Nuestras máscaras de porcelana - Daksha Montalvo

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Nuestras Máscaras de Porcelana. Daksha Montalvo.

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Agradecimientos: Primero, quiero agradecer a mi madre y mi padre porque gracias a ellos he levantado y reforzado mis ideales. Sin ellos no sería nada, luego vendría mi padrastro que siempre me ha apoyado como si fuera su propia hija. Segundo, quiero darle unas gigantescas gracias a Christian Montero y a Giovanni Classen sino hubiera sido por ustedes esta gran obra estaría en la lista de espera. Muchas gracias por su gran apoyo y opiniones. Son los mejores. Tercero, quiero agradecer inmensamente a dos grandes personas que sean convertido en unas grandes amigas para mí. Sophie Tamara y Anna Silvestri, vaya que me he divertido con ustedes y han dejado su huella entre estás letras aunque no lo crean. Gracias por su apoyo, son geniales. Cuarto, al transcurrir de la obra he conocido a personas maravillosas que me han apoyado incondicionalmente, sin ni siquiera conocerme y eso tiene un gran valor para mí. Porque siempre saben cómo sacarme una sonrisa en los momentos no tan alegres. A todas esas personas del grupo del libro en internet, este libro es tan suyo como mío. Y, finamente quinto, sino hubiera sido por una mujer de hermoso corazón yo hoy día no estaría haciendo lo que me apasiona. Gracias a la Sra. Márquez, porque fue ella quien me impulso a mejorar cada día más como escritora.

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A ti que me lees, porque has aprendido aceptarte con el tiempo.

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Argumento: «No puedes ser gay, es pecado» Dime tú, ¿qué no es pecado en esta vida? « ¿Eres prostituta? Que asquerosa eres» Al menos no robo. Un día, no estaba soleado ni nublado, mucho menos llovía y no, tampoco era una tarde de otoño. Dos personas cruzaron la mirada, ¡no! No se enamoraron ni mucho menos sintieron un nudo en el estómago. Ella pudo percibir como se sentía aquel extraño que estaba sentado en la calle apoyado de su auto, porque ella se sentía igual. ¿Estaba llorando? Espera, los hombres no lloran. Que marica. Ella no debía estar allí para vender su cuerpo. Que puta. El hombre de cabellos marrones soltó unas palabras no muy alentadoras cuando la mujer fue hasta él a vender lo único que tenía. O eso creía. —Eso que vendes a mí no me funciona —escupió él. —Solo quiero hablar contigo. —¿Sobre qué? ¿No ves que estoy ocupado lidiando con mi dolor? Ella se recargó del auto, el joven la vio fijamente a los ojos y en un hilo de voz le dijo: —Te propongo un trato. Y así, una historia donde un gay y una prostituta se casan. Él para esconderse y ella para presumir lo que nunca tuvo. Alentador, ¿no crees? Usaban tan buenas máscaras que un día simplemente se sintieron reales, que pena que fueran de porcelana...

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Capítulo uno: Un novio feliz.

En esta vida somos lo que todos quieren que seamos. Me incluyo, prefiero callar y seguir esta maldita corriente a gritar y ahogarme entre prejuicios. Al menos moriría haciendo lo que mi corazón dictaba. Este mundo es así, estúpido y lleno de maldad. Personas escondiéndose tras una gran imagen religiosa y otras tras unos bonitos zapatos. Esto apesta. Yo apesto. Todos lo hacemos en algún momento. Admítelo, tú también tienes tu máscara de porcelana colgando detrás de la puerta. Una sonríe, la otra llora y algunas hasta fingen amor. Te lo digo yo, que era coleccionista de estas preciosidades. La casa estaba hecha cenizas, la joven de cabellos ondulados caminó entre los escombros y recogió del suelo lo primero que chocó con sus pies: Un álbum de bodas. Una historia que con el tiempo se había vuelto cenizas. Se llevó este regalo del mundo a su casa, con cuidado lo abrió y dejó que las fotos de aquel álbum le volaran los pensamientos. De amor, odio y tristeza. La primera foto era hermosa. Eran unos recién casados sentados en la recepción. Uno al lado del otro los dos con sonrisas de enamorados, de farsantes.

Daniel Quintequi. 17 de julio de 2010

Me miré al espejo, era todo un novio de revista. Sólo me faltaba la gran sonrisa plástica. Suspiré y salí de la habitación del hotel. 7

—¿Listo? Mi mamá se había parado frente a mí con una gran sonrisa y ojos cristalizados. —Estoy tan orgullosa de ti. Orgullosa, ¿por qué? Porque terminé haciendo todo lo que querías al casarme con una mujer y no con un hombre. ¡El orgullo no te debe de caber en el pecho! —Ruby, está hermosa. Estoy tan feliz que hallas encontrado una mujer tan maravillosa como ella. Sonreí de lado a lado, una mujer maravillosamente prostituta. Si lo supieras te arrancarías la lengua por lo que acabas de decir, madre. Mi padre y mi hermana llegaron al segundo, felices o estúpidamente hipócritas. —Que tengas un matrimonio próspero y lleno de amor — me dijo mi padre al palmear mi hombro. Hipócrita. Maldito hijo de puta. Sonreí. —Que así sea— respondí. Mi hermana me abrazó y besó mi frente. —Has encontrado una buena muchacha, cuida de ella. Lo sé, y lo haré. Pero, ¿quién cuidará de mí? Todo el mundo corriendo, con nervios y mirando cada detalle, cuando en realidad esto era un teatro. Mi madre me tomó por el codo y casi me llevo corriendo a donde sería la función, perdón, donde Ruby y yo nos íbamos a casar. Paseé mi mirada por todo el jardín. Las sillas perfectamente decoradas, las rosas en su punto seductor, las personas puntuales y ansiosas…solo faltaba el novio feliz. Sería una boda civil, era ya demasiada burla como para casarnos en una iglesia. Yo homosexual y Ruby prostituta de por sí, ya íbamos de camino al infierno no queríamos hacerlo peor. Claro, hablando desde un punto malditamente humano.

Ruby Knight

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Me puse frente al espejo. Pestañé un par de veces y suspiré. El traje era blanco y hermoso, como el de una princesa. Nadie diría que hacía una semana estaba parada en una esquina vendiendo sexo barato. Oh, no, nadie. Sonreí victoriosa. Los engañaba a todos pero especialmente me engañaba a mí. —Te queda hermoso, querida. La hermana mayor de Daniel estaba parada detrás de mí. —Gracias. Liza – así se llamaba ella – se acercó a mí y me tomó las manos sonriendo. —Que tengan un final feliz. Eh, no. Te equivocas, Daniel nunca tendrá un final feliz junto a mí, ni yo junto a él. Lo sabemos, esto era una locura. —¡Daniel ya está esperando! — una de las damas de honor entró a la habitación de hotel histérica. Que comience el espectáculo. Use una de mis más falsas sonrisas ese día. De un lado escondía a una prostituta y del otro el dolor que tenía conmigo misma por serlo.

Daniel Quintequi

Los violines tocaban a toda marcha, me arreglé la chaqueta y moví la cabeza de un lado al otro, podía escuchar hasta el sonido de la cámara del fotógrafo cada vez que sacaba una imagen. Click, click, click. Cerré los ojos y me froté la frente. Me suban las manos y me retumbaba la cabeza. Entonces, me giré y me encontré con una mujer hermosa. Tenía que admitirlo. No era la Ruby de siempre. Mi padre me entregó a la mujer que sería mi esposa y volvió a su asiento. Si solo supieran. Su cabello negro largo estaba recogido entre pasadores y su vestido parecía que había estado hecho para ella. Sus ojos a pesar de todo, tenían un brillo tierno y por primera vez había visto sus mejillas sonrojadas. Después de largos minutos de estar mirando al juez fingiendo emoción tuve que decirlo: 9

—Acepto. Y luego el incómodo: «Puedes besar a la novia».

Capítulo dos: Chico conoce a prostituta. Daniel Quintequi 29 de julio de 2009

Mi nariz sangraba y mi ojo estaba hinchado. Eso era lo que pasaba cuando le dices a tu padre que te gustan los hombres. Sí, seguro tus golpes harán que me gusten las vaginas, desgraciado. Conduje hasta unos viejos apartamentos y parqueé mi auto justo frente de un anticuado café. Prácticamente el techo se les estaba viniendo encima. Me bajé y me senté en el suelo recostado del auto. La nariz me dejó de sangrar pero, ¿qué más da? Si siento que me han roto hasta el alma. Posiblemente hubiera sido mejor haberme quedado escondido detrás de una imagen errónea para mí pero perfecta para todos. Cerré los ojos y las lágrimas comenzaron a bañar mis mejillas. ¿Qué? Los hombres también lloran. ¿Te molesta? ¿Tu machismo no te deja seguir leyendo? Entonces vete, y déjame llorar en paz. ¿Por qué simplemente no podíamos vivir todos en paz? ¿Qué le importaba lo que le gustara al otro? Es su vida, no la tuya. —Pero mira, ¡ay qué lindo! Lo que uno se encuentra en la calle hoy en día. Abrí los ojos y levanté la cabeza. Tres tipos frente a mí con cara de pocos amigos. —Vamos hacer esto fácil, ¿sí? Dame las llaves del auto. No me moví. El líder, el que me hablaba miró a sus dos amigos y luego los tres me miraron mí. Cabeza de melocotón – el líder – me tomó por la camisa y me empujó contra el auto. —Las llaves — me pidió. Al igual que antes no me moví. —Entonces vamos hacerlo difícil, mariposita.

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Me comenzaron a golpear los tres a la vez. Golpeaban mi rostro, mi estómago, mi espalda sin detenerse. No me defendí, ¿qué podía hacer? Si yo era solamente eso, una mariposita. Consiguieron las llaves, mi teléfono y el único dinero que llevaba conmigo. ¡Felicidades, me han robado todo dejándome como un perro moribundo en la calle! Me arrastré hasta un viejo banco de madera y me senté allí. A esperar, no sé qué pero, ¿qué más podía hacer? No tenía dinero, no tenía auto ni siquiera mi teléfono pero lo más importante de todo, no tenía ganas de buscar la forma de salir de aquí. Plac, plac, plac. Era muy tarde en la noche, así que se podrían imaginar. Giré la cabeza y me encontré con una mujer de pechos levantados y piernas largas. —Buenas noches – me dijo. —No tengo dinero, además no quiero tu sexo barato – escupí directo. Quería que se fuera, no quería a nadie cerca y menos a una prostituta. —¿Tan prostituta parezco? Encogí los hombros y torcí la boca. —No vengo a venderte nada. Escupí un poco de sangre que aún bailaba en mi boca. —¿Tan homosexual parezco? Ella sonrió. —Que paliza te dieron, ¡eh! — soltó. Me senté derecho en aquel banco para poder verla bien. Estaba recostada sobre un poste de luz que prendía y apagaba como loco. Tenía unos pantalones cortos ajustados, unas medias y un jersey color negro. —Al menos te dejaron vivo, hay otros que los dejan inconscientes en el suelo. —¡Que suerte! — exclamé sarcástico. La mujer pareció vacilar un poco antes de hablar. —¿Nunca has hablado con nadie sobre tu homosexualidad?

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Fruncí el entrecejo. ¿Qué le importaba a ella? —Y tú, ¿hablas con la gente sobre como vendes tu cuerpo? — le pregunté molesto. —Digo, siempre lo pregunto. —No, y vete. Quiero estar solo — le exigí. —Anda cuéntame. ¿Qué? Esta tipa estaba loca, loca de verdad. —Deberías sacarte eso de tu sistema. Te podría dar cáncer todo ese coraje. ¿Coraje? —Todos esos golpes no te los hicieron los tipejos que te asaltaron. Te vi llegar, ya te habían golpeado. Me dijo mientras cruzaba los brazos. —¿Y que eres tú? ¿Un agente? ¿Misión Imposible 5? Ella solo encogió los hombros. —Anda, cuéntame. Por cierto, me llamo Ruby — seguía ella tratando de conversar conmigo. No me importa. ¡Vete! —¡Cuéntame! —exclamó haciendo que me exaltara. Lo pensé, en realidad necesitaba sacarme esto del pecho. Suspiré. ¿Le contaría mi vida a una prostituta? Sería como una psicóloga…prostituta. Bajé la mirada a mis pies y luego la volví a mirar. —Vale, te lo diré. Ella sonrió. —Todo empezó cuando tenía dieciséis, apenas había probado el éxtasis de la juventud, tenía amigos y sobre todo amigas. Amigas que querían tener su lengua en mi boca pero a diferencia de mis amigos, no me interesaba tener sexo con ellas. De hecho, la idea me parecía algo grotesca y la mayoría eran jovencitas con vaginas llenas de SIDA. De la banca pasé al suelo para que Ruby tomara mi lugar.

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—¿Te… enamoraste de algún? La interrumpí. —Sí, la gota que colmó el vaso. —No pensé que me dirías todo de momento — confesó ella. Alcé la mano y negué con la cabeza. Hiciste que abriera la boca ahora cierra la tuya. —Necesito desahogarme y creo que a estas horas no consigas alguna venta. Eran como las cuatro de la madrugada. Ruby cruzó las piernas impaciente. —Vale, tienes razón. No me molesta escucharte es solo que, no quiero que abras esa herida que tardo tanto en sanar. Reí amargamente, por desgracia, ni siquiera había dejado de sangrar. Ruby seguía mirándome. —Estoy esperando que sigas — me dijo ella moviendo sus manos impaciente. Respiré hondo y proseguí. —Siempre escondí bien mis sentimientos. «No puede ser», me decía. «¿Por qué soy así?», me cuestionaba como si ser homosexual fuera algo malo. Cuando el chico que me gustaba se enteró, gracias a sus amigos. Comenzaron a burlarse de mi llamándome «marica», «pato de agua», «culo flojo» entre otros. Al menos no salió de su grupo y mis padres nunca se enterraron. —¿Y tus amigos? Solté una risa irónica. —Ellos fueron los que me delataron. Se emborracharon y dijeron cosas que nadie debía haber sabido incluyendo mi preferencia sexual. Luego de todo esto, entré a la universidad y actualmente estudio comunicaciones. Desde entonces me he propuesto esconder mis preferencias sexuales pero… Tomé un buche de aire. —Te enamoraste — me dijo Ruby y sonrió. La miré sin entender, ¿cómo es qué? —¿Cómo adivinas así y das justo en el clavo? — le pregunté.

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—Piensa en todos los hombres como tú, que no quieren ser lo que son por los prejuicios. Muchos vienen a que «nosotras hagamos nuestra magia» pero al final terminan contándonos sus historias. —Al menos sé que no soy el único — bufé. Una patrulla pasó lentamente frente a nosotros, el policía que estaba adentro nos miró a mí y a Ruby. Luego de eso, apagó sus luces y se parqueó un poco más delante de nosotros. «La arrestaran», pensé. Oh, no. Ruby se puso de pie y se estiró. —Me tengo que ir — me dijo en un bostezo. Me levanté del suelo. —¡Corre! Yo te cubro, inventaré algo, no sé pero vete. La prostituta frunció el entrecejo. —¿Qué carajo te pico a ti? — soltó desconcertada. —Prostituta. Policía. Cárcel — le dije ansioso. Ella comenzó a reír. —Tranquilo, chamaco. Es un cliente. Un policía, ¿cliente? Pero no se supone que… ¿Qué? Estoy confundido. Este era un mundo raro. —Adiós, ojalá resuelvas tu problema. Un día me gustaría escuchar la historia completa. La prostituta se alejó, entró a la patrulla y se fue. Cristo amado santo seas. Recuérdame nunca volver a este lugar, miré el panorama. Estaba solo, sin auto, sin dinero y no tenía forma de comunicarme con alguien. Creo que yo también terminaré prostituyéndome. ¡Eh! ¡Mira! Ahí hay una esquina, debería salir corriendo y tomarla antes que me la roben, ya que aparentemente aquí te roban hasta el suspiro. La patrulla pasó por allí de nuevo y se detuvo frente a mí. ¡Yo no hago tríos, señor! Ruby bajó el cristal de la ventana y me preguntó:

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—¿Te llevamos a tu casa, loverboy? Ni pestañe. Estaba lejos de mi casa, a unas tres horas pude calcular. —Eh, ¿vienes o no? Mira que por aquí batean de los dos lados. No creo que a ti te moles… —¡Voy! — exclamé, interrumpiendo el comentario de Ruby. Me monté en la parte trasera de la patrulla y me abroché el cinturón. Le di una dirección errónea al policía. La de mi antigua casa que solo quedaba a unos veinte minutos de donde en realidad vivía. Luego de eso note que, Ruby me miraba por el espejo retrovisor como si estuviera analizando una situación. Okay, esto era incómodo. Tic toc, tic toc, tic toc. —No eres de por aquí —le comenzó a montar conversación el policía a Ruby. Ella no contestó. Él la volvió a mirar y le puso la mano en el muslo. —¿No me vas a contestar, hermosura? — insistió el oficial. Ruby no movió ni un músculo. El policía algo cabreado parqueó el auto y se abalanzó sobre ella. ¡Oh, Dios! ¿Aquí? ¿Conmigo en el auto? Al menos déjenme en el próximo semáforo. Ruby le pegó en la cara con su tacón. No me pregunten como yo también estoy tratando de descifrarlo. —¡Maldita perra! La – ahora astuta y ninja – prostituta lo empujó dejándolo sentado en su asiento. —¡Saca la cartera! — le gritó Ruby mientas sacaba una navaja. ¿De dónde carajo se sacó una navaja? Me hubiera ido caminando, sí, lo hubiera hecho. —¡Sácala! — le volvió a gritar. El policía sacó la cartera y se la entregó. —Eh, loverboy —Ruby me miró —, toma la navaja y pégasela al cuello. —¡¿Qué?! 15

—¡Tómala! Tomé el arma temblando y se la pegué al pobre hombre en el cuello. Capaz que si no hacia lo que ella quería, me hacía algo a mí también. Miré ahora a la astuta prostituta ladrona asesina. Aunque, lo último se podía debatir. Ella rebuscaba la cartera de forma rápida. Sacó varios billetes de veinte y una alianza. —¿Oro? — le preguntó Ruby al oficial. Él asintió desesperado. Ruby guardó el dinero y la alianza en su sostén y le dijo: —Llévanos a donde vive él — le ordenó señalándome. Gracias a Dios que no le di mi verdadera dirección. ¡Gracias a Dios! El policía comenzó a conducir. —Así que todo esto era un plan. —Cállate — lo interrumpió Ruby hastiada. Llegamos. Plan mental: Bajarme del auto y correr, correr lo más rápido que pueda para alejarme de esta loca. A menos que también tenga una pistola, entonces soy hombre muerto. —Ahora irás a cumplir con tu trabajo, ¿sí? Si no ya sabes lo que te toca — lo amenazó la prostituta antes de abrir la puerta y salir del auto. Hice lo mismo pero no corrí como tenía pensado. Me congelé allí mirando la calle mientras la patrulla se alejaba y Ruby se paraba junto a mí. —Esta no es tu casa, ¿verdad? Negué con la cabeza. —Inteligente tu movida, yo tampoco hubiera dado mi dirección verdadera. No dije nada. —¿Te asustaste? Asentí. —¿Creíste que mataría a ese policía? Volví asentir. 16

—Posiblemente pienses que soy una prostituta psicópata. —Psicópata no, calculadora sí — le dije. Me aclaré la garganta y ceñudo y le pregunté: —¿Qué vas hacer ahora? —Ahora te voy a matar— me dijo tan seria que la sangre se me fue a los pies.

Capítulo tres: Diana. Daniel Quintequi. 29 de julio de 2009

—Es broma, es broma — me dijo Ruby entre risa y risa. Mientras ella reía me puse a pensar sobre el oficial. ¿Y si volvía por nosotros? —¿No te da miedo que ese policía vuelva por ti? Ya sabes, por lo que acabas de hacer. Ruby se limpió las lágrimas causadas por la risa y tomó un buche de aire. —Eh, no — me contestó despreocupada –. El preocupado aquí parece ser tú. ¿Cómo no lo iba a estar? —Tranquilo, no nos puede hacer nada. Tiene las manos atadas. —No entiendo. —Ese oficial es casado. Le ha sido infiel a su esposa no solo conmigo sino con más de la mitad de aquel barrio. Tenemos pruebas de eso, su matrimonio se iría por una tubería y a parte de su vida personal, estaba corrompiendo su trabajo. Lo echarían de inmediato. Él no puede hablar, le tenemos la boca sellada. —Entonces, ¿por qué te llevas todo el dinero tú? Digo, si son tantas personas. Ruby torció la boca ante la pregunta. —Una comisión extra por ser la carnada. Moví los pies incómodo. —¿Por qué lo hacen? 17

La prostituta me miró directo a los ojos. —Aquel no es el único policía que tenemos acorralado. Son más de los que te imaginas, ellos a cambio de nuestro silencio aseguran el área. Prácticamente alejan a cualquier amenaza de nosotras. No era tan mal plan. Al parecer eran muchos, ya que Ruby hablaba con mucha seguridad. —No te ves muy feliz al respecto — le dije. Ella encogió los hombros. —Ya estoy cansada de esto. De ser una mancha para todos cuando solo busco sobrevivir. —Bienvenida a este mundo cruel mí querida Ruby. Ella me sonrió. —Bienvenido seas tú también, loverboy. No podía creer lo que iba hacer. —Supongo que tienes hambre. Mi casa está cerca, yo invito. Ruby me puso la mano en el hombro y dijo: —Pensé que nunca lo dirías. Comenzamos a caminar en silencio analizando todo lo que había pasado en las pocas horas de conocernos, bueno apenas ella ni siquiera sabía mi nombre. Habían sido unas horas bastante extrañas. —Llegamos — suspiré al ver el gran edificio amarrillo en donde vivía. Entramos y subimos hasta el apartamento 381, piso tres. La prostituta permanecía callada y con la mirada baja, mirando sus pies al caminar. Introduje la llave en la cerradura y antes de abrir la puerta le dije: —Si tienes planeado robarme y encuentras algo de valor, avísame. Así vamos y lo empeñamos juntos. Ella sonrió. —Soy prostituta no ladrona y respecto a lo que paso en la patrulla lo hice para asegurar mi trabajo. Enarqué una ceja. 18

—Bueno…ya sabes. Aunque si quieres robarle alguien deberías robarle a mi vecina que me tiene harto con su música cristiana todos los domingos. —No le robaría a una viejita — me dijo pegándome en el hombro. Sonreí sin mostrar los dientes y abrí la puerta ¡Bienvenida a mi apartamento! Donde el colchón está en el suelo y la televisión no enciende. —Que hippie eres — comento ella al ver mi pobre apartamento. —No soy hippie. Me considero en la categoría de la clase trabajadora. —Mierda, ¿pues en que trabajas? —chilló ella. —Mensajería, y a veces en las tardes en una peluquería. Ella soltó una risita. —¿Sabes cómo dicen que los mensajeros son pat…? Ruby cerró la boca al ver que a mí no se me movió ni un musculo del rostro. —¿Mucha confianza? —Demasiada. —Perdón — me dijo aguantándose la risa. Fui hasta mi pequeña cocina y comencé a preparar dos emparedados de pollo. —Ahora te toca a ti, ¿no crees? Cuéntame sobre tu vida, Ruby. Ella apareció al momento y se recostó de la barra. —¿Tienes teléfono de casa? Necesito hacer una llamada. Gracias por haber ignorado mi comentario por completo. —Sí, está junto a la puerta — le respondí. Ella se levantó y fue hasta el teléfono. —Solo serán unos minutos — me dijo en voz alta para que lo escuchara en la cocina. —Vale, solamente no te lo robes. La oí reír. Ruby comenzó hacer su llamada y yo me mantuve en la cocina todo el tiempo, al menos debía darle algo de privacidad.

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Terminé los emparedados y los puse en la barra junto a dos vasos de jugo de naranja. Y no pude evitar escuchar: —Sí, yo también te extraño. Pórtate bien, mamá te ama con todo su corazón. Adiós. Me congelé. Ella tenía una hija. Ruby se giró y me vio. Sus ojos estaban levemente cristalizados y su nariz roja. Tomé el emparedado y el jugo, caminé hacia ella y se los entregué. Nos sentamos en el sofá-cama que había en la sala y Ruby dejo la comida a un lado. —¿Puedo empezar por ahí? — me preguntó. —¿Por dónde? —¿Puedo empezar a contarte sobre mi hija? Sobre Diana.

Capítulo cuatro: Máscara de Porcelana. Ruby Knight 15 de agosto de 2009

Daniel tomó dos tintes parecidos y los tiró a la canasta. —Se hará un poco difícil quitarte ese rojo gastado que tienes pero mira tus raíces — se giró y comenzó a inspeccionar mi cabello —, también tendré que cortarte las puntas y hacerte capas — él comenzó a mirarme por encima de la armadura de sus lentes. —Lo que tú creas que sea mejor — le dije. Daniel asintió ceñudo. —Te aplicaré un marrón oscuro, a ver si ese rojo sede. En realidad, ni siquiera era rojo. El tinte se había caído y estaba casi en un naranja. Me acomodé la camisa, podía sentir la mirada de las personas sobre mí. Vi como Daniel tomaba otros productos y los tiraba a la canasta. —Realmente creo que esto no es necesario — comenté. Él levantó la vista. —¿Te sientes incómoda por las personas que te están viendo? — me preguntó. 20

—Pues, yo— Daniel me interrumpió. —Nos vamos a deshacer de eso con esto — dijo señalando los productos de la canasta. Luego, caminamos hasta el área de cosmetología. —Ven, acércate déjame ver tu tono de piel — me pidió. —Esto no va a valer la pena, Daniel. Él levantó las cejas. —Ay, querida — suspiró—, debes re armar ese rompecabezas que llevas dentro porque mereces sentirte bien contigo misma — finalizó mientras me tomaba por los hombros y me hacía enderezar la espalda. Sonríe sin mostrar los dientes. Estuvimos casi una hora más en el lugar hasta que por fin, Daniel encontró todo lo que estaba buscando. El atardecer comenzó a caer y así mismo lo hizo la brisa fría. Vi como Daniel veía su reloj mientras subíamos por el elevador. —Espero que la noche sea joven — comentó. Escondí mis manos en los bolsillos de mi pantalón. —Tranquila, yo sé lo que hago — me dijo mientras me pasaba el brazo por los hombros. El elevador se abrió y caminamos pasillo abajo. —No es miedo es inseguridad, ¿sabes? Daniel chaqueó los dientes y asintió mientras abría la puerta. Al entrar se quitó los zapatos. —Ven — me dijo mientras me tomaba por la muñeca—, tenemos que empezar ahora si queremos terminar. Daniel me dirigió hasta el baño, luego trajo una silla del comedor y me hizo ademán para que me sentara. Levanté la vista y me encontré con un gran espejo y dos luces que alumbraban todo el lugar. Él comenzó a poner todo lo que había comprado frente a mí. —Ponte de pie, por favor — me pidió y así lo hice. Hizo que entrara en la ducha y echará mi cabeza hacia atrás. Abrió el grifo y el agua caliente comenzó a salir.

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—No importa que te empapes toda. Ahora solo queremos resucitar tu cabello — me dijo mientras se llenaba las manos del champú que había comprado en la tienda y comenzaba a restregarme la cabellera. —¿Hace cuánto no te lavas la cabeza? —¿Por qué preguntas? —Ni si quiera sale espuma — soltó riéndose. Enjuagó y volvió aplicar champú. —Hace mucho — se contestó su propia pregunta. Pude ver como todavía se caía el tinte rojo, ya que el agua salía prácticamente naranja. —Mientras más pierda el color mejor — comentó. Luego de que mi cabello quedará sin una gota de champú aplicó el acondicionador. —Listo — me dijo mientras terminaba de enjuagar. Tomó una toalla y envolvió mi cabello en ella. Salí de allí y me volví a sentar en la silla de madera, Daniel salió por un momento y volvió con una gran mochila negra. Sacó tijeras, más cremas para el cabello, una secadora y quien sabe que más. Con una peinilla dividió mi cabello y comenzó a cortarlo. —Tus puntas están al borde de un suicidio — habló. Lo miré por el espejo y encogí los hombros. —Ni siquiera recuerdo la última vez que las corte — le dije. Él solo siguió concentrado en lo que hacía. Cada vez veía como mayor cantidad de cabello caía al piso. Cambio varias veces de tijeras hasta que por fin terminó. Tomó un buche de aire y comenzó a preparar el tinte. Volvió a dividir mi cabello y comenzó a aplicar el químico. Lo miré por el espejo nuevamente, sus lentes estaban a punto de resbalarse de su nariz ya que estaban en el borde, estaba ceñudo y muy concentrado como si estuviera pintando un cuadro. Uno muy bonito. —Quedarás hermosa — me dijo. Sonríe sin mostrar los dientes. 22

Luego de eso, esperamos veinte minutos más hasta que me lavó el cabello de nuevo. Suspiré en cuanto me senté en aquella silla por tercera vez. Ya la estaba odiando. Daniel conectó la secadora y sacó dos cepillos de la mochila. Con paciencia comenzó a secarme el cabello. —Podría jurar que cuando te vi nunca pensé que tendrás tanto cabello — masculló mientras separaba el cabello mojado del ya seco. Tomó otro artefacto que parecía unas tenazas pero planas, y en lugar de darle volumen al cabello hacia lo contrario. Pronto, mi cabello comenzó a tomar forma. —Solo unos detalles más — murmuró. Me miré al espejo y me toqué el cabello. Parecía sacado de una revista con su color oscuro y volumen que le proporcionaron las capas. —Pareces una muñeca de porcelana — me dijo Daniel en cuanto me pasaba los dedos por el cabello. Lo decía como si fuera la mujer más bella del mundo. —Ahora ven, vamos a la habitación — soltó en cuanto salió del baño. Lo seguí, y entramos a una muy bonita habitación. La cama estaba vestida de blanco al igual que el buro y las ventanas usaban un bonito vestido azul hecho de cortinas. Daniel encendió las luces y pude notar que en la cama reposaban dos de las bolsas que había traído él de la tienda. Sus pies se movieron hasta el armario y de allí sacó una camisa de cuadros y me la entregó. —Es de mi hermana pero puedes ponértela. Saldré un momento para que puedas cambiarte. Asentí y él se fue. Me saqué la camisa corta que usaba y la deje caer en el suelo. Pronto las mangas abrazaron mis brazos y la tela se acurrucó perfectamente a mi piel. Me miré de arriba abajo. Ahora parecía una persona normal.

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Me paré frente al espejo del buro. Por primera vez en tantos años me sentí cómoda con lo que tenía puesto. Me pasé los dedos por el cabello y a los flecos que jugaban frente a mis ojos los puse tras mis orejas. Tocaron la puerta. —¡Puedes pasar! — exclamé. La cabeza de Daniel se asomó rápidamente como un ladrón, y después todo su cuerpo entró a la habitación. Soltó un gran suspiro. —Te ves tan bonita que no quiero parpadear por miedo a que sea un espejismo. Agaché la cabeza algo avergonzada. —Gracias — le dije. Él no dijo nada, y solo fue a buscar lo que en aquellas bolsas de plástico se escondía. —A ver, siéntate al borde de la cama — me dijo. Lo hice y Daniel comenzó aplicarme una crema en la cara, luego otra y otra. Estaban frías y pegajosas. —Cierra los ojos. Pude sentir como pequeña brocha bailaba sobre mis parpados, sentí como peinaba mis cejas y pintaba mis labios con sumo cuidado. —A ver, ahora ábrelos. Los abrí de golpe y él sonrió. Comenzó a bañar mis pestañas del ya conocido rímel y destacó mis ojos con delineador. —No te muevas — me dijo mientras buscaba otra cosa en las bolsas. Sacó una banda negra y me la puso en el cabello dejando unos cuantos flecos al frente. —Si alguien llegara a ver a la Ruby de hace tres horas y a la de ahora, juraría que son dos personas diferentes — me miró a los ojos—. Échate un vistazo. Me volvió a poner de pie y me miré al espejo quedando totalmente impresionada.

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Los ojos comenzaron a inundarse y el labio inferior me comenzó a temblar. Sentí las cálidas manos de Daniel sobre mis hombros. —Tu máscara de porcelana esta lista y nunca había visto una tan perfecta como la tuya — masculló en cuanto nuestras miradas se conectaron por el espejo.

Capítulo cinco: Mucho gusto. Ruby Knight 17 de octubre de 2009

Me acomodé la falda floreada y el cuello alto de mi blusa blanca. Respiré hondo y tomé la mano de Daniel. —¿Lista? — me preguntó. —Lista. Daniel tocó el timbre de la casa de los señores Quintequi. —Gracias por todo esto — me agradeció él. Le sonreí. —De nada. Una mujer de cabellos marrones y ojos verdes nos abrió la gran puerta de madera. —¡Daniel! — ella se le tiró en los brazos. Supongo que era su madre. —Mamá — Daniel le respondió el abrazo —, que gusto verte. La madre de Daniel se separó de él y rápidamente fijó su mirada en mí. —Tú debes ser Ruby, la novia de mi hijo. —Prometida — aclaró Daniel. A la mujer le brillaron los ojos y de un impulso tomó mi mano izquierda para ver el anillo. Seguido de eso me haló hacia sus brazos para brindarme un cálido abrazo. —Que noticia más maravillosa acabas de darme. Bienvenida a la familia, querida. 25

—Gracias —le dije con una sonrisa. Me separé de ella y nerviosa me volví acomodar la blusa. —Lo olvide por completo, me llamo Margaret. —Mucho gusto. Miré a Daniel y él me sonrió sin mostrar los dientes como siempre solía hacer. —Pasen, pasen. No se queden parados en la puerta — nos invitó Margaret a entrar. Daniel me pasó el brazo por los hombros y me dio un leve beso en la cabeza. —Gracias —volvió a decir contra mi cabello. Se me hizo un nudo en el estómago. Cuando llegamos a la sala donde estaban todos reunidos, cada una de las personas que estaban allí presentes posaron su mirada sobre nosotros. —Todos esperaban que llegara con Jeremy — me susurró Daniel. Oh, supongo que la mamá de Daniel era la única que sabía de mi existencia. Noté a Daniel muy incómodo. ¿Quién no? Se declara homosexual, su padre le da una paliza por ser honesto y luego llega a su casa comprometido con una mujer. Una joven de unos veintiséis años se levantó del sofá y caminó hacia nosotros sonriente. Daniel movió su brazo y me dejó los hombros libres. —Hola, Liza — la saludó. La joven lo abrazó fuerte y luego me miró a mí algo recelosa. —Ella es Ruby mi… —La prometida de Daniel — Margaret lo interrumpió por completo mientras entraba a la habitación con una bandeja llena de tazas de café. Hacía frio, el día estaba nublado y el viento azotaba las ventanas como un adolecente rebelde. Gracias a la madre de Daniel, todos allí se enteraron que llevaba un anillo en mi mano. Liza frunció el entrecejo algo desconcertada. —La última vez estaba confundido — le explicó Daniel entre dientes. Liza volvió a mirarme y me sonrió con tristeza. 26

—Mucho gusto soy Liza, la hermana mayor de Daniel. —Ruby, y el gusto es mío. Después de eso Daniel me presentó a los miembros de su familia que allí se encontraban, pero no vi a su padre. «Felicidades», dijeron algunos. «¿Cuándo es la boda?», preguntaron otros. «¿Estas embarazada?», se atrevió a preguntar la abuela de Daniel burlonamente. —Ya, ya — dijo una de las primas de mi prometido callando todos los comentarios. Daniel apretó la mandíbula y me tomó la mano. —¿Cómo se conocieron? — la joven volvió a sobresalir entre los demás. Miré a Daniel sin saber qué hacer. —Bueno, pues… Comenzó él. —En la universidad — sonreí nerviosa — un día… —Sí, un día vi a Ruby por el pasillo y… Daniel se quedó patinando en la misma idea. Le apreté la mano. —En realidad fue luego cuando Daniel se ofreció a darme unas tutorías de cálculo después de mi último período de clases —solté nerviosa. —Pero Daniel es pésimo en cálculo — escupió Liza torciendo la boca. Tragué en seco. Daniel encogió los hombros y dijo con una sonrisa: —De alguna manera me le tenía que acercar. Todos rieron. Bien, bien era un buen comienzo para la historia. Oh, eso creo. —Ruby siempre llegaba puntual, ni un minuto más ni un minuto menos —mi prometido tomó las riendas de la conversación —, con sus libros apiñados contra su pecho y su cabello todo rebelde sobre sus ojos. Me arreglé el cabello sin saber qué hacer.

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—Todos los días, sin falta yo me las ingeniaba para poder darle una buena tutoría a Ruby sin que se diera cuenta de que yo estaba aún más perdido que ella. El tiempo paso y… Calló, lo que restaba de la oración se le había quedado en la garganta, ¿a quién no? Todos allí presentes incluyéndome no le quitábamos la mirada de encima. —Terminamos enamorados — finalicé la oración. —¡Ay, pero que hermoso! — exclamaron. Ni yo me podía creer lo que acababa de decir. —Parecía como si estuviéramos hecho el uno para el otro. Yo para Daniel y…Daniel para mí. Daniel me soltó la mano y me rodeó la cintura con su brazo. —Hechos el uno para el otro — repitió en un susurro. Luego de eso él se giró hacia un hombre de unos sesenta años que entraba por la puerta del patio trasero acompañado de dos niñas pequeñas. —¡Tío! — las dos niñas gemelas corrieron a los brazos de Daniel. —Son las hijas de mi hermana mayor — me dijo Daniel mientras abraza a sus sobrinas. Las niñas se separaron de Daniel en cuanto el señor de sesenta años se nos acercó y le dio un apretón de manos y luego – tal y como había hecho Margaret – fijó su mirada en mí. —Ruby, él es mi papá — comenzó hablar Daniel. —Tú debes ser la que cambio a mi hijo — me dijo el señor con una sonrisa. Al parecer Margaret, no era la única que estaba al tanto de mi existencia. Miré a Daniel, su mirada se le cayó al suelo. —Mucho gusto — le dije entre dientes. Vi a Margaret acercarse a su esposo y feliz le dijo: —Están comprometidos. El semblante del señor no cambio en nada. —Felicidades — nos dijo —, espero que me den un nieto pronto. Sonreí hipócritamente.

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—Yo sabía que esa estupidez se te iba a salir de la cabeza, muchacho — le dijo su padre mientras palmeaba su hombro y soltaba una risita —. ¿Cómo ibas a ser homosexual? Si eres mi hijo. Asqueroso hijo de… El padre de Daniel se alejó después de eso, al igual que los demás. La mayoría de las personas se fueron al comedor a cenar. Daniel se levantó y salió por la puerta trasera. Lo seguí. Solo éramos él y yo en el patio. —Vámonos — me dijo girándose hacia mí, quedando frente a frente. El marco de sus ojos había comenzado a ponerse rojo y su nariz también. —Daniel, es tu familia tienes que enten… —¿Ves? ¿Viste como reaccionaron? «Aliviados porque no soy gay». Esto me duele, porque sé que nunca me aceptarán. Me acerqué un poco más y lo abracé. —Yo te acepto tal y como eres. Él respondió a mi abrazo. —Te quiero — me dijo con la voz temblorosa. Ojala te quisieras a ti mismo también, así no sufrirías tanto.

Capítulo seis: Memorias de una Prostituta. Primera parte Ruby Knight 8 de marzo de 2003

Corre, corre. Me faltan unos cinco bloques para llegar a mi casa, he salido demasiado tarde de la escuela nocturna. No había taxis por el área así que tengo que irme caminando. Comienzo mi camino con la mirada en mis pies. Sentí que me seguían, me giré y lo confirmé. Un tipo de tez blanca, de cabello oscuro y vestido de chaqueta ha parqueado su camioneta aún encendida junto a mí. 29

Yo sabía por dónde venía esto. Esa no era la primera ocasión donde había visto aquella camioneta gris. Esa no era la primera vez que veía aquel rostro pero sí, era la primera vez que yo lo miraba él y no él a mí por tanto tiempo. Conocía su mirada, la forma en que estaba sentado y de cómo, estaba calculando sus movimientos. Su respiración y la mía cada vez era más densa y más silenciosa. Estábamos congelados en el espacio del tiempo, sabiendo que si uno se movía el otro también lo haría. A él ya lo había visto antes. El señor se bajó de su vehículo a la velocidad de un rayo y yo comencé a correr ignorando los gritos de mis pulmones. Corre, corre. Podía sentir sus pasos detrás de los míos. Corre, corre se está acercando. ¡Corre, corre! Casi te tiene. Mis pulmones soltaron un grito ahogado, mis pies me fallaron y caí de rodillas al pavimento. Corre…corre, ¡oh, espera! Ya te tiene. —Tu servirás a la perfección — escupió entre dientes Me tomó por los hombros y me levantó del suelo. Una lágrima amarga bajó por mi mejilla. Estábamos frente a frente. Mirada, con mirada y… culpa con culpa. Le escupí la cara, le pegué en la entrepierna y volví a correr pero fue en vano ya que – como si ya hubiera tenido todos mis movimientos calculados – no logro que fuera tan lejos y esta vez me tomó por el antebrazo. Grité hasta mis cuerdas vocales estallaron, pero fue en vano. Nadie me escuchó. Pataleé pero él pareció ignorarlo. —No me hagas esto — supliqué. Volví a gritar. —¡Cállate! —Por favor… —Muévete. —¿Qué te he hecho yo? — le pregunté en llanto. –Ese es el problema, que no me has hecho nada.

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El estómago se me retorció. No, por favor, no. Él me metió a la camioneta a empujones y luego entro él. Entonces pasó: el momento en el que me convertí en el ser más sucio, asqueroso y miserable de este planeta. Sus venenosos besos dejaron una marca en donde quiera que se posaran, como tatuajes. Su respiración ha quedado grabada en mi mente como melodía de funeral y sus manos me han asesinado de a poco, con el roce de la injusticia, de la desigualdad…de la violación. Sus palabras eran como serpientes malcriadas empeñadas en quedar grabadas en mi memoria y lo hicieron. Entonces, él levanto su mano y me pegó tan fuerte que me hizo perder la razón. Aun así, al levantarme sola, semidesnuda y moribunda su imagen seguía hay. Sentí como las hojas a mi espalda crujieron. Él no, por favor, que no sea él. De solo imaginármelo con su mirada calculadora y su sonrisa retorcida se me marchita el corazón. Me giré y un joven de cabellos cobrizos y de labios entreabiertos dejo caer sorprendido su celular en el fango. —Tú eras lo que él tanto escondía — susurró. Se escuchó como alguien venia. El joven corrió hacia mí y como si fuera un bebe, me tomó en brazos y nos escondimos detrás de unas maderas viejas. Estábamos en un patio trasero – por lo que pude ver – había un carro dañado, maderas, y hasta metales tirados por todo el lugar. Mi violador me había tirado en su patio, como si yo fuera un animal. El viento se movía entre los árboles como un ladrón y el Sol se escondía de la Luna tal y como la presa hace de su cazador. Como lo hacía yo. Lo vi como pude entre las maderas viejas, tenía una camisa de mangas y unos vaqueros prelavados. Estaba descalzo y tenía la mano derecha vendada. Él miró a su alrededor mientras apretaba la mandíbula.

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El joven que aún me tenía en sus brazos me soltó suavemente en el suelo para no causar ruido alguno. Mis ojos se llenaron de lágrimas y cuando mi llanto estaba preparado para salir, el muchacho me tapó la boca y me inmovilizó. — Si quieres ayuda, tienes que seguirme los pasos — me susurró. ¿A qué se refería con eso? Asentí confundida. Volví a mirar a mi secuestrador y este se pasó los dedos por el cabello pensativo. Maldito perro asqueroso hijo de Satán. — Voy a contar hasta tres para que salgas de donde quiera que estés, Paty. ¿Paty? — 1… El joven que me tenía amordazada, me tomó por el brazo. — 2… Sentí como tomó un buche de aire. —Y… —¡Miré lo que he encontrado merodeando por las rejas de seguridad! — gritó él mientras salíamos de nuestro escondite y me sacudía de un lado a otro. Mi violador levantó las cejas ante la situación. El joven me dio un empujón hacia él soltándome de su agarre. —Llévala al sótano, no quiero que nadie la vea moribunda por ahí. El muchacho algo disgustado, me tomó por la muñeca y me arrastró hasta una casa de ladrillos. Muy bonita, pero eso no viene al caso. Entramos y él me llevó hasta un sofá viejo. Parecía que esta casa nadie la vivía, más bien parecía un estudio hippie de arte. —Te llevaré al sótano en un momento. El muchacho de cabellos cobrizos desapareció por unos instantes y luego apareció con una camisa blanca de hombre. 32

— Ponte esto. No sé, como él te puede dejar así y no sentir una pizca de pena. Me pasó la camisa y volvió a desaparecer. Me puse la pieza de ropa rápido ya que estaba en ropa interior y poco después él volvió con un vaso lleno de cereal. — No tiene leche ni está en un plato pero al menos es algo — dijo mientras me lo entregaba. —¡Nathan! —se escuchó un grito desde afuera. Nathan – supongo que ese era su nombre – me vio con ojos asustados y de un momento a otro, de un jalón me levantó del sofá y prácticamente me llevó a pujones hasta lo que creo que es el sótano. ¡Pum! Cerró la puerta de un plomazo. Muchas historias escuché sobre cosas que pasaban en los sótanos… El lugar estaba bañado en telarañas y apenas entraba un hilo de luz por la puerta. Bajé las pequeñas y angostas escaleras de madera, las piernas me temblaban y juré escuchar la respiración de otra persona. Llegué al último escalón con los ojos en lagrimados. —¿Joshua? —una mujer se acercó a la escalera gateando. Su cabello rubio estaba desordenado, su rostro lleno de moretones y usaba un blusa de botones azul y unos vaqueros cremas rotos. Ella me miró sorprendida. —Tú no eres Joshua. Ciertamente. Estoy comenzando a pensar que «Joshua» era el nombre del hombre que me había violado. La mujer brincó del suelo y se abalanzo sobre mí. — Yo sabía que volverías, maldita. Te mataré con mis propias manos, Patricia. Sentí como me arañaba la cara, me halaba el cabello y cacheteaba cada vez que podía. Abrieron la puerta. Un hombre bajó a la velocidad de un rayo. Él estaba frente a mí. —¡Joshua! Él no miro a la loca que me había agredido sino a mí.

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Joshua se acercó y como si fuera automático comencé arrastrarme hacia atrás y a gritar, ya que palabras no tenía. El miedo que sentí, lo indefensa que estaba…lo vulnerable. Entonces él se acercó aún más y todo volvió a empezar…

Segunda parte Ruby Knight 25 de octubre de 2010

—¡Ruby! Sentí como me tenían sujeta por los hombros. —¡Ruby! — gritaron aún más fuerte. Sentí como me sacudían. —¡Ruby Knight, maldita sea despierta! Abrí los ojos y me encontré con Daniel sobre mí. Sus ojos oscuros parecían faroles en la noche y sus manos me sujetaban tanto que comenzaba a doler. Él respiró aliviado y me abrazó. —Pensé que te habías vuelto loca. Le correspondí el abrazo. — Hablando de un tal Joshua, una tal Patricia que si violación, una casa de ladrillos. ¿En qué soñabas? Me limpié mis mejillas húmedas por las lágrimas. —Ojala fuera un sueño. Daniel se acostó a mi lado y soltó una carcajada. Al parecer había ignorado mi comentario. —Es gracioso, porque el mejor amigo de mi papa se llama Joshua y su esposa que fallecido Patricia. Mi respiración se descontroló, mis ojos volvieron a empañarse y un llanto ahogado escapó de mis labios. 34

Daniel se giró hacia mi ceñudo. — Es solo un sueño, tranquila. Negué con la cabeza. — No lo es. Daniel se sentó. —¿Cómo? —No soy prostituta por gusto. No soy como soy por gusto. ¡No estoy sucia por gusto! — me atreví a gritar. Mi esposo me miró sin entender. —No quiero hablar de eso — dije cruzando los brazos Daniel se acercó un poco más y seco mis lágrimas llenas de coraje que bajaban por mis mejillas, luego escondió su rostro en mi cuello y dijo: —No llores más. Lo vi a los ojos. —Las situaciones difíciles nos ayudan a que valoremos lo que tenemos hoy — me dijo y poco después se quedó dormido a mi lado. Mierda. Me moví lentamente de la cama y busqué una caja de cigarrillos en mis maletas. Hacía apenas unos días desde que me había mudado con Daniel. Saqué la caja y salí de la habitación. Me escabullí hasta el pequeño balcón del apartamento y encendí el cigarrillo. El solo hecho de pensar en aquello me ponía mal. Recordarlo todo, cada toque, cada beso...cada palabra. Cerré los ojos y me recosté de los barrotes de metal. En la brisa fría de la noche y el vaivén de la luz del farol medio dañado se acabó mi primer cigarrillo. Saqué el segundo. No.

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Necesitaba algo más, algo más fuerte. Volví a entrar y como un ratón volví a rebuscar en mis maletas, dentro de ellas había un bulto rojo, sonreí. Te encontré. Como un ladrón volví a salir de la habitación sin despertar a Daniel. Me senté en el oscuro sofá que el padre de Daniel había comprado. Vaya que este lugar había cambiado desde la primera vez que vine. El señor Quintequi nos había ayudado mucho. Había ayudado a su hijo por el tan solo hecho de haberse casado con una mujer. ¡Qué amor! Había una mesita de poner tazas de café, la tomé y la arrastré hacia mí. Saqué a Mary, Marina y Cassandra. Esparcí a Marina por la mesita, con la manos la acomodé en una fila uniforme y del bulto saqué una hoja de papel ya usada, la enrollé e hice que Marina desapareciera. Su cuerpo blanco y flaco ya no estaba sobre la frágil mesa. Encendí a Mary, ella me abrazó y me hizo olvidar aquellos oscuros recuerdos. Con la tranquilidad que me había dado ella y la adrenalina que me había regalado Marina, saqué a Cassandra. Me comencé a balancear de un lado a otro y a reír.

Daniel Quintequi.

Fruncí el entrecejo. Un olor extraño y desagradable entró a mi nariz, despertándome totalmente. Una risa. Me levanté exaltado, miré a mi costado y Ruby no estaba. Otra risa. Me bajé de la cama y salí afuera. —¡Ruby! — fue lo único que salió de mis labios. Ella dejo caer la jeringuilla del susto. Una furia se apoderó de mí. —¡No, no, por favor Daniel! — me suplicaba ella en cuanto me veía acercarme. Le arrebaté el cigarrillo de Marihuana y lo apagué contra la mesa. 36

—¡No! Ruby se sumergió en un llanto ahogado. —Ruby, Ruby— le dije mientras la tomaba por los hombros y la levantaba del sofá. Una lágrima tras otra bajaba por sus mejillas. —Tú no entiendes — escupió. —¿Entender qué? —Sucia, asquerosa, que te arrebaten todo. ¡Todo lo que creíste tuyo! ¡Que tu madre este en la cárcel! ¡Que tus hermanos te detesten! ¡Sucia, asquerosa que las personas no hagan más que señalarte! —gritó llorando. Ella corrió hacia la jeringuilla y la tomó del suelo. —No, suelta eso. No eres una drogadicta — me le abalancé encima. ¿O sí? —Tú no sabes lo que es sufrir, tú no tienes idea de lo que es ser la escoria de la sociedad. ¡Suéltame! La arrinconé contra la pared y le quité la jeringuilla. Ella solo lloraba. —¿Crees que no sé lo que es sufrir? Intenta vivir señalado solo por amar. Intenta vivir con un padre que solo te quiere para presumir y como no puede, hace lo que todos hacen, ¡juzgar! ¿Y me dices que no sé lo que es sufrir? — le grité. Grité tan fuerte que Ruby se asustó. —Sufres tanto por tan dicha discriminación que preferiste casarte con una maldita prostituta drogadicta a enfrentar y hacer valer tus sentimientos —me dijo ella mientras se deslizaba por la pared hasta llegar al piso. «Es que para mí, no eres una prostituta. Eres la mejor persona que algún día estuvo dispuesta a prevalecer junto a mí» —Y tú sufres tanto que te casaste con un homosexual — escupí. Ella rio con amargura. —Entonces los dos sufrimos, y por lo que veo lo hacemos por estos malditos hematomas emocionales que se resisten en sanar. 37

Me acerqué a Ruby y me senté junto a ella. —No me case contigo por mi sufrimiento, supe desde el momento que asaltaste aquel policía frente a mí que sería parte de tu vida y que no mejor manera que ser tu esposo. Ella sonrió y tomó un buche de aire. —Somos tan frágiles como ellos, Daniel. Sólo que piensan que somos la escoria de este mundo por amar y tratar de ser amados La miré serio. —¿Qué? ¿La Marihuana te pone poética? Ella soltó una carcajada. —Poética o no, botaré toda esta mierda hoy mismo. Ruby dejo de reír. —No. Entonces, Ruby se puso histérica, sus ojos se pusieron rojos y por más que la llamará no me respondía. Sus ojos se hundieron y comenzó a sudar. ¿Qué es lo que te has hecho, Ruby?

Capítulo siete: Cena de Acción de Gracias. Ruby Knight 27 de noviembre de 2010

Tragué en seco. Tomé la ensalada de papa en mis manos y me bajé de la camioneta. —Tranquila — Daniel apareció junto a mí con una sonrisa —, estás loca de los nervios. Sí que lo estaba. Mi esposo me rodeó por la cintura con su brazo y comenzamos a caminar hacia la puerta. —Que comience el espectáculo —suspiró Daniel.

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Una hora después. La risa de la madre de Daniel me estalló los oídos. Acabo de descubrir que Daniel era un muy buen cuenta chistes. —¡No puedo creer que se hayan casado! – exclamó una de las tías de Daniel. —En un momento pensé que de verdad te gustaba el tal Jeremy ese. La sonrisa de Daniel desapareció, junto a la de todos los presentes. ¿Quién era Jeremy? —¡Mike! — su madre lo reprendió. El señor Quintequi se levantó de la mesa y se fue. Daniel tomó mi mano por debajo de la mesa y la apretó. Margaret soltó una risita nerviosa. —Al parecer mi esposo tuvo que ir al baño, discúlpenlo. Daniel apretó los labios y noté como su nariz comenzaba a ponerse roja. Somos tan frágiles como ellos, solo que piensan que somos la escoria de este mundo por amar y tratar de ser amados. Margaret volvió a reír nerviosa. Estúpida. —¿Daniel, me podrías acompañar a fuera? No me siento bien — mentí hipócritamente. Todos sabían que era una excusa. Mi esposo casi brinca de su asiento loco por salir de aquella situación. Me ayudó a levantarme de la silla y salimos afuera. —Ya me quiero ir. Daniel se sentó en la acera y yo hice lo mismo. Estábamos un poco alejados de la casa, necesitábamos quitarnos las máscaras por un rato. —Ellos no hacen más que señalarme, juzgarme y hacerme sentir como la más grande mierda del mundo. Las últimas dos palabras las había dicho en llanto. —Solo por amar, ¡solo por amar! —Daniel, por favor… —¡Daniel, nada! ¡Maldita sea! Sería mejor morirse – me interrumpió. Alcé la mano y le di un puñetazo el cual al parecer me dolió más a mí que a él. 39

—¿Crees que tu puñetazo me hará cambiar de opinión? No dije nada y lo abracé como pude. —Morir nunca es la solución — solté. —Un sentimiento tan pequeño pero a la vez tan grande puede hacer tanto daño… —No, no es el sentimiento son las personas que se empeñan en mancharlo — le dije mirándolo a los ojos. —No sé qué haría sin ti. Yo sí sé, ser feliz. —Daniel — se escuchó como se acercaba alguien. Levanté la mirada y me encontré con su hermana, Liza. —¿Qué te ocurre? — se atrevió a preguntar. Daniel levantó la cabeza. —Nada, estoy bien — le contestó. —¿Y desde cuando estar bien significa llorar? — le cuestionó ella cruzando los brazos. —Desde ahora — escupió mi esposo. Liza me miró con odio. —Seguro tienes que ver algo en esto. —Liza, por favor. No seas imprudente — habló Daniel. La joven chasqueó los dientes. —Papá quiere verte. Daniel comenzó a levantarse del suelo para ir a ver a su padre. —No, no a ti a Ruby. Miré a Daniel. —¿Para qué? —le preguntó. Liza encogió los hombros. —Eso solo lo sabe él. 40

Daniel y yo nos pusimos de pie. —Dile que Ruby va en un momento. Su hermana asintió y se fue. —Creo que no le agrado mucho a Liza — comenté Daniel me pasó el brazo por los hombros. —Ella quería que yo fuera feliz, y yo tomé otro camino. Ese es su coraje. —¿Ella sabe que lo nuestro es un teatro? «Lo nuestro» como si tuviéramos algo. —No — me contestó él. —¿Entonces? —Uno nota cuando alguien es feliz a medias, Ruby. —Y tú, ¿eres feliz a medias? —Supongo — contestó Daniel. Bajé la mirada. —Al menos eres feliz — dije. Él se acercó un poco más y besó mi frente. —Por ti. Lo abracé. —Ahora ve a ver que quiere mi padre. Me separé y asentí. —Trataré que sea lo más breve posible —le dije. Daniel asintió. Volví a la casa y busque al padre de Daniel. Y en cuanto pregunté por él me dijeron que estaba en la cocina. Justo cuando llegue las personas que estaban presentes se fueron y me dejaron allí, con el señor Quintequi.

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—Ruby — comenzó él. Me recargué de la barra. —Dime, ¿cómo es Daniel contigo? Preguntó mirando fijamente el anillo de bodas que reposaba en mi mano. —Es muy bueno. —¿En serio? — me cuestionó. Parecía que estaba tomando con duda mi palabra. —De hecho, sí, en serio se desvive por hacer de nuestra relación una más bonita con el pasar de los días — escupí arrogante. —Ya veo. Porque él se ve tan feliz. ¿Acaso eso era sarcasmo? —Parece usted ser un experto en felicidad, señor Quintequi. —Sé cuándo uno de mis hijos no es plenamente feliz, Ruby y ahora Daniel no lo es. Me moví incomoda. —¿Quién sería feliz con un padre que no hace más que señalarlo? Eso pareció dolerle. —Si me ha llamado solo para ver lo mal marido que es su hijo, ¡perdió su tiempo! Mejor persona Daniel no puede ser — dije mientras salía de la cocina. —¡Ruby! — su gritó me detuvo a mitad de camino. —Y tú, ¿eres buena persona? — me preguntó el padre de Daniel. Era como si supiera algo. —Sí. ¿Usted lo es? — le pregunté seria. Él sonrió algo sínico. —Cuidado que no te confunda con el Jeremy ese — me dijo antes de que saliera de allí. Justo afuera de la cocina me encontré con Daniel, el cual solo me abrazó. —Gracias — me dijo.

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¿Acaso había estado escuchando? —De nada — mientras una que otra lágrima se escapaba de mis ojos. No debía llorar aquí, porque eso demostraba que me sentía amenazada. Lo estaba. —Ya me disculpe con todos, nos vamos en este instante. Levanté la cabeza. —Mi padre está tratando de buscar información que no existe. Él es así, no puede creer que alguien y menos yo puede llegar a ser feliz. «Pero no lo eres, todo es un teatro» —Sé lo que estás pensando — Daniel se separó un poco y junto su frente con la mía —, a veces tenemos que engañarnos a nosotros mismos. Suspiré. El teléfono de Daniel comenzó a sonar. Él se lo sacó del bolsillo y contestó. Después de varios segundos dijo ceñudo: —Oh, no. Creo que usted ha llamado al número equivocado. No conozco a ningún Lucas. Mi corazón dio una vuelta y casi se me sale del pecho. Daniel al ver mi reacción dedujo que yo, sí conocía a ese tal Lucas. —¿Lucas Knight? — le pregunté. —Me podría dar el nombre completo de la persona, por favor – le pidió Daniel. Poco después mi marido colgó, me tomó por el codo y salimos afuera. —Está detenido — me dijo Daniel. ¡Ay, Dios mío! —Si quieres podemos ir, así voy conociendo a tu familia fantasma — él habló nuevamente mientras caminábamos hacia la camioneta. ¿Acaso eso era sarcasmo? En cuanto llegamos al cuartel mis piernas comenzaron a temblar del nerviosismo. 43

¿Cómo diablos Lucas me había podido localizar? Después de tanto tiempo. —No voy a entrar — le dije a Daniel justo al pie de la puerta. Él se giró hacia mi algo sorprendido. —Creo que deberías entrar, no sé tu hermano te necesita a ti no a mí. Sentí como mi nariz se puso roja. Eran tantos años, tantas cosas, tantos secretos. —El que se debe quedar aquí soy yo. Anda, ve a ver a tu hermano.

Daniel Quintequi.

Esperé más de una hora en la camioneta. ¿Qué habrá estado pasando allá adentro? ¿Qué habrá pasado entre el tal Lucas y Ruby? Poco después vi a mi esposa salir junto a un muchacho alto y forado de tatuajes. Me bajé, y me dispuse a ir a conocer a otra pieza de la gran familia Knight. —Daniel — Ruby me recibió con una sonrisa. Se estaba aguantando el llanto. —Lucas, él es mi marido — el joven levantó la mirada del suelo algo arrogante —. Daniel, él es Lucas, mi hermano. —Mucho gusto — habló él. Asentí. —Igualmente — contesté cortante. A Ruby la iba a proteger de él y de cualquiera. —Así que tú eres el marido de mi hermana — él se giró hacia ella —. Cuando me dijeron que te habías casado, juré que era mentira. ¿Por qué creer que aquello era mentira? Ruby solo sonrió sin mostrar los dientes. —¿Has sabido algo de mamá? — le preguntó ella. 44

El joven levantó un poco la cabeza. —Lo último que supe fue que le dieron una paliza en la cárcel y que luego la trasladaron. Lucas lo decía con odio. ¿Qué habrá hecho esa mujer? —¿No sabes a donde se la llevaron? —No, y no me interesa y tampoco debería importarte a ti — escupió el hermano de Ruby. —Es nuestra madre, Lucas — soltó Ruby en un murmullo. —Esa señora será todo menos nuestra madre, Ruby. Recuerda que fue ella la que nos arrastró hasta esto. ¿A qué se refería él con eso? «Recuerda que fue ella la que nos arrastró hasta esto» —Ahora me tengo que ir — dicho esto, Lucas se acercó para darle un abrazo de despedida a su hermana –. Te quiero. Después de eso él se separó, estrechó manos conmigo, tomó un taxi y se fue. —Ese es mi hermano — me dijo Ruby en un silencioso llanto. Caminé hasta ella y besé su frente. —Hace tanto que no lo veía y ahora se ha ido, y no sé si vuelva a verlo. Entonces, ella me abrazó por la cintura. —Feliz Acción de Gracias para mí, ¡eh! — dijo sarcásticamente. De pronto, levantó la cabeza con la mirada perdida. Como si un pensamiento hubiera asaltado su mente. —¿Me dejarías conducir la camioneta? Fruncí el entrecejo. Ruby, tenía una mirada sola y triste. Creo que sé por dónde iba esto. —¿Diana? — pregunté. —Diana —me contestó asintiendo la cabeza.

Capítulo ocho: El papá que no tuviste. Daniel Quintequi. 27 de noviembre de 2010 45

—¿Estás segura de esto? — le pregunté algo asustado. Creo que, el que no estaba seguro aquí era yo. Ruby prácticamente iba comiéndose la carretera. —Hace mucho que no tomaba un volante — soltó en un suspiro. Lo noté. —Esto es como la bicicleta, en cuanto aprendes nunca se olvida — le dije en una risa nerviosa. —Ojalá estén allí. Eso fue lo único que dijo ella en todo el camino. Ojalá. Pasaron los minutos y a mí se me hacían eternos. Iba a conocer a la hija de mi esposa. Esto debía ser importante, ¿no? Aunque todo esto fuera una farsa. Volteé a ver a Ruby, apretaba el volante nerviosa y no dejaba de morderse el labio. —Creo que esto es una mala idea — dijo. ¿Qué? ¡Oh, vamos! Ver a tu hija nunca es una mala idea y menos en Acción de Gracias. —¿Y si Nathan no me deja verla? —¿Él es el papá de tu hija? Ruby asintió lentamente y luego de un suspiro me dijo: —Pero ella no lo sabe, Nathan nunca quiso que lo llamará papá. Sí, Diana tiene su apellido pero ella lo ve como tan solo una nana que se ha ofrecido en cuidarla mientras yo trabajo. Oh. — Nathan, me quitó la custodia y no precisamente porque quería a la niña. Él solo lo hizo para fastidiarme y lo logró. Ruby comenzó apretar aún más el volante. — Ni siquiera la deja decirle «papá». Porque para él es una vergüenza tener una hija de una prostituta — exclamó ella.

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Había comenzado a lloviznar así que el pavimento estaba algo mojado y bueno, Ruby no iba muy concentrada al camino que digamos. —Tranquila — le dije palmeando su hombro. —¿Sabes cómo se siente que tu hija te pregunte llorando donde está su papá? — soltó con coraje mientras azotaba el volante —. Y no poder contestarle porque Nathan nunca lo aceptaría. Mi esposa se parqueó frente a una vistosa casa marrón. Tenía un buen jardín iluminado y dos autos parqueados fuera del garaje. Ruby respiró hondo y se arregló el cabello. —Llegamos. Poco después encendieron las luces de afuera, seguro se habían dado cuenta que había una camioneta blanca parqueada frente a su casa. Un hombre alto salió con una cara de pocos amigos. Ruby suspiró y se bajó de la camioneta y tras ella, yo también lo hice. —¿Qué haces aquí? — escupió él en cuanto la vio. El hombre estaba bien vestido, podría suponer que acaba de llegar de una cena familiar. —Vengo a ver a Diana, es Acción de Gracias. Él vociferó algo que no pude entender. —¡Mami! — una niña de cabellos cobrizos salió corriendo de la casa. —¡Diana! — la reprendió el hombre quien supongo era Nathan. Ya era muy tarde, Diana estaba en los brazos de Ruby. —¡Pero qué bonita estás! — exclamó Ruby sonriendo mientras veía a su hija. —¿Has venido a buscarme? ¡Por favor! Mi esposa miró hacia atrás y conectó su mirada con la mía. —No voy a poder, es que tengo… —¡Tu madre tiene trabajo, Diana! —Nathan la interrumpió sarcástico mientras me veía con la mirada entrecerrada. Seguro él pensaba que yo, bueno que yo era un cliente más. La niña bajó la cabeza entristecida. 47

—Siempre es tu trabajo, mamá. Me aclaré la garganta llamando la atención de Ruby y la niña. —Si la niña quiere quedarse con nosotros una noche, por mí no habría problema alguno — le dije. Los ojos de Ruby se iluminaron. —¿Si? — preguntó ella. Asentí. Mi esposa se giró hacia su hija y suavemente le dijo: —Ve a recoger tus cosas, iré hablar con Nathan. La niña asintió y se fue corriendo hasta adentro de la casa. Ruby se levantó del suelo, ya que se había agachado para abrazar a Diana. —No — soltó Nathan. Después de eso se acercó a nosotros. —No dejare que te lleves a Diana y menos cuando estas con uno de tus clientes estúpidos. —Daniel, no es mi cliente. Nathan frunció el entrecejo. —Es mi esposo. Me acerqué un poco más para estrechar manos con el hombre. —Daniel Quintequi — le dije mientras estrechábamos manos. —Nathan Sparks. —Me llevaré a la niña y la traeré mañana en la noche. Creo que me merezco tiempo con ella — le dijo Ruby seria. —¿Y si me niego? — le retó él. —¡Mamá ya estoy lista! — Diana salió de la casa con un oso blanco de peluche en manos y una mochila en la espalda. Corrió hasta Nathan y le dio un pequeño abrazo. —No hables con extraños — le dijo la pequeña.

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Él solo sonrió y se agachó para abrazarla. —Pórtate bien con mamá, ¿sí? Diana asintió y luego se separó para tomar la mano de su madre. —Gracias — le dijo Ruby a Nathan. —No me agradezcas aún. La quiero aquí a más tardar a las cinco de la tarde, Ruby — soltó él antes de girarse y entrar a la casa. Ruby suspiró y me miró. —Diana, te voy a presentar a Daniel. La niña subió la mirada y me sonrió tímidamente. —Hola, Diana — le dije. Ella solo se quedó seria por un momento. —¿Tú eres el esposo de mi mamá? — preguntó. Miré a Ruby sin saber qué hacer. —Sí, mi vida, Daniel es mi esposo — le contestó ella. Seguido de eso, Diana no hizo más que esconderse tras Ruby algo tímida. —Creo que debemos ir a casa — me dijo mi esposa. Asentí y no dije nada. Nos montamos en la camioneta en total silencio y comencé a conducir. —¿La pasaste bien hoy con Nathan? — le preguntó Ruby. Miré a Diana por el retrovisor y negó con la cabeza. —No, no cené con ellos. Cené con los Collins. Mi esposa frunció el entrecejo. —¿Y eso? Parecía molesta. —Nathan dijo que no me llevo con él, porque sabía que me la iba a pasar mejor con los Collins. Lo cual era mentira. 49

—Pero yo sé no fue por eso — terminó la niña. —¿Y por qué fue? — preguntó Ruby molesta. —Él una vez me dijo que yo le daba vergüenza. Apreté el volante y giré a ver unos segundos el rostro de mi esposa. Tenía la mandíbula apretada y los ojos cristalizados del coraje. —Eso no es verdad, Diana. Tú jamás avergonzarías a nadie. Volví a ver a la niña por el espejo retrovisor y tenía la cabeza agachada. —¿Cómo vas a saberlo tú? Siempre estás trabajando — suspiró ella. Parecía casi un sollozo. Y así es como dos padres le rompen el corazón a su hija. Una pequeña inocente que solo quiere querer. Ruby suspiró y echó un vistazo hacía atrás donde estaba Diana. —Se ha quedado dormida. —Tú deberías hacer lo mismo, por lo que veo no llegaremos a casa hasta más de las diez de la noche — le dije. Había un tráfico horrible. Ella tenía la mirada pérdida, como si estuviera rebuscando en sus recuerdos. —Mi —comenzó en voz baja —, mi papá también me dijo que yo lo avergonzaba, porque era hija de una drogadicta. —¿Qué? — fue lo único que salió de mis labios. —La historia se repite, Daniel — murmuró mientras se giraba hacia mí —. Y yo, no hago nada para detenerlo. ¡Daniel! Estoy dejando que mi hija se ahogue en los errores de los demás y tal y como me ahogué yo. —Ruby, no digas… —¡Es la verdad! — gritó desesperada. Levanté la vista para ver por el retrovisor, la niña aún seguida dormida. Mi esposa resopló y lo último que dijo fue: —Yo solo quería ser feliz pero al parecer esta no era la manera de serlo.

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Y luego de eso se quedó totalmente dormida. Apagué el auto, al fin habíamos llegado.

—Ruby — la moví para que despertará —, Ruby… Ella abrió los ojos lentamente, los tenía rojos y algo pegados. —¿Hmm? —Llegamos — le dije mientras sacaba la llave y abría mi puerta. —Ummm, Daniel — me detuvo ella antes de que cerrará la puerta —. ¿Podrías subir a Diana? Está dormida y no quisiera despertarla. Asentí. —Gracias. Al final cerré la puerta del conductor y abrí la de la parte de atrás para poder sacar a Diana. Ella solo se aferró a mi cuello y sostuvo su peluche con recelo. Ruby tomó su mochila y se la colgó en la espalda. Los dos subimos en silencio. Llegamos a la puerta y ella comenzó a buscar las llaves en su bolso. —Si quieres duerme tú con la niña en la cama, yo dormiré en el sofá. Ella levantó la mirada de su bolso. —¿Seguro? Asentí. Ruby al fin encontró la llave y abrió el apartamento. Entramos y fui a dejar a Diana en la cama, le quité los zapatos y la acobijé. —Oh, Daniel no te preocupes. De todos modos debo ponerle la pijama. Oh. Salí de la habitación para que Ruby pudiera cambiar a la niña más cómoda y fui a la cocina a prepararme una taza de café. 51

—Cayó como tronco — me dijo Ruby al salir de la habitación. Venia acomodándose su cabello negro. —¿Quieres café? — le ofrecí. Ella negó con la cabeza. —Gracias, pero creo que me iré a dormir. Asentí mientras terminaba de ponerle el café molido a la cafetera. —Tienes una hija de bonitos sentimientos. Deberías ver eso y no lo negativo que la rodea. Ella suspiró. —Por eso mismo, no quiero que alguien venga y joda todos sus sentimientos. Alguien como yo – me dijo mientras se acercaba y me daba un beso en la mejilla –. Buenas noches, Daniel. —Buenas noches, Ru. Me preparé la taza de café y con ella en manos salí al pequeño balcón del apartamento. La brisa fría me acarició el rostro. Vaya vida, vaya personas, vaya sentimientos que solo hacen más que pisotearnos como cucarachas. Alcé la taza al aire y luego me la llevé a la boca. Paseé la mirada por los carros que aún andaban dando vueltas a estas horas y pensando en cómo serían las personas que estaban dentro, me terminé el café que al parecer en vez de mantenerme despierto solo me había dado más sueño. Entré de nuevo al apartamento. Dejé la taza en el fregadero y fui a la habitación a buscar mi pijama y unas sábanas para el sofá. Me cambié en el baño. Al salir, sonreí, la niña dormida pegada a su madre quien la abrazaba. Tomé las sábanas y una almohada y volví a la sala. Preparé el sofá y allí me quede dormido.

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Una luz repentina no permitió que siguiera durmiendo. Abrí los ojos y vi la pequeña figura de Diana moviendo la cortina para poder ver por la ventana. Esa era la luz. Me senté en el sofá y me froté la cara, Diana inmediatamente giró su cabecita hacia mí. —Mamá aún duerme — me dijo. Era una niña, seguro tenía hambre. Los niños siempre tienen hambre. —Pues, ¿quieres desayunar? —le pregunté encogiendo los hombros. Ella asintió. —Pero deberías lavarte los dientes primero, no querrás cocinar con mal aliento, ¿o sí? — me dijo mientras se pasaba la mano por la cara. Fruncí el entrecejo. Esa era una manera bastante sutil para decir que me fuera a lavar la boca. —¿Y tú te has lavado los dientes? Ella rio. —Yo hablaba de ti, no de mí. Me puse de pie y comencé a caminar hacia la habitación. —Ven, creo que por ahí hay cepillos de dientes nuevos. Diana no hizo más que seguirme, y efectivamente no encontré uno, ¡encontré dos! —¿Cuál prefieres el azul o el rojo? — le pregunté mientras los sostenía. —¡El rojo, el rojo, quiero el rojo! Le pasé el cepillo de dientes. Los dos como dos amigos corrimos al baño. —¡Me los voy a lavar primero! — exclamó ella mientras le ponía pasta dental a su cepillo. Sonreí. Abrí el grifo. Le puse pasta a mi cepillo también y los dos nos comenzamos a lavar los dientes. —¡Esta pasta pica! — gritó.

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—¿Qué? Ella comenzó a escupir la pasta dental al lavamanos. —Pica, la pasta pica. Ah, la pasta no picaba era solo que te dejaba con aliento a menta. Diana se enjuagó la boca y después lo hice yo. —¿Mucho mejor? — le pregunté. —Sí, ya no me pica la boca. Reí. —Tengo hambre — me dijo directa. —Bueno, pues vamos… —Mucha hambre, casi se está comiendo mi estómago — me interrumpió. —Bueno, pues vamos a la cocina a matar esa hambre que se está comiendo tu estomagó —traté de sonar igual o más dramático que ella. Salimos de allí y nos fuimos directo a la cocina. —¿Huevos fritos con unas tostadas? — le pregunté. —¡Sí! — ella dio un brinco. —Con jugo, o no, mejor no. ¡Con leche! Ay, no, leche no. Mucho mejor con jugo. ¿Tienes jugo? —Sí, tengo jugo de naranja — le contesté. —Pues un vaso lleno de jugo, o no, lleno no. ¡Un vaso lleno hasta la mitad! ¿Y si después me quedo con sed? Mejor lleno de jugo por las dudas. Esta niña tenía un marullo de ideas, Cristo. —Huevos, solo uno, dos tostadas y un vaso de jugo — estaba organizando todo. —Como mande, señora — le dije poniendo mi mano en mi ceja. Ella solo soltó una carcajada. Saqué dos huevos de la nevera, uno para mí y uno para Diana y poco después me encontraba friendo. —¿Y tus hijos? — me preguntó. 54

Levanté la mirada. —No tengo — le respondí. —Pensé que sí, casi pareces un papá. «El papá que nunca tuviste» —Yo no tengo papá — siguió la conversación. —¿No? ¿Y eso? — me hice el idiota. —Mamá me dice que no lo necesito porque la tengo a ella pero Nathan dice que ella ni siquiera sabe quién es. —Te apuesto a que él está mintiendo — le dije apuntándola con la espátula. Diana encogió los hombros. —¿Y tú si sabes dónde está tu papá? —me preguntó. —Eh, sí. —¿Y lo quieres? Tragué en seco. —Eh, pues sí, lo quiero. ¿Por qué me preguntas esto? Ella solo suspiró. —Creí que eras como yo — me contestó. Tomé un plato y puse un huevo frito, me giré y tome dos rebanadas de pan y antes de ponerlas en la tostadora le dije: —Porque no mejor sacas el jugo de naranja del refrigerador, ¿eh? Diana asintió y brincó hacia el refrigerador mientras yo ponía el pan en la tostadora. ¡Plaf! Me volteé y me encontré con los ojos asustados de Diana. —Perdón — me dijo. —¿Qué paso? — me acerqué Se le había caído el juego en el piso.

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—Perdón — volvió a repetir casi al borde del llanto. —Oh, no pasa nada. Lo limpiare y ya. —¿Qué? — susurró al momento que una lágrima bañaba su mejilla –. ¿No me vas a pegar? Fruncí el entrecejo. —¿Por qué te pegaría? Los accidentes pasan— le respondí. —Nathan, dice que los accidentes no existen. —Pues, Nathan está mal — solté. —¿De verdad no me vas a pegar? Negué con la cabeza. Ella solo corrió abrazarme. —Gracias — soltó en un suspiro. —Buenos días — se escuchó la voz de Ruby tras nosotros. —¡Mami! — Diana corrió hacia ella. —¿Todo bien? — me preguntó ceñuda. Asentí. —Solo un pequeño accidente. Saqué las tostadas y le serví su desayuno a Diana. —Gracias — me agradeció mi esposa mientras me pasaba el brazo por los hombros. —Si quieres, comete mi desayuno, luego me preparó otra cosa. Así puedes desayunar con Diana.

—Estoy cansada — soltó Diana. Habíamos salido a dar una vuelta a Central Park. —¿Me trepas en tus hombros, Daniel? — me preguntó halando de mi mano. Miré a Ruby y ella sonrió. 56

Tenía el cabello todo sujeto con un paño blanco, una camisa azul cielo y unos vaqueros ajustados. Parecía una de esas muñecas a las que dejas en caja porque son de colección, y la ves y la ves y no te puedes explicar de dónde salieron esos encantadores ojos grises. —¿Si? — Diana volvió a tirar de mi mano. —Vale, pero te agarras. Me agaché y la trepé en mis hombros y ella soltó una risa en cuanto la subí. —Ojalá pudiera vivir con ustedes para siempre — dijo Diana. —Ojala —murmuró Ruby Luego de mirarme de reojo mientras jugaba con Diana me dijo: —Cuidado que no se te caiga la niña. La miré por encima de mis lentes y sonreí. —No te preocupes, que la cuido como si fuera mi hija. No las pasamos allí hasta que ya se hizo hora de llevar a Diana a su casa. Fuimos a la casa un momento a buscar las cosas de la niña y luego de eso, fuimos directo a la casa de Nathan. —No me quiero ir — soltó Diana entre lágrimas en cuanto llegamos. —Te prometo que te volveré a buscar pronto. —¿Si? — escuché como el ánimo de Diana cambio en segundos. —Claro que sí, cariño— le confirmó su madre. Nos bajamos del auto y la pequeña corrió abrazarme. —Hasta luego — me dijo. Pude notar que Nathan ya había salido afuera. —Ten, toma tu mochila y tu peluche — le dijo Ruby mientras le colgaba la mochila de la espalda. Ruby se agachó para despedirse de su hija. —Te amo mucho — le dijo. —Yo más, mami — exclamó Diana mientras caminaba hacia Nathan.

Capítulo nueve: Fuegos artificiales. 57

Ruby Knight 28 de noviembre de 2010. Oí como Daniel abría la puerta. Había salido a comprar unas cosas, en cuanto me vio tirada en el sofá me sonrió. —El centro comercial parecía un campo de batalla — soltó. —¿Cuándo no? —Oye — comenzó él vacilante —, ¿qué te parece si salimos hoy? Levanté la mirada del libro. —¿Salir? —Pues, sí. Ya sabes también merecemos divertirnos. ¿Qué te parece? ¿Sí? Ladeé la cabeza. —Me parece bien. ¿A dónde iremos? Daniel torció la boca mientras se sentaba a mi lado. —A cenar, como todo un matrimonio feliz, claro está. Vaya, que sarcasmo. —Entonces, me encantaría cenar con usted, señor Quintequi — le dije divertida. Él sonrió. —El honor seria todo mío, mi señora. Los dos reímos como idiotas. —Bueno — él junto sus manos —, nos vamos en una hora y media. ¿Qué? —Lo tenías todo preparado, ¿eh? — le cuestioné enarcando una ceja. —Puede ser — me contestó mientras se ponía de pie y caminaba hasta la habitación. Mientras Daniel salía de bañarse comencé a buscar que me pondría. No tenía mucho para escoger. —El vestido blanco perla — dijo Daniel en cuanto salió todo vestido del baño. Me giré. 58

—Sería bonito que te lo pusieras, te lo regalé el día que te pedí que nos casáramos — me lo dijo mientras se arreglaba las mangas de la camisa blanca de botones que se había puesto. «Te lo regale el día que te pedí que nos casáramos». Vaya día, vaya situación. —Sí, creo que me pondré ese — solté en un suspiro tomando el vestido en mis manos. —Yo siempre me pongo todo lo que me regalas. Fruncí el entrecejo. —¿Qué te he regalado yo? — le cuestioné. —Esta sonrisa que uso todos los días, me regalaste una pizca de felicidad, Ruby. ¿Qué no te has dado cuenta? — me dijo sonriendo de lado a lado. Tomé mis ropas y antes de entrar al baño le dije: —Entonces, gracias a ti por rescatarme del hoyo negro en el que estaba. Abrí el grifo del agua, me desvestí y puse mi cuerpo debajo de la lluvia artificial. Quince minutos después estaba saliendo del baño. La habitación estaba sola, supongo que Daniel estaba en la sala. Me senté frente al buro y me comencé a peinar el cabello. Daniel entró a la habitación y se sentó en el borde de la cama para ponerse los zapatos. Luego de eso, se puso de pie y se posó justo detrás de mí. —Dame eso — me dijo mientras me quitaba el cepillo. Me comenzó a peinar el cabello. —Estaba pensando dejarlo suelto. Él frunció el entrecejo. Tomó mi cabello en sus manos y comenzó hacer una trenza francesa. —¿Cómo que con el cabello suelto? Siempre lo tienes así. Encogí los hombros. Los minutos pasaron y él seguía concentrado en mi cabello. —Eres una mujer muy hermosa, Ruby. Tenlo en mente siempre, porque el mundo te verá justo y como tú te veas a ti misma. Lo miré por el espejo y sonreí sin mostrar los dientes.

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—Listo — soltó Daniel en cuanto termino la trenza —. Ahora solo déjame dar el toque final. Comenzó a buscar en los cajones y encontró el lápiz labial rosado pálido que jamás había usado. Lo hubieran visto, parecía que estaba terminando una hermosa pintura. —No te muevas — me pidió en cuento terminaba de pintarme los labios. Se separó un poco y le puso la tapa al lápiz labial. —Listo — me dijo —. Te ves preciosa. —Oh, pero es que usted señor no se queda atrás — sonreí —, va a matar muchos corazones esta noche. —Eso espero — soltó riendo. Me puse los zapatos y partimos nuestro rumbo hacia la larga y mañosa noche que impaciente nos esperaba. Llegamos a un muy bonito restaurante. Estaba lleno de gente y al fondo tocaban una muy bonita canción.

Daniel Quintequi

Ya había hecho reservación así que nos llevaron rápido a nuestra mesa. —Qué bonito lugar — me dijo Ruby mientras lo admiraba con detenimiento. —¿Es la primera vez que vienes? — le pregunté mientras nos sentábamos. Ella subió la mirada y la conectó con la mía. —Es la primera vez que me traen a un restaurante. Oh. —Entonces, es un honor — le dije. Ruby solo bajó la mirada. —Buenas noches — se nos acercó la mesera —. Me llamo Anna y seré quien los atienda esta noche.

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La miré con atención tenía unos ojos grandes manchados de color café, el cabello recogido en una coleta y unos flecos. Sus puntas las tenía teñidas de rosa y no tenía ni una pizca de maquillaje en la cara, me daba la impresión de que había estado llorando. —¿Listos para ordenar? —Oh, ni siquiera he tocado el menú — solté riendo. Miré a mi esposa y estaba muerta de nervios. Posiblemente estaba pensando en lo que estarán hablando los demás. Si estaban hablando de ella o de nosotros. —Ruby, ¿qué vas a ordenar, querida? Ella tomó un buche de aire y miró el menú. —Creo que ordenare… No escuché nada más porque me quedé mirando a las parejas que bailaban un poco más al frente de nosotros. —Y esto sería todo — finalizó mi esposa. La mesera movió su mirada hacia mí, entonces me dispuse a pedir. —Una pasta, con mucho queso, que sea pollo y vino para la mesa. —Claro, claro — ella seguía apuntando en su libretita —, ¿algo más? Ruby y yo negamos con la cabeza. —Eso sería todo — dijo ella. La mesera asintió. —Con permiso — fue lo último que dijo antes de irse. —¡Qué bonita ella! — exclamó mi esposa —. Pero puedo reconocer unos ojos llorosos donde quiera y esa chica había estado llorando. Levanté las cejas. —Pensé lo mismo. —Somos unos expertos en la tristeza, ¿eh? Minutos después la mesera apareció con el vino. —¿Lo sirvo ahora?

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—Sí, por favor — contesté. Ella parecía nerviosa, apenas pudo medio llenar las copas sin derramar todo el vino. ¿Qué será aquello que la tenía tan perturbada? Después de eso, se volvió a retirar. Tomé la copa y la vacié, hacia un buen tiempo que no bebía. Pude notar como Ruby no despegaba la mirada de las personas que bailaban al frente. No la culpo, ellos también capturaron mi atención por un rato. Se veían felices. —Daniel — comenzó ella algo vacilante —. ¿Quieres…quieres bailar? Sonreí. Ruby se puso de pie, se acercó a mí y tendiéndome su mano me preguntó: — ¿Me concedería esta pieza, señor Quintequi? Tomé su mano y me puse de pie. —Sería un placer. En cuanto llegamos a la pista la halé hacia mí y besé su frente. Ruby solo suspiró. Y bailamos al ritmo de una canción en francés que no me interesaba entender. Ruby, descanso su cabeza en mi hombro y estoy seguro que cerró los ojos, parecíamos uno. La estreché un poco más hacía mí, y posee mi barbilla sobre su cabeza, éramos como dos fuegos artificiales esperando ser explotados. —Dicen que para ser feliz debes amar, pero creo que es al revés —soltó ella en un susurro. —Yo también — le dije mientras la abrazaba fuerte. Y allí nos quedamos, bailando lento hundidos en algo que no podíamos explicar. Luego de eso, volvimos a la mesa. Anna volvió con nuestra comida. La puso en la mesa y se dispuso a volver a medio llenar mi copa pero esta vez sus manos le fallaron y lo derramó todo en la mesa. —¡Perdone! — exclamó a punto del llanto. Uno que al parecer había estado aguantando. 62

—Oh, no te preocu… —En serio, es que — ella comenzó a llorar muy fuerte —, discúlpenme. Se giró en sus talones y salió del restaurante. —¡Ve tras ella! — me dijo Ruby y así lo hice. Salí por la puerta y allí estaba, Anna de espaldas sollozando. —Eh… Ella se giró —Perdone si lo he desconcertado. —Oh, no. No lo has hecho. ¿Qué te ocurre? —le pregunté siendo directo. —Tiene usted una esposa muy bonita — comentó ignorando mi pregunta. —Gracias — le dije. —Me emocioné al verlos bailar. Se ve que se aman mucho. Eh, ¿qué? —Y yo no tengo eso, me duele porque estuve a palabras de tenerlo. —¿Cómo? Ella chasqueó los dientes. —¿De verdad le interesa? Seguro su esposa lo está esperando celosa allá adentro — me dijo cruzando los brazos. —De hecho, ella es la que me ha mandado. —No debería contarte — soltó Anna. Pero va a contarme. —¿Por qué estas así? — insistí. —Mi…mi novio murió hace unos meses atrás. Oh. —Se suicidó. Levanté las cejas sorprendido. 63

—Y yo no pude hacer nada para ayudarlo — me explicó en puro llanto. Me acerqué para darle un abrazo pero luego me detuve. —Todo por la gente, porque lo juzgaban, ¡porque era diferente! — Anna se veía enojada —. Pero el suicidio nunca es la solución, ¡nunca! ¡Irse de este mundo solo es un escape cobarde! Entonces ella acortó los pasos que estaban entre nosotros y me abrazó. Me abrazó fuerte como si no hubiera abrazado a nadie en mucho tiempo. —Y luego, los veo a ustedes y me recuerda a él. En lo que hubiéramos podido ser, sino hubiera sido por la maldita máscara que le desfiguró el corazón — ella se separó para limpiarse las lágrimas —. Aparentó que siempre estuvo bien, se puso su máscara y la depresión se lo comió vivo y yo no pude hacer nada para ayudarlo porque ya era demasiado tarde. —La máscara le desfiguró el corazón — repetí en un murmullo. Ella bajó la mirada. —Que buena metáfora — le dije mientras mis ojos se cristalizaban. Éramos fieles esclavos de lo que aparentábamos, con máscaras tan frágiles como la porcelana que lo único que hacían era desfigurarnos el corazón. —Sí, y él ya se fue. Y la que se ha quedado aquí con el corazón desfigurado soy yo, porque la máscara no solo asesino a Spencer sino que también me asesino a mí. —Soy Daniel, por cierto — me presenté. Ella sonrió sin mostrar los dientes. —Creo que volveré al trabajo, ya se estarán preguntando donde es que estoy medita. Un gusto Daniel — eso fue lo último que dijo antes de entrar al restaurante. Tomé un buche de aire y yo también entré. Y allí estaba Ruby, con la mirada en la copa de vino esperando paciente. Caminé hacia la mesa y me senté. —No quise comer sin ti, así que te espere. Asentí y comenzamos a comer. Una copa tras otra. Vacié la botella de vino entera entre sorbos. —Daniel — oí la voz preocupada de Ruby —, ¿estás bien? —Sí — solté. 64

—Veo que ya ha terminado con esa botella. ¿Gusta otra cosa de tomar? — levanté la mirada y era otro mesero. —Otra botella, si es tan amable. —Daniel, ¿qué fue lo que te dijo ella? — me cuestionó Ruby directa. El mesero volvió con la otra botella, la abrió y me sirvió otra copa. —Daniel… Ahora pude sentir algo de miedo en su voz. —Esa joven me dio en mucho en que pensar, Ruby. Los dos ya habíamos terminado de cenar. —¿Qué te dijo? Sentí como mis ojos se aguaban lentamente, tomé un buche de aire y levanté la mano para que el mesero viniera. —La cuenta, por favor. Él solo asintió y se volvió a retirar. —¡Daniel! — exclamó Ruby disimuladamente. —Ya, mujer, que me basta con tener la voz de Anna dándome vueltas en la cabeza para añadir la tuya. Me dieron la cuenta, la pagué y tomé la botella llena de vino. —Esto va a terminar matándonos, Ruby — escupí mientras me ponía de pie y la señalaba. Después de eso me giré en mis talones y salí de allí. —¡Maldita sea, Daniel! — escuché como ella venia atrás de mí. —¡¿Qué?! — le grite mientras me giraba hacia ella y paraba de caminar —. ¿Qué carajos quieres? Ella paró en seco sorprendida. —Ayudarte — me contestó con la voz casi en llanto —, solo eso. Me llevé la botella a la boca. —Algunas personas en ocasiones están tan desfigurados que nadie los puede ayudar. —Ay, Daniel. 65

Seguí bebiéndome el vino. La calle estaba sola y frio. —Esto, lo que estamos haciendo nos llevara al mendigo suicidio —mi voz se quebró. Ruby se acercó más y se refugió en mis brazos. —¿De qué otra forma vamos a sobrevivir? Si lo único que sabemos hacer es actuar. Me soné la nariz. —Ya no quiero seguir así, Ruby. No quiero. Me separé un poco y me terminé la botella de vino. Las piernas me tambaleaban y la lengua me pesaba. —Ya pronto perderé la cordura, ¡eh! — le advertí sonriendo. Ya estaba borracho. Mi esposa suspiró. Me separé por completo de ella y emprendí mi camino. —Daniel — la escuché suspirar —, por favor, vámonos a casa. Ahora me seguía. Estuvimos caminando uno quince minutos hasta que llegamos a un puente. Fui hasta el y con la mirada borrosa me senté en la orilla del cemento.

Ruby Knight

Daniel se había sentado en el puente, parecía un alma perdida tratando de ser encontrada. Su mirada ebria bailaba con el agua que lo esperaba impaciente bajo sus pies. —Vámonos, por favor — le pedí. —Un momento, ven siéntate junto a mí. Me hizo un ademán para que fuera junto a él. Vacilé un poco. —Estás borracho. 66

—Ven, siéntate junto a mí — me lo volvió a pedir. Caminé hacia adelante y me senté en el borde del puente junto a Daniel. Él tomó mi rostro entre sus manos y juntó su frente contra la mía. —Seamos valientes —susurró. Cerré los ojos por unos instantes y luego los volví abrir. —Y por esa misma razón tengo que decirte algo importante. Sus ojos estaban rojos. —Muy importante. —Dilo entonces — dije. Él calló durante unos segundos. —No sé nadar… —dijo mirando el agua que estaba debajo de nuestros pies. Luego de eso rodeó mis brazos con sus manos y me tiró con él al agua. Querido Daniel hay una fina línea entre ser valientes y ser suicidas. El agua estaba helada y juré que sentí como tiraban de mí. Entonces todo se volvió oscuro… Llovía, llovía muy fuerte y me encontraba a orillas de unas vías del tren. —¡Ruby! — gritaron a mis espaldas. Era Nathan. ¿Qué hacía él aquí? —¿Qué ocurre? — pregunté. Él se puso frente a mí y negó con la cabeza. —Creo que esa no es la pregunta adecuada. Luego de eso desapareció. Me restregué los ojos y allí vi a Daniel parado en las vigas, esperando algo. —¡Daniel! Pero él no me escucho. —¡Daniel! — grité aún más fuerte.

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Él giró su cabeza hacia mí y me dijo: —Seamos valientes, Ruby. Seamos valientes. ¡Pam! En ese momento el tren lo levantó del suelo, y se lo llevó. —¡Daniel! — volví a gritar en llanto. Ahora no estaba. Salí a la superficie a tomar un buche de aire, miré hacia la orilla y pude ver a Daniel apenas saliendo del agua. —¡Desgraciado! — le grité. Solo escuché su risa. Nadé hasta la orilla. —Nos hubiéramos podido haber matado — le dije. —Pero no lo hicimos, y eso es lo importante — me contestó. —¿Cómo llegaste hasta acá si no sabes nadar? Daniel me vio aburrido. —La charca apenas llega a los cinco pies — me dijo riendo —. Tú fuiste la única que nadaste. Noté como él temblaba de frio. —Te daría mi chaqueta, sería algo caballeroso de mi parte pero, ¡la mojaste entera, desgraciado! Daniel soltó una sonora carcajada. —Tenía que buscar una manera para quitarme aquella borrachera — se justificó. —Todavía creo que andas ebrio. —Fueron dos botellas de vino, Ruby. No podemos pedir milagros. Nos levantamos del asfalto y comenzamos a caminar colina arriba. Al llegar arriba vimos a dos prostitutas al otro lado de la calle. Se me puso la piel de gallina, y pude jurar que pálida también. Noté como Daniel apretó la mandíbula y me tomó por el codo. —Vamos — fue lo único que me dijo.

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Media hora después estábamos recién llegados al apartamento. —Ruby — comenzó Daniel mientras cerraba la puerta. —¿Hmm? —¿Cómo terminaste siendo prostituta?

Daniel Quintequi

En ese momento, Ruby soltó un gran suspiro y se sentó en el sofá. —Ese es un tema que nunca me gusta tocar. —Vale, pero mañana me levantaré, sobrio y con la misma pregunta dándome vueltas en la cabeza. Sería mejor si me contaras ahora y no mañana — le dije mientras me sentaba a su lado. Ella se comenzó a quitar los zapatos. —¿Era porque no tenían dinero? ¿Tu madre se enfermó? ¿No podías pagar la universidad? Y en ese momento, por primera vez Ruby me miró con odio. —¿Qué vas a saber tú? — escupió —. No eres más que un nene mimado. Fruncí el en entrecejo. —No, Daniel, no me vendí porque necesitaba dinero para estudiar. Me vendí porque no tuve otra opción, estaba sucia, usada y ese me pareció el mejor trabajo para mí. —¿Sucia y usada? La nariz de mi esposa se puso roja y sus ojos se cristalizaron. —A mí me violaron, Daniel — dijo con un nudo en la garganta —. Un hombre llamado Joshua. La miré sin entender. —Aquella noche, en la que tuviste pesadillas, ¿estabas reviviendo...? —Estaba reviviendo recuerdos — me interrumpió ella. Me acerqué un poco más y la abracé. —Y luego, me dijiste que el mejor amigo de tu padre se llamaba Joshua y era viudo — Ruby soltó una risa asustada —, casi me da un infarto. 69

El corazón se me detuvo. Había unos cabos que debíamos unir. —En fin, unos meses después escapé. con Nathan. Esa historia es más larga de lo que te imaginas. Cuando llegué a mi casa me encontré con la sorpresa de que a mi madre la habían arrestado por tentativa de asesinato, éramos 3 hermanos que nos quedamos solos. Ella tomó aire. —Yo, Nina, Lucas y Chris, éramos como los cuatro fantásticos. Ella nunca dejó a un lado la universidad ya que, siempre juró que no sería como mamá así que tomé el camino fácil y comencé a traer dinero a mi casa. —¿Y tus hermanos también trabajaron? — le pregunté. —Chris no podía, él tenía distrofia muscular y Lucas se encargaba de cuidarlo. Ruby tenía todo un rompecabezas por vida. —¿Y dónde están tus otros hermanos? Ruby se movió incómoda en el sofá. —Chris murió, y Nina desapareció de mi vida desde entonces. —Oh — fue lo único que salió de mis labios. —Ellos nunca se enteraron de lo que me había hecho aquel hombre, cuando desaparecí solo pensaron que me había fugado o algo así. Nina, nunca se preocupó por mí. Mi esposa se limpió las lágrimas. —Y entre esto y lo otro me quedé ahogada en aquel mundo de la prostitución. Drogas, dinero fácil, horario ajustable, ¿qué más podía pedir? — soltó con ironía —. Y sin darme cuenta ese mundo me consumió, en lugar de yo consumirlo a él. Después de haber dicho aquello comenzó a llorar más fuerte. —No debí haber abierto aquella herida, lo siento — le dije apenado. Ella negó con la cabeza. —¿Cómo vas abrir una herida que ni siquiera ha dejado de sangrar? — dijo mientras me veía a los ojos —. Ese hombre me destruyó, Daniel. Aquella noche yo supe lo que era morir, porque él me asesino con cada toque y palabra. Estaba muerta en vida.

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Sentí como una lagrima amarga me baño la mejilla, Ruby se acercó y con la mano temblorosa me la limpió. Le tomé las manos y con la voz más sincera que pude encontrar le dije: —Tú eres mi héroe, otra persona en tu lugar se hubiera matado. Ruby comenzó a llorar aún más fuerte y se abalanzó sobre mí. —A veces — comenzó en pleno llanto —, la vida te pone pruebas, y no puedes simplemente colgarte para escapar de ellas. Eso se llama cobardía y no resuelve nada. Cuando pienses que tienes problemas y veas como la vida se te va abajo, no dejes que el veneno se apodere de ti, porque siempre habrán personas que estarán peor que tú y aun así no las ves tratando de hacer infelices a los demás solo porque ellos lo son. Eso es algo que aprendí hoy, porque yo era él primero que trataba de derrochar la felicidad de los demás simplemente porque en mi mente me estaba comiendo el odio. El odio que aún me comía vivo. Y allí se quedó dormida ella, ahogada en sus tristes lagrimas mientras que yo contenía las mías. A veces sería mejor hacer magia, y desaparecer.

Capítulo diez: Entre los añicos de tu corazón. Ruby Knight

29 de noviembre de 2010 El frio me levantó, estaba acostada en el sofá con todo el cabello en el rostro. El apartamento estaba oscuro así que Daniel se había ido a dormir, ¿por qué no me había levantado? Me puse de pie algo temblorosa y fui hasta la cocina. Busqué entre las pastillas por mis somníferos, algo me decía que si no me los tomaba no volvería a dormir en toda la noche. Me había quedado dormida junto a Daniel por el llanto pero ahora que todas esas imágenes estaban frescas en mi mente no dormiría jamás. Espera, ¿y mis pastillas? Comencé a buscar el frasco tan bruscamente que los otros cayeron al suelo. ¿Y mis pastillas? Pude jurar que siempre las ponía ahí, y era un frasco nuevo. Tal vez las había dejado en la habitación. 71

Fui hasta la pieza y encendí la luz, Daniel estaba allí en la cama boca abajo y junto a él, en la mesita de noche estaba mi frasco. Tal vez él tampoco no podía dormir. Caminé hasta la mesita y mi respiración se contuvo. No. Tomé el frasco en mis manos. Estaba vacío. —Daniel…— comencé a moverlo suevamente —. Daniel… ¡Daniel! Lo puse boca arriba y aun así con mis gritos no despertó. No, Daniel, eras mejor que esto. Corrí por el teléfono celular y marqué el 911. La voz me temblaba y las lágrimas me bañaban el rostro. Cuando colgué el teléfono cayó al suelo porque las manos no hacían más que temblarme. —¡Daniel! — solté un grito ahogado mientas me abalanzaba sobre él —. ¡No me puedes hacer esto! ¡No! Tomé su pálido rostro entre mis manos. —Tú eras mejor que esto. Me bajé de la cama y me arrodillé junto a él. Las lágrimas de tristeza y dolor no eran suficientes para calar ese coraje que cubrió mi corazón. ¡No! ¡No! ¡No! Daniel era mejor que esto o eso creía. Esa noche la Luna junto con las estrellas se vistió de luto y lloraron de negro porque una vez más la lucha contra la sangre que escupían los monstruos que hoy llamamos humanos no había sido suficiente. Esa noche, junto a mí un ángel pintó sus alas de negro y no decidió volver a brillar jamás. Después de eso, todo pasó muy rápido. —Joven…— un paramédico me separó de la cama. Me llevé las manos temblorosas a la cara y me traté de acercar pero me detuvieron. —¡Suélteme! — le grité. Tomaron su cuerpo y lo acostaron en la camilla, los ojos de Daniel estaban hundidos, sus labios pálidos y era como si su piel comenzara a perder pigmentación. Un árbol fuerte, y frondoso que fue atacado con un herbicida tan letal que provocó que el gran árbol se deshojara y perdiera color.

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Salí tras los paramédicos, todos los vecinos estaban afuera y me veían preocupados. Como si supieran exactamente lo que había pasado. Después de eso recuerdo a plazos lo que ocurrió: la ambulancia, el hospital, los doctores y el corazón roto que no me dejaba de llorar. La imagen de Daniel justo cuando lo sacaban del apartamento la tenía grabada en los recuerdos. Una y otra vez repasaba el momento en el que lo sacaron como si fuera una víctima más de la vida. Su rostro pálido y moribundo me tocaba la puerta todo el tiempo para que lo dejará entrar y así poderse sentar con los demás recuerdos que solo hacían que mi corazón se marchitará más. La sala de hospital estaba vacía, y las pocas personas que cruzaban la mirada conmigo volvían a bajarla. Como si supieran que estaba hecha pedazos. Daniel, mi Daniel eras mejor que esto. El suicidio es de cobardes y nunca es la solución, no importa cuán grande sea el problema. A lo lejos escuché como unos tacones se me acercaban. Levanté la mirada y era Margaret. Ella me tomó por el codo y cabreada me puso de pie. —¿Qué le hiciste a mi hijo? — escupió. Tras ella estaba Liza y el señor Quintequi mirándome interrogantes. —Yo nada — le dije mientras me soltaba de su agarre—, más bien, ¿qué le han hecho ustedes a su hijo para que se odie tanto? —Nosotros no hemos más que darle amor a Daniel. No sé de qué me hablas. La miré fijamente a los ojos, y hastiada de odio le dije: —Entonces, yo tampoco lo sé. Di unos pasos hacia atrás. —Y le voy a pedir un favor. Déjeme en paz, me basta con Daniel para que venga usted acusarme de cosas que no concuerdan. —¿Familia del señor Quintequi? — el doctor estaba parado tras nosotros. Margaret se giró bruscamente. —Yo soy su madre. El doctor asintió. —Le tuvimos que hacer un lavado de estómago de emergencia a su hijo, casi lo perdemos.

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—¿Está estable? — saltó Liza. El señor de bata blanca asintió pensativo. —Sí, pero aún no ha despertado. Todos asentimos callados. —Solo puedo permitir que una persona pase a verlo, me podrían… —¡Yo! — exclamó Margaret interrumpiendo al doctor. Tomé nuevamente asiento, sino terminaría estrangulándola. Ni siquiera llamaba para ver cómo estaba su hijo y ahora, se las daba de súper madre. —Madre — comenzó Liza —, lo más prudente seria que Ruby fuera a verlo primero, después de todo es su esposa. Levanté la mirada. Margaret apretó la mandíbula y alzó la barbilla. —Ve tú — me dijo. Asentí agradecida y comencé a caminar tras el doctor. Llegamos a la habitación 213, el doctor me abrió la puerta para que entrara y luego me dejo a solas con mi esposo. Entré y me quedé al pie de la camilla. Daniel, parecía un muerto escapado de la tumba. Estaba todo conectado a maquinas, una mascarilla le rodeaba la nariz y la boca, y los brazos los tenia llenos de moretones a causa de las inyecciones. Me acerqué un poco más y le acaricié el cabello. Me limpié las lágrimas que comenzaron a colarse de mis ojos y me soné la nariz. —Permiso…—una enfermera entró a la habitación—. Solo vengo a checarle la temperatura y la presión. Asentí callada y me senté en una silla que estaba tras mío. La enfermera que vestía un uniforme rosado no se atrevía a subir la mirada, tal vez era por pena. —Tuvimos suerte, casi se nos va — me dijo mientras le tomaba la presión a Daniel.

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«Suerte», ¿qué era eso? Es algo en lo que la mayoría de las personas apuestan su felicidad y total, si nos ponemos a contar las veces que la suerte nos ha golpeado apenas podemos usar una mano. La suerte no existe señores, en cambio la esperanza sí y no deberíamos estar apostándola en un fraude creado por el mercado comercial. Daniel se salvó porque llegue a tiempo, ya que si lo hubiera tomado de largo en el sofá, él no estuviera aquí. ¡No fue la suerte! ¡No fue el destino! Por qué dime tú, ¿era parte del destino que Daniel tratará de suicidarse? No, y tampoco fue «un golpe de suerte». Fue su poca fe en sí mismo, fueron las escasas ganas de vivir a causa de todo lo malo que se esconde en las esquinas de este retorcido planeta. ¿Saben que fue? ¿Ya formaron una idea en su cabeza? Y lo peor fue que esas «escasas ganas» se lo comieron vivo. Ya no creía que era capaz de ponerse su armadura y batallar entre todas esas mascaras que se encuentran allá afuera. Él hizo lo mismo que los demás, se volvió de porcelana y se pintó una falsa sonrisa en sus tristes labios, porque la armadura le había desgarrado los músculos. No fue capaz de aguantar un poco más. Mis ojos rojos y cansados encontraron más lágrimas para bañarme las mejillas. La enfermera se fue y me quedé allí, observando como Daniel respiraba de a poco. Tal vez ya estaba despierto pero no quería abrir los ojos. Quizás pensó que podría escaparse de la vida tan fácil. Me puse de pie y salí de allí triste, destrozada y mayormente decepcionada.

Daniel Quintequi.

A lo lejos escuché como alguien sollozaba. Sentía el cuerpo pesado y cansado. Los párpados se reusaban en levantarse hasta que hice un esfuerzo y abrí los ojos. Pestañeé unas cuantas veces para poder enfocar correctamente. —¡Daniel! — exclamaron. Era mi mamá. 75

Solo estaban Liza y ella. ¿Dónde estaba Ruby? —Daniel, hijo no sabes la alegría que me da verte despierto — soltó mi madre al correr a mis brazos. Y vivo. Sonreí sin mostrar los dientes. Justo cuando mi madre iba hablar la interrumpí: —¿Dónde está Ruby? Mi madre se desagrado. —¿Dónde está? —Ella dijo que venía luego, fue a la casa a descansar. Estuvo toda la noche aquí — habló Liza. Me alcé un poco para poder sentarme en la camilla. —¿Cómo esta ella? — pregunté al imaginármela. Mi mamá frunció el entrecejo. —¿Ella? Daniel, quien debería preocuparnos aquí eres tú. Pero si no lo hicieron antes, ¿por qué ahora? —Quiero estar solo — escupí. Mi madre y mi hermana me miraron sorprendidas. —Daniel, no creo que es el mejor momento para dejarte solo — me contradijo mi madre. Apreté la mandíbula. —¿Creen que brincaré de la ventana del hospital? Ella y Liza se miraron entre sí —Quiero estar solo — repetí. —Daniel…— comenzó mi hermana al ponerse de pie. —No quiero ver a nadie a menos que sea Ruby — les dije ceñudo. Ellas asintieron y luego mi madre se acercó para despedirse. 76

—No sé qué tanto le ves a esa mujer — me dijo en cuanto besó mi frente y se alejó. —A mí me pareció que habías quedado encantada con Ruby, mamá. Supongo que la actuación no la heredé de mi padre — exclamé mientras ellas salían de la habitación. Liza se giró y seria me dijo: —Que te mejores pronto, Daniel. Y luego, cerró la blanca puerta de este horrible lugar. Me eché para atrás y mi cabeza chocó con la almohada al instante. Suspiré y cerré los ojos. Alguien abrió la puerta y el sonido de los tacones llegó a mis oídos. No era una enfermera. —Mamá, te dije que quiero estar solo. El sonido seguía acercándose. —No soy tu mamá. Abrí los ojos de par en par. La joven de las puntas rosadas ahora las tenía azules. —Hola Daniel — me saludó Anna con una mano ya que en la otra sostenía un periódico. La miré sorprendido. —No me tomes esto a mal, pero tú eres la última persona que pensé que me visitaría. Ella sonrió. —Una visita sorpresa siempre alegra cualquier corazón vendado, ¿no crees? —me dijo. «Corazón vendado», ¿así es como le llamaban a un corazón moribundo en estos tiempos? Anna se sentó en el borde de la camilla y reconocí su mirada, ella estaba decepcionada. —¿Cómo te enterraste? — le pregunté. —Estaban hablando de ti en el restaurante, y luego bueno, estás en primera plana — me contestó mientras me pasaba el periódico. Era cierto estaba en primera plana. Anna se acercó y me pasó los dedos por el rostro.

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—La máscara te cortó el rostro — me dijo triste en cuanto alejó su mano—, y preferiste matarte tú, antes que morir desangrado. —Tal vez no fueron las cortadas sino el aire que me faltaba — le dije con la voz entrecortada. Ella negó con la cabeza. —Pensé que eras más fuerte pero veo que no. Fruncí el entrecejo. —Esa no era la solución — habló de nuevo. —¿Y cuál era según tú? — escupí. Ella levantó el rostro, y me vio a los ojos. —Pareces el tipo de persona que siempre tiene todas las respuestas, así que eso me lo deberías de contestar tú a mí, ¿no crees? — soltó al sacar un papel de su cartera—. Creo que eso te servirá más a ti que a mí. Es una copia puedes quedártela — me dijo en cuanto se puso de pie. Abrí el papel y comenzaba con un «Querida Anna». —Ah, casi lo olvidaba — bajé el papel —, ten, ya que la tuya se rompió en pedazos — dijo mientras ponía una máscara de teatro junto a mí. —Esto es una broma, ¿cierto? — le pregunté herido. ¿Qué significaba esa máscara? Anna se metió las manos en los bolsillos de su pantalón corto de piel y encogió los hombros. —Es tú decisión, si quieres usarla de nuevo o no. Yo soy la sociedad y tú eres el herido. Yo soy la droga y tú el adolescente, yo solo me encargué de ponerte aprueba, es tu decisión si quieres caer nuevamente en este mar de sonrisas falsas — respondió mientras caminaba hacia la puerta. Tomé la máscara en mis manos y la miré con rencor. —Y cuidado, es de porcelana. Es aún más frágil que la que tenías antes — dicho esto cerró la puerta y la habitación volvió a estar silenciosa dando paso a que mis pensamientos me asesinaran sin piedad. Tomé un gran buche de aire. Con las manos temblorosas dejé la máscara a un lado, ni siquiera quería verla y tomé la carta. Me limpié los ojos ya que unas lágrimas amenazaban con escaparse y luego de eso comencé a leer: 78

«15 de mayo de 2010. Querida Anna: Sé que ahora estoy muy lejos, más de lo que te imaginas pero quiero que sepas que siempre te tendré en mi corazón. Mi decisión, mi partida no es tu culpa, sé que tiendes a culparte por todo. Creo que, ya no podía con la tristeza que me ahorcaba cada vez más, y decidí que era mejor irme. Por tu bien, por el mío. No llores, porque ese no es el propósito, ahora estoy en otro lugar. En un lugar que me llena de paz, donde mis cicatrices ya no podrán atormentarme. Tenías razón, la máscara término por desfigurarme completamente, vaya, lo mucho que una sonrisa puede esconder. Te dejo estás pocas letras mal escritas porque no quiero que caigas en este hoyo negro en el que he caigo yo. Muchos trataron de ayudarme pero yo nunca los deje entrar, no los rechaces tú. Por favor, no lo hagas. Sé que tu mayor deseo era que fuéramos felices pero yo, yo no podía ser feliz. Te amaba, sí, pero habían otras cosas que simplemente me marchitaban y que no me permitían serlo. Y tú, te mereces a alguien que sea y que te haga feliz. Yo, bueno, yo no podía ocupar ese cargo. Estoy seco, y no es tu culpa como ya mencione. Es culpa mía, por dejar que las miradas, comentarios y hasta las burlas de la gente me hirieran. Entonces, yo hice algo peor que ignorarlos, fingí. Fui a la tienda y me compré una máscara, una máscara de porcelana que al final, hizo del problema uno peor. No la uses tú, ¡que no la use nadie! Aparentar no me sirvió de nada, al contrario hizo de mi tristeza una mayor. En fin, ese capítulo ya está cerrado y quiero que sepas que te amo y que siempre te amaré. Gracias por siempre estar a mi lado no importase qué, por tus sonrisas, risas, besos, abrazos y hasta lágrimas que simplemente me seguían manteniendo vivo. Sé que no debí haber fingido o mentido sobre mis circunstancias es solo que, no quería compartir mi tiempo contigo hablando de mis problemas. Yo quería abrazarte y hacerte reír en lugar de mostrarte mis cicatrices, porque ahora que estoy escribiendo esto me doy cuenta que no sirvieron de nada. Solo están ahí, riéndose de lo vulnerable y herido que estoy. Debes estar decepcionada de mí, porque no tomé la mejor decisión, y créeme que yo también lo estoy. Es solamente que, ya no podía con este dolor que me quemaba el alma. Siempre estaré junto a ti, cuidándote y sé que me dolerá verte sufrir por mi culpa, ¡pero quiero que entiendas una cosa! La vida no están oscura y malvada como yo pensaba porque estás tú. ¿Y cómo este mundo puede ser malvado si existen personas como tú? Pero el dolor me ganó y no pude hacer nada para detenerlo, ¡pero no permitas que te gane a ti! No uses tu máscara, ya no. ¡Por favor! Si estás triste, llora, si estás enojada, grita pero no finjas eso terminará matándote tal y como lo hizo conmigo. Y lo más importante, si estás feliz, sonríe, porque yo amaba verte hacerlo. 79

Con amor, Tu Spencer». Arrugué el papel. Me eché para atrás y quedé nuevamente acostado. Con el papel encarcelado en mi mano, cerré los ojos y antes de que algunas lágrimas me volvieran atormentar me quedé dormido. La obscuridad me abrazó al instante y me susurró cosas que jamás pensé entender.

—Se le ha bajado la presión — oí a lo lejos. Sentí una gran presión en mi ante brazo. Al parecer notaron que ya estaba despertando y se tomaron la libertad de abrirme el párpado. Abrí los ojos. Era una enfermera. Miré hacia el sofá y estaba vacío. Ella terminó de tomarme la temperatura y la presión y se fue, entonces escuché como alguien salía del baño. Unos cabellos negros se asomaron, era Ruby la cual venia cabizbaja tratando de lidiar con lo que parecía una alergia. Soltó un gran estornudo y luego, subió la mirada para encontrarse con la mía. —Pensé que dormirías para siempre — soltó mientras se sentaba en el sofá crema. Negué con la cabeza. —Te estaba esperando — le dije. —¿Para qué? Su voz sonaba herida. —¿No estas feliz de verme bien? ¿De verme vivo? Pensé que ansiabas verme. Escuché como ella resopló y se puso de pie. —¿Sabes que, Daniel? — me preguntó mientras se paraba al pie de la camilla—. Lo que más espero ahora es que te pongas bien para poderte volver a mandar al hospital de la paliza que te quiero dar. 80

Fruncí el entrecejo. —Podrán haber miles de razones del porque quererse quitar la vida pero, ¡ninguna vale la pena! — me gritó—. Es irónico como hay miles de personas luchando por su vida y tú piensas tener el poder de quitarte la tuya. Chasqueé los dientes. —Es mi vida, puedo hacer con ella lo que me plazca — escupí. Ella negó con la cabeza. —Oh, no. ¡Somos de este mundo! Ni siquiera lo que vive dentro de nosotros es nuestro. Estoy aquí para apoyarte y ayudarte a salir de esa depresión en la que estas pero no me pidas que corra a tus brazos feliz porque llegamos a tiempo al hospital. Porque no estoy feliz, estoy triste. Bajé la mirada. —¿Cómo llegaste a esto, Daniel? Si hablamos de razones para matarse, yo las he tenido de sobra y aquí estoy. Cuando la situación debería ser al revés, ¿no crees? —Eso es un tema que no me gustaría tocar jamás. —Entiendo. ¿Y ese papel que tienes en la mano?— me preguntó. Me vi la mano y arrugué aún más el papel. —Ya vino alguien a joderme el pensamiento, no quisiera que tú también lo hicieras. Mensaje recibido — le respondí esquivando la pregunta. Ruby recorrió la mirada por la habitación. —Ya veo que te trajeron un regalo — dijo refriéndose a la máscara. —¿Te acuerdas de Anna? ¿La mesera del restaurante? Ruby asintió. —Fue ella. —Hasta donde llegan las noticias, ¡eh! — ella soltó una carcajada irónica —. Tal vez, ella solo es un ángel más con las alas rotas… Miré una vez más el papel y lo volví pedazos, sí, «un ángel más con las alas rotas».

Segunda parte.

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Daniel Quintequi 1 de diciembre de 2010

Abrí la puerta del auto, y puse los pies en el suelo. En un momento pensé jamás poder volver a ver este viejo edificio de nuevo. El sonido de las llaves llegó a mis oídos como una bala. Ruby cruzó la parte delantera del vehículo para poder llegar hasta mí. Me pasó la mano por la cintura y me atrajo hacia ella. —Anda, vamos a subir. Comencé a caminar y al entrar al edificio todas las miradas se posaron en mí como imanes. Nunca pensé volver a verlos a ver. —¿Sabes? — comencé mientras salíamos del elevador. Ruby levantó la mirada y la detuve justo al frente de la puerta del apartamento. La atraje un poco más hacia mí y la abracé. —Gracias. Ella solo correspondió el abrazo. —La vida se trata de segundas oportunidades, por favor, no eches a perder la tuya — me pidió. Escondí mi rostro en su cabello y la estreché aún más contra mi pecho. —Perdóname — ella levantó el rostro —, te falle — le dije. Sus ojos se inundaron y suavemente acarició mi rostro. —Primero deberías perdonarte a ti mismo y darte cuenta que a quien le has fallado es a ti, y luego vienen las personas que te rodean. —Te dije que te quedes un momento ahí, voy a botar… Nuestras miradas corrieron hacia la voz que venía de la puerta del apartamento. Era Lucas con una bolsa de basura en la mano. —Llegaron — nos dijo mientras nos separábamos. Él se hizo a un lado para que pudiéramos entrar. —Llegaron — repitió Lucas, un poco más fuerte. Una pequeña figura salió de la cocina a toda velocidad. 82

Ruby se agachó para recibir a la estrellita fugaz. —¡Mami! — exclamó la niña. Luego, la mirada de Diana se movió hacia mí, juré que casi iba a llorar. —¡Daniel! — exclamó aún más fuerte. Me agaché un poco y la tomé un mis brazos. Lucas ya había bajado a botar la basura así que cerré la puerta. —Mami, me dijo que estabas enfermo y por eso quise visitarte — dijo entusiasmada mientras me abrazaba por el cuello. Sí, enfermo. — ¡Ésta es la sorpresa más grande que me han dado! — exclamé. —¿En serio? — los ojos de Diana se iluminaron. Asentí. —Estaba toda desesperada esperándolos a ustedes — habló Lucas en cuanto entró al apartamento. La niña sonrió. Puse a Diana en el suelo y ella haló de mi mano para llevarme a la cocina. —El tío Lucas, ha hecho lasaña. Espero que comas lasaña porque mira que le dije que llamara a mamá para que te preguntara — ella parecía un pequeño adulto—. ¿Comes lasaña? Me subí las mangas de mi camisa y en cuanto iba a contestar ella me interrumpió: —Seguro que no te gusta la lasaña, ¡se lo dije al tío Lucas, se lo dije! —Diana, sí, como lasaña. Ella soltó un suspiro aliviado. —Menos mal, porque no sabía que ibas a comer. En eso, Ruby entró a la cocina y comenzó a servir la lasaña. No la había visto bien, estaba ojerosa y su cabello estaba recogido en una «dona» mal hecha. Ya le habían comenzado a crecer las raíces y desde acá podías notar sus puntas a punto de quemarse. Me acerqué y comencé a servir el jugo. 83

—Cuatro manos trabajan mejor que dos, ¿eh? — bromeé a lo que ella solamente sonrió sin mostrar los dientes. —Estoy feliz de que al fin estés aquí — me dijo. Sonreí. —Yo también.

Capitulo once: El villano que murió siendo un héroe. Ruby Knight. 18 de diciembre de 2010

Me moví hacía el lado, ya que noté que estaba en la cama y rápidamente choqué con la espalda de Daniel. Lo oí refunfuñar, sabía que odiaba que me pegará como tatuaje. Si pudiéramos dormiríamos en camas separadas pero no había más cuartos y ninguna otra cama. Su teléfono comenzó a sonar, así que en lugar de ignorarlo se levantó y lo atendió. Apenas estaba amaneciendo. —¡Mierda! — exclamó—, lo había olvidado por completo. Él estaba sentado en el borde del colchón y se frotaba la frente todo dormido, luego de eso estiró su cuello. Al parecer no le gustaba lo que le estaban diciendo al otro lado del teléfono. —¡Pues perdóname por olvidar! Soy tan humano como tú y, ¿sabes? Lo interrumpieron. —¡Ah! — Daniel se señaló a sí mismo —. ¿Yo soy el irresponsable? ¿Hablas en serio? Ahora la voz femenina se escuchaba aún más fuerte, al parecer ella también se había alterado. —Sí, Liza ya cálmate. Estaremos allí para celebrar el hermoso matrimonio de nuestros padres — soltó sarcástico—, sí, gracias. Adiós. Daniel colgó la llamada cabreado. —Desgraciada — masculló. Se dejó caer de espaldas y el colchón lo recibió con los brazos abiertos. 84

—A ver si puedo seguir durmiendo, por el amor de Dios. Reí. —Amen — le dije. Su risa fue lo último que escuche antes de volverme a quedar dormida.

Me levanté por culpa de un vértigo, estaba justo en el borde de la cama. Ugh, Daniel estaba todo atravesado. Salté fuera de la cama y fui al baño. Me lave los dientes, la cara y fui a la cocina a preparar el desayuno. Encendí el radio a todo volumen y comencé a cocinar. El ambiente se movía al ritmo de One Republic. El pan estaba la tostadora, el café en la cafetera y el revoltillo en el sartén, levanté la mirada y la figura soñolienta de Daniel me espantó. Tenía todo el cabello revuelto, unas ojeras horribles y estaba todo jorobado. —Así son los matrimonios — comenzó ronco —, sabe que estás durmiendo y pone la música a todo volumen, y después andan preguntando el porqué del divorcio — finalizó mientras apagaba la radio. —Lo siento — le dije mientras le servía café. Daniel solo alzó las cejas y tomó la taza. —Buenos días, supongo que es la mejor manera de empezar un nuevo día. Sonreí ante su comentario. Él se sentó en una de las sillas del comedor y comenzó a tomarse su café a sorbos. Serví el desayuno, luego de sentarme frente a Daniel y terminarnos la comida en total silencio una duda asaltó mi mente. ¿Qué le habría dicho aquella chica en el hospital a Daniel para que se pusiera tan mal? —Hoy es el aniversario de mis padres, y debo estar allí — me dijo.

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Levanté la mirada de mi plato. —¿Quieres venir conmigo? — me preguntó. Alcé las cejas, y asentí. —Te acompaño en cada batalla, ¿cómo no acompañarte en ésta? — solté. Él se terminó el café. —Quisiera faltar pero Liza se volvería loca — suspiró. —No te preocupes, te acompañaré, seguro es muy importante para tu hermana que estés allí. Daniel se levantó, se estiró y asintió. —Como el aniversario comienza en la tarde me iré a dormir otro rato más. Después de eso, se giró y se volvió a meter a la habitación. Llevé los platos y las tazas al lavaplatos. Si Daniel estaba durmiendo, ni siquiera se daría cuenta que saldría por un tiempo. Aunque no debería dejarlo solo. ¡Pero la curiosidad me comía viva! Debía hablar con aquella mesera. Entré a la habitación, y los ronquidos de Daniel me espantaron. Sí, estaba dormido. Tomé unas ropas y entré al baño a darme una ducha. Ojalá no se despertara. Salí como ladrón en la noche, saqué las llaves de chaqueta y cerré la puerta de la habitación con cuidado. Salí a toda prisa hacía aquel restaurante, ojalá y la chica anduviera de turno. Casi no encontraba estacionamiento, para ser casi medio día el restaurante estaba abarrotado. En un momento se me subió la vergüenza al rostro. Todas esas personas tan bien vestidas y yo con una camisa de cuadros y mangas largas y unos vaqueros gastados. Llegué a la recepción del lugar y pregunté por Anna, la recepcionista consultó con su compañera y tristes negaron con la cabeza. —Es su día libre — me dijo. ¡Qué suerte la mía! —¿Sabe dónde puedo encontrarla? — le pregunté. Las mujeres se miraron entre sí. Lo sé, no es muy seguro darle la dirección de tu compañera a una total desconocida, pero vamos, ¿que podría hacerle yo? 86

En ese momento todas las ocasiones en las que asalté a policías aparecieron en mi mente. Me encontraba en una batalla entre mis recuerdos, así que tarde en percatarme que la recepcionista me veía fijamente. Ella chasqueó sus dedos frente a mí. —Creo saber dónde vive. Sonreí sin mostrar los dientes. La joven se arregló sus cabellos rubios y frotó sus pequeñas manos algo ansiosa. Tomó un papel, una pluma y comenzó a escribir los datos en un papel. —Cuando la vea, por favor dígale que la vida no se basa solo en cartas muertas — soltó ella entre dientes mientras me pasaba el papel. Asentí dudosa. —Gracias — dije antes devolverme hacia la puerta. Al salir del restaurante el sol me golpeó directamente en los ojos. —¡Mami! — escuché a lo lejos. Achiné los ojos y vi una hermosa criaturita acercarse a mí a la velocidad de un rayo. Sonreí y me agaché para poder darle un abrazo a Diana. Tenía un vestido floreado blanco, sus cabellos cobrizos recogidos en una coleta y sus unas pintadas de rosa. —¡Que bonitas tus uñas! — exclamé. Ella sonrío. —Me las pintó Gillian. Gillian era la esposa de Nathan, una mujer alta de cabello marrón casi perfecto, piel bronceada y largas pestañas. ¿Quién no se casaría con ella? Pronto llegó Nathan con Gillian y sus hijos. Levanté la mirada para encontrarme con su mirada fría. —Mami, ¿dónde está Daniel? — me preguntó Diana. —En el apartamento, no se sentía bien asa que se quedó— le medio mentí. 87

Posiblemente Nathan sabría que mentía y eso me incomodó un poco. —Despídete de tu madre, Diana — le dijo él—. Ya tendrás tiempo para verla. La niña asintió cabizbaja, me abrazó por última vez y fue junto a Nathan. —Adiós, mami. Te amo mucho — fue lo último que me dijo. Me acerqué y le di un beso en la frente. Los miré a todos por última vez y caminé hacia la camioneta. Entré al vehículo y lo puse en marcha con la dirección de Anna en la mano. Conduje hasta aquel lugar con los ojos a punto de llorar. Mi hija, mi Diana que no se merecía estar con aquel hombre frío y seco. Llegué a un barrio algo abandonado, había gente en la calle así que reduje la velocidad. El lugar estaba lleno de casas de madera, unas de color amarillo y otras de color azul. Los árboles en aquel lugar estaban secándose y la mayoría de los muros estaban abandalizados. Me estacioné frente a una casa azul. La pintura ya se estaba cayendo y el jardín estaba totalmente seco. Había un auto frente al garaje y una motocicleta a su lado. —¡Cállate! — gritaron desde adentro—. Te presto el auto para que vayas a trabajar, ¿y esto es lo que traes? Desde adentro se veía la clara figura de un hombre cabreado sosteniendo unos billetes. —¿Por qué no te vas a buscar más dinero, maldita puta? Para eso es que sirves. ¡Pum! Un portazo. Vi salir una pequeña figura femenina de la puerta del frente. Era Anna. Iba llorando podía escuchar su llanto y al levantar la mirada se topó con la mía. Me vio asustada y sorprendida. Tenía un ojo morado y el labio roto. —¿Usted que hace aquí? —Quisiera hablar contigo — le contesté. Ella tragó en seco, y tomó con recelo la cartera que colgaba de su hombro. —Quiero saber qué es lo que fuiste hacer al hospital. Anna chasqueó los dientes algo hastiada. 88

—Mire si me viene con sus celos… — la interrumpí. —No, no son celos. Daniel se puso muy mal después que hablo contigo — me acerqué un poco —. En serio me gustaría saber qué fue lo que le dijiste. La joven tomó un largo respiro. —Puedo contarle pero no aquí. Escondí mis manos en los bolsillos de mi pantalón y asentí. —¿Vamos por un café? — le pregunté. Anna asintió. Nos montamos las dos en el auto, y conduje hasta un pequeño café a las afueras del barrio. Estaba vacío y casi no tenía empleados. —A ver, ¿qué quería saber? — me preguntó ella mientras tomaba asiento. Hice lo mismo y me senté frente a Anna. —¿Qué fue lo que le dijiste a Daniel? La máscara, la carta que se empeñó en esconderme, la cual destruyó. Anna, necesito saber. Ella soltó una sonrisa irónica. —Hay cosas tan dolorosas que solo se dicen una vez. Suspiré. —Si comenzamos desde el restaurante, dijo que tus palabras le dieron mucho en que pensar, y luego en el hospital estaba hecho mierda. Anna subió la mirada. —Le conté sobre mi novio que se suicidó porque no pudo más con la presión de vivir entre los barrotes de la sociedad. Enderecé la espalda algo desconcertada. —Su máscara lo desfiguró — me dijo en hilo de voz. Con que eso era lo que tenía a Daniel tan mal. «Esto, lo que estamos haciendo nos llevara al mendigo suicidio», sus palabras me retumbaron en la mente. Ya lo había hecho. Daniel había tenido miedo de terminar como el novio de Anna, terminar en el mendigo suicidio porque simplemente la máscara lo había asfixiado. Basándonos en los últimos acontecimientos podría

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decir que aquel 29 de noviembre el miedo se había apoderado de él, pero la vida tan caprichosa al fin no lo dejo ir. —Y, lo peor es que Spencer nunca se despidió — me dijo ella mientras buscaba algo en su cartera—, solo dejo esto — puso un papel sobre la mesa de metal. Anna se sonó la nariz, y puedo jurar que estaba reteniendo su llanto. —Solo una carta, ni siquiera tuvo el valor de despedirse apropiadamente de mí. Agaché la mirada, y puse mi mano sobre la carta. Seguro esto tenía que ver con el papel que sostenía Daniel en el hospital con tanto celo. —¿Puedo leerla? — le pregunté. Anna la sacó de mi alancé bruscamente. —No — me contestó—, estás son un par de letras tristes que quisiera guardarlas para mí. En ese momento se puso de pie. —No sé para qué me busco pero si algo sé es que debe ir y velar por su esposo, que si no más lo temo esta tan enmascarado como usted. Y peor aún, él ya trato de enganchar los guantes e irse de esta vida, debería usted tener cuidado quizás sea la próxima en salir en el periódico. Se me hizo un gran nudo en la garganta. —Que tenga un buen día — se despidió fríamente. Y antes de irse añadió: —La máscara también era para usted. Desde mi asiento la vi tomar un taxi sin tan siquiera mirar atrás. Vale, esa joven me había desconcertado bastante. Tomé mis llaves y salí de allí. Quise saber lo que tanto desconcertó a Daniel y lo encontré. Lo peor es que también me golpeó a mí. Anna hablaba con tanta seguridad sobre aquel tema, era como si nos conociera de toda la vida. En fin, me monté en el auto y conduje hasta la casa. Que Daniel aún estuviera durmiendo, que Daniel aún estuviera durmiendo. Digo no es que le tuviera miedo pero no quería volver a tocar el tema del suicidio y Anna de nuevo. Llegué al edificio y antes de entrar me quedé mirándolo por un momento. Estaba pintado de amarillo y en las esquinas la pintura se caía, las ventanas eran algo antiguas pero aún estaban dando la batalla y la gente de aquí, bueno, ¿qué puedo decir? Parecían puros fantasmas. 90

Subí con la mirada en los zapatos, y al llegar a la puerta no tuve que usar las llaves porque estaba abierta. Alguien estaba discutiendo adentro. Al abrir la puerta estaba Liza apuntando interrogante a Daniel. Sus miradas se posaron en mí en solo un instante. —¡Mírala ahí! Sana y salva — soltó Daniel algo molesto. ¿Algo? Perdón, debí decir enfurecido. —¿Dónde estabas? — me preguntó su hermana. Alcé las cejas algo sorprendida. —¿Dónde estabas? — repitió. Daniel cabreado se le puso en frente. —¿Qué te crees tú? ¿Piensas que puedes venir a mi casa a reclamarme a mí y a mi esposa? Liza soltó una risa irónica y se arregló su rubio cabello. —Lo sé todo, Daniel. Sé que esta no es más que una vil prostituta. Este era el momento en que la máscara se caía y los pedazos nos cortaban todo el rostro. —¿Qué paso hermanita? ¿Estás tan marchita que necesitas aguar la vida de los demás? — él la veía fijamente a los ojos—. Eso que acabas de decir son simples mentiras. Liza se acercó a Daniel y se despidió y antes de salir por la puerta nos dijo: —Espero que un día no amanezcan con los labios estirados por las tantas sonrisas falsas que algún día usaron, mis queridos actores. Cerré la puerta y miré a Daniel. —¿Crees que le diga a tu padre? Él negó con la cabeza. —Liza, no es el tipo de persona que anda por ahí tratando de rescatar a todos. Nos echamos la soga al cuello y ella no es quien para liberarnos de nuestra propia cárcel. No le dirá nada, solo vino aquí para que supiéramos que ella sabía la verdad y que si no nos salvamos nosotros nadie lo hará. Tragué en seco. —Esto se lo está llevando el demonio—dije mientras me acomodaba el cabello. 91

—Hace tiempo que ya se lo llevo, Ruby — suspiró Daniel en cuanto se sentó en el sofá. Suspiré y tomé asiento junto a él. Aún andaba en pijamas solo que a diferencia al desayuno tenía sus lentes puestos. —¿Iras de todos modos al aniversario conmigo? — Daniel giró su cabeza hacia mí. Asentí. —Hoy vi a Diana — comenté saliéndome totalmente de tema. Vi como los ojos oscuros de Daniel se iluminaron. —¿Y cómo estaba? Me imagino que se alegró muchísimo en cuanto te vio. —Sí…— comencé—, estaba con Nathan, ya sabes pero aun así estaba muy contenta. Preguntó por ti. Vi como sonrío. —Hubiera querido verla — me dijo —. Por cierto, ¿a dónde fuiste? Estaba preocupado. Fruncí el entrecejo. —A ver a Anna. Daniel levantó las cejas. —¿Para qué? — se alarmó. Encogí los hombros. —Curiosidad nada más. Quería saber lo que te dijo para que te pusieras tan mal — le dije algo apenada. Él solo soltó una carcajada. —¿Qué es tan gracioso? — pregunté. —Me da gracia que te dé tanta curiosidad saber algo que solo hizo más que aplastarme como cucaracha, Ruby. Aún tengo las palabras de esa chica taladrándome el cráneo. —Entonces, ahora somos dos. Porque al parecer las palabras de Anna se me quedaron tatuadas en la piel. Se quedaron porque eran ciertas. Éramos unas simples marionetas de los demás. —Esa joven ha sufrido mucho — murmuró.

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—Al igual que todos.

Daniel Quintequi

—¡Daniel! — mi tía nos recibió en cuanto llegamos al local. Estaba repleto con miembros de la familia. —Qué bueno que pudiste venir. Sonreí. Ella saludó a Ruby y luego se retiró. Nos tocó una mesa compartida con Liza y su novio. Mi hermana nos saludó con un cortes beso en la mejilla y luego nos sentamos. Mi madre y mi padre se veían muy felices. Tanto que parecía mentira. Una lenta melodía sonaba al fondo mientras ellos bailaban enamorados en la pista. Me acerqué a Ruby y le pasé el brazo por los hombros. Y le miré y le miré preguntándome: ¿Quién podría hacerle daño a esta hermosa mujer? Siempre vestía su gran corazón junto con sus ojos llorosos y sus cabellos rebeldes. Esa era Ruby, mi Ruby y les seré sincero creo que conocerla aquel día que me asaltaron fue una de las mejores cosas que me paso en la vida. Amar no se trata de besar y acariciar solamente, amar se trata de aprender amarse uno mismo para luego dárselo a los demás. —Te quiero — le dije casi en un susurró. Ella levantó las cejas sin despegar la mirada de la pista de baile me respondió: —Ah, mentiroso. Sonreí. Le di un beso en el cabello y la estreché hacia mí. —Solo imagínate que hubiera pasado si no me hubiera montado en aquella patrulla contigo. Ella me sonrió de vuelta. —Aún recuerdo tu rostro, estabas a punto de abrir la puerta y saltar del auto — me dijo riendo. —Luego, pensé que cuando nos bajáramos del auto me matarías— añadí riendo. Ruby soltó una carcajada y luego ésta desapareció de golpe. —Lo pensé — me dijo seria mientras se llevaba la copa llena de vino a la boca. 93

Nos miramos y luego comenzamos a reír aún más fuerte. —Ese traje te queda muy bien, ¡eh! — añadió mientras tomaba otro sorbo del vino. —Me lo robé de una tienda. Ella abrió sus ojos como platos. —¡Igual yo! Espero que no hayamos robado en la misma tienda, ¿acaso fuiste a la…? —Sí, a la que está justo atrás del aeropuerto — le contesté. Mi esposa se miró el vestido rojo que estaba usando, luego nos volvimos a mirar y reímos de nuevo. Estábamos bien aburridos, la verdad. De pronto, mi padre tomó el micrófono y pidió la atención de todos. —Quiero agradecer a todos los que se tomaron la molestia de venir a celebrar los quince años de aniversario de Margaret y yo — él tomó un respiro—. Pero tengo que destacar a una importante persona en todo esto, mi compañero del alma. Le tomé la mano a Ruby. —¡Ven acá! — exclamó mi papá mientras miraba una de las mesas del fondo. Un hombre alto, de cabello negro y canoso se puso de pie sonriente. Él caminó entre las mesas y en cuanto llego al frente le dio un abrazo a mi madre y a mi padre. Ruby me espetó sus uñas en la mano. La miré desconcertado, estaba pálida y sus labios estaban entreabiertos. —Si no fuera por este hombre, no hubiera podido conocer a la mujer de mi vida — escuché la voz de mi padre—. Ojalá existieran más amigos como tú, Joshua. «Joshua» —¿Ruby? — le llamé pero ella no me hizo caso alguno ya que su mirada estaba fija al frente. Su nariz comenzó a tornarse roja y frunció su entrecejo. Estaba aguantando las lágrimas. —El dolor se empeña en regresar como si fuera una maldita llaga. Todos aplaudieron sonrientes. Supongo que mi padre había terminado de hablar. —Ven, vamos afuera — le dije mientras la tomaba por el codo. 94

Nos pusimos de pie y algunas miradas se posaron en nosotros. Incluyendo la de Joshua. Miré a Ruby nuevamente y parecía un cadáver de lo pálida que se había puesto. —Daniel…—me llamó y nos detuvimos justo al pie de la puerta. Ahora era mayor el número de las personas que nos veían. —Es como si todo comenzará de nuevo — murmuró antes de que se le rodaran los ojos hacia atrás. La caché en el aire. Se había desmayado.

Ruby Knight

Alguien me abrazaba fuerte, y muchas voces tocaban mi puerta. Abrí los ojos lentamente y eché la cabeza hacia atrás para encontrarme con los oscuros ojos de Daniel. Miré hacia los lados y estábamos afuera. Podía oír el sonido de la fuente y la brisa fría del atardecer nos arrulló. —Ya despertó…— lo oí hablar. Unos dedos finos volvieron a poner mi cabeza derecha. —¿Seguro que no está enferma, Daniel? Esa voz yo la conocía, era Margaret. Volví a ver a Daniel a los ojos y fruncí el entrecejo. —Estoy seguro — contestó mientras me miraba fijo. Me separé un poco y vi a las personas que nos rodeaban. —Si quieren pueden volver con la actividad, ya Ruby reaccionó — dijo él. Estaban Liza, su pareja, Margaret, el señor Quintequi y…él. Nuestras miradas se conectaron y como si nos rematáramos nuevamente aquel tres de marzo todos los recuerdos se apoderaron de mi mente. Y Joshua, lo sabía, al parecer ni él ni yo habíamos olvidado. Temblorosa escondí mi rostro en el cuello de Daniel mientras le sujetaba el brazo fuerte. —Que se vayan — susurré tan lento que solo mi esposo lo pudo oír. 95

—¿Podrían darme un momento a solas con ella? — les pidió Daniel amable. Pronto sentí como las personas se alejaron. —Es como si todo empezara de nuevo — dije mirando mis manos temblorosas. —Ruby, tranquila — Daniel me envolvió en sus brazos —, puede que solo lo hayas confundido. Fruncí el entrecejo. —No creo haber confundido al hombre que arruinó mi vida, Daniel. Era él, jamás podría olvidarlo. Mi esposo se movió incómodo. —Creí que podría tener hambre, así que les traje comida — levanté la cabeza y era Liza. Puso los dos platos de comida junto a nosotros. —Buen provecho — nos dijo y luego se giró en sus talones. —¡Liza! — exclamó Daniel. Ella se giró y levantó las cejas. —Gracias. Daniel volvió a entrar al local para despedirse de los demás. Según él, no me sentía bien y tenía nauseas. Cuando regresó lo único que me dijo fue: —Ahora todos pensaran que estás embarazada. ¡Vaya, engaño! Poco después ya estábamos en el auto en total silencio, tomé su chaqueta luego de que se la quitara y la usé de almohada para recostarme del sillón. Necesitaba desconectarme de este mundo por unas horas. Lo último que escuché fue el celular de Daniel sonando.

Sentí como mi cuerpo rodó y chocó contra la puerta. Levanté el rostro asustada y vi como Daniel dejaba caer su teléfono celular desconcertado. Dobló a la derecha interceptando a varios carros. 96

¿A dónde quería llegar? Ni siquiera se había percatado del hecho de que estaba despierta. Apretaba el volante y entrecerraba los ojos. Hizo otro corte en «U» y nos volvimos a incorporar al tránsito. Esté no era el camino hacia la casa. ¿Qué había pasado? —¿Qué pasa? — exclamé alarmada. Él solo respingó al escuchar mi voz.

Daniel Quintequi

—Daniel…— ella seguía insistiendo. Los labios me temblaban, y apenas podía dejar mi mirada quieta en la carretera. Las manos me dolían de tan fuerte que agarraba el volante y el pulso me golpeaba en la oreja. —¡Daniel! — Ruby puso se mano en mi hombro —. ¿Quién te ha llamado? —Es mejor que esperes a que lleguemos— fue lo único que dije. Pronto llegamos a la entrada del estacionamiento del centro comercial. Estaba repleto de policías. Parqueé el auto y justo después de apagarlo me giré hacia Ruby. Ella miraba las patrullas desconcertada. —¿Sabes lo que es una corazonada de madre? — me preguntó en un hilo de voz —. Porque siento que el corazón se me va a salir del pecho. Tomé su mano y la apreté. —Antes que veas lo que tendrás que ver, quiero que sepas que estoy aquí para ti — le dije mientras la veía a los ojos. —¿Qué paso, Daniel? ¿Por qué todos estos policías? — volvió a preguntar. Como si yo tuviera el valor de contestarle. —Bajémonos. El sonido de las puertas al cerrarse chocó contra mis oídos. Y yo pensaba que esto había sido un día difícil. En cuanto Ruby se acercó, puse mi mano sobre en costado de su cuello y la miré con cautela. Pronto, ese color rojo que tenía en los labios desaparecería.

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Caminamos hasta un grupo de policías, cruzamos junto a una ambulancia y una cinta amarrilla nos impidió el paso. Ruby se llevó las manos a la boca y soltó un gritó ahogado. En el frío pavimento dos tristes cuerpos esperaban ser recogidos. Un cuerpo de un hombre y el otro de una niña de cabellos cobrizos y ojos brillantes. Unos ojos que ya no brillaran nunca más. El llanto de mi esposa me estaba ahogando. —¡No! — gritó fuerte como si tratara que la niña la escuchara —. ¡No! Según me dijeron en la llamada que recibí, Nathan había venido con la niña a comprar regalos para la Navidad y que cuando se disponían a entrar al auto los asaltaron. Se llevaron el auto, los costosos regalos y a su paso dos vidas inocentes. Nathan había sido herido múltiples veces con impactos de bala en la espalda y la pequeña Diana le bastó con un tiro en la cabeza para dejar este mundo sin culpa alguna. Aquel vestido floreado que usaba Diana ese día, había perdido su vida. Ahora estaba teñido de rojo con una sangre que ni siquiera era suya. —Ruby…Ruby— le decía mientras la tomaba en mis brazos. Sus ojos se habían puesto rojos y su llanto era tan profundo que las lágrimas habían dejado de caer. Un oficial se nos acercó. —Vengo a darles mis más grandes condolencias y a decirles que ese hombre — él miró el cadáver de Nathan —, es un héroe. Mi esposa y yo, lo miramos sin entender. El oficial tomó un buche de aire y como si las palabras se le quedaran estancadas en la garganta nos dijo: —Al parecer en el momento en el que los asaltantes abrieron fuego contra ellos, el hombre protegió a la criatura al ponerla contra su pecho y recibir todos los disparos pero desgraciadamente uno llegó hasta la ella. Después de todo, él si la quería. El llanto de Ruby, que ya se había calmado volvió. Esta vez ella cayó al suelo de rodillas. —Yo también quiero morir. ¡Quiero ser yo, la que este allí en lugar de mi hija! — gritó en su desgarrador llanto —. Ella solo era un ángel.

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La levanté y como si todo comenzara de nuevo, se llevó las manos a la boca y se escondió en mi pecho a llorar. A llorar como una madre con el corazón roto lo haría, porque en ese momento Ruby se había quedado sin corazón. —Por favor — otro oficial hizo que diéramos unos pasos hacia atrás —, se van a llevar los cuerpos. Mi esposa temblaba bajo mis brazos como si tratará de resistirse a la idea. A la horrible idea de que su hija había muerto. Encerraron a los cadáveres en aquellas bolsas negras que salen en los noticieros, y uno tan ingenuo piensa que jamás tendrá el desagradable privilegio de conocerlas en persona. Ruby trató de pasar la cinta amarilla pero unos policías la detuvieron. —¡Mi hija, no! La tomé por la cintura y entre patadas y gritos la alejé de la escena hasta que encerraron el cuerpo de Diana en la bolsa negra. Ella tomó mi rostro entre sus temblorosas manos y entre tristes lágrimas me dijo: —Por favor, dime que esto es una pesadilla. La abracé fuerte posiblemente nunca había abrazo así a alguien jamás. —Estoy aquí para ti — le respondí mientras ponía mi barbilla sobre su cabeza. Y fue en ese momento cuando mi rostro también se bañó de lágrimas y mi corazón se vistió de luto. Hoy un soldado y un ángel habían caído por culpa de la avaricia humana. Cuando las personas comenzaban a irse, Ruby y yo hicimos lo mismo. Entramos nuevamente a la camioneta y la puse en marcha. Ella iba en silencio con la mirada perdida y los labios entre abiertos. Sumergida en sus profundos pensamientos o tal vez recuerdos. —Justo cuando pensé que al fin podría comenzar de cero, comenzar de cero con mi niña, me la quitan — soltó. Echó su cabeza hacia atrás y el sillón la recibió con una triste sonrisa, y la acurrucó hasta que se quedó dormida entre aquellos viejos huesos hechos de hilo. Llegamos al estacionamiento de los apartamentos y apagué el auto. Me giré hacia Ruby. No quería despertarla, capaz y no volvía a pegar el ojo. Salí de la camioneta y abrí la puerta del copiloto. Con cuidado la tomé en mis brazos, balbuceó algo que jamás podría entender y enrolló sus brazos en mi cuello.

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Activé los seguros de la camioneta y comencé a subir las escaleras. Al llegar al lobby noté que estaba completamente vacío. Lo crucé hasta que llegue al elevador, justo cuando las puertas iban a cerrarse una mano las detuvo. Un hombre viejo pero con espíritu me hizo compañía. Respiré hondo. —Lo que uno hace por ellas, ¡eh! — me dijo. Levanté las cejas y asentí cansado. Pronto, las puertas se abrieron y el hombre salió. Luego de eso, nos tocaba a nosotras llegar a nuestro piso. En cuanto llegamos caminé pasillo abajo y con dificultad abrí la puerta. La llevé a la cama y le quite los zapatos mientras que ella soñolienta hundía su rostro en la almohada. —Buenas noches, Ruby. Aunque no fueran tan buenas.

Capítulo doce: Desenmascarados. Daniel Quintequi. 20 de diciembre de 2010

¡Pam, pam, pam! Escondí el rostro en la almohada, y luego me giré para ver el reloj que reposaba en la mesita de noche. Eran las ocho de la mañana. ¿Quién tocaría así a esta hora? Me bajé de la cama y le eché un vistazo a Ruby. Aún dormía. Salí de la habitación y mientras me frotaba los ojos atendí la puerta. Me sorprendí mucho al ver quien era la persona que tocaba con desesperación. Era mi padre, y no se veía muy feliz que digamos. Él entró cabreado y en cuanto cerré la puerta soltó una palabrota, luego de eso se acercó y me pegó en el rostro.

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—¡Daniel Andrés Quintequi Dawson, no eres más que una vergüenza para mí! — escupió mientras se quitaba sus lentes. Él nunca decía mi nombre entero. Me toqué el golpe y moví un poco la mandíbula. —¿Cuál es tu problema, padre? ¡Qué falta de respeto que vengas a gritarme y pegarme en mi propia casa! — le grité. Él soltó una carcajada irónica. —¿Tu casa? ¿En serio llamaras a esto casa? ¿Por qué no mejor le pones prostíbulo? ¡Donde vives con tu maldita prostituta! — escupió. —¡Eso no te lo voy a permitir! — lo tomé por el cuello de la camina. ¿De dónde sacaba esas acusaciones? ¿Cómo se había enterado? —¿Qué? ¿Me pegarás con tu pañuelo de arcoíris? ¿O llamaras a tu prostituta? Apuesto que todo esto es una farsa — dijo entre dientes —. ¿Qué esperas? ¡Pégame! Lo solté. —No voy a pelear con basura como tú, Paul — le contesté. En cuanto dije su nombre sentí la boca seca, porque su nombre era asqueroso, nadie merecía llamarse como él. —¿Basura? ¿Acaso me llamaste basura? ¡Pero mírate! No sirves para nada. Solo eres un muñeco que vino defectuoso. Una mariposa a la que le falta un ala y le quiere hacer creer a las demás que eso es totalmente normal — él se acercó aún más —. Eres una pieza defectuosa y siempre lo serás, Daniel. No importa con cuantas prostitutas te cases, cuantas sonrisas uses para aparentar una felicidad que nunca has tenido y tampoco importaran todas las máscaras que te pongas porque no valen de nada. Bajé la mirada. —¡Ve! Y dile a tu drogadicta esposa que te ayude a tratar de suicidarte de nuevo para eso es lo único que sirven. —Basta. —¡Basta! — gritó —. Basta, por favor porque tus palabras me están hiriendo — me burló la voz. —Usted, se burla de nuestras máscaras y algo que no entiendo es qué, ¿cómo ha podido vivir usted con la suya por tanto tiempo? — la voz de Ruby me rebotó en los oídos.

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Mi padre se giró y se encontró con la pequeña figura de mi esposa. —No sigas fingiendo, por favor. Solo das pena muchacha — le dijo. —No finjo y tampoco estoy aquí por obligación, tal vez fui una prostituta pero créame que me arrepiento. No es necesario que venga aquí a formar un escándalo. La razón no grita — habló Ruby con total calma. —Pues ésta vez tendrá que gritar. —¿Quién te dijo? — le pregunté. Mi padre nos vio a los dos y contestó: —Eso no viene al caso, nada de lo que me digan me hará cambiar de opinión — Paul tomó un buche de aire—. Tú, eres nada más que un asqueroso homosexual y ella una vil prostituta drogadicta. Ruby me veía triste. —Está tan claro como el agua — añadió él. —¡Váyase! — le gritó mi esposa —. ¡Váyase o llamaré a la policía! Mi padre levantó las manos en el aire. —Si eso es lo que quieren, bueno que sigan disfrutando su vida miserable — él enderezó la espalda —. Y a ti, no te quiero volver a ver en mi vida. No mereces ser mi hijo — escupió mientras me miraba a los ojos. Apreté la mandíbula. —¡Que se vaya! — Ruby caminó hasta a Paul cabreada y justo cuando le iba a levantar la mano para pegarle la detuve. La dichosa carcajada irónica de mi padre me estalló en los oídos. —Se les cayó el teatro — nos dijo —, y lo peor es que todos los estábamos viendo. ¡Bien! Me engañaron hasta a mí pero cada mentira lleva a otra mentira y ese «amor» que ustedes juran tenerse es la más grande de todas. ¡Bravo! — exclamó mientras aplaudía. —Papá, por favor, vete ya. Él se paró en el marco de la puerta. —Paul, para ti.

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Y, ¡pam! Cerró la puerta, y nos quedamos Ruby y yo congelados. Tratando de descifrar si todo esto era real o solo era un espejismo. —No sé, porque no me dejaste arrancarle los ojos con las uñas a ese monstruo — me dijo ella. —¿No crees que sería antiético que unos monstruos le arranquen los ojos a otro monstruo? La mirada cabreada de Ruby se movió a mi rostro. —Monstruos hay donde quiera, solo tenemos que saber cuáles son los que están en nuestro equipo, ¿y sabes qué, Daniel? Solo somos el producto de ésta sociedad que no hace más que estrangularnos cada vez más y cuando nos quedamos sin aire nos volvemos como ellos. Monstruos que crean monstruos. Resoplé y me pasé la mano por el cabello. —¿Piensas que fue Liza la que le dijo? Negué con la cabeza. —Ella no es así, estoy seguro que no fue ella. No sé qué hacer ahora — le contesté. —Seguir con nuestras vidas, ¿no crees? — me dijo. Volví a negar con la cabeza. —Se nos cayó el teatro, Ruby. Ella se alejó un poco y me miró herida. —¿Así que todo era un teatro? ¿Las lágrimas, las risas incluso los abrazos? ¿Todo? — me cuestionó en un hilo de voz. —No me estas entendiendo — suspiré —. Todo eso fue real. Yo te adoro, Ruby, te adoro tanto que ni te lo podrías imaginar solo digo que, ya no tendremos que usar esas máscaras que nos disfrazaban también que hasta nosotros nos creíamos la mentira. Ruby fue hasta mis brazos y me abrazó. —Ahora solo tendremos que recoger los pedazos — murmuró. Y volver a re escribir este libro que se ha quedado sin páginas. En cualquier libro en las últimas páginas te encuentras el final, ¿no? Entonces, ¿dónde está el final aquí? Tal vez la vida es aún más caprichosa de lo que pensaba y ha escondido nuestro final.

Capítulo trece: Perfectamente Imperfectos. 103

Ruby Knight 22 de diciembre de 2010

Era medio día. El sol brillaba, la gente gritaba y los árboles reían mientras que yo me escondía bajo las sabanas vulnerable a cualquier cosa que pudiera venir del exterior. Daniel había salido al supermercado, insistía en que fuera con él pero simplemente la tristeza era demasiada. Me revolví entre las sabanas y las imágenes de la otra noche comenzaron atormentarme. Una y otra vez, como si la cinta se repitiera. Aquel quince de agosto, el día que me puse la maldita máscara creyendo que esa sería la solución, Diana, la noche del robo. Las imágenes eran cada vez más claras. «Tu máscara de porcelana está lista y nunca había visto una tan perfecta como la tuya», la voz de Daniel me estalló en el pensamiento. Solté un grito ahogado y me llevé las manos a la cabeza. Comencé a sudar frio y a temblar. Buscando una «felicidad» terminamos perdiéndonos a nosotros mismos o lo que quedaba. Ya no éramos nada. Solo éramos un chiste de mal gusto. Un plan fallido o como diría el grandísimo Paul Quintequi, simples piezas defectuosas. Me volví a esconder bajo los grandes brazos de algodón y escondí mi rostro en la almohada. Y mi hija, mi hermosa hija, se había quedado barrada en un mar de injusticias y prejuicios. Lo peor de todo es que yo uno de los capitanes del barco. Dejé lo que podría haber hecho hoy para mañana y fue muy tarde. Nunca tuve el coraje de enfrentarme a la gran muralla y hacerla pedazos con mis manos. Me conformé y perdí al tesoro más grande de mí vida. Alguien empezó a tocar la puerta muy fuerte, como si el desastre más grande del mundo se avecinara. —¡No iré abrir! — le grité como si pudiera escucharme. Pero la persona seguía persistente. —La puta madre — murmuré mientras me bajaba de la cama e iba atender la puerta. La «persona» que tocaba con tanta insistencia casi me atropella en cuanto le abrí la puerta. —¿Pero qué? 104

—¿Dónde está «mi» hijo? — la figura de Margaret se paró frente a mí. —Ha salido al supermercado — le contesté. Ella se enganchó las manos en la cintura. —Esas cosas deberías hacerlas tú, ¿no crees? —No me siento bien — le respondí. —¿Y a ti que te puede pasar? — soltó. —Señora, sinceramente no estoy de humor para hablar con nadie así que — le señale el lugar por donde había entrado—, si me hiciera el favor de irse. Margaret caminó hasta la puerta y lo que hizo fue cerrarla de un portazo. —Escúchame bien prostituta de cuarta — ella me tomó por la muñeca—, te quiero lejos de la vida de mi hijo, ¿entiendes? Incluso he venido ayudarte a empacar. Traté soltarme de su agarre pero fue imposible. —Tú no eres más que unos labios pintados y un par de piernas flacas — escupió—. No vales y no valdrás nada. Y de seguro fuiste tú quien le lleno la cabeza de ideas a Daniel. —¡Suélteme! — grité. Ella comenzó a enterrar sus uñas en mi muñeca. —Eres la basura que a diario sacudo de mis zapatos. ¿Acaso eres estúpida? No hay un lugar aquí para ti, haznos un favor a todos y regresa a los callejones donde realmente perteneces. En ese momento deseé arrancar cada cabello corto de su cabeza, golpear aquellos dos ojos marrones y poder verla violeta cuando tratará de estrangularla pero no podía. Porque tenía razón. —¿Sabes? Tu hija se sacó la lotería la noche que la asesinaron porque ahora nunca va a tener que enfrentarse a la realidad — me dijo mientras me soltaba. Apreté los puños. —A la realidad de que su madre no es nada más que una asquerosa prostituta. —¡Eso no te lo voy a permitir! — le grité mientras me abalanzaba sobre ella. Margaret me arrinconó contra la pared.

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—Escúchame bien, la vida nunca jugará a tu favor y toda la culpa la tienes tú — me dijo mientras me veía a los ojos —. Más vale que corras a recoger los pedazos que quedaron de tu farsa, no sea que termines cortándote, querida — finalizó mientras me dejaba libre. Ella se arregló el cabello y la blusa turquesa que usaba ese día. —Espero no tener que volver a verte jamás, Ruby — dicho eso se giró en sus talones y se fue. Me deslicé por la pared hasta llegar al suelo y solo lloré, porque eso es lo que hace la gente como yo. No tenemos segundas oportunidades, príncipes encantadores o finales felices así que, lo único que nos queda es llorar. Escondí mi rostro entre mis rodillas y me inundé en llanto. Y nuevamente aquellas imágenes comenzaron a atormentarme. Todo de nuevo. Se sentía tan real que me aterrorizaba. Solté un grito desesperado. ¡Váyanse! ¡Váyanse! Volvieron abrir la puerta. —¡Ruby! Te apuesto que no me crees lo que…— Daniel se detuvo en cuanto me vio en el suelo. Dejó caer las bolsas al suelo y me levantó de allí. —¿Qué te ocurre? — me preguntó asustado. Levanté el rostro y comencé a llorar aún más fuerte. —T-tu madre es-estuvo aquí — tartamudeé. —¿Y dijo algo malo? ¿Qué si dijo algo malo? Dijo cosas peores que malas. —Peores que malas — le contesté. —Ella no es así, si vino aquí fue por algo. Yo hablé con ella en la mañana y se escuchaba perfectamente normal. —Me dijo que era una basura y que lo mejor que le pudo pasar a Diana fue morirse para no enfrentar el hecho de que tenía una madre prostituta. Me alejé de él. —También dijo, que debía irme de aquí, que fui yo quien lleno tu cabeza de estupideces — le dije. Daniel no dijo nada. 106

Lo miré ofendida. —¿Realmente crees que todo esto es mi culpa? —Bueno, Ruby realmente… Lo interrumpí. —¿Quién fue el homosexual desesperado que le pidió a una prostituta que se casara con él para engañar a toda su familia? ¿Ah? — le grité —. ¡Y peor aún engañarse a sí mismo! —Eres igual de culpable que yo. Me seguiste el juego. Esto no podía estar pasando. —¡Claro que lo hice! ¿Pero que ganaba yo con esto? ¡Contéstame, Daniel! ¡Dime! — le grité furiosa. Tomé un gran buche de aire. —¿Quién es el homosexual reprimido que le tiene miedo a enfrentarse a la realidad? ¡En el mundo hay miles de hombres homosexuales llevando una vida plena, Daniel! — la garganta comenzó a dolerme de tan fuerte que estaba gritando—. ¿Y sabes? Ellos si son felices, porque son ellos mismos. —Es mejor que te vayas — habló. Las lágrimas me bañaban las mejillas sin cesar. Me acerqué a él y frente a frente le dije: —Tienes que aceptarte a ti mismo para que al fin te acepten los demás. Si sigues viviendo en la burbuja en la que estás nunca serás feliz. ¡Hay cientos de homosexuales llevando relaciones sólidas y concretas y no los vez por ahí viendo quien los anda señalando! ¡Porque les importa un carajo lo que piensen de ellos! En cambio tú, tú no eres más que una marioneta de este mundo. Me das pena, Daniel. Él bajó la mirada. —Tal vez esa es la vida que he decidido llevar, Ruby —Daniel encogió los hombros —. Hay personas que no nacen para ser feliz. Negué con la cabeza. —No sé qué es lo que te haya dicho tu madre pero quiero que sepas que la felicidad está en ti — le señalé el corazón—. Solo tienes que dejarla salir y junto a mí eso nunca va a pasar. Así que, sí, es mejor que me vaya de aquí y jamás te vuelva a ver.

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Me giré y entré a la habitación. Luego de cambiarme, tomé unas cuantas ropas y las tiré en una mochila. Éste era el gran final. ¿Dónde estaba el final feliz? Me colgué la mochila de la espalda y salí. Daniel estaba sentado en el sofá con la cabeza agachada. —¿No dirás nada? — le pregunté. Él levantó la cabeza y se limpió las caprichosas lágrimas que gritaban por salir. —Eres una grandiosa persona y espero que el destino comience a soplar a tu favor. Asentí. —Lo mismo para ti — le dije. Comencé caminar hasta la puerta y pude escuchar los pasos de Daniel atrás mío, me abrió la puerta y justo antes de que saliera me abrazó fuerte. —Esto es lo mejor para todos — murmuró contra mi cabello —. Te quiero. Levanté el rostro y le acaricié la mejilla. —¿Me creerías si te digo que te quiero más? Él miró hacia el lado. —Te voy a extrañar — soltó. Respiré hondo. —Yo más, y algún día espero andar por el parque y verte de la mano del maravilloso hombre que merece tener tu corazón. Ese día, sabré que todo valió la pena.

Capítulo catorce: Esclavos de lo que nunca fuimos. Daniel Quintequi. 29 de enero de 2011

Ha pasado más de un mes desde que Ruby se fue. La casa se siente vacía y apenas puedo escuchar mi propia respiración. Hoy he recogido lo que dejo atrás y no sé si echarlo a la basura o guardarlo en una caja de recuerdos. 108

Me pasé los dedos por el cabello. Había decidido irme por el camino fácil, borrar todo y quedarme en el limbo. Ni feliz, ni totalmente destrozado. Aunque, ya me he torturado lo suficiente y sé que no debí haber reaccionado de esa manera aquel día. Estaba muy abrumado, la voz de mi madre era lo único que me daba vueltas en la cabeza. Pensé que tenía razón y ahora veo que no. Solo quería sentir que tenía el poder sobe todo porque desde aquel día no he vuelto a saber nada de ella. Simplemente quería montar las piezas de su juego a su gusto para estar tranquila con tu retorcido corazón. Prefería que estuviera deprimido a que estuviera dando la batalla, peleando por lo que creo correcto. Y ganó la batalla. Porque mírame ahora, hecho pedazos. Todo lo que dijo Ruby aquel día era cierto, cada palabra me golpeado y todavía no me he recuperado. No la hubiera dejado ir. Ella solo quería que fuera feliz. Mi teléfono celular comenzó a sonar. Dejé la caja aun lado y saqué el aparato de mi bolsillo. —¿Hola? Luego de eso, todo se juntó como un tornado. Daba vueltas y vueltas llevándose todo lo que encontraba a su paso. Salí del edificio a toda prisa, al parecer los problemas eran infinitos. Conduje hasta un barrio algo alejado de donde vivía yo. Las paredes de los edificios estaban pintadas con coloridos dibujos aunque algunos eran bastante obscenos. Al tomar una curva cerrada vi de cerca un edificio blanco el cual lo habían bautizado como «El Orfanato», y sinceramente sentí como se me erizó la piel. Unos oficiales me detuvieron y me indicaron que debía parquear mi auto allí. En cuanto me bajé el olor a cigarro chocó con mi rostro. Miré hacia el cielo y estaba nublado. Ni siquiera él estaba de buenas hoy. —Cuando guste, señor Quintequi — soltó uno de los oficiales algo molesto. Los miré y comencé a seguirlos. Entré a un abandonado motel. No habían querido decirme la razón de su llamada, solo sabía que tenía que ver con Ruby. El miedo comenzó apoderarse de mí.

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Me llevaron hasta una de las últimas habitaciones y abrieron la puerta. Todo estaba repleto de oficiales pero fijé mi mirada en el delgado cuerpo que yacía sobre la cama. Caminé un poco más hacia adentro hasta que me detuvieron. Desde allí pude notar su pálida piel, sus finos dedos contra el colchón y su hermosa cabellera sobre la cama. —Aparentemente murió de una sobredosis — dijeron. Ni siquiera había tenido el privilegio de haber podido cerrar los ojos. Parecía casi congelada en el tiempo. No encontrabas las fuerzas para gritar. ¡Para negarme a la idea de que Ruby era la mujer que estaba muerta sobre esa cama! Mi mundo colapsó. Apenas había podido decir adiós, pero al igual que ella, yo había muerto de una sobredosis de la vida. ¡Yo también había muerto! Es solo que, aún mi corazón no dejaba de latir como lo hizo el suyo. Porque la vida era muy caprichosa y me quería tener a su lado. Caí de rodillas al suelo y me tapé el rostro con las manos. —¡Ruby! — grité tan fuerte que creí que mis cuerdas vocales iban a romperse. ¿Y saben que es lo peor de todo? Mi esposa murió enmascarada por culpa mía. «Entonces, me giré y me encontré con una mujer hermosa. Tenía que admitirlo. No era la Ruby de siempre». «Posiblemente pienses que soy una prostituta psicópata». «Somos tan frágiles como ellos, Daniel. Sólo que piensan que somos la escoria de este mundo por amar y tratar de ser amados». «Me regalaste una pizca de felicidad, Ruby». «Ese día, sabré que todo valió la pena». Algunas de las tantas cosas que nos dijimos me comenzaron a dar vueltas en la cabeza. Como si fuera Ruby la que me estaba susurrando cosas al oído. Querida, no lo logramos. Terminamos tan enmascarados como juraste que lo haríamos. Y al final, no sirvió de nada… —¡Y corte! — oí al director a lo lejos. Me saqué las manos de la cara y suspiré.

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Vi como Jolene se levantaba de su «lecho de muerte» y se arreglaba el cabello. Ella había sido la gran Ruby y yo el gran Daniel. ¿En realidad esto había sido un mero papel? El director se paró en medio de la escena y muy alegre dijo: —Ha sido un verdadero placer trabajar con ustedes. Todos se merecen un aplauso. Todos comenzaron aplaudir. Pero yo no lo hice. El cine es casi igual que la vida. Nos afanamos por interpretar tan bien el papel que olvidamos quienes somos. Es tanta la necesidad de ser aceptados que hacemos lo que sea y no nos damos cuenta que al final eso no valdrá la pena. Quiero que tengan muy presente que esto fue un teatro tal y como la vida misma pero eso no significa que Daniel y Ruby no estén allá afuera tratando de ser comprendidos por este mundo que nos está dejando sin aire cada vez más. Y para terminar y decir adiós para siempre quiero recalcar el punto de que nosotros somos parte de este retorcido planeta y que no solo podemos escondernos tras una máscara y fingir que todo está bien. Porque no lo está, porque algo no está funcionando bien allá adentro, no hay amor. Y si no te amas a ti mismo nadie lo hará.

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Carta de escritora: 19 de enero de 2014 Para ti a quien me lees con amor y paciencia: Hoy día las personas se visten de seda y les importa más lo que pueden costar sus zapatos que su propia integridad. Hoy día no puedes expresar tus ideales al buen vivir, porque simplemente serás un adolescente descarrilado. Y con esto digo qué, con el corazón en la mano y los ojos llorosos, me da pena vivir en u mundo así. Donde importa más «el que pensaran de mí», en lugar de los pensamientos que vagan en las mentes de las personas misteriosas con las que compartimos un mismo cielo. Me duele. Me duele saber que nunca podré gritar a los cuatro vientos lo que realmente pienso. Me tienen atada de pies a cabeza con una gruesa soga a la que hoy llamaré «prejuicios» y la lloraré «sociedad». Me llena de decepción ser parte de un mundo repletó de eso. Un día pensé que podría cambiar el mundo pero veo que con el tiempo el mundo me está cambiando a mí. Y me preguntó, ¿realmente vale la pena? Muchos pensaran que soy una joven de pensamiento amplio y rebuscado y tal vez lo soy pero al igual que todos vivo encerrada entre estos barrotes que no me dejan ser libre. No dejan que mi mente se expanda y forme los más complejos y a la misma vez más simples pensamientos. También tengo mi máscara colgando tras la puerta esperando paciente a que la use y vuelva a sonreír una vez más. Este libro es tanto como para mí, como para ti. Siento qué, sería una tremenda hipócrita si les dijera que soy totalmente transparente. ¡Que no necesito nada de máscaras para vivir! Sería la mentira más grande de mi vida. Todos las usamos y este libro es para hacernos reflexionar del error que estamos cometiendo. Soy como tú y tú eres como yo. De carne y hueso, esperando ser descubiertos por el más grande escritor para que pueda plasmar nuestros ideales mediante personajes ficticios. Por medio de oraciones que jamás nos atreveríamos a vociferar y lo divertido de esto es que esos personajes ya lo hicieron. Tengo dos manos, a una la bauticé Daniel y a la otra Ruby, porque aunque no lo crean podría jurar que cuando escribía cada palabra de esta obra ellos estaban justo detrás de mí murmurando cada una de las cosas que debía plasmar en papel. Mi pensamiento creo a dos personajes maravillosos que tuvieron el valor de decir lo que yo jamás he podido decir. Esto no es solo una historia, ésta es la carta que rebeldemente le escribí al 113

mundo, esperando al fin que dejen sus prejuicios a un lado y nos ayuden a reconquistar lo que hemos destruido. Con amor, Daksha Montalvo.

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Contacto: @DakshaMontalvo [email protected]

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Edición en formato digital: marzo de 2014 © 2014, Daksha Montalvo Diseño de cubierta: Anna Silvestri

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Nuestras máscaras de porcelana - Daksha Montalvo

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