más se justifica, más se

70

hunde. A ello se añade un estigma social, muchas veces apoyado por los intervinientes (peritos, jueces y abogados), de ser un padre o una madre irresponsable o ruin o incapaz de hacerse querer por su hijo. Judith se separó del padre de su hija Manon cuando esta tenía tres años. El padre se mostró muy litigante, reclamando la custodia exclusiva de la niña con el pretexto de que la madre era incapaz de cuidarla. Ahora, Manon tiene doce años y cuando vive en casa de su madre está continuamente provocándola. No participa en nada y reacciona con agresividad a cualquier comentario que haga su madre. «No tengo una hija en casa, tengo una espía que comprueba todo lo que digo, que piensa sistemáticamente que le miento, y que me pide explicaciones por todo.» «Esta situación me pone físicamente enferma. Nunca sé en qué estado de ánimo la encontraré cuando vuelve de casa de su padre. Es impensable preguntarle, por ejemplo, si ha pasado un buen fin de semana, porque lo vive como una agresión. Entonces tengo tanto miedo a decir algo inapropiado que muchas veces no le hablo. He perdido toda espontaneidad en mi trato con ella.» Cuando los lazos se rompen definitivamente, hay un duelo que es imposible hacer, ya que los hijos están vivos y queda una esperanza, pero también un miedo de volver a verlos algún día, lo cual sume a algunos padres en un estado de depresión crónica. ¿Qué hacer? Naturalmente, se puede entender que un progenitor que se siente injustamente difamado por el otro intente justificarse delante del hijo, pero eso es exactamente lo que hay que evitar. En efecto, si el hijo está dividido entre la versión de papá y la de mamá, no comprenderá nada y se bloqueará. Si uno tira del niño en un sentido, el otro no debe tirar en el sentido contrario, porque el niño se sentirá dividido y sufrirá. ¿Qué importa más, tener razón o que el hijo esté bien? Si un progenitor dice, por ejemplo: «Tu padre/tu madre miente, lo que dice es mentira», pasa él mismo por agresivo. El niño puede preguntarse con razón: «Al decirme esto, mi padre/mi madre a lo mejor también miente». Esta incertidumbre lo angustiará y ya no será capaz de pensar. Vale más tener paciencia, moderar las propias reacciones y sobre todo no criticar como respuesta al progenitor que difama, so pena de herir al niño que se halla en medio. Pero no criticar no significa no posicionarse. Hay que aprender a poner las cosas en su sitio sin denigrar, explicar por ejemplo amablemente y sin alterarse: «Papá/mamá dice esto, sin duda tiene sus motivos, pero yo no estoy de acuerdo». O bien: «A lo mejor en

71

casa de tu padre/madre es así, pero en mi casa es de esta otra manera». Si el niño miente ostensiblemente, hay que despejar sencillamente sus dudas: «No creo que sea así», sin insistir. Eso no impide mantener la propia posición parental y el propio proyecto educativo. Aunque es difícil, hay que fomentar una relación correcta con el otro progenitor, repetirle al niño: «Tú tienes derecho a preferir a tu padre/tu madre, pero debes respetarme». Si el niño se niega a venir cuando le toca visita, si el contacto se pierde, hay que persistir enviando mensajes, aun sin obtener respuesta, dando noticias, y no renunciar jamás. Desde la separación con la madre de sus hijos y un episodio en el que los niños se fugaron porque no soportaban a su nueva compañera, Jérôme no había vuelto a ver a sus hijos. Trataba de mantener el vínculo como podía enviándoles un mensaje de texto o un e-mail de vez en cuando, pero ellos raras veces le contestaban y siempre muy brevemente. Al volver de vacaciones, Jérôme se entera por casualidad de que su hijo Yohann ha sido detenido por un robo. Le sorprende mucho, pues sabe que sus hijos están materialmente muy mimados por su madre. A pesar de la oposición de esta última, se presenta el día del juicio. Su hijo no da ninguna explicación de por qué lo ha hecho, y sigue rechazando la presencia del padre: «No tengo nada que decirle, ¡jamás se ha ocupado de mí!». Es cierto que Jérôme no había sabido sortear la oposición de la madre para encontrar su lugar como padre. Sin ser consciente de ello, su hijo le estaba dando una oportunidad para hacerlo, cosa que el juez captó.

Las influencias externas A medida que el niño va creciendo, está expuesto a otras influencias que no son las de sus padres. La mayoría serán fuente de identificación y le permitirán adquirir progresivamente su autonomía. Otras podrán ser perturbadoras, sobre todo si la célula familiar no es lo bastante fuerte y tranquilizadora como para compensarlas. En principio, un niño no empieza a distinguir la ficción de la realidad hasta los siete años, pero para algunos eso ocurre más tarde. Mientras el menor necesite apoyarse en figuras de identificación y no haya adquirido bastante autonomía de pensamiento, será eminentemente maleable y por lo tanto manipulable. En el hogar, los niños están sometidos a influencias nocivas que pasan por la televisión y sobre todo, cada vez más, por Internet. A través de la pequeña pantalla y de los videojuegos, los niños están expuestos cotidianamente a la violencia. Eso puede 72

perturbar a los más jóvenes e influir en su comportamiento: sabemos en efecto que entre un 10 y un 15 % de los niños imitarán lo que ven.[31] El acoso escolar En la escuela, los niños pueden ser manipulados por sus compañeros y sufrir o participar en el acoso escolar (school bullying). Son pequeñas agresiones aparentemente anodinas pero repetidas, que consisten en burlas, insultos, humillaciones o tiranías, ejercidas por uno o varios niños agresores («bully» en inglés) contra un niño aislado que se convierte en chivo expiatorio. No se trata de una disputa o una pelea,[32] sino de una relación de dominación, asimétrica. Las víctimas son generalmente buenos alumnos o alumnos tímidos, que carecen de confianza en sí mismos, o afectados por una particularidad física o una discapacidad. El intimidador es en general un niño impulsivo, que tiene una gran necesidad de dominar y poca empatía, con un sentido muy bajo de la culpabilidad. El acoso escolar puede ser cosa de un grupo de alumnos conducidos por un líder, siendo los demás, más pasivos, arrastrados por el efecto de grupo. Estas agresiones pueden tener consecuencias graves para los niños víctimas que se traducen en peor rendimiento escolar, aparición de trastornos ansiosos, enfermedades psicosomáticas o estados depresivos. Más tarde encontraremos en el ambiente escolar un fenómeno parecido, pero mucho más ritualizado: las novatadas. Las novatadas consisten en hacer que una persona sufra o cometa actos humillantes y degradantes durante actos o reuniones relacionadas con el medio escolar y socioeducativo, sea cual fuere el lugar en que se produzcan. Las novatadas son ahora un delito castigado con seis meses de prisión y 7.500 euros de multa, tanto si la víctima es consintiente como si no. Las sanciones son el doble si afectan a una persona frágil física y mentalmente. Con Internet y las redes sociales ha aparecido el ciberbullying, que no es más que una variante y una ampliación del acoso escolar. La persecución se extiende más allá del patio de recreo y puede practicarse en cualquier lugar y en cualquier momento. Un joven de cada tres habría sido víctima de acoso a través de las redes sociales. Las redes sociales Un estudio reciente[33] ha demostrado que la mitad de los jóvenes entre ocho y diecisiete años están conectados a una red social. Facebook es la más importante. El estudio nos dice que:

73

— cerca del 20 % de los menores de trece años están conectados a Facebook, aunque teóricamente está prohibido, y en el 93 % de los casos se conectan con permiso de los padres; — a partir del bachillerato, cerca del 90 % de los jóvenes están en las redes sociales y se conectan todos los días; — el 31 % de las chicas de más de trece años afirma haber sido víctima de insultos, mentiras o rumores en una red social; — cuantos más amigos tienes, más contactos con personas agresivas, y el 30 % de los jóvenes aceptan como amigos a desconocidos; — los niños no se protegen suficientemente y dan muchas informaciones personales en las redes sociales. El 92 % utiliza su verdadera identidad; — el 53 % de los niños que tienen más de 300 amigos dicen haberse sentido escandalizados por contenidos insultantes, violentos o racistas y por la pornografía; — cuando se han sentido escandalizados, solo el 11 % lo ha comentado con sus padres. También dice el estudio que si bien los padres vigilan el tiempo que pasan los hijos en las redes sociales, solo raras veces vigilan el contenido de los intercambios. Pero hay que explicar a los niños que entrar en contacto con desconocidos es abrir la puerta a individuos que pueden ser agresivos o deshonestos. Hay que recordarles unas reglas de prudencia y de respeto a los demás: — no proferir frases agresivas, racistas o mentirosas; — no hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros; — no poner en línea fotos sin haber obtenido la autorización de las personas afectadas; — decirles que, sin parametraje, todo lo que se pone en una red social puede ser visto y utilizado por todo el mundo, y que es difícil, cuando no imposible, suprimir fotos. Todo eso no es anodino. También sabemos que la exposición a la pornografía marca profundamente la memoria y el psiquismo de los niños. Acostumbrarse a ver relaciones en las que la mujer tiene una imagen degradada determinará su imaginario y condicionará su vida sexual de adulto. El cuerpo de las mujeres se convertirá para los chicos en un objeto de consumo y de envilecimiento. En cuanto a las humillaciones, los insultos y los rumores difundidos por Internet, pueden tener repercusiones muy graves en el psiquismo de los jóvenes.

74

¿Constituye el ciberbullying un abuso de debilidad? Sin duda no en el sentido jurídico de la palabra, puesto que el agresor es un menor, pero, sin embargo, podemos preguntarnos por el consentimiento de un niño o un adolescente en poner su foto o compartir informaciones en Internet, cuando es incitado a hacerlo por un compañero o un grupo. Esta problemática debe llevarnos a replantearnos la cuestión de los límites, y recordar que el papel de los padres es estar vigilantes y poner en guardia a los hijos, a pesar de todas las dificultades. Los adolescentes En la adolescencia, un periodo crítico de transformación fisiológica y psicoafectiva, los jóvenes necesitan adquirir autonomía, pero también necesitan límites y seguridad. Con Internet, la tarea de los padres se ha vuelto más compleja porque las tecnologías evolucionan muy de prisa. La adolescencia siempre ha sido una época de afirmación de uno mismo en la que un joven construye su identidad confrontándose con el entorno. Debe oponerse a los padres para afirmarse y encontrar la distancia relacional justa con el adulto, definir sus valores propios. Pero actualmente, en una sociedad en la cual priman la autonomía y la independencia, los jóvenes se oponen a los padres cada vez más pronto, hacia los doce o trece años. Cuanto más dependiente de los padres se sienta un niño que busca ser autónomo, más agresivo se mostrará con ellos. La búsqueda de la autonomía también pasa por transgresiones y asunción de riesgos, como el consumo de drogas o de alcohol. Cada vez más, en las fiestas, los jóvenes se incitan mutuamente a beber el máximo de alcohol en el mínimo de tiempo, a veces hasta llegar al coma etílico. La adolescencia también es un periodo durante el cual un joven buscará una identificación fuera de sus padres. Se dejará influir por sus amigos, seguirá las normas de su grupo o llevará su búsqueda identificatoria hacia otros adultos significativos a los que admira o idealiza. Puede ocurrir entonces que un líder perverso lo domine y lo arrastre hacia un sistema patológico, o bien que, a través de una dominación de tipo intelectual, un joven se apunte sin ningún espíritu crítico a una ideología, dejándose engatusar por un cabecilla; todo lo que diga ese personaje irá a misa. ¿Cómo podemos desarrollar el espíritu crítico de nuestros hijos? Hemos visto en el estudio sobre las redes sociales que los jóvenes no suelen hablar

75

con un adulto de lo que los ha escandalizado en Internet, sin duda porque se avergüenzan de haber sido imprudentes o desobedientes. Son los padres por tanto quienes deben iniciar el diálogo con ellos, conversar, ayudarlos a desarrollar su espíritu crítico y enseñarles a pensar por sí mismos. El juicio moral es algo que se va adquiriendo poco a poco. El papel de los padres es acompañar a su hijo hasta que integre unas normas de conducta que le permitan juzgar el carácter normal o anormal, justo o injusto, bueno o malo de un comportamiento. Si los adolescentes necesitan adquirir libertad y autonomía, el papel de los adultos es fijarles claramente unos límites, en particular en materia de violencia física o psicológica, y de sexualidad.

76

3. HACIA EL SOMETIMIENTO PSICOLÓGICO Prefería la duda a la verdad, incluso la duda más pequeña y más frágil. Sí, la prefería, porque creo que la verdad hubiera podido matarme. PHILIPPE CLAUDEL Le Rapport de Brodeck

Lo hemos dicho y volveremos sobre ello: los manipuladores nos fascinan. Los admiramos secretamente al tiempo que reprobamos sus actos, y somos mucho menos indulgentes hacia sus víctimas. Claro que sentimos compasión por los individuos que parecen hallarse en una situación real de vulnerabilidad, como las personas mayores, pero a los demás, a los «primos» que se dejan timar cuando los habían advertido, los miramos con desdén. De las personas que han sido sojuzgadas psicológicamente tendemos a pensar que tienen algún defecto oculto. A partir de ahí, nos gustaría que las víctimas tuvieran un perfil común, poder decir que no somos como ellas, que no corremos ningún riesgo; pero hasta hoy no existe ningún estudio general sobre el perfil psicológico de las personas más susceptibles de ser víctimas de manipulación. Ya hemos visto que es la habilidad del manipulador lo que cuenta, mucho más que la personalidad de la víctima. Así, aunque en las víctimas no observemos ninguna patología, un manipulador, gracias a su gran intuición, sabrá detectar en ellas un fallo. Podrá ser una fragilidad coyuntural ligada a una separación o a un duelo, o bien la fragilidad narcisista de alguien sometido a una puesta en cuestión identitaria. Entonces, a falta de definir un perfil psicológico de las víctimas potenciales, veamos cuáles son sus reclamos y profundicemos un poco en lo que yo había empezado a desarrollar en mi libro El acoso moral.[34] Para ello haremos el análisis de un suceso criminal.

Un asesinato por persona interpuesta En el siguiente suceso, el misterio no radica tanto en la perversidad de la manipuladora como en la aparente normalidad del asesino manipulado. A veces ocurre que el que comete los actos delictivos o los asesinatos es activado por un tercero que es el que tiene la intención. Recordemos los hechos: El 11 de marzo de 1998, el doctor Michel Trouillard-Perrot causaba la muerte por envenenamiento al mayor Jean-Paul Zawadzki, marido de su amante Nicole Prévost. Según él, quería «liberar a Nicole Prévost del calvario que estaba sufriendo», ya que 77

esta se le había quejado muchas veces de la violencia de su esposo. Historia de la pareja El doctor Trouillard-Perrot conoce a Nicole Prévost en 1991. Ella lo había llamado para que atendiese a su hija. Hasta 1993-1994 sus relaciones son únicamente médicas, pero cada vez se ven con más frecuencia. «Siempre encontraba una excusa para ir a su consulta —declaró ella—, me caía, me hacía un morado, un hematoma.» Según la esposa del médico, aquella mujer llamaba varias veces por semana y acudía a visitarse con una frecuencia similar, lo cual parecía normal tratándose de una paciente depresiva. Luego se volvió cada vez más invasiva, le telefoneaba continuamente de día y de noche, a todas partes. En 1993, Nicole le cuenta por primera vez a Michel Trouillard-Perrot las violencias físicas y psicológicas regulares que ha sufrido por parte de su marido y también, puntualmente, de otros dos individuos que este hacía venir como testigos o que participaban en las agresiones sexuales. Ella afirma que ha denunciado a los autores de las violencias, pero que no le han hecho caso. Añade que también ha presentado una denuncia en Bourges por violencias cometidas contra su hija. El médico reconocerá más tarde que nunca ha asistido a una agresión directa por parte de Jean-Paul sobre Nicole, y que no lo ha visto más que una sola vez, saliendo un poco nervioso de su casa. Nicole le explicó entonces que acababa de pegar a su hija. Estas violencias le fueron confirmadas por las declaraciones telefónicas de una tía, «la tía Julie». Dirá al juez instructor que jamás la ha visto y que nunca ha sabido dónde vive porque siempre era ella quien le telefoneaba. A pesar de eso no dudaba de su existencia ya que, cuando Nicole cumplió cuarenta años, envió a su sobrina un ramo de flores cada semana durante cuarenta semanas. Cuando Nicole no estaba, hacía que las entregasen en la consulta del médico. En noviembre de 1996, quiere conocer a la tía Julie y a su marido, pero espera en vano dos horas en el sitio acordado. Al día siguiente, Nicole le explica que el marido de su tía murió el mismo día de la cita. En sus declaraciones, el doctor Trouillard-Perrot dice que no ha realizado ningún examen médico para detectar las violencias sufridas por Nicole Prévost y afirma que fue su «ojo clínico» el que le permitió descubrir una simulación en las historias que le contaba Nicole. Sin embargo, extendió tres certificados médicos alegando la presencia de hematomas. En enero de 1997, al ir a casa de Nicole y no recibir respuesta, entra y la descubre tendida en el suelo. Ella explica que ha tenido un desvanecimiento por los golpes que le

78

ha dado su marido en la cabeza. Él le prescribe un escáner, al que ella no se somete, y unos análisis de sangre que resultarán normales. En marzo de 1997, ella lo llama a las dos de la madrugada, diciendo que está estresada por un altercado con su marido y se queja de dolores relacionados con golpes. En abril, afirma haber tenido un aborto, que atribuye a la violencia de su marido, pero no permite que el médico la examine. Una tarde de junio de 1997, el médico la encuentra postrada en su casa y con un chichón que no tenía por la mañana. Piensa entonces que su marido ha esperado a que él se fuera para agredir de nuevo a Nicole. Pero no la examina porque debe irse enseguida a atender una urgencia. En julio, Nicole le anuncia que, cuando iba al juzgado, ha sido herida en el hombro de un tiro disparado por un hombre que asistió, sin participar, a una noche de torturas que le infligió su esposo. El doctor Trouillard-Perrot no constata ninguna herida, pero Nicole le responde que era superficial y que ella cicatriza enseguida. El 20 de diciembre de 1997, Nicole desaparece durante varios días, según dice secuestrada por un hombre que se la llevó del garaje de su domicilio, donde Jean-Paul habría abusado de ella. Aunque se conocen desde 1991, es en 1994 cuando sus relaciones se vuelven más íntimas. Cuando el matrimonio Trouillard-Perrot se separa, en diciembre de 1997, Nicole y su hija se instalan en casa del médico desde el martes por la noche hasta el viernes por la tarde. Nicole prefiere volver a su casa todas las tardes entre las 18 y las 20 h. La idea del asesinato habría nacido en la mente del médico en febrero de 1998 tras una conversación con Nicole Prévost. La ocasión se presenta cuando Jean-Paul Zawadzki, de vuelta de una misión, le pide a su mujer que le compre un jarabe porque tiene una tos que no se le va. El médico le receta un sedante muy fuerte que Nicole debe hacerle tomar con un grog o una sopa. La finalidad es dormir al militar para practicarle una inyección de potasio sin que se dé cuenta. Pero a pesar de una segunda administración de sedante, Jean-Paul sigue despierto. Ante ese fracaso, el médico asocia al tratamiento unos betabloqueantes y un antiarrítmico, que Nicole debe hacerle tomar a su marido. Cuando ella se presenta en la consulta del médico al día siguiente para anunciarle que esa nueva prescripción es un fracaso, a él le parece que está completamente drogada; cree que es ella la que se ha tomado los medicamentos para suicidarse. A fin de impedir que ponga fin a sus días, Michel Trouillard-Perrot prepara una solución de digitalina destinada, a través de Nicole, a Jean-Paul. Al día siguiente, este último presenta vómitos y pide ver al médico de guardia que resulta ser el doctor Trouillard-Perrot. Este constata una hemorragia subconjuntival que parece anterior a sus prescripciones. So pretexto de calmar los dolores del paciente, le

79

inyecta una ampolla de potasio. Esto le provoca al paciente unos trastornos durante algunos minutos y el médico lo justifica diciendo que se trata de una reacción alérgica. Sin embargo, la hemorragia subconjuntival se agrava y el médico cambia el tratamiento. Modifica entonces su apariencia física afeitándose la barba y quitándose las gafas para no ser reconocido por la víctima a la que había impuesto permanecer en la oscuridad, a causa de sus trastornos oculares. A pesar de todo, el estado de salud del mayor Zawadzki mejora y, para evitar la baja, acude a la base aérea a pedir un permiso. Nicole continúa quejándose a Michel de la violencia verbal de su marido. Por eso, a partir del 4 de marzo de 1998, este empieza a administrarle a Jean-Paul sulfamidas. Cuando el enfermo se queja de trastornos hipoglucémicos y de profusos sudores, el médico le explica que probablemente se trata de una subida de tensión. La noche del 10 de marzo, Nicole llama a Michel Trouillard-Perrot para decirle que Jean-Paul ronca mucho. El médico acude y constata que el enfermo está sumido en un coma hipoglucémico con congestión bronquial. Duda y propone a Nicole reanimarlo administrándole glucosa. Ella se niega, pero como los ronquidos la molestan, el médico gira al mayor, lo pone de lado y después le administra una inyección de insulina. Jean-Paul Zawadzki muere el 11 de marzo. El doctor Trouillard-Perrot firma el certificado de defunción a las 15.15 h. Después de eso, Nicole Prévost se distancia rápidamente de su amante. Se desentiende de él, dejando que aparezca como el único responsable del paso al acto criminal. Poco tiempo después, se compra un BMW nuevo y empieza a hacer obras en su chalé con el dinero que ha cobrado del seguro de vida e invalidez que tenía su marido. Cuando a raíz de una investigación iniciada a instancias de la familia de Jean-Paul la interrogan, da una versión de los hechos que inculpa al médico, echándole toda la culpa y haciéndolo responsable de unos actos inducidos por ella. ¿Por qué tanta credulidad? Tratemos de comprender cómo puede ser que un hombre inteligente, del que los peritos unánimemente dicen que no presenta ningún trastorno psíquico, haya podido «tragarse» las afirmaciones de Nicole Prévost sin dudar ni por un momento de su veracidad. En la biografía de Michel Trouillard-Perrot no hay ninguna peculiaridad. Es el tercero de cinco hermanos, con un padre cirujano y una madre enfermera. Califica su infancia de feliz, pese al divorcio de sus padres cuando él tenía diecinueve años. Dirá de su padre, que se fue con un antiguo amor de su época de estudiante: «Cayó del pedestal en que lo tenía».

80

Al terminar la carrera de medicina, se establece en Orgères-en-Beauce, donde se hace una importante clientela; también es el médico de los bomberos y participa en actividades sindicales. Se casa en 1974 y tiene tres hijos. Su matrimonio es apacible, aunque falto de ternura, y no hay conflictos hasta que aparece Nicole Prévost, cuya relación con él provoca la separación en 1997. Los peritos lo describen como un hombre cuya inteligencia se sitúa en la franja superior de la normalidad, con buena capacidad de síntesis y de abstracción. No detectan nada en él que pueda hacer sospechar una estructura perversa o un debilitamiento del sentido moral. Los únicos elementos neuróticos observados están dentro de los límites de la normalidad, con rasgos discretamente obsesivos y un cierto conformismo. Los peritajes grafológicos dibujan a un ser ansioso e inquieto por no dar la talla, leal, sometido a imperativos de voluntad y de razón, y reservado en sus relaciones. A propósito de su relación con Nicole Prévost, Michel Trouillard-Perrot habla de un flechazo, y señala la importancia de la mirada de Nicole, «que no se puede definir». Pero, aunque verbaliza su pasión, según los peritos no deja traslucir ninguna implicación emocional. Uno de ellos señala que durante toda la entrevista se ha mostrado frío y autocontrolado, manteniendo una cierta distancia. Otro recalca que describe los hechos a la manera de un observador neutral. Michel Trouillard-Perrot se ha aferrado a la ilusión de ser amado y de amar a esa mujer, sin querer ver su comportamiento histérico y sus manipulaciones. Dice haber descubierto poco a poco, entre otras cosas por una investigación encargada por su esposa, que Nicole le mentía (acerca de su fecha de nacimiento, de su supuesta filiación natural, de la existencia de un hermano gemelo muerto a los quince años de una leucemia, de su posesión de un patrimonio propio, de su profesión de directora de una residencia para la tercera edad, cuando en realidad su empleo era el de secretaria, de los trámites de divorcio que había iniciado, etc.). En 1995 o 1996, él mismo procede a una investigación, pero a pesar de las mentiras evidentes de su amante, sigue creyéndola y no se aparta de ella. Explica que vuelve a creerla por las explicaciones que ella encuentra siempre para dar crédito a sus alegaciones. Dice haber sido consciente del carácter quimérico de las afirmaciones de Nicole, hablando incluso de «folletín», pero prefería conceder «el beneficio de la duda al amor». El médico solo vio las tiritas y no oyó más que las quejas, pues la gran fuerza de Nicole Prévost es ocultar lo que no existe. Encontramos esta misma forma de ocultar para mostrar mejor en la mitómana Noa/Salomé, de la que hablaremos en el capítulo siguiente, pero también podemos compararla con los casos de las estigmatizadas cristianas. Los testigos de los estigmas nunca los han visto producirse directamente con sus ojos, podríamos decir, pues, que son ficticios. Eso, sin embargo, importa poco, pues

81

lo que importa es la relación mística con Jesús. Parece que efectivamente la capacidad de juicio y de razonamiento de Michel Trouillard-Perrot ha sido alterada por la pasión. Frente a Nicole Prévost, ha perdido todo sentido crítico, no ha considerado la posibilidad de que pudiera estarle mintiendo y ha llegado a diagnósticos falsos. Por ejemplo, ha atribuido el estrés intenso del que parecía sufrir a las violencias «sufridas», y no a su histeria. También cabe pensar que como médico habría podido sospechar por el masoquismo de su paciente y en particular por la erotización de los cuidados médicos dolorosos que él le prodigaba (infiltraciones en los aductores de los muslos, instilaciones rectales o inyecciones de anestésicos locales antes de las relaciones sexuales). Es efectivamente curioso que, en lo que se supone que era una apasionada relación amorosa, no hubiese ninguna fantasía ni ningún placer sexual. El amante habla de una mujer momificada, intocable, que tenía que volver a amansar cada vez que la tocaba. Señala que, después de las violencias sexuales de las que ella hablaba, no era posible mantener relaciones sexuales durante varios meses. Aunque él estaba fascinado por el relato de las relaciones sexuales forzadas sufridas por su amante, no parece que su relación estuviera centrada en la sexualidad: «No era una finalidad. [...] Estábamos bien juntos sin hacer nada». Como es típico en lo que sabemos del síndrome de Münchhausen del que hablaremos más adelante, Nicole Prévost reprochaba al médico su impotencia para curarla. Ante esta situación sin salida, su única solución era la eliminación del marido violento. ¿Qué decir de la personalidad de Michel Trouillard-Perrot? En esa relación, el médico actúa como defensor y protector de una mujer que sufre. Su mujer, con la cual siguió manteniendo buenas relaciones, consideraba que, agotado por las conductas manipuladoras de Nicole Prévost, había creído salvarlas a ella y a su hija cometiendo ese asesinato. Según ella, su marido había perdido toda lucidez respecto a Nicole, estaba como «iluminado» y no quería oír nada que pudiera ponerlo en guardia. Uno de los peritos emite la hipótesis, que luego rechazará, de que Michel TrouillardPerrot, habiendo tenido una comprensión intuitiva, pero en parte reprimida, de la situación, se autojustificaba: se habría hecho creer a sí mismo que quería liberar a su amante de las violencias que estaba sufriendo, cuando lo que quería en realidad era eliminar a un rival. Concluye como los demás peritos que no hay nada en la personalidad de ese hombre que haga pensar en una estructura perversa o en un debilitamiento del sentido moral. Hélène Deutsch quizá nos dé una pista para comprender la personalidad «anormalmente normal» de Michel Trouillard-Perrot. En un artículo publicado en 1934,

82

[35] describe un tipo de personalidad que presenta una pseudoafectividad, los «como si». Según ella, en esos sujetos no se observa nada patológico, salvo que sus relaciones están desprovistas de calor pese a que en la vida se comportan como si vivieran plenamente sus sentimientos. La consecuencia de esa relación con la existencia es una actitud totalmente pasiva hacia el mundo que los rodea, así como una gran maleabilidad y una disposición a la identificación. A propósito de la sugestibilidad de esos pacientes, Hélène Deutsch escribe: «Tampoco es idéntica a la sugestibilidad histérica. En esta, la relación con el objeto es una condición previa, mientras que para los pacientes “como si”, la sugestibilidad tiene que ver con la pasividad y la identificación automática de la que hemos hablado. Leyendo los informes judiciales, me ha parecido que muchos crímenes, perpetrados por personalidades que hasta entonces no eran en absoluto criminales, no se debían, como a menudo se cree, a una dependencia erótica, sino que eran el producto de esa pasividad y esa capacidad para dejarse influir propias de una personalidad “como si”». De esos pacientes a los que no se puede clasificar en ninguna categoría de neurosis, sin que tampoco sean psicóticos, Hélène Deutsch sigue diciendo: «Las tendencias agresivas de las personas “como si” han desaparecido casi totalmente detrás de su pasividad, lo cual hace que en general sean seres dulces y buenos, aunque dispuestos a realizar cualquier fechoría». Y añade: «Así es como un cambio en las identificaciones puede llevar al individuo más dócil a realizar actos asociales y criminales».

¿Manipulados/as o manipulables? Esta historia puede parecer excepcional, y, sin embargo, en nuestras consultas encontramos historias muy parecidas, aunque no terminen de una forma tan dramática. Léa, casada desde hace veinte años y madre de dos hijos, vuelve a encontrarse por casualidad con Patrick, su primer amor, un hombre muy seductor que goza de una excelente posición. La primera reacción de Léa es huir; se siente incómoda con él y conserva un recuerdo desagradable de la forma como él la dejó hace veinticinco años. Pero él insiste, la llama sin parar, sin preocuparse por su vida familiar, se halla como por azar en el mismo lugar de vacaciones que ella, se presenta en su lugar de trabajo. Ella acaba cediendo, si bien se siente culpable de engañar a su marido. Comienzan entonces varios años en los que se alternan las rupturas brutales y luego los intentos de reconquistarla por parte de ese hombre, con promesas o con acoso. Merodea cerca de su casa, se planta delante de su lugar de trabajo, llama a sus amigas, la telefonea sin parar hasta que descuelga, etc. Un día, llama al marido de 83

Léa para anunciarle que pronto se casarán. Léa, furiosa por el desbarajuste que esto provoca en su familia, rompe a su vez. Él trata de reconquistarla regalándole joyas y ropa interior de lujo. Ella resiste a veces, cede a menudo, pero su vida se desbarata. A nivel profesional, asume riesgos; ella, que era irreprochable, deja de ser fiable y acaba perdiendo su empleo. Físicamente su salud se deteriora, presenta crisis de angustia, trastornos del sueño, periodos en los que no come, otros en los que se atiborra de chocolate, y está constantemente en ascuas. Una amiga dice de ella: «Ya no tenía gran cosa que ver con la persona equilibrada, respetuosa y divertida que había sido siempre. Era como si estuviera hipnotizada, transformada en una especie de marioneta que él manipulaba». Léa acabó divorciándose del padre de sus hijos y casándose con Patrick, pero paradójicamente, fue a partir de la boda cuando la historia pareció acabarse, como si el objetivo ya se hubiese alcanzado. En efecto, desde entonces, él se ha vuelto odioso, la insulta sin motivo, la empuja, la abronca. El día siguiente de la boda, anula el viaje de novios previsto y le anuncia que no quiere que ella lleve su apellido. Aunque había comprado una casa «para ella», se niega a que ella se instale allí después de la boda, cuando ella ya ha rescindido el contrato del apartamento en el que residía con sus hijos. Solo gracias a su exmarido consigue recuperarlo. Patrick y ella viven, pues, más o menos separados, pero él no la deja. La espera en la calle, la sigue adondequiera que va, y reclama sus derechos «como marido». Como se ha quedado con las llaves del apartamento de Léa, a veces se lo encuentra en casa por la noche o nota que ha pasado por allí y que ha cogido su coche. Al cabo de tres años, presionada por sus amigas, decide divorciarse. Delante del juez, él llora, se presenta como víctima de una mujer calculadora que lo ha urdido todo. No obstante, Léa no pide nada, salvo que durante un año le abone una indemnización que le permita pagar un alquiler hasta que haya encontrado otro empleo. Pero el juez considera que no han estado casados el suficiente tiempo y que su historia solo es «la historia de dos personas que se han equivocado». Léa dirá algo más tarde a propósito de esa relación: «Me envolvía con palabras, me mantenía en la vaguedad y la mentira, deformaba las cosas, las adaptaba a su realidad. Yo le buscaba excusas, creía que no era culpa suya, que si era así era porque estaba manipulado por su exmujer, que era perversa». También dice: «Sacó a la luz partes de mí que no me gustan, me hizo hacer cosas que no consideraba aceptables». ¿Qué fallo fue a buscar en ella? Léa da la siguiente explicación: «Mi madre tenía un comportamiento parecido al de ese hombre y mi padre me pedía que fuera muy comprensiva con ella, por eso siempre fui de una conformidad ejemplar, buena hija,

84

buena esposa, buena madre». En un artículo titulado «El papel de la voluntad y del poder», Masud Khan, un psicoanalista inglés del que hablaremos más adelante —y del cual veremos por qué conocía tan bien el tema de la perversidad—, cuenta una historia clínica muy parecida. [36] Su paciente le cuenta una relación que tuvo cuando tenía veinticuatro años con un hombre mucho mayor y más bien feo y vulgar. Poco después de conocerse, vivieron durante una semana una «verdadera orgía de placeres programados», pero el comportamiento de ese hombre se volvió luego imprevisible. «La telefoneaba bruscamente para invitarla a almorzar, le hacía el amor y luego desaparecía completamente.» Esa mujer cuenta que era imposible resistirse a las irrupciones de ese hombre en su vida. Hizo que rompiera con su novio y después «la instaló en un pequeño apartamento, sin que ella pudiera saber de antemano cuándo iría a verla. Insistía para que ella siguiera trabajando y, al mismo tiempo, se burlaba de sus esfuerzos y los despreciaba. Había alcanzado su objetivo: había logrado desmoralizarla y hacerla dudar de su capacidad profesional, la había vuelto totalmente dependiente de él». [...] «El hecho de humillar a su compañera aumentaba diabólicamente el goce sexual del hombre. [...] La paciente se despersonalizaba cada vez más, y al mismo tiempo estaba como hechizada por su posición de víctima.» Luego la obligaba a participar en relaciones a tres con personas antipáticas. «Ella estaba desorientada por haber podido aceptar con tanta intensidad y pasividad cómplice que esas cosas le ocurriesen a ella precisamente.» Masud Khan afirma que el error de los psicoanalistas es no ver la dinámica en juego sino desde el punto de vista de una de las partes. En el caso anterior, «la voluntad activa del hombre no habría tenido efecto si no se hubiese encontrado con la voluntad pasiva de la paciente». Una voluntad pasiva debida, en este caso, a un largo brote de depresión de la joven antes de entrar en la universidad. Y cuando se encontró con su amante estaba muy angustiada ante la idea de caer en una depresión aguda. Masud Khan lo resume así: «La evasión (break out) en la perversión era lo contrario de la caída (break down) en la incapacidad y la depresión aguda». El libro de Masud Khan, Alienation in Perversions, se publicó en inglés poco después de los primeros estudios de Zuckerman sobre la búsqueda de sensaciones. Este se interesaba por los consumidores de sustancias psicoactivas, pero también por la práctica de deportes peligrosos y, en general, por la asunción de riesgos. Según él, el

85

aficionado a las sensaciones es un «individuo que necesita experiencias y sensaciones variadas, nuevas y complejas, a fin de mantener un nivel óptimo de activación.[37] Estos sujetos podrían buscar el efecto estimulante de una conducta de riesgo para combatir los estados de vacío y aburrimiento, así como la falta de energía asociada a los estados depresivos. Es lo que observamos a nivel clínico. Una de mis pacientes, víctima de un hombre especialmente destructivo, me decía: «Sé que él me hace daño, pero si no está, estoy sola frente a mi vacío». Otra me contaba en un tono neutro las escenas extremadamente violentas que su compañero le infligía, pero luego decía que con él, por lo menos, sentía algo, aunque más a menudo era sufrimiento que felicidad. De hecho, la relación con un perverso aporta con sus transgresiones excitación a la víctima, sobre todo si esta se halla en un estado subdepresivo. Eso la hace aceptar las mentiras y las manipulaciones, que vendrán a «despertarla» y a hacerle vivir momentos intensos. Catherine Breillat sabía que Rocancourt era un impostor y un timador, pero creía que estaba a su altura, se colocaba en el mismo nivel de juego que él: «Él era arrogante. Yo era arrogante». Necesitaba efectivamente excitación para no caer en la depresión, pues desde que sufrió un accidente vascular cerebral en 2005 era hemipléjica. La que a sí misma se calificaba de «semicadáver» intentaba revivir. Es el aburrimiento o el desaliento lo que hace aceptar cualquier ilusión como analgésico, y el enganche se produce a través del misterio. Si los relatos increíbles de esos individuos despiertan nuestra curiosidad es porque, como Sherezade, nos preguntamos qué hay detrás de la puerta. Atizan nuestro deseo inyectando suspense en la relación, nos reaniman como lo haría una buena novela policiaca o una película de Hitchcock. Claro que es peligroso hacerles caso, pero pensamos que no corremos peligro, como delante de una película, que podremos parar cuando queramos, o al menos controlar el juego. ¡Funesta ilusión! Los perversos nos arrastran más allá de nuestros límites y, pasado un cierto umbral, ya no hay vuelta atrás. Una vez que ha mordido el anzuelo, la víctima se deja llevar pasivamente para no tener que enfrentarse a sus dudas. Como por arte de magia, el manipulador sabe mejor que ella lo que le conviene y piensa por ella: «No deja de tener cierta grandeza y también da cierta alegría abandonarse a la voluntad de otro (como les ocurre a los enamorados y a los místicos) y verse, por fin, libre de los placeres, los intereses y los complejos personales».[38] Pasada una primera aceptación, ¿no vienen como rodadas las demás? Recordemos las técnicas de manipulación cognitiva descritas en el primer capítulo de este libro: el dedo en el engranaje o la técnica del anzuelo. Vimos que el compromiso puede conducir a una escalada al radicalizar un comportamiento o una decisión.

86

Profundizando en la investigación sobre los buscadores de sensaciones, parece que estos son más susceptibles que otras personas de desarrollar una dependencia a una sustancia psicoactiva. Puesto que los mecanismos de las dependencias psicoafectivas son idénticos, cabe pensar que el riesgo de adicciones psíquicas —y más si son dolorosas— es elevado en estos individuos. En efecto, según Solange Carton, una especialista francesa de las emociones, son los estímulos de tonalidad emocional negativos los que aportan los niveles de activación interna más fuertes.[39] En todos estos casos se trata de crear una dependencia afectiva del otro, de «engancharlo» a la relación. Estamos entonces ante una verdadera adicción al otro, del mismo tipo que una drogodependencia. Se instaura entonces una relación disimétrica entre las dos partes, que provocará muchos sufrimientos psíquicos para el sujeto dependiente. Este idealizará excesivamente a su pareja y negará sus propios deseos para intentar satisfacer al otro. A veces también la víctima acepta las mentiras por cansancio tras un largo acoso, simplemente para evitar un conflicto agotador, del que ya sabe de antemano que no tendrá solución. He aquí el relato de una mujer manipulada durante mucho tiempo por un cónyuge perverso narcisista: «Era uno de esos fines de semana de verano en los que no sopla ni una brizna de aire. La información meteorológica hablaba de un anticiclón bien instalado en Europa. Pese a esas condiciones desfavorables para la vela, mi marido había salido a navegar, dejándome al cuidado de los niños. »A su regreso, tenía la mejilla cruzada por una gran marca negra, como la señal de un latigazo. Me dijo enseguida: “Sí, es difícil de creer, pero hemos tenido una tempestad y he tenido que poner el tormentín. Ha golpeteado y me ha azotado la cara”. ¿Una tempestad muy localizada, justo donde él estaba? Evidentemente era mentira, pero no hice preguntas. “Cerré” mi mente. ¿Era porque sabía que si discutía insistiría en sus mentiras y acabaría acusándome de buscar tres pies al gato, de ser complicada, paranoica e histérica? »Lo borré todo, como si inconscientemente supiese que me haría daño y, como cada vez que me mentía, sonreí, hablé de los niños y aquello desapareció, como si nunca hubiese existido». Las personas, inconscientemente, prefieren creer en lo que les cuentan, aunque se mientan a sí mismas. Intentan colmar su carencia, aunque sea con mentiras. Efectivamente, si los timadores que ofrecen beneficios astronómicos pocas veces son denunciados, es, por un lado, porque las víctimas se avergüenzan de haberse dejado engañar y, por otro, porque les resulta difícil poner fin a su sueño de hacerse ricos:

87

«Yo, que potencialmente era un sin techo, le di sin pensármelo dos veces mis últimos 200.000 euros a Christophe como un jugador apuesta sus gemelos de diamantes después de perder la camisa. El vértigo del jugador es perder».[40] Al igual que los jugadores que han perdido mucho y esperan rehacerse, cuanto más insensata es la apuesta más tienen que continuar: es darse al menos una oportunidad de no haber jugado para nada. Así es como Catherine Breillat siguió dándole dinero al hombre que ya casi la había arruinado: «Todo se había ido a pique, salvo una paradoja. El Rauque [Rocancourt] representaba la última sensación de seguridad antes del vacío absoluto. Yo no tenía más opción que seguirlo y ver cómo salía de aquello. De su victoria dependían la mía y el reembolso de lo que le había dado».[41] Los mismos estudios de Solange Carton en 1995 demostraron que la tolerancia al riesgo es mucho mayor cuando los beneficios que uno espera son importantes. En lo que a los timos se refiere, podemos decir que cuanto mayor es el timo más probabilidades hay de que funcione. Lo veremos a propósito del caso Madoff. Un buen manipulador sabrá despejar las dudas o las angustias del individuo al que ha escogido como víctima. Frente a sus decisiones o a sus dudas respecto al futuro, le propondrá una felicidad fácil, una solución mágica que le ahorre tener que buscar él mismo su propia vía. «¿Hay alguna quimera extravagante que los hombres no estén dispuestos a creer a condición de que les haga esperar el fin de sus tormentos?» En una época en la que nos hacen creer que todo es posible, cuesta aceptar la propia mediocridad del ser humano, los amores inciertos, una vida vulgar con sus condicionantes profesionales y sus dificultades para llegar a fin de mes. ¿Cómo contentarse con lo que uno tiene, con lo que uno es? Hay quien prefiere soñar con que todo es posible, con el amor absoluto, con una inmensa fortuna, y espera que ese sueño le saque de la insatisfacción de su existencia. En mi libro El acoso moral,[42] mostré que las víctimas eran elegidas porque aceptaban la seducción y que su agresor detectaba en ellas un fallo, generalmente en el registro de la desvalorización y la culpabilización. Eso era lo que las hacía ser demasiado tolerantes y estar dispuestas a comprenderlo y perdonarlo todo. Julien, víctima de una mujer a la que describe como temible, nos dice: «No me puedo resistir. Cuando la veo llorar, aunque sé positivamente que miente, que es comedia, no consigo no creerla. Es como si su sufrimiento fuese más importante que el mío, es como si tuviese que salvarla». También es por su vacío interior y su falta de límites por lo que estas personas son

88

porosas a la dominación: al no percibir la frontera entre ellas y los demás, es más fácil invadir su territorio psíquico. Los estudios sobre los amantes de sensaciones van más lejos y muestran que esos sujetos no tienen aparentemente más que una percepción muy vaga de sus emociones y sentimientos, y buscan el peligro y la asunción de riesgos para tener la sensación de existir. La falta de emoción también es, como veremos en el siguiente capítulo, una característica de los timadores y otros impostores. En definitiva, podríamos decir que los manipuladores y sus víctimas se encuentran para regular su déficit emocional.

89

4. EL SOMETIMIENTO AMOROSO O SEXUAL Como hemos visto con el doctor Trouillard-Perrot, hay personas que justifican que son esclavos de la pareja por amor. Podemos considerar en efecto la pasión amorosa como una forma de locura sin delirio que conduce a una ceguera, a una alteración del juicio. En su libro Psicología de las masas y análisis del yo, Freud compara la hipnosis con el enamoramiento: «La misma sumisión humilde, la misma docilidad, la misma ausencia de crítica hacia el hipnotizador como hacia el objeto amado. La misma reabsorción de la iniciativa personal; no cabe duda, el hipnotizador ha tomado el lugar del ideal del yo».[43] Constata que, en el amor pasional, el yo del enamorado se vacía en beneficio del objeto, que se vuelve «cada vez más grandioso». Según él, la pasión amorosa acarrea una sumisión al objeto, una idealización que falsea el juicio, una pérdida total del espíritu crítico. La pasión amorosa es del mismo orden que una creencia y, como señala el filósofo Nicolas Grimaldi a propósito del fanatismo, «un creyente se siente tanto más dispensado de conocer cuanto más cree. Se siente incluso tanto menos crédulo cuanto más creyente es».[44] La paradoja de la creencia es que se la considera tanto más verdadera cuanto más alejada esté de toda verdad. Cuanto más crédulo es uno, menos cree serlo. Cuanto menos creíble es algo, más se cree en ello. Acerca de esas creencias, el filósofo habla por otra parte de «demencia ordinaria», que hace que se apunten «tantos hombres enamorados de la verdad a las mentiras más extravagantes y tantos hombres enamorados de la justicia a regímenes de terror». Se impone una primera distinción entre el enamoramiento, que es un estado narcisista, y el amor verdadero, que se construye con el tiempo, pero la ilusión de amor que propone un manipulador perverso es algo muy distinto. En ese caso, la víctima se enamora solamente de la imagen que el manipulador le muestra. Solo conoce un engaño, un reclamo destinado a atraer a la pieza; es una trampa. Después de varios años de soledad a raíz de su divorcio, Anne, una joven formal que trabaja en un oficio artístico, se decide a entrar en una página de contactos que elige por su buena reputación. En su anuncio, dice que busca una relación seria con un hombre libre. Al cabo de un tiempo, recibe un mensaje de David, que dice haberse sentido atraído por su perfil y su presentación. Después de varios mensajes, él la cita en un café. Allí, le habla con mucha sencillez de su soledad desde que su mujer lo abandonó por otro y de su trabajo de directivo de una gran empresa que le deja poco tiempo para conocer gente. Vuelven a verse, intercambian confidencias y su relación se hace más íntima. Cada vez que se ven, le habla mucho de sí mismo y no oculta nada de su vida social, que 90

es muy activa. Al principio, ella duda: «¿Qué hace un hombre como él con una mujer como yo?». Pero él la tranquiliza y le demuestra que, a pesar de un trabajo intenso, puede estar disponible para ella. Totalmente por casualidad ella descubre en Internet que no está divorciado y que es más mayor de lo que le ha dicho. Cuando le pide explicaciones, él le contesta que eso no cambia nada: «Por un lado, tengo una vida familiar, y por el otro una vida amorosa». Anne titubea, luego se dice a sí misma que a pesar de todo seguro que ella es importante para David ya que, a pesar de una vida profesional intensa y de su familia, pasa mucho tiempo con ella. Se ven una o dos veces por semana y esos días duerme en casa de ella; van juntos al teatro, a exposiciones e incluso a veces a jugar al golf. Un día, mientras están juntos, ella insiste para que prolonguen ese rato tan agradable. Entonces él telefonea delante de ella para anular una cita profesional: «No puedo ir, mi hijo ha tenido un accidente de moto». Anne se sorprende del aplomo con el cual David ha dicho esa mentira: si miente hablando de cosas tan graves, debe mentir también hablando de otras más anodinas. Le pregunta si sigue conectándose a la página de contactos. Él afirma que no, le asegura que no se volverá a conectar y hasta le da su contraseña. La relación continúa, siempre tan agradable para Anne hasta el día en que, durante las vacaciones de verano, él se vuelve extrañamente frío, dice que teme que ella se haga demasiado dependiente de él por amor. Entonces aprovecha que están separados geográficamente para enviarle un SMS en el que marca distancias. Anne se pregunta: «¿Habrá conocido a otra persona?». Como conoce la contraseña de David, entra en la página de contactos y descubre con estupor que él nunca ha dejado de buscar a otras mujeres. A todas les daba las mismas informaciones que a ella, hablaba de sus éxitos profesionales con las mismas frases, citaba artículos de periódicos donde se le mencionaba, hablaba de sus lecturas (libros que ella le había recomendado), de las obras de teatro que había visto (con ella), rápidamente proponía una cita en el mismo café donde se citó con Anne, y se las ingeniaba para volver a verlas enseguida. Descubre con estupor que ella no es su única amante: «¿Cómo hace para ver a todas esas mujeres y tener tiempo a pesar de todo para trabajar y mantener una familia?». Cuando intenta hablarle de eso, él le explica que hay que ser positivo y se define como alguien que está de paso: «Yo por tu vida estoy de paso». Anne está furiosa. «Sabía quién era yo, había dejado muy claro que quería una relación seria con un hombre libre y constato que me ha mentido desde el principio, que no me ha respetado.» Llevada por su enfado, le reenvía a la esposa de David el perfil que éste se ha

91

creado en la página de los contactos y, gracias a la contraseña, cambia en la página su perfil: «Profesión: estanquero; estatura: 1,58 m; peso: 86 kg; calvo; no puede prescindir de su mujer ni de su BlackBerry, etc.». Aquella misma noche recibe un mensaje amenazador de David en el móvil: «¡Te vas a enterar! Espero que tengas un buen abogado». Dos días más tarde, recibe un correo del abogado de su examante, que la insta a devolver los documentos. Ella dice estar dispuesta a hacerlo a cambio de que él se disculpe, a lo que David naturalmente se niega: en este asunto, considera que la víctima es él. Anne percibe esa estafa sentimental como una injusticia: «Ha jugado conmigo. Ha jugado con alguien a quien sabía más débil. Para él las consecuencias son mínimas, porque tiene a los abogados de su empresa, mientras que para mí asesorarme con un abogado representa un dinero importante. Yo me siento herida, él simplemente se siente molesto». En su desprecio por las mujeres, ese hombre no se había imaginado que Anne reaccionaría y querría vengarse. Según él, una chica con contratos discontinuos en el mundo del espectáculo tenía por fuerza que someterse. ¿Sacó placer del rechazo que le infligió? Probablemente no. En el fondo, Anne le era indiferente, no era más que una mujer entre otras, que colmaba un poco su vacío interior. Sin duda, no se sintió afectado por el sufrimiento que ella expresó al desenmascararlo. En cambio, la cólera y la rabia sí que lo invadieron cuando se vio atacado a su vez. Entonces se presentó como víctima de una mujer que le creaba problemas. ¿Este relato les parece increíble? Pues por desgracia es tristemente habitual. Con Internet es posible mentir con total impunidad, esconderse detrás de seudónimos, inventarse una nueva vida y una nueva identidad. El error de David fue su arrogancia. Si lo descubrieron fue porque no pudo evitar exhibir sus éxitos, mostrar los artículos que hablaban de él en los periódicos. Demasiado seguro de sí mimo, no se ocultó lo suficiente. En esos ligues por Internet, el otro, pese a los encuentros físicos, solamente es virtual; lo puedes herir, matar; será él quien, si tiene energía, deberá darle al reset para resucitar. La posición social superior de esos hombres (más raras veces de esas mujeres) les confiere una sensación de omnipotencia y los medios materiales para salir del atolladero prácticamente indemnes. Detrás de esa conducta se adivina el desprecio por las parejas, que se consumen con indiferencia. En las estafas amorosas igual que en el acoso sexual que analizaremos más adelante, los procedimientos son estrictamente idénticos. Se trata de llevar, mejor a través de la persuasión que de la coacción, a una persona a aceptar rápidamente una relación íntima,

92

para aprovecharse de ella. Esos individuos se imponen primero físicamente llamando por teléfono con frecuencia (Nicole Prévost telefoneaba al médico varias veces al día), estando siempre presentes; luego se imponen en el psiquismo de su víctima con un discurso invasor, palabras que son una irrupción y que inducen pensamientos. Michel Trouillard-Perrot, por ejemplo, no supo decir quién había tenido primero la idea del paso al acto criminal, pero podemos pensar que la voluntad de Nicole Prévost bastó para insuflarle la idea. Estos procedimientos son bastante parecidos al hostigamiento o stalking. En este tipo de acoso físico, un individuo se infiltra en la vida de otro e invade su intimidad con atenciones no deseadas, ya sean positivas o negativas. El acosador se obsesiona primero con una persona, luego la sigue por la calle, la vigila y puede acabar agrediéndola. Frente a esa invasión, la víctima al principio se muestra simplemente irritada y trata de desanimar al que aparenta ser un enamorado tenaz. Luego aparece el miedo cuando llegan los insultos y las amenazas, que se alternan con las declaraciones de amor, hasta que la víctima se halla en la imposibilidad de reaccionar porque sus capacidades de adaptación están saturadas. El hostigamiento procede generalmente de un excónyuge o de un exnovio que se niega a soltar a su antigua compañera como si fuese una propiedad suya, pero también puede tratarse de un estado casi delirante por parte del hostigador. Como la justicia no aporta ninguna solución eficaz, la víctima se ve muchas veces obligada a mudarse y a cambiar de trabajo. Mientras que en casi todos los países anglosajones se han aprobado leyes contra el stalking, en Francia la policía no interviene mientras no se hayan producido hechos tangibles, y la justicia no toma medidas de alejamiento más que por un periodo de tiempo muy limitado. El acoso sexual no está muy alejado del stalking. Una vez más, la relación «se impone» progresivamente: el acosador (como los hombres son más a menudo los autores del acoso sexual, he optado por ponerlo en masculino, aunque también puede ocurrir al revés) presiona al sujeto que ha escogido como víctima para que acepte una relación íntima que cree que no aceptaría espontáneamente. No se trata en absoluto de la presión tierna de un enamorado que trata de convencer o seducir a una persona que le gusta, sino de una maniobra perversa destinada a penetrar en el psiquismo ajeno. Se trata de someter a la víctima a una dominación, es decir, de sojuzgarla psicológicamente. El límite naturalmente es tenue entre un hombre que hace una corte exagerada a una mujer porque está enamorado y un hombre que «quiere» a una mujer y la acosa para poseerla. En teoría todos podemos establecer la diferencia entre una presión cariñosa y respetuosa y una presión abusiva, y a esta última deberíamos resistirnos; pero basta que el acosador sea especialmente hábil o poderoso, o que nuestros límites se hayan erosionado anteriormente para que pueda encontrar una vía.

93

En todos estos relatos, constatamos que la persona cede porque su psiquismo se ha saturado a base de presiones psicológicas. ¿No es esa la definición del sometimiento psicológico? Se trata, al menos a nivel moral, de un abuso de debilidad, pues la relación es desigual. Laura ha sido contratada como ayudante de dirección y jefa de proyectos en una empresa que Yves está montando. «Desde el principio, Yves me acosó y se las ingenió para entrar en mi vida. Por razones de organización, venía a menudo a buscarme a casa por la mañana, y en cuanto disponía de un poco de tiempo libre, tenía que comer y cenar con él. A mí me parecía excesivo, pero procuraba quitarle importancia. »Hacía constantemente alusiones, comentarios ambiguos, que nunca eran lo bastante graves como para que yo me indignase, pero que, sumados, constituían para mí una verdadera trampa. Al principio no reaccioné porque temía parecer mojigata, pero cuando esos comentarios se hicieron más directos, ya era incapaz de reaccionar y seguía sintiéndome culpable por malinterpretarlos. »Muy pronto intentó besarme, acorralarme contra una pared de mi despacho. Incluso noté varias veces que habría podido recurrir a la fuerza. Luché para que se mantuviera en su sitio, para que no se me acercara. En cuanto dejaba de estar físicamente con él, las llamadas al móvil eran continuas, y cuando volvía a casa por la tarde me telefoneaba sistemáticamente durante mi trayecto en coche. »Quise resistirme, le pedí que parase, pero él no me hizo caso. “Yo sé que te gusta”, decía. Yo seguía albergando la esperanza de que comprendiese mi sufrimiento y que todo terminase, pero él pretendía saber mejor que yo lo que me convenía. Se presentaba como mi salvador: “Haces tonterías en tu vida, me necesitas”. Mantenía la confusión, interpretaba mis palabras, siempre encontraba la manera de tener razón. Yo era una presa fácil porque buscaba adquirir seguridad, estaba angustiada por la idea de parecer tonta. »Poco a poco me fui sintiendo incapaz de reaccionar. La única defensa que había encontrado era ser totalmente pasiva, distante, reticente. Ya no tenía ningún sentido crítico, lo aceptaba todo. Estaba agotada por las cosas que exigía de mí, por su presencia continua, por discusiones interminables en las que siempre acababa por convencerme. »Durante los viajes profesionales, cada noche llamaba a mi puerta. Yo abría, aterrada ante la idea de que pudieran verlo delante de mi puerta. También temía su reacción si no le abría, entonces lo hacía entrar y le hablaba para retrasar el momento en que me tocase. Según él, todo lo que ocurría era normal, solo mi resistencia no lo era. Debía dejarle hacer porque a mí eso me gustaba, decía. Al final, agotada, cedía.

94

Me pasaba el resto de la noche en la bañera para lavarme de todo aquello, para quitarme su olor. »Aquella situación me tenía muy mortificada, me sentía culpable de ser “demasiado guapa, demasiado deseable”. “¡La culpa es tuya, me pones cachondo!” Culpable de no haber podido reaccionar, también tenía una sensación de vergüenza al verlo tan cerca de mí, vergüenza por no lograr defenderme. ¡Tenía tanto miedo de que se lo contase a mi marido, de que se lo contase a todo el mundo! »Me había aislado totalmente de mis compañeros de trabajo, había anexionado mi despacho. Se pasaba mucho tiempo ayudándome a preparar mis informes, a veces incluso me los escribía él: así convertía en necesaria su presencia. Como no me dejaba ni un segundo, todo el mundo en el trabajo pensaba que estábamos locamente enamorados el uno del otro. En las reuniones hablaba por mí o bien, si yo decía algo, hacía enseguida un comentario denigrante o humillante. Cuando lo mantenía a distancia, me demostraba hasta qué punto podía perjudicarme en el trabajo, se volvía amenazador, frío, hiriente, y me hacía quedar mal no dándome los datos que necesitaba para los informes. Mis negativas, sobre todo, lo hacían mostrarse desagradable e incluso odioso con todo el equipo, que reproducía conmigo de forma mimética su comportamiento. Me acusaban de ser la responsable de su malhumor. »Yo había adelgazado, fumaba y bebía mucho, a veces me sentía oprimida, cansada, angustiada. Me había desdoblado con, por un lado, mi vida profesional con aquel hombre que me invadía y, por otro, mi vida privada en la que me sentía revivir. »La única forma de huir fue caer enferma. Mi médico me dio la baja y se lo conté todo a mi marido. Luego presenté la dimisión. Actualmente estoy en paro.» En Francia, el acoso sexual está definido en el código penal como «el hecho de acosar a otra persona con el fin de obtener favores de naturaleza sexual (art. 222-33). Esta definición es tan vaga que se presta a todas las interpretaciones. El término «favor» es muy ambiguo y, más que a un abuso, remite a una relación como el amor cortés, en que una dama concedía sus favores a un valiente caballero. Así que para comprender lo que es el acoso sexual, es más prudente recurrir a la directiva europea 2002/73/CE, que lo define como «la situación en la cual se da un comportamiento no deseado de connotaciones sexuales, que se expresa físicamente, verbalmente o no verbalmente, y que tiene por objeto o por efecto atentar contra la dignidad de una persona y en particular crear un entorno intimidatorio, hostil, degradante, humillante y ofensivo». Son pues actitudes o palabras de un individuo, en general un hombre, dirigidas a un colega o a un subordinado, en el marco laboral, con vistas a lograr que acepte actos sexuales completos o incompletos (tocamientos, besos), o a provocar un malestar en la víctima. Toda atención de naturaleza sexual no deseada, o todo comportamiento que una persona

95

sabe o debería saber que es inoportuno, constituye acoso sexual. Va desde las bromas ofensivas o los contactos físicos impuestos hasta las insinuaciones sexuales en las que se sugiere que habrá una recompensa consistente en una nota más alta o una promoción. Puede tratarse de un incidente aislado o de varios incidentes repetidos. El modo de acoso sexual más frecuente consiste en un comportamiento seductor ambiguo. El acosador se muestra al principio atento, casi paternalista, y busca las confidencias. Luego, a medida que la víctima se ha ido desestabilizando y ha quedado atrapada en sus ambivalencias, el acercamiento se hace más insistente, hasta que se imponen los actos sexuales. Como en todo abuso de naturaleza perversa, existe una primera fase de seducción durante la cual la mujer se halla desconcertada. Solo puede detectar algunos indicios, por ejemplo, una familiaridad excesiva por parte de un compañero de trabajo o de un superior. Pero no hay que olvidar que ciertos empleos en que la tarea no está bien definida requieren una implicación que forzosamente invade la vida privada. ¿Dónde está el límite? La fase siguiente consiste en una efracción psíquica: el acosador invade la intimidad de la mujer y su vida privada. Le pide, por ejemplo, que se quede hasta tarde por la noche, cuando el trabajo no lo justifica, o le hace continuamente preguntas muy personales, y de una forma general se introduce poco a poco en su vida.[45] Como todo esto ocurre de forma progresiva, la mujer se halla paralizada en su defensa. ¿Por qué reaccionar hoy cuando ayer no dijo nada ante una conducta similar? Sumida en un estado de despersonalización, la mujer se ve actuando como si estuviese fuera de sí misma. Poco a poco es dominada, su voluntad es controlada. Tarda en tomar conciencia de lo que sucede porque el acosador realiza toda una serie de maniobras destinadas a impedir que piense y por lo tanto que actúe. Ella no ve entonces la trampa y no descifra su propio comportamiento: «No comprendo por qué no reaccioné». La víctima también puede ser desestabilizada por alternancias de amabilidad y agresividad, de clemencia y severidad: «Me piropeaba de forma exagerada en privado y luego, durante una reunión, me hacía polvo». Después viene el chantaje, sobre todo si el agresor es un superior jerárquico. Cuando una mujer no cede a sus proposiciones, el acoso que sufre se convierte claramente en un acoso moral. Se observa entonces (según la definición francesa del acoso moral en el trabajo) «un deterioro de sus condiciones de trabajo que puede atentar contra sus derechos y su dignidad, alterar su salud física o mental o comprometer su futuro profesional». En el acoso sexual, como en la mayoría de las agresiones de tipo perverso, la

96

culpabilidad de la situación siempre recae sobre la víctima. El hombre no reconoce nada y hace a la víctima responsable de la tensión sexual que siente. A menudo la víctima acaba encontrando excusas para la agresividad del acosador. Se siente sola: ya sea porque su entorno no ve nada, ya sea porque hace la vista gorda pensando que la mujer consiente. Los que podrían poner fin a esos comportamientos optan a veces por proteger deliberadamente al más poderoso, es decir al agresor. Después de la relación de Dominique Strauss-Kahn con una subordinada, Piroska Nagy, el FMI se contentó con amonestar a su director por aquel «error de juicio». Sin embargo, la joven había dicho en la audiencia: «Creo que el señor Strauss-Kahn es un líder brillante que tiene una visión para afrontar la actual crisis financiera mundial. También es un hombre agresivo, aunque sea encantador. [...] Me temo que ese hombre tiene un problema que seguramente lo haga poco idóneo para la dirección de una institución en la que hay mujeres trabajando a sus órdenes». También precisó: «Tenía la sensación de que estaba jodida si aceptaba y jodida si decía que no». Siempre se podrá aducir que las mujeres no tienen más que decir no, un no firme y rotundo. Pero frente a esas presiones, ¿cómo resistir? Contrariamente a lo que ocurre en una relación de seducción normal, es muy difícil oponerse a una relación impuesta por acoso sexual. Aunque llegue a formularse el chantaje relativo al empleo, las mujeres temen ser despedidas. Temen también las represalias, ya que forman parte del procedimiento. Hace falta mucho valor para acudir a los tribunales, pues en un proceso por acoso sexual, como en un proceso por violación, los defensores del acusado intentarán desacreditar a la víctima: es ella la que ha incitado al hombre, era provocativa o consintiente, y de víctima pasa a ser ella la acusada. La mujer en cualquier caso sufrirá, hurgarán en su pasado, intentarán descubrir mentiras o errores, exhibirán su intimidad. Por eso, en un procedimiento judicial, las mujeres prefieren muchas veces no mencionar el acoso sexual y abordar únicamente el acoso moral: sienten vergüenza. Es cierto que ambos procedimientos tienen una misma finalidad, humillar al otro atacándolo íntimamente, ¿y hay algo más íntimo que el sexo? Además, ¿cómo aportar pruebas de que no ha habido consentimiento? Para defenderse, los acosadores utilizan a menudo el argumento de que es un montaje, pues, como dijo un político acusado recientemente, las demandantes «no tienen la capacidad personal, psicológica ni cultural suficiente para hacer algo así sin ayuda». Es decir que conocía perfectamente la vulnerabilidad de esas mujeres.

97

El ejemplo siguiente muestra las dificultades de la justicia ante este tipo de delitos. El Sr. D., abogado y teniente de alcalde de una ciudad de la jurisdicción de un tribunal correccional de la región de Ródano-Alpes, fue condenado por acoso sexual contra la Sra. R. en una sentencia del 29 de junio de 2010.[46] Varias mujeres ya habían informado de manejos de connotación sexual por parte del Sr. D.: — dos becarias y una empleada del Ayuntamiento, las tres mujeres solas con hijos, denunciaron tocamientos en los muslos y en las manos, así como besos en las manos; — una clienta del Sr. D., de la cual era abogado y a la cual representaba en sus acciones legales, denunció besos forzados. Dos de ellas habían presentado una demanda, y la fiscalía había iniciado diligencias por acoso sexual contra los manejos del Sr. D. como teniente de alcalde. Una sola de las víctimas se había personado como acusación particular. Las agresiones sexuales denunciadas por la Sra. S., su representada, calificadas de «incidentes desagradables» por el tribunal, no dieron lugar a diligencias. En este caso, la prueba no planteaba dificultades, teniendo en cuenta la pluralidad de las víctimas, las versiones parciales del demandado y la «constancia de la objetividad y las precisiones» de las violencias referidas, que el propio tribunal consideró como «particularmente creíbles». A partir de la definición del artículo 222-33 del código penal, que define el acoso sexual como «el hecho de acosar, con el fin de obtener favores de naturaleza sexual», el tribunal, retomando en parte la definición europea del acoso sexual, se planteó el concepto de límite: «Queda por definir, sin perjuicio de la libertad en los juegos del amor, la frontera más allá de la cual un comportamiento es sexualmente acosador. Se puede establecer una línea divisoria si se considera que el acoso sexual es un comportamiento ligado al sexo de la víctima, no deseado y sufrido por esta, y que tiene para ella efectos especialmente degradantes o humillantes». El tribunal argumentó luego su decisión respecto a la Sra. R.: «Presintiendo la fragilidad de la víctima, que le exponía sus esperanzas de obtener un empleo dentro de la administración local, y usando implícitamente del poder objetivo y subjetivo debido a su posición de teniente de alcalde, reiteraba sus tocamientos sin tener en cuenta las negativas varias veces repetidas de la víctima, que

98

le decía que “ella no se acostaba” o, según los términos referidos por el propio acusado, que no estaba dispuesta a “que se la cepillaran”. Si bien los gestos incriminados, rodearle los hombros, besos en las mejillas, caricias en las manos y en el muslo, son atentados leves, su reiteración y su acumulación son agravantes y no dejan de constituir, sobre todo habida cuenta del marco habitual de las relaciones laborales y de la simbólica de los poderes de la autoridad municipal de los que estaba investido el Sr. D., transgresiones graves por las cuales la víctima forzosamente se sintió degradada y humillada». Pero la decisión tomada respecto a la Sra. C. demuestra lo difícil que es para los jueces fijar esa línea divisoria: «Descritos con precisión por la víctima, con objetividad y constancia, los hechos no provocan ninguna respuesta seria por parte del Sr. D. Si bien se muestra vago en cuanto a las condiciones de la invitación, que podrían constituir una trampa tendida al objeto de sus deseos, reconoce, sin embargo, haber realizado gestos inapropiados, sobre todo caricias en el muslo, contra la Sra. C., que esta inmediatamente rechazó, y haber insistido cometiendo el error de creer que el primer rechazo era puro formalismo. Así, el efecto psicológico y moral sobre la víctima, que se sintió ensuciada por las caricias insistentes y lloró por ello en varias ocasiones, no puede negarse, sobre todo porque no se produjo ninguna reparación moral, especialmente en forma de disculpas. Sin embargo, el contexto de los hechos, que se desarrollan en un marco privado, su no reiteración, la ausencia aparente de relación de dominación o coacción, y la ausencia de consecuencias ulteriores en el marco profesional de la víctima no invitan a entrar en la vía de la condena».[47] Esta decisión suscita preguntas que la AVFT ha formulado muy oportunamente: la expresión «objeto de sus deseos» es ambigua y puede sugerir una relación amorosa. Así, después del caso DSK, varios comentarios en los medios mostraron que existe en algunas personas una confusión entre seducción, acoso sexual y violencia sexual, como si se tratase de una continuidad. Sin embargo, en el primer caso, se trata de una relación, amorosa o sexual, y en los otros, de una auténtica violencia. Esta sentencia concluye que la Sra. C. rechazó inmediatamente esos gestos inapropiados; se puede deducir pues que no había en modo alguno consentimiento. También se dice que el Sr. D. reconoce «haber insistido cometiendo el error de creer que la primera negativa era puro formulismo»; era pues plenamente consciente de estar abusando. Los jueces señalaron «la ausencia de relación de dominación o de coacción»

99

para apoyar su decisión y también consideraron que los hechos se desarrollaron en un marco privado, puesto que los encuentros tenían lugar en el exterior. Pero cuando un superior jerárquico invita a un subordinado a tomar un café, ¿puede este negarse? Al tiempo que rechazaban la noción de consentimiento, los jueces consideraron que se trataba de una relación consentida entre dos adultos igualmente libres. ¿No es contradictorio? Las nociones de consentimiento y de rechazo no son interpretadas de hecho de la misma forma por todo el mundo. Si bien las fronteras entre el intento de ligar, admisible, y el acoso no son fáciles de definir jurídicamente, una mujer víctima de acoso lo «siente» en su cuerpo, aunque no sepa las palabras para hablar de ello. Como mujer, ha podido creer que no estaba en una posición que le permitiera negarse, porque no tenía la capacidad psíquica de rebelarse, de marcharse dando un portazo, o bien porque un trauma anterior había difuminado sus límites. En tal caso, el hombre detecta esos fallos y se aprovecha. ¿No sería un abuso de debilidad, naturalmente no desde el punto de vista jurídico, pero sí desde el punto de vista moral?

100

5. LA DOMINACIÓN DE LAS SECTAS El añadido de «sometimiento psicológico» al texto de ley sobre el abuso de debilidad fue redactado en un principio para proteger a las víctimas de las sectas. Pero, paradójicamente, los términos de «secta» y «manipulación mental» aún no tienen una definición jurídica. No existe ningún elemento objetivo para decir en qué es una secta distinta de una religión tradicional o de un movimiento espiritual o de pensamiento, y es difícil cuantificar el perjuicio psicológico que puede ocasionar. El informe de la misión interministerial de vigilancia y lucha contra las derivas sectarias de 2006 sobre la protección de los menores contra las derivas sectarias[48] da esta definición: «La deriva sectaria se caracteriza por la aplicación de presiones o técnicas que tienen como fin o efecto crear, mantener o explotar en una persona un estado de sometimiento psicológico o físico, causante de daños para esta persona o para la sociedad». Ello supone, pues, la presencia de tres elementos: — la aplicación de presiones o técnicas para alterar el juicio; — el estado de sometimiento psicológico; — y unas consecuencias nefastas para el individuo o para la sociedad. Salvo la noción de peligrosidad para la sociedad, esta definición no difiere en nada de la del sometimiento psicológico ya mencionada. El informe de la comisión parlamentaria de 1995, más preciso, había enumerado así los peligros de las sectas para el individuo: — desestabilización mental; — carácter desorbitado de las exigencias financieras; — ruptura inducida con el entorno de origen; — atentados contra la integridad física; — y reclutamiento de los niños. La captación de un futuro adepto por un gurú o por sus representantes sigue las fases que hemos descrito en el capítulo sobre la dominación: seducción, aislamiento, culpabilización. La trampa se cierra. Para los lectores que deseen conocer mejor la psicología de los adeptos, les remito al libro del psicólogo belga Jean-Claude Maes, Emprise et manipulation, peut-on guérir des sectes?[49] La cuestión, una vez más, son los límites: ¿en qué momento se convierte el libre albedrío en dependencia psíquica? 101

Un adepto afirma que su adhesión es totalmente deliberada. Claro, pero como en todos los abusos de debilidad, podemos hablar de vicio del consentimiento. «El adepto se somete voluntariamente, con el pretexto de una iniciación, porque cree que se está implicando en un proceso de cambio, pero se da cuenta cuando es demasiado tarde, es decir, cuando se ha vuelto dependiente de la secta, de que lo que le dan no corresponde a lo que le habían prometido y, sobre todo, que le han mentido sobre lo que conllevaba su compromiso.» Como en todo procedimiento perverso, es difícil saber dónde colocar el cursor. Las sectas, por otra parte, juegan con los límites en todos los terrenos. ¿Dónde trazar la frontera de los movimientos sectarios? La mayoría actúa bajo el aspecto de asociaciones que operan al límite de la legalidad. Algunas se esconden detrás de una máscara religiosa, ya que el Estado no establece diferencias entre una religión y una secta que se declara religiosa. Otras, y son cada vez más numerosas, se atrincheran detrás de una fachada médica, psicoterapéutica, ecológica, cultural, ética o incluso comercial. Actualmente, es en el campo de la salud donde las derivas sectarias hacen más estragos. Por ejemplo, hay medicinas paralelas que ponen en cuestión a los médicos tradicionales, proponen comprar productos milagrosos a precios astronómicos y/o preconizan abandonar todo tratamiento médico, incluidos los anticancerosos. Algunas de ellas parten del principio de que toda patología es fruto únicamente de un problema psicológico: por lo tanto el enfermo se puede autocurar si evita los tratamientos convencionales. Estas sectas pseudomédicas son difíciles de interceptar porque se basan en medicinas alternativas que no presentan ningún riesgo, y a menudo se difunden por Internet a través de páginas radicadas en el extranjero. Otras sectas se colocan en el terreno del psiquismo. La cienciología, por ejemplo, propone un test psicológico y un trabajo del paciente sobre sí mismo. Algunas recurren a las técnicas de perfeccionamiento individual, en respuesta a la demanda actual de la gente, que trata de cultivar su potencial para afrontar las exigencias del mundo laboral. La explosión del mercado del desarrollo personal y del coaching se ha convertido para las organizaciones sectarias en un medio privilegiado para penetrar en el campo de la formación. Esto es lo que hizo que el Estado francés quisiera reglamentar el título de psicoterapeuta, ya que las microestructuras basadas en teorías dudosas, pseudo psicoanalíticas, eran cada vez más numerosas. ¿Por qué hay adultos inteligentes y cultos que se dejan engatusar? A veces nos extraña que científicos o médicos se dejen embaucar por sectas que enarbolan los asertos más estrambóticos. Paradójicamente, las personas de elevado nivel intelectual son tanto más vulnerables cuanto que están convencidas, a causa de su

102

racionalidad, de que son capaces de resistir la sugestión y la manipulación. Las sectas se fijan en sujetos inquietos intelectualmente o frágiles emocionalmente. Como decía el informe de la Comisión de Investigación sobre las Sectas de la Asamblea Nacional, «la crisis de las creencias tradicionales y los grandes principios de organización social han provocado decepciones y frustraciones, y ello ha contribuido al aumento de los grupos que proponen una explicación global del hombre y nuevas formas de religiosidad». Se han realizado pocos estudios sobre el perfil psicológico de los adeptos. Solo JeanClaude Maes ha hecho un estudio sobre una serie de exmiembros de sectas.[50] Según él, «los adeptos son en general neuróticos, mientras que los gurús normalmente son estados límites, cuando no paranoicos, en suma con un nivel de desarrollo afectivo bajo». El más enfermo de los dos no es pues el adepto, sino el gurú. Por regla general, el perfil de los adeptos de los nuevos grupos religiosos es idéntico al de todas las víctimas de manipulación. Son personas normales que pueden haber sido puntualmente fragilizadas por una depresión o por dificultades sociales o familiares recientes. El individuo más sólido puede pasar por momentos de duda, de cuestionamiento personal o por periodos de crisis. Es lo que confirma ese estudio, que demuestra que la mayoría de los exadeptos ha vivido durante el año anterior a su adhesión un duelo real o simbólico. Cuando el yo es vulnerable, el encuentro con la secta le ofrece satisfacciones inmediatas, un maternaje, una línea de conducta preestablecida. Los gurús lo saben y algunos no dudan en examinar la sección de las necrológicas en los periódicos para detectar potenciales miembros. La fragilidad de la persona también puede ser estructural. Los tests psicológicos efectuados por Jean-Claude Maes sobre esos exadeptos han permitido destacar algunos rasgos comunes. Con todo, no se puede decir si constituyen una condición previa o si son una consecuencia de la manipulación: — fallos en la capacidad de gestionar la propia vida; — afectividad exacerbada; — inmadurez afectiva; — dificultades de identificación sexual; — dificultades de gestión de la vida pulsional; — dificultades de gestión de la carencia, de la depresión; — dificultades de integración de la castración.[*] El poder de las sectas parece deberse, entre otras cosas, a que proponen al futuro

103

adepto respuestas preestablecidas. En una época en que el individuo está cada vez más responsabilizado, más acuciado, más desconcertado por consignas contradictorias, y más instigado a escoger, puede parecer un descanso no tener que decidir, dejar de sentirse responsable. El pensamiento único propuesto por el discurso sectario colma al adepto al evitarse toda opción personal, todo conflicto o toda diferenciación. Alguien sabe lo que le conviene, alguien tiene soluciones para todo. El esquema sectario es simple: el mal está en el exterior, el bien en el interior. Ya no hace falta dudar. Si ha habido ruptura entre el mundo exterior y la secta es, según esta, porque ella es la única que conoce la Verdad. Por lo tanto, fuera de ella no hay salvación. Jean-Claude Maes piensa, por contra, que los adeptos potenciales lo que buscan son responsabilidades, y según él este es uno de los banderines de enganche de las sectas. Se les prometen herramientas gracias a las cuales serán más responsables respecto a sí mismos que respecto a los otros. Pero ante todo, al apelar a ideologías del desarrollo personal y a la autorrealización, los nuevos movimientos sectarios dan la ilusión de que es posible una vida mejor, sin conflictos y sin límites.

¿Cómo probar el perjuicio? Como en todo abuso de debilidad, no es fácil probar el perjuicio psicológico. Es más fácil demostrar que unos adeptos han sido despojados de sus ahorros que explicar el sometimiento psicológico. Por eso, al no poder probar el abuso de debilidad, la comisión de investigación sobre la situación financiera, patrimonial y fiscal de las sectas se concentra en los presupuestos, los ingresos y las situaciones fiscales de las sectas registradas. Así, el 2 de febrero de 2012, el Tribunal de Apelación de París condenó a dos entidades de la cienciología francesa a 600.000 euros de multa por «estafa en banda organizada». La dificultad para la justicia consiste en detectar y luego en sancionar los hechos demostrados respetando las libertades individuales y colectivas. El título del primer informe redactado en 1985 por Alain Vivien a petición del primer ministro resume la cuestión: «Las sectas en Francia: ¿expresión de la libertad moral o factores de manipulación?». ¿Cómo detectar una deriva sectaria? La observación puede permitir identificar algunos signos:

104

— el grupo desarrolla una ideología alternativa radical e intolerante; — la estructura del grupo es autoritaria y autocrática, siguiendo a un gurú vivo o a una élite restringida heredera de su mensaje. Los adeptos se hallan en situación de dependencia; — el grupo propone una transformación de los sujetos que excluye la autonomía; — preconiza rupturas en todos los órdenes. Estos procedimientos aíslan a las personas de su entorno familiar y sus amigos; — instrumentaliza a los individuos al servicio del grupo y de sus jefes y los encierra en una dependencia costosa; — explota las inquietudes y los miedos, y desarrolla la culpabilidad; — hace problemática la perspectiva de abandonar el grupo. Hay que decir también que las páginas web de la Unadfi[51] y de Miviludes[52] pueden suministrar informaciones muy útiles al lector. ¿Qué hacer si uno piensa que su hijo está siendo captado?[53] — No juzgarlo ni condenarlo de forma precipitada. Recordarle que respetamos su libertad de opinión, aunque ello nos cause sufrimiento. Recordarle nuestros puntos de vista divergentes. No reírnos de sus opiniones aunque nos parezcan estrambóticas; — protegernos de sus peticiones de dinero y de sus chantajes afectivos. No ceder a los intentos de seducción que puede desplegar para ganarnos para su causa; — no atosigarlo. Cuidado con reforzarlo en una paranoia, que es lo que la secta intenta mantener; — no perder el contacto. Aunque solo se trate de intercambiar frases banales, hay que enviar mensajes con ocasión de los cumpleaños o las fiestas familiares, aun sabiendo que esos correos probablemente serán filtrados o censurados; — mantener una ventana abierta al pasado con mensajes indicando que no lo olvidamos.

105

106

CAPÍTULO III Los manipuladores y los impostores

Toda la canallada se basa en esto, en querer ser el Otro, me refiero al Otro con mayúscula de alguien, allí donde se dibujan las figuras que captarán su deseo. (LACAN, L’Envers de la psychanalyse, seminario del 21 de enero de 1970)

107

1. ¿QUIÉNES SON LOS MANIPULADORES? Todo el mundo es capaz de manipular. Algunos lo hacen maravillosamente bien. La manipulación no se vuelve patológica hasta que las consecuencias sobre el otro son nefastas o la manipulación se impone como un registro exclusivo de funcionamiento. Ya hemos dicho que la eficacia de una manipulación depende menos de la predisposición de la víctima que de la habilidad del manipulador. Esta última no es tanto algo adquirido como un funcionamiento espontáneo que resulta del trastorno de la personalidad que sufren los manipuladores. Se suele temer su maldad, pero es su inteligencia lo que hay que temer. Cuanto más sutiles sean, mayor será el riesgo de caer en la trampa, por mucho que el interlocutor vaya con pies de plomo. Entre los buenos manipuladores, citemos a algunas personalidades narcisistas como los perversos morales y, entre estos, más particularmente los perversos narcisistas. Cuidado, sin embargo, con tachar demasiado precipitadamente a alguien de perverso. Es una acusación grave, una especie de marca infamante. Un individuo «con una neurosis normal» puede recurrir a defensas perversas, pero el paso de una relación narcisista sana a un funcionamiento perverso es muy progresivo. ¿En qué momento entonces podemos hablar de una personalidad patológica? También conviene distinguir la perversión narcisista de las partes o defensas perversas que entran en otras problemáticas psiquiátricas. Por último, como veremos en el capítulo siguiente, no olvidemos que los comportamientos perversos se han banalizado. Se han convertido en una nueva norma, en un primer plano de las patologías psíquicas, y ocupan un lugar mucho más importante que en la época de Freud. En tanto que las clasificaciones francesas, influidas por el psicoanálisis, hablan de perversión moral o de perversión del carácter, la clasificación anglosajona basada en un enfoque clínico meramente descriptivo coloca esas patologías de carácter entre las personalidades narcisistas y las personalidades antisociales o psicopáticas. Las personalidades narcisistas se definen como sigue en el manual internacional de clasificación de las enfermedades mentales[54] (DSM-IV): «Modo general de fantasía o de comportamientos grandiosos, de necesidad de ser admirado y de falta de empatía, que aparecen al comienzo de la edad adulta y están presentes en contextos diversos, como lo atestiguan al menos cinco de las siguientes manifestaciones: — el sujeto tiene un sentido grandioso de su propia importancia (por ejemplo, sobrestima sus prestaciones y sus capacidades, espera ser reconocido como un ser superior sin haber realizado nada para ello); — está absorbido por fantasías de éxito ilimitado, de poder, de esplendor, de belleza 108

o de amor ideal; — cree ser «especial» y único y no poder ser admitido o comprendido más que por instituciones o gentes muy especiales y de alto nivel; — tiene una necesidad excesiva de ser admirado; — cree que todo le es debido: espera sin motivo gozar de un trato especialmente favorable y que sus deseos sean automáticamente satisfechos; — explota al otro en sus relaciones interpersonales: utiliza a los demás para alcanzar sus propios fines; — carece de empatía: no está dispuesto a reconocer o a compartir los sentimientos y las necesidades de los demás; — envidia con frecuencia a los demás, y cree que los demás le envidian; — muestra actitudes y comportamientos arrogantes y altaneros». En Estados Unidos, el término «perverso» remite esencialmente a la perversión sexual. No teniendo un vocablo específico para describir a esos individuos fríos y calculadores, que no respetan nada, no sienten emoción ni compasión, los americanos hablan de «psicópatas». Sin embargo, según el DSM-IV, los psicópatas que «presentan una tendencia a engañar para aprovecharse o por placer, indicada por las mentiras repetidas, la utilización de seudónimos o las estafas», también son seres impulsivos e incapaces de planificar de antemano, al contrario que los perversos morales, que saben adaptarse, seducir y sobre todo construir progresivamente una estrategia para engañar al otro. Sin embargo, los profesores Paul Babiak (Nueva York) y Bob Hare (Universidad de Columbia Británica, Canadá) consideran que ciertos psicópatas pueden disimular durante mucho tiempo su enfermedad seduciendo y manipulando a su entorno. A este efecto han construido un cuestionario de 111 puntos para desenmascararlos: «Cuanto más afectado está el psicópata, mejores son su apariencia, su carisma y su talento como orador [...]. Hay que considerar a los psicópatas como personas que disponen de una gran gama de comportamientos: el encanto, la manipulación, la intimidación, todo lo que es necesario para lograr sus fines». En Francia, P.-C. Racamier agrupó dentro de las organizaciones perversas las distintas formas de perversiones morales: «Y si me dicen que la impostura, la falsificación, la estafa financiera y moral tienen que ver con esa perversidad, no diré que no».[55] En aras de la claridad, nos atendremos a la clasificación francesa de las perversiones. En los diferentes perversos morales observamos una base común. Por eso para simplificar empezaré describiendo sus similitudes, antes de insistir en la especificidad de algunos de ellos.

109

De los fallos en la autoestima a la megalomanía Todo empieza por una baja autoestima que es preciso elevar cueste lo que cueste. Los perversos morales presentan todos, inicialmente, este fallo que, paradójicamente, los conduce a la megalomanía, es decir, que desemboca en la necesidad permanente de ser admirados. Christophe Rocancourt afirma en este sentido: «Habré pasado en total doce años en la cárcel, pero harán una película sobre mi vida, o sea que habrá valido la pena». [56] Al no haber encontrado en su infancia un reflejo de sí mismos lo bastante valorizante para construirse, desarrollan una imagen desmesurada de sí mismos y se crean un mundo fantástico, de acuerdo con sus deseos de grandeza y de omnipotencia. Entonces tienen que falsear la realidad, fingir, mentir, modificar su biografía, interpretar un personaje. Se refugian, según la terminología de Winnicott, en un falso self, destinado a proteger su verdadero self, excesivamente frágil. Reemplazan su vacío interior por una imagen de sí mismos y fingen emociones que no sienten. En un primer momento, este sistema es eficaz. Si son inteligentes, los perversos morales pueden alcanzar un relativo éxito social o material. Su impostura puede pasar inadvertida en la vida corriente, y hasta estar muy bien adaptada a la vida profesional. Pero cuando la situación los confronta consigo mismos se descubre su «falsedad». Algunos, por miedo a ser desenmascarados, mantienen un gran misterio acerca de su pasado; otros, según el principio de la carta robada de Edgar A. Poe —cuanto más muestras, más escondes—, cuentan demasiado sobre un personaje inexistente que, como los mitómanos, inventan de pies a cabeza. Seductores y finos estrategas Para abusar de los demás o timarlos, es preciso seducirlos primero. Esto los perversos morales lo saben hacer instintivamente. Tienen una formidable intuición que les permite detectar la fragilidad o la vulnerabilidad de su interlocutor, o por lo menos el ángulo de ataque. Catherine Breillat dice, por ejemplo, refiriéndose a Christophe Rocancourt: «El Rauque es extraordinariamente lúcido con los demás, huele los vicios y adivina los fallos».[57] Como verdaderos manipuladores, saben adaptar su comportamiento, pero también sus posiciones y sus valores, en función de las personas elegidas como víctimas. Si es preciso, fingen compasión, engatusan a su víctima con zalamerías, adormeciendo su desconfianza a base de jugar con sus pensamientos y sus sentimientos o jugando con las palabras. Verdaderos espejos de aterrizaje, brillan para atraer a su víctima, la colocan en el centro de todas sus atenciones, la halagan, la piropean, la seducen con promesas. 110

Para un manipulador, la seducción no es amorosa sino narcisista. Se trata de no dejarse atrapar. «Ser libertino no es solamente seducir. Es también, y sobre todo, no dejar que te seduzcan: no permitir jamás que te lleven a un lugar al que no quieres ir.»[58] Para comprender cómo funciona la seducción en esos manipuladores, fijémonos en el personaje del doctor House de la serie televisiva homónima: House es un médico brillante que trabaja en el servicio de diagnóstico del hospital ficticio de Princeton Plainsboro (en Francia, diríamos que es internista). Contrariamente a los métodos usuales, House emplea más su intuición que sus conocimientos médicos para resolver casos clínicos difíciles, al igual que un detective o un policía (dicen que la serie está inspirada en el personaje de Sherlock Holmes). Se ha rodeado de un equipo de médicos jóvenes que le tienen auténtica veneración y a los que él maltrata y manipula. Cuando le es útil, no duda en enfrentarlos, en burlarse de sus opiniones, en revelar cosas ocultas de su intimidad. Por ejemplo, disfruta atacando a Foreman, su asistente, a propósito de temas dolorosos como la toxicomanía de su hermano. Si llega a un diagnóstico es gracias a los palos de ciego y los errores de su equipo, pero siempre es él quien se lleva la gloria, pues siempre se las arregla para hacer ostentación de su inteligencia. Con los pacientes, no respeta ninguna de las reglas de la deontología. Para respaldar sus hipótesis, los transforma en cobayas, transgrede los códigos, les hace asumir riesgos vitales y a menudo se salta las autorizaciones de sus superiores. En suma, lo contrario de un buen médico, sin ninguna consideración por nadie. En general, House es arrogante, cínico, a veces malvado y maneja la provocación y la mentira. Su frase fetiche es «Everybody lies» («Todo el mundo miente»). House, por último, es toxicómano, adicto a la Vicodina. Lisa Cuddy, la directora del hospital, a pesar de estar enamorada de él, lo resume bastante bien: «Para usted, las personas son cobayas para sus pequeños enigmas... A sus colaboradores los corromperá como ha corrompido a James [el marido de una de sus ayudantes]. Lo ha destruido, ya no distingue el bien del mal.» Más allá de la ficción, he aquí el retrato típico de un perverso moral, cuyo encanto —que explica el éxito de la serie— no deja de ser inquietante. El doctor House nos seduce, a nosotros como espectadores, primero porque es atípico, y luego por su inteligencia. Sus provocaciones nos despiertan, nos saca del aburrimiento. De hecho, se atreve a ser lo que nosotros no nos atrevemos a ser. Si su

111

equipo lo soporta y si nos encanta, es también porque, detrás de esa maldad, imaginamos una herida —tal vez relacionada con su cojera—, seguramente debida a una historia familiar dolorosa. Sin saber nada de su biografía, tenemos ganas de ayudarlo, de llevarlo por el buen camino, como hacen constantemente Lisa Cuddy y James Wilson, su amigo, el jefe del servicio de oncología, así como los médicos de su equipo. Cuando los productores dulcificaron los rasgos del doctor House, haciendo que dudase y que se replantease su actuación, el encanto funcionó peor. ¿Qué conclusión podemos sacar?

Mentiras y lenguaje perverso La capacidad de seducción y luego de reclutamiento de los perversos morales funciona ante todo a través del lenguaje. Estos últimos saben torcer las palabras para turbar a su interlocutor y conseguir sus fines. Normalmente, entre la intención del emisor y lo que percibe el receptor, las palabras sufren una cierta deriva —y ahí radica, por cierto, la dificultad de la comunicación humana—, pero en el caso de los perversos morales los mensajes se deforman deliberadamente con una finalidad consciente o inconsciente de manipular al otro. La comunicación, unilateral, se basa enteramente en la evitación: los manipuladores dan explicaciones confusas que impiden pensar y poner límites. Paralizan así el juicio del interlocutor a fin de que este abra él mismo su puerta mental a un contenido que en otras circunstancias jamás habría aprobado. Es lo que en un libro anterior califiqué de «comunicación perversa».[59] Tanto si son mitómanos como timadores o perversos narcisistas, estos sujetos se vuelven enseguida expertos en mentir. A las mentiras directas prefieren las mentiras parciales con deformaciones ínfimas de la verdad. Utilizan entonces un amasijo de sobrentendidos, de cosas no dichas, de respuestas sesgadas, de frases vagas e imprecisas. Lo que les importa, como a los funámbulos, es caer de pie. Profieren a veces mentiras tan enormes que los demás las creen. De forma general, esos individuos se burlan de lo que el interlocutor pueda pensar: esperan hacerlo dudar mirándolo fijamente a los ojos, aunque la historia sea inverosímil. A ellos la noción de verdad les importa muy poco: lo que dicen en cada momento o lo que les salva de una situación embarazosa es lo que es cierto. Mienten para evitar ponerse a sí mismos en cuestión o para callar al interlocutor. Contrariamente a un individuo corriente, no sienten ninguna emoción particular al engañar, pues en su mente los hechos no existen. Todo es revisable, para ellos no hay referencias ni verdades. Sus palabras aportan sueños y paralelamente facilitan una toma de poder. Controlar el lenguaje, en efecto, es una forma de controlar el pensamiento. Su discurso, como la neolengua en la novela de Orwell,[60] impide la expresión de pensamientos críticos o 112

incluso, para ser más exactos, la idea misma de crítica.

Necesidad del otro y cómo pegarse a él Como consecuencia de su baja autoestima, esos perversos morales tienen una enorme necesidad de los demás para completarse, pero los utilizan en función de sus intereses: «Cualquier aflicción es la savia con la que [Rocancourt] se vigoriza».[61] Para enganchar a su víctima y someterla, la invadirán, le negarán cualquier distancia propicia al espíritu crítico. Así es, como hemos podido ver, a propósito del acoso sexual, cómo presionan a la persona elegida, telefoneándola a menudo, colocándose deliberadamente en su camino, presentándose en su casa de improviso, hasta que acaba cediendo. Invaden su territorio psíquico con llamadas incesantes, solicitudes y mensajes hasta que la víctima concede una aceptación, aunque sea mínima. «Él [Rocancourt] pensaba que no había que separarse ni un milímetro de la gente, porque si no, te olvidan.»[62] Los perversos practican a menudo el acoso verbal, con un discurso machacón y un efecto de crescendo, con cambios bruscos de tono y acentuación de las palabras clave. Por muy falso que sea su mensaje, al cabo de un rato se convierte en verdad bajo el peso de las palabras repetidas sin fin, que traspasan los límites de la víctima hasta hacerle perder sus puntos de referencia. Esta presión puede desembocar en un verdadero acoso físico, el famoso stalking del que ya hemos hablado. Con esta presión es como los perversos invaden el psiquismo de su interlocutor hasta el punto de constituir una especie de doble, o más exactamente de sustituto, que debe asumir en su lugar el riesgo de sus actos. La novelista americana Siri Hustvedt, en su libro Elegía para un americano,[63] describe a un personaje narcisista que acosa a sus víctimas tomándoles fotos a escondidas: «Siempre pretendía que no era ambicioso, que lo único que le importaba era realizar su obra, pero se pasaba todo el tiempo intentando conocer a gente y llamando disimuladamente la atención. Y siempre llevaba una cámara de fotos. En general, si no tenía más remedio, pedía permiso, pero no siempre. Le encantaba fotografiar a gente famosa. Medio artista, medio paparazzi. También vendía sus fotos». Robando apariencias, ese personaje se creaba una identidad a partir de un falso self. Para los perversos morales, la manipulación es un juego cuya finalidad es vencer al otro. Necesitan obligatoriamente un interlocutor, que a ser posible esté a su misma altura. El objetivo debe ser difícil de alcanzar, debe exigir suspense: «Quien vence sin peligro triunfa sin gloria», escribía ya Corneille. Adelantan entonces sus peones fríamente, 113

aplicando instintivamente todas las estrategias descritas más abajo, no dudando en pervertir al otro si ello favorece sus planes. En todos los casos, deben dominar el juego. Si las cosas no salen como ellos quieren, pueden recurrir a la agresión. Está claro que sus estafas constituyen en sí una forma de violencia, pero la cosa puede llegar más lejos. Catherine Breillat cuenta muy bien cómo Rocancourt llegó a las amenazas e intimidaciones.

Ausencia de sentido moral En esa lucha por apoderarse del psiquismo del otro, los perversos juegan con ventaja porque sus emociones no les ponen trabas. Transfieren a los demás el sufrimiento y la culpabilidad que ellos no sienten. No conocen los límites que representan los tabús morales, puesto que para ellos no existe el otro como persona digna de respeto o de compasión, sino solo como objeto útil, como peón que hay que mover. No sienten culpabilidad, pero en cambio sí son muy hábiles para culpabilizar a los otros, mediante un fenómeno de transferencia. Hay en la víctima una introyección de esa culpabilidad («¡Todo es culpa mía!»), mientras que el perverso realiza una proyección fuera de sí mismo echando toda la culpa sobre el otro («¡Es culpa suya!»). La combinación de su capacidad de mentir, su falta de escrúpulos y su desparpajo en las relaciones sociales da a esos perversos morales un aplomo monstruoso que les permite acercarse a los más grandes, conquistar su confianza, y a veces adquirir un tren de vida suntuoso, sin ninguna relación con lo que han podido ganar. Su fuerza de persuasión es increíble. Sus víctimas se ven abocadas a hacer exactamente lo que ellos quieren, con la impresión de no poder hacer otra cosa: «No quería, pero al final dije que sí».

114

2. LOS MITÓMANOS Si se hubiera tragado un zorro y la cola le saliera por la boca, aún diría que no es verdad. La madre de acogida de Émile Louis durante el proceso

En 2008 aparece en la red un blog titulado «leucemia-2008». Noa, una muchacha de diecisiete años, cuenta en él su enfermedad, que se le declaró cuando tenía diez años y que ahora se le ha reproducido. Noa es alegre, deportista, muy buena estudiante y de religión judía. Ese blog atrae a millares de internautas, esencialmente enfermos de leucemia y otros cánceres, antiguos pacientes y algunas enfermeras. En ese blog, Noa cuenta sus alegrías, sus esperanzas, sus momentos de desánimo, hasta su muerte en febrero de 2009. Poco antes de su fallecimiento, su hermana gemela Salomé y Alex, el novio de Noa, se encargan del blog. Salomé cuenta que Alex le ha pedido la mano a Noa en su lecho de muerte. Envía entonces una participación de boda por correo a los amigos que su hermana ha conocido a través de la red. Cuando Noa muere, Salomé consigue que sus amigos le hagan un recordatorio: la foto de una persona saltando con los esquís, acompañada del siguiente comentario: «Noa ha saltado tan alto que se ha salido del encuadre». Desde la muerte de su hermana, Salomé ha abierto su propio blog. Allí se encuentra con todos los amigos de su hermana y establece con ellos contactos en la «vida real». Pasa, por ejemplo, unos días de vacaciones con Perrine, un antigua paciente que ha contado su lucha contra la enfermedad en un libro, Trop jeune pour mourir [Demasiado joven para morir], y va a dormir otro día a casa de Audrey, una enfermera. En mayo de 2009, les dice a sus amigos que acaban de diagnosticarle una aplasia medular. Ahora es ella quien habla de su enfermedad, complicada con una insuficiencia renal y luego con un cáncer en la rodilla. Como es valiente, también cuenta sus actividades deportivas, el esquí y las estancias a orillas del mar para cambiar de aires. Se crean cadenas de solidaridad a su alrededor, así como grupos de plegaria a instancias de varios rabinos. Durante el verano de 2010, Salomé sufre varios paros cardíacos y los médicos de Lausana, donde está en tratamiento, no saben si podrán salvarla. Ella decide entonces trasladar su historia clínica a Metz para que la traten más cerca de su casa. Un médico francés le prescribe una hospitalización a domicilio y una enfermera va a verla dos veces al día para ayudarla, aunque, en su voluntad de ser autónoma, Salomé prefiere cambiarse el catéter ella sola. Organiza una colecta para comprarse ositos, cómics y hasta un viaje a Disneylandia. Su novio Ruben bombardea con SMS a los amigos de Salomé, que están todos muy preocupados. Pero todo esto es falso. En febrero de 2011, después de tres años de mentiras e imposturas, Salomé es desenmascarada. En julio de 2010, entra en el blog de una amiga 115

que dispone de un «tracker» (un programa que permite localizar geográficamente el ordenador de la persona que se conecta). Esta descubre que Salomé está conectada en Toulouse a pesar de que pretende estar ingresada en cuidados intensivos en Lausana. A partir de ahí, sus amigas virtuales investigan y descubren la superchería. Noa no ha existido nunca, Salomé no se llama Salomé y no es judía. De su biografía sabemos poco: una escolaridad mediocre, una joven poco deportiva, que en la vida real no tiene amigos. Vive sola en Metz durante la semana ya que sus padres trabajan en París. Se descubre que en 2007 ya se había hecho pasar por una enferma muy grave en un foro de Internet. Al «amigo» que llamó para comprobar si era verdad, parece que la madre le contestó que su hija tenía la costumbre de contar mentiras. ¿Por qué se dejaron engañar los internautas? ¿Es por alguna vulnerabilidad especial? Los amigos virtuales de Noa/Salomé eran esencialmente mujeres, la mayoría fragilizadas por la enfermedad, o personal sanitario. Sin embargo, algunos dudaron. A Perrine, por ejemplo, le extrañó que Salomé no pareciese afligida por la muerte de su hermana; luego disipó sus dudas diciéndose que seguramente Salomé tenía una gran fuerza de voluntad. A otros les sorprendió ver que una enferma de cáncer viajase, hiciese deporte y hasta fuese de compras antes de Navidad. Pero ante las preguntas Salomé se justificaba con mucho aplomo, enviaba fotos suyas que demostraban su enfermedad, con catéteres saliéndole del pecho (en realidad, pegados con celo), fotos de su rodilla con una férula o de sus cajas de medicamentos, etc. Entonces ellos se sentían culpables: ¿cómo dudar de una moribunda? «Salomé» también poseía un conocimiento increíble de las enfermedades, se mostraba muy precisa al hablar de todas las exploraciones que le hacían, de los resultados y los tratamientos (unas precisiones que buscaba en Internet). Mientras se suponía que era atendida en el hospital universitario de Lausana, creó una falsa historia clínica falsificando documentos que encontró en la red. Un rabino ucraniano aceptó ayudarla convirtiéndole ficheros informáticos para que los usara a su antojo. Estaba convencido de hacer una obra de caridad al ayudarla a trasladar una historia clínica que le permitiría ser tratada en Francia. Luego, un médico de Metz le recetó medicamentos para la quimioterapia, engañado también él, y le tramitó una solicitud de hospitalización a domicilio. Noa/Salomé es una mitómana. El término «mitomanía» fue creado en 1905 por Ernest Dupré, médico jefe de la Enfermería Especial, para designar «la tendencia patológica, más o menos voluntaria y consciente, a la mentira y a la creación de fábulas imaginarias (fabulación) y a la imitación de estados orgánicos anormales (simulación)». Un mitómano, que podríamos calificar de mentiroso compulsivo, deforma la realidad para no sufrir. La mentira actúa en él como un calmante de sus angustias.

116

Para un verdadero mitómano, la mentira es una finalidad en sí, mientras que para los perversos o los estafadores la finalidad es engañar al otro para obtener algo de él. Dupré hablaba en este caso de mitomanía maligna. En esta categoría entran todos los que intentan perjudicar a los demás con maledicencias, cartas anónimas, escritos mentirosos o denuncias calumniosas. También son ellos los que practican las falsas acusaciones de acoso moral o sexual. Dupré distingue también la mitomanía vanidosa, cuyas historias fabulosas tienen el objetivo de seducir o deslumbrar a los demás, pero sin intención de perjudicarles. Los ejemplos más típicos son literarios: Tartarín de Tarascón, de Daudet, El mentiroso, de Molière, etc. Pero todos conocemos a fanfarrones que lo hacen todo mejor que los demás, tratan a personajes importantes o realizan hazañas deportivas extraordinarias. Con todo, el límite entre esas distintas formas de mitomanía no está claro. La mitomanía, en efecto, es más bien una tendencia defensiva, a veces predominante, que se injerta en una patología narcisista. Se trata de hacerse valer más, y siempre más o menos a expensas de alguien. El mitómano siempre distorsiona la realidad, pues encuentra más sentido y coherencia en lo que inventa que en su existencia. Prefiere creer en su realidad inventada y ficticia que en la realidad objetiva del exterior. Como dice Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo:[64] «Presento las cosas distintas de lo que son. No digo la verdad; digo lo que tendría que ser la verdad».

El poder de seducción de los mitómanos La fuerza de los mitómanos consiste en contarle al interlocutor lo que este quiere oír o lo que espera oír. Si funciona, también es porque sus mentiras son mucho más apasionantes que la realidad banal. Permiten soñar. Misha Defonseca, en Sobrevivir con lobos, contó cómo durante la guerra cruzó toda Europa junto a una manada de lobos, buscando a sus padres deportados por los nazis. La historia es hermosa, pero, al contrario de lo que dice su autora, es totalmente imaginaria. Misha Defonseca no se llama así y no es judía. Al final confesó que desde siempre se había contado a sí misma otra vida. Fue desenmascarada primero por historiadores de la Shoah y luego por un especialista en lobos. Su única prima superviviente señaló que Monique, pues este es su verdadero nombre, ya contaba aventuras cuando era pequeña. ¿Acaso porque su padre era considerado un traidor que denunció a sus compañeros de la resistencia? A pesar de descubrirse la superchería, sacaron una película de ese libro. ¿Habría 117

tenido el mismo éxito si desde el principio se hubiese presentado como ficción?

Hacerse la víctima para existir En el caso concreto de Noa/Salomé, se trata de una forma particular de mitomanía llamada patomimia. Este término fue acuñado en 1908 por Paul Bourget y Dieulafoy para designar un «estado mórbido parecido a la mitomanía que se caracteriza por la necesidad que sienten los que lo padecen de simular una enfermedad, a veces a costa incluso de una automutilación». Casi siempre, la historia clínica que presenta el paciente es verosímil, y refleja una enfermedad difícil de diagnosticar más que un síntoma aislado. Por eso los médicos se dejan engañar (recordemos a Nicole Prévost frente a Michel Trouillard-Perrot). Entre las patomimias, el síndrome de Münchhausen es un trastorno ficticio de apariencia aguda que lleva a los médicos a recetar medicamentos inadecuados, a prescribir exámenes inoportunos o a realizar actos quirúrgicos inútiles. El término fue acuñado en 1951 por Asher, que se inspiró en una novela de aventuras escrita en el siglo XVIII. Rudolf Erich Raspe cuenta en ella las historias inverosímiles de un personaje real, el barón Hieronymus von Münchhausen.[65] Estos pseudoenfermos experimentan un placer perverso que consiste, por una parte, en presentarse como víctimas, y por otra en poner a los demás y en especial al médico en ridículo. Detrás de esa patología se esconde en realidad una gran necesidad de amor. En la biografía de estos pacientes, a menudo encontramos una carencia afectiva y unas relaciones muy precoces con la enfermedad o el hospital, que hizo que los padres y el personal sanitario les prestasen una mayor atención. Los mitómanos mienten para ser reconocidos a nivel identitario. Sus mentiras son una forma de ocultar miserias: tratan de inventarse un reflejo halagador para consolarse de no ser lo que les gustaría ser. Como tienen una imagen desvalorizada de sí mismos, se presentan como víctimas para acaparar la atención del otro y seducirlo. Si Noa/Salomé se hace pasar por judía, es para reforzar su apariencia de víctima, y así, si sus quejas respecto a la enfermedad no hubiesen bastado, también podría haber utilizado el antisemitismo. En esto seguía el modelo de Marie-Léonie Leblanc que, en 2004, simuló una agresión en un tren de cercanías de París. Contó que el agresor del tren le había desgarrado la camiseta antes de dibujarle tres cruces gamadas en el vientre y cortarle un mechón de pelo. Chirac, que entonces era el presidente de la República, y Villepin, que era el primer ministro, reaccionaron enseguida denunciando ese crimen racista. Prometieron hacer todo lo posible para 118

detener a los agresores. Pero las cámaras no habían grabado ni a la mujer ni a los agresores. Marie-Léonie, reconocida culpable por denunciar un delito imaginario, fue condenada a cuatro meses de cárcel con la obligación de someterse a tratamiento.

Mentiras que acaban mal En 1993, un suceso descubría la increíble mentira de Jean-Claude Romand. Recordemos los hechos: En enero de 1993, Jean-Claude Romand mata a su mujer, a sus dos hijos, a sus padres, a su perro, y luego trata de suicidarse prendiendo fuego a la casa familiar. Falso médico y falso investigador de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Romand ha mentido durante dieciocho años a sus amigos y a toda su familia. Ha logrado extorsionar, en varias veces, más de 2,5 millones de francos a su familia política y a sus propios padres. Cometió el quíntuple crimen en el momento en que estaba a punto de ser descubierto por un acreedor. El 2 de julio de 1996 fue condenado a reclusión a perpetuidad. El escritor Emmanuel Carrère contó esta larga superchería en su libro L’Adversaire. [66] Jean-Claude Romand dice que empezó a mentir muy pronto para no darle un disgusto a su madre. «Cuando estás metido en ese engranaje de no querer decepcionar, la primera mentira trae la segunda y luego ya sigues toda la vida.» Podemos preguntarnos de todas formas si no era más que un simple impostor desbordado por sus mentiras o si había cometido un crimen crapuloso. En efecto, durante el proceso, planeó una duda sobre la muerte de su suegro, que se cayó de la escalera de la casa donde se encontraba a solas con su yerno, a quien, por cierto, le había confiado sus ahorros (que este se había gastado). Ese hombre presenta indudablemente las características de un perverso moral, entre ellas la de un falso self y un fallo en la autoestima. Los peritos psiquiatras que lo examinaron quedaron sorprendidos por su «afán constante por dar de sí mismo una opinión favorable», y lo describieron como «un robot privado de toda capacidad de sentir, pero programado para analizar los estímulos exteriores y ajustar a ellos sus reacciones». A Carrère, que lo entrevistó, le repitió varias veces: «Hacía como si». Su comportamiento perfectamente «normal» tras el asesinato de su mujer y sus hijos lo llevó a preguntar: «¿Lo hice para negar la realidad, para hacer como si?». Mentir es un arte difícil, exigente, acrobático. Hay que seducir, embaucar, corregirse, so pena de ser desenmascarado. Del mismo modo que un escritor inventa su novela a 119

medida que la va escribiendo, la mentira se amplifica y acaba por ser incontrolable. Cuando un interlocutor pide aclaraciones sobre incoherencias o contradicciones, hay que inventar otra mentira para no ser descubierto y mentir de nuevo para ocultar las primeras mentiras. Es un engranaje infernal del cual a menudo no se sale si no es de una forma dramática. Llega un momento inevitable en que las tensiones entre el verdadero self y el falso self son demasiado fuertes. Las personas entonces entran en un proceso de autodestrucción. «Habría preferido padecer de verdad un cáncer antes que padecer de la mentira, pues la mentira era una enfermedad, con su etiología, sus riesgos de metástasis y su pronóstico vital reservado.» Generalmente, los mitómanos se sienten aliviados cuando los desenmascaran, ya que cuanto más tiempo pasa más difícil es soportar la carga de tantas mentiras.

Unas consecuencias dramáticas para el entorno Encontrarse con un mitómano puede ser una experiencia desestabilizadora. La mentira es percibida entonces como un atentado personal, que suscita reacciones diversas, y en general provoca enfado. Benoît, cuando vivía con otra mujer, conoció en el trabajo a Julie, una mujer casada, guapa, madre de dos hijos. Tuvieron una breve aventura a la cual Benoît puso fin rápidamente porque se dio cuenta de que su novia le importaba mucho y no quería romper con ella. Julie entonces le dijo: «¡Sea cual sea tu decisión, yo dejo a mi marido!». Al cabo de dos meses, ella le anuncia que está embarazada y lo amenaza, si no reacciona, con revelar a todo el mundo que Benoît se dedica a seducir a las mujeres casadas. Benoît decide entonces instalarse con ella, pero Julie le dice poco después que ha tenido un aborto. También le cuenta que es la heredera secreta de un hombre rico y que tiene una leucemia de la cual se está tratando a escondidas. Al cabo de unos meses, Julie está embarazada de verdad. A los ocho meses de embarazo, vuelve a casa con quemaduras y cuenta que su padre, un hombre muy poderoso, paga a sicarios para separarlos. Nace su hija, pero la vida en casa no es siempre de color de rosa. Julie le hace muchos reproches a Benoît y hasta le pega varias veces. Este, para no devolverle los golpes, rompe cosas o sale a correr. Al cabo de un año, decide abandonar a Julie, y como se siente culpable de dejarla intenta saber cómo está de su leucemia. Leyendo los papeles médicos que ella tenía escondidos, constata que, mientras pretendía estar tratándose de su enfermedad, lo que hacía era inyectarse Botox. 120

Benoît confiesa que se halla ante alguien que lo aterroriza y cuyo comportamiento no comprende. Llega a preguntarse si no es él quien delira. El exmarido de Julie sigue creyendo en sus historias, entonces ¿por qué no él? ¿Acaso se cree ella misma todo lo que dice? Cuando se separan, él esperaba llegar a un acuerdo amistoso para la custodia compartida de su hija, como Julie había hecho con su exmarido, pero ahora las cosas son mucho más complicadas. Una tarde, cuando va a ver a su hija a casa de Julie, esta lo encierra en casa con la niña y esconde las llaves. Debe esperar varias horas hasta que ella por fin decide abrirle. Otra vez, cuando tiene que salir para un viaje profesional, ella le deja a la niña sin ninguna explicación, y Benoît debe encontrar con urgencia a alguien que se haga cargo de ella. Afortunadamente, toma la precaución de informar del incidente a la policía, pues Julie lo denuncia por secuestro de la niña. En su trabajo, ella va proclamando que Benoît la ha abandonado con un bebé de seis meses y él se siente violento delante de sus compañeros: «No puedo reprocharles que crean las mentiras de Julie cuando yo mismo he creído durante tanto tiempo en sus patrañas».

121

3. LOS TIMADORES Para comprender cómo funcionan los timadores, volvamos a la entrevista concedida en Gaygloberadio, una radio gay de Quebec,[67] por un gran manipulador, Philippe (nombre cambiado por el programa porque el entrevistado estaba en libertad condicional). En la actualidad Philippe está considerado como el defraudador (nosotros diríamos el estafador) más importante de Quebec en términos de volumen y cantidades. Parece que ha estafado a más de 300 víctimas en la comunidad gay de Quebec, pero también en otros países. Empezó a estafar a los veinte años, y fue arrestado por primera vez a los veintidós y condenado a diez años y medio de prisión. Ahora tiene cuarenta y cuatro años y se ha pasado casi quince en prisión. Al principio, Philippe empezó vaciando las cuentas de personalidades del deporte o del mundo del espectáculo; era un medio fácil de ganar dinero. Para ello conseguía los datos personales de sus víctimas y se hacía pasar por ellas en el banco. Después de una primera detención, que acabó con una pena bastante larga (las personalidades perjudicadas recurrieron a abogados muy buenos), decidió dedicarse a personas de ambientes más modestos. Se declara consciente de haber infligido a estas personas modestas un perjuicio mayor, ya que para ellas unos miles de dólares representan los ahorros de varios años de trabajo. En la entrevista, no obstante, no expresa ningún remordimiento. Lo que caracteriza a Philippe es, en primer lugar, una memoria que él mismo califica de infernal. Dondequiera que va almacena información. Si en una caja alguien paga delante de él con una tarjeta de crédito, recuerda los números de la tarjeta. Cuando quiere cometer un fraude, dice, se concentra y lo registra todo. ¿Qué explicación da Philippe de su funcionamiento? Afirma que sus primeros timos fueron a personas de las que «se había enamorado». Su autoestima entonces era tan baja que necesitaba enaltecerse. Para ello mentía, se inventaba un personaje y acababa creyéndoselo. «Estafaba para impresionar y para comprar amor.» Una posición insostenible en el tiempo. «Me autosaboteaba al estafar a la persona, sabiendo perfectamente que me odiaría, pero prefería que me odiase antes que sentirme herido porque me abandonase.» Philippe explica que, gracias a este truco, no sentía culpabilidad: las víctimas lo denunciaban, a veces lograban que lo detuvieran, y así tenía una buena razón para detestarlas. ¿Qué dicen los que lo conocen? Aunque físicamente no es muy guapo, todos están de acuerdo en que Philippe es extraordinariamente seductor y simpático. Una de sus víctimas lo resume así: «Más que de abuso de debilidad, porque yo no era débil cuando lo conocí, hablaría de abuso de simpatía». La orden de búsqueda y captura 122

después de que en agosto de 2010 rompiera la condicional ofrecía 2.000 dólares de recompensa a quien lo encontrase, y recomendaba desconfiar de él, puntualizando que tenía un encanto irresistible y que se metía a sus víctimas en el bolsillo. Encontramos en Philippe todas las características de los perversos morales: fallos en la autoestima, mentiras, necesidad del otro, pero sobre todo una enorme capacidad de seducción («abuso de simpatía»). Los estafadores escogen a su víctima en función de lo que pueden robar, sin ninguna consideración moral. Según Michel Polnareff, él mismo víctima de Rocancourt, «no es más que un miserable que se aprovecha de los momentos de debilidad de sus víctimas». Para ellos, se trata de coger el dinero y punto. Cristophe Rocancourt lo resume muy bien: «Para que te roben 250.000 dólares tienes que tenerlos». Se fijarán por tanto en una persona vulnerable o que pueda llegar a serlo, se le acercarán, la aislarán si no lo está, y luego actuarán con cautela, procurando que no desconfíe, presentándole una realidad seductora con historias que le resulten atractivas. Pues si los timadores saben detectar la debilidad oculta de las personas, lo que saben sobre todo es descubrir el deseo inconsciente de cada interlocutor a fin de proponerle una solución mágica y hacerlo cómplice del timo. Para ellos, la excitación procede más del gusto por el juego que de la ganancia que puedan obtener. Lo que les gusta es superar los límites. Catherine Breillat tilda a Christophe Rocancourt de «timador en serie». «Ni siquiera la pasta es finalmente un objetivo consciente, un sistema, sino solo una obsesión compulsiva.» El caso Madoff ha demostrado, por si algunos aún lo dudaban, que todo el mundo puede ser víctima de un timador. Volveremos sobre él más adelante.

123

4. LOS PERVERSOS NARCISISTAS No me extenderé en la descripción de los perversos narcisistas porque ya he tratado abundantemente el tema en un libro anterior, El acoso moral.[68] Aquí me limitaré a indicar los puntos específicos de ese trastorno de la personalidad extremista respecto a otras perversiones del carácter. El escritor Tahar ben Jelloun, en un artículo publicado en Le Monde, describe maravillosamente a esos manipuladores arrogantes: El demonio es una persona corriente. No se nota nada en su apariencia física. Puede ser tu colaborador, tu jefe de servicio, o simplemente el vecino de tu mismo rellano. Hace falta tiempo, experiencia y haber sido una de sus víctimas para detectar en el fondo de sus ojos ese líquido amarillento revelador de la bilis que segrega su alma. La bilis que alimenta los manejos para apoderarse por la fuerza de lo que no le pertenece, para usurpar el trabajo y el mérito de los otros y echarse a reír cuando ha vencido a todo el mundo, sobre todo a la justicia y al derecho.[69] La violencia de los perversos narcisistas se basa en el siguiente tríptico: seducción, dominación y manipulación. Si bien encontramos en ellos los rasgos comunes de todos los perversos morales, son mucho más taimados y calculadores, y presentan una capacidad destructiva muy superior. La seducción Frente a los perversos narcisistas, uno al principio se siente seducido. Si quieren adquirir ascendiente sobre una víctima, sabrán desplegar todos sus encantos. Lo que sorprende de ellos es una extraordinaria mezcla de cinismo y desparpajo. La dificultad para descubrirlos viene de que, aparte de esto, exteriormente parecen «normales». Incluso pueden fingir perfectamente la amabilidad y la compasión. Según Racamier, un perverso narcisista «se muestra socializado, seductor, socialmente adaptado y pretende ser supernormal: la normalidad es su mejor disfraz». [70] Gozan de un gran carisma y saben cautivar a sus interlocutores con un discurso que actúa a modo de interferencia. Los convierten en aliados, a los que luego instrumentalizan y arrastran a la transgresión. Todo el arte de los perversos narcisistas consiste en crear en el otro una complicidad tácita y en empujarlo a su pesar a hacer cosas que el perverso les impone. El goce supremo para los perversos narcisistas es destruir a un individuo mediante otro y asistir a ese combate. Así es como Nicole Prévost indujo a Michel Trouillard-Perrot a actuar haciéndolo totalmente responsable de las 124

consecuencias de ese acto. En la novela de Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas, la marquesa de Merteuil empuja al vizconde de Valmont a pervertir a la virtuosa presidenta de Tourvel: «Tan pronto como hayáis poseído a vuestra bella devota, tan pronto como podáis traerme una prueba de ello, venid y seré toda vuestra».[71]

La vampirización Los perversos narcisistas son individuos incompletos que sienten constantemente la necesidad de aumentar su narcisismo. Por eso, como vampiros, invaden el territorio psíquico de otro en quien han detectado la vitalidad o las cualidades que les gustaría poseer. Su motor es la envidia, una envidia que consiste en apropiarse de lo que el otro tiene, no intentando parecerse a él, sino destruyéndolo. Jamás tienen en cuenta las necesidades o los sentimientos de su víctima, salvo cuando conviene a sus intereses. Son depredadores que tratan de destruir los pensamientos del otro, su capacidad de reflexión y su humanidad. Cuando una víctima descubre la verdadera personalidad de un perverso narcisista, es demasiado tarde para deshacerse de él. Este último lo aprovechará para cargar sobre su víctima todo lo que en él es negativo, el sufrimiento que no siente o su falta de autoestima. Los perversos narcisistas no tienen ningún escrúpulo en manipular a los demás, pero no dudan en darles lecciones de moral y en denunciar sus deslices. En general, lo hacen con habilidad, no actúan directamente sino bajo cuerda, expresándose con alusiones, por ejemplo, ingeniándoselas para difamar, sembrar dudas sobre la moralidad de un colega, o lanzar rumores que otros propagarán.

La desresponsabilización Otra característica de los perversos narcisistas es la desresponsabilización. No reconocen jamás que pueden haber actuado mal ni lastimado a otra persona. Achacan todas sus dificultades y todos sus fracasos a los demás, lo cual les permite no cuestionarse a sí mismos. La proyección del odio sobre el otro les permite descargarse de lo que podría constituir un sufrimiento para ellos, consolidando al mismo tiempo los límites entre fuera y dentro, que para ellos son problemáticos. Cuando se enfrentan a alguien más fuerte o más hábil que ellos o cuando corren el riesgo de ser desenmascarados, los perversos narcisistas se hacen las víctimas para así 125

aumentar su dominación. Hablan entonces de montaje, de complot, de intriga. También pueden intentar despertar la compasión de su interlocutor exhibiendo un pasado doloroso o una infancia difícil, lo cual a veces es verdad.

Las transgresiones En los perversos narcisistas hay un enorme goce asociado a la transgresión. Les da placer herir el sentido moral del otro o pervertirlo. Para ellos la noción de ley no se ha borrado, al contrario, les gusta burlarla, darle la vuelta para presentarse en definitiva como portadores de la verdadera ley. Al tiempo que banalizan sus fechorías —«¡Todo el mundo lo hace!»—, ponen en entredicho los valores establecidos y tratan de imponer su visión de un mundo sin límites. Eso, como veremos en el siguiente apartado, corresponde por otra parte a una tendencia de nuestra época. Todo el arte de los perversos narcisistas consiste en jugar con los límites, «al límite». Ello explica que sean difíciles de detener, ya que no se puede hacer nada mientras no transgredan la ley de forma evidente.

Un psicoanalista perverso narcisista: Masud Khan La institución psicoanalítica no ha escapado a la seducción de los perversos narcisistas. Ha contado y cuenta probablemente aún con algunos de esos manipuladores entre sus miembros más brillantes. El dispositivo analítico, a causa de la asimetría de sus protagonistas, con por un lado el analizado que viene a pedir ayuda y por otro el analista «que se supone que sabe», puede atraer a terapeutas que buscan el poder y la seducción. El ejemplo más célebre es el de Masud Khan. Masud Khan es un psicoanalista inglés de origen paquistaní que ejerció en Londres de 1959 a 1989. Llegó a Londres en 1946, tras realizar estudios de literatura, y empezó a psicoanalizarse con Donald Winnicott. Se convirtió en analista formador en 1959 tras especializarse en psicoanálisis infantil. Muy pronto, Masud Khan se hizo famoso internacionalmente tanto por sus intervenciones en las sociedades psicoanalíticas como por sus libros, que fueron una referencia para muchos profesionales. Yo personalmente no escapé a la seducción que ejercía su talento narrativo ya que, contrariamente a muchas obras de psicoanálisis, las suyas se leían como novelas. Masud Khan era alto, guapo, elegante, brillante, carismático, y también rico y 126

culto: no dejaba a nadie indiferente. Al principio de su carrera, fue adulado y respetado por sus colegas, aunque algunos lo describían como altivo, grandilocuente, arrogante y alternativamente encantador o demoníaco. Se hacía llamar «Príncipe», llevaba una gran vida y no dudaba en acompañar a sus amigos o a sus pacientes en su maravilloso coche. Tras casarse en segundas nupcias con Svetlana Beriozova, una primera bailarina del Royal Ballet, Masud Khan llevó una vida mundana muy activa, recibiendo a artistas de la escena internacional como Julie Andrews, Michael Redgrave, Rudolf Nureyev o Henri Cartier-Bresson. Como analista, Khan era un adelantado a su tiempo y muy audaz en sus posiciones. Sus trabajos sobre el clivaje y el trauma acumulativo constituyen aún hoy una herramienta muy útil para los terapeutas. Se le consideraba un psicoanalista inventivo, pero seguramente no hacía más que describir sus propias vivencias. El psicoanalista André Green, en su prefacio a la edición francesa del libro de Kahn Le Soi caché,[72] escribe: «Un componente de la técnica de Khan es el empleo de la dramatización. [...] A veces se produce una situación extraña, con una mezcla de seducción, provocaciones y fintas». De ser un psicoanalista inventivo que a veces se tomaba ciertas libertades con el marco analítico pasó a meterse poco a poco en desviaciones no controladas, cada vez más al servicio de su propia satisfacción. Primero fue un alcohólico social, pero luego su dependencia se agravó. A partir de los años 1970, los patinazos y las transgresiones se multiplicaron. Tuvo relaciones con estudiantes y con pacientes, y pidió dinero prestado a sus clientes. Wynne Godley, que después de un análisis «normal» con otro psicoanalista narró su experiencia desastrosa con Masud Khan, cuenta que este lo llevó varias veces a fiestas o a jugar al póquer, acompañados de sus esposas y de otra paciente. Luego «comenzó a llenar las sesiones con anécdotas de su vida social en Londres u ocasionalmente en Nueva York. No eran anécdotas interesantes. Muchas eran obscenas y muchas eran triviales, pero todas tenían una característica en común: Khan siempre dejaba chasqueado a alguien».[73] La comunidad psicoanalítica tardó en darse cuenta de la patología de Masud Khan porque sus primeros libros estaban muy bien considerados. Durante los últimos veinte años de su vida, sin embargo, provocó grandes controversias. Su último libro, basado en un material clínico totalmente inventado, suscitó no solo vivas críticas, sino también «una sensación de repugnancia más que justificada»[74] a causa de su cinismo y su antisemitismo ostentoso. Ciertos rasgos de la personalidad de Kahn ya habían llamado la atención de algunos especialistas: no presentaba ningún problema depresivo, era incapaz de sentir culpabilidad

127

o vergüenza y de pedir perdón a los demás. Los comentarios, a posteriori, de su análisis con Winnicott coinciden en considerar que fue parcialmente un fracaso. Su rabia, en particular, no fue analizada. Él mismo decía: «Las personas como yo son demasiado herméticas para ser analizadas». Las desviaciones de Khan arruinaron finalmente su carrera y su reputación. Fue excluido de la sociedad psicoanalítica internacional y diagnosticado como perverso narcisista. Su salud se fue deteriorando y murió solo en 1989.

128

5. LOS PARANOICOS Ante un paranoico, todos estamos en posición de vulnerabilidad. Su fuerza consiste en arrastrar al interlocutor hacia donde él quiere, menos por seducción que por coacción. Como la presión es visible, contrariamente a lo que sucede con un perverso, la gente es consciente de que la manipulan. Con todo, un paranoico también puede, mediante una actitud seductora, buscar aliados que pondrá de su parte explicándoles por qué deben desconfiar de los otros. Mientras los perversos narcisistas eligen como víctimas a personas llenas de vida y ricas, las víctimas ideales de los paranoicos son seres frágiles, gente acobardada, fácil de dominar. Son paranoicas tanto algunas personalidades en las cuales dominan rasgos de carácter sin duda difíciles, pero socialmente tolerables, como delirios cuya principal característica es una vivencia de persecución.

El carácter paranoico Se reconoce por la asociación de cuatro grandes rasgos. La hipertrofia del yo (megalomanía) Un paranoico está seguro de sí mismo y es intolerante ante las opiniones ajenas. Está cerca de una personalidad narcisista por la autosuficiencia, la falta de empatía con los demás y la tendencia a adoptar actitudes altaneras. Sin embargo, el paranoico tiende más bien a aislarse, mientras que el narcisista prefiere los comportamientos de seducción. Con un paranoico, jamás se produce una conversación de igual a igual, ya que adopta la posición dominante del que lo sabe siempre todo mejor que nadie. La psicorrigidez Un paranoico es autoritario y nunca pone en cuestión sus afirmaciones. Es imposible discutir con él porque siempre lleva razón, jamás cambia su punto de vista, no se cuestiona nunca. Si no reconoce sus errores es porque teme que su autoridad se debilite. Prefiere acorralar al otro para que le dé la razón. La falsedad del juicio La falsedad del juicio puede aparecer cuando el paranoico emite afirmaciones que 129

evidentemente son contrarias a la realidad, pero en general es la mala fe lo que domina. En tal caso, el razonamiento es lógico, pero parte de postulados falsos, orientados por un a priori. El paranoico elimina todos los datos que no encajan con su punto de vista. No puede decirse estrictamente que mienta; son más bien los demás los que esquivan lo real delante de él para evitar un enfrentamiento inútil. Enseguida notan que si no quieren ser violentamente rechazados, deben tener mucho cuidado con lo que dicen. La desconfianza En un paranoico, la sospecha es tan constante como el miedo exagerado a la agresividad de los demás. Teme que los otros lo exploten, lo perjudiquen o lo engañen. Por eso es pendenciero para defenderse y «desarmar» al otro. Pero ¿dónde acaba el sano discernimiento de los peligros que nos amenazan y dónde empieza el delirio? Cuando dice que lo persiguen, ¿es delirante o demasiado lúcido? Dicen que los paranoicos son desconfiados, y, sin embargo, a las víctimas de los timadores y los manipuladores se les reprocha que hayan sido demasiado confiadas. ¿Dónde está la frontera? De todos modos, contrariamente a una verdadera víctima, al paranoico le cuesta mantenerse apartado de su supuesto perseguidor o romper con él, pues aquello que le achaca en realidad procede de él y no puede huir de sí mismo.

Las variantes caracteriales El carácter paranoico está muy extendido entre los varones. Su forma combativa, en efecto, es muy útil para imponerse profesionalmente. Andrew Grove, uno de los tres cofundadores de Intel, describió en un libro cómo, para sobrevivir a la competencia, hay que comportarse de una forma absolutamente paranoica: Creo efectivamente en el valor de la paranoia en el mundo de los negocios, donde el éxito produce el germen de su propia destrucción. Cuanto más éxito tienes, más rodeado estás de depredadores que quieren arrancarte a pedacitos tus actividades hasta que no te quede nada.[75] Entre las mujeres, la forma más sensible es la más extendida. Son mujeres demasiado susceptibles que interpretan de forma negativa y hostil todo mensaje o actitud por parte de su entorno. Este funcionamiento, a veces extremadamente desagradable para los allegados, explica que con frecuencia realmente las rechacen. Por regla general, los paranoicos inducen en el otro aquello mismo que le reprochan. 130

Como tienen una gran intuición de lo que sienten sus interlocutores, detectan en ellos veleidades de agresión y hacen que exploten. Dicen que los rechazan, y en parte es cierto: como no es posible oponerse a ellos, la gente acaba evitándolos y dejándolos realmente de lado. Cuando dicen que les mienten, también suele ser verdad, porque el entorno constata su intolerancia y les oculta cosas para evitar interpretaciones falaces. En ocasiones la paranoia se combina con la perversión, constituyendo entonces lo que se llama «la pequeña paranoia». En ese caso, el rasgo dominante es una destructividad despiadada, tanto más temible cuanto que el interlocutor puede dejarse fascinar por el juego del manipulador y por su habilidad para culpabilizar a los demás. La dominación entonces es mayor a causa de la queja paranoica. «Si la perversión se caracteriza especialmente por la búsqueda de la dominación sobre el goce del otro, [...] la paranoia buscaría más bien la dominación sobre el pensamiento, con el discurso de “verdad” que este comporta.»[76]

El delirio paranoico El delirio paranoico es un delirio interpretativo que se instaura progresivamente y que está centrado en una persona o un grupo de personas. El resto del funcionamiento es completamente normal. Entre los distintos tipos de delirios paranoicos, las ideas de persecución o los celos son los más frecuentes, pero también los más irreductibles y los más evolutivos. El carácter lógico y las argumentaciones convincentes del sujeto pueden hacerlo creíble para su entorno, y puede llegarse a un delirio, a dos o a varios.

131

132

A modo de conclusión La sociedad facilitadora

El rey de Francia es el príncipe más poderoso de Europa. No tiene minas de oro como su vecino el rey de España; pero tiene más riquezas que él porque las saca de la vanidad de sus súbditos, que es más inagotable que las minas. [...] Además, este rey es un gran mago: ejerce su imperio sobre la mente de sus súbditos; les hace pensar lo que él quiere.[77]

¿Los casos de los que acabamos de hablar son excepcionales? Nada es menos seguro. En los medios de comunicación aparecen periódicamente sucesos que afectan a personajes importantes o mediáticos y tratan de mentiras, fraude y estafas a gran escala. No solo esos individuos pueden prosperar, sino que ni siquiera necesitan ya disimular sus fechorías, que cometen con arrogancia. ¿No es eso una señal de que esas derivas se han banalizado? Los aspectos que caracterizan a los perversos morales (megalomanía, seducción, mentiras y ausencia de escrúpulos) se han convertido en nuestra época en las cualidades que se requieren para «triunfar», tanto en las empresas como en la política o en cualquier actividad social. Lo único que importa es que no te pillen. Como dijo muy bien Tahar ben Jelloun en Le Monde: «Es la época de los tramposos, los impostores, los corruptos y los corruptores, los usurpadores y los falsificadores, los que se han vuelto poderosos por el dinero fácil y no por la virtud humanitaria».[78] Las investigaciones sobre la motivación se han extendido del marketing a la dirección de empresas y luego a todos los terrenos de la vida cotidiana. Ahora ya, con las agencias de comunicación, la manipulación se ha profesionalizado y hay asesores que forman a los dirigentes y a los políticos para la seducción, las medias verdades e incluso las componendas con la moral. Saben pulir la apariencia de su cliente para hacerlo seductor, torcer los hechos para presentarlos desde una perspectiva favorable y poner en escena ciertos acontecimientos para influenciar a la opinión. También saben practicar la desinformación, desacreditar a los competidores o montar «casos» para hundir a un adversario. En el fondo, a partir de un individuo cualquiera, estos expertos en la manipulación y la estafa pueden construir un avatar adaptado a cada situación. Retomemos los criterios de la perversión moral.

LA SEDUCCIÓN Y LA MANIPULACIÓN

133

La seducción tanto interpersonal como social se ha convertido en la clave de todas las relaciones. La primera tarea del departamento de comunicación de una organización o una empresa es seducir a los clientes, los consumidores o los ciudadanos. En todas partes lo primordial es la imagen. Lo que importa es la apariencia, y en primer lugar la apariencia física. Por otra parte, hay estudios que han demostrado que los políticos físicamente seductores (sobre todo los hombres) son más votados que los demás. Ser seductor pasa por un porte seguro, un tono de voz y una serie de comportamientos no verbales, movimientos y utilización del espacio. Todo eso puede trabajarse con los coachs. Es lo que hacen los políticos. Aprenden también a personalizar su imagen, haciéndose fotografiar en la cocina o participando en programas de entretenimiento. Eso les permite establecer artificialmente una proximidad con los electores para que estos puedan identificarse con ellos. Vivimos en un mundo de apariencias, donde importa poco lo que uno es o lo que uno hace; lo que cuenta es lo que se ve. Este culto de la imagen se ha extendido a todos los terrenos. En el mundo del trabajo, nos preocupamos mucho menos de las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones que de sus resultados inmediatos y aparentes. Ya no basta con trabajar y conseguir buenos resultados, hay que mostrarse, hacerse ver, tener una camarilla que te apoye. Lo que importa es la visibilidad más que el rendimiento y la eficacia, una agenda bien nutrida más que el talento. La seducción también pasa por el lenguaje. Ya hemos visto que se puede manipular al otro con palabras zalameras. Eso permite mostrarse violento, pero so capa de ternura. Basta con envolver el mensaje en un lenguaje eufemístico y lenitivo, hablar de bienestar, de respeto y de tolerancia. En su lección inaugural en el Collège de France el 7 de enero de 1977, Roland Barthes dijo: «Discurrir es sojuzgar». Antes que él, Platón había señalado este hecho en su diálogo titulado Gorgias, donde sugería que la retórica, mediante la ternura y la seducción, inducía la persuasión. Gorgias teorizaba ya entonces lo que hoy llamamos la comunicación.

LA MENTIRA Actualmente, la frontera entre mentira y realidad se ha difuminado. Las pequeñas componendas con la verdad, las aproximaciones y la falta de matices en la expresión se han vuelto sistemáticas. Lo que importa es ocupar el terreno, hacerse ver para imponerse en el psiquismo del interlocutor (¿acaso no es lo que hemos dicho a propósito del acoso físico?). La mentira se ha banalizado tanto que hay mentirosos reconocidos como tales que siguen expresándose en los medios o conservan su mandato político. 134

Naturalmente, en teoría, con los nuevos medios de comunicación, algunos clics de ratón permiten comprobar cifras y argumentos, pero los hombres y mujeres que tienen poder, ayudados por un ejército de asesores de comunicación y marketing, los spin doctors, aprenden a utilizar el lenguaje estereotipado y a dar respuestas que no significan nada. Cuando Dominique Strauss-Kahn exhibe el informe del fiscal en el plató de TF1 como prueba de su inocencia, sabe que es una media mentira, pero espera que pase por una verdad. En los platós televisivos, cuando el tiempo para hablar es escaso, los políticos deben simplificar su discurso, disimular que no dominan los temas. Usando eufemismos para describir situaciones, diluyendo lo importante en lo anecdótico, se las arreglan para negar las realidades desagradables. También pueden deformar deliberadamente la realidad eliminando los datos que no encajan con su proyecto. Así fue como George W. Bush proclamó que disponía de pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq a fin de convencer a la opinión mundial para ir a la guerra. También Grecia, para entrar cómodamente en la zona euro, mintió en 2004 acerca de sus cuentas públicas y en todas las cifras enviadas a Eurostat, anunciando un déficit del 2 % del PIB en lugar del 4,1 %.[79] Los demás países miembros tuvieron la desagradable impresión de haber sido manipulados, pero Grecia no fue sancionada: eran pocos los Estados de la eurozona que no tenían nada que reprocharse. Cada país organiza sus pequeñas trampas más o menos legales, sus trucos contables. No se dudó en encargar a bancos prestigiosos que ayudasen a determinados países a presentar sus cuentas públicas de una forma más aceptable. Naturalmente, todo eso no es ninguna novedad. Hannah Arendt escribía en 1969: «El secreto —lo que se llama diplomáticamente la “discreción”, o también “arcana imperii”, los misterios del poder—, el engaño, la falsificación deliberada y la mentira pura y simple empleados como medios legítimos para alcanzar objetivos políticos forman parte de la historia desde los tiempos más remotos».[80] Como ha mostrado una película reciente (L’Exercice de l’État), para triunfar en política hay que intrigar, mentir, dar codazos, hacer chantaje. Es la regla del juego en un mundo donde, para sobrevivir, hace falta el apoyo de una camarilla o de toda una corporación, y sobre todo «tener agarrado» al otro. Aunque prefiramos no verlo, el mundo de la empresa está contaminado por esa banalización de la mentira. Para que te contraten, tienes que «arreglar» tu currículo; para negociar un contrato, tienes que decirle al interlocutor lo que este quiere oír.

135

Daniel J. Isenberg, profesor de management en Massachusetts, publicó un artículo que levantó mucha polvareda. Se preguntaba si todo buen emprendedor no debía mentir para tener éxito y se proponía enseñar a los novatos cuándo y cómo engañar a la gente. Planteaba claramente las preguntas que normalmente la gente no se atreve a formular: — ¿es admisible alterar la verdad cuando todos los participantes en un negocio son conscientes de que todas las previsiones expresadas en cifras son exageradas o están deformadas?; — ¿se deben adaptar las mentiras en función de la cultura del país con el cual se negocia? Otro estudio de Dana Carney de la Columbia Business School afirma que las personas que tienen poder mienten mejor que el común de los mortales.[81] El discurso del directivo es un ejemplo de esas medias verdades y otras componendas con la realidad. Quiere ser seductor de cara al candidato a ser contratado y en aras de la buena imagen exterior de la empresa, pero es sobre todo manipulador, y lo que intenta es dominar a los empleados para que obedezcan dócilmente. Ese discurso, de una aparente neutralidad y de una incontestable racionalidad, habla de valores nobles y universales como la integridad, la solidaridad y la convivencia, pero es perverso en el sentido de que instrumentaliza a las personas y prescinde de lo humano. Como demuestra Michela Marzano,[82] es un discurso a menudo mentiroso, con consignas irreconciliables. Se habla por ejemplo de la autonomía de los empleados, cuando sus objetivos están fijados de antemano; o se les pide que se impliquen cuando, con la flexibilidad, saben muy bien que son intercambiables y pueden ser despedidos de hoy para mañana. La mentira es a veces más directa, como en esas empresas que con la excusa de la crisis económica despiden trabajadores a pesar de estar obteniendo excelentes resultados. En su discurso, los dirigentes de las empresas enmascaran su propia incompetencia y exhiben una imagen de profesionales serios sustituyendo las palabras sencillas por expresiones redundantes, abreviaciones y anglicismos. Enhebran los neologismos, las fórmulas llamativas, las generalizaciones apresuradas, las tautologías y los eufemismos. Como la neolengua de George Orwell en 1984,[83] se trata de un habla hueca que no tiene como objetivo decir algo, sino solo producir un determinado efecto para suscitar la adhesión. En efecto, detrás de esa apariencia de atención y de empatía se trasluce a menudo un

136

desprecio por el trabajador al que se culpabiliza y al que se rechaza si no se muestra sumiso. Así se crea una pantalla semántica para ocultar que se pide al trabajador más sumisión y obediencia que nunca.

FALTA DE ESCRÚPULOS La crisis económica ha permitido a los ciudadanos darse cuenta de la frecuencia con la cual los mercados financieros transgreden la ley. Se ha convertido casi en una norma. Hemos visto comportamientos sospechosos por parte de grandes bancos de negocios y fondos de inversiones. Algunos se han aprovechado. El 11 de diciembre de 2008, Bernard Madoff, financiero respetado de Wall Street desde 1960, expresidente de Nasdaq, confesaba una estafa gigantesca ante el FBI. Habría hecho perder 50.000 millones de dólares a sus clientes, a los que había seducido con promesas de ganancias astronómicas. Consiguió timar a los bancos internacionales más importantes, a ricos inversores y también a organizaciones caritativas. Durante años, Bernard Madoff engañó a la SEC (Securities and Exchange Commission), que regularmente inspeccionaba sus cuentas. Los inspectores se dejaban impresionar por el aplomo y la prestancia de aquel timador a gran escala, permitiéndole defraudar sumas fabulosas. Cuando lo desenmascararon, Madoff, lo mismo que Stavisky en 1934, reveló todo un sistema de chanchullos e impostura generalizada. El comportamiento de Madoff no es muy diferente del de Philippe, el estafador quebequés. Lo único que pasa es que actúa a mayor escala y no tan en solitario. Los banqueros que ponen en peligro nuestra economía hacen exactamente lo mismo, pero antes toman la precaución de asegurarse una red (exalumnos de las mismas grandes escuelas de negocios, por ejemplo), buscan apoyos políticos, etc. Se las arreglan para hacer mutis a tiempo con sus paracaídas dorados y sus pensiones fabulosas. Que su banco quiebre les da igual: «Es culpa de la crisis». No reconocen ninguna responsabilidad. En eso se parecen más a los perversos narcisistas que los pequeños timadores como Philippe, que sabe positivamente que hace trampas y que miente. Esos banqueros no expresan ningún arrepentimiento por sus manejos ni vergüenza alguna por haber «actuado mal». Muestran la misma avidez de poder que los empuja a jugarse cantidades fabulosas en esa gigantesca máquina tragaperras. Casi enseguida, llevados por su megalomanía, pierden el sentido de los límites y pueden llegar a presentar datos falsos a la autoridad de los mercados financieros (AMF). 137

LA DESRESPONSABILIZACIÓN Cuando un manipulador/tramposo es desenmascarado, hemos visto que la solución que adopta es hacerse la víctima. Primero, la negación: «Yo no he dicho (o hecho) jamás eso»; luego, la indignación: «¿Cómo pueden decir eso de mí? ¡Los que me conocen saben muy bien que es falso!». Después invocan la discriminación: «Es por mi origen social, es porque soy mujer/negro/judío...». Y finalmente acusan: «Es un montaje, una intriga, un complot». Culpar a los demás de las propias dificultades, atribuir la propia desgracia a la actitud injusta del otro es una manera de protegerse cuando la autoestima es frágil. Eso cada vez se practica más. Como psiquiatra, recibo a veces a personas que no vienen para interrogarse sobre ellas mismas, sino únicamente para que se les reconozca su posición de víctimas.

EL CAMBIO DE VALORES Los valores actuales han cambiado. Se prioriza la vía rápida, que consiste en avanzar mucho más con la picaresca que con el esfuerzo, con la trampa que con el trabajo. Como en Operación Triunfo, la gente quiere creer que es posible hacerse rico y famoso simplemente saliendo en televisión. En lugar de construirse un pensamiento propio, todos zapean entre las ideas de los demás. Hacen que se hable de ellos escribiendo (o más bien haciendo escribir) un libro destinado a dar la campanada, donde se plagia escudándose en la rapidez con que se ha escrito o en el error imperdonable del negro de turno. Nuestro mundo se ha endurecido. Tanto en los comportamientos profesionales como políticos, la bondad ya no se lleva, y hasta resulta sospechosa, se la asimila a la blandura. Lo que la ha sustituido es la obsesión por eliminar a la competencia, la necesidad de ser feroz, de no regalar nada. Hay estudios que han revelado que los que más poder tienen para hacer daño son los que más se promocionan. La naturaleza humana es así. En 1929, Freud escribía: «El hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor, que solo osaría defenderse si se la atacara, sino, por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para 138

humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo».[84]

¿P OR QUÉ

LO ACEPTAMOS?

¿Se ha vuelto el ciudadano especialmente ingenuo o es que la presión social lo ha desengañado y lo ha hecho apático y pasivo? Con las nuevas técnicas de la comunicación se han establecido unos métodos de condicionamiento más sutiles, más insidiosos y más eficaces. A través de los sondeos, es posible detectar nuestros deseos más profundos, nuestras debilidades ocultas, lo que luego permite apelar a nuestros puntos más vulnerables. Porque nos consultan y nos sondean, creemos que decidimos libremente, pero nuestras respuestas nos han sido inculcadas. Se trata por supuesto de una dominación suave, pero que, sin embargo, nos tiene sojuzgados. El control social es menos directo, más hábil, se esconde detrás de los progresos de la ciencia y las nuevas tecnologías, y se realiza esencialmente a través de la persuasión y la culpabilización. Nos hacen responsables de todo, incluida nuestra salud. Hay que estar en forma, ser feliz, realizarse, ser eficiente. Se exalta la autogestión, la obligación de ser emprendedores de nosotros mismos. Esto agota a los individuos y les provoca esas patologías de la insuficiencia tan bien descritas por Ehrenberg.[85] Tanto en el trabajo como en la familia o en la vida social, la gente teme «no dar la talla» o «no estar a la altura», y cuando vienen a la consulta es para pedir una píldora que les dé seguridad. El individuo moderno es libre y autónomo, pero también está más formateado, ya que nuestro mundo es cada vez más estándar y más normalizado. De ahí que para tener el perfil requerido y evitar la exclusión haya que fingir, parecer dinámico, disimular el cansancio y la lasitud. De esta forma desarrollamos un falso self adaptativo, que nos aleja de nuestros verdaderos sentimientos internos y nos sume en una existencia desprovista de autenticidad. Frente a tantas presiones y solicitaciones, tendemos a capitular, a aceptarlo todo, a renunciar a ser dueños de nuestro destino. En una sociedad que carece de sentido, uno se agarra a lo que puede. «Cualquier sentido vale más que ningún sentido en absoluto», escribía Nietzsche. Ello explica el auge de las sectas y las religiones integristas, que proponen unos puntos de referencia evidentes y estables, y en las que existe alguien a quien seguir y un ideal al que aspirar. ¿Cómo discriminar entonces entre la información y la intoxicación?

LA PÉRDIDA DE LOS LÍMITES

139

En nuestra sociedad narcisista, ya no hay límites a los deseos y por tanto ya no hay nada que desear. Todo parece posible y da la impresión de que todo nos es debido. Hemos perdido el sentido de lo prohibido y de la renuncia pulsional. Este importante cambio ha afectado a la psicopatología de los individuos, que jamás se han sentido tan decepcionados y tan desencantados y que buscan desesperadamente la forma de aumentar su autoestima. ¿Acaso no era este atentado contra los límites lo que presentían los psicoanalistas cuando empezaron a hablar de estado límite? Ese concepto de borderline apareció por primera vez en los años 1960 con el psiquiatra americano Kernberg, y fue estudiado en Francia en la década de 1980 con el término de état limite por el psicoanalista Bergeret. El estado límite es una organización de la personalidad que oscila entre unos aspectos neuróticos y unos aspectos psicóticos. Estos individuos alternan entre momentos en que están hiperadaptados, bien insertados en lo real, y momentos proyectivos en que esa misma realidad es deformada e interpretada de forma excesiva y desmedida.[86] En otras palabras, el estado límite no es una estructura, sino un modo de funcionamiento que consiste en saltar de un lado a otro de la frontera. El diagnóstico de estado límite no constituye en sí una patología. Algunas de esas personas funcionan de manera totalmente satisfactoria, aunque los límites de su yo son porosos. Como su autoestima es baja, sienten la necesidad constante de ser admiradas. La relación que establecen con los demás está hecha de dependencia y de apoyo, y tiende más a ser una fusión que una verdadera relación. Este modo de funcionamiento, cada vez más extendido, traduce una inseguridad interna que hace a las personas vulnerables ante la manipulación y el abuso. Pero la frontera es tenue entre abusados y abusadores, pues el estado límite está marcado por una inestabilidad que puede evolucionar: — ya sea hacia una organización caracterial. En el mejor de los casos, será una pseudoneurosis con un gran riesgo depresivo, o bien una rigidificación en «pequeños paranoicos» que se consideran constantemente víctimas de los demás y se quejan de no recibir de ellos la atención que esperaban; — ya sea hacia las organizaciones perversas de las que hemos hablado anteriormente. En este inmenso juego de póquer social en el que todo el mundo juega de farol, ¿de qué medios disponen los consumidores y los ciudadanos para protegerse? ¿Qué se puede hacer contra el cinismo y contra los abusos de los poderosos? Aunque sea una persona formada y culta, el individuo moderno, como se ha vuelto inseguro, es eminentemente influenciable. Quiere ser libre, pero precisamente esta

140

sensación de que goza de libertad lo hace más manipulable. Deberá pues estar al acecho, no para desconfiar de todo y de todo el mundo, sino para preguntarse por los límites de lo que le parece aceptable. ¿Qué le conviene, qué rechaza? ¿Cómo detectar sus propias derivas para saber en qué momento se vuelve él mismo abusivo? Abramos los ojos para no caer en las trampas que nos tienden, eduquemos a nuestros hijos y procuremos denunciar lo más objetivamente posible los manejos abusivos, guardándonos de acusar de forma arbitraria a tal o cual persona o grupo de personas. Los tiempos han cambiado, los excesos han provocado hastío, la inseguridad se ha instalado junto con la crisis económica y financiera, el miedo a las catástrofes, a las epidemias, a los riesgos medioambientales. Tras la euforia de la liberalización ha llegado el desencanto. Nuestros contemporáneos han perdido su espontaneidad. Se han vuelto desconfiados, se repliegan en sí mismos, ya no se ilusionan con los discursos políticos. Tienen la sensación de haber sido engañados. Los que inicialmente se dejaron fascinar por la vida de placer y lujo de algunos personajes mediáticos tal vez han comprendido que se había llegado demasiado lejos. El cambio social reciente iba en el sentido de la autonomía individual, pero ahora vemos que surge una mayor demanda de autoridad pública. Pero ¡cuidado!, la actual inflación del derecho no debe sustituir a un control interno. Si, en el momento en que escribo estas líneas, algunos grandes estafadores e impostores han sido detenidos, o quizás incluso condenados, es que los tiempos han cambiado. ¿Será este el comienzo de una mayor vigilancia?

141

142

Notas

[1] Jacub, Marcela, Le crime était presque sexuel et autres essais de casuistique juridique, París, Flammarion, 2003.

143

[2] Marzano, Michela, Consiento, luego existo: ética de la autonomía, Barcelona, Proteus, 2010.

144

[3] Mill, J. S., Sobre la libertad (1859), Madrid, Alianza Editorial, 1970.

145

[4] Fraisse, G., Du consentement, París, Le Seuil, 2007.

146

[5] Hart, H. L., Derecho, libertad y moralidad, Madrid, Dykinson, 2006. Citado por Michela Marzano.

147

[6] Según la comunicación de la AVFT (Asociación Europea contra la Violencia ejercida sobre las Mujeres en el Trabajo) de 18 de enero de 2010.

148

[7] Truc, O., Le Monde, martes, 8 de febrero de 2011.

149

[8] Coste, F., Costey, P., y Tangy, L., «Consentir: domination, consentement et déni», Tracés. Revue de sciences humaines (en línea), 14, 2008, 26 de enero de 2009.

150

[9] Fraisse, G., Du consentement, op. cit.

151

[10] Mathieu, N.-C., L’Arraisonnement des sexes, EHESS, 1985.

152

[11] Hirigoyen, M.-F., Mujeres maltratadas, Barcelona, Paidós, 2006.

153

[12] Kampusch, N., 3.096 días, Madrid, Aguilar, 2011.

154

[13] Mauss, Marcel, Ensayo sobre el don, Madrid, Katz Barpal, 2009.

155

[14] Un homme et son chien, de Francis Huster, con Jean-Paul Belmondo, Hafsia Herzi y Julika Jenkins.

156

[15] R. G. Kosfeld M., y otros, Nature, 2005, junio 2; 673, 676.

157

[16] La oxitocina es un pequeño péptido segregado por el hipotálamo que actúa a la vez como hormona y como neurotransmisor. Se ha demostrado que la oxitocina está implicada en el apego social: en el vínculo madre/hijo después del parto, en los vínculos entre macho y hembra tras el acto sexual, y también en la pasión amorosa.

158

[17] Janet, P., L’Automatisme psychologique, reeditado en 2005 por L’Harmattan.

159

[18] Breillat, C., Abus de faiblesse, París, Fayard, 2009.

160

[19] Joule, R.-V. y Beauvois, J-.L., Pequeño tratado de manipulación para gente de bien, Madrid, Pirámide, 2008.

161

[20] Casalfiore, S., Seminario del 20 de noviembre de 2003 de SOS-Sectes en Bruselas, La soumission librement consentie.

162

[21] Hirigoyen, M.-F., Mujeres maltratadas, op. cit.

163

[22] Shengold, L., Meurtre d’âmes. Le destin des enfants maltraités, Calmann-Lévy, 1998.

164

[23] Searles, Harold, L’Effort pour rendre l’autre fou, París, Gallimard, Folio Essais, 1977.

165

[24] Breillat, C., Abus de faiblesse, op. cit.

166

[25] Le Nouvel Observateur, 9 de junio de 2011, no 2431.

167

[26] Gardner, R. A., The Parental Alienation Syndrome, Creative therapeutics, Cress Kill NJ, 1992, 2ª edición, 1998.

168

[27] Goudart, B., Le Syndrome d’aliénation parentale, Tesis de medicina presentada el 22 de octubre de 2008 en la Universidad Claude-Bernard, Lyon I.

169

[28] DSM-V. Manual de clasificación internacional de las enfermedades mentales (en curso de redacción, que aparecerá en 2013), American Psychiatric Association.

170

[29] Citado por Benoît van Dieren durante una reunión en Florencia en abril de 2009 con N. Areskong, E. Bakalar, W. Bernet, P. Bensoussan, W. Boch, C. Dum, A. Hannuniemi, U. Kodjoe y O. Odinetz.

171

[30] Van Dieren, B., coloquio celebrado el 28 de septiembre de 2002 en Bruselas por iniciativa de la École des Parents et des Éducateurs.

172

[31] Brodeur, J., .

173

[32] Olweus, D., Bullying at School.

174

[33] Un sondeo efectuado en 2011 para la CNIL (Comisión Nacional de Informática y Libertades), la UNAF (Unión Nacional de Asociaciones Familiares), Acción Inocencia (Preservar la dignidad y la integridad de los niños en Internet). Visible en .

175

[34] Hirigoyen, M.-F., El acoso moral, Barcelona, Paidós, 1999.

176

[35] Deutsch, H., «Un type de pseudo-affectivité (“comme si”)», en Les «comme si» et autres textes, Le Seuil, 2007.

177

[36] Khan, M., «Rôle de la volonté et du pouvoir», en Figures de la perversion, Gallimard, 1981, Alienation in Perversions, 1979.

178

[37] Zuckerman, M., Bone, R. N., Neary, R., Mangelsdorff, D., Brustman, B., «What is the sensation seeker? Personality trait and experience correlates of the sensation seeking scales», en Journal of Consulting and Clinical Psychology, 39, 1972, págs. 308-321.

179

[38] Paulhan, J., Du bonheur dans l’esclavage, prefacio a Histoire d’O, de Pauline Réage, Jean-Jacques Pauvert, 1954.

180

[39] Carton, S., «La recherche de sensations: quel traitement de l’émotion?», Psychotropes, 2005, 3, vol. 11, págs. 121-144.

181

[40] Breillat, C., Abus de faiblesse, op. cit.

182

[41] Idem.

183

[42] Hirigoyen, M.-F., El acoso moral, op. cit.

184

[43] Freud, S., «Psicología de las masas», en Obras completas, tomo I, Madrid, Biblioteca Nueva, 1967.

185

[44] Grimaldi, N., Une démence ordinaire, PUF, 2009.

186

[45] Hirigoyen, M-F., postfacio a Une histoire de harcèlement, J. J. Millás, 2006, Galaade Éditions.

187

[46] Según un comunicado del 7 de marzo de 2011 de la AVFT (Asociación europea contra la Violencia ejercida sobre las Mujeres en el Trabajo).

188

[47] AVFT: Comunicado del 7 de marzo de 2011.

189

[48] Miviludes, La Protection des mineurs contre les dérives sectaires, La documentation française, 2010.

190

[49] Maes, J.-C., Emprise et manipulation, peut-on guérir des sectes?, Bruselas, De Boeck, 2010.

191

[50] Maes, J.-C., Emprise et manipulation, peut-on guérir des sectes?, op. cit.

192

[*] La autora se refiere al concepto psicoanalítico del «complejo de castración», vinculado al complejo de Edipo, que según Freud es una fase natural del desarrollo de la psique humana. En este caso, la influencia sectaria impide la integración natural de esa etapa en la psicología del adepto, lo cual puede traducirse en una relación de odio hacia sus progenitores. (N. del ed.)

193

[51] (Union Nationale des Associations de Défense de Familles et de l’Individu Victimes de Sectes).

194

[52] (Mission Interministérielle de Vigilance et de Lutte contre les Dérives Sectaires).

195

[53] Según la página web de la Unadfi.

196

[54] American Psychiatric Association, DSM-IV. Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, Barcelona, Elsevier Masson, 1995.

197

[55] Racamier, P.-C. «Pensée perverse et décervelage», Gruppo 8, secret de famille et pensée perverse, Apsygée, 1992.

198

[56] Según la página web de C. Rocancourt.

199

[57] Breillat, C., Abus de faiblesse, op. cit.

200

[58] Choderlos de Laclos, P., Las amistades peligrosas, Madrid, Espasa, 2000.

201

[59] Hirigoyen, M.-F., op. cit.

202

[60] Orwell, G., 1984, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1999.

203

[61] Breillat, C., Abus de faiblesse, op. cit.

204

[62] Idem.

205

[63] Hustvedt, S., Elegía para un americano, Barcelona, Anagrama, 2010.

206

[64] Williams, T., Un tranvía llamado deseo (1947).

207

[65] Raspe, R. E., El Barón de Münchhausen, Madrid, Anaya, 2000.

208

[66] Carrère, E., El adversario, Barcelona, Anagrama, 2011.

209

[67]

210

[68] Hirigoyen, M.-F., El acoso moral, op. cit.

211

[69] Ben Jelloun, T., Le Monde, sábado 1, domingo 2 y lunes 3 de enero de 2011.

212

[70] Racamier, P.-C., «Pensée perverse et décervelage», Gruppo 8, op. cit.

213

[71] Choderlos de Laclos, P., Las amistades peligrosas, op. cit.

214

[72] Green, A., Introducción a Khan, M., Le Soi caché, Gallimard, 1976.

215

[73] Godley, W., «Sauver Masud Khan», PUF, Revue française de psychanalyse, 2003/3, vol. 67.

216

[74] Hopkins, L. B., «L’Analyse de Masud Khan par D. W. Winnicott: une étude préliminaire des échecs de l’utilisation de l’objet», PUF, Revue française de psychanalyse, 2003/3, vol. 67.

217

[75] Grove, A., Seuls les paranoïaques survivent, Village mondial, 1997.

218

[76] Mijolla-Mellor, S., La Paranoïa, PUF, Que sais-je?, 2007.

219

[77] Montesquieu, Cartas persas (1721), Carta 4, Madrid, Alianza, 2000.

220

[78] Ben Jelloun, T., Le Monde, sábado 1, domingo 2 y lunes 3 de enero de 2011.

221

[79] Gatinois, Cl. y Van Renterghem M., Le Monde, sábado, 20 de febrero de 2010.

222

[80] Arendt, H., Sobre la violencia, Madrid, Alianza, 2011.

223

[81] Dumay, J.-M., «Mentir pour entreprendre», Le Monde magazine, 5 de junio de 2010.

224

[82] Marzano, M., Extension du domaine de la manipulation, Grasset, 2008.

225

[83] Orwell, G., 1984, op. cit.

226

[84] Freud, S., El malestar de la cultura, traducción de Ramón Rey Ardid, Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968, vol. III, pág. 37.

227

[85] Ehrenberg, A., La Fatigue d’être soi, Odile Jacob, 1998.

228

[86] Chabert, C., «Les fonctionnements limites: quelles limites?», en Les États limites, PUF, 1999.

229

El abuso de debilidad Marie-France Hirigoyen No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal) Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Título original: Abus de faiblesse et autres manipulations Publicado en francés por Éditions Jean-Claude Lattès © del diseño de la portada, Compañía, 2012 Imagen de cubierta © Chema Madoz, VEGAP, Barcelona, 2012 Procedencia de la imagen: Banco de Imágenes VEGAP © Éditions Jean-Claude Lattès, 2012 © de la traducción, Núria Petit Fontserè, 2012 © de todas las ediciones en castellano Espasa Libros, S. L. U., 2012 Paidós es un sello editorial de Espasa Libros, S. L. U. Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España) www.planetadelibros.com Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre 2012 ISBN: 978-84-493-2779-7 (epub) Conversión a libro electrónico: Víctor Igual, S. L. www.victorigual.com

230

Índice Introducción Capítulo I. Abuso de debilidad y manipulación 1. Del consentimiento y de la libertad El consentimiento La donación La confianza 2. De la influencia a la manipulación Convencer o persuadir La seducción La influencia La manipulación La dominación 3. Las leyes El código de consumo El sometimiento psicológico

3 13 14 14 19 22 24 24 25 26 27 32 37 38 39

Capítulo II

42

1. Las personas vulnerables, mayores o discapacitadas Los abusos financieros El maltrato Las medidas de protección 2. El abuso de debilidad sobre los menores La alienación parental Las influencias externas 3. Hacia el sometimiento psicológico Un asesinato por persona interpuesta ¿Manipulados/as o manipulables? 4. El sometimiento amoroso o sexual 5. La dominación de las sectas

Capítulo III

43 43 49 49 56 56 72 77 77 83 90 101

107

1. ¿Quiénes son los manipuladores? De los fallos en la autoestima a la megalomanía Seductores y finos estrategas

231

108 110 110

2.

3. 4.

5.

Mentiras y lenguaje perverso Necesidad del otro y cómo pegarse a él Ausencia de sentido moral Los mitómanos El poder de seducción de los mitómanos Hacerse la víctima para existir Mentiras que acaban mal Unas consecuencias dramáticas para el entorno Los timadores Los perversos narcisistas La seducción La vampirización La desresponsabilización Las transgresiones Un psicoanalista perverso narcisista: Masud Khan Los paranoicos El carácter paranoico Las variantes caracteriales El delirio paranoico

A modo de conclusión Notas Créditos

112 113 114 115 117 118 119 120 122 124 124 125 125 126 126 129 129 130 131

133 143 230

232
El Abuso de Debilidad Y Otras Manipulaciones - Marie-France Hirigoyen

Related documents

9 Pages • 1,265 Words • PDF • 883.2 KB

4 Pages • 2,063 Words • PDF • 37 KB

249 Pages • 70,638 Words • PDF • 1.9 MB

22 Pages • 11,215 Words • PDF • 896.4 KB

106 Pages • 51,988 Words • PDF • 699.6 KB

37 Pages • 11,646 Words • PDF • 446.3 KB

1 Pages • PDF • 307.7 KB

279 Pages • 111,158 Words • PDF • 2.5 MB