Kaguya-hime no Monogatari, el “colorín colorado” de Takahata _ Drakenland _ El lobo zamorano

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Kaguya-hime no Monogatari, el “colorín colorado” de Takahata

– Estoy muy agradecida por esos sentimientos que dicen tener hacia mí; alguien a la que no conocen o cuyo rostro siquiera han visto. Ahora pregunto: ¿me traerían los raros tesoros con los que me comparan? Así mi corazón podría valorar de una manera clara hasta qué punto me atesora cada uno. Príncipe Juramochi, traedme la Rama Enjoyada de Horai; Príncipe Ishitsuki, quiero el Cuenco de Piedra de Buda. – Pero… Pero… – Señor Ministro de Justicia Abo, el Manto de Piel de la Rata de Fuego. Gran Consejero Otomo, la Joya del Cuero del Dragón. Secretario Isonokami, deseo un Cauri de Golondrina. – No por favor. ¡Puede que esas cosas ni tan siquiera existan! Eran sólo metáforas. – Sí, todos ustedes me compararon con raros tesoros. Pues bien. Si uno de ustedes puede poner en mis manos uno de ellos con gusto me convertiré en el “tesoro” de ese hombre. Pues sí, la verdad es que me he vuelto a retrasar un poco haciendo una review pero es que es lógico. Todo el que me conoce sabe sobradamente que detesto el verano, no sólo porque todo el país cierra al unísono y casi a la par, sino porque Castilla durante esa etapa es lo más parecido que existe a una parrilla. El julio que ha hecho por estos lares ha sido simple y llanamente infernal. No es una manera de hablar que durante la totalidad de ese mes, todos los días ha hecho una temperatura cercana a los 40 grados por la mañana y que durante la noche la cosa refrescaba poniéndose “únicamente” a 30, lo que aparte de sacarme de mis casillas hizo que, evidentemente, no pegase ojo. Soy animal de frío, lluvia, viento y nieve, que halla la felicidad a tres bajo cero en cazadora negra y vaqueros. Sobrevivir a esto en manga corta es para mí una labor imposible, máxime cuando el aire que se respiraba durante estos días parecía no tener un ápice de oxígeno y no veo el momento en el que termine esta dichosa estación. Todo ello sin contar con que hemos visto a Bear Grylls en televisión sobrevivir a todo tipo de inclemencias tras ser arrojado a toda clase de selvas, estepas o zonas catastróficas en las que tiene que comer una gran variedad de asquerosidades, dormir en cualquier cuchitril imaginable e incluso aguantar a tíos que le jodan el programa por Internet, pero ni siquiera él tiene narices para hacer un capítulo que explique cómo sobrevivir a un coñazo tan extremo como el de pasar un par de semanas por esta época en medio de este desierto. Sin embargo esto es lo que hay, así que me dio por coger el ordenador y empezar a teclear sobre esta película

cuyo análisis me habían pedido hasta en la sopa pero que también estaba retrasando de un modo más o menos intencional. En el fondo éste ha sido un año desastroso en lo que a anime se refiere y, con lo poco que hay para hablar, hay que tratar lo que uno tiene entre manos como si de petróleo se tratase. También es cierto que tengo un par de series cuya review está apalabrada (Ejem:Ping Pong) pero lo primero es lo primero y terminar según qué análisis relacionados con Ghibli es una prioridad, por lo que dejémonos ya de palique y veamos si esta tan cacareada como reciente cinta del estudio es merecedora de pasar a la historia del anime como una obra canónica o apócrifa en lo que al mundo de este particular entretenimiento nipón se refiere.

Ficha Técnica Kaguya-hime no Monogatari ( か ぐ や 姫 の 物 語 ) también conocida como The Tale of the Princess Kaguya en Estados Unidos es una película de animación de 137 minutos de duración perteneciente al género Dramático, Histórico y Fantástico. Fue dirigida en 2013 por el director Isao Takahata para el estudio Ghibli. Está inspirada en un cuento popular japonés que se estima que fue creado en torno al Siglo X. Por el momento no existen adaptaciones oficiales de este guión al manga y será lanzada en España.

Argumento En pleno período Heian, un hombre dedicado a cortar bambú llamado Sanuki no Miyatsuko es testigo de un acontecimiento insólito. Al cortar un tallo de los muchos que había sesgado a lo largo de su vida, descubre por casualidad el cuerpo diminuto de alguien que parece una mujer y cuya apariencia, vestidos y ademanes dan a entender un origen noble. Sin embargo, aquella imagen pronto desaparecerá ante sus ojos dejando tras de sí un pequeño bebé aparentemente recién nacido y, como tal, indefenso y necesitado de cuidados. Algo que hará que nazca inmediatamente en él su instinto paternal que hará que se la lleve a su casa. Al llegar, su mujer acoge con enorme alegría la llegada de la muchacha. El matrimonio no tiene hijos y este advenimiento llena el vacío que desde muchos años atrás arrastran por la ausencia de un heredero. Pero pronto, se percatan de que el ser que tienen a su cuidado parece ser algo más que un regalo del cielo, que es como ellos la califican. Su crecimiento es anormalmente rápido y su padre, de hecho, no tarda en percatarse de que la criatura parece engordar, literalmente, con cada paso que da. Aunque las cosas van a cambiar de un modo bastante más intenso de lo que ambos alguna vez llegasen a imaginar. Para empezar, su madre, cercana a la vejez, nota que en sus pechos brota la lactancia y no duda en dar de mamar a la pequeña. Del mismo modo, los bambúes que rodeaban al que nació empiezan a a brindar al matrimonio todo tipo de alhajas. Un día, uno de ellos arroja varios kilos de oro en forma de pepitas. Otro, lanza toda clase de vestidos hechos no sólo de materiales extremadamente finos sino también increíblemente elegantes en cuanto a su diseño. Por ello Miyatsuko cree ver en ellos un mensaje divino que les indica que la muchacha que tienen a su cargo está destinada a cosas más importantes que ser una mujer de pueblo.

Miy atsuko, Kaguy a y Sutemaru

Ciertamente, la pequeña es feliz en el entorno rural y se encuentra perfectamente integrada en él a pesar de que

los niños se dirigen a ella como “Tak enok o” (pequeño bambú) de forma burlesca, en contraposición a su padre, que insiste en calificarla como “Hime” (princesa). Por ello, el paso a la gran ciudad supone un inmenso trauma para ella, no sólo por desplazarse a un mundo que le es desconocido y casi hostil, sino que incluso dejará atrás a algunas personas particularmente queridas para ella como Sutemaru, un niño que siente una particular atracción hacia ella y que rápidamente se verá sustituido por un mundo aparentemente más sofisticado que el que él le puede proporcionar. Así, su llegada a la ciudad hace de ella una persona profundamente desdichada. Las costumbres de la alta nobleza son para ella absurdas y terriblemente asfixiantes al obligarla a mantener una severa rectitud de normas y protocolos hasta en los aspectos más insignificantes. Aunque nada le resulta tan frustrante como convivir con la nueva corte de sirvientes e institutrices de la que el dinero y las joyas la han rodeado para hacer de ella una princesa más allá de los deseos de su padre. Es perfectamente consciente de que nadie de su nuevo círculo la quiere de verdad y que incluso los nobles a los que su padre invita a las fiestas y eventos que organiza para sus puestas de largo en sociedad, se burlan de él acusándolo de advenedizo. Pero conforme pasan los años, su fama de auténtica noble se extiende y rápidamente multitud de pretendientes se disputan casarse con ella atraídos tanto por su escandalosa fortuna como por su impresionante belleza física. Aunque ella no está dispuesta a convertirse en una posesión más de hombres que no la aman y decide someterlos a todos a pruebas imposibles que jamás superarán, a cambio de la promesa de su mano. No obstante, existe en ella una preocupación mucho mayor que las intrigas cortesanas que forman ya parte de su vida cotidiana: La de que el lugar del que procede reclame su presencia viéndose así obligada a abandonar a sus padres para acudir a su auténtico hogar, la Luna.

Tema Central de la OST “Inochi no Kiok u”, compuesto por Joe Hisaishi e interpretado por Nikaido Kazumi

Análisis Como ya he dicho hasta hartarme, especialmente en el artículo en el que me dediqué a hablar sobreNippon Animation, Takahata fue siempre el gran talento televisivo del anime clásico, mas su entrada en Ghibli fue su perdición. Es más, es realmente increíble para mí darme cuenta de cómo todavía a día de hoy, con una enorme y casi interminable sucesión de animes mediocres e infumables analizados, sigo sin sacar de algún sitio el cuajo para hablar de PomPoko y de Mis Vecinos los Yamada. Pero es que, en honor a la verdad, todavía no soy capaz de rebajarme a tanto puesto que dichas cintas sólo pueden definirse como abominables. A pesar de todo, si tenemos en cuenta que la última data de 1999… cuando casi quince años después anunciaron que aquella aparente fanfarronada del ya anciano director de volverse a poner detrás de una cámara para crear un largometraje era real… pensé que estarían de broma. Lo había hecho tan mal que creí que querría dejar entre su público la imagen del talento televisivo que siempre fue, en lugar del desastroso miembro del estudio de Totoro, como unos cuantos se empeñan en recordarlo. Por lo tanto, la pregunta empezó a martillearme la cabeza. De plasmarse en algo tangible, ¿cuál de las dos versiones del antiguo talento se mostraría? De este modo la película terminó por estrenarse y no tenía mala pinta… pero nadie hablaba de ella. Es más, puedo decir que nadie de mi entorno llegó siquiera a preguntarse si había salido de Japón… Como si no existiese. Y efectivamente, había motivos para que eso ocurriera, aunque no es el momento de comentarlo. Lo que sí diré es que llevan pidiéndome unos seis meses que la analice y ya no podía seguir dando largas a pesar de un pequeño inconveniente… el de que estamos ante un guión basado en un cuento tradicional japonés, y ello implica que carezco de la formación necesaria para hablar con propiedad de él, por lo que tendré que argumentar de oídas y no de fuentes totalmente acreditadas, lo que detesto con todas mis fuerzas… pero es lo que hay. De cualquier manera, veamos primero cómo se gestó este largo para así encontrar las primeras respuestas a

algunas de las cuestiones expuestas. Superproducción sobre el papel; fiasco en lo comercial Kaze Tachinu y la obra que nos ocupa fueron anunciadas a la vez a mediados de diciembre de 2012, aunque muchos eran los aires de despedida que tenía semejante noticia. Por un lado Miyazaki estaba a punto de cumplir 72 años mientras Takahata ya acumulaba nada menos que 75 primaveras a sus espaldas. Además, las primeras informaciones apuntaban a que ambos films no sólo serían estrenados el mismo año sino que incluso verían la luz el mismo día, lo que muchos asociaron a la época en la queTotoro y La Tumba de las Luciérnagas hicieron lo propio en 1988, dando vida de un modo claro e indubitado al nacimiento del estudio Ghibli. Pero aquello no dudaría. Si bien inicialmente se apuntó la posibilidad señalada en el anterior párrafo, dos meses más tarde la propia distribuidora, la ínclita TOHO, anunció que aunque era verdad que “El viento se levanta” vería la luz en verano de 2013 tal y como en un principio se había avanzado, la cinta que nos ocupa se retrasaría finalmente hasta otoño, con todas las susceptibilidades que ello generaba. Naturalmente querían ahorrarle una humillación al antaño gran gurú de la animación japonesa viendo cómo su última obra era vapuleada por la de su antaño discípulo. Por ello se alegó que el director estaba escribiendo el guión en compañía de Riko Sakaguchi, pero que éste estaba sufriendo retrasos que aconsejaban dicho movimiento… Obviedades que no se pueden decir al margen, sí que es cierto que había un ápice de verdad en lo argumentado y es que se trataba de una historia muy arraigada en la cultura del Imperio del Sol Naciente y que había sido frecuentemente adaptada con anterioridad. Se trataba de Taketori Monogatari (竹取物語) un cuento popular que data aproximadamente del siglo X y del que, como ya dije en la introducción, no puedo hablar con propiedad debido a que no tengo formación en Filología Japonesa ni soy orientalista, por lo que me limitaré a reseñar que por Internet se apunta a que se trata de una especie de “remak e” de una historia de las contenidas en el Man’yōshū (una recopilación de poemas del siglo VIII).

Ilustración de Tosa Horomichi y Tosa Hirosumi que narra la partida de Kaguy a a la Luna (se estima que f ue dibujada en 1650)

Al margen de que he de insistir que en este punto estoy hablando de oídas, se subraya también en casi todos los lugares y libros que he consultado en que existe una polémica sobre si esta historia es originalmente nipona o por el contrario se “importó” de China adaptando a su cultura el mito de la diosa de la Luna Chang’e. Incluso hay quien dice que algunas obras, como “El Lago de los Cisnes” de Tchaikovsky estaba inspirado en ella, aunque en

lo personal ni encuentro dicho parecido ni existen pruebas fehacientes de ello, siendo más que probable que se tratase de una mera coincidencia los pocos paralelismos que existen entre ambas tramas. Sin embargo, sí puedo ser más preciso a la hora de hablar de la relevancia que ha tenido este mito en lo que al género que nos ocupa se refiere, donde ha sido una figura muy recurrente a la hora de crear formatos como el de Queen Millenia (Exploradores del Espacio en España) de Leiji Matsumoto, que encontraba principio y origen en su trama. Del mismo modo, muchos son los guiños que marcas tan importantes como Sailor Moon, InuYasha, Naruto o Queen’s Blade han incorporado a ella en un momento u otro de sus innumerables episodios o sagas. No obstante, de entre todas las adaptaciones, hubo una que sobresalió por encima del resto. Nos encontramos en plena década de los Ochenta y las salas de cine se llenaron de títulos del llamado “Cine de Evasión”; un concepto académicamente sin definir pero que consistía en llevar al espectador a ver una película con la que se olvidase de sus problemas de su mundo… por lo que nada mejor que llevarlo a otro. Así, fue durante este tiempo donde florecieron franquicias tan conocidas como “La Historia Interminable” o “Willow” en el ámbito de la fantasía, todas las atrocidades protagonizadas por Arnold Schwarzenegger o Sylvester Stallone en el campo de la acción, o híbridos entre ambas como podrían ser Mad Max, Robocop, Terminator (con el propio “Chuarchi”) y demás abominaciones cuya sola mención al lado de la palabra “cine” provoca vomitar hasta el hígado. Y naturalmente Japón, no escapó a esta tendencia.

Dos escenas de la película de 1987 de Taketori Monogatari con la escena de la abducción de Kaguy a por una nav e especial a la derecha

Así, en plena época de los peinados cardados, la pareja Reagan-Tatcher como sinónimo de la erótica del poder y las drogas a punta de pala consumidas hasta por los pesados del Telemarketing, el veteranísimo director nipón Kon Ichikawa decidió tirar su carrera por el retrete perpetrando uno de los mayores atentados terroristas contra el Séptimo Arte nacido en el archipiélago a la derecha de China, por la que le dieron más palos que al trío Yamucha, Tenshihan y Kuririn en todas las Dragon Ball que en el mundo han sido, y que naturalmente estaba inspirada en esta misma historia. Pero bromas aparte, la ocurrencia no le salió precisamente rentable a Toho, que también se había encargado de su distribución. Muy en resumidas cuentas, aprovechando que el Tokyo International Film Festival iba a celebrar su tercera edición y que, al tratarse de un evento con poco rodaje, posiblemente los críticos que allí se encontrarían no serían demasiado duros con ella, los productores decidieron estrenarla en su seno (máxime si tenemos en cuenta la audiencia potencial que implica una puesta de largo en un área metropolitana tan concurrida como la de la capital del país). Pero el tiro les salió por la culata. Es más, suele recordarse este título por ser uno de los que

hizo que Toho tuviese que relanzar un producto herido de muerte y que pese a sus esfuerzos económicos no iba a levantar cabeza. De hecho muchos de los artículos que hablan sobre su productor, el fallecido Masaichi Nagata, obvian curiosamente hacer referencia a este largometraje. Si se prefiere, el reto que Takahata tenía ante sí era duro. En primer lugar el desprestigio que su nombre había sufrido como director durante su etapa en Ghibli era palpable. En segundo lugar, porque el guión elegido formaba parte del ADN cultural nipón. Y en tercer lugar porque las adaptaciones audiovisuales que hasta la fecha se habían acometido del mismo estaban asociadas al termino “frik ada”; bastante alejado del aire serio que quería otorgarle a la que previsiblemente sería su última obra como director. Una tarea que se le iba poco a poco complicando conforme avanzaba la producción y no sólo es que no consiguiese un solo seiyuu de renombre para que le prestase su voz a las ilustraciones (Aki Asakura, que interpretaba a la protagonista, no tenía un sólo papel relevante en su Currículum fuera de éste) sino que alguno se le murió en la mitad del proceso, como ocurrió con Takeo Chii, que doblaba a Okina y que, siempre según Ghibli, terminó de grabar su parte antes de fallecer…

Imágenes de las portadas de la dif erentes ediciones domésticas de la película

Para colmo, el encargado de la OST iba a ser un compositor de segunda fila, Shinichiro Ikebe, por lo que para evitar el más que previsible descalabro tuvieron que recular en febrero de 2013 y poner a Joe Hisaishi al frente de dicho apartado para salvar los muebles de un producto que parecía estar mal planteado desde un principio mercadotécnicamente hablando. El caso es que, con una excusa o con otra, el estreno no paraba de retrasarse por el hecho de que no querían hacerlo coincidir con Kaze Tachinu, que había copado la temporada de verano, por lo que sólo quedaba posponer su puesta de largo hasta casi la Navidad. Por ello, resulta casi cómico decir que el primer trailer de la películafue lanzado en torno al 7 de noviembre, mientras el film era estrenado el 23 del mismo mes. Los resultados de esta ocurrencia fueron desastrosos. El largometraje apenas pudo mantenerse una semana entre los más vistos del país y rápidamente cayó en el olvido por culpa del CrossOver de pacotilla Lupin III vs. Detective Conan (sic). Para colmo, que la producción fuese un desastre no quiere decir que fuese barata puesto que costó más de 49 millones de euros… de los que apenas se recuperaron 24. Es decir, una verdadera catástrofe para Ghibli que en parte nos puede ayudar a entender su anuncio de comenzar un hiatus indefinido como creadora de animación y que por supuesto afectó a su distribución, que llegó oficialmente a Estados Unidos pero que por motivos que escapan a la comprensión del común de los mortales, todavía no ha hecho lo propio en España pese a la cantidad de veces que se ha anunciado que así se haría.

Existen motivos para ello. En términos globales por cada espectador que acudió a las salas a verla, casi seis hicieron lo propio con Kaze Tachinu y ni siquiera consiguió colocarse como una de las diez más taquilleras de 2013 en su país, viéndose superada incluso por títulos de poca monta como Rompe-Ralph, Dragon Ball Z: La Batalla de los Dioses o incluso una de las muchas aberraciones con Pokémon en el título. Algo a lo que se le añade el ser derrotada por su hermanastra de Miyazaki en el Animation of the Year y el no haber logrado un sólo premio importante de los siete que cosechó alrededor del mundo. Veamos pues si tal batacazo comercial y crítico era o no merecido. Un mundo digital sin cabida para el folclore analógico Insisto, existen pocas cosas que deteste más que hablar de temas sobre los que no estoy convenientemente preparado para disertar y éste es, a todas luces, uno de ellos. Pero lo más importante sería ver lo que tenemos entre manos desde otro punto de vista. Es una obviedad que si estoy escribiendo estas líneas es porque voy a analizar este largometraje, pero la gran discusión al respecto es si debería hacerlo tanto yo como cualquiera que sin estar convenientemente ilustrado en los entresijos de la Filología Japonesa se pusiese delante de la pantalla y contemplase una historia teóricamente asimilable pero con toda clase de mensajes entre líneas difícilmente detectables para un público formado por gente como yo. Por empezar por algún sitio, lo primero tal vez sería hacer hincapié en que nosotros, los occidentales, estamos acostumbrados a un esquema fijo. El planteamiento, que suele ir al principio, donde se ponen sobre el papel los personajes y las tramas, el desenlace, que suele ir al final, cuenta cómo acaba todo y un nudo, que suele ir entre medias, y que incluye todos los avatares que han llevado a la trama a la conclusión que hemos presenciado. Pero claro, la palabra clave de este párrafo es “suele”. Es decir, escritores y guionistas “suelen” plantear sus obras con las mismas pautas, innovando únicamente en el orden con el que todo esto se presenta. Dicho de otro modo… empezar por la conclusión o por la mitad, poner el principio en el medio o al terminar… en resumen, alterarlo todo.

Kaguy a en su intento por pasar por una noble será uno de los ejes f undamentales de la trama

No obstante, de todo lo anterior hay una máxima que siempre queda clara: la coherencia. Todo tiene que estar relacionado y tener un sentido. Es cierto que existen ejemplos en el cine o en la literatura que se han saltado esta máxima, siendo claros los ejemplos de “Rayuela” de Julio Cortázar en el campo de los libros o de la “Nouvelle Vague”en el terreno del Séptimo Arte, pero el mensaje parece claro: nuestra forma de contar historias para que éstas resulten comprensibles es férrea y muy pocos en la práctica pueden permitirse el lujo de

saltársela sin quedar como locos o someterse a las críticas más demoledoras. Pero todos sabemos que lo oriental, por regla general, no va en la misma dirección. Pensemos en otro ejemplo con el que se puede entender lo que quiero decir. Para nosotros una espada es en esencia un arma blanca en la que, por supuesto, entran en juego elementos de artesanía y de forja pasados de padres a hijos especialmente cuando su uso fue sustituido por “el fuego”. Pero ¿qué sucede si buscamos un equivalente japonés? Entonces nos encontramos con una katana, y al analizarla empiezan las sorpresas. Efectivamente también por esos lares era una herramienta de lucha que servía para matar y tenía una forja y ello lleva a que cualquier occidental que no esté demasiado puesto en el tema pueda incluso sentir miedo al verla. Pero, ¿la realidad es acorde a lo que en la práctica están viendo?

La carrera nocturna de Kaguy a es f recuentemente utilizada para representar el lado oscuro de esta cinta alejado del carácter alegre del resto de la f ilmograf ía de Ghibli

Pues bien. Resulta que al analizar la aludida forja de esta particular espada, la misma es mucho más compleja. De hecho, las formas rituales que implica no sólo la obtención de los materiales para su elaboración sino incluso elementos tan aparentemente intrascendentes como un afilado, hacen que estemos ante un producto puramente artesanal que en modo alguno puede producirse de manera industrial sin que este sistema le arrebate su alma. Si se prefiere, no estamos ante un simple “cuchillo largo” sino ante una obra de arte; un poema tangible que incluso va más allá y supone toda una filosofía de vida para el que la porta, mas para nosotros todo eso resulta invisible. Es, literalmente, como ser un ciego delante de un cuadro. Puedes hacerte a la idea, pero jamás llegar a comprender toda la esencia de lo que tienes ante ti. Llevando ese razonamiento al terreno que nos ocupa, con lo narrativo ocurre exactamente lo mismo. No es sólo lo narrado, sino la estructura de las frases, los caracteres utilizados para hacerlo, las metáforas culturales o simplemente la atípica combinación de elementos hacen de ella algo original y atractiva para un público como el nipón. Es decir, gente como yo sólo puede entender el aspecto más insustancial del mismo y posiblemente no comprenderá en toda su vida el verdadero significado de lo que tiene sobre la mesa con producciones como ésta. Por lo tanto, aquí tenemos el primer factor que hemos de tener en todo momento presente: la inmensa mayoría de nosotros (salvo los orientalistas, entre los cuales no me incluyo) no podremos asimilar nunca esta producción y la valoración que hagamos de ella es irrelevante.

La luz de la Luna será utilizado como elemento de comunicación con Miy atsuko durante la primera parte

Sin embargo, debemos recordar que tras la cámara se encuentra un humano, Takahata, cuya obra nos es familiar y que podemos juzgar. Y es ahí donde en realidad podemos entrar a valorar ciertos aspectos narrativos aunque siempre teniendo en cuenta un único aunque muy importante detalle: los casi quince años que median entre su última película y ésta. Un hecho al que le añadimos que en “Mis Vecinos los Yamada” rompió radicalmente con el estilo ortodoxo de animación tradicional que ya empezaba a ver con malos ojos en PomPoko, lo que significaba convertirse en un verso suelto dentro de los grandes gurús de la historia de la animación en general y un paso de “no retorno” para él en particular, por lo que la cinta no podía ser convencional. Gráficamente hablando y tal y como ocurriese en videojuegos como Okami, se optó para la recreación de los entornos por el estilo Sumi-E, también conocido como Suibokuga y que, para entendernos, sería equivalente a la técnica de dibujo comúnmente denominada por estos lares como “Tinta China”, que otorga a todo una apariencia disfuncional y simplista, pero terriblemente impactante. No se necesitan por lo tanto demasiadas disquisiciones para darse cuenta de que el motivo para abordar este cambio no es ni más ni menos que el de dar un aire añejo y tradicional al conjunto para adecuarlo a la clase de guión que en él se recrea. No obstante, y en contra de lo que pudiese parecer, esta costosísima manera de acometer esta recreación de elementos será tal vez el elemento que más inadvertido nos resulte.

Cuatro ejemplos de paisajes reproducidos con la técnica Sumi-E (clic para ampliar)

Todo resultará onírico desde el principio hasta el final, pero la extrañeza de la historia nos obligará a mantener en

ella los cinco sentidos con el objetivo de no perdernos. Por lo tanto hemos de tener muy claro desde un primer momento que si bien un segundo visionado suele ser fundamental hasta en las producciones más mediocres, en ésta resulta sencillamente obligatorio. La multitud de matices y de guiños incluido es tal que nos desbordará ante la brutal carga de información de la que seremos víctimas en el sentido más estricto de la palabra, puesto que percatarse de todo en un primer momento es mortal de necesidad hasta para las mentes más privilegiadas. Así pues irán desfilando ante nosotros toda clase de situaciones que plantearán desde un principio la más variopinta cantidad de enigmas para el espectador, siendo el primero de ellos el de la extraña concepción del paso del tiempo. Efectivamente, la princesa crece de una manera anormalmente rápida hasta alcanzar la edad adulta en poco más de un año, pero ahí misteriosamente se estanca y el tiempo transcurre con una enorme y casi asfixiante lentitud hasta el punto de que todo parece crecer alrededor de la protagonista menos ella misma. Podría incluso afirmarse que su evolución de niña a mujer es difusa y no se encuentra del todo bien planteada por parte de Takahata.

Algunas escenas gozarán de ciertos toques psicodélicos como, por ejemplo, la de la huida de Kaguy a

Muy relevante es, al respecto, comprobar la amistad que surge entre Kaguya y Sutemaru y la manera de plantearse la misma, dado que la primera no es en absoluto consciente de que pertenece a otro sexo mientras que el segundo, que sí lo es, es mayor que ella y es el primero en hacer notar la tensión sexual propia de la adolescencia que solía explotar en los ambientes rurales. Sin embargo existe un hecho muy llamativo y es que en una de sus peripecias (consistente en hacer una machada capturando a un animal salvaje) el muchacho cae por un desnivel y la niña, intentando rescatarlo, resbala por una cuesta, lo que hace que su joven galán saque fuerzas de flaqueza para amortiguar su caída y acabe todavía peor: sangrando por un brazo y con saliva como único desinfectante a su alcance para curarse. Ante semejante anécdota y la manera de plasmarla y resolverla, ningún intelecto avezado puede evitar pensar en lo evidente. Tanto el suceso como las emociones que en él se plasman están clarísimamente inspiradas en Heidi, lo que en cierta medida dota a este film de unas claras connotaciones románticas. No deja de ser la última gran producción de uno de los más grandes nombres de la animación japonesa que, en su despedida, no elude homenajear a la que posiblemente fue su obra maestra, que lo consagró como uno de los más grandes. Pero las similitudes con este movimiento no acaban aquí.

Sutemaru y Kaguy a a un lado y Heidi y Pedro en el episodio 14 de la serie al otro

Como todas las amistades de la infancia y de la adolescencia, el vínculo que a ambos los unía quedará roto por la fatalidad del destino que mientras a uno le reserva el papel de humilde campesino y padre de familia, la otra tiene a la capital como su único lugar natural, rodeada de la élite social y cultural del país entre la que Sutemaru no tiene cabida. Pero el largometraje retoma este arco en sus últimos compases, cuando este último está casado y tiene un hijo, pero de golpe se encuentra con Kaguya en el momento en el que está a punto de resolverse uno de los grandes enigmas de la trama como es si la princesa volverá a la Luna a la que supuestamente pertenece o no. Será entonces cuando de una manera verdaderamente bucólica, y utilizando las técnicas de “vuelos marciales” que tantas escenas del cine Wuxia han inspirado, se nos plantee una de las grandes reflexiones del argumento. El amor verdadero propio de los primeros años de vida, por el que incluso los hombres más veteranos son capaces de darlo todo para hacer que triunfe, en contraposición con el sentido pragmático del matrimonio en el que la unión de poderes y las contraprestaciones mutuas de los cónyuges ocupan el lugar de este último y… ganan la partida como por otro lado suele suceder en la mayor parte de los periplos vitales.

El v uelo de Sutemaru y Kaguy a conf ormará una de las escenas más bellas del f ilm

Aquí será cuando nos percatemos de otro elemento sorprendente. La mayor parte de este tipo de obras ensalzan el ya aludido espíritu romántico del amor juvenil que o todo lo puede o, en caso contrario, sumerge a los amantes en una vorágine de desesperación que los consume hasta llevarlos a la tragedia del preferir la muerte al desamor. En ambos casos, también llamados “Final Feliz” o “Final Triste” se pretende complacer al espectador; darle una esperanza sobre la existencia de un comportamiento supuestamente desinteresado y altruista en el mundo basado en valores como el mencionado amor, la virtud, la honra o el patriotismo que lo enriquecen moral y anímicamente. Sin embargo, esta producción parece buscar justo lo contrario. Hemos de tener por lo tanto claro que Kaguya-Hime no será en ningún momento un producto complaciente ni buscará jamás satisfacer las ansias de un desenlace propio de un cuento de hadas de Disney y ello se nos dejará meridianamente claro en torno a la mitad de su metraje, cuando a la protagonista haya que buscarle un esposo. Aquí, la mayor parte de ellos intentan cortejarla a ciegas utilizando estrategias de manual. Dicho de otra manera, tirando de frases hechas y de tópicos que sirviesen para compensar la carencia de conocimientos de los pretendientes sobre las preferencias de su damisela así como la arrogancia que a ella le suponen, pero ésta reaccionará de un modo muy peculiar y lo hará al estilo del ya aludido Disney… de segunda generación.

La coronación de Kaguy a con sus padres al f ondo dará pie a toda clase de lecturas, ninguna de ellas amable

Si bien el padre de Blancanieves o de La Cenicienta (entre otros clásicos) suavizó y hasta modificó sustancialmente el contenido de los relatos en los que se basaban hasta hacer de ellos guiones “aptos para todos los públicos”, el papel de las princesas en sus clásicos era profundamente pasivo y se limitaba al de ser una mujer rescatada por un príncipe que, normalmente, solía llevar el mote de “azul”. Pero ya a finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo XX el Feminismo había calado dentro de los valores de la dictadura de lo “políticamente correcto” y ello obligó a ciertos cambios en la manera de concebir a las féminas protagonistas a partir de “La Sirenita” que empezó a hacerse notar en “Aladdin” con una Jasmine que quería casarse por amor y se negaba a ser “un premio que se gana o se pierde” y que alcanzó su cénit con “Mulán”, donde una mujer se convertía en una líder militar tras ser sometida a un entrenamiento que tenía como máxima el “Voy a hacer todo un hombre de ti”. Partiendo de esta peculiar escuela, Kaguya tendrá numerosos guiños a esta manera de entender a las princesas protagonistas que tendrá dos momentos cruciales. Por un lado, el de la rebeldía de la joven a los cánones estéticos y sociales imperantes en su tiempo, como el tocar refinadamente un instrumento musical como símbolo

de sofisticación, que no tendrá más remedio que acatar en el caso de querer integrarse. Por otro, una vez convertida en la más resplandeciente belleza del archipiélago, se resarcirá de aquella rendición burlándose de sus pretendientes, obligándoles a cumplir sus promesas descabelladas o humillando a los que querían someterla, en el sentido estricto del término, mediante una aparente ceremonia de seducción.

El uso de las luces y las sombras serv irá para narrar más ef icientemente escenas como la de Kaguy a rechazando al más impetuoso de sus pretendientes

Estos guiños al Feminismo, un tanto inéditos en Ghibli, son tal vez los detalles más representativos que identificaremos en el conjunto de la carga simbólica que se incluye en la película. Pero este cúmulo de mensajes expresos o tácitos que pueden interesar o incluso entusiasmar al espectador en el caso de que comulgue con su trasfondo ideológico, pronto se topa con una triste realidad: la de que se trata de una historia que, en la práctica, no va a ningún lado. Porque sí, cierto es que pocas objeciones pueden hacerse a que el final tiene un sentido, pero sin duda no es lo que se espera en un guión llevado a la gran pantalla en el siglo XXI, por mucho que esté basado en una historia antigua. También aquí hay que partir una lanza en favor de la cinta y de su equipo por algo que, en el fondo, no deja de ser una virtud: la del no tener miedo a decepcionar al que sigue su trabajo o incluso irritarlo si con eso consigue ser fiel a sus principios y creencias. Y efectivamente así se ha hecho con un final muy propio de un relato oriental con más de un milenio a sus espaldas y que, en el fondo, puede interpretarse no como algo exótico, sino como toda una alegoría de la ingratitud humana y de la falta de escrúpulos a la hora de deshacerse de los seres queridos cuando éstos ya no son necesarios, ocultada de una aparente amnesia forzada… o también como… la muerte ante la que de nada vale tener un ejército que te guarde.

Lobos en la película a la izquierda y Chibiterasu de Okamiden a la derecha, que cada cual saque sus propias conclusiones

Fuere como fuere, el largometraje se deja ver y disfrutar, no sólo por el atípico drama que se nos narra, sino también por su muy valiente apartado técnico al que ya hemos hecho mención y que supuso, como ya dijimos párrafos atrás, un tremendo desembolso económico para Ghibli visible tanto en la fluidez de movimientos como en la exhaustividad de cualquiera de los fotogramas con los que nos obsequia el simple hecho de activar la pausa. Sin embargo, sería necio negar que el mismo no sirvió para nada porque el film falla en algo tan sencillo como la empatía que toda obra de estas características debe suscitar en su público. En ningún momento de sus 137 minutos de metraje, pese a la insólita duración de esta peculiar característica, llegaremos a emocionarnos, entristecernos, asustarnos, enamorarnos o simplemente entretenernos. Estamos ante una sucesión de animaciones excepcionalmente bien realizadas y entremezcladas… pero nada más. Al acabar tienes la sensación de haber visto algo bello, muy bello, pero que no te ha dejado ni frío ni caliente. Una sensación indescriptible que tal vez se pueda resumir en que estamos ante un producto correctamente planteado, correctamente dirigido, correctamente terminado y… correctamente olvidado una vez acabado todo de no ser porque es Ghibli el sello que se encuentra tras ella.

El cortejo f inal que destinado a llev ar a Kaguy a a la luna constituy e una de las composiciones más ambiciosas del largometraje

Sí, es verdad, es la mejor obra de Takahata en el estudio y posiblemente lo más pasable de su trayectoria desde que abandonó la disciplina de Nippon Animation pero no es suficiente teniendo en cuenta que decir esto y nada es prácticamente lo mismo. No es un golpe de autoridad, ni un prodigio, ni algo que realmente haya revolucionado nada y ése es el problema de todo y tal y como ocurrió un año más tarde con Omoide no Marnie, muy probablemente no estaría hablando en estos momentos de ella si un logotipo con la silueta de Totoro no estuviese a sus espaldas al comienzo de los fotogramas. No es más que eso. Por último, y sin que sea menos importante, resulta una obviedad que en ningún momento he hablado de la música y la razón es que hasta la llegada de los títulos de crédito ni siquiera nos percataremos de que esta cinta tiene una banda sonora, por lo que podemos decir sin pudor alguno que estamos ante el que es, con mucha diferencia, el peor y más intrascendente trabajo de Joe Hisaishi, pero no por lo que sus composiciones nos puedan parecer al escuchar el CD de la OST de forma aislada, sino por utilización ridículamente inane en el film. Es decir, tenemos ante nosotros un error más añadido tanto a la mercadotecnia como a la producción de esta película y que contribuye a pasos agigantados a su perdición, que traducido al caso concreto que tenemos entre manos significa que lo que podría haber sido una de las más grandes películas de animación de todos los tiempos, se queda en un nombre más que sólo será recordado por ser quien es su director.

Conclusión Me encuentro un tanto desconcertado con esta película por todas las razones anteriormente expuestas. En términos estrictamente técnicos es una obra de arte sin un sólo fallo y que, en ocasiones, hasta puede ser considerada magistral en cuanto a la composición de los planos y el uso de las luces y las sombras. El problema está en todo lo demás. Esos detalles casi indescriptibles que hacen subjetivamente buena una obra pero que en la práctica marcan la diferencia entre un título magistral de otro de los que comúnmente se catalogan como “del montón” y que terminarían apilados en medio de una montaña de DVD de bajo coste de no ser por ir “patrocinado” por el sello Ghibli. Esta impresión no es del todo justa. Hablamos de un largometraje basado en un cuento folclórico japonés del siglo X que para el occidental medio resulta sencillamente indescifrable, por lo que para edulcorar su carga simbólica se le han añadido algunos homenajes tanto a antiguos trabajos de Takahata como a los que marcaron la segunda etapa de Disney como gran compañía de referencia en el mundo de la animación. Pero dicho recurso, a pesar de no resultar del todo carente de sentido, no consigue hacer que la producción deje de ser un tanto árida y difusa para el gran público, que tanto en términos teóricos como prácticos le dio la espalda, lo que supuso uno de los mayores fracasos comerciales de la historia del ya mencionado Ghibli. Innovar tiene sus riesgos y ello se entiende muy bien con el símil de la Gimnasia Artística. Ciertos ejercicios pueden dar una medalla en una final, pero su nivel de complejidad es tal que también pueden hacer que el gimnasta se equivoque, lo que trunca el esfuerzo de meses o incluso años de entrenamiento, por lo que en ocasiones es mejor jugar con una apuesta más conservadora y no tan vistosa pero más segura para tener al menos fijo una puntuación alta. Takahata eligió la primera de las opciones para su última obra y le salió mal; un salto terriblemente complicado que, de ejecutarse a la perfección, hubiese significado un 10, pero con el que ha dado con sus huesos en la colchoneta. Un final injusto para una carrera irregular, que posiblemente hubiese tenido una aceptación mucho mayor de no haber querido arriesgar tanto ejecutando una maniobra más propia de un joven de veinte años que de un veterano de ochenta.

NOTA: 6
Kaguya-hime no Monogatari, el “colorín colorado” de Takahata _ Drakenland _ El lobo zamorano

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