Brian J. Bailey - Las epistolas de Juan

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Las Epístolas de

Juan por el

Dr. Brian J. Bailey

Título original: “The Epistles of John”

Las epístolas de Juan Copyright © 2001 Brian J. Bailey Todos los derechos reservados Primera edición en español impresa en julio 2004. Publicado por Zion Christian Publishers. Traducción: Ariel E. Ericson Edición: Raimundo J. Ericson, Carla Borges. A menos que se indique lo contrario las citas son tomadas de la Santa Biblia versión Reina-Valera © 1960, propiedad de Sociedades Bíblicas Unidas. Publicado por Zion Christian Publishers Impreso Guatemala, Centroamérica Para mayor información, por favor comuníquese a: INSTITUTO BÍBLICO JESUCRISTO Apartado postal 910-A Guatemala, Centroamérica. Teléfono: (502) 5219-0444/45 Fax: (502) 2472-8817 Email: [email protected], [email protected] www.ibj-guatemala.org

ISBN 1-890381-97-7

Índice Prólogo Primera epístola de Juan

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Capítulo 1

10

Capítulo 2

25

Capítulo 3

50

Capítulo 4

66

Capítulo 5

81

Segunda epístola de Juan

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Tercera epístola de Juan

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Epílogo

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Agradecimientos Queremos extender nuestro agradecimiento a las siguientes personas por su trabajo en la edición en español: Ariel Ericson, por su excelente trabajo en la traducción de este libro. Raimundo Ericson y Carla Borges por su labor en la edición de este libro y sus magníficos toques finales a la corrección de las pruebas. Al equipo de El Salvador por el diseño de la portada. Al equipo editorial de Zion Christian Publishers, Carla Borges, Jason Glowski, Daniel Humphreys, David Kropf, por su colaboración en el formato final de este libro y la impresión.

Deseamos extender nuestra gratitud a todos ustedes ya que sin todas sus horas de arduo trabajo la publicación de este libro no hubiera sido posible. Estamos verdaderamente agradecidos por su diligencia, creatividad y excelente labor en la compilación de este libro para la gloria del Señor.

Prólogo Está aceptado universalmente que el apóstol Juan escribió las tres epístolas que llevan su nombre. El lugar, tiempo y circunstancias de ellas se desconocen. Los contemporáneos de Juan sencillamente afirman que escribió las tres epístolas de Juan, el Evangelio de Juan, y el libro de Apocalipsis. Estos escritos sugieren que el autor era muy anciano, ya que su tenor es el de un abuelo que escribe a sus hijos espirituales en muchas generaciones. Por lo tanto, podemos afirmar con cierta medida de certeza que las epístolas de Juan fueron escritas hacia el final de su vida, cuando tenía a su cargo las siete iglesias de la provincia romana de Asia (Ap. 2–3). Las epístolas de Juan abordan dos grandes temas. El primer tema que Juan desarrolla es el amor. Juan, el “apóstol del amor”, describe al amor como la esencia de la naturaleza de Dios: Dios es amor. El segundo tema es la comunión con el Padre y Su Hijo, el Señor Jesucristo. Las epístolas de Juan fueron escritas en un estilo claro y conciso. Las tres usan un vocabulario griego de solamente 303 palabras. Se trata de un vocabulario muy pequeño comparado con las 5.437 palabras utilizadas en el Nuevo Testamento. Las epístolas de Juan presentan el estilo de un libro de lectura fácil en griego, para un nivel de escuela primaria.

La primera epístola de Juan está escrita en una forma muy comprensible. Presenta la teología de alguien (Juan) que recibió una amplia revelación tanto de los tiempos finales como del principio de todas las cosas. En los versículos 5 y 6 de su segunda epístola encontramos los fundamentos de la doctrina de Juan, reafirmando el “nuevo mandamiento” dado por Jesús, de amarse los unos a los otros (ver Jn. 13:34, 15:12). Este es el corazón del mensaje de Juan. Una manera de abordar el estudio de las epístolas de Juan es comenzar con la segunda, que sintetiza sus enseñanzas, luego la tercera, y finalizar con la primera. Sin embargo, hemos decidido estudiar estas epístolas en el orden tradicional en que aparecen en la Biblia.

La Primera Epístola de Juan

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Bosquejo 1. La comunión con el Padre y el Hijo (1:1-4) 2. Anden en la luz (1:5-10) 3. Nuestro abogado delante del Padre (2:1, 2) 4. Ámense unos a otros (2:3-11) 5. Niveles de madurez espiritual (2:12-14) 6. No amen al mundo (2:15-17) 7. Advertencia contra los anticristos (2:18, 19) 8. La unción que permanece (2:20-27) 9. La semejanza a Cristo (2:28–3:3) 10. Dios: Su naturaleza sin pecado (3:4-10) 11. El amor a los hermanos (3:11-24) 12. Prueben los espíritus (4:1-6) 13. El perfecto amor (4:7–5:3) 14. Vencedores (5:4-6) 15. Los tres testigos (5:7-13) 16. La confianza en el poder de la oración (5:14-16) 17. La libertad del pecado y de la idolatría (5:17-21)

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Introducción Esta epístola, que podría llamarse una epístola general, fue escrita a las iglesias que Juan había tenido a su cargo. En ella, Juan habla en términos muy directos, dejando bien en claro cuáles son las responsabilidades de la vida cristiana. Utiliza treinta veces el verbo “conocer”, para dar a los creyentes la absoluta seguridad de que conocen el camino que conduce a la vida eterna. No puede dejar de asombrarnos la extraordinaria intimidad que Juan disfrutaba con el Señor, tal como se describe en los primeros tres versículos. Juan habla con autoridad, pero también con la ternura de un verdadero padre en Cristo. Sin lugar a dudas, la primera epístola de Juan fue escrita para contrarrestar las herejías y falsas doctrinas que se habían introducido en la iglesia primitiva, principalmente el gnosticismo, el cual negaba que Jesús había venido en carne.

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Capítulo 1 La comunión con el Padre y el Hijo (1:1-4) 1:1 – Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida. Para comenzar, Juan presenta a Jesús como aquel que hace todas las cosas, al afirmar que Jesús existe desde el principio de los tiempos. Aunque todos tenemos diferentes revelaciones del carácter y la naturaleza incomparables de Cristo, lo que más me impresiona es Su infinita energía y sentido de propósito. Él es fundamentalmente el Hombre con una misión. La existencia eterna de Cristo se revela en Su naturaleza, como expresó claramente el apóstol Pablo en Colosenses 1:15-17, donde dice acerca de Jesús: “El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. Lo señalado está confirmado también por los conocidos versículos de Juan 1:1-3 que hablan de Jesús como el Verbo de Dios: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.

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Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. En Apocalipsis 1:8 se llama a Jesús “el Alfa y la Omega, principio y fin”. En Hebreos 1:1-3, Pablo exalta a Jesús como la imagen misma de Dios: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”. El rey Salomón describe a Jesús como la Sabiduría, quien estaba delante de Dios (Pr. 8:30). El Señor Jesús es el Operador, el Creador y el Hacedor. Debemos ver a Dios como el Eterno que ha existido desde siempre. Moisés dijo en Salmos 90:2: “Antes que naciesen los montes, y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”. A veces nos resulta difícil comprender que Dios siempre ha existido y siempre existirá. En nuestras mentes todo tiene un principio, pero Cristo ha existido siempre.

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El encuentro de Juan con Cristo Juan describe cuatro maneras en las que se encontró con el Señor Jesucristo: 1. 2. 3. 4.

Lo que hemos oído Lo que hemos visto con nuestros ojos Lo que hemos contemplado Lo que palparon nuestras manos

En primer lugar, Juan dice: “Lo que hemos oído”. Juan oyó las palabras y enseñanzas de Jesús, el Verbo de Dios, y las recibió como provenientes directamente del trono de Dios. Jesús es el predicador de los predicadores. Cuando los líderes religiosos enviaron funcionarios para prender a Jesús, la única excusa que estos pudieron dar fue que no lo habían traído porque jamás habían oído a hombre alguno hablar como Él (Jn. 7:46). La gente diferenciaba las enseñanzas de Jesús de las de los escribas, porque Jesús enseñaba con autoridad (Mt. 7:29). Por más de tres años, Juan y los otros apóstoles tuvieron el privilegio de oír hablar y enseñar al Verbo Encarnado de Dios—a Jesús en persona. En Hechos 4:20 Pedro señaló: “Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Debemos esperar oír a Dios diariamente. Necesitamos entender que nuestra relación con Dios es la relación de un Padre con sus hijos e hijas. En una familia normal, los hijos interactúan con su padre todos los días. Todo buen padre

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desea hablar con sus hijos cada día. Lo mismo sucede con el Padre Celestial. Él quiere hablar con nosotros todos los días, sin excepción. La mayoría de los padres tienen hijos porque estos llenan un vacío en sus vidas. Dios nos creó porque en Su corazón había un vacío y una necesidad de compañerismo. Dios nos creó porque deseaba hacerlo (Ap. 4:11). Dios es amor, y el amor necesita ser correspondido. Dios nos ama, pero también siente la necesidad de que a su vez nosotros lo amemos. Una de las maneras de expresar amor es por medio de la comunicación verbal. Qué hermoso es oír cada día la Palabra que sale de la boca de Dios (Mt. 4:4). Debemos buscar desarrollar una relación íntima con el Señor y oír su voz todos los días. Isaías 50:4 dice: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios”. ¡Necesitamos tener nuestros oídos espirituales abiertos para oír lo que Dios quiere decirnos cada mañana, sin excepción, al pasar tiempo en Su presencia! En segundo lugar, Juan dice: “Lo que hemos visto con nuestros ojos”. Juan tuvo el privilegio de ver a Jesús con sus propios ojos. Fue un testigo ocular del ministerio y la persona de Jesús. Juan vio con sus propios ojos al “Verbo hecho carne”. El apóstol Pedro dijo: “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad” (2 P. 1:16).

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En una oportunidad, en un viaje que la familia real de Inglaterra realizaba por Sudáfrica, el príncipe Carlos miró a su alrededor y observó que su hijo, el príncipe Harry, le estaba tomando una fotografía. El príncipe Carlos experimentó una enorme alegría al darse cuenta que su hijo quería tomarle una fotografía para contemplarlo luego. Un padre disfruta que su hijo o su hija lo observen, y lo mismo sucede con el Padre Celestial. De la misma manera que un novio disfruta cuando su prometida lo contempla, así también el Señor Jesús, nuestro novio celestial, se goza cuando Su pueblo, Su prometida, lo contempla con amor y admiración. Jesús dijo en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”. El Señor desea derramar en abundancia Su amor sobre nosotros y manifestarse abiertamente para nuestro beneficio. El Señor se manifestó a Moisés de una manera extraordinaria, como se señala en Números 12:8: “Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés?” Ser ciego no es nada fácil. Tenía un amigo muy cercano, pastor en el estado de Washington, que era ciego. Además de pastor, era un hombre de negocios. Me confesó que lo que más lo entristecía en la vida era que no podía ver a sus hijos con sus ojos físicos. No sabía qué aspecto tenían. Cuando murió, me pidieron que oficiara en la ceremonia de su funeral. Dios me dio una visión sobre este querido pastor cuando falleció. Al

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morir, su espíritu salió de su cuerpo y, antes de ir al cielo, el Señor le permitió ver a sus hijos. Al final, pudo ver a sus hijos, y esto le trajo gran gozo antes de ir a su morada eterna. El Señor me bendijo grandemente al darme visiones de sí mismo y de Su vida y ministerio terrenales. No hay experiencia como la de ver a Jesús. El clamor de mi corazón es ver a Jesús, como los griegos le pidieron a Felipe: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”. (Jn. 12:21). He tenido varias visiones del cielo, y en cada una, mi único deseo es ver a Jesús. Amado hermano, si está dispuesto a poner todo su amor en el Señor Jesús, Él también se manifestará a usted abiertamente. Tercero, Juan dice: “Lo que hemos contemplado”. Juan no está repitiendo lo que acaba de decir acerca de ver al Señor Jesús con sus ojos. Se refiere aquí a algo más que contemplar la apariencia física de Jesús con sus propios ojos físicos. Ver a las personas como realmente son es conocer su carácter y su naturaleza. Cristo quiere que lo experimentemos de esta manera, para que lo veamos como realmente es y lo conozcamos íntimamente. Cuarto, Juan dice: “Y palparon nuestras manos”. Juan tocó físicamente a Jesús mientras estaba sobre la tierra. Juan tuvo una relación tan íntima con el Señor Jesús que aun se recostó sobre él en la Última Cena (Jn. 13:23). Tomás tocó a Jesús y palpó Sus heridas después de Su resurrección (Jn. 20:27, 28). En Lucas 24:39 Jesús se apareció a los discípulos y dijo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y

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ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Hay algo que se imparte con el toque físico. El Señor me enseñó esta importante lección hace muchos años, mientras ministraba en Nueva Zelanda. Yo era el pastor de una iglesia de varios miles de personas. Eran tantos, que resultaba difícil conocer personalmente a todos los miembros de la iglesia. El Señor me indicó que me parara en la entrada del templo al finalizar cada servicio y que estrechara las manos de todos a medida que se retiraban. El Señor me dijo que las ovejas necesitan sentir el toque de su pastor porque hay una impartición del amor del pastor con el toque físico. En varias ocasiones el Señor se me apareció, y me dijo: “Tócame”. En una oportunidad, me dijo: Tócame, porque soy todo bondad”. Cuando lo toqué hubo una impartición de Su bondad sobre mi vida. Cuando la mujer con el flujo de sangre tocó el borde del manto de Jesús fue sanada instantáneamente (Mr. 5:25-34). Mateo 14:35, 36 relata que todos los que tocaron el borde del manto de Jesús fueron sanados. Mi querido hermano, extiéndase y toque a Cristo por fe, y recibirá sanidad, vida, liberación y toda bendición de lo alto. Juan concluye el versículo 1 refiriéndose a Jesús como el “Verbo de vida”. En Juan 1:14 leemos: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Jesús es el Verbo de Dios hecho carne; el Verbo de vida. Dios quiere que Su Verbo se haga carne en nosotros; en otras palabras, que Su Palabra se arraigue en nuestros corazones y

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ejerza Su influencia sobre cada aspecto de nuestra vida. Dijo David, en Salmos 51:6: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría”. Dios quiere que Su verdad pase a formar parte de nuestro ser. Jimmy Carter, un ex presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, escribió varios libros basados en los casetes de sus lecciones de la Escuela Dominical. En uno de sus libros, dijo: “Debemos ser pequeños cristos”. Y es totalmente cierto. Dios quiere que nos parezcamos al Señor Jesucristo. Debemos ser un reflejo de Cristo en todo lo que hacemos y decimos. Amado hermano, busquemos ser como el Verbo de vida en cada área de nuestras vidas. 1:2 – (Porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); Juan continúa en el versículo 2, señalando que “la vida fue manifestada”. Juan afirma que la vida eterna (Jesús) estaba con el Padre. Juan 1:18 explica que Jesús “está en el seno del Padre”. Jesús había ha estado con el Padre y ha sido parte de la Deidad desde el principio mismo. Jesús es la vida, como Él mismo lo dice en Juan 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida”. Jesús es el Pan de vida (Jn. 6:35) y la resurrección y la vida (Jn. 11:25). Jesús es el único que puede darnos vida eterna. En Juan 17:1-3 leemos: “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda

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carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. ¿Qué es la vida eterna? Es que conozcamos a Dios el Padre y al Señor Jesucristo. 1:3 – Lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Nuestra comunión es con el Padre y el Hijo. Dios desea tener compañerismo y comunión íntima con Su pueblo. ¡Dios quiere estar con usted y le necesita! Algunas personas sienten que no son queridas por sus padres o familiares, pero Dios nos quiere a todos. ¡Dios nos creó para que tengamos comunión con Él! Nunca debemos olvidar que el deseo de Dios el Padre es morar con nosotros, Sus hijos e hijas. Dios expresó este deseo a Moisés en Éxodo 25:8: “Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos”. Dios ordenó a Moisés que construyera el tabernáculo porque deseaba habitar entre Su pueblo. Cuando dejé Inglaterra para ir como misionero a Francia, mis padres querían que les escribiera contándoles cada detalle de mi experiencia allí. Escribía a mis padres a menudo, pero no importaba cuánto les escribiera, para ellos nunca era suficiente. De modo que vinieron a Francia a verme, porque querían saber cómo estaba. Querían participar de mi vida. Lo mismo pasa con Dios el Padre. Él desea formar parte de cada pequeño detalle de nuestras vidas. Quiere que le contemos todo lo que sentimos y que derramemos nuestro corazón delante de Él.

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Es bueno leer libros de quienes han tenido experiencias de visiones celestiales, porque nos permiten una cierta percepción de la naturaleza de Dios y Sus propósitos para nuestras vidas. Me gusta leer este tipo de libros; han sido de gran bendición para mí. Permítame recomendarle algunos como El progreso del peregrino de Juan Bunyan, y Visions of Heaven and Hell y Return from Tomorrow (ambos en inglés) de George J. Ritchie. Como cualquier padre, el Padre celestial desea tener a Sus hijos alrededor de Él. Una vez tuve una visión de Dios el Padre en un jardín celestial, en la que tomaba a niños pequeños en Sus brazos para bendecirlos. El Padre celestial quiere tener esta relación con cada uno de nosotros. Tenemos un ejemplo de esto en Salmos 103:13: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”. 1:4 – Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. El propósito de Juan al escribir esta epístola es que nuestro gozo sea cumplido. Es a través de la comunión con el Padre y el Hijo que entramos en el gozo del Señor (Mt. 25:21).

Anden en la luz (1:5-10) 1:5 – Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Juan define el mensaje de Jesús afirmando que Dios es luz y que en Él no hay tinieblas. Hay un hermoso pasaje que describe a Jesús como la luz verdadera: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas

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resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:4-9). Jesús dijo en Juan 8:12: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. También dijo en Juan 9:5: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”. Jesús es la luz del mundo, pero ahora que Él ascendió al cielo, nosotros, como Sus representantes, somos la luz del mundo. Juan el Bautista fue una “antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35). Jesús dijo en Mateo 5:14-16: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. La luz de Cristo debe brillar en nuestras vidas más y más cada día, de modo que todos los que se encuentren a nuestro alrededor vean Su luz en nosotros y glorifiquen al Padre que está en los cielos. El Señor Jesús declaró en Lucas 8:17: “Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a luz”. Pablo enfatizó esta verdad en 1 Corintios 4:5: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también

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lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. A Su tiempo, el Señor revelará las cosas ocultas de las tinieblas. Por eso es tan importante permitir al Señor que limpie nuestros corazones de toda obra de las tinieblas. En Mateo 6:22, 23 Jesús habló de la importancia de estar llenos de luz: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” Busquemos estar llenos de la gloriosa luz de Jesucristo, la cual disipará toda oscuridad en nosotros. 1:6 – Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad. Por lo tanto, nuestro camino o conducta determina nuestra comunión. “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3). No podemos andar con Dios, que es luz, si andamos según el príncipe de este mundo (que es Satanás, el príncipe de las tinieblas) y hacemos las obras de la carne (Gá. 5:19). 1:7 – Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si andamos en la luz, no solo tendremos comunión con el Dios de luz, sino también tendremos comunión con otros cristianos.

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He notado que los ministros que dejan de andar en la verdad se transforman en compañeros de los que andan en impiedad. Los que andan en la luz ya no pueden tener comunión con ellos. Existe un velo de separación entre los que andan en la luz y los que andan en el pecado. Aun así, mientras andamos en la luz, “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado”. Así como necesitamos limpiarnos constantemente de las impurezas de la vida cotidiana en lo natural, también necesitamos limpiarnos constantemente de las impurezas de este mundo en lo espiritual. La comunión se basa en dos aspectos: 1. Andar en la luz. 2. Experiencias comunes (pruebas y triunfos comunes) Para tener comunión con Cristo y otros creyentes debemos andar en la luz. Asimismo, pasar por las mismas experiencias de otras personas aumenta el nivel de comunión y amistad que podemos tener con ellas. Cuanto más experimentemos lo que Cristo soportó en la tierra, más rica y más profunda será nuestra comunión con Él. 1:8 – Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Debemos tener siempre presente lo que dice el rey David en Salmos 51:5: “En pecado me concibió mi madre”. Por lo tanto, por ser hijos de Adán, nacemos con la naturaleza caída. Cuando Juan Bunyan tuvo el privilegio de vivir las maravillosas experiencias del cielo, las cuales relata en su libro El progreso

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del peregrino, se le dijo que aun los hombres más santos sobre la tierra batallan con el pecado hasta el momento en que son liberados de estos cuerpos terrenales. Por lo tanto, tenga cuidado con la doctrina de la perfección sin pecado. 1:9 – Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Primeramente debemos confesar nuestro pecado. Sin embargo, este paso que parece tan sencillo es una piedra de tropiezo para muchas personas. Jeremías 3:13 dice: “Reconoce, pues, tu maldad”. El rey David hizo esto cuando dijo en Salmos 51:3: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí”. En Oseas 14:2 leemos: “Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien”. Levítico 26:40-42 dice: “Y confesarán su iniquidad, y la iniquidad de sus padres, por su prevaricación con que prevaricaron contra mí; y también porque anduvieron conmigo en oposición, yo también habré andado en contra de ellos, y los habré hecho entrar en la tierra de sus enemigos; y entonces se humillará su corazón incircunciso, y reconocerán su pecado. Entonces yo me acordaré de mi pacto con Jacob, y asimismo de mi pacto con Isaac, y también de mi pacto con Abraham me acordaré, y haré memoria de la tierra”. Dios promete recordar Su pacto con nosotros si confesamos nuestros pecados y aceptamos las consecuencias y el castigo sobre ellos.

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“Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados”. Esta es la seguridad maravillosa que tenemos en Cristo. La confesión trae perdón. Al confesar nuestros pecados, Dios no solo nos perdonará, sino que lavará y purificará nuestros corazones de todo lo que no le agrada. Dios nos limpiará “de toda maldad”. Si se lo permitimos, Dios quitará la raíz de nuestra iniquidad (Os. 14:2). Leemos en Oseas 14:8: “Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo seré a él como la haya verde; de mí será hallado tu fruto”. La tribu de Efraín será purificada de su pecado de idolatría (en ellos, la raíz de su pecado) para que ya no quieran tener nada más que ver con los ídolos. Dios quiere hacer lo mismo en nuestras vidas. Quiere quitar toda raíz de amargura e iniquidad para que ya no hagamos cosas que le desagradan. Después de todo, fuimos creados para satisfacción de Él (Ap. 4:11). 1:10 – Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros. Ninguno de nosotros puede decir que no ha pecado, porque todos nacimos en pecado. Si no fuéramos pecadores, Dios no habría enviado a Cristo a morir en la cruz por nuestros pecados.

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Capítulo 2 Nuestro abogado delante del Padre (2:1, 2) Ahora el amado apóstol nos dice por qué escribe sobre el tema del pecado. 2:1 – Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Deberíamos echar mano continuamente de la gracia de Dios, de modo que tengamos la fortaleza para resistir al pecado y caminar en rectitud. Sin embargo, si caemos, Juan nos asegura que tenemos un abogado o alguien que defenderá nuestra causa delante del Padre. Nuestro abogado se llama Jesucristo. Pablo dijo en Hebreos 7:25: “Viviendo siempre para interceder por ellos”. 2:2 – Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Cristo es la ofrenda que paga o cubre nuestros pecados y los de todos aquellos que lo reciben como su Salvador personal.

Ámense unos a otros (2:3-11) 2:3 – Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos.

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Esta es básicamente la respuesta que Jesús dio al joven rico cuando este le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” La respuesta de Jesús fue: “Los mandamientos sabes” (Mr. 10:17-22). El “nuevo pacto” no anula los Diez Mandamientos. El nuevo pacto cumple el verdadero propósito de los Diez Mandamientos, el cual es que estén escritos en las tablas de carne de nuestros corazones en lugar de estarlo en tablas de piedra. 2:4 – El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él. Si decimos que conocemos a Dios, pero no guardamos Sus mandamientos, somos mentirosos y nos engañamos a nosotros mismos, creyendo que en verdad le conocemos. Cuando dejamos de guardar los mandamientos de Dios, Su presencia nos abandona como le sucedió a Sansón. Sansón se engañó a sí mismo al creer que podía desobedecer los mandamientos de Dios y aun así conservar la unción y la presencia del Señor. No se dio cuenta que la unción y el Espíritu de poder de Dios lo abandonaron cuando confesó a Dalila que su cabello era el secreto de su fuerza (Jue. 16:20). 2:5 – Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. Aquí Juan nos muestra algunos de los frutos de la obediencia. Como escribe Pablo en 1 Timoteo 1:5, “el propósito de este

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mandamiento es el amor”. Esto está confirmado en Gálatas 5:14: “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El amor es el vínculo perfecto (Col. 3:14). De esta manera, cuando guardamos los mandamientos de Dios, el amor se desarrolla en nuestros corazones. “Por esto sabemos que estamos en él”. 2:6 – El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. Al estudiar la Biblia comprendemos que lo que se aplica a Jesús también se aplica a nosotros Sus discípulos. Cristo es la luz del mundo y nosotros también somos la luz del mundo. Jesús es llamado el Cristo (que significa “el ungido”) y a nosotros se nos llama cristianos (los ungidos). Por lo tanto, debemos andar como anduvo Cristo: en amor, pureza y santidad. 2:7 – Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Recordemos que los creyentes del Nuevo Testamento solo tenían los 39 libros del Antiguo Testamento, ya que el Nuevo Testamento aún no se había compilado en su forma actual. Jesús hizo muy clara la unión del Antiguo Testamento con el Nuevo, cuando dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir” (Mateo 5:17).

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2:8 – Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. Las tinieblas que se mencionan confirman que la ley era solo una sombra de los bienes venideros (He. 10:1) y no la imagen misma de las cosas que ahora vemos a la luz verdadera de Jesús. 2:9 – El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. Nuestra relación con los demás determina nuestra relación con Dios. ¿Cómo podemos decir que amamos a Dios a quien no hemos visto, si no amamos a quienes sí hemos visto? Resulta una contradicción decir que andamos en la luz si en nuestros corazones hay odio hacia otros, porque el odio no puede permanecer en la luz de Jesucristo. 2:10 – El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Como era costumbre entre los escritores judíos, Juan establece un contraste entre lo negativo y lo positivo para ilustrar una verdad particular. En el versículo 9 habla acerca del odio y en el versículo 10 sobre el amor. Si amamos a nuestros hermanos y hermanas en Cristo, no haremos o diremos nada que, por culpa de nuestra conducta, pudiera desviarlos de la fe. 2:11 – Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.

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El ver a cristianos, y especialmente a pastores, que se odian y atacan unos a otros, es una de las cosas más tristes que me ha tocado vivir. Aquellos que odian a otros terminan envueltos en la ceguera espiritual y pierden la iluminación del Espíritu Santo. Comienzan a vagar y pierden todo sentido de dirección espiritual.

Niveles de madurez espiritual (2:12-14) Juan trata ahora con los tres niveles de madurez espiritual: 1. Niños (“hijitos”) 2. Jóvenes 3. Padres Estos tres niveles de madurez espiritual se corresponden con otros conjuntos de tres que encontramos en la Palabra de Dios: 1. Las tres secciones del Tabernáculo de Moisés: el Atrio, el Lugar Santo, y el Lugar Santísimo. 2. Los tres niveles de rendimiento (Mt. 13:8): treinta, sesenta y ciento por uno. 3. Los tres niveles de productividad (Jn. 15:1-8): fruto, más fruto, y mucho fruto. 4. Los tres niveles del cielo, mencionados por el apóstol Pablo en 2 Corintios 12:2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”.

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2:12 – Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. ¡Qué bendición es tener la seguridad del perdón de Dios! Esta es la primera de las tres etapas de la vida cristiana. Además de experimentar la bendición del perdón de sus pecados, estos cristianos experimentan los otros principios fundamentales de la doctrina de Cristo que se encuentran en Hebreos 6:1: 1. 2. 3. 4. 5. 6.

Fundamento del arrepentimiento de obras muertas Fe en Dios Doctrina de bautismos (en agua y del Espíritu Santo) Imposición de manos y los dones espirituales Resurrección de los muertos Juicio eterno

Juan continúa ahora con los otros dos niveles de madurez cristiana: jóvenes y padres. 2:13, 14 – Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. Las características de estos tres grupos de cristianos son las siguientes:

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1. Niños a. Saben que sus pecados han sido perdonados. b. Saben que Dios es su Padre celestial, porque el Espíritu Santo da testimonio a su espíritu de que son hijos de Dios (Ro. 8:16) y han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”. 2. Jóvenes a. Son fuertes. b. La Palabra de Dios permanece en ellos. c. Han vencido al maligno. 3. Padres a. Conocen al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en forma muy íntima. b. Conocen el corazón del Padre, la grandeza de Su bondad y la belleza de Su carácter (Zac. 9:17). Cuando aceptamos al Señor Jesucristo en nuestros corazones, nacemos de nuevo por el Espíritu de Dios. Nuestros pecados son lavados por la sangre de Cristo y Dios nos adopta en Su familia (Ver Ro. 8:15, 16). Somos “niños en Cristo” (1 Co. 3:1; 1 P. 2:2). En esta etapa de nuestra vida cristiana somos inmaduros espiritualmente, y necesitamos crecer en el conocimiento de Cristo y de Su naturaleza. En Efesios 4:13, 14 Pablo define claramente la meta del cristianismo, que es que todos crezcamos en el conocimiento de Cristo y maduremos hasta llegar a la estatura de la plenitud

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de Cristo: “De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas” (NVI). Si no crecemos y maduramos espiritualmente, permanecemos como niños espirituales que son fácilmente zarandeados y arrastrados por cualquier viento de doctrina. En nuestra vida natural existe un proceso de maduración, mientras pasamos de infantes a hombres y mujeres jóvenes, y de allí hasta ser adultos. De la misma manera, como cristianos, debemos madurar de niños en Cristo hasta la estatura de padres y madres espirituales. En otras palabras, nuestra meta es alcanzar la etapa de padres espirituales que nos permita producir hijos espirituales e instruirlos en los caminos de Dios. Cuando somos niños espirituales, bebemos “leche espiritual”: las verdades elementales de la Palabra de Dios (He. 5:13; 1 P. 2:2). Para crecer y llegar a ser fuertes, en algún momento tenemos que ser destetados y empezar a comer “alimento sólido”: las verdades más profundas de la Palabra de Dios (He. 5:12,14). La clave del crecimiento espiritual es alimentarnos cada día con la Palabra de Dios. Medite usted día y noche en la Palabra del Señor, y crecerá espiritualmente. Salmos 1:2 dice: “Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche”. La Palabra de Dios lo hará fuerte, como

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dice el apóstol Juan: “Porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros” (1 Juan 2:14). El otro aspecto de los jóvenes espirituales, que menciona Juan, es que habían vencido al maligno. Queremos ser vencedores y más que vencedores en Cristo (Ro. 8:37). ¿Cómo vencemos al diablo? Recuerde: la Biblia es el mejor intérprete de sí misma. La respuesta se encuentra en Apocalipsis 12:11: “Y ellos le han vencido [al maligno] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. En Apocalipsis 12:11 se mencionan tres claves para vencer al maligno. Vencemos a Satanás: 1. Por la sangre del Cordero 2. Por la palabra de nuestro testimonio 3. Por menospreciar nuestras vidas hasta la muerte Primeramente, debemos andar constantemente bajo la cobertura de la sangre de Jesús. Existe un poder extraordinario en la sangre de Cristo. Satanás no puede vencer a la sangre de Cristo. Esta es la razón por la que debemos apropiarnos constantemente de Su sangre. Cada vez que Satanás lo ataque, recuérdele que ha sido derrotado por la sangre de Jesús en la cruz del Calvario. Un pastor que conozco le dijo una vez a un demonio que estaba dentro de una persona: “¿Conoces la sangre de Jesús?” Y el demonio respondió: “Sí, odiamos la sangre porque en la sangre hay poder”. Segundo, vencemos a Satanás por nuestro testimonio y confesión. Debemos alabar constantemente al Señor con

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nuestra boca. Los hijos de Israel se quejaron en el desierto y realizaron una confesión negativa. Como resultado, murieron en el desierto, y solo Josué y Caleb heredaron la tierra prometida, porque declararon que Dios era poderoso para darles la tierra de Canaán (Nm. 13:30; 14:8, 9). Tercero, vencemos a Satanás al no amar nuestras vidas. El Señor Jesús dijo en Juan 12:25: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará”. Se dice de Pablo y Bernabé, en Hechos 15:26, que arriesgaron sus vidas por la causa del evangelio. Esta actitud tiene un precioso ejemplo en la reina Ester, cuando expuso su vida por salvar a su pueblo, y dijo: “Y si perezco, que perezca” (Ester 4:16). Mientras continuamos alimentándonos de la Palabra de Dios y venciendo al diablo, iremos madurando hasta ser padres y madres en Cristo. De manera que la meta de la vida cristiana es doble: madurez y reproducción espirituales. El Señor quiere que maduremos y lleguemos a ser padres y madres espirituales que traigan a muchos al reino de Dios y los instruyamos en Sus caminos. Dios prometió a Abraham que sería “padre de muchedumbre de gentes” (Gn. 17:4). En Génesis 17:6 le dijo: “Te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti”. Le dijo también que multiplicaría su descendencia “como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar” (Gn. 22:17).

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Abraham tiene abundancia de hijos, tanto naturales como espirituales. Él es el padre del pueblo judío a través de Isaac, y el padre de muchas de las naciones árabes a través de Ismael. Pablo nos dice que Abraham es el “padre de todos los creyentes” (Ro. 4:11). Del mismo modo que Abraham, nosotros debemos desear ser fructíferos y traer a muchos a formar parte del reino de Dios. En 1 Corintios 4:15 Pablo dijo: “Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio”. Actualmente hay en el mundo muchos pastores, maestros y ministros cristianos, pero hay pocos verdaderos padres y madres espirituales que conocen al Padre Celestial íntimamente y son verdaderos reflejos de la imagen de Cristo. Más que en cualquier otro momento de la historia, existe en nuestros días una tremenda necesidad de padres y madres espirituales. En el avivamiento de los últimos tiempos, que se aproxima rápidamente, millones de personas entrarán al reino de Dios. Estos necesitarán padres y madres que los instruyan en los caminos del Señor. Moisés, quien fue un padre espiritual para los israelitas, dijo a Dios en Números 11:12: “¿Concebí yo a todo este pueblo? ¿Lo engendré yo, para que me digas: Llévalo en tu seno, como lleva la que cría al que mama, a la tierra de la cual juraste a sus padres?”.

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El Señor está buscando hoy hombres y mujeres que sean “ayos” y “nodrizas” (Is. 49:23) para los que están naciendo en el reino de Dios. ¿Quién responderá a este llamado de ser un padre o madre espiritual en Cristo?

No amen al mundo (2:15-17) 2:15 – No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Jesús dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24). No podemos amar al mundo y amar a Dios al mismo tiempo. Si amamos a Dios pero permitimos que el amor a este mundo se infiltre en nuestros corazones, este poco a poco apagará el amor a Dios hasta que finalmente dejaremos de amarlo. De la trágica historia de Demas, que fue uno de los compañeros de viaje de Pablo (Flm. 1:24; Col. 4:14), debemos aprender que no podemos amar a Dios y a este mundo. Demas vio el avivamiento y la gloria de Dios, y ministró con Pablo, pero el amor por este mundo lo consumió y lo apartó del Señor. Dice Pablo, en 2 Timoteo 4:10: “Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica”. 2:16 – Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.

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Aquí se mencionan las tres raíces de pecado de la humanidad: 1. Los deseos de la carne 2. Los deseos de los ojos 3. La vanagloria de la vida. 1. Los deseos de la carne se refiere a los deseos y apetitos carnales que no están controlados por el Espíritu Santo. Ejemplos de los deseos de la carne son la glotonería, las borracheras y los deseos sexuales desordenados. 2. Los deseos de los ojos se refiere al uso incorrecto de las cosas que vemos. Las palabras de Salomón en Eclesiastés 2:10 lo ilustran de esta manera: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan”. 3. La vanagloria de la vida se refiere al deseo de alcanzar una posición, riquezas, poder, honores, títulos y alabanza de este mundo. Hay en la Biblia muchas advertencias contra la codicia y los deseos pecaminosos: Marcos 4:19 – “Pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa”. Romanos 1:24 – “Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos”. Romanos 6:12 – “No reine, pues, el pecado en vuestro

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cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias”. Romanos 13:14 – “Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. Gálatas 5:24 – “Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Efesios 2:3 – “Entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás”. 1 Timoteo 6:9 – “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición”. 2 Timoteo 2:22 – “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor”. Tito 2:12 – “Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. Tito 3:3 – “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”.

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Santiago 4:1 – “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?” 1 Pedro 2:11 – “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”. 1 Pedro 4:2 – “Para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios”. 2 Pedro 2:18 – “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error”. Judas 1:18 – “...los que os decían: En el postrer tiempo habrá burladores, que andarán según sus malvados deseos”. 2:17 – Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Pedro nos recuerda: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 P. 3:7). Atendamos a la exhortación del apóstol Pablo en Colosenses 3:2: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. En Colosenses 3:4, Pablo prosigue: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. Si queremos ser manifestados

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con Cristo en Su gloria, debemos poner nuestro amor en las cosas de arriba en lugar de ponerlo en las cosas de este mundo. Pongamos también en práctica la exhortación de Pablo en Colosenses 3:5, 8: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría ... Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca”. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Juan agrega que los que hacen la voluntad de Dios perduran para siempre. Un ejemplo de esta clase de persona se halla en Salmos 1:2, 3: “En la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará”.

Advertencia contra los anticristos (2:18, 19) 2:18 – Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo. Debemos dejar bien en claro que hay un solo anticristo, así como hay un solo Cristo. Juan habla de este anticristo en Apocalipsis 13:1, 18. Este es la bestia que sube del mar, cuyo número es número de hombre: 666. Es el “hombre de pecado” del que Pablo habla en 2 Tesalonicenses 2:3.

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Sin embargo, así como a los seguidores y discípulos de Cristo se los llama cristianos, así también se llama “anticristos” a los que manifiestan las inclinaciones perversas del anticristo— quien se opone a la verdad, la bondad, y al Señor mismo. Jesús dijo en Mateo 24:24: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. En la actualidad, el espíritu del anticristo se está acrecentando en el mundo, para preparar el camino para la venida del anticristo en los últimos tiempos. 2:19 – Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros. Hay muchos anticristos en la Iglesia del Señor. Son como lobos vestidos de ovejas (Mt. 7:15). Finalmente, se mostrarán como son y abandonarán la Iglesia, pero mientras tanto, intentan causar al cuerpo de Cristo el mayor daño posible. Pablo dijo en 1 Corintios 11:19, que uno de los principales propósitos de las herejías y doctrinas falsas es revelar quién es verdadero y quién no: “Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados”. Uno de los aspectos más difíciles de ser pastor de una iglesia o líder de una confraternidad es ver a personas que abandonan la iglesia u organización. A veces puede ser muy doloroso perder personas que uno ha amado y cuidado, pero es

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necesario. Si estas personas no se van, sus corazones no se hacen manifiestos delante de todos, mostrando que en realidad no están con nosotros ni comparten la visión que Dios nos dio. Cristo tuvo a Judas, y de la misma manera usted tendrá personas que lo traicionarán y lo abandonarán, pero recuerde que esto es parte del plan de Dios. Hace algunos años, en Zion Fellowship, nuestra confraternidad de iglesias (ubicada en Waverly, New York), pasamos por un período de división, cuando varios pastores se fueron de nuestra organización. Fue un momento muy doloroso. Me afligía el corazón ver a pastores que habían sido mis discípulos en la escuela bíblica treinta años antes, tomar decisiones erradas y endurecer sus corazones. Sin embargo, el Señor nos habló diciéndonos que esta separación formaba parte de Su plan. El Señor dio a uno de nuestros pastores una visión de un gran abismo entre los que se iban y los que permanecían en la confraternidad de iglesias. Aunque habían estado entre nosotros por muchos años, nos abandonaron porque nunca fueron “de nosotros”. No tenían el mismo espíritu ni la misma visión que nosotros. En mis cincuenta años de ministerio he visto con frecuencia que después que una iglesia sufre una división y se va mucha gente, los que quedan experimentan la unidad. Por lo tanto, querido hermano, si usted está experimentando esto en su iglesia o ministerio, mantenga sus ojos puestos en Jesús y regocíjese en Él, porque es parte de Su plan para llevar a Su Iglesia a la unidad y la gloria.

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La unción que permanece (2:20-27) 2:20 – Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. La unción del Espíritu Santo nos revela amorosamente la verdad. La unción del Espíritu Santo nos da entendimiento y la perspectiva de Dios en cada situación. Necesitamos la unción del Espíritu Santo sobre nuestras vidas. Juan 3:34 nos dice que Jesús recibió el Espíritu Santo sin medida. Jesús dijo, en Lucas 4:18: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos”. El Espíritu Santo fue quien ungió y llenó de poder a Jesús para predicar y sanar enfermos. Leemos en Hechos 10:38: “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y ... éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. La unción rompe yugos y cadenas (Is. 10:27). Necesitamos recibir una unción nueva y fresca cada día, como leemos en Salmos 92:10. La unción sobre nuestras vidas aumenta a medida que pasamos tiempo con el Señor en oración, y caminamos en santidad. 2:21 – No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad.

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Esta preciosa unción nos capacita para discernir entre la verdad y la mentira. Cuando perdemos la unción, como le sucedió a Saúl (1 S. 16:14), perdemos nuestro discernimiento espiritual. Saúl ya no podía oír a Dios, de modo que recurrió a una adivina en busca de consejo. Por eso es tan importante que cuidemos la unción y caminemos en santidad, para no perderla. 2:22 – ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Ahora Juan acusa abiertamente a los mentirosos que niegan que Jesús es el Cristo. La insidiosa mentira del gnosticismo, que negaba que Cristo era Dios en carne, se deslizó dentro de la Iglesia del Nuevo Testamento. Gnosticismo significa “conocimiento”. Como escribió Pablo en 2 Timoteo 3:7, hay personas que “siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad”. Juan define a los anticristos como aquellos que niegan al Padre y al Hijo, que es exactamente lo que hará el anticristo, según Daniel 11:37: “Del Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá”. En 2 Tesalonicenses 2:4, Pablo dice del anticristo: “El cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios”. 2:23 – Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre.

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Es imposible negar al Hijo y esperar ser recibido por el Padre. Ningún padre terrenal recibiría jamás a alguien que rechazara a su hijo. 2:24 – Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Juan nos exhorta a permanecer y continuar en la Palabra de Dios. Este fue el clamor del Espíritu Santo, por medio del profeta Jeremías, a quienes se habían extraviado del camino de la verdad. Jeremías 6:16 dice: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No andaremos”. Si las preciosas verdades del evangelio (los principios elementales de Cristo que ya se han enumerado en 1 Jn. 2:13, 14) permanecen en nosotros y obedecemos las enseñanzas de Cristo, seremos como el hombre que construyó su casa sobre la roca. Pero si el cimiento es destruido, ¿qué puede hacer el justo? (Sal. 11:3). Si edificamos sobre estas verdades, permaneceremos en el Hijo y el Padre. Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31). Si no permanecemos en la Palabra de Dios, no somos discípulos de Cristo.

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2:25 – Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna. Para mi gran tristeza, he visto muchas personas que, al abandonar el camino de la verdad, perdieron la seguridad de su salvación. Si abandonamos al Señor, podemos perder nuestra salvación. Apocalipsis 22:19 dice que Dios quitará nuestros nombres del libro de la vida del Cordero si quitamos alguna palabra a Su Palabra (ver también Éxodo 32:33). La doctrina de la seguridad eterna es una absoluta mentira que proviene directo del infierno. Esta doctrina enseña que una vez que somos salvos, siempre lo seremos y no hay nada que nosotros hagamos, aun el quebrantar los mandamientos de Dios, que haga que nuestra salvación se pierda. La verdad es que solo estamos seguros de la vida eterna mientras permanezcamos en los caminos del Señor (Jn. 8:31). 2:26 – Os he escrito esto sobre los que os engañan. Juan no anduvo con rodeos en cuanto al objetivo y deseo de estos hombres perversos. Los que abandonan el camino de la verdad y siguen la mentira, intentan arrastrar a los justos a sus guaridas de iniquidad. Buscan saquear las congregaciones de los justos. Juan los llamó, acertadamente, engañadores. 2:27 – Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él.

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Nuevamente, Juan regresa al ministerio del Espíritu Santo, el bendito Consolador. Es el Paraklëtos (la palabra griega para “Consolador”), el que camina a nuestro lado y está dentro de nosotros. La unción del Espíritu Santo es nuestro maestro personal. La frase no tenéis necesidad de que nadie os enseñe, no debe interpretarse como una sugerencia de que no necesitamos sentarnos a los pies de los maestros piadosos que Dios ha colocado en la Iglesia. En realidad, lo que Juan dice es que, debido a la unción, no necesitamos prestar atención a las palabras de los engañadores, porque la unción nos mostrará la verdad. Felipe preguntó al eunuco etíope si entendía el pasaje de Isaías que estaba leyendo, a lo que este respondió: “¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?” (Hch. 8:31). En Romanos 10:14, Pablo dice: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” Pablo dijo a los creyentes hebreos: “Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (He. 5:12). Por lo tanto, no desechemos las enseñanzas de maestros y pastores piadosos.

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La semejanza a Cristo (2:28–3:3) 2:28 – Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. El apóstol Juan nos manda que permanezcamos en Cristo. Este es el mensaje que Jesús predicó en Juan 15. En Juan 15:1 Jesús dijo: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador,” y en Juan 15:4 continuó: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. El Señor quiere que “permanezcamos en Él,” porque no podemos llevar fruto si no estamos unidos a Él; así como tampoco una rama puede llevar fruto si no está unida a la vid. Sin Cristo, no podemos hacer nada. ¿Qué quiere decir “permanecer en Cristo”? Jesús nos da la respuesta: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. ... Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:7, 10). Permanecer en Cristo significa que guardamos Sus mandamientos y que Su Palabra permanece en nuestros corazones. En este versículo, Juan agrega una promesa al mandato de permanecer en Cristo: “Para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos

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de él avergonzados”. Si permanecemos en Cristo, no nos avergonzaremos en Su segunda venida. 2:29 – Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él. Porque Cristo es justo, los que verdaderamente han nacido de Él también caminarán en rectitud. El salmista dice de Cristo en Salmos 45:7: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad”. En Salmos 11:7 leemos: “Porque Jehová es justo, y ama la justicia; el hombre recto mirará su rostro”. El Señor se goza en ver la justicia en Su pueblo; esto deleita Su corazón. Por lo tanto, como dice Juan, es obvio que los que caminan en rectitud han nacido de Dios.

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Capítulo 3 Este capítulo comienza con un tono de asombro en relación con el amor de Dios. Es como si el amado apóstol dejara escapar una expresión de arrobamiento al ver el amor de Dios por nosotros. 3:1 – Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. El significado de la expresión que se traduce “ha dado” es el gesto de un soberano que desea mostrar su gratitud o aprecio a un súbdito que le ha brindado un servicio valioso. Sin embargo, Dios nos “ha dado” un honor mucho mayor que el título de duque, conde o caballero. Él nos ha dado el privilegio de ser literalmente los hijos de Dios. En Juan 1:12 leemos en cuanto a Cristo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. En realidad, existe un único ejemplo en la tierra de un rey que otorga semejante honor a un súbdito. Esto ocurría cuando el Emperador Romano proclamaba a su heredero (y, por consiguiente, su hijo legítimo) para sucederlo. En la Biblia, puede parecerse al caso de Faraón al hacer a José el segundo gobernante de la tierra de Egipto después de él. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. En varios pasajes en los Evangelios, Jesús da a entender que identificarnos con Él implica que seremos rechazados por

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este mundo. Jesús dijo en Juan 15:18: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”. El Maestro también declaró en cuanto a sus discípulos, en Juan 17:14: “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. El mundo ama a los suyos y nosotros no somos de este mundo; por lo tanto, el mundo no nos reconocerá. 3:2 – Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. El ser hijos de Dios no es solo una condición futura, sino una gloriosa realidad presente. Pablo dice en Efesios 2:6 que Dios “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Al decir aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, las palabras de Juan son un eco de las de Pablo en Efesios 2:7, donde este último dice: “Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Mirando con los ojos de la fe, Juan exclama: cuando él se manifieste, seremos semejantes a él. En el sentido más completo, esto señala Su segunda venida, ya que será admirado por todos Sus santos en este glorioso evento (2 Ts. 1:10). Como declara el rey David en Salmos 17:15: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”. ¿Por qué seremos como Cristo?

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Porque le veremos tal como él es. En consecuencia, la medida en que nuestros ojos contemplen al Rey en Su hermosura (Is. 33:17), será la medida en que seremos como Él. Pablo dice en 2 Corintios 3:18: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. El principio de que los creyentes serán transformados a la imagen de Jesús encuentra apoyo en el Cantar de los Cantares. Allí vemos a la sulamita, quien en su progresiva revelación de Cristo, se vuelve más y más parecida a su amado. Ciertos aspectos del carácter de Él se revelan en una serie de monólogos descriptivos. Después que la sulamita recibe esta revelación, la belleza de ella se describe en términos similares. Compare Cantares 5:10-16 (que describe a Cristo) con 7:19 (que habla de Su esposa). A medida que el Espíritu Santo nos revela a Jesús, hay una impartición de ese aspecto particular de Su gloria y bondad sobre nuestra vida. Por lo tanto, la medida en que tengamos una progresiva revelación de Jesús, será la medida en que seremos transformados a su imagen y semejanza. 3:3 – Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. ¿Cómo nos purificamos? El rey David nos da las claves para la purificación en Salmos 51:

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1. 2. 3. 4. 5.

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Debemos reconocer nuestra transgresión (v. 3) Debemos reconocer que nacimos en pecado (v. 5) Debemos reconocer que necesitamos ser lavados (v. 7) Debemos reconocer que necesitamos ser purificados (v. 7) Debemos pedirle a Dios que ponga en nosotros un corazón limpio (v. 10)

La pureza y la revelación progresiva y permanente de Cristo al creyente fluyen juntas desde que Jesús declaró: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8). Debemos orar: “Lávame Señor, purifícame, y crea en mí, querido Jesús, un corazón limpio, de modo que puedas morar en mí y establecer tu trono en mi corazón”. Jeremías 17:9 declara: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Por lo tanto, lo necesitamos a Él para que quite el corazón de piedra y nos dé un corazón de carne como nos promete en Ezequiel 36:26. Sin embargo, también debemos señalar que para que esta obra se lleve a cabo debemos pedírselo (Ez. 36:37). En otras palabras, debemos buscar diligentemente al Señor para que realice en nuestras vidas esta obra de gracia.

Dios: Su naturaleza sin pecado (3:4-10) Esta porción de la epístola a menudo se interpreta erróneamente. En consecuencia, ha llevado a muchos queridos creyentes a la condenación y la esclavitud, de modo que necesitamos analizar cuidadosamente lo que el amado apóstol dice en este pasaje.

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3:4 – Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Juan nos da una sencilla definición de pecado: quebrantar o transgredir la ley. El pecado quebranta la ley, que es santa (Ro. 7:12). Nunca debemos olvidar que Jesús no vino a destruir la ley, sino a cumplirla y escribirla en las tablas de carne de nuestros corazones. 3:5 – Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. En Juan 1:29, Juan el Bautista presentó a Jesús en estos términos: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Aquí Juan agrega y no hay pecado en él. Jesús es el perfecto Cordero de Dios. Pablo dijo en 2 Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. La clave para obtener victoria sobre el pecado es permanecer en Cristo, porque en Él no hay pecado (He. 4:15). 3:6 – Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Permanecer en Cristo significa guardar Sus mandamientos (Jn. 15:10), y, mientras permanezcamos en Cristo, no pecaremos. A la inversa, todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Esto se refiere a los que pecan continuamente, no a los que son vencidos por una falta o caen involuntariamente.

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Este es el punto de vista de muchos comentaristas británicos que han escrito en cuanto a la santidad y a este pasaje en particular. (Ver I. Howard Marshall, Las Cartas de Juan, trad. (Bogotá: Editorial Desafío, 1991), p. 180 #1. Esto no está dicho para justificar el pecado, sino para que miremos compasivamente las vidas de los cristianos con una actitud de comprensión y realismo. Porque como hemos dicho, aun los más santos de los santos que están sobre la tierra deben luchar valientemente contra pecados que batallan contra sus almas. En Romanos 7:15-23, el apóstol Pablo desarrolla este conflicto continuo entre el bien y el mal dentro de nosotros: “No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí. Así que descubro esta ley: que cuando quiero hacer el bien, me acompaña el mal. Porque en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley, que es la ley del pecado. Esta ley lucha contra la ley de mi mente, y me tiene cautivo” (NVI). Proverbios 24:16 dice: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse”. Amado hermano, si usted peca y

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desagrada a Dios, no se desanime ni se dé por vencido. Arrepiéntase, solucione el problema con Dos, y continúe en la senda de justicia que brilla más y más cada día. 3:7 – Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. En el tiempo de Juan había personas que declaraban que no importaba lo que una persona hiciera en la carne. Estos abogaban a favor de pecar y de cualquier cosa que hiciera que una persona se sintiera bien, sin importar las consecuencias. No nos dejemos engañar del mismo modo. Andemos en el Espíritu, para que la justicia de la ley se cumpla en nosotros (Ro. 8:4). 3:8 – El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Según la Biblia existen, básicamente, dos padres: el Padre Celestial y Satanás. Al Padre Celestial se lo llama el Padre de las luces, “en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Al diablo se lo llama “padre de mentira” (Jn. 8:44). ¿A cuál padre pertenecemos? Nuestra forma de vivir declara de quién somos hijos. Si caminamos tras los deseos de la carne, nuestro padre es el diablo—aun cuando confesemos creer en Cristo. Si caminamos a la luz de la Palabra de Dios, como Él está en luz, nuestro padre es Dios. De modo que el Hijo de Dios apareció para destruir las obras del diablo. No todo ha sido puesto aún debajo de sus pies,

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como se promete en Salmos 8:5, 6 y se repite en Hebreos 2:7, 8. Sin embargo, Jesús reina en gloria a la diestra de la Majestad en las alturas, habiendo despojando a Satanás por haberle quitado su poder al morir en la cruz (Col. 2:15). Jesús permanecerá con el Padre en el cielo hasta que descienda en las nubes para destruir y aplastar a Sus enemigos. 3:9 – Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. Este versículo también ha turbado la tierna conciencia de los santos a través de los siglos. En realidad, es a medida que entendemos la doctrina de nuestras dos naturalezas, que este versículo produce sus muy bendecidos frutos de una vida santa para el creyente. Todos nacimos con la naturaleza adámica (de Adán); la naturaleza de pecado. Cuando recibimos a Cristo en nuestros corazones, recibimos en nosotros una nueva naturaleza: la naturaleza de Dios que no peca, porque Dios no puede pecar. Sin embargo, nuestra vieja naturaleza adámica, que heredamos cuando nacimos en este mundo, no puede hacer otra cosa que pecar. Pablo señala en 1 Corintios 15:45-49: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Cual el terrenal, tales también los terrenales; y

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cual el celestial, tales también los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial”. Debemos comparar la Biblia con la misma Biblia. Con respecto a esto, el rey Salomón señaló: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal” (Pr. 24:16). Por lo tanto, queda claro que los justos pueden caer, aunque por la gracia de Dios se levantan nuevamente, mientras que los impíos perecen. Por eso, la Biblia no enseña que somos infalibles o incapaces de pecar, sino simplemente que la nueva naturaleza de Cristo dentro de nosotros no puede pecar. Cualquiera de nosotros puede pecar en cualquier momento si cedemos a la tentación. Por esto Jesús nos dijo que oremos pidiendo: “No nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mt. 6:13). 3:10 – En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Juan dice que la nueva naturaleza de Cristo dentro de nosotros producirá Su fruto. La meta de la vida cristiana es ver debilitarse la vieja naturaleza, mientras la nueva se hace tan fuerte que llega a controlar nuestros pensamientos, palabras y acciones. Por lo tanto, esa naturaleza se manifiesta a través de nosotros al realizar los actos justos de Dios y amar a otros.

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El amor a los hermanos (3:11-24) 3:11 – Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. Juan retoma el tema del amor. Este es el motivo por el cual se conoce a Juan como “el apóstol del amor”. Es el mensaje de su amado Maestro, quien dijo, en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. 3:12 – No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. Juan reafirma su mensaje en el sentido negativo. Caín se usa en la Biblia como advertencia para aquellos que albergan en sus corazones odio hacia otros. También se habla de Caín en Hebreos 11:4 y Judas 1:11. Quienes pierden su posición, como la reina Vasti, o su herencia, como Esaú, son propensos a odiar a quienes los reemplazan o toman lo que ellos perdieron. Apocalipsis 3:11 nos advierte: “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”. 3:13 – Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. A continuación, Juan vincula el odio de Caín contra su hermano con el odio que el mundo tiene contra los cristianos. Todo lo que nosotros defendemos (la justicia, la santidad y el amor)

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está en franco contraste con el mundo, el cual está enemistado con Cristo (Stg. 4:4). No nos sorprendamos si el mundo nos odia, porque si esto sucede, significa que estamos haciendo lo que está bien a los ojos de Dios. 3:14 – Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. Esta es la bendita seguridad del creyente. Porque amamos a nuestros hermanos cristianos, sabemos que tenemos vida eterna, pero quienes odian a otros irán al infierno para siempre. 3:15 – Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. La raíz del homicidio es el odio. En Gálatas 5:19-21 Pablo nos recuerda: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Por lo tanto, si tenemos odio en nuestros corazones, no habrá herencia para nosotros en el cielo. Seamos sabios y pidámosle a nuestro amado Señor Jesús que nos limpie de toda forma de obras de la carne.

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3:16 – En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Aquí tenemos la más grande demostración de amor. El Señor Jesús afirmó muy claramente en Juan 15:13: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. El apóstol Pablo agrega en Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. De modo que el amado de Dios entregó Su vida por nosotros mientras aún estábamos en medio de la inmundicia de nuestros malos caminos. El Señor estableció un ejemplo a seguir. Nosotros debemos poner nuestras vidas por nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Esto constituye un proceder normal en las fuerzas armadas. Mientras hacía mi instrucción básica, un instructor nos llevó a un cuarto muy pequeño. Se nos dijo que si el enemigo arrojaba una granada dentro del lugar, aquel que estaba más cerca de la granada debía arrojarse sobre ella. Al cubrirla con su estómago en el momento de la explosión, las esquirlas serían recibidas por los blandos tejidos del abdomen y salvaría a los que se encontraban a su alrededor. Del mismo modo, necesitamos tener el amor de Dios hacia otros en nuestros corazones a fin de poner naturalmente nuestras vidas por ellos si llegara a ser necesario. En realidad, es ese rendir cada día nuestra voluntad, nuestros deseos y nuestras vidas por otros, lo que nos prepara para que un día entreguemos literalmente nuestra vida y muramos por otro, si el Señor nos lo pidiera.

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3:17 – Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?. Ahora Juan desarrolla el aspecto práctico del amor. Nunca debemos olvidar que aunque el reino de los cielos está dentro de nosotros, se manifiesta en nuestras vidas en las expresiones palpables de proveer comida y techo a quienes lo necesitan. Si vemos a alguien que tiene necesidad, y tenemos los medios para ayudarlo pero decidimos no hacerlo, no tenemos el amor de Dios en nuestros corazones, porque el amor de Dios nos impulsa a ayudar a los que están en necesidad. 3:18 – Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. Santiago 2:14-17 dice: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma”. Asegurémonos, amados, de estar buscando personalmente cada ocasión para ayudar a quienes se encuentran en necesidad. Si estamos en el liderazgo, debemos asegurarnos que nuestras iglesias tengan programas mediante los cuales se ayude a los pobres y necesitados de manera verdaderamente práctica, por medio de alimentos, ropa y, si fuera necesario, albergue.

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3:19 – Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él. Juan apunta ahora al testimonio interno de nuestros corazones hacia el Señor. Debemos mantener la seguridad de nuestra salvación mientras caminamos en la luz. Lamentablemente, muchas personas pierden esta seguridad porque permiten que el pecado reine en sus vidas. 3:20 – Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Esto se refiere a quienes batallan con pecados en sus vidas, sobre los que todavía no han obtenido la victoria. Es ese pecado que los acosa y que no quieren cometer, pero que en ocasiones los vence, haciendo que se sientan frustrados. Pero Dios, que conoce todas las cosas, es más grande que nuestro corazón que nos condena. El Señor nos perdona y alienta hasta que obtenemos la victoria final sobre este despreciable deseo pecaminoso. 3:21 – Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios. Con un corazón liberado de culpa y de pecado, podemos tener comunión y compañerismo íntimos con nuestro amado Señor Jesús. 3:22 – Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.

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Tenemos aquí una de las más preciosas certezas en cuanto a la oración. Sería de beneficio en este momento analizar lo que podríamos llamar la teología de Juan con respecto a la oración. Juan establece aquí, claramente, el fundamento para la oración; nuestra relación con el Señor. Primeramente, debemos guardar Sus mandamientos; no solo los Diez Mandamientos, sino todos los mandamientos de Dios que están en Su preciosa Palabra. Segundo, debemos hacer lo que a Él le agrada. Dijo David en Salmos 50:23: “El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”. Hebreos 13:15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. La comunión con Jesús es la clave para oraciones contestadas. Él dijo en Juan 15:14: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. Uno haría cualquier cosa por un amigo, y lo mismo sucede con nuestro precioso Jesús. Somos Sus amigos si hacemos lo que le agrada. Jesús afirmó: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13, 14). 3:23 – Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Ahora vienen los mandamientos paralelos de creer en el nombre de Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, y amar a los

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demás como a nosotros mismos. La fe y el amor van de la mano. 3:24 – Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado. La maravillosa relación que la obediencia hace posible que tengamos con Cristo consiste en que nosotros moramos en Él y Él mora en nosotros. Al permanecer en Jesús, el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu de que verdaderamente somos hijos de Dios. ¡Qué bendición del cielo!

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Capítulo 4 Prueben los espíritus (4:1-6) 4:1 – Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. Juan pasa ahora a un tema de enorme importancia: el discernimiento de espíritus. Debemos saber que hay dos formas de espíritus en el mundo invisible que nos rodea. Primeramente están los ángeles de Dios, a los que Pablo describe como espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación (He. 1:14). En Mateo 18:10 Jesús habla de los ángeles que guardan a los niños: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”. Ángeles ministraron a Jesús después que fue tentado: “El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían” (Mateo 4:11). El apóstol Pablo testificó de una ministración angelical: “Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo” (Hechos 27:23). El apóstol Pedro experimentó la ministración de ángeles en varias ocasiones. A una edad muy temprana, un ángel me habló y me mostró el propósito de Dios para mi vida. En otras ocasiones, he percibido vivamente la presencia de ellos conmigo en medio de alguna dificultad en particular. El ministerio de los ángeles es variado. Algunos son los responsables de comunicarnos la

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verdad, como el caso de Gabriel, en Daniel 9:22: “Y me hizo entender, y habló conmigo, diciendo: Daniel, ahora he salido para darte sabiduría y entendimiento”. Hay ángeles que gobiernan naciones, ciudades y pueblos, y ángeles responsables del cuidado de los niños. Cada creyente tiene su propio ángel personal que cuidad de Él. El segundo orden de ángeles son los ángeles caídos que han entregado su lealtad a Satanás. El apóstol Pablo habla de estos ángeles en Efesios 6:11, 12: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. En 1 Timoteo 4:1 Pablo nos advierte: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios”. Por lo tanto, hay espíritus cuya misión es introducir falsas doctrinas y mentiras, haciendo que las almas inestables se alejen del camino de la rectitud. Lo hacen por medio de falsos profetas y falsos maestros. Es por eso que el amado apóstol Juan nos hace esta advertencia de probar los espíritus. ¿Cómo se prueban los espíritus? Tenemos un ejemplo bíblico de prueba de espíritus en Josué 5:13: “Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?”.

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Josué confrontó a este varón quien, como leemos en Josué 5:14, no era otro que el Señor mismo: “El respondió: No; mas como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo?” Josué no confió en sus sentidos naturales, sino que preguntó directamente al hombre quién era. El varón declaró que era el “Príncipe del ejército de Jehová”. De manera similar, en el ministerio de Jesús, el Señor mismo exigió saber el nombre de los espíritus cuando se enfrentó con un hombre poseído de demonios. Leemos acerca de este caso en Marcos 5:9: “Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos”. Según el relato de Hechos 16:16-18, el apóstol Pablo echó fuera un espíritu de adivinación de una muchacha: “Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo a Pablo y a nosotros, daba voces, diciendo: Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando a Pablo, éste se volvió y dijo al espíritu: Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella. Y salió en aquella misma hora”. En este caso, fue claro para Pablo que el espíritu no era de Dios, por lo que no era necesario identificarlo. 4:2 – En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios.

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Aquí Juan ofrece pautas para reconocer los espíritus. Esto está confirmado en la enseñanza de Pablo, quien declaró en 1 Corintios 12:3: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo”. Esto se convirtió en una realidad para mí en tiempos en que la ex Yugoslavia se encontraba bajo el régimen del mariscal Tito. Visité Belgrado, la capital, que estaba sometida a un estricto gobierno comunista. No se permitían reuniones de más de cuatro personas sin un permiso del gobierno; y este permiso no se otorgaba a iglesias que no tuvieran edificios propios. El pastor principal de la iglesia que fui a visitar acababa de salir de la prisión, y supe que los miembros de la congregación pensaban que fue encarcelado porque el pastor asistente lo había denunciado a las autoridades. Me preguntaron qué debían hacer. Les respondí que esperaran y observaran cómo el Espíritu de Dios se movía en los cultos de la iglesia. Celebrábamos nuestras reuniones en un sótano, y en una de esas reuniones muchas personas pidieron oración después del culto. Como eran demasiadas para que orara yo solo, pedí al pastor principal y al pastor asistente que me ayudaran. Cuando terminé de orar, fui hasta donde el pastor asistente todavía estaba orando por algunas personas. Oraba en alemán, lo que no me sorprendió, ya que en ese tiempo muchos en la congregación y en el país hablaban alemán además del serbio, su lengua nativa. La oración del pastor asistente era una oración preciosa que exaltaba al Señor Jesús y Su sangre. Cuando terminó de orar

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por las personas, le hablé en alemán, pero para mi asombro, no me entendía. Entonces alguien que estaba junto a mí me dijo: “Él no habla alemán. El alemán que usted oyó era el Espíritu Santo hablando por medio de él en otras lenguas”. Instantáneamente supe por el Espíritu de Dios que el pastor asistente no era culpable de traicionar al pastor ante las autoridades. Cuando le contaron lo que yo había dicho, rompió a llorar. El verdadero culpable salió finalmente a la luz. De esta manera, tuve un ejemplo muy práctico de cómo el Espíritu Santo glorifica a Jesús en la oración. 4:3 – Y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. Ahora Juan señala el mismo punto pero en sentido negativo. Podemos provocar manifestaciones espirituales haciendo al espíritu la sencilla pregunta mencionada en este versículo. Si el espíritu niega que Jesús vino en carne, podemos estar seguros que no es de Dios. El anticristo que ha de venir, llamado “el hombre de pecado”, negará con vehemencia a Cristo y Su obra expiatoria en el Calvario. Más aun, hablará grandes cosas contra Dios, como vemos en Daniel 7:25: “Y hablará palabras contra el Altísimo, y a los santos del Altísimo quebrantará, y pensará en cambiar los tiempos y la ley; y serán entregados en su mano hasta tiempo, y tiempos, y medio tiempo”. El espíritu del anticristo (aunque no el anticristo mismo) está operando claramente en el mundo hoy.

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4:4 – Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo. Con triunfal seguridad, Juan declara que hemos vencido al maligno, como los jóvenes mencionados en 2:13. La razón por la que podemos vencer a Satanás es que Cristo en nosotros es más grande que el diablo y sus hordas de demonios. Cristo triunfó en la cruz, despojando a los principados y potestades; los humilló públicamente y declaró Su victoria sobre ellos (Col. 2:15). Esta es una experiencia que todos los creyentes deben transitar. Debemos permitir que el Cristo que está dentro de nosotros nos gobierne y reine en nuestras vidas, dándonos la victoria vez tras vez. 4:5 – Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye. Los que no caminan rectamente aman a los falsos profetas, como señaló Jeremías: “Los profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin?” (Jeremías 5:31). Es verdad el dicho: “Uno ama lo que es de uno”. Por eso, los cristianos aman a los cristianos, y los que aman al mundo aman a los suyos. Los malos reciben a los suyos y escuchan las palabras de los injustos. La terrible norma que satura el mundo en la actualidad está ilustrada por un artículo del Reader’s Digest de febrero de

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1998, que en la página 75 presenta al Profesor Simon, del Hamilton College. Este hombre señala que entre el diez y el veinte por ciento de sus alumnos se resisten a hacer juicios morales; en algunos casos, aun sobre el Holocausto. El comentario de un estudiante fue: “Por supuesto que no estoy de acuerdo con los nazis, pero ¿quién puede asegurar que estaban moralmente equivocados?” Otro maestro, el Profesor Sommers, de Clark University, dice que muchos estudiantes llegan a la universidad “entregados al relativismo moral, que se basa en la inexistencia de fundamentos para pensar en temas como el engaño, el robo, u otras cuestiones morales”. 4:6 – Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error. Al nacer de nuevo y ser bautizados en el Espíritu Santo, sabemos que somos hijos de Dios. Aquellos que tienen una fe igualmente preciosa estarán en armonía con nosotros, mientras que quienes no conocen a Dios se nos opondrán. También por esto podemos discernir entre el espíritu de verdad y el espíritu de error.

El perfecto amor (4:7–5:3) 4:7 – Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. Juan vuelve a su tema favorito: el eterno amor de Dios por Su pueblo. El amor es la naturaleza misma de Dios. La totalidad de la salvación tiene su raíz y fundamento en Su amor, y es así

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porque Cristo nos lo dice en Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. 4:8 – El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. Los que han nacido de nuevo tienen este amor en sus corazones y, por lo tanto, conocen a Dios, quien es amor. Lo contrario también en cierto. Por lo tanto, el amor es la prueba simple y efectiva del cristianismo, como señaló nuestro Señor en Juan 13:35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. 4:9 – En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. El amor de Dios se manifestó al enviar a Su Hijo al mundo a morir por nuestros pecados. Jesús compró la vida eterna para nosotros a través de Su muerte en la cruz, de modo que tengamos vida en abundancia. Es el continuo caminar con Cristo lo que constituye la verdadera vida cristiana. Pablo dijo en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. 4:10 – En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

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La verdadera manifestación del amor viene de Dios, quien es amor. Él es el origen, la fuente y la esencia misma del amor. Nuestro amor proviene del amor de Él, que permanece en nuestros corazones. Solo podemos amarlo en la medida en que Su amor está en nuestros corazones. El amor de Dios se ha manifestado y declarado abiertamente a todos, en que envió a su Hijo a morir por nosotros. La batalla más grande que puede enfrentar un padre es abandonar a su hijo o verlo sufrir. Aun así, Dios envió deliberadamente a Su hijo a la cruz y permitió que fuera desfigurado Su parecer por toda la eternidad, a causa de nuestros pecados. Jesús entregó voluntariamente Su vida por nuestros pecados. No puede haber demostración de amor más grande que esta. 4:11 – Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Dios nos ha mostrado el ejemplo dando todo por nosotros. Por lo tanto, si hemos nacido de Dios, también debemos darnos a nosotros mismos a los demás. Una hermosa historia de la vida del sadu Sundar Singh nos ayuda a ilustrar esta verdad. Cuando él y otro cristiano viajaban por la región montañosa del norte de la India, llegaron a una grieta profunda de donde oyeron gritos de auxilio. Ambos hombres estaban muy cansados y debilitados por la falta de comida. El compañero de Sundar Singh dijo estar demasiado débil para ayudar al hombre en la grieta, porque necesitaba todas sus energías para sobrevivir, y continuó su

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viaje. Sundar Singh sacó él solo al pobre hombre de la grieta y lo cargó sobre sí cuesta arriba por el paso montañoso. No mucho más adelante, alcanzaron a su compañero de viaje, quien yacía muerto a la vera del camino. El que había buscado salvar su vida la había perdido, y el que la dio por otro, la salvó. En Mateo 16:25 Jesús dijo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. Dios nos conceda que aprendamos esta lección. 4:12 – Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. La clave para tener la presencia de Dios morando en nosotros es cumplir los dos mandamientos de Mateo 22:37-39: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La prueba de que obedecemos el primer mandamiento es que manifestamos a los demás el amor de Dios. El amor y la perfección van juntos, ya que se nos dice en Colosenses 3:14 que el amor es el vínculo perfecto. 4:13-15 – En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Una prueba más de que conocemos que estamos en Dios y que Él está en nosotros, es que hemos recibido Su Espíritu Santo en nuestras vidas.

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4:14, 15 - Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Ahora, Juan agrega su testimonio personal con respecto a la condición de Jesús como Hijo. En Romanos 10:9 Pablo declara: “Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo”. Por lo tanto, nuestra salvación de basa en creer con nuestro corazón y confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor. 4:16 – Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. Juan enfatiza nuevamente que el amor es por excelencia la fuerza motivadora de todo lo que Dios ha hecho en y por Su creación. En su carta a los Efesios, el apóstol Pablo también desarrolla este tema. Debemos analizar muy cuidadosamente lo que dice acerca del morar de Dios en nuestros corazones a través de Su amor. En Efesios 3:17-19 leemos: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.

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La gloriosa experiencia de tener a Cristo gobernando y reinando en nuestros corazones es lo que nos capacita para conocer el amor de Dios. El deseo del Señor es que todo lo que hagamos y digamos esté motivado por el amor. La medida en que conozcamos el amor de Dios será la medida en que seremos llenados de Su plenitud. 4:17 – En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. Las normas del Nuevo Testamento son mucho más altas que las normas que se esperaba que alcanzaran los santos del Antiguo Testamento. En el Sermón del monte, con frecuencia el Señor mismo dejó claro este punto. Mateo 5:21, 22 ilustra lo expresado: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”. Ahora, Juan da lo que quizá sea la norma más alta por la cual debería vivir una persona, y es el caminar de la misma manera que nuestro bendito Señor caminó sobre esta tierra. El Señor en persona dijo en Mateo 5:48: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Luego, el apóstol Pedro repite la misma exhortación: “Sino, así como aquel que os llamó es santo,

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sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:15, 16). 4:18 – En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Muchos cristianos se encuentran esclavos del temor, el cual se manifiesta esencialmente en las siguientes áreas: 1. Temor al hombre, que es una trampa. Proverbios 29:25 dice: “El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado”. Muchas personas están gobernadas por el temor, y no pueden hacer lo correcto porque tienen miedo de lo que otros les harán o dirán. David proclamó triunfante: “En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?” (Salmos 56:3, 4). En Salmos 118:6 dijo: “Jehová está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Al confiar en el Señor obtenemos la victoria sobre el temor. 2. Temor al mal, en el sentido de que algo malo pueda ocurrirnos. Existen, en especial, dos temores entre las personas: (1) El temor a la guerra – El rey David hizo esta declaración triunfal en Salmos 27:3: “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado”. La confianza de David provenía de tener un único propósito: “Una cosa he demandado

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a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4). David sabía que en tiempo de prueba Dios lo escondería y levantaría su cabeza sobre sus enemigos. David no tenía temor; por el contrario, cantaba alabanzas y ofrecía sacrificios de gozo al Señor. Sigamos el ejemplo de David y no temamos en tiempo de guerra. (2) El temor a la muerte – El Señor vino a liberarnos del temor a la muerte, un temor que afligió a muchos santos del Antiguo Testamento, como leemos en Hebreos 2:15: “Y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”. El rey David venció el temor a la muerte, y escribió en Salmos 23:4: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. Así como David triunfó sobre el temor a la muerte, nosotros también podemos triunfar por la gracia de Dios, al tiempo que Su amor se perfecciona en nosotros. Cuando hay perfecto amor entre dos personas, ninguno teme al otro. Lo mismo ocurre entre nosotros y Dios. El perfecto amor disipa todo temor. Recuerdo el testimonio de cierto doctor. Entregó su vida a Cristo porque estaba asombrado por la actitud de cristianos que recibían con gran gozo y expectativa la noticia de sus muertes inminentes. Los no creyentes reciben la misma noticia

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con tristeza, con desesperanza, y llenan sus bocas de insultos. De manera que, sintámonos seguros en el amor de Jesús y no nos dejemos dominar por el temor. 4:19 – Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. ¿No es verdad que resulta natural responder con amor cuando nos aman? Con Dios esto es aún más real, debido a la pureza de Su amor. 4:20, 21 – Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano. Ahora, Juan analiza nuevamente nuestro amor por Dios, para asegurarse que sea auténtico, tal como lo ha hecho virtualmente a lo largo de toda la epístola. Es absolutamente necesario repetirlo para comprender, con toda claridad, que es un total engaño pensar que es posible amar a Dios mientras tengamos algo contra otro. Este capítulo termina recordando que los dos grandes mandamientos están visiblemente vinculados entre sí.

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Capítulo 5 Este capítulo comienza con otra declaración de fe que nos permite saber que somos hijos de Dios. Seguramente no exageraríamos si dijéramos que esta epístola se escribió principalmente a niños en Cristo. Su propósito era proveerles seguridad de salvación y protegerlos de las mentiras insidiosas del tiempo de Juan. 5:1 – Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. Como dijo Juan en ocasiones anteriores, el creer que Jesús es el Hijo de Dios es inherente a nuestra salvación. Por lo tanto, si amamos al Padre celestial, amaremos también a Su Hijo unigénito. 5:2 – En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Juan repite su tema, que el amor es la clave para conocer si somos, o no, hijos de Dios. Si somos hijos de Dios, amaremos al pueblo de Dios. 5:3 – Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Juan define en términos muy precisos la naturaleza del amor. Amar a Dios es obedecerlo. El amor de un hijo por sus padres se demuestra en su obediencia a ellos. Nuestro amor por Dios se manifiesta en la medida en que le obedecemos.

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Vencedores (5:4-6) 5:4 – Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. Aunque ya hemos señalado que esta epístola es principalmente para niños en Cristo, en ella también hay alimento espiritual para jóvenes y padres. El texto aquí se dirige a los vencedores, a quienes Juan llama jóvenes en 2:12-14. En Apocalipsis 12:11, Juan nos muestra las tres claves para vencer a Satanás: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. En los últimos tiempos, el pueblo de Dios vencerá por la sangre del Cordero, por la palabra de su testimonio y por menospreciar sus vidas hasta la muerte. 5:5 – ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Es decir, que nuestra fortaleza viene por medio de declarar nuestra fe. Para enfatizar esto, Juan formula una pregunta retórica. Nuestra fe en Cristo es nuestro bien más preciado. Debemos asegurarnos que brille intensamente en nuestro interior como resultado del testificar fervientemente de Cristo y recibir de Él verdades frescas cada día. 5:6 – Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad.

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Jesús vino mediante agua y sangre. Al decir “mediante agua”, Juan se refiere al nacimiento natural de Cristo; y “mediante sangre”, se refiere a que efectivamente Jesús vino en la carne y murió en la carne. El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad, como declaró el Señor Jesucristo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:13, 14).

Los tres testigos (5:7-13) 5:7 – Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. La doctrina de la Trinidad distingue al cristianismo de todas las demás religiones, en que define claramente a la Deidad como tres en uno. El Padre Cuando consideramos a la Deidad, debemos entender que aunque son iguales, el Padre es el principal. Él es el origen de todas las cosas. La expresión “por cuanto agradó al Padre” (Col. 1:19) resume las enseñanzas de los Evangelios y las epístolas. El Padre no solo es supremo, sino que hace todas las cosas de acuerdo a Su voluntad.

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El Verbo (o el Hijo) Juan presenta a Jesús, el Hijo de Dios, como “el Verbo hecho carne”. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. En Juan 1:14 leemos: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. Jesús es el Verbo de Dios y manifestó la Palabra por medio de Su vida. De la misma manera, Dios quiere que tengamos Su Palabra en nuestros corazones para que seamos epístolas vivientes conocidas y leídas por todos los hombres (2 Co. 3:2). El Espíritu Santo El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad, y como sucedería en cualquier familia, el miembro menor es protegido por los otros. Él es el Consolador. Jesús dijo en Juan 16:13, 14: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber”. En Marcos 3:28, 29 Jesús muestra la importancia del Espíritu Santo: “Todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno”. (La persona, vida, y ministerio del Espíritu Santo se tratan con más detalle en nuestro libro titulado El Espíritu Santo.)

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5:8 – Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan. Ahora Juan escribe sobre tres testigos que testifican de la verdad. El Espíritu Santo está en primer lugar porque es quien confirma a los otros dos miembros de la Deidad. En la búsqueda de la interpretación no podemos apartarnos de la interpretación del versículo 6, ya que al hacerlo estaríamos transgrediendo las leyes de la hermenéutica. Los significados de los tipos no se cambian en el mismo contexto. Por lo tanto, el agua habla del nacimiento natural de Jesús y la sangre habla de Su vida como el Hijo del Hombre. 5:9 – Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. Este versículo confirma la interpretación del anterior. Juan ciertamente habla del testimonio que el Espíritu Santo da del Señor Jesús. Dios mismo testificó de Su amado Hijo al hablarnos a través de Él (He. 1:2). 5:10 – El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Cuando creemos en Jesús, el Espíritu Santo da testimonio a nuestro espíritu que verdaderamente somos hijos de Dios. Sin embargo, el terrible juicio para los incrédulos es que, por no aceptar el testimonio irrefutable de Dios, están declarando

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con sus hechos que Él es mentiroso. Quizá podamos imaginar su terrible vergüenza en la silla del juicio, cuando sean confrontados por su pecado. Verán al bendito Hijo de Dios, al que negaron, sentado en toda Su gloria, a la diestra de Dios. La razón para la reiteración constante del hecho de que Jesús es el Hijo, es que falsas doctrinas que se habían introducido en la iglesia primitiva afirmaban que Jesús no era el Hijo de Dios. Es una incoherencia profesar creer en Dios y negar el testimonio que el Padre da del Hijo, como hacían los opositores de Juan. Esto es lo que sucede con muchas falsas religiones en la actualidad. Profesan creer en Dios, pero niegan al Hijo. Por lo tanto, no pueden recibir vida eterna. 5:11 – Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. Podríamos pensar que esta repetición es innecesaria. Sin embargo, he viajado mucho por otras tierras y he oído a líderes cristianos decir que quienes adoran ídolos y sostienen otras creencias van al cielo. Esto sugiere que estas personas no estaban lo suficientemente arraigadas y cimentadas en la fe. Jesús mismo afirmó claramente que él es el Camino, la Verdad, y la Vida, y que nadie llega al Padre sino por Él (ver Juan 14:6). 5:12 – El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Toda vida está en el Hijo, y sin Jesús nadie puede ser salvo. Ninguna otra religión tiene el mensaje de salvación.

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5:13 – Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios. Aquí Juan declara la razón fundamental para escribir la epístola. Este es el mensaje que debemos transmitir al mundo. Solo hay un camino para recibir vida eterna, y es por medio de Cristo. En Hechos 4:12 leemos lo siguiente con respecto a Jesús: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.

La confianza en el poder de la oración (5:14-16) 5:14 – Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. El énfasis de la relación está puesto en la oración, ya que la confianza y la seguridad vienen juntas cuando oramos. 1. Debemos saber con certeza que Él nos oye. 2. Debemos saber que estamos pidiendo de acuerdo a Su voluntad. Esto, en verdad, solo es posible si conocemos al Señor íntimamente. 5:15 – Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.

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Como declaró el Señor: “Porque todo aquel que pide, recibe” (Lc. 11:10). Esto se refiere a los que son Sus verdaderos discípulos, quienes caminan a la luz de Su Palabra. El rey David pudo decir con absoluta confianza en Salmos 38:15: “Porque en ti, oh Jehová, he esperado; tú responderás, Jehová Dios mío”. Sin embargo el rey David también dijo en Salmos 66:18: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”. La confianza en la oración proviene de caminar en rectitud y de tener una relación íntima con el Señor. 5:16 – Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. El pecado lleva a la muerte. Cuando nos enteramos que un hermano creyente ha pecado debemos orar por él, para que Dios en Su infinita misericordia le dé vida. Sin embargo, lo que tiene perplejos a los teólogos es que se nos prohíba orar por quienes han cometido pecado de muerte. Quizá el versículo siguiente nos aclare parcialmente este punto.

La libertad del pecado y de la idolatría (5:17-21) 5:17 – Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte. Somos los frágiles descendientes de Adán, y a menudo somos propensos a errar en cuanto a las normas de Dios para nuestras vidas.

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La definición de pecado en el griego original es “errar al blanco”. A menudo pecamos porque somos débiles, pero en realidad no queremos pecar. Esta es la clase de pecado que es “no de muerte”. El pecado que es de muerte es el deliberado y habitual. Clasificar los pecados de esta manera no es sabio, pero, sin duda, los que se mencionan en Gálatas 5:19-21 prohíben claramente que una persona entre al reino de los cielos a menos que, por supuesto, se arrepienta de ellos y deje de practicarlos. Citamos los escritos de Pablo: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gá. 5:19-21). Pablo no deja lugar a dudas en cuanto a quienes cometen tales iniquidades. 5:18 – Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca. Ciertamente, el propio pueblo de Dios no debiera participar en estos pecados, sino andar de tal manera que no formen parte de sus vidas. Por lo tanto, el pecado no tiene dominio sobre ellos y tampoco el maligno tiene parte en sus vidas, como el Señor mismo dijo: “Porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Jn. 14:30).

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5:19 – Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Este versículo nos ayuda a distinguir claramente entre quiénes son de Dios y quiénes están en el mundo. El mundo ama lo suyo. La gente mundana aprueba las acciones de los malvados mientras ellos mismos no sean perjudicados. El mundo no juzgará a los suyos. Como cristianos, no debemos esperar justicia de este mundo y su sistema judicial. De hecho, esta edad culminará con el anticristo haciendo guerra abiertamente contra los cristianos. 5:20 – Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna. Somos realmente bendecidos por el hecho de que Jesús haya venido a hacernos conocer el camino a la vida eterna, aunque este conocimiento también nos ayuda a comprender el presente sistema mundial y su final. Los eventos actuales no deben preocuparnos; no debemos desanimarnos cuando los malvados escapan al juicio, porque conocemos su fin. 5:21 – Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén. Esta epístola termina adecuadamente con una advertencia para guardarse de los ídolos. Muchos cristianos en el mundo occidental no creen que esto se aplique a ellos, porque no adoran ídolos como sucede en las culturas orientales.

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Sin embargo, los ídolos pueden tomar diversas formas. La definición de ídolo es cualquier cosa que adoremos o amemos más que a Dios, u ocupe un lugar de mayor privilegio. Los ídolos no son simplemente imágenes o estatuas de madera, piedra o metales preciosos. Cualquier cosa puede convertirse en un ídolo en nuestra vida si le permitimos ocupar un lugar superior a Dios, y esto incluye a personas, nuestra familia, nuestro ministerio, nuestro trabajo, pasatiempos y dinero. En cuanto a los ídolos del corazón, leemos en Ezequiel 14:35: “Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos? Háblales, por tanto, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: Cualquier hombre de la casa de Israel que hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniere al profeta, yo Jehová responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos, para tomar a la casa de Israel por el corazón, ya que se han apartado de mí todos ellos por sus ídolos”. Nunca permitamos que cosa alguna sea más importante que el Señor en nuestras vidas. Pidámosle continuamente que purifique nuestros corazones de todo lo que sea más importante que Él.

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La Segunda Epístola de Juan

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Bosquejo 1. Saludo (1-3) 2. El andar en la verdad y en amor (4-6) 3. Falsos maestros y falsas doctrinas (7-11) 4. Bendición (12, 13)

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Introducción En esta epístola, Juan se presenta simplemente como el anciano. La sencilla razón es que, evidentemente, el receptor de la carta sabía que Juan era el autor. El título “anciano” en la era de la Iglesia primitiva estaba reservado no solo para las personas de edad avanzada, sino también para los líderes de congregaciones, y en este caso particular, para alguien muy destacado. El apóstol Pedro utiliza este título cuando escribe acerca de sí mismo: “Yo anciano también” (1 Pedro 5:1).

Saludo (1:1-3) 1:1 – El anciano a la señora elegida y a sus hijos, a quienes yo amo en la verdad; y no sólo yo, sino también todos los que han conocido la verdad. No se menciona el nombre de la señora a la que Juan escribió. Algunos eruditos han sugerido que escribió a una iglesia, lo cual parece ser una espiritualización innecesaria, en vista de que Juan envía saludos de la hermana de la señora y de sus hijos. Además, la lógica apoyaría esta idea, ya que la tercera epístola de Juan está claramente dirigida a una persona. Esta señora puede haber sido una viuda en cuya casa se reunía la iglesia. En el Nuevo Testamento hay muchos ejemplos de mujeres piadosas usadas por Dios. Son ejemplos María y

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Marta, quienes poseían una casa en la que Jesús fue huésped; Priscila (Ro. 16:3) y Lidia (Hechos 16:14). En muchos países, mujeres abrieron sus casas a congregaciones que fueron beneficiadas con su hospitalidad. El título la señora elegida significa simplemente alguien a quien Dios ha elegido por Su gracia, o más sencillamente, una persona que es salva. Obviamente, esta señora era muy amada y apreciada por el apóstol y sus hermanos cristianos. Esto nos recuerda a otro santo, Filemón, en cuya casa se reunía la iglesia en Colosas. Este también era muy amado por el apóstol Pablo y otros creyentes. La Biblia describe a estos maravillosos cristianos como ejemplos a seguir en cuanto a hospitalidad y vida cristiana generosa. 1:2 – A causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará para siempre con nosotros. Debemos tener presente que la verdad no es abstracta; reside en la persona de Cristo. Jesús dijo en Juan 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. El Señor Jesucristo es la verdadera encarnación de la verdad, y estamos completos en Él (Col. 2:10). Ahora, Juan usa el saludo tradicional de la Iglesia primitiva. 1:3 – Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor. Al expresar verbalmente nuestro deseo de que la gracia de Dios sea con alguien, estamos diciendo a la persona que saludamos, que deseamos que la fortaleza de Dios sea su

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porción para poder llevar a cabo la tarea de Dios para ella en ese día. En su misericordia, Dios mostrará a las personas Su bondad a pesar de que, por supuesto, no la merecen. Es similar a la acción de sacar a alguien de un pozo en el que ha caído por su propio error, a pesar de reiteradas advertencias. “Paz” es otro saludo muy familiar que se ha conservado en Israel aun hasta nuestros días, en el tradicional saludo judío “Shalom”. Significa más que simplemente desear a alguien que tenga un día pacífico. Incluye la idea de prosperidad en el área del cuerpo, el alma y el espíritu, como así también bendición económica. Juan agrega que su deseo para que esta piadosa señora reciba una bendición proviene del Padre y del Hijo, acunado en amor y verdad. Cuán importante es que vivamos vidas llenas de amor y verdad, para que de nuestro ser interior fluya la bendición del Dios Trino. En otras palabras, que podamos disfrutar las bendiciones del pacto con Abraham, a quien dijo Dios en Génesis 12:2: “Y serás bendición”.

El andar en la verdad y en amor (4-6) 1:4 – Mucho me regocijé porque he hallado a algunos de tus hijos andando en la verdad, conforme al mandamiento que recibimos del Padre. Uno de los mayores gozos, tanto de un padre humano como de un padre espiritual, es saber que sus hijos andan en la verdad. Esto llena de inmensa alegría el corazón de un padre.

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1:5 – Y ahora te ruego, señora, no como escribiéndote un nuevo mandamiento, sino el que hemos tenido desde el principio, que nos amemos unos a otros. Juan regresa al tema del amor. El mandamiento de amarnos unos a otros es, en un sentido, un mandamiento nuevo, porque Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Pero en otro sentido, no es nuevo, porque lo que Dios ha deseado siempre, desde el principio mismo de los tiempos, es que lo amemos a Él y nos amemos unos a otros. El primer mandamiento, de amar a Dios con todo nuestro corazón, fue dado por Dios en el Antiguo Testamento, en Deuteronomio 30:6: “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas”. Y el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos se encuentra en Levítico 19:18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Por esta razón, Juan dice que el amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos no es un mandamiento nuevo. 1:6 – Y este es el amor, que andemos según sus mandamientos. Este es el mandamiento: que andéis en amor, como vosotros habéis oído desde el principio. Por lo tanto, el verdadero amor es guardar los mandamientos de Dios. Sin embargo, quisiéramos ahora analizar brevemente la naturaleza del amor como lo define la Biblia. En 1 Corintios

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13:4-8 leemos que el amor es dulce y amable para con todos. El fruto del Espíritu expresa la naturaleza del amor. El amor es gozoso y produce un espíritu de regocijo. Asimismo es paciente y sereno, es sufrido y todo lo soporta. Es tierno como una enfermera solícita que atiende a un niño enfermo. Está lleno de la bondad de Dios, es incapaz de pensar o hacer mal a nadie. Se mantiene firme en la fe, todo lo cree y todo lo espera. Es humilde, no busca lo suyo y adopta una santa actitud de aceptación de todas las cosas como permitidas por un Padre celestial amoroso. El amor es mesurado en todas las cosas, no hace nada indebido y no causa tropiezo. Frente a lo expresado, podemos entender claramente por qué Pablo llama al amor el vínculo perfecto.

Falsos maestros y falsas doctrinas (7-11) 1:7 – Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Juan deja ahora su tema favorito para hacernos una oportuna advertencia. Si la verdad nos hace libres, como dijo Jesús en Juan 8:32, entonces lo opuesto de esta declaración también debe ser verdad: las mentiras y falsas doctrinas nos ciegan y provocan que nos apartemos del camino recto. Pablo, al hablar de quienes adoraban a los ángeles y perdieron de vista a Cristo, la Cabeza de la Iglesia, advierte en Colosenses 2:18: “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los

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ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal”. De modo que la mentira puede, efectivamente, disminuir o aun hacernos perder nuestra herencia celestial y, en casos extremos, hasta llevarnos al mismo infierno. 1:8 – Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo. Debemos darnos cuenta que seguir a los maestros y predicadores equivocados puede causarnos perjuicio eterno. Pida a Dios discernimiento para asistir a una iglesia que enseñe la verdad y todo el consejo de Dios. Juan nos exhorta a prestar atención, para que recibamos un galardón completo. Booz dijo a Rut: “Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rut 2:12). No queremos recibir solo una porción de nuestra recompensa y herencia celestiales; queremos nuestro “galardón completo”. Queremos todo lo que Dios nos ha prometido. Los hijos de Israel no recibieron su galardón completo. Todos, menos dos hombres de la primera generación, Josué y Caleb, murieron en el desierto y jamás entraron en la tierra prometida. Y después que entraron a la tierra, las tribus de Israel no llegaron a poseer toda la herencia que Dios quería para ellos. Leemos en Josué 13:1: “Siendo Josué ya viejo, entrado en años, Jehová le dijo: Tú eres ya viejo, de edad avanzada, y

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queda aún mucha tierra por poseer”. No queremos perder ni una porción de nuestra herencia. Poseamos toda nuestra herencia y nuestro galardón completo. 1:9 – Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo. Las falsas doctrinas pueden privarnos de la comunión con Cristo y el Padre. ¿Ve usted la importancia de la doctrina correcta, y el rol que tiene en nuestras vidas ahora y para toda la eternidad? La verdad nos permite disfrutar de comunión con el Padre y el Hijo. 1:10 – Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Los pastores no deben permitir que los propagadores de falsas doctrinas prediquen en sus iglesias. Es como permitir que alguien siembre malezas en el jardín de nuestro corazón. Lleva mucho tiempo arrancar y destruir las malezas. Pastores, cuiden sus púlpitos con diligencia, y sobre todo, no den la bienvenida a los que propagan la impiedad y doctrinas de demonios. 1:11 – Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras. Pablo dice en 1 Timoteo 5:22: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro”. Esto se aplica tanto a la pureza de la doctrina como a la moralidad.

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Bendición (1:12, 13) 1:12 – Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido. Debo decir que entiendo perfectamente lo que el apóstol dice aquí al final de su carta. Escribir no es lo mismo que hablar con alguien cara a cara. Al hablar personalmente con alguien podemos percibir el espíritu del otro y explicar con claridad nuestro punto de vista. Aun en estos tiempos de teléfonos, máquinas de fax y correo electrónico, nada sustituye el hablar personalmente con alguien. 1:13 – Los hijos de tu hermana, la elegida, te saludan. Amén. Qué maravilloso es tener una atmósfera familiar en nuestras iglesias de manera que podamos enviarnos mutuamente saludos de familiares, y otros hermanos y hermanas en Cristo. Esto crea un pedacito de cielo aquí en la tierra.

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La Tercera Epístola de Juan

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Bosquejo 1. Elogios a Gayo (1-4) 2. La virtud de la hospitalidad (5-8) 3. La condena de Diótrefes (9-11) 4. Demetrio, el hombre de buen testimonio (12) 5. Conclusión (13-15)

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Introducción Esta carta está dirigida a Gayo, y es una de las pocas epístolas dirigidas directamente a una persona por nombre. Aunque el nombre Gayo se menciona otras cuatro veces en la Biblia, debemos recordar que era tan común como lo son en la actualidad nombres como Pedro y Juan. De modo que no podemos relacionar al Gayo de la Tercera carta de Juan con otras personas en la Biblia que tienen el mismo nombre. Para fines de estudio, citaremos las referencias bíblicas a los otros Gayo: Hechos 19:29 – “Y la ciudad se llenó de confusión, y a una se lanzaron al teatro, arrebatando a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de Pablo”. Hechos 20:4 – “Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo”. Romanos 16:23 – “Os saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia. Os saluda Erasto, tesorero de la ciudad, y el hermano Cuarto”. 1 Corintios 1:14 – “Doy gracias a Dios de que a ninguno de vosotros he bautizado, sino a Crispo y a Gayo”.

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A través de estas referencias podemos observar que Pablo con toda certeza era el padre en Cristo del Gayo al que hace referencia, mientras que el Gayo de Tercera Juan era el hijo espiritual del apóstol Juan. Por lo tanto, no puede tratarse de la misma persona.

Elogios a Gayo (1:1-4) 1: 1 – El anciano a Gayo, el amado, a quien amo en la verdad. Gayo era una persona muy querida para el apóstol Juan. Qué hermoso elogio de parte de Juan, aquel que fue tan perfeccionado en el amor. Por lo tanto, Gayo sirve como ejemplo de amor para nosotros. 1: 2 – Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. La verdadera prosperidad cristiana puede entenderse como el completo bienestar del cuerpo, el alma y el espíritu del creyente. Es un estado en el cual todas nuestras necesidades son suplidas y gozamos de las bendiciones del Señor. Sin embargo, algunas personas han interpretado que esto quiere decir “tomar la piedad como fuente de ganancia” (1 Ti. 6:5), aunque Pablo nos advierte que nos alejemos de tales personas. 1: 3 – Pues mucho me regocijé cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en la verdad. Como escribió Salomón en Proverbios 15:30, las buenas noticias “renuevan las fuerzas”. Podemos comprender

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claramente por qué el corazón del apóstol se había alegrado por el testimonio de quienes visitaron a Gayo. Cuando consideramos este elogio debemos tener presente que esta es la clase de testimonio que se requiere de todos los líderes de la iglesia, como leemos en 1 Timoteo 3:7: “También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo”. 1:4 – No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad. Aquí vemos nuevamente en Juan el corazón de un padre. ¿Cuál es el mayor deleite de un padre? Seguramente, el saber que sus hijos andan en el camino del Señor.

La virtud de la hospitalidad (1:5-8) 1: 5-8 – Amado, fielmente te conduces cuando prestas algún servicio a los hermanos, especialmente a los desconocidos, los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje. Porque ellos salieron por amor del nombre de El, sin aceptar nada de los gentiles. Nosotros, pues, debemos acoger a tales personas, para que cooperemos con la verdad. En este pasaje, el apóstol alaba a Gayo por su hospitalidad, al ocuparse no solo de los creyentes de su iglesia sino también de otros cristianos.

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A través de los comentarios del apóstol descubrimos el estilo de vida de los ministros itinerantes en la Iglesia primitiva. Estos dependían de la bondad de los creyentes para cubrir sus necesidades. Aparentemente, se negaban a aceptar ayuda de los incrédulos. Por esta razón, Juan exhorta a apoyar a estos predicadores itinerantes. Debemos orar para que Dios nos dé un corazón compasivo y una mano generosa para participar en este bendito ministerio de la hospitalidad. Ciertamente era muy real en la Iglesia del Nuevo Testamento, ya que leemos de otro Gayo que vivió en Corinto, quien demostró gran bondad al hospedar al apóstol Pablo y sus compañeros (Ro. 16:23). En aquellos tiempos, el servicio de los mesones era tan notablemente malo, que Platón comparó a los mesoneros con piratas que acechaban a sus huéspedes. Por eso, aun entre los incrédulos, existía la tendencia a practicar la virtud de la hospitalidad con los forasteros, recibirlos en sus casas y luego ayudarlos para que continúen su camino. No debemos tener en poco que el Nuevo Testamento abunde en exhortaciones a los cristianos a manifestar bondad y hospitalidad. Citaremos aquí algunas de ellas: Romanos 12:13 – “Compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad”. 1 Timoteo 3:2 – “Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar”.

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1 Timoteo 5:10 – “Que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos; si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra”. Tito 1:8 – “Sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo”. Hebreos 13:2 – “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. 1 Pedro 4:9 – “Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones”.

La condena de Diótrefes (1: 9-11) 1: 9-11 – Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia. Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios. En estos pocos versículos se nos presenta a Diótrefes, quien es lo opuesto de Gayo. Este hombre es una advertencia para todas las generaciones, de un líder de iglesia o un pastor cuyo carácter contradice su llamado. Un verdadero pastor debe mostrar las virtudes de Cristo, el Buen Pastor. Diótrefes manifestó las características de

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aquellos pastores de Israel que el Señor condenó en Ezequiel 34:2-6, porque devoraban a las ovejas.Dios dejó claro que les pediría cuenta de su conducta y haría que cesaran en su llamamiento pastoral. Amados, recordemos la advertencia del apóstol Santiago: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Stg. 3:1).Permitamos que quienes hayan recibido algún encargo de supervisión en la Iglesia hagan la voluntad del Señor. La ley de la bondad debe fluir de nuestros labios, y nuestro corazón debe ser estar lleno de amor y preocupación por el rebaño. La naturaleza de Diótrefes es característica de muchos pastores que han dejado la senda de justicia y han caído en alguna forma de pecado, ya sea de inmoralidad sexual, envidia, celos, odio u orgullo. Estos ejercen tiranía sobre la heredad de Dios (1 P. 5:3). Asumen poderes casi dictatoriales, de modo que son ley para sí mismos, haciendo que todo el que no esté de acuerdo con ellos sea echado de la congregación o comunidad. Estos se transforman literalmente en tiranos y controlan a todos los que están debajo de ellos. Por lo general, a estos el Señor después los hiere con alguna forma de falsa doctrina, de modo que su labor se hace nula y vacía, sin producir fruto de perfección. Que prestemos atención a esta advertencia y no seamos como Diótrefes, sino, por el contrario, que abundemos en frutos del Espíritu como Gayo. Busquemos ser muy amados por Dios, como lo fue Daniel (ver Dn. 10:11).

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El apóstol dejó claro que pondría en orden la situación cuando tuviera oportunidad de visitar la congregación. Pareciera como si en ese momento Gayo no tuviera la autoridad o fortaleza de carácter para solucionar el problema por sí mismo, aunque, según la tradición, llegó a ser más tarde Obispo de Pérgamo. Quienes tienen autoridad apostólica deben asegurarse que el rebaño bajo su cuidado esté protegido de los lobos vestidos de ovejas.

Demetrio, el hombre de buen testimonio (1:12) 1:12 – Todos dan testimonio de Demetrio, y aun la verdad misma; y también nosotros damos testimonio, y vosotros sabéis que nuestro testimonio es verdadero. Demetrio era verdaderamente un vaso elegido de Dios, de quien todo aquel que lo conocía hablaba bien. Es un elogio poco frecuente y habla de un hombre amable y dulce para con todos. No solo esto, sino que por causa de su testimonio otros reconocieron la verdad de Dios. El mismo apóstol también confirma esto. Ciertamente, Demetrio tenía también un buen testimonio de parte de quienes velaban por su alma (He. 13:17).

Conclusión (1:13-15) 1:13-15 – Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. La paz sea contigo. Los amigos te saludan. Saluda tú a los amigos, a cada uno en particular.

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Para finalizar, no debemos pasar por alto esta importantísima verdad: Aun en estos días de teléfonos, máquinas de fax y correo electrónico, no podemos comunicar desde la distancia nuestros pensamientos más profundos sobre cualquier tema de la iglesia. Todavía existe la necesidad de esperar hasta el momento de poder sentarse y hablar las cosas cara a cara. De hecho, mientras escribo este libro, me encuentro en esta situación. Debo viajar una gran distancia en avión, a un país lejano, para intentar resolver un problema entre dos ministros. En esta oportunidad, el apóstol Juan también debía emprender un viaje que le demandaba un esfuerzo importante. La epístola termina brindándonos un panorama de la atmósfera que rodeaba a los amigos íntimos de este gran Apóstol del Cordero: una atmósfera de amistad y amor. Era en verdad muy similar a la relación que existió entre nuestro Señor y Sus discípulos. Jesús dijo: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Jn. 15:15). Oh, qué dulce y bendita comunión tenemos con el Señor y otros hermanos cuando caminamos en amistad y amor con Él. Es como el cielo en la tierra y de mucho agrado para nuestro Señor Jesús al morar en medio de nosotros.

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Epílogo Al meditar en estas tres breves epístolas de Juan podemos vislumbrar lo que era la vida dentro de la iglesia primitiva. No todo era armonía. Había falsas doctrinas que necesitaban ser denunciadas, que podrían haber destruido la fe pura de los creyentes. De modo que el apóstol Juan debía revelar el error de esas doctrinas y reafirmar el verdadero evangelio de Jesucristo. Ciertos ancianos (o pastores) se habían apartado de la senda del amor y debían ser disciplinados para que todos temieran. Además, era evidente que algunos temas solo podían ser tratados por el apóstol Juan, ya que otros no tenían el poder o la autoridad necesarios para abordarlos. Estas cartas nos permiten conocer la existencia de ciertos problemas que no solo son de aquel tiempo, sino que de una u otra manera existieron a lo largo de toda historia de la Iglesia, y aún existen en la actualidad. Indudablemente, se incrementarán en estos últimos tiempos, a medida que el pecado aumenta y espesas tinieblas cubren la tierra. Sin embargo, cuando los problemas entran en nuestras congregaciones, debemos cobrar ánimo y recordar lo que nos dice 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que

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dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. Ciertamente no hay nada nuevo bajo el sol. En la Iglesia primitiva hubo problemas, y con toda seguridad también los habrá en la Iglesia de los últimos tiempos. Enfrentémoslos con valentía, corrigiendo lo que se necesita corregir y reafirmando lo que está bien. Si somos llamados a ser ministros, enseñemos la verdad en amor, siendo buenos pastores a las órdenes del Buen Pastor, y protegiendo el rebaño. ¡Que el Señor nos dé gracia para ser fieles hasta el fin, como lo fue Juan!

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Otros libros escritos por por el Dr. Brian J. Bailey Comentarios sobre los libros de la Biblia Génesis: El libro de los orígenes El Viaje de Israel El Tabernáculo de Moisés Rut: La novia gentil de Cristo Estudios sobre las vidas de David y Salomón Las tres casas de Esther Salmos I: Capítulos 1-50 El libro de lamentaciones El carro del trono de Dios: Una exposición del libro de Ezequiel Daniel Profetas Menores I: La restauración de los caídos (Oseas) El Evangelio de Juan Romanos: Más que vencedores Soldados de Cristo: Una exposición de la epístola de Pablo a los Efesios Dando en el blanco: Una exposición de la epístola a los Filipenses Colosenses y Filemón: La Senda de la Santidad Hebreos: Detrás del velo Las dos Sabidurías: La epístola de Santiago Las Epístolas de Juan Apocalipsis

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Otros títulos Pilares de la fe El Espíritu Santo La vida de Cristo La Segunda Venida: Una exposición de la segunda venida del Señor

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