Laura A. Lopez - Serie Noches en Secreto 02 - Las peripecias de los amantes

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Las peripecias de los amantes Saga Noches en Secreto 2 Laura A. López

Derechos de autor © 2020 Laura A. López Todos los derechos reservados Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo intencionado por parte del autor. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor.

Diseño de la portada de: Dayah Araujo

A los grandes amores de mi vida, mi esposo, que me hace crecer cada día y me apoya en mis emprendimientos; y mi hija, que es mi aliento de vida.

Contenido Página del título Derechos de autor Dedicatoria Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24 Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28

Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Epílogo Acerca del autor Saga Noches en secreto

Capítulo 1 Años antes... —¡Atrápalo, Caroline! —¡No puedo, Grace! —se quejó Caroline corriendo detrás del pequeño conejito. —¡Se nos escapa! —No lo hará. Tú ve por la derecha. —No escaparás nuevamente, pequeño travieso —aseguró Grace al arrojarse sobre el animal. —¡¿Lo tienes?! —preguntó Caroline con parquedad. Tomó un poco de aire. —¡Tengo al ladrón de lechugas! —se jactó—. Serías adorable en un estofado —lo torturó Engaño. —¡Oh, no, pobre! Cómo piensas en cocinarlo... —Lo miró Caroline, enternecida. —Soy amante del buen comer, y este pequeño es un manjar —expresó Grace, sonriente. Lady Grace era la pequeña más intrépida y engañosa que había conocido Londres. Estaba a punto de ir a la escuela de señoritas, pues era probable que le faltaba bastante para parecerse a una dama. —¡Grace! —la llamó su hermano Christopher. —¡¿Qué quieres?! —Viró sus ojos. —Ven, quiero presentarte a unos amigos. —¿Para qué quiero conocer yo a tus amistades? —cuestionó con la ceja levantada. —No seas maleducada. En definitiva, te voy a recluir en una escuela de señoritas. Eres una vergüenza —gruñó mientras la observaba de pies a cabeza. Ella alzó la nariz con altanería antes de entrar a la casa y darle un empujón a su hermano. Estaba sucia y desgarbada con un conejo en la mano. Llegó a la sala y quiso arrojarse al piso a llorar. Estaban dos hombres altos. El rubio de ojos azules era todo un sueño y el pelirrojo, que parecía todo un coqueto

pajarillo, tenía unos penetrantes luceros y muchas pecas en la cara. A ella le desagradaban las pecas. —Esta es mi hermana, caballeros —la presentó—. Atrapó a ese pequeño conejo con los dientes. —¡Oh, claro que sí! Mi hermano es tan inútil que me pide que salga de cacería por él —alegó haciendo una reverencia hacia los amigos de Christopher. —Un placer, lady Grace. Soy Ernest, marqués de Bristol —se presentó, luego acarició la cabeza del conejo. —Soy Anthony, marqués de York. —Contempló la belleza de Grace. La recordaba más niña, pero ya estaba casi por convertirse en una mujer. —Interesante... —murmuró ella. Admiró al marqués de Bristol, aunque él no lo notara. —Puedes irte, cazadora —masculló su hermano casi echándola. —¿En verdad tengo que irme? Estos caballeros son muy agradables — levantó su mano para señalarlos. —Adiós. —Su hermano le dio la espalda para despacharla con presteza. Engaño echó a correr. Había visto al sueño de su vida, y ese era el marqués de Bristol. —¡Caroline, Caroline! ¡Vi a un caballero muy elegante y apuesto! — vociferó llegando hasta su amiga. —Primero respiras y luego me muestras... —Ven, por aquí. —Agarró la mano de Caroline para mirar por la ventana. —¿Cuál de los dos? —El rubio, Caroline —indicó Grace, sonrojada. —Es apuesto. Aquel no es el hermano de... —señaló al pelirrojo. —Sí, lo es, mira esas pecas horribles —opinó al sacar la lengua. —A mí me parecen hermosas. —Hay algún problema contigo, quizá tu nana es demasiado estricta. —¡Oh, no, mi nana! —se alarmó. Quiso echar a correr. Olvidó que tenía lecciones que aprender y ella se había escapado de la casa. —Otra vez te escapaste, Caroline —asumió Grace moviendo la cabeza de forma negativa. —¿Por qué no vas a jugar con Prudence?

—Prudence… Ya lo sabes, debe estar comiéndose un libro o quizá ya la llevaron a la escuela de señoritas. —No lo dudo, ¿y si tal vez buscas algo para deshacerte de la invasión de conejos de tu huerta? —¡Puede que tengas razón! —le gritó al ver que Caroline desaparecía de su vista. Christopher había invitado a dos importantes candidatos para asegurar su futuro y el de Grace. Estaba seguro de que la singular belleza de su pequeña hermana atraería la atención de aquellos jóvenes, aunque no fue muy prudente presentarla tan desgarbada. —Tu hermana es simpática —comentó Ernest—, quizás un poco salvaje para mi gusto. —A mí me pareció encantadora —dijo Anthony aún con el recuerdo de su largo cabello rubio trenzado y sus bellos orbes azules como el cielo. —Es realmente encantadora cuando lo desea. ¿Qué les parece una partida de cartas? —indagó Christopher. —Eres un adicto al juego. Eso no es bueno para ti, y lo malo es que eres un adicto a perder —provocó Ernest, preocupado por la situación en la que podría derivar el vicio de Beasterd. —Pues yo sí jugaré —comunicó Anthony—. ¿Quieres perder, Beasterd? —¿Tú que tienes para perder de York? —¿Qué tienen ambos para perder? Los enviaré a la ruina —interrumpió Ernest con suficiencia. Era el más capaz en lo que se refería a los juegos. —Es mucha confianza, mi marqués —añadió Christopher. Después de cuatro juegos perdidos, Anthony y Christopher se dieron por vencidos. —Gracias, caballeros, soy un poco más rico que ayer. Me deben varias monedas —se burló el joven marqués. —¿Aceptas objetos como pago? —curioseó Christopher. —Acepto todo lo que para mí tenga valor. —¿Te apetece un violín? —¿Un violín? —inquirió Anthony, confundido. Ernest ladeó la cabeza varias veces, pensaba en qué decir. —Quizá sea un objeto de mi interés, Beasterd. Deseo verlo. —Entonces sígueme... —mencionó. Los llevó hacia la biblioteca donde había muchos instrumentos musicales.

—Todo esto ha estado en la familia por generaciones —declaró el joven vizconde. —Definitivamente este violín es mío —sonrió encantado Ernest al tomar el violín. —¿Estás seguro de que cambiarás todas las monedas por ese viejo violín? —lo cuestionó un mordaz Anthony. —Esto vale más que eso —alegó con seguridad. —No sabía que eras coleccionista —admitió el pelirrojo. —Hay muchas cosas que no sabes de mi —comentó Ernest con una sonrisa. Grace volvió a la casa y dejó al pequeño conejo en la cocina. Se convertiría en un suculento estofado como castigo por comerse sus hortalizas, que con tanto esfuerzo le había costado levantar. Como siempre, estaba muy aburrida y la lectura no era lo suyo, salvo los libros de jardinería y horticultura; encontró aquel pasatiempo después de que su madre murió. A ella y a Christopher no les quedaba nadie. Su padre había muerto poco después de nacer ella, por lo que no tuvo tiempo de conocerlo, y su hermano, el vizconde, era el ser más arrogante y prepotente que existía. Era tan inútil que no sabía siquiera donde estaba parado. Malgastaba el dinero de la familia desde que su madre murió. Entró en la biblioteca. Ahí estaban los tres, y el marqués de Bristol tenía el violín de la familia en las manos. —Oh, lo siento. Vine a buscar un libro —se excusó por la interrupción. —Aquí no están tus libros —replicó agrio su hermano —¿No puedo buscar uno nuevo? —increpó con el ceño fruncido. —Creo prudente retirarnos —pronunció Ernest, incómodo por la ingrata situación familiar. Anthony no le había hecho caso, ya que estaba atontado por la belleza de lady Grace. Entonces, le pegó un codazo para que despertara. —¡¿Qué?! —exclamó, sorprendido. —Vayámonos antes de que este lugar arda como el averno —señaló hacia los hermanos. —Marchemos, aunque creo que yo volveré por aquí varias veces más. —Disculpen, pero ya nos vamos —anunció Ernest llevándose el violín. —Fue un gusto tenerlos aquí —se despidió Christopher. Los acompañó a la salida. Entretanto, Grace miraba cómo se llevaban el que fue el instrumento de su bisabuela.

Después de que ambos se fueron, Grace reprendió a su hermano: —¿Por qué el marqués se llevó el violín? Esa es parte de mi herencia. —¿No te parece que hay demasiados instrumentos musicales viejos aquí? Cualquiera puede ser tu herencia. —¡Contesta! ¿Por qué se lo llevó? —increpó otra vez. —Perdí una apuesta —confesó sin aversión. —¿Cómo que perdiste? ¿Por cuánto? —Mucho más de lo que quizá tú puedas contar. —Eres un inconsciente, Christopher. —No escandalices, Grace —le restó importancia sin darse cuenta que ahí solo empezaría el calvario para ella. Los días pasaron. Anthony prácticamente vivía en casa de Grace y de su hermano. Él no dejaba de pensar en ella y en que la haría su esposa en algún momento. Grace se encontraba con una de sus ropas de trabajo. Plantaba nuevos vegetales en su huerta cuando Anthony se le acercó. —Es un hermoso día, milady —saludó con educación. Tenía una mano adelante y la otra atrás. Yacía parado con mucha elegancia. —Buen día, señoría. —Realizó una reverencia sacándose la tierra de encima. —¿Qué hace? —Estoy plantando otros vegetales. Esa invasión de plagas, llamadas conejos, se han comido todo. —Pero tengo entendido que, de cierta forma, usted se comió sus vegetales —insinuó por sus famosos estofados. —Señoría, me agrada un buen estofado de conejo, y sí, recuperé mi inversión comiéndomelo —admitió altanera y orgullosa, luego despegó la vista de él. —¿Le gustaría salir a pasear un poco? —No puedo. Esto me llevará todo el día. No entendía la razón por la que el hombre del copete rojo la invitaba a pasear, pero de ninguna manera aceptaría. —¿Qué le parece si hacemos un pacto? —¿Pacto? —Le ayudo a cazar todos los conejos que acechan sus plantaciones, si usted acepta dar una vuelta conmigo —propuso.

Ella lo pensó unos minutos y sopesó la prudencia de aquello con un hombre mayor. La ventaja era que ya no tendría que estar pidiéndole ayuda a Caroline para atrapar a los demonios blancos. El hombre debía saber cazar y lo haría muy rápido. El inconveniente era que estaría en deuda con el marqués de York, pero no le interesaría nada de una niña de casi quince años o al menos eso creyó. —No veo nada de malo entonces —aceptó. Se levantó del suelo sacándose los guantes que usaba para la jardinería. Él le tendió el brazo y ella lo aceptó. Caminaron por las sombras del jardín de la casa de Grace. Él no paraba de observarla. —Engaño... —musitó. —¿Disculpe? —Me dijeron que así la llaman. —Es solo un sobrenombre —admitió con una sonrisa avergonzada. —¿Por qué se lo pondrían? —Porque engañar se me da como saludar. Es así como he salido toda mi corta vida de los problemas en los que me he metido. —No es correcto mentir o engañar, milady. —Creo que todo depende de la forma en que se le vea. Si lo que se desea conseguir es importante, lo último que importa es mentir o engañar. Hay que conseguir lo que se desea al precio que sea —opinó demasiado segura para su gusto. —Es un pensamiento muy cruel para una joven de su edad. Ella sonrió y se alejó un poco más de él, que la miraba en demasía. La hacía sentir incómoda. —Me parece que ha terminado la vuelta, señoría. Ahora usted debe conseguir la mayor cantidad de conejos posibles. —Usted solo déjelo en mis manos —alegó, pero en realidad sin saber cómo lo haría. No podía decepcionar a su malvada dama.

Capítulo 2 Por la noche, cobijados por el silencio y la oscuridad, ingresaron al jardín del vizconde de Beasterd casi de puntillas para no hacer ruidos con las hojas secas que el viento esparció por el lugar. —¿Por qué nosotros tenemos que estar toda la noche aquí esperando que unos conejos aparezcan? —increpó molesto Ernest. —Es un favor para un amigo —justificó Anthony para conseguir el apoyo de ellos. —Espero que pagues esto más adelante —amenazó Clay yendo agachado en la fila que hicieron para ir. —¿No podemos usar las pistolas? —preguntó William. —¡No! ¿Quién de ustedes ha cazado conejos? —A la medianoche, ninguno de nosotros —replicó Clay con amargura. —Vamos, Clay, no te apesadumbres. Estar en el patio del vizconde de Beasterd esperando a que una docena de conejos aparezcan es más importante que estar calentito en tu cama con una bella mujer al lado... — satirizó Ernest. —¿Y qué hay de ayudar a un amigo para que no quede como un tonto? —indagó Anthony viendo que sus amigos estaban molestos. —Tú te metiste solo en esto, ahora también nosotros estamos aquí porque una niña te tiene trastornado. Yo tenía a una deliciosa mujer esperándome, pero aquí estoy, gastando mis valiosas energías en perder la paciencia —se quejó William. —¡Allá va uno! —señaló Clay corriendo con su espada tras un conejo. —¡Lo tengo! —soltó William también con la espada en la mano. Solo la luna iluminaba la noche de la “matanza” que había planeado Anthony. —¡Cuidado! —exclamó Clay antes de chocar su frente contra la de William. Ambos cayeron doloridos sobre la huerta de Grace. Se tocaban la frente en busca de sangre. —¡¿Por qué no ves por dónde vas, Clay?!

—¡Ese era mío! Ambos comenzaron a pelearse sobre las plantas, aplastaron todo a su paso. Nada quedó en pie. —¡Basta! —ordenó Ernest separando a los jóvenes—. Tengo al conejo —les mostró su espada con el conejo atravesado en ella. Anthony, mientras tanto, corría tras otro que apareció. Lo siguió por unos metros y lo mató. —¡Excelente! —sonrió el pelirrojo llevándose su victoria de las orejas. —¿Cuántos tenemos? —consultó William después de dos horas. Clay inició el conteo señalando cada cadáver. —Son ocho. —Con esto de seguro te ganas el favor de la niña... —dijo Ernest. —Es lo que quiero... —concluyó Anthony con una sonrisa satisfecha. Al día siguiente, Grace se levantó para continuar con su pasatiempo, pero aún no sabía con lo que se iba a encontrar. —Milady, es mejor que no vaya a la huerta... —advirtió el mayordomo. —¿Por qué? Tengo cosas que terminar. —Es que... Ella empujó al mayordomo para ir al jardín. Estando ahí, observó sus plantas y dio un grito desolador al ver aquella escena. —¡Quién hizo esto! —profirió, apesadumbrada. —Eso no es lo peor, milady. —¿Hay más? —Se tomó del pecho. —Mírelo usted misma. Se llevó las manos a la boca. Contó ocho conejos muertos en su patio, era una escena macabra. Emitió un gruñido gutural al pensar en quién pudo haber hecho aquello. Dándose vuelta, aseguró que tenía en la punta de la lengua el nombre de aquel pelirrojo. Anthony tenía planes de ir esa mañana a casa de su amigo el vizconde. Estaba orgulloso de la cacería nocturna. Pensaba que Grace estaría complacida al haber hallado la madriguera de sus enemigos. —Buen día —saludó él al llegar junto a la bella criatura rubia que tenía el ceño muy fruncido. Unos instantes después, sintió una eficaz bofetada a su rostro. —¡Mire cómo dejó mi huerta! —reclamó—. Es usted peor que toda esa plaga que ha aniquilado.

Él se agarró la mejilla dolorida. Contempló el lugar donde Clay y William habían peleado. —¿Lo siento? —¿Lo siente? ¿Es una pregunta o lo afirma? —inquirió, disgustada. —No quise destruirlo... —aclaró, arrepentido. —«No quise destruirlo» —lo imitó—. No me ha caído bien desde el día en que lo vi. Le pido educadamente que se aleje de mí y no me dirija la palabra en lo que le quede de vida. —¿Es para molestarse en demasía, milady? Opino que es una decisión exagerada. Ella entornó los ojos y se dispuso a responder: —Por supuesto que sí es una exageración. Es lo único que sé hacer perfectamente. —Opino que debería también probar hacer otras cosas... —¿Otras cosas? —indagó en ese instante sintiéndose más que molesta. —Sí. ¡Por excelencia, puede ser agradecida, pequeña niña mimada y arrogante! —replicó enojado Anthony. —¿Mimada y arrogante? ¡Usted, delgado y pecoso, no va a insultarme de esa manera! —Solo le dije la verdad, y volviendo al caso, fue usted quien me ofendió. —¡No soy lo que dijo, y usted merece esa ofensa! —¡Soberbia y presumida! —la insultó Anthony. Ella tomó una rama para usarla contra él. —¡Viejo! —¿Viejo? Tengo veintiséis. Usted aún debe mojar la cama. Grace le dio la espalda para batirse en retirada antes de que cometiera el crimen de matar a un noble, pero Anthony la tomó del brazo y la sujetó de la cintura. —¡Suélteme, salvaje! —Esto le encantará —aseguró, entonces le robó a Grace su primer beso. Ella se resistía. —¡Patán! —lloró. Pateó a Anthony entre las piernas antes de correr. Él cayó arrodillado en tierra pagando todas sus culpas actuales y las venideras por el terrible dolor que le propinó Grace a su entrepierna. —Anthony, ¡¿1ué te sucedió?! —se acercó Christopher al ver a su amigo arrodillado.

—Nada. Se incorporó. Había tomado una mala decisión y besado a la fuerza a una niña. Grace sollozó en su habitación. No toleraba que aquel pelirrojo detestable se hubiera llevado su primer beso, el que había reservado para su primer amor. Sentía que lo despreciaba. No quería volver a verlo nunca, aunque la vida y los años le demostrarían que eso no iba a suceder. Era muy probable que sería lo más constante que tendría en su vida, al igual que las peleas por dinero con su hermano Christopher, que según ella sospechaba, se estaba malgastando la fortuna que sus padres dejaron, mas no podía hacer nada, pues él era su tutor legal y alcanzaba a hacer lo que quisiera. —¿Que sucedió contigo, Grace? ¿Qué le hiciste a Anthony? —¿No ves lo que le hizo a mi huerta? Solo le di su merecido. —¿No te das cuenta de que será un duque? —¿Y eso a mí qué me importa? —respondió con un completo desinterés. —Que puede ser un excelente candidato para ti, ¿quizá? —dijo su hermano con ironía. —¿Candidato para mí? ¡Bah! Aún soy muy pequeña para pensar en casarme, tal vez ni siquiera lo haga. —Naciste con la idea del matrimonio en la mente, para eso te crio nuestra madre. Las mujeres solo son un gasto y una molestia. —Entonces dejaré de ser una molestia para ti. ¡Me iré! —Te informo que al único lugar al que irás será a la escuela de señoritas, para ver si te convierten en alguien decente. —¡Eso lo veremos! —lo desafió con la nariz en alto antes de que su hermano se fuera. Al cabo de unos días, su hermano cumplió y ella estaba llegando a la escuela para señoritas. —Este lugar debe ser un infierno —comentó en voz alta para que Christopher la oyera. —Será tu infierno los próximos años: es un internado. —¡Internado! —Grace, es por tu bien. En el futuro me lo agradecerás, luego deberás pedir disculpas a su excelencia por tu comportamiento.

—Para que eso suceda, primero deberán volar los cerdos, hermano — habló antes de bajar del carruaje. El lugar era muy bonito. Había como cincuenta muchachas y entre ellas reconoció a una: a su amiga Prudence. Al menos no estaría sola en aquel lugar.

◆◆◆ —Entonces hemos invertido nuestro tiempo en.… nada —reclamó William, enojado. —Todo lo que sucedió fue culpa de ustedes dos —comentó Anthony al señalar a Clay y William. —No es momento de buscar culpables. Perdiste irremediablemente nuestro tiempo y el tuyo porque la niña se fue, no queda nada que hacer — opinó Ernest comiéndose un pedazo de pan. —Hicimos lo que nos pediste —se justificó Clay. —¡No pedí que destrozaran su bendita huerta! —cambió su voz. —Lo mejor que puedes hacer es rezar para que ella olvide los conejos muertos en el patio. Debió ser horrible. Es una pena que no me los haya podido quedar, hubiera convertido a esa familia en unas elegantes botas para el invierno escocés —soltó Ernest con tranquilidad. —Eso hubiera sido lo justo. Tú mataste a seis —lo apoyó Willy. —Es cuestión de habilidad. Al menos sabemos dónde encontrar más piel de conejo... Anthony estuvo decepcionado por no poder lograr su objetivo de que Grace y él tuvieran una buena relación para el futuro. Besarla fue un terrible pecado.

◆◆◆ Años después... Grace y Prudence abandonaron la escuela de señoritas. Ambas estaban ilusionadas con lo que sería la primera temporada para ellas. —¿Esperarás a que tu conde aparezca? —curioseó Grace antes de despedirse de Prudence. —Confío en que lo hará, pero no se lo cuentes a nadie, es mi secreto. —Lo prometo...

Al volver a su casa, Grace se encontró con horrenda sorpresa: habían desaparecido todas las obras e instrumentos musicales valiosos. Su hermano debía estar involucrado en algo terrible y eso no sería bueno para ella. Con diecisiete años podía medir aún mejor lo que sucedía. —Christopher, ¿dónde están las pinturas de mi madre? —Las tuve que vender —contestó muy tranquilo. —¡¿Cómo que las vendiste?! Valían una fortuna —No valían tanto, tuve que hacerlo para que puedas debutar esta temporada. —Pero ¿y nuestro dinero? —Ya no existe. Deberás buscar un buen candidato para marido. —¡¿Por qué?! —Porque estamos quebrados, hermana mía. Sintió que su alma estaba bajo sus pies. Todo dependía de ella. No imaginaba lo difícil que sería encontrar un buen partido con tanta competencia.

Capítulo 3 Antes de iniciar la temporada... Grace perdió toda su paciencia con su hermano que no hizo más que jugarse todo el dinero en un garito de mala muerte. —No tenemos nada, Christopher. Eres un irresponsable e inútil que no pudo administrar la fortuna familiar como se debía. Somos unos miserables. ¿Cómo pudiste apostar las joyas de nuestra madre en ese garito? —sollozó la joven. —En ese lugar van los nobles —justificó su actuar sin ninguna razón. —Nobles con dinero para perder. Tú no pierdes la cabeza porque la tienes pegada al cuello. De lo contrario, le pertenecería a otro. —Me echas la culpa de todo a mí. Tú eres una mujer cara. He invertido en vestidos y joyas para que atraigas a un buen pretendiente, pero no pudiste ni siquiera atraer a una mosca la temporada pasada, ahora se vienen los gastos de vuelta. —Antes de terminar la temporada pasada ya no tenía ningún vestido nuevo. En este momento mucho menos los tendré. Tenemos seis meses de atraso en el pago de los criados de la casa, es horrible. Haz lo que puedas por conseguir algo de dinero para que no nos dejen abandonados. —¿Por qué tú no te consigues un marido y me dejas en paz? —Lo que quieres es que me case para que puedas desangrar a tu cuñado, pero eso no va a ocurrir. Me casaré con algún hombre de medio pelo — amenazó antes de retirarse con enojo. La temporada anterior fue un fracaso para las jóvenes Prudence, Caroline y ella. Bella estaba reticente a aparecer en público, por lo que había planeado reuniones secretas para ayudarlas en la segunda temporada. No perdía la esperanza de encontrar un buen candidato.

◆◆◆ Anthony acudió esa noche al garito de la ciudad, el cual se llamaba Destiny. Era un local que fue renovado hace cuestión de un año y donde la

mayoría de los clientes eran hombres de la aristocracia londinense. Aquel lugar ofrecía un servicio diferenciado al resto de las demás partes del mismo ramo. —¡Es Anthony! —anunció sonriente la mujer de Viktor. —Lo veo. El destino lo ha traído junto a nosotros, querida. Llegó el momento de presentarme junto a él —comentó besándole la mejilla a su acompañante, después salió rumbo a su despacho. Apostado en la puerta se encontraba el fiel Dickens. —Quiero que me traigan al duque de York —ordenó el enmascarado. —Sí, señor sombra —acató el enorme vasallo. El hombre bajó los escalones buscando al gigante pelirrojo que observaba jugar a los otros en el salón. Se acercó hacia él para dirigirle unas palabras. —Excelencia... —¿Dígame? —preguntó, extrañado. —El señor sombra desea charlar con usted en privado. —¿El señor sombra? —curioseó con el ceño fruncido. —Es el dueño, excelencia, y requiere de su presencia. —No lo conozco, pero iré —aceptó con tranquilidad. —Sígame, por favor... —señaló para guiarlo a una puerta. Él lo seguía mientras observaba el lujo a medida que iba entrando por los pasillos, también había un ala privada donde otros clientes gozaban de atenciones femeninas, juegos y bebidas. Era como un rincón mucho más exclusivo para un rico normal. —Aquí es, excelencia —lo invitó abriendo la puerta. Anthony pasó y escuchó como se cerró la puerta tras de él. —Buenas noches, me dijeron que deseaba verme. —Hace tiempo que deseaba verte, Anthony... —habló una voz conocida al quitarse la máscara. —¡¿Viktor?! ¡Estás...vivo! —No siempre puedes creer todo lo que te dicen... —contó. Sonrió y abrazó a su viejo amigo. —¡Condenación! —exclamó contento—. Cuando los demás te vean… —Aún no es tiempo... —¿Cómo que no? Hay que celebrarlo —insistió con una sonrisa. —No he venido a celebrar, sino a trabajar. Tú me vas a ayudar. —¿Ayudarte en qué?

—Siéntate, esto va a ser muy largo. —Soy todo oídos —bromeó Anthony sentándose en el sillón que Viktor le señaló. —Tengo una misión... —Quisiera saber en qué consiste. —He venido a velar por la felicidad de todos ustedes. —¿Y cómo se supone que vas a hacerlo? —Llevándolos al camino que deben seguir —contestó Viktor muy calmado. —Eso es extraño, no lo estoy entendiendo. —Toma... —Le dio una lista. Anthony leyó con atención lo que estaba escrito. —Son los nombres de Clay y Ernest. —En efecto. Incluye el tuyo —pidió. —¿Y William? —Willy se agregará solo —declaró animado. —¿Para qué necesito esta lista? Sigo sin comprender. —Para que se la des a la joven que se esconde en tu casa, mejor dicho, a tu hermana. —¿Cómo sabes que se esconde? —Recuerda que lo puedo saber todo. —Pero ¿qué se supone que ella hará con esto si no sale de la oscuridad de nuestra casa? —Saldrá —aseguró—. Ella les dará estos nombres a sus preciadas amigas; lady Caroline, lady Prudence y lady Grace. —¿Grace? —Por supuesto. Están a la caza de un marido, y tú sabes que lady Grace lo necesita con urgencia. —¡No se la entregaré a ninguno de ellos! —¿Por qué eres ansioso? Le hubiera dicho a Ernest que viniera para pedirle el favor. —No, sabes que es un poco melodramático. Mejor sígueme contando. —¿Tú deseas a lady Grace? —indagó de manera a que él debiera contestar que sí. —Mucho... —confesó. —Entonces... ten paciencia.

—¿Paciencia? ¿Eso es todo? ¡Cuánta más paciencia debo tener para conquistarla! —reclamó un poco agitado. —Primero, deja de espiarla. Piensa que eres un acosador. Robarle el primer beso fue tu mayor pecado, te tiene marcado. —Lo siento. —¿Es una pregunta o una afirmación? —indagó Viktor jugando con la mente de Anthony. —Basta, basta. No quiero que rebusques en mi mente. —Tienes esto... —Colocó unos papeles en la mesa. El pelirrojo miró los papeles sin comprender la existencia de aquellas y su relación con él. —Es el inventario de todos los bienes que le he sacado a nuestro querido vizconde de Beasterd. —¿Y eso de qué me sirve? —Te falta visión. Quiero hacerte partícipe de mi plan. Este papel será tu mayor beneficio si te mantienes callado. Será la carta del triunfo para ti, amigo mío. —Me siento un imbécil, no entiendo —se quejó. —Solo trae a Beasterd aquí y que se gaste hasta lo que no tiene. Le falta poco para quebrar y tiene solo dos cosas de valor. —¿Qué cosas? —Su casa y su hermana —esclareció con una lobuna sonrisa—. Cuando tú lo desees, el plan estará en marcha. —Quiero ese plan en este momento —mandó excitado con la idea de conseguir a Grace. —Es un trato —aprobó Viktor sirviendo una copa de brandi. El plan estaría en marcha pronto, pero solo lo utilizaría si Grace seguía resistiéndose a su encanto inglés. Se retiró del despacho de Viktor para volver al salón. La joven, que estaba escondida, salió después de que vio a Anthony irse del despacho. —Pobre Anthony, no sabía que se había obsesionado con Grace — comentó al sentarse frente a él. —Lo hizo cuando estuviste en Irlanda. —¿Crees que al incluirlo en la lista pueda tener una oportunidad? —Lady Grace es un tanto charlatana, no dará su brazo a torcer, pero recuerdo que estaba encantada con Ernest. Tú no lo recuerdas, mas es

encantador. —¿Qué tanto? —curioseó la dama. —Mucho más que yo. —Entonces es alguien a quién deseo conocer... —sonrió pícara. —Lo veremos —concluyó pensativo.

◆◆◆ Luego de aquella visita a Viktor en el Destiny, hizo lo que él le pidió. —¿Ana? —la llamó Anthony al entrar en la habitación de su hermana. —¿Qué sucede? ¿Por qué entras sin golpear? —lo increpó corriendo hacia la parte más oscura de la recámara. —Ana... ¿por qué no abres las ventanas? —¡No quiero! —Lo que sucedió hace dos años no es importante, debes recuperarte. —No quiero hablar de eso —alegó triste. —Está bien. Tengo algo para ti. —Le entregó un papel. —¿Un papel? ¿Gracias? —se mofó con una sonrisa cantarina. —Si tuvieras un poco de luz verías que ahí hay unos nombres. Ella se acercó a una lámpara para echar un vistazo. —Es justo lo que necesito —aseguró sonriente después de leer los nombres. —Leí tus pensamientos... —¿A cuál de ellas quieres tú? —¿A la rubia? —Tengo dos amigas rubias. —Alzó una ceja bufando por la tontera de su hermano. —A la que sea...—continuó el juego. —Lo veremos. Mañana tengo la reunión con ellas, así que usaré tu lista. —Guardó el papel entre sus pechos. —¡Buen escondite! Ella lo empujó para que se retirara de su habitación. Él salió muy contento del lugar porque su hermana no estaba tan amargada del todo, al parecer. Al ir a su despacho, recordó la temporada anterior; Grace le había dicho innumerables veces que no quería bailar y le daba incontables excusas. Se sentó, cerró los ojos y rememoró todo lo que ella le dijo.

«—¿Me concedería esta pieza, milady? —No —respondió con orgullo». Ese fue el principio de su fracaso como nuevo duque de York. Fue un simple y doloroso «no», luego vinieron otros bailes y nuevas excusas: «Estoy muy cansada», «me duelen los pies», «ya me iba», «me duele la cabeza», «no me siento bien», «es una pena, este baile ya lo tengo reservado», «llegó tarde, excelencia» y «¿qué no entiende de un “no” como respuesta?». La mayoría eran rechazos con fina cortesía aprendidos en las escuelas para señoritas. Lo que quedaba bastante claro era que se aprendió todo eso solo para rechazarlo mejor, pues aún lo odiaba. —¡Malditos conejos! —expresó arrepentido de haber hecho aquella inoportuna faena.

Capítulo 4 No quería ponerse a pensar en la cantidad de veces que había rechazado a su excelencia el duque de York, antes el marqués de York, pero a ella eso no le importaba. Era un acosador que la perseguía en todos los bailes. No sabía cómo esconderse de él. Pronto empezaría la temporada y estaba segura de que intentaría metérsele bajo las faldas. Pese a ser la opción más adecuada para sus apuros monetarios, no pensaba aceptarlo por rufián. No era tan poco agraciado como años atrás, pero ni se lo plantearía. Era el hermano de Bella, sería como aprovecharse de ellos para salir de la pobreza o, mejor dicho, engañarlos, y eso no lo haría. Le decían Engaño por cómo conseguía las cosas de pequeña, aunque hacía tanto que no tenía la oportunidad de engañar a nadie, salvo a la sociedad, ya que aún no sabían sobre los vicios de su hermano y su situación actual. Ella solo rezaba para que todavía quedara algo de su dote para el momento de su matrimonio. En la sesión del té que fue unos días atrás, Grace decidió optar por conquistar al marqués de Bristol y no al duque de York por más que Anabelle le dijera que no le molestaría tenerla de cuñada. El marqués de Bristol era su objetivo, solo que no sabía cómo haría para acercarse y conquistarlo. Probablemente fuera muy difícil de atrapar; era seductor y con un aire de libertino que invitaba al pecado. Cualquier dama podía caer seducida por él. Le había dado vueltas toda la noche a aquella idea, pero no obtuvo ningún resultado. Su cabeza estaba tan preocupada por las cuestiones de la casa que iba a volverse demente. Deseaba salir de ahí para poder librarse de Christopher, dejarlo que se hundiera solo, porque, hasta el momento, la arrastraba hasta las profundidades de la indigencia. Todos sus vestidos de la temporada pasada los modificó, al menos los que no vendió. Con el dinero de esas ventas y la pequeña producción de su jardín, compró más telas y unos listones para que quedaran un poco más actuales, y que nadie notara el apuro por el que pasaba.

Anthony, al enterarse de que Grace eligió a su amigo Ernest, sintió que estallaría de los celos. —Ya lo sabes, Anthony, ella debe conquistar a tu amigo el marqués — resumió su hermana. Estaba furioso. Era evidente que había elegido a Ernest antes que a él, que era un duque, solo porque lo odiaba. Eso era un mal presagio para su pensamiento de conquistarla por las buenas, ya que no quería obligarla a nada. No sabía por qué era tan fuerte su atracción hacia ella. Quería que aceptara ser su esposa por donde correspondía y no como Viktor le había sugerido. Sin embargo, era aún peor el hecho de que él se lo sugiriera. Era un adivino, entonces era probable que supiera que iba a fracasar, aunque no dejaría de intentarlo. Grace sería suya. —No pierdo la esperanza, Ana. Lo más práctico es que le hable a Ernest y que la rechace. —Ella necesita un pretendiente con urgencia, Anthony. —Y yo necesito una esposa. Nuestro padre me lo encargó en la carta antes de morir. Anabelle masculló un improperio hacia su padre. Por su culpa su vida era desgraciada. Si no hubieran hecho ese pacto de familias, todo sería diferente. Maldita fue la hora en la que todo aquello ocurrió. —No te lo encargó, te lo ordenó, así como siempre hacía todo —dijo con rabia—. Nos obligó a todos a hacer su voluntad desde siempre. —Bella... —la abrazó— deja de culparte, lo que pasó no fue tu culpa. —Anthony, hay tantas cosas que tú no sabes —gruñó. Se soltó y fue directo a su habitación. No podían olvidar el pasado, pero al menos intentar no recordar aquel dolor tan grande que nadie se atrevía a mencionar, ni ellos, ni sus amigos, era un tema prohibido. *** —¡Doble aquí! —exclamó Christopher pidiendo que agregaran más cartas a su apuesta. —Vas a perder, Beasterd, deja de apostar —recomendó Anthony sin muchas ganas de salvarlo. —¡Esta es mi noche, saldré victorioso! —alegó seguro. —No creo que esto le guste a tu hermana Grace.

—No se enterará. —Claro que lo hará cuando te pida dinero para la casa. —Veré cómo hago para zafarme de esa situación. Christopher era inconsciente, estaba perdido en el lujo y los juegos. Gastaba más de lo que producían sus tierras. Se gastó aquella noche más de lo que tenía y tendría en un año. —Ha perdido, lord Beasterd—anunció el encargado de mesa. —¡Otro juego! —exigió. —Lo sentimos, milord, pero sobrepasó su solvencia. —Exijo hablar con el dueño... —Veré qué puedo hacer por usted, milord —concedió antes de abandonar la mesa para ir junto al dueño. El hombre ingresó al despacho después de tocar y escuchar su aprobación. —Señor sombra, el vizconde de Beasterd ha sobrepasado su consideración y pide verlo para que pueda estudiar su caso. Viktor sonrió con malicia. —Dígale que pase y que lo voy a escuchar. —Sí, señor... —El hermano de Grace no hace más que hundirse en tus maldades, Viktor —opinó su esposa. —Este hombre hace que hasta un gato sea más inteligente —expresó burlón. Christopher fue al despacho del dueño que accedió a verlo. Tocó y entró con cierta humildad. —Siéntese... —comentó Viktor con voz agria. —Sí, señor —acató. —Usted pidió verme, lo escucho. —He venido a solicitar más crédito... —mencionó pacífico. —No le puedo conceder más crédito sin un aval... —¿Un aval? —Exactamente. Usted entenderá, lord Beasterd, que negocios son negocios, y yo no hago caridad —sonrió disimulado. —Lo entiendo a la perfección —habló nervioso. Observó al hombre del antifaz. —¿Qué tiene de valor para ofrecer? —¿Qué desea usted, señor sombra?

Viktor sabía lo que le pediría. —Las escrituras de su mansión. —¡¿Las escrituras?! —Según tengo anotado aquí, usted solo podría cubrir sus deudas con eso. Christopher no quería entregar la última propiedad que tenía, no hasta que Grace lograra casarse con algún hombre muy rico y que pudiera mantener sus vicios. A Viktor le dolía la cabeza con solo leer aquellos pensamientos del caballero sobre aprovecharse de su hermana. Anthony definitivamente no sabía en lo que quería meterse, aquel hombre sería un parásito permanente en su vida. —Está bien. —Vería para presionar a Grace para que encontrara un pretendiente adecuado. —Perfecto, lo espero mañana. Una vez que tenga en mis manos ese documento, usted podrá tener acceso a todos los servicios que presta mi negocio y un crédito que solo se da a los hombres poderosos —trató de engatusarlo aún más. Al vizconde le brillaban los ojos con emoción. Tendría lo que deseaba y eso era seguir jugando. Lo hacía estar en las nubes el sentir que podía ganar un juego, pues le excitaba el riesgo de ganar. —Estaré aquí mañana, señor sombra. Gracias —añadió zalamero. —Ahora vaya y descanse, mañana será un nuevo día para usted. Salió contento del despacho. Por esa noche había sido todo en el Destiny, solo le restaba ir a buscar dónde se encontraban esas escrituras. —Dickens... —llamó Viktor a su hombre de confianza. —Dígame, señor sombra. —A partir de mañana quiero que el vizconde de Beasterd tenga una buena racha... —Por supuesto, señor. La táctica era muy simple: dejarlo ganar unas cuantas veces, para luego apostar aún más hasta tenerlo donde quería.

◆◆◆

Más que nunca necesitaba que todas sus plantas dieran frutos. Trabajaba la tierra arrodillada, plantaba más vegetales para venta y consumo. Era tan lamentable su situación. Habían perdido a dos de sus empleados por no pagarles desde hacía tiempo. También estaban el mayordomo y la cocinera, que sintieron pena por ella, y no deseaban abandonarla, pero no se quedarían por demasiado tiempo, no había con qué pagarles. Debía ser más atractiva para pasar sobre la competencia. Aquello le sería bastante difícil estando en desventaja económica con el resto de las damas, y no era para más. Ella debía conquistar al adorable marqués de Bristol, uno de los más escurridizos de Londres, mas tenía la belleza necesaria para atraerlo. Debía tener una buena conversación y eso tendría que bastar para iniciar su conquista.

Capítulo 5 Al inicio de la temporada...

Christopher observaba las facciones de su hermana mientras estaba en el carruaje frente a ella. —Debes conseguir a alguien que se fije en ti —dijo su hermano para llamar su atención. —¿Cuántas veces tienes que repetirlo, Christopher? —replicó Grace con la mirada furibunda. —Hasta que esto que te digo tenga sus consecuencias. —Puedes seguir esperando sentado. Acomódate. Él se quedó callado después de escuchar su impertinencia. —Baja... —ordenó con brusquedad. —¿No vienes conmigo? —No, iré a otro lugar... —A seguir derrochando nuestro dinero, ¿no es así? Ya no tenemos nada, Christopher. Eres poco inteligente. —Por eso tú debes solucionarlo. Encuentra a alguien con mucho dinero; un conde, un marqués o mejor aún: un duque. Ahora, vete ya... —La empujó para salir del carruaje. —¡Animal! —masculló al tocar tierra. Grace entró y fue presentada en solitario en la entrada. Siempre debía ir sola. Su hermano no la acompañaba a ningún acontecimiento para vigilarla, en conclusión, podía hacer todo lo que quisiera sin ser supervisada. Caminó por el salón observando todo. Aún no habían llegado sus amigas, entonces decidió colocarse cerca de la mesa de las bebidas. Sentía que aquel acosador la miraba. Su pelirroja cabeza sobresalía entre la multitud. Era un hombre bastante grande, no parecía inglés, sino un escocés o irlandés. Hizo contacto visual con ella y entró en pánico interno. Recordaba aquellos conejos muertos en su huerta. Tuvieron que repartir conejos a todo el personal para que los llevarán, y luego de eso tuvo que hacer de nuevo

todo el trabajo de meses. Gracias a Dios sus empleados mantuvieron la huerta que los ayudaba a tener algo para llevarse a la boca. Anthony vio a su bella musa, que lo odiaba, con los brazos cruzados… y sola. Estaba tan hermosa como siempre; su rubia cabellera en un precioso recogido con bucles en el rostro, sus ojos azules parecían oscuros y pensativos. Era todo lo que él deseaba para su insulsa vida. Al verla tan solitaria, pensó en hacerle compañía, pero lady Prudence fue a quedarse con ella, luego se unió a la tertulia lady Caroline. Estuvo pescando como un águila hasta verla sola. Después de una charla informal para infundirle valor a su amiga Prudence, pudo notar que nada había resultado. Contempló cómo caminaba lentamente como si fuera al matadero, después miró cómo la torpeza se adueñaba de su insegura amiga. Daba mucha pena. —¡Ay, Prudence! —masculló tapándose la cara. Al retirar su mano, se fijó que no todo salió mal. El conde de Devon la levantó y se la llevó afuera. Entretanto, ella los seguía a una distancia prudente para evitar que la muchacha cometiera otra tontería. —¡Quédate ahí! —mandó Grace a la par que gesticulaba con los dientes apretados. —¿Le gusta la pantomima, milady? —indagó la gruesa voz de Anthony, que percibió que ella se escapó, entonces la siguió hasta encontrarla otra vez sola. —Excelencia... —Realizó una reverencia. —¿Esta noche sí aceptará bailar conmigo? —susurró Anthony con esperanza. —No —contestó tajante y altanera. —¿Por qué se empeña en rechazarme este año sin la más mínima delicadeza? —expresó un poco disgustado. —Creo que es un hombre de poca memoria, excelencia. ¿No recuerda mi huerta y a los conejitos? Yo tengo una memoria muy buena. —Es una niñería seguir enojada por algo que pasó hace tanto tiempo y por las que hubo disculpas al caso. —¿No le he dicho lo que más me molestó? ¡Me robó el primer beso! —Esa es una niñería más. Solo fue un beso, no exagere. —Para usted no significa nada, grosero. ¿No se ha puesto a pensar que, si para usted no tiene importancia, para los demás sí? ¡Yo lo había reservado para mi primer amor!

—¿Y yo no puedo ser su primer amor, milady? —habló sarcástico. —Usted a lo único que puede llegar es ser el hombre que más canas me ha sacado a tan corta edad. —También puedo llegar a ser su primer pretendiente —comunicó con gracia. Eso no pasaba. Él no podía decirle que la pretendía. No lo aceptaría nunca, terminaría matándolo a la primera oportunidad que tuviera. —Déjese de juegos, excelencia. —Conozco su situación, lady Grace —pronunció tranquilo. Esperaba ver alivio en su pálido rostro. Ese comentario le disgusto sin remedio, ¿cómo podía alguien ser tan metido? —No es asunto suyo, excelencia —lo evadió con la nariz alzada. —¿Cuánto tiempo piensa que podrá engañar a la sociedad, lady Grace, fingiendo aún tener lo que no tiene? —preguntó con suficiencia. —Tener mucho dinero y ser un duque no le da derecho a humillarme — informó con los dientes apretados—, y otra cosa más, no entiendo por qué desea ser pretendiente de una mujer que no tiene nada. —Porque creo que tiene lo que se requiere para ser una excelente esposa. —¿Esposa de usted? —se carcajeó—. Menos mal que soñar no se compra. De lo contrario, se gastaría cada chelín pensando que me casaré con usted. Jamás lo consideraré apto para esposo, grosero cabeza roja... — lo insultó. Agarró sus faldas, hizo una exagerada reverencia, y concluyó—: Espero que pase una agradable velada, excelencia. Después de decir aquello, se retiró aireada del salón. El duque sería el último hombre sobre la tierra a quien le daría un sí, por grosero y desagradable. Después de tranquilizarse, volvería a su lugar en el salón. Debía acercarse al marqués. Anthony quedó enojado, no podía controlar su propia lengua. Cuando estaba cerca de ella se descontrolaba queriendo entrar en conflicto y poder ver su hermoso ceño fruncirse por el enojo, dado que era excitante. Caminó hasta donde estaba un aburrido Ernest junto a Nicholas, quien tenía cara de pocos amigos. —¿Aún con esa cara, Nicholas? —curioseó al ubicarse a su lado. La mirada que aquel le devolvió era macabra. —Yo al menos lo entendí perfectamente —dijo Ernest con los dientes muy apretados mirando a Anthony para pedirle socorro con sus ojos. No

soportaba el malicioso estado de Nicholas. —¿Quieres acompañarme, Ernest? Traigamos una copa para Nicholas — acudió pedido de salvamento. —¡Gracias, gracias y más gracias! —retribuyó a Anthony por salvarlo de una muerte por amargura—. Un minuto más y terminaba formando parte del pilar junto al que estaba. —¿Tan aburrido era? —¿Aburrido? Aburrido es divertido en comparación con el silencio que salía de Nicholas. Anthony rio por las ocurrencias de Ernest y tomó una de las copas de brandi. —Es que tú no estás acostumbrado a eso... —Ni lo estaré. ¡Amo la jovialidad! ¡Provecho! —Chocó su copa con la de Anthony. Anthony creyó que aquel momento era el propicio para pedirle el favor a su amigo. —Ernest, quiero pedirte algo —mencionó un poco avergonzado. —Solo dilo. —Lady Grace te ve como un potencial candidato —contó sin rodeos. Ernest escupió su bebida que se llevaba a la boca. Se había convertido en la presa de aquella muchacha salvaje, no podía creerlo. —¡Sálvame! —Con gusto —aceptó sonriente—, lo único que tienes que hacer es nunca quedarte solo. —Por supuesto —aceptó Ernest, desesperado. Lady Grace no era del tipo de mujer que le gustaría llevar al altar o, mejor dicho, no existía una mujer a la que quisiera llevarse al altar… todavía. —Ahora vuelve con Nicholas —mandó Anthony. —Está demasiado amargado que somete a mi pobre espíritu a mucha presión. —Lo haces por un amigo, ¿recuerdas? — chantajeó a Ernest, cuyo corazón era muy blando para sus amigos. —Recuerdo eso de algún lugar... —fingió meditar con sarcasmo— y también recuerdo que no acabó bien. —Es parte del pasado —Anthony le restó importancia bebiendo el contenido ambarino de su copa.

Ernest volvió junto a Nicholas, que en ese momento era su refugio más seguro para evitar a la que en un futuro sería la prometida de su amigo. Mientras tanto, Anthony observaba desde el otro lado del salón que Grace volvía a ingresar al recinto. Ella estaba dispuesta a conseguir un buen pretendiente. No obstante, vio al marqués, quien estaba con un desconocido, y no era prudente abordarlo. El marqués era un sueño en belleza, además de tener cierto aire romántico y fama de buen amante entre las damas. ¿Qué tan difícil podía ser echarse a la bolsa a ese hombre? Tal vez muy difícil, pues por algo continuaba siendo un codiciado soltero.

Capítulo 6 Esperaría paciente a que se desocupara. Entretanto, recorría el salón sin perder de vista del marqués de Bristol, hasta que sintió que alguien la tomó de un brazo. —¿De nuevo usted? —preguntó cansina al ver con desprecio a Anthony. —Sí, soy yo… otra vez —confirmó. La agarró para llevarla del brazo y así bailar. —No quiero bailar con usted. —Clavó los zapatos en el piso. —Soy un hombre indulgente, lady Grace, pero tiendo a perder la paciencia con facilidad. —¡Suélteme! —No hará un escándalo, supongo. Usted sabe que ser el centro de atención de un periódico luego la convierte en el blanco de todo Londres, investigarían y sabrían que están mal económicamente. —Es una mala forma de conquista la suya, excelencia —afirmó molesta. Él solo sonrió. Estaba siendo sincero con ella. El carácter agrio de Grace era solo consecuencia de su entorno y su estupidez de haberle arrebatado tan “preciado” beso. Quería hacer algo simple con ella, disculparse y dejar de cometer tonterías cada vez que recordaban lo que pasó hacía años. Debía mantener su propia lengua quieta. —No me culpe si lo piso —masculló enojada. —No creo que lo haga, sé que usted es muy buena bailando —halagó. —Me ha estado observando entonces... —Desde siempre, milady —concedió con una sonrisa. Logró incomodar a Grace. Ella se sintió cohibida. Podía notar en los bellos ojos azules del duque que él la deseaba, pero era lamentable que ella no sintiera lo mismo. Debía seguir poniendo distancia entre ambos hasta que él se casara con otra y le olvidara. —Es usted una excelente compañía. Tiene el gran don del silencio, cosa que muy pocos poseen... —quiso entablar una conversación con ella. —Mi don se da con las personas que no me agradan.

—Entonces ¿yo no le agrado? —Se sintió ofendido por su insinuación. —No, solo lo tolero por ser el hermano de Anabelle. Le decía aquellas cosas con la sola intención de alejarlo de ella. —Solo quise pedirle disculpas por robarle tan valioso beso y también por hacerle perder su tiempo... La danza acabó. Anthony le hizo una elegante reverencia antes retirarse. —Es lo mejor, excelencia —dijo después de que él se hubo ido. Quizá con aquello dejaría de animar esperanzas en su interior. No debía prestarle atención al golpe que le dio a su ego. Pese a ser la mejor opción para acabar con sus problemas de dinero, su hermano lo desangraría y él era el hermano de su amiga, no podía hacer tal cosa. Otra vez lo engañó fingiendo frialdad con el duque. No le perdonó del todo por robarle su beso, pero ya había olvidado el incidente con su huerta y los conejos. Pensaba que sería gracioso verlo cazar por la noche algunos. Anthony se acercó a Viktor, que se encontraba escondido de los demás invitados. —Lo bueno de un corazón enamorado es que puede soportar cada golpe con firmeza —alegó Viktor cuando Anthony estuvo junto a él. —Viktor —dijo desanimado. —¿Qué te he dicho de la paciencia? —Verás, no soy tan paciente como pensaba. Fui a buscarla. —Te vi obligándola a bailar, ¿crees que es la mejor forma de conquistar a una dama difícil como ella? Quise darte una bofetada y la amenaza. Es lamentable. De esa forma solo la espantarás. —¡Lo entiendo! —No lo entiendes. —¿Qué debo hacer? —Deja de abordarla, es lo principal. Tiene un pequeño secreto que te oculta para torturarte, y tú caes. Con razón la llaman Engaño, ¡te engaña! —¿Qué quieres decir? —Descúbrelo por ti mismo... Anthony arrugó el ceño. Odiaba las adivinanzas, no era tan paciente ni tan racional como siempre había creído. Perdió cada habilidad desde que se fijó en lady Grace y todo fue nublándose tratando de ganarse sus favores. Sin embargo, no consiguió más que desprecios de su parte.

◆◆◆ —¡De nuevo ha perdido, Lord Warwick! —festejó Christopher. Aquella era su noche: había ganado casi todas las partidas. —Me ha ganado, Beasterd. —Gracias por cooperar... —comentó sonriente. Debía ir a buscar a Grace, pero no le contaría que ganó dinero, o se lo pediría para pagar cuentas. Su estricta hermana se preocupaba por todo. Cuando llegó junto a ella, sabía que le esperaba un largo interrogatorio. —¿De dónde vienes, Christopher? Espera, déjame adivinar, estabas gastando un dinero que no tenemos —aseguró muy disgustada. —No estaba gastando —negó con caradurez. —¿En verdad? Entonces estabas ganándolo... —dijo con sarcasmo—. Eres el noble menos inteligente que existe, gasta más de lo que recauda. —Nuestras tierras producen sin parar, querida. —Lo que ocurre es que no veo el fruto de esas tierras... ¿Aún las tenemos, querido hermano? Era verdad que no las tenían, dependían solo de ella y de conseguir un buen partido. —¿Y cómo te fue? —trató de esquivar la pregunta. Eso no era nada bueno, debía averiguar con el administrador qué sucedía. Eso sería mañana. —Mal... —sonrió—. El único que se acercó a saludarme fue el duque de York. —Te fue muy bien. ¿No te das cuenta, Grace? Es una presa fácil, está ciegamente enamorado de ti. Lo suponía. Su hermano también notó eso e intentaría meterle al pelirrojo por los ojos en cualquier momento con tal de aprovecharse de él, pero ella no lo permitiría. Lo rechazaría siempre, no lo convertiría en víctima de las intrigas de Christopher, pues quién sabía qué sucedería si llegaban a casarse, quizá llevaría también al duque a la quiebra. Christopher, por el contrario, pensaba en qué más daba aprovecharse de Anthony. Era muy, pero muy rico. No le hacía mal compartir un poco de su riqueza con él y solo debía convencer a su hermana para que lo viera como algo más que un enemigo. Tal vez si buscaba la oportunidad de juntarlos en

una comprometedora situación, lograrían casarse y él viviría nuevamente tranquilo. Se acostó, mas no podía dormir. Se sentía aquejada por la cantidad de problemas que podría acarrear el hecho de que estuvieran en la quiebra. Nadie querría casarse con ella, la verían como una caza fortunas, aunque eso era. Quería conquistar al marqués, no solo por lo agraciado, sino porque tenía mucho dinero. Nunca pensó tener que buscar esa clase de marido; siempre imaginó que el amor sería quien la llevaría a encontrar a un joven, pero se daba cuenta que vivía de sueños. El duque fue el que la había sacado de aquel sueño diciéndole toda la realidad por la que pasaba. Era demasiado sincero para su propio beneficio al decirle que, si se corría la voz sobre su quiebra, la gente le rechazaría. Al llegar a su residencia, subió hasta su habitación y recordó las palabras que le comentó el duque. Las lágrimas salieron. Se empeñaba en engañarse fingiendo fortaleza ante tal situación, pero sabía qué le esperaba a una dama en su posición: casarse con algún viejo o convertirse en institutriz de algún pequeño lord o lady del infierno, aunque eso sería mejor que entregarle su virginidad a un horrible anciano. Pero ¿y qué había de Anthony? Tenía muy bonitos ojos, era menos delgado que antes, sin embargo, demasiado llamativo para su gusto en particular. —¡Ni lo pienses, Grace Katherine! —se reprochó. No caería en la desesperación, debía calmarse, quizás al hablar con el administrador todo pudiera solucionarse. Al día siguiente, Grace recogió algunas hortalizas para poder venderlas. La excusa para que ella los vendiera era simple: tenía un pasatiempo que le generaba muchos sobrantes, y para que no se echaran a perder, hacía dinero con ellos. El mercado era el mejor lugar para conseguir dinero rápido con sus productos caseros. —Nell... —llamó Anthony a su criada. —Dígame, excelencia. —Ya sabes lo que tienes que hacer, —Le entregó una pequeña bolsa con dinero. —Sí, excelencia...

Nell era la cocinera de la mansión de York. Era la encargada de hacer los mandados al mercado, donde le compraba a Grace toda su producción sin que ella supiera que era él quien se lo adquiría. Pagaba un excelente precio por las verduras y hortalizas más caras de Londres. No podía dejar que ella pasara tantas penurias. En su vestimenta se notaba que no la pasaba muy bien. Eran vestidos de la temporada anterior, los conocía todos, pues se pasaba admirando la belleza de Grace. Su rechazo no era un impedimento para que sus orbes se deleitaran en ella. —Buenos días, lady Grace —saludó Nell. —¡Buenos días, señora Nell! —¿Qué tiene para mí hoy? —Todo lo que está en el canasto, si gusta —contestó sonriente. —Pues lo quiero todo —aceptó dándole el dinero. Ella observó lo que la mujer quería entregarle y era demasiado, mucho más de lo que valían en realidad. —Señora Nell, no puedo aceptar tanto, es exagerado. —A mi patrón le sobra el dinero. Aprovéchelo, milady. —Está bien. —Pensó en que necesitaba cada moneda para la supervivencia de su casa. Maldito fuera su hermano, debía aceptar limosnas de otro noble que no sabía quién era—. ¡Espere, señora Nell! —Dígame, milady. —¿Quién es su patrón? —Es un irlandés. —¿Y qué título tiene? —Es un duque. —¿Un duque? ¿Es soltero? —Y está buscando esposa —informó cómplice la cocinera. —No soy una buena candidata para un duque. —Sabía lo que la señora pensaba. —Es lo que cree, pero digo que usted sería la mujer ideal para él. Grace sonrió y se despidió. Tenía más ocupaciones ese día. Iría a ver al administrador, el señor Higgs. Caminó varias cuadras observando el paisaje sin perder detalle de lo hermoso que estaba el día. —Buen día —saludó a la mujer que le abrió la puerta. —Buen día, lady Grace —le sonrió una señora rechoncha. —¿Se encuentra el señor Higgs?

—Sí, milady. Está en su despacho. Sígame, por favor. La mujer la hizo entrar. El señor Higgs se levantó de su asiento y fue a dejar un beso en su mano. —Lady Grace, qué placer. ¿Qué la trae por aquí? —inquirió el hombre canoso, impresionado por la belleza y juventud de Grace. La invitó a sentarse. —El placer es mío, señor Higgs. Lo que me trae aquí es interiorizarme sobre cómo está nuestro dinero. El hombre la miró con sorpresa. —¿Su dinero? —Sí, usted es nuestro administrador. —Lady Grace, ¿su hermano no le ha dicho nada? —¿Nada de qué? —Ya no existe nada para administrar. Lo último que tenían era la mansión donde viven, y justo ayer se llevó las escrituras. —¡No es posible! ¿Y mi dote? —De su dote no ha quedado nada. Tuvo una fuerte opresión en el pecho. No era lo mismo sospechar algo que comprobarlo. Era una gran nadie, solo una lady en desgracia.

Capítulo 7 —Señor sombra, ¿me mandó llamar? —preguntó Dickens, su fiel servidor. —Esta lista es de las personas que no están cumpliendo con sus obligaciones en el club. —Le entregó un papel con varios nombres, el cual su hombre de confianza miró al instante. —¿Desea que los traiga? —En efecto. Necesito recaudar un poco para varios proyectos que tengo. —Sí, mi señor. Esta noche estarán aquí. —Gracias, Dickens. Viktor no pudo tomar posesión del dinero que correspondía. Levantó aquel club casi de la nada con tan solo una carta. Le ganó el club al mismísimo dueño en una partida; era evidente que así lo efectuó usando su ventaja, por lo que le había pagado todo lo que le correspondía, y lo mismo hizo con las demás personas que lo ayudaron sin querer y queriendo. —¿En qué piensas? —indagó su esposa al acercarse. —Me encantaría poder preguntarte lo mismo —suspiró—, solo existe una persona a la que puedo hacerle esa pregunta. —No te sientas mal, eres diferente. —Un pequeño fenómeno, como me llamaba mi padre, hasta que empecé a serles de utilidad. —Olvídate de eso. —Sabes que esto me persigue. En ocasiones es un alivio y otras veces una carga. Se hacen más y más constantes los sueños... —¿Te sientes agobiado? —Nada más lejos de la verdad. —Por juntarme contigo ya me estoy volviendo adivina. —Se recostó en el escritorio. —¿Te he dicho lo especial que eres? —No mucho, quizá necesite oírlo más seguido. ¿Y cómo va todo con Anthony?

—Es impaciente y le falta mucho tacto. Creo que le hace falta unas clases para cortejar a una dama. —¿Y cómo está Prudence? —fingió mirar sus uñas. —Un progreso muy lento —intentó parecer desinteresado. —¿Estás seguro de que quieres entregarla? Observó hacia el vacío, luego hacia ella. —¿Y qué puedo hacer con ella? Estoy contigo.

◆◆◆ Grace pensaba en que tendría una seria conversación con su hermano después de arreglar un vestido para esa noche. Cada velada era de vital importancia para encontrar un marido joven y rico. Esperaba que esa noche el marqués estuviera disponible. Se pasó la tarde llorando mientras cosía el vestido, no podía evitar recordar que no tenía dote. Nadie la querría sin ella. Su única alternativa era que debía enamorar a alguien y enamorarse también antes de perder la casa. Era difícil ignorar que el duque le viniera a la cabeza como primera opción. Todos sus problemas se resolverían, pero probablemente lo mataría la noche del compromiso. Le parecía odioso y creído, pomposo y arrogante, pelirrojo y pecoso… Le seguían faltando calificativos. Escuchó que su hermano llegó a la casa y dejó lo que hacía para enfrentarlo. Bajó las escaleras y lo escrutó, desafiante. —¡Christopher! Él se giró al escuchar a su hermana, quien lo veía con enojo. —¿Por qué gritas, Grace? —¡Lo sé todo! —afirmó—. Eres un patán. Acabaste también con mi dote, ¿ahora crees que me voy a casar? —Para que Anthony se case contigo no hace falta dote —respondió sin ninguna vergüenza. —¿Cuántas veces te repetiré que aquel pecoso no me interesa? —Es apuesto, muy rico y es mi amigo. —Es el último hombre en mi lista. Es el hermano de mi amiga. —¿De Anabelle? Nadie ve a Anabelle. Tal vez hasta sea un mito su existencia. Déjate de falsedades, ¿o quieres que te case yo, hermana mía? —¿Intentas amedrentarme? —cuestionó incrédula y desafiante. —Tómalo como te plazca —replicó con un gesto de la mano.

Estaba molesta porque no la tomó en cuenta. Solo le quedaba intentar salvar lo poco que tenían. —Entrégame las escrituras de la casa —exigió impaciente. —No las tengo. —¿Qué has hecho con ellas? ¿Dónde están? —Muy bien guardadas. —¿Dónde están? Te ordeno que me las des, es lo único que nos queda. Las cuidaré. —¡Tú a mí no me ordenas nada! Tu única obligación es sacarnos de este apuro, y lo harás por propia voluntad o sin ella. —Le apretó tan fuerte el brazo que le dejó una marca. —¡Déjame! —chilló adolorida. —Para algo te envié a la escuela de señoritas, pero se nota que no aprendiste nada. Quizá te falten unos azotes —insinuó su hermano muy molesto porque ella pensaba meterse en sus asuntos. —¡No! —vociferó. Echó a correr hacia su habitación. Se encerró con llave y lloró amargamente al fijarse en la marca roja en su brazo. No reconocía a su hermano; el vicio lo había llevado a quedar irreconocible. Nunca fue muy bueno con ella. La llamó bastarda tantas veces, mas no entendía la razón. Su madre siempre la quiso, no como otras madres, aunque no la cuidó. Rumbo a la velada, Christopher la llevaba en un ambiente tenso para ella. Sin embargo, para él parecía no ocurrir nada. —Ve y haz un buen trabajo, Gracie —ordenó. Ella no respondió. —Lo siento, Gracie, me excedí contigo. Grace siguió sin contestar nada. No lo miraba. —Eres una metida. Son mis asuntos, los hombres somos quienes manejamos el dinero. —Pero los hombres son inteligentes, y tú no eres de esos. No haces más que gastar, gastar y gastar. Eres un desastre. —Y tú una mujer inútil. Con tanta belleza no has podido conseguir un solo pretendiente más que a ya sabes quién. —Ni siquiera es un pretendiente y si lo fuera, jamás lo aceptaría, pues te aprovecharías de él.

—Lo defiendes con tanto ahínco que comienzo a creer que te está agradando Anthony. —¡Eso no ocurrirá jamás! Lo hago por su seguridad y bienestar — desmintió su afirmación. —No lo entiendes, Grace. A cada paso que da, pone un huevo de oro. Es inmensamente rico. —Ese no es tu asunto y mucho menos mío. No tiraré por la borda mi amistad con Anabelle y tampoco voy a ayudar a hundirlos en la miseria solo porque tú no puedes controlar tus malditos vicios. —Grace, Grace, Grace… cada vez que te oigo me doy cuenta de que perdí mucho dinero al enviarte a esa estúpida escuela. No has aprendido modales —le reprochó con molestia. —Creo que has perdido algo aparte del dinero, y es tu inteligencia. Eres malo como un mono con los números. —¡Cállate! —Levantó la mano para golpearla, pero se detuvo. Ella colocó firme el rostro para recibir el golpe y fingió no temer ante aquel arrebato. —¡Vete! Bájate en este instante… —Antes de que termines de comportarte como una bestia, ¿no es así? — insinuó sarcástica. Exasperado, la empujó y ella casi cayó. Se colocó correctamente el vestido y se alisó la falda. Entró como siempre al salón: segura, altanera y rica. Si en esa temporada nadie se daba cuenta sobre que estaba quebrada, sería la reina del engaño. Anthony recordó que en la tarde se reunió con Ernest para intentar desalentar la misión de Grace de conquistar a este último durante la velada nocturna donde asistiría esa noche. —¿Esta noche tendré que esconderme de tu adorada lady Grace? — preguntó Ernest, muy cooperativo. —Si así lo deseas... —Por supuesto. Lady salvaje no es mi opción de mujer ideal. —¿Cómo conquistarías a tu dama ideal? —Primero que nada, mi querido Anthony, la domaría con mi indiferencia. Eso es lo que haces mal: tú acechas a la presa constantemente. —Se escondió tras un mueble—. Ella se percató de tu jugada y huyó. —Déjate de bufonadas, Ernest... —pidió avergonzado obligándole a salir de su escondite.

—Es la verdad, eres demasiado... ¿Cómo lo diría? Predecible. Ella al verte llegar sabe que la atacarás. —Lo que quiero es conquistarla, no atacarla. —Pues sigue mi consejo. Deja de perseguirla, que note tu ausencia. Acércate con educación, entrégale presentes pequeños, nada pomposo. Con su situación terminaría vendiéndolo y eso te disgustaría. —Déjame pensarlo... —En líneas generales: atacas mal a la presa. —Se sentó con los pies en el escritorio, relajado. —Quisiera ser como tú. —¿Como yo? ¿Qué tengo de especial? —Pareces feliz, no tienes preocupaciones, vives sin sobresaltos, ni tampoco un amor... Ernest sonrió de oreja a oreja. —Es lo que te parece que soy, pero es porque, en conclusión, no me conoces bien. —¿Qué más debo conocer de ti? —increpó. —Lo más predecible de la vida puede ser lo impredecible. —No me salgas con esas bazofias. Su amigo parecía no conocerlo. La soledad que escondía su corazón y aquella sed de amar que lo embargaba sin encontrar en ninguna mujer ese destello que él estaba buscando, lo mataba con lentitud. Mataba sus ilusiones de tener algo más que una vida vacía llena de lujos y mujeres sin alma saciando su cuerpo y calentando su cama. Cuando llegó al baile, observó lo acontecido. Llegaba justo en aquel desagradable momento. Su plan era no acercarse a ella, pero con todo lo que había visto, su curiosidad estaba al límite. Él la siguió entrando al salón. Ernest estaba en un rincón, veía a los concurrentes. —¿Y los demás? —curioseó Anthony acercándose a su amigo. —William no está aquí. Ha incumplido con el trato. —¿Puedes ahondar en su ausencia? —Será un placer. Es mi especialidad meterme en la vida de los demás — ironizó. —¿Y nuestro amargado? —Estoy seguro de que te refieres a Clay. Estaba con lady Margot. —¡Qué inservible!

Grace estaba sola. No fueron Caroline ni Prudence, aun así, había comprometido tres bailes esa noche. —Lady Grace... —pronunció la voz de un hombre mayor. —Lord Osbert, ¿cómo se encuentra? —Le sonrió, amistosa. El viejo hombre que fue rubio, y probablemente muy apolíneo en su juventud, la miraba con sus orbes azules que se iluminaban de emoción. —Todo lo bien que la edad me permite, querida. ¿Me concedería esta pieza? No podía decirle que no a aquel hombre que siempre la trató con afecto. —Por supuesto, lord Osbert... —Le entregó su mano. Era exquisito bailando, sus modales únicos y su encanto natural hacían la diferencia con cualquier otro caballero. —Me recuerda a Greta... —¿Mi madre? —Es usted tan bella como ella. —Ella no era rubia. —Le puedo asegurar que es idéntica, la conocí muy bien. —¿Por qué? —Fue mi prometida… —contó para sorpresa de la muchacha. Ella no podía creerlo. Estaba muda de la impresión. —Solo que el vizconde me la arrebató. No tenía tanto dinero como él en aquel entonces... —Lo siento tanto, lord Osbert. ¿Sabe que no conocí a mi padre? —Lo sé —hizo una pausa y continuó—: ¿Quiere conocer a mi hijo Hans? —Estaría encantada. Después de finalizar, el hombre se acercó hasta su hijo para presentarla. —Te presento a mi hijo Hans. Ha vuelto recientemente desde América. —Es un placer conocerla, lady Grace. —Besó su mano. —El placer es mío, milord —replicó con gracia. Después de un momento conversando con ellos, terminó quedándose sola mientras veía dentro del salón. Fue un rato agradable el que pasó con ellos. Una conversación excelente, se podía notar que era una familia muy unida. Ambos caballeros se alejaron de Grace para charlar a solas. Lord Osbert, conde de Carrick, abrazó a su hijo, emocionado. —Es muy bella, padre —le felicitó.

—Es hermosa, como todas las damas de su familia. —Su hermano no está pasando una buena situación de dinero. Eso sería contraproducente para conseguir un matrimonio adecuado. —Lo sé. Warwick me lo contó y esto no me gusta. —Menos mal mi madre ya murió, de lo contrario, nos mataría por lo que pensamos hacer. —Solo la ayudaremos un poco nada más. Es una niña muy dulce. — Salió del baile para retirarse a su residencia. Su cometido por esa noche estaba cumplido.

Capítulo 8 Anthony observó a una solitaria Grace. No la perdió de vista, por supuesto, hasta antes de ver a Clay con Lady Margot. Aquel muchacho no aprendía que, si estaba detrás de una, debía dejar a la otra. Después de dejarle claro aquello a su amigo, contemplaba a Grace. Quería acercarse a ella, quizá si intentaba un pequeño arrimo, ignorando un poco a Ernest… Grace, al notar a Anthony observándola como si de una presa se tratara, buscó refugio. Solo encontró a Henriet, la hermana de Prudence. —Buenas noches, Henriet. ¿Dónde está Prudence? —Se he ha quedado en casa, estaba cansada. —¡Y yo estoy sola! —expresó asustada en el momento que escrutó a su cazador. —Ve con mis amigas, yo volveré en un momento. Henriet se perdió entre los invitados. Entretanto, ella iba rápido hacia las amigas de la hermana de Prudence por miedo a que el duque se le acercara, pero eso no ocurrió. Estaba solo, recostado en un pilar con una copa en la mano. Se le percibía aburrido. Había pasado más tiempo y él nada que se movía hacia ella, quizás echó en cuenta que no conseguiría nada y se dio por vencido. Ante esa suposición, una sonrisa apareció en su rostro. Su último encuentro había resultado a la perfección y ya no la buscaría. Con eso él estaría a salvo de las conspiraciones de Christopher y también de las suyas. Mientras tanto, en el Destiny, Viktor tomaría lo último que tenía Christopher. —Háganlo pasar al salón especial —pidió a su sirviente. —Sí, señor sombra. —Y también denle esto. —Le arrojó algo. —¿Opio? —reconoció el paje. —Para mantenerlo feliz —aseguró, sonriente. Sería aún más fácil obtener los resultados esperados si estaba muy animado para apostar. A ese paso tendrían todo lo que necesitaban más

rápido de lo que pensaban. —Han venido sus deudores, señor Sombra —anunció Dickens, sacándolo de sus pensamientos. No sabía cuánto tiempo pasó urdiendo callado en aquella silla. —Haz pasar primero a lord Seaford, tiene cosas que me interesan — mandó con una sonrisa maliciosa. El hombre pasó al despacho de Viktor, bastante temeroso. Sabía que le debía demasiado dinero. —Lord Seaford... —lo recibió Viktor en tono amable. —Dígame —mencionó apagado. Estrujaba sus dedos con fuerza por los nervios. —Usted no me ha pagado lo que me debe. No soy alguien que haga alarde de su paciencia, lord Seaford —manifestó calmado. —Le voy a pagar, lo juro, señor sombra. —Me pagará, eso es evidente. Solo que tomaré lo que deseo de usted. —¿Qué quiere? —Su mansión de Mayfair. En realidad, las dos... —Pero… pero si vivo allí, señor. Podríamos... —Ese no es problema mío. Tomaré posesión de ambas mansiones para saldar sus deudas —declaró implacable. —¡Por favor, señor sombra! —No hago caridades, lord Seaford. Usted se ha gastado hasta las medias aquí, y debe pagar por ello. Yo no he colocado un tridente en sus costillas para hincarlo y que viniera a perderlo todo. Esto es un negocio que no trabaja a pérdida ni tampoco siente lástima. —¡Por favor, tenga piedad! —rogó el hombre. —¿Piedad? Su caso no me inspira ni una pizca de eso. Han venido hombres poderosos a rogarme que no los hunda y contarme las miserias de sus vidas, aun así, ejecuté sus posesiones. Negocios son negocios. Lord Seaford había perdido todas sus posesiones y lord Beasterd iba por el mismo sendero. No le gustaba hacerse rico de esa forma, pero no le quedaba de otra, no hasta recuperar lo que le pertenecía. —Lord Beasterd, siéntese aquí —dijo Dickens. —Gracias —expresó feliz. Examinaba la parte exclusiva del club. —También el señor sombra me ha pedido que le dé todo lo que pida. —¡Mujeres! —exclamó gozoso. —Ámbar y Jade serán sus acompañantes, milord.

—Excelente. Dickens se acercó a Jade y le susurró al oído: —El señor sombra quiere que le den esto. —Le puso el opio en la palma de la mano. —Por supuesto —replicó sonriente. Contorneó las caderas hacia el atractivo vizconde. La diversión era infinita. Se sentía extasiado y feliz. Había ganado tantos juegos y también estuvo con esas dos mujeres. Le parecía que aquello era la gloria, no quería salir de ahí nunca más. Grace llevaba media hora esperando a su hermano. La mayoría de los invitados se habían retirado del baile. Conociéndolo, aseguraba que se olvidó de ella. ¿Por qué nada le salía bien? El marqués era una misión imposible. El único hombre que valía la pena era Hans, el hijo de lord Osbert, pero era demasiado adorable como para aprovecharse, y el duque definitivamente la ignoró toda la noche, lo que de cierta forma le produjo alivio y también desilusión. Estaba acostumbrada a rechazarlo de todas las formas existentes, y si no existían, ella las inventaba. Era su forma de divertirse a sus costillas. No era lo correcto, lo sabía, mas hacía caso omiso a su razón. Después de pensarlo unos minutos más, decidió caminar sola. Serían más o menos veinte minutos de caminata de madrugada hasta su casa. Lo hacía desde hace tiempo, así que nada le sucedería. Anthony subió a su carruaje y percibió desde la ventana que Grace agarró sus faldas en las manos para empezar a caminar apresurada. Su hermano no fue a buscarla. Era un crápula desgraciado, pero pronto lo escucharía. Iría cerca de Grace para que no le sucediera nada. Cuando iba caminando no evitó pensar en lo que sería su día a día si no iba bien casada. La única idea que no le pasó por la mente era prostituirse. Aquello era grotesco y aborrecible desde cualquier punto de vista. Ella podía ser doncella, institutriz, ama de llaves, cocinera e incluso jardinera si nada llegaba a salir bien. Escuchó a un perro ladrando mientras caminaba por las oscuras calles. —Vete a tu casa y no me molestes... —Continuó con su camino. No obstante, el pequeño perro no se alejó—. No querrás tener problemas conmigo, no soy amante de la naturaleza en forma de animal. Tengo un orangután en casa. El perro no entendió lo que ella le dijo y la siguió.

—¡Basta! —Se agachó para agarrar una piedra y amedrentarlo. El animal retrocedió y le enseñó los dientes. —No me das miedo —lo desafió, pero el perro se arrojó y mordió la falda de su vestido—. Suéltame, pequeña rata. ¡Deja mi vestido, es el único que tengo! Parecía una mentira que hasta la naturaleza estaba en su contra, al menos eso creyó al escuchar que su vestido se rompía. —¡No, por favor, déjame! —rogó dando vueltas e intento que el animal saliera disparado. Anthony avizoró desde su carruaje y no podía aguantar la risa. Debía salvarla de aquella bestia salvaje. «Pobre animal», pensó con malicia. —Lady Grace, ¿necesita ayuda? —preguntó desde la ventana del carruaje. Ella alzó el mentón y respondió con seguridad: —Yo puedo con este animal. —A este paso quedará sin falda. Mejor suba a mi carruaje —recomendó calmado. —¿Con usted? Prefiero caminar con el animal colgando de mi vestido — se negó con altanería. —Está bien. ¡Vamos, Maurice! —ordenó a su lacayo. No admitiría jamás que necesitaba ayuda, eso sería como darle alas, y no estaba dispuesta a eso. —¡Ya déjame! —Pateó al animal que no se movió, pero su ropa desgarrada ya dejaba ver parte de su muslo y retaguardia. Chilló asustada al sentir el aire fresco ingresando por la tela rasgada. Ella miró hacia el carruaje de Anthony, pero moriría antes de mostrar debilidad frente a él. —¡Así no llegará lejos sin que la violen! —advirtió él alejándose en su carruaje—. Si gusta, puedo ayudarla sin compromiso alguno. —¡No me fío de usted! —Perfecto, la dejo con el demonio comefaldas. —¡Espere...! —pidió casi mordiéndose la lengua. —¿Diga? —curioseó en tono burlón. —¿Podría quitar al animal de mi falda? —Bajó la guardia. Ella tomó lo que quedaba de su falda con el animal todavía enganchado a la tela. Anthony la miró acercarse con la nariz en alto al carruaje y con el

pequeño perro colgando de sus faldas. Nunca perdía su arrogancia ni insolencia, ni siquiera en las peores situaciones. Eso le provocaba risa. —Suba —mandó apenas soportando las ansias de morir de un ataque de risa. —¡No es gracioso! —se quejó cruzada de brazos—. Ese chucho infeliz se ha tomado conmigo. —¡Suéltala! —gruñó asiendo al perro del cuello. Lo arrojó fuera del carruaje —Es usted un domador de fieras. —Observó, conforme, que se iba el animal. —Aunque me falta domar a una fiera... —insinuó. —No sea atrevido. —Desvió su mirada. —Esperaba unas gracias al menos de usted. —No sé la razón, pero no creo que lo merezca. Pienso que era su deber socorrer a una dama en apuros. —Se lo había dicho y usted hizo gala de su independencia. ¿Quién soy yo para contradecirla? Grace no lo miró. Él se burlaba aún de ella, podía notarlo en su mirada, pero ya sabía cómo fastidiarlo. —¿Y su amigo el marqués? —indagó con la peor de las intenciones. Él cambió su rostro de divertido a gruñón. —Debe estar con alguna mujer —respondió frío. Lo había conseguido. Logró borrar esa majadera y burlona sonrisa de su rostro con tan solo unas inocentes palabras. —Es un excelente partido, quizá si usted me diera una mano... —No. —¿Por qué? —increpó fingiendo inexperiencia. —Porque él no piensa casarse, solo quiere aventuras. —¿Aventuras con aquel hombre sería...? —¡Basta! —Su paciencia había llegado al límite de lo tolerable. —¿Se encolerizó? —volvió a tentarlo. —Por supuesto que me indigna. —¿Por qué? Yo le estoy contando sobre mi interés en el marqués —dijo para molestarlo aún más. Él solo deseaba que se callara. De lo contrario, la ahorcaría sin remedio. —Es mala, milady.

—No lo soy, excelencia. Usted sabe que mi interés es por él, no es un secreto... —Es una alimaña. —Lo soy —admitió con descaro—. Estoy en una mala situación que usted conoce a la perfección. —¿Entonces lo que quiere es desangrar a mi amigo? —No, solo vivir tranquila. —¿Y qué le parece si lo hace conmigo? Yo tengo mucho que ofrecerle, lady Grace. Grace quería golpearlo. Eso no era lo que debía decir. Tenía que quedar herido, destrozado y decepcionado para no buscarla más. Cualquier candidato sería bueno para embaucar, menos él por la amistad que la unía a Bella. —¿Con usted? —se burló—. Usted para mí no es más que un patán y perseguidor. No sirve ni para usarlo de banco. Debía controlar sus nervios antes de que aquello terminara con ella tres metros bajo tierra y él en la horca. Sabía cómo era Grace y el juego de engaños que manejaba. Sin embargo, no sabía si esa opinión era o no un ardid.

Capítulo 9 Ella estaba conforme, pues logró ponerlo irritable, aunque se resistiría a preguntar por qué no le había hablado en toda la velada. —Su silencio es apreciado —murmuró Anthony, tranquilo. —No se fíe de mi silencio. Puedo estar pensando en alguna maldad para usted —comentó con malicia. —¿Por qué le cuesta tener gracia conmigo? —Quizá cuando estaban impartiendo la gracia, me encontraba cerca de la desgracia —replicó sin humor. Él escuchó amargura en sus palabras y pudo sospechar que era a causa de su hermano. —¿Es por su situación? —Sí. Usted no sabe lo que es pensar que no tendrá un buen futuro. No quiero casarme con ningún hombre por necesidad, antes de que eso ocurra, prefiero ser solo una sirvienta. Sentía culpa y lástima. Él era, de cierta forma, responsable de su situación. Sus ansias de tenerla eran demasiado grandes como para detectar un pensamiento en el daño que le hacía. Comprarle su producción no era suficiente ayuda, pero ella no aceptaba nada de él, eso estaba muy claro. Sin meditar mucho, tomó su mano y la estrujó con delicadeza. —Comprendo muchas cosas, milady. Tengo una hermana que no quiere salir de la oscuridad. Desconozco qué será de ella si no llego a estar,

quién se encargaría de cuidarla y atenderla. Es lo único que me queda. Ella miró sus sinceros ojos azules, deseaba que su hermano tuviera aunque sea un pelo de aquel hombre. —Yo la ayudaría con gusto, si se dejara ayudar… —aprovechó que se fijaba en sus orbes. Anthony se acercó lentamente a su rostro mientras observaba que ella cerraba los luceros como esperando un beso, que él le dio con suavidad, a la par que Grace respondió con timidez. No quería pasarse de apasionado. La última vez le fue muy mal, quería asegurarse de que ese momento fuera diferente. Grace no detuvo aquel inocente beso. Le agradaba. El duque no fue una bestia como su anterior encuentro. Apenas podría sentir su lengua hurgando en su boca. Aquel beso casto fue solo un señuelo para que entre ambos ardiera la pasión. Ella ardió bajo el calor de su cuerpo, entonces deseó más de él. Él, con toda aquella pasión acumulada hacia Grace, sin darse cuenta bajó su mano hasta donde estaba la tela desgarrada entre sus muslos y la acarició. Eso no hizo más que acrecentar el fervor entre ellos. Esa situación podría salirse de sus manos, por lo que Grace decidió ponerle un alto radical antes de que esa mano llegara a otras partes de su cuerpo y no pudiera seguir rechazando al duque. Anthony dejó que Grace se separara del beso y ladeó la cabeza para darle acceso a su cuello. Él consideró que tenía el objetivo, mas fue grande su sorpresa cuando tuvo una amenaza en el pescuezo. —Hasta aquí llegó, excelencia. —Apretó aún más la navaja. Él se alejó de ella y levantó ambas manos. —Lo disfrutó, y no lo niegue... —contradijo muy conforme.

Ella solo le entregó su sonrisa más maliciosa antes de soltar el veneno que siempre la acompañaba: —Lo disfruté tanto como pisar excremento de un caballo, excelencia. —No mienta. —No mentiría sobre esto. Sus habilidades dejan mucho que desear, estoy segura de que el chucho infernal me daría más placer que usted. Deseaba saber cómo podía estar enamorado de aquella arpía. Ser rechazado y humillado de distintas formas, y de manera dolorosa, no era algo que él creía merecer. —Hemos llegado —comunicó al sentir que se detuvo el carruaje. Quiso bajarla, vertiginoso, pues lo ponía nervioso. No dejaba de amenazarlo con la navaja. —¡Gracias por traerme! —Se bajó con rapidez. Entró apresurada a su casa y cerró la puerta deslizándose hacia el piso. Trató calmarse. —¡A ti no te agrada ese pomposo y arrogante duque del infierno! — se reprochó para darse valor. Podía garantizar que no le interesaba, pero no comprendió cómo sucedió el beso ni qué la motivó a devolverle esa iniciativa. Caviló hasta el cansancio para intentar encontrar una explicación. —Solo se aprovechó de un momento de debilidad tuya, Grace. Tú no eres frágil, no debes demostrar debilidad ante nadie —volvió a reprocharse con los ojos cerrados con vehemencia.

Quería memorizar aquellas palabras en su cabeza. Después de calmarse, subió a su habitación, pero no sin antes pasar por la recámara del holgazán de su hermano. No estaba. —¿Dónde estarás? Pagarás por dejarme abandonada. Su venganza sería bastante divertida y ya había pensado en ello.

—Es hora de que se vaya, lord Beasterd —comentó Dickens a Christopher, que no pensaba mover un pie del Destiny. —Pero si estoy muy divertido —murmuró. Estaba perdido en la bebida y el opio que consumió o, mejor dicho, que lo consumió. —Estamos cerrando —insistió. —¡Pues que cierren este precioso paraíso conmigo dentro! Dickens contempló a la esposa de Viktor, quien lo acompañaba. —El hombre no quiere irse, mi señora. —Busca a su cochero, que se lo lleve. Mañana volverá si gusta. —Sí, señora —obedeció. Ella observó al vizconde y sintió una inmensa lástima. Recordaba a Christopher desde su niñez cuando jugaba con Grace. —Es una pena que termine así, Christopher —pronunció con tristeza. Tiempo después, subió al vizconde a su carruaje para que los llevaran a su casa.

Grace estaba despierta muy temprano. Podría ir a ver cómo estaban sus plantas, ya que probablemente se acercaba una gran tormenta y eso podría afectar su cultivo. Colocó unas redes alrededor de sus vegetales más delicados. Esperaba que no hubiera granizos del tamaño de sus puños. —¿Mi hermano ha vuelto? —le cuestionó a uno de sus empleados. —El cochero lo trajo, milady. Está en su habitación y ahora duerme —contestó la doncella. —No sirve siquiera para trancar una puerta, pero ya verá. —Tomó una escudilla de agua. —Milady, ¿qué hará? —indagó preocupada la mujer. —Despertar al engendro, al príncipe de los holgazanes, al rey de los inútiles y el dios de los tontos que abandonan a sus hermanas a la medianoche por las vacías calles para queden a merced de algún aprovechado —reprochó al recordar a Anthony Caminó decidida subiendo las escaleras. Sabía que eso le traería problemas con el violento carácter de su hermano, pero no iba a soportar más que ella fuera la que estaba luchando por llevar un poco de comida a la boca de ambos mientras él lo perdía todo. Abrió la puerta, casi la tiró, y miró a su hermano, el cual estaba arreglado como anoche y babeaba por la almohada. —Esto será un placer —auguró antes de arrojarle el agua. Se la echó sin compasión. Pudo ver cómo parecía que se ahogaba. —¡¿Qué sucede contigo, Grace?! —Cayó de la cama. —¡Eres un irresponsable! ¡Me dejaste sola, te olvidaste de mí! — gruñó a la vez que lo golpeaba con la escudilla.

Se había olvidado por completo de Grace. Estaba muy bien en el Destiny como para acordarse de ella. —¡Lo siento! —¡Te lo mereces!, ¿y si me sucedía algo? —cuestionó enojada. —Yo estaría más preocupado por el malhechor que te ataque, que por ti —se burló—. Sé que sabes defenderte. —¡Eres insufrible! —Azotó la puerta de la habitación para retirarse. Sabía defenderse, por eso tenía la navaja entre las botas, y eso no se lo enseñaron en la escuela de señoritas. Lo que aprendió de su hermano, a quien observaba hacer eso desde pequeña, por primera vez le había dado resultados haciendo que el duque no cumpliera sus objetivos con ella. Por la tarde, apreció desde las ventanas cómo el agua cubría todo. La lluvia era muy afanosa. Londres era muy húmeda en esta época del año. Grace escudriñó fijo un lugar con la mente en blanco, hasta que se le clavó una aguja y su dedo comenzó a sangrar. Aulló de dolor. No era buena idea distraerse cuando hacía una costura importante. El perro se había comido su vestido casi por completo, estaba insalvable. Debía sacar otro de los baúles para esa noche. Era tan difícil aparentar ser lo que no era: fuerte y adinerada. Lo único que la podría ayudar a salir de la pobreza era su belleza, eso era lo que le sobraba, y también su inteligencia, aunque su mente le insinuaba: «También tienes otra cosa que puede salvarte». Movió la cabeza tratando de sacar la idea que más se le hizo fija, al mismo tiempo que su caprichosa mente le recordó: «No mientas, su beso te embargó». Grace no pudo negarlo, solo sonrió y se sonrojó.

Anthony de cierta forma estaba agradecido. Ella había correspondido a su beso hasta que terminó por amedrentarlo. Tenía un carácter muy bárbaro y consiguió lo que quería, pero lo que más le gustaba de ella era cuánto se resistía a él. Era una cacería; Grace lo provocaba en sobremanera. Su lengua malcriada y su persistencia ante las situaciones adversas, eran sus mayores virtudes. No evitaba recordarla con el perro colgando de sus faldas y subiendo al carruaje con altanería. Eso le provocó un ataque de risa otra vez. —¿Qué es tan simpático? —preguntó su hermana. —Grace… —¿Qué le hiciste esta vez? —La salvé de una enorme bestia —se burló al mostrar el tamaño del perro con las manos. —Recuerdo la última vez que la ayudaste, aún está furiosa. —¿También tú? Fue una circunstancia desfavorable. No quise destruirlo todo, no soy una plaga. —Para ella lo fuiste. —Es bueno que hables en tiempo pasado, significa que tuve progresos, ¿no crees? —Ninguno —aseguró ella con una sonrisa. —Ayúdame, Ana, es tu amiga. —Cree cuando te digo que hago lo posible. Tú mantén lejos al marqués y con eso será suficiente para que vaya hacia ti. Mantener alejado a Ernest era el menor de sus problemas.

Debía ganarse su simpatía, aunque no creía que ocurriera con facilidad. Necesitaba acercarse y comenzar con un galanteo para que ella lo aceptara. No era suficiente con exhibir su “plumaje”, como lo han hecho las aves en la naturaleza. Él necesitaba aún más; su pelirrojo cabello y su altura, no lo hacían tan apetecible para las damas como ella. No obstante, no podía quejarse, pues nunca le faltaron las mujeres. En cambio, Ernest era el típico inglés; rubio, alto, esbelto y fornido, de ojos azules, además de ser simpático y muy inteligente, diestro en todas las disciplinas y sobresaliente con las mujeres. Era el hombre perfecto, por eso no le sorprendía que Grace hubiera fijado su interés en su amigo, y no en él. Ni hablar en el aspecto monetario: ambos eran muy ricos.

Capítulo 10 Acabando con su costura, sonrió conforme con su trabajo realizado con aquel vestido. —Disculpe que la interrumpa —dijo la cocinera al irrumpir en su habitación. —Dime... —Voy a dejar el trabajo aquí, milady. Aquello era algo que se temía. Tantos meses sin paga iban a tener eso como consecuencia. —Entiendo si deseas irte —habló con tristeza. —Lo siento, milady, pero tengo una familia que mantener y, como usted sabe, su hermano no me paga. —No hace falta que se explique. Comprendo perfectamente. Gracias por servirnos igual, espero que le vaya muy bien —anheló triste. Llevaba diecisiete años conociéndola y debía perderla por culpa de su hermano. Christopher no le dirigió la palabra en el carruaje aquella noche. Se notaba aún bastante enojado por el agua y los golpes que le propinó. —Vendré por ti —anunció. —Eso espero —expuso con sarcasmo. Al entrar, lo único que no quería era encontrarse con el duque de York, por lo que, al advertir su presencia, ella fue al otro extremo del salón. Anthony estaba con sus amistades. William fue el primero en desaparecer, pues estaba furioso porque Abermale le robaba a su víctima de la temporada. Seguía Clay, que andaba nervioso persiguiendo a lady Prudence, y Ernest, que no tenía absolutamente nada que hacer. —¡¿Qué?! —increpó incómodo Clay ante la mirada de sus dos amigos —No pasa nada —rio Anthony. Clay había divisado a su tortura. Sin pensarlo, se apresuró a ir en su búsqueda, pese a que se dirigía a la arpía más bella y ponzoñosa que existía en Londres: Grace.

—¿No piensa despedirse? —curioseó Ernest haciendo un comentario a Anthony, que no apartó la vista de Grace. —No lo creo. Está igual de perdido que el otro —señaló a William, que estaba por estallar con uno de sus arranques. Iba de un lado al otro y tomaba su levita con nervios al percibir a su preciada Caroline junto al conde de Abermale. —¿Quién crees que tiene más oportunidades entre ambos? —¿No me das el beneficio de la duda? —No. Apuesto por William, ¿y tú? —Así mismo. Se está enamorando de lady Caroline, y probablemente ella de él. De lo contrario, no lo hubiera pisado como lo hizo. —Entonces no tenemos nada que apostar —dijo sonriente—, quería ganar dinero a tus costillas. —Ya tienes suficiente dinero. —Pero una moneda no está de más...—añadió Ernest alejándose hacia el centro del salón. Lo había dejado solo. Observó cómo Grace era abordada por lord Osbert. Se preguntaba qué deseaba aquel viejo conde de ella, si la quería para él o para su hijo. Anthony no pudo impedir el especular sobre la competencia que representaban los caballeros que estaban a su alrededor. Él era muy respetado por ser un duque, pero no creía que lo respetaran al momento de adueñarse de una dama. —Lady Grace —saludó sonriente lord Osbert. Dejó un beso en su mano enfundada. —Es un placer volver a encontrarlo, lord Osbert, ¿y su hijo? —Está de visita en la casa de su primo, que volvió hace poco. Se encuentra en delicadas condiciones aún después de tantos meses de convalecencia. —Es una pena, pero está usted aquí para hacerme compañía... —Un viejo como yo haciéndole compañía a una dama tan joven es un disparate, es usted quien me hace el goce de acompañarme. Ella estaba contenta con lord Osbert, tenía una excelente conversación y le ayudaba a librarse del molesto duque de York. No se atrevía a acercarse estando cerca. Después de que lord Osbert la dejara sola, se sintió vulnerable, algo no andaba bien con ella. Los caballeros no se le acercaban. Solo Dios sabía la

razón. Empezó a soplar su aliento en la mano, al no percibir mal olor, discretamente se olió las axilas, tampoco tenían nada de malo, entonces ¿cuál era el problema? Divisó que Prudence iba hacia ella y una enorme sonrisa de alivio se le colocó en el rostro. —Prudence, me alegra que estés aquí. No me agrada estar sola. ¿Qué te ocurre? —curioseó al observar la felicidad en su cara. Prudence solo le entregó una risita—. ¡Deseo saberlo! —Estaba... —Buenas noches, queridas mías, lady imprudente y lady quebrada — pronunció Margot. Ellas miraron a Margot sin querer reaccionar. —Estamos muy bien, Margot. Es agradable que nos saludes—profirió Grace, sarcástica. —Siempre ofrezco mis condolencias cuando la situación lo amerita — rio detrás de su abanico—. Prudence debería estar revolcándose en el lodo. Mientras que tú, Grace, ya no deberías pertenecer a nuestro círculo. Probablemente pronto tengas que venderte para cubrir las deudas de tu hermano. En ese momento Grace comprendió que, si Margot sabía que estaba quebrada, medio Londres al menos también tenía en conocimiento de aquello. A eso se debía que no la invitaran. —Bien, fue un placer, Margot. —Prudence agarró del brazo a Grace para que no hiciera algún escándalo. Luego de mantener la calma y de separase de Prudence, se vio en la necesitad de comer algo para acallar lo que, en definitiva, no era su consciencia, sino su hambre. Se acercó a los tentempiés y comenzó a comérselos con lentitud, hasta que sintió que le tocaron el hombro. —¿Qué quiere? —increpó Grace con la boca llena. Le reclamaba al duque que estuviera detrás de ella. —Qué modales, milady —fingió estar horrorizado. Ella tragó lo que tenía en la boca, se bebió la copa de vino y lo miró. —Y esa forma de beber es digna de una mujer de taberna, ¿no es así? — provocó. —Me quitó las palabras de la boca —expuso con arrogancia. —¿Qué desea, excelencia? Fastidiar, ¿cierto? —La vi sola y pensé que necesitaba compañía. —Un error de apreciación, excelencia.

—Es extraño que ningún caballero ni ninguna dama se acerque a usted. —Deben estar ocupados... —justificó con una falsa sonrisa. —Probablemente ya sepan que usted está en la ruina. Ella le dedicó una mirada furibunda, debió mantener la boca cerrada. —Entonces, usted fue el que delató mi triste situación. ¿Hasta dónde piensa llegar? ¿Qué tan bajo va a caer esta vez? Él la contempló con el ceño fruncido, no había esparcido ningún rumor sobre ella, jamás lo haría. —No he dicho nada... —Pero si era usted el único que lo sabía. —¡No soy un lenguaraz! —Pues no le creo. ¿No fue suficiente con ser rechazado con mi fina cortesía anoche? Tiene unos bajos deseos de vengarse —acusó molesta. —Tiene una mente retorcida, milady. ¿De qué rechazo con fina cortesía habla? Me amenazó con una navaja. —Lo siento, es lo más cortés que usted me inspira ser. Su mente le gritaba que aquella mujer era una arpía y que se alejara, pero no podía. —He llegado a una conclusión… —mencionó Anthony con el ánimo de herir a Grace. —¿Dígame cuál? —Si a usted no le gustan los conejos, ni tampoco los perros, que son animales delicados, entonces le gustan los de su clase. —¿Los de mí clase? —indagó confundida. —Los reptiles, milady, quizás usted sea pariente de alguna víbora... —¡Cómo osa decir algo semejante! —masculló muy ofendida. —¡Usted comenzó! —Definitivamente usted y yo no cabemos en el mismo sitio —aseguró mirándolo con desprecio. Él se acercó y la apretó contra su cuerpo. —Yo creo que sí cabemos en el mismo sitio. —La besó sin mucha fineza. Ella se resistió y lo empujó, mas él la tomó de ambos brazos—. Deje de luchar, milady. Sé que le agrado —susurró en su oído. —¡Suélteme, bárbaro! —Sabe mucho de salvajismo, quizás Atila fue su maestro —sonrió antes de volver a besarla.

«Animal, bestia, salvaje...», pensó mientras disfrutaba con discreción de sus besos. Su rostro no tenía ninguna expresión, era fría como Londres en invierno. Anthony se fijó que su cara era indiferente, no había ninguna señal de emoción en ella, por lo que pensó en incitarla de alguna manera. Dirigió una de sus manos al escote de Grace a la par que ella sofocaba a su mente para saber qué haría el hombre. Poner un rostro sin emoción era tan difícil cuando sentía que el fuego subía y amenazaba con consumirla. Ella se percató que a él le interesaba mirarla con la intención de tal vez percibir algo en ella, pero no demostraría nada, eso sería alentar sus atenciones y no era lo que deseaba. Él, al ver que Grace seguía inquebrantable, se alejó de ella. —Con eso le queda claro que usted no despierta absolutamente nada en mi cuerpo. La mordida del pequeño perro me hubiera dado mayor excitación que su intento de seducción —expresó Grace, satisfecha con una maliciosa sonrisa. Eso debería bastar para que se diera por vencido con ella, era por el bien de todos. Anthony suspiró y bajó la cabeza. —Creo que entendí lo que quiso decir, milady. Que tenga buena noche —se despidió, decepcionado, antes de alejarse de ella.

◆◆◆ En el Destiny, Christopher gastaba hasta lo que no poseía. —¡Excelente racha, lord Beasterd! —celebró Jade, quien yacía sentada a su lado. —Sí. ¿No tienes más de lo que me diste ayer? —Milord, aquí está. —Le mostró la pipa. Se sentía completamente relajado. Estaba perdido en el placer del juego, el vicio y dos bellas mujeres. —Ámbar y Jade son las mejores muchachas que tenemos, Viktor — pronunció su esposa. —Quiero que se sienta en el cielo, para luego descender hasta el infierno —replicó Viktor. —Es un pensamiento macabro, querido... —Lo merece por miserable. No quiere enmendarse.

—Lo que tú y Anthony piensan hacer tampoco está bien. —Lo hago por una buena razón. —Dime cuál. —Mantener juntas a dos personas que están destinadas a amarse... — respondió alejándose para salir e ir al baile. Necesitaba hablar con el conde de Abermale. —No es nuestro caso, supongo —reclamó con una sonrisa triste. —Tienes mi cariño, no obligues las cosas —contestó. Era difícil mantener dos sentimientos en su corazón. Espiando a su paloma desde que se encontraba en Londres, había notado lo cambiada que estaba. Aseguraba que la misma Prudence, que lo esperaba, dormía en el fondo de su memoria y, cuando aquella despertara, no podría responder de sus actos.

Capítulo 11 Grace lo miró irse sin inmutarse, no debía demostrar fragilidad. Exponer sus emociones sería una gran debilidad frente a él, aunque por dentro deseaba gritarle que estuvo al borde de conseguirla. Sería como decirle implícitamente que era bienvenido, cosa que no era cierta, o al menos eso era lo que pensaba. Anthony se retiró con furia. Estaba cansado de sus rechazos. Si él deseaba, podía tener a cualquier mujer que escogiera, estarían encantadas, pero el problema era que ninguna le resultaba tan hermosa, segura, malvada y arrogante como su querida Grace. Ella parecía ser inmune a sus encantos y eso era muy grave, porque si no tenía encanto, no existía conquista. —¿Fracasaste otra vez? —preguntó Ernest burlándose de el —Sí. Me dijo que la mordida de un perro le daría más placer que yo. —Entre todos los rechazos que he escuchado, ese es desconocido. Te diría que no es así, pero no he probado tus artes ni lo haré, solo puedo darte mi apoyo y solidaridad. —No te burles... —Has hecho todo mal. No me hiciste caso cuando dije cómo debías atacar a esta presa escurridiza. Está asustada... —Mi ego ha llegado a su límite de paciencia, mi querido marqués. —¿Por qué no dejas que me encargue de hacerla descender de su nube? —¿Y cómo se supone que harás eso? —Mostrándole que no soy el mejor pretendiente. Una vez que yo le parezca un bruto, caerá en tus brazos —sugirió seguro Ernest. Anthony pareció pensarlo y podía ser que resultara. —Tal vez sea una buena idea... Cuando llegó el momento de retirarse, se dio cuenta de que su hermano no la había olvidado, fue a buscarla como le dijo. —¿Y bien? —indagó muy calmado. —Y bien, ¿qué? —¿Ya tienes a Anthony? —¿Anthony? Querrás decir: a su excelencia.

—Como sea. Grace, solo debes decirle que sí... Ella lo miró desafiante con los ojos fulgurantes de rabia. —Jamás, primero muerta. —Olvida lo de los conejos y la huerta, son tonterías. Lo había olvidado casi por completo. Lo rechazaba para que su parásito hermano no se aprovechara de él, pues si ella quería, podía tenerlo a sus pies. El duque no diría nada, estaría extasiado y entregado si se lo propusiera. —No me agrada, me resulta poco atractivo. —¿Poco atractivo? Tiene algo muy atrayente: se llama dinero a manos llenas. —No soy como tú. Tengo dos manos para trabajar, si me hace falta, con tal de conservar mi honor... —Pues qué bien que lo digas. El mayordomo me avisó de su renuncia y la cocinera ya no está, así que tú te encargarás de los menesteres en casa — comunicó su hermano con burla. —No soy tu sirvienta —dijo más molesta que antes. Bajó del carruaje casi corriendo para dirigirse hacia su habitación. Se le acababan las opciones, su situación estaba peor que antes. —¡Me niego! —renegó subiendo las escaleras. Su fortaleza estaba tambaleándose. Su hermano estaba enamorado del dinero de Anthony y por eso la presionaba para que lo aceptara. Christopher, mientras bajaba del carruaje, fue interceptado por dos hombres que lo golpearon sin aviso. —Lord Beasterd —pronunció una voz particularmente conocida para Christopher. —Señor Collins —jadeó asustado. —Aún estoy esperando a que me pague. —Lo haré muy pronto, lo prometo. —Si no me paga en el plazo de un mes, me cobraré la deuda con su vida o con la de su hermosa hermana. —Pronto le pagaré. Ella está a punto de comprometerse con un hombre muy rico. —Más le vale que sea cierto, de lo contrario, ya sabe lo que le espera. El Támesis suele ser muy frío en esta época del año —rio. Los hombres se retiraron y lo dejaron muy golpeado.

Nada salía bien. Grace era muy terca. Tenía un poco de dinero que había estado ganando en el club, así que lo aprovecharía para pagar un poco de esa deuda y conseguir más tiempo para convencer a su hermana de que Anthony era su única opción.

◆◆◆ Era el último día que tenía servidumbre. A partir del siguiente, ella sería el ama de llaves, mayordomo, jardinero, cocinera, también la que proveía la comida en la casa y la que debía buscar para casarse. ¿Qué tan difícil podía ser? Esa noche tenía la reunión con las damas del club del té para apreciar sus resultados. En su caso, sería para medir sus fracasos. No tuvo ningún avance con el candidato, debía ir pensando en otros hombres. Las muchachas que eran sus amigas habían tenido mejor resultado que ella. Caroline tenía a dos caballeros pisando sus talones y Prudence tenía inconvenientes con su conquista. Una vez que la reunión acabó, ellas se levantaron para irse. —Locura, Engaño… esperen a Timidez afuera, necesito hablar con ella —anunció Bella. —¿Qué le dirá Bella a Prudence? —preguntó Caroline al salir. —Espero que sea algo muy bueno para que deje de ser la víctima... — masculló. —¿Estás enojada? —Por supuesto que lo estoy. No imaginas por lo que estoy pasando. Es vergonzoso, Caroline. —Cuéntamelo... —Te lo resumiré. No tengo nada, el hermano de Bella me persigue, el marqués no me mira y mi hermano va a matarme de algún disgusto. —Acepta al duque, es un excelente candidato. —¡No! ¿No lo recuerdas? Destruyó mis ilusiones del primer beso. —Cuanta ridiculez. No te robó la virtud, eso hubiera sido realmente grave. Resolló una maldición. Era incomprendida, nadie parecía estar de su lado. Grace y Caroline continuaron charlando a la salida de la posada. Entretanto, eran observadas por unos ojos escondidos en las sombras.

—Ahí la tienes. Ella es a quien debo cuidar... —indicó una voz. —¿Quién es? —indagó el hombre de una mano. —Pronto lo sabrás. Es una jovencita muy bella, quizá pueda ayudarte a superar lo ocurrido El que en su tiempo fue un atractivo caballero, solo bajó la cabeza y recordó el rechazo al que fue sometido al volver de una batalla en la que había quedado con secuelas permanentes. —Si le gustan las deformidades. —No pienses así, ven aquí —lo ayudó a moverse con su bastón. También había quedado con lesiones en una pierna que le imposibilitarían el buen movimiento después de recuperarse con lentitud. Grace estaba bastante desanimada, nada de lo que sucedía era como lo que soñaba. Cuando era más pequeña, fantaseó con el romance de un caballero que la conquistara con las cosas más simples de la vida: una flor, un poema, o algún otro presente, pero nada de eso sucedió. Aquellos sueños solo serían eso por siempre. Debía buscar un hombre adinerado para que Christopher se saliera con la suya, y no quería. No lo haría, se buscaría a uno decente, si es que alguien se animaba a acercarse. Eso excluía al excéntrico Anthony de York, y no por ladrón de besos, ni asesino de conejos, tampoco por parecerse a las plagas de Egipto, sino por adinerado. El pobre hombre intentó metérsele por los ojos, pero no resultó. Estaba pretendiendo meterse bajo sus faldas, que resultaba de manera extraña, y eso era bastante serio. No podía caer en los intentos de seducción de tan desafortunado caballero, debía afilar su lengua al máximo y ser lo más indiferente posible. Sería un repelente contra el duque. Durante la mañana comenzó con los quehaceres normales del hogar sin mayor problema, después pasaría por el mercado para ubicar sus provisiones. —¡Grace! —gritó su hermano. —¿Qué desea el señor de esta casa? —curioseó sarcástica. —Quiero desayunar. —Prepárate el desayuno tú mismo. —Sonrió antes de lavarse las manos. —Pues tú eres la mujer, debes hacerlo. —Estás equivocado. ¿Dónde está escrito que debo hacerlo yo? No me pagas, por lo que el servicio es libre de hacer lo que quiera y yo no quiero

servirte. Puedes comer las sobras de lo que me preparé para la comida... — expresó altanera. —No tientes a tu suerte, Grace querida —murmuró con un tono de voz amenazante. —Ahí tienes queso y pan. Sírvete tú mismo —mandó, luego salió a la huerta. Se llevaría algunas cosas para venderlas, pues necesitaba dinero para algunas telas y también para más comida. Al llegar al mercado, lo primero que sintió eran las malas lenguas de la gente. Expresiones como: —Vende cosas porque no tiene qué comer... —Pronto esta niña terminará mal, es una pena. —Quizá tendrá que acabar en algún burdel. —Ya debe ir pensando en su precio... —Yo pienso pagar buen dinero por ella. Se referían así de ella los comerciantes a su alrededor, y eso que era una noble. Aquello era humillante, pero haría como que nada de pasó. Podían irse todos al infierno.

Capítulo 12 Al volver a su casa después de haberle vendido todo a la señora Nell y comprar unas telas para adornar sus vestidos y remendarlos, alguien tocó la puerta. Ella fue para abrir. —¿Caroline? ¿Qué haces aquí? —inquirió muy sorprendida. —Esperaba un mejor recibimiento, como un: “¡Caroline, estoy contenta de verte!”. —Bueno, es que… Pasa rápido. —La tomó de la mano para meterla dentro de la casa para que nadie las viera en la puerta. —¿Qué sucede? —El mayordomo nos ha dejado. Ahora yo me encargo de todo. ¡Necesito un esposo con suma urgencia! —¡Oh, Dios mío! Bien, hagamos algo: tú me ayudas y yo te ayudo — propuso Caroline. —Dime, ¿a quién tengo que matar? —dijo ansiosa con una sonrisa. —A nadie. Solo debes mentir. La mentira era su negocio. —Soy una experta, no por nada me dicen Engaño, recuerda. —Es cierto, una excelente virtud —reconoció. —¿A quién debo mentirle? —A mi niñera, a mi padre, a Nicholas… —¿Qué hiciste, Caroline? —indagó Grace con ojos acusatorios. —Algo muy malo. —¡Oh, por Dios! ¿Y qué es eso tan malo? —Acepté ser la amante del vizconde de Hereford. Grace pareció quedarse en el aire por aquella confesión. Se propuso indagar todo lo que podía y que Caroline estuviera dispuesta a contarle, aunque su confidencia fue mucho más de lo que esperaba. Su querida amiga Locura había comprometido más que solo su único pase al matrimonio por un poco de afecto hacia el vizconde de Hereford, al que notablemente adoraba. Salieron juntas para que ella pudiera hacerle el favor que Caroline le pidió para tapar su fechoría. Caminaron por las calles agarradas del brazo

mientras compartían chascos y sonrisas hasta llegar a la puerta de la residencia de Caroline. —¡Dónde estabas, niña! —gritó la niñera. —Nana, te dejé una nota. Estaba con Grace. —Es cierto, estuvimos todo el tiempo juntas. Yo la necesitaba tanto que me la llevé temprano. Debía ayudarme con mi vestido, tuve un problema terrible y, como nuestra ama de llaves renunció, no tenía a nadie que me diera una mano, por eso se lo pedí a Caroline. —Lady Grace, no quiero que vuelva a llevársela de ese modo. Ustedes dos, jovencitas, no deben andar solas por ahí. Y otra cosa: tráigame sus vestidos, que yo la ayudaré. Milady —se dirigió a su empleadora—, usted no está para esas cosas. —Sí, señora —contestó Grace. Ya había cumplido con la tarea de salvar a su amiga de un castigo seguro. —Bien, déjame despedirme de Grace. Ya voy —pidió Caroline. —¿Acaso no tuvieron todo el día para conversar? ¿Deben hacerlo de nuevo en la puerta? —se quejó la empleada mientras iba hacia dentro del hogar sin dejar de soltar reclamos. —Gracias, Grace, me salvaste, ¡Nana se lo creyó! Ahora espérame aquí. —No es nada. Te espero. Observó a Caroline desparecer, luego retornó junto a Grace y le entregó un monedero. —Toma, es un poco de dinero. —Pero… no puedo aceptarlo. —A mí me sobra y a ti te hace mucha falta. Debes mantener cierto nivel para poder cazar a un buen esposo. —No sabría cómo pagarte. —Ya lo hiciste, ¡me has salvado! Grace sonrió y aceptó lo que su amiga le ofrecía. Se despidieron en un cálido abrazo. A pesar de sus locuras, Caroline era una santa, una persona con un corazón tan grande como lo era también su estómago. En algún momento podría contarle todos sus miedos con respecto a su hermano y a Anthony de York. Iba feliz a su casa. Guardaría aquel dinero para el disfraz del próximo baile. Debía ir impresionante y atraer a los caballeros. A falta de dinero, había que potenciar otras cosas, y su belleza era lo que la haría sobresalir.

Llegó el día del baile. Se gastó solo un poco del dinero que le había dado Caroline en un bello vestido añil con una máscara bruñida con plumas blancas. Cuando se estaba arreglando, se fijó en el reflejo que le devolvía el espejo, era hermosa, pero sus manos estaban maltratadas por el trabajo de la casa. Se convirtió en la doncella de su hermano mientras él cada vez se quedaba menos en la casa y más en la calle, o quién sabía adónde. En algún momento lo seguiría y averiguaría qué hacía. Ella se mataba para que toda la casa estuviera en condiciones, incluso tuvo que vender algunas cosas para solventar al cochero, puesto que su hermano era tan inútil como unas ruedas cuadradas. Se colocó los guantes y bajó. —Esta noche será tu noche... —alentó su hermano al verla descender por las escaleras. —Solo aspiro a un joven con una renta decente para que vivamos él y yo. —Eso si le doy tu mano, soy tu tutor. —Valor de tutor que me han dejado —dijo con ironía—. Para eso existe Gretna Green, querido hermano. Él le ofreció el brazo y ella lo rechazó de manera tajante. —¿Piensas que te daría mi brazo después de tantas maldades que me has hecho? —Tienes la solución en tus narices, Gracie. —No insistas, no voy a fijarme en su excelencia. Es un no rotundo, espero que lo entiendas. —La que no entiende eres tú, Grace. Nuestra vida depende de ello... — mencionó su hermano recordando las amenazas del señor Collins. La fiesta era hermosa. Las damas con hermosos vestidos coloridos y las máscaras, daban un ambiente enigmático por saber quien era quien. Era una lástima que para Anthony de York fuera tan difícil ocultarse. Demasiado alto y con el color de pelo llamativo, fue lo primero que notó al entrar al salón. Él siempre estaba con su elegante porte de caballero serio, aunque sabiendo que aquel era un rufián. Un truhan que después de la última vez que quiso seducirla y no resultó, no volvió a intentar nada. Y no podía intentarlo, pues se quedó sin vestidos que ponerse y ya no volvió a salir. —Buenas noches, lady Grace —saludó Hans, hijo de lord Osbert. Ella le pasó la mano para que la besara, después le sonrió.

—Buenas noches, milord. ¿Cómo me reconoció? —preguntó divertida. —Una dama tan bella como usted no puede pasar desapercibida — comentó educado y con buen humor. —Es usted muy galante. —Mi padre no pudo venir esta noche, pero me ha pedido que me ocupara de usted. —Es muy amable —musitó aceptando la mano que él le ofrecía. Anthony observó a alguien que iba del brazo de Grace. Su sangre escocesa hacía disturbios en su cuerpo por los celos que lo recorrían. —Respira... —recomendó Ernst dándole golpecitos en la espalda a Anthony mientras hacía chirriar los dientes de la rabia—. No te alteres. —¿Alterarme? —increpó con tensa calma—. Está solo paseando del brazo de ese… Ernest rio por la expresión de poca calma de su amigo, entonces decidió sacar algo del bolsillo. —¿Qué te parece si le das esto? —inquirió enseñándole un hermoso prendedor de zafiros. Anthony miró lo que su amigo le ofrecía. Lo tomó con lentitud. —¿De dónde sacaste esto? —Pensé que lo necesitarías. Es sencillo, coqueto y elegante, nada ostentoso. Solo habla de tus buenas intenciones. —¡Por algo eres mi amigo! —felicitó con una sonrisa. —Sé que me adoras. Cuando el interés es grande... Después me lo pagas... Ansioso, esperó a que Grace terminara de bailar para poder acercarse a ella. Sin embargo, Hans no la dejaba sola, estaba como un perro vicioso tras su bella reptil de sangre fría. Ella reía melodiosamente por las ocurrencias de su compañero. Hans era excelente contando anécdotas familiares, en especial las que incluían burlas a su padre. —¿En verdad eso le ocurrió a lord Osbert? —Sí. Con respecto a otra cosa, milady, he notado la insistencia con que la mira el duque de York. Grace se tensó, su rostro quedó lívido y sonrió nerviosa para explicar lo que ocurría. —No le haga caso. Tiene una extraña obcecación. —Él podría ser una solución a sus problemas.

—No quiero casarme por interés. —¿Busca el amor? —cuestionó el joven con tranquilidad. —Un amor con una renta decente —corrigió condescendiente. —Creo que tengo algunos nombres en la mente. —Entonces, haga memoria... —sugirió esperando que le diera un buen nombre. Después de un rato, fueron interrumpidos por una pequeña emergencia familiar y Hans la dejó sola. Grace pensó que lord Osbert estaba muy enfermo. Anthony vio su oportunidad de alzarse un poco más sobre su hermosa Grace que había quedado sola y así abordarla.

◆◆◆ En paralelo a lo que sucedía con Anthony, se fraguaba el destino de otro amigo. —Es el momento que estábamos esperando, ya sabes qué hacer... —Lo sé —soltó nerviosa. Se percató que el objetivo estaba solo. La muchacha caminó por el salón recordando la frase: «Solo debes hacer que te vea». Su hermoso vestido blanco con un llamativo listón dorado bajo su pecho conseguiría guardarse en la mente del marqués, para luego poder conseguir que se fijara en ella y quedara prendado para que participara de sus propósitos, al menos eso creía Viktor. Ernst disfrutaba de su soledad y también pensaba en cómo hacer para ayudar a sus amigos para obtener a las mujeres que deseaban. Esas ideas le redituaban el uso de su tiempo de ocio. Él no había tenido la dicha de enamorarse todavía y al paso que iba quizá no lo hiciera nunca. Pensó eso hasta que vio a la rubia del vestido blanco y máscara dorada con plumas blancas. Imaginaba una absoluta belleza que lo dejó atónito. Sus ojos como la savia de los árboles lo habían atrapado como a un pequeño bicho. Ella caminó hacia una parte oscura del salón. Él, sin ser dueño de sí mismo, la siguió. Elle decidió salir de su escondite pese a todos los peligros que la acechaban. Era un baile de disfraces, ¿quién la reconocería si era otra?

Nadie sabía que estaba viva y que logró escapar de su destino, aunque a costillas de su mejor amiga, que le había salvado con su vida. Caminó nerviosa por el jardín, después volvió a la seguridad de las sombras y continuó tomando valor para, al menos, por una noche volver a la luz de la sociedad después de tanto tiempo.

Capítulo 13 —Buenas noches, milady —musitó Anthony acercándose a Grace con cuidado. Ella cerró los ojos con fuerza y luego los mismos reflejaran su molestia. —¿De nuevo usted? Es el rey de la persistencia —dijo mirándolo con fijeza. —Estoy seguro de que estaba deseando verme —agregó con seguridad. —Pienso que está muy confiado, excelencia —emitió sarcástica y desafiante. —Vengo en paz, milady. Quiero ser un caballero con usted. No esté a la defensiva todo el tiempo. —¿Por qué siento que debo desconfiar de sus buenas intenciones? — indagó acusatoria con los orbes altivos. —¿Podría darme su mano, por favor? —preguntó amable. —No —soltó enfurruñada por lo que creía una insolencia. —No le haré nada. —No —repitió sin ánimo de cambiar de decisión. —Por favor... —pidió él con la mirada más inspiradora de lástima que pudo encontrar en su repertorio. Sacó el aire contenido por la nariz como búfalo enojado al ver lo que ese hombre hacía. Para aquel pelirrojo una negativa significaba exactamente lo mismo que haber dicho que sí, pero nada perdía con examinar a dónde iba con su ruego, era mejor verlo rogando que colocándose altivo. —Está bien —cedió dándole la mano de mala gana. —Póngala en posición de pedir... —¡Faltaba más! ¡Colóquela usted, yo no le estoy pidiendo nada! —se exasperó Grace. Él abrió su mano y dejó el presente en ella. —Esto es para usted —musitó al cerrarla—. Ahora, ábralo. Abrió el puño y ahí estaba un hermoso prendedor de zafiros. Quedó sin habla, estaba estupefacta. Jamás se imaginó que aquel rufián tuviera algo de caballero.

Él miró ansioso por saber si había dado en el clavo o si fue un fracaso estrepitoso, ansioso entonces investigó: —¿Qué le parece? Ella no respondió nada, solo veía el prendedor. —Nunca he recibido ningún regalo tan... hermoso... —expresó sonrojada. «He dado en el blanco», pensó Anthony con una sonrisa que le cubría el rostro por completo. —¿Entonces le agrada? —indagó feliz. —Es hermoso, me produce fascinación... —Estaba emocionada. —Me encanta que le encante, milady. —Dejó un beso en su mano. El corazón de Grace se aceleró. Lo que podía hacer un hermoso prendedor: transformar a un cavernícola en un caballero. Ella había dejado que le besara la mano. ¿Adónde fue su instinto de repeler al duque? La había abandonado. Desde ese momento, todos sus intentos por deshacerse de él serían completamente inútiles. Para su pena, debía rechazar el obsequio. —Pero no puedo aceptarlo... —Le devolvió el objeto. Anthony quedó atónito. ¿Cómo rechazarlo si había dicho que le encantó? —¿Por qué me rechaza siempre, lady Grace? Trato de ser el hombre para usted. «No te sientas culpable, Grace, es por el bien de todos». Ya podía ver que el duque tenía un buen corazón y que ella no le era del todo inmune en sus sentimientos. Cada vez se hacía más difícil destilar veneno contra él, su mirada de manso en cualquier momento la mataría. —Pues esto no quita que sea un cavernícola. En verdad quedé sorprendida con su presente, excelencia. Pensé que usted iba a golpearme y arrastrarme del cabello hasta su cueva... —comentó para ver si podía desolarlo. —Eso debí hacer. Su sangre fría me asusta y a veces hasta me pregunto qué fue lo que me atrajo de usted. Es igual de común que el resto, ¿qué tendría de especial? —replicó enojado. —¿Soy común, excelencia? Pues entonces vaya y conquiste a cualquiera de ellas. —Se dirigió al jardín con rapidez. Él la había ofendido llamándola común, eso no se le debía decir a una dama. Anthony golpeó la pared con el puño y fue tras ella.

—Es una víbora, milady —continuó, y la estiró de la mano. —¡Déjeme, soy una víbora común! —Lo desafió con la mirada. —Usted es la víbora que me enamoró, lady Grace, ¿no lo entiende? ¿Por qué no le da una oportunidad a este amor que siento por usted? —susurró Anthony antes de descender hasta sus labios con movimientos lentos. Al sentir sus labios, su corazón parecía tener vida propia a un punto de querer saltar de su pecho. —¿Entiende lo mucho que me hechiza, milady? —mencionó mientras la seguía besando—. Sé que no me es indiferente... Ríndase. Promesas y más bellas promesas salían del pelirrojo; ella le devolvía el beso colocando los brazos alrededor de su cuello y se dejó llevar por las sensaciones que corrían por su piel. Anthony sintió la correspondencia y con presteza la llevó al palacete del jardín. La recostó contra el pilar para apretarse aún más en ella y hacerle sentir cuánto la deseaba. El que ella creía despreciable, se aprovechaba y no hacía nada, más que dejarse acariciar. En esa oportunidad hacerse la indiferente no iba a marchar, era imposible en aquella situación. Él dejó sus labios. Se dirigió a su cuello y clavícula, dejó besos y suspiros a cada centímetro. Ella respondía con tenues gemidos y lastimada disfrutaba de aquel momento intenso. Se dio cuenta de que Grace no era fría como lo había pensado, ya que estaba gozando en sus manos, por lo que decidió llevar a otro peldaño sus buenas intenciones. Se tomó una ligera libertad al colocar sus manos en las piernas de la joven. —Es tan dulce. —Levantó su falda y se adelantó para sacar la navaja de entre sus ligas. No había que correr riesgos. —Usted no comprende... —murmuró intentando encontrar su razón. Aquellos besos hicieron desvariar a Grace hasta el punto de no saber a qué peligros la llevaba Anthony. Ella sintió cómo una de las manos del duque fue hasta su generoso escote, eso fue algo que casi la paralizó. —¿Qué hace? —increpó confusa. —Solo voy a darle más —susurró antes que, de nuevo, hiciera a Grace perderse en la crueldad de su boca. Sabía que no podía ser tan permisiva con él por más que disfrutara de todo aquello que le resultaba desconocido y, según su mente, era muy poco

decente. Mientras se dejaba besar, buscó entre sus ligas la navaja que siempre llevaba. —¿Busca esto? —indagó Anthony con una sonrisa. —¡Canalla! Devuelva eso. —No creo... Unos gritos parecidos a reclamos se escucharon. Ambos dejaron su lucha para mirar qué ocurría. Anthony distinguió que Clay se llevó a William, que estaba armando un escándalo. Grace también escuchó el nombre de su amiga Caroline en boca de dichos caballeros y se preocupó por ella. —Usted y yo no hemos terminado —sentenció Anthony dejándole un beso y la navaja antes de alejarse hacia donde estaban sus amigos. ¿Qué había hecho? No podía escapar de él. ¿Cómo le diría que no tenía ninguna intención con él? Le dio alas al corazón del duque o quizá también al de ella, pero no debía. Anthony estaba demasiado ciego para darse cuenta que juntarlos era cumplir con lo que su hermano deseaba. Sin darse cuenta, lágrimas escaparon de sus luceros. No era una mujer para él, no se merecía que ella y su parásito hermano se aprovecharan de su amabilidad.

◆◆◆ Caminó hacia el segundo piso del salón y se colocó en el balcón que daba hacia un costado del jardín. Esperó a que él fuera junto a ella. —Buenas noches, milady —saludó Ernst dirigiéndose a la rubia misteriosa. —Buenas noches, señoría —respondió tranquila. —Usted ha llamado mi atención —comentó con una sonrisa. —No comprendo la razón... —Usted lo hizo a propósito. —¿Por qué haría tal cosa? —Porque desea algo de mí. La rubia estaba desconcertada al notar que él sabía lo que deseaba. —Son figuraciones suyas, señoría. —Entonces sabe quién soy. Me lleva una pequeña ventaja. ¿Quién es usted?

—Solo una mujer común. —No es cualquier mujer —expresó acercándose a ella con aire de cazador. Aquella dama había despertado su instinto de caza. Ella lo esquivó y corrió de él hasta que le dio alcance. —¿Por qué huye? No voy a hacerle nada. Dígame, ¿qué necesita de mí? Lo miró con sus grandes ojos ámbar antes de dirigirlos al suelo. —Necesito algo que solo usted puede brindarme. —¿Y qué es eso? —Su protección... Aquello lo dejó un poco extrañado. Era un pedido extravagante para una mujer desconocida. —¿Protección? —Olvide todo. —Pasó por su lado, pero él la apretó contra la pared. —Usted me pide que la olvide, ¿y si yo no quiero hacerlo? —Es probable que sufra, señoría. No soy la mujer para usted. —¿Por qué no me deja decidir eso? —profirió antes de apoderarse de sus labios hasta casi dejarla sin respiración. El intenso del marqués la dejó mareada por la intensidad de su beso. Era apasionado como pocos al momento de entregar a su pasión. —Debo irme —anunció la misteriosa muchacha. —Es muy temprano. —¿No son aquellos sus amigos? —señaló a William y Clay, que iban discutiendo. —Son ellos —respondió volteándose hacia donde ella debió estar, pero desapareció. Ella aprovechó aquel descuido de Ernest para escabullirse. La rubia misteriosa corrió hasta llegar afuera y huyó. En su huida vio a quien debía tomar su lugar. El juego había empezado. —¿Crees que nuestra rubia misteriosa logrará lo que nos proponemos? —cuestionó su esposa a Viktor. —Lo creo. Tener a Ernest en nuestras manos es lo más importante. —¿Esperas que ambos se enamoren? —Es lo más conveniente. Ernest y la rubia misteriosa son claves para salvar a Elle, que, por cierto, está aquí. —¿Dónde está? —preguntó ansiosa su esposa. —Mira abajo.

—Está maravillosa. Odio todo lo que sucedió —masculló con lágrimas en sus ojos. —No llores. También su corazón sufre.

Capítulo 14 Luego de dejar a William bien cuidado en su casa, el resto de sus amigos, junto con él, regresaron al baile porque tenían asuntos pendientes que debían acabar y, por supuesto, que la locura de William no los iba a dejar rezagados. Cada quien tomó un rumbo distinto esperando encontrar lo que buscaban. Para Anthony aquello se dio sin demasiado esfuerzo. Visualizó a Grace, que también lo había visto y quiso escurrirse, pero él se lo impidió. —Aún debemos hablar, milady. —Hemos dicho lo que debíamos, excelencia —replicó Grace mientras él la acorralaba en el salón. —No estoy conforme con eso —anunció. Quiso darle un beso, mas ella esquivó la cabeza y se colocó cerca del oído de él con el corazón latiendo enloquecido en su pecho. —No lo entiende, excelencia. Nunca habrá nada entre nosotros —le susurró. —¿Por qué? —replicó él en otro susurro. Tenía que decir lo primero que se le ocurriera, no tenía mucha imaginación en ese momento. —Porque lo odio... —Ambos sabemos que eso es mentira, milady. —No es una mentira, es la realidad. Soy una víbora, una mala mujer con usted. ¿No lo entiende? —expuso exasperada. Era tan difícil hacer entrar en razón a ese hombre sobre el inconveniente de esa relación. —Yo quiero beber el veneno que destilan sus labios —murmuró absorbiendo su aliento. —Puede morir de decepción con ese veneno, excelencia. Lo mejor es que se aleje de mí. Estoy interesada en su amigo. Otra puñalada que le daba Grace a su corazón. Parecía que tocaba las puertas del cielo. Sin embargo, no era más que una ilusión, en realidad tocaba las del infierno.

—Entonces, por lo menos acepta el presente. —Se lo colocó en el vestido. —No puedo... —Cállese y acéptelo sin ningún tipo de compromiso conmigo —la interrumpió. Ella miró a sus dolidos ojos azules. ¿Qué tanto más dolor debía causar con cada engaño que metía en el medio de ambos para salvarlo de ella misma? —Gracias... —Le acarició el rostro como señal de consuelo. Él se alejó por su molestia. —No lo vuelva a hacer. Ella se retiró raudamente a la salida para aguardar por Christopher. Esperaba que fuera pronto a buscarla antes que todas sus defensas cayeran y volviera a consolar al duque. El carruaje paró frente a ella y el cochero le abrió la puerta, pero su hermano no estaba ahí. Aquello era casi un alivio. —¿Y mi hermano? —En el Destiny, milady. —Gracias. Menos mal no estaba. No tenía ánimos para tolerar sus impertinencias para que se aprovechara de Anthony. No podía evitar recordar esos apasionados momentos que tuvo a su lado y también esos ojos azules tristes por su rechazo, pero él no sabía las razones de aquello. Cualquiera era bueno para embaucar, menos él. Seguiría a paso firme para buscar un candidato; el marqués casi estaba apartado para ella, realmente no podía acercarse a él. En su habitación, se desvistió y quedó desnuda. De nuevo venían a su mente los labios del enorme Anthony. Pasó sus dedos con suavidad por su cuello, recordado en su mente ese fuego en su interior que estaba más vivo que nunca, aquello quizá la enloqueció. Pensar en Anthony de York se volvía un problema.

◆◆◆ Estimado Anthony, Quisiera invitarte a mi residencia para charlar un poco.

Hace tiempo que no nos vemos. Siempre estamos bastante ocupados, pero he decidido dedicarle un poco de tiempo a la vida social. Espero una respuesta afirmativa y ser correspondido con tu grata visita. Christopher. Anthony miró extrañado la corta misiva que le había enviado Christopher. Si iba, vería a Grace. Y era lo que deseaba. ¿Qué tan difícil era aquello? Casi no pudo dormir por tener la mente llena de pensamientos para Grace. Sentir aquella suave y blanca piel en sus manos era lo que más anhelaba. —Te hace falta una mujer —refirió Ernst señalando hacia la parte baja de su cuerpo—. Espero que sea una carta con un motivo romántico... —Lo siento, es cierto. Creo que me hace falta una dama; tal vez tenga que salir a buscar alguna. La carta no era de ninguna mujer, era de Christopher. —¿De Christopher? ¿Y qué decía? —Que desea que lo visite. —Está listo. Te entregará a su hermana. Lleva dinero, llegó el momento de prostituirla. —No digas semejante canallada. No sé si voy a ir. Después de mi fracaso nocturno, es mejor que no vuelva a buscarla, ¿no crees? —Lo que creo es que debes ir y llevar un monedero de dinero. Quizá las cosas no anden tan bien por ahí, de esa manera apoyarías a esa muchacha y también te da oportunidad de buscar que ella se sincere contigo. La forma cómo te repele no es normal. —Es cierto. Debe haber una razón para tantos malos ratos que me hizo pasar. Con esa idea salió con Ernst de la casa. Quería encarar a Grace y que le dijera el verdadero motivo de su rechazo. Estaba metida en la tierra removiendo el abono con las manos. Estaba sudorosa y no parecía la fina y hermosa dama de siempre. —¿No oyes que tocan la puerta, Grace? —Tienes dos piernas que te lleven y dos manos para abrirla —satirizó. —Yo soy un lord.

—Y yo una lady. ¿Cuál es el problema? —añadió seca—. Ve y abre la puerta. No desearás que me noten así de sucia. —Date un baño —ordenó antes de ir. —«Date un baño» —remedó ella colocando los ojos en blanco. Christopher abrió la puerta y ahí estaba parado Anthony con el ceño fruncido. —Estaba a punto de irme. —Lo siento, es que ya no tenemos servidumbre. —¿Por qué razón? —No tenemos para pagarles —respondió tranquilo. —Es una pena, ¿quién se encarga de los quehaceres? —Grace. Esa afirmación molestó a Anthony, ¿cómo iba a poner a su fina Grace a fregar, trapear y cocinar? El hermano era un verdadero parásito. Ella se sacudió un poco la tierra del cuerpo y buscó las cubetas para llevar el agua caliente hasta su habitación y tomar un baño relajante. Iba pasando por el salón cuando percibió la alta figura del duque parado junto a su hermano. Se veía tan elegante. Ella estaba con unas fachas horribles, lamentables y calamitosas, a eso sumándole el sudor y la tierra. Qué vergüenza estar así frente a un hombre con tanta clase. Anthony, cuando la observó cargando tantas cosas, sintió una profunda pena. Sin dudarlo, decidió ayudarla. —La ayudo, milady. —Se le acercó —¡Yo puedo sola! —objetó avergonzada. —Déjala. Ella puede sola, mejor sígueme... —mandó Christopher. Dejó que su hermana subiera con las cubetas a duras penas. Grace era demasiado orgullosa para permitir que él la ayudara. De noche era toda una princesa, pero su realidad era otra. Descargó las cubetas en la tina y lo hizo de pésima gana. —El destino es malvado —masculló—. ¿Por qué tenía que estar aquí y verme así? Aunque esto puede ser lo que estoy esperando. No querrá una duquesa sirvienta. —Sonrió com desosiego. Que la viera así era lo ideal. Se quitó las prendas y se sentó en el agua tibia para reposar su cansado cuerpo. —Toma... —Anthony le dio una bolsa con dinero—. Quiero que lo gastes en ella. No tiene vestidos ni joyas. El chisme de que está

empobrecida ha estado dando vueltas. Christopher agarró la bolsa. Había mucho dinero y Grace no vería ni media corona de aquello por terca. —Gracias... Así lo haré... —Enviaré personal para que la atiendan, y a ti también. —Eres muy generoso, Anthony —refirió zalamero. Se le ocurrió una maquiavélica idea para tener al gigante generoso siempre. Le pasó una copa de brandy que, luego por un accidente orquestado, se le cayó sobre Anthony. —Lo siento, Anthony. —Intentó limpiar lo que hizo. —No te preocupes —musitó mirando una de sus hermosas camisas de lino que ya no servía ni para trapear. —Ven. —Se levantó de la silla. —¿A dónde me llevas? —A mi habitación, iré por una de mis camisas. —No hace falta, Christopher. —Por favor, déjame enmendar mi error. Subieron ambos por la escalera cuando Christopher pensó en una rápida excusa. —Mis camisas están en el cuarto de asentado, iré por una. Espérame en mi cuarto. —Lo dejó ahí. —¿Cuál es tu cuarto? —cuestionó antes que desapareciera. —Es el del fondo a la izquierda. Empezó a desprenderse la camisa y caminar hacia la recámara que le dijo Christopher. Abrió la puerta. Observó que Grace estaba desnuda en el agua con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Su piel de porcelana era pura tentación, ¿qué demonios haría? Lo evidente: salir de ahí antes de que ella lo viera. No era un degenerado para estar viéndola en plena intimidad. Cuando salía, golpeó el pie con la puerta, de este modo alertó a la relajada Grace. Ella gritó espantada al descubrirlo. En eso, Anthony cerró la puerta y a largas zancadas, se acercó y le cubrió la boca con la mano. —No grite. Me equivoqué de habitación. Grace respiró con dificultad por el susto, luego fingió que se calmó. —Pa-páseme el paño. —Contempló el pecho descubierto de él.

Anthony no podía articular palabra, pues ella se había parado en la bañera exigiendo que la cubriera con algo. —¡Qué espera, patán! No es una orden tan difícil de cumplir como para que esté forzando tanto a su cerebro —gruñó molesta hasta que se dio cuenta de cómo la observaba—. ¡Me está mirando! —No —replicó, aunque sí lo hacía. Pensó en ese instante que era el momento adecuado para realizar su pequeña venganza por tantos malos tratos. —¡¿Cómo que no?! —increpó asustada al ver que se acercaba más a ella. —Voy a cobrarme algunas cosas, milady —adujo en tono malicioso.

Capítulo 15 —¿De qué habla? —lo increpó. Se quedó inmóvil por las palabras de Anthony. —Usted, pequeña lengua suelta... —susurró. Acarició su rostro—. Me ha hecho tantas maldades, que me parece el momento justo para cobrar esa deuda. —¿Ha perdido el juicio? —mencionó temblando ante su contacto. —Quiero una retribución por todos los malos tratos y humillaciones que he recibido de usted. ¿Qué le parece si empezamos de nuevo? —murmuró firme detrás de su oreja. Ella le dio la espalda para evitar verlo más. Si el duque no se iba, se volvería loca. Él había despertado la lujuria que existía dentro de ella, no podía ir a proponerle que empezaran todo de nuevo. Olvidar tantas cosas que pasaron y sobre todo no podía pedirle que desperdiciara todos sus esfuerzos por alejarlo de ella y de protegerlos a ambos de su hermano. —Eso no es posible, excelencia, porque... No pudo terminar la frase. Sintió los labios del duque en su hombro y un dedo que recorría desde su espalda hasta el principio de sus nalgas. Eso no era justo, no podía pensar en nada más que en la suavidad de su tacto y las sensaciones que le producía sus esfuerzos por seducirla. Subió aún más sus labios por su cuello con sensualidad hasta llegar a su oreja, donde la mordisqueó y volvió a susurrar: —Milady, dígame que podemos ser algo más. Deme una oportunidad. Grace respiró con dificultad, colocó sus dos manos detrás de la cabeza de Anthony y le estiró los cabellos a forma de deshacerse de todo ese calor que tenía en su cuerpo. Él la agarró de la cintura sacándola del agua tibia y la llevó hasta su cama, allí la colocó bocabajo y Anthony se puso sobre ella para recorrer su cuerpo con sus labios. Improbable era decir que no. Aquello parecía un sueño, uno demasiado real; tuvo muchos sueños en su vida, pero ese

superaba a todos. Quería decirle sí a todo lo que salía de los labios del ya no tan despreciable pelirrojo. —Excelencia, por favor —pidió sin saber que rogaría. —Dígame la verdad, ¿por qué me rechaza? No me es indiferente, lo puedo sentir. Lo había notado. Todas las excusas no valían la pena. ¿Qué le diría? ¿Que su hermano estaba enamorado de su dinero y que hasta seguro ya había planeado cómo gastarlo? No podía decir eso. —No le seré indiferente —respondió—, pero no lo quiero conmigo. Usted no sabe en lo que se está metiendo. —Detrás de usted no me interesa correr cualquier peligro... Ella se giró rápidamente para observarlo de frente. —¿Se enfrentaría a lo que fuera por estar conmigo? —inquirió extrañada ante la locura de Anthony —Lo que fuera, lady Grace —entonces se apoderó de su boca. Grace se derretía, pero debía hacerlo entrar en razón. Él no comprendía lo que ella quería, deseaba protegerlo de su hermano porque Christopher no cambiaría. —Yo no soy quien usted espera. No tengo nada… ni dote. Usted es demasiado para mí, Anthony de York —le dijo muy triste. —Yo tengo dinero suficiente para ambos, no les faltará nada a mi lado. Todo el encanto que rodeó aquel momento de confesión, se desvaneció al escucharlo en plural. Su mente se sumió en el enojo. —¿Faltarnos? —subió el tono de su voz. —A usted y a Christopher. No tengo reparos en mantenerlos a ambos. De hecho, le acabo de dejar dinero y le avisé que enviaré personal aquí para que los atienda. Sintió que un calor muy distinto al anterior le subía hasta la cabeza, y era rabia. Aquello era lo que su hermano quería de él y lo conseguía pese a que ella había hecho su mejor esfuerzo para que él ya la odiara. Nada resultó como quería. Se alejó de Anthony pensando en qué había hecho su hermano para que él estuviera ahí. —¿Por qué está en mi habitación? —¿En serio? —Estaban tan bien juntos que de nuevo tuvo que poner a enredar su cerebro. —¡Dígamelo! —reclamó.

—Su hermano me dijo que era su habitación y que pasara a cambiarme, me había echado brandi en la camisa. Grace había olvidado la educación y que estaba desvestida. Empujó al duque hasta la salida de su habitación. —¡Váyase! —le gritó. Cerró la puerta. Se quedó nerviosa en su habitación. Era evidente lo que hizo Christopher: la cambió por algunas monedas y criados, la vendió con Anthony. El muy tonto no se dio cuenta de lo que le habían hecho. —¡¿Qué demonios sucedió?! —se quejó él al ser expulsado. Todo iba tan bien y ella simplemente enloqueció. —Lo siento, querido amigo. Mi habitación era a la derecha. — Christopher apareció con la camisa en la mano. Nada había resultado como lo pensó. Escuchó los gritos de Grace echándole de su recámara. Debía hablar con seriedad con ella para que aceptara a Anthony de una vez, el hombre estaba muerto por ella y aquella que no cedía ante nada para admitir su encanto por él. Anthony salió enojado y decepcionado. Iba a conseguir todo con Grace, mas ella no daba su brazo a torcer. Era evidente que el aspecto económico era un problema y darle dinero a su hermano era otro de sus mayores inconvenientes. Debía buscar un momento para hablarle, y lo mejor era que fuese cuando estuviera vestida, desnuda le había nublado todo. —Sé lo que hiciste. ¿Cómo pudiste venderme? —lo atacó en su despacho. —Admítelo, te iba a encantar —soltó burlón. —¿No te das cuenta que sin virtud no valgo nada, hermano? Él le tomó del brazo y la agitó con violencia. —¿Y tú no entiendes que no tienes mejor comprador para tu virtud que él? Es nuestra única salida. Deja de ser dramática y acéptalo. Tendrás dinero y amor. ¿Que más puedes pedir? —Que tú no te aproveches de él —confesó entre lágrimas—. Si yo llego a enamorarme de él, Christopher, tú no verás una sola moneda del duque. —Eres tan perversa, Gracie. Si tú te enamoras de él y no quieres que me dé nada, es simple: jamás dejaré que te cases con él. Serás infeliz por siempre.

¿Cómo podía darle la vuelta a las cosas de modo tan horrible? De todas formas, ella sufriría. No le convenía enamorarse de Anthony. De ninguna manera sería feliz a su lado, no importaba que sus sentimientos estuvieran aflorando hacia él. Quizá si aceptaba darle una nueva oportunidad de conocerse, ambos quedarían disconformes con la personalidad de cada uno. Era una solución arriesgada. —Devuelve el dinero que te dio. —No lo haré. Ahora es mío, debo pagar algunas deudas. —Ese dinero era para que no tengamos un mal pasar. —Discrepo contigo. Era para que tú tuvieras un buen pasar. Él se preocupa tanto por ti que está ciego... —Eres horrible, Christopher. —Lo sé. —Sacó la bolsa de dinero de la caja fuerte antes de salir del despacho. Grace observó que dejó la caja abierta y entonces se arrojó para buscar las escrituras de la casa, pero no las encontró, solo pagarés y más pagarés. Su hermano le debía hasta el alma al diablo. Siguió revolviendo entre los papeles y había una carta que tenía la letra de su madre e iba dirigida hacia ella. ¿Por qué no se la entregó Christopher? Escuchó unos pasos y con rapidez guardó el sobre entre los pechos. Se alejó de la caja. —Olvidé cerrar esto —comentó Christopher mientras ella salía echaba a correr para salir de allí. Leería lo que su madre había escrito para ella. Se encerró y se sentó en la cama abriendo el sobre. Mi querida Grace. Sé que no he sido la mejor madre que pudieras tener. No te he dado todo el cariño y el afecto que debía entregarte pese a que tú eres lo que más he amado en esta vida. Estás hecha del amor más puro que podía existir, no como Christopher. Callé esta verdad por tantos años y ahora que me encuentro en las puertas de la muerte, he decidido decirte mi secreto. No me atrevía a decírtelo personalmente por temor a tu reacción. Tienes mal carácter, mi niña, y también le temía a que tu hermano confirmara sus sospechas de que

no eres la hija de lord Beasterd, sino que eres la hija de una aventura con otro noble. En el instrumento preferido que heredaste de tu tatarabuela está el nombre y la dirección de él para que acudas cuando lo necesites, no te dará la espalda. No confío en dejarte con Christopher, él no te quiere, y estoy segura de que no tiene nada bueno preparado para ti. Perdóname, Gracie, hay verdades que duelen, pero por más que lo hagan, hay que decirlas. Lo aprendí muy tarde. Tu madre. Era una bastarda. «¿Cómo mi madre pudo callar algo así?». Pensó en algo peor; el instrumento preferido de la tatarabuela era el violín que su hermano había entregado hacía años al marqués de Bristol como parte de una deuda. Quedaría por siempre con la duda de quién era su verdadero padre, salvo que el marqués aún conservara esa reliquia.

Capítulo 16 Anthony, confundido por lo que ocurría con Grace, no tuvo mejor idea que ir en busca de respuestas, o tal vez ideas para tenerla con él. —¿Qué te trae por aquí, Anthony? —indagó Viktor con una sonrisa pasándole una copa de Brandi. —Conoces mis motivos, no hace falta que te los repita. —Comprendo. La paloma se te escapa. Lady Grace parece lejana, ¿no es así? —No solo parece, sino que lo es. Viktor sonrió y observó hacia las vacías calles de Londres desde su ventana. —Debes ser fuerte. Ella está luchando contra lo que cree que está mal, su situación es difícil. —Pero si yo la quiero ayudar. —Eso es lo que ella no desea. —¡Condenación! —masculló enojado. —¿Qué te parece si te distraes un poco? —sugirió Viktor aún con una mueca enigmática. —Es lo último que deseo ahora. —Creo que estás muy fatigado —continuó, luego masajeó la espalda de Anthony—. Tengo algo muy bueno para ti. Una preciosa rubia de ojos verdes en un vestido sugerente se acercó a Viktor y le sonrió a Anthony. —Ella es Jade. La casa invita —concedió. Anthony la contempló bastante atraído con la idea. Era hermosa y muy agradable a la vista, pues era delicada y armoniosa. Ella fue y se sentó sobre su regazo. —Excelencia —musitó con gracia. —Señorita —respondió. Escrutó su escote con disimulo. —Acompáñeme, excelencia —pidió Jade al estirarlo del brazo y llevándole hasta una de las habitaciones.

—Señorita, yo... Él no pudo terminar cuando ella ya había quedado completamente desnuda. Se acercó a él. —Me encantan los hombres altos como usted —aseguró antes de besarlo con fuerza. Lo empujó en la cama para treparse sobre él—. Le prometo hacerle olvidar todo por esta noche... —Los dejaré. Soy una persona muy ocupada. Viktor salió y fue hasta su otro despacho donde lo esperaba su esposa con cara de pocos amigos. —No me gusta lo que le hiciste a Anthony —comentó disgustada. —No hay lección más valiosa que aquella que me dio mi hermano años atrás cuando no podía controlar mis demonios; una mujer es lo que a veces necesitamos para encontrar el buen camino y depositar nuestras desilusiones. —Pues no estoy de acuerdo. Si él amara a Grace, no se acostaría con otra. —Hay muchos sacrificios que uno hace por amor y por protección. No me digas tonterías, querida. Ven a sentarte aquí. Ella, con el rostro descompuesto, se sentó donde él le indicó. —Déjalo, necesita quitarse eso de encima. —De acuerdo —gruñó antes de salir. —¿A dónde vas? —gorjeó. —Lo sabes muy bien... —¿Estás enojada? —Otra pregunta que me recuerda a otra pregunta: ¿por qué me casé contigo? —¿Necesidad? Y tal vez a eso debamos añadirle que no son muchos quienes pueden tolerarte... —¡Eres un bárbaro! Siempre lo fuiste, Viktor. —Un bárbaro con consciencia, tarde, pero con consciencia al fin, ¿no crees? —Lo creo, pero aún no sé cómo me dejé convencer por ti para casarnos. —Yo lo sé... La mujer salió enojada del club. Anthony fue a buscar consuelo y su amigo le puso una mujerzuela sobre las piernas, vaya consuelo. Viktor agarró su libro de cuentas y se puso a anotar como distracción en su aburrida noche.

—Es hora de acelerar las cosas. Pronto tendremos lo que queremos, Anthony —dijo para sí. Esbozó una sonrisa al ver las escrituras de Christopher al lado de su libro.

◆◆◆ Durante la noche se llevó a cabo la reunión del club del té donde pudieron festejar el matrimonio de Caroline con el vizconde de Hereford. No había visto a Caroline más feliz en toda su vida. Mientras tanto, Prudence continuaba lamentándose por la amante que tenía su conde y con la cual no podía lidiar sin tener sentimientos encontrados. Entretanto, ella estaba en el limbo. Con el único con quien se entendía era la peor opción de todas, sin contar que también tenía en su mente que era una bastarda. Caminó hacia su casa y no pudo evitar mirar la mansión del marqués. ¿Qué sucedería si pudiera meterse y sacar lo que estaba dentro del violín? En definitiva, necesitaba un aliado, alguien que sirviera de campanilla. Pensaría un buen plan para poder entrar y tomar lo que le pertenecía. —¿No le han dicho a esta niña lo peligroso que es andar sola? —inquirió el caballero a su acompañante. —El hermano no se ocupa de ella. Sin padre ni madre que la vigilen, esta muchacha anda por con cabeza envalentonada. —¿Cuántas veces más tendremos que seguirla? —preguntó su amigo con nerviosismo y con mucho dolor en la pierna. —Tú quisiste seguirme, yo la vigilo sin problema. —No quería estar solo —comentó Harry con voz triste. —Entonces soporta y espera a que ella llegue segura a su casa. Te falta un poco de ejercicio, tanto tiempo en cama te hizo mal. —Menos mal camina rápido —agradeció apoyado en su bastón. Ella había llegado a su hogar, pero encontró la puerta abierta y no comprendía la razón. —Se cumplió el tiempo, milord —expresó el señor Collins. —Tengo la mitad de lo que le debo. —¿Y qué hay de la otra mitad? —Se lo pagaré después, deme más tiempo.

—Mmm —dudó agarrando las bolsas de dinero—, puedo liberarlo de sus deudas, milord. —¡¿Cómo?! —indagó esperanzado. —Yo hago caso omiso a su deuda si usted deja que pase una noche con su hermosa hermana —propuso el señor Collins, un hombre bajo de estatura y rechoncho. Grace se tapó la boca para no gritar, rezaba para que su hermano la defendiera, aunque fuera por una vez en su vida. —Ella no forma parte del trato, tiene un mejor postor —gruñó enojado por la insinuación del hombre—. Espero muy pronto casarla con el duque de York y sin virtud no podría entregarla, me asesinará. —Yo también lo asesinaré si no me paga. Piénselo, una noche con su hermana por una deuda. Tiene dos semanas de prórroga, milord. Dos semanas. Debía decidir qué haría en ese tiempo. Tenía que encontrar la dirección de su supuesto padre antes de que su hermano la entregara a aquel horrible sujeto.

◆◆◆ Anthony salió del club de Viktor agradecido por la atención que le había brindado Jade. Esa mujer era buena en lo que hacía. Sentado en su habitación, muy tarde, casi de madrugada y sin sueño, pensaba en cómo hacer para tener a Grace. Iba a volverse un mentecato. Si antes cuando ella lo rechazaba de manera tajante le encantaba, y después de ver que no era tan cruel y venenosa, la adoraba. Adoraba cada escama de su serpenteante figura, su lengua agria y sus malos modales. —Buenas noches, querido hermano —saludó Bella al caminar por la habitación. Le hizo reaccionar—. ¿Cómo te encuentras? —Bien... —dijo sin muchas ganas—. ¿Qué haces despierta? —¿Por qué tienes esa cara? —Le dio un beso en la mejilla—. Salí a una sesión del club. —Tu amiga va a matarme. Necesito hablar con ella. —En el próximo baile será ideal, ¿no lo crees así? Confío en que podrás conquistarla. —Quisiera que así fuera, solo deseo una señal.

—Grace es difícil, no te dará ninguna señal. Debes abrirte camino con ella, creo que estás haciendo un buen trabajo. —Ana... —pensó— hace tanto que no pensaba en tus necesidades. —Dime... —Sé que he sido egoísta contigo, ya que solo hablo de mis cosas. No sé nada de ti. —Estoy bien, no hay mucho que saber de mí. —No lo estás. ¿Quieres pasar un tiempo en Irlanda? —¡No! —exclamó—. Digo, no, estoy bien aquí —se explicó con una falsa sonrisa. —¿Qué te parece si, después de tanto, sales conmigo? Te compraré vesti... —No —lo interrumpió. —No eres lo que te dijeron. Ella solo lloró al recordar todo lo que había pasado. —No saben cómo sucedió aquello —continuó Anthony. —No lo saben ni lo sabrán. Prefiero estar encerrada aquí por siempre. La sociedad es tan vil cuando lo desea; te tratan bien cuando eres perfecto y cuando no, te desprecian sin darte oportunidad. Yo no pedí lo que me hicieron... —Ana —susurró al abrazarla—, dime, ¿cómo puedo ayudarte? Me preocupa que no estés buscando un futuro. —Ya tengo un futuro. —No lo tienes. Quiero algo como lo que tiene lady Caroline para ti, un marido y un hijo… También deseaba aquello. Un hijo a quien cuidar y amar, pero Anthony no sabría sus deseos más secretos. —Yo… me voy a dormir —auguró alejándose de él. —Bella, te amo. —Yo también, Anthony… —dijo yéndose a su habitación. Nunca sabría cómo llenar el vacío que aquella amiga dejó en su corazón. Eran inseparables, más que sus otras amigas, aunque ella se llevó la peor parte: la muerte. Esa situación la recordó con tristeza. Lo malo es que ella aún seguía con vida.

◆◆◆

Unos días después, Grace se revisó en el espejo y se acomodó el vestido para salir de la casa e ir al baile esa noche. —¿Desea que la ayude, milady? —No. He pedido que ni usted, ni el mayordomo estén aquí —se quejó enojada. Ella no había aceptado la ayuda de Anthony. Él envió preciosas prendas y joyas para asistir a los bailes, pero solo usaría los vestidos. Las joyas las guardaría enterradas en el jardín fuera de su hermano, pues era capaz de cualquier cosa si ella no estaba ahí. Esa noche también meditó un plan para poder buscar el dichoso papel que estaba en el violín y su estratagema sería ir tras el marqués. Debía conseguir que se fijara en ella y quizá la llevara a su casa, sacaba el papel de ahí y salía corriendo. No es que el marqués estuviera feo, mas no le apetecía como lo hacía el duque de York. Había fantaseado tantas veces con él que ya estaba asustada de que su corazón podría estar sintiendo algo más. Era probable que su insistencia estuviera dando sus frutos. De ida en el carruaje, Christopher la miró de reojo, tal vez quería conversar. —¿Ya no piensas hablarme, Gracie? —preguntó irónico, pero no recibió respuesta—. Con la falta que me hacen tus palabras, hermana. «Media, hermano». Gracias a Dios solo compartían la madre. —Recuerda, Gracie, que Anthony, nuestro benefactor, se merece un buen pago —insinuó con un guiño. Ella solo resistió sus ganas de estrujarlo con fuerza del cuello. Sin embargo, logró hacer cara a sus impulsos. Bajó del carruaje y no pudo escapar; Anthony le esperaba con impaciencia. —Buenas noches, milady. ¿Me concede unas palabras?

Capítulo 17 Casi rendida por haber sido sorprendida en su llegada, suspiró con resignación. —¿Sí? —respondió dudosa. —Es un sí o... —Es un sí, no debo repetirlo, ¿cierto? —musitó agria. Él solo la miró sin inmutarse, y entonces ella concluyó en sus pensamientos: «¿Cómo pude ser tan cruel durante tanto tiempo?». Tenía una lucha interior por tener que pedir disculpas. —Disculpe mi comportamiento, excelencia. —¿Se está disculpando? —preguntó con incredulidad. Ella gruñó, pues no le gustaba su ironía. —Está bien. Disculpas aceptadas —dijo sonriente antes de que ella se arrepintiera. Continúo—: Estaba acostumbrado a que usted fuera reacia a verme, y creo ser inmune a eso después de tanto tiempo. ¿Cómo podía estar acostumbrado a que alguien lo tratara mal? Era un duque. Él debería estar limpiando el salón con su cabello por haberlo tratado mal desde hacía tiempo. —¿De qué desea hablarme? —indagó con calma. —Sobre nosotros. —¿Cuál nosotros? —curioseó mirando a todas partes. —Milady, es inteligente y sabe a qué me refiero. Quiero saber cuál es el impedimento para que usted y yo estemos juntos. Él no se anduvo con ridículos rodeos, entonces se merecía la misma cortesía. —Comenzaré diciéndole que deseo que retire a todo el personal de la mansión Beasterd. —¿Por qué habría de hacerlo? —Porque usted no tiene que darnos comodidades a mi hermano bueno para nada ni a mí. Es humillante y ofensivo, no quiero deberle a nadie y menos a usted. —Lo hago por voluntad propia, nadie me obliga.

—Piense, excelencia. Use su pelirroja cabeza para algo más que tenerla pegada al cuello. Mi hermano es un aprovechado y se está aprovechando de usted. Está intentando venderme con el mejor postor y él piensa que es usted. No soy una mercancía y jamás lo aceptaría si me compra, excelencia. Tenga en cuenta eso. No tengo problema en trabajar como doncella o ama de llaves si me llega a faltar dinero, quiero tener libertad de elegir y que me elijan —confesó con sinceridad. —Sabía que algo andaba mal con usted. No piensa aceptar mi ayuda. —No la acepto, es un hecho. —Entonces tendrá que tener lujo por las malas. —¿Piensa obligarme a aceptar algo que he rehusado? —Sí, porque no retiraré al personal que la atiende. No quiero verla como la última vez: cargando cubetas llenas y sucia. Ella se avergonzó y tocó sus manos. Él acercó las suyas a las de Grace y le retiró un guante para ver sus palmas, que estaban ásperas y maltratadas. —Observe, mi bella lady. Usted es una delicada flor, no puede andar haciendo esfuerzos que hacen los criados. Grace rápidamente escondió las manos de la vergüenza. Su vestido de apatía se colocó sobre ella. —No es su asunto. —Que no le dé pena —musitó acariciando su rostro. —Lo mejor es que se aleje de mí, excelencia, es lo más conveniente para usted y para Anabelle. —Milady... —Déjeme ir, por favor —rogó hasta con los ojos. —Solo si promete que seguiremos hablando de esto... —Lo prometo —se despidió apresurada con una sonrisa triste Grace pensaba en la mirada que le dio Anthony. Sus orbes eran más oscuros, pero juguetones. ¿Por qué no había notado eso antes? Caminó por el salón y visualizó al marqués solo. Pensó en que estaba esperando a sus amigos y creyó que aquel era el momento que esperó por meses en la temporada. Esa era su oportunidad de hablar con el marqués, pero ¿cómo le hablaría del violín? Tal vez debía hablar con la verdad, por primera vez creía que esa era la táctica que debía usar. Se acercó con presteza. Cuando Ernest quiso desaparecer, fue muy tarde. —Señoría... —saludó Grace con una reverencia. Él se giró despacio, esperaba que no notara que huía despavorido.

—Milady —replicó con una inclinación. —¿Le parece una linda noche? —curioseó para hacer conversación. «Este es el momento de espantar a lady salvaje para que Anthony tenga el camino libre», caviló. En su mente fluyeron las formas de hacerlo. —He tenido mejores —respondió con altanería. «Él solía ser agradable y adorable», repasó Grace mirándolo con extrañeza. —También he tenido mejores noches. ¿No quisiera salir por el jardín? — quiso tener una conversación más privada. —Me enferma el polen a estas horas, milady. Ella comenzaba a impacientarse. —Entonces hasta el balcón —concluyó con menos calma que con la que empezó la charla. —El rocío es un problema para mi salud tan delicada —se excusó con soberbia. Era suficiente. ¿En qué había pensado cuando se fijó como objetivo conquistarlo? Era tan arisco como un zaino a entrenar. Desgraciado, creído y petulante. —¿Le molesta algo de mí? —increpó con dureza. Ella necesitaba conseguir entrar a su casa y era mejor por las buenas. —Solo su compañía no fue requerida, milady —argumentó con una mueca en el rostro. Eso ya había desparramado la poca paciencia con la que fue dotada Grace. —Le agrade o no, tendrá mi compañía. Quiero pedirle un favor. —¿Qué le hace pensar que le haré ese favor? —indagó amargo. —Necesito algo de usted —indicó acercándose a su oído. —Milady, he dejado la vida de libertino hace tiempo. No estoy tan desesperado por tener intimidad con una mujer, menos noble y quebrada como usted. Los nervios de Grace alcanzaron su límite. Lo tomó de su pañuelo lazado. —No le he pedido eso, mal pensado —acusó—. Quiero ir a su casa, y es mejor que sea con su consentimiento. —¿Pretende abusar de mí en mi propia casa para obligarme a que me case con usted? —insinuó con expresión de horror.

Aquel no era para nada el hombre que se había imaginado todo ese tiempo. Era un patán de la más baja calaña de Londres. —Mejor olvídelo. —Alzó la nariz y salió al jardín, furiosa. Al verla irse, soltó el aire contenido en sus pulmones por la situación tan extrema a que la que se enfrentó. Era difícil ser un rufián, quizás a los demás les quedara bien, pero a él realmente le había parecido embarazoso. —Tengo que hacerlo por mi cuenta, estoy sola. Tengo poco tiempo y estoy en peligro. Mi situación es simple, la solución debe serlo también. Subiré por la ventana de la casa del marqués, pero necesito un cómplice o una cómplice, y esa podía ser Caroline... —susurró mientras iba de un lugar a otro en el jardín. Ernest, con las plumas hinchadas como un pavo, fue junto a Anthony y le contó su completa hazaña. —¿Tanto fue su susto? —preguntó Anthony. —Hubieras visto su cara. Estaba hecha una fiera, incluso mira, me arrugó el pañuelo. —¿Y qué le dijiste? —Que no estaba desesperado para estar con alguien como ella. —¿Cómo pudiste decirle algo así? Mira cómo la dejaste —señaló hacia el jardín donde ella iba y venía. —Está hablando sola. —Iré a ver si necesita algo. —Quizá te necesite porque la destrocé —se jactó con una sonrisa. —Buen trabajo, mi querido marqués. Fraguó una estratagema que no debería fallar. Solo le faltaba hablar con la cómplice que aún no sabía que estaría implicada en un robo o sustracción. —Milady —la llamó la conocida voz del duque que la asustó por todo lo que se estaba gestando en su cabeza. —¿Qué quiere, excelencia? ¿No ve que estoy en un momento de soledad? —expresó disgustada por haber sido interrumpida. —Solo quería invitarle un baile... —Pues… ¿qué sucedería si le digo que no? —curioseó. —Insistiría hasta que no tuviera más remedio que aceptar. —Lo suponía... ¿y qué sucedería si le digo que sí? —Es probable que caiga muerto del sobresalto o pensaría que usted está enferma y que enloqueció —confesó entre risas.

Se sintió contagiada por la carcajada del duque y le devolvió una aún más potente que la suya, que casi hizo desmayar a Anthony. Jamás la había visto con esa sonrisa sincera y feliz que le estaba entregando en ese momento. Siempre parecía seria, enojada y pensativa. —Estoy contento de haberle sacado una sonrisa, milady. —Es que lo considero simpático en cierta forma —contó sonrojada Grace. —¿Entonces bailaría una pieza conmigo por las buenas? —Está bien —aceptó al apretar las manos de él, luego escrutó sus labios. Era un momento extraño para ella. Aceptar al duque la ponía de buen ánimo. Estaba comportándose como una tontuela, pero ¿qué tanto podía seguir huyendo de la insistencia del duque por conquistarla? Ya no tenía a donde huir. Quizás estaba mal lo que hacía: darle alas, mas no podía ocultar más sus sentimientos por medio del desprecio viendo cómo se comportaba con ella. Demostraba interés por su vida. Lo lamentable era que debía deshacerse de su hermano si deseaba tener algo con Anthony. —Está pensativa —mencionó él mientras efectuaba los pasos de la danza. —Estaba pensando en que este baile podría ser un desliz. —¿Desliz? Tal vez sienta temor de descubrir que tiene sentimientos hacia este caballero. —Ya le hablé sobre mi indiferencia. No obstante, también le mencioné los motivos que tengo para rechazarlo —se sinceró. —Su hermano, ¿no es así? —Sí. No quiero que se aproveche de usted, y menos de que piense que yo estoy interesada en su dinero y no en su persona. Anthony rebozaba de felicidad, ella estaba confesándole su interés. Toda la poca paciencia que tenía estaba rindiendo sus frutos. —Si yo no ayudo a su hermano, ¿tendría esperanzas? —Quizás —alegó con una sonrisa de tontuela. —Su hermano está muerto para mí. Desde ahora... —Retire al personal de mi casa y no le dé dinero a Christopher, es lo primero que debe hacer para deshacernos de él. —No puedo hacerlo, no quiero que se estropee. Su corazón se hizo tan blando. La cuidaba, y era evidente que ella lo veía con otros ojos.

—Se lo agradezco, nadie se había preocupado por mí desde hacía tiempo. Siempre lo he rechazado y aun así... Él no dijo una sola palabra. Al terminar el minué, se perdió con ella hacia un balcón. —¿A qué lugar me lleva? —indagó sorprendida. —Donde podamos solo ser usted y yo. Anthony quería llenar a aquella víbora con toda su atención. Llegaron hasta un rincón alejado del balcón, colocándose detrás de una de las alas de la puerta. —No sabe cuánto esperé por una oportunidad con usted. —Besó sus labios y luego posó su mejilla junto a la de ella. —Opino que su impertinencia tuvo su recompensa... —Correspondió a cada beso. Su cabeza no paraba de pensar en qué haría su hermano cuando se enterara de que estaba en algo íntimo con el duque de York. Se volvería chiflado de la emoción y era seguro que los casaría a la semana siguiente. Debía dejar aquel punto en claro. —Acepto darle una oportunidad de conocernos. Sé que en todo este tiempo… —apartó la vista, avergonzada— le he tratado peor que a un animal, pero hizo méritos y... —No diga más. Cuando piensa algo, salgo lastimado. —Estoy segura que esto no le lastimará —aseveró al acariciar su rostro —. Lo nuestro debe mantenerse en secreto. —Pero... —Escúcheme, mi hermano se desesperará por pensar que le tiene en sus manos, y no deseo eso. Esta es la única condición que le pongo para estar juntos, Anthony de York. ¿Acepta? —cuestionó muy seria. —Aceptaría ser su lacayo con tal de tenerla a usted. —Es un trato, entonces —anunció Grace con una sonrisa. Selló el pacto con un beso.

Capítulo 18 —Será como usted diga —expuso Anthony más que complacido. La abrazaba. —Menos muestras de afecto, excelencia —reclamó acomodando su vestido con delicadeza. —Estoy viendo que usa los vestidos que le regalé. —Son muy bonitos. Gracias. Escucharon un gran murmullo que provenía del salón. Parecía ser un ataque salvaje por cómo las damas estaban escandalizadas. Mientras tanto, Anthony y Grace miraban curiosos desde ahí. —Si es una pelea, yo quiero verla —comentó ella con curiosidad. —No es bueno que aliente un escándalo, lady Grace. Esos modales no pertenecen a una dama. —Aún no hemos empezado y me parece nefasto, Anthony de York. Creo reconsiderar mi propuesta y continuar con mi ferocidad desmedida por más tiempo. —No es un comportamiento digno de una futura duquesa —insinuó con una sonrisa. —No sea abusivo, excelencia. Vamos a conocernos, no a casarnos. Hay grandes diferencias. —Creo que usted aceptará ser mi esposa… —No se confíe, puedo cambiar de opinión. —No lo hará. —La besó. Aquel era su sueño y no deseaba que acabara, aprovecharía cada oportunidad de robarle besos a Grace. Todo lo que ella le ofrecía él lo tomaría sin reparo. Ella correspondía con sonrisas a sus besos. Anthony no había derrumbado la muralla que los separaba, sino que se saltó el obstáculo. Sabiendo que él podía mandar a Christopher al demonio, podrían llegar a enamorarse, casarse en poco tiempo y ser felices. Nunca creyó posible disfrutar de la compañía del pelirrojo, pero ella no se dio cuenta de que

gozaba de sus encontronazos de manera tal, que cuando no los tenían, deseaba provocar uno. —No sea codicioso, excelencia —objetó al sentir cómo las manos de él subían sobre su falda queriendo acariciar sus piernas. —Milady, no imagina cuánto esperé por usted. Si supiera cuánto la deseo —le murmuró al oído—. Tengo tantas cosas preparadas para usted... Un escalofrío la recorrió por completo. Sus palabras la llevaban a las nubes, podía imaginarse cómo sería tenerlo a su lado. Caroline no fue muy discreta al contarle cómo era y que la primera vez dolía. Bien, pues ella podría soportar el dolor con tal de alcanzar el placer que también comentó su amiga. Bajó sus labios hasta su cuello y ella se rindió por completo. No existía resistencia de su parte hacia Anthony, se había negado demasiado tiempo a conocerlo para continuar haciéndolo. Un carraspeo incómodo los interrumpió. Ellos se separaron con brusquedad. —¡Ernest! —reclamó Anthony con molestia —Lo siento. Estaba pasando por aquí... Milady... —La observó. Grace lo ignoró por completo, aquella desafortunada idea que se le había cruzado por la mente con aquel hombre fue uno de los errores más grandes de su vida. —Disculpen, los dejaré —se despidió con presteza. —Espere, milady —pidió Anthony queriendo besarla, pero ella le pasó su mano para que la besara. —Recuérdelo, excelencia, nadie debe saber sobre esto. Fue un placer. — Realizó una reverencia. —¡Ernest! —gruñó al girarse hacia su amigo. —Era un espectáculo público, mi querido duque. Solo vine a aplaudir que hayas domado a la bestia. —Con cuidado de cómo te diriges a ella. —¿Por qué no simplemente me dices “gracias”? La arrojé a tus garras, eso es lo que querías. —No es del todo lo que quería. Tenemos una relación secreta. —Ahora ya no es secreta, yo lo sé. —Pero cómo tú eres más discreto que el resto, se queda aquí entre nosotros. —Por supuesto, soy una tumba.

Al día siguiente, en casa de Anthony, su hermana bajó para desayunar con él. Tenía el periódico en la mano y sonreía mientras bebía un jugo. —Ana, no creo que apoyes este tipo de violencia, ¿o sí? —No, pero estoy tan contenta. Algunas merecen lo que les ocurre. Si no fuera porque aquí dice el nombre de la dama que golpeó a otra, pensaría que fue Grace. Al escuchar el nombre de Grace, una sonrisa asomó en su rostro. Estaba que rebosaba de felicidad, probablemente pronto sería suya. —Excelencia —lo interrumpió el mayordomo. —Dime, Phil. —Su señoría, el marqués está aquí. Bella se levantó de la mesa con rapidez. —Es solo Ernst, Ana. —Cuando digo que no quiero que nadie me vea, es así. —Pero si él ya te ha visto… —¿Sabes que los años atrás ya no cuentan? —preguntó dándole la espalda. —Él podría ser una excelente opción para ti. —No quieras hacer de casamentero conmigo como lo haces con tus amigos. —Subió las escaleras. Entretanto, observó cómo entraba el marqués al comedor. —¡Lady Anabelle! —exclamó él queriendo saludarla, mas la muchacha ya se había perdido en el oscuro segundo piso donde él aún no podía entrar. —Déjala... —expresó Anthony—. La conoces. —En realidad no, pero es misteriosa. Creo que oculta cosas malas. —No oculta nada malo, solo es solitaria—corrigió. —Algo me dice que es muy importante, quizá tenga que ver con... —¡Ese nombre no se menciona en esta casa! —masculló golpeando la mesa, de este modo asustó a su amigo. Los ojos azules de Anthony se oscurecieron al intentar meter aquel asunto delicado para la familia. Era una suerte que la amistad entre ambos aún fuera tan fuerte. —Está bien. Vine a llevarte de paseo. Anthony se calmó. Se había descontrolado. Era difícil cuando recordaba todas las desgracias que trajo aquel pacto de familias que tuvo tiempo atrás. —¿A dónde iremos? —A visitar a un amigo.

Salieron de la casa. Bella miró por la ventana cómo iban por la calle sacándose ambos el sombrero para saludar a la gente. Ella se quitó la máscara y continuó pintando. —Un regalo para ti, querida rubia misteriosa. —Pintó el retrato de un caballero en el lienzo.

◆◆◆ Grace estaba enfrascada en los quehaceres de la casa porque se hallaba en desacuerdo con tener servidumbre sin poder pagarla. —Milady, ¿puedo ayudarla en algo? —indagó la mujer que Anthony había enviado como doncella y cocinera. —Puedo hacerlo sola —respondió decidida. —Puedo ayudar a quitar las callosidades de sus manos, milady — mencionó sugerente la señora Farres. Ella escrutó sus manos y nada tenían que ver con la dama que debía habitar esa casa. —A su excelencia no le gustará ver esas manos así —siguió la mujer. —Pues si su excelencia me quiere, deberá aceptarme como soy, y estos callos son parte de mí —justificó arrancando unos tomates. —Solo piénselo, milady, quizás usted se convierta pronto en la duquesa de York. ¿Duquesa de York? Tan solo mencionarlo, algo dentro de ella se estremecía. Era una carga muy grande que no estaba segura aceptar si Anthony se lo proponía. —¡Señora Farres! —gritó Christopher. —Vaya a atender a mi hermano, él precisa su ayuda. —Sí, milady. Con la ida de la señora Farres, ella quedó ansiosa. Tenía palpitaciones nerviosas por aventurarse junto a ese hombre. Haber aceptado a Anthony era un error terrible. Ser duquesa no cabía en sus pensamientos. No se había puesto a pensar en ser condesa u otra cosa como Prudence, que estaba convencida de que sería una condesa desde que tenía memoria. En los últimos tiempos solo había pensado en casarse para salir del apuro. Todo

en su plan estuvo mal desde el principio. No se detuvo a pensar en ningún solo detalle ni requisito que no fuera Anthony. Por la noche, Christopher renegaba de su suerte. Faltaba una semana para que el señor Collins le cobrara la deuda que tenía y no pudo conseguir el dinero. —¡Otra vez! —se quejó. Nada le salía bien. Había perdido más juegos en una noche que en toda su vida, ni siquiera el opio parecía calmarlo. —Lord Beasterd, recuerde que está llegando al tope de su aval — mencionó Dickens, empleado del garito. —¡Pamplinas! Reparte las cartas. Se volvía perturbado. Collins no lo esperaría demasiado. Faltaba poco para que fuera a reclamarle el resto y eso lo llenaba de desesperación. ¿Cómo le pagaría? —Parece que no tienes nada, jovencito —opinó lord Warwick burlándose de él. —Esta vez no volveré a perder Mientras tanto, Grace se preparó para salir. Por fin cedió ante la presión de que sus manos se vieran mejor. —Señora Farres, gracias por ayudarme con los callos. En realidad, se veían horribles y se empezaban a clavar en mis manos. —Después de casi una semana de estarle insistiendo, ha aceptado —dijo sonriente la señora Farres—. Desde mañana yo llevaré las cosas para vender en la canasta. Usted no debe hacerlo, su excelencia me mataría si sabe que lo hace. —Su excelencia no tiene razón alguna para meter las garras en todo lo que hago. Se toma atribuciones que no le corresponden. No sabe la vergüenza que tengo. —Acepte la ayuda. Él la ama, milady, estoy segura. Además, piénselo, si usted se casara con él, iría al lado de lady Anabelle. Esa muchacha nos tiene preocupados a todos. —Lo sé. Anabelle está muy extraña, ya no es la de antes. De repente, escucharon cosas que se caían en la habitación de Grace. —¿Qué fue ese ruido? —cuestionó asustada la señora Farres. —¡Quizá sea un ladrón! —¿Y qué haremos, milady?

—Lo primero que haremos será... ofrecernos para buscar el dinero, a ver si encontramos algo —ridiculizó. —¡No es momento de chascos, milady! —Está bien. Páseme aquel leño —mandó apuntando a la chimenea. —Pero, milady... —Déjelo, lo tomaré —soltó con suficiencia. Grace subió con lentitud las escaleras con la señora Farres que temblaba detrás de ella. ¿Cómo podía ser que un ladrón entrara en su casa? Debía ser un ladrón con poco cerebro. ¿Acaso no sabía que estaban quebrados? Abriendo la puerta, encontró a un hombre acostado en su cama. —¡El ladrón! —chilló la señora Farres al correr para buscar al mayordomo. —¡Salga de aquí o lo golpeo! —amenazó con el leño en las manos. —Lady Grace... no creo que me golpee... —¡Excelencia! —exclamó sorprendida. —La extrañé. —¡Es un delincuente! ¿Cómo entró? —El mayordomo es parte del personal de la casa. Ella montó en cólera por la información. —No tiene derecho a inmiscuirse de esta forma en casas ajenas. El criado será suyo, pero eso no le faculta a meterse en la habitación de una joven soltera. —Admita que me ha extrañado. —No lo haré. Él quiso acercarse a ella, pero Grace se fue al otro lado de la cama. Esquivó al duque que se creía un felino en cacería. —¿Está molesta? —Debería estarlo, ¿no le parece? Anthony saltó sobre la cama y la atrapó. —Moría por uno de sus besos —le susurró sobre los labios. Cerró los ojos. Esas palabras calmaron la rabia que sentía, solo quería lo que él tenía para ofrecerle. —Anthony —murmuró cediendo a sus besos. No tardó mucho para que la situación escapara de sus manos. Anthony la recostó en su colchón y se colocó sobre ella. —Esta noche quiero quedarme con usted. ¿Me dejaría? —Llenó de besos a su amada.

Esperó que aquello la cegara para que él se quedara.

Capítulo 19 Grace sonreía a medida que Anthony dejaba besos en su rostro y cuello. Intentaba no aplastarla con su peso. Tenía sus dos codos haciendo un gran esfuerzo para besarla. —¡Venga, señor Reymond, quizá milady esté en peligro! —expresó una aterrada señora Farres subiendo las escaleras, casi arrastraba al hombre. Se preparó para abrir la puerta y quedó petrificada; el hombre estaba sobre lady Grace. —¡Está profanando a milady! —exclamó escandalizada. Anthony y Grace se separaron. Se pusieron las prendas en su sitio, ya que el susto los dejó helados. —¡Excelencia! —profirió fijándose cuando encendió la lámpara. —Sí, era yo, señora Farres. ¿Pueden dejarme a solas con milady, por favor? —pidió molesto por la intromisión. —Como ordene, excelencia —obedeció avergonzada la mujer. Él miró a Grace para saber si continuarían, pero su rostro y sus modos le indicaron que eso no iba a ocurrir. —Milady. —Se acercó a ella, quien se alejó un poco. —Fue muy afortunado que la señora Farres nos haya salvado de cometer una tontería —aseguró frustrada por dentro—. Hubiera sido la bobería más placentera de su vida. —Recuérdeme despedirla después de que nos casemos, no quisiera que volviera a interrumpirnos. Ella se hizo la desentendida ante sus palabras. Reír o continuar con su chasco sería secundarlo, y no era lo correcto. Él debía irse. —Es momento de que se vaya. Voy a salir. —¿Y a qué lugar se supone que irá? —A la sesión con mis amigas. Necesito otro candidato. —¡¿Cómo?! ¿Aún no soy un hombre para usted? —preguntó muy enojado. —Nuestra relación es secreta, excelencia, y continuará así por más tiempo. Mientras tanto, renunciaré a conquistar al marqués y buscaré a otro

candidato solo para despistar a mi hermano. Será con esa intención — intentó calmar al de por sí poco paciente duque. Él miró hacia ambos lados de la habitación con las manos en la cintura, esperaba que su frustrada cabeza aceptara esa humillación. —No me queda más que esperar a que usted se decida a darme mi lugar. —Realizó una reverencia y se retiró de la recámara. Ella sintió la brisa que dejó al salir. Se sentó en su cama a pensar en lo que había dicho y hecho. Estuvo a punto de dejarse llevar por sus deseos. Estaba anhelante de entregarse a él, puesto que había quedado frustrada por la inesperada llegada de la señora Farres, la cual era la segunda persona más inoportuna después del marqués. Si existía una próxima vez, no sabía si podría resistir más a sus deseos hacia Anthony. Más entrada la noche, salió de su casa para ir a la posada. Sus pensamientos se remontaban a Anthony de York solamente. Quería arrancarse los cabellos de cuajo por lo que dijo. Los gruñidos de un perro la hicieron darse vuelta para ver qué era. Negó con la cabeza al ver a la pequeña rata que la había atacado con anterioridad. Subió su vestido hasta la rodilla y continuó su camino, pero el perro no paraba de seguirla y hacía sonidos que inspiraban lástima. —¿Crees que me conmoverás? Te contaré que no tengo corazón. Odio a la naturaleza, y es suficiente para que te vayas. ¿No te irás? Pues me voy yo. Se alejó más rápido, aunque de nada sirvió: el animal la seguía sin perderla de vista. Ella corrió agitada hasta llegar a la posada, donde el posadero la notó muy alarmada. —¿Está bien? —Estoy bien —respondió al hombre, roja de vergüenza. Subió las escaleras, respiró y pasó a sentarse. Las muchachas relataban sus experiencias y Grace decidió contar que ya no conquistaría al marqués. —No insistas, Bella. Tu hermano no es para mí —declaró Grace para que su amiga dejara de insistir en que su hermano y ella pudieran tener algo, si bien sabía que ella se entendía bastante con Anthony. —Yo creo que sí puede ser —opinó Prudence. —No lo sé —comentó. Era difícil no poder contarle a todas la confusión por la que pasaba.

—Quizá si le pido a William que hable con el marqués.... —mencionó Caroline. —Te lo agradezco, pero no nos entendemos. Somos arena de otro costal. Necesito otro candidato —pidió. —Está bien —aceptó Bella para calmar a su amiga. Entendía a la perfección su situación, mas ella no caía en cuenta de que su mejor opción era su hermano, quien estaba enamorado. Una vez que Caroline y Prudence se fueron, Grace se quedó junto a Anabelle, quien la observaba acusatoria. —¿Por qué te empeñas en rechazar a mi hermano, Grace? —increpó Bella con brusquedad. —Necesito que comprendas lo que me orilla a rechazar a tu hermano. Mi hermano no ve más que alguna forma de aprovecharse de ustedes, no quería contártelo, pero Christopher quiere que me case con él para usar sus recursos. —¿Y no confías en que mi hermano pueda detenerlo? —Es demasiado bueno. Ha enviado a la señora Farres y al señor Reymond para atendernos. Mi vergüenza prevalece ante cualquier cosa en este momento... —Eso explica muchas cosas. —Se agarró el mentón. —Siento algo por tu hermano, pero no estoy segura que lo nuestro pueda realizarse. Tengo que salvarlo de mí y de Christopher. ¿Cómo lo hago, Anabelle? —jadeó entre lágrimas. Engaño se había quebrado ante su propia presión. Pensaba demasiado en Anthony y no en ella. Sufría más de lo que les informaba; sentía su miedo, vergüenza, indecisión y desesperación, entonces Bella la abrazó. —Cuéntame todo —pidió Anabelle. Grace se sinceró y descargó todas sus frustraciones en ella al contarle lo que le acontecía. Al día siguiente tenía un baile. Menos mal poseía algo para ponerse. Dejó que la señora Farres la ayudara a arreglarse. —¿Por qué no se coloca una de las joyas que le dejó su excelencia? — curioseó la mujer. —Están escondidas. Solo me llevaré el prendedor de zafiros, es hermoso y delicado. —¿Y qué hay de este juego de aretes y gargantilla de zafiros? —insinuó la señora Farres enseñándole la caja.

Su rostro era de completa sorpresa. No sabía que le llegó aquello porque estuvo todo el día arreglando el jardín. —Llegó esta tarde —agregó la señora. —Déjeme verlo. —Agarró la caja de terciopelo—. Debo esconderlos, que no los vea Christopher —murmuró perturbada, luego agarró la pequeña nota. Lady Grace… Perdón por meterme sin su permiso a la habitación y también en su vida, pero me cuesta mantenerme alejado de usted, mi amada víbora de ojos azules. Suyo cuando lo desee... Anthony. Su corazón palpitó con demencia. Tenía sin querer a aquel hombre en sus manos. Ella nunca había pedido algo así, pero lo tenía y se sentía de cierta forma halagada. Guardó la nota en el cajón y contempló a su acompañante. —Póngasela en la fiesta y no aquí. Su hermano no creerá que sean suyas. —Es una buena idea—creyó Grace, emocionada—. Las esconderé en mi ridículo. También asió un papel y pluma. Escribió una pequeña acotación que luego metió en el mismo lugar que las joyas. —Anthony es un tacaño —bufó su hermano. —No entiendo de qué hablas. Nos ha puesto servidumbre, que no es algo asequible para nosotros. —Tienes un hermoso vestido, pero no tienes ni un collar ni unos aretes, solo ese prendedor que es una baratija. —No tiene la obligación de darme nada, y tú no tienes por qué estar interesado en joyas para mí, no las usarías. —Pero se pueden vender. Me esperaba más del bolsillo de un duque. Una sonrisa se colocó en el rostro de Grace. Los rubíes, diamantes y otras joyas sin estrenar estaban enterradas en su huerta, a salvo de la codicia de su hermano. Las que tenía en el ridículo quedarían guardadas hasta llegar y después para salir de la fiesta.

Bajó corriendo del carruaje y se encontró con Caroline. —Caroline, ayuda a cubrirme. —¿Cubrirte de qué? —Me pondré estos aretes y el collar. —Son hermosos, ¿de dónde los sacaste? —Es un secreto... —¡No tienes secretos conmigo! —Sí, los tengo. La identidad del caballero generoso es secreta. —Nada es secreto para mí. Tú te entiendes con él —se refirió al duque de York. —¡No! —Lo sé todo, los vi besándose hace un tiempo atrás. No puedes decir que es un secreto... —Guarda silencio. No quiero que lo sepa nadie. —Supongo que no te acostaste con él por las joyas, ¿no es así? —¡Por supuesto que no! —Yo ya no estoy segura de nada ni de nadie. Anthony y Ernest se encontraban parados observando el salón. Estaban muy aburridos mientras aguardaban. A medida que pasaban los años, los salones perdían más su atractivo para ambos. —¿Y si nos vamos? —curioseó Anthony sin notar a Grace. Pensó que quizá no iría. El día anterior se había enojado tanto porque ella quería otro pretendiente, pero recapacitó y quiso disculparse con un presente. No debía apurar las cosas con ella. Tal vez darle un poco de espacio y no asfixiarla con atenciones sería bueno. —No podemos dejar solo a William entre tantas damas. Es muy peligroso. —Willy ya sabe cuidarse solo, ha recuperado la razón. —¡Oigan! —exclamó William a medio camino al verlos—. Los estaba buscando. Parecía muy agitado. William no era un caballero que gustara sudar en sus prendas elegantes. —No es hora de hacer afanes —se burló Ernest. —¡Clay está en problemas! —¿Qué clase de problemas? —indagó Anthony. —No lo sé. Creo que al pajarillo le faltó dar más información —Retiro lo dicho, aún quedan vestigios de locura —promovió Ernest.

—Solo síganme, es suficiente. Encontraron a Clay sin sentido en el jardín. No tenía rastros de violencia, sino que estaba desmayado. No lo pensaron dos veces: llevaron a Clay a un carruaje para devolverlo a su casa. William se lo comentó a su esposa Caroline, que estaba con sus amigas, Prudence y Grace. Prudence no dudó en inmiscuirse en el asunto, pues el conde de Devon debía encontrarse con ella. Sin embargo, no llegó. Anthony no tuvo tiempo de decirle nada a Grace, pero sabía que el conde era amigo suyo y que él iba a ocuparse de acompañarlo a un lugar seguro. Después de que Grace esperó mucho tiempo por Anthony, fue hacia él. Le pasó la mano para que la besara y lentamente dejó el papel entre sus dedos. —Milady —musitó al escudriñar con maravilla la belleza en la que estaba envuelta Grace. —Excelencia —saludó con una inclinación de cabeza. Insinuó con los ojos que abriera la nota, luego pasó de largo. Muy ansioso, Anthony abrió el papel y lo leyó: Excelencia. Quisiera darle las gracias personalmente por el precioso presente. Esta víbora se ve hermosa luciendo con tanta elegancia. Lo espero en el jardín casi a medianoche... Suya, G.

Capítulo 20 Anthony se dio cuenta mirando su reloj de su casaca que estaba muy cerca de la medianoche, entonces se dirigió al jardín a esperarla. —Lord Osbert, lord Hans —saludó. Vio que al lado apareció un hombre con un bastón, el cual tenía algo en lugar de mano. Ella lo miró un poco avergonzada. —Milady —correspondió Hans—. Él es mi primo Harry, conde de Lauderdale. —E-Es un placer... —Observó la cicatriz cerca del ojo izquierdo. Era un hombre atractivo de ojos verdes, cabello castaño muy claro, unos labios carnosos y de una considerable anchura en los hombros. —El placer es mío, milady. Mi primo se había quedado corto describiendo su belleza. Disculpe que yo no sea tan agradable como otros caballeros. —No se preocupe, milord —sonrió avergonzada al percatarse que él se dio cuenta de su incomodidad. —Podría solicitarle una pieza. ¿Baila? —cuestionó el hombre. —¿Cree que podrá? —señaló hacia su pierna. —No es un impedimento tan terrible este bastón —rio. Al escuchar la forma en que se refería a su impedimento físico, ella lo aceptó sin inconvenientes. Se despidió de Hans y de lord Osbert para ir a danzar. —¿Cree que Harry la traiga a la familia? —indagó Hans. —Somos su familia también, solo no debemos agobiarla. No está con un buen pasar en estos momentos. Harry sería un candidato ideal para ella. —Esperamos que se agraden, padre. Sería excelente, y la sacaríamos de las garras de su irresponsable hermano. —Es lo que más deseo, Hans —dijo lord Osbert al contemplar a Grace que iba a bailar con su sobrino. Grace, un poco confundida sin saber de dónde tomar al joven conde, con vergüenza se atrevió a preguntar: —Disculpe, pero ¿de dónde lo agarro? —Miró con temor su mano.

—¿Le tiene miedo a mi malvada mano de madera? En ocasiones tengo un gancho. —¿Le agrada hacer bromas en su condición? —jadeó nerviosa. —Es mejor reír que llorar, ¿no lo cree así, lady...? —Grace —respondió sonrojada —Es un precioso nombre —agregó con coquetería. Pasaron unos minutos de la medianoche y Grace no aparecía. Anthony, preocupado por su supuesta desaparición, entró al salón y notó a su amada Grace en manos de otro. En realidad, ni siquiera tenía una mano. Los celos se apoderaron con efervescencia de él. —Buenas noches, excelencia —saludó Hans con su padre acercándose a Anthony. —Buenas noches, caballeros. —Efectuó una reverencia. —Lady Grace es una muchacha muy bella. Sería un enlace ideal el de ella y mi sobrino —comentó lord Osbert para analizar la reacción del nervioso duque. —¿Su sobrino? —comentó Anthony. Él no sabía que aquel viejo tuviera un sobrino, y sí, sobre su cadáver ese hombre contraería matrimonio con Grace. —El conde de Lauderdale se ha retirado de las filas del aingeal bàis después de que aquel tirano le haya tendido una emboscada que casi lo mata. Estuvo casi dos años sin despertar. Está buscando una esposa nuevamente y quizás apueste sus dotes por lady Grace. —No creo que un enlace entre ellos sea factible —contradijo Anthony. —¿Por qué lo cree, excelencia? ¿Será porque usted está interesado en ella? —asumió Hans con un tono que no admitía negativas. —En efecto —respondió—, pues ella se casará conmigo... Una vez la pieza acabó y Grace se despidió de su pareja, no se dio cuenta de que Anthony iba a su encuentro. —Fue un baile exquisito, lord Lauderdale. —Exquisita ha sido su compañía, lady Grace. Tal vez próximamente nos volvamos a encontrar. —Le besó la mano. —Sería un pla... Ella no terminó la frase porque Anthony la interrumpió. —Milady, creo que se le ha olvidado que usted me debía su atención — acusó.

—Disculpe —interrumpió Lauderdale—, yo invité a la dama. Fue por mi causa que no ha podido cumplir con usted. Su educación no le ha permitido rechazarme. Anthony lo miraba con enojo. Si no se largaba de ahí le sacaría la otra mano con los dientes. —Por favor, milord, disculpe el exabrupto. Estoy segura de que su excelencia sabrá entender. Contempló a Anthony para que fuera arrepintiéndose de todo lo que había hecho. —No los molesto más. Me retiro, milady. Fue agradable haber pasado un tiempo con usted. —Lo mismo digo. Hasta pronto. —Excelencia. —Realizó una reverencia antes de darle la espalda. Anthony era un volcán. Sus cabellos eran la lava ardiente. Para él el hombre no terminaba de irse nunca. Grace, con una falsa sonrisa, lo tomó del brazo. Estaba enojada cuando llegaron hasta el jardín; ella lo golpeó con las palmas abiertas. —Cómo.... ha... podido... hacerme... pasar... tanta... vergüenza... — reclamó al golpearlo. —¿Por qué? Porque estaba coqueteando con usted. Le faltó un animal en el brazo para darle más lástima y quizá le hubiera dado un beso. —Está demente, ¿no ve que es un hombre herido? ¿Cómo iba a negarme a bailar con él? —No lo sé, tal vez él pensaba aprovecharse de usted. —Sus celos son sin fundamento. Fui simplemente amable con él porque es sobrino de lord Osbert. —Ese viejo carcamán quiere emparejarla con el tullido. —No lo llame así... —Está bien, pero no sabe cómo sufrí al verla en sus brazos, lady Grace. —La abrazó para llenarla de besos. —Anthony de York, venga aquí. —Lo tomó de su mano y lo llevó a la fuente que estaba cerca—. Siento cosas por usted y no es por las joyas que me ha dado, sino desde antes. Soy una víbora cruel, y me cuesta ceder por completo ante estos sentimientos que me rondan la mente. Temo por usted y por mí. —¿Temor? ¿De qué?

—De que esto no pueda ser posible, de que yo no sea la mujer para usted. No tengo el porte para una duquesa... —Eso no importa. Lo importante es lo que sentimos el uno por el otro. —No es fácil para mí admitir esto. —Se levantó y caminó yendo de un lugar a otro—. No he recibido la enseñanza correcta. No he visto amor en mi casa. Mi hermano es capaz hasta de venderme como lo hizo con usted por dinero y unos criados. —Esa no era mi intención, por eso me echó ese día de su habitación, supongo, porque lo pensó así... —Sí, y le pido perdón si hubo una confusión, pero en ocasiones lo merecía, así como hoy, excelencia. Aquel hombre no tenía malas intenciones conmigo. Anthony estaba calmado y meditó llegando a la conclusión de que Grace tenía razón: abusaba con su comportamiento hacia ella. —Lo siento —se disculpó al bajar la cabeza. —Usted es un cavernícola impresentable. —Se acercó para acariciarle el rostro, para luego dirigirse a sus labios, que eran dulces y placenteros. No cambiaría aquel momento por nada en el mundo, era perfecto. Él no deseaba que aquel instante se acabara, por eso la llevaría a otro sitio para extenderlo hasta que llegara el amanecer. —Vámonos de aquí, Gracie —propuso con ardor. —¿A qué lugar? —gimoteó sorprendida. —A una posada para que nadie más nos vuelva a interrumpir. ¿Estaba segura que quería entregarle su virtud a aquel hombre? Lo deseaba. ¿Sería aquello lo suficiente para darle lo único que una mujer tenía de valor? Una vez que lo hiciera, no habría vuelta atrás, ya todas sus oportunidades de casarse con otro estarían acabadas. Aun así, ella accedió a subir al carruaje. Acompañó a Anthony en el asiento mientras él tomaba su mano. Podía sentir el miedo en su cuerpo, pero no había nada que temer. —No tenga miedo... —No lo tengo. Intentó colocarse recta con esa pose de altanería que le daba seguridad. Anthony sonrió. Sabía lo que intentaba hacer. Adoraba cada faceta de Grace y la conocía bastante bien. A lo largo del lapso que la había tratado y esos últimos tiempos, se dio cuenta de que aquella era su forma de defenderse. La pobre estaba muy sola por más que fingiese lo contrario.

Él la ayudó a bajar del carruaje y le puso la capucha del abrigo. —Nadie la reconocerá. —Esperemos que no, puesto que tendremos problemas. —Sí, milady. —No me llame milady. No quiero que piensen que puedo ser noble. —Pero sí lo eres —asumió en tono burlón. Ella se enfureció y pasó de largo hacia las escaleras. —¿Cómo quiere que la llame? ¿Le parece bien que la llame Grace? No lo miró y esperó a que él la condujera a la habitación. Giró la llave y entraron, luego observó cómo él cerró la puerta y se dirigió hacia ella. El gran felino había acorralado a la pobre gacela, no tenía escapatoria. —Nadie puede interrumpirnos —susurró en su oído. Ella temblaba como una hoja al viento. Sentía una extraña sensación por su cuerpo mientras él le hablaba entre el cuello y la clavícula. Con lentitud sacó los listones de su vestido hasta aflojarlo y poder desplazarlo por sus hombros. —Es perfecta, Gracie —alabó en confianza. Escrutó y besó su piel de porcelana. Solo gemía ante cada contacto. Sus manos le encendían la piel haciendo que se perdiera en el deseo de conocer el amor. —La invito a desvestirme —mencionó con una sonrisa lobuna en el rostro. No podía rechazar esa ofrenda. Mientras él acariciaba sus curvas descubiertas, ella le abrió la casaca y le sacó la camisa; acarició con la mirada su torso desnudo y lleno de pecas. —No pensé que adoraría las pecas —rio ella dejándole un camino de besos en el pecho. La acercó a la cama. Con cuidado, procedió a enseñarle lo que era el cielo. Su preciosa arpía había resultado ser insaciable y muy entregada. Era ardiente y espontánea, su placer no conocía de vergüenzas. Anthony besó sus rubios cabellos mientras ella se dormía en su pecho. No deseaba devolverla a su casa, quería tenerla por siempre en sus brazos. Grace despertó unas horas después. Estaba exhausta por la noche que tuvo con Anthony y se sentía colmada de atenciones por su parte. Fue comprensivo y delicado. —Anthony... —Lo movió un poco para que despertara.

—Es un hermoso despertar —opinó con voz pastosa. —Llévame a casa, por favor —tuteó. —Es cierto, lo olvidé. ¿Quieres que te ayude a vestirte? —No, solo necesito mis enaguas. —¿Te refieres a esta prenda? —insinuó locuaz—. Me la voy a quedar — la amenazó al verla con el rostro ardiendo de furia.

Capítulo 21 Después de que Grace castigara a Anthony como merecía, la llevó hasta su casa. —Christopher estará enojado —afirmó él. —¿Crees que le importo? No puedo creer que seas tan crédulo. Es por esto que creo que lo nuestro quizá no resulte —respondió con tranquilidad. —No tengas miedo, ahora que eres mi mujer, no creo que te vayas a librar de mí. No hay hermano lo suficientemente malvado para espantarme. —Eres demasiado generoso, Anthony —agregó besándolo. —No te vayas. —Sostuvo su mano. —Debo hacerlo. Nos veremos pronto. Terminaron de despedirse. Eran casi las cuatro de la mañana y ella recién entraba con sigilo. —¿Desde cuándo eres una mariposa nocturna, Grace? —atacó Christopher. Ella se colocó recta para el enfrentamiento, pues ese insulto implícito clamaba una reyerta. —No me siento aludida. Estaba con Prudence, puedes comprobarlo si lo deseas —aseguró. —¿Sabes por qué pienso que eres una mujer de la mala vida? —La agarró del mentón. —No veo por qué lo piensas... Él bajó su mano hasta el collar que tenía puesto, lo acarició. —Hiciste valer tu belleza, supongo. Siempre has sido tan hermosa... — opinó jocoso. La observaba de una manera extraña. —¡Aléjate de mí! —le gritó, y lo empujó—. ¡Nunca me vuelvas a tocar! Estaba muy exaltada por no haber recordado guardar esas joyas. —Estas joyas son de Caroline, se las devolveré mañana —mintió—. Lord Hereford ha sido muy generoso al acceder a que su esposa me las prestara. Parecía un argumento convincente, esperaba que se lo creyera y la dejara ir sin más.

—Lo veremos, querida —soltó con sorna antes de subir las escaleras. Era una lástima que Dios no la salvara de su propia estupidez. Si su hermano seguía siendo tan perspicaz y ella tan tonta, descubriría su relación con Anthony y todo acabaría. —Buenos días, milady. —Buenos días para usted, señora Farres, porque a me parece que me ha arrollado una diligencia —saludó Grace al cubrirse la cara. —Es muy tarde para usted. —¿Tarde? —expresó, y saltó de la cama—. ¡¿Por qué no me avisó?! El duque le paga para eso. —Usted nunca requiere de mi ayuda —dijo con malicia la señora Farres. —Tiene razón. ¿Cómo hago para vender las verduras? —Lo hice yo, milady. La señora Nell me las compró todas. —Dios bendiga a la señora Nell, y a su patrón, sin él estaría perdida. —¿Por qué no usa lo que le envió el duque? —¿El dinero? ¿Cuál dinero? Mi hermano se lo gastó todo. —Qué desgraciado —espetó rabiosa la mujer. Odiaba al caprichoso de lord Beasterd, quien maltrataba a su hermana. Cuando regresara a la mansión de York se lo contaría todo al duque; aquella mujer pasaba las peores cosas con ese hermano endemoniado.

◆◆◆ Su sonrisa que lo delataba era tan evidente que había conseguido su objetivo con Grace. Le costó sangre, sudor y casi lágrimas que ella lo aceptara, que fuera su mujer. Tenía muchos compromisos atrasados, intentaría ponerse al día y por la noche ir por su amada para una pequeña velada romántica, después pensaría dónde y cómo. —Excelencia —llamó el mayordomo. —Dime —pronunció sin mirarlo. —Le ha llegado una invitación. —¿Una invitación? Qué extraño —espetó con sarcasmo. Su caja de invitaciones estaba llena—. Ponla con las demás. —¿Está seguro, excelencia? Es del club Destiny. —¿Del Destiny? —inquirió extrañado. —Tómela. Con permiso —se excusó el hombre retirándose.

«¿Por qué Viktor me enviaría una invitación?». Abrió el sobre y sacó la nota. Eres el elegido por el destino para integrar una de las primeras noches llenas de fantasías que podrán hacerse realidad. Escóndete tras una máscara y libera lo que tienes dentro. Esa noche jugaremos con el destino. Atentamente, Señor sombra. Lo único que entendió de aquello era que Viktor tenía un propósito y lo llevaría a cabo muy pronto. ¿Qué deseaba conseguir con aquello? Después de varias horas, Anthony había terminado con sus menesteres y se dispuso a abandonar su despacho. —¿Leerás algo? —curioseó su hermano al ver llegar a Bella. —Me he leído todo lo que existe en esta biblioteca. Quería saber si quizás tomábamos un té. —Lo siento, Ana, pero voy de salida. Iré a ver a Grace, tengo algo especial para ella. —Por supuesto —musitó desilusionada —Pero... mira lo que compré para ti. —Le entregó dos volúmenes gigantes de poemas y rimas—. Sé cuánto te gustan estas cursilerías. —¡Gracias, Anthony! —Se colgó de su cuello—. Eres el mejor hermano que alguien puede tener. —Soy, de hecho, tu único hermano, Ana. Ella sonrió y salió corriendo con ambos tomos. Al menos su corazón artista estaba alimentado de buenos sentimientos y pensamientos. —¡Anthony! —lo llamó su hermana al volver a las carreras junto a él —. A Grace le gusta la poesía. Ha soñado con ser conquistada de forma romántica, sería un punto para ti si le dices alguna. Ana dejó esas palabras en el aire y se retiró. Anthony no sabía nada de poesía, no estaba seguro de poder aprender en menos de una hora. Disconforme, tomó el periódico para distraerse antes de salir. Desde aquel día solo puedo soñar contigo, con tu mirada triste y tu corazón abatido. ¿Dónde te escondes, enamorada misteriosa? No debes

esconderte. Sal de ahí, que yo cuidaré de ti. No te preocupes por el día ni la noche, pues yo seré como tu sombra y también tu luz. Déjame verte y así amarte, muéstrame la miel que existe en ti para mí. Un noble enamorado. Periódico Londres dice, página 4. Aquello era realmente turbador, pero debía resultar algo así para enamorar aún más a Grace, hasta que ella le dijera que lo amaba.

◆◆◆ Su día fue pesado ayudando en la casa, por lo que le envió una nota a Prudence y Caroline para avisar que no saldría, mas grande fue su sorpresa cuando supo que ninguna de ellas iría. Al salir del despacho, encontró que su hermano había recibido una invitación para una mascarada en el Destiny, la cual sería muy pronto. En ese lugar lo perdió todo y en ese entonces dependían de la generosidad de Anthony. Cuando pensaba en él, su piel se erizaba. Deseaba volverlo a ver pronto. Quizás al día siguiente asistiría a algún baile y tal vez pudieran encontrarse. En la entrada de la casa, Anthony llegó para hacer una visita. —Señora Farres, ¿se encuentra milady? —Excelencia, ella ya está dormida —mintió la doncella. —¿Dormida? —Estaba muy cansada. Se pasó todo el día quejándose de dolores. Él se decepcionó. Probablemente no se la llevaría a dar una vuelta. Había esperado a que Christopher se retirara para entrar a la casa por la puerta y no como sus amigos, que entraban por las ventanas. Él era su excelencia, el duque de York, no un mono en celo. —Está bien, señora Farres. Me retiro. Luego de que la doncella le cerrara las puertas en la nariz, rodeó el jardín para observar si había movimientos en la habitación de Grace. Notó que estaba iluminada. Tenía la sensación de que la señora Farres lo echó. Su propia criada. No le quedaba otra, si quería estar con Grace, lo haría fuera como fuera. Al diablo con la imagen del mono en celo subiendo por una ventana.

—Si Anthony quiere algo, Anthony lo consigue —repitió mientras subía por las paredes. De algo debían servir sus raíces salvajes, aunque quizá los ingleses eran mejores para eso. Pese a que había nacido y crecido en Inglaterra, no lograba conseguir ser un inglés completo, dado que su apariencia no lo ayudaba lo suficiente. Llegó hasta la cima, pero debía conseguir entrar por la ventana. La abrió y primero metió una de sus largas piernas, luego la otra para terminar de encajar su cuerpo completo. Al instante sintió algo en el cuello. —No se entra por ventanas de damas solteras, excelencia —gorjeó Grace con una sonrisa. —Olvidé que vives armada. —Nunca está sobrando—aseguró. Bajó la navaja y atrajo el rostro de Anthony hacia el suyo. —Te extrañé este día —murmuró sobre sus labios. —¿Por qué no entraste por la puerta? —Esa mujer a la que envié aquí para que te cuide, se lo ha tomado muy preciso cuidándote hasta de mí. Debí decirle que su cuidado debía excluirme —aclaró Anthony con humor. —¿Has venido solo porque me extrañaste? —fisgoneó con coquetería. Anthony se sentó en la cama y respondió: —Sí, aunque también quería invitarte para salir a dar una vuelta. —¿Por la noche? —cuestionó desconfiada, y caminó hacia la puerta para asegurarla. Volvió hasta Anthony con una tentadora caminata. No podía evitar mirar la grácil figura que se acercaba y que se quedó parada frente a él. —Gracie... —pronunció ronco mientras acariciaba la tela que cubría a su dama. —¿Estás seguro de que deseas salir a dar un paseo? —Soy fácil de persuadir, no quiero salir a ningún lugar. Quiero quedarme aquí contigo. —Demasiado ligero de convencer, Anthony —ridiculizó dándole un beso en los labios. —¿Estabas jugando conmigo? —¡Sí! —replicó con picardía

—No debe jugar con los sentimientos de un caballero, milady, podrías ser castigada. Se abalanzó sobre ella para degustarse no solo en sus besos, sino también en su cuerpo. Una vez saciado de ella, la vio levantarse para colocarse un vestido. —¿A dónde crees que irás? —indagó divertido acostado en la cama. —A dar un paseo. A eso viniste. —Prefiero la cama contigo. —Giró como un gato. —Levántate, holgazán, y sal por la ventana. —¿Y tú por dónde esperas salir? —curioseó incrédulo. —Por la puerta, soy una dama. —Alzó la nariz. —Quiero ver eso. Grace salió de su recámara rumbo a la puerta, mas no contaba con que la señora Farres andaba por ahí. —¿Adónde cree que va, milady? —Al jardín. Creo que tengo una plaga de conejos acechando mi huerta. —No me mienta, milady. No hay conejos en su jardín, ni crea que la dejaré salir. Su excelencia me matará si le sucede algo. —Señora Farres, saldré a mirar el jardín. —Usted estuvo quejándose de que la arrolló una diligencia y ahora quiere salir al jardín. Vaya a descansar —ordenó la mujer colocándole el seguro a la puerta. —¡Señora Farres! —exclamó sorprendida—. Soy la lady de esta casa, puedo hacer lo que quiero, y quiero que me abra esa puerta —mandó con prepotencia. —Vaya a descansar —dijo inamovible su doncella. —Pero... Ella giró sobre sus talones y regresó a su habitación al percibir que la señora era rígida como una tabla cuando se trataba de mendigar. —¿Y qué ocurrió? —se chasqueó Anthony al verla aparecer. —Es mejor que no me disguste, excelencia. No me agrada la burla — masculló acercándose a la ventana. —¿Qué se supone que harás? —Salir por la ventana —anunció muy segura—. Cuando Grace quiere algo, lo consigue, excelencia.

Capítulo 22 —¿Qué espera? Esta fue su idea, excelencia —recordó Grace señalando la ventana. —Las damas van en primer lugar. Si me permites decirlo... —¿Esperas a que me mate? Salta tu primero —ordenó—, y luego yo me arrojo a tus brazos, excelencia. —Posó un dedo sobre el pecho de Anthony. —¿A eso quién puede negarse? —Se ubicó en el borde de la ventana. —Baja antes de que la señora estricta nos atrape. Él miró abajo deduciendo la forma en la cual bajar y que eso le permitiera quedar intacto. —¿No será que le temes a las alturas, Anthony? —preguntó con cara de incredulidad. —Soy un caballero muy alto, ¿crees que le temería a las alturas? —Es bueno saberlo. ¡Arrójate ya! —advirtió enojada. —Si me parto algo, será tu culpa, y necesitaría de alguien que me cuidara a tiempo completo —rio. —No seré esa persona. —Eres adorable, Grace. —Se arrojó antes que ella lo empujara. Él llego hasta el suelo sin inconvenientes; cayó parado como un gato. —Muy habilidoso —lo felicitó por la manera en que se ponía en posición para tomarla—. ¿Estás listo para agarrarme? —Más listo que nunca. Ella se arrojó directo a sus brazos. Anthony la quiso colocar correctamente mientras se tomaba algunas libertades con las piernas de Grace. —¡No seas majadero! —gruñó disgustada. —Es la única forma en la que podía tomarte —agregó ladino. —Vámonos antes de que salga el perro que metiste a mi casa. —Tampoco sabía que sería de esa forma —trotó tras ella. —¿No entrevistas al servicio que meterás a tu casa? —A ella no. Su familia estuvo desde generaciones con los York. —Entonces goza de confianza plena.

—Más que plena. —¿A dónde me llevarás? —Vauxhall Gardens, a orillas del Támesis. —Tardaremos bastante en llegar ahí. —Traje el carruaje, iremos rápido. Subieron sonrientes al carruaje. Iban a toda prisa para disfrutar el mayor tiempo posible de la compañía mutua. El viaje, aunque fue un poco silencioso, no era incómodo. Grace estaba feliz de visitar aquellos jardines por la noche y no podía dejar de observar a su acompañante. Pensaba en Anthony y que en realidad se esforzaba por hacerla feliz. ¿Por qué entonces no se casaba con él? Sin embargo, recordaba el rostro de su hermano y se le caía el alma al suelo. Deseaba amar a Anthony sin limitaciones ni problemas. Era un sueño. —¿Gracie? —inquirió él al tomar su mano. Ella parecía perdida en sus pensamientos. —¡Qué! —masculló sorprendida. —Te estaba hablando. —Lo siento. ¿Qué me decías? —se disculpó avergonzada. —No pienses en lo malo. Déjanos vivir este momento. —Sabía en lo que ella pensaba. —Está bien. Lo prometo. Anthony tenía razón. No podía vivir temiendo a su hermano. No era vivir como se debía sin poder decir que estaba con Anthony ni lucir lo que él le regalaba. Era frustrante querer ser la heroína sabiendo que Anthony no quería ser salvado de las manos de Christopher. —¿Escuchas la música? —¿Te refieres a tu voz o a los instrumentos? —respondió divertido. Grace se sonrojó como uno de sus mejores tomates y le dio una sonrisa de tontuela. Aquello hacía que su corazón se acelerara. —Me refiero evidentemente a la orquesta que suena —quiso mantener su serenidad. —¿Te sonrojaste? —No se crea tan importante. Cualquiera tiene calor en esta época del año. —Se abanicó con ambas manos fingiendo sofoco. —Eres tan simpática y hermosa queriendo engañarme, pero ya no puedes hacerlo, mi pequeña mujer viperina. Soy tuyo y tú eres mía. —Soy promiscua porque así lo propuse, ¿no te parece? —gruñó.

—Será por poco tiempo. Le pediré tu mano a Christopher, y eso será todo. —No sabes en lo que te estás metiendo. A toda costa te pedirá dinero por mi mano. —Ya que no tienes dote, le diré que te llevo sin pedir ni media corona. La idea de llevársela sin pagar nada le molestaba. Ella era una niña decente y educada en la mejor escuela pese a que no se notaba tanto. Ir sin lo que valía era vergonzoso, más que Anthony se lo dijera. —Noto que estás pensando la mejor forma de matarme. —Esperaré a casarnos para matarte. —Sonrió con malicia—. Si te mato ahora, quedaré pobre de nuevo. Es mejor que nos casemos, así te heredo. —Estaré encantado de que me mates, y espero que sea viéndote en mi cama. Su lengua no tuvo el resultado esperado, salvo el hecho de haberse mordido con su propio veneno hasta quedar inconsciente por aquella cruda imagen de hacer el amor con él. —No pienses tanto en mí y bajemos, Gracie. —Salió del carruaje. Ella le pasó la mano y descendió con lentitud. Contempló maravillada la iluminación con antorchas de la entrada. Entretanto, Anthony rebuscaba dentro del carruaje para sacar lo que tenía para ella. —Te llevaré a un hermoso lugar. —Le pasó el brazo para que lo tomara. Ella, encantada, lo tomó feliz. Caminaron en silencio hacia el lugar que él deseaba enseñarle. No había noche más perfecta para Grace que aquella en donde los astros eran testigos de una paz que no sentía desde hacía mucho. —No hay nada más perfecto que tú y yo en esta noche —declaró. Tomó su mentón y dejó un casto beso en sus labios. —Anthony… —Se acercó a su pecho. —Anhelo el día en que me ames, Gracie. Lo observó a los ojos y le sonrió con aquella clase de sonrisa que le llegaba hasta el alma. —Quizá falte muy poco. Al llegar a una parte abierta del jardín, él se quitó la capa y la extendió. Le concedió a Grace que se sentara encima y él la acompañó. Ella se percató que tenía una botella, que podía ser de vino, y unas copas. —Es bueno que brindemos. —Se esforzó para abrir la botella. —¿Y cuál es el motivo? —Miró cómo él se sonrojaba por el esfuerzo.

—Por nosotros y el amor que nace entre la víbora y el cavernícola —se burló. Suspiró después de mucho luchar con la bebida. —Eres extraño. ¿Qué hombre es mordido por la misma serpiente varias veces volviéndose casi inmune a su veneno? —Uno que adora a esa serpiente. No soy un hombre de flores y poesías, pero soy honesto con respecto a mis sentimientos hacia ti. Nunca los he ocultado, fui paciente, pero no muy inteligente. Haberte robado tu primer beso fue un delito, y lo siento. Grace estaba maravillada por su sinceridad. Aquel caballero estaba logrando conquistarla. No quería llegar al borde de la locura como le ocurrió a Caroline por culpa de su amor por el vizconde, pero a ese paso terminaría aún peor. Había pasado por alto sus preceptos de rechazarlo a rajatabla. —Un individuo oscuro que vive en casa me dijo que te gustaría ser conquistada de forma romántica. —Es un individuo chismoso y me escuchará después. —Sonrió—. Créeme cuando te digo que lo haces de la manera correcta, Anthony. Estás ganándote mí corazón. Un cosquilleo de emoción recorrió el cuerpo de Anthony y provocó que una sonrisa satisfecha se dibujara en su rostro. Después de chocar sus copas, Anthony las dejó en el césped y levantó a Grace con una mano, con la otra la sostuvo de la cintura. —No me digas que bailaremos. —Me asustas, eres adivina. Su corazón palpitaba acelerado al sentir su cuerpo pegado al de Anthony. Ese baile jamás lo podrían hacer en un salón de frente a la sociedad, era demasiado íntimo y perfecto para que los vieran los demás. Llevó a Grace a lo alto de sus brazos y le dio vueltas para terminar de bailar. La dejó caer con lentitud sobre sus labios. —Te amo, milady. Espero que algún día me correspondas... —La besó más. —Anthony… —articuló mientras correspondía a sus besos. Aquella fue la noche más romántica de su vida, no hacía falta flores ni poesías, él era perfecto como estaba. Al cabo de un tiempo más en tan precioso sitio, volvieron hacia el carruaje para despertar de aquel sueño maravilloso de estar con Anthony y

pisar otra vez la realidad, la cual era ver el codicioso rostro de Christopher. —¿Sientes frío? —cuestionó al verla frotarse los brazos. —No —falseó. Él se acercó y la abrazó. —Estoy seguro que ahora ya no sientes frío. —Es cierto. Ahora ya siento que me asfixio con tu calor. —Que dama más agradable —halagó apretujándola contra él. Pasaron varios días de su último encuentro amoroso. Grace estaba preocupada por Prudence, cuyo compromiso resultó ser un fraude. El conde de Devon se casaría con Margot mientras la pobre de su amiga estaba triste y muriendo de pena. Había visto a Anthony en un baile más. No obstante, no podían estar mucho tiempo juntos. Él estaba ocupado consolando a su amigo a la par que ella hacía lo mismo con Pru, que tuvo otro cambio radical en su vida; de ser un excelente partido, pasó a estar en boca de todos como una rechazada. Primero le había tenido envidia, pues le mostró el hermoso anillo que el conde le había dado en señal de compromiso. La envidiaba sanamente porque ellos no tenían impedimentos para amarse, mas luego cayó el baldazo de agua fría sobre su amiga y toda envidia desapareció. Su situación con Anthony era distinta, solo su hermano era el problema. Para Christopher llegó casi el tiempo límite para que el señor Collins cobrara su deuda y había enviado unos matones que lo agarraron al salir del Destiny. —No me golpeen más, por favor —pidió ensangrentado. —Solo le quedan dos días para pagar su deuda, lord Beasterd, de lo contrario, el señor Collins lo matará. —¡Lo pagaré! ¡Lo pagaré! Pero ya no me golpeen. Los hombres dejaron de golpearlo. Christopher se arrastró unos metros hasta poder levantarse y subir a su carruaje. No tenía forma de pagar, así que iba a huir con algunos objetos de valor de la casa, y ya sabía dónde conseguirlos. Llegó subió las escaleras, pero en lugar de irse hacia su habitación, fue a la de Grace. Abrió la puerta. La encontró dormida y destapada. Su media hermana era tan hermosa que nunca se resistió a admirar su belleza. Se quedó parado a su lado un buen rato y luego comenzó a buscar en los cajones, encontrándose con una nota de Anthony junto a un alhajero.

—Esto está bastante pesado —mencionó con la voz apagada. Abrió el alhajero; ahí estaba el collar y los aretes de zafiros—. ¿No que eran de lady Hereford? —increpó con sarcasmo—. Eres mentirosa como siempre, Grace. Cuando consiga la forma de pagarle al señor Collins, volveré por ti y ajustaremos cuentas. Al llevarse las joyas también encontró la carta de su madre que había estado en su caja fuerte. —No dejas de meterte en problemas conmigo —masculló hostil. Ella puso la nariz en sus secretos. Salió de la habitación con las joyas y la carta. Por él nunca sabría quién era su padre. Él tampoco lo sabía, ni lo sabría, porque aquel instrumento lo dio como pago a una deuda de juego, así que Grace seguía estando bajo su tutela y podía hacer lo que quisiera con ella, menos entregarla al puerco Collins. Imaginarse a ese hombre poniéndole sus sucias manos encima le producía repulsión. Se la entregaría a algún noble acomodado que la haría valer por lo alto. Su candidato era Anthony, el único capaz de pagar lo que él quería por ella.

Capítulo 23 Despertó al día siguiente muy animada. Pensó que podría saber algo de Anthony y pasar un tiempo juntos. Comenzaba a extrañarlo. —Buen día, milady. —Buen día, señora Farres. ¿Ya no estoy castigada con su silencio? —No, pese que me desobedeció y estuvo con su excelencia, lo dejaré pasar. —¿Debo agradecerle? —¿Quiere que me calle varios días más? —No, por favor. Soy intolerante al silencio y más porque soy una criatura amante de los sonidos. ¿Por qué no escucho a mi hermano gritar? —inquirió en referencia a ese ruido en particular. —Milord se ha ido esta madrugada. —¿Cómo que se ha ido? —Tomó sus pertenencias y se fue. —¿Se fue? —Esbozó una sonrisa. Su hermano se fue, aquello era una bendición. —Y se fue solo con su caballo. —¿Significa que estoy sola? No noto la diferencia. Estando él aquí igualmente estaba sola. —Milord no se trae nada bueno, estoy segura. —No sé la razón de su huida —pensó, hasta que recordó—: ¡El señor Collins! —¿El señor rechoncho? —Ese horrible y asqueroso hombre. —No me agrada, milady. Grace se levantó de la cama y comenzó a recorrer la habitación. Pensaba en qué pudo haber ocurrido con su hermano. —Es seguro que Christopher no tenía cómo pagarle la deuda. ¡Qué cobarde! —Ese señor en algún momento vendrá a reclamar.

—Pues le diremos la verdad. —Se acercó a su cajón para buscar ropa—. ¿Guardó algo en mi cajón? —comentó extrañada. —No he tocado ese cajón. —¡No! —exclamó desesperada. —¿Qué sucede? Ella solo miraba su alhajero. Las joyas no estaban. Comenzó con un fuerte ataque de rabia para luego terminar en un lamento histérico. —¡Milady, ¿por qué llora?! —¡Me robó! Me robó las joyas que Anthony me dio. Esto no puede ser. ¡No puede estar pasando! —agregó desgarrada llorando sin parar. Lo que había empezado como un hermoso día, se oscureció de manera irreversible, ¿qué le diría a Anthony? —No llore más. Su excelencia le comprará otras más grandes. —¡No quiero nada de valor! ¡Mi hermano es un truhan! Pero lo encontraré, aunque sea lo último que haga, y me traeré esas joyas. ¡Él no se saldrá con la suya! Estaba por estallar de la furia y la frustración. Tanto que había querido evitar que le robara a Anthony, al final terminó robándole a través de ella. Qué impotencia. Esa misma noche saldría a cazar a su hermano, no debía andar lejos. Iría al Destiny, claro estaba. Cuando lo encontrara le clavaría una estaca en el corazón a ese hijo de satán. —Cálmese, milady. Enfermará de los nervios. —El disgusto es tremendo. No se lo diga al duque o le corto la lengua. Conseguiré esas joyas yo misma así tenga que peinar Inglaterra. Estuvo el día completo echando pestes de su hermano por cada rincón de la casa. Nunca había maldecido tanto y seguir siendo una dama. Cuando el manto de la noche cayó sobre Londres, Grace se preparó para buscar a su hermano, estuviera vivo o muerto. —Vamos, señora Farres, ¡usted me acompañará! —anunció decidida Grace. —Milady, es peligroso. Es probable que llueva —alertó la doncella observando por la ventana el viento que torcía las ramas de los árboles. —La huerta está segura, y es lo único que importa. Creo que alcanzaremos a volver antes de que caiga la tormenta. —¡Su excelencia me matará por secundarla!

—Su excelencia no se enterará, señora Farres, si usted y el mayordomo mantienen el silencio de un secreto. —Que Dios nos ampare de usted, lady Grace. —¡Patrañas! —le restó importancia con las manos. Las dos salieron rumbo al Destiny en medio de la noche con los vientos casi arrastrándolas. Pensó que nadie las detendría o al menos nadie detendría a Grace, hasta que sintió una gota en la frente, después otra y otra. —¡Está lloviendo, milady! —informó la señora Farres. —Es solo una llovizna, nada nos detendrá. Al cabo de decir aquello, una granizada se echó sobre ellas. Corrieron para refugiarse bajo un tupido árbol. —¡Regresemos a la casa, milady! —¡Naturaleza despiadada! —gritó a la nada muy enfadada. La señora Farres la miraba con cara de susto, esa pobrecilla niña había enloquecido por culpa de su hermano. Regresaron bajo aquella dolorosa granizada hasta la mansión. —Todo, todo me sale mal, señora Farres. ¿Qué hice para que esto fuera así? —increpó frustrada. —Hay gente que nació con una estrella, milady, pero creo que usted nació estrellada. Hizo un mohín que le dio la razón a la señora Farres. No recordaba dónde había perdido la buena fortuna o si alguna vez la tuvo. —No lo lamente —rogó la señora queriendo consolarla. —No lo estoy lamentando —dijo con altanería—, solo estoy pensando en que mañana iré a buscarlo y lo encontraré. —Es usted persistente. —La persistencia es la única forma de conseguir algo que parece imposible de alcanzar —sonrió—. Eso me lo enseñó su excelencia. Su rostro se sonrojó al recordar a Anthony. Había insistido con ella contra viento y marea, soportando desde insultos hasta golpes. Aquel sí que era un ejemplo de persistencia. Grace pasó la noche recostada y no recibió ninguna señal del duque pelirrojo. Anthony estaba muy cansado de haber pasado el día con sus amigos hablando de Clay y sus problemas, para luego acabar en Christopher y el señor Ethan Collins, por lo que no hizo siquiera un intento de salir con dicha lluvia. Esperaba hacerle una visita a Viktor en el Destiny

la noche siguiente y averiguar cómo iban sus planes con Christopher. Era el único que podía darle esperanzas para tranquilizar a Grace. Posterior al día lluvioso, Anthony había entrado al despacho de Viktor, que estaba sentado revisando unos papeles. —Me olía su visita, excelencia —se burló Viktor con su sonrisa lobuna. —Milord está de buen humor —respondió con el mismo ánimo. —El buen humor es relativo —replicó sonriente. —Tú no tramas nada bueno. —Eso también es relativo. Solo debo planear el siguiente paso para Clay y Prudence. —Eres el hombre más frío que conozco. Había olvidado el detalle de que lady Prudence era tu prometida. —Mi misión es encontrarle un excelente candidato. Yo no soy apto por estupidez, no quiero que alguna vez despierte de su letargo y siga esperando por alguien que no llegará —se sinceró. —¿Tu matrimonio es una estupidez? —No, pero existían otras soluciones posibles. Yo terminé complicándome solo y arrastrando conmigo a esta dama en apuros, mas es un secreto. Espero que no salga de tus labios, amigo mío. —Me sorprende, eras un estratega. —Mmm... Hablando de eso, la mascarada está en marcha. —¿Cuál es el objetivo de aquello? —Ernest... —¿Ernest? —Y la rubia misteriosa. Tienen algo que yo necesito. —¿Qué puede ser lo que ellos tengan que a ti pueda interesarte? — curioseó extrañado. —La unión de ellos es de imperiosa necesidad y debo acelerar aquello. —¿Cómo estás seguro de que la mujer enmascarada vendrá? —Porque su curiosidad la matará y no podrá resistirlo. Grace estaba en camino al Destiny y, para su buena fortuna, no había mal tiempo, lo que hizo que pudiera alcanzar la puerta del lugar. —No puede pasar —espetó un hombre de gran tamaño. —¿Por qué? —inquirió malhumorada Grace. —Porque es un club para caballeros —contestó el guarda. —¿Sí? Y me supongo que aquella es un hombre con faldas, ¿no es así? —señaló a una mujer que iba entrando.

—Esa mujer es parte de la diversión del club. ¿Es usted también una prostituta? —¡Por supuesto que no! —se defendió sintiéndose insultada por la pregunta. —Entonces, es mejor que se retire. Fue tan tonta al pensar que le abrirían la puerta como si nada. Su hermano estaba protegido bajo la canallada de aquel lugar y no le quedaba más que volver a la casa. Ella ignoraba que en su hogar había una indeseable visita que perturbaría su poca paz. —Queremos ver a lord Beasterd —exigió el señor Collins al mayordomo. —Milord se encuentra de viaje —contestó el señor Reymond. —No le creó. Registren la casa —ordenó a sus hombres. —Usted no puede hacer eso, es propiedad privada. —Por supuesto que puedo hacerlo —lo apuntó con un arma. —No hay nadie, señor —informó uno de sus hombres—. Solo estos dos criados. —Está bien, entonces esperaremos a que aparezca milady. Cobraremos la deuda con ella —argumentó con una sonrisa lasciva en el rostro.

◆◆◆ —Espero que ardas en el averno, Christopher —sentenció al pasar por la puerta de su casa, donde distinguió a un par de tipos—. ¿Quiénes son ustedes? —comentó con los ojos asustados. —Soy el señor Collins, mi hermosa lady —se presentó tomando su mano, que ella retiró al instante. —Christopher no está —soltó cortante. —Alguien tiene que pagar la deuda que él dejó. Por lo general, lo hacen los parientes más cercanos. —Búsquelo. No tengo para pagar deudas de mi hermano. —Pienso que usted es más interesante que buscar a su hermano. — Examinó su cuerpo y acarició su cabello. —¡No me toque! —se exaltó tratando de mantener la calma. —Es mejor que coopere. —La asió del brazo. —¡Eso jamás! —chilló antes de ir corriendo hacia la puerta.

—Tráiganla. No quiero perder mi paga. —Sabía que ella no podría huir.

Capítulo 24 —Bien, Hans, ya está segura, ha llegado a su hogar —dijo Harry recostado en su bastón después de seguir a Grace junto a su primo. —Tienes razón, ya podemos irnos. ¿Qué quieres hacer? —Quizá descansar. Mañana hay un baile, y ya sabes que no puedo dármelas de fama de hombre de la noche. —Iremos a tu casa y te haré compañía. Cuando ambos se dispusieron a irse, escucharon un acalorado grito que venía de la casa donde Grace había entrado momentos atrás. Ella corrió hacia la puerta, la abrió e intentó salir, pero la atraparon. —¡Ayuda! —gritó antes de que le taparan la boca y cerraran la puerta. —¡¿Escuchaste eso?! —increpó alterado Hans. —Sí, lady Grace está en peligro. —¡Y yo no traje una maldita arma! —expresó preso del pánico. —No desesperes. Toma —le proporcionó una—. Eres el único noble con actividades nocturnas peligrosas y no sales con un arma. —No he considerado peligro alguno, lo siento. ¿Y tú? —Yo tengo mi bastón —musitó tranquilo. —Vaya, así que iremos a morir. —No seas tonto —replicó mostrándole la espada del bastón—. Lisiado, pero preparado. Se acercaron a la puerta de la mansión para oír lo que ocurría. —Milady, es usted tan salvaje —expresó excitado el señor Collins. —¡Miserable! —gruñó rabiosa y asustada—. Suélteme, o lo va a lamentar. —¿Y quién se supone que tomará venganza? ¿Su hermano? —indagó impostado—, ¿o el duque de York? Del cual no he visto ni su supuesto compromiso ni su sombra. —Me defiendo sola. No necesito que me defiendan. Usted es un cobarde —siseó inflexible para provocarlo—. Tiene que utilizar a sus hombres porque usted es incapaz de domar a una mujer sola, es un bueno para nada.

Los hombres del señor Collins se rieron por lo bajo ante esa acusación, eso provocó que él montara en cólera. —¿De qué se ríen, tontos? —estalló Collins. —De que su señor es incapaz de tener a una mujer como se debe — siguió provocando. Tenía que quedarse a solas con él para degollarlo sin compasión con su navaja. —¡Súbanla a una habitación, ahora! —ordenó enojado—. Ya dejará de ser tan lengua suelta cuando sea mía, milady. Afuera escuchaban a pleno oído lo que ocurría. Hans quiso abrir, pero Harry se lo impidió. —Calma, no actúes con la cabeza caliente, eso te matará. Sé frío — recomendó tranquilo—. Esperaremos el momento oportuno. —¿Cuándo es el momento adecuado? —cuestionó hostil. —Si no te callas, no puedo seguir oyendo. Empujaron a Grace por las escaleras para que subiera. No había mucha fineza en el trato hacia una dama de parte de aquellos forajidos. Los hombres la metieron en la habitación de Christopher. Era una pésima suerte la suya. Su daga no estaba ahí, estaba en su recámara. Tenía que mantener la calma, su navaja era suficiente. —Aprenderá a mantener esa boca cerrada. —Se abrió la levita ante ella. Aquello era horrible y pestilente; preferiría morir antes que aquel hombre se introdujera en su cuerpo. Sentía náuseas de solo verlo acercarse. El señor Collins se arrimó a ella y sintió un pequeño instrumento cerca de él: era una navaja que la dama tenía en la mano. —¡No se acerque o lo lamentará! —amenazó Grace. —¿Piensa matarme con eso? —Sacó su pistola de la espalda. Su rostro frente al arma del señor Collins era imperturbable. Sin embargo, sabía con disgusto que era una gran desventaja. —Deme la navaja. —Colocó la mano para que ella se la diera. —Tendrá que matarme primero porque jamás me entregaré a usted en contra de mi voluntad. Prefiero que me tome siendo un cadáver —emitió con decisión. —Se lo concederé, milady. —Apuntó hacia ella. Harry y Hans oyeron un disparo que los dejó helados. —Esa es la señal —anunció Harry irrumpiendo en la casa con Hans junto a él.

Hans disparó contra los sujetos que retenían a los criados; Harry hacía lo que podía con su espada. —¡Vayan por milady! Ese hombre la llevó arriba —comunicó la señora Farres, descolorida. Subieron corriendo las escaleras, aunque Harry lo hacía con mucho esfuerzo por el dolor que sentía. —¿Lo ve, milady? —se burló el señor Collins, que había disparado al lado de ella. Grace estaba asustada. Soltó la navaja y quedó tiesa en ese lugar. —¿Y dónde estábamos? Ya recuerdo, estaba dilatando usted nuestro momento. —La empujó hacia la cama. Eso la hizo reaccionar pegando un grito que podía dañar los tímpanos de cualquiera. Su agresor subió sobre ella, le tapó la boca y le puso la pistola en la cabeza. —Guarde silencio. —Le besó el cuello mientras ella lloraba. Harry llegó primero a la puerta donde estaban dos hombres armados. —¡Dispara, Hans! —pidió a su primo. —Ya no tengo balas. —¡Maldición! —gruñó Harry en el momento que les dispararon. —¿Y qué haremos? —Distráelos... —¿Yo? —Yo iré por lady Grace. —Está bien —dijo no muy seguro, pues las armas no eran algo que lo entusiasmaran. Hans salió de su escondite y comenzó a correr. Los hombres fueron tras él cuando Harry los golpeó con su mano dura. Abrió la puerta la habitación sin dilación para salvar a Grace.

◆◆◆ En el Destiny, Anthony todavía estaba en compañía de Viktor. —Creo que ya deberías irte —informó Viktor levantándose para ir a mirar por la ventana. —¿Estás echándome? —Se bebió una copa. —No, pero creo que lady Grace estaría rebosando de felicidad al verte llegar a su casa.

—Pensaba en ir a visitarla después de pasar un tiempo prudente con mi amigo. —Ya es bastante el tiempo. Ella tiene cosas más interesantes para ti que yo —sugirió jocoso. —No hace falta más argumentos. Estoy convencido de que es mejor que me vaya. —Buena decisión. Y, por favor, no te distraigas con mi personal al salir. —Realizó señas de curvas refiriéndose a las mujeres. —No lo haré —aseguró, y se despidió. Cuando Anthony bajó del carruaje y notó la puerta abierta de la casa, se dio cuenta que eso no era normal. Entró y aquello era casi un río de sangre. Sacó su arma, que siempre portaba para cualquier emergencia. —¡Excelencia! —exclamó la señora Farres acercándose hasta él. —¿Qué sucedió aquí? —jadeó sorprendido. —Un hombre tiene a milady y se la llevó para hacerle cosas feas, excelencia —lloró la mujer—. Dos hombres hirieron a estos y fueron a salvarla. Anthony subió a largas zancadas las escaleras, asustado por que le hubieran hecho algo a Grace. Harry le colocó la espada en el cuello al señor Collins para que se alejara de ella. —Es mejor que suelte a la dama, ¿no ve que no desea sus atenciones? — expresó calmado. El señor Collins se giró lentamente y dejó a Grace en la cama, asustada, pero intacta. Ella se levantó, reconoció a Hans y se arrojó a sus brazos. —¿No le hizo daño? —La apretó contra él. —No, pero casi... —murmuró espantada. Collins disparó hacia Harry, pero falló y terminó pagando con un buen golpe propinado por la mano sustituida del conde de Laurendale. —¡Harry! —lo llamó su primo yendo hacia él. Pensaba que podía estar herido. —Estoy bien, ¿y lady Grace? —Estoy bien. —Se acercó a él con una sonrisa —. Gracias por salvarme, milord —agregó dándole un abrazo que Harry correspondió. Anthony entró en la recámara en ese momento y sintió cómo la rabia se hacía eco en él. —Suéltela... —masculló muy enojado.

—¡Anthony! —clamó ella tratando de calmarlo, había notado sus celos. —¡Que la suelte, he dicho! —ladró insistente a Lauderdale. —Hans, vámonos —pidió Harry, sosegado. —Sería mejor que agradeciera, excelencia —reprendió con mala cara Hans. —Gracias, caballeros —despidió agradecida y llena de vergüenza. —Nosotros nos llevaremos a este —decidió Hans refiriéndose a Collins. —No. Yo me encargaré de él —resopló Anthony muy tajante. Los dos se retiraron, no sin antes realizar una reverencia. En el rostro de Anthony no disminuía su molestia. —¿Qué hacías abrazando al monstruo? —¡Cómo puedes llamarlo así! Me salvó de que este asqueroso cobrara la deuda de mi hermano conmigo. —¿Qué dices? —inquirió confundido. —Este miserable… —pateó al hombre en el suelo— le había propuesto a Christopher olvidar sus deudas si se acostaba conmigo, pero él se había negado alegando que tú eras un mejor postor. —¿Dónde está Christopher? —Escapó hace unos días. Se acercaba el momento de pagar y me dejó sola. —Gracie... —Se acercó y notó que iba a quebrarse. —Y se llevó los zafiros que me regalaste. Mi hermano me robó — confesó impotente. —¿Por qué no me dijiste nada? —Porque creí poder resolverlo sola, conseguir de nuevo las joyas y que tú no notaras que faltaban. —Grace, te puedo dar algo mejor que esos zafiros. Déjalos ir. Ella se puso como un caballo arisco y empezó a despotricar: —¡No es por más o menos joyas! Es porque mi hermano no parará hasta que se aproveche de ti a través de mí. ¿No te das cuenta? Ya no quiero joyas. No quiero nada de valor, solo quiero estar tranquila y ser pobre, pobre y feliz, sin preocupaciones ni presiones —se sacó ese peso de encima. —Es mi culpa, pues yo alimenté aún más sus vicios persiguiéndote siempre. —Lo hiciste, pero no es tu culpa que él quiera abusar de ti, Anthony. Se aprovecha del amor que sientes por mí, por eso quería que esto fuera

secreto o como mínimo discreto. Sin embargo, con las joyas y vestidos es imposible. Espero que no me los envíes más. No sé en cuánto tiempo volverá a amargarme. —Grace... —la acarició. Se sintió culpable por la volátil situación de su amada. Él había fomentado los vicios de Christopher con segundas intenciones y, además, lo llevó al extremo de deberle a un prestamista y perdiéndolo todo con Viktor. Si Grace llegaba a enterarse de aquello, lo odiaría para siempre.

Capítulo 25 El señor Collins fue despertado con lentitud ante la mirada de Anthony. —Grace, ve a tu habitación. Me llevaré a este señor. —Ten cuidado, —Escrutó con desprecio al hombre. —No te preocupes —susurró para tranquilizarla. Anthony se llevó al tipo hasta su carruaje y emprendieron un destino sin rumbo. —¿Usted me conoce? —curioseó Anthony. —Sí, excelencia, es evidente que es el duque de York, el cabello y su... —Me reconoció. Quisiera que dejara en paz a mi futura prometida. —¡Pero su hermano me debe! —Vaya al Destiny. El señor sombra le pagará las deudas de Beasterd. Solo entregue los pagarés y deje en paz a milady. Ella es inocente de lo que su hermano hace. Soy un caballero pacífico, no me gusta la violencia, por lo que le sugiero que se mantenga alejado de mi dama, de lo contrario, me conocerá —expresó demasiado calmado. Causó pánico al señor Collins por su frialdad. —Sí, excelencia, lo entiendo. Iré a ver al señor sombra y dejaré a milady tranquila. —Gracias, y ahora... —abrió la puerta del carruaje en movimiento— largo de mi vista. —Pero el carruaje... —¿Se baja por su pie o le ayuda el mío? —increpó aún más calmado. —Yo solo, excelencia. —Bien. —Observó cómo el hombre se arrojaba del carruaje. Tendría algunas magulladuras después. Todo lo que le sucedía a Grace era su culpa, ¿qué haría? Christopher se fue y necesitaba su autorización para el matrimonio, aunque existía Gretna Green, donde podía ir sin necesitar nada. La cuestión es que en ese momento le rondaba en la mente lo siguiente: ¿cómo habían llegado Hans y el conde de Lauderdale hasta donde estaba Grace? Ahí había algo definitivamente extraño; esos dos debían estar espiando a Grace.

◆◆◆ Después de varias horas sacando a los heridos y limpiándolo todo, Grace se preparó para ir a un baile. —Milady, le llegó esto —dijo la señora Farres con un estuche en la mano. Aquello no pintaba bien, parecían ser joyas. —Que no sean lo que pienso. Al abrir la caja encontró unos zafiros más grandes que aquellos que su hermano le robó. También había una nota: Gracie... Es probable que te enojes, pero sin estas joyas no estarías completa. El collar y los aretes serán como copos de nieve adornando tu cuerpo. Tuyo, Anthony. Anthony parecía no entender nada, pero esa noche la escucharía, o se comportaba o todo acababa ahí. —¡Cálmese, milady! —pidió la señora Farres al ayudarla a subir al carruaje. Su hermoso vestido celeste contrastaba con su piel y sus ojos furiosos. —Me va a escuchar ese pelirrojo del demonio. —Maltrató la puerta del carruaje. Intentó respirar, mas la rabia no la dejaba. Los nervios acabarían con ella; nunca había estado sometida a tanta presión y sentía que iba a romperse. Amaba a Anthony, sin embargo, como lo dijo alguna vez: era de esos amores que mataban, siendo literales. Bajó del carruaje echando pestes y culebras por la boca. Lord Osbert estaba en la entrada y no pudo evitar acercarse a ella. —Lady Grace. —Le besó la mano. —Lord Osbert... —correspondió calmada. Le entregó una sonrisa—. Menos mal que es usted. —Me enteré de lo que le sucedió, lady Grace. Hans me lo contó. —Fue horrible, lord Osbert. —Agarró el brazo que él le ofrecía—. Si no fuera por su sobrino y su hijo, quién sabe qué sería de mí hoy.

—Son unos jóvenes valientes. —Lo son... —Lady Grace, también he escuchado que su hermano la dejó. Palideció de la vergüenza. Londres sabía que era una mujer sola en una casa y, por demás, arruinada. —No quisiera que esté sola, ¿no necesita que la ayudemos en algo? —¡No! Estoy muy bien, gracias. No quiero molestar a nadie. —No es molestia. Piénselo, por favor, estaríamos muy contentos de poder ayudarla. —Es muy amable —replicó avergonzada por tanta amabilidad. Anthony, como siempre, estaba acompañado de sus amigos. Se puso un atuendo verde, aunque ya le habían dicho que parecía un duende irlandés. Clay se acercó a ellos con mala cara, esa que lo acompañaba con más frecuencia que antes. —¿Y qué se supone que eres tú? —preguntó William. —Un pirata... —respondió Clay mirando sus prendas para aquel baile de disfraces. —¿Es en serio? ¿Eres el pirata que roba o al que robaron? —curioseó Ernest muy sonriente. —Muy ocurrente... —satirizó Clay. —Volviste a ser el resentido —reprochó Anthony sin poder contenerse. —¿Y cómo quieres que esté? He perdido a la muchacha que escogí, y aquella malévola no deja de acosarme. —Todo va a mejorar. Seguro alguien se apiada de ti y te salva — comentó William, pero al segundo sintió un codazo en las costillas, sabiendo que descubrió que pensaba en Viktor. —No ocurren los milagros —agregó resignado y cabizbajo. Ernest había desparecido de la nada, no se dio cuenta de cómo sucedió. Era demasiado ágil para escabullirse. Mientras tanto, los tres continuaban mirándose sin decir palabra. Grace encontró a sus amigas. No obstante, también echó a ver al sinvergüenza de su hermano y, por supuesto, que atacarlo era lo más importante. Se acercó por su espalda y lo golpeó. —¡Eres un patán! El señor Collins fue a buscarte a casa ayer. —¡Grace! ¿Y eso qué? —indagó desinteresado. —Que casi cobra su deuda conmigo. —¿Que hizo qué? —increpó enojado.

—No finjas desconocimiento ni te hagas del hermano preocupado, que no te interesó dejarme sola a su merced. —Lo siento. —La contempló—. Estás muy hermosa esta noche. —Gracias. Ahora devuélveme las joyas. —No puedo, están bien guardadas. —Dámelas —exigió calmada. —Grace. —La agarró del brazo para arrastrarla hasta afuera. —Déjame, Christopher. —Mi querida Grace, metiste tus narices donde no debías. ¿Por qué sacaste esa carta de la caja fuerte? —reprendió. Le apretó el rostro y lo acercó. —Aléjate o grito —amenazó enojada. —Creerán que somos una romántica parejita. Ahora responde a lo que te pregunté. —Esa carta era para mí, no tenías derecho a esconderla. Eres mi medio hermano. Sé la razón por la que me decías bastarda. —Siempre deseé que fueras una bastarda y que no llevaras ni una gota de mi sangre. Esa afirmación la descolocó y entristeció. Jamás pensó que su hermano la odiara a tal punto. —¿Por qué? —Por cuestiones particulares. Siempre te querré pese a que existan asperezas entre nosotros. —Te detesto... —Se internó más en el jardín y se alejó de él. Clay había quedado con Anthony unos minutos observando como un águila desde el jardín los movimientos del hombre vestido de negro que se acercó a Prudence. Acompañó a Clay a una distancia prudente sin decirle que suponía quién era aquel caballero que estaba tan cerca de su dama. —Esto no pinta bien —opinó Anthony antes de correr al salón junto a William. Interrumpió el baile con su esposa. —William, necesitamos hacer algo. Clay va a perder la cabeza en el jardín. William miró donde estaba él y parecía un hombre que observaba a su presa. —¡Clay, no cometas una barbaridad aquí! No querrás hacerle más daño a la reputación de lady Prudence —justificó Anthony sujetando un brazo

suyo mientras William se prendía del otro y lo estiraban hacia atrás. La mujer y el caballero al que veían, notaron que eran espiados, entonces decidieron abandonar la danza. Sombra —quien acompañaba a Prudence— hizo una inclinación de cabeza amistosa y le dio una sonrisa cínica a Clay. —¡Miren cómo me está provocando aquel hombre! —También sentí su provocación, pero cálmate. Puedes vigilarla de lejos —recomendó William. —William, ella es libre de estar con quien quiera. No le metas ideas a Clay —soltó Anthony, molesto. —Conozco aquel sentimiento. Recuerdo a Abermale, y es horrible. Ve, Clay, y cuida de lo que es tuyo. Clay se fue tras ellos. —¡¿Qué demonios haces, William?! ¿Te parece un consejo saludable? Vas volver loco al hombre —reclamó el pelirrojo. Después de terminar con William, observó el salón y no encontró a Grace. Debía estar muy enojada con él. No le echó siquiera una ojeada, solo salió a buscarla, pero se encontró con un caballero parecido a Christopher entrando al salón. Anthony fue más allá de las plantas y oyó un llanto lejano. —¡Es Grace! —exclamó temeroso de que algo le hubiera sucedido. Ella lloraba recostada en un pilar. Se sentía miserable por no tener un cariño sincero, nada le salía bien. Christopher no la quería y Anthony no la entendía. —Gracie... —¡Tú! —señaló ella enojada dirigiéndose a él—. ¡¿Por qué no me comprendes?! —Lo siento, yo no quería que sufrieras por mi presente. —Anthony... —pronunció con las facciones más calmadas— no sufro por tu presente. Sufro porque tú no escuchas lo que deseo. Quiero que Christopher me deje en paz. De nuevo vio que tengo este collar, espero que te lo lleves. —Se lo sacó y lo puso en su mano ante la mirada triste de su amado. —¿Era él quien estaba por aquí hace un rato? —¿Acaso no reconociste ese rostro de sinvergüenza? De seguro me vigila para saber qué más puede sacarme. —Grace...

—Escúchame, Anthony, y es la última vez que te lo digo: o lo nuestro es una relación sencilla de besos y... otras cosas, o terminamos. No más cosas valiosas como esto. —Yo quiero tenerte con lo mejor, Grace, por favor. Olvida a Christopher y casémonos pronto. Podemos irnos un tiempo. Irlanda es precioso, te mostraría los preciosos paisajes de mi propiedad ahí. Te daría la vida que mereces... —Pasó sus pulgares por el rostro de su amante. —Anthony, estoy deseosa de aceptar aquello. Quiero irme lejos y ser feliz a tu lado, pero... —¡Pero ¿qué?! No me digas que es miedo. No puedes estar temiendo todo el tiempo. —¡Lo sé, pero ¿qué hago?! —Cásate conmigo y vámonos —pidió besándola—. Ya acaba con mi agonía, Grace, y acepta ser mi esposa. Sufro al estar lejos, ya no puedo vivir sin ti. Estaba llena de emociones. Quería decirle que sí y que escaparían pronto. No más mal hermano, ni necesidades. Viviría con Anthony respirando su aliento hasta el último día de su vida. —¿Qué me dices, Gracie? ¿Te irías conmigo para ser felices lejos de todo esto? —preguntó esperanzado sin apartar su vista de sus bonitos luceros. —Sí. No puedo seguir aquí, quiero estar contigo sin tanto sufrir, y poder amarte sin reservas. —Lo abrazó. —No sabes lo feliz que me haces, Grace. Nos prepararemos pronto. Iremos a Gretna Green a casarnos en una romántica herrería —exhaló feliz. —Te amo, Anthony —musitó antes de besarlo. —También yo, Grace. Quedaron unos minutos tranquilos y abrazados esperando apaciguar sus espíritus. —Debemos volver —procuró Grace—. Nos veremos pronto —se despidió sonriente. —Hasta pronto, prometida secreta —susurró con la mirada divertida. Al irse Grace, él fue a reunirse con Viktor que, como sospechaba, era sombra, y no tenía la menor de las intenciones de dejar tranquila a lady Prudence. —Acompáñame, Anthony —pidió Viktor.

—¿A dónde? —curioseó. —A charlar. —Caminó por las calles de Londres. —Me dijiste que ibas a charlar y no dices nada. —Quieres irte a Irlanda —afirmó. —Con Grace. —Es lindo tu pensamiento —admiró sonriente—. No obstante... —No —se opuso Anthony a escuchar cualquier cosa que interfiriera con sus planes. —No quieres saber que huir jamás ha sido una solución. —He dicho que no quiero escuchar nada —dijo molesto. —Solo retrasas el problema. Tu relación aún es corta. Anthony gruñó con fuerza. —¡No gruñas! —lo reprendió. —No quiero que me digas algo que me haga mal. —Perfecto, entonces otro día me dices lo que necesito, aunque será tarde. Viktor se detuvo y silbó. El búho de Prudence salió de la habitación para posarse en el brazo de Viktor, el cual le entregó un papel y luego regresó a su lugar. —Estoy seguro de que esto no te lo perdonarán, Viktor —advirtió Anthony sabiendo que él quería estar a solas con Prudence a costillas de su esposa. —Es una suerte que no la conozcas porque irías de indiscreto. —¿Cuándo la voy a conocer? —Pronto. No seas ansioso, todo a su debido tiempo.

Capítulo 26 Había dejado a Anthony en la fiesta para que agarrara su carruaje, entonces decidió caminar por las calles sabiendo el peligro que corría. Una sombra lo seguía a corta distancia. Viktor sacó su espada y se dio la vuelta para amenazar a esa persona que le pisaba los talones. —No es hora de tu venganza, Lauderdale —sostuvo Viktor. —Tú eres el culpable de todo. Mi vida es desgraciada por tu causa — profirió al atacarlo. —Lo siento, amigo mío, no quería hacerlo, pero era la única manera de escapar de Iker. —¡No soy tu amigo! —Perdóname. Iker me tenía en sus manos, era su vasallo, y lo sabes. —Lennox se alegrará de saber que estás aquí, ¿dónde está lo que quiere el marqués? —Lennox... Yo puedo decirle a él dónde está lo que busca, pero necesito que él sea mi aliado. —¿Tu aliado? Traicionaste a Iker, eres capaz de traicionar a tu madre si aún viviera. —No lo traicionaré... —¿Dónde está lo que busca? Tú eres un adivino. Si lo ocultas de Iker, dáselo a Lennox para que tome venganza. Saldríamos beneficiados, sería un resarcimiento para todos. —Esa información se la daré a él cuando venga, no tardará en seguir a Iker hasta aquí. —Quisiera matarte —espetó Harry mirándolo impotente. —No eres el único. Hay una fila larga que quiere hacerlo. Tu vida se repondrá —aseguró Viktor. —¿Mis dos años perdidos en cama? —Te los recompensará la vida. —Hizo una pausa para mirarlo mejor—. ¿No estás interesado en una dama? —No estoy interesado en ninguna. —Lady Beasterd es muy bella, es una pena que sea tan valiosa para mi amigo Anthony.

—No pienso meterme en aquello. —Es muy sabio de tu parte, Lauderdale, o podrías terminar como Robert: con el corazón partido por no escucharme. —¿También dañaste al pobre Robert? Eso es el colmo. —Le pedí ayuda y él me traicionó, quiso lo que no le pertenecía. —Creo haber escuchado su voz cuando estaba dormido, pero no puedo creer que lo hayas dañado. —Fue a verte, al igual que Dimitry. —¿Dimitry? —Por accidente te golpeó en la cabeza, lo que ayudó a que sanaras más rápido. También creo que es un tonto. Recuerda mis palabras, Lauderdale, llegará el momento en que deberemos unirnos si queremos acabar con el tirano de Iker. —Eso lo decidirá Lennox. —Lo estaré esperando. Viktor le dio la espalda a Harry, que aún estaba resentido por cómo había quedado, pero ya tendría su momento de redención. *** A la mañana siguiente, Grace recibió una nota de Caroline; aquella noche tenían una reunión. Bella pensó en el nombre de un candidato para ella. Estaba cavilando en no ir, ya no necesitaba un candidato, se iría con Anthony a Gretna Green y luego a la bella Irlanda para hacer su vida. Sin embargo, iría para no decepcionar a sus amigas, escucharía el nombre del candidato y fingiría interés. Tenía unas ganas inmensas de abrazar conejos de la felicidad que le producía casarse con Anthony. Se preparó y salió apresurada por la noche. —El águila ha dejado el nido —anunció Harry. —¿A qué te refieres? —A que lady Grace salió. —Lo siento, estaba distraído. —Al final, el único que la cuida soy yo. —No seas así... Los dos la seguían a una distancia prudente. Entretanto, Anthony estaba en su caballo, que iba a paso de tortuga, observando a aquellos dos sinvergüenzas seguir a su prometida.

Grace sintió demasiados ojos hacia ella y se giró. Todos se escondieron y Anthony cambió de dirección. Ella continuó su caminata hasta llegar a la posada. —Buenas noches, mis queridas amigas, ¿cómo han estado? —preguntó Bella. —Perfecta —respondió Caroline. —Ustedes ya saben mi situación. Estoy castigada de por vida por mi travesura con sombra —comentó Prudence. —Yo no vi al hombre —recordó Grace. —Engaño, en realidad estamos aquí por ti. Como no piensas tomar a mi querido hermano Anthony, entonces tengo otra opción para ti. Quería decirle que ya lo aceptó, pero debía mantener la educación y escucharla. —¿Y cómo se llama? —fingió curiosidad. —Lord Harry, conde de Lauderdale. Es justo lo que necesitas, Engaño. Apuesto, rico y buscando esposa. —¿Buscando esposa, has dicho? —exageró la expresión. Conocía al buen Lauderdale, en realidad sí era un excelente candidato. —Sí, su prometida lo abandonó. —Oh, qué desafortunado. Aquí tenemos alguien dispuesta a consolarlo —dijo Prudence al ver a Grace. —Por supuesto —aceptó. Era una opción para escapar de Anthony y conseguir un buen matrimonio. Su situación había pasado de mal a miserable, pero ya no escaparía de su duque. Era una pena, Lauderdale no era para ella. La sesión terminó y cada quien regresó a su casa. Estaba en las mieles del amor y no podía dormir, por lo que buscaría un libro para que la aburriera y así quedar dormida. Le costaba elegir hasta que tomó uno que estaba sobre la mesa de su hermano. Se sentó en el sillón de Christopher y se acomodó. Miró sobre la mesa y agarró la invitación del Destiny. Pensó que de seguro él estaría ahí apostando sus joyas. —Iré por ti, Christopher, y traeré mis joyas. Esto acabará. No me quieres, pues yo a ti tampoco. —Usó la invitación como un marcador de hoja. La mascarada en el Destiny era una ocasión que su hermano no iba a desaprovechar y ella mucho menos.

Escuchó un ruido en la ventana; unos golpes suaves en el cristal. Desvió la mirada del libro y al acercarse, reconoció a Anthony golpeando con las uñas. —¡Anthony! —Abrió la ventana para darle un beso. —No pude evitar venir a verte un momento. No vuelvas a salir sola. —¿Me estabas siguiendo? —indagó indignada. —No. —¡Un caballero no espía a una dama! Te prohíbo que lo vuelvas a hacer. —¡Y una dama no saldría sola por la noche! —reprochó el pelirrojo. —Eso es algo irrelevante —le restó importancia. —Me voy —se despidió con un beso. —Pensé que te quedarías —admitió decepcionada. —Iré a ver a Ernest. —Está bien —aceptó sin poder ocultar su frustración. —Ya nos veremos pronto. Pongo todo en su lugar para estar a punto de partir —contó para hacerla sonreír—. Adiós, Gracie. Su corta visita era un peso más a su ya recargado corazón. ¿Por qué se había negado tanto tiempo a la felicidad con él? Era un hombre bueno y sincero que la conquistó sin usar ninguna artimaña, siendo más que generoso con ella. Era un caballero. *** «Desesperado y solo sin ti, amada misteriosa, otro día, otra noche, otro suspiro y otro aliento de mi vida…». —¡¿Acaso la gente no tiene nada que hacer?! —cuestionó al perder la inspiración. Fue él mismo a abrir la puerta que lo interrumpió en su escritura. —Buenas noches, Ernest. Su amigo bufó al hacerlo pasar. —Qué maldad. ¿No te alegras de verme? —inquirió Anthony con una sonrisa. —La verdad es que ya iba a dormir. —¿En verdad? —increpó al agarrar el cuaderno donde Ernst escribía. —¡Deja eso! —gruñó arrebatando aquello de su mano a gran velocidad. —Esa mujer va a volverte un demente —anunció sentándose en el sillón sin perder de vista su escritorio. Ahí estaba la invitación del Destiny sin

abrir, la cual tomó y se la enseñó. —No la has abierto. Es en dos días. —No me interesa. —Es una mascarada. —Has captado mi atención —comentó Ernest, y le quitó la invitación. —Puede ir la rubia misteriosa. —¿Crees que una dama soltera iría a un lugar así? —¿No crees que quizá sea una mujer casada? —Estoy por completo seguro de que es una mujer soltera. —¿Cómo puedes estar seguro de eso? —Lo sé, y es todo. —Vamos... —Lo que no entiendo es por qué me invitaron a mí. Jamás asistí a aquel tugurio. —Quizá buscan atraerte. —¿Con qué objetivo? No soy un jugador. —Mmm... No lo sé, tal vez interés de conocerte. —No me agrada, huele a manipulación, y sabes que desprecio ser manipulado. Es algo desagradable. —No perdemos nada con probar si la rubia va. —Tienes razón, iré solo por eso. —¡Excelente! Había cumplido con su propósito de aquella noche: convencer a Ernest de asistir a esa mascarada organizada para él y la rubia misteriosa.

◆◆◆ Dos días después… La mascarada del Destiny era aquella noche y Grace había bajado de su carruaje dos cuadras antes para que no la reconocieran. Su reputación quedaría expuesta si alguien se fijaba en el blasón del carruaje. Caminó con su vestido fajado de color dorado y un antifaz con plumas blancas. Se acercó al gigante que la última vez la había despachado sin decencia. —La seña —pidió el hombre. —Destiny. —Adelante y diviértase.

Se sorprendió que la dejara pasar. El lugar a su alrededor estaba abarrotado de gente que apostaba; no encontró en el primer piso a su hermano, por lo que subió al segundo. Anthony y Ernst se hacían compañía cada quien con una copa en su mano. Dickens, más que enmascarado, se acercó y le habló al oído a Anthony: —El señor sombra desea verlo en su despacho. —Gracias. —Volveré en unos minutos —dijo a Ernst, que buscaba a su rubia misteriosa, aunque en su lugar reconoció a Grace. Tenía aquella peculiaridad de ser altanera hasta con un disfraz. Ella subió y reconoció al duque que caminaba hacia otro sitio. Grace se colocó pegada a la puerta para escuchar lo que acontecía. —¿Anthony? ¿Qué hace aquí? —refirió para sí en voz alta. Ella decidió seguirlo hasta el despacho. —Viktor, ¿me necesitabas? —Sí. —¿En qué te ayudo? —Quería preguntarte si el plan de quebrar completamente a Beasterd sigue en pie o deseas que lo deshaga, ya que conseguiste tener a lady Grace como tú lo deseabas. El corazón de Grace se paró de la impresión, aquello que escuchó no podía ser posible. Anthony no pudo haber maquinado la quiebra de su hermano. —Prefiero que lo deshagas. Compraré las deudas de Beasterd y recuperaré sus bienes. —Creo que lo mejor es cancelar las deudas con su hermana —aconsejó Viktor dándole un papel. —¿Qué se supone que es esto? —Lady Grace es mía. —¿Qué? —La cambié por las deudas de Beasterd. Cancelé lo que le debía a Collins y también a mi club, pero a cambio de ella también le puedo devolver la escritura de la casa. —Pero... —Anthony, sé cuánto deseas poder tener a Grace para ti sin escapar de Londres. La solución está aquí, solo debes firmar y tendrás todos los

derechos sobre ella. En su estómago se hizo un nudo. Su hermano la cambió por sus deudas, el hombre de la máscara negra la vendió a Anthony, que era el cerebro de todo, y él adquiría derechos sobre ella como si fuera una mercancía. Sintió cómo todas sus ilusiones se iban rompiendo. Anthony era el gran mentiroso, había creído en su generosidad y no era más que una cortina para que no muriera de hambre mientras él quebraba al tonto de su hermano. —No puedo seguir escuchando más. —Se alejó de la puerta para recostarse a llorar en la pared. —No —masculló Anthony—. Deja eso ahora mismo, Viktor. Llevaré a cabo mis planes con Grace. —Está bien, pero lo dejaré aquí por si gustas. —Quémalo —mandó. —Lo haré, aunque después de que vuelvas con Ernest. Anthony salió molesto de su entrevista con Viktor, quería olvidar aquel pedido que le hizo. Con el corazón roto, Grace vio que Anthony fue junto a su amigo el marqués. Él se sentó y dos damas se acercaron a ellos. Parecía querer sufrir más, por eso se acercó para escuchar lo que ahí ocurría. —Excelencia —pronunció Jade sentada en su regazo. Ámbar hizo lo mismo con Ernest, quien la miró con mala cara. —Ya lo extrañaba, excelencia. ¿Por qué no viene más seguido? — cuestionó la hermosa mujer. Ella no recordaba haber sido tan vapuleada en su vida. Cada golpe era peor que el anterior; primero el engaño de su generosidad y, en ese instante, el muy desgraciado se acostaba con una prostituta estando con ella. La joven besó a Anthony con el descaro más absoluto. —¡Esto es inaudito! —siseó ella hirviendo de la rabia, pero no podía hacer nada más que llorar. Entonces decidió salir del Destiny para calmarse. Lo esperaría al retirarse. Anthony alejó a Jade con educación y delicadeza. —Ahora soy un hombre comprometido. —Es una pena. —¡Anthony! —exclamó Ernest. Se sacó a Ámbar de encima y observó cómo Grace se iba corriendo. —¿Qué sucede?

—Estás en problemas. —¿Por qué? —Lady Grace estaba aquí, y te vio. —¿Cómo? —preguntó asustado. —Vete a buscarla —ordenó su amigo. Grace estaba sentada afuera. No sentía ser ella; él la iba a escuchar. Ahí se quedaría. De esa noche no pasaría que le dijera todo lo que merecía.

Capítulo 27 Anthony salió y encontró a Grace, quien lloraba mientras daba vueltas frente a los caballos de algunos invitados. —Grace —mencionó Anthony sabiendo que debía cuidar cada una de sus palabras. —Excelencia —pronunció antes de realizar una reverencia exagerada. —Lo que viste tiene una explicación, y espero dejes que te la dé. —La explicación para que una prostituta esté en su regazo es evidente. De más está decirle, excelencia, que aquella lo invitaba a volver más seguido, lo que me hace presumir que usted es cliente asiduo. —No es así, Gracie. —¡No me llame Gracie! —espetó furibunda a punto de estallar—. Para su tranquilidad, la prostituta no me interesa. Puedo olvidar lo que vi, pero no lo que escuché. —¿A qué te refieres? —preguntó desconcertado. —¡Al hecho de haber hundido a Christopher en la miseria, para luego cambiar todas sus deudas por mí! —gritó—. No soy una mercancía, Anthony. Él no sabía cómo argumentar eso. Tan solo restaba hablar con la verdad. —Puedo explicarlo —soltó con miedo por la mirada fría y asesina que le daban esos ojos azules. —No lo puedo creer. ¿Existe una explicación para comprar a una persona? —El dueño del club es un amigo mío, le pedí que... —¡Le pediste qué! ¡Habla! —Le pedí que me ayudara a conseguirte, y la única forma de conseguirlo en ese entonces era presionando a Christopher. —Mejor dicho, ahogándolo. —Es por tu causa. Tú me ignorabas —la acusó. —¿Yo no te hacía caso? Ya veo por qué no te hacía caso. Eras un noble amable con unas intenciones ocultas. —Lo hice por amor, Grace. Quería que te enamoraras de mí.

—Te estabas riendo a mis espaldas viendo cómo sufría por la quiebra haciéndote el benefactor generoso que no pedía nada a cambio. Siempre supe que te traías algo entre las garras, porque eso que tienes ahí no son manos de un hombre, sino garras de monstruo. —Grace, no echemos a perder todo lo que tenemos —rogó con temor. —Todo lo que teníamos lo construiste sobre una mentira. Lograste que me entregara a ti, que te amara, que te defendiera de los desmedidos intentos de robarte que mi hermano tenía. Ahora soy solamente una mercancía sobre la que tienes derecho porque el vicioso de mi hermano le vendió el alma al manipulador de tu amigo. —No firmé ese papel, lo juro. —No importa que no lo hayas firmado. La única manera en que me tendrás a tus pies será el día en que me golpees y quede inconsciente frente a ti, cavernícola. Te faltó poco para cambiarme por cabras y ovejas, supongo. —No tengo justificación, más que lo hice por amor a ti —¿Amor? ¿Cómo osas engañar al amor con esa sucia mentira? Lo que tienes es una obsesión por culpa de mis rechazos. Herí a tu orgullo y estrangulé a tu ego tantas veces, entonces quisiste tomarte una revancha, pues lo lograste —sollozó con una risa triste. —No es así —aseguró acercándose a ella para tocarla. —¡No te acerques! —mandó enojada porque él la abrazó con fuerza. —No voy a soltarte hasta que me perdones. —Te perdono, Anthony —musitó con sarcasmo—. Déjame ir, que tengo cosas que hacer en mi casa. —No, Grace. —Sí, Anthony. Debo correr a tus espías de mi casa. Puedo hacerlo todo sola, te dije que no los necesitaba. Estaba completamente encerrada en su angustia y su dolor. Lo que Anthony hizo la destrozó, pero volvería a levantarse. —No te vayas, Grace. —Corrió tras ella. —No me sigas, por favor... —No te dejaré ir sola. —¡Puedo defenderme! —expresó agarrando una enorme piedra para aventársela. Él gimió de dolor cuando la piedra le cayó en el pie.

Ella corrió sin rumbo hasta que se detuvo a tomar aire y para llorar sin consuelo. Escuchó unos ladridos detrás de ella, no hizo caso. —¿No ves que no quiero pelea? —cuestionó enojada. Escuchó cómo el perro seguía ladrando y ella no tenía la paciencia suficiente para soportarlo. El perrito se acercó a ella y la observó. —¿Qué quieres? ¿Morder mi vestido? ¡Pues toma! —Lo colocó frente a él—. ¿No es el vestido? Entonces quieres morderme, pues hazlo, ya no tengo nada que perder. Puedes devorarme si lo deseas. El perro, en lugar de hacer lo que ella le dijo, lamió su mano y se frotó contra ella en señal de afecto al notarla llorar, desesperanzada. —¿Tienes casa? —le comentó después de calmarse—. Es evidente que no la tienes. Has intentado comerte mi vestido dos veces, lo que significa que no tienes quien te dé comida. Yo no tengo mucho, pero compartiríamos lo que logre conseguir. Ella lo agarró del suelo y caminó con él en brazos. Cuando iba con el animal, le dio hasta un nombre y fue hablándole. Era el único que la escuchaba sin recriminarle nada. —No te he dicho que mis amigas tienen mascotas: un gato y un búho. El gato es un poco engreído, se cree de la realeza, y el búho es como misterioso, me da un poco de miedo. Le contó todo lo que se le ocurría para despejar su mente del sufrimiento por el que pasaba. Entregarle su corazón a Anthony fue un terrible error. Llegó a su casa y bajó al animal. —Es nuestra casa, Demon. Viviremos tú y yo solos. Lo dejó en la recepción y ella fue hacia las habitaciones de servicio. —Señora Farres, señor Reymond —llamó. Ambos tardaron un poco en salir, puesto que estaban dormidos. —¿Se le ofrece algo, milady? —curioseó la señora Farres. —Mañana quiero que regresen a la mansión del duque, y no acepto negativas. Las diferencias entre su excelencia y yo son irreconciliables, por los que les ruego vuelvan a donde pertenecen sin decir nada más. Les agradezco de corazón el haberme servido este tiempo. —Pero, milady. —Lo siento, señora Farres —zanjó el asunto.

No quería discutir más por culpa del duque. Su mente estaba llena de las mejores ideas para acabar con aquel hombre. Vería cómo hacer para sobrevivir sin Anthony, lo había hecho muchos años. ¿Qué tan difícil sería olvidarlo?

◆◆◆ Anthony quedó dolorido en el suelo, sí que la rabia le daba otra fuerza a la fina Grace. Eso era parte de algún plan de Viktor. Desconocía la razón. Eran aliados, amigos de infancia, y en ese momento sintió que lo apuñó de la manera más cruel. Tuvo días para hablar sobre eso, mas no tuvo que hacerlo sabiendo que Grace estaría ahí. —¡Fue horrible lo que hiciste, Viktor! —reclamó su esposa. —No podemos tener lejos a Anthony. ¿Qué querías que hiciera? —¡Pero la idea era unirlos, no separarlos! —¡Lo sé! Ya me conoces, encontraré una forma de solucionar este asunto. De momento, Anthony se queda aquí. Viktor fue tajante. Necesitaba a Anthony para seguir moviendo las piezas de ese juego. A través de su amistad con Ernest se podían dar muchas cosas; manipular al marqués por el lado de la amistad era lo único que podía ayudarlos. Su esposa se colocó la máscara y salió a observar al objetivo. Aquella era una noche decisiva, sería recoger los frutos del sacrificio de esos años, ya no tendría que preocuparse por Iker ni por nadie. Limpiaría sus culpas e intentaría vivir de nuevo. No obstante, sin lo más importante en su vida: su amada Prudence. Mientras él pensaba eso, la furiosa presencia de su amigo pelirrojo irrumpió en su despacho. —¡¿Por qué?! —Porque no quisiste escucharme cuando deseé hablarte. —¡Eres un niño caprichoso, Viktor! —No siempre consigues lo que quieres, pero yo puedo solucionarlo todo. —¡Cuando a ti te convenga! —Por supuesto —afirmó sin remordimientos. —Te retiro mi amistad. —¿Es en serio? —gorjeó.

—Muy en serio. —¿No confías en mí? —¿Cómo puedo confiar en ti después de lo que me hiciste? —La causa. —Me importa muy poco la causa. Es Grace quien me importa. De hecho, ¡no sé cuál es la causa! —emitió muy nervioso. —Un pequeño sacrificio por grandes ganancias. Piénsalo, eres uno de los que saldrán beneficiados —resolló Viktor muy calmado. Anthony estaba demasiado enojado, no quería oír más. Salió casi echando la puerta. —¡Volverás! —exclamó Viktor, sonriente—. Eres el que más feliz se pondrá cuando vuelva ella.

◆◆◆ Después de haber pasado la noche con él, ella recogió sus cosas para salir del Destiny. —Adiós, mi marqués. Estaré ansiosa de volver a estar contigo — comentó la rubia misteriosa dejando un beso en los labios de Ernest cuando él estaba dormido. Ella no se sacó la máscara cuando estuvo con él por más que había insistido en eso, pero no podía ser reconocida, no quería que la repudiara. Quería vivir en el mundo de fantasías y poemas que él tejió para ella. Sentir esa seguridad infinita cuando estaba a su lado no tenía precio. Le echó una última mirada y luego salió de la habitación roja del Destiny para volver a lo que ella llamaba su oscura celda. Ernest sintió que la cama se puso fría. Ella se fue dejándolo solo y abandonado. No había logrado descubrir su identidad, pero aquella era una joven llena de culpas y remordimientos; algo ocultaba. Sin embargo, estaba seguro que lo descubriría, aunque antes debía encontrarla y solucionar un asunto. —¿Ahora cómo te encuentro? —Miró fijo el lugar donde estuvieron juntos e intentó encontrar una pista. En el despacho de Viktor, su esposa casi festejaba su nueva jugada. —Excelente. Gracias a ti, querida, por hacer tantos esfuerzos —la felicitó Viktor. —Algunas cosas no representan tanto esfuerzo. —Le otorgó un guiño.

Aquel era el inicio del fin de ese largo camino que recorrían para solucionar todo el inconveniente que se causó tiempo atrás. *** A Grace la despertaron los ladridos del perro que había recogido la noche anterior. Estaba molesta por esos sonidos. —Fuiste otro error de mi vida —le dijo Grace a Demon, que subió a la cama para jugar con ella. Después de limpiar el desastre de aquel animal, recogió sus vegetales, los colocó en la canasta y salió a venderlos. —¡Vamos! —mandó al animado canino, el cual la siguió. Vendió una buena cantidad, mas no todo. Esperaba a la señora Nell, que era su más grande cliente. —Lady Grace —saludó la señora Nell. —No sabe cuánto me alegro de verla —sonrió Grace. La señora Nell le compró el resto, como siempre, y se fue retirando. —¿A dónde vas? —Persiguió a su pequeño e intrépido perro que seguía a la señora Nell, hasta que sintió curiosidad de saber dónde vivía aquella señora y cuál era la casa de su patrón. La siguieron unas cuantas cuadras más, y grande fue su sorpresa cuando la vio entrar en la casa del duque de York. Se quedó sin habla. Observó anonadada cuando de pronto sintió que la ira se apoderó de ella. —Acompáñame, Demon. Te mostraré quien es nuestro enemigo. Se paró frente a la puerta y comenzó a tocar con fuerza. La señora Nell fue junto a Anthony. —He vuelto, excelencia. —¿Cómo la encontró? —inquirió preocupado. —Bien, un poco triste, pero bien. —La próxima vez pregúntele si no tiene más cosas para vender y compra todo, no quiero que... Fue interrumpido por la presencia enojada de Grace, que se metió con violencia en su despacho. —¿No quiere qué, excelencia? —Retírese, por favor, señora Nell. —Sí, excelencia. La cocinera salió y cerró la puerta para dejarlos a solas.

—¿Hasta qué punto estabas involucrado en mi vida? Lo acaparaste todo, te metiste entre mis faldas, en mi corazón. Fuiste mi... benefactor... — escupió con desprecio—. Y ahora resulta que eres mi mejor cliente. —Grace, no lo tomes a mal... —¿Tomarlo a mal? No tengo forma de librarme de ti, pero escúchame una cosa, no vuelvas a intentar meterte conmigo. No te me acerques más, no quiero más tus humillaciones disfrazadas de caridad. Tú... —lo señaló— me convertiste en la mujer pobre que soy. —¡Tu hermano lo hizo! —se defendió con vehemencia. —Pero tú ayudaste. Acabaste conmigo... ¡¿Cómo pudiste humillarme así?! —le gritó. Bella escuchó unos gritos desde su habitación y bajó a mirar qué ocurría. —¿Grace? —Reconoció su voz y se colocó en la puerta para escuchar. —¡Yo no lo hice con maldad! Fue por amor a ti... —No uses el amor para justificarte. ¡Es molesto! —Grace, perdóname por el favor. Empecemos otra vez. —Quiso acercarse, pero Demon le mordió la bota. —No quiero tener nada contigo, ni tampoco quiero tus migajas. Anthony intentaba quitarse al perro. No obstante, estaba pegado a su bota con fuerza. —Vámonos, Demon —ordenó dándose vuelta. Casi golpeó Anthony en el rostro con su cabellera. El animal lo soltó y corrió tras ella. Bella se alejó con rapidez para que no la viera. Entretanto, Grace salía altanera por la puerta grande con el orejón detrás.

Capítulo 28 Anthony la siguió con la mirada cuando se iba sin poder hacer nada, estaba desolado por la actitud agresiva que había tomado su amada Grace. —¿Debo presumir que fracasaste? —preguntó Bella mirando a su hermano. —Sí, y de manera estrepitosa —respondió con la cabeza en el escritorio. —No todo puede estar perdido —lo animó. Él la vio con amargura. No sabía qué podía hacer para que todo fuera como antes y conseguir el amor de Grace… otra vez. —Me odia. Quizá si vuelvo a nacer me acepte. —Aún estás a tiempo de conquistarla. Irá por el conde de Lauderdale. —Es el candidato ideal, no miente ni manipula situaciones como yo. —¡Lo hiciste por amor! Yo sé que uno es capaz de las peores cosas en nombre de él. No te culpes, te ayudaré... —sonrió. —No sé qué puedes hacer que ya no hayas hecho. —Tengo aún unos trucos bajo la manga, hermano. —Le acarició el cabello. Grace ardía con rapidez en el salón de su residencia. Incluso el pobre animal que había recogido, buscó resguardo lejos de ella, que solo buscaba poder hablar y zarandearlo a su antojo. Todo iba mal. Su mejor cliente era el hombre al que odiaba en ese momento. La estaba manteniendo desde hacía mucho. Su situación de vida era muy grave; sin vender sus verduras estaría muerta de hambre, pero aún le quedaba algo: su padre. —¡Estamos salvados! ¡Mi padre! Debo ir a buscar ese papel hoy, y tu irás conmigo —dijo obstinada al mirar bajo la silla donde estaba el perro. Para la salvación de su animal, alguien tocó la puerta y ella fue para abrir. —¡Caroline! —Recibió a su amiga la vizcondesa. —¿Cómo estás? He venido a hacerte una visita —musitó ella al abrazarla, para luego pasar a la estancia. —Te lo agradezco. ¿Un poco de té?

—Luego, no te preocupes. ¿Qué es eso? —indagó sorprendida al observar a un pequeño debajo de la silla donde se había sentado. —Es Demon, mi perro. —Es tan bonito. Lo tocaría, pero Abermale se pone celoso si toco a otro animal, y ya sabes cómo es William, lo ha estado malcriando. Es muy sensible con el embarazo. Repentinamente miró a su rubia amiga de modo diferente. —Ahora que estás aquí, y conociendo tus ganas de ayudar... —¡Necesitas una locura! —la interrumpió, emocionada. —Sí, te necesito. Es muy importante para mí entrar en la casa de un noble y... —¡Matarlo! —¡No! Necesito un papel que está dentro de un objeto que él le ganó a mi poco inteligente hermano. —¡Entonces nos meteremos a robar! —mencionó aún más emocionada. —Yo entraré y tú vigilarás. —¿Nada más? Eso no es emocionante —se quejó Caroline. —Por favor, infúndeme valor. —Está bien, pero ¿qué contiene ese papel...? —Nadie debe saberlo, Caroline. ¡Jura que nadie lo sabrá! —Por supuesto. —Soy una bastarda y mi padre es otro noble. Necesito de él para poder seguir viviendo. Su amiga quedó cenicienta con esa confesión. No podría haber imaginado algo tan descabellado como aquello. —Pero ¿y la venta de tus vegetales? —Seguiré con ellas. —¿Cuándo haremos el golpe? —Esta noche. —Voy a librarme de William e iremos por el papel. —Hay otro detalle que no te he dicho. La casa a la que me meteré es la del marqués de Bristol. —¡Dios bendito! —Sí, el nombre de mi padre está dentro del violín que mi hermano le dio como pago de una deuda de juego hace unos años. —Lo haremos. No te preocupes, todo saldrá a pedir de boca.

Caroline era la mejor persona del mundo, era capaz de quitarse lo que tenía para dárselo a los demás. Su generosidad y entusiasmo eran genuinos, aquella era digna de ir al cielo. Quedaron en encontrarse a la medianoche detrás de la residencia del noble en cuestión. Ella esperó a Caroline para que pudiera librarse de su esposo sobreprotector. —Saldré al jardín, William. Hoy tengo mucho calor. —El viento fresco puede caerte mal. Ven aquí en la cama conmigo —la invitó William comenzando a desnudarse. —Lo único que haces es aumentar mi calor, esposo. —Le entregó un beso. —¿No existe forma de que te quedes? —No —respondió tranquila—. Duerme, que anoche nos desvelamos — recordó jocosa. —Qué malvada. Ella bajó las escaleras y emprendió su escapada. —¡Caroline! —gruñó la nana que la descubrió en ese momento mientras hacía su última ronda de la noche. —¡Me asustaste! —¿Piensas escapar de tu marido? ¿A dónde vas, pequeña diabla? —Nana, debo ayudar a Grace. —¡Aquella pequeña mentirosa! Si yo la hubiese educado… —Lo sé. —Viró los ojos. Le costó mucho deshacerse de la nana, pero logró salir. Era una bendición que la casa del marqués estuviera tan cerca para permitirle irse caminado. El gato que maullaba desde la ventana le impedía conciliar el sueño a William —Abermale —lo llamó William, adormilado—. ¿Y ahora qué? Ahí tienes el agua —señaló a un costado. Pero el gato continuó maullando de forma tan irremediable que tuvo que levantarse. —¡Diablos! ¿Qué hice mal al adoptarte? —se quejó acercándose a la ventana y, para su sorpresa, Caroline se saltaba la verja —Lady Locura, ¿eh? Con Willy en el vientre nada de locuras — masculló enfurecido. Agarró al gato y se lo llevó—. Buen trabajo, mi querido Abermale. Traeremos a esa mala semilla de vuelta a donde pertenece y luego convertiremos esta casa en una prisión.

Cuando vio llegar a Caroline, se sintió aliviada y feliz porque eso significaba que estaba a un paso de tener lo que deseaba. —Hagámoslo rápido, que debo volver pronto. Dejé a William calentito en la cama y me urge volver por él —alegó sonriente. —Esa es demasiada información —dijo escandalizada—. Ahora bien, abriré una de las ventanas y buscaré en su estudio. —¡Oh, no! —¿Qué sucede? ¿Viene alguien? —No. Recordé que donde él tiene los instrumentos en el estudio de música es el segundo piso. —¿Y eso qué? —¡Que no puedes trepar con el vestido! —Pero sí sin él —empezó a quitárselo. —¿Estás demente? —la regañó Caroline. —Necesito ese papel, no puedo seguir perdiendo tiempo. Quedó solo con sus enaguas cuando William llegó. —Creo que alguien está en un... aprieto —mencionó él al ver a Grace de pies a cabeza. Ella se tapó con el vestido y Caroline le cubrió los ojos a su esposo con premura. —¡Me seguiste, William! ¡Qué vergüenza! —Vergüenza me das tú, que sales a medianoche y vas a la casa de mi amigo, y tu amiga piensa entrar por la ventana con indecencia con la plena intención de comprometer a un hombre blando de carácter —acusó. —¡No es cierto! El perro de Grace quiso atrapar al gato que William llevaba en brazos, y este paró todos sus pelos dispuesto a atacar. —¡Ni se te ocurra tocar a mi gato, sucio animal! —¡Oiga! —reclamó Grace por la ofensa. El perro no paraba de gruñir y eso terminaría de llamar la atención de un probable hombre dormido. —Es mejor que nos vayamos —ordenó William—. No te quiero involucrada en nada de esto. —Lo siento, Grace. —No importa, gracias por la información que me proporcionaste. William se llevó a Caroline en medio de un interminable reclamo de marido herido y engañado.

Se quedó sola con el perro para poder idear su forma para entrar.

◆◆◆ En casa de Ernest, Anthony fue a buscar consuelo en su amigo mientras lo escuchaba tocar tristes melodías en el piano. —Y así fue como me abandonó… —contó Anthony sentado en el sillón. —Ese dueño del Destiny es un demente. A mí me concedió una lujosa habitación de cortesía para estar con mi hermosa misteriosa. —¿Cómo sabes que es hermosa si no la puedes ver? —La belleza no solo es del exterior —suspiró hasta que escuchó un ruido en la ventana. —¿Qué demonios es eso? —inquirió Anthony observando una sombra subir. —¿Un ladrón? Qué tonto, ¡is ventanas del piso inferior están abiertas! — musitó Ernest confundido por la estupidez del atracador. Ernest sacó de debajo del piano un arma para disparar. Apagó la lámpara y arrastró a Anthony hacia la puerta. —Silencio —mandó Ernest. Ambos quedaron ahí mirando cómo el torpe ladrón intentaba meterse hasta lograr abrir la ventana. Grace puso un pie en la sala y comenzó a caminar, pero se tropezó en aquella oscuridad. Se quejó casi de manera imperceptible por el dolor. —Es una mujer —murmuró el dueño de casa a Anthony. —No le dispares. Veremos qué busca, será fácil atraparla. Ella encontró una lámpara y la encendió con un poco de dificultad. —Está en... —Ernest no pudo continuar de la sorpresa. La contempló con esa fina prenda a través de la luz. —Ropa de cama —completó Anthony, jocoso—. Eres un pillo Ernest, no me dijiste que las mujeres entraban de esa forma a tu casa. —Si no lo hubiera visto, tampoco lo creería si me lo dijeran. Ella colocó la lámpara más cerca de su rostro y Anthony dejó de sonreír, aquella era Grace entrando por la ventana de la casa de un soltero y libertino. —Es... ¡Lo juro! ¡No tengo nada que ver con ella! —se defendió el marqués al notar el rostro sombrío de su amigo.

La respiración de Anthony se aceleró. Estaba seguro de que la mataría sin piedad. —Cálmate, Anthony, que nos vas a delatar. —¡La voy a matar! —gruñó lleno de celos. Ella escuchó unos murmullos y se dio la vuelta para mirar hacia la ventana. Había quedado de espaldas y ambos escudriñaban su cuerpo. —¡No mires, Ernest! —reprochó Anthony al taparle los ojos a su amigo, intentaba resguardar la integridad de su mujer. Ella volcó su atención en conseguir el violín. El problema era que el marqués era un coleccionista. —¿Será que quiere el violín de su tatarabuela? —dijo extrañado—. Porque ese está en mi habitación, es mi favorito. —¿Qué tiene de especial? —Solo se produjeron cincuenta de esos en Europa, y yo tengo uno — explicó feliz. —¡Ya basta! —resopló enojado—. Voy a colocarle un correctivo a esta dama. —Se paró y le quitó el arma a Ernst. —¿Qué vas a hacer? —jadeó asustado el marqués. Se colocó a espaldas de ella y le puso el arma en la espalda. Ella sintió el acero frío en su piel a través de la tela. —No se gire —ordenó una voz gruesa. —Yo lo siento, señoría —mencionó asustada Grace. —Quítese la ropa... Grace entró en pánico, ella y sus malas ideas. La última la llevaría a ser violada por el marqués. —Por favor —rogó para que no le hiciera nada. Anthony estaba muy enojado, así que decidiría jugar con ella para que aprendiera. Le hizo una seña a Ernest para que saliera. —Aún estoy esperando —susurró en su oído. —Lo siento, señoría. No quería entrar de esta manera en su residencia, pero usted no cedió cuando se lo propuse. La mente de Anthony le pidió a gritos que no la matara y se calmara, pero era muy tarde. La giró y empezó a despotricar. —¿Qué le propusiste a Ernest? —resopló lleno de ira. —¡Anthony! —vociferó más sorprendida que asustada—. Yo... —¡Habla! —gritó mientras la sacudía.

—Yo... le pedí un favor, pero él no quiso siquiera escuchar lo que iba a pedirle. —¿Puedo intervenir? —preguntó el marqués. —¡No! —respondieron ambos. —Déjame a solas con ella, así la mataré con tranquilidad —pidió Anthony —Perfecto. —Salió de su estudio. Fue corrido de su propia casa, eso le pasaba por tener un carácter tan débil. —¿Qué haces entrando casi desnuda a la casa de un hombre soltero? —No es de tu incumbencia —escupió enojada. —No es de mi incumbencia ver a mi amigo deleitándose ante el cuerpo desnudo de mi mujer. —¿Tu mujer? No veo a ninguna mujer de tu propiedad aquí. —No me incites, Grace. —¿O qué? ¿Vas a golpearme por meterme a robar en casa de un noble? —¿Qué querías robar? —No es de tu interés. Los nervios se apoderaron de él, la agarró de la cintura y la apretó contra él. —¡Suéltame, cavernícola! —¡No hasta que confieses! —Eso no ocurrirá. —Lo observó con sus ojos azules hechos furia. —Entonces comencemos con tu castigo. —La estrujó con fuerza entre sus brazos. Parecía una serpiente constrictora apretujándola para que confesara. —¿Qué crees que haces? —jadeó llorosa. —Estoy enderezando tu camino. Confiesa. ¿Qué hace aquí? ¿Qué viniste a buscar? —Puedes matarme si gustas, no tengo razón para decirlo. —Concedido. —La apretó con fuerza contra su pecho—. ¿Qué dices ahora? —No creas que voy a decir algo —respondió aún con voluntad de acero, pero sintiéndose sofocada. Anthony apretó con más fuerza sus brazos sobre ella y a Grace se le estaba por ir la última bocanada de aire. —¡Vine por el violín de mi tatarabuela! —pudo pronunciar. —¿Por qué?

—Eso sí no tienes porqué saberlo... Él iba a estrujarla de nuevo con brío, pero Grace decidió hablar: —Está bien. Contiene algo que mi madre me dejó. Ya no me preguntes más —mandó llorosa y enojada. La soltó y ella se dejó caer hasta el suelo agarrándose del rostro. —Grace... —quiso consolarla, mas ella se levantó antes de que pudiera tocarla. Se fue hacia la ventana para bajar—. Grace —insistió yendo tras ella—. Es ridículo que vayas por ahí. —No me importa, al final jamás conseguiré ese papel —expresó con amargura. Ahí fueron todas sus esperanzas de un futuro mejor. —Te ayudaré a conseguirlo. —No necesito de tu ayuda. Aprendí lo caro que es aceptar algo de ti. —Perdóname, Grace —imploró limpiando sus lágrimas y acariciándole el rostro. —No creo poder... —confesó con sinceridad—. Has sido deshonesto, jugaste sucio en algo que ya habías ganado limpiamente. Esas palabras le dieron esperanzas para que pudieran volver a hacer planes juntos. —Yo te amo, Gracie. Dame otra oportunidad de hacerte feliz. —La besó con lentitud. No deseaba nada más en aquel momento, solo que fuera eterno junto a ella. Pensar en que nunca volvería a sentir sus labios lo enloquecía; pensar en no volver a hacerla su mujer era aún peor, era el punto entre la demencia y la muerte. Correspondía a sus besos y caricias porque lo amaba a pesar de todo. Sin embargo, no podía perdonar su vil manera de proceder que tuvo con ella. No iba a perdonarlo.

Capítulo 29 Grace y Anthony se acercaron al piano, pero este sonó y ambos se asustaron, más Ernest, pues cometían un sacrilegio con aquel antiguo piano de su padre. No pudo contenerse y tocó la puerta antes expresar: —Quisiera pedirles de favor que mi piano no huela a pecado. No escuchó ninguna respuesta. —¡A ti te lo digo, Anthony! —¡Pues dame una habitación! —gritó molesto por la interrupción. Grace aún más incómoda, intentó irse, pero él la detuvo. —¡Aléjate de mí! —pidió no queriendo seguir con aquel juego de voluntades que podía hacerla caer de nuevo en brazos de él—. No vas a convencerme de perdonarte si te dedicas a besarme todo el día. —Me amas como yo a ti. Siento tu entrega, tu amor... Haría lo que fuera por ti. Estaba muy molesta. Sin embargo, su mente fría le hizo oír lo que deseaba. Anthony tenía su amistad con el marqués, podía conseguirle el papel como le dijo con anterioridad. Tal como la usaron, ella también podía usar. Se acercó a él y colocó sus manos en el pecho de Anthony. —Si quieres por lo menos charlar conmigo sobre una reconciliación... — murmuró en su oído—consigue el papel que está dentro del violín. Después de decir aquello, lo besó en el cuello suavemente. Él cerró sus ojos, haría todo lo que quisiera esa hechicera. Anthony quiso profundizar el acercamiento, pero ella ya bajaba por la ventana. —¡Grace! —Miró cómo ella se colocaba el vestido. —¡Hágame caso, excelencia! —recomendó. Se dio a la fuga con Demon corriendo a su lado. —¡Maldición! —masculló al golpear la ventana. Grace se le había escapado. Salió del estudio con la intención de saber el contenido de aquel papel, razón por la cual ella arriesgó su reputación. —Muéstrame el violín —pidió a su amigo.

—Pues ven... Ernst lo llevó a lo que parecía ser una habitación acogedora, y le mostró el violín. —Aquí dentro hay un papel que es de Grace, al menos es lo que dice. —Pues tú tienes dedos finos. Mételo ahí —expresó Ernst—, ¡pero no lo rayes! —Está bien. Agarró el violín y metió el dedo en la ranura que tenía. Sintió que había un pequeño papel pegado que con mucho esfuerzo logró sacar. —Ábrelo —mandó curioso Ernest. —Debe ser privado. —¿En serio? —gruñó molesto—. Mi estudio era un lugar sagrado, al menos merezco satisfacer mi curiosidad por aquel sacrilegio a mi colección, ¿no lo crees? Anthony lo pensó un minuto. Grace le dijo que consiguiera el papel, no que no lo leyera. —Ven, vamos a leerlo. Gracie querida, Siento tanto haberte ocultado sobre tu origen y mi aventura con Lord Osbert, conde de Carrick. Fui su prometida antes de ser la del vizconde de Beasterd. Mis padres nos separaron porque él había heredado un condado en ruinas y en ese entonces la prosperidad estaba con Beasterd, por lo que rompieron nuestro compromiso, pero no así el amor que sentíamos. Sabía que estaba mal. Ambos éramos casados, pero la situación se dio y cedimos a aquel antiguo amor. De eso naciste tú, querida mía. Osbert lo sabe, mas no puede acercarse a ti. Espero que tú te acerques a él y le pidas refugio si lo llegaras a necesitar. Temo tanto por ti si la sociedad se entera de que no eres la hija de Beasterd. No deseo que te juzguen por mi causa y que hagan fracasar tu futuro. Te ama... Lady Greta. Ambos quedaron en silencio al terminar de leer la misiva. —No me lo esperaba —pronunció Anthony casi con la boca abierta.

—Yo guardaré el secreto —se apresuró a decir Ernst—. ¿Esto afecta lo que sientes por lady Grace? —No es su culpa ser bastarda. Ahora entiendo el interés de Hans en ella y también los acercamientos de lord Osbert —sopesó sonriente quitándose un peso de encima. Aquellos eran familia, no debía temerles, aunque ellos querían realizar un enlace entre ella y Lauderdale. Si Grace se enteraba que eran familia, quizás accedería a casarse con aquel hombre. La sonrisa de Anthony se desvaneció de su rostro. —¿Cuándo le entregarás el papel? —No sé si lo entregaré —respondió gélido. —Tiene derecho a saber sobre su origen, no puedes hacer eso. —Puedo decirle que el papel en realidad no existía. —No puedes hacer aquello, yo se lo diré. —Dijiste que guardarías el secreto. Ernest, no puedes traicionarme... Ernest lo miró con el rostro disgustado, Anthony estaba volviéndose loco. —¿Vas a echar a perder las últimas esperanzas de esa joven que está sola? No puedes obligarla a que se case contigo si no lo desea. Déjala elegir. No te reconozco, Anthony. Te has vuelto manipulador y egoísta, primero piensas en ti, y si hay espacio en los demás, no eres mejor que el dueño del Destiny —concluyó decepcionado. Ernest tenía razón, no podía ser de aquella forma, pero darle aquel papel a ella sería darle alas para que se alejara de él. —Lo siento, tienes razón. También siento que estoy perdiendo el juicio. Le daré esto en la fiesta de William. Mientras se encontraba acostada en la cama y mirando al techo, recordó que estaba arruinada y que su idea de conseguir apoyo fracasó. No tenía nada ni a nadie a quien acudir. Sin quererlo, se había puesto de nuevo en manos de Anthony dándole pleno ingreso a su oscuro secreto. Ser una bastarda no era algo que pudiera llenar de orgullo a alguien. Días después, llegó hasta la fiesta de Caroline en Western. Anthony no la había vuelto a buscar, quizá le mintió acerca de ayudarla a dar con el papel. Debía olvidar aquello y continuar con su vida. Estaba decepcionada porque todo en su vida seguía igual. Ya no volvió a ver a la señora Nell y no porque ella no quisiera comprarle, sino que se escondía para no tener que pasar por más humillaciones de Anthony.

—¡Grace! —la recibió Caroline con los brazos abiertos. —Te ves hermosa, y este lugar es un sueño... —Es realmente un paraíso, el paraíso de mi vizconde —suspiró. —¿No te regañó fuerte por querer ayudarme? —Este cuerpo lo solucionó todo esa misma noche. Está tan manso como siempre —comentó pícara su amiga. Ella se sonrojó. Caroline no tenía pelos en la lengua, era indiscreta con las cuestiones maritales. Para ella William era perfecto. Lo adoraba en todos sus estados, y era notable que el hombre suspiraba a cada paso que ella daba. —Y yo no pude conseguir el papel, Caroline. Estoy perdida. —No digas eso, encontraremos alguna forma de hacerlo. Si gustas. puedes pasar junto a Prudence... —oteó todo el salón y ella no estaba. —Puedo quedarme sola. Ve a atender a los invitados. —Te pido disculpas, vendré por ti cada tanto. —Excelente. Anthony la notó llegar y decidió acercarse para abordarla. —Milady —musitó con amabilidad. —Excelencia —correspondió tranquila. —Tengo noticias para usted. Con aquello logró llamar por completo la atención de Grace, que esperaba que fueran buenas esas noticias que portaba. —¿Sobre el papel? Él asintió con la cabeza. —Entrégamelo. —Te lo daré en privado. Era como supuso en aquellos días, no podía fiarse del cabeza roja que tenía frente a ella. Haría cualquier cosa por seducirla y no perderla. —Está bien, excelencia —expresó con sarcasmo—. Nos veremos en el jardín donde se encuentra el laberinto. —Ahí estaré. Ella desapareció de la mirada de Anthony. Que ella hubiese cedido de manera tan tibia, lo hacía desconfiar, pues era posible que tramara algo. Grace se juraba que no volvería a caer en sus intentos de seducción. Llevaría a Demon para colocarlo en su sitio, no le perdonaría nunca por obvias razones. Humillarla con su juego en la casa de marqués, fue

demasiado como para pasarlo por alto. Además, ya se decidió a conquistar al conde de Lauderdale. Aquel era el prometido perfecto. Llegó a su habitación y Demon estaba ansioso por hacer alguna maldad como las que hizo en casa de ella. —Tengo algo para ti, querido perrito —sonrió con malicia—. Su excelencia sabrá que no debe meterse con nosotros, porque somos malos, ¿no es así? El animal parecía entenderla, ya que movió la cola con gracia. —Vámonos, mi fiel caballero. Anthony la esperaba en aquel jardín sentado en el banco de la entrada al laberinto. Yacía ansioso por ver a la mujer que lo llevaba a la locura, dado que se esperaba algo de ella. Cuando estaba enojada no era su tierna Gracie, sino Grace, la víbora. —Excelencia —mencionó ella con la pequeña alimaña que había acogido. —¿Trajiste al perro? —No podía dejarlo solo, ¿quién lo alimentaría? Soy lo único que tiene. —¿Y con qué lo alimentas? ¿Con tus gastados vestidos? —Solo con carne de ciertos caballeros a los que no soporto —contestó con fría tranquilidad. Él intentó acercarse, pero Demon en verdad era un pequeño demonio: le gruñó como si no existiera el mañana. —Y bien, excelencia, ¿dónde está el papel? —increpó colocando la mano para que se lo entregara. —Debes darme un beso para que te lo entregue. —Sospechaba que no podía fiarme de sus buenas intenciones, siempre tiende a ser demasiado bueno para ser cierto. —Solo uno... —¿Por qué no besa a mi perro? De mí no obtendrá nada. —Dijiste que, si te conseguía el papel, hablaríamos sobre una posible reconciliación. —Pues te engañé. Tú me has engañado y manipulado, creo que estamos en igualdad de condiciones —explicó con seguridad. —Ni me parece justo. —¿Justo? Por favor, no discutamos. Entrégame el papel, es muy importante para mí. —Sé lo que dice el papel —contó Anthony para molestarla.

—¿Leíste algo de contenido privado? —preguntó ofendida. —Privada era la casa a la que entraste desnuda a querer robar como una rata —reprendió. —¡No tenía otra opción! —Hablar conmigo hubiera sido la solución. No tienes la culpa de ser una bastarda. Ella enmudeció y se llenó de vergüenza. Era cierto que leyó su nota y él ya sabía quién era su padre. Grace lo miró triste y decepcionada o, más bien, avergonzada. —Gracie, no importa tu origen, prometo no contárselo a nadie. Grace seguía con la cabeza gacha y sus palmas se convirtieron en puños por el enojo en que se convirtió su vergüenza. —Sé que no estuvo bien que lo leyera, pero no me dijiste que no lo hiciera. —¡Que no te haya dicho que no lo leyeras, no significaba que podías hacerlo! Era algo muy personal e íntimo —gruñó enfurecida—. Era muy importante. De nuevo estás metiendo tus garras en mis cosas. Dame ya la carta o te la arranco de cualquier parte donde la tengas escondida. Siempre cometía errores estando con ella. Le costaba mantener su malvada lengua educada dentro de su boca. Decidió entregar lo que pedía, sacó el papel de su levita y se lo dio. —¡Gracias! —rumió ansiosa. Abrió la carta y recorrió cada línea con los ojos desorbitados de la sorpresa. —¿Lord Osbert? —silbó anonadada—. No puedo creerlo. ¡Hans es mi hermano! Una sonrisa se formó en su rostro. Era gente bien dispuesta a ayudarla. Los había saludado hacía un rato con solo una inclinación de cabeza. —Son tu familia también —dijo Anthony. —Lo son, y estoy feliz de que no fueran otros mis parientes. Debo hablar con lord Osbert ahora mismo. —Te acompaño si lo deseas. —Gracias, pero no. Lo que sí necesito que hagas es que cuides a Demon un tiempo. —No soy su niñero. —Pues por todo lo que me has hecho, lo cuidarás un momento. — Caminó rápidamente hasta el salón con la nota en la mano.

Divisó a su padre, su hermano y el conde de Laurendale. Ya no estaría sola ni mendigando por Londres. Se acercó con lentitud ante la mirada de lord Osbert, que le expresaba afecto. —Buenas noches. —Realizó una reverencia. —Lady Grace —sonrió lord Osbert besando su mano. Hans también tomó su mano con una sonrisa y Harry la saludó con una inclinación amistosa. —Caballeros, necesito hablar con Lord Osbert a solas, así que me lo llevaré —habló con amabilidad. —Adelante, mi padre es suyo —insinuó Hans. Ella sonrió y partió con el conde colgada de su brazo. Llegaron a un lugar alejado de las curiosas miradas de los invitados, entonces Grace le entregó el papel. —¿Qué es esto? —cuestionó confundido. —Por favor, léalo... El hombre lo leyó y sus orbes se llenaron de lágrimas. Su hija por fin sabía que él era su padre, ya no debía ocultar sus intenciones de protegerla como se merecía. —Tantos años callando esta verdad —admitió conmovido. —No sé qué decir... —Solo abrázame —pidió lord Osbert mientras ella obedeció llorando en sus brazos. Sentía un gran alivio al hacerlo. No era solo porque no pasaría más privaciones, sino que había encontrado a su familia. Hans y Harry fueron tras ellos. Los observaron. —Ya sabe la verdad —comentó Hans muy emocionado. —¿Cuál verdad? —curioseó Harry. —Lady Grace es mi hermana —respondió sonriente. Entretanto, Harry intentaba comprenderlo.

Capítulo 30 El abrazo con lord Osbert fue profundo. Se sentía tranquila al saber que él la esperaba y la apreciaba desde siempre. —Mi pequeña Grace, tantos años sin poder acercarme —murmuró el viejo tomándola de ambas manos. —Lo siento tanto, lord Osbert. —Ya llegará el día en que me dirás padre. Voy a pedir una audiencia con su majestad para que me permita reconocerte como mi hija legítima. —¿Eso es posible? —preguntó con una sonrisa genuina. —Esperemos que sí, haré todo lo posible. Hans y Harry se acercaron hasta llegar a ellos. Los ojos de Grace brillaron al ver a su hermano y luego lo abrazó con libertad. —Sé bienvenida —comentó muy feliz—. He esperado mucho tiempo para que conocieras este secreto. —Lady Grace —murmuró Harry, igual de sonriente—, acabo de enterarme que es también mi prima. Bienvenida a la familia. —Lord Lauderdale, gracias por aceptarme. Gracias a todos ya no estaré sola. —Hans estará a tu resguardo. Te cuidará como a una joya —indicó lord Osbert. —Seré un excelente hermano. Grace recordó a Christopher cuando Hans mencionó aquello. Desde la última vez que lo vio, desconocía de su paradero y era mejor que permaneciera desaparecido por haberla vendido. Sin embargo, ya no le preocupaba su aparición. Si todo salía bien, su padre tendría su tutela y no Christopher. —¿Me concede este baile, lady Grace? —indagó Harry con amabilidad. —Será un honor, milord —otorgó feliz. Ella bailaba animada con Harry olvidando por completo que dejó algo en el jardín. —Más de un tres cuartos de hora esperando a tu desnaturalizada ama — mencionó Anthony con la mirada en el reloj. Después vio el perro que no

dejó de gruñirle desde que Grace se fue—. Estoy cansado y me iré. Te dejaré aquí... —Ató la correa a la banca—. Iré a buscar a aquella mala mujer. Adiós, pequeña rata. A Demon no le gustó el tono en que se dirigió a él, procediendo a orinarle en las botas, quien gruñó improperios en varios idiomas. Estaba abandonado, enojado y orinado. Nada podía ser peor que aquello, aunque mirar a Grace en brazos de Lauderdale bailando era muy malo. Estaba seguro de que aquella era una treta del viejo Lord Carrick para unirlos, mas él no lo permitiría. Un disparo impidió que todo dentro del salón continuara. Los asistentes habían entrado en el pánico más absoluto. Caroline y William corrieron escaleras arriba para saber qué ocurría. Grace y Harry también dejaron de bailar como el resto y se acercaron a lord Osbert, hasta que Grace vio entrar a Anthony por una de las amplias puertas que daban al jardín. Se disculpó graciosamente con su padre y acompañantes para ir hacia él. —¿Dónde dejó a Demon, excelencia? —cuestionó con los brazos cruzados. —En el banco del laberinto, milady —respondió—. Me cansé de ser la niñera mientras usted estaba danzando con el conde de Lauderdale. —Es usted un irresponsable. Le encargo a mi mascota y lo abandona. —Usted es más irresponsable aún por abandonarlo en manos de un extraño para ir a coquetear con un conde. —¡Cómo puedes decir eso! —Tardaste una eternidad —se quejó. —Es mi primo político, y es muy amable —se defendió Grace. —No me importa demasiado ese hombre, Grace. —Deja tus celos, que ya no somos nada—reclamó. —¿Cómo eres tan fría? Eres como una viuda negra, matas a la persona con la que te acuestas. Más vale que le advierta al pobre lisiado —señaló enojado con la cabeza dirigida hacia Laurendale. Prefirió no pensar demasiado en que la había relegado al puesto de mujerzuela por lo que le dijo. Anthony era un mal perdedor, sin duda. —No te preocupes, se lo diré yo misma después de acostarme con él — replicó con calma para percibir su reacción. Era mejor tratarlo de esa forma, así él terminaría mordiéndose su propia lengua. No le dio tiempo de escucharlo reclamar, lo dejó hablando solo y fue a buscar a Demon. El pobre estaba bien atado, aquel malvado pelirrojo lo

abandonó para que tuviera frío, ¿qué más se podía esperar de alguien como él? —¡Pobre de ti! —Lo tomó en brazos. Poco después, los asistentes de Western tuvieron que retirarse, puesto que ocurrió. Caroline y William se vieron obligados a suspender las actividades en el lugar. Llegó pasada la medianoche a su residencia. Dejó el papel sobre su mesa y se quitó las prendas. Christopher observó a Grace escondido en la habitación. Fue a buscar algo más para vender pensando en que se quedaría todo el fin de semana en Western, así que se escondió para buscar los nuevos zafiros. Los anteriores los entregó como pago en el Destiny, pero aún le faltaba para cubrir su deuda, por lo que decidió ceder a Grace por un papel legal al dueño del Destiny. Quizás aquel hombre la tuviera como amante y él pudiera sacar provecho de la situación de alguna forma. Paciente esperó a que ella se durmiera y salió de su escondite. Al perro lo había dejado abajo, por lo que no tenía inconvenientes en dejar de cabeza la recámara. Los últimos zafiros que vio en ella eran más valiosos que los otros. Buscó por toda la estancia y no estaban. Maldijo varias veces queriendo saber dónde los había escondido. Mientras pensaba, se acercó a la mesa y agarró el papel. Caminó hasta la ventana donde la luz de la luna alumbraba. Él lo leyó y una sonrisa se formó en su rostro. El conde de Carrick era un hombre muy bien acomodado y pagaría un buen dinero para que no se supiera que Grace era su hija, y a Grace la tendría en sus manos si la amenazaba con publicar que era una bastarda. Quedaría destruida para siempre, así que haría lo que él le dijera. —Querida Grace, te tengo nuevamente en mis manos —le susurró al oído mientras ella dormía. Le dejó un beso en la frente.

◆◆◆ En casa de lord Osbert, él preparaba su carta para pedir la audiencia con su majestad, pues no quería perder más tiempo para reconocer a Grace como lo que era: su hija, y quería que fuera legítima, que nadie la señalara y tuviera las mismas oportunidades que el resto de las muchachas para

acceder a un buen matrimonio en caso de que no surgiera nada entre Harry y ella. —Padre —pronunció Hans. —Dime... —Ha llegado este sobre para usted. —¿De quién será? —inquirió el viejo con un sobre sellado en la mano. —Ábralo, padre, así saldremos de dudas. Lord Osbert abrió el sobre y sacó la carta. Estimado lord Osbert, conde de Carrick. Si usted no quiere que se sepa que lady Grace es su hija bastarda, deberá abonar dinero por mi silencio, de lo contrario, la reputación de ella quedará manchada ante la sociedad. Está en sus manos, milord. Espero una respuesta favorable. En un mes volveré a buscarlo. Firma, Lord Beasterd. El viejo conde arrugó con saña aquella maldita misiva. —¿Qué sucede, padre? —Un chantaje de Beasterd. Quiere dinero para que no diga que Grace es una bastarda. —No podemos permitirlo, voy a cazar a esa maldita sabandija. —Pídele ayuda a Harry. Nadie nos chantajeará, y menos ahora que tengo acceso a mi hija después de tantos años. No pienso ceder ante tal bajeza. Visita a tu hermana e infórmale que Beasterd está planeando algo —mandó decidido—. Yo iré a pedir un favor a un amigo para acelerar la audiencia. —Como diga, padre —obedeció Hans antes de abandonar la estancia.

◆◆◆ Grace se dispuso a disfrutar del día en el jardín. Demon se pasaba correteando por aquel lugar y eso la mantenía muy divertida, despejaba su mente de cualquier nube gris.

Escuchó un carruaje parar frente a su casa. De él bajó su hermano Hans. Sin dudarlo, echó a correr para recibirlo. —¡Hans! —Grace. —Le devolvió la enorme sonrisa que tenía en su cara. Ella lo abrazó e invitó a pasar, pese a que no era bien visto el hecho de que una mujer soltera recibiera a solas a un hombre soltero. Era su hermano, pero la sociedad no lo sabía. Él aceptó pasar dejándole un beso en la mejilla. Christopher vigilaba a Grace en la distancia, casi podía enloquecer de envidia al percibir el afecto con que ella trataba a Hans. Él fue su hermano por dieciocho años y nunca le dio un abrazo, mientras que a aquel lo conocía desde hacía solo unos meses. No era un asesino, mas o veía a Hans con malos ojos. Ella era su hermana. —¿Quieres té? —Si eres tan amable... —Voy a prepararlo. —Espera, ¿y tú doncella? —indagó extrañado. —No tengo doncella —respondió tranquila. —¿Y el mayordomo? —insistió —Tampoco tengo. Christopher se encargó que no tuviéramos cómo pagarles a los criados, por lo que yo soy la lady y sirvienta de esta casa. —Entonces... —miró toda la reluciente mansión— tú mantienes limpio este lugar. —Sí —replicó inflando orgullosa el pecho—. Tengo dos manos para trabajar Hans se fijó en sus manos, estaban ásperas y maltratadas. —No puedo permitir que sigas así. Tendrás servidumbre hoy mismo, y por dinero no te preocupes, yo te lo traeré —expuso exaltado—. Mi padre morirá si sabe que vives de esta forma. —No lo hagas, Hans. La gente pensará que soy tu amante y no tu hermana. —No te preocupes por eso, lo haremos todo muy sigilosamente. —No sé cómo pagarte tanto —mencionó emocionada. —Solo no llores, Grace. Estoy tan contento por que por fin podamos hablarnos como hermanos. Cuando me enteré que mi padre había tenido una aventura y que eso de naciste tú, en lugar de enojarme, me emocioné. Era hijo único, y Harry es como un hermano para mí.

—Lord Lauderdale es muy noble. —Es puro corazón, puede convertirse en el conde de tus sueños si lo deseas—sonrió insinuante Hans. Ella se sonrojó porque Hans no sabía que en sus planes sí estaba el conde para poder olvidar a Anthony. Lo amaba, pero todo lo que pasó era demasiado. No quería involucrarse con él y perder la poco de dignidad que le quedaba. —Sería muy agradable. —Esbozó una sonrisa. —Gracie... —Dime. —Bajó la taza de té. —Christopher ha enviado una carta para chantajear a nuestro padre, quiere que le dé dinero para no contar que tú eres una bastarda. Ella comenzó a temblar y se levantó del sillón. —¡Cómo se enteró! —exclamó enojada. —Debe estar siguiéndote. —¿No va a dejarme en paz, Hans? No es suficiente con que me haya abandonado aquí a mi suerte. Quiere sacarle dinero a más gente, primero a Anthony y luego a mi padre. —No te preocupes. Nuestro padre lo solucionará, no se dejará chantajear. —Eso me reconforta, quién sabe qué debe estar planeando ese mal hermano. Hans se retiró de la casa de Grace viendo a todas partes. Beasterd debía estar por algún lugar. Antes de subir al carruaje, sintió que alguien lo empujó. —¿Piensa que se hará del hermano caritativo, milord? —increpó Christopher, enfurecido. —¿Qué clase de hermano es, que la deja abandonada a su suerte? Y para colmo de males, quiere que le demos dinero por su silencio. Es una rata inmunda. —Aléjese de ella porque, de lo contrario, voy a matarlo —lo amenazó Beasterd. —Pues inténtelo, que a mí no me temblará la mano para quemarle las cejas con una bala a un inútil como usted. Ambos comenzaron a pegarse frente a la casa de Grace ante la buena sociedad londinense, que comentaban todo tipo de opiniones sobre aquella riña. Hans logró golpear más fuerte a Christopher, dejándolo tirado en la

acera mientras él subía al carruaje. Christopher lo maldijo varias veces hasta que pudo levantarse e irse de ahí para evitar seguir pasando vergüenzas.

◆◆◆ Tiempo después… El matrimonio de Clay y Prudence había acontecido aquel día. Tan repudiado por la sociedad después de Margot, antigua prometida del conde de Devon, hubiera sido asesinada con un disparo en Western, propiedad del vizconde de Hereford semanas atrás. Grace, al igual que Caroline, asistió a ese matrimonio, donde no pudo librarse de la sofocante presencia de Anthony. —Grace —mencionó Anthony acercándose a ella. —Excelencia... —¿Podrías bailar conmigo una pieza? —No estoy interesada en que me vean con usted, excelencia —declinó desinteresada. —Entonces debo presumir que prefieres que te vean con el conde de Lauderdale —adujo en tono severo y muy enojado, pues Grace lo había rechazado como al principio. Empezaba otra vez a querer conquistarla. —Mi padre y mi hermano aprueban un matrimonio con él; yo no estoy en desacuerdo con aquello. El conde es un excelente caballero... Anthony respiraba con dificultad, los nervios lo consumían y de los celos ni hablar. Ella lo humillaba con aquella perversa afirmación. —¡¿Por qué no puedes verme a mí de esa forma?! ¡¿Qué quieres de mí?! ¡¿Qué quieres para aceptar casarte conmigo?! —gruñó frente a varios de los invitados de Clay y Prudence. Ella se asustó al notarlo tan enojado, entonces retrocedió unos pasos. —Perderé la razón por tu causa. Te amo, Grace, y te conseguiré como sea. Si tengo que sacar al conde de mi camino, lo voy a hacer. Quedas advertida —espetó furioso antes de desaparecer de su vista.

◆◆◆ Viktor quedó destrozado después de su encuentro con Prudence.

Le dolía el alma verla casada con otro. Quería irse a casa y callar todas las voces de su cabeza para descansar, pero Anthony lo buscaba y aquello significaba que debía seguir adelante. —Tú... —lo señaló— me ayudarás a conseguir a Grace para mí. Así como me echaste a perder la huida, ahora me conseguirás ese matrimonio —exigió. Sonrió a pesar de su profunda desdicha. —No mataré a Harry —confesó sin más—. Hay otras formas de hacer las cosas. Tengo algo en mente que se ajusta a tus necesidades.

Capítulo 31 Lo miró un poco desconfiado por su afirmación. —¿Y qué necesitas para eso? —preguntó Anthony. —Tu paciencia —soltó Viktor muy tranquilo. Anthony bufó con fuerza. Sabía que la paciencia no era algo que saliera de él con facilidad, en realidad, dudaba que la tuviera. —Ser paciente. Mira ese cabello rojo tuyo, cada día está peor porque te has vuelto caótico e histérico. —¡Es culpa tuya! Tú y tus planes secretos me patean en la entraña. —Yo mismo me pateo en la entraña, si te sirve de consuelo —bromeó—. Confía en mí. Estoy esperando la mejor oportunidad para servirte a lady Grace en bandeja, pero no lo eches a perder, es todo lo que te pido. —¿A qué te refieres? —No te dejes engañar por las mentiras que te dirán. No hay nada peor que la desconfianza para asegurar la victoria del mal. Divide y vencerás. —¿Qué viste sobre mí? —Estupidez —respondió sonriente, y caminó hacia la oscuridad. Escuchó de nuevo bufar a Anthon —. Ve a descansar, te hace falta. Estás bajo mucha presión, Tony. Viktor se fue caminando lento hacia su carruaje. Tenía tantos problemas en su mente y el hecho de escuchar con constancia los pensamientos de la gente que lo rodeaban, le robaba fuerzas. No era suficiente con el agotamiento mental que se cernía sobre él; amaba tanto a Prudence que ya no podía negarlo. Pensó que sería fácil entregarla y que fuera feliz, pero su carácter era egoísta. Fue criado para ser así hasta que conoció a la única persona que le recordó que tenía un corazón, y aquella era su pequeña Pru. Debía ser fuerte o moriría de pena al no tenerla. Anthony vio partir a Viktor. Aseguraba que algo tramaba; fingir una muerte era algo sencillamente malvado. Esconderse y dirigir la vida de la gente como marionetas era aún peor, mas él se encargaría de frustrar cualquier tipo de maquinación que lo involucrara.

Pasaron más días del matrimonio de Prudence y ella desapareció por sus amigas. Todo era por una sencilla razón. —¿Averiguaste lo que le sucedió a Prudence? —indagó Bella. —Tuvo un accidente, pero ya está mejorando —respondió Caroline. —¿Cómo pudo sucederle eso? Ese conde no la merecía, la hizo pasar tantas cosas, para luego descuidarla de esa manera —se quejó Grace, disgustada. —Engaño...—dijo Bella— ahora que todas sabemos lo que sucedió entre mi hermano y tú, ¿por qué no lo aceptas? Ella se levantó y comenzó a recorrer la habitación de la posada. —No es momento de hablar de mí. Qué poca sutileza, Anabelle. Sin embargo, como eres curiosa, te diré la verdad —habló molesta—. Locura, ¿recuerdas cuando dijimos que Christopher no era capaz de vender a su hermana? Pues estábamos erradas, mi hermano me vendió. ¿Y saben otra cosa? ¿Saben quién es mi comprador? Su excelencia Anthony, duque de York... —explicó con sarcasmo. Bella tapó su boca con las dos manos en señal de incredulidad. —Para tu hermano no soy más que una mercancía con la que está obsesionado. —No sé qué decir —aludió Bella. —Pues mejor no lo apoyes, conmigo no tiene oportunidad. —¡Pero lo amas! —interrumpió Caroline. —Lo amo, sí, pero tengo dignidad. No volvería con él por nada del mundo. Ahora que, como saben, tengo un padre que me ama y un hermano que me adora, no deseo nada más, ya no estoy desesperada por casarme. —¿Y lo de Lauderdale cómo quedará? —cuestionó Bella. —Veremos qué sucede. Lo que haré será alejar a tu hermano con el conde, así en algún momento se dará cuenta de que nunca estaré con él. —No me gusta tu idea, Grace. Corres el riesgo de enamorarte del conde —opinó Caroline. —Sería lo mejor que podría sucederme, así arranco de mi corazón a Anthony —Perdónalo y sean felices —rogó Bella agarrando las manos de Grace —. Soy testigo de su sufrimiento y angustia por ti. Si lo amas, ya no luches contra eso que sientes. Grace se liberó del agarre de Bella y la miró, inexpresiva.

—Bella, no eres imparcial, eres poco objetiva. Es tu hermano, por eso lo defiendes, pero a mí me ha dañado el orgullo y me ha destrozado dándome un valor monetario, también puso de excusa al amor, pero el amor no comete aquella bajeza, mas sí la demencia. Con el respeto que mereces, tu hermano es un demente. De ninguna manera convencería a Grace para que se casara por las buenas, pero sí por las malas. Bella ayudaría a Anthony. Dos personas que se amaban no podían vivir separadas de esa forma. Grace salió de la posada y comenzó a caminar rápidamente. No dejaban subir animales, por lo que dejó a Demon en su casa. Pese a su llanto exagerado, tuvo que dejarlo. Mientras caminaba, sintió una punzada en el vientre. Pensó que por fin su sangrado volvería. Se había retrasado, pero aquella puntada definitivamente era eso; sufría de cólicos horribles esos días. Era incómodo el espasmo; imaginó que debía ser un baño de sangre lo que tenía abajo. Sin embargo, al llegar a la casa y verificar su ropa, encontró solo una mancha roja intensa. Puso una compresa ya armada, una que tenía en la habitación, para que no continuara manchando la ropa. La doncella que consiguió Hans era muy eficiente, pensaba en todo y no dejaba que ella se preocupara por nada. Le había hablado de sus dudas con el sangrado y ella le dio un té hacía unos días para que le llegara. Tenía miedo de estar embarazada de Anthony y esperaba que no fuera eso. —Milady —mencionó Flavia, la doncella. —Dime. —Vino alguien a verla. —¿A esta hora? —Es un joven de ojos azules y cabello negro. Es muy atractivo—dijo sonrojada. Ese, en definitiva, era Christopher, y lo confirmó al observarlo desde las escaleras. —Se te ve diferente —comentó su hermano fijándose en ella de pies a cabeza. —Y no es gracias a ti. ¿Qué quieres? —increpó con rudeza. —¿Por qué no me tratas como a tu otro hermano? —Le agarró el brazo con mucha fuerte. Ella se soltó y lo miró con reprobación.

—Porque Hans es una gran persona — respondió calmada. —Lo adoras, ¿no es así? Pues te diré una cosa: si quieres ver a tu hermano con vida por más tiempo, consígueme dinero. —Tú no le harás daño —aseguró golpeando su levita. —Puedo hacerlo, no me cae en gracia para nada y sabes que soy capaz de muchas cosas. —¡Voy a acusarte de ladrón! —Hazlo y se hará efectivo mi pagaré en el Destiny y el señor sombra podrá reclamarte como suya —dijo sonriente—. El papel que firmé es legal, es prácticamente tu dueño. —¡Eso no es cierto! —¿Piensas que tu padre podrá salvarte? No podía creer hasta dónde podía llegar Christopher por el dinero, por el maldito dinero, pero no se dejaría extorsionar, él no tenía recursos. ¿Con qué pagaría matones para hacerle algo a Hans? —No caeré en tu juego. Puedes hacer lo que te plazca —replicó con suficiencia y seguridad, debía transmitir aquello para que él no actuara. —Te conozco mejor de lo que crees. Tu ansiedad de proteger a los que amas te hará ceder pronto. Primero Anthony y ahora Hans, aunque tu padre es más viejo que los demás... ¿Crees que podrá escapar fácilmente de la muerte? Él la vio lívida por aquello último que dijo. Había ganado esa puja. —¡Vete de aquí! —Le señaló la puerta. —Es mi casa aún, quien sobra aquí eres tú. —Es cierto, pero por convención social no puedo vivir con mi padre. —Grace, ¿no te das cuenta que tienes las de perder? —indagó. Caminó por la sala y contempló lo elegante que ella estaba—. Si quieres, te puedo dar todas las opciones posibles. Primero, la sociedad se puede enterar de que eres una bastarda. Segundo, también se pueden enterar de que eres una ligera de cascos y amante del duque de York. Ella quedó horrorizada ante esas afirmaciones. —¡Y aún hay más! —soltó con malicia—. Tercero, tu hermano Hans o tu padre, el viejo lord Osbert, pueden tener un accidente y fallecer, dejándote así sola y en mis manos. —¡No puedes ser tan cruel! ¿Qué mal te he hecho para que te ensañes así conmigo?

—Gracie... —trató de acariciar su rostro— tú no me has hecho nada, querida, solo que eres un hermoso instrumento que quiero utilizar a mi favor. Se sentía como algo material. Uno la vendió y el otro la compró. No obstante, no lloraría, sería fuerte y él debía darse cuenta que no podría contra ella. —Puedes hacer lo que te plazca; contarle a todo el mundo, publicarlo en los periódicos si así lo deseas… No sacarás nada de mí. —Tendré todo lo que deseo de ti, Grace. —Eso no ocurrirá. —No pidas esas cosas, Grace. Es de mala suerte. Pronto volveré a vivir aquí y será porque tú me lo pedirás —comentó antes de retirarse. Grace se echó a llorar en el sillón apretando el vientre que le molestaba terriblemente. —Milady, ¿se encuentra bien? —inquirió la doncella. —Ya pasará... —La acompaño a la habitación —se ofreció Flavia. Sostuvo a Grace de la cintura y la ayudó con los escalones.

Capítulo 32 —Gracias a ti, Flavia, se me han pasado los dolores —informó Grace mientras se levantaba de la cama. —Eso es muy bueno, milady. ¿Qué hará hoy? —Iré a plantar nuevas semillas que me trajo mi padre, seguro que se verán hermosas en el jardín. En aquel día también Hans había decidido visitar a su hermana preocupado por su situación con Christopher. —¿Se encuentra mi hermana? —indagó Hans al mayordomo. —Sí, milord. —Vamos, Harry —lo llamó para que pasara. —¿Crees que es una buena idea que venga a visitarla? —Por supuesto, es casi tu prima. —No sé por qué me dejo llevar por tus locuras. No quiero involucrarme si no seré correspondido. —Tú solo sé amable con ella. Ambos vieron cómo el perrito bajaba las escaleras, más que enloquecido, y ella detrás también corriendo. Aquella dama era hermosa; tenía su larga melena trenzada y unas suaves ondas que caían por su rostro de porcelana. Grace, casi al llegar al final de la escalera, observó a Hans y al conde de Lauderdale. Los saludó perdiendo el pie de apoyo. Estaba por caer hasta que sintió una mano en su cintura que, con calidez, la agarró. —Gracias —murmuró al ver a su salvador, el conde de Laurendale. —No hay por qué... —respondió amable. Pensó que tal vez ella miraba la cicatriz que estaba sobre su ojo. —¿Estás bien, Grace? —Hans rompió el encanto—. Hemos venido a hacerte compañía. Harry la dejó ir y se propuso saludarla con una reverencia, pero el pequeño animal no dejaba de mirarlo ansioso por alguna cosa. —¿Quieres jugar? —curioseó al ver al excitado animal correr tras su cola.

—Usted es una de las primeras personas con la que se da tan libremente. —Acarició el lomo del can. —Debería asustarlo, ¿no lo cree? —No es capaz de asustar a nadie, milord —musitó divertida Grace. —Pues te demostraré lo temerario que puedo ser. —Escrutó a Demon. —Adelántense al jardín mientras hablo con Flavia para preparar algo para compartir —mandó Hans yendo hacia la cocina. El conde le tendió un brazo a Grace, el cual ella aceptó gustosa. —¿Cómo van las cosas con el duque? —curioseó Harry. —Quisiera no hablar de eso —dijo sin mirarlo. —Puede considerarme un amigo, lady Grace. No tengo malas intenciones ni para usted ni para el duque. —Gracias. ¿Sabe? Nunca me sentí tan apreciada. Christopher siempre me ha maltratado y mi madre me trataba fríamente, pese a que decía en sus cartas que me amaba. Desde que aparecieron mi padre y Hans, me siento tan contenta... —Es lo que se espera de la familia, que llenen el vacío que uno posee. Ambos se sentaron en el césped bien rebajado. Acariciaron al perro que estaba con ellos. —Él me divierte tanto, es un excelente compañero —expresó Grace refiriéndose al perro. —No lo dudo, tal vez él estaría más feliz en el campo; tengo una propiedad cerca de Western, comparte mucho del mismo paisaje que tiene lord Hereford. Hans puede llevarla ahí cuando lo desee. —Es muy amable... Christopher los contempló todo el día. En definitiva, sentía un odio desmedido hacia Hans. No soportaba un día más saberlo vivo. La tarde al lado de Lauderdale y su hermano fue muy agradable. Ambos partieron casi por la noche de casa de Grace. Fueron en el carruaje de Hans y primero dejarían a Harry. —Mi hermana es un encanto, ¿no lo crees? —tentó codeando al serio Harry. —No intentes vendérmela. Le he ofrecido mi amistad, solo eso. Ella está enamorada del duque de York. No sería justo que me metiera ahí. —¿Por qué eres tan...? —¿Bueno? Tengo principios. Quizá si su corazón dijera que estaba vacío, me arrojaría a sus pies y movería la cola como un perro, pero no es

así. No me haré ilusiones. Hay que ser realistas, ¿no lo crees? —¿Dijiste resentido? —¡Realista! —Al fin y al cabo, es lo mismo, ¿no? —Es difícil discutir con un bufón como tú —dijo Harry a carcajadas. Harry se quejó al bajar del carruaje por las lesiones que tenía. —Estás viejo, primo —Hans lo ayudó. —Estoy herido, que es distinto —replicó. —¿Quieres que te ayude a llegar a la cama? —No hace falta, puedo hacerlo solo —gruñó. —¡Me iré! —Se dirigió a su carruaje, pero desde atrás lo interceptó Christopher. —¿No entendiste que no quiero verte cerca de mi hermana? —reclamó con los dientes apretados. —¿Qué es lo que quieres? ¿Dinero? No eres más que una sanguijuela ambiciosa que intentó usar a Gracie para sus horribles fines, pero todo te salió mal... —opinó Hans. —¿Piensas que todo me salió mal? Pues yo no lo creo —informó sacando un puñal y se lo enterró en el abdomen. El pobre Hans cayó al piso con mucho dolor y vio a su agresor, él perdía mucha sangre. —Espero que te mueras —deseó Christopher antes de echar a correr. Lo dejó para que muriera desangrado. Eso le servirá de escarmiento para que no se metiera con él y con sus ideas.

Capítulo 33 Harry se había despedido de su primo en la entrada, pero olvidó su bastón dentro del carruaje de Hans, así que salió devuelta a la calle y vio al cochero tratando de ayudar a su primo. —¡Hans! —exclamó Harry al ver ensangrentado a su mejor amigo. —Estoy... bien... —pronunció forzado. Se fijó en la sangre que manaba de la herida de Hans, y era demasiada como para que su primo sobreviviera sin ninguna atención. —No estás bien, es una herida profunda. Gilbert...— dijo al cochero— ve por un médico y después por el tío Osbert. —Sí, milord —respondió el hombre. Entre los dos lo llevaron rápidamente hasta una de las habitaciones y lo recostaron. Una vez que el cochero se hubo ido para hacer las encomiendas que Harry le pidió, intentó estabilizar a su primo en lo que podía. —Si me llega a pasar algo, Harry —mencionó Hans con dificultad—, te encargo a mi padre y a Grace. —No seas tonto, no te sucederá nada. Después de aquellas palabras, Hans ya no volvió a hablarle. Estaba desesperado mientras sostenía un paño en la herida, pues el doctor no llegaba. Luego de que el médico examinara a su primo, les entregó las pésimas noticias: quizás el muchacho no pasaría de la noche. Harry montó en el más absoluto de los ataques de furia y amenazó al doctor. —¡Si se llega a morir, lo mato por incompetente! —gruñó yendo junto a su primo, no se resignaría a perder a su buen amigo. Lord Osbert llegó junto a él y le dieron las malas noticias. Lo mejor sería avisar a Grace para que fuera a despedir de su hermano en caso de que el doctor tuviera razón. —Muchacho —comentó el conde de Carrick a Harry—, ve por mi hija para que venga a despedirse de Hans. —Tío... —Hazlo, por favor...

Harry obedeció y fue para buscar a Grace, pese a que no estaba de acuerdo con la opinión del doctor porque tenía fe en que se salvaría. Grace y Flavia casi festejaban estar a solas en la casa para descansar. Si bien Harry y Hans eran excelentes compañeros de actividades, no había nada mejor que unos ratos de soledad. Al menos eso creyeron hasta que escucharon que alguien golpeaba la puerta. El mayordomo iba a abrir. —¿Aún no se ha recostado lady Grace? —indagó al mayordomo. —Está aquí en la sala —comunicó el hombre guiándolo hasta ahí, luego se marchó. —Buenas noches, lady Grace —interrumpió Harry a las mujeres. —Milord, ¿qué hace aquí? —curioseó extrañada por la visita. Hacía menos de dos horas que se había marchado. —Milady, siéntese —le pidió amable. Ella se fijó que él tenía el rostro preocupado, por lo que al instante presumió que algo no andaba bien. —¿Qué sucede? —inquirió ya sin soportar la espera. —Es Hans, ha sido herido —informó sin encontrar otras palabras adecuadas. —¡Herido! —chilló Grace con ambas manos en su pecho. —Con un puñal y... no creemos que pase la noche. Aquello no podía ocurrir, no a Hans, que era tan amable y noble. No a su hermano, al que tanto adoraba, pese a conocerlo hacía poco, pero se había ganado su cariño con rapidez. —¡Eso no puede ser! —exclamó sobresaltada. Después se retorció con brusquedad por un terrible dolor en el bajo vientre. —Milady... —la sujetó para que no cayera— cálmese, debemos tener fe. Ella casi no escuchaba lo que le decía, estaba segura que aquello era obra de Christopher, y era su culpa por no haberlo tomado en serio. —¡Es mi culpa! —gritó afligida. —Quizá haya sido un asaltante —intentó persuadirla queriendo que ella no se sintiera culpable. —No era un asaltante, era Christopher, él me lo advirtió. Me dijo que lo mataría, y yo no lo creí capaz —contó a llanto suelto. Él sólo la abrazó para reconfortarla, no había nada que se pudiera hacer más que eso.

◆◆◆ Anthony quedó con la duda de si era cierto que Grace intentaba conquistar a Lauderdale. Él no lo permitiría, ella sería suya fuera como fuera. La paciencia no le había servido para nada, volvería a intentar conquistarla, por eso tomó la decisión de ir a verla esa misma noche. Llegó a la puerta y tocó. La que parecía una doncella joven, le abrió la puerta. —Buenas noches, ¿se encuentra lady Grace? —preguntó tranquilo. —Sí, pero se halla ocupada —respondió la doncella. Anthony escuchó una voz masculina que le decía a Grace que no llorara. Entró dejando atrás a la doncella; ahí estaban de nuevo él y ella, pero en esa ocasión… abrazados. El rostro de Anthony se descompuso por completo Grace llorosa y reconfortada por Harry. Miró que Anthony los veía. Aquello no era nada bueno, ese rostro lo conocía bien y sus celos estaban a punto de estallar. —No es buen momento —dijo Grace para que Anthony no iniciara una gresca. —Vine a que me digas en la cara que estabas interesada en el conde de Lauderdale, pero no hace falta preguntar nada. —Los analizó con desprecio. Anthony también observó que ella estaba bien vestida con ropas que él no le había comprado. Tenía una doncella, eso hablaba de un bienestar económico. —¿Él te ha dado todo esto? —increpó refiriéndose a toda su ropa y su doncella. —Mi padre me las dio —ignoró lo que él pensaba. —Déjame dudar de eso —objetó. Harry comprendió por dónde iba el asunto, y no le agradaba. —Disculpe —interrumpió Harry—, ¿qué insinúa? —¡Que ustedes se entienden! —acusó furibundo. Ella lo miró como si estuviera demente aún en brazos de Lauderdale, quien no daba crédito a esa acusación que sus oídos le atribuían. —Está demente, excelencia —replicó Grace. —Tenga cuidado con lady Engaño, milord. Envenena y mata a los hombres con quienes se acuesta.

Ofendido por cómo se refirió a Grace, Harry le obsequió un puñetazo en la cara. —¡Hablar así de una dama es de cobardes! —escupió el conde. El pelirrojo lo tomó de su levita e iba a golpearlo, mas Grace se ubicó entre ambos. —Milord —musitó colocándole a Harry la mano en el pecho—, vamos junto a Hans. Su excelencia no merece explicaciones de nada. Lauderdale contempló el dolor en sus ojos y bajó los brazos para no continuar ofuscando a la mujer. Era suficiente con lo que ocurría. Grace estaba más preocupada por Hans que por la terrible ofensa que le había hecho Anthony. —Está bien, milady. A Hans no le queda mucho tiempo, y su padre me encargó que la buscara. Debemos irnos. —Váyase, excelencia —exigió Grace mirándolo con desprecio. —Espero que aprovechen el tiempo que les dure —masculló aún más frustrado, y salió de la mansión.

Capítulo 34 Anthony pensaba que Grace lo engañaba con el conde de Lauderdale. No necesitaba más pruebas que aquellas vistas por sus ojos. Sin embargo, ¿quién sabría la verdad? Solo Ana podría saberlo. Subió las escaleras y de golpe abrió la puerta, pero ella no se encontraba ahí. ¿Cómo era posible que no estuviera? ¿A qué diablos se dedicaba su hermana durante la noche? Se adentró aún más en la habitación y fue hasta la pintura que estaba tapada con una enorme tela negra. Admiraba su talento y deseaba ver lo que tenía ahí. Iba a levantar dicho pedazo, aunque lo pensó mejor. Ella no lo tomaría bien. Entonces emprendió regreso a la salida, iría a su recámara para beber y olvidar haber visto a Grace en brazos de aquel monstruo violento que lo golpeó con pesadez. Grace se sintió desamparada y desalmada al ver a su hermano Hans en la cama, pues parecía muerto. No pudo evitar las lágrimas. Era tan poco el tiempo que se conocían que le dolía que alguien con tan buen corazón pereciera de esa forma. —Gracie, cariño —pronunció su padre—. Debemos tener fe. —Mírelo, padre. Es por mi culpa. Christopher no tienes límites, pero si algo le sucede a Hans, si llega a... —sollozó con más fuerza— a morir.... yo misma lo mataré. Hans no se merece esto. —Lo sé, hija. —La abrazó. —Yo me encargaré de cuidarlo, es lo menos que puedo hacer para reparar este daño. En su mente imaginaba mil formas de deshacerse de Christopher, mas no encontraba una que pudiese ser de utilidad. Se le ocurrió ir y entregarse al Destiny, que el dueño, aquel malvado hombre, hiciera lo que quisiera con ella. Esos pensamientos le daban vuelta en la mente mientras limpiaba la profunda herida de Hans. Esperaba que se salvara de esa situación. Pasó toda la noche cuidándolo y agarrándole la mano hasta quedarse dormida. Deseaba que él sanara.

Harry la observó desde la puerta mientras dormía pegada al cuerpo de su hermano. Para él, Grace era hermosa y generosa. Estaba seguro de que podía llegar a amarla si se lo proponía. El problema era el amor que ella sentía por Anthony de York. Se sintió ofendida por cómo él la había acusado por celos, pero, por lo visto, era muy buena ocultando sus sentimientos a los demás. Él se acercó y la separó de Hans, que le parecía que viviría y quizá fuera gracias al empeño que ella puso en su cuidado, por cómo le hablaba con amor. Harry la llevó en brazos hasta su habitación, la colocó en su cama y le acarició el rostro. —Es usted muy fuerte, lady Grace —comentó con admiración antes de dejarla ahí. Estaba muy cansada, por eso no lo sintió cuando la llevó. Grace había fingido estar dormida; Harry realmente podía ser el hombre que ella necesitaba, fuerte y protector. Podía notar que él jamás se dejaría manipular por nadie. En cambio, Anthony —recordó con dolor—, ¿cuántas veces le había insinuado las peores cosas? No obstante, lo amaba. Lo que le había dicho en su casa casi la mató de los nervios. Hans estaba primero como para ponerse a discutir con alguien tan irracional como él. Después de unos minutos, ella se durmió. —¿Cómo está Hans, doctor? —investigó Harry por la mañana. —Por un milagro está mejorando, es increíble —dijo asombrado el doctor. —Es una muy buena noticia —expresó Harry muy contento yendo junto a su tío a darle las buenas nuevas—. Tío —movió a lord Osbert, que dormía en la silla. —¿Y Hans? —indagó el conde. —Aún sigue con nosotros... —Sonrió ante las lágrimas del viejo conde. Hans era su compañero de todo, un joven bueno e inteligente, incapaz de creer que existía tanta maldad en el mundo. Cuando se enteró que tenía una hermana, fue el primero en volverse loco por conocerla y consentirla. Durante años mantuvo la esperanza de conocerla y la situación se había dado tarde, pero se dio. —¿Grace ya lo sabe? —Puede decírselo, ¿o desea que lo haga yo? —Hazlo, por favor... —Posó sus manos en los hombros de Harry.

Lord Osbert no perdía la esperanza de que Grace se fijara en Harry, aquel muchacho valía su peso en oro. Lauderdale no durmió observando a su primo, temía que no pasara la noche, y eso lo afligía aparte de la situación de lady Grace. Entró en la estancia; ella parecía una preciosa muñeca de porcelana acostada en su cama. Se sentó a su lado y le susurró su nombre: —Lady Grace... lady Grace... Ella no hizo caso, pero él sonrió y le murmuró: —Hans ha mejorado. Grace parecía no darle crédito a sus oídos. Solo podía colocar aquel rostro de sorpresa e incredulidad. —Puede ir a ver si lo desea —continuó. Se levantó y corrió hasta donde estaba Hans. Ya era el mediodía y lo encontró un poco despierto. —¿Hans? —Acarició su cabello rubio. —Gracie... pensé que eras un ángel. Escuché tu voz durante la noche. —Pensé que no podías oírme. —Pero lo hice, tú me trajiste de allí. —No podía dejar que te murieras, no sin antes presentarte a muchas muchachas para candidatas a condesa en el futuro —bromeó con lágrimas que empañaban sus ojos. —¿Quieres matarme más rápido? —se chasqueó riendo apenas—. Son la causa de muertes prematuras. —Tu primo no ha dormido por cuidarte. —¿Dónde está? Quiero verlo. —Iré por él. —Le dio un beso en la frente antes de salir de la habitación rumbo a donde estaba él. Harry quedó recostado con una pierna en la cama y la otra en el suelo. Veía a través de la ventana hasta que el cansancio lo venció. Grace lo contempló y colocó bien las almohadas, le quitó las botas y subió su pierna herida a la cama.

◆◆◆ Mientras Hans iba recuperándose gracias a los cuidados de Grace, un visitante inesperado llegó a casa de lady Hereford.

—Alguien toca la puerta, vasallo inútil —gruñó la nana de Caroline a Paul, quien era el ayuda de cámara de William. —Vieja bruja, ¿por qué no la queman por hereje...? —la acusó el ayuda. —¡Basta de peleas! —refutó Caroline mirando a Paul para que abriera la puerta. Al hacerlo, la mujer de la entrada tenía un recatado hábito que la precedía e indicó de dónde venía. —Buen día, ¿se encuentra lady Hereford? —¿A quién anuncio? —A la hermana Jules, por favor. Caroline escuchó la voz de Jules y corrió a la puerta. —¡Jules! —exclamó antes de abrazarla, hizo a un lado su abultado vientre. —Caroline, qué bonita. —Acarició su vientre. —Pasa, por favor. Ya tengo lista la donación para el orfanato. —Eres tan amable. Hace tanto que no venía a Londres. —Si huyes, no puedes estar mostrándote todo el tiempo. —Creo que la abadesa pecó de chismosa —sonrió. —Lady Jules —la descubrió Caroline. —¡No iba a casarme con ese calavera! —se defendió. —No sé de quién me hablas, pero estar casada con uno de esos es un sueño —comentó indiscreta. —No lo creo —aseguró la preciosa rubia de ojos ámbar—. No iba a cumplir con aquello y menos después de aquel escándalo. Nadie decente se casaría con una... —Jules, te comprendo perfectamente, pero yo puedo ayudarte a conseguir un esposo. —Ahora que ese calavera se casó incumpliendo el trato de familias, puede que sí, pero está lo otro, el escándalo... Jules le contó cómo había sucedido aquello y que era probable que nadie jamás la aceptaría creyendo que ella era ligera de cascos por lo que ocurrió años atrás. —Tengo veintiún años, no tengo más posibilidades. Tal vez solo continuar con los niños. —¡Pero no es tu vocación! ¡Tú quieres amar, Jules! Yo te ayudaré. No se habla más, te quedas en Londres.

Cuando a Caroline se le metía algo en la cabeza, aquello ya era irreversible, y William tendría que pagar las consecuencias. Viktor y Robert llegaron al Destiny unos días atrás después de haber hecho un arriesgado rescate de su amigo de las garras de Iker. Él no le avisó nada a su esposa aún. —¿Cómo te sientes? —preguntó Viktor. —Mejor. Gracias —pronunció sincero. —Eres mi amigo, no podía hacer menos por ti. Debo ser sincero contigo como pago a tu lealtad —comentó Viktor—: te mentí. —¿Mentirme? Por qué no me sorprende —expuso sarcástico con un rostro que denotaba su molestia. —Caroline era ideal para ti, y yo los separé por egoísmo. —Creo que eso ya lo sabía. —No estás entendiendo, Robert —agregó tibio—. Quizás ella fuera tu otra mitad, lo siento... Robert lo miró con enojo. Sus orbes avellana se habían tornado rojos por la furia. No quería recordar que perdió la oportunidad de casarse con la mujer que amaba por culpa de Viktor. —¡Me hiciste creer que ella no era para mí! —gritó enfurecido. —Tenía que hacerlo. William... —¡Al diablo con ese patán descocado! —interrumpió—. Tu cargarás con esto de por vida, y yo... —hizo una pausa— fastidiaré a William hasta cansarme. Esto es solo una culpa más en tu haber, Viktor. Robert tenía la razón, solo estaría esperando las consecuencias de haber manipulado esas vidas. —Señor sombra, lord Hereford ha venido a verlo —anunció un empleado. —¡Que pase aquí! —ordenó Robert sin esperar respuesta de Viktor, que solo asintió. William ingresó a la habitación y ahí estaba su peor pesadilla: Robert, el conde Abermale. —Bienvenido, lord Hereford —saludó con una risa fingida. —Abermale... —respondió William sin apartar su mirada de él. —¿Cómo tienes a mi querida Caroline? —indagó sátiro. Él sentía que iba a ahorcar a uno de ellos, pero no sabía a quién, si al títere o al titiritero. —Mi esposa y mi hijo están muy bien. Gracias —lo repelió sin dudar.

—O, mejor dicho, los que deberían haber sido mi esposa y mi hijo — espetó envenenado por aquel sentimiento amargo de haber perdido a quien deseaba—. He vuelto para fastidiarte, Hereford.

Capítulo 35 William quedó desolado por el regreso del joven que pretendió a su esposa tiempo atrás. En medio de su desesperación, envió una nota a cada uno de sus amigos para averiguar quién de ellos estaba al tanto de la vuelta de Robert. —William... —pronunció Caroline al entrar en su despacho— ¿te preocupa algo? —indagó al ver su rostro preocupado. Al observar a su hermosa esposa y a su abultado vientre, él no se sentía como un ladrón. Ellos le pertenecían, no era como dijo Robert. —Ven aquí... —Extendió sus brazos hacia ella, quien se acercó. Comenzó a acariciar su vientre y a besarlo—. ¿Sabes que te amo, Willy? Y tú también lo sabes, ¿verdad, Caroline? —William, ¿estás bien? —cuestionó muy preocupada por sus expresiones y atenciones. —Al tenerte a mi lado nada puede estar mal. Júrame que nunca me dejarás, mi preciosa Locura. —Te prometí una vez, pero si no te resulta suficiente: te lo juro —dijo sonriente. —Me siento mucho mejor con esas palabras —añadió besando sus labios. —Lo olvidaba, querido. Tenemos una visita que se quedará aquí un tiempo. —¿Quién es? ¿Mi adorable suegro? —preguntó burlón. —No. Es una muchacha... ¡Jules! —llamó Caroline. Luego de unos instantes, apareció la preciosa religiosa. —¿Una religiosa? —No es una simple religiosa. Es lady Jules, una noble en apuros. Él observó sus ojos amarillos; eran hermosos y muy expresivos. Lady Jules le sonaba de algún lugar, pero no recordaba bien de donde. —Bienvenida, hermana, ¿o milady? —La escrutó muy risueño. —Hermana solamente, milord —respondió ella con precaución.

Sabía quién, mas parecía que él no sabía de ella, y eso era bastante relajante. —¡Le encontraremos un marido! —anunció emocionada Caroline. —Entonces mi descarriada esposa la llevará con sus amigas para que la ayuden. —¡A mí! —exclamó Jules muy abrumada—. Lo siento, milord —se disculpó al darse cuenta. —Por supuesto —replicó Caroline—. Nuestras sesiones del club del té te encantarán. ¡Harás excelentes amigas! —Pero... lo primero: hay que conseguirle ropa —asintió William mientras lo decía. —Y también un sobrenombre —sugirió Caroline afirmando como su esposo. —¿Un sobrenombre? —cuestionó extrañada Jules. —Sí. Yo soy Locura, Grace es Engaño, Prudence es Timidez y Anabelle es Bella. Tú serás Escándalo. —¡Escándalo! —chilló Jules, quien en su tiempo fue la más recatada de las damas que se hubieran conocido. En ese momento desconocía qué clase de té bebían esas damas. —¿No es muy exagerado? —objetó William. —Cuando sepas la historia, estarás de acuerdo... Paul interrumpió a la tertulia que hacía planes. —Milord, han llegado sus amigos. —Gracias, Paul. Que pasen —pidió a su ayuda—. Y ustedes, damas, deben ir a bordar, o algo parecido, mientras los caballeros hablamos de negocios. Ellas asintieron y salieron haciendo inclinaciones a los caballeros que entraban. —¿No era aquella una religiosa? —preguntó Anthony, extrañado. —Una monja muy bonita —calificó Clay. —Es invitada de Caroline... —¿Y a ti qué te ocurre, Willy? —increpó Anthony al ver preocupado a su atractivo amigo. —Quiero saber quién de ustedes es el Judas que me traicionó ocultándome que Robert iba a volver. Clay y Anthony se miraron sin saber qué decir. —Yo —respondieron los dos.

—¡Qué fortuna tuvo Jesús de no haber tenido dos Judas como los que tengo yo! —acusó mirándolos. Caroline escuchó un par de improperios que salieron de su nervioso esposo, por lo que abandonó el salón de costura para ir a escuchar. Jules la siguió al verla desparecer. —Caroline, eso no es correcto —advirtió Jules. —Cállate, y ayúdame a escuchar. Esta panza no deja que me acerque más a la puerta. Las dos mujeres estaban pegadas como arañas a la puerta escuchando lo que decían los caballeros. —Viktor lo iba a traer porque Iker lo mataría —respondió Clay. —¿Y por qué nadie me dijo que él estaba ya aquí, herido y con muchas ganas de robarme a mi esposa? Pegada por la puerta, Caroline oyó aquello muy preocupada. —¿Dijo herido? —¿Fue todo lo que escuchaste? —replicó Jules. —No, pero es lo que importa. —Robert no hará nada —intentó calmarlo Anthony. —¿Y si quiere llevarse a mi esposa, mi hijo y a mi gato? ¿Qué haré? —Caroline te ama a ti —aseguró Clay. —¡No entiendes! ¿No ves a tu esposa, Clay? ¿Qué hay de Viktor? Es un trío extraño y yo no soportaré eso. Clay colocó una expresión sombría en su rostro, todos sabían lo que pasaba en su casa. —Oh, pobre mi trasero de nieve, está preocupado por Abermale. —Caroline... ¿te preocupa el gato? —expresó Jules. Pensaba lo rara que era su amiga. —Jules, ya escuchamos suficiente. Escribiré una pequeña nota para una reunión para presentarte y pedir ayuda. —¿Ayuda? —Quiero ver cómo está Robert, se lo debo. No pude despedirme de él después de que acepté ser su esposa. —¿Por qué presiento que esto no será bueno?

◆◆◆

Empezaron la sesión del té sin Bella, quien había enfermado, según su repuesta a Caroline. Grace quería saber la razón de la interferencia a su estratagema para ir esa noche a negociar las escrituras de la casa donde residía. —Mis adorables damas, quiero presentarles a alguien —inició sonriente Caroline—. Ella es lady Jules Ackerman, a quien desde este instante hemos de llamar Escándalo. —Sé bienvenida —comentó Grace con una mueca amable. —Eres bienvenida a nuestro club secreto —saludó Prudence, más sonriente. —Muchas gracias por aceptarme, yo... —Ella busca marido; nosotras le encontraremos uno —interrumpió Caroline. —El hábito no ayuda —añadió Grace. —No tengo nada más que ponerme. —William te comprará lo que necesites —mencionó Caroline al bizquear sus orbes. —¿Y los candidatos? —indagó ansiosa Prudence. —¡Yo propongo uno! —se exaltó Caroline con una sonrisa diabólica—. Es alto, tiene unos ojos azules encantadores, es pelirrojo y es un duque. Anthony, duque de York, es un excelente partido, Jules. Grace observó a Jules, que sonreía nerviosa. Su mente no pudo dejar de imaginar a Anthony cortejando a la melindrosa que estaba al lado y siendo encantador con ella. No quería que Jules, con aquella dulzura y recato, lo conquistara. —Tengo un candidato —expuso Grace decidida a desviar la atención que Jules pudiera poner en Anthony—. Un adorable lord de unos treinta años, ojos azules y cabello rubio, que heredará un condado. Es mi hermano, se llama Hans. —Es tu hermano —masculló Caroline. Se dio cuenta de la jugada de Grace. —¡Esperen! Yo tengo uno —exclamó Prudence—. Es gallardo y atractivo, libertino y romántico, rubio de ojos azules y... —Prudence, no hables del marqués —gruñó Grace—. Es grosero y arrogante. Grace aún estaba enojada porque la trató de convidada.

—Creo que con ellos es suficiente —intervino Caroline—. Dinos, ¿cuál de los dos te interesa? Jules escudriñó a las tres damas expectantes. Respiró, pensó e imaginó a los jóvenes que ellas describieron. —A mí me interesa... «Por favor, que no elija a mi pelirrojo», murmuró la mente de Grace a la espera de no oír el título de Anthony salir de aquella boca. —Me agrada el duque de York. —Esperó la aprobación de las muchachas. Todas parecían contentas con aquello, salvo Grace, que solo podía fingir que estaba complacida. —Vas por el pez gordo —incitó Prudence. Caroline esbozó una pequeña sonrisa. —Ahora que hemos decidido, necesito que me ayuden —pidió con el rostro menos burlón que hacía unos momentos. —¿A qué? —inquirieron Prudence y Grace al mismo tiempo. —Necesito entrar al Destiny. —¿Destiny? —farfulló Prudence. —Un garito de juegos, Pru —aclaró Caroline. A Grace pareció que se le abrió el cielo. No iba a ir sola a aquel lugar. Estaba feliz de encontrar a alguien de su mismo estatus de tontería. —Yo te ayudo, también quiero entrar ahí —respondió. Las otras tres la vieron con los ojos desorbitados. —¡Iremos ahora! —decretó feliz Caroline. —Yo debo volver a casa —agregó Prudence para zafarse de la situación. Sin embargo, no lo consiguió, Caroline la tomó del brazo y aquella señal era inequívoca: no podría escapar. Mientras Jules y Prudence hablaban, pues tenían el buen sentido común como algo que las unía, Grace y Caroline caminaban una al lado de la otra. —Caroline, ¿por qué le sugeriste a Anthony? —reclamó Grace. —Porque tú no lo quieres. Deja que otra lo aproveche, no seas egoísta. —¡No lo quiero, lo amo! —Pero tú conquistarás a Lauderdale. —Es cierto... —musitó desanimada—. Debo olvidarme de Anthony. Mo importa cuánto lo ame, me ha insultado y ofendido. En cambio, lord Lauderdale ha sido tan caballero conmigo. —Se sonrojó al recordarlo.

—Sé que te agrada el conde, pero a quien amas es al duque, ¿por qué no darle otra oportunidad? —¿Para que siga humillándome? No puedo. Mi orgullo es muy grande —repuso sin inmutarse. Llegaron al Destiny y estaba el hombre grande custodiando la puerta, de ninguna manera las dejarían entrar. Grace recordaba casi tener la bota de aquel señor dibujada en la espalda. —Hasta aquí llegamos —expresó Prudence, sabía que no iban a poder entrar. De algún modo, sintió alivio. —Ese orangután me dejó marcado el pie en la espalda un día que quise entrar aquí —resopló Grace. —Pues a mí no me dirá nada —claudicó Caroline con seguridad. —Esperen, tengo una idea. Aquí solo entran mujeres de mala vida, entonces ¿qué les parece si nos disfrazamos? La cara de las otras damas era de completa estupefacción. Viktor miró desde la ventana riendo a carcajadas por la idea de Grace. —Solo entrarán vestidas de mujerzuelas —rio en voz alta para sí. Ninguna de las tres muchachas estaba segura de que las dejaran entrar con esa descabellada idea. —¡Pero si yo soy una religiosa! —chilló quien se suponía era Escándalo. —Jules, tú serás el fetiche para algún noble degenerado —la animó Caroline. —Caroline, no entraremos ahí, somos unas señoras —intentó Prudence, quería que por lo menos ella entrara en razón. Caroline no le hizo caso, se ajustó el corsé para ocultar su vientre y bajó su vestido para descubrir parte de sus senos; Grace bajó el escote de su vestido casi exhibiendo la generosidad con la que fue dotada. Jules y Prudence contemplaban a las otras dos sin mover un dedo. —¿Qué esperan? —presionó Caroline mientras se aplicaba más labial carmesí en los labios. Prudence también tuvo que buscar qué exhibir. Era la peor prostituta de la historia en cuestiones de dotes físicas; consiguió mostrar algo de carne, se soltó el cabello y se pintó los labios con el carmesí de Caroline. —¿Y yo qué? —cuestionó Jules. Caroline le pintó los labios y desparramó sus rubios cabellos para que no pareciera tan angelical. Las cuatro se pusieron las máscaras y comenzaron a ir junto al guardia.

El hombre tenía órdenes de dejar pasar a cuatro damas de dudosa reputación. Allí se acercaban tres… y una religiosa. —Hemos venido a trabajar —anunció Grace con las manos en la cintura y un acento de mujer callejera. —Adelante ustedes tres. Esta otra no parece una trabajadora como ustedes. Jules sintió pánico y su mente no le decía nada. Le echó un vistazo a Grace, que sugerente le hizo un gesto para que mostrara algo. —¿Sabe, señor? —murmuró con voz sensual—. Soy la fantasía de cualquier hombre, no llevo nada debajo... ¿Quiere ver? Aquello era arriesgado, pero confiaba en que no quisiera verla. Dickens se sonrojó y cedió ante las damas. —No hace falta, pasen. Al estar dentro observaron aquel hermoso lugar de perdición. Los hombres empezaron a acercarse para elegirlas. —Yo quiero a la religiosa —soltó uno de ellos. —Yo a la pequeñita. Se ve tan incitante —gorjeó otro. —Mira aquellos pechos, me quedo con aquella —continuó otro refiriéndose a Grace cuando el hombre de la entrada los alejó. —Caballeros, estas damas son exclusivamente para el señor sombra y su amigo —aclaró Dickens. —Dickens, después de que las usen, que vengan aquí. —Por supuesto, milord —respondió—. Síganme, señoritas. Un sujeto le dio una palmada a Caroline cuando pasaba. —¡Majadero! —Lo golpeó. —¡Caroline, nos vas a delatar! No debes ser decente —le recordó Pru. —Caballero, necesito hablar con el señor sombra —musitó Grace. Esperaba que le dijera que sí podía. —No hay problema, es por aquí. —Abrió una puerta para dejarla ahí—. Espere... —Y nosotras queremos ver a lord Abermale —mandó Caroline. —Él aún está delicado, pero pueden pasar —explicó llevándolas a otra habitación. Grace escrutó el amplio despacho del amigo de Anthony; ahí fue donde los había escuchado hablar. Tocó el escritorio, pero lo soltó rápido al oír unos pasos fuertes y pesados.

Un hombre vestido de negro y enmascarado, entró por la puerta, pasó cerca de ella y se sentó en su sillón. —¿Qué puedo hacer por usted, lady Grace? —inquirió Viktor. —He venido a negociar. —Se sacó la máscara. —Veo que ha venido muy dispuesta a negociar —insinuó al pasear su vista por todo su cuerpo, así la cohibió. —No le preste atención a la facha, por favor. No dejan entrar damas decentes aquí. —Es una regla, milady. —Bien, a lo que vine. ¿Cómo puedo recuperar las escrituras de la casa? Viktor sonrió macabro, no había incluido las escrituras en el contrato que le cedería Anthony, pero aprovecharía su ignorancia para sacar un poco de provecho. —Déjeme pensarlo un poco —sonrió burlón al ver su nerviosismo. Ella no quería entregarse a nadie, y él tampoco pensaba pedírselo. La analizó y escuchó unos débiles latidos en su cabeza. Aquello era algo increíble, también lo había sentido con Caroline, pero aquel era muy fuerte. —Hable —profirió impaciente. Él despertó de su visión y se decidió a responderle: —Le pediré solo algo sencillo. El miedo se apoderó de ella. —No tenga miedo, milady, solo que, como sabrá, negocios son negocios. Aquello era aún peor, la aprensión la consumió. —¿Qué desea? —susurró con desconfianza. —Tráigame a su amiga lady Prudence y le cambio las escrituras de la casa por una noche con ella —propuso con gran seriedad. Su alma cayó más abajo que sus propios pies. No le pediría a Prudence que se acostara con aquel hombre, ningún papel valdría la pena. —No... —resolló. —Gracias por haber venido. —Se levantó para salir de su despacho. —¡Espere! Por favor, necesito esas escrituras. —Y yo necesito a su adorable amiga. No haré nada que no le guste, puede estar tranquila, no la obligaría a nada. —No puedo fiarme de usted, me tiene en su poder. —No se preocupe por eso. Usted solo haga lo que le pido. ¿Cómo le pediría a Prudence semejante sacrificio?

Viktor jugaba con la pobre Grace, mas era una pequeña oportunidad de estar a solas con Prudence sin que tuvieran que encontrarse en el jardín a escondidas y con prisa. Deseaba disfrutar un poco más de su compañía, por eso no avisó de su regreso para poder verla con tranquilidad.

Capítulo 36 Grace salió temblando de su entrevista con el señor sombra. ¿Hablaría o no con Prudence? Al salir del despacho vio a Jules y a quien menos quería ver. Caroline no se encontraba con ellas. —Grace... ¿estás bien? —preguntó Prudence al verla tan pálida. —No lo estoy, Pru. —¿Qué quiere ese hombre? —curioseó la joven. —No puedo ni siquiera pronunciarlo, Prudence. Moriría de pena al repetir ese ultraje. —¿Qué puede ser tan horrible? —inquirió Jules con preocupación. —Esto es aberración... —¡Ya dilo! —exigió Pru sin paciencia. —Le pedí las escrituras de la casa y él me dijo que me las daría, pero... —contó antes de ponerse a sollozar— con una condición... —¿Cuál? —increparon Prudence y Jules a la vez. —A cambio de una noche... —¡Dios, te quiere en su cama! —exclamó escandalizada la pelinegra. Jules no emitía sonido alguno. Grace negó con la cabeza. —¿Entonces? —volvieron a preguntar sus amigas. —Me pidió pasar la noche contigo, Prudence —confesó. Quien parecía haber perdido todos los colores era Prudence. Estaba estupefacta por lo que le dijo, ni siquiera conocía al señor sombra. —¿Por qué yo sabía que no debía venir aquí...? —se quejó. —Jamás te lo pediría. Mejor vámonos. —¡No! —exclamó decidida Prudence—. Dime dónde está y le sacaré las escrituras con los dientes si hace falta. Le dejaré claro que no soy ninguna mujerzuela. Prudence, con pasos de plomo, abrió la puerta donde estaba lo que ella creía que era el señor sombra. No se guardaría una sola palabra grotesca en su contra por tomar ventaja de una dama de esa manera. —¿Quién se ha creído usted para...? —no culminó la frase.

Tenía enfrente a ese caballero vestido de negro, quien se suponía que era sombra, con una camisa de lino entreabierta. Esos luceros azules que brillaban con diversión y su cabello negro despeinado, la hizo quedar sin habla. —Vámonos, Pru —pidió Grace, pero ella no le hacía caso. —Vámonos a... ¡Condenación! —expresó Jules al ver al hombre sonriente. Era muy atractivo. Más de una desearía ser la afortunada en cancelar la deuda de lady Engaño. —Damas —saludó Viktor—, disculpen los trapos que tengo puestos, no alcancé a cambiarme. —Puede que no sea tan horrible —declaró Jules. Se tapó los labios por lo escandaloso que sonó su comentario. —Necesito hablar a solas con el señor sombra —se excusó Prudence con sus amigas. —Debemos buscar a Caroline e irnos, no negociaremos con rufianes — aclaró altanera Grace. —Estoy segura de que el señor sombra es razonable. —Totalmente de acuerdo con milady —concordó con complicidad. —No te dejaré aquí con él, vámonos —rogó. —No te preocupes por mí. —Le sonrió su amiga. —Si nos necesitas… solo grita —recomendó Jules echándole una última mirada al hombre. —Adiós, hermana —se despidió Viktor, y le dio una de sus más relucientes sonrisas. Escándalo se sonrojó hasta las orejas, pero no pudo dejar de observar aquel espécimen tan extraño y atractivo. Las muchachas cerraron la puerta y ellos quedaron solos. —Pequeña mía —mencionó Viktor abriendo los brazos, sonriente y feliz de volver a ver a Prudence. —Viktor... Ella corrió a abrazarlo. Él respondió a su abrazo con fuerza, como si fuera que aquello le dolía. —Tu presentimiento era correcto, Paloma —murmuró al oído—. Casi no regreso a ti. Prudence lo abrazó más fuerte para consolarse a sí misma por eso que varias noches no la dejó conciliar el sueño.

—Tenía miedo de que no cumplieras tu promesa otra vez —se lamentó. Él agarró sus manos y las besó a turno. —No mentiré. Creí que ya no volvería a ti, pero alguien me salvó. Tú fuiste lo único que estaba en mi mente. —¿Por qué no volviste a tu casa? ¿Qué haces aquí? —Porque quería estar contigo sin que nos molestaran. Yo, mi amada, soy el dueño de este tugurio, ¿de dónde crees que quito el dinero para financiar mi estratagema? Al escapar de Escocia, mis bienes del condado fueron congelados por mi hermano. —No quiero saber cómo conseguiste este lugar —dijo con sarcasmo. —Vamos, que quiero mostrarte algo. —La arrastró hacia una pared que se movía. En ella había dos caminos; uno recto hacia la luz y el otro bajando las escaleras hacia la oscuridad. —¿Hacia dónde quieres ir? —curioseó Viktor. —¿Qué hay de donde viene la luz? —La salida: regresar a tu casa, con tu esposo y llevar las escrituras a tu amiga. —¿Y abajo en la oscuridad? —Tu pasado conmigo, tu presente conmigo y tu futuro conmigo. Oh, lo olvidaba, y también las escrituras de tu amiga. Tú eres libre de escoger el camino que deseas, Prudence. Estaba en una encrucijada. No sabía qué hacer. Era elegir entre su obligación y su amor. —¿De cualquier manera me llevo las escrituras? —Por supuesto, no las usaría para presionarte de ninguna forma. Prudence tomó la mano de Viktor y bajó hacia la oscuridad hasta llegar a una puerta blanca. Ella la abrió y quedó sin habla al ver lo que estaba frente a ella: una habitación por completo blanca. —Pensada para ti. No emitía palabras. Caminó hacia una mesa y tocó las piezas de ajedrez de cristal. —Estas... —sonrió— eran tus piezas. —Las que llevaba para jugar contigo. La diferencia entre aquel tiempo y al de ahora, es que si pierdes este juego tienes solo una opción, pero si lo ganas, tendrás lo que deseas. Viktor retiró la silla para que se sentara, luego él se sentó.

—Que empiece el juego, Paloma —acordó al mover una ficha con una sonrisa malicioso. Afuera del despacho, Jules y Grace estaban al pendiente de lo que ocurriera dentro. —¿Cómo pude dejar que Prudence se quedara ahí? —se reclamó Grace. —Pues vamos a sacarla. —Caminó hacia la puerta, pero el hombre que las había llevado hasta ahí salió con unos papeles en la mano. —No pueden pasar —argumentó Dickens—. El señor sombra le envía sus saludos y su pedido, milady. El hombre le extendió los papeles, ella los agarró. Eran las escrituras de la casa. —¿Las escrituras? Entonces presumió que Prudence haría aquel sacrificio por ella, y casi enloqueció. Aquellos papeles estarían manchados con el sufrimiento de su amiga. —¡No! Yo quiero a Prudence aquí y ahora —exigió —Eso no es posible. El señor sombra también las invita a retirarse. —No nos iremos sin ella —espetó Jules. —Jules, busca a Caroline. Vamos a entrar a la fuerza para sacarla de ahí. Jules entró con velocidad a la habitación donde dejaron a Caroline y la halló besando al hombre herido. —¡Lo siento! —Cerró la puerta otra vez. Siempre era indiscreta en todo lo que hacía. —¿Es un trato? —preguntó Robert a Caroline. —Es un trato. —Abandonó la recámara. Caroline era tan buena y generosa, pero también se prestaba a las más terribles maldades que existían. —¡Caroline! Este señor no nos deja pasar —expresó Grace. —Mire, señor, no haga enojar a una mujer embarazada o... —¿O qué? —provocó el hombre. —Esto. —Le pisó el pie con el pequeño taco que tenía. Dickens se retorció de dolor, pues le pisoteó el dedo pequeño. Las tres entraron en la estancia, pero no había nadie. Prudence desapareció. —¡No, Prudence! —añadió afligida Grace. —¿Alguien me explica qué sucede? —indagó Caroline muy confusa.

—Yo se los explicaré —acotó Dickens con otro sujeto igual de fornido que él. El hombre se llevó en la espalda a Grace y a Jules para sacarlas afuera; Dickens se llevó a Caroline, que no paraba de gritar. A Grace y Jules las arrojaron sin compasión al suelo. —¡Animal! —gritó Jules sacudiéndose el polvo del hábito. Grace quedó en el suelo y lloró por Prudence, ya que su amiga estaba perdida por su causa. Dickens bajó con delicadeza a Caroline, que se sacó el zapato y lo golpeó hasta que huyó de ella. —Levántate, Grace... —mandó Caroline —. Quiero saber qué sucedió con Pru. Grace no pudo contar nada por el llanto, por lo que Jules tuvo que relatar la historia. —¿Cómo la sacaremos de aquí? ¿Y si traemos al conde de Devon? — sugirió la embarazada. —¿Qué le diré? ¿«Prostituí a su esposa por unas escrituras, milord»? No tengo el valor. —Creo que no hay mucho que podamos hacer —musitó Jules—. Ella parecía más que dispuesta al sacrificio, al igual que yo... Sin embargo... — se calló al tapar su boca. Otra indiscreción ante la atenta mirada de Caroline y Grace. Delató que de religiosa no tenía mucho. Las tres se quedaron frente al Destiny a pensar en qué hacer, pero no se les ocurrió nada, por lo que regresaron a sus hogares. —Despacio, Jules. William tiene el sueño muy ligero y podría des... —Despertarme, ¿no es así, lady Hereford? —indagó sentado mientras acariciaba al gato que estaba en su regazo. Ambas se asustaron. —Así de sucias tendrán sus consciencias. ¿Por qué estás vestida así? ¿Y usted, “hermana”? —Podemos explicarlo —jadeó Caroline con temor. —Usted, novicia rebelde, irá a su habitación y se azotará rezando lo que le guste más de cien veces —decretó enojado. —Sí, milord —obedeció antes de echar a correr. —Y tú... —observó a Caroline— vas a venir aquí y sacarte la ropa para mí. Te has puesto desobediente últimamente. Grace pasó toda la noche afligida.

¿Cómo miraría a Prudence a la cara? Quien sabía si aquel hombre abusaba de ella y luego la mataba. Esa sería una de las noches más largas de su vida sin saber qué sucedió con su amiga. El peso en su alma no la dejaría vivir. Al día siguiente por la mañana, recibió una nota de Prudence. El señor sombra fue razonable y gracias a que ella le convenció, aquellas escrituras no estaban como ella creyó: manchadas por el sacrificio. —Lady Grace, tiene una visita —anunció su doncella. —¿Quién es? —respondió tranquila mirando su libro. —El conde de Lauderdale. —Hazlo pasar. Grace sonrió. Se colocó bien el cabello y el vestido, pues estaba recostada de manera poco ortodoxa como para que él la viera. Harry la vio parada en su espera. Sonrió besando su mano. —Buenos días, lady Grace. —¿A qué debo este honor? —Inclinó la cabeza. —Venía a invitarla para dar un paseo. —¡Un paseo es lo que necesito! —Un corto… pero bello paseo —indicó sonriente. Salieron en la calesa del conde, sin prisa y con calma. Veían el paisaje. Demon no pudo faltar en aquel interludio y yacía acostado sobre el regazo de Harry. —Qué pena con usted, milord, este animal... —se disculpó ella con los dientes apretados. Quería sacárselo de encima. No obstante, aquel se aferraba aún más. —Me encantan los animales. Grace le puso la correa a Demon. Con lentitud bajaron de la calesa; era un día hermoso para el paseo propuesto por el conde, hasta que un felino desfiló frente a su perro. El minino maullaba sin parar y Demon sin mucho preámbulo cayó en la provocación. —Quieto —ordenó Grace, pero eso no era nada bueno. —Déjeme, milady, yo lo sostengo —se ofreció Harry, aunque fue muy tarde. Demon salió disparado hacia el gato de lady Hale.

—¡Oh, no! —exclamó Grace al levantar sus faldas antes de echar a correr—. ¡Demon, vuelve aquí! ¡Estás castigado de por vida! —¡Lady Grace! —la llamó Harry intentando correr tras ella con el bastón a pesar del dolor. Demon se tiró sobre lady Hale arrojándola al agua ante todos los que estaban ahí. Ella se paró con brusquedad y se giró. Harry no pudo frenar la marcha y chocó con ella, pero al caer pudo colocarse debajo para que el cuerpo de Grace no cayera al duro suelo. Ella cayó sobre él. Quedaron unos segundos mirándose fijamente. Sintieron que sus rostros se acercaban hasta el punto del beso.

Capítulo 37 Ambos quedaron absortos en sus pensamientos hasta que escucharon la chillona voz de lady Hale. —Usted… —señaló con el dedo a Grace— y su animal me han hecho pasar la vergüenza de mi vida. ¡Imperdonable! Grace se incorporó, al igual que Harry, debido al barullo alrededor de ellos. —Lo siento tanto, lady Hale, Demon aún no... —¡Cállese! Su perro es un muerto de hambre como usted. ¡Mire mi vestido! Harry estaba a un punto de olvidar sus buenos modales, pero se contuvo para no agrandar el escandaloso acontecimiento. —Lady Hale, envíeme la cuenta de su nuevo vestido, yo se lo pagaré — habló él muy servicial. La mujer lo observó con desprecio. —Usted es un monstruo que defiende a esta mujer que no debería pertenecer a nuestro círculo. Aquello era más de lo que podía soportar Grace, pues llamó «monstruo» al conde, y eso no lo permitiría. No había hombre más noble que él. —¡Cállese! Usted es la que parece un monstruo. Ni todas las sedas y muselinas más finas podrían cubrir su nivel de inclemencia y tampoco el tamaño de su cuerpo, vieja arpía. Demon, vámonos. Grace dejó a todos con la boca abierta, aquello era el próximo escándalo de la temporada. Harry no había movido un solo pie, todavía estaba sorprendido. —Venga, milord. No se quede mucho tiempo respirando el mismo aire que esa bruja —expresó con altanería. Miró hacia la mujer que estaba mojada hasta las pestañas. —Espere, por favor, milady... —pidió Lauderdale al seguirla. Estaba tan enojada. Lo que ella creía que sería un día hermoso al lado de alguien tan agradable como el conde, había terminado con ella gritando como un

capataz de hacienda. Ese animal que recogió de la calle la metió en un lío con una de las damas más chismosas de la santa sociedad londinense. —¡Disculpe, milord! —Lo agarró del brazo. —Gracias. —¿Gracias por qué? —indagó extrañada. —Por defenderme de la lady de buen comer. —¡No sabía que tenía sentido del humor! —rio. —Lo tengo. Muy a mi pesar no lo uso tan seguido. —Pues debería, es muy bueno. —Es usted quien me sorprende con sus ocurrencias. ¿Miró su cara? — Exhibió una genuina sonrisa. Aquello hacía que olvidara las privaciones físicas que podía tener. Pese a todo lo acontecido, aún podía ser un excelente día.

◆◆◆ Era un hermoso día en el parque, pero todo se vio opacado por la aparición de una bestia de cuatro patas que atacó a lady Hale tirándola al agua ante la atenta mirada de su dueña, lady Grace, y su acompañante, el recién llegado conde de Lauderdale, quienes han sido vistos en una situación comprometedora frente a toda la buena sociedad, y lo más llamativo es que… ¡lady Grace no tenía una doncella! ¡Qué escandaloso! Quizá pronto se escuchen campanadas de boda. Que no nos sorprenda que sea a las apuradas. Periódico Londres dice, Página 2. Anthony hervía de la rabia. Ella ya estaba usando sus artimañas para conseguir a otro candidato; en verdad era rencorosa aquella mujer. —Respira —pidió Ernest al ver el rostro rojizo de su amigo. —¿Respirar? ¡Claro que respiro! —replicó con sarcasmo. —¿Por qué no eres malvado como ella? —sugirió Ernest con una sonrisa. —¿Qué quieres decir? —Darle celos. Ella dice amarte, entonces sentirá celos al observarte con otra. Es lo más sencillo y nunca falla. Un truco de los más viejos que existe. Estalló en una risa histérica por el comentario de Ernst. No era descabellado, sin embargo, difícilmente le afectaría algo como eso.

—Aquel reptil de sangre fría con forma de mujer tiene la piel más dura que un caimán. —No puede ser tan fría, tiene su corazón, estoy seguro. —¡Maldita víbora! —Esta noche busca a una preciosa dama, la invitarás a bailar, te muestras frente a lady Grace y ella caerá. —Esa víbora no tiene ni siquiera cosquillas, ¡qué va a sentir celos! —Tú solo has lo que te digo. Te irá de maravilla —insistió su amigo.

◆◆◆ Grace estaba lista para salir. Su padre estaría con ella, pues Hans aún estaba convaleciente, aunque lo importante era que estaba con vida y los acompañaría más tiempo. Era el único heredero, no podía irse con tanta facilidad, sin contar que era muy apreciado por todos. —Estás tan bella como tu madre —halagó lord Osbert. —No me adule, padre, que me espera una noche difícil después de lo que salió publicado. —¿Por qué no intentas casarte con Harry? —Creo que salir a pasear con él era algo muy evidente para insinuarlo al menos, ¿no le parece? —Harry es un caballero correcto, querida, le agradaba el galanteo muy convencional. Con lo que le dijo su padre, pudo comparar a Harry con Anthony y sus modernas inventivas de molestia e insultos como forma de conquistar. Por un instante hasta le causó gracia. —Le diré la verdad: pienso que no le soy apetecible al conde. No me ha demostrado ningún tipo de interés. —¿No te has puesto a pensar que quizás eso sea porque te ve interesada en otro? Grace bajó la mirada al suelo. Era evidente que estaba interesada en el hombre del copete rojo, pero existían las decisiones basadas en la razón y las otras en el corazón. Su razón le decía que Harry era la mejor opción, dado que nunca tendrían problemas. Era apacible, honesto, inteligente y galante. Con él le esperaba una vida tranquila y feliz, mas su corazón estaba chiflado por Anthony, por las sensaciones que tenía al saberlo en algún

sitio, por cómo le decía víbora con tanto corazón, por sus besos y sus caricias. Él se ganó su amor y luego de esa misma forma lo perdió. Durante su viaje en el carruaje, una punzada dolorosa hizo que se retorciera. Una vez que pudo recuperar el aliento después de aquel dolor, pensó que era el sangrado más raro y doloroso que había tenido jamás. En el baile notó llegar a William con dos damas colgando del brazo. Pronto Caroline dejaría de asistir a los acontecimientos, pues su vientre era más visible a medida que pasaban los días. —Hermana —mencionó William en tono burlón—, la presentaré a mis amigos. —Sí, milord —asintió obediente. Cumplió con la penitencia a cabalidad y sentía su alma libre del pecado de haber visto a dos hombres tan atractivos en una sola noche. Era más de lo que podía tolerar su corazón después de tanto estar en un convento rodeada de niños. Caminaron lentamente hacia donde estaban Anthony, Ernest, Clay y su esposa. Ernest y Anthony le echaron un vistazo a la rubia de ojos color miel. —Esa es la religiosa —comunicó Anthony a Clay. —Ya no lo es —replicó sonriendo Clay. —¿De qué hablan que yo no me entero? —curioseó Ernest. —Caballeros, buenas noches, quiero presentarles a nuestra invitada, lady Jules. Ella miró a los tres; el del cabello llamativo fue difícil de obviar. Era alto, elegante y muy atrayente. El rubio de ojos azules era fuerte y atlético, parecía un ser alado, y el esposo de lady Prudence era una rara belleza con varias cicatrices, realmente grande para ella. Era una suerte que la pequeña no hubiera muerto aplastada por semejante coloso. —Es un placer conocerlos... Yo… —Ella está ansiosa por conocerlos mejor —interrumpió Caroline al ver hacia la puerta, justo por donde estaba Grace—. Él es el Clay, conde de Devon, y su esposa Prudence. Su señoría, Ernest, marqués de Bristol, y su excelencia, Anthony, duque de York. Clay le besó la mano. Ernest escudriñó sus rasgos, era muy parecida a la rubia misteriosa. —Es un placer conocerla, lady Jules —musitó Anthony con educación.

—Excelencia, ¿no querrá usted acompañar a lady Jules en un baile? — sugirió Caroline con un rostro que indicaba que una negativa podía ser algo de lo más ofensivo. —Con gusto. Es un hecho que esta primera pieza será mía, entonces — comentó Anthony muy condescendiente. Ernest se acercó a Anthony después de también percibir a Grace en el salón. Aquel era el momento de hacer que Anthony tomara el control de la situación a su favor. Sin mediar muchas palabras, el codo de Ernest fue a parar por su brazo para llamar la atención y que pudiera ver hacia donde se encontraba su dama. Para Anthony no había mujer más hermosa que ella. Su porte altanero y frío la hacía digna de ser una estatua. —Debes hacer lo que te sugerí. —Este es el momento —soltó malicioso hacia Ernst. Extendió la mano a lady Jules, quien lo agarró con cierto recelo, ya que había olvidado cómo bailar. Por instinto buscó la cabeza que sobresalía del resto. Una sonrisa involuntaria se colocó en su rostro al reparar en la presencia de Anthony, pero se desvaneció tan rápido como llegó. Él estaba agarrándole el brazo a Escándalo. Algo parecido a la rabia e impotencia se apoderaron de ella. Anthony contempló a Grace, que parecía tranquila. Le hizo una inclinación de cabeza para saludarla y provocar en ella una reacción inexistente. Estaba con el rostro inquebrantable; saberlo con otra dama no había alentado los celos como pensó Ernst que ocurriría. —Disculpe si lo piso, excelencia —se excusó su pareja de baile antes de hacerlo. —No noto que baile mal —indicó para confortarla durante la contradanza. Grace, después de intentar recuperar la compostura interior, sintió que Harry levantó su mano para besarla. —Milady... —Milord. —Le dio su mejor sonrisa o, mejor dicho, la única que podía darle. Harry se había fijado en el rostro de Grace. Estaba un poco nerviosa, y ya sabía la razón de sus penurias. Su mirada sin disimulo hacia el duque hablaba por sí sola.

—Lady Grace, ¿le agradaría un baile conmigo? —indagó Harry con complicidad señalando hacia los danzantes. —Será un verdadero placer —aceptó con bastante ánimo en sus palabras. No iba a decaer por causa de Anthony. Una vez que emularon los pasos de los demás, Grace observaba de reojo a la pareja cercana compuesta por Jules y Anthony. —Los celos la terminarán consumiendo, lady Grace —opinó Harry para llamar su atención. —No sé a qué se refiere, milord. —No sea terca, lady Grace. ¿Por qué no hablan de sus problemas y los solucionan? —Lo consideraré en mi próxima vida. Y usted, milord, ¿no piensa siquiera insinuar interés por mi persona? —indagó sin avergonzarse. —Una pregunta concisamente indiscreta. Yo no pienso enamorar a alguien que ya está enamorado. De hecho, es imposible. Por lo mismo la insto a que hable con su excelencia de sus sentimientos y perdone cualquier ofensa que él le haya hecho. —Vive en un mundo de utopías, conde de Lauderdale. No es tan realizable que aquel hombre se gane mi confianza otra vez. —No pierde nada intentándolo. —Es muy noble de su parte creer que algunas personas pueden cambiar, pero yo no lo creo —declaró. Después de que la danza acabó, Jules agradeció la compañía y se retiró a los balcones. Era mucha emoción para ella volver a los salones que antes había frecuentado y que por desgracia del destino tuvo que abandonar. Ella no se dio cuenta que la veían y era alguien que reconocería esa belleza donde la viera. Desde aquella noche donde casi consiguió su objetivo con ella en aquel baile años atrás, la había buscado por todas partes, pero desapareció. El hombre la siguió hasta el balcón que daba hacia el jardín y parecía que la situación se repetiría. —Lady Jules, tantos años sin verla —expresó la virulenta voz que le heló la sangre. —¡Déjeme en paz! —gruñó e intentó correr. —Dejamos algo inconcluso. —¡No hay nada inconcluso! —Forcejó con el hombre que la apabulló con su figura.

Anthony buscó a su pareja, que había salido y no regresó. Todavía tenía que seguir intentando provocar a Grace. Fue hasta el lugar donde recordó dirigirse a Jules y la observó siendo atacada por un caballero. Con gran destreza lo tomó de sus prendas y lo arrojó entre las ramas del jardín. Jules estaba asustada, entonces corrió a esconderse detrás de él. Anthony intentó calmarla; la inocente estaba trémula. Grace salió al jardín y se cruzó con un caballero que entraba muy sucio sacudiéndose las prendas. Extrañada por aquello, continuó su camino para respirar. Dentro del abarrotado salón se había sentido languidecer del sofoco. —¿No le hizo nada? —cuestionó Anthony, preocupado —No tengo cómo agradecerle. Él levantó su mentón y lo dirigió hacia su rostro. —No tiene nada que agradecer. Al desviar su rostro, se percató que Grace estaba en el jardín, caminaba por él. Se le ocurrió la idea de probar los celos de ella de una vez sin mucho rodeo. No era correcto aprovecharse de la situación de Jules, pero necesitaba un favor. —Lady Jules, creo que encontré la manera ideal de agradecimiento. Quisiera pedirle un favor... —¿Cuál? —¿Podría dejar que la besara? —inquirió respetuoso. Ella pareció pensarlo, después asintió. Era el caballero a quien debía agradar si quería convertirse en su esposa. Él descendió hasta sus labios, aquel sería un beso de agradecimiento a su salvador. Grace miró al balcón y Anthony estaba besando a Jules. Su estómago dio un vuelco y su corazón le pesaba. Sentía un escozor en los ojos, quería llorar. Sin embargo, aquellas sensaciones iban acompañadas de la ira, el coraje y el triste engaño. —Eran más mentiras, excelencia —pronunció con el rostro lúgubre—. Y yo pensando en pedirle amor, pero no más. Voy a conseguir la paz que merezco al lado del conde y si él no quiere por las buenas, lo haremos por las malas —sentenció para sí. Entró corriendo al salón luego de haberse librado de las lágrimas, no debía demostrar debilidad por más que estuviera destrozada. Él le sonrió a Jules y ella estaba del mismo color del cabello del duque. Aceptó el brazo que le ofrecía y volvieron adentro. Jules había quedado con

Caroline y William, quienes la consolaban por lo que sucedió. Ella ya estaría segura entre ellos mientras él buscaba a Grace La encontró cerca de las bebidas, sola como antes, mas con semblante triste. —Buenas noches, Grace —saludó queriendo iniciar una conversación. —Buenas noches, excelencia. —Quería pedirte disculpas por mi intromisión con el conde. Sé que ustedes no... —Estamos prometidos —mintió con fingida tranquilidad. El rostro de Anthony se puso lívido. —¿No lee el periódico? Es más que evidente que estamos comprometidos. ¿Lo comprende? —increpó con ánimos de hacerle daño. —Mientes... —Crea lo que más le agrade. Quizá lady Jules esté disponible para consolarlo cuando me case —acusó molesta. —¿Qué cosa? —se olvidó del beso. —¿Piensas negar lo que vi? ¿No tienes decencia para admitir que eres un pelagatos mujeriego y falso inocente con intenciones ocultas?, ¿o me dirás que lady Jules se te ha ofrecido? —Aquello fue solo para darte celos —confesó Anthony. —¡Y yo me casaré con el conde para que te mueras de celos! —¡Eres una víbora sin corazón! —¡Porque tú me lo arrebataste con tu engaño! —No te cases con él —rogó. —Lo voy a hacer, y espero que te alejes de mí para siempre. —Lo dejó con la palabra en la boca. Grace no tenía forma de comprometerse con Harry, salvo que utilizara la vieja y confiable táctica de provocar su compromiso.

Capítulo 38 Anthony no podía aceptar la idea de que perdió a Grace por un compromiso. Su rostro no podía ocultar su molestia y frustración. Nada resultaba con ella. —Esa es una mala cara —señaló Viktor al ver su cara roja. —También indica que no quiero sarcasmos ni burlas, ni nada que se asemeje a eso. —No he venido a nada de lo que dijiste. En definitiva, no acostumbro a burlarme de la gente. —Es sarcasmo, ¿no es así? —increpó Anthony. —Quizás a veces, pero no es a lo que me dedico. Vine a ayudarte. —Como al resto. Donde metes la mano, metes las desgracias. —Me encanta tu oscuro sentido del humor, Tony, pero lo único que haremos será aprovechar una pequeña falencia en el plan de tu amada — explicó sonriente. —¿Y eso qué significa? —Dependerá de unos minutos más o de unos minutos menos para que esa mujer sea tu prometida. ¿Quieres escuchar lo que tengo para ti? Anthony miró a Viktor y asintió. No quería ilusionarse, mas no podía negar la oportunidad de saber cómo podía recuperarla. Había escuchado la estratagema y para nada parecía una de las mañosas manipulaciones de Viktor. Aquello solo era cuestión de aprovechar la suerte y la mala fortuna de Grace. Grace pasó lo que quedó de la noche pensando en que debía buscar la manera de comprometer a Harry para que se casara con ella. Sin embargo, un hombre tan intachable como él no caería en los simples coqueteos de una joven dama, por lo que necesitaba de algo más elaborado que la dejara sin remordimientos. El resto del día había pasado en casa de su padre con su doncella para beber el té. Debía guardar apariencias por sobre todas las cosas hasta que saliera la decisión del monarca. Lauderdale también acudió a esa jornada del té y, como era de esperarse, su padre la dejó sola con él.

—¿Irá mañana al baile de máscaras? —preguntó antes de sorber el té. —Estoy pensando en que mejor no voy... —¡No! —exclamó enérgica—. Lo siento. ¿Por qué no iría? —Una de mis empleadas ha caído enferma de pulmonía en mis tierras a las afueras de Londres. Esa mujer ha sido muy amable conmigo desde siempre y quisiera preparar mis cosas para salir lo más pronto posible. —Siento escuchar aquello, pero creo que igual debería asistir, ¿no le parece divertido? —Me reconocerían al entrar. No le veo la gracia. —¡Eso no importa! Vayamos a entretenernos, ¿qué le parece? —animó sonriéndole. —Esa cara no admite negativas. Iré —respondió él golpeando sus muslos con fuerza. Iría y ahí lo cazaría, no sería tan difícil, salvo para pulir algunos detalles, citó a las chicas del club del té y esperaba reunirse con ellas durante la noche. Requería de más cabezas para darle ideas. —Buenas noches —saludó Bella dirigiendo sus ojos a Jules—. Percibo que tenemos a alguien nuevo. Bienvenida, lady Escándalo. —Se siente raro de nuevo ser cinco en el club —comentó Caroline. Todas quedaron calladas y provocaron un incómodo silencio entre ellas. —Gracias por aceptarme —soltó apenada Jules al notar que guardaban un secreto sobre el quinto miembro del club. —Eres bienvenida, Jules. Es bueno hacer nuevas amistades —la reconfortó Bella—. Engaño... ¿qué necesitas de nosotras? —Quiero que me ayuden. Deseo casarme con el conde de Lauderdale, pero él es muy bueno, y como saben que soy muy mala… Bella golpeó la mesa con decisión y retó a Grace con la mirada. Estaba atiesta de ver sufrir a su hermano por ella. —¡¿Por qué haces esto, Grace?! ¡Sabes que Anthony te ama! —reclamó. Grace también golpeó la mesa de la misma forma para replicar: —¡Me ama tanto que estaba besándola! —señaló a Jules, que se sobresaltó. —No sabía que ustedes eran... —¡Quédate con ese demente! A mí no me interesa. —¡Basta! —intercedió Prudence—. No peleemos entre nosotras. Bella, Grace no quiere estar con Anthony. Demos ayudarla. —Te ayudaré... —soltó Bella sin más que agregar.

Aquello no era bueno. Había algo muy malvado en la facilidad con la que aceptó después de haber reclamado tan airosamente. La demencia podía ser algo que corría en su sangre como un veneno por sus venas. —Son tan agradables cuando lo desean —agregó Caroline con sarcasmo. —Jules, tú con tu cara de ángel, vas a hacer la parte más importante: comunicarle al conde dónde estará Grace —mandó Bella. —¿Por qué yo? Prudence también parece un ángel. —Pero ella es una pequeña salvaje, así que no. Las muchachas fueron hilando lo que sería la trampa para el conde de Laurendale. Si todo salía bien, pronto sería una mujer comprometida con un hombre de verdad. *** La noche de la mascarada, iba con un precioso vestido dorado con lazos y una máscara con una pluma en el lado derecho. Caminó con su padre donde debía estar su objetivo que aún no había llegado, pero sí alcanzó a divisar la pelirroja cabeza de Anthony vestido sobriamente y con un antifaz negro. —Aún no ha llegado Harry —comunicó su padre—. Ve con tus amigas y no te despegues de ellas. —Sí, padre —replicó en voz baja para que ninguno de esos chismosos se enterase sobre su origen. Jules estrujaba manos, nerviosa. Tenía miedo de fallar y, para colmo de males, no conocía al objetivo. —¡Basta, Jules, que me pones nerviosa! —gruñó Prudence. —Yo estoy que me comen los nervios. Sé que algo voy a hacer mal. —¡No pasará eso! —discutió Caroline ante la falta de fe que desprendía Jules. —¿Qué traman ustedes? No me gusta esto —dijo William mirándolas—, y usted, “hermana”, tiene una cara de pecado infinito. —Estoy a punto de violar un mandamiento —masculló enojada. —¿Cuál? —curioseó él. —No matarás. —Lo miró fijo. William comprendió que si se hubiese cumplido lo que decía ese papel que tenía en su casa bajo siete llaves, aquella muchacha estaría viuda. —La principianta rebelde ahora resultó ser la principianta asesina.

—Basta de burlas, William. Vete de aquí —lo expulsó de la tertulia. Robert volvió y estaba con Harry. Ambos se encontraron en la entrada y pasaron por la puerta hacia el salón. La cara de William era de intenso nerviosismo al reconocerlo. Cuando se dio cuenta de que Robert se dirigía a Caroline, se colocó a su lado esperando que él diera el primer golpe. —Caroline —saludó agarrándole la mano y dejándole un beso. —Lady Hereford y el pequeño lord Hereford para usted —corrigió William con los dientes muy apretados. —Lord Hereford, ¿me concedería una pieza con su hermosa y adorable esposa? —Sobre mi cadáver, por supuesto. —William... es solo un baile. Y yo iré a bailar —espetó sonriente. Agarró el brazo de Robert ante la atenta mirada de su esposo. Él se sintió devastado, perdería a su esposa y a su hijo. Sentía unas inmensas ganas de gritar y zapatear como un niño pequeño, pero detrás apareció Viktor y le tocó el hombro. —Acompáñame, Willy —murmuró en su oído. William no reaccionaba, por lo que Viktor lo agarró y se lo llevó de ahí. —¿Crees que la esté pasando mal? —curioseó Robert dando con ella una vuelta por el salón. —Le hace falta una lección. Se cree mi dueño. Gracias por hacerme este favor, necesitaba hacerlo sufrir un poco más —susurró aún con esa sonrisa cretina. —Entonces vuelve con él. —Le dio un beso en la mejilla sin que nadie los viera. —Espero que llegues a encontrar el amor, querido Robert. Estoy segura de que esa mujer se encuentra aquí. Él la despidió con la mano. —Es una pena que estés casada. —Se dirigió al jardín. —William —llamó Viktor, pero podía ver los ojos empañados de su amigo. Las lágrimas escapaban sin que pudiera evitarlo, ya que sentía un profundo miedo de perder a su amada Caroline. —Sin Caroline prefiero estar muerto, Viktor. Si él me la quita, prefiero que mi destino sea yacer bajo la tierra como debió haber sido. ¿Por qué me salvaste?

—Estás siendo drástico. No sucede nada, calma... —aseguró, y lo abrazó —. Mereces ser feliz. Al terminar de consolarlo, volvió adentro para dejarlo a merced de su esposa. —William —musitó Caroline. —¿Me vas a dejar? —interpeló. —¿Cómo piensas eso, mi hermoso Willy? —Besó sus manos—. Te amo con locura. Si pudiera volver el tiempo atrás, te volvería a escoger, amor mío. Ahora solo quería molestarte un poco. —¿Molestarme? —increpó ofendido—. ¡Estás demente! Acabo de dejar que un hombre me abrace y me consuele por causa de un juego tuyo — acusó iracundo. —Cariño, estábamos en lo mucho que nos amábamos —gorjeó. —Esto, Caroline, no quedará así. Estás castigada por esta vida y la otra...

◆◆◆ Todo estaba en marcha. Grace había observado los lugares más oscuros del salón y las zonas de las habitaciones. Más o menos a las once estaba pautado el hecho. Prudence se aseguró que estuvieran cerca de la hora pactada. —Estamos listas, Jules —informó Prudence. —¿Quién es la víctima? —El hombre con la mano de... —¿Aquel? —señaló con discreción. Robert y Harry se pusieron al día después de tiempo sin verse. Habían caminado y charlado. Iban bajando las escalinatas cuando Jules transitaba con miedo detrás de ellos. Temía ser descubierta en su fechoría. Cuando llegó a las escaleras, sintió que alguien la empujó. —Lo siento, Escándalo —mencionó una dama de cabellos negros. Ella no llegó a caer todos los escalones, pues ambos caballeros la sostuvieron para que no terminara en peores condiciones. En ese ínterin Viktor guio a Anthony a donde debería estar Harry a merced de Grace. Ella respiró profundo y percibió a una sombra entrar en la habitación. Era el momento decisivo. Cerró la puerta y esa sombra se sentó en una otomana que estaba cerca.

—Siento haberle mentido, milord —se disculpó Grace. Descendió hasta los labios del que creía que era Harry y que la sentó en su regazo. El beso que ella le dio fue volviéndose más apasionado hasta que quedaron envueltos uno en el cuerpo del otro. De repente, la puerta que había cerrado, se abrió. Todo iba como se debía en su planificación. —¡Dios mío! —exclamó Prudence reconociendo al duque. Grace, al saberse descubierta, creyó que Prudence hizo un excelente trabajo. —¿Excelencia? —increpó otra voz. —¿Excelencia? —repitió Grace al mirar a la otomana. Anthony sonreía como un cínico desde aquel sitio. —Aquí no ha ocurrido nada. En dos semanas nos casaremos —justificó arreglándose las prendas.

Capítulo 39 Grace era quien más quedó asombrada con aquello. Una de las damas le restó importancia al hecho y las demás la siguieron. —¡Cuánta indecencia! —gruñó una de las damas mayores. —En este tiempo ya no se respeta ni la moral ni las buenas costumbres —murmuró otra. —Por favor, señoras, vámonos —pidió Prudence a las damas que acusaban a la extrovertida pareja. Ella estaba tan sorprendida como Grace por lo que ocurrió. Una vez que se cerró la puerta, Grace cayó en la otomana sin habla. La habían visto con el hombre equivocado y estaba perdida. —Gracie… —dijo Anthony agarrando su mano. —¿Cómo pudiste hacerme algo así? Echaste a perder la vida tranquila y feliz al lado del conde. —¿Qué tiene él que no tenga yo? Me he cansado de rogarte y tuve que meterme como una rata entre tus métodos para que te comprometieras conmigo. Me mentiste, Grace, no estabas prometida a él. —¡Pero iba a estarlo de no ser por ti! —Ocultó su rostro con las manos. —Yo puedo hacerte feliz. Te amo y siempre te he amado, Grace. Entiende de una vez, estamos hechos el uno para el otro. Basta de malos entendidos, insultos y estratagemas. ¿Por qué debemos vivir de esta forma? Ella lo miró y pensó que debía seguir peleando, pero para qué hacerlo si sabía que la amaba. Era inútil seguir encaprichada con rechazarlo. Anthony lo hizo todo por ella e incluso cometió los peores errores a causa de sus rechazos insensatos. —¡Lo entiendo, Anthony! Pero soy muy obstinada —se defendió rompiendo en llanto. —Lo sé, Gracie, pero a partir de ahora estaremos juntos siempre. En dos semanas nos casaremos. —¿Cómo has podido descubrirme? —Hay gente que habla de más, Gracie querida —se refería a Viktor. —¿Fue Bella? Ella es quien quería echar a perder esto.

—No fue ella, fue otra persona. Afuera de aquella habitación, la mujer de cabellos negros corrió hasta llegar a un refugio. Lo único que esperaba era que Jules no estuviera muerta, mas no había otra forma de detenerla. Si dejaba que Jules cumpliera su cometido, su hermano sería infeliz por siempre. Bella se quitó la peluca negra. Sus largos y pálidos cabellos se dejaron ver. Para suerte de Anabelle, Jules solo se torció el tobillo. —Déjeme acompañarla, hermana —pidió Robert con sarcasmo. La había reconocido—. ¿Dónde dejó el pintalabios carmesí? —Puede buscarlo en su nariz, milord, o quizás en su oreja —respondió disgustada. —¿Qué clase de hermana es usted? —¡Una muy mala! Harry los miraba con una sonrisa, aquellos dos podían llegar a ser algo más que dos necios peleando. Tal vez el tiempo terminaría uniéndolos —¡Oh, mi Dios! ¿Qué hora es? —indagó Jules al recordar su deber. —Más de las once, milady —contestó Harry. —¡Sabía que algo iba a salir mal! —exclamó, y miró hacia los lados. No encontraba a Prudence, ni a Caroline, mucho menos a Grace. Estaba segura de que no reconocería a Bella, entonces no pudo evitar lamentarse. —Hermana Jules, la llevo un rato al jardín, quizá tomar aire le haga bien —sonrió amable Robert. Ella no contestó, pero aun así la llevó en brazos hasta un banco. En unos minutos la noticia se regó por el salón. No había forma de obviar la manera tan escandalosa del compromiso entre Anthony y Grace. —¡Viktor, ¿qué has hecho?! —increpó Prudence al encontrarlo. —Nada, mi Paloma —fingió inocencia recostado en el césped mientras Prudence estaba con los brazos en jarras e Igor en el hombro. —Frustraste la oportunidad que Grace tenía de ser feliz... —¿Por qué me acusas? Tu amiga es una experimentada precursora para producir ideas que terminarían mal. Clay observó el aireado enojo de Prudence al reclamarle a Viktor. Esperaba que aquello terminara con la “amistad”. —¿Qué tan macabro eres? —Bella colocó sus manos alrededor de la cintura de Clay. Él rápidamente se sacudió del susto.

—¿Por qué apareces así? Me asustas. —Deja de asustarte. —Le ofreció una sonrisa. —Si no me hablabas, jamás te reconocería. —Creo que eso sería lo ideal —mencionó acercándose a sus labios—. Dígame, conde de Devon, ¿qué tiene Prudence que la hace tan especial? —No sabría decírtelo. Es inocencia. —La observó. —Y yo soy fuego, pero creo que a nadie le gusta eso. Mira a Prudence, hasta cuando se enoja es frágil y grácil. Él está disfrutando del enojo de ella como no tienes idea. —¿Qué ganas haciendo esto? ¿No es suficiente con que todo el tiempo él esté intentando robarse el amor de mi esposa? —No se puede robar algo que nunca te perteneció, Clay —sentenció dejándolo solo. Clay quedó pensativo y enojado. Caminó hacia Viktor y Prudence para acabar con aquel encuentro. —Pregúntale a Clay, Paloma —mencionó Viktor al notar que Clay se acercaba. —¿Preguntarme qué? —replicó enojado —Si es correcto el compromiso de Grace con el duque. —¿De qué compromiso hablan? —indagó desconcertado. —Eres el último en enterarte —se burló Viktor—. Acaban de comprometerse de la manera más embarazosa que existe. —Pero... —Lo que estoy reclamando a Viktor es que haya influido, ella debía comprometer a otro caballero. —¡Prudence! ¿Estabas al tanto de algo tan sucio como aquello? —acusó su esposo. —¡Quería la felicidad de mi amiga! —Sin darte cuenta ibas a hacer lo que hice yo con ustedes —acotó Viktor—, pero no sé si hice lo correcto. Viktor se levantó y los dejó solos, no sin antes contemplarlos. Era mejor obviar aquel tema. Ellos no lo hablaban por miedo a descubrir toda la verdad detrás de la maniobra. Grace salió de la habitación con una sonrisa en el rostro, solo podía aceptar su destino junto a su amado. —Nos iremos ahora mismo, Grace — masculló lord Osbert después de enterarse de lo ocurrido sin importarle que estuviera acompañada por

Anthony. —Milord —comentó respetuoso. —Mañana en la mansión Beasterd, excelencia, lo estaré esperando —fue lo único que dijo el viejo conde. —Ahí estaré, milord —acató inclinando la cabeza—. Lady Grace, estaré ansioso por que sea mañana... Grace sonrió y se sonrojó. Sin embargo, después sintió el estirón de su padre hacia la salida. —Padre... —Vámonos antes que continúen llenándose la boca con tu nombre. Subieron al carruaje y lord Osbert se veía terriblemente abatido por lo que acontecía. La culpabilidad de ser un padre ausente era brutal. —Lo siento, padre —se disculpó la muchacha. —Entiendo que te hayas dejado seducir, pero lo hubieras hecho con mayor privacidad. Quien sabe cómo podría esto afectar tu tutoría. —¿Mi tutoría? —Recuerda que Christopher aún es tu tutor. —Él está desaparecido. —Debemos hallarlo, aunque aparecerá pronto para que le entregue la cantidad de guineas que me ha pedido. Grace no se atrevió a decir que no le entregara nada. Sus vidas corrían peligro; Hans casi fue víctima de la ambición sin límites de Christopher y su padre, un hombre viejo ya, no podría defenderse de él. Llegó a su casa y Flavia la esperaba en la entrada. —Ha regresado temprano, milady. —Lo sé, y traigo novedades... —comentó feliz. —¿Resultó? —inquirió entusiasmada la doncella—. ¿Se casará con el conde de Lauderdale? —No, pero sí me casaré con Anthony de York. —Agarró a Demon y le dio la vuelta por toda la habitación. —¡Pero si decía odiarlo! —Lo amo hasta con mis cabellos —confesó sonrojada. —Entonces enhorabuena, milady, aunque pensé que se casaría con milord. —También lo pensé así, pero las cosas no se me habrán dado por algo. Ahora creo que todo irá bien.

La noticia del compromiso no fue vista con buenos ojos por los demás aristócratas. Como le sucedió a Prudence, odiarían aquella unión entre esos irrespetuosos buscadores de placer. Grace estaba en el salón con Hans y su padre esperando a Anthony. —¡Si yo hubiera estado ahí! —expresó Hans, enojado. —Por favor, Hans —musitó Grace. —No trates de suavizar las cosas, Gracie, porque aquel hombre estoy seguro de que montó esa situación. Siempre ha estado obsesionado contigo… hasta que logró su objetivo. —No es tan perverso como creen. Anthony había llegado, estaba seguro que aquel era el último obstáculo y se lo saltaría. No tendría más problemas para su futuro con Grace. Cualquier cosa que viniera, la enfrentaría. —¡Anthony! —exclamó ella al intentar levantarse, pero la mirada reprobatoria de su padre se lo impidió. —Grace... —llamó Hans mirándola molesto para que ella se comportara, cosa que entendió al instante al notar sus enojados ojos azules. —Usted hundió la reputación de Grace, excelencia —acusó lord Osbert. —Ella es consciente de que le he propuesto matrimonio en más de una vez, negándose en repetidas ocasiones hasta que llegué a pensar que la única palabra que conocía era «no». —Su manera de proceder fue equivocada. Tenderle una trampa y seducirla es algo muy bajo —reprochó lord Osbert. Anthony frunció el ceño y se dio cuenta que todos pensaron que él había fraguado la situación. Grace no decía una sola palabra. Sabía que ella fue quien planeó el escenario digno de una joven casamentera muy codiciosa. —El punto es que usted se casará con ella sin merecerla. Harry es mucho mejor hombre que usted —declaró Hans. —¡Hans! —interrumpió su hermana. Ella se dio cuenta de que Anthony perdería los estribos en cualquier momento. —Déjalo, Grace. Al fin y al cabo, yo soy quien se casará contigo, no Lauderdale —replicó venenoso. —Creo que estamos empezando mal la relación de familia —soltó lord Osbert tratando de calmar los caldeados ánimos. —En dos semanas Grace será la duquesa de York y nadie se atreverá a criticarla nunca más —argumentó Anthony para transmitirle seguridad a ellos y también a Grace.

Esa posición de gracia era muy respetada, por lo que nadie osaría siquiera a señalarla con un dedo.

◆◆◆ Christopher leyó el periódico muy complacido, pues estaba más que de acuerdo con la opinión de la escritora. Grace se había pescado al pez más grande del estanque, y ese era su pez. Buscaría la mejor oportunidad para ir junto a ella y extorsionarla. Hacía demasiado tiempo que estaba escondido por si lo buscaban sus acreedores o las autoridades por lo de Hans. De nuevo su aliado sería la noche y entraría a la casa como siempre. Abrió la puerta trasera de la mansión y pasó con lentitud por los cuartos de servicio. Aquel lugar se notaba diferente, lo habían renovado para Grace. Su padre y Hans se desvivían por ella. Subió las escaleras de puntas y llegó hasta su recámara, separó la puerta y ella estaba sentada peinando sus cabellos con tanta suavidad mientras se miraba al espejo. Observaba cómo se trenzaba el cabello, se rociaba una loción y luego se dirigía a apagar su lámpara. —Buenas noches, hermana —saludó cínico metiendo su cuerpo completo en la habitación. —¡Christopher! ¿Qué haces aquí? Voy a llamar a mi doncella para que vaya por las autoridades. —Fui hacia su campana. —No irás a ningún lugar —mencionó arrojándola en la cama para reducirla—. No voy a hacerte daño, Grace. Tienes un aroma exquisito... Grace intentó escapar, pero no podía. —Solo quiero pedirte algo: quiero que me consigas dinero para limpiar mi nombre. En un momento, Demon despertó y observó a Christopher. Comenzó a ladrar desesperado. —Maldita rata... —expresó dejando a Grace, que corrió hacia la puerta, pero Christopher asió Demon y le colocó la navaja en el cuello—. Un paso más, Grace querida, y esta rata se muere —amenazó. Ella detuvo la marcha, no dejaría que dañara a Demon. —Si te doy lo que pides, no te irás... pero dime tu precio, Christopher. —Tres veces más de lo que le pedí a tu padre. —¡Nadie tiene ese dinero!

—Anthony lo tiene. Sabes sobre las joyas, ¿verdad? Los rubíes cuestan más que eso. —Jamás te daré nada, nunca se lo pediré. —No te casarás, necesitas de mi aprobación para hacerlo. —¡No la necesito! Cuando salga el decreto a favor de mi padre, no seré más de tu familia. —Eso lo veremos. Piensa en lo que te conviene. —Arrojó a Demon al suelo y se retiró de la habitación. Christopher se fue dejando un sabor amargo. No tendría la dicha de ser la esposa de Anthony.

Capítulo 40 Ella cayó a la cama con todo el peso. Sintió calambres en el vientre y un dolor agudo. —¿Dónde voy a conseguir tanto dinero? —lloró. Aquello era más que una fortuna, pero ¿cuánto tiempo tardaría en gastárselo completamente para volver y exigir más? Ese hombre era un parásito. Tenía que hablarlo con Anthony al día siguiente. Llamó por la campana a Flavia para que la atendiera. —Mande, milady. —Tráeme un té caliente, por favor. Este dolor en el vientre está matándome. La doncella tardó unos minutos en volver junto a ella. Se retorció. —Aquí está. —Se lo pasó. —Gracias, Flavia. Si aún tenía que estar sola, me hubiera arrastrado hasta la cocina —trató de sonreír. —Milady, ¿quiere que traiga a un médico o a su padre? —A ninguno. Esto es cosa de mujeres. Que mi sangrado sea más largo de lo normal no es motivo de alarma. La doncella no pensaba igual, quizá Grace estuviera embarazada y no se daba cuenta. Jamás debía cometer la indiscreción de insinuarle que tuvo relaciones antes del matrimonio. *** Bella bajó las escaleras y pasó al comedor donde Anthony estaba sentado con un rostro que hablaba de una gran felicidad. —Buen día, Anthony. —Le dejó un beso en la mejilla. —Buen día, Ana —correspondió sonriente. —Estás de buen humor —comentó contagiada por la sonrisa de su hermano. —¿Y cómo no estarlo? Me casaré con la mujer que amo.

—¡Sabía que era por eso! —Golpeó la mesa con las manos y sonrió como tonta—. Engaño será mi cuñada. Imagina todo lo que haremos juntas aquí. —Estás demasiado feliz, pero bien que la apoyaste para que se casara con Lauderdale. —¡Por supuesto que no! Estaba en desacuerdo desde un principio, solo que para que mi técnica saliera bien tenía que hacerle creer que estaba de acuerdo con ella. Querido hermano, yo frustré su plan —afirmó con descaro. —¿Qué hiciste? —preguntó confundido, pues había pensado que Viktor solo aprovechó unos minutos de retraso del conde. —Deberás guardarme el secreto. —Siempre he guardado tus secretos. —Este es delicado... —Me asustas, Anabelle. —No exageres. Lady Jules era quien debía atraer al conde con la premisa de que Grace se sentía muy mal, pero... —Ella nunca llegó; cayó por las escaleras. —¿Por qué no me dejas terminar? Yo la empujé por las escaleras. —¿Que hiciste qué cosa? —increpó Anthony dejando su té. —Lo que oyes. Yo fui quien dejó que cayera, menos mal no se hizo daño... Bueno, no tanto. Anthony se levantó con furia de la mesa. —¿Cómo diablos se te ocurrió algo así, Anabelle? ¡Estás demente! ¿Y si la matabas? —¡Lo hice por ti! No quería verte sufrir más por Grace. Entiéndeme, Anthony, estaba desesperada porque pensaba que te volverías trastornado. —No sabía que había tanta maldad en ti, Ana. Estoy decepcionado. —¡Deberías estar agradecido! —No eres la misma de antes. —¡No te has puesto a pensar que no soy la de antes! —gritó—. ¡Eres un mal agradecido, un ingrato! —¡Y tú una demente! —replicó enojado ante sus insultos. No podía creer que su pequeña hermana hubiera hecho eso. No importaban las razones, Jules pudo haber muerto por su causa. Se le quitó el hambre, por lo que fue a la biblioteca a abrir la caja fuerte donde se encontraban las joyas de su madre y la herencia a las damas de York.

Miraba cada uno de los anillos de compromiso que tenían generaciones, no sabía cuál llevar para pedirle a Grace su mano. Los zafiros quedarían con sus ojos, los rubíes resaltarían en su piel, los diamantes serían opacados por su belleza… Buscó aún más adentro y encontró las dos cajas de terciopelo donde estaban las joyas de la familia. Contenían las mismas joyas, tiaras, aretes, pulseras, gargantillas, pasadores y broches de rubíes. Observó las alhajas y aquellas representaban la desgracia para su familia, todo fue por ellas. Sacó el anillo de zafiros y diamantes para dárselo a Grace, aquel era el elegido, iba con lo que representaba ella. Cerró la caja fuerte y salió del despacho. Ya tenía su carruaje listo para ir a encontrarse con Grace.

◆◆◆ Ella estaba ansiosa por contarle a su amado cómo fue que Christopher la amenazó. Tocaron la puerta, el mayordomo abrió y, sin dilación, dejó pasar al duque junto a Grace, que estaba sentada en la alfombra jugando con Demon. El perro gruñó al percibir que se acercaba. —¡Demon, es su excelencia! —le reprochó Grace—. Flavia, llévate a Demon, o quiero que ataque al duque, ya que puede darle alguna enfermedad a mi mascota. —Sí, milady. —Se llevó al animal con una sonrisa. —Creo que tengo el mismo problema de Clay en lo que respecta a las mascotas —sopesó agarrándose el mentón. —Eso no es cierto. Demon tampoco me quería y ahora me adora. — Besó los labios de Anthony. Él la agarró de la cintura y la acercó para apretarla contra su cuerpo. Profundizó aquel casto beso. —Un día lejos de ti, mi malvada serpiente, es horrible —expresó con una mueca. —No me has extrañado tanto —repuso con un mohín. Él sonrió mostrando toda la dentadura bien alineada. —Te extrañé, por eso te traje un presente. —Sacó el anillo del bolsillo de su levita—. El símbolo de nuestro pacto en matrimonio, querida mía. Es hermoso como tú, Gracie.

Ella todavía estaba perdida en sus pensamientos. Aquello que tenía en el dedo significaba que se iba a casar con él, con Anthony, y que ya no sería Grace, sino lady de York. Su vida cambiaría y ella aún no lo dimensionaba, todo por culpa de Christopher. —Es hermoso —alcanzó a decir. —No tanto como tú, mi amada Grace. —Le robó un beso. Quedaron un rato en silencio y Anthony notó una nube de preocupación sobre su amada. —¿Sucede algo? —cuestionó turbado. —Yo... yo... Ella no podía terminar de hablar porque sus labios temblaban, estaba al borde del quiebre. —Calma, Grace. Respira y cuéntame qué sucede. —Acarició su espalda. —Christopher me pidió dinero y yo se lo negué. —Hiciste lo correcto. No tienes por qué darle nada. —Me amenazó con no autorizar nuestro matrimonio. Anthony lo pensó unos minutos, entonces rezó por que Viktor no hubiera quemado los papeles que le había firmado Beasterd donde incluía la tutela de Grace. —Tranquila, veremos qué hacer. En último está el plan original, huir a Escocia —consoló. —¿Nunca te rindes? —Sorbió su nariz con poca elegancia. Él le secaba las lágrimas con dulzura. —No me rindo, niégate a todos sus pedidos. Pronto dejará de insistir en eso. Grace lo abrazó, él la había reconfortado de una manera tan tierna y amable, que estaba lista para cuando volviera a aparecer su hermano.

◆◆◆ Una semana después, Grace armaba alboroto por la preparación para su matrimonio. —Vamos, Flavia, esa tela debes ponerla ahí. —Milady, no sé mucho de estas cosas. Su vestido creo que está bien. —Creo que le hacen falta más cosas. No me gusta que Anthony lo haya escogido por mí —dijo enojada. —Es un poco mandón.

—Demasiado, y yo no soy una dulce paloma. Aún tenemos unos días para modificarlo como a mí me gustaría. —Sí, milady.... —Compra el resto de la tela que te pedí y empezamos. Yo estaré en mi huerta un buen rato. —No se esfuerce demasiado, milady, deje que le cuide la huerta. —Me encanta hacerlo. Cuando esté en casa de Anthony también pondré mi huerta. La doncella asintió y salió a comprar el pedido de Grace. Ella removió la tierra y sacó las malas hierbas que crecían alrededor de sus vegetales. —Grace —la llamó Christopher. Ella se levantó con brusquedad y se colocó firme para enfrentarlo. —Has venido a perder tu tiempo de nuevo aquí, Christopher. Yo no te daré nada —musitó con una sonrisa maliciosa. —Recuerda que no te daré mi bendición —la amenazó. —Puedes hacer lo que gustes. Gretna Green es una opción bastante buena para los enamorados que realizan un escape romántico —añadió sarcástica. Christopher montó en cólera por aquella respuesta que no esperaba. —Recuerda esto, Grace, si yo no tengo ese dinero, tú no te casarás con Anthony, te lo juro. —¿Y qué piensas hacer? No tienes nada contra mí... —lo desafió. —Es lo tú crees. Disfruta de tus últimos momentos de felicidad al lado de tu amado. Al acabar de decir aquello, se retiró del lugar con cuidado de no ser reconocido. ¿Qué tramaba? Pero él no tenía absolutamente nada para separarla de Anthony, no debía temer ante aquellas amenazas vacías. Grace terminó de arreglar el jardín, luego tomó un baño y se preparó para esperar a Anthony. Ese día tenía que ir a visitar a Bella y probar si podía ayudarla a salir de las sombras en la que estaba. Esta última semana fue mágica para ellos. Era la mujer de su vida, la amaba hasta la locura, salvo que tenía un defecto: el perro. Debía deshacerse del sabueso del infierno que tenía. Cada vez que salían se empeñaba en morder sus botas, pues perdió tres pares en tan poco tiempo.

—¿Estás lista? —Solo me hace falta el ridículo. —Corrió hasta su habitación. Christopher observó cómo ambos subían al carruaje y los siguió, observaría cualquier debilidad de la feliz pareja. El viaje en el carruaje fue agradable. No le comentó que despachó a Christopher de manera monumental, no había forma de detener su matrimonio con él. —¡Ana! —llamó Anthony al entrar en la mansión. —¡Grace! —exclamó emocionada Anabelle—. Aún no creo que seremos cuñadas, estoy que me muero de la felicidad. —Bajó para abrazarla. —Mis queridas damas, ¿me acompañan al despacho? —preguntó amable. —Sí —respondieron ambas muy felices. Anthony llevaba algunas cosas entre unas telas. —¿Qué es eso? —indagó Grace por los bultos. —Son las joyas de la familia —contestó mientras abría la caja fuerte—. ¿Quieres verlas? —Sí —exclamó animada. Bella los miraba en silencio y con los ojos tristes. Aquellas joyas tenían su sangre, eran una desgracia. —Las llevé para que las limpiaran. Son parte de la herencia de Ana. — Sonrió y abrió las telas. Era impresionante; dos juegos de rubíes de los más hermosos que sin duda valían una gran fortuna. —Son tan hermosos. —Los acarició. Bella no soportó la presión de volver a tener cerca a esas joyas, le recordaban lo que le había ocurrido, por lo que entre lágrimas salió corriendo del despacho. —¡Anabelle! —Metió a las apuradas las joyas en la caja fuerte, sin cerrarla, y corrió tras ella. Grace quedó sola y sorprendida. Dejó su ridículo y salió tras ellos, pero su zapato se saltó de su pie y tardó un poco en ponérselo. Los alcanzó en la habitación de Bella, ella lloraba en brazos de su hermano. —Lo siento, Ana. No quise recordarte nada, sé que es doloroso. Ella no respondía, solo sollozaba desconsolada. —Es el pasado, debemos superarlo. También la amaba con el alma, pero he decidido seguir viviendo. Tú deberías hacer lo mismo.

—¡No puedo, fue mi culpa! —No lo fue. Deja ya de torturarte por eso —pidió calmado Mientras los tres estaban en la habitación de Bella, Christopher entró por la ventana del despacho y se dirigió a la caja fuerte. —Aquí están, hermosas... —sacó uno de los juegos—. Ahora ya no necesito de ti, Grace. Pude hacerlo yo mismo. Él se metió las joyas en los bolsillos y ya estaba pensando en escapar cuando se le ocurrió una terrible idea. —La venganza es un plato que se come frío, hermanita —murmuró para sí al sacar la pulsera de su bolsillo, también los aretes de rubíes, y los metió en el ridículo de Grace—. Veremos qué tan grande es el amor que Anthony siente por ti cuando sepa que eres una ladrona. Sonrió con mucho entusiasmo y salió del despacho. Dejó todo como lo había encontrado.

Capítulo 41 Esa misma noche fue al Destiny a dejar las joyas como aval para obtener solvencia. —¿Por cuánto tiempo me alcanza el valor de estas joyas? —indagó Christopher a Viktor. Viktor las contempló; aquellas iniciaron su desgracia de la misma forma que lo hizo para Bella. Lo que había comenzado como una ayuda, se transformó en un calvario que arrastraría a varias personas a su paso. —Te alcanzará por un buen tiempo. —Asió las joyas con una sonrisa, las cuales no estaban completas. En su momento, cuando las había recuperado del robo, eran como seis piezas y ahí había solo dos. Christopher se quedó con el resto de las joyas después de haber dejado los aretes y la pulsera en el ridículo de Grace. Al día siguiente, Anthony se encontraba en su despacho cuando Christopher lo interrumpió. —Buen día, Anthony —saludó sardónico. Anthony lo miró con desprecio y se acomodó en su sillón. Quiso adelantarse a lo que él le tenía que decir. —Sé lo que has venido a buscar, Grace me lo dijo. —¿Y qué fue lo que te dijo? —curioseó con un tono irónico. —Que le pediste dinero. —Qué ella me dio, por cierto. —No pudo habértelo dado. —Me lo dio en especies. —¿A qué “especies” te refieres? —Joyas. —Ella no tiene joyas. —Pues me consiguió unos rubíes muy valiosos. —Seguro lord Osbert se lo proporcionó. —Si quieres, te las muestro —expresó sacando la tiara de rubíes. Contempló la tiara y la reconoció sin dudarlo un segundo.

—No puede ser... —Se la arrebató. —Ella me dijo que no me preocupara por el dinero, que lo conseguiría porque no quiere que sea un pobre diablo, pero yo reconocí bien las joyas y te las traje. Me debía dar más el día de hoy. Abre los ojos, ella te ha estado robando. No le robé las joyas, me las dio. Esos zafiros eran tan hermosos... —explicó con malicia. —Eso es una mentira... —Abrió su caja fuerte y no podía ser que sus ojos lo engañaran. —Ella tomó lo rubíes para mí. —Pero.... si ella sería la duquesa. No necesitaba robarme. —¿Has pensado en todas las negativas que te ha dado? ¿Verdaderamente piensas que te ama? —vertió su veneno en el enojado corazón de Anthony —. Yo te sugeriría que busques en casa lo que falta. —¡Vete! —gritó Anthony muy enojado. —Es una pena que al final sepas quien es Grace: solo una simple ladrona interesada que no puede ver sufrir a su hermano. Anthony lo agarró de la ropa y lo tiró fuera del despacho. Quedó dando vueltas alrededor de la habitación y pensaba en ir a buscar las joyas o no. Su mente era un mar de dudas. La semilla de la duda crecía con rapidez. Él no lo soportó, iría a ver a Grace en ese instante, todo debía tener una explicación sensata.

◆◆◆ Grace modificaba el vestido que iba a lucir el día de su matrimonio, cuando el mayordomo le avisó de una visita. —Milady, el duque viene a verla —¡Anthony! —exclamó con emoción antes de bajar las escaleras—. Anthony, qué alegría verte —Lo abrazó, mas él no respondió. —Quiero que me digas que tú no me robaste. —¿Qué has dicho? —indagó sorprendida. —¡Dime que tú no te robaste las joyas de mi hermana! —¡¿Cómo crees que me las robaría?! —Entonces, me dejarás mirar en tu habitación —decidió con un tono autoritario.

—No tengo nada que ocultar —respondió enojada por tan absurda acusación. Anthony subió a largas zancadas las escaleras y entró en la recámara. Registró su secreter y sus cajones. Nada, hasta que encontró el ridículo, metió la mano en él y allí estaban las joyas que le dijo el hermano. Él se quedó patitieso, pues esas eran las joyas. —¿Qué sucede? —cuestionó angustiada Grace. —¡Esto sucede! —mostró furibundo los pendientes y la pulsera. —¿Qué hacen esas cosas ahí? —¡Dímelo tú, están en tu ridículo! —¡No sé cómo llegaron ahí! —replicó al instante. —¡Eres una ladrona mentirosa! ¡¿Por qué lo hiciste?! —¿De qué me hablas? —Ibas a tenerlo todo. Simplemente me lo hubieras pedido, te lo iba a dar todo sin rechistar —soltó muy decepcionado. —¡Yo no tomé esas joyas! —se defendió. —¡No sigas mintiendo! Se las diste a Christopher para que las vendiera. ¿Cuánto tiempo pensabas hacerme esto y luego robarme el segundo juego también? —¿Estás demente? ¡Yo no las tomé! —repitió. —Eres la única persona que se quedó a solas con las joyas ayer. —¡Yo no las tomé! Lo juro. —Explícame entonces por qué estaban en tu ridículo. Ella no sabía qué más decir, solo la verdad era lo que le contaba. —¡No lo sé! —respondió con desespero. —¡No me tomes por mentecato! —resopló al sacudirla—. ¿Cuánto tiempo te has estado riendo de mí? ¡Yo te amaba, Grace! —¡Yo te amo, Anthony! Jamás lo haría, no tengo razones para robarte. —Ya no jugarás conmigo, has dejado mi corazón en pedazos, pero esto lo pagarás. Nuestro compromiso se termina. Londres sabrá la clase de dama que eres. —¡Anthony, cree en mí, te lo ruego! —berreó frente a él. —Eres una excelente intérprete, lady Engaño —ironizó—. Caí en la peor de las trampas que me habías tendido. Me humillaste, me hiciste sufrir, me hiciste feliz... ¿Para qué? Para terminar en que eres una mujer frívola. —¡No me hables así, no tienes derecho!

—Tengo derecho, soy tu víctima, el hombre más tonto que vio nacer estas tierras. Seguro pensaste que mi idiotez era proporcional a mí fortuna. —No necesito tu dinero. Tú me regalaste joyas. —¿Dónde están esas joyas? ¡Que no las veo! —Las escondí de Christopher. —¿Y el robo de los zafiros? ¿Tú se los diste para que yo te comprara otros? Me adolece que regalaras las joyas que te di. —Tú eres el demente aquí. ¡Vete! —Se retorció del dolor. —¿Y ahora qué finges, Engaño? —satirizó. —¡Vete! —Sabrás de mi pronto. Esto no quedara así, pues engañaste al hombre equivocado... Anthony cerró de un portazo y Grace se desplomó en el suelo. No sabía qué le dolía más, si el corazón o su vientre. Flavia entró al escuchar el grito de Grace que estaba en el suelo agarrándose el abdomen. —¡Milady! —expresó asustada al ver la sangre en sus ropas. Salió corriendo a buscar al mayordomo para que fuera por el doctor y lord Osbert, al tiempo que Grace quedó desmayada en un charco de sangre en su habitación. —¿Qué le sucedió a Grace? —espetó su padre al doctor después de que la atendieran. —Ella perdió a un niño. —¿Una criatura? —increpó Hans, sorprendido. —Según lo que me comentó su doncella, ella no lo sabía, pensaba que se trataba de un sangrado poco común, pero lo que tenía era un embarazo de mucho riesgo donde debía reposar y evitar emociones fuertes. —Ha estado sometida a mucha presión —informó su hermano. —Deben comunicárselo cuando despierte. —Gracias, doctor —dijo lord Osbert—. Le agradecería su discreción en este asunto. El hombre asintió y recibió lo que lord Osbert pagaría por sus servicios y su silencio. Hans y lord Osbert se quedaron cuidándola toda la noche y madrugada, durante la cual pasó fiebres y desvaríos. —Padre, ¿se lo dirá usted o se lo diré yo?

Él miró a su preciosa hija, había sufrido demasiado. Un compromiso roto que salió en el periódico a la mañana siguiente y, además, soportar también haber perdido a su hijo con Anthony, era más de lo que estaba dispuesto a presenciar. —No se lo diremos, será un secreto que guardaremos por siempre, Hans. Ella ya soportó lo suficiente como para que le demos este golpe. —El duque debe saberlo para cargar con la culpa de la muerte de su hijo —siseó Hans, enojado. —No solo lo podemos culparlo a él, Christopher tiene mucho que ver. He reunido las guineas que me pidió. Se las entregaré para que deje en paz a mi hija. Lord Osbert fue y se recostó al lado de una pálida Grace para agarrar su mano. No se imaginaba cuánto sufría su pequeña. Sabía que al lado de Lauderdale nada de eso hubiera sucedido, era una pena que él no estuviera ahí para apoyarla.

◆◆◆ Anthony estaba frustrado y enojado. No comprendía cómo pudo enamorarse de aquella mujer interesada. Fingió humildad todo el tiempo para robarle esas joyas aún más valiosas. —¿Qué te sucede? —curioseó Anabelle. —Grace robó tus joyas, creo que deberíamos seleccionar mejor nuestras amistades. —¡Qué sandeces dices! —¡Lo que oíste! Ayer me robó en mi casa y en mi cara. Yo estaba confiado en mostrarle esas joyas... —Se agarró la cabeza. —No es capaz de robar. Ella te ama. —¡Ama más darle dinero a Christopher! —¡Eso no es posible! Ha sufrido por ti. —Todo fue una actuación, Anabelle, ¡abre los ojos! Bella no creía ni una palabra de aquello, no podía suceder eso. Su hermano seguro atravesaba una confusión muy seria. Anthony pasó aquel día encerrado y bebiendo en su habitación. No recibió a ninguno de sus amigos que fueron a buscarlo después de haber leído la ignominia pública a Grace, abandonándola a pocos días de su matrimonio.

Durante ese encierro pensó en la mejor forma de vengarse de ella, y nada le venía a la mente hasta que se le ocurrió que Viktor aún podía tener aquellos papeles que lo hacían el dueño de Grace. Se levantó a toda prisa sin importarle sus fachas, dado que estaba deshecho. Subió a su caballo y se dirigió rumbo al Destiny. Pasó por el salón de juegos, subió las escaleras y llegó hasta el despacho donde Viktor estaba sentado. Bebía una copa de brandi y leía el periódico. —Muy bonito —musitó Viktor con sarcasmo al leer la anulación del compromiso, lo había hecho sin dudar para que saliera al día siguiente. —Sé que aún tienes esos papeles que te pedí que incineraras. —Anthony, no estás nada bien... —¡No me cambies el tema! ¿Tienes esos papeles o no? —indagó impaciente. —Los tengo aquí. —Se los enseñó. Anthony se los arrebató de las manos con gran velocidad y se dirigió a la puerta para regresar a su vivienda. —¿No quieres escucharme primero? —No estoy para tus sermones. —Se retiró de la estancia. Al volver Anthony a su residencia, llamó a sus lacayos para que hicieran unos mandados. —Quiero que destruyan todo el huerto de lady Grace —ordenó. —Sí, excelencia —los cinco lacayos obedecieron sin dudar. —No debiste haberme engañado. —Agarró la botella de brandi. Al día siguiente, esos mismos lacayos tenían una misión: raptar a Grace y llevarla a la mansión del duque, en donde él la tendría en cautiverio el tiempo que le pareciera suficiente, pero no sin antes hacerle saber a la sociedad que era una farsante. Esa misma noche Anthony redactó una misiva para el periódico donde pedía que publicaran cosas sobre Grace; aquella muchacha no se imaginaba que sería el peor día de su vida y que todo lo había planeado Anthony con tanto rencor que no conocía los límites. Grace despertó esa tarde. Se sentía golpeada, pero no sabía la razón. —Gracie… —Hans le dio un beso en la frente. —Hans —murmuró con una pequeña sonrisa—, ¿qué me sucedió? —Te descompensaste hace unos días. —Pero me siento tan débil... —El doctor dijo que probablemente necesitabas comer más —mintió.

—Creía estar alimentándome bien —opinó extrañada. —Creo que debes dejar los dulces —bromeó su hermano. Ella sonrió triste y no pudo olvidar lo que paso con el duque. —Anthony rompió nuestro compromiso. —Lo sabemos, no dudó en hacerlo público. No pudo contener las lágrimas de desosiego. Solo debía continuar su vida como si nada hubiese ocurrido. —Calma, Grace, nuestro padre y yo te ayudaremos a superarlo. —Gracias. —Lo abrazó. Necesitaba consuelo y Hans era tan agradable que se sentía cómoda a su lado. —Mañana volveremos para verte. Durante la noche volvió a tener pesadillas con Anthony, no había forma de evitarlas. El alma le dolía por la acusación que le hizo. No tenía forma de defenderse, las pruebas la inculpaban y eso en realidad era obra de Christopher. Grace despertó y a duras penas pudo ponerse en pie. Debía sentirse útil o moriría de algo en la cama. Si no era de aburrimiento, sería de pensar en Anthony constantemente. Dio unos pasos hasta llegar a la puerta, en donde se recostó; estaba más débil de lo que pensaba. Tomó fuerzas de donde podía y caminó hasta llegar al comedor. Grace se acercó a la mesa, en la cual se encontraba el periódico. Lo agarró, pero Flavia se lo quitó al instante. —Dámelo, Flavia. Necesito algo para distraerme. —Es mejor que no lo lea... —¿Qué me ocultas? —Usted está convaleciente, milady. Descanse. —¡Cállate! Dime qué dice el ruin periódico. —Yo no... Grace se lo quitó en un descuido y empezó a hojear. Queridos lectores, Sabemos de muy buena fuente que lady Grace está en la quiebra y quiso casarse con el duque de York poniéndolo en una situación comprometedora en la última mascarada.

Ya estaba listo para la boda hasta que el joven duque se enteró de que su prometida era una farsante. Otra vez lady Grace está libre y no dudará en cazar al segundo mejor partido. Cuiden sus bolsillos, caballeros, pues tenemos una embaucadora suelta. Periódico Londres dice, página 2. Se sintió desfallecer ante aquella publicación. Con eso ya no tenía cabida en Londres, nunca se casaría, su futuro se había esfumado. Anthony era un hombre demasiado rencoroso como para haberle hecho eso, porque sin dudas él dio más información de la necesaria. —Le dije que no lo leyera —lamentó la doncella ante el inagotable llanto de Grace. —No pensé que Anthony me haría algo así —expresó presa de una inexplicable agonía. —Milady, eso no es todo —dijo triste la doncella. Aquello acabaría por completo con la muchacha. —¿Y ahora qué? —Se agarró la cabeza. —Alguien destruyó su huerta. —No puede ser. —Tomó todas sus fuerzas hasta llegar a su huerta o, mejor dicho, lo que quedó de ella. Observó toda la destrucción que había alrededor y se arrodilló en el abono asiéndolo con las manos. Amaba su huerta y Anthony lo sabía. La despojó de su reputación y también de su precioso plantío, sentía que moría por dentro. Hans entró corriendo a la casa después de haber leído lo que salió en el periódico, no dudó en ir a verla pese a que su padre quedó recostado en la cama por la impresión de la nota. —Gracie. —La levantó en brazos y la llevó adentro para recostarla en su cama. Prudence, Jules y Caroline habían ido a visitarla. No podían dejarla sola en tamaña desgracia, se turnaban para no dejarla sola después de retirarse su hermano. —Grace… Caroline, Jules y yo hemos sido víctimas de aquel periódico. Saldrás adelante, conseguirás un buen marido —opinó Prudence para levantar el ánimo de Grace. —No conseguiré ni un mozo de cuadra —musitó pesimista.

—Creo que podemos volver a montar el plan —animó Caroline. —No quiero participar, quizá la próxima vez me parta el cuello — expuso Escándalo. Hizo reír un poco a Grace. —Nosotras te apoyamos. —Caroline agarró sus manos. —Gracias. No sé qué haría sin ustedes. Cuando las visitas estaban en casa, tocaron a la puerta. Al abrir, el mayordomo fue golpeado por los desconocidos. Cinco hombres entraron y agarraron a Flavia encerrándola en una habitación mientras gritaba desesperada. —¿Qué es ese ruido? —increpó Jules cuando los hombres a cara descubierta irrumpieron en la recámara. —Agarren a lady Grace —mandó uno de ellos. Se dirigieron a ella, pero Prudence se colocó frente a ellos. —¡No se los permitiré! —Lo golpeó, pero el hombre era más fuerte y la empujó para lanzarla lejos. Caroline, con el zapato en la mano, se puso también a defender a Grace. —Quítese, milady —ordenó el lacayo al ver que aquella dama estaba embarazada. Ella lo golpeaba. Como él no quería hacerle daño, la cogió en brazos y la encerró con Flavia. Solo quedaba Jules, que se arrojó a la espalda de uno de ellos y comenzó a morderlo hasta que fue arrojada junto a Prudence. Grace hizo lo posible por levantarse y pelear para que no se la llevaran. —No la tendrán fácil —susurró con su daga en la mano. Sin embargo, ella no estaba bien, por lo que se cayó al suelo permitiendo que los hombres la alzaran con facilidad.

Capítulo 42 Los hombres llevaron a Grace hasta la mansión de Anthony y la pusieron en un cuarto de servicio. —¿Por qué está inconsciente? —inquirió alterado al notar pálida a Grace. —Milady estaba en cama y sus amigas estaban con ella. —¿Amigas? —Una embarazada, una pequeñita con mucho carácter y la que se creía un perro —explicó el tipo recordando la mordida. —¿Están bien? Espero que no les hayan hecho nada. —No les hicimos nada, excelencia. —Bien, porque esas eran las esposas de Hereford y Devon. Más vale que estén intactas. —Lo están, lo juramos. —Retírense —pidió más serio. Los lacayos lo dejaron a solas con Grace. Él observaba a aquella hermosa víbora que lo había trastornado por aquel terrible engaño. Habría puesto el mundo a sus pies si ella se lo pedía, pero prefirió ser ruin y cruel. La miró con el desprecio por el engaño. Salió de la habitación o de lo contrario caería en los encantos de esa engatusadora. Grace no despertó hasta el día siguiente que sentía su cuerpo pesado. —¿Dónde estoy...? — preguntó para sí. Escuchó los ladridos de su perro que al parecer los siguió. —Demon, ¿dónde estamos? Alguien abrió la puerta y contempló al perro. —¡Muérdelo, Demon! —ordenó Grace. Demon atacó al sujeto y Grace intentó correr, pero no pudo, por lo que hizo una caminata rápida recostada por la pared para no caer y llegó hasta casi el vestíbulo. Sin embargo, un hombre la atajó. —Milady, su excelencia quiere hablar con usted. —Pues yo no quiero hablar con él.

—Tengo órdenes, y las voy a cumplir. —La agarró y la ubicó en su hombro. Se resistió todo lo que pudo hasta que la dejó en el despacho de Anthony. —Su excelencia, ¿qué hacemos con el perro? —¿Trajeron al perro? Serán inútiles. —No sabemos cómo llegó. —Llévenlo y enciérrenlo en las caballerizas. —Sí, excelencia. Grace y Anthony quedaron a solas mirándose desafiantes. Pasaron de ser amantes a parecer acérrimos enemigos, era una gran diferencia de sentimientos. —Lady Grace, siéntese —sugirió al verla pararse con dificultad, mas ella se puso erguida y retadora. —No necesito sentarme. Espero que sea breve, pues debo volver a mi casa. Anthony sonrió con sarcasmo y le arrojó unos papeles. —¿Qué se supone que es esto? —Soy tu tutor. De ahora en más me perteneces, Grace —espetó con malicia—. Puedo hacer lo que desee contigo. —¿Y qué piensa hacer, excelencia? —rechistó. —Tú me servirás. —No lo entiendo. —Serás mi criada, Grace, ya no serás una lady. Ella lo miró iracunda. —¿Piensas que me someteré a esa estupidez? Espera a que mi padre y Hans sepan de esto, entonces te matarán. —Yo soy un duque y hago lo que se me place. Si quiero, hoy puedo hundir a tu padre y a tu hermano. —Eres despreciable —expresó Grace sintiendo asco al oírlo. —No lo soy tanto comparado con la forma en la que aplastaste mi amor con tu engaño. Notarás que lo has perdido y sufrirás por haberme engañado. Pudiste haber sido la duquesa. —Pronto sabrán que estoy aquí. —¿Y quién lo dirá? ¿Mis otros sirvientes? ¿Piensas que hablarán y te salvarán? Estás equivocada, cuidarán de quien les da de comer. Grace chirrío los dientes de la rabia.

—Toma. —Le arrojó una ropa del servicio—. Es lo que usarás de ahora en más hasta cubrir lo que robaste, ya que no valoraste los costosos vestidos y joyas que te di por preferir robarme —acusó. No tenía ánimos de discutir. Sin dudas, le dejaría claro lo que pensaba. Destrozó con fuerza las prendas que le dio. —Tengo más de donde vienen esas —comentó con suficiencia—. Tú me servirás únicamente a mí y con excepciones a Bella. —¡Oblígame! —Colocó los brazos en jarras. —Está bien. Tienes dos opciones: no comes o irás al patio y te azotaré por desafiarme —replicó con frialdad. —¡No serias capaz! —¿No? —Afianzó su agarre en el delicado brazo para obligarla a caminar muy rápido. —Me estás lastimando —reclamó Grace. —Esa es la idea, que sufras como lo hago yo. —Estás en un error. Vas a arrepentirte, pero ya será muy tarde, Anthony. La llevó al patio y agarró una fusta. Ella lo contempló con horror. —Arrodíllate, Grace. —Una vez te dije que me tendrías a tus pies el día en que me golpearas y me dejaras inconsciente, y lo sostengo. —Esperó que eso lo hiciera reaccionar. Anthony estaba aún más nervioso. —Traigan al perro. —¡No! —Era intimidada dos veces con lo mismo. Aquello era perverso, era una delgada línea la que separaba a Anthony de Christopher. —Creo que nos estamos entendiendo. —Haré lo que me pidas, pero no lastimes a un inocente. —Entonces ve y cámbiate. Empezarás ahora —ordenó antes de dejarla ahí. Por supuesto que no le haría nada al perro y mucho menos a ella, quería que su amenaza fuera más creíble para que se sometiera. Quería saberla sufriendo como él lo hacía. Llevaron a Grace hasta su cuarto, justo en donde estaba el resto de los empleados del duque. —Lady Grace —chilló la señora Nell.

—¡Señora Nell, mire lo que me ha hecho! —Se abrazó a la señora y sollozó. —No sé por qué su excelencia hace esto, él no es así. —quiso consolarla al acariciar sus cabellos. —Esto es lo que él es realmente, señora Nell. —Oh. milady, me gustaría tanto ayudarla. —No se preocupe, señora Nell, saldré de esta como he salido de muchas otras. —Tome, milady. Su excelencia le envió estas prendas. Grace observó las telas corrientes del vestido de trabajo, pero qué más daba. Le demostraría que no importaba la cantidad de veces que la humillara, ella volvería con más fuerza. La señora Nell la ayudó con el vestido y le colocó una cofia en el cabello. —Ya está lista. —Gracias, señora Nell —expresó con tono triste. Dio unos pasos y casi cayó. No recordaba cuándo fue la última vez que había comido. Desde el rompimiento, lo que era la realidad le resultaba muy confuso. Lo único que sabía era que le haría la vida imposible a Anthony hasta que su padre la hallara. Salió de la habitación de servicio, fue hacia el despacho de Anthony y tocó la puerta. —Adelante —gruñó él. Ella entró. Le parecía hermosa con cualquier trapo que se pusiera. —Mande usted, excelencia —se ofreció Grace de mala gana. —Ten cuidado de cómo le hablas a tu patrón, Grace. —Fui educada para ser una dama. —Pues bien, “dama”, quiero que ordenes toda la biblioteca y la limpies. Grace se fijó alrededor y notó que estaba ordenada a la perfección; era una biblioteca majestuosa. —Según lo que distinguen mis ojos, excelencia —satirizó su título—, está limpio y en impecables condiciones. Anthony se levantó de su asiento y tiró cada fila de libros al suelo. —Corrección, Grace... ¿Cómo dijiste que estaban? Se le haría costumbre chirriar los dientes siendo la criada de Anthony. —¡Pues manos a la obra! —sonrió dejándolo con la boca abierta.

Quería escuchar quejas de ella, pero nada, se limitó a hacer el trabajo sin rechistar. Pasaron cuatro horas y ella no decía nada. Ya casi era hora de la cena, continuaba limpiando y ordenando los libros. —Si no me hubieras engañado, a estas horas estaríamos contando los minutos para ser esposos —comentó melancólico. —Terminé, excelencia. ¿Se le ofrece algo más? —inquirió como lo haría una excelente criada. —Nada más —contestó gélido. Ella lo había ignorado por completo. —Me retiro. Con su permiso... —Salió de ahí. Corrió hacia su habitación y se encerró a llorar. Frente a él no volvería a quebrarse nunca, pues no tenía perdón. A la menor oportunidad que tuviera, escaparía. Alguien tocó su puerta y Grace le abrió. La señora Nell le llevó una bandeja de comida, justo un platillo digno para Anthony o Bella. —No lo quiero, señora Nell. ¿Tiene algo de lo que comen ustedes? —No le daría eso, milady. Usted es... —No soy nadie, solo la prisionera de este demente. —Voy a ayudarla. —¿Ayudarme? —A escapar, milady. No estoy de acuerdo con lo que hace el duque. —Pero su trabajo… —No ocurrirá nada. Planearé algo y le diré después. —Gracias, señora Nell. —Ahora cómase esto. —Iré a comer con usted. —Pero... —¡No se hable más! —expuso Grace, y agarró del brazo a Nell para ir juntas a la cocina. Anthony no podía dormir pensando que Grace estaba en su casa, en el cuarto de servicio quizá pasando frío. Prefirió abandonar su hogar y fue para visitar a Ernst. Al llegar a la casa escuchaba desde afuera la tétrica melodía de un violín, lo que significaba que Ernest estaba pasándola mal. Comenzó a arrepentirse de haber ido hasta ahí. Tocó la puerta y su amigo le abrió con una sonrisa. —Pensé que estabas muriendo. —Me gusta el arte, mi amigo. —Bajó el violín en la mesa. —Hice algo malo.

—Cuando vislumbro a alguno de mis amigos cruzando esa puerta a esta hora, sospecho que están metidos en líos hasta la coronilla —opinó burlón —. Quedó un poco brusco lo que publicaste sobre lady Grace. —Lo merece por embustera. —Cómo va a dolerte cuando despiertes a la realidad de haber defraudado al verdadero amor. —El verdadero amor… —expresó con sorna—. Sandeces. —Y dime qué otra gansada cometiste. Supongo que fue una peor a la del periódico. —Bebió de su copa. —Hace un día que está secuestrada en mi casa... y es mi sirvienta — contestó apresurado. Solo quería descargar su consciencia. Ernest escupió lo que se había llevado a la boca. —¡Condenación, qué mala costumbre la tuya! —exclamó irritado Anthony al sentir el escupitajo en él. —Lo siento. Es que me sorprende el punto máximo de la bobería de mis amigos. Déjame felicitarte, has ganado el primer puesto. Superaste a William, y eso que él es un profesional en materias de tonterías. —No estoy para juegos. —¿Entonces? No creo que diciéndote: “Libera a tu prisionera”, lo hagas... —Es indiscutible que no lo haré, quiero que pague por haberse burlado de mí. —No puedo ayudarte, soy alguien que apoya las causas nobles del amor, no semejante bajeza —se sinceró. —Pero la amo... —Mejor es odiarla, porque ese amor que le tienes es como odiar a alguien. ¿En qué demonios pensaba cuando fue hasta ahí a que lo consolaran? Ernest jamás lo apoyaría para cosas malas, era un hombre de alta honestidad y moral intachable. —Yo que tú, mi pelirrojo amigo, la libero antes de que sea demasiado tarde. —¡No lo haré! —Bien. Es tu vida y tu amor, entonces aquí estaré para darte mi hombro cuando llores por haberla perdido para siempre. Mira mi hombro derecho, es bonito y tiene tu nombre —añadió burlón.

Anthony volteó los ojos y continuó bebiéndose su copa. En casa de la familia de Grace, la buscaban hasta el cansancio. —¡No se la pudo haber tragado la tierra! —exclamó Hans, desesperado. —Lo sabemos. Tenemos que encontrar a los sospechosos permisibles del secuestro —dijo Harry. —Solo tengo dos nombres: Christopher y Anthony de York. —Christopher tiene razones para raptarla —asumió Robert— si es tan mal hermano como cuentas. —Pues también Anthony tiene razones —admitió Hans. —Pero él la despachó sin siquiera tener consideración con ella —expuso irritado Harry. —Buscaremos a Anthony y averiguaremos si él la tiene, luego indagaremos a Christopher —razonó Robert. Los tres llegaron a casa de Anthony y esperaron a ser recibidos al día siguiente. —Excelencia, vienen a entrevistarse con usted tres caballeros —anunció la ama de llaves. —¿Dónde está Grace? —Limpiando su habitación, excelencia. —Enciérrala ahí para que no salga. Llévalos al ala oeste de la casa. —Como ordene. El ama de llaves cumplió todas las órdenes que Anthony le había dado. Grace estaba en la lujosa habitación de Anthony. Era una estancia maravillosa, casi un sueño. Y pensar que aquel iba a ser su futuro, pero no fue así. Recogió sus cosas y quiso salir. Sin embargo, la puerta estaba trancada. —¡¿Alguien puede abrir?! —chilló con fuerza. Bella estaba leyendo y escuchó los alaridos que salían de la recámara de Anthony. —¿No es la voz de Grace? —Se colocó uno de sus antifaces y caminó por el pasillo. —¿Alguien me oye? —insistió cansada. —¿Grace? —indagó Bella. —¡Bella, ayuda! ¡Alguien me encerró aquí! Los hombres miraban a un tranquilo Anthony que parecía no tener vela en aquel entierro. —Queremos saber si usted tiene a Grace —increpó Hans, acusatorio.

—Lady Grace debe estar buscando qué robarle a alguien para dárselo al parásito de su hermano. ¿Por qué no la buscan con él? —Ella está convaleciente —argumentó Harry—. No está bien alimentada y está muy débil. Eso explicaba mucho de su decaimiento y también su palidez, era probable que hiciera un gran esfuerzo por cumplir con sus labores para un patrón insufrible como él. —Yo no sé dónde se encuentra —mintió Anthony. —Unos hombres la raptaron. ¿Puede ayudarnos a ubicarla? —comentó Hans. —No tengo razones para estar al pendiente de esa mujer —escupió rabioso. Hans iba a reaccionar, pero Harry lo agarró del pecho. —Gracias por cooperar, excelencia —se despidió Robert con una inclinación de cabeza. —Hasta pronto... —lo siguió Harry. Hans salió sin decir nada, estaba seguro de que él sabía más de lo que decía. Anthony fue hacia su habitación y descubrió que Bella intentaba abrir la puerta. —¿Qué haces ahí? —reprendió enojado. —¿Qué hace Grace atrapada en tu habitación? —No es asunto tuyo. —Es mi amiga. —Ahora es solo mi criada. —¿Qué chifladura estás diciendo? —Soy su tutor y ella me pertenece, así que no te metas en mis asuntos, Ana. —Voy a soltarla —lo desafió. —Tú lo haces y te enviaré a Escocia para que sufras... —¡Eres horrible! —se echó a llorar antes de regresar a su habitación. Él se aprovechó del dolor de su hermana para que lo dejara en paz. Giró la llave y entró en la estancia. No sabía hasta qué punto Anthony se había convertido en un monstruo. —¿Estás enferma? —No lo estoy, creo que no debería preocuparse por la salud de su criada. —Ve a descansar.

—Todavía me queda mucho. —Vete a descansar, te lo ordeno. Ella salió de la habitación y fue a encerrarse en la suya intentando aceptar lo que ocurría. —Milady —interrumpió sigilosa la señora Nell—. Tengo una idea para que pueda escapar del duque. Grace sonrió al poder sentir un rayo de luz entre tanta oscuridad.

Capítulo 43 La señora Nell le había dicho que dejaría su puerta abierta y también las puertas que daban a la salida del jardín. El plan estaba en marcha, esperarían a que todos se durmieran y eso sería todo; iría por Demon, buscarían a su padre y su vida intentaría recuperar su curso. Llegó la medianoche, la mansión estaba en un terrible silencio. La noche sería su cómplice en la fuga. Con lentitud caminó hasta llegar a la puerta que quedaba en dirección al jardín, estaba a unos pocos pasos de lograr su libertad. La atravesó y ya estaba afuera, aunque todavía debía ir por Demon y sería asunto olvidado. Corrió hacia las caballerizas y ahí estaba su perro, que al verla comenzó a ladrar. Demon le movió la cola con gusto mientras se dejó agarrar por ella. Ella corrió con su perro en brazos; aquello fue tan fácil. Debía saltar la muralla y sería la dueña de su vida otra vez. Trepó con mucho esfuerzo y colocó a Demon arriba para que ella pudiera subir sin impedimentos. Al terminar de trepar, lo agarró para que ambos bajaran al otro lado y escapar. Se deslizó, pero cayó en brazos de alguien. —¿Iba a algún lugar, milady? —cuestionó uno de los lacayos. —Creo que ya no —respondió decepcionada. Los lacayos que estaban custodiando las afueras de la casa, la llevaron adentro. Uno de ellos golpeó la puerta de la habitación de Anthony. —¿Quién es? —Robinson, excelencia. —Que sea algo importante. —Milady intentó escapar. —Si dices «intentó» supongo que no lo logró. Llévala a mi despacho. La metieron allí y ella solo pensaba que el animal le impondría algún castigo que no le agradaría.

—Grace, Grace, Grace… —Ingresó al lugar y fue a sentarse en su sitio —. Sírveme una copa. Ella obediente se acercó a su lado, agarró la botella y le fue sirviendo. Él observaba la belleza de Grace. La deseaba como siempre lo había hecho, pero no creía que aquella situación fuera propicia para tenerla en sus brazos. Esperaría a que se recuperara y entendiera que lo mejor era resignarse a ser su criada. —Fue un error haberlo intentado. —Ya estaba siendo libre. No podrás tenerme tanto tiempo aquí en contra de mi voluntad, Anthony... —¿Entonces piensas seguir intentando escapar? —Las veces que sean posibles hasta conseguirlo. Él se levantó y la apretó contra la pared. Se pegó a ella inhalando su aroma. —Gracie, ¿por qué me engañaste? ¿Por qué me mentiste? —preguntó al tiempo que le dejaba besos en el cuello. Cómo deseaba a aquella mujer, quería tomarla ahí mismo y olvidar todo. Ella se zafó de sus brazos, no importaba cuánto disfrutara de sus caricias, él no valía la pena. —No acose a sus criadas, excelencia —rugió sarcástica. —A la próxima vez que intentes huir no seré tan permisivo contigo, Grace. Otra cosa, el personal de la casa me obedece en lo que sea y si en algún momento te toca satisfacerme en la cama, lo harás. —Pues es mejor que le pida al mayordomo que lo complazca, excelencia, porque yo no soy una prostituta como las que usted frecuenta... —alegó irritada. Se dispuso a salir del despacho. —¿A dónde vas? —A dormir, excelencia. —¡Aún no acabé contigo, Grace! —¡Pues yo sí con usted! —Atraviesas esa puerta y tendrás un castigo. —Haga lo que le plazca. —Cerró la puerta con fuerza y fue a su habitación. Había olvidado hasta qué punto Grace podía ser desafiante. No existían muchas cosas para doblegar su espíritu. —¡Robinson! —gritó el duque.

—Excelencia —se presentó el hombre. —¿Hace cuánto que no se limpian las caballerizas? Grace llegó a su recámara muy frustrada; había perdido la situación perfecta para escapar, pero él estaba un paso al frente siempre. Sabía que haberlo desafiado le traería un castigo horrible, aunque no importaba, le dolía más su maltrato y su cercanía. Al día siguiente, se presentó en el despacho a pedido de aquel rufián. —Buen día —saludó con una sonrisa maliciosa que no era un buen augurio. —Excelencia —realizó una reverencia. —Ven, Grace, te mostraré tu tarea de hoy. Salieron hacia el patio y caminaron hasta las caballerizas, debían tener como veinte caballos. —Limpiarás el estiércol. —Intentó descifrar el rostro de Grace. «Sí que era un desgraciado», pensó ella, mas aquello no significaba nada, pues en su casa lo había hecho. —Excelente —aceptó. Se dobló las mangas del vestido y comenzó a limpiar frente a la atenta mirada de Anthony, que no creía lo que sus ojos percibían: aquella lo hacía con una sonrisa en el rostro. Su objetivo de molestarla había fracasado. Grace se dio cuenta que ganó esa pulseada pese a que era asqueroso. Todo valía con tal de notar su cara de frustración. Así pasaron casi tres semanas. Anthony y Grace estaban en un tira y afloje de voluntades. En ese tiempo, Grace intentó escapar tres veces, pero la habían atrapado. —Gracie, me duele verte así, al menos ofréceme una sonrisa. Ella no le hablaba. Cada vez que escapaba, su castigo era un poco peor que el anterior. —Terminé, excelencia. ¿Se le ofrece algo más? —Sírveme una copa. —¿Algo más? —mencionó al terminar de servir. —Ven aquí —pidió haciendo que ella se acercara. Grace se colocó frente a él con el rostro enojado. —Quiero que te acuestes conmigo. —Ni aunque fueras el último hombre.

—Disfrutabas cuando hacíamos el amor, ¿o quizá Harry lo hacía mejor que yo? —indagó con malicia. En un arranque de furia, ella agarró la copa de brandy que tenía en el escritorio y se lo arrojó a la cara. —¿Cómo te atreves? —gruñó él. —¡Tú cómo te atreves a hablarme como si fuera una cualquiera! —¡Porque me perteneces! —Soy libre. —No es así. —No puedo creer que estuve enamorada de alguien como tú. —Tú eres una arpía mentirosa, una ladrona… Grace se dispuso a abandonar la estancia. —¡Aún te falta terminar el trabajo aquí! —Terminé, todo está impecable. Él agarró su botella de brandy y la desparramó por el suelo. —Creo que aún te falta limpiar. —¡Límpielo usted! —Salió temblando de nervios. Era un monstruo. Nunca pensó que sería de esa forma, ¿por qué nadie iba a rescatarla? Estaba sola y condenada a vivir como la criada del déspota de Anthony. Se encerró hasta la noche en la habitación queriendo olvidar su horrible vida. Anthony salió a White’s para beber con sus amigos. Tuvieron que ayudarlo a subir a su carruaje por lo mareado que se encontraba. Entró tambaleándose a la casa, llegó hasta su habitación y comenzó a tocar la campana del servicio. A Grace la despertaron las benditas campanadas que sonaban como endemoniadas. —Maldito duque caprichoso y proponente. El día menos pensado le pondré veneno en la comida. —Se calzó los zapatos y salió. Cuando fue a servirle, él estaba sentado en la orilla de la cama. —Dígame, excelencia. —Quítate la ropa, Grace. —La contemplaba deseoso. —No lo haré, soy su criada, no su mujerzuela. —Te deseo. Quítate la ropa para mí, Grace... —He dicho que no. Está ebrio. —No me obligues a hacerlo con prepotencia. —No pienso entregarme a ti, Anthony.

Él se acercó y la oprimió contra la pared. Metió una de sus piernas entre las de ella y la levantó. —Quiero hacerte mía, sentirte, tenerte de nuevo en mis brazos, Grace — rogó besando su cuello con pasión. —Déjeme, Anthony. No deseo nada contigo... Por favor, déjame... — Sentía el calor de él. —Voy a hacerte mi mujer, Grace. Serás mi amante dentro de esta casa; no quisiste ser la duquesa de York, pero te sentaría bien ser la amante del duque de York. Él la sofocó con su cuerpo y con sus besos. Nunca hubiese deseado entregarse a él de aquella forma. Terminó desvistiéndola y haciéndola suya otra vez. La acusó de una infinidad de cosas mientras le hacía el amor, pero ya hacía oídos sordos, nunca podría convencerlo de lo contrario. Anthony se sació de ella y se quedó dormido. Intentaría escapar de él después del coito.

◆◆◆ Bella estaba indignada por el actuar de Anthony y decidió tomar justicia por propia mano. —¿Tienes la llave? —preguntó Viktor a su esposa. —La tengo. —Ayúdala a salir. —Por supuesto que lo haré. Anthony es un cavernícola. —Está herido. —No quiero que lo justifiques —dijo enojada. —Te digo lo que cree. Ella lo miró con enojo y se colocó el antifaz. Salió del Destiny e iba a subir al carruaje. —¿Bella? —llamó Clay al advertir que salía del club. —¡Clay! —le dio una sonrisa. —¿A dónde vas? —Voy a hacer una buena obra, ¿me acompañas? Clay sonrió y subió al carruaje con ella. —¿A dónde vamos? —A tenderle la mano a alguien necesitado, querido. —Estamos yendo en dirección a la casa de Anthony.

—Pero no vamos ahí —mintió cuando el carruaje paró a unas cuadras antes. —Te acompaño, no es recomendable que vayas sola. —Viktor me enseñó a cuidarme sola. Puedo hacerlo —indicó sonriente y confiada—. Volveré pronto, espérame. Él quedó en el carruaje aguardando a que ella volviera, se sentía ridículo sin ir a acompañarla por las calles peligrosas. Anthony parecía haberse dormido profundamente. Grace salió de la habitación aprisa antes de que volviera a tomarla. Lloró por los pasillos al sentirse culpable por haber caído en sus brazos; deseaba poder escapar y no volver a encontrarlo jamás. —Grace —mencionó una voz conocida. —¿Bella? —Sí. Toma —musitó dándole la llave—, con eso podrás escapar, y también toma esto —le entregó una bolsa de dinero. —¡Pero los guardias me atraparán! —Yo me encargaré de ellos. Éxitos, mi querida amiga, escapa de mi hermano y sé feliz. —No tengo cómo agradecértelo. —Solo no pierdas el tiempo. Ve por ropa y el perro. Grace corrió a la habitación, se abrigó, tomó lo que pudo y corrió a las caballerizas. —¡Robinson! —exclamó Bella. —¡Milady! —expresó sorprendido al distinguirla, pues ella nunca salía de su habitación. —¡Hay alguien en el patio! —fingió miedo. —Nos encargaremos, milady. Los hombres habían ido corriendo hacia el patio, así dejaron libre la entrada. Grace abrió el portón y echó a correr despavorida sin mirar atrás, no quería recordar todo lo que había pasado en esas semanas. No podía acudir a ningún lugar, esperaría a que saliera la resolución real para que fuera reconocida como la hija de lord Carrick y luego volvería. Tenía el dinero que Bella le dio y adentro yacía una nota.

Mañana ve a la tienda de la señora Falkes y encontrarás un cartel, pregunta dónde queda y ve ahí. Nadie te encontrará. No firmaba nadie, pero si venía de Bella sería seguro. Pasó lo que quedaba de la noche en una posada con Demon recordando su idílico amor con Anthony, algo que se quebró por completo después de lo acontecido en esa semana. Por la mañana fue a donde la nota decía. La tienda de la señora Falkes en el mercado tenía el cartel de vacancia. —Disculpe, ¿esta vacancia para qué puesto sería? —Es para doncella a las afueras de Londres en una propiedad de un conde —respondió la mujer. —¿Qué requisitos piden? —Solo experiencia, señorita. —Gracias. Después de aquello, pidió un carruaje de alquiler. Iría ahí a empezar una nueva vida como doncella, pero no sería permanente. Estaría mejor lejos de Londres. Ya no tenía nada que hacer ahí, lo había perdido todo; su reputación, su huerta, su salud y su amor por Anthony.

***

Anthony despertó solo en la cama, tenía un terrible dolor de cabeza. Tocó la campana y Grace no apareció. —¡Maldición! —exclamó pensando que se había escapado. Llegó a su habitación y así fue: ella se escapó —¡Robinson! —gritó enfurecido. El hombre acudió raudamente al llamado. —Su excelencia. —¿Dónde está Grace? Su criado no respondió.

—¿Dónde diablos está? Son unos inútiles. ¿Cómo pudo haber escapado? ¿Cuántos son ustedes? ¿Cinco? ¡Tontos! —Su hermana la ayudó, excelencia. —¿Mi hermana? ¡Mi hermana nunca sale! —Era ella, llevaba antifaz. ¿Podía ser Bella quien lo traicionó? Se dirigió a su recámara y abrió la puerta con brusquedad, esto la despertó. —¿Dónde está? —¿Dónde está qué? —replicó somnolienta. —Grace... —Debe estar haciendo su ridículo papel de criada por tu causa. —Tú la ayudaste a escapar, mis hombres te vieron. —Hubiera deseado ayudarla, pero no fui yo... —¡No juegues conmigo, Anabelle! —¡No fui yo! —Le dio la espalda y se acomodó en la cama. Aún más furioso, Anthony tomó un baño y se preparó, no pudo haber ido lejos. Pasó el día y ella había desaparecido. No le quedaba más que acudir a Viktor. Fue hasta su garito de juegos para obtener noticias del paradero de Grace. —Y miren a quién tenemos aquí. —interpeló irónico. —¿Dónde está Grace? —¿Crees que soy adivino? —satirizó. —Necesito que vuelva, aún no he acabado con ella. —La acabaste por completo, no creíste en su inocencia. —Colocó los zafiros y los rubíes en el escritorio. —Las joyas... —¿Quieres saber dónde están las otras? Están enterradas en la mansión Beasterd. Anthony contempló las joyas, estaba perdido en ellas. —Christopher fue quien robó las joyas y se las plantó a Grace. Tú no le creíste. Él recordaba las palabras de Christopher: «Si yo fuera tú, revisaría la casa». Lo habían manipulado. —Pero aún hay más... —¿Más engaños? —¿Sabes que lady Grace estaba enferma? —Está mal alimentada.

—Es una farsa para ocultarle lo que verdaderamente sucedió. —¿Qué sucedió? —indagó perturbado. —El día que la acusaste, ella perdió a tu hijo. Perdió al hijo de ambos. Cuando ella vino a llevar las escrituras de la casa, escuché los débiles latidos de un niño; él ya corría peligro desde antes, pero tú no lo ayudaste. —¡Por qué no me lo dijo! —Porque la pobre nunca supo que estaba embarazada. Le inventaron una historia para que no sufriera. Ya era suficiente con que la hayas acusado y humillado como para que también cargara con la muerte de su hijo. Tú eres quien merece cargar con eso. Anthony abandonó a Viktor, quien no tuvo compasión para matarlo con sus confesiones. Salió tambaleándose por los nervios. Entretanto, él lo seguía como la voz de su consciencia. —No la mereces... —musitó Viktor mientras Anthony intentaba recuperar la cordura—. Se fue y no volverá. —Dime dónde está. Necesito encontrarla. —Lo único que necesitas es sufrir. Ella no te perdonará —alegó Viktor antes de alejarse. Quería que la tierra se lo tragara, pues cometió una de las peores injusticias contra la mujer que amaba.

Capítulo 44 Grace lo quemaría en una hoguera si la buscaba, pero no podía dejar de pensar en el pequeño. Había perdido a su hijo por culpa de tantos malos entendidos. ¿Cómo podía reparar su error con ella? No sabía dónde estaba, entonces tendría que recurrir a sus amigos. Viktor no le iba a decir absolutamente nada, solo se encargó para que la culpa recayera por completo sobre él. Anthony reunió a sus tres amigos. Debía confesar todo y esperar que aquellos lo ayudaran pese a todas las injusticias. —Gracias a todos por venir —precedió la reunión. —Esto me es familiar —musitó William al escrutar el rostro de Anthony. —A mí también me resulta familiar —apoyó Clay. —Es porque nos va a pedir que busquemos a lady Grace —adelantó Ernest limpiando la suciedad imaginaria de sus uñas. —Es un poco tarde. Lady Grace ha desaparecido hace casi un mes — contó William. —Yo la tenía aquí —confesó. Clay y William lo observaron con sorpresa. —¡Cuéntales más! No solo pusiste la vida de sus esposas en riesgo con un secuestro —siseó Ernest. Al escuchar aquello, Clay y William tiraron a Anthony al piso. —¿Colocaste a muestras esposas en peligro por una locura tuya? — increpó Clay antes de golpearlo. —¡Asustaste a Caroline y a mi pequeño! —exclamó William pateándolo. —¡No sabía que ellas estaban ahí! —Se cubrió de los golpes que le daban sus amigos. —Calma, basta... —pidió Ernst al separarlos—. Es suficiente, continúa tu relato. Anthony se arregló la ropa. —La tuve como mi criada todo ese tiempo. Clay se tapó el rostro con la mano, no podía creer aquello. William aún no lo asimilaba.

—Eres un animal. Si hubiéramos sabido que la tenías aquí, ella debió ser libre mucho antes —manifestó Clay, indignado. —¿Y ahora qué quieres? —resolló William—. ¿Qué te ayudemos a buscarla? ¿Para qué?, ¿para continuar con tus locuras? Lo siento, pero yo no te ayudaré. —Ni yo —secundó Clay. —A mí no me mires. Te lo advertí cuando te dije que al momento en que supieras la verdad ibas a sentirte como un desgraciado. Cosa que sin duda eres y opino que no la mereces. Danos una buena razón para ayudarte — exigió Ernst. —Gracias por negarse —correspondió con sarcasmo—. Yo los ayudé con sus esposas, desagradecidos. Los tres se levantaron para irse. No se esperaban esa excusa para que lo ayudaran. —Yo le amo... —dijo con la voz trémula por las ganas de quebrarse—. Yo sé que lo hice todo mal. Quiero que me perdone. No deseo que siga pensando que soy un monstruo. —Lo eres —reprendió Clay. —Me comporté de la peor forma, pero necesito hallarla y pedirle perdón de rodillas. No puedo creer cómo me cegó una mentira. —Es porque no creías realmente en el amor de lady Grace —espetó Ernst—. El amor cree sin importar la lógica, supera el desengaño, no comete bajezas como las que tú cometiste y, sobre todo, lo aguanta todo. Si puedes conseguir que ella te perdone, puedo decir que su amor por ti es lo más grande que existe. Sin embargo, también entenderé si no quiere tenerte a su lado, debe estar destrozada. —Sé que me ama. Apelaré a que me perdone en nombre de ese amor. —Yo te juzgué sin siquiera ponerme a pensar en que yo también cometí errores —sopesó William—. Cuando no creí en Caroline pensé que era una mentirosa, la acusé y la forcé. No me siento orgulloso del hombre que fui, pero sí del que soy hoy gracias a su amor. Cuenta con mi apoyo para buscarla. Creo que debes escudriñar esa oportunidad con ella. Clay los miraba, indeciso. —Si ella te ama y tú la amas, yo los apoyo —comentó al fin—. Cuando hay amor, aún hay esperanza. Los cuatro unieron sus manos, buscarían a Grace para que todo empezara de nuevo.

◆◆◆ Grace había llegado cerca de Western, propiedad de los vizcondes de Hereford o, mejor dicho, el paraíso de Caroline. Recordaba las palabras del conde de Lauderdale que le habían dicho que algún día podía ir a visitar sus tierras. Caminó hacia la enorme mansión de piedras blancas y mármol. El jardín era precioso y bien atendido. Golpeó la puerta y salió un mayordomo. —Dígame —musitó el hombre. —He venido por la vacancia. —¿Tiene experiencia? —Puedo comprobarlo si lo desea. El mayordomo la hizo pasar y le dio una lista de tareas que cumplir, ella rápidamente se puso a realizarlas. El pobre Demon quedó afuera, no permitían animales dentro de la casa. Después de tres horas, terminó y el hombre comenzó a verificar la labor. —Impresionante, señorita Grace. —Gracias, señor. —Queda contratada. Cuando el conde vuelva, firmaremos su contrato. Es un hombre muy serio y honesto. Paga muy bien —comentó—. Venga, le mostraré su habitación. Oh, el perro puede quedarse con usted. Cuando termine sus quehaceres puede hacer lo que más guste, claro, siempre estando pendiente del conde. —¿El conde ya tiene hijos? Me encantan los niños. —El conde es soltero, señorita. —Es una pena. El hombre la llevó hasta la recámara que había ocupado otra doncella que falleció días atrás. —Si necesita algo, solo llámeme. Mi nombre es John —dijo el mayordomo de mediana edad. —Gracias, señor John. ¿Tienen una huerta? —Lo intentamos, pero una plaga de conejos acabó con las plantas. Ella sonrió. Había encontrado un buen pasatiempo: armar una preciosa huerta y eliminar conejos. —Soy una perfeccionista con la huerta y mi perro puede encargarse de los conejos.

—¡Magnífico! —expresó sonriente el hombre—. Tenemos semillas y todo lo que pueda necesitar para comenzar. —¡Dejaré las cosas e iré a preparar la tierra! —¡Oh, señorita! Debe estar todo listo para el lunes. Esperamos al conde temprano, usted se encargará personalmente de que nada le falte. —Estaré encantada —sonrió. Tuvo una gran suerte al conseguir trabajo. Le escribiría una carta a Hans, quería que supieran que Anthony la retenía contra su voluntad. Esperaba que le dieran una lección. Querido Hans, Te extraño, hermano querido. Logré escapar de mi captor, Anthony de York, quien me tuvo trabajando de criada en su casa todo el tiempo. Me hizo sufrir y me humilló. Espero que reciba su merecido. Todo el amor que sentía por él no es más que un hermoso sentimiento que atesoraré como algo valioso y aleccionador de un tiempo sublime de mi vida para no convertirlo en odio desmedido y desprecio. Su amor me hizo tocar el cielo, pero su odio me hizo caer hasta los confines del infierno. Ahora comenzaré una nueva vida, pronto me volveré a escribir con ustedes. Mis cariños a mi padre, dile que lo adoro. Gracie. Hans recibió la corta pero concisa misiva. Su rostro se ensombreció. —¿Qué te sucede? —preguntó Harry. —Anthony tuvo secuestrada a Grace —gruñó golpeando enfurecido el sillón. —No cometas una estupidez cegado por el odio —recomendó al ver que Hans agarraba su arma. —Solo le volaré la cabeza. —Salió de la casa. Harry corrió tras él como pudo, pero no lo alcanzó. Hans subió al caballo y partió. —¡Maldición! —exclamó Harry al subir a otro caballo para intentar alcanzarlo antes de que matara a Anthony.

Hans estaba nublado por el odio, no fue suficiente todo lo que él le había hecho. Se ensañó con ella. Bajó del caballo, golpeó la puerta y esperó. Ocultó su arma del mayordomo. —¿Anthony de York se encuentra? —indagó apresurado. —Está con el marqués de Bristol. Con molestia, empujó al mayordomo y pasó hacia la sala. Sacó su arma y apuntó a Anthony, pero Ernest notó su posición de ataque. —¡Anthony, cuidado! —advirtió Ernst empujándolo para salvarlo de una prematura muerte. Ernest sacó su arma para defenderse. —¡Salga, cobarde! —instó Hans. Anthony estaba detrás de un mueble y Ernest detrás de otro. No quería dispararle a Hans, pues era evidente que descubrió la canallada de Anthony. —¿No te fue suficiente con embarazarla y luego maltratarla hasta que lo perdió? —acusó disparando—. ¡Tenías que secuestrarla y convertirla en tu esclava! —gritó, y volvió a disparar—. ¡Voy a llenarte el cuerpo de plomo! —¡Hans, cálmate! —pidió Harry. —¡No intentes que me calme! ¡Lo mataré! —Deja que la culpa acabe con él —recomendó su primo—. Dame el arma. Hans lentamente se la entregó. Él era un caballero razonable, aunque cegado por la ira. Anthony salió de detrás del mueble, al igual que Ernest, para observar de cerca lo que ocurría. —¡Usted! —lo señaló—. Ajustaremos cuentas. Él dobló los puños de su camisa y como un felino se arrojó sobre Anthony para golpearlo. —¡Hans, no seas animal! —masculló Harry al intentar que no matara a Anthony. —Deje que lo golpee un rato. Lo merece. —Ernest le guiñó el ojo a Lauderdale. —¡Basta! —los separó Harry. Sacó a Hans de una vez de encima del golpeado Anthony. —¡Voy a encontrarla! —advirtió. —Yo que usted me preparaba para un duelo, excelencia —recomendó Harry. —¿No era usted el pacificador? —preguntó Ernest, y levantó una ceja.

—No. Prefiero resolver las cosas como corresponden... con honor. —Pues... lo espero. —Anthony se levantó con dificultad. —Yo puedo con él —arremetió Hans. —Tú no puedes contigo mismo—indicó Harry. Se lo llevó de ahí. Después de calmar a su primo, Harry debía partir a su propiedad a las afueras de Londres, debía hacerle firmar su contrato a la nueva doncella. Sentía la partida de su antigua empleada, pero todo debía continuar. Volvería lo más pronto posible para seguir la búsqueda de la ilegítima hija del conde de Carrick. Había salido la disposición real y todo Londres sabía que ella era la hija ilegítima de lord Osbert, reconocida por él mismo frente al monarca regente.

◆◆◆ Grace estaba ansiosa por conocer al conde y que ella le resultara agradable. Le encantaba aquel paraíso; en tres días armó una enorme huerta y Demon era el encargado de los conejos, gracias a él estaban casi extintos en la zona. Terminó los quehaceres para recibir al conde, pues aún le quedaba tiempo, por lo que iría a dar una vuelta hacia el bosque. El señor John le dijo que no se introdujera de más en él porque era muy extenso y podría perderse. Salió de la mansión campestre y fue hacia la entrada, ahí había preciosos hongos para completar un delicioso estofado de conejo que seguro el conde disfrutaría encantado. Los conejos de ese sitio eran más rellenos y saludables que los que invadieron su huerta en Londres. Harry llegó a su propiedad y se podía observar el toque femenino. —¿Quién colocó estas bellas flores aquí? —curioseó. —Fue la nueva doncella, es muy eficiente. —Es bueno entonces. Pídele que vaya a mí despacho para firmar su contrato. —Ella fue al bosque, milord. —El bosque es muy peligroso. Hay animales salvajes, además que es un laberinto, podría perderse. —Si no vuelve en una hora, iré a buscarla. —Está bien —aceptó Harry, y se metió a su despacho.

Abrió la puerta y aquel no parecía su lúgubre despacho, era un lugar lleno de luz y belleza. —Creo que tengo a una excelente criada. —Sonrió y disfrutó de la alegría que le daba aquel lugar. Pasó una hora y media, la doncella no volvía. —Milord, la doncella no regresa. —Debió haberse perdido —lamentó levantándose del sillón. —Iré a buscarla. —Iré yo. Conozco bien el bosque, así que prepara mi caballo. —Sí, milord. Harry subió a su caballo y emprendió camino hacia la entrada del bosque. Había olvidado preguntar cómo se llamaba y cómo era, aunque no creía que existieran demasiadas mujeres perdidas en su bosque. No se dio cuenta de la hora. Recogió hongos, se quedó dormida bajo un árbol en la pradera y no despertó a tiempo. Estaba demasiado cansada, aquel era un sitio de paz lejos de todo y de todos. Él observó desde la altura el cuerpo tirado de una mujer bajo un árbol. —¡Oh, no! —exclamó pensando lo peor. Bajó lo más rápido que su pierna le permitió y se acercó a la mujer rubia con un perro. —¡Lady Grace! —expresó sorprendido y feliz. Le acarició el rostro; ella lentamente despertó y lo miró a los ojos. —Creo que alguien debe dar muchas explicaciones de qué está haciendo en mi propiedad, lady Grace. —Le enseñó su mejor sonrisa. —¿Es usted el dueño de este lugar? —Y no sé por qué supongo que es usted la maravillosa doncella de la que no deja de hablar mi mayordomo. Grace se levantó, avergonzada. Su patrón era el conde de Lauderdale. Él le tendió la mano. —Venga conmigo, y quiero que me lo cuente todo. —La agarró de la mano para caminar juntos hacia la mansión. A Grace no se le había escapado ningún detalle de todo lo que le sucedió siendo la criada de Anthony. —Déjeme tomar venganza por usted —pidió Harry. —No es necesario. —Usted aún lo ama. Ella no respondió.

—Esa es la razón por la cual no le propuse matrimonio en su momento. Me había llegado a atraer la idea de pedir su mano, pero no sabiendo que ama a otro, no es justo para ninguno de nosotros. —Usted con unos sentimientos tan nobles… Debo confesarle algo que me avergüenza. —Cuéntemelo. —No debía comprometerme con Anthony, yo le tendí una trampa a otro caballero. —¿Quién era el elegido? —Usted, pero Jules no llegó y Anthony se enteró de mi juego tomando el lugar donde debía estar usted. Perdóneme, por favor. —¿Por qué me eligió? —curioseó muy sorprendido. —Es un caballero apacible, amable y capaz de hacer sentir amada a cualquier dama que esté con usted. No me importa que tenga un buen gancho en lugar de una mano, usted compensa lo que le falta con otras virtudes, milord. Él se sonrojó, no sabía qué contestar. Que alguien tuviera semejante concepto de él era definitivamente un halago. —Lady Grace —besó su mano—, quizá si nos conocemos más usted y yo, podríamos llegar a algo. —¿Aun estando mancillada? —Aun estando mancillada. El valor de una mujer no se debería definir por la pureza de su cuerpo, sino por la pureza de su alma. Las palabras de Lauderdale la hacían creer en un nuevo futuro. —Caminemos más rápido a la casa. —Contempló el mal tiempo que se aproximaba. Habían llegado hasta la mansión antes de que se echara una gran lluvia. —¡Dios, muchacha, nos tenía con el alma en un hilo! —reclamó preocupado el mayordomo. —John, prepárale una habitación de huéspedes a milady. Esta mujer es noble, no una simple doncella. —¡Pero, milord! —refunfuñó ella. —Llámame Harry, por favor, y no discutas conmigo. Eres mi invitada y hermana de mi primo, ¿cómo no tenerte como lo que eres? Ella se dejó ir con unas lágrimas. —Todo ha pasado, ya nada puede hacerte mal.

Aquel hombre sabía cómo reconfortarla con sus palabras, quizás aún existían esperanzas de una familia en su vida. Aquella misma noche Harry envió una misiva urgente para informar donde estaba Grace. Eso sería un alivio para su pobre tío Osbert que no paraba de sufrir por su niña. Los días en la propiedad de Harry eran maravillosos. Él era extraordinario; la llevó a las hermosas praderas para un bello día de campo, también la llevó a pescar y a cazar. Demon resultó ser un excelente cazador de conejos y también de aves. —Vamos a regresar, Grace —pronunció Harry—. Esas nubes no se ven bien. —¿Quieres cenar el delicioso estofado de conejo o no? —Sabes que sí. —Entonces déjame ir por ellos. —No te alejes, Grace, no entres al bosque. —Lo sé. No seas amargo. —Eres igual a Hans, no mides el peligro —dijo sonriente—. Te espero aquí. —No tardaré. Vamos, Demon. Él observó como ella se alejaba; las dos semanas que habían pasado juntos fueron perfectas. Estaba decidido en que le pediría matrimonio, ambos aprenderían a amarse con el tiempo. Sacó un anillo del bolsillo y lo revisó: el anillo era el que llevaba cada condesa de Lauderdale. Grace buscó a Demon, que se adentró en el peligroso bosque. Tenía que ir por él pese a las advertencias de Harry de no entrar. Siguió caminando hasta perderse. Harry estaba dolorido, era la humedad que atacaba su pierna herida. Grace no aparecía y eso era preocupante. Se levantó y se encaminó hacia la entrada del bosque en medio de las fuertes ráfagas de viento frío que presagiaban que les quedaba poco tiempo antes de que lloviera. Fuertes gotas caían por su rostro dentro del bosque hasta llegar a una parte espesa. —¡Grace! —llamó, pero solo escuchó los ladridos del animal. Harry siguió los ladridos. Encontró a Grace desmayada y empapada, se había golpeado al tropezar con una enorme raíz. Intento colocarla en sus brazos para llevarla hasta la cabaña de caza que estaba más cerca para refugiarse.

La metió adentro, la bajó en la alfombra frente a la chimenea y se puso a encender el fuego para que entraran en calor. —Grace, despierta —rogó. —Tengo frío. —Quítate la ropa, te traigo una manta. —Hizo una mueca de dolor por su pierna. —Espera, yo misma lo traigo —interrumpió levantándose de la alfombra. Trajo dos mantas y una se la dio a él, que empezó a quitarse todo lo que pudo, menos el pantalón. Su torso marcado por las heridas de batalla nada tenían de parecido con la perfecta piel de Anthony. Ella se quitó el vestido y las enaguas. Estaba desnuda bajo la manta. —Eres hermosa —la admiró avergonzado. Grace le sonrió y se sonrojó. Él se acercó a ella y acarició sus cabellos, los soltó de las ataduras para que se secaran. Al percibir cómo caían sus cabellos por sus desnudos hombros, ella tuvo unos escalofríos de ansiedad. Harry acercó sus labios a los suyos, esto provocó que todo su cuerpo se tensara de manera agradable. Él colocó todo su cuerpo sobre ella y continuó besándola. —¿Quieres casarte conmigo, Grace? —propuso interrumpiendo el beso. —Acepto ser tu esposa, Harry.

Capítulo 45 Harry tenía una enorme sonrisa en el rostro, Grace lo había convertido en el hombre más feliz que pisó la tierra. Su tío Osbert y Hans serían felices. Él haría muy contenta a Grace. —Si así lo quieres, conseguiré una licencia especial. Debemos ir a Londres. —¿Cuándo? —Hoy. —No quiero que el demente de Anthony lo eche a perder. —Tendrás seguridad todo el tiempo, Grace. No dejaré que te separen de mí. —Gracias, no quiero estar cerca de él. —Será como tú quieras.

◆◆◆ Anthony sobrevivió a tres atentados contra su vida que le habían tendido lord Osbert y Hans, aquellos hombres sí que eran rencorosos. —¿Tienes miedo de salir, excelencia? —se burló William. —Estoy vivo de milagro. —O porque tienen mala puntería —dijo Clay. —No me agradan tus burlas. —No hemos podido encontrar a tu musa, se la tragó la tierra —anunció Ernest—, y extrañamente nadie ha venido a exigirte que le dijeras dónde está, lo que significa que lord Osbert sabe su paradero. —Mi sandez es una enfermedad. No sé qué hacer. —¿Y si consultas a un adivino? —inquirió William refiriéndose a Viktor. Clay lo pateó con disimulo por su indiscreción. —¿Eres creyente de eso, William? —increpó Ernest con burla. Sabía a quién se referían, pero prefería no decirlo. —¡Mucho! —sonrió. —Pues yo me voy. Aún tengo que encontrar a mi dama —soltó Ernest saliendo de ahí.

—Casi cometes una indiscreción —reclamó Anthony. —Lo sé, pero ¿por qué no le preguntas a Viktor? Él lo sabe todo, es evidente que sabe dónde está ella. No fue a ver a Viktor desde el día en que le dijo todas las injusticias que le hizo a Grace y también culparlo por la muerte de su hijo. Aquello era doloroso; pensar cada noche que había perdido a la mujer que amaba y a su hijo, era el peor castigo que podía existir, mas ese día iría a pedir ayuda. Ya no más resentimiento hacia Viktor, necesitaba a Grace, requería conseguir su perdón y ganarse su amor por más que pareciera imposible. —Voy a ir esta noche... ¿Alguien me acompaña? —Haré ese sacrificio de visitar a Viktor por ti —soltó Clay, sonriente. —¿Es por el sacrificio? —indagó William muy extrañado, Clay no era asiduo a los clubes de juegos. —Todo sea por una buena causa —expresó con sonrisa sinvergüenza. Anthony bebía en el Destiny con Clay. Jade y Ámbar los atendían; Jade estaba encantada con el duque, ya que le agradaba, e incluso si él lo deseaba, tendría sus servicios sin costo alguno. Mientras tanto, Clay estaba sentado con Ámbar en el regazo. —¿Por qué no me sigue, milord? Ella desea hablar con usted —murmuró sonriente y mordiéndole una oreja. —Te dejaré, Anthony. Iré a respirar otros aires. —Fue arrastrado por la preciosa Ámbar hacia una de las habitaciones. Y a él Jade se lo llevaba hasta el despacho de Viktor. —Búsqueme si me necesita, excelencia, estaré ansiosa por atenderlo. —Muchas gracias, señorita, muy amable —la despidió cortés. Él no estaba para ir con mujerzuelas, quería recuperar a Grace y el único hombre que podía ayudarlo era Viktor. Pasó y lo encontró sentado con Igor parado en el escritorio. Viktor le acababa de dar un papel y él se fue volando. —¿Arrepentido? —preguntó irónico. Anthony se sentó e ignoró el tono que Viktor usó con él. —Quiero pedirte que te apiades de mí y me digas, por favor, sobre el paradero de Grace. —Tardaste mucho en preguntar. Pues es sencillo, está aquí en Londres con su padre y su hermano. —Iré por ella. Abando la estancia.

—¡¿Por qué no me dejas terminar?! —le gritó al ser dejado en solo. No podía creer lo cerca que ella estaba. Debía buscarla y que lo escuchara. Quería su perdón, lo necesitaba para continuar viviendo. Caminó a la casa de su padre, Harry notaba a Grace muy tensa. —Grace, deja de estrujarte los dedos. ¿Quieres parecerte a mí? —Tengo miedo de estar en Londres, es un lugar que me ha dañado tanto. —Puede que sea así, pero debes enfrentarlo. Sé que cuando Anthony sepa que estás aquí, te buscará. —No quiero si quiera escucharlo. —Eso lo decidirás tú. Aún estás a tiempo de elegir ir con él si así lo deseas, yo te brindaré mi protección si lo quieres lejos. ¿Es lo que deseas? —Es lo que quiero, Harry. No más sufrimiento. Anthony de York ha dejado de pertenecer a mi vida —soltó con lágrimas. —Pues lo cumpliré a cabalidad. —¿Me quedaré contigo en Londres? —No, Grace, te quedarás con Hans y tu padre. Ya puedes hacerlo, eres la hija legítima de lord Carrick. Ella sonrió feliz, por fin todo salía bien. Lo único a lo que le temía era a la demencia de Anthony, que de nuevo se la llevara a la fuerza y la siguiera humillando. —Hemos llegado —anunció Harry dándole la mano para que bajara. Con mucho aplomo asomó la cabeza por la portezuela del carruaje. —Gracias. —Aceptó su mano y bajó frente a la casa de su padre. Una gran multitud de chismosos los observaba, entre ellos llegó a distinguir a Christopher, por lo que se pegó a Harry. —¿Qué sucede? —Christopher… Él miró en varias direcciones, mas no lo divisó. Regresar a Londres no le hacía demasiado bien a Grace. —Entremos pronto para que no te vuelva a observar —indicó para hacerla sentir segura. Después de que ambos ingresaran a la residencia, Anthony llegó hasta el lugar y se encontró con mucha gente apostada en frente, eran lacayos del conde de Laurendale. —¿Por qué tanta gente? Quiso pasar para golpear la puerta, pero dos hombres se acercaron a él para impedirle el paso.

—No puede pasar —escupió uno de ellos. —¿Por qué? Necesito hablar con lady Grace. Los demás, que estaban también armados, le apuntaron al mismo tiempo. Era una situación en la que estaba en desventaja por evidentes razones. Uno dejó de apuntarle y se entró a la casa. Volvió a salir con Hans. —Excelencia. Qué placer verlo —saludó con sarcasmo. Anthony no respondió. Volteó los ojos sin disimulo. —Ni bien ella lleva unas horas aquí y usted trae su largo cuerpo frente a mi casa para atormentarle la vida. —Deseo hablar con ella. —Ella no le pertenece. —Quiero pedirle perdón. —¿Piensa que todo lo que le hizo sufrir se borrará con palabras huecas de un hombre que no creyó en ella? ¿Qué tipo de amor dice proclamarle? —No hablaré con usted de eso. Quiero hablar con ella —exigió impaciente. —Mejor espere a mañana, excelencia. Se llevará una muy grata sorpresa, y espero que comparta nuestra felicidad —rio. —¿A qué se refiere? —Vaya a descansar, excelencia. Mañana será un día excelente. Hans realizó una señal y los lacayos empezaron a golpear a Anthony, luego lo empujaron sin compasión al duro suelo de las empedradas calles de Londres. A duras penas se incorporó. Sería imposible traspasar las murallas que pusieron aquellos parientes para que él no llegara hasta Grace. —¿Quién era, Hans? —inquirió aferrada de la mano de Harry. —Robert. Quería invitarme a salir, pero como tú estás aquí… —besó su mejilla— no puedo porque quiero compartir contigo. —Es una pena que lo hayas despachado. Estoy muy cansada y creo que iré a descansar. —No importa, aún tengo unos días hasta que seas la condesa de Lauderdale. Ella sonrió y le entregó un tierno beso, al igual que a Harry antes de irse a recostar. —Era él, ¿verdad? —Tenías razón. ¿Cómo sabías que iba a venir? —Viktor. —Interesante...

—Él está tramando algo y creo que todos estamos incluidos en sus planes, también Lennox. —No me hagas reír. ¿Lennox? Él ni siquiera sonríe. ¿Cómo va a convencerlo de algo...? —Alguna información importante. Viktor es interesado, está moviendo sus piezas para un buen jaque mate que no podremos evitar. Somos peones en su juego, esa es la ventaja que tiene alguien como él. —¿Adivino o brujo? ¡Quémenlo por hereje! —expresó Hans con una sonrisa. —Acompáñame al periódico; hay que dejar la bala que irá directo al corazón del duque. Grace observó la dotación de lacayos por la ventana. Harry colocó a todos ahí a su pedido, no quería volver a sufrir escuchando las locuras de Anthony. Lo amaba, pero fue la gota que colmó el vaso. No podía con tanta humillación. Corrió la cortina y se acostó junto a Demon. —Seremos felices, Demon, tengo esperanzas con Harry. Estoy emocionada por pensar en un futuro con hijos viviendo en aquel paraíso. Tú cazarías conejos para el almuerzo y yo los prepararía. ¡Suena precioso! — argumentó con una sonrisa antes de dormir. Para el día después de que fallara en su primer intento de acercarse a Grace, Anthony estremeció su mansión con un estruendoso gruñido de dolor. Había recibido una puñalada que amenazaba con matarlo. El periódico, ese que fue su aliado, en ese momento era su asesino. —Creo que llegué tarde. —Ernest se apresuró a entrar en la casa. William y Clay estaban escondidos detrás de los pilares mientras Anthony arrojaba las sillas de comedor en un arranque de ira. —¡Es mejor que te escondas! —recomendó Clay. —Vamos, estoy seguro de que se puede razonar con él —animó antes de distinguir un plato volando en su dirección, por poco no lo esquivaba. —Razona con él desde la seguridad del pilar, ¿lo consideras? —advirtió William. —Creo que te tomaré la palabra. Ya pronto terminarán las cosas para arrojar, solo es cuestión de paciencia —anunció sentándose en el suelo detrás de una pilastra. Seguido a su ataque de histeria para desquitarse en su comedor, se recostó en la pared cansado de su propio infortunio. —Anthony —pronunció Ernest cuando salió de su escondite.

—Se va a casar con él. Consiguió comprometerse —contó triste pero enfurecido. —¿Crees que puedas impedir el matrimonio? —preguntó Clay. —Mira cómo me dejaron cuando intenté acercarme para hablar con ella ayer —mostró el rostro lleno de moretones. —¿Qué piensas hacer? —inquirió William ante aquella situación que parecía no tener solución. —Tengo solo tres días para ganarme a la prometida ajena y que se convierta en la mía. Aquel hombre no se rendía, tenía una voluntad de acero pese a que era muy probable que tuviera una agónica negativa por parte de su dama. —Si desean ayudarme, consigan con sus esposas dónde estará Grace esta noche. Necesito hablar con ella. William y Clay asintieron, esa noche buscarían que ellas pudieran hablar y saber si podían solucionar sus problemas. Por la noche, Grace decidió junto a Harry salir del encierro y presentarse como la hija del conde de Carrick. Los asistentes la admiraron con curiosidad, pues entró con la frente en alto mirando a cada uno que la veía directamente a los ojos para incomodarlos y que aprendieran a respetar la intimidad de las personas. Robert, Harry y Hans eran sus custodios, no dejaban de seguirla. Anthony había presenciado su llegada y los protectores de ella lo reconocieron al instante. Era muy bien sabido que no pasaría desapercibido si estaba en el salón. Se escondería en la biblioteca a esperar a que sus amigos hicieran lo suyo. —Vamos, Prudence, ¿me harás el favor? —No —respondió Prudence a su esposo. —Entonces tú, Caroline —presionó William, y ella se negó—. ¿Y usted, hermana? Jules se enfureció y escapó para colocarse al lado de Robert. Ninguna de las amigas de Grace le haría el favor a Anthony, por lo que Ernest tuvo una mejor idea. Caminó hasta Grace e hizo una reverencia a los caballeros. —Buenas noches, caballeros. ¿No sería mucha molestia dejar que yo le invite una pieza a milady? —Con usted ni muerta —respondió Grace, tajante. —Ya oyó, señoría —indicó Robert.

—Milady, me encantaría limar las asperezas que existen entre nosotros desde aquel mal entendido —comentó Ernest, amable. —No quiero suavizar nada con usted. Lárguese. Toda amabilidad y encanto no funcionaban con aquella culebra, así que la presión serviría. —¿Le sirvió el papel que le proporcioné aquella noche en...? —Bailaré con usted —zanjó a Ernest. Ella no quería que se enteraran de su locura de entrar casi desnuda por la ventana de su residencia. Ella afianzó la mano que él le ofrecía y se acercaron a la pista. —¿Cómo se atreve a querer delatarme, sinvergüenza? —increpó enojada. —Milady, es usted la sinvergüenza por querer entrar y abusar de mí en mi propia residencia. —¿Cómo se le ocurre algo así? ¡La necesidad me impulsó! —No veo que esté pasando necesidades. Él la distraía llevándola hacia otro lugar casi llegando hacia el pasillo que conducía a la biblioteca. Se arrimaron a la entrada del pasillo y aquella mujer no paraba de insultarlo. —¡Canalla! ¡Arrogante! ¡Petu...! No terminó la palabra, Ernest ya la había dejado sin conocimiento. —Dulces sueños, milady. Todavía no entiendo por qué Anthony está obsesionado con usted —habló mientras la cargaba hasta la biblioteca. Abrió la puerta y la dejó en la otomana. —Ahí tienes. Aprovecha el tiempo —encomendó a Anthony para retirarse del lugar por la ventana y que no lo vieran salir por el pasillo sin Grace. Anthony acarició el rostro serio de su amada. Ella con lentitud empezó a moverse y despertar. Abrió los ojos y los mismos se cruzaron con los suyos. Ella despertó despavorida y asustada. Él le tapó la boca al darse cuenta de que iba a gritar. —Por favor, Grace, no me tengas miedo, amor mío... —jadeó con lágrimas—. Voy a soltarte, quiero hablar contigo, no deseo hacerte daño, ¿comprendes? Él la soltó y ella le giró la cara con una cachetada. —¡Aléjate de mí! —No puedo hacerlo. Te amo, Grace. Perdóname por todo el mal que te hice, estoy muy arrepentido.

Lo miró, llorosa. Ningún arrepentimiento suyo podía borrar las lágrimas que derramó durante esas semanas. —Me secuestraste y esclavizaste. Anthony tomó su cara y luego pasó sus manos por sus cabellos, yacía nervioso por la acusación, la cual era cierta. —Estaba ciego, no quería hacer eso. —Pero me humillaste estando consciente en pleno uso de tu autoridad. —Perdóname por haber sido ciego y no darme cuenta de que Christopher lo había planeado todo —se sinceró. —Es tarde, Anthony. Me voy a casar con Harry y seré feliz, ¿entiendes? Fui la mujer más feliz cuando nos comprometimos, te di todo mi amor… ¡te entregué mi corazón y mi confianza, Anthony! Y tú me acusaste, no me creíste. Conociendo a mi hermano preferiste creer en él y no en mí, que te había declarado amor. Siempre debí hacerle caso a la razón, quien me gritó que me alejara y yo me empeñé, me enamoré de ti. —Y yo de ti, Grace. Dame otra oportunidad de amarte, de demostrarte que he cambiado —pidió llenándola de besos en el rostro. —No —objetó decidida. Sacudió la cabeza—. Todavía tengo dignidad. Harry me ofrece afecto, paz, amor, cariño, familia y los hijos que yo deseo tener. El corazón de Anthony parecía agonizar a paso lento, el hijo de ambos estaba muerto y era muy probable que fuera por su culpa. Se quedó tieso por aquella idea de imaginarla con los hijos de Harry en sus brazos reemplazando a su hijo perdido. —No insistas, Anthony. Hasta nunca. —Salió antes de que recobrara la concentración en la realidad. Después de esa noche pensó en la idea de ganarse su afecto con recuerdos del pasado. Un sencillo broche de zafiros era ideal. Recordó su rostro al recibirlo, lo había enviado con una pequeña nota. —Lady Grace, le llegó esto —anunció Flavia con una cajita en la mano y una nota. Pensó que eran de Harry y las abrió. Era un broche de zafiros. Porque recuerdo tus ojos al mirarlo. Ella rompió la carta en pedazos y sin compasión.

—¡Flavia! Tráeme una hoja de lechuga, papel y pluma. Este hombre tendrá la respuesta que merece. La respuesta no tardó en llegar a Anthony, que ansioso abrió el sobre y encontró una hoja de lechuga junto a la nota. Porque todavía recuerdo mi llanto al descubrir mi huerta destrozada. Fracasó en la primera oportunidad, pero le quedaban dos días antes del matrimonio. Pudo conseguir dos conejos a un descomunal precio, los envió en una caja esperando respuesta acompañados también de una nota. Grace recibió el bulto y lo abrió. —¡Son hermosos! —exclamó Flavia a la vez que ella abría la nota. Por un nuevo comienzo. Acéptame. Demon llegó corriendo desde el fondo de la casa y metió el hocico en el paquete. Descuartizó a los conejos ante la horrorizada mirada de Flavia y Grace. El horror duró poco hasta que se le ocurrió la macabra idea de enviarle los conejos muertos con la nota. Descuartizado como tus conejos quedó mi corazón. Quedó impresionado por la crueldad de Grace, mas no se rendiría con respecto a los conejos. Sospechaba que aquellas muertes fueron accidentales. —La tercera es la vencida —expresó con el anillo de compromiso que él le había sacado. Lo puso con otra nota. Ella, al distinguir la caja, recordó el compromiso que la hizo tan feliz. Porque aún espera por ti.

—¡No! —Arrojó el anillo al suelo. Rasgó su vestido y abrió una herida que tenía en sus manos por la jardinería—. ¡Con esto dejarás de molestar! —lloró sin tregua, ya no quería recordar nada. Encontró la ropa rasgada y con una gota de sangre. Porque aún recuerdo que me tuviste de criada. Déjame ser feliz. Al recibir la respuesta, se arrodilló en el suelo a lamentarse por la última oportunidad que tuvo de recuperar a Grace. No había tiempo para recuperarla, ella no recapacitaría con respecto a él. Llegó el día de su matrimonio y Anthony no inspiraba más que lástima. Ernest miraba a su destrozado amigo llorando sin consuelo por la mujer que amaba; debía hacer algo, pues no quería que continuara así. Solo quedaba una esperanza para evitar el matrimonio. —¡Levántate de ahí! —gruñó Ernest pateando Anthony para que dejara de lamentarse. —Déjame... —Tengo una idea para recuperar a tu amada. —¿Cuál? Ernest le arrojó una media de mujer sin decir más. —Una media de... —Tu hermana. Las tomé del tendal. —¿Tu idea es una media? ¿Una media? ¿Te estás burlando de mí? —Sube al carruaje y te explico. Tengo gente en la iglesia. El carruaje iba a lo máximo que demandaba el cochero por órdenes de Ernst. —¿Estás listo? No podemos fallar. Si lo hacemos, nos llenarán de plomo —le recordó Ernest tratando de sostenerse en el carruaje en movimiento. —Estoy listo. —Se colocó la ropa de clérigo con un sombrero, al igual que Ernest, de esa manera pasarían desapercibidos. —¡Ya era tiempo! —exclamó el cómplice vestido como ellos—. Entremos rápido. Los tres hombres pasaron sin ser notados por los guardias de Lauderdale. Entretanto, Ernest y Anthony se quitaban las prendas; el otro tomaba el lugar del verdadero clérigo y se puso una barba falsa para que no lo reconocieran.

—¡Ha llegado el clérigo! —avisó Jules—. Y me parece que es demasiado joven... —¡Jules! —reprocharon las tres amigas. —Ya no soy una religiosa, se me permite pecar con el pensamiento —se defendió. Muchos de los asistentes ni siquiera eran invitados. Eran murmuradores tratando de sacar la mayor cantidad de información sobre el matrimonio. —Queridos hermanos... —comenzó el clérigo— estamos aquí reunidos para celebrar… —¡Deténgase, esto es un secuestro! —informó la voz que Grace identificó como la de Anthony. Ella se giró con lentitud. Lo reconoció a él y al marqués con medias en la cabeza mientras apuntaban con un arma a Jules.

Epílogo —No me digas que piensan que no los reconocerían con esas medias — susurró William a Clay. —Yo no los conozco —dijo Clay avergonzado por el ridículo que montaba sus amigos. —Camine despacio, lady Grace —pidió el marqués apretando aún más el arma contra Jules. Harry se colocó frente a Grace. —Están rodeados y no saldrán de aquí. Ernest disparó al suelo para asustarlos, todos empezaron a correr despavoridos. Jules gritó de pánico y Grace posó su mano en la espalda de Harry. —Iré. No quiero que dañen a nadie por mi causa. El clérigo se acercó a Harry y le colocó una pistola en la espalda. —Queridos míos, aquí no habrá boda —anunció el hombre con la hermosa sonrisa y los ojos aguamarina. —¡Dimitry! —soltaron Hans, Robert y Harry en coro. Los tres se abalanzaron sobre Dimitry para desarmarlo. Afuera los hombres de Viktor habían abierto el paso para que se llevaran a Grace. Dimitry era la distracción perfecta para Harry y el resto. —¡Por el amor y la libertad! —gritó Dimitry, el primo de Ernest, riendo a carcajadas mientras sus amigos lo golpeaban. —Lo siento, milady —jadeó Ernst, y empujó a Jules en los brazos de William. Anthony tomó a Grace, se la colocó en la espalda y echaron a correr fue de la iglesia con ella dando gritos a cuestas. —¡Harry! —El susodicho los siguió. Intentaba meterla en el carruaje. —¡Grace! —estalló él viendo con impotencia cómo se la llevaban. Miró alrededor y todos sus hombres estaban golpeados, su carruaje con una rueda partida y los caballos ni estaban. —¡Maldición!

Grace no dejó de clamar por Harry desde la ventanilla del carruaje. —¡Cállala, Ernest! —rogó Anthony. —¿Qué quieres? ¿Que le coloque una costura? —Sonrió—. Lo haría con gusto, pero no tengo forma. —Ustedes, desgraciados, déjenme ir o se arrepentirán. Marqués del infierno, si pudiera yo misma lo mataría y luego lo... —Concedido, Anthony, tu musa habla demasiado. —Dejó desvanecida a Grace. La huida fue escandalosa y arriesgada. Sin embargo, el resultado era que Anthony se llevaba a la hermosa Grace en su regazo. —Por fin la tienes —pronunció Ernest con una sonrisa. —Al fin. —Le dio un beso en el cabello a la incapacitada Grace—. ¿Y ahora...? —Gretna Green... —rio su amigo—. Llegaremos en un tiempo, yo conduciré hasta dejarlos ahí y luego regresaré a Londres. —¿Crees que aceptará casarse conmigo? —No, pero después de casarte tienes toda una vida para convencerla de que eres el hombre de su vida. Harry quedó sentado y decepcionado en el portal de la abadía. Robert se acercó a él y le colocó el brazo en el hombro en señal de apoyo. —También fui víctima de las infamias de Viktor. Me enamoré de la mujer que él quería que fuera para otro, y no descansó hasta conseguir sacarme del camino en el que él mismo me había metido. Solo te queda resignarte. La has perdido. —No es fácil de aceptar. Cuando te das cuenta que alguien te acepta tal y como eres, tú también lo aceptas. Es perfecto, y ella era perfecta. —¿Y ahora qué harás? —Volver a la lucha. Quizá Lennox quiera aún que sea su mano derecha —sonrió triste. —Vete un tiempo, es lo mejor, pero cuídate —recomendó Robert. Harry se levantó. Caminó hacia su tío Osbert y Hans. —Todavía seguimos siendo familia —musitó. —¡Ese duque demente! —profirió Hans. —No puedo más que admirarlo —contestó—. Luchar por una mujer a la que amas, por más errores que hayas cometido y aún te atreves a dar la cara para enfrentarte al mundo sabiendo que ella te rechaza, es de valientes.

—¡Es de dementes! —espetó lord Osbert—. Solo quiero que me devuelva intacta a mi pequeña Grace. Realizaron los cambios de tiro y Ernest iba como cochero del carruaje para darle privacidad a la pareja. —Grace... —intentó que ella le dirigiera la palabra después de varias horas de viaje—. ¿Sabes a dónde vamos? —Contigo a ningún lugar. Devuélveme con Harry, sucio patán egoísta. —Soy egoísta, lo admito, pero hago esto por nosotros, por nuestro amor... —Hagamos una cosa —habló con falsa ternura—, yo te perdono todo lo que me has hecho y tú me devuelves con mi prometido. —¡Yo fui tu prometido primero! —Pero me repudiaste neciamente, ahora pagas las consecuencias de haber creído en Christopher y no en mí. —Perdóname, Grace, he sido un tonto. La vida no me alcanzará para arrepentirme de todo el daño que te he hecho. Acéptame como tu prometido, Gracie, y empecemos de nuevo. No te pido que lo olvides todo, solo que me des otra oportunidad de ganarme tu amor. Ella alzó la nariz con gesto altanero, entonces respondió: —¿Piensas que secuestrándome ganarás mis favores? Le di mi palabra a un hombre bueno que me respeta y me hace feliz, Anthony. Me da la paz que tú no me has dado desde que estamos juntos. —Dime... dime que lo amas y te llevo con él en este instante. Dime que cuando estás a su lado tu corazón se precipita, se vuelve chiflado por sus caricias y sus besos, que llena cada hueco de tu corazón, que te hace sentir viva... ¡Dime, Grace! Si todo eso te hace sentir, yo personalmente te entregaré en el altar para que estés con quien en realidad amas —expuso con valentía sabiendo que su respuesta podía ser la estocada final. ¿Amaba a Harry? Lo quería, era perfecto. ¿Sería feliz a su lado? Sí, pero ¿amarlo? Solo a Anthony, aunque el amor no era suficiente para tolerar tantas maldades que él le había hecho. —Te amo, Anthony. Él sonrió, mas su sonrisa pronto se desvaneció. —No obstante, el amor no es suficiente. El amor debía curar mis heridas y no hacerme más. El amor debía creer en mí y no acusarme. El amor debía amarme y no odiarme ni obligarme. En nuestro caso, el amor solo es correspondencia. Nos amamos en palabras, mas no en hechos. No me

respetas ni siquiera cuando he tomado la decisión de escoger a otro hombre. Tu amor es egoísta... Anthony golpeó el techo del carruaje y este se detuvo. Él salió disparado hacia el bosque preso de la desesperación. —¡Anthony! —exclamó Ernest yendo tras él. Lo alcanzó después—. ¿Qué sucede? —He hecho tantas cosas malas que me odia. Ya no quiere estar conmigo. Grace quedó sola en el carruaje, lloraba por todo lo que le había dicho a Anthony, cuando una sombra subió al carruaje y se sentó frente a ella. —¿Quién es usted? —inquirió asustada. —Mi nombre es Viktor. Es un placer vernos sin máscaras —se presentó con una sonrisa. —¿Qué quiere? Usted es el culpable de todo. —Lo admito, pero lo hice por un amigo y por el amor. Harry no es para usted. No deje pasar su oportunidad con Anthony como yo dejé escapar a mi amada Prudence. Hoy es inalcanzable para mí. En cambio, usted puede ser feliz con él. ¿Por qué seguir negándose al amor? El amor comete errores, desde los pequeños hasta los más importantes. Se puede ser del bien por mucho tiempo, mas solo un engaño puede contaminar el corazón. Sé todo lo que pasó, conozco sus sentimientos, los suyos y los de él... — señaló su vientre. Ella se asustó al notar que él acercaba su mano a su abdomen. —Este es fuerte. El amor florece en usted. No lo aleje de su padre, y no pregunte cómo lo sé, es un don y una maldición. Cuídelo mucho. Viktor bajó del carruaje y regresó a su caballo para desaparecer de ahí. Dejó a Grace con grandes dudas. Un pequeño la uniría por siempre a Anthony. No podía creer que aquella noche en que sintió que todo se desvanecía pudiera dejar en ella la semilla del amor y que de esa oscuridad podría nacer la luz. —Anthony, ¿te has dado por vencido? —No, todavía quiero seguir intentando. Lleguemos a Gretna Green y que ella escoja el camino que desea. —Caminó hacia el carruaje. Anthony remontó y se sentó junto a Grace, que estaba perdida en sus pensamientos. —Iremos a Gretna Green. —¿Me obligarás a casarme contigo? —increpó con una sonrisa cínica en el rostro.

Él negó con la cabeza. Luego de un tiempo, se durmió por el cansancio. Unas horas más tarde, llegaron hasta una posada y se ubicaron. —Queridos míos, hasta aquí he llegado —se despidió Ernest al realizarle una reverencia a los dos. Grace ni siquiera lo contempló. —Anthony, ¿puedes explicarle lo que pasó para que deje de odiarme? —Si me deja hacerlo, te aseguro que será así. Quedaron solos en la habitación de la posada. Grace comenzó a caminar sintiéndose ansiosa. —¿Conoces a un hombre llamado Viktor? —soltó sin rodeos. —Es un amigo. —¿Es el que me vendió? Él solo asintió. —¿Qué tan creíbles son sus palabras? —Muy creíbles si sabes interpretarlas. Quizá si le hubiese hecho caso, estaríamos felices, pero me negué a escucharlo en contadas oportunidades por miedo. —Él me dijo algo que no sé si creer. —¿Qué fue lo que te dijo? —Que aquí... —señaló su abdomen— está floreciendo de nuevo el amor. El rostro de Anthony se llenó de emoción, de nuevo estaba embarazada. Él se arrodilló frente a ella besando su vientre, luego lo acarició. —Bienvenido, pequeño mío —mencionó para después abrazarse con fuerza a la figura de Grace, que no pudo evitar que se le escaparan unas lágrimas. —Porque el amor vuelva a florecer… te perdono, Anthony de York. El matrimonio en Gretna Green se llevó a cabo la mañana siguiente y con el rostro no muy contento de la novia, regresaron hacia Londres aquella misma tarde. Grace aún tenía sus dudas sobre la monomanía de Anthony, por lo que fue obligado a dormir en el suelo lejos de ella, no sin antes haber protestado cuando se lo exigió. Después de que ambos tuvieran que dar la cara ante la sociedad y frente a Harry, que supo comprender que contra el amor no se ponía resistencia a luchar. Él la pudo haber hecho feliz, tal vez hubiera llegado a amarla profundamente, pero ella nunca le correspondería.

Pasaron ocho meses del matrimonio y estaba muy cerca de parir a lo que ellos pensaban que era un pequeño heredero. Pese a que Anthony y Grace dormían en habitaciones diferentes, desde la última vez que estuvieron junto él no había vuelto a tocarla debido a los miedos y la desconfianza que aún albergaba en su corazón contra su persona. Por más que él se esmeró todo ese tiempo para que lo perdonara, parecía no haberlo hecho de corazón. Notaba los cambios en él, pero se negaba a creer que fueran permanentes. En ese tiempo que transcurrió, Christopher se gastó las guineas que lord Osbert le dio y tenía que buscar otras alternativas que no fueran asaltar personas por la noche, como lo estaba haciendo desde hacía unos meses, mientras Grace se daba la gran vida como duquesa de York. Sabiendo de su embarazo, sopesó que ella valdría mucho más que antes. La espió aquel día en el que Grace estaba con Caroline, que tenía al pequeño Willy en brazos, y Bella con su pequeño niño de cabellos marrones y ojos verdes. Esperaría a que quedara sola, entonces se la llevaría para exigir un buen rescate por ella y el heredero al ducado. Nada podía valer más para el duque que su heredero. —¿Aún sigues muy enojada con mi hermano? —Aún es así, mi corazón no lo ha perdonado del todo. Lo he intentado. A veces pienso que soy malvada por naturaleza y que lo mío no es perdonar. —Debes superarlo, Grace, él te ha demostrado que no es el mismo — alegó Caroline. —¡Saben que lo amo! Pero tengo miedo de él, aún creo que me puede hacer mal. —Es sin fundamento, querida —alentó Bella al abrazarla. —Es cierto. Debo calmarme, tomar valor y después de que nazca el niño, intentar que seamos esposos de verdad. —Esa es la actitud correcta de una buena esposa, Grace —la felicitó Caroline. —Las dejaré un momento. —Se levantó muy despacio—. Iré a observar que los pajarillos no se coman mis plantas. Ella no había abandonado el hábito de la huerta. Anthony le construyó un invernadero y llenó una parte del jardín con preciosos conejos alejados de Demon, que aún tenía ganas de cazarlos.

Demon la siguió al invernadero y se acostó al lado. —Aquí hay tomates —sonrió moviendo la tierra para plantar las semillas. —Grace. Esa voz le heló la sangre, no podía moverse para confirmar que era Christopher. Por instinto se llevó las manos al vientre para proteger a su hijo. —Aún con todo y el niño, eres hermosa, Grace. —¿Qué... quieres? —Solo quiero dinero, no quiero hacerte daño. —Me haces daño siempre que apareces, todo este tiempo tuve miedo de que aparecieras. No puedo ser feliz —contó agobiada. —Coopera conmigo. ¡Mira cómo vives, eres la duquesa! Puedes compartir un poco de tu buen porvenir conmigo. —Eso no ocurrirá. Me hiciste la vida miserable desde que mi madre murió. —Tu esposo se ahoga en dinero, Grace. No seas egoísta o tu hijo lo va a pagar. —Le apuntó con la pistola. Ella casi se desvaneció del susto. A su hijo no, ella lo amaba, Anthony lo amaba con su vida, no podía ponerlo en riesgo. —¿Cuánto? —increpó llorosa. —Lo mismo que una vez te pedí. Prometo irme lejos después de esto. Anthony salió de su despacho para acompañar a Grace, pero ya no estaba con Bella y su sobrino. —¿Dónde está Grace? —En su huerta. —¿Cuántas veces le he dicho que no se encierre ahí? Puede asfixiarse — masculló caminando hacia el invernadero. Hans y lord Osbert intentaron limar las asperezas con Anthony para estar al pendiente de Grace siempre que lo quisieran. Además, notaban que él la tenía como a una reina, pues la mimaba, la adoraba y se notaba por completo enamorado de ella. Ellos saludaron a las damas que estaban en el jardín y preguntaron por Grace, a lo que recibieron la misma respuesta que Anthony. Anthony entró al invernadero y Christopher se asustó. Agarró a Grace del cuello apuntándole con el arma. —¡Anthony! —chilló desesperada su esposa.

—Grace —resolló frío del susto por verla amenazada—. ¿Qué haces, Christopher? —Solo quiero dinero, y ella no me lo quiere dar. Le prometí irme si me lo daba. —Eres un vicioso. Nosotros podemos ayudarte, ya que el juego te ha llevado a esto. Cálmate y deja de apuntarle a tu hermana. Hans y su padre entraron al invernadero. También estaban asustados, aquello era horrible. —¡Suelta a mi hermana! —exigió Hans. La rabia y los celos de Christopher estallaron al oírlo decir aquello. —¡Fue mi hermana dieciocho años y tú la llamas hermana! ¡Ella es mía! Tú eres un maldito intruso al que no pude eliminar. —Le apuntó—. Te odio, te odio por robarme el amor de mi hermana. Quiero que te mueras. —¡No, Christopher! —exclamó Grace cuando movió su brazo, pero el arma se disparó yendo la bala a incrustarse en el pecho de Anthony. Grace parecía haber perdido el contacto con la realidad; observar a Anthony en el suelo por desviar el arma era una pesadilla. —¡Anthony! —se echó a llorar sobre el cuerpo de él, que agonizaba. Hans quitó su arma y le disparó a Christopher para que terminara capturado. —Gracie —jadeó Anthony—, cuida a nuestro pequeño... —Lo cuidaremos juntos, mi pelirrojo. Perdóname por no perdonarte en verdad. —Posó su mano sobre la herida del pecho solo para evitar distinguir cómo manaba la sangre. —No hay nada que perdonar. Soy feliz contigo, mi bella víbora. —¡Déjame corresponderte, Anthony, por favor! No podía perder a Anthony, no cuando decidió amar sin reservas a su esposo. Le demostró cuánto la amaba y estaba arrepentido de haberse comportado como lo hizo con ella. Anthony lentamente cerró sus ojos para no volver a despertar. Grace se lamentaba su perdida con amargura.

◆◆◆ Tres meses después... Anthony le cantaba una canción poco propicia para acostar al pequeño niño.

—¿Ves, Ernest? Tu padre duerme con el monstruo —bromeó con el pequeño pelirrojo en sus brazos. —Hazlo dormir y ven a la cama ya — rogó Grace, impaciente. Él dio varias vueltas por la habitación, luego el niño se durmió. —Casi me lo echas a perder, pequeño duende —murmuró Anthony dejando al pelirrojo en su cuna. Corrió a la habitación donde estaba Grace. Grace había terminado de arreglarse, aquella sería la primera vez que se entregaría a Anthony después de su último acercamiento. Él irrumpió en la recámara y la observó como siempre. Deseaba recordarla hermosa, altanera y segura. Ella ojeó a Anthony, que la miraba con una sonrisa, y rememoró que estuvo a punto de perderlo tres meses atrás. Si no hubiera sido por el marqués y su madre, él estaría muerto. Llegaron en ese instante en el que quedó inconsciente. También su hermano estaba con vida, aunque custodiado para dejar sus vicios que lo habían cegado por completo de la realidad. Ernest se esforzó para revivir a su pelirrojo amigo hasta que su madre le dijo que iba a vivir y que ella lo cuidaría. La marquesa era una mujer sencilla, amable y llena de misterios, que ayudó a venir al mundo al pequeño Ernest, llamado así en honor al hombre que le salvó la vida a su padre. —¿En qué piensas? —curioseó Anthony. —En que estuve a punto de perderte. —Lo abrazó. —Pero estoy aquí y pienso amarte hasta mi último aliento. —Te amo —añadió besándolo. —Y yo a ti, Gracie. Anthony la llevó hasta la cama para hacerle el amor como siempre debió hacerlo: con toda su alma, su amor y su confianza puestas en ella.

Acerca del autor Laura A. López

Mi nombre es Laura Adriana López, soy de nacionalidad paraguaya, nací el 05 de Julio de 1988, soy casada y con una hija. Estudié Ciencias contables y Auditoria en la Universidad Americana. Desde el año 2016 me encuentro escribiendo lo que realmente me apasiona, que son las novelas de romance de época, ambientadas en la época victoriana, regencia, etc. También he escrito novelas contemporáneas, pero más ambientadas antes de la revolución tecnológica que tenemos actualmente, pues tengo la creencia de que la tecnología ha entorpecido de cierta forma las relaciones sociales, y más aún el romance. Es una razón por que más me agrada soñar con un romance a la antigua. En el 2018, empecé a publicar de manera seria, con dos editoriales. Selecta, que es del grupo Penguin Random House y que se dedica a publicar novelas románticas en digital, y con la editorial Vestales de Argentina. Con Selecta he publicado, seis títulos de una saga, comenzando por: Rescatando tu alma

perdida, Belleza y Venganza, Amor y dolor, Entre las sombras, Obligándote a amar y Te deseo para mí; todas de romance histórico esta editorial es la que me abrió las puertas para que la gente me conociera. En el 2019 se publicaron una novela contemporánea de nombre Un romance real, y otra para novela histórica: Tan perversa como inocente. En el 2020 se publicó Desavenencias del amor. Con la Editorial Vestales de Argentina, tengo publicado en físico y digital las obras de nombres: Una perfecta señorita y La ventana de los amantes. Todas de romance histórico. También he incursionado en la auto-publicación en amazon, con: Los mandatos de rey, que es un cuento corto, una dama infortunada, corazón de invierno, una heredera obstinada, una beldad indomable, la esquiva señorita Millford y la versión en inglés de estad última que lleva de nombre: The elusive miss Millford

Saga Noches en secreto La ventana de los amantes
Laura A. Lopez - Serie Noches en Secreto 02 - Las peripecias de los amantes

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