Guía N°25 Reflexiones sobre la vida y la muerte

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LENGUAJE Y COMUNICACIÓN GUÍA N°25: REFLEXIONES SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE Alumno (a): Profesor(a): Oriela Tello Romero/Álvaro Carvajal

Curso: 2do Ciclo Fecha: 10 de octubre 2020

EN ESTA GUÍA, LEERÁS TEXTOS QUE PRESENTAN UNA REFLEXIÓN PERSONAL Y FILOSÓFICA SOBRE EL TEMA DE LA MUERTE, YA SEA LA NUESTRA O LA DE ALGUNA PERSONA CERCANA. AMBOS PRESENTAN PUNTOS DE VISTA RESPECTO DE LA MUERTE, PERO, SOBRE TODO, RESPECTO DE LA VIDA. A TI A ti que lees estas líneas, que estás bajando por una de las tantas autopistas de la ciudad en esta mañana de marzo o, tal vez, estás en un vagón del Metro –con la mirada extraviada, como todos los que viajan a esta hora–, o paladeas el primer café y recorres distraído las páginas de este 1 diario, buscando algo que no sabes qué es. A ti, que llevas a tus hijos al colegio y que acabas de no escuchar una pregunta que te hizo tu hija más pequeña, porque estabas pensando en otra cosa. A ti, que acabas de salir de la ducha y te ves un instante en el espejo. A ti, que pasas rápido a mi lado y casi me empujas y no me ves. A ti, que -con apenas 18 años- te levantas con el tedio pegado en el alma y te enchufas al computador para no abrir la ventana de tu pieza que da al jardín. A ti, que miras a tu marido todavía dormir a tu lado, y ves su nuca y su piel gastada, y sientes en el centro de tu pecho un hueco, la sensación de un cansancio del que quisieras huir a miles de kilómetros de ahí. A ti, que estás comprando el pan sin emocionarte con su olor y su temperatura. A ti, que entraste al cajero automático y descubriste que el saldo de tu cuenta era negativo, y sientes miedo, rabia, angustia. A ti, que acabas de dejar a tu niño en la sala cuna y te fuiste sin cantarle esa canción “que a él tanto le gusta”. A ti, que acabas de entrar en la oficina y te dispones a iniciar un día igual a todos los días, trabajando sin amor por lo que haces, como pieza de un engranaje que te devora. (1) A ti quiero agarrarte de la solapa, del brazo –con respeto, pero con fuerza–, a ti quiero detenerte en tu carrera loca y decirte lo que tal vez nadie te ha dicho nunca, porque no se enseña en los colegios ni aparece en los diarios (2). Yo no soy nadie para quitarte cinco minutos de tu atiborrada y desesperada agenda, soy uno más entre los millones que bajan esta mañana a comenzar un día más en la ciudad. Entonces, ¿por qué habrías de desconectarte de tu “iPod” o apagar tu celular para escucharme? Pensarás acaso que soy un predicador más, un vendedor de seguros, o alguien que quiere robarte a plena luz del día. Sé que me mirarás con recelo, con molestia, con desconfianza. A ti, que me oyes pendiente de tu reloj, quiero decirte, antes de que desaparezcas devorado por la multitud: “El hombre es desgraciado porque no sabe que es feliz. ¡Eso es todo! Si cualquiera llega a descubrirlo, será feliz de inmediato, en ese mismo minuto. Todo es bueno”. ¿Y eso era todo? –me dirás–. Sí, y te digo: todo lo demás, fuera de eso, es nada. Si te he agarrado de la solapa y te he abordado a esta hora de la mañana de este jueves que escribo es para decirte que eres feliz y no lo sabes. Y que eso que te dije lo dijo una vez un hombre como tú, que se llamó Dostoievski. Y yo, ¿quién soy para hablarte así, para entrar en tu privacidad y leerte la cita de un ruso que no conoces? Yo soy el muerto. Yo estoy muerto, tú estás vivo. ¿Muerto tú? –me dirás–. ¡Pero si puedo tocarte y verte y oírte! Sí, pero estoy muerto. Yo me levantaba en las mañanas como tú, prendía la radio como tú, paladeaba un café como tú, miraba distraído las primeras nubes en el cielo, y llevaba a mi hijo al jardín, y no sabía que era feliz, que estaba vivo. No lo sabía, como tú no lo sabes, como no lo saben tantos que no pisan con placer las primeras hojas del otoño, que no se detienen a ver los primeros rayos de luz colarse por la ventana para entibiar la piel del o la que duerme todavía a tu lado. CRISTIÁN WARNKEN Pero esto, en realidad, no me lo enseñó Dostoievski, sino mi (1961, Chile) pequeño hijo Clemente, un niño como millones de niños que en este Profesor, comunicador y escritor chileno. Fue momento son llevados al colegio, un niño que me hizo una pregunta conductor de los programas de televisión La belleza que no escuché una mañana de un jueves como hoy. ¡Eres feliz y no lo del pensar y Una belleza nueva, en los cuales sabes! Eso es lo que enseñan los niños que mueren, eso lo entrevistó a diversas personalidades de los ámbitos aprendemos de un golpe los que morimos con ellos, eso es lo que los cultural, religioso y científico. Escribe semanalmente vivos como tú no pueden escuchar. una columna de opinión en El Warnken, Cristián (2007). Recuperado de Mercurio, donde comenta www.emol.com hechos de actualidad. En la columna “A ti”, Warnken

expresó públicamente su LOCALIZAR INFORMACIÓN 1. Según el autor, ¿qué es lo que no se enseña dolor por la muerte de su hijo pequeño en un accidente casero. en los colegios? 2. ¿Qué características de la gente que vive en la ciudad se mencionan en el texto? 3. ¿Qué hecho de la vida del autor lo motiva a interpelar a los lectores?

RELACIONAR E INTERPRETAR 4. ¿Por qué Warnken afirma que es un muerto? 5. ¿Qué crítica a la sociedad se infiere de lo dicho sobre las personas que viven en la ciudad? 6. ¿A qué se refiere el término “agenda” en el texto? Explica.

REFLEXIONAR SOBRE EL TEXTO 7. ¿Estás de acuerdo con lo planteado por el columnista? Escribe tu opinión y justifícala con un argumento LA MUERTE PARA EMPEZAR Recuerdo muy bien la primera vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme. Debía andar por los diez años, nueve quizá, eran casi las once de una noche cualquiera y estaba ya acostado. Mis dos hermanos, que dormían conmigo en el mismo cuarto, roncaban apaciblemente. En la habitación contigua mis padres charlaban sin estridencias mientras se desvestían y mi madre había puesto la radio que dejaría sonar hasta tarde, para prevenir mis espantos nocturnos. De pronto me senté a oscuras en la cama: ¡yo también iba a morirme!, ¡era lo que me tocaba, lo que irremediablemente me correspondía!, ¡no había escapatoria! No solo tendría que soportar la muerte de mis dos abuelas y de mi querido abuelo, así como la de mis padres, sino que yo, yo mismo, no iba a tener más remedio que morirme. ¡Qué cosa tan rara y terrible, tan peligrosa, tan incomprensible, pero sobre todo qué cosa tan irremediablemente personal! (3) A los diez años cree uno que todas las cosas importantes solo les pueden pasar a los mayores: repentinamente se me reveló la primera gran cosa importante -de 2 hecho, la más importante de todas que sin duda ninguna me iba a pasar a mí. Iba a morirme, naturalmente dentro de muchos, muchísimos años, después de que se hubieran muerto mis seres queridos (todos menos mis hermanos, más pequeños que yo y que por tanto me sobrevivirían), pero de todas formas iba a morirme. Iba a morirme yo, a pesar de ser yo. La muerte ya no era un asunto ajeno, un problema de otros, ni tampoco una ley general que me alcanzaría cuando fuese mayor, es decir: cuando fuese otro. Porque también me di cuenta entonces de que cuando llegase mi muerte seguiría siendo yo, tan yo mismo como ahora que me daba cuenta de ello. Yo había de ser el protagonista de la verdadera muerte, la más auténtica e importante, la muerte de la que todas las demás muertes no serían más que ensayos dolorosos. ¡Mi muerte, la de mi yo! ¡No la muerte de los «tú», por queridos que fueran, sino la muerte del único «yo» que conocía personalmente! Claro que sucedería dentro de mucho tiempo, pero... ¿no me estaba pasando en cierto sentido ya? ¿No era el darme cuenta de que iba a morirme yo, yo mismo- también parte de la propia muerte, esa cosa tan importante que, a pesar de ser todavía un niño, me estaba pasando ahora a mí mismo y a nadie más? Estoy seguro de que fue en ese momento cuando por fin empecé a pensar. Es decir, cuando comprendí la diferencia entre aprender o repetir pensamientos ajenos y tener un pensamiento verdaderamente mío un pensamiento que me comprometiera personalmente, no un pensamiento alquilado o prestado como la bicicleta que te dejan para dar un paseo. Un pensamiento que se apoderaba de mí mucho más de lo que yo podía apoderarme de él. Un pensamiento del que no podía subirme o bajarme a voluntad, un pensamiento con el que no sabía qué hacer pero que resultaba evidente que me urgía a hacer algo, porque no era posible pasarlo por alto. Aunque todavía conservaba sin crítica las creencias religiosas de mi educación piadosa, no me parecieron ni por un momento alivios de la certeza de la muerte. (4) Uno o dos años antes había visto ya mi primer cadáver, por sorpresa (¡y qué sorpresa!): un hermano lego recién fallecido expuesto en el atrio de la iglesia de los jesuitas de la calle Garibay de San Sebastián, donde mi familia y yo oíamos la misa dominical. Parecía una estatua cerúlea, como los Cristos yacentes que había visto en algunos altares, pero con la diferencia de que yo sabía que antes estaba vivo y ahora ya no. «Se ha ido al cielo», me dijo mi madre, algo incómoda por un espectáculo que sin duda me hubiese ahorrado de buena gana. Y yo pensé: «Bueno, estará en el cielo, pero también está aquí, muerto. Lo que desde luego no está es vivo en ninguna parte. A lo mejor estar en el cielo es mejor que estar vivo, pero no es lo mismo. Vivir se vive en este mundo, con un cuerpo que habla y anda, rodeado de gente como uno, no entre los espíritus... por estupendo que sea ser espíritu. Los espíritus también están muertos, también han tenido que padecer la muerte extraña y horrible, aún la padecen». Y así, a partir de la revelación de mi muerte impensable, empecé a pensar. (5) Quizá parezca extraño que un libro que quiere iniciar en cuestiones filosóficas se abra con un capítulo dedicado a la muerte. ¿No desanimará un tema tan lúgubre a los neófitos? ¿No sería mejor comenzar hablando de la libertad o del amor? Pero ya he indicado que me propongo invitar a la filosofía a partir de mi propia experiencia intelectual y en mi caso fue la revelación de la muerte -de mi muerte- como certidumbre lo que me hizo ponerme a pensar. Y es que la evidencia de la muerte no solo le deja a uno pensativo, sino que le vuelve a uno pensador. Por un lado, la conciencia de la muerte nos hace madurar personalmente: todos los niños se creen inmortales (los muy pequeños incluso piensan que son omnipotentes y que el mundo gira a su alrededor; salvo en los países o en las familias atroces donde los niños viven desde muy pronto amenazados por el exterminio y los ojos infantiles sorprenden por su fatiga mortal, por su anormal veteranía...) pero luego crecemos cuando la idea de la muerte crece dentro de nosotros. Por otro lado, la certidumbre personal de la muerte nos humaniza, es decir, nos convierte en verdaderos humanos, en «mortales». Entre los griegos, «humano» y «mortal» se decía con la misma palabra, como debe ser. Las plantas y los animales no son mortales porque no saben que van a morir, no saben que tienen que morir: se mueren, pero sin conocer nunca su vinculación individual, la de cada uno de ellos, con la muerte. (6) Las fieras presienten el peligro, se entristecen con la enfermedad o la vejez, pero ignoran (¿o parece que ignoran?) su abrazo esencial con la necesidad de la muerte. No es mortal quien muere, sino quien está seguro de que va a morir. Aunque también podríamos decir que ni las plantas ni los animales están por eso mismo vivos en el mismo sentido en que lo estamos nosotros. Los auténticos vivientes somos solo los mortales, porque sabemos que dejaremos de vivir y que en eso precisamente consiste la vida. Algunos dicen que los dioses inmortales existen y otros que no existen, pero nadie dice que estén vivos: solo a Cristo se le ha llamado «Dios vivo» y eso porque cuentan que encarnó, se hizo hombre, vivió como nosotros y como nosotros tuvo que morir.

Por tanto, no es un capricho ni un afán de originalidad comenzar la filosofía hablando de la conciencia de la muerte. Tampoco pretendo decir que el tema único, ni siquiera principal de la filosofía, sea la muerte. Al contrario, más bien creo que de lo que trata la filosofía es de la vida, de qué significa vivir y cómo vivir mejor. Pero resulta que es la muerte prevista la que, al hacernos mortales (es decir, humanos), nos convierte también en vivientes. Uno empieza a pensar la vida cuando se da por muerto. FERNANDO SAVATER Hablando por boca de Sócrates en el diálogo Fedón, Platón (1947, España) dice que filosofar es «prepararse para morir». Pero ¿qué Filósofo e intelectual español. Ha otra cosa puede significar «prepararse para morir» que ejercido como profesor de filosofía pensar sobre la vida humana (mortal) que vivimos? Es durante treinta años. Además, es autor de diversos artículos periodísticos y obras que precisamente la certeza de la muerte la que hace la vida – intentan acercar la filosofía a los jóvenes. mi vida, única e irrepetible- algo tan mortalmente Los más conocidos son Ética para Amador, importante para mí. Todas las tareas y empeños de nuestra Política para Amador y Las preguntas de la vida. En este último, vida son formas de resistencia ante la muerte, que aborda los grandes temas (la verdad, el amor, la muerte, el tiempo, sabemos ineluctable. Es la conciencia de la muerte la que etc.), sobre los cuales han reflexionado históricamente los filósofos. convierte la vida en un asunto muy serio para cada uno, algo que debe pensarse. Algo misterioso y tremendo, una especie de milagro precioso por el que debemos luchar, a favor del cual tenemos que esforzarnos y reflexionar. Si la muerte no existiera habría mucho que ver y mucho tiempo 3 para verlo, pero muy poco que hacer (casi todo lo hacemos para evitar morir) y nada en que pensar. Desde hace generaciones, los aprendices de filósofos suelen iniciarse en el razonamiento lógico con este silogismo: Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre luego Sócrates es mortal. No deja de ser interesante que la tarea del filósofo comience recordando el nombre ilustre de un colega condenado a muerte, en una argumentación por cierto que nos condena también a muerte a todos los demás. Porque está claro que el silogismo es igualmente válido si en lugar de «Sócrates» ponemos tu nombre, lector, el mío o el de cualquiera. Savater, Fernando. (2008). Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel. (Fragmento).

LOCALIZAR INFORMACIÓN 1. Según el autor, ¿qué hecho nos define como mortales? 2. ¿Qué significa que los niños se consideren omnipotentes?, ¿por qué eso cambia al descubrir la idea de la muerte? RELACIONAR E INTERPRETAR 3. ¿Por qué Savater empieza la reflexión filosófica hablando del tema de la muerte? 4. ¿Qué relación establece Savater entre la conciencia de estar vivo y la muerte? 5. De acuerdo con el texto, ¿qué diferencia el pensamiento propio de uno prestado? 6. Según Savater, ¿por qué la conciencia de la muerte es relevante para la filosofía? REFLEXIONAR SOBRE EL TEXTO 7. ¿Qué semejanzas puedes establecer entre el texto de Savater y la columna de Cristián Warnken? Menciona dos y explica por qué son semejantes. 8. ¿Con qué propósito el autor incluye un silogismo en el cierre de su texto? 9. A partir de lo leído, realiza un esquema en el que incluyas la siguiente información del texto: tema, opinión del autor e ideas centrales de cada párrafo.
Guía N°25 Reflexiones sobre la vida y la muerte

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