Angel\'s Pawn - Gremio de Cazadores 0.5 - Nalini Singh SPA

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NALINI SINGH

EL PEON DEL ANGEL 1.5 Gremio de cazadores

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ARGUMENTO

El peón del ángel, conoce a una cazadora del Gremio, Ashwini y al vampiro Janvier.

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Capítulo 1

—Qué sorpresa, querida —dijo Janvier con ese acento perezoso y una mano apoyada en la jamba de la puerta de su apartamento en Louisiana—. Que yo sepa, no tengo ningún contrato sobre mí. —No soy una asesina. —Cruzándose de brazos, Ashwini se apoyó en la pared opuesta a la puerta. Recién levantado y a medio vestir, Janvier era deliciosamente sexy. También era un vampiro de doscientos cuarenta y cinco años de edad capaz de arrancarte la garganta con un mínimo esfuerzo—. Aunque podría serte de utilidad. Una lenta sonrisa se apoderó de aquel rostro que era un poco demasiado largo, un poco demasiado melancólico para ser verdaderamente guapo. Y, sin embargo… Janvier era el hombre que toda mujer en un bar se giraba para mirar, su atractivo tan salvaje como el interés desnudo de sus ojos del color del musgo del pantano, todo luz del sol y sombras sobre verde. —Me heriste. Pensé que éramos amigos, ¿non? —Non. —Arqueó una ceja—. ¿Vas a dejarme entrar? Él se encogió de hombros, los músculos de su pecho ondularon con una fuerza que la mayoría de la gente nunca adivinaría por el modo de moverse, pura gracia fluida y encanto. Pero Ashwini sabía exactamente lo rápido y fuerte que era, le había cazado tres veces en los últimos dos años y él la había guiado a través de una alegre danza las tres veces. —Depende —respondió, repasando lentamente su cuerpo—. ¿Has venido a golpearme otra vez? —Levanta los ojos. Risa en esa mirada malvada cuando se encontró con sus ojos. —No eres divertida, dulzura. Sólo Janvier acababa con su lado práctico. Todo el mundo pensaba que ella estaba muy por encima de la locura. —Esto ha sido una mala idea. —Girando sobre los talones, le hizo gestos con una mano—. Nos vemos la próxima vez que cabrees a un ángel. —En el curso normal de

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las cosas, el Gremio existía para recuperar a los vampiros que violaban sus contratos, que consistían en servir a los ángeles durante cien años a cambio de la inmortalidad, y luego estaba Janvier... —Trata de no hacerlo esta semana. Estoy ocupada. Su mano se cerró sobre la parte de atrás de su cuello, un toque cálido y extrañamente suave. —No te pongas así. Entra. Te haré café del modo que se debe hacer. Tendría que haberse apartado, debería haberse ido tan lejos como fuera humanamente posible. Pero Janvier tenía un modo de meterse bajo su piel. Vaciló una fracción demasiado larga y su calor se filtró en ella, una vívida cosa brillante que desafiaba el hielo de su inmortalidad. —Sin tocar. —Era tanto para ella como para él. Un apretón de dedos. —Tú eres la que siempre está tratando de poner sus manos sobre mí. —Y uno de estos días, no vas a bailar lo suficientemente rápido como para escapar. Janvier tenía la costumbre de molestar lo bastante a los ángeles como para terminar en la lista de los cazadores del gremio. Pero eso no era lo peor, justo cuando Ashwini casi lo tenía, cuando podía olerle, de alguna manera él se las arreglaba para reconciliarse con quienquiera a quien hubiese ofendido. La última vez, había estado a punto de dispararle por principios. Un roce de risa, el pulgar bajó por su piel en una caricia lánguida. —Deberías darme las gracias —dijo—. Por mi causa, tienes la garantía de un gran pago al menos dos veces al año. —Me garantizo esa paga porque soy buena —replicó, retorciéndose en su agarre para poder hacerle frente—. ¿Estás listo para hablar? Le hizo un gesto con el brazo. —Entra en mi guarida, Cazadora del Gremio. A Ashwini no le gustaba permitir que los vampiros se le pusieran a la espalda, pero ella y Janvier tenían un entendimiento después de tres cacerías. Si alguna vez terminaba sería cara a cara. Algunos de sus hermanos cazadores podían llamarla tonta por confiar en un hombre al que había cazado, pero ella siempre se había formado su propia opinión acerca de las personas. No se hacía ilusiones, sabía que Janvier podía ser tan letal como una espada desenvainada, pero también sabía que había nacido en una época en la que la palabra de un hombre era todo lo que tenía. La inmortalidad no le había robado su sentido del honor.

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Ahora se apretó para pasar por delante de él, consciente de que Janvier había girado deliberadamente su cuerpo para asegurar un ajuste perfecto. No le importaba tanto como debería haberlo hecho. Ese era el problema, porque los vampiros estaban fuera de los límites. El Gremio no tenía ninguna regla que prohibiera ese tipo de relaciones y varios amigos cazadores tenían amantes vampiros, pero Ashwini coincidía con su compañera Elena en esto. La otra mujer había dicho una vez que los vampiros eran casi inmortales, después de todo, para ellos los seres humanos no eran más que juguetes, placeres efímeros, fácilmente probados, fácilmente olvidados. Ashwini no iba a ser el aperitivo de ningún hombre: vampiro, humano o ángel. No es que los ángeles se rebajaran a veces lo suficiente para unirse a un mortal. Se sorprendería mucho si los gobernantes efectivos del mundo consideraran a la mayor parte de los seres humanos como algo más que una idea de último momento. —No es lo que esperaba —dijo ella, entrando en el elegante loft. Predominaba la luz y esta había sido infundida en la decoración, los colores del atardecer se hacían eco en las mantas que yacían sobre el sofá de tonos tierra, alfombras Navajo en el suelo, pinturas del desierto solitario en las paredes. —Me encanta el pantano —murmuró Janvier, cerrando la puerta detrás de sí y yendo hacia la cocina—, pero para apreciar la belleza, a veces hay que ir al extremo opuesto. Mientras se movía por la cocina con la facilidad de un hombre que sabía exactamente qué estaba haciendo, Ashwini se permitió admirar su belleza masculina. Janvier podía ser un dolor perenne en su culo, pero estaba formado como el sueño más sexy que jamás había tenido, delgado y alto, con los músculos de un atleta o un nadador, todo líneas elegantes y potencia contenida. Metro noventa, la superaba por doce centímetros, llevaba esa altura con la confianza de un hombre a gusto consigo mismo. Una vez más, pensó, había tenido más de doscientos años para construir esa arrogancia sin esfuerzo. —Supongo que no estás preocupado por la luz solar —dijo ella, mirando los tragaluces de la derecha. La cama estaba justo debajo de ellos y cuando el reloj marcó más de las ocho de la mañana, los rayos del sol acariciaron posesivamente las sábanas revueltas. Su mente inmediatamente le proporcionó una imagen exquisitamente detallada de las largas piernas de Janvier enredadas en esas sábanas. El flujo de sangre en sus oídos casi ahogó sus siguientes palabras. —¿En busca de puntos débiles, cazadora? —acercándose, le tendió una pequeña taza llena de una mezcla cremosa que no olía a ningún café que hubiera conocido.

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—¿Qué es esto? —Olió sospechosamente y sintió que la boca se le hacía agua—. Y, por supuesto. Así podría empujarte bajo la luz del sol y ver cómo te fríes. Él arqueó los labios, el superior un poco más delgado, el de abajo eminentemente mordisqueable. —Me echarías de menos si me fuera. —La vejez te provoca ilusiones. —Eso es café au lait hecho con una mezcla de café y achicoria. —Viendo como ella sorbía un poco, asintió hacia la cama—. Me encanta la luz del sol. El vampirismo no habría sido menos atractivo si hubiera tenido que pasar toda mi vida en la oscuridad. —Uno pensaría que con todos los vampiros que caminan a la luz del día, el viejo rumor moriría, pero no, sigue traqueteando por ahí —dijo ella, sumergiéndose en el distintivo sabor del café—. Me gusta este. —Va contigo. —¿Amargo y extraño? —Exótico y delicioso. —Pasó un dedo por la piel desnuda de su brazo—. Tienes una piel muy hermosa, cher. Como el desierto al atardecer. Ella dio un paso fuera de su alcance. —Ponte una camisa y saca tu mente de la cama. —Imposible contigo alrededor. —Finge que sostengo un rifle. De hecho, finge que estás en la mira. Janvier suspiró, frotándose la mandíbula ensombrecida por la barba. —Me encanta cuando hablas sucio. —Entonces esto debería sacudir tu mundo —dijo, ordenándose dejar de pensar en cómo se sentiría esa barba contra su piel—. Sangre, secuestro, enemistad, rehenes. El interés chispeó en ese verde musgo. —Cuéntame más. —Le hizo señas hacia la cama—. Pido disculpas por el lío, no esperaba una compañía tan exquisita. Caminando para poner su café en el mostrador, enganchó uno de los taburetes de la barra. Janvier sonrió y optó por sentarse en la cama, con las manos apoyadas detrás de él, las largas piernas enfundadas en vaqueros ligeramente cruzadas en los tobillos. La luz del sol danzaba sobre su cabello castaño oscuro, captando reflejos de puro cobre que jugueteaban hermosamente contra el oro bruñido de su piel. Los vampiros tan antiguos como Janvier eran casi uniformemente guapos, pero ella todavía no había conocido a ninguno con el carisma del cajún, o su modo de

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tener amigos en casi cada ciudad y pueblo al que había viajado alguna vez. Y por eso le necesitaba. —Hay una situación en Atlanta. —¿Atlanta? —La más elemental de las pausas—. Eso es territorio Beaumont. Bingo. —¿Los conoces bien? Él le dio uno de sus encogimientos de hombros. —Bastante bien. Son un familia de viejos vampiros, no muchos. Seducida por el olor, Ashwini tomó otro sorbo de la potente mezcla del café de Janvier. —Tiene sentido. He oído que los ángeles no discriminan a las líneas familiares a la hora de elegir candidatos. —De los cientos de miles de personas que solicitaban la conversión a casi inmortal cada año, sólo una pequeña fracción llegaba a la fase de candidatos. —Los Beaumont fuerzan la curva —continuó Janvier—. Han logrado tener al menos a un miembro de la familia convertido en cada generación. En esta ocasión, se trataba de dos. —Monique y Frédéric. Hermano y hermana. Un guiño. —Ese tipo de éxito les convierte en potencia, con Monique y Frédéric, los Beaumont ya tienen diez vampiros vivos unidos por la sangre. El más antiguo tiene medio milenio. —Antoine Beaumont. —Un hijo de puta asesino —dijo Janvier en un tono casi afectuoso—. Probablemente vendería sus propios hijos si pensara que podía beneficiarse de ello. —¿Un amigo? —Me salvó la vida una vez. —Levantando la cara al sol, Janvier se empapó de los rayos como un sibarita en la costa europea lejos del abrazo húmedo de un verano en Louisiana—. Me envía una botella de su mejor Burdeos cada año, junto con una propuesta para que considere casarme con su hija, Jean. —Pronunciado a la manera francesa, el nombre sonaba sensual y eléctrico. Ashwini apretó los dedos en torno a la taza de café pintada a mano. —Pobre mujer. Él volvió el rostro hacia ella con diablura en los ojos.

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—Al contrario, a Jean le gusta jugar. El invierno pasado, me invitó a mantenerla caliente en una de las cabañas más bellas de Aspen. Ashwini sabía cuando estaba jugando. También sabía que Janvier era plenamente capaz de alargar un cuento para mantenerla allí exclusivamente para su propia diversión. —Puedo apostar que Jean no está pensando en Aspen ahora. De hecho, es una buena apuesta que está pensando sólo en asesinato. —¿Situación? — Y ahí estaba esa rápida inteligencia una vez más, la que le atraía, a pesar de su voto en contra. —Monique es qué, ¿la bisnieta de Jean de novena generación? Janvier se tomó un momento para pensar en ello. —Tal vez diez, pero poco importa. A Jean se le cae la baba con la niña. Antoine llama a Monique y Frédéric sus nietos. —La mujer tiene veintiséis años —señaló ella—, apenas una niña. Y su hermano, treinta. —Todo el mundo de menos de cien es un niño para mí. —Gracioso. —No hablo de ti, cherie. —Su sonrisa se ensanchó para exponer un borde más oscuro, uno que había visto pasar los siglos—. Llevas mucho conocimiento en tus ojos. Si no supiera que eres humana, creería que has vivido tanto como yo. A veces, sentía como si lo hubiera hecho. Pero los demonios que le arañaban la mente noche y día no tenían cabida en esta discusión. Apartándose de la mirada demasiado perspicaz de Janvier, dijo: —Monique ha sido secuestrada. —¿Quién se atrevería a levantarse contra los Beaumont? —Completa sorpresa—. No sólo tienen poder por derecho propio, sino que el ángel que controla Atlanta los tiene en alta estima. —Los tenía —dijo ella, volviendo la mirada hacia él, disfrutando del juego de la luz del sol sobre su cuerpo. Era un sencillo placer con un potente golpe, ni siquiera los demonios pudieron resistir la tentación sensual que le lamía los sentidos—. Pero parece que tu colega Antoine se las ha arreglado para cabrear a Nazarach. Janvier se puso en pie con el ceño fruncido. —Pero aún así, enfrentarse a Antoine es cortarte tu propia garganta. —El aquelarre Fox no lo cree así.

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—¿Un aquelarre? —Sacudiendo la cabeza, se acercó para pararse delante de ella apoyando una mano en el mostrador—. Estás hablando en el sentido literal de la palabra, ¿un grupo de vampiros unidos para un propósito común? —Sí. —No he oído hablar de un aquelarre formal de vampiros desde hace más de un siglo. —Un tipo llamado Callan Fox parece decidido a revivir la idea. —Curiosa, obligada, pasó los dedos sobre una cicatriz curva en el pecho de Janvier, justo por encima de la tetilla izquierda—. Yo no te he hecho esto. —Ojalá —murmuró, jugando—. Sería un honor llevar tu marca. —Es una pena que los vampiros sanen tan rápido. —Se encontró trazando la cicatriz, viendo algo familiar en ella. Pero a diferencia de cualquier otra persona que conocía, no hubo pulso de la memoria, ninguna invasión no deseada en su mente mientras su don, su maldición, se introducía en el pasado de Janvier. En lugar de ver sus secretos, conocer sus pesadillas, todo lo que sintió fue calidez, piel sedosa, un poco imperfecta y por todo ello más intrigante. —Un cuchillo —dijo—. ¿Fue hecho con un cuchillo? —Del tipo de una espada. —Cerró los dedos sobre su muñeca y se llevó la mano a la boca, presionando lentos besos a lo largo de los nudillos—. ¿Me provocarás de este modo para siempre, Ashwini?

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Capítulo 2

—Solo unas pocas décadas más —dijo ella, sintiendo como se le hacía un nudo en el estómago y se le curvaban los dedos de los pies—. Entonces, será el momento de que otro cazador te persiga. Esperaba una respuesta irónica, pero a Janvier se le puso una expresión tensa en el rostro; tan, tan tensa. —No hables con esa soltura de tu muerte. —Bueno, como no estoy a punto de firmar ningún contrato cediendo más de cien años de mi vida casi inmortal —dijo dejando una mano pegada a él, la otra cerrada en su puño—, la muerte es una certeza. —Nada es una certeza —le liberó la mano para tironearle de los mechones sueltos de su cabello, con una mirada que se volvió más cálida—. Pero ya discutiremos tu humanidad en otro momento. Me intriga mucho la idea del aquelarre de este Fox. Ella buscó en el bolsillo de atrás y sacó la fabulosa PDA que Ramson, otro de los cazadores del Gremio de Nueva York, le había regalado por Navidad. —Este es Callan Fox —mostró la foto del alto y bien musculado rubio—. Según mis datos, ha cumplido doscientos este año. —Reconozco esa cara —frunció el ceño, como si estuviera buscando entre hileras de recuerdos—. Ahora me acuerdo: le conocí en la corte de Nazarach cuando estaba cumpliendo su contrato. Los demás vampiros de la corte le juzgaron mal, pensaron que no era muy listo. —¿Y tú? Él le acariciaba el brazo con dedos suaves y juguetones. —Yo veía una inteligencia casi brutal, mezclada con ambición. No me sorprende que Callan se las haya ingeniado para fundar un aquelarre siendo tan joven. ¿Los demás vampiros del grupo le consideran su líder además de fundador? —Eso parece. Lo extraño es que hay por lo menos un par de vampiros de trescientos años en el aquelarre y uno que podría estar aproximándose a la marca de los cuatrocientos.

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—No todos los vampiros ganan en poder con la edad —puso un pie en el escalón de su taburete y comenzó a revisar las fotos de los demás vampiros del aquelarre—. Fíjate en mí. Sigo siendo tan débil como un bebé. —¿Ese truco te ha funcionado alguna vez? —le quitó su precioso cacharro cuando vio que empezaba a meterse en sus álbumes personales. Una deslumbrante sonrisa. —Te sorprendería saber cuántas mujeres estarían encantadas de consolarme, pobrecito, triste de mi. ¿Quién es el niño de esta foto? A ella le dio un vuelco el corazón. Ese niño ya era un hombre, un hombre que se negaba a verla de otra manera que como el espejismo de lo que una vez fue. —Nadie te tu incumbencia. —Tanto dolor —Janvier dejó de mover los dedos un momento, para luego rodear con la mano la parte superior de su brazo—. ¿Cómo puedes vivir con ello, cher? Porque cuando no hay más remedio, la mente aprende a compensarlo… aunque nunca olvida. —¿Quieres saber más cosas sobre esta operación o no? —Un día —dijo Janvier, cambiando de postura hasta que su calor la tocó en forma de agresiva caricia masculina—, conoceré todos tus secretos. Parte de ella deseaba apoyarse, dejarse abrazar. Pero esa parte estaba enterrada tan profundamente, que ni siquiera ella sabía si algún día vería la luz. —Te aburrirían —empujó ese pecho que la tentaba a saltar directamente hacia la locura y se bajó del taburete—. Nazarach ha contratado al Gremio. Eso captó el interés de Janvier. —Los ángeles normalmente dejan que sean vampiros de alto nivel los que solucionen los problemas dentro de sus feudos. —Tengo una reunión con él mañana por la mañana —hizo a un lado la pierna que él había apoyado en su taburete, notando como flexionaba el fuerte músculo del muslo—. Supongo que entonces me enteraré de sus motivos. El rostro de Janvier perdió todo rastro de encanto, mostrando en su lugar a la fiera inmisericorde que era su naturaleza real. —No irás a verle sola —era una orden. Intrigada, porque Janvier nunca usaba la fuerza cuando le resultaba igual de efectiva la persuasión, se puso en jarras.

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—He revisado su informe —meterse a ciegas en una cacería era como ir pidiendo que te mataran. Especialmente cuando estaba implicado un ángel que provocaba tantos susurros de terror como Nazarach—. No soy su tipo. —Estás equivocada. Nazarach siempre ha coleccionado lo único y lo inalcanzable —se separó de ella y caminó hacia el armario, mostrando su espalda musculosa—. Dame un momento para vestirme y hacer el equipaje. —No necesito guardaespaldas. —Si te vas sin mí, te seguiré y punto —Había acero en esos sombríos ojos color musgo—. Es más fácil que me lleves contigo. Ella se encogió de hombros. —Si quieres perder el tiempo, tú mismo. Él hizo una pausa para estudiarla, dejando que su fría inteligencia se sobrepusiera a las llamas de la cólera. —Has querido que fuera todo el tiempo —dijo finalmente—. Ahora estás intentando jugar conmigo. Qué vergüenza, Ashwini. ¿Cómo demonios sabía ver tan bien sus intenciones? —El Gremio dice que es una situación delicada —admitió ella—. Supuse que el hecho de que conozcas a los jugadores me facilitaría una admisión más agradable y pacífica en su mundo. —Así que vas a utilizarme —se puso una camiseta blanca, con la que cubrió ese cuerpo que los dedos de ella querían recorrer, conocer, con la tranquilidad que le daba saber que bajo esos dedos solo iba a estar Janvier: ni fantasmas, ni ecos, nada más que el guapo y enfurecedor vampiro—. A lo mejor te pido una recompensa. —La mitad de mi tarifa. Lo justo era lo justo… iba a ser mucho más fácil acceder a Callan Fox con Janvier de su lado. —No necesito dinero, cher —sacó una mochila y empezó a llenarla con una eficacia casi militar—. Si lo hago, me deberás un favor. —¿No cazarte? —Inmediatamente negó con la cabeza—. No te lo puedo prometer. El Gremio me quitaría la placa. Él hizo que sus palabras se esfumaran con esa maligna sonrisa, que parecía guardar solo para ella. —Non, este favor será entre Ashwini y Janvier, nadie más. Será personal. Lo sensato hubiera sido salir corriendo… pero nunca se le había dado muy bien lo de ser sensata.

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—Hecho.

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Nazarach regía Atlanta desde una vieja y elegante plantación, que había sido reformada para el uso de sus habitantes angelicales. —Muy sureño —dijo Ashwini mientras la limusina se deslizaba por el camino de acceso—. Debo admitir que no es exactamente lo que me esperaba. Janvier estiró sus largas piernas todo lo que pudo. —Estás acostumbrada a la Torre del Arcángel. —Es difícil no estarlo. Domina Manhattan —la Torre de Rafael, el lugar desde el que el Arcángel regía América del Norte, se había convertido en un símbolo de Nueva York, tanto como la ubicua manzana roja—. ¿La has visto de noche alguna vez? Es como un cuchillo cortando el cielo. Belleza mezclada con la crueldad. —Una o dos veces —dijo Janvier— Aunque nunca he estado cerca de Rafael. ¿Tú? Ella negó con la cabeza. —Pero me han dicho que es un hijo de puta temible. El vampiro que conducía el coche la miró a los ojos a través del espejo retrovisor. —Eso por decirlo suavemente. Janvier se inclinó hacia delante, Ashwini percibió su interés en su propia piel. —¿Has conocido al Arcángel? —Vino a Atlanta para reunirse con mi sire hace unos seis meses —Ashwini se fijó en que al vampiro se le ponía la carne de gallina—. Pensé que sabía lo que era el poder. Estaba equivocado. Oír eso de labios de un vampiro que no era precisamente un neonato hizo que Ashwini se alegrara un montón de estar tratando “solo” con un ángel de nivel medio. —Ventanales enormes que se abren a la nada —dijo, de nuevo atrapada por la elegancia intemporal de la mansión de la plantación, que aparecía ante la vista—. Es fácil caerse de ellas. Janvier rodeó el respaldo del asiento con un brazo. —Los ángeles vuelan. —Janvier.

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Una risita y la sensación de sus dedos acariciándole el cabello mientras retiraba la mano. —¿Te gustaría volar? Ella recordó sus sueños, esa sensación de caer sin fin, atrapada en un remolino de pesadilla. —No. Me gusta tener los pies bien plantados en tierra firme. —Me sorprendes, cher. Se lo mucho que te gusta saltar de los puentes. —En esos momentos suelo estar sujeta a una cuerda de puenting. —Ah, en ese caso, es mucho más seguro. El coche se detuvo antes de que ella pudiera devolver el divertido comentario, y salieron al exuberante abrazo de Atlanta. —¿Y a ti? —preguntó ella, contemplándole, tan ágil y tan terriblemente sexy, mientras caminaba junto a ella hacia la puerta principal—. ¿Te gustaría volar? —Yo nací en los pantanos. Uno de los primeros, cuando mi gente llegó a Louisiana —se metió las manos en los bolsillos, con toda la música de su hogar contenida en su voz—. Lo que llevo en la sangre es el agua, no el aire. —Los cazadores natos odian el agua. No era ningún secreto, no para un vampiro con la experiencia de Janvier. —Pero tú no perteneces a los sabuesos de sangre —apuntó Janvier—. Para ti el agua no enmascara el aroma de un vampiro… tú eres una rastreadora. Confías en tu vista. —Los rastreadores también odian el agua —le lanzó un gruñido—. Destruye el rastro. —Eh, vamos —dijo, todavía en ese tono tranquilo y despreocupado—. Yo te llevé a través del pantano, corazón. Allí hay montones de tierra húmeda, muchas pistas para una rastreadora. —Al final de esa cacería me estaba creciendo moho entre los dedos de los pies. —Ahora tengo envidia del moho, para que veas lo que me haces. Palabras burlonas y una mirada que la golpeó ardiente. —Si me vuelves a obligar a cazarte con esa cantidad de humedad —dijo, notando como el estómago le daba un vuelco al sentir los ojos de Janvier deslizándose sobre ella, con un sentido de propiedad que no tenía derecho a tener—. Te haré comer el puñetero moho. Janvier seguía riéndose mientras subían los últimos escalones que llevaban a la puerta, que mantenía abierta una pequeña mujer llena de arrugas y que era

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incuestionablemente humana. Aunque Ashwini no hubiera reparado en el resto de la miríada de señales que proclamaban su mortalidad, el hecho incontestable era que los ángeles solo aceptaban candidatos entre los veinticinco y cuarenta años. Y una vez convertido, un vampiro quedaba como congelado en el tiempo… a excepción, por supuesto, de la gradual pátina de belleza que ningún humano llegaría a poseer jamás. Pero había otro tipo de belleza en el rostro de esta mujer, marcado como estaba por las experiencias de una vida vivida en toda su intensidad. Una vida que aun vivía así, pensó Ashwini, mientras observaba como esos brillantes ojos azules se posaban sobre Janvier con una manifiesta chispa de apreciación femenina, una que no desapareció cuando les invitó a pasar. —El maestro os espera en el salón. —¿Nos muestras el camino, cariño? A la mujer se le formaron unos hoyuelos al sonreír. —Por supuesto. Por favor, síganme. Mientras caminaban tras la anciana, Ashwini le pegó un codazo a Janvier. —¿No tienes vergüenza? —Ninguna en absoluto. Un instante después, les hicieron pasar a través de unas puertas lo suficientemente amplias como para acomodar las alas de un ángel. Una vez les hizo entrar, la doncella murmuró una despedida y, a pesar de que el instinto de cazadora jamás le hubiera permitido a Ashwini ignorar la salida de la mujer, pasó a ocupar solo una pequeña parte de su mente. Porque Nazarach les estaba esperando. Y si él era tan solo un ángel de nivel medio, entonces Ashwini estaba tremendamente agradecida por el hecho de no haber estado nunca y de que probablemente nunca estaría, en la presencia de un arcángel. El ángel de Atlanta tenía aproximadamente la altura de Janvier, una reluciente piel negra y los ojos de un color ámbar tan penetrantes y directos que era como si estuvieran iluminados desde el interior. Esa ilusión de luz era poder, por supuesto, el poder de un inmortal. Su increíble fuerza era como un brillante barniz en el interior de sus ojos, sobre su piel y mucho más magníficamente, sobre su alas. —Te gustan mis alas —dijo el ángel, con una voz profunda que contenía un millón de voces que ella trató de no escuchar, de no conocer. —Sería imposible que no lo hicieran —mantuvo esas voces fantasmales a raya con una fuerza de voluntad conseguida después de toda una vida de luchar por la cordura—. Están más allá de la belleza.

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De un tono ámbar pulido, las alas de Nazarach no solo era únicas, sino también tan exquisitamente formadas, cada una de las plumas tan perfecta, que la mente de Ashwini encontraba difícil aceptar su existencia. Cuando vuele, pensó, debía parecer un cegador pedazo de sol. Nazarach esbozó una leve sonrisa y, puede que hubiera calidez en ella, pero no se trataba de nada humano, de nada mortal. —Como es imposible hacer otra cosa que no sea admirarte, Cazadora del Gremio. A Ashwini se le puso la piel de gallina como chirriante advertencia. —He venido a hacer mi trabajo y lo haré bien. Si esto va de jueguecitos, no soy tu chica. Janvier intervino antes de que Nazarach pudiera replicar a lo que con toda seguridad había sido una declaración enormemente impertinente. —Ashpada —dijo, usando el apodo que él mismo había acuñado— es buena en lo que hace. Pero no es tan buena observando las normas. —De modo —Nazarach volvió su atención a Janvier— que aun no estás muerto, ¿no, Cajún? —A pesar de los mejores esfuerzos de Ash. El ángel rió y el devastador poder de su risa barrió la habitación y reptó por la piel de Ashwini. Tiempo, muerte, éxtasis y agonía, todo ello estaba en esa risa, en el pasado de Nazarach. La aplastó, amenazando con dejarle sin aliento y atrapada para siempre en el terror paralizante del infierno que intentaba alcanzarla desde su infancia.

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Capítulo 3

Fue el miedo lo que la salvó. Estimulada por la amenaza de ser encarcelada dentro de su propia mente, se arrancó del remolino interminable y regresó al presente. Cuando la ráfaga de aire se alejó de sus oídos, oyó decir a Nazarach: —Tal vez te pida que te reincorpores a mi corte, Janvier. Janvier hizo una reverencia perfecta y por un instante ella le vio con la ropa de otra época, un extraño que sabía cómo jugar a la política con tanta manipuladora tranquilidad como jugaba a las cartas. Cerró la mano en un puño con un rechazo instintivo pero al momento siguiente él se rió con esa risa perezosa y divertida, convirtiéndose de nuevo en el vampiro que ella conocía. —Por si lo recuerdas, nunca fui muy bueno como cortesano. —Pero proporcionabas la conversación más inteligente de la sala. —Replegando las alas a su espalda, el ángel caminó hacia una brillante mesa de caoba en una esquina—. ¿Ayudas a la Cazadora del Gremio? Ashwini dejó hablar a Janvier, utilizando ese tiempo para estudiar a Nazarach, su poder un látigo restallando contra sus sentidos… un látigo festoneado con cristales rotos. —La idea de un aquelarre despierta mi curiosidad. —Janvier hizo una pausa—. Si se me permite… esta situación entre Antoine y Callan parece que no merece tu interés. —Antoine —dijo Nazarach, su rostro volviéndose inexpresivo a la manera de los verdaderos ancianos—, ha empezado a extralimitarse. Está peligrosamente cerca de desafiar mi autoridad. —Entonces ha cambiado —Janvier sacudió la cabeza—. El Antoine que yo conocía era ambicioso pero también tenía una saludable consideración por su vida. —Es la mujer… Simone. —El ángel le pasó una fotografía a Ashwini, ojos de un ámbar inhumano se rezagaron sobre su rostro una fracción demasiado larga—. Apenas está en su tercer siglo y ya tiene bailando a Antoine alrededor de su meñique.

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—¿Por qué no está muerta? —preguntó Ashwini a bocajarro. Los ángeles tenían su propia ley. No había tribunal en la tierra que responsabilizara a Nazarach si decidiera eliminar a uno de los Creados. Los vampiros elegían a sus amos cuando elegían la inmortalidad. El ángel desplegó sus alas ligeramente, luego las cerró de golpe. —Parece ser que Antoine la ama. Ashwini asintió. —Si la matas él se volverá contra ti. —Y moriría. Los ángeles no eran conocidos por su benevolencia. —Después de estar vivo durante setecientos años —reflexionó Nazarach, hablando de siglos como si fueran meras décadas—, encuentro que me cuesta perder a uno de los pocos hombres, dejando de lado sus recientes errores, que de hecho respeto. Devolviendo la foto de la sensual morena que al parecer hacía bailar a su son a un vampiro muy viejo, Ashwini se obligó a encontrarse con la mirada de Nazarach, el ámbar actuaba como una lupa, enfocando los gritos con desgarradora claridad. —¿Cómo está esto relacionado con el secuestro? —preguntó, bloqueando la pesadilla con todo lo que tenía. —Callan Fox —dijo Nazarach—, me intriga. Todavía no lo quiero muerto. Y Antoine matará a la joven cría para recuperar a su nieta. Haz salir a Monique y tráemela. —Nos estás pidiendo que te entreguemos un rehén para utilizar contra Antoine — Ashwini negó con la cabeza, el alivio un roce frío bajándole por la columna—. El Gremio no se involucra en disputas políticas. —Entre ángeles —corrigió Nazarach—. Esto es un… problema entre un ángel y los vampiros bajo su mando. —Incluso así —dijo ella, incapaz de evitar que sus ojos fueran hacia aquellas alas de ámbar y luz, incapaz de comprender cómo podía existir tal belleza junto a la oscuridad inhumana que manchaba a Nazarach desde el interior—, si quieres a Monique, todo lo que tienes que hacer es pedirlo. Callan te la entregará. —El líder del aquelarre de los Fox tal vez sería capaz de enfrentarse a Antoine Beaumont, pero solo un vampiro muy estúpido lucharía contra un ángel. Y Callan Fox no era estúpido—. No me necesitas. Nazarach le ofreció una sonrisa inescrutable. —No le mencionarás mi nombre a Callan. En cuanto al resto… el Gremio ya está de acuerdo con los términos.

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—No te ofendas —dijo ella, preguntándose si él tenía un aspecto tan brutalmente hermoso mientras quitaba la vida de aquellos que le disgustaban—, pero necesito contrastarlo con mi jefe. —Adelante, Cazadora del Gremio. —Un permiso suave, sin piedad en aquellos ojos llenos de muerte. Retrocediendo hasta que casi estuvo en el vestíbulo, ella se dispuso a llamar con el móvil, consciente de Janvier y Nazarach hablando en voz baja sobre cosas pasadas hacía mucho tiempo, sombras de cuyas experiencias se ajustaban a Nazarach pero no a Janvier. Ángel y vampiro. Ambos tocados por la inmortalidad, ambos irresistibles pero de modos enormemente distintos. Nazarach era un ser perfeccionado fuera del tiempo, perfecto, letal y, completa y absolutamente inhumano. Janvier, en contraste, era de tierra y sangre, mortal y un poco rudo… y aún así de algún modo de este mundo. —¿Ashwini? —la familiar voz de Sara—. ¿Cuál es el problema? Soltó las órdenes de Nazarach. —¿Ha quedado claro? —Sí. —La directora del Gremio suspiró—. Desearía muchísimo no tener que involucrarnos en lo que promete ser un desastre monumental, pero no hay modo de escaparse. —Está jugando. —Es un ángel —dijo Sara y aquello era una respuesta—. Y técnicamente Monique ha infringido su contrato, así que Nazarach tiene el poder de enviar a cualquiera para recuperarla, aunque pueda lograr el mismo objetivo con una simple llamada telefónica. —¡Maldita sea! —Ashwini le gustaba trabajar en los límites pero cuando se metían por el medio los ángeles, aquellos límites solían cortar profundo el hueso, extrayendo el rojo oscuro del elemento vital—. ¿Me cubres la espalda? —Siempre. —Una respuesta inmutable—. He puesto a Kenji y a Baden en estado de alerta, da la señal y te sacaremos de allí en menos de una hora. —Gracias, Sara. —Ey, no quiero perder mi fuente principal de entretenimiento vital —con una sonrisa que ella casi pudo oír—. Ninguna nueva orden de búsqueda ha llegado para el Cajún. Sólo quería que lo supieras. —Ajá. —Ashwini colgó con una rápida despedida, preguntándose qué diría Sara si supiera exactamente con quién estaba confraternizando Ashwini en este momento.

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Janvier se giró justo en ese instante, como si notara su atención. Sacudiéndose el pensamiento, ella volvió para unirse al vampiro y al ángel. —¿Tienes alguna idea de dónde podría estar reteniendo Callan a Monique? Los ojos del ángel descendieron hacia los labios de ella, y Ashwini tuvo que combatir el impulso de huir. Porque aunque Nazarach fuera terriblemente hermoso, ella tenía la desgarradora sensación de que su idea de placer significaría solamente el dolor más espantoso para ella. —No —dijo él por fin, moviendo su mirada hacia la de ella—. Pero estará en el Fisherman’s Daughter mañana por la noche. —El ámbar se iluminó con poder—. Esta noche serás mi invitada. Ni siquiera el calor de Atlanta pudo combatir el frío que invadió sus venas, una hoja helada de advertencia. Insomne, Ashwini se sentó en el balcón de la suite de invitados que Nazarach le había proporcionado. Habría preferido acampar en el parque, una cama en un refugio, cualquier otra cosa a la opulencia de la casa del ángel, todo ello manchado por los gritos de terror que se negaban a dejarla dormir. —¿Cuántos hombres y mujeres crees que Nazarach ha matado en su vida? — Normalmente, sólo sentía cosas a través del contacto, pero como su señor, este lugar era tan antiguo, tan sangriento por los recuerdos, que resonaba sin fin en su mente. —Miles —fue la respuesta, en voz baja, del vampiro apoyado en la pared al lado del antiguo diván dónde ella estaba sentada—. Los ángeles que gobiernan no pueden permitirse el ser piadosos. Ella giró el rostro hacia la brisa nocturna. —Y aún así hay gente que los ve como los mensajeros de los dioses. —Son quienes son. Como yo. —Girándose, se acercó para apoyar las manos sobre los brazos de madera reluciente del diván—. Debo alimentarme, cher. Algo se retorció en su pecho, un agudo e inesperado dolor, pero lo aguantó, mantuvo el control. —Supongo que no tendrás muchos problemas en encontrar alimento. —Puedo dar placer con mi mordisco. Los hay que buscan tales placeres. — Levantando un dedo, resiguió la cicatriz justo por encima del pulso en el cuello femenino—. ¿Quién te marcó? —Una pregunta sosegada moldeada de puro hielo. —Mi primera búsqueda. Era joven e inexperta. El vampiro se acercó lo suficiente para casi desgarrarme la garganta. —Lo que no dijo fue que ella había dejado acercarse al objetivo, se permitió sentir el beso de la muerte. Hasta ese momento,

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cuando su sangre perfumó el aire de un metálico suntuoso, pensó que quería morir, acallar las voces para siempre—. Me enseñó a valorar la vida. —Pediré la indulgencia de Nazarach —dijo Janvier después de un momento interminable—, para utilizar la provisión de sangre que guarda aquí para sus vampiros. Sus sentidos se afilaron en algo que apenas había visto, palabras no dichas. —¿Qué es lo que no me estás contando? —El ángel quiere que te deje sola. —El aliento de Janvier la rozó en una íntima caricia—. De otro modo la sangre ya habría sido provista. Quiere que salga y cace. La amenazaron los escalofríos ante la idea de lo que Nazarach deseaba de ella. —Así que le enfadarás. —Le caigo demasiado bien para que me mate por tan pequeña transgresión. — Aún así, no se movió—. ¿Por qué hay tantas sombras en tus ojos, Ashwini? La sobresaltaba cada vez que utilizaba su nombre de pila, como si cada vez que lo pronunciara los vinculara más fuerte a un nivel que ella no podía ver. —¿Por qué hay tantos secretos en los tuyos? —He vivido más de doscientos años —dijo, su voz tan sensual como el perfume nocturno de la magnolia—. He hecho muchas cosas y no estoy orgulloso de todas. —De algún modo, eso no me sorprende. Él no sonrió, ni siquiera respiró, y aún así. —Háblame, mi Espada. —No —todavía no. —Soy muy paciente. —Ya veremos. —Incluso mientras hablaba, sabía que estaba lanzando un desafío, uno que Janvier no sería capaz de resistir. Él se inclinó tan cerca que sus labios se podían tocar, el aliento masculino una abrasión caliente, su casi inmortalidad un faro viviente en sus ojos. —Sí. Ya veremos. Entrando en la ducha, Ashwini la giró a congelada. —¡Ay va! —Con su libido lo suficientemente apagada por el impacto helado, la cambió a supercaliente. Mientras su piel crepitaba bajo el delicioso calor, supuso que debería reflexionar seriamente sobre la locura de lo que estaba haciendo al jugar con un vampiro, que, a pesar de su encanto, era tan letal como un estilete a través de la garganta. Pero así y

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todo, la mayoría de sus amigos ya pensaban que ella ya estaba medio como una cabra. ¿Por qué defraudarles? Sonrió bajo el vapuleo del chorro. Normas y reglas, los entresijos de vivir una vida “normal”, lo intentó durante los primeros diecinueve años de su existencia y casi lo había pagado no solo con su cordura sino con su propia vida. Un recuerdo fugaz y estuvo de nuevo en aquella habitación blanca sobre blanco, las correas lastimándole los brazos, cortándole la piel. El olor a desinfectante, el suave silencio de zapatos con suela de goma… y siempre, siempre, los gritos, gritos que sólo ella podía oír. Después, ellos allí sentados, juzgándola, como si fueran dioses. —Las drogas la mantienen lúcida. —¿Estás seguro de que no se moverá una vez la soltemos? —Va a salir bajo la custodia de su hermano. Y el doctor Taj, es como todos sabemos, uno de los médicos más reputados. —Ashwini, ¿puedes oírnos? Tenemos que hacerte algunas preguntas. Ella contestaría a sus preguntas, diría lo que sabía que ellos querían oír. Había sido el último día que ella había fingido ser “normal”. Así la soltarían, la dejarían marchar. —Nunca más —susurró. Y lo malo de aquello era que aún así le caía bien a la gente. Cerró la mano en un puño. No a todo el mundo. El doctor Taj sólo quería a la hermana que había conocido, la estrella naciente cuyo brillo igualaba al suyo. ¿A quién narices le importaba si aquella estrella se había extinguido pedazo a pedazo, lentamente, mientras intentaba con desesperación colgarse de un cielo que nunca había entendido del todo? Fue el calor lo que la arrancó del abismo, cuando la piel empezó a protestar por su tratamiento. Cerrando el agua con un suspiro agradecido, se secó frotando con la esponjosa toalla color melocotón que iba con la elegante decoración de la habitación. Sería normal salir a la habitación con el albornoz a juego de detrás de la puerta, pero Ashwini era una cazadora. Y, en el Gremio, la paranoia no era solo aceptada si no alentada. Fue lo mejor. Porque cuando salió, con los pies descalzos, pero por lo demás vestida y con la pistola oculta en la curva de la parte baja de su espalda, fue para encontrarse con el ser más peligroso de Atlanta esperándola. —Nazarach —dijo, parándose en la puerta del baño—. Es una sorpresa. El ángel dio un paso hacia el balcón.

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—Ven. Sintiendo que sería un suicidio negarse, lo siguió al aire estival, la noche densa con los aromas cálidos de las flores que rodeaban la propiedad. —¿Janvier? —Conozco bien sus gustos. Las manos de Ashwini se apretaron en la barandilla, una cortesía para los invitados, una que ella no había esperado. —¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué lo estás tú? Nazarach apoyó los codos en la barandilla, con las alas relajadas pero no por ello menos magníficas. —Te pedí a ti para esta búsqueda. ¿Sabes por qué? —He realizado trabajos previos en el rastreo de víctimas de secuestro. —En la mayoría de casos, aquellos vampiros habían sido atrapados por algún grupo que los odiaba y planeaba torturarlos hasta extraerles el “pecado” del vampirismo—. Esta noche, tengo la intención de realizar algo de trabajo en los antecedentes de Monique. —Déjalo. Permanecerá con vida e ilesa hasta que Callan obtenga lo que quiera. —Suenas muy seguro. El ángel sonrió y no fue como ninguna de las sonrisas que jamás había visto, tosca por la edad, con las sombras de la muerte serpenteando por sus sentidos como espinas afiladísimas. —Callan —dijo Nazarach—, sobrevivió en mi corte por ser inteligente. Sabe que por ahora Antoine politiquea, el mayor de los Beaumont encontrará la manera de matarle si le hace daño a Monique. Mientras Antoine viva, Monique también vivirá. —Podrías parar esta contienda —dijo ella, concentrándose en respirar, en permanecer con vida—. Todo lo que tienes que hacer es dar tu apoyo a Antoine o a Callan. —Todo el mundo tiene que evolucionar —una afirmación fría, una que sostenía los helados vientos del tiempo—. Antoine se está volviendo demasiado comodón, tal vez sea el momento de que el manto pase a Callan. —Pensaba que Antoine te caía bien. —Soy un ángel, que me guste alguien sólo es una parte de la ecuación. —Giró el rostro hacia ella, con la expresión letal en su misma neutralidad—. Pedí por ti porque hiciste sangrar a un ángel que intentó agarrarte hace un año.

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Capítulo 4

El corazón de ella era una piedra en la garganta. —Él era joven y estúpido… no fue difícil dejarle lo suficientemente incapacitado para escapar. —Clavaste sus alas a una pared con siete saetas. Tragándose la piedra, ella decidió que al diablo con eso. —¿Era un pariente? —Aunque lo hubiera sido, no soporto la falta de inteligencia en los que me rodean. Egan fue castigado por su idiotez. Ashwini verdaderamente, no quería saber lo que Nazarach le había hecho al ángel esbelto que había tratado de convertirla en su amiguita. Pero la furia le hizo preguntar: —¿Debido a qué intentó perseguir a un cazador… o por qué falló? Otra fría sonrisa. —Deberías preguntarle a Egan… su lengua ha vuelto a crecer. Enderezándose de su posición relajada, le tendió una mano. —Vuela conmigo, Ashwini. Incluso a poco más de treinta centímetros de distancia, se sentía como si él estuviera envolviéndola con mil sogas, estrangulándola, aplastándola, asesinándola. —No puedo tocarte. Sus ojos destellaron y ella vio su muerte en ellos. —¿Soy tan desagradable? —Hay mucho en ti —susurró luchando por respirar—. Demasiadas vidas, demasiados recuerdos, demasiados fantasmas. Esa mano descendió y su expresión se volvió intrigada. —¿Tienes visiones?

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Una forma muy vieja de hablar. Pero claro, Nazarach había visto imperios levantarse y reyes caer. —Algo parecido. Ella retrocedió, tratando de encontrar aire en un mundo que de repente parecía no tenerlo. Cuando la mano de Janvier le rodeó la nuca, ella aceptó el contacto sin sobresaltos, como si algo en ella lo hubiera sabido, hubiera tratado de alcanzarlo. Un solo toque y de repente su garganta se abrió, el aire del verano dulce como néctar para sus pulmones deshidratados. —Sire —dijo con voz suave Janvier, su trato uno de respeto—. No destruyas un tesoro por el placer fugaz de un momento. —¿Audrina no fue de tu gusto? —preguntó el ángel, sus ojos nunca se apartaron de Ashwini—. Me parece difícil de creer. —Mis gustos han cambiado. —La mano libre de Janvier se apoyó finalmente en la parte superior de su brazo—. Incluso si Ash no está cooperando. Nazarach se quedó inmóvil por un momento… y en ese instante, Ashwini supo que ella iba a combatir contra la muerte que él les echara encima. Porque ella había metido a Janvier en esto. Él era suyo para protegerlo. Pero entonces Nazarach se echó a reír y el peligro pasó. —Ella será tu muerte, Janvier. —Es mi muerte, puedo elegirla. Extendiendo las alas, sonrió con esa sonrisa fría e inmortal. —Tal vez observarte bailar con la cazadora será mucho más entretenido que tomarla. —Un minuto después, había salido por el balcón y se había lanzado al cielo, un ser inquietante y magnífico con tanta crueldad como sabiduría. Ashwini trató de apartarse de Janvier. El vampiro la sujetó. —Así que eres una bruja. Janvier también, pensó ella, era anciano. —A las brujas las queman en las hogueras. —¿Ves mis fantasmas, Ash? —Una pregunta tranquila. Ella se alegró de poder negar con la cabeza. —Solo veo lo que tú me muestras. Los labios le rozaron el cuello un momento antes de que ella se apartara para darse vuelta y quedar de frente.

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—¿Audrina? —Un bocadito delicioso. Los ojos de él fueron a sus pechos y ella se dio cuenta que el cabello húmedo los había dejado más bien marcados. ¿Había considerado Nazarach eso como una invitación? Temblando por dentro, ella empezó a retorcer la masa húmeda para apartarla del cuello y hacerse un moño. —Hermoso—susurró Janvier—. Podría clavar la mirada en tu cuello durante horas. Tan largo, tan esbelto. La cadencia lánguida de su voz la acariciaba, se metía en su interior. Aún sabiendo que era casi inmortal, que probablemente la olvidaría entre un latido y el siguiente, le llevó todo lo que tenía oponerse al deseo de ceder a su seducción. —Tal vez deberías regresar a tu delicioso bocadito. —Escogí una botella de sangre añeja en lugar de eso. —Acercándose, se paró junto a ella, mirando hacia el cielo por el que Nazarach había desaparecido—. Parece que en estos días estoy tentado por la comida mucho más peligrosa. Ashwini consideró darse media vuelta y marcharse, luego decidió que no quería enredarse con los fantasmas, no cuando podía robar algunos momentos más de dichoso silencio. Así que se quedó fuera, pegada a un vampiro que podría hacerla romper todas sus reglas en lo que a dormir con el enemigo se refería. El Fisheman´s Daughter era exactamente como decía la publicidad… una taberna donde se servía cerveza, licor fuerte y comida sustanciosa. Ningún entremés elaborado, ni decoración cursi para el lugar. Era todo vigas pesadas de madera y camareras pechugonas. —Mozas —dijo Janvier cuando ella expresó su pensamiento—. Son siempre mozas en una taberna. Ella le observó revisar concienzudamente la carne regordeta y sedosa a la vista. —Si me gustaran las mujeres, iría por la pelirroja. —Hmm, demasiado baja. Me gusta mi mujer alta y delgada. —Una sonrisa que le dijo que él estaba pensando en cosas que, sin duda, harían sonrojar a una mujer de menos temple—. Pero, para un ménage à trois, serviría. —Cualquier hombre que intente meter a un tercero en mi cama debería llevar una armadura puesta. Ella jugaba con una estrella de plata, tirándola y pasándola por los dedos.

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—¿Posesiva?—dijo Janvier, el timbre de su voz descendiendo—. Yo también. Al levantar la cabeza para responder, ella se congeló. —Callan acaba de entrar con una pequeña mujer hispana. Janvier le recorrió la pantorrilla con el pie. —¿Una tercera en discordia? —No. Ella se mueve como si supiera cómo usar esa arma oculta debajo de la camisa. —Observando a ambos hacer bromas con el cantinero, se comió una gruesa patata frita—. Es hora de ganarse el sustento. Ábrete camino a su círculo con tu encanto. —En ese caso tendrás que fingir ser mi tercero en discordia. —O puedo fingir ser inofensiva. Una línea delgada de sangre estropeaba el pulgar de Janvier cuando recogió la brillante estrella de plata que ella había dejado sobre la mesa. Ni siquiera se inmutó. —Siempre he sabido patinar del lado equivocado de la línea. —Levantándose, deslizó la estrella en un bolsillo, y empezó a deambular hacia la barra, sus zancadas perezosas, de piernas largas capturando todas las miradas femeninas en el lugar… incluso la de la ejecutora de Callan. Pero la mujer se puso en alerta inmediata en el instante en que Janvier extendió la mano para dar un ligero golpe en el hombro de Callan. —Cal, ¿eres tú? La ejecutora no se relajó hasta que su jefe grande y rubio se volvió para dar a Janvier un abrazo y palmearle la espalda. —Maldición, cajún, ¿sigues vivo? —¿Por qué diablos todo el mundo me pregunta eso? —dijo Janvier sin calidez antes de obsequiarle una sonrisa deslumbrante a la ejecutora—. ¿No vas a presentarme? Riéndose, el líder del aquelarre, Fox se dirigió a la mujer vampiro a su lado. —Perida, este es Janvier. No confíes en ninguna palabra que salga de su boca. Ashwini decidió que era hora de hacer su movimiento. —Es un placer, querida. —Subiendo la mano delicada de la mujer a su boca, Janvier se acercó a besarla. Ashwini le puso la mano en el hombro y apretó. —Yo no lo haría.

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—Cher. —Janvier soltó a una Perida sorprendida con un lánguido encogimiento de hombros—. Eres tan posesiva. —Palabras juguetonas y una broma íntima. Ashwini levantó los ojos a tiempo de captar la mirada de Callan. Un vistazo y supo que él había tomado nota de su ropa, su postura, las cicatrices de los dedos, justo por encima de su pulso. Así que no le sorprendió cuando dijo: —Cazadora. —Vampiro. —Se reclinó contra Janvier, permitiéndole que le rodeara la cintura con el brazo. El contacto la chamuscó, hizo aumentar su hambre de más—. ¿Listos para irnos? Janvier jugó su papel a la perfección, enviándole una sonrisa encantadora. —Callan es un viejo amigo, cherie. —Un achuchón rápido y una sonrisa asquerosamente zalamera—. Sin duda podemos entretenernos un momentito. ¿Un trago, Callan? El líder Fox asintió con la cabeza. —Imaginé que te engancharías con una mujer que un día pudiera cazarte como a un perro rabioso. —Ya lo he intentado —dijo Ashwini, decidiendo que, de todos modos, Callan obtendría esa información dentro de una hora—. Tres veces. Callan levantó una ceja mientras Perida trataba de ocultar su sorpresa. —¿Y habrá una cuarta? —Depende de cuánto me cabree. —Extendiendo una mano, se la ofreció a Perida—. Ashwini. La otra mujer se la estrechó, el toque firme, los ojos entornados. —Nosotros no nos asociamos con los cazadores. —Y yo no me acuesto con vampiros. Eso hizo sonreír abiertamente a Callan, era tan accesible, tan sincero que Ashwini casi podía creer que era el buen muchachote de campo que parecía. —Vamos a sentarnos —dijo, ordenando vino en la barra. Ashwini ofreció a Perida una patata frita cuando se sentaron, sabiendo que los vampiros podían saborear y digerir una pequeña cantidad de alimento sólido. —Está buena. La vampiro la aceptó. —Mmm. Casi me hace desear ser mortal. —Casi —dijo Callan, sus ojos demorándose en las cicatrices de Ashwini.

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Era, pensó ella, un deliberado recordatorio de que él podría sobrevivir a casi cualquier cosa que le hiciera mientras que ella moriría una muerte definitiva. Pero esa advertencia estaba clara solo en la periferia de la mente de Callan… era en Janvier en quien estaba interesado. —¿Todavía eres amigo de Antoine? —preguntó él después de beber un sorbo de vino, la pregunta tan casual como podía ser. —Oui, soy amigo de todos. —Janvier presionó un beso en la mejilla de Ashwini—. Pero esta vez, a ella no le gusta… ¿cómo se llama? —Simone. —Ashwini comió varias patatas fritas seguidas en lugar de aclararlo. Perida picó el cebo. —¿Por qué? —¿La has visto? —bufó Ashwini—. Cree que el sol sale de su culo. La expresión desconfiada de Perida se convirtió en una de absoluta antipatía. —Es una perra, sobre todo por ser tan patéticamente débil. Hace como que tiene poder. Gilipollas. Ashwini enarcó una ceja. —Creí que tenía trescientos años. No puede ser un peso muy liviano. —La edad es relativa. —Perida sacudió la cabeza—. Lo único que mantiene esa sonrisa presumida en su rostro es que le ha puesto a Antoine una correa. —A Antoine le gustan las mujeres duras —dijo Janvier con un sonido divertido en la voz—. ¿Recuerdas con la que estaba cuando estábamos en la corte juntos, Cal? —Esa condesa con seis maridos muertos. —Callan sacudió la cabeza—. Uno pensaría que con la edad llegaría la sabiduría. —En cambio, mon ami, por lo que he oído se ha metido en problemas. Callan dejó su copa de vino. —¿Ah sí? —¿Juegos, Cal? —Janvier levantó sarcástico una ceja—. Conoces las dificultades de Antoine… según se cuenta, tú tienes un aquelarre. —Sabes mucho para ser alguien que está de paso. —Frías palabras, ojos precavidos. Janvier se encogió de hombros. —Me mantiene vivo. Me voy a apartar de Antoine en esta visita, no quiero la atención de Nazarach. El líder del aquelarre Fox levantó su vaso de nuevo.

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—¿Dónde te alojas? Ashwini respondió por los dos. —En ningún lado. Me prometió que estaríamos fuera de aquí esta noche. Janvier se acercó, murmurando lo suficientemente fuerte como para que los demás lo oyeran. —Vamos, cariño, una noche. Te resarciré. Ashwini frunció el entrecejo, le dejó murmurar más promesas antes de asentir con la cabeza con obvia renuencia. —Una noche. —Entonces —dijo Janvier volviéndose hacia Callan—. ¿Nos puedes hospedar, viejo amigo? —Nunca fuimos amigos —replicó Callan—. Pero… podríamos. Ashwini se encontró relegada a la habitación de invitados en la fortaleza de Callan, una mansión a las afueras de Atlanta, mientras que el líder del aquelarre se llevó a Janvier para fumar un “cigarro”. Sabiendo que estaba bajo vigilancia, se encerró en el cuarto de baño, comprobó que éste no estaba vigilado y entonces trató de averiguar si podría abrirse paso a través del conducto de ventilación pasado de moda. Sería muy estrecho, pensó, pero podría hacerlo. —Nada como el ahora. —Sacándose los pantalones cortos y la camiseta de tirantes, abrió la ducha y usó el ruido como tapadera para destornillar la chapa y meterse en el conducto. Apenas había margen de maniobra suficiente para poder moverse. Era bueno que no tuviera caderas que dieran que hablar. Manteniendo un mapa mental en su cabeza, comenzó a arrastrarse por el polvo y montones que cosas pequeñas, redondas y duras en las que prefería no pensar. Gracias a Dios había completado sus vacunas. El primer cuarto al que llegó estaba vacío; el segundo lleno de murmullos de hombres y mujeres comiendo. El tercero estuvo a punto de pasarlo de largo porque estaba muy tranquilo, pero algo la hizo detenerse y darle un segundo vistazo. La mujer enfrente del tocador era total y absolutamente encantadora. El cabello estaba increíblemente cerca del oro verdadero, los ojos de color azul eléctrico, labios carnosos y piel tan suave y perfecta que era casi transparente contra el raso blanco de su túnica larga hasta el muslo. Y solo había sido vampiro un año. ¿Cómo luciría Monique Beaumont después de un siglo de vampirismo? Los labios de Ashwini se fruncieron en un silbido silencioso. Teniendo en cuenta que se necesitaban décadas para que la mayoría de los vampiros alcanzaran el nivel de perfección física de Monique, la mujer podría avergonzar a los ángeles. Pero ahora

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mismo, mientras se cepillaba el cabello, era una sonrisa muy humana la que coqueteaba con esos lujuriosos labios rojos. Nada en ella gritaba “cautiva”. Eso coincidía con lo que Nazarach había dicho sobre que Callan la trataría bien hasta que Antoine estuviera fuera de la ecuación. Como si el pensamiento lo hubiera conjurado, la puerta se abrió para revelar al vampiro en cuestión, su ruda masculinidad en contradicción con el azul del techo y el decorado color crema de lo que era a las claras el tocador de una mujer. —Callie —dijo Monique con voz ronca de reproche—. Se está volviendo aburrido estar confinada en esta habitación. Cerrando la puerta detrás de sí, Callan se apoyó en ella con los brazos cruzados mientras Monique se giraba en su taburete… para mostrar la elegante longitud de uno de los muslos esbeltos. El gesto era sexual, pero fue la expresión en los ojos de la mujer lo que llamó la atención de Ashwini. Depredadora… ¿pero también excitada? Sintiéndose como una mirona, siguió observando como Monique se pasaba la mano por su muslo. —¿Mi padre estuvo de acuerdo con tu rescate? Los ojos de Callan se clavaron en los dedos de Monique mientras ella se acariciaba con movimientos lentos e hipnóticos. —No he pedido rescate. Monique hizo pucheros, todo sexo y hambre dulce y oscura. —¿Estás planeando matarme, Callie?

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Capítulo 5

—No

eres tan buena, Monique, así que para con el acto de seducción. —

Palabras duras, pero había bajado su voz con el rostro tenso por el esfuerzo. Levantándose del taburete, la bella vampira cruzó la gruesa alfombra de color crema. —Mentiroso. Soy muy buena. Tuve a Jean de mentora. Poniendo sus manos sobre el pecho ancho de Callan, se puso de puntillas. —Y tú eres bastante delicioso. Callan la retuvo con una mano cerrada en un puño sobre el cabello dorado que gritaba la inmortalidad de Monique. —Trata de llevarme por la polla, Monique, y te encontrarás con la mano cortada. Los labios de Monique parecieron volverse más llenos con la amenaza, los pezones duras puntas contra el raso. —Tómame. —Se frotó sensualmente contra él—. Será lo mejor que hayas hecho en tu vida. —Soy totalmente capaz de tener sexo contigo —le susurró Callan contra su garganta—, y luego quemarte hasta matarte de verdad. —Te sería más útil viva. —Temblando visiblemente, Monique recorrió la cara de Callan con las manos—. Odio a Simone. Ella desvía la atención del abuelo lejos de mí. —¿Estás diciendo que traicionarás a Antoine para llegar hasta Simone? —Estoy diciendo que podríamos trabajar para llegar a un mutuo entendimiento. —Sus uñas eran perfectos óvalos sobre la piel de Callan—. Deshazte de Simone por mí, se mi consorte y la mano derecha de mi abuelo. La transición de lo viejo a lo nuevo. Callan endureció la mandíbula. —Lo siento, cariño, no juego el papel secundario de nadie, y menos, de una mocosa sanguinaria que vendería a su propia familia.

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Ashwini vio el destello de sorpresa en los ojos de Monique un instante antes de que Callan la besara. Al oír el gemido de la otra mujer, Ashwini decidió que había visto más que suficiente para llegar a una conclusión, a pesar de que no tenía ni idea de cuál podría ser esta. Dos giros equivocados después, se encontró de nuevo en su cuarto de baño. Saltando por la rejilla de ventilación, reemplazó la cubierta y se metió en la ducha donde se frotó hasta que la piel le picó. Cuando salió a la habitación, vestida con pantalones vaqueros y una camiseta, no se sorprendió al ver a Perida esperándola. —Nos preocupamos cuando no respondiste a la puerta —dijo la vampira. Ashwini le tendió una mano con la palma hacia arriba. —Tapones para los oídos. Odio que el agua me entre en los oídos. —Frotándose el pelo con una toalla, miró a la mujer de manera interrogante—. ¿Dónde está Janvier? —Caminando por los jardines. Ashwini tiró la toalla sobre una silla. —Creo que iré a reunirme con él. —Sintió los ojos de Perida sobre ella todo el camino hasta las rosas donde había divisado a Janvier.

—No te vas a creer lo que he visto —dijo, preguntándose si Monique y Callan estarían ahora mismo inmersos en ese abrazo impulsado a partes iguales por lujuria, ambición y odio. —Inténtalo. Lo hizo y tuvo la satisfacción de ver que sus ojos se abrían de par en par. —¿Crees que Callan todavía tiene la intención de seguir adelante con su plan de acabar con Antoine y luego deshacerse de Monique? —preguntó. —Si quiere tomar el poder en Atlanta —dijo Janvier con el pragmatismo de hielo de un casi inmortal— tendrá que eliminar también a Jean, Frédéric y a los demás. Ashwini pensó en la crueldad que había visto en la expresión de Callan mientras hablaba con la vampiro Beaumont. —Es capaz de ello. Pero, no importa lo que diga, también es susceptible a Monique. —Hay una posibilidad de que Monique no quiera ser rescatada —señaló Janvier— , no si cree que puede conseguir que Callan piense como ella. —No importa. Nazarach la quiere. —Y ni siquiera la joven vampira más ambiciosa se atrevería a contradecir a su señor. Los ángeles habían convertido la tortura en un

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fino arte, y los gritos encerrados entre los muros de la casa le decían que Nazarach era mejor que la mayoría—. Podrías pensar —murmuró—, que Monique tendría mejor sentido que pedir ser convertida después de ver la vida que llevan Antoine y Jean. —Hay ventajas en ser un vampiro. —Janvier se detuvo para coger y llevarse a la nariz la rama trepadora de un rosal. El olor era decadente y lujurioso. —Tal vez —dijo ella, tomando un aliento lleno de perfume—, pero una vez que Nazarach recupere a Monique, la usará como podría usar una pieza de ajedrez. Y ella tiene que permitírselo. Durante cien años, no tiene libertad, ni voluntad propia. Va a ser menos que una mascota. Dejando caer la rosa, Janvier se metió las manos en los bolsillos. —Nunca me has preguntado cómo fui convertido. —Había desaparecido la música habitual de su voz, ahora había algo frágil y duro en cada sílaba. —Te enamoraste de una vampira. Se quedó paralizado. —¿Has estado investigándome? —Su ira estaba oculta, pero era tan evidente como la luna en forma de hoz en el suave cielo de verano. —No tuve que hacerlo. —Se encogió de hombros—. Un hombre como tú, con tu personalidad, no acepta la sumisión fácilmente. Pero si decidiste entregarte a alguien, harías cualquier cosa por esa persona, incluso si la opción casi te matara. —¿Soy tan obvio? —No. —Le miró a los ojos, despojada de una sola capa frágil de sus propios escudos—. Eres como yo. —Ah. —Ese hermoso cabello brilló bajo la luz de la luna cuando él comenzó a caminar de nuevo—. ¿Alguna vez has confiado tan profundamente, cherie? Sí, y todavía tenía las cicatrices. Las marcas de la espalda casi podía olvidarlas... pero ¿y las de su alma? Esas, no estaba segura de ser capaz de perdonarlas alguna vez. —No estamos hablando de mí. ¿Qué pasó con tu amante? —Shamiya se cansó de mí después de un par de años. Me quedé a merced de la más tierna Neha. —¿La reina de los venenos? Un guiño lento.

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—Estar en su corte fue... parte pesadilla, parte éxtasis. Nunca he experimentado tanto dolor como el que sentía en las manos de Neha, pero también me enseñó un placer que no sabía que podía existir. Ashwini pensó en la arcángel, con su piel de tono oscuro, su mirada de ojos endrinos, su sexualidad exótica. —¿Es por eso que te sientes atraído por mí? —Ella no era una belleza, pero su piel era del mismo tono del este, sus ojos oscuros—. ¿Debido a que ella te dejó una marca de alguna manera? Janvier rió y se trató de un sonido realmente encantador, uno que le había oído sólo una vez o dos, por lo general, cuando le vencía en una cacería. —Neha —dijo—, es tan fría como las serpientes que mantiene como mascotas. Tú, mi cazadora feroz, eres fuego salvaje. No podrían existir dos mujeres más diferentes. La fría sensación en su estómago se disipó bajo el calor de su risa. —Así que, ¿qué has aprendido antes de que Callan jugara al hockey de amígdalas con la señorita Beaumont? —preguntó ella. —Me pidió que me quedara, que me uniera al aquelarre Fox. —Su cuerpo se rozó contra el suyo mientras caminaban. Ella quería acercarse aún más, tocar, ser tocada. Sentirse humana. —Creí que sabría que tú no eres del tipo que se une. —Lucharé por lo que es importante —dijo, con voz ausente de sus diversiones habituales—. Pero esto… este politiqueo mezquino, non. —¿Es lo que le dijiste a Callan? —Por supuesto. Cualquier otra cosa le hubiera hecho sospechar. —Asintió con la cabeza a la izquierda y, al ver el estanque de lirios en la distancia, ella accedió. —Pero ahora acepta que no voy a tomar partido. —Es una lástima que haya olvidado al jugador más grande. —Sólo un tonto se olvida de un ángel. —Se acuclilló junto al estanque, le puso una mano en la parte posterior de la pantorrilla mientras estaba de pie junto a él. Dolorida por el contacto que no exigía nada de ella excepto la más humana de las sensaciones, no se apartó, no se recordó su regla contra citarse con vampiros. Simplemente se quedó allí y dejó que su calor se le filtrara a los huesos. Era un enigma, Janvier. Le había visto frío como el hielo, un depredador, y le había visto bañado por el sol. Algunos podrían haberse preguntado quien era el hombre real, ella sabía que ambos. —¿La amas todavía? —se encontró preguntando.

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—¿A quién? —A la vampira. Shamiya. La mano le apretó la pantorrilla en suave reproche. —Una pregunta tonta, cher. Sabes que el amor no puede sobrevivir donde no hay luz. Sí, pensó, estaba en lo cierto. —¿Cómo era? —¿Por qué tanta curiosidad? —Me pregunto qué clase de mujer habría capturado a un hombre como tú. —Pero yo no era este hombre cuando ella me conoció. —Apoyó su cuerpo contra el suyo—. Era un joven inexperto. He aprendido desde entonces. Aceptando la respuesta, ella volvió sus ojos a la laguna, donde la hoz de la luna hacía brillar los lirios con sombras nocturnas. Por primera vez en años, su mente estaba totalmente tranquila, completamente sola. La paz de ello era extraordinaria. Cuando pasó los dedos por el pelo de Janvier, este suspiró pero se mantuvo en silencio.

Tres horas más tarde, la paz era un recuerdo mientras se encontraban en un hueco del pasillo que conducía a la habitación donde se encontraba retenida Monique. —¿Estás seguro de que Callan está aún en su estudio? Janvier asintió con la cabeza. —Le vi regresar no hace mucho tiempo. —Bueno, pero incluso si logramos sacar a hurtadillas a Monique de su habitación — murmuró, asomándose por la esquina—. ¿Cómo podemos hacer que pase por delante de los vigilantes? Janvier jugueteó con el kit de ganzúas que había sacado de la nada. —Esto sería mucho más fácil si pudiéramos usar el nombre de Nazarach. —Juegos. —Viendo quien ganaba—. Está enfrentando a los dos vampiros uno contra el otro, y a nosotros contra Callan. No nos importa nada excepto las debilidades que exponemos en la operación de Callan. —Nazarach ha crecido rápidamente en edad. —Se ve en la plenitud de su vida.

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—No. Aquí. —Janvier puso el puño sobre su corazón—. He conocido a Favashi, el arcángel que gobierna Persia. Ella tiene más de mil años, pero todavía tiene corazón, todavía tiene una humanidad de la que Nazarach carece totalmente. Ashwini asintió lentamente. —También hay vampiros así. —Si alguna vez me convierto en uno, Ash Blade, considera que es un homicidio por piedad y elimíname. —Shh. —Divisando la pequeña forma de Perida que venía para relevar al guardia, hizo un gesto a Janvier para que retrocediera—. Tomamos a Perida de rehén, la usamos para sacar a Monique. —Callan disparará a Perida para mantener a Monique —le contestó Janvier—. Perida le dejaría, sabe que no morirá a menos que Cal resulte ser un muy mal tirador. —Y la gente me llama a mí loca. —Acuclillándose en el hueco, dejó escapar un suspiro—. Si disparamos los detectores de humo, ¿provocarán pánico? —Los vampiros son inmunes al humo —murmuró Janvier, los ojos verdes como el pantano de noche—, pero no al fuego. Prende fuego a algo si realmente quieres causar pánico. —No quiero matar inocentes. —Ningún vampiro de más de cincuenta es inocente, cherie. —Pero su voz era suave—. Podemos usar las cortinas del vestíbulo, las alejaremos lo suficientemente, sin poner en peligro a nadie de las habitaciones. Ashwini revisó su bolsillo y sacó un encendedor de lo que Sara llamaba su kit de Girl Scout. —Ve a distraer a Perida. Un destello de dientes, pecado puro en una sonrisa. —Recuerda, tú me has pedido que lo haga. Entrecerrando los ojos, esperó a que él diera un rodeo para entrar en el pasillo desde el otro extremo. Perida fue inmediatamente a interceptarlo, y mientras Janvier coqueteaba con ella usando ese perezoso encanto cajún, Ashwini descolgó con suavidad las cortinas, con la esperanza de que no hubiera cámaras de seguridad en el pasillo. No había visto ninguna, pero se habría sentido mejor si hubiera podido realizar un escaneo completo. Desafortunadamente, no había tiempo, según los rumores que Ashwini y Janvier habían recogido, Callan tenía la intención de actuar contra Antoine mañana por la mañana. En el instante que lo hiciera, Atlanta se convertiría en un baño de sangre cuando los vampiros Beaumont se alzaran contra el aquelarre Fox. Conociendo a

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Nazarach, el ángel dejaría que la ciudad ardiera sin importarle que fueran inocentes los que quedaran atrapados en ese infierno. Conteniendo la respiración hasta que el borde de la cortina parpadeó en amarillo, regresó a su escondite justo cuando Perida reía y empujaba suavemente a Janvier en el pecho. Este se puso la mano sobre el corazón de manera dramática pero retrocedió, gritando un bonne nuit amistoso mientras desaparecía por la esquina.

Perida aún sonreía cuando llegó a su lugar frente a la habitación de Monique. No duró mucho. —¡Fuego! —gritando la advertencia, abrió la puerta de Monique y corrió para agarrar a la rehén. Era evidente que la hermosa vampira Beaumont había estado durmiendo, su cuerpo estaba envuelto en un camisón transparente blanco que apenas le llegaba a los muslos. Sin embargo, evaluó la situación rápidamente. —Vete a ayudar a apagar el fuego —ordenó a Perida—. Ya salgo yo. En vez de obedecer, Perida la tomó del brazo y comenzó a tirar de ella por el pasillo. —No lo creo, señorita Beaumont. Te quedas conmigo. —¿A dónde exactamente crees que voy a correr en camisón y descalza? —Fue la letal respuesta educada. —Eres tan inmortal como yo —dijo Perida, con la mirada fría de una ejecutora—. Un poco de frío y unos pocos cortes no te supondrán muchos inconvenientes más que durante un par de minutos. —Entonces, tal vez quisiera quedarme por otro motivo. —Su tono era insinuante—. Él es bastante delicioso. Perida enderezó al espalda como si tuviera una vara de acero… dejándola vulnerable durante el más ligero instante. Era todo lo que Ashwini necesitaba. Deslizándose detrás de la ejecutora, golpeó a Perida lo bastante fuerte en la nuca como para haber matado a un ser humano. A la vampira sólo la puso fuera de juego. La otra vampira, la hermosa, la miró fijamente. —¿Quién eres tú? —He sido enviada para recuperarte. —No planeo marcharme.

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Capítulo 6

Ashwini ofreció a la otra mujer la sonrisa que había aprendido a formar en ese infierno de blanco sobre blanco al que su hermano la había arrojado, todo mientras le decía que le haría más daño a él que a ella. —Firmaste tu contrato con sangre. Ahora te encuentras en moratoria. La cara de Monique se quedó blanca. —Seguramente él no me va a obligar a rendir cuentas por ello. —Una voz fina como un alambre—. Estaba bajo coacción. —No lo parece. Ahora cállate y sígueme. El hecho de que Monique se volviera mansa de pronto le dijo a Ashwini todo lo que necesitaba saber sobre Nazarach. —Por aquí. —Agarrando el brazo de la vampiro, empujó a Monique al hueco un instante antes de que varios de los hombres de Callan llegaran por el pasillo. Levantando el brazo, señaló hacia el humo. —¡El fuego está por ahí! Uno casi se detuvo, entrecerrando los ojos, pero entonces llegó un grito cuando alguien encontró la forma desplomada de Perida y se fue corriendo. Ashwini sacó a Monique del hueco y corrió pasillo abajo a una velocidad vertiginosa. —¡Ash! Girando hacia la puerta que Janvier había abierto, casi tiró al objetivo dentro antes de cerrarla. Un soplo de viento en su rostro le hizo notar las puertas del balcón abiertas, podría haber besado a Janvier en ese momento. Luego este alargó la mano hacia atrás para sacar la ballesta que ella se había resignado a abandonar, junto con el resto de las cosas de su petate. Oscilando el arma preciosa sobre su cabeza, ella presionó los labios sobre los sorprendidos suyos en una caricia dura y picante. —¿Supongo que no has logrado agenciarte un coche, también? El Cajún parpadeó, sacudió la cabeza y sonrió.

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—Podemos hacer esto una vez que estemos fuera. Se movieron incluso mientras hablaban, en dirección al balcón. —¿Puedes saltar? —preguntó a Janvier. Su respuesta fue agacharse sobre la barandilla. —Monique. —Le tendió una mano. Ashwini quería cortar esa mano blanca como un lirio que deslizó en la de él, la piel de Monique era tan perfectamente delicada como los huesos finos de su rostro. En vez de eso, siguió vigilando la puerta mientras los dos vampiros saltaban la considerable distancia al suelo y aterrizaban a salvo, como un gato sobre sus patas. Janvier alzó la mirada justo cuando alguien comenzaba a patear la puerta del dormitorio. Corriendo hacia atrás, cerró las puertas del balcón para frenarlos un poco más, luego se lanzó por encima de la baranda. Janvier levantó los brazos en una promesa de cogerla, pero Ashwini no confiaba en nadie tanto. Ajustando el delgado cable incrustado en la pulsera que llevaba en la muñeca izquierda, ató un extremo alrededor de los puntales de balcón, luego envolvió el resto alrededor de sus manos y bajó en rapel a una velocidad que le cortó las palmas. Dejó el cable de donde estaba, sabiendo que los vampiros Fox no tendrían ningún uso para él, y se volvió para encontrar a Janvier esperándola con la ceja arqueada. —Coche —dijo ella enfáticamente. Él saludó con la mano izquierda. —El camino es por ahí. —Va a ser un hervidero de gente de Callan. —Frunciendo el ceño, dobló a la derecha—. ¿No hay un garaje por allí? Los ojos de Janvier brillaron. —Creo que vi un Hummer hace una hora. Se miraron. Sonrieron. —¿Qué? —Monique hizo una demostración cambiando el peso de un pie al otro, como si tuviera frío, cuando la temperatura estaba muy por encima de ser templada. —Sigue adelante —dijo Ashwini y fue hacia el garaje, a sabiendas de que la vampira haría lo que le indicaba, el miedo en sus ojos ante la simple alusión a la ira de Nazarach había sido duramente real. El garaje estaba cerrado, pero no había guardias, probablemente gracias al fuego. —Allá arriba. —Ashwini señaló la ventana justo debajo del techo.

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Janvier no se hico esperar. Retrocedió varios metros, se acercó a la pared de una carrera y saltó a la repisa de la ventana con un único salto poderoso. Al oír el suspiro de Monique, Ashwini se giró. —¿No has visto a nadie hacer eso antes? —Ella había asumido que todos los vampiros antiguos podían moverse con esa gracia salvaje. La rubia negó con la cabeza con los labios entreabiertos y los ojos bien abiertos. —Estoy bastante segura de que ni siquiera el abuelo puede moverse de esa manera y está empezando su sexto siglo. Llovió cristal cuando Janvier atravesó la ventana y cayó al interior del garaje... en el último momento. Porque Ashwini podía sentir el trueno de la persecución bajo las plantas de los pies. Sacando la pistola, se dirigió a Monique. —¿Tienes capacidad ofensiva? ¿Sabes cómo disparar un arma? —Mi cara y mi cuerpo son mis armas, Cazadora del Gremio. —Un toque de esa burla de la clase alta entró en su tono—. El sexo es igual de físico. —El matón para ti. —Golpeó con el puño la puerta del garaje—.¡Date prisa, Janvier! —¿Desde cuándo es un vampiro parte del Gremio de Cazadores? —preguntó Monique, deslizándose detrás de Ashwini cuando el primer perseguidor apareció rodeando la esquina, con la mano en alto mostrando un arma de fuego impresionante. Haciendo caso omiso de su brazo, Ashwini le disparó a la pierna. Se desplomó como si fuera de papel, pero ya había un segundo hombre, y luego un tercero. —¡Janvier! La puerta se deslizó hacia atrás lo suficiente para que Monique y Ashwini entraran. Janvier ya estaba abriendo las puertas del Hummer para cuando se giró… y vio el vehículo de un color amarillo brillante ronroneando de manera tranquila. —Qué sexy. —Girando sobre los talones, disparó a las piernas de dos perseguidores más. —¡Allons! Disparando una última vez, trepó a la parte delantera, mientras que Monique se acurrucaba en la parte trasera. Janvier le dirigió una sonrisa. —El cinturón de seguridad. —Hecho. —Apoyando los pies, asintió con la cabeza—. ¡Vamos!

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Salieron del garaje con un chirrido de metal doblándose y dejando las puertas rotas colgando tras ellos. Sonaron gritos cuando hombres y mujeres salieron del camino, pero el Hummer no se iba a detener por nadie. Y cuando las balas rebotaron en los laterales, Ashwini sonrió. —Supongo que Callan también es paranoico. —Por suerte para nosotros. —Janvier metió una velocidad más alta y aceleraron sobre el césped bien cuidado de Callan, en el camino se estrellaron contra un seto o tres. Ashwini aprovechó la oportunidad para recargar su arma y giró la cabeza para comprobar si Monique todavía estaba viva. La vampira rubia la miró con los ojos tan abiertos, que solo se veía lo blanco. —Estáis locos. Sonriendo, Ashwini se retorció para mirar hacia delante… justo a tiempo de ver otro Hummer dirigiéndose hacia ellos para interceptarlos por la derecha. —Janvier, ¿ves eso? —Bajó la ventanilla—. Callan conduce. —Distráele, cher. —Estoy en ello. —Calmando la mente hasta que no hubo nada y nadie más en ella, apuntó al blanco en movimiento. Su primera bala golpeó la llanta, pero la segunda fue un tiro al blanco—. Tiene un revestimiento de protección en los neumáticos — murmuró cuando la bala no pudo hacer ningún daño. Dejó caer el arma, cogió la ballesta y ajustó un dardo. El Hummer rebotó con fuerza mientras atravesaban un pequeño seto de flores pequeñas para llegar a la carretera, pero ella mantuvo su atención en el otro vehículo, haciendo caso omiso de los disparos hechos en su dirección. La cara de Callan entró en su punto de mira de manera sorprendentemente clara cuando el otro vampiro giró su negro Hummer a la izquierda en un intento de cortarles el paso. —Lo siento, Callie —susurró Ashwini casi para sí misma—, hoy no. El dardo se estrelló contra la rueda trasera del Hummer, desviando el vehículo hacia un lado. Sólo frenó a Callan unos segundos, pero unos segundos eran todo lo que necesitaban. —¡Abajo! —gritó Janvier mientras conducía a toda velocidad hacia las puertas de metal a través y sobre los coches que formaban barricadas. El vidrio de seguridad llovió sobre la cabeza de Ashwini y el Hummer se quejó de manera inquietante, pero luego, de repente, estuvieron en la carretera, alejándose de Callan y de su equipo mucho más rápido de lo que nadie podría alcanzarles. Levantando la cabeza, se sacudió el polvo del cristal... y vio el hombro de Janvier clavado en el asiento con una púa de metal que tenía que haber salido de la puerta.

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Todavía conducía, con los dientes apretados y su rostro desgarrado y roto. Haciendo caso omiso de la gran cantidad de quejas de Monique que provenían del asiento trasero, Ashwini se desabrochó el cinturón de seguridad, se giró para apoyar la espalda contra el tablero y se apoderó de la púa. —¿Listo, cher? Él le dirigió una sonrisa teñida de color rojo sangre. —Venga. Sabiendo que el vampirismo no protegía contra el dolor, agarró con firmeza, esperó a que estuvieran en un tramo llano de carretera y tiró. Janvier juró en una corriente rápida de francés y cajún, pero logró mantener el coche en la carretera. Cuando miró el grosor de lo que había retirado, ella sintió que se le revolvía el estómago. —La cabrona es más grande que una flecha. —Es bueno saber que no dolerá tanto cuando me dispares. Dejó caer el metal en la alfombrilla del coche y regresó a su asiento. —Será mejor que llame a Nazarach. —En este mismo instante, no podía pensar en disparar a Janvier, no cuando había sentido su mano en la cabeza al atravesar esa puerta. Monique gimió. —No me lleves de vuelta a él. Por favor. —Conoces las reglas. —El tono de Janvier fue más duro que el que Ashwini le había oído nunca—. Conocías las reglas mejor que la mayoría de los candidatos antes de decidir ser convertida. No trates de cambiarlas ahora. —No sabía que daría tanto terror. —La vampira miró a los ojos de Ashwini por el espejo—. ¿Le has visto? ¿Te reuniste con él? Ante el asentimiento de Ashwini, Monique continuó. —Ahora imagina estar a solas en una habitación con él, imagínale caminando a tu alrededor mientras estás ahí parada tratando de no pensar en todas las cosas que podría hacerte… sabiendo que permanecerás consciente de todas ellas. —No tengo que imaginarlo —dijo Ashwini, con la garganta ronca por el recuerdo—. He estado en equipos de rescate del gremio. He visto a vampiros sobrevivir a cosas a las que nadie debería sobrevivir. —Todo se cura —susurró Monique—. Una vez vi a Jean perder ambas piernas como castigo. Se curó. Entonces pensé que no sería tan malo. Pero la mente... no se cura. —Su mirada fue a Janvier, pero el otro vampiro estaba concentrado en la

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carretera, con el rostro desgarrado mientras se reparaba a sí mismo ante los ojos de Ashwini. Se dio cuenta de que pronto necesitaría sangre. Mucha. Ya parecía más delgado, los huesos destacando con fuerza contra su piel. —¿Puedes llevarnos hasta Nazarach? —preguntó. —¿Me vas a ofrecer tu dulce sangre si digo non? —Esto responde a la pregunta. Una pequeña sonrisa, bordeada de líneas blancas. —Un favor, cher. Límpiame la sangre de la cara. Arrancándose la parte inferior de la camiseta, limpió sus ojos antes de hacer lo mismo con el resto de su cara. —¿Alguna vez te ha vuelto a crecer un miembro? Frías sombras en el verde musgo. —Pregúntamelo cuando estemos solos. —Sus ojos miraron por el espejo retrovisor un segundo—. Habría pensado que serías una de las favoritas de Nazarach, Monique. Le gusta la belleza. Monique se estremeció, envolviéndose en los brazos con firmeza a pesar de la cálida temperatura ambiente. —A él le gusta más el dolor. Espero por Dios que nunca me lleve a su cama. —¿No lo ha hecho ya? —Janvier no hizo ningún intento de ocultar su sorpresa. Una débil risa provino desde el asiento trasero. —Dice que necesito tiempo para madurar, para aprender a tomar el "placer" que él ofrece. —Mierda —murmuró Ashwini—. Ahora está haciendo que sienta lástima por ella. —No —dijo Janvier—. Ella hizo su elección. Ahora está tratando de manipularte. —Por supuesto que sí. —Ashwini sonrió ante la mirada que él le disparó—. Monique espera que luche por ella contra Nazarach, lo que probablemente hará que me maten y desvíe la atención de ella. Un silencio frío desde la parte trasera. Luego. —Eres más lista de lo que pareces, Cazadora del Gremio. —Caramba, gracias. —Aspirando, hizo girar los hombros para reacomodar los huesos—. Nos enseñan bien en la Academia del Gremio. ¿Sabes cuál es una de las primeras reglas de la caza?

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—Ilumíname. —Hielo goteaba de las palabras. —Nunca, nunca, sientas compasión por un vampiro. Cogerán esa lástima y la utilizaran para arrancarte la garganta, sonriendo todo el tiempo. —Yo era tan humana como tú hace un año —dijo Monique. —La palabra clave es "eras". —Sacó su móvil—. Ahora te has convertido, y eres lo que Nazarach te ha convertido. El ángel se alegró de oír que su mascota había sido recuperada. —Tráela aquí, Cazadora del Gremio. Tenemos cosas que discutir... y estoy seguro que está muy ansiosa de reunirse con su familia.

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Ashwini reconoció a Antoine Beaumont y Simone Deschanel por las fotos. Sin embargo, en ninguna de las imágenes que había visto estaban sus rostros recubiertos del brillo de la fina capa de puro terror. Antoine lo escondía bien, pero todo su ser estaba concentrado en el ángel que estaba relajado en las ventanas frente al sofá azul real, donde los otros dos estaban sentados. Simone, fragante y sexy con un vestido rojo brillante, no era tan buena en ocultar sus emociones. Retorcía sus manos una y otra vez sobre el regazo mientras sus ojos seguían cada pequeño movimiento de Nazarach. Cuando Ashwini y Janvier entraron con Monique, habiendo hecho una rápida parada para comprarle un par de vaqueros y una camiseta, los ojos de Antoine saltaron hacia su muy lejana nieta, pero Simone continuó con la mirada fija en el depredador más peligroso de la habitación. —Monique —dijo Nazarach con una voz suave que se envolvió alrededor de la garganta de Ashwini como una soga—. Ven aquí, mi dulce. La vampira rubia se acercó a su amo con pasos titubeantes. —Sire, no elegí romper mi contrato. Por favor, créame. —Humm. —Alzó la mirada—. ¿Qué dices, cazadora? Ashwini se obligó a hablar a través de la opresión en su garganta. —He hecho mi tarea. Mi trabajo termina con su regreso. —Tan educada. —Poniendo una mano sobre la cabeza de Monique, mientras ella se arrodillaba delante de él, Nazarach sonrió—. No pasa nada. Voy a obtener mis respuestas. Y te quedarás para el banquete, por supuesto. —Tengo que volver a mis deberes con el gremio. Unos ojos color ámbar la congelaron en su sitio.

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—No fue una invitación, Cazadora del Gremio.

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Capítulo 7

—No

tiene derecho a mantenerme aquí —murmuró Ashwini mientras se

sentaba para cepillarse el cabello seco y Janvier examinaba su rostro en el espejo. Después de haberse bañado y limpiado, parecía aún más delgado de lo que lo había estado en el coche, sus pómulos eran como cuchillas contra su piel—. ¿Cuánta sangre necesitas? —Lo bastante para que tenga que tomarla directamente de la vena. Más fuerte, más rica, más nutritiva. Ashwini tensó la mano sobre el mango del cepillo. —¿Audrina? —Si se ofrece. —Se encogió de hombros—. ¿Te ofrecerías tú, cher? —Si te estuvieras muriendo frente a mí, sí. Una pequeña sonrisa, los labios tensos. —Me sorprendes de nuevo. Pero no, no quiero tu sangre, no hasta que los dos estemos sudando y desnudos, y estés gritando mi nombre. Su mente formó la imagen con demasiada facilidad, algo caliente y enmarañado que le hizo apretar los músculos internos mientras se humedecía preparándose. —Muy seguro de ti mismo, ¿no? —Sé lo que quiero. —Aquellos ojos nacidos en el pantano hicieron inventario de la cabeza a los pies, con varias paradas en el medio. —Y como he dicho, no hay placer en un bocado. Ella se preguntó si podría desear su toque más de lo que lo hacía ahora. —Es algo temporal. —Una locura temporal. —No en el orgasmo —murmuró—. Entonces, hace que el placer se multiplique y crezca y crezca y crezca hasta que se hace cargo de todo tu ser. Su cuerpo empezó a rebelarse contra su control así que le señaló con el cepillo. —Ve a alimentarte. Necesito que estés sano si vamos a sobrevivir a este banquete.

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—¿Confías en mí para que te ayude? —No. Sólo quiero ser capaz de utilizarte como escudo, ahora mismo apenas eres lo bastante ancho para ocultar la mitad de mí. Y, sin embargo, a pesar de todo, era crudamente hermoso. Como si hubiera sido despojado de su verdadera esencia. —Tienes razón. —Enderezándose, se dirigió hacia la puerta—. Cuando regrese, hablaremos. Los banquetes de Nazarach tienen la costumbre de convertirse en mortales sin previo aviso.

Las palabras de Janvier cayeron en su cabeza y dieron vueltas mientras Ashwini atravesaba la puerta de la sala de banquetes, la larga mesa repleta de alimentos y botellas que brillaban con un color rojo oscuro. Comida y sangre. Y carne. Monique estaba arrodillada modestamente al lado de Nazarach mientras el ángel se sentaba en la silla a la cabecera de la mesa, hablando con Antoine. La ex rehén, cuyo pelo era una cortina de oro, estaba vestida con un elegante vestido que gritaba alta costura. La tela de un intenso carmesí lograba cubrir su torso y dejar el resto desnudo, sin parecer desastrada. Monique no era la única en exposición. Simone estaba sentada a la izquierda de Antoine y también estaba vestida como una invitación. De hecho, todas las vampiras alrededor de la mesa estaban vestidas de una manera similar: a clase alta, sexo de lujo a excepción de la camiseta de Perida, sentada junto a Callan. La mirada de la ejecutora fue de pura furia cuando vio a Ashwini. Pero Ashwini estaba más preocupada por el hecho de que Nazarach había invitado a ambas facciones, ya sea porque había decidido poner fin a la disputa... o porque planeaba jugar al más letal de los juegos. El ángel levantó la vista en ese momento, los ojos de color ámbar tan llenos de gritos que Ashwini se preguntó cómo podía dormir. —Cazadora del Gremio. —Hizo gestos con la mano hacia un asiento en la parte central de la mesa. Janvier ya estaba sentado en el lado opuesto, habiendo sido convocado antes. La opresión en el pecho se relajó al verlo sano y salvo. Mientras tomaba asiento, se dio cuenta de que Nazarach les había puesto a ella y a Janvier justo en el medio, ¿para escuchar mejor y difundir la palabra de sus decisiones, sus crueldades? Era, se vio obligada a admitir, un método eficaz de hacer llegar el mensaje. No hay

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necesidad de matar a cientos de personas. Realiza una acción lo bastante cruel y nadie se atreverá a levantarse contra ti otra vez. El hombre junto a Ashwini esperó a que la atención de Nazarach estuviera en otra parte antes de hablar. —Traer a mi hermana de vuelta fue el peor movimiento que has hecho. Mirando a esos ojos azul eléctrico, esa piel perfecta, levantó las cejas. —¿Es una amenaza? —Por supuesto que no. —Los ojos de Frédéric Beaumont fueron glaciales cuando la miró—. Nunca amenazaría a una Cazadora que cuenta con el favor de Nazarach. —Chico listo. Y él le arrancaría la garganta en el instante que pensara que podía salirse con la suya. Eso no significaba que no pudiera usarle. —Estás en el negocio de la armas, según he oído. Para su crédito, Frédéric siguió el cambio abrupto de tema con facilidad. —Sí. —¿Sabes dónde podría conseguir algunos lanzadores de granadas de mano? Una pequeña pausa. —¿Puedo preguntar por qué los necesitas? —Sólo pensaba que podrían resultarme muy útiles algún día. —El sueño había sido extraño, fragmentado. Todo lo que podía recordar era pensar que los lanzagranadas le hubieran venido muy bien. Y teniendo en cuenta sus sueños… — Me gusta estar preparada. —Puedo tener el nombre de un proveedor. —Frédéric continuó mirándola—. Estás un poco fuera de sintonía con el mundo, ¿no es así, cazadora? —O el mundo está fuera de sintonía conmigo —dijo mientras Janvier llamaba su atención. Una advertencia ardía en esas verdes profundidades que ella estaba acostumbrada a ver llenas de risas, y la fuerza de ello la heló hasta el alma. Fuera cual fuera el infierno que Nazarach había planeado, Ashwini no quería estar aquí para verlo. Brevemente, consideró llamar al Gremio, pero ¿por qué poner a Kenji y Baden en peligro si Nazarach sólo los quería como público? Un repentino silencio. Ashwini sabía que las cosas habían comenzado incluso antes de que se girara para ver a Nazarach levantando una copa de vino.

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—Por una conversación inteligente y nuevos comienzos. Le llevó unos segundos entender por qué esas palabras empaparon la habitación con miedo. Antoine y Callan sentados frente a frente, la vieja guardia y la nueva. Sólo uno, pensó, iba a salir de esta con vida. —La supervivencia del más apto —murmuró para sus adentros. Sin embargo, Frédéric respondió. —No siempre. —Acercándose, le rozó el hombro con el suyo—. A veces, es la supervivencia de los que pueden jugar mejor. Se giró hacia él. —Tu hermana conseguirá que la maten a menos que aprenda. Esos labios llenos se curvaron. —Monique es muy buena haciendo que los hombres hagan lo que ella quiera. —Sí, pero Nazarach no es un hombre. Y creo que ella puede olvidarlo un día. Dos parpadeos lentos. —Ella no va a morir. No esta noche. Nazarach la humillará hasta la sumisión y eso será suficiente. Ashwini escuchó la corriente de ira en su voz, y era comprensible, pero había algo más, algo que hizo que sus sentidos ocultos retrocedieran. Siguiendo esa mirada sensual mientras acariciaba la curva de los hombros desnudos de Mónique, negó con la cabeza. —Por favor, dime que lo que estoy pensando está equivocado. —Todo el mundo muere —susurró Frédéric, su voz refinada fue como papel de lija sobre su piel—. Es mejor elegir los compañeros entre los que te acompañarán durante la eternidad. Dejando el vaso de agua, ella se tragó el nudo. —Esa es una manera única de pensar. —Mucho mejor que la de Janvier. —Frédéric miró al otro lado de la mesa y los dos hombres se miraron a los ojos—. Él te persigue, pero tú te convertirás en polvo en cuestión de décadas, si no antes. Tal relación no tiene sentido. Trazando el perfil de Janvier, saludable y sin mancha, una vez más, negó con la cabeza. —Hay placer en la danza, placer que nunca conocerás. —Porque ella entendía sin preguntar que Monique y Frédéric habían estado inmersos en esa relación no saludable desde mucho antes de que fueran convertidos.

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Frédéric continuó sosteniendo la mirada de Janvier. —Sea cual sea el placer que hay, el dolor le atormentará mucho más tiempo. —¿Y si Nazarach decide que Monique es prescindible? —susurró. Su cabeza giró hacia ella de golpe y no fue la locura en esos ojos antes humanos los que le hicieron temer por la clase de vampiro en la que se convertiría con la edad. —Destruiré a cualquiera que trate de apartarla de mí. Ashwini no respondió, pero tenía la idea de que tampoco Frédéric Beaumont iba a tener una vida muy larga. De hecho, ella, con su lamentable vida humana, podría sobrevivir a este casi inmortal. Porque nadie podría hacer frente a un ángel del poder de Nazarach, excepto uno de la Cátedra de los Diez, y si Frédéric no lo entendía… Unos dedos helados de miedo se arrastraron por su columna vertebral cuando Nazarach se levantó, desplegando sus alas, de un brillante ámbar y de una terrible belleza, hasta que dominaron la habitación. Ese miedo era muy sano. Lo sostuvo contra ella, un escudo contra el impacto del poder que emanaba de él. Por primera vez, le vio realmente, entendió realmente lo inhumano que era, lo completamente lejano que estaba de la vida terrenal. Este ser les veía a todos, vampiros y humanos, como nada más que juguetes interesantes, divertidos o irritantes, en función de su estado de ánimo. —No tengo nada en contra —comenzó el ángel, su voz tranquila... y cortante como una cuchilla desenvainada—, de que mis vampiros solucionen sus problemas entre ellos. Sin embargo, cuando lo lleváis a este nivel, cuestionáis mi control sobre vosotros. —Su mirada fue a Antoine, a continuación a Simone. Permaneció sobre la mujer aterrorizada varios segundos—. Por supuesto —dijo en voz baja—, algunos de vosotros parecéis creer que podéis hacer un mejor trabajo que un ángel que ha vivido 700 años. ¿No es así, Simone? Los dedos de Simone temblaban con tanta fuerza que el líquido rojo de su copa de vino se derramó sobre el borde cuando la puso sobre la mesa. —Sire, yo nunca… —Las mentiras —interrumpió Nazarach—, son algo que no me gusta. —Sire —dijo Antoine, poniendo una mano protectora sobre la de su compañera—, asumiré la responsabilidad de los errores. Soy la parte más vieja. Los ojos color ámbar de Nazarach brillaron cuando miró al vampiro. —Noble como siempre, Antoine. Ella te vendería al mejor postor, si llegara el momento. Antoine esbozó una sonrisa. —Todos tenemos nuestras debilidades.

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Nazarach se echó a reír y hubo un atisbo de diversión en eso, pero era la diversión de un inmortal, un cuchillo que hacía sangrar a los demás. —Estoy muy contento de que Callan no lograra matarte, Beaumont. —Girándose, miró al hombre que acababa de mencionar—. El joven león, no es muy bueno en proteger lo que pretende conservar. —Su mano acarició el cabello de Monique de nuevo, una burla silenciosa y sin piedad. Los ojos de Callan cortaron a Janvier. —Confié con demasiada facilidad. No volveré a cometer ese mismo error. —Ese error —corrigió Janvier encogiéndose de hombros con despreocupación—, te salvó la vida. La expresión de Nazarach no cambió, pero su voz contuvo una capa de escarcha. —El Cajún tiene razón. Tomaste lo que era mío. ¿Por qué no debería arrancarte los huesos de la piel mientras gritas? Callan se puso en pie, luego cayó sobre una rodilla. —Mis más sinceras disculpas, Sire. Yo… actué con exceso de celo en mi intento de demostrarte que puedo dar un mejor servicio que los que dan la posición por sentada. Por un momento, no hubo ningún sonido, y Ashwini supo que era el momento del juicio. Cuando Nazarach plegó las alas contra su elegante espalda, nadie se atrevió a respirar. —Simone —dijo con esa voz suave y peligrosa—. Ven aquí. La mujer delgada se levantó, temblando con tanta fuerza que apenas podía caminar. Antoine se levantó con ella. —Sire —comenzó. Nazarach sacudió la cabeza con una fuerte negativa. —Sólo Simone. —Cuando pareció que Antoine iba a abrir la boca, el ángel dijo—: no soy tan indulgente Antoine, ni siquiera por ti. Claramente reacio, Antoine volvió a tomar asiento. Y ese, pensó Ashwini era el precio de la inmortalidad. Renunciar a parte de tu alma. Vio cómo Simone llegaba donde el ángel, pero antes de que pudiera ponerse de rodillas, Nazarach la cogió por los brazos y bajó la cabeza hacia su oreja. Lo que le dijo, nadie lo sabría jamás. Pero cuando se volvió de nuevo a la habitación, su rostro era un bloque de puro blanco, sus huesos se marcaban bajo la piel. Nazarach mantuvo la mano derecha sobre su hombro mientras fijaba la mirada en los ojos de Antoine.

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—Parece que Simone será mi invitada durante la próxima década. Ella está de acuerdo en que tiene algunas lecciones que aprender sobre cómo tratar con los ángeles. Antoine tensó la cara pero no interrumpió. —Tú permanecerás leal a mí, Antoine. —Una orden silenciosa, una advertencia brutal, sus dedos jugando sobre la cada vez más pálida mejilla de Simone—. Absolutamente fiel. —Sire. —Antoine inclinó la cabeza, apartando la mirada de la mujer a la que llamaba suya. Pero Nazarach no había terminado. —Por lo que has hecho, te perdono la vida, pero no la de los hijos de tus hijos. No habrá más vampiros Beaumont, no durante otros doscientos cincuenta años. Frédéric contuvo el aliento y Ashwini no tuvo que preguntar para saber por qué. Al vampiro le habían dicho que no podría tener hijos a menos que deseara verles morir. Y puesto que los vampiros no eran fértiles durante mucho tiempo después de la transformación, eso significaba que nunca jamás tendría un hijo. Callan había permanecido inmóvil durante todo este tiempo, pero levantó la cabeza cuando Nazarach dijo su nombre. —Si deseas que tu aquelarre permanezca en Atlanta, tendrás que firmar otro contrato. Un siglo de servicio. En la superficie parecía que era casi un castigo fácil. Después de todo, Callan buscaba servir a Nazarach. Pero al ver la forma en que la mano de Nazarach se movía sobre la cabeza de Monique, Ashwini sabía muy bien que el ángel comprendía que había algo entre la bella vampira y el líder del aquelarre Fox. Y usaría ese conocimiento para atormentar a Callan cuándo y cómo le diera la gana. No hubo sangre esa noche. No donde alguien pudiera verla. Pero cuando Ashwini vio a Simone ponerse de rodillas al otro lado de Nazarach, entendió que algunas heridas sangrarían ríos de dolor que mancharían a personas y lugares. Los gritos silenciosos de Simone ya se estaban entretejiendo en los elegantes arcos de la casa de Nazarach.

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Capítulo 8

Ashwini jamás había estado más feliz de salir de un sitio. Partiendo con las primeras luces, no respiró aliviada hasta que el taxi estuvo por lo menos a diez minutos de la casa de la plantación. —Notaste cosas en la casa de Nazarach —comentó Janvier a su lado. —No sólo en su casa. —Si hubiera tenido que tocar a Nazarach... Su alma tembló de horror—. Y también está lo de Antoine. Incluso Simone. Ha hecho algunas cosas muy desagradables en sus tiempos. —Y aún así lo sientes por ella. —Janvier suspiró—. ¿Por qué soy el único por el que nunca lo sientes? —Porque tú eres un dolor en el culo. Sonó una risa masculina mientras el taxista los dejaba en la parada del tren. Pagándole, ella se bajó y agarró su petate mientras Janvier hacía lo mismo con el suyo. Callan se los había devuelto a los dos aquella mañana, leyéndose en sus ojos una promesa de futura retribución. —Entonces —dijo Janvier mientras ella encontraba algo de metálico para comprar un billete de la máquina—, ¿volvemos a ser adversarios? —Te debo un favor. No lo olvidaré. —Yo tampoco. —Alargando la mano mientras ella tomaba el billete y se giraba, él le ahuecó la mejilla—. Si te pidiera que confiaras en mí, Ashwini, ¿qué dirías? —Las palabras no valen nada. Son las acciones las que cuentan. —Y porque él había sangrado por ella, levantó su mano hacia la mejilla de él, poniéndolos en perfecta armonía—. Gracias. La expresión de él cambió, volviéndose crudamente íntima en el estrés del andén a primera hora de la mañana. —Quédate conmigo. Te mostraré cosas que te harán reír con deleite, gritar de pasión, llorar de puro gozo.

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Él la conocía, pensó. La conocía lo suficientemente bien como para ofrecerle el más salvaje de los paseos. —Has tenido un buen comienzo —murmuró—, pero tienes un largo camino por recorrer. —¿Quién te hirió, cher? —Una pregunta amable, y aún así, vio la intención fría en sus ojos. No le sorprendió que él entendiera lo que ella jamás le había contado a nadie. Meneó la cabeza y dijo: —Nadie a quien puedas matar. Un parpadeo lento, las pestañas bajando hasta cubrir sus ojos. Cuando las volvió a levantar, ella esperaba ver de nuevo el encanto cajún. Pero lo que se encontró fue la misma oscuridad brillante, aquella sensación de que él estaba listo para derramar sangre. —¿Le amas? —Lo hice una vez —respondió honestamente—. Ahora no siento nada. —Mentirosa. —Sus dedos recorrieron su piel, caliente y reales y compasivamente tranquilizadores—. Si no sintieras algo, no huirías tan lejos y con tanta rapidez. Ella tensó la espalda, pero mantuvo su mirada mientras el tren llegaba a la estación. —Tal vez huyo porque me gusta. La libertad, la excitación, ¿por qué debería renunciar a eso? —Parte de ti es el viento —murmuró—. Oui, es verdad. Pero incluso el viento a veces descansa. Meneando la cabeza, deslizó su mano alrededor de su nuca, empapándose del calor intrínsecamente masculino de su piel. —Entonces piensa en mí como en una tormenta interminable. El cajún besaba exactamente como se veía: rudo, terrenal y casual... en el mejor de los sentidos. La paciencia en él le hizo curvar los dedos de los pies sabiendo que él la besaría igual de exquisitamente en otros lugares más suaves y oscuros. Manos ágiles acariciaron su espalda, la sostuvieron contra él mientras la exploraba tan completamente como ella le exploraba a él. Decadente, afilado, salvaje... el sabor de Janvier le llenaba la boca. Y cuando ella se separó, él le mordió el labio inferior. —Hasta la próxima vez, Cazadora del Gremio. —La próxima vez llevaré una ballesta.

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Era una certeza, dada la tendencia de Janvier por cabrear a ángeles de alto nivel. Una lenta, muy lenta sonrisa. —Puede que seas mi mujer perfecta. —Si lo soy, estás en serios problemas. —Dio un paso atrás y se subió al vagón de tren mientras sonaba el último aviso—. No salgo con vampiros. —¿Quién dijo nada de salir? —Él le echó aquella sonrisa malvada que parecía reservar sólo para ella—. Estoy hablando de sangre, sexo y caza. Mientras partía el tren, Ashwini supo que estaba en un lío. Porque Janvier no sólo la conocía, es que la conocía muy bien. “Sangre, sexo y caza”. Era una proposición malditamente tentadora. Sacando el móvil, llamó a la Directora del Gremio. —Sara, he cambiado de opinión. —¿Sobre qué? —Sobre el cajún. —¿Estás segura? —preguntó Sara—. La última vez que lo cazaste, me dijiste que te mantuviera alejada de él o acabarías en confinamiento solitario después de echarlo a un volcán con lava. —Confinamiento solitario puede que me sentara bien. Un silencio. —Ash, ¿te das cuenta de que vives en la Dimensión Desconocida? El afecto en semejante comentario le hizo sonreír. —Lo normal está sobrevalorado. Tan sólo asegúrate de que yo esté en cualquier caza en la que él esté involucrado. —Hecho. —La Directora del Gremio resopló—. Pero te tengo que preguntar una cosa. —¿Sí? —¿Están flirteando? Ashwini sintió que se le curvaban los labios. —Si no es el cebo para caimanes para la próxima cacería... posiblemente.

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Fin Rescatado por

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Angel\'s Pawn - Gremio de Cazadores 0.5 - Nalini Singh SPA

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