Toda la Biblia en un año John Stott

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Mayo 21

Enero 1 Reacciones ante la Navidad La visita de los magos Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, … [para] adorarle. Mateo 2.1–2 Cada vez que pensamos o hablamos de la Navidad, lo que tenemos en mente es aquel acontecimiento que marcó la historia, cuando el eterno Hijo de Dios se hizo hombre y nació en Jesucristo. ¿De qué manera respondió el mundo? Las reacciones fueron diversas, desde la aceptación al rechazo, desde la intención de Herodes de destruirlo hasta el deseo de los sabios de oriente de adorarlo. Al parecer estos magos eran sacerdotes astrólogos del antiguo imperio persa. Su visita a Jesús es una bella complementación a aquella que hicieron los pastores. Los dos grupos no podrían ser más diferentes en todo sentido. Desde el punto de vista étnico, los pastores eran judíos, en tanto los magos eran gentiles. En el sentido intelectual los pastores eran personas simples y sin instrucción, en tanto que los magos eran estudiosos, hombres sabios de oriente. Socialmente, los pastores pertenecían al mundo de los que no tienen, en tanto que los magos (a juzgar por los costosos regalos que llevaron) eran personas ricas. Pero pese a esas barreras (racial, intelectual y social) que habitualmente separan a las personas entre sí, los magos se sumaron a los pastores en su adoración al Señor Jesús, anticipo de millones de otros gentiles que han llegado a adorarlo. A medida que se difunde el pluralismo, se hace cada vez más evidente que las otras religiones son de índole étnica, limitadas a ciertas culturas, en tanto que el cristianismo no lo es. Casi el 80% de los cristianos que hoy se cuentan en el mundo son personas que no pertenecen a Occidente y que no son de piel blanca. El cristianismo no es en absoluto una religión del hombre blanco. He tenido el privilegio de adorar con estudiantes africanos en sus centros universitarios, con los inuit en la tundra del Ártico, con miles de coreanos en sus megaiglesias, y con los sudamericanos que lo hacen expresando su temperamento latino y acompañándose con guitarras. Esta es la atracción universal que tiene Jesús, en todas las etnias. Motivó a los pastores a venir desde sus campos y a los sabios desde oriente. Todavía hoy atrae como un imán. Atrae a personas de todas las culturas. Esta es una de las evidencias más convincentes de que Jesús es el Salvador del mundo. Para continuar leyendo: Mateo 2.1–6

Enero 2 La ira de Herodes Porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Mateo 2.13 En última instancia hay solo dos posibles respuestas a Jesucristo, que se sintetizan en las figuras contrastantes de Herodes el Grande y los magos. La reacción de Herodes estuvo en total coherencia con la personalidad que se conoce de él. Su prolongado reinado estaba manchado de sangre. Fueron los romanos quienes lo pusieron en el trono y lo designaron ‘rey de los judíos’. Pero en realidad era un extranjero; su padre era un edomita y su madre una princesa árabe. No tenía derecho ni título para ocupar el trono. En consecuencia, su trono era inseguro y vivía atemorizado de sus rivales. Cuando veía uno, de inmediato lo liquidaba, fuera varón o mujer. Mató a su esposa Mariamne; a su madre, Alejandra; a sus tres hijos, Aristóbulo, Alejandro y Antípater. Mató a más de la mitad de los miembros del sanedrín y a varios de sus tíos, primos, y otros parientes. Por lo tanto, no sorprende que el historiador judío Josefo lo describa como el ‘monstruo despiadado’, o que el emperador Augusto haya dicho que era más seguro ser un cerdo de Herodes que ser su hijo. Nosotros diríamos que sufría de paranoia severa. Y en ese contexto, llegaron los magos y preguntaron dónde estaba el que había nacido como ‘rey de los judíos’. ¡Cómo! ¡Él, Herodes, era el rey de los judíos! ¿Quién era este aspirante? En principio, hoy se mantiene la misma situación. Muchas personas perciben a Jesús como un rival, una molestia, una perturbación, lo que C. S. Lewis llamaba el ‘entrometido trascendente’. Nos enfrentamos con una alternativa. O consideramos a Jesús como una amenaza y nos decidimos, igual que Herodes, a liberarnos de él, o lo vemos como el Rey de Reyes y nos decidimos, como los sabios de oriente, a adorarlo. Para continuar leyendo: Mateo 2.7–12

Enero 3 La huida a Egipto He aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Mateo 2.13 Los magos ya habían salido de Jerusalén para comenzar su viaje de regreso a casa, con lo cual quedaba frustrado el plan de Herodes de destruir al bebé Jesús. Ahora José recibió la indicación de tomar a Jesús y a su madre y huir al sur, a Egipto. Resulta sumamente conmovedor ver al Hijo de Dios convertido en un bebé refugiado e identificándose con los desposeídos del mundo. Pero Mateo detecta algo más. Ve esta huida a Egipto como cumplimiento de las Escrituras. ‘Para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo’ (v. 15). No quiere decir que estas palabras de Oseas 11.1 fueran una predicción literal de la huida de la familia santa a Egipto, ya que la referencia original era al éxodo. Más bien, lo que entiende Mateo es que la historia de Jesús es una recapitulación de la historia de Israel. Del mismo modo que Israel había estado oprimido bajo el despótico gobierno del faraón, también el niño Jesús se convirtió en un refugiado en Egipto debido al despótico gobierno de Herodes en Palestina. Así como Israel cruzó las aguas del mar Rojo, también Jesús cruzó las aguas del bautismo de Juan en el río Jordán. Israel fue puesto a prueba en el desierto de Sin durante cuarenta años, Jesús fue puesto a prueba en el desierto de Judea durante cuarenta días. Y así como Moisés dio la ley a Israel en el monte Sinaí, también Jesús entregó las Bienaventuranzas a sus discípulos en el Sermón del Monte, expresando en ellas la verdadera interpretación y alcance de la ley. Solo nos queda maravillarnos ante la providencia de Dios en esta reiteración de un esquema de la historia sagrada. Para continuar leyendo: Oseas 11.1; Mateo 2.13–18

Enero 4 El canto de Simeón Porque han visto mis ojos tu salvación …; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel. Lucas 2.30, 32 Hoy se nos presenta a un anciano piadoso llamado Simeón. Estaba esperando con ansias al Mesías, y Dios le había dicho que no iba a morir hasta que lo hubiera visto. Inspirado por el Espíritu Santo, entró al atrio del templo en el mismo momento en que José y María llegaban allí con su hijito de ocho días de vida. Este fue un maravilloso ejemplo de sincronización divina. Ahora bien, Simeón tenía el discernimiento espiritual para reconocer a Jesús. Lo levantó en sus brazos, no de manera instintiva como para mecerlo sino como gesto simbólico de reconocimiento, tal como lo expresó en su cántico. ‘Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra’ (Lucas 2.29). Primero, Simeón reconoció que Jesús era la salvación enviada por Dios. Sus ojos vieron al bebé de María, pero él dijo que había visto la salvación de Dios, el Mesías que el Señor había enviado para liberarnos de la condenación y de la esclavitud del pecado. Segundo, Simeón vio que Jesús era la luz del mundo, y que podía dar luz a las naciones y darle gloria a Israel. Consciente o inconscientemente hizo eco a las palabras de Isaías 49.6, un versículo que más tarde ocuparía un lugar importante en la teología de la misión elaborada por Pablo. Tercero, Simeón vio a Jesús como factor de división, una roca con la que algunos tropezarían y sobre la que otros construirían. Él sería la causa de que algunos fueran exaltados y otros cayeran. Confrontados por Jesús, es imposible ser neutrales. La historia de Simeón es una lección sobre la percepción espiritual. ¡Que Dios nos dé discernimiento para reconocer debajo de las apariencias superficiales la realidad de Jesucristo! Para continuar leyendo: Lucas 2.25–35

Enero 5 El testimonio de Pablo Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. 1 Timoteo 1.15 Las diversas reacciones a la venida de Cristo no son solamente las de los actores inmediatos del drama. Las vemos luego en el periodo apostólico, por ejemplo, en los apóstoles Pablo y Juan. Hoy escucharemos a Pablo: ‘Es esta una palabra digna de crédito y que debe aceptarse sin reservas, a saber, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero.’ (v. 15, blp). Pablo sostiene que su comunicación del evangelio es confiable (‘Palabra fiel’), universal (debe ‘ser recibida por todos’), histórica (‘Cristo Jesús vino al mundo’), liberadora (él vino a ‘salvar a los pecadores’), y personal (‘yo soy el primero’ porque una vez que el Espíritu Santo nos convence de pecado, abandonamos todo tipo de comparaciones odiosas). Nunca puedo leer o escuchar estas palabras sin dejar de pensar en Thomas Bilney, o ‘el pequeño Bilney’, como se lo llamaba a causa de su baja estatura. Fue elegido miembro del claustro en Trinity Hall, Cambridge, en 1520, y decía estar buscando una paz que no encontraba. Pero finalmente pudo escribir lo siguiente: Di por casualidad con una frase de san Pablo y esta sola frase, por medio de la instrucción de Dios y del trabajo de introspección … animó tanto mi corazón, antes herido por la culpa de mis pecados, casi hasta la desesperación, que de inmediato me pareció sentir una maravillosa sensación de bienestar y quietud, ya que ‘infunde gozo en estos huesos que has quebrantado’ (Salmos 51). Después de esto, las Escrituras comenzaron a resultarme más placenteras que la miel o que el panal. El converso más notable de Bilney fue Hugh Latimer, quien se convirtió después en el célebre predicador popular de la Reforma en Inglaterra. Latimer admiraba enormemente la valentía con la que Bilney se jugaba por su fe evangélica; en sus sermones se refería a él como ‘san Bailey’. Para continuar leyendo: 1 Timoteo 1.12–17

Enero 6 La reflexión de Juan El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. 1 Juan 4.14 Sabemos con certeza que Juan vivió hasta edad avanzada y que fue el último de los apóstoles en morir. De modo que sería sensato escuchar su reflexión madura sobre el sentido y el propósito de la encarnación: ‘El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo’. Esta es una declaración frontal sobre la Navidad, en la cual se destacan cuatro sustantivos: el Padre, quien envió al Hijo, para ser el Salvador del mundo. Juan aplica el término mundo a la sociedad impía, la que es contraria a Dios y está bajo su juicio. Hablar de Salvador indica que el mundo necesita salvación, porque si bien las palabras pecado y salvación pertenecen al léxico tradicional que incomoda a algunos y confunde a otros, no podemos deshacernos de ellas. Expresan realidades vitales que sería necio ignorar. Salvación es libertad: libertad de la culpa, del juicio, del egocentrismo, del temor, y de la muerte. El Hijo es el Salvador que necesitamos, el que es a la vez Dios y hombre, cuyo nacimiento celebramos en Navidad y cuya muerte es el único fundamento por el cual Dios puede perdonar hoy nuestros pecados. En palabras de otra de las declaraciones sintéticas de Juan, el Señor ‘envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados’ (v. 10). Más aun, el Padre envió al Hijo para ser el Salvador del mundo. El Hijo no vino por su propia voluntad. Mucho menos arrebató al Padre una salvación que no estuviera dispuesto a dar. No fue así. El Padre lo envió. El Padre tomó la iniciativa debido a su gran amor. Porque al dar a su Hijo, estaba dándose a sí mismo. Para continuar leyendo: 1 Juan 4.7–16

Enero 7 El desafío de Juan Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. 1 Juan 3.6 Otra reacción más a la venida de Cristo es la que leemos en la primera carta del apóstol Juan, donde escribió sobre el propósito de la venida de Cristo. El pasaje del que vamos a ocuparnos es 1 Juan 3.4–9, en el que Juan hizo algunas declaraciones extraordinarias. Escribe que el cristiano no peca y que de hecho ni siquiera puede pecar. Sobre estas palabras algunos han construido doctrinas sobre la perfección inmaculada. Todos los comentaristas se han sentido perplejos ante esas declaraciones, porque no son compatibles con nuestra experiencia. Lo cierto es que sí pecamos, aun después de conocer a Cristo. Sin embargo, a partir de un examen cuidadoso de este texto vemos que no está sugiriendo que los cristianos no pecan ni pueden pecar sino que ya no persistimos ni debemos persistir en él. Por lo tanto, cuando pecamos, nos entristecemos por ello y nos arrepentimos, porque todo el enfoque de nuestra vida es en contra del pecado y a favor de la santidad. Como escribió Alfred Plummer en su comentario: ‘Aunque el creyente a veces peca, el principio que rige su vida no es el del pecado sino del rechazo al pecado’. ¿Qué nos motiva a abandonar el pecado y procurar la santidad? La respuesta de Juan es clara: lo que nos motiva es recordar el propósito de la venida de Cristo. Lo dice dos veces. ‘Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados’ (v. 5). Y otra vez, ‘Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo’ (v. 8). Si Cristo vino a fin de ocuparse de nuestro pecado, es inconcebible que sigamos jugueteando con él. Nuestra reacción a la Navidad es la de mantener una vida plenamente compatible con la razón por la cual él vino a la Tierra. Para continuar leyendo: 1 Juan 3.4–9

Cuatro Evangelios Enero 8 Mateo (1): Jesús el Cristo Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta. Mateo 1.22 Es una maravillosa providencia de Dios que no se nos haya dado un solo Evangelio sino cuatro. Jesucristo es demasiado grande y glorioso como para ser presentado por un solo autor o desde una sola perspectiva. No debemos convertir los cuatro relatos en uno solo retirando la individualidad de cada uno, ni tampoco exacerbar las particularidades como si se tratara de cuatro Evangelios y no uno. Mateo presenta a Jesús como el Cristo, el Mesías largo tiempo esperado, en quien se cumplen las promesas de Dios. Su fórmula favorita, repetida once veces en su Evangelio, es alguna variante de esta expresión: ‘Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta’. Por lo tanto, resulta apropiado que comenzara con la genealogía de Jesús, en la que traza especialmente la línea de ascendencia real y destaca a Abraham, el patriarca fundador de Israel, y a David, el ancestro del Mesías, de quien se dijo que sería ‘hijo de David’. El tema del cumplimiento se despliega con claridad cuando Jesús da comienzo al reinado de Dios. Los cuatro evangelistas escriben que Jesús proclamó el reino, pero Mateo le da énfasis. Respetando la renuencia de los judíos a pronunciar el nombre sagrado de Dios, Mateo usa la expresión ‘el reino de los cielos’ unas cincuenta veces. También capta que el reino es a la vez una realidad presente y una expectativa futura. Una de las afirmaciones más notables de Jesús fue registrada por Mateo, y también por Lucas: Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron. Mateo 13.16–17 En otras palabras, los profetas del Antiguo Testamento vivieron un tiempo de anticipación. Sus ojos ahora veían, sus oídos oían lo que sus predecesores habían anhelado tanto tiempo ver y oír. De modo que Mateo no presenta a Jesús como otro profeta, uno más en la sucesión de los siglos, sino más bien como el cumplimiento de toda la profecía. Mateo también percibe que Jesús confronta a Israel con un último llamado al arrepentimiento, y también ve que está comenzando a crear un nuevo Israel, en el que los doce apóstoles equivalen a las doce tribus de Israel.

Para continuar leyendo: Mateo 23.37–39

Enero 9 Mateo (2): Jesús el internacional Vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mateo 8.11 Ayer vimos que Mateo describe al Jesús judío. Más aun, lo proclama como el largamente anhelado Mesías. La evidencia de su condición judía es indiscutible. Jesús estaba plantado en el Antiguo Testamento. Se consideraba a sí mismo como el cumplimiento de toda la profecía del Antiguo Testamento. Más aun, Mateo registra dos ocasiones que no se encuentran en los otros Evangelios, en las que Jesús parece estar teñido de nacionalismo o de prejuicio étnico. En el primero, refiriéndose a su ministerio, Jesús dijo: ‘No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel’ (15.24). En el segundo, refiriéndose al ministerio de los discípulos, les dijo: ‘Por camino de gentiles no vayáis … sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel’ (10.5–6). Pero esta se trataba apenas de una limitación histórica. Jesús estaba dándole a Israel una última oportunidad. De inmediato agregó que sus discípulos serían ‘para testimonio … a los gentiles’ (v. 18). El mismo Mateo que registró aquellos dichos sobre las ‘ovejas perdidas’ de Israel también registró al comienzo de su Evangelio la visita de los magos gentiles, y al final del mismo la Gran Comisión que dio Jesús: ‘id, y haced discípulos a todas las naciones’ (28.19). De modo que, si bien el retrato de Jesús que nos da Mateo es la más judía de las cuatro presentaciones, sería imposible describir a Jesús culpable de alguna medida de prejuicio o de orgullo étnico. Todo lo contrario, él dejó claro que el nuevo Israel sería una patria internacional: Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Mateo 8.11 Para continuar leyendo: Mateo 28.16–20

Enero 10 Marcos: Jesús el siervo sufriente Y comenzó [Jesús] a enseñarles que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho … y ser muerto, y resucitar después de tres días. Marcos 8.31 El elemento central del Evangelio de Marcos es la cruz de Cristo. Una vez que Los Doce comprendieron quién era Jesús y lo confesaron como Mesías, él comenzó a enseñarles acerca de la cruz. El momento marcó un giro en el ministerio de Jesús pero también en el Evangelio de Marcos. Hasta entonces Jesús había sido celebrado como sanador y predicador popular. Pero no se lo había reconocido como este tipo de Mesías. De modo que de allí en adelante comenzó a enseñarles abiertamente a sus discípulos sobre la necesidad del sufrimiento y de la cruz. Marcos registra tres ocasiones separadas en las que Jesús solemnemente predijo su muerte. Es más, aproximadamente un tercio del Evangelio de Marcos se dedica a los días de la pasión. La esencia de la enseñanza de Jesús se encuentra en su declaración de que ‘le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho’. ¿Por qué debía sufrir? ¿De dónde vino ese sentido de compulsión? Se debía a que las Escrituras debían cumplirse. ¿Por qué, entonces, ‘el Hijo del Hombre’? Al usar esta expresión hebraica en referencia a un ser humano, Jesús estaba remitiéndose a Daniel 7. En aquella visión ‘venía uno como un hijo de hombre’ (es decir, de apariencia humana), en las nubes, y se acercaba al Anciano de Días (Dios). Entonces, culmina la visión, recibe autoridad y poder soberano a fin de que toda persona le sirva, y su reino jamás será destruido (Daniel 7.13–14). Jesús adoptó el título (Hijo del Hombre) pero modificó su rol. Según Daniel, todas las naciones le servirían. Según Jesús, él había venido no para ser servido sino para servir. De hecho, Jesús hizo lo que ninguna otra persona ha hecho: fusionó las dos imágenes que aparecen en el Antiguo Testamento (el Siervo de Isaías, que sufre, y el Hijo del Hombre de Daniel, que reina). Primero Jesús debe llevar sobre sí nuestros pecados, y después ascender y entrar en su gloria.

Para continuar leyendo: Marcos 8.27—9.1

Enero 11 Lucas (1): Jesús el personaje histórico Me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden. Lucas 1.3 Lucas escribió una obra en dos tomos sobre los orígenes del cristianismo, esto es, su Evangelio y el libro de Hechos. En su prefacio, que abarca a los dos libros, hace notar la confiabilidad de lo que está escribiendo. Dice con nitidez que Jesús no fue un mito sino una figura histórica. Desarrolla su argumento en cinco pasos lógicos (vv. 1–4). Primero, tiene certeza porque ‘los hechos … acaecieron entre nosotros’ (v. 1, blp). Estos fueron los hechos del ministerio de Jesús. Segundo, esos sucesos fueron vistos por testigos que a su vez ‘enseñaron’ a otros lo que habían visto (v. 2). Tercero, Lucas era uno de ellos, ‘después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen’ (v. 3). Cuarto, Lucas puso por escrito el resultado de su investigación, poniéndolas ‘por orden’ (v. 3). Quinto, los lectores, incluyendo Teófilo, su distinguido destinatario, encontrarían en este Evangelio fundamentos sólidos para su fe. Pero ¿cuándo hizo Lucas sus investigaciones? Porque él no fue uno de Los Doce ni un testigo ocular de los hechos. Sin embargo disfrutó de dos años de residencia en Palestina mientras Pablo estaba preso en Cesarea (Hechos 24.27). ¿Cómo ocupó su tiempo? Seguramente habrá viajado por el país, reuniendo material para su Evangelio y para la historia inicial de Hechos, con base en Jerusalén, visitando los lugares que se relacionaban con el ministerio de Jesús, familiarizándose (por ser él gentil) con la cultura judía, y entrevistando a testigos presenciales. Seguramente conversó con la virgen María, en este momento ya anciana. Lucas relata la historia que ella le compartió, incluyendo detalles íntimos que rodearon al nacimiento de Jesús. Estos solo pudo haberlos dado María misma. Todo esto afianza nuestra confianza en el carácter histórico fidedigno de los escritos de Lucas. Para continuar leyendo: Lucas 1.1–4

Enero 12 Lucas (2): Jesús el Salvador del mundo Que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Lucas 24.47 Ayer consideramos a Lucas como historiador; hoy vamos a conocerlo como teólogo y evangelista. ¿Cuál es su mensaje? Que Jesús es el Salvador del mundo, y así alcanza a todos los seres humanos con independencia de raza, nacionalidad, posición, edad, o género. Lucas coloca deliberadamente cerca del comienzo de cada uno de sus volúmenes una declaración de universalidad: Lucas 3.6: ‘Y verá toda carne [pasa sarx] la salvación de Dios’. Hechos 2.17: ‘Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne [pasa sarx]’. Y a lo largo de su Evangelio se esfuerza por mostrar la manera en que Jesús incluye a aquellos a quienes con frecuencia la sociedad excluye. Por ser médico, es comprensible que Lucas enfatice la compasión de Jesús hacia los enfermos y los que sufren. Pero también mostró su interés por las mujeres y los niños, por los pobres y los carenciados, por los cobradores de impuesto y los pecadores, y especialmente por los samaritanos y los gentiles. En cada caso el énfasis de Lucas es más fuerte que el de los otros evangelistas. Por ser él mismo gentil, era un hombre de horizontes amplios. Nunca le llama ‘mar’ a las aguas de Galilea, porque él mismo había navegado el Gran Mar (el Mediterráneo), y por comparación usa el nombre de lago para Galilea. En Hechos, Lucas narra los tres viajes misioneros pioneros que llevó a cabo su héroe, Pablo, indicando las ocasiones en que él mismo estaba presente como compañero del apóstol. Hechos registra el victorioso progreso desde Jerusalén, la capital del judaísmo, hasta Roma, la capital del mundo. Dondequiera que iban proclamaban la salvación (incluyendo el perdón y el don de Espíritu) como una oportunidad disponible en Cristo para todas las personas. Lucas registra también la afirmación de Pedro: ‘Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos’ (Hechos 4.12).

Para continuar leyendo: Lucas 24.44–49

Enero 13 Juan (1): Jesús la luz para los seres humanos Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Juan 1.3–4 Muchas personas se afligen por la aparente lejanía de Dios. Les parece distante, alejado, irreal. Claman con Job: ‘¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!’ (Job 23.3). Juan es quien hace añicos esta imagen de un Dios ausente. En el prólogo de su Evangelio escribe de las diversas venidas de Dios al mundo en la persona de Cristo. Primero, venía al mundo. Es un gran error suponer que la primera vez que Dios vino al mundo fue cuando nació en él. No. Él había creado al mundo y nunca lo dejó. Él es ‘aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre’ quien ‘venía a este mundo’ (Juan 1.9). Es decir que antes de venir había venido, dándonos vida y luz. Podemos reclamar para Cristo todo lo que es hermoso, bueno, y verdadero en este mundo. Quizás la gente no lo sepa, porque por lo general él prefiere mantenerse en incógnito, pero Jesús es ‘la luz de los hombres’ (v. 4). Ningún ser humano está en completa oscuridad. Segundo, vino al mundo. ‘A lo suyo vino’ (v. 11). Aquel que había estado viniendo a todas las personas ahora vino a su pueblo. Aquel que había estado viniendo de incógnito ahora vino personalmente, en forma abierta y pública. La Palabra eterna se hizo hombre. La tragedia es que el mundo no lo reconoció. Tercero, sigue viniendo. Ahora viene por su Espíritu, y a quienes lo reciben, a los que creen en su nombre, les da el derecho de ser hechos hijos e hijas de Dios, engendrados por él (v. 12). Se podría añadir una cuarta venida. Más adelante en su Evangelio Juan registra la promesa de Jesús: ‘vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy’ (14.3, énfasis agregado). He aquí las cuatro venidas de nuestro Dios. Venía continuamente como la luz y la vida de los seres humanos. Vino el día de la primera Navidad. Sigue viniendo, esperando que lo recibamos, y vendrá en el último día. Para continuar leyendo: Juan 1.1–14

Enero 14 Juan (2): Jesús el dador de vida Pero éstas [señales] se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre. Juan 20.31 Juan nos dice que el principal propósito al escribir su Evangelio era que sus lectores recibieran vida por medio de Cristo. A fin de recibir vida de Cristo, debían creer en él, y a fin de que crean en él, Juan ha seleccionado algunas señales que dan testimonio de Cristo. Así es como el testimonio conduce a la fe, y la fe conduce a la vida. Además, Juan considera su Evangelio esencialmente como testimonio de Cristo. Es casi como si su Evangelio fuera un espacio del tribunal donde Jesucristo es puesto bajo juicio. Se convoca a una serie de testigos, comenzando con Juan el Bautista, y el juicio continúa con siete señales milagrosas, cada una de las cuales es una afirmación dramatizada. 1. Jesús convirtió el agua en vino, afirmando que inauguraba un nuevo orden. 2. y 3. Jesús hizo dos milagros de sanidad, afirmando dar nueva vida. 4. Jesús alimentó a cinco mil personas, afirmando ser el Pan de Vida. 5. Jesús caminó sobre el agua, afirmando que los poderes de la naturaleza están bajo su autoridad. 6. Jesús dio la vista a un hombre que había nacido ciego, afirmando ser la Luz del Mundo. 7. Jesús levantó a Lázaro de los muertos, afirmando ser la resurrección y la vida. Las siete señales registradas en la primera mitad de este Evangelio son señales de poder y autoridad. En la segunda mitad, sin embargo, Juan registra señales de debilidad y de humildad, primero al lavar los pies de sus discípulos y luego en la cruz, a la cual Juan reconoce como la glorificación de Jesús. En síntesis, este Evangelio tiene dos mitades: la primera parte es el Libro de las Señales, y la segunda parte es el Libro de la Cruz. Pero en ambas partes, a través de su Evangelio Juan está dando testimonio de Jesús a fin de que sus lectores puedan creer en él y de esa manera recibir vida de él.

Para continuar leyendo: Juan 20.30–31; 21.25

Enero 15 los años de preparación La infancia de Jesús Le trajeron [a Jesús] a Jerusalén para presentarle al Señor. Lucas 2.22 Aunque no abundan en detalles, los Evangelios dicen lo que necesitamos saber sobre los años que transcurrieron entre el nacimiento y el bautismo de Jesús: su niñez, su crecimiento hacia la madurez, su trabajo en el banco de carpintero, y el testimonio que dio de él Juan el bautista. Su bautismo marcó el comienzo de un ministerio público. Lucas registra más información sobre la infancia de Jesús que los otros evangelistas. En particular, se refiere a tres sucesos, o a tres cosas que fueron hechas a Jesús mientras todavía era bebé. En primer lugar, Jesús fue circuncidado a los ocho días de edad. La circuncisión había sido dada a Abraham unos dos mil años antes como señal del pacto que Dios había establecido con él y con sus descendientes. Este acto hacía de Jesús un verdadero hijo de Abraham (ver Génesis 17.12; Levítico 12.3). En segundo lugar, le pusieron por nombre Jesús, que significa ‘Salvador’. Tanto Mateo como Lucas mencionan que, antes de que naciera, un ángel había instruido a José y a María que debían ponerle ese nombre (Mateo 1.21; Lucas 1.31). Esto indicaba que venía en una misión de rescate. En tercer lugar, Jesús fue presentado al Señor en el templo de Jerusalén. En esta visita se superpusieron dos rituales del Antiguo Testamento, uno referido a la madre y otro referido al niño. Una vez que se habían cumplido cuarenta días de la exclusión ceremonial, José y María ofrecieron los sacrificios requeridos. Por lo general se presentaba un cordero para ser quemado y una paloma como ofrenda por el pecado. Pero José y María se acogieron a la concesión que se hacía a los pobres, y presentaron dos palomas. Además, desde los tiempos del éxodo los primogénitos varones pertenecían a Dios, aunque podían ser redimidos (Éxodo 13.2). Una vez redimidos podían también ser voluntariamente presentados a Dios para servirle. Todos estos sucesos tenían relación con su misión en el mundo. La circuncisión lo definía como un miembro auténtico del pueblo de pacto que pertenecía a Dios. Su nombre, Jesús, proclamaba que había sido enviado del cielo como Salvador de los pecadores. Su presentación a Dios indicaba que estaba dedicado al servicio a Dios y dispuesto a hacer la voluntad de su Padre. Para continuar leyendo: Lucas 2.21–24

Enero 16 El muchacho en el templo ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Lucas 2.49 El único incidente que conocemos de la niñez de Jesús es una historia altamente significativa sobre la ocasión en que se perdió en el templo. La ley requería que los israelitas adultos concurrieran a Jerusalén para tres fiestas importantes: la Pascua, la fiesta de la siega, y la fiesta de la cosecha (Éxodo 23.14–17); la obligación se reducía a la Pascua solamente si alguien vivía a una distancia demasiado alejada que le impedía asistir a las tres fiestas. José y María asistían cada año a la Pascua, y por lo menos en esta ocasión Jesús los acompañó. Tenía ahora doce años de edad, y al año siguiente, a los trece, sería bar mitzvah (‘hijo del mandamiento’), es decir que asumiría las responsabilidades espirituales propias de un adulto en la comunidad judía. No se nos dice por qué se perdió. Pudo haber sido que, al estar separados los peregrinos varones y las mujeres, José y María pensaron ambos que el muchacho estaba con el otro. Lo cierto es que, después de tres días, lo encontraron en las instalaciones del templo, ‘sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles’ (Lucas 2.46). Los que lo oían ‘se maravillaban’ (v. 47) de su inteligencia, y sus padres se ‘sorprendieron’ (v. 48) (verbos que en otros lugares del Evangelio se aplican al asombro que la gente sentía en la presencia de Jesús). Lo más impresionante, sin embargo, es lo que Jesús dijo, y que son las primeras palabras que se registran del Mesías. Observemos dos detalles en lo que dijo: Primero, llamó a Dios su Padre, y al templo lo mencionó como la casa de su Padre. De esa manera corrigió a su madre, quien le había dicho: ‘tu padre y yo te hemos buscado con angustia’ (v. 48). Es decir, Jesús ya era consciente de tener una relación especial con Dios como su Padre. Segundo, Jesús expresó compulsión: ‘¿No sabéis que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?’ (v. 49, blp). ¿Por qué debía estar absorbido por esta preocupación principal? No se nos dice. Pero seguramente ya era consciente de su misión tal como se revela en las Escrituras, y las Escrituras deben ser cumplidas.

Para continuar leyendo: Lucas 2.41–51

Enero 17 Los años ocultos Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres. Lucas 2.52 El pintoresco relato sobre el extravío y el encuentro del niño Jesús en el templo es, como hemos visto, el único incidente público que Lucas registra entre su nacimiento y su bautismo. Es verdad que los Evangelios apócrifos tratan de llenar este vacío. Pero son escritos tardíos, procedentes del siglo ii, y por consiguiente de dudoso valor histórico. Además son o bien heréticos o bien triviales en su contenido, con tan solo una o dos pequeñas excepciones. La narración sobria de Lucas muestra un favorable contraste. ¿Qué estuvo haciendo Jesús durante esos treinta años antes de comenzar su ministerio público? Respuesta: estaba creciendo, madurando, y de esa manera preparándose para su misión. Lucas nos lo dice en dos versículos ‘puente’ en el capítulo 2. Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él (versículo 40). Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres (versículo 52 ). El versículo 40 es un puente que cubre doce años, ya que en el versículo anterior (v. 39) Jesús todavía es un bebé, en tanto que en el siguiente (v. 41) ya ha cumplido doce años de edad. Luego, el versículo 52 es un puente de dieciocho años, ya que en el versículo anterior (v. 51) todavía tiene doce años, en tanto que en el siguiente (3.1) ya tiene treinta. Durante esos dos lapsos de doce y dieciocho años, estuvo creciendo físicamente, mentalmente, y espiritualmente. Su cuerpo se desarrolló de manera natural. Su mente se expandió a medida que aprendía lecciones en el hogar y en la escuela. También creció en gracia, y fue cada vez más agradable a Dios y a sus prójimos. Algunas personas plantean aquí una objeción. Si Jesús crecía en esas áreas, dicen, ¿no significa eso que antes era imperfecto? No. No estamos diciendo que Jesús dio un salto directamente desde la niñez a la adultez sino que creció, y que en cada etapa era perfecto para esa edad. Por ejemplo, decir que crecía en gracia para con Dios no significa que antes no contara con ese favor sino que en cada etapa agradaba al Señor en coherencia con su edad. Este proceso de crecimiento nos garantiza que podemos sostener la auténtica humanidad de Jesús. Para continuar leyendo: Hebreos 2.14–18

Enero 18 El taller del carpintero ¿De dónde tiene éste estas cosas? … ¿No es éste el carpintero…? Marcos 6.2–3 La palabra ‘carpintero’ ocurre solamente dos veces en los Evangelios, una vez hablando de Jesús como ‘el carpintero’ y otra refiriéndose a él como ‘el hijo del carpintero’. A partir de estas menciones deducimos que José había trabajado como carpintero, y que Jesús había sido su aprendiz, y que quizás se hizo cargo del taller, probablemente a la muerte de José. Aunque la palabra tektōn se puede aplicar a cualquier artesano u obrero, normalmente denota a una persona que trabaja con madera. De modo que sin duda Jesús fabricó y reparó tanto muebles domésticos como implementos agrícolas. J. E. Millais, el pintor prerafaelita de mediados del siglo xix, puede ayudarnos con su pintura ‘Cristo en casa de sus padres’ a visualizar el interior de un taller de carpintería. El niño Jesús está en el centro de la pintura. Puede verse que se ha lastimado con un clavo, y José está inclinado sobre él examinando la herida mientras María consuela a Jesús con un beso, y el joven Juan el Bautista acerca una vasija con agua para lavar la herida. Jesús está inclinado sobre la mesa de trabajo, que parece simbolizar el altar de sacrificio. Algunos de los líderes cristianos del incipiente movimiento de los trabajadores en Gran Bretaña se inspiraron en Jesús, porque él dignificó el trabajo manual. James Stalker escribió en Vida de Jesucristo: Es difícil agotar la importancia del hecho de que Dios, entre todos los oficios posibles, eligiera para su Hijo, cuando habitó entre los hombres, el destino de un hombre trabajador. Selló las labores comunes de los hombres con un honor perdurable.

Para continuar leyendo: Hechos 20.33–35

Enero 19 El testimonio de Juan el Bautista Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz. Juan 1.6–7 Juan el bautista es con frecuencia llamado el ‘precursor’ de Jesús porque, en cumplimiento de la profecía de Isaías, fue enviado con anticipación para preparar ‘el camino del Señor’ (Marcos 1.3). Los cuatro evangelistas se refieren a su ministerio, porque reconocieron su importancia. En él volvió a escucharse la voz de la profecía, largamente silenciada. El mensaje de Juan era: ‘Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado’ (Mateo 3.2). En otras palabras, el Mesías estaba por llegar e iniciar su reinado. A fin de estar preparados para su llegada, la gente debía arrepentirse y recibir el bautismo de arrepentimiento que Juan ofrecía hacer para el perdón de los pecados. Muchos respondieron. Confesaban sus pecados, y eran bautizados por Juan en el río Jordán. Él también dio una advertencia de juicio. Describió al Mesías con el aventador en su mano, con el cual se disponía a separar la paja del trigo. Pero el ministerio característico del Mesías, según Juan, estaba más relacionado con la salvación que con el juicio. Estas son las palabras de Juan: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Juan 1.29 ... ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Juan 1.33 Cuando unimos estos dos versículos, vemos que el trabajo característico de Jesús es doble. Implica eliminar y dar, quitar el pecado y bautizar con el Espíritu Santo. Estos son los dos grandes regalos de Jesucristo nuestro Señor: el perdón y el Espíritu Santo. Son las dos principales bendiciones del nuevo pacto. Fueron prometidas por los profetas y confirmadas por Juan el Bautista como los presentes del Mesías. Para continuar leyendo: Juan 1.29–34

Enero 20 El encuentro con Nicodemo De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Juan 3.3 Nicodemo es un caso notable de un buscador sincero de la verdad. ¡Si tan solo hubiera más Nicodemos en el mundo actual, varones y mujeres dispuestos a dejar a un lado la apatía, el prejuicio, el miedo, y dedicarse a buscar la verdad con un espíritu honesto y humilde! ‘Buscad, y hallaréis’, prometió Jesús (Mateo 7.7). Jesús seguramente sobresaltó a Nicodemo cuando le dijo que debía nacer de nuevo. ¿Qué quería decir? Obviamente no se estaba refiriendo a un segundo nacimiento físico ni a un acto de transformación personal. Tampoco estaba Jesús refiriéndose al bautismo cristiano, ya que no fue instituido sino después de su resurrección. Sin duda, el bautismo es señal o sacramento del nuevo nacimiento, pero no debemos confundir una señal externa con la realidad interna que representa. El bautismo es una dramatización visible y pública del nuevo nacimiento, el cual es una obra invisible y secreta que Dios hace en nosotros y por el cual nos da una nueva vida, un nuevo comienzo. Por otra parte (dijo Jesús), debemos nacer de nuevo. Sin el nuevo nacimiento no es posible ver ni entrar al reino de Dios. Nicodemo era una persona religiosa, recta, instruida, respetable, y cortés. Hasta creía en el origen divino de Jesús. Pero esto no era suficiente. Lo mismo necesitaba nacer de nuevo. Entonces, ¿cómo se produce este nuevo nacimiento? Desde un punto de vista, es todo obra de Dios. Nadie jamás ha producido su propio nacimiento. De modo que este nuevo nacimiento es ‘de lo alto’, un nacimiento ‘del Espíritu’. Pero desde nuestra perspectiva, es preciso que nos arrepintamos y creamos. Nicodemo no podía saltear el bautismo de arrepentimiento anunciado por Juan. Esto es a lo que seguramente se refería Jesús cuando dijo: ‘el que no naciere de agua…’. A continuación debía creer, es decir, poner su confianza en Jesús el Mesías, el Salvador que necesitaba.

Para continuar leyendo: Juan 3.1–16

Enero 21 El encuentro con la mujer samaritana [Jesús dijo] mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. Juan 4.14 Juan comenzó su Evangelio con la afirmación de que ‘el Verbo era Dios’ (1.1) y luego dijo que ‘aquel Verbo fue hecho carne’ (v. 14). Al describir el encuentro de Jesús con la mujer samaritana ilustra lo vulnerable que era su humanidad. Era alrededor de mediodía cuando Jesús y sus discípulos llegaron al pozo de Jacob. Él estaba cansado de la caminata, y se sentó junto al pozo a descansar. Tenía hambre, de modo que envió a los discípulos a la aldea cercana a comprar comida. También tenía sed y calor, y por eso le pidió a la mujer samaritana que le convidara agua para beber. Es decir que Jesús no era un superhombre inmune a las fragilidades de los comunes mortales. Era un ser humano auténtico. Otro rasgo de Jesús que destaca esta historia es su actitud hacia la tradición. Era conservador en cuanto a las Escrituras, creía que era la Palabra de Dios, pero era radical en su relación con la tradición, porque era solamente palabra humana. Una persona radical es capaz de ser crítica hacia todas las tradiciones y convenciones, y se niega a aceptarlas meramente porque han sido recibidas del pasado. Ahora bien, la mujer samaritana tenía una triple desventaja convencional. Primero, era mujer, y no era bien visto que un hombre hablara en público con una mujer. Segundo, era samaritana, y los judíos no trataban con los samaritanos. Tercero, era pecadora, había tenido cinco maridos y ahora convivía con un hombre con el que no estaba casada. Las personas respetables como los rabinos no se mezclaban con pecadores como ella. De modo que Jesús hizo en tres sentidos lo que no estaba bien visto que hiciera. Rompió deliberadamente las convenciones sociales de la época. Se sentía completamente libre de la discriminación de género, del prejuicio racial, y del legalismo moral. Amaba y respetaba a cada persona y no se echaba atrás ante nadie. En síntesis, Jesús era a la vez conservador (en relación con las Escrituras) y radical (en relación con la cultura). Me parece que necesitamos una nueva generación de personas cristianas a la vez conservadoras y radicales. Para continuar leyendo: Juan 4.7–18

El ministerio público Enero 22 El bautismo Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. Marcos 1.9 Durante aproximadamente treinta años Jesús ha estado creciendo ‘en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres’ (Lucas 2.52). Ahora, sin embargo, ha llegado el momento de salir de la oscuridad del taller de carpintería hacia la vida pública. El ministerio de Juan el Bautista había producido impacto. Entonces se encontró a sí mismo en el centro de una gran renovación espiritual. Las multitudes convergían hacia las riberas más bajas del río Jordán, tanto para escuchar su prédica de llamado al arrepentimiento como para ser bautizadas. El juicio era inminente, decía Juan, y los urgía a huir de la ira venidera. Quizás fue la noticia de este avivamiento lo que convenció a Jesús a dejar su hogar, su trabajo, sus parientes, y sumarse a él. De todos modos, no nos sorprende que cuando Jesús se presentó para ser bautizado por Juan, este se opuso. Ya había hablado acerca de Jesús como alguien más poderoso que él, alguien de quien él no era digno de atar los cordones de las sandalias. Parecía mucho más apropiado que Jesús bautizara a Juan, y no que Juan bautizara a Jesús. Pero Jesús insistió. También parece extraño que Jesús hubiera pedido el bautismo. Porque el bautismo de Juan era por arrepentimiento y perdón de los pecados, y Jesús no tenía pecado. Es posible que quisiera identificarse con su pueblo, consciente de que llegaría un día en que cargaría sus pecados. Sea como fuere, el bautismo de Juan fue una iniciación del proceso de purificar al remanente de Israel. Mientras Jesús emergía de las aguas bautismales, los cielos se abrieron, el Espíritu descendió sobre él en forma de paloma, y se oyó una voz que decía: ‘Este es mi Hijo … en quien tengo complacencia’ (Mateo 3.17). Estas palabras unían dos textos del Antiguo Testamento. Por un lado, ‘Este es mi Hijo’ nos lleva a Salmos 2.7, donde el Señor declara que el rey davídico será su hijo. Por otro lado, ‘en quien tengo complacencia’ nos trae ecos de Isaías 42.1, donde Dios declaró que se complacía en su siervo. Así, Jesús fue declarado tanto Hijo como siervo de Dios. El bautismo de Jesús fue un bello momento trinitario, cuando el Padre expresó su reconocimiento del Hijo y el Espíritu descendió sobre él. Este fue el envío de Jesús, en algún modo paralelo al llamado de los profetas, autorizándolo y equipándolo para la misión.

Para continuar leyendo: Mateo 3.13–17

Enero 23 Las tentaciones Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Mateo 4.1 Jesús pasó directamente de las aguas del Jordán al desierto de Judea, donde fue ferozmente tentado por el diablo. El ataque tomó dos formas. Primero fue un ataque sobre su identidad, sobre quién era él. Las palabras del Padre todavía resonaban en sus oídos: ‘Este es mi Hijo’ y entonces la voz del cielo fue desafiada por una voz del infierno. El diablo susurró: ‘Si eres Hijo de Dios …’ (v. 6, cursivas añadidas), implicando que no lo era. Este fue un intento deliberado de sembrar en la mente de Jesús las semillas de la duda. Para contrarrestarlas, Jesús debió haberse repetido las palabras de su Padre: ‘Este es mi Hijo’. El diablo continúa todavía hoy intentando minar nuestra conciencia de ser hijos e hijas de Dios. Es el diabolos, el calumniador. Tenemos que tener oídos sordos para su voz y en su lugar escuchar las grandiosas declaraciones y promesas del Señor que tenemos en las Escrituras. El segundo ataque fue contra el ministerio de Jesús, contra lo que había venido a hacer en el mundo. Ayer vimos que la voz celestial identificó a Jesús no solo como el Hijo de Dios sino también como su siervo, el que habría de sufrir y morir por los pecados del pueblo. Pero el diablo le propuso opciones menos costosas. ¿Por qué no ganar el mundo para sí calmando el hambre, haciendo una demostración de poder, o haciendo un trato con el diablo, y en cualquier caso evitando la cruz? Al diablo le encanta persuadirnos de que el fin justifica los medios. Jesús se negó a escuchar la voz del diablo. De manera inmediata, instintiva, y vehemente, rechazó cada una de las tentaciones. No era necesario discutir ni negociar. El asunto ya había sido definido en las Escrituras (‘estaba escrito’); en cada ocasión, citó el texto apropiado de Deuteronomio 6 u 8. Hoy todavía nos rodean voces que confunden. El diablo sigue hablando por medio de la cultura impía que nos rodea, y Dios sigue hablando por medio de su Palabra. ¿A cuál de las voces prestaremos atención? Nuestra disciplina tenaz en la lectura diaria de la Biblia es lo que logrará que la voz del diablo sea ahogada por la voz de Dios. ‘Resistid al diablo, y huirá de vosotros’ (Santiago 4.7). Para continuar leyendo: Mateo 4.1–11

Enero 24 Las buenas nuevas Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio. Marcos 1.14–15 Estas son palabras sumamente interesantes, en parte porque son las primeras palabras que se registran de Jesús en su ministerio público, y en parte porque Marcos las califica dos veces como ‘evangelio’, es decir ‘la buena noticia’ (blp). ¿En qué consistía el evangelio, según Jesús? Consta de una declaración seguida por un llamado. La declaración concierne a la venida del reino. Por supuesto, Jehová ha sido siempre Rey, él gobierna sobre la creación y sobre la historia. Muchas veces en el Antiguo Testamento escuchamos una espléndida exclamación de fe: ‘Jehová reina’. Pero los profetas predijeron un momento en que sería establecido un reinado mucho más íntimo que este ejercicio de soberanía en el mundo. Sería inaugurado por el Mesías. Estaría caracterizado por la justicia y la paz, se extendería a todo el mundo, y existiría para siempre. Consistía en una nueva vida y una nueva comunidad. La buena nueva era que ese reino se había acercado. Jesús no dijo que ya hubiera llegado, porque todavía no ha venido en plenitud. Sin embargo ya estaba presente, porque el tiempo se había cumplido, y él lo había inaugurado. Más aun, la gente podría ‘recibir’ o ‘entrar’ ahora al reino. La manera de hacerlo era mediante el arrepentimiento y la fe, es decir, rechazando decididamente todo lo que fuera pecado y entregándose por fe y compromiso a Jesús como Rey. La primera proclamación del evangelio establece un modelo para el verdadero evangelismo. Nosotros también debemos hacer una declaración (una cabal presentación de las buenas nuevas del Cristo crucificado, resucitado, y reinando), y entonces expresar un llamado a las personas para que se acerquen a él. La exposición y la exhortación se pertenecen esencialmente una a la otra.

Para continuar leyendo: Mateo 9.35–38

Enero 25 El manifiesto de Nazaret El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres. Lucas 4.18 Mateo y Marcos ubican la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret un poco más tarde en su ministerio. Pero Lucas la ubica intencionalmente muy al comienzo de este, porque lo interpreta como un anticipo profético tanto del mensaje de Jesús como del rechazo de parte de su propio pueblo. Jesús leyó los dos primeros versículos de Isaías 61 e inmediatamente declaró que Isaías estaba refiriéndose a su persona. ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros’ (Lucas 4.21). Él era el Mesías, el ungido, el que había sido enviado a traer liberación a cuatro tipos de personas: a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos. La pregunta crucial es si la condición de esos grupos es de índole espiritual o sociopolítica. Se dan diferentes respuestas. Algunos espiritualizan el evangelio, como si ofreciera solo salvación del pecado. Otros lo politizan, como si ofreciera solo libertad de la opresión. Pero ninguna de estas respuestas es satisfactoria, porque ninguna hace justicia al texto bíblico. Los que espiritualizan el mensaje olvidan que Jesús confraternizaba con los pobres, y quienes lo politizan no toman en cuenta que la palabra griega que significa ‘libertad’ (v. 18) también puede significar ‘perdón’. La única manera de resolver este dilema es decir que ambas verdades son correctas, ya que Jesús enseñó ambas. Los pobres, en el Antiguo Testamento, son tanto los pobres humildes que claman a Dios por misericordia como los pobres oprimidos que necesitan ser liberados. Más aun: ... el evangelio viene como buena noticia para ambos. Los espiritualmente pobres, quienes … se humillan delante de Dios, reciben por fe el regalo gratuito de la salvación… Los materialmente pobres e impotentes encuentran además una nueva dignidad por ser hijos e hijas de Dios, y encuentran el amor de los hermanos y las hermanas, quienes luchan junto con ellos para que sean liberados de todo lo que los degrada y los oprime.[1] Lo que es verdad acerca de los pobres (tanto material como espiritualmente) también es verdad respecto a los cautivos, a los ciegos, y a los oprimidos. También para ellos el evangelio es la buena noticia en ambos sentidos. Para continuar leyendo: Lucas 4.14–21

Enero 26 El ministerio de sanidad Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Mateo 4.23 Los escritores de los Evangelios describen el ministerio de Jesús en tres facetas: enseñanza, predicación y sanidad. La enseñanza y la predicación no son difíciles de entender o de imitar, pero ¿cómo debemos entender el ministerio de sanidad? Quizás el punto de partida sea declarar que la creación de Dios es buena. Es decir, la enfermedad no era parte de su intención original para el mundo, y no lo será en sus propósitos ulteriores tampoco. En la nueva creación no habrá enfermedad, ni dolor, ni muerte ni lágrimas (Apocalipsis 21.4). Dado que la enfermedad y la muerte son intrusos ajenos al buen mundo de Dios, los médicos y los enfermeros están en guerra contra ellas. Más aun, toda sanidad es sanidad divina, ya que Dios ha puesto en el cuerpo humano procesos terapéuticos asombrosos. Por ejemplo, apenas aparece la infección los anticuerpos aparecen para combatirla. Esa es la convicción que condujo a Ambroise Paré, el médico hugonote, a decir: ‘Yo atendí la herida, pero Dios la sanó’. Las palabras están grabadas en una pared de la Facultad de Medicina en París. Los Evangelios dejan en claro, sin embargo, que el ministerio de sanidad que llevó a cabo Jesús era de otra índole. Lo mismo que cambiar el agua en vino, multiplicar los panes y los peces, y caminar sobre las aguas, las sanidades realizadas por Jesús eran demostraciones sobrenaturales del reino de Dios. Cuando procuramos entenderlas, debemos ser sabios y evitar los extremos opuestos. Por un lado, sería absurdo pretender atarle las manos al Creador y declarar que los milagros no ocurren ni pueden ocurrir hoy. Por otro lado, no tenemos la libertad de decir (como algunos lo hacen) que los milagros son algo normal en la vida cristiana. Cualquiera sea la manera en que definamos un milagro, sin duda no pertenecen al orden de lo normal sino de lo anormal o excepcional. Si nos declaramos capaces de sanar como lo hacía Jesús, también debemos recordar que él sanaba sin echar mano a recursos médicos o quirúrgicos, lo hacía sin demora, en forma inmediata, completa, permanente y sin remisión, y que hasta los testigos hostiles debían reconocer: ‘no lo podemos negar’ (Hechos 4.16).

Para continuar leyendo: Hechos 4.8–16

Enero 27 La vida de oración del Señor Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Marcos 1.35 Sin duda el triple ministerio de Jesús fue muy demandante. Marcos relata un día típico en Capernaum. Comenzó con la enseñanza, y sus oyentes quedaron maravillados por la autoridad con la que hablaba. Las noticias sobre su persona se difundieron rápidamente por toda la región de Galilea, de modo que la gente se acercó en masa para recibir enseñanza y sanidad. Esa noche, después de la puesta del sol, cuando ya estaba más fresco y quizás hubiera querido disfrutar de una comida y algo de descanso, ‘toda la ciudad se agolpó a la puerta’ (v. 33), y entonces sanó a los enfermos. Esta labor seguramente era agotadora. Y lo más agotador de todo era la confrontación con los malos espíritus. El reino de Dios había llegado; el diablo no se retiraría sin presentar batalla. Me pregunto a qué hora se habrá ido Jesús a dormir aquella noche. Lo único que se nos dice es que después de este ajetreado día de servicio, él necesitaba refrigerio físico y espiritual. De modo que muy temprano por la mañana Jesús se levantó y salió a un lugar solitario para orar. Lucas es el evangelista que más interés demostró en este aspecto del comportamiento de Jesús. Menciona unas diez ocasiones concretas cuando Jesús oró, varias de las cuales no tienen paralelo en los otros Evangelios. Por supuesto, Jesús conocía versículos del Antiguo Testamento, tales como Isaías 40.31: ‘los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas’. Él buscaba renovarse mediante la oración. También sabemos lo íntima que era la relación con su Padre por el uso que hace del diminutivo arameo al dirigirse a él como Abba ‘Papá’, ‘Papito’. El fallecido profesor Joachim Jeremias escribió: ‘En ningún lugar de la literatura de oración del antiguo judaísmo … aparece esta invocación de Dios como Abba … En cambio, Jesús siempre la usaba al orar’.[2] Renovado y restablecido por medio de la oración, Jesús regresaba a las presiones de su atareado ministerio. Fue este ritmo en el que alternaba oración y servicio, renovación y compromiso, lo que le permitió a Jesús resistir las tensiones del ministerio. Y si él lo necesitaba, ¿cuánto más nosotros? Para continuar leyendo: Marcos 1.21–39

Enero 28 El llamado de Los Doce [Jesús] llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles. Lucas 6.13 Según el relato de Lucas, la elección y el llamado que Jesús hizo a Los Doce tuvo lugar después de pasar una noche entera en oración. Evidentemente sabía que estaba por hacer una decisión de suma importancia, porque Los Doce tendrían un papel especial en el futuro. Vale la pena destacar dos conceptos. Primero, Jesús eligió doce. Ya tenía un número importante de seguidores o ‘discípulos’. Pero de entre este grupo amplio eligió a doce. No cabe duda de que veía a los apóstoles como equivalentes a las doce tribus de Israel. Él y los apóstoles formarían el núcleo de una nueva y purificada Israel. El rasgo más notable de la lista de apóstoles es su extraordinaria diversidad. Un ejemplo dramático es que en este equipo apostólico eran compañeros Mateo, el cobrador de impuestos (considerados traidores) y Simón zelote (un nacionalista radical). Quizás Jesús eligió en forma deliberada a hombres culturalmente diferentes como sus apóstoles, a fin de anticipar la diversidad que siempre habría de caracterizar a su comunidad. Segundo, Jesús los designó como apóstoles o ‘enviados’. Necesitamos tener presente el doble trasfondo de esta palabra. Así como Jehová había enviado a sus profetas, de la misma manera Jesús enviaba ahora a sus apóstoles. Por otro lado, el uso que hacía el judaísmo rabínico del término ‘enviados’ se aplicaba al shaliach, aquel que era enviado por el sanedrín como maestro. De estos se decía que ‘alguien enviado por otra persona era como la persona misma’. Es decir, llevaba consigo la autoridad del que lo envió. Es en este sentido que más adelante Jesús dijo a los Doce: ‘El que a vosotros recibe, a mí me recibe’ (Mateo 10.40) y ‘El que a vosotros oye, a mí me oye’ (Lucas 10.16). A fin de equipar a los apóstoles para hablar en su nombre, Jesús los designó ‘para que estuviesen con él’ como testigos presenciales, para que escucharan sus palabras y vieran sus obras, y así pudieran dar testimonio de lo que habían visto y oído (Marcos 3.14; ver también Juan 15.27). Estas implicancias del apostolado tienen una influencia importante en la preparación del Nuevo Testamento.

Para continuar leyendo: Marcos 3.13–19

Enero 29 Enseñando con parábolas La parábola de la semilla que crece Un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Marcos 4.26–28 Jesús no solo era un maestro talentoso, sino que su recurso favorito y característico para la enseñanza era la parábola. La primera función de las parábolas de Jesús era ilustrar una verdad, especialmente con respecto al carácter, a los valores, a la venida del reino de Dios. En segundo lugar, tenían el propósito de sacudir a los oyentes para que tomaran alguna decisión. Si seguimos la cronología de Marcos, la parábola de la semilla que crece aparece como una de las primeras. En ese momento el reino era pequeño, estaba formado por unas pocas personas que habían escuchado a Jesús predicar el evangelio y que habían respondido a su invitación. De modo que esta breve parábola tenía el propósito de confirmar a sus seguidores y darles aliento cuando la expansión del reino les pareciera demasiado lenta. En algunos de sus aspectos importantes el reino crece de manera semejante a la que crece una planta. El sembrador dispersa la semilla, y a su debido tiempo, cuando el grano está maduro, toma la hoz y cosecha el grano. Pero entre la siembra y la cosecha no hace casi nada. Que duerma o que esté en pie no hace diferencia, porque sea como fuere el grano brota y crece. Como ocurre en la naturaleza, así ocurre en el reino de Dios. El reino ha crecido a lo largo de los años hasta alcanzar grandes proporciones, pero el principio del crecimiento sigue siendo el mismo. Primero, el reino crece irresistiblemente; nadie puede detener su crecimiento. Un poder escondido trabaja produciendo ‘primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga’ (v. 28). Segundo, el reino crece imperceptiblemente; no podemos ver lo que está ocurriendo. Continúa creciendo sea que lo observemos o no. Tercero, el reino crece espontáneamente; no podemos contribuir en nada al proceso escondido de crecimiento. La tierra produce grano ‘por sí sola’ (v. 28, nvi). La palabra griega aquí es automatē. Por supuesto, no significa que el proceso sea literalmente automático, porque lo que da crecimiento al reino es la operación secreta del Espíritu Santo. El trabajo es de él, no de nosotros. Para continuar leyendo: Marcos 4.26–29

Enero 30 La parábola del sembrador El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó [en diferentes suelos] … Hablando estas cosas, decía [Jesús] a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga. Lucas 8.5, 8 No es difícil imaginar a un labrador palestino del siglo i en la época de la siembra. Recorre arriba y abajo su campo, con una canasta calzada sobre la cadera izquierda, dispersando rítmicamente la semilla con su vigoroso brazo derecho. A esta parábola, Jesús le agregó tanto su propia explicación como su proverbio interpretativo: ‘El que tiene oídos para oír, oiga’. Porque Jesús estaba describiendo su propio ministerio de enseñanza, ya que difundía la semilla de Palabra de Dios y se encontraba con distintos tipos de recepción. Sus enemigos (el diablo) eran como las aves que arrebataban la semilla, el sol la quemaba (tentaciones y tribulaciones), y las espinas la ahogaban (las riquezas y la vida de este mundo). Pero el mensaje de esta parábola no termina allí. Tiene un patrón nítido. Cuatro veces leemos que parte de la semilla cayó, lo cual significa (otra vez, cuatro veces) que los cuatro grupos oyeron la Palabra de Dios (v. 11). La pregunta esencial, entonces, es qué hicieron cuando la oyeron. ¿Cómo la recibieron? Algunos no reciben la Palabra en absoluto. Nunca atraviesa sus barreras. Tienen la mente cerrada y el corazón endurecido. Son extremadamente vulnerables al diablo. Otros le dan una recepción superficial. Es verdad que al principio la reciben con entusiasmo. Durante un lapso breve parecen creyentes. Pero la semilla no echa raíces; el suelo es pedregoso. En consecuencia, cuando aumenta el calor del sol (las tentaciones y la persecución), su vida espiritual se marchita. Otros tienen una actitud ambivalente hacia la Palabra. La reciben, pero también reciben otras cosas; no pueden discernir entre lo mundano y lo piadoso. Se sienten orgullosos de ser abiertos, tan abiertos que no pueden impedir que algo entre en su mente y tampoco logran retener nada en ella. Finalmente los negocios, los placeres, las riquezas actúan como las espinas y ahogan la vida espiritual. Pero otros reciben la Palabra de todo corazón. La retienen con firmeza y perseveran. Le dan lugar prioritario. La cuidan. Y entonces lleva fruto.

Para continuar leyendo: Lucas 8.4–18

Enero 31 La parábola del trigo y la cizaña Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega. Mateo 13.30 Esta parábola nos acerca al extraño fenómeno conocido como ‘cristianismo nominal’. Es decir, es posible ser cristiano solo de nombre, pero no serlo de corazón; serlo en apariencia pero no ser auténtico. La historia es clara. Había dos sembradores, uno de ellos es el labrador y el otro su enemigo. Hay dos cultivos, uno de trigo y otro de malezas. Y habrá dos cosechas, porque las malezas serán quemadas y el trigo será atesorado. Pero a lo largo de la parábola es el mismo campo el que se considera. La parábola enseña tres lecciones. Primero, que la iglesia es una comunidad mezclada. Así como el campo tenía tanto trigo como malezas, la iglesia alberga tanto creyentes como incrédulos. Algunos niegan esto. Señalan el versículo 38, donde Jesús dice que ‘El campo es el mundo’. Pero en realidad el enemigo sembró malezas ‘entre el trigo’ (v. 25), no en un campo diferente, y cuando llegue el fin los que hicieron lo malo serán reunidos y quitados del reino, es decir, de la comunidad que reconoce a Jesús como Rey. De modo que la iglesia tiene entre sus miembros algunos verdaderos y otros falsos. Esto justifica la diferencia que se hace entre la iglesia visible (todos los miembros bautizados) y la iglesia invisible (los que de verdad pertenecen a Jesucristo). Segundo, el diablo está activo en la iglesia. Estoy seguro de que algunos concurrentes a la iglesia ya no creen en el diablo. Pero Jesús sí creía, y eso debe ser suficiente para nosotros. El diablo se infiltra en la iglesia con sus agentes, quienes con frecuencia parecen creyentes genuinos. Porque las así llamadas malezas son cizaña, la cual, por lo menos en sus primeras etapas de crecimiento, casi no se diferencia del trigo. Tercero, la separación se hará cuando llegue el fin. Los falsos cristianos no podrán mantener su disfraz para siempre. El Día del Juicio los desenmascarará. Mientras tanto, no deberíamos intentar hacer la tarea que le corresponde a Dios, de tamizar y separar el grano. Aun así, esto no significa que la iglesia debe ser una comunidad absolutamente inclusiva en la que no haya oportunidad para la disciplina. Los herejes y los pecadores descarados deben ser disciplinados, pero no estamos en condiciones de leer el corazón de las personas y por lo tanto no debemos juzgar a quienes profesan y parecen ser creyentes auténticos. Para continuar leyendo: Mateo 13.24–30, 36–43

Febrero 1 Las tres parábolas sobre perdido y hallado, parte 1: El evangelio Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse. Lucas 15.24 Es probable que Lucas 15 se encuentre entre los capítulos más conocidos y más amados de la Biblia, porque contiene tres parábolas de algo que fue perdido y hallado: la oveja perdida, la moneda perdida, y el hijo perdido. Han sido interpretadas de diversas maneras, y en mi caso pondré énfasis sobre dos verdades. Hoy reflexionaremos sobre el evangelio y mañana sobre la misión. La parábola del hijo perdido nos da una vívida descripción sobre la condición humana perdida. Aquí encontramos la autobiografía de cualquier persona. Este hijo hizo una deliberada declaración de independencia. Exigir su herencia era lo mismo que desear que su padre estuviera muerto. Entonces, en el lejano país, su egocentrismo degeneró en autoindulgencia. Su estilo de vida se volvió extravagante e inmoral. Cuando vino el hambre, se hundió hasta el punto de trabajar alimentando cerdos (oficio detestable para los judíos). Nadie levantó un dedo para ayudarlo. Estaba quebrado, hambriento, y solo. Mientras tanto, el amor del padre nunca se había debilitado. Lo extrañaba y anhelaba su regreso. Esto es gracia, es decir, amor inmerecido y espontáneo. Algunos críticos liberales argumentan que en la parábola el padre no tomó riesgos y no sintió dolor. Los musulmanes dicen que el joven se salvó sin necesidad de un Salvador, porque la parábola enseña sobre el perdón sin expiación. Pero el doctor Kenneth Bailey, experto en la cultura del Medio Oriente, explica el significado de la parábola, en su libro The Cross and the Prodigal (La cruz y el hijo pródigo). Toda la aldea hubiera sabido que el hijo merecía ser castigado. Pero en lugar de aplicar sufrimiento a su hijo, el padre sufrió él mismo. Un hombre de su edad y posición siempre caminaría lentamente, con pasos dignos, y nunca hubiera corrido hacia ningún lugar. Lo vemos corriendo calle abajo, arriesgándose a ser el ridículo del pueblo, y tomando sobre sí la vergüenza y la humillación que le correspondía a su hijo. El gesto del padre de bajar y de salir hacia su encuentro apunta a la encarnación. El espectáculo humillante en las calles del pueblo insinúa el significado de la cruz.

Para continuar leyendo: Lucas 15.11–24

Febrero 2 Las tres parábolas de perdido y hallado, parte 2: La misión Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírle, y los fariseos … murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come. Lucas 15.1–2 Con demasiada frecuencia se pasa por alto el comentario editorial del propio Lucas sobre el contexto en el que se narran estas tres parábolas. Los cobradores de impuestos eran despreciados tanto por el hecho de que colaboraban con la odiada ocupación romana (y, en Galilea, porque trabajaban para Herodes Antipas) y porque en general eran culpables de extorsión. ‘Pecadores’, por otro lado, era el término abusivo que los fariseos aplicaban a la gente común que era ignorante respecto a la ley. Los fariseos discriminaban a los dos grupos. De modo que, cuando Jesús se relacionaba con ellos, se enfurecían. ‘Este a los pecadores recibe’ decían, horrorizados. Pero Lucas registra esta conducta de Jesús con aprobación y hasta con admiración. Así deberíamos reaccionar también nosotros. De hecho, las únicas personas a las que Jesús recibe son los pecadores. Si no lo hiciera, ¡no tendríamos esperanza! Jesús dijo estas tres parábolas sobre lo perdido y hallado a fin de destacar la radical diferencia entre su persona y los fariseos. Él recibía a los pecadores; ellos los desaprobaban y los rechazaban. Los fariseos tenían un concepto equivocado de la santidad. Pensaban que iban a contaminarse por el contacto, de modo que guardaban distancia. En cambio, Jesús confraternizaba libremente y hasta se lo consideraba ‘amigo de publicanos y de pecadores’ (Mateo 11.19). Si los fariseos veían que se acercaba una prostituta, recogían sus túnicas y se apartaban de ella, mientras que cuando una prostituta se acercaba a Jesús, en lugar de evitarla se mostraba dispuesto a aceptar su devoción. Debemos preguntarnos si nos parecemos a Jesús o a los fariseos, si evitamos el contacto con los pecadores o en cambio procuramos tenerlo. No es algo que debamos entender equivocadamente. El hecho de que Jesús recibiera a los pecadores no significa que pasara por alto sus pecados. Todo lo contrario, las tres parábolas terminan con una nota de arrepentimiento y celebración. Jesús rechazaba tanto el fariseísmo como la actitud de connivencia. Hay gozo en los cielos, dijo, por un solo pecador que se arrepiente. Porque ‘este a los pecadores recibe’, nosotros también debemos recibirlos. La misión auténtica es imposible si no lo hacemos. Para continuar leyendo: Lucas 15.1–10

Febrero 3 La parábola del fariseo y el recaudador de impuestos Os digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio, no. Lucas 18.14, blp Justificación es un término legal, opuesto al término condenación. A los jueces se les instruía en el Antiguo Testamento a justificar al inocente y condenar al culpable. Por eso podemos imaginar la indignación de los fariseos cuando Jesús declaró justificado al publicano pecador y en cambio condenó al recto fariseo. ¿Se atrevía Jesús a adjudicarle a Dios un acto que él mismo había prohibido a los jueces terrenales? Los dos actores en la parábola subieron al templo a orar. Pero ahí terminan las semejanzas y comienzan las diferencias. En primer lugar, tenían una opinión totalmente diferente sobre sí mismos. El fariseo no ahorró expresiones para destacarse a sí mismo. El cobrador de impuestos utilizó el pronombre ‘mí’ una sola vez, pero en sentido de autoacusación: ‘Dios, sé propicio a mí, pecador’ (v. 13). Este es el lenguaje de la auténtica penitencia. Además, la diferente opinión que tenían sobre sí mismos se reflejaba en la postura adoptada. Ambos estaban de pie (como era costumbre en los judíos). Pero el fariseo estaba erguido, en actitud orgullosa, ostentadora, interesado en sí mismo, en tanto que el cobrador de impuestos ‘se mantenía a distancia’ (v. 13, blp), con la mirada baja, golpeándose el pecho. Además, muestran una diferente base de confianza por la cual Dios habrá de aceptarlos. El fariseo confía en sí mismo porque se considera justo, en tanto que el publicano confía solamente en la misericordia de Dios. El arzobispo Thomas Cranmer, en el servicio de comunión que dio en 1552, nos pone intencionalmente en el lugar que nos corresponde, es decir, junto al cobrador de impuestos, ‘donde no pesamos nuestros méritos sino que recibimos por medio de Jesucristo el perdón de nuestras ofensas’, declarando que no pretendemos acercarnos a la mesa del Señor confiando en nuestra propia justicia sino en su ‘multiforme misericordia’. Esta oración de humilde acceso a la presencia de Dios será por siempre el lenguaje del verdadero penitente.

Para continuar leyendo: Lucas 18.9 –14

Febrero 4 La parábola del buen samaritano Amarás … a tu prójimo como a ti mismo. Lucas 10.27, blp Esta parábola ha sido universalmente admirada y se ha interpretado de variadas maneras. Por ejemplo, muchos comentaristas antiguos y modernos, el más famoso de los cuales fue Agustín, la han considerado como una alegoría de nuestra redención. El Buen Samaritano es Jesús nuestro Redentor, quien nos encuentra medio muertos, limpia nuestras heridas, nos entrega a la Iglesia (la posada), le da al posadero dos monedas de plata (los sacramentos), y promete regresar. Se trata de una construcción ingeniosa, y por lo menos es verdad que podemos ver al Buen Samaritano como una figura del amor redentor. Pero no tenemos libertad para alegorizar cada detalle de la historia. Más bien, la parábola arroja luz sobre lo que significa ‘Ama a tu prójimo’. En primer lugar, la parábola es una ilustración del amor. En sentido negativo, Moisés dio ejemplos de la manera en que, si verdaderamente amamos a nuestro prójimo, no seremos insensibles hacia el pobre, no explotaremos a los trabajadores en su salario, no haremos daño al sordo ni al ciego, no pervertiremos la justicia, no usaremos pesas ni medidas falsas en nuestros negocios, no mantendremos rencor ni tomaremos venganza, porque todas estas conductas son incompatibles con el mandato ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (ver Levítico 19.18). En sentido positivo, debemos procurar el mayor bienestar de nuestro prójimo. En segundo lugar, esta parábola da una definición del prójimo. De entre todas las personas, fue un samaritano, el menos esperado, quien vino en rescate de la víctima de los asaltantes. Los samaritanos eran odiados por los judíos porque los consideraban descastados en sentido racial y religioso. Sin embargo, aquí vemos a un samaritano haciendo lo que ningún judío soñaría siquiera en hacer por un samaritano. El amor sincero al prójimo es recíproco. Define a la vez quiénes son los prójimos a los que debemos servir y en qué consistirá ser un prójimo para ellos. Aunque ya casi no quedan samaritanos en el mundo contemporáneo, hay muchas personas a las que nos sentimos tentados a despreciar y rechazar. Estoy pensando en personas de otra raza, otro color, otra cultura; los homosexuales son víctimas de la homofobia, igual que personas de otra religión, como los musulmanes. La parábola de Jesús nos desafía a superar todos esos prejuicios raciales, sociales, de género y religiosos. No estoy insinuando que hagamos concesiones en nuestras convicciones cristianas y morales, sino que no permitamos que estas nos impidan amar de manera concreta a nuestro prójimo. Esto es lo que significa para nosotros la conclusión ‘Ve, y haz tú lo mismo’ (v. 37). Para continuar leyendo: Lucas 10.25–37

El Sermón del Monte Febrero 5 Las bienaventuranzas Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Mateo 5.3 La esencia de este sermón (más parecido a un conjunto de enseñanzas que a una sola prédica) es que Cristo llamaba a sus seguidores a ser diferentes de todas las demás personas. Su reino debe ser una contracultura, exhibir un conjunto completamente diferente de valores y de pautas. Jesús concluye con el radical desafío de que elijamos su camino. Jesús no llama a algunos a ser humildes y a otros a ser misericordiosos. No. Sus seguidores deben caracterizarse por las ocho bienaventuranzas, igual que por los nueve frutos del Espíritu. Segundo, él no está dando una receta para la salud mental. Es verdad que la expresión makarios (‘bienaventurados’) puede significar ‘felices’, pero Jesús no se refiere a cómo nos sentimos sino a lo que Dios piensa y evalúa. Tercero, él no está predicando la salvación por buenas obras sino enseñando de qué manera deben vivir los que ya han vuelto a nacer mediante el Espíritu. Los pobres en espíritu son aquellos que reconocen que están en bancarrota espiritual: ‘No tengo nada que ofrecer, sólo puedo aferrarme a tu cruz’. Los que sufren, aunque no por haber perdido su propia integridad y respeto, se sienten consolados por el perdón de Dios. Los humildes son los que están dispuestos a que los demás piensen acerca de ellos lo que ellos mismos piensan que son. La próxima etapa es que sienten hambre y sed de justicia: a quienes pertenecen a Dios los caracteriza una intensa hambre espiritual. Esas cuatro primeras bienaventuranzas se refieren a nuestra relación con Dios, y las cuatro siguientes a nuestra relación con los demás. Ya que el Señor es misericordioso, quienes pertenecemos a él también debemos ser bondadosos y serviciales con cualquier persona que lo necesite. Son bienaventurados los de corazón puro, es decir, son completamente sinceros. Los cristianos también deben ser pacificadores. Entonces serán llamados hijos e hijas de Dios, ya que su Padre es el supremo pacificador, quien a un alto precio hizo la paz con nosotros por medio de la muerte de su Hijo (Colosenses 1.20). La octava bienaventuranza se dirige hacia quienes son perseguidos por causa de la justicia. Hoy está aumentando la persecución de los cristianos en diversas culturas. Este es un aspecto de nuestro llamado cristiano, tal como enseñó Jesús, y nos incluye en una noble descendencia, ya que los profetas fueron perseguidos también antes que nosotros.

Para continuar leyendo: Mateo 5.1–12

Febrero 6 Sal y luz Vosotros sois la sal de la tierra … Vosotros sois la luz del mundo … Así alumbre vuestra luz delante de los hombres. Mateo 5.13–14, 16 La sal y la luz son dos de los elementos más comunes en una casa. Seguramente Jesús habrá observado a su madre usar con frecuencia la sal en la cocina. En aquellos días, antes de los recursos de la refrigeración, la sal se usaba especialmente con fines de preservación y de asepsia. María dejaba el pescado y la carne empapados en agua salada. Y por supuesto, debía encender las lámparas cuando bajaba el sol. Estas son las imágenes que Jesús eligió para indicar la clase de influencia que esperaba que sus seguidores ejercieran en el mundo. ¿Qué quiso decir? ¿Qué podemos legítimamente deducir de su elección de las metáforas? Sugiero que estaba enseñando cuatro verdades. En primer lugar, los cristianos son radicalmente diferentes de los no cristianos. Por un lado, tenemos el mundo; del otro lado, a aquellos que debemos ser luz en un mundo oscuro. Y además, el mundo se parece a la carne o el pescado que se pudren, pero nosotros debemos ser sal y prevenir la descomposición social. Las dos comunidades son tan diferentes entre sí como lo son la luz de la oscuridad y la sal de la descomposición. En segundo lugar, los cristianos deben penetrar la sociedad no cristiana. Aunque son diferentes en sentido espiritual y moral, no deben segregarse. Una lámpara no sirve si se guarda en un armario, y la sal no sirve si queda en el salero. La luz debe alumbrar en la oscuridad; y la sal debe penetrar en la carne. Ambos modelos ilustran el proceso de penetración. Tercero, los cristianos pueden influenciar y modificar a la sociedad no cristiana. La sal y la luz son, ambas, elementos eficaces. Modifican su ambiente. Cuando la sal entra en la carne, algo ocurre; se impide la descomposición por bacterias. De manera similar, cuando se enciende la luz, algo ocurre; se disipa la oscuridad. Los cristianos influyen en el nivel individual; también pueden transformar a las sociedades. Por supuesto, no podemos alcanzar una sociedad perfecta, pero sí podemos mejorarla. La historia está llena de ejemplos de mejoramiento social logrados por la influencia cristiana. En cuarto lugar, los cristianos deben mantener sus cualidades distintivas. La sal debe retener su salinidad; de lo contrario será inútil. La luz debe mantener su brillo; de lo contrario no podrá disipar la oscuridad. ¿Cuáles son nuestros rasgos cristianos distintivos? El resto del Sermón del Monte nos lo dice. Para continuar leyendo: Mateo 5.13–16

Febrero 7 Cristo y la ley No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Mateo 5.17 La gente se sentía impresionada por la autoridad de Jesús. ‘¿Qué es esto?’ se preguntaban. ‘¡Una nueva enseñanza!’. En particular, se preguntaban qué relación había entre su autoridad y la autoridad de la ley de Moisés. A este interrogante, explícito o no, Jesús dio ahora una respuesta contundente. Él no había venido a abolir el Antiguo Testamento sino a cumplirlo, es decir, a alcanzar su plenitud, a obedecerlo, y a darle su verdadero significado, porque tiene validez permanente. En consecuencia, la grandeza en el reino de Dios se mide en relación con la obediencia a la ley. Jesús continuó: ‘si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’ (v. 20). Al escuchar esto, los discípulos se habrán sentido confundidos, porque los escribas y los fariseos eran las personas más piadosas de la Tierra. Como hemos visto, habían calculado que el Antiguo Testamento contenía 248 mandamientos y 365 permisos, y sostenían que ellos los cumplían a todos. ¿Cómo podían los discípulos ser más justos que las personas más justas de la Tierra? No es difícil resolver este acertijo. La justicia cristiana es mayor que la justicia farisaica porque es más profunda: es una justicia que nace del corazón. Lo que queda de Mateo 5 consiste en seis párrafos paralelos, cada uno de los cuales contiene lo que llamamos antítesis, introducida por la frase ‘Oísteis que fue dicho… Pero yo os digo’. ¿Con quién se está contrastando Jesús? Muchos comentaristas han sostenido que Jesús está colocándose en contra de Moisés. Pero no es así en absoluto, por lo menos por dos razones. La primera es que la fórmula que Jesús usaba cuando citaba las Escrituras era ‘Escrito está’, y su expresión ‘fue dicho’ hacía referencia a la tradición oral, no a la Palabra escrita. La segunda razón es que Jesús acababa de confirmar en términos inequívocos la autoridad perdurable de las Escrituras (vv. 17–18); es inconcebible que inmediatamente después hubiera contradicho las Escrituras y de esa manera se hubiera contradicho a sí mismo. Como veremos mañana, Jesús respaldó las Escrituras, insistió en la autoridad que tenían, y les dio su verdadero significado.

Para continuar leyendo: Mateo 5.17–20

Febrero 8 Las seis antítesis Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Mateo 5.43–44 Ayer vimos que lo que Jesús estaba contradiciendo en las seis antítesis de Mateo 5 no era la Escritura sino la tradición. Las seis antítesis son variaciones sobre el mismo tema. Debido a que los escribas y los fariseos encontraban pesado el cumplimiento de la ley, trataban de reducir sus desafíos aliviando sus exigencias y haciendo más flexibles sus pautas. De esta manera hacían de la ley algo más manejable. Tomemos la quinta y sexta de estas antítesis a modo de ejemplo. Esta es la quinta: ‘Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo’ (vv. 38–39). Ojo por ojo era la instrucción que se les había dado a los jueces de Israel. Expresaba la ley del talión, el principio de que la máxima sentencia era una retribución exacta y justa. Pero los escribas y los fariseos extendieron este principio de la corte judicial (donde pertenecía) al ámbito de las relaciones personales (donde no pertenecía). Lo usaron para justificar la venganza, algo que la ley prohibía de manera explícita. Ahora consideremos la sexta antítesis: ‘Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos’ (vv. 43–44). La manera en que los escribas citaban esta norma era una escandalosa distorsión de las Escrituras, porque al mandamiento de amar a nuestro prójimo le agregaban un mandamiento paralelo de odiar al enemigo, algo que no estaba presente en el texto del Antiguo Testamento. Los maestros de la ley se preguntaban quién era el prójimo al que estaban obligados a amar. Se respondían diciendo que el prójimo era el igual a ellos en raza y religión. Si el mandato era que debían amar solamente al prójimo, esto equivalía a darles permiso para odiar al enemigo. Pero Jesús condenó por completo su casuística. En el léxico de Dios, insistió Jesús, nuestro prójimo incluye a nuestro enemigo. Si amamos solamente a quien nos ama, no somos mejores que los incrédulos. En cambio, si amamos a nuestros enemigos será evidente que somos hijos de nuestro Padre celestial, ya que su amor no hace discriminación, y él da la lluvia y el sol a todas las personas por igual. Alfred Plummer sintetizó las opciones: Devolver mal por bien es diabólico. Devolver bien por bien es humano. Devolver bien por mal es divino. Para continuar leyendo: Mateo 5.43–48

Febrero 9 Las prácticas religiosas Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos. Mateo 6.1 Jesús daba por sentado que sus discípulos se comprometerían en las prácticas de ofrendar, orar, y ayunar. Este conjunto de obligaciones religiosas expresa nuestro deber hacia Dios (la oración), hacia otros (la ofrenda), y hacia nosotros mismos (el ayuno). Los tres párrafos al comienzo de Mateo 6 siguen un mismo patrón. Mediante imágenes vívidas y llenas de humor, Jesús describe a los hipócritas, quienes practican su piedad delante de los hombres con la intención de ser aplaudidos. Dice Jesús que con eso han recibido toda su recompensa, es decir, el aplauso por el que están ansiosos. Deberían practicar la piedad en secreto, porque entonces su Padre celestial, que ve en lo secreto, será quien los recompense. El primer ejemplo que da Jesús es el de la ofrenda. Pinta a un pomposo fariseo que se encamina a hacer una donación. Delante de él marchan los trompetistas, interpretando una fanfarria para convocar a una audiencia. El hipócrita es un actor entregado a una representación teatral. En cambio, dice Jesús, no dejes que tu mano izquierda sepa lo que está haciendo tu derecha. Es decir, no debemos sentirnos especiales porque ofrendamos, ni entretenernos en ello con un espíritu de autosatisfacción. El segundo ejemplo de Jesús es la oración. En lugar de hacer demostración debemos entrar en nuestra habitación, cerrar la puerta, y orar en secreto a nuestro Padre. Así como nada destruye tanto la oración como las miradas de reojo de los espectadores humanos, nada la enriquece tanto como la percepción de que es Dios quien nos observa. Nuestro Padre será quien nos recompense con lo que más anhelamos, esto es, el estar en su presencia. El tercer ejemplo es el ayuno, algo que Jesús daba por sentado que sus discípulos practicaban. La Biblia sugiere que el ayuno no debe ser una práctica aislada sino que debe estar asociada a veces con la penitencia, a veces con la autodisciplina, a veces con la preocupación por los que sufren hambre, y a veces con tiempos de oración por necesidades especiales. Es decir que cuando ayunamos nuestro aspecto no debe ser de aflicción ni debe desfigurar nuestro semblante sino que nuestro aspecto debe ser normal, de modo que nadie sospeche que estamos ayunando. El contraste es total. La piedad farisaica es ostentosa, está motivada por la vanidad, y recibe su premio de los hombres. La piedad cristiana es secreta, está motivada por la humildad, y recibe su premio de Dios.

Para continuar leyendo: Mateo 6.1–18

Febrero 10 Las ambiciones verdaderas y las falsas Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Mateo 6.33 Jesús contrasta lo que buscan los paganos y lo que deben buscar los cristianos en primer lugar. Lo que buscamos es aquello que es para nosotros el bien supremo al cual consagramos la vida. Se convierte en nuestra preocupación, en nuestra ambición. Jesús reduce las opciones a solo dos. Los paganos se obsesionan con su bienestar material (comida, bebida, vestimenta), en tanto que los cristianos deberíamos preocuparnos en primer lugar por el reino y la justicia de Dios, y por su difusión en todo el mundo. Jesús comienza por el aspecto negativo. En tres ocasiones repite la prohibición de afligirnos por las cosas materiales. No prohíbe el pensar o el anticipar, sino la ansiedad. La actitud ansiosa es incompatible con la fe cristiana. Si Dios se ocupa de nuestra vida y de nuestro cuerpo, ¿no podemos entonces confiar en que se ocupará de qué comeremos y qué vestiremos? Si Dios alimenta a las aves y viste a los lirios del campo, ¿no podemos confiar en que nos alimente y nos vista? Por otro lado, no debemos entender mal su enseñanza. En primer lugar, confiar en el Señor no nos exime de trabajar para ganarnos el sustento. ¿Cómo alimenta Dios a las aves? ¡La respuesta es que no lo hace! Jesús era un gran observador de la naturaleza. Sabía que las aves se alimentan a sí mismas. Es de manera indirecta que el Señor las alimenta, proveyéndoles con los recursos mediante los cuales se alimentan a sí mismas. En segundo lugar, confiar en él no nos exime de sufrir calamidades. Es verdad, ningún gorrión cae al suelo sin que nuestro Padre lo sepa. Pero los gorriones caen y se mueren. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Y con los aviones. En lugar de preocuparnos por las cosas materiales, los seguidores de Jesús debemos buscar primeramente el reino de Dios y su justicia. Buscar el reino de Dios es proclamar a Cristo como Rey, de manera que la gente esté dispuesta a someterse a su gobierno. Buscar la justicia de Dios es recordar que él ama a la justicia y odia el mal, y que aun fuera del círculo de su reinado le agrada más la justicia que la injusticia, la libertad más que la opresión, y la paz más que la violencia y la guerra. En esta doble ambición se combinan nuestras responsabilidades evangélicas y sociales, y la gloria de Dios se convierte en nuestro supremo interés. Para continuar leyendo: Mateo 6.25–34

Febrero 11 La elección fundamental No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Mateo 7.21 Al concluir el Sermón del Monte, Jesús pone delante de nosotros la elección fundamental entre la obediencia y la desobediencia. Esto, por supuesto, no significa que podemos salvarnos por el mérito de nuestra obediencia, sino que, si realmente hemos sido salvados, lo mostraremos por ella. En primer lugar, Jesús nos advierte contra el peligro de una mera profesión verbal (vv. 21–23). Por supuesto, es fundamental que haya una profesión de fe verbal. ‘Señor’ es el credo más temprano, más breve, y más simple de todos los credos cristianos. Pero si no se acompaña con la sumisión personal al señorío de Jesús, resulta inútil. Hasta podría ocurrir que en el día final escuchemos las terribles palabras de Jesús: ‘Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’ (v. 23). En segundo lugar, Jesús nos advierte contra el peligro del mero conocimiento intelectual. Mientras que el contraste en los versículos 21–23 era entre decir y hacer, ahora el contraste es entre escuchar y hacer (vv. 24–27). Luego Jesús ilustra la enseñanza con su bien conocida parábola de los dos constructores. Presenta a un hombre sabio que construyó su casa sobre la roca y a otro necio que no se molestó por hacer cimientos y construyó su casa sobre la arena. Mientras ambos construían, un observador casual tal vez no podría advertir ninguna diferencia, porque la diferencia estaba en los cimientos, que es la parte de la construcción que no se ve. Solo cuando se desató la tormenta y golpeó sobre ambas casas con gran ferocidad, entonces se manifestó la fatal diferencia. De la misma manera, los cristianos profesantes (tanto los genuinos como los espurios) se parecen entre sí. Ambos parecen estar construyendo una vida cristiana. Ambos escuchan la Palabra de Dios. Van a la iglesia, leen la Biblia, escuchan los sermones. Pero los cimientos profundos de su vida están ocultos. Solo la tormenta de la adversidad en esta vida y la tormenta del juicio en el último día revelarán quién es cada uno. El Sermón del Monte concluye con una nota solemne de elección radical. Solo hay dos caminos (el estrecho y el ancho) y solo hay dos cimientos (la roca y la arena). ¿Por cuál de los caminos estamos yendo? ¿Sobre qué cimiento estamos construyendo?

Para continuar leyendo: Mateo 7.13–29

Febrero 12 El Padre Nuestro (Mateo 6.7–15) La oración pagana Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Mateo 6.7 La hipocresía no es el único pecado que debe evitarse en la oración; otra falta son las ‘vanas repeticiones’ (v. 7) o las palabras vacías, dichas en forma mecánica. La primera es la necedad del fariseo; la segunda, del gentil o el pagano. La hipocresía pervierte el propósito de la oración (al desplazarla de la gloria de Dios a la glorificación personal); la verbosidad es la perversión de la naturaleza misma de la oración (degradándola de un acercamiento real y personal a Dios a un mero recitado de palabras). El verbo griego battalogeo se traduce alternativamente como ‘usar vanas repeticiones’, ‘amontonar frases vacías’, o ‘farfullar’. Este es el único lugar donde se usa, y nadie sabe con certeza lo que significa. Así como battarizo significa ‘tartamudear’, y barbaros aludía a un bárbaro, es decir alguien cuyo idioma los griegos no podían entender, del mismo modo battalogeo podría significar simplemente ‘farfullar’. ¿Qué era, entonces, lo que Jesús estaba prohibiendo hacer en la oración? No se refería al acto de repetir, ya que en Getsemaní él mismo repitió una y otra vez las mismas palabras, sino más bien a las plegarias que consisten en palabras sin sentido. Seguramente esto incluiría a las ruedas de oración con sus mantras, y a las banderas de oración. También se aplica a la repetición mecánica de un mantra en la meditación trascendental. La prohibición de Cristo también incluiría el uso del rosario, a menos que el pasar las cuentas fuera una ayuda genuina al acto del pensamiento en lugar de prescindir de él. ¿Y qué de las estructuras litúrgicas de adoración? ¿Son, por ejemplo, los anglicanos culpables de battalogia? Sí, algunos lo son, cuando la mente divaga. Aunque muchos pueden reconocer que el uso de formas establecidas nos ayuda en la concentración. En resumen, lo que Jesús prohíbe a los suyos es cualquier tipo de oración que se haga con la boca pero deje a la mente ausente. Los paganos pasan por la pantomima de la oración porque piensan que cuanto más digan tienen más probabilidad de ser oídos. ¡Qué concepto increíble! ¿Qué clase de Dios es este que se impresiona por la mecánica y las estadísticas de la oración? ‘No sean como ellos’, dice Jesús (v. 8). Jesús contrasta la manera pagana de locuacidad vacía con la manera cristiana de una comunión valiosa con Dios, e ilustra este contraste con la belleza y el equilibro de la oración del Señor, el Padre nuestro. Para continuar leyendo: Mateo 6.5–8

Febrero 13 La oración cristiana No os hagáis, pues, semejantes a ellos [los paganos]; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. Mateo 6.8 La razón por la cual los cristianos no debemos orar como los paganos es porque nosotros creemos en el Dios vivo y verdadero. No debemos hacer lo que ellos hacen porque no debemos pensar como ellos piensan. Todo lo contrario, ‘su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes de que se lo pidan’ (nvi). Él no ignora nuestras necesidades ni vacila en satisfacerlas. ¿Por qué, entonces, debemos orar? ¿Cuál es el sentido de la oración? Dejemos que Calvino responda a nuestras preguntas con su acostumbrada claridad: Los creyentes no oran con la intención de informar a Dios sobre cosas que le pudieran ser desconocidas, o para entusiasmarlo a que lleve a cabo su deber, o para urgirlo como si se mostrara renuente. Todo lo contrario, oran a fin de ser ellos mismos alentados a buscar a Dios, para que puedan poner en práctica la fe al meditar en sus promesas, para que se liberen de sus preocupaciones al derramarlas en su regazo; en una palabra, para que puedan declarar que de él y solo de él esperan todo lo bueno, tanto para ellos mismos como para otras personas. Si la oración de los fariseos era hipócrita, y la de los paganos era mecánica, entonces la de los creyentes debe ser auténtica: sincera en lugar de hipócrita, reflexiva en lugar de mecánica. La así llamada Oración del Señor o Padre Nuestro fue pronunciada por Jesús como modelo de cómo debe verse la oración cristiana genuina. Según Mateo, la dio como un modelo a copiar (‘Vosotros debéis orar así’ [v. 9, blp]); según Lucas, como un esquema para seguir (‘Cuando oréis, decid …’ [Lucas 11.2]). Por cierto, podemos usar esta oración de las dos maneras. Jesús nos enseñó a dirigirnos al Señor como ‘Padre nuestro que estás en los cielos’ (v. 9). En primer lugar esto implica que es un Dios personal. Es posible que, en la bien conocida expresión de C. S. Lewis, [Dios] sea ‘más que la suma de atributos de la personalidad’, pero sin duda no es menos que ella. En segundo lugar, es un Dios amoroso. No es la clase de padre de la que a veces oímos —un autoritario, o un alcohólico o un ‘don juan’— sino uno que cumple los ideales de la paternidad, brindando cuidado amoroso a sus hijos. En tercer lugar, es un Dios poderoso. Lo que su amor ofrece, su poder es capaz de realizar. Siempre es sabio que, antes de orar, pasemos tiempo recordando quién es aquel ante quien nos presentamos. Para continuar leyendo: Mateo 6.7–13

Febrero 14 Interés por la gloria de Dios Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. Mateo 6.9–10 El Padre Nuestro contiene seis peticiones. Las tres primeras se relacionan con la gloria de Dios (su nombre, su reino, y su voluntad), en tanto que las tres siguientes se relacionan con nosotros y nuestras necesidades (de alimento cotidiano, de perdón y de liberación). Reconocemos una prioridad similar en los Diez Mandamientos, donde los cinco primeros se aplican a nuestra obligación hacia Dios y los cinco que siguen a nuestra obligación hacia el prójimo. Hoy dedicaremos nuestra atención a la gloria de Dios en relación con su nombre, su reino, y su voluntad. Un nombre representa a su portador, a su naturaleza, su carácter, y su actividad. El ‘nombre’ de Dios es Dios mismo tal como se ha revelado. Su nombre es santo porque está por encima de todo otro nombre. Sin embargo oramos pidiendo que sea exaltado, es decir, que se le dé el honor que le corresponde en nuestra vida, en la Iglesia, y en el mundo. El reino de Dios es un reino soberano, no tanto en cuanto a su condición de soberanía absoluta sobre la creación y la historia, sino en cuanto a que irrumpió en el mundo en Jesús. Orar para que venga su reino es a la vez pedir que crezca, a medida que por el testimonio de la Iglesia las personas se someten a Jesús, y que se consuma en su plenitud cuando él regrese en gloria. Dado que la voluntad del Señor es la voluntad de aquel que es perfecto en conocimiento, en amor y en poder, es necio resistirla, en tanto que es sabio discernirla, desearla y cumplirla. Necesitamos orar que la voluntad de Dios se haga en la Tierra como se hace en el cielo. Es comparativamente fácil repetir las palabras del Padre Nuestro como loro, recitarlas como una ‘cotorra’ pagana. En cambio, orarlas con sinceridad tiene consecuencias revolucionarias. Nuestro nombre pequeño, nuestro gobierno y nuestra voluntad particular dejan de ser nuestra prioridad, para darle ese lugar al avance del nombre, el reino y la voluntad de Dios. Saber si podemos orar estas peticiones con honestidad es una aguda prueba de la autenticidad y la profundidad de nuestra profesión de fe cristiana. Para continuar leyendo: Efesios 1.3–14

Febrero 15 Danos hoy el pan cotidiano No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario. Proverbios 30.8 En la segunda mitad del Padre Nuestro el adjetivo posesivo pasa del ‘tu’ al ‘nuestro’, ya que nos volvemos de los asuntos de Dios a los nuestros. Después de haber expresado nuestro ardiente interés por la gloria de Dios, ahora expresamos nuestra humilde dependencia de su gracia. Aunque nuestras necesidades personales han sido relegadas a un segundo plano, no han quedado eliminadas. Dejar de mencionarlas en nuestras oraciones, con el argumento de que no queremos molestar al Señor con esas trivialidades, es un error tan grande como el de permitir que dominen nuestras plegarias. Algunos de los primeros comentaristas no podían aceptar que Dios hubiera establecido que nuestra primera petición se refiriera al pan material. Les parecía inapropiado, y en consecuencia alegorizaron la petición. Los primeros Padres de la iglesia, como Tertuliano, Cipriano, y Agustino pensaban que la referencia era ya sea al pan invisible de la Palabra de Dios (Agustín) o al pan sacramental de la Santa Comunión. Debemos ser agradecidos de la comprensión más maravillosa y realista que tuvieron los Reformadores. Calvino consideró que aquella espiritualización era ‘un tremendo absurdo’. Lutero escribió que el pan era un símbolo de ‘todo lo necesario para la preservación de la vida, tales como el alimento, la salud física, el buen clima, la vivienda, el hogar, una esposa, hijos, un buen gobierno, y la paz’. Por supuesto, pedir que Dios nos dé estas cosas no significa negar que la mayoría de las personas tiene que ganarse el sustento o que se nos manda a alimentar a los hambrientos. Más bien, se trata de una expresión de nuestra dependencia última del Señor, quien por lo general utiliza los medios terrenales de producción y de distribución y por medio de ellos cumple sus propósitos. Es evidente que Jesús quería que sus seguidores fueran conscientes de la dependencia cotidiana. El adjetivo griego epiousios en la frase ‘el pan nuestro de cada día’ era tan completamente desconocido para los antiguos que Orígenes pensó que los evangelistas habían acuñado el término. Ya sea que signifique ‘para hoy’ o ‘para el siguiente día’, es una plegaria respecto al futuro inmediato. Debemos vivir un día a la vez. Dar gracias antes de comer es un gesto que lo reconoce, y es un valioso hábito cristiano.

Para continuar leyendo: Deuteronomio 26.1–11

Febrero 16 Perdona nuestros pecados Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Mateo 6.12 Marghanita Laski, la conocida novelista y crítica inglesa del siglo xx, no ocultaba su convicción atea. Pero un día, en un sorprendente momento de candor en la televisión, soltó impulsivamente: ‘Lo que más envidio de ustedes los cristianos es el perdón; yo no tengo quién me perdone’. Tenía razón. El perdón está en el corazón del evangelio. Más aun, es tan indispensable a la vida y a la salud del alma como lo es la comida para el cuerpo. La petición en el Padre Nuestro es que perdone ‘nuestras deudas’ (‘perdónanos el mal que hacemos’, blp). El pecado se compara con una deuda porque merece ser sancionada, y porque cuando Dios nos perdona remite la penalidad y suspende el cargo contra nosotros. El agregado de las palabras ‘como también nosotros perdonamos a nuestros deudores’ (‘como también nosotros perdonamos a quienes nos hacen mal’, blp) se enfatiza en los versículos 14 y 15, a continuación de la oración, donde se establece que nuestro Padre nos perdonará siempre que nosotros hayamos perdonado a otros, pero no nos perdonará si nos negamos a perdonar a otros. Obviamente esto no significa que al perdonar a otros alcanzamos el mérito de ser perdonados. Más bien significa que el Señor solo perdona a la persona arrepentida, y una de las principales evidencias del verdadero arrepentimiento es un espíritu perdonador. Una vez que nos han abierto los ojos a la enormidad de nuestra ofensa contra Dios, las ofensas que otros nos hayan hecho parecen en comparación insignificantes. Por el contrario, si tenemos una percepción exagerada de las ofensas de los demás, eso demuestra que hemos minimizado las propias. En la parábola del sirviente que no quiso perdonar, el elemento central es la disparidad entre la dimensión de las deudas. La conclusión de la parábola es: ‘toda aquella deuda te perdoné [que era enorme]… ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?’ (Mateo 18.32–33). Para continuar leyendo: Mateo 18.23–35

Febrero 17 Líbranos del mal Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Mateo 6.13 Las dos últimas peticiones en el Padre Nuestro son en realidad una. Es probable que debamos entenderlas como el aspecto negativo y positivo del mismo ruego. Pero ambos problemas nos confrontan. En primer lugar, la Biblia dice que Dios nunca nos tienta, ni puede hacerlo (Santiago 1.13). ¿Cuál es, entonces, el sentido de orar que no haga algo que ha prometido que nunca hará? Algunos responden a esta pregunta interpretando la palabra ‘tentación’ como ‘prueba’. Pero es mejor explicar el concepto uniendo las dos cláusulas en una sola oración: entender ‘no nos metas en tentación’ a la luz de ‘líbranos del mal’, e interpretar ‘mal’ como ‘el maligno’. Es decir, lo que está en perspectiva es el diablo, quien tienta a los hijos e hijas de Dios a pecar, y de quien necesitamos ser rescatados. En segundo lugar, la Biblia dice que las tentaciones y las pruebas son para nuestro bien (Santiago 1.2). Entonces, si son beneficiosas, ¿por qué pedir que seamos librados de ellas? La respuesta probable es que la oración signifique más bien que seamos capaces de vencer la tentación, más que la petición de ser librados de ella. Podríamos parafrasear así la oración: ‘No permitas que caigamos cuando seamos tentados, sino líbranos del maligno’. Repasando, entonces, podemos ver que las tres peticiones en el Padre Nuestro son bellamente integrales. En principio cubren todas nuestras necesidades humanas: las materiales (del pan diario), las espirituales (del perdón de nuestros pecados), y las morales (de la liberación del mal). Cuando pronunciamos esta oración estamos expresando nuestra humilde dependencia de Dios en todas las áreas de la vida. Además, un cristiano trinitario no puede sino reconocer en estas tres peticiones una velada alusión a las tres personas de la Trinidad, ya que es por medio de la providencia creadora del Padre que recibimos el pan de cada día, por medio de la muerte expiatoria del Hijo recibimos el perdón de los pecados, y por medio del poder del Espíritu Santo que vive en nosotros somos rescatados del maligno. Con razón algunos manuscritos antiguos (aunque no los mejores) concluyen con una doxología que atribuye el reino, el poder y la gloria a este Dios Trino a quien solo pertenecen.

Para continuar leyendo: 1 Juan 3.7–10

Febrero 18 Nuestra concepción de Dios Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Mateo 7.11 En el Padre Nuestro Jesús nos dio un modelo de la oración genuina, la oración cristiana, tan diferente de las plegarias de los fariseos y de los paganos. Por supuesto, uno podría recitar el Padre Nuestro con una actitud hipócrita o de manera mecánica, o aun ambos a la vez. Pero si le damos el sentido a lo que decimos, entonces el Padre Nuestro se convierte en la alternativa divina a las dos formas de oración falsa. El error del hipócrita es el egoísmo. Aun en sus plegarias está obsesionado con su propia imagen y con la manera en que lo ve el observador. Pero en el Padre Nuestro los cristianos están obsesionados con Dios: con su nombre, su reino, su voluntad, no consigo mismos. El error del pagano es la repetición vacía. Se limita a repetir mecánicamente una liturgia carente de sentido. Por encima y en contra de esta necedad, Jesús nos invita a presentar todas nuestras necesidades a nuestro Padre celestial, con actitud de reflexión humilde, y de esa manera expresar nuestra continua dependencia de él. En conclusión, la diferencia fundamental que subyace a las diversas clases de oración es en esencia la diferente concepción de Dios que hay detrás de ellas. ¿Qué clase de Dios estaría interesado en oraciones egoístas y vacías? ¿Es Dios una mercancía que podemos usar para promover nuestro propio estatus, o una computadora a la que podemos cargar de palabras en forma mecánica? Rechazamos estas concepciones indignas y nos volvemos con alivio a la enseñanza de Jesús de que Dios es nuestro Padre en el cielo. Debemos recordar que él ama a sus hijos con amor tierno, que los ve aun en lo secreto, que conoce las necesidades de sus hijos antes de que se las pidan, y que actúa en su beneficio con poder celestial y soberano. Si permitimos que las Escrituras modelen de esa manera nuestra concepción de Dios, no oraremos jamás con hipocresía sino con integridad, jamás en forma mecánica sino reflexiva, como hijos e hijas de Dios que somos. Para continuar leyendo: Mateo 7.7–11

El momento crítico Febrero 19 La confesión de Pedro ¿Quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Mateo 16.15–16 Jesús no quería que la gente conociera la realidad de su mesianismo hasta tanto estuvieran preparados para comprender su índole. Es lo que se ha llamado ‘el secreto mesiánico’. Pero ahora llegamos a la importante ocasión en la que Pedro, por primera vez, hizo una confesión explícita de Jesús como el Mesías y luego llegó a comprender —no sin antes protestar— la necesidad de la cruz. Fue el punto crucial en el ministerio de Jesús. Jesús llevó a los discípulos consigo muy al norte, a la aldea de Cesarea de Filipo, en las laderas del monte Hermón y cerca de las fuentes del río Jordán. Aquí, en la privacidad y soledad de ese ámbito, les hizo dos preguntas. La primera de ellas se refiere a la opinión pública, y ellos respondieron que la gente pensaba que él era Juan el bautista, o Elías, o Jeremías o algún otro profeta. En la segunda de sus preguntas quería saber quién pensaban ellos que era él. Simón Pedro, líder y vocero de Los Doce, soltó bruscamente: ‘Tú eres el Cristo’. Según el relato de Mateo, Pedro agregó: ‘el Hijo del Dios viviente’, aunque probablemente usando el título en su sentido mesiánico limitado. Entonces, apenas había dado Pedro testimonio sobre Jesús, Jesús dio testimonio sobre Pedro. Primero, dijo que Pedro había llegado a esa convicción no por el razonamiento humano sino por la revelación del Padre. Segundo, que Pedro era en un sentido la roca sobre la cual el Mesías construiría una comunidad que perduraría para siempre. Este, por supuesto, es un versículo controversial. Pero al definir nuestra comprensión del mismo, será sabio recordar que a lo largo del Nuevo Testamento la roca sobre la cual se edifica la Iglesia es Cristo mismo, y que la mayoría de los primeros Padres de la iglesia enseñaron que la roca en este caso se refiere a la fe que profesó Pedro, y no a Pedro profesando su fe. Tercero, Pedro recibió las llaves del reino, las que más tarde usaría —hablando en sentido histórico— para dar ingreso en el reino de Dios primero a los judíos, luego a los samaritanos y, más tarde, a los gentiles. Un detalle más: apenas Pedro hizo su confesión de fe, ‘[Jesús] les mandó que no dijesen esto de él a ninguno’ (Marcos 8.30). Mañana veremos que esta fue la última vez que Jesús dio esta orden de silencio, y sabremos por qué.

Para continuar leyendo: Mateo 16.13–20

Febrero 20 La necesidad de la cruz Y comenzó a enseñarles [Jesús] que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho … y ser muerto. Esto les decía claramente. Marcos 8.31–32 Antes de que lleguemos a la confrontación entre Jesús y Pedro, puede ser útil dar alguna información sobre el trasfondo histórico. Durante más de setecientos años, Israel había sido oprimido por los sucesivos imperios de Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, con excepción de un breve periodo embriagador en el que estuvo bajo el liderazgo de los Macabeos. Hacia fines del último siglo anterior a la era cristiana, surgieron numerosos movimientos apocalípticos, cuyos líderes hacían promesas extravagantes. Jehová estaba a punto de intervenir por medio del Mesías, anunciaban; los enemigos de Israel serían destruidos en un conflicto violento y sangriento, y llegaría la era mesiánica de paz y libertad. Galilea era un hervidero de esas expectativas, y algunas personas estaban poniendo su esperanza en Jesús de Nazaret. Por eso Juan relata que ‘entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo’ (Juan 6.15). Jesús no había venido para ser alguna especie de Mesías por la fuerza. Por eso les ordenaba mantener silencio. Pero ahora, una vez que Pedro había confesado a Jesús como el Mesías, los discípulos debían estar dispuestos a aprender acerca de los sufrimientos del Mesías. Entonces Jesús ‘comenzó a enseñarles [esta era enseñanza nueva] que le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho … y ser muerto’ (Marcos 8.31). Además, les hablaba en forma directa y abierta; no había necesidad alguna de guardar silencio. Pedro escuchó horrorizado y luego estalló. ‘Señor … en ninguna manera esto te acontezca’ (Mateo 16.22). Él seguramente estaba familiarizado con la figura del Hijo del Hombre que se presenta en Daniel capítulo 7, a quien se le daba ‘dominio, gloria y reino’ (Daniel 7.14) a fin de que todas las naciones lo adoraran. ¿Cómo era posible que el Hijo del Hombre sufriera? Era una contradicción de términos. Por eso Pedro fue lo suficientemente imprudente como para reprender a Jesús, y ahora Jesús lo reprendía a él. ‘¡Quítate de delante de mí, Satanás!’ dijo (Mateo 16.23). El mismo Pedro que había recibido la revelación divina ahora se había convertido en objeto del engaño satánico. Todavía hoy a veces la voz de Pedro ahoga a la voz de Cristo. Porque muchos, como Pedro, niegan la necesidad de la cruz. La cruz sigue siendo piedra de tropiezo para la soberbia humana. Para continuar leyendo: Marcos 8.31–33

Febrero 21 Tomar la cruz Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Marcos 8.34 Me parece notable que Jesús haya pasado de referirse a su cruz a referirse luego a la nuestra. Parece que de alguna manera él ya sabía que sería crucificado. Ahora dice que cualquiera que decida seguirlo, deberá tomar su cruz. Es imposible dejar de advertir una misma nota de necesidad. ¿Qué quiso decir Jesús? Según H. B. Swete en su comentario sobre el Evangelio de Mateo, tomar la cruz es ‘ponerse uno mismo en el lugar de la persona condenada que va camino a la ejecución’. Si hubiéramos vivido en la Palestina ocupada por los romanos en aquellos días, y si hubiéramos visto a un hombre cargando la vara de una cruz, el patíbulo, no hubiéramos tenido necesidad de correr a preguntarle: ‘Perdón, ¿pero qué locura está haciendo?’. Hubiéramos entendido de inmediato que se trataba de un criminal condenado, porque los romanos obligaban a los que estaban condenados a muerte a cargar su propia cruz hasta el lugar de la crucifixión. Estas imágenes son las que Jesús eligió para ilustrar el significado de la autonegación. Necesitamos evitar que estos términos se degraden. No debemos reducir el sentido de la autonegación, como si se tratara de una renuncia a los lujos durante la cuaresma, o considerar ‘mi cruz’ como alguna prueba dolorosa y personal. Siempre corremos el riesgo de trivializar el discipulado cristiano, como si no consistiera en otra cosa que agregar una delgada apariencia de piedad a una existencia por otro lado mundana. Damos un pellizco a la apariencia, y aparece por debajo el mismo pagano de antes. No. Convertirse y ser cristiano implica un cambio tan radical que no hay metáfora que la describa salvo los términos de muerte y resurrección: morir a la vieja vida de egocentrismo y resucitar a una nueva vida de santidad y amor. Seguramente Pablo estaba reflexionando a partir de las palabras de Jesús cuando escribió: ‘con Cristo estoy juntamente crucificado’ (Gálatas 2.20) y, ‘los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos’ (Gálatas 5.24). Un último pensamiento: Lucas agregó la expresión ‘cada día’ al dicho de Jesús: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame’ (Lucas 9.23, énfasis agregado).

Para continuar leyendo: Romanos 8.12–14

Febrero 22 Encontrarnos a nosotros mismos El que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Marcos 8.35 Dado que este versículo habla de salvar y perder la vida, solía pensar que se refería específicamente a los mártires cristianos que al morir por Cristo entrarían en la vida eterna. Pero, aunque el versículo puede por cierto incluir una referencia al martirio, ahora reconozco que Jesús tenía en mente una aplicación mucha más amplia. El vocabulario lo indica. La palabra que se traduce vida es psuchē, que significa ‘alma’ o ‘yo’. De hecho, Lucas redacta la declaración de Jesús usando el reflexivo simple: ‘Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?’ (Lucas 9.25). Uno podría parafrasear de esta manera el epigrama favorito de Jesús, que parece haber usado en diversos contextos: ‘Si insistes en aferrarte a ti mismo, y te niegas a soltarte, sino que decides vivir para ti mismo, te perderás. Ese es el camino de la muerte, no el camino de la vida. Pero si estás dispuesto (dispuesta) a perderte a ti mismo, a darte en amor, en servicio al evangelio, entonces, en el momento del total abandono de tu ser, cuando pienses que lo has perdido todo, tendrás el milagro de encontrarte a ti mismo’. En años recientes han surgido varias escuelas de psicología que ponen énfasis en la realización personal. La palabra suena prometedora a los oídos cristianos, solo hasta que recordamos que, según Jesús, el único camino al descubrimiento de uno mismo es la autonegación, y el único camino a la vida es morir a nuestro egocentrismo. En dos epigramas similares Jesús usó un léxico propio del comercio, el lenguaje de la ganancia, la pérdida, el intercambio. Hizo dos preguntas retóricas, que quedaron sin respuesta. La primera, ¿qué provecho habría en ganar el mundo entero (toda la riqueza, el poder, y la fama que ofrece) y perder la propia vida? La segunda, ¿qué podría dar alguien a cambio de sí mismo? Las dos preguntas enfatizan el valor infinito del ser en contraste con el valor de este mundo. Para comenzar, es imposible conseguir el mundo entero. Por otro lado, si uno pudiera, no sería algo perdurable y, mientras durara, tampoco sería satisfactorio. Para continuar leyendo: Lucas 12.13–21

Febrero 23 La transfiguración Hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder. Marcos 9.1 Los que escribieron los Evangelios parecen haber entendido esta promesa de Jesús como si se refiriera a su transfiguración, ya que de inmediato pasan a describirla. Pero ¿cómo debemos interpretarla nosotros? Podemos mencionar cuatro aspectos. En primer lugar, se trataba de una confirmación. Jesús había producido un impacto sobre Los Doce al predecir sus sufrimientos. Pero ahora les da un atisbo de su gloria a fin de asegurarles que el Mesías entraría en su gloria por medio del sufrimiento. En segundo lugar, se trataba de un cumplimiento. Por supuesto, es de enorme valor que Moisés y Elías hubieran aparecido con ellos y, según Lucas, hubiera hablado con Jesús acerca de su ‘éxodo’, es decir, su muerte. Estas dos personas eran representativas de la ley y los profetas. Sin embargo, pronto desaparecieron. Ahora que había llegado la realidad, las sombras podían desvanecerse. Además, la voz celestial se refirió a Jesús combinando tres frases del Antiguo Testamento: ‘Mi hijo eres tú’ (Salmos 2.7), ‘en quien mi alma tiene contentamiento’ (Isaías 42.1), ‘a él oiréis’ (Deuteronomio 18.15). De esta manera Jesús fue aclamado en sus tres oficios de Profeta, Sacerdote y Rey: el Rey que gobernaría sobre las naciones, el Sacerdote siervo que se ofrecería a sí mismo en sacrificio por el pecado, y el Profeta que completaría la revelación de Dios. En tercer lugar, se trataba de una anticipación. Según Marcos 9.9, Jesús ordenó a Pedro, a Santiago y a Juan que no dijeran nada a nadie sobre lo que habían visto hasta después de su resurrección. Esto no era un retorno al secreto mesiánico sino un reconocimiento de que nadie hubiera entendido la transfiguración de Jesús hasta después de su resurrección. Su cuerpo transfigurado era, de hecho, una anticipación de su cuerpo de resurrección. En cuarto lugar, se trataba de una tentación. En esto hay algo de especulación. Pero si el cuerpo de Cristo transfigurado era su cuerpo de resurrección, presumiblemente hubiera podido dar un paso directo hacia la gloria sin necesidad de morir. Pero no lo hizo. Una vez más resistió la tentación de evitar la cruz. Deliberadamente regresó a esta vida con el fin de morir por nuestros pecados.

Para continuar leyendo: 2 Pedro 1.16–18

Febrero 24 La declaración del rescate El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. Marcos 10.45 Marcos registra tres ocasiones diferentes en las que Jesús predijo su sufrimiento y su muerte. Esta es la tercera de ellas. Es de especial importancia porque contiene la interpretación del propio Señor sobre la cruz; es razonable pensar que, si alguien entendía el significado de su muerte, era él. Para comenzar, enfatiza que su muerte será voluntaria. Antes la había descripto en sentido pasivo, esto es, que sería traicionado, rechazado y muerto. Ahora, en cambio, dice que el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y para entregarse. En otras palabras, no vino en primer lugar para vivir su vida sino para darla, como culminación de una vida de servicio. En especial, continuó Jesús, ‘se dio a sí mismo en rescate por muchos’, más tarde Pablo lo ha interpretado en el sentido de ‘por todos’ (1 Timoteo 2.6). ¿Qué podemos legítimamente deducir de la metáfora del rescate? Primero, indica la gravedad de nuestra situación. Se nos compara con esclavos o cautivos del pecado, incapaces de conseguir nuestra liberación. Segundo, indica el precio que se pagó por esta. Como escribió más tarde el apóstol Pedro, hemos sido redimidos no con plata ni oro ‘sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación’ (1 Pedro 1.19). Sin duda, Pedro tiene en mente la Pascua. Así como los primogénitos israelitas fueron salvados de la muerte mediante un cordero sustituto, de la misma manera Cristo murió como rescate en nuestro lugar. Tercero, se implica que, habiendo sido comprados por Cristo, ahora le pertenecemos a él. Como le escribió Pablo a Tito: Jesucristo ‘se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio’ (Tito 2.14). Somos completamente de él, para esta vida y por la eternidad. Para continuar leyendo: Apocalipsis 5.6–10

Febrero 25 La grandeza en el reino de Dios El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Marcos 10.43–44 Cuando Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se presentaron ante Jesús, la antítesis era absoluta. Él había venido para darse y para servir; ellos querían recibir y gobernar. Hoy nos enfrentamos ante la misma opción. Primero, está la opción entre la búsqueda personal y el sacrificio personal. Santiago y Juan le dijeron a Jesús: ‘querríamos que nos hagas lo que pidiéremos’ (v. 35). La petición que hicieron merecería estar incluida en Libro Guinness de récords, como la peor oración jamás pronunciada. Sería difícil superar tan descarado egocentrismo. Imaginaron que se produciría un mezquino arrebato de los mejores asientos en el reino, de modo que juzgaron prudente hacer reserva anticipada del lugar. Su petición era un intento de someter la voluntad de Dios a la de ellos, mientras que la verdadera oración consiste en someter nuestra voluntad a la de Dios. Segundo, tenemos la opción entre el poder y el servicio. Ellos le preguntaron a Jesús si en el reino podían sentarse uno a cada lado de él. ¿En qué esperaban estar sentados? ¿En el suelo? ¿En banquetas o en almohadones? No, seguramente imaginaban tronos. Venían de una familia de clase media, tenían sirvientes que cumplían sus deseos. Quizás los extrañaban y querían recuperar poder de mando. En el mundo, comentó Jesús, ‘los que se tienen por gobernantes de las naciones las someten a su dominio ... Pero entre vosotros no debe ser así’ (vv. 42-43, blp). La nueva comunidad de Jesús está organizada alrededor de un principio diferente: el servicio, no el poder; la humildad, no la autoridad. Tercero, tenemos la opción entre sufrimiento y seguridad. Al dejar el hogar y seguir a Jesús, Santiago y Juan se habían convertido en errantes. ¿Lamentarían haber dejado la comodidad de su hogar? En respuesta a la pregunta que les hizo Jesús, dijeron que serían capaces de compartir su copa y su bautismo porque pensaban que se refería a los placeres del banquete mesiánico, cuando en realidad él estaba aludiendo al sufrimiento y al camino de la cruz. Santiago y Juan ambicionaban el honor, el poder, la seguridad, en tanto que Jesús estaba ofreciendo sacrificio, servicio, sufrimiento. En sus dramáticas palabras: ‘entre ustedes no debe ser así’, Jesús expresó que hay dos comunidades claramente distintas en el mundo, con dos sistemas de valores muy diferentes. El símbolo de una es el trono, el de la otra es la cruz.

Para continuar leyendo: Marcos 10.35–45

Febrero 26 Las controversias de Jesús El debate sobre el perdón El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados. Marcos 2.10 No cabe duda de que Cristo era una persona inclinada a la controversia. Estaba en constante debate con los líderes religiosos de su época. En el capítulo 2 de su Evangelio, Marcos reunió cuatro controversias. En cada debate, sea de manera explícita o implícita, Jesús avanza en la reivindicación de su identidad singular. Marcos relata la conmovedora historia del paralítico que fue sanado y también perdonado. Sus cuatro amigos lo habían trasladado, pero la muchedumbre les imposibilitaba llegar hasta Jesús. Entonces hicieron una abertura en el techo de la casa y descendieron al hombre en su camilla a través del agujero. Para sorpresa de todos, en lugar de declararlo sano Jesús lo declaró perdonado, porque en el reino mesiánico la sanidad y el perdón eran bendiciones paralelas. De inmediato los maestros de la ley que estaban sentados allí se indignaron y dijeron: ‘¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?’ (v. 7). En respuesta Jesús trazó un paralelo entre las dos bendiciones, pero agregó que él primero había dado perdón al paralítico porque quería que la gente supiera que él tenía autoridad para perdonar pecados. Entonces sanó al paralítico, quien se levantó y salió caminando a la vista de todos, que quedaron maravillados. Un poco después Lucas registra un incidente similar. Jesús permitió que una prostituta lo ungiera con perfume, mojara sus pies con sus lágrimas, y los cubriera con besos. Cuando Jesús la declaró perdonada, los invitados a la cena murmuraron entre ellos: ‘¿Quién es éste, que también perdona pecados?’ (Lucas 7.49). Es decir que en dos diferentes ocasiones Jesús perdonó los pecados de la gente, diciendo: ‘Tus pecados te son perdonados’. En ambos casos los observadores circunstanciales reconocieron que las palabras de Jesús eran más que una declaración; entendieron que les estaba dando una absolución. En ambos casos los testigos se escandalizaron, porque sabían que nadie sino Dios puede perdonar pecados. Para continuar leyendo: Marcos 2.1–12

Febrero 27 El debate sobre la confraternidad Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores. Marcos 2.17 En el relato de Marcos sobre este segundo debate, la expresión ‘con los publicanos y con los pecadores’ se menciona tres veces. Los publicanos eran los cobradores de impuestos, personas despreciadas y hasta odiadas (por lo menos por la población judía local en Galilea), en primer lugar porque los impuestos recaudados iban a las arcas de Herodes Antipas; segundo, porque el oficio los ponía en contacto directo con los gentiles; y tercero, porque tenían la costumbre de exigir cuanto pudieran de sus víctimas. El término ‘pecadores’ en este contexto no se refiere solamente a los que eran desobedientes a la ley moral de Dios (como lo somos todos nosotros) sino a aquellos que, sea por ignorancia o con intención, no estaban viviendo de acuerdo con la tradición de los escribas. Ambos grupos eran rechazados por la gente respetable, que no le daba hospitalidad ni la aceptaba de ellos porque temían quedar ceremonialmente contaminados. Pero Jesús confraternizaba libremente y de manera intencional, sin albergar esos temores. Llamó a Leví Mateo (un cobrador de impuestos) a seguirlo y aceptó su invitación a comer en su casa, junto con muchos otros cobradores de impuestos y ‘pecadores’. Cuando los maestros de la ley objetaron, Jesús respondió citando un proverbio en el que se comparó a sí mismo con un médico cuyo ministerio no estaba orientado a los sanos sino a los enfermos, de modo que era inevitable que lo encontraran entre aquellos que lo necesitaban. Cuando dijo que había venido a llamar al arrepentimiento no a los justos sino a los pecadores, no estaba diciendo que algunas personas son tan justas que no necesitan de la salvación sino que algunas personas piensan que lo son. Cuando dijo ‘justos’ aquí, se refería a los que se ‘justifican a sí mismos’. De la misma manera que no vamos al médico a menos que estemos enfermos y lo admitamos, tampoco nos acercaremos a Cristo a menos que seamos pecadores y lo admitamos. Nada impide tanto el ingreso al reino de Dios como el orgullo y la autosuficiencia.

Para continuar leyendo: Marcos 2.13–17

Febrero 28 El debate sobre el ayuno ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Marcos 2.19 Marcos comienza este relato sobre el tercer debate llamando la atención a la diferencia entre tres grupos de discípulos. Los discípulos de Juan el bautista y los discípulos de los fariseos estaban ayunando, escribe, pero los discípulos de Jesús no lo hacían. Por el contrario, dice Lucas, ‘comen y beben’ (Lucas 5.33). De modo que algunas personas se acercaron a Jesús y le preguntaron por qué los otros dos grupos estaban ayunando, mientras que sus discípulos no lo hacían. Jesús les respondió con otra pregunta: ‘¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo? Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar’ (Marcos 2.19). Algunos comentaristas entienden que este es un proverbio que se aplica en situación de acciones inapropiadas. Por ejemplo, sería inapropiado que hiciéramos esto o aquello así como lo sería que los invitados ayunaran durante la fiesta de bodas. Personalmente, pienso que hay aquí una mini alegoría. Jesús, el novio, estaba con ellos. Este era un momento de celebración gozosa. Por lo tanto sería completamente inapropiado que ayunaran en este momento. ‘Pero vendrán días’, continúa Jesús, ‘cuando el esposo les será quitado’ (v. 20). ‘Quitado’ podría ser una alusión a su muerte violenta. Es verdad que todavía no había predicho claramente esos sufrimientos, pero al parecer tenía indicios de que los tendría. En aquel día, cuando él les fuera quitado, entonces harían duelo y ayunarían. Como vimos en el Sermón del Monte, Jesús parece haber asumido que ofrendar, orar y ayunar iban a formar parte de la vida cristiana. Esto no significa que el ayuno esté siempre asociado con el duelo. Porque si bien en un sentido el novio nos ha sido quitado, en otro ha regresado a nosotros en el Espíritu Santo, y nuestra tristeza se ha convertido en alegría (Juan 16.20–22). Para continuar leyendo: Marcos 2.18–20

Marzo 1 El debate sobre el sabbat El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo. Por tanto, el Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo. Marcos 2.27–28 El cuarto debate entre Jesús y los líderes religiosos fue sobre el sabbat y lo que era legítimo o no hacer en ese día. Marcos registra dos incidentes, ambos ocurridos en el día del sabbat. El primero de ellos tuvo lugar en cierto campo de cultivo de granos, donde Jesús permitió que sus discípulos arrancaran y comieran algunas espigas mientras caminaban por ese campo. Ahora bien, la ley prohibía específicamente cosechar en el sabbat (Éxodo 34.21); la tradición oral sostenía que arrancar espigas era lo mismo que cosechar, y por lo tanto (a los ojos de los escribas) los discípulos eran culpables de una grave violación a la ley. Pero Jesús apeló a las Escrituras. Les recordó que cuando David y sus compañeros tenían hambre, comieron del pan consagrado en el tabernáculo, algo permitido por la ley solamente a los sacerdotes. Pero las Escrituras no los condenaban, lo cual muestra que estas son menos rígidas que los fariseos en su aplicación de la ley. Jesús concluyó dando dos extraordinarias declaraciones: ‘El día de reposo fue hecho por causa del hombre [es decir, para nuestro disfrute] y no el hombre por causa del día de reposo’, y dijo de sí mismo que era ‘Señor aun del día de reposo’ porque tenía la autoridad para interpretarlo de manera correcta. El segundo incidente ocurrió en la sinagoga, donde en el día del sabbat Jesús sanó a un hombre que tenía la mano seca. Le dijo al hombre que se pusiera de pie públicamente frente a todos. Luego preguntó a los que observaban: ‘¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla?’ (3.4). Nadie respondió, porque en la pregunta de Jesús había más elementos que los que eran visibles a primera vista. Estaba poniendo en evidencia la hipocresía de ellos. Porque mientras Jesús estaba por hacer el bien y sanar en el sabbat, ellos están llenos de malos pensamientos y, como dice Marcos, ‘se reunieron, al salir, para tramar el modo de matar a Jesús.’ (v. 6, blp). Si repasamos esta serie de cuatro mini debates o historias de conflicto, que Marcos ha reunido aquí, vemos que no solo preservan enseñanza valiosa sino que describen la supremacía de Jesús. Lo vemos como el Hijo del Hombre que tiene autoridad para perdonar pecados, como médico de nuestra alma, como el novio que llena de alegría a los invitados, y como Señor aun del sabbat.

Para continuar leyendo: Marcos 2.23—3.6

Marzo 2 El debate sobre la tradición Así que, por mantener vuestras propias tradiciones, os despreocupáis completamente de lo que Dios ha mandado. Marcos 7.9, blp Algunos fariseos y maestros de la ley habían venido de Jerusalén. Cuando se encontraron con Jesús, se horrorizaron al ver que sus discípulos estaban comiendo con las manos sin lavar. No era una cuestión de higiene sino de pureza ceremonial conforme a la tradición de los ancianos. Marcos explica a sus lectores gentiles que estos religiosos seguían muchas tradiciones, ‘costumbres rituales, tales como lavar las copas, las ollas, las vasijas metálicas y hasta las camas’ (v. 4, blp). De modo que los fariseos vivían bajo la autoridad de las tradiciones que habían pasado de generación en generación. Las cumplían servilmente, aun si entraban en conflicto con las Escrituras. Por eso los criticaba Jesús. Tres veces repitió la misma crítica, usando casi las mismas palabras: por ejemplo, ‘dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres’ (v. 8). Es evidente que Jesús consideraba a la tradición como palabra de hombres y a las Escrituras como Palabra de Dios. Los fariseos estaban permitiendo que sus tradiciones ahogaran la Palabra de Dios en lugar de permitir que la Palabra de Dios reformara sus tradiciones. Este fue el conflicto central durante la Reforma. La Iglesia Católica medieval había sofocado la Palabra de Dios con un montón de tradiciones no bíblicas. Por ese motivo, tal como Jesús hizo a un lado las tradiciones de los ancianos, los Reformadores hicieron a un lado las tradiciones de la Iglesia medieval para que la Palabra de Dios ocupara el lugar supremo. Los Reformadores enseñaron la superioridad de las Escrituras sobre la tradición. Y las Iglesias reformadas continúan haciéndolo. A menudo se dice que la Iglesia Anglicana tiene una triple estructura de autoridad: las Escrituras, la autoridad y la razón. Pero no es así. La tradición y la razón juegan, por cierto, un papel vital para comprender las Escrituras. Pero ¿qué haremos cuando las Escrituras, la tradición y la razón entren en conflicto? La respuesta es que las Escrituras tienen autoridad suprema. Los seguidores de Jesús estamos llamados a una actitud radical de crítica a la tradición y a las convenciones a fin de honrar la supremacía de las Escrituras y del señorío de Jesucristo. Para continuar leyendo: Marcos 7.1–13

Marzo 3 El debate sobre el divorcio ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Mateo 19.4–5 Una vez más, algunos fariseos se acercaron a Jesús para probarlo. Según Mateo, la pregunta era la siguiente: ‘¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?’ (v. 3). Era una manera de poner a prueba los fundamentos del divorcio. El tema tiene un eco moderno, pero también era un interrogante en épocas antiguas. Durante el siglo i a. C. los partidos rivales de los fariseos liderados respectivamente por el rabí Shammai y el rabí Hillel, estaban debatiendo precisamente este asunto. El rabí Shammai tenía una posición estricta, y sostenía que el divorcio solo se permitía en caso de una grave ofensa sexual. El rabí Hillel, por su parte, tenía una posición blanda, y argumentaba que un hombre podía divorciarse de su esposa incluso por las ofensas más triviales, por ejemplo una discusión o una comida mal preparada. De modo que los fariseos querían enredar a Jesús en este debate rabínico. ¿De qué lado estaba Jesús? Jesús no les dio a los fariseos una respuesta directa a su pregunta sobre el divorcio; en lugar de eso, les habló acerca del matrimonio. Los remitió a las palabras en Génesis 1 y 2, dirigiendo su atención a los dos datos de que la sexualidad humana es una creación divina y el matrimonio humano es una institución divina. Unió dos versículos (Génesis 1.27; 2.24) e identificó a Dios como autor de ambos. Porque el mismo Creador que ‘al principio, varón y hembra los hizo’ (Mateo 19.4) también dijo en el texto bíblico: ‘Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne’ (v. 5). ‘Así que’, dijo Jesús, agregando su respaldo personal, ‘lo que Dios juntó [literalmente, ‘unidos por el yugo’] no lo separe el hombre’ (v. 6). Esta enseñanza no tiene ambigüedades. El vínculo del matrimonio es más que un contrato humano; es un yugo divino. Aunque Moisés permitía el divorcio en caso de una ofensa grave, Jesús dijo que se trataba de una concesión debido a la dureza del corazón humano: ‘mas al principio no fue así’ (v. 8). En mi propio ministerio comprobé que la prioridad establecida por Jesús era una norma saludable. Cada vez que alguien quiere hablar conmigo sobre su intención de divorciarse, me niego a hacerlo, hasta que primero hayamos conversado sobre matrimonio y reconciliación.

Para continuar leyendo: Mateo 19.3–9

Marzo 4 El debate sobre el pago de los impuestos Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Marcos 12.17 La cuestión sobre si los judíos leales debían o no pagar impuestos al emperador era un asunto político polémico y muy sensible en aquellos días. En un extremo estaban los zelotes fanáticos como Judas galileo, quien en el año 6 d. C. dirigió una revuelta contra Roma y cuyo grito de batalla era ‘Ningún tributo a los romanos’. Los fariseos eran mucho más moderados, y aunque les molestaba finalmente justificaban el pago. Un grupo mixto (dividido en cuanto al pago pero unidos en cuanto a oponerse a Jesús) se acercó un día con una pregunta tramposa: ‘¿Es lícito dar tributo a César, o no?’ (v. 14). Esto lo ponía en el centro de un dilema. Si decía que no, corría el riesgo del arresto y aun de algo peor. Si decía que sí, inmediatamente perdía el apoyo popular. Jesús pidió un denario de plata y preguntó de quién era la imagen y la inscripción que llevaba. ‘De César’, respondieron. De hecho, es posible que haya sido la imagen de Tiberio, que era el emperador en ese momento, y la inscripción en latín seguramente decía: ‘Tiberio César, hijo del divino Augusto, sumo sacerdote’. Al pronunciar su famoso epigrama de que lo que es del César le pertenece al César y lo que es de Dios le pertenece a Dios, Jesús no estaba diciendo que se trataran de dos esferas independientes y autoabastecidas (una de César y otra de Dios), ya que todo lo que es de César en última instancia es de Dios. Más bien estaba diciendo que el pueblo de Dios debe darle a César (literalmente ‘devolverle’, como si se tratara de una deuda) el reconocimiento que se le debía. No podrían disfrutar de los beneficios del gobierno romano (tales como la paz, la justicia, la educación y los caminos) sin contribuir nada a cambio. Pero había un límite a lo que se le debía al César. Los judíos temerosos del Señor no tomarían nunca parte en el culto al emperador. Sabemos que la deificación del estado no se acabó con el imperio romano. Todavía hoy existen regímenes totalitarios tanto de derecha como de izquierda, que exigen adhesión incondicional, algo que los cristianos no podemos dar. Todavía hay cristianos que van a la cárcel, son sometidos a tortura, a trabajos forzados y a la muerte, pero no niegan su lealtad al Señor. Los cristianos son ciudadanos leales, que dan al César lo que es de César, pero reservan su adoración solo para Dios, dando a Dios lo que es de él. Para continuar leyendo: Marcos 12.13–17

La última semana Marzo 5 La entrada triunfal a Jerusalén Cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella. Lucas 19.41 Los evangelistas dedican un espacio desproporcionado a la última semana de Jesús en la Tierra, que habitualmente se conoce como Semana Santa. En el caso de Lucas es una cuarta parte de su Evangelio, en los casos de Mateo y de Marcos es alrededor de un tercio, y en el Evangelio de Juan es la mitad del texto. Esto muestra la importancia que asignaron los escritores de los Evangelios a los sucesos que rodean a la muerte de Jesús. La semana comienza con la entrada de Jesús a Jerusalén, registrada por los cuatro evangelistas, aunque cada uno agrega detalles que los otros omiten. Evidentemente, Jesús se había propuesto cumplir lo que se había escrito de él en Zacarías 9, es decir, que el futuro rey de Judá llegaría a Jerusalén trayendo salvación, pero no con una bravuconada ni montado sobre un caballo de guerra, sino humilde y manso sobre el lomo de un burro (¡vaya animal!). De esa manera, decía la profecía, ‘hablará paz a las naciones’ (Zacarías 9.10). Este suceso tiene todas las señales de haber sido preparado de antemano aun en los detalles de la escenografía. Es probable que en una visita anterior Jesús haya arreglado con amigos en Betania que le prestaran un burro y lo entregaran a la contraseña acordada, ‘porque el Señor lo necesita’. Entonces las multitudes entraron en la acción, colocando sus túnicas sobre el burro y sobre el camino, y prorrumpiendo en una aclamación espontánea. Una vez que pasaron por las aldeas de Betania y de Betfagé, el desfile rodeó por el frente el monte de los Olivos, y de pronto Jerusalén apareció a la vista, con sus relucientes pináculos y los espaciosos atrios del templo. Aquí, al parecer, mientras los gritos de la multitud se silenciaron, ante el asombro y la perplejidad de todos, Jesús rompió a llorar. En medio del sollozo pronunció un lamento profético sobre la ciudad, prediciendo su destrucción porque no había reconocido la hora de la visitación del Señor. Es verdaderamente notable que, en el momento mismo en que Jesús le advertía el juicio a la ciudad, lloraba sobre ella lleno de amor. El juicio divino (que es el tema central a lo largo de la Semana Santa) es una realidad solemne e imponente. Pero el Dios que juzga es el Dios que llora. Él no quiere que nadie perezca. Y cuando en el fin de los tiempos su juicio caiga sobre alguien (como Jesús anunció que sería), los ojos del Señor estarán llenos de lágrimas.

Para continuar leyendo: Lucas 19.41–44

Marzo 6 La purificación del templo Y les enseñaba [Jesús], diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Marcos 11.17 Apenas Jesús entró en Jerusalén, nos dice Marcos, y antes de emprender ninguna otra acción, fue al templo y estuvo ‘[mirando] alrededor todas las cosas’ (v. 11). Entonces, como ya era tarde, él y Los Doce salieron de la ciudad para pasar la noche. De esa manera, Jesús tuvo tiempo de reflexionar sobre lo que había visto y le había molestado enormemente, es decir, la actividad comercial en el santuario de Dios, el centro mismo de la vida religiosa de Israel. La actividad de los que cambiaban dinero se relacionaba con el impuesto de medio siclo que se entregaba en el templo, y con los mercaderes que vendían reses y ovejas para los sacrificios. Esta actividad lucrativa había sido monopolizada por los sumo sacerdotes, y había degenerado en la abusiva explotación de los peregrinos pobres. La casa de Dios se había convertido en una cueva de ladrones, como dijo Jesús citando a Isaías y a Jeremías. De modo que actuó con violencia premeditada. Juan dice que hizo un látigo de cuerdas, que obviamente usó sobre los animales (‘las ovejas y los bueyes’ [Juan 2.15]), no sobre los seres humanos. Además, dio vuelta las mesas que usaban los cambistas y los vendedores de palomas. También impidió que pasaran por los atrios del templo las personas que entraban con mercancías. El retrato que los evangelistas están haciendo de Jesús ha incorporado otra perspectiva. Porque el Cristo que entró a Jerusalén cabalgando humildemente y que lloró sobre la ciudad por causa de su obstinada ceguera, ahora blande un látigo, símbolo de juicio. Solo después de que hemos visto las lágrimas en sus ojos estamos preparados para ver el látigo en su mano. Para continuar leyendo: Marcos 11.15–18

Marzo 7 La parábola de los arrendatarios Finalmente les envió su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Mas los labradores … le mataron. Mateo 21.37–39 A medida que avanzaba la última semana, la hostilidad de las autoridades hacia Jesús iba en aumento, y se definían los temas de confrontación y de juicio. Un ejemplo resonante es el de la así llamada parábola de los arrendatarios, que, en realidad, es una alegoría. El dueño de la tierra que había plantado un viñedo y le había provisto la protección de un muro, un lagar, y una torre de vigilancia es sin duda Dios, cuyo viñedo es Israel, como leemos en Isaías 5. Hizo todo lo que estaba dentro de sus posibilidades para que su pueblo fuera fructífero en buenas obras. Los agricultores arrendatarios, a quienes el dueño alquiló el viñedo, son los líderes religiosos de Israel. A su debido tiempo, cuando las vides estaban maduras, el dueño envió a sus siervos (los profetas) a recoger el fruto, pero los inquilinos los tomaron, los azotaron, los apedrearon, y los mataron. De modo que el dueño envió más sirvientes, pero estos recibieron el mismo mal trato. Por último, envió a su hijo. ‘Tendrán respeto a mi hijo’, se dijo a sí mismo. Pero en lugar de eso, los arrendatarios lo mataron. Cuando terminó, Jesús hizo a sus oyentes una pregunta frontal que los obligaba a hacer un juicio moral sobre sí mismos, ya que por su respuesta se condenarían. De hecho, Mateo lo dice de manera explícita: ‘Y oyendo sus parábolas los principales sacerdotes y los fariseos, entendieron que hablaba de ellos’ (Mateo 21.45). Esta es la pregunta que hizo Jesús: ‘Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores?’ (v. 40). Ellos respondieron: ‘A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo’ (v. 41). ‘Por tanto os digo’, respondió Jesús, ‘el reino de Dios será quitado de vosotros [Israel], y será dado a gente [los gentiles] que produzca los frutos de él’ (v. 43).

Para continuar leyendo: Mateo 21.33–41

Marzo 8 El error de los saduceos Respondiendo Jesús, les dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Mateo 22.29 Los fariseos y los saduceos estaban en constante debate y desacuerdo entre sí. Por ejemplo, los fariseos habían desarrollado una elaborada teología sobre la vida en el más allá, pero los saduceos la rechazaban, y enseñaban en cambio que el alma y el cuerpo mueren a la vez. Lo más importante era la diferente actitud que tenían hacia las Escrituras, y Jesús criticaba ambas posiciones. Los fariseos añadían a las Escrituras (sus tradiciones); los saduceos le sustraían a las Escrituras (su elemento sobrenatural). Durante la Semana Santa los saduceos se acercaron a Jesús con una respuesta tramposa basada en la ley del levirato sobre el matrimonio. Esta norma establecía que si un hombre moría sin hijos, su hermano debía casarse con la viuda. ‘Pues bien’, dijeron los saduceos, ‘había una vez siete hermanos. Todos ellos murieron sin dejar hijos hasta que finalmente la mujer también murió. ¿De quién será ella esposa en la vida del más allá, ya que los siete se habían casado con ella?’ (paráfrasis del autor). Uno puede ver el gesto de sonrisa en el rostro de los saduceos. Se sentían atrevidamente sagaces y hábiles para poner en ridículo la creencia en la vida después de la muerte. Jesús comenzó y terminó su respuesta con una clara afirmación de que los saduceos estaban equivocados, de hecho, ‘muy equivocados’ (Marcos 12.27, blp). Además, su error se debía a su ignorancia. No conocían las Escrituras ni el poder de Dios. Para dar un ejemplo de la ignorancia que los saduceos tenían de las Escrituras, los remitió al suceso de la zarza ardiente y preguntó qué estaba implícito en el hecho de que Dios se anunciara a sí mismo como Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob. Él había establecido con los patriarcas un singular pacto de amor. ¿Pensaban realmente los saduceos que esa relación de pacto se rompería por la muerte? Hasta el día de hoy muchos errores en la Iglesia se deben a su ignorancia o falta de respeto hacia las Escrituras. La causa esencial del error de los saduceos, sin embargo, era otro tipo de ignorancia. Daban por sentado que, si había vida después de la muerte, sería del mismo tipo de vida que conocemos aquí. No parece habérseles ocurrido que Dios podía crear otro orden en el cual el matrimonio estuviera abolido. Ignoraban el poder de Dios. Para continuar leyendo: Marcos 12.18–27

Marzo 9 Un pequeño apocalipsis De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. Marcos 13.30 Sentados un día en el monte de los Olivos, Jesús y sus discípulos disfrutaban de la vista panorámica sobre el valle del Cedrón hacia el templo de Herodes. Ya se le habían dedicado alrededor de cincuenta años de construcción y todavía no estaba completamente terminado. Aun así, era una vista espectacular. ‘Mira qué piedras’, comentaban los discípulos, ‘y qué edificios’ (v. 1). Pero para su asombro, Jesús respondió que no quedaría piedra sobre piedra en la inminente destrucción del templo. Este fue el comienzo del así llamado pequeño apocalipsis registrado en Marcos 13, Mateo 24, y Lucas 21, en el que Jesús concentró su mirada hacia el futuro. Nuestra dificultad para interpretar su discurso es que él estaba mirando hacia delante: hacia el futuro inmediato (la caída de Jerusalén y la destrucción del templo en el 70 d. C.), y hacia el futuro final (la parusía y el fin de la historia). En cierta medida, Jesús entrelazó ambos eventos en su enseñanza, por lo cual no siempre queda claro a cuál de ellos está aludiendo. Los signos inmediatos incluirían el surgimiento de falsos mesías, guerras y rumores de guerras, terremotos, hambrunas. Pero Jesús dijo que estos eran ‘principios de dolores’ (v. 8); todavía no era el fin. Otras señales que anunciaban el fin incluían la persecución y el martirio, la predicación mundial del evangelio, división en las familias, y grandes convulsiones en el Sol, la luna y las estrellas, todas ellas imágenes apocalípticas comunes en referencia a los trastornos sociopolíticos. Entonces ‘verán al Hijo del Hombre, que vendrá en las nubes con gran poder y gloria’ (v. 26). Es verdad, esa generación no pasaría hasta que ‘todas estas cosas’ (las señales de anuncio) hubieran ocurrido. Con todo, en contraste con ‘todas estas cosas’, nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera el Hijo. El principal énfasis de este breve apocalipsis no se encuentra en algún programa de señales y de sucesos sino en las recomendaciones reiteradas por Jesús (siete veces en Marcos 13) de estar alerta y preparados para su venida, ya que nadie sabe cuándo tendrá lugar. ‘Y lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad’ (v. 37).

Para continuar leyendo: Marcos 13

Marzo 10 Ungido por María Ha hecho lo que estaba en su mano preparando por anticipado mi cuerpo para el entierro. Marcos 14.8, blp Otro incidente dramático y bien recordado tuvo lugar en la aldea de Betania, una de las noches de la Semana Santa. Jesús estaba cenando como invitado de alguien conocido como Simón el leproso, cuya lepra, por supuesto, había sido sanada. Mientras Jesús estaba reclinado a la mesa, una mujer se acercó a él por detrás. Marcos mantiene su nombre en el anonimato, pero Juan la identifica como María de Betania, una de las dos hermanas de Lázaro, aquel a quien Jesús había levantado recientemente de entre los muertos (Juan 12.1– 8). María había traído consigo un vaso de alabastro con un perfume costoso. Rompió el vaso y derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. ¿Era posible que este gesto de ungirlo fuera su reconocimiento de que él era el Mesías? Los observadores se sintieron indignados por el derroche. Ese perfume, protestaron, se podría haber vendido por el salario de un año completo, y se hubiera repartido el dinero entre los pobres. Los presentes la reprocharon severamente. Pero Jesús salió en su defensa. De sus palabras aprendemos cinco verdades de enorme valor. Primero, ella no había hecho un derroche sino ‘Buena obra me ha hecho’, dijo Jesús (Marcos 14.6), al expresarle su profunda devoción. Segundo, no estaba de ninguna manera despreciando a los pobres sino atreviéndose a poner a Jesús por encima de ellos. Tercero, ella había hecho lo que estaba dentro de sus posibilidades, conforme a sus recursos, sin desconocer que otras personas sirven a Jesús de otras maneras. Cuarto, había derramado el perfume sobre su cuerpo, anticipando el ungimiento que iba a recibir en el momento de su muerte. Quinto, ella y su acto de amor generoso serían recordados cada vez que se predicara el evangelio en cualquier lugar del mundo. Marcos coloca el gesto de autonegación realizado por María en claro contraste contra el oscuro trasfondo del acto traidor de Judas, del que nos ocuparemos mañana. Para continuar leyendo: Marcos 14.1–11

Marzo 11 La motivación de Judas Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo. Marcos 14.10 Es verdad que la traición de Judas a Jesús fue considerada en la Iglesia primitiva como cumplimiento de las Escrituras (ver Salmos 41.9; Juan 17.12), y que se nos dice que primero Satanás le ‘había metido en la cabeza ... la idea’ (Juan 13.2) y que luego ‘entró en’ él (v. 27, blp). Sin embargo estos hechos no exoneran a Judas. Ni la profecía bíblica ni la influencia satánica le robaron la responsabilidad personal por sus actos. En el último momento en el aposento alto Jesús le hizo una apelación final (Juan 13.25–30), y cuando Judas la rechazó, Jesús dijo: ‘¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado!’ (Mateo 26.24). ¿Cuál pudo haber sido la motivación de Judas? Los evangelistas enfocan su amor al dinero. Juan nos dice que era el tesorero del grupo apostólico y que era un ladrón, que se servía del contenido de la bolsa común; en consecuencia se sintió horrorizado por la generosa extravagancia de María. Parece haber ido directamente de allí a los sacerdotes a fin de recuperar parte de la pérdida. Negoció con ellos y arregló por treinta monedas de plata, el precio del rescate por un esclavo común. Otro motivo de la traición de Judas pudo haber sido de carácter político más que comercial. Ha habido mucha especulación sobre el significado del sobrenombre de Judas: Iscariote. Algunos creen que era el nombre de un lugar, y que era ‘un hombre de Kerioth’, aldea al sur de Hebrón. Otros piensan que Iscariote era la deformación del término sikarios, asesino (de sica, nombre de una daga), y que Judas era miembro de los sikarii o sicarios, un grupo terrorista fanático mencionado por Josefo, el historiador judío del siglo i. ¿Era Judas, entonces, un militante nacionalista, que anhelaba la liberación de Israel de la dominación romana y estaba desilusionado de Jesús porque era un fiasco mesiánico? Es posible, aunque la evidencia no es suficientemente firme como para darnos seguridad. Los evangelistas, como hemos visto, ponen a María y a Judas en un nítido contraste: la generosidad desprendida de María, y el negocio fríamente calculado de Judas. Enardecido por el gasto que María había hecho de los salarios de un año, Judas vendió a Jesús por apenas un tercio de ese monto. Verdaderamente, ‘raíz de todos los males es el amor al dinero’ (1 Timoteo 6.10).

Para continuar leyendo: Juan 13.1–2, 18–30

Marzo 12 El aposento alto El lavamiento de pies Se levantó [Jesús] de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Juan 13.4–5 Jesús se había propuesto pasar su última noche compartiendo una comida privada con sus discípulos, y había hecho arreglos con un amigo para que le prestara su habitación de huéspedes, a la que Jesús describe como ‘un gran aposento alto ya dispuesto’ (Marcos 14.15). Durante la cena, Jesús lavó los pies de sus discípulos y les dijo que siguieran su ejemplo. Algunas iglesias protestantes (por ejemplo los menonitas) incorporan el lavamiento de pies en su servicio de comunión. Otros creen que Jesús no estaba instaurando una ceremonia sino más refiriéndose a una práctica cultural corriente. Traspuesto a nuestra cultura, Jesús hubiera estado comunicando que si nos amamos unos a otros estaremos dispuestos a servirnos unos a otros, y ningún acto de servicio sería demasiado indigno o sucio. El lavamiento de pies fue algo más que un ejemplo de la humildad en el servicio; también fue una parábola de la salvación. Primero Pedro se negó a que Jesús le lavara los pies. En ese caso, dijo Jesús, Pedro no tendría comunión con él. Entonces Pedro pidió que también le lavara las manos y la cabeza. Jesús respondió: ‘El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos’ (Juan 13.10). Queda claro a partir de estas palabras que el lavamiento era figura de la salvación. La costumbre social que había detrás de esta diferencia les era conocida. Antes de salir a cenar a la casa de un amigo, el invitado se daría un baño. Luego, al caminar ya sea descalzo o con sandalias, sus pies se volverían a ensuciar; al llegar a la casa un esclavo le lavaría los pies, pero no tendría necesidad de darse otro baño. Cuando primero llegamos a Jesús arrepentidos y con fe, recibimos ‘un baño’. Teológicamente, se llama ‘justificación’ (recibir una nueva posición) o ‘regeneración’ (experimentar un nuevo nacimiento), ambos dramatizados en el bautismo, el cual es un acto irrepetible. Entonces, como continuamos cayendo en pecado en las sucias calles del mundo, lo que necesitamos no es otra justificación o regeneración o bautismo, sino el perdón diario, simbolizado en nuestra sistemática concurrencia a la Cena del Señor. De modo que Pedro hizo dos errores opuestos. Primero, protestó contra ser lavado en absoluto. Luego pidió un baño, cuando lo único que necesitaba era el lavamiento de sus pies. ¡Que Dios nos dé la capacidad de comprender la diferencia! Para continuar leyendo: Juan 13.1–15

Marzo 13 La Cena del Señor Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que él venga. 1 Corintios 11.26, nvi Durante la comida en el aposento alto Jesús tomó el pan, lo rompió, y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí’ (Lucas 22.19). Entonces, después de la comida tomó la copa de vino y se las dio diciendo ‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama’ (Lucas 22.20). Estas son palabras y acciones de enorme significación, porque las dos expresan la visión que Jesús tenía de su propia muerte. Sobresalen tres verdades. La primera de ellas es la centralidad de su muerte. Jesús estaba dando instrucciones sobre su servicio de recordación. Ellos debían comer pan y beber vino en memoria de él. Además, el pan no solo representaría su cuerpo vivo sino el cuerpo dado por ellos, y el vino a la sangre derramada por ellos. En otras palabras, ambos elementos hablarían de su muerte. Es decir que quería ser recordado por su muerte. La segunda verdad que aprendemos de la Cena del Señor es el propósito de su muerte. Según Mateo, la copa representaba para Jesús ‘mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados’ (Mateo 26.28). Esta es la declaración verdaderamente extraordinaria de que mediante el derramamiento de su sangre en la muerte, Dios establecería el nuevo pacto prometido por medio de Jeremías (Jeremías 31), una de cuyas grandes promesas era el perdón de los pecados. La tercera verdad que enseña la Cena del Señor concierne a la necesidad de apropiarnos personalmente de los beneficios de su muerte. En el aposento alto los discípulos no fueron solamente espectadores sino participantes. Jesús no solo partió el pan sino que se los dio para que lo comieran. De manera semejante, no solo sirvió vino en la copa sino que se las dio para que bebieran. También así, no fue suficiente que Cristo muriera; debemos apropiarnos de las bendiciones de su muerte. Comer y beber eran, y siguen siendo, una vívida parábola en la que recibimos a Cristo como nuestro Salvador crucificado y nos alimentamos de él por la fe en nuestro corazón. Tal como la instituyó Jesús, evidentemente la Cena del Señor no se propuso como un acto de sentimentalismo y de ‘no me olviden’; más bien fue un drama de rico significado espiritual.

Para continuar leyendo: Jeremías 31.31–34

Marzo 14 Las dos venidas de Cristo Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo … No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Juan 14.3, 18 Al comienzo de Juan 14, y nuevamente cerca del final, Jesús les dice a sus discípulos: ‘No se turbe vuestro corazón’ (vv. 1, 27). Está aludiendo a uno de los problemas cardíacos que todo el mundo sufre y que ningún cardiólogo del mundo es capaz de curar. Lo que Juan registra en este capítulo es el diagnóstico y la prescripción del Médico Superior. Hasta podríamos titular el capítulo entero como ‘Problemas espirituales del corazón: sus causas y su cura’. Su causa era la inminente partida del Maestro; la prospectiva de ser abandonados por Jesús les produjo un problema en el corazón, y la cura que les anunciaba era que tuvieran fe en su promesa de que vendría otra vez. La venida de Cristo en los últimos tiempos es el tema de los catorce primeros versículos, aunque también pueden aplicarse a nuestra propia muerte. Jesús promete: (1) ‘voy … a preparar lugar para vosotros’ (v. 2) de modo que para los creyentes la muerte equivale a irse a casa, (2) ‘vendré otra vez’ (v. 3), (3) ‘volveré y os llevaré conmigo’ (v. 3, blp), y (4) ‘Yo soy el camino, y la verdad, y la vida’ (v. 6). Es hermoso pensar que Aquel que es nuestro destino es también nuestro precursor, nuestra escolta, nuestro camino. Los versículos 15–26, en cambio, se refieren a la venida intermedia de Cristo. El hecho de que volvería en el futuro no implicaba que los abandonaría en el intervalo. Todo lo contrario, enviaría al Espíritu Santo, o mejor aun, vendría él mismo en la persona del Espíritu Santo. Pero ¿a quiénes vendría? Se mostraría a quienes lo amaran, y estos demostrarían su amor mediante la obediencia (v. 21). En los últimos cinco versículos (vv. 27–31) Juan vuelve al tema de la inminente partida de Cristo. Una vez más Jesús les dice que no se turben ni tengan miedo. En cambio, les comunicó ‘¡Shalom!’. ‘¡Paz!’. Matthew Henry escribió sobre esto con su acostumbrado encanto: Cuando Cristo estaba por dejar el mundo hizo un testamento: entregó su alma a su Padre; legó su cuerpo a José de Arimatea; a los soldados les tocó la ropa; su madre quedó a cargo de Juan. Pero ¿qué dejar a sus discípulos, aquellos que lo habían dejado todo por él? No tenía plata ni oro; pero les dejó algo infinitamente mejor, su paz. Para continuar leyendo: Juan 14.1–31

Marzo 15 La vid y los pámpanos Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. Juan 15.5 En su alegoría sobre la vid y los pámpanos, Jesús estaba casi seguramente pensando en Israel, la vid selecta que Jehová había plantado en Canaán, y asumiendo la continuidad entre Israel y la nueva comunidad de Dios. El mensaje esencial de la alegoría es que el propósito del Señor para los suyos es que sean fructíferos, así como la función de la vid es producir uvas. Es sorprendente cuántos cristianos imaginan que ser fructífero significa ser exitoso en ganar personas para Cristo. El evangelismo es, sin duda, una parte muy importante de nuestro llamamiento cristiano. Pero si cotejamos a las Escrituras consigo mismas, las uvas en el viñedo de Dios eran la justicia y la rectitud, y en el Nuevo Testamento el fruto del Espíritu es la semejanza con Cristo. Ver Isaías 5; Gálatas 5.22–23; y Colosenses 1.10. ¿Cuál, entonces, era el secreto de llevar fruto? El primer factor es la poda de la vid. Dios es un infatigable horticultor. Poda cada rama que lleva fruto para que pueda llevar más fruto. Esta poda es sin duda una escena de sufrimiento, y la poda es un proceso drástico. El arbusto o la mata se cortan al ras, generalmente en otoño. Para el que no conoce, parece un acto demasiado cruel. A veces se deja un tocón, desnudo, rasgado, herido y mutilado; pero cuando regresan la primavera y el verano, hay mucho fruto. Es evidente que la cuchilla podadora tan dolorosa ha estado en buenas manos. Así, en el camino a la santidad es virtualmente indispensable alguna forma de sufrimiento. El segundo secreto para ser fructífero es que las ramas ‘permanezcan’ en la vid. En esencia, ser cristiano es estar ‘en Cristo’, orgánicamente unido a él. De modo que permanecer en Cristo es mantener y desarrollar una relación que ya existe. Más aun, es una relación recíproca, ya que permanecemos en Cristo y Cristo en nosotros. Para que Cristo permanezca en nosotros debemos permitírselo, es decir, para que sea cada vez más lo que él es, nuestro Señor y Dador de vida: ‘Permanezcan en mí. Aférrense a mí. Apéguense firmemente a mí. Vivan en comunión íntima conmigo. Acérquense más y más a mí. Pongan en mí sus cargas. Arrojen todo su peso sobre mí. No se suelten de mí ni por un instante’. Ese es el secreto, explica J. C. Ryle.

Para continuar leyendo: Juan 15.1–8

Marzo 16 Las ventajas de la partida de Jesús Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya. Juan 16.7 ¿En qué sentido podía ser una ventaja para los discípulos que Jesús los dejara? ¿Qué pudo haber querido decir Jesús? Habían compartido tres años maravillosos con él. ¡Si tan solo hubiéramos podido estar con Jesús!, pensamos con envidia. ¡Si tan solo hubiéramos podido observarlo dando de comer a los hambrientos, sanando a los enfermos, resucitando a los muertos! Pues bien, los apóstoles tenían por lo menos dos desventajas importantes. Primero, mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia se limitaba a un lugar. A veces estaban separados entre sí, por ejemplo cuando estaban en el barco y él estaba orando en la montaña. No podían disfrutar de una comunión ininterrumpida con él. Permítame actualizar a Henry Drummond, el autor y evangelista escocés del siglo xix: Supongamos que Jesús todavía estuviera en Jerusalén. Todos los barcos y todos los aviones estarían colmados de peregrinos cristianos. Supongamos que usted fuera uno de ellos. Con mucha dificultad, aterriza allí. Pero los caminos están congestionados. Entre usted y Jerusalén se prolonga una masa oscura de personas ansiosas. Usted ha venido a ver a Jesús, pero nunca logrará verlo. Para evitar precisamente esa frustración, Jesús se fue y envió al Espíritu Santo para ocupar su lugar. Lo que el Espíritu Santo hizo fue universalizar la presencia de Jesús y hacerlo accesible a todas las personas en todo lugar. La segunda desventaja de los apóstoles era que mientras Jesús estaba con ellos en la Tierra, su presencia no solo era local sino también exterior. No podía entrar en su personalidad o transformarlos desde dentro, llegar a la fuente de sus pensamientos, sus motivaciones, sus deseos. Pero más adelante sí podría hacerlo porque, dijo Jesús refiriéndose al Espíritu Santo, ‘mora con vosotros, y estará en vosotros’ (14.17). Es decir que el Espíritu Santo internalizaría la presencia de Jesús para que Cristo more en nuestros corazones y nos transforme a su semejanza. Por eso, para nosotros es una gran ventaja que Jesús se haya ido y en su lugar el Espíritu Santo haya venido. El Espíritu Santo ha permitido que la presencia de Jesús no sea local sino universal, ya no externa sino interna. Para continuar leyendo: Juan 16.5–11

Marzo 17 El ministerio del Espíritu de la verdad Tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. Juan 16.12–13 En el corazón del discurso en el aposento alto hay dos promesas relacionadas con el ministerio de enseñanza del Espíritu de la verdad. En primer lugar, el Espíritu de la verdad ‘os recordará todo lo que yo os he dicho’ (14.26). Aunque personas creyentes con escasa memoria han tratado de reclamar para sí esta promesa, en su origen estaba destinada a los apóstoles. Jesús había estado enseñándoles durante tres años; ahora le interesa que pueda preservarse ese rico patrimonio. Él se ha ocupado de enseñar; el Espíritu Santo se ocuparía de recordarles lo aprendido. Esa promesa se cumplió al escribirse los Evangelios. En segundo lugar, el Espíritu de verdad ‘os guiará para que podáis entender la verdad completa’ (16.13, blp) o ‘a toda la verdad’. Me pregunto si hay versículo bíblico que haya sido tan mal interpretado como este. El interrogante de fondo es la identidad de aquellos a quienes se dirige la promesa. Los católicos romanos lo aplican al papa y al colegio primado, considerados como los sucesores de los apóstoles. La Iglesia Ortodoxa lo aplica a la Iglesia y a su tradición, los teólogos liberales a la corriente de opinión académicamente formada, y los pentecostales a cada creyente lleno del Espíritu Santo. Los cristianos reformados y evangélicos insisten en que debe aplicarse a los apóstoles reunidos en torno a Jesús en el aposento alto. El enfoque es claro en sus palabras en Juan 16.12–13: ‘Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad’. En la primera oración, es indudable la referencia a los apóstoles allí presentes. La segunda oración está necesariamente relacionada con la anterior, no podría cambiar de destinatario. Es evidente que Jesús consideraba que su ministerio de enseñanza estaba aún incompleto. Había mucho más que quería enseñar a los apóstoles, pero eran incapaces al momento de recibirlo todo. El Espíritu Santo completaría la tarea que Jesús dejaba incompleta. Él guiaría a los apóstoles a toda la verdad que quería que conocieran, y la promesa se cumplió al escribirse el libro de Hechos, las cartas apostólicas, y el libro de Apocalipsis. Es decir que el ministerio del Espíritu Santo consistiría tanto en recordar como en complementar la enseñanza de Jesús, y ambas tareas se cumplieron al escribirse el Nuevo Testamento.

Para continuar leyendo: Juan 15.26–27; 16.12–15

Marzo 18 La oración de Jesús por los suyos Habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado. Juan 17.1 Juan 17 es uno de los capítulos más profundos de la Biblia. Se han escrito libros enteros para exponerlo. ¿Qué podemos lograr en apenas 350 palabras? Después de orar por sí mismo, pidiendo ser glorificado en la cruz, Jesús ora por los suyos. En primer término, ora por la verdad de la Iglesia, y literalmente pide que el Padre guarde a los suyos en su nombre (‘en tu nombre’, v. 12). Jesús ruega que los que le pertenecen sean fieles a la revelación que él les ha dado. En segundo término, ora por la santidad de la Iglesia. No pide que sean aislados del mundo sino que, permaneciendo en él, sean protegidos del mal (v. 15). En tercer término, Jesús ora por la misión de la Iglesia. ‘Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo’ (v. 18). Concretamente, pide que su misión sea el modelo de la nuestra. Porque así como él entró al mundo, debemos nosotros entrar en los mundos de los demás. La misión auténtica es una misión de encarnación. En cuarto término, Jesús ora por la unidad de la Iglesia, y esta unidad tiene dos aspectos. (1) Unidad con los apóstoles. ‘Mas no ruego solamente por éstos [los apóstoles], sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno’ (vv. 20–21, énfasis agregado). ‘Todos’ debe referirse a la combinación de ‘éstos’ (los apóstoles) y aquellos que han de creer a través de ellos. Se trata de una súplica para que haya continuidad histórica entre los apóstoles y la Iglesia posapostólica, que la Iglesia en cada época sea una Iglesia auténticamente apostólica, leal a la enseñanza del Nuevo Testamento. (2) Es también la unidad con el Padre y con el Hijo (v. 21). Esta es, entonces, la doble unidad por la que oró Jesús. Es unidad con los apóstoles (una verdad en común) y unidad con el Padre y con el Hijo (una vida en común). Las estructuras de la Iglesia son importantes, pero más importante aun es la unidad en torno a la verdad y a la vida. Para continuar leyendo: Juan 17

Comienza la prueba Marzo 19 La agonía del huerto Comenzó [Jesús] a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Marcos 14.33–34 La última cena concluyó con un himno, probablemente Salmos 115–118, que ponía fin al ‘Hallel’ y a la cena de Pascua. Jesús y Los Doce (aunque ahora sin Judas) caminaron luego hacia un huerto llamado Getsemaní, en el monte de los Olivos, donde habitualmente pasaban la noche. Allí Jesús experimentó la agonía de la angustia, y ese momento nos ayuda a entender lo que estaba por sufrir en la cruz. La agonía de Jesús en el huerto de los Olivos ofrece un ejemplo vívido de la paradoja de su persona. Por un lado, vemos su necesidad humana de compañerismo y de apoyo en la oración por parte de sus amigos, y el reconocimiento de que su voluntad podía ser distinta de la de su Padre (‘no se haga mi voluntad, sino la tuya’ [Lucas 22.42]). Por otro lado, aun en el medio de su agonía, se dirige a Dios en la singular intimidad de la expresión ‘Abba, Padre’ (Marcos 14.36). ¿Cuál era su agonía? Las palabras griegas merecen una traducción más vívida que la que encontramos en algunas versiones de la Biblia. Es más apropiada, por ejemplo: “… comenzó a sentirse atemorizado y angustiado. Les dijo: ‘Me está invadiendo una tristeza de muerte. Quedaos aquí y velad’.” (vv. 33–34, blp). Y Lucas agrega, con su mirada propia de un médico, que ‘era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra’ (Lucas 22.44). Jesús se refirió a su tribulación como una ‘copa’ de la que bebía con aflicción. ¿Se trataba solamente de la muerte? Sócrates esperó su fin en una celda en la prisión en Atenas, con una actitud distinta a la de Jesús. Bebió la copa de cicuta, como escribió Platón, ‘sin temblar, muy alegre y sereno’. ¿Era Sócrates más valiente que Jesús? No, toda la evidencia muestra lo contrario. El coraje moral y la valentía física de Jesús no habían vacilado jamás. Entonces significa que las copas de ambos deben haber estado cargadas con venenos diferentes. La copa que Jesús anheló ardientemente evitar no era la del dolor físico de la crucifixión ni la agonía mental de la deserción de sus amigos sino el horror espiritual de cargar los pecados del mundo. En el Antiguo Testamento la copa era el símbolo habitual de la ira de Dios. Por ejemplo, Isaías describió a Jerusalén después de haber sido destruida como que había bebido ‘de la mano de Jehová el cáliz de su ira’ (Isaías 51.17). Jesús salió de la agonía del huerto con la firme determinación de ir a la cruz. Aunque Juan no incluye el relato del Getsemaní, sí tiene una expresión que los demás evangelistas omiten: ‘la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?’ (Juan 18.11).

Para continuar leyendo: Marcos 14.32–42

Marzo 20 La traición de Judas Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron. Mateo 26.50 Días atrás intentamos discernir la motivación de Judas. Hoy observaremos cómo se fue desplegando su complot para traicionar a Jesús. La historia en su conjunto muestra de qué modo en la providencia divina se entrelazan el propósito divino y la acción humana. Cuando sale del huerto de los Olivos en Getsemaní, Jesús tiene claro que no hay alternativa a la cruz y ya ha rendido su voluntad a ella. Había preguntado: ‘¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre’ (Juan 12.27–28). Él está preparado para el siguiente acto en el drama. Llega al huerto un destacamento de soldados armados, enviados por los jefes de los sacerdotes y conducidos por Judas, ya que estaba familiarizado con este lugar de encuentro. También les había dado de antemano la señal de un beso. La única protesta de Jesús fue que él no estaba dirigiendo una rebelión sino que había estado enseñando a diario en los atrios del templo, donde podrían haberlo arrestado. Pero Pedro no estaba en absoluto dispuesto a aceptar el arresto de Jesús. Igual que en Cesarea de Filipo, aquí también seguía rechazando el concepto de un Mesías que pudiera sufrir y morir. Esta vez no solo lo proclamó; se lanzó intempestivamente a la acción: desenvainó su espada y arrancó la oreja de Malco, el sirviente del sumo sacerdote. Jesús le dijo que guardara su espada, y agregó: ‘¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?’ (Mateo 26.53–54). Es muy impresionante ver a Jesús poniéndose de manera intencional bajo la autoridad de las Escrituras del Antiguo Testamento. Debía ser traicionado, arrestado, rechazado, condenado y, finalmente, ejecutado. ¿Por qué debían suceder esas cosas? Porque así estaba escrito en las Escrituras. Para continuar leyendo: Mateo 26.47–56

Marzo 21 La negación de Pedro Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y pensando en esto, lloraba. Marcos 14.72 Camino a Getsemaní Jesús había predicho que Pedro iba a negarlo. Pero el impetuoso Pedro había rechazado con vehemencia la sola posibilidad: ‘¡Yo no te negaré, aunque tenga que morir contigo!’ (v. 31, blp). Sin embargo, hizo exactamente aquello que había declarado que jamás haría. Los cuatro evangelistas registran la negación de Pedro, aunque no es tan sencillo armonizar sus relatos. De todos modos, parece que cada provocación y cada negación fueron más graves que la anterior. Todas tuvieron lugar en o cerca del patio de la casa del sumo sacerdote. Podríamos resumirlas como sigue: Primero, una sirviente anónima acusó a Pedro de andar ‘con Jesús el nazareno’ (v. 67), pero Pedro dijo con firmeza que la muchacha no sabía lo que estaba diciendo. Segundo, otra joven dijo de Pedro ‘Este es de ellos’, pero él juró que no era así. Tercero, un grupo de espectadores se acercó a Pedro y lo desafió de manera directa, diciéndole: ‘No cabe duda de que tú eres de los suyos, pues eres galileo’ (v. 70, blp). Entonces Pedro empezó a maldecir y a blasfemar y (sugieren algunos comentaristas) a maldecir a Jesús. En ese momento cantó un gallo, y Jesús miró directamente a Pedro. Entonces Pedro recordó lo que Jesús le había dicho, se quebrantó y lloró. No debemos relativizar la gravedad de las negaciones de Pedro. Pero tampoco debemos subestimar la grandeza del perdón de Dios y su gracia transformadora. A su debido momento Pedro fue restaurado y se convirtió en un líder firme como una roca para la Iglesia naciente.

Para continuar leyendo: Marcos 14.66–72

Marzo 22 El juicio ante el sanedrín Los jefes de los sacerdotes y el pleno del Consejo Supremo andaban buscando un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte. Marcos 14.55, blp Los estudiosos todavía debaten respecto a algunos detalles de los cuatro juicios que debió enfrentar Jesús: ante Anás, ante Caifás, ante Herodes y ante Pilato. Lo que parece claro es que fue llevado directamente del Getsemaní a una audiencia preliminar, nocturna, e informal, ante los líderes judíos encabezados por Anás, quien, como se nos dice, era un ex sumo sacerdote y suegro de Caifás. Tenía reputación de ser un hombre codicioso que se había enriquecido por medio del impertinente comercio en el templo. Interrogaron a Jesús acerca de sus seguidores y acerca de su enseñanza, pero se negó a responder las preguntas que le hicieron sobre la base de que sus palabras y sus obras eran ampliamente conocidas. Luego, probablemente a la mañana siguiente, Jesús fue llevado ante una sesión plenaria del sanedrín, que era la corte suprema responsable de los asuntos políticos, legales y religiosos en Jerusalén. El objetivo de esta reunión era formular una acusación contra Jesús que ellos pudieran presentar ante la corte romana presidida por Pilato. Este no se interesaría por ofensas triviales de índole eclesiástica contra ley judía, sino solamente en pretensiones revolucionarias que amenazaran la seguridad pública. De modo que Caifás, quien como sumo sacerdote presidía las reuniones del sanedrín, desafió directamente a Jesús preguntándole si era el Mesías. En respuesta Jesús solamente afirmó ‘Yo soy’, pero dijo que aquellas palabras se habían cumplido en él, citando tanto Daniel 7 como Salmos 101.1, con lo cual declaraba tener dominio universal y compartir el trono de Dios. No es extraño que Caifás lo acusara de blasfemia y merecedor de muerte. No podemos sino contrastar la conducta de Pedro (que vimos ayer) con la de Jesús (que vemos hoy). Pedro negó a Jesús, en tanto que Jesús, si bien se negó a responder preguntas frívolas, declaró con valentía su carácter mesiánico ante la suprema corte judía. Para continuar leyendo: Marcos 14.53–65

Marzo 23 El juicio ante Pilato Condujeron a Jesús de casa de Caifás al palacio del gobernador … tuvo que salir Pilato para preguntarles: ‘¿De qué acusáis a este hombre?’. Juan 18.28–29, blp Roma tenía una reputación mundial por la justicia que se practicaba en sus cortes. La sesión comenzó de manera acorde con esa reputación judicial. Pilato preguntó qué acusaciones tenían en contra del prisionero. En respuesta, los líderes judíos acusaron a Jesús de tres ofensas: ‘pervierte a la nación’, dijeron, además prohíbe pagar los impuestos al César, y declara ser ‘Cristo, un rey’ (Lucas 23.2). Las dos primeras acusaciones eran poco precisas, pero la tercera era una acusación directa de traición. También despertó sospecha en Pilato, ya que el prisionero no se veía como un rey. ¿Qué clase de rey era? Su reinado, explicó Jesús, era el de dar testimonio de la verdad. Uno de los detalles notables en el relato de los evangelistas es la reiterada declaración de la inocencia de Jesús que hizo Pilato. Después de la primera audiencia, dijo: ‘Ningún delito hallo en este hombre’. Luego, después de que Herodes se lo devolvió, Pilato afirmó: ‘no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes’ (Lucas 23.14–15). Y entonces, cuando la muchedumbre reclamaba que lo crucificara, Pilato respondió: ‘Ningún delito digno de muerte he hallado en él’ (Lucas 23.22). Entonces la esposa de Pilato provocó un dramático desvío de la situación porque le envió el siguiente mensaje: ‘No tengas nada que ver con ese justo’ (Mateo 27.19). La razón era que ella había soñado con Jesús. Finalmente, Pilato tomó agua y se lavó las manos ante la multitud, diciendo: ‘Inocente soy yo de la sangre de este justo’ (Mateo 27.24). Es decir que en cinco ocasiones se registra que Pilato declaró la inocencia de Jesús. Esto, por supuesto, era un acto deliberado. Si bien el cristianismo era considerado una religión ilícita (religio illicita) en el imperio romano, era importante declarar la inocencia de Jesús. Los evangelistas lo hicieron citando nada menos que a Poncio Pilato, el procurador de la provincia romana de Judea.

Para continuar leyendo: Juan 18.28–38

Marzo 24 Las vacilaciones de Pilato Y Pilato, queriendo satisfacer al pueblo, les soltó a Barrabás, y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado. Marcos 15.15 Poncio Pilato, procurador de Judea, era un administrador capaz pero a veces insensible a los escrúpulos judíos. En los Evangelios lo vemos atrapado en los cuernos de un dilema, desgarrado entre la justicia y la conveniencia. Por un lado (como vimos ayer), sabía que Jesús era inocente, y lo dijo repetidamente. Por otro lado, temía las consecuencias en caso de que no se sometiera a la turba. Los evangelistas lo describen como ‘queriendo soltar a Jesús’ (Lucas 23.20) y ‘queriendo satisfacer al pueblo’ (Marcos 15.15). Descubrió que no podía satisfacer ambos deseos en forma simultánea. Es fascinante observarlo retorciéndose en este aprieto. Intentó cuatro formas de evitar una decisión obvia. Primero, intentó trasladar la responsabilidad a alguna otra persona. Al descubrir que Jesús venía de Galilea, y que en consecuencia estaba en la jurisdicción de Herodes, se lo envió para que lo sometiera a juicio él. Pero Herodes no encontró que las acusaciones que le hacían tuvieran fundamento. Segundo, intentó hacer lo correcto (es decir, dejar libre a Jesús) por la razón equivocada (recurriendo a la costumbre de la Pascua), y así liberar a Jesús como un acto de clemencia y no de justicia. Tercero, intentó satisfacer a la multitud aplicando medidas parciales, por ejemplo, azotar a Jesús en lugar de crucificarlo. Cuarto, intentó persuadir a la muchedumbre de su propia integridad (lavándose las manos públicamente) a pesar de que al mismo tiempo la contradecía (enviando a Jesús a la cruz). Cada uno de estos intentos era un subterfugio, una forma de evitar mediante concesiones un verdadero compromiso. ¿Por qué era Pilato tan débil, tan moralmente cobarde? Juan nos lo dice. Los judíos no dejaban de gritar: ‘Si a éste sueltas, no eres amigo de César’ (Juan 19.12). Eso fue lo que definió. La cuestión quedaba en evidencia. Debía elegir entre dos reyes. Para su eterna vergüenza, hizo la decisión equivocada. Eligió ser amigo del César y enemigo de la razón y de la justicia. Su nombre quedó inmortalizado en la cláusula del credo que declara que Jesús ‘sufrió bajo Poncio Pilato’. Para continuar leyendo: Juan 19.4–16

Marzo 25 La responsabilidad por la muerte de Jesús ... los maestros de la ley … llevaron atado a Jesús y se lo entregaron a Pilato. Marcos 15.1, blp ¿Quién fue responsable de la muerte de Jesús? A los cristianos se nos acusa a menudo de antisemitismo porque (se dice) tratamos de cargar la culpa sobre los judíos, especialmente los líderes judíos. Pero la responsabilidad de la crucifixión de Jesús se distribuye mucho más ampliamente y no cae sobre un grupo particular de personas. Los evangelistas dejan en claro que Judas, los sacerdotes, Pilato, la multitud y los soldados tuvieron todos una parte importante en el drama. Más aun, en cada caso se sugiere más de un indicio sobre sus motivaciones. Judas fue movido por la codicia, los sacerdotes por la envidia, Pilato por el miedo, la multitud por la histeria, y los soldados por su trabajo insensible. No es difícil reconocer esa combinación de pecados en nuestra persona. En el griego se usa el mismo verbo en cada etapa del suceso. La palabra es paradidōmi, que puede tener el sentido de liberar, entregar, renunciar, y aun traicionar. Así, Judas entregó a Jesús a los sacerdotes. Los sacerdotes lo entregaron a Pilato. Pilato lo entregó a la voluntad de la muchedumbre, y la muchedumbre lo entregó para ser crucificado. Pero este es solo el lado humano de la historia. Jesús insistió en que su muerte fue un acto voluntario de su parte, y que él mismo se había entregado a ella: ‘Nadie me la quita [mi vida], sino que yo de mí mismo la pongo’ (Juan 10.18). Y en algunos pasajes reaparece el verbo paradidōmi. Por ejemplo, en la referencia de Pablo al ‘Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí’. (Gálatas 2.20). Con todo, todavía queda una perspectiva más que debemos considerar, que es la acción de Dios Padre al entregar a su Hijo a la muerte. Por ejemplo, se describe a Dios como ‘El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros’ (Romanos 8.32). Por último, hay un pasaje donde se reúnen los aspectos divino y humano de la muerte de Jesús. Pedro predicó: ‘a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole’ (Hechos 2.23). Atribuye la muerte de Jesús en forma equilibrada al propósito de Dios y a la maldad de los seres humanos; no hace ningún intento por resolver la paradoja. Las dos afirmaciones son ciertas.

Para continuar leyendo: Hechos 4.27–28

Marzo 26 El final Barrabás el bandido Ahora bien, en el día de la fiesta les soltaba un preso, cualquiera que pidiesen. Marcos 15.6 Antes de escuchar las siete palabras de Jesús desde la cruz, necesitamos conocer un panorama general de sus sufrimientos y su muerte, comenzando con la historia de Barrabás y de Simón de Cirene, para continuar con la crucifixión, la muerte y el entierro de Jesús. No sabemos nada sobre Barrabás aparte de lo que leemos en los Evangelios. Pero los cuatro evangelistas nos dicen algo sobre él. Integrando las diversas evidencias, aprendemos que se trataba de un notorio criminal y preso político. Había tomado parte recientemente en una insurrección en la ciudad y era a la vez un ladrón y un criminal. En nuestros términos, era un terrorista que estaba sentenciado a muerte y en espera de su ejecución. Los cuatro evangelistas también nos hablan de la costumbre del gobernador de otorgar una amnistía durante la Pascua y liberar al preso que la gente eligiera. Pilato vio en esta tradición una oportunidad para escapar de su dilema personal. Sugirió a la multitud que eligiera a Jesús. Pero para su consternación eligieron en cambio a Barrabás, y de esa manera frustraron su plan. Es difícil imaginar la incredulidad que habrá sentido Barrabás cuando la puerta de su celda se abrió de par en par y fue llamado, no para su ejecución sino para su liberación. Seguramente salió tropezando, aturdido por la luz brillante de un día primaveral. No solo fue liberado sino que, en un sentido, fue redimido. Quizás Barrabás haya sentido lo anormal de su situación (como lo sentimos nosotros). El que había dado la vista a los ciegos y había puesto sus manos sobre los niñitos para bendecirlos estaba por ser crucificado, mientras que el rufián que merecía su condena quedaba impune. El apóstol Pedro se refirió a este curso desordenado en el segundo sermón que predicó a la multitud en Jerusalén. Habían matado al autor de la vida, les dijo, y en cambio habían pedido que se pusiera en libertad a un asesino (Hechos 3.14–15). Los cristianos vemos algo más que anomalía en la historia de Barrabás; también vemos una parábola de nuestra redención. Cada uno de nosotros se parece a Barrabás. Como él merecemos la muerte. Pero como él, hemos escapado de la muerte porque Jesús murió en nuestro lugar. Si la curiosidad acercó a Barrabás al Calvario (aunque en esto solo estoy especulando), quizás haya visto morir a Jesús y se haya dicho a sí mismo: ‘Está muriendo en mi lugar’. Quizás esa visión lo haya conmovido, ablandado y redimido. Para continuar leyendo: Marcos 15.6–15

Marzo 27 Simón de Cirene Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene … y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús. Lucas 23.26 Es indudable que Jesús habrá estado exhausto. Había tenido que soportar varios juicios sin dormir, además del inmisericorde azote y el abuso extremo al que lo sometieron. Y ahora según la tradición romana él debía cargar su propia cruz, o por lo menos la vara transversal, hasta el lugar de ejecución. Al parecer había tropezado bajo el peso del madero. Es verdad que no lo dice ninguno de los evangelistas, pero la tradición cristiana lo ha mantenido. Y esto podría explicar por qué los soldados aprovecharon a Simón de Cirene y le transfirieron la cruz sobre los hombros, obligándolo a cargarla. La Iglesia siempre honró a Simón por este acto de caridad, aunque lo hayan obligado a hacerlo. Parece claro que Simón y su familia se convirtieron a Cristo. Marcos lo identifica como el ‘padre de Alejandro y de Rufo’ (Marcos 15.21), lo cual indica que era bien conocido en la iglesia de Roma para el tiempo en que el Evangelio de Marcos se divulgó allí. ‘Simón el que se llamaba Niger [negro]’, uno de los líderes en la iglesia de Antioquía, pudo tratarse de este mismo hombre (Hechos 13.1), y el Rufo y su madre a los que Pablo saluda en Roma (Romanos 16.13) también pudieron tratarse de la misma familia. Todo esto sugiere que el Simón que cargó la cruz para Jesús era un africano negro de la región que llamamos Libia. Es interesante reflexionar sobre la manera en que tres de los principales actores en el drama de la pasión se relacionaron con la cruz. Podemos decir que Judas provocó la cruz, porque su traición llevó directamente al acontecimiento; Barrabás escapó de la cruz y consiguió su libertad a expensas de Jesús; y Simón cargó la cruz, la llevó para Jesús. Más aun, estas tres experiencias no son incompatibles con la experiencia cristiana actual. Como Judas, nosotros hemos provocado la cruz con nuestra codicia y nuestra hipocresía. Como Barrabás, hemos escapado de la cruz por medio de aquel que murió en nuestro lugar. Y como Simón, estamos llamados a llevar nuestra cruz cada día, y seguir a Cristo.

Para continuar leyendo: Lucas 9.18–26

Marzo 28 La crucifixión Llevaron a Jesús a un lugar llamado Gólgota … A continuación lo crucificaron. Marcos 15.22, 24, blp En uno de sus discursos, Cicerón describió la crucifixión como ‘el castigo más cruel e indignante’. Más adelante dijo que hasta la palabra cruz debía estar lejos, no solo de la persona de un ciudadano romano sino aun de sus pensamientos, sus ojos y sus oídos. Por eso no resulta sorprendente ni accidental que los evangelistas se mostraran tan cautos al escribir. Lo único que dicen es que ‘lo crucificaron’, y no dan ningún detalle descriptivo. Sin embargo, sabemos por otras fuentes que el prisionero era puesto sobre su espalda; que sus manos, sus muñecas o sus brazos eran clavados contra el patíbulo (el travesaño de la cruz); y que luego se elevaba a la cruz hasta su posición vertical y se la dejaba caer en el pozo preparado para calzarla. Pilato hizo colocar sobre la cabeza de Jesús un ‘título’ en arameo, latín y griego, donde se leía ‘JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS’. Los líderes judíos intentaron persuadir a Pilato de que cambiara la expresión y dijera que Jesús decía ser el rey de los judíos, pero Pilato se negó a hacerlo. Poco a poco la multitud se fue diluyendo. Los soldados echaron suertes sobre la ropa de Jesús, y las mujeres, llorando, seguían contemplando a Jesús. Algunos sacerdotes y escribas también se habían quedado y se burlaban de Jesús, diciendo: ‘A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere’ (Mateo 27.42–43). Parte de lo que decían era verdad. Él podía haber ejercido poder divino para descender de la cruz, pero lo que no podía hacer era salvarse a sí mismo y a ellos a la vez. Para salvarlos a ellos debía permanecer en la cruz y morir. Así, ‘la cruz’ pronto llegó a referirse no tanto a una forma de ejecución sino a la manifestación del evangelio de la salvación. El apóstol Pablo pudo escribir: ‘lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo’ (Gálatas 6.14). Para continuar leyendo: 1 Corintios 1.17–25

Marzo 29 El nuevo templo ¡Bah! tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz. Marcos 15.29–30 Aquí vemos una expresión más de abuso que los líderes judíos lanzaron contra Jesús mientras estaba suspendido en la cruz. Se referían a su enseñanza en el templo, y esas palabras merecen que meditemos hoy en ellas. El punto de comienzo es la actitud respetuosa de nuestro Señor hacia el templo como casa de Dios. Por supuesto, él conocía la historia de Israel. Estaba familiarizado con la secuencia de acontecimientos desde el tabernáculo en el desierto, el primer templo construido por Salomón, el segundo templo que comenzó a construirse después del exilio en Babilonia, hasta el templo de Herodes que todavía estaba en proceso de construcción en aquellos días. En cada de uno de esos edificios había un santuario interior, el Lugar Santísimo, en el que podía verse la gloria shekinah, símbolo de la presencia de Dios. Es decir, Dios habitaba en medio de su pueblo, y el templo era el centro de su vida espiritual. Pero Jesús quedó pasmado ante la profanación de sus contemporáneos hacia el templo, al usarlo como una sede de comercio. La casa de oración se había convertido en cueva de ladrones. Jesús hizo algo más que purificar el templo; predijo su destrucción y su remplazo. ‘Destruid este templo’, dijo, ‘y en tres días lo levantaré’ (Juan 2.19). Sus oyentes confundieron por completo el sentido de esas palabras. Protestaron diciendo que el templo de Jerusalén había estado en proceso de construcción durante cuarenta y seis años, ¿cómo pretendía él reconstruirlo en tres días? La declaración parecía absurda. Pero Juan explica en su Evangelio que Jesús estaba refiriéndose a la resurrección de su cuerpo, el cual se convertiría en un nuevo templo, en el centro de una nueva comunidad mesiánica. En el futuro, cuando al menos dos o tres de sus discípulos se encontraran en su nombre, él estaría en medio de ellos, dice Mateo 18.20. Los contemporáneos de Jesús no olvidaron sus declaraciones. Los testigos falsos las repitieron ante el sanedrín. Y mientras Jesús estaba en la cruz, los sacerdotes se burlaron de aquella profecía sobre un nuevo templo. El viejo templo fue destruido en el año 70 d. C., pero la comunidad mesiánica del Jesús resucitado es el nuevo templo, el lugar donde habita por medio de su Espíritu (ver 1 Corintios 3.16).

Para continuar leyendo: Efesios 2.11–22

Marzo 30 Los sufrimientos de Cristo Entonces él [Jesús] les dijo: … ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Lucas 24.25–26 ¿Por qué puso Mateo tanto énfasis en los sufrimientos de Jesús? Es entendible que hubiera enfatizado la cruz, porque Cristo murió por nuestros pecados, y su cruz es la esencia del evangelio. Pero ¿por qué su énfasis sobre su pasión, es decir, sobre los sufrimientos? En primer lugar, el sufrimiento identificaba a Jesús como el auténtico Mesías. Había enseñado abiertamente que el Hijo del Hombre debía sufrir muchas cosas y entrar a su gloria mediante el sufrimiento. Dado que la característica distintiva de su Evangelio es presentar a Jesús como el cumplimiento del Antiguo Testamento, Mateo presta atención a ese aspecto en la historia de la pasión. ¿Fue Jesús traicionado y abandonado por sus amigos? Ese era el cumplimiento de Salmos 41.10: ‘Hasta mi íntimo amigo en quien confiaba, el que comía de mi pan, me ha traicionado.’ (blp). ¿Lo maltrataron y repudiaron terriblemente? Fue así en cumplimiento de Isaías 53.3: ‘Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto’. ¿Mantuvo dignamente el silencio delante de sus jueces? Lo hizo en cumplimiento de Isaías 53.7: ‘como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca’. ¿Lo azotaron, lo golpearon, le pegaron en el rostro, le escupieron? Fue en cumplimiento de Isaías 50.6: ‘Ofrecí mi espalda a los que me azotaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; y no me tapé la cara cuando me insultaban y escupían.’ (blp). Todas estas cosas, implica Mateo, eran señales del verdadero Mesías, el Siervo sufriente del Señor. En segundo lugar, el sufrimiento también identifica a la comunidad mesiánica. La octava bienaventuranza registrada por Mateo declara que ser perseguido es una característica necesaria de los seguidores del Mesías. Esto sigue siendo verdadero en nuestros días. Según Paul Marshall, en su bien documentado libro Their Blood Cries Out (Su sangre clama), entre 200 y 250 millones de cristianos son perseguidos en la actualidad por causa de su fe, y unos 400 millones más viven bajo severas restricciones a la libertad religiosa. Estos sufrimientos son una insignia tanto del Mesías como de sus discípulos. Para continuar leyendo: 1 Pedro 2.13–25

Marzo 31 El entierro de Jesús José de Arimatea … pidió el cuerpo de Jesús … lo envolvió en la sábana, y lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña. Marcos 15.43, 46 Según la ley judía, el cuerpo de un criminal ejecutado no debía dejarse colgado durante la noche; debía ser enterrado antes de que se pusiera el sol (Deuteronomio 21.22– 23). Aquí es donde entra en la historia José de Arimatea. José era lo que hoy llamaríamos un senador, un miembro principal del sanedrín, y era en secreto un creyente en Jesús. Tomó coraje y le pidió a Pilato el cuerpo de Jesús, porque habitualmente los criminales crucificados hubieran sido arrojados a una fosa común, o abandonados a la voracidad de los perros y los buitres. Pilato se sorprendió de escuchar que Jesús ya hubiera muerto, pero el centurión que estaba de guardia lo confirmó. En consecuencia, mientras las mujeres miraban, José y (según el relato de Juan) Nicodemo enterraron el cuerpo de Jesús, colocándolo sobre una piedra en la tumba que era propiedad de José. La primera razón por la que el entierro de Jesús entró a formar parte del anuncio del evangelio es que su entierro atestiguaba la realidad de su muerte (1 Corintios 15.3–4). Jesús no se desmayó simplemente, ni tuvo una muerte aparente. Las mujeres no se equivocaron de tumba. Ningún ladrón de tumbas hubiera podido apropiarse del cuerpo. Si el cuerpo ya no estaba y la tumba estaba vacía, era porque él había resucitado, es decir, simultáneamente se levantó de la muerte y fue transformado. No podía haber otra explicación. En segundo lugar, el entierro de Jesús forma parte del evangelio porque indica la naturaleza corpórea de la resurrección. La persona que resucitó y fue vista no era otra que la persona que había muerto y había sido enterrada. De modo que la resurrección no era una alucinación ni una resucitación sino un acontecimiento objetivo y sobrenatural por medio del cual el proceso de descomposición quedó detenido y el cuerpo muerto de Jesús fue a la vez levantado de la muerte y transformado.

Para continuar leyendo: Marcos 15.42–47

Abril 1 ¿Un Cristo muerto? Pero Dios lo ha resucitado, librándolo de las garras de la muerte. Y es que no era posible que la muerte [lo] dominase ... Hechos 2.24, blp El entierro de Jesús forma parte del evangelio, como vimos ayer, porque confirma tanto la realidad de su muerte como la naturaleza corporal de su resurrección. En consecuencia, debemos aferrarnos firmemente a estas verdades. A la vez, también debemos insistir en que el Cristo al que adoramos no es el Cristo muerto y enterrado sino el que resucitó y está vivo. Sin embargo, algunos cristianos profesantes parecen creer en un Jesús que está más muerto que vivo. Como ilustración de este hecho, citaré la tesis desarrollada por el doctor John Mackay en su famoso libro titulado El otro Cristo español. Mackay vivió veinte años como misionero en Perú y más tarde fue un destacado presidente del Seminario Teológico de Princeton. En este libro reseña la terrible historia de los conquistadores españoles que conquistaron y colonizaron a los pueblos nativos de América Latina por la fuerza bruta, a comienzos del siglo xvi. El retrato de Jesús que el catolicismo español introdujo al continente era una pintura trágica. De una de las efigies en particular Mackay escribió lo siguiente: ‘Está muerto ... Este Cristo ... no volverá a levantarse’. Resulta sin duda impresionante que alrededor de cincuenta años después de que John Mackay estuviera en Perú, el fallecido Henri Nouwen visitara ese país. Ambos hombres, el misionero presbiteriano y el sacerdote católico romano, llegaron a la misma conclusión. Nouwen escribió en su diario, respecto al catolicismo peruano: No vi en ningún lugar signo alguno de la resurrección, en ningún sitio se me recordaba la verdad de que Cristo venció al pecado y a la muerte, y se levantó victorioso de la tumba. Todo quedaba en el Jueves Santo. La Pascua de resurrección estaba ausente ... El casi excluyente énfasis en el cuerpo torturado de Cristo me impresiona como una perversión de las Buenas Nuevas, a las que convierte en una historia mórbida que intimida ... a las personas, pero no las libera.[3] Sin duda John Mackay y Henri Nouwen estaban en lo cierto. La buena noticia es que el Cristo crucificado ha resucitado y vive. ¡Aleluya! Para continuar leyendo: Hechos 2.22–32

Las siete palabras de la cruz Abril 2 La oración a favor de sus verdugos Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Lucas 23.34 Jesús dijo desde la cruz siete breves pero valiosas frases, que en conjunto arrojan luz sobre el hecho de la cruz. Ninguno de los evangelistas las registra a todas. Mateo y Marcos preservan una sola (el grito de abandono), en tanto que de las seis restantes Lucas registra tres y Juan otras tres. La iglesia ha valorado estas expresiones conocidas como las siete palabras de la cruz, reconociendo que revelan pensamientos de Jesús que de otra manera nos serían desconocidos. Las tres primeras palabras nos retratan a Jesús como nuestro ejemplo. Expresan el amor que manifestaba a los demás. ‘No lloréis por mí’ había dicho en una oportunidad anterior (v. 28). Tampoco lloró por sí mismo. No quedó sumergido en la autocompasión por su dolor y soledad ni por la grave injusticia cometida contra su persona. En realidad no pensaba en sí mismo sino en los demás. Ya no le quedaba nada por dar; hasta sus ropas le habían sido quitadas. Pero todavía tenía la capacidad de dar su amor. La cruz es la personificación de la autoentrega: allí mostró su preocupación hacia los hombres que lo crucificaban, hacia la madre que lo había dado a luz, y hacia el ladrón penitente que estaba muriendo a su lado. La primera expresión fue una plegaria de perdón hacia sus verdugos. Piense en lo notable de este acto. Sus padecimientos físicos y emocionales habían sido casi insoportables. Ahora lo desnudaron, lo recostaron de espaldas sobre la cruz, y las rudas manos de los soldados blandieron torpemente sus martillos. ¿No pensaría ahora en sí mismo? ¿No se quejaría contra Dios como lo hizo Job, o le rogaría que lo vengara, o mostraría algún atisbo de lástima por sí mismo? No, pensó en los demás. Podría haber clamado de dolor, pero sus primeras palabras son de intercesión por sus enemigos. Los dos criminales a su lado maldecían y blasfemaban. Jesús no lo hizo. Puso en práctica lo que había predicado en el Sermón del Monte: ‘Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian’ (Lucas 6.27–28). ¿Por quiénes estaba intercediendo? Sin duda especialmente por los líderes judíos que habían rechazado a su Mesías. En respuesta a la oración de Jesús se les concedieron cuarenta años de tregua, durante los cuales cientos de ellos se arrepintieron y creyeron en Jesús. En el año 70 cayó el juicio de Dios sobre la nación, Jerusalén fue conquistada y su templo destruido.

Para continuar leyendo: Mateo 18.21–35

Abril 3 La redención de un criminal Entonces Jesús le dijo [al ladrón penitente]: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Lucas 23.43 Los cuatro evangelistas nos dicen que esa siniestra mañana las tres cruces fueron levantadas en el Gólgota (‘lugar llamado de la Calavera’ [v. 33]). Dejan en claro que Jesús ocupaba la cruz del centro, mientras que dos ladrones (‘malhechores’ según Lucas) fueron crucificados uno a cada lado. En un primer momento los dos malvivientes se sumaron al coro de odio al que ahora se había sometido a Jesús (Mateo 27.44). Pero solo uno de ellos continuó lanzándole insultos y desafiándolo a salvarse a sí mismo y a ellos. El otro ladrón, en cambio, reprochó a su compañero: ‘¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos … mas éste ningún mal hizo’ (Lucas 23.40–41). Entonces, volviéndose hacia Jesús, el ladrón penitente dijo ‘Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino’ (v. 42). Resulta notable este reconocimiento del reinado de Jesús. Sin duda el ladrón penitente había oído a los sacerdotes burlándose de que Jesús declaraba ser el rey de Israel, y probablemente había leído la inscripción colocada sobre su cabeza: ‘JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS’. También había observado su dignidad serena, propia de un rey. De alguna manera, había llegado a la convicción de que en efecto Jesús era un rey. Había escuchado su intercesión a favor de sus verdugos, y sabía cuánto necesitaba él mismo ser perdonado, ya que confesó que estaba siendo castigado con justicia. A su clamor, Jesús respondió: ‘De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso’ (v. 43). No hubo recriminaciones. No le reprochó haberse arrepentido en la hora final. No hubo expresión de dudas sobre la sinceridad de su arrepentimiento. Él simplemente le dio al penitente la seguridad que anhelaba. Le prometió no solo la entrada al paraíso, sumado a la alegría de la presencia de Cristo, sino un ingreso inmediato ese mismo día. Y le confirmó esa certeza con su conocida expresión ‘de cierto te digo’, usada por última vez en aquella ocasión. Imagino que, durante las largas horas de sufrimiento que siguieron, el ladrón perdonado pudo mantener su corazón y su mente apegados a la segura y redentora promesa de Jesús. Para continuar leyendo: Lucas 23.32–43

Abril 4 La provisión para su madre [Jesús] Dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo [Juan]: He ahí tu madre. Juan 19.26–27 Quizás Jesús cerró los ojos al recibir lo más violento de la embestida de dolor. Quizás a medida que el padecimiento fue aliviándose los volvió a abrir. Como quiera haya sido, al mirar desde la cruz vio a un pequeño grupo de mujeres fieles y al apóstol Juan, el ‘discípulo a quien él amaba’ [v. 26]). Y entonces vio a su madre. Desde el punto de vista humano, sin duda ella era una persona muy querida para él. Es verdad que no siempre lo había entendido, y una o dos veces tuvo que hablarle con firmeza cuando ella se interpuso en la manera en que él llevaba a cabo la voluntad de su Padre. Aun así, era su madre. Él había sido concebido en su vientre por la acción sobrenatural del Espíritu Santo. Ella lo había dado a luz, lo había colocado en el pesebre, lo había cuidado durante su niñez. Ella le había enseñado las historias bíblicas sobre los patriarcas, los reyes y los profetas, y el plan y el propósito de Dios. También le había dado un radiante ejemplo de piedad. Ahora leemos que ‘estaban junto a la cruz de Jesús su madre ...’ (v. 25). ¡Mujer llena de gracia y de dolor! Es difícil imaginar la profundidad de su padecimiento mientras lo veía sufrir. Estaba cumpliéndose la profecía del anciano Simeón de que una espada atravesaría su alma (Lucas 2.35). Jesús no piensa en su propio dolor sino en el de ella. Está decidido a evitarle a María el dolor de verlo morir. De modo que hace uso de un derecho que según los estudiosos hasta un hombre crucificado tenía, es decir, el de hacer una decisión de testamento. En términos de la ley de familia, la puso bajo la protección y el cuidado de Juan, y puso a Juan bajo el cuidado de ella. De inmediato Juan la llevó a su casa en Jerusalén. Repasando estas tres primeras palabras desde la cruz, nos sentimos maravillados ante la total falta de egoísmo de parte de Jesús. No pensó en sí mismo en absoluto. A pesar del dolor y de la vergüenza que estaba experimentando, pidió perdón para sus enemigos, prometió el paraíso al criminal penitente, y atendió la necesidad de su dolida madre. Esto es amor, nos dicen las Escrituras: ‘haced del amor norma de vuestra vida, pues también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros’ (Efesios 5.2, blp).

Para continuar leyendo: Juan 19.25–27

Abril 5 El grito de abandono Desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: … Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Mateo 27.45–46 Si las tres primeras palabras desde la cruz nos muestran a Jesús como nuestro ejemplo, la cuarta (y luego la quinta) lo retratan cargando nuestros pecados. La crucifixión tuvo lugar a eso de las 9 de la mañana (‘la hora tercera’), y al parecer las tres primeras palabras se pronunciaron cerca del comienzo de este proceso. Luego hubo silencio. Alrededor del mediodía (‘la hora sexta’), cuando el sol estaba en el meridiano, una inexplicable oscuridad cubrió el lugar. No pudo haber sido un eclipse natural de Sol, porque la fiesta de la Pascua se realizaba en días de luna llena. Este fue un fenómeno sobrenatural, quizás dispuesto por Dios para simbolizar el horror de la terrible oscuridad en la que ahora estaba sumergida el alma de Jesús. Estas tinieblas se prolongaron durante tres horas, durante las cuales el Salvador sufriente no dejó escapar de sus labios ni una sola palabra. Cargó nuestros pecados en absoluto silencio. Entonces, repentinamente, como a las a las 15 (‘la hora novena’), Jesús rompió el silencio y dijo en rápida sucesión las cuatro palabras restantes desde la cruz, comenzando con el clamor: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’. Solo Mateo y Marcos registran este terrible grito, en la expresión aramea original: ‘Elí, Elí, ¿lama sabactani?’. Los observadores circunstanciales que dijeron: ‘A Elías llama éste’ (v. 47), seguramente estaban burlándose; ningún judío hubiera sido tan ignorante del arameo como para hacer una equivocación tan absurda. Hay plena coincidencia de que Jesús estaba citando Salmos 22.1. ¿Por qué lo hizo, por qué se declaró abandonado? Solo puede haber dos explicaciones coherentes. O bien Jesús estaba equivocado y no había sido abandonado, o estaba diciendo la verdad y en efecto había sido abandonado. En cuanto a mí, desecho la primera explicación. Me parece inconcebible que Jesús, en el momento de su entrega máxima, hubiera podido equivocarse y haberse imaginado que estaba abandonado por el Señor. La explicación alternativa es sencilla y directa. Jesús no estaba equivocado. La situación en la cruz era de abandono por parte de Dios, y esa alienación se debía a nuestros pecados y a la justa penalidad que merecían. Jesús expresó esta terrible experiencia de abandono de parte de Dios citando las únicas palabras de las Escrituras que habían predicho esa circunstancia y que él cumplía plenamente. Para continuar leyendo: Gálatas 3.6–14

Abril 6 La agonía de la sed Jesús … dijo … Tengo sed. Juan 19.28 En el momento de ser crucificado le habían ofrecido a Jesús vinagre mezclado con hiel, pero después de probarlo se negó a beberlo (Mateo 27.34), quizás porque estaba decidido a mantener alerta sus sentidos mientras sufría por nosotros en la cruz. Sin embargo, horas más tarde, cuando emergía de las tinieblas del abandono de Dios, sabiendo que el fin estaba cerca, Jesús dijo: ‘Tengo sed’. En respuesta, los que estaban cerca empaparon una esponja en vinagre de vino (la bebida corriente de los soldados romanos), y la elevaron con un hisopo hasta los labios de Jesús. Esta es la única palabra de la cruz que expresa el sufrimiento físico de Jesús. Como añade el evangelista, la dijo para que se cumpliera la Escritura. De hecho, esto había sido profetizado dos veces en los Salmos. En Salmos 22.15 está escrito: ‘Como un tiesto se secó mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar’, y en Salmos 69.21 leemos: ‘Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre’. Sin embargo, sería un error suponer que el significado de este quinto clamor de Jesús desde la cruz se agota en el sentido literal de una sed física. Su sed, como la oscuridad, también tenía un sentido figurado. Si la oscuridad del cielo simbolizaba la oscuridad con que nuestros pecados habían envuelto a Jesús, y si la muerte de su cuerpo iba a simbolizar nuestra muerte espiritual, entonces su sed simbolizaba el tormento de la separación de Dios. Tinieblas, muerte, sed. ¿Qué otra cosa son estas, sino lo que la Biblia llama infierno: las tinieblas de fuera, la segunda muerte, el lago del fuego, todo el horror de la alienación de Dios? Esto es lo que nuestro Salvador sufrió por nosotros en la cruz. La sed es un símbolo especialmente conmovedor, porque Jesús había dicho antes: ‘Si alguno tiene sed, venga a mí y beba’ (Juan 7.37). Pero en la cruz, aquel que sacia nuestra sed sufre una terrible sed. Anhela, como el hombre rico en la parábola, que Lázaro moje la punta de sus dedos y calme con agua la sed que siente. Jesús padeció la sed en la cruz para que nunca más sintamos esa sed (Apocalipsis 7.16).

Para continuar leyendo: Lucas 16.19–31

Abril 7 Su grito de triunfo Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Juan 19.30 En las tres primeras palabras desde la cruz vimos a Jesús como nuestro ejemplo, y en la cuarta y la quinta lo vimos cargando nuestros pecados. En las dos últimas exclamaciones lo vemos como el vencedor, porque en ellas expresa la victoria que ha obtenido por nosotros. Quizás podríamos sostener que las palabras del tercer grito (‘Consumado es’) son las más trascendentales que jamás se hayan pronunciado. Jesús ya había afirmado que había completado la obra por la que había venido al mundo (17.4). Ahora hace una declaración pública de ello. Su grito no es el quejido desesperado de alguien que muere resignado y derrotado. Es un grito, según Mateo y Marcos, exclamado ‘a gran voz’ (Mateo 27.50), una resonante proclamación de victoria. El verbo griego (tetelestai) está en el tiempo perfecto, indicando que se trata de un logro con resultados duraderos. Podría traducirse ‘Ha sido y permanece para siempre cumplido’. Porque Cristo hizo lo que la carta a los Hebreos llama ‘un solo sacrificio por los pecados’ (Hebreos 10.12), lo que Cranmer en el Libro Común de Oración caracterizó como ‘un sacrificio, ofrenda y satisfacción completa, perfecta y suficiente por los pecados del mundo entero’. En consecuencia, debido a que Cristo completó la obra de cargar los pecados, no queda nada que nosotros debamos hacer o podamos contribuir. Y para demostrar la naturaleza satisfactoria de lo que Cristo hizo, el velo del templo se rasgó ‘de arriba abajo’ (Mateo 27.51) a fin de mostrar que la mano de Dios lo había hecho. La cortina había colgado allí durante siglos separando el santuario exterior del interior, como emblema de que el Señor era inaccesible a los pecadores, ya que a nadie le estaba permitido pasar al interior del velo hacia la presencia de Dios, con excepción del sumo sacerdote el Día del Perdón. Pero ahora el velo estaba rasgado por el medio y desechado, porque había dejado de ser necesario. Los que adoraban en los atrios del templo, reunidos aquella tarde para el sacrificio vespertino, fueron dramáticamente informados de un nuevo y mejor sacrificio por el que podían acercarse a Dios. Para continuar leyendo: Hebreos 10.11–14, 19–25

Abril 8 Su entrega final Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Lucas 23.46 Ninguno de los evangelistas dice que Jesús ‘murió’. Es como si evitaran intencionalmente esa palabra. No quieren dar la impresión de que finalmente la muerte lo reclamó y él se sometió a su autoridad. La muerte no lo recibió como su víctima: él la tomó como su conquistador. En conjunto los evangelistas usan cuatro expresiones distintas, y todas ellas colocan la iniciativa del proceso de morir en manos de Jesús. Marcos dice que ‘expiró’ (Marcos 15.37), Mateo que ‘entregó el espíritu’ (Mateo 27.50), en tanto que Lucas registra las palabras de Jesús: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lucas 23.46). Pero la expresión de Juan es la más impresionante, al decir que ‘habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu’ (Juan 19.30). El verbo es otra vez paradidōmi, que se aplicó antes a Barrabás, a los sacerdotes, a Pilato, y a los soldados que ‘entregaron’ a Jesús. Pero ahora Juan la aplica al propio Jesús, quien entregó su espíritu al Padre y su cuerpo a la muerte. Observemos que antes de hacerlo inclinó su cabeza. Es decir, no murió primero y luego dejó caer la cabeza hacia el pecho. Fue al revés. La inclinación de la cabeza fue su final acto de sumisión a la voluntad de su Padre. De modo que por palabra y por acto (inclinando la cabeza y declarando que entregaba su espíritu), Jesús puso en evidencia que su muerte era un acto voluntario de su parte. Jesús pudo haber escapado de la muerte a último momento. Como dijo en el huerto, podría haber convocado a más de doce legiones de ángeles para que lo rescataran. Pudo haber bajado de la cruz, como sus burladores lo desafiaban a hacer. Pero no lo hizo. Por su decisión libre y voluntaria se entregó a la muerte. Fue él mismo quien definió el momento, el lugar, y la manera de su partida. Debemos presentarnos humildemente ante la cruz a implorar misericordia, ya que no merecemos otra cosa que juicio, y Cristo nos rescatará tanto de la culpa del pecado como del temor a la muerte. Las dos últimas palabras desde la cruz (‘consumado es’ y ‘encomiendo mi espíritu’) proclaman a Jesús como el vencedor de la muerte y del pecado. Ninguna de estas palabras se pronunció con amargura o con queja. Cada una de ellas es una manifestación sea de su gran amor por nosotros, de la terrible carga del pecado, o de su triunfo y victoria definitiva.

Para continuar leyendo: Hebreos 2.14–18

Abril 9 El significado de la cruz La centralidad de la cruz Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. 1 Corintios 2.2 Hemos seguido la dramática historia del sufrimiento y la muerte del Mesías, y hemos escuchado cuidadosamente las siete palabras que pronunció desde la cruz. En estos días que siguen ahondaremos en el significado de su muerte. No hay una sola explicación de su propósito. La cruz es un diamante con muchas caras. Pero desde ellas trataremos de lograr una comprensión plena y equilibrada de por qué murió Jesús. Cualquiera que investigue el cristianismo percibe de inmediato el énfasis sobre la muerte de Jesús y, como ya hemos visto, el espacio desproporcionadamente mayor que los evangelistas dedican a la última semana de vida de Jesús. Habían aprendido este énfasis del propio Jesús. En tres solemnes ocasiones él había anunciado su muerte diciendo que ‘le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho … y ser muerto’ (Marcos 8.31). Debía suceder, insistió, porque estaba dicho en las Escrituras del Antiguo Testamento. Jesús también se refería a su muerte como su ‘hora’, la hora para la cual había venido al mundo. Al principio repetía que ‘aún no’ había llegado, hasta que finalmente pudo decir ‘ha llegado la hora’. Quizás lo más asombroso sea que Jesús hizo una provisión deliberada de la manera en que deseaba ser recordado. Instruyó a sus discípulos que tomaran, rompieran, y comieran el pan en memoria de su cuerpo que sería roto por ellos, y que tomaran, vertieran, y bebieran el vino en memoria de su sangre que fue derramada por ellos. La muerte hablaba desde ambos elementos. El énfasis no podría ser más evidente. ¿Cómo deseaba ser recordado? No por su ejemplo o su enseñanza, no pos sus palabras o sus obras, ni siquiera por su cuerpo vivo o el fluir de su sangre, sino por su cuerpo entregado y su sangre derramada en la muerte. La Iglesia ha estado en lo correcto al elegir la cruz como el símbolo del cristianismo. Podría haber elegido alguna otra opción: por ejemplo el pesebre, simbolizando la encarnación; o el banco del carpintero, expresando la dignidad del trabajo manual; o la toalla, simbolizando el servicio humilde u otros. Pero eligió la cruz. La elección de la cruz como el supremo símbolo del cristianismo fue mucho más notable porque en la cultura grecorromana la cruz era objeto de vergüenza. ¿Cómo podía, entonces, gloriarse en ella el apóstol Pablo? Esta es la pregunta que procuraremos responder. Para continuar leyendo: 1 Corintios 1.17–25

Abril 10 El ejemplo de Jesús Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas. 1 Pedro 2.21 Una vez que Pedro lo reconoció como el Mesías, Jesús comenzó a enseñar a los discípulos que debía sufrir. Pedro reaccionó en completo desacuerdo. ‘En ninguna manera esto te acontezca’, exclamó. Pero cuando unos treinta años más tarde reflexiona en la muerte de Jesús, que entonces le parecía inconcebible, ahora comprende que es indispensable. Necesitamos repasar el trasfondo histórico de la carta de Pedro. El cristianismo todavía era una religión ilegal en el imperio, y era sabido que el neurótico emperador Nerón le era hostil. Había estallidos esporádicos de persecución. Pedro está especialmente preocupado por los cristianos esclavos en las casas de los no cristianos. Deben sufrir con paciencia la injusticia, les dice. ¿Por qué? Porque es parte del llamado del cristiano. ¿Por qué? Porque Jesús, aunque sin pecado, sufrió por nosotros pero no tomó venganza, con lo cual nos dejó un ejemplo, para que sigamos sus pisadas. La palabra griega que aquí se utiliza al hablar de ‘ejemplo’ es única en el Nuevo Testamento. Denota el cuaderno de un maestro, en el que los niños trazan letras mientras aprenden a escribir. Pedro está urgiéndonos a copiar el ejemplo de Jesús y a seguir en sus pisadas. Esta es una exhortación conmovedora de la pluma de Pedro, ya que él había alardeado que seguiría a Jesús a la cárcel y a la muerte, cuando en realidad al llegar la hora lo siguió solamente a la distancia. Cuando fue nuevamente comisionado por Jesús, Pedro decidió seguir el camino de la cruz y soportar con paciencia el sufrimiento injusto. Pero se nos plantea una pregunta. Si nuestro deber es someternos al sufrimiento, aun injusto, ¿dónde queda la justicia? ¿Debemos permitir que los malvados nos pisoteen y de esa manera alentar que florezca el mal? No. En la primera carta de Pedro 2.23 responde a nuestra pregunta. Nos dice que Jesús no tomó venganza ‘sino [que] encomendaba la causa al que juzga justamente’. En otras palabras, la razón por la que somos llamados a renunciar a la venganza no es que se le permita triunfar al mal sino porque no es nuestra responsabilidad castigar. Esa es responsabilidad del Juez justo quien obra justicia ahora desde las cortes judiciales y lo hará finalmente en el día del juicio. El amor y la justicia no son incompatibles: se complementan el uno al otro, como podemos ver en el ejemplo de Jesús.

Para continuar leyendo: 1 Pedro 2.18–23

Abril 11 La expiación por el pecado Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. 1 Pedro 3.18 Este es uno de los extraordinarios versículos del Nuevo Testamento acerca de la cruz. Nos dice la razón principal por la que Cristo murió. Hemos visto que murió como mártir para su propia grandeza y como ejemplo de cómo soportar con paciencia el sufrimiento. Ahora debemos sumergirnos más hondo en el significado y el propósito de la cruz. En primer lugar, Cristo murió para acercarnos a Dios. Detrás de esta afirmación subyace la premisa de que estamos separados del Señor y necesitamos volver a él. Y así es. Nuestro sentido de alienación y anhelo del hogar se remite en última instancia a nuestra alienación de Dios, y esta alienación se debe a nuestro pecado. Como lo dijo Isaías: ‘vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro’ (Isaías 59.2). ¿Qué hizo Cristo, entonces, para remediar esta situación? En segundo lugar, Cristo murió por los pecados, el justo por los injustos. Para entender esto, debemos recordar que el pecado y la muerte están entrelazadas de comienzo a fin en la Biblia, en su respectivo carácter de ofensa y justa retribución. ‘La paga del pecado es muerte’ (Romanos 6.23). Jesús no cometió ningún pecado por el que necesitara hacer expiación. Si murió por los pecados, necesariamente tuvo que ser por los nuestros, no los de él. Como lo expresó Pedro: ‘Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos’ (1 Pedro 3.18), el inocente por los culpables. Esto justifica nuestra convicción de que la muerte de Cristo fue una muerte sustituta. Es decir, él murió en nuestro lugar. Nosotros merecíamos morir; él murió en cambio. Y debido a que tomó nuestro lugar, cargó nuestro pecado, y murió nuestra muerte, entonces podemos ser perdonados por gracia. En tercer lugar, Cristo murió una vez para siempre. El adverbio hapax (‘una vez’) no significa ‘hubo una vez’ sino ‘una vez para siempre’. Expresa el carácter definitivo de lo que Cristo hizo en la cruz. Jesús pudo exclamar ‘consumado es’ porque él pagó la sentencia completa por nuestros pecados. ¿Qué nos queda por hacer? ¡Nada! No podemos contribuir nada a lo que Cristo ya hizo. Lo único que podemos hacer es agradecer por lo que hizo y descansar en su obra terminada. Para continuar leyendo: Hebreos 9.23–28

Abril 12 Una expresión de amor Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5.8 ¿Cómo podemos creer en el amor de Dios cuando hay tanto que parece contradecirlo? El apóstol Pablo revela en Romanos 5 dos razones principales por las que podemos estar seguros de que el Señor nos ama. La primera es que ‘el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado’ (v. 5). La segunda es que ‘Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros’ (v. 8). ¿Cómo podríamos dudar del amor de Dios? Es verdad que a menudo nos sentimos profundamente perplejos ante las tragedias de la vida. Pero el Señor ha demostrado su amor tanto en la muerte de su Hijo por nosotros como al derramarnos su amor en el don de su Espíritu. Tanto en la historia objetiva como en la experiencia subjetiva, él nos ha dado suficientes fundamentos para creer en su amor. La combinación del ministerio histórico del Hijo de Dios (en la cruz) y del ministerio actual del Espíritu (en nuestro corazón) es una de las características más saludables y gratificantes del evangelio. La Biblia no resuelve el problema del sufrimiento pero nos ofrece la perspectiva correcta para considerarlo. Entonces, cuando nos sintamos desgarrados por la angustia, subamos al monte Calvario y desde ese sitio singularmente ventajoso podremos considerar las calamidades de la vida. Lo que vuelve insoportable el sufrimiento no es tanto el dolor que conlleva sino el sentimiento de que a Dios no le importa. Lo imaginamos holgazaneando en un sillón celestial, indiferente a los sufrimientos del mundo. Esta caricatura difamatoria del Señor queda hecha añicos ante la cruz. Allí no lo vemos en una cómoda reposera sino en una cruz. Porque el Dios que permite el sufrimiento es el que allí sufrió en Jesucristo y sigue acompañándonos hoy en el sufrimiento. Todavía queda un signo de interrogación adherido al sufrimiento humano, pero sobre esa marca estampamos otra, con fuerza: la marca de la cruz.

Para continuar leyendo: Romanos 8.28–39

Abril 13 La victoria por medio de la cruz Ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero. Apocalipsis 12.11 Es imposible leer el Nuevo Testamento sin sentirnos impresionados por la atmósfera de gozosa confianza que lo envuelve. Se destaca en relieve en comparación con la religión un tanto insípida que hoy se presenta como cristianismo. No había sentimiento derrotista entre los primeros cristianos. Victoria, conquista, triunfo, dominio: este era el vocabulario de los primeros seguidores de Jesús. Y esta victoria la atribuían a la cruz. Cualquier contemporáneo que hubiera observado morir a Cristo hubiera escuchado con asombrada incredulidad la declaración de que el Crucificado era un vencedor. Mirémoslo allí, los brazos abiertos sobre la cruz, privado de su libertad, clavado e impotente. Parece la derrota absoluta. Pero el cristianismo declara lo contrario. Cuando la apariencia era que el mal derrotaba al bien, en realidad era vencido por el bien. Aunque parecía vencido, Jesús era el vencedor. La víctima era el vencedor, y la cruz es el trono desde el cual gobierna al mundo. El apóstol Pablo describe con vívidas imágenes de qué manera los poderes del mal rodearon a Jesús y lo encerraron sobre la cruz, cómo se liberó de ellos, los desarmó, y los convirtió en espectáculo público, triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses 2.15). No se nos explica qué forma tomó esta batalla cósmica. Pero sí sabemos que Jesús resistió a las tentaciones de evitar la cruz, de tomar venganza, o de recurrir al poder mundanal. No hizo concesión alguna. El tema de la victoria por medio de la cruz, celebrado por los antiguos Padres griegos y después por los latinos, se perdió de alguna manera entre los teólogos de la Edad Media pero fue recuperado por Martín Lutero en la Reforma. Esta fue la tesis del teólogo suizo Gustav Aulen, en su influyente libro Christus Victor. Estaba acertado al recuperar este tema un tanto descuidado. Pero no debemos hacer el error opuesto y enfatizar el tema del triunfo a expensas de los temas de la expiación y la revelación. Para continuar leyendo: Apocalipsis 12.1–12

Abril 14 La cruz y el sufrimiento Quiero conocer a Cristo … compartir sus padecimientos. Filipenses 3.10, blp La existencia del sufrimiento constituye sin duda el desafío más extraordinario para la fe cristiana. Los espíritus sensibles se preguntan si es posible reconciliar esa realidad con el amor y la justicia de Dios. Philip Yancey avanzó todavía más y expresó lo inexpresable, eso que quizás hayamos pensado pero no nos hayamos atrevido a pronunciar. En su libro Cuando la vida duele: ¿Dónde está Dios cuando sufrimos? escribió: ‘Si Dios es de verdad soberano... ¿por qué es tan caprichoso e injusto? ¿Es acaso el sádico cósmico que se deleita en observar cuando nos retorcemos?’. Las Escrituras nos aseguran, en cambio, que nuestro Dios es un Dios que sufre, que ni siquiera él es inmune al sufrimiento. Mirémoslo llorar sobre la ciudad impenitente de Jerusalén y mirémoslo morir sobre la cruz. Me permito citar algo que escribí en La cruz de Cristo: Yo no hubiera podido creer en Dios si no hubiera sido por la cruz. El único Dios en el que creo es aquel al que Nietzsche ridiculizó como ‘Dios en la cruz’. En el mundo real del dolor, ¿cómo podríamos creer en un Dios que fuera inmune a él? He entrado en muchos templos budistas en distintos países asiáticos y he contemplado con respeto la estatua de Buda, sus piernas cruzadas, sus brazos cruzados, sus ojos cerrados, mientras se dibuja apenas una sonrisa en el entorno de sus labios, con una expresión desentendida en el rostro, alejado de las agonías del mundo. Pero cada vez que estuve al cabo de un rato tuve que retirarme. Y en mi imaginación volvía a aquella figura solitaria, torcida, torturada sobre le cruz, con las manos y los pies atravesados por los clavos, la espalda lacerada, los miembros contraídos, la frente sangrando por los clavos de las espinas, la boca seca y la sed insoportable, arrojado a la oscuridad del abandono de Dios. ¡Ese es Dios para mí! Dejó a un lado su inmunidad al sufrimiento. Entró en nuestro mundo de carne y sangre, lágrimas y muerte. Sufrió por nosotros. Y nuestros sufrimientos se volvieron más controlables a la luz de esto. Como lo expresó P. T. Forsyth: ‘La cruz de Cristo ... es la única justificación que Dios puede dar de sí mismo en un mundo como el nuestro’.

Para continuar leyendo: Oseas 11.8–9

Abril 15 La cruz y la misión De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. Juan 12.24 Entre los peregrinos en Jerusalén había algunos griegos. Evidentemente, ni la filosofía de Grecia ni la religión del judaísmo los había satisfecho. Seguían sintiendo hambre espiritual. Por eso se acercaron a Felipe (quizás porque tenía un nombre griego) y le dijeron: ‘Señor, quisiéramos ver a Jesús’ (v. 21). Jesús les dio una respuesta indirecta pero con implicaciones claras: ‘Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado’ (v. 23). En otras palabras, esos griegos preguntaron en el momento preciso, porque Jesús estaba a punto de ser glorificado, es decir, revelado en toda su gloria. Sabemos por otros escritos bíblicos que esa hora era la de su muerte. Jesús les presentó luego una metáfora agraria. Si una semilla queda en la templada y seca seguridad del granero, nunca se reproducirá. Debe ser enterrada en la fría y oscura tumba del suelo. Allí debe morir. Y de esa incómoda tumba brotará el grano en primavera. Podríamos resumirlo en un simple estribillo: ‘Si se aferra a lo que es, quedará solo; pero si muere, se multiplicará’. La cruz de Cristo es el ejemplo supremo de este principio esencial. Si él se hubiera aferrado a la vida, el mundo hubiera muerto. Pero debido a que murió en las tinieblas del abandono de Dios, hay vida para el mundo. En su libro The Resurrection of the Chinese Church (La resurrección de la Iglesia china), Tony Lambert escribió: ‘La explicación del crecimiento de la Iglesia en China ... está inextricablemente ligada a la teología de la cruz. El austero mensaje de la iglesia china es que Dios usa el sufrimiento ... para derramar avivamiento y construir su Iglesia’. Otro vínculo entre la cruz y la misión es el que vemos en la declaración de Jesús: ‘Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo’ (v. 32). Su promesa parece combinar lo literal y lo metafórico. La referencia principal es indudablemente la de ser levantado sobre la cruz (v. 33), y la cruz ejerce su propio magnetismo. Pero él también es levantado metafóricamente en todo lugar donde se lo proclama con fidelidad. Nos regocijamos en la apelación universal que tiene el Cristo crucificado, una atracción que no se limita por la etnia, la nacionalidad, la clase social, el género, ni la edad. Para continuar leyendo: Juan 12.20–33

Las apariciones posteriores a la resurrección Abril 16 María Magdalena Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? … Jesús le dijo: No me toques. Juan 20.15, 17 ‘Ha resucitado el Señor’ (Lucas 24.34). Este credo declara la verdad histórica y objetiva de la resurrección de Jesús. La tumba estaba vacía, y ninguna alternativa ha explicado jamás la desaparición del cuerpo. En segundo lugar, el Señor fue visto, y no fueron alucinaciones. Tercero, los discípulos estaban transformados. Solo la resurrección puede explicar el cambio de la duda a la fe, de la cobardía al coraje, de la tristeza al gozo. Es maravillosa la providencia de Dios de que la primera persona a la que se mostró el Señor resucitado fuera una mujer, y también fuera la primera comisionada para proclamar la resurrección. ¿No es una intencional afirmación de la femineidad, en una época en que las mujeres no eran consideradas como testigos confiables? Esa mujer privilegiada fue María Magdalena. Los Evangelios no dicen mucho acerca de ella. Sabemos que permaneció junto a la cruz hasta el final y que siguió al cortejo hasta el huerto donde vio cómo dejaban a Jesús en la tumba. Unas treinta y seis horas después, ella y otras mujeres regresaron y encontraron a la tumba abierta y el cuerpo ausente. Corrieron para alertar a Pedro y a Juan. Estos corrieron a la tumba, y María Magdalena los siguió a paso más lento. Cuando ella llegó, ellos se habían marchado y se encontraba sola. Juan pinta dos dramáticos camafeos. En el primero María Magdalena está llorando porque ha perdido al único hombre que alguna vez la trató con dignidad, con amor, con respeto. Ha perdido a la luz de su vida. Pero Jesús no la ha abandonado, como ella piensa. Está allí a su lado, resucitado, aunque ella no lo sabe. La segunda pintura muestra a María aferrada a él. Entonces Jesús le dice: ‘No me retengas, porque todavía no he ido a mi Padre’ (v. 17, blp), ‘suéltame ...’ (nvi). ¿Por qué Jesús invitó a los apóstoles a tocarlo, pero le prohibió a María que lo hiciera? La respuesta es que aferrarse y tocar son acciones diferentes. Los apóstoles fueron invitados a tocarlo para verificar que no era un fantasma; la razón por la que no se le permitió a María es que el gesto de ella simbolizaba un tipo equivocado de relación. Debía aprender que no podía retomar la misma amistad de la que había disfrutado antes. Una vez que hubiera ascendido, entonces sería posible un nuevo tipo de relación. Al contemplar a María llorando y a María aferrada a Jesús, vemos los dos errores opuestos que cometió. Lloró porque creía que lo había perdido para siempre. Y se aferró a él porque pensó que lo había recuperado en la misma condición en que antes lo había tenido.

Para continuar leyendo: Juan 20.10–18

Abril 17 Los caminantes de Emaús Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan. Lucas 24.35 La caminata a Emaús, una aldea distante a diez o doce kilómetros al noroeste de Jerusalén, es una de las historias más vívidas de Pascua. Tuvo lugar durante la tarde del domingo de resurrección. Uno de los discípulos es identificado como Cleofas; la otra persona bien pudo haber sido su esposa. Mientras caminaban, conversaban acerca de los asombrosos acontecimientos que habían ocurrido recientemente en Jerusalén. Y mientras hablaban, se les sumó el Jesús resucitado. Observe lo que dice Lucas acerca de sus ojos. Según el versículo 16, les estaban velados para reconocerlo; según el versículo 31, sus ojos fueron abiertos y lo reconocieron. La pregunta es: ¿qué ocurrió que produjo esa diferencia? ¿Cómo pueden nuestros ojos ser tan abiertos como lo fueron los de ellos? En primer lugar, podemos conocer a Cristo por medio de las Escrituras. Jesús les reprochó que fueran tan lentos para creer a los profetas, y entonces los llevó a través de las tres principales secciones del Antiguo Testamento: la Ley, los Profetas y los Salmos (v. 44), explicándoles de qué manera enseñaban acerca de los sufrimientos y la gloria del Mesías. Como Jesús había dicho antes a sus discípulos: ‘las Escrituras … dan testimonio de mí’ (Juan 5.39). Tenemos que buscar a Cristo en toda la Biblia. Y al hacerlo, nuestro corazón arderá en nuestro interior. En segundo lugar, podemos conocer a Cristo en el partimiento del pan. Los discípulos de Emaús quizás vieron las heridas de sus manos o reconocieron su voz. Pero es más probable que las cuatro acciones relatadas por Lucas hayan pulsado una cuerda en la memoria de aquellos discípulos: que tomó el pan, dio gracias, lo partió y se los dio. Fue entonces que se abrieron sus ojos y lo reconocieron. Como dijeron más tarde: ‘habían reconocido a Jesús cuando partía el pan’ (Lucas 24.35, blp). Muchos cristianos han dado testimonio de una experiencia similar. Uno de estos ejemplos es la madre de Juan Wesley, Susana. Cuando se le dijeron las palabras de administración de la comunión en una ocasión, ella confesó luego: ‘Las palabras atravesaron mi corazón y supe que por el favor de Cristo Dios había perdonado todos mis pecados’. Aquí están, entonces, las dos principales maneras por las que Cleofas y su acompañante reconocieron al Señor resucitado, y por las cuales nosotros podemos reconocerlo hoy: por medio de las Escrituras y el partimiento del pan, por medio de la Palabra y del sacramento. Para continuar leyendo: Lucas 24.13–35

Abril 18 El aposento alto Vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: … Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Juan 20.19, 21 Esta es la versión de Juan sobre la Gran Comisión. Está rodeada por cuatro frases breves y directas que dirigió a los discípulos. Primero, Jesús les aseguró paz. Era la tarde del primer día de resurrección, y los apóstoles estaban reunidos a puertas cerradas, llenos de miedo. Entonces se presentó Jesús en medio de ellos e impartió paz a sus mentes y conciencias atribuladas. Por su puesto, shalom era el saludo convencional, pero aquí vemos algo más que un trato convencional. Entonces les mostró sus manos y su costado, confirmando su palabra con una señal, como en la Cena del Señor. Segundo, Jesús les dio un modelo de misión: ‘Como me envió el Padre, así también yo os envío’ (v. 21). La misión de Jesús incluía la encarnación, que ha sido descrita como ‘la identificación transcultural más espectacular en la historia del mundo’. Era la identificación total, aunque sin pérdida alguna de identidad, porque al volverse como uno de nosotros él no dejó de ser quien era. Y ahora nos envía al mundo como el Padre lo envió a él. La misión genuina es misión que se encarna. Es decir, requiere entrar en el mundo de las otras personas. Tercero, Jesús les dio la promesa del Espíritu Santo. Sopló sobre ellos y dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’ (v. 22). No debían salir por sus propios medios. La misión es imposible sin el Espíritu Santo. Es él quien nos equipa y nos da poder para el evangelismo. En otro momento Jesús había dicho a los discípulos que esperaran la venida del Espíritu. Al soplar sobre ellos estaba haciendo una parábola dinámica que confirmaba la promesa de lo que luego iban a recibir. Cuarto, Jesús les dio un evangelio de salvación: ‘A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar.’ (v. 23, blp). Esta es otra afirmación controversial, sobre la cual la Iglesia Católica Romana ha basado su pretensión de que los sacerdotes tienen autoridad legal para escuchar confesiones y otorgar absolución. Pero los apóstoles nunca exigieron una confesión ni otorgaron absolución. En lugar de ello, predicaban el evangelio de salvación con autoridad, prometiendo perdón a quienes creyeran y advirtiendo el juicio para quienes se negaran a creer.

Para continuar leyendo: Juan 20.19–23

Abril 19 El dubitativo Tomás Bienaventurados los que no vieron, y creyeron. Juan 20.29 Poco después de la publicación de su controversial libro Los versos satánicos, Salman Rushdie dijo en una entrevista: ‘Me parece que la duda es la condición principal del ser humano en el siglo xx’. El santo patrono de esta era de la duda es el apóstol Tomás. ‘El dubitativo Tomás’ es el nombre que le damos afectuosamente, identificándonos con él. Considere su peregrinaje: 1. Tomás ausente. En el día de resurrección, por alguna razón esa tarde Tomás estaba ausente y por ese motivo perdió la bendición de ver al Señor resucitado. Ser un asistente inconstante en la iglesia es un riesgo calculado. Al siguiente domingo Tomás estaba en su lugar, ¡y pudo recibir la bendición que había perdido recibir el domingo anterior! 2. Tomás escéptico. Cuando los demás discípulos le contaron a Tomás que habían visto al Señor, él podría haberles creído. Es más, Jesús se lo reprochó y a la vez bendijo a aquellos que creen aun sin haber visto. Hay dos maneras esenciales por las que llegamos a creer en algo. La primera es nuestra investigación empírica; la segunda es aceptar el testimonio de un testigo confiable. De modo que cuando los otros dijeron ‘Al Señor hemos visto’ (v. 25), Tomás debería haberles creído, ya que sabía que eran testigos honestos y sobrios. De la misma manera, si todos siguieran insistiendo hoy en ver y tocar al Señor resucitado, no habría creyentes. En cambio, millones de personas han llegado a la fe por el testimonio de aquellos que sí vieron y tocaron. La razonabilidad de la fe depende de la credibilidad de los testigos. 3. Tomás creyente. Tomás no solo creyó sino que adoró, exclamando: ‘¡Señor mío, y Dios mío!’ (v. 28). La tradición dice que después fue como misionero a Partos, Persia y la India. Los cristianos de este país nos dicen que plantó la iglesia en Kerala y que sufrió el martirio en Madrás. El fundamento de la fe cristiana sigue siendo la palabra de los apóstoles como testigos presenciales. Hoy creemos en Cristo no porque lo hayamos visto nosotros sino porque ellos lo vieron. Por eso es de vital importancia el Nuevo Testamento, que contiene el testimonio de los apóstoles. Ellos nos dicen por escrito lo que antes le habían dicho a Tomás: ‘Al Señor hemos visto’. Para continuar leyendo: Juan 20.24–29

Abril 20 La nueva comisión a Pedro Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Juan 21.17 ¿Tienen otra oportunidad los que han negado a Cristo? Este interrogante pesó con fuerza sobre la Iglesia primitiva durante la persecución sistemática que sufrió en el siglo iii y a comienzos del siglo iv. ¿Qué hacer con los que cometían un desliz? A lo largo del tiempo la Iglesia ha oscilado entre una laxitud extrema (no disciplinar nunca a nadie) y una severidad extrema (negar la restauración, aun a quienes se han arrepentido). Podemos aprender de la manera en que Jesús trató con Pedro. Él fue muy cuidadoso para elegir el contexto en que tendría lugar la restauración. Ya se había encontrado con Pedro en Jerusalén, pero eligió el entorno familiar de Galilea como sitio más apropiado. Dice el relato que siete de los apóstoles habían salido a pescar, a la espera de que Jesús se encontrara con ellos como lo había prometido. La similitud entre lo que ocurrió luego con lo que tuvo lugar tiempo antes junto al mismo lago (la pesca infructuosa, la indicación de que pescaran en otro punto del lago y la pesca extraordinaria) le habrá ayudado a Juan a reconocer que la persona en la orilla era Jesús, y a Pedro a lanzarse al agua y nadar hasta la orilla. La situación del reencuentro parece una reproducción intencional de la primera ocasión en que Jesús comisionó a Pedro. Después del desayuno en la playa se produjo la entrevista que Pedro estaba temiendo. Tres veces había negado a Jesús. De modo que Jesús le hizo tres veces la misma pregunta: ‘¿Me amas?’ Y tres veces le reiteró el envío, diciéndole: ‘Apacienta mis ovejas’. Se ha elaborado mucho a partir del uso de dos verbos en griego que se traducen como ‘amor’. Pero no sabemos cuáles fueron las palabras arameas que usó Jesús, y en griego estos verbos pudieron haber tenido una variedad de énfasis. Lo importante es que Jesús no le preguntó sobre el pasado sino sobre el presente, no preguntó sobre palabras ni sobre obras sino sobre la actitud del corazón. Ante la declaración de amor hacia él, Jesús repitió la nueva misión que le daba a Pedro. Pese a lo grave que fue la negación, no fue descalificado para siempre. Jesús no solo lo restauró a la aceptación de Dios sino que lo encomendó nuevamente al servicio del Señor.

Para continuar leyendo: Juan 21.1–17

Abril 21 La gran comisión según Lucas Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Lucas 24.46–47 Hoy reflexionaremos sobre la versión que da Lucas de la Gran Comisión. En ella el Señor resucitado resume el evangelio en cinco verdades, cada una de ellas doble. Primero hay un acontecimiento doble, el de la muerte y la resurrección del Mesías (v. 46). La Buena Noticia comienza con historia. Fue un acontecimiento antes de que pudiera ser una experiencia. Segundo, hay una doble proclamación. Sobre la base del nombre de Cristo crucificado y resucitado, se proclaman el perdón (que el evangelio ofrece) y el arrepentimiento (que el evangelio exige). Es verdad que el evangelio es un ofrecimiento gratuito, pero lo gratuito no siempre es barato. No podemos volver a Cristo sin retirarnos simultáneamente del mal. Tercero, hay un doble enfoque. El evangelio debe ser anunciado a ‘todas las naciones, comenzando desde Jerusalén’ (v. 47). Al abrir la puerta de la fe a los gentiles, Dios no se las cerró a los judíos. Debemos rechazar firmemente la enseñanza de que hay una doble vía del evangelio, según la cual se supone que los judíos no necesitan creer en Jesús porque ya cuentan con un pacto por medio de Abraham. ¡Todas las personas necesitan llegar a Cristo! Cuarto, hay una doble confirmación del evangelio. Por un lado, está el testimonio del Antiguo Testamento respecto al Mesías (vv. 44, 46) y, por otro, ‘vosotros [los apóstoles] sois testigos de estas cosas’ (v. 48). Es decir que la muerte y la resurrección de Jesús tienen una doble confirmación por medio del Antiguo y del Nuevo Testamento. Quinto, hay una doble misión. La Gran Comisión implicaba un doble envío (v. 49): el envío del Espíritu Santo a los creyentes y el envío de estos al mundo. Las dos misiones van lado a lado, porque el Espíritu Santo es un Espíritu misionero. De esta manera, el Señor resucitado nos ha dado un informe completo y bellamente equilibrado del evangelio. Estamos comisionados a proclamar el arrepentimiento y el perdón sobre la base de aquel que murió y resucitó, a toda la humanidad (gentiles y judíos), según las Escrituras (Antiguo y Nuevo Testamento), en el poder del Espíritu que nos ha sido dado. Mantengamos estos elementos reunidos. Para continuar leyendo: Lucas 24.44–49

Abril 22 El resumen de Pablo sobre la apariciones del Resucitado Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció. 1 Corintios 15.3–5 Pablo define aquí el evangelio que fue predicado por los apóstoles y recibido por los corintios, con el cual se habían identificado y por el cual estaban siendo redimidos. El evangelio estaba asentado sobre las verdades de la muerte y la resurrección de Cristo. (1) Estas verdades son verdades centrales. Por supuesto, hay otras verdades importantes, tales como el nacimiento virginal de Cristo, su vida sin pecado, sus obras poderosas, su gloriosa ascensión, su reinado perdurable, su regreso en el futuro; pero la muerte y la resurrección de Jesús son ‘de máxima importancia’. (2) Estas verdades son verdades históricas. No son mitos sino acontecimientos históricos verificables, que pueden ser anotadas en el almanaque y rotuladas con la reveladora frase ‘al tercer día’. (3) Estas verdades son verdades físicas. Es decir, Cristo murió y, para demostrar la realidad física de su muerte, fue enterrado. Después resucitó, y para demostrar la realidad física de su resurrección fue visto, de lo cual Pablo enumera su aparición a tres individuos y a tres grupos. Más aun, los cuatro acontecimientos (muerte, sepultura, resurrección y apariciones) tienen que haber sido semejantes en cuanto a lo físico. Es decir, el Jesús que resucitó y fue visto es el mismo que murió y fue sepultado. Algunos dicen que Pablo no creía que la tumba estuviera vacía. Pero si fue el mismo cuerpo del Jesús que murió y fue sepultado el que luego resucitó y fue visto, necesariamente la tumba debió haber estado vacía. ‘Resurrección’ no es un término equivalente a ‘vida después de la muerte’. El cuerpo resucitado y transformado de Jesús fue el primer anticipo del universo material que será redimido, y es una prenda de que un día la creación entera será transformada. (4) Estas verdades son verdades bíblicas, porque tuvieron lugar ‘conforme a las Escrituras’, testificadas tanto por los profetas en el Antiguo Testamento como por los apóstoles en el Nuevo. Un requisito esencial del apostolado era haber tenido un encuentro con el Señor resucitado (9.1; 15.8). (5) Estas verdades son verdades teológicas, acontecimientos de enorme significado. Merecíamos morir por nuestros pecados, pero él murió en nuestro lugar. ¡Cuán grande es su amor! La muerte y la resurrección de Cristo (verdades centrales, históricas, físicas, bíblicas y teológicas) conforman el evangelio. Si perdemos este cimiento, todo el edificio colapsa.

Para continuar leyendo: 1 Corintios 15.1–11

Abril 23 La importancia de la resurrección El veredicto revertido El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador … Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas. Hechos 5.30–32 Si la resurrección ocurrió hace unos dos mil años, ¿cómo puede algo tan remoto tener alguna importancia para nosotros hoy? ¿Por qué celebran tanto los cristianos aquel suceso? Es que la resurrección habla a nuestras necesidades de una manera que ningún suceso remoto lo hace ni podría hacerlo. Es el principal respaldo de la certeza cristiana en cuanto al pasado, el presente y el futuro. Es difícil captar la profunda desilusión que vivieron los discípulos cuando su Señor fue crucificado. Estaban convencidos de que él era el Mesías largamente esperado por la nación; pero desde su arresto las cosas habían ido de mal en peor, y la fe en él fue rápidamente deteriorándose. Los líderes judíos sometieron a Jesús a un juicio ante Pilato, quien al final se sometió a la voluntad del pueblo. Jesús fue condenado a la humillación y al sufrimiento de la crucifixión. Una tras otra, las cortes judiciales lo condenaron y no se concedió aplazamiento alguno de último momento. Al final su cuerpo sin vida fue retirado de la cruz y cargado hasta la sepultura de José para ser dejado allí. Hicieron rodar una enorme piedra sobre la entrada de la tumba, la sellaron, y Pilato comisionó una guardia, como dijo, para darle la máxima seguridad que fuera posible (Mateo 27.65). Eso fue todo: un hombre muerto y sepultado, una tumba sellada y custodiada, las mujeres llorosas observando desde donde habían podido acercarse, y los sueños destruidos. Como dijeron los discípulos de Emaús: ‘nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel’ (Lucas 24.21). La muerte había puesto a Jesús fuera del alcance de la ayuda humana. Ahora solo un milagro podía remediar la situación. Solo una resurrección. Y Dios lo hizo. En sus primeros sermones los apóstoles presentaban el mismo esquema: en el primer sermón cristiano que se haya predicado (Hechos 2), en el segundo (Hechos 3), en el tercero (Hechos 4), en el de Pedro en casa de Cornelio (Hechos 10), y en el de Pablo en Antioquía de Pisidia (Hechos 13): ‘pidieron … que se le matase… . Mas Dios le levantó de los muertos… . ahora son sus testigos’ (vv. 28,30-31). Estas palabras expresan el significado esencial de la resurrección: al resucitar a Jesús, Dios decididamente revirtió el veredicto de los seres humanos, y lo confirmó como el verdadero Hijo de Dios y nuestro Salvador. Para continuar leyendo: Hechos 2.22–36

Abril 24 La seguridad del perdón Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. 1 Corintios 15.17 El segundo significado de la resurrección es que nos confirma el perdón de Dios. Ya hemos observado que el perdón es una de las necesidades humanas básicas y uno de los mejores regalos del Señor por medio del evangelio. En una ocasión leí la siguiente declaración de parte del director de uno de los grandes hospitales psiquiátricos de Inglaterra: ‘Podría darle el alta mañana mismo a la mitad de mis pacientes si pudieran sentirse seguros de estar perdonados’. Todos tenemos un esqueleto o dos en algún guardarropa oscuro, recuerdos de cosas que hemos pensado, hemos dicho o hecho, cosas de las cuales nos sentimos completamente avergonzados. Nuestra conciencia nos regaña, nos condena, y hasta nos atormenta. Varias veces durante su ministerio público Jesús expresó palabras de perdón y de paz, y en el aposento alto se refirió a la copa de la comunión como su ‘sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados’ (Mateo 26.28). Jesús vinculó nuestro perdón con su muerte. Eso es lo que Jesús dijo. Pero ¿cómo podemos saber si tenía razón, de que efectivamente consiguió por su muerte lo que dijo, y que Dios aceptó su muerte en nuestro lugar como sacrificio final, perfecto y suficiente por nuestros pecados? La respuesta es que, si no hubiera vuelto a vivir, nunca lo hubiéramos sabido. Más aun, sin la resurrección tendríamos que llegar a la conclusión de que su muerte fue un fiasco. El apóstol Pablo percibió esta lógica con claridad. Si Cristo no hubiera resucitado, escribió, tendríamos que entender que los apóstoles son testigos falsos, que los creyentes no han sido perdonados, y que los cristianos que ya murieron han perecido para siempre. Pero en realidad, continuó Pablo, Cristo fue levantado de entre los muertos, y al levantarlo Dios nos confirmó que aprobaba su muerte en la que cargó nuestros pecados, que Jesús no había muerto en vano, y que aquellos que confían en él recibirán perdón total y gratuito. La resurrección legitima a la cruz.

Para continuar leyendo: 1 Corintios 15.12–20

Abril 25 El símbolo de poder Para que sepáis … la supereminente grandeza de su poder … la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos. Efesios 1.18–20 La resurrección de Jesucristo también nos confirma el poder de Dios. Necesitamos este poder en el presente tanto como necesitamos su perdón respecto al pasado. ¿Tiene el Señor poder para transformar la naturaleza humana, para convertir a la persona cruel en alguien amable y a la persona amarga en alguien dulce? ¿Es capaz de tomar a las personas que están muertas a la realidad espiritual y darles vida en Cristo? ¡Sí, claro que es capaz! Él puede dar vida a quienes están espiritualmente muertos, y puede transformarnos a la semejanza de Cristo. ¿Cómo se sustentan esas afirmaciones? Solo por la resurrección. Pablo ora que los ojos de nuestro corazón sean iluminados para que podamos conocer la ‘grandeza de su poder para con nosotros los que creemos’ (v. 19). ¿Cómo lo sabemos? Además de la iluminación interior por medio del Espíritu Santo, Dios nos ha dado con la resurrección de Cristo una prueba exterior, pública, y objetiva. El poder que está a nuestra disposición hoy es el mismo poder ‘que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo triunfante de la muerte’ (v. 20, blp). La resurrección es la evidencia suprema en la historia del poder creador de Dios. Siempre corremos el riesgo de trivializar el evangelio, minimizando lo que el Señor es capaz de hacer por nosotros y en nosotros. Hablamos de convertirnos a Cristo como si tan solo se tratara de dar vuelta una página y hacer algunos ajustes superficiales en nuestra vida, que por otro lado continúa siendo una existencia mundana. No. Según el Nuevo Testamento, convertirnos en, y ser cristianos, es un acontecimiento tan radical que no hay palabras que le hagan justicia excepto muerte y resurrección: morir a la vieja vida de egocentrismo, y resucitar a una nueva vida de amor. En pocas palabras, el mismo Dios de poder sobrenatural que levantó a Jesús de la muerte física puede levantarnos de la muerte espiritual. Sabemos que puede darnos nueva vida a nosotros porque lo hizo con Jesús. Nuestra petición ahora es que en todos los aspectos de nuestra vida podamos ‘conocerle [a Cristo], y el poder de su resurrección’ (Filipenses 3.10). Para continuar leyendo: Efesios 1.15–23

Abril 26 Victoria sobre la muerte Nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio. 2 Timoteo 1.10 La más extraordinaria de las proclamas cristianas es que Jesucristo se levantó de los muertos. Exige al máximo nuestro acto de fe. Los seres humanos han tratado por todos los medios de desafiar o de negar la muerte. Pero solo Cristo ha sido capaz de vencerla, es decir, de derrotarla en la experiencia personal y de arrebatarle el poder que tenía sobre los demás seres humanos. En nuestra época, por lo menos en Occidente, nadie pone de manifiesto la angustia generalizada, y en especial el temor a la muerte, tan dramáticamente como el comediante trágico Woody Allen. Contempla con terror a la muerte y a la disolución del ser. Se ha vuelto una obsesión en él. Es verdad que todavía puede bromear sobre el asunto. ‘No es que tenga miedo de morir,’ dice ocurrentemente, ‘sino que no quiero estar allí cuando ocurra’. Describe a la muerte como algo que lo deja completamente estupefacto. Jesucristo, en cambio, rescata a sus discípulos del miedo a la muerte. Consideremos una de sus extraordinarias declaraciones de ‘Yo soy’: ‘Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá’ (Juan 11.25–26). Estos versículos contienen una doble promesa de Jesús a sus discípulos. El creyente que vive nunca morirá, porque Cristo es su vida, y experimentará la muerte como un episodio apenas trivial. Y el creyente que que ha muerto volverá a vivir, porque Cristo es su resurrección. Cristo es a la vez la vida de aquellos que viven y la resurrección de aquellos que mueren. Él transforma tanto la vida como la muerte. Se dice acerca de Henry Venn, el vicario anglicano del siglo xviii, que, cuando se le dijo que estaba muriendo, ¡el gozo de morir lo mantuvo con vida durante quince días más! Esa actitud desprovista de temor, y más bien llena de alegría en el umbral de la muerte, solo es posible por la resurrección de Jesucristo y su victoria sobre la muerte.

Para continuar leyendo: Juan 11.17–44

Abril 27 La resurrección del cuerpo [El] Señor Jesucristo … transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya. Filipenses 3.20–21 La victoria de Cristo sobre la muerte también nos anuncia la naturaleza de la resurrección. En primer lugar, el Señor resucitado no era un cadáver resucitado. No creemos que nuestros cuerpos serán milagrosamente reconstituidos a partir de las mismas partículas materiales que los constituyen en el presente. Jesús realizó tres resucitaciones durante su ministerio terrenal, devolviéndole la vida al hijo de la viuda de Naín, a la hija de Jairo y a Lázaro. Uno puede compartir la expresión empática que le dedica C. S. Lewis a Lázaro: ‘Ser traído nuevamente a la vida,’ escribió, ‘y tener que pasar otra vez por el proceso de morir debió haber sido bastante duro’. Pero la resurrección de Jesús no fue una resucitación. Él fue elevado a un plano completamente nuevo de existencia en el que dejó de ser mortal y por eso está ‘vivo por los siglos de los siglos’ (Apocalipsis 1.18). En segundo lugar, nuestra esperanza de resurrección no consiste solamente en la supervivencia del alma. Como dijo Jesús: ‘yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo’ (Lucas 24.39). Es decir que el Señor resucitado no era un cadáver resucitado ni un fantasma inmaterial. En cambio, fue levantado de la muerte y simultáneamente transformado en un nuevo vehículo para su personalidad. Más aun, nuestro cuerpo de resurrección será como el de él, es decir, una notable combinación de continuidad y discontinuidad. Por un lado, había un vínculo obvio entre su cuerpo anterior y posterior. Las heridas estaban en sus manos, en sus pies y en su costado, y María Magdalena reconoció su voz. Por otro lado, su cuerpo atravesó la mortaja, salió de una tumba sellada, y atravesó puertas con cerrojo. Evidentemente tenía poderes nuevos de los que ni siquiera soñamos. El apóstol Pablo ilustró esta combinación mediante la imagen de las semillas y las flores. La continuidad asegura que cada semilla produce flor según su género. Pero la discontinuidad es todavía más asombrosa, porque de una simple y hasta fea y pequeña semilla brotará un flor fragante, colorida, y elegante. ‘Así también es la resurrección de los muertos’ (1 Corintios 15.42). En resumen, lo que esperamos no es una resucitación (en la que seríamos levantados pero no transformados) ni una supervivencia (en la que seríamos transformados en fantasmas incorpóreos), sino una resurrección (en la que seremos a la vez levantados y transformados, simultáneamente transfigurados y glorificados). Para continuar leyendo: 1 Corintios 15.35–38

Abril 28 Nuestra esperanza viva Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos. 1 Pedro 1.3 La esperanza cristiana enfoca no solo nuestro futuro individual (la resurrección del cuerpo) sino también nuestro futuro cósmico (la renovación del universo). Esta promesa es tanto más relevante hoy a la vista del calentamiento global y de la amenaza del desastre ambiental. En general, los cristianos tenemos la tendencia a pensar y hablar demasiado sobre un cielo etéreo, y muy poco sobre el nuevo cielo y la nueva Tierra. Sin embargo la Escritura está atravesada por esa expectativa más amplia y material. La Biblia comienza con la creación del universo y termina en sus últimos capítulos con la creación de un nuevo universo. Y entre uno y otro, la perspectiva está cubierta por el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin. La primera revelación explícita es la Palabra de Dios en Isaías 65: ‘he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra’ (v. 17). Después Jesús se refirió a la palingenesia, literalmente ‘la regeneración’, que blp traduce como ‘la renovación de todas las cosas’ (Mateo 19.28). En el resto del Nuevo Testamento los tres principales escritores (Pablo, Pedro, y Juan) se refieren al mismo tema. Pablo dice que la creación entera será un día liberada de su esclavitud al sufrimiento y al deterioro (Romanos 8.18–25). Pedro profetiza que los cielos actuales serán remplazados por un nuevo cielo y una nueva Tierra, donde habitarán la justicia y la paz (2 Pedro 3.7–13). Finalmente Juan escribe que tuvo la visión de ese remplazo, junto con la Nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios (Apocalipsis 21.1–2). Y en el mismo capítulo Juan escribe que los reyes de la Tierra y de las naciones traerán su gloria a la ciudad, aunque ‘No entrará en ella ninguna cosa inmunda’ (Apocalipsis 21.27). Debemos ser cautelosos al interpretar esos versículos, pero parecen significar que la cultura humana no será destruida por completo sino que, una vez purgada de cualquier brizna de mal, será preservada en la hermosa y nueva Jerusalén. Para resumir, así como en la resurrección del cuerpo, también en la renovación del universo no todo lo viejo será destruido sino transformado. Esa es nuestra esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo (1 Pedro 1.3).

Para continuar leyendo: Romanos 8.18–25

Abril 29 La misión mundial Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones. Mateo 28.18–19 Es importante observar que la Gran Comisión de ir y hacer discípulos a todas las naciones nace de la resurrección. Solo después de haber resucitado podía Jesús afirmar su autoridad universal, y solo entonces podía ejercerla y enviar a sus discípulos al mundo. La resurrección marcó la diferencia. Esta fue la tesis de Johannes Blauw, exsecretario del Concilio Misionero de Holanda, en su libro The Missionary Nature of the Church (La naturaleza misionera de la Iglesia). Señaló que la visión de los profetas del Antiguo Testamento respecto a los últimos tiempos era el del peregrinaje de las naciones hacia Jerusalén, porque el monte Sion sería exaltado por encima de toda otra montaña, y todas las naciones fluirían hacia allí como un río. Pero en el Nuevo Testamento se revierte el rumbo de esta visión. La ‘conciencia misionera centrípeta’ se remplaza por ‘una actividad misionera centrífuga’. Es decir, en lugar de que las naciones fluyan hacia la Iglesia, es esta la que va hacia las naciones. ¿Y cuál fue el momento decisivo? La resurrección. El Señor Jesucristo resucitado, quien ahora podía afirmar su autoridad universal, ejercía esa autoridad al dar a sus discípulos el mandato de salir. ‘La misión,’ concluye Blauw, ‘es un mandato del señorío de Cristo’. El vínculo esencial entre la autoridad universal de Jesús y la comisión universal de la Iglesia es algo que recorre las Escrituras. Lo vemos, por ejemplo, en Daniel 7, donde al Hijo del Hombre se le da autoridad para que todas las naciones lo adoren. Lo vemos también en Filipenses 2.9–11, donde se nos dice que Dios ha exaltado a Jesús y le ha dado un nombre sobre todo nombre, es decir, un rango por encima de todo otro rango, a fin de que toda rodilla se doble ante él y toda lengua confiese que Jesús es Señor. Si Dios quiere que el Señor resucitado sea honrado por todo el universo, nosotros también debemos quererlo. Para continuar leyendo: Mateo 28.16–20

Abril 30 Preparándonos para Pentecostés

Los dos volúmenes de Lucas En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba. Hechos 1.1–2 Sin el libro de Hechos, el Nuevo Testamento quedaría muy empobrecido. Porque en tanto tenemos cuatro relatos sobre Jesús, contamos con este único relato sobre la Iglesia primitiva. Pero Hechos brinda algo más que una narración sobre los acontecimientos: es un libro valioso, además, por la inspiración que nos ofrece. La convicción generalizada es que el ‘primer tratado’ al que se refiere Lucas es su Evangelio. En realidad, más que dos libros Lucas legó un libro en dos partes. De hecho, el prefacio de su Evangelio presenta ambas partes. Allí, como hemos visto, él se refiere a ciertos acontecimientos de los cuales los apóstoles habían sido testigos y habían dado testimonio a la generación siguiente; Lucas mismo había ‘investigado con diligencia … desde su origen’ (Lucas 1.3) y entonces había decidido ponerlo por escrito. Como médico instruido, escribió en un griego refinado y, debido a que en varias oportunidades acompañó a Pablo en sus viajes (lo denota con un discreto uso del pronombre ‘nosotros’), él mismo fue testigo presencial de numerosos sucesos que leemos en Hechos. A. N. Sherwin-White, quien fuera profesor adjunto de Historia Antigua en la Universidad de Oxford, llegó a esta conclusión: ‘La confirmación histórica que se dispone para el libro de Hechos es abrumadora’. [4] Cuando leemos Hechos no debemos idealizar la Iglesia primitiva como si no tuviera manchas. Como veremos, tenía muchas. ¿Cómo podemos designar, entonces, a este libro? El título popular es ‘Hechos’, una designación que se encuentra en un códice del siglo iv. Pero no es un título apropiado, ya que no indica a quién corresponden esos hechos. ‘Hechos del Espíritu Santo’ apunta a un factor válido, pero omite a los seres humanos por medio de quienes estaba obrando el Espíritu. La designación tradicional desde comienzos del siglo xx fue ‘Hechos de los Apóstoles’, con o sin el artículo definido ‘los’, y es verdad que algunos de los apóstoles dominan el escenario. Pero ninguna de esas designaciones hace justicia al primer versículo del libro, que atribuye a Jesús las palabras y los hechos que se relatan. El título más preciso (aunque pesado) sería algo así como ‘Continuación de las Palabras y Obras de Jesús realizadas por su Espíritu por medio de los Apóstoles’. Para continuar leyendo: Lucas 1.1–4

Mayo 1 La promesa del Espíritu Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos … hasta lo último de la tierra. Hechos 1.8 Durante los cuarenta días que transcurrieron entre el día de resurrección y el día de la ascensión, Jesús se concentró en la enseñanza de dos temas principales: el reino de Dios y el Espíritu de Dios, cuya venida había sido prometida por él mismo, por su Padre (en el Antiguo Testamento), y por Juan el Bautista. Jesús vinculó esos temas entre sí, como también lo habían hecho los profetas en el Antiguo Testamento, declarando que el derramamiento del Espíritu sería una de las principales bendiciones del reinado del Mesías. Pero los apóstoles tenían una comprensión bastante confusa de estas cosas, como podemos ver a partir de la pregunta que le hicieron a Jesús. ‘Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?’ (v. 6). La pregunta estaba plagada de errores. En primer lugar, al preguntar sobre la restauración del reino, muestran que todavía estaban soñando con la liberación política del dominio de Roma. Al responderles, Jesús declaró que el Espíritu Santo les daría poder para testificar. El reino de Dios consiste en su gobierno sobre la vida de las personas. Se difunde mediante el testimonio, no mediante un ejército; mediante un evangelio de paz, no una declaración de guerra. En segundo lugar, al preguntar por la restauración de Israel, es evidente que los apóstoles todavía acariciaban expectativas nacionalistas y estrechas. Anhelaban que Jesús devolviera a Israel la independencia perdida, recuperada por los macabeos durante un breve y fascinante lapso en el siglo II a. C. En su respuesta, Jesús amplió el horizonte de los apóstoles. Por cierto, su testimonio comenzaría en Jerusalén y continuaría en la región circundante de Judea, pero desde allí iba a expandirse ‘hasta lo último de la tierra’. En tercer lugar, al preguntar si Jesús iba a restaurar el reino a Israel ‘en este tiempo’ estaban siendo presuntuosos, porque ya conocían la respuesta. Él ya les había dicho que no les correspondía conocer los tiempos ni las fechas, que el Padre establecía por su sola autoridad, y entonces les dijo lo que sí podían conocer, es decir, que serían testigos por el poder del Espíritu en círculos cada vez más amplios. De hecho, el intervalo temporal entre Pentecostés y la Parusía (fuera prolongado o breve) debía ser llenado con la misión mundial de la Iglesia. Para continuar leyendo: Hechos 1.1-8

Mayo 2 La ascensión de Jesús Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Hechos 1.9 Hay un escepticismo difundido en cuanto a si la ascensión de Jesús fue un suceso histórico, literal. Los críticos dicen que pertenece a una cosmología precientífica en la cual el cielo se concebía como ‘allá arriba’, de modo que era necesario que Jesús ‘fuera elevado’ a fin de que pudiera llegar allá. Sostienen que debemos desmitologizar la ascensión, y entonces podremos quedarnos con la verdad de que Jesús fue al Padre, despojando al relato de su envoltorio mitológico primitivo. Pero hay dos razones por las que debemos rechazar este intento de desacreditar la ascensión en su carácter de acontecimiento literal. Primero, como vimos en una reflexión anterior, en sus libros Lucas remite insistentemente al testimonio presencial. Jesús fue levantado ‘viéndolo ellos’ hasta que una nube ‘le ocultó de sus ojos’. Mientras estaban ‘contemplando sin pestañear’ (blp) al cielo, los dos ángeles les explicaron que lo habían ‘visto’ ir al cielo (v. 10–11). En este breve relato, Lucas enfatiza que la ascensión tuvo lugar de manera visible y fue verificada por testigos presenciales. Segundo, la ascensión visible tenía un propósito fácil de entender. No es que Jesús necesitaba hacer un viaje al espacio. Es estúpido caracterizarlo como el primer cosmonauta. No. Para hacer la transición de su condición terrenal a la celestial bien podría haber desaparecido, como hizo en otras ocasiones, y de esa manera subir al Padre de manera secreta e invisible. La razón de una ascensión pública y visible sin duda tenía como objetivo que los discípulos entendieran que se marchaba para siempre. Durante cuarenta días había estado apareciendo, desapareciendo, y reapareciendo. Ahora ese lapso llegaba a su fin. Esta vez su partida era definitiva. No debían quedarse por ahí esperando la siguiente aparición. En lugar de ello debían esperar a otra persona, al Espíritu Santo. Había algo radicalmente anómalo en que se quedaran mirando al cielo, cuando en realidad se los había comisionado para ir a los confines de la Tierra. Era la Tierra, no el cielo, lo que debía ocuparlos ahora. Su llamado era a ser testigos, no a contemplar las estrellas. Para continuar leyendo: Hechos 1.9–12

Mayo 3 Esperar y orar Todos estos ... oraban constantemente en íntima armonía. Hechos 1.14, blp. Después de que Jesús los dejó, los apóstoles caminaron de regreso a Jerusalén ‘con gran gozo’ (Lucas 24.52) y esperaron durante diez días hasta que vino el Espíritu Santo. Lucas nos relata de qué modo ocuparon el tiempo esos días antes de Pentecostés. En el Evangelio dice que ‘estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios’ (Lucas 24.53), y en Hechos relata que ‘perseveraban unánimes en oración y ruego’ en la habitación en la que estaban alojados. Esta era una saludable combinación: alabanza constante en el templo y oración constante en el hogar. ¿Quiénes eran las personas que se reunían para alabar y para orar? Se nos dice que eran alrededor de ciento veinte. Entre ellas estaban los once apóstoles que habían permanecido, a los que Lucas enumera con muy poca variación respecto a la lista que había dado en su Evangelio. Además menciona a ‘las mujeres’ (Hechos 1.14), posiblemente refiriéndose a María Magdalena, Juana, Susana, y otras que habían sostenido a Jesús y a los apóstoles con ayuda económica, y quienes habían encontrado vacía la tumba. Además, y como asignándole un lugar de honor, Lucas añade a ‘María la madre de Jesús’ (v. 14), cuyo papel singular en el nacimiento de Jesús había narrado en los dos primeros capítulos de su Evangelio. De la familia de Jesús menciona a ‘sus hermanos’ al final (v. 14); es probable que al fin hayan creído porque Jesús concedió a su hermano Santiago una aparición privada después de resucitar (1 Corintios 15.7). Todos ellos (los apóstoles, las mujeres, y la madre y los hermanos de Jesús), junto con las demás personas, completaban el número de ciento veinte de los que ‘perseveraban unánimes en oración’. La oración era unánime y constante. No cabe duda de que el fundamento de su unidad y perseverancia estaba en el mandato y la promesa de Jesús. Había prometido enviarles el Espíritu Santo, y les había ordenado que esperaran su llegada para recién entonces comenzar a testificar. Aprendemos aquí que las promesas de Dios no vuelven superflua a la oración. Por el contrario, solo sus promesas nos dan a la vez el fundamento para orar y la confianza de que él oirá y responderá a nuestras plegarias. Para continuar leyendo: Hechos 1.12–14

Mayo 4 Remplazo de Judas Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros … uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección. Hechos 1.21–22 Hay un solo acontecimiento adicional que se registra entre la ascensión y Pentecostés, y es la designación de otro apóstol en remplazo de Judas. Pedro se puso de pie entre los creyentes y citó como respaldo bíblico de ese acto palabras de Salmos 69 y 109, y en especial Salmos 109.8: ‘que otro ocupe su cargo’ (blp). Es instructivo tomar nota de los tres requisitos que Pedro mencionó para el ‘ministerio apostólico’ (Hechos 1.25, blp). El primer requisito era el haber sido personalmente designado por Jesús. Matías no fue elegido por la Iglesia sino por Cristo, igual que Los Doce (Lucas 6.13). Es verdad que los ciento veinte nominaron a dos candidatos, y que luego se arrojaron suertes (un método aprobado por el Antiguo Testamento pero que dejó de usarse después de Pentecostés). Sin embargo, lo principal es que buscaron la voluntad de Dios mediante la oración. Si bien Jesús había ascendido al cielo, todavía era accesible mediante la oración y, como declararon al orar, porque ‘conoces los corazones’. Entonces oraron: ‘muestra cuál de estos dos has escogido’ (Hechos 1.24). El segundo requisito era ser un testigo presencial de Jesús. Marcos y Juan habían dicho en forma explícita que Jesús eligió a Los Doce ‘para que estuviesen con él’ (Marcos 3.14) y de esa manera pudieran testificar de él (Juan 15.27). De manera similar, Pedro declaró el criterio de selección: ‘Es necesario, pues, que de estos hombres que han estado junto con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección’ (Hechos 1.21–22). El tercer requisito era haber presenciado una aparición de Jesús después de la resurrección, que es la razón por la que Pablo fue aceptado como apóstol (1 Corintios 9.1; 15.8–9). El reemplazante de Judas también debía haber visto al Señor resucitado a fin de ser, con los demás apóstoles, un testigo de su resurrección (Hechos 1.22). Ahora está dispuesto el escenario para el día de Pentecostés. Los apóstoles han recibido la comisión de Cristo y han presenciado su ascensión. El equipo apostólico está nuevamente completo, dispuestos a ser sus testigos elegidos. Solo falta una cosa: el Espíritu no ha venido aún. Aunque el lugar que Judas dejó vacante ha sido cubierto por Matías, el lugar que Jesús dejó vacante no ha sido llenado todavía por el Espíritu. Para continuar leyendo: Hechos 1.15–26

Mayo 5 El acontecimiento de Pentecostés Exaltado por la diestra de Dios, y habiendo [Jesús] recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís. Hechos 2.33 El día de Pentecostés fue un acontecimiento multifacético. Fue el acto final del ministerio salvador de Jesús antes de la Parusía, y en ese sentido fue un suceso tan irrepetible como la Navidad, el Viernes Santo, la Pascua de Resurrección, y la Ascensión de Jesús. Segundo, fue la apertura de la nueva era del Espíritu. Tercero, equipó a los apóstoles para el singular papel de enseñanza que debían cumplir. Y cuarto, puede ser considerado como el primer avivamiento, en el que Dios visitó a su pueblo con asombroso poder. Lucas comienza con un relato breve y prosaico de lo que ocurrió. El Espíritu de Dios vino sobre los discípulos que esperaban, y su venida fue acompañada por tres señales sobrenaturales: un estruendo como de un viento recio, lenguas como de fuego, y el hablar en otras lenguas. ¿Pero en qué consistió esa glosolalia que manifestaron? No era producto de la embriaguez, como bromeó un grupito. Tampoco era (como algunos han sugerido) un milagro efectuado en quienes escuchaban. Es cierto que ‘cada uno les oía hablar en su propia lengua’ (v. 6), pero fue un fenómeno en quienes escuchaban solo porque antes había sido un fenómeno en quienes hablaban. En tercer lugar, no era un habla incoherente que Lucas hubiera considerado erróneamente como un idioma. Cuarto, y en sentido positivo, según Lucas se trató de una capacidad sobrenatural para hablar un idioma reconocible (que nunca habían aprendido), en el cual proclamar las maravillas de Dios. Lucas se esfuerza por resaltar el carácter cosmopolita de la multitud que se reunió. Aunque eran judíos en la diáspora, que en ese momento se encontraban en Jerusalén, provenían ‘de todas las naciones bajo el cielo’ (v. 5), es decir, del mundo grecorromano que rodeaba el Mediterráneo. No estaban literalmente presentes todas las naciones, por supuesto; pero estaban representadas, ya que Lucas incluye deliberadamente en su lista a descendientes de Sem, de Cam y de Jafet, y presenta en Hechos 2 una ‘tabla de las naciones’ comparable a la que encontramos en Génesis 10. Desde los tiempos de los primeros Padres de la iglesia, los comentaristas han considerado a la bendición de Pentecostés como un acto que revierte, de manera intencional y dramática, la maldición de Babel. En Babel los idiomas humanos fueron confundidos y las naciones fueron dispersadas; en Jerusalén la barrera del lenguaje fue superada de manera sobrenatural, como señal de que las naciones serían ahora reunidas en Cristo. Para continuar leyendo: Hechos 2.1-13

Mayo 6 La Trinidad Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Mateo 28.19 No fue sino hasta el siglo IX que el primer domingo siguiente a Pentecostés comenzó a celebrarse en forma popular como Domingo de la Trinidad. Fue una decisión apropiada, que Cranmer cimentó en 1549 en su Libro de Oración. Para mí ha sido una buena costumbre, durante muchos años, recitar al comienzo de cada día la liturgia trinitaria que transcribo a continuación, que comienza con alabanza y concluye con una plegaria: Todopoderoso y eterno Dios, Creador y sustentador del universo, te adoro. Señor Jesucristo, Salvador y Señor del mundo, te adoro. Espíritu Santo, Santificador del pueblo de Dios, te adoro. Gloria sea al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Como fue en el principio, es ahora, y siempre será, y no tendrá fin. Amén. Padre celestial, oro que en este día pueda vivir en tu presencia y agradarte más y más. Señor Jesucristo, oro que en este día tome mi cruz y te siga. Espíritu Santo, oro que en este día tu fruto madure en mí: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Santa, bendita y gloriosa Trinidad, tres personas y un solo Dios, ten misericordia de mí. Amén. Para continuar leyendo: Efesios 2.18

Mayo 7 El primer sermón cristiano Pedro cita a Joel Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán. Hechos 2.16– 17 Lucas registra diecinueve discursos cristianos, que en conjunto cubren alrededor del 25 por ciento de Hechos. Algunos los consideran la reproducción literal de los mensajes; otros sostienen que en aquella época los historiadores inventaban discursos que ponían en labios de sus personajes. Rechazamos ambos extremos, el de la literalidad y el del escepticismo, y consideramos que son resúmenes confiables de lo que se dijo en cada ocasión. Pedro explica que el fenómeno extraordinario de que creyentes llenos del Espíritu Santo proclamaran las maravillas de Dios en idiomas desconocidos es el cumplimiento de la profecía de Joel, de que el Señor derramaría su Espíritu sobre toda la humanidad. Su exposición es similar a lo que los Rollos del Mar Muerto denominan pesher, esto es, una interpretación de un pasaje del Antiguo Testamento a la luz de su cumplimiento. Por eso inicia su sermón con las palabras ‘mas esto es’ (v. 16). Deliberadamente modifica la palabra ‘después’ utilizada por Joel (Joel 2.28) y dice ‘en los postreros días’, a fin de enfatizar que con la venida del Espíritu han llegado los últimos tiempos. Y aplica el pasaje a Jesús, de modo que ‘el Señor’ que trae salvación ya no es Jehová sino Jesús, quien redime del pecado y del juicio a todos los que invocan su nombre (v. 21). Los escritores del Nuevo Testamento coinciden en que Jesús inauguró los últimos tiempos, o era mesiánica, y que la prueba definitiva fue el derramamiento del Espíritu, que era la principal de las promesas del Antiguo Testamento acerca de los tiempos finales. Siendo así, no debemos citar la profecía de Joel como si estuviéramos todavía esperando su cumplimiento. La era mesiánica, que se extiende entre las dos venidas de Cristo, es la era del Espíritu en la cual su ministerio es abundante. El verbo ‘derramar’ ilustra la generosidad de Dios al dar su Espíritu, su carácter definitivo, y su universalidad (una abundante y amplia distribución entre los diversos grupos de la humanidad, sin consideración de género, edad o rango). ‘Y profetizarán’: es decir, el don universal (el Espíritu) conducirá a un ministerio universal (la profecía). No se refiere al don de profecía, que solo algunas personas reciben. Más bien, todos los que pertenecen a Dios son profetas en el sentido de que disfrutan de su conocimiento por medio de Cristo, por el Espíritu. Para continuar leyendo: Hechos 2.14–21

Mayo 8 Vida y ministerio de Jesús Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas. Hechos 2.22 Ayer vimos que Pedro aplicó la profecía de Joel al evento de Pentecostés. Sin embargo, la mejor manera de entender Pentecostés no es a partir de la predicción del Antiguo Testamento sino por medio del cumplimiento en el Nuevo Testamento, no desde Joel sino desde Jesús. Cuando Pedro ordenó a la gente de Israel que lo escuchara, sus primerísimas palabras después de citar a Joel fueron ‘Jesús nazareno’. Debería ser así en todo acto de evangelización. En cada proclamación del evangelio, el evangelista sabio lleva una y otra vez la conversación a la persona y obra de Jesucristo. Como escribiera más tarde Pablo al comienzo de su carta a los Romanos, el evangelio de Dios es acerca del Hijo de Dios. T. R. Glover escribió en su libro The Jesus of History (El Jesús de la historia) que ‘Jesús es la esencia y el corazón del movimiento cristiano, y todavía domina a los hombres, todavía cautiva a los hombres’. Después del nombre de Jesús, Pedro continuó presentando su historia en seis pasos, el primero de los cuales es su vida y ministerio: ‘varón aprobado por Dios’. Esta es una expresión asombrosa. No sabemos si estaba afirmando aquí la persona divina y humana de Jesús. Sin embargo, el apóstol sí percibía que en Jesús había a la vez una realidad humana y una realidad divina. Además, Pedro enfatizó la confirmación de Jesús reuniendo las tres palabras del Nuevo Testamento que se refieren a los milagros que Dios realizó públicamente por medio de él, es decir: milagros, maravillas y señales. La primera de estas palabras, milagros (dunameis), indica su naturaleza; eran demostraciones del poder de Dios (dunamis). La segunda palabra, maravillas (terata), indica sus consecuencias; esos actos provocaban asombro en quienes los presenciaban. Y la tercera palabra, señales (sēmaia), indica su propósito; tenían el objetivo de comunicar significado, de convalidar las declaraciones del Mesías. Para continuar leyendo: Hechos 10.38–39

Mayo 9 La muerte de Jesús Dios lo entregó conforme a un plan proyectado y conocido de antemano, y vosotros … lo matasteis. Hechos 2.23, blp En el primer sermón cristiano jamás predicado, Pedro pasó directamente de la vida a la muerte de Jesús. El contraste es muy marcado: ‘a éste’, a quien Dios había confirmado mediante milagros, lo habían sentenciado a muerte. Lo más notable es la manera en que Pedro atribuyó la responsabilidad por la muerte de Jesús. Por un lado, Jesús había sido ‘entregado’ a ellos no por Judas (aunque es el mismo verbo que en los Evangelios se aplica a la traición de Judas) sino que ‘Dios lo entregó conforme a un plan proyectado y conocido de antemano’ (blp). Por otro lado, lo habían ejecutado clavándolo a la cruz ‘valiéndose de no creyentes’ (v. 23, blp) (probablemente los romanos). Pedro atribuyó el mismo acontecimiento, es decir la muerte de Jesús por la crucifixión, simultáneamente al propósito de Dios y a la maldad de los seres humanos. Todavía no vemos aquí una doctrina de la expiación plenamente elaborada; era demasiado pronto para eso. Sin embargo, ya han empezado a aparecer indicadores importantes, debido sin duda a la enseñanza que Jesús pudo haberles dado a los apóstoles acerca de su muerte, después de su resurrección. En primer lugar, Pedro ya había comprendido que de alguna manera por medio de la muerte de Jesús se estaba cumpliendo el propósito salvador de Dios. En segundo lugar, el apóstol también había comenzado a entender que el mal humano y la providencia divina no son incompatibles. Dios avanza sus propósitos aun por medio de la maldad de los hombres. En tercer lugar, Pedro dice ‘matasteis [a Jesús]… crucificándole’ (v. 23). Pero poco después, en su segundo discurso, él describirá la muerte de Jesús no en términos de ser clavado a la cruz sino colgado en un madero (Hechos 5.30). Y esa será una afirmación profundamente teológica, porque señala que en su muerte Jesús cargó en nuestro lugar la maldición de haber quebrantado la ley. Como escribió Pablo más tarde: ‘Cristo nos redimió de la maldición de la ley [es decir, del juicio que la ley impone sobre quienes la quebrantan], hecho por nosotros maldición’ (Gálatas 3.13). Los apóstoles Pedro y Pablo tienen la misma mirada de la cruz como un madero, el lugar de una maldición. Para continuar leyendo: Gálatas 3.10–14

Mayo 10 La resurrección de Jesús A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Hechos 2.32 Una vez dicho que Jesús fue sentenciado a muerte por hombres, Pedro continuó declarando que Dios lo levantó de los muertos. También hizo tres afirmaciones respecto a la resurrección de Jesús. En primer lugar, Dios lo había librado de ‘las garras de la muerte’ (v. 24, blp). La palabra griega que se traduce como ‘agonía’ significa ‘sufrimiento de parto’, de modo que la resurrección fue descripta como una regeneración, un nuevo nacimiento desde la muerte hacia la vida. En segundo lugar, ‘no era posible que la muerte [lo] dominase’ (v. 24, blp). Pedro hizo esta rotunda declaración moral sin dar explicaciones. En tercer lugar, el apóstol vio en el Salmo 16 la predicción de la resurrección del Mesías. Allí el salmista expresa confianza de que no será abandonado a la muerte o a la corrupción, sino que conocerá la senda de la vida. Pero la predicción no podía referirse a David, ya que David murió y fue enterrado, y su tumba todavía estaba en Jerusalén. De modo que, siendo profeta, y sabiendo que Dios le había prometido una descendencia excelsa que ocuparía el trono, habló anticipadamente de la resurrección del Mesías (Hechos 2.30–31). El uso que hace Pedro de las Escrituras podría parecernos extraño, hasta que recordamos que todo el Antiguo Testamento da testimonio de Cristo, especialmente de su muerte, resurrección, y misión a todo el mundo. Ese es su carácter y su propósito. Jesús mismo lo dijo antes y después de su resurrección. En consecuencia, los discípulos se acercaban con naturalidad a leer el Antiguo Testamento con una mirada cristológica, y entendían que las referencias al Ungido de Dios y a los descendientes de David se cumplían plenamente en Jesús. Después de citar el Salmo 16 y de aplicarlo a la resurrección de Jesús, Pedro concluyó: ‘de lo cual todos nosotros somos testigos’ (Hechos 2.32). De ese modo convergían el testimonio oral de los apóstoles y las predicciones escritas por los profetas. O, como podríamos decir, las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamento coincidían en su testimonio de la resurrección de Cristo. Para continuar leyendo: Hechos 2.24–32

Mayo 11 La exaltación de Jesús Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Hechos 2.36 Pedro pasa directamente de la resurrección de Jesús de entre los muertos a su exaltación a la diestra de Dios. Desde esta posición de supremo honor y autoridad ejecutiva, después de recibir la promesa del Padre, Jesús ha derramado ahora su Espíritu. El apóstol liga nuevamente su argumento con una cita apropiada del Antiguo Testamento. Así como aplicó el Salmo 16 a la resurrección del Mesías, ahora aplica el Salmo 110 a la ascensión del Mesías: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Hechos 2.34–35 David no ascendió al cielo, así como tampoco había sido preservado de la corrupción de la muerte por medio de la resurrección. Sin embargo, nombra como ‘mi Señor’ a aquel a quien el Señor ha designado para sentarse a su derecha. Jesús ya había aplicado a sí mismo este versículo cuando enseñaba en los atrios del templo, y preguntó a los líderes judíos cómo David podía llamar ‘Señor’ al Mesías si este era hijo de David (Marcos 12.35–37). Es notable que un tiempo después tanto el apóstol Pablo como el escritor de Hebreos también aplicaron a Jesús el Salmo 110 (1 Corintios 15.25; Hebreos 1.13). La conclusión de Pedro es que todo Israel debe saber con certeza que este mismo Jesús, a quien habían repudiado y crucificado, Dios ahora había hecho ‘Señor y Cristo’ (Hechos 2.36). No en el sentido de que Jesús recién hubiera sido declarado Señor y Cristo en el momento de su ascensión, por supuesto, porque durante todo su ministerio público ya lo era (y de hecho declaraba serlo). Más bien significa que Dios ahora lo ha exaltado a la realidad y al ejercicio del poder que de antemano le pertenecía por derecho propio. Para continuar leyendo: Hechos 2.33–36

Mayo 12 La salvación en Jesús Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Hechos 2.38 Con la conciencia compungida, los oyentes de Pedro preguntaron con ansias qué debían hacer. Él respondió que debían arrepentirse, cambiar completamente su manera de pensar acerca de Jesús, ser bautizados en su nombre (sometiéndose a la humillación del bautismo, que los judíos consideraban necesario solamente para los gentiles convertidos), y someterse a él, en el nombre de la misma persona a la que antes habían rechazado. Esta sería una clara demostración pública de su arrepentimiento y también de su fe, ya que después Pedro comenzó a llamarlos creyentes. Entonces los conversos recibirían dos obsequios gratuitos de parte de Dios: el perdón de sus pecados (aun del pecado de haber rechazado al Cristo de Dios) y el don del Espíritu Santo para regenerarlos, llenarlos, y transformarlos. No debían pensar que el don de Pentecostés era solamente para los apóstoles, o para los ciento veinte discípulos que habían esperado diez días la venida del Espíritu, o para algún grupo de elite, o ni siquiera para esa sola generación. El Señor no había puesto límites a su ofrecimiento ni a su don. Por el contario, la promesa del don o bautismo del Espíritu (términos intercambiables) era también para quienes estaban escuchando a Pedro y para sus hijos en las generaciones futuras, es más, para los que estaban lejos también (fueran judíos en la dispersión o miembros del mundo gentil), es decir, sin excepción, para todos aquellos a quienes el Señor llamara hacia sí. Porque el don de Dios es coextensivo con su llamamiento. Luego vino el llamado final de Pedro: ‘Sed salvos de esta perversa generación’ (v. 40). Él no estaba apelando a conversiones individuales y privadas sino a una identificación pública con los demás creyentes, con lo cual los conversos transferían su condición de miembros a la comunidad mesiánica. El relato registra la asombrosa respuesta al llamado de Pedro. Alrededor de tres mil personas aceptaron su mensaje y fueron bautizadas. Conforme a la promesa del apóstol, en ese momento tienen que haber recibido tanto el perdón como el Espíritu, aunque esta vez al parecer sin señales sobrenaturales. Por lo menos Lucas no menciona los fenómenos semejantes al viento, al fuego, o el hablar en lenguas. Para continuar leyendo: Hechos 2.37–41

Mayo 13 El evangelio hoy Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras … y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras. 1 Corintios 15.3–4 He visto un beneficio a mi fidelidad en expresar el mensaje de los apóstoles en los siguientes términos. Primero, los acontecimientos del evangelio. Aunque los apóstoles repasaron toda la carrera redentora de Jesús, incluyendo su vida y ministerio, su exaltación, y su futura venida, se concentraron en su muerte y en su resurrección como acontecimientos históricos y de importancia en la salvación. Segundo, los testimonios del evangelio. Los apóstoles apelaron a una doble evidencia para autenticar a Jesús, de modo que la verdad quedara confirmada en boca de dos testigos (Deuteronomio 19.15). El primero de estos era el testimonio de las Escrituras del Antiguo Testamento, el segundo era el de los propios apóstoles. ‘Nosotros somos testigos’, repetía Pedro una y otra vez. Este Cristo único tiene una doble confirmación. No tenemos libertad de predicarlo según nuestra propia fantasía y ni siquiera de concentrarnos en nuestra experiencia personal, ya que no somos testigos presenciales del Jesús histórico. Nuestra responsabilidad, más bien, es hablar del Cristo genuino en las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los testigos primarios son los profetas y los apóstoles; nuestro testimonio siempre es secundario al de ellos. Tercero, las promesas del evangelio. El evangelio es buenas noticias no solo por lo que Jesús logró mediante su muerte y su resurrección sino también por lo que nos ofrece en consecuencia, esto es, el perdón de nuestros pecados (borra el pasado) y el don del Espíritu (nos hace nuevas personas). Juntos, significan salvación o libertad; ambos son expresados públicamente en el bautismo. Cuarto, las condiciones del evangelio. Lo que el evangelio exige es un abandono radical del pecado y un retorno a Cristo, lo cual se expresa en el ser interior a través del arrepentimiento y la fe, y exteriormente por medio del bautismo. Por medio de estos actos transferimos nuestra lealtad, ya que somos incorporados a la comunidad de Jesús. Este es, entonces, nuestro cuádruple mensaje: dos acontecimientos (la muerte y la resurrección de Cristo), confirmados por dos testigos (los profetas y los apóstoles), sobre la base de lo cual Dios hace dos promesas (el perdón y el Espíritu) que dependen de dos requisitos (arrepentimiento y fe, con bautismo). Esta es la integralidad del evangelio bíblico. Para continuar leyendo: 1 Corintios 15.1-11

Mayo 14 La iglesia en Jerusalén La visión de Dios para su Iglesia Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Hechos 2.42 La Iglesia está en el centro del propósito de Dios. Ese propósito no consiste en salvar a individuos y perpetuarlos en la soledad, sino más bien en llamar a un pueblo para sí y construir su Iglesia. La razón por la que estamos comprometidos con la Iglesia es que él lo está. Además, todos estamos interesados en la renovación de ella. En muchos lugares del mundo la Iglesia se extiende velozmente, pero con frecuencia este crecimiento se produce sin profundidad. Se ve mucha superficialidad por todos lados. Necesitamos recuperar la visión bíblica de una Iglesia renovada. ¿Cuál es la visión que Dios tiene para su Iglesia? Lucas nos lo dice. Después de describir lo que ocurrió el día de Pentecostés, y de presentar una explicación de lo sucedido por medio del sermón cristocéntrico que dio Pedro, Lucas pasa a señalar el efecto de Pentecostés, dándonos una bella figura de la Iglesia en Jerusalén, llena del Espíritu. Por supuesto, ese no fue el día en que nació la Iglesia. Es incorrecto determinar el Pentecostés como día del cumpleaños de la Iglesia. Ella, como pueblo de Dios, puede rastrear su historia hacia el pasado unos cuatro mil años atrás, hasta Abraham. Lo que ocurrió en Pentecostés fue que el remanente del pueblo de Dios se convirtió en el cuerpo de Cristo lleno del Espíritu. ¿Cuáles son, entonces, las marcas características de una Iglesia viva? Para responder a esta pregunta debemos retroceder hasta aquellos días y dar una mirada fresca a la primera iglesia en Jerusalén. A la vez, es imprescindible que seamos realistas. Tenemos la tendencia a ser románticos respecto a la Iglesia primitiva. La miramos a través de lentes teñidas. Hablamos de ella en susurros, como si no tuviera defectos. De esa manera perdemos de vista las rivalidades, las hipocresías, las inmoralidades, y las herejías que afligieron a la Iglesia primitiva tal como lo hacen hoy. Aun así, hay una cosa cierta. La Iglesia primitiva, pese a todos sus excesos y sus fallas, fue movilizada por el Espíritu Santo de una manera profunda y radical. De modo que volvemos a nuestra pregunta: ¿Cómo era la Iglesia en el siglo i? ¿Qué evidencias mostraba de la presencia y el poder del Espíritu Santo? Si podemos responder estas preguntas, estaremos encaminados a descubrir las señales de una Iglesia viva en el siglo xxi. Para continuar leyendo: Juan 17.6–26

Mayo 15 El estudio Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles. Hechos 2.42 Lucas se concentra en cuatro rasgos de la iglesia en Jerusalén. La primera es muy sorprendente; probablemente nosotros no la hubiéramos elegido. Una Iglesia viva es una Iglesia que aprende. ‘Todos se mantenían constantes a la hora de escuchar la enseñanza de los apóstoles’ (blp). Esto es lo primero que nos dice Lucas. Podríamos decir que ese día el Espíritu Santo abrió una escuela en Jerusalén. Los maestros eran los apóstoles a quienes Jesús había designado y capacitado. Ahora había tres mil alumnos en jardín de infantes. Sin duda se trataba de una situación extraordinaria. Esos nuevos convertidos llenos del Espíritu Santo no estaban disfrutando de una experiencia mística que los motivaba a descuidar el intelecto, a despreciar la teología, o a dejar de razonar. Todo lo contrario, se concentraron en recibir instrucción. Por cierto, la experiencia de llenura del Espíritu Santo es incompatible con una actitud de rechazo al intelecto. ¿Quién es el Espíritu, al fin de cuentas? Jesús lo llamó ‘el Espíritu de verdad’, de modo que dondequiera que esté activo, la verdad es importante. Observe también que aquellos creyentes no dieron por sentado que, dado que habían recibido el Espíritu Santo, este era el único maestro que necesitaban y que podían prescindir de los maestros humanos. Por el contrario, se sentaron a los pies de los apóstoles. Estaban ansiosos por aprender todo lo que pudieran. Sabían que Jesús había designado maestros para ellos. En consecuencia, se sometieron a la autoridad de los apóstoles, la cual estaba respaldada por los milagros que estos realizaban. Si el versículo 42 nos habla de la enseñanza de los apóstoles, el versículo 43 nos dice que hacían muchas señales y maravillas. De manera similar, algunos años después Pablo se refirió a sus milagros como ‘las credenciales de mi apostolado’ (2 Corintios 12.12, blp). ¿Cómo podemos nosotros, entonces, consagrarnos a la enseñanza de los apóstoles y someternos a su autoridad? Debemos insistir en que no hay apóstoles en la Iglesia hoy. Hay obispos, misioneros pioneros y otros líderes, y quizás podemos referirnos a sus ministerios como ministerios apostólicos. Pero no hay apóstoles que tengan hoy una autoridad comparable a la de Pedro, Juan y Pablo. La única manera en que podemos someternos a la autoridad de los apóstoles es someternos a la enseñanza que dejaron en el Nuevo Testamento, ya que por ese medio nos ha llegado conformada de manera definitiva. La fidelidad a la enseñanza de los apóstoles es la primerísima marca de una Iglesia auténtica. Para continuar leyendo: 1 Timoteo 4.1–13

Mayo 16 La comunión Si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros. 1 Juan 1.7 Si la primera marca de una Iglesia viva es el estudio, la segunda es la comunión, de la cual nos ocuparemos tanto en esta reflexión como en la de mañana. ‘Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros’ (Hechos 2.42). Esta es la bien conocida palabra griega koinōnia, que hace referencia a nuestra vida cristiana en común, aquella que compartimos como creyentes cristianos. Da testimonio de dos verdades complementarias, concretamente aquello que compartimos hacia adentro y aquello que compartimos hacia afuera. En primer lugar, koinōnia expresa aquello que tenemos en común, en particular la gracia de Dios. ‘Nuestra comunión’, escribió el apóstol Juan, ‘es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo’ (1 Juan 1.3), y el apóstol Pablo añadió ‘la comunión del Espíritu Santo’ (2 Corintios 13.14). De modo que la comunión auténtica es una comunión trinitaria, nuestra común participación en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hay muchos factores que nos separan: la etnia, la nacionalidad, la cultura, el género, la edad..., pero estamos unidos en que tenemos el mismo Padre celestial, el mismo Salvador y Señor, y el mismo Espíritu que vive en nosotros. Lo que nos hace uno es nuestra común participación en Dios y en su gracia. En segundo lugar, koinōnia expresa lo que compartimos hacia afuera. Koinōnia es la palabra que usó Pablo para referirse a la ofrenda que estaba reuniendo entre las iglesias griegas para beneficio de las iglesias en Judea afectadas por la pobreza. El adjetivo koinōnikos significa ‘generoso’. Sobre este aspecto del término es que se concentra Lucas: Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Hechos 2.44–45 Estos versículos resultan muy perturbadores. Tendemos a pasar rápidamente por ellos para evitar el desafío que nos presentan. Pero mañana los enfrentaremos. Para continuar leyendo: Hechos 4.32–35

Mayo 17 El compartir Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas [koinõnia]. Hechos 2.44 En aquella época, a pocos kilómetros al este de Jerusalén, los líderes esenios de la comunidad de Qumrán se habían comprometido a tener en común sus propiedades, y los miembros de esa comunidad monástica entregaban todo su dinero y sus posesiones cuando se iniciaban. Sin duda Jesús llama a algunas personas a una pobreza total voluntaria, como al joven dirigente Francisco de Asís y sus seguidores, a la Madre Teresa y sus hermanas en la orden, quizás para dar testimonio de que la vida humana no consiste en la abundancia de nuestras posesiones. Pero no todos los seguidores de Jesús son llamados a esta entrega. La prohibición de la propiedad privada es una doctrina marxista, no cristiana. Además, hasta en la iglesia de Jerusalén la venta y la cesión de lo obtenido eran actos voluntarios, porque en el versículo 46 leemos que los creyentes estaban ‘partiendo el pan en las casas’. ¿Casas? ¡Vaya! ¡Pensé que todos habían vendido sus casas y sus muebles! Al parecer, no. El pecado de Ananías y Safira que se registra en Hechos 5 no fue que retuvieran parte de la venta de su propiedad sino que mintieran que habían ofrendado todo, cuando en realidad estaban guardándose una parte. El pecado no fue la avaricia sino el engaño. Pedro fue muy claro cuando le dijo a Ananías: ‘Tuya era antes de venderla y, una vez vendida, tuyo era el producto de la venta’ (Hechos 5.4, blp). En otras palabras, todos los cristianos debemos hacer una decisión consciente delante de Dios respecto a cómo usar nuestras posesiones. Aun así, no debemos eludir el desafío que presenta este texto. Aquellos primeros cristianos se amaban unos a otros, lo cual no debe sorprendernos porque el primer fruto del Espíritu es el amor. En particular, se preocupaban por sus hermanos y hermanas empobrecidos, de modo que compartían sus bienes con ellos. Este principio de una actitud voluntaria de compartir es sin duda una pauta cristiana permanente. Aquellos que vivimos en mejores condiciones debemos simplificar nuestro estilo de vida, no porque pensemos que esta actitud vaya a resolver los problemas macroeconómicos del mundo, sino por solidaridad con los pobres. Una Iglesia llena del Espíritu es una Iglesia generosa. La generosidad ha sido siempre una característica del pueblo de Dios. Nuestro Dios es un Dios generoso; las personas que le pertenecen también deben serlo. Para continuar leyendo: Hechos 5.1–11

Mayo 18 La adoración Y perseveraban … en el partimiento del pan y en las oraciones. Hechos 2.42 Hemos visto que una Iglesia que aprende es una que muestra solidaridad. Es también una Iglesia que adora. ‘El partimiento del pan’ es seguramente una referencia a la Cena del Señor, aunque probablemente incluía una comida fraternal; y ‘las oraciones’ describe los encuentros o reuniones de oración. Lo que más me impresiona acerca de la adoración en la Iglesia primitiva es el equilibrio que muestra, en dos sentidos. Primero, la adoración era a la vez formal e informal; se practicaba en el templo y en las casas (v. 46). Observamos que los primeros creyentes no abandonaron de inmediato la iglesia institucional. Sin duda anhelaban reformarla conforme al evangelio, porque sabían que los sacrificios habían sido cumplidos definitivamente en el sacrificio de Cristo. Pero continuaron asistiendo a los servicios tradicionales de oración que seguramente tendrían algún grado de formalidad. Y además los complementaban con encuentros más informales en las casas y con su eucaristía o adoración cristiana distintiva. No deberíamos polarizar entre la vida estructurada y desestructurada de la iglesia, entre lo litúrgico y lo espontáneo. La Iglesia primitiva muestra ambas modalidades. Nosotros también deberíamos practicar ambas. Cada congregación de cualquier tamaño debería reunirse también en pequeños grupos. Segundo, la adoración de la Iglesia primitiva era a la vez gozosa y reverente. No podemos dudar de su alegría. La palabra griega agalliasis en el versículo 46 denota una exuberante explosión de alegría. Porque el gozo es un fruto del Espíritu, y en ocasiones una manifestación más desinhibida de alegría que la que alientan nuestras tradiciones eclesiásticas. Cuando asisto a algunos cultos, ¡a veces pienso que por error llegué a un servicio funeral! Todos están vestidos de negro. Nadie habla ni sonríe. Los himnos y los cánticos se interpretan al ritmo de un caracol o una tortuga, y toda la atmósfera es lúgubre. Pero el cristianismo es una religión gozosa, y cada encuentro o culto debería ser una celebración alegre. Al mismo tiempo, la adoración de la Iglesia primitiva nunca fue irreverente. En cambio en la actualidad, así como hay servicios de iglesia que parecen un funeral, otras resultan frívolas. Así como el gozo es una característica de la adoración auténtica, también lo es la reverencia. ‘Sobrevino temor a toda persona’ (v. 43). El Dios vivo había visitado a Jerusalén, y los creyentes se postraban ante él con esa actitud mixta de maravilla y humildad a la que llamamos adoración. Para continuar leyendo: Salmos 95

Mayo 19 El evangelismo Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. Hechos 2.47 Hasta aquí hemos considerado el estudio, la comunión, y la adoración de la iglesia primitiva, porque son las tres actividades a las que Lucas dice que se consagraban. Sin embargo estos son aspectos de la vida interna de la iglesia; no nos dicen nada acerca de su extensión hacia el mundo. Esto ilustra el enorme peligro de la predicación textual, es decir, de predicar aislando a un texto de su contexto. Hechos 2.42 es un texto muy popular entre los predicadores. Se han dado muchos sermones sobre este versículo, como si se tratara de un informe exhaustivo sobre la Iglesia. Pero si se presenta en forma aislada nos deja con una pintura trágicamente desequilibrada de ella. El versículo 42 da la impresión de que la Iglesia primitiva se hubiera interesado solamente en estudiar a los pies de los apóstoles, cuidar de sus miembros y adorar a Dios. En otras palabras, a vivir como una especie de gueto, preocupada por su vida interna, e ignorando la trágica situación de las personas solas y perdidas que quedaban fuera de la Iglesia. Pero no era ese el caso. Los primeros cristianos también estaban comprometidos con la misión. Lo descubrimos recién en el versículo 47. Este texto corrige el desequilibrio del versículo 42, porque nos enseña tres lecciones sobre el evangelismo en la Iglesia primitiva. En primer lugar, el Señor Jesús era quien hacía el evangelismo. ‘El Señor añadía cada día a la iglesia ...’. Sin duda lo hacía mediante la prédica de los apóstoles, en el testimonio cotidiano de los miembros de la Iglesia, y en el amor que practicaban. Pero era Jesús quien lo hacía. Solo él puede abrir los ojos de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, dar vida a los muertos, y de esa manera añadir gente a la Iglesia. En segundo lugar, Jesús hacía dos cosas a la vez: ‘El Señor añadía cada día a … los que habían de ser salvos’. No añadía a nadie a la Iglesia sin salvarla, ni la salvaba sin añadirla a la Iglesia. La salvación y la incorporación a la Iglesia siguen estando juntas hoy. En tercer lugar, llevaba a cabo estas dos acciones a diario. Aquellos primeros cristianos no consideraban el evangelismo como una actividad ocasional. Día tras día se agregaban personas a la Iglesia. Esta es una expectativa que deberíamos recuperar. Para continuar leyendo: 1 Tesalonicenses 1.1–10

Mayo 20 Señales de una iglesia viva Comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Hechos 2.46–47 Espero que ninguno de mis lectores pertenezca a esa especie grotescamente anómala, la de cristianos sin iglesia, ¡porque el Nuevo Testamento desconoce por completo semejante monstruosidad! Por el contrario, no solo estamos comprometidos con Cristo sino con el cuerpo de Cristo. Más aun, no somos nada sin el otro. De hecho, Cristo murió por nosotros no solo para redimirnos del pecado sino para purificar para sí un pueblo entusiasta por las buenas obras (Tito 2.14). Al repasar las cuatro características de una iglesia viva que destacó Lucas, queda claro que definían las relaciones de los primeros cristianos. Primero, estaban relacionados con los apóstoles. Se dedicaban a recibir la enseñanza de los apóstoles. Se sentaban a los pies de ellos y se sometían a su autoridad. Una iglesia viva es una iglesia apostólica, comprometida a creer y a obedecer la enseñanza de los apóstoles. Segundo, estaban relacionados unos con otros. Se comprometían en la comunión fraternal. Se amaban unos a otros. Una iglesia viva es una iglesia que se interesa por sus miembros. Tercero, estaban relacionados con Dios. Adoraban a Dios en el partimiento del pan y en las oraciones, tanto de manera formal como informal, con gozo y también con reverencia. Una iglesia viva es una que adora. Cuarto, estaban relacionados con el mundo. Se expresaban en el testimonio y en la misión. Una iglesia viva es una iglesia que evangeliza. Hace unos años, en un país latinoamericano, me presentaron a un grupo de estudiantes cristianos que habían abandonado la iglesia. Se llamaban a sí mismos ‘Cristianos Descolgados’. Habían visitado todas las iglesias en la ciudad sin encontrar lo que buscaban. ¿Qué buscaban? Para mi asombro, aunque desconocían la descripción de Lucas, estaban buscando una iglesia que tuviera precisamente esas cuatro características. Deseaban una iglesia donde: 1) se enseñara la Biblia; 2) hubiera comunión amorosa, cuidado mutuo; 3) hubiera adoración sincera y humilde; 4) hubiera una actitud de acercamiento compasivo hacia el mundo. No necesitamos esperar que venga el Espíritu Santo. Ya vino el día de Pentecostés, y nunca se fue de la Iglesia. Pero debemos humillarnos delante de él y buscar su plenitud, su guía, su poder. Entonces nuestras iglesias por lo menos se aproximarán al hermoso ideal de Lucas en cuanto a la enseñanza apostólica, la comunión amorosa, la adoración viva, y el evangelismo constante hacia el mundo. Para continuar leyendo: Hechos 2.37–47

Mayo 21 El contraataque satánico La sanidad del paralítico Por creer en Jesús … le ha devuelto totalmente la salud, como podéis comprobar. Hechos 3.16, blp La Iglesia llena de poder recibió inmediata oposición. La táctica más cruda del diablo fue la violencia física o la persecución; también la corrupción moral. Su tercera y más sutil táctica fue distraer de las prioridades de la predicación y la oración. En síntesis: persecución, corrupción, distracción. El diablo no ha cambiado sus tácticas. La sanidad de un paralítico a la entrada del templo provocó la oposición de las autoridades judías, como también lo hizo el segundo sermón de Pedro, predicado a continuación. Los apóstoles Pedro y Juan subían al templo a las tres de la tarde, el horario de la oración. Todos los judíos y prosélitos piadosos observaban esa costumbre. La llegada de los apóstoles al templo coincidió con la llegada de un paralítico, al parecer cargado por sus amigos y parientes. El sitio del paralítico, dice Lucas, era ‘la puerta del templo que se llama la Hermosa’ (v. 2). Los comentadores, en general, la identifican como la Puerta Nicanor, la entrada principal ubicada al oriente. Según Josefo, estaba construida de bronce corintio, y ‘superaba en gran manera a las que estaban cubiertas únicamente con plata y oro’. Tenía unos veinticinco metros de altura y estaba compuesta por enormes puertas doble. Pero a los pies de esta magnífica estructura había un paralítico pidiendo limosna. El interés médico de Lucas queda evidenciado por la breve historia clínica que incluye. El paciente era un caso congénito, nos dice; nunca había caminado. Tenía más de cuarenta años de edad, y su discapacidad era grave porque debía ser cargado cada día al lugar. Pero cuando Pedro le dijo en el nombre de Jesús que se pusiera de pie y caminara, se produjo un milagro ortopédico. Sus pies y sus tobillos cobraron fuerza, tanta firmeza y agilidad que saltó sobre sus pies y comenzó a caminar, algo que nunca antes había hecho. Entró al templo acompañando a Pedro y a Juan, caminando, saltando, y alabando a Dios. Fue un asombroso cumplimiento de la profecía mesiánica: ‘Entonces el cojo saltará como un ciervo’ (Isaías 35.6). Rápidamente se juntó una multitud, porque lo veían ‘andar y alabar a Dios’ (Hechos 3.9). Lo reconocían como el mismo hombre que habían visto durante décadas, ya que todos los días estaba allí, pidiendo limosna. ‘Y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido’ (v. 10). Para continuar leyendo: Hechos 3.1–10

Mayo 22 El segundo sermón de Pedro Pedro, respondió al pueblo: … El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús. Hechos 3.12–13 Asombrados por la sanidad del paralítico, de la que habían sido testigos, la multitud se reunió en uno de los atrios del templo. Pedro aprovechó la oportunidad para predicar. Así como el suceso de Pentecostés le había dado el texto del primer sermón, la sanidad del paralítico le dio las palabras para el segundo. Ambos eran hechos poderosos que exaltaban a Cristo. Ambos eran señales que lo proclamaban como Señor y Salvador. Ambos despertaron el entusiasmo de la multitud. Pedro comenzó dando todo el crédito a Jesús. Luego declaró con manifiesta valentía que ellos (la gente) lo habían repudiado (al matarlo) pero que Dios lo había reivindicado (al levantarlo de los muertos). Quizás el rasgo más notable del sermón de Pedro es su carácter cristocéntrico. Desvió la atención de la multitud tanto del paralítico sanado como de los apóstoles hacia el Cristo resucitado y exaltado. En su testimonio sobre Jesús le atribuyó una variedad de títulos significativos, comenzando por ‘Jesucristo de Nazaret’ (v. 6) y continuando con ‘siervo [de Dios]’ (v. 13, blp), ‘Santo y ... Justo’ (v. 14), ‘Autor de la vida’ (v. 15), y ‘profeta ... como [Moisés]’ (v. 22). Entonces Pedro convocó a la multitud a arrepentirse para que pudieran recibir las bendiciones que vienen con el arrepentimiento, especialmente el perdón y la renovación que experimentamos, hasta que Cristo venga a consumar todas las cosas. Estas promesas cristocéntricas ya habían sido anticipadas en el Antiguo Testamento, y Pedro mencionó algunas de ellas. Es impresionante que considere a las numerosas y variadas corrientes de profecía en el Antiguo Testamento como un testimonio integrado. Este amplio testimonio de Jesús como alguien rechazado por los seres humanos pero reivindicado por Dios, como el cumplimiento de toda la profecía del Antiguo Testamento, quien reclama arrepentimiento y promete bendición, el autor y el dador de vida (la salud física para el paralítico o la vida espiritual para todos aquellos que creen) despertó la indignación y el antagonismo de las autoridades. El diablo no soporta la exaltación de Jesucristo. Entonces movilizó al sanedrín para que persiguiera a los apóstoles. Para continuar leyendo: Hechos 3.11–26

Mayo 23 El comienzo de la persecución Así que [las autoridades] los detuvieron [a Pedro y a Juan] y … los metieron en la cárcel. Hechos 4.3, blp Lucas deja en claro que fueron los saduceos quienes iniciaron la persecución contra los apóstoles. Era la clase gobernante de los aristócratas ricos, y tenían varias razones por las cuales estar resentidos contra sus enseñanzas. No estaban esperando al Mesías, y les exasperaba el testimonio que los apóstoles daban de Jesús. Rechazaban lo sobrenatural y, en consecuencia, ‘Estaban contrariados, porque los apóstoles seguían instruyendo al pueblo y proclamaban que la resurrección de los muertos se había realizado ya en la persona de Jesús’ (v. 2, blp). Debido a que colaboraban con los romanos, los saduceos temían la influencia subversiva del movimiento cristiano y estaban decididos a impedir que se difundiera. Consideraban a los apóstoles como agitadores y herejes. Por lo tanto, Pedro y Juan fueron arrestados, encarcelados, y a la mañana siguiente los trajeron ante el sanedrín, que incluyó en esa ocasión a Anás y a Caifás, quienes habían sido figuras prominentes en el juicio y la sentencia de Jesús. ¿Estaba por repetirse la historia? El interrogatorio comenzó con una pregunta directa a los acusados: ‘¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?’ (v. 7). Pedro respondió sin vacilar que era en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ellos habían matado y a quien Dios había levantado de los muertos. Y entonces pasó de hablar sobre sanidad a hablar sobre salvación, y declaró que Jesús era el único y solo Salvador (v. 12). La corte prohibió a Pedro y a Juan que predicaran o enseñaran ‘en este nombre’, un nombre que ellos se mostraban renuentes siquiera a pronunciar (v. 17). Pero los apóstoles dijeron que no podían dejar de hablar sobre lo que habían visto y oído. La corte los amenazó una vez más y luego los dejó ir. Inmediatamente los apóstoles volvieron a su gente, informaron de todo lo que había sucedido, y entonces se dispusieron a orar. Después de haberse mostrado valientes en el testimonio, ahora fueron valientes en la oración. Sin embargo, antes de pronunciar alguna petición llenaron su mente con el Dios a quien oraban. Lo llamaron Despotēs, ‘Soberano Señor’, y se recordaron a sí mismos que este es el Dios de la creación, de la revelación y de la historia. Solo entonces, una vez clara su visión de quién es el Señor, humillados ante él, estuvieron preparados para orar, no por su seguridad personal sino para que pudieran predicar el evangelio ‘con todo denuedo’ (v. 29) y que Dios confirmara su Palabra con señales y maravillas.

Para continuar leyendo: Hechos 4.23–31

Mayo 24 La persecución continúa Y ellos [los apóstoles] salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Hechos 5.41 Airados por el fracaso de su primer ataque contra los apóstoles, las autoridades resolvieron avanzar. Esta vez arrestaron si no a todos a casi todos los apóstoles, y los pusieron en la cárcel pública. Pero durante la noche un ángel los rescató y les dijo que predicaran el evangelio en los atrios del templo, cosa que hicieron. En su defensa los apóstoles estaban decididos a poner en alto a Cristo, a quien Dios había levantado de los muertos y exaltado. El concilio se enfureció con este franco testimonio sobre Jesús y estaba decidido a sentenciarlos a muerte. En este momento sucedió que el fariseo Gamaliel, ampliamente respetado, hizo una intervención diplomática. Se refirió a dos rebeldes anteriores (cuyos detalles históricos son inciertos), y aconsejó al concilio a dejar en paz a los apóstoles, ya que si su actividad era de origen humano sin duda fracasaría, mientras que si venía de Dios no podrían detenerla; en ese caso, el concilio estaría luchando en contra de Dios. No deberíamos, sin embargo, darle crédito a Gamaliel y establecer en sus palabras un principio permanente, ya que al menos en el corto plazo el mal a veces triunfa, en tanto que el bien a veces fracasa. El concilio aceptó el consejo de Gamaliel, hizo azotar a los apóstoles, repitió la orden de que no hablaran en el nombre de Jesús, y los soltó. La reacción de los apóstoles despierta nuestra admiración. Con la espalda cruelmente lacerada y sangrante, aun así salieron del sanedrín regocijándose de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre (v. 41). Así completa Lucas su relato sobre las dos olas de persecución que se abatieron sobre la Iglesia en sus comienzos. En su primer ataque, el concilio emitió una prohibición y una advertencia, lo cual motivó a los apóstoles a orar pidiendo valentía para continuar su prédica. En el segundo ataque, el concilio repitió la prohibición y los azotó, lo cual los movilizó a alabar a Dios por haberles concedido el honor de padecer por Cristo. El diablo no ha renunciado jamás a su intento de destruir a la Iglesia por la fuerza. Todavía hoy en muchas culturas se la persigue. Pero no debemos sentirnos afligidos en cuanto a su supervivencia. Como escribió Tertuliano en su Apología: ‘Mátennos, tortúrennos, condénennos, redúzcannos al polvo.... Cuanto más nos cercenan, más crecemos; la semilla es la sangre de los cristianos’. Para continuar leyendo: Juan 12.20–26

Mayo 25 Ananías y Safira Tuya era antes de venderla y, una vez vendida, tuyo era el producto de la venta. Hechos 5:4, blp La historia del engaño y la muerte de Ananías y Safira es importante, por un lado, porque ilustra la honestidad de Lucas como historiador (no deja afuera este sórdido episodio), y en parte también porque arroja luz sobre la vida interior de la Iglesia primitiva (en la que no todo era romance y rectitud). Varios comentaristas han sugerido un paralelo entre Ananías y Acán (el Acán que robó dinero y vestimentas después de la destrucción de Jericó). Este es el comentario de F. F. Bruce: ‘La historia de Ananías es al libro de Hechos lo que la historia de Acán es al libro de Josué. En ambas narraciones hay un acto de engaño que interrumpe el victorioso avance del pueblo de Dios’. Al parecer Ananías y Safira habían conspirado para cometer algún tipo de apropiación incorrecta. Pero Lucas se concentra más en su hipocresía. Trajeron a los apóstoles solo una parte de la venta de su propiedad, pero simularon entregarlo todo. Querían ser reconocidos por la generosidad pero sin pasar las molestias que les implicaba. Por eso dijeron una descarada mentira. Pedro reconoció detrás de la hipocresía la sutil intromisión de Satanás. Por eso confrontó a Ananías con estas palabras: ‘¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo...? … No has mentido a los hombres, sino a Dios’ (vv. 3–4). Ananías cayó muerto bajo el juicio de Dios, y lo mismo ocurrió con Safira unas tres horas más tarde. Recibimos por lo menos dos lecciones valiosas en esta trágica historia. Primero, percibimos la gravedad de su pecado. Lucas registra en su Evangelio que Jesús denunciaba la hipocresía. Si la hipocresía de Ananías y Safira no hubiera sido públicamente expuesta y castigada, se hubiera destruido desde sus comienzos el ideal de una comunión sincera en la Iglesia. Segundo, aprendemos que la disciplina es imprescindible en la Iglesia. Esta ha tendido a oscilar entre la severidad extrema (disciplinando a los miembros por las ofensas más triviales) y la laxitud extrema (ninguna disciplina en absoluto, ni siquiera sobre las ofensas más graves). Una buena regla general es que los pecados secretos deben ser tratados en secreto, los pecados privados en privado, y solo los pecados públicos deben ser tratados en público.

Para continuar leyendo: Hechos 5.1–11

Mayo 26 Un problema y su solución Buscad … A quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Hechos 6.3–4 El siguiente ataque del diablo fue el más sagaz de los tres. Habiendo fallado en su intento de vencer a la Iglesia sea por medio de la persecución o de la corrupción, ahora probó con la distracción. Si lograba mantener a los apóstoles preocupados con la administración social (la cual, aunque esencial, no era su llamado), entonces descuidarían la responsabilidad que Dios les había dado de predicar y de orar, y de esa manera dejarían a la joven Iglesia sin defensa contra la falsa doctrina. Se había producido un lamentable goggysmos (una queja rezongona) entre dos grupos, uno de ellos el de los hellenistai (judíos griegos) y el otro el de los hebraioi (judíos hebreos). Los hellenistai estaban quejándose contra los hebraioi de que sus viudas eran descuidadas en la distribución diaria de comida. Los apóstoles reconocieron que el problema era más profundo que una tensión cultural. La administración estaba amenazando ocupar todo su tiempo y de esa manera impedirles el trabajo que Cristo les había confiado específicamente, esto es, predicar y enseñar, además de orar. Por eso Los Doce, sabiamente, convocaron a una reunión de la iglesia y compartieron el problema con los discípulos. No sería correcto, dijeron, que los apóstoles descuidaran el ministerio de la Palabra para servir las mesas. Era una cuestión del llamado. De modo que propusieron que los miembros eligieran siete hombres, llenos de sabiduría y del Espíritu Santo, a quienes los apóstoles pudieran delegar el cuidado de las viudas. Entonces ellos (los apóstoles) podrían darle prioridad a la predicación y a la oración. Esta delegación de la tarea social en Los Siete pudo haber sido el origen del diaconado, si bien todavía no fueron llamados diakonoi. La iglesia entendió el sentido del plan de los apóstoles y lo llevó a cabo, eligiendo siete hombres, todos ellos con nombres griegos, creyentes llenos del Espíritu, entre los que se encontraban Esteban y Felipe. Los presentaron a los apóstoles, y estos oraron por ellos y los comisionaron y autorizaron con imposición de manos a ejercer ese ministerio. De esa manera se resolvió el problema que había surgido. Para continuar leyendo: Hechos 6.1–6

Mayo 27 Un principio vital Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. Efesios 4.11-12 En la designación de Los Siete se ilustra un principio vital: aunque Dios llama a todos los suyos al ministerio, llama a diferentes personas para distintos ministerios, y aquellos a quienes llama al ministerio de la Palaba y la oración no deberían por ningún motivo distraerse de esas prioridades. Seguramente es intencional que el trabajo de Los Doce y el de Los Siete sea nombrado en ambos casos diakonia, que significa ‘ministerio’ o ‘servicio’. En el primer caso es ‘el ministerio de la palabra’ (Hechos 6.4) o trabajo pastoral, y en el segundo es el ministerio de las mesas (v. 2, literalmente ‘servir a las mesas’) o trabajo social. Ambos son ministerios cristianos. Ambos deben ser ejercidos por personas espirituales, y ambos pueden ser ministerios de tiempo completo. La única diferencia reside en la forma que toma el servicio, y en el hecho de que diferentes llamados requieren diferentes dones. No le hacemos un bien a la Iglesia cuando nos referimos a la tarea pastoral como ‘el ministerio’. El uso del artículo definido en este caso implica que pensamos que el único ministerio que existe es el del pastor ordenado. Pero diakonia es un término general que describe el servicio; carece de especificidad hasta que se le agrega un adjetivo descriptivo: pastoral, social, político, médico, educacional y muchos otros. Necesitamos recuperar esta visión de la amplitud de ministerios a los que Dios nos llama. En particular, es vital para la salud y crecimiento de la iglesia que los pastores y las personas en la congregación local aprendan esta lección. Los apóstoles no estaban demasiado ocupados para ministrar, sino que les preocupaba estar cumpliendo el ministerio equivocado. También lo están muchos pastores en la actualidad. En lugar de concentrarse en el ministerio de la Palabra, se han sobrecargado con la administración. A veces es la culpa del pastor (quiere mantener todas las riendas en sus manos), y a veces de la gente (quieren que sea el factótum y cumpla todas las tareas necesarias). En cualquier caso, las consecuencias son desastrosas. Disminuye el nivel de la prédica y de la enseñanza, y los miembros de la congregación no ponen en práctica los dones que Dios les ha dado. La consecuencia directa de la decisión de los apóstoles fue que ‘crecía la palabra del Señor’ y ‘el número de los discípulos se multiplicaba grandemente’ (v. 7). Para continuar leyendo, ver los seis resúmenes de crecimiento que presenta Lucas:

Hechos 6.7; 9.31; 12.24; 16.5; 19.20; 28.30–31

Mayo 28 Fundamentos de la misión mundial El testimonio de Esteban Unos miembros de la sinagoga … empezaron a discutir con él. Al no poder hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que se expresaba. Hechos 6.9–10, blp Hasta aquí, la misión de la Iglesia se ha dirigido solamente a los judíos, y en la región cercana a Jerusalén. Dios está por lanzarla hacia el mundo más allá, pero antes Lucas muestra que los cimientos de esa labor fueron puestos por dos hombres notables (Esteban el mártir, y Felipe el evangelista), y luego dos conversiones notables (la de Saulo el fariseo, y Cornelio el centurión). Estos cuatro, más Pedro, por cuyo ministerio se convirtió Cornelio, hicieron una contribución indispensable a la expansión global de la Iglesia. Esteban era uno de Los Siete, y Lucas dice que estaba lleno del Espíritu, de sabiduría, gracia, fe y poder. Sorprendentemente, provocó la oposición de algunos judíos. Lo acusaban de hablar ‘palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios’ (v. 11). Cuando lo trajeron ante el sanedrín, lo acusaron de que ‘no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley’ (v. 13). Por supuesto, se trataba de una denuncia muy grave, ya que el templo y la ley eran las posesiones más preciosas y sagradas de los judíos. Algunos comentaristas han criticado el discurso que Esteban pronunció ante el concilio diciendo que era aburrido, irrelevante y hasta incoherente. Pero se trata de un juicio superficial. En concreto, él argumentó que los grandes personajes del Antiguo Testamento nunca pensaron que Dios pudiera quedar contenido en edificios construidos por hombres. Para respaldar su concepto, eligió cuatro épocas principales, dominadas por cuatro personajes importantes. Primero, Dios se apareció a Abraham en la idólatra Mesopotamia. Segundo, Dios estuvo con José en una cárcel egipcia. Tercero, Dios estuvo con Moisés en las tres etapas de su vida. Cuarto, aunque David y Salomón construyeron el templo, sabían muy bien que el Altísimo no mora en edificios. Por consiguiente, el hilo común que corre a lo largo del discurso de Esteban es que el Señor es un Dios peregrino. Su presencia no puede ser confinada a un sitio preciso. Siempre está llamando a su pueblo a nuevas aventuras en las que va con ellos mientras están en marcha. En cuanto a la ley (el segundo tema), Esteban da vuelta la acusación. No es él quien está mostrando falta de respeto a la ley de Dios, son ellos. Son ‘¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos!’ (7.51), igual que sus antepasados. Ellos están resistiendo al Espíritu Santo y rechazando al Mesías de Dios. Para continuar leyendo: Hechos 6.8–15

Mayo 29 El martirio de Esteban Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió. Hechos 7.59–60 La muerte de Esteban estuvo colmada de Cristo. Después del discurso, Lucas registra tres frases más que dijo Esteban. Primero, ‘He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios’ (v. 56). Quizás Jesús se puso de pie para recibir a su primer mártir. Negándose a escuchar esta exaltación de Jesús en boca de Esteban, el concilio se lanzó sobre él, lo arrastró fuera de la ciudad y comenzó a apedrearlo. Entonces dijo la segunda frase: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’ (v. 59). Su oración es similar a la que Jesús pronunció antes de morir: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’ (Lucas 23.46). Tercero, cuando cayó sobre sus rodillas, Esteban exclamó: ‘Señor, no les tomes en cuenta este pecado’ (Hechos 7.60). Esta petición nos recuerda las primeras palabras de Jesús desde la cruz, también registradas por Lucas. De hecho, hubo varios paralelos entre la muerte de Jesús y la de Esteban. En los dos casos, se presentaron testigos falsos y la acusación fue de blasfemia. Ambos oraron pidiendo el perdón de sus verdugos y también pidiendo que Dios recibiera su espíritu. Lucas termina su narración con la palabra ‘durmió’ (v. 60); como escribió F. F. Bruce ‘una bella y pacífica descripción inesperada de una muerte tan brutal’. Lo que más les interesa a muchas personas sobre Esteban, es que fue el primer mártir cristiano. El interés principal de Lucas es otro, concretamente, el papel vital que tuvo en el desarrollo de la misión cristiana hacia el resto del mundo. Su enseñanza mostró que ya en el Antiguo Testamento Dios estaba vinculado a la gente, no a los edificios. Del mismo modo, ahora Jesús estaba dispuesto a acompañar a su pueblo dondequiera que fuese. Esta seguridad es indispensable en la misión. El Señor se ha comprometido con su Iglesia (prometiéndole que nunca la dejará) y con su Palabra (prometiendo que esta nunca pasará). Pero la Iglesia de Dios consiste en personas, no en edificios, y la Palabra de Dios alude a las Escrituras, no a las tradiciones. Mientras se preserven estos dos elementos esenciales, no importa si se hace necesario prescindir de los edificios y de las tradiciones. No debemos permitir que estos últimos aprisionen al Dios vivo o impidan su misión en el mundo.

Para continuar leyendo: Hechos 7.54–60

Mayo 30 Felipe en Samaria Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. Hechos 8.5 Puede ser difícil captar la valentía de Felipe al decidirse a evangelizar a los samaritanos; la hostilidad entre judíos y samaritanos se había prolongado alrededor de mil años. Pero Jesús dijo a sus seguidores que incluyeran a Samaria en su área de testimonio (1.8). De modo que Felipe predicó a Cristo en una ciudad samaritana, muchos creyeron y fueron bautizados. Pero cuando los apóstoles en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido el mensaje, enviaron a dos de ellos (Pedro y Juan) para investigar la situación. Al llegar descubrieron (no se nos dice cómo) que los samaritanos habían recibido el evangelio y el bautismo pero no el Espíritu Santo. Los apóstoles oraron por ellos y les impusieron las manos, y entonces recibieron el Espíritu. ¿Entendía Lucas que esa experiencia en dos momentos que tuvieron los samaritanos era lo normal, o se trataba de algo anormal? Se dan dos respuestas opuestas. Según algunos cristianos, la iniciación en Cristo es una experiencia en dos etapas, ya sea el bautismo seguido de una confirmación episcopal, o la regeneración seguida por el bautismo del Espíritu como una segunda experiencia. Para otros cristianos la iniciación en Cristo es una experiencia en una sola etapa que abarca el arrepentimiento y la fe, el nuevo nacimiento, el bautismo, y el don del Espíritu. Si esta opción es la correcta, entonces la experiencia de los samaritanos, ocurrida en dos etapas, fue algo anormal. La enseñanza habitual de los apóstoles era que todos los creyentes reciben el Espíritu cuando creen (Hechos 2.38; Romanos 8.9), y su práctica habitual no era la de enviar una delegación apostólica para evaluar el trabajo de los evangelistas. ¿Qué hicieron en esta ocasión, entonces? ¿Y por qué, en todo caso, no les fue dado el Espíritu a los samaritanos cuando creyeron? La explicación más natural del don del Espíritu en un segundo momento, en el caso de los samaritanos, es que se trataba de la primera ocasión en que se había evangelizado fuera de Jerusalén, y en la región de Samaria. Esta es la importancia del suceso en el desarrollo que Lucas hace de la historia. Se trataba de un momento crucial. ¿Se perpetuaría en el seno de la comunidad cristiana la brecha tan largamente sostenida entre judíos y samaritanos? ¿No sería razonable sugerir que fue con la intención de evitar tamaño desastre que Dios retuvo deliberadamente el don del Espíritu hasta que los apóstoles hubieron respaldado la estrategia de Felipe? La acción de los apóstoles resultó eficaz. Así se evitó en la Iglesia un cisma samaritano. Para continuar leyendo: Hechos 8.14–17

Mayo 31 Felipe y el dirigente etíope Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús. Hechos 8.35 Esta historia es tan conocida que quizás no sea necesario recordarla en detalle. Basta decir que, después de su visita a Samaria, Felipe recibió una nueva comisión, esta vez de ir al sur al camino del desierto que llevaba hacia Egipto. Providencialmente, se encontró con un funcionario público de Etiopía, evidentemente judío, que estaba regresando en su carruaje de alguno de los festivales anuales en Jerusalén, y tenía el rollo de Isaías abierto sobre su falda. A partir de Isaías 53, Felipe le presentó la Buena Noticia de Jesús, y a pedido del etíope, lo bautizó. En forma intencional Lucas ha reunido dos ejemplos de la tarea evangelizadora de Felipe. Las similitudes son obvias; pero son las diferencias lo que resulta instructivo, especialmente en cuanto a las personas que fueron evangelizadas y los métodos utilizados. Consideremos a las personas evangelizadas. Eran diferentes en raza, en rango y en religión. Los samaritanos eran una raza mezclada, mitad judía y mitad gentil, y asiáticos; el etíope parece haber sido un africano negro, aunque judío de nacimiento o por conversión. En cuanto a su rango, los samaritanos probablemente eran ciudadanos comunes, en tanto que el etíope era un servidor público de rango elevado, al servicio de la realeza. Y en cuanto a la religión, los samaritanos reverenciaban a Moisés pero rechazaban a los profetas, en tanto que el etíope tenía un fuerte apego al judaísmo y estaba leyendo uno de los profetas rechazados por los samaritanos. Sin embargo, pese a las diferencias en su origen racial, su clase social, y su condición religiosa preliminar, Felipe les presentó a ambos la misma Buena Noticia de Jesús. Consideremos ahora los métodos que empleó Felipe. Su misión a los samaritanos es un precoz caso de ‘evangelismo masivo’, porque las multitudes escucharon su mensaje, vieron sus señales, le prestaron atención, creyeron y fueron bautizados (vv. 6, 12). La conversación de Felipe con el etíope, en cambio, es un claro ejemplo de ‘evangelismo personal’, porque tenemos allí a un hombre sentado junto a otro hombre, hablándole con paciencia sobre Jesús a partir de las Escrituras. Es digno de mención que el mismo evangelista fue lo suficientemente flexible como para usar los dos métodos, es decir, la proclamación pública y el testimonio personal. Pero, aunque pudo modificar el método, Felipe no modificó su mensaje.

Para continuar leyendo: Hechos 8.26–40

Junio 1 La conversión de Saulo: su causa Cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Hechos 9.4 ¿Se espera que la conversión de Saulo sea el modelo de la conversión cristiana que debemos ver hoy? La respuesta es sí, siempre que sepamos distinguir entre los elementos dramáticos y externos, y la experiencia esencial e interior. No necesitamos ser cegados por una luz divina, pero sí es necesario que tengamos un encuentro personal con Jesucristo y nos rindamos a él. Lo que se destaca en la narración es la gracia soberana de Dios. Saulo no se ‘decidió por Cristo’ (para usar nuestra jerga moderna); fue Cristo quien se decidió por él y lo tomó. No se puede discutir la evidencia de este dato. La narración de Lucas comienza con una referencia a Saulo como alguien ‘que seguía respirando amenazas de muerte’ (v. 1, blp), probablemente una descripción que lo comparaba a una bestia salvaje y feroz. Saulo no tenía la menor intención de considerar las exigencias de Cristo. Su pensamiento estaba envenenado por el prejuicio. ¡Pero pocos días después sería un cristiano convertido y bautizado! Aun así, es necesario que hagamos dos salvedades. En primer lugar, la gracia de Dios en la conversión de Saulo no fue un acontecimiento repentino. Es verdad que ‘repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo’ (v. 3), pero esta no fue la primera vez que Cristo le habló; fue más bien la culminación de un proceso. Jesús dijo que le era duro a Saulo dar ‘coces contra el aguijón’ (26.14), comparándolo con un buey obstinado y a sí mismo con un campesino que aguijonea al animal para doblegarlo. ¿Cuáles eran los aguijones? Podrían incluir la conciencia de Saulo, los persistentes rumores de que Jesús había resucitado de los muertos, el testimonio de Esteban, y sobre todas las cosas, sus propias dudas. Como dijo Carl Jung: ‘Solamente veremos fanatismo en los individuos que están compensando dudas encubiertas’. En segundo lugar, la gracia de Dios en la conversión de Saulo no fue algo compulsivo. El Cristo que se le apareció no lo convirtió en un robot ni lo obligó a actuar como si estuviera en un trance hipnótico. Todo lo contrario, Jesús le hizo a Saulo una pregunta de sondeo: ‘¿por qué me persigues?’ (22.7). Y a su vez él respondió con dos preguntas: ‘¿Quién eres, Señor?’ y, ‘¿Qué haré, Señor?’ (vv. 8, 10). Su respuesta fue racional, consciente y libre. Por lo tanto, la causa de la conversión de Saulo fue la gracia soberana, pero esa gracia es gradual y gentil. La gracia divina no atropella contra la personalidad humana. Para continuar leyendo: Hechos 9.1–9

Junio 2 La conversión de Saulo: sus efectos Y el Señor le dijo [a Ananías]: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora. Hechos 9.11 Es maravilloso ver la transformación que tuvo lugar en Saulo, especialmente en cuanto a sus relaciones. En primer lugar, adquirió una nueva reverencia hacia Dios, como se ve en su oración. Por supuesto, como fariseo había orado con frecuencia, o por lo menos había repetido plegarias, tanto en público como en privado. Pero ahora experimentaba un nuevo acceso al Señor a través de Cristo y un nuevo sentido de la paternidad de Dios, a medida que el Espíritu Santo daba testimonio a su espíritu de que era un hijo de Dios. En palabras de R. G. H. Lenski, el comentarista luterano: ‘El furioso león ha sido transformado en una mansa ovejita’. En segundo lugar, adquirió una nueva relación con la Iglesia. Cuando Ananías visitó a Saulo y puso sus manos sobre él, se dirigió a él como ‘hermano Saulo’ o ‘Saulo, mi hermano’. Esas palabras siempre me conmueven. A Saulo le deben haber sonado como música en los oídos. ¿Cómo? ¿El archienemigo de la Iglesia recibido en ella como un hermano? ¡Sí! Se levantó y fue bautizado en la comunidad cristiana. Unos tres años después, en Jerusalén, los discípulos se mostraron inicialmente escépticos de su conversión. Fue Bernabé quién lo presentó a los apóstoles. Gracias a Dios por Ananías en Damasco y Bernabé en Jerusalén. Si no hubiera sido por la bienvenida que le dieron a Saulo, el curso completo de la historia de la Iglesia hubiera sido diferente. En tercer lugar, Pablo tenía una nueva responsabilidad hacia el mundo. Ya en el camino a Damasco, Jesús le había dicho que estaba designado a dar testimonio de lo que había visto y oído. Y Ananías confirmó esa comisión como apóstol a los gentiles. También le advirtió que tendría que sufrir. De hecho, tuvo que ser sacado a escondidas de Damasco y luego huir de Jerusalén. Así, la historia de la conversión de Saulo, que comienza cuando deja Damasco con una acreditación oficial del sumo sacerdote para arrestar cristianos, concluye cuando sale de Jerusalén como fugitivo él mismo. Hay muchos como Saulo en el mundo contemporáneo, enriquecidos con dones del intelecto y de la personalidad, pero obstinados y hasta fanáticos en su rechazo a Cristo. Necesitamos más expectativa santa de que tales personas puedan ser primero convertidas, y entonces transformadas en todas sus relaciones. Magnifiquemos la gracia de Dios.

Para continuar leyendo: Hechos 9.19–30

Junio 3 La conversión de Cornelio También a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida. Hechos 11.18 No es fácil comprender el infranqueable golfo que en aquellos días se extendía entre judíos y gentiles. Ningún judío ortodoxo hubiera entrado jamás a la casa de un gentil, mucho menos se hubiera sentado a la mesa con él. Vimos en Hechos 8 que Dios impidió que se produjera un cisma en la Iglesia entre judíos y samaritanos. ¿Cómo evitaría ahora el cisma entre judíos y gentiles? La historia se relata dos veces en Hechos: primero lo hace Lucas en el capítulo 10, y luego lo hace Pedro a comienzos del capítulo 11. Seguiremos el segundo relato. Se ha dicho con razón que el tema principal de Hechos 10 y 11 no es la conversión de Cornelio sino la de Pedro (conversión de su prejuicio racial). Él informó a la iglesia en Jerusalén lo que había ocurrido. Fueron necesarios cuatro sucesivos fuertes golpes de revelación de Dios para que Pedro se convenciera de no llamar inmundo a nadie (10.28). El primer martillazo fue la visión divina de una sábana que descendía desde el cielo cargada de animales limpios e impuros, reptiles y aves, mientras se oía la voz de Dios diciéndole a Pedro que matara y comiera. El segundo martillazo fue la orden divina de que acompañara a tres hombres que venían a buscarlo, enviados por Cornelio, y que fuera con ellos sin vacilar ni discriminar, aunque fueran gentiles. El tercer impacto fue la preparación divina, concretamente que un ángel le había dicho a Cornelio que mandara a buscar a Pedro. Es decir que el Señor estaba en acción en ambos extremos, obrando tanto en Cornelio como en Pedro, arreglando intencionalmente el encuentro mediante visiones separadas, independientes, y apropiadas que dio a cada uno de ellos en días sucesivos. El cuarto y último impacto fue el de la acción divina. Mientras Pedro todavía estaba hablando, el Espíritu Santo vino sobre los gentiles que lo escuchaban. Se ha hablado con frecuencia de este acontecimiento como el Pentecostés gentil, equivalente al Pentecostés judío que había tenido lugar en Jerusalén. Estos cuatro golpes de revelación apuntaban hábilmente al prejuicio racial de Pedro. En conjunto demostraban de manera concluyente que Dios daba la bienvenida a los creyentes gentiles en su familia, en las mismas condiciones que los judíos creyentes. La deducción correcta se hizo de inmediato: ya que el Señor les había dado el mismo don del Espíritu a gentiles y a judíos, la Iglesia también debía darles la misma bienvenida. Si Dios les había dado el bautismo del Espíritu, la Iglesia no debía negarles el bautismo del agua. ‘Dios no hace acepción de personas’ (10.34). Para continuar leyendo: Hechos 11.1–18

Los viajes misioneros de Pablo Junio 4 Expansión y oposición Entre ellos unos varones … cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Hechos 11.20 ‘¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!’ (Hechos 11.18). Esta declaración de los líderes judíos en la iglesia de Jerusalén fue paradigmática. La inclusión de los gentiles pasa a ser el tema central del relato de Lucas, y el eje de la historia va pasando de Pedro en el contexto de Jerusalén, hacia Pablo, sus asombrosas empresas misioneras y la meta de Roma. Los primeros evangelistas fueron hacia el noroeste y llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. Predicaron ‘sólo a los judíos’ (v. 19), aunque algunos de los que llegaron a Antioquía predicaron ‘también a los griegos’ (v. 20). Quizás griegos paganos, judíos que hablaban griego o alguna otra combinación. Esta ciudad era un escenario sumamente apropiado para la primera iglesia internacional y trampolín para la misión cristiana, ya que se trataba de una enorme ciudad cosmopolita. Las noticias llegaron a oídos de los líderes de la iglesia en Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Este vio la evidencia de la gracia de Dios en las vidas transformadas, y alentó a los convertidos a permanecer fieles al Señor. Entonces se dirigió a Tarso, de donde trajo a Saulo a Antioquía para que enseñara al numeroso grupo de nuevos creyentes. La Iglesia no fue inmune a la oposición. El rey Herodes Agripa I, hijo de Herodes el Grande, hizo decapitar al apóstol Santiago (Jacobo, rvr) y encarceló al apóstol Pedro. Se trataba de una crisis grave. Pero la iglesia se consagró a la oración, y el apóstol fue milagrosamente liberado. A la mañana siguiente, el mismo día en que hubiera sido juzgado y probablemente ejecutado, no se pudo encontrar a Pedro por ningún lado. El plan de Herodes quedó frustrado, y Lucas documenta su caída final: los habitantes de Tiro y Sidón, que habían estado enemistados con el rey, pidieron una audiencia con él para hacer las paces. El día señalado el rey arengó a la multitud y esta exclamó ‘¡Voz de Dios, y no de hombre!’ (12.22). Inmediatamente, por haber usurpado el honor que solo corresponde a Dios, Herodes cayó abatido y murió. ‘Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba’ (v. 24). La maestría de Lucas es evidente. El capítulo comienza con Jacobo muerto, Pedro en la cárcel, y Herodes triunfando; cierra el capítulo con Herodes muerto, Pedro libre, y la Palabra de Dios triunfando. Tal es el poder de Dios para derribar los planes humanos hostiles y establecer sus propios planes. Para continuar leyendo: Hechos 12.1–5

Junio 5 El primer viaje misionero de Pablo Dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Hechos 13.2 Bernabé y Saulo, con Juan Marcos, salen comisionados como misioneros por los líderes de la iglesia en Antioquía. En cada uno de los lugares donde se detienen en el viaje, Lucas registra algo notable. En Chipre (lugar de origen de Bernabé), el procónsul creyó en el evangelio. En Perge, Juan Marcos los abandonó y volvió a su casa. Al llegar a Antioquía de Pisidia, sabemos por su carta a los Gálatas que Pablo estaba padeciendo alguna enfermedad que lo debilitaba, quizás malaria, y esto le había dañado la visión. Sin embargo, fue allí donde él y Bernabé dieron el paso decisivo de pasar a evangelizar a los gentiles. Ahora los misioneros viajaron alrededor de ciento cincuenta kilómetros al sudeste, hasta Iconio, donde se convirtió un gran número de judíos y gentiles. En Listra, después de sanar a un paralítico, la multitud supersticiosa intentó adorar a los misioneros, pero Pablo les urgió a que abandonaran la idolatría y se volvieran al Dios Creador y viviente. Entonces la muchedumbre se volvió en contra de Pablo; lo apedrearon y lo arrastraron fuera de la ciudad, dándolo por muerto. Pero él se reanimó y, a la mañana siguiente, con el cuerpo todavía maltrecho, comenzó la difícil caminata de más de ochenta kilómetros hasta Derbe, donde nuevamente hubo gran número de convertidos. Pablo y Bernabé volvieron luego sobre sus pasos, visitando a las iglesias que habían plantado y alentando a los nuevos discípulos. Cuando llegaron de regreso a Antioquía de Siria, reunieron a la iglesia y les ‘informaron ampliamente de todo lo que Dios había realizado por mediación de ellos’ (14.27, blp). ¿Cuál era la estrategia misionera de Pablo? Como escribió Roland Allen en su famoso libro Métodos misioneros: ¿Los nuestros o los de Pablo?: ‘Nada puede alterar ni disimular el hecho de que san Pablo dejó instaladas en su primera visita iglesias completas’. ¿Sobre qué bases locales se sostuvo esa estrategia? Hubo tres. En primer lugar, Pablo exhortó a los nuevos convertidos a ‘permanecer firmes en la fe’ (v. 22, blp). Es decir, les había enseñado un conjunto de verdades esenciales a las que él llamaba ‘la fe’. En segundo lugar, él y Bernabé ‘constituyeron ancianos [plural] en cada iglesia’ (v. 23). Y en tercer lugar, Pablo y Bernabé los confiaron al Señor, convencidos de que él es capaz de cuidar a su propio pueblo. Es decir que las jóvenes iglesias contaron con apóstoles que les dieron enseñanza, pastores que los pastorearon, y el Espíritu Santo que los guiaba y protegía. Con esta triple provisión las iglesias podían quedar seguras. Para continuar leyendo: Hechos 14.21–28

Junio 6 El concilio de Jerusalén Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés. Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Hechos 15.5–6 Estaba instalada la idea de que los gentiles convertidos serían absorbidos a la práctica israelita de la circuncisión. Pero ahora estaba ocurriendo algo completamente nuevo, algo que perturbaba y hasta alarmaba a muchos. Se estaba dando la bienvenida a los convertidos mediante el bautismo pero sin la circuncisión. Debemos dejar en claro cuál era el tema de la polémica. Un grupo de presión al que llamaremos ‘judaizantes’ o ‘partido de la circuncisión’ llegó a Antioquía alegando representar a los apóstoles e insistiendo que sin la circuncisión no había salvación. En otras palabras, la fe en Jesús no era suficiente; a su fe, los convertidos debían agregar la circuncisión. Debían permitir que Moisés completara lo que Jesús había comenzado, y dejar que la ley complementara al evangelio. Pablo se mostró indignado ante esta contradicción al evangelio. ¿Eran acaso los creyentes gentiles una secta del judaísmo, o miembros auténticos de una familia multirracial? Se concertó un concilio en Jerusalén, y lo presidió Santiago, el hermano del Señor. Primero, el apóstol Pedro recordó a los presentes cómo, por medio de su ministerio, Cornelio y su familia se habían convertido y recibido el Espíritu, sin distinción. Entonces el concilio escuchó con mucho respeto a Pablo y a Bernabé, quienes dieron un informe de su viaje misionero. Por último, Santiago citó al profeta Amós. La combinación del testimonio profético y la experiencia apostólica lo habían convencido. Su conclusión fue que no debían añadir dificultades a los gentiles que se volvían a Dios, sino solamente pedirles que por respeto a la conciencia judía se abstuvieran de cuatro prácticas. Las tres primeras, la idolatría, el asesinato y la inmoralidad, son perversiones tan graves que no se necesitaría un decreto especial para prohibirlos. En consecuencia, lo que se estaba prohibiendo eran prácticas culturales: comer de lo ofrecido a los ídolos, comidas con sangre, comer alimentos no kosher, y casarse con parientes de grado prohibido (ver Levítico 17 y 18). Tres de estas prácticas se relacionan con la dieta y tenían el potencial de dificultar la comunión de gentiles y judíos a la mesa. Podríamos decir, entonces, que el Concilio de Jerusalén obtuvo una victoria doble: la victoria de la verdad, al confirmar el evangelio de la gracia, y la victoria del amor al preservar la comunión mediante las concesiones que se hacía a los escrúpulos judíos. Para continuar leyendo: Hechos 15.19–29

Junio 7 La misión en Macedonia Y se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos. Hechos 16.9 El aspecto más notable del segundo viaje misionero de Pablo fue que se plantó por primera vez la semilla del evangelio en suelo europeo. Lucas nos relata la visión o sueño de Pablo, en el que un macedonio estaba de pie pidiéndole ayuda. Algunos han conjeturado que se trataba del propio Lucas, a quien el apóstol acababa de conocer y cuya presencia se confirma por la inclusión del pronombre en primera persona plural en los relatos subsiguientes. Durante la misión en Filipos, Lucas nos habla de tres conversiones interesantes. La primera fue la de Lidia, una acaudalada mujer de negocios, de Tiatira, en cuya casa se reunían luego los creyentes. La segunda fue la de una muchacha esclava cuyo nombre no se menciona, con cuyos servicios de adivinación hacían negocio sus amos. Y la tercera fue la del carcelero romano que preguntó qué debía hacer para ser salvo. Es difícil imaginar tres personas más diferentes entre sí. Racial, social y psicológicamente, pertenecían a mundos diferentes. Pero estaban unidos en Cristo, aun si las exhortaciones de Pablo a la unidad cuando escribe su carta a los Filipenses pudieran delatar ciertas tensiones en esa iglesia. Desde Filipos los misioneros siguieron al sur a Tesalónica, capital de la provincia romana de Macedonia. Durante tres sábados seguidos, o días sabáticos, Pablo argumentó a partir de las Escrituras, explicando y demostrando que el Mesías debía sufrir y resucitar de los muertos. Entonces anunció a Jesús, presentando la historia de su nacimiento, su vida, su muerte y su resurrección. Y finalmente los puso en paralelo, identificando al Jesús de esta historia con el Cristo de las Escrituras, y diciendo: ‘El Mesías no es otro que Jesús, a quien yo os anuncio’ (17.3, blp). Los judíos incrédulos comenzaron de inmediato una revuelta, y los misioneros debieron ser sacados de la ciudad a escondidas durante la noche. Se dirigieron entonces a Berea. Lucas nos dice de inmediato que los de Berea tenían una actitud mental más abierta que los de Tesalónica, y que examinaban a diario las Escrituras para ver si lo que Pablo decía era verdad. Un aspecto particular de la misión tanto a los tesalonicenses como a los bereanos es su actitud responsable hacia las Escrituras. En Tesalónica Pablo razonó, explicó, demostró, proclamó y persuadió, en tanto que los judíos en Berea examinaron diligentemente las Escrituras. Como escribió Bengel: ‘Una característica de la verdadera religión es que se permite a sí misma ser examinada’. Para continuar leyendo: Hechos 17.1–4, 10–11

Junio 8 Pablo en Atenas Mientras Pablo los esperaba [a Silas y Timoteo] en Atenas, su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría. Hechos 17.16 Hay algo cautivante acerca de la estadía de Pablo en Atenas, cuando vemos al gran apóstol cristiano solo y rodeado de las glorias de la antigua Grecia. Mientras recorría las calles de la ciudad se sintió ‘enardecido’ o ‘exasperado’ (blp) por la idolatría que veía. Es el mismo verbo que la Septuaginta usa para describir la reacción de Dios frente a la idolatría. Los ídolos atenienses despertaron en Pablo una honda reacción de celos por el nombre de Dios. Por consiguiente, estuvo razonando en la sinagoga y en el mercado con los que encontró allí. Entonces un grupo de filósofos epicúreos y estoicos comenzaron a discutir con él. Es imposible no admirar la versatilidad de Pablo al compartir el evangelio con grupos tan diversos de personas. Su diálogo con los filósofos condujo a que lo invitaran a dar un discurso en el supremo y mundialmente famoso concilio de Atenas, el Areópago. Pablo llevó como texto o concepto de contacto la inscripción que había visto en un altar consagrado ‘al dios no conocido’. Declaró que él estaba proclamando al Dios que ellos en su ignorancia estaban adorando. A continuación, el apóstol lo describió como el Creador del universo, el Señor de los cielos y la Tierra; el Sustentador de la vida que no necesita ser sustentado por nadie; el Soberano de las naciones, quien determina sus tiempos y sus espacios; el Padre de todos los seres humanos, de quien descendemos (citando allí al filósofo estoico Aratus); el Juez de las naciones, que ha pasado por alto la ignorancia en el pasado pero ahora manda que todos en todo lugar se arrepientan, ya que ha designado al Juez de todos y lo ha levantado de entre los muertos. Algunos se burlaron; otros creyeron. Algo que nos impresiona es la integralidad del mensaje de Pablo. Proclamó la plenitud de Dios en su carácter de Creador, Sustentador, Soberano, Padre, y Juez. Todo esto forma parte del evangelio, o, por lo menos, de la necesaria introducción al evangelio. Muchas personas rechazan hoy nuestro evangelio, no porque lo consideren falso sino porque lo perciben trivial. Están buscando una cosmovisión cabal que dé sentido a toda su experiencia. De Pablo aprendemos que no se puede predicar el evangelio de Jesús sin la doctrina de Dios, o la cruz sin la creación, la salvación sin el juicio. El mundo necesita hoy un evangelio más grande, el evangelio completo de las Escrituras, al que más tarde, en Éfeso, Pablo presenta como ‘el plan de Dios’ (20.27, blp). Para continuar leyendo: Hechos 17.22–31

Junio 9 Pablo en Corinto Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto. Hechos 18.1 Al parecer, parte de la estrategia de Pablo era trasladarse intencionalmente de una ciudad estratégica a la siguiente. Lucas lo describe visitando Atenas, Corintio, y Éfeso, las tres ciudades más importantes del mundo grecorromano. ‘Después de estas cosas [después del discurso en el Areópago y sus secuelas], Pablo salió de Atenas y fue a Corinto’ (v. 1). Es sobre esta travesía que el apóstol escribió más tarde: ‘me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor’ (1 Corintios 2.2–3). Algunos comentaristas explican la decisión de Pablo de la siguiente manera: sintió que su sermón a los filósofos había sido un fracaso porque resultó demasiado racional y enfocado en la creación en lugar de centrarse en la cruz. De modo que camino a Corinto se arrepintió y decidió predicar solo la cruz. En realidad Lucas no da ningún indicio de que, en su opinión, el sermón de Pablo hubiera sido un fiasco. Por el contrario, lo registra como un modelo de la prédica del apóstol ante un auditorio intelectual. Además, sí había presentado la cruz, porque predicó sobre la resurrección, y no se puede hablar de una sin la otra. Algunos habían creído, y Pablo no modificó su táctica cuando llegó a Corinto. Es otra la razón de su ansiedad y su decisión. Seguramente la soberbia y la inmoralidad de la gente en Corinto lo intimidaron, ya que la cruz colisiona frontalmente con ambas. Los corintios estaban orgullosos de su ciudad (su riqueza, su cultura y sus juegos), y de su prestigio como capital de la provincia de Acaya, lo cual la colocaba aun por encima de Atenas. Pero la cruz socava todo orgullo humano. Además, en el pensamiento de todos Corinto estaba asociado con la vida inmoral, ya que el término korinthiazai significaba, precisamente, practicar la inmoralidad. En la terraza del Acrocorinto, detrás de la ciudad, se elevaba el templo de Afrodita o Venus, la diosa del amor, y miles de sus esclavas rondaban de noche las calles de la ciudad ejerciendo la prostitución. Pero el evangelio del Cristo crucificado emplazaba a los corintios al arrepentimiento y a la santidad. De esta manera la cruz de Cristo, en su llamado a la humillación personal y a la autonegación, se constituía como una piedra de tropiezo para los soberbios e inmorales corintios. Por eso el sentimiento de debilidad de Pablo, su temor y temblor. Para continuar leyendo: 1 Corintios 2.1-5

Junio 10 Pablo en Éfeso Todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. Hechos 19.10 El esquema del ministerio evangelizador de Pablo en Éfeso fue similar al que aplicó en Corinto. Comenzó en la sinagoga, pero cuando el evangelio fue rechazado allí se trasladó a un ámbito no religioso. Mirando hacia atrás, podemos aprender lecciones importantes a partir de la actividad de Pablo en Corintio y en Éfeso sobre el dónde, el cómo, y el cuándo de la evangelización urbana. En primer lugar, observamos lugares no religiosos elegidos por Pablo: en Corinto la casa de Ticio Justo y en Éfeso la sala de conferencias de Tirano. Todavía hoy es así: la gente religiosa necesita ser evangelizada en los edificios religiosos (considerando equivalente el templo a la sinagoga), pero las personas no religiosas pueden ser más fácilmente alcanzadas en espacios no religiosos, por ejemplo, mediante la evangelización en las casas o en conferencias públicas. En segundo lugar, observamos la presentación razonada que hacía Pablo. Lucas usa dos verbos, cuatro veces cada uno: uno de ellos significa argumentar o discutir (dialegomai) y el otro significa persuadir (peithō). ‘Este persuade a los hombres’, se quejaron los judíos ante Galión (18.13). Tanto en la sinagoga como en la sala de conferencias Pablo combinó el debate y la persuasión de modo que su enfoque fue serio, bien razonado, y convincente. Por supuesto, los argumentos no sustituyen en absoluto al Espíritu Santo, pero a su vez la confianza en el Espíritu Santo no sustituye a la argumentación. El Espíritu de la verdad conduce a las personas a la fe en Jesús, no a expensas de la evidencia sino a partir de ella, ya que abre la mente para que le preste atención. En tercer lugar, observamos los lapsos prolongados que permaneció Pablo: dos años en Corinto y tres en Éfeso. Su uso del salón de Tirano es particularmente llamativo. El texto que se acepta dice que estuvo durante dos años dando conferencias cada día. Pero el Códice Beza agrega ‘de la quinta a la décima hora’, es decir, desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Suponiendo que Pablo reservara un día cada siete para el descanso y la adoración, el tiempo dedicado a las conferencias diarias de cinco horas, seis días por semana, durante dos años, ¡haría un total de 3.120 horas de argumentación sobre el evangelio! Por eso no puede asombrarnos que Lucas escriba que ‘todos los que habitaban en [la provincia de] Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús’ (19.10). Para continuar leyendo: Hechos 19.8–10

Junio 11 El largo viaje a Roma Pablo con los ancianos de la iglesia en Éfeso Cuidad de … todo el rebaño sobre el que os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes. Pastoread la Iglesia que el Señor adquirió con el sacrificio de su propia vida. Hechos 20.28, blp Como Jesús, Pablo hizo o recibió tres predicciones de los sufrimientos, incluyendo el de ser entregado a los gentiles. Como Jesús, Pablo afirmó que estaba dispuesto a dar su vida y entregarse a la voluntad de Dios. Como Jesús, Pablo estaba decidido a completar su ministerio. Sin presionar los detalles, seguramente Lucas se propone que sus lectores vean al apóstol siguiendo las huellas de su Señor. Camino a Jerusalén, Pablo y sus compañeros se detuvieron en el puerto de Mileto y mandaron a llamar a los ancianos de la iglesia en Éfeso para que vinieran a encontrarse con ellos. Al hablarles, desarrolló una metáfora pastoral, refiriéndose a pastores, a ovejas y a lobos. Primero describió el ejemplo del pastor, y lo aplicó a sí mismo. Había mostrado un extraordinario grado de entrega en su ministerio. Había sido minucioso en su enseñanza (todo el consejo de Dios), minucioso en su prédica (toda la población de Éfeso), y minucioso en sus métodos (presentación pública en el salón de Tirano y prédica personal de casa en casa). Segundo, Pablo describió la invasión de los lobos (los falsos maestros). Las ovejas quedan indefensas frente a ellos. Por eso el apóstol urge a los pastores a mantenerse en guardia. A los pastores se les ha dado una doble tarea, que consiste en alimentar a las ovejas y ahuyentar a los lobos, es decir, enseñar la verdad y combatir el error. Este énfasis es impopular en la actualidad. Se dice con frecuencia que debemos ser siempre positivos en nuestra presentación. Pero quienes lo dicen estarán en desacuerdo con nuestro Señor y con sus apóstoles, quienes a la vez refutaban el error y nos alentaron a hacerlo. Tercero, Pablo subrayó el valor de las ovejas (las personas). Ellas son la Iglesia de Dios Padre, comprada con la sangre de Cristo, y el Espíritu Santo designa a sus obispos. La espléndida verdad trinitaria debe causar un efecto profundo sobre nuestro ministerio. Las ovejas no son las criaturas encantadoras que parecen desde lejos; son animales repugnantes. ¡Vacilo en aplicar la metáfora de manera demasiado literal! Pero es cierto que algunos miembros de iglesia son una verdadera prueba para sus pastores (y viceversa). ¿Cómo perseveraremos en amarlas y cuidarlas? Recordando lo preciosas que son, tan valiosas, de hecho, que las tres personas de la Trinidad están comprometidas en su cuidado. Para continuar leyendo: Hechos 20.17–38

Junio 12 Pablo en Jerusalén Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo. Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo. Hechos 21.17–18 Cuando Pablo y sus compañeros de viaje llegaron a Jerusalén, fueron a ver a Santiago. El hermano del Señor todavía era el líder reconocido de la comunidad judeocristiana en el mundo, que a esa altura se contaba por miles de miembros. Al describir el encuentro cara a cara entre Pablo y Santiago, cada uno de ellos acompañado por algunas personas que los respaldaban, Lucas presenta a sus lectores una situación dramática, cargada de riesgo y de posibilidades. Santiago y Pablo eran los líderes representativos de dos cristiandades, la judía y la gentil. Y desde el encuentro que habían tenido años atrás ambos movimientos habían crecido considerablemente, bajo la buena mano de Dios. La confrontación hubiera sido un suceso lamentable. Pero los dos hombres tenían actitud conciliatoria. Consideremos a Santiago en primer lugar. Mientras Pablo daba un detallado informe de lo que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio, no vemos en él murmuración ni desaprobación alguna. Y juntos alabaron a Dios. Pero Pablo también estaba ansioso de mostrarse conciliador, y lo hizo de dos maneras. La primera (aunque por alguna razón Lucas no la menciona hasta llegar a Hechos 24.17) era la presentación en la iglesia judía de las ofrendas reunidas por las iglesias griegas. Quizás Pablo ya había entregado en privado esta ofrenda. La consideraba no solamente como una expresión de amor hacia los necesitados sino como un símbolo tangible de la solidaridad judeo-gentil en el cuerpo de Cristo. Más bien, Lucas se concentra en el segundo ejemplo de la actitud conciliadora de Pablo, concretamente la manera positiva en que respondió a la propuesta que le hizo Santiago. Debido al enorme número de judíos convertidos al cristianismo en Jerusalén, todos ellos celosos de la ley, era importante aplacar el rumor que se estaba difundiendo, de que Pablo enseñaba a los cristianos de origen judío a abandonar a Moisés y a declarar innecesarias la ley y la circuncisión. (Lo que debía enseñar a los gentiles convertidos a Cristo ya se había definido en el Concilio de Jerusalén). Por esa razón Santiago le propuso a Pablo que se comprometiera en algunos ritos de purificación, no como una obligación sino como una concesión a los escrúpulos de los judíos cristianos. No podemos sino agradecer a Dios por la generosa actitud desplegada tanto por Santiago como por Pablo. Ya estaban de acuerdo en doctrina (que la salvación es por gracia, mediante la fe en Cristo) y en ética (que los cristianos deben obedecer la ley moral); el debate pendiente estaba relacionado con la cultura, la ceremonia de culto, y la tradición. Para continuar leyendo: Hechos 21.17–26

Junio 13 Pablo prisionero Y apoderándose de Pablo, le arrastraron fuera del templo, e inmediatamente cerraron las puertas. Hechos 21.30 Hasta aquí Pablo ha retratado a su héroe siempre en la ofensiva, tomando iniciativas valientes para evangelizar buena parte de Asia Menor y de Grecia. Pero ahora lo vemos a la defensiva. Después de los tres épicos viajes del apóstol como misionero, Lucas pasa a describir cinco juicios que le tocó enfrentar: ante una multitud de judíos, ante el sanedrín, y ante Félix, Festo y el rey Agripa II. Esta parte de la narración ocupa más de doscientos versículos en la Biblia. ¿Por qué tanto detalle? Uno de los temas principales del libro ha sido la relación entre judíos y gentiles. Y ahora, entre los capítulos 21 y 23, describe la reacción de ambas comunidades ante el evangelio. En la narración de Lucas se entretejen los temas de la oposición judía y la justicia romana, y vemos al apóstol cristiano atrapado entre ambas, víctima de una y beneficiario de la otra. Lucas documenta la decisión de los judíos de sacarse a Pablo de encima. La afirmación que hace Lucas de cuando la turba arrastró al apóstol fuera del templo ‘inmediatamente cerraron las puertas’ (21.30) era más que un simple hecho. Las puertas cerradas con violencia simbolizaban el rechazo definitivo de los judíos hacia el evangelio. La estrategia de Pablo de dirigirse a los gentiles se mostraba finalmente justificada. El segundo tema, y en correspondencia con los acontecimientos, es el de la justicia romana. Lucas presenta a las autoridades romanas como amigables al evangelio, no como enemigas. Lucas ya mostró de qué manera los magistrados en ejercicio en Filipos pidieron disculpas a Pablo y a Silas por haberlos maltratado, cómo en Corinto Galión incluso se negó a escuchar las acusaciones de los judíos en contra de Pablo, y de qué manera el secretario de la corte en Éfeso declaró inocentes a los líderes cristianos y pasó por alto la ira manifestada por la multitud. Y ahora, en Jerusalén, el comandante o tribuno militar Claudio Lisias rescató dos veces al apóstol de ser linchado por la turba, lo eximió del brutal interrogatorio mediante tortura cuando supo que era ciudadano romano, y lo protegió de ser asesinado por un complot de los judíos. Esta protección de parte de la justicia romana se hizo todavía más evidente durante los juicios de Pablo. Aunque fue juzgado bajo las acusaciones judías, los romanos lo exoneraron. Lo mismo se había visto en los juicios contra Jesús. Tres veces en el caso de Jesús, y tres veces en el caso de Pablo, una corte judicial los consideró inocentes de los cargos presentados. La legalidad de la fe cristiana quedaba confirmada. Para continuar leyendo: Hechos 22.22–29

Junio 14 Pablo acusado Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada. Hechos 25.8 Lucas nos permite seguir los tres sucesivos juicios a Pablo: ante los procuradores Félix y Festo, y ante el rey Agripa II. Lo presenta de dos maneras: primero en sentido negativo, en su condición de acusado, después en sentido positivo, como testigo. Ante Félix, Pablo rechazó vigorosamente las acusaciones de sectarismo y de que pretendía profanar el templo. Enfatizó la continuidad de su evangelio con las Escrituras del Antiguo Testamento. Servía con buena conciencia al Dios de sus padres. Creía en todo lo que estaba escrito en la Ley y en los Profetas. Atesoraba la firme esperanza del cumplimiento de las promesas de Dios acerca del Mesías. Su actitud hacia Moisés no se catalogaba como apostasía sino como continuidad. Ante Festo, sucesor de Félix, Pablo rechazó el cargo de sedición. No era responsable de ninguna infracción contra la paz. Estaba tan seguro de no haber hecho nada contra el César que consideró válido apelar a él para defender su causa. Dijo: ‘Ni contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra César he pecado en nada’ (v. 8). Su actitud hacia el César se catalogaba como lealtad, no como anarquía. Ante Agripa y la reina Berenice no se presentaron acusaciones nuevas. Pablo parece responder más bien a la pregunta no formulada de por qué los judíos estaban tan ansiosos de liberarse de él. Tenía relación con su ministerio a los gentiles, algo a lo cual, por otro lado, estaba ineludiblemente comisionado por obediencia a la visión y a la voz de Jesús. Las tres defensas de Pablo resultaron exitosas. Ni Félix ni Festo ni Agripa lo encontraron culpable. Por el contrario, cada uno de ellos lo declaró inocente de los cargos que le hacían. Sin embargo, el apóstol no se mostró satisfecho con esto. Fue más lejos. En la corte proclamó su triple lealtad: a Moisés y a los profetas, al César, y sobre todo a Jesucristo, quien lo encontró en el camino a Damasco. Esta fue su autodefensa. Se veía a sí mismo como un judío leal, un romano leal, y un cristiano fiel. Para continuar leyendo: Hechos 25.1-12

Junio 15 Pablo testigo He aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo. Hechos 26.16 El propósito de Lucas al describir la escena en cada una de las tres cortes no era meramente apologético; también era evangelizador. Durante los dos años de prisión que habían interrumpido su carrera misionera, Pablo debió haberse sentido muy frustrado. Pero cuando se le presentaban oportunidades de dar testimonio, las aprovechaba con toda confianza y coraje. Los principales ejemplos que da Lucas son su entrevista privada con Félix y su confrontación pública con Agripa. Se ha descripto a Félix como uno de los peores funcionarios romanos. Era conocido por su crueldad, su lujuria, su codicia. Al parecer no tenía escrúpulos morales. Pero Pablo no le tuvo miedo. Debido a que le habló acerca de la rectitud, el autodominio y el juicio venidero (24.25), es razonable suponer que confrontó al procurador por sus pecados. También le habló sobre la fe en Jesús. En cuanto al juicio ante Agripa, Pablo no se sintió abrumado por el espectáculo de pompa y poder que marcó la ocasión, ni por la asamblea de personajes notables en la corte. ‘¡Miren la audiencia que se reunió para Pablo!’ exclamó Crisóstomo. Pero el apóstol no hizo el menor intento de congraciarse con las autoridades. Quería lograr la conversión del rey, no su favor. Lucas registra a Pablo repitiendo en tres oportunidades los fundamentos del evangelio a los oídos del rey (26.18, 20, 23). En cada ocasión en la que él repetía el evangelio en la corte, de hecho estaba intencionalmente predicándolo a los jueces. Festo pudo calificarlo como loco, pero Pablo podía sostener: ‘hablo palabras de verdad y de cordura’ (v. 25). ¡Gracias a Dios por la valentía de Pablo! Reyes y reinas, gobernadores y generales no lo intimidaban. Jesús había advertido a sus discípulos que serían ‘llevados ante reyes y ante gobernadores’ por la lealtad a su nombre, y les había prometido que en tales ocasiones les daría ‘palabra y sabiduría’ (Lucas 21.12, 15). Jesús también le había dicho a Ananías (quien probablemente había compartido esta información) que Pablo era su ‘instrumento escogido’ para llevar el nombre del Señor a ‘las naciones, a sus gobernantes y al pueblo de Israel’ (Hechos 9.15, blp). Estas predicciones se estaban cumpliendo, y Pablo no había fallado en responder. Para continuar leyendo: Hechos 26.12–23

Junio 16 ¡Roma, por fin! Y luego fuimos a Roma. Hechos 28.14 Muchos lectores de Hechos 27 han comentado sobre el carácter vívido y preciso de la narrativa de Lucas. Sin duda se debe a que el propio Lucas acompañó a Pablo a lo largo del viaje desde Cesarea hasta Roma, y podía beneficiarse de su diario personal de viaje. Una de las personas que respaldó la precisión del relato es un tal James Smitg, navegante escocés con treinta años de experiencia; se había familiarizado con los esquemas climáticos del Mediterráneo, y escribió sus hallazgos en el libro de su autoría The Voyage and Shipwreck of Saint Paul (Viaje y naufragio de san Pablo). Los días iniciales de su viaje junto a las costas orientales del Mediterráneo no presentaron novedades. Pero, cuando no pudieron encontrar un amarradero apropiado y seguro en Creta, donde pensaban pasar el invierno, navegaron hacia el mar abierto hasta que los alcanzó un viento huracanado desde el noreste y estuvieron durante catorce días navegando a la deriva y finalmente encallaron en la isla de Malta. Los isleños los atendieron durante los tres meses de invierno y finalmente pusieron rumbo a Italia. Algunos hermanos cristianos se enteraron de que estaban llegando y marcharon a pie más de cuarenta kilómetros por la Vía Apia, para darles la bienvenida. En Roma se le permitió a Pablo residir en su propia vivienda, aunque bajo vigilancia de un soldado. El apóstol invitó a los líderes judíos a encontrarse con él y les aseguró que no había hecho nada contra el pueblo ni las costumbres judías, y que los romanos estaban dispuestos a dejarlo en libertad. Los líderes respondieron que no habían recibido ninguna información en contra de él, y que querían escuchar más acerca de sus creencias. En consecuencia establecieron un día para encontrarse con él, y les proclamó el reino de Dios y les habló del Señor Jesucristo, indudablemente presentando los argumentos para identificar al Jesús histórico con el Cristo bíblico. La audiencia de Pablo se dividió, debido a la dureza de corazón de los judíos, y a la cuarta oportunidad de recibir ese rechazo el apóstol se volcó decididamente a los gentiles, porque, como dijo: ‘¡Ellos sí escucharán!’ (v. 28). Durante dos años completos la gente asistió y escuchó la prédica de Pablo. Las palabras finales de Hechos son la expresión ‘sin impedimento’ y ‘con plena libertad’ (v. 31, blp). Describen la libertad que disfrutaba el evangelio en ese momento, sin restricciones internas ni externas. Nos hablan de una puerta abierta de par en par, por la que nosotros debemos pasar en nuestros días. Para continuar leyendo: Hechos 28.17–31

Junio 17 La providencia de Dios Confío en que, al fin, de paso para España, se logre mi deseo. Así lo espero, como también que me encaminéis hacia allá después de haber disfrutado algún tiempo de vuestra compañía [en Roma]. Romanos 15.24, blp ¿Cuál es la importancia de Hechos 27 y 28? Respuesta: concierne a la providencia de Dios. Ilustra la verdad de que ‘No hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo, contra Jehová’ (Proverbios 21.30). Esta actividad providencial del Señor se ve en estos capítulos de dos maneras complementarias, primero al traer a Pablo hasta Roma y segundo al traerlo hasta allí como prisionero. Se trataba de una combinación inesperada de circunstancias. Primero, Lucas tiene el objetivo de que nos maravillemos con él por el salvo conducto de Pablo hasta Roma. Jesús le había dicho en Jerusalén: ‘Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma’ (Hechos 23.11). Sin embargo, circunstancia tras circunstancia parecían calculadas para hacer que esto fuera imposible. Fue arrestado y encarcelado, amenazado de asesinato, casi se ahogó en el Mediterráneo, casi lo mataron los soldados, y casi lo envenenó una serpiente. Y detrás de todos los incidentes, la acción de las fuerzas demoníacas (simbolizadas por el mar tempestuoso) que pretendían impedir que el apóstol llegara al destino planificado y prometido por Dios. Sin embargo el Señor obstruyó las intenciones del diablo. Entusiasma estar como observador. ¿Lo logrará Pablo? ¡Sí, lo hará! ¡Lo hizo! Pero Pablo llegó como prisionero. ¿En qué manera era esto compatible con la providencia de Dios? La promesa del Señor había sido que el apóstol daría testimonio en Roma, es decir, ante el César (Hechos 27.24), y esto no hubiera ocurrido a menos que Pablo hubiera llegado como prisionero sometido a juicio. Pero hay otra manera en que su confinamiento pudo haber ennoblecido su testimonio. Como resultado dejó a la posteridad tres importantes cartas desde la prisión: Filipenses, Efesios y Colosenses. ¡No digo con esto que necesitaba el tiempo en la prisión para ponerse a escribir! Pero en la providencia de Dios, hay algo que distingue a estas cartas de la prisión. En ellas se presenta de una manera más poderosa que en cualquier otro sitio el señorío supremo, soberano, indiscutido e incomparable de Jesucristo. La persona y la obra de Cristo se muestran en su dimensión cósmica, porque por medio de Cristo Dios ha creado y redimido todas las cosas. Además, habiéndose Jesús humillado hasta la cruz, el Señor lo ha exaltado al lugar más alto, y ha puesto todas las cosas debajo de sus pies. Por medio de su experiencia en la prisión Pablo ajustó su perspectiva, amplió su horizonte, clarificó su visión, y enriqueció su testimonio. Para continuar leyendo: Colosenses 1.15–18

Junio 18 Las cartas a los Gálatas y a los Tesalonicenses Ningún otro evangelio Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro. Gálatas 1.6–7 Al volver de las cuatro ciudades de Galacia que evangelizaron durante su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé informaron a la iglesia de Antioquía de Siria cómo Dios había ‘abierto la puerta de la fe a los gentiles’ (Hechos 14.27). Entonces se quedaron por un lapso prolongado con los discípulos de Antioquía. Durante este periodo, sin embargo, ‘algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos’ (Hechos 15.1). Eran cristianos judaizantes, y estaban socavando el evangelio. Insistían en que la fe en Jesús no era suficiente para los gentiles convertidos; debían guardar la ley de Moisés para completar lo que Jesús había comenzado. Hasta el apóstol Pedro fue doblegado por sus argumentos y Pablo debió confrontarlo en público, ya que estaba en riesgo la verdad del evangelio (ver Gálatas 2.11–16; cuando se realizó el Concilio en Jerusalén, Pedro había recuperado su equilibrio). Los judaizantes ‘provocadores de conflicto’ habían llegado a las ciudades de Galacia y también estaban logrando algún éxito allí, para asombro del apóstol Pablo. Algunos argumentaban que venían de parte de Jacobo, aunque este más tarde declaró que carecían de su autorización (Hechos 15.24). Tan grave era la situación que en su carta el apóstol la enjuició como una traición y emitió un solemne juicio contra cualquiera (angelical o humano, incluso sobre sí mismo) que pervirtiera el evangelio de la Buena Noticia de la gracia (el favor libre e inmerecido de Dios) y anunciara una religión de la justicia por obras. Pablo fue tan lejos como para decir que si tuviéramos que ganar nuestra salvación por obediencia a la ley, entonces ‘Cristo habría muerto inútilmente’ (Gálatas 2.21, blp). Es decir, si decimos que podemos ganar la salvación por nuestro mérito, estamos implicando que la cruz no fue necesaria. Considero que Gálatas es la primera carta que escribió Pablo. No contiene ninguna referencia al Concilio de Jerusalén, cuyas decisiones hubieran sido relevantes a la controversia que había surgido. Hasta es posible que la haya escrito camino al concilio, porque en la carta se percibe su indignación ante los judaizantes que socavaban su autoridad y pervertían el evangelio. Pablo comienza y termina con una referencia a la gracia (1.3; 6.18). El evangelio es la buena noticia de la gracia de Dios; no hay otro evangelio. Para continuar leyendo Gálatas 1.6-9

Junio 19 Verdadera libertad Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Gálatas 5.1 El Nuevo Testamento presenta a Jesucristo como el supremo Libertador, y a la vida cristiana como una vida de libertad. Jesús había dicho a unos judíos creyentes: ‘Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’ (Juan 8.31–32). ¿Pero en qué consiste la libertad cristiana? Comienza con la emancipación de la horrible esclavitud de tener que ganar nuestra salvación mediante la obediencia a la ley. Incluye la libertad de la condenación y la libertad de la conciencia culpable, la inefable alegría del perdón, la aceptación y el acceso a Dios, y la experiencia de la misericordia con independencia del mérito. Pero la libertad cristiana no es libertad absoluta de toda restricción y límite. En primer lugar, no es libertad para ser indulgentes con nuestra naturaleza caída y egocéntrica. ‘Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados’, escribió Pablo. ‘No uséis la libertad como ocasión para la carne’ (Gálatas 5.13). De modo que nuestra libertad en Cristo no debe ser usada como pretexto de la autoindulgencia. Si vivimos en el Espíritu, no gratificaremos los deseos de la naturaleza pecaminosa (v. 16). En segundo lugar, la libertad cristiana no es un permiso para explotar a nuestro prójimo. Lo que se nos dice es: ‘servíos por amor los unos a los otros’ (v. 13). Aquí vemos una tremenda paradoja. Lejos de tener libertad para ignorar, descuidar, o abusar de nuestros prójimos, se nos ordena amarlos y servirles. Es decir que, desde un punto de vista, la libertad cristiana es una especie de esclavitud: no una esclavitud a nuestra naturaleza egoísta sino a nuestro prójimo. Somos libres en relación a Dios pero siervos los unos de los otros. En tercer lugar, la libertad cristiana no es un permiso para pasar por alto la ley, porque ‘toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ (v. 14). El apóstol no dice que si amamos al prójimo podemos desentendernos de la ley, sino que de esa manera la cumplimos. La verdadera libertad no consiste en la indulgencia con nuestra naturaleza caída sino en su control; no es libertad para explotar al prójimo sino para servirle, y no es libertad para pasar por alto la ley sino para cumplirla. Para continuar leyendo: Gálatas 5.1-15

Junio 20 El fruto del Espíritu En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Gálatas 5.22-23, blp El Espíritu Santo no solo es santo en su naturaleza y carácter sino que obra para la santidad de las personas en las que habita. Primero, hay dos combatientes que se oponen entre sí: la carne (es decir nuestra naturaleza heredada, caída y pervertida) y el Espíritu (es decir el Espíritu Santo que habita en nosotros). Además, estos rivales tienen deseos opuestos. De modo que nuestra personalidad cristiana es el campo de combate de fuerzas opuestas. Segundo, hay dos estilos de vida que se oponen entre sí, cada uno de ellos como objetivo de los dos rivales en conflicto. Los hechos de la naturaleza pecaminosa son obvios y muy desagradables. Pablo enumera quince de ellos y añade que esa lista no es exhaustiva. Caben en cuatro categorías: sexo, religión, sociedad y bebida. Pero hay otro estilo de vida posible, y es tan hermoso como el otro es horrible. Amor, alegría y paz caracterizan nuestra relación con Dios; tolerancia, amabilidad y bondad caracterizan nuestra relación con otros; lealtad (‘fe’, rvr60), humildad y dominio de sí mismo hablan del control sobre nuestra propia persona. Parecen el retrato de Jesús y se identifican como fruto del Espíritu, ya que como fruto crecen de manera natural y continua. Tercero, hay dos actitudes que se oponen entre sí. Es decir, se nos llama a repudiar nuestra naturaleza pecaminosa y rendirnos al Espíritu Santo. Por cierto, aquellos que pertenecemos a Cristo Jesús ya hemos crucificado nuestra naturaleza pecaminosa con sus pasiones y deseos (v. 24). Es decir, hemos tomado esta cosa malvada, viciosa y escurridiza que es la naturaleza de pecado y la hemos clavado en la cruz. Ahora debemos dejarla allí. También debemos someternos al Espíritu Santo y caminar en sus pasos. Esas actitudes opuestas deben ser contundentes, completas y constantes. No debemos regresar una y otra vez a la escena de la crucifixión. Lo mismo ocurre respecto al Espíritu Santo. Debemos cultivar lo que es propio del Espíritu, mediante nuestro uso sabio del domingo, ‘día dedicado al Señor’, nuestra disciplinada devoción personal diaria, la adoración pública habitual y participación en la Cena del Señor, y nuestro compromiso en el servicio cristiano. Estos son los medios de gracia dispuestos por Dios, es decir, los canales por medio de los cuales nos llega su gracia, y el principal secreto de la santificación. Para continuar leyendo: Gálatas 5.16-26

Junio 21 El estandarte del Cristo crucificado Ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado. Gálatas 3.1 Pablo describía su ministerio de predicación en las ciudades de Galacia como una manifestación pública del Cristo crucificado. Por supuesto, los gálatas no habían visto morir a Jesús. Tampoco lo había visto el apóstol. Pero mediante la predicación de la cruz él había traído el pasado hasta el presente, y había transformado el acontecimiento histórico de la cruz en una realidad contemporánea. En consecuencia, los gálatas podían ver la cruz en su imaginación, entender que Cristo había muerto por sus pecados, y entonces arrodillarse ante la cruz con humildad y recibir allí el don de la vida eterna, en forma absolutamente gratuita e inmerecida. Pero, como desarrollaría Pablo más tarde en 1 Corintios, su prédica de la cruz es una piedra de tropiezo para el orgullo humano, ya que postula que no podemos alcanzar la salvación por ninguna obra que hagamos. De hecho, ni siquiera podemos contribuir mediante las obras a nuestra salvación. Esta es un regalo absolutamente libre de parte de Dios. Como lo dijo William Temple: ‘Lo único, absolutamente único de mí mismo que contribuyó a mi redención es el pecado del que necesito ser redimido’. Es en este sentido que Pablo se puso a sí mismo en contraste con los falsos maestros, los judaizantes. Estos predicaban la circuncisión (un término en el que los apóstoles resumían la pretendida salvación mediante la obediencia a la ley), y de esa manera evitaban la persecución por causa de la cruz de Cristo (6.12). En cambio él predicaba a Cristo crucificado (salvación solamente por medio de Cristo) y por esa razón era constantemente perseguido (5.11). En la actualidad todos los comunicadores cristianos enfrentan la misma opción. O adulamos a la audiencia y les decimos lo que quieren escuchar (sobre su capacidad de salvarse a sí mismos), con lo cual desarrollamos un ministerio de puro mimo, y acariciamos sus oídos hasta que ronronean de placer, o bien les declaramos la verdad sobre lo que no quieren escuchar (sobre el pecado, la culpa, el juicio y la cruz), y al hacerlo provocamos su hostilidad. En otras palabras, podemos ser infieles y de esa manera ser populares, o nos mostramos dispuestos a ser impopulares por causa de nuestra fidelidad. Dudo mucho de que sea posible ser fiel y popular al mismo tiempo. Pablo se dio cuenta de la necesidad de elegir. Nosotros también debemos optar. Para continuar leyendo: Gálatas 5.11; 6.11–18

Junio 22 La iglesia local Nuestro evangelio no llegó a vosotros … recibiendo la palabra … [y] partiendo de nosotros ha sido divulgada la palabra del Señor. 1 Tesalonicenses 1.5-6, 8 Pablo escribió a los tesalonicenses después de su visita a esa ciudad, en su segundo viaje misionero. Debido a que tuvo que salir a escondidas de noche, y no había regresado, sus enemigos habían lanzado una campaña de difamación contra él. En 1 Tesalonicenses es evidente que el apóstol está defendiéndose de las acusaciones de sus detractores. Describe su primera visita en tres etapas. Primero ‘nuestro evangelio les llegó’ (v. 5, nvi). Vino por medio de palabras (porque tiene un contenido específico). Pero no solo con palabras, porque las palabras expresadas con la debilidad humana necesitan ser confirmadas por el poder divino. El evangelio les llegó también por medio de una convicción profunda. Si el poder describe el impacto objetivo de la predicación, la convicción describe el estado subjetivo de los predicadores. La verdad de la Palabra, la convicción con que fue presentada, y el poder de su impacto provienen todos del Espíritu Santo. Verdad, convicción y poder son todavía las tres características esenciales de la predicación cristiana auténtica. En segundo lugar, los tesalonicenses ‘recibieron el mensaje’ (v. 6, nvi). Habían pasado por mucho sufrimiento, ya que el evangelio auténtico siempre despierta hostilidad, pero también se experimenta alegría al recibirlo. El mismo Espíritu Santo que dio poder a aquellos que predicaron el evangelio les dio gozo a quienes lo recibieron, ya que estaba trabajando en ambos extremos del proceso de comunicación. Los convertidos también se constituyeron en imitadores de Cristo y de sus apóstoles, y un modelo para los creyentes por la manera en que habían sido transformados. En tercer lugar, ‘vuestra fe en Dios se ha extendido por todas partes’ (v. 8, blp). El verbo griego puede referirse a sonar, despegar, retumbar. Crisóstomo entendió que Pablo estaba comparando la predicación del evangelio con el sonido de una trompeta estridente. En todo caso, el evangelio proclamado a los tesalonicenses hacía un intenso sonido que parecía resonar a través de los montes y los valles de Grecia. Se destaca que la iglesia que recibe el evangelio debe luego difundirlo y encarnarlo. Este parece ser el sencillo plan de Dios para difundir la Buena Noticia por todo el mundo. Para continuar leyendo: 1 Tesalonicenses 1.1-10

Junio 23 Metáforas del ministerio Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes. 1 Tesalonicenses 2.10 La furtiva partida nocturna de Pablo desde Tesalónica y su imposibilidad de regresar despertaron mucha crítica y consideró necesario defenderse, algo que hizo mediante una serie de magníficas metáforas. Primero habló sobre la fidelidad de un mayordomo: ‘Fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio’ (v. 4). Es verdad que la palabra ‘mayordomo’ o administrador’ no aparece en el texto, pero el concepto está implícito, ya que a Pablo se le había confiado el evangelio. Segundo, ‘fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos’ (v. 7, cursivas agregadas). Sí, y no solamente tiernos sino afectuosos y sacrificados. Es maravilloso que Pablo, tipo duro en su carácter y en su argumentación, se hubiera referido a su ministerio con estos calificativos femeninos. Tercero, ‘Tratamos a cada uno … como un padre trata a sus hijos’ (v. 11, blp, cursivas agregadas). El apóstol parece pensar en el papel educativo del padre, que enseña tanto por la palabra como por el ejemplo. Cuarto, Pablo menciona la valentía del heraldo. El término proclamar (keryssō) es el más común en el Nuevo Testamento en referencia a la predicación: ‘para no ser gravosos a nadie, mientras os anunciábamos el mensaje evangélico de Dios’, escribe Pablo (v. 9, blp). La fidelidad del mayordomo, la ternura de una madre, el estímulo de un padre y la valentía de un heraldo. De estas cuatro metáforas del ministerio aprendemos cuáles son las dos principales responsabilidades de quienes son llamados al ministerio pastoral. La primera es nuestra responsabilidad con la Palabra de Dios, de la que somos mayordomos que la protegen y heraldos que la proclaman. La segunda de nuestras responsabilidades es hacia el pueblo de Dios, de quienes somos madre y padre tanto para amarlos como para alentarlos. Podríamos decir que las dos características principales de los líderes pastorales deben ser la verdad y el amor, combinadas entre sí. ¿Es esto posible? Solo lo es cuando el Espíritu Santo vive en nosotros, porque él es el Espíritu de la verdad, y el primer fruto del Espíritu es el amor. Para continuar leyendo: 1 Tesalonicenses 2.1–13

Junio 24 La gloria revelada Rogamos sin cesar … De este modo, nuestro Señor Jesucristo será glorificado en vosotros y vosotros en él. 2 Tesalonicenses 1.11-12, blp Las dos cartas de Pablo a los tesalonicenses son conocidas por sus numerosas referencias a la Parusía, es decir, al regreso personal, visible y glorioso de Cristo. Es más, cada uno de los ocho capítulos conjuntos de estas cartas incluyen una mención a ese regreso. Es particularmente impresionante la referencia recurrente a la gloria de Cristo en el primer capítulo de la segunda carta. En primer lugar, el Señor Jesús será revelado en su gloria (v. 7). Es verdad que no aparece en este versículo la palabra ‘gloria’, pero se la implica. La Parusía no será un acontecimiento menor sino un espectáculo de esplendor cósmico que provocará maravilla. En segundo lugar, el Señor Jesús será glorificado entre los suyos (v. 10). Es decir, la revelación de su gloria no solo será un hecho objetivo (de manera que podamos verlo) sino también compartido con su pueblo (de manera que participaremos de él). Las dos glorificaciones (la de él y la de nosotros) ocurrirán en forma simultánea, aunque el énfasis del apóstol no pesa tanto sobre la glorificación de los salvados como sobre la glorificación del Señor en ellos. En tercer lugar, aquellos que deliberadamente rechacen a Cristo serán excluidos de su gloria (vv. 8-9). Su terrible destino se describe como destrucción y exclusión. La tragedia implícita es que los seres humanos creados a la imagen de Dios, semejantes a él, y para él, deberán pasar la eternidad sin el Señor, irrevocablemente excluidos de su presencia. En lugar de brillar con la gloria de Cristo, su luz se extinguirá en las tinieblas de afuera. Aquí, entonces, está la solemne alternativa que nos presenta el apóstol. Estamos ante la participación o la exclusión de la gloria de Jesucristo. En cuarto lugar, mientras tanto Jesucristo debe ser glorificado en nosotros (v. 12). La glorificación de Jesús en quienes le pertenecen, y su consiguiente glorificación, no se refiere a una transformación reservada por completo al día final. El proceso comienza ahora. Más aun, debe comenzar ahora para que pueda llegar a su apropiado final cuando Cristo regrese. Ese día no revertirá de manera repentina el proceso que estemos viviendo ahora; más bien lo confirmará y lo completará. Para continuar leyendo: 2 Tesalonicenses 1.1-12

Junio 25 La carta a los Romanos El pecado y la culpa universal Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado. Romanos 3.20 Nada aleja tanto de Cristo a las personas como su incapacidad para reconocer que lo necesitan o su falta de disposición para admitirlo. Este principio simple e impopular es el que subyace al texto de Romanos 1.18-3.20. Pablo ordena a la raza humana en varios grupos y demuestra la universalidad del pecado y de la culpa acusando a uno por uno. Demuestra que cada uno de los grupos ha sido incapaz de vivir conforme al conocimiento que poseen. Por el contrario, lo han suprimido intencionalmente y hasta lo han negado con su comportamiento. Por lo tanto son culpables y no tienen excusa. Nadie puede alegar inocencia, porque nadie puede alegar desconocimiento. Primero Pablo describe a la depravada sociedad gentil, con su comportamiento idólatra, inmoral, y antisocial (1.18–32). Segundo, se ocupa de los legalistas, los árbitros de la moral (sean gentiles o judíos), que profesan elevados estándares éticos y los aplican a todo el mundo menos a sí mismos (2.1– 16). Tercero, el apóstol se dirige a los judíos que confían en sí mismos, que alardean de su conocimiento de la ley de Dios pero no la obedecen (2.17—3.8). Cuarto, Pablo abarca a toda la raza humana y concluye diciendo que todos somos culpables y no tenemos excusa delante de Dios (3.9–20). Este es el punto al cual el apóstol ha estado avanzando implacablemente, es decir, que ‘toda boca se cierre’ y que el mundo entero ‘quede bajo el juicio de Dios’ (v. 19). ¿Cómo deberíamos responder a la devastadora exposición que hace Pablo del pecado y de la culpa humana? No creo que debamos cambiar de tema y dedicarnos a hablar de la necesidad de autoestima, ni culpar a nuestros genes, nuestra crianza, o nuestra cultura. Lo que debemos hacer es aceptar el diagnóstico divino de nuestra condición y aceptar la responsabilidad de ello. Solo entonces estaremos preparados para recibir la noticia grandiosa del ‘pero ahora’ de Romanos 3.21, donde Pablo comienza a explicar de qué manera intervino Dios por medio de Cristo en la cruz, a favor de nuestra salvación. Para continuar leyendo: Romanos 3.9–31

Junio 26 La demostración divina en la cruz Para manifestar su justicia … Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 3.25; 5.8, rvr95. Todos los seres humanos de cualquier rango y condición, los inmorales y los moralistas, los judíos y los gentiles, todos sin excepción somos pecadores, culpables, y no tenemos excusa ni argumento delante de Dios. Esta es la terrible zozobra humana de la que comentamos ayer. No quedaba un rayo de luz, un atisbo de esperanza, ninguna perspectiva de rescate. ‘Pero’, irrumpe de pronto Pablo, Dios mismo ha intervenido. Después de la prolongada y oscura noche, amanece un nuevo día. Es una revelación nueva, y se enfoca en Cristo y en su cruz. Romanos 3.21–26 es un párrafo muy concentrado, al que Charles Cranfield calificó como ‘el centro y el corazón’ de esta parte de la epístola, en tanto que Leon Morris va más lejos y escribe que este párrafo probablemente ‘sea el párrafo más importante jamás escrito’. En él aparecen términos o conceptos extraordinarios como propiciación o expiación, redención y justificación. Pero me concentraré en lo que Pablo escribe acerca de la demostración de la justicia y el amor de Dios. El apóstol traza un contraste intencional entre el pasado y el presente, entre los pecados cometidos antes (a los que el Señor en su misericordia dejó sin castigar), y el presente en el que Dios ha actuado para poner de manifiesto su justicia. Se trata de un contraste entre la misericordia divina que postergó el castigo y la justicia divina que se aplicó sobre Cristo en su cruz. Sin embargo, según Romanos 5.8, en la cruz hubo otra manifestación: ‘Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros’. En realidad la palabra ‘manifestación’ resulta demasiado débil para esto; sería mejor decir que allí se demostró. Para captar este concepto necesitamos recordar que la esencia del amor es darse, y que el grado de amor se mide en parte por el alto precio que tiene el obsequio para quien lo da, y en parte por el valor o la falta de valor que tiene el que lo recibe. Según esas pautas, el amor de Dios en Cristo es indudablemente único. Porque al enviar a su Hijo a morir por los pecados, estaba dándolo todo, dando su propio ser, y entregándose a sí mismo por quienes nada merecíamos sino juicio. No podemos entender la cruz a menos que la hayamos reconocido como una doble demostración: de la justicia de Dios y del amor de Dios.

Para continuar leyendo: Romanos 5.1–11

Junio 27 Muertos al pecado, vivos en Cristo ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? Romanos 6.1 Dos veces en Romanos 6 (vv. 1, 15) escuchamos al crítico imaginario de Pablo planteando la misma pregunta: ‘Con esto que enseña, ¿quiere decir Pablo que podemos seguir pecando para que la gracia de Dios continúe perdonando?’. Dos veces el apóstol responde con indignación ‘de ninguna manera’ a los cristianos que al hacer esa pregunta demuestran que nunca entendieron el significado de su bautismo (vv. 1–14) ni de su conversión (vv. 15– 23). ¿Acaso no sabían que su bautismo significaba que estaban unidos a Cristo en su muerte, que su muerte era la muerte al pecado (cumpliendo con las exigencias de su penalidad), y que también habían participado con él en su resurrección? Por la unión con Cristo quedaban muertos al pecado y vivos para Dios. ¿Cómo podían, entonces, seguir viviendo en aquello a lo cual habían muerto? Lo mismo podía decirse de la conversión. ¿No se habían entregado con decisión a Cristo como sus siervos? ¿Cómo podían pensar siquiera en deslizarse otra vez a su vieja esclavitud al pecado? Nuestro bautismo y conversión han cerrado la puerta a la vieja vida y han abierto la puerta a una nueva vida. Es posible retroceder, pero es inconcebible que lo hagamos. Lejos de alentar el pecado, la gracia lo prohíbe. No alcanza con la airada declaración ‘de ninguna manera’. Necesitamos avanzar y confirmar esta reacción con una razón, concretamente la necesidad de recordar quién somos a raíz de nuestra conversión (interior) y de nuestro bautismo (exterior). Somos uno en Cristo (vv. 1–14), y siervos de Dios (vv. 15–23). ¿Cómo podemos, entonces, persistir en el pecado y presumir sobre la gracia? Hasta el pensamiento es intolerable y una completa contradicción. Por eso debemos recordarnos en forma constante quién somos. Tenemos que aprender a reflexionar y plantearnos a nosotros mismos algunas preguntas: ‘¿Acaso no sabes quién eres? ¿No sabes que estás unido a Cristo y entregado a Dios como su siervo?’ Debemos insistir con estas preguntas hasta que hayamos aprendido a respondernos: ‘Sí, sé quién soy, una nueva persona en Cristo; y por la gracia de Dios me propongo vivir en consecuencia’. Para continuar leyendo: Romanos 6.1–23

Junio 28 El fiel amor de Dios Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 8.38–39 Romanos es una especie de manifiesto cristiano sobre la libertad en Cristo Jesús. Es la declaración más completa y grandiosa del evangelio que encontramos en el Nuevo Testamento. Proclama nuestra libertad de la ira de Dios que se manifiesta contra toda impiedad, ‘del pequeño y oscuro calabozo de nuestro ego’ (Malcolm Muggeridge), del conflicto étnico, de la muerte y el temor a la muerte, del sufrimiento y el deterioro cuando venga la futura redención universal, y anuncia libertad para vivir en el amor a nuestro Señor y a nuestro prójimo. Romanos 8 es uno de los capítulos más conocidos de la Biblia. Después de describir los principales privilegios de los creyentes (paz con Señor, unión con Cristo, libertad de la ley y vida en el Espíritu), guiado por el Espíritu el apóstol se eleva a alturas sublimes y hace un recorrido por el propósito y plan global del Señor desde la eternidad pasada hacia la eternidad por venir. Comienza con cinco convicciones inconmovibles (v. 28): Dios está obrando en nuestra vida, obra para el bien de los suyos, obra en todas las cosas, y obra por el bien de aquellos que lo aman y que han sido llamados conforme a su propósito. Sabemos estas cinco cosas, escribe Pablo, aunque no siempre las entendamos. Luego presenta cinco afirmaciones innegables (vv. 29–30), en las que él despliega lo que entiende como ‘propósito’ de Dios. Se refiere a los que pertenecen a Dios por su anterior conocimiento (lo cual significa que los amó), a quienes predestinó a ser conformados a la semejanza de su Hijo, a quienes también atrajo hacia sí por medio del evangelio, a quienes justificó y, finalmente, glorificará. Debido a su certeza declara en tiempo pasado algo que sucederá en el futuro. Y concluye con cinco preguntas incontestables: ‘Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?’ (v. 31). ‘El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?’ (v. 32). ‘¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica’ (v. 33). ‘¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros’ (v. 34). ‘¿Quién nos separará del amor de Cristo?’ (v. 35). En un mundo inestable, estas quince certezas sobre la persona de Dios son urgentemente necesarias. Para continuar leyendo: Romanos 8.28–39

Junio 29 El plan de Dios para judíos y gentiles Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen? En ninguna manera. Romanos 11.11 A lo largo de la primera mitad de su carta, Pablo no ha olvidado la diversidad étnica de la iglesia romana ni las tensiones que seguían surgiendo entre la minoría de cristianos de origen judío y la mayoría de cristianos de origen gentil. Ahora ha llegado el momento de encarar el problema teológico subyacente. ¿Cómo puede ser que el pueblo judío en su conjunto hubiera rechazado a su Mesías? Siendo especialmente privilegiados por Dios, ¿cómo podían mantenerse atrincherados en sus prejuicios? Pablo da una doble respuesta a estas preguntas. Para comenzar, la incredulidad judía se debía al propósito electivo de Dios. Pero también era atribuible a la obstinada desobediencia de Israel. Tropezaba sobre la piedra de tropiezo, es decir Cristo y su cruz. Esta tensión entre la elección divina y la rebelión humana presenta una contradicción que nuestra mente finita no alcanza a comprender. Pero debemos mantener las dos verdades, aunque no podamos conciliarlas. En Romanos 11 Pablo mira hacia el futuro y declara que la caída de Israel no es completa (porque hay un remanente que cree) ni definitiva, porque Dios no ha rechazado a su pueblo y este se recuperará (vv. 1–11). Entonces desarrolla su alegoría sobre el olivo y enseña dos lecciones. La primera es una advertencia a los gentiles (la rama de olivo silvestre que ha sido injertada) de que no presuman ni se jacten (vv. 17–22). La segunda es una promesa a Israel (las ramas naturales) de que si abandona su incredulidad será reinjertada (vv.23–24). La visión de Pablo acerca del futuro (que él describe como ‘misterio’ [v. 25] o revelación) es que se reunirá el número completo de judíos y gentiles (vv. 12, 25). En efecto, el Señor tendrá misericordia de todos ellos (v. 32), no en el sentido de todos sin excepción sino de judíos y gentiles por igual. No es una sorpresa que esta prospectiva conduzca al apóstol a exclamar una doxología, en la que alaba a Dios por la profundidad de sus riquezas y su sabiduría (vv. 33–36). Para continuar leyendo: Romanos 11.25–36

Junio 30 Relaciones transformadas No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento. Romanos 12.2 Pablo hace ahora una elocuente apelación a sus lectores. Pone como fundamento las misericordias de Dios que ha estado exponiendo, y nos llama tanto a la consagración de nuestro cuerpo como a la renovación de nuestra mente. Pone por delante de nosotros la severa alternativa que siempre ha confrontado a los que pertenecen al Señor en cualquier lugar, es decir, la elección entre conformarse al molde de este mundo o ser transformados por la renovación de su mente para que puedan discernir la ‘buena voluntad de Dios, agradable y perfecta’ (v. 2). La opción es entre el estilo del mundo y la voluntad de Dios. En los capítulos que siguen, queda claro que la voluntad del Señor se vincula con todas nuestras relaciones, y estas son radicalmente transformadas por el evangelio. Pablo se ocupa de ocho de ellas. Por ejemplo, no debemos sobreestimarnos sino ejercer nuestros dones para beneficio del cuerpo de Cristo. Pero el mayor desafío es que se nos llama a amar a nuestros enemigos (vv. 17–21). Haciendo eco de las enseñanzas de Jesús, el apóstol enseña que no debemos devolver mal por mal sino esforzarnos en hacer lo bueno. No debemos tomar venganza sino dejar que sea Dios quien castigue lo malo. Es importante mantener juntos los dos textos que se refieren a la ira de Dios. Según Romanos 12.19, no debemos tomar venganza sino ‘[dejar] lugar a la ira de Dios’. Y según Romanos 13.4, el magistrado ‘es servidor de Dios … vengador para castigar al que hace lo malo’. Como individuos debemos amar y hacer bien a nuestros enemigos. No estamos autorizados a tomar la ley en nuestras manos y castigar al ofensor. El castigo del mal es prerrogativa del Señor, y durante la era presente ejerce esa autoridad a través de las cortes de justicia. Para continuar leyendo: Romanos 12.14-13.5

Julio 1 Los débiles y los fuertes Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Romanos 14.1 Pablo se ocupa especialmente de nuestra relación con los débiles (14.1–15.13). No son débiles en la voluntad o en el carácter sino en la fe o en las convicciones. No imaginemos un cristiano fácilmente vencido por las tentaciones, sino un cristiano sensible, indeciso y lleno de escrúpulos. No le falta control de sí mismo sino libertad de conciencia. Seguramente los débiles en Roma eran en su mayoría cristianos de origen judío, que todavía se consideraban obligados a seguir las leyes sobre alimentos, festividades y ayunos del calendario judío. Pablo era de los fuertes: su conciencia ya formada entendía que los alimentos y los días son cuestiones de importancia secundaria. A la vez, se negaba a ignorar la conciencia sensible de los débiles. Su exhortación a la Iglesia es que deben aceptar a los débiles, como Dios lo hizo (14.1, 3), y aceptarse unos a otros como Cristo lo hizo (15.7). Los fuertes no deben despreciar ni condenar a los débiles, ni hacerles daño persuadiéndolos a actuar en contra de su conciencia. Lo más notable de las instrucciones del apóstol es que las fundamenta en su cristología, en particular la muerte, la resurrección y la segunda venida de Jesús. Los débiles son hermanos y hermanas por quienes Cristo murió. Él resucitó para ser Señor de ellos, y no tenemos ningún derecho a interferir. Y vendrá como nuestro Juez, de modo que no debemos jugar a ser jueces. Debemos seguir el ejemplo de Cristo, quien no se agradó a sí mismo sino que se hizo siervo: siervo tanto de judíos como de gentiles. Pablo deja a sus lectores con una hermosa visión de los débiles y los fuertes, los judíos y los gentiles convertidos, unidos entre sí por tal espíritu de unidad que ‘todos juntos y a una sola voz’ pueden glorificar juntos a Dios (v. 6, blp). Romanos tuvo una enorme influencia en la Iglesia, especialmente en la época de la Reforma. Lutero la consideró como ‘la parte central del Nuevo Testamento, y … el evangelio más puro’. Calvino dijo que al entenderla ‘se nos abre una puerta hacia los tesoros más profundos de las Escrituras’. Y William Tyndale, el padre de la Biblia en inglés, la describió como ‘la principal y más excelente sección del Nuevo Testamento,… y una luz y un camino hacia toda la Escritura’. El capítulo 1 contiene el compromiso de Pablo con el evangelio: ‘Estoy en deuda con todos … mi gran anhelo de predicarles … no me avergüenzo del evangelio’ (vv. 14–16, nvi). ¡Que tengamos ese mismo entusiasmo! Para continuar leyendo: Romanos 15.1–13

Julio 2 Las dos cartas a los Corintios Poder en la debilidad Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. 2 Corintios 4.7 Es interesante comparar las cartas de Pablo a las iglesias de Roma y de Corinto. Romanos es una exposición del evangelio cuidadosamente construida y ordenada, en tanto que las dos cartas a los corintios eran documentos ad hoc, en respuesta a las necesidades de los corintios y a preguntas que ellos habían planteado. Es posible que haya alrededor de veinte temas entre 1 y 2 Corintios, temas teológicos, ético, pastorales, y personales. Es evidente que a Pablo lo unía a ellos un fuerte lazo de amor cristiano. Le era natural dirigirse a ellos como ‘hijos míos amados’ (1 Corintios 4:14). Podían tener ‘diez mil ayos’ (v.15) que los instruían, pero no muchos padres que los amaran, y el apóstol había sido su padre por medio del evangelio (ver vv.14–21). Un tema que se destaca es el del poder por medio de la debilidad: hay ocho declaraciones claras al respecto en sus dos cartas. La ambición de poder ha sido una característica de la historia desde que Adán y Eva recibieron la oferta de poder a cambio de la desobediencia. Todavía hoy la búsqueda de dinero, fama, e influencia es en el fondo una necesidad encubierta de poder. Lo vemos en todos los ámbitos. ¡El poder! Intoxica más que el alcohol, es más adictivo que las drogas. Lord Acton, político británico del siglo xix, compuso el epigrama: ‘El poder tiende a corromper; el poder absoluto corrompe absolutamente’. Este católico romano se opuso firmemente en 1870 a la decisión del Primer Concilio Vaticano de atribuirle infalibilidad al papa. Lo consideró como un poder capaz de corromper a la Iglesia. En los dos primeros capítulos de 1 Corintios, Pablo da tres ejemplos notables del poder en la debilidad, el poder divino por medio de la debilidad humana. Lo vemos en el evangelio, porque la debilidad de la cruz es el poder redentor de Dios (1 Corintios 1.17–25). En segundo lugar vemos poder en la debilidad en los corintios convertidos, porque Dios ha elegido personas débiles para avergonzar a las fuertes (1 Corintios 1.26–31). Y en tercer lugar, en Pablo el evangelista, quien había llegado a Corinto ‘con debilidad, y mucho temor y temblor’ pero también ‘con demostración del Espíritu y de poder’ (1 Corintios 2.1–5). El Señor eligió a un instrumento débil (Pablo) para llevar un mensaje débil (la cruz) a personas débiles (socialmente despreciadas). Pero por medio de esta triple debilidad se desplegó el poder de Dios, y sigue haciéndolo. Para continuar leyendo: 1 Corintios 1.18-2.5

Julio 3 La controversia sobre la carne ofrecida a los ídolos En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. 1 Corintios 8.1 El texto que consideramos hoy nos zambulle en uno de los debates más ardientes que sacudió a la iglesia cristiana del siglo I. ¿Estaba permitido a los seguidores de Jesús comer carne que antes de ser vendida había sido usada en un sacrificio ritual pagano? ¿O era esto equivalente a un acto de idolatría? Los rivales en esta controversia (de los que ya hemos hablado unos días atrás) eran los débiles y los fuertes. Por un lado, los que tenían una conciencia fuerte estaban teológicamente bien formados. Sabían que los ídolos no eran nada, de modo que no tenían escrúpulos en comer la carne. Pero les faltaba respeto hacia los débiles. Atropellaban la conciencia de otras personas. Ese conocimiento correcto debía ser moderado por el amor. Por otro lado, los que tenían una conciencia débil, tal vez recientemente convertidos de la idolatría, ansiaban servir a Dios con fidelidad. No querían ni siquiera tocar carne ofrecida a los ídolos. Estaban acertados en su decisión de no tener nada que ver con los ídolos. Pero su teología era débil. El amor que sentían por el Señor necesitaba ser fortalecido con un conocimiento sano. Los fuertes necesitaban más amabilidad, los débiles necesitaban más entendimiento. La expresión clave es que ‘el conocimiento envanece, pero el amor edifica’ (v. 1). El conocimiento nos da libertad (vv. 4–8). Sabemos que hay un solo Dios, y nuestro monoteísmo nos da libertad de conciencia y de conducta. Pero algunas personas carecen de este conocimiento y por lo tanto no han alcanzado esa libertad. Por eso el amor pone límites a la libertad (vv. 9–13). Si alguien con una conciencia débil ve a otro cristiano comiendo con actitud desafiante carne consagrada a los ídolos, podría imitar su conducta y de esa manera lastimaría su conciencia. Dos verdades permanentes se desprenden de esta antigua controversia. Primero, la conciencia merece respeto. La conciencia no es infalible. Necesita ser enseñada, pero no debe ser forzada. Nunca debemos ignorar la conciencia de las otras personas. Segundo, el amor pone límites a la libertad. Nuestra conciencia educada por la Palabra de Dios nos da una enorme libertad de acción. Sin embargo esto no nos autoriza a ejercer nuestra libertad a expensas de otras personas. El conocimiento da libertad, pero el amor le pone límites. Para continuar leyendo: 1 Corintios 8.1–13

Julio 4 El Espíritu de la unidad Así como el cuerpo es uno … así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. 1 Corintios 12.12–13 En 1 Corintios 1 descubrimos que la iglesia de Corinto estaba desgarrada por las facciones. La mejor manera de comprender este texto es analizarlo contra este fondo de división. El énfasis de Pablo es que hay un solo Espíritu Santo y que es el Espíritu de la unidad. En siete u ocho oportunidades en la primera mitad del capítulo 12 se lo menciona como ‘un solo Espíritu’ o ‘un mismo Espíritu’. El apóstol lo subraya haciendo tres afirmaciones fuertes a favor de la unidad. En primer lugar, todos los creyentes han sido iluminados por un solo y mismo Espíritu para declarar que ‘Jesús es el Señor’ (vv. 1–3, blp). Esta sigue siendo una evaluación confiable para aplicar a cualquier persona o movimiento. La obra característica del Espíritu Santo es glorificar a Jesús. Nunca debemos separar a la segunda y tercera personas de la Trinidad. En segundo lugar, todos los creyentes han sido enriquecidos por uno y el mismo Espíritu con diversos dones (vv. 4–11). En el Nuevo Testamento encontramos cinco listas de los dones espirituales. El propósito de los dones es ‘para el bien de todos’ (v. 7, rvr95), y cuanto más contribuyen a edificar la Iglesia, tanto más valiosos son (14.12). En tercer lugar, todos los creyentes han sido bautizados con uno y el mismo Espíritu en el cuerpo de Cristo (vv. 12–13). Es bien conocido que los pentecostales y los cristianos carismáticos consideran el bautismo del Espíritu como una segunda experiencia, subsiguiente a la conversión y al nuevo nacimiento, y que en consecuencia algunos cristianos lo han recibido y otros no (aunque todos pueden recibirlo). Pero nuestro texto bíblico parece contradecir esa enseñanza. Según el apóstol Pablo, todos hemos sido bautizados con un mismo Espíritu y todos hemos bebido del mismo Espíritu. Los dones del Espíritu, presentados como bautismo o como bebida, son un privilegio de todos los creyentes. ‘Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él’ (Romanos 8.9). Para continuar leyendo: 1 Corintios 12.1-13

Julio 5 Los planes de viaje del apóstol Pablo Espero estar con vosotros algún tiempo, si el Señor lo permite. Pero estaré en Éfeso hasta Pentecostés. 1 Corintios 16.7–8 Pablo está en Éfeso, la capital de Asia, pero se propone viajar por Macedonia hasta Corinto y entonces tiene la esperanza de llevar una ofrenda de dinero a Jerusalén. Esta travesía se extiende por lo menos veinte mil kilómetros, si medimos en línea recta, y considerablemente más si se hace por barco. Observe que el apóstol hizo sus planes de dos maneras complementarias. Por un lado, todos sus planes estaban sujetos a la voluntad y el propósito de Dios. La cláusula condicional ‘si el Señor lo permite’ no era como el agregado ficticio de la fórmula ‘si Dios quiere’ sino el sincero sometimiento de sus planes a Cristo. Por otro lado, Pablo usaba el sentido común y tomaba en cuenta todas las circunstancias relevantes. Por ejemplo, quería ir a Jerusalén debido a la importancia simbólica de la ofrenda que llevaría consigo. Camino a Jerusalén se proponía pasar el invierno en Corinto, procurando en ese lapso pacificar a la iglesia dividida, y a la vez esperar que hubieran pasado ya las tormentas de invierno y pudieran navegar de manera segura. Camino a Corinto su plan era pasar por Macedonia, visitando allí a Filipos, Tesalónica y Berea. Antes quería quedarse en Éfeso hasta Pentecostés (celebrado alrededor de junio), en parte porque se había abierto allí una ‘puerta grande y eficaz’ (v. 9) en el salón de Tirano, y en parte porque estaba enfrentando mucha oposición. Cada etapa de su viaje tenía un propósito. Pasaría la primavera en Éfeso, el verano en Macedonia, el otoño y el invierno en Corinto, y navegarían hacia Jerusalén en la primavera siguiente. Es impresionante que Pablo organizara sus planes de viaje con una juiciosa combinación de la guía divina y el sentido común. La lección que aprendemos en 1 Corintios 16 es que toda la vida pertenece a Dios, y que nada queda afuera de su esfera de interés. La dicotomía entre lo sagrado y lo secular ha sido una tendencia desastrosa a lo largo de la historia de la Iglesia, pero el apóstol Pablo no era culpable de ese divorcio. En 1 Corintios 15 presentó la sublime verdad de la resurrección, y en el capítulo 16 se ocupó de cuestiones de la vida cotidiana. Vivía en ambos mundos a la vez. Para continuar leyendo: 1 Corintios 16.1–9

Julio 6 Las dimensiones sobrenaturales del evangelismo Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. 2 Corintios 4.6 Los capítulos 3 y 4 de 2 Corintios contienen un pasaje clásico sobre el ministerio pastoral. Allí Pablo presenta las dimensiones sobrenaturales del evangelismo. ‘El dios de este siglo [el diablo]’, nos dice, ha cegado los ojos de los incrédulos (v. 4). Ante esa ceguera, somos impotentes. No somos nosotros los que abrimos los ojos de los ciegos. Hay un velo grueso que les cubre la mente de manera que no puedan ver resplandecer la luz del evangelio de Cristo. Solo el Dios Creador puede abrir los ojos que el diablo ha cegado. Por eso Pablo nos retrotrae a los comienzos del Génesis y nos recuerda que en aquella primitiva oscuridad se oyó la voz del Señor, ordenando que ‘resplandeciese la luz’. Así como en la creación Dios dijo ‘Sea la luz’, así también en la nueva creación la luz de Dios ha iluminado nuestro corazón. La regeneración es un acto divino creador tal como lo fue el original fíat creador del Señor. Vemos aquí, entonces, a dos así llamadas deidades enredadas en una lucha entre la vida y la muerte: por un lado ‘el dios de este siglo’ (v. 4), y por el otro ‘el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo’ (1.3). Además, queda evidente la acción característica de cada uno de ellos. El diablo ciega la mente de los incrédulos, pero Dios ilumina el corazón en tinieblas (v. 6). En este conflicto sobrenatural nos preguntamos si hay algo que podamos contribuir. Si el diablo enceguece y Dios ilumina, ¿no sería prudente retirarnos del campo de batalla y dejar que ellos resuelvan esta lucha? Esta es, en efecto, la conclusión a la que llegan algunos cristianos. Pero no es la conclusión de Pablo. Consideremos el versículo 5, que omití intencionalmente hasta aquí. Si ponemos juntos los tres versículos, descubrimos que el diablo enceguece (v. 4), Dios ilumina (v. 6), y nosotros predicamos a Jesucristo como Señor (v. 5). Es decir que el evangelismo (la proclamación del evangelio de Cristo), lejos de ser una empresa superficial, es en realidad indispensable. Si la luz mediante la cual el Señor rescata a las personas de la oscuridad es el mensaje del evangelio, ¡será mejor que lo prediquemos! La prédica fiel del evangelio es el recurso designado por Dios mediante el cual el príncipe de las tinieblas es vencido y la luz de Dios resplandece en el corazón de los seres humanos. Para continuar leyendo: 2 Corintios 4.1-6

Julio 7 Buenas Noticias de reconciliación Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación. 2 Corintios 5.18 De los cuatro modelos o metáforas principales que encontramos en el Nuevo Testamento sobre la expiación (propiciación, redención, justificación y reconciliación), la reconciliación es sin duda la más popular debido a que es la más personal. Y de los cuatro pasajes principales en los que el Nuevo Testamento habla sobre la reconciliación, uno de ellos es el de 2 Corintios 5, y es el más pleno y el más asombroso. Allí presenta a tres actores en el drama. En primer lugar, Dios es el autor de la reconciliación. ‘Todo esto proviene de Dios’ (v. 18). Hay ocho verbos centrales en este párrafo, todos los cuales tienen a Dios como sujeto. Toda la iniciativa es de él. No es bíblica ninguna presentación de la expiación que retire la iniciativa de Dios y se la confiera a Cristo o a nosotros. En segundo lugar, Cristo es el agente de la reconciliación. ‘Dios es el autor, Cristo es el agente’, sería una síntesis satisfactoria. Tanto el versículo 18 como el 19 hablan de que Dios nos reconcilia en o por medio de Cristo. Como lo expresó P. T. Forsyth: “‘Dios estaba en Cristo reconciliando’, llevando a cabo la reconciliación, completando la obra. No se trataba de un ensayo preliminar y tentativo. ... La reconciliación se completó en la muerte de Cristo’”. ¿Cómo ocurrió esto? En sentido negativo, el Señor se negó a contar nuestras faltas en contra de nosotros (v. 19); en sentido positivo, hizo pecado al que no tenía pecado, a Cristo (v. 21), a fin de que en él pudiéramos llegar a ser justicia de Dios. Como lo dijo Richard Hooker: ‘Que se considere locura, frenesí, o lo que fuera. Es nuestra sabiduría y nuestro consuelo; no queremos en el mundo más conocimiento que este, que el ser humano pecó y Dios sufrió: que Dios se hizo a sí mismo pecado de los hombres y que los hombres son hechos justicia de Dios’. En tercer lugar, somos embajadores de la reconciliación. Tanto el ministerio como el mensaje de la reconciliación nos han sido ahora confiados. En consecuencia, cuando imploramos a la gente que se reconcilie con Dios, es él mismo quien está haciendo este llamado por medio de nosotros. Nuestra tarea es primero exponer lo que el Señor hizo en la cruz y entonces presentar la invitación. Es una buena regla que no debe haber un llamado sin exposición, y tampoco una exposición sin llamado. Para continuar leyendo: 2 Corintios 5.11-21

Julio 8 La gracia y la entrega Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. 2 Corintios 8.9 Gracia es sinónimo de generosidad, y el Señor Jesucristo nos ha dado un ejemplo superlativo de ello en su nacimiento y en su muerte. Consideremos estas cuatro escenas. Primero, era rico, existía eternamente en sus riquezas celestiales, compartía la naturaleza del Padre y su gobierno sobre el universo creado, y era inmune al pecado, al sufrimiento y a la muerte. Segundo, se hizo pobre. No solo ‘se despojó a sí mismo’ y ‘se humilló a sí mismo’ (Filipenses 2.7-8), sino que ‘hasta podríamos decir que se hizo mendigo’ (Handley Moule). Dejó a un lado su esplendor real y se hizo siervo. Fue obediente hasta la cruz, y aun hasta la muerte de cruz. Tercero, lo hizo por pobres pecadores como nosotros, como es evidente en que perdimos el paraíso y perdimos la comunión con Dios. Y cuarto, fue para hacernos ricos, para enriquecernos con ‘las inescrutables riquezas de Cristo’ (Efesios 3.8), es decir, con la plenitud de la salvación. Así, el Cristo rico se hizo pobre para que nosotros en nuestra pobreza fuésemos enriquecidos con sus riquezas. Cristo se empobreció a fin de enriquecernos a nosotros. Esta es una hermosa declaración del evangelio. Pero lo más asombroso de este texto es su contexto. Está implantado en 2 Corintios 8-9, donde Pablo está persuadiendo a las iglesias griegas a dar su ofrenda para ayudar a la iglesia pobre en Judea. Aunque hace uso de una variedad de argumentos en estos dos capítulos, su carta triunfal es la cruz de Cristo. Fue porque él se dio a sí mismo a lo sumo que nosotros debemos aprender a dar. La ofrenda cristiana auténtica es espontánea, sacrificada y simbólica. Esto último era especialmente importante para el apóstol. La ofrenda que estaba organizando no era una mera transferencia de fondos de Grecia a Judea, de los ricos hacia los pobres, sino un obsequio de las iglesias gentiles a la iglesia judía. Pablo veía en esto una maravillosa oportunidad de promover la solidaridad judío-gentil en el cuerpo de Cristo. También nuestras ofrendas simbolizan nuestro sostén a las causas a las cuales ofrendamos. Si bien enfocan problemas concretos en Corinto en el siglo i, la enseñanza en estas cartas de Pablo es notablemente relevante a las necesidades de la Iglesia en muchas culturas contemporáneas. Para continuar leyendo: 2 Corintios 8.1-9

Julio 9 Tres cartas desde la prisión Vivir una vida que honre al evangelio Sólo os pido que vuestra conducta sea digna del mensaje evangélico de Cristo. Filipenses 1.27, blp En Roma, Pablo quedó bajo arresto domiciliario unos dos años (60–62 d. C.), esposado a un soldado romano. ‘Preso en el Señor’ (Efesios 4.1) y ‘preso por causa de Cristo’ (Filipenses 1.13, rvr95), ¿será esta una ocasión para meditar y escribir? Cada carta desde la prisión (Filemón sería una cuarta) revela una sublime cristología. En Filipenses, Jesús desciende a los abismos y es exaltado a lo más alto. En Efesios todo es puesto bajo sus pies, y en Colosenses, Cristo es la cabeza suprema de ambas creaciones, el universo y la Iglesia. El apóstol sabe que podría estar cerca de la muerte. Pero ‘pase lo que pase’, viva o muera, su principal interés no está en sí mismo sino en el evangelio y en lo que le ocurrirá cuando él ya no esté. Por eso hace cinco elocuentes llamados a los filipenses (vv. 27–30). Primero, el llamado a vivir una vida digna del evangelio. Nuestra conducta debe armonizar con nuestro llamado. No debe haber dicotomía entre lo que decimos y lo que somos, sino una consistencia esencial. Segundo, nos llama a estar firmes en el evangelio. La estabilidad es importante en cualquier esfera: un gobierno estable, una economía estable, un edificio estable. Hoy vemos escasa estabilidad en doctrina y en ética. Tercero, el llamado a contender por la fe en el evangelio. Describe una combinación entre evangelismo y apologética, no solo la proclamación del evangelio sino también su defensa y la argumentación de su verdad. Cuarto, debemos trabajar juntos por el evangelio. Este es el llamado a la unidad, que tanto se enfatiza en Filipenses. Pablo urge a los cristianos en Filipos a estar ‘firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánimes por la fe del evangelio’ (v. 27). Por supuesto, el apóstol no está propugnando la unidad a cualquier precio, negociando las verdades fundamentales, sino el estar unidos en lo esencial del evangelio. Quinto, un llamado a sufrir por el evangelio. ‘Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él’ (v. 29). Es mpresionante que la fe y el sufrimiento sean privilegios cristianos paralelos que Dios da a su pueblo. Los filipenses habían visto a Pablo sufrir persecución física cuando estaba en su ciudad, y ellos también habrían de sufrir. Porque, como escribió Dietrich Bonhoeffer, ‘el sufrimiento es la insignia del auténtico cristiano’. Para continuar leyendo: Filipenses 1.27–30

Julio 10 El cristianismo es Cristo Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. Filipenses 3.7-8 Es llamativo ver cuánta gente piensa que la esencia del cristianismo radica en creer el credo, o en vivir una vida recta o en asistir a la iglesia, todo lo cual es importante pero no constituye lo central respecto a Cristo. Necesitan leer la Carta de Pablo a los Filipenses y tomar nota especialmente del versículo 1.21: ‘Porque para mí el vivir es Cristo’. El apóstol expande este concepto en el capítulo 3. Hace una especie de balance de ganancias y pérdidas. En una columna del libro mayor anota todo aquello que se considera provechoso: ascendencia, parentesco, educación, cultura hebrea, celo religioso y rectitud legalista. En la otra columna anota una sola palabra: Cristo. Luego hace un cálculo cuidadoso y concluye: ‘aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor’ (v. 8). ‘Conocimiento de Cristo’ es la declaración de un vínculo personal con Cristo, y aparece repetidamente en el Nuevo Testamento. Luego el apóstol continúa: ‘por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo’ (v. 8), comparando a Cristo con un tesoro que podemos conseguir. Pablo también escribe de ser ‘hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe’ (v. 9). Esta es una afirmación compacta que necesitamos desglosar. El Señor es justo. Es lógico, por lo tanto, que si hemos de entrar en su presencia, nosotros también debemos ser justos. Hay solo dos maneras de lograr esto. Una es declarar nuestra propia justicia mediante la obediencia a la ley, lo cual es imposible. La otra es recibir la justicia como un regalo de Cristo (quien murió por nosotros), si confiamos en él. Es decir que en cuanto a ser salvos, lo somos aquellos que nos gloriamos en Cristo y no ponemos la confianza en nosotros mismos. El cristianismo es Cristo: conocerlo, ganarlo, confiar en él. Para continuar leyendo: Filipenses 3.3-11

Julio 11 Conocer el poder de Dios Que llene de luz los ojos de vuestro corazón para que conozcáis … qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su fuerza poderosa. Es el poder que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo triunfante de la muerte. Efesios 1.18–20, blp Efesios 1 se divide en dos partes. En la primera, Pablo bendice a Dios porque nos bendice en Cristo. En la segunda, pide que el Señor abra nuestros ojos para que veamos la plenitud de esta bendición. Es importante mantener justas la alabanza y la petición. Algunos cristianos reducen sus plegarias a la petición de nuevas bendiciones, y pasan por alto las que ya han recibido. Otros enfatizan que todas las bendiciones espirituales ya les pertenecen en Cristo, y no tienen apetito por más. Cualquiera de estas posiciones queda desequilibrada. La petición de Pablo consiste esencialmente en que los efesios conozcan (tanto en el sentido de entender como de experimentar) la esperanza del llamamiento de Dios, la gloria de su herencia, y mientras tanto la grandeza de su poder. El apóstol se concentra en el poder de Dios. Está tan seguro de que su poder es suficiente que acumula las palabras y escribe con energía sobre el poder de su fuerza. ¿Cómo podían conocerla? Porque el Señor la ha demostrado públicamente en la resurrección, la exaltación y la coronación de Cristo. Este grandioso poder, que Dios ejerció en Cristo, está ahora a nuestra disposición. Todo el énfasis de la oración de Pablo está en que sus lectores puedan alcanzar un pleno conocimiento del llamado de Dios, de su herencia y de su poder; especialmente de esto último. Pero ¿cómo esperaba que fuera respondida su oración? Primero, por la iluminación del Espíritu Santo, que es ‘espíritu de sabiduría y de revelación’ (v. 17) de nuestro conocimiento de Cristo. Y segundo, por nuestra reflexión sobre la revelación objetiva del poder de Dios en la resurrección y exaltación de Jesús. Una vez más, observamos la saludable combinación que el apóstol hace entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la revelación y la iluminación, entre la historia y la experiencia, entre Cristo y el Espíritu Santo. Para continuar leyendo: Efesios 1.15–23

Julio 12 La nueva sociedad de Dios Para crear [Dios] en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz. Efesios 2.15 Nadie puede completar el estudio de Efesios y terminar con un evangelio de carácter individual. Efesios podría ser llamada la epístola ‘del evangelio de la iglesia’. La carta expone el propósito de Dios de crear por medio de Jesucristo una nueva humanidad. Sin embargo, en Efesios 2 Pablo describe en primer lugar el mundo gentil y su doble alienación: de Dios (‘muertos en vuestros delitos y pecados’ [v. 1]) y del pueblo de Israel que pertenece a Dios (‘alejados de la ciudadanía de Israel’ [v. 12]). En la segunda mitad del capítulo 2, el apóstol se concentra en el destino de los gentiles. A nosotros nos resulta casi imposible entender, mucho menos captar, el sentimiento de desprecio que los judíos tenían hacia los gentiles. Los llamaban ‘perros’; los consideraban ‘lejos’, alienados tanto de Dios como del pueblo de Dios. El símbolo permanente de esta doble alienación era la referencia a la ‘pared intermedia de separación’ (v. 14) o ‘muro de odio que los separaba’ (blp). Se trataba de una notable característica del magnífico templo construido en Jerusalén por Herodes el Grande. El templo estaba rodeado por tres atrios internos reservados a los sacerdotes y a los miembros laicos del pueblo de Israel. Por fuera de estos atrios, y en un nivel inferior, estaba el atrio exterior o atrio de los gentiles. Entre los atrios internos y el externo había una pared divisoria, una barricada de piedra de un metro y medio de altura. Los gentiles podían levantar la mirada y ver el templo, pero no podían entrar en él. Se hacían periódicas advertencias desde el muro prohibiéndoles la entrada bajo pena de muerte. El tema grandioso de Efesios 2 es que, mediante su cruz, Jesucristo abolió la pared divisoria (aunque no fue físicamente destruida hasta cuarenta años después), y creó una nueva e indivisa humanidad, cuya característica ya no es la alienación sino la reconciliación, ya no la división y la hostilidad sino la unidad y la paz. Esta es una visión maravillosa. Pero la realidad contemporánea nos muestra una historia diferente, concretamente la existencia de barreras de raza, de etnias, de nacionalidad, de tribu, de género. ¿Cómo podemos atrevernos siquiera a levantar muros divisorios en la única comunidad donde Cristo las ha destruido? Para continuar leyendo: Efesios 2.11–22

Julio 13 Una reflexión sobre el matrimonio Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor … Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia. Efesios 5.22, 25 El apóstol Pablo es considerado con frecuencia como un incorregible misógino. Pero los que así piensan no han considerado las implicancias de Efesios 5.21-33. Aquí hay, con siglos de anticipación, una enseñanza sublime que merece ser difundida. Consideremos cinco aspectos de esta instrucción. En primer lugar, el requerimiento de que la esposa se sujete a su esposo es un ejemplo de la obligación general de los cristianos. Vemos que el mandato ‘casadas estén sujetas’ (v. 22) está inmediatamente después del requerimiento general ‘someteos unos a otros’ (v. 21). Si la desposada debe sujetarse al esposo, también es deber de él, como miembro de la nueva sociedad de Dios, sujetarse a ella. La sujeción no es unilateral. Es una obligación cristiana universal, ejemplificada por el propio Señor Jesucristo. En segundo lugar, la esposa debe sujetarse a un esposo amoroso, no a un ogro. La instrucción del apóstol no es: ‘Esposas, sométanse; esposos, manden’. Lo que dice el apóstol es: ‘las casadas estén sujetas … Maridos, amad’. Hay una enorme diferencia entre un marido amante y un tirano. En tercer lugar, los esposos deben amar como Cristo (repite tres veces). La sujeción puede parecer difícil, pero amar es aun más difícil. El pináculo de este requerimiento se alcanza en el versículo 25, donde a los esposos se les dice que amen a su esposa ‘como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella’. No podemos concebir una pauta más noble que el amor del calvario. En cuarto lugar, el amor del esposo, como el de Cristo, se sacrifica en servicio. Es decir, el amor y el sacrificio de sí mismo que hizo Cristo por la Iglesia tienen un propósito y un sentido positivo, concretamente liberarla de sus defectos a fin de exhibirla en toda su gloria. De manera similar, la conducción del marido no tiene como objetivo oprimir a su esposa sino más bien liberarla para que alcance toda su femineidad. En quinto lugar, la sujeción es otro aspecto del amor. Si bien sujetarse y amar son dos verbos diferentes, es difícil distinguir entre ellos. ¿Qué es sujetarse? Es entregarse uno mismo a alguien. ¿Qué es amar? Es entregarse uno mismo a alguien. La entrega generosa y voluntaria tanto del esposo como de la esposa es el fundamento de un matrimonio que crece y perdura. Para continuar leyendo: Efesios 5.21-33

Julio 14 La meta de la madurez [Cristo] A quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre. Colosenses 1.28 Tendemos a pensar en Pablo como en un misionero pionero, que ganaba conversos, plantaba iglesias, y continuaba viaje. Pero la meta de su ministerio, nos dice él mismo, era avanzar desde la conversión hacia el discipulado, concretamente ‘presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre’, y guiarnos a disfrutar de la relación con el Cristo a quien adoramos y amamos, en quien confiamos y a quien obedecemos. ¿Cómo maduran los cristianos? El texto que consideramos hoy nos da una respuesta clara. Maduramos mediante la proclamación de Cristo. Si la madurez cristiana consiste en la madurez de nuestra relación con Cristo, entonces significa que cuanto más clara sea nuestra visión de él, estaremos más convencidos de que él merece nuestra consagración. Como dijo el doctor J. I.Packer en su clásico libro El conocimiento del Dios Santo, ‘somos cristianos pigmeos porque tenemos un Dios pigmeo’, y por cierto, un ‘Cristo pigmeo’. La verdad es que hay muchos ‘Jesús’ en oferta en los supermercados religiosos del mundo, caricaturas del Jesús auténtico. Está el Jesús ascético, el Jesús payaso de Godspell, el Jesucristo Superstar, el Jesucristo capitalista y el Jesús socialista, el Jesús fundador de la empresa moderna, y el Jesús de la guerrilla urbana. Todas estas imágenes son defectuosas; ninguna de ellas podría ganar nuestra lealtad incondicional. Lo que necesitamos es ver a Jesús tal como lo presenta Pablo en los versículos 15–21. Este es uno de los pasajes cristológicos más sublimes del Nuevo Testamento. Describe a Jesús como la imagen visible del Dios invisible, el agente y el heredero de la creación. También es el primogénito de los muertos, para que en todo pueda tener la preeminencia. Es más, toda la plenitud de la deidad habita en Cristo, y Dios ha reconciliado consigo todas las cosas por medio de él. En consecuencia, Jesucristo tiene una doble supremacía: como cabeza del universo y como cabeza de la Iglesia. Él es el Señor de las dos creaciones. Cuando lo reconocemos de esta manera, no podemos menos que postrarnos sobre nuestro rostro delante de su presencia. ¡Fuera esos ‘Jesús’ insignificantes, enclenques, pigmeos! Si pensamos así de Cristo, no es extraño que persista la inmadurez. Si tan solo pudiera ser quitado el velo de nuestros ojos, para que viéramos a Jesús en la plenitud de su naturaleza divina y humana, y en su obra de redención... entonces le daríamos el honor que corresponde a su nombre y creceríamos hacia una relación madura con él. Para continuar leyendo: Colosenses 1.15–29

Julio 15 Estamos unidos con Cristo Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Colosenses 3.1 Colosenses 3 es un pasaje clásico para la Pascua de Resurrección. Ilustra la unión vital entre la teología y la ética, y en particular muestra que necesitamos saber quiénes somos antes de que podamos ser aquello que somos. La exhortación de Pablo sobre el comportamiento cristiano está basada en su exposición sobre la identidad cristiana. El consejo es ‘buscad las cosas de arriba’, y el fundamento es que hemos muerto y resucitado con Cristo. ¿Quiénes somos? El apóstol se refiere en forma sucesiva a los cuatro acontecimientos principales en la obra salvadora de Jesús, concretamente su muerte, su resurrección, su exaltación y la Parusía. Al mismo tiempo, escribe acerca de estos acontecimientos como algo que le sucede no solo a Cristo sino que los comparte con nosotros. Cuatro veces Pablo usa la palabra griega sun, que significa ‘conjuntamente con’. Usted ha muerto con Cristo (2.20), ha sido resucitado con Cristo (3.1), su vida está escondida con Cristo (3.3), y usted aparecerá con Cristo (3.4). Estas declaraciones extraordinarias no son una fantasía; nos dice lo que nos ocurre como resultado de estar unidos a él mediante la fe en nuestro interior y el bautismo como una expresión externa. Seguimos siendo la misma persona en cuanto a nuestro rostro, nombre, documento, nacionalidad y aspecto personal. Pero somos personas nuevas, que disfrutamos de una vida escondida con Cristo. Más aun, Cristo es nuestra vida (3.4). Pasamos ahora de la exposición de Pablo sobre lo que somos por ser cristianos a la exhortación sobre cómo debemos conducirnos. ‘Buscad las cosas de arriba’, escribe (v. 1). Y repite: ‘poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra’ (v. 2). Por ‘cosas … de la tierra’ Pablo no se refería a que descuidáramos nuestras responsabilidades terrenales en la casa y en el trabajo, en la iglesia y en la comunidad. El apóstol avanza exponiendo las obligaciones de esposos y esposas, hijos y padres, siervos y amos. La idea de las cosas terrenales se repite en el versículo 5, donde se aplica a la avaricia, la inmoralidad, la calumnia, la ira, la malicia y otros pecados. Todas estas son conductas que debemos hacer morir. Necesitamos repetirnos una y otra vez quiénes somos. Solo entonces podremos vivir en consecuencia. Para continuar leyendo: Colosenses 3.11–14

Julio 16 Las cartas pastorales La perspectiva global de la Iglesia Dios nuestro Salvador … quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. 1 Timoteo 2.3-4 Timoteo y Tito ocupaban un lugar especial en el afecto y el ministerio del apóstol Pablo. Las cartas que les escribió contienen enseñanza de inmenso valor para la iglesia local. En diez ocasiones el apóstol les dice ‘enseña y recomienda estas cosas’ (1 Timoteo 4.11, blp). En los siete primeros versículos de 1 Timoteo 2 es llamativa la cuádruple repetición (seguramente intencional) de la expresión ‘todos los hombres’, en el sentido de ‘todos’ (blp) los seres humanos. Primeramente, las oraciones de la iglesia deben ocuparse de todas las personas: no solo las personas en general sino en particular de los reyes y otros líderes de la nación que son responsables de preservar la paz. Segundo, los anhelos de Dios conciernen a todas las personas. Dios quiere que todos sean salvos (v. 4). La razón por la que a la Iglesia le conciernen todas las personas es que Dios se interesa por ellas. Más aun, la universalidad de la oferta del evangelio descansa sobre la realidad de un solo Dios: ‘Porque hay un solo Dios’ (v. 5). La base esencial de la misión mundial es el monoteísmo. Tercero, la muerte de Cristo concierne a todas las personas: ‘Porque hay … un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos’ (vv. 5–6). No es suficiente afirmar que hay un solo Dios; debemos agregar que hay un solo Mediador, un solo Salvador. El Hijo de Dios primero vino como ‘Jesucristo hombre’, al nacer, y se dio a sí mismo en la muerte como rescate por nosotros. Es importante mantener vinculados estos tres sustantivos: hombre, rescate, y mediador; hacen referencia al nacimiento, a la muerte y a la resurrección. Debido a que en ninguna otra persona se hizo hombre Dios para convertirse en nuestro rescate, significa que no hay otro mediador. Nadie más reúne estas calificaciones. Cuarto, la proclamación del apóstol concernía a todas las personas, ya que había sido designado apóstol, heraldo y maestro a los gentiles (es decir, a todas las naciones). Aunque hoy no hay apóstoles comparables a Pablo, hay una urgente necesidad de contar con más heraldos y maestros del evangelio. La Iglesia debe orar por todos (v. 1) y predicar a todos (v. 7). ¿Por qué? ‘¡Imiten a Dios!’, dijo Crisóstomo en el siglo iv. La razón por la cual la Iglesia debe orientarse a todas las personas es que el anhelo del Señor y la muerte de Cristo conciernen a todas las personas. Cada congregación local debe mantener una perspectiva global. Para continuar leyendo: 1 Timoteo 2.1-7

Julio 17 Consejos a un líder joven Enseña y recomienda estas cosas. Que nadie te haga de menos por ser joven. 1 Timoteo 4.11–12, blp Admito que Timoteo me resulta una persona muy agradable. Se asemeja a nosotros en nuestra fragilidad humana. Estaba lejos de ser un santo de cristal; no le hubiera cabido una aureola en la cabeza. Todo lo contrario, era un ser humano genuino, con toda la vulnerabilidad que eso implica. En primer lugar, era comparativamente joven y poco experimentado. En segundo lugar, en cuanto a su temperamento era alguien poco seguro de sí mismo, de modo que Pablo tuvo que pedirle a los corintios que lo hicieran sentir a gusto cuando los visitara. En tercer lugar, tenía problemas de salud. Tenía un problema gástrico recurrente, por lo que el apóstol le recomendó tomar una pequeña dosis medicinal de vino. Este es Timoteo, entonces: joven, tímido, y frágil. El peligro era que estas características socavaran su labor ministerial. Es el problema habitual para los jóvenes. ¿Cuál es el remedio? La respuesta del apóstol, como la escribió J. B. Phillips, fue: ‘No dejes que la gente te rebaje porque eres joven; procura que eleve la mirada hacia ti porque ...’, y desarrolla seis razones por las que deberían hacerlo. (1) Timoteo debía dar el ejemplo (v. 12). La gente no despreciaría su juventud en tanto admirara su vida y su carácter. (2) Timoteo debía consagrarse a la lectura pública de las Escrituras, derivando de ella su enseñanza, y demostrando de esa manera dónde residía su autoridad (v. 13). (3) Timoteo no debía descuidar el don que se le había dado en su ordenación (v. 14). La gente no desprecia los dones de Dios. (4) Timoteo debía ser diligente y entusiasta a fin de que todos pudieran ver su progreso (v. 15). (5) Timoteo debía ser responsable en su vida y en su enseñanza, asegurándose de que fueran consistentes (v. 16). (6) Timoteo debía ser sensible en sus relaciones, y tratar a las personas de manera apropiada a su género y a su edad. Debía tratar a los mayores con respeto, a los de su edad con igualdad, al sexo opuesto con pureza, y a todos con el afecto que une a la familia de la iglesia (5.1-2). Podríamos expresar estas recomendaciones como órdenes: ¡Cuida tu ejemplo! ¡Identifica tu autoridad! ¡Practica tu don! ¡Muestra tu progreso! ¡Observa tu coherencia! ¡Cuida tus relaciones! Si los líderes jóvenes siguen estas instrucciones, otras personas se sentirán gustosas y agradecidas de recibir su ministerio. Para continuar leyendo: 1 Timoteo 4.11-5.2

Julio 18 Encargo a un hombre de Dios Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado. 1 Timoteo 6.11-12 Pablo comienza su encargo a Timoteo con las palabras ‘Mas tú’. Lo llama a no dejarse llevar en la corriente sino a diferenciarse de la cultura que lo rodeaba. Timoteo era un hombre de Dios que debía tomar sus valores y estándares del Señor, no del mundo. Pablo le hace una triple apelación. Primero, la apelación ética. ‘Huye de estas cosas’ y ‘sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre’. Los seres humanos somos grandes corredores. Huimos de lo que nos amenaza, y corremos hacia todo lo que nos atrae. ¿Qué tal huir del mal, y correr en cambio hacia lo que es íntegro? La búsqueda de la santidad no es algo pasivo, y no hay técnica ni receta. Lo que hay que hacer es ir tras ella. Segundo, la apelación doctrinal. Timoteo debía pelear ‘la buena batalla de la fe’. Todo lo contrario de la moda posmoderna de que la verdad es puramente subjetiva y que cada persona tiene su propia verdad, Pablo se refiere una y otra vez a lo que él llama ‘la fe’, ‘la verdad’, ‘la enseñanza’ y ‘el depósito’: un cuerpo doctrinal por el que Timoteo debía luchar, es decir, guardar y defender. Luchar no es una tarea agradable, pero no podemos evitarla, porque es la ‘buena batalla’ para la gloria de Dios y el bienestar de la Iglesia. Tercero, la apelación a la experiencia. ‘Echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado’. Podría parecer extraño que un líder cristiano con la madurez de Timoteo necesitara este consejo. ¿No había sido cristiano ya durante muchos años? Sí. ¿No había recibido la vida eterna? Sí. ¿Por qué, entonces, le decía Pablo que debía ‘echar mano’ (aferrarse, ntv) a algo que ya tenía? La respuesta es que es posible poseer algo pero no disfrutarlo en plenitud. Podemos ver el equilibrio del apóstol en su triple apelación, porque incluye ética, doctrina y experiencia. Algunos cristianos luchan la buena batalla de la fe pero no buscan la integridad. Otros son buenos y amables pero no muestran el mismo interés por la verdad. Y hay quienes descuidan tanto la doctrina como la ética en su búsqueda de la experiencia religiosa. ¡Que Dios nos dé más ‘Timoteos’ en el siglo xxi, que vayan tras las tres metas en forma armoniosa! Para continuar leyendo: 1 Timoteo 6.11-16

Julio 19 Requisitos para el presbiterio Por esta causa te dejé en Creta, para que … establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé. Tito 1.5 Pablo explica que había dejado a Tito en Creta porque había allí cuestiones pendientes, entre ellas elegir y ordenar pastores (presbíteros y obispos) en cada ciudad (Tito en Creta, Timoteo en Éfeso). El apóstol indica los requisitos esenciales que deben tener los candidatos. Entre estos, el de ser ‘irreprensible’ (vv. 6-7). No ‘inmaculado’, porque entonces ningún descendiente de Adán podría ser elegido jamás. La palabra griega no significa ‘sin mancha’ sino ‘sin culpabilidad’, es decir, con una reputación impecable. La tarea pastoral es una función pública, y los candidatos deben tener un historial público. Por eso se requieren referencias y testimonios. Pablo especifica tres esferas en las cuales los candidatos deben tener una reputación sin mancha. En primer lugar, los ancianos deben ser irreprensibles en su vida familiar (v. 6). La frase ‘Marido de una sola mujer’ ha sido interpretada de diversas maneras, pero probablemente lo más apropiado es una interpretación amplia en el sentido de una moral sexual sin reproche. Los hijos deben ser creyentes y tener buena conducta. La lógica nítida es que los candidatos no podrían ocuparse de la familia de Dios si fallaran en ocuparse de la propia. En segundo lugar, los ancianos deben ser irreprensibles en carácter y en comportamiento (vv. 7-8). Pablo utiliza once términos—cinco de ellos negativos (por ejemplo: no soberbio, no dado al vino, no codicioso de ganancias deshonestas) y seis positivos (por ejemplo: hospedador, justo, santo). El concepto directriz del pasaje es que el anciano debe ser ‘dueño de sí’ (v. 8). Por lo tanto, los candidatos deben dar evidencia visible en su comportamiento de que han sido regenerados por el Espíritu Santo, que su nuevo nacimiento los ha conducido a una nueva vida, y que ha comenzado a madurar en ellos el fruto del Espíritu con sus nueve manifestaciones (siendo el dominio de sí mismo la novena de las manifestaciones). En tercer lugar, los ancianos deben ser irreprensibles en su ortodoxia doctrinal (v. 9). El anciano debe ser ‘retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada’ (v. 9), literalmente, conforme a la enseñanza de los apóstoles. Solo entonces serán capaces de realizar sus dos ministerios complementarios, concretamente enseñar la verdad y refutar a quienes se opongan a ella. Pablo recomienda que cuando abunden los falsos maestros (vv. 10-16), debemos multiplicar el número de los maestros coherentes: ‘Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros’ (2 Timoteo 2.2). Para continuar leyendo: Tito 1.1-11

Julio 20 Las dos epifanías de Cristo Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres … aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Tito 2.11, 13 La primera y segunda venida de Cristo son llamadas aquí ‘epifanías’. Epiphaneia es la manifestación visible de algo hasta el momento invisible. En el griego clásico se aplicaba a la salida del sol. Aparece en Hechos 27, cuando el barco en el que Pablo era llevado a Roma fue golpeado por una terrible tempestad desde el noreste y el cielo estaba tan cubierto que durante muchos días no hubo epifanía del sol ni de las estrellas. Aparte de esa vez, la palabra epiphaneia aparece diez veces en el Nuevo Testamento: cuatro veces en referencia a la primera venida de Cristo y seis veces en referencia a su segunda venida. Primero, hubo epifanía de la gracia, dice Pablo, es decir, del favor inmerecido que Dios nos manifestó en Jesucristo. Por supuesto, la gracia no comenzó a existir con él, pero apareció visiblemente en él. Pablo ahora personifica la gracia, al decir que nos enseña o nos entrena para que sepamos decir que no a la autoindulgencia y decir que sí al autodominio. Segundo, habrá una epifanía de la gloria. Esta es nuestra ‘esperanza bienaventurada’, declara Pablo, es decir que aquel que apareció brevemente en la historia, reaparecerá un día futuro. Apareció en gracia; reaparecerá en gloria. Será ‘la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo’. Se ha mantenido un prolongado y acalorado debate respecto a si será la epifanía de dos personas (nuestro gran Dios Padre, y Jesucristo), o de una sola cuyo título completo es ‘nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo’. Debido a que, en el Nuevo Testamento, todas las otras menciones a epifanía se refieren a Cristo, podemos presuponer que esta también lo hace, en cuyo caso esta se trataría de la afirmación más contundente y sin ambigüedad que encontramos en el Nuevo Testamento sobre la deidad de Jesús. En un solo breve párrafo, Pablo unió los dos extremos de la era cristiana. En este punto los críticos del cristianismo están preparados para explotar. ‘¡Ustedes los cristianos son irremediablemente poco prácticos! Lo único que hacen es preocuparse del pasado distante y del futuro remoto. ¿No pueden acaso vivir en el presente?’ Sin embargo, eso es exactamente lo que Pablo nos convoca a hacer. Enumera las obligaciones de los hombres mayores, de las mujeres mayores, de las mujeres jóvenes y de los varones jóvenes, y nos llama a todos a vivir piadosamente en esta era presente. ¿Por qué? La base de la conducta cristiana radica en las dos epifanías de Cristo. Para continuar leyendo: Tito 2.1-15

Julio 21 Resistir las presiones del mundo Los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Pero persiste tú [Timoteo] en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido. 2 Timoteo 3.13-14 La segunda carta que Pablo escribió a Timoteo fue su última epístola, escrita poco antes de su martirio. Su principal preocupación sigue siendo qué le ocurrirá al evangelio cuando ya no esté presente para guiar y enseñar a la Iglesia. En 2 Timoteo 3.1-5 Pablo advierte a Timoteo que en los ‘postreros días’ (la era iniciada por Jesús) habría muchos ‘tiempos peligrosos’ (v. 1), y luego da un vívido bosquejo de ellos. Enumera diecinueve características, de las cuales la que más impresiona es el amor mal orientado. Habrá personas amadoras de sí mismas, del dinero o del placer, en lugar de amar a Dios y a la bondad. Más aun, la sociedad se mostrará ‘sin afecto natural’ (v. 3). Esta ausencia del amor auténtico estropeará las relaciones entre las personas. El apóstol teme que Timoteo pudiera ser arrastrado en un torrente de egocentrismo, y le urge a mantenerse firme y a resistir las presiones de la cultura prevalente. En 2 Timoteo 3.10 y 14 Pablo se dirige dos veces a Timoteo con los mismos dos monosílabos griegos su de, que significan ‘pero tú’. En nítido contraste con la cultura de su tiempo, él debe ser diferente y, si se presentara la necesidad, permanecer solo. Pablo describe la posición de Timoteo en términos de persistir en lo que él le ha comunicado en enseñanza y en el ejemplo de su manera de vivir. Lo exhorta a continuar en la misma senda: ‘persiste tú en lo que has aprendido’ (v. 14). Los versículos 10-13 describen la lealtad que Timoteo siempre mostró al apóstol, y los versículos 14-17 lo alientan a mantenerse leal en el futuro. Tiene buenas razones para hacerlo, porque sabe de quién ha estado aprendiendo (concretamente, de Pablo, cuya autoridad apostólica ha aceptado), y porque ha conocido la Sagrada Escritura desde la niñez y la ha aceptado como provechosa y como theopneustos (literalmente, ‘inspirada por Dios’). Los mismos fundamentos se mantienen hoy. El evangelio en el que creen los cristianos es el evangelio bíblico, respaldado tanto por los profetas de Dios como por los apóstoles de Cristo. Estamos agradecidos de contar con esta doble autenticación. Para continuar leyendo: 2 Timoteo 3.1-17

Julio 22 La última prisión de Pablo He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. 2 Timoteo 4.7 Pablo ya no está disfrutando la comparativa libertad y comodidad que le permitía el arresto domiciliario, en el cual lo había dejado Lucas en el relato al final de Hechos. Dos veces en esta epístola se refiere a sus cadenas, y una vez describe su situación diciendo: ‘sufro hasta encontrarme encarcelado como si fuera un malhechor’ (2.9, blp). De modo que ahora lo imaginamos languideciendo en algún calabozo subterráneo, oscuro y húmedo (según la tradición sobre la Prisión Mamertine en Roma), con apenas un agujero en el cielorraso por donde recibir luz y aire. De este atroz encarcelamiento la única salida era la muerte. Podía anticipar el brillante acero de la espada de su verdugo, porque la tradición dice que fue decapitado (como era la práctica con ciudadanos romanos) a unos cuatro kilómetros y medio de Roma, sobre la Vía Apia. En 2 Timoteo 4, donde probablemente encontramos las últimas palabras que escribió, Pablo enseña una importante lección. Nos muestra que, no importa cuán profundamente nos haya transformado Jesucristo, todavía somos seres humanos con necesidades humanas. Como escribió Handley Moule (1841–1920): ‘Ni por un instante somos desnaturalizados por efecto de la gracia’. Podemos verlo en el caso de Pablo. En primer lugar, se sentía solo. Le escribe a Timoteo: ‘Procura venir pronto a verme’ (4.9). El apóstol había puesto su amor y su esperanza en la venida de Cristo (v. 8), pero aun así anhelaba la venida de Timoteo. ‘Me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte’, escribió (1.4). Los cristianos súperespirituales quizás declaren que nunca se sienten solos, y que no tienen necesidad de amigos terrenales porque les es suficiente el compañerismo de Cristo. Pablo no hubiera estado de acuerdo con ellos. En segundo lugar, a medida que se aproximaba el invierno, necesitaba ropa de abrigo, de modo que Pablo le ruega a Timoteo que al venir le traiga la capa (4.13). Y la tercera necesidad del apóstol eran ‘los libros, mayormente los pergaminos’ (v. 13). Estas eran las necesidades conscientes de Pablo. Son también las nuestras. Cuando nuestro espíritu está solitario, necesitamos amigos. Cuando nuestro cuerpo siente frío, necesitamos abrigo. Cuando nuestra mente está aburrida, necesitamos libros. Admitirlo no es poco espiritual; es humano. Para continuar leyendo: 2 Timoteo 4.1-8

Julio 23 Carta a los Hebreos Jesús, hijo de Dios Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo. Hebreos 1.1-2 Aunque el escritor y el destinatario de la carta se desconocen, su propósito es explícito: establecer el carácter definitivo del sacerdocio, el sacrificio y el pacto de Jesucristo, y así proteger a los cristianos bajo persecución del error y de la apostasía. Los dos primeros capítulos se equilibran con belleza: el capítulo 1 ofrece un retrato de Jesucristo el Hijo de Dios, y el capítulo 2 agrega su retrato como ser humano. Hebreos 1 declara cinco importantes verdades sobre la condición única de Cristo. Jesucristo es el clímax de la revelación de Dios. El Señor se ha estado revelando a lo largo de la historia por medio de los profetas, pero en forma parcial y progresiva, mientras que su autorevelación en Cristo fue completa y final. Jesucristo es la última palabra de Dios al mundo. No podría haber una revelación más elevada o más plena que la que nos dio en la encarnación de su Hijo. En segundo lugar, Jesucristo es el Señor de la creación. Dios lo ha señalado como ‘heredero de todo’ (v. 2), ya que por medio de él hizo el universo. Él es su comienzo y su fin, su fuente y su heredero, y entretanto, es él quien ‘sustenta todas las cosas con la palabra de su poder’ (v. 3). En tercer lugar, Jesucristo es el Hijo del Padre. Él es ‘reflejo resplandeciente de la gloria del Padre’ (luz de luz, un solo ser con el Padre) e ‘imagen perfecta de su ser’ (distinto del Padre como es distinto un sello de una impresión) (v. 3, blp). En cuarto lugar, Jesucristo es el salvador de los pecadores. Una vez completa la obra de purificación de los pecados, se sentó a la derecha del Padre. En quinto lugar, Jesucristo es el objeto de adoración de los ángeles. De hecho, llegó a ser ‘hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos’ (v. 4). No cabe duda de que los ángeles son seres grandes y gloriosos, pero no se comparan con Jesucristo. El escritor cita una secuencia de textos del Antiguo Testamento que hablan de esta supremacía. Por ejemplo: ‘Adórenle todos los ángeles de Dios’ (v. 6). Concluye esta sección haciendo una solemne advertencia de que debemos mantenernos atentos al mensaje de los apóstoles, a fin de no alejarnos de su enseñanza (2.1-4). Para continuar leyendo: Hebreos 1.1-2.4

Julio 24 Jesús el ser humano Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo. Hebreos 2.14 Tan singular como es Jesucristo en su gloria divina, como vimos ayer, esta es solo la mitad de la historia. Si nos detuviéramos aquí, seríamos culpables de una grave herejía, que reconoce su deidad pero niega o pasa por alto su humanidad. Hebreos 1 enfatiza que Jesucristo es uno con el Padre (comparte su naturaleza); Hebreos 2 enfatiza que Jesucristo es uno con nosotros (comparte nuestra naturaleza). Aquel que es en todo superior a los ángeles se hizo inferior a ellos por amor a nosotros. Por cierto, es plenamente apropiado que el Hijo de Dios se hiciera hombre: ‘A fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios … perfeccionara mediante el sufrimiento al autor [pionero] de la salvación de ellos’ (v. 10, NVI). Aquí se expresan cuatro verdades importantes. Primeramente, él entró en nuestra humanidad. Tomó sobre sí ‘carne y sangre’ (v. 14). Experimentó la fragilidad y la vulnerabilidad de un ser humano. Tenía un cuerpo humano real (comía, bebía, se cansaba) y emociones humanas reales (alegría y tristeza, compasión e ira). En segundo lugar, él entró en nuestras tentaciones. ‘Él mismo padeció siendo tentado’ (v. 18). De hecho, ‘ha experimentado todas nuestras pruebas’ (4.15, blp). Por su encarnación hizo a un lado su inmunidad a la tentación y quedó expuesto a ella. Sus tentaciones fueron reales, como las nuestras, solo que él nunca sucumbió a la tentación y nunca pecó. Tercero, él entró en nuestros sufrimientos. Dios determinó que el autor de nuestra salvación se ‘perfeccionase por aflicciones’ (2.10). No es que hubiera sido imperfecto en el sentido de ser pecador, sino que su identificación con nuestra humanidad hubiera sido incompleta si no hubiera sufrido como nosotros sufrimos. Cuarto, él entró en nuestra muerte. ‘Vemos … a Jesús, coronado de gloria y de honra, a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos’ (v. 9). No es que necesitara morir, porque él no tenía pecado. Pero cargó nuestros pecados, y fue por nuestras faltas que murió. Como una consecuencia de la encarnación, Jesucristo puede representarnos ante el Padre y puede identificarse con nuestras debilidades. Para continuar leyendo: Hebreos 2.9-18

Julio 25 El sacerdocio de Jesús Por otra parte, los sacerdotes levíticos fueron muchos ya que la muerte les impedía prolongar su ministerio. Jesús, en cambio, permanece para siempre; su sacerdocio es eterno. Hebreos 7.23-24, blp Uno de los principales temas en Hebreos es el drástico contraste entre los sacerdotes levíticos del Antiguo Testamento, con todas sus imperfecciones, y la perfecta adecuación del sacerdocio de Cristo. El autor de Hebreos ve en Melquisedec (una extraña figura en el Antiguo Testamento), un anticipo del sacerdocio de Jesús. (1) Melquisedec era a la vez rey y sacerdote, como Jesús. (2) Melquisedec se mostró superior a Abraham (antepasado de Leví), ya que lo bendijo y recibió de él los diezmos. (3) Melquisedec aparece en la historia de Génesis sin parentesco ni descendencia, lo cual simboliza la condición eterna de Jesús. ¿Cuáles eran las imperfecciones del sacerdocio aarónico del Antiguo Testamento? Primero, su sacerdocio era mortal. Los sacerdotes del Antiguo Testamento no podían mantenerse para siempre en su oficio, mientras que ‘Jesús permanece para siempre’ (v. 24, blp). Y otra vez: ‘está siempre vivo para interceder por ellos’, es decir, por su pueblo (v. 25, blp). Nada interrumpe ni puede poner fin a su sacerdocio. Segundo, eran pecadores. Una de las anomalías obvias del sistema del Antiguo Testamento era que antes de estar en condiciones de ofrecer sacrificios por el pueblo, los sacerdotes debían ofrecer sacrificio por sí mismos. En cambio, Jesús no tenía pecado por el cual necesitara hacer expiación. El versículo 26 contiene una declaración extraordinaria de la condición inmaculada de Jesús: ‘Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos’. Tercero, sus sacrificios se repetían a diario. Todo lo que hacían tenía un carácter temporal, porque debían repetir continuamente los mismos sacrificios. Pero Jesús se ofreció a sí mismo como sacrificio por el pecado una vez y para siempre. Este es, entonces, el carácter de adecuación perfecta del sacerdocio de Cristo. Primero, su vida terrenal fue sin pecado. Segundo, su muerte por el pecado fue completa. Tercero, su intercesión celestial es eterna. ‘Tal sumo sacerdote nos convenía’ (v. 26). Para continuar leyendo: Hebreos 7.11-28

Julio 26 Sentado a la derecha de Dios Habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios. Hebreos 10.12 Según el credo de los apóstoles, Jesús ‘ascendió a los cielos y se sentó a la derecha de Dios’. ¿Cómo debemos entender esta ‘asamblea’ divina? Primero, Jesús está descansando. La figura está tomada de la experiencia cotidiana después de un día de trabajo en el taller o en el hogar, y entonces nos sentamos y levantamos los pies. Jesús, ‘habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados … se sentó’ (1.3). Los sacerdotes del Antiguo Testamento continuaban su ministerio días tras día, semanas tras semana, mes tras mes, mientras que Jesús terminó, habiendo ‘ofrecido … un solo sacrificio por los pecados’ (10.12). Aquellos estaban de pie cada día, porque no había asientos en el templo, mientras que Jesús, después de ofrecer su sacrificio, se sentó. La posición de pie de los sacerdotes simbolizaba que su ministerio era incompleto, en tanto que el hecho de que Jesús se sentara indicaba que su obra estaba terminada. Segundo, Jesucristo está reinando. Ha sido ascendido a la diestra de Dios, al supremo lugar de honor y poder en el universo. Desde esa posición envió al Espíritu Santo el día de Pentecostés, y envía a los suyos en misión. Ya se le ha entregado todo el poder en los cielos y en la Tierra. Sin embargo, el diablo todavía no ha reconocido su derrota. Tercero, Jesucristo está esperando ‘hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies’ (v. 13). Las palabras provienen del Salmo 110.1, que Jesús aplicó a sí mismo. Allí Yahvé le dice al Mesías: ‘Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies’. El salmo combina las dos perspectivas. Él reina mientras espera, y mientras espera, reina. Esta rica teología es la que encontramos en el hecho de la ascensión y la reunión de Jesucristo, es decir que está descansando, reinando, y esperando. Mientras descansa, mira hacia el pasado y declara que su obra expiatoria está completa. Mientras reina, supervisa el presente y envía a los suyos a la misión. Mientras espera, anticipa el futuro, cuando sus enemigos serán finalmente sometidos, y su reino alcance la plenitud. Para continuar leyendo: Hebreos 10.11-18

Julio 27 Una triple exhortación Así pues … nos ha dejado vía libre hacia el santuario … Acerquémonos, pues … Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos … y estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras. Hebreos 10.19, 22-24, blp En esta triple exhortación subyace el diseño y el ministerio del templo. El templo estaba construido en dos secciones o salas, y a la más pequeña e interna se la llamaba el Lugar Santo o el Lugar Santísimo. Allí podía verse la gloria shekinah, símbolo de la presencia de Dios. Entre las dos salas se suspendía una pesada cortina (el ‘velo’), impidiendo la entrada al Lugar Santísimo. El acceso estaba prohibido con excepción de una sola ocasión (el Día de Expiación) en que podía entrar una sola persona (el sumo sacerdote) con una condición (que llevara consigo la sangre de un sacrificio). Nuestro escritor da por sentado que sus lectores conocen esto y que han entendido su enseñanza de que estas cosas han sido cumplidas en el sumo sacerdocio y el sacrificio de Jesús. El acceso a Dios a través del velo ha quedado abierto para todos los creyentes. En primer lugar, entonces, ‘Acerquémonos, pues’ (v. 22, blp) con corazón sincero y confirmados en la fe, interiormente purificados de la conciencia culpable y nuestro cuerpo externamente limpio por el agua pura del bautismo. Este acceso continuo a Dios es un privilegio extraordinario. En segundo lugar, ‘Mantengamos fielmente la esperanza que profesamos’ (v. 23, blp). La esperanza cristiana (que es una expectativa segura) se orienta a la venida de Cristo y a la gloria que seguirá. Pero ¿cómo podemos aferrarnos a esta esperanza cuando tantas personas—aun en la Iglesia—han renunciado a mantenerla? Hay una sola respuesta: ‘fiel es el que prometió’ (v. 23). El Señor Jesús prometió que vendría en poder y gran gloria, y él cumple sus promesas. En tercer lugar, ‘estimulémonos mutuamente en la práctica del amor y de las buenas obras’ (v. 24, blp). Es evidente que el escritor consideraba que sus lectores se habían vuelto perezosos en cuanto a congregarse. La relación de unos con otros (en la que nos provocamos y nos alentamos mutuamente) depende de que nos encontremos. Esta es, entonces, la vida cristiana a la que somos convocados: acceso a Dios por medio de la fe, esperar a Cristo con esperanza, alentarnos unos a otros al amor. Esta es la conocida tríada de la fe, la esperanza y el amor. Para continuar leyendo: Hebreos 10.19-25

Julio 28 Definición e ilustración de la fe Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11.1 Todos los seres humanos enfrentamos hoy dos importantes esferas de incertidumbre. La primera de ellas es el futuro no conocido, y la segunda es el presente que no vemos. Encontramos la seguridad en el presente, no en el futuro, y en lo que se ve, no en lo que no se ve. En cuanto al futuro, nuestra formación científica nos ha instruido para ser escépticos respecto a todo lo que no se someta a la investigación empírica. Por ese motivo, ¡es asombroso ver que estas dos esferas de incertidumbre humana (el futuro y lo que no se ve) son precisamente aquellas en que la fe se especializa y florece! La función de la fe es aprehender lo que no se ve en el presente y lo que no se conoce en el futuro que todavía no ha llegado. En palabras simples, la fe es la certeza de que el futuro que esperamos llegará y que el presente es real aunque no podamos verlo. Por supuesto, los incrédulos se burlan de la fe cristiana. Según H. L. Mencken, el así llamado ‘sabio de Baltimore’: ‘La fe puede ser definida brevemente como la convicción ilógica de que ocurra lo improbable’. Son palabras ingeniosas pero equivocadas. Fe no es sinónimo de credulidad ni de superstición. No es un acto irracional ni falto de lógica. Las Escrituras nunca presentan como antagónicas a la fe y la razón. Se contrastan la fe y la vista, pero no la fe y la razón. Por el contrario, ‘En ti confiarán los que conocen tu nombre’ (Salmos 9.10). Confían porque conocen. La razonabilidad de la fe surge de la confiabilidad de su objeto, y nadie es más confiable que Dios. Todo esto queda claro en los ejemplos de Hebreos 11. En cada caso la fe es una respuesta a lo que el Señor ha dicho. Noé construyó el arca porque Dios le advirtió del diluvio. Abraham dejó su casa y su parentela porque Dios le prometió un hogar alternativo y una descendencia numerosa. En ambos casos la promesa de Dios vino primero. Lo mismo ocurre con nosotros. No somos gigantes espirituales como Enoc, Abraham y Moisés. Normalmente el Señor no nos habla en voz audible. Pero sigue hablándonos por medio de lo que ya habló en las Escrituras. Es decir que nuestra fe es una respuesta a su Palabra. Para continuar leyendo: Hebreos 11.1-10

Julio 29 Correr la carrera cristiana Por tanto … teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús. Hebreos 12.1-2 En el mundo antiguo todos sabían acerca de los juegos en Grecia. La cultura griega había permeado el imperio romano y los juegos eran parte de ello. Cada ciudad tenía su anfiteatro donde los atletas desplegaban su destreza ante una multitud entusiasta: carrera, boxeo, lucha, lanzamiento de la jabalina, carrera de carruajes. En el Nuevo Testamento varias veces se compara la vida cristiana con una carrera atlética, no porque estemos compitiendo unos contra otros sino porque nos exige mucha autodisciplina. La preocupación del escritor es que ‘corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante’ (v. 1). Establece tres pautas que nos permitirán perseverar en la carrera. Primero, ¡ten presente a los espectadores! ‘Rodeados de una ingente muchedumbre’ (blp), dice, de ‘tan grande nube de testigos’ (v. 1). Sin duda incluye a los héroes de la fe en el Antiguo Testamento, a los que presentó en el capítulo 11, y probablemente a sus equivalentes en los tiempos del Nuevo Testamento. ¿Es posible que incluya también a los cristianos ya fallecidos, contemplándonos desde el cielo? Al menos tentativamente diría que sí, porque el texto dice que estamos ‘rodeados’ por ellos, lo cual sugiere que debemos imaginar grada tras grada de espectadores en el anfiteatro. Cuando tenemos presente a los espectadores nos sentimos alentados a esforzarnos. Segundo, ¡entrénate! Todo atleta responsable acepta someterse a un extenuante régimen de comida, bebida, ejercicio y descanso. En favor de la carrera renuncian al exceso de peso y a la vestimenta inadecuada. En términos cristianos, esto significa dar la espalda al pecado y dejar de lado ‘pesos’ que quizás no sean pecaminosos en sí mismos pero que de todos modos hacen más difícil la carrera. Tercero, ¡mantén la mirada en la meta! Los atletas cristianos deben abstenerse de todo tipo de distracción, y poner la mirada en Jesús, que parece estar de pie en la línea de llegada. ‘Considerad a aquel’, escribe el autor (v. 3), y en especial su resistencia en la cruz y ante la hostilidad de los demás. Así, rodeados por los testigos, beneficiados por el intenso entrenamiento, y puestos los ojos en Jesús, podremos correr nuestra carrera con perseverancia; es impensable considerar siquiera la posibilidad de abandonarla. Para continuar leyendo: Hebreos 12.1-3

Julio 30 Las cartas universales Responder al mensaje de Dios Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Santiago 1.22 Estas cartas escritas por Santiago, Pedro y Juan no fueron dirigidas a alguna iglesia en particular. Santiago, uno de los hermanos del Señor Jesús, creyó tardíamente en él. Fue líder de la iglesia en Jerusalén y de los cristianos de origen judío en todo el mundo. Escribió alrededor del 45 d. C., sobre la coherencia de la conducta cristiana. Cuando uno lee el primer capítulo de la carta de Santiago, recibe de inmediato el impacto de su triple advertencia contra el engaño (vv. 16, 22, 26). El antídoto que él ofrece para el engaño es la Palabra de Dios o la ‘palabra de verdad’ (v. 18), es decir la revelación que Dios nos ha dado en Cristo y en el testimonio bíblico sobre Cristo. Cuando prestamos atención a la Palabra de Dios evitaremos la tragedia de ser engañados. Nuestra respuesta a ella se cumple en dos etapas. Etapa 1: oír atentamente la Palabra de Dios. ‘Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar’ (v. 19, nvi). Nuestra tendencia natural es dar respuestas prematuras. Nos apuramos a dar nuestra opinión, olvidando que ‘la boca de los necios hablará sandeces’ (Proverbios 15.2). Por lo general lo último que hacemos (cuando en realidad debería ser lo primero) es poner freno a nuestra lengua, y escuchar. Aquí encontramos un principio general que tiene aplicación amplia. Es mejor escuchar que hablar. Escuchar respetuosamente es un valioso secreto de cualquier relación armoniosa. Y es especialmente cierto respecto a nuestra relación con Dios. Él ha hablado y nos invita a escuchar su voz. Sin embargo, a veces escuchamos de las Escrituras solo lo que queremos escuchar—los ecos reconfortantes de nuestros propios prejuicios culturales—, y de esa manera no escuchamos el estruendo de su Palabra cuando nos desafía. Etapa 2: actuar en obediencia a la Palabra de Dios. El uso que Santiago hace de la metáfora del espejo es muy elocuente (vv. 22–23). Un espejo nos da un doble mensaje. Nos dice a la vez lo que somos y en consecuencia lo que deberíamos ser. El espejo nos dice: ‘Tienes una mancha en la mejilla derecha, sería mejor que te la limpies’. Cada vez que nos miramos en el espejo, debemos actuar según lo que vemos. De la misma manera, cuando nos miramos atentamente en el espejo de la Palabra de Dios, nos dice lo que somos y lo que deberíamos ser. La Palabra de Dios debe ser escuchada, recibida y obedecida. Sin esto no puede haber verdadero discipulado. Para continuar leyendo: Santiago 1.16-27

Julio 31 La fe y las obras Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Santiago 2.14 Hay una idea difundida de que Santiago y Pablo estaban en desacuerdo sobre la justificación, es decir, en cuanto a la manera en que los pecadores pueden ser aceptados y declarados justos delante de Dios. Además, a raíz de esta aparente disidencia teológica, Lutero excluyó la carta de Santiago de su canon del Nuevo Testamento, calificándola como ‘una epístola de paja’. Es verdad que hay una aparente discrepancia entre estos dos apóstoles. Pablo enseñaba que ‘el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley’ (Romanos 3.28), mientras que Santiago escribió: ‘vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe’ (Santiago 2.24). Por otra parte, ambos apóstoles declaraban a Abraham como su héroe. Pero esta discrepancia es más imaginaria que real. Pablo y Santiago tenían ministerios diferentes, pero no un mensaje diferente. Proclamaban el mismo evangelio pero con diferentes énfasis. El motivo de esta diferencia era que estaba enfrentándose a diferentes falsos maestros. Los oponentes de Pablo eran judíos legalistas, o judaizantes, quienes enseñaban que la justificación se alcanza por obras hechas en obediencia a la ley. Los oponentes de Santiago, en cambio, eran judíos racionalistas que enseñaban la justificación por fe, y con ello una ortodoxia estéril. A los judaizantes, Pablo les insistía en que la justificación no es por obras sino por fe; a los racionalistas, Santiago les decía que la justificación no se alcanza por la ortodoxia de la fe (algo que los demonios también tienen, ¡y tiemblan!) sino mediante una fe que se traduce en obras. Ambos apóstoles clarificaron la naturaleza de la fe auténtica, la cual es una fe viva que se muestra por sus obras. ‘Mediante mis obras te mostraré la fe’, escribió Santiago (2.18, blp); ‘la fe que obra por el amor’, escribió Pablo (Gálatas 5.6). No podemos ser salvados por obras, y no podemos ser salvados sin ellas. La función de las obras no es la de ganar la salvación sino evidenciarla. No nos dan la salvación, pero la demuestran. Ambos apóstoles enseñaron que la fe auténtica produce obras. Pero Pablo enfatizó la fe que se muestra en obras, en tanto que Santiago enfatizó las obras que muestran la fe. Ambos estarían de acuerdo en que la fe sin obras es muerta. Para continuar leyendo: Santiago 2.14-26

Agosto 1 La necesidad de la cruz Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. 1 Pedro 2.24 Si bien hay dos cartas atribuidas a Pedro, la similitud de la segunda de él con la carta de Judas provoca cuestionamientos. Aunque la primera carta abarca varios temas, el principal es el de cómo responder a la persecución; en cada capítulo hay una referencia al sufrimiento. Cuando Jesús les dijo por primera vez a sus discípulos que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas y morir, Pedro reaccionó de inmediato y lo contradijo con vehemencia. No podía aceptar la idea de un Mesías sufriente. Pero aquí está Pedro ahora, unas tres décadas después, escribiendo su primera carta, ¡contradiciendo su propia oposición! Cada uno de los cinco capítulos de su carta tiene un pasaje importante sobre los sufrimientos del Mesías. Pedro hace dos declaraciones sobre el propósito de la cruz. La primera es que Cristo nos dejó un ejemplo (algo sobre lo cual ya hemos reflexionado), y la segunda es que Cristo ‘llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero’ (v. 24). Llevar los pecados es una expresión propia del Antiguo Testamento que tiene el sentido de ‘cargar con la penalidad del pecado’. Normalmente el ofensor es quien carga la penalidad de su propio pecado. Sin embargo a veces, en su gran misericordia, Dios provee un sustituto que carga la penalidad en lugar del ofensor, como es el caso de la ofrenda por el pecado y especialmente el chivo expiatorio en el Día de la Expiación. Los israelitas piadosos sabían, por otro lado, que eso era solo simbólico, porque la sangre de los toros y los machos cabríos no podía eliminar el pecado (Hebreos 10.4). Por eso esperaban el día en que el siervo sufriente de Isaías 53 cargara sus pecados, y Jesús aplicó sobre sí mismo esta profecía. Sin embargo, se presenta un problema. Si Cristo tomó nuestro lugar, cargó nuestro pecado, pagó la penalidad, murió nuestra muerte, y en consecuencia hemos sido perdonados, ¿significa esto (como preguntan algunos) que ahora podemos comportarnos como queramos y seguir pecando? Los que criticaban a Pablo difundían esta calumnia, y quizás también lo hicieron los críticos de Pedro. Pero ambos apóstoles rechazaron vigorosamente esa acusación. Veamos cómo continúa Pedro: Cristo llevó nuestros pecados a fin de que nosotros pudiéramos morir al pecado y vivir para la justicia. El propósito de la muerte de Cristo, entonces, no es solamente asegurar nuestro perdón sino también nuestra santificación. No hay cristianismo sin cruz. Sin ella el cristianismo es un fraude. Para continuar leyendo: 1 Pedro 2.18-25

Agosto 2 Un llamado a los pastores Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella. 1 Pedro 5.2 El pastor es una metáfora del guía que aparece muchas veces en la Biblia. Yahvé es el pastor de Israel. Los líderes políticos heredaron el mismo título, pero fueron juzgados porque permitieron que las ovejas fueran dispersadas (Ezequiel 34). Jesús tomó sobre sí el papel del Buen Pastor, quien conoce, guía, llama, ama, alimenta a las ovejas y da su vida por ellas. Es sumamente conmovedor que Pedro se refiera aquí a los ancianos de la iglesia como ‘pastores del rebaño de Dios’, ya que este era el ministerio que le había sido encomendado (‘Apacienta mis ovejas’ [Juan 21.17]) cuando el Señor resucitado lo comisionó nuevamente a orillas del lago de Galilea. Es muy probable que al pronunciar este llamado a los ancianos de la iglesia a pastorear el rebaño de Dios, Pedro estuviera recordando aquel episodio. Su apelación se resume en tres antítesis. Primero, su actitud debe ser voluntaria: deben servir ‘no a la fuerza o por una rastrera ganancia, sino gustosamente y con generosidad, como Dios quiere’ (1 Pedro 5.2, blp). El concepto mismo de ser un asalariado en el servicio de Cristo resulta grotesco. Segundo, su motivación debe estar libre de cualquier actitud mercenaria: ‘no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto’ (v. 2). Sin embargo, a lo largo de la historia personas malvadas han tratado de hacer dinero mediante el ministerio. En los tiempos antiguos había muchos charlatanes que ganaban buen dinero posando como maestros itinerantes. Pero Pablo renunció a este derecho de ser sostenido, y se ganaba el sustento a fin de demostrar la sinceridad de sus motivaciones. En nuestra época todavía hay evangelistas de dudosa reputación que se hacen ricos mediante el dinero que solicitan a sus oyentes. Tercero, su actitud debe ser humilde: ‘no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey’ (v. 3). Jesús dio a sus discípulos una clara advertencia sobre este asunto. Los gobernantes de las naciones, les dijo, ‘se enseñorean de ellas’, y ‘sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros’ (Marcos 10.42–43). Por el contrario, los líderes cristianos deben ejercer su ministerio como siervos humildes. No deben guiar mediante el poder sino mediante el ejemplo. Para continuar leyendo: 1 Pedro 5.1-11

Agosto 3 La naturaleza de la verdad bíblica Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo. 2 Pedro 1.21 La segunda mitad del primer capítulo de 2 Pedro es un maravilloso pasaje sobre la naturaleza de la verdad bíblica. En primer lugar, la verdad bíblica es una verdad escrita. Pedro es consciente de su mortalidad y está anticipando su muerte. Mientras está vivo, todavía puede recordar a sus lectores lo que les ha enseñado, pero después de su partida será necesario tenerla por escrito y hacerla accesible. Detrás de este trasfondo humano subyace la providencia divina. Si Dios ha dicho y hecho algo único en Cristo, debe hacerse una provisión para que sea preservado; sería inconcebible que el Señor hubiera permitido que se perdiera. La Escritura es la Palabra escrita de Dios. En segundo lugar, la verdad bíblica es la verdad testimoniada. Pedro se refiere a la transfiguración, cuando vio la gloria de Dios y oyó su voz: ‘Habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad’ (v. 16). Este principio del testimonio directo subyace a todas las Escrituras, porque el Señor levantó testigos para registrar e interpretar lo que él estaba haciendo en Israel. El significado de sus acciones no era evidente por sí mismo. Por ejemplo, estaban ocurriendo muchas migraciones tribales en el antiguo Cercano Oriente, pero nadie hubiera sabido que el éxodo era un acto singular si Dios no hubiera levantado a Moisés. Del mismo modo, hubo centenares de crucifixiones bajo el gobierno romano, pero si el Señor no hubiera levantado a los apóstoles nadie hubiera sabido que la cruz de Jesús era única en su condición. En tercer lugar, la verdad bíblica es una verdad que ilumina. ‘Hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro’ (v. 19). Describe al pueblo de Dios como peregrinos que viajan de noche. Necesitan una lámpara, y las Escrituras constituyen el libro que cumple este propósito práctico. En cuarto lugar, la verdad bíblica es la verdad divina. Ninguna profecía, escribe Pedro, se originó jamás en la mente o en la voluntad de ningún ser humano, sino en Dios. ‘Los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo’ (v. 21). ¡Gracias a Dios por su palabra revelada! Sin ella tropezaríamos en la oscuridad. el Señor nos ha dado una lámpara para iluminar nuestro camino, ¿acaso no la usaríamos? Para continuar leyendo: 2 Pedro 1.12-21

Agosto 4 Confianza falsa o genuina Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna. 1 Juan 5.13 Esta, junto con otras dos cartas, fue escrita por el discípulo amado que escribió también el cuarto Evangelio. Si el propósito del Evangelio era guiar a la vida eterna (Juan 20.31), el de las cartas es dar a los creyentes la seguridad de que han recibido vida eterna (1 Juan 5.13). ¿Es la certeza un ingrediente legítimo, y hasta necesario, en el discipulado cristiano? ¿Es apropiado que los seguidores de Jesús digan: ‘Sabemos’, no solo en relación con la verdad del evangelio sino en relación con la salvación personal? Si nuestra respuesta a estas preguntas es sí, ¿cómo podemos discernir entre la certeza genuina y la falsa, entre la auténtica y la ficticia? ¿Cuál es el criterio por el que podemos juzgarlas? En 1885 Robert Law tituló su comentario sobre 1 Juan Test of Life (Pruebas de vida). Allí expuso tres pruebas cardinales, tres criterios mediante los cuales podemos discernir entre los maestros verdaderos y los falsos. La prueba doctrinal consistía en verificar si los maestros creían en la encarnación: ‘Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios’ (4.2). La prueba ética consistía en saber si los maestros practicaban la justicia y obedecían los mandamientos de Dios: ‘Sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos’ (2.3). La prueba social era comprobar si estaban unidos a la comunidad cristiana en amor: ‘Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos’ (3.14). Al parecer, mientras vivía en Éfeso ya en su edad avanzada, Juan estaba enfrentando la oposición de un gnóstico de nombre Cerinthus, un precursor de ese movimiento. El apóstol lo califica como mentiroso porque negaba la naturaleza humana y divina de Jesús, declaraba tener comunión con Dios pero vivía en las tinieblas, y hacía declaraciones arrogantes de superioridad espiritual, proclamando que amaba a Dios cuando a la vez odiaba a sus hermanos. Aplicando estos tres criterios, Juan socavó la ficticia confianza de los falsos cristianos y apuntaló la confianza verdadera de los cristianos genuinos. Si no estamos caracterizados por la creencia auténtica, la obediencia piadosa y el amor fraternal, significa que somos cristianos falsos. Es imposible que hayamos nacido de nuevo, ya que aquellos que han nacido de Dios creen, obedecen y aman. Para continuar leyendo: 1 Juan 1.1-10

Agosto 5 La vida cristiana comunitaria Y ahora te ruego … que nos amemos unos a otros. Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. 2 Juan 1.5-6 La anónima ‘señora elegida y ... sus hijos’ (v. 1) a quienes dirige Juan su segunda carta probablemente personifica a una iglesia local. Su principal rasgo es la integración, es decir, la integración entre sus diversos elementos, aquellos que con frecuencia somos tan necios como para permitir que se separen. Primero, la verdad y el amor van juntos. Se menciona a cada uno de ellos cinco veces en los primeros versículos de la carta. Juan escribe sobre ‘la verdad que permanece en nosotros’ (v. 2) y sobre el amor que nos une. Las palabras de Juan nos recuerdan a una expresión similar de Pablo. Según Juan, debemos amar en verdad. Según Pablo, debemos decir la verdad en amor (Efesios 4.15). Ambos coinciden en que el amor y la verdad deben estar juntos. El Espíritu Santo es la fuente de ambos. Segundo, el amor y la obediencia van juntos. Juan nos recuerda el antiguo mandamiento, que es el de amarnos unos a otros. Lo inverso es también cierto: si la obediencia se demuestra en el amor, el amor estimula la obediencia. Así lo vemos en el Antiguo Testamento, donde Dios describía a su pueblo como ‘los que me aman y guardan mis mandamientos’ (Éxodo 20.6). Es asombroso que Jesús lo aplicara a su persona: ‘El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama’ (Juan 14.21). Esta es la segunda unión: obedecer es amar, y amar es obedecer hasta el infinito. Tercero, el Padre y el Hijo van juntos. Los falsos maestros ‘no confiesan que Jesucristo ha venido en carne’ (v. 7). Estos enseñaban que el Hijo de Dios solo parecía ser humano, o que había sido adoptado en la Deidad por un breve lapso. En ambos casos negaban la encarnación, lo cual es una grave desviación de la cristología veraz; era propiamente el Anticristo. Juan también dice que estos maestros corrían adelante (v. 9). Quizás se consideraban pensadores avanzados o progresistas. Con un toque de sarcasmo, Juan ruega a sus lectores que perseveren en la enseñanza original de los apóstoles. Nadie puede negar al Hijo y retener al Padre. ¡Que Dios nos guíe a una vida cristiana verdaderamente integrada, en la cual puedan florecer la verdad, el amor, y la obediencia! Para continuar leyendo: 2 Juan 1-13

Agosto 6 Las cartas de Cristo a las siete iglesias La carta a Éfeso: El amor Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Apocalipsis 2.4 En su primer capítulo, el Apocalipsis se presenta como ‘la revelación de Jesucristo’ (v. 1), quien se muestra a Juan como aquel que fue crucificado y ahora ha sido glorificado, y declara: ‘Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive’ (vv. 17–18, blp) y ‘el soberano de los reyes de la tierra’ (v. 5) (título que se atribuía el emperador romano). En el capítulo 2 vemos al Señor supervisando a sus iglesias, y le indica a Juan que escriba las siete cartas a las iglesias en Asia. En ellas reconoce sus circunstancias, las elogia o las reprocha, y hace una promesa a las que salgan victoriosas. En conjunto, las cartas nos muestran el perfil de una iglesia ideal. La primera carta estaba dirigida a Éfeso. Era la capital de la provincia romana de Asia, y a los ciudadanos les gustaba considerarla su metrópolis. También era un próspero centro de negocios, y la orgullosa guardiana del templo de Diana, una de las siete maravillas del mundo. Por otra parte, la iglesia de Éfeso tenía muchas cualidades encomiables. Jesús destacó tres de ellas: su duro trabajo, su perseverancia en las dificultades, y su discernimiento teológico, combinado con su negativa a tolerar el mal o el error. Pocos años después, a comienzos del siglo ii, el obispo Ignacio de Antioquía, camino a Roma donde sería ejecutado por su fe cristiana, escribió a los efesios en términos muy halagüeños: ‘Todos ustedes viven conforme a la verdad, ninguna herejía ha podido alojarse entre ustedes; de hecho ni siquiera escuchan a alguien que hable de otra cosa que no sea de Jesucristo y su verdad’. Sin embargo, aunque la iglesia de Éfeso parecía ser una iglesia modelo, Jesús tenía una queja: ‘Que has dejado tu primer amor’. Todas las virtudes de los efesios no compensaban esta carencia. No cabe duda de que al momento de su conversión el amor a Jesucristo habrá sido ardiente y fresco, pero ahora esa llama se había apagado. Uno recuerda la queja expresada por Jehová a Jeremías, refiriéndose a Jerusalén: ‘Recuerdo el cariño de tu juventud, el amor que me tenías de prometida’ (Jeremías 2.2, blp). Lo mismo con Jerusalén que con Éfeso, el novio celestial buscaba seducir otra vez a su novia, volver al éxtasis del primer amor: ‘Reflexiona, pues, sobre la altura de la que has caído, conviértete y vuelve a portarte como al principio’ (Apocalipsis 2.5, blp). Sin amor, lo demás es nada. Para continuar leyendo: Apocalipsis 2.1-7

Agosto 7 La carta a Esmirna: El sufrimiento No temas lo que has de padecer … tendréis tribulación. Apocalipsis 2.10, rvr95 Si la primera característica de una iglesia modelo es el amor, la segunda es el sufrimiento. La disposición a sufrir por Cristo es prueba de nuestro amor genuino por él. La ciudad de Esmirna se ubica a unos cincuenta kilómetros al norte de Éfeso, por la costa. Era la siguiente ciudad a la que un cartero hubiera llegado haciendo el circuito de visitas a las siete iglesias. Esmirna era bien conocida por su esplendor y por su sensible rivalidad con Éfeso. La iglesia estaba sufriendo. Jesús les asegura que él conoce sus aflicciones, su pobreza y la calumnia de sus enemigos. Al parecer los sufrimientos que padecía estaban asociados con el culto al emperador. Esmirna alardeaba de su templo en honor al emperador Tiberio. De tiempo en tiempo se requería a los ciudadanos que esparcieran incienso sobre la llama ardiente ante el busto del emperador, y que simultáneamente confesaran que el César era señor. ¿Cómo hubieran podido los cristianos declarar señor al César, cuando habían confesado a Jesús como Señor? Este era el dilema que en el año 156 confrontó el venerable Policarpo, obispo de Esmirna. En el atestado anfiteatro el procónsul le exigió que jurara por el genio de César y que injuriara a Cristo. Pero Policarpo se negó, y dijo: ‘Durante ochenta y seis años le he servido, y nunca me hizo daño; ¿cómo podría ahora blasfemar a mi Rey que me salvó?’. El procónsul insistió, advirtiéndole que moriría a merced de las bestias salvajes o en la hoguera, si no cambiaba de actitud. Pero el obispo se mantuvo firme. Se encendió la hoguera, y el santo hombre agradeció a Dios por considerarlo digno de compartir la copa de Cristo y ser contado entre los mártires. Más de medio siglo antes, Cristo ya había advertido a la iglesia de Esmirna que sufrirían prisión y muerte. ‘Sé fiel hasta la muerte’, les escribió, ‘y yo te daré la corona de la vida’ (v. 10). Para continuar leyendo: Apocalipsis 2.8-11

Agosto 8 La carta a Pérgamo: La verdad Te mantienes fiel a mí y no has abandonado la fe. Apocalipsis 2.13, blp La iglesia de Pérgamo estaba consagrada a la verdad. Este rasgo es aun más notable si tenemos en cuenta el ambiente religioso y cultural que la rodeaba. Dos veces Jesús escribe que él conoce donde viven, que es ‘donde está el trono de Satanás’ y ‘en esa guarida de Satanás’ (v. 13, blp). No tenemos certeza de lo que Jesús quiso decir con esas expresiones. En general se estaba refiriendo a la sociedad no cristiana que los rodeaba. En particular pudo haber estado aludiendo a la idolatría pagana o al culto imperial. Pérgamo ha sido caracterizada como un fuerte centro de paganismo. Se habían erigido allí muchos templos y altares. Cerca de la cumbre de la acrópolis de esa ciudad había un inmenso altar a Zeus, y Pérgamo era famosa como centro de la adoración a Esculapio, el dios de la salud y de la sanidad. Pero algunos estudiosos piensan que el trono de Satanás se asociaba más bien con el culto imperial. Allá por el 28 a. C., se había autorizado a los ciudadanos de Pérgamo que erigieran un templo a Augusto. Este fue el primer templo provincial construido en honor a un emperador todavía vivo, y algunos piensan que el culto imperial tenía su sede central en esta ciudad. A pesar de esas influencias satánicas, la iglesia de Pérgamo no había capitulado. Por el contrario, Jesús pudo escribir a la iglesia esas palabras de felicitación: ‘A pesar de todo, te mantienes fiel a mí y no has abandonado la fe ni siquiera cuando ahí, en esa guarida de Satanás, visteis morir a mi fiel testigo Antipas’ (v. 13, blp). Es conmovedor que Jesús dé a Antipas el título de ‘mi fiel testigo’ (blp), el mismo que antes se le había dado a él (1.5). Sin embargo, Jesús añade una palabra de queja. Es que, si bien Pérgamo como un todo permanecía leal a Cristo, había tolerado en su comunidad algunos falsos maestros que sostenían ‘las enseñanzas de Balaán’ y ‘a las enseñanzas de los nicolaítas’ (vv. 14–15, blp), enseñanza que parece haber sido tolerante tanto con la idolatría como con la inmoralidad. Para continuar leyendo: Apocalipsis 2.12-17

Agosto 9 La carta a Tiatira: La santidad Tus obras postreras son más que las primeras. Apocalipsis 2.19 Si Tiatira se destacaba en algo en el mundo antiguo, era más por el comercio que por la política. Se trataba de un próspero centro comercial. Las inscripciones que han descubierto los arqueólogos revelan que esta ciudad se jactaba de contar con muchos gremios. Por ejemplo, había asociaciones de los panaderos, de los trabajadores del bronce, de los fabricantes de tela, de zapateros, de tejedores, teñidores, y ceramistas. Esta característica nos resulta de interés porque Lidia, una de las conversas notables en Filipos, provenía de Tiatira. Comerciaba telas tratadas con la tintura púrpura de Tiatira, y Lucas la describe como ‘vendedora de púrpura’ (Hechos 16.14). ¿Sería posible que ella, recién nacida en Cristo, haya sido el instrumento para plantar la iglesia en Tiatira cuando regresó allí? En su carta, Jesús enfatizó la santidad como el rasgo esencial de una iglesia modelo. Comienza su epístola con palabras de cálida congratulación, porque conoce el amor y la fe de esa iglesia, su servicio y perseverancia. Estas son cuatro virtudes delicadas e incluye la tríada de la fe, la esperanza y el amor. También es llamativo que, mientras Éfeso había declinado desde un buen comienzo, Tiatira estaba haciendo ahora más que cuando comenzó. Lamentablemente, esta no era la pintura completa de la iglesia. En ese bello jardín estaba creciendo una maleza venenosa. Junto a sus excelentes cualidades, era culpable de licencia moral. La iglesia toleraba a una profetisa autoproclamada y malvada. Se la nombra simbólicamente como Jezabel por la malvada esposa del rey Acab, y estaba engañando a algunos de los miembros de Tiatira, convenciéndolos de que la libertad cristiana les daba licencia para participar en la inmoralidad. Jesús la había llamado a arrepentirse, pero ella se negaba a hacerlo. Por eso su juicio caería inevitablemente sobre ella y sobre sus seguidores, a menos que se arrepintieran. La santidad del dominio propio y de la semejanza a Cristo es otra de las características de una iglesia modelo. La tolerancia no es una virtud si lo que se tolera es malo. Dios todavía le dice a su pueblo: ‘Sed santos, porque yo soy santo’ (1 Pedro 1.16; ver Levítico 19.2). Para continuar leyendo Apocalipsis 2.18-29

Agosto 10 La carta a Sardis: La sinceridad Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Apocalipsis 3.1 La carta que el Jesús resucitado le dictó a Juan para entregar a la iglesia en Sardis es la única que no contiene felicitación de ningún tipo. La crítica va sin anestesia. Bastaron unas pocas palabras para describir su hundimiento espiritual: ‘Aunque alardeas de estar vivo, sé que estás muerto’ (blp). La iglesia de Sardis se había ganado buena reputación. Era bien conocida por las demás iglesias en la provincia, a causa de su vitalidad. No había arraigado en ella ninguna falsa doctrina. No se dice nada sobre Balaam ni sobre los nicolaítas ni sobre Jezabel. Pero la apariencia externa era por completo engañosa, y esta congregación tan distinguida en realidad era un cementerio espiritual. Se la conocía como vital pero no tenía derecho alguno a ese nombre. Cuando Cristo miró por debajo de la superficie, dijo: ‘no he hallado tus obras perfectas delante de Dios’ (v. 2). Sardis había ganado fama entre los hombres, pero no delante de Dios. Esta distinción entre reputación y realidad, entre lo que ven los seres humanos y lo que el Señor ve, es de gran importancia en cualquier lugar. ‘Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón’ (1 Samuel 16.7). Estar obsesionado con la apariencia y la reputación conduce a la hipocresía, algo que Jesús odiaba. Originalmente, el término hupokritēs designaba a un actor que desempeñaba un papel en el escenario. Pero la palabra pasó a aplicarse a cualquier charlatán o simulador que hace un personaje. La hipocresía puede penetrar la vida de la Iglesia, especialmente la adoración. No importa si se trata de un servicio litúrgico o no litúrgico, si es un ritual de tradición católica o un culto protestante austero, podría estar caracterizado por la ausencia de lo real. La hipocresía es una simulación, en tanto que una iglesia auténtica y viva debe caracterizarse por la sinceridad. Para continuar leyendo: Apocalipsis 3.1-6

Agosto 11 La carta a Filadelfia: La misión He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar. Apocalipsis 3.8 Al escribir a la iglesia en Filadelfia, Jesús se describe a sí mismo con la llave de David en su mano, con la cual puede abrir puertas cerradas y cerrar las que están abiertas. En consecuencia, podía decirle a la iglesia en Filadelfia: ‘te he abierto una puerta que nadie podrá cerrar’ (v. 8, blp). El significado más probable de esta puerta abierta es que se trata de una puerta de oportunidad, especialmente de oportunidad para la misión, ya que en varias ocasiones el apóstol Pablo recurrió a esta metáfora en sus cartas. Por ejemplo, al regresar de su primer viaje misionero, Pablo informó a la iglesia que Dios había ‘abierto la puerta de la fe a los gentiles’ (Hechos 14.27), y en su tercer viaje misionero escribió acerca de la ‘puerta grande y eficaz’ que se le había abierto en Éfeso (1 Corintios 16.9). En el caso de Filadelfia, quizás la puerta abierta era una referencia a la estratégica ubicación de la ciudad. Situada en un amplio y fértil valle, controlaba las rutas de comercio en todas direcciones. William Ramsay, el arqueólogo de comienzos del siglo xx, escribió que la intención del fundador de la ciudad, en el siglo ii a. C., había sido ‘convertirla en el centro de la civilización greco–asiática y un medio para difundir la lengua y las costumbres griegas ... Filadelfia fue una ciudad misionera desde el comienzo’. De modo que lo que fue la ciudad para la cultura griega lo iba a ser ahora para el evangelio cristiano. Había sido fundada sobre una de las grandes rutas romanas, que salían como flechas hacia el interior del imperio. Nadie podía cerrar esta puerta. ¡Que la iglesia de Filadelfia abrace esta oportunidad y salga con valentía a difundir la Buena Noticia! Gracias a Dios hay muchas puertas abiertas a la misión en el mundo contemporáneo. Pero también debemos enfrentar la realidad de que hay otras puertas cerradas. Una de ellas es la puerta de la legalidad, ya que hay gobiernos hostiles que recortan las libertades religiosas. Otra es la puerta cultural, el poder de ideas ajenas que levantan prejuicios en la mente. Una tercera es la puerta étnica, el poder de las lealtades nacionales que confunden religión con patriotismo. Tenemos que mantener nuestra mirada sobre la gran llave que Cristo tiene en su mano. Para continuar leyendo: Apocalipsis 3.7-13

Agosto 12 La carta a Laodicea: El entusiasmo Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Apocalipsis 3.15 El mensaje de Cristo a la iglesia de Laodicea es claro. Quiere ver entusiasmo en ellos, y lo dice muy frontalmente. Prefiere que los discípulos profesantes sean calientes en su devoción a Cristo o totalmente fríos a causa de su hostilidad, antes que tibios por su indiferencia. Encuentra nauseabunda la apatía. Frente a Laodicea, cruzando el río Lycus, estaba Hierápolis, cuyas fuentes termales enviaban aguas tibias hacia Laodicea, y acumulaban depósitos de piedra caliza que pueden verse perfectamente todavía hoy. Así es que el adjetivo laodicense se incorporó a nuestro vocabulario para denotar a personas que son tibias en religión, en política, o en lo que sea. Laodicea representa a la iglesia que es exteriormente respetable pero interiormente carece de compromiso, como cualquiera de las iglesias meramente nominales con las que estamos familiarizados en nuestros días. Cuando la metáfora cambia y se habla de mendigos ciegos y desnudos (v. 17), uno se pregunta si los miembros de la iglesia de Laodicea eran cristianos en absoluto. Entonces la descripción cambia nuevamente y se refiere a una casa (v. 20). Cristo está a la puerta, golpea, llama y espera. Si alguno le abre la puerta, como yo lo hice en febrero de 1938, él entra tal como lo ha prometido, no solamente para cenar con nosotros sino para tomar posesión de la casa. Esta es la esencia de la entrega entusiasta a la que Cristo nos llama. Es cierto, la Iglesia se ha mostrado siempre temerosa de lo que se considera como ‘entusiasmo’. John Wesley y sus amigos sabían de esto, porque los obispos los despreciaban como ‘entusiastas’. Pero el entusiasmo es una característica esencial de todo auténtico discípulo de Jesús. Esto no es fanatismo, al que podríamos definir como celo sin conocimiento. En las reflexiones de estos días hemos visto al Señor resucitado recorriendo, inspeccionando y supervisando a sus iglesias. Al hacerlo, señala siete rasgos que quiere que se vean en su Iglesia: amor hacia él y disposición a sufrir por él, fidelidad en la doctrina y santidad de vida, compromiso con la misión, además de sinceridad y entusiasmo en todo. Para continuar leyendo: Apocalipsis 3.14-22

Agosto 13 La sala celestial del trono El trono central Vi un trono colocado en medio del cielo y alguien sentado en él. Apocalipsis 4.2, blp En Apocalipsis 4 pasamos abruptamente de la Iglesia en la Tierra a la Iglesia en el cielo. Juan vio delante de sí una puerta abierta en el cielo, y una voz como trompeta le dijo: ‘Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas’ (Apocalipsis 4.1). Sucesivamente vio un trono, un rollo o libro de la historia, y al Cordero, el único digno de abrir el rollo. Cuando Juan miró a través de la puerta abierta, lo primero que vio fue un trono, símbolo de la soberanía, de la majestad y del gobierno soberano de Dios. El trono se menciona diecisiete veces en Apocalipsis 4 y 5. Comparadas con el poder que exhibía Roma, las iglesias de Asia eran pequeñas y estaban luchando por sobrevivir. ¿Qué podían hacer unos pocos cristianos indefensos si un edicto imperial ordenara eliminarlos de la faz de la Tierra? Pero no tienen nada que temer, porque en el centro del universo hay un trono. Desde allí reciben sus órdenes los planetas. Ante él rinden su lealtad las gigantescas galaxias, y el más pequeño de los organismos encuentra su fuente de vida. Todo lo que Juan vio se vinculaba con el trono, que ocupa el lugar central. Alguien estaba sentado en él. No se describe al ocupante del trono, porque Dios es indescriptible. Lo único que Juan vio fueron colores, como joyas esplendorosas. Enmarcando al trono, un arcoíris simbolizaba el pacto de la misericordia de Dios. Alrededor del trono había otros veinticuatro tronos, ocupados por veinticuatro ancianos que representan a la Iglesia (doce tribus y doce apóstoles). Desde el trono salían truenos y relámpagos, como en el monte Sinaí. Ante el trono había siete lámparas ardientes, representando al Espíritu Santo. Frente al trono se extendía una expansión infinita, comunicando la trascendencia de Dios. En el centro, rodeando al trono, como una especie de círculo interior, había cuatro criaturas vivientes representando a la creación. Hagamos una pausa y reflexionemos si es esta nuestra visión de la realidad última, o tendemos a ser demasiado negativos. Aferrémonos a la certeza del Apocalipsis, de que llegará el día en que no habrá más hambre ni sed; no más sufrimiento ni llanto; no más pecado, ni muerte ni maldición, porque todas estas cosas habrán pasado. Y aun mejor y más bíblico sería no concentrarnos tanto en que esas cosas ya no estarán, como en la causa de que habrán pasado, es decir, en la presencia central y dominante del trono de Dios. Para continuar leyendo: Apocalipsis 4.1-6

Agosto 14 La adoración de la Creación Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. Apocalipsis 4.11 Hoy nos ocuparemos de los dos círculos, el interno y el externo, que rodean al trono de Dios. Dice el texto que el círculo externo está formado por veinticuatro ancianos. En el libro de Apocalipsis el número doce siempre representa a la Iglesia, y el número veinticuatro es, por lo tanto, una cifra reconocible como representación de los dos Testamentos: los doce patriarcas o cabezas tribales del Antiguo Testamento y los doce apóstoles de Jesucristo en el Nuevo. Sus vestimentas blancas y sus coronas de oro indican su justicia y su autoridad. El círculo interno, que rodea al trono de Dios, consistía de cuatro seres vivientes. Estaban ‘llenos de ojos delante y detrás’ (expresando con ello una vigilancia permanente), y asemejaban un león, un becerro, un hombre, y un águila (vv. 6–7), lo cual representa, según un comentarista, ‘todo lo más noble, lo más fuerte, lo más sabio y lo más veloz en la naturaleza animada’. Día y noche, sin detenerse jamás, la naturaleza eleva alabanzas al Señor Todopoderoso, el que es y que era y que ha de venir, y mientras lo están haciendo, los veinticuatro ancianos se suman. Así, la naturaleza y la Iglesia, la vieja y la nueva creación, se unen para proclamar a Dios como digno de adoración porque por su voluntad todas las cosas fueron creadas y se mantienen en existencia. Es instructivo reunir la adoración de Apocalipsis 4 y Apocalipsis 5. En ambas se combinan los ancianos y las criaturas vivientes. Pero en el capítulo 4 el énfasis está en la creación (‘por tu voluntad [todas las cosas] … fueron creadas’ [v. 11]), mientras que en el capítulo 5 el énfasis está en la redención (‘porque … con tu sangre nos has redimido para Dios’ [v. 9]). Nuestro Creador y Redentor es doblemente merecedor de nuestra adoración. Mientras nos vamos alejando de los coros celestiales, es importante que recordemos sus cánticos. Se nos invita a anticiparnos aquí en la Tierra a la vida centrada en Dios que tendremos en el cielo. Debemos vivir ahora conscientes del trono de Dios, hasta que todo pensamiento, palabra y obra quede bajo su gobierno soberano. Para continuar leyendo: Apocalipsis 4.6-11

Agosto 15 La visión de un rollo En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un libro escrito por dentro y por fuera y sellado con siete sellos. Apocalipsis 5.1, blp Mirando más cuidadosamente al trono y a su ocupante, Juan observa en su mano derecha un rollo cubierto de escritos y sellado con siete sellos. Juan no nos dice de qué se trata, pero cuando se rompen los sellos y el rollo es abierto aprendemos que es el libro de la historia, el registro sellado del futuro aún no conocido, ‘las cosas que sucederán después de estas’ (4.1). En la visión de Juan se presenta un ángel poderoso que pregunta a viva voz precisamente lo que todos querríamos saber, esto es: ‘¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?’ (5.2), es decir, revelar el futuro, más aun controlarlo. No hubo respuesta para tan desafiante pregunta. Por eso Juan dice: ‘Y lloraba yo mucho’ (v. 4). Lo superó la emoción, la profunda decepción de que nadie estuviera en condiciones de abrir el rollo o de mirar en él. Nadie podía proveer una clave del misterio de la historia. Entonces se adelantó uno de los ancianos y habló. ‘He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David [es decir, el Mesías], ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos’ (v. 5) y de esa manera revelar el contenido y el significado de la historia. Fue un momento dramático. Juan esperaba ver al León triunfante, pero para su asombro vio a un Cordero, como inmolado, y sin embargo de pie en el centro del trono, compartiéndolo con Dios (ver 3.21). Está ocupando ese lugar central y lo rodean los cuatro seres vivientes (la naturaleza) y los ancianos (la Iglesia). También describe que tiene siete cuernos y siete ojos, que se identifican como ‘los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra’ (5.6), probablemente simbolizando al Espíritu Santo en su función de siete aspectos. Nuestra atención se reorienta así del trono al rollo, y ahora del rollo al Cordero. Para continuar leyendo: Apocalipsis 5.1-6

Agosto 16 La visión del Cordero Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Apocalipsis 5.13 En la visión de Juan el Cordero entra en acción. Se acerca al ocupante del trono y toma el rollo de su mano derecha. Esta fue la señal para que los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos cayeran postrados ante el Cordero y entonaran un nuevo cántico, declarando que es digno de tomar el rollo y de abrir sus sellos, esta vez no por la creación sino por la redención. Porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. (versículos 9-10) Entonces se les sumaron millones de ángeles que proclamaban el mérito del Cordero — porque había sido muerto— para recibir siete bendiciones, ya que todo el poder y la sabiduría le pertenecen. Finalmente, Juan oyó que toda criatura en todo el universo entero daba gloria y honor ‘Al que está sentado en el trono, y al Cordero’ (v. 13). Los cuatro seres vivientes dijeron amén, y los veinticuatro ancianos cayeron postrados y adoraron. Esta es una visión magnífica, la de toda la creación postrada sobre su rostro ante Dios y su Cristo, y es verdaderamente asombroso que el Cordero esté unido al ocupante del trono, compartiéndolo con él y recibiendo la misma alabanza. Si se nos preguntara por qué solamente Jesucristo es capaz de interpretar la historia, debemos responder: ‘Porque fue muerto’. En la cruz venció al pecado, nos redimió para Dios, sufrió como nosotros, y es el supremo ejemplo de poder por medio de la debilidad, el Cordero en el trono. Para continuar leyendo: Apocalipsis 5.7–14

Agosto 17 Son rotos los siete sellos Vi entonces cómo el Cordero rompió el primero de los siete sellos. Apocalipsis 6.1, blp Después de haber celebrado la singular autoridad del Cordero para abrir el rollo, y habiéndolo visto tomar el rollo de manos del ocupante del trono, ahora Juan observa mientras el Cordero rompe los sellos, uno a uno. Después de la rotura de los cuatro primeros sellos, una de las criaturas vivientes exclama con voz de trueno: ‘Ven’, y entonces aparece un jinete montado a caballo. Estos son los cuatro famosos jinetes del Apocalipsis, con los que están familiarizados los artistas cristianos. Muchos comentaristas argumentan que el primer caballo (uno blanco, cuyo jinete lleva una corona, y que ‘salió venciendo, y para vencer’ [v. 2]) simboliza el conflicto militar. Pero en Apocalipsis el blanco representa la justicia, la corona y el triunfo pertenecen a Cristo, y en el capítulo 19 el jinete del caballo blanco es decididamente Cristo. De modo que, antes de que los restantes jinetes dispersen los horrores de la guerra, el hambre y la muerte, Cristo sale al frente de la cabalgata decidido a ganar a las naciones mediante el evangelio. Y tiene éxito, a juzgar por las incontables multitudes de los redimidos que aparecen en el capítulo 7. El segundo caballo es rojo fuerte y simboliza el derramamiento de sangre, el tercero es negro y simboliza el hambre, y el cuarto es verde pálido (6.8) y simboliza la muerte. La ruptura del quinto sello pone en evidencia a las almas de los cristianos mártires ‘bajo el altar’ (el lugar del sacrificio), reclamando justicia (v. 9). Entonces, después de la ruptura del sexto sello hay un terrible terremoto, seguido por las más horrorosas convulsiones cósmicas en el Sol, la Luna, las estrellas, los cielos, las montañas, todo lo cual probablemente no deba interpretarse en sentido literal sino como trastornos sociales y políticos, descriptos aquí con imágenes típicamente apocalípticas. A continuación llega el juicio, mientras gente de todo rango (desde reyes hasta esclavos) claman pidiendo ser ocultados del rostro de Dios y de la ira del Cordero. Esta dramática apertura de los primeros seis sellos ofrece un panorama general de la historia entre la primera y la segunda venida de Cristo. Será un tiempo de violento trastorno y sufrimiento. Pero el ojo de la fe mira más allá, a Cristo, quien es a la vez el jinete victorioso y coronado que monta el caballo blanco, y el Cordero que rompe los sellos y controla el curso de la historia. Para continuar leyendo: Apocalipsis 6.1-16

Agosto 18 Las dos comunidades redimidas Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel. Apocalipsis 7.4 Ahora debemos esperar hasta Apocalipsis 8 para que sea roto el séptimo sello. Mientras tanto, Juan nos ofrece un interludio en el que enfatiza la seguridad del pueblo de Dios. Apocalipsis 7 describe dos comunidades. La primera (vv. 1–8) es de 144.000 personas que provienen de las doce tribus de Israel; la segunda (vv. 9–17) es una enorme e incontable multitud que proviene de todas las naciones, lenguas y tribus. A primera vista parece haber dos grupos (los que se han podido contar y los incontables, Israel y los gentiles), y se han hecho intentos ingeniosos para diferenciarlos. Pero cuando miramos más cuidadosamente, queda claro que ambas son figura de la misma comunidad redimida por Dios, aunque vista desde perspectivas diferentes. En la primera, la gente está dispuesta como soldados en formación de batalla: la Iglesia militante en la Tierra; en la segunda, están dispuestas delante de Dios, sus conflictos ya han pasado: la Iglesia triunfante en el cielo. Consideremos a la primera de las comunidades en nuestro tiempo. Son ‘los siervos de nuestro Dios’ (v. 3) y están sellados o llevan una marca en la frente para indicar que le pertenecen. El número 144.000 es un claro símbolo de la Iglesia completa (12 x 12 x 1.000); se los identifica más adelante en Apocalipsis 14.3 como aquellos ‘que fueron redimidos de entre los de la tierra’. Y la única razón por la que se los representa como las doce tribus de Israel es que a lo largo del Nuevo Testamento la Iglesia es vista como el ‘Israel de Dios’ (Gálatas 6.16), ‘la circuncisión’ (Filipenses 3.3), y ‘linaje escogido, … nación santa, pueblo adquirido por Dios’ (1 Pedro 2.9), en el cual se cumplen las promesas del pacto de Dios. En la reflexión de mañana nos ocuparemos de la segunda comunidad, la que se describe como ‘una gran multitud, la cual nadie podía contar’ (Apocalipsis 7.9). Para continuar leyendo: Apocalipsis 7.1-8

Agosto 19 La gran comunidad internacional Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero. Apocalipsis 7.9 La segunda de las comunidades, se nos dice, es internacional e incontable. Así como el Señor le ordenó a Abraham que contara las estrellas (algo imposible) y luego le prometió que sus descendientes serían tan numerosos como ellas, la promesa de Dios se cumple en la inmensa multiplicación de los hijos espirituales de Abraham (Génesis 12.1–3; 15.5). La multitud incontable está de pie ante el trono de Dios, vestidos con túnicas blancas de justicia y meciendo ramas de palmera en señal de victoria. También entonan a viva voz cánticos de adoración, reconociendo que son salvos por la gracia de Dios y el Cordero. Los ángeles, los ancianos y los seres vivientes también se suman, y caen postrados sobre sus rostros para adorar a Dios. La vida en el cielo es una continua celebración festiva, y hoy los coros y orquestas terrenales están ensayando para el concierto escatológico. ¿Cómo podemos estar seguros, entonces, de que pertenecemos a esta muchedumbre internacional redimida? Uno de los ancianos expresa este sentimiento ansioso, haciendo la pregunta: ‘están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido?’ (Apocalipsis 7.13). Entonces procede a responder su propia pregunta. Por un lado, ‘han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero’ (v. 14). Sería imposible estar delante del trono resplandeciente de Dios vistiendo nuestros trapos de inmundicia moral, sino solamente si hemos buscado la limpieza que da el Cordero que murió por nosotros. Por otro lado, ‘han salido de la gran tribulación’ (v. 14). Ya que se describe a todos los redimidos, esto no puede referirse al período concreto de tribulación entre la aparición del Anticristo y la de Cristo. Más bien debe tratarse de una descripción de la vida cristiana completa, que el Nuevo Testamento repetidamente nombra como tiempo de tribulación (ver Juan 16.33; Hechos 14.22; Apocalipsis 1.9). Es decir, ahora están ante el trono de Dios. Apocalipsis 7 concluye con la gloriosa certeza de que Dios protegerá a su pueblo; nunca más sufrirán por el hambre, la sed, el sol ardiente; y, en el más audaz cambio de roles, el Cordero será su Pastor; y Dios secará todas sus lágrimas (vv. 15–17). Para continuar leyendo: Apocalipsis 7.9-17

Agosto 20 El justo juicio de Dios Las siete trompetas Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas. Apocalipsis 8.2 El Apocalipsis es, en especial, la celebración de la victoria de Dios. Vemos conflictos y enfrentamientos, pero la perspectiva es que Cristo ha vencido (Apocalipsis 5.5) y que Dios se propone compartir ese triunfo con su pueblo. H. B. Swete describió el Apocalipsis como ‘un sursum corda’ que invita a los lectores a elevar el corazón y a considerar sus padecimientos a la luz del Cristo victorioso, que reina y que vendrá. Recordemos (según el método de interpretación que he elegido) que la ruptura de los siete sellos y el sonido de las siete trompetas denotan el mismo lapso (entre las dos venidas de Jesús), aunque desde perspectivas diferentes. Parece que el propósito de las trompetas era advertir al mundo del justo juicio de Dios, y llamar a todos al arrepentimiento. En el Antiguo Testamento, Ezequiel escribió que si el atalaya ‘viere venir la espada … y tocare trompeta y avisare al pueblo’ (Ezequiel 33.3), entonces el pueblo sería responsable de cómo respondiera. Más aun, las calamidades que siguen parecen advertencias en el mismo sentido que lo fue el derrumbe de la torre de Siloé, y que fue interpretada por Jesús como un llamado al arrepentimiento (Lucas 13.4). Después del sonar de las trompetas, Juan vio a un ángel poderoso que descendía del cielo transportando un pequeño rollo. Según su descripción, el ángel parece haber sido nada menos que el Señor Jesucristo trayendo el evangelio que Juan debía predicar. Le dijo a Juan que comiera el pequeño rollo, haciendo suyo ese contenido. Al principio tendría un sabor dulce, pero luego se volvería agrio en su estómago. Al llevar el evangelio a las naciones, el apóstol descubriría que el sabor dulce del evangelio se volvería amargo en el caso de aquellos que lo rechazaran. De pronto se presentan dos testigos que parecen representar a la Iglesia testigo y sufriente (Apocalipsis 11.3). Se les da el poder de la profecía; es decir, de proclamar el evangelio a lo largo del periodo entre las dos venidas de Cristo. Estos testigos serán perseguidos y asesinados. Después de pasar por el martirio y el silenciamiento, la Iglesia será resucitada (su testimonio sería revitalizado) para gran consternación de sus enemigos. El ministerio del pequeño rollo y de los dos testigos debe entenderse en relación con las trompetas de advertencia. El mensaje negativo de advertencia al mundo se complementa con la predicación positiva del evangelio. Para continuar leyendo: Apocalipsis 9.20-10.11

Agosto 21 El dragón y sus aliados Ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio. Apocalipsis 12.11 Cuando comienza la visión en Apocalipsis 12 hay tres actores: una mujer embarazada a punto de dar a luz, el hijo varón que da a luz, y un enorme dragón rojo dispuesto a devorar al niño cuando naciera. El dragón es, obviamente, el diablo. El niño es el Mesías, cuyo destino es gobernar a las naciones. Y la mujer es símbolo del pueblo de Israel de cuyos doce patriarcas se deriva la descendencia humana de Cristo. Pero cuando nace el varón, Dios lo arrebata, en tanto que la mujer huye al desierto buscando protección. Luego vienen más visiones, donde se celebra el triunfo del Mesías. El tema dominante de Apocalipsis 12 es la derrota definitiva del diablo. Se han frustrado sus malvados intentos de devorar a Cristo y destruir a la Iglesia. Se nos presenta ahora a los aliados del diablo, uno por uno. Son la bestia que sale del mar; la bestia de la tierra; y Babilonia, una llamativa prostituta. En su mascarada parecen una diabólica parodia de la Trinidad. En conjunto representan a la ciudad y al imperio de Roma, aunque desde perspectivas diferentes. Primero, la bestia que sale del mar representaba a Roma como un poder hostil. Los judíos siempre tuvieron miedo del mar. De modo que un monstruo que emergía del mar debió haber sido horroroso para ellos. Segundo, la bestia de la tierra representaba a Roma como un sistema idolátrico, con especial referencia al culto imperial. Esta bestia no tenía un rol independiente. Su ministerio se relacionaba por completo con la primera bestia, a la que era servil. Inducía a la gente a adorar a la primera bestia. Tercero, Babilonia la prostituta representaba a Roma como una influencia pervertidora: ‘ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación’ (14.8). Entonces, cuando Juan estaba escribiendo, los tres aliados del dragón eran Roma la hostil (la primera bestia), Roma la idólatra (la segunda bestia o falso profeta) y Roma la seductora (babilonia la prostituta). También hoy el diablo monta en todo el mundo este mismo triple asalto, como vimos que ocurría en los primeros capítulos de Hechos: el ataque físico (la persecución), el moral (las concesiones) y el intelectual (las enseñanzas falsas). Los tres aliados del diablo siguen muy activos. Para continuar leyendo: Apocalipsis 12.1-12

Agosto 22 El Cordero y los 144.000 Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente. Apocalipsis 14.1 Sería difícil concebir un contraste más agudo que el que pinta Juan entre los capítulos 13 y 14 de Apocalipsis. Es un alivio cambiar la mirada del dragón y la primera bestia, que habita en el mar turbulento, al Cordero de pie en tierra firme y santa; de la persecución y la amenaza de martirio a la seguridad del monte Sion; de la condición de incompleto del número 666 a la condición completa del 144.000; y de aquellos que recibieron la marca de la bestia en la frente (Apocalipsis 13.16) a aquellos que tienen escrito el nombre del Cordero y del Padre. Juan oye ahora una música maravillosa, que compara con una cascada, el rugido de un trueno y una orquesta de arpas. Un coro está entonando una nueva canción, probablemente celebrando la victoria del Cordero. Los 144.00 han sido redimidos, han sido la novia virgen fiel a Cristo, y siguen al Cordero por dondequiera que va. Ahora que se nos ha confirmado la seguridad del pueblo de Dios, estamos listos para escuchar los mensajes que traen los tres ángeles. En esencia su ministerio es convencer de que ‘la hora de su juicio [de Dios] ha llegado’ (14.7). Es más, Juan la describe tanto en términos de la siega como de la cosecha. Cristo es el que realiza la cosecha y su juicio será radical, ya que destruirá todo vestigio del mal. Antes de describir el momento en que se derraman las siete copas de la ira de Dios, reminiscentes de las plagas de Egipto, Juan traza una notable analogía entre el éxodo de Israel de Egipto y la redención lograda por Cristo. Como cuando los israelitas se reúnen junto al Mar Rojo, habiendo vencido al faraón, así ve Juan una multitud de personas de pie junto a lo que parece un mar de vidrio y fuego, victorioso sobre la bestia y su imagen. Así como Miriam toma el pandero para celebrar el triunfo del Señor, aquí el pueblo victorioso de Dios celebra con arpas. Y así como Moisés y Miriam entonaron un canto de alabanza a Dios, ahora el Cántico de Moisés (el vencedor del Antiguo Testamento) se convierte en el himno del Cordero (el Vencedor del Nuevo Testamento). Para continuar leyendo: Apocalipsis 14.1-5

Agosto 23 Las siete copas de la ira de Dios Oí una gran voz que decía desde el templo a los siete ángeles: Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios. Apocalipsis 16.1 Para entender Apocalipsis 15 y 16 encontramos una clave importante en dos expresiones. La primera, ‘se consumaba la ira de Dios’ (15.1). La segunda, ‘Hecho está’ (16.17). ‘Consumaba’ y ‘hecho’. En cada caso se trata de una sola palabra en el griego, en tiempo perfecto, indicando que el juicio de Dios se ha hecho una vez y para siempre, y aun quizás se traza aquí un paralelo intencional con el ‘Consumado es’ de la cruz (Juan 15.39). Los juicios anteriores (los sellos y las trompetas) habían sido parciales; los del cáliz de la ira son finales. Podría decirse de la siguiente manera: el ojo de la fe distingue en el rompimiento de los sellos a la voluntad permisiva de Dios, en el sonar de las trompetas el propósito reformador de Dios, y en el derramamiento de las copas, la justicia retributiva de Dios. Las primeras cuatro copas, igual que las primeras cuatro trompetas, estaban dirigidas según la misma secuencia a la tierra, al mar, al agua limpia y al sol. Hablar de la tierra, el mar, el agua y el sol evoca una línea muy moderna en nuestra era de sensibilidad ambiental. Estamos preocupados por la biodiversidad del planeta, el plancton de los océanos, la disponibilidad del agua limpia, y la preservación de la capa de ozono que nos protege de las radiaciones y de sus efectos dañinos. El derramamiento del quinto cáliz arrojó al reino de la bestia hacia la oscuridad y la consecuente anarquía, y provocó enorme sufrimiento. Pero aun así las personas ‘no se arrepintieron’ (Apocalipsis 16.9, 11). Como el faraón, endurecieron sus corazones. La sexta copa fue derramada sobre el río Éufrates, símbolo de las fuerzas que se oponen a Dios y se reúnen para la batalla final en el ‘gran día del Dios Todopoderoso’ (v. 14). Y para evitar que el pueblo de Dios se alarmara indebidamente ante esta perspectiva, Jesús mismo interviene y exclama: ‘He aquí, yo vengo como ladrón’ (v. 15), advirtiéndonos que debemos estar preparados. La batalla de la que se habla seguramente no es literal; simboliza la última batalla entre el Cordero y el dragón, entre Cristo y el Anticristo. Así como la secuencia de los sellos y las trompetas culminaba en la Parusía, también concluye así la secuencia de las copas. Cristo viene en poder y en gloria para expulsar y destruir a las fuerzas del mal. Para continuar leyendo: Apocalipsis 16.17-22

Agosto 24 Babilonia identificada y destruida Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación. Apocalipsis 14.8 Hasta aquí, ‘Babilonia’ ha sido mencionada en Apocalipsis brevemente apenas dos veces, pero en ninguno de los dos textos se nos dice qué simboliza. Ahora se dedican dos capítulos completos al fenómeno ‘Babilonia’. El capítulo 17 la identifica, y el capítulo 18 describe detalladamente su destrucción. La identificación de Babilonia se la debemos a uno de los siete ángeles que se ofreció a instruir a Juan. El ángel le mostró una prostituta y luego pasó a explicarle lo que había visto. La mujer estaba sentada sobre una bestia color escarlata (fácilmente reconocible como la bestia del mar). Por eso escribió Richard Bauckham: ‘La civilización romana, como una influencia pervertidora, cabalga sobre el poder militar romano’. Juan también vio que la mujer estaba ebria con la sangre de los mártires (17.6). En conclusión, el ángel dijo a Juan: ‘la mujer que has visto es la gran ciudad que reina sobre los reyes de la tierra’ (17.18). Ahora que ha quedado establecida la identidad de Babilonia, Juan pasa a describir su derrocamiento. La expulsión literal de Roma a manos de Alarico el godo ocurriría recién unos 320 años más tarde. Sin embargo Juan usó el tiempo perfecto en su profecía, expresando la certeza del juicio de Dios como algo ya cumplido. ‘¡Por fin cayó la orgullosa Babilonia!’ (14.8, blp). Se mencionan tres grupos de seres humanos en el capítulo 18, concretamente los reyes, los mercaderes y los navegantes del mundo. Se oye a cada grupo lamentándose de la destrucción de Babilonia: ‘¡Ay, ay, de la gran ciudad de Babilonia!’ (18.10). El capítulo concluye con una combinación de celebración y lamento: celebración del justo juicio de Dios, y lamento por la desaparición de todo lo bueno de la cultura: el sonido de la música, la habilidad de los artesanos, la preparación de comida para la familia y la alegre risa de los novios. En el siglo I, ‘Babilonia’ era Roma. Pero Babilonia ha florecido a lo largo y a lo ancho de la historia y del mundo. Babilonia es la Feria de las Vanidades. Podemos elaborar su perfil muy fácilmente a partir de este capítulo: la idolatría, la inmoralidad, la extravagancia, la brujería, la tiranía y la arrogancia. El llamado urgente todavía convoca al pueblo de Dios a salir de ella y a evitar la contaminación. Para continuar leyendo: Apocalipsis 18.21-24

Agosto 25 El jinete del caballo blanco Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Apocalipsis 19.11 En contraste con el silencio de la Babilonia incendiada, Juan oye ahora lo que parecía el rugido de una gran multitud que grita ‘¡Aleluya!’. La exclamación se ha repetido cuatro veces desde el comienzo de Apocalipsis 19, como un coro celestial, y la razón de esta convocatoria a la adoración de Dios es la justicia de su juicio y la supremacía de su reinado. Además, en antítesis a la destrucción de la prostituta Babilonia, ha llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada (v. 7). A continuación Juan ve a los cielos abiertos, y ante él un caballo blanco cuyo jinete usa muchas coronas, símbolo de su autoridad universal. Su ropa está manchada de sangre, lo cual indica que carga consigo el triunfo de su muerte expiatoria. Se le da entonces el sensacional título de Rey de reyes y Señor de señores. No cabe duda de que este jinete es el Señor Jesucristo en persona, en la plenitud de su divina majestad, avanzando en juicio, seguido por los ejércitos celestiales. Uno esperaría que ahora se produzca la batalla final, porque los dos ejércitos —el celestial y el demoníaco— están frente a frente. Pero nada de eso ocurre, porque Jesús ya obtuvo la victoria sobre el diablo mediante su muerte y resurrección. En lugar de eso, las fuerzas del mal son destruidas, en el orden opuesto al que habían sido presentadas. Primero Babilonia, que ya ha sido destruida. Luego la bestia del mar (el poder hostil) y la bestia de la tierra, también llamada ‘el falso profeta’, símbolo de la religión falsa, responsable de persuadir a la gente a adorar al emperador y a su estatua (v. 20). Ambos fueron lanzados al lago de fuego y destruidos allí. Esto deja a la condenación del dragón para el siguiente capítulo, del que nos ocuparemos mañana. Para continuar leyendo: Apocalipsis 19.11-16

Agosto 26 La condenación de Satanás Y el diablo … fue arrojado al lago de fuego y azufre donde, en compañía de la bestia y del falso profeta. Apocalipsis 20.10, blp Apocalipsis 20 se divide naturalmente en tres párrafos: los mil años (vv. 1–6), la batalla final (vv. 7–10) y el último juicio (vv. 11–15). Primero, el milenio. Se lo menciona seis veces, y en cada ocasión con una referencia diferente. Se nos dice que durante ese lapso el diablo será encadenado, las naciones serán rescatadas del engaño, y los santos y los mártires resucitarán y reinarán con Cristo. Esto seguramente indica que el milenio simboliza al período presente en toda su extensión, entre la primera y segunda venida de Cristo. Si se objeta que Satanás no parece estar encadenado, respondemos que este es el problema que se presenta a lo largo del Nuevo Testamento, ya que por todas sus páginas se afirma que mediante su muerte y resurrección Jesús ha desarmado al diablo y lo ha atado (ver, por ejemplo, Marcos 3.27). Por otra parte, Juan no dice que el diablo haya sido atado en relación con todas las cosas, sino específicamente en relación con las naciones, lo cual explica la enorme incorporación de conversos (ver Apocalipsis 7.9). En segundo lugar, una vez que ha concluido el periodo de mil años, Juan nos dice que Satanás será liberado de su prisión por un breve período y que nuevamente engañará a las naciones. Es decir, la expansión misionera de la Iglesia sufrirá oposición y restricciones. Satanás reunirá a las personas hostiles y emprenderá un último ataque contra la Iglesia. Pero Cristo, el jinete que avanza en el caballo blanco, se anticipará al conflicto. Entonces el dragón será arrojado al lago de fuego para encontrarse allí con las bestias en un destino que no tendrá descanso ni fin. En tercer lugar, ahora que el dragón, las dos bestias y la prostituta han sido todos destruidos, ha llegado el tiempo para que todas las personas sean juzgadas ante el gran trono blanco. Juan escribe: ‘Los muertos fueron juzgados conforme a las acciones que tenían consignadas en los libros’ (20.12, blp). Dice en forma tajante que los pecadores no son justificados por sus buenas obras. Los pecadores somos justificados solamente por la gracia de Dios mediante la fe en el Cristo crucificado, y solo en él. Al mismo tiempo, seremos juzgados por nuestras obras, porque el día del juicio será una ocasión pública en la cual las buenas obras serán la única evidencia visible y pública que dará prueba de la autenticidad de nuestra fe. ‘La fe sin obras está muerta’ (Santiago 2.26). Los verdaderos creyentes tienen sus nombres escritos en el Libro de la Vida del Cordero (Apocalipsis 13.8; 20.15). Para continuar leyendo: Apocalipsis 20.1-15

Agosto 27 Cielos nuevos y tierra nueva Todas las cosas hechas nuevas El que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Apocalipsis 21.5 Apocalipsis 21 y 22 ponen la mirada en la vida: el Libro de la vida, el agua de vida, y el árbol de la vida. Vida eterna es conocer personalmente a Dios por medio de Cristo. Juan lo ilustra mediante tres metáforas: la ciudad, el jardín y la boda, todas las cuales representan nuestra comunión con Dios, que comienza ahora y será plena cuando Cristo vuelva. Apocalipsis 21 comienza con variaciones sobre el tema de lo nuevo. Juan vio un cielo nuevo y una nueva Tierra, hacia la cual descendía la Nueva Jerusalén. ‘Todo lo viejo ha desaparecido’ (v. 4, blp), y Dios declara: ‘yo hago nuevas todas las cosas’ (v. 5). Ya Isaías recibió esta promesa de un universo nuevo (Isaías 65.17; 66.22). Jesús habló de ‘la renovación de todas las cosas’ (Mateo 19.28 [blp], literalmente, ‘el nuevo nacimiento’), y Pablo describió la liberación de la creación de su esclavitud a la corrupción (Romanos 8.18–25). Nuestra esperanza cristiana no mira hacia un cielo etéreo, sino a un universo renovado que se relaciona con el mundo presente tanto por su continuidad como por su discontinuidad. Así como el cristiano es una nueva creación en Cristo, la misma persona pero transformada, y así como el cuerpo de la resurrección tendrá su identidad intacta (recuerde las cicatrices del Jesús resucitado) pero estará investido de nuevos poderes, así también el nuevo cielo y la nueva Tierra no serán un universo sustituto (creado desde cero) sino un universo regenerado, purgado de toda su imperfección actual. Juan añade el detalle de que ‘el mar ya no existía más’ (Apocalipsis 21.1), porque el mar simboliza tanto inquietud como separación. A continuación Juan oyó la voz de Dios que se dirigía a él y le explicaba el significado del descenso de la Nueva Jerusalén: ‘He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios’ (v. 3). Esta declaración maravillosa es todavía más impresionante porque incorpora la fórmula del pacto que aparece una y otra vez a lo largo de las Escrituras: Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Y entonces no habrá más sufrimiento, ni lágrimas, ni duelo ni muerte. Estas cosas pertenecen al orden del viejo mundo caído, y han pasado. Solo Dios puede hacer esto, ya que él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin (v. 6). Para continuar leyendo: Apocalipsis 21.1-8

Agosto 28 La ciudad santa El Espíritu … me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios. Apocalipsis 21.10 Juan mezcla sus metáforas con libertad. Cuando vio por primera vez la ciudad santa, la nueva Jerusalén, estaba ‘dispuesta como una esposa ataviada para su marido’ (v. 2). Y ahora, cuando se lo invita a ver a la novia del Cordero, le muestran ‘la gran ciudad santa de Jerusalén’ (v. 10). La mayor parte del capítulo 21 se dedica a una descripción detallada de la ciudad santa, resplandeciente por la gloria de Dios. En sus doce puertas estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel, en tanto que en sus cimientos estaban grabados los nombres de los doce apóstoles. La ciudad era un cubo, como lo era el lugar santísimo en el templo. Si bien debemos concordar con el doctor Bruce Metzger de que la nueva Jerusalén es ‘arquitectónicamente absurda’ (un cubo de más de 2.000 kilómetros de lado, una extensión como de Londres a Atenas), el simbolismo es claro. La ciudad santa es una fortaleza enorme e invulnerable que representa a la Iglesia completa del Antiguo y el Nuevo Testamento, y simboliza la seguridad y la paz del pueblo de Dios. La ciudad que vio Juan no solo era enorme y sólida sino también hermosa: cada uno de sus doce cimientos estaba decorado con una joya diferente, cada una de sus doce puertas estaba confeccionada de una sola perla, y la calle principal era de oro puro. Después de captar la dimensión enorme y el colorido magnífico de la nueva Jerusalén, Juan dirige nuestra atención a algunas notables ausencias. En primer lugar, no vio allí un templo. ¡Por supuesto! El Señor y el Cordero son su templo. Su presencia llena la ciudad. No se necesita un edificio especial. En segundo lugar no necesita Sol ni Luna, porque la gloria de Dios la ilumina y su luz alcanzará a las naciones. A esta altura tenemos que prestar atención a los versículos 24 y 26: ‘los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella’ y ‘llevarán la gloria y la honra de las naciones a ella’. Afirmamos sin vacilar que los tesoros culturales del mundo adornarán a la nueva Jerusalén. Al mismo tiempo, nada impuro entrará jamás en la ciudad, y no entrará nadie que sea culpable de obras vergonzosas o engañosas, sino solamente aquellos que estén registrados en el Libro de la vida del Cordero. Para continuar leyendo: Apocalipsis 21.15-27

Agosto 29 El jardín El ángel me enseñó también un río de agua viva, transparente como el cristal, que manaba del trono de Dios. Apocalipsis 22.1, blp Ahora la ciudad se ha transformado en una ciudad jardín, y se destacan el río, el árbol de la vida y el trono. Primero, el río. Sus aguas cristalinas fluyen del trono (símbolo de la gracia soberana de Dios) y corren por el centro de la calle principal de la ciudad. De esa manera el agua está disponible en todo momento para los que tienen sed. Segundo, el árbol de la vida. Juan ve que crece a uno y otro lado del río. El acceso al árbol había quedado prohibido después de la Caída, pero ya no lo está. Quizás Juan ve un solo árbol a cada lado. Pero yo prefiero la perspectiva de algunos comentaristas: como estaba predicho en Ezequiel 47, habría muchos árboles de vida a lo largo de ambas orillas del río en toda su extensión, poniendo su fruto a disposición de todos. Así, los que tienen hambre pueden comer y los que tienen sed pueden beber hasta quedar saciados. Cada mes habrá frutas frescas disponibles, y las hojas serán para sanidad de las naciones, indicando de esa manera el amplio beneficio que el evangelio traerá al mundo gentil. Juan agrega que ya no habrá maldición, otra clara alusión al jardín del Edén. Tercero, Juan pasa a describir el trono. Estará otra vez en el centro, como se vio en Apocalipsis 4 y 5, y toda vida estará sujeta al gobierno de Dios. Es más, sus siervos lo adorarán y ‘verán su rostro’ (v. 4). Dios le había dicho claramente a Moisés: ‘No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá’ (Éxodo 33:20). De modo que lo que hasta ahora han visto los seres humanos es la gloria de Dios, la que ha sido definida como el resplandor externo de su ser. Hemos visto su gloria en la persona y en la obra de su Hijo encarnado. Pero un día el velo será quitado y lo veremos ‘tal como él es’ (1 Juan 3:2), ‘cara a cara’ (1 Corintios 13:12). Esa visión beatífica es un aspecto indispensable del propósito final de Dios para su pueblo. Para continuar leyendo: Apocalipsis 22.1-5

Agosto 30 Las palabras de su profecía Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Apocalipsis 22.7 Los últimos dieciséis versículos de Apocalipsis son una especie de epílogo o apéndice, que contiene un conjunto de advertencias y exhortaciones. Juan quiere autenticar su libro y demostrar su autoridad. Fue Jesús mismo, dice, quien por medio de un ángel le dio este mensaje para las iglesias. En consecuencia, él había ‘oído y visto’, lo que luego había registrado, y sus palabras eran ‘fieles y verdaderas’ (vv. 6–8). En efecto, eran una profecía, es decir, una revelación de Dios. Para señalarlo, Juan usa una expresión específica (con leves variaciones) en cinco oportunidades: ‘las palabras de la profecía de este libro’ (vv. 7–19). Juan deja en claro el deber que tienen sus lectores hacia esta revelación. Deben guardarla (v. 9), es decir creerla y obedecerla. No deben sellarla u ocultarla (v. 10) sino más bien darla a conocer. Y al hacerlo, por ningún motivo deben añadirle ni sustraerle nada. Porque si alguno añade algo al libro, Dios le añadirá a él los juicios que allí se describen, y si alguno le quita algo, Dios le quitará su parte del árbol y de la ciudad (vv. 18–19). El trasfondo de los ruegos y de las advertencias de Juan es la certeza del juicio. Porque cuando Cristo venga, se llevará a cabo la terrible separación entre quienes hayan lavado sus ropas y quienes no lo hayan hecho, entre aquellos que disfrutan del acceso a la nueva Jerusalén y aquellos que quedan excluidos. De esa manera, Jesucristo, quien dio origen a todas las cosas como Creador, consumará todas las cosas como Juez. Él es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el principio y el fin (v. 13). Esos mismos títulos fueron dados tanto a Dios como a Cristo en el capítulo 1 (vv. 8, 17) y en este capítulo final. Juan abre y cierra su libro con estas colosales afirmaciones sobre Cristo. Para continuar leyendo: Apocalipsis 22.6-13

Agosto 31 ¡He aquí, vengo pronto! He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Apocalipsis 22.12 Uno de los rasgos impresionantes de Apocalipsis 22 es que en tres ocasiones se interrumpe con la exclamación de Jesús: ‘¡He aquí, vengo pronto!’ (vv. 7, 12, 20). ¿Cómo debemos interpretarlo? ¿Significa que Jesús predijo que su regreso tendría lugar casi de inmediato, pero en realidad estaba equivocado? Este es un punto de vista sostenido por muchos, pero por una serie de razones no es necesario llegar a esa conclusión. Primero, Jesús dijo que él no conocía la fecha de su regreso (Marcos 13.32); solo su Padre la conoce. Por lo tanto, es improbable que hiciera una declaración sobre algo que no conocía. Él sabía que no sabía. Segundo, en otros lugares de las Escrituras, Jesús y sus apóstoles alentaron a los discípulos a casarse y a tener hijos, a trabajar por su sustento, y a llevar el evangelio hasta lo último de la Tierra. Estas instrucciones no serían compatibles en el caso de una Parusía inminente. Tercero, Jesús predijo la destrucción de Jerusalén en el lapso de vida de sus contemporáneos, y a veces es difícil discernir si está refiriéndose a este hecho o al fin. Cuarto, el género apocalíptico es un género literario particular, con sus propias convenciones literarias. Por ejemplo, describe acontecimientos que ocurrirán en forma repentina en términos de algo que ocurrirá pronto. Se utilizaba esta misma modalidad en las profecías del Antiguo Testamento. ¿Cómo debemos entender, entonces, el adverbio ‘pronto’? Debemos recordar que con los grandes sucesos del nacimiento de Cristo, su muerte, resurrección y exaltación, se había iniciado la nueva era, y en consecuencia, en el calendario escatológico de Dios no queda nada antes de la Parusía. Este es el próximo acontecimiento en su calendario. Fue y sigue siendo verdad, escribió Charles Cranfield, decir ‘que la Parusía está cerca’. Por eso los discípulos cristianos se caracterizan por la fe, la esperanza y el amor. La fe aprehende el ya de la victoria de Cristo. La esperanza tiene expectativa del todavía no de su salvación. Y el amor caracteriza nuestra vida en el intervalo ahora. La expresión pronto quizás sea cronológicamente inexacta pero es a la vez teológicamente correcta. Para continuar leyendo: Marcos 13.28-37

Septiembre 1 La boda Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Apocalipsis 21.2 Según la costumbre judía, una boda se realizaba en dos etapas: el enlace y la boda. El enlace incluía un intercambio de promesas y obsequios, y se consideraba casi tan definitivo como una boda. La pareja podía designarse como esposo y esposa respectivamente, y en caso de separarse, debían divorciarse. La boda se realizaba algún tiempo después del enlace y era esencialmente una ocasión social pública. Comenzaba con una procesión festiva, acompañada de música y baile, mientras el novio y sus amigos salían a buscar a la novia, quien debía haberse preparado. Entonces el novio volvería a su casa con ella, sus amigos, y sus parientes, para compartir el banquete de la boda, el cual podría prolongarse hasta una semana. Durante ese lapso el novio y la novia recibían una bendición pública de parte de su familia y eran escoltados hasta la cámara nupcial donde consumaban el matrimonio en la intimidad de la unión física. La Biblia no transmite ninguna vergüenza respecto al sexo y al matrimonio. Es desinhibida en el uso de la metáfora del matrimonio para describir el pacto entre Dios e Israel. Describe el amor de Dios por Israel en términos inconfundiblemente físicos, especialmente en los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Oseas. Jesús dio a entender, en una audaz afirmación, que él era el novio de sus seguidores, por lo cual era inapropiado que ayunaran mientras todavía estaba con ellos. Pablo, quien ha sido difamado como misógino, profundizó esa metáfora. Describió a Cristo como el novio que amó a su novia, la Iglesia, y se entregó en sacrificio por ella a fin de que pudiera serle presentada radiante y sin mancha (Efesios 5.25–27). Cuando Pablo agregó que ‘Esto es un misterio profundo’ (Efesios 5.32), al parecer quiso decir que la experiencia de ser una sola carne en el matrimonio simboliza la unión de Cristo con su Iglesia. Para continuar leyendo: Ezequiel 16.7-8

Septiembre 2 La Iglesia que espera El que da fe de todo esto proclama: —Sí, estoy a punto de llegar. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Apocalipsis 22.20, blp Al final de Apocalipsis, Juan retoma las vívidas imágenes del enlace y la boda. Ya hizo una alusión a la boda venidera. Dice que oyó a la multitud de los redimidos cantando aleluyas por ‘las bodas del Cordero, y [porque] su esposa se ha preparado’ (19.7). Además, se le ha dado para vestirse ‘lino fino, limpio y resplandeciente’ (19.8). Ya le ha dicho el ángel a Juan: ‘Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero’ (19.9). Y Juan también vio a la nueva Jerusalén ‘descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido’ (21.2; ver v. 9). Pero ¿dónde está él? ¡No se lo ve en ningún lugar! No le corresponde a la novia salir a buscar a su novio; es él quien debe buscarla a ella. Ella ya se ha preparado. Está vestida y adornada. Ahora solo puede esperar que él se presente, con la excepción de tomarse la libertad de expresar su anhelo: ‘El Espíritu y la Esposa dicen: Ven’ (22.17). El ministerio supremo del Espíritu Santo es dar testimonio de Cristo, y el supremo anhelo de la novia es dar la bienvenida a su novio. Así concluye el libro de Apocalipsis. Deja a la Iglesia esperando, anhelante, expectante — la novia vela ansiosamente por su novio, clama por él y se aferra a la triple promesa de que viene pronto, alentada por quienes hacen eco a su clamor: ‘Amén. ¡Ven, Señor Jesús!’. Mientras tanto, ella tiene la confianza de que su gracia será suficiente (v. 21) hasta que comience el eterno banquete de bodas, y ella sea unida a su novio para siempre. Para continuar leyendo: Apocalipsis 22.14-21

Septiembre 3 La creación La iniciativa del Creador En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Génesis 1.1 Hemos llegado a la culminación de la historia y al encuentro de Dios con su pueblo, en una relación plena y gloriosa para toda la eternidad. Pero, ¿cómo había comenzado todo? ¿Por qué Dios tuvo que trazar este plan maravilloso de rescatarnos del mal y destruir a Satanás, el Enemigo de Dios, mediante la muerte y la resurrección de Cristo? Todo comenzó ‘en el principio’... Las cinco primeras palabras de la Biblia (‘En el principio creó Dios’) son un comienzo imprescindible para la obra completa. Nos advierten que nunca podemos anticiparnos a Dios ni tomarlo por sorpresa. Porque él siempre estará ‘en el comienzo’. La iniciativa siempre la tiene él. Eso es especialmente así en cuanto a la creación. Los cristianos creemos que cuando Dios comenzó su obra creativa, no existía nada sino él. Solo él estaba en el comienzo. Solo él es eterno. En el capítulo 1 de Génesis sobresale el enfoque teocéntrico de la narración. Dios es el sujeto de casi todos los verbos. La expresión ‘dijo Dios’ aparece diez veces, y ‘Y vio Dios que era [muy] bueno’ aparece siete. No necesitamos optar entre Génesis 1 y la cosmología o la astrofísica contemporánea. Dios nunca tuvo la intención de que la Biblia fuera un tratado científico. Más aun, para el lector debería ser evidente que Génesis 1 es un poema hermoso y de gran riqueza estilística. Ambos relatos de la creación (el científico y el poético) son veraces, pero se ofrecen desde perspectivas diferentes y son complementarias entre sí. Cuando el Credo de los Apóstoles declara nuestra creencia en ‘Dios Padre todopoderoso’, no se refiere tanto a su omnipotencia como al control que ejerce sobre todo lo que creó. Él sostiene a su creación. Es inmanente a su mundo, él mantiene, anima y ordena todas las cosas. El aliento de todas las criaturas vivientes está en su mano. Él hace que el sol alumbre y él hace que llueva. Él alimenta a las aves y viste a las flores. Repito: es poesía, pero es verdad. Por lo tanto es sabio que las iglesias tengan un servicio anual de Acción de Gracias y que los cristianos agradezcan los alimentos antes de comer. Es apropiado y conveniente que en forma habitual reconozcamos nuestra dependencia del fiel Creador y Sustentador de nuestra vida y de todas las cosas. Para continuar leyendo: Mateo 5.43-45 y 6.25-34

Septiembre 4 Del caos al cosmos Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Génesis 1.2 Aunque Isaías nos asegura que Dios ‘no la creó en vano, para que fuese habitada la creó’ (Isaías 45.18), en un primer momento la Tierra estaba vacía, sin forma, oscura e inhabitable. De modo que, paso a paso, en Génesis 1 observamos cómo Dios transforma el desorden en orden, el caos en cosmos. Es evidente que el escritor de Génesis entendió que la creación se trataba de un proceso, aunque de una duración no especificada. El proceso se describe vívidamente en el versículo 2. Algunos traductores entienden que se refiere a un fenómeno impersonal, como una tormenta en el mar. La Nueva Biblia de Jerusalén, por ejemplo, traduce que hubo ‘un viento de Dios que aleteaba por encima de las aguas’. Pero comparto la opinión de otros comentaristas, de que, en este contexto, el escritor no se refiere al viento sino al Espíritu Santo mismo en forma personal, cuya actividad se asemeja a la de un ave que revolotea sobre sus pichones. Más aun, a la obra del Espíritu de Dios en la creación, el escritor añade una referencia a la voz de Dios: ‘Y Dios dijo’. ‘Porque él dijo, y fue hecho’ (Salmos 33.9). No me parece demasiado fantasioso detectar aquí una referencia a Dios Padre, a su Palabra o Verbo y a su Espíritu. En otras palabras, a la Trinidad. En estos días en que con frecuencia se enfatiza en forma extrema a una o a otra de las personas de la deidad, es saludable regresar una y otra vez a las tres personas. Sin duda, es importante observar que desde los primeros versículos, la Biblia da testimonio de la Trinidad. Nos regocijamos en reconocer que somos cristianos trinitarios. Para continuar leyendo: Salmos 104.29-31

Septiembre 5 Luz en la oscuridad Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Génesis 1.3 El pequeño territorio de Israel estaba en medio de los poderosos imperios de Babilonia al norte y Egipto al sur. En ambos lugares era popular alguna forma de adoración al sol, a la luna y a las estrellas. En Egipto el centro de adoración al sol era On, cuyo nombre griego era Heliópolis, ‘ciudad del sol’, a pocos kilómetros de El Cairo. Los astrónomos en Babilonia habían elaborado cálculos sobre el movimiento de los cinco planetas que conocían, y habían comenzado a trazar los mapas de los cielos. No sorprende, por eso, que muchos líderes israelitas se contaminaran con esos cultos a los astros que se practicaban a su alrededor. Ezequiel se sintió horrorizado cuando vio a veinticinco hombres con ‘sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente … postrándose hacia el oriente’ (Ezequiel 8.16). También Jeremías condenó a los líderes de la nación por amar y servir ‘al sol y a la luna y a todo el ejército del cielo’ (Jeremías 8.2). Es contra este trasfondo de la idolatría que debemos leer y entender Génesis 1. Los egipcios y los babilonios estaban adorando al sol, a la luna y a las estrellas; el autor del Génesis insiste en que estos no son dioses para que sean adorados, sino una creación del único y verdadero Dios. Dios prometió a Abraham que le daría descendientes ‘como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar’ (Génesis 22.17). Lo extraordinario es que, ahora que conocemos la existencia de alrededor de cien mil millones de estrellas solo en nuestra galaxia, y miles de millones de galaxias más a miles de millones de años luz de distancia, la equivalencia entre arena y estrellas podría ser bastante exacta. El apóstol Pablo tomó el majestuoso Fiat de Dios: ‘Sea la luz’, como modelo de lo que ocurre en la nueva creación. Compara el corazón de las personas no regeneradas con las tinieblas del caos primitivo y al nuevo nacimiento con el mandato de Dios en la creación: ‘Sea la luz’. Esta, por cierto, había sido la experiencia del apóstol. ‘Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo’. (2 Corintios 4.6). Para continuar leyendo: 2 Corintios 4.3-6

Septiembre 6 La sobriedad de la narrativa de Génesis Luego dijo Dios: Haya … Y fue así… . Y vio Dios que era bueno. Génesis 1.6, 9–10 A menudo se sostiene que hay paralelos asombrosos entre los mitos sobre la creación que surgieron en el antiguo Cercano Oriente (especialmente con el poema babilónico conocido como ‘Enuma Elish’) y el relato bíblico sobre la creación que encontramos en Génesis 1. Pero lo que de verdad resulta sorprendente no es la similitud entre el relato babilónico y el bíblico, sino su diferencia. Lejos de copiar el primer relato mencionado, el de Génesis 1 critica y desafía su teología esencial. En los mitos babilónicos, los dioses —amorales y caprichosos—, rivalizan y pelean entre sí. Marduk, el más altivo de los dioses, ataca y mata a Tiamat, la diosa madre. Entonces procede a cortar el cuerpo en dos: de una de esas mitades surge el cielo y, de la otra mitad, la Tierra. Es un alivio pasar de este politeísmo crudo al monoteísmo moral de Génesis 1, en el cual la creación entera se atribuye al mandato del único Dios santo y verdadero. Según el libro de Apocalipsis, la adoración eterna en el cielo se concentra en el Creador: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. Apocalipsis 4.11 Los científicos seguirán investigando los orígenes, la naturaleza y la evolución del universo. Pero en el sentido teológico, es suficiente que sepamos que Dios creó todas las cosas por su sola voluntad, manifestada en su simple y soberana Palabra. Porque estas son las palabras que se repite en Génesis 1: ‘Luego dijo Dios …’. Además, mientras Dios contemplaba lo que había creado, dijo que era bueno. Por lo tanto, corresponde que nos alegremos en todas las obras de la creación de Dios, sean la comida y la bebida, o el matrimonio y la familia, o el arte y la música, o las aves, los animales y las mariposas; como muchas otras cosas más. Todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias. 1 Timoteo 4.4 Para continuar leyendo: Jeremías 10.12-16

Septiembre 7 Imagen de Dios Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó... Génesis 1.27 La cúspide de la actividad creativa de Dios fue la aparición de los seres humanos, y Génesis expresa este momento culminante describiendo que fueron creados a imagen de Dios. Los estudiosos no coinciden plenamente en lo que significa esta imagen divina en los seres humanos. Algunos piensan que significa que los seres humanos son representantes de Dios, que ejercen dominio en su nombre sobre el resto de la creación. Otros concluyen que por imagen de Dios se hace referencia a la especial relación que él ha establecido con nosotros. Pero si consideramos la expresión tanto en su contexto inmediato en Génesis como a la luz de la perspectiva más amplia de las Escrituras, parece referirse a todas aquellas cualidades y capacidades humanas que nos diferencias de los animales y nos asemejan a Dios. ¿Cuáles son? En primer lugar, los seres humanos somos racionales y tenemos autoconciencia. En segundo lugar, somos morales, tenemos una conciencia que nos alienta a hacer aquello que percibimos como correcto. En tercer lugar, somos creativos, como lo es nuestro Creador, capaces de apreciar lo que es bello a nuestros ojos y oídos. En cuarto lugar, somos seres sociales, capaces de establecer relaciones de amor genuinas. Dios es amor, y al hacernos a su imagen nos ha dado la capacidad de amarlo a él y a otros. En quinto lugar, tenemos una facultad espiritual que nos da sed de Dios. Y en ese sentido estamos singularmente equipados para pensar y elegir, para crear, para amar y para adorar. Podemos agregar que la imagen de Dios en nosotros ha sido desfigurada, de tal manera que todos los aspectos de nuestra humanidad han quedado contaminados por el egocentrismo. A pesar de ello, esa imagen no se ha destruido. Por el contrario, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento declaran que los seres humanos todavía somos portadores de la imagen del Creador, y que esta es la razón por la que toda persona debe ser respetada. La santidad de la vida humana también surge del valor que tiene todo ser humano por ser portador de la imagen de Dios (9.6). Los seres humanos son seres semejantes a él. Merecen ser amados y merecen que se les sirva. Para continuar leyendo: Santiago 3.7-12

Septiembre 8 La sexualidad humana Y creó Dios al hombre a su imagen … varón y hembra los creó. Génesis 1.27 Una hermosa verdad, afirmada con claridad desde el primer capítulo de la Biblia en adelante, es que la heterosexualidad forma parte del propósito de Dios en la creación, y que varones y mujeres tienen la misma dignidad y valor ante Dios su Creador. Ambos fueron creados a su imagen (v. 27), ambos fueron bendecidos y recibieron el mandato de ser fructíferos, sojuzgar la tierra y ocuparse de las criaturas que la habitaban (v. 28). Así, varones y mujeres son igualmente portadores de la imagen divina y comparten por igual la mayordomía terrenal. Nada de lo que se diga después (por ejemplo, en Génesis 2) debe socavar, ni mucho menos contradecir la esencial igualdad de género. La cultura no puede destruir lo que fue establecido en la creación. Es cierto que igualdad no significa que sean idénticos. Si bien los géneros masculino y femenino son iguales, también son diferentes; la igualdad es plenamente compatible con la complementariedad. Y debemos decir algo más: Si bien nuestra desobediencia y la caída perturban la relación entre los dos sexos, la intención de Dios es, por medio del evangelio, restablecer y aun profundizar la relación entre ambos. Por eso Pablo podía escribir a los gálatas que ‘no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús’ (Gálatas 3.28). Esto no significa que las diferencias étnicas, sociales y sexuales sean erradicadas por Cristo. Los varones siguen siendo varones, las mujeres siguen siendo mujeres. Pero en Cristo, cuando estamos personalmente relacionados con él, nuestras características distintivas de género no conforman en absoluto una barrera para la comunión con Dios ni entre nosotros. Porque delante de él somos iguales, igualmente justificados por la fe, igualmente habitados por el Espíritu Santo. Hombres y mujeres de la comunidad cristiana deben honrarse y valorarse unos a otros más de lo que se practica en la sociedad no cristiana. Nosotros podemos reconocer el estatus que tenemos. Somos iguales por creación, y aun más iguales (¡si pudiera hablarse de grados de igualdad!) en la redención. Para continuar leyendo: Génesis 2.18-25

Septiembre 9 El descanso sabático Dios … reposó de toda la obra que había hecho en la creación. Génesis 2.3 ¿Cuál fue la corona de la creación de Dios? No fue la creación del hombre sino la provisión del sabbat; no fue la comisión dada al ser humano de que tome las herramientas y trabaje durante seis días sino el mandato de que en el séptimo día las deje a un lado y adore al Creador. El plan de Dios no consistía solamente en la creación del homo faber (el hombre trabajador) sino en la creación del homo adorans (el hombre adorador). Porque la condición más noble en la que puede encontrarse el ser humano es cuando adora a Dios. Este propósito de Dios quedó luego grabado en el Decálogo, cuyo cuarto mandamiento expresa: ‘Acuérdate del día de reposo para santificarlo’, es decir, sepáralo de los demás días tanto para descansar como para adorar (Éxodo 20.8). Dios sabía lo que hacía cuando proveyó para el descanso de nuestra mente y nuestro cuerpo. Se han hecho varios intentos de modificar el ritmo divino de un día cada siete. Los revolucionarios franceses elaboraron un calendario republicano con semanas de diez días, pero en 1805 Napoleón restableció la semana de siete días. Después fueron los revolucionarios rusos quienes convirtieron el domingo en un día laboral, pero eso no duró mucho. Stalin restableció el domingo como día de descanso. Dios es más sabio. Además, separó un día de cada siete con el propósito de que lo dedicáramos a la adoración. Aunque algunos cristianos insisten en separar el séptimo día, al parecer los primeros seguidores de Jesús eligieron adorar en el primer día de la semana, para celebrar así la resurrección de Jesucristo (Juan 20.19, 26; Hechos 20.7). Por otro lado, lo fundamental no es cuál día de la semana se separa sino que se mantenga el ritmo de un día cada siete. Jesús observó el sabbat y enseñó a sus discípulos a hacerlo, pero también estableció un principio importante: ‘El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo’ (Marcos 2.27). Guardar el domingo no debe ser una práctica pesada y restrictiva sino una celebración semanal gozosa en la que destinamos tiempo a descansar, a adorar y a compartir con la familia. Para continuar leyendo: Deuteronomio 5.12-15

Septiembre 10 La institución del trabajo y del matrimonio Separar el domingo como día especial Bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó... Génesis 2.3 ¿Qué significa que Dios ‘bendijo’ al séptimo día y que ‘lo santificó’? Queda claro que el día en sí no experimentó un cambio inherente; solo cambió el uso que se le dio. Porque Dios lo separó de los restantes seis días de la semana para darle un propósito especial. En el año 1985 se lanzó en el Reino Unido una campaña llamada: ‘Que el domingo sea especial’. Enfatizaba la necesidad de proteger a la masa de trabajadores de la obligación de trabajar los domingos, salvo en las tareas imprescindibles. Al mismo tiempo, la campaña procuraba reservar el domingo para el descanso, la recreación, la adoración y la familia. En la actualidad la campaña modificó el enfoque con el propósito de asegurar que todas las personas tengan ‘un día libre semanal’. Esta campaña se diferencia mucho del enfoque opresivo del sabbat. Los rabinos en tiempos de Jesús calculaban que el cumplimiento de la ley del sabbat abarcaba más de mil quinientas reglas. Pero Jesús no simpatizaba en absoluto con ese enfoque. Al declararse ‘Señor aun del día de reposo’ (Marcos 2.28), estaba expresando que él tenía autoridad para darle la verdadera interpretación al cuarto mandamiento. Siempre será apropiado ‘hacer bien’ en el día de descanso (Marcos 3.4), dijo. Jesús hubiera coincidido plenamente con los sentimientos divinos expresados en Isaías 58.13–14: Si retrajeres del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamares delicia, santo, glorioso de Jehová . . . entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre. Para continuar leyendo: Marcos 2.23-28

Septiembre 11 Colaborar con Dios Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Génesis 2.15 ‘Los lunes por mañana me ataca la depresión’, decimos a veces con voz melancólica. Es una experiencia común. Pero después de haber disfrutado del refrigerio del descanso y la adoración que nos brindan los domingos, deberíamos estar ansiosos por comenzar la semana laboral. Deberíamos exclamar, en palabras del título del libro de Mark Greene: Thank God It’s Monday! (Gracias a Dios, ¡es lunes!). Lo que necesitamos es una genuina filosofía cristiana del trabajo. Son demasiados los cristianos que consideran a su trabajo como poco más que una lamentable necesidad, ya que de alguna manera tenemos que ganarnos el sustento. En contraste, deberíamos imaginar la situación de Adán (por lo que podemos ver, un agricultor neolítico), saliendo cada día a trabajar en el huerto del Edén lleno de energía y entusiasmo. Porque Dios había puesto al hombre que creó en el jardín que también él había plantado, ‘para que lo labrara y lo guardase’ (v. 15). El Señor intencionalmente se humilló a sí mismo para requerir la colaboración de Adán. ¡No cabe duda de que el Creador hubiera podido hacer todo el trabajo! Después de todo, él había plantado ese huerto. ¡De modo que podemos suponer que también podría haberlo atendido! Pero eligió no hacerlo de esa manera. Me gusta la historia del jardinero que estaba mostrándole a un clérigo el magnífico seto verde, que estaba en todo su esplendor. El clérigo rompió en alabanza a Dios, hasta que el jardinero se cansó de ver que no se le daba ningún crédito a él. Entonces se quejó: ‘¡Usted tendría que haber visto este lugar cuando Dios lo atendía solo!’ Su teología era correcta. Sin el trabajo del ser humano, el jardín hubiera sido un erial. Necesitamos, por lo tanto, hacer una importante distinción entre naturaleza y cultura. Naturaleza es lo que Dios nos da; cultura es lo que hacemos de ella (agricultura, horticultura, etc.). En la naturaleza tenemos los materiales crudos; en la cultura tenemos los productos preparados para el mercado. La naturaleza es la creación divina; la cultura es el cultivo humano. Dios nos invita a compartir su trabajo. Sin duda, nuestro trabajo se transforma en un privilegio cuando lo consideramos como una colaboración con Dios. Para continuar leyendo: Génesis 2.7-9, 15

Septiembre 12 Cuidar la creación Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, … y señoree [‘tenga dominio’, NVI] … en toda la tierra … Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla. Génesis 1.26, 28 En marzo de 2005 se publicaron los resultados de la Evaluación del Ecosistema en el Milenio. Se trataba de un análisis científico riguroso de las condiciones para el bienestar de la vida humana en el planeta Tierra. ‘Estamos viviendo por encima del nivel de nuestros recursos’, declaró el informe, ‘consumiendo velozmente, agotando, contaminando, y destruyendo el capital natural del que depende nuestro sustento’. Los cristianos deberíamos estar en la vanguardia del movimiento de conservación, porque creemos que Dios nos ha llamado a cuidar su creación. De hecho, algunas personas no solo nos critican por no resolver la crisis ecológica, sino también por ser en parte responsables de provocarla. En particular, un crítico ha hecho hincapié en lo que él considera ‘tres líneas horrorosas’ en Génesis 1, un texto para él ‘horrible y calamitoso’.[5] Se refería a la afirmación de que Dios le había dado a la humanidad el mandato de ‘sojuzgar’ y ‘señorear’ la tierra. Es verdad que el primero de estos verbos puede significar en hebreo ‘pisotear’, y el segundo se usaba en referencia a poner a los pueblos ‘bajo sujeción’. ¿Tenía razón, entonces, Ian McHarg, con su acusación? No. Un principio elemental de la interpretación bíblica es que el contexto debe definir el sentido del texto. Por consiguiente, debemos tomar en cuenta que el ‘dominio’ que Dios nos ha dado consiste en una mayordomía delegada y responsable. Sería ridículo suponer que, después de haber creado la Tierra, Dios nos la entregara para que la destruyéramos. Hemos sido llamados a cuidar la creación, no a explotarla. Para continuar leyendo: Génesis 1.26-31

Septiembre 13 La verdadera libertad Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. Génesis 2.16–17 En la buena providencia de Dios se nos han dado dos relatos de la creación, que se complementan entre sí. Ambos se ocupan de la creación de los seres humanos, pero hay una diferencia significativa entre los dos relatos. En Génesis 1 el Creador, a quien se nombra como ‘Dios’, sostiene a todo el cosmos, en tanto que en Génesis 2 recibe el nombre del pacto: ‘Jehová Dios’, quien disfruta de una comunión íntima con sus criaturas humanas. En este capítulo se introducen el trabajo y el matrimonio, ambos presentados como la provisión amorosa de Jehová. Dios le dio a Adán dos instrucciones claras: una en sentido positivo y la otra en sentido negativo. La primera era un permiso amplio (podía comer de todos y cualquier fruto de los árboles en el huerto). La segunda era una sola prohibición (no debía comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, que estaba en el centro del jardín). El generoso permiso daba un acceso casi completamente ilimitado a la rica variedad de árboles en ese lugar. Cada uno de ellos era ‘delicioso a la vista’ y ‘bueno para comer’ (v. 9), lo cual ofrecía a Adán y a Eva satisfacción estética y material. La provisión abundante incluía también el acceso al ‘árbol de la vida’, símbolo de la continua comunión con Dios, quien es vida eterna (ver Juan 17.3), de lo cual el relato nos da un atisbo al decir que Jehová Dios paseaba en el huerto (Génesis 3.8). El árbol del conocimiento del bien y del mal al cual hace referencia la única prohibición, no se llamaba de esa manera porque tuviera propiedades mágicas, sino porque estaba allí para poner a prueba a Adán y a Eva. Por haber sido creados a imagen de Dios, ya tenían algún grado de discernimiento moral; pero si desobedecían a Dios, tendrían la experiencia desastrosa tanto del mal como del bien. Un estudiante finlandés me dijo en una ocasión en la Universidad de Helsinki: ‘Anhelo la libertad, y la estoy encontrando cada vez más desde que renuncié a Dios’. Sin embargo, la verdadera libertad no se encuentra al descartar el yugo de Cristo sino al someternos a él, es decir, absteniéndonos de aquello que se nos ha prohibido. Obediencia significa vida, y desobediencia significa muerte. Para continuar leyendo: Mateo 11.28-30

Septiembre 14 El hombre: varón y mujer Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él [‘alguien que lo acompañe’, TLA]. Génesis 2.18 Es probable que los lectores atentos se sorprendan por las palabras de Génesis 2.18. En el relato de la creación en Génesis 1, en seis oportunidades leemos el estribillo: ‘y vio Dios que era bueno’. Y concluye el capítulo diciendo que ‘vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera’ (v. 31). Pero ahora repentinamente leemos acerca de algo que ‘no es bueno’. ¿Es posible que haya algo que no sea bueno en esta buena creación de Dios? Respuesta: no es bueno que el hombre esté solo, porque el hombre queda incompleto sin la mujer. Por cierto, no debemos presionar esta expresión para convertirla en una declaración absoluta, ya que algunas personas están llamadas a la soltería (como dejó en claro el apóstol Pablo; ver 1 Corintios 7.7). Además, nuestro Señor Jesús, aunque fue perfecto en su humanidad, era soltero, ¡lo cual nos muestra que es posible ser humano y soltero a la vez! (Ver Mateo 19.11–12). Sin embargo, volviendo a Génesis 2, leemos que Dios decidió darle una compañía adecuada a Adán. Aunque las dos palabras hebreas que se usan aquí han sido traducidas de distintas maneras, combinan los conceptos de compañerismo y adecuación; no dan base a ninguna de las posiciones extremas: ni a la supremacía masculina (por la cual los varones ejercen dominio sobre las mujeres) ni al feminismo radicalizado (por el que las mujeres prescinden de los hombres). Tampoco permiten aprobar relaciones gays o lesbianas. Aun así, sería un error restringir la aplicación de 2.18 al matrimonio. Calvino es uno de los numerosos comentaristas que han reconocido la amplitud de esta referencia. ‘La soledad no es buena’, escribió. Para ningún ser humano es bueno estar solo. Dios nos creó como seres sociales. La amistad es un don precioso del Señor. Para continuar leyendo: Génesis 2.18-25

Septiembre 15 La creación de Eva Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. Génesis 2.21–22 No queda claro cuán literalmente debamos entender esta cirugía divina bajo anestesia divina. Pero sí es evidente que tuvo lugar algo profundo y misterioso, de tal modo que cuando Adán vio a Eva prorrumpió en el primer poema de amor de la historia: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. (versículo 23) Varios comentaristas han considerado que el hecho de que la mujer fuera tomada del costado del varón tiene un significado simbólico. Por ejemplo Peter Lombard, quien fue designado obispo de París en 1159, había escrito uno o dos años antes en su famoso sumario de la doctrina cristiana titulado El libro de las declaraciones: ‘Eva no fue tomada de los pies de Adán para ser su esclava, ni de su cabeza para ser su amo, sino de su costado para ser su compañera’. Y Matthew Henry, quien comenzó a escribir su comentario bíblico en 1704, pudo haber estado reflexionando sobre las palabras de Peter Lombard cuando escribió que ‘Eva no fue tomada de la cabeza del varón para estar por encima de él, ni de sus pies para ser pisoteada por él, sino de su costado para ser su igual, bajo su brazo para ser protegida, y cerca de su corazón para ser amada’. Es correcto, por lo tanto, que en casi todas las sociedades, el matrimonio sea una institución reconocida y reglamentada. Pero no es un invento humano. La enseñanza cristiana sobre el matrimonio comienza con la gozosa afirmación de que es una idea de Dios, no nuestra. Como dice el prefacio anglicano de la Liturgia de Casamiento, de 1662, fue ‘instituido por Dios en el tiempo de la inocencia humana’. Para continuar leyendo: Cantar de los cantares 2.14-17

Septiembre 16 La definición bíblica del matrimonio Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne. Génesis 2.24 El matrimonio está en estos tiempos bajo una amenaza tan grave, que vale la pena recordar esta definición que la Biblia da del matrimonio, a la cual el Señor Jesucristo dio su respaldo (Marcos 10.7): 1. Es heterosexual. Une a un varón con una mujer. La relación homosexual nunca será una alternativa legítima. 2. Es monógamo. Las expresiones ‘hombre’ y ‘mujer’ están en singular. La poligamia pudo haber sido tolerada durante un tiempo en los días del Antiguo Testamento, pero el propósito de Dios desde el comienzo fue la monogamia. 3. Implica compromiso. Al casarse, el varón se ‘unirá’ a su esposa, adhiriéndose a ella como ‘pegamento’ (así lo implica el Nuevo Testamento). El divorcio está permitido en una o dos situaciones definidas. ‘Mas al principio no fue así’, insistió Jesús (Mateo 19.8). En una pareja que solamente cohabita falta precisamente el elemento del compromiso, un factor fundamental en el matrimonio. 4. Es público. Antes de que sea posible la unión en el matrimonio debe haberse cumplido el acto de dejar a los padres; la expresión ‘dejará’ tiene en mente una ocasión social pública. La familia, los amigos, y la sociedad tienen derecho a saber lo que está ocurriendo. 5. Es físico. ‘Serán una sola carne’. Por un lado, el matrimonio heterosexual es el único contexto dado por Dios para la unión sexual y la procreación de los hijos; y por otro lado, la unión sexual es un elemento constitutivo tan esencial al matrimonio que el acto intencional de no consumar la unión es en muchas sociedades motivo de anulación del matrimonio. Adán y Eva no se sentían perturbados por la experiencia del sexo. ‘Estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban’ (Génesis 2.25). Según el propósito de Dios, el matrimonio es una unión heterosexual y monógama, que implica un compromiso amoroso mutuo para toda la vida, que debe comenzar con un acto público de dejar a los padres y que debe ser consumado en la unión sexual. En sus primeros capítulos, la Biblia deja establecidas sus grandes doctrinas: la soberanía de Dios como Creador, el poder de su palabra, el origen noble del hombre ‘varón y mujer’, creado a la imagen de Dios, de quien recibió la mayordomía de la tierra, la igualdad y complementariedad de los géneros, la bondad de la creación, la dignidad del trabajo y el ritmo del descanso. Para continuar leyendo: Efesios 5.21-33

Septiembre 17 La caída Negar la veracidad de Dios Pero la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho; la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Génesis 3.1 Recordemos que Dios había dado a Adán y a Eva tres pautas: el permiso de comer libremente de todos los árboles del huerto, la prohibición de comer de uno de esos árboles, y una penalidad por la desobediencia. De modo que sabían exactamente lo que podían hacer, lo que no podían hacer, y lo que ocurriría si desobedecían. Ahora tenemos que considerar de qué manera la serpiente, por ser más habilidosa que las demás criaturas de Dios, torció estas indicaciones para convertirlas en tentaciones. Con perspicacia, Satanás sigue empleando hoy las mismas tácticas. El diablo cuestionó la veracidad de Dios. El Creador había dicho: ‘el día que de él comieres, ciertamente morirás’ (2.17), pero el diablo dijo: ‘No moriréis’ (3.4). Eva se vio frente a una contradicción. No podían estar diciendo ambos la verdad; uno de los dos estaba mintiendo. ¿Quién? ¡Vaya! Eva creyó en la mentira del diablo y dudó de la veracidad de Dios. Dios había dicho la verdad. En consecuencia, por un lado, Adán y Eva murieron espiritualmente. Antes de pecar, comían libremente del árbol de la vida; pero ahora habían perdido este acceso privilegiado, y se dispuso un control riguroso sobre este (vv. 22–24). Por otro lado, sus cuerpos comenzaron a ser mortales. Dios le dijo a Adán: ‘polvo eres, y al polvo volverás’ (v. 19). Los registros fósiles indican que desde el comienzo hubo muerte en el reino vegetal y en el reino animal. Pero parece que Dios se proponía que los seres humanos creados a su imagen experimentaran un final más noble que el de la desintegración a la que llamamos muerte, quizás un ‘transporte’ como el que tuvieron Enoc y Elías sin probar la muerte. El diablo todavía hoy cuestiona las advertencias de juicio que Dios ha dado, y la horrible realidad del infierno para quienes se nieguen a arrepentirse. Seguimos prestando oídos al susurro del diablo: ‘No moriréis’. Los falsos profetas dicen ‘paz’ cuando no hay paz (ver, por ejemplo, Ezequiel 13.10). Y, como dijo Jesús, el diablo es ‘mentiroso, y padre de mentira’ (Juan 8.44). Para continuar leyendo: Juan 8.42-44

Septiembre 18 Negar la bondad de Dios La serpiente … dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis. Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Génesis 3.1–5 El segundo componente de la sutileza de Satanás fue negar la bondad de Dios. No solo dijo que la desobediencia no traería consigo penalidad alguna (‘No moriréis’), sino que por el contrario les traería bendición (‘serán abiertos vuestros ojos’). Más aún, Dios lo sabe, y esa es la razón por la que les ha prohibido comer el fruto, insinúa el diablo. Está intencionalmente negándoles el conocimiento que obtendrían al comer. No está procurando su bienestar sino su empobrecimiento. En las instrucciones originales sobre el fruto del jardín, Dios había sido absolutamente franco. Había marcado la diferencia entre los ‘pueden’ de la libertad y los ‘no deben’ que la limitaban. En este sentido, el diablo ignoró convenientemente la amplia provisión de fruto de los cuales Adán y Eva podían comer libremente. No carecían de nada. Pero Satanás torció esta verdad. Logró que aquello que les era permitido pareciera insatisfactorio, y que lo prohibido les resultara apetecible. Hasta hoy, una de las ocupaciones favoritas del diablo es hacer que las cosas que Dios permite parezcan aburridas y las cosas prohibidas parezcan atractivas. Presenta a Dios como un ogro que nos niega lo bueno. Necesitamos tener discernimiento para aplicar la recomendación del apóstol: ‘examinadlo todo’ y ‘retened lo bueno’, y también ‘absteneos de toda especie de mal’ (1 Tesalonicenses 5.21–22). También debemos estar seguros de que ‘en cuanto a Dios, perfecto es su camino’ (Salmos 18.30). Para continuar leyendo: 1 Juan 2.15-17

Septiembre 19 Negar la ‘otredad’ de Dios La serpiente dijo a la mujer: … sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Génesis 3.5-6 La tercera táctica del diablo fue negar la ‘otredad’ de Dios. Le dijo a la mujer: ‘sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal’ (v. 5). El diablo tentó a Eva con la posibilidad de llegar a ser igual a Dios. En esta sugerencia diabólica queda a la luz la esencia misma del pecado. Adán y Eva habían sido creados a la imagen de Dios y ya eran ‘como Dios’ en todos los aspectos en que el Creador había dispuesto que se le parecieran: en aquellas capacidades racionales, morales, sociales y espirituales que él les había dado. El principal modo en que Adán y Eva eran diferentes de Dios y semejantes a los animales era en la dependencia que tenían de él. Dios es autosuficiente. Depende de sí mismo para todo lo que hace su ser. Todos los demás seres dependen de él como Creador y Sustentador, también los seres humanos. Fue contra esa realidad que se rebelaron Adán y Eva. ¿Por qué habrían de continuar en su humillante posición de dependencia y subordinación?, habrán pensado. ¿Por qué no hacer el intento de la autonomía y llegar a ser iguales a Dios? Creyeron que en lugar de morir, iban a ser iguales a él. En nuestros días se oyen muchos ecos de esta actitud soberbia de independencia. Se nos dice que el ser humano ha llegado a ‘la mayoría de edad’. ‘Ya no necesitamos a Dios. Podemos aprender a vivir sin él. De hecho, el hombre mismo puede llegar a ser como su Creador’. Pero en esto consiste precisamente la naturaleza del pecado. El pecado es la negativa a dejar que Dios sea Dios; el rechazo a reconocer su ‘otredad’ y nuestra permanente dependencia de él. El pecado es la rebelión contra la singular autoridad de Dios; es el intento de endiosar al ser humano. Para continuar leyendo: Isaías 14.3, 11-15

Septiembre 20 Vergüenza y culpa Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Génesis 3.7 La vergüenza y la culpa fueron las dos consecuencias inmediatas de la caída de Adán y Eva. En primer lugar, la vergüenza. Como resultado de la desobediencia y de haber comido del fruto prohibido, ‘fueron abiertos los ojos de ambos’. Por supuesto, no eran los ojos del cuerpo sino los de la conciencia. Ahora pudieron ver con absoluta claridad la locura y la perversidad de su rebelión contra Dios. Además, la desnudez física, de la que hasta ese momento ‘no se avergonzaban’ (2.25), ahora los turbó, lo cual era símbolo de su sentido de culpa delante de Dios. Pero, si bien confesaron su pecado, no vemos evidencia de que hubieran comprendido la magnitud del mismo, ¡ya que al parecer pensaron que podían resolver la vergüenza tapándose con patéticos delantales de hojas de higuera (3.7)! La segunda estrategia a la que recurrieron tanto Adán como Eva fue la de sacudirse la culpa de encima de sus hombros. Adán culpó a Eva por haberle convidado del fruto, y luego fue aun más lejos al culpar a Dios por haberle dado a la mujer (v. 12). Entonces, cuando Dios desafió a Eva por lo que había hecho, ella culpó a la serpiente de haberla engañado (v. 13). Este mecanismo de sentir vergüenza y de echar la culpa a otro está en plena vigencia. Podemos mostrarnos muy ingeniosos en nuestros intentos superficiales tanto de aligerar el sentimiento de vergüenza como de echar la culpa a otros. ‘Lo llevo en los genes’, decimos. ‘Es la forma en que me criaron, o una debilidad congénita de la que no soy culpable’. Pero uno de los rasgos esenciales de nuestra semejanza con Dios es que sepamos aceptar la responsabilidad por las decisiones que tomamos. Para continuar leyendo: Juan 16.8–11

Septiembre 21 La perturbación de las relaciones A la mujer dijo [Dios]: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces … y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Y al hombre dijo: … maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Génesis 3.16–17 La desobediencia de nuestros primeros padres condujo a la ruptura de las tres relaciones fundamentales: con Dios, unos con otros, y con la tierra. En primer lugar, Adán y Eva se escondieron y comenzó la más terrible de las tragedias, la de que los seres humanos creados por Dios, a la semejanza de Dios y para Dios, ahora pretendían vivir sin él. Todo nuestro sentido de desorientación brota en última instancia de esta alienación de Dios. Como dicen las Escrituras: ‘vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro’ (Isaías 59.2). En segundo lugar, además de culparse el uno al otro, Adán y Eva descubrieron que su relación sexual se había desviado. La promesa de ser fructíferos (Génesis 1.28) estaría acompañada ahora tanto de dolor como de placer, y en el lugar del compañerismo inicialmente dispuesto entre ambos géneros, ahora habría discordia: Adán se ‘enseñoreará’ sobre su esposa (3.16). En tercer lugar, aunque Adán y Eva habían recibido dominio sobre la tierra, y la responsabilidad de cultivar y cuidar el huerto, ahora la tierra quedaba maldita y la tarea de cultivarla se volvería una lucha esforzada (vv. 17–19). Muchos dicen que la historia de Adán y Eva es un mito, es decir, un relato teológicamente veraz, pero no histórico. No coincido. Sin duda la serpiente que habla y los árboles con sus nombres colocados en el huerto parecen ser míticos, porque reaparecen más adelante en las Escrituras con un sentido obviamente simbólico. Pero el apóstol Pablo afirma claramente la historicidad de Adán. Afirma que el pecado y la muerte entraron al mundo por medio de la desobediencia de un solo hombre, Adán, y así también la salvación y la vida nos han sido dadas por la obediencia de un solo hombre, Jesucristo (Romanos 5.12–21). Su argumento dejaría de ser convincente si la desobediencia de Adán no fuera tan histórica como la obediencia de Cristo. Solo por medio de Cristo y del evangelio de la reconciliación iba a ser posible remediar esta triple alteración en las relaciones. Para continuar leyendo: Colosenses 1.15-20

Septiembre 22 Atisbos de la gracia Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?... Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Génesis 3.8-9, 21 La situación ahora es grave y el panorama desolador. Adán y Eva se han rebelado contra la autoridad de Dios; solo les queda cosechar del mal que ellos mismos cometieron. Pero contra este trasfondo de pecado, culpa y juicio, comienzan a aparecer los atisbos de la gracia. En primer lugar, Jehová Dios ‘se paseaba en el huerto, al aire del día’. Ya había concluido el trabajo de la jornada. El Señor estaba haciendo su acostumbrado paseo vespertino. Podemos asumir que en una situación normal Adán y Eva lo acompañaban. Pero ahora no se los veía por ningún sitio porque se habían escondido. Sin embargo Dios continuó buscando a la pareja. Entonces ‘Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?’ En nuestros días hay una tendencia a invertir los roles, y hablamos acerca de que el ser humano busca a Dios. Pero la realidad es que Dios está buscando al ser humano. Mientras Adán y Eva se escondían entre los árboles, el Señor notó su ausencia, los buscó y los llamó. En tercer lugar, aunque la conciencia de desnudez que sentían Adán y Eva era culpa de ellos mismos a causa de la desobediencia, el Señor Dios se compadeció de su vergüenza y estuvo dispuesto a hacer algo para aliviarla. Entonces ‘Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles y los vistió’ (v. 21). Ahora bien, la piel para confeccionar las túnicas solo estaba disponible si antes se mataba a un animal. ¿Es esta una insinuación de algo que se enseña claramente más adelante, de que para resolver y perdonar la culpa del ser humano se requiere un sacrificio en el que se derrame sangre, anticipando de este modo la salvación por medio de la sangre de Cristo? Quizás. Pero lo que sí es explícito es que Dios decidió darles a Adán y a Eva una protección mayor que la que podían darse a sí mismos, y les proveyó con vestimentas de piel que él mismo confeccionó, con las que reemplazó los precarios delantales hechos con hojas de higuera. En cada caso Dios tomó la iniciativa. Y el nombre que corresponde a la iniciativa divina inmerecida es: gracia. Para continuar leyendo: Salmos 32.1-7

Septiembre 23 Gracia especial y gracia común Jehová Dios dijo a la serpiente: … pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Génesis 3.1415 Ayer consideramos tres atisbos de gracia. Reservé para hoy lo que comúnmente se llama el ‘protoevangelio’, o la primera proclamación del evangelio de la gracia, es decir, Génesis 3.15. Ocurre cuando Dios pronuncia su juicio sobre la serpiente, y se presenta en dos partes. En primer lugar, Dios anuncia que pondrá enemistad entre la serpiente y la mujer, la cual continuará en el futuro para convertirse en hostilidad entre la familia de la serpiente (ver Juan 8.44) y la descendencia de Eva (evidentemente haciendo referencia a su simiente espiritual). En segundo lugar, Dios anticipa que esta era de prolongado conflicto culminará en sufrimiento, aunque más para Satanás que para la descendencia de Eva, porque ya se prevé un único vencedor. Dios dice: ‘te herirá en la cabeza’, es decir que le dará un golpe letal a la serpiente, en tanto que a esta le dice: ‘tú le herirás en el calcañar’. Es decir que el vencedor también será herido. Esta victoria decisiva aunque dolorosa sobre el diablo es la que se alcanzó en la cruz, cuando Jesucristo desarmó y destronó a los principados y potestades y triunfó sobre ellos (Colosenses 2.15). Su victoria nos hace libres de la esclavitud de Satanás y sin duda es el acto más espléndido de la gracia especial de Dios. Mientras tanto, la gracia común de Dios se dispensa a todas las personas. Por ejemplo, cuando Eva quedó embarazada y dio a luz a Caín, dijo: ‘por voluntad de Jehová he adquirido varón’ (Génesis 4.1). ¿‘Por voluntad de Jehová’? ¡En realidad ella y su esposo acababan de ser expulsados de su presencia (3.22–24)! ¿Por qué podía ella declarar que había recibido su ayuda en este nacimiento? La respuesta es que, si bien la gracia especial de Dios ofrece salvación a los creen, su gracia común se extiende a toda la humanidad en la provisión de vida, salud y todo lo necesario para la subsistencia. Para continuar leyendo: Apocalipsis 12.1-9

Septiembre 24 Deterioro social Caín, el primer asesino Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Génesis 4.8 Eva dio a luz a dos varones: primero Caín y luego Abel. Este se convirtió en pastor y ‘fue pastor de ovejas’, en tanto que Caín se convirtió en agricultor y fue ‘labrador de la tierra’ (v. 2). Ambos hermanos presentaron una ofrenda al Señor, cada uno según su ocupación: Caín del ‘fruto de la tierra’ y Abel el ‘más gordo’ de los corderos recién nacidos (vv. 3–4). El señor miró con agrado a la ofrenda de Abel pero no así a la de Caín. Este se enojó mucho, y en un acceso de celos mató a su hermano Abel. Muchos lectores simpatizan con Caín. Después de todo, trajo una ofrenda apropiada a su vocación. Por eso parece injusto el rechazo de parte de Dios. Sin embargo, podemos estar seguros de que no había nada arbitrario en la reacción de Dios. Le preguntó a Caín: ‘¿Por qué te has ensañado …? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido?’ (v. 6–7). ¿En qué sentido, entonces, era correcta la ofrenda de Abel y no la de Caín? Algunos comentaristas dirigen nuestra atención al hecho de que Caín se estaba justificando por sus propios méritos, porque presentó la obra de sus propias manos, en tanto Abel presentó un cordero sacrificial. Sin embargo, si consultamos el Nuevo Testamento, leemos en tres oportunidades que Abel actuó ‘por la fe’ (Hebreos 11.4). Además, Hebreos 11 define a la fe como la respuesta obediente a la Palabra revelada por Dios. Aplicada a Abel, esto implica que de alguna forma Dios había revelado a los hermanos el tipo de sacrificio que él deseaba, y que solamente Abel había respondido con la obediencia que nace de la fe. El apóstol Juan retoma la historia, y contrasta a Caín con Cristo. En tanto Caín sintió odio y mató a su hermano, somos llamados a ser como Cristo y a amar a los demás y aun a estar dispuestos a dar la vida por ellos (1 Juan 3.11–17). Para continuar leyendo: Hebreos 11.1-4

Septiembre 25 Los comienzos de la cultura … Jabal, el cual fue padre de los que habitan en tiendas y crían ganados. Y el nombre de su hermano fue Jubal, el cual fue padre de todos los que tocan arpa y flauta… . Tubal-caín, artífice de toda obra de bronce y de hierro. Génesis 4.20–22 La segunda mitad de Génesis 4 (vv. 17–26) nos presenta a un hombre paradójico de nombre Lamec, uno de los descendientes de Caín. Por un lado, era bígamo (v. 19) y se jactaba ante sus dos esposas diciendo que había matado a un joven que lo había insultado, y que en el futuro sería capaz de superar aun a Caín en su brutalidad. Porque si Caín era vengado siete veces, Lamec proclamaba que él lo sería setenta veces siete. El mandato de Jesús es muy superior: que estemos dispuestos a perdonar al hermano que nos ofende, incluso setenta veces siete. Por otro lado, las dos esposas de Lamec dieron a luz a dos niños muy talentosos, cuyos descendientes heredaron las mismas habilidades. Por medio de su liderazgo comenzó a desarrollarse la civilización. A pesar de haber sido él mismo un fugitivo de Dios, Caín había comenzado a construir una ciudad (quizás tan solo una aldea) para su extensa familia, y le dio el nombre de su hijo Enoc. En cuanto a los hijos de Lamec, Jabal fue nómade, vivió en tiendas y se dedicó a la crianza de ganado, en tanto que la familia de su hermano Jubal se dedicó a la música y se especializó en los instrumentos de viento y de cuerda. En cuanto a su medio hermano Tubal-Caín, él y su pueblo superaron la Edad de Piedra porque fueron constructores ‘de toda obra de bronce y de hierro’. De esa manera comenzaban a desarrollarse la construcción, la agricultura, la música, la ciencia, y la tecnología. Al mismo tiempo, algunas personas se entregaron a los rudimentos de una adoración ordenada: ‘Los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová’ (v. 26). La ambigüedad humana resultaba ya muy evidente. Creados a la imagen de Dios, los seres humanos nunca perdieron su dignidad ni su ingenio cultural. Pero habiendo caído, también manifestaron la horrenda depravación que a veces estallaba en actos terribles de violencia y arrogancia. Lamec fue una notable demostración de esta paradoja humana. Para continuar leyendo: Génesis 4.19-24, 26

Septiembre 26 Se expande la corrupción Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Génesis 6.5 Así como Dios creó a Adán a su semejanza, también Adán tuvo un hijo (Set) a su semejanza (5.1–3). ¿Significa esto que la semejanza de Adán a Dios y la semejanza de Set a Adán eran del mismo tipo, o diferentes? Sin duda la respuesta es: ambos, porque la semejanza divina con la que fueron creados Adán y Eva y que fue trasmitida a sus descendientes, y nos ha sido trasmitida a nosotros, es a la vez genuina (9.6) y distorsionada por la caída. La genealogía en Génesis 5 traza la descendencia desde Adán a Noé. Cada generación se describe en los mismos términos, con una sola excepción, la de Lamec. En lugar de decir que vivió cierta cantidad de años y entonces murió, está escrito que ‘Caminó … con Dios’ y entonces ‘desapareció, porque lo llevó Dios’ (v. 24). De esa manera, en el caso de este hombre piadoso, tanto su vida como su muerte fueron transformadas. Como escribió Delitzsch: ‘De pronto se había marchado sin enfermedad, sin muerte, sin entierro’. Pero la situación moral en general, que en breve provocaría el juicio de Dios por medio del diluvio, era de extrema decadencia. El escritor destaca el extraño caso de los ‘hijos de Dios’ que se sintieron atraídos hacia ‘las hijas de los hombres’ y se casaron con ellas (6.2). La mayoría de los primeros padres de la Iglesia interpretaron que se trataba de ángeles que se casaron con seres humanos, pero (como lo expresó Calvino) esta teoría ‘se refuta completamente por su propia incongruencia’. Jesús enseñó que los ángeles son criaturas asexuadas. Los Reformados, siguiendo a Crisóstomo y a Agustín, enseñaron que se trataba de descendientes de Set que se casaron con descendientes de Caín, personas piadosas que se casaron con personas impías. En cualquier caso, estos matrimonios mixtos eran antinaturales y polígamos, y se trataba de un arrogante rechazo a la ordenanza que Dios había dado sobre el matrimonio. La narración concluye que la tierra estaba ‘llena de violencia’ (v. 11) y que el corazón del Señor estaba lleno de sufrimiento y dolor (v. 6). La escena está preparada para el diluvio. Para continuar leyendo: Génesis 6.1-12

Septiembre 27 Noé y el diluvio Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo. Génesis 6.17 Noé se diferenció de la depravación general reinante como una flor fragante en un montón de estiércol. ‘Halló gracia ante los ojos de Jehová’ (v. 8). También se nos dice que caminó con Dios, como Enoc (v. 9), testimoniando la presencia de Dios en medio de la impiedad prevalente. Cuando Dios le advirtió a Noé del inminente diluvio y le dijo que construyera un arca, Noé creó y obedeció a Dios, y siguió sus instrucciones en cuanto a los materiales, las medidas y la construcción. Seguramente sus contemporáneos se burlaban de Noé, que pasaba meses armando una barcaza, algo apropiado en el océano, en un territorio del interior y bajo el cielo azul. ‘Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase’ (Hebreos 11.7). ¿Fue el diluvio un acontecimiento histórico y universal? Fue un hecho histórico, porque Jesús se refirió a él, y además porque se encuentran relatos sobre diluvio en las sagas de muchos pueblos antiguos. Pero, ¿universal? Algunos cristianos argumentan que la Tierra completa de ambos hemisferios quedó bajo agua. Esto es improbable, pero además la narración bíblica no requiere que lo creamos. Es verdad que el narrador dice que ‘todos los montes altos que había debajo de todos los cielos, fueron cubiertos’ (Génesis 7.19). Pero las Escrituras a menudo usan lenguaje universal (por ejemplo, ‘todos’ y ‘cada uno’) pero no en el sentido absoluto sino relativo a los horizontes de los escritores. Así, leemos que ‘de toda la tierra venían a Egipto para comprar de José, porque por toda la tierra había crecido el hambre’. (41.57). Pero la descripción ‘de toda la tierra’ obviamente alude a las naciones alrededor de Egipto. De modo que sin duda el diluvio fue universal desde el punto de vista del escritor, y cubrió buena parte de Medio Oriente, pero no todo el planeta. Más que la extensión del diluvio, lo que es importante es la lección de Jesús nos pide que aprendamos de él, esto es: ‘Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre’ (Mateo 24.37). Su juicio encontrará al mundo en gran medida desprevenido. Para continuar leyendo: Mateo 24.37-39

Septiembre 28 El pacto eterno de la misericordia divina Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente... Génesis 9.16 A su debido tiempo se retiraron las aguas del diluvio, y todos los pasajeros del arca (humanos y animales) salieron de él. Seguidamente, Noé construyó un altar y ofreció holocaustos, simbolizando la dedicación de su nueva vida a Dios. Aun antes del diluvio, mirando hacia el futuro, Dios había dicho a Noé: ‘estableceré mi pacto contigo’ (6.18). Ahora Dios confirmó ese pacto (9.8–11). Pacto es una palabra bíblica clave. Denota una solemne promesa de Dios en la que toma la iniciativa de manifestar misericordia inmerecida. ¿Cuál fue la promesa establecida por Dios después del pacto? Sus palabras contenían un aspecto positivo y otro negativo. En sentido negativo, cinco veces Dios dice en referencia a sí mismo: ‘no volveré’ (8.21; ver 9.11, 15). A esta promesa en sentido negativo Dios ahora le agregó una bendición positiva, en la que repite el cuádruple mandato original de ser fructíferos, multiplicarse, llenar la Tierra y someterla (9.1, 7). De esa manera renovó su compromiso con la creación. Además, prometió que en tanto la tierra existiera, nunca cesaría el ciclo anual de las estaciones (el tiempo de la siembra y el de la cosecha, el calor y el frío, el verano y el invierno), lo mismo que la secuencia diaria del día y la noche. Todo lo que vive depende en alguna medida de la regularidad de estos ritmos, y así era desde mucho antes de que se supiera que se debían a la rotación de la tierra sobre su eje y alrededor del sol. La Marina de mi país tenía la necesaria confianza en esta realidad, como para dar directivas como la siguiente: ‘La flota zarpará a la salida del sol, y el sol saldrá a las 5.52 a.m.’. Dios se ha mantenido fiel a su pacto, confirmado y sellado por él mismo mediante el arcoíris (vv. 12, 17). Contra el oscuro trasfondo de un cielo amenazante, se destaca la luz y la belleza de este fenómeno, uniendo cielo y tierra. De manera similar, el apóstol Juan vio a Dios entronizado en un arcoíris, porque él gobierna el mundo con misericordia (Apocalipsis 4.3). Para continuar leyendo: Génesis 8.20-22; 9.1, 7-17

Septiembre 29 El origen de las naciones ...y de éstos se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio. Génesis 10.32 Después del diluvio Dios no prometió el regreso al Edén, porque el corazón humano seguía siendo malo (8.21). Aun el justo Noé se emborrachó y fue protagonista de un acto indecente ante uno de sus hijos (Cam) y de sus nietos (Canaán). Ya entonces la ebriedad y la inmoralidad estaban vinculadas entre sí. Esta historia un tanto sórdida está relatada en Génesis 9.18–27. No obstante, de los tres hijos de Noé (Sem, Cam y Jafet) surgieron las naciones y se dispersaron por la tierra. Génesis 10 documenta esta dispersión, dando cuenta en primer término de la descendencia de Cam y de Jafet, para luego concentrarse en los descendientes de Sem (los semitas), de quienes, por causa de Abraham se ocupa principalmente el Génesis. Desde la región de Ararat, los descendientes de Jafet se movieron al oeste hacia lo que ahora es Asia Menor y Europa; los de Cam lo hicieron hacia el sudoeste hacia Canaán, Egipto, y norte de África; y los de Sem hacia el sudeste hacia la Mesopotamia y la región a la que denominamos Golfo Pérsico. Cuando reflexionamos en estas migraciones, se hace evidente que Dios se interesa por todas las personas. Se enumeran setenta naciones o tribus, símbolo de lo que es completo, y bien podría ser que Jesús las tuviera en mente cuando envió en misión a setenta de sus discípulos, de dos en dos (Lucas 10.1). Debemos tener siempre presente este alcance universal del interés de Dios, por lo cual no es posible interpretar la maldición sobre Canaán (Génesis 9.25) como un factor que limite a su descendencia o que justifique el comercio de esclavos en África occidental, o el apartheid en Sudáfrica, como pretendieron hacerlo algunos cristianos en los siglos xix y xx. Jesucristo ha roto esas barreras divisorias, y ahora ya ‘no hay griego ni judío, … bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos’ (Colosenses 3.11; ver Efesios 2.11–22). Para continuar leyendo: Génesis 9.18-27

Septiembre 30 La torre de Babel Así los esparció Jehová … sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Génesis 11.8 Al parecer; la torre de Babel era un zigurat, una enorme pirámide escalonada de los babilonios. Se han excavado varios de ellos y se data a los más antiguos en el tercer milenio a. C. ¿Por qué la torre de Babel provocó el disgusto de Dios? Después de todo, las hazañas tecnológicas de la humanidad se deben al genio inventor de los seres humanos creados a la imagen de Dios. ¿Qué fue lo malo, entonces? Fue la motivación egocéntrica de los constructores. En primer lugar, fueron culpables de un acto de desobediencia. El mandato original de Dios a los seres humanos, reiterado después del diluvio, había sido: ‘llenad la tierra, y sojuzgadla’ (1.28; ver 9.1). Los descendientes de Noé comenzaron a hacerlo, pero cuando llegaron a la planicie aluvial de la Mesopotamia ‘se establecieron allí’ (11.2). En lugar de continuar y explorar la tierra y desarrollar su potencial, se asentaron en esa cómoda seguridad. El mundo todavía sufre debido a su desobediencia. No hemos resuelto el problema de la energía ni del agua, entre muchos otros... En segundo lugar, construir la torre fue un acto de soberbia. ‘Hagámonos un nombre’, dijeron, ‘edifiquémonos … una torre, cuya cúspide llegue al cielo’. Apetecieron llegar al cielo, el lugar de la morada de Dios. De esa manera, a lo largo de las Escrituras, Babilonia representa esa soberbia insolente que los griegos denominan hubris (enorme soberbia y arrogancia). Es la esencia misma del pecado. Por eso el juicio de Dios cayó sobre ellos. Los dispersó por toda la tierra, obligándolos a hacer lo que no habían querido hacer en forma voluntaria. Para provocar su dispersión, confundió su idioma. Los idiomas son algo vivo, cambiante; pueden incrementar el aislamiento de las comunidades entre sí, de la misma manera que el aislamiento entre las comunidades puede causar nuevos cambios en los idiomas. La historia de Babel mira hacia el futuro, cuando el acontecimiento sería revertido en el extraordinario día del Pentecostés, cuando la gente pudo oír en su propio idioma las maravillas de Dios. De Génesis 4 a 11, la situación social se deteriora sin pausa. Vemos: ira, celos, arrogancia, violencia, resentimiento, venganza, miedo, autocompasión. Pero en esos mismos capítulos también comienza a florecer la cultura humana: la agricultura, la construcción, la tecnología y la música. Para continuar leyendo: Génesis 11.1-9

Octubre 1 Los patriarcas El llamado de Abraham Pero Jehová había dicho a Abram: … serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Génesis 12.1, 3 Después de los terribles juicios del diluvio y de la torre de Babel, Dios planificó un nuevo comienzo. Babel significó la dispersión de los pueblos, pero Abraham significó reunirlos en torno a la promesa de Dios. Fue por su extraordinaria condescendencia que el Señor se llamó a sí mismo Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Éxodo 3.6; Marcos 12.26). No es exagerado decir que los tres primeros versículos de Génesis 12 resumen el plan de salvación trazado por Dios, es decir, el de bendecir al mundo por medio de Cristo, quien es la simiente de Abraham. Esta promesa se acompañó con un doble llamado divino: por un lado, Abram debía dejar su país e ir a una tierra que Dios le mostraría; por el otro, debía dejar a su familia, y Dios haría de él una gran nación. En suma, Dios iba a bendecirlo y a hacer de él una bendición para otros: de hecho, para todos los pueblos de la Tierra. Estas promesas de una descendencia y de una tierra se le repitieron y ampliaron a Abraham en sucesivas etapas de su vida. En una ocasión, por ejemplo, Dios le dijo a Abraham que mirara hacia el Norte, el Sur, el Este, y el Oeste, porque todo lo que alcanzaba a ver le sería dado a él y a sus descendientes (13.14–15). En otra oportunidad, Dios le dijo que levantara la mirada hacia el cielo nocturno y contara las estrellas, porque su descendencia sería tan numerosa como ellas (15.5). Los sucesivos cumplimientos de la promesa de Dios sobre esa simiente son maravillosos. En primer lugar, fue cumplida en la multiplicación del pueblo de Israel (Deuteronomio 1.10–11). En segundo lugar, se está cumpliendo mediante la misión de la Iglesia, porque aquellos que pertenecen a Cristo son la simiente de Abraham (Gálatas 3.29), en tanto él es el padre de todos los que creen (Romanos 4.16–17). En tercer lugar, se cumplirá en la gran compañía de los redimidos en el cielo, incontables y de procedencia internacional (Apocalipsis 7.9–17). Solo entonces los descendientes de Abraham serán tan numerosos como las estrellas en el cielo y la arena de las orillas del mar. Para continuar leyendo: Génesis 11.27-12.5

Octubre 2 El nacimiento de Isaac Visitó Jehová a Sara, como había dicho … Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez. Génesis 21.1–2 En el momento en que se le hizo a Abraham la promesa sobre la descendencia que tendría, él y su esposa Sara no tenían hijos y, al parecer, no eran fértiles. De modo que la promesa de Dios puso a prueba su fe hasta el límite. ¿Cómo podían tener una descendencia innumerable si todavía no tenían ni siquiera un hijo? En una ocasión, Abraham se quejó de que, debido a que todavía no había tenido hijos, el heredero de sus posesiones sería su siervo Eliezer de Damasco. Pero el Señor le aseguró que el heredero sería su propio hijo (15.1–4). Y Abraham creyó a Dios. Entonces, Sara tuvo la brillante idea de que podía dar su sierva egipcia Agar como concubina a Abraham. ‘Quizá tendré hijos de ella’, dijo Sara. Abraham estuvo de acuerdo, Agar concibió, y así nació Ismael. Pero Sara sintió celos y, además, Ismael obviamente no era el hijo de la promesa (16.1–6). Sin embargo, lejos de anular su promesa, Dios la confirmó, y hasta cambió el nombre de los actores principales, llamando ahora a Abram ‘padre de muchedumbre de gentes’ y a Sara ‘madre de naciones’ (17.5, 15–16). Para reforzarlo, tres hombres (a los que se identifica colectivamente como ‘el Señor’, blp) visitaron a Abraham en su tienda. El Señor le prometió que al cabo de un año Sara tendría un hijo. Sara escuchó a escondidas cerca de la entrada de la tienda y se rió, incrédula de que ella y Abraham pudieran tener un hijo, a causa de la avanzada edad de ambos. Es entendible que el Señor le preguntara: ‘¿Hay para Dios alguna cosa difícil?’ (18.14). Sintiéndose reprochada, Sara mintió, diciendo que no se había reído, aunque en realidad sí lo había hecho. A su debido tiempo el Señor mostró su gracia a Sara, como lo había dicho. Ella quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham. Él le puso por nombre Isaac (‘Risa’), porque la risa que había surgido de la incredulidad se convirtió en la risa de la celebración y la alegría (21.1–3, 6). Para continuar leyendo: Génesis 18.1-15

Octubre 3 La prueba de la fe de Abraham Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham. Génesis 22.1 Una característica grata del realismo de la Biblia es que no esconde las faltas y las fallas de los grandes hombres y mujeres. Abraham es un ejemplo de esto. En un asombroso acto de fe había dejado a su hogar y a su familia ‘sin saber a dónde iba’ (Hebreos 11.8). Pero luego, debido a la hambruna, buscó refugio en Egipto, y le pidió a Sara (porque era una mujer muy hermosa) que le dijera a la gente que era su hermana, no su esposa. Esta fue una conducta despreciable, porque ponía en riesgo la seguridad de su mujer para garantizar la de él. En la raíz de este gesto había incredulidad (Génesis 12.10–20). Después de reconocer el deslumbrante contraste entre la fe y la duda, es natural que nos preguntemos de qué manera respondería Abraham ante la prueba máxima de su fe, cuando Dios le dio instrucciones para que sacrificara a Isaac como una ofrenda quemada. Podemos estar seguros de que el primer propósito de esta orden terrible era enseñarle a Abraham que Jehová no requería sacrificios humanos, ya que era una de las principales abominaciones practicadas por el pueblo de Canaán (el cual posteriormente, debido a estas prácticas, fue destruido). Pero la historia tiene también un significado más profundo. En tres ocasiones se menciona de manera conmovedora a Isaac como ‘tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas’ (22.2). Esto lo identifica no solamente como un precioso hijo único sino como el único del cual Dios había dicho ‘porque en Isaac te será llamada descendencia’ (21.12). Abraham y Sara habían esperado durante años el nacimiento del hijo de la promesa. ¿Lo protegerían ahora de la muerte? Abraham se aferró a la confirmación de Dios de que sus promesas serían cumplidas mediante la descendencia de Isaac. Las Escrituras nos dicen que Abraham pensaba ‘que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir [a Isaac]’ (Hebreos 11.19). Este fue un acto superlativo de fe y de obediencia. Para continuar leyendo: Hebreos 11.8-19

Octubre 4 El pacto de Dios con Abraham Y pondré mi pacto entre mí y ti. Génesis 17.2 Después del diluvio encontramos por primera vez el tema del ‘pacto’ en la Biblia. Ya hemos mencionado que en las Escrituras el pacto es un acuerdo entre Dios y los seres humanos, iniciado por su gracia, basado en su promesa y sellado con una señal. El primer pacto de Dios fue el que hizo con Noé; el segundo es ahora con Abraham. La promesa a Noé fue que Dios mantendría los ritmos de la naturaleza, mientras que su promesa a Abraham fue la de multiplicar sus descendientes y darles la tierra. Las señales del pacto fueron el arcoíris en un caso y la circuncisión en el otro. El pacto con Noé fue universal, en tanto que el pacto con Abraham fue particular. Incluía la fórmula del pacto, que se repite interminablemente en el Antiguo Testamento: ‘yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo’ (ver vv. 7–8). La mención de las promesas del pacto plantea el interrogante acerca de su cumplimiento. Tomemos, por ejemplo, la promesa de la Tierra. Abraham nunca la ocupó. Pero cuando Sara murió, él necesitaba un lugar donde enterrarla. De modo que dijo a los hititas con quienes se estaba quedando: ‘Extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme propiedad para sepultura entre vosotros’ (23.4). Luego la narración presenta el procedimiento de regateo típico del Cercano Oriente, que concluyó con el pago por parte de Abraham de cuatrocientos siclos de plata por un campo con su cueva y sus árboles, cerca de Mamre (Hebrón), donde a su debido tiempo serían enterrados todos los patriarcas. Todos ellos recibieron la promesa pero murieron ‘sin haber recibido lo prometido’ (Hebreos 11.13, 39). Se les prometió la tierra, recibieron solamente un campo; anhelaban una patria mejor, ‘esto es, celestial’ (Hebreos 11.16). Porque las promesas de Dios no solo se heredan por fe sino ‘por la fe y la paciencia’ (Hebreos 6.12). Para continuar leyendo: Génesis 17.1-14

Octubre 5 Isaac y la fidelidad de Dios Y oró Isaac a Jehová por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Génesis 25.21 Isaac comenzó bien. Sus padres deben haberle comentado las circunstancias de su nacimiento, la razón por la cual se llamaba Isaac (‘Risa’), y el sentido de su circuncisión. Además, estaba grabada para siempre en su memoria la traumática experiencia en la cual siendo adolescente, en el monte Moriah, sintió el horror cuando supo que iba a ser sacrificado y también el éxtasis cuando fue liberado. En dos ocasiones le debía la vida a la fidelidad de Dios: por su nacimiento sobrenatural y por su nuevo nacimiento providencial. Luego vino la decisión de Abraham de que Isaac debía casarse con una mujer de su familia, no con una mujer cananea. No se trataba de una decisión ética sino religiosa, para asegurar que se preservara la simiente del pacto. Todo el capítulo 24 de Génesis está dedicado a la historia de la manera en que, en respuesta a la oración y al sentido común, Rebeca llegó a ser la esposa de Isaac. Como dijo su hermano Labán: ‘De Jehová ha salido esto’ (v. 50). Sin embargo, durante veinte años Rebeca no pudo concebir. Solo cuando Isaac oró por ella, quedó embarazada de mellizos. Este fue otro claro ejemplo de la fidelidad de Dios hacia su pacto. Con el embarazo, las cosas cambiaron. Sabiendo que llevaba mellizos en su vientre, consultó al Señor acerca de su futuro, y él le dijo que en su vientre había dos pueblos y que el mayor sería siervo del menor. Fue una inequívoca revelación de la voluntad de Dios. La promesa que había hecho a Abraham y a Isaac no sería cumplida a través de Esaú, el primogénito, sino por medio de su mellizo menor, Jacob. Pero Isaac resistió la voluntad de Dios, y decidió darle la bendición a su primogénito Esaú. Es maravilloso que, a pesar de la conducta ambivalente de Isaac, Dios continuara presentándose como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Para continuar leyendo: Génesis 24.59-67

Octubre 6 Jacob y el amor protector de Dios Y Jacob le respondió: No te dejaré, si no me bendices. Génesis 32.26 Jacob es un patriarca particularmente importante porque fue el padre del pueblo elegido, el cual fue conocido como ‘los hijos de Jacob’ o ‘los hijos de Israel’. Sin embargo, en el relato del Antiguo Testamento se lo presenta como un hombre que conocía las promesas de Dios pero no creía en que pudiera cumplirlas, de modo que se hacía cargo él mismo de procurar su cumplimiento. Primero engañó a Esaú, en Canaán. Después, en Padan-aram (Mesopotamia) él y su suegro Labán se pasaron el tiempo engañándose mutuamente. Más que un creyente, Jacob era un intrigante. Ahora, cuando regresa de Padan-aram, leemos que ‘se quedó Jacob solo’ (v. 24). Pero Dios no lo dejó solo. Se acercó a Jacob en su soledad. Esa noche Jacob se enfrentó con Dios en un encuentro transformador que ocurrió en dos etapas: Primero Dios luchó con Jacob. Sabemos que era Dios (una teofanía) porque después Jacob dio a ese lugar el nombre de Peniel, que significa ‘Vi a Dios cara a cara’. El Señor luchó con él a fin de vencerlo por amor, y la lucha continuó sin éxito hasta el amanecer. Entonces, cuando ‘vio que no podía con él’ (v. 25), Dios lo tocó y le dislocó la cadera. Un leve toque del dedo divino fue suficiente; Jacob se rindió. También con nosotros Dios comienza suavemente y persevera en amor. Pero si seguimos resistiéndonos, recurre a medidas más drásticas hasta que nos toca y nos quebranta. En la segunda etapa, los luchadores cambian de lugar, y Jacob enfrenta a Dios. ‘Déjame’ dijo El Señor, pero Jacob respondió: ‘No te dejaré, si no me bendices’ (v. 26). Es como si Jacob le dijera a Dios: ‘Así como prometiste bendecir a Abraham, a mi padre Isaac, y a mí, ¡cumple ahora tu promesa, y bendíceme!’. Entonces Dios ‘lo bendijo allí’ (v. 29). Dios lucha con nosotros con el propósito de quebrar nuestra obstinación; nosotros luchamos con Dios a fin de heredar sus promesas. Para continuar leyendo: Génesis 32.22-32

Octubre 7 José y la providencia de Dios Respondió José: … Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien. Génesis 50.20 A veces el Antiguo Testamento enseña varias lecciones a partir de los mismos sucesos. La historia de José es un caso notable en este sentido. Por medio del choque entre imperios (en la historia humana), Dios ha estado avanzando la historia de su propio pueblo (‘la historia de la salvación’). El Dios de Abraham, Isaac y Jacob confirmó vez tras vez su pacto en cada generación. Pero ahora, cuando Jacob ya es anciano, el propósito de Dios aparece amenazado por la hambruna. Entonces Jacob envía a sus hijos a comprar grano en Egipto. Como les dijo José a sus hermanos, más tarde: ‘Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación’ (45.7). En segundo lugar, recibimos aquí una lección sobre la providencia. José fue víctima de una serie de injusticias. Sucesivamente fue capturado, vendido, esclavizado, acusado falsamente, encarcelado sin juicio previo y olvidado por sus compañeros de prisión que habían prometido hablar en su favor. Sin embargo, en medio de esos males Dios estaba obrando para bien. Por eso José dijo a sus hermanos: ‘Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien … para mantener en vida a mucho pueblo’ (50.20). En tercer lugar, una lección sobre el perdón. José pudo haber reaccionado con venganza hacia sus hermanos, u ofrecerles perdón superficial. En lugar de eso, puso a prueba su aparente arrepentimiento. Tomó como rehén a su hermano menor, Benjamín. Ese fue un momento dramático. Los hermanos ya habían sacrificado a José. ¿Sacrificarían ahora a Benjamín? ¡No! Fue Judá quien se adelantó y suplicó por la liberación del muchacho, ofreciéndose a sí mismo como esclavo en su lugar. ¡Cuánta transformación habían experimentado los hermanos de José! Evidentemente su arrepentimiento era genuino. José se sintió satisfecho. Entonces se dio a conocer y los abrazó, demostrándoles que los perdonaba. José hizo traer a toda su familia. Más tarde murió en Egipto, aunque con la doble certeza de que a su debido tiempo Dios llevaría a su pueblo a la tierra prometida, y que entonces llevarían sus huesos al lugar de entierro de la familia. Los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y, también José, estaban influenciados por fuertes emociones humanas, una lamentable mezcla de bien y de mal, de grandeza y de mezquindad. Sin embargo, por medio de ellos Dios cumplió sus propósitos; ellos ocupan un lugar único en la historia de la salvación, es decir, en el plan de Dios para la redención del mundo. Para continuar leyendo: Génesis 50.15-21

Octubre 8 Moisés y el éxodo Opresión cruel Los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron … Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto. Éxodo 2.23–24 El libro de Éxodo comienza con una gráfica descripción de la opresión que sufrían los israelitas bajo un nuevo faraón (probablemente Ramsés II), quien no sabía nada acerca de José. A los israelitas, los egipcios les ‘amargaron su vida con dura servidumbre, en hacer barro y ladrillo, y en toda labor del campo’ (1.14). Esta opresión se prolongó durante 430 años. Pero clamaron pidiendo a Dios que los liberara, y él recordó su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Más aun, ya estaba preparando al libertador. Siendo niño, Moisés sobrevivió apenas a morir ahogado en el río Nilo. Fue criado primero por su propia madre y luego por la hija de faraón. Podemos imaginar el conflicto que experimentaría Moisés entre las culturas egipcia y hebrea. Aun así, nunca perdió su sentido de identidad hebrea ni su indignación ante el sufrimiento de su pueblo. En algún momento tomó una decisión costosa y valiente: ‘Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado’ (Hebreos 11.24–25). Pero aunque el amor hacia su pueblo y su decisión de identificarse con ellos eran admirables, Moisés fue imprudente al tomar la ley en sus propias manos: Mató a un egipcio que estaba maltratando a un hebreo y al día siguiente quiso arbitrar en una pelea entre dos hebreos. Su intervención no fue bien recibida. Lo que había hecho ya se había difundido, y tuvo que huir hasta la tierra de Madián (en la península de Sinaí), donde apaciguó sus impulsos durante los siguientes cuarenta años. Necesitaba aprender que la voluntad de Dios solamente puede llevarse a cabo ‘a la manera de Dios’. Para continuar leyendo: Éxodo 2.11-15, 23-25

Octubre 9 El llamado de Moisés [El Señor dijo a Moisés] Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel. Éxodo 3.10 Como fugitivo, Moisés seguramente tendría temor de que su lugar de refugio fuera descubierto. Pero en algún momento murió el faraón (2.23). Con la expectativa de que el cambio de régimen pudiera significar un cambio de política, los esclavos israelitas redoblaron sus clamores pidiendo ayuda. La escena parecía adecuada para una nueva comisión a Moisés. Ocurrió cerca del monte Horeb (es decir, el monte Sinaí). Allí Dios le habló desde una zarza ardiente. Había visto la miseria que sufría su pueblo, dijo. Había escuchado sus gemidos, estaba preocupado por su sufrimiento, y había venido a rescatarlos de Egipto para traerlos a la tierra prometida. Su decisión había sido hacerlo por medio de Moisés. ¿Cómo respondió Moisés al llamado divino? Sin duda había aprendido la lección durante esos cuarenta humillantes años en el desierto. Ahora vemos que se había desplazado demasiado lejos en la dirección contraria. ¿Se sentía inadecuado para la tarea? Dios estaría con él. ¿Cuestionarían los israelitas la identidad de este Dios? Debía anunciarlo como el Dios de sus padres, Jehová, el Dios vivo y eterno. ¿Y si la gente no quería escucharlo o no le creía? Moisés debía usar su vara para realizar milagros y de esa manera darle autenticidad a su ministerio. Él insistió una cuarta vez, diciendo que era torpe de lengua y que carecía de elocuencia. Pero Dios le respondió que él era quien había creado la boca y le diría qué decir. Cuando finalmente Moisés suplicó que enviara a otro, Dios se enojó pero también le concedió que su hermano Aarón fuera su vocero. Lo mejor que podemos hacer siempre es responder al llamado de Dios sin exceso de confianza ni dudando por completo de nosotros mismos, sino con una confianza humilde en el Dios vivo, quien equipa a aquellos a quienes llama. Para continuar leyendo: Éxodo 3.1-11

Octubre 10 El desafío al faraón Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos. Éxodo 7.5 Moisés y Aarón se presentaron con valor ante faraón, y en el nombre de Jehová le reclamaron que liberara a los esclavos israelitas. Ya habían sido advertidos de que el faraón se negaría a humillarse ante ellos. La narración a veces atribuye la génesis de esa obstinación a Dios mismo (por ejemplo, ‘yo endureceré el corazón de Faraón’ [v. 3]) y a veces al propio faraón (por ejemplo, ‘endureció su corazón y no los escuchó’ [8.15]). No necesitamos elegir entre estas opciones, porque Dios endurece el corazón de aquellos que deciden endurecerse. Moisés había llevado consigo su vara, y cada vez que la extendía caía sobre la población egipcia un nuevo acto de juicio. Se sucedieron así, lo que conocemos como las diez plagas. Las aguas del Nilo se convirtieron en sangre y las ranas cubrieron la tierra. Luego vinieron las plagas de los mosquitos y de las moscas, seguidas por una plaga que enfermó al ganado y llagas que afectaron tanto a los seres humanos como a los animales. Un granizo destruyó las cosechas y arruinó los árboles, una enorme plaga de langostas consumió lo que el granizo hubiera dejado en pie, y una extraña oscuridad cubrió la tierra. Como terrible culminación, murieron los primogénitos de animales y de seres humanos. Piense en la naturaleza y en el propósito de estas plagas. No todas fueron sobrenaturales. Por ejemplo, la plaga de las langostas era un fenómeno natural corriente. El factor milagroso es el momento en que ocurrieron, que un viento del este las hizo llegar en el momento exacto en que Moisés levantó su vara. ¿Cuál era el propósito de las plagas? Por una parte, ejercer juicio sobre los recalcitrantes egipcios y, por otra, persuadir al faraón de que liberara a los israelitas; pero por sobre todo, Dios dijo que su propósito era ‘que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra’ (9.14). A lo largo de estos capítulos, el estribillo que se oye una y otra vez son estas sencillas palabras: ‘para que sepáis que yo soy Jehová’. No podríamos tener una ambición más elevada que esta. Para continuar leyendo: Éxodo 7.1-7

Octubre 11 La Pascua Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir. Éxodo 12.23 Dios entregó instrucciones específicas sobre la décima y última plaga. Alrededor de la medianoche pasaría por Egipto en un acto de juicio, y morirían los primogénitos de todas las clases sociales. Los israelitas serían protegidos si mataban un cordero de un año, sin defecto, uno por familia, y untaban parte de su sangre en la parte superior y en los laterales de la puerta de entrada de su casa. No debían salir porque esa noche Dios pasaría a través de Egipto y, cuando viera la sangre sobre el dintel, pasaría sin tocar esa casa. Esta celebración de la Pascua marcaría el comienzo del año de los israelitas, y debía celebrarse todos los años. Para los cristianos, Jesucristo es ‘el Cordero de Dios’ de quien proclamamos: ‘porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta’ (1 Corintios 5.7–8). Podemos aprender varias verdades a partir de la historia de la Pascua. En primer lugar, el Juez y el Salvador son la misma persona. El Dios que pasó por Egipto y aplicó su justicia sobre los primogénitos también pasó protegiendo a los hogares de los israelitas. Nunca debemos hacer la diferencia entre el Padre como Juez y el Hijo como Salvador. Es uno y el mismo Dios quien en la persona de Jesucristo nos salva de su propio juicio. En segundo lugar, la salvación fue (y es) un acto por sustitución. Los únicos varones primogénitos que no murieron fueron los de aquellas familias donde un cordero primogénito había muerto en su lugar. En tercer lugar, la sangre del cordero debía ser esparcida después de haber sido derramada. Debía haber un acto de apropiación individual de la provisión divina. Dios debía ver la sangre a fin de salvar a esa familia. En cuarto lugar, cada familia rescatada por Dios era en consecuencia propiedad adquirida por Dios. Su vida entera ahora le pertenecía. También nuestra vida le pertenece a Dios. Y la consagración conduce a la celebración. La vida del pueblo redimido de Dios es una fiesta continua, ritualmente expresada en la Santa Cena, que es nuestra fiesta cristiana de acción de gracias. Para continuar leyendo: Apocalipsis 5.6-14

Octubre 12 El éxodo de Egipto Y vio Israel aquel grande hecho que Jehová ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió a Jehová, y creyeron a Jehová y a Moisés su siervo. Éxodo 14.31 Cuando los israelitas ya habían salido, el faraón y sus oficiales cambiaron de actitud y se dijeron: ‘¿Cómo hemos hecho esto …?’, advirtiendo que habían perdido la valiosa labor esclava que realizaban los israelitas. Entonces el faraón convocó a su ejército, y fue raudamente en persecución de los fugitivos. Encerrados entre el desierto, el agua, y la montaña, los israelitas se dieron cuenta de que los egipcios venían tras ellos y se aterrorizaron. ‘¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?’ clamaron a Moisés (v. 11). Pero Moisés, con una sublime confianza en Dios, respondió: ‘Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos’ (v. 14). La liberación concreta de Israel ante el ejército egipcio que lo perseguía se describe detalladamente. En dos ocasiones, al mandato de Dios, Moisés levantó su vara y extendió su brazo hacia el mar. En la primera oportunidad era de noche, y las aguas del mar retrocedieron por efecto de un fuerte viento oriental y, entonces, los israelitas pasaron a través del mar; los egipcios quedaron envueltos en la confusión. La segunda vez que Moisés levantó su vara era de día, y el agua volvió a su curso, ahogando a los egipcios mientras los israelitas llegaban a tierra segura del otro lado. Israel nunca olvidó el éxodo. Era una señal del despliegue de poder de parte de Jehová y de su misericordia para salvarlos de sus enemigos y establecerlos como su pueblo especial. Moisés dedicó un canto a este evento. También lo hizo su hermana Miriam, con panderos y danza. Sin duda, llegó a ser el tema principal en la adoración pública de Israel: Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete. Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Éxodo 15.1–2 Es fácil traducir estas palabras a nuestro lenguaje cristiano, porque celebramos una victoria todavía mayor (la de Jesucristo), y una redención mucho más grande (del pecado y de la muerte). Para continuar leyendo: Salmos 106.7-12; 114

Octubre 13 Las bendiciones en el Monte Sinaí Porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Éxodo 19.5-6 A los israelitas les llevó alrededor de tres meses llegar hasta el monte Sinaí para el encuentro que Jehová le había propuesto allí a Moisés. Una vez que acamparon al pie de la montaña, se quedaron en ese lugar alrededor de un año. En ese lugar Dios entregó a su pueblo redimido tres regalos preciosos: un pacto renovado, una ley moral y sacrificios de expiación. Lo primero fue la renovación del pacto. Una y otra vez durante la historia de los patriarcas, Dios se había presentado a sí mismo como el Dios que había hecho un pacto con Abraham y lo había renovado con Isaac y con Jacob. El éxodo tuvo lugar porque él tenía presente su pacto. Pero ahora que el exilio había concluido y que tenían por delante la perspectiva de la tierra prometida, era apropiado confirmarlo o renovarlo. De modo que Dios le dijo a Moisés que le anunciara a Israel: ‘Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos’ (vv. 4-5). Segundo, Dios entregó a Israel una ley moral, la obediencia a esta ley sería la parte de Israel en ese pacto. En esencia consistía en los Diez Mandamientos, desarrollados y suplementados con otros estatutos. Nos ocuparemos de ellos dentro de algunos días. Tercero, Dios hizo una generosa provisión para remediar cualquier incumplimiento de su ley. Esta provisión implicaba la construcción del tabernáculo, la institución de un sistema de sacrificio y la designación del sacerdocio para administrarlo. El sentido fundamental de estas disposiciones encerraba una gran paradoja. Por un lado, Dios dijo: ‘habitaré en medio de ellos’ (25.8). Pero por otro lado, no se permitía a nadie pasar al otro lado del velo hacia la parte interior del santuario en el tabernáculo, con excepción del sumo sacerdote, que debía hacerlo el Día de la Expiación, llevando consigo la sangre del sacrificio. El velo representaba de esta manera que Dios era inaccesible a los pecadores. Esta paradójica combinación de accesibilidad e inaccesibilidad fue eliminada por Cristo cuando el velo del templo se rasgó de arriba a abajo. Ahora todos estamos invitados a acercarnos a Dios por medio de Cristo. Para continuar leyendo: Hebreos 10.19-25

Octubre 14 Deambulando en el desierto Nosotros partimos para el lugar del cual Jehová ha dicho: Yo os lo daré. Números 10.29 Debió haber sido un momento de gran entusiasmo cuando el pueblo de Israel se puso en marcha hacia la tierra prometida. Después de larga espera, unos siete siglos después de que Dios se la hubiera dado a Abraham, la promesa estaba por cumplirse. Pero la expectativa tuvo corta vida. El plan de Moisés de enviar a doce exploradores (uno por cada tribu) para reconocer la tierra terminó en una catástrofe. Aunque regresaron con fruta madura que demostraba que Canaán era por cierto una tierra de la cual fluía leche y miel, diez de ellos también declararon que sus habitantes eran invencibles. La perspectiva de estos fue la que prevaleció. En consecuencia, Dios dispuso que ninguno de esa generación entraría en la tierra prometida, con excepción de Caleb y Josué, quienes mostraron fe. Pasarían cuarenta años entre la salida de Egipto y la entrada a Canaán, durante los cuales deambularon de oasis en oasis. Las diversas aventuras que enfrentaron fueron registradas en el libro de Números. Finalmente se completaron los cuarenta años, y toda la generación adulta ya había fallecido. Israel acampaba ahora en las planicies de Moab, un poco al norte y al este del punto donde el río Jordán desemboca en el mar Muerto. Aquí Moisés se dirigió al pueblo por última vez, y sus discursos se registran en el libro de Deuteronomio. Repasó para ellos la historia reciente y las lecciones que dejaba, y se esforzó por prepararlos para tomar posesión de la tierra prometida. Pero el énfasis principal estaba en el pacto de amor que ligaba a Jehová con su pueblo. El Señor los había mirado con amor y los había elegido, dijo Moisés, no por causa de su mérito sino solamente por amor (Deuteronomio 7.7–8). Ahora debían corresponder a su amor con todo su ser y expresar ese amor en la obediencia (Deuteronomio 6.4–9; 10.12–13). Es extraordinario pensar que nuestro Señor Jesús tomó para sí estas palabras, diciendo: ‘El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama’ (Juan 14.21). La demostración del amor es la obediencia. La historia de Moisés domina cuatro libros del Pentateuco: Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Aunque no se le permitió entrar en ella, antes de morir pudo ver la tierra prometida desde el monte Nebo. Para continuar leyendo: Deuteronomio 6.1-12

Octubre 15 Los Diez Mandamientos Mandamientos 1 y 2 No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen … No te inclinarás a ellas, ni las honrarás. Éxodo 20.3-5 Los Diez Mandamientos fueron establecidos por Dios como expresión de su voluntad para su pueblo. Jesús los sintetizó, reuniendo el mandato de amar a Dios con todo nuestro ser y el de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos: ‘De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas’, dijo Jesús (Mateo 22.40). Solo podemos obedecerlos mediante el poder del Espíritu Santo que vive en nosotros. La prohibición de adorar a otros dioses o tenerlos ‘delante’ de Jehová implica que no hay otros dioses, ‘No hay más que yo; yo Jehová’ (Isaías 45.6). No necesitamos adorar al Sol, a la Luna, ni a las estrellas para quebrantar este primer mandamiento: lo quebrantamos cada vez que damos el primer lugar en nuestra vida a cualquier persona o a cualquier cosa en vez de a Dios. En lugar de ello, debemos amarlo con todas nuestras fuerzas, haciendo de su voluntad nuestra delicia, y de su gloria nuestra meta. El segundo mandamiento requiere que nuestra adoración sea espiritual y sincera porque, como dijo Jesús, ‘Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren’ (Juan 4.24). Este mandamiento nos confronta con dos problemas. En primer lugar, aquí Dios se describe a sí mismo como ‘tu Dios … celoso’ (Éxodo 20.5). No tenemos que sentirnos ofendidos por ese término. Los celos indican resentimiento hacia los rivales, y Dios es celoso en este sentido. Se niega a compartir su gloria con alguien más porque no hay otro con quien compartirla. El segundo problema es que Dios habla del castigo a los hijos por los pecados de sus padres. Esto puede parecer injusto, pero es real que los hijos sufren las consecuencias de los pecados de sus padres. Estas secuelas pueden transmitirse en forma física (enfermedades congénitas), social (en la pobreza causada por el exceso de juego o de consumo de alcohol), psicológica (por las tensiones y conflictos en un hogar desgraciado), y moral (en las conductas aprendidas por el mal ejemplo). Para continuar leyendo: Juan 4.19-24

Octubre 16 Mandamientos 3 y 4 No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano … Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Éxodo 20.7–8 Al unir estos dos mandamientos, reconocemos que tanto el nombre como el día del Señor deben ser tratados con gran respeto. ¿Qué clase de mal uso del nombre de Dios es el que se tiene presente aquí? El mandamiento sin duda prohíbe la blasfemia y la profanación. También abarca el jurar en vano, es decir, hacer un juramento y no cumplirlo. Es preferible, enseñó Jesús, no jurar en absoluto. Las personas honestas no necesitan hacer juramentos para asegurar su palabra; un simple sí o no debería ser suficiente (Mateo 5.33–37). Sin embargo, hay un mal uso más serio del nombre de Dios. Surge del hecho de que un nombre es más que una palabra; es la persona y el carácter de la misma. En consecuencia, empleamos mal el nombre de Dios en cualquier ocasión en que ese uso es incompatible con su carácter. Llamar a Dios ‘Padre’ pero no confiar en él o llamar a Jesús ‘Señor’ pero desobedecerlo son maneras de usar en vano su nombre. Pasando del tercero al cuarto mandamiento, del nombre del Señor al día del Señor, observamos que la instrucción comienza diciendo: ‘Acuérdate … el día de reposo’. Esto indica que ya se estaba observando esa práctica. Es más, como ya hemos dicho, viene desde los comienzos en el Génesis. Siendo, entonces, un mandato creacional, es una provisión de Dios para todos los seres humanos y no solamente para el pueblo del pacto. Se hacía extensivo a los siervos, con el fundamento de que también los israelitas habían sido esclavos en Egipto hasta que el Señor los liberó (Deuteronomio 5.15). Lucas nos dice que era costumbre de Jesús asistir a la sinagoga en el día del sabbat (Lucas 4.16). Nuestro Señor estaba completamente libre de las reglas y normas tradicionales que habían inculcado la práctica del sabbat (una suma de 1.521 normas adicionales, según el rabino Johanan y el rabino Simeon ben Lakish). En contraste, Jesús insistió en el principio de que ‘El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo’ (Marcos 2.27). Para continuar leyendo: Mateo 5.33-37

Octubre 17 Mandamiento 5 Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da. Éxodo 20.12 Debido a que los cuatro primeros mandamientos se refieren claramente a nuestras obligaciones hacia Dios (su ser, la adoración, su nombre, y su día), algunos piensan que el quinto mandamiento da comienzo a nuestras obligaciones para con el prójimo, ya que habla de honrar a nuestros padres. A otros estudiosos, sin embargo, les parece más apropiado considerar al quinto mandamiento todavía en relación con nuestras obligaciones hacia Dios. Esto se debe en parte a que de esta manera se agrupan los mandamientos en dos grupos de cinco, y en parte porque nuestros padres (por lo menos mientras somos menores de edad) representan a Dios y son mediadores de su autoridad ante nosotros. El apóstol Pablo comprendió que honrar a nuestros padres requiere una actitud de obediencia, y dijo que esto es tanto correcto como agradable a Cristo (Efesios 6.1; Colosenses 3.20). La desobediencia a los padres se considera en el Nuevo Testamento como un síntoma de desintegración social (ver Romanos 1.30; 2 Timoteo 3.2). Por otro lado, la autoridad de los padres no es absoluta. Se restringe a aquellos que, según la particular cultura, son considerados como menores. Además, si bien los hijos tienen un deber hacia los padres, los padres también tienen un deber hacia los hijos. La instrucción bíblica para ellos es: “no ‘exasperéis’ ni ‘provoquéis’ [a los hijos] ‘sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor’” (Colosenses 3.21; Efesios 6.4). La naturaleza recíproca de las obligaciones debería servir de control para ambos. A medida que se eleva la expectativa de vida en el mundo occidental, la edad promedio de la población lo hace en forma proporcional, aumentando el número de personas ancianas y enfermas que sufren el descuido y hasta el olvido por parte de sus hijos. Este es un fenómeno conmovedor presente en gran medida en Occidente. En África y en Asia la familia extendida siempre encuentra espacio para los mayores. Lo mismo sucede en la cultura china tradicional. Creo que en este asunto debemos escuchar la palabra final de parte del apóstol Pablo: ‘si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo’ (1 Timoteo 5.8). Para continuar leyendo: Efesios 6.1-4

Octubre 18 Mandamiento 6 No matarás. Éxodo 20.13 Esta traducción, que es la más conocida, puede confundirnos. El sexto mandamiento no puede ser interpretado como una prohibición absoluta de todo acto que dé muerte, incluyendo la muerte de animales, ya que la misma ley mosaica contenía normas para el sistema de sacrificios, para la pena capital por delitos extremos, y hasta la ‘guerra santa’ contra los cananeos. Podemos argumentar a favor de la conducta vegetariana, del abolicionismo, o del pacifismo, pero será sobre otros fundamentos, no sobre este. Lo que el sexto mandamiento prohíbe es el derramamiento no autorizado de sangre inocente, es decir, el asesinato. Las Escrituras insisten en la santidad no tanto de la vida en general (que es una doctrina budista) sino de la vida humana en particular, porque los seres humanos fueron creados a la imagen de Dios. Esto hace que el asesinato sea una ofensa tan atroz y sin duda una falta capital (Génesis 9.6; Romanos 13.4), aun cuando (considerando que Dios mismo protegió al primer asesino) la sentencia debiera ser conmutada si pesaran circunstancias atenuantes. El mismo principio de la santidad de la vida humana está en juego cuando se amenaza al embrión humano. El embrión es, cuando menos, un ser humano en desarrollo y por lo tanto debiera ser inviolable. En consecuencia, la opinión mayoritaria de los cristianos está a favor de la vida más que de la libre decisión. Consideramos a la destrucción del embrión por medio del aborto una forma de asesinato, con la excepción de muy pocos casos cuidadosamente definidos. Por lo mismo, la experimentación sobre embriones humanos debería ser prohibida por ley. La guerra conlleva poner fin a la vida de seres humanos. A lo largo de los siglos la opinión de los cristianos ha estado dividida. Los pacifistas argumentan que la enseñanza y ejemplo de Jesús prohíbe toda forma de represalia. Pero los defensores de la teoría de ‘guerra justa’ consideran que la guerra debe ser permitida como el menor de dos males y solo cuando se cumpla una serie de condiciones. Justifican la guerra como el último recurso y rechazan el uso de armas de destrucción masiva porque son a la vez incontrolables e indiscriminadas. Nuestro comentario final sobre el sexto mandamiento es observar que en el Sermón del Monte, Jesús fue más allá del acto de matar y se refirió al ‘deseo’ de matar y a las palabras de insulto (Mateo 5.21–22). El apóstol Juan fue muy directo cuando escribió: ‘todo aquel que aborrece a su hermano es homicida’ (1 Juan 3.15). Para continuar leyendo: 1 Juan 3.11-15

Octubre 19 Mandamiento 7 No cometerás adulterio. Éxodo 20.14 Los cristianos creen que el sexo, el matrimonio, y la familia son buenos dones del Creador, a pesar de que al parecer hemos adquirido una reputación en el sentido contrario. Creemos que desde el comienzo de la vida humana Dios nos hizo de género masculino y femenino, que nuestra sexualidad distintiva (masculina y femenina) son creación de Dios, y que él instituyó el matrimonio (fue su idea, no la nuestra) con el propósito de la mutua satisfacción de la pareja, además de la procreación. Pablo añadió luego la hermosa verdad de que se espera que el esposo y la esposa reflejen por medio del amor mutuo la relación entre Cristo y la Iglesia. Cuando estos aspectos tan positivos han sido afirmados, entonces adquieren sentido las restricciones bíblicas. Precisamente porque Dios instituyó el matrimonio como el contexto por él diseñado para el disfrute sexual, lo prohíbe en cualquier otro contexto. Es verdad que el adulterio es aquí la única práctica condenada, porque es una agresión directa al matrimonio. Pero hay otras expresiones de inmoralidad sexual que se incluyen en forma implícita, porque también menoscaban al matrimonio. La convivencia, por ejemplo, con la práctica del sexo antes del matrimonio, y el sexo al margen del matrimonio, son intentos de experimentar el amor sin asumir compromiso. También puede ser cruel despertar en el otro miembro de la pareja expectativas de una relación duradera cuando no hay intención de responder en esa dirección. Y debemos dejar en claro que la pareja con una persona del mismo género, no es otra alternativa legítima como el matrimonio heterosexual y es incompatible con el orden natural y creado por Dios. La única experiencia de ‘una sola carne’ que Dios ha autorizado es el de la monogamia heterosexual. Como dijo George Carey, ex arzobispo de Canterbury, en abril de 2002: ‘Cualquier relación sexual fuera de los límites del matrimonio heterosexual es una desviación de las Escrituras’. Finalmente, igual que con el asesinato, Jesús extendió la prohibición del adulterio para incluir nuestros pensamientos al igual que nuestros actos. ‘Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón’ (Mateo 5.28). ‘Por tanto’, continuó Jesús, ‘si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo’ (Mateo 5.29). Es decir, si la tentación nos llega a través de lo que miramos (sea en forma física o en la fantasía), la única manera de resistir la tentación es mediante un rechazo absoluto siquiera a mirar. Para continuar leyendo: Proverbios 5.15-23

Octubre 20 Mandamiento 9 No hablarás contra tu prójimo falso testimonio. Éxodo 20.16 Debido a que el mandamiento 8 (‘No hurtarás’) y el mandamiento 10 (‘No codiciarás’) obviamente se pertenecen el uno al otro, los consideraremos juntos mañana y tomamos hoy el mandamiento 9 (‘No hablarás … falso testimonio’). La segunda mitad del Decálogo comunica que en el amor auténtico está implícito el respeto a los derechos de otras personas. Porque ‘el amor no hace mal al prójimo’ (Romanos 13.10), en tanto que los pecados prohibidos aquí le robarían a otros alguna de sus más preciadas posesiones. Estos mandamientos, por lo tanto, tienen el propósito de proteger a las personas: preservar su vida contra los asesinos; su matrimonio, su casa, y su familia contra los adúlteros; sus propiedades contra el ladrón; y ahora su reputación contra el falso testimonio. Sin duda un buen nombre es un tesoro sumamente valorado; de hecho, de ‘más estima es el buen nombre … que la plata y el oro’ (Proverbios 22.1). El principal contexto en el que se aplica este mandamiento es, por supuesto, el de la corte judicial. Cuando el juez y el jurado escuchan los argumentos del fiscal y de la defensa, el destino de la persona acusada queda en gran medida en manos de los testigos llamados a testificar bajo juramento, y a quienes se somete a interrogatorios y a exámenes cruzados. El perjurio (el falso testimonio intencional) es un delito de extrema gravedad. Pero no es infrecuente. Jesús no es, por cierto, el único sentenciado que sufrió en manos de falsos testigos. También puede haber falso testimonio en otros contextos, por ejemplo en el hogar, en el vecindario, en el lugar de trabajo. Entonces toma la forma de difamación. Puede abarcar exageraciones deliberadas y distorsiones de la verdad. El mandato de no dar falso testimonio lleva consigo la responsabilidad complementaria de ser un testigo honesto. Aun cuando en circunstancias extremas la así llamada ‘mentira piadosa’ pudiera parecer justificable como el menor de dos males, sigue siendo una falta. Nuestra palabra debe ser conocida como confiable y verdadera, y por sobre todo deberíamos dar un valiente testimonio de nuestro Señor Jesucristo. Para continuar leyendo: Santiago 3.1-12

Octubre 21 Mandamientos 8 y 10 No hurtarás. Éxodo 20.15 No codiciarás. Éxodo 20.17 No hurtarás. La prohibición del robo presupone que los ciudadanos tienen derecho a tener propiedad privada y que debe trazarse una distinción entre lo que es mío y lo que es de otro. De otra manera sería imposible contar con una sociedad ordenada, justa, y estable. Más aún, lo que se prohíbe es más que el solo hurto de dinero o de bienes; incluye cualquier forma de deshonestidad y engaño, evasión impositiva, contrabando, así como también no cumplir el horario de trabajo, cobrar más de lo que corresponde, y pagar menos de lo que corresponde. No codiciarás. El décimo mandamiento es especialmente importante porque transforma el Decálogo de un código civil a un código moral. No podemos ser acusados en una corte por sentimientos de codicia, ya que no se trata de un acto sino de una actitud del corazón. De hecho, la codicia es al hurto lo que la ira al asesinato y la lujuria al adulterio. La prohibición de la codicia habla a viva voz contra el consumismo que ha inundado el mundo occidental en la actualidad. Sin embargo Jesús nos dijo que estuviéramos prevenidos contra la codicia, y Pablo nos invita en cambio a una vida de contentamiento, de sencillez, y de generosidad. Al igual que los israelitas en el desierto, somos peregrinos en marcha hacia la tierra prometida, y seremos sabios en viajar livianos. Los Diez Mandamientos son una exposición de lo que significa amar a Dios y a nuestro prójimo, y en tal sentido exponen y condenan nuestros pecados. Como admite Pablo, él nunca hubiera sabido lo que era el pecado si la ley no decía ‘no codiciarás’ (Romanos 7.7). De manera similar, Lutero definía a la ley como un poderoso ‘martillo’ para aplastar nuestra autojustificación; es en este sentido que la ley es nuestro ‘ayo’ que nos trae hasta Cristo (Gálatas 3.24). Cuando C. H. Spurgeon, el famoso predicador londinense del siglo ix, era tan solo un adolescente, tuvo una profunda percepción de su condición pecaminosa. No es que hubiera sido culpable de determinados pecados concretos, pero dijo que se ‘encontró con Moisés’ cuando cargaba la ley, y entonces se sintió condenado y necesitado de un Salvador. Para continuar leyendo: 1 Timoteo 6.6-10

Octubre 22 Josué y Jueces La posesión de la tierra prometida De esta manera dio Jehová a Israel toda la tierra que había jurado dar a sus padres, y la poseyeron y habitaron en ella. Josué 21.43 Antes de morir, Moisés puso sus manos sobre Josué y lo designó como su sucesor. Bajo el liderazgo de Josué la promesa de la tierra se convirtió en posesión, cuando los israelitas comenzaron a entrar a su herencia en Canaán. Después de cruzar el río Jordán, Josué se dirigió primero hacia el sur y venció a un ejército confederado de cinco reyes amorreos. Luego marchó hacia el norte, donde derrotó a una coalición de ejércitos. De esta manera tomó toda la tierra y asignó el territorio correspondiente a cada una de las doce tribus. Sin embargo, no se puede leer la historia de la conquista de Israel sin preguntarnos acerca de la ética de una campaña de esa naturaleza, con su política de destrucción total. ¿Pudo haber ordenado esto el santo Dios de Israel? Debemos señalar tres conceptos. Consideremos en primer término la promesa hecha a los patriarcas. Dios había prometido reiteradamente la tierra a los descendientes de Abraham. Pero su posesión no hubiera sido posible sin antes desalojar a los anteriores ocupantes. Segundo, debemos tomar en cuenta la perversión de lo cananeos. A Abraham se le dijo que sus descendientes heredarían la tierra solo ‘cuando hubiera llegado a su colmo la maldad del amorreo’ (Génesis 15.16). No fue por la piedad de Israel sino por la maldad de los cananeos que Jehová les daría la tierra a los israelitas (Deuteronomio 9.4–5). La religión cananea de la fertilidad, que incluía el abominable sacrificio de niños, era tan desagradable, idólatra e inmoral, que el acto en el que Israel exterminó a los cananeos se describe como si la Tierra los estuviera vomitando. Dios incluso advirtió al pueblo de Israel que si ellos contaminaban la tierra, él los vomitaría de allí como ahora había vomitado a esas naciones (Levítico 18.24–30; 20.22–23; Deuteronomio 12.31). En tercer lugar, estaba el peligro de la corrupción. ‘No harás con ellas alianza’, había dicho Moisés a los israelitas (Deuteronomio 7.2). Debían destruir toda la parafernalia idólatra de Canaán, porque Israel era un pueblo santo al Señor (Deuteronomio 7.6). No debían imitar las detestables costumbres de los cananeos (Deuteronomio 18.9) ni hacer nada que violara el pacto que Jehová había establecido con ellos (Jueces 2.1, 20; Esdras 9.1, 10–12). Esta ‘guerra santa’ es la única autorizada por Jehová. Si Israel hubiera obedecido a Dios y hubiera destruido totalmente a los cananeos y a sus prácticas corrompidas, no hubieran tenido lugar los conflictos futuros con las tribus circundantes. A nosotros también se nos llama a una cirugía radical en relación al pecado. Para continuar leyendo: Josué 24.8-13

Octubre 23 Manteniendo el pacto Josué hizo pacto con el pueblo el mismo día, y les dio estatutos y leyes en Siquem. Josué 24.25 Jehová es un Dios de pacto que se comprometió a sí mismo con un solemne juramento: ‘yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo’. El pacto comenzó con Abraham. Continuó con Isaac, Jacob, y José. Moisés dijo claramente que su ministerio era el cumplimiento de ese pacto. Ahora era fundamental que Josué supiera que él continuaba en la misma línea de sucesión. De modo que de comienzo a fin, el libro de Josué contiene importantes referencias al pacto. Después de que los israelitas cruzaron el río Jordán, Dios le dijo a Josué que fabricara cuchillos de pedernal y circuncidara a los israelitas, ya que la circuncisión era la señal del pacto, y durante los cuarenta años en el desierto no se la habían practicado. Ahora que estaban circuncidados, se encontraban en condiciones de celebrar la Pascua. El libro de Josué concluye con la renovación del pacto en Siquem. Algo que resulta especialmente fascinante es que, al presentar el pacto, Josué deliberadamente sigue el patrón de los tratados con los vasallos (recientemente descubiertos en el antiguo Cercano Oriente), entre una nación conquistada y el gran rey o conquistador. Después de una presentación de las partes que participan en el tratado, se da un resumen histórico. Luego siguen las condiciones del tratado y una lista de los testigos, y el documento concluye con las bendiciones cumplidas si el tratado se respeta, y las advertencias en caso de ser violado. En Josué 24 pueden encontrarse todos estos aspectos de un pacto con súbditos. Los seguidores de Jesucristo somos herederos del pacto de Dios con Abraham. El bautismo y la Cena del Señor son señales de lo que Jesús llamó ‘el nuevo pacto’ y se corresponden con la circuncisión y la Pascua en el Antiguo Testamento. Los tratados con los vasallos se renovaban anualmente, pero nuestro pacto con Dios debe ser renovado a diario, o por lo menos cada vez que participamos de la Cena del Señor. Para continuar leyendo: Josué 24.19-27

Octubre 24 Infidelidad de los israelitas Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Jueces 2.11 Siendo ya anciano, Josué desafió a Israel a mantenerse fiel al pacto de Jehová. Después de su muerte, Israel cayó durante casi doscientos años en un miserable ciclo de desobediencia, opresión y liberación. Primero, abandonaron a Jehová, el Dios de sus padres, quien los había sacado de Egipto, y adoraron a los dioses de los pueblos circundantes, provocando así la ira del Señor. Segundo, Jehová los entregó a manos de invasores que los saquearon, los derrotaron en la batalla, y los oprimieron. Tercero, en respuesta al clamor de su pueblo, el Señor levantó ‘jueces’ que los liberaron de sus opresores. Pero el pueblo se negó a escuchar a sus liberadores y por esa razón el sombrío ciclo de infidelidad, derrota, y recuperación se repitió una y otra vez (vv. 11–17). Los así llamados jueces combinaban varias funciones. Primero y principalmente, eran líderes militares, a quienes Dios levantaba para rescatar a Israel de sus opresores. De esa manera, Aod liberó a Israel de los moabitas, Débora de los cananeos, Gedeón de los madianitas, Jefté de los amonitas, y Sansón de los filisteos. Además, eran líderes espirituales, personas de fe y del Espíritu, aunque manifestaban su devoción a Jehová de diferentes modos y grados. En tercer lugar, eran jueces, como su nombre lo indica, y como tales atendían los casos que se les enviaban y administraban justicia en Israel. Sin embargo, durante este periodo parece haber habido poco ejercicio de la ley y el orden. Dos veces leemos la escueta declaración de que ‘en aquellos días no había rey en Israel’ (18.1; 19.1), y en dos ocasiones se agrega la afirmación de que la consecuencia inevitable era la anarquía. Y es la conclusión del libro: ‘En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía’ (17.6; 21.25). Es maravilloso observar que, a pesar de la aparentemente persistente infidelidad de Israel, Jehová permaneció fiel a su pacto. Para continuar leyendo: Jueces 2.10-19

Octubre 25 Juzgando a los jueces Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron. Romanos 15.4 Pablo escribió lo siguiente respecto a los personajes del Antiguo Testamento: ‘Estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros’ (1 Corintios 10.11). Por ‘estas cosas’ se refería a los juicios de Dios sobre la idolatría, la inmoralidad y la incredulidad de los israelitas. Si son ejemplos, lo son mayormente del mal ejemplo que debemos evitar, no del buen ejemplo a seguir. En ese sentido, no debemos vacilar en criticar la conducta de algunos de los jueces. Es verdad que Sansón y Jefté son celebrados entre los héroes de la fe en Hebreos 11.32, ya que fueron fieles a Jehová a pesar de que estaban rodeados de adoradores de Baal. Pero la conducta de algunos de ellos fue deplorable. Sansón se comportó como un adolescente exhibicionista, y Jefté nunca debió haber sacrificado a su hija por haber hecho él un voto. Lo sabemos porque el sacrificio de los niños era una de las principales perversiones que Jehová abominaba en la cultura cananea. No todo el pueblo ni todos los líderes de Israel sucumbieron en la vorágine del mal prevalente. Una excepción hermosa es la de Rut, cuya historia se relata inmediatamente después del libro de Jueces. Elimelec y Noemí, un matrimonio de Belén, y sus dos hijos, fueron llevados por el hambre hacia la tierra de Moab. Los dos hijos se casaron con mujeres moabitas, una de las cuales era Rut. Con el correr del tiempo, los tres esposos murieron, y Noemí quedó sola con sus dos nueras. Una de ellas regresó con su familia moabita, pero Rut se negó a hacerlo. ‘Tu pueblo será mi pueblo’, le dijo a Noemí, ‘y tu Dios mi Dios’ (Rut 1.16). Evidentemente había creído en Jehová, ‘bajo cuyas alas’ había venido a refugiarse (Rut 2.12). Entonces, por una serie de notables providencias divinas, un pariente de Noemí de nombre Booz fue su pariente redentor y se casó con ella. A su debido tiempo se convirtieron en los bisabuelos de David. El libro de Rut es una conmovedora historia de fidelidad en medio de la más extendida deslealtad; una luz que brilla en la oscura época de los jueces. Para continuar leyendo: 1 Corintios 10.1-11

Octubre 26 Vida y ministerio de Samuel Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. 1 Samuel 3.19 Samuel fue el último y sin duda el más extraordinario de los jueces. Fue dedicado al Señor por sus padres antes de su nacimiento, y fue criado en Silo bajo la tutela del sumo sacerdote Elí. Mientras era todavía joven, se nos dice que ‘todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová’ (v. 20). Como juez realizaba un circuito anual para visitar a las aldeas que rodeaban su casa (7.15-17), y en algunas ocasiones también se desempeñaba como sacerdote. De esa manera, en su persona combinaba los ministerios de profeta, sacerdote, y juez. Ya anciano, Samuel designó como jueces a sus hijos, pero ellos no siguieron las huellas de su padre sino que vivieron ‘dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho’ (8.3). Por ese motivo los ancianos de Israel exigieron a Samuel que ungiera a un rey para que los gobernara, con lo cual demostraban rechazar a Dios como su rey. Desde sus comienzos, unos 250 años antes, Israel había sido una teocracia (una nación gobernada por Dios). En consecuencia, Samuel protestó a los ancianos y les advirtió que el futuro rey los oprimiría. Pero el pueblo se negó a escucharlo y dijeron: ‘No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones’ (vv. 19–20). Dos veces Israel reclamó un rey, y dos veces dieron la misma razón: querían ser ‘como todas las naciones’. Y el Señor le dijo a Samuel que les concediera lo que exigían. Pero fue una tragedia. Israel había sido elegida entre las demás naciones precisamente a fin de ser una nación santa, posesión de Dios, diferente de todas las demás. El pueblo de Dios enfrenta el mismo desafío hoy. Nuestro llamado es a no conformarnos al mundo que nos rodea sino a practicar una radical disconformidad. Para continuar leyendo: 1 Samuel 12.1-4

Octubre 27 Promesa inicial de Saúl Samuel dijo a todo el pueblo: ¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él en todo el pueblo? 1 Samuel 10.24 El primer rey de Israel fue Saúl. Comenzó bien. Para empezar, tenía un físico impresionante, y ‘desde los hombros arriba era más alto’ que todos sus contemporáneos (9.2; 10.23). También era joven, hermoso, valiente y popular. Además, Saúl era patriota. Lo enfurecían las incursiones que las naciones circundantes llevaban a cabo al territorio israelita. Al comienzo de su reinado oyó que Jabes de Galaad, al Este del río Jordán, estaba siendo asediada por Nahas, el líder de los amonitas. Su reacción fue inmediata. Reunió un numeroso ejército israelita y se lanzó velozmente al otro lado del Jordán, donde rescató a los habitantes del pueblo. Fue una victoria tan notable que el pueblo confirmó a Saúl como su rey con una gran celebración. Saúl no tuvo el mismo éxito para derrotar a los filisteos, quienes mantenían guarniciones militares en suelo israelita, desde donde enviaban partidas de asaltantes. Era una constante humillación para Israel. Sin embargo deben mencionarse dos hazañas de los israelitas. Una de ellas de Jonatán, el hijo de Saúl, quien llevó a cabo una brillante proeza: trepó un acantilado usando sus manos y pies, dominó a la guardia filistea y aseguró el paso. La otra hazaña, por supuesto, es la dramática derrota de Goliat a manos del joven David. Sin embargo, en lugar de reconocer estas y otras proezas, y de dar el crédito debido, Saúl se llenó de celos enfermizos. Al comienzo de su reinado parece haber tenido una genuina experiencia espiritual. El Espíritu de Dios vino sobre él con poder y lo transformó en una persona diferente (10.6). Pero esta promesa inicial no fue duradera. Entonces ‘un espíritu malo de parte de Dios tomó a Saúl’ (18.10), y se vio envuelto por la ira, la amargura, y los celos. Para continuar leyendo: 1 Samuel 9.1-2, 15-17

Octubre 28 Infidelidad posterior de Saúl Así murió Saúl por su rebelión con que prevaricó contra Jehová. 1 Crónicas 10.13 La infidelidad de Saúl tomó la forma de desobediencia, y se nos dan tres claros ejemplos de ella. En el primer caso, Saúl usurpó una prerrogativa sacerdotal. Se le había indicado que esperara siete días en Gilgal hasta que llegara Samuel, en su papel de sacerdote, para ofrecer los sacrificios. Pero cuando pasó la semana y Samuel no había llegado todavía, Saúl tomó la ley en sus manos. Estaba lleno de excusas: ‘Porque vi que el pueblo desertaba’, ‘Me esforcé’, dijo. Pero Samuel le respondió: ‘Locamente has hecho; no guardaste el mandamiento de Jehová tu Dios que él te había ordenado; pues ahora Jehová hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre.’ (1 Samuel 13.12–13). Su pecado era una mezcla de impaciencia, arrogancia, sacrilegio y desobediencia. En el segundo caso, Saúl no cumplió en destruir a los amalecitas. Se le había dicho que el propósito de Dios era juzgar a Amalec por haber atacado a Israel poco después de que salieron de Egipto, cuando todavía estaban cansados y sin preparación. En nuestra reflexión del domingo anterior consideramos porqué esas naciones debían ser ‘consagradas’, es decir, totalmente destruidas, tanto personas como ganado. Pero Saúl preservó la vida de Agag, su rey, además de lo mejor de las ovejas y del ganado. Cuando Samuel acusó a Saúl de desobediencia, Saúl culpó a los soldados y agregó que lo habían hecho para sacrificar los animales al Señor. Samuel respondió con palabras memorables: ‘el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros’ (1 Samuel 15.22). En el tercer caso, Saúl consultó a una médium. Todas las formas de necromancia (intentos de comunicarse con los muertos) estaban prohibidas en la ley de Moisés (Levítico 19.31; Deuteronomio 18.9–14), y en la etapa inicial de su reinado Saúl ‘había arrojado de la tierra a los encantadores y adivinos’ (1 Samuel 28.3). De modo que Saúl quebrantó tanto la ley de Dios como su propio edicto. Saúl nos da una lección objetiva sobre los peligros de la desobediencia. Debido a que había rechazado las palabras del Señor, este lo rechazó a él como rey de Israel (1 Samuel 15.26). No sorprende que el Señor haya buscado en su lugar a ‘un varón conforme a su corazón’ (1 Samuel 13.14; ver Hechos 13.22). Este sería David. Para continuar leyendo: 1 Samuel 28.11-20

Octubre 29 La monarquía El rey David [David] Y los apacentó [al pueblo de Dios] conforme a la integridad de su corazón. Salmos 78.72 En los próximos días haremos un panorama de casi quinientos años desde la muerte de Saúl hasta la caída de Jerusalén. Al comienzo, bajo los reinados de David y de Salomón, la monarquía se mantuvo unida. Pero con Roboam, hijo y heredero de Salomón, el reino se dividió en dos: el reino del norte (Israel) y el del sur (Judá), los cuales estuvieron en constante conflicto entre sí. La historia está narrada desde diferentes perspectivas en los libros de Samuel, Reyes, y Crónicas. Desde antes de que ascendiera al trono, se veía a David como un personaje atractivo y prometedor. Por su fe en el Dios vivo, siendo joven había liberado a Israel de Goliat, el campeón filisteo. Había hecho un pacto de amistad con Jonatán. Entonces, habiendo sido secretamente ungido por Samuel como rey, el Espíritu del Señor había venido sobre él. Más tarde, en un gesto de extraordinaria magnanimidad, dos veces le perdonó la vida a Saúl. También mostró cualidades propias de un estadista, una de las cuales fue la radicación de Jerusalén como su ciudad capital. A la luz de esto, es mucho más trágico que David no estuviera a la altura de esas expectativas. En su apetito descontrolado por la bella Betsabé, rompió por lo menos cinco de los Diez Mandamientos: mató, cometió adulterio, codició, robó, y dio falso testimonio. Y en su insistencia de hacer un censo de los hombres capaces de portar armas, manifestó otra clase de debilidad, al poner su confianza en el brazo de los hombres en lugar de ponerla en el brazo del Señor. A la luz de estos graves pecados, ¿cómo pudo ser descrito como un hombre que en su relación con Dios era ‘conforme a su corazón’ (1 Samuel 13.14; ver Hechos 13.22)? No cabe duda de que su arrepentimiento fue genuino. Pero sobre todo, a diferencia de su sucesor Salomón, su corazón no se inclinó a otros dioses sino que fue ‘perfecto para con Jehová, su Dios’ (1 Reyes 11.4, blp). No es en absoluto incongruente, entonces, que el Mesías prometido debía ser ‘hijo de David’. Pudo cantar desde el fondo de su corazón: Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio. Salmos 18.1–2 Para continuar leyendo: Salmos 78.70-72

Octubre 30 El rey Salomón Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes … Aun fue más sabio que todos los hombres. 1 Reyes 4.29, 31 Poco después de que Salomón sucediera a David en el trono, Jehová se le apareció en un sueño y le dijo que pidiera cualquiera cosa que quisiera. Reconociéndose inexperto, Salomón no pidió riqueza ni fama, ni larga vida ni victoria sobre sus enemigos, sino la sabiduría para gobernar a su pueblo con justicia. En consecuencia, Salomón llegó a ser una especie de genio en la administración. Dividió al país en doce regiones bajo el control de doce comisionados reales. Constituyó un ejército estable y fundó la marina mercante de Israel. Sus barcos, reservados en el golfo de Acaba, salían en venturosas travesías comerciales. Después de construir palacios para sí mismo y para su reina, además de otros edificios públicos, Salomón continuó con la edificación de un gran templo que su padre había querido construir. Salomón también fue mentor de las artes y el compositor de muchas canciones y proverbios. La reputación que tuvo su sabiduría, su esplendor y su justicia se difundieron a lo largo y a lo ancho de su reino, y bajo su reinado el pueblo disfrutó de paz y de prosperidad. No causa asombro que Jesús hablara de ‘Salomón con toda su gloria’ (Mateo 6.29). Israel había alcanzado el cenit de su magnificencia. Pero no todo estaba bien bajo la superficie. Salomón no amó al Señor su Dios con todo su corazón. Tampoco amó a su prójimo como a sí mismo. Por un lado, mantuvo un harén de princesas, las cuales ‘inclinaron su corazón tras dioses ajenos’ (1 Reyes 11.4). Por otro lado, su estilo de vida grandioso solo pudo mantenerse con medidas opresivas tales como los impuestos elevados y los trabajos forzados. Ya hemos considerado, entonces, los tres reyes de la monarquía unida: Saúl, David y Salomón. Cada uno de ellos reinó durante aproximadamente cuarenta años. Cada uno, en diversos grados, fue una mezcla de bien y de mal. Y cada uno fue un monumento a la gracia de Dios. Para continuar leyendo: 1 Reyes 11.4-6

Octubre 31 El reino del Norte Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres … ellos te servirán para siempre. 1 Reyes 12.7 Cuando murió Salomón, el pueblo coronó a su hijo Roboam. Le pidieron que aliviara el yugo que les había puesto su padre; entonces estarían dispuestos a servirle. Pero Roboam siguió la recomendación de consejeros jóvenes y sin experiencia, e impuso un yugo aún más pesado que el de su padre. Esta locura provocó que las diez tribus del norte se independizaran de la dinastía de David, y de esa manera comenzó la división del reino. El del norte fue el reino de Israel, con Jeroboam como su primer rey, y Siquem como capital (más tarde Samaria); en tanto que el reino del sur fue el de Judá, con Roboam como su primer rey y Jerusalén su capital. Para lograr el desapego de los súbditos a la casa de David, Jeroboam decidió poner fin a las peregrinaciones a Jerusalén. Estableció dos santuarios alternativos (Dan en el norte y Betel en el sur), e instaló un becerro de oro en cada santuario. Lo sucedieron cinco reyes bastante insípidos, y luego dio comienzo la dinastía de Omri, cuyo hijo Acab se casó con la princesa fenicia Jezabel. Esta promovió la adoración a Baal en la corte real y también fuera de ella. Esta apostasía desvergonzada hizo que el profeta Elías desafiara a los profetas de Baal a un enfrentamiento público en el monte Carmelo, en el cual Jehová fue inconfundiblemente vindicado como el Dios vivo y verdadero. En otra ocasión, Elías confrontó al rey por haber matado a Nabot y haberle robado la viña. Apenas unos treinta años después de haber concluido la dinastía de Jehú, durante la cual hubo una sucesión de gobernantes militares en el trono, Samaria cayó en el año 722 a. C. bajo los asirios; y el país fue colonizado, resultando de ello la población mixta que conocemos como los samaritanos. El juicio de Dios cayó así sobre doscientos años de infidelidad religiosa. Un rasgo especial de este período es el surgimiento y la creciente influencia de los profetas escritores. Comenzó a mediados del siglo viii a. C. con Amós, el profeta de la justicia de Dios, y Oseas, el profeta del amor de Dios. Continuó hacia fines del siglo viii con Isaías, el profeta de la soberanía de Dios, en tanto Jeremías advertía sobre el inminente juicio de Dios a manos de los babilonios. Ezequiel los acompañó al exilio y allí los alentaba a poner la mirada en la futura restauración. Para continuar leyendo: 1 Reyes 12.1-17

Noviembre 1 El mensaje de Amós Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo. Amós 5.24 Amós fue el primero de los profetas escritores que surgieron en el siglo viii. Sus implacables denuncias fueron pronunciadas cuando Jeroboam ii ocupaba el trono de Israel. Este segundo Jeroboam había tenido éxito en restaurar las fronteras de su territorio casi hasta los límites que habían tenido durante los reinados de David y Salomón. La paz había traído prosperidad, y la prosperidad había traído lujo. También había un florecimiento religioso, y los santuarios locales estaban colmados de adoradores. Pero junto a estos aspectos externos, la nación sufría una profunda decadencia social y moral. Amós observaba en cada una de las esferas de la sociedad, males que debían ser expuestos. Los magistrados pisoteaban el derecho de los pobres en las cortes, ya que la justicia debía ser comprada con sobornos (v.12). En los mercados los comerciantes abundaban en prácticas de ‘achicaremos la medida’ y ‘subiremos el precio’ (8.5). En sus mansiones, los ricos se entregaban a vivir en el lujo, a comer y a beber, a la vez que ignoraban la situación de los pobres (4.1; 6.4-6). Y en los santuarios los adoradores no hacían otra cosa que esperar el momento de irse para volver a sus proyectos mundanales de vender y comprar (8.5). Quizás podemos distinguir en la enseñanza de Amós una característica particular: él insistió en que el privilegio conlleva responsabilidad, nunca inmunidad ante el juicio de Dios. Este principio queda bien ilustrado en los dos capítulos iniciales de la profecía de Amós. Él advirtió que Dios estaba por juzgar a seis naciones circundantes: Siria, Filistea, Tiro, Edom, Amón y Moab. Uno puede imaginar el entusiasmo de la multitud mientras lo escucha. Pero de pronto Amós agrega el anuncio del inminente juicio de Dios sobre Judá e Israel. Es verdad, eran el pueblo elegido por Dios, el pueblo del pacto, pero esto les traería castigo, no inmunidad. También para nosotros es esta solemne advertencia: A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades. Amós 3.2 Para continuar leyendo: Amós 5.18-24

Noviembre 2 El mensaje de Oseas Porque misericordia quiero, y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos. Oseas 6.6 Si podemos considerar a Amós el profeta de la justicia de Dios, Oseas fue el profeta de su amor. Más aun, los medios por los cuales cada uno de ellos recibió el mensaje de parte de Dios fueron diferentes. Dios le habló a Amós de manera directa: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel’ (Amós 7.15), en cambio a Oseas le reveló su mensaje mediante el sufrimiento de su matrimonio roto. Posiblemente la frase clave en la profecía de Oseas sea la orden que recibió: ‘Ve, ama a una mujer amada de su compañero, aunque adúltera, como el amor de Jehová para con los hijos de Israel’ (Oseas 3.1). Para comprender su profecía es crucial que entendamos la analogía entre el amor de Oseas por su esposa Gomer y el de Jehová por su novia Israel. No queda del todo claro de qué manera se había comportado mal Gomer, pero es obvio que había abandonado a Oseas, como Israel había abandonado a Jehová, y que ahora Oseas debía seducirla para que regresara, tal como Jehová está procurando que Israel regrese a él. La infidelidad de Israel se describe como falta de hesed. Este término se traduce a veces como ‘misericordia’ o ‘bondadoso amor’, y se refiere esencialmente al pacto de fidelidad, por lo cual puede traducirse acertadamente como ‘fiel amor’. Esta era la voluntad de Jehová para su pueblo: ‘misericordia [hesed] quiero’ (6.6). Y esta era su queja: ‘con los habitantes del país, pues no hay fidelidad [hesed] ni amor ni conocimiento de Dios en el país’ (4.1, blp). ¿Qué es lo que había, en cambio? ‘Proliferan perjurios y mentiras, asesinatos y robos, adulterios y violencias; los crímenes se multiplican’ (4.2, blp). En otras palabras, se quebrantaban los mandamientos del pacto. ‘Porque la tierra fornica apartándose de Jehová’ (1.2) y se vuelve a sus ‘amantes’, los dioses de la fertilidad, en los altares de la región (2.13). Por eso la llama a arrepentirse y a volver al Señor. Él la está buscando y le promete: ‘te desposaré conmigo para siempre’ (2.19). La misma queja y el mismo llamado van dirigidos hoy para nosotros. Como le dijo el Señor Jesús a la iglesia de Éfeso: ‘Tengo contra ti, que has dejado tu primer amor… arrepiéntete, y haz las primeras obras’ (Apocalipsis 2.4–5). Para continuar leyendo: Oseas 14.1-8

Noviembre 3 Iglesia y estado en Judá No temas por las palabras que has oído, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria. 2 Reyes 19.6 Durante el ascenso y la caída del reino del norte, el reino del sur vivió paralelamente, aunque sus reyes no fueron famosos. Entonces, después de la caída de Samaria bajo los asirios en el 722 a. C., y la consiguiente muerte del reino del norte, Judá se mantuvo otros 135 años (722–587 a. C.). Este periodo se distinguió por dos reformas religiosas en las cuales colaboraron los reyes y los profetas. La primera de ellas fue liderada por el rey Ezequías, con el estímulo de los profetas Miqueas e Isaías. La segunda fue conducida por el rey Josías, con la ayuda de un primo lejano, el profeta Sofonías y el joven profeta Jeremías. Ezequías purgó a Judá de los vestigios de la idolatría asiria, e Isaías y Miqueas tronaron contra la hipocresía religiosa y la injusticia social. Su testimonio se resume en el conmovedor ruego de Miqueas: Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. Miqueas 6.8 En el 701 a. C. tuvo lugar una crisis nacional, cuando el jefe asirio Senaquerib puso sitio a Jerusalén, y encerró a Ezequías (según sus palabras) ‘como un ave en una jaula’. Pero Isaías lo alentó a mantenerse firme, y el sitio fue levantado de una manera maravillosa. Aunque el hijo apóstata de Ezequías, Manasés, anuló la política religiosa de su padre, el bisnieto de Ezequías, Josías (639–609 a. C.), inició otra gran reforma mientras era todavía muy joven, alentado y ayudado por el profeta Jeremías. Estos dos ejemplos de cooperación entre iglesia y estado deberían inspirarnos en la actualidad. No consistió en que el rey pretendiera profetizar o que el profeta entrara en la política. Cada uno se mantuvo en su llamado, pero juntos fueron efectivos. Para continuar leyendo: Miqueas 6.6–8

Noviembre 4 La caída de Jerusalén ¡Cómo ha quedado sola la ciudad populosa! La grande entre las naciones se ha vuelto como viuda. Lamentaciones 1.1 A pesar de las dos reformas religiosas conducidas por el rey Ezequías y el rey Josías, los resultados no fueron profundos ni duraderos. Jeremías siguió quejándose de que los pobladores ‘caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado’ (Jeremías 7.24). El rey Joacim, en particular, aunque era uno de los hijos de Josías, rápidamente deshizo la buena obra de su padre. Recurrió a mano de obra esclava para construir un lujoso palacio para sí (Jeremías 22.13–17), y cuando le leyeron un rollo que contenía las palabras de Jeremías, lo rasgó y lo quemó (Jeremías 36.21–23). Mientras tanto, el poderoso imperio de Asiria llegó a su fin, y su capital Nínive cayó en manos de los babilonios en el año 612 a. C. Nabucodonosor de Babilonia designó a Sedequías para ocupar el trono en lugar de su hermano Joaquín. Pero el nuevo rey fue débil e indeciso, y ‘no se humilló delante del profeta Jeremías, que le hablaba de parte de Jehová’ (2 Crónicas 36.12). En lugar de ello, se rebeló abiertamente contra Babilonia, y en consecuencia el ejército babilonio puso sitio a Jerusalén. El hambre era atroz, y la ciudad cayó finalmente entre el 587–586 a. C. Las murallas fueron destruidas y convertidas en escombros, el magnífico templo construido por Salomón fue incendiado hasta los cimientos y el pueblo fue llevado en cautiverio. Nos resulta difícil entender el trauma que sintió el pueblo de Dios con la pérdida de su ciudad santa y su templo, centro de la vida nacional. ¿Había Dios abandonado a su pueblo? Solo cuando leemos el libro de Lamentaciones podemos comenzar a percibir la desesperanza en la que quedó hundido el pueblo. Sin embargo, el remanente piadoso no cayó en la desesperación sino que confió en el carácter inmutable de Dios y en su pacto perdurable: Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Lamentaciones 3.21–23

Para continuar leyendo: Lamentaciones 1.1, 6, 12

La literatura de sabiduría Noviembre 5 El libro de Eclesiastés El temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Proverbios 9.10 El primer y gran mandamiento bíblico es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro ser. Esto define el sentido de la verdadera sabiduría. La sabiduría es un tema prominente en la Biblia. En el Antiguo Testamento, además de la Ley y los Profetas, hay cinco libros de sabiduría, a saber: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares. Estos libros se ocupan de aquello que llamamos ‘el significado’. ¿Qué significa ser un ser humano? ¿Cómo caben el sufrimiento, el mal, la injusticia y el amor en este significado? El libro de Eclesiastés se conoce especialmente por su estribillo pesimista. Recordamos las traducciones más tradicionales: ‘vanidad de vanidades, todo es vanidad’. Pero es excelente esta versión: ‘Nada tiene sentido ... Nada en absoluto tiene sentido’ (pdt). Hablar sobre el sentido de todo pulsa una cuerda sensible en muchas personas embarcadas en la búsqueda de sentido personal. Víctor Frankl, por ejemplo, quien sobrevivió al campo de concentración en Auschwitz y fue luego designado profesor de psiquiatría en la Universidad de Viena, comprobó que los seres humanos tenemos ‘anhelo de sentido’. ‘El esfuerzo por encontrar sentido a la propia vida,’ escribió, ‘es la principal fuerza motivacional en el hombre’.[8] El libro de Eclesiastés presenta los péndulos del ánimo y de la emoción, pero en particular enfatiza la vanidad de la vida humana que queda aprisionada en el tiempo y en el espacio donde se ignora o niega la realidad de Dios. Si la realidad se reduce a la breve extensión de la vida humana con su injusticia y sus dolores, y termina igual que los animales en la muerte y la desintegración, entonces sí, ‘Vanidad de vanidades … vanidad de vanidades, todo es vanidad’. O si la realidad se restringe a la experiencia humana debajo del sol, sin ninguna referencia ulterior por encima o más allá del sol, también otra vez es ‘vanidad de vanidades … vanidad de vanidades, todo es vanidad’. Todo es vana ilusión, correr tras el viento. Solo Dios puede darle sentido a la vida, porque solo él puede suplir las dimensiones faltantes. El Señor añade eternidad al tiempo y trascendencia al espacio. Por eso ‘el temor de Jehová es el principio de la sabiduría’, porque la sabiduría comienza con el humilde reconocimiento de la realidad de Dios.

Para continuar leyendo: Eclesiastés 1.1–11

Noviembre 6 Los consoladores de Job Jehová dijo a Elifaz temanita: Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job. Job 42.7 La Biblia no pretende resolver el problema del sufrimiento, pero lo toma seriamente y provee una perspectiva desde la cual enfrentarlo. El libro de Job hace una importante contribución en este sentido. El libro comienza con dos escenas fugaces: la primera es la de Job, un hombre recto, con familia y riquezas; y la segunda, el concilio celestial en el que Dios y Satanás debaten acerca de Job. Queda claro a partir de lo que leemos allí que los sufrimientos que padeció Job fueron permitidos por Dios. Después de estos pantallazos, vemos a Job abrumado por una serie de tragedias en la que pierde todo su ganado, sus sirvientes, sus hijos e hijas y finalmente su salud. Entonces llegan los así llamados consoladores. Al principio se sientan en el suelo junto a Job durante toda una semana sin pronunciar palabra. ¡Uno desea que hubieran seguido así, con la boca cerrada! En lugar de ello, uno tras otro recitan su ortodoxia convencional, que repiten hasta la náusea, y que se sintetiza en que Job está sufriendo por culpa de sus pecados. ‘Todos sus días, el impío es atormentado’, dice Elifaz (15.20). ‘La luz de los impíos será apagada’, agrega Bildad (18.5), en tanto Zofar contribuye afirmando ‘que la alegría de los malos es breve’ (20.5). Aunque es verdad que estaba mal de parte de Job sumergirse en la lástima de sí mismo, no era malo de su parte rechazar la doctrina de sus amigos o decir de ellos que ‘parecéis médicos sin serlo’ (13.4, blp) y son ‘consoladores molestos’ (16.2) que solo dicen cosas ‘con vaciedades’ (21.34, blp). Más tarde Dios confirmó este veredicto de Job, describe la ‘ira’ de esos hombres, y dos veces insiste en que no han hablado de él ‘lo recto’ (42.7–8). El libro de Job también es importante para ayudarnos a comprender las Escrituras. Nos dice que no debemos tomar nada de lo que dicen los consoladores como si fuera palabra escritural, porque esas palabras están incluidas a fin de contradecirlas, no de confirmarlas. Para continuar leyendo: Job 42.1–9

Noviembre 7 Job y Dios Respondió Job a Jehová, y dijo: He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? … Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar. Job 40.3–5 En el libro de Job se nos presentan varias actitudes posibles hacia el sufrimiento. Queda claro que debemos rechazar la opción de Job cuando combina la autocompasión y la autojustificación. También debemos excluir la recomendación que le hacen los consoladores de acusarse a sí mismo. La actitud propuesta por el joven Eliú podría ser llamada de la autodisciplina, ya que representa a Dios como un maestro (36.22) que nos habla en el momento de la aflicción (36.15), con el propósito de ‘quitar al hombre de su obra, y apartar del varón la soberbia’ (33.17). Pero aun esta explicación resulta insuficiente. La actitud correcta que los seres humanos debemos adoptar ante Dios es la de rendición. Dios invita a Job a dar una mirada fresca y nueva a la creación mientras lo bombardea con preguntas. ‘¿Dónde estaba él cuando Dios creaba la Tierra?’, ‘¿Puede él controlar la nieve, las tormentas y las estrellas?’, ‘¿Supervisa Job el mundo de los animales salvajes y las aves?’. Y sobre todo, ‘¿comprende acaso los misterios y puede someter la fuerza de Behemot el hipopótamo o de Leviatán el cocodrilo?’. Si era razonable que Job confiara en el Dios cuya sabiduría y poder habían sido revelados en la creación, ¿cuánto más razonable es para nosotros confiar en ese Dios, cuyo amor y justicia se revelaron en la cruz? La razonabilidad de la confianza reside en la confiabilidad de su objeto. Y nadie es más confiable que el Dios en la cruz. La cruz no solo resuelve el problema del sufrimiento sino que nos da la perspectiva correcta desde la cual considerarlo. Por eso debemos aprender a subir el monte llamado Calvario y desde ese punto ventajoso contemplar todas las tragedias de la vida. Desde que Dios demostró su amor santo en ese acontecimiento histórico (la cruz), ningún otro suceso histórico (personal o global) puede superarlo ni rebatirlo.

Para continuar leyendo: Job 38.1–11

Noviembre 8 Proverbios—El necio El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. Proverbios 1.7 El libro de Proverbios es sin duda producto de prolongada reflexión y composición cuidadosa. Cada epigrama ha sido cincelado en palabras por un habilidoso escultor. Además, muchos de ellos parecen expresar tanto el sentido común como la verdad de Dios. La sabiduría humana y la divina no son necesariamente incompatibles entre sí. En estas antiguas pepitas, Dios todavía hoy nos comunica su Palabra. Una de las características atractivas de los proverbios es que muchos de ellos no son simples sentencias sino que están presentadas en personajes tragicómicos, como lo son el necio, el burlón y el perezoso. Es obvio que el necio carece de sabiduría. En efecto, ‘los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza’ (v. 7). Esta combinación es importante, porque la locura del necio es más moral que intelectual. El necio no es tanto una persona que carece de inteligencia sino la que carece de control de sí misma. Un área en particular en que el necio carece de disciplina es el control de la lengua. Es natural que se lo considere ‘el necio de labios’ (10.8) cuya boca ‘hablará sandeces’ (15.2). Si alguna vez lograra guardar silencio, entonces ‘Aun el necio … [será] contado por sabio’ (17.28), pero es raro que lo haga. Uno desea que ‘en la asamblea del pueblo’ donde los ancianos se encuentran para analizar los temas tenga algo para contribuir, pero en ese momento es ‘incapaz de abrir su boca en público’ (24.7, blp). Más aun, normalmente solo buscaba ‘expresar su opinión’ (18.2, blp). Hasta ‘responde palabra antes de oír’ lo cual ‘es fatuidad y oprobio’ (18.13). Por eso se nos aconseja evitar a los necios, porque ‘Mejor es encontrarse con una osa a la cual han robado sus cachorros, que con un fatuo en su necedad’ (17.12). Para continuar leyendo: Proverbios 9.13–18

Noviembre 9 Proverbios—El burlón Escarnecedor es el nombre del soberbio y presuntuoso. Proverbios 21.24 Un segundo personaje que emerge de las páginas del libro de Proverbios es uno al que algunas versiones mencionan como el burlón, y otras como el insolente o el escarnecedor. Su rasgo dominante es que no toma la vida en serio. Casi podríamos identificarlo como un cínico, porque desprecia la virtud y recurre al sarcasmo para cuestionar la sinceridad del ser humano. Se burla de los que hacen el bien. Como dice un elocuente versículo: ‘los necios se mofan del pecado’ (14.9). Los estudiosos no coinciden en cuanto a la traducción. Pero lo que parece decir del burlón es que niega la seriedad del pecado, de la culpa, del juicio, y trata con ligereza la necesidad de la reconciliación y del perdón. Un ámbito penoso donde se ve actuar al burlón es el hogar. Buena parte del libro de Proverbios trata sobre la instrucción en el hogar: ‘Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre’ (1.8). Uno podría pensar que hasta un cínico escucharía con respeto a sus padres. Pero no es así. ‘El hijo sabio recibe el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensiones’ (13.1). Semejante desprecio por la orientación paterna sin duda no se corresponde con el quinto mandamiento que nos ordena honrar a nuestro padre y a nuestra madre. El burlador se comporta de manera similar en el resto de sus relaciones. No busca consejo ni toma el que se le ofrece, y ‘el escarnecedor no ama al que le reprende’ (15.12). Por lo tanto, ‘no reprendas al escarnecedor, para que no te aborrezca’ (9.8). Una persona sabia, por el contrario, ‘obedece al consejo’ (12.15). Sin duda, lo que caracteriza a la persona sabia es que presta atención tanto a la corrección como al consejo. La conclusión es que el Señor ‘se burla de los burlones’ (3.34), ya que ¿cómo podría tomar en serio a quien no lo toma en serio a él?

Para continuar leyendo: Proverbios 9.7–12

Noviembre 10 Proverbios—El perezoso Como la puerta gira sobre sus quicios, así el perezoso se vuelve en su cama. Proverbios 26.14 A lo largo del libro de Proverbios el perezoso muestra un cuadro que resulta divertido. Es demasiado indolente como para levantarse por la mañana (6.9–11), y da la excusa ridícula de que hay un león en la calle (22.13; 26.13). Es tan perezoso que deja que sus campos y sus viñas se llenen de maleza (24.30–31), y cuando lleva la mano al plato de comida le falta energía para llevarla de regreso a la boca (19.24; 26.15). Debido a que las Escrituras aseguran que no somos animales sino seres vivos creados a la imagen de Dios, en consecuencia nos reprocha cuando los animales hacen por instinto lo que se supone que nosotros debiéramos hacer por nuestra decisión. Uno de los mejores ejemplos es el contraste entre la hormiga y el perezoso: ‘Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio’ (6.6). La energía y la diligencia de la hormiga son fenomenales. Las hormigas parecen no descansar jamás, y llevan cargas más grandes y más pesadas que su propio cuerpo. Aunque son criaturas muy sociales cuya vida de comunidad es aun más organizada que la de las abejas y las avispas, y aunque no tienen ‘capitán, ni gobernador, ni señor’ (v. 7) (es decir, nada que se compare al liderazgo humano o a la capacidad de previsión), el instinto las mueve a reunir y acumular alimento en el verano (v. 8; 30.25). Los críticos dirán que las hormigas son carnívoras y que en realidad no almacenan su comida. Pero algunas especies, en particular las cosecheras, muy comunes en Palestina, comen semillas y las acumulan en graneros húmedos donde germinan. De modo que las hormigas nos enseñan sobre la previsión así como sobre el trabajo. El apóstol Pablo llegó a escribir que si no proveemos para nuestros parientes, y en especial para nuestra familia inmediata, significa que hemos ‘negado la fe’ (1 Timoteo 5.8). ¡Gracias a Dios por las hormigas! Para continuar leyendo: Proverbios 24.30–34; 26.13–16

Noviembre 11 Cantar de los Cantares Mi amado es mío, y yo suya. Cantar de los Cantares 2.16 Muchas personas han puesto en duda la congruencia de incluir el libro Cantar de los Cantares en el canon del Antiguo Testamento. Encuentran perturbador el diálogo íntimo entre los seres amados y les parece inapropiado en las páginas de las Sagradas Escrituras. Otros solo aceptan su inclusión en términos de una alegoría que expresa el amor de Jehová e Israel, o el de Cristo y su Iglesia. De hecho hay una larga tradición (tanto judía como cristiana) de esa interpretación alegórica. Probablemente la más conocida sea Sermón sobre el Cantar de los Cantares, escrita por Bernard de Clairvaux. Durante los dieciocho últimos años de su vida (1135–1153), Bernard predicó ochenta y seis sermones sobre este libro, pero en realidad presenta un abrumador exceso de alegorizaciones fantasiosas. El lugar por donde debemos comenzar es sostener sin ningún dejo de vergüenza su interpretación literal. Cualquiera que lea este libro por primera vez lo entendería como un desinhibido poema de amor. Podría ser considerado erótico en el sentido de la expresión del amor sexual, pero no es en absoluto pornográfico. Es importante enfatizar esta diferencia. Los cristianos tienen una reputación muy negativa o puritana en lo que se refiere al sexo. Pero el Cantar de los cantares lo niega; es una bella celebración del amor conyugal. ¿Es legítimo, entonces, usarlo como una alegoría del amor entre Cristo y su pueblo? Mi respuesta es que si bien es legítimo usar esta figura para ilustrar una verdad, no cabe usarla para demostrar la verdad. En muchos lugares las Escrituras enseñan que Dios y su pueblo están comprometidos el uno al otro en un pacto de amor. Por lo tanto, es legítimo usar el Cantar de los Cantares para ilustrar esta verdad, ya que allí se habla del amor del novio y de la novia, el uno por el otro.

Para continuar leyendo: Efesios 5.21–33

Noviembre 12 Los salmos Salmos 1—El justo y el malo Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá. Salmos 1.6 La sección más extensa y más variada del Antiguo Testamento es el Salterio. Contiene una diversidad de géneros literarios, incluye devoción privada y pública, lamentaciones y penitencia, alabanza y oración, memorias y profecía. Aunque fueron escritos por diversos autores, muchos de los salmos provienen de David, ‘el dulce cantor de Israel’ (2 Samuel 23.1) a quien trajeron para que interpretara el arpa a fin de dar alivio al alma atormentada de Saúl (1 Samuel 16.14–23). La literatura de sabiduría hace una distinción muy clara entre ‘los justos’ y ‘los malos’, como también entre su destino presente y futuro. Al hacerlo, el salmista está sencillamente anticipando la enseñanza de Jesús según la cual, varones y mujeres, están en el camino ancho que conduce a la destrucción o bien en la senda angosta que lleva a la vida (Mateo 7.13–14). Por un lado, el justo prosperará aunque no siempre en sentido material. Eligen cuidadosamente sus compañías y a quién pedirán consejo. Se deleitan en la ley de Dios y hacen de ella su meditación constante. Sin lugar a dudas, los que pertenecen a Dios practican hoy la misma experiencia. La meditación diaria en la Biblia es nuestro placer inagotable y, en consecuencia, somos como un árbol plantado junto a corrientes de agua, y disfrutamos de un permanente refrigerio, nutrición y fruto. El malo, en cambio, ‘perecerá’. En lugar de ser como un árbol bien plantado y fructífero, es como paja seca que arrebata el viento. Esta era una escena familiar en Palestina. El suelo para la trilla era por lo general una superficie dura y plana sobre un monte expuesto al viento. Se levantaba el trigo mediante grandes atizadores o palas de aventar y se lo lanzaba al aire. Entonces el grano valioso caía y era luego cosechado, en tanto que la vaina liviana de paja se dispersaba a los cuatro vientos. Como dijo más tarde Juan el bautista, en referencia al Mesías: ‘su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará’ (Mateo 3.12). Los malos, entonces, se parecen de dos maneras a la paja: en primer lugar son en sí mismos secos e inútiles, y en segundo lugar se vuelan fácilmente o se queman. Del mismo modo, el árbol plantado está firme pero la paja es inestable. La estabilidad debe ser siempre una característica de los que pertenecen a Dios. Para continuar leyendo: Salmos 1.1–6

Noviembre 13 Salmos 19—La autorevelación de Dios Los cielos cuentan la gloria de Dios… . La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma. Salmos 19.1, 7 Según C. S. Lewis, Salmos 19 es ‘el poema más extraordinario del Salterio y una de las composiciones líricas más grandes del mundo’. Desde el punto de vista cristiano, contiene el resumen más claro de la doctrina de la revelación que pueda encontrarse en todo el Antiguo Testamento, es decir, que Dios se dio a conocer a toda la humanidad como el Creador (vv. 1–6), el Dador de la Ley de Israel (vv. 7–10), y el Redentor de cada individuo (vv. 11–14). En primer término, existe una revelación general (vv. 1–6), así llamada porque fue dada a todas las personas en todo lugar. Este testimonio se da a través de la naturaleza, especialmente en los cielos. Es continua y es universal. En imágenes dramáticas el salmista compara el amanecer con la salida de un novio, y el curso diario del sol a través del cielo con la carrera de un atleta. En segundo lugar, hay una revelación especial (vv. 7–10). El tema cambia abruptamente de la revelación general de Dios por medio de la naturaleza, a su revelación especial y sobrenatural por medio de la Tora, el Antiguo Testamento. Se presentan las excelencias de la ley en un perfecto paralelismo hebreo. Reanima el alma, hace sabio al sencillo, da gozo al corazón y da luz a los ojos. Sin duda, los mandatos del Señor ‘deseables son más que el oro’ y ‘dulces más que miel’ (v. 10), porque nos revelan a Dios. En tercer lugar, está la revelación individual (vv. 11–14). El salmista se menciona por primera vez a sí mismo y manifiesta sus anhelos espirituales personales en su condición de siervo de Dios. En su oración le pide perdón y santidad. Y concluye con una oración, a la que con frecuencia hacen eco los predicadores cristianos, pidiendo a Dios que todas sus palabras, y aun sus pensamientos, sean agradables a los ojos de Dios, a quien declara su Roca y su Redentor.

Para continuar leyendo: Salmos 19.1–14

Noviembre 14 Salmos 32—El perdón y la guía de Dios Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Salmos 32.1 Hay dos problemas básicos que los seres humanos debemos confrontar en todo lugar. El primero de ellos es nuestro sentido de culpa respecto al pasado, y el segundo es nuestra ansiedad respecto al futuro. El Salmo 32 se ocupa de ambos. En primer lugar, Dios promete darnos su perdón. El salmo comienza con una bienaventuranza: ‘Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada’ (v.1). ¿Pero por qué se negaría Dios a acusarnos por nuestros pecados, y en cambio nos perdonaría? El apóstol Pablo fue quien respondió a esta pregunta. Citó los dos primeros versículos de este salmo como un ejemplo tomado del Antiguo Testamento de que Dios nos justifica por gracia por medio de la fe, en forma completamente independiente de nuestras buenas obras (Romanos 4.6–8). Sin embargo, es necesario que confesemos nuestros pecados. Dios no puede cubrir nuestros pecados con su perdón a menos que nosotros los descubramos en la confesión. Por eso David continúa en su salmo describiendo la miseria de aquellos que se niegan a reconocer sus faltas. Mucho antes de que se hubiera inventado el término ‘psicosomático’, David nos comparte de qué manera su conciencia torturada dio como resultado síntomas físicos alarmantes (Salmos 32.3–4). En segundo lugar, Dios promete su guía. Cuatro veces en el versículo 8 Dios hace la misma promesa: ‘Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos’. Es necesario observar, sin embargo, que la promesa está seguida inmediatamente por una prohibición: ‘No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento’ (v. 9). Dios promete que nos guiará, pero no debemos pretender que nos guíe de la manera que se conduce a los caballos o a las mulas. ¿Por qué no? Porque estos no tienen entendimiento, en tanto nosotros sí lo tenemos. La manera normal en que Dios nos orienta es mediante los procedimientos racionales, no a pesar de ellos. Para continuar leyendo: Salmos 32.1–11

Noviembre 15 Salmos 42 y 43—Depresión espiritual ¿Por qué te abates, oh alma mía … ? Espera en Dios. Salmos 42.5 La depresión parece ser un estado bastante frecuente entre los cristianos. No me refiero a la depresión clínica, que podría requerir un tratamiento psicoterapéutico, sino a la depresión espiritual, una que deberíamos poder manejar por nosotros mismos. El autor de los Salmos 42 y 43 (que evidentemente componían un solo salmo) se expresa con claridad acerca de las causas de su depresión. Para comenzar, tiene sed de Dios (tan sediento como el ciervo por las aguas), porque se siente alienado, soportando una especie de exilio forzado. Recuerda los grandes festivales cuando decía ‘me presentaré delante de Dios’ (42.2), y anhela el permiso para regresar ‘al altar de Dios’, a Dios su alegría y su gozo (43.4). Sin embargo, su depresión no se debe solamente a la ausencia de Dios sino también a la presencia de sus enemigos. Constantemente se burlan de él: ‘¿Dónde está tu Dios?’ (42.3, 10). Esto se debe, en parte, a que son idólatras, sirven a dioses que pueden ver y tocar, en tanto que el ‘Dios vivo’ (42.2) es invisible e intangible; y, en parte, porque Dios parece incapaz de vindicar a su pueblo. Cada estrofa concluye con el mismo estribillo (42.5, 11; 43.5). En esas palabras el salmista se ‘habla a sí mismo’. Este acto se considera popularmente como el primer síntoma de la locura. Pero también puede ser, por lo contrario, un signo seguro de madurez: ¡todo depende de lo que nos estemos diciendo! Aquí el salmista se niega a conformarse con su condición o a rendirse a su estado de ánimo. En primer lugar, se pregunta a sí mismo: ‘¿Por qué te abates, oh alma mía …?’ Su respuesta incluye un reproche implícito. En segundo lugar, se exhorta: ‘Espera en Dios’. Porque Dios es digno de nuestra confianza. En tercer lugar, se confirma sí mismo: ‘porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío’. Su doble uso del pronombre posesivo —‘salvación mía y Dios mío’— significa mucho. Se está recordando a sí mismo su relación de pacto con Dios, un vínculo al cual sus estados de ánimo fluctuantes nunca podrán destruir.

Para continuar leyendo: Salmos 42.1–11

Noviembre 16 Salmos 104 — Las obras de Dios en la naturaleza ¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus beneficios. Salmos 104.24 El Salmo 104 expresa algo a lo que C. S. Lewis describía como un ‘gusto por la naturaleza’ característico en el salmista. Tiene en mente la narración creativa de Génesis 1, y sigue aproximadamente el mismo orden, describiendo con gran belleza poética la manera en que Dios hizo y sostiene los cielos y la tierra (vv. 1–9). Entonces, en el medio del salmo, su autor muestra que Dios provee alimento, bebida y refugio a todas las aves y animales (vv. 10–23). El término ‘ecología’ sería demasiado científico para aplicar a este párrafo, aunque sin duda es lo que el autor está describiendo. Está fascinado por la manera maravillosa en que Dios adapta los recursos de la tierra en función de las necesidades de las criaturas vivas, y viceversa. La vida y la comida son necesidades básicas de toda criatura y manifiestan tanto la mano abierta de Dios, como su aliento vivificante. La ausencia de ellas hace interpretar que el Señor ha escondido su rostro. A nuestros oídos modernos todo suena muy naíf y, sin duda, se trata de lenguaje figurado, ya sea en el uso de las imágenes poéticas como de las antropomórficas. Pero la verdad se eleva detrás de las figuras. Dios el Creador es Señor de su creación. Él no ha abdicado a su trono y gobierna lo que él creó. Ningún cristiano puede sostener una visión mecanicista de la naturaleza. El universo no es una gigantesca máquina que opera bajo leyes inflexibles, ni se rige por leyes de las que ahora Dios mismo resulta esclavo. Incluso la expresión ‘ley natural’ es conveniente para referirnos a la consistencia observable en la actividad de Dios. Él está vivo y activo en su mundo, y nosotros dependemos de él para nuestra ‘vida y aliento y todas las cosas’ (Hechos 17.25). Por lo tanto es correcto que le agradezcamos no solo por nuestra creación sino también por la manera en que nos sustenta. Para continuar leyendo: Salmos 104.10–31

Noviembre 17 Salmos 130 — Un clamor desde la profundidad De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Salmos 130.1 El salmista se describe a sí mismo como si estuviera sucumbiendo en las aguas profundas, y desde esas profundidades clama a Dios para que lo rescate. Dado que suplica por misericordia, es evidente que las aguas profundas son una figura de su pecado, su culpa, su remordimiento, unidos al sentimiento de que Dios lo está juzgando, y también a la nación con la que él se identifica. Sabe bien que si Dios mantuviera el registro de sus pecados y lo acusara de ellos, ni él ni nadie podrían sostenerse en pie. ‘Pero en ti’, agrega de inmediato, ‘hay perdón’ (v. 4). Este ofrecimiento de perdón gratuito, por gracia y no por obras, fue lo que condujo a Martín Lutero a titular este cántico penitencial como uno de los ‘Salmos paulinos’. El versículo 4 también era uno de los versículos de las Escrituras que le dio consuelo a Juan Bunyan, autor de El progreso del peregrino, cuando su conciencia lo atribulaba y se sentía convicto por el pecado. Este versículo contiene un equilibrio precioso, porque en su primera parte le da seguridad al que está desesperado (‘pero en ti hay perdón’), mientras que en la segunda parte parece hacer una advertencia al presuntuoso (‘para que seas reverenciado’). Lejos de alentar a los pecadores a seguir en su pecado, el perdón de Dios promueve el temor del Señor o la maravilla reverente en su presencia, lo cual nos aleja de la iniquidad (ver Proverbios 16.6). Confiando en el perdón misericordioso de Dios hacia los pecadores arrepentidos, el salmista hace ahora dos cosas. Primero, declara su decisión de confiar en que Dios lo perdonará, afirmándose en la promesa de Dios. En consecuencia, espera en el Señor, tan expectante y pacientemente como los ‘centinelas a la mañana’ (v. 6). Porque no importa cuán larga parezca la noche ni cuán profunda la oscuridad; los centinelas están seguros de que finalmente llegará el amanecer. Segundo, alienta a Israel a adoptar la misma actitud porque sabe que el amor de Jehová es pleno (v. 7, blp) ‘y [que] él redimirá a Israel de todos sus pecados’ (v. 8). Muchas veces he necesitado hacer mío este salmo penitencial y, en varias oportunidades, sus promesas me han traído la certeza del perdón de Dios.

Para continuar leyendo: Salmos 130

Noviembre 18 Salmos 150—La doxología final Todo lo que respira alabe a JAH. Salmos 150.6 Esta doxología hace una magnífica conclusión del salterio. Como invitación a adorar, es imposible superarlo en grandeza. Cada versículo es una convocatoria a alabar, instruyéndonos en cuanto a porqué, cómo y quién debería expresar su alabanza a Dios. En primer lugar, si nos preguntamos dónde debemos adorar, la respuesta es a la vez ‘en su santuario’ (originalmente en referencia al templo en Jerusalén) y ‘en la magnificencia de su firmamento’ (v. 1). De modo que cielos y tierra, ángeles y seres humanos se unen en adoración a Dios. Segundo, ¿por qué debemos adorar? Debemos alabarlo tanto ‘por sus proezas’ como por la ‘muchedumbre de su grandeza’ (v. 2). Israel nunca se cansó de celebrar los poderosos actos de Dios en la creación y en la redención. Tercero, cuando trata sobre cómo adorar, se menciona todo tipo imaginable de instrumentos: de viento, de cuerda y de percusión. Las ‘trompetas’ (v. 3, blp) eran, por supuesto, los antiguos cuernos curvos del carnero, que todavía se usan hoy en la sinagoga. Escribe un comentarista que la persona experta ‘puede hacer con él un sonido prodigioso’. Los demás instrumentos son más o menos reconocibles. De esa manera se reúne la orquesta. Los adoradores deben soplar el cuerno y pulsar el arpa, batir los tambores, rasgar las cuerdas, tocar la flauta y golpear los címbalos. La cuarta pregunta se refiere a quién adora. El salmista propone que ‘todo lo que respira alabe a jah’ (v. 6). Podría estar incluyendo a la creación animal, porque en ellos también hay ‘espíritu de vida’ (Génesis 6.17), aunque es más probable que se esté refiriendo a la raza humana en su totalidad. Hay ocasiones durante el curso de la adoración pública, cuando el coro canta y el órgano o la banda de música interpretan, que nos sentimos transportados más allá, a unirnos con los ángeles, los arcángeles y todas las huestes que rodean el trono de Dios. Por supuesto, nuestra adoración no debe quedar confinada a los servicios en la iglesia. Todo lo contrario: mientras respiramos, alabamos. Calvino tenía razón cuando llamó a los Salmos un ‘espejo’, porque refleja todos los estados de ánimo de nuestra experiencia humana: la alegría y la tristeza, el entusiasmo y la depresión, la confianza y la duda, el triunfo y la derrota. Como lo ha dicho otro escritor, el Salterio ‘contiene toda la música del corazón humano’. Para continuar leyendo: Salmos 150

El profeta Isaías Noviembre 19 El canto de la viña Esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Isaías 5.2 Desde el comienzo de sus escritos, Isaías convoca a cielo y tierra a escuchar sus palabras. Es consciente de que la revelación que Dios le ha dado tiene dimensión cósmica, y en el capítulo final su visión se amplía para abarcar ‘los cielos nuevos y la nueva tierra’ que Dios creará un día (66.22). Su mensaje profético combina tanto juicio como consuelo. Utilizando como recurso literario un canto de amor, Isaías se refiere con audacia a Jehová como su amado y al pueblo de Israel como su viña. Jehová había plantado una viña en una ladera fértil, había quitado de allí las piedras, había construido una torre de vigilancia, y tenía preparado el lagar. Es decir, había hecho absolutamente todo lo necesario para asegurar una cosecha maravillosa. Pero en lugar de uvas dulces, su viña solo le dio uvas silvestres. Entonces ahora Jehová pronuncia juicio sobre su pueblo. ‘Destruirá su viña’, dice. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor versículo 7 La mala cosecha se interpreta ahora como seis ‘desgracias’: la apropiación ilegítima de la tierra (v. 8), el consumo excesivo de alcohol (vv. 11–12), un desvergonzado desafío a Dios (vv. 18–19), una reversión perversa de las categorías morales (v. 20), engreimiento (v. 21), corrupción y negación de los derechos humanos (vv. 22–23). Estos pecados sociales caracterizaban a la segunda mitad del siglo viii a. C., cuando el rey Uzías de Judá condujo a la nación a la cumbre de su prosperidad y de su lujo. Fue en esas diversas expresiones que los habitantes ‘abominaron la palabra del Santo de Israel’ (v. 24). Por eso se encendió contra ellos la ira de Jehová, y les advirtió de una inminente invasión desde el norte, sin duda el ejército asirio (vv. 26–30). Con frecuencia me he preguntado si Jesús tenía en mente el cántico de la viña cuando desarrolló su alegoría sobre la vid, en Juan 15. Sin duda las dos metáforas implican la misma expectativa de fruto, como también escribió más tarde Pablo refiriéndose al fruto del Espíritu.

Para continuar leyendo: Juan 15.1–11

Noviembre 20 La misión del profeta Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Isaías 6.8 En muchas iglesias el capítulo 6 de Isaías es conocido como un texto desafiante para un sermón misionero. Pero su aplicación original era mucho más específica; registra el llamado de Isaías como profeta. El vocabulario lo deja en claro: ‘envíame’ (‘¿A quién enviaré? … envíame a mí’). Porque Jehová enviaba a los profetas, tal como más tarde Jesús enviaría a los apóstoles, comisionándolos para enseñar en su nombre. De manera similar Jehová dijo de los falsos profetas que ‘Jehová no los envió’. La esencia del llamamiento de Isaías radica en la visión de Jehová, exaltado y trascendente, sentado en el trono celestial, atendido por los serafines que clamaban ‘Santo, santo, santo’ (v. 3). Era una visión del Rey (‘han visto mis ojos al Rey’ v. 5) y le fue dada en forma intencional en el año 740 a. C., cuando el rey Uzías celebró su jubileo de oro y luego murió. Era inevitable que Uzías comparara y contrastara los dos reinados, y que todo su futuro ministerio estuviera coloreado por su convicción de que Jehová es Rey, digno de confianza y de recibir obediencia. A continuación viene la confesión de pecado de parte de Isaías, su limpieza y su envío. También se le advirtió que el pueblo endurecería su corazón y rechazaría el mensaje de Dios, de modo que el juicio del Señor caería sobre ellos. Jesús mismo citó estas palabras (Mateo 13.14–15), y también lo hizo el apóstol Pablo (Hechos 28.25–29). Sin embargo, había un atisbo de esperanza. Cuando cae un árbol queda el tocón, y lo mismo ocurrirá con Israel. ‘Así será el tronco, la simiente santa’ (Isaías 6.13). Estas palabras nos muestran una de las características de los mensajes de Isaías, es decir, que habría un remanente de discípulos fieles, reunidos en torno al profeta (ver 8.16–18). Para continuar leyendo: Isaías 6

Noviembre 21 El desafío de la fe Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis. Isaías 7.9 Fue alrededor del 734 a. C., durante el reinado de Acaz rey de Judá (nieto de Uzías), que Rezín rey de Aram (Siria) y Peka rey de Israel constituyeron una intrépida alianza. Su objetivo era oponerse a la creciente amenaza que representaba Tiglatpileser III, rey de Asiria, en el lejano Norte. Estaban decididos a atacar a Jerusalén en primer lugar, a fin de persuadir a Acaz, rey de Judá, a unir fuerzas con ellos. A medida que se aproximaban, leemos que el corazón de Acaz y de su pueblo ‘se estremecen [como] los árboles del monte a causa del viento’ (v. 2). Pero Jehová envió a Isaías a encontrarse con Acaz para decirle: ‘guarda, y repósate; no temas, ni se turbe tu corazón a causa de estos dos cabos de tizón que humean’ (vv. 3–4). Esta fue la primera crisis de fe de Acaz, y la segunda fue poco tiempo después. Aunque la coalición se jactaba del éxito de su plan, el Señor Dios les aseguró: ‘no subsistirá, ni será’ (v. 7). Los reyes eran solamente líderes humanos, mientras que (como implica el texto) Acaz era rey en la línea de descendencia de David. De modo que, ‘si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis’ (v. 9, donde algunas traducciones intentan reproducir el juego de palabras del texto hebreo). Pero Acaz no tenía intención de confiar en Dios. Al parecer ya había hecho su decisión. Lo que hizo fue enviar mensajeros al rey Tiglatpileser de Asiria, diciéndole: ‘Soy tu hijo y tu vasallo. Ven a librarme del poder de los reyes de Siria y de Israel, que me están atacando’ (2 Reyes 16.7–8, blp). Al mismo tiempo Acaz pagó a Asiria un generoso tributo en plata y oro. En consecuencia, Siria fue aplastada en el 732 a. C., e Israel en el 722 a. C. Algo central en el mensaje de Isaías era el desafío a la fe. Rogaba a los líderes de la nación que no recurrieran a los poderosos imperios de Egipto y de Asiria, sino que pusieran su confianza en el Dios vivo. El mismo desafío se nos dirige hoy, cuando adoptamos para nosotros las promesas de Isaías. ‘El que creyere, no se apresure’ (Isaías 28.16). Y una vez más, ‘en descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza’ (30.15).

Para continuar leyendo: Isaías 7.1–9

Noviembre 22 La doble identidad de Dios Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra. Isaías 40.28 Isaías 40 se concentra en el versículo 27, en el que Dios confronta a su pueblo con preguntas incómodas: ‘¿Por qué dices, oh Jacob … Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio?’ El Dios que según ellos piensan los ha olvidado (durante su exilio en Babilonia) en realidad ha escuchado sus quejas, ha oído sus conversaciones y ha leído sus pensamientos. Están en una situación terrible y Dios no hace nada al respecto. Está ciego o no puede ver, es injusto y no le importa, o es impotente y no puede rescatarlos. Esa queja es familiar a nuestros oídos modernos. La reacción de Dios es devolverles la pregunta. Ellos preguntan: ‘¿Por qué Dios no hace algo?’ Él responde: ‘¿Cómo pueden preguntar por qué?’ Luego el Señor eleva los pensamientos de su pueblo por encima de sus sufrimientos, hacia él y hacia la clase de Dios que él es. Cuando estamos en problemas, nada es más importante que una visión renovada de Dios. En especial, dos verdades complementarias deben ser destacadas. Primero, ‘Dios eterno es Jehová’. Jehová, su Dios de pacto, es también quien ‘creó los confines de la tierra’. Por lo tanto, es absurdo imaginar que al Creador pudiera faltarle conocimiento, justicia o poder (v. 28). La segunda verdad complementa a la primera. El Creador es también el Señor (Jehová), el Dios de Israel, quien se ha comprometido solemnemente con ellos mediante pacto y jamás traicionará su fiel amor hacia ellos. Este capítulo está lleno de afirmaciones de que él es nuestro Dios para siempre. La pregunta clave, entonces, es una que Dios hace dos veces: ‘¿Con quién compararéis a Dios?’ (v. 18, blp; ver v. 25). La respuesta es que él es tanto el Dios Creador como el Dios del pacto. Como Dios de la creación, no podemos dudar de su poder; como Dios del pacto, no podemos dudar de su amor. A menos que nos aferremos a esta verdad, a su doble identidad, entonces ‘nuestro Dios es demasiado pequeño’, como escribió J. B. Phillips. Para continuar leyendo: Isaías 40.18–31

Noviembre 23 El Dios que lleva la carga Sois traídos por mí desde el vientre, los que sois llevados desde la matriz. Y hasta la vejez yo mismo. Isaías 46.3–4 La sátira de Isaías sobre la idolatría alcanza su cúspide en el capítulo 46. Se nos presenta a las dos deidades principales de Babilonia: Bel (también llamado Marduc) y Nebo (su hijo). Se describe su confección a cargo de un platero (vv. 6–7), después de lo cual los adoradores los cargan sobre sus hombros, los trasladan y los izan hasta su posición en la que no pueden hablar ni moverse. De pronto Babilonia es vencida por Ciro el persa, cuyos soldados comenzaron de inmediato a saquear los templos de la ciudad. ‘Se postró Bel, se abatió Nebo’ (v. 1). Esto significa que estos ídolos no son más que peso muerto, vergonzosamente arrancados de sus pedestales y cargados por las calles como cadáveres. Entonces los arrojan en las carretas y se los llevan. ¡Cómo han caído los poderosos! Los dioses que habían sido cargados sobre los hombros con tanto orgullo por sus portadores en las procesiones religiosas, son ahora el descarte inútil en las carretas, una mera carga para quienes los adoraban. Se apaga la risa en el tono del profeta y en el silencio se oye a Dios. En efecto, dice: ‘Yo no soy como Bel y como Nebo. Yo no necesito ser trasladado. Yo soy el Dios vivo y excelso. Yo los he cargado a ustedes desde que nacieron, y aun cuando su cabello se haya vuelto blanco seguiré cargándolos’ (vv. 3–4 paráfrasis). La pregunta para nosotros sigue siendo: ¿quién carga a quién? ¿Es la religión algo que nos pesa o algo que nos alivia? ¿Es Dios mismo un peso para nosotros? Jesucristo es descripto en el Nuevo Testamento como quien llevó sobre sí la carga del mundo entero. Él cargó nuestros pecados (ver Isaías 53). Él también carga nuestros dolores. Como aconsejó Pedro: ‘echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros’ (1 Pedro 5.7). Es una enorme tragedia que nuestra relación con Dios esté planteada al revés, porque entonces pretendemos nosotros cargar con él, ¡cuando en realidad él se ha comprometido a cargar con nosotros!

Para continuar leyendo: Isaías 46.1–9

Noviembre 24 La razonabilidad de la revelación Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Isaías 55.9 El cristianismo es en esencia una religión revelada. No sabríamos nada acerca de Dios si él mismo no se hubiera dado a conocer. Esto es especialmente cierto en cuanto a su naturaleza de gracia. Dios ofrece agua gratuita al sediento, un lugar gratuito en su pacto a las naciones, perdón gratuito a los malvados (vv. 1–7). ¿Quién hubiera podido inventar semejante evangelio de gracia? ¡Es demasiado bueno para ser cierto! Sólo podría conocerse mediante la revelación divina. Analicemos su lógica. En primer lugar, los pensamientos de Jehová nos son inaccesibles. Son tanto más elevados que nuestros pensamientos como los cielos son más altos que la tierra. Nuestra pequeña mente no puede escalar hasta la infinita mente de Dios (vv. 8–9). En segundo lugar, los excelsos pensamientos de Dios deben llegar hasta nosotros como descienden la lluvia y la nieve del cielo a la tierra (v. 10). En tercer lugar, los pensamientos de Jehová han sido acercados a nuestro alcance porque han sido puestos en palabras. El habla humana es el modelo de la revelación divina. Es por las palabras de nuestra boca que podemos comunicar los pensamientos de nuestra mente. No podemos leer la mente unos de otros, debemos hablar. ¡Mucho menos podríamos leer la mente de Dios a menos que él nos hablara! Dios ha hablado; su palabra ha llegado hasta nosotros. En cuarto lugar, la Palabra de Dios es poderosa; siempre cumple su propósito (vv. 10–11). Los dos últimos versículos del capítulo (vv. 12–13) describen en vívidas imágenes de poesía hebrea la inmensa bendición que disfrutan los hijos e hijas de Dios que han recibido su Palabra. Esa experiencia es como un nuevo éxodo (v. 12), y heredan una nueva tierra prometida (v. 13). No nos sorprende estar colmados de alegría y gozo. Para continuar leyendo: 1 Corintios 2.6–10

Noviembre 25 El nuevo mundo Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, … así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Isaías 66.22 La mirada profética de Dios se asoma ahora hacia el futuro y enfoca la misión universal de la Iglesia (vv. 18–21) y la regeneración final del universo (vv. 22–24). En cuanto a la misión cristiana, el profeta señala tres aspectos. Primero, el alcance es a todas las naciones. Cuatro veces en los versículos 18–20 se refiere a las naciones que se reúnen. Segundo, la oportunidad (lo que la moviliza) es el rechazo del evangelio por parte de Israel. Lucas afirma esto en cuatro ocasiones en el libro de Hechos. Esta es la visión que Pablo tiene de los judíos y de los gentiles unidos en Cristo. Tercero, la meta de la misión cristiana es la gloria de Dios (vv. 18–19), proclamada por los misioneros y percibida por todos los convertidos. En el versículo 22 el profeta da un gran salto hacia el final de la historia, cuando Dios creará un nuevo cielo y una nueva tierra. Ya se ha referido a ello en el capítulo anterior (65.17), y más tarde Jesús y sus apóstoles harán la misma predicción (Mateo 19.28; 2 Pedro 3.13; Apocalipsis 21.1, 5). Vale la pena destacar dos aspectos de esta expectativa. Primero, que el universo será en parte material y esto incluirá una tierra nueva, transformada y glorificada. Como escribió Pablo tiempo después, la creación entera será liberada de su presente esclavitud (Romanos 8.18–25). Así como nuestro cuerpo de resurrección tendrá a la vez continuidad y discontinuidad respecto a nuestro cuerpo actual, también la nueva tierra disfrutará de continuidad y discontinuidad con la actual. Segundo, el nuevo cielo y la nueva tierra serán tan perdurables como lo serán sus habitantes. Solo aquellos que deliberadamente se rebelaron contra Dios serán destruidos (como la basura destinada a ser arrojada fuera de Jerusalén [Isaías 66.24]). Estos dos énfasis (el de la misión universal y el de la nueva creación última) se presentaron unidos en la enseñanza de Jesús. Él nos mandó que lleváramos el evangelio hasta los confines de la tierra, y agregó que solo entonces llegaría el fin de los tiempos. Los dos finales van a coincidir. Mientras tanto, el lapso entre la primera y la segunda venida de Cristo debe estar lleno de la misión mundial de la Iglesia.

Para continuar leyendo: 2 Peter 3.1–13

Noviembre 26 El profeta Jeremías El llamamiento de Jeremías Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Jeremías 1.5 Resulta instructivo comparar los llamados de Isaías y de Jeremías. Ambos incluyen la expresión ‘te di’. A Isaías Jehová le preguntó: ‘¿A quién enviaré?’ (Isaías 6.8). A Jeremías le dijo: ‘a todo lo que te envíe irás tú’ (Jeremías 1.7). Pero luego hay una diferencia. En el caso de Isaías, por lo menos después de que sus labios fueron purificados, se mostró dispuesto a cumplir su servicio: ‘Heme aquí, envíame a mí’ (Isaías 6.8). En cambio, en el caso de Jeremías, se mostró renuente (como lo había sido Moisés), dando como razón su juventud y su inexperiencia. ‘¡Ah! ¡ah, Señor Jehová!’, protestó, ‘no sé hablar, porque soy niño’ (Jeremías 1.6). No se trata de una contradicción con las enseñanzas de Jesús. Él aprobó la humildad de un niño, en tanto Jehová reprochó a Jeremías por querer justificarse en la irresponsabilidad de un niño. Otra similitud entre los llamados de Isaías y Jeremías es que en ambos casos el rasgo destacado concierne a su sentimiento de ineptitud en los labios (Isaías) y en la boca (Jeremías). Isaías era consciente de que sus labios eran inmundos, y Jeremías de que no sabría qué decir. De modo que antes de que pudieran asumir el oficio profético, los labios de Isaías fueron purificados con un carbón encendido, y la boca de Jeremías fue tocada por la mano divina, simbolizando con ello que Jehová había puesto sus palabras en boca de Jeremías. Por último, a Jeremías se le dijo que su mensaje sería a la vez negativo (destruir y derribar) y positivo (construir y plantar). Esto se elaboró mediante dos visiones. Primero, Jeremías vio una ‘vara de almendro’ (1.11). La palabra hebrea que corresponde a un árbol de almendro se parece a la palabra que significa ‘observar’, y en este sentido se refería a la promesa de Jehová: ‘también vigilo para que se cumpla mi palabra’ (1.12, blp). Segundo, Jeremías vio ‘una olla que hierve; y su faz está hacia el norte’ (1.13), probablemente el ejército invasor escita. Jeremías se ve como un profeta renuente. Reyes y cortesanos, sacerdotes y pobladores, y hasta su familia sacerdotal están en su contra. La Palabra de Dios quema en sus huesos; no puede retenerla. Es un patriota, pero lo consideran un traidor y lo arrojan a una cisterna. Es testigo de la declinación y muerte de su nación. Hasta Jehová a veces parece estar en contra de él. Jeremías llora lágrimas amargas (ver 4.19 y 9.1). Para continuar leyendo: Jeremías 1.1–19

Noviembre 27 Un pueblo infiel ¿Por qué es este pueblo de Jerusalén rebelde con rebeldía perpetua? Jeremías 8.5 Los dos primeros versículos de Jeremías confirman la visión cristiana sobre la inspiración. La Biblia es la Palabra de Dios pronunciada por medio de las palabras humanas. Esta es la doble autoría de las Escrituras, una verdad a la que debemos asirnos con firmeza. Jeremías comienza su prédica con un ruego sostenido al arrepentimiento. Aunque se dirige principalmente a Judá, abarca a la ‘rebelde Israel’ (3.6) con ‘su hermana la rebelde Judá’ (3.7). La reforma del buen rey Josías había tenido alguna respuesta favorable, pero era en gran medida superficial. Dios se queja: ‘Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente’ (3.10). La gente persistía en sus pecados. Adoraban a dioses ajenos en los lugares elevados. Rompían los Diez Mandamientos. No cuidaban a las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Hasta participaban en horrendos sacrificios de niños. Jeremías denunciaba esas maldades, pero sus oyentes se negaban a arrepentirse. Ahora el profeta añade metáforas, en el intento de tocar la conciencia de Judá. Cuando alguien se cae, ¿acaso no se levanta? Cuando se equivoca de rumbo, ¿acaso no regresa al punto donde se desvió? ¿Por qué, entonces, el pueblo continúa en un acto de constante rebeldía? Se han negado a volver, como un caballo que avanza sin cesar en la batalla (8.4–6). La más elocuente de sus metáforas es la del comportamiento de las aves migratorias: ‘Aun la cigüeña en el cielo conoce su tiempo, y la tórtola y la grulla y la golondrina guardan el tiempo de su venida; pero mi pueblo no conoce el juicio de Jehová’ (8.7). Palestina es un corredor de la migración de aves. Jeremías había observado que muchas aves volaban sobre Medio Oriente a fin de pasar la temporada de invierno en las regiones de clima más cálido, en África, pero siempre regresaban en la primavera. En cambio, el pueblo de Dios no había regresado a él. Las cigüeñas blancas son un excelente ejemplo. Se estima que casi medio millón de ellas usan este corredor migratorio. La referencia de Jeremías en el siglo vi a. C. tal vez sea en la literatura del mundo la primera referencia a la migración de las aves. ¡Ah, si tuviéramos un instinto tan poderoso de regresar a Dios como las cigüeñas lo tienen de regresar al lugar donde anidan en la primavera! Para continuar leyendo: Jeremías 8.4–7

Noviembre 28 Corazones rebeldes Y no oyeron ni inclinaron su oído; antes caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado. Jeremías 7.24 Una de las características de la enseñanza de Jeremías es que diagnosticó la falta de voluntad de Israel de arrepentirse, como una condición profundamente arraigada del corazón. ‘Este pueblo tiene corazón falso y rebelde’ dice Dios (5.23). Y otra vez, ‘Todos ellos son rebeldes, porfiados’ (6.28). De hecho, todas sus variadas inconductas se debían, dice Jeremías por lo menos siete veces, a ‘la dureza de su corazón malvado’ (7.24). Y debido a que la fuente del problema está en el corazón, Jeremías subraya que no hay remedio humano. Aun si la gente de Judá se lavara con lejía y usara grandes cantidades de jabón, no se iría la mancha de su culpa (2.22). Solo si los etíopes pudieran cambiar su piel, si los leopardos pudieran cambiar sus manchas, entonces sí Judá sería capaz de hacer algo bueno, ‘estando habituados a hacer mal’ (13.23). Puesto que el pecado de Judá estaba escrito con cincel de hierro y grabado con punta de diamante, no podía eliminarlo (17.1). Y más aun, el corazón es engañoso más que todas las cosas, y decididamente enfermo (17.9). Las cuatro imágenes ilustran vívidamente el hecho de que el pecado humano está fuera del alcance del remedio humano. Es como una mancha que no se puede erradicar, como el pigmento de la piel que no se puede mudar, como un grabado que no se puede quitar, como una enfermedad incurable. Solo Dios puede transformarnos. Es verdad que Jeremías clama, ‘lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén’ (4.14), pero sabe que no pueden hacerlo. Entonces pone la mirada hacia el futuro, al día en que Dios hará un nuevo pacto con ellos en el cual incluirá su promesa de escribir su ley en el corazón de ellos (31.31–34), y más aun, les dará un nuevo corazón (32.39; ver Ezequiel 36.26). Esta promesa se cumple de manera maravillosa hoy cada vez que una persona experimenta el nuevo nacimiento. Para continuar leyendo: Juan 3.1–15

Noviembre 29 Los planes de Dios Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.Jeremías 29.11 Mientras los falsos profetas predecían confiadamente que Judá sería liberado de la amenaza babilónica, Jeremías predecía con la misma confianza que Judá caería bajo el sitio del ejército babilonio que los había cercado, y que los emplazaba a rendirse. Por supuesto, Jeremías tenía razón. La ciudad cayó en el 597 a. C., y los líderes de la nación fueron llevados al exilio en Babilonia. Una vez que el pueblo se hubo instalado allí, Jeremías escribió una carta a los exiliados, diciéndoles que construyeran casas y vivieran en ellas, que plantaran huertos y comieran de lo producido, que llevaran adelante su vida familiar y que procuraran el bien de la ciudad. No debían prestar oídos a las visiones de los falsos profetas que les decían que pronto volverían a Jerusalén; solo después de setenta años de exilio el Señor los traería de regreso. La promesa que Dios les hizo entonces a los babilonios ha sido aplicada legítimamente de manera frecuente a los cristianos que están viviendo en aflicción y sufrimiento: ‘Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros’ declara el Señor, ‘pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis’ (v. 11). En primer lugar, Dios tiene planes para los suyos. La vida puede parecer un caos. La historia ha sido descripta como las huellas de una mosca ebria en un papel blanco. Pero no es así, la vida no transcurre al azar, sin sentido, absurdamente. Dios tiene planes para los exiliados, también para nosotros tiene planes. En segundo lugar, Dios conoce sus planes. No necesita divulgarlos, pero los tiene y los conoce. Los padres comienzan a hacer planes para sus hijos aun antes de que nazcan; lo mismo hace nuestro Padre celestial. En tercer lugar, los planes de Dios son buenos. Los exiliados en Babilonia deben haber encontrado difícil creerlo, pero Dios había decidido darles un ‘futuro y una esperanza’ (blp). Quizás el equivalente en el Nuevo Testamento lo encontramos en Romanos 8.28, donde se nos asegura que Dios obra todas las cosas para nuestro bien.

Para continuar leyendo: Romanos 8.28–39

Noviembre 30 Profetas: Falsos y verdaderos El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. Jeremías 23.28 Jeremías estaba profundamente afligido por el ministerio de los falsos profetas que estaban en su contra. ‘Mi corazón está quebrantado dentro de mí’ clamaba, ‘todos mis huesos tiemblan’ (v. 9). La situación hoy tiene semejanzas y diferencias con aquella. Hay abundantes falsos profetas (como Jesús dijo que habría), pero no vemos alguien que se parezca a Jeremías. Seguramente hay algunas personas dotadas con percepción profética del significado y la aplicación del texto bíblico. Pero no hay nadie con la inspiración o la autoridad que tuvieron los profetas bíblicos como Jeremías. Nosotros somos bendecidos por tener la Palabra escrita de Dios. De modo que el contraste que encontramos hoy es entre maestros verdaderos que se someten a las Escrituras y maestros falsos que la rechazan y la manipulan. A continuación, menciono las cinco características de los falsos maestros que Jeremías expuso: 1. ‘Abusan del poder. Se caracterizan más por el autoritarismo que por la bondad de Cristo. Es decir, ‘su valentía no es recta’ (v. 10). 2. ‘Viven una mentira, practican la doble vida en su conducta pública y privada’ (vv. 13–14). 3. ‘Fortalecen las manos de los que hacen mal, en lugar de llamarlos al arrepentimiento’ (vv. 14, 22). 4. ‘Dan falsas esperanzas a la gente, al decirle que no sufrirán daño alguno’ (vv. 16– 17). 5. ‘Hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová’ (v. 16). Solo la Palabra de Dios es eficaz. Como un martillo, rompe la roca del orgulloso corazón humano. Como fuego, lo quema y lo purifica. A diferencia de la paja, es nutritiva como el trigo. (vv. 28–29). No debería ser difícil elegir entre la Palabra de Dios y los sueños humanos, entre la revelación y la especulación. Quizás la necesidad más urgente en la Iglesia actual sea la de contar con pastores que expongan y apliquen fielmente la Palabra de Dios, y que vivan lo que predican. Para continuar leyendo: Jeremías 23.21–32

Diciembre 1 El nuevo pacto He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. Jeremías 31.31 Es importante comprender que hay un solo pacto de gracia a lo largo de la Biblia, esto es, la promesa que Dios hizo a Abraham hace unos cuatro mil años atrás: bendecirlo a él y a su descendencia, y por medio de ellos bendecir al mundo. Este es el pacto que Jesús confirmó (‘Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre’ [1 Corintios 11.25]). Es nuevo solamente en relación con el monte Sinaí (ver Jeremías 31.32); no es nuevo en sí mismo, porque es tan antiguo como Abraham. Consideremos ahora los términos del nuevo pacto. En primer lugar, en el nuevo pacto la ley de Dios es interior: ‘Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón’ (v. 33). Como consecuencia, la entendemos, la amamos y la obedecemos. Hay una enseñanza extraña dando vueltas hoy de que los cristianos ya no están obligados a guardar la ley moral de Dios. Todo lo contrario. Dios escribe su ley en nuestro corazón a fin de que podamos obedecerla. En segundo lugar, en el nuevo pacto el conocimiento de Dios es universal: ‘No enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová’ (v. 34). Este alcance universal incluye a los gentiles y al ‘sacerdocio de todos los creyentes’. Es decir, en la comunidad de pacto establecida por Jesucristo no hay jerarquías de privilegio sino igual acceso de todos a Dios por medio de Cristo. En tercer lugar, en el nuevo pacto el perdón de Dios es eterno: ‘Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado’ (v. 34). Por supuesto, ya había perdón en el Antiguo Testamento (ver Salmos 32.1–2). Sin embargo los sacrificios seguían presentándose en forma reiterada y de manera interminable. Lo que hizo el Señor Jesucristo fue ofrecer un sacrificio por los pecados para siempre. Y sobre la base de su obra terminada, Dios ya no se acuerda más de nuestros pecados. Estas son las bendiciones invalorables del nuevo pacto: una ley interior, un conocimiento universal de Dios y el perdón eterno.

Para continuar leyendo: Hebreos 10.11–18

Diciembre 2 El fiel amor del Señor Pero algo viene a mi mente que me llena de esperanza: que tu amor, Señor, no cesa, ni tu compasión se agota. Lamentaciones 3.21–22, blp El libro de Lamentaciones es un antiguo poema llamado canto fúnebre. Es anónimo, aunque tanto la tradición judía como la cristiana lo han atribuido a Jeremías desde hace mucho tiempo. Obviamente fue escrito durante o después del año 587 a. C., cuando Jerusalén fue sitiada y su templo fue destruido. El libro de Lamentaciones pertenece a la situación que siguió a aquella abrumadora catástrofe. La descripción es gráfica. Los muros de la ciudad han sido derrumbados, y los edificios están en ruinas. Las calles están desiertas. Un puñado de pobladores ha sobrevivido y sigue haciéndolo aun a expensas de un canibalismo secreto. La ciudad es como una viuda, privada de su esposo y de sus hijos. No tiene amigos ni quien la defienda, no tiene consuelo ni tiene auxilio, tampoco esperanza. Lo peor es que ‘desechó el Señor su altar, menospreció su santuario’ (2.7). Es decir, ya no se practican los sacrificios, las fiestas religiosas, el sabbat. El temible juicio de Dios ha caído sobre su pueblo. Los profetas describen así la experiencia: ‘me llevó en tinieblas, y no en luz’ (3.2). Escuche ahora este relato de lo ocurrido: Y mi alma se alejó de la paz, me olvidé del bien... Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Versículos 17, 21–23 Jeremías usa dos palabras: misericordia y fidelidad; ambas se refieren al pacto de Dios con Israel y expresan su fidelidad a ese pacto. Esto es lo que el profeta invita a recordar y es lo que le da esperanza. A su alrededor solo hay devastación total. En su interior encuentra duda, temor y dolor. Solo la certeza de la fidelidad de Dios al pacto puede darle seguridad. En el versículo 20 Jeremías piensa en sus aflicciones, pero en el versículo 21 recuerda el pacto de amor que hizo Dios. Igualmente para nosotros. Pensar en nosotros mismos y en nuestros sufrimientos solo trae desesperación; pensar en Dios y en su fidelidad renueva la esperanza: ‘Porque el Señor no desecha para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias; porque no aflige ni entristece voluntariamente a los hijos de los hombres’ (vv. 31–33). Para continuar leyendo: Lamentaciones 3.17–33

Los profetas del exilio Diciembre 3 La gloria de Dios Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Ezequiel 1.28 La profecía de Ezequiel está nítidamente estructurada en torno a tres visiones de la gloria de Dios. En la primera de ellas la gloria llega a Babilonia (1.1–28). Al parecer, Ezequiel cumplía treinta años cuando le fue concedida la visión trascendente y magnífica de la gloria de Dios. Comenzó con una feroz tormenta del norte y luego se concentró sobre cuatro criaturas aladas, cada una de las cuales tenía cuatro rostros (representando de esa manera a la creación) y cada una tenía su propia rueda. Es difícil visualizar el diseño de las ruedas dentro de otras ruedas que se movían adelante y atrás en todas las direcciones. Sobre estas criaturas vivientes (a las que más tarde se identifica como querubines) había una bóveda brillante; y sobre ella había algo semejante a un trono, rodeado por un arcoíris; y sobre el trono algo semejante a un hombre sentado en todo su esplendor. ‘Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová’ (1.28). Lo asombroso es que cuando Ezequiel recibió esa visión estaba entre los exiliados en Babilonia. Dios no había abandonado a su pueblo. En la segunda visión, la gloria se aleja de Jerusalén (capítulos 8–11). Ezequiel fue transportado en su visión hasta el templo, y ‘la gloria del Dios de Israel’ estaba allí (8.4); pero quedó horrorizado cuando presenció la rampante idolatría que provocaba la ira de Dios. Entonces Ezequiel vio que la gloria del Señor se elevaba de la tierra, luego se detenía, se desplazaba y una y otra vez se detenía y se desplazaba como si se resistiera a marcharse (10.4, 16–19), hasta que finalmente abandonó la ciudad y se detuvo sobre la cumbre de una montaña hacia el este (11.23). Seguramente Ezequiel se llenó de angustia al ver que la gloria de Dios se alejaba en forma gradual y constante hasta abandonar el templo al que legítimamente pertenecía. En la tercera ocasión, la gloria regresa a Jerusalén (capítulo 43). Quizás el aspecto más conmovedor de la última visión de Ezequiel es el del capítulo 43, versículos 1–5: en su visión el profeta es llevado al templo, a la puerta que mira hacia el este. Y allí ‘la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba al oriente… . y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa’ (vv. 4–5). Por fin Dios había regresado a su hogar en medio del pueblo obediente que lo adoraba.

Para continuar leyendo: Ezequiel 1.22–28

Diciembre 4 El llamado de Ezequiel Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de escuchar; porque son muy rebeldes. Ezequiel 2.7 A menudo se hace referencia a Ezequiel y a Daniel como profetas ‘del exilio’ porque profetizaron principalmente durante los sesenta años que Israel estuvo exiliado en Babilonia, lapso que transcurrió entre la caída de Jerusalén (597 a. C.) y el decreto de Ciro autorizando el regreso de los exiliados (538 a. C). Hubo tres deportaciones a Babilonia. La primera de ellas ocurrió en el 605 a. C., en la cual fueron trasladados Daniel y sus tres amigos. La segunda tuvo lugar en el 597 a. C., la primera ocasión en la que cayó Jerusalén, y entonces fueron deportados muchos líderes de la nación, incluyendo entre ellos al rey Joaquín y a Ezequiel. La tercera deportación se hizo diez años más tarde, en el 587 a. C., cuando fueron destruidos Jerusalén y el templo. Ezequiel tuvo su impresionante visión de la gloria de Dios en el año 593 a. C. Tal como a Isaías y a Jeremías, también a Ezequiel Dios le dijo: ‘yo te envío a los hijos de Israel’ (Ezequiel 2.3). A cada uno de ellos se los encomendó para declarar el mensaje de Dios, en nombre de Dios. Más allá de las similitudes, sin embargo, el llamado de cada profeta tenía peculiaridades. En el caso de Ezequiel fue la dramatización de Jehová cuando le ofreció un rollo que el profeta debía comer, diciéndole que debía llenarse el estómago de esa manera. Ezequiel lo comió y encontró su sabor dulce como miel (3.1–3). ¿Qué significaba esto? Seguramente, que debía asimilar la Palabra de Dios para sí antes de que pudiera proclamarla a otros. También, que debía ser obediente: ‘no seas rebelde como la casa rebelde [Israel]’ (2.8), porque la Palabra de Dios es dulce al paladar. Ya hemos explicado que hoy no tenemos profetas, ni instrumentos de revelación directa como lo fueron Isaías, Jeremías o Ezequiel. En lugar de ello, lo que tenemos son administradores de la revelación que Dios nos ha dado en Cristo y en las Escrituras. Aquellos que hemos sido llamados a la privilegiada tarea de la mayordomía cristiana debemos ser en primer lugar fieles, digerir la Palabra de Dios para nosotros mismos, obedecerla, y entonces estaremos en condiciones de darla a conocer a otros. Como escribió Donald Coggan, quien fuera arzobispo de Canterbury: ‘El predicador cristiano no tiene libertad para inventar ... su mensaje; le ha sido comisionado, y lo que debe hacer es declarar, exponer y recomendarlo a sus oyentes’. Para continuar leyendo: Ezequiel 2.1—3.3

Diciembre 5 Pecado y juicio Luego dirán los hijos de tu pueblo: No es recto el camino del Señor; el camino de ellos es el que no es recto. Ezequiel 33.17 Si uno lee de corrido hasta la mitad de Ezequiel (4–24), no queda ninguna duda de cuál es su pensamiento dominante. Trata sobre el pecado humano y el juicio divino; por un lado, está la exposición del pecado de Israel y, por el otro, la legitimidad del juicio de Dios. Más aun, los pecados que Ezequiel pone a la luz son quebrantamientos de todos los preceptos de los Diez Mandamientos. En primer lugar, el pueblo no amaba a Dios con todo su ser. El mismo Ezequiel cuando fue llevado en visión a Jerusalén, quedó horrorizado por las escenas idólatras que vio en el templo. ‘Abominaciones’, las llama (6.11). Varones y mujeres, sacerdotes y gente del pueblo, estaban profanando la casa de Dios. Un grupo había dado la espalda al templo y miraba hacia el oriente, postrándose ante el sol (8.16). Otros adoraban en los lugares altos de la religión cananea de la fertilidad. Algunos no se detuvieron ni siquiera ante los horrendos sacrificios de niños. No se trataba de una idolatría superficial; dice el profeta que habían ‘puesto sus ídolos en su corazón’ (14.3). En segundo término, el pueblo no mostraba amor al prójimo. ‘Han llenado de maldad la tierra’ (8.17). No cuidaban del pobre, no vestían al desnudo, no hacían justicia a favor de los oprimidos. Lo que es peor, Jerusalén había adquirido reputación como ‘la ciudad derramadora de sangre’ (22.2) —que es la descripción que el profeta Nahúm había aplicado a Nínive (Nahúm 3.1)—, porque en ella se estaba derramando abundante sangre inocente. Dado que la adoración a los ídolos es el colmo del pecado contra Dios, y el derramamiento de sangre es el colmo del pecado contra nuestro prójimo, es imposible caer más bajo que la suma de esos dos pecados. Esa fue la acusación de Ezequiel: ‘a vuestros ídolos alzaréis vuestros ojos, y derramaréis sangre’ (33.25; ver también 36.18). Ese era el curso de la rebelde casa de Israel. No causa sorpresa que así hubieran provocado el alejamiento de Jehová de su santuario (8.6), y que su gloria se hubiera retirado de allí.

Para continuar leyendo: Ezequiel 14.1–8

Diciembre 6 Al santo nombre de Dios No lo hago por vosotros … sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado. Ezequiel 36.22 Hay una frase singular y característica que Ezequiel repite alrededor de noventa veces como un refrán. Se la suele referir como ‘la fórmula de reconocimiento’ pronunciada por Jehová: ‘Entonces sabréis [o sabrán] que yo soy el Señor’. Expresa el anhelo principal y decisivo que Dios tiene de ser reconocido —de hecho, honrado— por quién y cómo es él. Más aun, hay tres situaciones primordiales en las que Dios desea que esto ocurra: cuando juzga a su pueblo, cuando salva o rescata a su pueblo y cuando a través de Israel alcanza a las naciones. Quizás el ejemplo más llamativo de lo primero se encuentra en el capítulo 6, donde se le ordena a Ezequiel que profetice contra las montañas de Israel. Jehová está a punto de demoler sus lugares altos, dispersar a los sobrevivientes en el exilio, aplicar tres juicios (espada, hambre y peste) sobre los idólatras, y dejar desolada toda su tierra. Después de cada una de estas solemnes advertencias, se repite el mismo estribillo: ‘Y sabréis [sabrán (v. 10); conocerán (v. 14)] que yo soy Jehová’ (vv. 7, 10, 13, 14). En segundo lugar, se usa la misma fórmula cuando Jehová salva a su pueblo. Consideremos la visión de los huesos secos. Dios promete a Israel que pondrá en ellos su Espíritu y los llevará de regreso a su tierra, y añade: ‘y sabréis que yo soy Jehová’ (37.13). Pero los horizontes de Ezequiel son más amplios que los de Israel, y abarcan a todo el mundo. Por eso en los capítulos 25 al 32 Ezequiel se dirige a siete naciones que rodean a Israel, y la fórmula de este reconocimiento se repite una veintena de veces a lo largo de estos capítulos; a veces en juicio y a veces también en anticipo de alguna forma de incorporación de esa gente en el pueblo del pacto de Dios. Ezequiel no ha olvidado la promesa que Dios hizo a Abraham de que por medio de su descendencia serían bendecidas todas las naciones. Detrás de esta fórmula de reconocimiento está el cuidado de Jehová por su santo nombre, el cual ha sido profanado por Israel ante la vista de esas naciones (36.21). Jehová actúa por el honor de su nombre, a fin de que reciba el honor que le corresponde. Nosotros deberíamos compartir su preocupación. No hay motivación más grande que esa para la misión. Para continuar leyendo: Ezequiel 36.22–32

Diciembre 7 Conformidad y disconformidad cultural Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía. Daniel 1.8 El segundo profeta del exilio fue Daniel. Su historia comenzó en el año 605 a. C., es decir, en el tercer año del reinado de Joaquín, rey de Judá. También fue ese el momento de la primera deportación de cautivos judíos de Jerusalén a Babilonia, y en este primer conjunto de exiliados había algunos jóvenes de sangre real y cuna noble. Eran apuestos, no tenían defectos físicos, eran inteligentes y entendidos. El rey Nabucodonosor ordenó a Aspenaz, su jefe de eunucos o mayordomo de palacio, que seleccionara a algunos de ellos para educarlos en la cultura babilonia y de esa manera ponerlos en condiciones para el servicio civil. Se les asignaba una porción cotidiana de la comida y el vino de la mesa del rey y al cabo de tres años se esperaba que comenzaran a servir en la corte. Entre ellos había cuatro candidatos (Daniel, Ananías, Mesael, y Azarías), cuyos nombres fueron cambiados por Beltsasar, Sadrac, Mesac, y Abed-nego. ‘Y’, cambia abruptamente de rumbo la narración, ‘Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía’ (v. 8). No nos queda claro cuál fue la norma de restricción sobre la dieta que Daniel había decidido obedecer, pero estaba absolutamente seguro al respecto. Estaba dispuesto a ser enseñado en ‘las letras y la lengua de los caldeos’ (v. 4), a aceptar un nuevo nombre, sin duda someterse a tratamientos cosméticos, pero allí trazaba la línea. Definió enfáticamente que no quebrantaría la ley de su Dios en cuanto a la alimentación. Este incidente es un ejemplo notable de discriminación cultural. Por tratarse de una construcción humana, cada cultura es una mezcla del bien y del mal, de verdad y error, de belleza y fealdad. Daniel y sus amigos resolvieron asimilar todo lo que hubiera de bueno en la cultura caldea pero estaban igualmente decididos a rechazar todo lo que fuera incompatible con su fe revelada. Además, tal como comenzaron, así continuaron. Su integridad pronto los involucró en una osada desobediencia civil, ya que se negaron a postrarse y adorar la imagen de Nabucodonosor (capítulo 3), y Daniel se negó a dejar de orar a Jehová (capítulo 6). Estos fieles judíos pagaron un alto precio por su integridad: el horno ardiente en el primer caso y el foso de los leones en el segundo.

Para continuar leyendo: Daniel 1

Diciembre 8 La soberanía de Dios El Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere. Daniel 4.32 No es tan sencillo imaginar la inestabilidad que sentirían los exiliados en Babilonia. Jerusalén, el centro de su vida nacional, estaba lejos y en ruinas. Ellos mismos eran extranjeros derrotados y humillados. ‘La tierra gloriosa’, como la llamaba Daniel (11.41), la que Dios había prometido darles, había sido despoblada y ahora estaba ocupada y cultivada por extranjeros. A lo largo de unos seiscientos años de su existencia, los pequeños reinos de Israel y de Judá habían estado apretados entre los poderosos imperios del norte (Asiria y Babilonia) y del sur (Egipto). Una y otra vez su territorio sagrado era invadido y ocupado por las tropas extranjeras. Los fundamentos mismos de su fe estaban minados. ¿Dónde estaba su Dios? La respuesta de Daniel era que, a pesar de las apariencias en contrario, el Altísimo Dios reina sobre todos los reinos terrenales. Este fue el mensaje que Nabucodonosor recibió en sueños en el capítulo 2: La enorme estatua que vio tenía la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el torso de bronce, las piernas de hierro y los pies de una mezcla de hierro y arcilla. Estas diferentes partes de la estatua simbolizaban sucesivos imperios, a los que Daniel no identificó específicamente pero han sido tradicionalmente interpretados en referencia a los imperios de Babilonia, de Media y de Persia, de Grecia (que ‘dominará sobre toda la tierra’ [v. 39]) y de Roma. Entonces, mientras contemplamos, vemos una piedra que viene lanzada por el aire, destruye a la imagen y crece hasta convertirse en una enorme montaña que llena toda la Tierra. Este era el reino de Dios, el cual ‘no será jamás destruido’ (v. 44). Así continúa el escenario violento de los reinos en conflicto a lo largo de todo el libro. Culmina cuando el macho cabrío, al que identificamos como Alejandro el Grande, carga desde occidente (8.5– 8). En el capítulo 11, lo suceden los reyes del norte y del sur, vale decir, las dinastías de los seléucidas y los ptolomeos. En los Salmos leemos que ‘Jehová reina’ (por ejemplo, Salmos 97 y 99), y el libro de Daniel es una vívida ilustración de este grito de la fe. Para continuar leyendo: Daniel 2.36–45

Diciembre 9 La humillación de los soberbios Él [Dios] puede humillar a los que andan con soberbia. Daniel 4.37 El epigrama de Lord Acton, amigo de William Gladstone, es bien conocido: ‘El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente’. No es difícil ver la corrupción del poder en los gestos de megalomanía de la época de Daniel. Nabucodonosor es un ejemplo evidente. En el sueño que él tuvo acerca de un coloso o de un obelisco, solo la cabeza de la estatua era de oro (2.32), pero cuando el rey construyó una gigantesca estatua de unos 27 metros de altura, posiblemente representándose a sí mismo, se aseguró de que fuera construida totalmente de oro (3.1). Un poco más adelante se nos dice que estaba contoneándose como un pavo en la terraza de su palacio en Babilonia, hablando solo. El tema de la conversación consigo mismo era el de su grandeza imperial. ‘¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?’ (4.30). Era la antítesis exacta de la doxología a la que estamos acostumbrados, y en la cual atribuimos el reino, el poder y la gloria a Dios, no a algún ser humano. No sorprende, por lo tanto, que mientras todavía estaban las palabras en los labios de Nabucodonosor, el juicio de Dios cayó sobre él. Fue privado de su reino y sacado de su palacio. Vivió como los animales y comía como ellos. Le creció el cabello como las plumas de águilas y las uñas como garras de un ave. En otras palabras, se volvió completamente loco. Solo cuando se humilló a sí mismo y reconoció que el Altísimo es quien gobierna sobre todos los reinos humanos, y levantó los ojos al cielo en adoración, entonces se le devolvieron simultáneamente la salud y el reino. La soberbia y la locura marchan juntas, como también lo hacen la humildad y la razón. Esta fue la lección que aprendió Nabucodonosor. Como él mismo lo expresó: ‘él [Dios] puede humillar a los que andan con soberbia’ (v. 37). Esta ley se ha mantenido siempre. Como dijo Jesús: ‘cualquiera que se enaltece, será humillado’ (Lucas 18.14). Aquellos que se enaltecen son humillados por Dios. Hemos visto funcionar muchas veces este principio en el siglo xx: en Hitler, en Mussolini, en Stalin; en Idi Amín y en Pol Pot; y (como anticipábamos) en Sadam Husein y en otros.

Para continuar leyendo: Daniel 4.28–37

Diciembre 10 Regreso y restauración La reconstrucción del templo Edificaron, pues, y terminaron, por orden del Dios de Israel, y por mandato de Ciro. Esdras 6.14 Babilonia cayó en el 539 a. C. y se instaló el imperio persa bajo el gobierno de Ciro. Isaías lo había anunciado como el ungido de Jehová, un estratega brillante que sometía a las naciones (Isaías 41.2; 45.1). Los judíos exiliados habrán observado sus hazañas militares con creciente entusiasmo hasta que finalmente Babilonia se rindió ante él. Durante el primer año de reinado, ‘despertó Jehová el espíritu de Ciro’ (Esdras 1.1) y emitió dos edictos: uno para repatriar a los judíos deportados en Babilonia y otro para que reconstruyeran el templo en Jerusalén. Mientras los asirios y los babilonios imponían sus ídolos a los pueblos conquistados, los persas preferían respetar los dioses de cada nación y aun adorarlos. Salmos 126 muestra el enorme alivio y alegría que sintieron los repatriados: Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza. Salmos 126.1–2 Aunque se debate el orden exacto de los acontecimientos, me apegaré a la cronología tradicional, es decir, la que sostiene que la restauración de Judá tuvo lugar en tres etapas, bajo la conducción de tres líderes. En el 538 a. C., Zorobabel (nieto del rey Joaquín) y el sumo sacerdote Jesúa regresaron a Jerusalén y reconstruyeron el templo. En el 458 a. C., llegó a Jerusalén el sacerdote y escriba Esdras, una especie de secretario de Estado para los asuntos judíos en Babilonia; su función era controlar y restablecer la vida religiosa de Israel y las responsabilidades morales conforme a la ley. Y en el 445 a. C., Nehemías, el copero del rey persa Artajerjes, y luego gobernador de Judá, fue enviado para restaurar la ciudad de Jerusalén y en particular reconstruir sus muros. El decreto de Ciro autorizaba el regreso y lo alentó con el generoso gesto de devolver a los líderes judíos 5.400 artículos de oro y plata que pertenecían al templo, todos cuidadosamente inventariados. Apenas llegó con Zorobabel el primer grupo, reconstruyeron el altar y recomenzaron los holocaustos habituales. En el mes séptimo celebraron la primera Fiesta de los Tabernáculos. Pusieron los cimientos para el nuevo templo. Durante años su adoración había sido silenciada. ‘¿Cómo cantaremos un canto al Señor si estamos en tierra extraña?’, se preguntaban (Salmos 137.4, blp). Ahora prorrumpían entonando el familiar cántico del pacto: ‘Él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel’ (Esdras 3.11). Algunos gritaban. Otros lloraban. Hubo un tiempo de gran expresión emocional durante la adoración. Para continuar leyendo: Hageo 1

Diciembre 11 Oposición y estímulo Zorobabel … y Jesúa … comenzaron a reedificar la casa de Dios … y con ellos los profetas de Dios que les ayudaban. Esdras 5.2 Siempre que la obra de Dios prospera, podemos esperar que surja la oposición. En Jerusalén comenzó con los samaritanos y continuó más tarde con otros que estaban ansiosos de detener por completo la reconstrucción del templo. Aunque tuvieron éxito por un tiempo, durante ese lapso los judíos recibieron dos gestos de estímulo. Primero, la investigación de los archivos reales puso en evidencia que los judíos habían sido autorizados a reconstruir el templo, y en consecuencia se envió a Jerusalén un mensaje al gobernador de la provincia del otro lado del Éufrates: ‘Dejad que se haga la obra de esa casa de Dios’ (6.7). Segundo, dos profetas especiales de Jehová —Hageo y Zacarías—, alentaron fuertemente a Zorobabel para que completara el trabajo. Esta es la exhortación de Hageo: ‘¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la veis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos? Pues ahora … esfuérzate … y trabajad; porque yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos’ (Hageo 2.3–4). También vino palabra de Dios a Zacarías, diciendo: ‘Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán’ (Zacarías 4.9). Entonces ‘Zorobabel … y Jesúa … comenzaron a reedificar la casa de Dios que estaba en Jerusalén; y con ellos los profetas de Dios que les ayudaban’ (Esdras 5.2). La reconstrucción del templo comenzó en 520 a. C. y terminó en el 515 a. C., unos setenta años después de la destrucción del templo anterior, tal como Jeremías había predicho. Después de la dedicación gozosa de la construcción, los sacerdotes y el pueblo celebraron la Pascua como si hubieran sido nuevamente redimidos. En efecto, eso era exactamente lo que había ocurrido. Estaban comenzando a detectar el triple patrón de su redención: primero Jehová había llamado a Abraham a salir de Ur, luego a Israel a salir de Egipto, y ahora a los exiliados a salir de Babilonia. Los tres acontecimientos anticipan la redención más plena que Dios llevó a cabo por medio de Jesucristo.

Para continuar leyendo: Apocalipsis 5.9–10; 14.1–6

Diciembre 12 Esdras, el escriba Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos. Esdras 7.10 Desde que se completa la reconstrucción del templo en el 515 a. C., saltamos casi setenta y cinco años hasta la segunda etapa de la reconstrucción de la vida nacional de Israel después del exilio. Esta etapa fue conducida por Esdras, quien era sacerdote, escriba y maestro. Fue enviado a Jerusalén nada menos que por el rey persa Artajerjes I. Sus instrucciones eran reglamentar el comportamiento moral, social y religioso de Israel en conformidad con la ley de Moisés. ¿Qué clase de hombre era Esdras? No necesitamos adivinar. Se nos da de él una descripción concisa: ‘Esdras había preparado su corazón para investigar la ley del Señor, para practicarla y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos’ (v. 10, blp). Esta triple caracterización es muy significativa. Primero, era un estudiante diligente de la ley de Dios. No contento con un conocimiento superficial, procuraba extraer el significado y su aplicación. Segundo, estaba decidido a no ser un oidor olvidadizo sino un hacedor obediente de la Palabra de Dios. Tercero, fue más allá del estudio y la práctica personal y se dedicó al ministerio de enseñar a otros. Más aun, a todas esas metas (estudiar, practicar y enseñar) se había entregado de corazón. La humilde sumisión a la Palabra de Dios fue la principal característica de Esdras. Durante una asamblea pública en particular, se le dio a las Escrituras de Dios el honor que les correspondía. De pie sobre una plataforma de madera elevada, construida para la ocasión, Esdras leyó en voz alta desde el amanecer hasta el mediodía. Cuando abrió el libro, el pueblo espontáneamente se puso de pie. Luego ‘se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra’ (Nehemías 8.6). No es que adoraron al libro. Tampoco debemos hacerlo nosotros, por supuesto. Adoramos al Señor y honramos a la Biblia por causa de él. Para continuar leyendo: Nehemías 8.1–8

Diciembre 13 La visión de Nehemías Venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio. Nehemías 2.17 Después de la restauración del templo bajo el liderazgo de Zorobabel y de la restauración de la ley bajo la guía de Esdras, vino el momento de la restauración de los muros de la ciudad bajo la conducción de Nehemías. Nehemías desempeñó un papel singular en la historia de la salvación, esto es, en el propósito de Dios de rehabilitar a su pueblo. Aunque nadie tiene hoy una función similar a esa, de todos modos Dios quiere líderes cristianos que desarrollen las cualidades de liderazgo que exhibió Nehemías. Podemos identificar por lo menos seis de esas cualidades. En primer lugar, el líder cristiano debe tener una visión precisa. La visión se compone de dos elementos complementarios, que son una profunda insatisfacción con la situación en el presente y una clara percepción de lo que podría llegar a ser. Comienza con la indignación ante el statu quo y crece hasta convertirse en una sincera búsqueda de alternativas. Por ejemplo, un periodista escribió acerca de Roberto Kennedy después de su asesinato en 1968, que “su rasgo distintivo había sido su capacidad de ... sentir ira moral. ‘Es inaceptable’, decía acerca de muchas situaciones que la mayoría de nosotros aceptaba como inevitable. ... La pobreza, el analfabetismo, la desnutrición, el prejuicio, la corrupción, la connivencia... todos esos males eran para él una afrenta personal”. Podemos definir la apatía como la aceptación de lo inaceptable; el liderazgo, en cambio, comienza con el decidido rechazo de esa actitud. ¿Cómo podemos tolerar lo que Dios considera intolerable? En segundo lugar, el líder cristiano se siente conmovido por su visión. Cuando Nehemías oyó que los muros de Jerusalén estaban en ruinas y que sus puertas habían sido quemadas, la noticia lo acongojó hasta que Dios puso en su corazón el propósito de hacer algo. ‘Venid, y edifiquemos’ dijo (v. 17). No es suficiente tener conocimiento de que la situación actual desagrada a Dios y discernir de qué modo podría ser transformada. También debemos sentir a la vez indignación y compasión. El dolor de Nehemías era visible en su rostro, y el rey se dio cuenta de su estado.

Para continuar leyendo: Nehemías 1.1–4

Diciembre 14 El plan de Nehemías Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey. Nehemías 2.4–5 La tercera lección que podemos aprender de Nehemías es que un líder cristiano procura respaldo tanto de Dios como de los seres humanos. Cuando el rey le preguntó a Nehemías qué necesitaba, este primero ‘[oró] al Dios de los cielos’ y luego pidió al rey permiso para ir a Jerusalén y reconstruirla. No se mostró tan ‘espiritual’ como para clamar solamente a Dios y considerar superflua la ayuda humana ni tampoco se mostró tan confiado en los recursos humanos como para considerar innecesaria la oración a Dios. Oración y acción no son opciones alternativas. Tampoco son incompatibles. Se pertenecen, y cualquiera de ellas queda peligrosamente desequilibrada cuando le falta la otra. A partir de los dos primeros capítulos del libro de Nehemías se hace evidente que era un hombre de oración. Pero eso no le impidió pedir permiso al rey para marchar a Jerusalén, cartas para presentar a los gobernadores de la provincia al otro lado del Éufrates que le garantizaran un salvoconducto, y una carta adicional para Asaf, el encargado del bosque del rey, para solicitar madera para la tarea de reconstrucción. En cuarto lugar, un líder cristiano hace planes realistas. El mundo tiende a burlarse de los soñadores. ‘He aquí viene el soñador’ decían los hermanos mayores de José. ‘Venid, y matémosle … y veremos qué será de sus sueños’. Los sueños de la noche a menudo se evaporan en la tibia luz de la mañana. Por eso los soñadores tienen que convertirse en pensadores, planificadores y realizadores. La gente de visión tiene que convertirse en gente de acción. Aunque estaba motivado por su visión de la ciudad reconstruida, Nehemías tenía que trazar un plan. Poco después de su llegada a Jerusalén hizo un reconocimiento personal de la situación. Salió de noche y examinó los muros de Jerusalén. Así, en el auténtico liderazgo la visión y la acción, el sueño y el plan, van juntos. Para continuar leyendo: Nehemías 3

Diciembre 15 La perseverancia de Nehemías Todas las naciones que estaban alrededor de nosotros … conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra. Nehemías 6.16 La quinta lección que aprendemos de Nehemías es que un líder cristiano atrae seguidores. Es más, la palabra ‘líder’ lo implica. Este toma iniciativa, pero persuade a otros a sumarse. Por supuesto, algunos líderes en la historia han sido individualidades fuertes. Sin embargo, el verdadero líder inspira a la gente a seguir su liderazgo porque percibe su tarea como una empresa cooperativa. El capítulo 2 de Nehemías parece reflejar su conversión desde la acción individual a la colectiva, a partir del versículo 5 (‘Si le place al rey, … envíame a Judá, … y la reedificaré’) hasta los versículos 17–18 (‘Les dije, pues: … venid, y edifiquemos’). En sexto lugar, el líder cristiano se niega a desanimarse. Una vez que la obra de Dios comienza, debemos esperar la oposición. Se reúnen las fuerzas opositoras y la hostilidad comienza a salir a la luz. De hecho, el desánimo es el principal riesgo ocupacional de un líder. En el caso de Nehemías, la oposición virulenta la montaron Sanbalat el horonita, Tobías el amonita, y Gesem el árabe. Primero se burlaron y ridiculizaron a Nehemías, luego dieron falso testimonio de él sugiriendo que se estaba rebelando contra el régimen persa. La mofa y la calumnia son armas venenosas en las manos de un enemigo. Pero el líder auténtico se niega a rendirse. Él o ella perseveran. Estas seis cualidades pueden aplicarse a cualquier tipo de liderazgo, no solo a las jerarquías nacionales o internacionales sino al liderazgo en las profesiones, en el comercio y en la industria, en los medios de comunicación y en la Iglesia. Los padres son líderes en el hogar, como lo son los maestros en la escuela o en la universidad. Los líderes estudiantiles también tienen enorme influencia en muchos lugares del mundo. El ejemplo de Nehemías puede inspirarnos a todos.

Para continuar leyendo: Nehemías 6

Diciembre 16 La historia de Ester ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino? Ester 4.14 El libro de Ester no tiene ninguna mención de Dios, pero está lleno de acontecimientos que pueden entenderse como coincidencias humanas, como providencias divinas, o como ambas. La escena se ubica en el palacio del rey persa Asuero, Artajerjes o Jerjes (486–465 a. C.). Mardoqueo era un judío cuya prima y ahijada, Ester, había sido seleccionada por el rey como la nueva reina; habían dado aviso de un complot de asesinato contra el rey, pero nunca se les había dado recompensa por ello. El rival de Mardoqueo era Amán, gran visir del rey. Consciente de su importancia, Amán exigió que toda persona se arrodillara ante él a su paso. Pero Mardoqueo, consciente del primer mandamiento, se negó a hacerlo. Enfurecido, Amán decidió vengarse de todos los judíos que habitaban en Persia y consiguió un decreto real para llevar a cabo su plan de exterminio. Al crecer la enemistad entre estos dos hombres, parecía imposible que Mardoqueo pudiera rescatar a su pueblo. Pero ahora entra en acción la providencia de Dios. Sucedía (para usar el lenguaje de la coincidencia) que la reina Ester era judía, y que estuvo dispuesta a arriesgar su vida al pedirle misericordia al rey, e hizo su petición durante un banquete privado al que había invitado solamente al rey y a Amán. Amán volvió a su casa ‘contento y alegre de corazón’ (5.9), alardeando de su elevado honor, aunque sentía que su satisfacción no sería completa mientras viera a Mardoqueo sentado a la puerta del rey. También sucedió que el rey no podía conciliar el sueño esa noche, y ordenó que le leyeran las crónicas reales en las cuales escuchó del informe del complot de asesinato por el que Mardoqueo todavía no había sido recompensado. Sucedió además que Amán (con la intención de convencer al rey de que debía ahorcar a Mardoqueo) llegó al patio de la corte en ese preciso momento. El rey le preguntó a Amán qué debería hacerse por un hombre a quien el rey le daba deleite honrar. Amán sacó la conclusión apresurada de que el rey se refería a él, y entonces respondió que debía ser llevado en desfile por la ciudad vestido con todo el esplendor real. ‘Entonces el rey dijo a Amán: … hazlo así con el judío Mardoqueo’ (6.10). Esta es la ironía de la providencia de Dios. Los lugares de estos dos hombres fueron intercambiados. Amán fue humillado, Mardoqueo fue honrado. Para continuar leyendo: Ester 7

Imágenes del Mesías Diciembre 17 Un descendiente de Eva Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. Génesis 3.15 Esta promesa dada a Eva de que uno de sus descendientes finalmente aplastaría la cabeza de la serpiente, a menudo es legítimamente llamada protoevangelio, es decir, es la primerísima proclamación del evangelio. Por supuesto, la promesa se cumplió en la cruz, porque fue allí que el diablo quedó desarmado y derrotado al precio del sufrimiento del Mesías. Ahora todas las cosas han sido puestas bajo sus pies (Efesios 1.22), y confiamos (como escribió Pablo) que ‘el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies’ (Romanos 16.20). Puede parecernos extraño que en este contexto de conflicto, Pablo se refiera al ‘Dios de paz’, ya que gozar de paz y aplastar a Satanás no nos suenan totalmente compatibles. Pero la paz de Dios no admite pacificación alguna al diablo. Es más, solamente mediante la destrucción del mal puede alcanzarse la verdadera paz. Más allá de lo confusa que pueda resultar esta combinación de advertencia y promesa, de hostilidad y victoria, podemos reconocer algunas verdades. En primer lugar, Dios ha establecido una enemistad recíproca entre la raza humana (la descendencia de Eva) y los principados y potestades del mal (la descendencia de la serpiente). Nunca debemos establecer acuerdos con el mal. En segundo lugar, aunque esta continua hostilidad ha sido implacable, no será eterna. No es una cuestión de ‘dualismo’, porque culminará en un enfrentamiento final entre Cristo y el Anticristo. Tercero, aunque la enemistad es recíproca, el resultado no es parejo. La cabeza del enemigo será aplastada, esto es, destruida por el hombre Jesucristo. Por su parte, el vencedor también será herido; sufrirá una lesión en el talón. Uno de los rasgos sobresalientes del Antiguo Testamento es la creciente expectativa de la llegada del Mesías. Esta expectativa comenzó inmediatamente después de la caída. Apenas después de que Adán y Eva pecaron, Dios anunció su intención de salvar a los pecadores y de hacerlo por medio de un descendiente de la misma persona a través de la cual el pecado había entrado en el mundo. De allí en adelante la promesa del Mesías fue cada vez más rica y variada. Sería un profeta como Moisés, un sacerdote como Melquisedec, un rey como David (en las palabras clásicas de Calvino, sería Profeta, Sacerdote y Rey). Por esa razón, a medida que vamos llegando al final de nuestro panorama del Antiguo Testamento, parece apropiado considerar las principales imágenes mesiánicas.

Para continuar leyendo: Efesios 1.15–23

Diciembre 18 La simiente de Abraham Te bendeciré, … y serás bendición … y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. Génesis 12.2–3 Abraham es una figura dominante del Antiguo Testamento, y es el primero de los tres grandes patriarcas o padres fundadores del pueblo del pacto de Jehová. Además de la promesa de darle tierra y descendencia a Abraham, Dios le prometió en términos más amplios darle su bendición, hacer de él una bendición para otros, y por medio de él (es decir, por medio de su descendiente, el Mesías) bendecir a todas las familias de la tierra. No es exagerado decir que el resto del Antiguo Testamento, e incluso el resto de la historia humana, ha sido el cumplimiento de estas promesas. Consideremos el argumento de Pablo. Debido a que Dios hizo sus promesas a Abraham y a su simiente (en singular), el uso de este sustantivo colectivo hacía referencia a Cristo y en consecuencia a todos los que estamos unidos a Cristo por la fe. Porque si pertenecemos a Cristo, entonces somos la descendencia de Abraham (Gálatas 3.16, 29). El apóstol avanza y contrasta las palabras ‘maldición’ y ‘bendición’, o más específicamente, ‘la maldición de la ley’ y ‘la bendición de Abraham’. ‘Cristo nos redimió’, escribe, ‘de la maldición de la ley [es decir, de la condena que la ley pronuncia sobre aquellos que la desobedecen], hecho por nosotros maldición … para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles’ (Gálatas 3.13–14). Él llevó sobre sí la maldición para que nosotros pudiéramos heredar la bendición. La promesa de Dios de bendecir al mundo por medio de la simiente de Abraham es el fundamento del emprendimiento misionero cristiano. Debemos seguir compartiendo el evangelio tanto con judíos como con gentiles hasta que el incontable número de los redimidos sea reunido de cada nación y lengua, y sea tan numeroso como las estrellas en el cielo y el polvo de la tierra. Solo entonces se habrá cumplido plenamente la promesa de Dios a Abraham. Para continuar leyendo: Gálatas 3.6–25

Diciembre 19 Un profeta como Moisés Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis. Deuteronomio 18.15 Uno de los más ardientes anhelos de la humanidad es descubrir la voluntad de Dios. Pero ¿cómo? Hablando en sentido general, Israel enfrentaba dos opciones. Por un lado, los cananeos practicaban brujería, hechicería, adivinación de distinto tipo; Dios prohibió a su pueblo que los imitaran. En cambio, podían distinguir la voz de Dios que les llegara por medio de los profetas. Era cuestión de escuchar. No debían hacer lo mismo que los cananeos, quienes ‘Escuchan a hechiceros y adivinos, pero a ti te ha prohibido todo eso el Señor tu Dios. El Señor tu Dios suscitará en medio de ti … un profeta como yo; a él deberéis escuchar’ (vv. 14–15, blp). Esta promesa divina parece haberse referido originalmente a la sucesión de profetas que Dios le dio a Israel. Pero cuando la voz de la profecía quedó silenciada en el periodo entre los dos Testamentos, ‘el profeta’ se convirtió en un título mesiánico. Por eso, cuando vino Jesús, las multitudes decían: ‘Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo’ (Juan 6.14). Y en uno de los primeros sermones de Pedro, el apóstol aplicó claramente la promesa a Jesús (Hechos 3.22). Si bien Jesús no era simplemente un profeta más en la extensa sucesión de los siglos, sino más bien el cumplimiento de la profecía, aquel en quien todas las promesas de Dios son ‘Sí’ (2 Corintios 1.20), todavía lo aclamamos como ‘profeta’ —un profeta como Moisés, con quien Dios hablaba ‘cara a cara’ (Deuteronomio 34.10)—, alguien en quien la revelación de Dios alcanzó culminación. Es conmovedor que en el monte de la Transfiguración la voz del Padre citara su propio mandamiento expresado en Deuteronomio 18.15, aplicándolo a Jesús. Su mandato para todos nosotros es el mismo: ‘a él oíd’ (Marcos 9.7).

Para continuar leyendo: Deuteronomio 18.14–22

Diciembre 20 Un rey como David Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Isaías 9.6 El propósito original de Dios no era un reino sino una teocracia. Es decir, él mismo gobernaría directamente sobre su pueblo sin necesidad de intermediario humano. Por eso, cuando insistieron en tener rey como las demás naciones, era Dios a quien rechazaban, no a Samuel. El profeta les advirtió de los regímenes opresivos que iniciarían sus reyes terrenales. Y así fue. No sorprende, por lo tanto, que los profetas comenzaran a soñar en un futuro reino ideal donde se pondrían de manifiesto todas aquellas cualidades que lamentablemente los reyes de Israel y de Judá no eran capaces de exhibir, aunque David se aproximó en alguna medida. En primer lugar, el reino de Dios sería un reino de justicia. El Mesías sería justo y gobernaría a su pueblo con justicia. ‘He aquí que vienen días’, declaro Jehová, ‘en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra’ (Jeremías 23.5). En segundo lugar, el reino de Dios sería un reino pacífico. El de David había estado manchado por interminables guerras, y fue en contraste con esa situación que a su hijo y sucesor se le dio el nombre de Salomón, shalom, paz (1 Crónicas 22.6–10). En tercer lugar, el reino de Dios sería estable. Los tronos de Israel y de Judá eran en su mayoría inestables y comparativamente breves, pero el reino mesiánico permanecería para siempre. En cuarto lugar, el reino de Dios sería un reino universal. En su máxima extensión, el territorio de Israel abarcó apenas ‘desde Dan hasta Beerseba’ (2 Samuel 3.10). El reino mesiánico, en cambio, iría ‘de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra’ (Zacarías 9.10). Así, entonces, la justicia y la paz, la eternidad y la universalidad son las características principales del reino mesiánico que fue iniciado por Jesús. No es exagerado reconocer esas cualidades en los cuatro nombres que se dan a este niño rey en Isaías 9.6. Para continuar leyendo: Salmos 72

Diciembre 21 Un sacerdote como Melquisedec Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Salmos 110.4 Sin duda Melquisedec es uno de los personajes más misteriosos en las Escrituras. Se lo menciona apenas tres pasajes, y en todos ellos se lo identifica como sacerdote. Aparece por primera vez en la narración de Génesis, cuando se encuentra con Abraham a su regreso de la campaña para rescatar a Lot (Génesis 14.12, 18–20). La segunda mención es la de Salmos 110.4, donde Jehová se refiere a su rey en estas palabras: ‘Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec’. Y por tercera vez, cuando el escritor de Hebreos alude a estos dos textos y extrae conclusiones en relación con Jesús. Jesús el Mesías es un sacerdote. No es un sacerdote de la línea levítica, ya que no era descendiente de Leví. En realidad, el sacerdocio de Jesús no solo es diferente del de los sacerdotes levíticos sino también superior al de ellos. Pertenece al orden de Melquisedec. Esta superioridad se hace evidente porque Melquisedec bendijo a Abraham (ancestro de Leví) y recibió de él el diezmo del botín, y ambos roles eran de una categoría superior. ¿En qué, entonces, es el sacerdocio de Jesús superior al de Leví? Se nos dan varias razones, pero se enfatiza una: él es sacerdote ‘para siempre’. Los sacerdotes levíticos eran seres humanos y por lo tanto mortales, por su ‘muerte no podían continuar’ (Hebreos 7.23) y debían ser constantemente remplazados. No así Jesús, ‘por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable’ (Hebreos 7.24). No se trata de que su sacrificio pueda ser de alguna manera repetido o prolongado, sino que tiene eficacia eterna. Porque cuando Cristo hizo en la cruz un solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra del Padre, habiendo completado su extraordinaria obra (Hebreos 10.11–14). La seguridad del perdón proviene de descansar y regocijarnos en la obra terminada de Cristo en la cruz.

Para continuar leyendo: Hebreos 10.11–22

Diciembre 22 El siervo del Señor He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento. Isaías 42.1 La segunda parte de Isaías contiene los llamados cuatro Cánticos del Siervo, aunque se ha debatido ampliamente sobre la identidad de este siervo. Algunos ven en él un individuo como Isaías o como Jeremías, en tanto que otros lo interpretan como un retrato colectivo de Israel, o el remanente fiel en la comunidad de Israel. Pero el Nuevo Testamento considera que estos Cánticos del Siervo se han cumplido en Jesús. En sus primeros sermones, registrados en el libro de Hechos, Pedro habló en cuatro ocasiones de Jesús como ‘siervo’; Pablo escribió que Jesús tomó ‘la naturaleza de siervo’ (Filipenses 2.7); y hay muchas otras citas y referencias a Isaías 42—53 en las enseñanzas del propio Jesús. Lo que estos cuatro Cánticos del Siervo nos ofrecen es una figura integral de este siervo del Señor. En el primero de ellos (Isaías 42.1–4) el siervo es retratado como un maestro, alguien que enseña con un espíritu amable, ungido por el Espíritu y que alcanza a las naciones. En el segundo de los cánticos (Isaías 49.1–6) se describe al siervo como un evangelista. Ahora el énfasis está sobre las naciones distantes. Era demasiado poco, dice Dios, que su siervo restaurara solamente a la infiel Israel; el Señor también pondría a su siervo ‘por luz de las naciones’ y llevaría su salvación ‘hasta el confín de la tierra’ (v. 6, blp). Pablo usó este versículo para justificar su valiente decisión de evangelizar a los gentiles (Hechos 13.46–47). Tercero, se presenta al siervo como un discípulo (Isaías 50.4–9). Es un principio reconocido que no podemos enseñar si antes no escuchamos y aprendemos. De allí la necesidad de Jehová de despertar el oído de su siervo ‘mañana tras mañana’ (v. 4). Su oído debe ser abierto primero antes que su lengua, aun si aquello que aprende y enseña es impopular y provoca persecución. En el cuarto cántico se describe al siervo como el Salvador sufriente (Isaías 52.13– 53.12), quien (hablando proféticamente) fue herido por nuestras iniquidades y quien cargó sobre sí nuestros pecados. Es verdaderamente extraordinario que ocho versículos concretos del capítulo 53 de Isaías sean citados por los escritores del Nuevo Testamento, a veces más de una vez. No nos asombra que, cuando el etíope le preguntó a quién se refería Isaías en las palabras de Isaías 53.7–8, Felipe respondiera y, ‘comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús’ (Hechos 8.35). Para continuar leyendo: Isaías 42.1–9

Diciembre 23 El Hijo del Hombre Era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado … y ser muerto, y resucitar después de tres días. Marcos 8.31 Llegamos hoy a la séptima y última imagen del Mesías, la imagen preferida del propio Jesús, ‘Hijo del Hombre’. En un primer momento, parece el título más inocuo de todos. Jesús lo usaba con frecuencia en la tercera persona, de modo que cuando decía, por ejemplo: ‘el Hijo del Hombre se avergonzará’, estaba significando ‘me avergonzaré’. Además, decir ‘un hijo del hombre’ es en hebreo una frase idiomática para hacer alusión a ‘ser humano’, y este era el sentido con que Dios la usaba habitualmente para dirigirse a Ezequiel. Pero también es evidente que Jesús usaba este título en referencia directa a la profecía de Daniel 7. Aquí, en visión, Daniel vio lo siguiente: ‘he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre [esto es, alguien semejante a un ser humano]’ (Daniel 7.13), que estaba de pie ante el Anciano de días (el Dios eterno) y se le dio autoridad, gloria y poder de modo que pueblos de todas las lenguas lo adoraron. Y Daniel agregó: ‘su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido’ (Daniel 7.14). En siete oportunidades Jesús aplicó esa maravillosa visión a sí mismo. Por ejemplo, al sumo sacerdote le dijo: ‘veréis al Hijo del Hombre … viniendo en las nubes del cielo’ (Marcos 14.62). Esta era una declaración de autoridad suprema y de reinado perpetuo. Pero lo más extraordinario es que Jesús también usó el mismo título en un contexto completamente diferente. Por ejemplo, haciendo eco de Isaías 53, dijo: ‘era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado … ser muerto, y resucitar después de tres días’ (Marcos 8.31). Es decir que Jesús hizo lo que antes de él nadie había hecho: fusionó la gloria de Daniel 7 con el sufrimiento de Isaías 53 a fin de enseñar que solo por el sufrimiento entraría en su gloria. Sus palabras ‘el Hijo del hombre tiene que sufrir’ unieron ambas imágenes. Hemos considerado siete imágenes del Mesías. Porque él es la simiente de Eva, de Abraham y de David. Él es Profeta, Sacerdote y Rey. Él es a la vez el Salvador sufriente y el majestuoso Soberano. Solo podemos estar ante él postrados sobre nuestro rostro.

Para continuar leyendo: Marcos 8.27—9.1

Diciembre 24 La Navidad La anunciación El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José. Lucas 1.26–27 Después de unos cuatrocientos años de silencio y de espera, de pronto Dios rompió el silencio —no por medio de un profeta sino por medio de un ángel—. El anuncio y el nacimiento de Jesús el Mesías, especialmente en la manera en que la historia fue narrada por Mateo y por Lucas, nos impresionan de inmediato por el cambio de atmósfera. Este es el acontecimiento al cual los profetas se han orientado en una variedad de formas. Las primeras narraciones del Evangelio están profundamente enraizadas en el Antiguo Testamento en el léxico y en la cultura, y además están acompañadas de señales milagrosas. El mensaje que Gabriel trajo a Nazaret dejó confundida a María, en parte porque se le anunciaba que iba a ser madre aunque no estaba casada y todavía era virgen, y en parte por la triple descripción superlativa que le dio sobre el hijo que iba a nacer. En primer lugar, debía ponerle por nombre Jesús, indicando de esa manera que iba a tener una misión salvadora. Segundo, sería grande, porque recibiría un nombre más elaborado, el de Hijo del Altísimo. María no podría haber entendido lo que nosotros entendemos cuando nombramos a Jesús como Hijo de Dios sino más bien que se trataba del Mesías, ya que el nombre de Hijo de Dios era un título mesiánico reconocido (ver Salmos 2.7–8). Tercero, reinaría sobre Israel para siempre. Es más, su reino no tendría fin. Salvador, Hijo y Rey fueron los tres títulos que el ángel le dijo a María que le diera. No causa asombro que entonces María ‘se turbó’ (v. 29), sintiéndose completamente desconcertada por el anuncio del ángel, y por eso le preguntó qué querían decir sus palabras. He aquí la majestuosa respuesta de Gabriel: ‘[el] Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios … porque nada hay imposible para Dios’ (vv. 35– 37). Esto no tiene por qué resultarnos embarazoso. Sin duda es apropiado que una persona sobrenatural entrara al mundo de una manera sobrenatural. Si creemos en la encarnación, es lógico que también creamos en el nacimiento virginal. Antes de continuar nuestra reflexión sobre el acontecimiento y el significado del nacimiento virginal, escucharemos el cántico de María. Para continuar leyendo: Lucas 1.26–32

Diciembre 25 El cántico de María Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva. Lucas 1.46–48 Desde por lo menos el siglo vi la Iglesia ha apreciado el cántico de María y lo ha incluido en su liturgia con el título de ‘Magnificat’. Pero esto plantea una pregunta importante. ¿Por qué podemos cantar su canción? Una virgen hebrea elegida por Dios para dar a luz al Mesías, el Hijo de Dios, expresa de manera inspirada su maravilla de que hubiera sido tan honrada. ¿Cómo podemos llevar sus palabras a nuestros labios? ¿No es acaso totalmente inapropiado que lo hagamos? No lo es. A lo largo de los siglos se ha comprendido que la experiencia de María, que en un sentido es absolutamente única, es también la experiencia característica de todos los creyentes cristianos. El mismo Dios que hizo cosas maravillosas por ella también ha derramado su gracia sobre nosotros. María parece haber estado ella misma consciente de esto, porque habiendo comenzado su canción con ‘me’ y ‘mi’ más adelante se mueve hacia las demás personas: ‘Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen’ (v. 50). Como en el cántico de Ana después del nacimiento de Samuel, también en el cántico de María Dios pone los valores humanos al revés. Hay dos importantes muestras aquí. En primer lugar, Dios destrona a los poderosos y exalta a los humildes. Lo hizo con el faraón y con Nabucodonosor, en ambos casos rescatando a Israel del exilio. Lo hace hoy en nuestra experiencia de salvación. Solo cuando nos ponemos de rodillas junto al publicano penitente, puede Dios exaltarnos mediante su perdón y aceptación. En segundo lugar, Dios rechaza a los ricos y alimenta a los hambrientos. María tenía hambre. Sabía, por el Antiguo Testamento, que un día vendría el reino de Dios y estaba anhelando que llegara ese día. El hambre sigue siendo una condición indispensable para recibir la bendición espiritual, mientras que la autosatisfacción complaciente es el enemigo más grande. Si queremos heredar las bendiciones de María, debemos mostrar las actitudes de María, especialmente su humildad y su hambre.

Para continuar leyendo: Lucas 1.46–55

Diciembre 26 El nacimiento virginal El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Lucas 1.35 Hablar de nacimiento virginal es una expresión desorientadora, porque sugiere que hubo algún aspecto inusual en torno al nacimiento de Jesús, cuando en realidad su nacimiento fue completamente normal y natural. Lo que fue anormal, más bien sobrenatural, fue su concepción, ya que fue concebido por obra del Espíritu Santo, sin la cooperación de un padre humano. Mateo y Lucas afirman sin ambigüedad que Jesús nació de la virgen María. Además, es evidente que estaban escribiendo en prosa, no en poesía; era historia, no mito. ¿Por qué, entonces, Marcos y Juan no hicieron lo mismo? Respuesta: porque ambos comienzan su narración con Juan el bautista. Su silencio acerca del nacimiento virginal no significa que no lo creyeran, como su silencio acerca de la infancia de Jesús tampoco significa que pensaran que no la había tenido. El punto importante es que los únicos dos evangelistas que registran su nacimiento, declaran ambos que nació de una virgen. Pasemos ahora de la historicidad del nacimiento virginal a su significado. ¿Tiene alguna importancia? Sí. La anunciación del ángel se hizo en dos etapas. La primera de ellas (vv. 31–33) enfatizaba la continuidad que el hijo de María tendría con el pasado, porque al llevarlo en su vientre él ocuparía el trono de su padre David. Es decir, heredaría de su madre tanto su humanidad como el título de su reinado mesiánico. La segunda sección (v. 35) enfatizaba la discontinuidad del niño con el pasado, porque el Espíritu Santo vendría sobre María, y el poder creativo de Dios la cubriría de tal manera que su hijo sería único, sin pecado (‘el Santo Ser’) y el Hijo de Dios. Así, lo que se le anunció a la virgen María fueron la condición humana y mesiánica, derivados de ella, a la vez que su condición sin pecado y su deidad, derivados del Espíritu Santo. Como consecuencia del nacimiento virginal, Jesucristo fue a la vez el hijo de María y el Hijo de Dios, humano y divino. Para continuar leyendo: Lucas 1.33–35

Diciembre 27 La sumisión de María He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Lucas 1.38 ‘El primero y el menos discutible de los hechos en torno al nacimiento de Jesús’, escribió el obispo A. T. Robinson, ‘es que ocurrió fuera del matrimonio. No hay ninguna evidencia en absoluto de que Jesús fuera el hijo legítimo de José y María. La única alternativa que se nos presenta es entre un nacimiento virginal y un nacimiento ilegítimo’. Los rumores sobre la posible ilegitimidad de Jesús se dispersaban durante su ministerio público con la intención de desacreditarlo. Por ejemplo, cuando afirmó que ciertos judíos incrédulos no eran hijos de Abraham, ellos rebatieron: ‘nosotros no somos nacidos de fornicación’, que suena como insinuación de que él sí lo era (Juan 8.41). Estos rumores persistieron hasta mucho después de su muerte. En el Talmud judío se volvieron explícitos. ¿Cómo hubieran podido surgir estas indirectas y calumnias a menos que se hubiera sabido que María ya estaba embarazada cuando José se casó con ella? Aunque el chisme haya sido desagradable, es una evidencia que corrobora su nacimiento virginal. La reacción de María al anuncio angelical recibe nuestra admiración inmediata: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra’ (v. 38). Una vez que le han explicado el propósito y el método de Dios, la joven no se opuso. Estaba totalmente a disposición de él. Expresó su completa voluntad de ser la madre virgen del Hijo de Dios. Por supuesto, esto representaba un enorme privilegio: ‘Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso’, dijo (v. 49). Sin embargo, era también una responsabilidad imponente y costosa. Implicaba estar dispuesta a quedar embarazada antes de casarse, y a exponerse de esa manera a la vergüenza y al sufrimiento de que pensaran que era una mujer inmoral. Veo la humildad y la valentía de María de someterse al nacimiento virginal, en claro contraste con las actitudes de los críticos que lo niegan. María rindió su reputación a la voluntad del Padre. En nuestro caso, lo que importa realmente también es que estemos dispuestos a dejar que Dios sea Dios y que haga las cosas a su manera, aun si, como María, corramos el riesgo de perder nuestro buen nombre.

Para continuar leyendo: Lucas 1.34–38

Diciembre 28 Belén Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Lucas 2.7 Lucas es quien nos relata las circunstancias que rodean al nacimiento de Jesús y porqué el hijo de David (Jesús) fue a nacer en la ciudad de David (Belén). Pone énfasis en dos detalles particulares: un decreto de Augusto, el famoso emperador de Roma, y el comportamiento del anónimo posadero de Belén. El emperador y el posadero fueron ambos, aunque de manera diferente y sin ser conscientes de ello, instrumentos del propósito providencial de Dios. Por un lado, Augusto, quien reinó en el imperio entre el 30 a. C. hasta el 14 d. C., emitió un edicto de que debía tomarse un censo de toda la población y que cada persona debía ir a su lugar de origen para ser registrada allí. El censo se hacía, seguramente, con intenciones impositivas. En consecuencia, José y María viajaron desde Nazaret a Belén. Hubiera sido inusual e innecesario que María acompañara a José, pero probablemente había resuelto no dejarla sola debido a lo avanzado de su embarazo. Por otro lado, sin duda aliviados de que al fin habían terminado la larga travesía, José y María deben haberse sentido anonadados cuando el posadero de Belén les dijo que no tenía lugar para ellos, excepto en lo que parece haber sido un establo. Cuando nació el bebé de María, ella lo colocó en un pesebre, es decir, en el comedero para los animales. Este hecho fue simbólico del rechazo que experimentaría más tarde Jesús. De esta manera, el emperador y el posadero jugaron ambos sin saberlo su papel en el plan de Dios. El edicto del emperador llevó a José y María a Belén en cumplimiento de la profecía (Miqueas 5.2; Mateo 2.5–6). Y el hecho de que la aldea estuviera superpoblada aseguró que el Salvador del mundo naciera, apropiadamente, no en un palacio sino en un establo, no rodeado de esplendor sino en la penumbra y la pobreza. Para continuar leyendo: Lucas 2.1–7

Diciembre 29 Los pastores Había pastores en la misma región … he aquí, se les presentó un ángel del Señor… . Pero el ángel les dijo: … os doy nuevas … que os ha nacido hoy … un Salvador, que es CRISTO el Señor. Lucas 2.8–11 Los pastores tenían hasta entonces mala reputación en Israel; se los consideraba deshonestos y poco confiables. Sin embargo fue a ellos a quienes Dios eligió anunciar la más estupenda y mejor noticia que el mundo jamás había escuchado, es decir, que había nacido el Mesías tanto tiempo esperado. ¿Cómo reaccionaron ellos? Primero, fueron a Belén para ver por sí mismos. Su reacción no fue de credulidad ni de incredulidad, sino una actitud mental abierta, dispuestos a investigar sin prejuicios. Por eso ‘Vinieron, pues, apresuradamente’ (v. 16), y encontraron lo que estaban buscando. Por cierto, ‘el que busca, halla’ (Mateo 7.8). Segundo, una vez que vieron a Jesús, ‘dieron a conocer’ lo que habían visto y oído (v. 17). No podían guardarse la buena noticia para sí mismos. Querían que todo el mundo lo supiera. Tercero, ‘volvieron ... glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto’ (v. 20). En otras palabras, expresaron su experiencia tanto en adoración como en testimonio. Pero lo primero que leemos es que ‘volvieron’. No pasaron el resto de su vida en el establo ni merodeando la posada. Más bien, volvieron a los campos y a las ovejas, a sus casas, a sus esposas, a sus hijos. Pero aunque sus trabajos y sus hogares eran los mismos, ellos ya no lo eran. Eran personas nuevas en una situación vieja. Habían sido transformados al ver a Jesús. En su corazón había un espíritu de asombro y de adoración. Descubrir a Jesucristo sigue siendo una experiencia transformadora. Añade una nueva dimensión a nuestra vida anterior. Como suele decir Billy Graham: ‘pone nueva luz en nuestros ojos y nuevo ritmo a nuestro andar’.

Para continuar leyendo: Lucas 2.8–20

Diciembre 30 La plenitud de los tiempos Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo. Gálatas 4.4 ¿Por qué tuvo lugar la encarnación en ese momento, probablemente según los cálculos en el año 5 a. C., alrededor de un año antes de la muerte de Herodes el Grande, ocurrida en el 4 a. C.? Habían pasado unos dos mil años desde que Dios llamó a Abraham y prometió que a través de su familia bendeciría a todas las familias de la tierra. ¿Por qué, entonces, pasó tanto tiempo entre la promesa y su cumplimiento? Pablo declara que Dios envió a su Hijo ‘cuando vino el cumplimiento del tiempo’ (Gálatas 4.4), pero no da ningún indicio sobre la manera en que estableció el momento elegido. Se han hecho muchas especulaciones, en especial con respecto a la situación sociopolítica del momento, y seguramente varias circunstancias eran favorables para la pronta dispersión y la buena recepción del evangelio. Primero, la paz romana regía en el imperio. Las legiones estaban por doquier, controlando la paz y protegiendo a los viajeros de los bandidos en tierra y de los piratas en el mar. Segundo, el griego era el idioma común en el imperio, y fue de inmensa ayuda para el evangelismo el hecho de que estuviera disponible la Septuaginta (el Antiguo Testamento en griego). Tercero, el hambre espiritual se había extendido. Los viejos dioses de Roma habían perdido su atractivo. Las religiones de misterio ofrecían una especie de regeneración personal, pero eran más una evidencia de esos anhelos espirituales que su satisfacción. Y estaban también los así llamados temerosos de Dios en el borde de la sinagoga, quienes se sentían atraídos por el monoteísmo judío y por sus elevadas pautas morales. Con ellos Pablo pudo compartir el evangelio. De modo que durante un lapso de apenas diez años (48–57 d. C.) Pablo pudo ver a la Iglesia ya establecida en las cuatro provincias romanas de Galacia, Macedonia, Acaya y Asia. Así, declaró: ‘de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo’ (Romanos 15.19). De muchas maneras, el tiempo estaba maduro para la evangelización mundial. Para continuar leyendo: Romanos 15.23–29

Diciembre 31 Dios cumple su pacto de bendición Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo. Gálatas 4.4 Cuando Adán y Eva pecaron, la humanidad y la Tierra quedaron bajo el dominio de Satanás y sufrieron las consecuencias de su rebeldía. De inmediato, Dios anunció su intención de salvar a los pecadores (Génesis 3.15). A lo largo del Antiguo Testamento vemos crecer la expectativa de la llegada del Mesías, el Salvador. Finalmente la promesa se cumplió cuando vino Jesús, el Hijo de Dios, quien cargó sobre sí nuestros pecados en la cruz y derrotó para siempre al diablo mediante su muerte y resurrección. Él llevó sobre sí la maldición del pecado para que nosotros pudiéramos heredar la bendición. El Mesías había sido anunciado como Profeta, Sacerdote, Rey, y como Hijo del hombre con toda autoridad. ‘Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido’ (Daniel 7.14). Su gobierno será un reino de justicia y de paz ‘de mar a mar, y ... hasta los fines de la tierra’ (Zacarías 9.10). Pero el Hijo del hombre sería también el Siervo sufriente anunciado por Isaías, dispuesto a ser siervo de todos y a dar su vida para el rescate de muchos. Solo después de haber completado su obra en la cruz, Jesucristo se sentó a la diestra del Padre (Hebreos 10.12), recibió autoridad y poder sobre todo lo creado, y fue designado cabeza de la Iglesia, que es el nuevo pueblo y familia de Dios (Efesios 1.22–23; 2.19). La promesa de Dios de bendecir al mundo por medio de Abraham comenzó con la formación del pueblo de Israel, de donde nació el Salvador. Esa promesa se habrá cumplido plenamente cuando, por el testimonio y la misión de la Iglesia de Cristo en todo el mundo, se haya reunido a los redimidos de cada nación y lengua, y sean tan numerosos como las estrellas en el cielo y el polvo de la tierra. Y entonces, cuando Dios lo decida, vendrá el juicio final, y la creación de nuevo cielo y nueva tierra donde no habrá enfermedad, ni dolor, ni muerte, ni lágrimas (Apocalipsis 21.4). Este plan de Dios de reconciliarnos consigo mediante la muerte de Cristo (Colosenses 1.20), está disponible para quienes decidan reconocer la necesidad de recibir perdón mediante el arrepentimiento y la confesión, y descansar sólo en la gracia y el poder de Dios. La garantía de una vida nueva y eterna, transformada día a día a la semejanza de Cristo, proviene de la realidad de que Dios viene a vivir en sus hijos por medio de su Espíritu Santo. Ese es el propósito eterno de Dios. Ese es el mensaje de la Biblia. Esta es la verdad que la Iglesia debe anunciar, enseñar y practicar.

Notas [1] ‘The Manila Manifesto’ (1980), en: John Stott, ed.: Making Christ Known: Historic mission documents from the Lausanne Movement, 1974–1989, Eerdmans, Gran Rapids, 1997, pp. 234–35. [2] Joachim Jeremias: The Central Message of the New Testament, SCM, Londres, 1965, pp. 16–17, 19–20, 21, 30. [3] Henri Nouwen: Graçias: A Latin American Journal, Maryknoll, NY, Orbis, 1983, p. 105. [4] A. N. Sherwin-White: Roman Society and Roman Law in the New Testament, Oxford University Press, Oxford, 1963, p. 25. [5] Ian McHarg: Dunning Trust Lectures [Conferencias de la Fundación Dunning], citado en Ontario Naturalist, Marzo 1973. [6] Franz Delitzch: A New Commentary on Genesis, traducción al inglés por Sophia Taylor, T & T Clark, Edinburgo, 1888, p. 218. [7] Juan Calvino: A Commentary on Genesis, Banner of Truth, Edinburgo, 1965, p. 238. [8] Víctor E. Frankl: El hombre en busca de sentido (1959; reimpresión, N. York: Washington Square Press, 1963, p. 154 del libro citado en inglés).

Índice Contenido Tapa Carátula Legales Sección I: De enero a abril - La vida de Cristo - Un panorama de los Evangelios Enero 1 - Reacciones ante la Navidad Enero 2 Enero 3 Enero 4 Enero 5 Enero 6 Enero 7 Enero 8 - Cuatro Evangelios Enero 9 Enero 10 Enero 11 Enero 12 Enero 13 Enero 14 Enero 15 - Los años de preparación Enero 16 Enero 17 Enero 18 Enero 19 Enero 20 Enero 21 Enero 22 - El ministerio público Enero 23 Enero 24 Enero 25 Enero 26 Enero 27 Enero 28 Enero 29 - Enseñando con parábolas Enero 30 Enero 31 Febrero 1 Febrero 2 Febrero 3 Febrero 4 Febrero 5 - El Sermón del Monte Febrero 6 Febrero 7 Febrero 8

Febrero 9 Febrero 10 Febrero 11 Febrero 12 - El Padre Nuestro (Mateo 6.7–15) Febrero 13 Febrero 14 Febrero 15 Febrero 16 Febrero 17 Febrero 18 Febrero 19 - El momento crítico Febrero 20 Febrero 21 Febrero 22 Febrero 23 Febrero 24 Febrero 25 Febrero 26 - Las controversias de Jesús Febrero 27 Febrero 28 Marzo 1 Marzo 2 Marzo 3 Marzo 4 Marzo 5 - La última semana Marzo 6 Marzo 7 Marzo 8 Marzo 9 Marzo 10 Marzo 11 Marzo 12 - El aposento alto Marzo 13 Marzo 14 Marzo 15 Marzo 16 Marzo 17 Marzo 18 Marzo 19 - Comienza la prueba Marzo 20 Marzo 21 Marzo 22 Marzo 23 Marzo 24 Marzo 25 Marzo 26 - El final Marzo 27

Marzo 28 Marzo 29 Marzo 30 Marzo 31 Abril 1 Abril 2 - Las siete palabras de la cruz Abril 3 Abril 4 Abril 5 Abril 6 Abril 7 Abril 8 Abril 9 - El significado de la cruz Abril 10 Abril 11 Abril 12 Abril 13 Abril 14 Abril 15 Abril 16 - Las apariciones posteriores a la resurrección Abril 17 Abril 18 Abril 19 Abril 20 Abril 21 Abril 22 Abril 23 - La importancia de la resurrección Abril 24 Abril 25 Abril 26 Abril 27 Abril 28 Abril 29 Sección II: De mayo a agosto - La vida en el Espíritu - Panorama de Hechos, Epístolas y Apocalipsis Abril 30 - Preparándonos para Pentecostés Mayo 1 Mayo 2 Mayo 3 Mayo 4 Mayo 5 Mayo 6 Mayo 7 - El primer sermón cristiano Mayo 8 Mayo 9 Mayo 10 Mayo 11

Mayo 12 Mayo 13 Mayo 14 - La iglesia en Jerusalén Mayo 15 Mayo 16 Mayo 17 Mayo 18 Mayo 19 Mayo 20 Mayo 21 - El contraataque satánico Mayo 22 Mayo 23 Mayo 24 Mayo 25 Mayo 26 Mayo 27 Mayo 28 - Fundamentos de la misión mundial Mayo 29 Mayo 30 Mayo 31 Junio 1 Junio 2 Junio 3 Junio 4 - Los viajes misioneros de Pablo Junio 5 Junio 6 Junio 7 Junio 8 Junio 9 Junio 10 Junio 11 - El largo viaje a Roma Junio 12 Junio 13 Junio 14 Junio 15 Junio 16 Junio 17 Junio 18 - Las cartas a los Gálatas y a los Tesalonicenses Junio 19 Junio 20 Junio 21 Junio 22 Junio 23 Junio 24 Junio 25 - La carta a los Romanos Junio 26 Junio 27

Junio 28 Junio 29 Junio 30 Julio 1 Julio 2 - Las dos cartas a los Corintios Julio 3 Julio 4 Julio 5 Julio 6 Julio 7 Julio 8 Julio 9 - Tres cartas desde la prisión Julio 10 Julio 11 Julio 12 Julio 13 Julio 14 Julio 15 Julio 16 - Las cartas pastorales Julio 17 Julio 18 Julio 19 Julio 20 Julio 21 Julio 22 Julio 23 - Carta a los Hebreos Julio 24 Julio 25 Julio 26 Julio 27 Julio 28 Julio 29 Julio 30 - Las cartas universales Julio 31 Agosto 1 Agosto 2 Agosto 3 Agosto 4 Agosto 5 Agosto 6 - Las cartas de Cristo a las siete iglesias Agosto 7 Agosto 8 Agosto 9 Agosto 10 Agosto 11 Agosto 12 Agosto 13 - La sala celestial del trono

Agosto 14 Agosto 15 Agosto 16 Agosto 17 Agosto 18 Agosto 19 Agosto 20 - El justo juicio de Dios Agosto 21 Agosto 22 Agosto 23 Agosto 24 Agosto 25 Agosto 26 Agosto 27 - Cielos nuevos y tierra nueva Agosto 28 Agosto 29 Agosto 30 Agosto 31 Septiembre 1 Septiembre 2 Sección III: De septiembre a diciembre - De la creación a Cristo - Panorama del Antiguo Testamento Septiembre 3 - La creación Septiembre 4 Septiembre 5 Septiembre 6 Septiembre 7 Septiembre 8 Septiembre 9 Septiembre 10 - La institución del trabajo y del matrimonio Septiembre 11 Septiembre 12 Septiembre 13 Septiembre 14 Septiembre 15 Septiembre 16 Septiembre 17 - La caída Septiembre 18 Septiembre 19 Septiembre 20 Septiembre 21 Septiembre 22 Septiembre 23 Septiembre 24 - Deterioro social Septiembre 25 Septiembre 26 Septiembre 27

Septiembre 28 Septiembre 29 Septiembre 30 Octubre 1 - Los patriarcas Octubre 2 Octubre 3 Octubre 4 Octubre 5 Octubre 6 Octubre 7 Octubre 8 - Moisés y el éxodo Octubre 9 Octubre 10 Octubre 11 Octubre 12 Octubre 13 Octubre 14 Octubre 15 - Los Diez Mandamientos Octubre 16 Octubre 17 Octubre 18 Octubre 19 Octubre 20 Octubre 21 Octubre 22 - Josué y Jueces Octubre 23 Octubre 24 Octubre 25 Octubre 26 Octubre 27 Octubre 28 Octubre 29 - La monarquía Octubre 30 Octubre 31 Noviembre 1 Noviembre 2 Noviembre 3 Noviembre 4 Noviembre 5 - La literatura de sabiduría Noviembre 6 Noviembre 7 Noviembre 8 Noviembre 9 Noviembre 10 Noviembre 11 Noviembre 12 - Los salmos Noviembre 13

Noviembre 14 Noviembre 15 Noviembre 16 Noviembre 17 Noviembre 18 Noviembre 19 - El profeta Isaías Noviembre 20 Noviembre 21 Noviembre 22 Noviembre 23 Noviembre 24 Noviembre 25 Noviembre 26 - El profeta Jeremías Noviembre 27 Noviembre 28 Noviembre 29 Noviembre 30 Diciembre 1 Diciembre 2 Diciembre 3 - Los profetas del exilio Diciembre 4 Diciembre 5 Diciembre 6 Diciembre 7 Diciembre 8 Diciembre 9 Diciembre 10 - Regreso y restauración Diciembre 11 Diciembre 12 Diciembre 13 Diciembre 14 Diciembre 15 Diciembre 16 Diciembre 17 - Imágenes del Mesías Diciembre 18 Diciembre 19 Diciembre 20 Diciembre 21 Diciembre 22 Diciembre 23 Diciembre 24 - La Navidad Diciembre 25 Diciembre 26 Diciembre 27 Diciembre 28 Diciembre 29 Diciembre 30

Diciembre 31 Notas
Toda la Biblia en un año John Stott

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