De la conquista del mundo a la conquista de si mismo

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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE Vicerrectoría de Comunicaciones y Educación Continua Alameda 390, Santiago, Chile [email protected] www.edicionesuc.cl

PSICOLOGÍA DEL ADULTO DE LA CONQUISTA DEL MUNDO A LA CONQUISTA DE SÍ MISMO M. Consuelo Undurraga Infante Con la colaboración de Magdalena Lacalle U., Jessy Zumaeta V. Claudio Araya V. y Tania Payá R. © Inscripción Nº 200.470 Derechos reservados enero 2011 ISBN Nº 978-956-14-1183-8 Primera edición Diseño: Trinidad Montero B. Impresor: Andros Impresores CIP - Pontificia Universidad Católica de Chile Undurraga, Consuelo. Psicología del adulto: de la conquista del mundo a la conquista de sí mismo / Consuelo Undurraga Infante; con la colaboración de Magdalena Lacalle U. … [et al.]. Incluye bibliografía. 1. Edad adulta - Aspectos psicológicos. 2. Psicología evolutiva. I. Lacalle Undurraga, Magdalena. 2010 155.6+ddc22 RCAA2

Con la colaboración de Magdalena Lacalle U. Jessy Zumaeta V. Claudio Araya V. Tania Payá R.

A mis padres, que me dieron la vida. A Sebastián, que en ella me acompaña. A nuestros hijos que la conquistan. Y a nuestros nietos, que la descubren y nos llenan de alegría.

ÍNDICE

PRÓLOGO

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EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ Ser adulto ¿Cuándo comienza la adultez? Teorías psicosociales de la adultez Etapas de la adultez Bibliografía del capítulo

13 15 17 18 36 39

LA ADULTEZ JOVEN O TEMPRANA La adultez temprana La salud del adulto joven La adultez joven desde la mirada psicosocial Elección de pareja El desarrollo de la pareja La pareja estable Separación y divorcio Maternidad y paternidad Los padres y madres en las diferentes etapas de la paternidad/maternidad Ciclo vital familiar La amistad La inserción laboral del adulto joven Salud mental y trabajo El desempleo y sus consecuencias Bibliografía del capítulo

41 45 46 46 49 53 55 57 60 63 64 66 67 72 73 75

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LA ADULTEZ MEDIA La adultez media o mediana edad Los procesos biológicos de la mitad de la vida La menopausia La andropausia Las teorías psicosociales del desarrollo adulto Temas importantes en la adultez media Las relaciones de amistad El mundo del trabajo en la mediana edad Bibliografía del capítulo

77 80 81 82 85 86 90 96 96 98

LA ADULTEZ MAYOR Demografía de un cambio social Valoración social de la vejez Algunos conceptos Variadas formas de transitar la adultez mayor Los principales cambios en la adultez mayor Los cambios cognitivos en la adultez mayor Teorías sobre el envejecimiento La abuelidad La jubilación La salud mental del adulto mayor El duelo Bibliografía del capítulo

101 105 106 107 108 110 113 115 123 124 127 129 135

Bibliografía general

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PRÓLOGO Desde tiempos remotos hombres y mujeres han observado con atención lo que sucede en el devenir de lo que llamamos el desarrollo individual de los seres humanos. Filósofos, médicos, historiadores y mucho más tarde psicólogos, han aspirado a desentrañar las transformaciones que las personas experimentan a lo largo del ciclo de la vida.Y con diversos y variados fines: conocimiento, desarrollo personal, desarrollo religioso, manejo político. Un ejemplo lo constituye lo decretado por el autoritario presidente de Turkmenistán, Saparmurat Nizayov, quien determinó la existencia de un nuevo ciclo vital, en el que la infancia terminaría a los 13 años y la adolescencia a los 25. Después en la edad adulta, se daría una fase profética (entre los 49 y 61 años) y una fase inspiradora (entre los 61 años y los 73 años). ¡La vejez no empezaría sino hasta los 85 años!1 En las ciencias sociales, y en las ciencias de la salud, se reconoce que los individuos pasan en esta vida por varios momentos claramente distinguibles: la lactancia, la infancia, la adolescencia y la adultez. El objetivo central de este libro es poner a disposición del lector, los principales conocimientos relativos a la psicología del desarrollo adulto. Interesa presentar y analizar en particular, las transformaciones que vive la persona a través de su vida adulta. Si bien este trabajo no pretende recopilar exhaustivamente todos los aportes de la psicología al estudio y comprensión de la adultez, el lector contará con las principales contribuciones teóricas y los consensos con que se cuenta actualmente. En el texto se considera a la adultez desde una perspectiva bio-psicosocial, es decir, se asume que el individuo es un ser complejo, con dimensiones biológicas, psicológicas y sociales que se interrelacionan e influencian. Hay consenso en destacar en el período de la adultez, tres grandes momentos o etapas: la del joven adulto, la de la mitad de la vida y la de la adultez mayor o 1 Diario El Mercurio, 22 de diciembre de 2006. 11

CONSUELO UNDURRAGA I.

tardía. El paso entre cada una de esas etapas se caracterizaría por menor estabilidad y menor bienestar psicosocial. En un primer capítulo del texto, “El estudio de la adultez”, se sintetizan las principales teorías que tratan el tema, destacando algunos autores y su obra. En los capítulos siguientes, se describe sistemáticamente cada una de las etapas antes señaladas: la adultez joven, la adultez media y la adultez mayor. Se consideran las principales características biológicas, psicológicas y sociales de las personas que se encuentran en esos momentos de la vida, y los temas relevantes que interesan particularmente en cada período. Por ejemplo, el tema de la paternidad y maternidad en la adultez joven; el de la jubilación en la adultez media; el de las mayores pérdidas y duelos en la adultez mayor. Cada uno de estos capítulos es antecedido por un texto personal de la autora, que ilustra alguna vivencia particular, propia de ese momento del ciclo vital. El texto que se presenta es un todo lógicamente articulado, en el que cada capítulo es también una unidad en sí misma, que puede ser leída de manera independiente. Este libro es el fruto de más de veinte años de investigación y docencia. Está particularmente dirigido a personas que se interesan por conocer la psicología del adulto en desarrollo, así como los desafíos que conlleva. Puede atraer particularmente a profesionales que requieren en su quehacer diario de conocimientos sobre el ciclo vital del adulto: profesionales de la salud como médicos, matronas, enfermeras. Asimismo puede serles de utilidad a profesionales de la educación: educadores, monitores, encargados de capacitación. Y evidentemente a profesionales de las ciencias sociales: psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales. Igualmente podrá interesar al lector motivado por temas de psicología, autoconocimiento y desarrollo personal.

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EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Hasta hace algunas décadas el conocimiento sobre la vida adulta estaba marcado tanto por una gran opacidad como por una visión estática. Se pensaba que alrededor de los 20 años, la persona completaba su desarrollo fisiológico y llegaba a su apogeo en el plano psicológico, y de ahí en adelante se creía que había pocos cambios relevantes. Hoy es generalmente aceptado que la vida adulta es variada, compleja y que presenta metamorfosis importantes dignas de estudiar. Se concibe además el comportamiento y la personalidad de los adultos de una manera mucho más dinámica. Se estudia la adultez en su conjunto y se trata de comprender desde variadas perspectivas, las que a su vez destacan diversos aspectos de esta realidad. A nivel de público general, ayudó a este cambio de mirada, el trabajo de la periodista norteamericana Gail Sheehy (1976), quien en sus libros, que fueron grandes éxitos editoriales, puso en evidencia su propia experiencia, así como innumerables entrevistas que mostraban distintas transformaciones propias de este período de la vida. Ahora podemos decir que se acumulan alrededor de setenta años de trabajos, que dan cuenta de este tiempo vital. La mayoría de ellos provienen de América del Norte y de Europa. Numerosos investigadores se han dedicado al estudio de la adultez a partir de enfoques muy variados, constatando resultados de investigaciones dispersos y escasas monografías. Las publicaciones se hacen generalmente en forma de artículos en revistas o como contribuciones a trabajos colectivos, los que generalmente carecen de integración y, cualquiera sea su formato, reflejan a menudo una disparidad de miradas y conocimientos (Van de Plass-Holper, 1998). El objetivo de este libro es presentar una visión general sobre el tema de la vida adulta, en la que se privilegian aquellos conocimientos que en la actualidad son ampliamente reconocidos y aceptados. La perspectiva en que se encuadra es la 13

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denominada perspectiva del ciclo de vida, es decir, aquella que considera central la dimensión temporal para analizar la vida de las personas. Para la perspectiva del ciclo vital (life span perspective, life course perspective), el desarrollo humano se concibe como un proceso que se extiende durante toda la vida. Su estudio busca describir esta realidad, destacando el o los esquemas, el o los acontecimientos, que muestran el proceso que va del nacimiento a la muerte. Implica también considerar el tiempo en tres dimensiones: un tiempo individual, un tiempo histórico y un tiempo social. El desarrollo de una persona se daría en relación a tres ejes temporales: el de su nacimiento, el de la historia en que éste se dio y el de la sociedad en que vive (Houde, 1986). Desde esta mirada, el curso de la vida de los individuos está inmerso y es moldeado por el tiempo y el lugar histórico en que evolucionan a lo largo de sus vidas. Además, lo impactan una sucesión de transiciones y eventos que se relacionan con el momento específico en que estos ocurren. No es lo mismo haber tenido 20 años en Europa, en los años treinta, en plena guerra mundial, que haber tenido los mismos 20 años en Chile, en la década de los cincuenta. Igualmente las vidas de unos y otros contemporáneos se entrelazan creando interdependencias, y las influencias sociales e históricas se expresan a través de una red de relaciones compartidas. Para la perspectiva del ciclo vital es también de gran importancia considerar que los individuos construyen su propio curso de vida, a través de las elecciones y acciones que emprenden en el marco de las oportunidades y restricciones que les imponen sus circunstancias históricas y sociales. En otras palabras, en la perspectiva del ciclo vital, el foco de estudio son los individuos, considerando de manera relevante su entorno histórico y social. El propósito de la psicología del ciclo vital es lograr generar conocimientos acerca de los principios generales del desarrollo durante la vida, acerca de las diferencias y similitudes interindividuales en el desarrollo, y del grado y condiciones de plasticidad del desarrollo. De acuerdo a Muir & Slater (2000), la psicología del ciclo vital se puede definir como la disciplina que intenta describir y explicar los cambios que ocurren –en el tiempo– en el pensamiento, comportamiento, razonamiento y funcionamiento de una persona, considerando sus determinantes biológicos y las influencias individuales y ambientales. Considera que la persona nunca deja de desarrollarse y transformarse, siendo la vejez también un momento de transformaciones.Tiene su fundamento material, en la exploración cada vez más precoz de la embriogénesis y en el sorprendente aumento de la esperanza de vida. Las transformaciones de la persona a lo largo de la vida son complejas y esencialmente relacionadas con la herencia, la maduración, el aprendizaje, la interacción social y los cambios permanentes de esta interacción (Bideaud, 1993). 14

PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Como se puede apreciar, la definición del desarrollo del ciclo vital es muy amplia, y su alcance muy extenso, razón por la cual es común que se distingan distintas dimensiones. En este trabajo tendremos en consideración las siguientes: s Desarrollo físico. Se refiere al componente biológico de la persona, incluyendo las estructuras y sistemas, como el cerebro y el sistema nervioso, los músculos y los sentidos.Y las llamadas necesidades básicas: alimento, bebida, sueño. s Desarrollo cognitivo. Se refiere al desarrollo relacionado con la forma en que el crecimiento y los cambios en la capacidad intelectual influyen en la conducta del individuo. s Desarrollo de la personalidad y social. Destaca las características perdurables que distinguen a una persona de otra, y la manera en que las relaciones sociales interaccionan, evolucionan y cambian a lo largo de la vida. Considerar estas dimensiones significa percibir el desarrollo desde una perspectiva biopsicosocial, en la cual los aspectos biológicos están íntimamente implicados con los afectivos y los sociales. Al diferenciarlos, solo se pretende destacar algunas características específicas y visualizar su complejidad, a la vez que aprehender el objeto de estudio de un modo razonablemente ordenado. Sin embargo, hay que considerar que ninguna de estas dimensiones existe de manera aislada, se expresa en una constante interacción entre las distintas áreas, influyéndose unas a otras. Por ejemplo, la dimensión biológica tiene repercusiones y es condición de posibilidad para los cambios que se darán en el área cognoscitiva. Es lo que algunos autores han llamado la imbricación de los distintos aspectos del desarrollo. La perspectiva del ciclo de vida, entonces, será el enfoque global que se asumirá en este libro. Considera que el adulto que se estudia es un ser dinámico, complejo, que se puede entender desde múltiples perspectivas y dimensiones. Es esencialmente un ser biológico, pero también un ser histórico y social, fruto de su tiempo y circunstancias, con posibilidades de diseñar su destino.

Ser adulto El diccionario de la Real Academia Española (2001) define al adulto como alguien que ha llegado a su mayor crecimiento o desarrollo. Esta definición implica alcanzar los límites del desarrollo físico y reproductivo, pero de acuerdo a Rice (1997), esta afirmación por sí sola es inadecuada, ya que actualmente en la cultura occidental es en la adolescencia donde la persona alcanza su estatura, fuerza y ser sexual maduros. 15

CONSUELO UNDURRAGA I.

Dependiendo de la mirada que se asuma, ser adulto significará cosas distintas. Para un niño, ser adulto puede significar tener ciertas licencias y beneficios. Para la mirada de un adolescente, ser adulto puede significar liberarse del control de los padres y tener pertenencias materiales, en cambio para el mismo adulto puede significar asumir ciertas responsabilidades y tareas. La definición de qué es ser adulto depende en gran medida de quién la realice. Definir lo que se considera un adulto puede ser una tarea compleja, aunque se asume, de modo general, que un adulto es aquel que se percibe como tal y es percibido de la misma forma por su entorno social. Para precisar el concepto, y siempre en términos generales, habría por lo menos que tener en cuenta las dimensiones a las que se aludía más adelante. Considerando la dimensión biológica, para ser calificado como un adulto, la persona tendría que haber terminado su desarrollo físico y ser capaz de reproducirse. En lo referente a la dimensión emocional, se esperaría que la persona tuviera cierto grado de control personal y una adecuada tolerancia a la frustración; además, que haya superado la dependencia infantil con sus padres. Si se tiene en cuenta la dimensión social, no basta con que la persona se sienta adulta, ya que tiene que ser percibida como tal en el medio en que se desenvuelve. Cada sociedad tiene sus propios indicadores para marcar el inicio de la adultez; convertirse en adulto es un proceso especialmente complejo en las sociedades pluralistas y modernas. La socialización, entendida como el aprender y adoptar normas, valores, expectativas y roles sociales requeridos por un grupo particular, es una parte importante del proceso de convertirse en adulto (Rice, 1997). Mediante la socialización la persona va asumiendo roles proporcionados por la cultura. En la cultura occidental tienen lugar numerosos ritos de transición antes de alcanzar la etapa adulta, y se incluyen en ellos ritos religiosos, pruebas para obtener la licencia de conducir o ceremonias de graduación. La vida adulta está fundamentalmente marcada por hitos o acontecimientos sociales, por demandas y exigencias que surgen de la inserción en la sociedad y el cumplimiento de los roles que en ella se asignan. Transformarse en adulto implica, además de haber alcanzado un determinado nivel de maduración biológica, asumir ciertas tareas que la sociedad espera. Esto no siempre es posible, dadas las dinámicas políticas económicas y sociales que marcan las sociedades. Esta dificultad la expresa con claridad Boutinet (1998) en la siguiente cita: “En nuestra sociedad industrial en expansión, el adulto se piensa como una perspectiva, como una madurez vocacional nunca adquirida, siempre 16

PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

por conquistar. El advenimiento de la sociedad post industrial y su cortejo de precariedades y desregulaciones, ha transformado a la edad adulta de perspectiva en problema, generando el problema de una inmadurez engendrada por circunstancias frustrantes, que transforman en vulnerables y riesgosos los itinerarios de la vida adulta” ( Boutinet, 1988, p. 11.Traducción de la autora). Este autor subraya que el deseo de ser adulto, que engendraba en sí una promesa en generaciones anteriores, hoy es sinónimo de precariedad y de vulnerabilidad. Todo ello por las grandes dificultades que encuentran los jóvenes para cumplir los criterios sociales de todo adulto, es decir, encontrar un trabajo que le permita insertarse en la sociedad, ser reconocido por ello, y solventar sus gastos de subsistencia. Aparte de las dimensiones anteriores, en la consideración del momento en que se es adulto, es necesario tener en cuenta la dimensión legal, la que basada esencialmente en el criterio cronológico, considera ciertas características de las personas en una determinada edad. La ley busca precisar cuáles son los derechos y responsabilidades de los adultos, para lo cual establece edades cronológicas en la que se alcanzan determinados derechos y se asumen responsabilidades, que se pueden asociar al estatus de adulto. En Chile, de acuerdo a lo indicado por la Constitución Política de la República de Chile, tienen derecho a voto quienes hayan cumplido los 18 años. Sin embargo, la Ley 20.084, de responsabilidad penal de los adolescentes, establece la responsabilidad penal a partir de los 14 años. Siguiendo también este criterio basado esencialmente en la edad, la Constitución de la República de Chile limita las posibilidades de ser integrante de la Cámara de Diputados a quienes tengan más de 21 años, mientras que para optar a ser Presidente o senador de la República se requiere una edad mínima de 35 años.

¿Cuándo comienza la adultez? Desde una mirada psicosocial, existen diversos criterios para determinar el comienzo de la vida adulta. Es importante destacar que cada uno de ellos puede tener mayor o menor relevancia, dependiendo de la cultura en la cual el adulto se desenvuelva. En el siguiente cuadro se presentan algunos de los criterios utilizados para marcar el inicio de la edad adulta, así como el indicador utilizado.

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CONSUELO UNDURRAGA I.

Criterios utilizados para marcar el inicio de la vida adulta Criterio

Indicador

Cronológico

Desde los 20 años en adelante.

Biológico

Cuando la persona alcanza la madurez sexual.

Cognitivo

Desde el momento en que la persona alcanza un pensamiento de tipo formal.

Legal

Desde que la persona tiene edad para votar, sacar licencia de conducir y tiene completa responsabilidad de sus acciones ante la justicia.

Sociológico

Desde que la persona encuentra su primer trabajo y/o comienza a formar su propia familia.

Se puede concluir entonces que los rangos de edad utilizados para marcar la adultez varían enormemente, dependiendo de los criterios que una sociedad considere relevantes y prioritarios.

Teorías psicosociales de la adultez En la perspectiva del desarrollo del curso de la vida, numerosos autores han elaborado teorías sobre la adultez. El cuerpo de conocimiento que se ha constituido muestra hoy una rica diversidad. Esta diversidad depende de múltiples factores, entre los cuales se puede destacar el momento histórico en que surge la teoría, la biografía, la formación científica e intereses de los autores y el desarrollo de métodos y técnicas de investigación. Dado el objetivo de este libro, se presentarán solo aquellas teorías ampliamente reconocidas y consideradas de importancia a través de los años. Teorías que han mostrado su poder y que han sido fuente de inspiración para los estudiosos en épocas posteriores. Entre ellas se destacarán aquellas que describen la mayoría de los cambios que se manifiestan a lo largo del tiempo, y en varias áreas del desarrollo, estableciendo además interrelaciones entre ellas. No se considerarán por tanto aquellas teorías que aunque han enriquecido enormemente el conocimiento sobre la adultez, han privilegiado solo algunas de las dimensiones de ésta. Es decir, no 18

PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

se presentan teorías que focalizan sobre una sola dimensión del ciclo vital. En los capítulos que abordan cada una de las etapas de la adultez, se relevarán algunas de ellas. No interesa establecer discusiones teóricas sobre el tema de la adultez, sino presentar de manera sistemática los conocimientos acumulados en este tema, esencialmente en el campo de la psicología. En el conjunto de las teorías psicosociales actuales referidas al desarrollo adulto, se pueden observar dos grandes corrientes: las que destacan el tema de la personalidad –lo estructural– y aquellas que se centran en los sucesos o eventos que marcan la vida de las personas. Las teorías que se centran en el foco de la personalidad, privilegian lo que llaman un principio integrador del individuo, que regula las interacciones con el ambiente. Las teorías centradas en eventos priorizan los aspectos psicosociales observables, que en general se refieren a tareas que la sociedad espera que cumpla una persona para darle el estatus de adulto. El siguiente cuadro entrega algunos datos al respecto.

Teorías psicosociales de la adultez (basado en Houde, 1986) Tipo de teorías

Estructurales

Observables

Características

Se fundamentan en el desarrollo del self (“sí mismo”), en la expansión del yo

Se basan en los sucesos y tareas que se dan en la vida

Origen

Europa

Estados Unidos de América

Principales exponentes

Erik Erikson Carl G. Jung

Daniel Levinson Charlotte Bühler Robert Havighurst Roger Gould

De acuerdo al tiempo en que se desarrollaron, también se puede hacer un paralelo entre las teorías precursoras o pioneras y las teorías contemporáneas, cada cual con sus principales representantes. Se ilustra lo anterior en la siguiente tabla.

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CONSUELO UNDURRAGA I.

Comparación entre teorías precursoras y contemporáneas Teorías

Autores

Precursoras

C. Jung, Ch. Bühler, E. Erikson, R. Havighurst

Contemporáneas

D. Levinson, R. Gould, G.Vaillant

Asimismo es posible ubicar a los distintos autores y sus teorías a lo largo de un continuo, que tiene en cuenta el foco de atención de éstas. El continuo se extendería desde el polo de las teorías que se consagran al estudio de los aspectos más estructurales, como la personalidad, hasta el polo en que se ubican aquellas que se focalizan sobre situaciones o eventos psicosociales que marcan la biografía de las personas. Estas serían manifestaciones más fácilmente observables. Los distintos polos de las teorías psicosociales de la adultez Basado en Houde (1986)

Jung Bubler Erikson Levinson Havigurst

Polo estructural

Polo de eventos

A continuación, y de manera sucinta, se presentarán algunos autores de destacada trayectoria, sintetizando los principales elementos de su teoría. Al final del capítulo se propone una bibliografía que permite profundizar en algunos de los temas presentados.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Carl Gustav Jung (1875-1961) Carl Gustav Jung, gran psiquiatra suizo, estudió medicina en la Universidad de Basilea e inició su actividad a principios del siglo XX, en la clínica de psiquiatría de la Universidad de Zurich, de la cual fue luego médico director. Tuvo una formación científica y cultura vastísima, siendo discípulo de ilustres clínicos como Pierre Janet, Eugene Bleuler, y también de Sigmund Freud, con el que a lo largo de los años tuvo importantes diferencias teóricas. Se puede considerar que Carl Jung es el primero que se interesa en lo que le sucede al individuo a lo largo de toda la vida, ya que hasta el momento en que desarrolla su trabajo, el foco había estado puesto esencialmente en el desarrollo del niño. Jung esboza el camino que toda persona recorre desde su infancia hasta la muerte, y centra su estudio en el tema de la conciencia y en las manifestaciones del inconsciente. Central en el pensamiento de este autor es la idea de que al construir conciencia, construimos simultáneamente cultura, y esta construcción de cultura se va cristalizando en arquetipos, que se incluyen en una organización que compartimos con los miembros de la especie, a la que Jung llamó inconsciente colectivo.2 Jung defiende la tesis de la existencia de este inconsciente colectivo, en el cual estarían los arquetipos, los que como su etimología lo indica,3 serían tipologías de las nociones psicológicas humanas comunes más primitivas. Según Jung, la personalidad está compuesta por un átomo nuclear, que denomina sí mismo, el guía interior de la personalidad; el ego, que correspondería a una pequeña parte de la psique y representaría la ventana a los contenidos conscientes. Para este autor, el gran desafío del desarrollo de la vida de una persona consiste en afrontar con valentía lo que él denominó el proceso de individuación, que dura toda la vida y que permite ser autónomo. Opera en las cuatro etapas que Jung describe como partes del ciclo de vida: infancia, juventud, adultez y vejez, pero particularmente a partir del fin de la juventud. La individuación sería un proceso cuya finalidad es liberar el sí mismo por un lado de los envoltorios falsos 2

Para una presentación clara y sintética de la teoría de este autor, se puede consultar el trabajo del padre Juan de Castro:De Castro,J.(1995).Introducción a la psicología de Carl Gustav Jung.Santiago:Ed.Universidad Católica de Chile. Para profundizar en algunas de las distintas aristas de la vasta obra de Jung, se pueden ver los textos de Marie Louise von Franz, quien trabajó enormemente con el autor, y que muchas veces clarifica su pensamiento. 3 La palabra arquetipo proviene de la palabra griega arje, “elemento fundamental, principio, origen”, y tipo, “tipo, impresión o modelo”. Real Academia Española (2009). 21

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de la persona, y por otra de la fuerza sugestiva de las imágenes inconscientes, Jung (1979). El sí mismo sería el núcleo más íntimo de la psique y simboliza la reconciliación de los contrarios: materia-espíritu, hombre-mujer; generalmente en sueños se manifiesta bajo la forma de un sabio sacerdote o sacerdotisa. La persona, en los términos de Jung, sería la envoltura falsa o máscara que permite al individuo relacionarse con el mundo externo, y la sombra todo lo que una persona habría podido vivir pero que no ha vivido. La función de la sombra sería representar el lado opuesto del ego. Se manifestaría en sueños y mitos como una persona del mismo sexo que el soñante. Según Jung, el proceso de individuación es un proceso en que consciente e inconsciente se armonizan y los opuestos se reconcilian. Entre estos opuestos se encuentran los arquetipos correspondientes al principio masculino y femenino: el ánima y ánimus, respectivamente. El ánima es el arquetipo que representa el principio interno femenino, que tienen todos los hombres; se manifiesta en sueños adoptando la forma de una madre. Para ilustrar el devenir de la vida de una persona, Jung establece en su libro The stages of life (1933), un paralelo entre el curso de la vida y el curso diario del sol: “Por la mañana surge del mar nocturno del inconsciente y va paseando su mirada por el anchuroso y abigarrado mundo, en ámbitos cada vez más amplios a medida que sube en el horizonte. Con esta expansión de su campo de acción –que la ascensión va produciendo–, el sol se irá haciendo cargo de su misión y considerará que su fin último consiste en subir cada vez más, repartiendo con la mayor amplitud posible sus bendiciones. Con este convencimiento, el sol alcanza el cenit imprevisto, porque su existencia individual única no podía saber de antemano el punto de culminación. Desde las doce del mediodía comienza el descenso, y el descenso u ocaso es la recesión de todos los valores e ideales de la mañana. El sol se hace inconsecuente. Parece como si recogiera sus rayos. Luz y calor disminuyen progresivamente hasta la extinción total” (Jung, 1933, p. 228. Traducción libre de la autora). Para este autor: La infancia: es el alba La juventud: es la mañana La madurez: es el mediodía La vejez: es el atardecer

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

La infancia estaría dominada por el inconsciente y sería un momento de la vida en que no se es consciente de los propios problemas y se es un problema para los demás. La juventud en cambio revertiría esta situación, pues el joven se volcaría hacia el exterior, para hacer frente a los requerimientos de la vida. La juventud estaría dominada por el consciente. En ella la tarea central del individuo sería reconocer lo que le es propio y lo que le es ajeno; es la etapa de la diferenciación. En la madurez, o solsticio de la vida, el sujeto comienza a des-identificarse de la persona, es decir, de las máscaras sociales, a la vez que tiende a integrar los opuestos, entre otros a integrar el ánima y el ánimus. Una mayor individuación implica el sentimiento de integración y de expresión de todas las potencialidades. Para Jung, esta es una edad clave, ya que en ella el ser humano tiene la posibilidad de enfrentarse al proceso de individuación. Para Jung, en la vejez se daría un retraimiento. Poco importaría el grado de conciencia, siguiendo una tensión a la introversión. Esta sería una etapa en la que se es un problema para los demás. El aporte de Jung, muchas veces conceptualmente complejo de entender, se extiende, por cierto mucho más allá de estas distinciones, destacadas por su importancia en el estudio de la adultez. Su aporte es innegable en numerosos y diversos campos.

Charlotte Bühler (1893-1974) Charlotte Bühler, eminente psicóloga alemana, realizó sus estudios universitarios en diferentes instituciones, como las universidades de Friburgo, Berlín y Munich. Desarrolló sus investigaciones en el campo de la educación y la psicología infantil. Por sus aportes y publicaciones acerca de la autorrealización, se la considera una de las fundadoras de la psicología humanista. Charlotte Bühler realizó la primera investigación empírica sobre la adultez, estudiando 400 biografías. El enfoque utilizado en este trabajo fue marcadamente biológico, privilegiando el foco sobre ciertos patrones biológicos (como el de la capacidad de reproducción)., Bühler distinguió momentos del desarrollo: un tiempo de ascenso, otro de cima y luego uno de caída. Su teoría considera central lo que ella llama el cambio a lo largo de la existencia de los objetivos de vida.

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Según Bühler, las fases del desarrollo de una persona serían: 1. De 0 a 15 años. Infancia, es el período que precede a los objetivos de vida. 2. De 16 a 25 años. Aparece la posibilidad de reproducirse sexualmente, es un período de expansión y de tentativa para determinar los objetivos a alcanzar. 3. De 26 a 40 años. Es un momento de estabilización del crecimiento. Descriptivamente es también el tiempo de culminación del cumplimiento de objetivos. Es un período extremadamente activo y fecundo. 4. De 40 a 65. Para Buhler, es el tiempo de la pérdida de la capacidad de reproducción, y un período de autoevaluación y balance. 5. Después de los 65 años. Se constata un decaimiento biológico. Y es generalmente el fin de la vida activa. Es posible experimentar la sensación de satisfacción o fracaso, dependiendo de lo que se ha podido vivir. Se vivencia entonces una mayor presencia de la muerte. De acuerdo al modo de enfrentamiento en esta última etapa se puede: % Alcanzar la satisfacción y dejar fluir % Continuar luchando % Resignarse % Culpabilizarse Charlotte Bühler y Raymond Kühlen (1913-1967) trabajaron desde la misma perspectiva: centrados en los cambios de objetivos y motivaciones, y dando gran relevancia a los procesos biológicos. Kühlen, influenciado por la curva biológica del individuo, distingue en el desarrollo del adulto momentos de expansión y de contracción. La expansión alude a la realización, al poder, la creatividad y la actualización. Por el contrario, en la contracción se comprenden las pérdidas, al mismo tiempo que la tensión que se produce por la búsqueda de la felicidad. Lo que cambiaría a lo largo de la vida, para este autor, es la motivación. En la primera mitad de la vida, la motivación sería hacia el crecimiento o expansión; en la segunda mitad, predominaría la contracción, ligada a la amenaza y la ansiedad.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Erik Erikson (1902-1994) Sin duda es un gran teórico de la psicología del desarrollo, dedicó sus estudios y esfuerzos a describir la evolución de la personalidad del niño, del joven y del adulto. Su trabajo se llevó a cabo en gran parte en la Universidad de Harvard y posteriormente en la de Yale. Erikson tiene una mirada sistemática, articulada, fundada teóricamente en el modelo psicoanalítico, sobre todo el ciclo de la vida, considerando tanto los aspectos relativos a la personalidad como los sociales. Reconoce la importancia del mundo subjetivo, pero también la del entorno. Es un autor que, si bien se interesa en la construcción de la personalidad, considera de manera importante el ambiente social en que el individuo se desarrolla. Su teoría es dinámica y se basa en la confrontación y el conflicto entre opuestos. Para este autor, si la persona resuelve bien la crisis propia del momento de su desarrollo, experimentará bienestar psicosocial; si no la resuelve, o la resuelve de manera inadecuada, pospone el conflicto y altera el desarrollo, experimentando malestar. Para Erikson (1978), una crisis sería un punto crítico necesario, en el que el desarrollo toma una u otra dirección, acumulando recursos de crecimiento y diferenciación ulterior. En el modelo propuesto por este autor, el desarrollo de la personalidad se encuentra en función de secuencias, a las que llama estadios. Los estadios, que se organizan en un esquema determinado, implican cambios, pero también estabilidad. De la superación adecuada de cada estadio, depende la reestructuración del siguiente; es lo que se ha denominado una perspectiva epigenética. Los estadios de la vida están relacionados con procesos somáticos, así como con procesos psíquicos del desarrollo de la personalidad, la que siempre se desenvuelve en un contexto social determinado (Erikson, 1982). Un concepto estructurante de la teoría de Erikson es el de identidad. La identidad sería el resultado de tres procesos que interactúan continuamente en paralelo: el proceso biológico, el psicológico y el social. Para Erikson, es en la adolescencia cuando se empieza a construir verdaderamente la identidad, la que va evolucionando en la juventud y la adultez, siendo la vejez la culminación de la vida adulta. Erikson reconoce ocho estadios del desarrollo de una persona a lo largo de su vida, en cada uno de estos estadios estarían en juego polaridades específicas que serían el fundamento de las crisis que la persona debe superar. Este autor utiliza

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la palabra crisis desde un punto de vista evolutivo, no para designar un problema o una catástrofe, sino más bien para destacar un período crucial del desarrollo, en el que la vulnerabilidad de la persona se acrecentaría, así como también el desarrollo de nuevas potencialidades (Erikson, 1972). De la buena resolución de las crisis, dependería el logro de ciertas virtudes psicosociales. Los estadios del desarrollo según Erik Erikson, polaridades en juego y virtudes a lograr (Erikson, 1982)

Virtud psicosocial a alcanzar

Estadio Polaridades I

Confianza básica vs. Desconfianza

Esperanza, fe

II

Autonomía vs.Vergüenza y duda

Voluntad, determinación

III

Iniciativa vs. Culpa

Propósito, coraje

IV

Laboriosidad vs. Inferioridad

Competencia

V

Identidad vs. Confusión de identidad

Fidelidad, lealtad

VI

Intimidad vs. Aislamiento

Amor

VII

Generatividad vs. Estancamiento

Cuidado

VIII

Integridad vs. Desesperación

Sabiduría

La teoría de Erikson es una de las más conocidas y ha sido una de las más fecundas, tanto en el campo de la psicología como en el de la educación, y hasta ahora es un importante referente. Erikson destacó el hecho de que el crecimiento y el cambio continúan a lo largo del ciclo de la vida, y que éstos se pueden dar a través de toda la existencia, la que es en su totalidad dinámica y compleja. Hoy se alzan ciertas críticas que cuestionan los postulados de este autor. De acuerdo a Feldman (2007), la teoría de Erikson presenta un esquema fijo, demasiado rígido para condecirse con la fluctuante realidad. Sin embargo, a pesar de estas debilidades, su aporte al conocimiento del desarrollo adulto es enorme.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Bernice Neugarten (1916-2001) Psicóloga, investigadora, docente y escritora estadounidense, Bernice L. Neugarten ha sido definida como una de las pioneras en el campo del desarrollo adulto y del envejecimiento. Elaboró un importante cuerpo de conocimientos relativos al ciclo de vida, quizás menos conocidos y sistemáticos que los de Erikson. Neugarten considera que los cambios que se producen en la edad adulta están marcados fundamentalmente, por los sucesos de carácter social que actúan sobre ellos como catalizadores. Para ella, el desarrollo sería un conjunto de procesos de cambio que se realizan por interacción con el medio en que éste se desarrolla (Silvestre, N. et al., 1996). Los aportes de esta autora se pueden ubicar principalmente en dos planos: los relativos a la perspectiva del desarrollo y los que describen la psico-sociología del ciclo de vida. En relación a los primeros, Neugarten introduce algunos conceptos de gran relevancia: describe lo que es una perspectiva de desarrollo, clarifica las condiciones de los cambios que se manifiestan a lo largo de éste y precisa los que son característicos. Según su teoría, los cambios para que sean considerados propios del desarrollo deben describir las interacciones entre los organismos y el medio; implicar todas las dimensiones de éste y no solamente las biológicas; ocuparse de las interrelaciones entre cada una de ellas, como también destacar el orden en el que se manifiestan. La edad sería solo un punto de referencia. A lo largo del ciclo adulto, la persona pasaría desde una orientación exterior, en que está focalizada en el mundo que la rodea e intenta dominarlo), hacia una orientación interior, marcada por el repliegue sobre sí misma. Neugarten distingue el concepto de reloj biológico y el de reloj social. Este último se refiere a un tiempo social que ordena los sucesos de la vida: es el tiempo, por ejemplo, en que hombres y mujeres se casan, el tiempo en que crían a sus niños, el tiempo en que jubilan (Neugarten, 1976). El individuo nace en un punto marcado cronológicamente y se inscribe en una determinada sociedad, la que a su vez se inserta en un momento histórico, que influencia el funcionamiento de la sociedad. Estos indicadores, de orden social, sociocultural e histórico, además del biológico, serían esenciales para comprender el ciclo de vida. El marcador social tendría para Neugarten gran importancia, pues establecería los sucesos, socialmente esperables para los individuos en un período determinado de la vida. Los eventos de vida serían marcadores esenciales del desarrollo del

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individuo, distinguiéndose en ellos dos categorías: las normativas y las biográficas. Los eventos normativos son los socialmente esperables para una cohorte dada, en un momento dado (por ejemplo, que entre los 20 y los 30 años las mujeres se embaracen); los eventos biográficos son los determinados por el recorrido particular de cada individuo. En esta línea, se desarrollaron también los trabajos de Robert Havighurst.

Robert Havighurst (1900- 1991) Importante sociólogo, Robert Havighurst fue asimismo educador, prolífico escritor y comprometido ciudadano estadounidense. Al igual que Erikson, sigue un modelo epigenético, en el que son esenciales los eventos sociales que marcan la trayectoria de las personas. Su teoría del desarrollo privilegia la mirada sobre el desempeño del individuo en el mundo. Destaca como ningún otro autor lo había hecho, la importancia de la clase social en la resolución de las tareas de desarrollo, así como la relevancia de la inserción de la persona en la comunidad, el ser ciudadano, con deberes y derechos. Aunque sus aportes muchas veces parecen muy pragmáticos, marcados por una importante relación con la vida concreta, este autor considera también algunos aspectos de la personalidad, la que determinaría la manera particular en que se viven las etapas de la vida. Su concepto central es el de tareas de desarrollo, conjunto de habilidades y de competencias a poner en juego en distintas etapas del ciclo de la vida, antes de pasar a la etapa siguiente. La buena resolución de las tareas de una etapa afectaría la realización de las siguientes e influiría en el grado de satisfacción o insatisfacción de la persona. Para Havighurst, las fases del ciclo de vida adulto serían: s &ASEDELJOVENADULTODEAA×OS s &ASEDELAMITADDELAVIDADEAA×OS s &ASEDELAVIDAADULTAAVANZADADEA×OSENADELANTE Cada una de estas fases implicaría diversas tareas (Havighurst, 1972).

Adultez temprana. Durante la adultez joven la persona asume roles en función del reconocimiento y demandas sociales, flexibiliza los valores en consideración a la vida real y a las experiencias vividas, asume principios que orientarán el resto de la vida, así

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como importantes decisiones personales. Es una etapa de expansión de la personalidad en la que el individuo alcanzaría sus mayores logros, realizaciones y rendimientos. Las tareas del adulto joven, según Robert Havighurst serían: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Lograr la autonomía. Moldear una identidad. Desarrollar estabilidad emocional. Establecer y consolidar una carrera. Encontrar la intimidad. Convertirse en parte de grupos sociales compatibles y de la comunidad. Seleccionar una pareja y ajustarse al matrimonio. Establecer residencia y aprender a manejar un hogar. Convertirse en padres y criar a los hijos.

Adultez media. Sería un período exigente de la vida en la que las personas se encontrarían, en términos laborales, en la cúspide de la existencia. Es el momento en que se puede ejercer gran influencia social. Las tareas de desarrollo para los adultos medios serían: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Ajustarse a los cambios físicos de la mediana edad. Encontrar satisfacción y éxito en la vida profesional. Asumir la responsabilidad cívica y social de los adultos. Llevar a los niños a una vida adulta, feliz y responsable. Revitalizar el matrimonio. Reorientarse hacia los padres que envejecen. Reorientar los roles sexuales. Desarrollar redes sociales y actividades para disfrutar del tiempo libre. Encontrar un nuevo significado a la vida.

Adultez mayor. Para Havighurst es el período en que los límites de la existencia se hacen más evidentes. Las principales tareas serían: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Adecuarse a una salud que declina. Ajustarse a posibles bajas en los recursos económicos por la jubilación. Atenerse a nuevos roles de trabajo. Establecer condiciones adecuadas de vivienda y vida. Mantener la identidad y el estatus social. Encontrar compañía y amistad. 29

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7. Aprender a usar el tiempo libre de manera placentera. 8. Establecer nuevos roles en la familia. 9. Lograr la integridad mediante la aceptación de la propia vida. Se abordarán muchos de los temas relevados por Havighurst más adelante en los capítulos correspondientes a adultez joven, adultez media y adultez tardía.

Daniel Levinson (1920-1994) Se lo considera el padre de la psicología evolutiva del adulto contemporánea. Psicólogo social estadounidense y profesor de la Universidad de Yale, elabora una teoría que contempla todo el ciclo vital. Levinson (1978) realizó un estudio transversal de 40 hombres de entre 35 a 45 años por muchos años, y propuso un modelo de desarrollo adulto centrado en una perspectiva psicosocial, logrando integrar de forma interesante las perspectivas subjetiva y social. El concepto central de la teoría de Levinson es el de estructura vital. Según este autor, ésta sería el esquema subyacente de la vida de una persona en un tiempo dado; en otras palabras, el entramado que sostiene a la persona en un tiempo determinado, en una situación histórica dada. Levinson (1980) la define del siguiente modo: “La estructura vital es la pauta o diseño de la vida de una persona, un entramado del yo-en-el-mundo. Sus principales componentes son las relaciones de cada uno: consigo mismo, con otras personas, grupos e instituciones, con todos los aspectos del mundo exterior que tienen importancia para su vida” (Levinson, p. 390). Comprende las relaciones de trabajo y otros elementos de la vida profesional; las relaciones de amistad y las redes sociales; las relaciones amorosas (matrimonio, familia); la relación consigo mismo (experiencias corporales, recreación de los roles en los distintos contextos sociales). Estos componentes pueden ser centrales o periféricos. Los aspectos centrales son aquellos que permanecen en el tiempo; los periféricos, los que cambian más fácilmente. La estructura de vida posee tantos aspectos internos como externos al individuo, y sería el equivalente de un puente entre la estructura de personalidad y la estructura social, con elementos de ambos (Levinson, op. cit.). El modelo de desarrollo destaca momentos de índole distinta a lo largo del tiempo: períodos de relativa tranquilidad (en lo que una determinada estructura se consolida) y entremezclados, momentos de cambio, marcados por la inestabilidad, son los llamados períodos de transición. A los grandes momentos del ciclo de la vida los denomina estaciones.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Las cuatro estaciones según Daniel Levinson (1978)

Primera estación: Infancia y adolescencia / Transición del joven adulto Segunda estación: Joven adulto / Transición de la mitad de la vida Tercera estación: Adulto maduro / Transición del adulto tardío Cuarta estación: Tercera edad o adultez tardía Para marcar los distintos momentos, Levinson se apoya en sucesos concretos como el matrimonio o la jubilación. Cada período estable de la vida tiene para el autor, ciertas tareas de desarrollo y eventos vitales cruciales para la evolución de esa etapa. De acuerdo a este autor, un período termina cuando sus tareas pierden primacía y aparecen nuevas. Los períodos de transición representan momentos de inestabilidad, en los que la persona se cuestiona y considera la búsqueda de nuevas posibilidades en el yo y el mundo. Se presenta un esquema del modelo de Levinson a continuación. El modelo de Levinson (basado en la presentación de Houde, 1986) Adultez tardía 65 años en adelante Transición a la adultez tardía 60 a 65 años Culminación de la adultez media 55 a 60 años Transición de los 50 años Adultez media 50 a 55 años Entrada en la adultez media 45 a 50 años Transición de la mitad de la vida 40 a 45 años Asentamiento 33 a 40 años Adultez Transición de los 30 años temprana 28 a 33 años Entrada en el mundo adulto 22 a 28 años (Infancia y adolescencia) 0 a 22 años

}

}

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El aporte de Daniel Levinson es sin duda uno de los más relevantes en el campo de la psicología del adulto.Tanto a nivel teórico como empírico. Las críticas a su teoría apuntan al hecho de haberse basado solo en el estudio de hombres norteamericanos de clase media, es decir, personas con características sociológicas relativamente similares. Además, todos ellos provenían de familias relativamente estables. Por último se señala que sus investigaciones se realizaron en un momento de expansión de la economía estadounidense. Se cuestiona por tanto la validez general de sus aportes, por la específica inserción económico-social de las personas con que trabajó.Y por la ausencia de una mirada de género. Los cambios sociales y culturales que se experimentaron a partir de los ochenta determinaron realidades muy diversas. Un ejemplo es el aumento del número de divorcios, que diversifica la composición de las familias. Las condiciones económicas también evolucionaron enormemente, lo que determinó que la vida de la mayoría de las personas se desarrollara en un ambiente de mayor precariedad. Esta precariedad es la que, según Boutinet (1998), dificulta que los jóvenes actuales accedan al estatus de adulto. Sin embargo, a pesar de estas limitaciones, la relevancia de Levinson, en lo que respecta a la teoría del desarrollo adulto, es innegable. Consideraremos con más detalle algunos de sus aportes para cada uno de los períodos de la adultez, en los capítulos que se presentan más adelante.

Roger Gould Psiquiatra y psicoanalista estadounidense contemporáneo realiza, a partir de mediados de los setenta, aportes relevantes al estudio del adulto. Para Gould, el desarrollo es una continua transformación, en la que se articulan en constante cambio, componentes internos con los del mundo exterior. Este proceso, de carácter esencialmente dinámico, se realiza superando distintas fases. Para este autor, son focos en el desarrollo adulto: la evolución de la conciencia y el cambio en la percepción del tiempo. El concepto eje de su teoría es el de transformación, que alude a los diversos cambios que se dan a lo largo del ciclo vital. Este es un concepto que evoca continuidad y movimiento, e implica cambios en el sistema de premisas básicas del funcionamiento de las personas. La transformación es un movimiento individual, aunque siempre influenciado por la interacción con el entorno. Muy en la línea de Erikson, que destaca que al superar positivamente las crisis las personas experimentan bienestar psicológico, Gould también postula que cuando una

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

transformación se lleva a cabo de manera positiva, la persona experimenta un sentimiento de bienestar y energía. Es muy interesante la consideración de la vivencia del tiempo que hace este autor, la que se daría en relación a la evolución de la conciencia. El sentido de la evolución de la conciencia sería pasar de una conciencia infantil hasta una conciencia adulta, que considera no solo el lugar que los otros tienen en el mundo, sino que reconoce y acepta los límites de toda existencia. El adulto, a través de las transformaciones, se enfrenta lentamente a su finitud. Gould considera que se pueden distinguir al menos cinco fases en la vida de un adulto: el momento en que se deja a los padres (16 a 22 años); el momento en que no se es el hijo de nadie (22-28 años); el momento de apertura hacia el interior de sí mismo (28 a 34 años); la década de la mitad de la vida (35-45 años), y el período que va más allá de la mitad de la vida.Veremos algunas de estas fases más adelante. Transformaciones experimentadas a lo largo del desarrollo de la personalidad adulta según Roger Gould: Estadio Edad

Desarrollo

1

16 a 18

Deseo de independizarse del control de los padres.

2

18 a 22

Abandono de la familia y orientación hacia el grupo de compañeros.

3

22 a 28

Desarrollo de la independencia con el compromiso en el trabajo y en los hijos.

4

29 a 34

Cuestionamiento de la propia identidad, confusión de roles y posibles problemas en el trabajo y en el matrimonio.

5

35 a 43

Período de urgencia para alcanzar los objetivos de la vida. Conciencia de que el tiempo se acaba. Readaptación de objetivos vitales.

6

43 a 53

Acomodación. Aceptación de la propia vida.

7

53 a 60

Incremento de la tolerancia. Aceptación del pasado. Menos negativismos. Maduración general.

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CONSUELO UNDURRAGA I.

George E.Vaillant Psiquiatra y psicoanalista estadounidense contemporáneo, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, se interesa de manera particular por las formas que la persona usa para adaptarse y defenderse a lo largo de su vida. Realiza estudios longitudinales, con el fin de investigar estos mecanismos de adaptación. Su tesis central es que las personas, a lo largo de sus vidas, modifican sus estilos de adaptación a la realidad. Su concepto central es por tanto el de mecanismo de defensa, que asimila a la de mecanismos de adaptación, ya que van en el sentido de lograr un mejor ajuste a las cambiantes realidades de la vida.Vaillant tiene una positiva visión de estos mecanismos que agrupa en cuatro tipos: psicóticos, inmaduros, neuróticos y maduros. Entre los mecanismos psicóticos, distingue la proyección alucinatoria, la negación psicótica y la distorsión. Estas serían maneras normales de arreglárselas con la realidad, hasta los 5 años. Los mecanismos inmaduros aluden a defensas que implican una negociación; entre ellos, se encuentran la proyección, la fantasía esquizoide, la hipocondría, el comportamiento pasivo agresivo y el acting out, que consiste en poner en obra los deseos sin mayor consideración del afecto que lo acompaña. Los mecanismos neuróticos, serían para el autor una manera de arreglárselas con aquellas pulsiones insoportables.

Se ha presentado de forma somera los autores clásicos que, adoptando una mirada secuencial, han hecho aportes significativos al estudio del desarrollo adulto. En otro bloque se incluyen los estudios de autores contemporáneos que aceptan la noción de desarrollo en el ciclo vital, pero que consideran que éste no es lineal, sino multidimensional, multidireccional y multicausal. El trabajo más importante y reconocido en esta línea es el de Paul Baltes (1984), quien determina una serie de características necesarias, a la hora de adoptar un enfoque de ciclo vital. Algunas de estas características son: 1. Es un proceso que dura toda la vida. El desarrollo ontogenético es un proceso sin fin, en el que no existen momentos o espacios prioritarios. Todos los campos son igual de importantes para el desarrollo, teniendo siempre en cuenta las características, metas o exigencias particulares de cada edad. 2. Tiene una amplia multidireccionalidad, es decir, se observa diversidad o pluralismo en la dirección de los cambios ontogénicos; y una multidimensionalidad, ya que el desarrollo no corre de forma paralela, sino diferencial entre los distintos ámbitos de las conductas o recursos y también dentro de esos mismos. 34

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3. Implica tanto ganancias (crecimiento) como pérdidas (declinación). Mientras que al principio predominan las ganancias, éstas van cediendo con el paso del tiempo. Pero siempre, aun en edades superiores, pueden constatarse nuevos recursos, aunque no sean muy numerosos. 4. Está marcado por la plasticidad, la que evidentemente tiene limitaciones. 5. Puede variar considerablemente de acuerdo a las condiciones históricas y socioculturales que existen en un período determinado. 6. Es contextual. El individuo continuamente responde y actúa sobre contextos. Los contextos incluyen la composición biológica, el ambiente físico y los contextos sociales y culturales. Baltes creó el modelo interactivo y multicausal compuesto de tres sistemas que interactúan y regulan la naturaleza del desarrollo a lo largo de todo el ciclo vital, influyendo en el desarrollo individual. Conceptualizó el desarrollo psicológico como interacción entre generalidad e individualidad, autodeterminación y experiencia, biología y cultura proféticas. Distingue tres tipos de influencias en el desarrollo: 1. Influencias normativas relacionadas con la edad. Son definidas como determinantes biológicos y ambientales íntimamente relacionados con la edad cronológica. Son normativas, porque por lo general se presentan en todos los miembros de una cultura. Ejemplos de ellos son: la escolarización, la jubilación, y de carácter biológico, la primera menstruación. 2. Influencias normativas relacionadas con la historia. Son aquellos acontecimientos y normas completamente generales, experimentados por una unidad cultural en conexión con el cambio biosocial. Son normativos si afectan a la mayoría de los miembros de una cohorte de forma similar. Ejemplos de estos factores son: depresiones económicas, guerras, epidemias o cambios políticos importantes. 3. Influencias no normativas en el desarrollo del ciclo vital. Se refieren a determinantes biológicos y ambientales que son significativos por su influencia sobre historias vitales individuales, pero no generales. Ejemplos de este tipo de influencias serían los acontecimientos de salud de una persona, cambios de trabajo, muerte de un familiar cercano o divorcio.

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Baltes es hoy sin duda uno de los estudiosos del desarrollo más importante, particularmente reconocido por sus aportes al conocimiento del proceso de envejecimiento. Menos conocidos, y de menor impacto, son aquellos autores que criticando la mirada secuencial del desarrollo adulto, buscan otros modelos para explicar el desarrollo, autores que criticando la teoría de los estadios de Erikson, Levinson y Gould, profundizan distintos aspectos y abren nuevas dimensiones. Entre ellos se encuentran Stein y Etzkowitz, con su modelo en espiral del desarrollo.También el de Giele, con el modelo de crecimiento; el de los ciclos de las tareas de crecimiento de Weick y el modelo de áreas de vida de Wortley y Amatea.

Etapas de la adultez La adultez, como se ha presentado en las distintas teorías, es un largo período de la vida en el que se suceden un conjunto de transformaciones y sucesos, cuyas manifestaciones pueden variar de una sociedad a otra. Se iniciaría con el fin de la adolescencia y terminaría con la muerte. Dadas las complejidades y evoluciones de este período de la vida, existe consenso en distinguir en ella la existencia de al menos tres momentos. Los comúnmente aceptados son: adultez joven o temprana; adultez media, edad intermedia o mediana edad; y adultez mayor o adultez tardía (Moraleda, 1995). Así como existe diversidad en las teorías, también hay diversidad en cuanto a las edades que abarcan cada una de esas etapas. Si bien ya se han analizado los problemas que implica utilizar como base teórica el criterio cronológico, no obstante, y sobre todo con afanes de clarificación y presentación, lo utilizaremos como un referente. En el cuadro siguiente se ilustra la enorme variedad a la que se alude. Rangos de edad según Havighurst, Erikson y Levinson

Havighurst

Erikson

Levinson

Adultez temprana

18 a 30 años

20 a 40 años

17 a 45 años

Adultez media

30 a 55 años

40 a 65 años

40 a 65 años

Adultez tardía

55 años en adelante

65 años en adelante

60 a 65 años en adelante

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

Se entenderá de manera general por adultez joven o temprana, el momento de la vida que se inicia a partir del fin de la adolescencia, y que se caracteriza por una gran apertura al mundo en el que el joven o la joven deben insertarse. El formar pareja y familia, encontrar un trabajo y convertirse en un ciudadano responsable. En general los adultos jóvenes tienen entre 20 y 40 años. Sin embargo, debido a la realidad del mundo occidental, que prolonga muchos años lo que Erikson llamó la “moratoria social”,4 hoy ha surgido un nuevo concepto que intenta dar cuenta de esta nueva realidad, considerando la aparición de una nueva etapa: la adultez emergente. De acuerdo a J. Arnett (2000), en las sociedades industrializadas se estaría dando una nueva realidad que el autor denomina “adultez emergente”. Los cambios demográficos han dado origen a esa nueva etapa, que tiene como principal característica una intensa búsqueda de identidad y un mayor plazo para establecer un plan de vida personal. Sería una nueva realidad que surge favorecida por el abanico de oportunidades que presenta la vida urbana, desarrollada en países industrializados, en los que se ha retrasado el matrimonio y la parentalidad. Es consecuencia de que la formación profesional se ha hecho una actividad continua a lo largo de la vida y la formación de la familia se ha retardado hasta finales de los 20 años o inicios de los 30. En términos más específicos, la adultez emergente, según Arnett, se caracterizaría por ser: s 5NPERÓODODETRANSICIØN Debido a la ambigüedad entre una etapa y otra, sería un estadio de transición entre la adolescencia y la adultez joven. s 5NAETAPADEEXPLORACIØNDEIDENTIDADUna época para probar varias posibilidades especialmente en el amor y trabajo. s 5NPERÓODODEINESTABILIDAD Lleno de cambios, por la exploración de diversas opciones de desarrollo de un plan de vida. s 5NA EDAD CENTRADA EN SÓ MISMO Tiempo de muchas decisiones que apuntan al logro de la autonomía y la incipiente consolidación del propio futuro. s 5NAETAPADEPOSIBILIDADESEn la que muchas opciones de futuro están abiertas (Arnett, op. cit.).

4 Se refiere al permiso social que tendrían los jóvenes para explorar y ensayar diferentes maneras de insertarse socialmente. 37

CONSUELO UNDURRAGA I.

Críticos de esta postura, aluden al hecho de que su existencia no es general, ya que no todos los jóvenes tienen estas posibilidades, por lo que su realidad estaría condicionada por las opciones de acceso que brinda el estatus socioeconómico y la clase social del joven. Llamaremos adultez media o mediana edad al período de la vida que en la literatura se llama “madurez”. Es la etapa de culminación en el mundo laboral. Entre los 25 y 40 años, el sujeto alcanza sus más altos niveles de eficiencia, rendimiento y creatividad. En términos sociales, el grupo de personas de esta edad se transforma en la generación dominante. La etapa de la adultez mayor o adultez tardía ha cobrado progresivamente importancia en términos de la psicología del desarrollo, por el incremento progresivo de la población adulta y los desafíos que se presentan a la sociedad industrializada. De acuerdo a Feldman (2007), en la actualidad hay más individuos vivos en la adultez mayor que en cualquier otro momento en la historia del mundo. La adultez tardía sería un período de desiguales características, dependiendo de los diversos individuos, por lo que resultaría difícil generalizar. Para algunos sería un período de consolidación del estatus y las realizaciones, en tanto que para otros sería una etapa de revisión profunda de valores, actitudes y autoconcepto. Abordaremos tanto la adultez joven, la adultez media, como la adultez mayor en diferentes capítulos. En cada uno de ellos se presentará la etapa, las características generales de los adultos en ese período y el aporte específico de algunos autores. Finalmente, se tocarán algunos temas propios del período y una bibliografía del capítulo.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / EL ESTUDIO DE LA ADULTEZ

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CONSUELO UNDURRAGA I.

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LA ADULTEZ JOVEN O TEMPRANA

CONSUELO UNDURRAGA I.

[

Tiembla la vida Desde que tengo recuerdo he tenido miedo a los temblores. Miedo, miedo de verdad, no pánico. Con el tiempo he llegado a controlarme y a no salir huyendo, en cuanto el ruido de las profundidades o el vaivén de la tierra anuncia que la naturaleza está hablando, que la naturaleza está gritando, que la naturaleza está aullando. Al primer indicio de movimiento, tengo una potente alerta física: el corazón toma un ritmo propio, se acelera, y parece que saltara evitando la catástrofe. La respiración también se altera, se entrecorta, se hace superficial, por momentos pareciera que va a desaparecer y tengo que llamarla con una gran inspiración. Siento también que la sangre huye de mi rostro, en especial de los labios, los que muchas veces se ponen morados de susto. El temblor, el vaivén, el ruido de las profundidades, me conecta instantáneamente con lo más básico de mi ser. Con el miedo, por instantes, soy puro cuerpo. Cuerpo que ante la amenaza se prepara para huir o esconderse. He vivido muchos temblores y terremotos, como la mayoría de mis compatriotas. Quizás el recuerdo más antiguo es el del terremoto de 1958, que fue en pleno día. Debo haber tenido entonces alrededor de 10 años, y esperaba los resultados de las elecciones presidenciales junto a mis papás y hermanos. Tembló fuerte, pero en esa ocasión no sentí tanto miedo. Estábamos al aire libre, no había edificios cerca que se pudieran desmoronar y seguramente la familia extendió sobre mí su manto protector.

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / LA ADULTEZ JOVEN O TEMPRANA

El siguiente gran sacudón fue el del sur, el de Valdivia, el del Riñihue, aquel en que no solo tembló agrietándose profundamente la tierra, sino que el río se salió y cambió la geografía de la ciudad y la vida de mucha gente. De esa catástrofe solo recuerdo la culpa que me daba tener lo que tenía: todos mis seres queridos cerca, con buena salud y una casa rica y calentita. Para mí el terremoto más importante fue el de 1971; ese sí que me cambió la vida. Estaba tranquila, un domingo en la casa de mi mamá, y siento un leve movimiento, y luego otro verdaderamente más intenso. Salí corriendo, perdiendo toda compostura y dignidad. Lo extraño fue que al mirar a mi alrededor me di cuenta de que nadie había sentido nada, nadie se había movido. Al poco rato, ya con el corazón en su lugar y la respiración pausada, sentí nuevos movimientos. Presté más atención, me contuve y no me moví. A mi alrededor tampoco nadie reaccionó.“¿Qué te pasa”, me preguntó mi madre al verme tan pálida.“No sé, parece temblor”, dije confusa.“Qué raro, yo, la verdad es que no siento nada”. “Mamá, de que tiembla, tiembla, pero… parece que lo siento adentro mío”, dije media avergonzada.“¿Cómo, se está moviendo ya la guagua?”, lanzó ansiosamente mi madre.“Eso debe ser”, dije contemplando mi incipiente vientre. “Bueno, ya han pasado casi tres meses”. C.U.I.

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Mis días transcurrían sin que yo dejara de comprender algo: la existencia del mundo, de las estrellas, de los camareros, de las mujeres, del sufrimiento y de la literatura.Vivía esa etapa de la vida en la que los jóvenes se aplican al cien por cien, motivados por la certeza de tener una misión, algo que solo ellos pueden llevar a cabo. Se trata de un estado angustioso, repleto de dudas constantes –de que el mundo no es tal como nos imaginamos – y de un entusiasmo exagerado y obligatorio por tener una tarea tan importante por cumplir: la de revelar todos los secretos del universo uno por uno. Sandor Márai5

5 Sandor Márai (2005), Confesiones de un burgués, Ed. Salamandra, España. 44

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La adultez temprana Podemos caracterizar la adultez temprana como un período del ciclo vital, en el cual la vida personal se expande, realizándose importantes compromisos y tomando responsabilidades, tales como la elección de pareja a largo plazo, la formación de una familia propia y el ámbito de desempeño laboral, lo que posibilita la concreción de un plan de vida definido. Se asumen por lo tanto nuevos roles en función del reconocimiento y demandas sociales, como el de madre o padre y el de trabajador(a). Al mismo tiempo, los valores personales se flexibilizan en consideración a la vida real, asumiendo principios más generales que orientarán el resto de la vida. Luego del establecimiento de la identidad personal durante la adolescencia, el adulto tiene la tarea de alcanzar intimidad, siendo posible alcanzarla u orientarse hacia el polo del aislamiento. En concreto esta intimidad se da en la elección de pareja y su posterior ajuste en una relación a largo plazo o en el matrimonio. La personalidad del joven adulto se engrandece y desarrolla, llegando a alcanzar en esta edad grandes logros, realizaciones y rendimientos. Esto se ve potenciado por la cúspide en la plenitud biológica en la cual se encuentran los adultos jóvenes, lo que a nivel psicológico se traduce en autonomía, vigor físico y mental, así como sentimientos de seguridad, dominio y poder. De la mano de ello, va el hecho de que la conducta adulta está menos dominada por los impulsos y su satisfacción inmediata, que en etapas precedentes del ciclo vital. Los adultos jóvenes desarrollan además una mayor capacidad de memoria y de anticipación, y su tiempo psicológico experimenta una expansión hacia el pasado y el futuro, alcanzando progresivamente una visión de totalidad de su vida. La experiencia de auto representación de su niñez se amplía, lo que permite pensar el futuro en relación con el pasado, reconociendo las limitaciones de este último. La muerte a su vez pasa a ser reconocida como real, sin ser aún un tema relevante. Se podría postular que el desafío principal de este período es instalarse en el mundo, conquistar el mundo. El adulto joven debe buscar inserción y reconocimiento social, adaptación laboral, intimidad psicológica en pareja y también el inicio de la parentalidad, propios de esta etapa de la vida. 45

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La salud del adulto joven Es difícil encontrar datos claros al respecto, pues en la mayoría de los estudios epidemiológicos no se reconoce esta categoría como tal. Sin embargo, existe un cierto acuerdo en que desde el punto de vista biológico, el adulto joven se encuentra en un momento de gran vitalidad, marcado por la energía, la fuerza, y la resistencia. Como ejemplo: el máximo desarrollo muscular se alcanza alrededor de los 25 a 30 años y los sentidos logran su mayor desarrollo en ese tiempo (Rice, 1997). Los adultos jóvenes se enferman con menos facilidad que los niños, y si sucede, lo superan rápidamente. Las tasas de mortalidad son bajas en comparación con los otros grupos etarios, y la mayoría de las muertes son debidas a causas externas: accidentes de tráfico, homicidios y suicidios. Las bajas tasas de mortalidad tienen un sustrato fisiológico poderoso, pues el joven en este período está en un particular momento de su desarrollo biológico, en el que es poco probable desarrollar patologías y por lo tanto en general, toda la mortalidad que se produce es evitable (Hopenhayn, 2004). Aunque la salud de los adultos jóvenes es buena, o muy buena, hoy se observan ciertos datos preocupantes, como la mala alimentación, el aumento del estrés, el abuso del alcohol, el tabaco, la escasa actividad física, los accidentes y el incremento de las enfermedades de transmisión sexual (Cantú Guzmán, R. y Álvarez Bermúdez, J., 2009).

La adultez joven desde la mirada psicosocial Para Erik Erikson (1978), en la adultez joven debiera resolverse otra crisis normativa, distinta a la del adolescente, el cual debe lograr su propia identidad. Según este autor, la tensión en esta etapa se daría en términos de intimidad versus aislamiento. La idea que Erikson tenía de la intimidad comprende varios aspectos: la capacidad de sacrificar las propias necesidades por las de otro; desde lo sexual, el buscar no solo la propia gratificación, sino también y simultáneamente la gratificación de la pareja.Y finalmente el logro de una integración y síntesis de la propia identidad con la de la pareja (Feldman, 1990). Según Erikson, los jóvenes, después de haber definido su identidad en la etapa adolescente, están preparados y deseosos de establecer relaciones de intimidad con otros, en el sentido de establecer relaciones comprometidas, lo que puede implicar sacrificios significativos. La antítesis psicosocial de la intimidad sería el aislamiento, es decir, el temor de permanecer separado, aislado y no reconocido (Erikson, 1978). 46

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Se entiende entonces por intimidad la capacidad de fusionar la propia identidad con otro, sin dejar de ser nosotros mismos (Florenzano, 1994). El lograr sentirse uno a pesar de una muy estrecha cercanía. El logro de la intimidad permite la estabilidad de las relaciones personales, como por ejemplo la de pareja. Facilita la regulación mutua de las necesidades con los otros, la empatía y dar y recibir afecto. También tiene efecto en las relaciones de amistad y en las del medio laboral. Por el contrario, el aislamiento supone el temor a permanecer separado y no reconocido, lo que puede traducirse tanto en la huida de relaciones interpersonales íntimas como en una promiscuidad sin entrega real. La sexualidad, la amistad y las relaciones familiares son las principales fuentes de intimidad para el joven adulto. El aporte de Erikson en relación a esta etapa es interesante, pues pone en el centro la necesidad de lograr una capacidad básica –la intimidad– que si se obtiene, facilita la necesaria inserción del joven adulto en el mundo externo. Para Daniel Levinson (1978), es en este período en el cual se concretaría la primera estructura vital, el primer entramado personal de gente, lugares, instituciones, y causas que la persona encuentra importantes, así como valores, sueños y emociones. Se darían las elecciones de pareja, trabajo, amistades e intereses, las que se estructurarían de manera cuidadosa, aunque aún serían vividas como provisionales. La primera tarea para entrar a la adultez joven, según este autor, es la separación interna, subjetiva, de la familia de origen, la cual puede lograrse a través de la independencia económica, irse a vivir solo, adoptar nuevos roles y desarrollar acuerdos de vida autónoma. Lo que se busca es lograr la necesaria distancia psicológica de los padres, con la consecuente mayor independencia emocional, de soporte y de autoridad. Ilustra claramente esta disyuntiva Judith Viorst (1988): “Entre los 20 y 30 años, tenemos relaciones amorosas, un trabajo, amigos. Estamos en pareja, y somos los papás de nuestros hijos. Pero siempre somos, quizás de una manera que ya no nos conviene, los hijos de nuestros padres. Porque es en el primer medio familiar donde llegamos a ser seres separados. Es esa también la célula social que fue nuestro primer espacio vital” (Viorst, 1988, p. 10. Traducción de la autora). En la adultez joven, se adquiere autonomía, pero aún tiene mucho peso el medio de origen, el que puede constituirse en un valioso recurso, o en una pesada carga. En la adultez joven se está deseoso de abrirse al mundo, descubrirlo y conquistarlo, todavía con la marca fresca y reciente del medio familiar de origen. 47

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La separación física de los padres no asegura la independencia en relación a ellos. Esta tendría más que ver con el sentimiento subjetivo de mayor autonomía, y el lograrlo es una tarea propia de este momento de la vida. La segunda tarea del adulto temprano, de acuerdo a Levinson, sería formar las bases para su vida adulta, lo que implicaría la transformación de sus sueños, fantasías y deseos ambiguos sobre el futuro, en opciones definidas y firmes. Estas decisiones implican evidentemente aceptar y llevar a cabo el duelo por aquella opción no elegida, por lo que pudo ser y no fue. El duelo forma parte integrante de la vida y tiene múltiples expresiones a lo largo del proceso de desarrollo. Las pérdidas no solo tienen relación con la muerte, sino también constituye una pérdida una enfermedad invalidante o el abandono. Muchas veces las pérdidas, por su alto grado de impacto, son el precio del cambio. El duelo no se relaciona solamente con la muerte, la separación o la partida de los que se ama.Tiene además que ver con la pérdida consciente e inconsciente de sueños, de esperanzas, de ilusiones, de la seguridad. Asimismo con la pérdida de la juventud, que se creía no tendría nunca arrugas y sería para siempre invulnerable e inmortal (Viorst, op. cit.). Levinson, en términos más generales, caracteriza la orientación del adulto joven como un movimiento que lo lleva hacia la estabilización de la identidad, al establecimiento de relaciones personales, la profundización de intereses y al desarrollo más acabado de los valores personales. Para Robert Havighurst (1972), las tareas más importantes del adulto joven serían: la definición de una identidad adulta y la elección de pareja. También el lugar y estilo de vida, la constitución de una familia propia, la crianza y educación de los hijos, la inserción social y la productividad económica. De manera que se podría decir que para este autor, las tareas psicosociales propias de la edad están relacionadas con el mundo del trabajo y la pareja, con asumir un rol social activo, dando término a la moratoria psicosocial que marca la etapa precedente. El llevar a cabo estas tareas de manera exitosa resulta sumamente complejo, lo que produce en muchos adultos jóvenes un alto nivel de contradicción y estrés. A ello se suma el hecho de que en muchas sociedades, el panorama se hace aún más complejo para ciertos grupos, como por ejemplo las mujeres profesionales, quienes deben postergar el matrimonio y llegada de los hijos o bien detener su desarrollo profesional para formar una familia. Sean cuales sean las particularidades del joven, éste ha de vivir un período de ajuste entre sus capacidades y características individuales y los desafíos que presentan los nuevos roles, el establecimiento de compromisos y la definición inicial de un estilo de vida propio. 48

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George Vaillant (1971) distingue en la adultez temprana tres momentos consecutivos que se presentan a continuación. s %LPRIMEROSERÓALAedad del establecimiento, comprendida entre los 20 y los 30 años. En ésta el individuo deja de estar bajo el dominio de los padres, comienza el noviazgo y posterior matrimonio o convivencia y se desarrollan las amistades. En este período se produce el nacimiento y crianza temprana de los hijos. s %LSEGUNDOMOMENTOSERÓALALLAMADA edad de consolidación, que se extiende entre los 25 y los 35 años. Durante ella se logra la cristalización de la carrera profesional y se fortalece el matrimonio. s %NLAÞLTIMAETAPA Oedad de transición (alrededor de los 40 años), habría un vuelco hacia el mundo interno. Warner Schaie y Sherry Williams (2003) diferencian en este período de la vida tres subetapas: la de logros, la responsable y la ejecutiva. La etapa de logros corresponde al período entre los 20 y 30 años, en el cual se adquieren conocimientos no solo para beneficio propio, sino también para alcanzar competencia e independencia. La etapa responsable comenzaría a fines de la adultez temprana (30 años), para culminar a fines de la adultez media (60 años). En este período se desarrollan compromisos con metas a largo plazo y problemas prácticos de la vida, los cuales pueden ir asociados a responsabilidades frente a los demás. Por último, la etapa ejecutiva, que comienza en la década de los 30 y termina en la de los 40 (adultez media), se caracteriza por el ejercicio de responsabilidades sociales y la integración de relaciones complejas a varios niveles

Elección de pareja Según Alberoni (1996), existen tres tipos de lazos amorosos:“Los lazos fuertes, los medios y los débiles. Los lazos fuertes son aquellos que se establecen en la infancia, entre el niño y sus padres y hermanos. Estos lazos son exclusivos. Nadie puede tomar el lugar de nuestro padre, de nuestra madre o de nuestro hijo. Estos lazos resisten el cambio de carácter o la modificación del aspecto físico. El niño sigue amando a su madre incluso cuando ella está vieja, poco agraciada o enferma. La madre o el padre siguen amando a su hijo si llega a ser un delincuente o un drogadicto, incluso desfigurado por la enfermedad. La única fuerza capaz de establecer un lazo fuerte en la vida, fuera de los lazos familiares, es el enamoramiento en donde dos individuos que no se conocen, al enamorarse se transforman en dependientes el 49

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uno del otro, como para el niño son sus padres. El enamoramiento es ciertamente un fenómeno desconcertante” (Alberoni, 1996, p. 9.Traducción de la autora).Los lazos medianos serían para este autor, los que se establecen entre amigos íntimos, y los débiles los que creamos en el trabajo y/o vecindario. El amor romántico es sin duda una experiencia compleja, que nadie ha llegado a analizar completamente, la que además es dinámica y se transforma a lo largo del tiempo. Está influenciado por las etapas del desarrollo que viven los miembros de la pareja, por el sexo, así como también por el entorno histórico social en que se vive. No existe una sola manera de amar, según Sternberg (1988). En el amor se podrían distinguir tres componentes: la intimidad, la pasión y el compromiso. Estos componentes combinados de diferentes maneras determinarían distintas formas de amar. La intimidad sería el componente emocional del amor, que comprende la capacidad de entrega, el interés por el bienestar del otro, la valorización y comunicación con el otro. La pasión sería el aspecto motivacional y de activación, la energía y la fuerza; el compromiso, el componente cognitivo que incluye la decisión inicial de entrar en la relación, así como el de mantenerla en el tiempo. La fuerza de los componentes varía en las diferentes relaciones, siendo la intimidad el componente clave en todas las relaciones. La pasión iría variando a lo largo del tiempo, y es especialmente fuerte al inicio de la relación. El compromiso puede ser de distintos tipos. El personal se refiere a la medida en que la persona se siente atraído por el otro y desea estar en la relación. El moral, a sentirse moralmente comprometido a estar en la relación, y el compromiso estructural alude a las dificultades que debe superar la pareja (Schaie, W.; Willis, S.L, 2003). Cuadro resumen de las diferentes formas de amor (Sternberg, 1988) Pasión Y Y

Amor vacío Amor romántico

Y

Y

Y Y

Amor beato Amor amigable Amor realizado

Compromiso

Y

Afecto Relación circunstancial

Intimidad

Y 50

Y

Y

Y

Y

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El adulto joven sale al mundo social marcado por la relación con sus padres y en general por su grupo primario. En este período de la vida establece nuevos lazos medianos y débiles, al incorporarse a un medio laboral y al instalarse en una nueva comunidad de barrio.También en esta etapa, se da un carácter nuevo al lazo del enamoramiento, al plantearse por primera vez la proyección de éste en una pareja estable.“El enamoramiento actúa sobre la psyché como la temperatura sobre los metales. Los transforma en fluidos incandescentes, que pueden así mezclarse y soldarse, tomar nuevas formas que luego llegan a ser permanentes. Crea lazos fuertes capaces de resistir traumatismos, conflictos y decepciones” (Alberoni, op. cit., p. 14). Si bien se sabe que el enamoramiento existe desde tiempos inmemoriales, como lo atestigua la belleza del Cantar de los Cantares, no siempre ha sido asociado a la vivencia de una pareja que permanece en el tiempo, al matrimonio. En el pasado las uniones estables estaban relacionadas generalmente con intereses ajenos a la pareja misma, siendo los padres de los jóvenes quienes decidían, por diversos motivos, como el acrecentamiento del patrimonio, y/o las consideraciones políticas. Una de las tareas principales de la adultez temprana es la elección de una pareja, la que en la mayoría de los casos, hoy, en el mundo occidental, se realiza teniendo en cuenta el enamoramiento. Entre los factores que influyen en la elección de pareja estarían: la endogamia, la cercanía y el atractivo físico. La endogamia se refiere al hecho de que se tiende a escoger pareja entre personas cercanas, entre los compañeros de grupos de referencia inmediatos, con los cuales se comparte raza, religión, nivel de educación, valores, clase social, etcétera. La cercanía se refiere al aspecto geográfico, en el sentido de que los individuos tienden a hacer pareja con personas con las que puedan relacionarse más fácilmente, sea porque viven cerca, han realizado sus estudios juntos o trabajan en el mismo lugar. En cuanto al atractivo físico, aunque es un factor importante, otras características personales como inteligencia, educación, cultura, capacidad afectiva, pueden relativizar su importancia (Clemente, 1996). Según Bee (1997), en la elección de pareja se tendría en cuenta características como actitudes y convicciones, así como la manera en que se ejercen los roles sociales. Intervendrían también elementos subjetivos, modelos internos como el del tipo de apego que se ha desarrollado en la infancia (Bee, op. cit.). Desde la perspectiva psicoanalítica se plantean distinciones diferentes, estableciéndose que la elección de pareja se realiza principalmente en función de imágenes inconscientes. Uno de los parámetros importantes, desde esta mirada, 51

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es aquel que destaca el factor parental. Se elegiría entonces como pareja a una persona semejante u opuesta al padre o madre, intentando construir una relación de pareja semejante u opuesta a la que se percibió entre los progenitores. Otro factor se basaría en un modelo ideal (ideal de objeto), es decir, se buscaría pareja en relación a la propia persona; se buscaría un otro que refleje parcial o globalmente lo que se es; a este tipo de elección se le llama narcisista. En esta misma línea, se podrían distinguir tres tipos de relaciones de pareja: las complementarias positivas, en las que se establece la aceptación y reconocimiento de las características del otro, en que hay ausencia de competitividad, agresividad y exigencia; las complementarias negativas, que presentarían disociación, pasividad de un miembro de la pareja, complementariedad del tipo dominio/sumisión y/o narcisista/depresivo; y las simétricas, que se establecería entre personas semejantes, que se reflejan sus propias imágenes mutuamente. “Hay objetivos inconscientes que encuentran una concretización en el matrimonio, objetivos normales, pero también tremendamente neuróticos. Existen los matrimonios ‘complementarios’ donde las exigencias de los esposos coinciden tan bien, que incluso cuando parecen matrimonios celebrados en el infierno, satisfacen las necesidades de uno y otro. Se podría dar como ejemplo de complementariedad neurótica, las relaciones conyugales de tipo apático/tirano; adorador/ídolo; desamparado/lleno de recursos; bebé/mamá. Si bien esa polarización es a veces fuente de grandes conflictos, es también la expresión de una concepción profundamente compartida del matrimonio” (Viorst, 1988, p. 201. Traducción de la autora). Otro planteamiento interesante acerca de la elección de pareja, es el de la llamada teoría de filtros de Urdy (1971). Tal como se ve en el esquema que se presenta a continuación, cada persona basa su elección de pareja en la acción de filtros que reducen sucesivamente los grupos de candidatos posibles, desde cualquier persona hasta una pareja de matrimonio. Estos filtros se activarían desde el que representa la menor exigencia hasta el que alude a la mayor. Evidentemente, en la elección de una pareja para casarse, el filtro utilizado sería el más exigente.

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El sistema de filtros en la elección de pareja. ( Urdy, 1971)

Cualquier persona como compañero/a Filtro de la promiscuidad Gente cercana a nosotros Filtro de la atracción Parejas que se atraen Filtro de la ascendencia social Parejas con ascendencia social semejante Filtro de consenso Parejas con valores y actitudes semejantes Filtro de la complementariedad Pareja altamente complementaria Filtro del matrimonio Pareja casada

El desarrollo de la pareja La mantención y desarrollo de la relación de pareja es un desafío complejo. No solo involucra un ajuste sexual satisfactorio, sino un delicado balance de expectativas y realidad, de roles y conductas. Cada miembro debe negociar la realidad que la pareja le impone, con las fantasías que al respecto tenía en otros momentos de la vida. Exige resolver adecuadamente las temáticas no elaboradas, traídas por cada miembro de la pareja desde su propia familia. A lo largo del tiempo, los miembros de la pareja deben resolver los conflictos y tensiones originados en su familia de 53

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origen, evitando así que éstos interfieran en el funcionamiento de la pareja. Esto implica que la conquista de un amor maduro y estable conlleva, por parte de los miembros de la pareja, trabajo personal en relación al pasado, y trabajo de futuro, en el sentido de la construcción de una identidad común. Para el eminente psiquiatra Otto Kernberg (1995), el amor sexual maduro se caracteriza por ser una relación exclusiva, que integra dos aspectos esenciales: la ternura y el erotismo. Para este autor es importante la ternura, pues facilitaría la integración de elementos que pueden parecer incompatibles: el amor y la agresión. El sentimiento de ternura reflejaría la capacidad de integrar positivamente amor y agresión, incluyendo el compromiso y la protección de la persona amada. En toda relación de pareja coexisten aspectos amorosos y agresivos. Es el predominio de los sentimientos amorosos por sobre los agresivos, lo que permite reconocer una relación de pareja sana y madura. En una relación sana, se integran la genitalidad y la satisfacción sexual al vínculo amoroso. Se desarrollan la capacidad de sentir culpa y gratitud hacia el otro, y la capacidad de reparar las conductas agresivas presentes. Asimismo, se manifiestan la capacidad de resolver conflictos y comprometerse, estableciendo relaciones duraderas (Kernberg, op. cit.). Para Viorst, en la medida en que pasa el tiempo, es normal que los elementos de tipo narcisístico (relativos a los propios deseos y necesidades), vayan perdiendo peso, pues se empieza a vislumbrar y luego a ver realmente quién es el otro con el que se comparte la existencia. Se introduce entonces en la relación, la capacidad de sentir culpa cuando se ha agraviado, y el deseo de reparar las ofensas. “Si nuestro amor va a evolucionar hacia un amor durable-amante-, tendremos que enfrentarnos a nuestras decepciones, amargura y malos sentimientos, en síntesis, a nuestro odio. (...) Se puede a través del amor y del odio, preservar esta conexión altamente imperfecta que se llama matrimonio y donde dos personas que se quieren, son también los mejores enemigos. Hay que acordarse que no existe amor sin ambivalencia” (Viorst, op. cit., pp. 211 y 213. Traducción de la autora). Clemente (1996), desde otra perspectiva, distingue algunos factores que contribuyen a que la pareja pueda mantenerse estable en el tiempo: s ,APERCEPCIØNDEPARTEDELOSMIEMBROSDELAPAREJADEQUEPOSEENMUCHO en común, especialmente valores, intereses y procedencia socio-familiar. s 5NADOSISSUlCIENTEDECONlANZAPARAABRIRSEALOTROSINMIEDOS s ,APOSIBILIDADDEPONERSEENLAPERSPECTIVADELOTRO s ,APOSIBILIDADDEABORDARTEMASCOMUNES COMOLAFELICIDAD OLOSPROBLEMAS siendo escuchado y aceptado por el otro. 54

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La capacidad de definir necesidades y roles de mutuo acuerdo.Para este autor, es de gran relevancia que la pareja pueda llegar a cristalizar en una díada, que sea capaz de crear un nosotros (Clemente, op. cit.). Esta postura se ajusta a la de Erikson, para quien una relación amorosa madura sería aquella en que conservando cada uno de los miembros de la pareja su propia identidad, es capaz de crear una identidad común, de constituir un “nosotros íntimo”, a la vez que social. En este proceso se lleva a cabo el enriquecimiento y transformación del propio sistema de valores en función del de la pareja; la búsqueda de satisfacción personal mediante el cuidado del otro y el cambio en la concepción de los roles de pareja que se traía desde la familia de origen. De la maduración e integridad de la personalidad de los miembros de la pareja dependerá también, entre otros factores, la estabilidad de la relación.

La pareja estable La cohabitación es una forma en que muchas parejas estables viven ahora su amor. Este término sirve para designar la situación de dos personas que viven bajo el mismo techo y tienen una relación afectiva y sexual que permanece en el tiempo (Silvestre et al., 1996). Numerosas son las causas que pueden explicar este hecho social: los cambios culturales; una mayor tolerancia a la diversidad; mayor flexibilidad en relación a las reglas morales; las transformaciones de la institución familiar; las rupturas matrimoniales y los divorcios, entre otras. La cohabitación no se da exclusivamente entre los jóvenes, sino también en personas de distintas edades; por ejemplo, adultos que han vivido la experiencia de la ruptura de un matrimonio y que en una nueva relación no desean formalizarla. La mayoría de las parejas que eligen la cohabitación como organización pertenecen a los estratos altos y medios de la población, en lo que respecta al nivel de educación e ingresos (Silvestre et al., 1996). No obstante, en Chile se observa una realidad diferente. “Desde el punto de vista de la vida en pareja, se ha estado vivenciando una progresiva desinstitucionalización del matrimonio. Éste se ha ido haciendo menos frecuente entre los chilenos, a la vez que a nivel de percepciones se ha ido equiparando cada vez más a las cohabitaciones heterosexuales sin matrimonio. Sin embargo, hay que señalar que la cohabitación en Chile ha sido relativamente alta durante un largo período de su historia, especialmente a menor nivel socioeconómico… Una amplia mayoría de los jóvenes se ve todavía 55

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como casados en el futuro, especialmente a través de un matrimonio religioso. La convivencia como estado permanente solo es deseable en la vida personal de algunos jóvenes, aunque la cohabitación premarital seguramente seguirá siendo una realidad cada vez más probable” (Herrera 2006, pp. 53, 62 y 63). En algunos casos, sobre todo para un importante número de jóvenes, la cohabitación puede ser un primer paso para el matrimonio, pensando a veces que podría aumentar las posibilidades de éxito en caso de casarse, aunque este hecho no está claramente demostrado. En los últimos años, en el mundo occidental, la cohabitación ha aumentado, aunque el matrimonio sigue siendo la manera más general y socialmente reconocida de vivir en pareja. El matrimonio implica un proyecto de convivencia de pareja en el tiempo, que a diferencia de la cohabitación está sancionado por la legalidad. Entre sus funciones están la compañía emocional y sexual; el cuidado y la asistencia mutua; la procreación; y la satisfacción social. “El matrimonio implica, además de la intimidad (…), cierto compromiso social, determinados aspectos de legalidad, con importantes repercusiones sociales, además de una cierta estabilidad o compromiso de estabilidad pública que efectúan los contrayentes” (Clemente, 1996, p. 213). La relación matrimonial involucra la construcción de un proyecto común entre los cónyuges, aceptado y apoyado por la legalidad. Apunta al logro de una identidad de pareja: compartir intereses, aspiraciones y expectativas, manteniendo la individualidad. Supone por tanto el balance y la negociación de roles y conductas. Hoy variados factores motivan a contraer matrimonio. El enamoramiento es uno de ellos. Pero también el deseo de casarse puede ser producto de la necesidad de distanciamiento de la familia de origen, de la incomodidad por el liderazgo de los padres, de la búsqueda de mayor libertad, de exploración y experimentación. Asimismo es importante considerar la presión que realiza la familia y la sociedad, por ver al adulto temprano consolidarse, instalándose en una pareja estable.Todas estas motivaciones pueden ser consideradas normales. Sin embargo, a veces el deseo de establecerse afectivamente en un matrimonio puede tener motivaciones menos adaptativas. Aquí se incluyen por ejemplo el deseo de salir de una situación familiar insostenible o evitar la soledad. En esta misma categoría se ubican la búsqueda de un control externo a la promiscuidad, producto de una impulsividad sexual excesiva, la no aceptación de la propia homosexualidad y el embarazo precoz. E igualmente motivaciones tales como la búsqueda de dinero, poder o prestigio social. 56

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En síntesis, en la adultez joven aparece la necesidad y la tarea de establecer una relación de pareja estable, con un compromiso que puede involucrar el proyecto de criar hijos en conjunto. Esta necesidad puede cristalizarse en una cohabitación o en un matrimonio. La relación matrimonial incluye un proyecto común de convivencia en el tiempo, aceptado y sancionado por la comunidad y la legalidad vigente en la sociedad. Las funciones del matrimonio varían dependiendo de cada cultura, aunque éstas en general son consideradas las siguientes: la compañía emocional y sexual, el cuidado y asistencia mutua, la procreación y la satisfacción social.

Separación y divorcio Actualmente se observa un aumento importante de separaciones y divorcios. Hoy una pareja casada difícilmente se mantiene como tal, si no otorga a sus miembros satisfacción. Aunque la mayoría de los jóvenes tiene en el horizonte la perspectiva de casarse, también tienen ahora la de una posible separación, hecho que es culturalmente reciente. Las separaciones y divorcios se producen por motivos variados, entre los que destaca el término del sentimiento amoroso, el desamor. Pero no solo la falta de amor puede estar en la base de un quiebre de pareja. Este igualmente puede originarse en múltiples realidades: problemas de personalidad de los cónyuges; difícil ajuste de roles sexuales actualmente más flexibles y cambiantes; dificultades económicas.Al respecto, Herrera (1996) precisa:“Al parecer, el vivenciar situaciones de precariedad económica se relaciona con mayor inestabilidad de las relaciones de pareja. En este sentido, el trabajo de la mujer, que se ha demostrado se asocia con un mejoramiento de la condición económica de los hogares, podría contribuir a una mayor estabilidad de las relaciones de pareja” (Herrera, 2006, p. 63). Quizás una de las razones más dramáticas de los quiebres es la presencia de violencia. La violencia es entendida como la agresión que se ejerce contra una o más personas, con la intención de intimidar, controlar o castigar. La violencia puede darse de parte del hombre contra la mujer, y contra los hijos, y en algunas situaciones entre los dos miembros de la pareja (en este caso se habla de violencia cruzada). Es difícil acceder a datos certeros sobre este problema, a pesar de los esfuerzos tanto de grupos de trabajo sobre el tema, como del Estado. “Un dato 57

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impactante es el reportado por el Servicio Nacional de la Mujer (2000-2001) que indica que una de cada tres mujeres en la Región Metropolitana reporta haber sido objeto de maltrato por parte de su pareja” (Aron, 2001, p. 33). La vida de pareja, la vida matrimonial, se desarrolla necesariamente en un determinado contexto. No es extraño que el fin de un matrimonio se vea influido por factores personales de los cónyuges, pero también por factores familiares, sociales, culturales y económicos. Por esta razón siempre un quiebre, una separación, repercute durante un importante período sobre un amplio círculo de personas. El proceso de separación trae consigo un alto costo emocional, tanto por el fracaso del proyecto de vida en común que se acaba como por los cuestionamientos que pueden tener los miembros de la pareja acerca de la propia capacidad de amar y ser amado. Las consecuencias del fin de la convivencia pueden ser físicas, emocionales, sociales, económicas.Van a depender asimismo de los años de convivencia: a mayor tiempo pasado juntos, mayores las dificultades de la separación. Aunque, en ciertos casos, si la convivencia ha sido muy destructiva, la separación puede entonces vivenciarse como un alivio. Esta es muchas veces la experiencia de quienes han sufrido violencia. Existen algunos factores que podrían facilitar la superación de la separación. Entre estos se destaca la salud psíquica, la capacidad de ajuste y adaptación de los miembros de la pareja (en particular el que permanece con los hijos si los hay), la disponibilidad y buen uso de una red de apoyo y la capacidad que tengan ambos progenitores de no transmitir el conflicto de la pareja a los hijos. Roizblatt (1997) observa que la separación también demanda la realización de ciertas tareas, entre las que destaca la aceptación del fin del matrimonio, el duelo por la pérdida, la reforma de la autoimagen y la ayuda a los hijos si los hubiera. Actualmente se observa un notable aumento en las separaciones. En este fenómeno influye el hecho de que la mujer está teniendo un rol más activo en la sociedad, lo que la lleva a una mayor autonomía e independencia económica, y por consecuencia, a una relación de mayor igualdad con los hombres. Al mismo tiempo, las exigencias por parte de la mujer en el ámbito sexual aumentan y sus expectativas respecto al hombre cambian, esperando ahora que no sea solo un proveedor y figura de autoridad, sino que sea además buen esposo y padre (Roizblatt, op. cit.). A todo lo anterior se suma la disminución de la estigmatización cultural hacia las personas separadas.

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Según Sarquis (1995), es posible distinguir siete etapas en el proceso de separación: 1) Etapa de pre-ruptura. Se hace un esfuerzo consciente o inconsciente para evitar la separación. 2) Etapa de ruptura. Se llega a la aceptación por la pareja, o uno de sus miembros, de la incapacidad para resolver las tensiones maritales. Es un período en que los miembros de la pareja sienten culpa y baja autoestima. 3) Etapa de familia conviviente uniparental. Es un momento en que se experimenta un fuerte apego del progenitor custodio con el o los hijos que tiene a su cargo; asimismo se puede dar una acentuada regresión a la familia de origen. 4) Etapa del cortejo o arreglo de pareja. Surge la posibilidad de una nueva relación, lo que exige la separación emocional de la pareja anterior. 5) Re-matrimonio. Se hace pública la nueva relación, y se hace necesario el establecimiento de nuevas reglas, fronteras, alianzas y lealtades en la familia. 6) Familia reconstituida. Se inicia un nuevo período, marcado por el funcionamiento de nuevas reglas familiares, con una estructura, autoridad y jerarquía claras, que propicien el desarrollo del ciclo vital familiar. 7) Destete de la pareja coparental o divorcio definitivo. Dado el crecimiento de los hijos, ya no se requiere la función coparental de los progenitores.

Si la separación se conceptualiza como un proceso de duelo, éste tendría también tres momentos: el de perplejidad, el de desorganización y el de reorganización. Se estudiará en más detalle el proceso de duelo en el capítulo final. Muchas veces la separación de la pareja termina con un divorcio, que reconoce legalmente la ruptura del vínculo legal entre los cónyuges, establece reparaciones económicas si es el caso, y determina responsabilidades y deberes en relación a los hijos (si los hay). El divorcio se ha incrementado en las últimas décadas en muchos países, principalmente en los grupos de casados más jóvenes, los de menores recursos culturales y económicos (Clemente, 1996). Otros especialistas atribuyen esencialmente este aumento en las tasas de divorcio a un cambio de mentalidad: las personas tendrían hoy muchos más expectativas en relación a su pareja, que las personas que ahora son mayores (Stassen Bergen, 2000).

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Maternidad y paternidad La maternidad y la paternidad son una experiencia intensa y relevante, que para la mayoría de las personas caracterizan este período de la vida. La llegada de un hijo es sin duda uno de los acontecimientos centrales del ciclo vital de la mayoría de los hombres y mujeres, aunque la importancia que reviste el hecho, en general no se refleja en el lenguaje. Cuando se pregunta a la gente lo que hace en la vida, escasos son los que dicen: “Estoy criando a mis hijos”. Sin embargo, este hecho es, en la edad adulta, tan probable como tener un empleo, y numerosos adultos consideran que el éxito en la educación de sus hijos es su principal objetivo de vida (Stassen Bergen, 2000. Traducción de la autora). En la decisión de tener un hijo intervienen muchas variables, como las socioculturales que se establecen como creencias normativas, las presiones natalistas de la sociedad y de los grupos familiares, aunque éstas han disminuido su fuerza, entre otras cosas, por la inserción masiva de la mujer en el mundo laboral. Las experiencias históricas personales juegan también un papel importante, principalmente a través de la relación que cada miembro de la pareja tuvo con sus respectivos padres. De modo parecido, las fantasías acerca de la parentalidad influencian las expectativas con las que la pareja llega a tomar dicha decisión. Entre las más comunes en nuestra sociedad, en el caso de la mujer, están que el ser fértil confirma la femineidad y aumenta su autoestima; y para el hombre, que el embarazo de su mujer constituye una confirmación de su virilidad y potencia sexual. Igualmente, son fantasías, la visión del hijo como una prolongación de sí mismo y como alguien que contribuirá al éxito y la gloria personal. Se reportan además, la visualización del niño como oportunidad para lograr lo que los padres desearon alcanzar y no lograron en términos de éxito o posición social. Otro factor que influye en la decisión de tener un hijo es el nivel de desarrollo alcanzado en la relación de pareja, ya que aquellos que viven una relación basada en la intimidad y confianza están más sensibles a la necesidad de generar una nueva vida. Mientras para otros, la espera de un hijo puede significar una forma de mantener unido el matrimonio, solucionar problemas en la relación o generar un espacio común. Ya tomada la decisión, si existe la posibilidad, llega el embarazo, el cual se constituye como una instancia de transición a la parentalidad e implica el fin de la juventud libre de mayores preocupaciones. Las vivencias al respecto difieren según el género. En el estado de embarazo, la mujer experimenta una presión considerable para percibir la maternidad como necesaria para alcanzar su plenitud 60

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como individuo y asegurar su estatus de adulto. El tipo de emociones que vive la futura madre durante este período, va a estar condicionado por una serie de hechos circunstanciales y centralmente, por su capacidad de adaptación a los cambios fisiológicos y psicológicos que se producen en el embarazo. Incluso antes que los cambios corporales resulten notorios, es natural que la mujer embarazada sienta temores y tenga sentimientos ambivalentes, al mismo tiempo que experimente gran excitación por el momento que vive. Desde la perspectiva psicoanalítica, se destaca que la futura madre viviría, en ese tiempo, las situaciones placenteras y desagradables de su propia infancia (Silvestre et al., 1996). En el caso de los hombres, en relación al embarazo de su mujer, se puede presentar muchas veces una expectación ansiosa frente a la nueva situación, y a las nuevas responsabilidades. También sentirá miedos y dudas respecto al devenir de la actividad sexual. En algunos casos pueden aparecer sentimientos de envidia hacia su pareja, por la capacidad de embarazarse y llegar a sentirse como espectador excluido. Es de gran importancia en esta etapa la preparación que realicen los futuros padres con relación a los cuidados del embarazo, al parto y a los primeros momentos de la crianza, con el fin de prevenir dificultades tanto físicas como emocionales, bajar los niveles de ansiedad, facilitar la asunción del nuevo rol, y asumir con mayor tranquilidad un tiempo que puede ser fuente de intensas gratificaciones. El nacimiento del primer hijo y su crianza se despliegan como una situación de quiebre, que será enfrentada esencialmente con herramientas cultivadas en la infancia y adolescencia. La pareja se transforma en una estructura que funciona como familia, y entran automáticamente a participar en una relación triangular. Esto necesitará de un reajuste fundamental en la relación, al cambiarse los límites de intimidad de la pareja. Sin embargo, aparentemente, la paternidad o maternidad no alteran drásticamente la calidad de la relación matrimonial. La mayor dificultad que se presenta en el caso del primer hijo, es que existe una falta casi total de entrenamiento para el rol, el que es sumamente complejo para ambos padres, a la vez que irrevocable, diverso y dinámico. Las tareas de cada uno en la crianza temprana, en los primeros momentos después del nacimiento del bebé, son diferentes. Mientras la madre se sume en el desarrollo de una mutualidad con el hijo, el rol del padre tiene más que ver con la compañía, como un soporte emocional a la madre, y apoyo en relación al mundo externo. Estos roles, más adelante, con el desarrollo del niño se flexibilizan y evolucionan, pudiendo así el padre, participar de mayor manera en el cuidado 61

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directo del niño. Es importante destacar que estos patrones presentan diferencias de una cultura a otra, de una sociedad a otra. Su ejercicio también puede verse influenciado por determinadas situaciones económicas y sociales. Por otra parte, el nacimiento del hijo plantea tareas y conflictos potenciales a la pareja, ya que deben acomodar su relación y crear espacios para el nuevo miembro, reformular los límites de cada uno, los límites de la pareja, incorporando al niño. Asimismo deberán negociar los límites con las familias de origen, en relación con la nueva situación y la crianza. En el caso de no tratarse del primer hijo y de existir otros hermanos, éstos deben pasar por un similar período de ajuste y adaptación. Y los padres, en esta situación, y no necesariamente de la misma manera, se ven presionados por múltiples demandas de atención y afecto. La preocupación por la relación temprana del niño y el apego con su madre ha sido uno de los temas centrales en el trabajo de muchos investigadores. Bowlby (1969) define la conducta de apego como cualquier forma de comportamiento que hace que una persona alcance o conserve la proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido. Como resultado de la interacción del bebé con el ambiente, y en especial con la principal figura de ese ambiente, la madre, se crean determinados sistemas de conducta, que son activados en la conducta de apego. En el campo del desarrollo infantil, el apego se refiere a un vínculo específico y especial que se forma entre la madre o el cuidador primario y el niño. Este vínculo se caracteriza por ser una relación emocional perdurable con una persona específica, que produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer. La pérdida o la amenaza de pérdida de la persona de apego, evoca una intensa ansiedad. Los investigadores de la conducta infantil sostienen que la relación de apego madre-niño ofrece el andamiaje funcional para todas las relaciones que el niño o la niña desarrollará en su vida, llegando a marcar sus relaciones sociales. El desarrollo de esta teoría ha permitido establecer distintas formas de apego, las cuales desarrollándose en forma temprana, poseen alta probabilidad de mantenerse durante toda la vida. Basándose en cómo los niños responden a su figura de apego cuando están ansiosos, Ainsworth, Blehar,Waters y Wall (1978) definieron los tres patrones más importantes de apego y las condiciones familiares que los promueven: el estilo seguro, el ansioso-ambivalente y el evasivo. El estilo de apego seguro se daría en niños que son capaces de usar a sus cuidadores como una base de apoyo y seguridad cuando están angustiados. Ellos

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tienen cuidadores que son sensibles a sus necesidades, por eso tienen confianza en que estarán disponibles, que responderán y les ayudarán en la adversidad. Los niños con estilos de apego evasivo exhiben un aparente desinterés en la presencia de sus cuidadores durante períodos de angustia. Al parecer no confiarían en las respuestas que sus cuidadores pudieran dar. Por último, los niños con estilos de apego ansioso-ambivalente responden a la separación de sus figuras de apego con angustia intensa y mezclan comportamientos de apego con expresiones de protesta, enojo y resistencia. Debido a la inconsistencia en las habilidades emocionales de sus cuidadores, estos niños no tienen expectativas de confianza respecto al acceso y respuesta de éstos. Estos patrones de apego pueden perpetuarse llegando a la adultez, marcando maneras diferentes de ejercer la paternidad y la maternidad. “Padres más seguros estarían en mejores condiciones para poder inferir estados mentales en sus hijos y devolverles una imagen más cierta de los propios estados mentales que ellos están viviendo en ese momento u otro” (Pinedo, Santelices, 2006, p. 208).

Los padres y madres en las diferentes etapas de la paternidad/maternidad No solo los hijos se desarrollan al pasar los años. Los padres y madres también lo hacen, variando considerablemente sus intereses y conflictos en la crianza. Antes del nacimiento del primer hijo: los padres habitualmente piensan por qué desean hijos y planifican sus vidas como padres. Desde el momento en que el niño empieza a caminar, los padres deben resolver ciertos conflictos que se pueden producir entre aspectos personales, como la carrera profesional, el bienestar personal, etcétera, y las necesidades del hijo. Deben además realizar los cambios en la imagen de sí mismos, pasando de visualizarse como hijos de padres a padres de hijos. En la etapa preescolar de los niños, los padres deben ir adecuándose a las necesidades de éstos, y a su permanente cambio, en la medida en que van creciendo. En este período es primordial cuidar y alimentar el vínculo de pareja, evitando que el rol de padres invada completamente. Y es también importante tomar conciencia de que no es posible ser padres perfectos, por ende deben perdonarse los errores cometidos.

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En el momento en que el niño va a la escuela, los padres deben desarrollar un punto de vista realista de las habilidades del niño, separando sus propias necesidades de logro de las de su hijo. Los padres participan en la vida escolar del niño y comienzan a reescribir su propia infancia, es decir, a ofrecerle al hijo oportunidades que ellos no tuvieron. En la adolescencia, los hijos realizan continuos cuestionamientos a los padres, lo que provoca que se realice una evaluación de los valores que tienen como padres y como familia. Es una etapa compleja, donde deben ser flexibles, pero a la vez ser firmes para establecer los límites necesarios, los que finalmente protegen al adolescente. Para lograr lo anterior los padres deben ver al hijo de esta edad como un individuo único, que tiene características e intereses propios. Llegada la adultez joven del hijo, los padres ya pueden dedicarse a disfrutar la relación que han cultivado a lo largo de la crianza, aceptándolos como gente independiente que toma sus propias decisiones, y ayudándolos en el caso de ser necesario. Es el momento en donde se da una reformulación de la pareja, la vida social, y existe el tiempo y el espacio para retomar los objetivos individuales.

Ciclo vital familiar El ciclo vital familiar es un concepto ordenador para entender la evolución de la familia y las crisis que atraviesa en función del crecimiento y desarrollo de sus miembros, aunque cada familia atraviesa el ciclo de la vida de manera que le es propia. Hay autores que desechan esta visión lineal y distinguen algunos momentos particulares del ciclo vital familiar, y en general distinguen cuatro tiempos: antes de la llegada de los hijos, la crianza de los hijos, la partida de los hijos del hogar y el tiempo de la pareja en que vuelve a estar sin hijos. Según Duvall (1977), las fases del ciclo vital de la familia serían ocho, definidas a partir del estadio de desarrollo en el que se encuentre el hijo(a) mayor (ver cuadro).

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Fases del ciclo vital familiar (Duvall, 1977) ETAPA

CARACTERÍSTICAS

FORMACIÓN DE LA PAREJA: aproximadamente dos años

Interacción entre dos adultos jóvenes independientes. Preparación para asumir roles de marido o mujer. Formación de una identidad de pareja. Matrimonio como rito psicosocial. Negociación y asignación de roles.

CRIANZA INICIAL DE LOS NIÑOS: desde el nacimiento del primer hijo hasta que éste tenga 2 años y medio

Transición de estructura diádica a triádica. Mutualidad de la madre con sus hijos. Aceptación por los adultos de su rol de cuidado.

FAMILIA CON NIÑOS PREESCOLARES: llega hasta que el hijo mayor tiene 6 años

Rol estabilizador del padre. Tolerancia a la mayor autonomía infantil. Tipificación de los roles sexuales. Tensión entre roles laborales y familiares de los padres.

NIÑOS ESCOLARES: dura hasta los 13 años del hijo mayor

Escuela como evaluadora de la eficiencia de la crianza. Tolerancia de la separación parcial del hogar. Salida inicial del hogar.

FAMILIA CON HIJOS ADOLESCENTES: se prolonga hasta los 20 años del hijo mayor

Cambio marcado en el equilibrio familiar. Apertura de los límites familiares. Crisis bigeneracional. Inicio de la plataforma de lanzamiento de los hijos.

FAMILIA PORTAAVIONES O PLATAFORMA (DE LANZAMIENTO): llega hasta que el último hijo abandona la casa FAMILIA DE EDAD MEDIA CON HIJOS QUE TIENEN SUS PROPIAS FAMILIAS: llega hasta el fin del período laboral activo de uno o ambos miembros de la pareja

Síndrome del nido vacío. Enfrentamiento de los cambios biológicos de la involución. Enfrentamiento de la jubilación y del uso del tiempo libre. Enfrentamiento de la soledad y la muerte de la pareja.

FAMILIAS ANCIANAS: dura hasta la muerte de ambos miembros de la pareja

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Florenzano (1983), en uno de sus trabajos, presenta los cinco componentes de la salud familiar. Estos serían: Adaptabilidad, que se refiere a la capacidad de utilizar recursos familiares y comunitarios para resolver situaciones de crisis. Participación, que alude a la capacidad de comunicarse en familia, para explorar fórmulas de resolución de los problemas que se presentan. Gradiente de crecimiento, que implica la capacidad de atravesar las distintas etapas del ciclo vital familiar en forma madura, permitiendo al mismo tiempo la individuación y separación de los miembros de la familia. Afecto, como capacidad de experimentar cariño y preocupación por cada miembro de la familia, y expresar distintas emociones: amor, tristeza o rabia. Resolución, que sería la capacidad de instrumentalizar los elementos anteriores, compartiendo el tiempo y los recursos especiales con cada miembro de la familia. Estos componentes se presentarían de formas diversas en las familias, determinando un mayor o menor grado de salud.

La amistad Si bien el amor, las relaciones de pareja y la conformación de familia son de gran importancia en el desarrollo del joven adulto, las relaciones con sus pares son también de mucha relevancia. Aparte de las relaciones de intimidad, las relaciones interpersonales, representadas por las relaciones de amistad, proporcionan a las personas apoyo social y seguridad. La amistad es importante en todas las etapas del ciclo de la vida. La mayoría de los jóvenes adultos se desenvuelven en distintos medios, en el que escogen sus amistades y se hacen de amigos fácilmente, porque están en un momento de apertura al mundo. Los amigos acompañan en el devenir del ciclo de la vida: “A medida que pasan los años, las amistades también maduran. Los amigos adultos, cualquiera sea el grado de intimidad que los una a ellos, forman parte de su vida. El adulto joven necesita a los amigos, les aportan no solo compañía y ayuda en diversos momentos felices y tristes, escuchan sus confidencias y también contribuyen a hacerlos reflexionar y cuestionarse. Las amigas y amigos verdaderos, al elegirse mutuamente, están expresando que aprecian algo en el otro y lo valoran. La amistad verdadera contribuye a reforzar la autoestima de ambos” (Pavez, 2009, p. 106). La amistad se da de maneras diversas, y muy marcada por el género. Existen claras diferencias en la forma en que hombres y mujeres la viven: “En general las amistades masculinas se basan en el compartir actividades y centros de interés, 66

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mientras que las amistades femeninas, más íntimas y emocionales, se caracterizan por el intercambio de confidencias y el apoyo en momentos de crisis” (Stassen Berger, 2000, p. 358). En la medida en que el joven adulto tiene responsabilidades de pareja o de familia, la amistad puede sufrir ciertos cambios. El momento del inicio de la cohabitación o del matrimonio implica a menudo una readecuación del mundo de la amistad. Se puede reducir el número de amigos, o distanciar los encuentros, ya sea por razones de tiempo, por la necesidad de crear intimidad con la pareja e igualmente comenzar una red de amigos comunes.

La inserción laboral del adulto joven El joven adulto no solo tiene como tarea formar una pareja y una familia, sino asimismo insertarse de manera seria y productiva en el mundo del trabajo. El concepto de trabajo no implica siempre una actividad remunerada (un ejemplo claro son las dueñas de casa), pero sí tiene una característica primordial: es una actividad que genera, que produce, por lo general bienes o servicios, y que opera sobre un objeto de trabajo (materias primas, tierra, energía, información, etcétera). El trabajo supone la elaboración y transformación de este objeto y requiere por lo tanto del uso de instrumentos. Otra característica importante del trabajo es que es siempre relacional, tanto en sus medios como en sus fines, ya que no se realiza para sí mismo, sino para satisfacer necesidades de la comunidad en la que se está inserto. El trabajo ocupa un considerable espacio en la vida de un adulto y su influencia abarca casi todos los aspectos de la misma. De esto se desprende que el trabajo cumple una gran variedad de funciones. Es, en primer lugar, un organizador social por excelencia, ya que determina los ciclos de actividad y ocio, proporcionando una estructura temporal. Es fuente de ingresos y en él subyace la motivación de bienestar material. Provee de bienes y servicios necesarios para vivir, mantenerse y desarrollarse. El trabajo también satisface la necesidad de actividad física e intelectual, proporcionando una actividad regular, que se puede relacionar con el nivel de actividad que el organismo necesita, el cual es variable entre las personas y a lo largo del tiempo. Permite igualmente canalizar la creatividad, al dar dominio sobre el ambiente. Amplía el ámbito de relaciones sociales más allá de la familia, 67

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constituyéndose como una fuente de contacto social que permite integrarse a la sociedad. Además, el trabajo confiere una identidad adulta, siendo una de las principales cartas de acreditación social al proporcionar un estatus dentro de la pirámide social, al conceder una posición en la sociedad.Y por último, la actividad laboral proporciona un sentimiento de propósito social, satisfaciendo la necesidad de trascendencia. La inserción en el mundo del trabajo es de gran relevancia en el inicio de la adultez. La adultez temprana se caracteriza por ser el período, donde se cristaliza la elección vocacional y se lleva a cabo la adaptación al mundo del trabajo. Esta elección está evidentemente marcada por la inserción social y económica de la persona que elige, es decir, por los recursos del medio en que se desenvuelve y que determinan los mayores o menores grados de libertad de elección vocacional y de inserción laboral. En la sociedad occidental, no todas las personas tienen la posibilidad de elegir su vocación, ni tampoco de elegir el espacio donde insertarse laboralmente. De hecho, en algunas sociedades, la dificultad que encuentran los jóvenes para encontrar un trabajo, debido a la escasez de ofertas en el mercado, es una dificultad enorme, que les impide incluso acceder completamente al estatus de adulto (Boutinet, 1998). Al principio de los 20 años, cuando pueden elegir, los jóvenes adultos tienden a ser influidos en sus elecciones por la autoridad de los padres, pero al final de los 20 e inicio de los 30 empiezan a actuar con mayor autonomía, abocando sus energías en la conformación de la propia familia y al desarrollo de la propia carrera profesional. “En cierto modo elegir una ocupación es como elegir pareja. Hay presiones familiares para aceptar un trabajo y no otro. Los factores sociales determinan en cierta medida la elección y satisfacción con la opción que se ha escogido. La similitud de intereses entre el aspirante al trabajo y los miembros de ese trabajo satisfechos con su profesión es un indicador de la felicidad en el trabajo igual que la similitud de actitudes y valores desempeña un rol en el éxito matrimonial” (Schaie et al., 2003, p. 216). La inserción del individuo en su trabajo es un elemento central en su ajuste psicológico. Desde muchos puntos de vista, todas las etapas previas han sido parte de un proceso, cuyo fin es preparar a la persona para ser productiva, y para que a la vez, pueda contribuir al desarrollo de su sociedad y en cierto modo, retribuir lo que ha recibido de ella (Florenzano, 1983). A partir del trabajo, el adulto joven estructura su mundo y define un estilo de vida, y para hacerlo debe pasar por el proceso de inserción laboral, cuyo fin 68

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es lograr un ajuste laboral funcional; es decir, una estabilización del campo de acción alrededor de una actividad dada. Este es un proceso complejo, que progresa paulatinamente en la adultez joven. La edad adulta temprana se centra en el aprendizaje de la actividad escogida, ya que la mayoría de los trabajos requieren de entrenamiento para el novato. Este período, además de la transmisión de información acerca de habilidades especiales al joven, involucra la socialización de este nuevo trabajador con sus compañeros. El principiante debe evaluar el ajuste entre sus características personales y los cuatro componentes centrales de la situación de trabajo. El primero de ellos es el conjunto de habilidades técnicas requeridas para la labor. El joven debe apreciar si éstas están dentro de su rango de competencia, si posee las capacidades para mejorar sus habilidades, y si puede sentir placer y satisfacción al desplegarlas. El segundo componente es la relación con la autoridad. Los nuevos trabajadores deben responder tanto a la estructura de autoridad como a la gente que ocupa estas posiciones. Con respecto a estas personas, deberán ser capaces de transar con una variedad de personalidades en posiciones más altas o más bajas a la propia. La evaluación de los riesgos y demandas constituyen el tercer elemento de la situación laboral. Las demandas dependen de las normas de cada trabajo, variando enormemente de una ocupación a otra. Los riesgos incluyen un amplio rango de posibles daños físicos o psíquicos relacionados con el lugar y condición de trabajo, por lo que el individuo deberá decidir si es que las vulnerabilidades particulares son tolerables en función de las recompensas obtenidas. Por último, debe ajustarse a las relaciones interpersonales, componente central de la satisfacción laboral. La presencia de compañeros con los cuales poder relajarse y compartir sentimientos de logro, enriquece enormemente la vida laboral. Los amigos en el trabajo pueden llegar a compensar muchas situaciones estresantes, constituyéndose como una importante red social que ayuda al adulto joven a lidiar con las ansiedades de aprender un nuevo trabajo. En el desarrollo y calidad de las relaciones entre los trabajadores, influye el hecho de que algunos ambientes de trabajo estimulan la competencia, mientras que otros fomentan la cooperación. Un elemento importante en esta etapa es la existencia de un tutor o mentor, un compañero mayor y más experimentado que puede ser modelo y apoyo del joven en el nuevo ambiente laboral. La figura del tutor es una figura compleja e importante. Sus funciones básicas serían las siguientes: acoger al joven y guiarlo; ayudar al joven a integrarse en el medio y brindarle su apoyo para que haga

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progresos; contribuir a que el joven adulto adquiera destrezas y se desarrolle; servir de modelo al joven adulto (Silvestre et al., 1996). El desarrollo vocacional se despliega desde los primeros a los últimos años de vida y puede dividirse, según la ya clásica distinción de Super (1957), en cinco fases con sus correspondientes subestadios. Fases del desarrollo vocacional (Super 1957)

Fase del desarrollo (hasta los 14 años)

Subestadio prevocacional (hasta los 3 años) Subestadio de la fantasía (4 a 10 años)

Fase del establecimiento (25-44)

Las ideas vocacionales se basan en los gustos personales.

Subestadio de la capacidad (13-14)

La habilidad se convierte en la base de las reflexiones vocacionales.

Subestadio de la transición (18-21)

Las necesidades, intereses, capacidades, valores y oportunidades se constituyen en las bases de las decisiones ocupacionales. La realidad se va imponiendo como elemento central en la acción ocupacional.

Subestadio de prueba (21-24 años)

Se emprende el primer trabajo después que el individuo ha realizado un compromiso vocacional.

Intento (25-30)

Período de cambio ocupacional, debido a elecciones insatisfactorias.

Estabilización (31-44)

Período de trabajo estable.

Fase de mantenimiento (45-65) Fase de declive (65 en adelante)

La fantasía es la base de la preocupación vocacional.

Subestadio del interés (11-12)

Subestadio tentativo (15-17) Fase de la EXPLORACIØN (15-24 años)

No existe interés ocupacional.

Continuación de la ocupación elegida. Reducción (65-70)

Período de decadencia en la actividad vocacional.

Retiro

Cese de la actividad vocacional. 70

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Super, más recientemente, ha relativizado su postura y cuestionado el hecho de que estas fases se presenten solo una vez en la vida del trabajador. Así establece que por ejemplo una persona puede reciclarse en su trabajo cuantas veces le sea necesario. Algunos autores han criticado el esquema de Super, desde una mirada de género, aduciendo que para la mayoría de las mujeres es muy difícil seguir este camino de manera lineal, por las tensiones que se presentarían con el ejercicio de la maternidad. Destacan además que hay numerosas mujeres que opinan que entre vida de familia y vida de trabajo, la armonización es muy difícil (Silvestre et al., 1996). Actualmente, las tendencias sociales hacia el matrimonio y la crianza más tardía, así como la constitución de familias más pequeñas, ha hecho más fácil para muchas mujeres jóvenes perseguir objetivos educativos y de carrera más ambiciosos. Sin embargo, la asunción de roles laborales para la mujer sigue siendo –en la mayoría de los casos– de mucha complejidad, principalmente por la sobrecarga a la que se ve sometida, dado el complejo rol de madre-esposa-dueña de casa y trabajadora fuera del hogar. A esto se suman las diferencias salariales, que constituyen una discriminación importante de género por parte del mercado laboral. Al respecto es importante destacar el reciente aporte a la discusión sobre el tema de Elizabeth Badinter (2010), quien en su último libro aborda el conflicto entre maternidad y trabajo. La autora, quien lleva años investigando la maternidad, desde una perspectiva socio-histórica, releva el surgimiento de un importante cambio cultural que afectaría directamente a las mujeres. Según Badinter, la crisis económica ha detenido el camino de las mujeres hacia la igualdad en el mundo del trabajo, hacia la igualdad en las remuneraciones. Y esto se daría por el nacimiento y desarrollo de una poderosa corriente ideológica que incitaría a las mujeres a volver al núcleo hogareño. “Esta ideología, que apunta a reinstalar el modo de pensar tradicional, pesa enormemente sobre el futuro de las mujeres, en particular sobre sus decisiones. Hoy se les quiere convencer de que deben volver a lo natural y a lo esencial, que vendría a ser el instinto maternal. Pero ellas actualmente tienen tres posibilidades: adherir a este movimiento, rechazarlo o negociar, según si privilegian sus intereses personales o su función maternal” (Badinter, 2010, p. 13. Traducción de la autora). Este gran cambio cultural estaría marcando la vida de las mujeres europeas. Badinter, citando a Neil Gilbert, describe distintos tipos de mujeres, basándose en sus opciones relativas al mundo familiar y al mundo del trabajo. Según esta clasificación, ellas se pueden ubicar en un continuo, dependiendo de la importancia que le otorguen al trabajo y desarrollo de su carrera, y a la familia. Así en un extremo se encontrarían las “tradicionales” –para las cuales la familia es lo central– y en el otro 71

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las llamadas “posmodernas”, mujeres que eligen no tener hijos y que actualmente estarían en aumento. Entre estos polos se encontrarían las “neotradicionales” y “las modernas”, que intentan equilibrar familia y trabajo; las primeras privilegiando el lado familiar y las segundas, el desarrollo de su carrera.

Salud mental y trabajo En la experiencia de inserción laboral del adulto joven, pueden presentarse problemas de salud mental asociados a las exigencias. De éstos, los más comunes son el estrés laboral y las consecuencias del desempleo. El estrés ha sido definido como una situación de desequilibrio entre la persona y su entorno. Es una respuesta que se activa en el organismo cuando éste siente que no puede enfrentar las exigencias del medio, un mecanismo para enfrentar situaciones de crisis. Hay tipos y niveles de estrés que son normales y necesarios. El nivel de estrés leve u óptimo en el corto plazo, por ejemplo, es el que se vive ligado al entusiasmo e interés por una tarea; este estrés hace que la percepción sea excepcionalmente aguda y que aumente la rapidez de respuesta de todos los sistemas. Los niveles de estrés elevados, en cambio, se vivencian como cansancio, desánimo, tensión muscular, dificultad para levantarse, trastornos fisiológicos, alteraciones alimenticias, pérdida del interés por trabajar, falta de concentración y problemas en las relaciones humanas, entre otros. Existe gran diferencia en la cantidad de estrés que una persona puede tolerar, dependiendo de variables de personalidad, cronicidad del estresor, redes sociales, antecedentes biográficos , etcétera. El estrés laboral es mayor en aquellas personas que no están suficientemente preparadas para su trabajo, o bien, entre aquellas que hicieron una elección vocacional equivocada. También puede ser consecuencia de una sobrecarga de trabajo, de tareas laborales monótonas y alienantes, de bajas remuneraciones, de ambigüedad en la definición del cargo, acoso sexual, hostigamiento y malas relaciones laborales, falta de supervisión o excesivo control, imposibilidad de hacer carrera, trabajos por turnos, etcétera. Uno de los mayores riesgos del estrés laboral es la adquisición del síndrome de burnout, que incluye agotamiento emocional, falta de realización personal, valoración negativa del propio trabajo y manifestaciones típicas del estrés. 72

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En la posibilidad de desarrollar estrés laboral influyen de manera importante los recursos personales, las estrategias de autocuidado que tenga el trabajador, así como las redes de apoyo con que cuente.

El desempleo y sus consecuencias El trabajo ha sido tradicionalmente considerado como uno de los lazos más importantes que unen al individuo con la realidad; por lo tanto, el no poder acceder a trabajar, conlleva gran cantidad de problemas para el sujeto. Se ha descrito una serie de fases y momentos por los que pasa la persona afectada por el desempleo. En un primer momento se produce una conmoción, acompañada de negación y minimización del problema. Al mismo tiempo, se experimenta gran optimismo y convencida esperanza de poder solventar positivamente la situación, de confianza en las habilidades y recursos propios y en las oportunidades externas. A medida que va pasando el tiempo, el individuo se va percatando de la seriedad del problema y aparece el pesimismo y con él la necesidad de reestructurar algunos marcos de referencia. Aflora una profunda crisis en la autoestima y valoración del yo. Este pesimismo acaba, por lo general, en un estado depresivo y, más aún, en un sentimiento de desesperanza e impotencia ante una situación que se percibe ya como irreversible e insuperable (Clemente, 1996). El desempleo tendría efectos fisiológicos, psicológicos y psicosociales. A nivel fisiológico se puede producir incremento en la presión sanguínea, en los niveles de ácido úrico y colesterol, pérdida del apetito, alteraciones del peso y mayor vulnerabilidad a enfermedades psicosomáticas (como la úlcera péptica) y también a infartos. A nivel psicológico los desempleados pueden presentar apatía, resignación, dudas sobre sí mismos, depresión, baja autoestima y creencias fatalistas. También desorientación temporal, inseguridad respecto al futuro, imposibilidad de planificar, aburrimiento, no saber qué hacer con el tiempo y pérdida de interés. Todo esto se relaciona con la pérdida del principal estructurador del tiempo en la vida de las personas. Igualmente puede presentarse una pérdida de propósitos en la vida, acompañada por fuertes sentimientos de desesperanza.Además, las personas pueden mostrar sintomatología ansiosa y depresiva: angustia, dificultades de concentración, impulsos suicidas y diversas modalidades de desórdenes mentales. En el nivel psicosocial se produce una profunda alteración en los modelos de relación social, que afecta desde la vida familiar hasta las relaciones de amistad. 73

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Las personas se relacionan de forma más huraña y esquiva, y muchas veces manifiestamente agresivas. Pueden aparecer también conductas evasivas, como alto consumo de drogas y alcohol. Se ha presentado la etapa de adultez joven, destacando sus principales características y temáticas. En el capítulo siguiente, se abordará la adultez media o mediana edad, siguiendo aproximadamente el mismo orden de desarrollo.

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“Esos locos bajitos” Nadie me avisó lo genial que era ser abuela, aunque mi amiga Marta algo avanzó cuando dijo: “Es mejor que tener mariposas en la guata, es como tener estrellas…”. Y tenía razón, para mí ha sido uno de los mejores regalos de la vida y no hay día en que no lo agradezca. Quizás ha sido tan delicioso, porque hubiera querido tener más hijos y no fue posible, o porque la crianza de los nuestros se dio en difíciles condiciones. De verdad no lo sé. Sí sé con certeza, que la llegada de cada uno de los cuatro nietos ha bañado de alegría y ternura mi existencia. La Elisa, hace ya ocho años, me abrió la puerta y me permitió acceder al estado de abuela, que me ilumina y da fuerzas, a la vez que me transforma en un ser aún más vulnerable. Lo que le pueda suceder a los niños, me amenaza en lo más íntimo. Después cuando nació la Mathi, no me imaginaba poder querer tanto a alguien, como a mi nieta mayor. Rebosaba de amor por ella, y aunque tenía el discurso preparado –“el corazón de las abuelas se agranda con cada nieto”–, me inquietaba la inclusión de este nuevo miembro de la familia. No quería desplazar ni herir a nadie.Y poco a poco, esta rubia deliciosa, con cara de angelito y energía desbordante, me fue domesticando. Cuando nació la Olivia, después de haberse hecho esperar mucho tiempo, yo ya había aprendido la lección y estaba más tranquila. Y mirarla, fue quererla. Hoy no me imagino mi mundo sin esta chiquitita, que empinada en sus 3 años, seduce con sus enormes ojos almendrados y su infinita capacidad de conversar. Hacen una preciosa pareja con su primo Santiago, el único representante del género masculino en la pequeña tribu, que con su energía desbordante a veces la asusta, y a mí me derrite, con su mirada llena de dulzura. C.U.I. 78

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He aprendido mucho en los últimos meses. Ahora sé, por ejemplo, que las personas hemos de soportar una segunda pubertad alrededor de los 40. Se trata de un período fronterizo tan claro y definido como el de la adolescencia; de hecho, ambas edades comparten unas vivencias muy parecidas. Como los cambios físicos: ese cuerpo que comienza a abultarse a los 14 años, esas carnes que comienzan a desplomarse a los 40. O como la pérdida de la inocencia: si en la pubertad entierras la niñez, en la frontera de la edad madura entierras la juventud, es decir, vuelves a sentirte devastado por la revelación de lo real y pierdes los restos de candor que te quedaban. Ah, pero cómo, ¿la existencia era esto? Rosa Montero6

6 14. Rosa Montero, (1997), La hija del caníbal. Espasa, Madrid, España. 79

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La adultez media o mediana edad La adultez media es un período de gran interés desde el punto de vista psicológico, por las transformaciones que conlleva, aunque su estudio es relativamente reciente. Para algunos, éste es el período de la verdadera “madurez”, pudiendo ser un tiempo de cosecha, de lo que anteriormente se ha sembrado en el ámbito de las relaciones familiares, de amistad y laboral. Como en todas las etapas del ciclo vital, el criterio cronológico, para marcar el inicio y el fin del período, sirve solo de referencia. Se puede definir madurez como el período que empieza entre los 35 y 40 años y termina entre los 60 y 65 años. Sin embargo, es necesario reconocer la amplia variedad de actitudes y conductas que existen, y las limitaciones en el uso de la edad cronológica para definir los períodos de desarrollo (Moraleda, 1995). En la adultez media, muchas personas se sienten en la plenitud de su vida, tanto en el plano físico como en el psicosocial. Entre los 40 y los 60 años un número importante de adultos se sienten bien, más brillantes y satisfechos de ellos mismos y de su vida que nunca antes (Stassen-Berger, 2000). Es para ellos una etapa de gran productividad, especialmente en la esfera intelectual. No obstante, para otros es un momento en que empiezan a aparecer las primeras limitaciones en el plano físico. El adulto medio comienza a sentir en su propio cuerpo los límites del tiempo y debe redefinirse en función de la nueva realidad. Desde el punto de vida biológico, en este período se inicia el climaterio, que en el caso de las mujeres, con la menopausia, marca el fin de la etapa reproductiva. Desde una mirada psicológica, lo central en esta etapa es el cambio en la percepción del tiempo: la persona, por primera vez a lo largo de su vida, percibe la finitud de su tiempo biográfico y considera la posibilidad real de su muerte. En algún momento, cerca de los 40, se piensa en la finitud. En la primera mitad de la vida “se sabe” que la gente se muere, lo que “no se sabe” es que uno mismo morirá (Gründ, 2001), y que, por tanto, ciertos planes deben ser reevaluados, otros cuantos creados y varios, abandonados.

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El adulto medio, en la medida en que percibe su finitud, tiene la posibilidad de darle un nuevo e interesante sentido al tiempo que le queda o intentar infructuosamente detener el paso de los años. La mediana edad puede ser vivida como un tiempo de culminación, pero también anuncia que se ha llegado a la cima y que habrá que descender. Entonces, puede vivenciarse como un período de crisis: crisis de tiempo, del sentido de mortalidad personal, de metas, roles y valores (Rice, 1986).

Los procesos biológicos de la mitad de la vida En la mitad de la vida, son directamente observables ciertos cambios físicos: la acentuación de rasgos faciales; la aparición de canas y la eventual caída del cabello. Además, la piel pierde su tersura y se muestra más seca. Se observa mayor acumulación de tejidos adiposos en algunos sectores del cuerpo, disminuye la fuerza muscular y la velocidad de reacción. En término de los sentidos, se inicia la pérdida de la acuidad perceptual. Estos cambios pueden producir angustia por la pérdida del cuerpo joven. Se espera que el adulto sea capaz de enfrentarlos y elaborarlos, reformulando una nueva imagen de sí mismo. Estos cambios no implican una pérdida de funciones, sino que en algunos casos necesitan de ciertos ajustes en la higiene de vida. Sin duda, el cambio más relevante del período es el climaterio. El climaterio –del griego klimater, “peldaño”– es una fase de transición entre la etapa de reproducción y la no reproductiva. El climaterio es un proceso normal –tanto para hombres como para mujeres– que trae consigo una serie de transformaciones. En la mujer, es la etapa que precede y sigue a la menopausia, que es la manifestación del envejecimiento del ovario y que trae consigo la disminución progresiva de sus funciones más conocidas. En el hombre se asimila a andropausia, determinada por la paulatina disminución de andrógenos, especialmente la testosterona. Para la mujer, esta etapa puede resultar particularmente difícil cuando se asume una estrecha relación entre la pérdida de la capacidad reproductiva y el abandono de la femineidad; es decir, se asocia la menopausia a una pérdida relacionada con el estereotipo social que define a la mujer esencialmente por su capacidad de procrear. También, si se asocia el hecho natural del cese de la menstruación con la entrada en la vejez. En estricto rigor, la menopausia significa la pérdida natural de una función biológica, pero no el ingreso a la adultez tardía.

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La menopausia Menopausia –deriva del vocablo griego men, “mes lunar” y paysis, “pausa” o “cesación”– y se refiere al cese definitivo de la menstruación como consecuencia de la actividad ovárica folicular. Su diagnóstico es retrospectivo y se realiza con certeza al cabo de un año de existencia de amenorrea en la mujer. Alrededor de los 50 años en promedio (desde los 45 a 55), el ovario llega a sus días de descanso, disminuyendo la secreción de estrógenos y progesterona. El cese de la ovulación, y con ello de la capacidad reproductiva, desde una perspectiva evolutiva tendría sentido, como señalan Videla et al. (1992), porque los niños necesitan a sus madres un tiempo prolongado para sobrevivir: una mujer mayor que diera a luz –con el riesgo de su propia vida– expone al niño a su ausencia, pero también al riesgo de anomalías embrionarias que aumentan con la edad de la madre. Para Diamond (1999), la menopausia sería un don que la evolución concedería a la mujer, porque al tener menos hijos, las probabilidades de supervivencia de ellos aumentan. Actualmente, un cuarto de la vida femenina transcurre en lo que se ha denominado período climatérico. Una etapa que ha ido ajustándose, por el aumento de la esperanza de vida y los cambios demográficos en curso. Esta etapa de la vida –aunque con variaciones– puede ubicarse entre los 45 y 64 años. De acuerdo con Montaño, Urrutia y Schepeler (2001), la mujer se encuentra en el climaterio desde que refiere la aparición de los primeros síntomas que anuncian la deprivación estrogénica por parte del organismo (alrededor de los 45 años) y deja de serlo en torno a los 65, cuando se considera que ha entrado en la adultez mayor. Este período ha sido dividido en las etapas siguientes (Blümel et al., 1998): % Preclimaterio. Es la etapa que antecede al climaterio y se caracteriza porque la mujer refiere tener ciclos menstruales normales y no presentar bochornos. % Climaterio perimenopáusico: Período en que la mujer refiere presentar ciclos menstruales irregulares desde aproximadamente dos años, o se encuentra en amenorrea desde hace un año. % Climaterio posmenopáusico reciente. Etapa que caracteriza a las mujeres que se encuentran en un período de amenorrea de al menos un año, y hasta cinco años. % Climaterio posmenopáusico tardío. Se caracteriza porque la mujer se encuentra sin menstruar desde hace más de cinco años. 82

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De acuerdo a esta propuesta, la menopausia puede ubicarse en la fase de climaterio peri-menopáusico.Aunque cabe señalar que otros autores prefieren definir el período de climaterio de uno a cinco años antes y después de la menopausia (Crisosto, 1995, en Gómez, 2004). En el siguiente cuadro, se resumen los principales síntomas del climaterio femenino. Hay que destacar que aunque la menopausia es un proceso normativo de la madurez, se ha podido constatar, en estudios con poblaciones distintas, sorprendentes diferencias culturales e individuales en las respuestas y síntomas de las féminas (Avis, 1999; Avis et al., 1993; Flint, 1982; Payer, 1991). Los síntomas vasomotores y de acompañamiento Síntomas Síntomas vasomotores urogenitales Sequedad Bochornos vaginal Sudoraciones Prurito vaginal Incontinencia Parestesias urinaria

Síntomas funcionales Ansiedad Angustia Depresión Cefaleas Insomnio Pérdida de memoria

Síntomas osteoarticulares Dolores óseos Sequedad de la piel Caída del cabello

Tomado de O. González, Menopausia, climaterio y envejecimiento, s.f.

Los síntomas vasomotores presentan una variación extraordinariamente amplia en relación a la aparición, duración e intensidad de un caso a otro. Los bochornos o sofocos representan el signo más característico del climaterio. La mujer que los padece refiere sentir una brusca sensación de calor en la cara y parte superior del cuerpo, seguida de una hipersudoración, con escalofríos y rubor. Estos síntomas pueden aparecer meses y hasta años antes de la menopausia. Su número e intensidad varían considerablemente de una mujer a otra, llegando su frecuencia a un grado tal (de hasta 15 a 20 diarios) que signifique un auténtico obstáculo social y profesional. Generalmente, el episodio tiene una duración de entre 30 segundos y 2 minutos. El conjunto de estas reacciones tiene como objetivo principal la pérdida rápida de calor, pues el alza de la temperatura entre 2 a 4 grados permite que descienda casi un grado la temperatura del cuerpo, media hora después (González, s.f.). En el climaterio posmenopáusico tardío, ya no aparecen este tipo de episodios. Respecto de los síntomas urogenitales en el período climatérico, éstos tienen una aparición tardía. A medida que los estrógenos disminuyen, el epitelio vaginal altera su maduración, se adelgaza, desaparece la capa superficial de células, disminuye el glucógeno, cambia el pH y se modifica la flora vaginal, favoreciendo la 83

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posibilidad de infecciones. Pueden además aparecer prurito, ardor y dolor al tener relaciones sexuales, consecuencia de la sequedad vaginal. Los síntomas urinarios que aparecen con mayor frecuencia son: el deseo urgente de orinar que se mejora con administración de estrógenos, y la incontinencia de orina al esfuerzo –toser, estornudar, correr–, la que puede mejorarse con ejercicios específicos. Entre los síntomas funcionales y psíquicos, se cuentan: irritabilidad, ansiedad, cambios de humor, ausencia de deseo sexual, depresión, insomnio, bulimia, cansancio, alteraciones de la memoria, cefaleas, sensación de extrañamiento y mareos. Además, es importante destacar que a partir del cese de la menstruación, aumenta el riesgo de osteoporosis, debido a la aceleración de la desmineralización ósea. Los huesos se vuelven más delgados y más susceptibles a fracturas, principalmente de cadera, muñeca y cuerpos vertebrales (Gallardo, s.f.). La osteoporosis puede prevenirse durante la juventud y la adultez con medidas como el ejercicio físico, evitar el cigarrillo, el consumo de calcio, y la administración de complementos hormonales en casos de extirpación de ovarios. En lo que se refiere a la sintomatología psíquica, diversos estudios afirman que los síntomas depresivos son los más frecuentemente reportados por mujeres menopáusicas (Blümel et al., 1998; Morales, Díaz y Aldana, 1995; Soto y Salinas, 1994). Sin embargo, otros estudios dejan en claro que la depresión no es una condición universal en la mediana edad (Ballinger, Browning & Smith, 1987; Kaiser, 1990), recalcando que la mayoría de las depresiones de esta etapa, se pueden atribuir a mujeres que ya han sufrido este cuadro clínico con anterioridad (Avis et al., 1994). Además, se afirma que éste no puede explicarse por la menopausia en sí (Schaie y Willis, 2003; Videla et al., 1992), y que los factores psicosociales parecen ser mucho más determinantes. Algunos estudios señalan una asociación entre disminución de la libido, disfunciones sexuales y menopausia (Gómez, 2004). Aunque Videla et al. (1992) afirman que la falta de deseo sexual es un mito, y que el 60% de las mujeres entre 52 y 65 años posee una vida sexual activa. Una de las formas de disminuir los síntomas asociados a la menopausia, es la terapia hormonal de reemplazo, cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida de las mujeres que presentan sintomatología, a través del suministro de hormonas femeninas. La administración de esta terapia ha sido tema de discusión, dados los posibles problemas que acarrearía el uso de las hormonas. Schaie y Willis (2003) destacan que mientras los medios de comunicación y las compañías farmacéuticas han presentado a la terapia hormonal de reemplazo como 84

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la primera elección para muchas mujeres en el tratamiento de la menopausia, la enfermedad cardiovascular ha hecho que los investigadores sean más prudentes. La decisión de adhesión a la terapia de reemplazo hormonal debe ser absolutamente informada y con el apoyo sistemático de profesionales especializados.

La andropausia La andropausia es un tema de estudio relativamente nuevo, aun cuando desde 1930 se reportan fuentes literarias que consideran la “menopausia masculina” (Charlton, 2004). Es por ello que resulta interesante considerar la propuesta del norteamericano Jed Diamond acerca de este tema. “Cuando empecé a escribir “La menopausia masculina” hace más de cinco años, muy poca gente sabía que los hombres, al igual que las mujeres, experimentaban cambios fisiológicos que influían en todos los aspectos de su vida. Mi objetivo era demostrar que la menopausia masculina es una transición multidimensional y que solo se puede tratar con eficacia estudiando las alteraciones físicas, hormonales, psicológicas, sociales, espirituales y sexuales que se producen en la vida de los varones de edades comprendidas, por lo general, entre 40 y 55 años” (Diamond, 1979, p. 11). La andropausia es un síndrome, compuesto por una constelación de síntomas físicos, psicológicos y sexuales. Se caracteriza fundamentalmente por una disminución lenta, pero progresiva de los niveles de testosterona, el principal andrógeno masculino. Se calcula que esta disminución comienza a los 35 años, en una proporción de 1% anual, lo que hace que a los 55 años la baja sea notoria (Hinrichs, 2006). Según Hollander (2003), corresponde a una condición común de los hombres, aunque escasamente tratada. Boul (2003) advierte que hay una creciente tendencia a utilizar, en relación a la mediana edad del hombre, una terminología análoga a la de la menopausia femenina, a pesar de que se reconozca una falta de investigación, clínicamente conducida, en varones. Por estas razones, algunos son reticentes al uso del término andropausia, prefiriendo la expresión “climaterio masculino”, o incluso la sigla inglesa ADAM (Androgen Deficiency in Aging Males), que refiere al “síndrome de deficiencia androgénica del hombre adulto”. Pese a todo ello se han establecido varias analogías entre la menopausia masculina y femenina (Jacobs, 2000; Metz y Miner, 1995). Diamond (1999) afirma que entre ambas “existen más similitudes que diferencias”, señalando que las distinciones entre ambos sexos son mayores durante los años fértiles, y que los cambios de esta etapa los aproximan más de lo 85

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que imaginamos: menopausia y andropausia difieren en grado, pero no en tipo. “El propósito del período menopáusico, tanto para los hombres como para las mujeres, consiste en avituallarles para el viaje de ascenso de la segunda montaña, y actualmente muchas de las cosas que consideran negativas, como por ejemplo la pérdida de fuerza y de resistencia física, contribuyen a prepararles para la segunda mitad de la vida, en la que se pone un mayor énfasis en los aspectos emocionales y espirituales” (Diamond, 1999, p. 235). Hill (1993) destaca cinco cambios psicológicos significativos que se producen durante el período de la andropausia: alteración de la memoria, desánimo y descontento, ansiedad e insomnio, miedo e “ineptitud” (vivencia de fracaso, que no corresponde con la realidad). Sternbach (1998), tras una acuciosa revisión literaria, agrega a éstos: depresión e irritabilidad. Los cambios físicos más evidentes que experimentarían los varones en este período serían: pérdida de masa muscular; aumento de grasa corporal; encogimiento de los testículos y declinación de la producción de espermios –pero no lo suficiente como para no poder engendrar hijos–; acumulación de tejido conjuntivo capaz de complicar la micción y la eyaculación, y disminución de la libido, que se debería al descenso de los niveles de testosterona. Al parecer en este tema aún faltan elementos e investigaciones que establezcan resultados concluyentes. Tal como en el caso de las mujeres, se han propuesto terapias de reemplazo para paliar los efectos de los descensos hormonales en varones. Rubinstein (2005) destaca que si bien el reemplazo de testosterona es a menudo propuesto como una opción significativa de tratamiento, nunca es una panacea. Aún no existe evidencia científica válida en algún estudio acerca de la terapia de reemplazo de testosterona (TRT) que controle el efecto placebo y muestre beneficios reales en cuanto a los síntomas atribuidos a la andropausia.

Las teorías psicosociales del desarrollo adulto Carl Jung (1935) sitúa a la adultez media entre los 35 y 40 años, y sería un momento de “preparación para un cambio importante del alma… A veces es algo así como un lento cambio de carácter, otras reaparecen peculiaridades que desaparecieron con la niñez, o empiezan a difuminarse las aficiones e intereses actuales, que son sustituidos por otros, o lo que es muy frecuente, las convicciones y los principios, especialmente los morales, comienzan a endurecerse” (Jung, 1935, p. 226). 86

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Para este autor, alrededor de los 40 años se iniciaría la segunda fase del proceso de individuación. Sería éste un período crucial en el desarrollo psicológico de la persona. Erik Erikson describe magistralmente la tensión central de la adultez media, al decir que ésta se centra entre el estancamiento y la generatividad; entre lo conocido, que ya se experimenta como limitado y lo nuevo que atemoriza, justamente por su novedad. Evidentemente esta tensión se vive de manera distinta dependiendo de la salud del individuo, la educación, el sexo, y el entorno psicosocial (Erikson, 1985). La generatividad abarca la procreatividad, la productividad y la creatividad, es decir, la generación de nuevos seres, de nuevos productos e ideas y un tipo de autogeneración relacionado con un mayor desarrollo de la identidad. Para Zegers, la generatividad significa “asumir una responsabilidad sostenida por el desarrollo y bienestar de los demás” (Zegers, 2005, p. 27). Es un compromiso ampliado de cuidar a los otros y a los productos o ideas con los cuales uno se ha comprometido. El otro polo de la crisis, el estancamiento, hace sentir a los adultos detenidos emocional e intelectualmente. Puede, sin embargo, precipitar el surgimiento de intensas evaluaciones, capaces de dirigir el desarrollo en nuevas direcciones positivas. La virtud o fuerza básica que surge de la resolución positiva de esta crisis, es el cuidado, ya sea de personas, ideas o productos. Se relaciona con la idea de compromiso, y por cierto, con la tarea de facilitar la inserción en el mundo de la próxima generación. Es justamente ésta una de las tareas principales y más gratificantes de la mediana edad: el rol de mentor o tutor, que se analizará más adelante. Para Daniel Levinson (1983), la adultez media se sitúa entre los 40 y 65 años. En esta etapa comenzaría el descenso de las capacidades físicas, pero éstas seguirían siendo suficientes para llevar una vida personalmente satisfactoria y socialmente valiosa. Según este autor, en este período se encontraría la generación que lidera casi todas las instituciones sociales, al tiempo que lleva consigo la responsabilidad de la evolución de quienes se perfilan como los próximos líderes. Levinson (1983) destaca que durante la mediana edad “llegamos a ser ‘miembros mayores’ de nuestro mundo particular, independiente de lo grande o modesto que éste sea”.Tal afirmación puede relacionarse con la mayor experiencia con que se cuenta en esta etapa de la vida, la creatividad y experticia suficiente y necesaria para ser traspasada a otras generaciones. Según este autor, en esta fase decisiva de la evolución adulta se puede llegar a ser más compasivo, reflexivo y juicioso; a estar menos tiranizado por conflictos y exigencias internas –estableciendo un discurso 87

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personal– y aprendiendo a amar más con más autenticidad, tanto a nosotros mismos como a los otros (Levinson, 1983, p. 398). Desde una mirada más centrada en las tareas psicosociales, Robert Havighurst (1972) establece límites algo más holgados para el período ubicándolo entre los 30 y 60 años. Plantea que en esta etapa, hombres y mujeres están en el punto álgido de su influencia en la sociedad, la que a su vez realiza grandes demandas hacia ellos. En la adultez media, Havighurst distingue siete tareas del desarrollo: 1. 2. 3. 4.

Aceptar y adaptarse a los cambios fisiológicos de la madurez. Alcanzar y mantener un rendimiento satisfactorio en el trabajo. Adaptarse a los padres que ya están envejeciendo. Asistir a los adolescentes en su preparación para ser adultos responsables y felices. 5. Relacionarse con el cónyuge como persona. 6. Asumir responsabilidades sociales y cívicas. 7. Desarrollar actividades adultas de recreación y ocio. Rice (1986) distingue tareas adicionales para esta etapa de la vida: desarrollar redes sociales, lograr un nuevo ajuste de los roles sexuales y encontrar un nuevo significado para la vida. En tanto, Peck (1968) diferencia cuatro tareas centrales: valoración de la sabiduría versus aprecio del poder físico; socialización, por sobre sexualización en las relaciones humanas; flexibilidad de intereses y relaciones, en vez de su empobrecimiento; y receptividad y apertura versus rigidez de comportamiento. Para Peck, como para los autores precedentes, la adultez media es un período de gran importancia desde el punto de vista del desarrollo psicológico. Para este autor, la clave es utilizar la experiencia para resolver y lograr, en lugar de ser inflexible y cerrarse a nuevas ideas y opciones. Colarusso y Nemiroff (1981) identifican una serie de eventos que deben ser afrontados durante la adultez media, la que ubican entre los 40 y 60 años. Para ellos, en el ámbito corporal, se debe aprender a compensar la disminución de la energía física (alteración de la dieta, la agenda, patrones de sueño), estableciendo un cuidado del cuerpo, con ejercicio regular y chequeos físicos. Se debe asumir el cambio de la imagen corporal. En el área de la intimidad, amor y sexualidad, se debe aumentar el reconocimiento al valor de las relaciones duraderas, redefiniendo la relación de pareja, de acuerdo al crecimiento de los hijos. En esta etapa podría 88

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darse un redescubrimiento como pareja, pero también la emergencia de conflictos latentes. Además, se debe desarrollar el cuidado –la fuerza básica de esta etapa, según Erikson– a otros ámbitos significativos, de cara a los cambios físicos, la enfermedad y el envejecimiento. En la esfera del tiempo y la muerte, se debe aumentar la conciencia de limitación del tiempo personal y aceptar el valor de éste, incrementando el interés en la calidad de la experiencia. Asimismo, aceptar la propia vulnerabilidad y el envejecimiento, al tiempo que se acepta la partida de los seres queridos. Y, por sobre todo, continuar con el interés puesto en el futuro y en el presente, evitando posicionarse como nostálgico del pasado. En la relación con los hijos, para Colarusso y Nemiroff (1981), es necesario redefinir el intercambio, aceptando su autonomía e independencia, y facilitando su desarrollo en el ámbito emocional, e incluso financiero. Igualmente se debe aceptar a las parejas de los hijos y establecer relaciones con los nietos. En lo referente a la relación con los padres, en esta etapa se debe integrar su envejecimiento y eventual deceso. Respecto a la relación con la sociedad, se debe tener la voluntad de contribuir a la construcción de un mundo que ya se conoce imperfecto, evaluando las propias necesidades en comparación a las de otros grupos vulnerables. El ideal es dedicar tiempo y energía a la comunidad en actividades sociales y filantrópicas. En el ámbito del trabajo, se debe continuar el desarrollo de habilidades y objetivos, aceptando también el fracaso en el logro de ciertas metas. Se debe conducir a las nuevas generaciones, utilizando la propia experiencia y posición. Trabajar por otros y continuar involucrándose en actividades de tiempo libre y trabajos significativos, junto con preparar el camino para la jubilación. En el rol de mentor –que será discutido al final de esta sección– se debe facilitar la inserción en el mundo a las nuevas generaciones, sobrepasando la competitividad o los celos. Se debe desarrollar la habilidad de apreciar la creatividad, tanto en otros como en uno mismo. Usando el poder, la posición y/o el prestigio que se posee a esta edad, se debe favorecer el desarrollo de las personas a quienes se guía. A continuación se presenta un cuadro síntesis de las tareas de desarrollo propuestas por estos autores para la etapa que analizamos.

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Tareas del desarrollo en la adultez media (Colarusso & Nemiroff, 1981) s s s s s s s s s s

!SIMILARLOSCAMBIOSCORPORALES INCLUIDOSLOSDELCLIMATERIO 2ENOVARSUACTITUDANTEELTIEMPOQUEPASA )NTERACTUARCONLOSPADRESENVEJECIENTES !SUMIRYELABORARLAENFERMEDADYMUERTEDELOSPADRES -ANTENERLAACTIVIDADENELMUNDO ASUMIRELROLDEMENTOR 2EFORMULARLARELACIØNCONLAPAREJA 2EPLANTEARLARELACIØNCONLOSHIJOSADULTOS )NICIARYALIMENTARLARELACIØNCONLOSNIETOS -ANTENERYALIMENTARLASREDESSOCIALES 3EGUIRACTIVOENLASOCIEDAD CREATIVAMENTEYCONACEPTACIØNDELCAMBIO

Temas importantes en la adultez media

La crisis de la mitad de la vida En 1965, se publicó un artículo del psicoanalista canadiense Elliot Jaques, quien había observado que algunos grandes artistas de Occidente se habían visto envueltos en crisis creativas a mediados y fines de su cuarta década de vida. En ese artículo afirmaba que esto no solo le ocurría a los genios, sino que se manifestaba en todas las personas de alguna forma. Este autor acuñó el término “crisis de la mitad de la vida”, para un proceso del cual Jung, en los albores del siglo XX, ya había dado luces. El suizo anunciaba que la tarde de la vida debía poseer sentido y fines propios, sin ser una mera continuidad de la mañana. Destacando el gran cambio que vivió en esta etapa de su vida, en el que lo más sorprendente fue que el “deseo” se retiró, el deseo de vivir cosas buenas, de tener logros, todo eso ya no le interesó, y según deja traslucir el texto, se sumió en profundas cavilaciones (Jung, en Jaffe, 1992). La literatura distingue dos tipos de crisis: las propias del desarrollo llamadas normativas y aquellas que son consecuencia de algún evento en la vida; a éstas se les denomina crisis biográficas. Las crisis normativas se dan en la mayoría de los individuos y son transicionales, es decir, se presentan al pasar de un momento a otro en el desarrollo. Las crisis biográficas, en cambio, se dan en momentos determinados de la vida de una persona, originadas en importantes sucesos vitales. 90

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Como crítica al modelo de crisis, se ha señalado que su concepción derivaría de una sobreestimación del diagnóstico cualitativo, frente al cuantitativo, ya que generalmente la información que lo fundamenta proviene de entrevistas a poblaciones clínicas acotadas (Schaie & Willis, 2003). En relación a la crisis de la mediana edad, es interesante la posición de Bideaud: “Esta crisis de la mitad de la vida no es sistemática ni necesariamente patológica. Puede también darse más tarde. A veces en directa relación con motivos externos (por ejemplo, con la pérdida de los padres, y el duelo que ello implica) o con los cambios fisiológicos (menopausia, andropausia, enfermedad). Parece que su aparición y su evolución están ligadas a un conjunto de circunstancias más frecuentes en la mitad de la vida” (Bideaud et al., 1993, p. 545. Traducción de la autora). Para Erikson (1968), como se presentó anteriormente en la adultez media, las personas se enfrentan a la crisis de la generatividad versus el estancamiento. Si se es capaz de comprometerse auténticamente con ideas y personas, se desarrolla la virtud del cuidado; de lo contrario, sobreviene el rechazo. Levinson (1978), en una investigación con extensas entrevistas a 40 hombres de entre 35 y 45 años, concluye que el 80% de ellos experimenta una crisis; los sujetos de la muestra reportan “desconcertantes luchas internas”. Este autor considera que esta crisis es un proceso universal. La crisis de la mitad de la vida parece ser ante todo una crisis de sentido de la propia existencia. “La salida del monasterio de monjes, muchos de los cuales tenían más de 40 años, produjo una fuerte impresión en nuestra comunidad. Buscando la causa de este abandono, que se dio después de más de veinte años de vida monástica, nos encontramos con el fenómeno de la ‘crisis de la mitad de la vida’(…) En la crisis de la mitad de la vida no se trata simplemente de situarse de nuevo en circunstancias físicas o psíquicas cambiadas. No se trata solamente de dar por terminado un período por la disminución de las fuerzas corporales y espirituales y plantear nuevos deseos y nostalgias que frecuentemente brotan en el cambio de edad. Se trata más bien de una profunda crisis de la existencia en la que se plantea el sentido del todo” (Grün, 2001, pp. 27 y 29). Aludiendo a esta realidad, Gail Sheehy describe la vivencia de un movimiento intenso, una vorágine interna, que puede verse precipitada por la sensación de pérdida de la juventud y/o del poder físico, y la rigidez de los roles con los que la persona se ha identificado. Para esta autora, la crisis evidencia “el dilema espiritual de no tener respuestas absolutas (…) y la cruda y simple verdad de que estamos solos, y que debemos luchar y darnos permiso a nosotros mismos” (Sheehy, 1976, p. 59). 91

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Montero (2005) diferencia los conceptos de transición y crisis de la mediana edad. La primera se distinguiría por ser un proceso sano, que termina en un nuevo equilibrio; mientras que la segunda implicaría una cierta resolución patológica (Montero, 2005). En la literatura se explicitan también diferentes perspectivas en relación a la resolución de la crisis de la mediana edad. La primera de ellas es la presentada por Erikson, basada en la resolución de la tensión entre la generatividad y el estancamiento. La resolución positiva, centrada en la generatividad, se caracterizaría por la capacidad de volcarse hacia los demás y comprometerse genuinamente con ellos. La inhibición o estancamiento, al contrario, se definiría por una percepción del tiempo como detenido y una imposibilidad de comprometerse en nuevos proyectos. La autoestima, en este tipo de resolución, saldría dañada. Además, habría un consumo o extinción de la capacidad creativa. La persona quedaría atrapada en una red de prescripciones, rigidizada, ante la imposibilidad de enfrentar los desafíos propios de este momento de la vida. Otra forma de no enfrentar y soslayar las demandas de la mediana edad, es la que caracteriza Grun (2001), quien recuerda que en esta crisis, la tentación principal es la huida, el evitamiento del dolor: “El hombre puede huir ante la crisis de la mitad de la vida de tres maneras: la primera consiste en negarse a dirigir su mirada al interior de sí mismo. No sitúa el desasosiego en su corazón, sino que lleno de impaciencia, lo localiza fuera, en los otros, en las estructuras, en las instituciones que quiere cambiar (…) Una segunda forma de huida consiste en aferrarse a lo externo, en vez de aplicar el oído al interior y atender al escondido camino íntimo. La tercera huida consistiría en la búsqueda incesante de nuevas formas de vida, arrastrado por el desasosiego interno” (Grun, p. 43). La buena resolución es enfrentar las realidades propias de esta etapa. Otra manera de percibir la resolución de la crisis de la mitad de la vida es la propuesta por Montero (2005), que focaliza en la capacidad de la persona de llevar a cabo elaboraciones y re-significaciones. Es decir, elaborar microprocesos continuos de duelo. Esta forma de enfrentar la crisis promovería el cambio psíquico. Permitiría asimismo una transición enriquecedora, constituyendo la mediana edad como una oportunidad que ofrece el ciclo vital para promover, profundizar y continuar el desarrollo psíquico en todos los ámbitos de la propia subjetividad y de la relación con los otros. Este tipo de resolución posibilitaría aceptar la propia existencia como transitoria, al tiempo que asumir una nueva perspectiva de vida, en la que se toma responsabilidad por la asunción del nuevo rol generacional

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(los padres envejecen, los hijos se insertan en el sistema). Se acepta el pasado, sin aferrarse a él ni desmentirlo, asumiendo la propia historia con nuevas fuerzas internas: se renace con más vida.

Una síntesis de los principales cambios psicológicos en la crisis de la mediana edad, según diferentes autores, se presenta más abajo. Para mayores antecedentes, se puede consultar la bibliografía del capítulo. Cambios en la psique en la crisis de la mediana edad Cambios en la percepción (Sheehy, 1976) a) Percepción del tiempo (medido en términos de “lo que queda”). b) Del yo y los otros (cambio generacional). c) Sentido de estancamiento (frente a actividad, vitalidad). Enfrentamiento a polaridades (Levinson, 1978) a) b) c) d)

Juventud vs.Vejez. Destrucción vs. Creación. Masculino vs. Femenino. Apego vs Separación.

Cambios energéticos (Sharp, 1993) a) Dificultades de progresión de la energía (problemas de adaptación). b) Regresión de la libido (depresión, falta de energía disponible). c) Activación de contenidos inconscientes (fantasías, complejos, arquetipos). Compensación. d) Formación de síntomas neuróticos (confusión, miedo, angustia, culpa, estados de ánimo, reacciones emocionales, etcétera). e Conflicto inconsciente o semiconsciente: Ego vs. Inconsciente. Reacciones defensivas. f) Activación de la función trascendente (sí mismo y arquetipo de totalidad). g) Formación de símbolos (sincronicidad). h) Enantrodomía: transferencia de energía entre los contenidos inconscientes y la conciencia. Progresión de energía. i) Integración de contenidos inconscientes. Proceso de individuación.

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Cambios estructurales (Grün, 2001) a) Relativización de la máscara. b) Aceptación de la sombra. c) Integración del ánima y ánimus. d) Desarrollo del sí mismo [selbst]. Trabajo psíquico (Montero, 2005) Universales (invariantes) a) Transformación (evolución) narcisismo. b) Actualización del ideal del yo. c) Reactivación de la conflictiva pre-edípica y edípica. d) Conexión con el propio discurso (distancia del parental y social). Relativos a) Aceptación del odio y la destructividad. b) Tolerancia de la incertidumbre de vivir. c) Nueva integración de la historia personal. d) Anclaje de la historia individual en la historia generacional.

Las relaciones de pareja en la mediana edad La pareja de mediana edad debe ajustarse a los cambios biológicos y psicosociales propios del momento de desarrollo que vive. Entre ellos está un nuevo ajuste de los roles y el ejercicio de la sexualidad. Se necesita también resolver conflictos latentes que se desencadenan y manifiestan, dado el mayor tiempo que la pareja tiene para compartir. En este período se puede observar un aumento de la satisfacción marital, si la pareja ha dado cabida tanto al desarrollo personal como de pareja y siente que pueden envejecer juntos, compartiendo un pasado común. Así, se fortalece el vínculo creado y la identidad de pareja (Clemente, 1996). La partida de los hijos, asociada a esta etapa de la vida, puede dar a los miembros de la pareja más libertades respecto de su quehacer. Ahora tienen más tiempo para ellos, sus metas y su relación, lo que puede traducirse en una sexualidad más placentera. La mujer, al tener menos inhibiciones, mayor experiencia y autoconocimiento de sus potencialidades eróticas, junto a la desaparición del temor al embarazo, está en las mejores condiciones de su vida para tener una plena y satisfactoria vida sexual. Videla et al. (1992), dejan en claro que la sexualidad de la mujer en

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climaterio se altera, cuando ya estaba perturbada previamente y no por efectos de la menopausia como proceso fisiológico. Algunos estudios transversales acerca de la satisfacción matrimonial muestran una curva en forma de U en la evolución de ésta: alta en las etapas de recién casados y con hijos recién nacidos, y en un sostenido descenso hasta que los hijos abandonan el hogar, punto en el que comienza nuevamente el aumento. Es importante destacar que el punto más alto de satisfacción marital, tanto para hombres como para mujeres, es el momento en que los ancianos se mantienen como pareja, en la última etapa de la vida (Rollins y Feldman, 1970; Rollins, 1989; en Schaie y Willis, 2003).

Las relaciones familiares en la mediana edad La partida de los hijos del hogar, la pospaternidad, es un fenómeno que surge de los cambios demográficos en curso. En tiempos anteriores, cuando los hijos estaban en edad adulta, los padres ya habían fallecido. Además, el número medio de hijos por familia ha disminuido, por lo que en la actualidad, cuando el hijo menor abandona la casa, los padres aún son bastante jóvenes. Los hijos han crecido y los padres deben redefinir la relación con ellos, haciéndola más horizontal y simétrica, lo que debería promover su autonomía e independencia. Las funciones parentales durante este período se relacionan directamente con el orientar y guiar, respetando la autonomía personal del o los hijos. La preocupación por los hijos debe ser cambiada por otros intereses, requiriéndose de un tiempo para redescubrirse como pareja. Al partir los hijos del hogar, se produce un reordenamiento de la vida familiar, a la que algunos han llamado la “crisis del nido vacío”. El fenómeno del nido vacío ha sido sobreestimado por la literatura. Schaie y Willis (2003) retratan las ventajas de este período, de la siguiente manera: “Una vez que los hijos se han ido, hay finalmente tiempo para nuevos proyectos, viajes, simples placeres personales…” (Schaie y Willis, p. 157). Por tanto, esta etapa no solo no es temida, sino incluso deseable. Aunque, para algunos, este evento puede inducir depresión en aquellas mujeres que han puesto todas sus energías en el rol maternal. El adulto medio debe también relacionarse con sus padres envejecidos, lo que implica asumir que ya no le pueden prestar protección, sino que al contrario se impone la necesidad de hacerse cargo de ellos y aceptar que son débiles y

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vulnerables. Al identificarse con los propios padres, aumenta el sentimiento de vulnerabilidad personal. En la madurez, la asunción de responsabilidades con el cuidado de los padres y el mayor distanciamiento que implican los hijos ya adultos, estructura un nuevo orden en la constelación familiar. Esta es una experiencia que surge del aumento de la expectativa de vida. Según Schaie y Willis (2003), en 1800 una mujer de 60 años tenía una probabilidad de 3% de tener uno de sus padres vivos, pero ya para 1980, estas habían aumentado a un 80%. De hecho, Blieszner y Hamon (1992) han sostenido que cuidar a los padres, respetándolos al mismo tiempo como adultos con sus propios derechos, puede describirse como un reto del desarrollo de la madurez. El adulto debe aceptar la inversión de roles con sus padres ancianos.

Las relaciones de amistad Algunos autores señalan que en la amistad, como en todas las relaciones humanas, la capacidad de tener profundos y verdaderos lazos, se relaciona con la calidad de los vínculos afectivos que se han establecido en la primera infancia (Clemente, 1996). Sin embargo, el devenir del ciclo vital también marca las relaciones de amistad. En la adultez joven, las amistades se expanden, se crean grupos en relación al barrio, a los espacios educativos en que se ha estado y más tarde en el trabajo. En la adultez media, se privilegian ciertos vínculos de amistad por sobre otros, y como consecuencia se reducen de manera considerable el número de amigos (Clemente, 1996). Este hecho tendría su explicación en la tendencia a la introversión que pueden tener las personas a esta edad, y en el privilegio de las relaciones familiares, que adquieren mayor densidad con el emparejamiento de los hijos y la llegada de los nietos.

El mundo del trabajo en la mediana edad Los adultos medios pueden encontrarse en la cúspide de su desarrollo profesional. Por eso que un tema esencial en este período es el del ejercicio de la generatividad, en la llamada tarea de mentor. Mentores y aprendices La literatura menciona el ser mentor como una de las tareas propias de la adultez media. Si bien las definiciones sobre lo que significa ser mentor pueden ser variadas, en general existe consenso en que es un adulto con experiencia que apoya

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la inserción, facilita el desarrollo y favorece el despliegue de las potencialidades de los jóvenes que están bajo su alero. Más allá de una relación formal –por ejemplo, la supervisión académica de un profesor a través de la designación de un grupo de alumnos–, el vínculo mentor-aprendiz está guiado por lazos afectivos. Por lo tanto, un mentor no es necesariamente el más experimentado, pero sí el más dispuesto a compartir las competencias que ha venido desarrollando a lo largo de los años. Para B. Zegers, un mentor es un modelo, un agente de desarrollo, “con el cual un adulto joven llega a identificarse en forma parcial y respecto de quien, finalmente, conseguirá individualizarse” (Zegers, 2005, pag. 31).También este concepto es definido como “supervisores con experiencia y alto nivel de jerarquía organizativa o profesional” (Schaie & Willis, 2003, p. 225). Entre las funciones del mentor se encuentran: dar instrucción, protección, información para interpretar o anticipar acciones, patrocinar o dar apoyo. Los mentores buscan estimular y desarrollar las habilidades intelectuales e interpersonales de sus protegidos; se aseguran de que estos no se vean expuestos a presiones que no estén preparados para manejar; favorecen la exposición de los aprendices, dándoles tareas que implican trabajar con otros profesionales influyentes y recomendando al protegido para proyectos particularmente desafiantes (Schaie & Willis, 2003). Pero no solo el aprendiz se ve beneficiado de la relación. El mentor igualmente se favorece con este vínculo. El tutor consigue un foro en el cual puede intercambiar ideas; amigos; gratificación narcisista proveniente de la valoración de aprendices y pares; continuidad de la identidad profesional; y poder y prestigio por medio de su posición académica. Además, la tutoría facilita la sublimación de aspectos agresivos y competitivos que se sienten frente a los jóvenes en el plano laboral, posibilitando la satisfacción de la necesidad de ser admirado, valorado e imitado en lo profesional. El mentor, como agente de desarrollo y guía, facilita la realización de los sueños de los jóvenes. Es necesario que crea en su aprendiz y lo ayude a definirse en su propio camino. A través del ejercicio del rol de mentor, el adulto medio trasciende más allá de su propia experiencia vital y deja su huella en los que lo seguirán en el camino de la vida. En este capítulo se ha presentado la etapa de adultez media. En el capítulo siguiente, se abordará la adultez tardía, mostrando sus principales características y temáticas, siguiendo aproximadamente el mismo orden de desarrollo. 97

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / LA ADULTEZ MEDIA

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LA ADULTEZ MAYOR

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Cambio Hay muchos cambios en una vida, muchos y muy diferentes. Existen cambios importantes y pequeños cambios. Hay cambios esperados y otros que te atacan por sorpresa, se entrometen en tu acontecer, sin que siquiera te des cuenta. Creo que he sorprendido a uno de esta última categoría, tiñendo subrepticiamente mi existencia. Solo hoy he sido capaz de percibir, de darme verdaderamente cuenta de la labor de este infiltrado. Cuando joven, mi vida transcurría vertiginosa, y el placer de la intensidad y la velocidad me seducían. Levantarme, arropar, criar hijos, estudiar, trabajar, hacer hogar, amar, visitar amigos, asumir desafíos colectivos, eran actividades que se enlazaban en un movimiento rápido –a veces urgente–, tejiendo mi cotidianidad. El ocio no tenía espacio. No era que no reflexionara, no, pero lo hacía en movimiento, con rapidez. La tranquilidad muchas veces la deseaba, la soñaba, pero también la temía y a lo mejor la evitaba. Con sorpresa he descubierto que hoy me puedo instalar fácilmente en un ritmo lento, en el que el “no hacer” reemplaza fácilmente al “quehacer”, siendo el fluir lo que determina el compás y no la urgencia. No necesariamente busco este estado, llega y me acomoda bien. En mi juventud viví la vida haciendo equilibrio, en una cinta transportadora que corría velozmente y en la que a veces me tropezaba. No podía detenerme mucho, el ritmo era exigente.Y en ese devenir rápido, reía y lloraba; en esa carrera contra el tiempo subsistía. Hoy, al parecer la cinta se gastó, y mi tempo es otro. Sin mayor aviso ni dificultad, la tranquilidad se transformó en mi música, y a veces en mi guarida. Este nuevo estado es fluctuante, a veces mi cabeza sigue funcionando a mil; otras el mundo no lo aprecia y debo hacerlo respetar. Pero cuando no pasa nada, es deliciosamente balsámico. 102

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Me gusta sentir que vivo, amo, comparto, trabajo, pero que nada es tan central, verdaderamente, nada. Quizás el vuelco de la cinta a la mecedora se fue haciendo lentamente en mi cuerpo, sin prevenirme demasiado, y qué bueno, probablemente… me habría asustado. Quizás el certificado de cambio de ritmo lo obtuve cuando los hijos se fueron a anidar en otro lado. Podría ser. Hoy hago muchas cosas, algunas rutinarias, otras nutricias, algunas muy lindas. Pero nada es vital, nada, y el cambio de velocidad de la de auto-ruta a la de camino rural, lo vivo con alivio y sin una gota de nostalgia. No es que esté alejada de la vida, no; es que le he dado un valor y un orden distintos a las cosas, y estoy en un momento sin grandes sobresaltos ni dolores. A lo mejor necesitaba este ritmo, esta calma para zambullirme y flotar. C.U.I.

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La infancia y la vejez se parecen. En ambos casos, por motivos distintos, uno está más bien inerme, todavía no se es –o ya no se es– partícipe de la vida activa, y esto permite vivir con una sensibilidad sin esquemas, abierta. Es durante la adolescencia cuando empieza a formarse una coraza invisible alrededor de nuestro cuerpo. Se forma en la adolescencia y sigue engrosando durante toda la edad adulta. El proceso de su crecimiento se parece un poco al de las perlas: más grande y profunda es la herida, más grande es la coraza que se desarrolla alrededor. Pero luego, con el transcurrir del tiempo, como un vestido usado demasiadas veces, en los puntos de mayor uso comienza a estropearse, deja ver la trama, de repente se desgarra debido a un movimiento brusco.Al principio no te das cuenta de nada, estás convencida de que la coraza todavía te envuelve por completo, hasta que un día, de improviso, ante algo estúpido, sin saber por qué, te sorprendes llorando de nuevo como un niño. Susana Tamaro7

7 Susana Tamaro (1994), Donde el corazón te lleve, Atlántida, Buenos Aires, Argentina. 104

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Demografía de un cambio social Durante el siglo pasado se ha producido un gran cambio demográfico en el que destaca una marcada tendencia al envejecimiento de la población. En los países desarrollados, el impacto del envejecimiento de los ciudadanos es ya una característica saliente. En países europeos, como Dinamarca, España, Alemania, Suecia e Italia, hay sobre un 20% de población mayor a 60 años (en el caso de Italia esta cifra asciende a un 26%), y la esperanza de vida en estas naciones bordea los 80 años. En el caso de países como Canadá y Estados Unidos, la población sobre 60 años corresponde a un 18% y 17%, respectivamente, con una esperanza de vida similar a las cifras europeas (Organización Mundial de la Salud, 2006). En tanto, para América Latina y el Caribe se prevé un importante cambio en la distribución etaria de su gente. Si para fines del siglo XX en esta región del planeta se estimó la población sobre 60 años en un 8% (unos 40 millones de personas), para el 2050 se espera que esta cifra ascienda a 180 millones de personas, es decir, un 22% de la población total (Engler & Peláez, 2002). Este cambio permite pronosticar que para mediados de nuestro siglo, en algunos países occidentales, el número de personas mayores de 60 años será más del doble que el de los niños. En el contexto latinoamericano, Chile, Argentina y Uruguay empiezan a tener una población envejecida: el número de personas sobre 60 años excede el 10% o 12% de la población total (Engler & Peláez, 2002). Según datos del censo del 2002 (Instituto Nacional de Estadística, INE, 2003), la población chilena sobre 60 años asciende al 11,4% del total, y tiene una esperanza de vida promedio de 77 años. Considerar este cambio demográfico es de vital importancia para los países, los que tendrán que prever el impacto sobre los distintos sistemas y ajustar sus políticas públicas a esta realidad. Este ajuste conlleva necesariamente un importante cambio cultural, pues la impactante presencia de personas mayores llevará sin duda a una adecuación de la valoración cultural y social de este período de la vida, que muchas veces en las sociedades industrializadas se ha visto menoscabado, asociándose con decrepitud, pérdida de las capacidades intelectuales y físicas, enfermedad y deterioro del cuerpo, fealdad o incapacidad de provocar deseo. (Vásquez Bronfman, 2006). 105

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Valoración social de la vejez La apreciación de la vejez está supeditada a las representaciones sociales presentes en el entorno sociocultural. Es conocido el ejemplo de las civilizaciones orientales, donde existe una tradición de respeto al conocimiento acumulado por los años. También el pueblo mapuche tiene una positiva valoración de la vejez: para ellos las personas mayores son depositarias de un poder sobrenatural y poseen conocimientos de vital importancia para la sobrevivencia: son los conocedores del clima, la geografía, animales, métodos curativos. Además, tienen a su cargo la educación de las nuevas generaciones (Aragoneses, 1993). En la actual cultura urbana occidental, en cambio, la vejez suele asociarse al deterioro tanto físico como mental del individuo, y a una pérdida de la tan apreciada juventud: de la energía, el arrojo y los placeres de la vida. Lo que hace decir a Simone de Beauvoir, en su clásico ensayo sobre el tema:“Para la sociedad, la vejez parece una especie de secreto vergonzoso del cual es indecente hablar. Sobre la mujer, el niño, el adolescente existe una abundante literatura, fuera de las obras especializadas, las alusiones a la vejez son escasas” (De Beauvoir, 1970, pp.7-8). Sin duda alguna el envejecimiento global de la población mundial está brindando una importancia renovada a esta última etapa de la vida. Actualmente, desde este punto de vista, se estaría en una transición en la que coexisten distintas valoraciones. Una muestra de esta transformación sería la diversidad de denominaciones con que se pretende nombrar a las personas que se encuentran en esta etapa. Estas van desde dulzonas referencias a “los abuelitos”, a otras claramente sesgadas por una mirada negativa, que algunos han atribuido a una supuesta ideología del “viejismo”. Existe un buen número de trabajos que se refieren a la valoración social del período al que nos referimos. De este conjunto de trabajos pueden sacarse algunas conclusiones: s ,AACTITUDHACIALASPERSONASDEEDADESMÉSPOSITIVA CUANTOMÉSPRIMITIVA sea la sociedad investigada. s %LPRESTIGIODELASPERSONASDEEDADESTÉENRELACIØNDIRECTAMENTEPROPORCIONAL al número de habitantes pertenecientes a esa categoría de ciudadanos. s ,OSJØVENESPARECENTENERUNAIMAGENDELOSVIEJOS MUCHOMÉSNEGATIVA que el resto de la población (Fernández Ballesteros, 2001).

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Algunos conceptos El estudio de la etapa de la vida que transcurre desde aproximadamente los 60 años hasta la muerte, es relativamente reciente. Etimológicamente, vejez proviene del latín vetulus. Alude, según el diccionario, a la persona de edad: “Comúnmente puede entenderse que es vieja la que cumplió 70 años” (Diccionario de la Lengua Española, 2001). Sin embargo, la palabra anciano o viejo tiene connotaciones que no responden a la realidad de las personas mayores, que pueden tener 65 o 70 años, y que hoy pueden encontrarse plenamente independientes y autovalentes. La denominación de anciano o viejo correspondería más bien a personas que se encuentran en la década de los 80. Es importante también, desde un punto de vista conceptual, distinguir el período de la vejez de la senilidad. Esta última alude no solo al paso de los años, vividos de una manera normal, como en la vejez, sino a la “degeneración progresiva de las facultades físicas y psíquicas debido a una alteración de los tejidos” (Diccionario de la Lengua Española, 2001). Muchas veces se ha asociado equivocadamente este concepto al de envejecimiento, asimilando los procesos normales que vive la persona a través del paso de los años con el deterioro físico y en particular, el deterioro cognitivo. Esto implica la reducción de un proceso que puede ser visto desde múltiples ángulos, a la dimensión biológica de éste y específicamente al deterioro cognitivo. Respecto a cuándo una persona puede ser calificada de vieja, FernándezBallesteros destaca que es necesario considerar no solo la edad cronológica, sino asimismo su estado físico, el envejecimiento psicológico y la edad funcional, es decir, su nivel de funcionamiento global (Fernández Ballesteros, 2001). Según Vásquez-Bronfman, le debemos a Peter Laslett, historiador y demógrafo de la Universidad de Cambridge, una buena caracterización de este lapso de la vida. Laslett se negó a aceptar los términos usados para designar a las personas mayores, precisando que éstas no son necesariamente decrépitas ni seniles. Introduce el término hoy ampliamente utilizado de “tercera edad”, distinguiéndola del período precedente, la adultez media y de la también llamada “cuarta edad”. Aunque este autor, insiste en el hecho de que hacia el final de la vida, las fronteras de las edades sociales se solapan, y que ya no hay una determinada edad que marca el paso de un período a otro, cada caso es particular.

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Desde una perspectiva del ciclo vital, Neugarten (1975, en Fernández-Ballesteros, 2004) identifica a los jóvenes-viejos (de 55 a 75 años) y a los viejos-viejos (desde los 75 años). Riley (1988, en Fernández-Ballesteros, 2004) establece nuevas categorías: los jóvenes-viejos (65-74 años), los viejos-viejos (75-85 años) y los viejos más viejos (mayores de 85 años). Actualmente, los numerosos términos que se refieren a esta edad, se utilizan de manera aleatoria: se habla de persona envejeciente, de persona senescente, de adulto mayor, de viejo, sin necesariamente hacer mayores distinciones. Dado el carácter de este texto, dedicado a presentar de forma general las distintas etapas de la adultez, desde una perspectiva del ciclo vital, y considerando que es un término utilizado ampliamente en psicología, denominaremos al período adultez tardía o adultez mayor. Aunque a veces, por motivos de simplificación y consideraciones de edición, se utilizarán los términos vejez y persona envejeciente. La adultez mayor puede comprender un largo período en el ciclo vital de las personas, en que las condiciones cambian según se avanza en edad. Además, más que cualquiera otra etapa de la vida, implica grandes diferencias interindividuales que es necesario considerar.

Variadas formas de transitar la adultez mayor La adultez tardía, como culminación del ciclo vital, representa el fin de un largo camino. El niño de hace muchos años se ha transformado en adolescente y más tarde, después de forjarse una identidad propia e intentar conquistar el mundo, arriba al último período de su vida. El futuro, en esta etapa y como nunca antes en el transcurso de la vida, se define por la realidad final de la muerte personal. Es por tanto un momento de la existencia que tiene características particulares, siendo quizás la central la enorme diversidad de formas de envejecer. Como dice Simone de Beauvoir, en un lenguaje propio de su tiempo: “Cuando el anciano no es víctima de condiciones económicas y fisiológicas que lo reducen al estado de subhombre, sigue siendo a través de las alteraciones de la senectud, el individuo que ha sido; su edad postrera depende en gran parte de su madurez” (De Beauvoir, 1970, p. 75). Tiene razón esta autora: en la adultez mayor influyen sin duda el estado de salud de la persona, su inserción familiar y social, y también los recursos económicos con que cuenta. Además de factores de orden psicológico, como su personalidad y su particular manera de insertarse en el mundo. 108

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Existe un amplio consenso en que la realidad de la persona que se encuentra en este período de la vida es el resultado del entramado de interacciones entre factores biológicos y psicológicos, ambientales y sociales, difíciles de descomponer. Una persona de edad con buena salud no vive la misma adultez tardía que aquella que a su misma edad, no puede desplazarse de forma autónoma o tiene demencia. Así como tampoco este período lo vivencia igual una persona de edad que vive aislada, sin relaciones sociales gratificantes, que aquella que se encuentra rodeada y protegida por su grupo familiar y su comunidad cercana. Cabe preguntarse por qué algunas personas mayores tienen mejor salud que otras. La respuesta a nivel biológico podría encontrarse en el capital genético y en los llamados factores de riesgo, es decir, en aquellos antecedentes de todo tipo que establecidos empíricamente, parecen determinar o influir en que una determinada enfermedad se produzca (Fernández Ballesteros, op. cit.).Variables como la mala alimentación, el fumar, el colesterol, los niveles de presión arterial, explicarían en parte las variaciones en términos de salud. Pero también influyen factores propios del ambiente o psicológicos, que podrían estar en la base del enfermar. Entre estos últimos, se podría destacar el estrés y las pérdidas, muy numerosas en las personas de este grupo de edad. Se puede entonces afirmar, considerando esta variabilidad de realidades, que es posible envejecer de distintas maneras. Se puede envejecer de una forma que algunos autores han llamado “exitosa”, “óptima” o “competente”. La definición de una vejez exitosa es muy difícil, pues plantea el tema de los criterios de evaluación. Los criterios que se encuentran comúnmente en la literatura son: longevidad, salud biológica, salud mental, eficacia intelectual, competencia social, productividad, control personal, conservación de su autonomía y bienestar subjetivo. La Organización Mundial de la Salud, por otra parte, releva la importancia de un “envejecimiento activo”, caracterizado por el desarrollo de las potencialidades físicas, sociales y mentales del sujeto. El envejecimiento es un proceso diferencial, muy variable de un individuo a otro. No existe un modo de envejecer, sino diversos modos de vivir esta etapa de la vida. La diversidad tiene relación con variables objetivas (deterioro físico, disminución de las capacidades perceptivas y de la memoria), y también con elementos subjetivos, que son en realidad la representación que la persona se hace de su propio envejecimiento. Esto quiere decir, que las diferentes personas envejecientes tienen distintas edades: edad cronológica, biológica, social y psicológica (Fontaine, 1999). 109

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Asimismo, es necesario hacer una distinción entre envejecimiento normal y patológico, entendiendo por envejecimiento normal aquel asociado con un buen funcionamiento físico funcional y un buen funcionamiento cognitivo y social de la persona. En este texto se abordará prioritariamente lo que en general se entiende por un envejecimiento normal. Es importante hacer estas distinciones para mostrar la complejidad del objeto de estudio, y la gran diversidad que presenta. “La vejez se acompaña de un gran aumento de la heterogeneidad. En realidad no se debería hablar de la vejez, sino de vejeces” (Fontaine, op. cit., p. 183.Traducción de la autora). En lo que sigue del texto se presentarán aquellos aspectos que comúnmente se relevan en la adultez mayor.

Los principales cambios en la adultez mayor No cabe ninguna duda de que los cambios físicos son en esta etapa de la vida de gran relevancia. Pero también es necesario destacar que se manifestarán de distinta manera, según el tipo de constitución biológica y la forma en que se ha vivido a lo largo de los años. Las transformaciones propias de la edad afectan dependiendo del bagaje genético y la biografía de la persona. En términos generales, en la adultez mayor, se observan cambios en todos los sistemas, y la persona se ve enfrentada a la fragilidad, enfermedades y posible pérdida de autonomía. Estos cambios se presentan de forma diversa en las distintas personas, dependiendo tanto de factores biológicos como psicosociales. En palabras de Le Rouzo: “Factores muy distintos, como la salud, la condición y el estilo de vida, la trayectoria personal, las actividades realizadas, determinan mejor que la edad, el que la persona conserve sus capacidades mentales y un buen nivel de autonomía y control” (Le Rouzo, 2008, p. 13.Traducción de la autora). En el siguiente cuadro, se presentan, de manera resumida, algunos cambios que se pueden manifestar en el período de la vida que interesa.

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Cambios biológicos s$ISMINUYELAACTIVIDADCEREBRALENCIERTASÉREAS s,OSNERVIOSMOTORESTRANSMITENMÉSLENTAMENTELASEXCITACIONES s,ASGLÉNDULASDIGESTIVAS LOSRI×ONESPUEDENINVOLUCIONAR s,OSØRGANOSDELASSENTIDOSNECESITANMÉSESTIMULACIØN Sensoriales: visión s!UMENTALAPRESBICIA s6ENMENOSENLAOSCURIDADYNECESITANMÉSLUZPARAREALIZARELCONTRASTElGURA FONDO Sensoriales: audición s,AMITADDELOSQUEESTÉNENTREYA×OSEXPERIMENTANCIERTOGRADODEPÏRDIDA de la audición. s3EPIERDEMAYORSENSIBILIDADALOSTONOSALTOS s!UMENTAELUMBRALAUDITIVO SEDIFERENCIANMENOSSONIDOSMENOSDISCRIMINACIØN auditiva). Conductuales s!UMENTAELTIEMPODEREACCIØNALOSESTÓMULOS s$ISMINUYELAElCIENCIADELAMEMORIAYDELPROCESAMIENTODELAINFORMACIØN s$ISMINUYELAAGUDEZAVISUALYAUDITIVA s(AYMENORSENSIBILIDADALTACTO ALGUSTOYOLFATO s$ISMINUYELAFUERZAQUEUNAVEZTUVOYSEPUEDESENTIRLIMITADOENACTIVIDADESQUE requieren resisitencia o en la habilidad de llevar cargas pesadas. Otros s%LRITMODELCORAZØNSEVUELVEMÉSLENTOEIRREGULAR s,APIELSEVUELVEMÉSPÉLIDAYMANCHADAYPIERDECIERTAELASTICIDAD s%LCABELLOSEVUELVEMÉSDELGADOYSEEMBLANQUECE s0UEDEDISMINUIRELTAMA×ODELAPERSONA s3EDUERMEMENOSYCONUNSUE×OMÉSLIGEROSQUELOSJØVENES

En cuanto al envejecimiento del cerebro, hay que distinguir entre envejecimiento normal y patológico, como sería aquel en que se da la enfermedad de Alzheimer. Los cambios normales más estudiados tienen que ver con la disminución del volumen del cerebro, la muerte de neuronas, la disminución del número de dendritas, aunque actualmente se sabe que éstas también pueden aumentar. Es importante, en este 111

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punto, destacar la plasticidad cerebral en el proceso de envejecimiento normal. “La neuroplasticidad es generalmente considerada un equivalente, en el plano neurológico, de la capacidad de aprendizaje observada en el plano comportamental, la que se traduce en la creación de nuevas asociaciones y la adquisición de nuevas habilidades perceptivo-motoras y cognitivas” (Le Rouzo, 2008, p. 27.Traducción de la autora). Algunos estudios señalan que la baja de las capacidades sensoriales, auditivas o visuales, más evidentes a partir de los 70 años, son una causa importante de la baja en el rendimiento intelectual, cuando éste es evaluado por tests de rapidez mental, de memoria, de razonamiento, de conocimientos y de fluidez (Le Rouzo, op. cit.). Se verá este tema en detalle más adelante. Para algunos autores, en esta etapa se darían también cambios en la personalidad. Definir de forma precisa y fundamentada lo que entendemos por personalidad, es una tarea difícil, compleja, que va más allá de los objetivos de este libro. De modo general, entenderemos por personalidad un principio integrador o una estructura que caracteriza nuestra manera de sentir y de relacionarnos con el entorno. “Se trata de nuestra particular manera de actuar y de reaccionar en las situaciones cotidianas” (Fontaine, 1999, p. 151.Traducción de la autora). Entre los cambios de personalidad descritos en esta edad están: la introversión, la rigidez y la tendencia a la depresión. En lo que se refiere a la introversión, es Jung el que describe que en este período de la vida, es mayoritaria la tendencia a volcarse hacia el interior (Jung, 1974). Sería deseable, y de hecho así sucede, que la persona mayor se vuelque hacia el mundo interno, contrastando con la dinámica del adulto joven, que estaría orientado hacia el exterior. Para este autor, el adulto mayor tendría la oportunidad de centrarse en sí mismo para completar lo que no pudo vivir con anterioridad. En cuanto a la mayor rigidez que tendrían las personas en la adultez tardía, se contraargumenta que ésta puede ser muy cuestionada, porque las personas de esta edad en general son evaluadas y comparadas con sujetos más jóvenes, los que sin duda han tenido una socialización diferente. En relación a la mayor presencia de depresión en las personas de edad, para algunos se debería a problemas metodológicos en el estudio de esta enfermedad; para otros estaría ligada al sinnúmero de pérdidas que deben enfrentar.Y algunos piensan que el riesgo de depresión en el adulto joven estaría más ligado a factores psicológicos y estrés, en tanto que en la persona mayor se daría en relación con trastornos de co-morbilidad médica y neurológicos (Le Rouzo, 2008). 112

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Los cambios que se experimentan durante la vejez son difíciles de integrar, implican pérdidas, sentimientos dolorosos y ambivalentes. La negación es una defensa psicológica que permite, muchas veces, enfrentarlos. Las personas mayores no solo tienen que reconocer y aceptar el cuerpo envejecido como una realidad propia e innegable que se debe asumir y cuidar, sino también integrar numerosas pérdidas psicosociales: la pérdida de estatus, las pérdidas económicas y evidentemente las pérdidas de sus seres queridos. Además, los pares empiezan a enfermarse y morir, lo que significa perder compañía y un mundo de recuerdos. Al final de esta etapa es necesario reconocer el fin de la vida como una realidad vital ineludible. El aceptar el curso de la propia vida implica aceptar la muerte como culminación de ésta.

Los cambios cognitivos en la adultez mayor El tema del desarrollo cognitivo a través de la edad adulta ha sido siempre objeto de fuerte controversia. En su estudio es posible distinguir tres enfoques distintos: el piagetiano; el psicométrico; y el dialéctico contextual (Moraleda, 1995). Para Jean Piaget (1972), el desarrollo cognitivo atraviesa distintas etapas, culminando en la adolescencia con el de las operaciones formales. Este autor concedió escasa atención a los cambios durante la vida adulta, sosteniendo que una vez que el sujeto alcanza su adolescencia (15 a 20 años) ya no son esperables cambios de consideración. Mantenía que el paso de los años no tenía por qué producir necesariamente un declive en las funciones intelectuales, aunque ciertas funciones que dependen del estado de los órganos sensoriales siguen una curva descendente (agudeza visual, por ejemplo), las funciones cognitivas superiores tenderían a mantenerse estables. Según el enfoque psicométrico, las funciones intelectuales declinarían con la edad. Esta postura se basa en los resultados obtenidos por personas mayores en las pruebas de inteligencia clásicas, en que son importantes la rapidez de respuesta. En esta línea Horn y Donaldson (1976) apoyan la existencia de un declive intelectual a lo largo de la vida adulta, aunque especifican que éste no afectaría a todos por igual, ni a todos los sujetos, ni a todas las habilidades. El declive sería más importante en las llamadas habilidades fluidas, y menor en las llamadas habilidades cristalizadas, las que podrían incluso aumentar. Las habilidades fluidas se referirían presumiblemente a funciones del sistema nervioso central; las habilidades de tipo cristalizadas estarían más determinadas por factores de cultura y escolarización. La inteligencia fluida favorecería el rigor y la rapidez en los aprendizajes; la cristalizada, que se basa en la acumulación de conocimientos, 113

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sería responsable de capacidades como el vocabulario (Stassen Bergen, 2000). Los tests que medirían las primeras serían series de letras, matrices, dígitos inversos, palabras asociadas. Los que miden las habilidades cristalizadas serían tests de vocabulario, de información general, de situaciones de la vida social, etcétera (Moraleda, 1995). Baltes y Schaie (1976) cuestionan estos hallazgos y a través de estudios longitudinales demuestran que el declive intelectual no es tal, sugiriendo un mantenimiento de las habilidades mentales hasta los 60 años, seguidos de ligeros declives hasta la edad de 75 a 80 años. Desde el enfoque dialéctico contextual, se aboga por una concepción multidimensional y multidireccional del desarrollo cognitivo. Desde esta perspectiva, se releva la importancia de estudiar el desarrollo de la inteligencia considerando la realidad histórica y social. Destaca la diversidad de situaciones así como la consideración de la plasticidad del cerebro a todas edades. Desde esta perspectiva, Baltes destaca la importancia de la sabiduría en esta etapa. La sabiduría (Staundinger, Smith & Baltes, 1992) reconoce la importancia de la acumulación de experiencias vividas a lo largo de la existencia y su influencia en el cumplimiento de múltiples tareas, y en el manejo de situaciones y problemas que la propia vida impone. Supone aplicar el buen juicio al conducir la propia vida, desarrollar la comprensión por medio de la experiencia y la capacidad para aplicarla a asuntos importantes. Stassen Bergen (2000) destaca algunas conclusiones generales respecto al desarrollo cognitivo en esta etapa: s %STABILIDAD%NGENERALLASCAPACIDADESINTELECTUALESAUMENTANLIGERAMENTE desde el inicio de la edad adulta hasta la adultez media, luego permanecen estables y más tarde algunas disminuyen. s $ETERIORO,ASCAPACIDADESQUEDISMINUYENENPRIMERLUGARSONLARAPIDEZEN el tratamiento de la información y la rapidez para reaccionar. Su deterioro puede darse lentamente a partir de los 30 años. s %DUCACIØN%LRENDIMIENTOENLOSTESTSDEINTELIGENCIAESTÉMUYINmUIDO por los años de escolaridad. s 6ARIEDAD,AINTELIGENCIAPUEDETOMARCAMINOSDIVERSOSENSUDESARROLLO es multidimensional, multidireccional y plástica (Stassen Bergen, 2000).8

8 Traducción de la autora.

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Como aporte a la discusión se presenta el siguiente cuadro, que recuerda a algunos grandes de la historia, destacando la edad en que produjeron sus trabajos.

Grandes creadores y su producción cultural durante su adultez. Adaptado de Agnès Faure, N° 34 de la NEF-Tallandier, en Undurraga, C. (2004).

San Agustín: Ciudad de Dios Leonardo da Vinci: La Gioconda Rousseau: El contrato social y El Emilio Kant: Crítica de la razón práctica Wagner; Parsifal Puccini: Turandot Verdi: Otello y Falstaff Platón: Las leyes Ingres: Jesús en medio de los doctores

Entre 50 y 60 años

Entre 60 y 70 años

Entre 70 y 80 años

Teorías sobre el envejecimiento Aunque parezca una evidencia, es necesario precisar que el envejecimiento es indisociable del hecho de que los organismos vivos son mortales y que el destino final de todos es morir. De acuerdo con Tagle (2000), el envejecimiento es un proceso, o un conjunto de procesos, que se desarrolla a lo largo de toda la vida, desde la concepción hasta la muerte del individuo. El envejecimiento es universal, irreversible, acumulativo, secuencial, progresivo, transhistórico, individual y unitario. La literatura, en relación a esta etapa de la vida, pone el énfasis en aspectos biológicos y/o psicosociales. A partir de las teorías biológicas, es posible abordar una comprensión del envejecimiento desde los genes. En general, en las teorías biológicas se sostiene que los individuos crecen, se desarrollan y luego involucionan. Es decir, existe un período de preparación biológica, un período de máximo desarrollo y un período de involución. El envejecimiento puede ser entendido entonces, como un proceso progresivo e irreversible de la diferenciación, causado por alteraciones específicas de la expresión de los genes. Lo que originaría un declive en los sistemas nervioso,

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endocrino, inmunológico y también en el equilibrio intersistémico (FernándezBallesteros, 2004). Atchley (2000, en Friedrich, 2001), desde una perspectiva biológica, destaca distintos factores relativos al origen del envejecimiento:

s 5NPROGRAMAGENÏTICOHEREDITARIOQUEESTABLECEUNLÓMITEENELCRECIMIENTO envejecimiento y la longevidad. % Cambios relacionados con la edad en el funcionamiento del programa genético. % El exceso de acumulación de radicales libres que provoca la disminución de la función molecular. % Una disminución en la eficiencia del sistema inmune en la identificación y destrucción de células mutadas o dañinas. % Un aumento de las reacciones autoinmunes en las que se producen anticuerpos que destruyen células normales. % Un declive en la capacidad del sistema nervioso para mantener eficientemente la integración corporal y prevenir el deterioro del cuerpo. Una posición similar asume Fontaine (1999) cuando expresa:“Sea que se trate de consecuencias de errores en las copias de las divisiones celulares, o de la expresión fenotípica de genes clandestinos, los procesos de senescencia son observables a nivel de todos los órganos. Aunque el individuo puede influenciar significativamente este proceso, no lo puede detener ni invertir” (Fontaine, op. Cit., p. 25).9 Diversas son las razones que intentan explicar la realidad del proceso de envejecimiento, pero sin embargo hoy sus causas y procesos específicos están lejos de estar clarificados. Las teorías psicosociales no intentan explicar el envejecimiento, sino describirlo. Una de las más antiguas conceptualizaciones corresponde a la teoría de la actividad, que pone esta dimensión de la vida en el centro del envejecimiento saludable. La sensación de satisfacción de mantenerse activo facilitaría el desarrollo de una autoimagen positiva y la autogestión de nuevos roles. Las críticas a esta postura apuntan a un exceso de simplificación en el mantenimiento de la autovalía, ya que la sola implicación en actividades no asegura una sensación de satisfacción, 9 Traducción de la autora. 116

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especialmente si esas actividades son menos valiosas que los roles a los que se ha renunciado (Rice, 1986). La teoría de la desvinculación, en tanto, sostiene que mientras las personas se acercan a la vejez, hay una tendencia natural a alejarse social y psicológicamente de su entorno (Rice, 1986). Se restringiría el espacio vital y se aumentaría el individualismo (Stassen Bergen, 2000). Esta tendencia permitiría que las generaciones más jóvenes ocupen los lugares que solían pertenecer a los mayores y, al mismo tiempo, prepararía al individuo envejeciente para su propia muerte (FernándezBallesteros, 2004). La debilidad de esta postura estaría en que la desvinculación no sería universal, inevitable e inherente al proceso de envejecimiento. Por el contrario, hay quienes se mantienen activos y productivos toda su vida. Resultados de estudios longitudinales sugieren que el envejecimiento tiene un pequeño impacto en las actividades cotidianas, y que las personas mayores que suelen marginarse de su entorno, seguramente han tenido esa tendencia durante toda su vida. Así también este desvinculamiento podría explicarse por la falla del sistema social para proveer oportunidades a las personas mayores (Rice, 1986). Como puede observarse no existe actualmente una teoría que dé cuenta global del proceso de envejecimiento. Hay explicaciones diversas sobre diferentes aspectos, pero finalmente no se encuentra una explicación clara y definitiva del por qué se envejece.

Los aportes de la psicología al estudio de la adultez mayor No hay un claro consenso en si existe específicamente o no, una psicología del adulto mayor. La duda se instala porque justamente éste es un período de la vida que presenta grandes variaciones interindividuales. Pero desde la perspectiva del ciclo vital, presentaremos algunos autores que han hecho aportes significativos a la comprensión de la adultez mayor. Carl Jung postula dos tendencias fundamentales que determinan la evolución del individuo a lo largo de su vida adulta. La primera se refiere a la introversiónextraversión y la segunda a lo femenino y lo masculino. La adultez tardía, para el autor, estaría simbolizada por las luces y sombras del atardecer, el que tiene un significado en sí mismo y no es solamente un apéndice del despertar de la vida (Jung, 1974).

El significado del período de la adultez joven tiene indudablemente que ver con el compromiso con el mundo externo, con el insertarse en el mundo social 117

CONSUELO UNDURRAGA I.

y laboral, y cuidar amorosamente a la pareja y los hijos. Es el propósito obvio de la naturaleza. Pero cuando ese propósito se ha logrado –y más que logrado –, dice Jung, ¿tiene algún sentido extender estas conquistas? La respuesta evidente es negativa y la propuesta jungiana va en la línea de la búsqueda de un nuevo sentido, el que estaría dado por la conquista de aquello que aún no se ha logrado: la conquista del mundo interior. Jung privilegia esa conquista, y la condición necesaria para hacerla sería el volcamiento de la energía psíquica hacia el mundo interno, es decir, la introversión. La persona se orienta hacia el interior, para analizar sus sentimientos y emociones, hacer el balance de lo vivido y tomar conciencia de su encuentro inevitable con la muerte. Esta introversión sería parte del llamado proceso de individuación del individuo. Destaca Jung una segunda tendencia, relativa a la feminidad y la masculinidad. A lo largo de la vida la persona desarrollaría una de ellas e inhibiría la otra. En la segunda mitad de la vida, se podrían expresar genuinamente ambas, permitiendo un mejor equilibrio entre lo que se es realmente y las presiones sociales. Se aceptaría de una mejor manera la propia realidad, permitiéndose una mayor integración. Una consecuencia de esta integración sería la androginia, tema que también ha sido objeto de estudios empíricos. “Se observa que las personas mayores se describen (hombres y mujeres) de manera más parecida que lo que lo hacen los jóvenes. Las diferencias parecen borrarse entre los sexos. Sin embargo, es importante destacar que este fenómeno se expresa al nivel de las representaciones y mucho menos a nivel de los comportamientos, en los que las diferencias sexuales permanecen siendo importantes” (Fontaine, 1999, p. 157).10 En su teoría psicosocial, Erikson sitúa a la vejez como la última etapa del ciclo vital, en la que la crisis central de la persona se focalizaría en los polos de la integridad y el de la desesperación. El polo de la integridad puede ser visto como un sentimiento de coherencia y de totalidad, que solo se logra como consecuencia del paso por las distintas etapas de la vida humana y que conlleva la aceptación del propio ciclo vital como único: aprender a envejecer implica aprender a morir. La persona debe establecer y mantener la integridad personal y aceptar la propia vida con sus logros y fracasos. La contraparte de la integración sería la desesperación. Ubicado en ese polo, el adulto mayor refiere un sentimiento relativo a la falta de tiempo para rehacer una nueva vida o para darle sentido al pasado; se puede esperar la muerte para poner fin a una existencia miserable y sin sentido. Se viviría intensamente angustia, frustración y un profundo sentimiento de incompletitud. Para Erikson, la buena resolución de esta etapa es el fruto de la positiva superación 10 Traducción de la autora. 118

PSICOLOGÍA DEL ADULTO / LA ADULTEZ MAYOR

de todas las etapas anteriores. “En la vejez todas las cualidades del pasado asumen nuevos valores que podemos muy bien estudiar por sí mismos y no solo por sus antecedentes, sean saludables o patológicos” (Erikson, 1985, p. 80). Loevinger perfecciona la teoría de Erikson, apoyándose en numerosos estudios empíricos. Describe el desarrollo en ocho estadios, seis de los cuales conciernen al adulto. Considera a la personalidad como organizadora y estructurante de las relaciones entre el individuo y el medio: de sus valores, moral y presiones sociales. Cada estadio se caracteriza por un tipo específico de integración: “Desarrollo de la personalidad del adulto según Loevinger” (Fontaine 1999, p. 161).

Conformista

Sometido a reglas sociales externas.

Consciente-Conformista

Disocia normas sociales y finalidades personales, se da cuenta de que sus actos pueden afectar a los demás.

Consciente

Empieza a darse cuenta de la importancia de evaluarse y de tener estándares personales.

Individual

Reconoce que el proceso de la acción es lo más importante.

Autónomo

Respeta la individualidad del otro, tolera la ambigüedad.

Integrado

Resuelve los conflictos internos.

En el estadio autónomo de Loëvinger, se considera que la realidad es compleja y a veces contradictoria, y por tanto empieza a desarrollarse tolerancia a la ambigüedad. Se acepta más fácilmente a los demás y se integra la opinión propia como una más. En el último estadio, el integrado, la persona resuelve la mayoría de sus conflictos internos y renuncia a las metas que le son inaccesibles. Reconoce que su vida es la que es, pero a la vez que podría haber tomado caminos diferentes, y queda aún abierto a nuevas experiencias. Para este autor, la mayoría de los individuos no pasan por todos los estadios, sino que se quedan en estadios intermedios.

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Jung, Erikson y Loëvinger trabajan considerando la noción de personalidad, que implica en su desarrollo a través del tiempo, una permanente tensión entre aquello que se transforma y lo que permanece en la vida de una persona. La permanencia alude a la estabilidad de los rasgos a lo largo del proceso de desarrollo; el segundo considera momentos (estadios, etapas) en que se renuevan algunos aspectos. Teniendo muy en cuenta estos aspectos, últimamente se ha criticado la postura de Erikson. Sus detractores consideran que en su teoría da un excesivo peso al pasado de la persona, desconsiderando las posibilidades individuales de cambio y transformación propios del presente. Esta rigidez de los postulados de Erikson sería más perceptible en lo referente a la adultez mayor. La persona en esta edad, para sus detractores, estaría esencialmente marcada por el cambio posible, y no solamente por el peso de la historia, como lo propondría Erikson. Aparece ligada a esta propuesta la preocupación por el sentido actual de la vida y sus proyectos al respecto. Robert Havighurst destaca que entre las tareas de desarrollo centrales que tiene el adulto mayor se encuentran: el ajuste al declive físico, el ajuste a la jubilación y a la posible reducción de ingresos; la aceptación de la posible muerte del cónyuge; el establecimiento de relaciones con su grupo de edad; flexibilización de los roles; y la adaptación a buenas condiciones de vida. Baltes (et al., 1976) destaca tres estrategias, que coordinadas, favorecen la adaptación del adulto mayor, y aseguran el desarrollo óptimo. 1. Selección. A medida que van pasando los años, el sujeto debe elegir entre una serie de alternativas, porque no puede hacerlo todo a la vez. En la vejez, el proceso de selección es fundamental para la adaptación al medio. 2. Optimización. En el sentido de la especialización en ciertos dominios de la vida. Las personas se deben especializar en determinados aspectos e intentar ser los mejores en ello. Este proceso puede darse durante toda la vida. 3. Compensación. La persona debe intentar encontrar nuevos caminos para conseguir determinados estímulos, o bien, desear otros estímulos.

Desde una perspectiva psicosocial, hay acuerdo en que las tareas de desarrollo propias de esta etapa de la vida son: 1. Mantenerse físicamente sano y ajustarse a las limitaciones. 2. Planificarse financieramente y asegurarse los recursos adecuados, sobre todo después de la jubilación. 120

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3. 4. 5. 6. 7.

Aprender y ajustarse a los roles laborales. Aprender a usar el tiempo libre placenteramente. Encontrar amistad y compañía. Establecer nuevos roles en la familia. Lograr integridad a través de la aceptación de la propia vida.

Para Stassen-Bergen (2000), existirían ciertas condiciones que permitirían tener óptimas condiciones de vida, sobre todo en la madurez: Ellas serían: s % % %

0RACTICARACTIVIDADFÓSICAREGULARMENTE No fumar nunca. Tomar desayuno habitualmente y no comer entre las comidas principales. Mantener un peso saludable, es decir, nunca menos del 10% y nunca más del 30% de éste. % No beber más de 16 porciones de alcohol al mes. % Dormir entre siete y ocho horas diariamente.

Temas relevantes en la adultez mayor En términos afectivos los grandes desafíos de la adultez mayor serían desarrollar una vida afectiva plena, lo que a veces implica resignificar la relación de pareja y/o adaptarse a la muerte del cónyuge, y el desarrollo de la abuelidad.

Vida de pareja En general, la sexualidad de las personas mayores es un tema acallado o que solo merece sonrisas displicentes. Ana Vásquez-Brofman aborda el tema directamente en su libro Amor y sexualidad en las personas mayores. Transgresiones y secretos (2006). Al presentar una investigación realizada en España y Francia, y explorar las representaciones que los adolescentes y adultos jóvenes tienen sobre la sexualidad de los que han sobrepasado los 60 años, releva la dificultad que estos tienen para imaginar y abordar el tema del amor sexuado de los mayores. Los adolescentes

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y jóvenes se muestran incómodos, molestos, desagradados. Como si el amor sexual tuviera fecha de término y estuviera esencialmente ligado a la juventud, la belleza, y en general a las cualidades de las personas jóvenes. Para Vásquez-Brofman, las personas de edad tanto solteras como casadas son cómplices de estas conductas, ya que si bien en la intimidad desafían las normas tradicionales, en el espacio público disimulan y ocultan esta realidad, extendiendo un manto de secreto sobre la sexualidad en la adultez mayor. Ilustrativas son las entrevistas a hombres y mujeres mayores que realiza la autora y que develan una sexualidad muy presente, pero silenciosa, acallada (Vásquez-Brofman, op. cit.). Las personas de edad que “son solteras son una minoría y se muestran contentas de su suerte. Mantienen hábitos sociales, y actividades que las ocupan, si su salud permanece buena. Los solteros, particularmente las mujeres, mantienen estrechos lazos con sus familias, y no dudan en ayudar a un familiar” (Stassen Berger, 2000, p. 453).11. En las personas casadas, en esta etapa, aumenta significativamente la convivencia diaria, como consecuencia de la jubilación, así como del fin del cumplimiento de las tareas parentales. Los hijos ya se han ido de la casa, el período laboral termina, y los miembros de la pareja se reencuentran durante un número importante de horas en el mismo espacio físico. Esta convivencia implica ajustes en múltiples ámbitos, entre los cuales está el de la vida sexual. De acuerdo con un reciente estudio de la Universidad de Chicago, la actividad sexual disminuye con la edad: 73% se declaró sexualmente activo entre los 57 y 64 años; 53% entre los 65 y 74 años; y 26% entre los mayores de 75 años (Caffrey et al., 2007). Sin embargo, todas estas cifras confirman que las personas en este momento de la vida, permanecen o pueden permanecer sexualmente activas, lo que no implica que se requieran ajustes. Para asumir la realidad de la sexualidad de manera satisfactoria, se requiere conocer los cambios propios del proceso de envejecimiento en este dominio.Y, si es necesario, encontrar formas complementarias de satisfacción, que pueden pasar por la genitalidad, pero que no tienen que ser exigentes ni excluyentes. Desde otra perspectiva, en la adultez mayor pareciera que los impulsos destructivos, envidiosos y agresivos se toleran más y se admiten con menos negación. Esto tiene que ver, evidentemente con la historia de la pareja. La tarea central de la pareja en esta etapa es el aceptar su historia de vida común, incorporando los aspectos positivos y negativos, dándole un significado y recordándola con aceptación y amor. Por primera vez se encuentran con una historia y una vida compartida, sin un mayor futuro que compartir. Es por ello 11 Traducción de la autora. 122

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que la satisfacción que se logre en este período va a depender del grado de fortalecimiento de la pareja conyugal. Es importante considerar que en esta etapa, las parejas tienen que enfrentar restricciones económicas (producto del cese de la actividad laboral y el aumento de los gastos en salud) y muchas veces la disminución o pérdida de contactos sociales, por aislamiento, menores actividades u otras razones. El cambio de situación económica puede demandar un cambio de estilo de vida, lo que puede ser también motivo de tensiones y conflictos en la pareja. Los miembros de la pareja, de una manera muy realista, deben ir preparándose para la viudez, asumiendo acciones y planes concretos para ello. El duelo por la muerte de la pareja es sin duda un proceso complejo largo y difícil, por el significado de la pérdida del compañero de toda una vida, que guarda parte de su historia, pero también posiblemente por la menor flexibilidad existente.Veremos algunas aristas de este tema en el apartado sobre duelo. Existe, no obstante, una tarea que en esta etapa de la vida puede gratificar enormemente: la abuelidad, que constituye la última fase de la parentalidad.

La abuelidad Un nuevo rol que se asume en esta etapa de la vida, es el de ser abuelo/a. Ajustándose así a una nueva posición de la estructura familiar. El ser abuelo permite sentirse útil, y poner en juego diferentes destrezas como la paciencia, la sabiduría y la ternura. La relación con los nietos permite la reparación de ciertos aspectos de la vivencia de la parentalidad y ayuda a la elaboración de la concepción del tiempo y del duelo. La relación abuelo-nieto es menos exigente que la de padre-hijo, puede llevar a la idealización de ésta, y al desplazamiento de la agresividad hacia la generación de los padres. La abuelidad es la única función clara que la sociedad le otorga a la persona mayor; los abuelos son los portadores del pasado y representantes de un mundo ético ideal.

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Entre las funciones que cumple la abuelidad, podemos destacar: Gratificación En esta relación el abuelo/a aprende a medir la dimensión temporal de su existencia, y a aceptarla. El nieto fortalece la autoestima dañada por las pérdidas características de la edad, cumpliendo así una importante función reparadora. Se posibilita la expresión genuina de sentimientos de ternura, y se es estimulado a seguir en contacto con la realidad. Permite seguir sintiéndose útil, ya que el rol del abuelo es de los únicos claros estipulados por la sociedad para esta etapa. Reparación La relación abuelo-nieto permite reparar aspectos de la relación con los hijos y consigo mismo. Permite identificarse con el hijo y ayudarlo en sus funciones parentales, compensando funciones que no fueron ejercidas satisfactoriamente con anterioridad. Continuidad El nieto muestra que la vida continúa, a pesar de que se acerca la muerte para el abuelo, lo que posibilita realizar el duelo personal y elaborar el sentido y finitud de la vida. Los nietos simbolizan la extensión de la vida y la influencia personal que perdurará después de la propia muerte. Solo si se reconoce que el nieto es una persona diferente de sí mismo se reconoce el tiempo vivido y el que queda por vivir.

La jubilación Uno de los temas más importantes en la adultez tardía es sin duda el cese de la vida laboralmente activa, que marca el abandono de un rol crucial –hoy particularmente para los hombres– y que demanda la búsqueda y el encuentro de nuevas actividades para el tiempo libre. El cese parcial o total de las tareas laborales se vivencia muchas veces de manera dolorosa, ya que el alejamiento del mundo del trabajo, culminación de toda una vida, puede ser no suficientemente reconocido. Trabajar provee de bienestar, estatus, aumenta la autoestima, estructura el tiempo y la vida social. Por eso, el cese de la actividad laboral es un momento crucial que requiere, para superarlo efectivamente, de toda la energía del individuo. La jubilación incluye renunciar a ciertos roles habituales en los que la persona se sentía competente y por lo mismo segura; si cree que aquellos roles, junto con la seguridad, le daban autoridad y prestigio, y en ello se basaba la estima de sí mismo,

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con la jubilación todo este escenario se derrumba y la autoestima puede reducirse notablemente, llegando a mermar, en gran medida, la vida del adulto mayor. La jubilación implica un ajuste importante de la persona y de su entorno social, el que puede ser doloroso. El cambio que la jubilación implica es múltiple: individual y social, económico y legal. Abarca las condiciones de vida del sujeto, sus hábitos diarios; y en lo social, supone la pérdida de su estatus de trabajador (Fernández-Ballesteros, 2004). El no desempeñar un trabajo productivo puede ser interpretado socioculturalmente como “no hacer”, asimilado a ser inútil y sin importancia (Moragas, 1991). Tradicionalmente, debido a las dificultades sociales y económicas aparejadas a la jubilación, y la ansiedad y baja en el estado de ánimo que puede provocar, se cree que da lugar a una situación de crisis. Sin embargo, la jubilación puede considerarse como un suceso normal, que la mayoría de las personas experimentan (Neugarten, 1999). En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 60% de los hombres entre los 60 y 64 años está aún en el mundo laboral, muchos de ellos se jubilan anticipadamente. Cada vez más, se valora como satisfactorio el tiempo libre; así las personas están pensionándose cuando creen que cuentan con el dinero suficiente para vivir, a pesar de que estos ingresos sean menores que antes (Neugarten, 1999). El tener una situación económica satisfactoria, después de la jubilación permitiría pensar en esta edad como un tiempo satisfactorio, con más libertades que en las etapas anteriores de la vida. Para Atchley (en Carretero, 1993), la jubilación es un proceso que consta de diferentes etapas: a) El pre-retiro. En donde el adulto mayor puede ir creando una serie de expectativas fantásticas que se alejan de la realidad y que luego provocarán dificultades durante el proceso; b) La luna de miel. Es la etapa en donde predomina la euforia, la persona intenta realizar todas las cosas que no había podido hacer antes, pero sin mayor organización, por lo que es un tiempo muy ocupado; c) El desencanto. Ya ha bajado la euforia y la sensación de libertad, y ahora más bien empiezan a aparecer los problemas de diferente índole: económicos, de salud y sobre todo el no saber usar su nueva libertad, lo que puede dar

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lugar a un gran descontento, a un sentimiento de vacío y ver frustradas sus expectativas; d) La reorientación. En esta etapa la persona puede empezar a tener una mirada realista y va entendiendo qué significa la jubilación. Desarrolla nuevas rutinas y llega a comprender que la jubilación es un nuevo modo de vida, con nuevos roles que hay que ir estructurando. e) Estabilidad. Planteada como la última etapa del proceso, en ella se espera que se logre mantener el ajuste entre el deseo del adulto mayor y las posibilidades reales. El hecho de que la jubilación se considere un proceso, no quiere decir que éste sea mecánico y que todas las personas pasen por todas las fases descritas anteriormente. Hay algunos individuos que tiene muchas dificultades para aceptar este nuevo estado, y se quedan fijados en momentos anteriores. Con el objetivo de evitar estas dificultades, Atchley propone una preparación, en la que se debe fomentar especialmente la creatividad y la pluralidad de intereses, con el objetivo de que la persona, al momento de la jubilación, no tenga su vida completamente centrada en el trabajo. En relación a lo planteado, cuando un adulto mayor se ve enfrentado al momento de la jubilación, existen ciertos factores que influyen en el grado de ajuste a su nueva situación. Un primer factor a considerar es la capacidad de planificación y la preparación propia y del entorno, que tiene como objetivo anticipar y prever los cambios que conlleva el proceso de jubilación. Uno de los cambios que impactará en mayor medida a la persona, se relaciona con el aspecto financiero. En este sentido, el adulto mayor necesita entender que sus finanzas se verán afectadas, lo que implica intrínsecamente la capacidad de adaptarse a los nuevos ingresos, para percibir este proceso de manera positiva. Un segundo cambio que ejerce influencia sobre la manera de enfrentar este proceso, es la organización del tiempo y la actividad diaria de la persona. La rutina que el adulto tuvo durante un largo período de tiempo, se ve modificada drásticamente, por lo que otro factor que determinará la forma de vivir este proceso es la capacidad de adaptación en la vida diaria, de planificar el tiempo libre, con el objetivo de sentirse útil de una nueva manera y no sentir un vacío que no se puede llenar sin el trabajo. Otros factores que pueden ayudar al adulto a tener un ajuste más apropiado son: la búsqueda de apoyo en la familia y la redes sociales (a las que se pertenece o se podría potencialmente pertenecer); mantener el pensamiento de que siempre es posible 126

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aprender y desarrollar habilidades que pueden ser de su interés y que aún no se encuentran explotadas en su totalidad y por último, el grado de conocimiento y aceptación de saber que los roles sociales se modifican, y de que siempre es posible encontrar un nuevo espacio en la sociedad. Pinquart (2002) destaca la importancia de tener un propósito en la vida, haciendo hincapié en la capacidad de la persona mayor para elaborar, reelaborar o mantener un proyecto vital. Para este autor, las personas que lo tienen, a pesar de las innumerables pérdidas que puedan sufrir, tienen una mejor calidad de vida, mejor salud mental, y mejores capacidades para relacionarse entre otros (Pinquart op. cit.). Para Rowe & Kahn (1988, en Friedrich 2001), un envejecimiento exitoso es el resultado de la combinación de tres factores: baja probabilidad de enfermedad y discapacidad, compromiso activo con la vida y alto funcionamiento cognitivo y capacidad física funcional.

La salud mental del adulto mayor Una de las temáticas frecuentes durante esta etapa de la vida es la de los posibles trastornos psiquiátricos que pueden llegar a padecer los adultos mayores. Existen estudios epidemiológicos que muestran que entre 18% y 25% de ellos tiene algún tipo de problema neuro-psiquiátrico, cifras que se asemejan bastante a las encontradas en otras etapas del ciclo vital (Le Rouzo, 2008). La depresión es una de las patologías con mayor prevalencia. Los factores gatillantes podrían ser eventos característicos de esta etapa como las pérdidas y la disminución de la interacción social, aunque las enfermedades y la cercanía de la propia muerte, también podrían producir depresión en el adulto mayor. “Se han propuesto varias teorías acerca de las causas de la depresión entre los ancianos. Algunas enfatizan los factores puramente fisiológicos asociados con el proceso de envejecimiento. Otras conceden más importancia a las circunstancias sociales que puede implicar el envejecimiento. Es probable que influyan factores de ambos tipos, al menos en algunos casos” (Schaie, K., Willis, S. ,2003, p. 463). Los principales síntomas de un cuadro depresivo son: s !LTERACIØNDELÉNIMO la persona presenta un sentimiento de pesimismo y desesperanza. No existe capacidad para gozar de la vida y todo lo que le resultaba atractivo ya no le llama la atención. 127

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s !LTERACIONESVEGETATIVASVARIACIONESENELAPETITOYELSUE×ODELAPERSONA s !LTERACIONESPSICOMOTRICESRETARDOPSICOMOTORYENLENTECIMIENTO s !LTERACIONESCOGNITIVASPRINCIPALMENTE DISMINUCIØNDELACAPACIDADDE concentración y memoria. Otros síntomas pueden ser: recurrentes ideas de muerte, sentimientos de culpa, disminución de la autoestima y angustia (López-Ibor, J.J., Valdés, M. M., 2005). Los síntomas ansiosos son también de importante prevalencia. Si bien muchas personas consultan frecuentemente por estos síntomas, aún son poco claras las razones de su frecuencia en este período de la vida.“No se dispone todavía de una distancia suficiente para saber si las diferencias (de prevalencia) entre la población joven y la de mayor edad, se debe al envejecimiento cerebral o a los cambios en los neurotransmisores (los que actúan sobre el sistema nervioso simpático, cuyo rol en relación al estrés es esencial)… o si en la vejez, los problemas ansiosos están asociados a la mayor mortalidad” (Le Rouzo, 2008, p. 95.Traducción de la autora). Las demencias son muy propias de esta edad y de alta frecuencia. Cuando se habla de demencia se refiere a una pérdida severa de las funciones intelectuales que interfiere en el funcionamiento normal de la persona. La enfermedad de Alzheimer es un tipo de demencia degenerativa. Determina una disminución progresiva e irreversible de la capacidad mental del individuo, el que con el tiempo puede presentar confusión y finalmente alteraciones motoras. Una persona con Alzheimer puede presentar: alteraciones de memoria; afasia (alteración del lenguaje); apraxia (deterioro de la capacidad para llevar a cabo actividades motoras, a pesar de que la función motora este intacta); agnosia (falla en el reconocimiento o identificación de objetos). La pérdida de las funciones es progresiva y continua, afectando finalmente la vida completa de la persona y precipitando su muerte (López-Ibor, J.J.,Valdés, M. M., 2005). La enfermedad de Alzheimer es más frecuente entre las mujeres que en los hombres. Uno de los aspectos importantes al tratar el Alzheimer es la entrega de información sobre la enfermedad que debe realizarse al paciente y sus familiares. Teniendo en cuenta que solo al inicio de ésta, el paciente podrá entender lo que le está pasando. Considerando las características del paciente y su familia, se debe

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entregar conocimientos de forma gradual y controlada, ya que éstos necesitan tiempo para aceptar la realidad, ajustar su conducta y tratar de adaptarse a la situación. A medida que la demencia avanza, es primordial velar por la seguridad del paciente, ya que pueden surgir una serie de eventos problemáticos, como la posibilidad de que el adulto mayor se pierda o tenga conductas erráticas, que signifiquen un riesgo para su salud. Es por lo tanto indispensable que exista una adecuada atención sobre las conductas del paciente.

El duelo Durante la adultez tardía se viven muchas pérdidas y como consecuencia períodos de duelo y de transitoria desvinculación. El duelo se refiere a la pérdida de algo o de alguien que se valora. Durante el duelo se mueven emociones, sentimientos, afectos, pensamientos, en proporción al vínculo y a lo significativo que sea el lazo que se corta y el objeto, persona o proyecto que se pierde. El duelo se desenvuelve en un clima de aflicción, caracterizado por un estado de ensimismamiento y percepción del dolor, de pena y sufrimiento provocado por el vacío que queda y por lo irreversible de la pérdida. Este es un proceso vivencial por medio del cual todos los seres humanos elaboramos las pérdidas que nos acontecen en el transcurso de la vida. Cada cultura enriquece y adorna el proceso de morir y el duelo con ritos, mitos y creencias que ayudan a sobrellevar la muerte y a resolver el estado de aflicción. Pero las experiencias intrapersonales o subjetivas son similares en todos los seres humanos. Elisabeth Kubler Ross (1969), observando el proceso que vivían niños y adultos en fase terminal de una enfermedad, fue una de las pioneras en interesarse en el estudio del duelo. Describe distintos momentos, distinguiendo cinco etapas: negación, rabia y cólera; negociación, depresión y aceptación. En la primera etapa los enfermos, cuando saben que van a morir niegan, por lo doloroso, lo que les está sucediendo. En el segundo momento viven momentos de intensa rabia, como una reacción frente a la impotencia para cambiar la situación. Luego el enfermo intenta negociar con los médicos, la familia, el personal médico o Dios. Finalmente el enfermo acepta, haciendo con tristeza, la pérdida de todo aquello que no podrá alcanzar o tener cuando muera. Kübler Ross (1974) evolucionó, aceptando que estas etapas no siempre se dan de manera clara y ordenada. Las concibe, más bien, como tareas que el enfermo debe

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enfrentar. Hoy se acepta que en el duelo hay momentos diferentes, que pueden vivirse en un cierto orden o forma distinta. Se verán en detalle más adelante. La preparación para el proceso de duelo en el adulto mayor tiene que ver con diferentes factores y aprendizajes, entre ellos: s 2ECONOCERELlNDELAVIDACOMOUNAREALIDADVITALINELUDIBLE!CEPTARELCURSO de la propia vida, implica aceptar la muerte como culminación de ésta. s !CEPTARLAMUERTEDEOTRASPERSONASSIGNIlCATIVAS,OSPARESEMPIEZANA enfermarse y morir, lo que significa perder compañía y un mundo de recuerdos. s 2EPARARELDA×OQUELAPERSONAPUEDEHABERSEHECHOOHABERINFRINGIDO a otros. Esto debe implicar acciones concretas como arrepentirse, pedir perdón, modificar ciertas relaciones. Las reacciones al duelo se presentan en cuatro niveles: s 2EACCIONESFÓSICASINSOMNIO FALTADEAPETITOOCOMERENEXCESO MOLESTIAS estomacales, fatiga, dolores de cabeza, insuficiencia respiratoria, mareos, etcétera. El estrés provocado por el duelo disminuye la efectividad inmunológica y por ende la resistencia a las infecciones y enfermedades. s 2EACCIONES EMOCIONALES DEPRESIØN ABATIMIENTO LLANTO CONMOCIØN incredulidad, enojo, ansiedad, irritabilidad, preocupación, sentimientos de desamparo, dificultad para concentrarse, olvidos, apatía, indecisión y aislamiento. s 2EACCIONESINTELECTUALESINCLUYENLOSESFUERZOSPOREXPLICARYACEPTARLAS causas de la muerte de la persona y en ocasiones de racionalizar o tratar de comprender las razones de la muerte. Una reacción intelectual común al duelo es la idealización. s 2EACCIONESSOCIOLØGICASINCLUYENLOSESFUERZOSDELAFAMILIAYLOSAMIGOS para unirse y compartir la experiencia y ofrecerse apoyo y comprensión. También incluye los esfuerzos por reorganizar la vida después de la pérdida. Los duelos pueden vivirse de manera muy diferente, según sean las características del doliente, así como las condiciones en que se da la pérdida. Sin embargo, se pueden distinguir dos amplias categorías de procesos de duelo: los duelos llamados normales y los duelos llamados patológicos. Las etapas de un duelo normal son: 130

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Perplejidad La muerte de un ser querido precipita, en un primer momento, una actitud de perplejidad frente a una realidad que no se logra comprender y que requiere toda la atención. La persona que vivencia este estado de perplejidad se siente atrapado entre dos realidades: la anterior a la pérdida y la actual, sin lograr optar. Surge entonces la incredulidad. La confrontación y la verificación son recursos mediante los cuales se puede ir superando la incredulidad. Las principales características de esta etapa son: s 3ENSACIØNDEEMBOTAMIENTOEMOCIONAL PORLOAJENODELASITUACIØN s )NTERRUPCIØNDELAESPONTANEIDADDELVIVENCIARTODOPARECEQUEDARSUSPENDIDO enrarecido y se experimenta una desrealización y despersonalización transitoria que marca el paso a la siguiente etapa. La realidad se percibe cambiada. s ,ADURACIØNDEESTEPROCESOOSCILAENTREDOSYCUATROMESES DEPENDIENDO del grado de parentesco, las características de la pérdida de la proximidad afectiva con la persona fallecida.

Desorganización A medida que la muerte del ser querido va teniendo presencia en el mundo de la persona, ésta va experimentando la desorganización del orden que existía en su vida, y la ausencia del ser querido se va haciendo cada vez más presente. Transcurre así un período determinado en que se desorganiza progresivamente todo lo que antes le era familiar y cotidiano. Es en este momento en donde aparecen emociones intensas, como la rabia. La rabia puede tener un gran poder perturbador en el proceso de duelo normal, ya que mantiene resentido al doliente hacia todos los que están implicados en esa dolorosa pérdida. Las principales características de esta etapa son: s %LDOLIENTECOMIENZAAPRESENTAREMOCIONESYSENTIMIENTOSAVECESCONFUSOS en relación con lo perdido. s 3EINTENTAINFRUCTUOSAMENTERECUPERARLOPERDIDO%LRESULTADOESLAFRUSTRACIØN de sus expectativas emocionales. s 3URGENSENTIMIENTOSDERABIA CULPA ANGUSTIAYTRISTEZA s ,ADESESPERANZATI×ETODAESTAETAPAYSUTIEMPODEEVOLUCIØNVARÓADEA 12 meses, dependiendo de las características y significado de lo perdido. 131

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Reorganización Es la última etapa del duelo, se presenta cuando la persona ya ha vivido y elaborado la pena, la angustia, la rabia, la culpa y muchas otras emociones intensas. Se integra a la vida la ausencia de la persona fallecida. Todo lo anterior va provocando una atenuación de los sentimientos y emociones, y apareciendo una mayor tranquilidad. Esto va marcando el éxito del proceso de familiarización con esa ausencia que poco a poco ha llegado a ocupar un lugar acotado y definido en su vida. La vida del doliente vuelve a tener autonomía, en relación al que ya no está, y la relación con el fallecido vuelve a tener nuevos límites. La presencia invasora de la ausencia desaparece, y solo quedan sentimientos de tristeza por el vacío que deja la persona fallecida. El duelo anticipado es una variante del duelo normal. Se da en el caso de que una enfermedad grave o terminal produzca la anticipación del duelo, es decir, que se vivan las consecuencias de la enfermedad y el significado de la ausencia antes de que se materialice. El proceso se desencadena cuando se conoce el diagnóstico del cuadro terminal y durante los meses siguientes. En el duelo anticipado se han identificado los siguientes momentos: s 0ERPLEJIDADFRENTEALDIAGNØSTICO s 2ESISTENCIA NEGACIØN MINIMIZACIØN DEL DIAGNØSTICO Y DEL PRONØSTICO Búsqueda de soluciones mágicas. s 2ABIAYPENAPROFUNDAPORLOIRREMEDIABLEDELASITUACIØN AMEDIDAQUE se va develando la inexorable evolución terminal. s 'RANPREOCUPACIØNPORLAPERSONAQUEVAAMORIR3EINCREMENTAELAPEGO a la persona enferma. s !NTICIPACIØNDELESCENARIODELAMUERTE3EIMAGINALACONDICIØNENQUE quedarán los sobrevivientes. s !DECUACIØNDELASCONSECUENCIASDELAMUERTE TANTOENLOEMOCIONALCOMO en lo material. s !CEPTACIØNDELAREALIDADYCOLABORACIØNPROPORCIONADAENLAASISTENCIADEL enfermo. El duelo patológico o anormal es el resultado de un proceso inadecuado de enfrentamiento de la pérdida. Se considera duelo anormal o patológico aquel que ya lleva por lo menos 14 meses y además presenta ciertos síntomas:

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s %VITACIØN Presencia de bajo o franco desinterés en actividades importantes de índole familiar, laboral, recreativas o personales. Incapacidad de contactarse emocionalmente con otros. s )NTRUSIØNAparición de recuerdos perturbadores no aceptados, asociados a decaimiento, angustia, culpa o rabia intensa cuando se piensa en el fallecido. Incapacidad para aceptar emocionalmente la ausencia de la persona, luego de transcurrido un tiempo prudente.Y la sensación de sentirse casi permanentemente observado y evaluado por la persona fallecida, es un poderoso signo de intrusión. s &ALLAENLAADAPTACIØNMantención de un tiempo excesivamente prolongado de sentimientos de vacío, de que la vida está detenida, que carece de sentido, persistencia en la idealización del pasado. Sentimientos de inutilidad y fracaso agobiadores y paralizantes. Pensamientos de que la muerte está cerca, deseos de morir, ideación suicida y acciones temerarias que ponen en riesgo la vida.

El duelo inhibido o ausente, por su parte, se caracteriza por la falta de manifestaciones emocionales o sentimentales que expresen un proceso proporcionado de elaboración de la pérdida. La expresión puramente verbal de congoja no es un signo de duelo, porque es necesario el compromiso de todos los estratos personales: biológico, psicológico y espiritual. Es frecuente en personalidades y estructuras familiares restrictivas. También cuando se malentienden preceptos religiosos, forzando una excesiva espiritualización del proceso. La intensidad de cualquier proceso de duelo se ve afectado por diversos factores; entre ellas, las características de la pérdida, sexo del doliente, edad, el vínculo con el fallecido, el apoyo social con que el doliente cuenta y creencias. Factores de riesgo del duelo: s #ARACTERÓSTICASDELAPÏRDIDA s 3EXODELDOLIENTE s %DAD s 6ÓNCULOCONELFALLECIDO s !POYOSOCIAL s #REENCIAS Uno de los duelos más complejos de superar es la pérdida de un hijo o hija, en particular si ésta se da de manera violenta. En muchos estudios las conclusiones son

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similares: “Las muertes súbitas son más difíciles de elaborar que otras muertes en las que hay algún aviso previo de la inminencia de la muerte” (Worden, 2004, p. 158). Un duelo igualmente complejo, propio de la adultez mayor, es el de la pérdida de la pareja, con quien se ha compartido la vida. En este caso se pierde a un compañero muy cercano, a veces el apoyo principal, lo que aumenta la soledad y la percepción de la cercanía de la propia muerte. En algunos casos de duelo, parece más adecuado y justo decir que se “aprende a vivir con la pérdida”, que esperar la resolución del proceso. Las personas que establecieron relaciones significativas durante su vida, en las que predominaron los sentimientos amorosos y solidarios, que se preocuparon por desarrollar diferentes habilidades, actividades e intereses, tendrán más recursos para enfrentar estas pérdidas, lo mismo que aquellas que tiene creencias religiosas. Se termina este trabajo sobre el desarrollo adulto con el tema de la muerte. La muerte que marca el fin de la vida. El tener conciencia de la presencia de la muerte puede darle un sentido diferente a la vida.Vivir la vida intensamente, con sus múltiples transformaciones; con sus diferentes conquistas, con sus dolores y alegrías, es un desafío distinto si lo ilumina la conciencia de la finitud. Como bien lo expresa Yalom: “Enfrentar la muerte siempre nos producirá ansiedad. La siento cuando escribo estas palabras. Es el precio de la autoconciencia. Mirar a la muerte a la cara, acompañados por alguien que nos oriente, no solo aplaca el terror, sino que vuelve la existencia más rica y vital” (Yalom, 2008, p. 228).

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PSICOLOGÍA DEL ADULTO / LA ADULTEZ MAYOR

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De la conquista del mundo a la conquista de si mismo

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