5 La Torre de Nerón

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Copyright © 2020 by Rick Riordan All rights reserved. Published by Disney • Hyperion, an imprint of Buena Vista Books, Inc. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording, or by any information storage and retrieval system, without written permission from the publisher. For information address Disney • Hyperion, 125 West End Avenue, New York, New York 10023. Designed by Joann Hill Cover design by Joann Hill Cover illustration © 2020 by John Rocco ISBN 978-1-368-00145-8 Visit www.DisneyBooks.com Follow @ReadRiordan

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Índice Dedicatoria

Capítulo 22

Capítulo 1

Capítulo 23

Capítulo 2

Capítulo 24

Capítulo 3

Capítulo 25

Capítulo 4

Capítulo 26

Capítulo 5

Capítulo 27

Capítulo 6

Capítulo 28

Capítulo 7

Capítulo 29

Capítulo 8

Capítulo 30

Capítulo 9

Capítulo 31

Capítulo 10

Capítulo 32

Capítulo 11

Capítulo 33

Capítulo 12

Capítulo 34

Capítulo 13

Capítulo 35

Capítulo 14

Capítulo 36

Capítulo 15

Capítulo 37

Capítulo 16

Capítulo 38

Capítulo 17

Capítulo 39

Capítulo 18

Glosario

Capítulo 19

Más sobre Rick Riordan

Capítulo 20

A las Crónicas Mestizas

Capítulo 21

Acerca del Autor

Para Becky, Cada viaje me lleva a casa contigo

1 Amigo serpiente de dos cabezas Interfiriendo mi paseo tranquilo Además, los zapatos de Meg apestan.

AL VIAJAR POR WASHINGTON, DC., uno espera ver algunas serpientes con ropa humana. Sin embargo, me preocupé cuando un boa constrictor de dos cabezas subió a nuestro tren en Union Station. La criatura se había enroscado a través de un traje de negocios de seda azul, colocando su cuerpo en las mangas de la camisa y en las piernas del pantalón para aparentar las extremidades humanas. Dos cabezas sobresalían del cuello de su camisa de vestir como periscopios gemelos. Se movió con notable gracia, por lo que era básicamente un animal de globo de gran tamaño, tomando asiento en el extremo opuesto del vagón, mirando hacia nuestra dirección Los otros pasajeros lo ignoraron. Sin duda, la Niebla distorsionó sus percepciones, haciéndolos ver a otro viajero más. La serpiente no hizo movimientos amenazantes. Ni siquiera nos miró. Por lo que sabía, él era simplemente un monstruo rígido en su camino a casa. Sin embargo, no podía asumirlo… Le susurré a Meg: —No quiero alarmarte... —Shh—, dijo.

Meg se tomó en serio las reglas del vagón silencioso1. Desde que abordamos, la mayor parte del ruido en el vagón provenía de Meg al callarme cada vez que yo hablaba, estornudaba o aclaraba mi garganta. —Pero hay un monstruo—, insistí. Levantó la vista de su revista gratuita, Amtrak, y alzó una ceja por encima de sus gafas de ojo de gato con diamantes de imitación: — ¿Dónde? Apunté con la barbilla hacia la criatura. Cuando nuestro tren se alejó de la estación, su cabeza izquierda miró distraídamente por la ventana. Su cabeza derecha movió su lengua bífida en una botella de agua sostenida en el lazo que pasaba por su mano. —Es una anfisbena—, susurré, luego agregué amablemente, —una serpiente con una cabeza en cada extremo. Meg frunció el ceño, luego se encogió de hombros, lo cual interpreté como: “Se ve bastante tranquilo”. Luego volvió a leer. Reprimí el impulso de discutir. Principalmente porque no quería que me volviera a callar. No podía culpar a Meg por querer un paseo tranquilo. La semana pasada nos abrimos paso a través de una manada de centauros salvajes en Kansas, enfrentamos un enojado espíritu de hambruna en la bifurcación más grande del mundo en Springfield, Missouri (no obtuve una selfie), y superamos a un par de dragones azules de Kentucky que nos persiguieron varias veces por Churchill Downs. Después de todo eso, una serpiente de dos cabezas con traje quizás no era motivo de alarma. Ciertamente, no nos estaba molestando en este momento.

1

Vagón especial en algunos trenes en los que: no se puede hablar por teléfono, todos los dispositivos electrónicos deben ir sin sonido, hay que usar los auriculares y las conversaciones han de ser breves y en tono bajo.

Traté de relajarme. Meg enterró su rostro en su revista, deslumbrada por un artículo sobre jardinería urbana. Mi joven compañera se había vuelto más alta con el transcurso de los meses, pero todavía era lo suficientemente bajita como para apoyar cómodamente sus zapatos rojos en el respaldo frente a ella. Cómodo para ella, quiero decir, no para mí o para los demás pasajeros. Meg no se había cambiado los zapatos desde que corrimos por la pista carreras, y se veían y olían como la parte trasera de un caballo. ¡Al menos había cambiado su andrajoso vestido verde por los jeans Dollar General y una camiseta de “Los unicornios mandan” de color verde! Camiseta que había comprado en la tienda de regalos del Campamento Júpiter. Con el corte de pelo pageboy comenzando a crecer y una espinilla rojo furioso estallando en su barbilla, ya no parecía una niña del kindergarten. Parecía casi de su edad: una niña de sexto grado entrando en el círculo del infierno conocido como pubertad. No había compartido esta observación con Meg. Por un lado, tenía que preocuparme por mi propio acné. Por otro lado, como mi ama, Meg literalmente podía ordenarme que saltara por la ventana y me vería obligado a obedecer. El tren rodó por los suburbios de Washington. El sol de la tarde parpadeaba entre los edificios como la lámpara de un viejo proyector de películas. Era un momento maravilloso del día, cuando un dios del sol debería estar terminando su trabajo, regresando a los viejos establos para estacionar su carro, y luego a su palacio con una copa de néctar, unas pocas docenas de ninfas adoradoras y una nueva temporada de “Las verdaderas diosas del Olimpo” para ver por horas.

Aunque no para mí. Yo conseguí un asiento crujiente en un tren de Amtrak y horas para ver los zapatos apestosos de Meg. En el extremo opuesto del vagón, la anfisbena todavía no hacía movimientos amenazantes… a menos que uno considere que beber agua de una botella no reutilizable es un acto de agresión. ¿Por qué, entonces, me hormigueaban los vellos del cuello? No pude regular mi respiración. Me sentí atrapado en el asiento junto a mi ventana. Quizás estaba nervioso por lo que nos esperaba en Nueva York. Después de seis meses en este miserable cuerpo mortal, me estaba acercando al juego final. Meg y yo nos habíamos equivocado al cruzar Estados Unidos y regresar. Habíamos liberado antiguos oráculos, derrotado a legiones de monstruos y sufrido los horrores incalculables del sistema de transporte estadounidense. Finalmente, después de muchas tragedias, habíamos triunfado sobre dos de los malvados emperadores del Triunvirato, Cómodo y Calígula, en el Campamento Júpiter. Pero lo peor estaba por llegar. Regresábamos a donde comenzaron nuestros problemas: Manhattan, la base de Nerón Claudio César, el padrastro abusivo de Meg y mi violinista menos favorito. Incluso si de alguna manera logramos derrotarlo, una amenaza aún más poderosa acechaba en el fondo: mi archienemigo, Pitón, que se había establecido en mi sagrado oráculo de Delfos como si fuera un Airbnb 2de tasa baja. En los próximos días, o derrotaría a estos enemigos y volvería a ser el dios Apolo (suponiendo que mi padre Zeus lo permitiera) o moriría en el intento. De una forma u otra, mi tiempo como Lester Papadopoulos estaba llegando a su fin. 2

Empresa es una plataforma digital donde puedes encontrar alojamientos vacacionales y rentarlos, o en su defecto, ofrecerlos a turistas y particulares.

Quizás no era un misterio porqué me sentía tan agitado… Traté de concentrarme en la hermosa puesta de sol. Intenté no obsesionarme con mi lista de cosas por hacer o la serpiente de dos cabezas en la fila dieciséis.

Llegué a Filadelfia sin sufrir un ataque de nervios. Pero cuando salimos de la estación de la calle Treinta, dos cosas se hicieron claras para mí: 1) La anfisbena no salía del tren, lo que significaba que probablemente no era un viajero diario; 2) Mi radar de peligro estaba sonando más fuerte que nunca. Me sentí acosado. Tenía la misma sensación de hormigueo que solía tener cuando jugaba a las escondidas con Artemisa y sus Cazadoras en el bosque, justo antes de que saltaran del bosque y me acribillaran con flechas. Eso fue cuando mi hermana y yo éramos deidades más jóvenes y aún podíamos disfrutar de diversiones tan simples. Me arriesgué a mirar a la anfisbena y casi se me caen los jeans. La criatura me estaba mirando ahora, sus cuatro ojos amarillos sin parpadear y… ¿Estaban empezando a brillar? Oh no, no, no. Los ojos brillantes nunca son buenos. —Necesito salir—, le dije a Meg. —Shhh. —Pero esa criatura ¿Quieres comprobarlo? ¡Sus ojos brillan! Meg miró de reojo al señor Serpiente. —No, no lo están. Están destellando. Además, solo está sentado allí. —¡Él está sentado allí sospechosamente! El pasajero detrás de nosotros gesticuló: —¡Shhh! Meg me levantó las cejas: “Te lo dije.”

Señalé el pasillo y le hice un gesto a Meg. Ella puso los ojos en blanco, se desenredó de la posición de hamaca que había tomado y me dejó salir. —No comiences una pelea—, ordenó. Excelente. Ahora tendría que esperar a que el monstruo atacara antes de poder defenderme. Me quedé en el pasillo, esperando que la sangre volviera a mis entumecidas piernas. Quien hubiese inventado el sistema de circulación humana había hecho un mal trabajo. La anfisbena no se había movido. Sus ojos todavía estaban fijos en mí. Parecía estar en una especie de trance. Tal vez estaba acumulando su energía para un ataque masivo ¿Las anfisbenae hacían eso? Recorrí mi memoria en busca de datos sobre la criatura, pero se me ocurrió muy poco. El escritor romano Plinio afirmó que llevar una anfisbena bebé viva alrededor del cuello podría darte un embarazo seguro. (No es útil). Usar su piel podría hacerte atractivo para posibles parejas. (Hmm. No, tampoco es útil.) Sus cabezas pueden escupir veneno. ¡Ajá! Eso debe ser. ¡El monstruo se estaba recargando para un vómito venenoso de boca doble en el vagón del tren! ¿Qué debería hacer…? A pesar de mis estallidos ocasionales de poder y habilidad divina, no podía contar con uno cuando lo necesitaba. La mayoría de las veces todavía era un lamentable chico de diecisiete años. Podía recuperar mi arco y el carcaj del compartimento superior del equipaje. Estar armado sería bueno. Por otra parte, eso telegrafiaría mis intenciones hostiles. Meg probablemente me regañaría por reaccionar exageradamente. (Lo siento, Meg, pero esos ojos brillaban, no destellaban).

Si tan solo mantuviera un arma más pequeña, tal vez una daga, oculta en mi camisa, ¿Por qué no era el dios de las dagas? Decidí caminar por el pasillo como si simplemente estuviera en camino al baño. Si la anfisbena atacaba, gritaría. Esperaba que Meg dejase su revista el tiempo suficiente para venir a rescatarme. Al menos habría forzado la inevitable confrontación. Si la serpiente no hacia movimiento alguno, bueno, tal vez realmente era inofensiva. Luego iría al baño, porque realmente necesitaba hacerlo. Tropecé con mis hormigueantes piernas, lo que no ayudó a mi enfoque de "parecer casual". Pensé en silbar una melodía despreocupada, luego recordé todo el asunto del vagón silencioso. Cuatro filas me separaban del monstruo. Mi corazón martilleó. Esos ojos estaban de manera definitiva brillantes y definitivamente fijos en mí. El monstruo permaneció raramente inmóvil, incluso para un reptil. A dos filas de distancia, mi temblorosa mandíbula y mi cara sudorosa hicieron que pareciera difícil parecer indiferente. El traje de la anfisbena parecía caro y bien confeccionado. Probablemente, al ser una serpiente gigante, no podía usar ropa directamente del estante. Su reluciente piel de patrón de diamantes marrón y amarillo no parecía el tipo de cosa que uno podría usar para verse más atractivo en una aplicación de citas, a menos que uno salga con boa constrictora. Cuando la anfisbena hizo su movimiento, pensé que estaba preparado. Estaba equivocado. La criatura se lanzó con una velocidad increíble, atando mi muñeca con el lazo de su falso brazo izquierdo. Estaba demasiado sorprendido como para gritar. Si hubiera querido matarme, habría muerto. En cambio, simplemente apretó su agarre, deteniéndome en seco, aferrándose a mí como si se estuviera ahogando.

Él habló en un silbido doble que resonó en mi médula ósea: “El hijo de Hades, amigo de los corredores de cavernas, El camino secreto al trono debe mostrar. De Nerón sus vidas ahora dependen.”

Tan abruptamente como me había agarrado, me dejó ir. Los músculos ondularon a lo largo de su cuerpo como si estuviera hirviendo lentamente. Se sentó derecho, alargando sus cuellos hasta que estuvo casi nariz a nariz conmigo. El resplandor desapareció de sus ojos. —¿Qué estoy haciendo?— Su cabeza izquierda miró a su cabeza derecha. —¿Cómo? Su cabeza derecha parecía igualmente desconcertada. Me miró — ¿Quién es…? Espere, ¿Me perdí la parada de Baltimore? ¡Mi esposa me va a matar! Estaba demasiado sorprendido para hablar. Esas líneas que había hablado… Reconocí el metro poético. Esa anfisbena había entregado un mensaje profético. Me di cuenta de que este monstruo podría ser, de hecho, un viajero habitual que había sido poseído, secuestrado por los caprichos del Destino porque sí… Por supuesto. Él era una serpiente. Desde la antigüedad, las serpientes habían canalizado la sabiduría de la tierra, porque vivían bajo tierra. Una serpiente gigante sería especialmente susceptible a las voces oraculares.

No estaba seguro de qué hacer. ¿Debo disculparme con él por sus inconvenientes? ¿Debería darle una propina? Y si él no era la amenaza que había disparado mi radar de peligro, ¿Cuál era? Me salvé de una conversación incómoda, y la anfisbena se salvó de que su esposa lo matara, cuando dos ballestas volaron a través del carruaje y lo mataron, clavando los cuellos de la pobre serpiente contra la pared del fondo. Yo grité. Varios pasajeros cercanos me hicieron callar. La anfisbena se desintegró en polvo amarillo, dejando nada más que un traje bien hecho a medida. Levanté mis manos lentamente y me volteé como si girara sobre una mina terrestre. Casi esperaba que otro perno de ballesta perforara mi pecho. No había forma de que pudiera esquivar un ataque de alguien con tanta precisión. Lo mejor que pude hacer fue parecer no amenazante. Yo era bueno en eso. En el extremo opuesto del vagón había dos figuras descomunales. Uno era un Germanus, a juzgar por su barba y su cabello con cuentas desordenadas, su armadura de cuero y sus grebas y peto de oro imperial. No lo reconocí, pero había conocido a muchos de su clase recientemente. No tenía dudas para quién trabajaba. La gente de Nerón nos había encontrado. Meg todavía estaba sentada, sosteniendo sus mágicas cuchillas doradas de sica, pero el Germanus tenía el filo de su espada contra su cuello, alentándola a quedarse quieta. Su compañera era la tiradora de ballestas. Era incluso más alta y pesada, con un uniforme de conductor de Amtrak que no engañaba a nadie, excepto, aparentemente, a todos los mortales en el tren, que no le dieron una segunda mirada a los recién llegados. Bajo el sombrero de conductor, el cuero cabelludo de la tiradora estaba afeitado a los lados, dejando una brillante melena marrón en el centro que se enroscaba sobre su hombro en una cuerda trenzada. Su camisa de

manga corta se estiró tan apretada contra sus hombros musculosos que pensé que sus charreteras 3 y la placa con su nombre se reventarían. Sus brazos estaban cubiertos con tatuajes circulares entrelazados, y alrededor de su cuello había un grueso anillo dorado, un torque.4 No había visto uno de esos en años. ¡Esta mujer era una Gala5! La revelación hizo que mi estómago se congelara. En los viejos tiempos de la República romana, los Galos eran más temidos que los Germanus. Ella ya había recargado su doble ballesta y estaba apuntando a mi cabeza. Colgando de su cinturón había una variedad de armas: una gladius, un garrote y una daga. Oh, claro, ella sí consiguió una daga. Manteniendo sus ojos en mí, levantó la barbilla hacia su hombro, el signo universal de “Ven aquí o te dispararé.” Calculé mis probabilidades de correr por el pasillo y atacar a nuestros enemigos antes de que nos mataran a Meg y a mí. Cero. ¿Mis probabilidades de encogerme de miedo detrás de una silla mientras Meg se ocupaba de los dos? Un poco mejor, pero aún no era genial. Caminé por el pasillo, me temblaban las rodillas. Los pasajeros mortales fruncieron el ceño cuando pasé. Tan cerca como pude imaginar, pensaron que mi chillido había sido un disturbio indigno del vagón silencioso, y el conductor ahora me estaba llamando. El hecho

3

Hombrera militar de oro, plata, seda o lana cuyos hilos o flecos, cuelgan sobre la parte superior del brazo, sirviendo a un mismo tiempo de distintivo y de adorno. 4 Es un collar rígido y redondo, que está abierto en la parte anterior, como una herradura circular. 5 Galo, gala: persona nacida en la región de Galia, nombre romano que se le dio a la zona que ahora abarca a varios países de la Europa occidental.

de que el conductor empuñara una ballesta y acabara de matar a un serpentino de dos cabezas no parecía registrarse en ellos. Llegué a mi fila y miré a Meg, en parte para asegurarme de que estaba bien, en parte porque tenía curiosidad del por qué no había atacado. Normalmente, solo sostener una espada sobre la garganta de Meg no era suficiente para desanimarla. Ella estaba mirando en estado de shock a la Gala. —¿Luguselwa? La mujer asintió secamente, lo que me dijo dos cosas horribles: Primero, Meg la conocía. En segundo lugar, se llamaba Luguselwa. Mientras miraba a Meg, la ferocidad en los ojos de la Gala disminuyó un poco, de “Voy a matar a todos ahora” a “Voy a matar a todos pronto.” —Sí, retoño—, dijo la Gala —Ahora guarda tus armas antes de que Gunther se vea obligado a cortarte la cabeza.

2 ¿Pasteles para la cena? Tu Lester favorito nunca podría. Tengo que orinar. Luego.

EL ESPADACHÍN PARECÍA ENCANTADO. cabeza?

—¿Cortar la

Su nombre, Gunther, estaba impreso en una etiqueta con el nombre de Amtrak que llevaba sobre su armadura, su única concesión para estar disfrazado. —Aún no.— Luguselwa mantuvo sus ojos en nosotros. —Como puedes ver, a Gunther le encanta decapitar a la gente, así que juguemos limpio. Vamos. —Lu—, dijo Meg. —¿Por qué? Cuando se trataba de expresar dolor, la voz de Meg era un instrumento afinado. La había escuchado llorar la muerte de nuestros amigos. La había escuchado describir el asesinato de su padre. Había escuchado su ira contra su padre adoptivo, Nerón, quien había matado a su padre y había torcido su mente con años de abuso emocional. Pero cuando se dirigió a Luguselwa, la voz de Meg sonó en una clave completamente diferente. Parecía que su mejor amiga acababa de desmembrar a su muñeca favorita sin ningún motivo y sin previo aviso. Parecía herida, confundida, incrédula, como si, en una vida llena de indignidades, esta fuera una indignidad que nunca podría haber anticipado.

Los músculos de la mandíbula de Lu se tensaron. Las venas se hincharon en su cuero cabelludo afeitado. No podía decir si estaba enojada, sintiéndose culpable o mostrándonos su lado cálido y confuso. —¿Recuerdas lo que te enseñé sobre el deber, retoño? Meg tragó un sollozo. —¿Lo recuerdas?— Lu dijo, su voz más aguda. —Sí—, Meg susurró. —Entonces toma tus cosas y ven—. Lu empujó la espada de Gunther lejos del cuello de Meg. El hombre grande se quejó con un: "Hrmph", que asumí que era germánico para “¿Por qué nunca me divierto?” Pareciendo desconcertada, Meg se levantó y abrió el compartimento superior. No podía entender por qué ella estaba tan pasivamente con las órdenes de Luguselwa. Habíamos luchado contra peores probabilidades. ¿Quién era esta Gala? —¿Eso es todo?— Susurré cuando Meg me pasó mi mochila. — ¿Nos estamos rindiendo? —Lester—, murmuró Meg, —Solo haz lo que te digo. Llevé a hombros mi mochila, mi arco y mi carcaj. Meg se abrochó su cinturón de jardinería alrededor de la cintura. Lu y Gunther no parecían preocupados porque ahora estaba armado con flechas y Meg con un amplio suministro de semillas de hortalizas. Cuando pusimos nuestro equipo en orden, los pasajeros mortales nos miraron molestos, pero nadie nos hizo callar, probablemente porque no querían enojar a los dos grandes conductores que nos escoltaban. —Por aquí.— Lu señaló con su ballesta la salida detrás de ella. — Los otros están esperando.

¿Los otros? No quería conocer más galos ni Gunthers, pero Meg siguió a Lu mansamente a través de las puertas dobles de plexiglás. Fui detrás, con Gunther respirando sobre la parte trasera de mi cuello, probablemente contemplando lo fácil que sería separar mi cabeza de mi cuerpo. Una pasarela conectaba nuestro vagón con el siguiente: un pasillo ruidoso y tambaleante con puertas dobles automáticas en cada extremo, un baño del tamaño de un armario en una esquina y puertas exteriores a babor y estribor. Pensé en tirarme una de estas salidas y esperar lo mejor, pero temía que "lo mejor" significara morir en el impacto con el suelo. Estaba completamente negro afuera. A juzgar por el ruido de los paneles de acero corrugado debajo de mis pies, supuse que el tren iba a más de cien millas por hora. A través del lejano conjunto de puertas de plexiglás, divisé el vagón del café: un mostrador de concesiones sombrías, una fila de cabinas y media docena de hombres grandes dando vueltas, más Germani. Nada bueno iba a pasar allí. Si Meg y yo íbamos a escapar, esta era nuestra oportunidad. Antes de que pudiera hacer algún tipo de movimiento desesperado, Luguselwa se detuvo abruptamente justo antes de las puertas del café. Ella se volvió para mirarnos. —Gunther—, espetó ella, —Revisa el baño en busca de infiltrados. Esto pareció confundir a Gunther tanto como a mí, ya fuese porque no veía el punto o porque no tenía idea de qué era un infiltrado. Me preguntaba por qué Luguselwa estaba actuando tan paranoica. ¿Le preocupaba que tuviéramos una legión de semidioses escondidos en el baño, esperando para saltar y rescatarnos? O lo mismo que yo, tal vez, una vez había sorprendido a un cíclope en el trono de porcelana, y ahora ya no confiaba en los baños públicos.

Después de una breve mirada hacia abajo, Gunther murmuró "Hrmph" e hizo lo que le dijeron. Tan pronto como asomó la cabeza en el retrete, Lu (la otra Lu, no el retrete6) nos miró fijamente. —Cuando pasemos por el túnel hacia Nueva York—, dijo, — ambos pedirán usar el baño. Había acatado órdenes tontas antes, principalmente de Meg, pero este era un nuevo punto bajo. —En realidad, tengo que ir ahora—, le dije. —Espera—, dijo. Miré a Meg para ver si esto tenía algún sentido para ella, pero ella estaba mirando malhumorada al suelo. Gunther salió de la patrulla del baño. —Nadie. Pobre tipo. Si tuvieras que revisar el inodoro de un tren en busca de infiltrados, lo menos que podrías esperar era matar a unos pocos infiltrados. —Bien, entonces—, dijo Lu. —Vengan. Ella nos condujo a la cafetería. Seis Germani se volvieron y nos miraron, sus puños carnosos llenos de daneses 7 y tazas de café. ¡Bárbaros! ¿Quién más comería pasteles de desayuno por la noche? Los guerreros estaban vestidos como Gunther, con piel y armadura dorada, disfrazados ingeniosamente detrás de las etiquetas con el nombre de Amtrak. Uno de los hombres, Aedelbeort (el nombre de bebé germánico más popular número 1 para el 162 a. C.), le ladró una pregunta a Lu en un idioma que no reconocí. Lu respondió en la misma lengua. Su respuesta pareció satisfacer a los guerreros, quienes 6

Juego de palabras, en inglés: “loo” significa baño, y su pronunciación es similar a la abreviación del nombre de Luguselwa. En inglés: “The other Lu, not loo”. 7 Tipo de pan o pastelillo que se toma durante el desayuno.

volvieron a tomar café y danés. Gunther se unió a ellos, quejándose de lo difícil que era encontrar buenos enemigos para decapitar. —Siéntense allí—, nos dijo Lu, señalando una cabina de la ventana. Meg se deslizó tristemente. Me instalé frente a ella, apoyando mi arco largo, carcaj y mochila a mi lado. Lu estaba al alcance del oído, por si intentábamos discutir sobre algún plan de escape. Ella no debería haberse preocupado. Meg todavía no me miraba a los ojos. Me pregunté de nuevo quién era Luguselwa y qué significaba para Meg. Ni una sola vez en nuestros meses de viaje Meg la había mencionado. Este hecho me molestó. En lugar de indicar que Lu no era importante, me hizo sospechar que era muy importante. ¿Y por qué una Gala? Los galos habían sido inusuales en la Roma de Nerón. Para cuando se convirtió en emperador, la mayoría de ellos habían sido conquistados y "civilizados" por la fuerza. Los que todavía llevaban tatuajes y torques y vivían de acuerdo con las viejas costumbres habían sido empujados al margen de Bretaña o forzados a irse a las Islas Británicas. El nombre de Luguselwa… Mi galo nunca había sido muy bueno, pero pensé que significaba “Amada del dios Lugus”. Me estremecí. Esas deidades celtas eran un grupo extraño y feroz. Mis pensamientos estaban demasiado desquiciados para resolver el rompecabezas de Lu. Seguía pensando en la pobre anfisbena que ella había matado, un inmutable monstruo viajero que nunca llegaría a casa con su esposa, todo porque una profecía lo había convertido en su peón. Su mensaje me había dejado conmocionado, un verso en terceto, como el que habíamos recibido en el Campamento Júpiter:

“Oh hijo de Zeus, el desafío final debes afrontar A la Torre de Nerón, Solo dos ascienden Desaloja a la bestia que ha usurpado tu lugar.”

Sí, había memorizado la prosa maldita. Ahora teníamos nuestro segundo conjunto de instrucciones, claramente vinculado al conjunto anterior, porque la primera y la tercera línea rimaban con ascender. Estúpido Dante y su estúpida idea de una estructura de poema interminable: “El hijo de Hades, amigo de los corredores de cavernas, El camino secreto al trono debe mostrar. De Nerón sus vidas ahora dependen.”

Recientemente conocí a un hijo de Hades: Nico di Angelo. Probablemente todavía estaba en el Campamento Mestizo en Long Island. Si él tuviera algún camino secreto al trono de Nerón, nunca tendría la oportunidad de mostrarnos, a menos de que escapáramos del tren. Cómo Nico podría ser un "amigo de cavernícolas", no tenía idea. La última línea del nuevo verso fue simplemente cruel. Actualmente estábamos rodeados de "los propios de Nerón", por lo que, por supuesto, nuestras vidas dependían de ellos. Quería creer que había más en esa línea, algo positivo… quizás atado al hecho de que Lu nos había ordenado que fuéramos al baño cuando entramos en el túnel a Nueva York. Pero dada la expresión hostil de Lu y la presencia

de sus siete amigos Germani fuertemente cafeinados y alimentados con azúcar, no me sentí optimista. Me retorcí en mi asiento. Oh, ¿Por qué había pensado en el baño? Realmente necesitaba ir ahora. En el exterior, en las vallas publicitarias iluminadas de Nueva Jersey se podían ver: anuncios de concesionarios de automóviles donde se podía comprar un auto de carreras poco práctico; abogados de lesiones que podrías emplear para culpar a los otros conductores una vez que chocaste ese auto de carreras; casinos donde podría apostar el diNerón que ganaste de las demandas por lesiones. El gran círculo de la vida. La parada de la estación para el aeropuerto de Newark iba y venía. Dioses me ayuden, estaba tan desesperado que consideré en escapar. En Newark Meg se quedó quieta, y yo también. El túnel a Nueva York se acercaba cada vez más. Quizás, en lugar de pedir usar el baño, podríamos actuar contra nuestros captores… Lu pareció leer mis pensamientos. —Es bueno que te hayas rendido. Nerón tiene otros tres equipos como el mío solo en este tren. Cada paso, cada tren, autobús y vuelo a Manhattan ha sido cubierto. Nerón tiene el Oráculo de Delfos de su lado, recuerda. Él sabía que vendrías esta noche. Nunca ibas a entrar a la ciudad sin ser atrapado. Vaya manera de aplastar mis esperanzas, Luguselwa. Diciéndome que Nerón tenía a su aliado Pitón mirando hacia el futuro por él, usando mi sagrado oráculo contra mí… Golpe duro. Meg, sin embargo, de repente se animó, como si algo de lo que Lu dijo le diera esperanza. —Entonces, ¿Cómo es que tú nos encontraste, Lu? ¿Sólo suerte? Los tatuajes de Lu se ondularon mientras flexionaba los brazos, los círculos celtas que giraban me mareaban.

—Te conozco, retoño—, dijo. —Sé cómo rastrearte. No hay suerte. Podía pensar en varios dioses de la suerte que estarían en desacuerdo con esa declaración, pero no discutí. Estar cautivo había amortiguado mi deseo de charlar. Lu se volvió hacia sus compañeros. —Tan pronto como llegamos a Penn Station, entregamos a nuestros prisioneros al equipo de escolta. No quiero errores. Nadie mata a la niña o al dios a menos que sea absolutamente necesario. —¿Es necesario ahora?— Preguntó Gunther. —No—, dijo Lu. —El prínceps8 tiene planes para ellos. Los quiere vivos. El prínceps. Mi boca sabía más amarga que el café más amargo de Amtrak. Marchar hacia la puerta principal de Nerón no era como había planeado enfrentarlo. En un momento estábamos retumbando en un páramo de almacenes y astilleros de Nueva Jersey, y al siguiente, nos sumergimos en la oscuridad, entrando en el túnel que nos llevaría por debajo del río Hudson. En el intercomunicador, un anuncio confuso nos informó que nuestra próxima parada sería Penn Station. —Necesito orinar—, anunció Meg. La miré atónito. ¿Realmente iba a seguir las extrañas instrucciones de Lu? La Gala nos había capturado y había matado a una inocente serpiente de dos cabezas. ¿Por qué Meg confiaría en ella? Meg presionó su talón con fuerza sobre la parte superior de mi pie. 8

El Prínceps ("primer ciudadano") fue un título de la primera etapa del Imperio romano en reconocimiento de su poder y prestigio político.

—Sí—, chillé. —También necesito orinar.— Para mí, al menos, esto era dolorosamente cierto. —Espera—, se quejó Gunther. —Realmente necesito orinar—. Meg saltó arriba y abajo. Lu lanzó un suspiro. Su exasperación no sonaba falsa. —Bien.— Ella se volvió hacia su escuadrón. —Los tomaré. El resto de ustedes se quedan aquí y se preparan para desembarcar. Ninguno de los Germani se opuso. Probablemente ya habían escuchado suficiente de las quejas de Gunther sobre la patrulla del baño. Comenzaron a meterse los daneses de último momento en la boca y a recoger su equipo cuando Meg y yo nos retiramos de nuestro stand. —Tu equipo—, Lu me recordó. Parpadeé. Correcto. ¿Quién va al baño sin su arco y carcaj? Eso sería estúpido. Agarré mis cosas. Lu nos condujo de vuelta a la pasarela. Tan pronto como las puertas dobles se cerraron detrás de ella, murmuró: —Ahora. Meg corrió hacia el vagón silencioso. —¡Oye!— Lu me empujó fuera del camino, haciendo una pausa para murmurar: —Bloquea la puerta. Desacopla los vagones—, luego corrió tras Meg. ¿Qué hacer ahora? Dos cimitarras aparecieron en las manos de Lu. Espera, ¿Tenía las espadas de Meg? No. Justo antes del final de la pasarela, Meg se volvió para mirarla, convocando sus propias espadas, y las dos

mujeres lucharon como demonios. ¿Ambas eran dimachaeri9, la forma más rara de gladiador? Eso debía significar que... no tuve tiempo de pensar en lo que eso significaba. Detrás de mí, los Germani gritaban y luchaban. Atravesarían las puertas en cualquier momento. No entendía exactamente lo que estaba sucediendo, pero se le ocurrió a mi estúpido y lento cerebro mortal que tal vez, solo tal vez, Lu estaba tratando de ayudarnos. Si no bloqueaba las puertas como ella había pedido, seríamos invadidos por siete bárbaros enojados y de dedos pegajosos. Golpeé mi pie contra la base de las puertas dobles. No había manijas. Tuve que presionar mis palmas contra los paneles y juntarlos para mantenerlos cerrados. Gunther tacleó las puertas a toda velocidad, el impacto casi dislocó mi mandíbula. El otro Germani se amontonó detrás de él. Mis únicas ventajas eran el espacio estrecho en el que se encontraban, lo que les dificultaba combinar su fuerza y la falta de sentido del propio Germanus. En lugar de trabajar juntos para separar las puertas, simplemente se empujaron y empujaron uno contra el otro, usando la cara de Gunther como un ariete10. Detrás de mí, Lu y Meg golpeaban y cortaban, sus cuchillas arremetían furiosamente la una contra la otra. —Bien, retoño—, dijo Lu en voz baja. —Recuerdas tu entrenamiento— Luego más fuerte, por el bien de nuestra audiencia: —¡Te mataré, niña tonta!

9

Dimachaeri: un tipo de gladiador romano que luchaba con dos espadas. Arma de asedio originada en épocas antiguas, usada para romper las puertas o las paredes fortificadas.

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Me imaginé cómo debe verse esto para el Germanus al otro lado del plexiglás: su camarada Lu, atrapado en combate con un prisionero fugado, mientras intentaba detenerlos. Mis manos se estaban entumeciendo. Me dolían los músculos del brazo y el pecho. Miré a mí alrededor desesperadamente buscando una cerradura de emergencia, pero solo había un botón de emergencia abierto. ¿De qué servía eso? El tren rugió por el túnel. Calculé que teníamos solo unos minutos antes de llegar a Penn Station, donde el "equipo de escolta" de Nerón estaría esperando. No deseaba que me escoltaran. Desacoplar los vagones, me había dicho Lu. ¿Cómo se suponía que debía hacer eso, especialmente mientras mantenía cerradas las puertas de la pasarela? ¡Yo no era ingeniero de trenes! Los choo-choos eran más cosa de Hefesto. Miré por encima de mi hombro, escaneando la pasarela. Sorprendentemente, no había un interruptor claramente etiquetado que permitiera a un pasajero desacoplar el tren. ¿Qué le pasaba a Amtrak? ¡Allí! En el piso, una serie de aletas de metal con bisagras se superponían, creando una superficie segura para que los pasajeros crucen cuando el tren gira y gira. Una de esas aletas había sido abierta, tal vez por Lu, dejando al descubierto el acoplamiento debajo. Incluso si pudiera alcanzarlo desde donde estaba parado, lo que no podía hacer, dudaba que tuviera la fuerza y la destreza para meter el brazo allí, cortar los cables y abrir la abrazadera. El espacio entre los paneles del piso era demasiado estrecho, y el acoplamiento estaba demasiado abajo. ¡Para golpearlo desde aquí, tendría que ser el mejor arquero del mundo!

Oh. Espera… Contra mi pecho, las puertas se inclinaban bajo el peso de siete bárbaros. Una hoja de hacha sobresalía del forro de goma junto a mi oreja. Darme la vuelta para poder disparar mi arco sería una locura. “Sí”, pensé histéricamente. “Vamos a hacer esto”. Me compré algo de tiempo sacando una flecha y atravesándola en el espacio entre las puertas. Gunther aulló. La presión disminuyó a medida que el grupo de Germani se reajustaba. Me di la vuelta para estar de espaldas al plexiglás, con un talón clavado en la base de las puertas. Intenté posicionarme con el arco y logré colocar una flecha. Mi nuevo arco era un arma nivel de dios de las bóvedas del Campamento Júpiter. Mis habilidades de tiro con arco habían mejorado dramáticamente en los últimos seis meses. Aún así, esta era una idea terrible. Era imposible disparar adecuadamente con la espalda contra una superficie dura. Simplemente no podía tirar lo suficiente de la cuerda del arco. Sin embargo, lo hice. La flecha desapareció en el espacio en el piso, perdiendo por completo el acoplamiento. —Penn Station en solo un minuto—, dijo una voz en el sistema de megafonía. —Las puertas se abrirán a la izquierda. —¡El tiempo se agota!— Lu gritó. Ella atacó la cabeza de Meg. Meg dio un golpe bajo, casi empalando el muslo de la Gala. Disparé otra flecha. Esta vez, el punto golpeó contra el cierre, pero los vagones del tren permanecieron obstinadamente conectados. Los Germani golpearon contra las puertas. Un panel de plexiglás se salió de su marco. Un puño me atravesó y agarró mi camisa.

Con un grito desesperado, me alejé de las puertas y disparé por última vez en un tiro completo. La flecha atravesó los cables y se estrelló contra el cierre. Con un estremecimiento y un gemido, el acoplamiento se rompió. Los Germani entraron en la pasarela mientras yo saltaba por la brecha cada vez mayor entre los vagones. Casi me ensarto con las cimitarras de Meg y Lu, pero de alguna manera logré recuperar el equilibrio. Me di la vuelta cuando el resto del tren salió disparado hacia la oscuridad a setenta millas por hora, siete Germani mirándonos con incredulidad y gritando insultos que no repetiré. Por otros cincuenta pies, nuestra sección desacoplada del tren avanzó por su propio impulso, luego se detuvo. Meg y Lu bajaron sus armas. Una valiente pasajera del vagón silencioso se atrevió a asomar la cabeza y preguntar qué estaba pasando. La hice callar. Lu me fulminó con la mirada. —Te tomó lo suficiente, Lester. Ahora movámonos antes de que mis hombres regresen. Ustedes dos acaban de pasar de “Capturar con vida” a “La prueba de su muerte es aceptable”.

3 Flecha de sabiduría, Enciérrame en un escondite. No, ese no. ¡NO! —ESTOY CONFUNDIDO—, dije mientras avanzábamos a trompicones por los túneles oscuros. —¿Seguimos siendo prisioneros? Lu me miró, luego a Meg. — Pesado para ser un dios, ¿No es así? —¿Trabajas para Nerón o no? —Exigí.—¿Y exactamente cómo...? — Moví mi dedo de Lu a Meg, preguntando silenciosamente, — ¿Cómo se conocen? O quizás, ¿Están emparentadas ya que son igual de molestas? Entonces capté el destello de sus anillos oro a juego, uno en cada uno de sus dedos del medio. Recordé la forma en que Lu y Meg habían luchado, sus cuatro hojas cortando y apuñalando en perfecta sincronización. La verdad obvia me golpeó en la cara. —Tú entrenaste a Meg—, me di cuenta. —Para ser una dimachaeri. —Y ha mantenido sus habilidades afiladas—. Lu le dio un codazo cariñoso a Meg. —Estoy contenta, retoño. Nunca había visto a Meg lucir tan orgullosa por nada. Abordó a su antigua entrenadora en un abrazo. —Sabía que no eras mala.

—Hmm—. Lu no parecía saber qué hacer con el abrazo. Le dio una palmada en el hombro a Meg. —Soy bastante mala, retoño. Pero no voy a dejar que Nerón te siga torturando. Sigamos moviéndonos. Tortura. Sí, esa era la palabra. Me preguntaba cómo podía Meg confiar en esta mujer. Había matado a la anfisbena sin pestañear. No tenía ninguna duda de que ella me haría lo mismo si lo considerara necesario. Lo Peor: Nerón pagaba su salario. Tanto si Lu nos había salvado de la captura como si no, ella había entrenado a Meg, lo que significaba que debió haber estado al margen durante años mientras Nerón atormentaba a mi joven amiga, emocional y mentalmente. Lu había sido parte del problema, parte del adoctrinamiento de Meg en la retorcida familia del emperador. Me preocupaba que Meg se estuviera deslizando hacia sus viejos patrones. Quizás Nerón había descubierto una manera de manipularla indirectamente a través de esta antigua maestra que admiraba. Por otro lado, no estaba seguro de cómo abordar ese tema. Estábamos caminando a través de un laberinto de túneles de mantenimiento del metro con solo Lu como nuestra guía. Ella tenía muchas más armas que yo. Además, Meg era mi maestra. Ella me había dicho que íbamos a seguir a Lu, así que eso fue lo que hicimos. Continuamos nuestra marcha, Meg y Lu caminando una al lado de la otra, y yo rezagado atrás. Me gustaría decirte que estaba -cuidando sus espaldas- o realizando alguna otra tarea importante, pero creo que Meg se había olvidado de mí. Las luces de trabajo rodeadas de acero proyectaban sombras en forma de barras de prisión sobre las paredes

de ladrillo. El lodo y la lama cubrían el suelo, desprendiendo un olor parecido al de los viejos toneles 11 de vino que Dioniso insistía en guardar en su bodega, a pesar de que hacía mucho tiempo que se habían convertido en vinagre. Al menos las zapatillas de Meg ya no olerían a caca de caballo, ahora estarían cubiertos con desechos tóxicos nuevos y diferentes. Después de tropezar por otro millón de millas, me aventuré a preguntar: —Señorita Lu, ¿A dónde vamos? Me sorprendió el volumen de mi propia voz que resonaba en la oscuridad. —Lejos de la red de búsqueda—, dijo, como si esto fuera obvio. —Nerón ha activado la mayoría de las cámaras de circuito cerrado en Manhattan. Tenemos que salir de su radar. Fue un poco discordante escuchar a una guerrera Gala hablar sobre el radar y las cámaras. Me pregunté de nuevo cómo había llegado Lu a servir a Nerón. Por mucho que odiara admitirlo, los emperadores del Triunvirato eran básicamente dioses menores. Eran exigentes con respecto a qué seguidores permitían pasar la eternidad con ellos. Con los Germani tenía sentido, por torpes y crueles que fueran, los guardaespaldas imperiales eran ferozmente leales ¿Pero por qué una Gala? Luguselwa debía ser valiosa para Nerón por razones más allá de sus habilidades con la espada. No confiaba en que tal guerrera se volvería contra su maestro después de dos milenios. Mis sospechas debían de haber irradiado de mí como el calor de un horno. Lu miró hacia atrás y notó mi ceño fruncido. —Apolo, si te quisiera muerto, ya estarías muerto.

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Volumen de almacenamiento que se utiliza para guardar licores.

Es cierto, pensé, pero Lu podría haber agregado: Si quisiera engañarte para que me siguieras y así poder entregarte vivo a Nerón, esto es exactamente lo que estaría haciendo. Lu aceleró el paso. Meg me miró con el ceño fruncido como: Sé amable con mi Gala, luego se apresuró a alcanzarla. Perdí la noción del tiempo. El pico de adrenalina de la pelea en el tren se desvaneció, dejándome cansado y dolorido. Seguro, todavía corría por mi vida, pero había pasado la mayor parte de los últimos seis meses corriendo por mi vida. No podía mantener un estado de pánico productivo por tiempo indefinido. La sustancia pegajosa del túnel empapó mis calcetines. Mis zapatos se sentían como vasijas de barro blandas. Durante un tiempo, me impresionó lo bien que conocía Lu los túneles. Ella siguió adelante, llevándonos una vuelta tras otra. Luego, cuando dudó en un cruce durante demasiado tiempo, me di cuenta de la verdad. —No sabes a dónde vamos—, le dije. Ella frunció el ceño. —Te lo dije. Lejos de… —La red de búsqueda. Cámaras. Sí, ¿Pero a dónde vamos? —A algún lugar… a cualquier lugar seguro. Me reí. Me sorprendí a mí mismo al sentirme realmente aliviado. Si Lu no tenía ni idea de nuestro destino, entonces me sentía más seguro confiando en ella. No tenía un gran plan. Estábamos perdidos. ¡Qué alivio! Lu no pareció apreciar mi sentido del humor. —Disculpa si tuve que improvisar—, refunfuñó. —Tienes suerte de que te encontré en ese tren en lugar de en uno de los otros grupos de búsqueda del emperador. De lo contrario, estarías en la celda de detención de Nerón ahora mismo.

Meg me miró con otro ceño fruncido.— Sí, Lester. Además, está bien. Señaló una vieja sección de azulejos con diseño de llave griega a lo largo del pasillo de la izquierda, tal vez sobrante de una línea de metro abandonada. —Lo reconozco. Debería haber una salida más adelante. Quería preguntarle cómo era posible que ella supiera esto. Entonces recordé que Meg había pasado gran parte de su infancia vagando por callejones oscuros, edificios abandonados y otros lugares extraños e inusuales en Manhattan con la bendición de Nerón: la versión imperial malvada de la crianza en libertad. Me imaginaba a una Meg más joven explorando estos túneles, haciendo volteretas en el lodo y cultivando hongos en lugares olvidados. La seguimos durante... No sé, seis ¿O siete millas? Así fue como se sintió, al menos. Una vez, nos detuvimos abruptamente cuando un BOOM profundo y distante resonó en el pasillo. —¿Tren?—, pregunté nerviosamente, aunque habíamos dejado las vías atrás hace mucho tiempo. Lu inclinó su cabeza. —No. Eso fue un trueno. No veía cómo podía ser eso. Cuando entramos en el túnel en Nueva Jersey, no había señales de lluvia. No me gustaba la idea de tormentas eléctricas repentinas tan cerca de la entrada del Empire State Building y del Monte Olimpo, hogar de Zeus, también conocido como Gran padre del Rayo Sin inmutarse, Meg siguió adelante. Finalmente, nuestro túnel terminó en una escalera de metal. Arriba había una tapa de alcantarilla suelta, la luz y el agua se derramaban por un borde como una luna creciente. —Recuerdo que esto se abre

a un callejón—, anunció Meg. —No hay cámaras, al menos no hubo ninguna la última vez que estuve aquí. Lu gruñó como diciendo: Buen trabajo, o tal vez solo, Esto va a apestar. La Gala ascendió primero. Momentos después, los tres estábamos de pie en un callejón azotado por tormentas entre dos edificios de apartamentos. Un relámpago se bifurcó en lo alto, entrelazando las nubes oscuras con oro. La lluvia punzó mi rostro y me pinchó en los ojos. ¿De dónde había venido esta tempestad? ¿Era un regalo de bienvenida de mi padre o una advertencia? O tal vez solo una tormenta de verano normal. Lamentablemente, mi tiempo como Lester me había enseñado que no todos los eventos meteorológicos se trataban de mí. Los truenos sacudieron las ventanas a ambos lados de nosotros. A juzgar por las fachadas de ladrillo amarillo de los edificios, supuse que estábamos en alguna parte del Upper East Side, aunque parecía un paseo subterráneo increíblemente largo desde Penn Station. Al final del callejón, los taxis bajaban rápidamente por una calle muy transitada: ¿Park Avenue? ¿Lexington? Abracé mis brazos. Mis dientes rechinaron. Mi carcaj comenzaba a llenarse de agua, la correa se hacía más pesada en mi hombro. Me volví hacia Lu y Meg. —¿Supongo que ninguna de ustedes tiene un objeto mágico que detenga la lluvia? De su cinturón de armas infinitas, Lu sacó algo que asumí que era un bastón de policía. Hizo clic en un botón a un lado y se convirtió en un paraguas. Naturalmente, era lo suficientemente grande para Lu y Meg. Suspiré. —Caí directamente en eso, ¿No?

—Sí—, asintió Meg. Me puse la mochila en la cabeza, lo que detuvo efectivamente el 0.003 por ciento de la lluvia en mi cara. Mi ropa estaba pegada a mi piel. Mi corazón se desaceleraba y aceleraba al azar, como si no pudiera decidir si estar exhausto o aterrorizado. —¿Ahora que?— pregunté. —Encontramos un lugar para reagruparnos—, dijo Lu. Miré el contenedor de basura más cercano. —Con todos los controles inmobiliarios de Nerón en Manhattan, ¿No tiene una base secreta que podamos usar? La risa de Lu fue la única cosa seca en ese callejón. —Ya te lo dije, Nerón monitorea todas las cámaras de seguridad pública en Nueva York. ¿Qué tan de cerca crees que monitorea sus propias propiedades? ¿Quieres arriesgarte? Odiaba que tuviera razón. Quería confiar en Luguselwa, porque Meg confiaba en ella. Reconocía que Lu nos había salvado en el tren. Además, la última línea de la profecía de la anfisbena dio vueltas en mi cabeza: De Nerón sus vidas ahora dependen Eso podría referirse a Lu, lo que significaba que ella podría ser digna de confianza. Por otro lado, Lu había matado a la anfisbena. Por lo que sabía, si hubiera vivido unos minutos más, él podría haber soltado otro trozo de pentámetro yámbico: No Lu. No Lu. Nunca confíes en un galo. —Así que si estás de nuestro lado—, dije, —¿Por qué tanto fingir en el tren? ¿Por qué matar a esa anfisbena? ¿Por qué la farsa de acompañarnos al baño?

Lu gruñó.— En primer lugar, estoy del lado de Meg. No me preocupo mucho por ti. Meg sonrió. —Ese es un buen punto. —En cuanto al monstruo... — Lu se encogió de hombros. —Era un monstruo. Eventualmente se regenerará en el Tartaro. No es una gran pérdida. Sospeché que la esposa del Señor Serpiente podría estar en desacuerdo con eso. Por otra parte, no hace mucho, había considerado a los semidioses de la misma manera que Lu consideraba a la anfisbena. — En cuanto a la actuación —, dijo,— si me hubiera vuelto contra mis camaradas, corría el riesgo de que ustedes dos fueran asesinados, yo fuera asesinada o uno de mis hombres escapara e informara a Nerón. Me habrían tachado de traidora. — Pero todos se escaparon —, protesté. —Todos informarán a Nerón y… Oh. Le dirán a Nerón que… —La última vez que me vieron—, dijo Lu, —estaba peleando como una loca, tratando de evitar que escaparas. Meg se separó del lado de Lu y abrió los ojos como platos. —¡Pero Nerón pensará que estás muerta! ¡Puedes quedarte con nosotros! Lu le dio una sonrisa triste. —No, retoño, tendré que volver pronto. Si tenemos suerte, Nerón creerá que todavía estoy de su lado. — ¿Pero por qué? — Preguntó Meg. —¡No puedes regresar! —Es la única manera—, dijo Lu. —Tenía que asegurarme de que no te atraparan entrando en la ciudad. Ahora... necesito tiempo para explicarte lo que está pasando... lo que Nerón está planeando. No me gustó la vacilación en su voz. Fuera lo que fuera lo que Nerón estaba planeando, había sacudido mucho a Lu.

—Además—, continuó, —si vas a tener alguna posibilidad de vencerlo, necesitarás a alguien en el interior. Es importante que Nerón crea que traté de detenerte, fallé y luego regresé a él con la cola entre mis piernas. —Pero... Mi cerebro estaba demasiado empapado para formar más preguntas. —No importa. Puedes explicar cuándo lleguemos a un lugar seco. Hablando de eso… —Tengo una idea—, dijo Meg. Corrió hasta la esquina del callejón. Lu y yo chapoteamos detrás de ella. Los letreros en la esquina más cercana nos informaron que estábamos en Lexington y la 75. Meg sonrió. —¿Ves? —¿Ver qué?— Dije. —¿Qué estás...?— Su significado me golpeó como un vagón silencioso de Amtrak. —Oh, no—, dije. —No, ya han hecho lo suficiente por nosotros. No los pondré en más peligro, especialmente si Nerón está detrás de nosotros. —Pero la última vez estabas totalmente bien con... —¡Meg, no! Lu miró de un lado a otro entre nosotros. hablando?

—¿De qué están

Quería meter la cabeza en mi mochila y gritar. Hace seis meses, no hubiera tenido reparos en llegar con un viejo amigo que vivía a pocas cuadras de aquí. Pero ahora... después de todos los problemas y la angustia que había traído a cada lugar que me había albergado... No. No podría volver a hacer eso.

—¿Qué tal esto?— Saqué la Flecha de Dodona de mi carcaj. —Le preguntaremos a mi amigo profético. Seguramente tiene una mejor idea, ¡Quizás acceso a ofertas de hotel de última hora!— Levanté el proyectil en mis dedos temblorosos. —Oh gran Flecha de Dodona… —¿Está hablando con esa flecha?— Lu preguntó a Meg. —Habla con objetos inanimados—, le dijo Meg.—Cosas de él. —¡Necesitamos tu consejo!— Dije, reprimiendo el impulso de patear a Meg en la espinilla. —¿Dónde debemos ir a buscar refugio? La voz de la flecha zumbó en mi cerebro: ¿ME HABEIS NOMBRADO TU AMIGO? Sonaba complacido. —Uh, sí—. Le di a mis compañeros un pulgar hacia arriba. — Necesitamos un lugar para escondernos y reagruparnos, en algún lugar cercano, pero lejos de las cámaras de vigilancia de Nerón y todo eso. LO QUE EL EMPERADOR NO SABE ES FORMIDABLE, la flecha estuvo de acuerdo. PERO TÚ YA SABES LA RESPUESTA A TU PREGUNTA, OH LESTER. BUSCA EL LUGAR DE LA INMERSIÓN DE SIETE CAPAS. Con eso, el proyectil se quedó en silencio. Gemí de tristeza. El mensaje de la flecha era perfectamente claro. ¡Oh, por la deliciosa salsa de siete capas de nuestra anfitriona! Oh, por la comodidad de ese acogedor apart... Pero no estaba bien. No podía... —¿Qué dijo?—, preguntó Meg. Traté de pensar en una alternativa, pero estaba tan cansado que ni siquiera podía mentir.

—Bien —Dije.— Vamos a la casa de Percy Jackson.

4 Esta niña es tan linda Por favor, no más lindura ¡Whoops! Mi corazón se rompe. —¡HOLA, SEÑORA JACKSON! ¿ESTÁ PERCY EN CASA? Me estremecí y goteé sobre su alfombra de bienvenida, con mis compañeras igualmente desaliñados detrás de mí. Por un instante, Sally Jackson permaneció congelada en el umbral de la puerta, con una sonrisa en el rostro, como si hubiera estado esperando la entrega de flores o galletas. Nosotros no éramos eso. Su cabello castaño sedoso estaba más veteado de gris que hace seis meses. Llevaba unos jeans rotos, una blusa verde escotada y una gota de salsa de manzana en la parte superior de su pie izquierdo descalzo. Ya no estaba embarazada, lo que probablemente explicaba el sonido del bebé riendo dentro de su apartamento. Su sorpresa pasó rápidamente. Ya que había criado a un semidiós, sin duda había tenido mucha experiencia con lo inesperado. —¡Apolo! Meg! Y... — Evaluó nuestra gigantesca, tatuada y de mohicana 12 conductora de tren. —¡Hola! Pobrecillos. Entren y séquense. La sala de estar de los Jackson era tan sencilla como recordaba. El olor a mozzarella horneada y tomate flotaba desde la cocina. El jazz 12

El mohawk, mohicano o iro (referencia al pueblo iroqués) es un corte de cabello que consiste en rapar ambos lados de la cabeza, dejando una franja de cabello central notablemente más largo o cresta.

sonaba desde un tocadiscos anticuado. Ah, Wynton Marsalis. Varios sofás y sillas de apariencia cómoda estaban disponibles para dejarte caer. Escaneé la habitación en busca de Percy Jackson, pero solo encontré a un hombre de mediana edad con el pelo de color gris y negro, pantalones caqui arrugados, guantes de hornear y una camisa de vestir rosa cubierta por un delantal amarillo brillante salpicado de salsa de tomate. Él estaba haciendo rebotar a una sonriente bebé en su cadera. El pijama amarillo de la niña combinaba tan perfectamente con el delantal del hombre que me preguntaba si vendrían como un conjunto. Estoy seguro de que el chef y el bebé hacían una escena adorable y reconfortante. Desafortunadamente, había crecido con historias sobre titanes y dioses que cocinaban y/o se comían a sus hijos, así que tal vez no estaba tan encantado como podría haber estado. —Hay un hombre en su apartamento. — Le informé a la señora Jackson Sally se rió. —Este es mi esposo, Paul. Disculpen un segundo. Vuelvo enseguida. — Y corrió hacia el baño. —¡Hola! — Paul nos sonrió. —Esta es Estelle. Estelle reía y babeaba como si su nombre fuera la broma más divertida del universo. Tenía los ojos verde mar de Percy y claramente la naturaleza de su madre. Tenía mechones de cabello negro y plateado como Paul, cosa que nunca había visto en un bebé. Ella sería la primera niña salpimentada del mundo. Con todo eso, parecía que Estelle había heredado un buen paquete de genética. — Hola. — No estaba seguro de si me dirigiría a Paul, Estelle o a lo que fuera que se estaba cocinando, que olía delicioso. —Emmm, no es por ser groseros, pero esperábamos... esperábamos... ¡Oh, gracias señora Jackson!

Sally había salido del baño y ahora estaba muy ocupada envolviendo a Meg, a Lu y a mí en suaves toallas de baño turquesas. —Esperábamos ver a Percy— Terminé Estelle chilló de alegría. Parecía gustarle el nombre de Percy. —Me gustaría verlo también— dijo Sally —Pero está en la costa oeste, con Annabeth. Se fueron hace unos pocos días. Señaló a una fotografía enmarcada cerca del final de la mesa. En la foto, mis viejos amigos Percy y Annabeth estaban sentados lado a lado en el abollado Prius de la familia Jackson, ambos sonriendo por la ventanilla del lado del conductor. En el asiento de atrás, nuestro mutuo amigo sátiro, Grover Underwood, quien sorprendió a la cámara poniendo los ojos cruzados, lengua sacada de lado y las manos mostrando signos de paz. Annabeth se inclinaba hacia Percy, con los brazos alrededor de su cuello como si estuviera a punto de besarlo o posiblemente de estrangularlo. Detrás del volante, Percy le dio a la cámara un gran pulgar hacia arriba. Parecía estar diciéndome directamente. ¡Tienes que salir de aquí! ¡Ve a divertirte con tu misión o lo que sea! —Se graduó de la preparatoria— dijo Meg, como si estuviera presenciando un milagro — ¡Lo sé! —, dijo Sally. —Incluso comimos pastel—. Señaló otra imagen de Percy y Sally, sonriendo mientras sostenían un pastel azul celeste con un glaseado azul más oscuro que decía ¡FELICIDADES, PERCY EL GRADUDO! No pregunté por qué el graduado estaba mal escrito, la dislexia era muy común en las familias de semidioses. —Entonces— tragué saliva —él no está aquí.

Fue una tontería decirlo, pero una parte obstinada de mí insistió en que Percy Jackson debía de estar en alguna parte, esperando hacer tareas peligrosas para mí. ¡Ese era su trabajo! Pero no. Esa era la forma de pensar del viejo Apolo: el Apolo que había sido la última vez que estuve en este apartamento. Percy tenía derecho a su propia vida. Estaba tratando de tener una y, ¡Oh, la dura verdad! No tenía nada que ver conmigo. —Estoy feliz por él—, dije. —Y Annabeth... Entonces se me ocurrió que probablemente habían estado incomunicados desde que salieron de Nueva York. Los teléfonos móviles atraían demasiada atención monstruosa para que los usen los semidioses, especialmente en un viaje por carretera. Los medios mágicos de comunicación estaban volviendo a estar en línea lentamente desde que habíamos liberado al dios del silencio, Harpócrates, pero aún estaban irregulares. Percy y Annabeth podrían no tener idea de todas las tragedias que habíamos enfrentado en la Costa Oeste, en el Campamento Júpiter y antes de eso en Santa Bárbara... —Oh, Dios—, murmuré para mí. —Supongo que eso significa que no han oído... Meg tosió con fuerza. Me dio una dura mirada de silencio. Sería cruel cargar a Sally y Paul con la noticia de la muerte de Jason Grace, especialmente cuando Percy y Annabeth se dirigían a California y Sally ya estaba preocupada por ellos. —¿No hemos oído qué? — Sally preguntó. Tragué secamente. —Que íbamos a regresar a Nueva York. No importa. Simplemente... —Basta de charlas triviales— interrumpió Lu. —Estamos en grave peligro. Estos mortales no pueden ayudarnos. Debemos irnos.

El tono de Lu no era exactamente desdeñoso, solo irritado y tal vez preocupado por nuestros anfitriones. Si Nerón nos seguía hasta este apartamento, no perdonaría a la familia de Percy solo porque no eran semidioses. Por otro lado, la Flecha de Dodona nos había dicho que viniéramos aquí. Tenía que haber una razón. Esperaba que tuviera algo que ver con lo que Paul estaba cocinando. Sally estudió a nuestra gran amiga tatuada. No parecía ofendida, más bien como si estuviera tomando la medida de Lu y ponderando si tenía ropa lo suficientemente grande para ella. —Bueno, no pueden irse goteando. Vamos a conseguirles algunas cosas secas para vestirse, al menos, y algo de comida si tienen hambre. —Sí, por favor —dijo Meg. —La amo. Estelle estalló en una nueva carcajada. Al parecer, acababa de descubrir que los dedos de su padre podían moverse, y lo consideraba divertido. Sally le sonrió a su bebé y luego a Meg. —También te amo querida. Los amigos de Percy siempre son bienvenidos. — No tengo idea de quién es ese Percy—, protestó Lu. —Cualquiera que necesite ayuda es siempre bienvenido —, corrigió Sally. —Créame, hemos estado en peligro antes y lo hemos superado. ¿Verdad, Paul? —Sí —convino sin vacilar. —Hay mucha comida. Creo que Percy tiene algo de ropa que le quedará, eh, ¿es Apolo? Asentí malhumorado. Sabía muy bien que la ropa de Percy me quedaría bien, porque me había ido de aquí hace seis meses vistiendo sus prendas usadas. —Gracias, Paul. Lu gruñó. —Supongo… ¿Es lasaña lo que huelo?

Paul sonrió. —La receta de la familia Blofis. —Mmmm. Supongo que podríamos quedarnos un rato —decidió Lu. Las maravillas nunca paraban. La Gala y yo estábamos de acuerdo en algo. —Aquí, pruébate esto—. Paul me arrojó una camiseta de Percy desteñida para combinar con mis vaqueros de Percy andrajosos. No me quejé. La ropa estaba limpia, abrigada y seca, y después de caminar penosamente por la mitad de Manhattan, mi viejo atuendo olía tan mal que habría que sellarlo en una bolsa de desechos peligrosos e incinerarlo. Me senté en la cama de Percy junto a Estelle, que yacía sobre su espalda, mirando con fascinación una dona de plástico azul. Pasé mi mano por las palabras descoloridas en la camiseta: AHS EQUIPO DE NATACIÓN. — ¿Qué significa ESA13? Paul arrugó la nariz. —Escuela Secundaria Alternativa. Era el único lugar que aceptaba a Percy solo para su último año, después de... Ya sabes. Lo recordé. Percy había desaparecido durante la totalidad de su tercer año gracias a la intromisión de Hera, quien lo golpeó a través de todo el país y le dio amnesia, todo por el bien de hacer que los campamentos de semidioses griegos y romanos se unieran para la guerra con Gea. A mi madrastra le encantaba unir a la gente. — ¿No apruebas la situación o la escuela? Paul se encogió de hombros. Parecía incómodo, como si decir algo negativo fuera contra su naturaleza.

13

AHS: Alternative High School en el original.

Estelle me dio una sonrisa babeante. — ¿Gah? — Supuse que esto significaba ¿Puedes creer lo afortunados que somos de estar vivos ahora mismo? Paul se sentó a su lado y ahuecó suavemente su mano sobre su cabello ralo. —Soy profesor de inglés en otra escuela secundaria—, dijo. —AHS no es... Lo mejor. Para los niños que están luchando, en riesgo, quieres un lugar seguro con buen alojamiento y excelente apoyo. Quieres entender a cada estudiante como un individuo. Ese lugar era más como un corral para todos los que no encajaban en el sistema. Percy ha pasado por tanto... Estaba preocupado por él. Pero sacó lo mejor de la situación. Tenía muchas ganas de obtener este diploma, estoy orgulloso de él. Arrulló a Estelle. Los ojos de Paul se arrugaron alrededor de los bordes. Le dio unos golpecitos en la nariz. —Boop. — La bebé se quedó aturdida durante un milisegundo. Luego se rió con tanto júbilo que me preocupé de que se ahogara con su propia saliva. Me encontré mirando con asombro a Paul y Estelle, quienes me parecieron milagros aún mayores que la graduación de Percy. Paul parecía un esposo cariñoso, un padre amoroso, un padrastro bondadoso. En mi propia experiencia, una criatura así era más difícil de encontrar que un unicornio albino o un grifo de tres alas. En cuanto a la bebé Estelle, su buen carácter y su sentido de la maravilla se elevaban al nivel de superpoderes. Si esta niña creciera y se volviera tan perspicaz y carismática como parecía ahora, gobernaría el mundo. Decidí no contarle a Zeus sobre ella. —Paul... — aventuré. — ¿No te preocupa tenernos aquí? Podríamos poner en peligro a su familia.

Las comisuras de su boca se tensaron. —Estuve en la Batalla de Manhattan. He oído hablar de algunas de las cosas horribles por las que pasó Sally: luchar contra el Minotauro, ser encarcelada en el Inframundo. ¿Y las aventuras de Percy? — Sacudió la cabeza con respeto. —Percy se ha puesto en peligro por nosotros, por sus amigos, por el mundo, muchas veces. Entonces, ¿Puedo arriesgarme a darte un lugar para recuperar el aliento, ropa limpia y una comida caliente? Sí, ¿Cómo no podría? — Eres un buen hombre, Paul Blofis —. Inclinó la cabeza, como si se preguntara qué otro tipo de hombre podría intentar ser alguien. — Bueno, te dejaré para que te limpies y vistas. No queremos que se queme la cena, ¿verdad, Estelle? — El bebé se echó a reír cuando su padre la levantó en brazos y la sacó de la habitación. Me tomé mi tiempo en la ducha. Necesitaba un buen restregado, sí. Pero sobre todo necesitaba estar de pie con la frente contra las baldosas, temblando y llorando hasta sentir que podía enfrentar a otras personas de nuevo. ¿De qué se trataba la bondad? En mi época como Lester Papadopoulos, había aprendido a soportar un terrible abuso verbal y una violencia constante que amenazaba mi vida, pero el menor acto de generosidad podía darme una patada ninja en el corazón y convertirme en un lío de emociones. Malditos sean Sally y Paul, ¡Y su linda bebé también! ¿Cómo podría pagarles por brindarme este refugio temporal? Sentí que les debía lo mismo que les debía al Campamento Júpiter y al Campamento Mestizo, la Waystation y la Cisterna, Piper y Frank y Hazel y Leo y, sí, especialmente a Jason Grace. Les debía todo. ¿Cómo no iba a hacerlo?

Una vez vestido, salí tambaleándome al comedor. Todos estaban sentados alrededor de la mesa, excepto Estelle, donde Paul me informó que estaba rendida por la noche. Sin duda, toda esa alegría pura requería una gran cantidad de energía. Meg llevaba un nuevo vestido estilo bata color rosa y unas mallas blancas. Si los apreciaba tanto como el último atuendo que Sally le había dado, terminaría usándolos hasta que se cayeran de su cuerpo en trapos quemados y hecha jirones. Junto con sus zapatillas altas rojas, que afortunadamente habían sido bien limpiadas, lucía un tema de color del Día de San Valentín que parecía bastante fuera de lugar, a menos que consideraras que su amor es la montaña de pan de ajo que se estaba metiendo en la boca. Lu vestía una camisa de trabajo de hombre XXL con ELECTRONICS MEGA-MART cosida sobre el bolsillo. Llevaba una toalla turquesa mullida alrededor de su cintura como una falda escocesa, porque, me informó, los únicos otros pantalones en el apartamento lo suficientemente grandes como para que le quedaran eran los viejos pantalones de maternidad de Sally y, no gracias, Lu solo esperaría a que saliera el suyo de la secadora. Sally y Paul nos proporcionaron platos llenos de ensalada, lasaña y pan de ajo. No era el famoso aderezo de siete capas de Sally, pero era un festín de estilo familiar como no había experimentado desde la Waystation. Ese recuerdo me dio una punzada de melancolía. Me preguntaba cómo estaban todos ahí: Leo, Calypso, Emmie, Jo, la pequeña Georgina… En ese momento, nuestras pruebas en Indianápolis se habían sentido como una pesadilla, pero en retrospectiva parecían días más felices y simples. Sally Jackson se sentó y sonrió. —Bueno, esto es bueno—. Sorprendentemente, sonaba sincera. —No tenemos invitados a menudo. Ahora, comamos, y puedes decirnos quién o qué está tratando de matarte esta vez.

5 No jures en la ¿Mesa? Entonces no hables de ese #@€%&* Nerón.

OJALÁ HUBIÉRAMOS PODIDO TENER UNA PEQUEÑA charla normal alrededor de la mesa del comedor: sobre el clima, a quién le gustaba fulanito en la escuela, qué dioses estaban echando plagas sobre qué ciudades y por qué. Pero no, siempre son sobre quién está intentando matarme. No quería arruinar el apetito de nadie, especialmente porque la deliciosa receta familiar de Paul de lasaña me estaba haciendo babear como Estelle. Además, no estaba seguro de confiar lo suficiente en Luguselwa para compartir toda nuestra historia. Meg no tuvo dichos escrúpulos. Ella habló sobre todo lo que habíamos pasado, con la excepción de las trágicas muertes. Estaba seguro de que sólo se saltó esas partes para evitar que Sally y Paul se preocuparan demasiado por Percy. Creo que nunca había escuchado a Meg hablar tanto como lo hizo en la mesa de la cena de Sally y Paul, como si la presencia de amables figuras paternas hubiera descorchado algo dentro de ella. Meg les contó nuestras batallas con Cómodo y Calígula. Explicó cómo habíamos liberado a cuatro oráculos antiguos y ahora habíamos regresado a Nueva York para enfrentarnos al último y más poderoso emperador: Nerón. Paul y Sally escucharon atentamente, interrumpiendo sólo para expresar preocupación o simpatía. Cuando Sally me miró y dijo «Pobre querido», casi vuelvo a romperme.

Quería llorar en su hombro. Quería que Paul me vistiera con un mono amarillo y me meciera hasta que me durmiera. —Así que Nerón está detrás de ustedes —dijo Paul al fin—. El Nerón. Un emperador romano ha establecido su guarida del mal en un rascacielos de Midtown. Se sentó y colocó las manos sobre la mesa, como si tratara de digerir las noticias al igual que lo hacía con su comida. —Supongo que no es la cosa más loca que he escuchado. —Dijo— . Y ahora tienes que hacer... ¿Qué? ¿Derrotarlo en combate? Otra batalla de Manhattan. —Espero que no —me estremecí—. La pelea con Cómodo y Calígula fue... difícil para el Campamento Júpiter. Si le pidiera al Campamento Mestizo atacar la base de Nerón... —No. —Lu mojó su pan de ajo en su aderezo para ensaladas, demostrando su bárbara bona fides14—. Un asalto a gran escala sería un suicidio. Nerón está esperando uno. O deseando uno. Está preparado para causar daños colaterales masivos. Afuera, la lluvia azotaba las ventanas. Un relámpago retumbó como si Zeus me estuviera advirtiendo que no me sintiera demasiado cómodo con estos amables padres sustitutos. Por mucho que desconfiara de Luguselwa, creía lo que decía. A Nerón le encantaría una pelea, a pesar de lo que les había pasado a sus dos compadres en el Área de la Bahía, o tal vez por eso la quería. Tenía miedo de preguntar qué quería decir Lu con daño colateral masivo. Una acérrima guerra con Nerón no sería otra Batalla de Manhattan. Cuando el ejército de Cronos irrumpió en el Empire State Building, 14

Bona fides: expresión utilizada para referirse a las habilidades y experiencia que hacen que alguien sea apto o no para un trabajo o actividad en particular.

la entrada del Monte Olimpo, el titán Morfeo había hecho dormir a todos los mortales de la ciudad. El daño a la ciudad en sí y a su población humana había sido insignificante. Nerón no trabajaba de esa manera. A él le gusta el drama. Le daría la bienvenida al caos, multitudes gritando e innumerables muertes de civiles. Este era un hombre que quemaba gente viva para iluminar sus fiestas de jardín. —Tiene que haber otra manera —decidí—. No dejaré que más inocentes sufran por mi culpa. Sally Jackson se cruzó de brazos. A pesar de los tristes asuntos que estábamos discutiendo, sonrió. —Creciste. —Dijo. Supuse que estaba hablando de Meg. En los últimos meses, mi joven amiga se había hecho más alta y.… espera. ¿Sally se estaba refiriendo a mí? Mi primer pensamiento: ¡absurdo! Tenía cuatro mil años. Yo no crecía. Ella se inclinó sobre la mesa y apretó mi mano. —La última vez que estuviste aquí, estabas tan perdido. Así que... bueno, si no te importa que te lo diga... —Patético —espeté—. Quejica, autoritario, egoísta. Sentía una terrible lástima por mí mismo. Meg asintió con cada una de mis palabras como si estuviera escuchando su canción favorita. —Todavía sientes lástima por ti mismo. —Pero ahora —dijo Sally, recostándose de nuevo en el respaldo de su silla— eres más... humano, supongo.

Ahí estaba de nuevo esa palabra: humano, que no hace mucho tiempo la habría considerado como un insulto terrible. Ahora, cada vez que la oía, pensaba en la advertencia de Jason Grace: recuerda lo que es ser humano. Él no se refería a todas las cosas horribles de ser humano, las cuales eran muchas. Había querido decir las mejores cosas: defender una causa justa, poner a los demás en primer lugar, tener una fe obstinada de que puedes marcar la diferencia, incluso si eso significaba que tenías que morir para proteger a tus amigos y tus ideales. Estos no eran el tipo de sentimientos que los dioses tienen... bueno, nunca. Sally Jackson se refería al término de la misma manera que Jason lo hizo: como algo a lo que valía la pena aspirar. —Gracias. —Conseguí decir. Ella asintió. —Entonces, ¿Cómo podemos ayudar? —Han hecho más que suficiente, Jackson madre y Blofis padre. — Lu sorbió lo último de lasaña que quedaba en su plato—. Debemos irnos. Meg miró por la ventana a la tormenta, luego al pan de ajo que quedaba en la canasta. —¿Quizás podríamos quedarnos hasta la mañana? —Es una buena idea —coincidió Paul—. Tenemos suficiente espacio. Si los hombres de Nerón están ahí afuera buscándolos en la oscuridad y bajo la lluvia torrencial... ¿No preferirían que estén ahí afuera mientras ustedes están aquí, cálidos y cómodos? Lu pareció considerarlo. Eructaba sin descaro, lo que en su cultura probablemente era un canto de agradecimiento, o un canto que insinuaba que tenía gases.

—Sus palabras son sensatas, Blofis padre. Su lasaña es buena. Muy bien. Supongo que las cámaras nos verán mejor en la mañana de todos modos. —¿Cámaras? —me senté—. ¿Las cámaras de vigilancia de Nerón? Pensé que no queríamos que nos vieran. —Tengo un plan. —Lu se encogió de hombros. —¿Un plan como el del tren? Porque… —Escucha esto, pequeño Lester... —Esperen —ordenó Paul. Su voz era tranquila pero firme, dándome una idea de cómo este hombre amable y gentil podía controlar a sus alumnos—No discutamos. Despertaremos a Estelle. Supongo que debí haber preguntado esto antes, pero, em... —Miró entre Meg, Lu y yo—. ¿Cómo se conocieron exactamente? —Lu nos tomó de rehenes en un tren —dije. —Los salvé de ser capturados en un tren —me corrigió. —Lu es mi protectora —dijo Meg. Eso captó la atención de todos. Sally levantó las cejas y las orejas de Lu se volvieron de un color rojo brillante. El rostro de Paul permaneció en su modo maestro. Me lo imaginaba perfectamente pidiéndole a Meg que amplíe su enunciado y que proporcione tres ejemplos en un párrafo bien argumentado. —¿Protectora en qué sentido, Meg? —preguntó. Lu miró a la chica. La Gala tenía una extraña mirada dolida mientras esperaba que Meg describiera su relación. Meg empujó el tenedor por el plato.

—Legalmente. Por ejemplo, si necesito que alguien firme cosas. O que me busque en la estación de policía o… lo que sea. Cuanto más pensaba en esto, menos absurdo me parecía. Nerón no se molestaría con los tecnicismos de la paternidad. ¿Firmar una hoja de permiso? ¿Llevar a Meg al médico? No, gracias. Él delegaría esas cosas. ¿Y estatus legal? A Nerón no le gustaba la tutela formal. En su mente, era dueño de Meg. —Lu me enseñó a usar las espadas —Meg se retorció en su nuevo vestido rosa—. Ella me enseñó... bueno, la mayoría de las cosas. Cuando vivía en el palacio, la torre de Nerón, Lu trató de ayudarme. Ella fue... fue la más amable. Estudié a la gigante gala en su camiseta de Electronics Mega-Mart y la toalla de baño que usaba como falda escocesa. Podía pensar en muchas descripciones para ella, y amable no era la primera que se me venía a la mente. Sin embargo, podía imaginarla siendo más amable que Nerón. Lo que era un estándar bajo. Y podía imaginarme a Nerón usando a Lu como su representante... dándole a Meg otra figura de autoridad a la que admirar, una mujer guerrera. Después de lidiar con Nerón y su aterradora personalidad alternativa, la Bestia, Meg habría visto a Lu como un alivio bienvenido. —Eras la policía buena —supuse. Las venas del cuello de Lu se abultaron contra su piel. —Llámame como quieras. No hice lo suficiente por mi retoño, pero hice lo que pude. Ella y yo entrenamos juntas durante años. —¿Retoño? —preguntó Paul—. Ah, cierto. Porque Meg es hija de Deméter. Su expresión seguía siendo seria, pero sus ojos brillaban, como si no pudiera creer que tuviera la suerte de tener esta conversación.

Yo no me sentí tan afortunado. Estaba agarrando mi tenedor con tanta fuerza que mi puño temblaba. El gesto pudo haber parecido amenazante si los dientes de este no hubieran estado coronados con un tomate cherry. —Eras la tutora legal de Meg. —Miré a Lu—. Podrías haberla sacado de esa torre. Podrías haberte reubicado. Huir con ella. Pero te quedaste. Durante años. —Hey. —Meg advirtió. —No, él tiene razón. —Los ojos de Lu pudieron haber hecho un agujero en la cacerola—. Le debía mi vida a Nerón. En los viejos tiempos, él me salvó de... Bueno, ahora no importa, pero le serví durante siglos. He hecho muchas cosas difíciles por él. Luego vino el retoño e hice lo mejor que pude. No fue suficiente. Entonces Meg se escapó contigo. Escuché lo que Nerón estaba planeando, lo que pasaría cuando ustedes dos regresaran a la ciudad... —ella negó con la cabeza—. Fue demasiado. No podía llevar a Meg de regreso a la torre. —Seguiste a tu conciencia. —Dijo Sally. Deseaba ser tan clemente como nuestros huéspedes. —Nerón no contrata a sus guerreros por su conciencia. —Es verdad, pequeño Lester —la gran mujer frunció el entrecejo— . Créeme o no, pero si no podemos trabajar juntos, si no me escuchas, entonces Nerón ganará. Él destruirá todo esto. Hizo un gesto alrededor de la habitación. Ya sea que se refiriera al mundo, Manhattan o al apartamento de los Jackson-Blofis, cualquiera de esas posibilidades era inaceptable. —Yo te creo. —Anunció Sally.

Parecía ridículo que a una enorme guerrera como Lu le interesara la aprobación de Sally Jackson, pero la gala parecía genuinamente aliviada. Sus músculos faciales se relajaron. Los tatuajes celtas alargados en sus brazos se volvieron a colocar en círculos concéntricos. —Gracias, Jackson madre. —También yo te creo. —Meg me frunció las cejas, su mensaje fue claro: y tú también lo harás o te ordenaré correr contra una pared. Bajé mi tenedor con el tomate clavado en la punta. Fue el mejor gesto de paz que pude ofrecer. No podía confiar completamente en Luguselwa. El «policía bueno» seguía siendo un policía... todavía formaba parte del juego mental. Y Nerón era un experto en jugar con la cabeza de las personas. Miré a Paul, esperando su apoyo, pero me dio un encogimiento de hombros casi imperceptible: ¿Qué más puedes hacer? —Muy bien, Luguselwa —dije—. Dinos tu plan. Paul y Sally se inclinaron hacia adelante, listos para recibir órdenes. —No ustedes, mis buenos anfitriones. —Lu negó con la cabeza—. No tengo dudas de que son valientes y fuertes, pero no veré que le hagan daño a esta familia. —En eso, al menos, estamos de acuerdo. —Asentí—. Una vez que llegue la mañana, nos iremos de aquí. Quizás después de un buen desayuno, si no es demasiado problema. Sally sonrió, aunque había un matiz de decepción en sus ojos, como si hubiera estado deseando romper algunas cabezas de romanos malvados. —Todavía quiero escuchar el plan. ¿Qué van a hacer?

—Es mejor no compartir muchos detalles —dijo Lu—. Pero hay un camino secreto a la torre de Nerón, uno subterráneo. Es el camino que Nerón toma para visitar... al reptil. Los rollos de lasaña parecieron hacerse piedra en mi estómago. El reptil. Pitón. Intruso en Delfos, mi archienemigo y ganador del premio a la serpiente menos popular de la Revista Olympus durante cuatro mil años consecutivos. —Suena como una forma terrible de entrar —noté. —No es maravillosa —estuvo de acuerdo Lu. —Pero podemos usarla para infiltrarnos —supuso Meg—. ¿Sorprenderemos a Nerón? Lu resopló. —No es tan fácil, Retoño. El camino es secreto, pero todavía está fuertemente custodiado y bajo vigilancia constante. Si intentas colarte, te atraparán. —Lo siento —dije—. Todavía no escucho nada parecido a un plan. Lu se tomó un momento para reunir su paciencia. Estaba familiarizado con esa mirada. La recibía a menudo de Meg y de mi hermana Artemisa, y.… bueno, de todos, en realidad —El camino no es para ustedes —dijo—. Pero podría usarse para que un pequeño escuadrón de semidioses se infiltre, si existiera alguno lo suficientemente valiente y hábil para navegar bajo tierra. Hijo de Hades, pensé, las palabras de la anfisbena hicieron eco en mi cabeza, el amigo de los corredores de cavernas, El camino secreto al trono debe mostrar. Lo único que es más inquietante que no comprender una profecía es comenzar a comprenderla.

—Entonces ellos simplemente serán capturados —dije. —No necesariamente —dijo Lu—. No si Nerón está lo suficientemente distraído. Tenía la sensación de que no me iba a gustar la respuesta a mi siguiente pregunta: —¿Distraído con qué? —Tu rendición —respondió Lu. Esperé. Lu no parecía ser del tipo de personas que jugaba bromas pesadas, pero este habría sido un buen momento para ella de reírse y gritar ¡TE LO CREÍSTE! —No puedes hablar en serio —dije. —Estoy con Apolo —comentó Sally—. Si Nerón quiere matarlo, ¿Por qué debería...? —Es la única manera. —Lu respiró hondo—. Escucha, sé cómo piensa Nerón. Cuando vuelva con él y le diga que ustedes dos se escaparon, les dará un ultimátum. —¿A quién? —Paul frunció el ceño. —Puede ser al Campamento Mestizo —respondió Lu—. A cualquier semidiós, aliado, en cualquier lugar que pueda esconderse Apolo. Los términos de Nerón serán simples: Apolo y Meg se rinden dentro de un cierto período de tiempo, o Nueva York es destruida. Quería reírme. Parecía imposible, ridículo. Entonces recordé los yates de Calígula en la bahía de San Francisco, lanzando una andanada15 de proyectiles de fuego griego que habrían destruido todo el este de la bahía si Lavinia Asimov no los hubiera saboteado. Nerón

15

Conjunto de disparos que realizan los cañones o piezas de artillería de un barco al mismo tiempo

tendría al menos la misma cantidad de recursos a su disposición, y Manhattan era un objetivo mucho más densamente poblado. ¿Quemaría su propia ciudad, con su propia torre palaciega 16 en medio de ella? Pregunta tonta, Apolo. Nerón lo había hecho antes. Pregúntale a la Antigua Roma. —Así que nos rescataste —dije— sólo para decirnos que deberíamos rendirnos ante Nerón. Ese es tu plan. —Nerón debe creer que ya ha ganado —dijo Lu—. Una vez que los tenga a ustedes dos, bajará un poco la guardia. Esto puede darle a tu equipo de semidioses la oportunidad de infiltrarse en la torre desde abajo. —Puede —repetí. —La sincronización será complicada —admitió Lu—, pero Nerón te mantendrá con vida por un tiempo, Apolo. Él y el reptil... Tienen planes para ti. Un trueno distante sacudió mi silla. O fue eso, o me encontraba temblando. Podría imaginar qué tipo de planes podrían tener Nerón y Pitón para mí. Ninguno de ellos incluía una agradable lasaña en la cena. —Y Retoño —continuó Lu—. Sé que será difícil para ti volver a ese lugar, pero estaré allí para protegerte, como lo he hecho muchas veces antes. Seré tu aliada ahí dentro. Cuando tus amigos invadan la torre, podré liberarlos a ambos. Entonces, juntos, podremos acabar con el emperador. ¿Por qué Meg se veía tan pensativa, como si realmente estuviera considerando está loca estrategia? 16

De la corte o de los habitantes que vivían en el palacio del rey, o relacionado con ellos.

—Aguarda un minuto —protesté—. Incluso si confiamos en ti, ¿por qué lo haría Nerón? Dices que volverás con él con el rabo entre las piernas y le informarás que nos escapamos. ¿Por qué habría de creer eso? ¿Por qué no sospechará de que te has unido a nosotros? —También tengo un plan para eso —dijo Lu—. Uno que implica que me empujarás de un edificio.

6 Adiós, Luguselwa No olvides escribir si es que Alguna vez golpeaste el suelo.

HABÍA ESCUCHADO PLANES PEORES. Pero, aunque la idea de empujar a Lu de un edificio me parecía ciertamente atractiva, estaba escéptico de que lo estuviese diciendo en serio, en especial porque no quería dar más explicaciones ni ofrecernos detalles. —Mañana —insistió—. Una vez que estemos en el camino. A la mañana siguiente, Sally nos preparó el desayuno. Estelle se rió con nosotros histéricamente. Paul se disculpó por no tener un coche que pudiera prestarnos, ya que el Prius de la familia, que normalmente chocábamos, se dirigía a California con Percy, Grover y Annabeth. Lo mejor que Paul podía ofrecernos era un pase de metro, pero yo no estaba listo para viajar en más trenes. Sally nos abrazó a todos y nos deseó lo mejor. Luego dijo que tenía que volver a hornear galletas, cosa que hacía para aliviar el estrés mientras trabajaba en la revisión de su segunda novela. Esto me generó muchas preguntas. ¿Segunda novela? No habíamos hablado de su escritura la noche anterior. ¿Galletas? ¿Podríamos esperar hasta que estuvieran horneadas? Pero sospechaba que la buena comida era una tentación interminable aquí en la casa de los Jackson-Blofis. Siempre habría un

siguiente bocadillo dulce o salado que resultaba más apetecible que enfrentarse al duro mundo. Además, respetaba el hecho de que Sally necesitara trabajar. Como dios de la poesía, comprendía la importancia de las revisiones. Enfrentarse a monstruos y mercenarios imperiales es mucho más fácil. Al menos la lluvia había cesado, dejándonos una sofocante mañana de junio. Lu, Meg y yo nos dirigimos hacia el río Este a pie, pasando de callejón en callejón hasta que Lu encontró un lugar que pareció satisfacerla. Justo al lado de la Primera Avenida, un edificio de apartamentos de diez pisos estaba en proceso de renovación. Su fachada de ladrillo era un cascarón vacío y sus ventanas no tenían marcos. Nos escabullimos por el callejón detrás del lote, trepamos por una cerca de construcción de alambre y encontramos la entrada trasera bloqueada sólo por una hoja de madera contrachapada. Lu la atravesó con una fuerte patada. —Después de ustedes —dijo. —¿Realmente tenemos que seguir adelante con esto? —Observé la puerta oscura. —Yo soy la que tiene que caerse del techo —murmuró—. Deja de quejarte. El interior del edificio fue reforzado con andamios de metal: peldaños que simulaban una escalera que te llevaban de un nivel al otro. Oh, genial. Después de escalar la Torre Sutro, amaba la idea de encontrarme con más escaleras. Los rayos de sol atravesaron el interior del hueco de la estructura, dejando ver nubes de polvo y arco iris en miniatura. Por encima de nosotros, el techo aún estaba intacto. Desde el nivel más alto de andamios, una última escalera conducía a una plataforma con una puerta de metal.

Lu empezó a trepar. Se había vuelto a poner su disfraz de conductora de Amtrak para no tener que explicarle la camiseta de Electronics Mega-Mart a Nerón. Yo seguía con la ropa heredada de Percy Jackson. Mi divertida San Valentin, Meg, apareció en la retaguardia. Como en los viejos tiempos en la Torre Sutro, excepto con un cien por ciento menos de Reyna Ávila Ramírez-Arellano y un cien por ciento más de gala tatuada. Con uno en cada nivel, Meg se detuvo para estornudar y limpiarse la nariz. Lu hizo todo lo posible por mantenerse alejada de las ventanas, como si le preocupara que Nerón pudiera aparecer tras una y gritar: ¡Boare! (Estoy bastante seguro de que eso significa ¡buu! en latín. Ha pasado un tiempo desde que asistí a una de las famosas fiestas de la casa encantada de Cicerón. A ese hombre le encantaba ponerse una toga sobre la cabeza y asustar a sus invitados). Finalmente, llegamos a la puerta de metal, que había sido pintada con una advertencia en aerosol rojo: «ACCESO AL TECHO RESTRINGIDO». Yo estaba sudado y sin aliento. Lu parecía imperturbable por la escalada. Meg pateó distraídamente el ladrillo más cercano como si se preguntara si podría derrumbar el edificio. —Aquí está el plan —dijo Lu—: Sé con certeza que Nerón tiene cámaras en el edificio de oficinas al otro lado de la calle. Es una de sus propiedades. Cuando salgamos por esta puerta, su equipo de vigilancia debería tener buenas imágenes de nosotros en el tejado. —Recuérdanos, ¿Por qué esa es una buena idea? —pregunté. Lu murmuró algo en voz baja, tal vez una oración para que sus dioses celtas me golpearan en la cabeza. —Porque vamos a dejar que Nerón vea lo que queremos que vea. Vamos a montar un espectáculo.

—Como en el tren. —Meg asintió. —Exactamente —dijo Lu—. Ustedes dos corren primero. Yo los seguiré unos pasos atrás, como si finalmente los hubiera acorralado y estuviera lista para matarlos. —De una manera estrictamente teatral —añadí. —Tiene que parecer real —dijo Lu. —Podemos hacerlo. —Meg se volvió hacia mí con una mirada de orgullo—. Nos viste en el tren, Lester, y eso fue sin planear. Cuando vivía en la torre, Lu me ayudaba a fingir estas increíbles batallas para que mi padre... Nerón, quiero decir, pensara que mataba a mis oponentes. La observé. —Matar. A tus oponentes —A los sirvientes, o prisioneros, o simplemente personas que no le agradaban. Lu y yo lo planeábamos por adelantado. Yo fingía matarlos. Con sangre y todo. Luego, después, Lu los arrastraba fuera de la arena y los dejaba ir. Las muertes parecían tan reales que Nerón nunca se dio cuenta. No pude decidir qué me pareció más horrible: el incómodo desliz de Meg al llamar padre a Nerón, el hecho de que Nerón había esperado que su joven hijastra ejecutara prisioneros para divertirse o que Lu había conspirado para hacer que el espectáculo fuera no-letal para proteger los sentimientos de Meg en lugar de (oh, no sé) negarse a hacer el trabajo sucio de Nerón en primer lugar y sacar a Meg de esa casa de los horrores. ¿Y tú eres mejor? Se burló una pequeña voz en mi cerebro. ¿Cuántas veces has hecho el trabajo de Zeus?

De acuerdo, vocecita. Buen punto. No es fácil oponerse o zafarse de los tiranos, especialmente cuando dependes de ellos para todo. Tragué el sabor amargo de mi boca. —¿Cuál es mi papel? —Meg y yo haremos la mayor parte de la pelea —Lu levantó su ballesta—. Apolo, tú tropiezas y te encoges de miedo. —Puedo hacer eso. —Entonces, cuando parece que estoy a punto de matar a Meg, gritas y me atacas. Tienes explosiones de fuerza divina de vez en cuando, según he oído. —¡No puedo convocar una con una orden! —No tienes que hacerlo. Pretende. Empújame tan fuerte como puedas... justo en la orilla del techo. Dejaré que lo hagas. Miré por encima de la barandilla de andamios. —Estamos en un décimo piso. Lo sé porque... estamos en el décimo piso. —Sí —coincidió Lu—. Estaré bien. No muero fácilmente, pequeño Lester. Me romperé algunos huesos, sin duda, pero con suerte, sobreviviré. —¿Con suerte? —de repente, Meg no parecía tan segura. Lu convocó una cimitarra en su mano libre. —Tenemos que arriesgarnos, Retoño. Nerón tiene que creer que hice todo lo posible para atraparte. Si sospecha algo... Bueno, no podemos permitir eso. —Ella me encaró—. ¿Listo?

—¡No! —dije—. Aún no has explicado cómo Nerón pretende incendiar la ciudad, o qué se supone que debemos hacer una vez que nos capturen. La mirada fiera de Lu fue bastante convincente. De hecho, de verdad le creí que quería matarme. —Tiene fuego griego. Más que Calígula. Más de lo que nadie se ha atrevido a almacenar. Tiene algún sistema de entrega en su lugar. No conozco los detalles. Pero tan pronto como sospeche que algo anda mal, tocará un botón y todo habrá terminado. Por eso tenemos que pasar por esta elaborada farsa. Tenemos que llevarte dentro sin que él se dé cuenta de que es un truco. Estaba temblando de nuevo. Contemplé el suelo de cemento y me lo imaginé desintegrándose, cayendo a causa de un mar de llamas verdes. —Entonces, ¿Qué pasará cuando nos capturen? —Las celdas de detención —dijo Lu—. Están muy cerca de la bóveda donde Nerón guarda sus fasces. Mi ánimo subió al menos un milímetro. Esa no era exactamente una buena noticia, pero al menos el plan de Lu ahora parecía un poco menos loco. Los fasces del emperador, el hacha dorada que simbolizaban su poder, se conectaban a la fuerza vital de Nerón. En San Francisco, destruimos los fasces de Cómodo y Calígula y debilitamos a los emperadores justo lo suficiente para matarlos. Si pudiéramos hacer lo mismo con Nerón… —Así que nos sacarás de nuestras celdas —supuse— y nos llevarás a esa bóveda. —Esa es la idea. —La expresión de Lu se volvió sombría—. Por supuesto, los fasces están protegidas por... bueno, algo terrible. —¿Qué? —preguntó Meg.

La vacilación de Lu me asustó más que cualquier monstruo que ella pudiera haber nombrado. —Vamos a lidiar con eso más tarde. Una cosa imposible a la vez. Una vez más me encontré de acuerdo con la gala. Eso me preocupó. —Bueno, está bien —dijo—. Lester, después de que me empujes del techo, tú y Meg llegarán al Campamento Mestizo lo más rápido que puedan y encontrarán un equipo de semidioses para que se infiltre en los túneles. La gente de Nerón no estará muy lejos de ustedes. —Pero no tenemos un carro. —Ah. Casi lo olvido. —Lu miró su cinturón como si quisiera agarrar algo, luego se dio cuenta de que sus manos estaban llenas de armas—. Retoño, mete la mano en mi bolsa. Meg abrió la pequeña bolsa de cuero. Jadeó cuando vio lo que había dentro, luego lo sacó, agarrado lo que sea que fuese en su mano con fuerza, sin dejarme ver. —¿De verdad? —Meg saltó arriba y abajo de la emoción—. ¿Puedo? Lu se rió entre dientes. —¿Por qué no? —Lu se rió entre dientes—. Ocasión especial. —¡Hurra! —Meg deslizó lo que tanto la alegró en una de sus bolsas de jardinería. Sentí que me había perdido algo importante. —Um, ¿Qué...? —Mucha charla —dijo Lu—. ¿Listos? ¡Corran! No estaba listo, pero me había acostumbrado a que me dijeran que corriera. Mi cuerpo reaccionó por mí, y Meg y yo irrumpimos por la puerta.

Trepamos sobre la superficie de brea plateada, esquivando las salidas de aire y tropezando con ladrillos sueltos. Entré en mi papel con deprimente facilidad. ¿Correr por mi vida, aterrorizado e indefenso? Durante los últimos seis meses, lo tenía muy ensayado. Lu gritó y cargó detrás de nosotros. Dos flechas de ballesta silbaron junto a mi oído. Realmente estaba creyéndome todo el asunto de la "gala asesina". Mi corazón se aceleró en mi garganta como si de verdad estuviera en peligro de muerte. Demasiado rápido, llegué al borde del techo. Nada más que una pared de ladrillos a la altura de la cintura me separaba de una caída de cientos de metros hacia el callejón de al lado. Me volví y grité mientras la hoja de Lu se dirigía hacia mi cara. Me arqueé hacia atrás, no lo suficientemente rápido. Su hoja cortó una línea delgada en mi frente. Meg se materializó, gritando de rabia. Bloqueó el siguiente ataque de la gala y la obligó a retroceder. Lu dejó caer su ballesta y convocó su segunda espada, y las dos dimachaeri se atacaron a pleno en una interpretación dramática de kung-fu con sus cuchillas filosas girando como las de una licuadora. Tropecé, demasiado aturdido para sentir dolor. Me pregunté por qué la lluvia tibia me caía sólo en los ojos. Luego la limpié, me miré los dedos y me di cuenta: Nop, eso no es lluvia. La lluvia no solía ser de un rojo brillante. Las espadas de Meg destellaron, haciendo retroceder a la gran gala. Lu le dio una patada en el estómago y la hizo tambalearse. Mis pensamientos eran lentos, atravesando una neblina almibarada de conmoción, pero parecía recordar que tenía un gran papel en este drama. ¿Qué se suponía que debía hacer después de correr y acobardarme?

Oh, sí. Se suponía que iba a tirar a Lu del techo. Una risita burbujeó en mis pulmones. No podía ver con la sangre en mis ojos y mis manos y pies se sentían como globos de agua, temblorosos y calientes, a punto de estallar. Pero claro, no había problema. Simplemente se suponía que debía arrojar por el techo a una enorme guerrera con dos espadas en sus manos. Me tambaleé hacia adelante. Lu empujó su cuchilla izquierda, apuñalando a Meg en el muslo. Meg gritó y tropezó, cruzando sus espadas justo a tiempo para atrapar el siguiente golpe de Lu, que le pudo haber partido la cabeza en dos. Espera un segundo. Esta pelea no podía ser actuada. La rabia pura iluminaba los ojos de la gala. Lu nos había engañado y Meg estaba en peligro real. La furia se hinchó dentro de mí. Un torrente de calor quemó la neblina y me llenó de poder divino. Grité como uno de los toros sagrados de Poseidón en su altar. (Y, déjame decirte, esos toros no iban amablemente al matadero). Corrí hacia Luguselwa, quien se volvió con los ojos muy abiertos, pero no tuvo tiempo de defenderse. La abordé por la cintura, la levanté por encima de mi cabeza con tanta facilidad como si fuera una pelota para hacer ejercicio y la arrojé por un costado del edificio. Me excedí. En lugar de dejarla caer en el callejón, sobrevoló los tejados del siguiente edificio y desapareció. Medio segundo después, un ruido metálico distante resonó en algún lugar de la Primera Avenida, seguido de la alarma furiosa de un coche. Mi fuerza se evaporó. Me tambaleé y caí de rodillas, la sangre me corría por la cara. Meg tropezó hacia mí. Sus nuevos leggings blancos estaban empapados de la herida en su muslo.

—Tu cabeza —murmuró. —Ya sé. Tu pierna. Meg tropezó con sus bolsas de jardinería hasta que encontró dos rollos de gasa. Nos vendamos lo mejor que pudimos para detener el sangrado. Los dedos de Meg temblaban y las lágrimas brotaron de sus ojos. —Lo siento —le dije—. No quería lanzar a Lu tan lejos. Yo sólo... pensé que de verdad estaba tratando de matarte. Meg miró en dirección a la Primera Avenida. —Está bien. Ella es ruda. Ella... ella probablemente está bien. —Pero... —No es momento de hablar. Vamos. Me agarró por la cintura y me levantó. De alguna manera logramos regresar adentro, luego logramos navegar por los andamios y escaleras para salir del edificio de apartamentos vacíos. Mientras nos acercábamos cojeando a la intersección más cercana, los latidos de mi corazón se aceleraron irregularmente, como una trucha en el suelo de un barco. (Uf. Ahora tenía a Poseidón en el cerebro). Me imaginé una caravana de todoterrenos negros brillantes llenos de Germani rugiendo en nuestra dirección, rodeando nuestros cuerpos para detenernos. Si Nerón había visto realmente lo que había sucedido en ese tejado, era sólo cuestión de tiempo. Le habíamos dado un gran espectáculo. Pediría nuestros autógrafos y luego nuestras cabezas en una charola de plata. En la esquina de la calle ochenta y uno con la primera, examiné el tráfico. Aún no había señales de los Germani. No había monstruos. Ni policías ni civiles gritando que acababan de presenciar a una guerrera gala cayendo del cielo.

—¿Ahora qué? —pregunté, esperando de verdad que Meg tuviera una respuesta. De las bolsas de su cinturón, Meg sacó el artículo que Lu le había dado: una moneda romana de oro brillante. A pesar de todo lo que habíamos pasado, detecté un destello de emoción en los ojos de mi joven amiga. —Ahora pediré un aventón —dijo. Con un frío rubor de pavor, comprendí de qué estaba hablando. Me di cuenta de por qué Luguselwa le había dado esa moneda, y una parte de mí deseaba haber arrojado a la gala unas cuadras más lejos. —Oh, no —supliqué—. No puedes hablar de ellas. ¡Ellas no! —Son geniales —insistió Meg. —¡No, no son geniales! ¡Son horribles! —Tal vez no debas llamarlas así —dijo Meg, luego arrojó la moneda a la calle y gritó en latín—: ¡Detente, oh Carroza de la Perdición!

7 Carroza de la perdición ¿Qué te hace parar aquí? No usare tu aplicación.

LLÁMAME SUPERSTICIOSO. SI VAS A PEDIR UN TAXI, al menos intenta encontrar uno que no tenga la palabra perdición en el nombre. La moneda de Meg golpeó en el pavimento y desapareció en un pestañeo. Instantáneamente, una porción de asfalto del tamaño de un carro se derritió como si fuera una piscina burbujeante de sangre y alquitrán. (Al menos eso parecía. No probé los ingredientes.) Un taxi emergió de la sustancia pegajosa como un submarino saliendo a la superficie. Era parecido a un taxi común de Nueva York, solo que gris en lugar de amarillo: el color del polvo, o el de las lapidas, o probablemente el que tenía mi cara en ese momento. Pintadas a través de la puerta estaban escritas las palabras “Hermanas Grises”. Adentro, sentadas hombro a hombro en el asiento del conductor, estaban las tres viejas brujas (disculpen, las tres hermanas adultas maduras) en persona. La ventana del pasajero descendió. La hermana del asiento del copiloto saco su cabeza y gritó: —¿Y el pasaje? ¿Tienen el diNerón del pasaje? Era tan adorable como la recordaba: una cara que parecía una mascara de látex de Halloween, dos huecos hundidos en donde

deberían haber estado sus ojos y un montón de telarañas encima de su canoso y enredado cabello. —Hola, Tempestad —suspiré—, tiempo sin vernos. Ella ladeó su cabeza. —¿Quién eres? No reconozco tu voz. ¿Pasaje o no? ¡Tenemos otras formas de pago! —Soy yo —dije miserablemente—, el dios Apolo. Tempestad olisqueó el aire. Juntó sus labios y pasó su lengua sobre su amarillo y único diente. —No suenas como Apolo. No hueles como Apolo. Déjame morderte. —Uhm, no —dije—, tendrás que creer en mi palabra. Necesitamos... —Espera —Meg me miró con duda—, ¿Conoces a las Hermanas Grises? Lo dijo como si se lo hubiera ocultado, como si yo conociera a las tres miembrosfundadoras de Bananarama17 y no hubiera conseguido aún sus autógrafos para Meg. (Mi historia con Bananarama, donde les presenté a la verdadera Venus e inspiré esa canción que fue un hit número uno, es algo que dejaré para otro momento). —Sí, Meg —dije—. Soy un dios, conozco gente. —No hueles a dios —Tempestad gruñó y le gritó a la hermana que estaba a su izquierda—: ¡Avispa, echa un vistazo! ¿Quién es este chico? La hermana de en medio se abrió paso a empujones hacia la ventana. Se veía casi igual que Tempestad, para diferenciarlas 17

Grupo británico de música pop creado en 1979 por Sarah Dallin, Keren Woodward y Siobhan Fahey

tendrías que haberlas conocido por varios milenios lo cual, desafortunadamente, era mi caso, pero hoy ella portaba el ojo que las tres hermanas compartían: un globo ocular de aspecto lechoso y baboso que me observaba desde las profundidades de su cuenca izquierda. Tan infeliz como estaba de verla de nuevo, estaba aún más infeliz de que, por defecto, la tercera hermana, Ira, era la que conducía el taxi. Tener a Ira al volante nunca era un buen augurio. —Es un niño mortal con una bandana empapada de sangre en la cabeza —pronuncio Avispa después de mirarme un buen rato—. No es interesante. No es un dios. —Eso me dolió —dije—. Soy yo, Apolo. Meg alzó sus manos. —¿Eso importa? Ya pagué mi moneda, así que, ¿Podrían dejarnos entrar, por favor? Podrías pensar que Meg tenía un punto. ¿Por qué querría revelar quién soy? El problema aquí es que las Hermanas Grises normalmente no llevarían a mortales regulares en su taxi. Además, dada mi historia con ellas, pensé que sería mejor ser directo con mi identidad antes de que se enteraran de quién era a mitad del camino y me expulsaran de un auto en movimiento. —Señoritas —dije usando el termino vagamente—, puede que no luzca como Apolo, pero les aseguro que soy yo, atrapado en este cuerpo mortal. De otra manera, ¿Cómo sabría tanto de ustedes? —¿Como qué? —demandó saber Tempestad. —Su sabor favorito de Néctar es crema de caramelo, su Beatle favorito es Ringo. Por centenios estuvieron enamoradas de Ganímedes, pero ahora les gusta…

—¡Es Apolo! —gritó Avispa. —¡Definitivamente es Apolo! —lloriqueó Tempestad—. ¡Molesto! ¡Sabe cosas! —Déjenme entrar —dije—, y me callaré. Esa no era una oferta que propusiera a menudo. El seguro de la puerta trasera saltó. Abrí la puerta para Meg. Ella sonrió. —¿Quién les gusta ahora? —Te diré más tarde —murmure. Dentro del taxi, nos pusimos los cinturones de seguridad de cadena negra. Los asientos eran casi tan cómodos como una bolsa de frijoles rellena de cubiertos de plata. Detrás del volante la tercera hermana, Ira, refunfuñó. —¿A dónde? —Al campamento... —dije. Ira pisó el pedal. Mi cabeza golpeó el respaldo y Manhattan paso a ser una mancha mientras la recorríamos a la velocidad de la luz. Esperaba que Ira hubiera entendido que me refería al Campamento Mestizo o podríamos terminar en el Campamento Júpiter, el Campamento David, o Campobello, Nueva Brunswick, aunque sospechaba que esos lugares estaban fuera del área de servicio regular de las Hermanas Grises. La televisión del taxi parpadeó volviendo a la vida. Una orquesta y la risa pregrabada de una audiencia sonó desde la bocina. —¡Todas las noches a las siete! —dijo un anunciador—. ¡Sintonicen Late Night con Thalia!

Apreté el botón de apagado tan rápido como pude. —Me gustan los comerciales —se quejó Meg. —Pudrirán tu cerebro —dije. A decir verdad, Late Night con Thalía fue alguna vez mi programa favorito. Thalía (la musa de la comedia, no mi compañera semidiosa Thalía Grace) me había invitado docenas de veces como el invitado musical estrella. Me sentaba en su sofá, compartía chistes con ella, jugaba sus juegos tontos como ¡Destruye esa Ciudad! o Bromas Telefónicas versión Profecía, pero ahora no quería ningún recordatorio de mi antigua vida divina. Ahora que la había perdido estaba… sí, lo diré. Estaba avergonzado de las cosas que solía considerar importantes. Rating. La gente que me adoraba. El ascenso y la caída de las civilizaciones a las que les caía mejor. ¿Qué eran esas cosas comparadas con mantener a mis amigos con vida? Nueva York no podía arder. La pequeña Estelle Blofis tenía que crecer libre para reír y dominar el planeta. Nerón tenía que pagar. No era posible que esa mañana casi hubiera perdido mi cara y que hubiera arrojado a Luguselwa a un automóvil que estaba estacionado a dos cuadras de mí por nada. Meg parecía no molestarse por mi mal humor o su propia pierna herida. Privada de comerciales, se acomodó en su asiento y observó el paisaje a través de la ventana, el East River, luego Queens, yendo a una velocidad que los mortales sólo podrían soñar con experimentar… la cual, para ser justos, no era nada más allá de las 10 millas por hora. Ira dirigía, completamente a ciegas, mientras Avispa gritaba ocasionalmente correcciones en el camino. —¡A la izquierda! ¡Frena! ¡Izquierda! ¡No, la otra izquierda! —Qué divertido —dijo Meg—. Amo este taxi.

Fruncí el ceño. —¿Tomas seguido el taxi de las Hermanas Grises? Mi tono era el mismo que alguien utilizaría para decir ¿Disfrutas hacer tarea? —Era un premio especial —dijo Meg—. Cuando Lu decidía que había entrenado bien, me llevaba de paseo. Intenté procesar el concepto de este medio de transporte siendo utilizado como un premio. Verdaderamente, la casa del emperador era un lugar retorcido y malvado. —¡La chica tiene buen gusto! —chilló Avispa—. ¡Somos la mejor opción en la zona de Nueva York! ¡No confíen en esos servicios de transporte compartido! La mayoría de ellos son conducidos por arpías sin licencia. —¡Arpías! —gritó Tempestad. —¡Robándose nuestro negocio! —concordó Ira. Tuve una visión momentánea de nuestra amiga Ella detrás del volante de un auto. Hizo que casi me sintiera aliviado de estar en ese taxi. Casi. —¡Actualizamos Tempestad.

nuestro

servicio,

también!

—presumió

Me forcé a mí mismo a enfocarme en sus cuencas oculares. —¿Cómo? —¡Puedes usar nuestra aplicación! —dijo—. ¡Ya no tienen que llamarnos con monedas de oro! Apuntó a un letrero en el vidrio de plexiglas. Aparentemente, ahora podía conectar mi arma mágica favorita a su taxi y pagar con dracmas virtuales usando algo llamado GRIS RYYD .

Me estremecí al pensar en que haría la Flecha de Dodona si le permitiera hacer compras en línea. Si alguna vez volvía al Olimpo, encontraría mis cuentas congeladas y mi palacio embargado porque la Flecha había comprado toda copia conocida del Primer Folio de Shakespeare18. —Estoy bien con el efectivo —dije. Avispa regañó a Ira. —Tú y tus predicciones. Te dije que lo de la aplicación era una idea tonta. —Pararnos por Apolo fue aún más tonto —murmuró ella de vuelta—. Esa fue tu predicción. —¡Las dos son unas tontas! —soltó Tempestad—. Esa es mi predicción. Las razones de mi antiguo disgusto por las Hermanas Grises empezaban a regresar a mí. No era sólo que ellas fueran feas, groseras, asquerosas y olieran a podrido. No era sólo que las tres compartían un sólo ojo, un sólo diente y nulas habilidades sociales. Ni siquiera era el horrible trabajo que hacían escondiendo a la celebridad que les gustaban. En los días de la Grecia Antigua, ellas estaban enamoradas de mí, lo cual era muy incómodo, pero al menos entendible. Luego, ¿Puedes creerlo? Me superaron. El ultimo par de centenios han estado en el club de fans de Ganímedes. Sus publicaciones en Instadivino acerca de que tan lindo era se volvieron tan molestos que finalmente tuve que hacer un comentario sarcástico al respecto. Deben conocer ese meme que tiene una botella

18

First Folio es el nombre atribuido a la primera publicación de la colección de treinta y seis obras teatrales de William Shakespeare, cuyo nombre original es Mr William Shakespeare's Comedies, Histories and Tragedies.

de miel en forma de oso que dice: Honey, he gay! 19 Sí, yo lo creé. Y, en el caso de Ganímedes, difícilmente podía pasar como algo nuevo. Estos días decidieron tener un crush colectivo en Deimos, el dios del temor, lo cual no tenía sentido romántico para mí. Claro, es fuerte y tiene lindos ojos, pero… Esperen, ¿De qué estaba hablando? Oh, sí. La mayor fricción entre las Hermanas Grises y yo eran los celos profesionales. Yo era un dios de la profecía. Las Hermanas Grises decían también el futuro, pero no estaban bajo mi sello corporativo. No me rendían tributo, no me pagaban regalías, nada. Ellas obtuvieron su sabiduría de… en realidad, no sabía. Los rumores dicen que nacieron de los dioses primarios del mar, creadas de remolinos de espuma marina y basura, así que tenían un poco de la sabiduría y profecías que las olas arrastraban. Cualquiera que sea el caso, no me gustaba que husmearan en mi territorio y, por alguna inexplicable razón, yo tampoco les caía bien. Sus predicciones… esperen un momento. Recapitulé los sucesos ocurridos hasta hace un momento. —¿Dijiste algo acerca de predecir que me recogerían? —¡Ja! —dijo Tempestad—. ¿Creo que te gustaría saberlo, verdad? Ira se carcajeó. —Como si fuéramos a compartir una parte de la copla 20 que tenemos para ti...

19

Traducción: ¡Cariño, es gay! Honey en inglés se puede interpretar como cariño Composición poética de cuatro versos, que está destinada a ser cantada.

20

.

—¡Cállate, Ira! —Avispa le dio un golpe en la cabeza a su hermana—. ¡Él no ha preguntado nada aún! Meg se animó un poco. —¿Tienen un perro para Apolo?21 Maldije por lo bajo. Podía ver hacia donde se dirigía esa conversación. A las tres hermanas les encantaba pretender ser tímidas con sus augurios. Les gustaba hacer que sus pasajeros rogaran y suplicaran para averiguar qué es lo que ellas sabían de su futuro. Pero, por dentro, esas tres viejas se morían por decirlo. En el pasado, cada vez que yo accedía a escuchar su autoproclamada poesía profética, terminaba siendo una predicción de que era lo que tendría de almuerzo, o su opinión experta de a cuál dios Olímpico me parecía mas. (Una pista: Nunca era Apolo). Luego me molestaban pidiendo una crítica y me preguntaban si le compartiría su profecía a mi agente literario. Ugh. No estaba seguro de que era lo que podrían saber esta vez pero no les iba a dar la satisfacción de oírme preguntarles. Ya tenía suficientes versos proféticos de que preocuparme. —Coplas —le expliqué a Meg—, son unos cuantos versos irregulares de poesía. Hablando de estas tres es redundante porque todo lo que hacen es irregular... —¡No te lo diremos, entonces! —me amenazó Avispa. —¡Nunca te lo diremos! —concordó Ira. —No les pregunté —dije inocentemente. —Yo quiero escuchar del perro —dijo Meg. —No, no quieres —le aseguré. 21

En inglés, copla es doggeler, que suena como dog (perro), por eso Meg pregunta esto.

Fuera del taxi, la mancha borrosa que era el paisaje pasó de ser Queens hasta convertirse en los suburbios de Long Island. En el asiento delantero, las Hermanas Grises prácticamente se estremecían de las ganas de decir lo que sabían. —¡Son palabras muy importantes! —dijo Avispa—. ¡Pero nunca las escucharás! —Okay —dije en acuerdo. —¡No te lo diremos! —dijo Tempestad—. ¡Incluso si tu destino depende de ello! Una pizca de curiosidad me invadió. ¿Era posible…? No, seguro que no. Si caía en sus trucos, lo más probable es que me ganara las recomendaciones de las tres hermanas acerca de qué productos faciales eran perfectos para mi piel. —No les creo —dije. —¡No queremos que nos creas! —dijo Avispa—. ¡Esto que sabemos es demasiado importante! ¡Sólo te lo diríamos si nos amenazaras con horribles castigos! —No me rebajare a amenazarlas… —¡Nos está amenazando! —gritó Tempestad. Golpeó la espalda de Avispa tan fuerte que el ojo que compartían salió volando de su cuenca ocular. Avispa lo atrapo y, con una terrible actuación, lo dejó caer sobre su hombro, justo en mi regazo. Yo grité. Las hermanas también gritaron. Ira, privada de su guía, derrapó sobre la acera, mandando mi estomago directo a mi esófago con las vueltas del auto. —¡Robó nuestro ojo! —lloriqueó Tempestad—. ¡No podemos ver!

—¡Yo no se los robe! —grité—. ¡Es asqueroso! Meg dio un brinco de felicidad. —¡ESTO. ES. SUPER. ASOMBROSO! —¡Quítamelo! —me revolví y ladeé mis caderas, esperando que el ojo rodara fuera de mí, pero se quedó tercamente en mi regazo, observándome con la mirada acusadora de un pez. Meg no ayudó en nada. Claramente, no quería hacer nada que interfiriera con la asombrosidad de nosotros muriendo en un accidente automovilístico dentro de un auto que viaja más rápido que la luz. —Destruirá nuestro ojo —lloriqueó Ira—, si no recitamos nuestros versos. —¡No lo haré! —¡Todas moriremos! —dijo Avispa—. ¡Está loco! —¡NO ESTOY LOCO! —¡Bien, tu ganas! —gritó Tempestad. Se acomodó en su asiento y recitó como si estuviera hablando para las personas en Connecticut, a 10 millas de distancia—: ¡Un desafío revela el camino desconocido! Ira intervino: —¡Y trae destrucción; un león, entrelazado con serpientes! Avispa termino: —¡De otra manera, el príncipe nunca será coronado! Meg aplaudió. Mire a las tres hermanas incrédulo. —Eso no fue una copla sin sentido. ¡Eso fue una rima terza! ¡Nos acaban de dar la siguiente estrofa de nuestra profecía!

—Bueno, eso es lo que tenemos para ti —dijo Ira—, ahora dame el ojo, rápido. ¡Ya casi estamos en el campamento! El pánico sobrepasó a mi shock. Si Ira no podía parar en nuestro destino, aceleraríamos hasta pasar el punto sin retorno y nos vaporizaríamos en una colorida estela de plasma por todo Long Island. Y, de alguna manera, eso sonaba mejor que tocar el ojo que estaba en mi regazo. —¡Meg! ¿Tienes un pañuelo? —Debilucho —Meg rió, tomó el ojo con su mano desnuda y se lo pasó a Ira. Ira lo metió en su cuenca ocular. Le parpadeó al camino. —¡Ay! —gritó, y pisó el freno tan fuerte que mi barbilla golpeó mi esternón. Una vez que el humo se disipó, noté que habíamos patinado hacia una parada en la carretera de una vieja granja justo afuera del campamento. A nuestra izquierda yacía la Colina Mestiza, un gran pino sobresalía de su cima con el vellocino de oro brillando desde su rama más baja. Acurrucado en la base del árbol se encontraba Peleo, el dragón. Y, parado al lado del dragón, rascando sus orejas casualmente, estaba un viejo amienemigo mío: Dionisio, el dios de hacer cosas que molestan a Apolo.

8 Soy el Sr. A. Estoy aquí para arreglar baños Y también para desmayarme.

QUIZÁS ESE ÚLTIMO COMENTARIO fue injusto. Dionisio era el dios de otras cosas, como el vino, la locura, las fiestas de los Oscar y ciertos tipos de vegetaciones. Pero, para mí, él siempre sería el molesto hermano pequeño que me seguía a todos lados, tratando de llamar mi atención imitando todo lo que hacía. Ustedes saben, lo típico. Eres un dios. Tu hermano pequeño molesta a papá para que también lo haga a él un dios, aunque se supone que ser un dios es lo tuyo. Tienes un buen carruaje tirado por caballos ardientes. Tu hermano pequeño insiste en tener su propio carruaje tirado por leopardos. Destrozas a los ejércitos griegos en Troya. Tu hermano pequeño decide invadir la India. Cosas bastante típicas. Dionisio se paró en la cima de la colina, como si nos estuviera esperando. Siendo un dios, tal vez lo estaba haciendo. Su camisa de golf de piel de leopardo combinaba bastante bien con el Vellocino de Oro que estaba en la rama sobre él. Sus pantalones de golf color malva no. En los viejos tiempos, podría haberme burlado de él por su gusto en la ropa. Ahora, no podía arriesgarme. Se me formó un nudo en la garganta. Ya estaba mareado por nuestro viaje en taxi y nuestro improvisado juego de atrapa-el-ojo. Mi frente herida palpitaba. Mi cerebro estaba girando con las nuevas líneas de profecía que las Hermanas Grises nos habían dado. No necesitaba más

cosas de las que preocuparme. Pero volver a ver a Dionisio... Esto sería complicado. Meg cerró la puerta del taxi detrás de ella. —¡Gracias, chicas! —les dijo a las Hermanas Grises—. ¡La próxima vez avísenme del perro! Sin siquiera un adiós o una súplica para compartir su poesía con mi agente literario, las Hermanas Grises se sumergieron en un charco de alquitrán rojo y negro. Meg miró hacia la cima de la colina con los ojos entrecerrados. —¿Quién es ese tipo? No lo habíamos conocido antes. —Parecía desconfiada, como si él estuviera invadiendo su territorio. —Ese —dije—, es el dios Dionisio. Meg frunció el ceño. —¿Por qué? Ella pudo haber querido decir ¿Por qué es un dios? ¿Por qué está parado ahí arriba? o ¿Por qué esta es nuestra vida? Las tres preguntas eran igualmente válidas. —No lo sé —dije—. Averigüémoslo. Subiendo la colina, luché contra el impulso de estallar en sollozos o risas histéricas. Probablemente estaba en estado de shock. Había sido un día difícil y ni siquiera era la hora del almuerzo. Sin embargo, dado que nos estábamos acercando al dios de la locura, tuve que considerar seriamente la posibilidad de que estuviera teniendo un brote psicótico o maniático. Ya me sentía desconectado de la realidad. No podía concentrarme. No sabía quién era, quién se suponía que debía ser o incluso quién quería ser. Estaba recibiendo un latigazo emocional de mis

estimulantes oleadas de poder divino, mis deprimentes golpes de vuelta a la fragilidad mortal y mis ataques de terror cargados de adrenalina. Acercarme a Dionisio en tales condiciones era estar buscando problemas. El solo hecho de estar cerca de él podría empeorar las grietas en la psique de cualquiera. Meg y yo llegamos a la cima. Peleo nos recibió con un soplo de vapor que brotó de sus fosas nasales. Meg le dio al dragón un abrazo alrededor del cuello, lo cual no estoy seguro de haber recomendado. Los dragones son notoriamente no abrazadores. Dionisio me miró con una mezcla de sorpresa y horror, más o menos de la misma manera en la que yo me miraba en el espejo estos días. —Entonces, es verdad, lo que te hizo papá —dijo—. Ese glámon de corazón frío. En griego antiguo, glámon significaba algo así como viejo obsceno. Dado el historial romántico de Zeus, dudaba que siquiera lo considerara un insulto. Dionisio me agarró por los hombros. No confiaba en mí mismo para hablar. Tenía el mismo aspecto que ha tenido durante el último medio siglo: un hombre bajo de mediana edad con barriga, papada caída, nariz roja y cabello negro rizado. El tinte violeta de sus irises era el único indicador de que podría ser más que un humano. Otros olímpicos nunca podrían comprender por qué Dionisio eligió esta forma cuando podría lucir como cualquier cosa que quisiera. En la antigüedad, había sido famoso por su belleza juvenil que desafiaba el género. Pero yo lo entendí. Por el crimen de perseguir a la ninfa equivocada (traducción: una que nuestro padre quería en su lugar), Dionisio había

sido condenado a dirigir este campamento durante cien años. Le habían negado el vino, su creación más noble, y tenía prohibido el acceso al Olimpo excepto en días de reuniones especiales. En represalia, Dionisio había decidido parecer y actuar lo menos divino posible. Era como un niño negándose a fajarse la camisa, peinarse o cepillarse los dientes, sólo para mostrar a sus padres lo poco que le importaba. —Pobre, pobre Apolo —Él me abrazó. Su cabello olía ligeramente a chicle sabor uva. Esta inesperada muestra de simpatía me llevó al borde de las lágrimas... hasta que Dionisio se apartó, me sostuvo a la distancia de sus brazos y me dio una sonrisa triunfante. —Ahora entiendes lo miserable que he sido —dijo—. Finalmente, ¡Alguien fue castigado más severamente que yo! Asentí con la cabeza, reprimiendo un sollozo. Aquí estaba el viejo Dionisio que conocía y que no amaba exactamente. —Sí. Hola, hermano. Esta es Meg... —No me importa. —Los ojos de Dionisio permanecieron fijos en mí, su tono cargado de alegría. —Hmph —Meg se cruzó de brazos—. ¿Dónde está Quirón? Me gustaba más él. —¿Quién? —dijo Dionisio—. Oh, él. Larga historia. Vamos a llevarte al campamento, Apolo. No puedo esperar para mostrarte a los semidioses. ¡Te ves horrible! Tomamos el camino más largo a través del campamento. Dionisio parecía decidido a asegurarse de que todos me vieran.

—Este es el señor A. —les dijo a todos los recién llegados que encontramos—. Es mi asistente. Si tienen alguna queja o problema, o si los inodoros se atascan, o cualquier otra cosa, hablen con él. —¿Podrías no hacerlo? —murmuré. Dionisio sonrió. —Si yo soy el señor D, tú puedes ser el señor A. —Es Lester —se quejó Meg—. Y es mi asistente. Dionisio la ignoró. —¡Oh, mira, otro grupo de campistas de primer año! Vamos a presentarte. Mis piernas temblaban. Me dolía la cabeza. Necesitaba almuerzo, descanso, antibióticos y una nueva identidad, no necesariamente en ese orden. Pero continuamos andando. El campamento estaba más concurrido de lo que había estado en invierno cuando Meg y yo llegamos por primera vez. Entonces, sólo un grupo básico de quienes se quedan el año completo había estado presente. Ahora, llegaban oleadas de semidioses recién descubiertos para el verano: decenas de niños aturdidos de todo el mundo, muchos todavía acompañados por los sátiros que los habían localizado. Algunos semidioses, que, evidentemente, habían luchado recientemente contra monstruos, resultaron heridos incluso peor que yo, y supongo que es por eso que Meg y yo no recibimos más miradas. Atravesamos el prado central del campamento. Alrededor de sus bordes, la mayoría de las veinte cabañas bullían de actividad. Los consejeros principales se pararon en las puertas, dando la bienvenida a los nuevos miembros o dando instrucciones. En la cabaña de Hermes, Julia Feingold parecía especialmente abrumada, tratando de encontrar lugares temporales para todos los campistas que aún no

habían sido reclamados por sus padres divinos. En la cabaña de Ares, Sherman Yang le gritaba a cualquiera que se acercara demasiado a la casa, advirtiéndoles que estuvieran atentos a las minas terrestres alrededor del perímetro. Si era una broma o no, nadie parecía ansioso por descubrirlo. El joven Harley de la cabaña de Hefesto corría alrededor con una gran sonrisa en su rostro, desafiando a los novatos a un combate de lucha libre. Al otro lado del prado, vi a dos de mis propios hijos, Austin y Kayla, pero, por mucho que quisiera hablar con ellos, estaban envueltos en una especie de resolución de conflicto entre un grupo de arpías de seguridad y un niño nuevo que aparentemente había hecho algo que a las arpías no les había gustado. Escuché las palabras de Austin: —No, no puedes simplemente comerte a un campista nuevo. ¡Reciben dos advertencias primero! Incluso Dionisio no quería involucrarse en esa conversación. Seguimos caminando. El daño de nuestra batalla de invierno contra el Coloso de Nerón había sido reparado en su mayor parte, aunque algunas de las columnas del comedor todavía estaban rotas. Entre dos colinas había un nuevo estanque con la forma de la huella de un gigante. Pasamos la cancha de voleibol, la arena de lucha con espadas y los campos de fresas hasta que finalmente Dionisio se apiadó de mí y nos llevó al cuartel general del campamento. Comparado con los templos y anfiteatros griegos, la casa victoriana de cuatro pisos de color azul celeste conocida como la Casa Grande se veía pintoresca y hogareña. Su borde blanco brillaba como glaseado de pastel. Su veleta de bronce en forma de águila flotaba perezosamente con la brisa. En su porche envolvente, disfrutando de una limonada en la mesa de juegos, estaban sentados Nico di Angelo y Will Solace

—¡Papá! —Will se puso de pie. Corrió escaleras abajo y me abrazó. Fue entonces cuando me descompuse. Lloré abiertamente. Mi hermoso hijo, con sus ojos amables, sus manos de sanador, su comportamiento cálido como el sol. De alguna forma, había heredado todas mis mejores cualidades y ninguna de las peores. Me guio por los escalones e insistió en que tomara su asiento. Él puso un vaso frío de limonada en mis manos, luego comenzó a preocuparse por mi cabeza herida. —Estoy bien —murmuré, aunque claramente no lo estaba. Su novio, Nico di Angelo, permaneciendo al margen de nuestra reunión, observando, manteniéndose en las sombras, como suelen hacer los niños de Hades. Su cabello oscuro se había vuelto más largo. Iba descalzo, con jeans andrajosos y una versión negra de la camiseta estándar del campamento, con un pegaso esquelético en la parte delantera sobre las palabras CABAÑA 13. —Meg —Nico dijo—, toma mi silla. Tu pierna se ve mal. —Miró a Dionisio con el ceño fruncido, como si el dios debiera habernos preparado un carrito de golf. —Sí, está bien, siéntate —Dionisio señaló con indiferencia la mesa de juego—. Estaba tratando de enseñarles a Will y a Nico las reglas de pinacle, pero son inútiles. —¡Oh, pinacle! —dijo Meg—. ¡Me gusta el pinacle! Dionisio entrecerró los ojos como si Meg fuera un perro pequeño que de repente hubiera comenzado a recitar a Emily Dickinson. —¿De verdad? Las maravillas nunca cesan. Nico se encontró con mi mirada, sus ojos como pozos de tinta. —Entonces, ¿Es verdad? ¿Jason...?

—Nico —Will reprendió—. No lo presiones. Los cubitos de hielo temblaron en mi vaso. No pude obligarme a hablar, pero mi expresión debió decirle a Nico todo lo que necesitaba saber. Meg le ofreció la mano a Nico. Él la tomó entre sus dos manos. No parecía enojado, exactamente. Parecía como si lo hubieran golpeado en el estómago no sólo una vez, sino tantas veces durante tantos años que estaba empezando a perder la perspectiva de lo que significaba tener dolor. Se balanceó sobre sus pies. Parpadeó. Luego se estremeció y apartó las manos de la de Meg como si acabara de recordar que su propio toque era venenoso. —Yo... —titubeó—. Scusatemi22. Se apresuró a bajar los escalones y pasó por el césped, con sus pies descalzos dejando un rastro de hierba muerta. Will negó con la cabeza. —Sólo habla italiano cuando está realmente alterado. —El chico ya ha tenido demasiadas malas noticias. —dijo Dionisio con un tono de simpatía a regañadientes. Quería preguntarle qué quería decir con las malas noticias. Quería disculparme por traer más problemas. Quería explicar todas las formas tremendas y espectaculares en las que había fallado desde la última vez que había visto el Campamento Mestizo. En cambio, el vaso de limonada se resbaló de mis dedos. Se rompió en el suelo. Me caí hacia un lado en mi silla mientras la voz de Will se alejaba por un largo túnel oscuro. —¡Papá! ¡Chicos, ayúdenme! Luego caí en espiral hasta la inconsciencia. 22

Scusatemi: “Lo siento”, “Disculpen” en italiano.

9 El desayuno es la comida Con panqueques, yogurt quemado Y locura.

¿PESADILLAS? ¡Claro, por qué no! Sufrí una serie de pesadillas como boomerang de Instagram, las mismas escenas cortas en repetición una y otra vez: Luguselwa precipitándose sobre un tejado. La anfisbena mirándome con desconcierto cuando dos flechas de ballesta le clavaron el cuello en la pared. El ojo de las Hermanas Grises volando hacia mi regazo y pegándose allí como si estuviera cubierto de pegamento. Traté de canalizar mis sueños en una dirección más pacífica: mi playa favorita en Fiji, mi antiguo día de festival en Atenas, la presentación que toqué con Duke Ellington en el Cotton Club en 1930. Nada funcionó. En cambio, me encontré en el salón del trono de Nerón. El espacio del desván ocupaba todo un piso de su torre. En todas las direcciones, las paredes de vidrio miraban hacia los edificios aguja de Manhattan. En el centro de la habitación, sobre un estrado de mármol, el emperador estaba desparramado sobre un trono de terciopelo llamativo. Su pijama de satén violeta y su bata de baño con estampado atigrado habrían puesto celoso a Dionisio. Su corona de laureles dorados estaba ladeada sobre su cabeza, lo que me hizo

querer ajustar la barba del cuello que envolvía su barbilla como una correa. A su izquierda había una fila de jóvenes; semidioses, supuse, miembros adoptados de la familia imperial como lo había sido Meg. Conté once en total, ordenados del más alto al más bajo, sus edades estaban en el rango de entre los dieciocho y los ocho. Llevaban togas con adornos de color morado sobre su ropa surtida y variada para andar en la calle, para indicar su estatus real. Sus expresiones eran un objeto de estudio sobre los resultados del estilo de crianza abusiva de Nerón. El más joven parecía deslumbrado con asombro, miedo y adoración a un héroe. Los ligeramente más grandes parecían rotos y traumatizados, con los ojos vacíos. Los adolescentes mostraban una gama de ira, resentimiento y autodesprecio, todo reprimido y cuidadosamente no dirigido a Nerón. Los adolescentes más grandes parecían mini—Neróns: sociópatas jóvenes cínicos, duros y crueles. No podía imaginarme a Meg McCaffrey en esa asamblea. Y, aún así, no podía dejar de preguntarme dónde estaría ella en la línea de las expresiones horribles. Dos Germani entraron pesadamente a la sala del trono cargando una camilla. Sobre ésta yacía la gran y maltrecha figura de Luguselwa. La dejaron a los pies de Nerón y ella soltó un gemido de miseria. Al menos todavía estaba viva. —El cazador regresa con las manos vacías —se burló Nerón—. Será el Plan B, entonces. Un ultimátum de cuarenta y ocho horas parece razonable —se volvió hacia sus hijos adoptivos.— Lucius, duplica la seguridad en los depósitos de almacenamiento. Aemillia, envía las invitaciones. Y pide un pastel. Algo lindo. No todos los días podemos destruir una ciudad del tamaño de Nueva York. Mi yo del sueño se desplomó a través de la torre hacia las profundidades de la tierra.

Me paré en una vasta caverna. Sabía que debía estar en algún lugar debajo de Delfos, la sede de mi Oráculo más sagrado, porque la mezcla de humo volcánico que se arremolinaba a mí alrededor olía como nada más en el mundo. Podía escuchar a mi archienemigo, Pitón, en algún lugar en la oscuridad, arrastrando su inmenso cuerpo por el suelo de piedra. —Todavía no lo ves —Su voz era como un ruido sordo—. Oh, Apolo, bendice tu diminuto e inadecuado cerebro. Atacas por todos lados, derribando piezas, pero nunca miras todo el tablero. Unas pocas horas como máximo. Eso es todo lo que se necesita una vez que caiga el último peón. ¡Y tú harás el trabajo difícil por mí! Su risa fue como una explosión hundida profundamente en piedra, diseñada para derribar una ladera. El miedo se apoderó de mí hasta que ya no pude respirar. Me desperté sintiéndome como si hubiera pasado horas tratando de salir de un capullo de piedra. Todos los músculos de mi cuerpo dolían. Desearía poder despertarme fresco una sola vez después de un sueño sobre obtener un manto de algas y una pedicura con las Nueve Musas. ¡Oh, extraño nuestras décadas de spa! Pero no. En su lugar, obtengo emperadores burlones y reptiles gigantes que ríen. Me senté, mareado y con vista borrosa. Estaba acostado en mi viejo catre en mi cabaña. La luz del sol entraba por las ventanas, ¿Luz de la mañana? ¿Realmente había dormido tanto tiempo? Acurrucado a mi lado, algo cálido y peludo gruñía y resoplaba en mi almohada. A primera vista, pensé que podría ser un pitbull, aunque estaba bastante seguro de que yo no tenía un pitbull. Luego miró hacia arriba y me di cuenta de que era la cabeza incorpórea de un leopardo. Un nanosegundo después, estaba de pie en el extremo opuesto de la cabina, gritando. Era lo más cerca que había estado de teletransportarme desde que había perdido mis poderes divinos.

—¡Oh, estás despierto! —Mi hijo Will salió del baño envuelto en una nube de vapor, su cabello rubio goteaba y con una toalla alrededor de su cintura. En su pectoral izquierdo había un estilizado tatuaje de sol, que me pareció innecesario, como si pudiera confundirse con cualquier cosa que no fuera un hijo del dios sol. Se congeló cuando notó el pánico en mis ojos. —¿Qué está mal? ¡GRR! dijo el leopardo. —¿Seymour? —Will se acercó a mi catre y recogió la cabeza de leopardo, que en algún momento en el pasado lejano había sido taxidermizada23 y pegada en una placa, luego Dionisio la liberó de una venta de garaje y se le concedió una nueva vida. Normalmente, según recordaba, Seymour residía sobre la repisa de la chimenea en la Casa Grande, lo que no explicaba por qué había estado masticando mi almohada. —¿Qué estás haciendo aquí? —Will le preguntó al leopardo. Luego, a mí—: Te juro que no lo puse en tu cama. —Yo lo hice —Dionisio se materializó justo a mi lado. Mis torturados pulmones no pudieron soportar otro grito, pero retrocedí unos centímetros más. Dionisio me dio su sonrisa típica. —Pensé que te gustaría tener algo de compañía. Siempre duermo mejor con un leopardo de peluche. —Muy amable —hice mi mayor esfuerzo en matarlo con dagas con la mirada—. Pero prefiero dormir solo.

23

La taxidermia se define como el oficio de disecar animales para conservarlos con apariencia de vivos y facilitar así su exposición, estudio y conservación.

—Como desees. Seymour, de vuelta a la Casa Grande — Dionisio chasqueó los dedos y la cabeza de leopardo desapareció de las manos de Will. —Bueno, entonces... —Dionisio me estudió—. ¿Te sientes mejor después de diecinueve horas de sueño? Me di cuenta de que no llevaba puesto nada más que mi ropa interior. Con mi forma mortal pálida y llena de bultos, cubierta de moretones y cicatrices, yo me parecía menos que nunca a un dios y más a una larva que había sido arrancada del suelo con un palo. —Me siento genial —me quejé. — ¡Excelente! Will, ponlo presentable. Los veré a los dos en el desayuno. — ¿Desayuno…? —dije aturdido. —Sí —dijo Dionisio—. Es la comida con panqueques. Me encantan los panqueques. Desapareció en una nube de brillantina con olor a uva. —Qué presumido —murmuré. Will se rió. —Realmente has cambiado. —Desearía que la gente dejara de señalar eso. —Es algo bueno. Volví a mirar mi miserable cuerpo. —Si tú lo dices. ¿Tienes algo de ropa, o posiblemente un saco de arpillera24 que pueda tomar prestado? 24

Tejido generalmente de estopa, yute u otro tipo de fibra similar, que es basto, fuerte y áspero; se utiliza sobre todo para hacer sacos y cubrir bultos en almacenes o transportes.

Aquí está todo lo que necesitas saber sobre Will Solace: tenía ropa esperándome. En su último viaje a la ciudad, había ido a comprar cosas que específicamente podrían quedarme. —Supuse que eventualmente regresarías al campamento —dijo—. Esperaba que lo hicieras, de cualquier manera. Quería que te sintieras en casa. Eso fue suficiente para hacerme llorar de nuevo. Dioses, era un desastre emocional. Will no había heredado su consideración de mí. Eso era todo por parte de su madre, Naomi, bendito sea su buen corazón. Pensé en darle un abrazo a Will, pero como estábamos vestidos solo con ropa interior y una toalla, respectivamente, eso parecería incómodo. En vez de eso, me dio unas palmadas en el hombro. —Ve a darte una ducha —aconsejó—. Los demás hicieron una caminata muy temprano en la mañana —señaló las literas vacías—, pero volverán pronto. Te esperaré. Una vez que me duché y me vestí, con un par de jeans limpios y una camiseta verde oliva con cuello en V, que me quedaban perfectamente, Will volvió a vendarme la frente. Me dio una aspirina para todo mi dolor. Estaba empezando a sentirme casi humano de nuevo, en el buen sentido, cuando un cuerno de caracol sonó en la distancia, llamando al campamento a desayunar. En nuestra salida de la cabaña, chocamos con Kayla y Austin, que acababan de regresar de su caminata con tres campistas más jóvenes a cuestas. Se intercambiaron más lágrimas y abrazos. — ¡Has crecido! —Kayla me agarró por los hombros con sus manos fuertes por el tiro con arco. La luz del sol de junio hizo que sus pecas fueran más pronunciadas. Las puntas teñidas de verde de su cabello naranja me hicieron pensar en dulces de calabaza de Halloween—. ¡Eres dos pulgadas más alto al menos! ¿No es así, Austin?

—Definitivamente —coincidió Austin. Como músico de jazz, Austin solía ser tranquilo y genial, pero me dio una sonrisa serena como si acabara de lograr hacer un solo digno de Ornette Coleman. Su camiseta sin mangas naranja del campamento mostraba sus brazos oscuros. Sus trenzas estaban peinadas en remolinos como círculos de cultivos alienígenas. —No es solo la altura —decidió—, es la forma en que te mantienes... —Ejem —dijo uno de los niños detrás de él. —Oh, cierto. ¡Lo siento chicos! —Austin se hizo a un lado—. Tenemos tres nuevos campistas este año, papá. Estoy seguro de que recuerdas a tus hijos Gracie y Jerry y Yan... ¡Chicos, este es Apolo! Austin los presentó de manera casual, como yo sé que no tienes ni idea de quiénes son estos tres niños que engendraste y olvidaste hace doce o trece años, pero no te preocupes, papá, aquí estoy. Jerry era de Londres, Gracie de Idaho y Yan de Hong Kong. (¿Cuándo había estado en Hong Kong?) Los tres parecían asombrados de conocerme, pero más en una forma de tienes-que-estarbromeando, no de una forma wow-genial. Murmuré algunas disculpas por ser un padre terrible. Los recién llegados intercambiaron miradas y aparentemente decidieron, por acuerdo silencioso, sacarme de mi miseria. —Estoy hambriento —dijo Jerry. —Sí —dijo Gracie— ¡Comedor! Y nos marchamos como una gran familia muy incómoda. Los campistas de otras cabañas también corrían hacia el pabellón del comedor. Vi a Meg a mitad de la colina, hablando emocionada con sus hermanos de la cabaña de Deméter. A su lado trotaba

Melocotones, su espíritu compañero de árbol frutal. El pequeño individuo en pañal parecía bastante feliz, moviendo alternativamente sus frondosas alas y agarrando la pierna de Meg para llamar su atención. No habíamos visto a Melocotones desde Kentucky, ya que solía aparecer solo en entornos naturales, o cuando Meg estaba en serios problemas, o cuando el desayuno estaba a punto de ser servido. Meg y yo habíamos estado juntos por tanto tiempo, generalmente sólo nosotros dos, que sentí una punzada en mi corazón al verla pasear con un grupo diferente de amigos. Se veía tan contenta sin mí. Si alguna vez lograba volver al Monte Olimpo, me preguntaba si ella decidiría quedarse en el Campamento Mestizo. También me preguntaba por qué ese pensamiento me ponía tan triste. Después de los horrores que había sufrido en la Casa Imperial de Nerón, se merecía un poco de paz. Eso me hizo pensar en mi sueño de Luguselwa, golpeada y rota en una camilla frente al trono de Nerón. Quizás tenía más en común con la gala de lo que quería admitir. Meg necesitaba una familia mejor, un mejor hogar que el que Lu o yo podíamos darle. Pero eso no hizo que fuera más fácil contemplar dejarla ir. Justo delante de nosotros, un niño de unos nueve años salió tropezando de la cabaña de Ares. Su casco se había tragado completamente su cabeza. Corrió para alcanzar a sus compañeros de cabaña, la punta de su espada demasiado larga trazó una línea serpenteante en la tierra detrás de él. —Todos los novatos parecen tan jóvenes —murmuró Will—. ¿Fuimos alguna vez tan jóvenes? Kayla y Austin asintieron con la cabeza en acuerdo. Yan se quejó.

—Nosotros, los novatos, estamos justo aquí. Quería decirles que todos eran muy jóvenes. Su esperanza de vida era un abrir y cerrar de ojos en comparación con mis cuatro milenios. Debería envolverlos a todos en mantas calientes y darles galletas en lugar de esperar que sean héroes, maten monstruos y me compren ropa. Por otro lado, Aquiles ni siquiera había empezado a afeitarse cuando se embarcó hacia la Guerra de Troya. Había visto a tantos jóvenes héroes marchar valientemente hacia su muerte a lo largo de los siglos... Sólo pensar en eso me hizo sentir mayor que el anillo de dentición de Cronos. Después de las comidas relativamente ordenadas de la Duodécima Legión en el Campamento Júpiter, el desayuno en el pabellón del comedor fue todo un shock. Los consejeros trataron de explicar las reglas de los asientos (de la forma en la que era) mientras los campistas que regresaban competían por un lugar junto a sus amigos, y los novatos intentaban no matarse a ellos mismos o entre ellos con sus nuevas armas. Las dríadas se abrían paso entre la multitud con platos de comida, sátiros trotaban detrás de ellas y robaban bocados. Enredaderas de madreselva florecían en las columnas griegas, llenando el aire de perfume. En el fuego del sacrificio, los semidioses se turnaban para arrojar partes de sus comidas a las llamas como ofrendas a los dioses: hojuelas de maíz, tocino, tostadas, yogurt. (¿Yogurt?) Una constante columna de humo se elevó hacia los cielos. Como antiguo dios, aprecié el sentimiento, pero también me preguntaba si el olor a yogur quemado valía la pena por la contaminación del aire. Will me ofreció un asiento junto a él, luego me pasó una copa de jugo de naranja. —Gracias —atiné a decir—. ¿Pero dónde está, eh...?

Busqué en la multitud a Nico di Angelo, recordando cómo normalmente se sentaba en la mesa de Will, a pesar de las reglas de las cabañas. —Allí arriba —dijo Will, aparentemente adivinando mis pensamientos. El hijo de Hades estaba sentado junto a Dionisio en la mesa principal. El plato del dios estaba lleno de panqueques. El de Nico estaba vacío. Parecían una pareja extraña, sentados juntos, pero parecían estar en una conversación profunda y seria. Dionisio rara vez toleraba a los semidioses en su mesa. Si le estaba dando a Nico una atención tan completa, algo debía estar muy mal. Recordé lo que el señor D había dicho ayer, justo antes de desmayarme. —"Ese chico ya ha tenido demasiadas malas noticias" —repetí, luego fruncí el ceño a Will—. ¿Qué significaba eso? Will tomó el envoltorio de su panecillo de salvado. —Es complicado. Nico sintió la muerte de Jason hace semanas. Eso lo enfureció. —Lo siento mucho… —No es tu culpa —me aseguró Will—. Cuando llegaste aquí, sólo confirmaste lo que Nico ya sabía. La cosa es... Nico perdió a su hermana Bianca hace unos años. Pasó mucho tiempo enfurecido por eso. Quería ir al inframundo para recuperarla, lo cual... supongo que, como hijo de Hades, en realidad se supone que no debe hacer. De cualquier forma, finalmente estaba empezando a aceptar su muerte. Luego se enteró de Jason, la primera persona a la que realmente consideraba un amigo. Provocó muchas cosas para él. Nico ha viajado a las partes más profundas del inframundo, incluso bajó al Tártaro. El hecho de que haya vuelto en una pieza es un milagro.

—Con su cordura intacta —estuve de acuerdo. Luego miré de nuevo a Dionisio, dios de la locura, quien parecía estar dándole un consejo a Nico—. Oh… —Sí —asintió Will, con la cara llena de preocupación—. Han estado comiendo juntos la mayoría de las comidas, aunque Nico no come mucho estos días. Nico ha tenido... supongo que lo llamarías trastorno de estrés postraumático. Tiene flashbacks. Tiene sueños vívidos. Dionisio está tratando de ayudarlo a darle sentido a todo. La peor parte son las voces. Una dríada lanzó un plato de huevos rancheros frente a mí, casi haciéndome saltar fuera de mis jeans. Ella sonrió y se alejó, luciendo bastante complacida consigo misma. —¿Voces? —Le pregunté a Will. Will levantó las palmas de las manos. —Nico no me dice mucho. Sólo... alguien en el Tártaro sigue llamando su nombre. Alguien necesita su ayuda. Ha sido todo lo que pude hacer para evitar que irrumpiera en el inframundo por sí mismo. Le dije: Habla primero con Dionisio. Averigua qué es real y qué no. Entonces, si tiene que irse... iremos juntos. Un riachuelo de sudor frío goteó entre mis omóplatos. No podía imaginarme a Will en el inframundo, un lugar sin luz del sol, sin curación, sin bondad. —Espero que no llegue a eso —dije. Will asintió. —Tal vez si podemos derrotar a Nerón, tal vez eso le dé a Nico algo más en lo que concentrarse por un tiempo, asumiendo que podamos ayudarte.

Kayla había estado escuchando en silencio, pero ahora se inclinó hacia mí. —Sí, Meg nos estaba contando sobre esta profecía que recibiste. La Torre de Nerón y todo eso. Si hay una batalla, queremos formar parte. Austin agitó una salchicha del desayuno hacia mí. —Hablemos. Su disposición a ayudar me hizo sentir agradecido. Si tuviera que ir a la guerra, querría el arco de Kayla a mi lado. La habilidad curativa de Will podría mantenerme con vida, a pesar de mis mejores esfuerzos para que me maten. Austin podría aterrorizar a nuestros enemigos con riffs menores disminuidos en su saxofón. Por otro lado, recordé la advertencia de Luguselwa sobre la preparación de Nerón. Quería que nosotros atacáramos. Un ataque completo al frente sería un suicidio. No dejaría que mis hijos sufrieran daños, incluso si mi única otra opción era confiar en el loco plan de Lu y entregarme al emperador. Un ultimátum de cuarenta y ocho horas, había dicho Nerón en mi sueño. Luego quemaría Nueva York. Dioses, ¿Por qué no había una opción C en esta prueba de opción múltiple? Clink, clink, clink. Dionisio se puso de pie en la mesa principal, con una copa y una cuchara en las manos. El pabellón del comedor quedó en silencio. Los semidioses se volvieron y esperaron los anuncios de la mañana. Recordaba a Quirón teniendo muchos más problemas para llamar la atención de todos. Por otra parte, Quirón no tenía el poder de convertir a todas las personas reunidas en racimos de uvas.

—Señor A y Will Solace, preséntense en la mesa principal — dijo Dionisio. Los campistas esperaron más. —Eso es todo —dijo el Señor D—. Honestamente, ¿Necesito decirles cómo comer el desayuno? ¡Continúen! Los campistas reanudaron su caos feliz normal. Will y yo tomamos nuestros platos. —Buena suerte —dijo Kayla—. Tengo la sensación de que lo necesitarán. Fuimos a reunirnos con Dionisio y Nico en el Mesa Principal Internacional de los Panqueques.

10 Huevos rancheros No van con profecías, Parecido a la felicidad.

DIONISIO NO HABÍA LLAMADO A MEG, pero ella se nos había unido de todas formas. Se dejó caer a mi lado con su plato de flapjacks25 y le chasqueó los dedos a Dionisio. —Pásame el jarabe. Temí que el señor D pudiera convertirla en la parte trasera taxidermizada de Seymour, pero simplemente hizo lo que ella le pidió. Supongo que no quería transformar a la única otra persona del campamento a la que le gustaba el pinacle. Melocotones se quedó en la mesa de Deméter, donde los campistas lo adulaban. Eso fue lo mejor, ya que los dioses de la uva y los espíritus de melocotones no se mezclan. Will se sentó junto a Nico y puso una manzana en su plato vacío. —Come algo. —Hmph—, dijo Nico, aunque se inclinó hacia Will ligeramente. —Cierto. — Dionisio sostuvo entre los dedos un trozo de papel de color crema, como si fuera un mago sacando una carta. —Esto me llegó anoche a través de una arpía mensajera.

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secos.

Barras de avena con un alto contenido calórico. Se les puede agregar chocolate, caramelo o frutos

Lo deslizó sobre la mesa para que yo pudiera leer la elegante impresión. “Nerón Claudius Caesar Augustus Germánico Solicita el placer de tu compañía En la quema de La estupenda área metropolitana de Nueva York Cuarenta y ocho horas después de recibir esta Invitación A NO SER QUE El antiguo dios Apolo, conocido ahora como Lester Papadopoulos, Se entregue antes de ese tiempo a la justicia imperial. En la Torre de Nerón EN TAL CASO Solo comeremos pastel REGALOS: Solo de los caros, por favor R.S.V.P.26 No se moleste. Si no se presenta, lo sabremos.”

Aparté mis huevos rancheros. Mi apetito había desaparecido. Una cosa era oír hablar de los diabólicos planes de Nerón en mis 26

En el contexto de las invitaciones sociales, RSVP es una petición para que la persona o personas invitadas respondan. Es un acrónimo derivado de la expresión francesa Répondez s'il vous plaît, que se traduce a "Responda por favor"

pesadillas. Otra cosa era verlas escritas en caligrafía en blanco y negro con la promesa de un pastel. —Cuarenta y ocho horas desde anoche—, dije. —Sí—, musitó Dionisio. —Siempre me ha agradado Nerón. Tiene estilo. Meg apuñaló brutalmente a sus panqueques. Se llenó la boca de una buena cantidad esponjosa y llena de jarabe, probablemente para evitar murmurar malas palabras. Nico se encontró con mi mirada desde el otro lado de la mesa. Sus ojos oscuros se llenaron de ira y preocupación. En su plato, la manzana comenzó a pudrirse. Will le apretó la mano. — Oye, detente. La expresión de Nico se suavizó un poco. La manzana detuvo su prematuro envejecimiento. —Lo siento. Es solo que... estoy cansado de hablar de problemas que no puedo solucionar. Quiero ayudar. Dijo ayudar como si significara cortar a nuestros enemigos en pedazos pequeños. Nico di Angelo no era físicamente imponente como Sherman Yang. No tenía el aire de autoridad de Reyna Ramírez-Arellano, ni la presencia dominante de Hazel Levesque cuando se lanzó a la batalla a caballo. Pero Nico no era alguien a quien quisiera nunca como enemigo. Era engañosamente callado. Parecía anémico y frágil. Se mantenía en la periferia. Pero Will tenía razón sobre lo mucho que había pasado Nico. Había nacido en la Italia de Mussolini. Había sobrevivido décadas en la realidad del túnel del tiempo del Casino Lotus. Había

salido en tiempos modernos desorientado y conmocionado por la nueva cultura, llegó al Campamento Mestizo e inmediatamente perdió a su hermana Bianca en una misión peligrosa. Había vagado por el Laberinto en un exilio autoimpuesto, siendo torturado y lavado del cerebro por un fantasma malévolo. Superó la desconfianza de todos y salió de la Batalla de Manhattan como un héroe. Había sido capturado por gigantes durante el ascenso de Gea. Había vagado por el Tártaro solo y de alguna manera se las arregló para salir con vida. Y pasando por todo eso, había luchado con su educación como católico italiano conservador de la década de 1930 y finalmente aprendió a aceptarse a sí mismo como un joven gay. Cualquiera que pudiera sobrevivir a todo eso tenía más resistencia que el hierro estigio. —Necesitamos tu ayuda—, le prometí—. ¿Meg te habló de los versículos proféticos? —Meg se lo dijo a Will—, dijo Nico. —Will me lo dijo a mí. Tersa rima, terceto encadenado. Como en Dante. Tuvimos que estudiarlo en la escuela primaria en Italia. Tengo que decir que nunca pensé que sería útil. Will tocó su panecillo de salvado de trigo. —Solo para dejarlo claro... ¿La primera estrofa la obtuvieron de la axila de un cíclope, la segunda de una serpiente de dos cabezas y la tercera de tres ancianas que conducen un taxi? —No teníamos muchas opciones en eso—, dije. —Pero sí. — ¿El poema termina en algún momento? — Preguntó Will. —Si el esquema de la rima entrelaza estrofa con estrofa, ¿No podría continuar para siempre? Me estremecí.

—Espero que no. Usualmente la última estrofa incluiría una estrofa pareada27 de cierre, pero aún no hemos escuchado una todavía. —Lo que significa—, dijo Nico, —que aún hay más estrofas por venir. —Sip—. Meg se metió más panqueques a la boca. Dionisio la igualó con su propio bocado, como si estuvieran decididos a tener una competencia para ver quién podía devorar más y disfrutarlo menos. —Bueno, entonces, —dijo Will con forzada alegría, —hablemos de las estrofas que tenemos. ¿Qué era? ¿La torre de Nerón solo dos ascienden? Esa parte es lo suficientemente obvia. Debe referirse a Apolo y Meg, ¿Verdad? —Nos rendimos—, dijo Meg. —Ese es el plan de Luguselwa. Dionisio resopló. —Apolo, por favor dime que no vas a confiar en una gala. No te has vuelto tan loco, ¿Verdad? — ¡Oye! — Dijo Meg. —Podemos confiar en Lu. Dejó a Lester arrojarla de un techo. Dionisio entrecerró los ojos. — ¿Sobrevivió? Meg se veía aturdida. —Quiero decir… —Sí—, interrumpí. —Lo hizo.

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Estrofa pareada: está formada por dos versos

Les conté lo que había visto en mis sueños: la gala destrozada llevada ante el trono de Nerón, el ultimátum del emperador, luego mi inmersión en las cavernas debajo de Delfos, donde Pitón bendijo mi diminuto cerebro. Dionisio asintió pensativo. —Ah, sí, Pitón. Si sobrevives a Nerón, aún puedes esperar eso. No aprecié el recordatorio. Detener a un emperador loco por el poder de apoderarse del mundo y destruir una ciudad... eso era una cosa. Pitón era una amenaza más borrosa, más difícil de cuantificar, pero potencialmente mil veces más peligrosa. Meg y yo habíamos liberado cuatro Oráculos de las garras del Triunvirato, pero Delfos seguía estando firmemente bajo el control de Pitón. Eso significaba que la principal fuente de profecía del mundo estaba siendo lentamente estrangulada, envenenada, manipulada. En la antigüedad, a Delfos se le había llamado el omphalos, el ombligo del mundo. A menos que logre derrotar a Pitón y vuelva a tomar el Oráculo, todo el destino de la humanidad estaba en peligro. Las profecías de Delfos no fueron simplemente vistazos del futuro. Ellas formaban al futuro. Y no querrías que un enorme monstruo malévolo controlara una fuente de poder como esa, tomando las decisiones de toda la civilización humana. Miré a Dionisio con el ceño fruncido. —Siempre podrías, oh, no sé, decidir ayudar. Él se burló. —Sabes tan bien como yo, Apolo, que misiones como esta son asuntos de semidioses. En cuanto a asesorar, guiar, ayudar... eso es realmente más trabajo de Quirón. Debería estar de regreso de su reunión... Oh, mañana por la noche, creo, pero será demasiado tarde para ti.

Ojalá no lo hubiera dicho de esa manera: demasiado tarde para ti. — ¿Qué reunión?—Preguntó Meg. Dionisio ignoró la pregunta. — ¿Algún… grupo de trabajo conjunto, lo llamó? El mundo a menudo tiene más de una crisis sucediendo a la vez. Quizás te hayas dado cuenta. Dijo que tenía una reunión de emergencia con un gato y una cabeza cortada, lo que sea que eso signifique. —Así que en su lugar te tenemos a ti—, dijo Meg. —Créeme, niña, yo también preferiría no estar aquí con ustedes, muchachos encantadores. Después de haber sido de tanta ayuda en las guerras contra Cronos y Gea, esperaba que Zeus me concediera la libertad condicional anticipada de mi servidumbre en este miserable lugar. Pero, como pueden ver, me envió de regreso para completar mis cien años. A nuestro padre le encanta castigar a sus hijos. Me dio esa sonrisa de nuevo, la que significaba al menos a ti te fue peor. Deseé que Quirón estuviera aquí, pero no tenía sentido insistir en eso, o en lo que sea que el viejo centauro pudiera estar haciendo en su reunión de emergencia. Ya teníamos bastante de qué preocuparnos por nuestra cuenta. Las palabras de Pitón seguían deslizándose por mi cerebro: Nunca miras todo el tablero. El malvado reptil estaba jugando un juego dentro de un juego. No era una gran sorpresa que estuviera usando el Triunvirato para sus propios fines, pero Pitón parecía disfrutar la idea de que yo pudiera matar a su último aliado, Nerón. ¿Y después de eso? Unas pocas horas como máximo. Eso es todo lo que se necesita una vez que caiga el último peón.

No tenía idea de lo que eso significaba. Pitón tenía razón en que no podía ver todo el tablero. No entendí las reglas. Solo quería lanzar las piezas y gritar: ¡Me voy a casa! —Lo que sea. — Meg vertió más jarabe en su plato en un esfuerzo por crear el Lago Panqueque. —El punto es que la otra línea dice que nuestras vidas dependen de la de Nerón. Eso significa que podemos confiar en Lu. Nos rendiremos antes de la fecha límite, como ella nos dijo. Nico inclinó la cabeza. —Incluso si se rinden, ¿Qué te hace pensar que Nerón cumplirá su palabra? Si se ha tomado la molestia de preparar suficiente fuego griego para quemar Nueva York, ¿Por qué no lo haría de todos modos? —Lo haría—, dije. —Definitivamente. Dionisio parecía reflexionar sobre esto. —Pero estos incendios no se extenderían hasta, digamos, el Campamento Mestizo. —Amigo— dijo Will. — ¿Qué? — preguntó el dios. —Solo estoy a cargo de la seguridad de este campamento. —Lu tiene un plan—, insistió Meg. —Una vez que estemos capturados, Nerón bajará la guardia. Lu nos liberará. Destruiremos... — Ella vaciló. —Destruiremos sus fasces. Entonces estará débil. Podemos vencerlo antes de que queme la ciudad. Me pregunté si alguien más la habría visto cambiar de dirección, la forma en que se había sentido demasiado incómoda para decir: Destruiremos a Nerón.

En las otras mesas, los campistas continuaron desayunando, empujándose amigablemente, charlando sobre las actividades programadas del día. Ninguno de ellos prestó mucha atención a nuestra conversación. Nadie me miraba con nerviosismo y preguntaba a sus compañeros de cabina si yo era realmente el dios Apolo. ¿Por qué habrían de hacerlo? Esta era una nueva generación de semidioses que recién comenzaban su primer verano en el campamento. Por lo que sabían, yo era un elemento habitual del paisaje como el Sr. D, los sátiros y los rituales de quema de yogurt. ¿Señor A? Oh, sí. Solía ser un dios o algo así. Solo ignóralo. Muchas veces a lo largo de los siglos, me había sentido desactualizado y olvidado. Nunca más que en este momento. —Si Lu está diciendo la verdad—, decía Will, —y si Nerón todavía confía en ella... —Y si ella puede sacarlos—, agregó Nico, —y si pueden destruir las fasces antes de que Nerón queme la ciudad... Esos son muchos “Y sí”. No me gustan los escenarios con más de un y sí. —Como que quizá vaya a invitarte a comer pizza este fin de semana—, ofreció Will, —si no eres demasiado molesto. —Exactamente. — La sonrisa de Nico era como un poco de sol invernal pasando entre ráfagas de nieve. —Entonces, asumiendo que ustedes lleven a cabo este loco plan, ¿Qué se supone que debemos hacer? Meg eructó. —Está ahí mismo en la profecía. La cosa del hijo de Hades. El rostro de Nico se ensombreció. — ¿Qué cosa del hijo de Hades?

Will desarrolló un repentino interés en el envoltorio de su panecillo de salvado. Nico pareció darse cuenta, al mismo tiempo que yo, de que Will no había compartido todas las líneas de la profecía con él. —William Andrew Solace—, dijo Nico, — ¿Tienes algo que confesar? —Iba a mencionarlo—. Will me miró suplicante, como si no pudiera obligarse a decir las líneas. —El hijo de Hades, amigo de los corredores de cavernas—, recité—. El camino secreto al trono debe mostrar. Nico frunció el ceño con tal intensidad que temí que pudiera hacer que Will se pudriera como la manzana. — ¿Crees que eso podría haber sido bueno mencionarlo antes? —Espera—, dije, en parte para evitarle a Will el enojo de Nico, y en parte porque me había estado devanando la cabeza, tratando de pensar quiénes podrían ser estos "corredores de cavernas", y todavía no tenía ni idea. —Nico, ¿Sabes lo que significan esas líneas? Nico asintió. —Los corredores de cavernas son... nuevos amigos míos. —Difícilmente son amigos—, murmuró Will. —Son expertos en geografía subterránea—, dijo Nico. —He estado hablando con ellos sobre... otros asuntos. —Lo cual no es bueno para tu salud mental—, agregó Dionisio con voz cantarina. Nico le dio una mirada de matar-manzanas.

—Si hay un camino secreto a la torre de Nerón, es posible que ellos lo conozcan. Will negó con la cabeza. — Cada vez que los visitas…— Dejó morir su declaración, pero la preocupación en su voz era tan áspera como un vidrio roto. —Entonces ven conmigo esta vez—, dijo Nico. —Ayúdame. La expresión de Will era miserable. Podía decir que quería desesperadamente proteger a Nico, ayudarlo de cualquier forma que pudiera. También desesperadamente no quería visitar a estos corredores de cavernas. — ¿Quiénes son? — Dijo Meg, entre bocados de panqueque. — ¿Son horribles? —Sí—, dijo Will. —No—, dijo Nico. —Bueno, eso está decidido, entonces—, dijo Dionisio. —Dado que el señor di Angelo parece decidido a ignorar mis consejos de salud mental y emprender esta misión… —Eso no es justo—, protestó Nico. —Escucharon la profecía. Tengo que hacerlo. —Todo el concepto de “tener que” me resulta extraño—, dijo Dionisio, —pero si estás decidido, será mejor que te vayas yendo, ¿Eh? Apolo solo tiene hasta mañana por la noche para rendirse, o fingir rendirse, o como quieras llamarlo. — ¿Ansioso por deshacerse de nosotros? — Preguntó Meg. Dionisio se rio. —Y la gente dice que no hay preguntas estúpidas. Pero si confías en tu amiga Lululemon...

—Luguselwa—, gruñó Meg. —Lo que sea. ¿No deberías apresurarte a volver con ella? Nico se cruzó de brazos. —Necesitaré algo de tiempo antes de irnos. Si quiero pedirles un favor a mis nuevos amigos, no puedo presentarme con las manos vacías. —Oh, iugh—, dijo Will. —No vas a... Nico le levantó una ceja, como diciendo, ¿En serio, novio? ¿Quieres dormir con el perro? Will suspiró. —Bien. Iré contigo a... recoger suministros. Nico asintió. —Eso nos llevará la mayor parte del día. Apolo, Meg, ¿Qué tal si se quedan en el campamento y descansan por ahora? Los cuatro podemos irnos a la ciudad mañana a primera hora. Eso todavía debería darnos suficiente tiempo. —Pero... —Mi voz vaciló. Quería protestar, pero no estaba seguro de por qué. ¿Solo un día en el Campamento Mestizo antes de nuestro último paso hacia la destrucción y la muerte? ¡Eso no era ni de cerca tiempo suficiente para procrastinar! —Yo, eh... pensaba que una misión tenía que ser autorizada formalmente. —Lo autorizo formalmente—, dijo Dionisio. — ¡Pero solo pueden ser tres personas! — Dije. Dionisio miró a Will, Nico y a mí.

—Solo estoy contando tres. — ¡Oye!— Dijo Meg. — ¡Yo también voy! Dionisio deliberadamente la ignoró. —¡Ni siquiera tenemos un plan!— Dije. —Una vez que encontramos este camino secreto, ¿Qué hacemos con eso? ¿Dónde empezamos? —Empezamos con Rachel—, dijo Will, todavía mordisqueando con tristeza su panecillo. —Un Dare 28 revela el camino que era desconocido. La verdad atravesó la base de mi cuello como una aguja de acupuntura. Por supuesto, la interpretación de Will tenía total sentido. Nuestra vieja amiga probablemente estaría en su casa en Brooklyn, recién comenzando sus vacaciones de verano, sin esperar que irrumpiera en su casa y exigiera ayuda. —Rachel Elizabeth Dare—, dije. —Mi sacerdotisa de Delfos. —Excelente—, dijo Dionisio. —Ahora que has resuelto tu misión suicida, ¿Podemos terminar el desayuno? Y deja de acaparar el jarabe, McCaffrey. Otras personas también tienen panqueques.

28

“Dare” en inglés puede traducirse como “Reto” o “desafío”, pero también es el apellido de Rachel.

11 Me disculpo Con mi flecha, y mis calzoncillos, Y, bueno, con todos.

¿QUÉ HARÍAS SI SOLO TUVIERAS un día en el campamento mestizo? Tal vez participarías en un juego de captura la bandera, o montarías un pegaso sobre la playa, o descansarías en el prado disfrutando la luz del sol, disfrutando la dulce fragancia de las fresas maduras. Todas buenas opciones. No hice ninguna de ellas. Gaste mi día corriendo en pánico, tratando de prepararme para la muerte inminente. Después del desayuno, Nico se negó a compartir más información acerca de los misteriosos corredores-de-cueva —Lo averiguaras mañana—fue todo lo que dijo. Cuando le pregunté a Will, él se detuvo y lucia tan triste que no tuve el corazón para presionarlo. Dionisio probablemente podría haberme explicado, pero ya nos había tachado en su lista de cosas por hacer. —Te lo dije, Apolo, el mundo tiene muchas crisis. Solo esta mañana, científicos liberaron otro estudio vinculando la soda con la hipertensión. ¡Si continúan desacreditando el nombre de la coca de dieta, tendré que vaporizar a alguien!— Salió hecho una tormenta a planear su venganza contra la industria de la salud.

Pensé que Meg, al menos, se quedaría a mi lado mientras nos preparábamos para nuestra misión. En vez de eso, eligió gastar su mañana plantando calabazas con la cabaña de Deméter. Es correcto querido lector. Eligio calabazas ornamentales antes que a mí. Mi primera parada fue la cabaña de Ares, donde le pregunte a Sherman Yang si tenia alguna información interna útil sobre la Torre de Nerón. —Es una fortaleza, — dijo. —Un ataque frontal serio. —Suicida, — adivine. —¿Ninguna entrada secreta? — No que yo conozca. Si hubiera, estarían fuertemente vigiladas y armadas con trampas. —Tenia una expresión lejana en su rostro. — Talvez lanzallamas activados por movimiento. Eso seria cool Me empecé a pregunta si Sherman seria de más ayuda como un concejero de Nerón. — ¿Es posible… — pregunte, — qué Nerón pueda tener un arma del día del juicio final? ¿Tal vez, suficiente fuego griego para destruir Nueva York con oprimir un botón? —Whoa…— Sherman mostro la expresión de enamoramiento de alguien viendo a Afrodita por primera vez. — Eso sería increíble. Quero decir malo. Eso seria malo. Pero… si, es posible. ¿Con su fortuna y recursos? ¿La cantidad de tiempo que ha tenido para planear? Seguro. Necesitaría una central de almacenamiento y un sistema de entrega por dispersión rápida. ¿Mi suposición? Estaría bajo tierra, para aprovechar la tubería de la ciudad, las alcantarillas y cualquier cosa. ¿Piensas que de verdad tiene algo así? ¿Cuándo partimos para la batalla? Me di cuenta de que tal vez le había dicho a Sherman Yang demasiado. —Volveré por ti luego, — Murmuré, e hice una apresurada retirada.

Siguiente parada: la cabaña de Atenea. Le pregunte al actual concejero, Malcolm, si tenia alguna información acerca de la Torre de Nerón o de criaturas llamadas “corredores-de-cavernas” o alguna hipótesis acerca de porque una Gala como Luguselwa podría estar trabajando para Nerón, y si era posible o no confiar en ella. Malcolm caminó por la cabaña, frunciendo el ceño mirando varios mapas en las paredes y estanterías. —Podría hacer algo de investigación, — se ofreció —Podríamos tener un informe de confiable inteligencia y un plan de ataque. — Eso… ¡Eso sería increíble! —Nos tomaría alrededor de 4 semanas. Talvez tres, si nos apresuramos. ¿Cuándo te tienes que ir? Salí de la cabaña con lágrimas. Antes de la hora del almuerzo, decidí consultar mi arma de último recurso: la flecha de Dodona. Me adentre en los bosques, pensando que talvez la flecha seria mas profética si la acercaba a su lugar de origen, la Arboleada de Dodona, donde los arboles susurraban el futuro y cada rama soñaba en crecer para ser un proyectil recitador Shakesperiano. También, quería estar lo más lejos posible de las cabañas para que nadie me viera hablando con un objeto inanimado. Puse al día a la flecha acerca de los últimos acontecimientos y versos de la profecía. Entonces, que los dioses me ayuden, pedí su consejo. OS HE DICHO ANTES, dijo la flecha. NO VEO OTRA INTERPRETACIÓN. DEBEÍS CONFIAR EN LOS ALIADOS DEL EMPERADOR.

—Quieres decir Luguselwa— Dije. —Significa que me debería rendir a Nerón, porque una Gala que apenas conozco me dice que es la única manera de detener al emperador. VERDADERAMENTE, dijo la flecha. —Y veis… ¿Puedes ver que pasara después de que nos rindamos? NO. — ¿Tal vez si te llevo de regreso a la Arboleada de Dodona? ¡NO! Hablo con tanta fuerza que casi se zafó de mi agarre. Miré a la flecha, esperando por mas, pero tuve la sensación de que la explosión la había sorprendido incluso a ella. — Así que… ¿Ahora solo harás sonidos de caballo? ¡Y UN HIGO! maldijo. Al menos, asumí que era una maldición y no una orden para el almuerzo. ¡NO ME LLEVAREÍS A LA ARBOLEADAS, PERNICIOSO LESTER! PENSAD EN COMO SERIA BIENVENIDO AHÍ, ¿CON MI MISION INCOMPLETA? Su tono no era fácil de entender, ya que su voz resonaba en las placas de mi cerebro, pero pensé que sonaba… herido. — Lo… Lo siento, — dije. —No me di cuenta… POR SUPUESTO QUE NO OS DISTEÍS CUENTA. Su emplumado se ondulo. NO DEJE VOLUNTARIAMENTE MI HOGAR, OH LESTER. FUI FORZADO, ¡EXPULSADO! UNA PEQUEÑA RAMA, DESECHABLE, OLVIDABLE, ¡EXILIADA DEL CORO DE ARBOLES HASTA QUE ME PRUEBE A MI MISMO! SI RETORNO AHORA, LA ARBOLEADA ENTERA SE REIRÍA, LA HUMILLACION… Se quedó quieta en mi mano.

OLVIDAD LO QUE HE DICHO, murmuró, PRETENDED COMO SI NO HUBIERA OCURRIDO. No estaba seguro de que decir. Todos mis años como Dios de la arquería no me habían preparado para ser el terapeuta de una flecha. Y aun así… Me sentía terrible por el propio proyectil. La había arrastrado por todo el país y de vuelta. Me había quejado acerca de todos sus inconvenientes. Había menospreciado su consejo y me había burlado de su elevado lenguaje. Nunca me había parado a considerar que tenia sentimientos, esperanzas, sueños y tal vez incluso una familia tan disfuncional y poco solidaria como la mía. Me pregunte, amargamente, si había alguien a quien no hubiera menospreciado, lastimado o ignorado durante mi tiempo como mortal, tacha eso, durante mis cuatro mil años de existencia, punto. Solo podía estar agradecido de que mis zapatos no fueran sintientes. O mi ropa interior. Dioses, nunca podría parar de disculparme. —Te he usado pobremente, — Le dije a la flecha. —Lo siento. Una vez que hayamos triunfado en nuestra búsqueda, te devolveré a la Arboleada de Dodona, y serás bienvenido como un héroe. Podía sentir el pulso en las yemas de mis dedos latiendo contra el mango de la flecha. Se mantuvo callada por seis latidos. AYE, dijo al final. SIN DUDA ESTAS EN LO CORRECTO. Como una advertencia del peligro, la flecha de Dodona diciéndome que estaba en lo correcto era la peor de todas que me podría imaginar. — ¿Qué pasa? — Demandé — ¿Has visto algo en el futuro? ¿Algo malo? Su punta se estremeció. NO OS PREOCUPEÍS. DEBO RETORNAR A MI CARCAJ. DEBEIS HABLAR CON MEG.

La flecha se calló. Quería saber mas. Sabia que había mas. Pero la flecha había anunciado que había terminado de hablar, y, por una vez, pensé que debería considerar lo que quería. La devolví al carcaj y empecé a caminar de vuelta a las cabañas. Tal vez estaba exagerando. Solo porque mi vida era muerte y oscuridad no significaba necesariamente que la flecha estaba condenada, también. Tal vez solo estaba siendo evasiva porque, al final de mis viajes, ya sea que muera o no, estaba planeando en vender la historia de mi vida a uno de los nuevos servicios de streaming de las Musas. Seria recordado solo como una serie exclusiva en Calíope+. Sí, eso era probablemente. Que alivio… Estaba casi al borde del bosque cuando escuché una risa, la risa de las dríadas, deduje, basado en mis siglos de experiencia como un acosador de dríadas. Seguí el sonido hacia un afloramiento de rocas cercano, donde Meg McCaffrey y Melocotones estaban descansando con media docena de espíritus de los árboles. Las dríadas estaban adulando al espíritu de la fruta, quien, como no era un tonto, estaba haciendo lo mejor para lucir adorable para las damas, lo cual significaba no mostrar sus colmillos, gruñir o mostrar sus garras. También estaba usando un taparrabos limpio, lo cual era más de lo que alguna vez había hecho alrededor de mí. — Oh, ¡Él es precioso! — dijo una de las dríadas, rizando el frondoso pelo verde de Melocotones. — ¡Esos pequeños dedos! — dijo otra, dándole un masaje de pies. El karpos ronroneo y revoloteo sus ramificadas alas. A las dríadas no parecía importarles que luciera como un bebe asesino crecido de una alcachofa.

Meg hizo cosquillas en su estómago, —Si, él es bastante asombroso. Lo encontré… Ahí fue cuando las dríadas me vieron. — Me tengo que ir, — dijo una, desapareciendo en un giro de hojas. — Sí, tengo esta… cosa, — dijo otra, y se desapareció en polen. Las demás dríadas hicieron lo mismo, hasta que solo estaba Meg, Melocotones, yo y el constante olor de DriadyqueTM shampoo biodegradable. Melocotones me gruó. —Melocotones. Lo que sin duda significaba Hombre, asustaste a todos mis groupies. — Lo siento. Yo solo estaba… — Moví mi mano. — ¿Pasando por aquí? ¿Caminando por aquí? ¿Esperando a morir? No estoy seguro. — Está bien, — dijo Meg. — Ponlo en una roca. Melocotones gruño, tal vez dudando de mi voluntad de masajearle los pies. Meg lo calmo rascando detrás de sus orejas, lo cual lo redujo a un ronroneante charco de felicidad. Se sintió bien sentarse, incluso en un dentado bloque de cuarzo. La luz del sol era agradable, sin ser calurosa (Si, solía ser un dios del sol. Ahora soy un endeble de la temperatura.) Meg estaba vestida en su traje de San Valentín que le dió Sally Jackson. El vestido rosado había sido lavado desde nuestra llegada, gracias a los dioses, pero las rodillas de sus leggins blancos estaban recién manchadas de su mañana cavando en el jardín de calabazas. Sus gafas habían sido limpiadas. Los anteojos tachonados de diamantes de imitación brillaron, y podía de hecho ver sus ojos a

través de sus lentes. Su cabello había sido lavado y ordenado con clips rojos para el cabello. Sospeche que alguien de la cabaña de Deméter le había dado algo de cuidado amoroso en el departamento del aseo. No es que yo fuera a criticar. Estaba usando las ropas que Will Solace había comprado para mí. — ¿Buena jardinería? — Pregunte. — Increíble. — Se limpio la nariz en su manga. — Este chico nuevo, ¿Steve? El hizo que una patata saliera de los jeans de Douglas. — Eso suena increíble. — Desearía que nos pudiéramos quedar. — Lanzo un pedazo de cuarzo al césped. Mi corazón se sintió como una ampolla abierta. Pensando acerca de las horribles cosas que nos esperaban de vuelta en Manhattan, quería concederle a Meg su deseo más que nada. Ella debería ser capaz de quedarse en el campamento, riéndose y haciendo amigos y mirando patatas emerger de los jeans de sus compañeros de cabaña como cualquier niño normal. Me maraville de cuan calmada y contenida parecía. Había escuchado que las personas jóvenes eran especialmente elásticas en lo que a sobrevivir un trauma se refiere. Y, aun así, solo por una vez, desee poder proveer a Meg de un lugar seguro para estar, sin la presión de tener que irse inmediatamente a detener un apocalipsis. — Podría ir solo, — me descubrí diciendo. — Me podría rendir a Nerón. No hay razón para la que tu tengas que… — Detente, — ella ordeno. Mi garganta se cerró.

No podía hacer nada sino esperar mientras Meg giraba una brizna de hierba entre sus dedos. — ¿Dices eso porque no confías en mi? — Pregunto al final. — ¿Qué? — Su pregunta me permitió hablar de nuevo —Meg, no, eso no es… — Te traicione una vez, — dijo — Justo aquí en estos bosques. No sonaba triste o avergonzada acerca de eso, como podría haber sonado. Ella hablo con una especia de incredulidad soñadora, como si no pudiera creer la persona que era hace seis meses. Ese era un problema con el que me podía relacionar. — Meg, ambos hemos cambiado mucho desde entonces— dije — Confió en ti con mi vida. Solo estoy preocupado acerca de Nerón… como trate de lastimarte, usarte. Me dio una mirada que era casi de maestro, como advirtiendo ¿Estas seguro de que esa es tu respuesta final? Me di cuenta de lo que debía estar pensando: Dije que no estaba pensando acerca de que me traicionara, pero estaba preocupado acerca de como Nerón podría manipularla. ¿No era eso la misma cosa? — Tengo que volver, — insistió Meg — tengo que ver si soy lo suficientemente fuerte. Melocotones se acurrucó cerca de ella como si no tuviera esas preocupaciones. Meg palmeo sus ramificadas alas. —Tal vez me he vuelto más fuerte. Pero, cuando este de vuelta en el palacio, ¿Sera suficiente? Puedo recordar ser quien soy ahora y no… ¿Quién era antes? No pensaba que ella esperara una respuesta. Pero se me ocurrió a mí que tal vez yo me debería hacer a mí mismo la misma pregunta.

Desde la muerte de Jason Grace, había gastado noches sin sueño preguntándome si podría mantener mi promesa hacia él. Asumiendo que pudiera volver al Monte Olimpo, ¿Podría recordar como es ser humano?, ¿O volvería a ser el egocentrista dios que solía ser? El cambio es una cosa frágil. Requiere tiempo y distancia. Sobrevivientes del abuso, como Meg, tenían que alejarse de sus abusadores. Volver al ambiente toxico era lo peor que ella podría hacer. Y para arrogantes dioses como yo, no podíamos estar alrededor de otros dioses arrogantes y esperar a mantenerse inmaculados. Pero supongo que Meg estaba en lo correcto. Volver era la única manera de ver que tan fuerte nos habíamos vuelto, incluso si esto significaba arriesgarlo todo. — Okay, estoy preocupado— Admití —Por ti. Y por mí. No sé la respuesta a tu pregunta. Meg asintió. —Pero tenemos que intentarlo. —Juntos, de nuevo— dije —Una vez más, en la guarida de La Bestia. — Melocotones — murmuró melocotones. Meg sonrió, —Él dice que se quedara en el campamento. Necesita un poco de tiempo. Odio cuando los espíritus de las frutas tienen mas sentido común que yo. Esa tarde llené dos carcaj con flechas. Pulí y preparé mi arco. De la cabaña de almacenamiento de instrumentos musicales, tome un nuevo ukelele — No tan bueno ni duradero como el ukelele de combate de bronce. Me asegure de tener suficientes suministros médicos en mi mochila, junto con comida y bebida, y el cambio de ropa normal y ropa interior limpia. (¡Me disculpo ropa interior!)

Me moví por las horas de la tarde en un aturdimiento, sintiéndome como si me estuviera preparando para un funeral… específicamente el mío. Austin y Kayla andaban a mí alrededor, tratando de ser de ayuda cuando podían, pero sin invadir mi espacio personal. — Hablamos con Sherman y Malcolm, — me dijo Kayla. — Estaremos a la espera. —Si hay alguna posibilidad de que podamos ayudar—dijo Austin, —estaremos listos para lanzarnos en cualquier momento. Las palabras no eran suficiente para agradecerles, pero espero que hayan visto mi gratitud en mi llorosa, picada por el acné y lastimada cara. Esa noche tuvimos el usual coro en la fogata. Nadie menciono nuestra búsqueda. Nadie ofreció un discurso de buena suerte de despedida. Los campistas primerizos eran aun tan nuevos en la experiencia de los semidioses, tan maravillados por todo, que dudaba que se dieran cuenta que nos habíamos ido. Tal vez era para mejor. No necesitaban saber cuánto estaba en juego: no solo la quema de Nueva York, sino si el Oráculo de Delfos alguna vez podría darles profecías y ofrecerles misiones, o si el futuro sería controlado y predeterminado por un malvado emperador y un reptil gigante. Si fallaba, estos jóvenes semidioses crecerían en un mundo donde la tiranía de Nerón sería la norma y donde sólo habría once olímpicos. Traté de apartar esos pensamientos de mi mente. Austin y yo tocamos a dúo para saxofón y guitarra. Kayla nos unió para liderar al campamento en una conmovedora versión de “Las ruedas del camión, girando van, girando van”. Asamos malvaviscos, y Meg y yo tratamos de disfrutar nuestras últimas horas entre nuestros amigos. Pequeña misericordia: esa noche no tuve sueños.

Al amanecer, Will me despertó. Él y Nico habían vuelto de donde sea que hubieran estado “reuniendo suministros”, pero no quería hablar acerca de ello. Juntos, él y yo nos encontramos con Meg y Nico en el camino hacia el lado lejano de la colina mestiza, donde la Van del campamento nos esperaba para llevarnos a la casa de Rachel Elizabeth Dare en Brooklyn, y, de una forma u otra, a los días finales de mi vida mortal.

12 Almacén del rico Bebe el chocolate veloz Las vacas miran.

BROOKLYN. Normalmente los problemas más grandes que existen son el tráfico congestionado, los caros tazones de poke29 y que no haya suficientes mesas en la cafetería local para todos los aspirantes a guionistas. Esa mañana, sin embargo, podía jurar que el conductor de nuestro transbordador, Argus el gigante, se mantenía con los ojos abiertos. Este era un asunto de gran importancia para Argus, ya que tenía cientos de pares de ojos en todo su cuerpo. (No los había contado exactamente, ni le había preguntado si alguna vez había tenido los ojos morados por haber estado sentado tanto tiempo.) Mientras nos dirigíamos hacia la Avenida Flushing, sus ojos azules pestañeaban y se sacudían alrededor de sus brazos, su cuello y en sus mejillas y barbilla, intentando ver en todas las direcciones al mismo tiempo. Claramente, él sentía que algo no estaba bien. Yo también lo sentía. Había una pesadez eléctrica en el aire, exactamente igual a antes de que Zeus lance un rayo masivo o a que Beyoncé lance un nuevo álbum. El mundo estaba conteniendo el aliento.

29

El poke es una ensalada de pescado crudo servida como aperitivo o plato principal en la cocina hawaiana.

Argus se detuvo a una manzana de distancia de la residencia Dare como si temiera acercarse más. El área del frente del puerto alguna vez había funcionado como muelle para los pescadores locales, si recuerdo correctamente desde la década de 1800. Luego había sido poblada en su mayoría por ferrocarriles y fábricas. Todavía podías ver los pilares de embarcaderos deteriorados sobresaliendo del agua. Paredes de ladrillos y chimeneas de concreto de antiguos almacenes se cernían oscuros y abandonados como ruinas de templos abandonados. Una franja abierta de ferrocarril todavía estaba en funcionamiento, con algunos vagones de carga pesados y llenos de graffitis en las vías.

Pero, como el resto de Brooklyn, el vecindario se había aburguesado rápidamente. Al otro lado de la calle, un edificio que lucía como si alguna vez hubiera sido un taller mecánico ahora alberga un café que vendía rosquillas de aguacate y matcha30 de piña. Dos manzanas más abajo, grullas se elevaban desde el pozo de un sitio de construcción. Carteles en los alambrados decían ¡ÁREA DE CASCO, CUIDADO! y ¡APARTAMENTOS DE LUJO PRONTO! Me pregunté si los trabajadores debían usar cascos de lujo. El mismo recinto Dare había sido un almacén industrial que había sido transformado en una finca ultramoderna. Ocupaba media hectárea de zona costera, lo que lo hacía aproximadamente cinco billones de veces más grande que la casa de tamaño regular de la Ciudad de Nueva York. La fachada era de concreto y acero, como la combinación de un museo de arte y un bunker a prueba de bombas. Nunca había visto al Sr. Dare, el magnate de los bienes raíces, pero sentí que no necesitaba hacerlo. Entendía a los dioses y sus palacios. El Sr. Dare operaba bajo los mismos principios: mírenme, miren mi 30

El Matcha es un té verde molido empleado en la ceremonia japonesa del té.

gran propiedad, cuéntenle a todos sobre mi grandeza. Puedes dejar tus ofrendas quemadas en el tapete de bienvenida. Tan pronto como nos bajamos de la furgoneta, Argus pisó el acelerador. Se marchó bajo una nube de humo y grava Premium. Will y Nico intercambiaron miradas. —Supongo que se dio cuenta que no necesitaremos un viaje de vuelta —dijo Nico siniestramente—. Vamos. Nos guio a la puerta principal de paneles gigantes de acero ondulado sin ningún mecanismo aparente de apertura o ni siquiera un intercomunicador. Supongo que, si tienes que pedir permiso, no puedes permitirte la entrada. Nico se paró ahí y esperó. Meg aclaró su garganta: — Uh, ¿entonces...? Las puertas se abrieron por su propia voluntad. De pie detrás de éstas se encontraba Rachel Elizabeth Dare. Como todos los grandes artistas, ella estaba descalza. (Leonardo simplemente jamás se ponía sandalias.) Sus jeans estaban cubiertos en garabatos de marcador que se habían vuelto más complejos y coloridos a lo largo de los años. Su remera blanca estaba salpicada con pintura. Alrededor de su rostro, compitiendo por la atención con sus pecas anaranjadas, había rayas de lo que parecía acrílico azul ultramarino. Algunas de las cuales se perdían por su cabello como confetti. —Entren rápido —dijo ella, como si nos hubiera estado esperando por horas—. El ganado está observando.

—Sí, he dicho ganado —dijo ella, adelantándose a mi pregunta mientras caminábamos por la casa—. Y no, no estoy loca. Hola Meg, Will, Nico. Síganme. Tenemos el lugar para nosotros. Eso era como decir que teníamos el Estadio Yankee para nosotros. Grandioso, creo, pero no estaba seguro de qué hacer con ello. La mansión estaba organizada alrededor de un atrio central, al estilo romano, mirando hacia dentro, así los peones de afuera de las paredes no te arruinaban la vista. Pero al menos los romanos tenían jardines. El Sr. Dare parecía creer sólo en el concreto, metal y grava. Su atrio incluía una pila gigante de hierro y piedra que podía ser una escultura vanguardista brillante o una pila de sobras de materiales de construcción. Seguimos a Rachel por un gran pabellón de cemento pintado, luego subimos por una escalera flotante al segundo piso, las que nos llevaron a lo que podría haber llamado las habitaciones, excepto que nada en la mansión se sentía habitado. Rachel misma parecía pequeña y fuera de lugar aquí, una cálida y colorida aberración caminando lentamente descalza a través de un mausoleo arquitectónico. Al menos su cuarto tenía ventanales que soslayaban la terminal ferroviaria vecina y el río detrás. La luz del sol la inundaba, iluminando los pisos de roble, las lonas manchadas que se doblaban como alfombras, varios pufs 31 , algunas latas abiertas de pintura y diferentes atriles donde Rachel tenía seis diferentes lienzos en proceso al mismo tiempo. Extendida a lo largo de la parte de atrás del suelo había otra pintura a medio terminar en la que Rachel parecía estar trabajando con gotas y salpicaduras a la Jackson Pollock32. En una

31

Un puf es un sillón blando que generalmente no tiene respaldo, por su estructura parece un gran almohadón ya que carece de patas, reposando toda su base sobre el suelo. 32 Paul Jackson Pollock, más conocido como Jackson Pollock, fue un influyente pintor estadounidense y principal artista del Expresionismo abstracto.

esquina había un refrigerador y un futón simple, como si comer y dormir fueran cosas completamente secundarias para ella. — Wow —Will se dirigió hacia el ventanal para embeberse de la vista y la luz del sol. Meg fue directo al refrigerador. Nico se giró hacia los caballetes. —Estos son increíbles —movió su mano en el aire siguiendo las líneas curvas de la pintura de Rachel a través del lienzo. —Eh, gracias —respondió Rachel ausente—. Realmente solo son calentamientos. Lucían más como rutinas aeróbicas completas para mí, fuertes pinceladas agresivas, gruesas cuñas de color aplicadas con una paleta de albañilería, salpicaduras tan grandes que debía haber usado una lata de pintura para aplicarlas. A primera vista, los trabajos parecían abstractos. Pero al dar un paso hacia atrás, las formas se transformaron en escenas. Ese cuadrado marrón era la Waystation en Indianápolis. Esos giros eran grifos volando. Un segundo lienzo mostraba las llamas envolviendo el Laberinto Ardiente y, flotando en el cuadrante superior derecho, una fila de naves borrosas y brillantes -la flota de Calígula-. Una tercera pintura… empecé a sentir los ojos húmedos otra vez. Era una pira funeraria, los últimos ritos de Jason Grace. —Has empezado a tener visiones de nuevo —dije. Me miró con una especie de rencor nostálgico, como si ella estuviera en un período de no comer azúcar y yo estuviera agitando una barra de chocolate. —Sólo vistazos. Cada vez que liberas un Oráculo, tengo algunos momentos de claridad. Luego la niebla regresa —ella presionó las

yemas de sus dedos contra su frente—. Es como si Pitón estuviera dentro de mi cerebro, jugando conmigo. A veces creo… —ella titubeó, como si la idea fuera tan perturbadora como para decirla en voz alta—. Solo dime que acabarás con él. Pronto. Asentí, sin confiar en mí como para hablar. Una cosa era que Pitón invadiera mis cuevas sagradas en Delphi. Otra era que invadiera la mente de mi Pitonisa elegida, la sacerdotisa de mis profecías. Yo había aceptado a Rachel Elizabeth Dare como mi Oráculo más importante. Era responsable de ella. Si fallaba en derrotar a Pitón, él continuaría volviéndose más fuerte. Eventualmente él podría controlar el flujo del futuro. Y como Rachel estaba estrechamente unida al Delfos… No. No podía permitirme pensar qué podría significar eso para ella. —Whoa —Meg emergió desde el refrigerador de Rachel como un buceador con doblones de oro. En su mano sostenía una chocolatada de la marca Yoo-hoo—. ¿Puedo tomar una? Rachel logró formar una sonrisa. —Sírvete, Meg. Y, hey, di Angelo —ella lo empujó juguetonamente lejos del lienzo que se estaba comiendo con los ojos—. ¡No roces el arte! No me importan las pinturas, pero si cae algo de color sobre ti, arruinarás toda esa apariencia estética de blanco-y-negro que tienes. —Hmmm —dijo Nico. —Ahora, ¿de qué estábamos hablando…? —musitó Rachel. Contra la ventana, Will golpeteó sus nudillos contra el vidrio. —¿Eso es el ganado? —¡Oh cierto! —Rachel nos dirigió hacia esa dirección.

A casi cien metros, entre nosotros y el río, una línea de tres vagones de ganado se ubicaba en las vías ferroviarias. Cada vagón estaba ocupado, como evidenciaban los hocicos bovinos que ocasionalmente se asomaban por las rejas. —Es injusto dejarlos aparcados ahí —dijo Will—. Va a hacer mucho calor hoy. Rachel asintió. —Han estado ahí desde ayer. Los vagones simplemente aparecieron durante la noche. He llamado a la compañía de carga y a la línea de crueldad animal. Es como si los vagones no existieran. Nadie tiene ningún registro de ellos. Nadie vendrá a controlarlos. Nadie le ha traído comida o agua. —Deberíamos liberarlos —dijo Meg. —Esa sería una idea muy mala— acotó Nico. Meg frunció el ceño. —¿Acaso odias a las vacas? —Yo no las odio —Nico hizo una pausa—. Bueno, sí, no soy muy amante de las vacas. Pero ese no es el punto. Esos no pueden ser animales ordinarios—. Echó un vistazo a Rachel. —dijiste que simplemente aparecieron. La gente no reconoce que existan. ¿Dijiste que el ganado estaba mirando? Rachel se alejó de la ventana. —A veces puedo ver sus ojos a través de las rejas. Ellos me miran directamente. Y justo cuando llegaron, se volvieron locos, sacudiendo el vagón como si estuvieran intentando escaparse. Ahí fue cuando miré las cámaras de seguridad y los vi esperando en la entrada. Normalmente, no me siento paranoica por el ganado. Pero estos… no

lo sé. Algo no se siente bien. Al principio creí que podría tener algo que ver con nuestros vecinos... Ella señaló hacia el norte a lo largo de la línea costera a un grupo nada especial de antiguas torres residenciales. —Ellos hacen cosas extrañas a veces. —¿En el complejo de viviendas? —pregunté. Ella arqueó sus cejas. —¿No ves la enorme mansión? —¿Qué mansión? Ella miró a Will, Nico, Meg quienes sacudieron sus cabezas. —Bueno—dijo Rachel—, tendrán que confiar en mi palabra. Hay una gran enorme mansión allí. Donde suceden muchas cosas raras. No discutimos con ella. Aunque era completamente mortal, Rachel tenía el inusual don de la vista clara. Ella podía ver a través de la Niebla y otras barreras mágicas mejor que la mayoría de los semidioses, y aparentemente mejor que la mayoría de los Lesters. Ella murmuró: —Una vez vi un pingüino deambulando por su terraza trasera. —¿Un qué? —preguntó Nico. —Pero dejar vacas en cajas de esa forma y por días sin comida o agua, eso parece algo diferente —dijo— más cruel. Esas vacas deben ser malas noticias. Meg puso mala cara. —Se ven lo suficientemente pacíficas ahora. Yo digo que las liberemos.

—¿Y luego qué? —preguntó Nico—. Incluso si no son peligrosas, ¿Dejamos a tres vagones repletos de ganado libres paseando alrededor de Brooklyn? Yo estoy con Rachel. Algo acerca de esto… —lucía como si estuviera intentando rastrear algo en su memoria sin éxito, otro sentimiento que conocía bien—. Digo que las dejemos en paz. —¡Eso es malvado! —dijo Meg—. No podemos… —Amigos, por favor —me interpuse entre Nico y Meg antes de que las cosas escalaran a la mayor pelea a golpes Hades/Deméter desde la despedida de soltera de Perséfone—. Ya que el ganado parece estar calmo por el momento, retomemos ese asunto cuando hayamos discutido lo que hemos venido a discutir, ¿Sí? —La Torre de Nerón —Rachel supuso. Los ojos de Will se abrieron. —¿Has visto el futuro? —No, William, simplemente usé la lógica. Pero sí tengo algo de información que puede servir. Todos, agarren un chocolate y un puf y charlemos sobre nuestro emperador menos favorito.

13 No existe un plan Para ganar a los emperadores Espera. Rachel tiene uno.

PUSIMOS NUESTROS PUFS EN CÍRCULO. Rachel extendió los planos a través del piso entre nosotros. —¿Ustedes conocen acerca de las fasces del emperador? Meg y yo compartimos una mirada que podría significar que desearíamos no saberlo. — Estamos familiarizados — dije. — En San Francisco, destruimos las fasces de Cómodo y Calígula, lo que los hizo lo suficientemente vulnerables para que los mataramos. ¿Asumo que estás sugiriendo que hagamos lo mismo con Nerón? Rachel hizo un puchero. — Eso mata mi gran revelación. Me tomó un tiempo darme cuenta. — Hiciste un buen trabajo. — Meg le aseguró. — A Apolo sólo le gusta escucharse hablar a sí mismo. — Discúlpame, pero… — ¿Encontraste el lugar exacto donde están las fasces de Nerón? — interrumpió Nico. — Porque eso sería realmente útil. Rachel se irguió un poco. — Eso creo, sí. Estos son los diseños originales de la torre de Nerón. No fueron fáciles de conseguir.

Will silbó con apreciación. —Apuesto que muchos Bothans 33 murieron para traernos esta información. Rachel lo observó. — ¿Qué? Nico suspiró. — Supongo que era una referencia de Star Wars. Mi novio es un fan de Star Wars del peor tipo. — Claro, Signor 34 Mitomagia. Si tan sólo miraras la trilogía original…— Will miró al resto por apoyo y no encontró nada más que expresiones en blanco. — ¿Nadie? Oh dioses. Ustedes, gente, son un caso perdido. — Como sea, — Rachel continuó, — mi teoría es que Nerón podría tener sus fasces aquí. — Ella señaló un punto a la mitad en el plano de la sección transversal de la torre. — Justo en el medio del edificio. Es el único piso sin ventanas exteriores. Con un acceso único a través de un ascensor especial. Todas las puertas están reforzadas con bronce celestial. Quiero decir, todo el edificio es una fortaleza, pero sería imposible entrar a la fuerza a este piso. Meg asintió. —Sé a qué piso te refieres. Jamás se nos permitió la entrada ahí. Nunca. Un ambiente gélido envolvió a nuestro pequeño grupo. Piel de gallina apareció en los brazos de Will. La idea de Meg, nuestra Meg, atrapada en esa fortaleza del mal era más perturbadora que cualquier número de vacas o pingüinos misteriosos. 33 34

Bothans: es una especie alienígena de la franquicia de Star Wars. En italiano en el original.

Rachel cambió de plano: una planta de un nivel ultrasecreto. —Aquí. Ésta tiene que ser la cripta. Nunca podrías acercarte, a menos… —ella apuntó una habitación cercana. —Si estoy leyendo estos diseños correctamente, esta sería la celda donde mantienen a los prisioneros. —Sus ojos brillaban con emoción. —Si logras ser capturado y luego convences a todos adentro de que te ayuden a escapar… — Lu tenía razón. — Meg me miró triunfante. — Te lo dije. Rachel frunció el ceño, haciendo que los puntos azules de pintura en su frente se acercaran mucho más. — ¿Quién es Lu? Le contamos acerca de Luguselwa, y el vínculo especial de tiempo que compartimos antes de que la arrojara de un edificio. Rachel sacudió su cabeza. — Bien… si ya han pensado en todas mis ideas, ¿Por qué siquiera estoy hablando? — No, no, — dijo Will. — Estás confirmándolo. Y confiamos en ti más que en… eh, otras fuentes. Esperaba que se refiriera a Lu y no a mí. —Aparte, —dijo Nico, — tienes planos reales. —Él estudió la planta. — ¿Pero por qué mantendría Nerón a sus prisioneros en el mismo piso que su posesión más preciada? — Mantén tus fasces cerca, — especulé, — y a tus enemigos aún más cerca. —Quizás, — dijo Rachel. —Pero las fasces están fuertemente protegidas, y no sólo por dispositivos de seguridad o guardias normales. Hay algo en la cripta, algo vivo…

Fue mi turno de tener escalofríos. — ¿Cómo sabes esto? — Una visión. Sólo un vistazo, casi como… como si Pitón quisiera que lo viera. La figura se veía como un hombre, pero su cabeza... — Una cabeza de león, — adiviné. Rachel se encogió. — Exacto. Y deslizándose alrededor de su cuerpo... — Serpientes. — ¿Sabes lo que es? Intenté alcanzar la memoria. Como era usual, simplemente estaba lejos de mi alcance. Puede que te preguntes por qué no tenía un mejor manejo de mi conocimiento divino, pero mi cerebro mortal era un lugar de almacenamiento imperfecto. Sólo podía comparar mi frustración a cómo tú debías sentirte cuando hacías un exigente examen de comprensión lectora. Te asignaban cincuenta páginas. Y las leías. Entonces el profesor decidía examinarte preguntándote, ¡Rápido! ¿Cuál era la primera palabra en la página treinta y siete? — No estoy seguro, — admití. — Algún tipo de guardián poderoso, obviamente. La estrofa de nuestra profecía más reciente mencionaba un león con una serpiente enroscada. — Le conté a Rachel nuestro viaje con literalmente un-ojo-saltarín con las Hermanas Grises Nico miró con mala cara a los planos, como si pudiera intimidarlos para que contaran sus secretos. — Entonces, lo que sea que sea el guardián, Nerón confía en éste con su vida. ¿Meg, creí que dijiste que Luguselwa era una gran y poderosa guerrera? — Lo es.

— ¿Entonces por qué no puede destruir a este guardián y destruir las fasces ella misma? — preguntó. — ¿Por qué necesita… ya sabes, que ustedes sean capturados? Nico redactó la pregunta diplomáticamente, pero escuché lo que quería decir. Si Lu no podía derrotar a este guardián, ¿Cómo podría yo, Lester Papadopoulos, el No Tan Grande o Poderoso? — No sé, — dijo Meg. — pero debe haber una razón. Como si Lu prefiriera vernos ser asesinados, pensé, pero sabía que era mejor no decir eso. — Asumamos que Lu tiene razón, — dijo Nico. — Ustedes son capturados y puestos en esta celda. Ella los ayuda a escapar. Matan al guardián, destruyen las fasces, despiertan a Nerón, hurra. Incluso entonces… perdón por ser una Debbie Downer35 — Empezaré a llamarte Debbie Downer a partir de hoy, — dijo Will con alegría. — Cállate, Solace. Incluso entonces, tendrían a la mitad de la torre y al ejército completo de guardias de seguridad entre ustedes y la sala del trono, ¿Verdad? — Nos hemos enfrentado a ejércitos completos antes, — dijo Meg. Nico rió, de lo que no sabía que era capaz. — Bien, me gusta esa confianza. ¿Pero no había un pequeño detalle acerca de un interruptor de pánico de Nerón? Si él se siente amenazado, puede hacer volar a Nueva York con un solo botón. ¿Cómo detienes eso? — Oh… — Rachel murmuró un insulto que no era apropiado para una sacerdotisa. — Para eso deben ser estos. 35

Personaje ficticio el cual frecuentemente da malas noticias y sentimientos negativos a una reunión, haciendo que todos alrededor se sientan decaídos.

Sus manos temblaban, ella cambió a otra página de planos. — Le pregunté al arquitecto en jefe de mi papá acerca de estos, — dijo. — Él no pudo entenderlos. Dijo que no había forma de que estos planos fueran correctos. Dieciocho metros bajo tierra, rodeado de paredes triples. Tinas gigantes, como si el edificio tuviera su propia reserva o instalación de tratamiento de agua. Está conectado a la alcantarilla principal de la ciudad, pero con el sistema eléctrico separado, los generadores, estas bombas… es como si el sistema completo estuviera diseñado para disparar agua al exterior para inundar la ciudad. — Excepto que no con agua, — dijo Will. — Con Fuego Griego. — Debbie Downer, — murmuró Nico. Observé los planos, intentando imaginar cómo tal sistema podría haber sido construido. Durante nuestra última batalla en el Área de la Bahía, Meg y yo vimos más Fuego Griego del que existió en toda la historia del Imperio Bizantino. Nerón tenía más. Exponencialmente más. Parecía imposible, pero el emperador había tenido cientos de años para planear y tener casi infinitos recursos. Típico de Nerón, gastar la mayoría de su dinero en un sistema de autodestrucción. — Él también será quemado, — me admiré. — Toda su familia y guardias, y su preciosa torre. — Quizás no, — dijo Rachel. — El edificio está diseñado de forma independiente. Aislación térmica, circulación de aire cerrada, refuerzo de materiales resistentes al calor. Incluso las ventanas son paneles especiales a prueba de explosiones. Nerón podría incendiar la ciudad a su alrededor, y su torre sería lo único que permanecería en pie. Meg arrugó su caja vacía de chocolatada. — Suena como algo que él haría.

Will estudió los planos. — No soy un experto leyendo estas cosas, pero, ¿Dónde están los accesos importantes a las tinas? —Sólo hay uno, — dijo Rachel. —Sellado, automatizado, fuertemente protegido, y bajo constante vigilancia. Incluso si pudieras entrar por la fuerza o sin ser visto, no tendrías el tiempo suficiente para desactivar los generadores antes de que Nerón apriete su botón de pánico. — A menos que, — dijo Nico, — te abras camino bajo tierra hasta esas reservas. Podrías sabotear por completo su sistema de suministro sin que Nerón lo sepa. — Yyyyyy… volvemos a esa terrible idea, — dijo Will. — Son los mejores excavadores del mundo, — insistió Nico. — Pueden atravesar el concreto, el acero y el bronce Celestial sin que nadie lo note. Esta es nuestra parte del plan, Will. Mientras Apolo y Meg se están dejando capturar, manteniendo a Nerón distraído, nosotros vamos bajo tierra y destruimos su catastrófica arma. — Espera un segundo Nico, — dije. — Ya es hora de que expliques quienes son estos corredores de cavernas. El hijo de Hades fijó sus oscuros ojos en mí como si fuera otra capa de concreto que atravesar. — Hace unos meses, establecí contacto con los trogloditas. Me atraganté con una risa. La afirmación de Nico era la cosa más ridícula que había escuchado desde que Marte me juró que Elvis Presley todavía estaba vivo en, bueno, Marte. — Los Trogloditas son un mito — dije. Nico frunció el ceño.

— ¿Un dios le está diciendo a un semidiós que algo es un mito? — ¡Oh ya sabes a lo que me refiero! Ellos no son reales. Ese autor de mala calidad, Aelian, los inventó para vender más copias de sus libros por allá en la antigua Roma. ¿Una raza de humanoides subterráneos que comen lagartijas y luchan contra toros? Por favor. Nunca los he visto. Ni una vez en mi vida de miles de años. — ¿Alguna vez pensaste, — dijo Nico, — que los trogloditas puede que vivan sus vidas escondidos de un dios del sol? Odian la luz. — Bueno, yo... — ¿Acaso alguna vez los buscaste? — Nico persistió. — Bueno, no, pero... — Son reales, — confirmó Will. — Desafortunadamente, Nico los encontró. Intenté procesar esa información. Nunca había tomado las historias de Aelian acerca de los trogloditas en serio. Aunque, para ser justo, tampoco creía en los rucs36 hasta el día que uno voló sobre mi carro solar y me bombardeó con intestinos. Ese fue un mal día para mí, el ruc, y varios países a los que mi carro sin control incendió. — Si tú lo dices. ¿Pero sabes cómo encontrar a los trogloditas de nuevo? — pregunté. — ¿Crees que ellos nos ayudarán? — Esas son dos preguntas diferentes, — Nico dijo. — Pero creo que puedo convencerlos de ayudar. Quizás. Si les gusta el regalo que les conseguí. Y si no nos matan en cuanto nos vean. — Amo este plan, — Will refunfuñó.

36

El ruc es un ave de rapiña gigantesca cuyo origen se remonta a la mitología persa. Es tan gigantesco que la tradición le atribuye la capacidad de levantar un elefante con sus garras.

— Chicos, — Rachel dijo, — se están olvidando de mí. La observé. — ¿A qué te refieres? — Yo también iré. — ¡Desde luego que no! — Protesté. — ¡Eres mortal! — Y esencial, — dijo Rachel. — Tu profecía te lo dijo. Un Dare revela el camino a lo desconocido. Todo lo que he hecho hasta ahora ha sido mostrarles unos planos, pero puedo hacer más. Puedo ver cosas que ustedes no. Además, tengo un interés personal en esto. Si tú no sobrevives a la Torre de Nerón, no podrás luchar contra Pitón. Y si no lo derrotas… Su voz titubeó. Ella tragó y se dobló hacia delante, ahogándose. Al principio creí que algo de su chocolatada podría haberse ido por el lado equivocado. Palmeé su espalda inútilmente. Entonces ella se sentó de nuevo, su espalda rígida, sus ojos brillando. Humo ondeaba desde su boca, lo que no es algo que normalmente sea causado por bebidas chocolatadas. Will, Nico y Meg se arrastraron lejos de sus pufs. Yo habría hecho lo mismo, pero por medio segundo creí que entendía lo que estaba pasando: ¡Una profecía! ¡Sus poderes de Delfos se estaban abriendo paso! Pero luego, con un terror enfermizo, comprendí que este humo era del color equivocado: amarrillo pálido en vez de verde oscuro. Y el hedor… agrio y podrido, como si estuviera saliendo directo de las axilas de Pitón. Cuando Rachel habló, era la voz de Pitón: un sonido grave, cargado de malicia.

“La carne y sangre de Apolo pronto serán mías. Solo él debe descender a la oscuridad, ésta pitonisa nunca jamás verá su signo, a menos que luche contra mí hasta su última llama. El dios se disuelve, sin dejar siquiera una marca.”

El humo se disipó. Rachel se desplomó sobre mí, su cuerpo débil. ¡CRASH! Un sonido como el del metal demoliéndose sacudió mis huesos. Estaba tan aterrorizado que no estaba seguro si el sonido era de algún lugar afuera, o si era sólo mi sistema nervioso apagándose. Nico se paró y corrió hacia las ventanas. Meg gateó hacia mí para ayudarme con Rachel. Will comprobó su pulso y comenzó a decir: — Debemos llevarla a... —¡Hey! — Nico se giró desde la ventana, su pálido rostro en estado de shock. — Debemos salir de aquí ahora. Las vacas están atacando.

14 Caigo en un hoyo Y me atraganto en mi ira Soy una vaca. Muuuuu.

EN NINGÚN CONTEXTO LAS VACAS ESTÁN ATACANDO pueden ser consideradas buenas noticias. Will levantó a Rachel como si fuera un bombero (para ser un sanador gentil, él era engañosamente fuerte) y juntos trotamos hacia Nico en la ventana. Abajo, en las vías, las vacas estaban organizando una revolución. Ellas destrozaron los lados de sus vagones como una avalancha a través de una valla de madera y formaban ahora una estampida que se dirigía hacia la residencia Dare. Sospeché que el ganado no había estado atrapado en esos vagones en lo absoluto. Simplemente habían estado esperando el momento indicado para escapar y matarnos. Eran hermosas de una forma pesadillezca. Cada una tenía el doble del tamaño de un bovino normal, con brillantes ojos azules y cabellos rojizos enmarañados que se enredaban en rulos vertiginosos como si fueran una pintura viva de van Gogh. Ambos, vacas y todos (sí, podía notar las diferencias; era un experto en bovinos), poseían enormes cuernos curvos que podrían haber servido como excelentes recipientes de bebidas para los más grandes y sedientos parientes Celtas de Lu. Una línea de vagones de carga nos separaban de las vacas, pero eso no iba a detener la tropilla. Los atravesaron directamente derribando y aplastando los vagones como cajas de origami.

— ¿Peleamos? — preguntó Meg, su voz cargada de duda. El nombre de estas criaturas de repente vino a mí, demasiado tarde, como era usual. Mencioné que los trogloditas eran conocidos por pelear con toros, pero no había logrado unir los dos hechos. Quizás Nerón estacionó los vagones aquí como una trampa, sabiendo que vendríamos a buscar la ayuda de Rachel. O quizás su presencia era simplemente la risa cruel de las Moiras hacia mí. Oh, ¿quieres jugar la carta troglodita? ¡Nosotras tenemos vacas! — Pelear no servirá de nada, — dije miserablemente. — Esos son tauris silvestres, vacas silvestres, los romanos les llamaban así. Su piel no puede ser atravesada. De acuerdo a la leyenda, los tauri son enemigos ancestrales de los amigos de Nico, los trogloditas. — Así que ahora crees que los trogs existen? — preguntó Nico. — ¡Estoy aprendiendo a creer en todos los tipos de cosas que pueden matarme! La primera oleada de ganado alcanzó la pared de contención de los Dare. La estrellaron y cargaron hacia la casa. — ¡Debemos correr! — dije, ejerciendo mi noble labor como Señor de lo obvio. Duh. Nico guió el camino. Will lo siguió de cerca con Rachel todavía colgando sobre su hombro, Meg y yo a su lado. Estábamos a mitad de camino del vestíbulo cuando la casa comenzó a temblar. Grietas zigzaguearon por las paredes. En la parte de la escalera flotante descubrimos (dato curioso) que una escalera flotante puede ceder si una vaca silvestre intenta subir por ella. Los escalones más bajos habían sido arrancados de la pared. Las vacas irrumpieron por el corredor de abajo como una multitud de cazadores de ofertas del Viernes Negro, pisoteando escalones rotos y estrellándose contra

las paredes de vidrio del atrio, renovando la casa Dare con extremo perjuicio. — Al menos no pueden llegar aquí arriba, — dijo Will. El suelo tembló de nuevo mientras los tauri derribaban otra pared. — Pronto estaremos ahí abajo, — dijo Meg. — ¿Hay otra forma de salir? Rachel gruñó. — Yo. Abajo. Will la ayudó a mantenerse en pie. Ella se tambaleó y parpadeó, intentando procesar la escena debajo de nosotros. — Vacas, — dijo Rachel. — Sí — Nico estuvo de acuerdo. Rachel apuntó débilmente hacia abajo al pasillo por el que habíamos llegado. — Por aquí. Usando a Meg como apoyo, Rachel nos guió de vuelta hacia su dormitorio. Ella tomó un giro a la derecha, bajamos por otras escaleras hacia la cochera. Sobre el pulido piso de concreto se encontraban dos Ferraris, ambos de un brillante rojo, porque ¿Por qué tener una sola crisis de mediana edad cuando se pueden tener dos? En la casa detrás nuestro, podía oír a las vacas mugiendo con enojo, golpeando y aplastando como si estuvieran remodelando el complejo Dare para ese estilo que estaba de moda granero del apocalipsis. — Llaves, — dijo Rachel. — ¡Busquen llaves de auto! Will, Nico y yo nos pusimos en acción. Pero no encontramos las llaves en ningún auto, lo que habría sido demasiado oportuno. No había ninguna llave en los ganchos de la pared, en los recipientes de

almacenamiento, o en las estanterías. O el Sr. Dare guardaba las llaves con él todo el tiempo o los Ferraris eran meramente decorativos. — ¡Nada! — dije. Rachel murmuró algo acerca de su padre que no repetiré. — No importa. — Ella golpeó un botón en la pared. La puerta del garaje comenzó a abrirse. — Ya me siento mejor. Iremos caminando. Salimos hacia la calle y nos dirigimos al norte tan rápido como Rachel podía cojear. Estábamos a media cuadra cuando la residencia Dare se sacudió, crujió y explotó, liberando una nube de polvo y escombros en forma de hongo. — Rachel, lo siento mucho, — dijo Will. —No me importa. Odiaba ese lugar de todos modos. Papá simplemente nos mudará a otra de sus mansiones. — ¡Pero tus pinturas! — dijo Meg. La expresión de Rachel se endureció. — El arte puede ser hecho de nuevo. Las personas no. ¡Sigan caminando! Sabía que no tendríamos suficiente tiempo hasta que las vacas silvestres nos encontraran. A lo largo de la línea costera de esta parte de Brooklyn, las cuadras eran largas, las calles anchas, y el panorama estaba despejado, perfecto para una estampida sobrenatural. Casi habíamos llegado al café de las piñas de matcha cuando Meg gritó: — ¡Las Silvestres están acercándose! — Meg, — jadeé, — no todas las vacas se llaman Silvestre. Aunque ella tenía razón acerca del peligro. El ganado demoníaco, aparentemente sin inmutarse en el edificio que se le caía encima,

emergió desde las ruinas del Domicilio Dare. La horda comenzó a reagruparse en medio de la calle, sacudiéndose los escombros de su piel roja como perros limpios después de un baño. — ¿Las perdemos de vista? — Nico preguntó, señalando el café. — Muy tarde, — dijo Will. Las vacas nos habían visto. Una docena de pares de ojos azules fijos en nuestra posición. Los tauri levantaron sus cabezas, mugieron sus mugidos de batalla y atacaron. Supongo que todavía podríamos habernos escabullido hacia el café, solo para que las vacas pudieran destruirlo y salvar al vecindario de la amenaza de rosquillas de aguacate. En cambio, corrimos. Me di cuenta de que esto sólo demoraría lo inevitable. Incluso si Rachel no estuviera aturdida por su trance serpiente-inducido, nunca podríamos dejar atrás a las vacas. —¡Nos están alcanzando! — Meg exclamó. —¿Seguro que no podemos luchar contra ellas? —¿Quieres intentarlo? —Pregunté. —¿Después de lo que le hicieron a la casa? —¿Entonces, cuál es su debilidad?—Cuestionó Rachel. —¡Tienen que tener un talón de Aquiles! ¿Por qué la gente siempre asume esto? ¿Por qué se obsesionan con el talón de Aquiles? Sólo porque un héroe griego tenía un punto vulnerable detrás de su pie, eso no significaba que cada monstruo, semidiós y villano de los antiguos tiempos griegos también tendrían un problema podiatrico37. De hecho, la mayoría de los monstruos no tenían debilidades secretas. Eran un fastidio de esa forma.

37

La podología es una rama de la medicina que tiene por objeto el estudio, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades y alteraciones que afectan el pie.

Sin embargo, atormenté a mi cerebro en busca de cualquier dato que pudiera obtener del éxito en ventas basura de Aelian De la Naturaleza de los Animales. (No que normalmente leyera tales cosas, por supuesto.) — ¿Fosas? — Especulé. — Creo que los granjeros en Etiopía usaban fosas contra los tauri. — ¿Como los carozos de los duraznos38? — preguntó Meg. — ¡No, como huecos en el suelo! — ¡Recién salidos de un pozo! — dijo Rachel. Los tauri habían reducido a la mitad la distancia entre nosotros. Otros cien metros más y nos aplastarían como mermelada en medio del camino. — ¡Ahí! — Nico exclamó. — ¡Síganme! Él tomó la delantera. Tenía que darle crédito. Cuando Nico elegía un camino iba a por todas. Corrió hacia el sitio de construcción de los apartamentos lujosos, invocó su espada Estigia negra en medio del aire y rebanó el alambrado. Lo seguimos dentro, donde una estrecha línea de remolques y baños portátiles rodeaba un cráter cuadrado de quince metros de profundidad. Una grúa rosa gigante se elevaba desde el centro del abismo, su brazo extendiéndose hacia nosotros casi al nivel de las rodillas. El sitio parecía abandonado. ¿Quizás era la hora del almuerzo? ¿Quizás todos los trabajadores estaban en el café de piña de matcha? Sea cual fuera el caso, me alegraba que no hubiera mortales en medio del peligro (Mírenme, preocupándome por inocentes espectadores mortales. Los otros Olímpicos se habrían burlado de mí sin piedad). 38

En inglés “carozo” y “fosa” se dicen “pit”, se escriben y se pronuncian igual aunque sus significados son diferentes. De ahí el malentendido de Meg.

— Nico, — dijo Rachel, — esto es más como una barranca. — ¡Es todo lo que tenemos! — Nico corrió al borde del hueco… y saltó. Mi corazón se sintió como si hubiera saltado con él. Puede que haya gritado. Nico surcó el aire por encima del abismo y aterrizó en el brazo de la grúa sin siquiera tambalearse. Se dio la vuelta y extendió su brazo. — ¡Vamos! Sólo son como dos metros. ¡Hemos practicado saltos más largos en el campamento y sobre la lava! — Tú lo has hecho, — dije. El suelo tembló. La manada estaba justo detrás de nosotros. Will retrocedió, corrió para tomar impulso y aterrizó al lado de Nico. Él nos miró y asintió con seguridad. — ¿Ven? ¡No es tan malo! ¡Los atraparemos! Rachel fue la siguiente, sin problemas. Luego Meg, voló como un cupido. Cuando sus pies tocaron la grúa, el brazo crujió y giró hacia la derecha, forzando a mis amigos a hacer posturas de surfistas para mantener el equilibrio. — ¡Apolo, — dijo Rachel, — apúrate! Ella no me estaba mirando a mí. Ella estaba mirando detrás de mí. El temblor de la manada estaba taladrando mi columna vertebral. Brinqué, aterrizando en el brazo de la grúa con el mayor barrigazo desde que Ícaro se estrelló en el Egeo. Mis amigos agarraron mis brazos, impidiendo que rodara hacia el abismo. Me senté, resollando y gimiendo, al mismo tiempo que los tauri alcanzaban el borde del foso.

Esperaba que embistieran y cayeran a sus muertes como leminos 39 . Aunque, por supuesto, los leminos no hacían realmente eso. Benditos sean sus pequeños corazoncitos, los leminos son demasiado inteligentes para cometer suicidio colectivo. Desafortunadamente también lo eran las vacas demoníacas. Los pocos primeros tauri efectivamente tropezaron hacia el foso, incapaces de detenerse, pero el resto del ganado aplicaron los frenos efectivamente. Hubo una gran cantidad de empujones, tumulto y mugidos enojados desde las filas de atrás, pero aparentemente la única cosa que un toro silvestre no podía aplastar era a otro toro silvestre. Murmuré un par de palabras que no había usado desde que #MinoicosPrimero había sido tendencia en las redes sociales. Desde el otro lado de la brecha estrecha los tauri nos observaron con sus asesinos ojos celestes. El agrio hedor de sus alientos y el desorden de sus pelos hizo que mis fosas nasales quisieran curvarse hacia dentro y morir. Los animales se dispersaron alrededor del borde del abismo, pero ninguno intentó saltar al brazo de la grúa. Quizás habían aprendido su lección de las escaleras flotantes de los Dare. O quizás eran lo suficientemente inteligentes para comprender que esas pezuñas no les servirían demasiado sobre estrechas vigas de acero. A lo lejos, media docena de ganado caído estaban comenzando a levantarse, aparentemente sin heridas después de caer quince metros. Ellos dieron vueltas alrededor, mugiendo con indignación. Por el borde del foso, el resto de la manada se mantuvo en una vigilia silenciosa mientras sus camaradas caídos se alteraban más y más. Los seis no se veían físicamente heridos, pero sus voces estaban llenas de furia. Los músculos de sus cuellos hinchados. Sus ojos enormes. Pisotearon el suelo, con espuma en sus bocas, y luego, uno a uno, se

39

Los leminos son una tribu de roedores miomorfos de la familia Cricetidae conocidos vulgarmente con el nombre de lemmings.

desplomaron inmóviles. Sus cuerpos comenzaron a secarse, sus carnes a disolverse hasta que sólo quedaron sus vacías pieles. Meg sollozó. No podía culparla. Demoníacas o no, las muertes de las vacas eran horribles de ver. —¿Qué acaba de pasar? — la voz de Rachel tembló. —Se atragantaron en su propia ira, — dije. —Y-yo no creí que fuera posible, pero aparentemente Aelian tenía razón. Las silvestres odian estar atrapadas en fosas tanto que simplemente… se atragantan y mueren. Es la única forma de matarlas. Meg se estremeció. — Es horrible. La manada nos observó aparentemente de acuerdo. Sus ojos azules eran como rayos láser quemando directo mi rostro. Tuve la sensación de que antes nos estaban persiguiendo solamente porque era su naturaleza matar. Ahora era personal. — ¿Qué hacemos con el resto de ellos entonces? — Papá, estás seguro de que no puedes… — él señaló a nuestra audiencia bovina. — Quiero decir, tienes un arco del nivel de un dios y dos carcajes de flechas básicamente a mansalva40. — ¡Esperen! — Protestó Meg. Ver a los toros ahogarse en el foso parecía haber agotado toda su voluntad de pelear. — Lo siento mucho, Meg, — dijo Will. — Pero estamos atrapados aquí. — No servirá de nada, — le prometí. — Miren.

40

En gran abundancia.

Preparé mi arco. Coloqué una flecha y apunté a la vaca más cercana. La vaca simplemente me miró como diciendo: ¿Amigo, en serio? Deje volar la flecha, un tiro perfecto, justo entre medio de los ojos con fuerza suficiente para penetrar una piedra. El eje se astilló contra la frente de la vaca. — Wow, — dijo Nico. — Cabeza dura. — Así es su piel por completo, — le dije. — Mira. Disparé una segunda flecha al cuello de la vaca. El pelo enmarañado de la criatura se agitó desviando la punta de la flecha y volviendo al eje hacia abajo, así que se deslizó entre medio de las piernas de la vaca. — Puedo dispararles todo el día, — dije. — No servirá de nada. — Podemos esperar a que se vayan, — sugirió Meg. — Se cansarán y se marcharán eventualmente, ¿No? Rachel sacudió su cabeza. —Olvidas que esperaron fuera de mi casa en dos vagones calurosos durante dos días sin comida ni agua hasta que ustedes llegaron. Estoy bastante segura de que estas cosas aguantarán más que nosotros. Me estremecí. — Y tenemos una fecha límite. Si no nos rendimos a Nerón para esta noche… — hice un gesto de explosión con mis manos. Will frunció el ceño. — Puede que ni siquiera tengan la oportunidad de rendirse. Si Nerón envió estas vacas, puede que él ya sepa que están aquí. Sus hombres podrían estar en camino.

Mi boca sabía a aliento de vaca. Recordé lo que Luguselwa nos había contado acerca de Nerón teniendo ojos en todos lados. Por lo que sabía, este sitio de construcción era uno de los proyectos del Triunvirato. Drones de vigilancia podrían estar merodeando encima nuestro ahora mismo… —Tenemos que salir de aquí, — decidí. —Podemos bajar por la grúa, — dijo Will. — las vacas no podrán seguirnos. —¿Y luego qué? — preguntó Rachel. — Estaremos atrapados en el foso. —Quizás no.— Nico observó el abismo como si estuviera calculando cuántos cuerpos podrían ser enterrados ahí. — Veo unas buenas sombras ahí abajo. Si logramos llegar al suelo a salvo… ¿Cómo se sienten acerca del viaje por las sombras?

15 Están lloviendo vacas rojas Pero no me importa. Estoy cantando ¡Cantando en las vacas!41

AMÉ LA IDEA. Estaba a favor de cualquier tipo de viaje que nos alejara de los tauri. Incluso habría convocado a las Hermanas Grises de nuevo, excepto que dudaba que su taxi apareciera en el brazo de una grúa, y si lo hiciera, sospechaba que las hermanas se enamorarían instantáneamente de Nico y Will porque eran tan lindos juntos (no le deseo ese tipo de atención a nadie). En fila india, nos arrastramos hacia el centro de la grúa como una línea de hormigas desaliñadas. Traté de no mirar los cadáveres de las vacas muertas debajo, pero podía sentir la mirada malévola de los otros silvestres mientras seguían nuestro progreso. Tenía la ligera sospecha de que estaban apostando sobre cuál de nosotros caería primero. A medio camino de la torre principal, Rachel habló detrás de mí. —Oye, ¿me vas a contar lo que pasó allí? Miré por encima del hombro. El viento azotó el cabello rojo de Rachel alrededor de su rostro, haciéndolo girar como la piel de vaca. Traté de procesar su pregunta. ¿Se había dado cuenta de las vacas asesinas que destruían su casa? ¿Estaba sonámbula cuando saltó a la grúa?

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En el original es una referencia a —Singing In The Rain—

Entonces me di cuenta de que se refería a su trance profético. Habíamos estado tan ocupados corriendo por nuestras vidas que no había tenido tiempo de pensar en eso. A juzgar por mi experiencia pasada con los Oráculos de Delfos, imaginé que Rachel no recordaba lo que había dicho. —Completaste nuestra profecía —dije—. La última estrofa de la rima, un pareado de cierre incluido. Excepto… —¿Excepto? —Me temo que estabas canalizando a Pitón. Me arrastré hacia adelante, con los ojos fijos en la pisada de los zapatos de Meg, mientras le explicaba a Rachel lo que había sucedido: el humo amarillo que salía de su boca, el brillo de sus ojos, la voz horriblemente profunda de la serpiente. Repetí las líneas que ella había dicho. Ella guardó silencio durante cinco segundos. —Eso suena mal. — Mi interpretación experta también. Sentí los dedos entumecidos contra las vigas. La línea de la profecía sobre mí disolviéndome, sin dejar marcas, esas palabras parecían abrirse camino en mi sistema circulatorio, borrando mis venas y arterias. —Lo resolveremos —prometió Rachel—. Quizás Pitón estaba torciendo mis palabras. Quizás esas líneas no sean parte de la verdadera profecía. No miré atrás, pero pude escuchar la determinación en su voz. Rachel había estado lidiando con la resbaladiza presencia de Pitón en su cabeza, posiblemente durante meses. Ella había estado luchando con eso sola, tratando de mantener la cordura trabajando a través de

sus visiones en su obra de arte. Hoy, había sido poseída por la voz de Pitón y rodeada por sus humos venenosos. Aún así, su primer instinto fue asegurarme que todo estaría bien. —Ojalá tuvieras razón —le dije—, pero cuanto más tiempo Pitón controle Delfos, más puede envenenar el futuro. Ya sea que haya tergiversado tus palabras o no, ahora son parte de la profecía. Lo que predijiste pasará. La carne y la sangre de Apolo pronto serán mías. La voz de la serpiente pareció enrollarse dentro de mi cabeza. Solo debe descender a la oscuridad. Cállate, le dije a la voz. Pero yo no era Meg y Pitón no era mi Lester. —Bueno, entonces—, dijo Rachel detrás de mí, —tendremos que asegurarnos de que la profecía suceda de una manera que no te disuelva. Lo hizo sonar tan factible... tan posible. —No merezco una sacerdotisa como tú —dije. —No, no es así —coincidió Rachel—. Puedes pagarme matando a Pitón y sacando los vapores de serpientes de mi cabeza. —Trato —dije, tratando de creer que podía cumplir con mi parte del trato. Por fin llegamos al mástil central de la grúa. Nico nos condujo por los peldaños de la escalera. Mis miembros temblaron de cansancio. Estuve tentado a preguntarle a Meg si podía crear otro andamio de plantas para llevarnos al fondo, como lo había hecho en la Torre Sutro. Decidí no hacerlo, porque 1) no quería que ella se desmayara por el esfuerzo, y 2) realmente odiaba que las plantas me arrojaran. Cuando llegamos al suelo, me sentí tambaleante y con náuseas.

Nico no se veía mucho mejor. Cómo planeaba convocar la energía suficiente para ponernos a salvo, no podía imaginarlo. Por encima de nosotros, alrededor del borde del pozo, los tauri observaban en silencio, sus ojos azules brillando como una cadena de luces de Hanukkah42 enojadas. Meg los estudió con cautela. —Nico, ¿qué tan pronto puedes seguirnos? —Primero… recupero... mi... aliento... —dijo entre bocanadas de aire. —Por favor —estuvo de acuerdo Will—. Si estás demasiado cansado, podrías teletransportarnos a una tina de Cheez Whiz 43 en Venezuela. —Está bien... —dijo Nico—. No terminamos en la tina. —Bastante cerca —dijo Will—. Definitivamente en medio de la planta de procesamiento de Cheez Whiz más grande de Venezuela. —Eso fue una vez—refunfuñó Nico. —Uh, ¿chicos? —Rachel señaló el borde del pozo, donde las vacas se estaban agitando. Se empujaron y empujaron hacia adelante hasta que uno, ya sea por elección o por la presión de la manada, cayó por el borde. Al verlo caer, patear sus piernas y torcer su cuerpo, recordé la vez que Ares dejó caer un gato desde el Monte Olimpo para demostrar que aterrizaría de pie en Manhattan. Atenea había teletransportado al gato a un lugar seguro, luego golpeó a Ares con la punta de su lanza

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Fiesta de las Luces o Luminarias, es una festividad judía que conmemora la rededicación del Segundo Templo de Jerusalén y la rebelión de los macabeos contra el Imperio seléucida. 43 Cheez Whiz es un queso procesado estadounidense que tiene una consistencia sólida similar a la de una salsa o un queso para untar

por poner al animal en peligro, pero la caída había sido aterradora de presenciar, no obstante. La vaca no tuvo tanta suerte como el gato. Aterrizó de costado en la tierra con un gruñido gutural. El impacto habría matado a la mayoría de las criaturas, pero la vaca simplemente agitó las piernas, se enderezó y agitó los cuernos. Nos fulminó con la mirada como diciendo, Oh, lo vas a conseguir ahora. —Mmm... —Will retrocedió—. Está en el hoyo. Entonces, ¿Por qué no se ahoga de rabia? —Yo… yo creo que es porque estamos aquí —mi voz sonaba como si hubiera estado inhalando helio—. ¿Quiere matarnos más de lo que quiere asfixiarse? —Genial—dijo Meg—. Nico, viaje de sombras. Ahora. Nico hizo una mueca. —¡No puedo llevarlos a todos a la vez! Otros dos y yo es mi límite. El verano pasado, con la Atenea Partenos... Eso casi me mata, y tuve la ayuda de Reyna. La vaca cargó. —Llévate a Will y Rachel —dije, casi sin creer que las palabras salieran de mi boca—. Vuelve por Meg y por mí cuando puedas. Nico empezó a protestar. —¡Apolo tiene razón! —dijo Meg—. ¡Vayan! No esperamos una respuesta. Preparé mi arco. Meg convocó sus cimitarras y juntos nos lanzamos a la batalla. Hay un viejo dicho: la definición de locura es dispararle a una vaca invulnerable en la cara una y otra vez y esperar un resultado diferente.

Me volví loco. Disparé flecha tras flecha a la vaca, apuntando a su boca, sus ojos, sus fosas nasales, esperando encontrar un punto débil. Mientras tanto, Meg cortó y apuñaló con entusiasmo, golpeando como un boxeador para mantenerse alejada de los cuernos de la criatura. Sus espadas eran inútiles. La peluda piel roja de la vaca se arremolinaba y ondulaba, desviando cada golpe. Solo nos mantuvimos vivos porque la vaca no pudo decidir a cuál de nosotros matar primero. Siguió cambiando de opinión e invirtiendo el curso mientras nos turnamos para molestarlo. Quizás si manteníamos la presión, podríamos cansar a la vaca. Lamentablemente, también nos estábamos cansando, y docenas de vacas más esperaban arriba, curiosos por ver cómo le iba a su amigo antes de que ellos mismos se arriesgaran a caer. —¡Linda vaca! —Meg gritó, apuñalándolo en la cara y luego bailando fuera del alcance del hocico—. ¡Por favor, vete! —¡Te estás divirtiendo demasiado! —dije. Mi siguiente disparo fue el temido Triple P, el Perforador Posterior Perfecto. No pareció lastimar a la vaca, pero definitivamente capté su atención. El animal bramó y se giró para mirarme, sus ojos azules ardían de furia. Mientras me estudiaba, probablemente decidiendo cuál de mis miembros quería arrancar para poder golpearme en la cabeza, Meg miró el borde del pozo. —Um, ¿eh, Apolo? Me arriesgué a echar un vistazo. Una segunda vaca cayó al pozo. Aterrizó sobre un inodoro portátil, aplastando la caja y dejándola como una tortilla de fibra de vidrio, luego salió de los escombros y gritó: ¡Muuuu! (Sospeché que era Tauri para ¡tenía la intención de hacer eso!)

—Voy a entretener a Potty Cow44—le dije a Meg—. Distrae a nuestro amigo aquí. Una división de deberes completamente aleatoria, de ninguna manera relacionada con el hecho de que no quería enfrentar la vaca que acababa de empujar en la región inferior. Meg comenzó a bailar con Cow The First45, mientras yo cargaba hacia Potty Cow. Me estaba sintiendo bien, sintiéndome heroico, hasta que alcancé mis carcajes y me encontré sin flechas... excepto por la antigua reserva de siempre, la Flecha de Dodona, que no apreciaría ser usada contra un invulnerable trasero bovino. Sin embargo, ya estaba comprometido, así que corrí a Potty Cow con gran valentía y sin idea de cómo combatirlo. —¡Oye! —grité, agitando los brazos con la dudosa esperanza de que pudiera dar miedo—. ¡Bla, bla, bla! ¡Vete! La vaca atacó. Este habría sido un momento excelente para que mi fuerza divina se activara, lo que, por supuesto, eso no sucedió. Justo antes de que la vaca pudiera atropellarme, grité y salté a un lado. En ese punto, la vaca debería haber ejecutado una corrección de rumbo lenta, corriendo por todo el perímetro del pozo para darme tiempo de recuperarme. Una vez había salido con un torero en Madrid que me aseguró que las vacas hacían esto porque eran animales corteses y también terribles en las curvas cerradas. O mi torero era un mentiroso o nunca había peleado con una tauri. La vaca dio un giro perfecto y cargó contra mí de nuevo. Rodé hacia un lado, buscando desesperadamente cualquier cosa que pudiera 44

Juego de palabras haciendo referencia al excusado que la vaca acababa de aplastar. Potty significa “orinal”. 45 Juego de palabras para referirse a que fue la primera vaca en caer al pozo.

ayudarme. Me acerqué sosteniendo el borde de una lona de poliuretano azul. El peor escudo de todos. La vaca rápidamente clavó su cuerno a través del material. Salté hacia atrás cuando pisó la lona y fue derribado por su propio peso como una persona que tropieza con su propia toga (no es que haya hecho esto nunca, pero escuché historias). La vaca rugió, sacudiendo la cabeza para sacar la lona, lo que solo hizo que se enredara más en la tela. Me retiré, tratando de recuperar el aliento. A unos quince metros a mi izquierda, Meg estaba jugando a la muerte con Cow The First. Parecía ilesa, pero podía decir que estaba cansada, sus tiempos de reacción disminuían. Más vacas empezaron a caer en el pozo como grandes clavadistas de Acapulco46 descoordinados. Recordé algo que Dionisio me había dicho una vez sobre sus hijos gemelos, Castor y Pollux, cuando vivía con su esposa mortal durante una breve fase de “felicidad doméstica”. Dijo que dos eran el mejor número para los niños, porque después de dos, sus hijos lo superaban en número. Lo mismo ocurrió con las vacas asesinas. Meg y yo no podíamos esperar ahuyentar a más de un par de ellos. Nuestra única esperanza era ... Mis ojos se fijaron en el mástil de la grúa. —¡Meg! —le grité—. ¡De vuelta a la escalera! Ella trató de obedecer, pero Cow The First se interpuso entre ella y la grúa. Saqué mi ukelele y corrí en su dirección.

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Acapulco es una playa en México muy popular por sus clavadistas que se lanzan al mar desde altos peñascos.

—¡Vaca, vaquita, vaca! —rasgué desesperadamente—. ¡Oye, vaca! ¡Mala, vaca! ¡Huye, vaquita, vaquita, vaca! Dudaba que la melodía ganara algún Grammy, pero esperaba que al menos pudiera distraer a Cow The First el tiempo suficiente para que Meg pudiera evitarla. La vaca se quedó tercamente quieta. Meg también. Llegué a su lado. Miré hacia atrás a tiempo para ver a Potty Cow tirar la lona y cargar hacia nosotros. Las vacas recién caídas también se estaban poniendo en pie. Calculé que teníamos unos diez segundos de vida. —Ve—le dije a Meg—. Salta sobre la vaca y sube la escalera. Yo… No supe cómo terminar esa declaración. ¿Me quedaré aquí y moriré?, ¿Voy a componer otro verso de “Vaca, vaquita, vaca”? Justo cuando Cow The First bajó los cuernos y cargó, una mano me agarró del hombro. La voz de Nico di Angelo dijo: —Te tengo. Y el mundo se volvió frío y oscuro.

16 Will, el sanador, El héroe que no merecemos, Tiene barras de Kit Kat. —¿SALTAR LA VACA?— demandó Meg—. ¿Ese era tu plan? Los cinco nos sentamos en una alcantarilla, lo cual era algo a lo que me había acostumbrado. Meg parecía estar recuperándose rápidamente de su malestar del viaje por las sombras, gracias a la oportuna administración de néctar y barras Kit Kat de Will. Yo, sin embargo, todavía me sentía como si estuviera contrayendo gripe: escalofríos, dolores corporales, desorientación. No estaba listo para ser atacado por mis elecciones en combate. —Estaba improvisando. —Dije—. No quería verte morir. Meg alzó las manos. —Y yo no quería verte morir, tonto. ¿Pensaste en eso? —Chicos —interrumpió Rachel, con una compresa fría presionada contra su cabeza—. ¿Qué tal si ninguno de nosotros deja morir a ninguno de nosotros? ¿Está bien? Will revisó su sien herida. —¿Te sientes un poco mejor? —Estaré bien. —Dijo Rachel, luego explicó para mi beneficio—: Me las arreglé para tropezar con la pared cuando nos teletransportamos aquí. —Lo siento por eso. —Nico parecía avergonzado.

—Oye, no me estoy quejando —dijo Rachel—. Es mejor que ser pisoteada. —Supongo que sí —dijo él—. Una vez nosotros… Los párpados de Nico se agitaron. Sus pupilas se fueron hacia atrás en su cabeza y se desplomó contra el hombro de Will. Podría haber sido una táctica ingeniosa para caer en los brazos de su novio; yo mismo había usado el truco me desmayo, atrápame, guapo algunas veces, pero como Nico inmediatamente comenzó a roncar, llegué a la conclusión de que no estaba fingiendo. —Es la noche-noche para Nico. —Will sacó una almohada de viaje de su bolsa de suministros, que sospeché que llevaba sólo para estas ocasiones. Colocó al hijo de Hades en una posición cómoda para dormir, luego nos dirigió una sonrisa cansada—. Necesitará alrededor de media hora para recuperarse. Hasta entonces, será mejor que nos pongamos cómodos. Viendo el lado positivo, yo había tenido mucha experiencia sintiéndome cómodo en las alcantarillas, y Nico nos había paseado en viaje sombra hasta el sistema de drenaje de Nueva York equivalente a la suite presidencial. El techo abovedado estaba adornado con un patrón de espiga de ladrillo rojo. A lo largo de cada pared, las tuberías de terracota goteaban solamente la mejor sustancia viscosa en un canal que corría por el medio del piso. La repisa de hormigón en la que nos sentamos estaba cómodamente tapizada con líquenes47 y verdín48. Bajo el tenue resplandor dorado de las espadas de Meg, nuestra única iluminación, el túnel parecía casi romántico.

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Los líquenes son organismos que surgen de la simbiosis entre un hongo, y un alga o una cianobacteria. Capa de color verde que forman las algas y otras plantas sin flor en lugares húmedos, en el fondo del agua estancada, corrientes de curso lento y otros sitios. 48

Dados los precios de alquiler de Nueva York, imaginé que un lugar como este podría durar bastante. Agua corriendo. Privacidad. Mucho espacio. Grandes huesos: huesos de ratón, huesos de pollo y algunos otros que no pude identificar. ¿Y mencioné el hedor? El hedor se incluyó sin costo adicional. Will atendió nuestros diversos cortes y raspaduras, que fueron sorprendentemente leves dadas las aventuras de nuestra mañana. Insistió en que participáramos generosamente en su banquete de reserva medicinal de barras de chocolate Kit Kat. —Lo mejor para recuperarse de un viaje-sombra. —Nos aseguró. ¿Quién era yo para discutir los poderes curativos del chocolate y las obleas? Comimos en silencio durante un rato. Rachel sostuvo la compresa fría contra su cabeza y miró apesadumbrada el agua de la alcantarilla como si esperara que pasaran flotando piezas de la casa de su familia. Meg esparció semillas en los parches de verdín junto a ella, haciendo que hongos luminosos brotaran como pequeños paraguas. Cuando la vida te da escoria, haz hongos, supongo. —Esos toros del bosque eran increíbles —dijo Meg después de un rato—. Si pudieras entrenarlos para llevar... Gruñí. —Ya fue bastante malo cuando armaste a los unicornios. —Si. Eso fue genial. —Miró por el túnel en ambas direcciones—. ¿Alguien sabe cómo podemos salir de aquí? —Nico sabe —el ojo de Will tembló—. Aunque no nos va a llevar afuera, sino a abajo. —Por los trogloditas —supuso Rachel—. ¿Cómo son?

Will movió las manos como si intentara dar forma a algo de arcilla o indicar el tamaño de un pez que había atrapado. —No... no puedo describirlos —decidió. Eso no fue tranquilizador. Como hijo mío, Will estaba destinado a tener algo de mi habilidad poética. Si los trogloditas desafiaban la descripción de su soneto o quintilla promedio, no quería conocerlos. —Espero que puedan ayudar. —Rachel levantó la palma de la mano para protegerse de Will, que venía a revisar su cabeza lastimada nuevamente—. Ya estoy bien, gracias. Ella sonrió, pero su voz estaba tensa. Sabía que le agradaba Will. También sabía que tenía problemas con el espacio personal. Convertirse en Pitia tendía a desear mantener a las personas alejadas. Tener el poder de Delfos poseyendo su cuerpo y alma a intervalos aleatorios podría hacerte irritarte por la gente que se acerca demasiado sin tu consentimiento. Tener a Pitón susurrando dentro de tu cabeza probablemente no ayudaba tampoco. —Lo entiendo. —Will se recostó—. Has tenido una mañana difícil. Lamento haber traído ese tipo de problemas a tu puerta. —Como dije, creo que se supone debo estar en este problema — Rachel se encogió de hombros—. No es tu culpa. Un Dare revela el camino que se desconoce. Por una vez, soy parte de la profecía. Sonaba extrañamente orgullosa de este hecho. Quizás, después de declarar peligrosas misiones para tantas otras personas, Rachel encontró agradable ser incluida en nuestra aventura de deseo-demuerte comunitaria. A la gente le gusta ser vista, incluso si es por los ojos fríos y crueles del destino. —Aunque, ¿Es seguro para ti venir? —preguntó Meg—. Me refiero a que... tienes a Pitón en tu cabeza o lo que sea. ¿No verá lo que estamos haciendo?

Rachel movió sus tobillos aún más juntos, en una postura más tensa. —No creo que él esté viendo a través de mí. Al menos… no todavía. —Dejó que esa idea se asentara a nuestro alrededor como una capa de gas de pantano—. De todos modos, no se van a deshacer de mí. Pitón ha hecho esto personal. Ella me miró y no pude escapar de la sensación de que Pitón no era a quien realmente culpaba. Esto había sido personal para ella desde que acepté a Rachel como mi sacerdotisa. Desde... bueno, desde que era Apolo. Si mis pruebas como mortal habían hecho algo, me habían mostrado cuántas veces había abandonado, olvidado y fallado a mis Oráculos a lo largo de los siglos. No podría abandonar a Rachel de la misma manera. Había descuidado la verdad básica de que ellos no me servían; se suponía que yo debía servirles. —Tenemos suerte de tenerte —le dije—. Ojalá tuviéramos más tiempo para idear un plan. Rachel miró su reloj, un modelo básico de cuerda, que probablemente había elegido después de ver con qué facilidad la tecnología se estropeaba en torno a los semidioses, monstruos y otros tipos de personas mágicas con las que pasaba el rato. —Ya pasó la hora del almuerzo. Se supone que debes rendirte ante Nerón al anochecer. Eso no nos da mucho margen para hacer algo. —Oh, la hora del almuerzo —dijo Meg, siguiendo fielmente el hilo de la conversación—. Will, ¿Tienes algo además de Kit Kats? Me muero de ham... Apartó la mano del kit de suministros de Will como si algo la hubiera sorprendido. —¿Por qué hay una cola que sobresale de tu bolso? Will frunció el ceño.

—Oh. Ah, sí. —Sacó lo que parecía ser un lagarto disecado de treinta centímetros de largo envuelto en un pañuelo. —¡Asqueroso! —dijo Meg con entusiasmo—. ¿Eso es para medicina o algo así? —Em, no —dijo Will—. ¿Te acuerdas de cuando Nico y yo fuimos a buscar un regalo para los trogs? Bueno… —Guacala. —Rachel se alejó—. ¿Por qué querrían eso? Will me miró como diciendo Por favor, no me hagas decirlo. Me estremecí. —Los trogloditas... Si las leyendas son ciertas... consideran a las lagartijas un gran, ya sabes... —hice la mímica de ponerme algo en la boca—. Manjar. Rachel abrazó su estómago. —Me arrepiento de haber preguntado. —Genial —dijo Meg—. Entonces, ¿Si encontramos a los trogs, les damos el lagarto y ellos nos ayudarán? —Dudo que sea así de simple —dije—. Meg, ¿Alguien ha accedido alguna vez a ayudarte simplemente porque les diste una lagartija muerta? Ella reflexionó sobre la pregunta durante tanto tiempo que me hizo preguntarme sobre sus pasadas prácticas de dar regalos. —¿Supongo que no? —Bueno, éste es aparentemente raro y especial. No querrás saber lo difícil que fue encontrarlo. —Will volvió a meter el animal disecado en su bolso—. Ojalá… Nico resopló y comenzó a moverse.

—¿Q-qué…? —Está bien —le aseguró Will—. Estás con amigos. —¿Amigos? —Nico se sentó, con los ojos nublados. —Amigos. —Will nos dio una mirada de advertencia, como sugiriendo no asustar a Nico con ningún movimiento repentino. Deduje que Nico era un durmiente gruñón como su padre, Hades. Despierta a Hades prematuramente y es probable que termines como la sombra de una explosión nuclear en la pared de su dormitorio. Nico se frotó los ojos y frunció el ceño. Traté de parecer inofensivo. —Apolo —dijo—. Cierto. Lo recuerdo. —Bien —dijo Will—. Pero todavía estás mareado. Aquí tienes un Kit Kat. —Sí, doctor —murmuró Nico. Esperamos a que Nico se recuperara con mordiscos a su chocolate y tragos al néctar. —Mejor. —Se levantó, todavía luciendo tembloroso—. Está bien, oigan todos. Los conduciré a las cavernas trogloditas. Mantengan sus manos alejadas de sus armas en todo momento. Déjenme ir primero y hablar. Los trogloditas pueden estar un poco... nerviosos. —Por nerviosos —dijo Will— Nico quiso decir que probablemente nos asesinen sin provocación alguna. —Eso es lo que dije. —Nico se metió en la boca lo último de su Kit Kat—. ¿Listos? Hagámoslo.

¿Quieres indicaciones para llegar a las cavernas trogloditas? ¡No hay problema! Primero ve hacia abajo. Luego bajas un poco más. Luego tomas los siguientes tres giros cuesta abajo. Verás un camino que te lleva ligeramente arriba. Ignora eso. Sigue bajando hasta que tus tímpanos implosionen. Luego baja aún más. Nos arrastramos por las tuberías. Vadeamos pozos de barro seco. Navegamos por túneles de ladrillo, túneles de piedra y túneles de tierra que parecían haber sido excavados por el método de masticardefecar de las lombrices de tierra. En un momento, nos arrastramos a través de una tubería de cobre tan estrecha que temí que terminaríamos saliendo por el baño personal de Nerón como un grupo de reinas de belleza emergiendo de un pastel de cumpleaños gigante. Me imaginé cantando «Feliz cumpleaños, señor Emperador» luego rápidamente reprimí el pensamiento. El gas de la alcantarilla debe haberme hecho delirar. Después de lo que parecieron horas de diversión con el tema de las aguas residuales, emergimos en una habitación circular construida con paneles de piedra tosca labrada. En el centro, una enorme estalagmita surgió del suelo y atravesó el techo como el poste central de un carrusel. (Después de sobrevivir a la tumba del carrusel de Tilden Park de Tarquín, esta no fue una comparación que me complaciera hacer). —Es esta —dijo Nico. Nos llevó a la base de la estalagmita. Una abertura había sido astillada en el suelo lo suficientemente grande como para que alguien pudiera pasar. Se habían tallado asideros en el costado de la estalagmita, que se extendían hacia la oscuridad. —¿Es esto parte del Laberinto? —pregunté.

El lugar tenía una sensación similar. El aire que venía de abajo era cálido y de alguna manera vivo, como el aliento de un leviatán dormido. Tenía la sensación de que algo vigilaba nuestro progreso, algo inteligente y no necesariamente amistoso. —Por favor, no menciones el Laberinto —Nico negó con la cabeza—. Los trogs detestan la creación de Dédalo. Lo llaman superficial. De aquí en adelante todo está construido por los trogs. Estamos más abajo de lo que jamás ha estado el Laberinto. —Impresionante —dijo Meg. —Puedes ir delante de mí, entonces —dije. Seguimos a Nico hacia abajo por el lado de la estalagmita hasta una enorme caverna natural. No podía ver los bordes, ni siquiera la parte inferior, pero por los ecos podía decir que era más grande que mi antiguo templo en Dídima49. (No es por alardear sobre el tamaño del templo, pero ese lugar era ENORME). Los asideros eran poco profundos y resbaladizos, iluminados sólo por parches de liquen levemente brillantes en la roca. Me tomó toda mi concentración no caer. Sospechaba que los trogs habían diseñado la entrada a su reino de esta manera a propósito, por lo que cualquiera lo suficientemente tonto como para invadir se vería obligado a bajar en fila india y podría no llegar al fondo en absoluto. Los sonidos de nuestra respiración y nuestro tintineo de suministros reverberaron a través de la cueva. Cualquier número de enemigos podría habernos estado observando mientras descendíamos, apuntando con todo tipo de encantadoras armas de misiles. Finalmente llegamos al suelo. Me dolían las piernas. Mis dedos se curvaban como garras artríticas.

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Dídima, también llamada Bránquidas, es una antigua ciudad de Asia Menor, famosa por su santuario oracular de Apolo.

—¿Qué hacemos ahora? —Rachel entrecerró los ojos en la penumbra. —Ustedes permanezcan detrás de mí —dijo Nico—. Will, ¿Puedes hacer lo tuyo? Pero en intensidad mínima, por favor. —Espera —dije—. ¿Qué es lo 'suyo' de Will? —¿Tengo que? —Will mantuvo la vista en Nico. —No podemos usar nuestras armas para alumbrar —le recordó Nico—. Y necesitaremos un poco de luz, porque los trogs no la necesitan. Preferiría ser capaz de verlos. —Bien. —Will arrugó la nariz. Bajó su mochila y se quitó la sobrecamisa de lino, dejando solo su camiseta sin mangas. Todavía no tenía idea de lo que estaba haciendo, aunque a las chicas no parecían querer interrumpirlo y lo dejaron hacer lo suyo. ¿Will guardaba una linterna oculta en su camiseta? ¿Iba a proporcionar luz frotándose con liquen y sonriendo brillantemente? Cualquiera que sea el caso, no estaba seguro de querer ver a los trogs. Vagamente recordé una banda de invasión británica de los 1960s llamada Troggs. No podía evitar la sensación de que esta raza subterránea podría tener peinados de trapeador y cuellos de tortuga negros y usarían mucho la palabra estupendo. No necesitaba ese nivel de horror en mi vida. Will respiró hondo. Cuando exhaló... Pensé que mis ojos me estaban jugando una mala pasada. Habíamos estado en una oscuridad casi total tanto tiempo que no estaba seguro de por qué el contorno de Will de repente parecía más claro. Podía ver la textura de sus jeans, los mechones individuales de su cabello, el azul de sus ojos. Su piel brillaba con una suave y cálida luz dorada como si hubiera ingerido luz del sol.

—Guaaau —dijo Meg. Las cejas de Rachel flotaron hacia su línea del cabello. Nico sonrió. —Amigos, conozcan a mi novio que brilla en la oscuridad. —¿Podrías no darle tanta importancia? —preguntó Will. Estaba sin palabras. ¿Cómo podría alguien no darle importancia a esto? En lo que respecta a los poderes de los semidioses, brillar en la oscuridad tal vez no sea tan llamativo como la invocación de esqueletos o el dominio de tomateras, pero, aun así, era impresionante. Y, al igual que la habilidad de curación de Will, era suave, útil y exactamente lo que se necesitaba en un apuro. —Estoy muy orgulloso —dije. El rostro de Will se volvió del color de la luz del sol brillando a través de un vaso de jugo de arándano. —Papá, solo estoy brillando. No me estoy graduando como el mejor de mi clase. —También estaré orgulloso cuando hagas eso —le aseguré. —Como sea. —Los labios de Nico temblaron como si estuviera tratando de no reír—. Llamaré a los corredores de cavernas ahora. Todos mantengan la calma, ¿De acuerdo? —¿Por qué les llaman corredores de cavernas? —preguntó Rachel. Nico levantó la mano, como indicando Espera o Estás a punto de averiguarlo. Se enfrentó a la oscuridad y gritó: —¡Trogloditas! ¡Soy Nico di Angelo, hijo de Hades! ¡He vuelto con cuatro compañeros!

Un sonido como de pies arrastrándose y taconeando llenó la caverna, como si la voz de Nico hubiera desalojado a un millón de murciélagos. Por un momento, estábamos solos. Al momento siguiente, un ejército de trogloditas estaba de pie ante nosotros como si se hubieran materializado fuera del hiperespacio. Con inquietante certeza, me di cuenta de que habían corrido aquí desde dondequiera que estuvieran a… ¿Metros? ¿Kilómetros de distancia? Con una velocidad que rivalizaba con la del propio Hermes. Las advertencias de Nico de repente cobraron sentido para mí. Estas criaturas eran tan rápidas que podrían habernos matado antes de que tuviéramos tiempo de respirar. Si hubiera tenido un arma en la mano, y si la hubiera levantado instintivamente, accidentalmente... ahora sería la mancha de grasa antes conocida como Lester, y antes conocido como Apolo. Los trogloditas parecían incluso más extraños que la banda de los 1960 que se había apropiado de su nombre. Eran pequeños humanoides, el más alto apenas de la altura de Meg, con rasgos vagamente parecidos a los de una rana: anchas bocas delgadas, narices hundidas y gigantes, además de marrones y pesados orbes párpados en lugar de ojos. Su piel tenía todos los tonos, desde la obsidiana hasta la tiza. Fragmentos pequeños de piedra y musgo decoraban su oscuro cabello trenzado. Llevaban una gran cantidad de estilos de ropa, desde jeans y camisetas modernas hasta trajes de negocios de la década de 1920, camisas con volantes de la era colonial y chalecos de seda. El verdadero espectáculo, sin embargo, fue su selección de sombreros, algunos se apilaban tres o cuatro en su cabeza: tricornios, bombines, gorras de carreras, sombreros de copa, cascos, gorras de esquí y gorras de béisbol. Los trogs parecían un grupo de escolares alborotados a los que habían dejado sueltos en una tienda de disfraces, les habían dicho que

se probaran lo que quisieran y luego les permitieron arrastrarse por el barro con sus nuevos atuendos. —¡Te vemos, Nico di Angelo! —dijo un trog con un disfraz de George Washington en miniatura. Su discurso estaba intercalado con clicks, chillidos y gruñidos, por lo que en realidad sonaba como—: click… Te… grr… vemos… scri… Nico… click… di Angelo… grr. George Washingtrog nos dio una puntiaguda sonrisa dentada. —¿Son estos los sacrificios que prometiste? ¡Los trogs tienen hambre!

17 Háblame de sopa. Que sea un caldo sabroso con un toque de eslizón.

MI VIDA NO PARPADEO ANTE MIS OJOS, pero me encontré revisando el pasado en busca de cualquier cosa que pudiera haber hecho para ofender a Nico di Angelo. Me lo imaginé diciendo ¡Sí, estos son los sacrificios! Para luego tomar la mano de Will y saltar en la oscuridad mientras Rachel, Meg y yo éramos devorados por un ejército de hombres rana en miniatura disfrazados y embarrados de lodo. —Estos no son los sacrificios —dijo Nico, permitiéndome respirar nuevamente—. ¡Pero les he traído una mejor oferta! ¡Te veo, oh gran Sreech-Bling! Nico no dijo screech, con palabras. Él emitió el sonido de una onomatopeya de manera que me dio a entender que había estado practicando el idioma troglodita. Tenía un encantador acento metálico. Los trogs se inclinaron, olfateando y esperando, mientras que Nico extendió la mano indicándoles que esperaran un poco. Will alcanzó su bolso. Sacó el lagarto disecado y lo entregó a Nico, quien lo desenvolvió del papel como una sagrada reliquia y lo sostuvo en el aire. La multitud dejó escapar un gemido colectivo. —¡Oooh!

Las fosas nasales de Screech-Bling temblaron. Pensé que su sombrero tricornio podría salirse de su cabeza por la emoción. —¿Es eso un grr eslizón de click cinco líneas? —Es... grr —dijo Nico—. Fue difícil de encontrar, Screech-Bling, portador de los mejores sombreros. Screech-Bling se humedeció los labios. Estaba babeando toda su corbata. —Un regalo raro en verdad. A menudo encontramos lagartos italianos de pared en nuestro territorio. Tortugas. Ranas de madera. Serpientes rata. De vez en cuando, si tenemos mucha suerte, hasta víboras. —¡Sabrosas! —chilló un trog en el fondo de la multitud—. ¡Sabrosas víboras de pozo! Varios otros trogs chillaron y gruñeron en acuerdo. —Pero un eslizón de cinco líneas —dijo Screech-Bling—, es un manjar que rara vez vemos. —Mi regalo para ti —dijo Nico—. Una ofrenda de paz a nombre de una posible amistad. Screech-Bling tomó al eslizón con sus dedos largos y garras puntiagudas. Supuse que se metería el reptil en la boca y acabaría con él. Eso es lo que habría hecho cualquier rey o dios al recibir su manjar favorito. En cambio, se volvió hacia su gente e hizo un breve discurso en su propio idioma. Los trogs vitorearon y agitaron sus chapeaus50. Un trog con un gorro de cocinero manchado de barro se abrió paso hasta el

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Sombrero/s en francés.

frente de la multitud. Se arrodilló ante Screech-Bling y aceptó al eslizón. El líder se volvió hacia nosotros con una sonrisa. —¡Compartiremos esta recompensa! Yo, Screech-Bling, director ejecutivo, click, oficial de los trogloditas, he decretado que se preparará una gran sopa, ¡Para que todos los accionistas puedan probar el maravilloso eslizón! Hubo más vítores de los trogloditas. Por supuesto, me di cuenta. Si Screech-Bling se representaba a sí mismo según el disfraz de George Washington, no sería un rey, sino un director ejecutivo. —¡Por este gran regalo —continuó—, no te mataremos ni te comeremos, Nico di Angelo, aunque seas italiano, y tengamos la curiosidad de averiguar si sabrás tan bien como un lagarto de pared italiano! Nico inclinó la cabeza. —Eso es muy amable. —También nos abstendremos generosamente de comernos a sus compañeros. —Algunos de los accionistas de Screech-Bling murmuraron «Oh, ¿por qué?»—. Aunque es cierto que, como tú, no usan sombrero y ninguna especie sin sombrero puede ser considerada civilizada. Rachel y Meg parecían alarmadas, probablemente porque ScreechBling seguía babeando profusamente mientras hablaba de no comernos. O tal vez estaban pensando en todos los grandes sombreros que pudieron haber usado si lo hubieran sabido. Will, que brillaba en la oscuridad, nos dio un asentimiento tranquilizador y articuló: Es genial. Aparentemente, dar un regalo, seguido de la promesa de no matar ni comerse a sus invitados, era un protocolo diplomático troglodita estándar.

—¡Apreciamos tu generosidad, Screech-Bling! —dijo Nico— . Yo propondría un pacto entre nosotros... un acuerdo que produciría muchos sombreros para todos nosotros, así como reptiles, ropa fina y rocas. Un murmullo emocionado se extendió por la multitud. Nico parecía haber acertado las cuatro cosas en la lista de deseos navideños de los trogloditas. Screech-Bling convocó a algunos trogs de alto nivel, que supuse que eran miembros de su junta directiva. Uno era el chef. Los otros llevaban los sombreros de un oficial de policía, un casco de bombero y otro uno de vaquero. Después de una breve consulta, Screech-Bling nos miró con otra sonrisa puntiaguda. —¡Muy bien! —dijo al fin—. Los llevaremos a nuestra sede corporativa, donde nos deleitaremos con sopa de eslizón y, click grr, ¡hablaremos más sobre estos asuntos! Estábamos rodeados por una multitud de accionistas que gritaban y vitoreaban. Con una total falta de respeto por el espacio personal, como cabría esperar de una especie que habitaba en túneles, nos colocaron sobre sus hombros y corrieron con nosotros, arrastrándonos fuera de la caverna hacia un laberinto de túneles a una velocidad que hubiera avergonzado a los tauri silvestres.

—Estos muchachos son increíbles —decidió Meg—. Comen serpientes. Conocía varias serpientes, incluidos los compañeros de Hermes, George y Martha, que se habrían sentido incómodos con la definición que Meg había usado para referirse a criaturas que comen serpientes.

Como ahora estábamos en medio del campamento de los trogs, decidí no mencionar eso. A primera vista, la sede corporativa de los trogloditas parecía una estación de metro abandonada. La amplia plataforma estaba alineada con columnas que sostenían un techo de tejas negras embarriladas que proveían de una tenue luz gracias a las macetas de hongos bioluminiscentes esparcidos por la caverna. A lo largo del lado izquierdo de la plataforma, en lugar de un lecho de riel, estaba el camino hundido de tierra compacta que los trogs habían usado para traernos aquí. Y para hablar de la velocidad con la que corrían, ¿Quién necesitaba un tren? Por el lado derecho de la plataforma fluía un veloz río subterráneo. Los trogs llenaban sus jícaras 51 y calderos de esta fuente de agua, y al parecer también vaciaban sus orinales ahí mismo; aunque fuesen un pueblo civilizado y con sombreros, arrojaban los orinales río abajo de donde sacaban el agua para beber. A diferencia de lo que ocurre en una estación de metro, no había escaleras obvias que llevaran hacia arriba ni salidas de emergencia claramente marcadas. Solo el río y la carretera por la que habíamos llegado. La plataforma estaba llena de actividad. Docenas de trogs se movían con rapidez de aquí para allá, manejando milagrosamente sus tareas diarias sin perder los montones de sombreros en sus cabezas. Algunos colocaban ollas de cocina en trípodes sobre fogatas. Otros, posiblemente comerciantes, regateaban por contenedores de rocas. Los niños trog, no más grandes que los bebés humanos, retozaban, jugando a atrapar esferas de cristal sólido.

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La jícara es un recipiente de arcilla o bien elaborado a partir del fruto del jícaro. En su definición más antigua aparece como "vasija pequeña de loza" empleada para tomar chocolate.

Sus viviendas eran tiendas de campaña. La mayoría se habían sacado del mundo humano, lo que me dio desagradables recuerdos de la exhibición de campamento en Macro’s Military Madness en Palm Springs. Otros parecían ser de diseño trog, cuidadosamente cosidos a partir de las peludas pieles rojas de los tauri silvestres. No tenía idea de cómo los trogs se las habían arreglado para despellejar y coser las pieles impermeables, pero claramente, como enemigos ancestrales de los toros del bosque, habían encontrado la manera. También me pregunté por esa rivalidad. ¿Cómo pudo una rana subterránea enamorada de los sombreros y lagartos convertirse en enemiga mortal de una raza de toros diabólicos de color rojo brillante? Quizás al comienzo de los tiempos, los dioses mayores les habían dicho a los primeros trogs: ¡Ahora pueden elegir su némesis! Y los primeros trogs señalaron a través de los campos recién hechos de la creación y gritaron: ¡Odiamos esas vacas! Cualquiera que sea el caso, me reconfortó saber que incluso si los trogs aún no eran nuestros amigos, al menos teníamos un enemigo en común. Screech-Bling nos había dado una carpa para invitados, una débil fogata y nos dijo que nos sintiéramos como en casa mientras él se ocupaba de los preparativos de la cena. O más bien, le había dicho a Nico que se sintiera como en casa. El director ejecutivo seguía mirándonos a Rachel, Meg y a mí como si fuéramos filetes colgados en el escaparate de una tienda. En cuanto a Will, los trogloditas parecieron ignorarlo. Mi mejor suposición: como Will brillaba, lo consideraban simplemente una fuente de luz móvil, como si Nico hubiera traído su propia olla de hongos luminosos. A juzgar por el ceño fruncido de Will, él no lo apreciaba. Hubiera sido más fácil relajarse si Rachel no hubiera seguido mirando su reloj, recordándonos que ahora eran las cuatro de la tarde

y que luego serían las cuatro y media, y que se suponía que Meg y yo nos rendiríamos antes de la puesta del sol. Sólo podía esperar que los trogloditas fueran como personas mayores y cenasen temprano. Meg se dedicó a recolectar esporas de las macetas de hongos cercanas, que parecía considerar que eran la cosa más genial en su lista después de las personas que comen serpientes. Will y Nico se sentaron al otro lado de la fogata teniendo una tensa discusión. No pude escuchar las palabras, pero por sus expresiones faciales y gestos con las manos, entendía lo necesario. Wil: Inquietud, inquietud, inquietud. Nico: Tranquilízate, es probable que no muramos. Will: Preocupación. Trogs. Peligro. Guacala. Nico: Trogs buenos. Lindos sombreros. O algo por el estilo. Después de un rato, el trog con gorro de cocinero se materializó en nuestro campamento. En su mano tenía un cucharón humeante. —Screech-Bling hablará contigo ahora —dijo en español, pero con un acento troglodita fuertemente marcado. Todos comenzamos a levantarnos, pero el chef nos detuvo con un barrido de su cucharón. —Sólo Nico, el lagarto italiano de pared... eh, squick... me refiero al hijo italiano de Hades. El resto de ustedes esperarán aquí hasta la cena. Sus ojos relucientes parecían agregar: ¡Cuándo puede que sean parte del menú o no! Nico apretó la mano de Will.

—Estaré bien. Vuelvo pronto. Luego, él y el chef se fueron. Exasperado, Will se arrojó sobre su asiento felpudo junto al fuego y se tapó la cara con la mochila, reduciendo nuestra Will-uminación en aproximadamente un cincuenta por ciento. Rachel examinó el campamento, sus ojos brillaban en la penumbra. Me pregunté qué veía con su visión ultra clara. Quizás los trogloditas parecían incluso más aterradores de lo que pensaba. Quizás sus sombreros fueran aún más magníficos de lo que parecían. En cualquier caso, sus hombros se curvaron tan firmes como un arco tensado. Sus dedos trazaron el suelo manchado de hollín como si estuviera ansiosa por tener sus pinceles. —Cuando te rindas a Nerón —me dijo—, lo primero que tendrás que hacer es ganarnos tiempo. Su tono me perturbó casi tanto como sus palabras... cuando te rindas, no dijo si te rindes. Rachel había aceptado que era la única forma. La realidad de mi situación se asentó y acurrucó en mi garganta como un eslizón de cinco líneas. —Ga-ganar tiempo. —Asentí—. Sí. —Nerón querrá quemar Nueva York tan pronto como te tenga — dijo—. ¿Por qué esperaría? A menos que le des una razón... Tenía la sensación de que no me gustaría la próxima sugerencia de Rachel. No tenía una comprensión clara de lo que Nerón pretendía hacerme una vez que me rindiera, aparte de la obvia tortura y una muerte segura. Luguselwa parecía creer que el emperador nos mantendría con vida a Meg y a mí al menos durante un tiempo, aunque había sido vaga sobre lo que sabía de los planes de Nerón. Cómodo había querido convertir mi muerte en un espectáculo público. Calígula había querido extraer lo que quedaba de mi

divinidad y agregarla a su propio poder con la ayuda de la hechicería Medea. Nerón podría tener ideas similares. O (y temí que esto fuera más probable) una vez que terminara de torturarme, podría entregarme a Pitón para sellar su alianza. Sin duda, mi viejo enemigo reptil disfrutaría tragarme entero, dejándome morir en su estómago durante el transcurso de muchos días insoportables de digestión. Entonces, eso era lo que debía estarme esperando. —¿Q-qué razón haría esperar a Nerón? —pregunté. Aparentemente, estaba aprendiendo el idioma troglodita, porque mi voz estaba marcada por clics y chillidos. Rachel trazó ondas en el hollín, tal vez, o una fila de cabezas de personas. —¿Dijiste que el Campamento Mestizo estaba esperando para ayudar? —Sí… Kayla y Austin me dijeron que permanecerían en alerta. Quirón también debería estar de regreso en el campamento pronto. Pero un ataque a la torre de Nerón estaría condenado al fracaso. Todo el punto de nuestra rendición... —Es distraer al emperador de lo que Nico, Will y yo estaremos haciendo, y con suerte, con la ayuda de los trogs: desactivar los barriles de fuego griego. —Susurró Rachel—. Pero tendrás que darle a Nerón otro incentivo para evitar que presione ese botón en el momento en que te rindas. De lo contrario, nunca tendremos tiempo de sabotear su arma del fin del mundo, sin importar qué tan rápido puedan correr o cavar los trogs. Entendí lo que estaba sugiriendo. La realidad en forma de eslizón de cinco líneas comenzó a deslizarse lenta y dolorosamente por mi esófago.

—Quieres alertar al Campamento Mestizo —dije—. Hacer que inicien un ataque de todos modos. A pesar de los riesgos. —No quiero nada de esto. Pero es la única manera. Tendrá que cronometrarse cuidadosamente. Tú y Meg se rinden. Nosotros nos ponemos a trabajar con los trogloditas. El Campamento Mestizo se reúne para un ataque. Pero si Nerón cree que todo el campamento se acerca a él... —Por eso valdría la pena esperar. Para eliminar a toda la población del Campamento Mestizo mientras él destruye la ciudad, todo en una terrible tormenta de fuego —tragué saliva—. Yo podría simplemente fanfarronear. Podría afirmar que vienen refuerzos. —No —dijo Rachel—. Tiene que ser real. Nerón tiene a Pitón de su lado y Pitón sabría si es mentira. No me molesté en preguntarle cómo. Puede que el monstruo aún no hubiera podido ver a través de los ojos de Rachel, pero recordaba muy bien cómo había sonado su voz hablando por su boca. Estaban conectados. Y esa conexión se estaba fortaleciendo. Estaba reacio a considerar los detalles de un plan tan loco, pero me encontré preguntando: —¿Cómo alertarías al campamento? Rachel me dio una leve sonrisa. —Yo puedo usar teléfonos celulares. Normalmente no llevo uno conmigo, pero no soy un semidiós. Suponiendo que vuelva a la superficie, donde los teléfonos móviles funcionan, puedo comprar uno barato. Quirón tiene una vieja computadora en la Casa Grande. Casi nunca la usa, pero sabe buscar mensajes o correos electrónicos en situaciones de emergencia. Estoy bastante segura de que puedo llamar su atención. Suponiendo que él esté allí para entonces. Sonaba tan tranquila, lo que me hizo sentir más agitado.

—Rachel, tengo miedo —admití—. Una cosa era pensar en ponerme en peligro a mí mismo. ¿Pero el campamento entero? ¿Todo el mundo? Curiosamente, este comentario pareció complacerla. —Lo sé, Apolo —Rachel tomó mi mano—. El hecho de que estás preocupado por otras personas es hermoso. Pero tendrás que confiar en mí. Ese camino secreto al trono... ¿Lo que se supone que debo mostrarte? Estoy bastante segura de que es lo correcto. Así es como haremos las cosas bien. Haremos las cosas bien. ¿Cómo sería experimentar un final así? Hace seis meses, cuando me desplomé por primera vez directo en Manhattan, la respuesta parecía obvia. Volvería al Monte Olimpo, mi inmortalidad restaurada y todo sería genial. Después de ser Lester durante unos pocos meses, podría haber agregado que destruir el Triunvirato y liberar a los antiguos Oráculos también sería bueno... pero sobre todo porque ese era el camino de regreso a mi divinidad. Ahora, después de todos los sacrificios que había visto, el dolor sufrido por tantas personas… ¿Qué podría hacer que las cosas estuvieran bien? Ninguna cantidad de éxito traería de vuelta a Jason, Dakota, Don, Crest, Money Maker, Heloise, o los muchos otros héroes que habían caído. No podíamos deshacer esas tragedias. Los mortales y los dioses tenían una cosa en común: teníamos notoria nostalgia de «los buenos tiempos». Siempre estábamos mirando hacia atrás en algún momento mágico y dorado antes de que todo saliera mal. Recuerdo estar sentado con Sócrates, alrededor de 425 a. C., y quejándome de cómo las generaciones más jóvenes estaban arruinando la civilización.

Como inmortal, por supuesto, debería haber sabido que nunca hubo «buenos viejos tiempos». Los problemas que enfrentan los seres humanos nunca cambian realmente, porque los mortales traen consigo su propio equipaje. Lo mismo ocurre con los dioses. Quería volver a un tiempo antes de que se hubieran hecho todos los sacrificios. Antes había experimentado mucho dolor. Pero hacer las cosas bien no podía significar retroceder el reloj. Ni siquiera Cronos había logrado tener semejante poder a lo largo de su existencia para hacerlo. Sospechaba que eso tampoco era lo que Jason Grace querría. Cuando me dijo que recordara lo que era ser un humano, se refería a construir sobre el dolor y la tragedia, superarlos, aprender de ellos. Eso es algo que los dioses nunca hacíamos. Sólo nos quejábamos. Ser un humano es avanzar, adaptarse, creer en tu capacidad para mejorar las cosas. Esa es la única forma de hacer que el dolor y el sacrificio signifiquen algo. Me encontré con la mirada de Rachel. —Confío en ti. Haré las cosas bien. O moriré en el intento. Lo extraño fue que lo decía en serio. Un mundo en el que el futuro estaba controlado por un reptil gigante, donde la esperanza se encontrara sofocada, donde los héroes sacrificaban sus vidas por nada, y el dolor y las dificultades no podían producir una vida mejor… eso parecía mucho peor que un mundo sin Apolo. Rachel besó mi mejilla, fue un gesto totalmente fraternal, aunque era difícil imaginarme a mi hermana Artemisa haciendo eso. —Estoy orgullosa de ti —dijo Rachel—. No importa lo que pase, recuérdalo. Me quedé sin habla.

Meg se volvió hacia nosotros con las manos llenas de líquenes y setas. —Rachel, ¿acabas de besarlo? Ew. ¿Por qué? Antes de que Rachel pudiera responder, el chef reapareció en nuestro campamento, su delantal y su sombrero estaban salpicados de caldo humeante. Todavía tenía ese brillo hambriento en sus ojos. —¡VISITANTES, SQUICK, VENGAN CONMIGO! ¡Estamos listos para el festín!

18 Nuestro especial de esta noche: Un encantador Apolo cocido Bajo un gorro de los Mets.

UN CONSEJO: SI ALGUNA VEZ TE DAN A ELEGIR entre tomar sopa de lagartija o ser servido como el plato principal de los trogloditas, mejor tira al aire una moneda. No vas a sobrevivir a ninguna de las opciones. Nos sentamos sobre unos cojines alrededor de un pozo en forma de hongo, con al menos cien trogloditas. Ya que éramos invitados de los bárbaros, nos dieron a cada uno un sombrero. Meg vestía un gorro de apicultor. A Rachel le tocó un casco de safari. A mí me dieron una gorra de los Mets de Nueva York porque, según me dijeron, nadie más la quería. Encontré esto insultante tanto para mí como para la franquicia. Nico y Will se sentaron a la derecha de Screech-Bling. Nico lucía un sombrero de copa, el cual se le veía muy bien con su estética blanco y negro. A Will, mi pobre chico, le dieron una pantalla de lámpara. No había respeto por los seres de luz de este mundo. Sentado a mi izquierda estaba el chef, quien se había presentado como Click-Wrong (pronunciando la W). Esto hizo que me preguntara si su nombre había sido comprado por impulso de sus

padres en el Cyber Monday 52, pero pensé que sería descortés preguntar. Un niño trog fue destinado a servir la comida. El pequeño con un gorro con una hélice me ofreció un vaso de piedra lleno hasta el borde, luego se fue riendo. La sopa burbujeaba con un rico color café dorado. —El secreto es mucha cúrcuma —me confió Click-Wrong. —Ah. —Levanté mi vaso, de la misma forma en la que todos lo estaban haciendo. Los trogs empezaron a sorbetear su sopa con expresiones felices, y con muchos clicks, grrs, y muchos más sonidos que demostraban que les gustaba. El olor no era malo: como de caldo de pollo ácido. Entonces vi una pata de lagartija flotando en la superficie y, simplemente no pude. Presioné mis labios en el borde y fingí beber. Esperé el tiempo que creí era suficiente para ser creíble, permitiendo que muchos de los trogs terminaran sus porciones. —¡Mmm! —dije— ¡Click-Wrong, tus dotes culinarios me sorprenden! Ser parte de esta sopa es un gran honor. De hecho, beber más de esto sería demasiado honor. ¿Le puedo dar el resto a alguien que pueda apreciar los suculentos sabores? —¡Yo! —gritó un trog cercano. —¡Yo! —gritó otro. Pasé el tazón por el círculo, en donde prontamente fue vaciado por los trogloditas felices. Click-Wrong no se veía insultado. Me dio unas palmadas en el hombro de forma comprensiva.

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Se conoce como «ciberlunes»al término de mercadotecnia correspondiente el lunes siguiente del Día de Acción de Gracias en los Estados Unidos, y que se realiza tras el «viernes negro», creado por las empresas para persuadir a la gente a comprar por internet.

—Recuerdo mi primer lagarto. ¡Es una sopa potente! Lograrás resistir más la próxima vez. Estaba feliz de escuchar que él pensaba que habría una próxima vez. Implicaba que no íbamos a ser asesinados esta vez. Rachel, viéndose aliviada, anunció que ella también estaba abrumada con el honor y que sería feliz de compartir su porción. Miré el bowl de Meg, el cual ya estaba vacío. —¿De verdad te...? —¿Qué? —Su expresión era indescifrable detrás de la malla del sombrero de apicultor. —Nada. Mi estómago giró con una combinación de náuseas y hambre. Me pregunté si seríamos honrados con un segundo plato. Tal vez algunos palitos de pan. O realmente cualquier cosa que no estuviera sazonado con pies de lagartijas. Screech-Bling levantó sus manos e hizo click-click-click para atraer la atención. —¡Amigos! ¡Socios! ¡Los veo a todos! Los trogloditas golpearon sus cucharas contra sus vasos de piedra, haciendo sonidos como de miles de huesos chocando. —Por cortesía a nuestros invitados incivilizados —continuó Screech-Bling —debo hablar en el bárbaro idioma de los habitantes de la corteza. Nico inclinó su fino sombrero de copa. —Veo el honor que nos das. Gracias, CEO Screech-Bling, por no comernos, y también por hablar en nuestra lengua.

Screech-Bling asintió con una expresión presumida que decía No hay problema, chico. Somos así de impresionantes. —¡La lagartija italiana nos ha contado muchas cosas! Un miembro del consejo que estaba parado detrás de él, el que tenía sombrero vaquero, le susurró algo en el oído. —¡Me refiero al hijo de Hades italiano! —se corrigió ScreechBling — ¡Nos explicó los malvados planes del emperador Nerón! Los trogs murmuraron y susurraron. Aparentemente la infamia de Nerón se había esparcido incluso a los recónditos lugares de la corporación de portadores de sombreros. Screech-Bling pronunció el nombre Ne-ack-rón, con un sonido en medio de la palabra, como el maullido de un gato siendo estrangulado, lo cual parecía ser apropiado. —¡El hijo de Hades desea nuestra ayuda! —dijo Screech-Bling—. El emperador tiene barriles de fuego líquido. Muchos de ustedes saben de cuál hablo. Ruidosa y torpe fue la excavación cuando instalaron esos barriles. ¡Deficiente fue la mano de obra! —¡Deficiente! —aceptaron muchos de los trogs. —Pronto —dijo el CEO— Ne-ack-rón va a liberar una ardiente muerte sobre la Corteza Crujiente. ¡El hijo de Hades pidió nuestra ayuda para enterrar esos barriles y comerlos! —¿Te refieres a desarmarlos? —sugirió Nico. —¡Sí, eso! —aceptó Screech-Bling—. ¡Tu lenguaje es tosco y difícil! Por el lado opuesto del círculo, uno de los miembros del consejo, el que tenía un gorro de policía, hizo un sonido de gruñido para hacerse notar.

— Screech-Bling, estos fuegos no nos van a alcanzar. ¡Estamos muy abajo! ¿No deberíamos dejar que en la Corteza Crujiente se quemen? —¡Hey! —Will habló por primera vez, viéndose tan serio como cualquiera que vistiese una pantalla de lámpara podría—. Estamos hablando de miles de vidas inocentes. El tipo del gorro de policía gruñó. —Los trogs somos cientos. Nosotros no nos reproducimos, copiamos y ahogamos al mundo con nuestros desechos. Nuestras vidas son raras y preciosas. ¿Y ustedes, habitantes de la corteza? No. Además, ignoran nuestra existencia. Ustedes no nos ayudarían. —Grr-Fred dice la verdad —dijo el del sombrero vaquero—. Sin ofender a nuestros invitados. El niño con el sombrero con la hélice escogió este momento para aparecer a mi lado, sonriendo y ofreciéndome una cesta de mimbre cubierta por una servilleta. —¿Palitos de pan? Estaba tan molesto que me negé. —... asegurar a nuestros invitados —estaba diciendo ScreechBling—. Los hemos acogido en nuestra mesa. Los vemos como seres inteligentes. No deben pensar que estamos en contra de su especie. ¡No les deseamos ningún mal! Simplemente no nos importa si viven o mueren. Hubo un general murmullo de consentimiento. Click-Wrong me dió un vistazo amable que decía ¡No puedes discutir ante esa lógica! La parte horrible es que, cuando era un dios, podría haber coincidido con los trogs. Había destruido algunas ciudades yo mismo

en los viejos tiempos. Los humanos siempre aparecían como hierbas. ¿Por qué preocuparse por un pequeño apocalipsis en Nueva York? Aunque, una de esas “insignificantes” vidas era la de Estelle Blofis, la sonriente y futura gobernante de la Corteza Crujiente. Y sus padres, Sally y Paul… De hecho, no existía un mortal que considerara imprescindible. Ni siquiera uno merecía ser apagado por la crueldad de Nerón. La revelación me sorprendió. ¡Me había convertido en un cuidador de la vida humana! —No son sólo los habitantes de la corteza —estaba diciendo Nico, su tono notablemente calmado—. Lagartos, lagartijas, sapos, serpientes… Sus suministros de comida serán quemados. Esto causó algunos murmullos de inquietud, pero presentí que los trogs aún no habían sido convencidos. Ellos tal vez deberían ir más lejos la próxima vez... a Nueva Jersey o Long Island para cazar sus reptiles. Tal vez deberían vivir de palitos de pan por un tiempo. ¿Y qué? La amenaza no era tan crítica para sus vidas o sus negocios. —¿Y qué hay de los sombreros? —preguntó Will—. ¿Cuántas mercerías arderán si no detenemos a Nerón? Si los creadores de sombreros están muertos, no podrán hacer más sombreros para los trogs. Más murmullos, pero claramente este argumento no fue suficiente tampoco. Con un sentimiento creciente de impotencia, me di cuenta de que no íbamos a ser capaces de convencer a los trogloditas al apelar al interés propio. Si sólo existían unos cientos de ellos, ¿Por qué iban a arriesgar sus propias vidas al construir un túnel a la reserva de la perdición de Nerón? No había dios ni corporación que aceptara ese nivel de riesgo.

Antes de darme cuenta, me había levantado. —¡Alto! ¡Escúchenme, trogloditas! La multitud se quedó peligrosamente quieta. Cientos de ojos cafés estaban fijos en mí. Un trog susurró: —¿Quién es ese? Su compañero le susurró de vuelta: —No lo sé, pero no debe ser importante. Está usando la gorra de los Mets. Nico me dio una mirada que decía siéntate antes de que hagas que nos maten. —Amigos —dije— esto no es sobre reptiles ni sombreros. Los trogs jadearon. Acababa de implicar que sus dos cosas favoritas no eran más importantes que las vidas de los habitantes de la corteza. Seguí adelante: —¡Los trogs son civilizados! ¿Pero qué es lo que hace a la gente civilizada? —Sombreros —gritó uno. —¡El idioma! —gritó otro. —¿Sopa? —preguntó un tercero. —Ustedes pueden ver —dije—. Así es como nos recibieron. Vieron al hijo de Hades. Y no me refiero a sólo ver con sus ojos. Pueden ver el valor, el honor y el mérito. Ven las cosas como son. ¿No es cierto? Los trogs asintieron a regañadientes, confirmando que, sí, en términos de importancia, ver estaba probablemente arriba, junto a los reptiles y los sombreros.

—Tienen razón sobre que los habitantes de la corteza ignoran su existencia —admití— lo hacen en muchas cosas. Yo también lo hice, por siglos. —¿Siglos? —Click-Wrong se alejó como si se diera cuenta de que estaba pasado de mi fecha de vencimiento—. ¿Quién eres? —Yo era Apolo —dije—. dios del sol. Ahora soy un mortal llamado Lester. No parecían estar sorprendidos o incrédulos... sólo confundidos. Alguien le susurró a su amigo: —¿Qué es un sol? Otro preguntó: —¿Qué es un Lester? —Pensé que conocía todas las razas del mundo —continué— pero no creí que los trogloditas existieran hasta que Nico nos trajo hasta aquí. ¡Ahora veo su importancia! Igual que ustedes, una vez pensé que las vidas de los habitantes de la corteza eran comunes y sin importancia. Aprendí lo contrario. Me gustaría ayudarlos a verlos como yo lo hago. Su valor no tiene nada que ver con los sombreros. Screech-Bling entrecerró sus ojos. —¿Nada que ver con los sombreros? —¿Puedo? —intentando ser lo menos amenazador posible, saqué mi ukelele. La expresión de Nico cambió de urgencia a desesperación, como si yo hubiera firmado nuestra sentencia de muerte. Estaba acostumbrado a tal silencio crítico de su padre. Hades tenía cero apreciación por las finas artes.

Rasgué una nota en C 53 mayor. El sonido retumbó en la caverna como un trueno. Los trogs cubrieron sus oídos. Sus bocas se abrieron. Miraron con asombro mientras empezaba a cantar. Igual que lo había hecho en el Campamento Júpiter, inventé la letra mientras cantaba. Canté de mis pruebas, mis viajes con Meg, y todos los héroes que nos habían ayudado en el camino. Canté de los sacrificios y los triunfos. Canté sobre Jason, nuestro socio caído, con honestidad y tristeza, aunque puede que haya embellecido el número de sombreros que usó. Canté de los desafíos que ahora estábamos enfrentando… el ultimátum de Nerón sobre mi rendición, la ardiente muerte que tenía en mente para Nueva York, e incluso la mayor amenaza: Pitón, esperando en las cavernas de Delfos, esperando estrangular al futuro mismo. Los trogs escucharon con embelesada atención. Nadie quiso ni si quiera romper un palito de pan. Si nuestros anfitriones tenían alguna idea de que estaba recitando la melodía de «Kiss on My List» de Hall & Oates, no lo mostraron. (¿Qué puedo decir? Cuando estoy bajo presión voy automáticamente hacia Hall & Oates). Cuando el último eco de la caverna cesó con la última nota, nadie se movió. Finalmente, Screech-Bling se limpió las lágrimas de los ojos. —Ese sonido fue lo más… grrr… horrible que alguna vez he escuchado. ¿Tus palabras fueron verdaderas? —Lo fueron —decidí que tal vez el CEO había confundido horrible con hermoso, de la misma forma que había confundido comer con desarmar—. Sé esto porque mi amiga aquí presente, Rachel Elizabeth Dare, lo ve. Ella es una profeta y tiene el don de la vista.

53

Nota Do mayor en la escala musical.

Rachel saludó, su expresión oculta detrás de la sombra de su sombrero de safari. —Si Nerón no es detenido —dijo— él no sólo va a dominar el mun… la Corteza Crujiente. Eventualmente, vendrá por los trogs también y todos las personas que usan sombreros. Pitón será peor. Él destruirá el futuro de todos nosotros. Nada va a pasar si es que él no lo decreta. Imagina tu destino controlado por un reptil gigante. El último comentario golpeó a la multitud como una ráfaga de aire ártica. Las madres abrazaron a sus hijos. Los niños abrazaron sus canastas de palitos de pan. Montones de sombreros temblaron sobre las cabezas de los trogloditas. Supuse que los trogs, siendo comedores de reptiles, podían imaginar bien lo que un reptil les podría hacer. —Pero eso no es el porqué deben ayudarnos —añadí—. No sólo por el bien de los trogs, sino porque todos nos debemos ayudar entre nosotros. Esa es la única forma de ser civilizados. Nosotros… nosotros debemos ver la forma correcta, y también debemos hacerla. Nico cerró sus ojos, como si estuviera diciendo sus últimas plegarias. Wil brilló silenciosamente bajo su pantalla de lámpara. Meg me mostró sus pulgares arriba de forma sigilosa, lo cual no encontré alentador. Los trogs esperaron a que Screech-Bling tomara su decisión, para ver si es que éramos añadidos al menú de la cena o no. Me sentí extrañamente calmado. Estaba convencido de que habíamos dado nuestros mejores argumentos. Había apelado a su altruismo. Rachel había apelado a su miedo de ser comidos por reptiles gigantes en el futuro. ¿Quién puede decir cuál argumento era más fuerte? Screech-Bling me estudió a mí y a mi gorro de los Mets de Nueva York.

—¿Qué quieres que haga, Lester-Apolo? Él usó Lester de la misma forma en que los demás lo llamaban Screech antes del Bling, casi como un título… como si me estuviera mostrando respeto. —¿Pueden cavar bajo la torre del emperador sin ser detectados? — pregunté—. ¿Permitiendo a mis amigos desarmar los barriles de fuego griego? Él asintió de forma brusca. —Podemos hacerlo. —Entonces les voy a pedir que lleven a Will y a Nico… Rachel tosió. —Y a Rachel —añadí, esperando no estar sentenciando a mi sacerdotisa favorita a morir en un sombrero—. Mientras, Meg y yo vamos a la puerta principal del emperador para poder rendirnos. Los trogs se movieron inquietos. Ya sea porque no les gustaba lo que estaba diciendo, o la sopa de lagartija había empezado a llegar a sus intestinos. Grr-Fred me miró por debajo de su sombrero de policía. —Aún no confío en ti. ¿Por qué te rendirías ante a Nerón? —Te entiendo, oh Grr-Fred —dijo Nico—. ¡Poderoso de los sombreros, jefe de seguridad de la corporación! Tienes razón de ser precavido, pero la rendición de Apolo es una distracción, un truco. Mantendrá los ojos del emperador alejados de nosotros mientras hacemos el túnel. Si podemos burlar al emperador para que baje la guardia… Su voz se quebró. Miró hacia el techo como si hubiera escuchado algo arriba.

Un latido después, los trogs se agitaron. Se pararon rápidamente, tirando los vasos, platos y palitos de pan. Muchos tomaron cuchillos de obsidiana y lanzas. Screech-Bling le gruñó a Nico. —¡Toros silvestres se acercan! ¿Qué has hecho, hijo de Hades? Nico se veía estupefacto. —¡Nada! Peleamos con una horda en la superficie. Pero viajamos por las sombras. No hay posibilidad de que ellos… —¡Tontos habitantes de la corteza! —gritó Grr-Fred—. ¡Los tauri silvestres pueden encontrar a sus presas en cualquier parte! Han traído a nuestros enemigos a nuestra guarida. ¡Creak-Morris, encárgate del túnel! ¡Mantenlos a salvo! Creak-Morris empezó a reunir a los niños. Otros adultos empezaron a desarmar las tiendas, reunieron sus mejores rocas, gorros, y otros suministros. —Tienes suerte de que seamos los corredores más rápidos en la existencia —me gruñó Click-Wrong, su gorro de chef temblando de rabia—. ¡Nos han puesto en peligro a todos! —levantó su caldero vacío de sopa, saltó al camino y se desvaneció en una brisa con olor a lagartija. —¿Qué va a pasar con los habitantes de la corteza? —preguntó GrrFred a su CEO—. ¿Los matamos o se los dejamos a los toros? Screech-Bling me miró de mala forma. —Grr-Fred, lleva a Lester-Apolo y a Chica-Meg a la torre de Nerón. Si desean rendirse, no los detendremos. En cuanto a los otros tres… La plataforma tembló, el cielo se rompió, y las vacas llovieron por el campamento.

19 ¡Sigue fluyendo, Río Ouch! Llévame… ¡Ouch!... lejos de… ¡Ouch! Bendito Río… ¡Ouch!

LOS PRÓXIMOS CINCO MINUTOS FUERON CAÓTICOS. Se veían como cuando Caos quería soltarse el pelo y volverse loca. Y créeme, nunca quieres ver a una diosa primordial volverse loca. Tauris silvestres cayeron por los agujeros del techo… desplomándose en carpas, aplastando trogloditas, dispersando sombreros, tazones de sopa y ollas de champiñones. Casi de inmediato, perdí de vista en la confusión a Will, Rachel y a Nico. Sólo podía esperar que Screech-Bling y sus tenientes se los hubieran llevado a salvo. Un toro cayó en un montón justo frente a mí, separándome de Meg y Grr-Fred. Mientras la bestia luchaba por ponerse de pie (¿o en sus pezuñas?), me moví rápidamente hacia allá, desesperado de no perder a mi joven maestra. La vi… ahora a tres metros de distancia, Grr-Fred la arrastraba rápidamente cerca del río por razones desconocidas. La habitación cerrada y los obstáculos en la plataforma parecían dificultar las habilidades naturales para correr de los trogs, pero Grr-Fred aún se movía velozmente. Si Meg no se hubiera tropezado constantemente mientras zigzagueaban por la destrucción no habría tenido oportunidad de alcanzarlos.

Salté sobre un segundo toro (Hey, si es que las vacas podían saltar sobre la luna, no veía por qué el sol no podía saltar sobre dos vacas). Otro pasó corriendo ciegamente al lado de mí, lleno de pánico mientras trataba de quitarse una carpa hecha de toro fuera de sus cuernos. Hay que ser justos, yo también entraría en pánico si es que tuviera piel de uno de los míos enredada alrededor de mi cabeza. Casi alcancé a Meg cuando vi una crisis desarrollándose a través de la plataforma. El pequeño trog con el gorro de hélice, mi servidor durante la cena se había separado de los otros niños. Sin saber del peligro, ahora estaba tropezando para alcanzar su bola de cristal en la plataforma, directo hacia el camino del toro que estaba embistiendo. Intenté alcanzar mi arco, pero luego recordé que mis temblores eran molestos. Con una maldición, agarré la cosa más cercana que tenía (una daga de obsidiana) y la lancé hacia la cabeza del toro. —¡Hey! —grité. Esto logró dos cosas: detener al trog y causó que el toro me enfrentara justo a tiempo para que la daga entrara en su nariz. —¡Muu! —dijo el toro. —¡Mi esfera! —gritó el chico del gorro mientras su esfera de cristal rodaba entre las piernas del toro, dirigiéndose en mi dirección. —¡Te la devolveré! —dije, lo cual parecía ser una cosa tonta para prometer, considerando las circunstancias—. ¡Corre! ¡Ponte a salvo! Con una última mirada desesperada a su bola de cristal, el chico del gorro saltó fuera de la plataforma y desapareció en el camino. El toro sacó la daga de su nariz. Me miró furioso, sus ojos azules se sintieron pesados en mi trasero. Justo antes de que el toro pudiera pisotearme y convertirme en mermelada sabor Apolo, champiñones brillantes hicieron erupción sobre su cabeza. El toro, ciego, gritó y giró confundido.

—¡Vamos! —Meg se quedó parada a unos metros de distancia, habiendo convencido de alguna forma a Grr-Fred para que regresaran—. ¡Lester, tenemos que irnos! —dijo ella como si esa idea no se me hubiera ocurrido. Recogí la bola de cristal del chico del gorro, luché por ponerme en pie y seguí a Grr-Fred y a Meg hacia el borde del río. —¡Salten hacia adentro! —ordenó Grr-Fred. —¡Pero si hay un perfecto camino! —traté torpemente de guardar la bola de cristal en mi mochila—. ¡Y tiran sus orinales en esa agua! —Los Tauri nos pueden seguir en el camino —gritó Grr-Fred—. Ustedes no corren tan rápido. —¿Pueden nadar? —pregunté. —¡Sí, pero no tan rápido como corren! ¡Ahora, salten o mueran! Me gustaba una buena y simple opción. Tomé la mano de Meg. Saltamos juntos. Ah, los ríos subterráneos. Tan fríos. Tan llenos de rocas. Pensarías que todas esas piedras que se veían como lanzas dentadas, que estaban en el agua se habrían erosionado con el tiempo por la rápida corriente, pero no. Las rocas me golpearon y arañaron ferozmente mientras bajaba a toda velocidad. Nos lanzamos hacia la oscuridad, girando y dando volteretas, mi cabeza hundiéndose y volviendo a la superficie en intervalos irregulares. De alguna forma, siempre elegía el momento incorrecto para intentar respirar. A pesar de todo, mantuve mi agarre en la mano de Meg. No tenía idea de cuánto tiempo duró la tortura en el agua. Parecía ser más largo que muchos de los siglos que yo había vivido… excepto tal vez por el decimocuarto, un tiempo horrible para estar vivo. Me estaba empezando a preguntar si es que iba a morir de hipotermia,

ahogado, o por un traumatismo cuando el agarre de Meg se apretó. Mi brazo casi fue arrancado de su lugar cuando nos detuvimos. Una fuerza sobrehumana me sacó del agua como un dugón54 en una red de pescar. Aterricé en una saliente de piedra resbalosa. Me acurruqué, balbuceando, temblando, miserable. Estaba vagamente consciente de que Meg estaba al lado mío, tosiendo y con arcadas. Alguien me golpeó con la punta de pie entre los omóplatos. —¡Levántate, levántate! —dijo Grr-Fred—. ¡No hay tiempo para dormir! Gruñí —¿Esto es lo que se ve como dormir en tu planeta? Se inclinó sobre mí, su gorro de policía milagrosamente intacto, sus puños en su cadera. Se me ocurrió que tal vez él había sido el que nos sacó del río cuando vio el borde, pero eso parecía imposible. Grr-Fred debería haber tenido la suficiente fuerza como para presionar una lavadora. —¡Los toros salvajes pueden nadar! —me recordó—. Debemos irnos antes de que huelan este borde. Ten. Me dio un pedazo de carne seca. Por lo menos olía como a que había sido carne seca antes de nuestro chapuzón en el Río Ouch. Ahora se veía como una rebanada de esponja de mar. —¡Cómelo! —me ordenó. También le dio un pedazo a Meg. Su sombrero de apicultor se le había salido con la corriente, dejándola con un peinado que la hacía ver como un tejón mojado y muerto. Sus lentes estaban chuecos. Tenía algunos rasguños en sus brazos. Algunos de los paquetes de 54

Ultima especie existente de vaquitas marinas.

semillas habían explotado en su cinturón de jardinería, dándole una cosecha abundante de bellotas alrededor de su cintura. Pero aparte de eso, se veía bien. Ella lanzó la carne seca a su boca y la masticó. —Buena —pronunció, lo cual no me sorprendía de la chica que bebió sopa de lagartija. Grr-Fred me miró fijamente hasta que cedí e intenté un mordisco de carne seca también. No era buena. Aunque, era blanda y comestible. Mientras que bajaba el primer mordisco por mi garganta, calidez corrió por mis extremidades. Mi sangre zumbó. Mis oídos explotaron. Podría jurar que el acné se estaba limpiando en mis mejillas. —Wow —dije—. ¿Vendes esta cosa? —Déjame trabajar —gruñó nuestro guía—. Ya hemos perdido mucho tiempo. Se giró y examinó la pared del túnel. Mientras mi visión se aclaraba y mis dientes dejaban de temblar tan fuerte, di un vistazo a nuestro santuario. A nuestros pies, el río seguía rugiendo, feroz y estrepitoso. Río abajo, el canal se reducía hasta que no tenía altura en absoluto… lo que significaba que Grr-Fred nos había sacado a un lugar seguro justo a tiempo para poder seguir respirando. Nuestro borde era lo suficientemente grande para que todos nos pudiéramos sentar, apenas, pero el techo era tan bajo que incluso Grr-Fred tuvo que agacharse un poco. Aparte del río, no veía una salida, sólo la pared de roca blanca la cual Grr-Fred estaba viendo. —¿Hay un pasadizo secreto? —le pregunté. Él frunció el ceño, como si no fuera digno del pedazo de carne seca que me había dado.

—No hay pasadizo aún, habitantes de la corteza. Hizo crujir sus nudillos, retorció sus dedos y empezó a cavar. Bajo sus manos desnudas la roca empezó a derrumbarse en pedazos livianos como merengue, los cuales Grr-Fred sacaba y lanzaba al río. En minutos, él había despejado veinte centímetros cúbicos de piedra tan fácilmente como un mortal sacaría su ropa del closet. Y siguió cavando. Levanté un pedazo de escombros, preguntándome si es que era quebradizo. Lo apreté y de inmediato me corté un dedo. Meg señaló a mi carne seca comida a medias. —¿Te vas a terminar eso? Había planeado guardar la carne seca para después (en caso de que tuviera hambre, requiriera más fuerza, o si tuviera un ataque de granos), pero Meg se veía tan hambrienta que se lo di. Estuve los siguientes minutos vaciando el agua de mi ukelele, mi carcaj y de mis zapatos mientras Grr-Fred seguía cavando. Finalmente, una nube de polvo se levantó de su agujero excavado. El trog gruñó con satisfacción. Se paró lejos de él, revelando un pasadizo de un metro y medio, abriéndose a otra caverna. —Apúrense —dijo—. Sellaré el túnel detrás de nosotros. Si tenemos suerte, eso será suficiente para despistar a los Tauri de nuestro olor por un tiempo.

Nuestra suerte permaneció. Disfruta esa oración, querido lector, porque no la puedo usar seguido. Mientras avanzamos por la siguiente caverna, seguí viendo hacia atrás a la pared que Grr-Fred había sellado, esperando escuchar una horda de vacas rojas enojadas y mojadas atravesándola, pero ninguna lo hizo.

Grr-Fred nos guió hacia arriba por un laberinto serpenteante hasta que por fin emergimos en un pasillo de ladrillo en donde el aire olía mucho peor, como al drenaje de una ciudad. Grr-Fred olfateó en desaprobación —Territorio humano. Estaba tan aliviado que podría haber abrazado una rata de alcantarilla. —¿Por cuál camino hacia la luz del día? Grr-Fred me enseñó los dientes —No uses ese lenguaje conmigo. —¿Qué lenguaje? ¿Luz del…? Él siseó —¡Si fueras un pez de túnel, te limpiaría la boca con basalto55! Meg sonrió —Me gustaría ver eso. —Hmmm —dijo Grr-Fred—. Por aquí. Nos guió hacia la oscuridad. Había perdido la noción del tiempo, pero podía imaginar a Rachel Elizabeth Dare dándole golpecitos a su reloj, recordándome que era tarde, tarde, tarde. Sólo podía esperar que llegáramos a la torre de Nerón antes del ocaso. De igual forma, deseaba con fervor que Nico, Will y Rachel hubieran sobrevivido el ataque de los toros. Nuestros amigos eran ingeniosos y valientes, sí. Con suerte, aún tenían ayuda de los 55

El basalto es una roca ígnea extrusiva de color oscuro, de composición máfica —rica en silicatos de magnesio y hierro y en sílice, que constituye una de las rocas más abundantes en la corteza terrestre.

trogloditas. Pero casi siempre, la sobrevivencia dependía de pura suerte. Esto era algo que a los dioses no les gustaba dar a conocer, mientras tomaban las donaciones en nuestros templos. —¿Grr-Fred…? —empecé a preguntar. —Es Grr-Fred —me corrigió. —¿GRR-Fred? —Grr-Fred. —¿gRR-Fred? —¡Grr-Fred! Habrías pensado que, con mis dotes musicales, habría sido mejor en escuchar las tonalidades de los idiomas, pero aparentemente no tenía la desenvoltura de Nico con los Trogloditas. —Honorable guía —dije—. ¿Qué pasó con nuestros amigos? ¿Crees que Screech-Bling cumplirá su promesa y los ayudará a cavar hacia los barriles de fuego del emperador? Grr-Fred habló con desdén. —¿El CEO hizo esa promesa? No lo escuché. —Pero… —Ya llegamos —se detuvo al final del pasillo, en donde una estrecha escalera de ladrillo guiaba hacia arriba—. Esto es lo más lejos que puedo ir. Estos escalones los llevaran hacia una de las estaciones de metro de los humanos. Desde ahí pueden encontrar su camino hacia Crusty Crust. Van a salir a unos quince metros de la torre de Nerón. Parpadeé —¿Cómo puedes estar seguro?

—Soy un trog —dijo, como si estuviera explicando algo a un pescado de túnel. Meg se inclinó, haciendo que sus brotes de calabaza chocaran entre ellas. —Gracias, Grr-Fred. Él asintió de forma brusca. Me di cuenta de que no corrigió su pronunciación. —Hice mi trabajo —dijo—. Lo que les haya pasado a sus amigos es problema de Screech-Bling, asumiendo que el CEO aún esté vivo después de la destrucción que ustedes, bárbaros sin sombreros, han traído a nuestros cuarteles. Si fuera por mí… No se molestó en terminar su pensamiento. Me di cuenta de que Grr-Fred no iba a votar en favor de ofrecernos opciones en la próxima reunión de los socios trogloditas. De mi mochila empapada saqué la bola de cristal del chico del gorro y se la ofrecí a Grr-Fred —Por favor, ¿Le puedes devolver esto a su dueño? Y gracias por guiarnos. Si de algo sirve, hablaba en serio. Tenemos que ayudarnos entre nosotros. Ese es el único futuro por el que vale la pena luchar. Grr-Fred le dio vueltas a la esfera de cristal en sus dedos. Sus cejas oscuras eran inescrutables, como las paredes en una caverna. Podrían haber sido duras e inamovibles, o haber estado a punto de convertirse en merengue, o a punto de ser destruidas por vacas enojadas. —Buena excavación —dijo al final. Luego se fue. Meg miró hacia arriba por la escalera. Sus manos temblaban, y no creía que fuera por el frío. —¿Estás segura de esto? —pregunté.

Ella me miró, como si se hubiera olvidado de que estaba ahí. —Como dijiste, nos ayudamos entre nosotros, o dejamos que una serpiente se coma nuestro futuro. —Eso no es exactamente lo que… —Vamos, Lester —respiró profundamente—. Pongámonos en marcha. Dicho como una orden, no era algo a lo que podía rehusarme, pero tenía el presentimiento de que Meg lo estaba diciendo para fortalecer su propia determinación más que a la mía. Juntos subimos de vuelta al Crusty Crust.

20 ¿Has almorzado? Esta parte no es buena para leer si acabas de comer.

ESPERABA UN FOSO LLENO DE COCODRILOS. Un rastrillo de hierro forjado. Posiblemente algunas tinas de aceite hirviendo. En mi mente, había construido la Torre de Nerón como una fortaleza de oscuridad con todos los adornos malvados. En cambio, era una monstruosidad de vidrio y acero de la variedad Midtown ordinaria. Meg y yo habíamos salido del metro una hora antes del atardecer. Lujosamente temprano, según nuestros estándares. Ahora estábamos al otro lado de la Séptima Avenida desde la torre, observando y reuniendo nuestros nervios. La escena en la acera del frente podría haber estado en cualquier lugar de Manhattan. Los neoyorquinos molestos se abrieron paso entre grupos de turistas boquiabiertos. Vapor con aroma a kebab 56 salía de un carrito de comida de halal 57. La música funk resonaba desde un camión de helados Mister Softee. Un artista callejero vendía pinturas de celebridades retocadas con aerógrafo. Nadie prestó especial atención al edificio de aspecto corporativo que albergaba al Triumvirate Holdings y al botón del fin del mundo que destruiría la ciudad en aproximadamente cincuenta y ocho minutos. 56

Un kebab es una amplia variedad de comidas en pinchos originarias del Medio Oriente Conjunto de prácticas permitidas por la religión musulmana, pero que es es comúnmente asociado a los alimentos aceptables según la sharia, o ley islámica. 57

Desde el otro lado de la calle, no vi guardias armados, ni monstruos o Germani en patrulla, solo pilares de mármol negro que flanqueaban una entrada de vidrio y, dentro, un típico vestíbulo de gran tamaño con arte abstracto en las paredes, un escritorio de seguridad con personal, y torniquetes de vidrio que protegían el acceso a los bancos de ascensores. Eran más de las 7:00 p.m., pero los empleados seguían saliendo del edificio en pequeños grupos. Gente en traje de negocios agarraba maletines y teléfonos mientras se apresuraban a tomar sus trenes. Algunos intercambiaron cortesías con el tipo de seguridad al salir. Traté de imaginar esas conversaciones. Adiós, Caleb. Saluda a la familia. ¡Nos vemos mañana para otro día de malas transacciones comerciales! De repente, sentí como si hubiéramos recorrido todo este camino para entregarnos a una firma de corretaje58. Meg y yo cruzamos en el paso peatonal. Los dioses prohíben que caminemos imprudentemente y nos atropelle un automóvil en nuestro camino hacia una muerte dolorosa. Atrajimos algunas miradas extrañas de otros peatones, lo cual fue justo, ya que todavía estábamos empapados y olíamos como la axila de un troglodita. Sin embargo, al ser Nueva York, la mayoría de la gente nos ignoró. Meg y yo no hablamos mientras subíamos los escalones de la entrada. Pero por acuerdo silencioso, nos agarramos de las manos como si otro río pudiera arrastrarnos. No sonó ninguna alarma. Ningún guardia saltó de su escondite. No se activaron trampas para osos. Abrimos las pesadas puertas de vidrio y entramos en el vestíbulo.

58

Forma apresurada y desorganizada de hacer algo o de realizar algún trabajo urgente.

Música clásica ligera flotaba en el aire frío. Sobre el mostrador de seguridad colgaba una escultura de metal con formas de colores primarios que giraban lentamente. El guardia se inclinó hacia adelante en su silla, leyendo un libro de bolsillo, su rostro azul pálido a la luz de sus monitores de escritorio. —¿Puedo ayudarles? —dijo sin mirar hacia arriba. Miré a Meg, comprobando en silencio que estábamos en el edificio correcto. Ella asintió. —Estamos aquí para rendirnos —le dije al guardia. Seguramente esto lo haría mirar hacia arriba. Pero no. No podría haber actuado menos interesado en nosotros. Me acordé de la entrada de invitados al Monte Olimpo, a través del vestíbulo del Empire State Building. Normalmente, nunca fui por ese camino, pero sabía que Zeus contrataba a los seres más indiferentes y desinteresados que podía encontrar para vigilar el escritorio como una forma de desanimar a los visitantes. Me pregunté si Nerón había hecho intencionalmente lo mismo aquí. —Soy Apolo —continué—.Y esta es Meg. Creo que nos esperan como en... ¿La fecha límite dura hasta al atardecer o la ciudad se quema? El guardia respiró hondo, como si le doliera moverse. Manteniendo un dedo en su novela, tomó un bolígrafo y lo golpeó en el mostrador junto al libro de registro. —Nombres. ID. —¿Necesitas nuestras prisioNeróns59? —pregunté.

identificaciones

para

El guardia pasó la página de su libro y siguió leyendo. 59

Juego de palabras entre “prisioners” y “Nero” en inglés.

hacernos

Con un suspiro, saqué mi licencia de conducir junior del estado de Nueva York. Supongo que no debería haberme sorprendido de tener que mostrarla una última vez, solo para completar mi humillación. Lo deslicé sobre el mostrador. Luego firmé el libro de registro por los dos. Nombre(s): Lester (Apolo) y Meg. Aquí para ver: A Nerón. Negocio: Rendirse. Hora: 7:16 p.m. Tiempo muerto: Probablemente nunca. Como Meg era menor de edad, no esperaba que tuviera una identificación, pero se quitó los anillos de oro de las cimitarras y los colocó junto a mi licencia. Reprimí el impulso de gritar: ¿Estás loca? Pero Meg los abandonó como si lo hubiera hecho un millón de veces antes. El guardia tomó los anillos y los examinó sin hacer comentarios. Levantó mi licencia y la comparó con mi cara. Sus ojos eran del color de cubitos de hielo de una década. Pareció decidir que, trágicamente, me veía tan mal en la vida real como en la foto de mi licencia. La devolvió, junto con los anillos de Meg. —Elevador nueve a su derecha —anunció. Casi le doy las gracias. Entonces lo pensé mejor. Meg agarró mi manga. —Vamos, Lester. Abrió el camino a través del torniquete hasta el ascensor nueve. En el interior, la caja de acero inoxidable no tenía botones. Simplemente se levantó por sí solo tan pronto como las puertas se cerraron. Una

pequeña misericordia: sin música de ascensor, solo el suave zumbido de la maquinaria, tan brillante y eficiente como una cortadora de carne de grado industrial. —¿Qué debo esperar cuando lleguemos a la cima? —le pregunté a Meg. Imaginé que el ascensor estaba bajo vigilancia, pero no pude evitar preguntar. Quería escuchar la voz de Meg. También quería evitar que se hundiera por completo en sus propios pensamientos oscuros. Estaba adquiriendo esa expresión cerrada que solía tener cuando pensaba en su horrible padrastro, como si su cerebro cerrara todos los servicios no esenciales y se embarcara en preparación para un huracán. Ella empujó sus anillos hacia atrás en sus dedos medios. —Toma lo que creas que pueda suceder —aconsejó—, y dale la vuelta. Esa no fue exactamente la tranquilidad que esperaba. Mi pecho ya se sentía como si estuviera al revés. Me desconcertó entrar en la guarida de Nerón con dos carcajes vacíos y un ukelele empapado. Me desconcertó que nadie nos hubiera arrestado a la vista, y que el guardia de seguridad le había devuelto los anillos a Meg, como si un par de cimitarras mágicas no hicieran ninguna diferencia en nuestro destino. Sin embargo, enderecé la espalda y apreté la mano de Meg una vez más. —Haremos lo que tengamos que hacer. Las puertas del ascensor se abrieron y entramos en la antecámara imperial. —¡Bienvenidos!

La joven que nos recibió vestía un traje negro, tacones altos y un auricular en la oreja izquierda. Su lujoso cabello verde estaba recogido en una cola de caballo. Su rostro estaba maquillado para darle un cutis más rosado y más humano, pero el tinte verde de sus ojos y las puntas de las orejas la delataban como una dríada. —Soy Areca. Antes de ver al emperador, ¿Puedo traerles una bebida? ¿Agua? ¿Café? ¿Té? Hablaba con forzada alegría. Sus ojos decían: ¡Ayuda, soy un rehén! —Um, estoy bien —dije, una débil mentira. Meg negó con la cabeza. —¡Excelente! —Areca mintió a cambio—. ¡Síganme! Lo cual traduje como ¡Corre mientras puedas! Ella vaciló, dándonos tiempo para reconsiderar nuestras opciones de vida. Cuando no gritamos y nos sumergimos de nuevo en el ascensor, ella nos guió hacia un conjunto de puertas dobles doradas al final del pasillo. Estas se abrieron desde adentro, revelando el loft/sala del trono que había visto en mi pesadilla. Las ventanas del piso al techo brindaban una vista de 360 grados de Manhattan al atardecer. Hacia el oeste, el cielo estaba rojo sangre sobre Nueva Jersey y el río Hudson era una arteria de color púrpura brillante. Al este, los cañones urbanos se llenaron de sombra. Varias variedades de árboles en macetas se alineaban en las ventanas, lo que me pareció extraño. El gusto decorativo de Nerón solía inclinarse más hacia la filigrana60 de oro y las cabezas cortadas.

60

La filigrana es una técnica orfebre, utilizada en la joyería artesanal; que consiste en rellenar con finísimos hilos de metal, generalmente oro o plata, formas huecas o figuras previamente elaboradas por el artesano

Las ricas alfombras persas formaban un tablero de ajedrez asimétrico sobre el piso de madera. Filas de pilares de mármol negro sostenían el techo, recordándome demasiado al palacio de Cronos (él y sus Titanes habían tenido que ver con el mármol negro. Esa fue una de las razones por las que Zeus insistió en los estrictos códigos de construcción del Monte Olimpo que mantenían todo en un blanco cegador). La habitación estaba llena de gente, cuidadosamente colocada, congelada en su lugar, todos mirándonos como si hubieran estado practicando durante días y Nerón hubiera gritado hace solo unos segundos: Lugares, ¡todo el mundo! ¡Ellos están aquí! Si comenzaban con un número de baile coreografiado, iba a saltar a través de la ventana más cercana. Alineados a la izquierda de Nerón estaban los once jóvenes semidioses de la Casa Imperial, también conocidos como los niños Evil von Trapp, todos vistiendo sus mejores togas con adornos morados sobre jeans andrajosos a la moda y camisas con cuello, tal vez porque las camisetas estaban en contra del código de vestimenta cuando la familia daba la bienvenida a importantes prisioNeróns para ser ejecutados. Muchos de los semidioses mayores miraron a Meg. A la derecha del emperador había una docena de sirvientes: señoritas con bandejas de servir y jarras de bebidas; aficionados jóvenes con abanicos de hojas de palma, aunque el aire acondicionado de la habitación estaba configurado para el invierno antártico. Un joven, que obviamente había perdido una apuesta, estaba masajeando los pies del emperador. Media docena de Germani flanqueaban el trono, incluido Gunther, nuestro amigo del viaje de Acela a Nueva York. Me estudió, como si se imaginara todas las formas interesantes y dolorosas en que podía quitarme la cabeza de los hombros. Junto a él, a la derecha del emperador, estaba Luguselwa.

Tuve que obligarme a no suspirar de alivio. Por supuesto, se veía terrible. Tirantes de acero cubrían sus piernas. Tenía una muleta debajo de cada brazo. También llevaba un collarín y la piel alrededor de los ojos era una máscara de mapache llena de moretones. Su mohawk era la única parte de ella que no parecía dañada. Pero teniendo en cuenta que la había arrojado de un edificio solo tres días antes, fue extraordinario verla de pie. La necesitábamos para que nuestro plan tuviera éxito. Además, si Lu hubiera terminado muriendo por sus heridas, Meg probablemente me habría matado antes de que Nerón tuviera la oportunidad. El propio emperador descansaba en su llamativo sofá púrpura. Había cambiado su bata de baño por una túnica y una toga romana tradicional, que supuse que no era muy diferente de su ropa de cama. Sus laureles de oro habían sido pulidos recientemente. La barba de su cuello brillaba con aceite. Si su expresión hubiera sido de contrabandista, toda la especie de gatos domésticos lo habría demandado por plagio. —¡Su Majestad Imperial! —nuestra guía, Areca, intentó mantener un tono alegre, pero su voz se quebró de miedo—. ¡Sus invitados han llegado! Nerón la ahuyentó. Areca corrió a un lado de la habitación y se paró junto a una de las plantas en macetas, que era... Oh, por supuesto. Mi corazón latía con un dolor compasivo. Areca estaba de pie junto a una palma de areca, su fuerza vital. El emperador había decorado su salón del trono con esclavos: dríadas en macetas. A mi lado, pude escuchar los dientes de Meg rechinar. Supuse que las dríadas eran una nueva incorporación, tal vez puestas aquí solo para recordarle a Meg quién tenía todo el poder. —¡Bien, bien! —Nerón pateó al joven que le había estado dando un masaje en los pies— Apolo. Estoy asombrado.

Luguselwa se movió sobre sus muletas. En su cuero cabelludo afeitado, las venas se destacaban tan rígidas como raíces de árboles. —¿Lo ve, mi señor? —le dije que vendrían. —Sí. Sí lo hiciste —la voz de Nerón era pesada y fría. Se inclinó hacia adelante y entrelazó los dedos, su vientre abultado contra su túnica. Pensé en Dionisio quedándose en un cuerpo de padre desaliñado como una forma de protesta contra Zeus. Me pregunté cuál sería la excusa de Nerón. —Entonces, Lester, después de todos los problemas que me has causado, ¿Por qué te darías la vuelta y te rendirías ahora? Parpadeé. —Amenazaste con incendiar la ciudad. —Oh, vamos —me dio una sonrisa cómplice—. Tú y yo nos hemos quedado al margen y hemos visto arder ciudades antes. Ahora, mi preciosa Meg aquí… —la miró con tal ternura que quise vomitar sobre su alfombra persa—. Puedo creer que ella podría querer salvar una ciudad. Ella es una gran heroína. Los otros semidioses de la Casa Imperial intercambiaron miradas de disgusto. Claramente, Meg era una de las favoritas de Nerón, lo que la convertía en enemiga de todos los demás en su amorosa familia adoptiva de sociópatas. —Pero tú, Lester —continuó Nerón—. No... no puedo creer que te hayas vuelto tan noble. No podemos cambiar miles de años de nuestra naturaleza tan rápidamente, ¿Verdad? No estarías aquí si no creyeras que te… serviría Señaló mi esternón. Casi podía sentir la presión de la yema de su dedo.

Traté de parecer agitado, lo cual no fue difícil. —¿Quieres que me rinda o no? Nerón sonrió a Luguselwa, luego a Meg. —Sabes, Apolo —dijo perezosamente—, es fascinante cómo los malos actos pueden ser buenos, y viceversa. ¿Te acuerdas de mi madre, Agripina? Mujer terrible. Siempre tratando de gobernar por mí, diciéndome qué hacer. Tuve que matarla al final. Bueno, no yo personalmente, por supuesto. Hice que mi hombre Aniceto lo hiciera — me dedicó un pequeño encogimiento de hombros, como, Madres, ¿Estoy en lo cierto?—. De todos modos, el matricidio era uno de los peores crímenes para un romano. Sin embargo, después de que la maté, ¡La gente me amó aún más! Me defendí, demostré mi independencia. ¡Me convertí en un héroe para el hombre común! Luego estaban todas esas historias sobre mí quemando vivos a los cristianos... No estaba seguro de adónde iba Nerón con todo esto. Estábamos hablando de mi rendición. Ahora me estaba hablando de su madre y sus fiestas quemando cristianos. Solo quería que me arrojaran a una celda con Meg, preferiblemente sin torturar, para que Lu pudiera pasar más tarde y liberarnos y ayudarnos a destruir toda la torre. ¿Era demasiado pedir? Pero cuando un emperador comienza a hablar de sí mismo, solo tienes que seguir adelante. Podrías estar ahí por un tiempo. —¿Afirmas que esas historias de quemar cristianos no eran ciertas? —pregunté. Él rió. —Por supuesto que eran verdad. Los cristianos eran terroristas que querían socavar los valores romanos tradicionales. Oh, decían ser una religión de paz, pero no engañaron a nadie, el punto es que los verdaderos romanos me amaban por adoptar una línea dura. Después

de mi muerte... ¿Sabías esto? Después de mi muerte, los plebeyos se amotinaron. Se negaron a creer que estaba muerto. Hubo una ola de rebeliones y cada líder rebelde afirmó ser yo renacido —tenía una mirada soñadora en sus ojos—. Yo era amado. Mis supuestos malos actos me hicieron tremendamente popular, mientras que mis buenos actos, como perdonar a mis enemigos, traer paz y estabilidad al imperio… esas cosas simplemente me hicieron parecer suave y me mataron. Esta vez, haré las cosas de manera diferente. Traeré de vuelta los valores romanos tradicionales. Dejaré de preocuparme por el bien y el mal. Las personas que sobrevivan a la transición... me amarán como a un padre. Hizo un gesto a su línea de niños adoptados, los cuales sabían lo suficiente como para mantener sus expresiones cuidadosamente neutrales. Ese viejo eslizón metafórico estaba tratando de abrirse camino de regreso a través de mi garganta. El hecho de que Nerón, un hombre que había matado a su propia madre, hablara de defender los valores romanos tradicionales… eso era lo más romano que pude imaginar. Y la idea de que quería hacer de papá para todo el mundo me revolvió las entrañas. Me imaginé a mis amigos del Campamento Mestizo obligados a pararse en filas detrás de los sirvientes del emperador. Pensé en Meg volviendo a alinearse con el resto de la Casa Imperial. Ella sería la duodécima, me di cuenta. Doce hijos adoptivos de Nerón, como los doce olímpicos. Eso no puede ser una coincidencia. Nerón los estaba criando como jóvenes dioses en formación para hacerse cargo de su nuevo mundo de pesadilla. Eso convertía a Nerón en el nuevo Cronos, el padre todopoderoso que podía colmar de bendiciones a sus hijos o devorarlos como quisiera. Había subestimado gravemente la megalomanía de Nerón. —¿Dónde estaba? —Nerón reflexionó, volviendo de sus agradables pensamientos de masacre.

—El monólogo del villano —dije. —¡Ah, ahora lo recuerdo! Actos buenos y malos. Tú, Apolo, estás aquí para rendirte, sacrificarte para salvar la ciudad. ¡Parece un buen acto! Es exactamente por eso que sospecho que es malo ¡Luguselwa! La gala no me parecpia alguien que se estremeciera fácilmente, pero cuando Nerón gritó su nombre, sus aparatos ortopédicos chirriaron. —¿Mi señor? —¿Cuál era el plan? —preguntó Nerón. Se formó escarcha en mis pulmones. Lu hizo todo lo posible por parecer confundida. —¿Mi señor? —El plan —espetó—. Dejaste ir a estos dos a propósito. Se entregan justo antes de la fecha límite de mi ultimátum. ¿Qué esperabas ganar cuando me traicionaste? —Mi señor, no. Yo... —¡Apréhendanlos! La coreografía de la sala del trono se hizo clara de repente. Todos desempeñaron su papel maravillosamente. Los sirvientes retrocedieron. Los semidioses de la Casa Imperial dieron un paso adelante y sacaron espadas. No me di cuenta de los Germani que se acercaban sigilosamente detrás de nosotros hasta que dos gigantes corpulentos agarraron mis brazos. Dos más se apoderaron de Meg. Gunther y una amiga agarraron a Luguselwa con tal entusiasmo que sus muletas cayeron al suelo. Completamente curada, Luguselwa sin duda les habría dado una buena pelea, pero en su condición actual no había competencia. La empujaron hacia abajo, postrada, frente al

emperador, ignorando sus gritos y el crujido de las abrazaderas de sus piernas. —¡Para! —Meg se agitó, pero sus captores la superaban en varios cientos de libras. Le di una patada a mi Germanus en las espinillas en vano. Bien podría haber estado pateando un toro del bosque. Los ojos de Nerón brillaron divertidos. —Verán, niños —le dijo a sus once adoptados—, si alguna vez deciden traicionarme, tendrán que hacerlo mucho mejor que esto. Honestamente, estoy decepcionado —hizo girar unos bigotes en su barbilla, probablemente porque no tenía el bigote de un villano adecuado—. Veamos si entiendo esto bien, Apolo. Te entregas para meterte dentro de mi torre, esperando que esto me convenza de no quemar la ciudad, al mismo tiempo que me hace bajar la guardia. Mientras tanto, tu pequeño ejército de semidioses se reúne en el Campamento Mestizo… —sonrió cruelmente—. Sí, tengo entendido que se están preparando para marchar. ¡Qué emocionante! Luego, cuando atacan, Luguselwa te libera de tu celda, y juntos, en toda la confusión, de alguna manera logras matarme. ¿Eso es todo? Mi corazón arañó mi pecho como un troglodita en una pared de roca. Si el Campamento Mestizo estaba realmente en marcha, eso significaba que Rachel podría haber salido a la superficie y pudo contactarlos. Lo que significaba que Will y Nico también podrían estar vivos y todavía con los trogloditas. O Nerón podría estar mintiendo. O podría saber más de lo que dejaba ver. En cualquier caso, Luguselwa quedó expuesta, lo que significaba que no podía liberarnos ni ayudarnos a destruir las fasces del emperador. Ya sea que Nico y los trogs lograran o no su sabotaje, nuestros amigos del campamento estarían cargando hacia su propia matanza. Ah, y también yo moriría.

Nerón se rió encantado. —¡Ahí está! —señaló mi cara—. La expresión que alguien hace cuando se da cuenta de que su vida ha terminado. No puedes fingir eso. ¡Tan hermosamente honesto! Y tienes razón, por supuesto. —¡Nerón, no lo hagas! —gritó Meg—. ¡P-Padre! La palabra pareció herirla, como si estuviera tosiendo un trozo de vidrio. Nerón hizo un puchero y abrió los brazos, como si fuera a darle la bienvenida a Meg a su amoroso abrazo si no fuera por los dos grandes matones que la sostenían en su lugar. —Oh, mi querida y dulce hija. Siento tanto que decidieras ser parte de esto. Ojalá pudiera librarte del dolor que está por venir, pero sabes muy bien... que nunca debes enfadar a la Bestia. Meg gimió y trató de morder a uno de sus guardias. Ojalá tuviera su ferocidad. El terror absoluto había convertido mis miembros en masilla. —Cassius —gritó Nerón—. Acércate, hijo. El semidiós más joven se apresuró a subir al estrado. No podía tener más de ocho años. Nerón le dio unas palmaditas en la mejilla. —Se un buen chico. Ve y recoge los anillos de oro de tu hermana, ¿Quieres? Espero que les des un mejor uso que ella. Después de un momento de vacilación, como si tradujera estas instrucciones de Nerónese, Cassius corrió hacia Meg. Evitó cuidadosamente sus ojos mientras trabajaba con los anillos de sus dedos medios.

—Cass —Meg estaba llorando ahora—. No lo hagas. No le escuches. El niño se sonrojó, pero siguió trabajando en silencio en los anillos. Tenía manchas rosadas alrededor de los labios por algo que había estado bebiendo: jugo, refresco. Su pelo rubio esponjoso me recordó… No. No. Me negué a pensarlo. Argh. ¡Demasiado tarde! ¡Maldita mi imaginación! Me recordó a un joven Jason Grace. Cuando hubo soltado ambos anillos, Cassius se apresuró a regresar con su padrastro. —Bien, bien —dijo Nerón, con un toque de impaciencia—. Póntelos. Has entrenado con cimitarras, ¿No es así? Cassius asintió, esforzándose por cumplir. Nerón me sonrió, como el maestro de ceremonias de un espectáculo. Gracias por su paciencia. Estamos experimentando dificultades técnicas. —Sabes, Apolo —dijo—, hay un dicho que me gusta de los cristianos. ¿Cómo va? Si tus manos te ofenden, córtatelas... Algo así —miró a Lu—. Oh, Lu, me temo que tus manos me han ofendido. Cassius, haz los honores. Luguselwa luchó y gritó cuando los guardias extendieron sus brazos frente a ella, pero estaba débil y ya sufría. Cassius tragó, su rostro era una mezcla de horror y hambre. Los ojos duros de Nerón, los ojos de la Bestia, se clavaron en él. —Ahora, muchacho —dijo con una calma escalofriante. Cassius convocó las espadas doradas. Mientras las bajaba sobre las muñecas de Lu, la habitación entera pareció inclinarse y desdibujarse. Ya no podía decir quién estaba gritando: Lu, Meg o yo. A través de una niebla de dolor y náuseas, escuché a Nerón gritar:

—¡Cúbranle las heridas! ¡No va a morir tan fácilmente! — luego volvió los ojos de la Bestia hacia mí—. Ahora, Apolo, déjame contarte el nuevo plan. Serás arrojado a una celda con esta traidora, Luguselwa. Y Meg, querida Meg, comenzaremos tu rehabilitación. Bienvenida a casa.

21 Teme al cómodo sofá Teme a la bandeja de frutas del carcelero y al baño brillante.

LA CELDA DE NERÓN ERA EL LUGAR MÁS bonito en el que me habían encarcelado. Lo habría calificado con cinco estrellas. ¡Lujo absoluto! ¡Moriría aquí de nuevo! Del alto techo colgaba un candelabro... un candelabro, demasiado lejos del alcance de un prisioNerón. Los colgantes de cristal bailaban bajo las luces LED, proyectando reflejos en forma de diamante a través de las paredes blancas como cáscaras de huevo. En la parte de atrás de la habitación había un lavabo con accesorios de oro y un inodoro automático con bidet, todo protegido detrás de una pantalla de privacidad, ¡Qué mimos! Una de las alfombras persas de Nerón cubría el suelo. Dos lujosos sofás de estilo romano estaban dispuestos en forma de V a cada lado de una mesa de café rebosante de queso, galletas saladas y fruta, además de una jarra plateada de agua y dos copas, por si los prisioNeróns queríamos brindar por nuestra buena suerte. Sólo la pared frontal tenía el aspecto de una cárcel, ya que no era más que una hilera de gruesos barrotes de metal, pero incluso éstos estaban revestidos con, o tal vez hechos de, oro imperial. Pasé los primeros veinte o treinta minutos solo en la celda. Fue difícil medir el tiempo. Caminé, grité, exigí ver a Meg. Golpeé una bandeja de plata contra los barrotes y aullé hacia el pasillo vacío de afuera. Finalmente, cuando mi miedo y mis náuseas se apoderaron de mí, descubrí el placer de vomitar en un inodoro de alta gama con un asiento con calefacción y múltiples opciones de autolimpieza.

Empezaba a pensar que Luguselwa debía haber muerto. ¿Por qué más no estaba en la celda conmigo, como Nerón había prometido? ¿Cómo pudo haber sobrevivido al impacto de una doble amputación cuando ya estaba tan gravemente herida? Justo cuando me estaba convenciendo de que moriría solo en esta celda, sin nadie que me ayudara a comer el queso y las galletas, una puerta se abrió de golpe en algún lugar del pasillo, seguida de pasos pesados y muchos gruñidos. Gunther y otro Germanus aparecieron a la vista, arrastrando a Luguselwa entre ellos. Las tres barras del medio de la entrada de la celda se cayeron, retrayéndose en el suelo tan rápido como cuchillas enfundadas. Los guardias empujaron a Lu adentro y los barrotes se cerraron de nuevo. Corrí al lado de Lu. Se acurrucó en la alfombra persa, su cuerpo temblaba y estaba salpicado de sangre. Le habían quitado los aparatos ortopédicos para las piernas. Su rostro estaba más pálido que las paredes. Tenía las muñecas vendadas, pero las envolturas ya estaban empapadas. Su frente ardía de fiebre. —¡Necesita un médico! —grité. Gunther me miró de reojo. —¿No eres un dios sanador? Su amigo resopló, luego los dos volvieron pesadamente por el pasillo. —Erggh—murmuró Lu. —Espera —dije. Luego hice una mueca, dándome cuenta de que probablemente no era algo sensible para decir dada su condición. Volví a mi cómodo

sofá y rebusqué en mi mochila. Los guardias se habían llevado mi arco y carcaj, incluida la Flecha de Dodona, pero me habían dejado todo lo que obviamente no era un arma: mi ukelele empapado y mi mochila, incluidos algunos suministros médicos que Will me había dado: vendas, ungüentos, pastillas, néctar, ambrosía. ¿Podrían los galos tomar ambrosía? ¿Podrían tomar aspirina? No tuve tiempo de preocuparme por eso. Empapé algunas servilletas de lino en la jarra de agua helada y las envolví en la cabeza y el cuello de Lu para bajarle la temperatura. Trituré algunos analgésicos junto con ambrosía y néctar y le di un poco de la papilla, aunque apenas podía tragar. Sus ojos estaban desenfocados. Su temblor empeoraba. Ella graznó: —¿Meg...? —Silencio —dije, tratando de no llorar—. La salvaremos, lo juro. Pero primero tienes que curarte. Ella gimió, luego hizo un ruido agudo como un grito sin energía. Tenía que sentir un dolor increíble. Ya debería haber estado muerta, pero la gala era dura. —Tienes que estar dormida para lo que viene después —le advertí—. Y-yo lo siento. Pero tengo que revisar tus muñecas. Tengo que limpiar las heridas y volver a vendarlas o morirás de sepsis61. No tenía idea de cómo iba a lograr esto sin que ella muriera de pérdida de sangre o conmoción, pero tenía que intentarlo. Los guardias le habían atado las muñecas descuidadamente. Dudaba que se hubieran molestado con la esterilización. Habían retrasado el sangrado, pero Lu todavía moriría a menos que yo interviniera. 61

La sepsis ocurre cuando las sustancias químicas liberadas en el torrente sanguíneo para combatir una infección desencadenan una inflamación en todo el cuerpo.

Agarré otra servilleta y un frasco de cloroformo, uno de los componentes del botiquín más peligrosos de Will. Usarlo era un gran riesgo, pero las circunstancias desesperadas me dejaron pocas opciones, a menos que quisiera golpear a Lu en la cabeza con una fuente de queso. Moví la servilleta empapada sobre su cara. —No —dijo débilmente—. Hipocresía… —Es esto o un desmayo del dolor tan pronto como toque esas muñecas. Ella hizo una mueca y luego asintió. Presioné el paño contra su nariz y boca. Dos respiraciones y su cuerpo quedó flácido. Por su propio bien, recé para que permaneciera inconsciente. Trabajé lo más rápido que pude. Mis manos estaban sorprendentemente firmes. El conocimiento médico volvió por instinto. No pensé en las graves heridas que estaba mirando ni en la cantidad de sangre… simplemente hice el trabajo. Torniquete. Esterilizar. Hubiera intentado volver a unir sus manos, a pesar de las probabilidades desesperadas, pero no se habían molestado en traerlas. Claro, dame un candelabro y una selección de frutas, pero no manos. —Cauterizar—murmuré para mí—. Necesito… Mi mano derecha estalló en llamas. En ese momento, no me pareció extraño. ¿Una pequeña chispa de mi antiguo poder de dios del sol? Seguro, ¿Por qué no? Sellé los muñones de las pobres muñecas de Lu, las unté con ungüento curativo y luego las volví a vendar correctamente, dejándola con dos hisopos rechonchos en lugar de manos. —Lo siento mucho —dije.

La culpa me pesaba como una armadura. Había sospechado tanto de Lu, cuando todo el tiempo había estado arriesgando su vida tratando de ayudar. Su único crimen fue subestimar a Nerón, como todos lo habíamos hecho. Y el precio que había pagado... Tienes que entender, para un músico como yo, que ningún castigo puede ser tan malo como perder las manos, no poder tocar más el teclado o el diapasón, no volver a invocar música con los dedos. Hacer música era una forma de divinidad. Me imaginé que Lu sentía lo mismo por sus habilidades de lucha. Nunca más sostendría un arma. La crueldad de Nerón era inconmensurable. Quería cauterizar la sonrisa de su cara engreída. «Atiende a tu paciente», me reprendí. Agarré las almohadas del sofá y las coloqué alrededor de Lu, tratando de que se sintiera lo más cómoda posible en la alfombra. Incluso si hubiera querido arriesgarme a moverla al sofá, dudaba que hubiera tenido la fuerza. Le limpié la frente con más paños fríos. Gotee agua y néctar en su boca. Luego puse mi mano contra su arteria carótida y me concentré con todas mis fuerzas. Sanar, sanar, sanar. Quizás fue mi imaginación, pero pensé que algo de mi antiguo poder se agitó. Mis dedos se calentaron contra su piel. Su pulso comenzó a estabilizarse. Su respiración se hizo más fácil. Su fiebre disminuyó. Había hecho lo que podía. Me arrastré por el suelo y me subí a mi sofá, mi cabeza nadando por el cansancio. ¿Cuánto tiempo había pasado? No sabía si Nerón había decidido destruir Nueva York o esperar hasta que las fuerzas del Campamento Mestizo estuvieran dentro de su alcance. La ciudad podría estar ardiendo a mí alrededor en este momento y no vería ni rastro de ella

en esta celda sin ventanas dentro de la torre autónoma de Nerón. El aire acondicionado seguiría soplando. El candelabro seguiría brillando. El inodoro seguiría descargando. Y Meg... Oh, dioses, ¿Qué estaría haciendo Nerón para 'rehabilitarla'? No podía soportarlo. Tenía que levantarme. Tenía que salvar a mi amiga. Pero mi cuerpo exhausto tenía otras ideas. Mi visión se volvió acuosa. Me derrumbé de lado y mis pensamientos se hundieron en un charco de sombras. —Hey hombre. La voz familiar parecía provenir de medio mundo a través de una conexión satelital débil. Cuando la escena se resolvió, me encontré sentado en una mesa de picnic en la playa de Santa Mónica. Cerca se encontraba la choza de tacos de pescado donde Jason, Piper, Meg y yo habíamos comido nuestra última comida antes de infiltrarnos en la flota de megayates de Calígula. Al otro lado de la mesa estaba Jason Grace, radiante e insustancial, como un video proyectado contra una nube. —Jason —mi voz era un sollozo arruinado—. Estás aquí. Su sonrisa parpadeó. Sus ojos no eran más que manchas de tinte turquesa. Aun así, pude sentir la fuerza silenciosa de su presencia y escuché la bondad en su voz. —En realidad, no, Apolo. Estoy muerto. Estás soñando. Pero es bueno verte. Miré hacia abajo, sin confiar en mí mismo para hablar. Delante de mí había un plato de tacos de pescado que se habían convertido en oro, como una obra del rey Midas. No sabía lo que eso significaba. No me gustó.

—Lo siento mucho —logré decir finalmente. —No, no —dijo Jason—. Hice mi elección. No tienes la culpa. No me debes nada más que recordar lo que dije. Recuerda lo que es importante. —Eres importante —le dije—. ¡Tu vida! Jason ladeó la cabeza. —Quiero decir… seguro. Pero si un héroe no está dispuesto a perderlo todo por una causa mayor, ¿Esa persona es realmente un héroe? Sopesó la palabra persona sutilmente, como para enfatizar que podría significar un humano, un fauno, una dríada, un grifo, un pandos… incluso un dios. —Pero... —luché por encontrar un contraargumento. Tenía tantas ganas de alcanzar el otro lado de la mesa, agarrar las muñecas de Jason y llevarlo de vuelta al mundo de los vivos. Pero incluso si pudiera, me di cuenta de que no lo habría hecho por Jason. Estaba en paz con sus elecciones. Lo habría traído de vuelta por mis propias razones egoístas, porque no quería lidiar con el dolor y la pena de haberlo perdido. —Está bien —cedí. Un puño de dolor que había estado apretando mi pecho durante semanas comenzó a aflojarse. —Está bien, Jason. Sin embargo, te extrañamos. Su rostro se transformó en humo de colores. —Yo también los extraño. A todos ustedes. Apolo, hazme un favor. Cuidado con el sirviente de Mitra: el león, entrelazado con serpientes. Sabes qué es y qué puede hacer.

—¿Yo que? ¡No, no lo sé! ¡Dime por favor! Jason logró una última sonrisa débil. —Soy solo un sueño en tu cabeza, hombre. Ya tienes la información. Solo digo... hay un precio por negociar con el guardián de las estrellas. A veces tienes que pagar ese precio. A veces, tienes que dejar que alguien más lo haga. Esto no aclaró absolutamente nada, pero el sueño no me dejó más tiempo para preguntas. Jason se disolvió. Mis tacos de pescado dorado se convirtieron en polvo. La costa de Santa Bárbara se derritió y me desperté sobresaltado en mi cómodo sofá. —¿Estás vivo?—preguntó una voz ronca. Lu se acostó en el sofá de enfrente. No podía imaginarme cómo había llegado allí desde el suelo. Tenía las mejillas y los ojos hundidos. Sus muñones vendados estaban salpicados de lunares marrones por donde se había filtrado sangre nueva. Pero parecía un poco menos pálida y sus ojos eran notablemente claros. Solo pude concluir que mis poderes curativos divinos, de donde sea que hubieran venido, debieron haber hecho algo bueno. Estaba tan sorprendido que necesité un momento para encontrar mi voz. —Yo... debería estar haciéndote esa pregunta. ¿Cómo está el dolor? Levantó los muñones con cautela. —¿Qué, estos? He tenido cosas peores. —Dios mío —me maravillé—. ¿Sentido del humor? Realmente eres indestructible. Sus músculos faciales se tensaron, tal vez un intento de sonreír, o simplemente una reacción a su constante agonía.

—Meg. ¿Qué le pasó a ella? ¿Cómo la encontramos? No pude evitar admirar su determinación. A pesar de su dolor y su injusto castigo, Lu todavía estaba concentrada en ayudar a nuestra joven amiga. —No estoy seguro —dije—. La encontraremos, pero primero tienes que recuperar tus fuerzas. Cuando salgamos de aquí, tendrás que poder moverte por tus propios medios. No creo que pueda llevarte. —¿No? —preguntó Lu—. Estaba deseando que me llevaras a cuestas. Vaya, supongo que los galos se ponen rudos cuando sufren lesiones mortales. Por supuesto, la idea de que saliéramos de nuestra celda era absurda. Incluso si lo lográramos, no estábamos en condiciones de rescatar a Meg o luchar contra las fuerzas del emperador. Pero no podía perder la esperanza, especialmente cuando mi compañera sin manos todavía podía hacer bromas. Además, mi sueño de Jason me había recordado que las fasces del emperador estaban escondidas en algún lugar de este piso de la torre, custodiadas por el león entrelazado con serpientes. El guardián de las estrellas, el sirviente de Mitra, lo que sea que eso signifique, tenía que estar cerca. Y si requería un precio por dejarnos patear la vara de inmortalidad de Nerón hasta las astillas, estaba dispuesto a pagarlo. —Me queda algo de ambrosía —me volví y busqué a tientas mi paquete médico—. Necesitas comer. La puerta al final del pasillo se abrió de golpe. Gunther apareció fuera de nuestra celda, sosteniendo una bandeja de plata cargada de sándwiches y refrescos enlatados surtidos. Él sonrió, mostrando sus tres dientes.

—Almuerzo. Las barras centrales de la celda cayeron con la velocidad de una guillotina. Gunther deslizó la bandeja y las barras se cerraron de nuevo antes de que pudiera pensar en hacer un movimiento para con nuestro captor. Necesitaba comida con urgencia, pero con solo mirar los sándwiches se me revolvía el estómago. Alguien había cortado la corteza del pan. Fueron cortados en cuadrados en lugar de triángulos. Así es cómo puedes saber cuándo los bárbaros han preparado el almuerzo. —¡Recupera tu fuerza! —dijo Gunther alegremente—. ¡No te mueras antes de la fiesta! —¿Fiesta? —pregunté, sintiendo la más mínima chispa de esperanza. No porque las fiestas fueran divertidas, o porque me gustara el pastel (ambos eran ciertos), sino porque si Nerón había pospuesto su gran celebración, entonces tal vez aún no había presionado el botón del fin del mundo. —¡Oh, sí! —dijo Gunther—. ¡Esta noche! Tortura para los dos. ¡Y luego quemamos la ciudad! Con ese pensamiento feliz, Gunther volvió a caminar por el pasillo, riendo para sí mismo, dejándonos con nuestra bandeja de sándwiches bárbaros.

22 Me voy a ir a dormir Para salvar a todos los que amo. No agradezcan, está bien.

LOS DIOSES NO SON BUENOS con fechas límites. El concepto de tener un tiempo limitado para hacer algo simplemente no tiene mucho sentido para un inmortal. Desde que me convertí en Lester Papadopoulos, me había acostumbrado a la idea: ve aquí para esta fecha o el mundo se acaba. Consigue este artículo para la semana que viene o todos sus conocidos morirán. Aún así, me sorprendió darme cuenta de que Nerón estaba planeando incendiar Nueva York esa misma noche, con pastel, festividades y mucha tortura, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Miré a través de los barrotes después de que Gunther se fuera. Esperé a que volviera a aparecer y gritara: ¡era broma!, pero el pasillo seguía vacío. Pude ver muy poco de él, excepto por las paredes blancas y una sola cámara de seguridad montada en el techo, mirándome con su brillante ojo negro. Me volví hacia Lu. — He determinado que nuestra situación apesta. — Gracias. — Cruzó los muñones sobre el pecho como un faraón. — Necesitaba esa perspectiva. — Hay una cámara de seguridad ahí fuera.

— Seguro. — Entonces, ¿Cómo planeabas hacer para que escapemos? Te habrían visto. Lu gruñó. — Esa es solo una cámara. Fácil de evadir. ¿Las zonas residenciales? Están completamente cubiertas de vigilancia desde todos los ángulos, con micrófonos para escuchar el sonido, con detectores de movimiento en todas las entradas… — Entiendo la idea. — Me enfureció, pero no me sorprendió, que la familia de Nerón estuviera bajo una vigilancia más estricta que sus prisioNeróns. Después de todo, este era un hombre que había matado a su propia madre. Ahora estaba criando su propia prole de déspotas jóvenes. Tenía que llegar a Meg. Sacudí los barrotes, solo para decir que lo había intentado. No se movieron. Necesitaba un estallido de fuerza piadosa de Apolo, para salir, pero no podía confiar en que mis poderes le hicieran caso a lo que quería. Caminando de regreso a mi sofá, miré los ofensivos sándwiches y refrescos. Traté de imaginar lo que estaba pasando Meg en ese momento. Me la imaginé en una habitación opulenta muy parecida a ésta, sin los barrotes, tal vez, pero una celda de todos modos. Todos sus movimientos quedarían registrados, todas sus conversaciones se escucharían. No había dudas de porque en los viejos tiempos, ella prefirió vagar por los callejones de Hell's Kitchen, acosando a los matones con bolsas de verduras podridas y adoptando antiguos dioses para que fueran sus sirvientes. Ella no tendría esa salida ahora. Ella no me tendría a mí ni a Luguselwa a su lado. Ella estaría completamente rodeada y sola.

Tenía una idea de cómo funcionaban los juegos mentales de Nerón. Como dios de la curación, sabía algo sobre psicología y salud mental, aunque debo admitir que no siempre apliqué las mejores prácticas a mí mismo. Habiendo desatado a la Bestia, Nerón ahora fingiría bondad. Intentaría convencer a Meg de que estaba en casa. Si dejaba que él la 'ayudara' sería perdonada. Nerón era su propio poli bueno/poli malo, el consumado manipulador. La idea de él tratando de consolar a una joven a la que había traumatizado me enfermaba hasta el fondo. Meg se había alejado de Nerón una vez antes. Desafiar su voluntad debía haber requerido más fuerza y coraje de lo que la mayoría de los dioses que yo sabía poseían. Pero ahora… de vuelta a su antiguo entorno abusivo, que Nerón había hecho pasar como normal durante la mayor parte de su infancia, tendría que ser aún más fuerte para no desmoronarse. Sería tan fácil para ella olvidar lo lejos que había llegado. Recuerda lo que es importante. La voz de Jason resonó en mi cabeza, pero las palabras de Nerón también estaban dando vueltas allí. No podemos cambiar miles de años de nuestra naturaleza tan rápidamente, ¿Verdad? Sabía que mi ansiedad por mi propia debilidad se estaba mezclando con mi ansiedad por Meg. Incluso si de alguna manera regresaba al Monte Olimpo, no confiaba en mí mismo para aferrarme a las cosas importantes que había aprendido como mortal. Eso me hizo dudar de la capacidad de Meg para mantenerse fuerte en su antiguo hogar tóxico. Las similitudes entre la casa de Nerón y mi familia en el Monte Olimpo me inquietaban cada vez más. La idea de que los dioses

éramos tan manipuladores, tan abusivos como el peor emperador romano... seguramente eso no podría ser cierto. Oh espera. Sí, podría. Ugh. Odiaba la claridad. Prefería un filtro de Instagram más suave en mi vida: Amaro, tal vez, o Perpetua. — Saldremos de aquí. — La voz de Lu me sacó de mis miserables pensamientos. — Entonces ayudaremos a Meg. Dada su condición, esta era una declaración audaz. Me di cuenta de que estaba tratando de levantarme el ánimo. Se sentía injusto que ella tuviera que hacerlo… y aún más injusto que yo lo necesitara tanto. La única respuesta que se me ocurrió fue: — ¿Quieres un sándwich? Ella miró la fuente. — Sí. Pepino y queso crema, si lo hay. El chef hace uno bueno de pepino y queso crema. Encontré el sabor apropiado. Me pregunté si, en la antigüedad, bandas errantes de guerreros celtas se habían lanzado a la batalla con sus paquetes llenos de sándwiches de pepino y queso crema. Quizás ese había sido el secreto de su éxito. Le di algunos bocados, pero se impacientó: — Solo ponlo en mi pecho. Lo resolveré. Tengo que empezar en algún momento. Usó sus muñones para maniobrar la comida hacia su boca. No sabía cómo podía hacer esto sin desmayarse de dolor, pero respeté sus deseos. Mi hijo Asclepio, dios de la medicina, solía regañarme por ayudar a las personas con discapacidades: puedes ayudarlos si te lo piden. Pero espera a que lo pidan. Es su decisión, no la tuya.

Para un dios, esto era algo difícil de entender, al igual que las fechas límites, pero dejé a Lu con su comida. Escogí un par de sándwiches para mí: jamón y queso, ensalada de huevo. Había pasado mucho tiempo desde que había comido. No tenía apetito, pero necesitaría energía si íbamos a salir de aquí. Energía… e información. Miré a Lu. — Mencionaste micrófonos. Su sándwich se deslizó de entre sus muñones y aterrizó en su regazo. Con el menor de los ceños fruncidos, comenzó el lento proceso de acorralarlo nuevamente. — Micrófonos de vigilancia, querrás decir. ¿Qué hay con ellos? — ¿Hay alguno en esta celda? Lu parecía confundida. — ¿Quieres saber si los guardias nos están escuchando? No lo creo. A menos que hayan instalado micrófonos en las últimas veinticuatro horas. A Nerón no le importa de qué charlan los presos. No le gusta cuando la gente lloriquea y se queja. Él es el único al que se le permite hacer eso. Eso tenía perfecto sentido tratándose de Nerón. Quería discutir los planes con Lu, aunque solo fuera para levantarle el ánimo, para hacerle saber que mi fabuloso equipo troglodita de excavación de túneles podría estar en camino a hundir los Super Soakers 62 de fuego griego de Nerón, lo que significaría que el sacrificio de Lu no había sido completamente en vano.

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Pistolas de agua de juguete.

Aún así, debería tener cuidado con lo que dijera. No quería asumir que tuviéramos privacidad. Ya habíamos subestimado a Nerón demasiadas veces. — El emperador no parecía saber sobre… la otra cosa, — dije. El sándwich de Lu volvió a caer en su regazo. — ¿Quieres decir que la otra cosa está sucediendo? ¿Pudiste arreglarlo? Solo podía esperar que estuviéramos hablando de la misma otra cosa. Lu nos había dado instrucciones para organizar un sabotaje subterráneo de algún tipo, pero por razones obvias, no había tenido la oportunidad de contarle detalles sobre Nico, Will, Rachel y los trogloditas. (Lo cual, por cierto, sería el peor nombre de banda de todos los tiempos.) — Eso espero, — dije. — Suponiendo que todo salió según el plan. — No agregué y que los trogloditas no se hayan comido a mis amigos porque llevamos ganado rojo malvado a su campamento. — Pero seamos honestos, hasta ahora las cosas no han salido según lo planeado. Lu tomó su sándwich de nuevo, esta vez con más destreza. — No sé ustedes, pero tengo a Nerón exactamente donde lo quiero. Tuve que sonreír. Dios mío, esta Gala... había pasado de que me desagradara y desconfiara de ella a estar dispuesto a recibir una bala por ella. La quería a mi lado, con manos o sin ellas, mientras derribábamos al emperador y salvamos a Meg. Y lo haríamos, si pudiera reunir un poco de la fortaleza de Lu. — Nerón debería temerte, — estuve de acuerdo. — Supongamos que está sucediendo la otra cosa. Supongamos también que podemos salir de aquí y encargarnos de... um, la otra otra cosa.

Lu puso los ojos en blanco. — Te refieres a las fasces del emperador. Me estremecí. — Sí, está bien. Eso. Sería útil si tuviera más información sobre su protector. Jason lo llamó guardián de las estrellas, una criatura de Mitra, pero… — Espera. ¿Quién es Jason? No quería volver a tratar ese tema doloroso, pero le di lo básico y luego le expliqué lo que había hablado con el hijo de Júpiter en mi sueño. Lu trató de incorporarse. Su rostro se volvió del color de la masilla, haciendo que sus tatuajes se oscurecieran a púrpura. — Oof. — Ella se reclinó de nuevo. — Mitra, ¿eh? Hace tiempo que no escucho ese nombre. Muchos oficiales romanos lo adoraban en el pasado, pero yo nunca acepté a esos dioses persas. Tenías que unirte a su culto para descubrir todos los apretones de manos secretos y todo eso. Élite, sociedad solo para miembros, bla, bla. El emperador era un miembro automático, por supuesto, lo que tiene sentido… — ¿Por qué...? Masticó su sándwich de pepino. — Explica cómo Nerón habría encontrado a este guardián. Yo… no sé qué es. Lo vi solo una vez, cuando Nerón… lo instaló, supongo que es una forma de decir. Hace años. — Ella se estremeció. — No quiero volver a verlo nunca más. Esa cara de león, esos ojos... como si pudiera ver todo sobre mí, como si me desafiara a… — Ella negó con la cabeza. — Tienes razón. Necesitamos más información si vamos a superarlo. Y necesitamos saber cómo está Meg. ¿Por qué me miraba tan expectante?

— Eso sería genial, — estuve de acuerdo. — Pero como estamos atrapados en una celda… — Me acabas de decir que tuviste una visión de sueño. ¿Las tienes a menudo? — Bueno, sí. Pero no las controlo. Al menos, no bien. Lu resopló. — Típico de los romanos. — Griego. — Lo que sea. Los sueños son un vehículo, como un carro. Tienes que conducirlos. No puedes dejar que te lleven. —¿Quieres que yo, qué… vuelva a dormir? ¿Reunir más información en mis sueños? Sus párpados comenzaron a cerrarse. Quizás la palabra dormir le había recordado a su cuerpo que era una gran idea. En su condición, estar despierta unas horas y comer un sándwich habría sido equivalente a correr un maratón. — Suena como un plan, — estuvo de acuerdo Lu. — Si es la hora del almuerzo ahora, eso nos da… ¿Qué..? ¿siete u ocho horas antes del atardecer? Nerón tendrá su fiesta al atardecer, estoy segura. El mejor momento del día para ver arder una ciudad. Despiértame cuando sepas más. — ¿Pero qué pasa si no puedo dormir? Y si lo hago, ¿Quién me va a despertar? Lu empezó a roncar. Un pedacito de pepino se le pegó a la barbilla, pero decidí dejarlo allí. Quizás lo quisiera más tarde.

Me recosté en mi sofá y miré el candelabro que centelleaba alegremente arriba. Una fiesta esta noche por el incendio de Manhattan. Nerón nos torturaría. Entonces, imaginé, me sacrificaría de una forma u otra para apaciguar a Pitón y sellar su alianza. Tenía que pensar rápido y moverme más rápido. Necesitaba mis poderes: fuerza para doblar barrotes o atravesar paredes, fuego para derretir la cara de Gunther la próxima vez que nos trajera sándwiches sin corteza. No necesitaba una siesta. Sin embargo... Lu no estaba equivocada. Los sueños pueden ser vehículos. Como dios de la profecía, a menudo enviaba visiones a quienes las necesitaban: advertencias, vislumbres del futuro, sugerencias sobre el tipo de incienso del templo que más me gustaba. Había llevado sueños directamente a la cabeza de la gente. Pero desde que era mortal, había perdido esa confianza. Dejé que mis sueños me guiaran, en lugar de tomar las riendas como cuando conducía el carro solar. Mi equipo de caballos ardientes siempre podía sentir cuando su conductor estaba débil o inseguro. (El pobre Faetón lo había descubierto por las malas.) Los sueños no eran menos tercos. Necesitaba ver qué estaba pasando con Meg. Necesitaba ver a este guardián que vigilaba las fasces del emperador, para poder averiguar cómo destruirlo. Necesitaba saber si Nico, Will y Rachel estaban a salvo. Si tomaba las riendas de mis sueños y gritaba: ¡Arre!, ¿Qué pasaría? Por lo menos, tendría pesadillas inquietantes. En el peor de los casos, podría conducir mi mente por los Acantilados de la Locura y no despertar nunca.

Pero mis amigos contaban conmigo. Así que hice lo heroico. Cerré los ojos y me fui a dormir.

23 Carruaje de ensueño, ¡Ve! ¡Fuera de mi camino, soy un dios! Honk, Honk. Bip, bip. Zoom.

CONDUCIR EL CARRO DE ENSUEÑO no salió bien. Si la policía del sueño hubiera estado patrullando, me hubiesen detenido y me hubiesen dado una multa. Inmediatamente, un viento de costado conciencia.

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psíquico atrapó mi

Me tambaleé por el suelo, pasé por escaleras, oficinas y armarios de escobas, arremolinándome en las entrañas de la torre como si me hubieran tirado por el inodoro cósmico. (Que es un accesorio de plomería repugnante, por cierto. Nadie lo limpia nunca.) ¡SUBE, SUBE! Quería guiar a mi sueño, pero parecía que no podía encontrar las riendas. Caí en picada directamente a través de una tina de fuego griego. Eso era diferente. Llegué a los túneles debajo de Manhattan, mirando desesperadamente a mi alrededor en busca de alguna señal de mis amigos y los trogloditas, pero viajaba demasiado rápido, girando como un molinillo de viento. Atravesé el Laberinto y me precipité de lado, arrastrado por una corriente de éter sobrecalentado.

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Vientos fuertes, soplan en dirección transversal u opuestos a la carretera.

Puedo hacer esto, me dije. Es como conducir un carruaje, sólo que sin caballos. O carruaje. O cuerpo. Ordené a mi sueño que me llevara con Meg, la persona que más quería ver. Imaginé mis manos extendiéndose, agarrando las riendas. Justo cuando pensé que los tenía, mi paisaje de ensueño se estabilizó. Me encontré de nuevo en las cavernas de Delfos, gases volcánicos formando capas en el aire, la forma oscura de Pitón moviéndose pesadamente en las sombras. — Así que te tengo de nuevo — se regodeó. — Morirás... — No tengo tiempo para ti ahora mismo. — Mi voz me sorprendió casi tanto como al reptil. — ¿Qué? — Me tengo que ir. — Azoté las riendas de mi sueño. — ¡Cómo te atreves! No puedesMe disparé en reversa como si estuviera atado a una banda de goma. ¿Por qué hacia atrás? Odiaba sentarme al revés en un vehículo en movimiento, pero supongo que el sueño todavía estaba tratando de mostrarme quién era el jefe. Hice una vuelta hacia atrás como si fuera una montaña rusa a través del Laberinto, los túneles mortales, las escaleras de la torre. Finalmente, me detuve dando bandazos. Se me hizo un nudo en el estómago y vomité... bueno, cualquier cosa que un espíritu etéreo pueda vomitar en el mundo de los sueños. Mi cabeza y mi estómago orbitaban entre sí como temblorosos planetas de lava. Me encontré de rodillas en una habitación extravagante. Las ventanas del piso al techo daban a Midtown hasta el río Hudson. El paisaje urbano todavía estaba misericordiosamente sin quemar.

Meg McCaffrey estaba ocupada destrozando el dormitorio. Incluso sin sus cuchillas, estaba haciendo un trabajo de demolición A+ con una pata de silla rota, con la que se balanceó salvajemente por todo el lugar. Mientras tanto, un Germanus se puso de pie bloqueando la única salida, sus brazos cruzados, su expresión impasible. Una mujer con un antiguo uniforme de sirvienta en blanco y negro se retorcía las manos y se estremecía cada vez que algo hacía CRASH. Sostenía una pila de lo que parecían vestidos de fiesta colgando de un brazo. — Señorita — dijo la criada —, si pudiera elegir un atuendo para esta noche. Quizás si no hiciera... Oh. Oh, eso era una antigüedad. No, está bien. Conseguiré otro... ¡OH! Muy bien, señorita, si no le gustan esas sábanas, puedo… ¡No hay necesidad de triturarlas, señorita! La rabieta de Meg me levantó el ánimo considerablemente. ¡Ésa es mi amiga! Pensé. ¡Dales el Tártaro! Meg tiró la pata rota de la silla en una lámpara, luego tomó otra silla entera y la levantó sobre su cabeza, lista para arrojarla contra la ventana. Un leve golpe en la puerta del dormitorio la dejó paralizada. El Germanus se hizo a un lado, abrió la puerta e hizo una reverencia cuando Nerón entró rápidamente a la habitación. —Oh, querida, lo siento mucho. — La voz del emperador expresó simpatía. Ven. Siéntate conmigo. Se movió suavemente hacia la cama y se sentó en el borde, poniendo el edredón rasgado a su lado. Silenciosamente alenté a Meg para que lo golpeara con la silla. Estaba allí, al alcance de la mano. Pero me di cuenta de que esa era la intención de Nerón... hacer que pareciera que estaba a merced de Meg. Hacerla responsable de elegir la violencia. Y, si ella lo hacía, él sería libre de castigarla.

Ella dejó la silla, pero no fue a Nerón. Le dio la espalda y se cruzó de brazos. Sus labios temblaron. Tenía tantas ganas de ir hacia ella, protegerla. Quería conducir mi carruaje de los sueños hacia la cara de Nerón, pero solo podía mirar. — Sé que te sientes fatal — dijo Nerón — después de lo que le hiciste a tu amigo. Ella se dio la vuelta. — ¡¿Después de lo que YO HICE?! Volvió a coger la silla y la arrojó al otro lado de la habitación, pero no a Nerón. Golpeó la ventana, dejando una mancha, pero sin grietas. Capté el destello de una sonrisa en el rostro de Nerón, una sonrisa de satisfacción, antes de que su expresión volviera a ser una máscara de simpatía. — Sí, querida. Esta ira proviene de la culpa. Tú trajiste a Apolo aquí. Entendiste lo que eso significaba, lo que sucedería. Pero lo hiciste de todos modos. Eso debe ser muy doloroso... saber que lo trajiste a su fin. Le temblaban los brazos. — Yo... no, tú cortaste... — Se atragantó, claramente incapaz de decir las palabras. Se miró los puños, apretándolos, como si se le fueran a escapar de las muñecas si dejaba de observarlos. — No tienes que culparte a ti misma — dijo Nerón en un tono que de alguna manera implicaba: Todo esto es culpa tuya. — Luguselwa hizo esto. Debes haber entendido lo que sucedería. Eres demasiado inteligente para ser ciega. Hemos hablado de las consecuencias de la elección equivocada. Lo sabes. Muy a menudo. — Suspiró con pesar. — Quizá Cassius fue demasiado duro al sacarle las manos. — Inclinó la cabeza. —Si quieres, puedo castigarlo por eso.

— ¿Qué? — Meg estaba temblando, como si ya no estuviera segura de dónde dirigir el cañón gigante de la ira. — ¡No! No fue él. Fu... Se atragantó con la respuesta obvia: FUISTE TÚ. Con Nerón sentado justo enfrente de ella, hablando en tonos suaves, prestándole toda su atención, vaciló. ¡Meg! grité, pero no salió ningún sonido. ¡Meg, sigue destrozando cosas! — Tienes un corazón amable, — dijo Nerón con otro suspiro. — Te preocupas por Apolo. Por Lu. Lo entiendo. Y cuando desatas a la Bestia...— Extendió las manos. — Sé que es inquietante. Pero no es el fin, Meg. ¿Quieres sentarte conmigo? No te estoy pidiendo un abrazo, ni que dejes de estar enojada. Pero tengo algunas noticias que tal vez te hagan sentir mejor. Volvió a palmear el colchón. La criada se retorció las manos. El Germanus se picó los dientes. Meg vaciló. Podía imaginar los pensamientos corriendo por su cabeza: ¿Las noticias son sobre Apolo? ¿Te ofrecerás a dejarlo ir si coopero? ¿Lu todavía está viva? ¿Será liberada? Y si no cumplo con tus deseos, ¿Los pondré en peligro? El mensaje tácito de Nerón parecía flotar en el aire: todo esto es culpa tuya, pero aún puedes corregirlo. Lentamente, Meg se acercó a la cama. Sin perder la postura y cautelosa. Quería lanzarme entre ella y Nerón, insertarme en el espacio y asegurarme de que no pudiera acercarse más, pero temía que su influencia fuera peor que física... Se estaba abriendo camino en su mente. — Aquí tienes las buenas noticias, Meg, — él dijo. — Siempre nos tendremos el uno al otro. Nunca te abandonaré. No puedes cometer

un error tan grande que haga que no te acepte de vuelta. Lu te traicionó cuando ella me traicionó. Apolo era poco confiable, egoísta y, me atrevo a decir, narcisista. Pero yo te conozco. Yo te he criado. Ésta es tu casa. Oh, dioses, pensé. Nerón era tan bueno siendo malo y tan malo siendo bueno, que hacía que las palabras perdieran el sentido. Podría decirte que el suelo era el techo con tanta convicción que podrías empezar a creerlo, especialmente porque cualquier desacuerdo desataría a la Bestia. Me maravillé de cómo un hombre así podía llegar a ser emperador de Roma. Entonces me maravillé de cómo un hombre así podía perder el control de Roma. Era fácil ver cómo había conseguido que las turbas se pusieran de su lado. Meg se estremeció, pero no podía estar seguro de si era de rabia o desesperación. — Ya, ya. — Nerón le pasó un brazo por los hombros. — Puedes llorar. Todo está bien. Estoy aquí. Un nudo frío se formó en mi estómago. Sospeché que tan pronto como las lágrimas de Meg cayeran, el juego terminaría. Toda la independencia que había construido y luchado tan duro por mantener se derrumbaría. Se doblaría contra el pecho de Nerón, tal como lo había hecho de niña, después de que Nerón matara a su verdadero padre. La Meg que conocía desaparecería bajo el desorden torturado y retorcido que Nerón había estado cultivando durante años. La escena perdió cohesión, tal vez porque estaba demasiado alterado para controlar mi sueño. O tal vez simplemente no podría soportar ver lo que sucedería después. Caí por la torre, piso tras piso, tratando de recuperar las riendas. No he terminado, insistí. ¡Necesito más información!

Desafortunadamente, la tuve. Me detuve frente a una puerta dorada, las cuales nunca eran una buena señal. El sueño me arrastró dentro de una pequeña bóveda. Sentí como si hubiera entrado en el núcleo de un reactor. El calor intenso amenazaba con quemar mi yo del sueño en una nube de cenizas de sueño. El aire olía pesado y tóxico. Ante mí, flotando sobre un pedestal de hierro estigio, estaban las fasces de Nerón: un hacha dorada de metro y medio de alto, atada con varas de madera y atada con cordones de oro. El arma ceremonial latía con poder, exponencialmente más que las dos fasces que Meg y yo habíamos destruido en la Torre Sutro. El significado de esto cayó sobre mí... susurró en mi cerebro como una línea de la profecía envenenada de Pitón. Los tres emperadores del Triunvirato no se habían unido simplemente a través de una corporación. Sus fuerzas vitales, sus ambiciones, su codicia y malicia se habían entrelazado a lo largo de los siglos. Al matar a Cómodo y Calígula, había consolidado todo el poder del Triunvirato en las fasces de Nerón. Había hecho al emperador superviviente tres veces más poderoso y difícil de matar. Incluso si las fasces no estuvieran protegidas, destruirlas sería difícil. Y las fasces no estaban desprotegidas. Detrás del hacha resplandeciente, con las manos extendidas como en bendición, el guardián se puso de pie. Su cuerpo era humanoide, de dos metros y medio de altura. Parches de pelaje dorado cubrían su musculoso pecho, brazos y piernas. Sus alas blancas y plumosas me recordaron a uno de los espíritus del viento de Zeus, o los ángeles que a los cristianos les gustaba pintar. Su rostro, sin embargo, no era angelical. Tenía el rostro de un león con melena tupida, orejas bordeadas de pelaje negro, boca abierta para revelar colmillos y una lengua roja jadeante. Sus enormes ojos

dorados irradiaban una especie de fuerza soñolienta y segura de sí misma. Pero lo más extraño del guardián era la serpiente que rodeaba su cuerpo desde los tobillos hasta el cuello, una espiral de carne verde que se deslizaba a su alrededor como una escalera mecánica sin fin, una serpiente sin cabeza ni cola. El hombre león me vio. Mi estado de sueño no era nada para él. Esos ojos dorados se clavaron en mí y no me dejaron ir. Me giraron y me examinaron como si fuera la esfera de cristal de un chico trog. Se comunicó sin palabras. Me dijo que era el leontocefalina, una creación de Mitra, un dios persa tan reservado que incluso nosotros los olímpicos nunca lo habíamos entendido realmente. En nombre de Mitra, el leontocefalina había supervisado el movimiento de las estrellas y las fases del zodíaco. También había sido el guardián del gran espectro de la inmortalidad de Mitra, pero eso se había perdido hacía eones. Ahora se le había dado el leontocefalina un nuevo trabajo, un nuevo símbolo de poder que proteger. El solo mirarlo amenazaba con destrozar mi mente. Traté de hacerle preguntas. Entendí que luchar contra él era imposible. Él era eterno. No se podía matar más de lo que se podía matar el tiempo. Él protegía la inmortalidad de Nerón, pero ¿No había alguna forma...? Oh sí. Se podría negociar con él. Vi lo que quería. La comprensión hizo que mi alma se acurrucara como una araña aplastada. Nerón era inteligente. Horrible y malévolamente inteligente. Había tendido una trampa con su propio símbolo de poder. Apostaba cínicamente a que yo nunca pagaría el precio. Por fin, tras aclarar su punto, el leontocefaline me liberó. Mi yo del sueño volvió a entrar en mi cuerpo. Me senté en la cama, jadeando y empapado en sudor.

— Ya era hora, — dijo Lu. Increíblemente, estaba de pie, paseando por la celda. Mi poder curativo debe haber hecho algo más que aliviar sus heridas de amputación. Se tambaleó un poco, pero no parecía alguien que hubiera estado usando muletas y aparatos ortopédicos hace un día. Incluso los moretones de su rostro se habían desvanecido. — Tú... te ves mejor, — señalé. — ¿Cuánto tiempo estuve fuera? — Demasiado. Gunther trajo la cena hace una hora, — señaló con la cabeza hacia un nuevo plato de comida en el suelo. — Dijo que volvería pronto para llevarnos a la fiesta. Pero el tonto fue descuidado. Nos dejó cubiertos. Ella blandió sus muñones. Oh, dioses. ¿Qué había hecho ella? De alguna manera, se las había arreglado para sujetar un tenedor a un muñón y un cuchillo al otro. Había insertado las asas en los pliegues de sus vendas y luego las había fijado en su lugar con… espera. ¿Era esa mi cinta quirúrgica? Miré a los pies de mi cama. Efectivamente, mi paquete estaba abierto, el contenido estaba esparcido. Traté de preguntar cómo y por qué al mismo tiempo, así que salió algo como: — ¿Comqué? — Si se tiene suficiente tiempo, un poco de cinta adhesiva y un juego de dientes que funcionan, se puede hacer mucho, — dijo Lu con orgullo. — No podía esperar a que despertaras. No sabía cuándo volvería Gunther. Lamento el desorden. — Yo— Tú puedes ayudar. — Probó sus accesorios de cubiertos con algunos golpes de kung fu. — Até a estos bebés lo más fuerte que

pude, pero puedes envolverlos una vez más. Tengo que poder usarlos en combate. —ErSe dejó caer en el sofá junto a mí. — Mientras trabajas, puedes decirme lo que aprendiste. No iba a discutir con alguien que podía pincharme el ojo con un tenedor. Tenía mis dudas sobre la eficacia de sus nuevos accesorios de combate, pero no dije nada. Entendí que se trataba de Luguselwa haciéndose cargo de su situación, sin rendirse, haciendo lo que podía con lo que tenía. Cuando has pasado por una conmoción que te cambia la vida, el pensamiento positivo es el arma más eficaz que puedes manejar. Envolví sus utensilios con más fuerza en su lugar mientras le explicaba lo que había visto en el viaje de mis sueños: Meg tratando de no desmoronarse bajo la influencia de Nerón, los fasces del emperador flotando en su habitación radioactiva, y el leontocefalina, esperando a que intentemos tomarlos. — Entonces será mejor que nos demos prisa. — Lu hizo una mueca. — Aprieta más esa cinta. Mis esfuerzos obviamente la lastimaron, a juzgar por las arrugas alrededor de sus ojos, pero hice lo que me pidió. — Bien, — dijo, cortando el aire con sus utensilios. — Eso tendrá que ser suficiente. Intenté una sonrisa de apoyo. No estaba seguro de que el Capitán Tenedor y Cuchillo tuvieran mucha suerte contra Gunther o el leontocefalina, pero si nos encontrábamos con un filete de costilla hostil, Lu sería la reina del combate. — ¿Y no hay rastro de la otra cosa? — ella preguntó.

Ojalá pudiera haberle dicho que sí. Tenía tantas ganas de ver visiones de toda la corporación troglodita excavando en el sótano de Nerón y desactivando sus cubas de fuego. Me habría conformado con un sueño en el que Nico, Will y Rachel lanzándose a rescatarnos, gritando en voz alta y agitando matracas. — Nada, — dije. — Pero todavía tenemos tiempo. — Sí, — estuvo de acuerdo Lu. — Minutos. Entonces comenzará la fiesta y la ciudad arderá. Pero está bien. Concentrémonos en lo que podemos hacer. Tengo un plan para sacarnos de aquí. Un escalofrío recorrió mi cuello mientras pensaba en mi conversación silenciosa con el guardián de los fasces. — Y yo tengo un plan sobre qué hacer cuando salgamos. Entonces ambos dijimos juntos: — No te va a gustar. — Oh genial. — Suspiré. — Escuchemos el tuyo primero.

24 ¡Viva Nerón, que no quiere el discurso de mi flecha! (Aunque lo entiendo)

LU TENÍA RAZÓN. Odiaba su plan, pero como el tiempo era corto y Gunther podría aparecer en cualquier momento con nuestros sombreros de fiesta y varios dispositivos de tortura, acepté hacer mi parte. Revelación completa: también odié mi plan. Le expliqué a Lu lo que exigiría el leontocefalina a cambio de las fasces. Lu frunció el ceño como un búfalo de agua enojado. — ¿Estás seguro? — Me temo que sí. Él protege la inmortalidad, así que... — Él espera un sacrificio de inmortalidad. Las palabras flotaban en el aire como el humo de un puro, empalagosas y sofocantes. Esto era a lo que me habían llevado todas mis pruebas: esta elección. Por eso Pitón se había estado riendo de mí durante meses en mis sueños. Nerón había hecho que el costo de su destrucción sea renunciando a lo que yo más deseaba. Para destruirlo, tendría que renunciar a mi propia divinidad para siempre. Lu se rascó la barbilla con la mano del tenedor: — Debemos ayudar a Meg, cueste lo que cueste. — Estoy de acuerdo.

Ella asintió con tristeza. — Está bien, entonces eso es lo que haremos. Tragué el sabor cobrizo de mi boca. Estaba dispuesto a pagar el precio. Si eso significaba liberar a Meg de la Bestia, liberar al mundo, liberar a Delfos... entonces lo haría. Pero hubiera sido lindo si Lu hubiera protestado un poco en mi nombre. ¡Oh, no, Apolo! ¡No puedes! Sin embargo, supongo que nuestra relación pasaba del punto de lo meloso. Lu era demasiado práctica para eso. Era el tipo de mujer que no se queja de que le cortaran las manos. Se limitó a pegar cubiertos con cinta adhesiva a sus muñones y se puso a trabajar. No me iba a dar una palmada en la espalda por hacer lo correcto, por doloroso que fuera. Aún así... me preguntaba si me estaba perdiendo algo. Me pregunté si realmente estábamos en la misma página. Lu tenía una mirada distante en sus ojos, como si estuviera calculando pérdidas en un campo de batalla. Quizás lo que sentí fue su preocupación por Meg. Ambos sabíamos que, en la mayoría de las circunstancias, Meg era completamente capaz de rescatarse. Pero con Nerón... sospechaba que Lu, como yo, quería que Meg fuera lo suficientemente fuerte como para salvarse. No podíamos tomar decisiones difíciles por ella. Sin embargo, era insoportable permanecer al margen mientras se ponía a prueba el sentido de independencia de Meg. Lu y yo éramos como padres nerviosos que dejábamos a nuestra hija en la escuela el primer día de jardín de infantes, excepto que en este caso la maestra de jardín de infantes era un emperador megalómano homicida. Llámanos locos, pero no confiamos en lo que Meg podría aprender en ese salón de clases.

Lu me miró a los ojos por última vez. La imaginé guardando sus dudas y temores en sus alforjas mentales para más tarde, cuando tuviera tiempo para ellos, junto con sus bocadillos de pepino y queso crema. — Vamos a trabajar, — me dijo. No pasó mucho tiempo antes de que oímos la puerta del pasillo abrirse de golpe y pasos pesados acercándose a la celda. — Luce casual, — ordenó Lu, reclinándose en su sofá. Me apoyé contra la pared y silbé la melodía de “Maneater”. Gunther apareció con un lote de correas de sujeción de color amarillo neón en la mano. Le apunté con mi mano en forma de pistola. — Hola ¿Qué tal? Él frunció el ceño. Luego miró a Lu con sus nuevos accesorios de cubiertos, y su rostro se abrió en una sonrisa. — ¿Qué se supone que eres? ¡JA-JA-JA-JA-JA! Lu levantó su tenedor y cuchillo. — Supongo que te cortaré como el pavo que eres. Gunther empezó a reír, lo que era perturbador en un hombre de su tamaño. — Estúpida Lu. Tienes manos de tenedor y cuchillo… ¡JA-JA-JAJA-JA! — Lanzó los precintos a través de los barrotes de la celda. — Tú, chico feo, átale los brazos a la espalda. Entonces te ato. — No — dije. — No lo creo. Su alegría se disipó como espuma en una sopa de eslizón. — ¿Qué dices?

— Quieres atarnos, — dije muy lentamente, — tendrás que hacerlo tú mismo. Frunció el ceño, tratando de darle sentido al hecho de que un adolescente le estaba diciendo qué hacer. Claramente, nunca había tenido hijos. — Llamaré a otros guardias. Lu resopló. — Hazlo. No puedes manejarnos tú mismo. Soy demasiado peligrosa. — Ella levantó la mano del cuchillo en lo que podría haberse tomado como un gesto grosero. La cara de Gunther se puso roja. — Ya no eres mi jefa, Luguselwa. — Ya no eres mi jefa, — imitó Lu. — Vamos, busca ayuda. Diles que no podrías atar a un niño debilucho y a una mujer sin manos tú solo. O ven aquí y te ataré yo misma. Su plan dependía de que Gunther mordiera el anzuelo. Necesitaba entrar. Con su virilidad bárbara en cuestión y su honor insultado por una tosca pieza de plata, no nos defraudó. Las barras del medio de la celda se replegaron hacia el suelo. Gunther lo atravesó. No se dio cuenta del ungüento que había untado en el umbral, y déjenme asegurarles que el ungüento para quemaduras de Will Solace es un material resbaladizo. Me preguntaba en qué dirección podría caer Gunther. Resulta, que al revés. Su talón salió disparado debajo de él, sus piernas se arrugaron y su cabeza se golpeó con fuerza contra el piso de mármol, dejándolo de espaldas y gimiendo a mitad de camino dentro de la celda. — ¡Ahora! — Lu gritó.

Cargué contra la puerta. Lu me había dicho que las barras de la celda eran sensibles al movimiento. Saltaron hacia arriba, decididas a detener mi escape, pero no habían sido diseñadas para compensar el peso de un Germanus que yacía al otro lado del umbral. Las barras aplastaron a Gunther contra el techo como una carretilla elevadora hiperactiva, luego lo bajaron de nuevo, sus mecanismos ocultos zumbaron y crujieron en protesta. Gunther gorgoteó de dolor. Sus ojos se cruzaron. Su armadura estaba completamente aplastada. Sus costillas probablemente no estaban en mucho mejor estado, pero al menos las barras no lo habían atravesado directamente. No quería presenciar ese tipo de lío, ni atravesarlo. — Toma su espada, — ordenó Lu. Lo hice. Luego, usando el cuerpo de Gunther como un puente a través del ungüento resbaladizo, escapamos al pasillo, el ojo de la cámara de seguridad estaba observando mientras huíamos. — Aquí. — Lu señaló lo que parecía ser una puerta de armario. La pateé, dándome cuenta solo después de que 1) no tenía idea de por qué, y 2) confiaba lo suficiente en Lu para no preguntar. Dentro había estantes apilados con pertenencias personales: mochilas, ropa, armas, escudos, me pregunté a qué prisioNeróns desafortunados habían pertenecido alguna vez. Apoyado en una esquina trasera estaban mi arco y carcaj. — ¡Ajá! — Los agarré. Con asombro, saqué la Flecha de Dodona de mis carcaj vacíos. —Gracias a los dioses. ¿Cómo estás? ¿Todavía aquí? ES DE TU AGRADO VERME, señaló la flecha.

— Bueno, pensé que el emperador te habría llevado. ¡O convertido en leña! NERÓN NO VALE UN HIGO, dijo la flecha. NO VE MI BRILLO. En algún lugar del pasillo, una alarma comenzó a sonar. La iluminación del techo cambió de blanco a rojo. — ¿Podrías hablar con tu proyectil más tarde? — Sugirió Lu. — ¡Tenemos que movernos! — Bien, — dije. —¿Qué camino va a las fasces? — El izquierdo, — dijo Lu. — Así que ve a la derecha. — Espera, ¿Qué? Dijiste que a la izquierda. — Correcto64. — ¿Correcto? ¡POR TODOS LOS DIOSES! La flecha vibró en mi mano. ¡SOLO ESCUCHAD A LA GALA! — Voy tras las fasces, — explicó Lu. — Tú vas a encontrar a Meg. — Pero… — Mi cabeza dio vueltas. ¿Era esto un truco? ¿No estábamos de acuerdo? Estaba listo para mi primer plano, mi gran sacrificio heroico. —El leontocefaline exige inmortalidad por inmortalidad. Tengo que— Lo tengo cubierto, — dijo Lu. — No te preocupes. Además, los celtas perdimos a la mayoría de nuestros dioses hace mucho tiempo. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras muere otra deidad. — Pero no eres-

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En inglés original, "right" que puede significar "correcto" o "derecho" por ello la confusión de Apolo.

Me detuve. Estaba a punto de decir inmortal. Luego consideré cuántos siglos había estado viva Lu. ¿Aceptaría el leontocefalina su vida como pago? Mis ojos se llenaron de lágrimas. — No — dije. — Meg no puede perderte. Lu resopló. — No me matarán si puedo evitarlo. Tengo un plan, pero debes moverte. Meg está en peligro. Su habitación está seis pisos más arriba. Esquina sureste. Sigue las escaleras al final del pasillo. Empecé a protestar, pero la Flecha de Dodona sonó como advertencia. Necesitaba confiar en Lu. Necesitaba ceder la batalla al mejor guerrero. — Bien, — cedí. — ¿Puedo al menos pegar una espada a tu brazo? — No hay tiempo, — dijo. — Demasiado difícil de manejar. Espera, en realidad. Esa daga de ahí. Desenváinala y pon la hoja entre mis dientes. — ¿Te ayudará eso? — Probablemente no, — admitió. — Pero se verá genial. Hice lo que me pidió. Ahora ella estaba frente a mí como LuBeard el Pirata, el terror de los Siete Mares empuñando cubiertos. —Uena serte65, — murmuró alrededor de la hoja. Luego se volvió y se alejó corriendo. — ¿Qué acaba de suceder? — me pregunté.

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Quiso decir: Buena suerte.

HABÉIS HECHO UN AMIGO, decía la flecha. AHORA RELLENA TUS CARGAS PARA QUE NO ME DISPARES A MI. — Correcto. — Con manos temblorosas, recogí tantas flechas intactas como pude encontrar en el almacén de los prisioNeróns y las agregué a mi arsenal. Las alarmas seguían sonando. La luz rojo sangre no estaba ayudando a mi nivel de ansiedad. Caminé por el pasillo. Apenas había llegado a la mitad cuando la Flecha de Dodona zumbó, ¡CUIDADO! Un guardia de seguridad mortal con equipo antidisturbios táctico dobló la esquina, acercándose hacia mí con su pistola en alto. Sin estar bien preparado, grité y le arrojé la espada de Gunther. Por algún milagro, la empuñadura lo golpeó en la cara y lo derribó. ASÍ NO ES NORMALMENTE COMO DEBERÍAIS UTILIZAR UNA ESPADA, decía la flecha. — Siempre un crítico, — me quejé. MEG ESTÁ EN PELIGRO, dijo. — Meg está en peligro, — estuve de acuerdo. Pasé por encima del guardia mortal, ahora acurrucado en el suelo y gimiendo. — Lo siento mucho. — Le di una patada en la cara. Dejó de moverse y comenzó a roncar. Seguí corriendo. Irrumpí en la escalera y subí los escalones de cemento de dos en dos. La Flecha de Dodona permaneció aferrada en mi mano. Probablemente debería haberla guardado y preparado mi arco con flechas normales pero, para mi sorpresa, descubrí que sus comentarios al estilo Shakespeare me levantaban la moral. Desde el piso de arriba, dos Germani se precipitaron hacia la escalera y cargaron hacia mí con las lanzas preparadas.

Ahora que carecía incluso de la espada de Gunther, extendí mi mano libre, cerré los ojos y grité como si esto fuera a hacerlos desaparecer, o al menos hacer que mi muerte fuera menos dolorosa. Mis dedos ardieron. Las llamas rugieron. Los dos Germani gritaron de terror y luego guardaron silencio. Cuando abrí los ojos, mi mano estaba humeando, pero ilesa. Llamas lamían la pintura en las paredes. En los escalones encima de mí había dos montones de ceniza donde habían estado los Germani. DEBERIAS HACER ESO MÁS A MENUDO, aconsejó la flecha. La idea me revolvió el estómago. Una vez, habría estado encantado de convocar el poder para quemar a mis enemigos. Pero ahora, después de conocer a Lu, me preguntaba cuántos de estos Germani realmente querían servir a Nerón, y cuántos habían sido reclutados para su servicio sin otra opción. Había muerto suficiente gente. Mi rencor era con una sola persona, Nerón, y un reptil, Pitón. DEPRISA, dijo la flecha con nueva urgencia. SIENTO... SÍ. NERÓN HA ENVIADO GUARDIAS PARA LLEVARSE A MEG. No estaba seguro de cómo había obtenido esta información, si estaba monitoreando el sistema de seguridad del edificio o escuchando a escondidas la línea directa psíquica del personal de Nerón, pero la noticia me hizo apretar los dientes. — Nadie se llevará a Meg en mi turno, — gruñí. Deslicé la Flecha de Dodona en uno de mis múltiples carcajes y saqué un misil de la variedad no shakesperiana. Subí las escaleras. Me preocupaba Luguselwa, que ya debía de estar enfrentando a el leontocepafilna. Me preocupaba Nico, Will y Rachel, de quienes no había visto ninguna señal en mis sueños. Me preocupaban las fuerzas

del Campamento Mestizo, que podrían estar cargando en una misión de rescate suicida en este mismo momento. Sobre todo, me preocupaba Meg. Para encontrarla, lucharía yo solo contra toda la torre si tenía que hacerlo. Llegué al siguiente rellano. ¿Lu había dicho cinco pisos más arriba? ¿Seis? ¿Cuántos había subido ya? ¡Argh, odiaba los números! Me abrí paso a empujones hacia otro pasillo blanco y anodino y corrí en la dirección que pensé que podría ser el sureste. Abrí una puerta de una patada y descubrí (trata de no sorprenderte demasiado) que estaba en un lugar completamente equivocado. Una gran sala de control brillaba con decenas de monitores. Muchos mostraban imágenes en vivo de enormes depósitos de metal: las tinas de fuego griego del emperador. Los técnicos mortales se volvieron y me miraron boquiabiertos. Unos Germani miraron hacia arriba y fruncieron el ceño. Un Germanus que debió de ser el comandante, a juzgar por la calidad de su armadura y la cantidad de cuentas brillantes en su barba, me miró con desdén. — Ya escucharon la orden del emperador, — gruñó a los técnicos. — Enciendan esos fuegos AHORA. Y, guardias, maten a este tonto.

25 ¡Cuidado, soporte técnico! ¡No aplaste el sucio botón! Bueh. Ya lo hiciste

¿CUÁNTAS VECES HE DICHO ESTAS PALABRAS? Mata a ese tonto. Nosotros los dioses damos estas órdenes todo el tiempo, pero nunca nos ponemos a pensar sobre las consecuencias. Como, por ejemplo, que los tontos en realidad pueden morir y que en esta situación el tonto soy yo. Un escaneo de milisegundo de la sala me mostró diez enemigos en varias ubicaciones. En la esquina más lejana, cuatro Germani estaban apretados uno junto a otro en un sofá roto, comiendo comida china en caja. Tres técnicos sentados sillas giratorias, manejando los controles. Ellos eran seguridad humana, cada uno con un arma, pero estaban demasiado concentrados en su trabajo como para ser una amenaza inmediata. Un guardia de pie junto a mí lucía sorprendido de que hubiese empujado la puerta que él estaba monitoreando. ¡Oh, hola! Un segundo guardia estaba de pie en la habitación, bloqueando la otra salida. Eso nos deja al líder Germanus que se estaba levantando de su asiento, sacando su espada. Muchas preguntas pasaron por mi cabeza. ¿Qué cosa podían ver los técnicos mortales en la Niebla? ¿Cómo saldría de aquí con vida?

¿Cómo el líder estaba cómodamente sentado en la silla giratoria mientras usa una espada? ¿Era pollo al limón eso que olía y tal vez alcanzaba una porción para mí? Estaba tentado en decir, cuarto equivocado, cerrar la puerta, y derribar el salón. Pero desde que a los técnicos les ordenaron quemar la ciudad, esa no era una opción. —¡ALTO! —dije por instinto— ¡EN EL NOMBRE DEL AMOR! Todo el mundo se detuvo, tal vez porque mi voz tiene poderes mágicos, o tal vez porque estaba terriblemente desafinado. Le pegué un arco-puño al tipo junto a mí en el rostro. Si nunca te golpearon con el puño sosteniendo un arco, no te lo recomiendo. La experiencia es como ser golpeado con nudillos de bronce, exceptuando que el dolor de los dedos del arquero es mayor. Portero #1 derribado. A través de la habitación, Portero #2 levantó su arma y disparó. La bala retumbó en la puerta junto a mi cabeza. Dato interesante de un antiguo dios que sabe de acústica: Si tú disparas un arma en un espacio cerrado, solo ensordecerás a todo el mundo en esa habitación. Los técnicos respingaron y se cubrieron los oídos. Las cajas de comida china de los Germani salieron volando. Incluso el Líder se cayó de su silla. Mis oídos retumbaron, tensé mi arco y disparé dos flechas a la vez, la primera derribando el arma de la mano de Portero #2, la segunda clavando su manga a la pared. ¡Si! ¡Este ex dios de la arquería aún tiene algunos trucos! Los técnicos retornaron su atención a sus controles, el contingente de la comida china estaba tratando de levantarse del sofá. Líder se fue contra mí, su espada en ambas manos, apuntando directamente a la zona baja de mi abdomen.

¡Ha-ha! Empecé barriéndome sobre el suelo. En mi mente, la maniobra se veía muy simple: Me barrería sin esfuerzo a través del piso, evadiendo la estocada del Líder, girando entre sus piernas mientras disparaba a varios objetivos en posición supina66. Si Orlando Bloom pudo hacerlo en el Señor de los Anillos, ¿Por qué yo no? No tomé en consideración del que el piso estaba alfombrado, caí de plano sobre mi espada y Líder tropezó sobre mí, barriendo su cabeza sobre la pared. Atiné una vez, una flecha que rozó cerca del panel de control del técnico más cercano lo que provocó que se derrumbara fuera de su silla por la sorpresa. Rodé a un lado mientras que Líder se volvió y me atrapó. Al no tener oportunidad de colocar otra flecha, tomé una y la pinché en su espinilla. Líder gruñó. Mientras me revolví y salté sobre las consolas de control. —¡Atrás! —grité a los técnicos, haciendo lo mejor en apuntar una flecha a los tres. Mientras tanto, los cuatro de la comida china tomaron sus espadas. Portero #2 liberó su manga de la pared y estaba buscando su pistola. Uno de los técnicos alcanzó su arma. —¡NO! —disparé una flecha de advertencia, empalando el cojín del asiento a un milímetro de la entrepierna. Era reacio a dañar a los desventurados mortales (wow, realmente escribí esa oración), pero tenía que mantener alejados a esos tipos de los sucios botones que destruirían Nueva York.

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Boca arriba.

Apunté tres flechas más haciendo lo mejor para lucir amenazante —¡Fuera de aquí! ¡Vamos! —los técnicos lucían tentados, era después de todo, una oferta justa, pero su miedo hacia mí no era mayor a su miedo de los Germani. Todavía gruñendo del dolor por la flecha clavada en su pierna, Líder gritó —¡Hagan su trabajo! Los técnicos arremetieron hacia los botones. Los cuatro Germani cargaron hacia mí. —Lo siento, chicos —repartí mis flechas, disparando a cada técnico en el pie, las cuales espero los mantendrá distraídos lo suficiente para lidiar con los Germani. Derribé al bárbaro más cercano al polvo con una flecha en el pecho, pero los otros tres seguían viniendo. Salté en medio de su: arco-puño, codo-puño, hinca-flecha como un loco. Con un tiro de suerte derribé al segundo comedor de comida china, luego lancé como en lucha libre una silla a Portero #2, quien acababa de alcanzar su arma. Una de las patas de metal lo dejó inconsciente. Quedaban dos Germani del pollo al limón. Mientras ellos cargaban, corrí entre ellos con mi arco en horizontal a nivel de mi rostro, golpeándolos en la nariz. Se tambalearon hacia atrás cuando disparé dos tiros más, a quemarropa. No fue muy deportivo, pero fue efectivo. Los Germani colapsaron en un pilo de polvo y arroz. Estaba satisfecho… hasta que alguien me golpeó en la parte de atrás de la cabeza. El cuarto se puso rojo y violeta. Me derrumbé sobre mis manos y rodillas, di vuelta para defenderme y encontré a Líder de pie junto a mí, la punta de su espada en mi rostro. —Suficiente —gruñó. Su pierna bañada en sangre, mi flecha clavada en su espinilla como un chiste de Halloween. Les gritó a los técnicos— ¡ENCIENDAN ESAS BOMBAS!

En un intento desesperado por intervenir, canté— ¡DON’T DO ME LIKE THAT!67 en una voz que le daría grima68 a Tom Petty. Líder acercó su espada a mi manzana de Adán— Canta una vez más y cortaré tus cuerdas vocales. Francamente traté de pensar que otros trucos podría usar. Lo estaba haciendo bien. No podía rendirme ahora. Pero tirado en el piso, exhausto, maltrecho y zumbando por la descarga de adrenalina, mi cabeza empezó a dar vueltas, mi visión a ponerse doble. Dos Líderes flotaban sobre mí, seis técnicos borrosos con flechas en sus zapatos cojeaban hacia sus puestos en los controles. —¿Qué los detiene? —gritó Líder —Es-estamos tratándolo, señor — dijo uno de los técnicos —Los controles no… no puedo obtener lecturas. Ambos rostros de Líder me miraron —Me alegro de que aún no estés muerto. Porque te mataré lentamente. Extrañamente, me sentí aliviado, podía incluso sonreír ¿De alguna manera provoqué un corto circuito a los paneles de control cuando los pisé? ¡Genial! ¡Podría morir, pero salvé Nueva York! —Trata de desconectarlo —dijo un segundo técnico —luego vuelve a conectarlo. Claramente, él era solucionador de problemas para el 1-555LLAMA – AL – MALO. Técnico #3 se arrastró sobre la mesa y revolvió los cables.

67 Dont Do like that fue una canción escrita por el compositor Tom Petty e interpretada por Tom Petty y los Heartbreakers, se lanzó en noviembre de 1979, alcanzó el puesto 10 en Billboard Top 100 Hits 68 Sensación desagradable en los dientes y encías que se produce especialmente al comer sustancias ácidas, oír sonidos chirriantes o tocar ciertos cuerpos.

—¡No funcionará! —gruñí— ¡Su plan diabólico ha sido frustrado! —No, estamos bien ahora —anunció técnico #1 —Lecturas normales — se volvió hacia Líder. — ¿Puedo? —¿POR QUÉ PREGUNTAS? —gritó Líder— ¡HAGÁNLO! —¡NO! —chillé. Líder hundió un poco más su espada hacia mi garganta, pero no lo suficiente para matar. Aparentemente iba en serio con lo de matarme lentamente. Los técnicos pulsaron los sucios botones. Observaron lo monitores expectantes. Hice una oración silenciosa, esperando que el área metropolitana de Nueva York perdonara mi último y más horrible fracaso. Los técnicos juguetearon un poco más con los botones. —Todo luce normal —dijo Técnico #1 en un tono de conflicto que no lucía normal. —No veo que suceda nada —dijo Líder escaneando los monitores — ¿Por qué no hay flamas? ¿Explosiones? — N-no entiendo —dijo Técnico #2 golpeando su monitor — El combustible no… no está en ningún lado. No pude evitarlo, pero empecé a reírme. Líder me pateó en la cara, dolió tanto que tuve que reírme más fuerte. — ¿Qué le hiciste a mis toneles de fuego? —demandó—¿Qué hiciste?

— ¿Yo? —Cacareé. Sentía mi nariz rota. Estaba borboteando moco y sangre de una manera que tuvo que ser extremadamente atractiva — ¡Nada! Me reí ante él. Era perfecto. La idea de morir aquí, rodeado de comida china y bárbaros, se veía completamente perfecta. O las máquinas destructoras de Nerón fallaron por sí solas, o yo provoqué más daño de lo que pensé a los controles, o en algún lugar en lo profundo del edificio, algo ha ido bien para variar y les debía a cada troglodita un sombrero nuevo. La idea hizo que riera histéricamente, lo que me dolió mucho. Líder escupió— Ahora, te mataré. Levantó su espada…y se congeló. Su rostro se puso pálido, su piel empezó a secarse. Su barba cayó vello por vello como un pino muerto. Finalmente, su piel se desmoronó junto con su vestimenta y carne, hasta que Líder no fue más que un muy blanco esqueleto, sosteniendo una espada con sus manos huesudas. De pies tras él, con su mano en el hombro del esqueleto, estaba Nico di Angelo. —Así está mejor —dijo Nico— Ahora retírate. El esqueleto obedeció, bajando su espada y alejándose de mí. Los técnicos chillaron con terror. Ellos eran mortales, así que no estaba seguro de que es lo que pensaron que vieron, pero no era nada bueno. Nico los observó —Corran. Cayeron uno encima de otro en su urgencia. No podían correr bien con las flechas en sus pies, pero fueron hacia la puerta lo suficientemente rápido para que alcances a decir, Santo Hades, ese tipo acaba de convertir a Líder en un esqueleto.

Nico me miró con desconcierto — Luces horrible. Me reí débilmente, burbujeando moco — ¿Lo sé, sabes? Mi sentido del humor no pareció animarlo. — Vamos a sacarte de aquí —respondió Nico— El edificio entero es zona de combate, nuestro trabajo no ha acabado.

26 Torre de los tiempos divertidos Ríete conmigo mientras subimos ¡Por Meg! ¡Gloria! ¡Sombreros!

MIENTRAS NICO ME AYUDADA A PONERME DE PIE, Líder se derrumbó en un montón de huesos. Supongo que controlar un esqueleto animado mientras levantaba mi lamentable trasero del suelo era demasiado esfuerzo, incluso para Nico. Era sorprendentemente fuerte. Tuve que apoyarme en él con la mayor parte de mi peso ya que la habitación seguía dando vueltas, mi rostro palpitaba y todavía sufría un ataque de risitas casi muertas. —¿Dónde... dónde está Will?— pregunté. —No estoy seguro. — Nico apretó más mi brazo alrededor de sus hombros. —De repente dijo: 'Me necesitan' y se lanzó en otra dirección. Lo encontraremos—. Nico parecía preocupado de todos modos. — ¿Que pasa contigo? ¿Exactamente cómo... eh, hiciste todo esto? Supongo que estaba hablando de las pilas de ceniza y arroz, las sillas rotas y los paneles de control, y la sangre de mis enemigos que decoraban las paredes y la alfombra. Traté de no reírme como un loco. — ¿Solo suerte? —Nadie tiene tanta suerte. Creo que tus poderes divinos están empezando a volver más. Como, mucho más… —¡Yay!— Mis rodillas se doblaron. —¿Dónde está Rachel?

Nico gruñó, tratando de mantenerme en pie. —Estaba bien la última vez que la vi. Ella es la que me envió aquí a buscarte; ha estado teniendo visiones como una loca desde el último día. Está con los trogs. —¡Tenemos trogs! ¡Whee!— Apoyé mi cabeza contra la de Nico y suspiré con satisfacción. Su cabello olía a como a la lluvia contra las piedras... un aroma agradable. —¿Estás oliendo mi cabeza?— preguntó. —Umm... —¿Podrías no hacerlo? Me está cayendo encima toda la sangre de tu nariz. —Lo siento.— Luego me reí de nuevo. Wow, pensé distante. Esa patada en la cara debe haber sacudido mi flojo cerebro. Nico medio me arrastró por el pasillo mientras me informaba sobre sus aventuras desde el campamento trog. No podía concentrarme y seguía riendo en momentos inapropiados, pero comprendí que, sí, los trogs les habían ayudado a inutilizar los toneles de fuego griego; Rachel se las había arreglado para pedir ayuda al Campamento Mestizo; y la torre de Nerón era ahora la estructura de juego de guerra urbana más grande del mundo. A cambio, le dije que Lu ahora tenía cubiertos por manos... — ¿Eh? Había ido a buscar los fasces de Nerón en cuidado de un leontocefalino... — ¿Un qué?

Y tenía que llegar a la esquina sureste del ala residencial para encontrar a Meg. Eso, al menos, Nico lo entendió. —Estás tres pisos abajo. —¡Sabía que algo estaba mal! —Será difícil superar todas las batallas. Cada nivel es, bueno... Llegamos al final del pasillo. Abrió una puerta de una patada y entramos en la Sala de Conferencias de la Calamidad. Media docena de trogloditas saltaban por la habitación luchando contra un número igual de guardias de seguridad mortales. Junto con su ropa fina y sus sombreros, los trogs llevaban gafas oscuras y gruesas para proteger sus ojos de la luz, por lo que parecían aviadores miniatura en una fiesta de disfraces. Algunos guardias intentaban dispararles, pero los trogs eran pequeños y rápidos. Incluso cuando una bala golpeó a uno de ellos, simplemente rebotó en su piel como piedra, haciéndolo sisear de fastidio. Otros guardias habían recurrido a porras antidisturbios, que no resultaron más efectivas. Los trogs saltaron alrededor de los mortales, golpeándolos con palos, robando sus cascos y básicamente pasándola muy bien. Mi viejo amigo Grr-Fred, el Poderoso de los Sombreros, Jefe de Seguridad Corporativa, saltó de una lámpara, golpeó a un guardia en la cabeza, aterrizó en la mesa de conferencias y me sonrió. Había rematado el sombrero de policía con una nueva gorra de béisbol que decía TRIUMVIRATE HOLDINGS. —¡BUEN COMBATE, Lester-Apolo!— Golpeó el pecho con sus puños pequeñitos, luego arrancó un altavoz de la mesa y se lo tiró a la cara a un guardia que se acercaba. Nico me guió a través del caos. Nos agachamos por otra puerta y chocamos directamente con un Germanus, a quien Nico empaló con su espada de hierro estigio sin siquiera perder el paso.

—La zona de aterrizaje del Campamento Mestizo está más adelante—, me dijo como si nada hubiera pasado. —¿Zona de aterrizaje? —Si. Casi todos vinieron a ayudar. —¿Incluso Dionisio?— Habría pagado una dracma real por verlo convertir a nuestros enemigos en uvas y pisotearlos. Eso siempre era bueno para reír. —Bueno, no, el Sr. D no —, dijo Nico. —Tú sabes cómo es. Los dioses no luchan en batallas de semidioses. Exceptuando la compañía presente. —¡Soy una excepción!— Besé la parte superior de la cabeza de Nico con encanto. —Por favor, no hagas eso. —¡Bueno! ¿Quién más está aquí? ¡Dime! ¡Dime!— Sentí que me estaba guiando hacia mi propia fiesta de cumpleaños y moría por conocer la lista de invitados. Además, ¡sentía que me estaba muriendo! —Umm, bueno... Llegamos a un conjunto de pesadas puertas corredizas de caoba. Nico deslizó una y el sol poniente casi me cegó. —Aquí estamos ahora. Una amplia terraza corría a lo largo de todo el costado del edificio, proporcionando vistas multimillonarias del río Hudson y los acantilados de Nueva Jersey más allá, teñidos de burdeos en la puesta de sol. La escena de la terraza era aún más caótica que la de la sala de conferencias. Pegasos volaban en picado por el aire como gaviotas

gigantes, aterrizando ocasionalmente en la cubierta para descargar nuevos refuerzos de semidioses con camisetas naranjas del Campamento Mestizo. Torretas de arpón de bronce celestial de aspecto desagradable se alineaban en los rieles, pero la mayoría habían sido estalladas o aplastadas. Los sillones estaban en llamas. Nuestros amigos del campamento estaban ocupados en combates cuerpo a cuerpo con docenas de las fuerzas de Nerón: algunos de los niños semidioses mayores de la Casa Imperial de Nerón, un escuadrón de Germani, guardias de seguridad mortales e incluso algunos cynocephali: guerreros con cabeza de lobo, horribles garras y bocas rabiosas y babeantes. Contra la pared había una hilera de macetas con árboles, similares a las del salón del trono. Sus dríadas se habían alzado para luchar junto al Campamento Mestizo contra la opresión de Nerón. —¡Vengan, hermanas!— gritó un espíritu de ficus, blandiendo un palo puntiagudo. —¡No tenemos nada que perder excepto nuestra tierra para macetas! En el centro del caos, el mismo Quirón galopaba de un lado a otro, su mitad inferior de semental blanco cubierta con un carcaj extra, armas, escudos y botellas de agua, como una combinación de mamá de semidiós jugador de soccer y minivan. Blandió su arco lo mejor que podría haber hecho yo (aunque ese comentario debería considerarse estrictamente fuera de registro) mientras gritaba frases de aliento e instrucciones a sus jóvenes a cargo. —¡Dennis, trata de no matar a los semidioses enemigos ni a los mortales! Está bien, bueno, de ahora en adelante, entonces. ¡Evette, cuida tu flanco izquierdo! Ben, ¡Uuooh, ten cuidado ahí, Ben! Ese último comentario fue dirigido a un joven en una silla de ruedas manual, su musculoso torso estaba vestido con una camiseta de carreras y sus guantes de conducir tachonados con púas. Su salvaje cabello negro volaba en todas direcciones, y mientras giraba,

cuchillas sobresalían de las llantas de sus ruedas, segando a cualquiera que se atreviera a acercarse. Su último giro de ciento ochenta grados casi había atrapado las patas traseras de Quirón, pero afortunadamente el viejo centauro era ágil. —¡Lo siento!— Ben sonrió, aparentemente sin arrepentirse en absoluto, luego se giró directamente hacia una manada de cynocephali. —¡Papá!— Kayla vino corriendo hacia mí. —Oh, dioses, ¿Qué te pasó? Nico, ¿Dónde está Will? —Esa es una gran pregunta—, dijo Nico. —Kayla, ¿Puedes llevarte a Apolo mientras voy a buscarlo? —¡Sí, vete! Nico salió corriendo mientras Kayla me arrastraba hasta el rincón más seguro que pudo encontrar. Me apoyó en la única tumbona intacta y comenzó a rebuscar en su paquete médico. Tenía una hermosa vista de la puesta de sol y la matanza en curso. Me pregunté si podría conseguir que uno de los sirvientes de Nerón me trajera una bebida elegante decorada con una sombrilla pequeñita. Empecé a reírme de nuevo, aunque lo que quedaba de mi sentido común susurraba: Basta. Basta. Esto no es gracioso. Kayla frunció el ceño, claramente preocupada por mi risa. Me puso un ungüento curativo con aroma a mentol en mi nariz rota. —Oh, papá. Me temo que vas a tener una cicatriz. —Lo sé.— Me reí. —Estoy tan contento de verte. Kayla logró esbozar una débil sonrisa. —Yo también. Ha sido una tarde loca. Nico y esos trogs se infiltraron en el edificio desde abajo. El resto de nosotros impactamos la torre en varios niveles a la vez, venciendo su seguridad. La cabaña de Hermes desarmó muchas de las

trampas y torretas y cosas así, pero todavía tenemos una lucha intensa en casi todas partes. —¿Estamos ganando?— pregunté. Un Germanus gritó cuando Sherman Yang, consejero principal de la cabaña de Ares, lo arrojó por un costado del edificio. —Es difícil de decir—, dijo Kayla. —Quirón les dijo a los novatos que esto era un viaje de campo. Como un ejercicio de entrenamiento. Tienen que aprender tarde o temprano. Escaneé la terraza. Muchos de los campistas primerizos, algunos no mayores de once o doce años, estaban peleando con los ojos muy abiertos junto a sus compañeros de cabaña, tratando de imitar cualquier cosa que estuvieran haciendo sus consejeros. Parecían muy jóvenes, pero, de nuevo, ellos eran semidioses. Probablemente ya habían sobrevivido a numerosos eventos terroríficos en sus cortas vidas. Y Kayla tenía razón: las aventuras no esperarían a que estuvieran preparados. Tenían que saltar, mejor más temprano que tarde. —¡Rosamie! —Quirón llamó. — ¡La espada más alta, querida! La joven sonrió y levantó su espada, interceptando el golpe de la porra de un guardia de seguridad. Golpeó a su enemigo en la cara con la parte llana de su espada. —¿Tenemos excursiones cada semana? ¡Esto es genial! Quirón le dirigió una sonrisa dolorida y luego continuó derribando enemigos. Kayla me vendó la cara lo mejor que pudo, envolviendo mi nariz con una gasa blanca y haciendo que me bizqueara. Imaginé que me parecía al Hombre Parcialmente Invisible, lo que me hizo reír de nuevo.

Kayla hizo una mueca. —Está bien, tenemos que aclarar tu mente. Bebe esto—. Llevó un vial a mis labios. —¿Néctar? —Definitivamente no es néctar. El sabor estalló en mi boca. Inmediatamente, me di cuenta de lo que me estaba dando y porqué: Mountain Dew, el elixir verde-limabrillante de la sobriedad perfecta. No sé qué efecto tiene en los mortales, pero pregúntale a cualquier ente sobrenatural y te dirá que la combinación de dulzura, cafeína y el sabor de otro mundo de Nose-que-puede-ser-radioactivo de Mountain Dew es suficiente para inducir a la total atención y seriedad de cualquier dios. Mi vista se aclaró. Mi vértigo se evaporó. No tenía ganas de reírme. Una lúgubre sensación de peligro y muerte inminente se apoderó de mi corazón. Mountain Dew es el equivalente del sirviente esclavizado que cabalgaría detrás del emperador durante sus desfiles triunfales, susurrándole: Recuerda, eres mortal y morirás para evitar que se vuelva engreído. —Meg—, dije, recordando lo que era más importante. —Necesito encontrar a Meg. Kayla asintió con gravedad. —Entonces eso es lo que haremos. Te traje algunas flechas extra. Pensé que podrías necesitarlas. —Eres la hija más considerada de todos los tiempos. Se sonrojó hasta las raíces rojas de su cabello. —¿Puedes caminar? Pongámonos en marcha. Corrimos adentro y giramos por un pasillo que Kayla pensó que podría conducir a la escalera. Atravesamos otro par de puertas y nos encontramos en El Comedor del Desastre. En diferentes circunstancias, podría haber sido un lugar encantador para una cena: una mesa lo suficientemente grande para veinte

invitados, un candelabro Tiffany, una enorme chimenea de mármol y paredes con paneles de madera con nichos para bustos de mármol, cada uno representando la cara del mismo emperador romano. (Si adivinaste que era Nerón, ganaste un Mountain Dew). No formaba parte de los planes de la cena: un toro rojo salvaje que de algún modo había encontrado su camino hacia el comedor y ahora estaba persiguiendo a un grupo de semidioses jóvenes alrededor de la mesa mientras le gritaban insultos y lanzaban los platos, tazas y cubiertos dorados de Nerón. El toro no parecía darse cuenta de que podía simplemente aplastar la mesa del comedor y pisotear a los semidioses, pero sospeché que eventualmente lo descubriría. —Agh, estas cosas—, dijo Kayla cuando vio al toro. Pensé que sería una excelente descripción en la enciclopedia de monstruos del campamento. Agh, estas cosas eran realmente todo lo que necesitabas saber sobre los tauri silvestres. —No pueden ser asesinados—, advertí mientras nos uníamos a los semidioses en su juego de dar-vueltas-alrededor de la mesa del comedor. —Sí, lo sé.— El tono de Kayla me dijo que ya había tenido un curso intensivo sobre toros salvajes durante su divertida excursión. —Hola, chicos—, les dijo a sus jóvenes camaradas. —Necesitamos atraer a esta cosa hacia afuera. Si podemos engañarlo desde el borde de la terraza... En el extremo opuesto de la habitación, las puertas se abrieron de golpe. Apareció mi hijo Austin, con el saxo tenor listo. Al encontrarse justo al lado de la cabeza del toro, gritó: —¡UOOH!— luego soltó un chillido disonante en el saxo que habría enorgullecido a Coltrane69. El toro se alejó dando tumbos, sacudiendo consternado la cabeza, 69

John William Coltrane, también conocido como Trane, fue un músico estadounidense de jazz, saxofonista tenor y saxo soprano.

mientras Austin saltó sobre la mesa del comedor y se deslizó a nuestro lado. —Hola, chicos—, dijo. —¿Ya nos estamos divirtiendo? —Austin—, dijo Kayla con alivio. —Necesito llevar a este toro afuera. ¿Puedes...?— Ella me señaló. —¿Jugamos a pasar el Apolo?— Austin sonrió. —Seguro. Vamos, papá. Te tengo. Cuando Kayla reunió a los semidioses más jóvenes y comenzó a disparar flechas para incitar al toro a que la siguiera, Austin me empujó a través de una puerta lateral. —¿A dónde, papá?— Cortésmente no preguntó por qué mi nariz estaba vendada o por qué mi aliento olía a Mountain Dew. —Tengo que encontrar a Meg—, dije. —¿Tres pisos arriba? ¿Esquina sureste? Austin siguió trotando conmigo por el pasillo, pero apretó la boca en un gesto pensativo. —No creo que nadie haya logrado llegar a luchar hasta ese nivel todavía, pero hagámoslo. Encontramos una gran escalera circular que nos llevó un piso más arriba. Navegamos por un laberinto de pasillos, luego atravesamos una puerta estrecha y entramos en la Sala del Sombrero de los Horrores. Los trogloditas habían encontrado la veta madre de la mercería. El enorme vestidor debe haber servido como área de guardarropa de temporada de Nerón, porque las chaquetas de otoño e invierno se alineaban en las paredes. Los estantes rebosaban de bufandas, guantes y, sí, de todos los estilos imaginables de gorros y sombreros. Los trogs revisaron la colección con júbilo, apilando sombreros de seis o siete

su la cabeza, probándose bufandas y chanclos para aumentar su sentido de la moda increíblemente civilizado. Un trog me miró a través de sus gafas oscuras, hilos de baba colgaban de sus labios. —¡Sombrerooooos! Solo pude sonreír, asentir y arrastrarme cuidadosamente por el borde del armario, esperando que ninguno de los trogs nos confundiera con cazadores furtivos. Afortunadamente, los trogs no nos prestaron atención. Salimos del otro lado del armario a un vestíbulo de mármol con un grupo de ascensores. Mis esperanzas aumentaron. Suponiendo que se trataba de la entrada principal a los niveles residenciales de Nerón, donde sus invitados más favorecidos eran recibidos, nos estábamos acercando a Meg. Austin se detuvo frente a un teclado con un símbolo SPQR incrustado en oro. —Parece que este ascensor te da acceso directo a los apartamentos imperiales. Pero necesitaríamos una tarjeta de acceso. —¿Escaleras?— pregunté. —No lo sé—, dijo. —Tan cerca de las habitaciones del emperador, apuesto a que cualquier entrada estará cerrada y con trampas explosivas. La cabaña de Hermes despejó las escaleras inferiores, pero dudo que hayan llegado tan lejos. Somos los primeros—. Tocó las almohadillas de su saxofón. —¿Quizás podría abrir el ascensor con la secuencia correcta de tonos...? Su voz se fue apagando cuando las puertas del ascensor se abrieron por sí solas.

Dentro estaba un semidiós joven con el cabello rubio desaliñado y ropa de calle arrugada. Dos anillos dorados resplandecían en sus dedos medios. Los ojos de Cassius se agrandaron cuando me vio. Claramente, no esperaba volver a encontrarse conmigo nunca más. Parecía que sus últimas veinticuatro horas habían sido casi tan malas como las mías. Su rostro estaba gris, sus ojos hinchados y enrojecidos por el llanto. Parecía haber desarrollado un tic nervioso que viajaba al azar alrededor de su cuerpo. —Yo…— Su voz se quebró. —No quería...— Con las manos temblorosas, se quitó los anillos de Meg y me los ofreció. —Por favor… Miró por encima de mí. Claramente, solo quería irse, salir de esta torre. Debo admitir que sentí una oleada de ira. Ese niño le había cortado las manos a Luguselwa con las propias espadas de Meg. Pero era tan pequeño y estaba tan aterrorizado. Parecía que esperaba que me convirtiera en la Bestia, como habría hecho Nerón, y lo castigara por lo que Nerón le había obligado a hacer. Mi ira se disolvió. Dejé que soltara los anillos de Meg en mi palma. —Vamos. Austin se aclaró la garganta. —Sí, pero primero... ¿Qué tal esa tarjeta de acceso?— Señaló un cuadrado laminado que colgaba de un cordón alrededor del cuello de Cassius. Se parecía tanto a una identificación de la escuela que cualquier niño podría usar, ni siquiera la había mirado. Cassius buscó a tientas para quitársela. Se lo entregó a Austin. Luego corrió. Austin intentó leer mi expresión. —¿Supongo que conociste a ese niño antes?

—Larga mala historia —, dije. —¿Será seguro para nosotros usar su pase de ascensor? —Tal vez, tal vez no—, dijo Austin. —Vamos a averiguarlo.

27 ¿No podemos luchar en persona? Podemos videollamar Te mataré en línea.

LAS SORPRESAS NUNCA CESABAN. La tarjeta de acceso funcionó. El ascensor no nos incineró ni nos dirigió a nuestras muertes. Sin embargo, a diferencia del ascensor que habíamos tomado previamente, este tenía música de fondo. Nos elevamos suave y lentamente, como si Nerón quisiera darnos tiempo suficiente para disfrutarlo. Siempre he pensado que podemos juzgar la calidad de un villano por su música de ascensor. ¿Fácil de escuchar? Villanía pederasta sin imaginación. ¿Jazz suave? Villanía tortuosa con un complejo de inferioridad. ¿Éxitos del pop? Villanía envejecida tratando desesperadamente de ser moderna. Nerón había elegido un clásico suave, como en el vestíbulo. Oh, bien jugado. Esta fue una villanía segura de sí misma. Villanía que decía Ya soy dueño de todo y tengo todo el poder. Relájate. Vas a morir en un minuto, así que puedes disfrutar de este tranquilizante cuarteto de cuerdas. A mi lado, Austin tocó las teclas de su saxofón. Me di cuenta de que él también estaba preocupado por la banda sonora. —Ojalá fuera Miles Davis —dijo. —Eso sería agradable.

—Oye, si no salimos de esto... —Nada de esa conversación —le reprendí. —Sí, pero quería decirte que me alegro de que hayamos pasado algo de tiempo juntos. Como... tiempo, tiempo. Sus palabras me confortaron aún más que la lasaña de Paul Blofis. Sabía lo que quería decir. Aunque había sido Lester Papadopoulos, no había pasado mucho tiempo con Austin, ni con ninguna de las personas con las que me había quedado, en realidad, pero había sido más del que habíamos pasado juntos cuando era un dios. Austin y yo habíamos llegado a conocernos, no solo como dios y mortal, o padre e hijo, sino como dos personas que trabajan codo con codo, ayudándose mutuamente a preservar sus vidas, a menudo desordenadas. Ese había sido un regalo precioso. Estuve tentado a prometer que haríamos esto más a menudo si sobrevivíamos, pero había aprendido que las promesas son preciosas. Si no estás absolutamente seguro de poder guardarlas, nunca deberías hacerlas, al igual que las galletas con chispas de chocolate. En lugar de eso, sonreí y apreté su hombro, sin confiar en mí mismo para hablar. Además, no pude evitar pensar en Meg. Si tan poco tiempo con Austin había sido tan significativo, ¿Cómo podría cuantificar lo que mis aventuras con Meg habían significado para mí? Había compartido casi todo mi viaje con esa tonta, valiente, exasperante y maravillosa chica. Tenía que encontrarla. Las puertas del ascensor se abrieron. Entramos en un pasillo con un mosaico en el piso que representaba una procesión triunfal a través de un paisaje urbano en llamas de Nueva York. Claramente, Nerón había estado planeando durante meses, quizás años, desatar su infierno sin

importar lo que yo hiciera. Encontré esto tan espantoso y característico de él, que ni siquiera podía enojarme. Nos detuvimos justo antes del final del pasillo, donde se dividió en una T. Desde el pasillo de la derecha llegaron los sonidos de muchas voces conversando, vasos tintineando, incluso algunas risas. Desde el pasillo de la izquierda, no escuché nada. Austin me indicó que esperara. Sacó con cuidado una larga varilla de latón del cuerpo de su saxo. Tenía todo tipo de accesorios no estándar en su instrumento, incluida una bolsa de lengüetas explosivas, limpiadores de agujeros de tono que se doblaban como bridas y un estilete para apuñalar a monstruos y críticos de música malagradecidos. La varilla que eligió ahora tenía un pequeño espejo curvo en un extremo. Lo empujó hacia el pasillo como un periscopio, estudió los reflejos y luego lo retiró. —Salón de fiestas a la derecha —susurró en mi oído—. Lleno de guardias, un grupo de personas que parecen invitados. Biblioteca de la izquierda, parece vacía. Si necesitas llegar a la esquina sureste para encontrar a Meg, tendrás que atravesar directamente esa multitud. Apreté los puños, listo para hacer lo que fuera necesario. Desde el salón de fiestas llegó la voz de una mujer joven haciendo un anuncio. Creí reconocer el tono cortés y aterrorizado de la dríada Areca. —¡Gracias a todos por su paciencia! —le dijo a la multitud—. El emperador acaba de terminar algunos asuntos en la sala del trono. Y las, ah, las pequeñas interrupciones en los pisos inferiores se solucionarán muy pronto. Entretanto, por favor disfruten el pastel y las bebidas mientras esperamos —su voz se quebró—, a que comience el incendio. Los invitados le dieron un educado aplauso.

Preparé mi arco. Quería cargar contra esa multitud, liberar a Areca, disparar a todos los demás y pisotear su pastel. En cambio, Austin me agarró del brazo y me hizo retroceder unos pasos hacia el ascensor. —Hay demasiados —dijo—. Déjame provocar una distracción. Atraeré a todos los que pueda a la biblioteca y los guiaré en una persecución. Con suerte, eso te despejará el camino para llegar a Meg. Negué con la cabeza. —Es demasiado peligroso. No puedo dejarte... —Oye —Austin sonrió. Por un momento, vislumbré mi propia y divina confianza en mí mismo en él, esa mirada que decía: Soy un músico. Confía en mí—. Peligroso es parte de la descripción del trabajo. Déjame hacer esto. Quédate ahí atrás hasta que los saque. Entonces ve a buscar a nuestra chica. Te veré al otro lado. Antes de que pudiera protestar, Austin corrió hacia la intersección del pasillo y gritó: —¡Oigan, idiotas! ¡Todos van a morir! —Luego puso su boquilla en los labios y estalló “Pop Goes the Weasel”. Incluso sin los insultos, cuando esa canción en particular es ejecutada por un hijo de Apolo, provocará una estampida el cien por ciento de las veces. Me apreté contra la pared del ascensor mientras Austin corría hacia la biblioteca, perseguido por cincuenta o sesenta invitados a la fiesta Germani gritando enojados. Sólo podía esperar que Austin encontrara una segunda salida de la biblioteca, o de lo contrario sería una persecución muy corta. Me obligué a moverme. Encuentra a nuestra chica, había dicho Austin. Sí. Ese era el plan.

Corrí hacia la derecha y entré en el salón de fiestas. Austin había despejado el lugar por completo. Incluso Areca parecía haber seguido a la alborotada multitud de “Pop Goes the Weasel”. Atrás, a mano izquierda, quedaron docenas de mesas altas de cóctel cubiertas de lino, salpicadas de purpurina y pétalos de rosa, y rematadas con centros de mesa de esculturas de Manhattan pintadas con llamas hechas de madera de balsa. Incluso para Nerón, encontré esto exagerado. El aparador estaba repleto de todos los aperitivos de fiesta imaginables, además de un pastel de varias capas con temática de llamas rojas y amarillas. Una pancarta que cruzaba la pared trasera decía ¡FELIZ INFERNO! A lo largo de la otra pared, ventanas de vidrio cilindrado (sin duda bastante aisladas) daban a la ciudad, permitiendo tener una hermosa vista de la tormenta de fuego prometida, la cual ahora, benditos los trogs y sus magníficos sombreros, no ocurriría. En un rincón se había montado un pequeño escenario con un solo micrófono y un soporte de instrumentos: una guitarra, una lira y un violín. Oh, Nerón. Como una broma de mal gusto, había tenido la intención de tocar mientras Nueva York ardía. Sin duda, sus invitados se habrían reído y aplaudido educadamente cuando la ciudad explotara y millones perecieran con la melodía de “This Land Is Your Land”. ¿Y quiénes eran estos invitados? ¿Los multimillonarios compañeros de golf del emperador? ¿Semidioses adultos que habían sido reclutados para su imperio postapocalíptico? Quienquiera que fueran, esperaba que Austin los acorralara directamente a una turba de enojados accionistas trogloditas. Fue una suerte que no quedara nadie en la habitación. Habrían enfrentado mi ira. Tal como estaba, disparé una flecha al pastel, lo que no fue una experiencia muy satisfactoria.

Marché por la habitación y luego, impaciente por el tamaño del lugar, comencé a trotar. En el otro extremo, abrí una puerta de una patada, con el arco tensado y listo, pero sólo encontré otro pasillo vacío. Sin embargo, reconocí esta área por mis sueños. Finalmente, había llegado a la sala de estar de la familia imperial. ¿Dónde estaban los guardias? ¿Los sirvientes? Decidí que no me importaba. Justo más adelante estaría la puerta de Meg. Corrí. —¡Meg! —Entré en su dormitorio. Nadie estaba ahí. La cama estaba perfectamente hecha con un edredón nuevo. Las sillas rotas habían sido reemplazadas. La habitación olía a Pine Sol, por lo que incluso el olor de Meg se había borrado junto con cualquier signo de su rebelión. Nunca me había sentido tan deprimido y solo. —¡Hola! —dijo una pequeña y diminuta voz a mi izquierda. Disparé una flecha en la mesita de noche, rompiendo la pantalla de una computadora portátil que mostraba la cara de Nerón en una videollamada en directo. —Oh, no —dijo secamente, su imagen ahora fracturada y pixelada—. Me tienes. Su imagen se sacudió, se volvió demasiado grande y descentrada, como si él mismo estuviera sosteniendo el teléfono con cámara y no estuviera acostumbrado a utilizarlo. Me preguntaba si el emperador tenía que preocuparse por el mal funcionamiento de los teléfonos celulares, como lo hacían los semidioses, o si el teléfono transmitiría su ubicación a los monstruos. Entonces me di cuenta de que no había ningún monstruo en un radio de ochocientos kilómetros que fuera peor que Nerón. Bajé mi arco. Tuve que relajar la mandíbula para poder hablar.

—¿Dónde está Meg? —Oh, ella está bastante bien. Está aquí conmigo en la sala del trono. Imaginé que te tropezarías frente a ese monitor tarde o temprano, para que pudiéramos charlar sobre tu situación. —¿Mi situación? Estás bajo asedio. Hemos arruinado tu fiesta infernal. Tus fuerzas están siendo derrotadas. Voy a por ti ahora, y si tocas tan sólo un diamante de imitación en las gafas de Meg, te mataré. Nerón se rió apaciblemente, como si no tuviera preocupaciones en el mundo. No capté la primera parte de su respuesta, porque me llamó la atención el destello un de movimiento en el pasillo. Screech-Bling, director general de los trogloditas, se materializó en la entrada de la habitación de Meg, sonriendo con deleite, su atuendo colonial cubierto de polvo de monstruos y mechones de piel de toro rojo, su sombrero tricornio coronado con varias adquisiciones de sombreros nuevos. Antes de que Screech-Bling pudiera decir algo que anunciara su presencia, le dirigí un leve movimiento de cabeza, advirtiéndole que se quedara quieto, fuera del alcance de la cámara del portátil. No quería darle a Nerón más información de la necesaria sobre nuestros aliados. Era imposible leer los ojos de Screech-Bling detrás de sus gafas oscuras, pero como era un trog inteligente, pareció entenderlo. —…una situación completamente diferente —Nerón estaba diciendo—. ¿Has oído hablar del gas Sasánida, Apolo? No tenía idea de qué era eso, pero Screech-Bling casi saltó de sus zapatos con hebilla. Sus labios se curvaron en un gesto de desagrado. —Verdaderamente ingenioso —continuó Nerón—. Los persas lo usaron contra nuestras tropas en Siria. Azufre, betún, algunos otros

ingredientes secretos. Horriblemente venenoso, causa una muerte atroz, especialmente eficaz en espacios cerrados como túneles... o edificios. Los vellos de mi cuello se erizaron al final. —Nerón. No. —Oh, yo creo que sí —respondió, con su voz aún amable—. Me has robado la oportunidad de incendiar la ciudad, pero seguramente no pensaste que ese era mi único plan. El sistema de respaldo está completamente intacto. ¡Me has hecho el favor de reunir a todo el campamento griego en un solo lugar! Ahora, con sólo presionar un botón, todo debajo del nivel de la sala del trono... —¡Tu propia gente está aquí abajo! —grité, temblando de furia. El rostro distorsionado de Nerón parecía dolorido. —Es lamentable, sí. Pero has forzado mi mano. Al menos mi querida Meg está aquí, y algunos de mis otros favoritos. Sobreviviremos. De lo que parece que no te has dado cuenta, Apolo, es que no puedes destruir cuentas bancarias con un arco y flechas. Todos mis bienes, todo el poder que he acumulado durante siglos, todo está a salvo. Y Pitón todavía está esperando que tu cadáver le sea entregado. Así que hagamos un trato. Retrasaré la liberación de mi sorpresa Sasánida por... digamos, quince minutos. Eso debería ser tiempo suficiente para que llegues al salón del trono. Te dejaré entrar, y solamente a ti. —¿Y Meg? Nerón parecía desconcertado. —Como dije, Meg está bien. Yo nunca la lastimaría. —Tú… —me ahogué con mi rabia—. No haces nada más que lastimarla.

Él puso los ojos en blanco. —Sube y tendremos una conversación. Incluso voy... —hizo una pausa, luego se rió como si hubiera tenido una inspiración repentina— . ¡Incluso dejaré que Meg decida qué hacer contigo! Seguramente eso es más que justo. Tu otra opción es que suelte el gas ahora, luego baje y recoja tu cadáver en mi tiempo libre, junto con los de tus amigos... —¡No! —Traté de contener la desesperación en mi voz—. No, ya voy. —Excelente —Nerón me dirigió una sonrisa de suficiencia—. Tata. La pantalla se oscureció. Me enfrenté a Screech-Bling. Él me miró fijamente con expresión grave. —El gas sasánida es muy, GRR, malo —dijo—. Veo por qué la sacerdotisa roja me envió aquí. —Sacerdotisa ro… ¿te refieres a Rachel? ¿Ella te dijo que me encontraras? Screech-Bling asintió. —Ella ve cosas, como dijiste. El futuro. Los peores enemigos. Los mejores sombreros. Me dijo que viniera a este lugar. Su voz transmitía un nivel de reverencia que sugería que Rachel Elizabeth Dare recibiría sopa de skink gratis por el resto de su vida. Extrañaba a mi Pitonisa. Deseaba que me hubiera buscado ella misma, en lugar de enviar Screech-Bling, pero como el trog podía correr a una velocidad supersónica y atravesar la roca sólida, supuse que tenía sentido. El CEO frunció el ceño ante el monitor oscuro y agrietado del portátil.

—¿Es posible que Ne-ACK-rón esté fanfarroneando sobre el gas? —No —dije amargamente—. Nerón no fanfarronea. Le gusta alardear y luego seguir adelante. Liberará ese gas tan pronto como me tenga en la sala del trono. —Quince minutos —reflexionó Screech-Bling—. No es mucho tiempo. Intenta detenerlo. Reuniré a los trogs. ¡Desactivaremos este gas, o te veré en Underheaven! —Pero… Screech-Bling se desvaneció en una nube de polvo y pelo de toro. Intenté calmar mi respiración. Los trogloditas ya habían venido por nosotros una vez , cuando no creía que lo hicieran. Aun así, ahora no estábamos bajo tierra. Nerón no me habría hablado de su sistema de suministro de gas venenoso si fuera fácil de encontrar o desarmar. Si pudiera fumigar un rascacielos entero con sólo tocar un botón, no podía ver cómo los trogs tendrían tiempo de detenerlo, o incluso sacar nuestras fuerzas del edificio de manera segura. Y cuando me enfrentara al emperador, no tenía ninguna posibilidad de vencerlo... a menos que Lu hubiera logrado obtener sus fasces del leontocefalino, y esa misión también parecía imposible. Por otro lado, no tuve más remedio que esperar. Tenía un papel que desempeñar. Detener a Nerón. Encontrar a Meg. Salí del dormitorio. Quince minutos. Entonces, acabaría con Nerón o él acabaría conmigo.

28 Signos del fin de los tiempos: Antorchas, uvas rodantes, barbas de cuello. Meg se limpia bien

LAS PUERTAS FUERON UN BUEN TOQUE. Había encontrado el camino de regreso al nivel de la sala del trono sin ningún problema. Los ascensores cooperaron. Los pasillos estaban inquietantemente silenciosos. Esta vez nadie me saludó en la antecámara. Donde antes habían estado las puertas ornamentales de oro, la entrada al santuario interior de Nerón estaba ahora sellada por enormes paneles de titanio y oro Imperial. Hefesto habría salivado ante la vista: tanta hermosa obra de metal, inscrita con encantamientos mágicos de protección dignos de Hécate. Todo para mantener a salvo a un emperador viscoso en su habitación del pánico. Al no encontrar timbre, golpeé con los nudillos el titanio: afeitado y corte de pelo...70 Nadie dio la respuesta adecuada porque: bárbaros. En cambio, en la esquina superior izquierda de la pared, la luz de una cámara de seguridad parpadeó de rojo a verde. —Bien —la voz de Nerón crepitó desde un altavoz en el techo—. Estás solo. Chico listo. 70

Traducción de "Shave and a Haircut”, son un par de versos musicales de llamada y respuesta que se usa popularmente al final de una actuación musical, generalmente para un efecto cómico. Se utiliza, por ejemplo, como golpe de puerta.

Podría haberme ofendido por su comentario de chico, pero había mucho más por lo que sentirse ofendido, pensé que lo mejor sería mantener el ritmo. Las puertas retumbaron, abriéndose lo suficiente para que pudiera pasar. Se cerraron detrás de mí. Busqué a Meg en la habitación. Ella no estaba a la vista, lo que me hizo querer golpear a Nerón. La habitación se mantuvo prácticamente sin cambios. Al pie de la tarima de Nerón, las alfombras persas habían sido reemplazadas para eliminar las molestas manchas de sangre de la doble amputación de Luguselwa. Los criados habían sido retirados. Formando un semicírculo detrás del trono de Nerón había una docena de Germani, algunos parecían haber servido como práctica de tiro para el "viaje de campo" del Campamento Mestizo. Donde Lu y Gunther habían estado antes, a la derecha del emperador, un nuevo Germani había ocupado su lugar. Tenía una barba completamente blanca, una profunda cicatriz vertical en un lado de la cara y una armadura cosida con pieles peludas que no le habrían ganado amigos en la comunidad de los derechos de los animales. Se habían colocado hileras de barras de oro Imperial sobre todas las ventanas, haciendo que toda la sala del trono se sintiera apropiadamente como una jaula. Las dríadas esclavizadas revoloteaban nerviosas cerca de sus plantas en macetas. Los niños de la Casa Imperial, ahora sólo siete de ellos, estaban de pie junto a cada planta con antorchas encendidas en las manos. Como Nerón los había criado para que fueran despreciables, supuse que quemarían a las dríadas si no cooperaban. Mi mano descansaba en el bolsillo de mi pantalón, donde había metido los anillos dorados de Meg. Me sentí aliviado de que al menos ella no estuviera de pie con sus hermanos. Me alegré de que el joven Cassius se hubiera escapado de este lugar. Me pregunté dónde se habían ido los otros tres adoptados desaparecidos, si habían sido

capturados o habían caído en la batalla al Campamento Mestizo. Traté de no sentir ninguna satisfacción ante el pensamiento, pero fue difícil. —¡Hola! —Nerón sonaba genuinamente feliz de verme. Se reclinó en su sofá, echándose uvas en la boca de una bandeja de plata a su lado—. Armas en el suelo, por favor. —¿Dónde está Meg? —exigí. —¿Meg...? —Nerón fingió confusión. Examinó la línea de sus hijos con antorchas—. Meg. Veamos... ¿Dónde la dejé? ¿Cuál es Meg? Los otros semidioses le dieron sonrisas forzadas, tal vez sin estar seguros de sí Querido Viejo Papá estaba bromeando. —Ella está cerca —me aseguró Nerón, su expresión se endureció— . Pero primero, armas en el suelo. No me arriesgaré a que lastimes a mi hija. —Tú... —estaba tan enojado que no pude terminar la oración. ¿Cómo podría alguien tergiversar la verdad con tal descaro, diciéndote exactamente lo contrario de lo que era claro y obvio, y que todavía sonara como si creyera lo que estaba diciendo? ¿Cómo podía defenderse de mentiras tan descaradas e insolentes que no deberían haber requerido ningún desafío? Dejé mi arco y me estremecí. Dudaba que importara. Nerón no me habría dejado entrar en su presencia si pensara que eran una amenaza. —Y el ukelele —dijo—. Y la mochila. Oh, estuvo bien. Los coloqué junto a mi carcaj. Me di cuenta de que incluso si intentaba algo, incluso si podía arrojar llamas a Nerón, o dispararle a la cara, o Apolo aplastaba su

horrible sofá de dos plazas púrpura, no importaría si sus fasces todavía estaban intactas. Parecía completamente a gusto, como si supiera que era invulnerable. Todo lo que mi mal comportamiento provocaría es herir a los demás. Las dríadas arderían. Si los semidioses se negaban a quemarlas, Nerón haría que los Germani castigaran a los semidioses. Y si el Germani dudaba en cumplir sus órdenes... Bueno, después de lo que le había sucedido a Luguselwa, dudaba que alguno de los guardias se atreviera a desafiar a Nerón. El emperador mantuvo a todos en esta sala en una red de miedo y amenazas. Pero ¿Y Meg? Ella era el único comodín que podía esperar jugar. Como si leyera mis pensamientos, Nerón me dio una leve sonrisa. —Meg, querida —gritó—, es seguro pasar al frente. Ella apareció detrás de una de las columnas en la parte trasera de la habitación. Dos cynocephali la flanqueaban. Los hombres con cabeza de lobo no la tocaron, pero caminaron a su lado en una órbita tan cerrada que me recordaron a los perros pastores pastoreando un cordero descarriado. Meg parecía físicamente ilesa, aunque la habían bañado hasta una pulgada de su vida. Toda la mugre, las cenizas y la suciedad que con tanto esfuerzo había ganado y acumulado en su camino a la torre habían sido limpiadas. Su corte de pelo de paje había sido remodelado en un estilo de duendecillo en capas, con la raya en medio, haciendo que Meg se pareciera demasiado a las dríadas. Y su ropa: desapareció el vestido de San Valentín de Sally Jackson. En su lugar, Meg vestía un vestido púrpura sin mangas, ceñido a la cintura por un cordón dorado. Sus zapatillas altas rojas habían sido cambiadas por sandalias con cordones dorados. Lo único que quedaba de su antigua apariencia eran sus gafas, sin las cuales no podía ver, aunque aún así me sorprendió que Nerón le hubiera permitido quedarse con ellas.

Mi corazón se rompió. Meg parecía elegante, mayor y bastante hermosa. También parecía absoluta y completamente que ya no era ella misma. Nerón había tratado de despojarla de todo lo que había sido, de cada elección que había hecho, y reemplazarla por otra persona: una joven dama de la Casa Imperial. Sus hermanos adoptivos la vieron acercarse con odio y celos no disimulados. —¡Ahí tienes! —dijo Nerón con deleite—. Ven y únete a mí, querida. Meg me miró a los ojos. Traté de transmitirle lo preocupado y angustiado que me sentía por ella, pero su expresión permaneció cuidadosamente neutral. Se dirigió hacia Nerón, con cada paso cauteloso, como si el más mínimo paso en falso o la traición de una emoción pudiera hacer explotar minas invisibles a su alrededor. Nerón dio unas palmaditas en los cojines junto a él, pero Meg se detuvo en la base del estrado. Decidí tomar esto como una señal de esperanza. El rostro de Nerón se tensó con disgusto, pero lo enmascaró rápidamente, sin duda decidiendo, como el villano abusivo profesional que era, no ejercer más presión de la necesaria, mantener la línea tensa sin romperla. —¡Y aquí estamos! —abrió los brazos para disfrutar de esta ocasión especial—. Lester, es una pena que hayas arruinado nuestro espectáculo de fuegos artificiales. Podríamos haber estado en el salón ahora mismo con nuestros invitados, viendo una hermosa puesta de sol mientras la ciudad ardía. Podríamos haber comido canapés y pastel. Pero no importa. ¡Todavía tenemos mucho que celebrar! ¡Meg está en casa! Se volvió hacia el Germanus de barba blanca.

—Vercorix, tráeme el mando a distancia, ¿Quieres? —hizo un vago gesto hacia la mesa de café, donde una bandeja lacada en negro estaba llena de aparatos tecnológicos. Vercorix se acercó pesadamente y cogió uno. —No, eso es para la televisión —dijo Nerón—. No, ese es el DVR. Sí, creo que ese es el indicado —El pánico se apoderó de mi garganta cuando me di cuenta de lo que Nerón quería: el control para liberar su gas sasánida. Naturalmente, lo mantendría con sus controles remotos de TV. —¡Deténte! —grité—. Dijiste que Meg decidiría. Los ojos de Meg se agrandaron. Aparentemente no había escuchado el plan de Nerón. Ella miró de un lado a otro entre nosotros, como si le preocupara cuál de nosotros podría atacarla primero. Ver su confusión interna me dio ganas de llorar. Nerón sonrió. —¡Bueno, por supuesto que lo hará! Meg, querida, conoces la situación. Apolo te ha fallado una vez más. Sus planes están en ruinas. Ha sacrificado la vida de sus aliados para llegar tan lejos... —¡Eso no es cierto! —dije. Nerón enarcó una ceja. —¿No? Cuando te advertí que esta torre era una trampa mortal para tus amigos semidioses, ¿Te apresuraste a salvarlos? ¿Los sacaste apresuradamente del edificio? Te di mucho tiempo, ¿No? Los usaste. Dejas que sigan luchando para distraer a mis guardias, para que pudieras escabullirte aquí y tratar de reclamar tu preciosa inmortalidad. —Yo... ¿Qué? Yo no...

Nerón tiró la bandeja de frutas del sofá. Se estrelló contra el suelo. Las uvas rodaban por todas partes. Todos en la sala del trono se estremecieron, incluyéndome a mí... y esta era obviamente la intención de Nerón. Era un maestro del teatro. Sabía cómo trabajar una multitud, mantenernos alerta. Él invistió su voz con tanta justa indignación que incluso yo me preguntaba si debería creerle. —¡Eres un interesado, Apolo! Siempre lo has sido. Dejas una estela de vidas arruinadas donde quiera que vayas. Jacinto. Dafne. Marsyas. Koronis. Y tus propios Oráculos: Trofonio, Herofilo, la Sibila de Cuma —se volvió hacia Meg—. Has visto esto con tus propios ojos, querida. Sabes a lo que me refiero. Oh, Lester, he estado viviendo entre mortales durante miles de años, ¿Sabes cuantas vidas he destruido? ¡Ninguna! He criado una familia de huérfanos —hizo un gesto a sus hijos adoptivos, algunos se estremecieron como si fuera a arrojarles un plato de uvas—. ¡Les he dado lujo, seguridad, amor! He empleado a miles. ¡He mejorado el mundo! Pero tú, Apolo, llevas apenas seis meses en la Tierra, ¿Cuantas vidas has destrozado en ese tiempo? ¿Cuántos han muerto tratando de defenderte? Esa pobre grifo, Eloise. La dríada, Money Maker. Crest el pandos. Y, por su puesto, Jason Grace. —No te atrevas —gruñí. Nerón extendió las manos. —¿Debería continuar? Las muertes en el Campamento Júpiter: Don, Dakota, los padres de esa pobre niña Julia. ¿Todo por qué? Porque quieres volver a ser un dios. Te has quejado y lloriqueado por todo el país y viceversa. Entonces te pregunto: ¿Eres digno de ser un dios? Había hecho su tarea. No era propio de Nerón recordar los nombres de tanta gente que no le importaba. Pero esta fue una escena

importante. Él estaba haciendo una actuación para nosotros, especialmente para Meg. —¡Estás torciendo todo en mentiras! —dije—. Como siempre lo has hecho con Meg y tus otros niños pobres. No debería haberlos llamado niños pobres. Los siete portadores de antorchas me miraron con desdén. Claramente no querían mi compasión. La expresión de Meg permaneció en blanco, pero sus ojos se apartaron de mí y se fijaron en los patrones de la alfombra. Probablemente eso no fue una buena señal. Nerón rió entre dientes. —Oh, Apolo, Apolo... ¿Quieres sermonearme sobre mis pobres hijos? ¿Cómo has tratado a los tuyos? Comenzó a recitar una lista de mis fracasos en la crianza, los cuales eran muchos, pero sólo escuché a medias. Me pregunté cuánto tiempo había pasado desde que vi a ScreechBling. ¿Cuánto tiempo podría mantener a Nerón hablando, y sería suficiente para que los trogs desactivaran el gas venenoso o al menos despejaran el edificio? En cualquier caso, con esas puertas blindadas y selladas y las ventanas con barrotes, Meg y yo estábamos solos. Tendríamos que salvarnos el uno al otro porque nadie más lo haría. Tenía que creer que todavía éramos un equipo. —E incluso ahora —continuó Nerón—, tus hijos están peleándo y muriendo abajo, mientras tú estás aquí —sacudió la cabeza con disgusto—. Te diré qué. Dejemos de lado el tema de fumigar mi torre por el momento —dejó el control remoto a su lado en el sofá, de alguna manera haciendo que pareciera una concesión increíblemente

geNerosa71 el hecho de esperar unos minutos más antes de matar a mis amigos con gas. Se volvió hacia Meg. —Querida, puedes elegir, como te prometí. ¿Cuál de nuestros espíritus de la naturaleza debería tener el honor de matar a este patético anterior dios? Le haremos pelear su propia batalla por una vez. Meg miro a Nerón como si acabara de hablar al revés. —Yo... No puedo... Se torció los dedos donde solían estar sus anillos de oro. Tenía tantas ganas de devolvérselos, pero tenía miedo incluso de respirar. Meg parecía tambalearse al borde de un abismo. Temía que cualquier cambio en la habitación, la más mínima vibración en el suelo, un cambio en la luz, una tos o un suspiro, pudiera empujarla. —¿No puedes elegir? —preguntó Nerón, su voz goteaba simpatía—. Entiendo. Tenemos tantas dríadas aquí y todas merecen venganza. Después de todo, su especie tiene un sólo depredador natural: los dioses olímpicos —Meg frunció el ceño—. ¡Meg tiene razón! No elegiremos. Apolo, en nombre de Dafne, y las demás dríadas a las que has atormentado durante siglos... Decreto que todas nuestras dríadas amigas podrán hacerte pedazos. ¡Veamos cómo te defiendes cuando no tienen ningún semidiós detrás de quien esconderte! Chasqueó los dedos. Las dríadas no parecían muy entusiasmadas por destrozarme, pero los niños de la Casa Imperial acercaron sus antorchas a sus árboles en las macetas, y algo en las dríadas pareció romperse, inundándolas de desesperación, horror y rabia.

71

Juego de palabras entre “generous” y “Nero” en inglés.

Puede que hubieran preferido atacar a Nerón, pero como no pudieron hicieron lo que les pidió. Me atacaron.

29 Cuando quemes árboles Y sea la estación de las alergias, Cuenta con estornudos.

SI SUS CORAZONES LO HUBIERAN QUERIDO habría muerto. Había visto turbas reales de ataques de dríadas sedientas de sangre. No era algo a que cualquier mortal pudiera sobrevivir. Estos espíritus de árboles parecían más interesados en interpretar el papel. Ellos corrieron directo hacia mí, gritando RAWR, mientras ocasionalmente miraban detrás de su hombro para asegurarse de que los semidioses que empuñaban antorchas no habían prendido fuego sus fuentes de vida. Esquivé las primeras dos espíritus de palmeras que se abalanzaron sobre mí. — ¡No lucharé contra ustedes! — Exclamé. Una robusta ficus saltó sobre mí desde atrás, forzándome a lanzarla lejos. — ¡No somos enemigos! Un árbol lira estaba vacilando detrás, quizás esperando su turno para agarrarme, o con la esperanza de no ser vista. Sin embargo, su semidiós la notó. Él bajó su antorcha y el árbol lira se encendió como si estuviera empapado en aceite. La dríada gritó y se incendió, colapsando en un montón de cenizas. — ¡Deja de hacer eso! — dijo Meg, pero su voz era tan frágil que apenas fue registrada.

Las otras dríadas me atacaron en serio. Sus uñas se estiraron en garras. Un árbol de limón brotó espinas por todo su cuerpo y me tacleo en un abrazo doloroso. — ¡Para! — Meg dijo, más fuerte esta vez. — Oh, déjalos intentarlo, querida, — dijo Nerón, mientras los árboles se apilaban en mi espalda. — Se merecen su venganza. La ficus me ahorcó. Mis rodillas cedieron bajo el peso de seis dríadas. Espinas y garras rasgaron cada pedacito de piel expuesta. Grazné: — ¡Meg! Mis ojos se hincharon. Mi visión se volvió borrosa. — ¡PARA! — Meg ordenó. Las dríadas pararon. La ficus sollozó con alivio y liberó su agarre alrededor de mi cuello. Las otras retrocedieron, dejándome sobre mis manos y rodillas, jadeando, moretoneado y sangrando. Meg corrió hacia mí. Se arrodilló y puso una mano sobre mi hombro, estudiando mi expresión. Habría estado encantado de tener esta cantidad de atención de parte ella, si no hubiera estado a la mitad de la sala de trono de Nerón, o si tan solo hubiera podido, ya sabes, respirar. Su primera pregunta susurrada no era la que había estado esperando: — ¿Está Lu viva? Asentí, pestañeando lágrimas de dolor. — La última vez que la ví, — susurré también. — Todavía luchaba. El entrecejo de Meg se frunció. Durante un momento, su antiguo espíritu pareció reavivarse, pero era difícil visualizarla del modo que

había sido. Tuve que concentrarme en sus ojos, enmarcados por sus increíblemente horribles anteojos de ojos de gato, e ignorar su nuevo desordenado corte de cabello, el aroma de perfume de lilas, las sandalias púrpuras y doradas y (¡OH, DIOSES!) alguien le había hecho una pedicura. Intenté contener mi horror. —Meg, — dije. — Hay solo una persona aquí a quien deberías escuchar: a ti. Confía en ti misma. Lo decía en serio, a pesar de todas mis dudas y temores, a pesar de todas mis quejas durante los meses que Meg había sido mi ama. Ella me había elegido, pero yo también la había elegido a ella. Confiaba en ella, no a pesar de su pasado con Nerón, si no por eso. Había visto su lucha. Admiraba su progreso difícil pero triunfal. Debía confiar en ella por mi propio bien. Ella era, dioses ayúdenme, mi modelo a seguir. Saqué sus anillos de oro de mi bolsillo. Ella retrocedió cuando los vio, pero los presioné contra sus manos. — Eres más fuerte que él. Si hubiera podido hacer que me mirara a mí y a nadie más, quizás podríamos haber sobrevivido en una pequeña burbuja de nuestra vieja amistad, incluso rodeados del entorno tóxico de Nerón. Pero Nerón no podía permitir eso. — Oh, mi querida, — él suspiró. — Aprecio tu amable corazón. ¡De verdad! Pero no podemos interferir con la justicia. Meg se puso de pie y lo enfrentó. — Esto no es justicia. Su sonrisa se diluyó. Él me miró con una mezcla de humor y pena, como si dijera, Mira lo que has hecho.

— Puede que tengas razón, Meg, — le concedió. — Estas dríadas no tienen el coraje o el espíritu para hacer lo que es necesario. Meg se puso tensa, aparentemente dándose cuenta de lo que Nerón pretendía hacer. — No. — Intentaremos algo más. — Él le hizo un gesto a los semidioses, quienes bajaron sus antorchas hacia las plantas. — ¡NO! — Meg gritó. La habitación se volvió verde. Una tormenta de sustancias alergénicas explotaron desde el cuerpo de Meg, como si hubiera liberado todo el polen de roble de una estación entera en un simple estallido. Polvo verdoso cubrió la sala del trono, Nerón, su sillón, sus guardias, sus alfombras, sus ventanas, sus hijos. Las llamas de las antorchas de los semidioses chisporrotearon y murieron. Los árboles de las dríadas comenzaron a crecer, raíces rompiendo sus macetas y anclándose al suelo, hojas nuevas se desplegaron reemplazando las chamuscadas, ramas ensanchandose y estirándose, amenazado con enredar a sus guardias semidioses. Sin ser completamente tontos, los hijos de Nerón se tambalearon lejos de sus nuevas plantas de interior agresivas. Meg se giró hacia las dríadas. Ellas estaban acurrucadas juntas temblando, marcas de quemaduras humeando en sus brazos. — Vayan a sanarse, — les dijo. — Las mantendré a salvo. Con un sollozo colectivo de gratitud, se desvanecieron. Nerón con calma cepilló el polen de su cara y ropa. Sus Germani parecían impasibles, como si este tipo de cosas pasaran todo el

tiempo. Uno de los cynocephali estornudó. Su compañero cabeza-de-lobo le ofreció un pañuelo descartable. — Mi querida Meg, — dijo Nerón, con voz tranquila, — hemos hablado acerca de esto antes. Debes controlarte a ti misma. Meg apretó sus puños. — Ni siquiera tienes derecho. No era justo. — Ahora, Meg. — Su voz se endureció, dejándole saber que su paciencia había sido drenada. — A Apolo se le puede permitir permanecer con vida, si eso es lo que realmente quieres. No tenemos que entregárselo a Pitón. Pero si vamos a tomar este riesgo, te necesito a mi lado con tus increíbles poderes. Se mi hija de nuevo. Déjame salvarlo por ti. Ella no dijo nada. Su postura irradiaba terquedad. La imaginé enraizandose, anclandose en paz. Nerón suspiró. — Todo se vuelve mucho, muchísimo más difícil cuando despiertas a la Bestia. No quieres elegir la opción incorrecta de nuevo, ¿No? ¿Y perder a alguien más como perdiste a tu padre? — Él le hizo un gesto a la docena de Germani cubiertos en polen, su par de cynocephali, sus siete hijos adoptivos semidioses, quienes no miraron como si, a diferencia de las dríadas, estuvieran felices de tener que despedazarnos. Me pregunté qué tan rápido podría recuperar mi arco, aunque no estaba en forma para el combate. Me pregunté cuántos oponentes Meg podría manejar con sus cimitarras. A pesar de lo buena que era, dudaba de que pudiera repeler a veintiuno. Luego estaba Nerón mismo, quien tenía la constitución de un dios menor. A pesar de su ira, Meg no podía lograr mirarlo a la cara.

Imaginé a Meg haciendo los mismos cálculos, quizás decidiendo que no había esperanza, que la única posibilidad de preservar mi vida era rendirse a Nerón. — Yo no maté a mi padre, — dijo, su voz pequeña y dura. — Yo no le corté las manos a Lu o esclavicé a esas dríadas o nos retorcí a nosotros desde adentro. — Ella extendió una mano hacia los otros semidioses del hogar. — Tú lo hiciste, Nerón. Te odio. La expresión del emperador se volvió triste y fatigada. — Ya veo. Bueno… si te sientes de esa forma… — No es acerca de sentimientos, — Meg soltó. — Es acerca de la verdad. No voy a escucharte. No voy a usar tus armas para pelear mis luchas nunca más. Ella arrojó sus anillos. Un gritito desesperado escapó de mi garganta. Nerón Rió. — Eso, querida, fue tonto. Por una vez, estuve tentado de estar de acuerdo con el emperador. No importaba lo buena que mi joven amiga fuera con calabazas y polen, no importaba lo mucho que me alegrara de tenerla a mi lado, no podía imaginarme saliendo de esta habitación vivos sin estar armados. Los Germani levantaron sus lanzas. Los semidioses imperiales blandieron sus espadas. Los guerreros con cabeza-de-lobo gruñeron. Nerón levantó su mano, listo para dar el comando de asesinato, cuando detrás de mí un poderoso ¡BOOM! estremeció la habitación. La mitad de nuestros enemigos fueron sacudidos de sus pies. Rajaduras brotaron de las ventanas y las columnas de mármol.

Azulejos del techo cayeron, lloviendo polvo como bolsas rotas de harina. Me giré para ver las impenetrables puertas tendidas dobladas y rotas, un extrañamente demacrado toro rojo de pie sobre la brecha. Detrás de éste se hallaba Nico di Angelo. Debo decir, que no esperaba este tipo de destrucción de fiestas. Claramente Nerón y sus seguidores tampoco. Observaron con sorpresa como el tauri silvestre avanzaba lentamente a través del umbral. Donde los ojos azules del toro debían estar, sólo había hoyos negros. Su piel peluda y roja colgaba suelta de su esqueleto reanimado como una sábana. Era una cosa no muerta sin carne ni alma, con sólo el deseo de su amo. Nico escaneó la habitación. Él lucía peor que la última vez que lo había visto. Su rostro cubierto de hollín, su inflamado ojo izquierdo cerrado. Su remera había sido hecha jirones, y su espada negra goteaba algún tipo de sangre de monstruo. Lo peor de todo, alguien (supongo que un trog) lo había obligado a usar un sombrero de vaquero blanco. Casi que esperaba oírlo decir yee-haw en la voz más entusiasta que existía. Sacando provecho de su toro esquelético, apuntó a Nerón y dijo: — Mata a ese. El toro se lanzó. Los seguidores de Nerón se volvieron locos. Los Germani se precipitaron sobre la criatura como líneas de apoyo de fútbol americano yendo hacia un receptor abierto, desesperados por atraparlo antes de que alcanzaran estrado. Los cynocephali aullaron y se dirigieron hacia nuestra dirección. Los semidioses imperiales vacilaron, mirándose los unos a los otros por instrucciones como, ¿a quién atacamos? ¿el toro? ¿papá? ¿entre nosotros? (Este es el problema de criar a tus hijos para ser asesinos paranoicos.)

— ¡Vercorix! — Nerón chilló, su voz una octava más alta de lo usual. Él saltó sobre su sillón, apretando botones con enojo en su control remoto de gas Sasánida y aparentemente decidiendo que ese no era, de hecho, su control remoto de gas Sasánida. — ¡Tráeme los otros controles! ¡Rápido! A mitad de camino del toro, Vercorix se tambaleó y cambió el curso hacia la mesa de café, quizás preguntándose por qué él había aceptado ese ascenso y por qué Nerón no podía buscar sus propios y estúpidos controles remotos. Meg tiró de mi brazo, sacudiéndome de mi estupor. — ¡Levántate! Ella me corrió del camino de un cynocephalus, quien aterrizó a nuestro lado a cuatro patas, gruñendo y babeando. Antes de que pudiera decidir si luchar con él con mis manos vacías o mi mal aliento, Nico saltó entre nosotros, su espada en movimiento. Él cortó al hombre lobo en polvo y pelo de perro. — Hey, chicos. — El ojo inflamado de Nico lo hacía lucir más feroz de lo usual. — Probablemente deberían encontrar algunas armas. Intenté recordar cómo hablar. — ¿Cómo tú…? Espera, déjame adivinar. Rachel te envió. — Síp. Nuestra reunión fue interrumpida por el segundo guerrero cabezade-lobo, quien trotó hacia nosotros con más cautela que su camarada caído, bordeando los lados y buscando una apertura. Nico se defendió con su espada y su tenebroso sombrero de vaquero, pero tenía la sensación de que tendríamos más compañía pronto. Nerón aún estaba gritando en su sofá mientras Vercorix levantaba la bandeja de controles remotos. A unos metros de nosotros, los

Germani se amontonaban en la punta del toro esquelético. Algunos de los semidioses imperiales corrieron para ayudarlos, pero tres integrantes de la familia más astutos estaban esperando atrás, mirándonos a nosotros, sin suda considerando la mejor forma de matarnos para así obtener una estrella dorada de Papi en su tabla de tareas de la casa. — ¿Qué pasó con el gas Sasánida? — le pregunté a Nico. — Los Trogs todavía están trabajando en ello. Me callé una maldición que no habría sido apropiada para los oídos de alguien joven como Meg, excepto que Meg me había enseñado esa maldición en particular. — ¿El Campamento Mestizo ha sido evacuado? — preguntó Meg. Estaba aliviado de oírla unirse a la conversación. Me hizo sentir que aún era una de nosotros. Nico sacudió su cabeza. — No. Están luchando contra las fuerzas de Nerón en cada piso. Les advertimos a todos acerca del gas, pero no se irán hasta que ustedes se vayan. Sentí una oleada de gratitud y exasperación. Esos estúpidos, hermosos semidioses griegos, esos valientes, increíbles tontos. Quise golpearlos y luego darles un gran abrazo. El cynocephalus se abalanzó. — ¡Vayan! — Nico nos dijo. Corrí hacia la entrada donde había dejado mis provisiones, Meg a mi lado. Un Germanus voló sobre nosotros, siendo pateado hacia el olvido por el toro. El monstruo zombie ya estaba a seis metros del estrado del emperador, luchando para llegar a la línea de meta, pero estaba

perdiendo fuerzas bajo el peso de una docena de cuerpos. Los tres semidioses astutos estaban ahora merodeando en nuestra dirección, yendo en paralelo a nuestro camino hacia el frente de la habitación. Para cuando alcancé mis posesiones, estaba jadeando y sudando como si hubiera corrido una maratón. Recogí mi ukelele, acomodé una flecha en mi arco y apunté a los semidioses que se acercaban, pero dos de ellos habían desaparecido. ¿Quizás se habían ocultado detrás de las columnas? Disparé al único semidiós aún visible (¿Aemillia era?) pero o yo era débil y lento o ella estaba excepcionalmente bien entrenada. Ella esquivó mi tiro y siguió acercándose. — ¿Qué tal si te conseguimos unas armas? — le pregunté a Meg, poniendo otra flecha. Ella apuntó con la barbilla a su hermana adoptiva. — Tomaré las de ella. Tú concéntrate en Nerón. Corrió en sus sandalias y vestido de seda como si fuera a arrasar en un evento de gala. Nico aún luchaba con el tipo-lobo. El toro zombie finalmente colapsó bajo el peso del Equipo Nerón, lo que significaba que no quedaba mucho antes de que los Germani vinieran a buscar nuevos objetivos para combatir. Vercorix se tropezó y cayó mientras se acercaba al sofá del emperador, esparciendo la bandeja repleta de controles remotos a través de los almohadones. — ¡Ese! ¡Ese! — Nerón gritó inútilmente, apuntando a todos ellos. Apunté al pecho de Nerón. Estaba pensando en lo bien que se sentiría lograr este tiro cuando alguien saltó de la nada y me apuñaló en las costillas.

¡Brillante, Apolo! Había encontrado a uno de los semidioses perdidos. Era uno de los chicos más grandes de Nerón, ¿Lucius, quizás? Me habría disculpado por no recordar su nombre, pero como había clavado una daga en mi costado y ahora atrapado en un abrazo mortal, decidí que podía prescindir de las formalidades. Mi visión dio vueltas. Mis pulmones se negaron a llenarse de aire. A través de la habitación, Meg luchaba con las manos vacías contra Aemillia y el tercer semidiós perdido, quien aparentemente había esperado también a una emboscada. Lucius hundió su cuchillo más profundo. Batallé, sintiendo con distante interés médico que mis costillas habían hecho su trabajo. Habían desviado la cuchilla de mis órganos vitales, lo que era grandioso, excepto por el dolor atroz de tener un cuchillo incrustado entre mi piel y mi caja toráxica, y la masiva cantidad de sangre que ahora empapaba mi remera. No me pude sacar a Lucius de encima. Era muy fuerte. En desesperación lancé hacia atrás mi puño y le di un gran pulgar arriba en medio del ojo. Él gritó y se trastabilló hacia atrás. Heridas de los ojos, absolutamente las peores. Soy un dios médico e incluso a mí me dan impresión. No tenía la fuerza de sacar otra flecha. Me tropecé, intentando mantenerme consciente mientras me resbalaba en mi propia sangre. Siempre es divertido cuando Apolo va a la guerra. A través de la bruma de agonía, vi a Nerón sonreír triunfante, sosteniendo en alto un control remoto. — ¡Finalmente! No, recé. Zeus, Artemisa, Leto, alguien. ¡NO!

No podía detener al emperador. Meg estaba muy lejos, apenas aguantando contra sus dos hermanos. El toro había sido azotado hasta ser una pila de huesos. Nico había despachado al hombre lobo pero ahora se enfrentaba a una línea de molestos Germani entre él y el trono. — ¡Se acabó! — Nerón se regodeó. — ¡Muerte a mis enemigos! Y presionó el botón.

30 Estar vivo es Realmente difícil cuando siempre Tratas de matarme

¡MUERTE A MIS ENEMIGOS! fue excelente como grito de batalla. Un clásico, entregado con ¡Convicción! Sin embargo, parte del drama se perdió cuando Nerón presionó el botón y las cortinas de las ventanas comenzaron a bajar. El emperador pronunció una maldición -una que tal vez Meg le había enseñado- y se sumergió en los cojines del sofá, buscando el control remoto correcto. Meg había desarmado a Aemillia, como había prometido, y ahora estaba blandiendo la espada prestada mientras más de sus hermanos la rodeaban, ansiosos de hacerla caer. Nico vadeó a los Germani. Lo superaban en número de más de diez a uno, pero rápidamente desarrollaron un respeto por la espada de Hierro del Estigio. Incluso los bárbaros podían dominar una curva de aprendizaje si era lo suficientemente empinada y dolorosa. Nico no podía durar para siempre contra tantos, especialmente porque sus lanzas tenían un alcance más largo y Nico solo podía ver a través del ojo derecho. Vercorix ladró a sus hombres, ordenando que rodearan a di Angelo. Desafortunadamente, el teniente canoso parecía mucho mejor reuniendo sus fuerzas que manteniendo el control a lo lejos.

En cuanto a mí, ¿Cómo puedo explicar las dificultades de usar un arco después de ser apuñalado en un costado? Todavía no estaba muerto, lo que confirmó que la cuchilla había fallado mis arterias y órganos importantes, pero levantar el brazo me dio ganas de gritar de dolor. En realidad, apuntar y levantar mi arco fue una tortura peor que cualquier otra cosa en los campos de castigo, y Hades puede citarme al respecto. Había perdido sangre. Estaba sudando y temblando. Sin embargo, mis amigos me necesitaban. Tenía que hacer lo que estuviera a mi alcance. — Mountain Dew, Mountain Dew — murmure, tratando de aclarar mi mente. Primero, pateé a Lucius en la cara y lo noqueé, porque el pequeño astuto puede-puede que lo mereciera. Luego disparé una flecha a uno de los otros semidioses imperiales, que estaba a punto de apuñalar a Meg por detrás. Estaba reacio a matar, recordando el rostro aterrorizado de Cassius en el elevador, pero le di a mi objetivo en el tobillo, causando que gritara y caminara como pollo alrededor del trono. Fue satisfactorio. Mi verdadero problema era Nerón. Con Meg y Nico abrumados, el emperador tuvo mucho tiempo para buscar controles remotos entre los cojines de su sofá. El hecho de que sus puertas blindadas fueran destruidas no pareció frenar su entusiasmo en inundar la torre con gas venenoso. Quizás, siendo un dios menor, sería inmune. Quizás hacía gárgaras con gas sasánida todas las mañanas. Disparé al centro de su cuerpo, un disparo debería haberle partido el esternón. En cambio, la flecha se rompió en su toga. La prenda tenía alguna forma de magia protectora, tal vez. Eso, o la hizo un sastre realmente bueno. Con mucho dolor, coloqué otra flecha. Esta vez, apunté a la cabeza de Nerón. Estaba recargando demasiado lento.

Cada disparo fue una prueba a mi cuerpo torturado, pero mi puntería era buena. La flecha lo golpeó justo entre los ojos, Y fue destrozada, inútilmente. Me frunció el ceño desde el otro lado de la habitación. — ¡Para eso! —, luego volvió a buscar su control remoto. Mi ánimo decayó incluso más. Claramente, Nerón seguía siendo invulnerable. Luguselwa no había logrado destruir sus fasces. Eso significaba que nos enfrentábamos a un emperador que tenía tres veces el poder de Calígula o Commodus, y ellos no habían sido precisamente presa fácil. Si Nerón alguna vez dejara de obsesionarse con su gadget de gas venenoso y de hecho nos atacaba, estaríamos muertos. Nueva estrategia. Apunté a los controles remotos. Mientras tomaba el siguiente logré dispararlo de su mano. Nerón gruñó y agarró otro. No pude disparar lo suficientemente rápido. Me apuntó con el dispositivo y apretó los botones como si esto pudiera borrarme de la existencia. En cambio, tres pantallas gigantes de televisión bajaron del techo y cobraron vida. El primero mostró las noticias locales: una transmisión en vivo desde un helicóptero que rodeaba a esta misma torre. Al parecer, estábamos en llamas. Adiós a la torre indestructible. La segunda pantalla mostró a un torneo de PGA. El tercero se dividió entre Fox News y MSNBC, que por lado a lado debería haber sido suficiente para causar una explosión de antimateria. Supongo que fue un signo de inclinación apolítica de Nerón, o tal vez sus múltiples personalidades, que los miraba a ambos. Nerón gruñó de frustración y tiró el control remoto. — ¡Apolo deja de pelear conmigo! Vas a morir de todos modos ¿No lo entiendes? ¡Soy yo o el reptil!

La declaración me sacudió, haciendo que mi siguiente disparo se ampliara. Golpeó la ingle del sufrido Vercorix, quien se quedó cruzado de piernas por el dolor cuando la flecha corroyó su cuerpo hasta convertirlo en cenizas. — Amigo— murmuré — lo siento mucho. En el otro extremo de la habitación, detrás del estrado de Nerón, aparecieron más bárbaros, marchando en defensa del emperador con sus lanzas listas. ¿Nerón tenía un armario de escobas lleno de refuerzos ahí atrás? Eso fue totalmente injusto. Meg todavía estaba rodeada por sus hermanos adoptivos. Se las había arreglado para conseguir un escudo, pero estaba desesperadamente superada en número. Comprendí su deseo de abandonar las cimitarras duales que Nerón le había dado, pero estaba comenzando a cuestionar lo oportuno de esa decisión. Además, parecía decidida a no matar a sus atacantes, pero sus hermanos adoptivos no tenían tales reservas. Los otros semidioses se cerraron a su alrededor, sus sonrisas seguras indicando que sentían una victoria inminente. Nico estaba perdiendo fuerzas contra los Germani. Su espada parecía volverse diez libras más pesadas cada vez que la balanceaba. Cogí mis carcajes y me di cuenta de que me quedaba solo una flecha para disparar, sin incluir a mi entrenador de vida shakesperiano de Dodona. Nerón sacó otro control remoto. Antes de que pudiera apuntar, presionó un botón. Una bola de discos descendió desde el medio del techo. Luces destellaron. Comenzó a sonar “Stayin’ Alive” de los Bee Gees, que todos saben es uno de los Diez Mejores Presagios de Fatalidad Inminente en el manual de Profecía para Tontos. Nerón tiró el control remoto y recogió… oh, dioses. El último control. El último siempre es el correcto.

— Nico. — Grite. No tenía ninguna posibilidad de derribar a Nerón. En cambio, dispare al Germanus que estaba directamente entre el hijo de Hades y el trono, destruyendo al bárbaro hasta la nada. Bendito sea su elegante sombrero de vaquero, Nico comprendió. Corrió, saliendo del cuadrilátero de Germani y saltando directamente hacia el emperador con todas sus fuerzas restantes. La espada de Nico debería haber cortado a Nerón de la cabeza a la cola del diablo, pero con su mano, el emperador agarró la espada y la detuvo en seco. El hierro Estigio siseó y lanzó humo en su agarre. La sangre dorada goteó de entre sus dedos. Lanzó la hoja lejos de Nico y lo arrojó al otro lado de la habitación. Nico se abalanzó sobre la garganta de Nerón, listo para estrangularlo o convertirlo en un esqueleto de Halloween. El emperador le dio un revés con tanta fuerza que el hijo de Hades voló veinte pies y se estrelló contra el pilar más cercano. — ¡Necios, no pueden matarme! — Nerón rugió al ritmo de los Bee Gees. — ¡Soy inmortal! Hizo clic en su control remoto. No pasó nada obvio, pero el emperador chilló de alegría. — ¡Eso es ¡¡Este es! Todos tus amigos están muertos ahora. ¡JAJA-JA-JA-JA! Meg gritó de indignación. Trató de salir de su círculo de atacantes, como lo había hecho Nico, pero uno de los semidioses la hizo tropezar. Ella se estrelló de cara contra la alfombra. Su espada prestada traqueteo en su agarre. Quería correr en su ayuda, pero sabía que estaba demasiado lejos. Incluso si disparaba la Flecha de Dodona, no podría derribar a un grupo completo de semidioses.

Habíamos fallado. En la torre de abajo, nuestros amigos ahora estarían ahogándose hasta la muerte, todo el campamento eliminado con un solo clic del control remoto de Nerón. Los Germani levantaron a Nico y lo arrastraron hasta el trono. Los semidioses imperiales apuntaron sus armas a Meg, ahora boca abajo e indefensa. — ¡Excelente! — Nerón sonrió — Pero lo primero es lo primero ¡Guardias, maten a Apolo! Los refuerzos de Germani se precipitaron hacia mí. Busqué a tientas mi ukelele, revisando desesperadamente mi repertorio en busca de una canción que produjera un sorprendente cambio de suerte. ¿“I Believe in Miracles”? ¿“Make It Right”?? Detrás de mí, una voz familiar rugió: — ¡ALTO! El tono era tan autoritario que incluso los guardias y familiares de Nerón se volvieron hacia las puertas blindadas rotas. En el umbral estaba Will Solace irradiando una luz brillante. A su izquierda estaba Luguselwa, viva y coleando, sus muñones ahora equipados con dagas en lugar de cubiertos. A la derecha de Will estaba Rachel Elizabeth Dare, sosteniendo una gran hacha envuelta en un haz de varas de oro: Los fasces de Nerón. — ¡Nadie golpea a mi novio! — tronó Will — ¡Y nadie mata a mi papá!

Los guardias de Nerón se prepararon para atacar, pero el emperador gritó:

— ¡TODOS CONGELADOS! Su voz era tan aguda que varios de los Germani miraron hacia atrás para asegurarse de que era él quien hablo. Los semidioses de la familia imperial no parecían complacidos. Habían estado a punto de darle a Meg el Trato-de-Julio-Cesar-en-elsenado, pero a las órdenes de Nerón, dejaron sus armas. Rachel Dare escudriño la habitación: los muebles cubiertos de polen y bárbaros, la maleza de los árboles de dríadas, la pila de huesos de toro, las ventanas y las columnas agrietadas, las sombras todavía subiendo y bajando solas, los televisores a todo volumen, los Bee Gees sonando, la bola de discoteca girando. — ¿Qué han estado haciendo ustedes aquí? — murmuró. Will Solace cruzó la habitación con confianza, gritando — ¡Fuera de mi camino! — a los Germani. Marchó directamente hacia Nico y ayudó al hijo de Hades a levantarse. Luego arrastró a Nico de regreso a la entrada. Nadie intentó detenerlos. El emperador retrocedió en su estrado. Puso una mano detrás de él, como para asegurarse que su sofá todavía estaba allí en caso de que necesitara desmayarse dramáticamente. Ignoró a Will y Nico. Sus ojos estaban fijos en Rachel y los fasces. — Tú. — Nerón señaló con el dedo a mi amiga pelirroja. — Eres la Pitia. Rachel sopesó los fasces en sus brazos como un bebé; un bebé dorado, muy pesado y puntiagudo. — Rachel Elizabeth Dare — dijo — Y ahora mismo soy la chica que tiene tu vida en sus manos.

Nerón se humedeció los labios. Frunció el ceño, luego hizo una mueca, como si ejercitara sus músculos faciales para un soliloquio72 en un escenario. — Ustedes, ah, todos deberían estar muertos. Sonaba educado y molesto, como si reprendiera a nuestros camaradas por no llamar antes de pasar a cenar. Detrás de Luguselwa, surgió una figura más pequeña: ScreenBling, CEO de Troglodyte Inc., adornado con seis nuevos sombreros encima de su tricornio. Su sonrisa era casi tan brillante como Will Solace. — ¡Las trampas de gas son-CLIC-meticulosas! — él dijo — Hay que asegurarse de que los detonadores funcionan. — Abrió la mano y dejó que cuatro baterías de nueve voltios cayeran al suelo. Nerón miró a sus hijos adoptivos como diciendo: tenían un solo trabajo. — ¿Y exactamente como…? — Nerón parpadeo y entrecerró los ojos. El brillo de sus propios fasces pareció herir sus ojos. — El leontocefalina… no podrías haberlo derrotado. — No lo hice. — Lu dio un paso adelante, permitiéndole ver más de cerca sus nuevos apegos. Alguien... supuse que Will, la había arreglado con vendas nuevas, más cinta quirúrgica y mejores cuchillas, dándole un aspecto de Wolverine de bajo presupuesto. — Cambié lo que el guardián requería: mi inmortalidad. — Pero tú no tienes… — La garganta de Nerón pareció cerrarse. Una mirada de pavor apareció en su rostro, que era como ver a alguien presionar sobre arena mojada y expulsar agua del centro. Tuve que reír. Fue totalmente inapropiado, pero se sintió bien. 72

Discurso que mantiene una persona consigo misma, como si pensase en voz alta.

— Lu tiene inmortalidad — le dije — porque tú eres inmortal. Ustedes dos han estado conectados por siglos. El ojo de Nerón se crispó. — ¡Pero esa es mi vida eterna! ¡No puedes cambiar mi vida por mi vida! Lu se encogió de hombros. —Es un poco tramposo, estoy de acuerdo. Pero el leontocefalina pareció encontrarlo... divertido. Nerón la miró con incredulidad. — ¿Te suicidarías sólo para matarme? — En un abrir y cerrar de ojos — dijo Lu. — Pero no llegará a eso. Ahora solo soy un mortal normal. Destruir las fasces te hará lo mismo. — Hizo un gesto a sus antiguos camaradas germánicos. — Y todos tus otros guardias también. Estarán libres de tu esclavitud. Entonces... veremos cuánto duras. Nerón se rió tan abruptamente como yo lo había hecho. — ¡No puedes! ¿Ninguno de ustedes entiende? Todo el poder del Triunvirato es mío ahora. Mis fasces... — Sus ojos se iluminaron con repentina esperanza. — No las han destruido todavía, porque no pueden. Incluso si se pudiera, liberaría tanta energía que te quemaría en cenizas. E incluso si no te importa morir, el poder... todo el poder que he estado acumulando siglos simplemente se hundirían en Delfos... para... para él. ¡No quieres eso, créeme! El terror en su voz era absolutamente genuino. Finalmente me di cuenta de con cuánto miedo había estado viviendo. Pitón siempre había sido el verdadero poder detrás del trono: un maestro de marionetas más grande de lo que había sido la madre de Nerón. Como

la mayoría de los matones, Nerón había sido moldeado y manipulado por un abusador aún más fuerte. —Tú... Pitia, — dijo. —Raquel— Rachel. — ¡Eso es lo que dije! Puedo influir en el reptil. Puedo convencerlo de que te dé tus poderes otra vez. Pero mátame y todo está perdido. Él... él no piensa como un humano. No tiene piedad, ni compasión. ¡Él destruirá el futuro de nuestra especie! Rachel se encogió de hombros. — Me parece que has elegido a los de tu clase, Nerón. Y no es la humanidad. Nerón miró desesperadamente por la habitación. Fijó su mirada en Meg, que ahora estaba en sus pies, balanceándose con cansancio en el círculo de sus hermanos imperiales. — Meg, querida. ¡Diles! Dije que yo te dejaría elegir. ¡Confío en tu dulce naturaleza, en tus buenos sentidos! Meg lo miró como si fuera una pintura mural de mal gusto. Se dirigió a sus hermanos adoptivos: — Lo que han hecho hasta ahora... no es culpa suya. Es culpa de Nerón. Pero ahora tienen que tomar una decisión. Enfrentarse a él, como lo hice yo. Suelten sus armas. Nerón siseó. — Niños ingratos. La bestia. — La Bestia está muerta. — Meg se tocó un lado de la cabeza. — Yo la maté. Ríndete, Nerón. Mis amigos te dejarán vivir en una bonita prisión en algún lugar. Es más, de lo que te mereces.

— Ese — dijo Lu — es el mejor trato que vas a conseguir, Emperador. Diles a tus seguidores que se detengan. Nerón parecía al borde de las lágrimas. Parecía dispuesto a dejar de lado siglos de tiranía y luchas de poder y traicionar a su señor reptil. La villanía, después de todo, era un trabajo ingrato y agotador. Tomó un respiro profundo. Luego gritó: — ¡MÁTENLOS A TODOS! — Y una docena de Germani vinieron contra mí.

31 Piadoso tira y afloja No recomendado para niños O Lesters tampoco.

TODOS TOMAMOS NUESTRAS DECISIONES. La mía era dar vuelta y correr. No es que me aterrorizara una docena de Germani tratando de matarme. De acuerdo, si, estaba aterrorizado por una docena de Germani tratando de matarme. Pero también, no tenia flechas ni fuerzas. Tenia muchas ganas de esconderme detrás, quiero decir, pararme junto a Rachel, Screech-Blilng, y mi vieja amiga celta Wolverine de bajo presupuesto. Y… y. Las palabras de Nerón resonaron en mis oídos. Destruir los fasces seria mortal. No podía permitir que nadie más corriera ese riesgo. Quizás al Leontocefalino le había hecho gracia por razones que Lu no había entendido. Tropecé con Luguselwa, quien logro atraparme sin apuñalarme hasta la muerte. Will, todavía brillando como una luz de noche de gran rendimiento, había apoyado a Nico contra la pared y ahora estaba atendiendo sus heridas. Screech-Blilng dejó escapar un silbido agudo y más trogloditas vertieron en la habitación, cargando con las fuerzas del emperador en una ráfaga de chillidos, picos de minería y elegantes sombreros. Jadeé por respirar, haciendo un gesto de agarrar a Rachel. —Dame los faces.

—¿Por favor? — pregunto ella. —Y sí, lo siento, te subestime Rachel, ¿en realidad eres una especie de reina guerrera? —¡Si, por favor, y gracias, por todo esto! Lu frunció el ceño. —Apolo, ¿Estas seguro de que puedes destruirlo? Quiero decir, ¿Sin matarte? —No y no — dije Rachel miro al aire, como si leyera una profecía escrita en las luces danzantes de la bola disco. —No puedo ver el resultado — dijo. — Pero tienes que intentarlo. Tomé los fasces, luchando por no derrumbarme bajo su peso. El arma ceremonial tarareaba y se estremeció como el motor de un coche de carreras sobrecalentado. Su aura hizo estallar mis poros y mis oídos abrirse. Mi costado comenzó a sangrar de nuevo, si es que alguna vez se había detenido. No estaba emocionado por la sangre que corría por mi pecho y entraba en mi ropa interior mientras tenia un trabajo importante que hacer. Lo siento de nuevo, ropa interior. —Cúbranme —, les dije a las damas Lu se lanzo a la batalla, apuñalando, cortando y pateando a cualquier bárbaro Germani que pasara. Rachel saco un cepillo de pelo de plástico azul y se lo tiro al bárbaro más cercano, dándole en el ojo y haciéndole aullar. Siento haberte subestimado, Rachel, pensé distante. Eres una especie de ninja de cepillos de pelo. Lance una mirada preocupada al otro lado de la habitación. Meg estaba bien. Mas que bien. Había convencido a todos los hermanos adoptivos que le quedaban que tiraran las armas. Ahora ella se paro al frente de ellos como un general que intentar apuntalar a sus tropas

desmoralizadas. O, una comparación menos halagadora, me recordó a uno de los entrenadores de perros de Hades que trabajaba con una manada de nuevos perros del infierno. Por el momento, los semidioses obedecían sus ordenes y se quedaban quietos, pero cualquier signo de debilidad en ella, y con cualquier cambio de temperatura en la batalla, podrían romper filas y masacrar a todos los que estaban a la vista. No ayudo que Nerón estuviera pisando fuerte arriba y abajo en su sofá, chillando. ¡Mata a Apolo! ¡Maten a Apolo!, como si fuera una cucaracha que acababa de ver corriendo en el suelo. Por el amor de Meg, tenía que darme prisa. Agarré los fasces con ambas manos y traté de separarlas. El paquete dorado de varillas brillaba más y más, siendo cálido, iluminando los huesos y la carne roja de mis dedos, pero no cedía. —Vamos — murmure, intentándolo de nuevo, esperando un estallido de fuerza divina. — Si necesitas otra vida inmortal como sacrificio, ¡Estoy aquí! Tal vez debería haberme sentido tonto al negociar con un hacha ceremonial romana, pero de mis conversaciones con la Flecha de Dodona, parecía algo razonable intentarlo. Los trogloditas hicieron que los Germani se parecieran al equipo torpe de los Harlem Globetrotters 73… siempre jugando (Lo siento, generales de Washington). Lu cortó, golpeó y paró con su manocuchillo. Rachel se paro protectoramente frente a mí y ocasionalmente murmuraba: —Apolo, ahora sería un buen momento — que no me pareció muy útil. 73

Los Harlem Globetrotters son un equipo de baloncesto de los Estados Unidos que mezcla partidos de baloncesto con el entretenimiento y el show que hacen en cada uno de sus encuentros.

Meg todavía tenia a sus hermanos adoptivos bajo control por el momento, pero eso podría cambiar. Ella les estaba hablando de manera alentadora, haciéndome un gesto con la mirada que decía: Apolo tiene esto. Destruirá a papá en cualquier momento. Solo mira. Ojalá compartiera su certeza. Respire temblorosamente. —Puedo hacer esto. Solo necesito concentrarme. Que tan difícil puede ser destruir… ¿A mí mismo? Traté de romper las fasces sobre mi rodilla, y con ello casi me rompí la rodilla. Por fin, Nerón perdió la calma. Supuse que solo podía obtener cierta satisfacción de estar pisoteando su sofá y gritando a sus secuaces. —¿Tengo que hacer todo yo mismo? — gritó — ¿Tengo que matarlos a todos? Te olvidas de que soy un ¡DIOS! Salto del sofá, marchando directamente hacia mi y todo su cuerpo comenzó a brillar, porque Will Solace no podía tener lo suyo. Oh, no, Nerón también tenía que brillar. Trogs invadieron al emperador y los tiró a un lado, Germani que no salieron de su camino lo suficientemente rápido, también fueron arrojados a la siguiente zona horaria. Meg parecía querer desafiar a Nerón por si misma, pero cualquier movimiento lejos de sus hermanos adoptivos habría roto su delicado entrenamiento. Nico todavía estaba medio inconsciente. Will estaba ocupado tratando de revivirlo. Eso dejo a Lu y Rachel como última línea de defensa. No podría tener eso. Ya habían estado en peligro por mi bien. Nerón podría haber sido el mas pequeño de los dioses menores, pero aun así tenia fuerza divina. Su resplandor se hacía más brillante a medida que se

acercaba a las fasces, como Will y como yo en mis propios momentos piadosos de rabia… Me vino un pensamiento (o tal vez algo mas profundo que un pensamiento), una especie de instinto de reconocimiento. Al igual que Calígula, Nerón siempre había querido ser el nuevo dios del Sol. Él había diseñado a su Coloso de oro gigante para parecerse a mi cuerpo con su cabeza en él. Estos fasces no eran solo su símbolo de poder e inmortalidad, era su derecho a la divinidad. ¿Qué me había preguntado antes…? ¿Eres digno de ser un dios? Esa fue la pregunta central. Creía que era una deidad mayor que yo. Quizás estaba en lo correcto, o quizás ninguno de los dos era digno. Había una forma de averiguarlo. Si no pudiera destruir las fasces yo mismo, tal vez un poco de ayuda piadosa… —¡Muévanse del camino! — les dije a Lu y Rachel Me miraron como si estuviera loco. —¡CORRAN! — les dije. Corrieron a ambos lados justo antes de que Nerón las hubiera atravesado. El emperador se detuvo frente a mí, sus ojos parpadearon con poder. —Perdiste— dijo — Entrégalo. —Tómalo si puedes — Respondí. Yo mismo comencé a brillar. El resplandor se intensifico a mi alrededor, como lo había hecho meses antes en Indianápolis, pero mas lento esta vez, llegando a un crescendo. Las faces palpitaban de simpatía, comenzando a sobrecalentarse. Nerón gruño y agarro el mango del hacha. Para nuestra mutua sorpresa, la fuerza de mi agarre era igual a la de él.

Jugamos al tira y afloja, balanceando la hoja de un lado a otro, tratando de matarnos, pero ninguno de los dos pudo ganar, El resplandor a nuestro alrededor aumento como un bucle de retroalimentación: Blanqueó la alfombra bajo nuestros pies, blanqueó las columnas de mármol negro. Los Germani tuvieron que dejar de luchar solo para poder protegerse los ojos. Los trogloditas gritaron y se retiraron, sus gafas oscuras no tenían protección suficiente. —¡No… puedes…tomarlo… Lester! — dijo con los dientes apretados tirando con todas sus fuerzas. —Soy Apolo — dije, tirando en la otra dirección. — Dios del Sol, ¡Y yo… revoco… Tu… divinidad! Los fasces se partieron en dos: el eje se hizo añicos, las varillas y la hoja dorada explotaron como una bomba incendiaria. Un tsunami de llamas se apodero de mí, junto con miles de años de rabia reprimida, miedo y hambre insaciable de Nerón, las fuentes retorcidas de su poder. Me mantuve firme, pero Nerón se precipito hacia atrás y aterrizo en la alfombra, con la ropa ardiendo y la piel manchada de quemaduras. Mi brillo comenzó a desvanecerse. Estaba ileso… o al menos, no mas dañado de lo que había estado antes. Las fasces se rompieron, pero Nerón permaneció vivo e intacto. Si todo esto hubiera sido en vano, ¿Entonces? Al menos ya no se regodeaba. En cambio, el emperador sollozo desesperado. — ¿Qué has hecho? ¿No lo ves? Solo entonces comenzó a desmoronarse. Sus dedos se desintegraron. Su toga se convirtió en humo. Una nube brillante broto de su boca y nariz, como si estuviera exhalando su fuerza vital junto con sus respiraciones finales. Lo peor de todo, este brillo no se desvaneció simplemente. Se derramo hacia abajo, filtrándose en la

alfombra persa, metiéndose en las grietas entre las baldosas del suelo, casi como si Nerón estuviera siendo arrastrado (agarrado y arrastrado) hacia las profundidades, pieza por pieza. —Le has dado la victoria — gimió — Tienes… Lo ultimo de su forma mortal se disolvió y empapo el suelo. Todos en la habitación me miraron. Los Germani soltaron sus armas. Nerón finalmente se había ido. Quería sentir alegría y alivio, pero todo lo que sentía era agotamiento. —¿Se termino? — pregunto Lu. Rachel estaba a mi lado, pero su voz parecía venir de muy lejos: — Todavía no. Ni siquiera cerca… Mi consciencia se estaba debilitando, pero sabia que ella tenia razón. Comprendí la verdadera amenaza ahora. Yo tenia que ponerme en marcha. No tenía tiempo que perder. En cambio, caí en los brazos de Rachel y me desmayé. Me encontré flotando sobre una sala del trono diferente: El Consejo de los Dioses en el Monte Olimpo. Los tronos se curvaban alrededor del gran hogar de Hestia, formando una U. Mi familia, tal como eran, estaban sentados mirando una imagen holográfica que flotaba sobre las llamas. Era yo, desmayado en los brazos de Rachel en la torre de Nerón. Entonces… los estaba viendo, mirándolos, mirándome… Nop. Era demasiado. — Este es el momento más critico — dijo Atenea. Estaba vestida con su armadura habitual de gran tamaño. Estaba bastante seguro de

que el casco se lo robo a Marvin, el marciano de los Looney Tunes. — Él está peligrosamente cerca del fracaso. — Hmph — Ares se sentó y se cruzo de brazos. — Entonces, desearía que siguiera adelante. Tengo veinte dracmas de oro cabalgando sobre esto. — Eres tan insensible — le reprendió Hermes. — Además, son treinta dracmas y te di muy buenas posibilidades — Saco un bloc de notas encuadernado en cuero y un lápiz. — ¿Alguna apuesta final, gente? — BASTA— rugió Zeus. Iba vestido con un sombrío traje negro de tres piezas, como si se dirigiera a mi funeral. Su desgreñada barba negra estaba recién peinada y engrasada. Sus ojos parpadearon con un relámpago tenue. Casi parecía preocupado por mi situación. Por otra parte, era tan buen actor como Nerón. — Debemos esperar a la batalla final — anunció — Lo peor está por venir… —¿No se ha probado a si mismo ya? — pregunto Artemisa. Me dolía el corazón al ver a mi hermana otra vez. — ¡Ha sufrido más en estos últimos meses de lo que incluso podrías haber esperado! ¡Cualquiera sea la lección que intentabas enseñarle, querido padre, la ha aprendido! Zeus frunció el ceño. — No comprendes todas las fuerzas que actúan aquí, hija. Apolo debe afrontar el desafío final, por el bien de todos. Hefesto se sentó hacia adelante en su sillón reclinable mecánico, ajustándole las abrazaderas de las piernas. — Y si falla, ¿Entonces qué? ¿Once dioses olímpicos? Ese es un numero terriblemente desequilibrado.

— Podría funcionar — dijo Afrodita. —¡No empieces! — Artemisa espeto. Afrodita batió las pestañas, fingiendo inocencia. — ¿Qué? Solo digo que algunos panteones tienen menos de doce. O podríamos elegir a un nuevo duodécimo… —¡Un dios de los desastres climático! — Sugirió Ares — Sería increíble. ¡Él y yo podríamos trabajar muy bien juntos! —Deténganse todos — La reina Hera estaba sentada con un velo oscuro sobre el rostro. Ahora ella lo levanto. Para mi sorpresa, sus ojos estaban rojos e hinchados. Ella había estado llorando. —Esto ha continuado el tiempo suficiente. Demasiada perdida. Demasiado dolor. Pero si mi esposo insiste en llevarlo a cabo, ¡Al menos todos pueden no hablar de Apolo como si ya estuviera muerto! Vaya, pensé. ¿Quién es esta mujer y que ha hecho con mi madrasta? —Inexistente — corrigió Atenea — Si falla, su destino será mucho peor que la muerte. Pero pase lo que pase, comienza ahora. Todos se inclinaron hacia adelante, mirando la visión en las llamas mientras mi cuerpo comenzaba a moverse. Entonces volví a mi forma mortal, mirando, no a los Olímpicos, sino a los rostros de mis amigos.

32 El último empujón, familia. No voy a desperdiciar mi último tiro. Espera un momento ¿Y mi tiro? —ESTABA SOÑANDO — SEÑALÉ DÉBILMENTE a Meg — Y no estabas allí, tampoco estaban Nico o Will —Will y Nico intercambiaron miradas de preocupación, preguntándose, seguramente si había sufrido daño cerebral. —Necesitamos llevarte conseguiré uno de los Peg…

al

campamento,—dijo

Will—Te

—No. — luche un poco para sentarme. — tengo que irme — Lu resoplo. —Mírate amigo, estas en peores condiciones que yo. Ella tenía razón, en este momento dudaba que mis manos trabajaran tan bien como las dagas de Lu. Todo mi cuerpo temblaba de agotamiento y mis músculos parecían, más bien, cuerdas en tensión, tenía más golpes y moretones de los que hubiera tenido un equipo de Rugby completo. Sin embargo… —No tengo opción — dije —¿Podrían darme Néctar por favor? ¿Y suministros?, ¿Mi arco y más flechas? —Desafortunadamente, tiene razón — dijo Rachel — Pitón…— Apretó su mandíbula como si se forzara a si misma a bajar un eructo de gas de profecía. —Pitón se vuelve más fuerte segundo a segundo.

Todos parecían sombríos, pero nadie discutió ¿Después de todo lo que habíamos pasado por qué lo harían? Mi enfrentamiento con Pitón solo era otra tarea imposible en un día repleto de tareas imposibles. —Reuniré algunos suministros — Rachel me dio un beso en la frente y luego salió de allí. —En un momento te traigo tu arco y flechas — dijo Nico — Y el ukulele — añadió Will. Nico hizo un gesto de dolor. —¿De verdad odiamos tanto a Pitón? — Will levanto una ceja. —Bien — Nico se fue sin darme un besito, lo cual estuvo bien porque de todos modos no hubiera podido alcanzar mi frente con el sombrero vaquero que traía puesto. Lu me dirigió una mirada atenta. —Lo hiciste bien compañero de celda — ¿Estaba llorando? ¿Hubo un momento en las últimas 24 horas en las que no fuera un mar de lágrimas? —Lu, eres una buena persona, siento mucho haber desconfiado de ti. — Nah — Agito sus dagas —Esta bien, la verdad es que yo también pensé que eras bastante inútil. —Bueno… yo no diría algo como inútil… —Debería ir a revisar a la antigua familia imperial — Dijo — se ven un poco perdidos sin el General Retoño — Le guiñó un ojo a Meg y después se fue. Will me puso un frasco de néctar en las manos. —Bebe esto. Y esto — también me pasó un Mountain Dew —y aquí tienes un ungüento — le entrego el frasco a Meg. — ¿Podrías

hacer los honores? He agotado mis provisiones con Luguselwa Manos de Daga— Salió de allí dejándome a solas con Meg que se sentó en posición de indio a un lado mío para empezar a untarme ungüento en mis dolorsitos. Tenía muchos dolorsitos de donde escoger. Yo alternaba mis bebidas entre el néctar y el Mountain Dew, lo que era un poco como alternar gasolina Premium y gasolina regular. Meg se había deshecho de sus sandalias para enfrentar descalza los escombros de flechas, dagas y restos de hueso que tapizaban el piso, alguien le había dado una camisa naranja del Campamento Mestizo que usaba encima de su vestido, dejando clara su lealtad. Aún así seguía pareciendo mayor y sofisticada, pero también se parecía a mi Meg. — Estoy muy orgulloso de ti — dije, y no, definitivamente no estaba llorando como un bebé — fuiste muy fuerte y brillante. Así que... ¡OUCH! — presionó una de las heridas de daga e hizo que mis cumplidos cesaran de una vez por todas. —Si lo sé, tengo que estar para ellos — Señaló con su barbilla a sus hermanos de acogida que se habían derrumbado a causa de la muerte de Nerón. Un par de ellos irrumpieron en la habitación como una pequeña tormenta, se aventaban cosas y se gritaban comentarios llenos de odio mientras Luguselwa y algunos de nuestros campistas los observaban, dándoles su espacio, pero vigilando que los imperiales no se lastimaran a sí mismos. Otro hijo de Nerón estaba acurrucado y sollozando entre dos campistas de Afrodita que habían sido presionados para ser consejeros de duelo. Cerca de allí, uno de los imperiales mas jóvenes parecía estar catatónico en los brazos de un campista de Hipnos que le cantaba canciones de cuna para arrullarlo.

En el espacio de tiempo de una tarde los Imperiales habían pasado de ser enemigos a simples chicos que necesitaban ayuda, y Campamento Mestizo aceptaba el reto. —Necesitaran algo de tiempo — dijo Meg — y mucho apoyo como el que yo recibí. —Te necesitaran— añadí —Tú les mostraste la salida — ella se encogió de hombros. —Realmente tienes muchas heridas. La dejé trabajar mientras sorbía mis bebidas de alto octanaje; pensé que, tal vez, la valentía era un ciclo de auto-perpetración, como el abuso. Nerón había querido crear versiones en miniatura de si mismo porque eso lo hacía sentir más fuerte. Meg había encontrado la fuerza para oponerse a él porque vio cuanto la necesitaban sus hermanos adoptivos para tener éxito, para mostrarles otro camino. No había garantías. Los semidioses imperiales habían lidiado con tanto durante tanto tiempo que algunos de ellos tal vez nunca podrían volver de la oscuridad. Por otra parte, tampoco había habido nunca garantías para Meg, ni yo tenía la garantía de que regresaría después de lo que me esperaba en la cavernas de Delfos. Todo lo que cualquiera de nosotros podría hacer era intentar y esperar que, al final, el circulo virtuoso rompiera el circulo vicioso. Escanee con la mirada el resto del salón del trono, preguntándome cuanto tiempo había estado inconsciente. Afuera estaba completamente oscuro. Las luces de emergencia iluminaban el costado del edificio vecino. El sonido lejano de un Helicóptero me hizo saber que todavía éramos noticia local. La mayoría de los trogloditas habían desaparecido, aunque los Screech-Bling y algunos de sus tenientes seguían aquí y al parecer estaban teniendo una conversación seria con Sherman Yang. Tal vez estaban negociando la división del botín de guerra. Imagine que el campamento había estado

a punto de arrasar con el fuego griego y el oro imperial, mientras que los trogs tendrían una nueva y fabulosa colección de mercería lagartos y rocas por encontrar. Los hijos de Deméter cuidaban a unas Dríadas ya bastante crecidas y discutían la mejor manera de llevarlas al campamento. En el estrado del emperador, algunos de los hijos de Apolo, mis hijos, llevaban a cabo las operaciones de enfermería. Jerry, Yan y Gracie, los novatos del campamento ahora parecían todos unos profesionales, gritando órdenes a los camilleros, examinando a los heridos y tratando a los campistas y germanos por igual. Los bárbaros se veían trises y abatidos. Ninguno parecía tener el más mínimo interés en luchar. Algunos de ellos tenían heridas que debieron haberlos convertido en cenizas, pero ya no eran criaturas de Nerón, atados al mundo viviente por su poder, volvían a ser solo humanos como Luguselwa. Tendrían que encontrar un nuevo propósito para los años que les quedaban, y supuse que ninguno de ellos amaba la idea de permanecer leal a la causa de un emperador muerto. —Tenías razón — le dije a Meg. —Sobre confiar en Luguselwa, estaba equivocado — Meg me dio una palmadita en los nudillos. —Sigue diciendo eso. Tengo razón. He estado esperando meses para que te des cuenta — Me regaló una pequeña sonrisa, de nuevo, solo podía maravillarme por lo mucho que había cambiado, ella todavía parecía lista para brincar y hacer una voltereta sin razón o limpiarse la nariz con la ropa sin vergüenza alguna, o comer un pastel de cumpleaños entero porque ¡Nam! Pero ella ya no era la niña mitad erizo salvaje de aquel callejón que conocí en Enero. Había crecido en estatura y confianza, se comportaba como la dueña de esta torre y, asumiendo que Nerón estaba muerto, eso podría ser verdad, esperando que el lugar entero no se quemara.

—Yo- mi voz tembló. —Meg, tengo que… —Lo sé — miró hacia otro lado para limpiar su mejilla y en el proceso sus gafas cayeron. —tienes que hacer la siguiente parte por tu cuenta ¿No? Pensé en la última vez que estuve físicamente en las profundidades de Delfos, cuando Meg y yo vagamos inadvertidamente por el laberinto en la carrera a tres pies. (Ah, esos habían sido tiempos sencillos), la situación ahora era diferente. Pitón se había vuelto demasiado poderoso. Había visto su guarida en mis sueños, sabía que ningún semidiós podría sobrevivir a ese lugar. El aire era venenoso y quemaría su carne y derretiría sus pulmones. Yo mismo tenía pocas esperanzas de sobrevivir, pero dentro de mi corazón, siempre había sabido que este solo sería un viaje de ida. —Debo hacer esto solo — estuve de acuerdo con Meg. —¿Cómo? — Meg había hecho estallar la crisis más importante de mi larga vida de cuatro mil años con una sola pregunta. Sacudí la cabeza deseando tener una respuesta incuestionable. —Supongo que tengo que confiar en que no lo fastidiare todo… —Mmm… — ¡Oh, cállate McCaffrey! Ella forzó una sonrisa y después de unos segundos más de ponerme bálsamo en las heridas hablo de nuevo. —Así que… ¿Esto es un adiós? — Se atraganto con la última palabra, intenté encontrar mi voz, pero parecía que la había perdido en algún lugar de mis intestinos. — Yo… yo… te encontraré después Meg… asumiendo que…

— No lo fastidies — de mi boca salió un sonido que era algo entre una risa y un sollozo. —Si, pero de cualquier manera… Ella asintió. Incluso si sobreviviera, no sería el mismo. Lo mejor que podía esperar era emerger de Delfos con mi divinidad completa y restaurada, que era lo que más había deseado durante los últimos seis meses. Entonces ¿Por qué me sentía tan reacio a dejar atrás al torpe, roto y maltratado Lester Papadopoulos? —Vuelve a mi, tonto. Es una orden — Meg me dio un suave abrazo consciente de todas mis lesiones. Se puso de pie y corrió a ver a los semidioses imperiales, su antigua familia, y posiblemente su familia en formación. Mis otros amigos también parecían entenderlo. Will me hizo algunos vendajes de última hora, Nico me entrego mis armas, Rachel me dio una nueva mochila llena de suministros, pero ninguno de ellos me ofreció una despedida, sabían que cada minuto contaba a partir de ahora. Me desearon suerte y me dejaron ir. Al pasar cerca de los Screech-Bling y los tenientes trogloditas, estos se pusieron de pie y se quitaron el sombrero (los seiscientos veinte sombreros). Hice reconocimiento a tal honor. Asentí con la cabeza y crucé el despedazado umbral antes de que otro feo sollozo pudiera escaparse de mi boca. Pasé junto a Austin y Kayla en la antesala, estaban atendiendo más heridos y dirigiendo a los semidioses más jóvenes en sus trabajos de limpieza. Ambos me regalaron sonrisas cansadas, reconociendo así, los millones de cosas que no tuvimos tiempo de decirnos. Seguí adelante. Me encontré con Quirón en los ascensores, en su camino a entregar más suministros médicos. —Viniste en nuestro rescate — le dije — Gracias. Me miró con benevolencia, su cabeza casi tocaba el techo del elevador que no había sido diseñado para llevar centauros.

—Todos tenemos el deber de rescatarnos unos a otros ¿No lo crees? Asentí y me pregunté cómo era que el centauro se había hecho más sabio en todos aquellos siglos, mientras que mi sabiduría había ido desapareciendo, hasta que me había convertido en Lester. —Y… ¿Tu grupo de trabajo? ¿la reunión estuvo bien? — Pregunté intentando recordar lo que Dionisio nos había dicho acerca de la razón por la cual Quirón había estado fuera, parecía que habían pasado milenios — algo sobre una cabeza de gato cortada… — Quirón río —Una cabeza cortada y un gato, dos diferentes uh… personas. Son conocidos míos de otros panteones, discutíamos un problema mutuo — soltó esa información como si no fuera una granada que estallaría en mi cerebro ¿Quirón tenía conocidos en otros panteones? Por su puesto que si ¿Un problema mutuo? —¿Debería enterarme de algo? ¿Debería saber? — pregunté —No — dijo con gravedad. —la verdad es que no quieres saber… — me ofreció su mano. — Buena suerte, Apolo. Nos dimos la mano y me fui. Encontré las escaleras y comencé a bajar por ellas, no confiaba en los elevadores. Durante mi sueño en la celda, me vi a mi mismo bajando las escaleras de la torre cuando caí a Delfos. Estaba decidido a tomar el mismo camino en la vida real. Tal vez ni siquiera importara, pero me sentiría bastante tonto si me equivocara en mi camino para enfrentar a Pitón y terminara siendo arrestado por la policía de Nueva York en el vestíbulo de Triunvirato Holdings. Mi arco y mi flecha golpeteaban ligeramente mi espalda, las cuerdas de mi ukulele y mi nueva mochila de suministros. Me sostuve al barandal para que mis temblorosas piernas no terminaran por tirarme escalera abajo. Mis costillas se sentían como si recientemente

me hubiera hecho un tatuaje usando lava en vez de tinta, pero considerando todo lo que había pasado, me sentía notablemente entero. Tal vez mi cuerpo mortal me estaba dando un último empujón, tal vez mi divinidad se hacía presente para ayudar o quizá solo era el coctel de Néctar y Mountain Dew que corría por mis venas. Fuese lo que fuese, tomaría toda la ayuda que me fuera posible. Diez pisos, veinte pisos. Perdí la cuenta, las escaleras eran lugares horribles que desorientaban, estaba solo con el sonido de mi respiración y el golpeteo de mis pies contra los escalones. Unos cuantos pisos más y empecé a oler el humo. El aire brumoso me irrito los ojos. Aparentemente parte del edificio seguía en llamas. Increíble. Cubrí mi rostro con mi antebrazo y me di cuenta de que eso no era un muy buen filtro. Comencé a toser y a tener arcadas. Mi consciencia flotó. Considere abrir una puerta lateral y tratar de respirar aire fresco, pero no podía ver ninguna salida. ¿No se suponía que las escaleras debían tener de esas cosas? Mis pulmones gritaban, el oxígeno no llegaba a mi cerebro y se sentía como si estuviera a punto de salir de mi cráneo, como si le fueran a salir alas y se fuera a ir volando, cerebros con alas ¡Genial! Me di cuenta de que tal vez podía estar empezando a alucinar. Espera… ¿Qué había sucedido con las escaleras? ¿desde cuando estaba en una superficie plana? No podía ver nada a través del humo, el techo cada vez se había hecho más bajo. Extendí mis manos buscando cualquier tipo de apoyo, a ambos lados mis dedos tocaron la superficie cálida y sólida de la roca. El pasadizo continuó encogiéndose, al final me vi obligado a arrastrarme, apenas había espacio, mi ukulele se enterraba en mi axila y el carcaj rozaba con el techo.

Empecé a retorcerme e hiperventilar por la claustrofobia, pero me obligué a calmarme. No estaba atascado, podía respirar. El humo se había transformado y ahora era gas volcánico, que tenía un gusto terrible y olía peor, pero mis achicharrados pulmones de alguna manera continuaron procesándolo. Mi sistema respiratorio podía derretirse más tarde pero justo ahora estaba muy ocupado tragando azufre. Conocía este olor. Estaba en algún lugar de los túneles debajo de Delfos gracias a la magia del laberinto o a alguna extraña y brujesca afección de alta velocidad que conectaba la torre de Nerón con la guarida del reptil, había trepado, caminado, tropezado y gateado por medio mundo en cuestión de minutos. Mis piernas adoloridas podían sentir cada milla. Me retorcí hacia una luz tenue en la distancia. Los ruidos retumbantes hacían eco en la distancia, a través de un espacio mucho mas grande delante de mí. La respiración de algo grande y pesado. El tramo por el cual me había estado arrastrando terminó abruptamente. Me encontré a mí mismo mirando abajo desde la apertura de una grieta, a algo parecido a un respiradero debajo de mí, donde se extendía la enorme guarida de Pitón. Cuando había peleado con Pitón, miles de años antes, no había tenido que buscar ese lugar, la había atraído al mundo exterior y había luchado contra ella en el sol y el aire fresco, lo que era mucho mejor. Ahora mirando hacia abajo desde mi escondite, prefería estar en cualquier otro lugar. El suelo debajo de mí se extendía por el espacio de varios campos de futbol, estaba lleno de estalagmitas y dividido por una red de grietas volcánicas que arrojaban columnas de gas volcánico. La superficie irregular de la piedra estaba cubierta por una alfombra de horror, siglos de mudas de piel de serpiente, huesos y

cadáveres disecados de… de algo que ni si quiera quería imaginar. Pitón tenía todas esas gritas volcánicas debajo de ella y ¿Ni si quiera podía molestarse un momento en incinerar la basura? El monstruo en sí mismo media más o menos una docena de camiones de carga y ocupaba la parte de atrás de la caverna. Su cuerpo era una montaña de espirales de reptil, pero era más que una simple serpiente gigantesca. Pitón se movía y cambiaba según le convenía, le brotaban pieles con garras o alas de murciélago vestigiales o cabezas adicionales, todo esto caía y se secaba tan rápido como nacía. Era una reptílica conglomeración de todo lo que los mamíferos temían en sus más horribles y primitivas pesadillas. Había suprimido el recuerdo de lo horrible que era. Prefería que estuviera borrosa por los vapores venenosos, su enorme cabeza descansaba sobre sus rollos reptilescos, tenía los ojos cerrados, pero eso no me engaño, el monstruo nunca dormía en realidad, solo esperaba que su hambre aumentara, a su oportunidad de dominar el mundo y a que los pequeños y tontos Lesters se decidieran a saltar de su escondite. En ese momento, parecía que una brillante neblina se asentaba sobre Pitón, como las brasas de un impresionante espectáculo de fuegos artificiales. Con nauseabunda certeza me di cuenta de que estaba viendo a Pitón absorber los últimos restos del poder del Triunvirato caído. El reptil se veía feliz, cobijado por toda esa bondad cálida. Tenía que apurarme. Tenía un tiro para derrotar a mi viejo enemigo. No estaba preparado, no estaba descansado y definitivamente no iba a ser mi mejor juego. De hecho, estaba tan debajo de mi rango que no podía recordar otra letra más allá de LMNOP74. 74

Canción infantil para aprenderse las letras del alfabeto en inglés lanzada en 2009 por la banda Koo Koo Kanga Roo

Aun así, de algún modo me las había arreglado para llegar hasta aquí. Sentí un cosquilleo de poder acumulándose bajo mi piel, tal vez una pizca de mi yo divino intentando reafirmarse en contra de su archienemigo, esperaba que fuera eso y no una señal de que mi cuerpo empezaba a hacer combustión. Me las arregle para maniobrar con mi arco, tome una flecha y la acomode en la cuerda, no era una tarea fácil estando acostado boca abajo en un espacio así. Incluso me las arregle para evitar el golpeteo de mi ukulele contra la roca, no me delataría el sonido de una cuerda. Hasta ahora todo bien. Respiré profundamente. Esto era por Meg, esto era por Jason, esto era por todos aquellos que habían luchado y se habían sacrificado para arrastrar mi lamentable trasero mortal de una búsqueda a otra durante el último medio año, todo para conseguirme esta única oportunidad de redención. Me lancé hacia adelante, di una voltereta en el aire, apunté y disparé mi flecha directamente a la cabeza de Pitón.

33 En serio, chicos, sé que mi tiro estaba justo ahí. Ayúdenme a buscarlo.

ME PERDÍ. Ni siquiera trates de fingir que te sorprende. En lugar de perforar el cráneo del monstruo como esperaba, mi flecha se rompió en las rocas a unos metros de su cabeza. Las astillas se deslizaron sin causar daño por el suelo de la caverna. Los ojos como lámparas de Pitón se abrieron de golpe. Aterricé en el centro de la habitación, hundido hasta los tobillos en una cama de vieja piel de serpiente. Al menos no me rompí las piernas con el impacto. Podía guardarme ese desastre para mi gran final. Pitón me estudió, su mirada era tan punzante como la amenaza del gas volcánico. La bruma brillante que lo rodeaba se apagó. No podía estar seguro de si había terminado de digerir su poder, o si lo había interrumpido. Esperaba que rugiera de frustración. En cambio, se echó a reír, un estruendo profundo que licuó mi coraje. Es desconcertante ver reír a un reptil. Sus rostros simplemente no están diseñados para mostrar humor. Pitón no sonrió como tal, pero mostró sus colmillos, echó hacia atrás sus labios segmentados y dejó que su lengua bífida azotara el aire, probablemente saboreando el aroma de mi miedo. —Y aquí estamos. —Su voz venía de todo mi alrededor, cada palabra era como una broca clavándose en mis articulaciones—. No

he terminado de digerir el poder de Nerón, pero supongo que bastará. De todos modos, sabe a rata seca. Me sentí aliviado al escuchar que la cata imperial de Pitón se había interrumpido. Quizás eso lo haría un poco menos imposible de derrotar. Por otro lado, no me gustaba lo imperturbable que sonaba su total confianza. Aunque por supuesto, yo no parecía una gran amenaza. Coloqué otra flecha en mi arco. —Deslízate, serpiente. Huye mientras puedas. Los ojos de Pitón brillaron divertidos. —Increíble. ¿Todavía no has aprendido nada de humildad? Me pregunto, ¿A qué sabrás?, ¿A rata?, ¿A dios? Ambos son bastante similares, supongo. Estaba tan equivocado. No en el tema de los dioses teniendo sabor a rata... eso no lo sabía. Pero había aprendido mucho sobre la humildad. Tanta humildad que ahora, frente a mi antiguo némesis, me atormentaban las dudas. No puedo hacer esto. ¿Qué había estado pensando? Y, sin embargo, junto con la humildad, había aprendido algo más: ser humillado es sólo el principio, no el final. A veces necesitas un segundo disparo, un tercero y hasta un cuarto. Disparé mi flecha. Ésta golpeó a Pitón en la cara, se deslizó por su párpado izquierdo y lo hizo cerrar los ojos. Siseó, levantando la cabeza hasta que se elevó seis metros por encima de mí.

—Deja de avergonzarte, Lester. Yo controlo a Delfos. Me habría contentado con gobernar el mundo a través de mis títeres, los emperadores, pero tú has eliminado amablemente a los intermediarios. ¡He digerido el poder del Triunvirato! Ahora voy a digerir... Mi tercer disparo lo golpeó en la garganta. No perforó la piel. Habría sido demasiado esperanzador. Pero lo golpeó con la fuerza suficiente como para hacerlo sentir arcadas. Me deslicé entre montones de escamas y huesos. Salté por una estrecha fisura tan caliente que el vapor me horneó la entrepierna. Terminé de colocar otra flecha cuando la forma de Pitón comenzó a cambiar. Filas de diminutas alas correosas brotaron de su espalda. Dos piernas enormes crecieron de su vientre, levantándose hasta que se asemejó a un gigante dragón de Komodo. —Ya veo —se quejó—. No te irás sin pelear. Está bien... Podemos hacer que duela. Ladeó la cabeza, como un perro escuchando algo a lo lejos, una imagen que hizo que nunca quisiera tener un perro. —Ah... Delfos habló. ¿Te gustaría saber tu futuro, Lester? Es muy corto. Los humos verdes luminiscentes se espesaron y se arremolinaron a su alrededor, llenando el aire con el olor a podredumbre. Observé, demasiado horrorizado para moverme, mientras Pitón inhalaba el espíritu de Delfos, retorciendo y envenenando su antiguo poder hasta que habló con una voz atronadora, sus palabras cargando el peso ineludible del destino: —Apolo caerá...

—¡NO! —La rabia llenó mi cuerpo. Mis brazos humearon. Mis manos brillaron. Disparé mi cuarta flecha y atravesé la piel de Pitón justo por encima de su nueva pierna derecha. El monstruo tropezó, su concentración estaba rota. Nubes de gas se disiparon a su alrededor. Siseó de dolor, pisoteando con sus piernas para asegurarse de que todavía funcionaban. —¡NUNCA INTERRUMPAS UNA PROFECÍA! —Rugió. Luego se precipitó hacia mí como un muy hambriento tren de carga. Di un salto mortal sobre una pila de cadáveres que tenía a un costado mientras Pitón mordía el trozo del suelo de la cueva donde había estado parado justo antes. Escombros del tamaño de pelotas de béisbol llovieron a mi alrededor. Un trozo golpeó la parte posterior de mi cabeza y casi me deja inconsciente. Pitón atacó de nuevo. Había estado intentando ensartar otra flecha, pero él era demasiado rápido. Salté fuera del camino, aterrizando con mi arco y rompiendo mi flecha en el proceso. La cueva era ahora una fábrica zumbante llena de carne de serpiente: cintas transportadoras, aparatos trituradores, compactadores y pistones, todos hechos del cuerpo retorcido de Pitón, cada componente listo para molerme hasta convertirme en pulpa. Me puse de pie y salté sobre una sección del cuerpo del monstruo, evitando por poco una cabeza recién crecida que me atacó desde el costado de Pitón. Dada la fuerza de mi oponente y mi propia fragilidad, pude haber muerto varias veces. Lo único que me mantenía con vida era mi pequeño tamaño. Pitón era una bazuca y yo una mosca doméstica. Fácilmente podía matarme de un sólo disparo, pero tenía que atraparme primero.

—¡Escuchaste tu destino! —gruñó Pitón. Podía sentir la fría presencia de su enorme cabeza alzándose sobre mí—. Apolo caerá. No es mucho, ¡Pero es suficiente! Casi me atrapa en un rollo de carne, pero salté de la trampa. Mi amiga Lavinia Asimov, que baila claqué75, se habría sentido orgullosa de mi elegante juego de pies. —¡No puedes escapar de tu destino! —Pitón se regodeó—. ¡He hablado y así debe ser! Esto exigía una respuesta ingeniosa, pero estaba demasiado ocupado jadeando. Salté sobre el tronco de Pitón y lo usé como puente para cruzar una de las fisuras. Pensé que estaba siendo inteligente hasta que un pie de lagarto brotó a mi lado de la nada y rasgó mi tobillo con sus garras. Grité y tropecé, agarrando desesperadamente cualquier cosa mientras me resbalaba por el costado del reptil. Me las arreglé para agarrar un ala correosa, que se agitó en protesta, tratando de sacudirme. Puse un pie en el borde de la fisura, luego de alguna manera me arrastré de regreso a tierra firme. Malas noticias: mi arco cayó al vacío. No podía dejar de lamentarme. Mi pierna estaba en llamas. Mi zapato estaba mojado con mi propia sangre. Naturalmente, esas garras iban a ser venenosas. Probablemente había reducido mi esperanza de vida de unos pocos minutos a unos pocos minutitos menos. Cojeé hacia la pared de la caverna y me apretujé en una grieta vertical no más grande que un ataúd. (Oh, ¿por qué tuve que hacer esa comparación?)

75

El claqué, también llamado tap, es un estilo de baile estadounidense, en el que se mueven los pies rítmicamente mientras se realiza un zapateo musical.

Había perdido mi mejor arma. Tenía flechas, pero nada con que dispararlas. Cualesquiera que fueran los ataques de poder divino que estaba experimentando, no eran consistentes y tampoco suficientes. Eso me dejó con un ukelele desafinado y un cuerpo humano que se deterioraba rápidamente. Deseé que mis amigos estuvieran aquí. Hubiera dado cualquier cosa por las plantas de tomate explosivas de Meg, o la hoja de hierro estigio de Nico, o incluso un equipo de trogloditas veloces para llevarme por la caverna y gritar insultos al sabroso reptil gigante. Pero estaba solo. Espera. Un leve cosquilleo de esperanza me recorrió. No estaba del todo solo. Busqué a tientas en mi carcaj y saqué la flecha de Dodona. ¿CÓMO ESTAMOS SEÑOOOOR? La voz de la flecha zumbó en mi cabeza. —Haciendo algo genial —Jadeé—. Lo tengo justo donde quiero. ¿ASÍ DE MAL? ¡RAYOOOS! —¿Dónde estás, Apolo? —Rugió Pitón—. ¡Puedo oler tu sangre! —¿Escuchaste eso, flecha? —jadeé, delirando por el agotamiento y el veneno corriendo por mis venas—. ¡Lo obligué a llamarme Apolo! UNA GRAN VICTORIA, entonó la flecha. PARECE SER QUE ES CASI LA HORA. —¿Qué? —pregunté. Su voz sonaba inusualmente apagada. NO DIJE NADA. —Si lo hiciste. ¡NO LO HICE! NECESITAMOS FORMULAR UN NUEVO PLAN. YO IRÉ A LA DERECHA. TÚ DEBES IR A LA IZQUIERDA.

—Está bien… —estuve de acuerdo—Espera, eso no funcionará. No tienes piernas. —¡NO PUEDES ESCONDERTE! —bramó Pitón—. ¡NO ERES UN DIOS! Este pronombre me golpeó como un balde de agua helada. No tenía el peso de una profecía, pero de todos modos era cierto. Por el momento, no estaba seguro de lo que era. Ciertamente no era mi viejo y divino yo. Y tampoco era exactamente Lester Papadopoulos. Mi carne se puso al vapor. Pulsos de luz parpadearon bajo mi piel, como el sol tratando de atravesar nubes de tormenta. ¿Cuándo había empezado eso? Estaba entre estados, transformándome tan rápidamente como el propio Pitón. Yo no era un dios. Nunca volvería a ser el mismo Apolo de antes. Pero en ese momento, tuve la oportunidad de decidir en qué me convertiría, incluso si esa nueva existencia solo durara unos segundos. La realización quemó mi delirio. —No me esconderé —murmuré—. No me acobardaré. Eso no es lo que seré. La flecha zumbó inquieta. ASÍ QUE... ¿CUÁL ES TU PLAN? Agarré mi ukelele por el diapasón y lo sostuve en alto como un garrote. Levanté la flecha de Dodona en mi otra mano y salí de mi escondite. —¡A LA CARGA! En ese momento, esto parecía una acción completamente sensata. Así nada más, sorprendí a Pitón.

Me imaginé cómo debía haber sido desde su perspectiva: un adolescente andrajoso con la ropa rasgada y cortes y contusiones por todas partes, cojeando con un pie ensangrentado, agitando un palo y un instrumento de cuatro cuerdas mientras gritaba como un lunático. Corrí directamente hacia su enorme cabeza, que estaba demasiado alta para que yo la alcanzara. Empecé a chocar mi ukelele contra su garganta. —¡Muere! —¡CLANG!— ¡Muere! —¡CHIRRIDO!— ¡Muere! — ¡CRACK! Al tercer golpe, mi ukelele se hizo añicos. La carne de Pitón se convulsionó, pero en lugar de morir como una buena serpiente, se enroscó alrededor de mi cintura, casi con suavidad, y me levantó al nivel de su rostro. Sus ojos de lámpara eran tan grandes como yo. Sus colmillos brillaron. Su aliento olía a carne en descomposición. —Suficiente por ahora. —Su voz se volvió tranquila y reconfortante. Sus ojos pulsaban en sincronía con los latidos de mi corazón—. Luchaste bien. Deberías estar orgulloso. Ahora puedes relajarte. Sabía que estaba haciendo ese viejo truco de hipnosis que tenían los reptiles: paralizar al pequeño mamífero para que fuera más fácil de tragar y digerir. Y en el fondo de mi mente, una parte cobarde de mí (¿Lester? ¿Apolo? ¿Había alguna diferencia?) susurró: Sí, relajarse se sentiría realmente bien ahora. Hice mi mejor esfuerzo para no hacerle caso. Sin duda, Zeus lo vería y estaría orgulloso. ¡Quizás enviaría un rayo, haría estallar a Pitón en pequeños pedazos y me salvaría! Tan pronto como pensé eso, me di cuenta de lo tonto que era. Zeus no funcionaba de esa manera. No me salvaría más de lo que Nerón

habría salvado a Meg. Tuve que dejar de lado esa fantasía. Tenía que salvarme yo solo. Me retorcí y luché. Todavía tenía mis brazos libres y mis manos ocupadas. Apuñale a Pitón con mi diapasón roto con tanta fuerza que rasgó su piel y se clavó en su carne como una astilla, haciendo brotar sangre verde de la herida. Siseó, apretándome más fuerte, empujando toda la sangre a mi cabeza hasta que temí que me volaría la parte superior como un globo en los dibujos animados. —¿Alguien te ha dicho alguna vez —gruñó Pitón— que eres molesto? YO LO HE HECHO, dijo la Flecha de Dodona en tono melancólico. COMO MIL VECES. No pude responder. No tenía aliento. Me tomó toda mi fuerza restante evitar que mi cuerpo implosionara bajo la presión del agarre de Pitón. —Bien. —Pitón suspiró y su aliento me bañó como el viento de un campo de batalla—. No importa. Hemos llegado al final, tú y yo. Apretó más fuerte y mis costillas comenzaron a romperse.

34 Encontré mi tino. Tomó tiempo. Olvidé que estaba atado a él. Voy abajo. Chau.

LUCHÉ. Me retorcí. Golpeé la piel de Pitón con mi pequeño puño, luego le introduje mi ukelele en la herida una y otra vez con la esperanza de hacerlo sentir tan miserable como para que me dejara caer. En cambio, sus ojos gigantes y brillantes simplemente observaron, tranquilos y satisfechos, mientras mis huesos desarrollaban fracturas por estrés que podía escuchar en mi oído interno. Yo era un submarino en la Fosa de las Marianas. Mis músculos estaban estallando. ¡NO TE MUERAAAS! la flecha de Dodona me imploró. ¡EL TIEMPO HA LLEGADO! —¿Qu...? —Intenté soltar una pregunta, pero tenía muy poco aire en los pulmones. LA PROFECÍA DE LA QUE HABLA PITÓN, dijo la flecha. SI DEBES CAER, ENTONCES LO HARÁS, PERO PRIMERO, DEBES USARME. La flecha se inclinó en mi mano, apuntando hacia el enorme rostro de Pitón.

Mi procesador de pensamientos estaba confundido con mi cerebro explotando y todo, pero su significado me golpeó como un diapasón de ukelele. No puedo, pensé. No. DEBERÍAS. La flecha sonó resignada, decidida. Pensé en cuántas millas había viajado con esta pequeña astilla de madera y en la poca credibilidad que solía dar a sus palabras. Recordé lo que me había dicho sobre la expulsión de Dodona: una pequeña rama prescindible de la antigua arboleda, una pieza que nadie extrañaría.

Vi la cara de Jason. Vi a Heloise, Crest, Money Maker, Don el Fauno, Dakota, todos los que se habían sacrificado para traerme aquí. Ahora mi última compañera estaba dispuesta a pagar el costo de mi éxito: hacer lo único que siempre me había dicho que nunca haría. —No —gruñí, posiblemente la última palabra que podría decir. —¿De qué hablas? —Pitón preguntó, pensando que había hablado con él—. ¿La pequeña rata suplica piedad al fin? Abrí la boca, incapaz de responder. El rostro del monstruo se acercó más, ansioso por saborear mis últimos dulces quejidos. ¡QUE TE VAYA BIEN, AMIGO! Dijo la flecha. APOLO CAERÁ, PERO APOLO DEBE LEVANTARSE Y AVANZAR DE NUEVO. Con esas últimas palabras, transmitiendo todo el poder de su antigua arboleda, la flecha terminó la profecía del reptil. Pitón se acercó y, con un sollozo de desesperación, clavé la Flecha de Dodona en su enorme ojo. Rugió de agonía, agitando la cabeza de un lado a otro. Su agarre se aflojó lo suficiente para que yo me liberara. Me dejé caer y aterricé en una grieta ancha.

Mi pecho palpitaba. Definitivamente tenía algunas costillas rotas y probablemente un corazón roto también. Había superado con creces el kilometraje máximo recomendado para esta carrocería llamada Lester Papadopoulos, pero tenía que seguir adelante, por la flecha de Dodona. Tenía que seguir adelante. Luché por ponerme de pie. Pitón continuó agitándose, tratando de quitarse la flecha del ojo. Como dios médico, podría decir que eso sólo empeoraría el dolor. Ver mi vieja arma proyectil Shakespeariana sobresaliendo de la cabeza de la serpiente me puso triste, furioso y desafiante. Sentí que la conciencia de la flecha se había ido. Esperaba que hubiera huido de regreso a la Arboleda de Dodona y se hubiera unido a los millones de otras voces susurrantes de los árboles, pero temí que simplemente ya no existía. Su sacrificio había sido real y definitivo. La ira me invadió. Mi cuerpo mortal humeaba en serio, ráfagas de luz brillaban bajo mi piel. Cerca, vi la cola de Pitón agitándose. A diferencia de la serpiente que se había enroscado alrededor de la leontocefalina, esta serpiente tenía un principio y un final. Detrás de mí se abría la mayor de las grietas volcánicas. Sabía lo que tenía que hacer. —¡PITÓN! —Mi voz sacudió la caverna. Las estalactitas se estrellaron a nuestro alrededor. Imaginé, en algún lugar muy por encima de nosotros, a los aldeanos griegos congelados en seco mientras mi voz resonaba en las ruinas del lugar sagrado, los olivos temblando y perdiendo sus frutos. El señor de Delfos se había despertado. Pitón volvió su ojo siniestro restante hacia mí. —No vivirás.

—Estoy bien con eso —dije—. Siempre y cuando tú también mueras. Sujeté la cola del monstruo y la arrastré hacia el abismo. —¿Qué estás haciendo? —rugió—. ¡Alto, idiota! Con la cola de Pitón en mis brazos, salté hacia un costado. Mi plan no debería haber funcionado. Dado mi insignificante peso mortal, simplemente debería haber colgado allí como un aromatizante en un espejo retrovisor. Pero estaba lleno de furia justificada. Planté mis pies contra la pared de roca y tiré, arrastrando a Pitón hacia abajo mientras él aullaba y se retorcía. Él trató de mover su cola y tirarme, pero mis pies permanecieron firmemente plantados contra el costado de la pared del abismo. Mi fuerza creció. Mi cuerpo resplandeció con una luz brillante. Con un último grito desafiante, arrastré a mi enemigo más allá del punto sin retorno. La mayor parte de sus escamas se derramaron por la grieta. La profecía se hizo realidad. Apolo cayó y Pitón cayó conmigo.

Hesíodo escribió una vez que un yunque de bronce tardaría nueve días en caer desde la Tierra al Tártaro. Sospecho que usó el nueve como abreviatura de no sé exactamente cuánto tiempo, pero eso debe ser mucho, mucho tiempo. Hesíodo tenía razón. Pitón y yo caímos en las profundidades, sin perdernos de vista el uno sobre el otro, rebotando contra las paredes, girando en la oscuridad total hacia la luz roja de las venas de lava y de nuevo a la oscuridad. Dada la cantidad de daño que sufrió mi pobre cuerpo, parecía muy probable que muriese en algún momento del camino.

Sin embargo, seguí luchando. No me quedaba nada para blandir como arma, así que usé mis puños y pies, golpeando la piel de la bestia, pateando cada garra, ala o cabeza que brotaba de su cuerpo. Estaba más allá del dolor. Ahora estaba en el reino de la agonía extrema es el nuevo sinónimo de sentirse genial. Traté de hacerme pequeño en el aire para que Pitón se llevara la peor parte de nuestras colisiones con las paredes. No podíamos escaparnos el uno del otro. Siempre que nos separábamos, alguna fuerza nos volvía a unir como lazos matrimoniales. La presión del aire se volvió aplastante. Mis ojos se hincharon. El calor me horneaba como a una ronda de galletas de Sally Jackson, pero mi cuerpo aún brillaba y humeaba, las arterias de luz ahora estaban más cerca de la superficie, dividiéndome como un rompecabezas de Apolo en 3D. Las paredes de las grietas se abrieron a nuestro alrededor y caímos a través del aire frío y sombrío de Erebos, el reino de Hades. Pitón trató de hacer brotar alas y volar, pero sus patéticos apéndices de murciélago no pudieron soportar su peso, especialmente conmigo aferrándome a su espalda, rompiendo sus alas tan pronto como se formaban. —¡PARA! —Pitón gruñó. La flecha de Dodona todavía estaba clavada en su ojo arruinado. Su cara rezumaba sangre verde de una docena de lugares donde lo había pateado y golpeado—. ¡TE ODIO! Aquello demostraba que incluso los archienemigos de cuatro mil años pueden encontrar algo en lo que pueden estar de acuerdo. Con un gran ¡KA-BOOOOM! golpeamos el agua. O no era agua... más bien era una corriente rugiente de ácido gris escalofriantemente frío. El río Estigio nos arrastró corriente abajo.

Si te encantan los rápidos de categoría cinco en un río que puede ahogarte, disolver tu piel y corroer todos tus sentidos al mismo tiempo, te recomiendo encarecidamente un crucero de serpientes gigantes en el Estigio. El río drenó mis recuerdos, mis emociones, mi voluntad. Abrió las grietas ardientes en mi caparazón de Lester Papadopoulos, haciéndome sentir crudo y deshecho como una mundana libélula. Incluso Pitón se llevó lo suyo. Luchó con más lentitud. Se agitó y arañó para llegar a la orilla, pero le di un codazo en su único ojo bueno y luego le di una patada en el esófago, cualquier cosa para mantenerlo en el agua. No es que quisiera ahogarme, pero sabía que Pitón sería mucho más peligroso en tierra firme. Además, no me gustó la idea de presentarme en la puerta de Hades con mi condición actual. Allí no podía esperar una cálida bienvenida. Me aferré a la cara de Pitón, usando el eje sin vida de la flecha de Dodona como un timón, dirigiendo al monstruo con tirones de tortura. Pitón gimió, bramó y se agitó. A nuestro alrededor, los rápidos del Estigio parecían reírse de mí: ¿Lo ves? Rompiste un voto. Y ahora te tengo a ti. Me aferré a mi propósito. Recordé la última orden de Meg McCaffrey: Vuelve a mí, tonto. Su rostro permaneció claro en mi mente. Había sido abandonada tantas veces, tratada con mucha crueldad. Yo no le causaría otro dolor a ella. Sabía quién era yo. Yo era su tonto. Pitón y yo rodamos por el torrente gris y luego, sin previo aviso, salimos disparados por el borde de una cascada. Nuevamente caímos, en un olvido aún más profundo. Todos los ríos sobrenaturales eventualmente desembocan en el Tártaro, el reino donde los terrores primordiales se disuelven y se

vuelven a formar, donde los monstruos germinan en el cuerpo del propio Tártaro que era tan grande como un continente y que ahora dormía en un estado de sueño eterno. No nos detuvimos ni siquiera para hacernos una selfie. Atravesamos el aire ardiente y el rocío de la cascada abismal mientras un caleidoscopio de imágenes entraba y salía de la vista: montañas de hueso negro como las escápulas de un Titán; paisajes carnosos salpicados de ampollas que estallaban para liberar relucientes dragones y gorgonas recién nacidas; columnas de fuego y humo negro arrojándose hacia arriba en explosiones festivas y oscuras. Caímos aún más, en la grieta del Gran Cañón de este mundo de terror, hasta el punto más profundo del reino de la creación. Luego chocamos con una roca sólida. Vaya, Apolo, te estarás maravillando. ¿Cómo sobreviviste? No lo hice. En ese momento, yo ya no era Lester Papadopoulos. Tampoco era Apolo. No estaba seguro de quién o qué era. Me puse de pie, no sé cómo, y me encontré sobre un suelo de obsidiana, sobresaliendo sobre un interminable mar agitado de violeta y ámbar. Con una combinación de horror y fascinación, me di cuenta de que estaba al borde del Caos. Debajo de nosotros se agitaba la esencia de todo: la gran sopa cósmica de la que había surgido todo lo demás, el lugar donde la vida comenzó a formarse y pensé: ¡Oye, estoy separado del resto de esta sopa! Un paso fuera de la cornisa donde estaba parado y me reuniría con la sopa. Me habría disuelto por completo. Examiné mis brazos, que parecían estar en proceso de desintegración. La carne se quemó como el papel, dejando líneas jaspeadas de brillante luz dorada. Parecía una de esas muñecas de

anatomía transparentes diseñadas para ilustrar el sistema circulatorio. En el centro de mi pecho, más sutil de lo que la mejor resonancia magnética podía capturar, había una neblina de energía violeta turbulenta. ¿Era mi alma? ¿Mi muerte? Fuera lo que fuera, el brillo se estaba volviendo más fuerte, el tinte púrpura se extendía a través de mi forma, reaccionando a la cercanía del Caos, trabajando furiosamente para deshacer las líneas doradas que me mantenían unido. Eso probablemente no era bueno... Pitón yacía a mi lado, su cuerpo también se desmoronaba y su tamaño se había reducido drásticamente. Ahora era sólo cinco veces más grande que yo, como un cocodrilo o una constrictor prehistórica, quizás una mezcla de ambas; su piel todavía estaba adornada con cabezas, alas y garras a medio formar. Empalado en su ciego ojo izquierdo, la flecha de Dodona todavía estaba perfectamente intacta, ni un poco fuera de lugar. Pitón se puso de pie. Pisoteó y aulló. Su cuerpo se estaba deshaciendo, convirtiéndose en trozos de reptil y luz, y debo decir que no me gustó el nuevo look de cocodrilo disco. Tropezó hacia mí, siseando y medio ciego. —¡Destruirte! Quería decirle que se relajara. El caos ya estaba muy por delante de él. Rápidamente estaba destrozando nuestras esencias. Ya no teníamos que pelear. Podríamos simplemente sentarnos en esta aguja de obsidiana y derrumbarnos juntos en silencio. Pitón podría acurrucarse contra mí, contemplar la vasta extensión del Caos, murmurar «Que hermoso» y luego nos evaporaríamos en la nada. Pero el monstruo tenía otros planes. Cargó, me mordió la cintura y se lanzó hacia adelante, con la intención de empujarme hacia el olvido. No pude detener su impulso. Sólo pude moverme y girar para que cuando llegáramos al borde, Pitón cayera primero. Arañé

desesperadamente la roca, agarrando el borde mientras Pitón casi me partía por la mitad con todo su peso. Nos quedamos colgados allí, suspendidos sobre el vacío soportados por nada más que mis dedos temblorosos, con las fauces de Pitón apretadas alrededor de mi cintura. Podía sentir que me partían en dos, pero no podía soltarme. Canalicé todas las fuerzas que me quedaban en mis manos, como solía hacer cuando tocaba la lira o el ukelele, cuando necesitaba expresar una verdad tan profunda que solo podía comunicarse con la música: la muerte de Jason Grace, las pruebas de Apolo, el amor y el respeto que tenía por mi joven amiga Meg McCaffrey. De alguna manera, logré doblar una pierna. Le di un rodillazo a Pitón en la barbilla. Él gruñó. Le di un rodillazo de nuevo, más fuerte. Pitón gimió. Trató de decir algo, pero su boca estaba llena de Apolo. Lo golpeé una vez más, con tanta fuerza que sentí que se le partía la mandíbula inferior. Perdió su agarre y cayó. No dijo sus últimas palabras... sólo alcancé a ver una mirada reptiliana de horror en su ojo mientras se hundía en el Caos y estallaba en una nube de efervescencia púrpura. Quedé colgando de la cornisa, demasiado exhausto para sentir alivio. Este era el final. Empujarme hacia arriba estaba más allá de mi capacidad. Entonces escuché una voz que confirmó mis peores temores.

35 Colgando con mis amigos, Colgando de las puntas de mis dedos, Es lo mismo, de verdad. —TE LO DIJE. Nunca dudé que esas serían las últimas palabras que oiría. Junto a mí, la diosa Estigia flotaba sobre el vacío. Su vestido morado y negro podría haber sido un penacho del Caos. Su cabello flotaba como una nube de tinta alrededor de su hermoso y enojado rostro. No me sorprendió que ella pudiera existir aquí sin esfuerzo, en un lugar donde otros dioses temían ir. Además de ser guardián de los juramentos sagrados, Estigia era la encarnación del río del odio. Y como cualquiera puede decirte, el odio es una de las emociones más duraderas, una de las últimas en desvanecerse en la inexistencia. «Te lo dije» por supuesto que me lo dijo. Meses atrás, en el Campamento Mestizo, había hecho un juramento precipitado. Juré en el río Estigia no tocar música ni usar un arco hasta que volviera a ser un dios. Había hecho ambas cosas, y la diosa Estigia había estado persiguiendo mi progreso desde entonces, esparciendo tragedia y destrucción dondequiera que iba. Ahora estaba a punto de pagar el precio final: me cancelarían. Esperé a que Estigia apartara mis dedos de la repisa de obsidiana y luego me diera una frambuesa mientras me desplomaba en la destrucción amorfa y espesa de abajo.

Para mi sorpresa, Estigia no había terminado de hablar. —¿Has aprendido? —preguntó ella. Si no me hubiera sentido tan débil, me habría reído. Había aprendido, de acuerdo. Todavía estaba aprendiendo. En ese momento, me di cuenta de que había estado pensando en Estigia de la manera incorrecta todos estos meses. Ella no había puesto destrucción en mi camino. Yo mismo lo había causado. Ella no me había metido en problemas. Yo era el problema. Ella simplemente había señalado mi imprudencia. —Sí —dije miserablemente—. Demasiado tarde, pero lo entiendo ahora. No esperaba piedad. Ciertamente, no esperaba ayuda. Mi dedo meñique se soltó de la cornisa. Nueve dedos más hasta que cayera. Los ojos oscuros de Estigia me estudiaron. Su expresión no era de regodeo, exactamente. Ella se parecía más a una profesora de piano que estaba satisfecha de que su alumno de seis años finalmente hubiese dominado “Twinkle, Twinkle, Little Star". —Entonces, aférrate a eso —dijo. —¿Qué, a la roca? —murmuré—. ¿O a la lección? Estigia hizo un sonido que no pertenecía al borde del Caos: se rió entre dientes con genuina diversión. —Supongo que tendrás que decidir —con eso, se disolvió en humo, que se elevó hacia arriba. Hacia los aireados climas de Erebos. Ojalá pudiera volar así. Pero, ay, incluso aquí, en el precipicio de la inexistencia, estaba sujeto a la gravedad. Al menos había vencido a Pitón.

Nunca volvería a levantarse. Podría morir sabiendo que mis amigos estaban a salvo. Los oráculos fueron restaurados. El futuro aún estaba abierto a los negocios. Así que, ¿Que si Apolo fuera borrado de la existencia? Quizás Afrodita tenía razón. Once olímpicos eran suficientes. Hefesto podría presentar esto como un reality show de televisión: Once Es Suficiente. Las suscripciones a su servicio se dispararían. Entonces, ¿Por qué no podía dejarlo ir? Seguí aferrándome al borde con terca determinación. Mi meñique rebelde volvió a encontrar su agarre. Le había prometido a Meg que volvería con ella. No lo había dicho como un juramento, pero eso no importaba. Si dije que lo haría, tenía que seguir adelante. Quizás eso era lo que Estigia había estado tratando de enseñarme: no se trataba de cuán fuerte dijiste tu juramento, o qué palabras sagradas usaste. Se trataba de si lo decías en serio o no. Y si valía la pena hacer tu promesa. «Aférrate —me dije— tanto a la roca como a la lección.» Mis brazos parecieron volverse más robustos. Mi cuerpo se sintió más real. Las líneas de luz se tejieron juntas hasta que mi forma fue una malla de oro macizo. ¿Fue solo una última alucinación esperanzadora, o realmente me levanté?

Mi primera sorpresa: desperté. Las personas que se han disuelto en el Caos normalmente no hacen eso.

Segunda sorpresa: mi hermana Artemisa estaba inclinada sobre mí, su sonrisa tan brillante como la luna. —Te tomó bastante —dijo. Me levanté con un sollozo y la abracé con fuerza. Todo mi dolor se fue. Me sentí perfecto. Me sentí... casi pensé, como yo mismo de nuevo, pero ya no estaba seguro de lo que eso significaba. Volví a ser un dios. Durante mucho tiempo, mi más profundo deseo había sido recuperarme. Pero en lugar de sentirme eufórico, lloré sobre el hombro de mi hermana. Sentí que si soltaba a Artemisa, caería en el Caos. Grandes partes de mi identidad se soltarían y nunca podría encontrar todas las piezas del rompecabezas. —Guau, cálmate —me dio unas palmaditas en la espalda con torpeza—. Está bien, pequeñín. Estás bien ahora. Lo lograste. Suavemente se liberó de mis brazos. A mi hermana no le gustaba dar abrazos, pero me permitió tomar sus manos. Su quietud me ayudó a dejar de temblar. Estábamos sentados juntos en un sofá cama de estilo griego, en una cámara de mármol blanco con una terraza con columnas que se abría a una vista del Olimpo: la ciudad en expansión de los dioses, muy por encima de Manhattan. El aroma del jazmín y la madreselva llegaba desde los jardines. Escuché el canto celestial de las Nueve Musas en la distancia, probablemente su concierto diario en la hora del almuerzo en el ágora. Realmente estaba de vuelta. Me examiné. No llevaba nada más que una sábana de cintura para abajo. Mi pecho era de bronce y estaba perfectamente esculpido. Mis brazos musculosos no tenían cicatrices ni líneas ardientes que brillaban en la superficie. Era hermoso, lo que me hizo sentir melancólica. Había trabajado duro por esas cicatrices y moretones. Todo el sufrimiento por el que mis amigos y yo habíamos pasado...

Las palabras de mi hermana de repente me golpearon: Te tomó bastante tiempo. Me atraganté con la desesperación. —¿Cuánto tiempo? Los ojos plateados de Artemisa escanearon mi rostro, como si tratara de determinar qué daño le había hecho mi tiempo como humano a mi mente. —¿Qué quieres decir? Sabía que los inmortales no podían tener ataques de pánico. Sin embargo, mi pecho se contrajo. El icor en mi corazón bombeaba demasiado rápido. No tenía idea de cuánto tiempo me había tomado volver a convertirme en dios. Perdí medio año desde el momento en que Zeus me atacó en el Partenón hasta el momento en que caí en Manhattan como mortal. Por lo que sabía, mi reparadora siesta me había llevado años, décadas, siglos. Todos los que había conocido en la Tierra podrían estar muertos. No pude soportar eso. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? ¿Qué siglo es este? Artemisa procesó esta pregunta. Conociéndola tan bien como lo hacía, deduje que estaba tentada a reír, pero al escuchar el grado de dolor en mi voz, amablemente se lo pensó mejor. —No te preocupes, hermano —dijo—. Desde que luchaste contra Pitón, solo han pasado dos semanas. Bóreas, el viento del Norte, no podría haber exhalado con más fuerza que yo. Me senté derecho y tiré la sábana a un lado. —Pero, ¿Qué hay de mis amigos? ¡Pensarán que estoy muerto!

Artemisa observó el techo con atención. —No es para preocuparse. Nosotros, yo, envié claros augurios de tu éxito. Saben que has vuelto al Olimpo. Ahora, por favor, ponte algo de ropa. Soy tu hermana, pero no le deseo esta vista a nadie. —Hmmm —sabía muy bien que sólo me estaba tomando el pelo. Los cuerpos divinos son expresiones de perfección. Es por eso que aparecemos desnudos en estatuas antiguas, porque simplemente no cubres tal impecabilidad con la ropa. Sin embargo, su comentario resonó en mí. Me sentí raro e incómodo en este cuerpo, como si me hubieran dado un Rolls-Royce para conducir, pero sin seguro de automóvil para acompañarlo. Me había sentido mucho más cómodo en mi cuerpo de Lester, económico y compacto. —Yo, um... Sí —miré alrededor de la habitación—. ¿Hay un armario, o...? Su risa finalmente escapó. —Un armario. Eso es adorable. Puedes desearte a ti mismo en ropa, hermanito. —Yo… ah… —sabía que tenía razón, pero me sentía tan nervioso que incluso ignoré que me llamo hermanito. Había pasado demasiado tiempo desde que me confié en mi poder divino. Temí intentarlo y fallar. Yo podría convertirme accidentalmente en un camello. —Oh, bien —dijo Artemisa—. Permíteme. Un movimiento de su mano, y de repente estaba usando un vestido plateado hasta la rodilla, de esos que las seguidoras de mi hermana usaban, con sandalias con cordones. Sospeché que también estaba usando una tiara. —Um. ¿Quizás algo menos de cazadora?

—Creo que te ves adorable —su boca se torció en la esquina— . Pero muy bien. Un destello de luz plateada, y estaba vestido con una túnica blanca de hombre. Ahora que lo pienso, la prenda de vestir era prácticamente idéntica al vestido de una cazadora. Las sandalias eran iguales. Parecía llevar una corona de laureles en lugar de una tiara, pero esos no eran muy diferentes. Las convenciones de género eran extrañas. Pero decidí que era un misterio para otro momento. —Gracias —dije. Ella asintió. —Los demás están esperando en la sala del trono. ¿Estás listo? Me estremecí, aunque no debería haber sido posible que sintiera frío. Los demás. Recordé mi sueño de la sala del trono: los otros olímpicos apostando por mi éxito o fracaso. Me pregunté cuánto dinero habrían perdido. ¿Qué podría decirles? Ya no me sentía como uno de ellos. Yo no era uno de ellos. —En un momento —le dije a mi hermana—. ¿Te importaría…? Ella pareció entender. —Te dejaré calmarte. Les diré que ya vienes —ella me besó suavemente en la mejilla—. Me alegro de que hayas vuelto. Espero no arrepentirme de haber dicho eso. —Yo también —estuve de acuerdo. Ella brilló y desapareció.

Me quité la corona de laurel. No me sentía cómodo vistiendo tal símbolo de victoria. Pasé mi dedo sobre las hojas doradas, pensando en Dafne, a quien había tratado tan horriblemente. Ya sea que Afrodita me había maldecido o no, todavía era mi culpa que la náyade inocente se hubiera convertido en un árbol de laurel sólo para escapar de mí. Caminé hacia el balcón. Dejé la corona en el borde de la barandilla, luego pasé la mano por el jacinto que crecía a lo largo del enrejado, otro recordatorio de un trágico amor. Mi pobre Jacinto. ¿Realmente había creado estas flores para conmemorarlo, o simplemente para regodearme en mi propio dolor y culpa? Me encontré cuestionando muchas cosas que había hecho a lo largo de los siglos. Curiosamente, esta inquietud se sintió algo tranquilizadora. Estudié mis suaves brazos bronceados, deseando de nuevo haber conservado algunas cicatrices. Lester Papadopoulos se había ganado sus cortes, magulladuras, costillas rotas, pies ampollados, acné… Bueno, quizás no el acné. Nadie se lo merece. Pero el resto se había sentido más como símbolos de victoria que los laureles, y mejores conmemoraciones de la pérdida que los jacintos. No tenía muchas ganas de estar aquí en el Olimpo, mi hogar que no era un hogar. Quería volver a ver a Meg. Quería sentarme junto a la fogata en el Campamento Mestizo y cantar ridículas canciones o bromear con los semidioses romanos en el comedor del Campamento Júpiter mientras los platos de comida volaban sobre nuestras cabezas y fantasmas con brillantes togas de color púrpura nos contaban historias de sus antiguas hazañas. Pero el mundo de los semidioses no era mi lugar. Tuve el privilegio de experimentarlo, y necesitaba recordarlo.

Sin embargo, eso no significaba que no pudiera volver a visitarlo. Pero primero, tenía que mostrarme a mi familia, tal como ellos eran. Los dioses esperaban. Me volví y salí de mi habitación, tratando de recordar cómo caminaba el dios Apolo.

36 ¡Hurra! ¡Yupi! ¡Yei! Apolo está en la casa. Aguanten sus aplausos, por favor.

¿POR QUÉ TAN GRANDE? EN REALIDAD, nunca lo había pensado, pero después de seis meses fuera, la sala del trono de los olímpicos me pareció ridículamente enorme. El interior podría haber albergado un portaaviones. El gran techo abovedado, adornado con constelaciones, podría haber anidado todas las cúpulas más grandes jamás creado por humanos. El rugiente hogar central tenía el tamaño adecuado para cocinar una camioneta. Y, por supuesto, los tronos eran cada uno del tamaño de una torre de asedio, diseñado para seres que medían seis metros de altura. Mientras dudaba en el umbral, asombrado por la enorme magnitud de todo, me di cuenta de que estaba respondiendo a mi propia pregunta. El objetivo de que fuera grande era hacer que nuestros huéspedes ocasionales se sintieran pequeños. No solíamos permitir que los seres inferiores nos visitaran, pero cuando lo hacíamos, disfrutamos de la forma en que sus mandíbulas caían, y cómo tenían que estirar el cuello para vernos correctamente. Si luego bajar de nuestros tronos y encogernos hasta alcanzar el tamaño de un mortal, para poder apartarnos con estos visitantes y tener una charla confidencial, o darles una palmada en la espalda, parecía que estábamos haciendo algo realmente especial para ellos, descendiendo a su nivel.

No había ninguna razón por la que los tronos no pudieran haber sido del tamaño de un humano, pero entonces habríamos parecido demasiados humanos (y no nos gustaba que nos recordaran el parecido). O cuarenta pies de altura, pero eso habría sido demasiado incómodo, demasiados gritos para hacernos oír. Necesitaríamos lupas para ver a nuestros visitantes. Incluso podríamos haber hecho los tronos de quince centímetros de alto. Personalmente, me hubiera encantado ver eso. Un héroe semidiós entra en nuestra presencia después de una búsqueda horrible, se arrodilla ante un conjunto de dioses en miniatura, y Zeus chilla con la voz de Mickey Mouse: ¡Bienvenido al Olimpo! Mientras pensaba en todo esto, me di cuenta de que las conversaciones de los dioses se habían detenido. Todos se volvieron para mirarme parado en la puerta. Todo el escuadrón estaba aquí hoy, cosa que sólo ocurre en ocasiones especiales: el solsticio, las Saturnales, la Copa del Mundo. Tuve un momento de pánico. ¿Sabía siquiera cómo alcanzar los seis metros de altura? ¿Ellos tendrían que convocar un asiento elevado para mí? Capté la mirada de Artemisa. Ella asintió, ya sea un mensaje de aliento o una advertencia de que si no me apresuraba a convertirme, ella me ayudaría convirtiéndome en un camello de seis metros de altura en un vestido de noche. Eso me dio la dosis de confianza que necesitaba. Entré en la habitación. Para mi gran alivio, mi estatura crecía con cada paso. Del tamaño justo, tomé mi antiguo trono, directamente al otro lado del de mi hermana, con Ares a mi derecha y Hefesto a mi izquierda. Me encontré con los ojos de cada dios uno por uno. ¿Has oído hablar del síndrome del impostor? Todo en mí gritaba ¡Soy un impostor! ¡Yo no pertenezco aquí! Incluso después de cuatro

mil años de divinidad, seis meses de vida mortal me habían convencido que no era una verdadera deidad. Seguramente, estos once olímpicos pronto se darían cuenta de este desafortunado hecho. Zeus gritaría: ¿Qué has hecho con el verdadero Apolo? Hefesto presionaría un botón en su silla con artilugios incrustados. Se abriría una trampilla en el asiento de mi trono, y yo estaría sin ceremonias de regreso a Manhattan. En cambio, Zeus simplemente me estudió, sus ojos tormentosos bajo sus pobladas cejas negras. Eligió vestirse tradicionalmente hoy con un chitón blanco, que no era un buen look para él dada la forma en que le gustaba propagarse. —Has regresado —señaló, el señor supremo de afirmar lo obvio. —Sí, padre —me pregunté si la palabra padre sonaba tan mal como sabía. Traté de controlar la bilis subiendo dentro de mí. Esbocé una sonrisa y examiné a los otros dioses—. Entonces, ¿Quién ganó las apuestas? Junto a mí, Hefesto al menos tenía los buenos modales para moverse incómodo en su asiento, aunque, por supuesto, siempre se sentía incómodo. Atenea lanzó una mirada fulminante a Hermes como si dijera, Te dije que era una mala idea. —Oye, hombre —dijo Hermes—. Eso fue algo para mantener nuestros nervios bajo control. ¡Estábamos preocupados por ti! Ares resopló. —Especialmente por la forma en que andabas a tientas ahí abajo. Estoy sorprendido de que hayas durado tanto como lo hiciste— su rostro se puso rojo, como si acabara de darse cuenta de que estaba hablando en voz alta—. Uh… quiero decir, buen trabajo, hombre. Pasaste. —Así que perdiste un manojo —resumí.

Ares maldijo en voz baja. —Atenea ganó —Hermes se frotó el bolsillo trasero, como si aún le doliera la billetera. —¿De verdad? —pregunté. Atenea se encogió de hombros. —Sabiduría. Es muy útil. Debería haber sido un comercial. La cámara se acerca a Atenea, que sonríe a la pantalla mientras el lema promocional aparece debajo de ella: Sabiduría. Es muy útil. —Entonces... —extendí mis manos, indicando que estaba listo para escuchar lo que sea: cumplidos, insultos, crítica constructiva. No tenía idea de lo que estaba en la agenda de esta reunión, y me di cuenta que no me importaba mucho. Al otro lado de la habitación, Dioniso tamborileó con los dedos en su apoyabrazos estampado de piel de leopardo. Siendo el único dios del "lado de la diosa" de la asamblea (larga historia), él y yo a menudo teníamos concursos de miradas o intercambio de ojos en blanco cuando nuestro padre se quedaba demasiado cansado. Dioniso todavía estaba con su desaliñado disfraz de Sr. D, lo que molestó a Afrodita, que estaba sentada a su lado. Por su lenguaje corporal, podría decir que quería librarse de su vestido midi Oscar de la Renta76. Dado al exilio de Dioniso en el Campamento Mestizo, rara vez se le permitía visitar el Olimpo. Cuando lo hacía, por lo general tenía cuidado de no hablar a menos de que le hablaran. Hoy me sorprendió. —Bueno, creo que hiciste un trabajo maravilloso —ofreció—. Creo que, en tu honor, cualquier dios que actualmente esté siendo castigado con una temporada en la Tierra, debería ser perdonado de inmediato... 76

Marca de vestidos de coctel.

—No —espetó Zeus. Dioniso se desplomó hacia atrás con un suspiro abatido. No puedo culparlo por intentarlo. Su castigo, como el mío, parecía completamente sin sentido y desproporcionado. Pero Zeus trabajaba de formas misteriosas. No siempre podemos conocer su plan. Eso probablemente sea porque no tenía un plan. Deméter había estado tejiendo tallos de trigo en nuevas variedades resistentes a la sequía, como solía hacer mientras escuchaba nuestras deliberaciones, pero ahora dejó a un lado su canasta. —Estoy de acuerdo con Dioniso. Apolo debe ser elogiado. Su sonrisa era cálida. Su cabello dorado se onduló con una brisa invisible. Traté de detectar alguna semejanza con su hija Meg, pero eran tan diferentes como un grano y una cáscara. Yo decidí que prefería la cáscara. —Hizo de un esclavo maravilloso para mi hija —continuó Deméter—. Es cierto, le tomó un tiempo adaptarse, pero puedo perdonar eso. Si alguno de ustedes necesita un esclavo en el futuro para su hijo semidiós, recomiendo a Apolo sin dudarlo. Esperaba que esto fuera una broma. Pero Deméter, como la temporada de cosecha, no era conocida por su sentido de humor. —¿Gracias? —dije. Ella me lanzó un beso. «Dioses, Meg —pensé—. Lo siento mucho, tu mamá es tu mamá.» La reina Hera se levantó el velo. Como había visto en mi sueño, sus ojos estaban rojos e hinchados de llorar, pero cuando habló, su tono era tan duro como el bronce. Ella miró a su esposo.

—Al menos Apolo hizo algo. —No esto otra vez —retumbó Zeus. —Mi elegido —dijo Hera—. Jason Grace. Tu hijo. Y tu… —¡Yo no lo maté, mujer! —Zeus tronó—. ¡Fue Calígula! —Sí —espetó Hera—. Y al menos Apolo se entristeció. Al menos lo vengó. Espera… ¿Qué estaba pasando? ¿Me estaba defendiendo mi malvada madrastra? Para mi sorpresa, cuando Hera me miró a los ojos, su mirada no fue hostil. Ella parecía estar buscando solidaridad, simpatía, incluso. ¿Ves con lo que tengo que lidiar? ¡Tu padre es horrible! En ese momento, sentí una punzada de compasión por mi madrastra por primera vez en, oh, nunca. No me malinterpretes. Todavía me desagradaba. Pero se me ocurrió que ser Hera podría no ser tan fácil, dado con quién estaba casada. En su lugar, podría haberme vuelto un insoportable entrometido también. —Como sea —refunfuñó Zeus—, parece que después de dos semanas, la solución de Apolo es permanente. Pitón realmente se ha ido. Los Oráculos son libres. Las Parcas pueden volver a girar su hilo sin problema. Esas palabras se posaron sobre mí como cenizas vesubianas77. El hilo de las Parcas. ¿Cómo no había considerado esto antes? Las tres hermanas eternas usan su telar para girar la vida de dioses y mortales. Cortan el cordón del destino cuando es hora de que alguien muera. Eran superiores y más grandes que cualquier Oráculo. Mayor incluso que los Olímpicos.

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Referente al volcán Vesubio.

Aparentemente, el veneno de Pitón había hecho más que simplemente estrangular profecías. Si él podía interferir con el tejido de las Parcas también, el reptil podría haber terminado o prolongado vidas. Las implicaciones eran horribles. Algo más me llamó la atención sobre la declaración de Zeus. Él había dicho que parecía que mi solución era permanente. Eso implicaba que Zeus no estaba seguro. Sospeché que cuando caí al borde del Caos, Zeus no había podido mirar. Había límites incluso para su visión. Él no sabía exactamente qué había sucedido, cómo había derrotado a Pitón, cómo había regresado del abismo. Atrapé una mirada de Atenea, quien asintió casi imperceptiblemente. —Sí, padre —dije—. Pitón se ha ido. Los Oráculos son libres. Espero que se cuente con tu aprobación. Habiendo pasado un tiempo en el valle de la Muerte, estaba seguro de que mi tono era mucho, mucho más seco. Zeus se acarició la barba como si reflexionara sobre las infinitas posibilidades del futuro. Poseidón sofocó un bostezó como si se preguntara qué tan pronto terminaría esta reunión para poder volver a pescar con mosca. —Estoy satisfecho —dijo Zeus. Los dioses dejaron escapar un suspiro colectivo. Por mucho que pretendiéramos ser un consejo de doce, en verdad éramos una tiranía. Zeus era menos un padre benevolente y más un líder con puño de hierro con la armas más grandes y la capacidad de despojarnos de nuestra inmortalidad si lo ofendíamos. Sin embargo, de alguna manera, no me sentí aliviado de estar fuera del gancho de Zeus. De hecho, tuve que detenerme de rodar mis ojos. —Súper —dije.

—Sí —asintió Zeus. Se aclaró la garganta con torpeza—. Bienvenido de nuevo a la divinidad, hijo. Todo ha ido de acuerdo a mi plan. Lo has hecho admirablemente. ¡Eres perdonado y regresado a tu trono! Siguió un puñado de corteses aplausos de las otras deidades. Artemisa era la única que parecía genuinamente feliz. Incluso me guiñó un ojo. Guau. Realmente fue un día de milagros. —¿Qué es lo primero que harás ahora que has vuelto? —preguntó Hermes—. ¿Golpear a algunos mortales? ¿Quizás conducir tu carro solar demasiado cerca de la tierra y quemar el lugar? —Oh, ¿Puedo ir? —preguntó Ares. Les di un encogimiento de hombros cauteloso. —Creo que podría visitar a algunos viejos amigos. Dionisio asintió con nostalgia. —Las Nueve Musas. Excelente opción. Pero esos no eran los amigos que tenía en mente. —Bien, entonces —Zeus escudriñó la habitación, en caso de que alguno de nosotros quisiera una última oportunidad para arrastrarse a sus pies—. El consejo es destituido. Los olímpicos desaparecieron uno tras otro, volviendo a cualquier travesura divina que habían estado haciendo. Artemisa me dio un asentimiento tranquilizador, luego se disolvió en una luz plateada. Eso nos dejó sólo a Zeus y a mí. Mi padre tosió en su puño. —Sé que crees que tu castigo fue duro, Apolo.

No contesté. Hice lo mejor que pude para mantener mi expresión cortés y neutral. —Pero debes entender —continuó Zeus—, sólo tú podrías haber derrocado a Pitón. Solamente tú podrías haber liberado a los Oráculos. Y lo hiciste, como esperaba. El sufrimiento, el dolor a lo largo del camino... lamentable, pero necesario. Me has hecho sentir orgulloso. Es interesante cómo dijo eso: lo había hecho sentir orgulloso. Había sido útil para que se viera bien. Mi corazón no se derritió. No sentí que esto fuera una reconciliación cálida y difusa con mi padre. Seamos honestos: algunos padres no se lo merecen. Algunos no son capaces de hacerlo. Supongo que podría haberme enfurecido y ponerle malos nombres. Estábamos solos. Él probablemente lo esperaba. Dada su incómoda timidez en este momento, incluso podría haberlo hecho y quedar impune. Pero eso no lo habría cambiado. No habría hecho nada diferente entre nosotros. No puedes cambiar a un tirano tratando de ser más feo que él. Meg nunca podría haber cambiado a Nerón, más de lo que yo podría cambiar a Zeus. Sólo podía intentar ser diferente a él. Mejor. Más… humano. Y limitar el tiempo que pasaba con él al mínimo posible. Asentí. —Entiendo, Padre. Zeus pareció entender que lo que yo entendía no era quizás lo mismo que él entendía, pero aceptó el gesto, supongo que porque no tenía otra opción. —Muy bien. Así que... bienvenido a casa.

Me levanté de mi trono. —Gracias. Ahora, si me disculpas... Me disolví en luz dorada. Había varios otros lugares en los que preferiría estar, y tenía la intención de visitarlos todos.

37 Alegre de asar malvaviscos Pinacle y fresas Te amo, Campamento Mestizo

COMO DIOS, PODRÍA DIVIDIRME EN múltiples partes. Podría existir en muchos lugares diferentes a la vez. Debido a esto, no puedo decirles con absoluta certeza cuál de los siguientes encuentros ocurrió primero. Léalos en el orden que deseen. Estaba decidido a volver a ver a todos mis amigos, sin importar dónde estuvieran, y darles la misma atención aproximadamente al mismo tiempo. Sin embargo, primero debo mencionar a mis caballos. Sin juzgar, por favor. Los había extrañado. Debido a que eran inmortales, no necesitaban sustento para sobrevivir. Tampoco tenían absolutamente nada que hacer, salvo su viaje diario a través del cielo para mantener el sol en marcha, gracias a todos los demás dioses solares que aún alimentan los movimientos del cosmos, y esa otra cosa llamada astrofísica. Aun así, me preocupaba que mis caballos no hubieran sido alimentados o sacados a hacer ejercicio en al menos seis meses, tal vez un año entero, lo que tendía a ponerlos de mal humor. Por razones que no debería tener que explicar, no quieres que tu sol sea arrastrado por el cielo por caballos gruñones. Me materialicé en la entrada del palacio del sol y descubrí que mis ayudantes de cámara habían abandonado sus puestos. Esto sucede cuando no les pagas su dracma de oro diario. Apenas podía abrir la puerta principal porque habían metido meses de correo por la ranura.

Facturas Circulares publicitarias. Ofertas de tarjetas de crédito. Llamamientos para organizaciones benéficas como Godwill y Dryads Without Borders. Supongo que a Hermes le pareció divertido entregarme tanto correo postal. Tendría que hablar con ese tipo. Tampoco había detenido mis entregas automáticas de las Amazonas, por lo que el pórtico estaba repleto de cajas de envío llenas de pasta de dientes, detergente para la ropa, cuerdas de guitarra, resmas de tablatura en blanco y loción bronceadora con aroma a coco. En el interior, el palacio había vuelto a su antiguo olor a Helios, como sucedía cada vez que me ausentaba por un período prolongado. Su antiguo dueño había impregnado el lugar con el aroma de Titán: picante y sacarina, que me recordaba ligeramente al spray corporal Axe. Tendría que abrir algunas ventanas y quemar salvia. Una capa de polvo se había acumulado en mi trono dorado. Algunos bromistas habían escrito LÁVAME en el respaldo de la silla. Algún estúpido venti, probablemente. En los establos, mis caballos se alegraron de verme. Patearon sus puestos, soplaron fuego y relincharon indignados, como diciendo: ¿Dónde diablos has estado? Les di su paja dorada favorita y luego les llené el néctar. Les di a cada uno un buen cepillado y les susurré cosas dulces al oído hasta que dejaron de darme patadas en la ingle, lo que tomé como una señal de que me perdonaban. Se sentía bien hacer algo tan rutinario, algo que había hecho millones de veces antes. (Me refiero a cuidar de los caballos. No recibir patadas en la ingle). Todavía no me sentía como antes. Realmente no quería sentirme como antes. Pero estar en mis establos me resultó mucho más cómodo y familiar que estar en el Olimpo. Me dividí en Apolos separados y envié a uno de mí en mi viaje diario por el cielo. Estaba decidido a darle al mundo un día normal,

para mostrarles a todos que volvía a tomar las riendas y me sentía bien. Hoy no hay llamaradas solares, ni sequías ni incendios forestales. Solo Apolo siendo Apolo.

Esperaba que esta parte de mí sirviera como mi timón firme, mi fuerza de conexión a tierra, mientras visitaba mis otras paradas. La bienvenida que recibí en el Campamento Mestizo fue escandalosa y hermosa. — ¡LESTER! — los campistas corearon. — ¡LESTER! — ¡¿LESTER?! — ¡LESTER! Había elegido aparecer en mi antigua forma de Papadopoulos. ¿Por qué no mi brillante cuerpo de dios perfecto? ¿O uno de los Bangtan Boys, o Paul McCartney alrededor de 1965? Después de quejarme durante tantos meses de mi flácido saco de carne Lester con manchas de acné, descubrí que así me sentía como en casa. Cuando conocí a Meg, ella me aseguró que la apariencia de Lester era perfectamente normal. En ese momento, la idea me había horrorizado. Ahora lo encontraba reconfortante. — ¡Hola! — lloré, aceptando abrazos grupales que amenazaban con convertirse en estampidas. — ¡Si, soy yo! ¡Sí, regresé al Olimpo! Solo habían pasado dos semanas, pero los campistas novatos que parecían tan jóvenes e incómodos cuando llegué por primera vez ahora se comportaban como semidioses veteranos. Pasar por una batalla importante (lo siento, "viaje de campo") te hace eso. Quirón parecía enormemente orgulloso de sus aprendices y de mí, como si yo fuera uno de ellos.

— Lo hiciste bien, Apolo— dijo, agarrándome del hombro como el padre cariñoso que nunca había tenido. — Siempre eres bienvenido aquí en el campamento. Llorar feo no habría sido apropiado para un dios olímpico importante, así que eso es exactamente lo que hice. Kayla, Austin y yo nos abrazamos y lloramos un poco más. Tenía que mantener mis poderes divinos firmemente bajo control, o mi alegría y alivio podrían haber estallado en una tormenta de fuego de felicidad y arrasado todo el valle. Pregunté por Meg, pero me dijeron que ya se había ido. Había vuelto a Palm Springs, a la antigua casa de su padre, con Luguselwa y sus hermanos adoptivos de la Casa Imperial de Nerón. La idea de Meg manejando ese volátil grupo de semidioses con solo la ayuda de LuBeard El Pirata me hizo sentir incómodo. — ¿Estará bien? — Le pregunté a Austin. Él dudó. — Si. Quiero decir... — Sus ojos estaban muy abiertos, como si recordara las muchas cosas que todos habíamos visto y hecho en la torre de Nerón. — Ya sabes. Ella lo estará. Dejé de lado mis preocupaciones por el momento y seguí haciendo rondas entre mis amigos. Si se sentían nerviosos de que volviera a ser un dios, lo ocultaban bien. En cuanto a mí, hice un esfuerzo consciente por mantener la calma, no crecer seis metros ni estallar en llamas doradas cada vez que veía a alguien que me agradara. Encontré a Dionisio sentado tristemente en el porche de la Casa Grande, bebiendo una Coca-Cola Light. Me senté frente a él en la mesa de pinacle. — Bueno— dijo con un suspiro, — parece que algunos de nosotros tenemos finales felices.

Creo que estaba feliz por mí, a su manera. Al menos, trató de aplacar la amargura de su voz. No podía culparlo por sentirse así. Mi castigo había terminado, pero el suyo continuaba. Cien años comparados con mis seis meses. Sin embargo, para ser honesto, ya no podía considerar que mi tiempo en la Tierra hubiera sido un castigo. Terrible, trágico, casi imposible… sí. Pero llamarlo castigo le daba demasiado crédito a Zeus. Había sido un viaje, uno importante que hice yo mismo, con la ayuda de mis amigos. Esperaba… creía que la pena y el dolor me habían convertido en una mejor persona. Había forjado un Lester más perfecto con los desechos de Apolo. No cambiaría esas experiencias por nada. Y si me hubieran dicho que tenía que ser Lester por otros cien años… bueno, podría pensar en cosas peores. Al menos no se esperaría que me presentara en las reuniones del solsticio olímpico. — Tendrás un final feliz, hermano—, le dije a Dionisio. Me estudió. — ¿Hablas como el dios de la profecía? — No. — Sonreí. — Como quien tiene fe. — Seguramente no fe en la sabiduría de nuestro padre. Me reí. — Fe en nuestra capacidad para escribir nuestras propias historias, independientemente de lo que nos depare el destino. Fe en que encontrarás la manera de hacer vino con tus uvas agrias. — Qué profundo —murmuró Dionisio, aunque detecté una leve sonrisa en las comisuras de su boca. Hizo un gesto hacia su mesa de juego. — ¿Pinacle, tal vez? En eso, al menos, sé que puedo dominarte. Me quedé con él esa tarde y ganó seis juegos. Solo hizo un poco de trampa.

Antes de la cena, me teletransporté a la Arboleda de Dodona, en lo profundo del bosque del campamento. Al igual que antes, los árboles centenarios susurraron en una cacofonía de voces: fragmentos de acertijos y canciones, fragmentos de tonterías (algunas de ellas en realidad sobre perros), recetas e informes meteorológicos, nada de eso tenía mucho sentido. Campanas de viento de latón se retorcían en las ramas, reflejando la luz del atardecer y atrapando cada brisa. — ¡Hola! — Llamé. —¡Vine a darles las gracias! — Los árboles continuaron susurrando, ignorando mi presencia. — ¡Me dieron la Flecha de Dodona como guía! — Yo continué. Detecté una risa entre los árboles. — Sin la flecha—, dije, —mi búsqueda habría fallado. Se sacrificó para derrotar a Pitón. ¡En verdad, fue la más grande de toda la arboleda! Si los árboles pudieran haber hecho un rebobinado chirriante, estoy seguro de que lo habrían hecho. Sus susurros se extinguieron. Las campanillas de bronce colgaban sin vida de las ramas. — Su sabiduría fue invaluable—, dije. — Su sacrificio noble. Los representó con honor. Sin duda le diré a la guardiana de esta arboleda, mi abuela Rea, todo sobre su gran servicio. Ella escuchará lo que hicieron, que cuando necesite ayuda, me enviaron lo mejor. Los árboles empezaron a susurrar de nuevo, esta vez con más nerviosismo. Espera. Espera, nosotros hicimos ... ¿Qué? Me teletransporté antes de que pudieran verme sonreír. Esperaba que dondequiera que estuviera su espíritu, mi amiga la flecha se riera digna de una comedia de Shakespeare. Esa noche, después de la fogata, me senté mirando las brasas arder con Nico, Will y Rachel. Los chicos se sentaron cómodamente uno al

lado del otro, Will con el brazo alrededor del hombro de Nico, mientras que el hijo de Hades hacía girar un malvavisco quemado en un palo. A mi lado, Rachel abrazó sus rodillas y miró con satisfacción las estrellas, el fuego moribundo reflejándose en su cabello rojo como una manada de tauris silvestres. — Todo está funcionando de nuevo—, me dijo, tocando un lado de su cabeza. — Las visiones son claras. Puedo pintar. Ya he emitido un par de profecías. No más veneno de serpiente en mi mente. Gracias. — Me alegro—, dije. —¿Y la casa destruida de tus padres? Ella rió. —Resultó ser algo bueno. Antes, mi papá había querido que me quedara aquí en el otoño. Ahora, dice que tal vez sea una buena idea si hago lo que quería para empezar. Me tomaré un año sabático en París para estudiar arte mientras reconstruyen la casa. — ¡Oh, París! — Will dijo. Rachel sonrió. — ¿Cierto? Pero no te preocupes, volveré aquí el próximo verano para ofrecer más maravillas oraculares. — Y si te necesitamos mientras tanto— dijo Nico — siempre hay viajes de sombras. Will suspiró. — Me encantaría pensar que está sugiriendo una cita nocturna en París, Sr. Lord Oscuro. Pero sigues pensando en el Tártaro, ¿No es así? ¿Esperando alguna guía profética? Nico se encogió de hombros. — Negocios inconclusos… Yo fruncí el ceño. Parecía que hacía tanto tiempo que me habían mencionado esto: la compulsión de Nico por explorar las profundidades del Tártaro, la voz que había escuchado pidiendo ayuda. No quería abrir heridas nuevas, pero le pregunté tan suavemente como pude: — ¿Estás seguro de que no es... Jason?

Nico masticó su malvavisco ennegrecido. — No voy a mentir. Me he preguntado sobre eso. He pensado en intentar encontrar a Jason. Pero no, esto no se trata de él —. Se acurrucó un poco más cerca de Will. — Tengo la sensación de que Jason tomó su decisión. No estaría honrando su sacrificio si intentara deshacerlo. Con Hazel... Ella estaba a la deriva en los Asfódelos. Me di cuenta de que se suponía que no debía estar allí. Necesitaba volver. Con Jason, tengo la sensación de que ahora está en un lugar mejor. — ¿Como en el Eliseo? — Aventuré. — ¿Renació? — Esperaba que me lo pudieras decir—, admitió Nico. Negué con la cabeza. —Me temo que no tengo ni idea de los asuntos posteriores a la muerte. ¿Pero si no es Jason en quien estás pensando ...? Nico hizo girar su palito. — Cuando estuve en el Tártaro por primera vez, alguien me ayudó. Y yo... lo dejé allí. No puedo dejar de pensar en él. — ¿Debería estar celoso? — Preguntó Will. — Es un titán, tonto— dijo Nico. Me senté derecho. — ¿Un titán? — Larga historia— dijo Nico. — Pero él no es un mal tipo. Él es... Bueno, siento que debería buscarlo, ver si puedo averiguar qué pasó. Puede que necesite mi ayuda. No me gusta cuando se pasa por alto a la gente. Rachel se encogió de hombros. — ¿A Hades no le importaría que bajaras al Tártaro? Nico se rió sin humor. — Lo tiene expresamente prohibido. Después de ese asunto con las Puertas de la Muerte, no quiere a nadie en el Tártaro nunca más. Ahí es donde entran los trogloditas. Pueden

hacer túneles en cualquier lugar, incluso allí. Pueden hacernos entrar y salir de forma segura. — Seguro que es un término relativo—, señaló Will, — dado que la idea es una locura. Fruncí el ceño. Todavía no me gustaba la idea de que mi hijo brillante saltara a la tierra de las pesadillas de monstruos. Mi reciente caída al borde del Caos me había recordado el terrible destino de viaje que era. Por otra parte, no era mi lugar decirles a los semidioses qué hacer, especialmente a los que más amaba. Ya no quería ser ese tipo de dios. — Desearía poder ofrecerte ayuda—, dije, — pero me temo que Tártaro está fuera de mi jurisdicción. — Está bien, papá— dijo Will. — Has hecho tu parte. Ninguna historia termina nunca, ¿Verdad? Solo continua en otros—. Entrelazó sus dedos con los de Nico. — Nos encargaremos de lo que venga después. Juntos. Con o sin profecía... Te juro que no tuve nada que ver con eso. No presioné un botón en la espalda de Rachel. No preparé un regalo sorpresa de Delphic Deliveries. Pero tan pronto como Will dijo la palabra profecía, Rachel se puso rígida. Ella inhaló profundamente. Una niebla verde se levantó de la tierra, arremolinándose a su alrededor y enroscándose en sus pulmones. Se inclinó hacia un lado mientras Nico y Will se abalanzaron para atraparla. En cuanto a mí, me escapé de una manera muy impía, mi corazón latía como un asustado Lester. Supongo que todo ese gas verde me recordó demasiado a mi tiempo de calidad reciente con Pitón. Para cuando mi pánico disminuyó, el momento profético había pasado. El gas se había disipado.

Rachel yacía cómoda en el suelo, Will y Nico de pie junto a ella con miradas perturbadas. — ¿La escuchaste? — Nico me preguntó. — ¿La profecía que susurró? — Yo… yo no lo hice—, admití. — Probablemente sea mejor si... si les dejo a ustedes dos resolver esto. Will asintió, resignado. — Bueno, no sonó bien. —No, estoy seguro de que no— Miré con cariño a Rachel Dare. — Ella es una oráculo maravillosa.

38 Zanahorias y pastelillos Galletas azules recién horneadas de Sally Tengo tanta hambre

LA WAYSTATION SE SENTÍA TAN diferente en el verano. El jardín de la azotea de Emmie estaba repleto de tomates, guisantes, repollo y sandía. El gran salón estaba repleto de viejos amigos. Las Cazadoras de Artemisa estaban en residencia, después de haber recibido una buena paliza en su excursión más reciente para atrapar al Zorro Teumessian. — Ese zorro es un asesino— dijo Reyna Ávila Ramírez-Arellano, frotándose el cuello magullado. — Nos llevó directamente a una guarida de hombres lobo, el pequeño punk. — Uf— coincidió Thalia Grace, sacando un diente de hombre lobo de su chaqueta de cuero. — ZT esparce destrucción por todos lados. — ¿ZT? — pregunté. — Es más fácil que decir zorro teumessiano veinte veces al día — me dijo Thalía. — De todos modos, el zorro atraviesa una ciudad y revuelve a todos los monstruos en un radio de veinte millas. Peoria 78 está prácticamente en ruinas.

78

Peoria es una ciudad ubicada en el condado de Peoria en el estado estadounidense de Illinois.

Esto sonó como una pérdida trágica, pero estaba más preocupado por mis amigas cazadoras. — ¿Te arrepientes de tu decisión de unirte? — Le pregunté a Reyna. Ella sonrió. — Ni por un minuto ¡Esto es divertido! Thalia le dio un puñetazo en el hombro. — Ésta es una Gran Cazadora. Sabía que lo sería. Atraparemos a ese zorro uno de estos días. Emmie las llamó desde la cocina para que ayudaran con la cena, porque las zanahorias no iban a cortarse solas en dados. Las dos amigas se marcharon juntas, riendo y compartiendo historias. Me hizo bien al corazón verlas tan felices, incluso si su versión de la diversión era una caza del zorro sin fin que destruyó grandes porciones del Medio Oeste. Jo estaba enseñando a Georgina, su hija (y posiblemente también a la mía), a forjar armas en la herrería. Cuando Georgina me vio, no parecía emocionada, como si nos hubiéramos separado hace unos minutos. — ¿Aún tienes a mi muñeca? — exigió. — Ah... — Podría haber mentido. Podría haber producido por arte de magia una imagen exacta de la figura del limpiapipas y haber dicho ‘Por supuesto’. Pero la verdad era que no tenía idea de dónde había terminado la pequeña, ¿Tal vez en Delfos, Tártaro o Caos? Le dije la verdad. — ¿Me harías otra? Georgina pensó en esto. — No. Luego volvió a apagar las cuchillas calientes con su madre. El espadachín Lityerses parecía adaptarse bien. Estaba supervisando un “programa de visitas de elefantes” con Livia residente de la Waystation y Hannibal del Campamento Júpiter. Los dos paquidermos estaban retozando juntos en el estacionamiento trasero, coqueteando y tirándose balones medicinales el uno al otro.

Después de la cena, pude visitar a Leo Valdez, quien acababa de regresar a casa después de un día completo de servicio comunitario. Estaba enseñando a niños sin hogar habilidades de taller en un refugio local. — Eso es asombroso—, dije. Sonrió y mordió un trozo de las galletas de suero de leche recién hechas de Emmie. — Si. Un montón de niños como yo, ¿Dabes? Nunca tuvieron mucho. Al menos puedo mostrarles que a alguien le importa. Además, algunos de ellos son excelentes mecánicos. — ¿No necesitas herramientas? — pregunté. — ¿Un taller? — ¡Festo! — Leo dijo. — Un dragón de bronce es la mejor tienda de móviles. La mayoría de los niños lo ven como un camión, con la Niebla y todo, pero algunos de ellos... saben lo que pasa. Jo pasó de camino a los lotes griffins y le dio una palmada en el hombro. — Éste hace bien. Tiene potencial. — Gracias, mamá— dijo Leo. Jo se burló, pero parecía complacida. — ¿Y Calipso? — Le pregunté a Leo. Una ráfaga de emociones pasó por su rostro, lo suficiente para decirme que Leo estaba más enamorado que nunca por la ex diosa, y que las cosas aún eran complicadas. — Sí, ella está bien— dijo al fin. — Nunca antes había visto a nadie así en la secundaria. Pero la rutina, los deberes, la gente… Se la lleva fácil. Supongo que es muy diferente a estar atrapada en Ogigia. Asentí con la cabeza, aunque la idea de un ex-inmortal al que le gustaba el instituto tampoco tenía mucho sentido para mí. —¿Dónde está ella ahora? — Campamento de la banda.

Yo empecé. — ¿Perdona? — Es consejera en un campamento de bandas— dijo Leo. — Por ejemplo, para los niños mortales normales que practican música y esas cosas. No lo sé. Se ha ido todo el verano. Sacudió la cabeza, claramente preocupado, claramente extrañándola, tal vez teniendo pesadillas sobre todos los guapos consejeros de clarinete con los que Calipso podría estar rondando. — Todo está bien— dijo, forzando una sonrisa. — Ya sabes, un poco de tiempo separados para pensar. Haremos que funcione. Reyna pasó y escuchó la última parte. — ¿Hablando de Calipso? Sí, tenía que tener una conversación al respecto con mi hermano aquí. — Apretó el hombro de Leo. — No se le llama mamacita a una jovencita. Tienes que tener más respeto, ¿entiendes?79 — Yo…— Leo parecía dispuesto a protestar, luego pareció pensarlo mejor. — Si, vale. Reyna me sonrió. — Valdez creció sin su mamá. Nunca aprendió estas cosas. Ahora tiene dos grandes mamás adoptivas y una hermana mayor que no tiene miedo de abofetearlo cuando se pasa de la raya — . Ella movió un dedo juguetonamente contra su mejilla. — Eso no es verdad— murmuró Leo. — Anímate— dijo Reyna. — Calipso vendrá. A veces eres un tonto, Valdez, pero tienes un corazón de oro imperial.

Próxima parada: Campamento Júpiter. No me sorprendió que Hazel y Frank se hubieran convertido en el par de pretores más eficientes y respetados que jamás haya dirigido la 79

En el libro original en inglés, esta frase está dicha en español.

Duodécima Legión. En un tiempo récord, inspiraron un esfuerzo de reconstrucción en Nueva Roma, repararon todos los daños de nuestra batalla contra Tarquinio y los dos emperadores, y comenzaron una campaña de reclutamiento con los lobos de Lupa para traer nuevos semidioses de la naturaleza. Al menos veinte habían llegado desde que me fui, lo que me hizo preguntarme dónde se habían estado escondiendo y qué tan ocupados debieron haber estado mis compañeros dioses en las últimas décadas para tener tantos hijos. — Vamos a instalar más barracones allí—, me dijo Hazel, mientras ella y Frank me daban un recorrido de cinco denarios por el campamento reparado. — Hemos ampliado los baños termales y estamos construyendo un arco de la victoria en la carretera principal hacia Nueva Roma para conmemorar nuestra derrota de los emperadores—. Sus ojos ambarinos brillaron de emoción. — Va a estar cubierto en oro. Completamente exagerado. Frank sonrió. — Si. Por lo que sabemos, la maldición de Hazel está oficialmente rota. Hicimos un augurio en el santuario de Plutón y resultó favorable. Puede invocar joyas, metales preciosos... y usarlos o gastarlos ahora sin causar maldiciones. — Pero no vamos a abusar de ese poder—, se apresuró a agregar Hazel. — Solo lo usaremos para mejorar el campamento y honrar a los dioses. No vamos a comprar ningún yate o avión privado o grandes collares de oro con colgantes de diamantes "H más F 4Ever", ¿verdad, Frank? Frank hizo un puchero. — No. Supongo que no. — Hazel lo miró con la ceja alzada. — No, definitivamente no—, corrigió Frank. — Eso sería de mal gusto. Frank seguía avanzando pesadamente como un amistoso oso pardo, pero su postura parecía más relajada, su humor más alegre, como si estuviera empezando a asimilar que su destino ya no estaba

controlado por un pequeño trozo de leña. Para Frank Zhang, como el resto de nosotros, el futuro estaba abierto a los negocios. Él se iluminó. — ¡Oh, y mira esto, Apolo! Hizo girar su capa de pretor púrpura como si estuviera a punto de convertirse en un murciélago vampiro (lo que Frank era completamente capaz de hacer). En cambio, la capa simplemente se convirtió en un abrigo oversize80 de felpa. — ¡Me lo imaginé! Hazel puso los ojos en blanco. — Mi dulce, dulce Frank. ¿Podrías por favor no usarlo con el abrigo afelpado? — ¿Qué? — Frank protestó. — ¡Es impenetrable y cómodo! Más tarde ese día, visité a mis otros amigos. Lavinia Asimov había cumplido su amenaza / promesa de enseñar a la Quinta Cohorte a bailar claqué. La unidad ahora era temida y respetada en los juegos de guerra por su capacidad para formar una pared de escudo testudo mientras realizaba la reproducción aleatoria de tres tiempos. Tyson y Ella regresaron felices al trabajo en su librería. Los unicornios seguían armados. El plan de expansión del templo de Jason Grace todavía estaba avanzando, y cada semana se agregaban nuevos santuarios. Lo que sí me sorprendió: Percy Jackson y Annabeth Chase habían llegado y se habían establecido en Nueva Roma, dándoles dos meses para adaptarse a su nuevo entorno antes del semestre de otoño de su primer año en la universidad. — Arquitectura— dijo Annabeth, sus ojos grises tan brillantes como los de su madre. Dijo la palabra arquitectura como si fuera la respuesta a todos los problemas del mundo. — Me enfocaré en el 80

De gran tamaño.

diseño ambiental en UC Berkeley mientras me inscribo en la Universidad de Nueva Roma. Para el tercer año, me imagino... — Vaya, listilla — dijo Percy. — Primero tienes que ayudarme a superar el inglés de primer año. Y matemáticas. E historia. La sonrisa de Annabeth iluminó el dormitorio vacío. — Sí, sesos de alga, lo sé. Tomaremos los conceptos básicos juntos. Pero harás tu propia tarea. — Hombre— dijo Percy, mirándome con suplica. — Tarea. Me complació verlos hacerlo tan bien, pero estuve de acuerdo con él sobre la tarea. Los dioses nunca la habíamos entendido. No la queríamos. Simplemente la asignamos en forma de misiones mortales. — ¿Y tu especialidad? — Le pregunté. — Sí, eh… ¿biología marina? ¿Acuicultura81? No sé. Lo resolveré. — ¿Los dos se quedarán aquí? Hice un gesto hacia las literas. La Universidad de Nueva Roma pudo haber sido una universidad para semidioses, pero sus dormitorios eran tan básicos y aburridos como los de cualquier otra universidad. — No. — Annabeth sonaba ofendida. — ¿Has visto la forma en que este chico tira su ropa sucia? Repugnante. Además, los dormitorios son obligatorios para todos los estudiantes de primer año y no son mixtos. Mi compañera de cuarto probablemente no llegará hasta septiembre. — Si. — Percy suspiró. — Mientras tanto, cruzaré todo el campus a ese dormitorio de chicos vacío. A dos cuadras enteras. 81

La acuicultura o acuacultura es el conjunto de actividades, técnicas y conocimientos de crianza de especies acuáticas vegetales y animales.

Annabeth le dio un manotazo en el brazo. — Además, Apolo, nuestros arreglos de vivienda no son de tu incumbencia. Levanté las manos en señal de rendición. — ¿Pero viajaron juntos por todo el país para llegar aquí? — Con Grover— dijo Percy. — Fue genial, solo nosotros tres de nuevo. Pero hombre, ese viaje por carretera... — Como que se fue de lado — asintió Annabeth. —Y hacia arriba, hacia abajo y en diagonal. Pero llegamos aquí vivos. Asentí. Después de todo, esto era lo máximo que podía decirse de cualquier viaje de semidioses. Pensé en mi propio viaje desde Los Ángeles al Campamento Júpiter, escoltando el ataúd de Jason Grace. Percy y Annabeth parecieron leer mis pensamientos. A pesar de los días felices que les esperan y del espíritu general de optimismo en el Campamento Júpiter, la tristeza aún persistía, flotando y parpadeando en las esquinas de mi visión como uno de los Lares del campamento. —Lo descubrimos cuando llegamos— dijo Percy. —Todavía no puedo…— Su voz se quebró. Miró hacia abajo y se tomó la palma de la mano. —Yo lloré mucho— admitió Annabeth. —Todavía desearía... desearía haber estado allí para Piper. Espero que esté bien. — —Piper es una joven dura— dije. —Pero sí ... Jason. Él era el mejor de nosotros— Nadie discutió con eso. —Por cierto— dije —tu madre está bien, Percy. Acabo de verla a ella y a Paul. Tu hermanita es demasiado adorable. Ella nunca deja de reír. Él se animó.

—Lo sé, ¿verdad? Estelle es genial. Extraño el horneado de mi mamá. —Podría ayudar con eso— Como le había prometido a Sally Jackson, teletransporté un plato de galletas azules recién horneadas directamente a mis manos. Percy se metió una galleta en la boca. Sus ojos se pusieron en blanco en éxtasis. —Apolo, eres el mejor. Retiro casi todo lo que he dicho sobre ti. —Está muy bien— le aseguré. —Espera... ¿Qué quieres decir con casi?

39 Doscientos diez Son muchos haikus, pero Puedo hacer más si… (inserte el sonido de un dios siendo estrangulado aquí)

HABLANDO DE PIPER MCLEAN, me avergoncé de mí mismo cuando entré a visitarla. Era una hermosa noche de verano en Tahlequah, Oklahoma. Las estrellas salían a millones y las cigarras cantaban en los árboles. El calor se apoderaba de las colinas. Las luciérnagas brillaban en la hierba. Me había propuesto aparecer dondequiera que pudiera estar Piper McLean. Terminé de pie en el techo plano de una modesta casa de campo, el hogar ancestral de los McLean. En el borde del techo, dos personas estaban sentadas hombro con hombro, siluetas oscuras de espaldas a mí. Una se inclinó y besó a la otra. No era mi intención, pero estaba tan nervioso que parpadeé como la luz de una cámara, cambiando sin darme cuenta de Lester a mi forma de Apolo adulta: toga, cabello rubio, músculos y todo. Los dos tortolitos se volvieron hacia mí. Piper McLean estaba a la izquierda. A la derecha se sentaba otra joven de pelo corto y oscuro y una nariz con diamantes de imitación que parpadeaban en la oscuridad. Piper desató los dedos de los de la otra chica. — Vaya, Apolo. Que coincidencia. — Eh, lo siento. Yo…

—¿Quién es éste? — preguntó la otra chica, mirando mi ropa de cama. — ¿Tu papá tiene novio? Reprimí un grito. Dado que el padre de Piper era Tristan McLean, ex galán de Hollywood, estuve tentado de decir Todavía no, pero estoy dispuesto a ser voluntario. Sin embargo, no pensé que Piper lo apreciaría. — Viejo amigo de la familia— dijo Piper — Lo siento, Shel. ¿Me disculpa un segundo? — Uh. Seguro. Piper se levantó, me agarró del brazo y me guió hasta el otro extremo del techo. — Oye. ¿Qué pasa? — Yo... Uh... — No había estado tan callado desde que era un Lester Papadopoulos a tiempo completo. — Yo solo quería darte una mirada, asegurarme de que estás bien. ¿Parece que lo estás? Piper me dio una pizca de sonrisa. — Bueno, los primeros días. — Estás en proceso— le dije, recordando lo que me había dicho en California. De repente, mucho de lo que ella y yo habíamos hablado empezó a tener sentido. No estar definido por las expectativas de Afrodita. O las ideas de Hera sobre cómo era una pareja perfecta. Piper encontrando su propio camino, no el que la gente esperaba de ella. — Exactamente— dijo. — Estoy feliz por ti. Y lo estaba. De hecho, me costó un esfuerzo no brillar como una luciérnaga gigante. — ¿Tu papá? — Sí, quiero decir… de Hollywood de regreso a Tahlequah es un gran cambio. Pero parece que ha encontrado algo de paz. Ya veremos. Escuché que regresaste al Olimpo. Felicidades.

No estaba seguro de si las felicitaciones estaban en orden, dada mi inquietud general y mis sentimientos de indignidad, pero asentí. Le conté lo que había sucedido con Nerón. Le hablé del funeral de Jason. Ella abrazó sus brazos. A la luz de las estrellas, su rostro parecía tan cálido como el bronce recién salido del yunque de Hefesto. — Eso es bueno— dijo. — Me alegro de que el Campamento Júpiter lo hiciera bien. Hiciste bien por él. — No sé nada de eso— dije. Ella puso su mano sobre mi brazo. — No lo has olvidado. Puedo decir. Se refería a ser humano, a honrar los sacrificios que se habían hecho. — No — dije — El recuerdo es parte de mí ahora. — Bueno, entonces, bien. Ahora, si me disculpas... — ¿Qué? Señaló a su amiga Shel. — Oh por supuesto. Cuídate, Piper McLean. — Tú también, Apolo. Y la próxima vez, ¿tal vez me avises antes de aparecer? Murmuré algo de disculpa, pero ella ya se había dado la vuelta para irse, de regreso con su nueva amiga, su nueva vida y las estrellas en el cielo. La última y más difícil reunión… Meg McCaffrey. Un día de verano en Palm Springs. El calor seco y abrasador me recordó al Laberinto Ardiente, pero no tenía nada de malicioso o mágico. El desierto simplemente se calentó.

Aeithales, la antigua casa del Dr. Phillip McCaffrey, era un oasis de vida fresca y verde. Las ramas de los árboles habían crecido para remodelar la estructura que alguna vez fue completamente hecha por el hombre, haciéndola aún más impresionante de lo que había sido en la infancia de Meg. Annabeth se habría quedado impresionada por el diseño ambiental de las dríades locales. Las ventanas habían sido reemplazadas por capas de enredaderas que se abrían y cerraban automáticamente para dar sombra y refrescarse, respondiendo a las fluctuaciones más pequeñas de los vientos. Los invernaderos habían sido reparados y ahora estaban repletos de raros especímenes de plantas de todo el sur de California. Los manantiales naturales llenaban las cisternas y proporcionaban agua para los jardines y un sistema de refrigeración para la casa. Aparecí en mi antigua forma de Lester en el camino de la casa a los jardines y casi fui ensartado por las Meliai, la compañía personal de Meg de siete súper dríadas. —¡Detente! — gritaron al unísono. — ¡Intruso! —¡Sólo soy yo! — dije, lo que no pareció ayudar. — ¡Lester! — Todavía nada. — El viejo, ya saben, sirviente de Meg. Los Meliai bajaron las puntas de sus lanzas. — Oh, sí— dijo uno. — Sirviente de Meg — dijo otro. — El débil, insuficiente— dijo un tercero. — Antes de que Meg tuviera nuestros servicios. — Haré que sepas que ahora soy un dios olímpico completo—, protesté. Las dríadas no parecían impresionadas. — Te llevaremos a Meg— dijo uno. — Ella emitirá un juicio. ¡Por segunda vez!

Formaron una falange a mi alrededor y me condujeron por el camino. Podría haber desaparecido o haber volado o haber hecho cualquier cantidad de cosas impresionantes, pero me habían sorprendido. Caí en mis viejos hábitos lesteristas y me dejé llevar a la fuerza hasta mi antigua maestra. La encontramos cavando en la tierra junto a sus antiguos miembros de la familia de Nerón, mostrándoles cómo trasplantar árboles jóvenes de cactus. Vi a Aemillia y Lucius, cuidando contentos de sus cactus bebé. Incluso el joven Cassius estaba allí, aunque no tenía ni idea de cómo Meg lo había localizado. Estaba bromeando con una de las dríadas, luciendo tan relajado que no podía creer que fuera el mismo chico que había huido de la torre de Nerón. Cerca, en el borde de un huerto de duraznos recién plantados, el karpos Melocotones se encontraba en todo su esplendor de pañales. (Oh, claro. Apareció después de que el peligro había pasado). Estaba inmerso en una acalorada conversación con una joven karpos que asumí que era nativa de la zona. Se parecía mucho al propio Melocotones, excepto que estaba cubierta por una fina capa de espinas. — Melocotones— le dijo Melocotones. —¡Higo chumbo! — replicó la joven — ¡Melocotones! —¡Higo chumbo! Ese parecía ser el alcance de su argumento. Quizás estaba a punto de convertirse en un combate a muerte por la supremacía local de la fruta. O quizás era el comienzo de la mayor historia de amor que jamás haya madurado. Era difícil de decir con un karpoi. Meg giró a mirarme cuando me vio. Su rostro se partió en una sonrisa. Llevaba su vestido rosa de Sally Jackson, rematado con un

sombrero de jardinería que parecía una gorra de hongo. A pesar de la protección, su cuello se estaba poniendo rojo por el trabajo al aire libre. — Has vuelto — señaló. Sonreí. — Estás bronceada. — Ven aquí—, ordenó. Sus órdenes ya no tenían fuerza, pero fui hacia ella de todos modos. Ella me abrazó fuerte. Olía a tuna y arena tibia. Podría haber llorado un poco. — Ustedes sigan así— les dijo a sus aprendices. — Vuelvo enseguida. Los ex niños imperiales parecían felices de cumplir. En realidad, parecían decididos a cultivar un huerto, como si su cordura dependiera de ello, lo que tal vez así fuera. Meg me tomó de la mano y me guio en un recorrido por la nueva propiedad, con los Meliai todavía a nuestro paso. Me mostró el tráiler donde ahora vivía Herofila: La Sibila cuando no estaba trabajando en la ciudad como lectora de cartas del Tarot y sanadora de cristales. Meg se jactó de que la ex oráculo estaba aportando suficiente dinero en efectivo para cubrir todos los gastos del Eitales. Nuestros amigos dríades Joshua y Aloe Vera se alegraron de verme. Me contaron sobre su trabajo viajando por el sur de California, plantando nuevas dríadas y haciendo todo lo posible para curar el daño de las sequías y los incendios forestales. Todavía tenían mucho trabajo por hacer, pero las cosas estaban mejorando. Aloe nos siguió por un rato, untando los hombros quemados por el sol de Meg con una sustancia pegajosa y reprendiéndola.

Finalmente, llegamos a la sala principal de la casa, donde Luguselwa estaba armando una mecedora. La habían equipado con nuevas manecillas mecánicas, un obsequio, me dijo Meg, de la cabaña de Hefesto en el Campamento Mestizo. —¡Oye, compañero de celda! — Lu sonrió. Hizo un gesto con la mano que normalmente no se asociaba con un saludo amistoso. Luego maldijo y agitó sus dedos metálicos hasta que se abrieron en una ola adecuada. — Lo siento por eso. Estas manos no se han programado bien. Tengo algunos problemas que arreglarlas. Se levantó y me envolvió en un abrazo de oso. Sus dedos se abrieron y comenzaron a hacerme cosquillas entre los omóplatos, pero decidí que esto debía ser involuntario, ya que Lu no me pareció del tipo de las cosquillas. — Te ves bien— le dije, alejándome. Lu se rió. — Tengo a mi Retoño aquí. Tengo una casa. Soy una vieja mortal normal de nuevo, y no lo haría de otra manera. Me detuve para no decirlo también. El pensamiento me puso melancólico. Habría sido inconcebible para el viejo Apolo, pero la idea de envejecer en esta hermosa casa en el árbol del desierto, ver a Meg convertirse en una mujer fuerte y poderosa... no sonaba nada mal. Lu debe haber captado mi tristeza. Hizo un gesto hacia la mecedora. — Bueno, los dejaré continuar con la visita. Montar estos muebles de IKEA82 es la misión más difícil que he tenido en años. Meg me llevó a la terraza mientras el sol de la tarde se hundía detrás de las montañas de San Jacinto.

82

IKEA es una corporación multinacional con sede en Suecia dedicada a la fabricación y venta minorista de muebles en paquete plano, colchones, electrodomésticos y objetos para el hogar.

Mi carro solar ahora se dirigía a casa, los caballos se emocionarían al sentir el final de su viaje. Pronto me uniría a ellos... me reuniría con mi otro yo, de vuelta en el Palacio del Sol. Miré a Meg, que se estaba secando una lágrima del ojo. — No puedes quedarte, supongo— dijo. Tomé su mano. — Querida Meg. Permanecimos así en silencio por un rato, viendo a los semidioses trabajar en los jardines de abajo. —Meg, has hecho mucho por mí. Por todos nosotros. Yo... prometí recompensarte cuando volviera a ser un dios. Ella empezó a hablar, pero la interrumpí. — No, espera — dije. — Entiendo que eso abarataría nuestra amistad. No puedo resolver problemas mortales con un chasquido de dedos. Veo que no quieres una recompensa. Pero siempre serás mi amiga. Y si alguna vez me necesitas, aunque sea solo para hablar, estaré aquí. Su boca se torció. — Gracias. Eso es bueno. Pero... en realidad, estaría bien con un unicornio. Ella lo había hecho de nuevo. Ella todavía podría sorprenderme. Me reí, chasqueé los dedos y apareció un unicornio en la ladera debajo de nosotros, relinchando y rascando el suelo con sus cascos de oro y perlas. Ella me abrazó. — Gracias. Tú también serás mi amigo, ¿Verdad? — Mientras sigas siendo la mía— le dije. Ella pensó en esto. — Si. Yo puedo hacer eso.

No recuerdo de qué más hablamos. Las lecciones de piano que le había prometido. Diferentes variedades de suculentas. El cuidado y la alimentación de los unicornios. Estaba feliz de estar con ella. Por fin, cuando se puso el sol, Meg pareció comprender que era hora de que me fuera. — ¿Volverás? — ella preguntó. — Siempre — le prometí — El sol siempre vuelve.

Entonces, querido lector, hemos llegado al final de mis pruebas. Me has seguido a través de cinco volúmenes de aventuras y seis meses de dolor y sufrimiento. Según mis cálculos, has leído doscientos diez de mis haikus. Como Meg, seguramente mereces una recompensa. ¿Qué aceptarías? Se me acabaron los unicornios. Sin embargo, cada vez que apuntes y te prepares para disparar tu mejor tiro, cada vez que busques poner tus emociones en una canción o poema, debes saber que te estoy sonriendo. Ahora somos amigos. Llámame. Estaré ahí para ti.

Glosario Guía para el habla de Apolo

Agripina la joven: una emperatriz romana ambiciosa y sanguinaria que fue madre de Nerón; era tan dominante con su hijo que él ordenó que la mataran. Afrodita: diosa griega del amor y la belleza. Forma romana: Venus. Ambrosía: alimento de los dioses que puede curar a los semidioses si se consume en pequeñas dosis; sabe a la comida favorita del usuario. Anfisbena: una serpiente con una cabeza en cada extremo, nacida de la sangre que goteó de la cabeza cortada de Medusa. Anicetus: el sirviente leal de Nerón, que llevó a cabo la orden de matar a Agripina, la madre de Nerón. Aquiles: héroe griego de la guerra de Troya que fue asesinado por una flecha disparada en su talón, su único punto vulnerable. Arboleda de Dodona: el sitio del oráculo griego más antiguo, sólo superado por Delfos en importancia; el susurro de los árboles en la arboleda proporcionó respuestas a los sacerdotes y sacerdotisas que viajaban al sitio. La arboleda se encuentra en el bosque del campamento mestizo y solo se puede acceder a ella a través de la guarida de los mirmekes. Ares: dios griego de la guerra; hijo de Zeus y Hera. Forma romana: Marte.

Artemisa: diosa griega de la caza y la luna; hija de Zeus y Leto, y la gemela de Apolo. Forma romana: Diana. Arpía: una criatura femenina alada que arrebata cosas. Asclepio: dios de la medicina; hijo de Apolo; su templo fue el centro de curación de la antigua Grecia. Atenea: diosa griega de la sabiduría. Forma romana: Minerva. Atenea Partenos: una estatua de doce metros de altura de la diosa Atenea que alguna vez fue la figura central del Partenón de Atenas. Actualmente se encuentra en la Colina Mestiza en el Campamento Mestizo. Baco: dios romano del vino y la juerga; hijo de Júpiter. Forma griega: Dionisio. Batalla de Manhattan: la batalla final culminante de la Segunda Guerra de los Titanes. Benito Mussolini: un político italiano que se convirtió en el líder del Partido Nacional Fascista, una organización paramilitar. Gobernó Italia de 1922 a 1943, primero como primer ministro y luego como dictador. Boare: Equivalente latino de boo. Boreas: dios del viento del norte. Bronce celestial: un poderoso metal mágico utilizado para crear armas manejadas por dioses griegos y sus hijos semidioses. Calígula: el apodo del tercero de los emperadores de Roma, Cayo Julio César Augusto Germánico, infame por su crueldad y matanza durante los cuatro años que gobernó, desde el 37 al 41 EC; fue asesinado por su propio guardia.

Campamento Mestizo: el campo de entrenamiento para semidioses griegos, ubicado en Long Island, Nueva York. Campamento Júpiter: el campo de entrenamiento para semidioses romanos, ubicado en California, entre Oakland Hills y Berkeley Hills. Campos de Castigo: la sección del inframundo donde las personas que fueron malvadas durante sus vidas son enviadas para enfrentar el castigo eterno por sus crímenes después de la muerte. Caos: la primera deidad primordial y creadora del universo; un vacío informe debajo incluso de las profundidades del Tártaro. Caos Primordial : lo primero que existió; un vacío del que se produjeron los primeros dioses. Cazadoras de Artemisa: un grupo de doncellas leales a Artemisa y dotadas de habilidades de caza y eterna juventud siempre que rechacen a los hombres de por vida. Celta: relacionado con un grupo de pueblos indoeuropeos identificados por sus similitudes culturales y el uso de idiomas como el irlandés, el gaélico escocés, el galés y otros, incluido el galo prerromano. Centauro: una raza de criaturas que es mitad humano, mitad caballo. Son excelentes arqueros. Cisterna: un refugio para dríadas en Palm Springs, California. Cohorte: un grupo de legionarios. Cómodo Lucius Aurelius: Cómodo era el hijo del emperador romano Marco Aurelio; se convirtió en co-emperador a los dieciséis años y emperador a los dieciocho, cuando murió su padre; gobernó de 177 a 192 d. C. y fue megalómano y corrupto; se consideraba el Nuevo Hércules y disfrutaba matando animales y luchando contra gladiadores en el Coliseo.

Coronis: es una de las novias de Apolo, que se enamoró de otro hombre. Un cuervo blanco que Apolo había dejado para vigilarla le informó del asunto. Apolo estaba tan enojado con el cuervo por no picotear los ojos del hombre que maldijo al pájaro y le quemó las plumas. Apolo envió a su hermana, Artemisa, a matar a Coronis, porque no se atrevía a hacerlo. Ciclope (Cíclopes, pl.) miembro de una raza primordial de gigantes, cada uno con un solo ojo en el medio de la frente. Cinocefalo (Cinocéfalos, pl.): un ser con cuerpo humano y cabeza de perro. Cronos: el titán señor del tiempo, el mal y la cosecha. Es el más joven pero a la vez más audaz y tortuoso de los hijos de Gea; convenció a varios de sus hermanos para que lo ayudaran en el asesinato de su padre, Urano. También fue el principal oponente de Percy Jackson. Forma romana: Saturno. Dafne: una hermosa náyade que atrajo la atención de Apolo; ella se transformó en un árbol de laurel para escapar de él. Dante: un poeta italiano de finales de la Edad Media que inventó la terza rima; autor de La Divina Comedia, entre otras obras. Dédalo: un semidiós griego, hijo de Atenea e inventor de muchas cosas, incluido el Laberinto, donde se guardaba al Minotauro (parte hombre y parte toro). Deimos: dios griego del miedo Deméter: diosa griega de la agricultura; una hija de los Titanes Rea y Cronos. Denario (denari, pl.): una unidad de moneda romana. Diana: diosa romana de la caza y la luna; la hija de Júpiter y Leto, y la gemela de Apolo. Forma griega: Artemisa.

Didima: el santuario oracular de Apolo en Mileto, una ciudad portuaria en la costa occidental de la actual Turquía. Dimachaerus (dimachaeri, pl.): un gladiador romano entrenado para luchar con dos espadas a la vez. Dionisio: dios griego del vino y la juerga; hijo de Zeus. Forma romana: Baco. Dracma: una unidad de la moneda griega antigua. Drakon: un gigantesco monstruo amarillo y verde parecido a una serpiente, con adornos alrededor del cuello, ojos de reptil y enormes garras; escupe veneno. Dríada: un espíritu (generalmente femenino) asociado con cierto árbol. Eliano: autor romano de principios del siglo III d.C. que escribió historias sensacionales sobre eventos extraños y sucesos milagrosos y fue mejor conocido por su libro Sobre la naturaleza de los animales. Eliseo: el paraíso al que los héroes griegos son enviados cuando los dioses les conceden la inmortalidad. Erebos: dios primordial griego de las tinieblas; un lugar de oscuridad entre la Tierra y el Hades. Estigia: una poderosa ninfa de agua; la hija mayor del Titán marino, Oceanus; diosa del río más importante del inframundo; diosa del odio; el río Estigio lleva su nombre. Faetón: semidiós hijo de Helios, Titán del Sol; accidentalmente quemó la Tierra cuando conducía el carro solar de Helios, y Zeus lo mató con un rayo como resultado. Fauno: dios del bosque romano, en parte cabra y en parte hombre.

Fasces: un hacha ceremonial envuelta en un manojo de gruesas varas de madera con su hoja en forma de media luna que se proyecta hacia afuera; el símbolo supremo de autoridad en la antigua Roma; origen de la palabra fascismo. Fates: tres personificaciones femeninas del destino. Controlan el hilo de la vida de todos los seres vivos desde el nacimiento hasta la muerte. Fuego Griego: es un líquido verde viscoso, mágico y altamente explosivo que se utiliza como arma; una de las sustancias más peligrosas de la tierra. Ganimedes: un hermoso niño troyano al que Zeus secuestró para ser copero de los dioses. Gas Sasánida: un arma química que los persas usaron contra los romanos en tiempos de guerra. Gaul: nombre que los romanos dieron a los celtas y sus territorios. Gea: diosa griega de la tierra; esposa de Urano; madre de los titanes, gigantes, cíclopes y otros monstruos. Germanus (Germani, pl.): un guardaespaldas del Imperio Romano de los pueblos tribales galos y germánicos que se establecieron al oeste del río Rin. Glámon: el equivalente griego antiguo para viejo sucio. Grifo: una criatura voladora que es parte león, parte águila Guerra de Troya: según la leyenda, la Guerra de Troya fue librada contra la ciudad de Troya por los aqueos (griegos) después de que Paris de Troya tomara a Helena de su esposo, Menelao, rey de Esparta. Hades: el dios griego de la muerte y las riquezas; gobernante del inframundo. Forma romana: Plutón.

Harpócrates: el dios del silencio. Hécate: diosa de la magia y la encrucijada. Hefesto: dios griego del fuego, incluido el volcánico, y de la artesanía y la herrería; hijo de Zeus y Hera, y casado con Afrodita. Forma romana: Vulcano. Helios: dios titán del sol; hijo del Titán Hiperión y la Titan Tea. Hera: diosa griega del matrimonio; la esposa y la hermana de Zeus; madrastra de Apolo. Hermanas Grises : Tempestad, Ira y Avispa, un trío de ancianas que comparten un solo ojo y un solo diente y operan un taxi que sirve al área de la ciudad de Nueva York. Hermes: dios griego de los viajeros; guía a los espíritus de los muertos; dios de la comunicación. Forma romana: Mercurio. Herofila: Oráculo de Eritrea; ella lanza profecías en forma de rompecabezas de palabras. Hestia: diosa griega del hogar. Hierro estigio: un metal mágico forjado en el río Estigia, capaz de absorber la esencia misma de los monstruos y de herir a mortales, dioses, titanes y gigantes; tiene un efecto significativo en fantasmas y criaturas del inframundo. Ícaro: el hijo de Dédalo, mejor conocido por volar demasiado cerca del sol mientras intentaba escapar de la isla de Creta usando alas de metal y cera inventadas por su padre; murió cuando no hizo caso de las advertencias de su padre. Inframundo: el reino de los muertos, donde las almas van por la eternidad; gobernado por Hades.

Jacinto: un héroe griego y amante de Apolo, que murió mientras intentaba impresionar a Apolo con sus habilidades con el disco. Julio César: un político y general romano cuyos logros militares extendieron el territorio de Roma y finalmente llevaron a una guerra civil que le permitió asumir el control del gobierno en el 49 a. C. Fue declarado “dictador vitalicio” y pasó a instituir reformas sociales que enfurecieron a algunos poderosos romanos. Un grupo de senadores conspiró contra él y lo asesinó el 15 de marzo del 44 a. C. Júpiter: dios romano del cielo y rey de los dioses. Forma griega: Zeus. Karpos (karpoi, pl.): espíritu de grano; un hijo de Tartaro y Gea. Laberinto: un laberinto subterráneo construido originalmente en la isla de Creta por el artesano Dédalo para encerrar el Minotauro. Lar (Lares, pl.): dioses de las casas romanas. Leontocephaline: un ser con cabeza de león y cuerpo de hombre entrelazado con una serpiente sin cabeza ni cola; creado por Mitra, un dios persa, para proteger su inmortalidad. Leto: madre de Artemisa y Apolo con Zeus; diosa de la maternidad. Lugus: uno de los principales dioses de la antigua religión celta. Lupa: la diosa lobo, espíritu guardián de Roma. Marte: el dios romano de la guerra. Forma griega: Ares. Marsias: un sátiro que perdió ante Apolo después de desafiarlo en un concurso musical, lo que llevó a que Marsias fuera desollado vivo. Melíades: ninfas griegas del fresno, nacidas de Gea; nutrieron y criaron a Zeus en Creta.

Mercurio: dios romano de los viajeros; guía a los espíritus de los muertos; dios de la comunicación. Forma Griega: Hermes. Minerva: diosa romana de la sabiduría. Forma griega: Atenea. Minoicos: una civilización de la Edad de Bronce de Creta que floreció desde c. 3000 a 1100 a.C.; su nombre proviene del rey Minos. Minotauro: mitad hombre, mitad toro hijo del rey Minos de Creta; el Minotauro se mantuvo en el Laberinto, donde mató a las personas que fueron enviadas; finalmente fue derrotado por Teseo. Mitra: un dios persa que fue adoptado por los romanos y se convirtió en el dios de los guerreros; él creó el leontocephaline. Monte Olimpo: hogar de los Doce Olímpicos Morfeo: el titán que puso a dormir a todos los mortales de Nueva York durante la Batalla de Manhattan. Náyade : un espíritu de agua femenino. Néctar: una bebida de los dioses que puede curar a los semidioses. Nerón: gobernó como emperador romano del 54 al 58 EC; hizo que mataran a su madre ya su primera esposa; muchos creen que fue el responsable de prender un fuego que destrozó Roma, pero culpó a los cristianos, a quienes quemó en cruces; construyó un nuevo palacio extravagante en el terreno despejado y perdió apoyo cuando los gastos de construcción lo obligaron a aumentar los impuestos; se suicidó. Niebla: una fuerza mágica que evita que los mortales vean dioses, criaturas míticas y sucesos sobrenaturales reemplazandolos con cosas que la mente humana puede comprender. Ninfa: una deidad femenina que anima la naturaleza. Nueva Roma: tanto el valle en el que se encuentra el Campamento Júpiter como una ciudad, una versión más pequeña y moderna de la

ciudad imperial, donde los semidioses romanos pueden vivir en paz, estudiar y retirarse. Nueve Musas: diosas que inspiran y protegen la creación y expresión artística; hijas de Zeus y Mnemosine; de niñas, Apolo les enseñó. Sus nombres son: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope. Ónfalos: griego para ombligo del mundo; el apodo de Delfos, un manantial que susurraba el futuro a quienes escucharan. Oráculo de Delfos: portavoz de las profecías de Apolo. Oro imperial: metal raro, mortal para los monstruos, consagrado en el Panteón; su existencia era un secreto celosamente guardado por los emperadores. Pandos (pandai, pl.): hombre con orejas gigantes, ocho dedos de manos y pies, y un cuerpo cubierto de pelo que comienza blanco y se vuelve negro con la edad. Pegaso (pegasi, pl.): caballo divino alado; engendrado por Poseidón, en su papel de dios-caballo. Peleo: padre de Aquiles; su boda con la ninfa del mar Tetis fue muy concurrida por los dioses, y un desacuerdo entre ellos en el evento finalmente condujo a la Guerra de Troya; el dragón guardián en el Campamento Mestizo lleva su nombre. Perséfone: diosa griega de la primavera y la vegetación; hija de Zeus y Demeter; Hades se enamoró de ella y la secuestró al inframundo para convertirse en su esposa y reina del inframundo. Pitia: sacerdotisa de las profecías de Apolo; el nombre dado a cada oráculo de Delphi. Python: una serpiente monstruosa que Gea designó para proteger el Oráculo en Delfos.

Plutón: dios romano de la muerte y gobernante del inframundo. Forma griega: Hades. Poseidón: dios griego del mar; hijo de los titanes Cronos y Rea, y hermano de Zeus y Hades. Forma romana: Neptuno. Pretor: un magistrado romano electo y comandante del ejército. Princeps: latín para primer ciudadano o primero en la fila; los primeros emperadores romanos adoptaron este título para sí mismos, y llegó a significar príncipe de Roma. Rey Midas: un gobernante que era famoso por poder convertir todo lo que tocaba en oro, una habilidad otorgada por Dionisio. Río Estigia: el río que forma el límite entre la Tierra y el Inframundo. Roc: Una enorme ave de presa Sátiro: un dios griego del bosque, en parte cabra y en parte hombre. Saturnalia: una antigua fiesta romana que se celebraba en diciembre en honor al dios Saturno, el equivalente romano de Cronos. Scusatemi: italiano para disculparse. Sibila: una profetisa. Sibila de Cumas: una oráculo de Apolo de Cumas que recopiló sus instrucciones proféticas para evitar el desastre en nueve volúmenes, pero destruyó seis de ellos al intentar venderlos a Tarquinio el Soberbio de Roma. Sica (siccae, pl.): espada corta y curva. Sócrates: un filósofo griego (c. 470-399 a. C.) que tuvo una profunda influencia en el pensamiento occidental. Talía: musa de la comedia.

Tarquinio: Lucio Tarquinio el Soberbio fue el séptimo y último rey de Roma, reinando desde 534 hasta 509 a. C., cuando, después de un levantamiento popular, se estableció la República Romana. Tártaro: esposo de Gea; espíritu del abismo; padre de los gigantes; el pozo más oscuro del inframundo, donde los monstruos van cuando son asesinados. Taurus silvestre (tauri silvestres, pl.): toro de bosque de piel impenetrable; enemigo ancestral de los trogloditas. Terpsícore: diosa griega de la danza; una de las nueve musas. Terza Rima: forma de verso que consta de estrofas de tres versos en el que el primer y tercer verso riman y el verso medio rima con el primer y tercer versos de la siguiente estrofa. Testudo: conocida como formación de batalla tortuga, en la que los legionarios juntan sus escudos para formar una barrera. Titanes: raza de poderosas deidades griegas, descendientes de Gea y Urano, que gobernaron durante la Edad de Oro y fueron derrocados por una raza de dioses más jóvenes, los olímpicos. Torre Sutro: una enorme antena de transmisión roja y blanca en el área de la bahía de San Francisco, donde Hapócrates, el dios del silencio, fue encarcelado por Cómodo y Calígula. Tres Gracias: las tres Cárites: belleza, alegría y elegancia; hijas de Zeus. Triunvirato: una alianza política formada por tres partidos. Trofonio: semidiós, hijo de Apolo, diseñador del templo de Apolo en Delfos y espíritu del Oráculo Oscuro; decapitó a su medio hermano Agamedes para evitar ser descubierto después de su incursión en el tesoro del rey Hirieo.

Trogloditas: raza de humanoides subterráneos que se alimentan de lagartos y toros. Troya: ciudad prerromana situada en la actual Turquía; sitio de la guerra de Troya. Unicornes Imperant: latin para "Los Unicornios Mandan" Vellocino de oro: esta piel de un carNerón alado de pelo dorado era un símbolo de autoridad y realeza; estaba custodiado por un dragón y toros que lanzaban fuego; Jason tuvo la tarea de obtenerlo, lo que resultó en una búsqueda épica. Ahora cuelga del árbol de Thalía en el Campamento Mestizo para ayudar a fortalecer las fronteras mágicas. Ventus (venti, pl.): espíritus de tormenta. Venus: diosa romana del amor y la belleza. Forma griega: Afrodita. Viajes por la Sombra: forma de transporte que permite a las criaturas del inframundo y a los niños de Hades usar sombras para saltar a cualquier lugar deseado en la Tierra o en el inframundo, aunque hace que el usuario se sienta extremadamente fatigado. Vulcano: dios romano del fuego, incluido el volcánico, y de la artesanía y la herrería. Forma griega: Hefesto. Waystation: un lugar de refugio para semidioses, monstruos pacíficos y Cazadoras de Artemisa ubicado sobre Union Station en Indianápolis, Indiana. Zeus: dios griego del cielo y rey de los dioses. Forma romana: Júpiter. Zorra Teumesia: una zorra gigantesca enviada por los olímpicos para atacar a los niños de Tebas; está destinada a nunca ser atrapada.

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Las Pruebas de Apolo El Oráculo Perdido La Profecía Oscura El laberinto Ardiente La Tumba del Tirano La Torre de Nerón

Campamento Mestizo Confidencial Campamento Júpiter Clasificado

A las Crónicas Mestizas y al tío Rick «¡Gracias por ayudarme a saber que el Campamento Mestizo estará ahí para mí siempre que lo necesite, tío Rick!» «En pocas palabras es difícil expresar lo que me hizo sentir esta saga. Crecí con ella, siento que los personajes fueron mis amigos y compañía mientras leía sus aventuras y la maravillosa escritura de Rick me hacía sentir lo que ellos. Me llevo conocimientos, buenos momentos y hasta personas que conocí gracias a esta saga. Este no es el final, Percy Jackson nunca va a terminar, siempre que haya nueva gente dispuesta a leerlos y viejos lectores que quieran volver por nostalgia a revivir sus aventuras» «Gracias por haber sido mi mejor compañía durante tanto tiempo, jamás olvidaré que los actos más valientes se hacen por amor» «Si algo me ha enseñado Rick es que el poder más asombroso y difícil de dominar es la capacidad de ceder» «Después de 15 libros no tengo más que llenar de agradecimiento a Rick Riordan, por habernos dado un mundo, una familia, y, sobre todo, por enseñarnos que dentro de todos hay un héroe que no necesariamente obedece a la norma tradicional. Gracias por ayudarme a formar un carácter, por darnos ejemplos a seguir y, sobre todo, por darnos una representación» «No puedo expresar en palabras lo agradecida que estoy con Rick Riordan por brindarme un hogar, una familia y por enseñarme tantas cosas a través de sus maravillosos libros. Sin duda las Crónicas Mestizas vivirán siempre en mi corazón»

«Desde el inicio de la primera saga hasta este libro, es un largo camino, pero vale completamente la pena, cada capítulo, cada libro, es un misterio, una aventura imperdible para cualquiera, pero sobre todo aprendes que eres especial y que no estás solo, siempre va a haber un semidiós dispuesto a acompañarte en esta aventura» «Gracia, tío Rick, por ayudarme a escapar de la monotonía del día a día, por dejarme valiosas lecciones, y hacerme sentir parte de algo. Por hacerme sentir poderoso, valiente y un auténtico héroe. Gracias por darme un lugar seguro, al cual pueda regresar cada que lo necesite» «Hay tantas cosas que decir. Demasiadas... pero, gracias es la palabra más idónea. Rick Riordan y sus personajes salvaron mi vida, gracias a ellos estoy aquí... me enseñaron que ser diferente es bueno, que todos tenemos un héroe en nuestro interior y que nunca estamos verdaderamente solos. Gracias por esos años de lectura nocturna, a pesar de que mi madre cuando se enteraba me daba con la chancla, gracias por esas horas de risas, gracias por alegrarme en mis decaídas y, principalmente, gracias por permitirme conocer a estas maravillosas personas que ahora llamo "familia". Gracias y hasta siempre» «Me siento sentimental e inmensamente agradecida con Rick Riordan por permitirnos acompañarlo a través de estos 15 grandiosos libros. Crecí con los personajes, conociendolos como amigos cercanos e identificandome con ellos, aprendí muchas cosas, me hizo apasionarme por la mitología y nos dejó una puerta abierta a un mundo de aventuras al que espero visitar muchas veces en el futuro ¡Gracias tío Rick!» «La cantidad de cosas que el tío Rick me enseñó con sus personajes es innumerable, ese señor tiene la capacidad de hacerme brincar de

felicidad como de quererme tirar al suelo y llorar de tristeza; pero la razón por la que Rick Riordan es mi autor favorito es simple: siempre me hizo sentir parte de sus historias. Cuando mi vida estaba atravesando baches recurría a Percy y sus amigos y en segundos me sentía abrazada por sus personajes» «Quince libros después no puedo hacer otra cosa más que esperar la siguiente aventura, la cuál se presentará cada vez que abra los libros. Definitivamente es la historia que le leeré a mis hijos y a los hijos de mis hijos, gracias por tanto y perdón por tan poco» «El Campamento Mestizo me abrió las puertas y cuando decidí entrar ya nunca quise salir. Y aunque el final haya llegado sé que siempre puedo volver a la fogata de Hestia. El universo creado por Rick y todos los fans es tan cálido que a veces cuando le digo "hola" a las estrellas recuerdo que está bien sonreír con la vista nublada» «Este no es un adiós, es un hasta pronto…»

Acerca del Autor RICK RIORDAN, es apodado como el “Cuenta cuentos de los dioses” por PublishersWeekly. Es el autor de cinco de las sagas más vendidas en el New York Time, número uno con millones de copias vendidas en todo el mundo: Percy Jackson y los dioses del Olimpo, Los Héroes del Olimpo y Las Pruebas de Apolo, basados en mitología griega y romana; Las Crónicas de Kane basada en mitología egipcia; y Magnus Chase y los dioses de Asgard basada en la mitología nórdica. Sus colecciones de mitos griegos conformados por dioses griegos y Héroes Griegos narrados por Percy Jackson, fueron también bestsellers del New York Time. Rick vive en Boston, Massachusetts, con su esposa y sus dos hijos. Síguelo en Twitter @camphalfblood. Para aprender más sobre él y sus libros, visita: https://www.rickriordan.co.uk/
5 La Torre de Nerón

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