Sewell - fragmentos de Líneas Torcidas

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Facultad de Humanidades y Ciencias – Universidad Nacional del Litoral Cátedra de Historia Social, 2020 – Documento para uso exclusivo del estudiantado

Fragmentos de “Líneas torcidas” por William H. SEWELL Jr. Este artículo de Sewell está basado en un capítulo de su obra Logics of History. Social Theory and Social Transformation, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 2005. Apareció en castellano en las revistas Historia Social Nº 69, Valencia, 2011 y Entrepasados Nº 35, Buenos Aires, 2009. Se transcribe de acuerdo con esta última versión. La numeración de las notas al pie no se corresponde con la del original.

El libro Una línea torcida de Geoff Eley* desafía las clasificaciones de la literatura histórica. Aun participando en géneros como la historia intelectual, la memoria, el tratado teórico y el ensayo político, no es del todo ninguno de ellos, pues encarna esa especie de experimento con la forma que se elogia en la labor de Carolyn Steedman, una de las heroínas historiográficas de Eley. Esta profunda afinidad parece existir también con el trabajo del marxista británico y crítico literario Raymond Williams, cuyo nombre y ejemplo aparecen una y otra vez en momentos cruciales del texto (…) El libro de Eley despliega un admirable realismo y humildad al encarar las muchas sorpresas y desilusiones que han complicado la experiencia histórica de la "generación del 60", así como una voluntad por aprender tanto de aquella experiencia como de otras personas con juicios y perspectivas diferentes de los suyos. (…) El tema central del libro refiere a los dos grandes movimientos historiográficos que reformularon la profesión desde que Eley comenzó sus estudios en el Balliol College de Oxford en 1967: el auge de la historia social en las décadas de 1960 y 1970, y el giro hacia la historia cultural en el curso de las de 1980 y 1990. Eley examina estas transformaciones desde el punto de vista de su propia trayectoria y compromisos como historiador, los cuales se han caracterizado por una orientación hacia la historia europea, particularmente la alemana y la británica, y por una perspectiva de centroizquierda. (…) (…) Las diferencias en nuestras trayectorias –por ejemplo, el temprano compromiso de Eley con el marxismo frente a mi temprano liberalismo, o mi más precoz y enérgico giro lingüístico– son fáciles de explicar por nuestras particularidades biográficas. Pero ¿qué ocurre con aquellas similitudes claramente compartidas por muchos historiadores de nuestra generación, no solamente en América del Norte y en Europa, sino también en el sur de Asia?1 En todos estos sitios hubo un crecimiento de la historia social en los 60 y los 70, seguido por un movimiento hacia la historia cultural en los 80 y los 90. Por supuesto, hubo diferencias en los tiempos y en los detalles particulares, pero la secuencia fue sorprendentemente uniforme. (...) (…) pienso que el optimismo epistemológico de la historia social –su fe en la posibilidad de reconstruir una historia de la totalidad social– se hizo plausible en gran parte por la específica forma del desarrollo capitalista que caracterizó al gran boom de posguerra. El comúnmente denominado "fordismo" o capitalismo centrado en el Estado (state-centered capitalism) –con su fundamental pacto entre grandes empresas, sindicatos y administración política, su producción masiva estandarizada, su dirección keynesiana de economía, sus tasas de cambio fijas y con el poder militar estadounidense como garante global– había producido, o al menos así lo parecía, una inteligible, predecible y sólidamente progresista forma de sociedad. Utilizando el lenguaje de Raymond Williams, uno podría decir que la "estructura de sentimiento" generada por el capitalismo de posguerra garantizó la plausibilidad de la historia social, sea en su forma marxista, annalista, o socialcientífica.2 Pero, además, de un modo diferente aunque relacionado, el capitalismo fordista garantizó las revueltas de los 60. Aquellas revueltas fueron encabezadas por jóvenes, y más específicamente por estudiantes universitarios. Como Daniel Bell destacó en El advenimiento de la sociedad posindustrial, el tipo de capitalismo que emergió durante el boom de posguerra en los países ricos se volvió crecientemente dependiente de la producción y el

Se refiere al texto de Geoff Eley, A Crooked Line: From Cultural History to the History of Society, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2005 (Una línea torcida, de la historia cultural a la historia de la sociedad , Valencia, PUV, 2008). 1 Con esos propósitos, quisiera definir a nuestra generación, en sentido algo general, como la de aquellos nacidos entre fines de la década de 1930 y principios de la de 1950. Soy demasiado ignorante sobre la historiografía de otras áreas para saber hasta qué punto las mismas características pueden aplicarse a historiadores de África, el este asiático, América Latina o el Cercano Oriente. 2 Para un argumento similar acerca de la sociología en los 50 y 60 véase George Steinmetz, "Scientific Authority and the Transition to Post-Fordism: The Plausibility of Positivism in American Sociology since 1945", en George Steinmetz (ed.), The Politics of Method in the Human Sciences: Positivism and Its Epistemological Others , Durham, 2005, pp. 275-323. *

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control del conocimiento.3 Esto requería de una fuerza de trabajo mejor preparada, lo cual conllevó a una vasta expansión de los sistemas universitarios en todas las democracias avanzadas. Hacia fines de los 50 y en los 60, los estudiantes universitarios resultaron ser, en relación con su grupo etario, una proporción mucho mayor que nunca antes. Teniendo en general asegurados buenos empleos una vez graduados, se sentían confiados respecto del futuro, pues podían vivir independientemente sin responsabilidades propias de adultos, y provistos de baratos libros de bolsillo y nuevas y efectivas tecnologías para el control de la natalidad. Si bien los estudiantes universitarios fueron claros beneficiarios del boom fordista, las universidades les proporcionaron también el espacio social y los recursos intelectuales para desarrollar una cultura política crítica y experimentar nuevos estilos de vida. El medio estudiantil combinaba el optimismo que provenía de la aparentemente permanente prosperidad del boom de posguerra con una actitud altamente crítica hacia la forma capitalista que de hecho permitía tal prosperidad. La retórica radical de los estudiantes y sus modos de vida eran en gran parte específicamente antifordistas: especial hostilidad hacia la burocracia, la conformidad corporativa y la cultura de masas. Parece justo concluir que los movimientos estudiantiles de los 60 se hallaban profundamente imbricados en las contradicciones del capitalismo fordista, sin duda dependientes de sus promesas de prosperidad interminable, aunque insistentemente apuntando más allá, hacia una menos estupidizante forma de vida que esta abundancia material hacía pensable. En resumen, nuestra comprensión del crecimiento de la historia social y de los movimientos radicales de los 60 –ambos, claros fenómenos transnacionales– puede ampliarse al mostrar cómo estos fenómenos se hallaban vinculados a las principales formas y dinámica del capitalismo global de su época. (…) En mi opinión, no menos que en el caso de su auge, el descenso de la historia social debe ser conectado con el cambio en las formas macrosociales y los destinos del capitalismo mundial. El boom de posguerra, que permitió tanto el crecimiento de la historia social como las revueltas político-culturales de los 60, se interrumpió abruptamente en los comienzos de los 70, y la economía mundial entró en un período de sostenida crisis estructural. No fue solamente que el crecimiento se volvió más lento sino que las mismas estructuras subyacentes del capitalismo fordista se desbarataron en el curso de los 70 y 80. Las zonas industriales se convirtieron en "cinturones oxidados" (rust belts). El keynesianismo, que no pudo resolver el enigma de la "estanflación", abrió el paso al monetarismo y la microeconomía. El sistema de tasas de cambio fijas colapsó, dando curso al crecimiento hipertrófico de la especulación financiera, acrecentada, por supuesto, por las nuevas tecnologías electrónicas de comunicación. Los servicios financieros reemplazaron a la producción de manufacturas como sector líder en los países más ricos. Los sindicatos decrecieron en afiliados y poder. Las mismas corporaciones se metamorfosearon, y pasaron de ser "campeones nacionales" jerárquicamente estructurados a "multinacionales" estructuradas menos rígidamente que, tomando ventaja de la nueva tecnología electrónica de comunicaciones, podían localizar la producción, el trabajo de gestión y administración y los servicios técnicos donde pudieran realizarse a más bajo costo. En todos los niveles de la jerarquía ocupacional, tanto para los ejecutivos como para los trabajadores en la producción, la estabilidad laboral y el establecimiento de una carrera con ascensos definidos fueron erosionados; los trabajadores comenzaron a experimentar de modo creciente una especie de picaresca ocupacional, realizando movimientos laterales entre empresas, trabajo temporal, empleo por cuenta propia y frecuentes readaptaciones. El comercio internacional aumentó considerablemente, como lo hicieron las migraciones laborales, tanto legales como ilegales. Los Estados nacionales resultaron menos capaces de controlar las actividades económicas que ocurrían dentro de sus fronteras; es más, algunos sostuvieron que la misma noción de una "economía nacional" había dejado de tener sentido. El imaginario sociopolítico centrado en el Estado de la posguerra, con su confianza en la conducción estatal de la economía, el crecimiento de los beneficios sociales por parte del Estado, las garantías de pleno empleo y la cooperación guiada estatalmente entre capital y trabajo, perdió su sostén. Este antiguo imaginario político fue gradual y desigualmente desplazado por el auge del "neoliberal", que exaltaba la responsabilidad individual, el emprendimiento universal, la privatización, la desregulación y la globalización. (…) Pero, evidentemente, si la consolidación del fordismo en los 50 y los 60 permitió que las estructuras sociales aparecieran como discernibles, predecibles y cuantificables, parece sensato pensar que la desintegración del mismo en los 70 y los 80 conmovió la plausibilidad del paradigma de la historia social. Hacia el final de la década de 1970, no solamente la estructura política y social sino las propias identidades personales parecían desconcertadamente disponibles para todos. Cuando los historiadores viraron en su búsqueda de las grandes estructuras hacia la microhistoria, desde el determinismo socioeconómico hacia los estudios de la cultura, y desde procesos fundamentales hacia las fuentes de la identidad subjetiva, esta búsqueda de nuevas Véase Daniel Bell, The Coming of Post-Industrial Society: A Venture in Social Forecasting , Nueva York, 1973 [hay traducción castellana, El advenimiento de la sociedad postindustrial, Madrid, Alianza, 1976. N. de T.]. 3

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formas de inteligibilidad del pasado reflejaba las dificultades para otorgar sentido a un presente en el cual el capitalismo fordista había sido deshecho y reemplazado por las formas más fluidas e impredecibles de un emergente neoliberalismo global.4 (…) Durante los 80 y los 90, muchos historiadores fueron impregnados por el sentimiento de que el giro lingüístico los había liberado de los sofocantes marcos de análisis y las rígidas políticas de la historia social. Pero aquella actitud pareció cambiar al tiempo que el neoliberalismo global se consolidaba en el cambio de milenio. El espectáculo de sueldos ejecutivos exorbitantes combinados con salarios estancados, la aparentemente creciente erosión de la democracia por una plutocracia y la exaltación del valor de cambio sobre toda otra forma de valor fueron inspirando una especie de nostalgia por una historia social que, con todas sus fallas, al menos había intentado confrontar con el problema de las grandes transformaciones socioeconómicas. (…) (…) "Se necesita recobrar cierta confianza", escribe Eley, "en la posibilidad de captar la sociedad en su conjunto, de teorizar sus fundamentos de cohesión e inestabilidad, y de analizar sus formas de movimiento" (296). Aquí indica, creo, su más profunda razón para continuar abogando por una combinación de historia social y cultural: su valorización de la sensibilidad de la historia social por la totalidad social. Desde un punto de vista, parece contentarse con que varios de los temas y tópicos reconociblemente derivados del ahora deshecho paradigma de la historia social puedan encontrar su lugar en el informe bazar de la nueva historia cultural. Pero desde otro, se halla disgustado por el hecho de que los historiadores hayan abandonado los esfuerzos por aprehender la totalidad social. Y aún se mantiene inseguro, como lo indica su apelación, lejana de toda estridencia, acerca de que "se necesita recuperar cierta confianza en la posibilidad de captar la sociedad en su conjunto". (…) El párrafo que comienza con un llamado a retomar el esfuerzo de la historia social por aprehender la totalidad social no termina con una afirmación sobre la confianza que se dice debe ser restaurada, sino con reflexiones sobre la contingencia histórica de sus conceptos fundamentales, como "clase" y "sociedad", por las cuales la totalidad podría ser aprehendida (296).5 Aun así, en el párrafo final del libro Eley relega esta ambivalencia, sugiriendo al "desafío" como "la respuesta apropiada para nuestro momento actuar”. En un tiempo acosado por las grandes narrativas neoliberales y por un "nuevo conjunto, brutalmente demonizador, de retóricas sobre el bien y el mal en el mundo", se nos sugiere (refiriéndose a los historiadores de izquierda) que necesitamos desarrollar metanarrativas propias, "nuevas historias de la sociedad" (297). Me encuentro completamente de acuerdo con esta conclusión. Pero pienso que el desafío debe ser más que una actitud, y que todo intento por escribir nuevas historias de la sociedad (con las ambiciones de totalidad que Eley procura) debe encarar algunas dificultades teóricas que Eley elude en su libro. Encuentro en este sentido dos problemas teóricos fundamentales. En primer lugar, es preciso trabajar en términos teóricos ciertos medios para combinar, en el mismo terreno epistemológico, el materialismo de la "historia social" y el idealismo de la "historia cultural". En un libro reciente, he ofrecido mi propio intento por realizar tal reconceptualización teórica. Allí comienzo negando que todas las relaciones sociales sean reducibles al lenguaje, pero argumento que dado que todas las relaciones sociales poseen un contenido de significación, pueden de todas maneras ser aprehendidas por una versión modificada o expandida del modelo lingüístico. Trato de mostrar que todo el conjunto de acciones humanas –por ejemplo, actividades tales como trabajar, tener sexo, cocinar, la especulación financiera o el básquet– pueden ser comprendidas productivamente como constituidas por una red de "prácticas semióticas". Argumento además que si las implicancias de un enfoque tal son seguidas correctamente, podríamos encontrar las prácticas semióticas interconectadas, acumuladas dentro de aquello que llamo "ambientes construidos" (built environments – entornos construidos): tejidos materialmente existentes, física y socialmente localizados, que perduran pero también se transforman por el continuo fluir de las prácticas semióticas. Este enfoque teórico puede o no parecer promisorio, pero explícitamente va más allá que una mera actitud de desafío, en

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El historiador francés Jacques Revel parece coincidir. A propósito de fines de los 70 y los 80 destaca: "La duda que [...] impactó a nuestras sociedades, colocada frente a formas de crisis que no sabían comprender y a veces ni siquiera describir, contribuyó realmente a difundir la convicción de que el proyecto de una inteligibilidad total de lo social debía ponerse —al menos provisoriamente— entre paréntesis"; Jacques Revel, "Microanalyse et construction du social", en Jeux d'échelles: La micro-analyse á l'experience, París, 1996, p. 18 [hay traducción castellana, "Microanálisis y construcción de lo social", Entrepasados, N' 10, 1996, pp. 141- 160. La cita transcripta corresponde a esta versión, p. 144. N. de T.]. 5 En este caso, así como en otros muy frecuentes en el libro, uno debe admirar la voluntad de Eley por articular, abierta y dolorosamente, su ambivalencia política e intelectual. 3

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el objetivo por combinar la historia social y cultural un proyecto historiográfico conceptualmente coherente y unificado.6 La segunda tarea teórica necesaria refiere a repensar el problema de la totalidad social. Las dramáticas y con frecuencia brutales transformaciones de las relaciones sociales capitalistas desde los 70 han ayudado a convencerme de que el capitalismo es el horizonte crucial de la totalidad social, no sólo del presente sino de toda la modernidad. De esto se sigue que repensar la totalidad social requiere un compromiso con el marxismo dado que, en mi opinión, son adherentes a esta tradición quienes han reflexionado de modo más profundo y productivo acerca del capitalismo. Mis propias preferencias en el interior de los debates marxistas difieren, según creo, de las de Eley. Leyendo sus comentarios sobre marxismo en Una línea torcida infiero que, para él, la clase social es la categoría fundamental del análisis marxista. Yo tiendo a enfatizar la acumulación interminable de capital como la conformación subyacente crucial de la dinámica del capitalismo, con las clases y la lucha de clases figurando más como un contexto y un resultado de la dinámica de la acumulación. En las teorías marxistas centradas en el capital, la acumulación interminable de capital produce configuraciones históricas cambiantes de poder político, relaciones espaciales, lucha de clases, formas intelectuales, tecnología y sistemas de regulación económica que perduran por cierto tiempo hasta que son desmanteladas por sus propias contradicciones y reemplazadas por nuevas configuraciones7. Según lo veo, estas reconfiguraciones del capitalismo son procesos tanto culturales como materiales, que implican grupos de prácticas semióticas al tiempo que "ambientes construidos" (built environments – entornos construidos). La diferencia entre estas dos concepciones sobre el capitalismo es, según creo, consustancial con el replanteamiento de la totalidad social. Después de todo, fue el modelo de totalidad social centrado en las clases el que se marchitó bajo los asaltos del capitalismo neoliberal reestructurado y la teoría feminista hacia finales de los 70 y durante los 80. Creo que las concepciones de la totalidad social centradas en la acumulación interminable de capital (como la que intenté sintetizar, sin duda demasiado esquemáticamente, en mi explicación anterior sobre las transformaciones del capitalismo global desde los 70) han probado ser mucho menos vulnerables. El libro Una línea torcida de Geoff Eley es un poderoso estímulo para reflexionar sobre las implicancias políticas y los retos teóricos en la historia, tanto escrita como vivida. Se entiende que no todos acordarán con sus juicios. Como he indicado, pienso que para encontrar un camino más allá de la actual perplejidad historiográfica se requerirá una mayor dosis de teoría, y de una especie diferente de la ofrecida por Eley. Pero él ha delineado magistralmente el terreno sobre el cual deben darse los debates.

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Este enfoque es una síntesis, tal vez hasta un nivel absurdo, del capítulo 10, "Reconfiguring the «Social» in Social Science: An Interpretativist Manifesto", en William H. Sewell, Jr., Logics of History: Social Theory and Social Transformation, Chicago, 2005, pp. 318-372. 7 Tres muy diferentes perspectivas históricas acerca de la acumulación interminable del capital pueden verse en David Harvey, The Limits to Capital, Oxford, 1982 [hay traducción castellana, Los límites del capitalismo y la teoría marxista, México, Fondo de Cultura Económica, 1990. N. de T]; Giovanni Arrighi, The Long Twentieh Century: Money, Power, and the Origins of Our Times, Londres, 1994 [hay traducción castellana, El largo siglo XX, Madrid, Akal, 1999. N. de T.]; y Moishe Postone, Time, Labor and Social Domination: A Reinterpretation of Marx's Critical Theory, Cambridge, 1993 [hay traducción castellana,- Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx, Madrid, Marcial Pons, 1996. N. de T.], y "Contemporany Transforrnations: Beyond Post-Industrial Theory and Neo-Marxism", Current Perspectives in Social Theory Nº 19, 1999, pp. 3-53. 4
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